Don Quijote en La Cueva de Montesinos Triste, Solitario y Final
Don Quijote en La Cueva de Montesinos Triste, Solitario y Final
Don Quijote en La Cueva de Montesinos Triste, Solitario y Final
O
MAR A ROSA PETRUCCELLI
UNIVERSIDAD DEL SALVADOR
El descenso al i nframundo consti tuye una prueba inicitica que todo hroe arquet pi co
cumpl e en sol edad. Don Qui j ote (verdadero hroe solar) debe penetrar en la oscuri dad del
i nconsci ente y enfrentar as sus ms nti mos temores. En la tradi ci n heroi ca, la prueba del
descenso permi te la entrada a un mundo "otro", en el que rigen otras leyes fsicas y otra
di mensi n temporal y el pasaje por las profundi dades i mpl i ca si empre renacer a un ni vel de
exi stenci a superior.
La traves a del hroe si empre es interior, aunque su i ti nerari o se detal l e espec fi camente
y en todos sus pormenores. En esenci a no viaja a ni ngn l ado, si no que desci ende metafri -
camente a las profundi dades (catbasi s) - en la mi tol og a se denomi na "descenso a los infier-
nos"-, l ucha all contra fuerzas oscuras y l i mi tantes, para resurgir (anbasi s) como un i ndi -
vi duo nuevo y pl eno y cumpl i mentar as su propi a maduraci n psi col gi ca.
1
Campbel l
(2005), engl oba este movi mi ento en la frmul a de los ritos de iniciacin: separacin-inicia-
cin-retorno, que denomi na "uni dad nucl ear del monomi to". Las acci ones del hroe si empre
estn supedi tadas a la bsqueda intensa, i mpostergabl e de lo que se carece, de lo deseado y
lo prohi bi do, s mbol o de la iniciacin gui ada por el deseo.
Dentro de la trama del hroe, se instala un i mperati vo recurrente: viajar al mundo sub-
terrneo o tratar de vencer a la muerte.
2
Casi si empre esta aventura tiene su i ni ci o en un
entorno comn, no si ngul ari zado, que revierte rpi damente a zonas prodi gi osas y sobrenatu-
rales, donde ocurren los encuentros fabul osos y la segura vi ctori a.
Los rel atos tradi ci onal es de viajes mgi cos reflejan una concepci n espaci o-temporal
muy singular. Penetrar en las vedadas regi ones del ms all es hacerl o a un uni verso de seres
y cosas encantadas, un uni verso trascendente, di verso, el rei no de la al uci naci n, donde las
sensaci ones subj eti vas dan cuenta de un fenmeno extrao: perci bi r obj etos sin el apoyo de
la experi enci a sensi bl e, sin la presenci a de causa obj eti va al guna.
Por ese moti vo, los mi tos, los sueos, las razas fantsticas, los ani mal es sorprendentes
habi tan espacios desconoci dos, inexplorados y misteriosos para el comn de los mortales. Lo
maravilloso si empre es ms productivo en dichos mbitos que, por lo general, trascienden nues-
tro horizonte cotidiano, comi enzan y se extienden lejos de nuestras posibilidades sensoriales.
' "El hroe ha muerto en cuanto hombre [...], pero como hombre eterno -perfecto, no especfico, universal- ha vuel-
to a nacer. Su segunda tarea y hazaa formal ha de ser [...] volver a nosotros transfigurado y ensear las lecciones
que ha aprendido sobre la renovacin de la vida." (Campbell, 2005: 26). Dentro de esta interpretacin, ver tambin
Redondo, 1981.
2
"No sera difcil acumular mltiples ejemplos de grutas presentes en el folelore, en la mitologa, en la creacin
literaria y en el arte de las ms diversas culturas, cuya representacin ms paradigmtica en la literatura espaola
corresponde a la cueva de Montesinos cervantina." (Cacho Blccua, 1995: 100).
EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Mara Rosa PETRUCCELLI. Don Quijote en la cueva de Montesino...
