Derecho A La Vivienda

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103 Revista de Antropologa Social

2010, 19 103-129
ISSN: 1131-558X
El derecho a una vivienda
The right to a home
John GLEDHILL
Social Anthropology, School of Social Sciences, The University of Manchester
[email protected]
Recibido: 23 de septiembre de 2009
Aceptado: 26 de octubre de 2009
Resumen
El derecho a la vivienda es un derecho humano bsico recogido en las declaraciones inter-
nacionales y muchas constituciones nacionales. Del l puede hacerse tambin una lectura
burguesa, como fundamento de la democracia liberal basada en la propiedad privada, con
interesantes consecuencias cuando los ciudadanos ven que sus derechos son violados. Este
artculo explora cmo va cambiando la denicin del derecho a la vivienda a travs de la
agenda de ONUHbitat, y discute los puntos fuertes y dbiles de este programa desde una
perspectiva antropolgica. El anlisis incide sobre el hecho de que gran parte de la poblacin
mundial ha tenido que encontrar sus propias soluciones a los problemas de vivienda, y abor-
da los debates en torno a la regularizacin de los asentamientos, la tierra y las viviendas
informales, a los mercados de la vivienda, y a las implicaciones sociales de los diferen-
tes enfoques al respecto. Se sostiene que el enfoque de las Naciones Unidas, a pesar de su
nfasis en la planicacin participativa y la universalizacin del derecho a la ciudad, sigue
marginando aspectos ms complejos que surgen de las relaciones entre la vivienda, el hbitat
y los patrones de sociabilidad. El artculo concluye con la consideracin de las condiciones
a las que se enfrentan los movimientos sociales que luchan por el derecho a la ciudad, en un
contexto de regeneracin urbana y gentricacin basado en la clase social, incorporando la
comprensin de los procesos microsociales que ofrece la investigacin etnogrca, desde
una perspectiva multidimensional, sobre las relaciones de poder que han estructurado el recien-
te desarrollo de las ciudades metropolitanas.
Palabras clave: Derechos humanos; vivienda; barriadas chabolistas; derecho a la ciudad;
mercados informales; desarrollo urbano.
Abstract
The right to a home is a basic human right in international declarations and gures in many
national constitutions. It can also be given a bourgeois reading as the foundation of proper-
tyowning liberal democracy, with interesting consequences when citizens see their rights as
violated. This paper charts the changing denition of the right to housing through the UN
Habitat agenda, discussing that agendas strengths and weaknesses from an anthropological
perspective. Analysis then turns to the fact that much of the worlds population has had to
nd its own solutions to housing problems, discussing debates around the regularization
of informal housing, settlements and land and housing markets and the social implications
of different approaches. Arguing that despite its emphasis on participatory planning and the
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universality of rights to the city, the UN approach still sidelines more difcult questions
arising from the relationships between housing, habitat and patterns of sociability, the paper
concludes by considering the conditions facing social movements struggling for rights to the
city in an environment of classbiased urban regeneration and gentrication, incorporating
the insights into microlevel social processes offered by ethnographic research into a mul-
tiscalar perspective on the power relations that have structured the recent development of
metropolitan cities.
Keywords: Human rights; housing; slums; rights to the city; informal markets; urban deve-
lopment.
Referencia normalizada: Turner, T. (2010). La produccin social de la diferencia humana
como fundamento antropolgico de los derechos humanos negativos. Revista de Antropolo-
ga Social, 19, 103129.
SUMARIO: 1. Introduccin. 2. ONUHbitat y el enfoque basado en el derecho a la vivien-
da. 3. El Estado, los mercados y el problema de la informalidad. 4. Conclusin: del derecho
a la vivienda a los derechos en la ciudad neoliberal. 5. Referencias bibliogrcas.
1. Introduccin
En este artculo trato sobre uno de los derechos sociales fundamentales incluido
en la Declaracin Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de
1948, el derecho a un hogar en el sentido del derecho a la vivienda. La expresin in-
glesa derecho a un hogar [right to a home] tiene otro signicado posible. Home
tambin puede signicar patria o el espacio territorial al cual un pueblo se siente
arraigado como lugar que dene su identidad histrica distintiva. Trato de armar
que este ltimo tipo de derechos puede estar asociado con los movimientos etnona-
cionalistas y separatistas dentro de las nacionesEstado, con las reclamaciones de
tierra y autonoma de los pueblos indgenas o con las luchas de las poblaciones que
han sufrido desplazamientos forzados a consecuencia de deportaciones o guerras.
La migracin econmica, provocada por el desarrollo global desproporcionado,
complica todava ms el signicado del trmino hogar, en el sentido de que las
personas luchan con las contradicciones de tratar de sentirse como en casa en es-
pacios transnacionales en los cuales su terico lugar de origen puede haber quedado
reducido a una signicacin simblica, debido a su ausencia ms o menos perma-
nente. Dicha signicacin puede ser negativa en el lugar de residencia a resultas de
la estigmatizacin social por la sociedad receptora pero, incluso bajo estas condi-
ciones, la gente puede llegar a experimentar cierto extraamiento social y cultural
por quienes residen en sus patrias putativas. Uno de los motivos de este extraa-
miento puede ser el estado de precariedad de las viviendas de parientes y familiares
para la gente que ha crecido acostumbrada al agua potable y a condiciones sanitarias
adecuadas, a pesar de que sus condiciones de vida estn por debajo de la media en
relacin a los habitantes del pas al cual migraron. En ocasiones algunos migrantes
que visitan peridicamente a sus padres, que siguen viviendo en sus aldeas rurales
de Mxico, me hablaban sobre la vergenza que sentan cuando invitaban a amigos
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nacidos y crecidos en ciudades como Los ngeles a quedarse en este tipo de casas.
Las viviendas que construyen los migrantes a largo plazo en sus pueblos, pueden
distinguirse fcilmente de los diseos tradicionales por el nfasis en la intimidad
y en los espacios privados, con habitaciones separadas para los nios y los padres,
e invariablemente ubicadas en una segunda planta. Esto no siempre obedece a un
intento por reproducir las casas que habitan en Estados Unidos, sino que es tambin
la expresin de una nueva concepcin de vida familiar dentro del hogar y del deseo
de proyectar los logros y el estatus social conseguidos de un modo signicativo en
el contexto local mexicano. En muchos casos los inmigrantes se construyen casas
que rara vez habitan.
El extraamiento social de los migrantes respecto a sus lugares de origen es un
factor que puede dar cuenta de otras disonancias entre distintas experiencias de vida.
Los esposos, las esposas y los nios de una misma familia pueden manifestar dife-
rentes grados de extraamiento. Las causas de ste varan igualmente en funcin
del gnero, del nivel econmico y de seguridad personal, de los patrones de auto-
ridad domstica y control social que opera en diferentes contextos (Malkin, 2004;
Rouse, 1992) o, de especial importancia para las regiones indgenas de Mxico
como Oaxaca, del tipo de relevancia que los migrantes en general, o los hombres y
mujeres por separado, sienten que tienen en la comunidad o en los asuntos pblicos
(Castro, 2006). Cuando la eleccin de un lugar de residencia es una opcin, ya se
trate de quedarse en la localidad de destino de la migracin o de regresar a una
ciudad pequea o a una gran ciudad de la regin de origen en vez de a la aldea rural,
la vida en diferentes lugares tiene sus pros y sus contras desde el punto de vista de la
calidad de la vida social percibida, provocando ambigedades individuales respecto
a sus elecciones y promoviendo disputas dentro de las familias sobre este tipo de
decisiones. El entorno construido, incluyendo tanto la vivienda como el tipo de h-
bitat donde aquella se encuentra, sea una pequea aldea, un vecindario urbano de un
pueblo o una ciudad, forma claramente parte importante de esta matriz de decisiones
congurada socialmente.
Tanto las viviendas como la organizacin espacial de los grandes asentamientos
residenciales constrien y promueven ciertos modelos de relaciones sociales y do-
msticas. La vivienda en s misma puede encarnar e inculcar el habitus de un orden
social, segn lo demuestra la famosa teora de Bourdieu (1970), pero un corolario
de sta es que las personas obligadas a vivir en tipos de ambientes diferentes a los
creados por ellas mismas, aunque sea un lugar alquilado en un barrio de la ciudad o
una vivienda de proteccin ocial, pueden experimentar dicultades para mantener
sus patrones pasados de sociabilidad. Adems, la innovacin en las casas que la
gente construye o disea por s misma puede ser un vehculo para transformarse
en actores sociales, tanto para bien como para mal desde el punto de vista de sus
vecinos, en los procesos de cambio social y en la consecucin del ascenso social
dentro de su entorno.
En este artculo mi inters se centra en el derecho a la vivienda, antes que en las
problemticas relacionadas con las reivindicaciones sobre el derecho a la patria o
al territorio, en el sentido no occidental de los pueblos indgenas. No obstante,
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quiero retener el nfasis en la construccin social del espacio y del lugar, as como
en el proceso activo de habitar en funcin de las prcticas y relaciones sociales,
que est implicado en el concepto ms amplio de hogar. En un mundo tan po-
blado por migrantes no se puede tampoco separar por completo el problema social
de la vivienda del de los desplazamientos. Adems de los migrantes internacionales
y los refugiados que se enfrentan frecuentemente a condiciones de vida decitarias
y relegados a vivir en barrios altamente estigmatizados en las sociedades opulentas,
un gran nmero de personas enfrentadas a problemas para encontrar una vivienda
asequible, segura y digna en las ciudades del sur, son migrantes de las zonas rurales.
