Leyenda de Socrates Mario Meunier
Leyenda de Socrates Mario Meunier
Leyenda de Socrates Mario Meunier
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de inquietudes no les cuestan! Los hombres, en efecto, no se casan slo para satisfacer los
placeres de Afrodita, sino para asegurar su perpetuidad. Antes de poner casa investigan
qu mujeres les darn hermosos nios, y a una de ellas unen su destino. El marido ali-
menta a la esposa, que le har padre. Aun antes de que nazca la prole esperada, ya acumu-
la cuanto juzga provechoso y allega cuanto puede. La madre, por su parte, lleva con fatiga
la carga que arriesga su vida, la nutre con su propia sustancia y la da a luz con crueles do-
lores. Amamanta en seguida al recin nacido, se gasta por l y le prodiga cuidados sin re-
muneracin ni benefcio y sin que el nio conozca siquiera a la que le dedica tantas solici-
tudes. La madre pugna por adivinar lo que conviene y agrada a la pequea criatura, inca-
paz an de expresar sus necesidades. Da y noche vive atormentada por l y por l se sa-
crifca sin columbrar qu gratitud cosechar de sus trabajos. Adems, en cuanto la edad
permite a los nios instruirse, los padres les ensean lo que saben y cuanto creen necesa-
rio para hacerles felices. Escogen maestros y no escatiman gastos ni cuidados para darles
la mejor educacin. Es, pues, preciso, Lamprocles, amar a una madre que te quiere.
Acurdate de que procur que nada te faltase en tus tiernos aos, que hizo cuanto pudo
por conservarte la salud y llover sobre ti, con sus plegarias, todos lo benefcios que nos
vienen de los dioses. mala; pues si no puedes soportar a tu madre, es que la misma di-
cha te es insoportable.
De su padre guard tambin Scrates, al parecer, un recuerdo no menos agrade-
cido. No se percibe, en efecto, en las palabras siguientes como un eco de lo que fue para
su hijo, en su hogar laborioso, el escultor Sofronisco?
Los padres deca Scrates que se afanan por dejar grandes riquezas a sus
hijos sin molestarse en ensearles la prctica de la virtud, se parecen a los que cran ca-
ballos cebndolos en demasa. Estos caballos engordan mucho, pero son ineptos para
todo servicio. As un padre, aun cuando deje poco a su hijo, le deja mucho si se dedic
a enriquecerle de virtudes, pues en el alma radican las verdaderas riquezas. Con un al-
ma rica, nos contentamos con poco; pero con un alma pobre nunca vemos que tenga-
mos bastante.
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As, pues, Scrates, a pesar de la indigencia de sus padres, debi de ser desde la
infancia el caro objeto de sus cuidados. La prudente solicitud paterna prepar, a la vez
que formaba un cuerpo sano, el alma del flsofo, para que andando el tiempo pudiese
por s sola granjearse la nica riqueza que es imperecedera: la riqueza de un alma en la
cual surgi la feliz comprensin de la vida interior. Ms adelante, al frisar la edad reque-
rida, como el gobierno exiga que todos los hijos de los ciudadanos fuesen a la escuela y
recibiesen una educacin comn, el hijo de Sofronisco fue instruido y formado como lo
eran los jvenes atenienses de su tiempo. Como todos ellos, aprendi a leer en Homero y
en Hesiodo; con ellos se inici en la gimnasia, en la msica, en la poesa y en los primeros
elementos de la geometra. Con ellos, en fn form parte de los batallones escolares, que
organizados por barrios se dirigan en flas apretadas y silenciosas y casi desnudos a casa
de sus maestros, aun cuando cayeran gruesos copos de nieve. En efecto, en Atenas, para
ser un hombre cabal o perfecto, era menester unir a la disciplina del espritu los ejercicios
gimnsticos y formarse con tesn un cuerpo fuerte y sano tanto como forjarse el alma
recia y bella.
Terminada su primera educacin, o bien durante ella, Scrates aprendi el ofcio
de su padre. Lo practic algn tiempo y con destreza, pues tuvo el honor de esculpir en el
siglo de Fidias una obra pblica. En efecto, a su cincel se debieron, dcese, las tres gracias
vestidas, cuyas esculturas decoraron el recinto de la Acrpolis detrs de la estatua de
Athena. Scrates, sin embargo, no se consagr sin duda mucho tiempo al arte de la escul-
tura. Cierto da, estando atareado en reproducir en la piedra todos los rasgos de un mo-
delo, le dijo una voz divina y secreta:
Por qu, Scrates, pasas tantas fatigas en arrancar a la piedra la copia sin alma
de un modelo extrao y no te afanas en cincelar tu propia alma y en convertirte sobre la
tierra en estatua viviente de lo que son los dioses?.
Scrates, para acatar este llamamiento imperioso y expreso, abandon desde en-
tonces el martillo y el cincel de escultor. Pero cmo sin bienes, segn se dice, o al menos
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con contados recursos, se industri para asegurarse lo necesariamente preciso para la vida
aun contemplativa? Segn unos, Scrates se content con lo poco que le produca su pe-
queo patrimonio: segn otros, su discpulo Critn, con generosidades tan asiduas como
copiosas, le permiti vivir desde la salida del taller paterno sin ms preocupacin que la
de consagrarse en cuerpo y alma a su vocacin divina, y cuid siempre hasta el fn trgico
de su maestro de aliviar su pobreza y asegurarle el ocio. Scrates, sin ms preocupacin ya
que la de cincelar su alma, diose a recorrer Atenas buscando sabios para orlos. Tuvo la
dicha de haber nacido en el siglo ms hermoso de la historia de su patria, y en una ciudad
envuelta en la atmsfera intelectual y moral ms incomparablemente esplendorosa, en
aquel hogar, punto de cita de todos los artistas y flsofos; as nunca espritu ms noble
respir a pulmn lleno ambiente ms noble. El hijo de Sofronisco, sabedor de lo que
quera y con la clara comprensin de los medios que podan guiarle a su objetivo, para
aprender y comprender mejor, no slo acuda a los sabios para informarse, sino tambin,
espoleado por ardiente curiosidad de saber y vida pasin por cuanto fuese verdad, com-
placase en preguntar a los ms humildes. Desde la maana ponase a pasear por la plaza
pblica, como escuela de la vida y de las realidades permanentes. Toda ocasin le pareca
buena para detener a la gente y conversar con ella. Todos fueren artesanos o mercaderes,
polticos o sofstas, mancebos u hombres maduros, haban de pararse para ser un momen-
to detenidos e interrogados por este investigador tenaz e infatigable, que saba ponerse al
alcance de los espritus ms sencillos. Su humor jovial, su gracia insinuante, su astucia
indiscreta y caprichosa de fauno, su irona insidiosa y mordaz, retenan la atencin de
todos y cautivaban a cuantos le escuchaban.
Sin embargo, el celo por la sabidura que Scrates manifest desde los primeros
aos de su adolescencia, si bien foment el perfeccionamiento de su alma no acrecent
el bienestar y los recursos de su modesto hogar. Efectivamente, en vez de contribuir a
sacar de la penuria a su padre y a su madre, vagaba todo el da por el ddalo de las ca-
lles de Atenas, entretenindose ya en charlas interminables con los tenderos de la ciu-
dad, ya embebido en largos e inmviles ensueos al abrigao de los prticos. Descui-
daba sus asuntos domsticos para darse todo l a la bsqueda de las virtudes y a desper-
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tar igual gusto en sus conciudadanos. Tal conducta no haba de ser grata a su padre.
Sofronisco, obligado a trabajar para vivir, exiga que su hijo permaneciese en el taller y
le ayudase. Pero Scrates, ciegamente dcil a la voz que le inspiraba, se resista a mane-
jar el cincel.
Prefero instruirme deca, pues por hermosas que sean las obras de arte,
cuando se les pregunta, contestan con venerable silencio. En cambio los hombres hablan
en la ciudad y necesito orles.
Sofronisco, para acallar su angustia, fue un da a consultar un orculo.
Qu he de hacer pregunt al dios, qu he de hacer con mi hijo?
No te preocupes por Scrates respondi el orculo; djale que haga lo que
mejor le parezca. No le fuerces ni desves, da rienda suelta a sus inclinaciones. Limtate a
rogar por l a las musas y al gran Zeus, pues cuenta con un gua que le exalta sobre todos
los ms sabios maestros del mundo.
Este gua, generalmente llamado el genio de Scrates, era la voz misteriosa y difa-
na que oa a veces en el fondo de su conciencia. Este genio divino le hablaba con una es-
pecie de lenguaje interior que penetraba su alma, le prevena cual un presagio, le indicaba
la verdad y le aconsejaba ya que se abstuviese al ir a obrar, ya que obrase en vez de abste-
nerse. Esta fue la voz que le desvi del ofcio de escultor, como ms tarde haba de apar-
tarle de la carrera poltica. Durante toda la vida, en efecto, los esfuerzos de este raro ilu-
minado tendieron exclusivamente a contrastar en la vida y a someter al examen de su in-
teligencia lo que le sugeran la Ciencia y la luz del genio interior que instrua su alma y le
impona esta sublime ocupacin: regenerar a los hombres por el estudio de lo verdadero y
por la prctica del bien, dar un sentido a la vida un fn a la existencia, y orientar hacia ese
fn nuestra conducta moral. Tan grandiosa y benfca misin apareci siempre a los ojos
de Scrates como una orden emanada de la voluntad del cielo.
NACI MI ENTO Y EDUCACI N DE SCRATES
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Por otra parte el genio tutelar que continuamente asista, informaba y guiaba al
hijo de Sofronisco era tambin su consejero, cuando el flsofo trataba de dirigir, inspirar
y servir a sus amigos. Cuntase que nadie desatendi los avisos que sugiri a Scrates sin
conocer el arrepentimiento. Cierto da, segn la leyenda encontr el hijo de Sofronisco a
su opulento y generoso amigo Critn con un ojo vendado:
Qu tienes? le pregunt Scrates.
Ya sabes le respondi Critn que paseando el otro da contigo me separ
un instante del camino. Hube entonces de pasar bajo el ramaje de un rbol y quise doblar
una rama; se me escap, y al enderezarse me hiri el ojo.
Por qu le dijo Scrates no me obedeciste cuando movido como siempre por
divino instinto, te rogu que no me abandonases?
En otra ocasin fue invitado Scrates a cenar con Timarco. Ahora bien, este Ti-
marco abrigaba el propsito de deshacerse traidoramente de uno de sus enemigos preci-
samente la noche prefjada para la comida. Al prever aquel convidado de negros designios
la hora que le instaba, se levant de la mesa y disculp su ausencia diciendo que volvera
dentro de poco. Scrates, como todos los dems, ignoraba el susodicho abominable pro-
yecto. Dirigindose a Timarco le suplic que no se fuese, y el desgraciado volvi a su si-
tio. Poco despus, sin embargo se levant de la mesa por segunda vez y repiti a Scrates
que se vea obligado a salir un momento. Pero el hijo de Sofronisco, sumiso a la voz de
misterioso presentimiento le aconsej de nuevo y con insistencia que se quedase. Timarco
volviose a sentar. En fn por tercera vez y sin decir nada a Scrates se levant y escabull,
hurtndose a la atencin de todos. Das despus fue Timarco detenido y condenado por
asesinato yendo al suplicio.
Muero dijo en alta voz a su hermano por no haber querido obedecer a S-
crates.
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II
SCRATES Y LOS SOFISTAS
n cuanto Scrates, visto que el arte ms divino no era el de dejar obras perecederas,
sino el de formarse a s mismo a imagen de la ms perfecta virtud, pas su juventud
modelndose el alma, sinti al frisar en la madurez la necesidad de despertar en los dems
la inteligencia adormecida, ensendoles la dicha de vivir segn las leyes de la divina sa-
bidura. La ciudad de Atenas en aquel momento viva bajo la impresin de la gloriosa
victoria que los griegos acababan de alcanzar sobre los persas. El brillante recuerdo de
Maratn, de Salamina y de Platea presente estaba en el nimo de todos. Esquilo haba
llevado al escenario estos memorables acontecimientos, y el genio de Fidias, en serie lu-
minosa de bellas formas, eternizaba en el mrmol todo el ardor sereno del ensueo dicho-
so y sutil de la Helada libertada. Pericles, deseoso de convertir a Atenas en el centro de la
civilizacin helnica y de lograr para su ciudad natal la gloria y el prestigio de una cultura
elevada, admirablemente inspirado por su mujer Aspasia, concedi el derecho de ciuda-
dana a todo espritu superior, prodig su proteccin a los ms diversos talentos y mereci
llegar a ser el amigo de los genios ms grandes de su tiempo.
El hijo de Sofronisco, a pesar de su pobreza, no slo trat a Pericles, sino sabo-
re tambin el encanto y la dulzura de vivir en la intimidad de la divina Aspasia de Mi-
leto, en la cual pareca encarnada el alma inteligente, sensible, resuelta y reflexiva de
Athena. Indudablemente supo esta mujer de labios de Alcibades que en torno de cier-
to vagabundo, verdadero stiro, de ojos saltones, nariz roma y orejas alargadas, se api-
aban, encantados de or su charla inspirada, vivaz y maliciosa, los jvenes de ms alta
alcurnia.
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Treme le dijo un da a ese extravagante.
Presentado este hombre singular, cuya espiritual distincin nativa contrastaba de
modo raro con la rudeza de su aspecto exterior, agrad, interes, cautiv. Scrates desde
entonces, como Pericles y tantos otros nobles espritus de aquel siglo, fue a buscar al lado
de aquella inspiradora no meras lecciones de retrica, sino ms bien el secreto del arte de
agradar con gracia, de escuchar con delicadeza, de preguntar con confanza, de estimular
y exaltar las almas, arte que posea Aspasia.
Hombres famosos de todo jaez y origen, atrados por el esplendor del genio de
Pericles y por la aureola de consagracin que prometa Atenas, se codeaban para perfec-
cionarse y darse a conocer, en la ciudad agitada de calles irregulares tendida a los pies de
la embellecida Acrpolis. Si la llegada a Atenas a comienzos de la guerra del Peloponeso
de aquellos hombres famosos conocidos con el nombre de sofstas o de sabios, no
permite suponer que ejercieran infujo directo en la educacin de Scrates, rayano enton-
ces en los cuarenta aos, no puede, sin embargo, negarse que al entrar ya maduro en sus
escuelas con el propsito de atacar sus disolventes doctrinas volviendo contra ellos sus
procedimientos dialcticos, afn, desenvolvi y aguirri aquel don de polmica en l tan
natural.
La reputacin de los sofstas, ms o menos teatralmente conservada, atraa haca
ellos a todos los adolescentes vidos de instruirse. Aquella juventud dorada acuda a Ate-
nas desde todos los recovecos de la Grecia, impelida por el deseo de orlos, de gozar de su
savia y persuasiva elocuencia y de participar en las justas cautelosas de sus inteligencias.
Vestidos como los antiguos rapsodas, con largo manto de prpura, se presentaban do-
quiera se reuniera el pueblo y ante l recitaban no poemas picos sino discursos adecua-
dos para encarecer la sutileza de su espritu, su saber universal y el temible poder de una
elocuencia ya aduladora, ya irnicamente agresiva o trgicamente emocionante. No se les
regateaba el aplauso. Los jvenes sobre todo, muy sensibles a la belleza de la palabra, a la
cultura del espritu y a la cadencia musical de las frases, sentan por ellos delirante entu-
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siasmo y se aglomeraban a su paso. Rodebanles en sus paseos, acompabanles en sus
traslados y no titubeaban en seguirles hasta lejanas islas y ciudades. Adems, los propios
padres no teman dar a sus hijos como preceptores a tales hombres. Sus lecciones eran
retribuidas. Ellos iniciaban al adolescente en los elementos de las ciencias positivas, en la
interpretacin y crtica de las obras poticas y de las doctrinas flosfcas, en las sutilezas
gramaticales, en los mltiples artifcios de la impecabilidad del lenguaje y en las sabias
distinciones de una ingeniosa lgica. Sin embargo, el carcter especfco de su enseanza
se diriga ante todo a la accin positiva, al inters inmediato, al resultado material y tan-
gible. Enseaban, pues, una teora de la accin, pero el objeto exclusivo que asignaban a
esta accin, era de orden prctico y no franqueaba nunca el lmite del inters puramente
personal; por ello, para cumplir este programa se dedicaban sobre todo a la exposicin de
las ciencias econmicas, morales y polticas.
Que acuda a m la juventud clamaba el mayor vendedor de esta clase de sa-
bidura: conmigo aprender cuanto trate de saber: el arte de administrar con prudencia
sus negocios domsticos, de dirigir bien su casa; el arte de discutir con inteligencia los
asuntos del Estado y de dirigirlos lo mejor posible.
Ahora bien: en la democracia de esta poca, el alma de la vida cvica dependa del
arte oratorio. En efecto, en un pas libre la accin poltica y el infujo moral se ejercen
con la palabra. La retrica es indispensable para aduearse del poder, llegar a los honores,
imponer el propio sentir a las muchedumbres, dar, segn las circunstancias, a una mala
causa la apariencia de buena, inspirar confanza, fjar el propio ascendiente y defenderse
en caso de ataque. Sin el arte de bien decir para lograr convencer la ciencia poltica resul-
ta inefcaz.
Los ms clebres sofstas que Scrates pudo ver, interrogar o al menos or, fueron
Protgoras de Abdera, Gorgias de Leontino y Prdicos de Ceos.
SCRATES Y LOS SOFI STAS
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III
SCRATES, PROTGORAS Y GORGIAS
rotgoras naci en la ciudad tracia de Abdera. Muy joven debi sin duda de rela-
cionarse con Leucipo y Demcrito. Era para estos espritus despreocupados, que
reemplazaron la concepcin de un principio ordenador y director del mundo con la sola
idea del Azar, mero accidente, la gnesis de los seres y de las cosas. Dispsolo todo y lo
combin el juego fortuito de los tomos, que siendo de naturaleza idntica slo diferan
entre s por el volumen, el peso y la forma. En el vrtigo de su incesante movimiento, se
adosaban unos a otros, se congregaban casualmente formando mil combinaciones, de las
cuales salan todos los cuerpos existentes en la naturaleza.
Protgoras, sin embargo, no pas mucho tiempo atareado en la investigacin de
las causas tendientes a explicar el origen del mundo. Como Scrates, prefri ocuparse de
los hombres y se interes no en saberlo todo, sino en conocer bien lo que conviene a la
vida y a la felicidad inmediata. Antes de los treinta aos diose a viajar de ciudad en ciu-
dad. Su mgica voz encantaba y seduca a cuantos le oan. Vino a ser su reputacin ex-
tremada y al calor del renombre fue tan solicitada su enseanza, que la juventud atenien-
se se estremeca de emocin al conocer la nueva de la llegada del maestro.
Cuntanos Platn que un da, a la hora an obscura de la madrugada, un hombre
de excelente familia, Hipcrates, llam muy fuerte con el bastn a la puerta de la casa de
Scrates. Franqueronle la entrada y se precipit en la alcoba, donde descansaba el hijo
de Sofronisco, y sacudindole los pies, le dijo:
Scrates, duermes? No sabes la gran noticia?
P
Qu ocurre? Pregunt Scrates. Por qu vienes a despertarme a estas
horas?
Por la mayor felicidad del mundo. Protgoras est aqu. Lleg ayer. Levntate
en seguida; vayamos a verle, pues me urge que me presentes al ms elocuente de los
hombres.
Scrates se levant, y con Hipcrates se dirigi a casa de Callias, hijo de Pericles
y husped fastuoso del clebre sofista. Como no se atrevieran a llamar a la puerta y pre-
sentarse a aquellas horas, aguardaron, paseando y charlando, que el da llegase. Cuando
el sol apareci y el portero importunado ya por numerosos y menos delicados visitan-
tes, se avino a abrirles, vieron a Protgoras con el dueo de la casa y los otros dos hijos
del gran Pericles, paseando y platicando bajo el suntuoso prtico de la opulenta mora-
da. Detrs de ellos aguzado el odo, andaba cautelosa la muchedumbre de extranjeros,
que el Abderitano, como Orfeo, arrastraba tras s con la magia de su voz. Mezclados
con ellos iban algunos atenienses. Maravillaba sobre todo ver con qu deferencia respe-
tuosa y distante marchaba aquel tropel de admiradores siempre detrs del cisne de Ab-
dera. Evitando con cuidado el enfrentarse con l y estorbar su marcha, el squito obse-
quioso se apartaba a derecha e izquierda en cuanto el maestro con su compaa volva
sobre sus pasos; y cuando acababa de dar la media vuelta, volva a seguirle en orden
perfecto.