Con el tratami ento del tema del descenso a las profundi dades, materi a como dec amos de
larga tradi ci n cul tural
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, la cueva de Montesi nos se convi erte en el umbral mgi co de la
novel a; y cuando don Qui j ote se i nterna en ella "[...j porque tena gran deseo de entrar en ella
y ver a oj os vi stas si eran verdaderas las maravi l l as que de ella se dec an por todos aquel l os
contomos" (I I , 22, 696),
4
traspasa los lmites de la real i dad y penetra en una especi e de
mundo paral el o donde todo es posi bl e.
5
Esta aventura singular, seguramente la ms i mportante de la Segunda Parte y obj eto de
di versas i nterpretaci ones crticas, se narra di vi di da en dos partes: una, i ntroductori a, que
corresponde al cap tul o 22, y la otra, la aventura propi amente di cha, en el cap tul o 23; tene-
mos que sumar a esto las repercusi ones rel atadas al comi enzo del 24 del Quijote de 1615.
Segn Mar a Rosa Li da (1955), el descenso a la cueva est i nspi rado en el cap tul o 98 de
Las Sergas de Esplandin, en el cual se refiere la baj ada del mi sm si mo autor de la obra a
un pozo donde exi sten, redupl i cados, los espaci os creados por su i magi naci n: la nsul a
Fi rme, el arco de los leales amadores y la cmara defendi da y all encuentra encantados a los
grandes amadores del Amadis. Cuando Garci Rodr guez de Montal vo es sacado del pozo est
compl etamente dormi do, igual que don Qui j ote.
El t tul o del cap tul o 23 sintetiza las dudas y di scusi ones que se susci tarn a lo largo del
rel ato: "De las admi rabl es cosas que el estremado don Qui j ote cont que hab a vi sto en la
profunda cueva de Montesi nos, cuya i mposi bi l i dad y grandeza hace que se tenga esta aven-
tura por apcri fa." (I I , 23, 702). El pri mero en descreer de la mi sma es Ci de Hamete "por ir
tan fuera de los trmi nos razonabl es." (I I , 24, 713).
La ambi gedad de lo ocurri do se manti ene hasta el final de la obra. Don Qui j ote cree en
la aventura? Cree en lo que l mi smo dice sobre esos extraos sucesos? Se lo pregunta al
mono adi vi no (I I , 25, 727), se lo pregunta a la cabeza encantada (I I , 62, 995) y, frente a los
comentari os de Sancho sobre el viaje de Cl avi l eo, dir: "Sancho, pues vos queri s que se
os crea lo que habi s vi sto en el ci el o, yo qui ero que vos me creis a m lo que vi en la cueva
de Montesi nos. Y no di go ms." (I I , 61, 837).
Adems, esta aventura de fantasa on ri ca se ir rel aci onando con el desencanto de
Dul ci nea (I , 24 y 35) y los cap tul os rel aci onados con los azotes de Sancho. Contamos,
entonces, con una serie de cap tul os donde se menci ona de al guna manera lo sucedi do en la
cueva de Montesi nos.
Segn Percas de Ponscti, (1968: 398 -99) "Ha sido construida por el "historiador" Cide Hamete Bcncngcli, el
incansable "escudriador" que conoce lo culto y lo popular: el loco de Horacio; la cueva de Platn con sus luces,
sombras c ilusiones; la cueva de Mcrln del Orlando Furioso de Ariosto; los descensos de Uliscs al infierno, de
Timarco al antro de Trofonia, de Eneas al mundo de los muertos; los sueos de Cicern, Dante y Petrarca; las
Metamorfosis de Ovidio; la corte encantada del rey Arturo del ciclo bretn de romances; los romances de
Montesinos, Bclcrma y Durandartc del ciclo carolingio [...]; el Cantar de los Cantares; las cuevas literarias de libros
msticos y de caballeras, as como las cuevas verdaderas de msticos y alumbrados; y las inquisiciones manchegas
sobre el origen de las lagunas de Ruidcra y el curso de las aguas del ro Guadiana."
4
Ed. de Riqucr, 1967.