Dependiendo de los contextos nacionales, estos problemas pueden ser ms acusados
en las grandes metrpolis, en las pequeas capitales de provincia o en lugares que
pueden ser identicados como ciudades por el tamao de su poblacin, conforme
sucede en las tpicas aglomeraciones urbanas no planicadas de algunas ciudades
del frica subsahariana, que han atrado residentes por las ventajas que ofrecen,
como el agua corriente, pero que generalmente carecen de la infraestructura y las
actividades econmicas sucientes que hacen a las ciudades habitables y viables
(Ocina del Alto Comisionado sobre los Derechos Humanos de las Naciones Uni-
das, 2008: 109).
Algunas personas que se encuentran con problemas de vivienda han perdido sus
casas, que eran importantes activos econmicos, a consecuencia de desplazamien-
tos provocados por guerras, como ocurri en los casos del norte de Chipre o en
la exYugoslavia. Segn pudimos ver en los emocionantes documentos que Spike
Lee mostr en su pelcula sobre el impacto del huracn Katrina en los residentes
afroamericanos de Nueva Orleans (When the Levees Broke: A Requiem in Four
Acts, 2006, HBO), tenemos que tener en cuenta todo el espectro de signicados
sociales en torno a la prdida de la vivienda, entre otras cosas porque tambin nos
ayuda a entender lo que signica tener una casa en un barrio particular para grupos
especcos de personas en circunstancias normales. La ineptitud del gobierno de
Bush en la evacuacin y realojamiento de las vctimas del Katrina hizo que muchos
de los afroamericanos entrevistados por Spike Lee rememoraran la vivencia de las
separaciones familiares, que se produjeron durante el comercio de esclavos. Aunque
algunos de los evacuados fueron reubicados en comunidades lejanas, donde se sin-
tieron bienvenidos y abandonaron toda idea de volver a medida que se incorporaron
a sus escuelas superiores, a los servicios sociales y a entornos ms tranquilos, otros
fueron mucho menos afortunados y expresaron rechazo al ser tratados como refu-
giados, ya que ello no encajaba en su idea de los derechos y prerrogativas de los
ciudadanos americanos. Especialmente indignados se encontraban los habitantes del
Distrito Nueve, la mayora de ellos dueos de sus viviendas. El hijo de un veterano
de la Segunda Guerra Mundial, que haba invertido la modesta suma de dinero re-
cibida tras su retiro en la vivienda familiar, describa cmo no sala de su asombro
e incredulidad cuando el promotor le explic las lagunas legales de la pliza de su
seguro de vivienda que permita a la compaa rechazar el pago. Su padre regres
al coche y seal que el sentido de toda su vida haba estado materializado en esa
casa. Para estos y muchos otros residentes de barrios modestos de Nueva Orleans,
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la tormenta fue el detonante de toda una serie de violaciones de derechos por el
gobierno y el capital corporativo, que negaron la ciudadana a estas personas cuyas
reivindicaciones de respeto social se basaban en el pago de los impuestos y en la
propiedad de sus viviendas.
El derecho a la vivienda, como esta denido en las convenciones internaciona-
les, no implica el derecho universal a ser propietario. El ejemplo de Nueva Orlens
muestra, sin embargo, que en determinados contextos, donde se considera que ser
propietario es un indicador de valor social, esta percepcin tambin se proyecta en
otros derechos de ciudadana. Asimismo maniesta cmo el derecho a la vivienda
se ve afectado por otros derechos que los gobiernos de las sociedades neoliberales
frecuentemente priorizan, como los de las empresas privadas y sus accionistas, pro-
motoras inmobiliarias y caseros. Adems, segn veremos ms adelante, el derecho a
la vivienda, tal como se recoge en las convenciones, se ha visto sujeto a procesos de
reinterpretacin continuos que han hecho hincapi en sus inextricables conexiones
con otros derechos humanos, y en la necesidad de inscribir los temas de la vivienda
en un marco mayor de promocin de asentamientos humanos habitables. Los
mismo que estos cambios centraron la atencin en las funciones sociales e impli-
caciones del habitar, tambin crearon un campo propicio para las intervenciones de
los antroplogos sociales, que ya se evidenciaba en los debates sobre las viviendas
protegidas para personas indgenas y en una amplia variedad de trabajos crticos de
antropologa urbana, no slo sobre las barriadas chabolistas slums y las impli-
caciones sociales de los programas para la eliminacin de estos asentamientos, sino
tambin sobre temas como el impacto social de los barrios cerrados de altos ingre-
sos y los condominios forticados
1
. Igualmente el derecho a la vivienda fue un buen
punto de partida para el debate en torno a las posibilidades y limitaciones generales
de las polticas basadas en derechos humanos del siglo veintiuno.
En la seccin siguiente subrayo algunos problemas y controversias que sus-
tentaron las progresivas reconceptualizaciones del derecho a la vivienda hasta la
actualidad. Tambin profundizo sobre algunos problemas especcos, que han ido
apareciendo por el hecho de que una gran proporcin de la poblacin mundial ha te-
nido que encontrar sus propias soluciones para el problema de la vivienda, y discuto
los intensos debates que han surgido sobre la regularizacin de las viviendas in-
formales, los asentamientos y los mercados de la tierra y la vivienda. Para concluir,
considerar las condiciones a las que se enfrentan los movimientos sociales que
luchan por los derechos a la ciudad
2
en un contexto de promocin de regeneracin
urbana y gentricacin basada en la clase social, incorporando el anlisis de los pro-
cesos microsociales que ofrece la investigacin etnogrca, desde una perspectiva
multidimensional, sobre las relaciones de poder que han estructurado el reciente
desarrollo de las ciudades metropolitanas.
1
Contribuciones importantes sobre este tema son las de Caldeira (2000) y Low (2003).
2
N.de la T.: Se ha traducido rights to the city como derecho a la ciudad por ser la traduccin
empleada por ONUHbitat.
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2. ONUHbitat y el enfoque basado en el derecho a la vivienda
El artculo 25 de la Declaracin Universal de los Derechos Humanos reconoce
el derecho a la vivienda como una de las condiciones para que todo el mundo pueda
disfrutar del derecho a un nivel de vida adecuado para la salud y el bienestar de s
mismo y de su familia. El reconocimiento del artculo 25 incumba a todos los Es-
tados que participaron del Pacto Internacional de Derechos Econmicos, Sociales y
Culturales ICESRC, que entr en vigor en 1976, aunque fue redactado una dcada
antes. Como lo ilustra la Constitucin brasilea de 1988 artculo 5, prrafo
3, los Estados pueden hacerlo especicando que todos los derechos reconocidos
por los tratados internacionales, de los que el pas es signatario, se incorporan a la
legislacin nacional (Saule, 2002: 139). Brasil sigue siendo un pas con un espec-
tacular dcit de viviendas, a pesar de tener un considerable nmero de potenciales
residencias que estn deshabitadas en sus ciudades metropolitanas.
Esta anomala se utiliza frecuentemente para justicar la ocupacin de edicios
vacos, organizada por el Movimiento de Trabajadores Sin Hogar del pas Movi-
mento dos Trabalhadores Sem Teto. No todos los edicios ocupados fueron cons-
truidos para un uso residencial, y el objetivo ltimo de algunas de estas ocupaciones
no es asegurar su rehabilitacin para dicha nalidad, sino presionar al gobierno local
para que construya viviendas de bajo coste donde las familias ocupantes puedan ser
realojadas (Fontes Cloux, 2008). Sin embargo, el considerable nmero de viviendas
desocupadas ha inspirado tambin a municipios como el de So Paulo a experimen-
tar con polticas sociales de alquiler a las familias pobres, mediante arrendamientos
a bajo precio subsidiados por los contribuyentes. En 2006, en un seminario llevado a
cabo en el Instituto Brasileo de Arquitectos, ello fue descrito por la Dra. Raquel
Rolnik, entonces Secretaria Nacional para los Programas Urbanos del Ministerio de
Ciudades, como una poltica de doble ganancia beneciosa tanto para los propieta-
rios como para las familias sin hogar (Oliveira, 2006).
Arquitecta y urbanista, que ha combinado su carrera acadmica con la ocina
del gobierno local y federal y con la actividad en las ONG, Rolnik fue designada en
2008 segunda Relatora Especial de la ONU sobre la vivienda adecuada como ele-
mento importante del derecho a un nivel de vida adecuado, y en el derecho a la no
discriminacin en este contexto (Ocina del Alto Comisionado sobre los Derechos
Humanos de las Naciones Unidas, 2008). En su calidad de Ministra de las Ciudades
de Brasil, estuvo a cargo de la implementacin del Estatuto de la Ciudad de 2001
Ley Federal 10.257. Esta legislacin trataba de desarrollar una nueva asocia-
cin entre el gobierno federal, los gobiernos municipales que tenan la responsa-
bilidad legal principal en el desarrollo y la gestin urbana y la sociedad civil.
El objetivo era resaltar las funciones sociales del espacio urbano y de la propiedad,
junto con la necesidad de aumentar el control social sobre el desarrollo urbano, que
eran caractersticas compartidas por el captulo sobre urbanismo de la Constitucin
de 1988 y la agenda del programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos
Humanos (ONUHbitat). A pesar de la persistente brecha entre las aspiraciones y
la prctica a nivel nacional y de las diferentes formas de implementacin del Esta-
tuto de la Ciudad adoptadas por las ciudades de Brasil, esta legislacin brasilea se
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considera generalmente un ejemplo de buenas prcticas por los esfuerzos realiza-
dos en el avance del reconocimiento de los derechos a la ciudad de los pobres (Le-
febvre, 1968)
3
. Sin embargo, este reconocimiento del derecho a tener derechos no
resuelve el gran dilema de cul debe ser el sustento de los mismos. En su discurso
dirigido a los arquitectos, la Dra. Rolnick seal que lo que deba ser universal era
el derecho a una vivienda digna y no el derecho a una vivienda propia.
El problema en torno a lo que el derecho universal a la vivienda debera signi-
car viene de lejos y las controversias pblicas con respecto a su sentido, e incluso a
su validez, han sido claramente modeladas por los diferentes contextos nacionales.