Qu quera de Protgoras la juventud de Atenas? La mayor parte de los hijos de
familia aspirantes a elevados puestos en el Estado crean que el medio mejor para obte-
nerlos era formarse con las lecciones de aquel maestro. La enseanza de Protgoras, en
efecto, como la de todos los sofstas, tenda a preparar para la vida prctica y para la acti-
vidad poltica. Y tanto mejor preparaba para ello el abderitano, cuanto que su saber era
universal, su mtodo excelente y su enseanza henchida de calor y de inters. Su infujo
fue enorme. Pericles le pidi leyes para la ciudad de Turio. Eurpides recibi de sus la-
bios luces, y el mismo Tucdides tuvo en cuenta al escribir su historia los mtodos de ex-
posicin, discusin y demostracin del formidable retrico.
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Cuntase que gan con la profesin del arte oratorio, de la jurisprudencia, la mo-
ral y la poltica ms dinero que Fidias y que diez escultores tan diestros como ste. Sin
embargo, su delicadeza era grande en materia de honorarios.
He aqu dijo l mismo cmo fjo y percibo mi salario. Cuando un joven
ha aprendido a mi lado cuanto deseaba, me paga, si puede, la cuenta que le presento. Si la
cree excesiva le llevo a un templo y en l, tomando como testigo a la divinidad, le ruego
que l mismo fje el precio de mis lecciones.
No ha llegado a nosotros ninguna obra de Protgoras. A los setenta aos ley en
casa de Eurpides un libro que escribi Sobre los Dioses. Uno de los oyentes, escandalizado
de las audacias de aquel sabio, que sostena que nada podamos saber extrao a nosotros,
y que el conocimiento de los Dioses escapa a nuestra razn, le acus de impiedad. Fue
proscrito el libro. Buscaron y quemaron los ejemplares difundidos. Protgoras, temeroso
sin duda de otros castigos, abandon el suelo de Grecia y decidi trasladarse a Sicilia, pe-
ro su navo naufrag en la travesa y pereci el sabio engullido por las olas.
Por el ao 427 lleg a Atenas una delegacin de las ciudades sicilianas; queran
lograr de la ciudad de Palas ayuda y proteccin contra la rica e inquietante Siracusa. El
principal orador de aquella diputacin era Gorgias de Leontino. Una vez que expusieron
los embajadores su proteccin al Consejo de los Quinientos, los pritanos los llevaron a la
Asamblea del pueblo, en la cual haban de abogar aqullos su causa.
Gorgias habl con tal arte que se vot el socorro. Nunca desde Pericles voz tan
efcaz como la de aquel orador siciliano acarici los odos atenienses con meloda compa-
rable. La Naturaleza, en efecto, haba dotado a aquel gran retrico de voz armoniosa y de
un respeto imponente, que a voluntad realzaba con brillante aparato. Su elocuencia, fo-
rida y animada, ya subyugaba las almas con la gracia sugestiva del ritmo de los perodos,
ya las levantaba en vilo con la audacia imprevista de anttesis sabiamente contrapuestas,
de metforas ingeniosas y deslumbradoras imgenes. Brillante justador intelectual, nadie
como l contribuy a enriquecer el vocabulario oratorio, a introducir la poesa en estos
SCRATES, PROTGORAS Y GORGI AS
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juegos dialcticos, que tendan a formar atletas del espritu para luchar entre s en la arena
de la vida poltica.
El triunfo logrado la primera vez que visit la ciudad de Palas dej huella profun-
da en la retrica ateniense. Muchas veces volvi Gorgias a la Hlade en el largo decurso
de su vida, y los xitos obtenidos, ya en Delfos, ya en Olimpia, cuando la magnifcencia
de las festas congregaba gran concurso de pueblos, en nada cedan a su primer triunfo.
Siempre su palabra tena el infujo de una msica encantadora y subyugante. Vivi, segn
cuentan, ciento nueve aos. Conserv hasta los ltimos instantes ntegro su increble vi-
gor intelectual. Partidario del patriotismo de raza ms que del de ciudad, no ces, en me-
dio de las disensiones intestinas de los Helenos, de predicarles la concordia y la paz en
aras de causa ms noble.
Propended a conquistar les deca no las ciudades de la Hlade, sino los
pases brbaros. Las victorias logradas sobre brbaros suscitan cantos de triunfo: las que
los griegos obtienen sobre griegos acarrean cantos de duelo.
Ya en el ocaso de su larga carrera, le atac una enfermedad que le produca conti-
nuo sopor. Un amigo fue a verIe y le pregunt cmo se hallaba:
Siento dijo el gran sabio sonriendo que ya empieza el sueo a enviarme
hacia su hermano.
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IV
SCRATES Y PRDICOS
i por falta de datos Protgoras y Gorgias se nos aparecen sobre todo en la vida de
Scrates como hombres cuya autoridad ms o menos bienhechora constituy uno
de los principales elementos de la atmsfera intelectual caracterstica del tiempo en que
vivi el hijo de Sofronisco, sabemos, por el contrario, que Prdicos fue uno de sus ami-
gos y familiares. Naci en Julis, ciudad de la isla de Ceo. Sus paisanos le nombraron
embajador en la ciudad de Atenas, y all se estableci, segn se cree, o por lo menos
pas en ella largas y frecuentes temporadas. Profesor, como todos los sofistas, de retri-
ca y de tica, ejerci con su enseanza gran influjo, acrecentado despus de su muerte.
Casi desconocemos sus mritos en el campo de la filosofa pura, pues no han llegado
hasta nosotros sus tratados Sobre la Naturaleza y Sobre la Naturaleza del Hombre. Pero
como gramtico y como retrico diose a la tarea de agrupar en un Ensayo de Sinonmica
las palabras emparentadas por la significacin y de distinguir unas de otras, indicando
con precisin los diversos matices que modifican su sentido. Las ideas morales de este
apstol de la propiedad de los trminos y de la correccin del estilo fueron al parecer, el
contrarregistro de su pesimismo comprobado. Prdicos, espritu sublime encerrado en
cuerpo desmedrado y enfermizo, tena voz de bajo que resonaba con amplitud magnfi-
ca. Punzante emocin se apoderaba de todos sus oyentes cuando describa las miserias
implcitas a la naturaleza humana, pues para l los males de la existencia sobrepujaban
a los bienes.
Qu edad deca con su voz profunda que tan raramente contrastaba con su
enclenque aspecto, qu edad est a cubierto de males? Apenas nacido el hombre ya sa-
S
luda la luz vertiendo lgrimas. Empieza a vivir sufriendo y no tiene otro medio para ex-
presar su malestar y dar a conocer sus necesidades que el baldo recurso de sus chillidos.
Despus de mil tormentos frisa los siete aos y entonces los pedagogos le sitian y gozan
en tiranizarle. Ya adolescente, los profesores de gimnasia le adiestran a bastonazos. Toda
su juventud discurre bajo la tutela de rudos preceptores, y escapa a los disgustos de esta
edad para recaer en mayores inquietudes.
En efecto, apenas llega a sazn ya le es forzoso escoger camino en la vida. Ade-
ms son para l la hora de ir a campaas, arrostrar combates, y de soportar dolorosas
heridas. Pronto llega con sordo paso la vejez, que acumula sobre nosotros todos los
achaques y miserias de nuestra desdichada naturaleza. Entonces, si no os apresuris a
pagar vuestra deuda entregando la vida, la Naturaleza, cual inflexible usurera, toma en
prenda a uno la vista, a otro el odo, y frecuentemente los dos sentidos a la vez. Si resis-
ts, os paraliza y roba el uso de vuestros miembros. Y si tocis los linderos de extremada
vejez, os retrotrais a los das de vuestra infancia. El mayor bien que puede tocarnos en
suerte es merecer que los Dioses nos libren de la vida antes de llegar al dintel de edad
avanzada.
El ms seguro medio para olvidar tantas miserias, afrmaba Prdicos, es trabajar
para hacerse hombre de bien. Crea, como Scrates, que todo resulta bueno cuando el
alma es excelente, que la felicidad es una riqueza interior y patrimonio, exclusivamente,
de la conciencia lucida y de la virtud instruida. Si la inteligencia puede regir la vida, en-
sendonos a soportarla, tambin nos incita a no temer a la muerte. La muerte, en efec-
to, opinaba Prdicos, no nos atae ni en vida ni cuando dejamos de ser. As, por mucho
que vivamos, no existe en modo alguno para nosotros, y en cuanto existe para nosotros
ya no existimos para ella.
Este noble y gran sofsta, a pesar de su endeblez y pesimismo, en vez de adorme-
cerse y confnarse en muda resignacin o en desesperacin infecunda e impa, predic el
esfuerzo, exalt el valor y la energa activa y exhort al amor del trabajo. Su hroe preferi-
do fue el gran Heracles.
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Heracles, cuenta Prdicos en un gracioso aplogo familiar a Scrates, salido de la
infancia, fris la edad en que los adolescentes, ya dueos de s, se preguntan y examinan
si en el curso de su vida seguirn la senda del vicio o la de la virtud. Retirose a un paraje
solitario y, mientras reposaba, se pregunt, cual si estuviera en encrucijada de dos cami-
nos desconocidos, qu rumbo tomara. De pronto se le aparecieron dos encopetadas se-
oras. Una, de aspecto decente y noble origen; tena el cuerpo reluciente de limpieza,
ojos rebosantes de pudor, gestos reservados y cubrase con blanca vestidura. La otra pare-
ca ataviada para el libertinaje. Llevaba el rostro como las cortesanas, embadurnado de
carmn y blanco, y atiesaba el busto para realzar su talle y aparecer ms erguida. Brillaba
la impudencia en sus ojos agrandados. Se contemplaba con frecuencia, vea si se la miraba
y hasta se volva para contemplar su sombra perfumada. Ambas se fueron acercando,
aquella con paso siempre igual; pero la segunda, ansiosa de ganar a su rival la delantera,
echose a correr.
Oh Heracles djole acercndose, te veo perplejo ante el camino que has de
seguir en el viaje de la vida. Si me escoges como amiga, te llevar por la senda ms apaci-
ble y agradable: probars todos los placeres y vivirs siempre exento de pena. Sin preocu-
parte de guerras ni enfrascarte en negocios, tus cuidados no sern otros que vivir investi-
gando cul es la mejor comida y la bebida mejor. Vivirs sin ocuparte del maana, cada
da a tenor del placer que encante ms tus ojos o tus odos. Todos los goces te sern per-
mitidos y ofrendados, sin que por un momento abrigues el temor de que te falten los
medios de ser dichoso. No te reducir nunca a la necesidad de trabajar para procurrtelos.
Te aprovechars del trabajo de los dems. Para mis amigos, en efecto, toda ganancia es
legtima. Ningn escrpulo les detiene: sus deseos son mandatos, y todo aqu abajo sirve
slo para su utilidad.
Heracles, habindola odo:
Oh mujer exclam, cul es tu nombre?
Y ella contest:
SCRATES Y PRDI COS
3
Mis amigos me llaman la Felicidad. Mis enemigos, la Inmoralidad.
Entonces se acerc la segunda mujer habl as:
Yo tambin. Heracles, dispuesta a sacarte de tu imaginacin vacilante, acudo a
ti. Conozco a los autores de tus das y s qu excelente natural ha revelado tu infancia. Si
tomas el camino que te sealo, no tardars en realizar grandes hazaas y sobre m proyec-
tar tu gloria nuevo y brillante esplendor. No te engaar con promesas de placeres, pero
te indicar lo que los dioses exigen de tu potente naturaleza. Sepas, pues, que no puede
adquirirse cuanto hay de bueno y de bello en el mundo sin trabajo y sin fatiga. Nada nos
concede el cielo sin esfuerzo por nuestra parte para lograrlo. Quieres que los dioses te
sean propicios y favorables? Hnralos. Ansas que te amen los amigos? Atretelos con
benefcios. Quieres que una ciudad te glorifque y toda la Grecia admire tu virtud? Pro-
cura esforzadamente prestar servicios a Grecia y ser til a la ciudad cuya estimacin anhe-
las. Deseas que la tierra te d abundantes cosechas? Cultvala. Cuentas con que te enri-
quezca la cra de reses? Te has de sujetar a cuidar tu rebao. Ambicionas la gloria militar?
Estudia el arte de la guerra, endurcete y no temas los peligros de los combates. Proyec-
tas, en fn, convertir tu cuerpo en fuerte instrumento de vanos designios? Procura alige-
rarlo con el sudor y la fatiga.
Ves, Heracles repuso entonces la Inmoralidad, interrumpiendo a su mu-
la, el largo y duro camino que te seala esta mujer para guiarte hacia la dicha. Yo, en
cambio, puedo llevarte a la felicidad por una senda forida menos larga y ms cmoda.
Desgraciada dijo entonces la Virtud, Qu bienes posees? Qu placeres
conoces t que nada sabes hacer para llegar a probarlos? Ests harta antes de sentir el aci-
cate del deseo. Para comer sin ganas, necesitas cocineros. Para beber a gusto, has de tener
a mano vinos exquisitos, copas raras y hielos en verano. No puedes lograr benfco sueo
sin descansar en muelle cama, pues no vas a dormir por haber trabajado, sino sencilla-
mente porque el tiempo te pesa y nada tienes que hacer. Aunque eres inmortal, los dioses
te han arrojado de su celeste compaa y en la tierra los hombres honrados te desprecian.
MARI O MEUNI ER
4
No has odo nunca el elogio ms halageo, cual es el que procede de nosotros mismos,
el que nos otorga la conciencia despus de un noble esfuerzo. No has gozado nunca del
ms hermoso espectculo, ya que de ti no brot nunca obra buena. Es menester haber
perdido el juicio enteramente para creer en tus palabras y engrosar el rebao de los que
descarriaste. Agotas, en efecto, el vigor corporal de los jvenes y atontas el alma de los
viejos. Respecto de m he de decirte que vivo con los dioses y con los hombres de bien.
Aqu en este mundo y en todas partes, nada bueno puede sin mi intervencin realizarse.
Para el artesano soy amiga econmica. El padre de familia ve en m la fel guardesa de su
hogar. Soy ayuda y sostn del laborioso servidor y tambin apoyo del guerrero valeroso.
Mis amigos, sin grandes aprestos, comen manjares aderezados por un gran apetito. Su
sueo es mucho ms grato que el de los que nunca se fatigan. Cuando jvenes, saborean
el placer de verse alabados por los viejos; cuando viejos, gozan del respeto que la sana ju-
ventud. Por m, nicamente, los dioses les aman y los conciudadanos los honran. Cuando
al fn llega para ellos, lo ms tardamente posible, el trmino de la vida, mueren sin pesar
y no quedan olvidados en la regin de los muertos. Su recuerdo sigue inmarcesible en
edades sin fn. Creme, Heracles. Con insignes hazaas y siguiendo la senda que te indi-
co, puedes adquirir la felicidad mayor y ms cierta de que puedes gozar.
Heracles desde aquel momento hasta la pira del Oeta sigui sin desviarse el cami-
no de la Virtud. Scrates, a su ejemplo, tampoco se separ de l hasta el momento fnal,
en que apur la cicuta.
SCRATES Y PRDI COS
5
V
SCRATES Y ANAXGORAS
i Scrates, imitando a los griegos, que siempre prefirieron instruirse escuchan-
do, ms bien que aprendiendo por s mismos, trat con asiduidad a los sofistas
y asisti con frecuencia a las conferencias que daban, pblicas y privadas, y con ellos
se ejercit en el arte de la disputa y de la controversia, no se crea por ello que el hijo
de Sofronisco, para saciar el hambre de saber y el anhelo de conocer que espoleaban
su ardorosa juventud, se di por contento exclusivamente con tal enseanza. Sabe-
mos por ciertos testimonios que Scrates se relacion con Anaxgoras, con Parmni-
des y con Zenn. No es verosmil, en efecto, que inteligencia tan vida y despierta
como la de quien, apenas ya en estado de comprender, no dej de consultar, or e
interrogar a cuantos gozaban de reputacin de sabios, omitiese escuchar a los hom-
bres que eran tenidos en el campo de las ciencias filosficas como ms avisados.
Adems, sabemos que Scrates, ansioso de obtener el mayor provecho de una
enseanza que poda directamente beber, se di para iniciarse en las venerables doc-
trinas de los sabios de antao, juntamente con sus amigos, a escrutar todos los teso-
ros que los antiguos filsofos dejaron grabados en sus libros. Cuntase que un da el
poeta trgico Eurpides di a Scrates, para que las leyera, las obras de Herclito.
Ahora bien: cuando el hijo de Sofronisco devolvi a su amigo estos libros que le pres-
t, Eurpides le dijo:
Qu opinas, oh Scrates, acerca de las obras de este obscuro efesio?
S
Lo que he comprendido respondi me parece excelente, y quiero creer
que lo sea tambin lo que no he comprendido. Pero para entenderle y no ahogarse, es
preciso ser nadador de Delos.
Empero de todos los flsofos que ejercieron quiz infujo en Scrates, ninguno
caus en l mayor impresin que Anaxgoras.
Quise en mi juventud deca ya maduro el hijo de Sofronisco, y es indeci-
ble con cunto empeo, engolfarme en el estudio de la Naturaleza, pues sublime me pa-
reca la ciencia que se ocupa del origen de los seres y de las cosas.
Hasta Scrates, en efecto; el mayor esfuerzo de los antiguos flsofos tendi a in-
vestigar la substancia que constituye, bajo diversos aspectos, el fundamento primordial de
la unidad del mundo. Tales de Mileto crea que todo proceda del agua. Conceba este
elemento como la substancia inicial, cuyas sucesivas transformaciones dieron origen a la
infnita diversidad de las cosas. Tales, viendo que el agua pasa del estado lquido al esta-
do slido y al estado gaseoso, ide el proceso del devenir del mundo como manante del
agua para volver al agua. Crea que el agua, nacida de la tierra y aspirada por el cielo, cae
sobre la tierra y se recambia en tierra. Anaxmenes de Mileto pensaba que la primera ma-
teria universal era el aire. Afrmaba que de este elemento han nacido las cosas que son y
que han sido y han de nacer las que sern.
Cuando el aire se enrarece, trucase en fuego; cuando se condensa, se cambia en
agua y en tierra. Herclito de feso vio en el fuego la substancia originaria de seres y co-
sas. El mundo, deca este obscuro flsofo, siempre ha sido y ser siempre fuego eterna-
mente vivo, que se enciende con medida y con medida se extingue. Para l, el fuego se
transformaba en aire, el aire en agua, el agua en tierra, e inversamente la tierra se trocaba
en agua, el agua en aire y el aire en fuego.
Por su parte, Ferecides y Jenfanes proclamaron que todo viene de la tierra y todo
vuelve a ella. Estos diversos sistemas, si revelaban el deseo verdaderamente flosfco de
MARI O MEUNI ER
2
explicar el universo por un principio nico, se excluan y se oponan irreductiblemente y
dejaban a Scrates sumido en la mayor indecisin.
Con todo, un da, despus de escuchar atentamente la lectura de un pasaje de
las obras de Anaxgoras, Scrates qued tan complacido, que se fue a la tienda y com-
pr para s los libros que este filsofo escribiera Sobre la Naturaleza. Los ley, nos dice,
con avidez. Realmente hasta que apareci este maestro de la escuela jnica, la filosofa
natural atribua al azar, a la suerte o a elementos puramente materiales la admirable
disposicin del mundo. Anaxgoras fue el primero que se atrevi a proclamar que hay
en la Naturaleza una Inteligencia, que ordena cada cosa a su fin. Esta gran idea fue para
Scrates una revelacin. Vino a ser el centro de su visin del mundo, y el entusiasmo
que en l prendi, le permiti leerse en el pensamiento de otro, descubrir en ella el al-
ma de su inspiracin y manifestamos con rara amplitud y fecundidad todas las certi-
dumbres que acababa de entrever. Si una Inteligencia realmente determina y dirige el
orden del mundo, todo ha sido forzosamente ordenado para lo mejor posible. El orden
visible del mundo revela, pues, una sabidura suprema. Ahora bien: si todo proviene de
esta Causa divina, todo ha de ser regido por Ella con sabidura y dispuesto para la glo-
ria de esta Inteligencia, que es la fuente del orden y de la felicidad. Toda criatura, para
alcanzar la dicha, ha de rendirse a la voz de esta sabia Ordenadora. Y percibe esa voz en
el sentimiento que le impele a obrar lo mejor que permite su naturaleza. Por tanto, el
hombre, si quiere ser dichoso y perfecto, debe conducirse por las normas de la Inteli-
gencia que rige el mundo. Su mayor deber es respetar el orden que por doquiera mani-
fiesta la actividad de la Soberana providencia: su ms noble paz es vivir en contacto con
el pensamiento que preside la evolucin de la vida, los movimientos de las esferas y las
aspiraciones de su conciencia ntima. As, en cuanto Scrates se dio cuenta de que una
Inteligencia vigilaba el comportamiento de las cosas, sus congojas se aplacaron. Celeste
luz ilumin su espritu. La certeza lograda de que todo era regido para el mejor fin, le
preserv de todo descarro y vana revuelta. La verdad, el orden y el bien se identifica-
ron en su pensamiento. Trabajar para hacerse mejor, aceptar inteligentemente la sumi-
sin al orden, vinieron a ser para l los medios ms seguros para llegar al cogollo de la
misma verdad.