5
Segn A. Egido (1988: 305,324)"Dcsdc el punto de vista genrico, y al margen de sus muchas implicaciones de
teora literaria, el episodio puede instalarse dentro de la tradicin alegrica de los sueos o visiones de viajes de
ultratumba con aberracin temporal [...]Ccrvantcs avanz considerablemente respecto a sus predecesores en la uti-
lizacin del sueo y del viaje ultramundano, sometindolos a un proceso de interiorizacin que va mucho ms all
de los indudables logros alcanzados por Qucvcdo, pues es en el mundo interior de don Quijote donde no solo el
sueo, sino el infierno y los habitantes de la cueva de Montesinos tienen su verdadera residencia."
EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Mara Rosa PETRUCCELLI. Don Quijote en la cueva de Montesino...
En ms de una ocasi n el texto trae a col aci n hi stori as que remi ten al tema de la i nmer-
sin en las profundi dades y que guardan semej anzas con lo descri pto en la cueva de
Montesi nos. As , el pasaje del cap tul o 32 de la pri mera Parte donde se menci ona la hi stori a
de Ci rongi l i o de Traci a:
... que fue tan valiente y animoso [...] que navegando por un ro, le sali de la mitad del
agua una serpiente de fuego, [...] y le apret con ambas manos la garganta con tanta
fuerza, que, viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo ms remedio sino dejar-
se ir a lo hondo del ro, llevndose tras s al caballero [...]. Y cuando llegaron all abajo,
se hall en unos palacios y en unos jardines tan lindos, que era maravilla; y luego la
sierpe se volvi en un viejo anciano, que le dijo tantas de cosas, que no hay ms que
or. (I, 32, 324).
Y tambi n en el cap tul o 50 de la mi sma, cuando don Qui j ote presenta, ante el "admi ra-
do" canni go, uno de los dos esquemas del gnero cabal l eresco que se dan en la obra:
... el caballero [...] se arroja en mitad del bhente lago, y cuando no se cata ni sabe
dnde ha de parar, se halla entre unos floridos campos [...] de improviso se le descubre
un fuerte castillo o vistoso alczar, cuyas murallas son de macizo oro [...] por la puer-
ta del castillo (salen) un buen nmero de doncellas [...] y tomar luego la que pareca
principal de todas por la mano al atrevido caballero [...] y llevarle, sin hablarle palabra,
dentro del rico alczar o castillo... (I, 50, 500)
En el cap tul o 14 de Segunda Parte, el Cabal l ero del Bosque cuenta que su amada,
Casi l dea de Vandal i a, le mand que se "sumi ese en la si ma de Cabra, pel i gro i naudi to y
temeroso, y que le trjese parti cul ar relacin de que en aquel l a escura profundi dad se enci e-
rra" (I I , 14, 631).
Los sucesos anteri ores a la l l egada a la cueva (Bodas de Camacho, I I , 20 y 21) estn
ambi entados dentro de la normal i dad y la rutina del cami no qui j otesco y desde all el autor
nos hace i ngresar sorpresi vamente, sin prembul os, en el terreno de lo increble, de los suce-
sos engaosos que su i magi naci n ha forjado. Esa osci l aci n entre lo real coti di ano y lo fan-
tstico increble nos instala defi ni ti vamente en la vacilacin y la i ncerti dumbre interpretativa.
La noci n de aventura est rel aci onada directa y necesari amente con la noci n de espa-
cio, cuya descri pci n, como sabemos, provee un si stema estti co y retri co que contri buye
a la l egi bi l i dad del texto y revel a, confi rma o perfila la forma de ser del personaj e. Por otra
parte, la l ocal i zaci n de la cueva tambi n es significativa, ya comentamos que, general men-
te, est ubi cada en l ugares al ej ados y solitarios, omi nosos, si empre cal i fi cados como "spe-
ros y esqui vos",
6
verdaderos "locas terribilis" (Cacho Bl ecua, 1995: 103).
"La boca de la cueva esta descri ta con real i smo paisajista de meseta castel l ana" (Percas
de Ponseti , 1968: 377): "y otro da a las dos de la tarde l l egaron a la cueva, cuya boca es
espaci osa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahi gos, de zarzas y mal ezas, tan espesas
y i ntri ncadas, que de todo en todo la ci egan y encubren." (I I , 22, 699).