En el caso de los Estados Unidos de Amrica, que declin la raticacin de los
artculos sobre los derechos sociales de la Declaracin Universal de 1948, la Ley
Federal de Vivienda de 1949 se compromete a proporcionar una vivienda digna y
un medio ambiente apropiado para cada familia estadounidense tan pronto como
sea factible, y a que veinticinco estados incorporaran en sus constituciones alguna
forma de reconocimiento del derecho a la vivienda
4
. Esto reeja el vnculo esta-
blecido a travs de Eleanor Roosevelt entre la Declaracin Universal de 1948 y el
famoso discurso de su esposo de 1941 sobre las cuatro libertades, la tercera de las
cuales era la libertad para vivir sin miseria. Sin embargo, esta legislacin se en-
marca en una poca en la cual la opinin dominante en los Estados Unidos adoptaba
una visin diferente de las responsabilidades del gobierno con respecto a las que
emergieron con las transformaciones neoliberalneoconservadoras de las dcadas
de 1980 y 1990. En 1996 la delegacin de Estados Unidos en la Segunda Conferen-
cia de ONUHbitat de Estambul llev a un puado de aliados a una campaa sin
xito para acabar con el reconocimiento del derecho a la vivienda consagrado en el
ICESCR. Aunque la nueva fase de desalojos, desatada por el colapso del mercado
de las hipotecas de alto riesgo, record tristemente a muchos estadounidenses las
limitaciones de las soluciones que ofrece el mercado para el problema de la vivienda
asequible, algunas ONG, como el National Law Center on Homelessness and Po-
verty y el Center on Housing Rights and Evictions, siguen luchando para la adop-
cin de un enfoque basado en el derecho a la vivienda en un pas donde el nmero
de las subvencionadas ha disminuido en los ltimos aos y slo uno de cada tres
hogares, susceptibles de recibir la subvencin para el pago del alquiler, la percibe
(National Forum on the Human Right to Housing, 2007: 3738).
3
En el libro que introdujo el concepto del derecho a la ciudad, Henri Lefebvre argument que
las ciudades, como proyecto colectivo y social, estn condicionadas por las luchas de los diferentes
grupos para establecer su derecho a habitar el espacio urbano y que estas luchas son fundamentales
para la consecucin de los derechos de ciudadana plena. La ciudad burguesa, desde el punto de vista
de Lefebvre, niega el verdadero potencial de la ciudad debido a que se encuentra dominada por una
clase, a cual no le interesa hacer de la ciudad un espacio donde las diferencias, producidas por todos
sus habitantes sobre la base de la igualdad de derechos a la participacin y apropiacin. puedan coha-
bitar, (Lefebvre, 1968: 174).
4
Informacin de la pgina web de la Iniciativa Nacional de Derechos Econmico y Sociales
[National Economic and Social Rights Initiative] http://www.nesri.org/fact_sheets_pubs/Right_to_
Housing_1.pdf.
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Estas organizaciones tambin resaltan otros tipos de violaciones de los principios
internacionales sobre los derechos humanos, cometidos por las polticas estadouni-
denses hacia las personas sin hogar, sealando, por ejemplo, la sobre representacin
de los afroamericanos entre los sin techo y la forma en que el realojamiento co-
lectivo aplicado a los nativos americanos, habitantes de las reservas, realizado por
el Departamento de Vivienda y Desarrollo Humano, les roba sus normas culturales
de vivienda, privacidad y agricultura caractersticas de sus patrones tradicionales
de residencia. El nivel de hacinamiento interno de estas viviendas colectivas, que
llega a ser tres veces superior a la media nacional, se asocia con una amplia gama de
problemas sociales, incluyendo niveles crecientes de violencia domstica, actividad
de las pandillas, drogadiccin y alcoholismo (National Forum on the Human Right
to Housing, 2007: 29). Esto indica que el mismo objetivo de proporcionar un tipo
de vivienda adecuada o decente necesita ser desentraado. No podramos decir
que las comunidades aborgenes de Australia estn mucho mejor que los nativos
americanos con las polticas de vivienda pblica (Hunter, 1999). No obstante, el
Comisario Nacional de Derechos Humanos, Chris Sidoti, defendi enrgicamente
el derecho humano a la vivienda en una conferencia nacional sobre los sintecho
en 1996, criticando mordazmente la postura que acababa de adoptar el gobierno de
Estados Unidos en Hbitat II. A pesar de que en su discurso abord tambin el grave
problema de falta de vivienda entre otros sectores de la sociedad australiana, Sidoti
bas su debate sobre los derechos de los aborgenes en sus particulares experien-
cias de desposesin y retiro forzado de los nios de las familias nativas, mientras
vinculaba el problema contemporneo de la vivienda digna con la cuestin de los
derechos territoriales
5
.
Un enfoque basado en el derecho a la vivienda, que sea sensible a las necesi-
dades culturales y sociales especcas de los diferentes sectores de la poblacin,
parece un objetivo a perseguir. Pese a todo, son necesarios otros requisitos. Incluso
en el caso de las poblaciones indgenas, se requieren distintas soluciones para di-
ferentes contextos, ya que cabe tener en cuenta que muchos de los que mantienen
identidades indgenas, estn o no reconocidos ocialmente por el Estado, viven
ahora en ciudades y no en reas rurales. El reconocimiento del derecho a mantener
sus identidades culturales y sus formas de ser, basado en el argumento de que sta
debe ser una condicin necesaria para maximizar el bienestar del grupo en cuestin,
no debe suponer el apoyo a todas las prcticas culturales, pues algunas pueden ser
fuertemente rechazadas por ciertos miembros del propio grupo que, como las muje-
res, ven reducido su bienestar. Al mismo tiempo, un enfoque basado en los derechos
no debe ser utilizado para justicar intervenciones desde arriba siguiendo la lgica,
para usar la frase memorable de Gayatri Spivak (1988), de los hombres blancos
salvan a las mujeres morenas de los hombres morenos. Este tipo de intervenciones
no slo pueden causar ms problemas de los que resuelven, sino que adems jue-
5
El texto del discurso del Comisario Sidoti se puede encontrar en http://www.hreoc.gov.au/
human_rights/housing/index.html#housing.
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gan en contra del objetivo de permitir que la ciudadana ejerza su derecho a tener
derechos.
El problema de la denicin de vivienda adecuada no se limita slo a las
comunidades indgenas y a las minoras tnicas. Ha sido un problema histrico
generalizado, que se maniesta en los programas de eliminacin de las barriadas
chabolistas tanto en el Norte como del Sur, en la falta de concordancia entre lo
que el Estado considera una vivienda pblica adecuada y la reproduccin de las
prcticas cotidianas y las relaciones sociales, que hacen que los ciudadanos pobres
puedan llevar una vida satisfactoria, mantener la sociabilidad y maximizar sus opor-
tunidades econmicas. Por otra parte, cualquier discusin sobre el papel y las res-
ponsabilidades del Estado ha de tener en cuenta el simple hecho de que, en muchos
pases, la ausencia de programas estatales de vivienda dirigidos a los sectores ms
pobres y de procesos ecaces de planicacin urbana ha creado una situacin donde
los pobres han tenido que resolver sus propios problemas construyndose sus hoga-
res, con frecuencia en tierras de las que no tenan la titularidad legal.
Sin embargo, los defectos y ambigedades en la formulacin del ICESCR sobre
el derecho a la vivienda fueron ampliamente reconocidos a principios de la dcada
de los pasados aos noventa, cuando la ONU solicit a la Comisin, creada para su-
pervisar la aplicacin del pacto, que aclarase su signicado y alcance. La Comisin
de Observacin General
6
seal la discriminacin existente en la frase l mismo
y su familia, armando que todas las personas, independientemente de su edad y
contando con los hogares encabezados por mujeres, deben disfrutar por igual de este
derecho. La Comisin argument que el derecho a la vivienda deba ser interpretado
en su sentido ms amplio como derecho a vivir en la seguridad y dignidad, y
que no deba reducirse a la vivienda adecuada, puesto que est inextricablemente
ligado a otros derechos humanos fundamentales. La adecuacin en s misma re-
quiere ser denida en relacin con los factores sociales, econmicos, culturales, cli-
mticos y ecolgicos, pero hay algunas condiciones que deberan poder aplicarse en
cualquier contexto. Entre stas se incluyen la seguridad de la tenencia en contra
del desalojo forzoso, la disponibilidad de servicios e infraestructuras, la accesibi-
lidad en el sentido de que la proporcin del ingreso gastado en la vivienda no sea
tan alto que perjudique la satisfaccin de otras necesidades bsicas, y la ubicacin
relativa a la proximidad a las fuentes de empleo y servicios tales como hospita-
les, e igualmente respecto a la distancia de fuentes contaminantes y otros riesgos
ambientales. Incluso si se utilizaran materiales modernos, la Comisin tambin
estim que los criterios culturales de adecuacin deban aplicarse para garantizar
que la expresin de la identidad cultural y la diversidad de las viviendas pudiera
ser protegida mediante polticas gubernamentales. Se deba tener una mayor consi-
deracin con los grupos sociales que pudieran tener necesidades especiales, pero
tambin los subsidios estatales habran de garantizar la accesibilidad para todos, ya
6
El texto online est en la Biblioteca de Derechos Humanos de la Universidad de Minnesota:
http://www1.umn.edu/humanrts/gencomm/epcomm4.htm..
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sea reduciendo los alquileres o abaratando el coste de los materiales usados en la
autoconstruccin de las viviendas.