SCRATES Y ANAXGORAS
3
He aqu por qu Scrates, tan luego como, inspirndose en Anaxgoras, lleg a con-
siderar a la Inteligencia divina como causa del orden universal, abandon las especulaciones
sobre el origen de las cosas y se dedic enteramente al estudio de la moral y del arte de vivir
rectamente. En adelante, sin preocuparse por el problema del origen de los seres, satisfecho
de afirmar que el orden del mundo revelaba sobradamente la existencia y la bondad de
Dios, Scrates enfoc y concret su filosofa al estudio del hombre. Este sabio, al identificar
su vida y su pensamiento, vino a ser desde entones la sabidura hecha hombre. El hombre,
deca, slo puede saber una cosa, que es tambin la nica que le importa conocer: l mismo.
Ahora bien: para conocerse a s mismo, basta que se sepa obedecer a lo mejor que hay en
cada uno: a la razn. Dando a esta facultad la direccin de nuestra vida, obedecemos a las
leyes del mismo Dios. El hombre, efectivamente, lleva estas leyes esculpidas en el fondo de
su conciencia. Acatndolas, participa en la armona del mundo y contribuye a ella. Basta
para entender sus mandatos escuchar el verbo de la propia inteligencia, recogerse en s mis-
mo e imponer silencio a las pasiones que nos substraen a la dicha de pensar. Al reproducir
en nosotros el imperio del propio orden del mundo, obramos segn las leyes de Dios y vi-
vimos en ese estado de purificante entusiasmo que nos permite gozar el espectculo del or-
den y de la belleza de las cosas, sentidos plenamente slo por las almas que reconocen esas
leyes y las ven en s mismas. Scrates redujo la filosofa, especulativa antao, a ciencia emi-
nentemente prctica. Con l dej de ser puro juego del espritu y noble diversin del hom-
bre en ratos de ocio, Hasta Scrates, dijo, en efecto, Cicern, la filosofa antigua ense la
ciencia de los nmeros, los principios del movimiento, los orgenes de la generacin y co-
rrupcin de todos los seres; investig atentamente la magnitud, las distancias, los cursos de
los astros, todas las cosas celestes. Scrates fue el primero que hizo descender la filosofa del
cielo y la introdujo, no slo en los seres, sino hasta en las cosas, incitando a todo el mundo
a discurrir acerca de cuanto puede servir para regular la vida, formar las costumbres y dis-
tinguir el bien del mal. Efectivamente, la doctrina socrtica substancialmente se reduca a
una teora de salud y liberacin: propenda a redimir el alma por la virtud y la verdad.
Para alcanzar ese fn, Scrates vino a ser el apstol de la conciencia humana y de
la belleza de la accin. Tuvo fe en la luz interior del espritu, y si para l todo haba de
conformarse a la razn para ser bello, todo para ser bueno haba de ser consciente.
MARI O MEUNI ER
4
As todas las especulaciones que tendan el demostrar agudeza o agilidad de talen-
to, pero que no servan para perfeccionar nuestra alma y liberar nuestra inteligencia, eran
para l intiles y vanas. Lo nico importante era: conocer la sabidura, obedecer a Dios,
saber obrar bien, procurar conocerse, observar con precisin cules son los deberes del
hombre para consigo mismo, defnir y practicar la justicia que determina nuestras obliga-
ciones con los dems, descubrir y conservar la piedad que resume nuestros deberes para
con Dios: en una palabra, ejercitarse en todo tiempo y lugar en la prctica de la ms no-
ble virtud; porque, deca, fuera de la virtud no hay dicha verdadera, ni inteligencia lcida,
ni humanidad real.
Pero cmo se ha de honrar a los Dioses cuyo poder se revela en el orden que re-
gula el universo? Las ideas de Scrates en la esfera teolgica se enlazan con las que profe-
saba respecto del origen de las cosas.
El hijo de Sofronisco, renunciando a disertar acerca de los principios de los seres y
de la ciencia divina, confesaba su respetuosa ignorancia en relacin con los Dioses y hasta
respecto de sus nombres. Nada saba de ellos sino solamente que existen y que son justos
y buenos. Encastillado en esta creencia, afrmaba que nuestro primer deber respecto de
ellos consista en regular prcticamente nuestra alma a tenor de las leyes establecidas por
el gran Ordenador del universo para el triunfo del orden. Sin embargo, como hay que
rendirles un culto exterior, que pblicamente manifeste la gratitud, el respeto y la piedad
que les debemos, Scrates tuvo cuidado de no olvidar esta necesidad. Se atuvo en esta
materia al consejo de la Pitonisa, que respondi a los que le preguntaron acerca de la
norma que se haba de seguir en relacin con el culto de los Dioses:
Honradlos segn las tradiciones de vuestros antepasados, acomodaos a las cos-
tumbres de vuestro pas y as demostraris la piedad que debis a los inmortales.
Scrates, en efecto, se atuvo siempre y en todo a los hbitos religiosos de su ciu-
dad natal. Sacrifcaba manifestamente, ya en su hogar, ya en los templos; recurra a la
adivinacin como todos los ciudadanos devotos y participaba en las ceremonias pblicas
SCRATES Y ANAXGORAS
5
o privadas que el uso haba fjado para honrar, dar gracias y suplicar a los Dioses de su
pas. Scrates, no obstante, al ofrecer las modestas primicias de lo poco que posea, crea
hacer tanto o ms que las personas opulentas y hacendadas, ofrendantes de grandes y
numerosas vctimas. Los Dioses, segn l, atienden ms a la piedad que a la munifcencia,
y la humilde ofrenda del pobre, cuando va acompaada de piadosos sentimientos, pesa
ante sus ojos tanto como los dones ms ricos y abundantes. Los rezos del flsofo eran
sencillos y confados. Abandonndose enteramente a la providencia de los Dioses, les pe-
da que le concediesen lo que juzgasen bueno, pues los Dioses, deca, saben mejor que
yo lo que me conviene: yo lo acepto, portndome bien.
MARI O MEUNI ER
6
VI
I. SCRATES Y ALCIBADES
s pues, Scrates se form con el trato con los sofstas, por una parte, y, por otra,
estudiando directamente las teoras de los antiguos flsofos. Sin embargo, la acti-
vidad de su espritu no se acanton, al parecer, en el recinto de las ciencias flosfcas. An-
sioso de no desconocer conocimiento alguno de su tiempo, aprendi no solamente el arte
de discutir y hablar bien, la geometra, la astronoma y la msica, sino que quiso tambin
percatarse de cuanto en aquel ambiente se saba de economa domstica y de institucio-
nes polticas. Habindose as adiestrado para discutir sobre todo, de todo se vala para
ensear la verdadera ciencia del hombre y el conocimiento del alma. Para conquistar a los
humildes, convirti su enseanza en predicacin familiar. No mandaba, dice Plutarco,
que trajesen bancos; no suba a la ctedra; no miraba la hora al leer en pblico, ni la fja-
ba para charlar o pasear con sus amigos; profesaba su flosofa bebiendo, comiendo, divir-
tindose, ya en la vida campestre como en las asambleas de la ciudad. Fue el primero en
ensear que la flosofa no era una ciencia intil, sino el medio prctico de comportarse
inteligentemente y de embellecer el alma en todo momento y ocasin con celestes refejos
de la hermosura divina.
Scrates, entregado enteramente al goce de cumplir su misin de educador de las
almas, a pesar de su pobreza se neg siempre a prostituir la Ciencia exigiendo el pago de
sus lecciones.
No concibo se complaca en decir a menudo que un hombre dedicado a
ensear la virtud piense en exigir el pago. Hacerse con un hombre honrado, convertir en
A
buen amigo al propio discpulo, no es la ms rica ventaja y la ganancia mayor que puede
sacarse de tal empeo?
Scrates, al revs de los sofistas y retricos que se pasaban la vida viajando de
ciudad en ciudad, no sali nunca de Atenas ms que para breves excursiones por el
campo. Rara vez franque las puertas; cuando se hallaba fuera de las murallas, pareca
un extranjero conducido por el gua. Por lo dems, qu necesidad tena de alejarse de
aquella admirable ciudad? No era su ciudad natal el centro al que afluan todos los
ingenios, donde convergan, sin necesidad de ir lejos a buscarlos, todos aquellos de los
cuales poda aprender algo? Por ello en poco tiempo, y a pesar de su modesta posicin,
pudo relacionarse este incansable cazador de hombres con casi todas las ms notables
inteligencias de su ilustre poca. Por la sorprendente vivacidad de su espritu se granje
el favor de los ms encopetados personajes y se le franquearon las puertas de opulentas
mansiones.
El ms famoso de los hijos de familia que su genio supo atraerse fue, sin disputa,
Alcibades. Hijo de Clinias y pupilo de Pericles y el ms hermoso de todos los griegos, pre-
tenda descender de Ayax y posea uno de los ms vastos patrimonios de Atenas. Su rancia
nobleza, realzada con inmensa fortuna; su gracia nativa, embellecida con elegantes posturas
y empaque saturado de hermosos gestos y de suntuosidad, convirtironle en el nio mima-
do de su ciudad natal; parsitos y aduladores se aglomeraban a su paso y aplaudan sus ms
locas audacias. Alcibades, seguro de amplia impunidad, no tuvo escrpulos en soltar las
riendas a su espritu aventurero y al mpetu de sus pasiones. Cuntase que era tan vehemen-
te su ardor, que de amor se desvaneca sin ms que or el retrato que se le hiciese de una
mujer. As, desde su adolescencia, crey que todo le era permitido.
Su carcter, violento y apasionado, se entreg sin freno, pero con gracia tal, que
atraa la indulgencia a todos los caprichos de una imaginacin que para asombrar y hacer
brillante gala de todos sus antojos no se detena ante nada. Prdigo y fastuoso, corri en
Olimpia siete carros a la vez, eclipsando as la magnifcencia de los reyes de Siracusa y de
Cirene. Ansioso, sin cortapisas, de popularidad, compr en cierta ocasin un perro mag-
MARI O MEUNI ER
2
nfco y muy caro. Cuando toda la ciudad hubo admirado aquel pomposo ejemplar le
cort la cola, y ocurri lo que esperaba.
Mientras que los atenienses dijo hablen de mi perro, no dirn cosas peores
a mi costa.
Este hermoso mancebo, a pesar de la turbulencia, sobresala por su inteligencia
gil y penetrante y por muy viva afcin al cultivo del espritu. Fue cierta vez a casa de un
pedagogo, escudri sus libros y, al no ver la Ilada de Homero, dijo:
Cmo le dijo Alcibades, te atreves a ensear sin tener en tu casa tan glo-
rioso poema? Toma, ignaro y presumido, lo que mereces.
Y diciendo estas palabras, le abofete.
Orden que le construyeran suntuosa morada. Cuando lleg el momento de de-
corarla, el artista encargado de ello, abrumado por las exigencias de un dueo que no so-
portaba se le contradijera, se neg a trabajar. Furioso Alcibades, le encerr y retuvo pri-
sionero hasta ver terminada la decoracin que haba proyectado y ejecutado a tenor de su
gusto. Cuando se remat, el hijo de Clinias despidi al pintor, colmndole de regalos.
En cuanto Scrates atisb a Alcibades qued seducido. Qu hermosa alma, pen-
s enseguida, nos promete tan hermoso cuerpo!
El hijo de Sofronisco, exaltado por la divina inquietud que se apoder de l, aca-
rici un gran ensueo: agregar a la belleza del cuerpo de aquel efebo la hermosura, mu-
cho ms importante y preciosa del alma; educar tan ardiente promesa ensendole a des-
plazar sus pasiones para que sirviesen al mayor bien de su inteligencia y al sabio manejo
de los negocios del Estado. Tan brillantes cualidades sobresalan de tal modo por entre
tantos defectos, que Scrates, al perseguir la realizacin de su sueo, esperaba contribuir a
la salvacin de la Hlade. El flsofo, dedicndose as a instruir y a formar la juventud,
I . SCRATES Y ALCI B ADES
3
escogiendo preferentemente, por ser, sin duda, los mejores, a los ricamente dotados por la
naturaleza de gracias corporales, y, sobre todo, puesta la mira en Alcibades, y la nica
preocupacin en hacer a sus conciudadanos ms justos y ms felices, aspir a crear una
aristocracia intelectual, que pudiese coger las riendas del Estado. Persuadido de que todos
los males de Atenas provenan de la incapacidad de sus jefes, quiso substituir la poltica
de azar con otra basada en la ciencia del hombre y de la razn de las cosas y dar para ello
sabia direccin a la clase escogida.
El gran sabio, reprobando cuanto no ratifca la conciencia y convencido de que el
hombre slo puede mejorarse con esfuerzo estrictamente personal, detestaba lo mismo la
tirana de uno solo que la de la muchedumbre.
La tirana engendra todos los crmenes deca y la orden, cualquiera que
sea su origen, sea escrita o no lo sea, en cuanto se funda en la fuerza y no en el claro asen-
timiento de los que tienen el deber de cumplirla, no es una ley, sino acto de violencia re-
prensible y nocivo.
Sin embargo, como los hombres no pueden gobernarse por s mismos y la muche-
dumbre sin soberano es como ciego sin perro, Scrates conjetur la salud del Estado en la
eleccin perspicaz de un buen jefe. Ahora bien, deca, no son reyes y jefes los que llevan el
cetro o los favorecidos por la suerte o eleccin de la muchedumbre, por la violencia o la
fuerza, sino solamente los que saben mandar. Esta ciencia del mando no es en modo alguno
resultado de un voto que pueda darla al que no la tiene y nada hace para poseerla. Difcil,
en efecto, delicado y complejo es el arte de gobernar hombres y cosas. Pocos son los que
poseen ese arte, y la independencia de los gobernantes sin sabidura, que forjan la desgracia
de todos los gobernados, no logra, sin embargo, persuadir a los que les suceden en el poder
de la necesidad de dedicarse a estudiar a los hombres antes de poder eficazmente emplearse
en gobernarlos, lo que equivale, en realidad, a llevarles a la dicha.
Me asombra deca en cierta ocasin Scrates que los que quieren tocar la
ctara o la fauta, cabalgar o poseer cualquiera otra habilidad anloga, no pretenden ad-
MARI O MEUNI ER
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quirirla en el acto y con su solo esfuerzo. Veo que todos buscan a los maestros ms re-
nombrados, se entregan a ellos y se conducen como si no hubiera otro medio de adquirir
destreza y fama. Por el contraro, los que aspiran a ser grandes oradores de Estado creen
que pueden por s solos, sin preparacin sin estudio, adquirir de repente el talento y la
ciencia indispensables para educar y gobernar a los hombres. No ha de ser locura creer
que sin aprendizaje y sin maestro no es posible adiestrarse en las artes mecnicas, mien-
tras que la ms delicada e importante de las ciencias, la de regir un Estado, se aprende sin
trabajo y sin estudio alguno? Un ignorante que intriga para obtener el poder se parece a
otro ignorante que dijera: Atenienses, yo no he estudiado medicina, no he asistido nunca
a la escuela de ningn maestro. No slo he procurado no aprender, sino hice cuanto pude
para que nadie sospechase que hubiera aprendido cosa alguna. Sin embargo, otorgadme
vuestra confanza, elegidme como mdico. Tratar de instruirme experimentando en vo-
sotros.
Con la esperanza de dar un buen jefe a la democracia ateniense, Scrates acarici
la idea de formar a Alcibades. El hijo de Clinias, en efecto, no era slo el prncipe de la
juventud. Como sobrino de Pericles, pareca tambin destinado a recoger la herencia de
la gloria y del genio de su to. La dictadura inteligente y suave de este gran hombre no
poda ser eterna; sus hijos eran, al parecer, incapaces para sucederle, y los ojos de Atenas
se volvan placenteros hacia aquel joven de ilustre y rico linaje, que, en condiciones de
proteger, como su to, las letras y las artes, gustaba del favor popular, era bienquisto de la
plebe y pareca, por el ascendiente ya logrado, apto para guiarla y ser obedecido.
I . SCRATES Y ALCI B ADES
5
VII
II. SCRATES Y ALCIBADES
ijo un da Scrates a Alcibades:
Sabes, hijo de Clinias, por qu, fjo ha mucho tiempo en ti mi pensamiento,
no me he atrevido a hablarte hasta hoy? Mi genio familiar me lo prohiba. Pero hoy la
misma voz me ordena que te dirija mi palabra. Las gracias foridas de tu juventud, en
efecto, empiezan a marchitarse. Ligero bozo sombrea tus mejillas; la muchedumbre de tus
admiradores no acude tan impetuosa a tu lado y ya es hora de velar, puesto que la belleza
de tu cuerpo se aja, porque la de tu alma forezca.
Scrates, en cuanto oy la voz de su conciencia y juzg propicio el momento,
dise a tratar asidua y paladinamente con Alcibades. Para inculcarle el gusto y la expe-
riencia de la vida poltica le exhort con frecuencia a presentarse pblicamente. Pero Al-
cibades temblaba de espanto cuantas veces se dispona a aparecer ante el pueblo reunido.
Para aguerrirlo, Scrates le dijo en cierta ocasin:
Haces gran caso, Alcibades, de ese zapatero?
No respondi el hijo de Clinias.
Y ese pregonero sigui diciendo Scrates, y ese fabricante de tiendas, y
ese calderero, y ese barbero, te intimidan?
De ningn modo respondi Alcibades.
D
Pues bien repuso Scrates, no son esos los que forman el pblico de
Atenas? Si no les temes uno a uno en particular, por qu te intimidan cuando estn
reunidos?
Scrates, al amistarse con Alcibades, no pretendi convertirlo de repente en mo-
delo de sabidura. El hijo de Sofronisco, para educar, como era su sueo, a aquel predilec-
to de los Dioses, lo tom tal cual era por naturaleza. Transigi con sus gustos y hasta con
sus prejuicios y se esforz en elevarle poco a poco, gradualmente, al conocimiento de la
verdad, a la prctica sagaz de la virtud y al amor de cuanto es noble y bello. Aplicndole
su habitual mtodo de enseanza, Scrates empez por preguntar a su alumno frecuente
y extensamente.
El flsofo, ya para provocar la refexin, fomentar el esfuerzo, estimular la curio-
sidad y picar el amor propio, fnga ser ignorante, y exiga a su encantador discpulo acla-
raciones, ya en forma de preguntas concretas y precisas, o de interrogaciones irnicas y
alusiones indirectas.
Nunca daba un paso adelante en la discusin sin obligarle a admitir y reconocer
por s el dato precedente. Otras veces, persuadido Scrates de que todos llevamos en el
alma un fondo de ideas comunes, del cual es posible desprender por el anlisis las princi-
pales leyes en la vida intelectual y moral, se contentaba con plantear un problema o pedir
la defnicin de una nocin general. El hijo de Sofronisco, una vez obtenida la respuesta,
se apoderaba de ella, la someta a prueba y la examinaba a la luz de las opiniones gene-
ralmente admitidas y de las ideas ms corrientes. Prosiguiendo el interrogatorio, esforz-
base luego en poner a Alcibades en contradiccin consigo mismo, entrechocaba las ex-
plicaciones que acababa de dar, y, por fn, dejaba al descubierto la fagrante carencia de
lgica. Scrates lograba de su esbelto camarada una declaracin de ignorancia, o, al me-
nos, de embarazo; se vala de la confusin para sacar la verdad; examinaba desde nuevos
puntos de vista el problema planteado, preguntaba de nuevo y reconstrua ayudado por el
mismo que acababa de confundir y valindose de las mismas ideas de su joven adversario
poco antes maltrechas.