6
Azorin (1973: 105) describe la ubicacin de la cueva de Montesinos en un "paisaje (que) se hace ms amplio,
se dilata, se pierde en una sucesin inacabable de altibajos plomizos. Hay en esta campia bravia, salvaje, nunca
rota, una fuerza, una hosquedad, una dureza, una autoridad indmita que nos hace pensar en los conquistadores,
en los guerreros, en los msticos, en las almas, en fin, solitarias y alucinadas, tremendas, de los tiempos lejanos."
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Si tuada en una regi n rida y llana, se encuentra una extensa y desnuda llanura, la
Manxa, tierra seca para los anti guos rabes, recorri da por dos i mportantes r os: el Tajo y el
Guadi ana que forman extensas cuencas y vierten sus aguas en el Atl nti co. La cueva est
cerca de las l agunas de Rui dera, si tuadas al oeste de Al bacete y toda la zona formaba parte
de tradi ci onal es creenci as popul ares (el pen y el castillo de Rocafnda donde hab a vi vi do
Rosafl ori da, amada de Montesi nos, los rui dos del subsuel o, la ubi caci n del infierno al que
descendi Hrcul es, etc.).
Adems, los romances de Montesi nos que se hab an infiltrado en las tradi ci ones man-
chegas, i nseparabl es de los de Durandarte, seguramente estaban muy di fundi dos ya que "el
romance est en la base de la cul tura literaria de prcti camente todos los estamentos soci a-
les, pues todos hab an o do, ledo, cantado y aprendi do romances". (D as-Mas, 1994: 32).
Cervantes los recogi y los reel abor, dando cuenta as de los ml ti pl es i ntercambi os entre
la tradi ci n oral y la escrita.
Ll egan a la cueva y el val eroso hi dal go se i ntroduce en ella con ayuda de una soga que
med a ci en brazadas. Atan a don Qui j ote y lo descuel gan. Pasada medi a hora vol vi eron a
recoger la soga, encontrndol o profundamente dormi do. Al despertar, lo pri mero que dice
nos alerta sobre las consecuenci as dramti cas de la aventura: "ahora acabo de conocer que
todos los contentos desta vi da pasan como sombra y sueo, o se marchi tan como la flor del
campo." (11,22, 701).
Luego de un parntesi s total mente anti poti co -"Pi di que le di esen al go de comer"(I l ,
22, 701)-, intenta contar lo que vi o o so en su interior, y entonces despl i ega ante el i ncr-
dul o Sancho y el atni to Pri mo una verdadera fantasa burl esca sobre la base de los libros de
cabal l er as y de los el ementos artri cos y carol i ngi os del romancero.
Recordemos que anteri ormente, Cervantes ha sol i ci tado al abanzas no por lo que escri -
be si no por lo que ha dej ado de escri bi r. Y no escri be - no rel ata, no transmi te-, j ustamen-
te, todos los sucesos y mi steri os que guarda la cueva, moti vo central del requeri mi ento
de Montesi nos:
Luengos tiempos ha, valeroso caballero don Quijote de la Mancha, que los que esta-
mos en estas soledades encantados esperamos verte, para que des noticia al mundo de
lo que encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de
Montesinos... (II, 23, 703).
Luego le dir a Sancho:
...como no ests experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo
de dificultad te parecen imposibles; pero andar el tiempo, como otra vez he dicho, y
yo te contar algunas de las que all abajo he visto, que te harn creer las que aqu he
contado, cuya verdad ni admite rplica ni disputa. (II, 23, 712).
Por supuesto, esa extensi n del relato pri mari o no llegar nunca. No ol vi demos, adems,
que los hechos rel atados al salir de la cueva nos llegan medi ati zados por la voz del protago-
nista. De esa manera, su voz entra as en la sucesi n de voces flotantes de los personaj es, que
no gozan del pri vi l egi o de la certeza i ndi scuti bl e del narrador en tercera persona. Su credi -
bi l i dad ser casi i mposi bl e, porque los pocos hechos narrados, y los que i ntui mos quedan por
narrar, se i nscri ben en el rubro de aconteci mi entos extraordi nari os propi os de otro veros mi l .