Estas revisiones se introducen en la agenda de ONUHbitat y la reintegracin
del derecho a la vivienda en el marco ms amplio de los derechos humanos, que
presta tambin una atencin creciente a los derechos multiculturales e indgenas,
se reeja en la colaboracin entre ONUHbitat y la Ocina del Alto Comisionado
para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en su lanzamiento, en 2001, del
Programa de Derecho a la Vivienda de las Naciones Unidas, que incluye un enfoque
para la promocin y formacin de las personas para ejercer sus derechos, as como
para el seguimiento, el anlisis y la investigacin.
Este cambio en el pensamiento ha tenido impactos signicativos en las polticas
del derecho a la vivienda, aunque todava quede por descubrir todo el potencial exis-
tente en la vinculacin de este antiguo derecho humano con el compromiso hacia
la igualdad social integral que propuso la original denicin de Henri Lefebvre del
derecho a la ciudad. En 2006, incluso Mxico, un pas especialmente dado a las
polticas neoliberales durante los gobiernos de la derecha que promovieron solu-
ciones basadas en el mercado desde la dcada de 1980, introdujo nalmente una
nueva Ley de Vivienda que, al menos en el papel, acerc el reconocimiento consti-
tucional artculo 4 del derecho de todos los ciudadanos a una vivienda digna
al enfoque seguido por ONUHbitat. La ley reconoci por primera vez el papel
fundamental de la produccin social de vivienda, es decir, la cruda realidad en la
que el 63% de los mexicanos haba podido acceder a viviendas a precios razonables
slo mediante la construccin o administracin de la misma y la mejora gradual de
sus propios hogares (Wigle y Zrate, 2008).
Sin embargo, este reconocimiento no promovi un cambio en el apoyo institu-
cional del Estado a los promotores privados, que eran contratados para construir los
bloques de viviendas econmicas, que slo podan ser adquiridas por aquellos ca-
paces de asegurarse hipotecas privadas de los bancos, o por trabajadores asalariados
que invertan en un fondo de vivienda gestionado por organizaciones del sector p-
blico y privado. Ms de la mitad de la poblacin simplemente no gana lo suciente
para aspirar a una vivienda de tales caractersticas y, como la crisis econmica de
1994 demostr, incluso los que ganan lo suciente para pagar los intereses siguen
teniendo una situacin econmica muy vulnerable
7
. No obstante, la introduccin de
la nueva ley ofreci un marco, que anim una mayor implicacin de los gobiernos
7
Tambin es importante destacar que cuando, en etapas anteriores, los fondos del gobierno se
utilizaron para proporcionar una vivienda accesible a los ciudadanos ms pobres, las familias destina-
tarias no siempre fueron las beneciarias ltimas de las ayudas. Mientras estaba haciendo el trabajo de
campo en un pequeo pueblo en el estado de Michoacn a principios de la dcada de los pasados aos
noventa, alquil una casa en un barrio popular que perteneca a una seora que estaba trabajando en
Estados Unidos, hacindome cargo de su reparacin y cuidndola de su hijo que haba permitido su
deterioro quedndose el arriendo de un inquilino anterior. Cuando la colonia se estableci, cada familia
haba recibido un mdulo bsico que posteriormente podra extenderse por sus propios medios. Dada
la vulnerabilidad econmica de la poblacin, sin embargo, ms de la mitad de las casas mejoradas de
la colonia termin siendo comprada a los originales beneciarios de la medida por la gente de clase
media.
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John Gledhill El derecho a una vivienda
locales en la ayuda a los grupos sociales con bajos ingresos para mejorar el confort
y la seguridad de las casas que se construan; al mismo tiempo alent a la comuni-
dad y a los activistas de las ONG para presionar al gobierno e ir ms all, siguiendo
el ejemplo del Estatuto de la Ciudad brasileo.
Esta evolucin implicara superar el enfoque del Estado mexicano en materia de
vivienda, entendida como unidad de residencia y de los asentamientos en zonas ais-
ladas para las personas de bajos ingresos, hacia un modelo de visin del problema
de la planicacin y administracin de las comunidades y ciudades como un todo,
es decir, como una cuestin de hbitat en lugar de un simple asunto de mdulos
habitacionales. Desde un punto de vista lefebvriano, segn el cual todos deberan
tener igualdad de acceso a las oportunidades que ofrecen las ciudades, los activistas
promovieron la integracin del derecho a la vivienda en la perspectiva ms amplia
de los derechos sociales y polticos, que los organismos de las Naciones Unidas
asociaban con la produccin de ciudades sostenibles que realizaran completamente
su funcin social mediante la promocin de la justicia social. Ms an, en Ciudad
de Mxico, gobernada desde 1997 por el Partido de la Revolucin Democrtica de
centroizquierda, slo se dieron tmidos pasos para fomentar la participacin co-
munitaria y del movimiento social en el proceso de planicacin urbana (Wigle y
Zrate, 2008). El ideal de la participacin popular en las decisiones de planicacin
fue fundamental en el modelo brasileo, que se complementaba con un sistema en el
que las prioridades del gasto del presupuesto municipal se estableceran, para algu-
nas reas, a travs de un proceso de consulta democrtica. En la prctica, estos siste-
mas no funcionan en absoluto en algunas ciudades y, aun cuando parecen funcionar,
a veces equivalen a poco ms de lo que Wampler (2007) denomina un proceso de
sealizacin mediante el cual los alcaldes identican liderazgos fuertes en puntos
calientes de movilizacin que necesitan ser pacicados y, de ser posible, coopta-
dos. Sin embargo, muchas de las experiencias brasileas pueden ser consideradas
positivas respecto a las de la Ciudad de Mxico, donde los conictos entre las or-
ganizaciones de base locales y el gobierno de la ciudad surgen de forma recurrente
en respuesta a lo que sigue siendo un enfoque predominantemente burocrtico y de
arriba a abajo en el control del uso del espacio urbano, orientado tambin a construir
clientelas polticas.
No obstante, a menudo, el enfoque de ONUHbitat acerca de los problemas de
vivienda del mundo en desarrollo permanece, en s mismo, integrado en un pensa-
miento poco receptivo a una aproximacin de carcter ms sociolgico y matizado,
que tome en cuenta las polticas de vivienda y las relaciones de poder. El informe
20082009 sobre el Estado de las Ciudades del Mundo (Ocina del Alto Comi-
sionado sobre los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, 2008) abordaba la
cuestin de las barriadas chabolistas slums a travs de la medicin de cinco
carencias: la falta de acceso al agua potable y a servicios de saneamiento, la no
durabilidad de las viviendas, y la insuciencia de reas habitables y de la seguridad
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John Gledhill El derecho a una vivienda
de la tenencia
8
. A travs de estas medidas, el informe es capaz de demostrar que
existe una gran heterogeneidad entre pases y regiones en el planeta de ciudades
miseria
9
, que Mike Davis (2006) considera el resultado catastrco de las polticas
del capitalismo neoliberal.
Cabe tener en cuenta que muchos de los habitantes de las barriadas marginales
sufren una sola de estas carencias, algunas de las cuales, como el agua potable,
podran ser solucionadas con inversiones bastante modestas, mientras que otros su-
fren simultneamente dos o ms de dichas carencias. El informe seala una serie
de distinciones potencialmente tiles, una de las cuales es la existencia de zonas
consideradas urbanas slo por el tamao de su poblacin, segn se mencion
antes. En el caso del frica subsahariana, en pases como Angola, Chad, Etiopa,
Nger, Sierra Leona y Nigeria, no slo hay amplios sectores de su poblacin que
vive en barriadas marginales en torno a una media regional del 62%, sino que
los habitantes de estos poblados son propensos a sufrir tres o ms de las privaciones
mencionadas. Las carencias mltiples son menos frecuentes en pases como Came-
rn, Ghana, Kenya y Senegal, a pesar de que la mayora de las viviendas en estos
pases podran ser consideradas hogares marginales (Ocina del Alto Comisionado
sobre los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, 2008: 93). A pesar del grave
deterioro en las condiciones de la salud y de vida de Zimbabwe a consecuencia de
su crisis poltica, la concentracin de barrios marginales en el pas sigue siendo re-
lativamente baja respecto a la regin, similar a los niveles de los pases de ingresos
medios de Asia y Amrica Latina. En esta ltima regin no hay pases que tengan
ciudades de chabolas, segn la denicin de ONUHbitat, ya que la presencia de
barriadas chabolistas es tan alta en las grandes como en las pequeas ciudades, con
viviendas de mayor nivel econmico que tambin sufren carencias. En pases como
Guatemala y Nicaragua hay un elevado nmero de barriadas chabolistas visibles y
segregadas, con mayor incidencia de condiciones de marginalidad en las ciudades
pequeas que en las grandes y en la capital (Ocina del Alto Comisionado sobre los
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, 2008: 114). Brasil pertenece al grupo
de los pases de Amrica Latina con una baja y moderada prevalencia de barrios
chabolistas
10
, pero el hecho importante es que el 34% de las viviendas degradadas se
encuentran en zonas no chabolistas. Este patrn es an ms acusado en Colombia,
donde el 19% de los hogares son viviendas degradadas y slo el 3% de la pobla-
cin vive en zonas chabolistas. Las barriadas degradadas de Brasil tambin incluyen
viviendas no degradadas 13% del total. Estos datos evidencian las diferentes
polticas, la provisin o generalizacin de infraestructuras urbanas y servicios en los
8
Es importante sealar que la seguridad de la propiedad no equivale a la titularidad privada de la
tierra ni de la propiedad, lo que ha sido fundamental para los proyectos de mejora de barrios margina-
les que ha desarrollado el Banco Mundial (Handzic, en prensa: 2).
9
N. de la T.: El ttulo original del libro de Davis es Planet of Slums, y habla de las reas urba-
nas hiperdegradadas de las megaciudades actuales. Se ha optado por hacer coincidir dicha expresin
con la traduccin castellana del libro de Davis (Planeta de ciudades miseria, 2007. Madrid: Verso).
10
En el sentido de que, al menos, el 50% de los hogares sufren algn tipo de carencias en la
vivienda.