MARI O MEUNI ER
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No obstante, el hijo de Clinias, cuyo carcter dominante y vanidoso no poda
soportar a ningn otro igual o superior, se maravillaba de hallar a Scrates tan frecuente-
mente en su camino. Aquella asiduidad le molestaba a veces. As en cierta ocasin en que
Alcibades, con la cabeza ornada de espesa corona de yedra y violetas y sostenido por una
taedora de fauta, entr, forzando con violencia la puerta, en casa de Agathn, donde
felices convidados conversaban doctamente sobre el amor, no pudo contenerse y grit
con el acento de naturalidad que brota de la borrachera:
Oh, Heracles!, qu veo? Scrates en persona! Te emboscaste aqu, por acaso
para surgir de pronto, segn tu costumbre, hasta en los parajes de los que te supongo ms
alejado?
Poco a poco, sin embargo, la seduccin de Scrates pudo atraer y retener a aquel
disipado adolescente.
No crees, Alcibades le dijo Scrates en una de las numerosas plticas con
que el hijo de Sofronisco, obediente a las prescripciones divinas de la voz que oa, trataba
de convertir a Alcibades en artesano del bien pblico, no crees que antes de aprender a
gobernar a los dems es conveniente aprender primero a gobernarse a s mismo? Ahora
bien, para llegar a gobernarse bien no es indispensable haber llegado, ante todo, a cono-
cerse perfectamente? Antes, pues, de consagrarte a los dems, cudate de ti mismo, y para
cuidarte con provecho, aprende, como el orden exige, a discernir claramente lo que cons-
tituye lo mejor de ti mismo. Oh, mi querido Alcibades agreg, el hombre no pue-
de perfeccionarse, esto es, hacerse mejor viviendo conforme a lo mejor de s, si ignora lo
que es! Es preciso, pues, que obedezcas ante todo al precepto esculpido en el templo de
Delfos: Concete a ti mismo. Ahora bien, nadie se conoce mientras no conozca en qu
consiste su verdadera ciencia. No la constituye tu cuerpo, sujeto a inmensos males y so-
metido a la muerte, sino tu alma inmortal. Estudia, pues, tu alma, porque es una partcu-
la de la inteligencia ordenadora del todo. Dios vive en ella como vive en el mundo. Para
descubrir en ti el refejo de todas las verdades y la razn de todas las virtudes, basta que te
recojas y concentres tu espritu, te sondees y te interrogues. Luego, para que te parezcas lo
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ms posible a la Sabidura, que crea el orden del mundo, es preciso que te despojes de los
errores que producen las pasiones y llegues a dominarte a ti mismo. A toda hora el tu-
multo borrascoso de las pasiones nubla la luz de la inteligencia, que slo brilla sin celajes
en las almas purifcadas. As, pues, purifcndote con la prctica de las virtudes, acercn-
dote a la ciencia divina por la pesquisa y amor de la verdad, adquirirs la verdadera cien-
cia del bien. Este bien adquirido te conducir a la dicha. Sers apto entonces para ser di-
choso y hacer felices a los dems, pues la virtud, que es el arte de conducirse segn las
normas de la razn divina y de conformarse al plan divino refejado en nosotros, es el
nico medio que la posesin de la verdad te suministra para hacerte mejor, realizarte en
tu ms noble aspecto y convertirte en el hombre perfecto que has de ser antes de poder
con efcacia dedicarte a la dicha del pueblo, convertido en gran estadista.
Tales palabras no podan menos de sembrar gran turbacin en el alma de Alciba-
des, corroda por la ambicin; dejbanle, dijo, como un dardo en el corazn. Scrates,
por otra parte, no titubeaba en ocasiones, para inducir a su alumno a vivir bien y a pensar
antes de obrar, en darle speras lecciones de modestia.
La peor ignorancia le dijo un da no es ignorar las cosas ms importan-
tes, sino imaginarse que se saben ignorndolas completamente. Y este es tu caso, mi
muy querido Alcibades. Viviendo en el peor estado de ignorancia, te has echado im-
prudentemente en brazos de la poltica antes de estar preparado para ello. Y no eres t
solo el afecto de tal desgracia: la compartes con la mayora de los que se mezclan en
negocios de la repblica. Slo excepto a un corto nmero y quizs nicamente a tu
tutor Pericles, porque ha tenido largas y frecuentes relaciones y las tiene an hoy con
filsofos y sabios.
El efecto que causaron en el alma ardiente y altiva de este hermoso ateniense tan
apremiantes exhortaciones, nos lo refere el propio Alcibades. En efecto, despus de
comparar en el panegrico de Scrates que Platn nos expone al fn del Banquete al Maes-
tro con el stiro Marsyas, que cautivaba a los hombres con melodas por su potente boca
arrancadas a tenues caramillos, el hijo de Clinias exclama:
MARI O MEUNI ER
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Y la nica diferencia que hay entre Marsyas y t, oh Scrates, es que t, sin
instrumento, slo con simples palabras, nos produces anlogos efectos. Que hable otro,
as sea el ms hbil orador: su discurso nada nos interesa. Pero que te oigamos hablar u
oigamos a cualquier otro, por torpe hablador que sea, reproducir tus palabras: hombres,
mujeres y adolescentes, todos quedamos sobrecogidos y transportados. En cuanto a m,
queridos amigos, si no temiera parecer a vuestra vista completamente ebrio, os certifcara
con juramento cunto me hicieron sentir y me hacen an hoy experimentar sus discursos.
Cuando le oigo, mi corazn salta ms furiosamente que el de los Corybantes; sus palabras
desbordan mis lgrimas y veo que la turba de sus oyentes experimenta las mismas emo-
ciones. Cuando he odo a Pericles y a todos nuestros grandes oradores, por cierto me han
parecido muy elocuentes. Sin embargo, no me causaron nunca emociones parecidas.
Nunca por ellos se sinti mi alma conmovida y como indignada de vivir esclavizada. Mas
cuantas veces he odo a este Marsyas, me ha parecido intolerable la vida que arrastro. Este
hombre me fuerza a reconocer que carezco de muchas cosas y que soy harto abandonado
para cuidarme de la poltica de los atenienses. Constreido y obligado as, para no enve-
jecer permaneciendo sentado junto a l, me alejo tapndome los odos como si huyese de
las sirenas. Al lado de este hombre, he experimentado un sentimiento del cual me crea
incapaz: vergenza. S; he enrojecido al lado suyo. Veo, cuando me habla, que no puedo
oponer reparo a las advertencias con que alecciona; y sin embargo, despus de orle, aun
me rindo al capricho de la plebe. Le huyo, pues, y le evito; pero cuando vuelvo a verle
siento rubor de mis promesas. Muchas veces vera con gusto su desaparicin del haz de la
tierra. Y sin embargo, si tal cosa ocurriese, no ignoro que sera ya mucho ms desgraciado
todava.
Despus Alcibades, comparando los discursos de Scrates a esas estatuas de Sile-
nos, que bajo groseras apariencias revelan, una vez descartadas, imgenes de un Dios,
agrega:
Cuando le omos, a primera vista nos parece que dice cosas completamente
grotescas. Exteriormente sus palabras y sus frases se cubren con la piel de insolente stiro.
Habla slo de ignorantes, de caldereros, de zapateros y de curtidores: parece que siempre
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emplea los mismos trminos para expresar siempre las mismas cosas, y no hay ignorante y
zafo que al orle no trate de rer. Pero profundicemos en sus discursos, veamos su interior
y hallaremos que por dentro estn henchidos de inteligencia; reconoceremos en seguida
que son los ms divinos, que encierran las ms nobles imgenes de la virtud, que abarcan
las ms innmeras y variadas materias y que sobre todo apuntan a cuanto ha de tener
constantemente ante los ojos el que quiera ser bello y bueno.
Scrates, ay!, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo forjar el alma de Alcibades,
tan bella como la hermosura del cuerpo del joven ateniense le aseguraba. Si vivi cuer-
damente el hijo de Clinias mientras permaneci a su lado, una vez que se separ dejse
afear y corromper por los caprichos del pueblo y por sus propias pasiones. Sus grandes
dotes naturales slo sirvieron para infigir a su patria males irreparables e infnitos y a per-
sonifcar en l el tipo del poltico ms brillante sin duda, pero tambin ms inmoral, ms
peligroso y ms osado.
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VIII
SCRATES Y JANTIPPA
omo todos los griegos, Scrates se cas para fundar un hogar, perpetuar su fami-
lia y asegurar su descendencia, procreando hijos. No sabemos a qu edad cum-
pli con este deber. Dcese que su primera mujer se llam Jantippa. De ella tuvo un hijo
llamado Lamprocles. Pero durante la guerra del Peloponeso y despus de la peste terrible,
que tantos estragos caus en Atenas, los atenienses, para repoblar su ciudad inhabitada y
resarcirse cuanto antes de las prdidas, decretaron que cada ciudadano pudiese tener dos
mujeres y fuesen legtimos los hijos nacidos de las segundas bodas. Scrates, siempre dis-
puesto a aplicarse al mayor bien del Estado y a dar buen ejemplo, segn se cuenta, para
atenerse a tan excepcional y necesario mandamiento, contrajo segundas nupcias con una
viuda cada en la miseria, llamada Myrto. Dos hijos le nacieron de esta segunda unin:
Sofronisco y Menexeno.
De las dos mujeres de Scrates, una sobre todo, Jantippa, fue famosa por su mal
carcter. Era tan desapacible su mal humor, tan duro y violento su genio, que ningn
otro hombre hubiera podido aguantar con tan amena sonrisa tantas afrentas.
Ea, Scrates le dijo un da Antstenes, quieres decirme por qu te casaste
con Jantippa? Deseo saber cmo has podido amoldarte a esta mujer, la ms intratable de
cuantas ha habido, hay y habr seguramente.
Veo respondi Scrates que los que quieren llegar a ser buenos jinetes es-
cogen no los caballos ms dciles, sino los ms espantadizos, pues saben que si los do-
C
man, fcilmente triunfarn de los otros. Yo me propuse aprender el arte de vivir con los
hombres, y me cas con Jantippa convencido de que si la soportaba me amoldara fcil-
mente a todos los caracteres.
Cuntase que, dotado de un temperamento muy irascible y vehemente, que al ha-
blar le impela a animarse, a gesticular, a brotar llamaradas de sus ojazos, y hasta a herirse y
mesarse los cabellos. Scrates, sin embargo, desde su juventud, sac partido de todo para
ejercitarse en la paciencia, pacificar su alma y comportarse siempre a la luz tan slo de su
inteligencia. Dcese que nunca hablaba menos y ms tranquilamente que cuando montaba
en clera. Vease que estaba agitado, pero vease tambin que dominaba sus arranques. En
cierta ocasin, irritado contra un esclavo y creyendo sin duda que pegar cuando se est en-
colerizado no es castigar, sino vengarse, se content con amenazar y decir:
Te zurrara, si no estuviera airado.
A fuerza, pues, de velar sobre su conducta, de analizarse preguntando a los de-
ms, de contenerse y disciplinarse, lleg al dominio de s mismo, que le vali en sus
relaciones con los hombres descubrir el don particular de sondearlos sonriendo, de
alumbrarlos o de reducirlos al absurdo, lo cual, propiamente, se llam irona socrtica.
Scrates, persuadido de que haba de atribuirse a la ignorancia la mayor parte de los
males de que se quejan los hombres, sus inconveniencias y desarreglos, lleg a no in-
dignarse jams. Lo soportaba todo, defectos, errores, y hasta locuras, con lucidez de
espritu, pareja de la indulgencia sincera que aplicaba a las debilidades humanas su gran
amor a la humanidad. Su inteligencia, afianzada en el cocimiento profundo de todos
los mviles que determinan la conducta buena o mala de los hombres, slo saba rerse
de los defectos ms o menos ridculos de los que carecan de la percepcin de la justa
medida. La irona socrtica, por mordaz que fuese, no revelaba hiel. Desconoca el sar-
casmo, y las flechas ligeras que diestramente de intento disparaba, en vez de ir envene-
nadas, slo tendan a este fin: a desenmascarar la ignorancia, a desinflar la temeridad, y
a someter el alma, en la medida de lo posible, a la nocin de sus lmites, porque el que
conoce sus lmites conoce su perfeccin. As Scrates, en la forma de soportar a Jan-
MARI O MEUNI ER
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tippa, aplicndose esforzadamente a ejercitarse en la paciencia, parece igualmente preo-
cupado por ensear a su mujer, con dulce irona, el arte de ser ms apacible, ms mo-
derada y ms complaciente.
Cuntase que en cierta ocasin Jantippa, no satisfecha con verter sobre Scrates
cuantas injurias le inspir el despecho, le derram sobre la cabeza, en el paroxismo de la
clera, un jarro de agua sucia.
Despus de aquella explosin, el hijo de Sofronisco se content con decir:
Era de esperar que la tempestad viniera acompaada de lluvia.
Todo daba motivo a la colrica mujer para desahogar un mal talante. Bastaba
que Scrates aceptase o rechazase cualquier regalo para que su mujer iniciase el ataque
contra l.
En cierta ocasin, como Jantippa gruese porque Scrates quera devolver un pre-
sente de elevado precio que le enviara Alcibades, el hijo de Sofronisco fngi excitar el
espritu interesado de su esposa dicindole:
Ea, Jantippa, creme, devolvamos este regalo. No temes, aceptndolo todo,
cansar a los que regalan? Una prudente negativa no puede menos de excitar a mayor lar-
gueza. Rehsa, pues, hoy el presente que nos enva. Cuando realmente necesitemos algo,
tendremos as ms probabilidad de obtener lo que tengamos que pedir.
En otra ocasin, Jantippa, celosa sin duda del afecto que Scrates dispensaba a
Alcibades, ech por tierra y pisote, vociferando con rabia, un delicioso pastel que les
envi el hijo de Clinias. Scrates la mir riendo y se limit a decir:
Bravo!, Jantippa; pisoteas tu golosina, pues veo que ni siquiera guardas un pedazo
para ti.
SCRATES Y J ANTI PPA
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Ms adelante, como Alcibades echase en cara a Scrates que se portaba con su
mujer con demasiada mansedumbre, sufra sin indignarse todas sus descortesas y autori-
zaba con su calma sus enojos vocingleros:
Me he acostumbrado a todos sus escndalos, como cualquiera se habita a or
sin molestia el ruido rechinante de una polea. Por otra parte, t que denigras a mi mujer,
no soportas los gritos de tus gansos, y acaso te molestas cuando te ensordecen?
Pero esos gansos respondi Alcibades me producen, pues ponen huevos y
de los huevos sacan ansarones.
Y mi mujer replic Scrates con viveza, no me da hijos?
En otra coyuntura, como Alcibades se exasperase porque Jantippa cansase da y
noche con su perenne mal humor al maestro por el bien amado:
Por qu le dijo no echas de casa a esa mujer?
Retenindola junto a m contest Scrates me ejercito en soportar con
ms longanimidad y paciencia las insolencias e injurias de los dems. Un buen marido,
en efecto, ha de corregir o soportar los defectos de su mujer. Si los corrige, se proporciona
una agradable compaera; si los soporta, trabaja en su propia perfeccin.
No fue Alcibades el nico que reproch a Scrates la excesiva blandura conyugal. En
efecto, Jantippa, en cierta ocasin, al topar con su marido, que vagaba en vena de discutir por
el mercado, muy concurrido a la sazn, le colm de injurias, lo calific de charlatn, y, por fin,
le rasg y arrebat la capa. Como los amigos del sabio, testigos de la afrenta, censurasen
su calma y le aconsejasen que pegase a la insolente mujer para traerla a razn y al respeto:
Qu consejo, amigos mos les dijo entonces Scrates, acabis de darme?
Queris que convierta a toda la ciudad de Atenas en testigo de nuestras disputas, y p-
MARI O MEUNI ER
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blicamente venga a las manos con mi mujer y nos jaleis a la lucha como si asistieseis a
una ria de gallos, dicindonos: Duro, Scrates; duro, Jantippa? Creedme, la paciencia
nunca es ridcula. Dejadme, pues, sacar partido de las mujeres malignas, como los jinetes
de los caballos resabiados. Cuando han domado los ms difciles, ms cmodamente
triunfan de los dciles. Del mismo modo, si aprendo a vivir con Jantippa, menos trabajo
me costar amoldarme al trato con los hombres.
Sin embargo, para disculpar a Jantippa, bueno ser sacar a colacin y reconocer
que sera muy arduo para esta mujer percatarse del fn que su singular marido persegua a
travs de tantas manas irritantes. En efecto, Scrates era un gran sabio, pero fue tambin
hombre que, al parecer, se complaca en moldear la conducta exterior en la extravagancia.
Muchos das no volva a casa, y cuando atardecido iba a su casa, despus de pasar todo el
da charlando de tienda en tienda infatigablemente, nunca entraba directamente en su
domicilio. Antes de franquear el dintel de su morada se paseaba ante la puerta hasta muy
entrada la noche. En cierta ocasin un amigo le encontr y le dijo:
Qu haces, Scrates, a hora tan avanzada?
Pues una salsa replic, zumbn que estimule mi apetito y aligere as mi
cena.
No bien volva sudoroso del gimnasio y devorado por ardiente sed, sacaba un cu-
bo de agua. Pero para ejercitarse en la paciencia y acostumbrar su apetito sensual a espe-
rar el tiempo de la razn, se abstena de beber, derramaba con lentitud el precioso lquido
que tanto le atraa, pues no beba sino del segundo que sacaba.
Era, adems, la sobriedad de Scrates tan grande, que, necesitando para vivir muy
poco, lleg a no desear cosa alguna y a califcar de esclavos a cuantos viven sin duda para
comer.
Sobrio por temperamento, quiso tambin que fuese servida con frugalidad su
mesa.
SCRATES Y J ANTI PPA
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Cuntase que un da el hijo de Sofronisco invit a comer a algunas personas dis-
tinguidas, y como Jantippa se avergonzase y refunfuase por el modesto obsequio que su
marido iba a ofrecer:
No sufras le respondi Scrates. Si nuestros convidados son sobrios y dis-
cretos, se contentarn con lo que les demos. Si, por el contrario, son gastrnomos y glo-
tones, su voracidad avivar nuestra inspiracin.
Scrates, en otra ocasin, llev a cenar consigo al joven y hermoso Euthydemo.
Pero como no haba avisado a Jantippa, diose sta a alborotar y a quejarse del desahogo
de su singular marido, y refunfuando prepar la comida. Luego, cada vez ms irritada
por el silencio tranquilo de su marido, cogi la mesa y la volc. Euthydemo, burlado, se
levant y quiso marcharse, pero Scrates, trocando en risa la inesperada y torpe hazaa, le
retuvo, dicindole:
Te acuerdas que ha poco, cenando en tu casa, salt a la mesa por casualidad
una gallina y ech por tierra el cubierto, que acababas de ponerme? Me turb acaso ni
habl entonces de marcharme?
Sin embargo, en cierta ocasin Scrates manifest, al parecer, algo de melancola
respecto de su hogar. En efecto, un amigo le pregunt si era mejor casarse o no, y Scra-
tes le respondi sencillamente:
Hagas lo que hagas, te arrepentirs.
A pesar del carcter excecrable de su compaera, Scrates, sin embargo, fue fel a
su casa, lo soport todo y no se descorazon jams. Reconoca l, en efecto, aun creyen-
do, como los antiguos griegos, que la dignidad de la mujer, ms que de su persona, pro-
vena del hogar a que perteneca, que la mujer, desenvolviendo su inteligencia y cum-
pliendo con celo los deberes de su cargo, contribua a su mejoramiento esttico y moral, y
adquira as, con el buen uso de la razn igual a la del hombre, un mrito personal ade-
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cuado para realzar, a la vez que el esplendor de su alma, el buen renombre de la familia
que haba de continuar. Jantippa, por su parte, aunque sac, a nuestro parecer, escaso
provecho de la sabidura serena de su ilustre esposo, le fue completamente fel. Le acom-
pa en sus ltimos momentos, y si este sabio hubo de sufrir el mal carcter de su esposa,
sta, como madre, escuch muchas veces elogios de un padre tan afectuoso y tierno como
fue Scrates, de un padre que con sencillez se mezclaba en los juegos de sus hijos cuando
eran pequeuelos.