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Segn Borges (1974:53), a Cervantes
El plan de su obra le vedaba lo maravilloso; ste, sin embargo, tena que figurar, siquie-
ra de manera indirecta, como los crmenes y el misterio en una parodia de la novela
policial. Cervantes no poda recurrir a talismanes o a sortilegios, pero insinu lo sobre-
natural de un modo sutil, y, por ello mismo, ms eficaz.
La aventura de la cueva de Montesi nos -aventura que ti ene un val or de cambi o, ya que
slo ti ene senti do si puede ser contada, narrada- expone preci samente el probl ema de la
representaci n de la subj eti vi dad en la narrati va, al margen de las posi bi l i dades ficcionales
que bri nda la materi a onrica. Probl ema rel aci onado con un momento hi stri co que comi en-
za a rechazar las expl i caci ones m ti cas y astrol gi cas y r.cepta, cada vez ms, la i nstal aci n
de una manera de pensar basada en el ejercicio de la percepci n y el intelecto.
La literatura pone en j uego determi nados si stemas de construcci n de los rel atos, con
convenci ones parti cul ari zadas, para dar cuenta de los di sti ntos pl anos de la "real i dad" y cada
veros mi l as propuesto tiene su modo y sus medi os espec fi cos de representaci n.
En su novel a, Cervantes arma un compl ej o entramado entre la "real i dad", la "fi cci n" y
el narrador, ste articula a ambas de manera ambi gua para dar mayor poder i nterpretante al
lector. Se trata, como todos sabemos, de una parodi a embl emti ca de las novel as de cabal l e-
ras, por lo tanto, de la expl i ci taci n de una lectura crtica, de la i nversi n de datos y proce-
di mi entos, de la i nstauraci n de un di scurso segundo que produce literatura a partir de la lite-
ratura. Se enfrenta en su l abor pardi ca con una literatura i deal i sta o romance que se carac-
teriza por desarrol l ar un cosmos en el que los sectores de lo natural y lo sobrenatural se inter-
cambi an y potenci an.
Uti l i zamos el trmi no romance
1
para expl i car suci ntamente las di ferenci as genri cas
entre la ficcin realista y la idealista. Una de las ms i mportantes es la posi bi l i dad o no de
di sponer de conceptos psi col gi cos y soci ol gi cos para caracteri zar adecuadamente a los
personajes en cuanto a acciones, mentalidades y normas de conducta. Esto fue posible en la
Europa del Renacimiento y el conocimiento de esos postulados contribuy a la creacin de los per-
sonajes cervantinos. En los relatos anteriores, los agentes de los mitos y relatos populares provie-
nen de un mundo donde no existen las conceptualizaciones de historia, temporalidad e interioriza-
cin de la conciencia, como resultado de lo cual la categora de individuo es inexistente.
8
El romance corresponde a un si stema social que necesi ta establ ecer l azos si mbl i cos y
funcionales entre el presente efmero de la experi enci a humana y la permanenci a de lo sobre-
natural . Es posi bl e como di scurso estti co cuando los mi tos y la conci enci a mgi ca se des-
' "La diferencia que hace la crtica moderna entre romance y novela fue sentida c intuida por Cervantes, por muy
difcil que sea precisarla. Mundo literario fantstico o idealizado el primero; mundo literario histrico-emprico la
segunda. Vida soada y vida vivida: ambas ficcin literaria. [...] Romance y novela son dos especies de ficcin, pero
como la representacin novelstica es tambin ilusin, Cervantes quiere que el lector haga caso de esto. [...] Caben
los romances dentro del Quijote como los sueos en la vida humana, que por su parte es un sueo mayor como la
novela es una ficcin ilusoria." (Rilcy, 1973: 321-322).