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John Gledhill El derecho a una vivienda
barrios pobres, y el incremento de las oportunidades econmicas para las familias
necesitadas que viven en zonas donde la mayora de los residentes ya disfrutan de
los servicios bsicos.
Sin embargo, conforme Mike Davis seala, al limitar la denicin a las caracte-
rsticas fsicas y jurdicas del asentamiento evitando las dimensiones sociales que
resultan ms difciles de medir, la denicin ocial de las Naciones Unidas de un
barrio degradado slum es, a pesar de su carcter multidimensional, una esti-
macin muy conservadora de lo que caracteriza a las barriadas degradadas (Davis
2006: 23). El problema fundamental aqu no es tanto si este enfoque subestima el
nmero de familias cuyas condiciones de vida deben ser una causa de preocupacin
para pases como Mxico, sino la manera en que se dejan de lado los otros aspectos
que la poltica de la ONU reconoce como fundamentales para lograr la justicia so-
cial en la provisin de vivienda. En la prxima parte trato estos problemas a travs
de los debates que han surgido en torno a las polticas de mejora de los barrios
marginales y la regularizacin de la tierra y la propiedad.
3. El Estado, los mercados y el problema de la informalidad
Segn ha sealado Ananya Roy, el reconocimiento de que un gran nmero de
personas ha resuelto sus problemas de vivienda y medios de vida por medios
informales ha tenido un claro impacto en las agendas de la planicacin urbana del
inicio del nuevo milenio. Para algunos, parcialmente motivados por su preocupa-
cin por la invasin de las ciudades del norte por los migrantes del sur, ello es
consecuencia de la crisis. Para otros, como por ejemplo Hernando de Soto (2000),
aquello era aparentemente objeto de celebracin (Roy, 2005: 148). De Soto sos-
tiene que los pobres se han mostrado realmente emprendedores en la solucin de sus
problemas, acumulando un stock considerable de recursos econmicos para conse-
guirlo. Su problema es el Estado. No pueden invertir el capital, que han acumulado
trabajando como los dems ciudadanos, porque la regulacin del Estado les somete
a un apartheid legal, que impide que sus bienes sean negociables en los merca-
dos capitalistas que, de ser librados a sus propios mecanismos, como en el norte
neoliberal, traeran prosperidad para todos. La solucin que propone de Soto es la
reincorporacin de los pobres a la sociedad de mercado a travs de la concesin de
ttulos de propiedad legal de sus bienes.
A raz de la crisis de 2008, las teoras fundamentalistas
11
sobre las virtudes de la
desregularizacin del mercado, en las que est basado el anlisis de Hernando de
Soto, han perdido algo del encanto que gozaban al comienzo del nuevo milenio. A
pesar de esto, sigue siendo importante refutar otros supuestos que ambos modelos,
el de la crisis y el de la celebracin, comparten, ms all del hecho de que ambos
tienen una clara anidad con las ideologas neoliberales de ayudar a los pobres a
ayudarse a s mismos. Conforme seala Roy (2005), ambas perspectivas ven tam-
bin la formalidad y la informalidad como factores independientes entre s, y las dos
11
Para entender la comparacin directa entre este tipo de ideologa econmica y la creencia
religiosa vase Maurer, 2002.
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John Gledhill El derecho a una vivienda
separan drsticamente al Estado de la produccin de la informalidad, siendo sta
el producto aislado del capitalismo global y careciendo de la dinmica interna de
poder y exclusin. Estos supuestos pueden ser relativamente fciles de refutar sobre
bases empricas.
En un momento en el que el gobierno de la ciudad de Ro de Janeiro avanzaba
en su nuevo programa para construir muros alrededor de las favelas levantadas en
las colinas, cuya justicacin ocial era la necesidad de preservar las extensiones
de bosque atlntico impidiendo la expansin de los asentamientos, el diario de Ro,
Jornal do Brasil, public el 14 de junio de 2009 una serie de artculos destacando
las graves violaciones de los reglamentos de construccin cometidos, con aparente
impunidad, por las familias ricas que construyen mansiones ilegales dentro de las
zonas restringidas de los bosques. La informalidad claramente no es slo una ca-
racterstica propia de los pobres. Los mercados informales de viviendas y terrenos,
en los que participan los pobres en su bsqueda de una vivienda asequible, invo-
lucran a una variedad de actores. En el caso del rea metropolitana de Ciudad de
Mxico, Iracheta y Smolka (2000: 779) argumentan que la escasez general de tierras
para la construccin de viviendas de bajo coste permite a los vendedores ilegales
conseguir altos benecios, por la diferencia entre los precios de compra y venta,
como efecto del monopolio de un mercado que est mucho ms organizado de lo
que el gobierno estatal est dispuesto a admitir. Revisitando los poblados chabo-
listas de la periferia de Ciudad de Mxico, que estudi en la dcada de los pasados
aos setenta y nales de la ltima dcada de los ochenta, Susan Eckstein (1990)
observ que, a medida que los salarios reales caan y el desempleo aumentaba, una
enorme brecha iba creciendo entre los residentes de hecho que no necesariamente
de derecho, segn veremos con detalle ms adelante y las personas que estaban
obligadas a alquilar casas en una zona donde tanto la tierra como el precio de la
vivienda se haban incrementado considerablemente.
En algunas de las favelas ms consolidadas de Ro de Janeiro han emergido
unas diferencias an mayores. El concepto de favela consolidada es utilizado por
Mariana Cavalcanti (2009) para referirse a los asentamientos cuyos residentes, una
vez que han dejado de hacer frente a las amenazas de desalojo
12
, se benecian de
la inversin pblica en infraestructuras y servicios urbanos regulares, pagan por la
electricidad a la empresa elctrica de la ciudad en lugar de robarla y viven en el
12
En Brasil las polticas de demolicin de los asentamientos ilegales fueron abandonadas
despus de la dictadura, pero es interesante saber que continuaron en Sudfrica incluso despus de
que el Congreso Nacional Africano ANC llegase al poder en 1994. El ANC continu realojando
a los habitantes de los asentamientos informales en municipios formales, generalmente a travs de su
realojo en terrenos urbanizados de forma estandarizada y con una estructura de vivienda bsica: se
les otorg una sola subvencin de capital para pagar esta posesin. La vivienda permanente en la que
haban invertido en condiciones informales fue derribada, incluso cuando estos asentamientos infor-
males preexistentes haban sido remodelados. Huchzermeyer (2000) atribuye la sorprendente falta
de una oposicin efectiva a esta poltica, que reproduce los patrones de segregacin de los pueblos
y ciudades que se daban en Sudfrica, a la combinacin entre el estmulo del sistema de subvencin
capital individualizado en lugar del desarrollo comunitario y las ventajas polticas en trminos de
clientelismo y control de este enfoque.
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auge de la construccin que ha transformado sus chabolas en slidas casas de mam-
postera, convirtindolas en bienes negociables para un mercado inmobiliario cuya
vitalidad no es inhibida por su informalidad. De hecho, ONUHbitat destaca las
transformaciones de la gran favela de Rocinha como uno de los mercados inmobi-
liarios ms activos de toda la ciudad (Handzic, en prensa: 5). Rocinha incluso ha ex-
perimentado cierta gentricacin por la compra de viviendas por las clases medias y
residentes extranjeros, y algunas residencias permanecen vacas la mayora del ao,
por lo que sus propietarios pueden explotarlas en el mercado del alquiler para los
turistas que visitan la ciudad en carnaval, que pagan ms por un mes que lo que una
familia pobre puede permitirse pagar por un ao (Handzic, en prensa).
Esta informalidad, que es en realidad producida por el propio Estado, antes que
por un proceso externo que deba ser objeto de regulacin, puede ilustrarse gr-
camente en el caso de Ciudad de Mxico con el hecho de que gran parte de la ex-
pansin de la megalpolis tuvo lugar en terrenos expropiados a las comunidades
agrcolas ejidos, a cuyos miembros se les concedieron parcelas a travs de los
programas estatales de reforma agraria revolucionaria (Roy 2005: 149). Original-
mente bajo responsabilidad federal, la conversin de las tierras agrcolas del ejido
en terreno urbanizable se caracteriz por las mltiples ilegalidades que denieron
la reforma agraria hasta los cambios constitucionales, que abrieron la puerta a la
privatizacin de las tierras en los primeros aos de 1990. Los funcionarios del Es-
tado hicieron la vista gorda con las violaciones del principio general, segn el cual
las tierras de la reforma agraria eran propiedad estatal que no podan ser compradas
ni vendidas, dado que slo se garantizaban la herencia de los derechos de uso a los
demandantes individuales y a sus sucesores reconocidos. A pesar de que los riesgos
de la intervencin estatal para recuperar las tierras del ejido, que resultaron aliena-
das, afectaron a los precios en que fueron compradas y vendidas, los efectos de estas
graduales transferencias ilegales se agravaron en el caso de expropiacin a causa
de la opacidad, que rodeaba a quienes en realidad poseen los derechos de ejido, y
debido tambin a los innumerables problemas en los pagos por compensacin, que
han mantenido vigentes las controversias legales, dcadas despus de que la tierra
llegara a estar completamente urbanizada.
A los cambios constitucionales de 19911992, les sigui una legislacin secun-
daria que confera al Estado poderes adicionales para intervenir en los ejidos, y las
agencias urbanas no agrarias tuvieron mayor control sobre el uso de la tierra y la
regularizacin de la propiedad ilegal. A pesar de la mejora de la intervencin mu-
nicipal sobre la disposicin de las antiguas tierras ejidales, ello tuvo un efecto de
rebote porque cre nuevos conictos locales entre los ejidatarios, cuyos derechos
fueron reconocidos en el proceso de regularizacin, y los labradores colonos
que haban adquirido la tierra de manera informal en una fase anterior, en algunos
casos provocando que los ejidatarios tratasen de recuperar las tierras ahora mucho
ms valiosas que haban vendido (Jones y Ward, 1998: 91). En lugar de eliminar
las irregularidades y la informalidad persistentes, la intervencin reguladora promo-
vi una continuidad ms conictiva de prcticas formales e informales.