SCRATES Y J ANTI PPA
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IX
EL BANQUETE DE AGATHN
uando Scrates, con gran desesperacin de Jantippa, pasaba un da o dos sin vol-
ver a casa, en la que de regreso sola entrar despus del canto del gallo, daba a
entender que haba asistido a uno de esos banquetes que entre los griegos se prolongaban
con frecuencia hasta el amanecer. En Grecia, en efecto, no slo no haba festa domstica
o nacional, aniversario o da memorable sin banquete en comn, acompaado de danzas
y cantos, sino que, a imitacin de los dioses sentados perennemente en el Olimpo a la
mesa de festn perpetuo, se aprovechaba cualquier ocasin, del solo pretexto de verse, de
charlar para reunirse, divertirse, entretenerse, comer y beber juntos en torno de forida
mesa. Dio el festn, que Platn nos cuenta, el poeta trgico Agathn, joven de hermoso y
blanco rostro, siempre recin afeitado, al da siguiente de recibir el premio de una obra.
Un amigo ntimo de Scrates, Aristodemo, habiendo topado con el sabio recin
salido del bao y calzado, le pregunt:
Dnde vas, Scrates, tan peripuesto?
Voy le respondi a cenar con Agathn. Ayer, en efecto, me negu, des-
confado de la muchedumbre, a asistir a las festas que dio para celebrar su triunfo; pero
promet comparecer hoy. Me acical y hermose para honrar la belleza de mi husped. Y
t, nos acompaas?
No he sido invitado.
C
Ven, a pesar de no haberlo sido. Los hombres honrados ellos mismos se convi-
dan a comer en cualquier honrada mesa.
Aristodemo y Scrates se dirigieron entonces a la morada de Agathn, pero el hijo
de Sofronisco, ya en marcha, moder el paso, psose a meditar y dej que le adelantase.
Como Aristodemo se volviera y le esperara:
Vete andando le dijo Scrates, ya te sigo. Aristodemo, desde aquel mo-
mento, se fue solo. Cuando lleg al dintel de la casa de Agathn, hall la puerta abierta y
entr. Un esclavo sali a su encuentro y le condujo a la sala, en que se disponan a cenar
numerosos convidados.
Bienvenido, Aristodemo djole Agathn. Te busqu ayer para rogarte que
nos acamparas hoy, y no tuve la dicha de hallarte. Pero Scrates, dnde est? Cmo no
nos lo has trado?
Aristodemo advirti entonces que Scrates no le haba seguido.
Hace un momento respondi iba con l.
Marchaba a mi zaga, y precisamente l me convid a venir a cenar con vosotros.
Agathn, presumiendo que tan deseado husped estara ya bajo el umbral de la
puerta, llam a un esclavo y le dijo:
Vete en seguida y cudate de Scrates. Y t, Aristodemo, sintate con nosotros.
Un fmulo lav los pies al nuevo invitado. No bien hubo acabado, el esclavo que
se envi en busca de Scrates apareci diciendo que el hijo de Sofronisco se hallaba de
pie, recogido en el vestbulo de una casa vecina.
MARI O MEUNI ER
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Vete de nuevo en su busca repuso Agathn. Dile que es menester que
venga, que ya no esperamos ms que a l, y no le dejes escapar.
No, no interrumpi Aristodemo, dejadle. Cuando medita suele detenerse
en el sitio donde se halle. No le perturbis; vendr pronto, no lo dudo.
Pues que ese es tu parecer le respondi Agathn dejemos a Scrates y em-
pecemos a cenar.
Sirvieron, pues, los esclavos la comida y obsequiaron a los convidados. Casi ya
promediaba la cena, cuando Scrates lleg, Sentose al lado de Agathn. Ahora bien: ter-
minado el banquete, cuando los invitados, a usanza griega, se disponan a seguir bebien-
do, uno de los convidados, que era mdico, alz la voz y dijo:
No os parece, amigos mos, que bastante bebimos ayer por la tarde? Por lo que
a m toca, os confeso que estoy cansado y molido y necesito respirar un poco. Permits
que cada uno beba lo que quiera?
Todos los convidados, que sentan an la cabeza pesada por los excesos de la vs-
pera, aplaudieron.
Ea continu diciendo el interlocutor, ya que estis dispuestos, por lo que
veo, a no propasaros de la moderacin que han de guardar los sabios en la bebida, pues el
exceso de vino es pernicioso para los hombres, queris que aprovechemos la coyuntura
de vernos reunidos en torno de una mesa comn para entablar hermosa pltica? Si mi
proposicin os gusta, voy a proponeros un tema.
Todos aceptaron el asunto, y por turno se empearon, lo mejor que cada cual pu-
do, en celebrar a Eros o al Amor con digno panegrico.
Scrates fue el ltimo que habl.
EL BANQUETE DE AGATHN
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Cuanto s dijo sobre el Amor, una mujer, Diotima, sabia inspirada, me
lo ha enseado. Digo, pues, con ella, que amar es desear y rebuscar lo bueno y lo bello,
esto es perseguir la Belleza. Amar lo bello, no es acaso aspirar a procurrselo, a apro-
pirselo, a poseerlo siempre, a no abandonarlo nunca y a ser por lo bello perpetuamen-
te dichoso? Pero como el hombre est formado de alma y cuerpo, y tiene nuestra alma,
como nuestro cuerpo, sed de felicidad, esta perversin de la dicha por la pesquisa de lo
bello se logra con la creacin de lo bello, segn el cuerpo y el espritu. La creacin, se-
gn el cuerpo, asegura la felicidad, dando pie al hombre para satisfacer su anhelo de
inmortalidad, y este anhelo o necesidad natural le impele a dejar detrs de s un indivi-
duo ms joven, que ha de continuarle, asegurando su descendencia. La creacin, segn
el espritu es el arte de crearse una hermosa alma, de cultivarla, de darse, adems, a or-
ganizar la vida tanto la privada como la pblica, segn la inteligencia. Sin embargo, el
papel del amor no se limita a eso. En efecto: ms all de todas las bellezas manifiestas
en los cuerpos y reveladas por las almas, existe la Belleza inefable, eterna, absoluta, in-
creada. Toca al Amor conducirnos a ella. El Amor, ensendonos a admirar lo divino
en lo bello, impelindonos a amar las bellezas terrenas, los hermosos cuerpos, las almas
bellas, las nobles actividades y las ciencias serenas, nos eleva gradualmente al amor de la
Belleza suprema, nos une a ella, nos mantiene en ella y nos asocia para siempre a la fe-
licidad a la verdad y a la bondad de la misma vida de Dios. Oh, mi querido Scrates!,
me dijo como final Diotima, no merece la vida la pena de ser vivida ms que desde el
momento que contemplamos esta absoluta Belleza.
Cuando Scrates termin de hablar, todos los convidados fueron a felicitarle. De
pronto se oy llamar a la puerta con violencia, y gran tumulto que prevaleca sobre los
acentos de una fautista.
Esclavos dijo Agathn, id a ver quin llama. Si son amigos, que pasen. Si
no, decidles que hemos acabado de beber y que estamos descansando.
A poco oyose en el patio la voz de Alcibades completamente borracho. Apareci
luego en el dintel de la sala sostenido por los brazos de la fautista. Traa la joven tocada la
MARI O MEUNI ER
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hermosa cabeza de tupida corona de yedra y violetas y ondeaban nfulas en torno de sus
cabellos.
Os saludo, amigos les dijo o Permitiris que beba con vosotros un
hombre ya completamente ebrio, o ser menester que me retire despus de coronar al
glorioso Agathn, que es el objeto de mi visita? No pude venir ayer; pero aqu me te-
nis hoy presente con nfulas en la cabeza, que voy a desatar para ceir con ellas la ca-
beza dispensadme que lo repita del ms sabio y bello de los hombres.
Todos los convidados le aclamaron, le rogaron que entrase y se sentase a la
mesa.
Apoyado en sus camaradas se adelant Alcibades, se desprendi de algunas
bandas, abraz a Agathn, lo coron y se sent a la mesa junto a l. Ci tambin con
algunas nfulas la cabeza de Scrates, que hubo de separarse un poco para que Alciba-
des pudiese tomar asiento entre l y Agathn.
Ea, amigos, me parece que sois muy sobrios. Hay que beber. Me proclamo rey
del festn. Traedme ancha copa y llenadla hasta los bordes.
Alcibades, de un trago, la apur el primero. Luego mand que la llenasen para
Scrates, y agreg:
Bebe, Scrates, ya que eres el nico de todos nosotros que puedes beber sin
embriagarte ms de lo que siempre ests.
Entonces, como aquel banquete de sabios peligraba acabar en borrachera...
Qu vamos a hacer? exclam entonces uno de los numerosos convidados
o Vamos a beber como Scrates, olvidando por el vino nuestras doctas plticas? Oye,
Alcibades. Antes de tu llegada nos plugo enzarzarnos a discurrir por turno sobre el amor
EL BANQUETE DE AGATHN
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y a elogiarle. Todos hemos hablado ya, y puesto que t nada has dicho y acabas de beber,
es justo que a la vez digas algo.
Acept Alcibades, pero con la condicin de que, en vez de celebrar el amor, hara
el panegrico del perfecto amante de la Belleza, que era Scrates.
Para alabar a Scrates, amigos mos dijo, apelar a comparaciones. Scra-
tes creer, quizs, que quiero bromear; pero mis comparaciones tendern a la verdad y no
a la chanza. Digo, desde luego, que este hombre se parece enteramente a esos Silenos que
vemos en los talleres de los escultores, por ellos representados con syringa y fauta. Si
abrs las dos partes que forman esos Silenos, veris ocultas en el interior las estatuas ms
bellas de dioses que podamos admirar. Agrego que muy especialmente se parece al stiro
Marsyas. No podrs negar, oh Scrates!, que tu aspecto exterior se parece al de esos Sile-
nos. En cuanto a las dems semejanzas, escucha, voy a descubrrtelas: No eres un desca-
rado burln? Si lo niegas, presentare testigos. No eres taedor de fauta? S, ciertamente,
y auleta mucho ms admirable que Marsyas. Este cautivaba a los hombres con melodas
que su potente boca arrancaba a sus caramillos, pero t, sin instrumento, slo con tu pa-
labra, nos transportas. No me he equivocado, pues, al comparar a Scrates con un Sileno.
Su exterior, en efecto, tiene toda la apariencia de ste; pero si ahondis en su interior, que
magnfca sabidura, oh queridos comensales, hallis all escondida! Sabed que la belleza
del cuerpo le es indiferente y la desprecia hasta un punto que no podis imaginar nunca.
No hace el menor caso de la riqueza ni de las dems ventajas que el vulgo envidia. No
concediendo valor alguno a esos bienes y tomndonos a nosotros como nonada, pasa su
vida entera ridiculizando a los hombres y burlndose de ellos: pero cuando se destapa y
habla seriamente, no s si los dems han visto las bellezas interiores que esconde en su
fondo: yo s las he visto y las hall tan divinas, tan preciosas, tan soberanamente bellas y
prestigiosas, que siempre estuve espontneamente dispuesto a ejecutar cuanto me ordena-
se Scrates. Creyendo que buscaba la for de mi juventud, un da resolv ofrecerle su
magnifcencia. Habr de decirlo? Este hombre slo sinti desdn y desprecio por mi
tierna belleza. An ms: tuve la dicha de verle en la guerra. En ella, como en todas partes,
hube de admirar su natural, su templanza, su energa espiritual, y deduje que en este
MARI O MEUNI ER
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hombre hall una sabidura y un dominio sobre s mismo, que jams pude hallar en otro
alguno. Creedme, pues, queridos comensales: en vano indagaris entre antiguos y mo-
dernos; no hallaris a nadie que pueda cotejarse con este hombre, con sus discursos, con
sus rarezas, si no comparis, como acabo de hacerlo, a este Scrates y sus discursos, no
con los hombres, sino con Marsyas y los Silenos.
No bien hubo acabado Alcibades el entusiasta panegrico de su maestro, cuando
numeroso tropel de bebedores, ganando las puertas que alguien abri para salir, entr en
la sala donde se hallaban reunidos los convidados. No se mantuvo ya el orden, y los invi-
tados se vieron forzados a beber sin tasa. Algunos se durmieron. Cuando despertaron, al
rayar el alba y cantar el gallo, vieron a Agathn y a Scrates an despiertos, bebiendo en
ancha copa y platicando. Scrates, en fn, como acabara Agathn por dormirse tambin,
se levant y sali. Sin sentirse molesto por la francachela de la noche, frme de cuerpo y
espritu, se fue al Liceo, se ba, pas como ordinariamente sola el resto del da, y al
atardecer volvi a su casa para descansar.
EL BANQUETE DE AGATHN
7
X
EL BANQUETE DE CALLIAS
i el Banquete de Platn abunda en las vistas muy elevadas y en consideraciones, sin
duda, extraas al hijo de Sofronisco y privativas del genio alado del fundador de la
Academia, el banquete de Callias, que nos describe Jenofonte, se acerca quiz ms a la
realidad y evoca mejor el medio socrtico. Por el tono bondadoso del relato, en efecto;
por los rasgos de la vida diaria a que recurre; por las agudezas inesperadas, que hacen tan
grata una respetable compaa en torno de la mesa de un festn; por la mezcolanza, en
fn, de alegres plticas, de urbanidad, de sal tica y de corteses fnezas, nos pone ante los
ojos del espritu lo que sera en los sublimes das de Scrates una conversacin familiar en
ntima asamblea.
Me parece escribe Jenofonte al empezar a narrar tan famoso banquete que
no slo las acciones serias de los hombres dignos y virtuosos, sino tambin sus sencillos
entretenimientos deben recordarse, pues los verdaderos sabios instruyen tanto con sus
juegos como con sus graves plticas.
Alegre y divertido fue, en efecto, el festn que dio el rico y generoso Callias para
celebrar la victoria que su joven amigo Autlycos acababa de alcanzar, obteniendo el
premio del Pancracio. Al entrar en su casa con este glorioso vencedor, Callias top con
Scrates y algunos de sus amigos.
Salud, amigos les dijo; os encuentro oportunamente. Vienen hoy a comer
en mi casa Autlycos y su padre. Venid tambin vosotros. Hombres de vuestra calidad
sern el ms bello ornato de nuestra amistosa reunin. Venid, no faltis.
A la hora prefjada, Scrates y sus amigos, limpios y perfumados, acudieron a casa
de Callias. La comida, al principio, discurri impregnada de silencio admirativo y fervo-
S
roso. Como faro brillante en el seno de la negra noche atrae todas las miradas, as la ra-
diante belleza de Autlycos cautivaba todas las miradas. Nadie se atreva a romper la sa-
grada calma de la admiracin general. De pronto un ruido rasga la venturosa dulzura que
expanden e imponen en torno suyo todos los mortales posesos de un Dios. Llamaban a la
puerta. Era el bufn Filippo.
Ve dijo al portero y di quin soy. Avisa a Callias que me presento provisto
de cuanto es preciso para cenar con arte y con gana.
Que pase respondi Callias al portero. Filippo, pues, entr en la sala.
Salud, amigos dijo al llegar. Ya sabis todos que soy bufn y he credo da-
ros grata sorpresa e inesperada farsa viniendo a cenar sin haberme invitado.
Bienvenido seas y toma asiento repuso entonces Callias. Todos nuestros
convidados son serios y muy oportunamente vienes a hacerles rer.
Durante la comida Filippo diose a probar algunas chanzas. No logr que se riera
nadie. Despechado el bufn, intent otras bromas. Tampoco esta vez desfrunci nadie el
ceo. Viendo la inutilidad de sus esfuerzos, dej de comer, se cubri la cabeza y se tendi
en su lecho.
Qu tienes? le dijo Callias.
Una gran pena respondi Filippo. Puesto que la risa est proscrita de aqu
abajo, ya acab yo. Antes, en efecto, se me convidaba a los banquetes para divertir a los
convidados: pero ahora, ya que nadie quiere rer, a qu me llamarn? Ser menester que
viva sin cenar ya ms, pues hablar seriamente me es tan imposible como hacerme inmortal.
Al mismo tiempo se sonaba, se lamentaba, sollozaba y simulaba llorar. Al punto
todos los convidados, enternecidos de lstima, quisieron consolarle; le prometieron rer y
MARI O MEUNI ER
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le animaron a cenar. Entonces el bufn se descubri el rostro, rompi en risotadas y vol-
vi alegremente a la mesa.
Servida la cena y apuradas las libaciones habituales y cantado un pean, se orden
que pasase un siracusano seguido de una fautista, de una danzante agradable y de un jo-
ven citarista de prodigiosa belleza. Aires variados de fauta y de ctara, danzas de ritmo ya
impetuoso, ya lento, causaron vivo placer en los comensales:
Realmente dijo Scrates a Callias nos tratas magnfcamente. Qu deliciosa
msica despus de cena tan agradable!
Quieres, Scrates replic Callias, que agreguemos al deleite de la msica
y de la danza el placer que los perfumes ocasionan? Norespondi Scrates; el ni-
co aroma que apetezco es el de la virtud.
Pero dnde hallar ese perfume?
No ciertamente en las tiendas de los perfumistas, sino en el alma de los
hombres que siguieron este consejo de un antiguo maestro:
Si amistis con los sabios, nos dice, no respiraris sino aromas de sabidu-
ra; pero si tratis con malvados, olvidaris hasta el recuerdo del perfume de la vir-
tud.
No bien Scrates hubo acabado la frase, volvi a tocar un aire la flautista, y al
danzante trajeron doce aros. Lanzolos al aire uno tras otro y al caer los coga y volva a
lanzar con admirable cadencia sin fallar uno solo.
Qu habilidad la de esa juglaresa! exclam Scrates al ver aquello.
Realmente la mujer en nada es inferior al hombre. Es capaz de aprenderlo todo; es,
pues, preciso educarla para que pueda verdaderamente ser nuestra igual.
EL BANQUETE DE CALLI AS
3
Dieron luego a la misma bailarina una rueda guarnecida interiormente de espadas. Pasa-
ba por ella danzando brazos, torso, piernas y luego desprenda estos miembros por entre las
afiladas puntas con tal denuedo, que los espectadores teman que se lastimase. No ocurri per-
cance alguno; y no bien hubo terminado la juglaresa, psose a cantar el joven y brillante citarista.
Dios!, qu bello es ese joven! exclam el hijo de Sofronisco. Ved con qu
arte impalpable se mueve! Cuando danza es mil veces ms gracioso que cuando reposa.
Ninguna parte de su cuerpo escapa al ritmo: su cuello, sus muslos, sus manos se acompa-
san a l y siguen los movimientos ms ligeros de su alegra. As ha de danzar todo el que
tenga un cuerpo fexible. Realmente, de todos los espectculos que nos ha ofrecido esta
noche nuestro magnifco husped, ste es el que ms me ha subyugado. Pero agreg
Scrates puesto que acabo de deciros lo que me seduce sobre todo, esto es, un alma
bella acatada por un hermoso cuerpo, y como sea vergonzoso que hallndoos en docta
compaa no pensemos en nuestra educacin tanto como en nuestro entretenimiento,
quisiera saber qu juzga cada uno de vosotros ms til para s y para los dems y qu es lo
que ms aprecia. Quieres, Callias, ser el primero en contestarme?
Lo que ms estimo respondi al punto es la prctica de la justicia, y creo
que conozco, en efecto, un medio de hacer a los hombres ms justos.
Cul es ese medio? pregunt Scrates.
Por Zeus replic Callias, darles dinero.
Pero dnde, segn tu parecer arguy uno de los convidados, reside la jus-
ticia? La llevan los hombres en el corazn o en la bolsa?
En su corazn dijo Callias.
Cmo, pues repuso el interlocutor, vertiendo dinero en la bolsa pones la
justicia en un corazn?
MARI O MEUNI ER
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Porque s, por experiencia respondi el generoso Callias, que cuando los
hombres tienen dinero para procurarse lo necesario para la vida son mejores y no tratan
con malos actos de proveerse, o bien de privarse de lo necesario que poseen.
Yo no conozco dijo otro convidado nada mejor y ms provechoso que las
poesas de nuestro gran Homero. Este divino poeta, en efecto, nos revela todo lo que
convena saber para regir honradamente la vida y llevar a feliz trmino todas las cosas
humanas.