8
"La persona humana no ser expresada por la novelstica sino cuando aquella haya alcanzado una condicin en
que lo histrico sea dominante: cuando los hombres puedan preferir la realidad temporal, progresiva, (aunque mor-
tal), de sus propias acciones, antes que la perennidad de lo divino, lo sobrenatural..." (Zraffa, 1973: 88).
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gajan de su val or pragmti co y utilitario y se convi erten en materi al i magi nati vo de ficcin.
En esta especi e narrati va - en la que ocupan un papel preponderante los libros de cabal l er as
del XVI - , personaj es, objetos del mundo fsico y espaci os se evaden de la real i dad coti di a-
na y son obj eto de una esti l i zaci n i deal i zante. Por otra parte, el di scurso del romance - por
supuesto, con ml ti pl es vari antes- establ ece un lmite r gi do, negador con respecto a la rea-
lidad, ya que pretende i nstaurar otra l egal i dad.
La novel a cervanti na es esenci al mente desmi ti fi cadora con respecto al romance, y, en
oposi ci n a l, establ ece su propi o mi to referencial al refractar una soci edad hi stri ca real y
construi r personaj es literarios modernos con conductas extemas que evi denci an personal i da-
des y maneras de pensar caracter sti cas y di ferenci adas.
Estas di ferenci as formal es estn temati zadas en la obra, por ej empl o en la exposi ci n del
canni co que di ce:
Hanse de casar las fbulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escri-
bindose de suerte que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendien-
do los nimos [...] y todas estas cosas no podr hacer el que huyere de la verosimilitud y
de la imitacin, en quien consiste la perfeccin de lo que se escribe. (I, 47, 482).
Si gui endo este razonami ento, si don Qui j ote contara en toda su extensi n lo sucedi do,
visto y o do en la cueva, se alejara i rremedi abl emente del moderno veros mi l que Cervantes
acaba de i naugurar con su novel a. Manera de expresi n que utiliza cabal mente en un epi so-
di o si mi l ar al vi vi do por el cabal l ero, que ti ene por protagoni sta a Sancho. En el cap tul o 55,
el que cae en una "honda y escur si ma si ma" - muy a su pesar- es Sancho y todo lo que ocu-
rre all y lo que se descri be es total mente creble y conforme a una si tuaci n semej ante. Dos
descensos a las profundi dades, dos maneras de contar.
En el mundo del romance predomi na un ani mi smo vitalista que propi ci a las transmuta-
ci ones producto de la magi a y el encantami ento. En la novel a cervanti na, encantadores,
gi gantes, bl samos y yel mos no requi eren de ni nguna i ntervenci n sobrenatural , a despecho
de la afi ebrada mente quijotesca.
Pero, ni ngn mortal atravi esa las fronteras del i nframundo sin sufrir un casti go ej empl ar.
Don Qui j ote, hroe moderno, no sal dr fortalecido de la experi enci a lmite del cruce del
umbral y retorna al mundo con las manos vac as: no sl o deber renunci ar defi ni ti vamente
a la vi si n de Dul ci nea, embl ema de la utop a de la restauraci n cabal l eresca, sumado al des-
moronami ento de su ilusin poti ca, lo que se ha perdi do en la cueva es tambi n , y sobre-
todo, la posi bi l i dad de una narraci n acorde con esa ilusin.
Rol and Barthes di ce que la literatura es un i ntento i mposi bl e por representar lo real . La
experi enci a de don Qui j ote en la cueva -i nstrumental con respecto al rel ato- pone en evi den-
cia las di vergenci as que exi sten entre la experi enci a sensi bl e, el sueo y la expresi n l i ng s-
tica. Lo que vi o y vi vi all escapa al di scurso, porque el orden uni di mensi onal del l enguaj e
no puede si no escasamente traduci r - por lo tanto, trai ci onar- ese otro orden pl ural y faceta-
do del mundo y de la vida.
Don Qui j ote sube a la superficie consci ente de esa i mposi bi l i dad: i nveros mi l , perdedor,
triste, solitario y final.
EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Mara Rosa PETRUCCELLI. Don Quijote en la cueva de Montesino...
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