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A partir de este tipo de situaciones, Roy sostiene que es la planicacin y el
aparato legal del Estado lo que determinan, en cualquier caso, qu tipos de infor-
malidades continuarn prosperando y cules desaparecern, ejemplicando as el
argumento de Giorgio Agamben, de que la base oculta del poder soberano reside en
la capacidad de proclamar un estado de excepcin (Roy, 2005: 149). Lo constatado,
en realidad, en los programas de titularizacin de tierras, del tipo propuesto por
De Soto y por el Banco Mundial, es que algunas personas consiguen el derecho a
excluir a otras de los derechos. En el caso descrito de los ejidos mexicanos, se rea-
lizaron mltiples reclamaciones sobre las mismas parcelas de tierra, pues la adjudi-
cacin de ttulos de propiedad privada a una nica persona exacerba con frecuencia
los conictos en aquellas sociedades donde los miembros de las familias extensas
reclaman distintos grados de derechos a ocupar y heredar las viviendas comparti-
das, junto con los terrenos donde stas han sido construidas. Adems, este tipo de
inclusin en el mercado formal en realidad puede conducir a la desposesin
de los miembros de una familia o de familias pobres que viven de prestado o al-
quilando casas, incrementndose, de este modo, la posibilidad de que estas personas
rechacen cualquier sancin social o las reivindicaciones morales que existen bajo el
rgimen informal, a favor de su enajenacin a terceros. Las familias ms pobres
con ingresos bajos e irregulares se sienten, con frecuencia, incapaces de hacer frente
al nuevo servicio con los pagos de intereses e impuestos, que muchos de los planes
de regularizacin implican, sobre todo cuando son realojadas en viviendas pblicas
subsidiadas, y simplemente vendern sus derechos y retornarn a la informalidad
(Roy, 2005: 154).
Roy (2005) argumenta que estos problemas slo pueden abordarse utilizando de
forma estratgica el estado de excepcin en una direccin propobres, a tra-
vs de la suspensin temporal de algunas regulaciones, que pueden incrementar los
costes de las reformas, y de la mejora de los servicios a los que se enfrentan
los residentes retirados de una situacin de informalidad, as como mediante me-
didas que reduzcan el impacto inmediato de los pagos peridicos que las familias
se vern obligadas a hacer. Este tipo de poltica, tendente a introducir los cambios
de forma progresiva, podra proteger los intereses de los residentes ms pobres y
los mejorara no mediante el paso a un rgimen de titularizacin y privatizacin de
tierras, sino a un sistema de garantas de derechos permanentes al uso de la tierra,
que permanecera bajo dominio pblico, con normativas que limitaran su mercanti-
lizacin y protegieran a los residentes ms pobres del desplazamiento.
Roy utiliza los programas de mejora de barrios de Ro FavelaBairro
13
para
ejemplicar ste ltimo tipo de posibilidad, aunque tambin considera que la me-
jora del hbitat debe separarse de las medidas para mejorar la calidad de vida como
la estetizacin de la pobreza. FavelaBairro tambin puede ejemplicar otras
13
FavelaBairro uni las mejoras de infraestructura de agua, saneamiento y recoleccin de ba-
sura, al acondicionamiento de los caminos, senderos, pequeas plazas y alumbrado pblico dentro
de las favelas para hacer sus espacios pblicos ms atractivos y, en una segunda fase, se realizaron
inversiones sociales, sobre todo en guarderas para ayudar a las madres trabajadoras (Soares y Soares,
2005).
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recomendaciones de Roy, ya que las autoridades de planicacin municipal declara-
ron un estado de excepcin respecto a los cdigos de construccin y otros procesos
de planicacin, mediante la denicin de las favelas, objetivo del programa, como
reas de Inters Social Especial (Handzic, en prensa: 3). Handzic seala que el
ordenamiento jurdico brasileo otorg derechos de ocupacin excepcionalmente
fuertes a las personas instaladas ilegalmente en tierras privadas, siendo el problema
principal para las personas pobres los gastos y el largo proceso que conlleva la re-
clamacin de tales derechos a travs del sistema legal formal. El ayuntamiento se
comprometi a prestar asistencia a estas reclamaciones pero, en la medida en que
las tierras de propiedad pblica no son susceptibles de este tipo demandas, fue rela-
tivamente fcil centrarse en la concesin de derechos de uso, sin descartar la even-
tual adquisicin de ttulos. Esta no es una situacin nica en Brasil. En el caso de la
ocupacin de gran parte de los terrenos que eran originalmente propiedad privada en
la periferia de la tercera ciudad del pas, Salvador de Baha, el ayuntamiento pudo
hacerse cargo de este suelo a cambio de la amortizacin de las deudas impositivas
de los propietarios, concediendo los derechos de uso y dejando la cuestin de los
ttulos de propiedad como una posibilidad futura (Hita y Duccini, 2008).
Mike Davis (2006) tiende a combinar los argumentos ya sealados, sobre los
modos en que la regularizacin de la tenencia de las tierras a travs de su titulari-
zacin pueden conducir a la exclusin y desposesin de los residentes ms pobres,
arguyendo que la mejora de los barrios marginales produce por s misma un efecto
diferenciador, al elevar los precios de la tierra, las viviendas y los alquileres. Sin
embargo, segn seala Handzic (en prensa: 3), ambos aspectos deben distinguirse,
pues los residentes, bien sea de forma individual o colectiva, a travs de las aso-
ciaciones de vecinos y movimientos sociales, tambin trabajan para mejorar sus
condiciones de vida en situaciones de informalidad, de manera que un programa
patrocinado por el Estado, como el FavelaBairro, slo viene a acelerar un pro-
ceso que ocurrira de cualquier modo. No obstante, debemos reconocer que otro
tema planteado por Davis tambin puede ocurrir en situaciones de informalidad:
el potencial que posee la titularizacin de tierras para reducir las movilizaciones
colectivas por el hbitat, mediante la individualizacin de las luchas por la vivienda,
a expensas de quienes se encuentran en las posiciones econmicas ms precarias,
y la exacerbacin de la emergencia de una subclase de propietarios dentro de la
barriada. Ello es cierto, aun cuando hay diferencias entre situaciones legalizadas
e informales en trminos de los costes de adquisicin del terreno, incluyendo el
derecho a construir otra planta lajes sobre las existentes en las viviendas de las
ya superpobladas favelas, que estn experimentando la verticalizacin por falta
de espacio para la expansin y por la distancia a los empleos en las opciones de
menor coste, y que todava pueden hallarse en las reas ms perifricas (Handzic,
en prensa: 5). Esto sugiere que la retencin del terreno bajo dominio pblico y la
restriccin en la legalizacin de los derechos de uso deberan funcionar realmente
como un instrumento regulador, que protegiera de forma activa a las personas en
una situacin econmicamente vulnerable del desplazamiento y de la expulsin,
limitando los derechos de los ms favorecidos y excluyendo por completo a los
120 Revista de Antropologa Social
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John Gledhill El derecho a una vivienda
forasteros ricos de su participacin en el mercado de las favelas, aunque stos tam-
bin estn en una situacin de informalidad.
Sin embargo, conforme reconoce Handzic, la conanza en el gobierno se est
viendo disminuida por el hecho de que los favelados que pagan impuestos no ob-
tienen un gran benecio por sus contribuciones a la ciudad: el trabajo de manteni-
miento de las mejoras introducidas por FavelaBairro es muy limitado (Handzic,
en prensa: 5). Peor an, la contribucin del Estado a la seguridad de los residentes
tiende a ser negativa, con una presencia policial punitiva excesiva que aade otro
factor de peligrosidad a los ya planteados por las balas perdidas de los tracan-
tes de droga y al temor de perder algn hijo por culpa de las bandas (Goldstein,
2003)
14
. Segn seala Cavalcanti (2009), los residentes de las favelas consolidadas
se encuentran en un callejn sin salida. Esto es debido a que las favelas son lugares
estigmatizados, al considerarse una amenaza para el orden de la ciudad. Las favelas
han recibido cierta visibilidad y bastante apoyo material de los polticos de la ciu-
dad, pero su estigmatizacin y la violencia real, que tanto los tracantes como los
agentes estatales cometen dentro de ellas, estn reduciendo seriamente su habitabi-
lidad. La tragedia, a la que se enfrentan los residentes de las favelas consolidadas,
con o sin programa de mejoras, es que sus vidas han mejorado materialmente a
travs de sus inversiones en la vivienda que, para las generaciones predecesoras,
constituye el fruto de sus luchas en defensa de sus derechos a la ciudad as como a
construir su propia casa (Calvacanti, 2009: 74). Sin embargo la dicotoma entre la
favela y el asfalto se ha reforzado en los ltimos aos. A pesar de que la com-
posicin social de las favelas de Ro sigue siendo en la actualidad tan heterognea
como siempre (Perlman, 2004), Brasil ofrece ejemplos frecuentes de los efectos que
Wacquant atribuye a la suma de la estigmatizacin territorial con la discriminacin
de clase, tnica y racial. Es el caso de los solicitantes de empleo que tratan de ocul-
tar su lugar de residencia y de las personas que reaccionan a las heridas psicolgicas
de la estigmatizacin social generalizada acusando a sus vecinos de ser los verdade-
ros marginales (Wacquant, 2007).