Por lo que a m toca prosigui Cristbulo uno de los ms jvenes hermo-
sos invitados lo que constituye mi orgullo y mi mayor felicidad es, no slo la facul-
tad de engendrar en torno mo el sentimiento de la belleza, sino tambin de sentir y
saborear el entusiasta atractivo que se desprende de un bello adolescente. Para incitar a
los hombres a la virtud, nada vale tanto como la pasin que inspira la belleza. Todo
aqu en el mundo sonre al que es bello, y ste, sin fatiga, logra siempre la satisfaccin
de sus menores deseos. As agreg, fijando la mirada en la pareja del danzarn y la
bailarina estoy seguro de que, merced a mi hermosa juventud, conseguira ms f-
cilmente que vosotros, con los ms hermosos discursos, que ese bello mancebo y esa
joven me abrazasen.
Vamos repuso sonriendo Scrates, deja de alabarte. Verdaderamente te
jactas, como si fueres ms hermoso que yo.
Pero si me pareciese a ti replic Cristbulo sera ms feo que un Sileno.
Te equivocas, joven. No sabes que mis ojos son ms hermosos que los tuyos?
Cmo es eso?
Los tuyos, por estar bajo las rbitas, ven slo en lnea recta; los mos, por estar
abultados y saltones, pueden mirar tambin de costado.
EL BANQUETE DE CALLI AS
5
Dirs tambin que tu roma nariz es ms hermosa que la ma?
As es, pues un rgano es bello cuando es adecuado al uso que su funcin de-
termina. Ahora bien, mi nariz es ms hermosa, si es cierto que los dioses nos dieron las
narices para aspirar el olor. Las aberturas de las tuyas miran a tierra, mientras que las m-
as, respingadas, patentes a todos los vientos, estn predispuestas para captar todos los olo-
res que puedan impresionarlas, provengan de donde provengan.
Bromeas, Scrates. Puedes seriamente pretender que una nariz roma es ms
hermosa que una nariz recta?
No sabes que una nariz roma, buen amigo, en vez de interponerse como ba-
rrera, puede converger en un punto las miradas de los dos ojos, mientras que una larga
nariz saliente brutalmente las separa, y, al parecer, pretende interponerse entre ellas?
Discurriendo as replic Cristbulo si la boca se hizo para morder, la tuya, oh
Scrates!, dispuesta para que los dientes arrebaten el bocado, vence a la ma. Y puesto que
tus labios son gruesos, deducirs, sin duda, que tus besos son ms voluptuosos que los mos.
Creer el que te oiga, joven, que mi boca es ms horrible que la de un asno,
pero no crees que ya hemos discutido bastante los dos? Quieres, para terminar la quere-
lla, que nombremos jueces de nuestra respectiva belleza a los aqu presentes?
Me avengo, con la condicin de que el voto sea secreto. Que se distribuyan las
piedrecillas para votar!
Distribuidas, el citarista y la joven bailarina dieron la vuelta a la mesa y recogieron
secretamente los sufragios. En tanto Scrates cogi un blandn, lo acerc a Cristbulo, lo
pase en torno de su bello rostro y lo coloc ante l en la mesa.
Quiero le dijo que los jueces vean claro y voten con conocimiento de causa.
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Todos los sufragios que sacaron de la urna fueron favorables a Cristbulo. Viendo
Scrates que la mayor parte de los convidados, metiendo gran alboroto, queran ofrecer al
vencedor el beso de la victoria, se dirigi a Callias y le dijo:
No podras, Callias, acudir en socorro del desgraciado vencido y dejar que ha-
ble para defenderse?
Con mucho gusto, Scrates. Que toquen flautas, pues en cuanto suenan todos callan.
Pero aunque oyeron los acentos de la fauta todos continuaron platicando. Slo
ces el murmullo cuando vieron aparecer en la sala una rueda de alfarero. Como la dan-
zante iba a utilizarla para ejecutar sorprendentes acrobacias.
Aguardad dijo Scrates; preferira que este doncel y esta hermosa muchacha
nos divirtieran sin peligro para ellos. Juzgo que meter la cabeza por un aro rodeado de espa-
das desenvainadas, como hizo la joven, es diversin peligrosa, que se compadece mal con la
alegra de un festn. Es tambin singular, pero peligroso, leer y escribir dando vueltas sobre
una rueda. Creo, pues, que si nuestros jvenes actores vestidos de ninfas danzasen al son de
la flauta, sus papeles seran ms fciles y la belleza de su arte nos complacera ms.
Tenis razn, Scrates dijo el siracusano. Voy a ofreceros un espectculo
selecto.
Los actores, a una seal de su amo, salieron a vestirse. Ya todo dispuesto, coloca-
ron una silla en medio de la sala, y el siracusano, dirigindose a los convidados:
He aqu Ariadna dijo que va a entrar en la cmara nupcial. Baco aparece-
r, se aproximar a ella y le declarar su amor.
Dicho este prlogo, Ariadna, ataviada como rica esposa, entr en la sala y se sent
en la silla. A pocos aires de fauta anuncian a Dioniso. Ariadna escucha la embriagadora
EL BANQUETE DE CALLI AS
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msica y revela su emocin en gritos y actitudes. Si se guarda de ir al encuentro de su
divino esposo, todos leen en su turbacin cul es su deseo. Tan luego como Baco la vio,
fuese hacia ella danzando, la salud, sentose en sus rodillas y la abraz fuertemente.
Ariadna, enrojecida, contestaba a las caricias que se le prodigaba. Luego, en cuanto se
levant la divina pareja, los convidados, viendo a Baco tan hermoso y a Ariadna tan bella,
sintieron las emociones ms vivas y aplaudieron con entusiasmo. Oyeron a Baco pregun-
tar a Ariadna si le quera, y oyeron a Ariadna jurar a Baco que s era amado. Al verlos tan
ardientes, tan apasionados, todos hubieran dicho que los dos bellos protagonistas real-
mente se amaban; parecan, en verdad, no actores representando la pantomima, sino
amantes lozanos impacientes de abrazarse. Finalmente, cuando se dirigieron como dos
esposos fuertemente abrazados a la cmara nupcial, los convidados solteros, agrega Jeno-
fonte, juraron que enseguida se casaran, y los casados montaron a caballo y corrieron al
lado de sus esposas a ser a su vez dichosos.
MARI O MEUNI ER
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XI
SCRATES EN LA GUERRA
gnora acaso tu sabidura dijo un da Scrates a Critn que a los ojos de
Dios y de los hombres que tienen algn discernimiento, la patria es digna de ms
respeto y veneracin que el padre, que la madre y que todos los abuelos? Debemos hacer
cuanto la patria nos ordena y sufrir sin murmurar y a toda costa cuanto exija de nosotros.
Si nos enva a defenderla, es preciso obedecer sus rdenes aun con peligro de nuestra vida
y la justicia quiere que en ese caso no retrocedamos nunca ni cedamos terreno ni aban-
donemos nuestro puesto.
Si, en efecto, es impiedad usar de violencia con el propio padre o la propia madre,
lo es mucho mayor revolverse contra la patria, madre generosa cuyo nico pensamiento
es contribuir a la dicha de sus numerosos hijos.
Scrates, persuadido de que todo hombre ha de avenirse a las leyes de su ciu-
dad, porque son la condicin del orden y el orden es la norma que regula la justicia y
afianza el Estado, se condujo como ciudadano excelente, y cuando la suerte lo exigi,
se comport como magnfico soldado. Treinta y siete aos tena, segn se cree, cuando
se le present coyuntura de tomar las armas en servicio de la patria, sealndose por su
coraje, su resistencia y su sangre fra. Ello ocurri al principio de la guerra del Pelopo-
neso, guerra que enzarz a Atenas y Esparta y termin con la ruina de la ciudad prote-
gida por Pallas. Cuando Potidea, ciudad de Macedonia, a instigacin de los corintios
aliados de los espartanos, se levant contra Atenas, los atenienses fueron por mar y tie-
rra a cercar la ciudad rebelde. El sitio dur dos aos. Scrates, como hoplita, o soldado
de infantera, fue adscrito a esta expedicin. Sabemos por Alcibades, testigo ocular,
cun hermoso fue el comportamiento del sabio en tal coyuntura. La sabidura prctica
I
que haba adquirido le permiti plegarse con alegra y serenidad a todas las circunstan-
cias para hacer gala del dominio sobre s que le era familiar, de la clarividencia juiciosa
y fundada, caracterstica de su inteligencia tan lcida como perspicaz. Aventaj all,
dice en efecto el hijo de Clinias, en resistencia al cansancio, no slo a m, sino a todos
los dems. Cuando por quedar cortadas las comunicaciones, carecamos de comida,
como suele ocurrir en campaa, nadie como l soportaba valerosamente el hambre.
Nadbamos en la abundancia? Era nico en su manera de saborear su goce. Con no
gustarle beber, nos venca a todos, si se le forzaba; y lo ms sorprendente es que nadie
le vio jams borracho. Era prodigiosa la resistencia con que soportaba el rigor del fro,
pues los inviernos de este pas son terribles. En das u horas de recia escarcha, cuando
ningn guerrero se atreva a salir o bien sala muy abrigado y abrochado, envueltos los
pies en borra y pieles de cordero, Scrates se expona a la intemperie cubierto con la
misma capa que se trajo puesta, andaba con los pies desnudos por el hielo mejor que
los que iban calzados y con tal entereza que los soldados, creyendo que los desafiaba le
miraban con malos ojos. As se comport Scrates en Potidea.
Scrates tambin, como soldado de infantera, se hall en las flas atenienses,
cuando su ejrcito, derrotado cerca de Delio, se retir en vergonzoso desorden. Aqu,
como siempre, el hijo de Sofronisco se port como hombre que estima mucho ms el
honor que la vida.
Es digno tambin de toda nuestra admiracin cuenta Alcibades el
comportamiento de Scrates cuando nuestro ejrcito, despus de ser derrotado en De-
lio, batiose en retirada. Habindose dispersado todos los soldados, Scrates fue retirn-
dose con Laqus. Top casualmente con ellos y en cuanto los vi les exhort al valor y les
promet no desampararles. Entonces se me present la coyuntura, ms bella que en Po-
tidea, de ver de cerca el temple de Scrates, pues, hallndome a caballo, haba de temer
menos por m. Me percat entonces de cunto aventajaba a Laqus en el dominio de s
mismo. Advert al punto que su paso all era idntico al de aqu y andaba, como dice
Aristfanes, con el paso altivo y mirada gil. Con la misma impasibilidad miraba de
arriba abajo a amigos y a enemigos y se haca visible a todos los vientos y a lejanos ojos
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en forma tal, que no se echara mano a tal hombre sin hallarle apercibido a defenderse
con vigor.
Efectivamente, en la guerra no suelen atacar a los que revelan tales disposiciones,
sino que acosan a los asustadizos, que se lanzan a la huda.
Cuntase que en esta desastrosa retirada, Scrates, siguiendo las indicaciones de
su genio familiar, seal el camino que deba seguir el ejrcito para librarse de sangrienta
persecucin. Los que le escucharon se retiraron sanos y salvos; pero los que tomaron ha-
cia camino diferente, cayeron bajo la caballera enemiga y sucumbieron o fueron apresa-
dos. Adems, en esta desgraciada rota, Scrates, segn dicen, salv la vida a Jenofonte,
joven y brillante ofcial de veinte aos de edad a la sazn. En el momento ms recio de la
persecucin, el futuro historiador de Scrates, entonces enamorado de la belleza de las
armas, de los hermosos potros y de los magnfcos atavos, cay del caballo y se hiri. S-
crates le desasi, cargselo a la espalda y as le llev largo trecho hasta ponerle, a su pare-
cer, fuera del alcance de la ofensiva.
En otro combate, Alcibades tambin salv la vida merced al hijo de Sofronisco.
En esta batalla dijo el hijo de Clinias, por la cual los estrategas me conce-
dieron los honores de la bravura, deb mi salvacin a Scrates, pues al verme herido no
quiso dejarme hasta sacar mis armas y a m del peligro. Y rogu encarecidamente a los
estrategas, oh Scrates!, que te concediesen los honores del valor. Y cuando, por conside-
racin a mi clase, los estrategas quisieron otorgarme esos honores, t te mostraste ms
solcito an que ellos en pretender que se me glorifcase en tu lugar.
Pero qu mtodo era el de Scrates para habituarse as al sufrimiento, luchar con
el sueo y conservar siempre en toda ocasin el dominio de s mismo que le haca admi-
rable? El secreto de su fuerza estaba en la riqueza de su vida interior. Ahora bien: para
acrecer con la meditacin el caudal de bro encerrado en su alma, Scrates se impona
aun a la luz del da y en el centro de Atenas cierta prueba singular. Con frecuencia se so-
SCRATES EN LA GUERRA
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meta a permanecer inmvil y rgido como tronco de rbol, con la mirada fja en un pun-
to invisible, el alma tensa y como aislada del cuerpo por la reconcentracin de su profun-
do pensamiento. Aun acampado en territorio enemigo, Scrates practicaba felmente este
ejercicio, al cual deba la frmeza y decisin peculiares de su carcter. Cuenta Alcibades
que en cierta ocasin, durante el largo cerco que inmoviliz al pie de los muros de Poti-
dea a los ejrcitos atenienses, vieron a Scrates de pie pensando y rumiando su pensa-
miento desde la aurora.
Como no hallara la solucin perseguida, no se movi y persisti en su inmovibi-
lidad y meditacin. Era ya medioda, y al verle los soldados se dijeron con asombro unos
a otros que Scrates permaneca all de pie, escrutando su pensamiento desde el rayar del
da. Al anochecer, algunos Jonios, cumplido el servicio y terminada la cena, trasladaron
los lechos desde el campamento a las cercanas del paraje en que se hallaba Scrates, a fn
de dormir a la intemperie, pues era verano, y observar si el flsofo pasaba la noche en la
misma postura. Efectivamente, all se mantuvo de pie hasta que despunt la aurora y sa-
li el sol. Entonces, una vez que ador al sol, se fue.
Sin embargo, mientras los atenienses sitiaban a Potidea, la guerra propag el sa-
queo por todo el suelo de Grecia. Nunca la grandeza de Atenas atrajo sobre s el odio en-
vidioso y rudo de los Lacedemonios. Todas las primaveras penetraban los Espartanos en
tica y devastaban esta provincia.
Los habitantes del tica, para substraerse al cruel pillaje, fueron a refugiarse con sus
rebaos bajo la gida de los largos muros que defendan a Atenas y al Pireo. Aquella aglo-
meracin de muchedumbres mal alojadas, sin ms alimentos que los que reciban por mar,
estaba a merced de cualquier epidemia. En efecto, un bajel mercante trajo de Asia el germen
de la peste, y la plaga se extendi con espantosa rapidez por el insalubre hogar. Fue intil
toda la ciencia de los mdicos, y la muerte hizo horribles estragos. En vano se recurri a
plegarias, a consultas de orculos: todo fue intil. El mal lleg a ser tan grande, que se per-
di todo respeto a las cosas divinas. Cada uno sepultaba a los muertos como poda. Muchos
recurrieron a indecentes sepulturas. Unos se apresuraban a llevar su cadver y a quemarlo en
MARI O MEUNI ER
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la pira de otro, avisando a los que prepararon la hoguera. Otros, mientas se quemaba un
cadver, le echaban encima, a falta de lea, el que a su vez traan. La peste, no satisfecha con
los estragos de Atenas, se propag por el ejrcito sitiador de Potidea, y en poco tiempo cau-
s entre los guerreros ms de mil cien vctimas. El horrible contagio, empero, no atac a
Scrates. Si, como cuentan, de todos los atenienses a l solo respet la plaga, tal inmunidad,
segn testimonios de los antiguos, fue no slo consecuencia de su sobriedad, de la frugali-
dad constante de su rgimen, de su alejamiento de los placeres y de la fuerza de su robusta
salud, sino tambin evidente seal de la providencia vigilante de los Dioses.
Algunos aos despus hubo Scrates de alistarse por ltima vez en el ejrcito. La
ciudad de Anfpolis se separ de la Confederacin ateniense. Para someterla, los atenien-
ses enviaron contra esta rica colonia sublevada tropas, que fueron batidas y puestas en
fuga, despus de dejar seiscientos muertos en el campo de batalla. Scrates, como en De-
lio, se retir pausadamente y con mucha sangre fra, y, aunque simple soldado, reuni en
torno suyo a las tropas desbandadas.
Ya no volvi desde esta poca a salir de Atenas, de la cual, salvo en caso de guerra,
nunca estuvo muy alejado. Con todo, se alega que asisti en cierta ocasin a los juegos
solemnes que Grecia celebraba en honor del dios Poseidn en el istmo de Corinto. Si
agregamos otro viaje que en su juventud hizo a Samos y otro a Delfos para consultar a la
Pitonisa, quedarn anotados todos los viajes de este contumaz sedentario.
Sin embargo, no porque Scrates pasase la mayor parte de su vida en el recinto de
su ciudad, natal, ha de inducirse que reprobaba los viajes. Si desaprobaba los que slo
tenan por objeto la satisfaccin de ftiles curiosidades, recomendaba, en cambio, aque-
llos que facilitasen el trato con hombres justos y santos personajes.
Estos seres divinos deca, cuyo trato es de un valor inestimable, nacen lo
mismo en los Estados muy cultos que en los otros. La inspiracin divina aparece tambin
en los pases brbaros. Y para dar con aquellos que el soplo de la inspiracin roza y enri-
quecernos, a su lado, no hay que escatimar dinero ni fatigas.
SCRATES EN LA GUERRA
5
Scrates estaba de tal modo enamorado de esta sabidura humana universal, que
el espritu divino, tal era su creencia, esparca por doquier tanto entre griegos como entre
brbaros, que un da respondi a alguien que le pregunt:
Cul es tu patria?
Mi patria es el mundo contest, dando as a entender que se tena por ciu-
dadano de todos los sitios en que hubiese hombres o viviesen sabios.
No olvidemos, sin embargo, que el periplo aconsejado por Scrates preferente-
mente era el viaje al fuero interior de cada uno.
Vale ms deca la curiosidad de conocerse que el convertirse en un ser ex-
trao a s mismo, dispersndose en lejanos viajes.
Nuestro ms hermoso deber deca es formar conciencia del mundo que en
nosotros llevamos, organizarlo, embellecerlo y convertirlo, por la armona del conjunto,
en viva imagen del pensamiento, que crea el orden divino del universo visible.
Un da Scrates top con uno de sus amigos. Como ste, hablndole de sus pro-
vectos, le comunicase su intencin de emprender un viaje, porque, segn deca, se senta
desgraciado en su propio pas.
Eliges, amigo mo le respondi Scrates, muy mala resolucin. Si no lo-
gras la paz en ti mismo, a cualquier paraje que vayas llevars siempre y doquiera contigo
lo que te hace desgraciado en el seno de tu patria.
Por lo que toca a Scrates, la voz de su genio le at al suelo de la ciudad de Atenas.
Slo aqu esper cumplir los deberes de su misin. As, cuando el rey de Macedonia, Ar-
quelao, intent atraerle con obsequios y grandes promesas, el hijo de Sofronisco rehus
los presentes y dijo al embajador:
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No quiero ir a reunirme con un hombre que puede dar ms que puedo devol-
verle.
As, pues, Scrates, si bien juzg que el pensamiento para formarse ha de instruir-
se en todas las sabiduras, comprendi tambin que la accin, para ser plenamente efcaz
e inteligentemente ordenada, ha de fjarse en determinado campo. Este ardiente patriota,
al arraigar en Atenas y oponerse siempre a desgajarse, acarici, adems, el hermoso en-
sueo de convertir a su patria en lumbrera constructora de todos los pueblos del mundo.
Pensaba que si corresponde a los buenos ciudadanos dirigir el Estado, toca igualmente a
los Estados mejores ser guas de los menos buenos. Ahora bien: para adaptar lo individual
al servicio de lo universal y constituir la jerarqua de los valores, organismo viviente y ne-
cesario para la respiracin de las almas, el poder es indispensable; pero este poder no es
slo un presente de la fuerza; es, sobre todo, el fruto de una voluntad aplicada a alcanzar
el fn impuesto a un pueblo por la emocin de un ideal preciso, por el sentimiento exal-
tado de todas sus energas y por la virtud de una noble educacin.
Dime, Scrates pregunt un da al hijo de Sofronisco el hijo del gran Peri-
cles, dime: cmo podra gobernarse a estos atenienses turbulentos, indisciplinados y
burlones?
Si quieres le respondi Scrates lograr dirigirlos, instryelos. Hazles pre-
sente, con tu palabra y con tus actos, el recuerdo heroico de sus lejanas tradiciones.
Evcales la memoria de nuestros venerables abuelos. Convncelos de que les pertenece
la preeminencia desde remotsimos tiempos, y slo de ellos depende seguir mantenin-
dose en esa categora, y de ellos el eclipsar a las dems naciones; que estudien las cos-
tumbres de sus antepasados y las acaten con el mismo tesn que sus padres. Si obran
as, no sern menos virtuosos. Que imiten tambin a los pueblos que hoy ocupan la
primera fila. Que copien sus instituciones, que se acomoden a ellas y, merced a una
gran emulacin, llegarn a sobrepujarlos y a mostrarse dignos de los hroes que forja-
ron el destino de la Grecia.
SCRATES EN LA GUERRA
7
XII
LA SABIDURA PRCTICA DE SCRATES
ice Aristteles, acordndose, sin duda, de la hermosa muerte de Scrates, que el que
muere reputando que es mejor vivir bellamente que vivir largo tiempo, escoge, toma y
se da la parte ms bella. En efecto, si asegura, muriendo, inapreciables ventajas para otro, si
muere por salvar la vida de un amigo o por defender la libertad de su patria, escoge para s y se
confere lo que cree ms hermoso: el honor de morir por la belleza que ama. Ahora bien: para
Scrates lo bello, ya lo hemos dicho, se confunda con lo verdadero, con lo til, con lo mejor.
Juzgaba que era propio del sabio atenerse a la opinin que le pareciere ms verdadera y decirse
por la accin que estimase como mejor. As, persiguiendo lo verdadero y optando por lo mejor,
el hombre sala al encuentro de su utilidad. Scrates, en efecto, Sileno de alma divina, no obe-
deci, al parecer, en la conducta terica y prctica de toda su vida a otra norma que la formula-
da antes de l por los pitagricos cuando dijeron Elige y sigue siempre lo que te parezca lo me-
jor para ti. Esta brusquedad incesante de lo ms verdadero, de lo ms justo y de lo mejor, no
slo impeli a Scrates a escuchar y seguir la voz imperiosa del genio que le inspiraba, sino que
fue tambin el mtodo y la disciplina constante, a la cual debi el habitual sosiego de concien-
cia, causa de su fortaleza, la uniformidad espiritual que revel siempre en toda coyuntura, con
el maravilloso dominio de s mismo que le haca invencible, con la lcida y radiante irona con
que se ataviaba la gracia retozona de su serenidad.
En cierta ocasin Scrates volvi, despus de una cena, a su casa a altas horas de la no-
che. Pretendieron unos chuscos libertinos poner a prueba, amedrentndole, su calma inaltera-
ble. Al efecto adaptronse al rostro mscaras de Furias, vistironse de espectros, cogieron antor-
chas, se emboscaron, y, de pronto, al ver a Scrates, se presentaron ante l profriendo alaridos.
El sabio no retrocedi ni un paso. No se dibuj en su faz mohn alguno de miedo. Se par y les
D
interrog segn su costumbre y en el tono habitual de su voz. Sobrecogidos los jvenes liberti-
nos, quedaron ms pasmados que pasmo quisieron infundir.
No slo persisti hasta el, fin de su vida en la investigacin resuelta de lo mejor,
sino que trat con celo de apstol, desde que empez a discurrir por las barberas y lugares
pblicos, de inducir a todos los ciudadanos a comportarse segn la norma de tan fructuoso
precepto.
Crea, en efecto, que Dios le haba escogido para ser el jinete que espolease al noble y
generoso corcel de la ciudad de Atenas para que no se durmiese en la molicie. Exhortando a
unos, reprendiendo a otros, fomentando las excelentes disposiciones de ste, confundiendo la
ignorancia presuntuosa y nociva de aqul, empleaba todo el da en moralizar a los hombres, en
fustigar los vicios y dar por doquiera ejemplos de virtud. Cebbase particularmente con los que
se aquistaban con ostentacin y con ms o menos fundamento reputacin de sabidura o de
ciencia. Les demostraba con lgica agresiva o sutil que nada slido saban, que su sabidura era
vana ilusin y que la ignorancia ms deshonrosa no es confesar que nada se conoce, sino creer
que se conoce lo que no se sabe. Scrates, comportndose de este modo, crea que obraba con-
forme a su vocacin y que acataba las rdenes recibidas de las alturas y cumpla, por prescrip-
cin divina, una verdadera misin.
Confado en la aprobacin del cielo hubiera considerado desercin criminal el abando-
no del puesto en que haba sido colocado. Os respeto y os quiero, atenienses pone en su bo-
ca Platn en la Apologa, pero obedecer a Dios antes que a vosotros. Mientras viva emplear
mis das sin interrupcin en el estudio de la flosofa, en investigarme a m mismo, examinando
a los dems, en daros consejos, en responderos y deciros segn mi costumbre: Atenienses, ciu-
dadanos de la ms hermosa ciudad del mundo, cmo no os avergonzis de no pensar ms que
en amontonar riquezas, despreciando los tesoros que os aseguran la sabidura, y no trabajando
en mejorar vuestra alma cuanto sea posible? Mi principal tarea es persuadiros jvenes y ancia-
nos, que no es preciso afanarse tanto por el cuerpo como por el alma. La virtud no proviene en
modo alguno de las riquezas, del crdito de los honores, y sin virtud no es posible que obten-
gamos para nosotros o para los dems, bien alguno verdadero.
MARI O MEUNI ER
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Empero no se espolea impunemente a los hombres a refexionar, a reprenderse y a pesar
los propios actos. As, Scrates, al acatar su misin de despertador de conciencias, se conquist
numerosos enemigos. A pesar de que en sus interrogatorios borraba su personalidad, apoyndo-
se en los principios ms indiscutidos y a fuerza de habilidad lograba que el interlocutor por s
llegase a formular lo que de l esperaba, no sin peligro suyo, el divino apstol consigui siempre
inspirar el amor a la verdad y la bsqueda de la virtud. Los hombres no quieren que se sepa lo
que son, y no les es grato el ojo que ve y sondea su alma.
Muchas veces el encono de sus interlocutores, ms vivo cuanto ms Scrates les tocaba
en el punto sensible, estall contra l. Se le burlaban, le insultaban y hasta llegaron a pegarle.
Dicen que un da, encolerizado un insolente di un puntapi al pobre charlatn, que,
con los pies desnudos y cubierto siempre con la misma capa, recorra las calles, volviendo los
ojos saltones rpidamente de un lado a otro y alardeando por doquiera de olmpico menospre-
cio por la tontera humana.
Como un testigo de aquella escena le aconsejase pronta venganza, Scrates le respondi:
Quisieras buen amigo, que en el caso de recibir la coz de un asno, procesara al ju-
mento?
En otra ocasin un contradictor, irritado contra l, le di un bofetn. El hijo de Sofro-
nisco se limit a contestar:
Qu lstima no haber sabido que iba a necesitar un casco!
Cuntase que al or tan sencillas palabras el que le peg tuvo tal pesar que se ahorc.
As, pues, la moderacin que logr adquirir resista la prueba de toda clase de injurias.
Scrates, incapaz de amargura y de encono, posea tan uniforme disposicin de nimo que su
mujer Jantippa hizo justicia a la serenidad de alma de su marido al confesar en cierta ocasin,
LA SABI DUR A PRCTI CA DE SCRATES
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pblicamente, que no le vio jams volver a casa con semblante ms conmovido que el manifes-
tado al salir.
Scrates, para conservarse en tal estado de calma y poder confar siempre en el sostn de
una conciencia tranquila y de una vida sencilla y fuerte, se alimentaba con rara sobriedad y ves-
ta pobremente. Se haba avezado a tal rgimen, que cualquiera que lo siguiera vivira exento de
inquietudes: tan escasas necesidades haba de satisfacer!
Como t vives le dijo en cierta ocasin Antifonte ni un esclavo permanecera en
casa de su amo. Los manjares ms ordinarios y las bebidas ms vulgares te bastan. Como si fue-
ra excesivo poseer una sola capa para cubrirte en invierno como en verano, no llevas tnica, ni
siquiera zapatos.
El hijo de Sofronisco, indiferente a la fortuna, rehusaba y devolva los regalos, que le
parecan intiles. As, cuando sus amigos le enviaban ora trigo, ora vino, se guardaba lo preciso
para su sustento y devolva lo restante. Cuentan que en cierta ocasin, Aristippo, el primero de
sus discpulos que ense por inters y exigi honorarios de sus oyentes, le remiti la suma de
veinte minas. Scrates la rechaz:
El dios que habla por mi boca no me permite aceptar dinero.
El fel Carmides le envo esclavos para que sacase partido de su industria y trabajo, pero
Scrates no los acept y los despidi en cuanto se presentaron.
En otra ocasin, Alcibades le suplic que aceptase un solar para que se construyera una
casa.
Me crees albail? le pregunt Scrates.
Si necesitase un par de zapatos y me regalasen cuero para hacrmelos, no sera ridculo
que aceptase el cuero no sabiendo utilizarlo?
MARI O MEUNI ER
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Hizo clebre la pequeez y humildad de su casa con la respuesta que dio a uno de sus
amigos asombrado de tanta estrechez:
Plegue al Cielo dijo que pueda llenarla de verdaderos y buenos amigos.
En otra ocasin, Scrates, al or a Alcibades gloriarse de sus riquezas y jactarse de sus
vastos dominios, le llev a un sitio donde tena el sabio expuesto un mapa del orbe terrqueo:
Busca el tica dijo ensendole el mapa.
Aqu est respondi Alcibades.
Busca ahora las tierras que te pertenecen.
No estn aqu indicadas.
Entonces repuso Scrates. a qu jactarte de posesiones tan pequeas que no
pueden ser incluidas en un solo punto del tica?
No necesitando nada Scrates, estaba as preparado para todos los acontecimientos. Un
fondo de alegra natural le preservaba de todo ataque de tristeza, y la elevacin de su alma le
pona por encima del temor, de la envidia y de la aprensin.
Crees, Scrates le preguntaron en cierta ocasin, que el gran Rey sea feliz?
No lo s respondi y nada puedo decir, pues no s si el gran Rey de los Persas
posee la virtud.
Advirtamos, sin embargo, que tal indiferencia por los bienes de la fortuna no provena
ni de su arrogante fortaleza ni de una pasin asctica. Cercenaba por principio, ciertamente, lo
ms posible el nmero de sus necesidades; pero lo haca para aproximarse a la Divinidad, que
LA SABI DUR A PRCTI CA DE SCRATES
5
ninguna tena para vivir en el ocio, enteramente dedicado a acatar las prescripciones de la voz
divina que oa dentro de s.
Cuntas cosas dijo un da al ver la multitud de abigarradas muestras que obstruan
el mercado de Atenas para m intiles y de las que ninguna necesidad siento! Todos estos
mantos de prpura, todos estos ropajes tejidos de plata y oro, son excelentes para actores que
desempeen papeles de tragedia, pero perfectamente intiles para la dicha de bien vivir.
As, pues, la propensin de Scrates a aumentar sus ocios contentndose con poco, no
obedeca al deseo de vivir desocupado, sino al de emplearlos en el mayor bien de su alma y de
las almas de los dems. No es la accin, sino la inactividad, lo que nos cubre de vergenza. En
cierta ocasin en que top con su discpulo Aristarco, le pregunt Scrates:
Qu te pasa para estar tan triste?
Estoy, Scrates, en un callejn sin salida. Desde las revueltas que obligaron a muchos
ciudadanos a refugiarse en el Pireo, mis hermanas, mis sobrinas y mis primas cayeron en mi
casa. He de mantener a catorce personas libres y no s cmo aplacarles el hambre sin sacar nada
de mis tierras.
Pero tus parientes no saben hacer nada? No pueden confeccionar tnicas o capas?
S que pueden.
Pues entonces, por ser libres y parientes tuyas. crees que no han de hacer ms que
comer y dormir? Es rara equivocacin la tuya. En efecto: qu personas libres te parecen ms
dichosas, las que viven en la ociosidad o las que se ocupan en cosas tiles? Crees que la molicie
y la ociosidad ayuden en gran manera a aprender lo que conviene saber, a retener lo que se ha
aprendido, a conservar la salud, a fortifcar el cuerpo, a procurarse y mantener comodidades?
Ahora veo que no quieres a tus parientes, porque lamentas que te arruinen. Por su parte tampo-
co te quieren, porque te estn viendo por su culpa en gran aprieto. Es de temer que pronto la
MARI O MEUNI ER
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frialdad se trueque en odio. Que trabajen, pues; t las amars al ver su aprovechamiento; ellas
te querrn en cuanto conozcan la alegra de ocuparse en alguna labor.
Realmente. Scrates, me das un excelente consejo. Mis parientes conocen las labores
propias de su sexo. Ahora mismo voy a exhortarles que trabajen.
En cuanto empezaron a hilar y a coser, la tristeza cedi a la alegra, el recelo a la con-
fanza: fueron felices. Al cabo de unos das. Aristarco fue a ver al hijo de Sofronisco:
Ea le dijo Scrates, qu ocurre en tu casa?
Todo va muy bien respondi Aristarco nicamente llueven censuras contra m,
pues dicen que como sin hacer nada.
Si es as, cuntales esta fbula. En los tiempos en que hablaban los animales, una ove-
ja dijo a su amo: Juzgo muy singular que a nosotras, que te producimos lana, corderos y que-
sos, no nos des ms que lo que arrancamos de la tierra, y a tu perro, que ninguna ganancia te
reporta, das parte del pan que te comes. El perro, que oa atento, dijo: Realmente, es esto tan
injusto? No sabis que soy yo el que os custodio y sin m serais presa de ladrones o manjar de
lobos? Sin mi constante y vigilante guardia, el miedo hasta os impedira ir al pasturaje. Las
ovejas, convencidas, ya no juzgaron mal las preferencias otorgadas al perro. Di, pues, a tus pa-
rientes que eres el perro de la fbula, que t las custodias, velas por ellas, las salvaguardas de los
ataques de la injusticia y les garantizas la seguridad necesaria para que ganen su pan, saquen
partido del trabajo de sus manos y vivan con honor en paz y alegra.
Por querer ser como la conciencia de Atenas, la virtud de Scrates hubo de pasar por
rara prueba. Efectivamente, en el ao 424, unos veinte aos antes de la muerte del sabio, Aris-
tfanes, el gran poeta cmico, no tuvo empacho de llevarlo a la escena y exponerlo a las burlas
del pblico ateniense. La representacin de Las Nubes fue la primera tentativa de emplazar a
Scrates, no ante los jueces, sino ante el tribunal de la opinin pblica. En efecto, en esta co-
media se redacta ya el acta de acusacin de Scrates, y ya slo falta para obligarle a comparecer
LA SABI DUR A PRCTI CA DE SCRATES
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ante el tribunal revestir de formas legales los agravios que contra l urdi Aristfanes. Si pudi-
ramos suprimir de Las Nubes el nombre de Scrates y substituir este venerando nombre con el
de cualquier sofsta, habramos de aplaudir de cabo a rabo esta comedia tan original y tan ani-
mada. Pero es Scrates el ridiculizado por Aristfanes y presentado como un ser odioso. El pa-
pel desempeado por este sabio, la rareza de su vida, la singularidad de su aspecto, su irona
despiadada y mordaz, le destacaron ciertamente a la atencin de la comedia. Aristfanes, que a
todo se atreva y se burlaba de todo el mundo, hasta del pueblo ateniense, para provocar la risa,
divertir y obtener un xito, hall en Scrates el personaje exteriormente representativo de la
raza de seres que se propona estigmatizar. El gran poeta, cegado por el odio a cuanto amenaza-
ba relajar la antigua disciplina que haba formado los hroes de Marathn, no supo ver, ofusca-
do por las apariencias, la direccin moral y sana que la infuencia socrtica poda dar a la juven-
tud ateniense. Llev, pues, a la escena a un Scrates en cuya boca, por exigencias de la unidad
cmica, hubo de poner opiniones tomadas de diferentes escuelas. Agrup y concentr retricos,
sofstas y flsofos en un personaje, identifcndolos con l en comn proscripcin. Compusie-
ron el coro nubes parlantes; esto fue una imagen de las sutilezas sofsticas que, desprovistas de
consistencia y de forma, vagaban y fotaban en la regin danzante de los posibles, de las contin-
gencias y de las instabilidades. Scrates, desposedo de todos los caracteres indicativos de su di-
vina misin, era slo un sofsta charlatn, un ladino estafador, un corruptor ingenioso, que cla-
vaba en la picota de la vindicta pblica el fogoso genio de Aristfanes. Haba fundado, cierta-
mente, una escuela, pero para ensear el arte de hacer buena una mala causa, de dar al error
apariencias y matices de verdad, de probar que el da es noche, de justifcar que un hijo pegue a
su padre y un deudor no pague sus deudas. Como no se reconoca Scrates en aquel tipo de
charlatn locuaz e indecoroso, por ms que la mscara del actor lo reprodujese sin resquicio de
duda, soport sin indignarse tantas calumnias. Muy al contrario, fue uno de los primeros en
sonrer, segn cuentan, al tono del estro cmico.
Y qu. Scrates le dijo un espectador, no te indignas de verte blanco de la befa
pblica?
No, por Zeus respondi con la mayor dulzura. El teatro, donde se me ridiculiza,
no se parece a esos banquetes en que cada convidado puede impunemente rerse de los dems.
MARI O MEUNI ER
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Es, adems, ventajoso agreg para un hombre que quiere aprender a conocerse a s mismo,
verse expuesto a la censura de los poetas cmicos. Si sus crticas son fundadas, sacar provecho y
se corregir. Si ve que son falsas, no se turbar por el juicio de los dems.
Cuntase tambin que en una representacin de Las Nubes, a la cual excepcionalmente
asista Scrates pues dicen que slo iba al teatro cuando se representaba alguna obra de su
amigo Eurpides, como unos extranjeros alborotasen preguntando quin era aquel Scrates
llamado por Aristfanes supremo pontfce de las ms sutiles tonteras y le husmeasen por to-
das partes entre los espectadores. Scrates se levant, envuelto en su capa, y para acallar el ru-
mor y satisfacer la curiosidad de los inquietos espectadores, permaneci de pie, sonriente y
tranquilo, durante toda la obra.
LA SABI DUR A PRCTI CA DE SCRATES
9
XIII
SCRATES Y SUS DISCPULOS
i fuera preciso dar con la razn del atractivo que arrastr detrs de Scrates a toda la ju-
ventud de Atenas, sera quizs forzoso explorarla en el mgico poder que encerraba su
palabra. El terrible burln, cuya risa tena la expresin de la fsonoma del Stiro, era tambin,
en efecto, eminente fautista, que saba incrustar en las honduras del alma deliciosas inquietu-
des, despertar con sus encantos toda suerte de aspiraciones y emerger a la luz del da los ms
ocultos pensamientos. Por otra parte, este perro de caza de Laconia, al cual ningn ardid poda
desviar del rastro de las ideas, era tambin justador invencible, dialctico astuto y empedernido,
que no solamente saba aturdir, arrobar, convencer y disuadir, sino que poda tambin sellar la
boca de los oyentes, deslumbrar su impotencia y como petrifcar, cautivndolos, a los que le
oponan resistencia alguna. Scrates, adems, como todas las almas entusiastas y ardientes, sen-
ta por la juventud especial predileccin. No se cea a acoger a los jvenes, sino que los atraa,
se declaraba amante suyo y se congratulaba de saber seducirlos. Pero el amor de Scrates a los
hermosos donceles, sus asiduas visitas a los sitios donde se adiestraban, su asedio y labor para
hacerlos virtuosos, muy distinta de la empleada por los amantes vulgares para corromperlos,
obedeca a que este perfecto amante de la Belleza realmente crea que un hermoso cuerpo era
indicio radiante de un alma bella, la aurora prsaga de altas virtudes. Ahora bien, huelga decir
que Scrates, sobre todo, era de las almas amante apasionado. Nada omita para formarlas y
hacerlas ms bellas, enriquecindolas con esplndidos refejos de la belleza moral. Cuando por
el amor o con apariencia de amor se abra el camino de un alma hermosa, empleaba todo su
celo y todos sus cuidados en sembrar en ella los grmenes fecundos de la verdad y de la virtud.
En primavera hay que sembrar los campos, y no cuando las malas hierbas han disipa-
do los jugos nutritivos de la tierra.
S
Aconsejaba a estos jvenes que amaba, y de los cuales era con frecuencia amado, que se
mirasen muchas veces al espejo.
Si os juzgis hermosos les recomendaba, haceos dignos de la belleza que os hon-
ra y preservadla. Pero si la cara no corresponde a vuestros deseos, corregid las deformidades que
os lastiman, embelleciendo vuestra alma con la verdad y la virtud.