Debe tambin ponerse en cuestin que los gobiernos municipales tengan tanto la
capacidad como la voluntad de regular los procesos de mercantilizacin y comercia-
lizacin que ocurren en las favelas consolidadas, con el n de garantizar la justicia
social. Dejando de lado la corrupcin, el clientelismo poltico sigue desempeando
un importante papel. Las claves que podran plantear restricciones ms efectivas al
funcionamiento de los principios de mercado seran las organizaciones comunitarias
fuertes, capaces de ofrecer resistencia a este tipo de normativas, o las sanciones
sociales informales, integradas en la organizacin comunitaria, que manejasen de
forma indirecta los derechos de los residentes. En el caso de Salvador de Baha
que mencion antes, Bairro da Paz, algunos factores histricos especcos crea-
ron formas relativamente fuertes de organizacin comunal que, hasta cierto punto,
14
Esta es una restriccin en el mercado inmobiliario de las favelas, aunque la incidencia de la
violencia cotidiana vara considerablemente entre los asentamientos. Sin embargo, zonas que podan
ser paccas pueden transformarse por la invasin de tracantes de otros lugares.
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contrarrestaron la tendencia a la individualizacin que, como los propios activistas
de la comunidad reconocan, se produjo despus de que la amenaza de desalojo
hubo desaparecido (Hita y Duccini, 2008). En este caso exista todava una falta
de conanza en las garantas de uso permanente de las tierras concedidas por el
gobierno, as como el temor a que algunos residentes pudieran ser trasladados a una
zona donde su presencia hiciese menos visible la mancha de pobreza. Ello se ha
convertido en los ltimos aos en la principal tendencia de la expansin de la ciudad
del capitalismo moderno (Gledhill e Hita, en prensa). Sin embargo, dado que el
derecho a la permanencia se concedi slo a los residentes de lo que hoy es la zona
central y ms urbanizada del rea de expansin original, y bajo la condicin de que
los lderes de la comunidad colaborasen en la limitacin de la entrada de nuevos
residentes
15
, no se establecieron unas reglas claras para evitar las ventas individuales
de los terrenos perifricos a los promotores cuyos proyectos actualmente rodean por
completo este barrio de alrededor de 60.000 habitantes. Estas preocupaciones re-
fuerzan las posiciones de los elementos ms combativos del liderazgo comunitario,
pero tal vez tampoco aqullas estn muy alejadas del miedo al curso que las cosas
puedan tomar en el futuro.
4. Conclusin: del derecho a la vivienda a los derechos en la ciudad neo-
liberal
Mi ltimo ejemplo sugiere dos posibles conclusiones sobre las limitaciones de
los programas de mejora de barrios marginales, que buscan ofrecer cierto grado
de proteccin social a las personas ms vulnerables.
En primer lugar, los derechos a la vivienda y al hbitat deben seguir siendo una
cuestin de lucha, antes que ser objeto de acciones pacicadoras desde arriba, por
ms ilustradas que stas sean, como sugiere Lefebvre en su anlisis clsico. Tales
disputas deben abarcar la lucha contra la estigmatizacin y la tendencia generalizada
de la sociedad a culpabilizar a las vctimas de los problemas de la delincuencia y la
violencia relacionada con las drogas por los prejuicios que, en este caso, vinculan
claramente la clase con la raza. Deben tambin comprender la lucha para reducir
las desigualdades y la precariedad econmica, que producen vulnerabilidad incluso
en el marco del mercado informal de tierras y viviendas asequibles que se vuelven
difciles de encontrar. En segundo lugar, la calidad de la participacin es relevante
en dos niveles. El ms obvio, y podra decirse que uno de los puntos dbiles de
FavelaBairro, reside en la interaccin entre las comunidades y el gobierno, a travs
de la cual la planicacin podra estar mejor adaptada a las condiciones sociales y
15
El efecto prctico de este acuerdo fue que, a nales de la dcada de los pasados aos noventa,
los residentes siguen viviendo en una comunidad con una densidad de poblacin de slo 200 habitantes
por ha., muy por debajo de la de otras zonas ocupadas en los ltimos aos cuarenta o cincuenta, donde
la verticalizacin y reduccin del espacio pblico por construcciones ilegales es un hecho comn en
comparacin con la media de la ciudad, que se sita entre 300 y 599 habitantes por ha., incluyendo
los espacios abiertos y pblicos (Gordilho, 2000: 148). Esta es una de las caractersticas positivas que
los residentes sealan cuando comparan la vida en su barrio con la de otros asentamientos de bajos
ingresos de la ciudad.
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econmicas reales. El segundo, que es una condicin necesaria para la efectividad
del primero y mejorar la justicia social, est en la propia estructura de las institucio-
nes comunitarias representativas, es decir, en su capacidad para ser verdaderamente
inclusivas, en lugar de representar los intereses de los segmentos mejor posiciona-
dos de una comunidad determinada o de una faccin poltica particular que slo
benecie a sus simpatizantes. Esto, nuevamente, es una cuestin de lucha social,
aunque puede ser un aspecto en el que los activistas de las ONG, los investigadores
y acadmicos pueden actuar en calidad de agentes honestos adoptando un papel
constructivo (Gledhill e Hita, en prensa).
Sin embargo, hay otra cuestin que debe considerarse en el debate sobre la ti-
tularizacin de tierras frente a la seguridad de la posesin. Es el deseo que tienen
muchos habitantes de las barriadas chabolistas de disfrutar plenamente de los dere-
chos de propiedad privada sobre sus hogares y de la libertad, que ofrece el mercado,
para explotar sus activos como lo deseen. Aqu tambin tenemos que reconocer que
algunas personas hombres y mujeres mantienen vnculos y acumulan propie-
dades en diferentes asentamientos informales, a los que estn conectados por redes
de parentesco y de participacin en asociaciones religiosas y otros tipos de asocia-
ciones. Aunque el hacinamiento domstico es un problema para muchas familias y
debe ser especialmente problemtico para las mujeres, tambin la verticalizacin
y la densidad de ocupacin de un barrio tienden a correlacionarse con niveles ele-
vados de conictos vecinales cotidianos. La vida familiar no siempre se limita a
un solo sitio y los miembros de la familia a menudo cambian de residencia dentro
del mismo asentamiento o de barriada, de forma tal que acaba afectando a la es-
tructura residencial: por ejemplo, los hombres pueden decidir regresar a la casa de
su madre, o los hijos pueden dejarse a cargo del cuidado de familiares que estn
en mejores condiciones econmicas para criarlos (Gledhill e Hita, en prensa; Hita,
2004). Estos procesos varan en funcin de los contextos culturales, y las distintas
soluciones domsticas tambin pueden verse inuenciadas por los cambios en las
condiciones del mercado laboral. Pero el hecho importante es que el signicado de
las viviendas, como propiedades, tiene dimensiones sociales que resultan invisibles
desde una perspectiva que slo tiene en cuenta a los hombres como jefes de hogar y
propietarios naturalizados de las viviendas, y que toma a la familia nuclear como
la norma. Tampoco deben tenerse en cuenta las viviendas slo desde su uso resi-
dencial. En el caso de Bairro da Paz, el 43% de las casas tienen de tres a cuatro
habitaciones y el 39% cinco o ms, pero casi el 90% de los hogares utiliza slo
una o dos habitaciones como dormitorios. Los residentes suelen usar sus viviendas
autoconstruidas para toda una serie de producciones informales y actividades co-
merciales que son fundamentales para su subsistencia
16
. Los debates en torno a la
planicacin urbana, los derechos a la ciudad y el inters social deberan tener en
16
Agradezco al Centro de Estudios Metropolitanos del Centro Brasileo de Anlisis y Planica-
cin CEBRAP que me permitiesen el acceso a estos datos, procedentes de una encuesta llevada a
cabo por un equipo de esta institucin en 2006.
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cuenta estas consideraciones sociales, si se pretende ir ms all de darle a la pobreza
una apariencia ms aceptable en el paisaje urbano.
Cavalcanti (2009) sostiene que la vivienda en las sociedades capitalistas a gran
escala constituye un hecho social total, al igual que en gran parte de las socieda-
des con un capitalismo a menor escala y en las sociedades rurales de los primeros
trabajos antropolgicos, donde ste era un tema central. En su trabajo sobre la vi-
vienda en una favela de Ro de Janeiro se muestra cmo la vivienda ofrece bastante
informacin sobre el orden social ms amplio, siempre que estemos dispuestos a
pensar en los distintos modos de produccin y en la experiencia de habitar como
procesos sociales. Estoy de acuerdo con ello, pero aadira que un enfoque que
aborde el proceso desde diferentes perspectivas nos permitira ver la forma en que
la poltica, los medios de comunicacin y los mercados formales e informales, junto
con los proyectos, temores y aspiraciones de una diversidad de actores sociales, se
cruzan para estructurar la forma en que la ciudad, considerada un todo, se construye
como un trabajo, donde diferentes grupos se esfuerzan activamente para mantener
o encontrar un lugar digno.
La dicultad de esto, igual que en muchas otras reas en las que se apela a una
poltica de los derechos, es la variedad de derechos que compiten por su reconoci-
miento social y su proteccin en todos los niveles. Ms all de los problemas crea-
dos por la inuencia poltica de los promotores inmobiliarios, las aspiraciones de
consumo y los problemas de seguridad de las clases medias
17
, y por el deseo de las
autoridades locales de promocionar sus ciudades a nivel internacional como lugares
para eventos que puedan atraer a visitantes con dinero para gastar a lo que volver
en un momento, las sociedades de mercado apelan tambin a las aspiraciones
de participacin de los sectores ms bajos del orden social, las cuales se expresan de
muy diversas de formas, incluyendo las actividades ilegales. He demostrado que,
cuando las personas ms pobres se han visto obligadas a resolver sus problemas de
vivienda, con frecuencia quieren ejercer el mismo tipo de derechos a la propiedad
que sus conciudadanos adinerados, incluso si esto lleva a incrementar los problemas
derivados de la desigualdad de oportunidades o a la disminucin de sociabilidad
dentro del vecindario. Sin embargo, un hbitat constituido por viviendas individua-
les uniformes, construidas para los residentes de bajos ingresos, puede ser igual-
mente problemtico para el mantenimiento de la sociabilidad, del mismo modo que
muchas de las soluciones basadas en polticas pblicas de realojo de las familias
en mltiples bloques de apartamentos mal mantenidos. Todas las soluciones para
garantizar viviendas asequibles son muy problemticas, si implican la relocalizacin
en zonas perifricas de la ciudad, que conllevan largos desplazamientos para ir al
trabajo. Las amenazas de los desplazamientos a la periferia por los procesos de gen-
tricacin y los planes de redesarrollo urbano pueden unir a las personas que viven
en barrios populares, pero las campaas masivas iniciales de resistencia a menudo
17
Aunque mi prioridad son los contextos urbanos, tambin es importante reconocer, en algunas
zonas rurales de pases como el Reino Unido, el impacto de los deseos de la clase media de una se-
gunda residencia en la accesibilidad a la vivienda para la poblacin local.
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resultan minadas por un nmero creciente de personas, que deciden que las fuerzas
que actan en su contra son demasiado poderosas y acaban vendiendo.
Segn mostr Eckstein (1990) en Ciudad de Mxico, la capacidad de los residen-
tes en las zonas ms cntricas para resistir el desplazamiento puede verse fortalecida
por la resignicacin de las tradiciones populares culturales, que proporcionan
una base slida para la reorganizacin del colectivo, reforzado por una localizacin
favorable para el xito de sus estrategias informales de subsistencia. Sin embargo,
Neil Smith (2002) ha puesto de relieve la forma en que los nuevos impulsos de la
produccin social parecen estar aventajando a las restricciones de la reproduccin
social, a travs de un anlisis, que incide tanto en el sesgo de clase existente tras el
trmino rehabilitacin urbana que, a menudo, parece signicar volver a tomar
la ciudad para las clases medias como en la forma en que el desarrollo inmobi-
liario se ha convertido en la clave de la economa productiva de la ciudad en una
tercera ola neoliberal de gentricacin, en la que la nanciacin privada desem-
pea un papel principal. Smith sugiere que esto es especialmente signicativo en
las metrpolis en expansin de Asia, Amrica Latina y algunas regiones de frica,
que pueden ser vistas como los centros de produccin de la nueva globalizacin,
menos constreidos que las originales ciudades industriales del mundo capitalista
por sus viejas formas, estructuras y paisajes (Smith, 2002: 436). Si las luchas en
torno a la reproduccin social se llegasen a agudizar en todos los lugares bajo estas
nuevas formas de urbanismo, entonces, segn argumenta Smith, asimismo lo haran
las polticas autoritarias que procuran hacer de las calles un sitio seguro para la
gentricacin, mediante la represin de los movimientos sociales que luchan contra
la falta de viviendas asequibles del tipo que se ha podido ver en Amsterdam, Pars y
Nueva York (2002: 442). Entretanto, los trabajadores de la periferia, procedentes de
estos nuevos complejos urbanos, estaran obligados a soportar los duros y costosos
desplazamientos al trabajo por el sueldo irrisorio en el que se asienta la centraliza-
cin del capital (2002: 4356).
Aunque Smith es demasiado pesimista, al sugerir que el anuncio de Lefebvre
de una revolucin urbana que redenira estas luchas en trminos de reproduccin
social se desvaneci en la memoria histrica, porque la dramtica expansin ur-
bana del siglo XXI va a estar inequvocamente liderada por la produccin social
y no por la reproduccin (2002: 4356), resulta difcil negar los problemas que
plantean los movimientos sociales urbanos a los promotores del desarrollo urbano,
que su anlisis destaca, en particular, para aqullos que luchan por el derecho a la
ciudad de los trabajadores inmigrantes o con bajos salarios en contextos, donde
las polticas de regeneracin urbana producen un incremento de la segregacin
espacial y la periferizacin.
No obstante, aunque reconoce que hay cierta variedad en las conguraciones
espaciales y sociales relacionadas con este paradigma urbano globalizado, el mo-
delo centroperiferia de Smith resulta an demasiado simple. En el caso de Bairro
da Paz, en Salvador de Baha, el centro ha llegado a la periferia, pues la regin ocu-
pada por los habitantes originales se convirti en el principal sector de expansin re-
sidencial y comercial de las zonas de altos ingresos en una ciudad capitalista basada
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en los negocios, los servicios a los consumidores y en un puado de empresas de
alta tecnologa, turismo mundial e inmobiliarias. Las consecuencias de esta invasin
del territorio de los pobres por los ricos se ha visto afectada por otros intereses po-
lticos ms amplios, en particular por el reconocimiento de la discriminacin racial
y la necesidad de Brasil de nalizar con el legado de la esclavitud. La lucha de esta
comunidad por el derecho a la ciudad se ha visto reforzada por la forma en que los
jvenes se han involucrado en los proyectos culturales afrobrasileos basados en
la msica, la danza y el teatro, tanto como por el hecho de que las cooperativas de
produccin y los programas de formacin profesional se hayan convertido en un
objetivo importante para el Estado, las entidades pblicoprivadas y las intervencio-
nes de las ONG, otorgndoles as una nueva centralidad a su voz en las polticas
comunitarias y de crecimiento urbano. Tales acontecimientos ofrecen, al menos,
algunas tendencias que compensan las amenazas que podran ser planteadas por la
administracin municipal actual, que usa el lenguaje de la rehabilitacin de las zonas
degradadas de las ciudades, de forma tal que para muchos evoca proyectos anteriores
de renovacin urbana, cuyas consecuencias fueron profundamente desfavorables para
los ciudadanos ms pobres, en su mayora afrobrasileos (Gledhill e Hita, en prensa).
En la lucha por una vivienda asequible y digna hay una clara tensin entre
la individualizacin y la aproximacin desde el desarrollo comunitario. El de-
recho a la vivienda se ha redenido de una manera ms incluyente, introduciendo
consideraciones sociales y culturales en lo que puede considerarse adecuado. Pero
es absolutamente necesario, para la bsqueda de estrategias de sustento que pudie-
ran ofrecer oportunidades de mejora acumulativas en los niveles de vida, considerar
tambin la cuestin cualitativa de promover la sociabilidad entre los vecinos y la
salud del hbitat. En los lugares donde los miembros de diferentes clases sociales
viven muy prximos, la calidad de sus interacciones sociales es un tema crucial,
junto con el grado en el que los ms acomodados consumen los bienes y servicios
ofrecidos por sus vecinos ms pobres. El desarrollo de la comunidad es tambin
una forma positiva para la reintegracin del espacio social urbano, trascendiendo
los muros simblicos del miedo y los prejuicios que segregan del espacio urbano de
una forma tan potente como las defensas fsicas, que incluso la clase trabajadora ha
agregado a sus casas en las ciudades divididas, tales como So Paulo (Caldeira,
2000: 295).
La mala calidad de las viviendas como tal no ha demostrado ser necesariamente
un obstculo para la fuerte solidaridad social en el pasado y, en el caso de mi propia
ciudad en Inglaterra, Manchester, muchos activistas de la comunidad afrocaribea
vieron en los programas de eliminacin de las barriadas degradadas, que trasladaron
a los residentes de las calles y casas victorianas adosadas hacia bloques de apar-
tamentos con un espacio pblico reducido, una estrategia deliberada para impedir
que se repitiesen las protestas organizadas que marcaron el comienzo de los pasa-
dos aos ochenta. Sin embargo, el pasado ya no supone un claro ejemplo para el
futuro a la luz del cambio en las circunstancias sociales, que se ha producido no
slo debido a la acumulacin por desposesin de las ltimas tres dcadas (Harvey
2005: 161162), sino tambin por el hecho de que algunos residentes de barrios
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socialmente estigmatizados han experimentado un aumento en su nivel de vida y
han adquirido bienes. Hoy en da, las polticas basadas en los derechos tienen que
centrarse no slo en las necesidades materiales individuales de las viviendas, sino
en las condiciones sociales que maximicen el bienestar de una poblacin. ste no
consiste simplemente en una cuestin de nivel de vida, por muy importante que ello
sea, sino tambin en el disfrute de respeto social y seguridad fsica.
Esto sugiere que la creacin de ciudades ms habitables para toda la poblacin
depende de la reduccin de las desigualdades sociales y no tanto del simple alivio
de la pobreza, con el objeto de permitir a todos a llevar una vida que pueda consi-
derarse digna y reducir el atractivo de la delincuencia como va para el empode-
ramiento en un mundo que, de otro modo, slo ofrece la discriminacin continua
y la humillacin social (Sapori, 207: 101). El derecho a una vivienda en un hbitat
libre de estigmas es fundamental para este proyecto, y su consecucin en muchos
contextos es simplemente cuestin de proporcionar apoyo pblico a los esfuerzos y
aspiraciones de las personas menos favorecidas, aunque con la perspectiva de evitar
la emergencia de nuevas desigualdades entre los propios desfavorecidos. El Estado
sigue siendo importante. Que su apoyo haya sido limitado o contradictorio reeja el
hecho de que las luchas por el derecho a la ciudad han estado gobernadas por fuertes
asimetras de poder, basadas en los modelos de acumulacin de capital que han pro-
vocado la profundizacin de las desigualdades. Las ideas que surgen de un enfoque
basado en el derecho a la vivienda y al hbitat continuarn proporcionando elemen-
tos poderosos para plantear alternativas, que reduzcan la irracionalidad social de
las realidades urbanas contemporneas y apoyen un activismo, que an no ha sido
totalmente aplastado por las intervenciones autoritarias de la ciudad revanchista
neoliberal de Smith.
Traduccin: Guadalupe Jimnez Esquinas
Revisin: Adela Franz
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