Seducidos por la palabra, que tena el don de suscitar el entusiasmo de s mismo y de avi-
var sus energas latentes, la mayora de los jvenes que trataban con Scrates se prendaban de l
con la viveza de pasin compatible con la voluble constancia de su ardiente juventud. Ha llegado
hasta nosotros, de labios de Alcibades, una prueba del enorme influjo que ejerca en ellos.
Me hallo dijo el hijo de Clinias a los convidados del banquete de Agathn en un
estado de alma parecido al de los que han sido mordidos por una vbora. No quieren, segn cuen-
tan, hablar de su desgracia con nadie que no haya sido alguna vez vctima de este percance, pues l
slo se explica y excusa cuanto se dice o hace a impulsos del dolor. Yo tambin, mordido por algo
ms aflictivo y en el punto ms afligible, llamado corazn, alma, o como se quiera, me siento he-
rido y mortificado por los discursos de la filosofa, que ms crueles que la mordedura de las vbo-
ras, tornan capaz de decirlo y hacerlo toda el alma inteligente y joven por ellos alcanzada.
Scrates, para educar a la juventud inclinndola a la vida ms virtuosa, pasaba largos
ratos con los jvenes, incitndoles a hablar y a hallar por s mismos en las honduras de sus
almas los principios que mejor le servan de gua y de luz. Habiendo en cierta ocasin repa-
rado en un hermoso doncel, que no hablaba y permaneca ante su presencia constantemente
silencioso:
Habla le dijo Scrates para que pueda verte.
Para l, en efecto, no se vea el hombre sin orle hablar: de tal modo estaba convencido
de que no con los ojos del cuerpo, sino con los del espritu y del corazn, era menester exami-
nar a los seres para sondearlos y dirigirlos bien.
MARI O MEUNI ER
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Scrates, al acoger jubiloso a todo nuevo discpulo, con la esperanza de laborar por la
felicidad del Estado, preparndole excelentes ciudadanos y mejorando el espritu de cuantos se
le acercaban, tenda, adems, a satisfacer la necesidad de amistad en l congnita.
Que unos deseen buenos perros dijo al sofsta Antifn, hermosos potros, bellos
pjaros; mi goce es hacerme con amigos estimables. Si s algo til, se los comunico; les presento
a cuantos pueden, segn m parecer, ayudarles en el camino de la virtud. Con ellos investigo y
recorro las inapreciables riquezas que los antiguos nos dejaron en sus obras. Lo bueno que ha-
llamos en ellas lo recogemos y nos creemos enriquecidos cuando estas lecturas han apretado los
nudos de la santa amistad.
Ahora bien: el hijo de Sofronisco, para hacer virtuosos a todos estos jvenes amigos, les
enseaba, ante todo, a respetar a los dioses. En segundo lugar, persuadido de que la templanza,
aquietando los apetitos del cuerpo, contribuye a la tranquilidad del alma y la predispone a reci-
bir la luz de la pura verdad, les prevena contra los excesos del vino y de la buena mesa, les enca-
reca los ejercicios que aligeran los miembros, conservan la salud y les adiestran a resistir sin
desfallecimiento el sueo, el cansancio y el fro.
La intemperancia deca aparta a los hombres de la sabidura, el mayor de los
bienes, y les precipita a todos los desrdenes. Arrastrndolos siempre al placer de los sentidos,
les veda que se entreguen a nada til y de ocupar en ello su pensamiento. Frecuentemente les
inspira como espritu de vrtigo: pierden entonces el discernimiento del mal y del bien, caen en
un abismo de males y se atraen el odio de los hombres y de los dioses. Si hay que servir agre-
gaba a los amigos o a la patria. quin ms holgadamente lo har: el que vive contentndose
con poco o el que nunca tiene bastante? Quin ser mejor soldado: el que no puede prescin-
dir de una mesa suntuosa y de manjares delicados, o el que vive dichoso con alimentos muy
sencillos?
Scrates, conociendo las consecuencias funestas del amor excesivamente carnal, exhor-
taba a sus amigos que se abstuviesen, lo ms posible, de los placeres de Afrodita y se alejasen de
cuanto puede infamar las pasiones, exasperar los sentidos y dar al alma motivos de aficcin.
SCRATES Y SUS DI SC PULOS
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En cierta ocasin, habiendo reparado en el abrazo que diera Critbulo al hijo de Alci-
bades, cuya belleza recordaba la de su famoso padre, el hijo de Sofronisco, en presencia de Cri-
tbulo, mantuvo esta conversacin con Jenofonte:
Dime, Jenofonte, no tuviste a Critbulo, hasta ahora, por un joven prudente y
reflexivo?
S, ciertamente, Scrates respondi Jenofonte.
Pues bien: es menester, ahora, que modifques tu opinin y le consideres el hombre
ms audaz y rijoso.
Qu le viste hacer para legitimar esa idea?
No ha tenido la osada de abrazar al hijo de Alcibades, a quien nadie iguala en gra-
cia y en belleza?
Oh!, si sa es su audacia, yo, a mi vez, podra ser audaz.
Pero, desgraciado, no prevs lo que te ocurrira despus de besar tan bella boca? No
piensas que de libre te convertiras en esclavo? Que te meteras en locos dispendios para lograr
peligrosos deleites, que ya no podras ser dueo de ti mismo y da y noche te veras forzado a
entregarte a tareas y cuidados insensatos?
Por Heracles, oh Scrates!, das al beso terrible poder.
Te asombras? No sabes que una pequea araa, con slo tocar nuestro labio, puede
privarnos de razn y que una bella persona, al dar un beso, hiere con dardo de oculto veneno?
Ignoras, sin duda, que este terrible animal, a quien cupo la suerte de la belleza, es mucho ms
terrible que la pequea araa? Esta hiere cuando toca: pero el otro, sin tocar, slo con su aspec-
to, lanza desde muy lejos un no s qu que nos enloquece. As, Jenofonte, cuando veas una be-
MARI O MEUNI ER
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lla persona, te aconsejo que huyas apartando los ojos. En cuanto a ti, oh Critbulo!, te induzco
a viajar durante un ao entero: ese tiempo quizs baste a curar tu herida.
No conocemos los nombres de todos los jvenes que se atrajo Scrates. Igualmente
ignoramos el nmero de sus discpulos, pero podemos conjeturar, por el entusiasmo de los
que conocemos, la admiracin que sentan por la persona, por el genio y por la grandeza mo-
ral de su maestro. Uno de ellos, Euclides de Megara, por gozar del encanto seductor de las
improvisaciones socrticas, no titube, a pesar del secreto de los atenienses que haban dis-
puesto que si un ciudadano de Megara pona los pies en Atenas, sufrira la pena de muerte
en venir a esta ciudad con peligro de su vida. Al anochecer, disfrazado con una tnica de
mujer y un manto abigarrado y cubierta la cabeza con un velo, iba de Megara a Atenas para
aprovechar parte de la noche oyendo las plticas del hijo de Sofronisco. A la alborada disimu-
lado con el mismo ridculo atavo, desapareca y recorra a pie ms de veinte millas para vol-
ver a su villa natal.
Antstenes, otro discpulo suyo, resida en el Pireo pero ni un solo da dejaba de salvar
larga distancia para ir a Atenas y or a Scrates. Naci pobre y de obscuro linaje y como un da
se le echase en cara el no haber nacido de madre ateniense. Antstenes el fundador de la secta de
los flsofos cnicos respondi:
Y la madre de los dioses no es de Frigia? Scrates, que no se apellidaba ateniense ni
griego, sino que se deca ciudadano del mundo, oyendo un da a uno de sus discpulos repro-
char a Antstenes su condicin de hijo de madre extranjera, replic:
Los que para darse importancia slo alegan su cualidad de ateniense, se prevalen de
un ttulo que les es comn con las langostas y caracoles indgenas.
Antstenes, fel al maestro que haba escogido, imit su modo de interrogar a los hom-
bres. Hizo consistir la virtud en una absoluta independencia de todas las cosas exteriores. Pero
mientras que Scrates saba muy bien adaptarse a las circunstancias, Antstenes repela cuanto
molestaba su arrogante independencia. De aqu su desdn por los placeres y la reputacin por el
SCRATES Y SUS DI SC PULOS
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bien parecer social, por las conveniencias y usos ms respetables. No contento con despreciar
cuanto constituye el culto encanto de la vida civilizada, rechazaba adems todas las teoras cien-
tfcas, cual montn de estriles sutilezas. Scrates instintivamente senta la parte exagerada de
la conducta de este discpulo que, dejando crecer barba y cabellos, afectando alimentarse con
los ms ordinarios manjares y de no llevar otro traje que la capa echada a la espalda a guisa de la
piel de len de Heracles, olvidaba, al parecer, que la verdadera libertad no consiste en despreciar
la vida, benefcio de los dioses, con ostentosa y agresiva rudeza sino en el inteligente y apacible
sometimiento a las necesidades de nuestra condicin en la paz interior de una inteligencia lci-
da y una conciencia clarividente y tranquila. As, cuando en cierta ocasin Antstenes pas de-
lante de Scrates, exhibiendo con disimulo una capa llena de agujeros, el sabio, sin poder con-
tenerse, le dijo:
Veo, Antstenes, tu orgullo a travs de los agujeros de tu capa.
Aristippo de Cirene fue otro atrado a Atenas por el prestigio de Scrates. En los Juegos
Olmpicos top con un amigo ntimo del hijo de Sofronisco, y como quisiera saber de qu ma-
nera el ilustre sabio se conduca con sus amigos, de qu materias platicaba con ellos, tanto le
impresion el relato que oyera, que desde aquel momento ya slo acarici el deseo de conocer y
tratar a Scrates. Se fue, pues, a Atenas. Aqu segn nos dice, aprendi al lado del maestro por
l tan anhelado el arte de adaptarse fcilmente a las circunstancias, a los lugares y a los caracte-
res de los hombres. Aristippo, fundador de la escuela cirenaica, nacido rico y avezado a gozar de
todos los bienes de la fortuna, tom de la doctrina de Scrates el principio de que la flosofa ha
de referirse a un fn individual y prctico y por tanto a la felicidad particular de cada hombre.
Pero en vez de dirigirle a este fn dichoso por el estricto cumplimiento del deber, confundi esta
rigurosa nocin con la obligacin de gozar del presente y saborear el placer inmediato. Dcese
tambin que fue el primero de los discpulos de Scrates que exigi retribucin por su ensean-
za. En cierta ocasin Aristippo, sabedor de la pobreza del maestro, le envi una cantidad dedu-
cida de sus ganancias. Scrates se la devolvi, y al preguntarle al cabo de poco tiempo de dnde
proceda su riqueza, Aristippo respondi:
De la misma fuente, Scrates, de donde proviene tu pobreza: de la flosofa.
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El gusto a la flosofa, por doquiera expandido por la predicacin socrtica, no slo
transform a la gente distinguida como Alcibades y Critn, sino tambin a hombres dedicados
a ofcios vulgares. El zapatero Simn, a cuya tenducha gustaba mucho de ir Scrates, convirti
su tendezuela en locutorio consagrado a sublimes plticas. Al salchichero Esquines le pic tam-
bin el deseo de tratar a Scrates y de contarse en el nmero de sus perfectos discpulos. Como
en el momento de presentarse al sabio ste acabase de recibir algunos regalos de sus amigos. Es-
quines, que no era rico, le dijo:
Por lo que a mi toca, slo puedo ofrecerte mi propia persona: dispn de ella.
Me ofreces, Esquines le respondi Scrates, el ms noble presente. Queda satis-
fecho; ya cuidar de hacerte mejor de lo que te recibo.
Desde aquel momento Esquines se uni tan estrechamente a Scrates, que no le aban-
don jams, por lo que dijo el hijo de Sofronisco que un laborioso y pobre salchichero haba
sido el nico hombre que haba sabido guardarle verdaderos miramientos.
Scrates, sin embargo, no se content con acoger graciosa y bondadosamente a los que
espontneamente se le presentaban. Este cisne proftico, como a s mismo se llamaba, impeli-
do por divino presentimiento, se adelantaba a veces a llamar a los que parecan predestinados a
seguirle. En cierta ocasin top con un joven llamado Fedn, cuya condicin de esclavo le obli-
gaba a vivir ignominiosamente y que por su aspecto entristecido y aorador revel al sabio que
arrastraba con pesar vida tan deshonrosa. Compadecido y viendo un alma bella, el hijo de So-
fronisco indujo a Critn a comprar este esclavo, que vino ms tarde a ser uno de los ms nti-
mos y asiduos amigos de Scrates. Cuntase que en otra ocasin vio en una callejuela a Jeno-
fonte. Su aire modesto, su evidente bravura militar, su bella presencia y el despejo de su juven-
tud, llamaron la atencin del hijo de Sofronisco. Con el bastn le cerr el paso y le pregunt en
seguida:
Dime, joven, dnde est el mercado? Jenofonte se lo indic. Pero Scrates, al darle
las gracias, agreg:
SCRATES Y SUS DI SC PULOS
7
Puedes decirme tambin dnde los hombres aprenden la virtud? Como el ofcial ti-
tubease en contestar:
Sgueme le dijo Scrates; yo te lo ensear.
Jenofonte desde aquel momento, sin dejar de tener afcin a los caballos, a la caza y a la
disciplina militar, vino a ser uno de los ms celosos discpulos de Scrates. Fue el primero que
recogi y public Plticas de Scrates, conservndonos, si no el pensamiento profundo, que el
espritu estrecho y rido de tan probo escritor no supo comprender, s el encanto y la vida de las
conversaciones del sabio.
Pero el ms eminente de todos los discpulos de Scrates, el que haba de legarnos no
quizs la imagen ms real, pero seguramente la ms sublime, la ms ntimamente verdadera, la
ms sorprendente y la ms imborrable, fue Platn. Cuntase que un da Scrates so que un
pequeo cisne se ech a volar desde un altar consagrado al Amor y fue a posarse en su pecho.
Estando sobre sus rodillas, crecironle de pronto grandes alas y el cisne ech a volar de nuevo
esparciendo por los aires deliciossimos gorjeos. Ahora bien; al da siguiente hall a Platn
comprando, segn algunos, equipo de armas para su servicio militar. Scrates, en cuanto adivi-
n por el aspecto la belleza del alma del adolescente, se le acerc, le habl y conmovi tan fuer-
temente su espritu, que Platn renunci en seguida a la carrera militar y abraz la vida flosf-
ca. Segn otros, Platn, hasta su primer encuentro con el sabio, se ocup slo en tareas poti-
cas. Dicen que su padre le present al hijo de Sofronisco al da siguiente de haber soado ste
con el cisne. En cuanto le vio:
He aqu djole al padre y sealando al hijo, he aqu el cisne feliz que se me ha
aparecido esta noche!
El cisne, en efecto, cuyos divinos acentos haban de constituir eternamente la delicia del
espritu y haban de inmortalizar el magnfco nombre de su maestro, despert, desde el primer
contacto, a misin muy distinta y ms grandiosa. Renunciando a la poesa, ech al fuego las
tragedias, los himnos y los dems poemas que haba compuesto, a la vez que recitaba este verso:
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Acrcate, Hefestos, padre del fuego; Platn reclama hoy tu ayuda.
A la hora de morir, de cuantos favores Platn se crey obligado a dar gracias a la Provi-
dencia, el que recordaba con mayor alegra y gratitud era el de haber venido al mundo en los
tiempos de Scrates. En efecto, despus de dar gracias a Dios por haberle otorgado un alma
racional y hchole nacer griego y no brbaro, diole tambin gracias, segn cuentan, por haber
coincidido su vida con los das de Scrates.
Sin embargo, aunque Platn nos ha legado un perfl del retrato de Scrates, al hacerle
hablar en los diversos dilogos, segn el mtodo y el gusto habituales del hijo de Sofronisco, no
por ello se induzca que cuanto el discpulo pone en labios del maestro sea enteramente confor-
me al pensamiento socrtico. Un da el hijo de Sofronisco, habiendo odo leer el dilogo titula-
do Lyxis o De la Amistad, recientemente compuesto por Platn, no pudo menos de exclamar:
Dioses inmortales, este joven me atribuye cosas en que nunca pens!
Tales fueron los diversos mtodos empleados por Scrates para partear las almas que le
parecan henchidas de frutos de sabidura. Su enseanza fue oral y nada dej escrito.
Porqu no escribes? le preguntaron un da.
Porque el papel respondi me parece ms precioso que cuanto pudiera en l es-
cribir.
En otra ocasin contest as a pregunta semejante:
No quiero escribir mis pensamientos en la piel de animales muertos; prefero grabar-
los en almas bien nacidas.
Su palabra inspirada no era, en efecto, escritura viviente, que dejaba escritos en el cora-
zn de sus discpulos rasgos indelebles?
SCRATES Y SUS DI SC PULOS
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XIV
EL PROCESO DE SCRATES
uantas veces he querido mezclarme en asuntos de la repblica dijo Scrates a sus jue-
ces, mi genio familiar se ha opuesto a ello. Ha mucho tiempo que ya no vivira, de
haberme entrometido en vuestras disputas, pues nunca impunemente un hombre aspira a opo-
nerse a todo un pueblo y a impedir que cometa iniquidades. Es, pues, absolutamente preciso
que el que desee batallar por la justicia, a poco que quiera vivir, sea simplemente particular y
nunca hombre pblico.
Fiel al sagrado deber que le impona su misin y convencido de que su vida interesaba
al pas, para conservarla se mantuvo siempre alejado de las asambleas polticas, rechaz todas las
magistraturas y vivi a la sombra de la vida privada. Es ms seguro, en efecto, sembrar el buen
grano en la calma fervorosa de ntimas plticas, que arrojarlo al viento tempestuoso de la vida
poltica.
Cuntase que Scrates slo una vez sali de esta prudente reserva, cuando la tribu An-
dicida, a la cual perteneca el hijo de Sofronisco, eligi por sorteo cincuenta miembros y los
disput para desempear a la vez, con el nombre de Prytancos, la presidencia del Consejo de
los Quinientos. Ahora bien, ello ocurri cuando los generales vencedores en las Argimisas fue-
ron acusados ante el pueblo por no haber recogido los muertos y los vivos que cayeron al mar
en el decurso de una batalla naval. Quiso el azar que la suerte designase a Scrates como presi-
dente de la mesa rectora de los debates. El pueblo, muy irritado por el menosprecio con que
fueron, a su parecer, tratados los muertos, exiga por la voz de los acusadores que los nueve ge-
nerales comprendidos en la misma frmula de acusacin fuesen condenados en virtud de una
sola sentencia.
C
Este procedimiento era contrario a la ley, la cual dispona que todo juicio fuese individual y
que hubiera tantos veredictos como acusados. Scrates, a pesar de los gritos, de las violencias y de las
amenazas, obediente al juramento que haba prestado de juzgar con arreglo a las leyes establecidas,
terca y valerosamente hizo cara a todos y recogi los sufragios segn la usanza regular, y los nue-
ve generales, aunque trataron de disculparse aduciendo el estado del mar furiosamente revuelto,
fueron condenados, si bien, merced a Scrates, la sentencia se pronunci con arreglo al uso legal.
Aos ms tarde, bajo el imperio de terror sanguinario que los treinta tiranos instauraron
en Atenas, fue designado Scrates con otros cuatro ciudadanos para ir a Salamina, donde se ha-
ba refugiado una vctima de sus odios insaciables, con objeto de detenerla y traerla prisionera.
Obedecieron los cuatro compaeros de Scrates, pero l, opuesto a secundar crueldad tan ini-
cua, no se movi de su casa. El hijo de Sofronisco salv en esta ocasin la cabeza merced a la
cada del despotismo de los Treinta. Sin temeridad y sin bravatas intiles supo conservar duran-
te esta monstruosa tirana su dignidad, la independencia de su lenguaje y la libertad de su acti-
tud. Comparaba esta poltica opresora a la conducta de un boyero que se empeara en causar
dao a sus bueyes y en reducir sus cualidades y nmero, degollando unos y maltratando a otros.
Los Treinta le notifcaron entonces la orden de que se abstuviese de toda enseanza y de toda
pltica poltica o moral.
En vano Scrates pregunt qu le era permitido y qu vedado decir; se le contest que
su nica misin era callarse.
Pero, ay! el tratado con indulgencia por los Treinta, pues por ser demasiado pobre, de-
ca l mismo, ningn inters tenan en condenarle a morir, vino a la postre a ser victima del
ms inicuo proceso.
En efecto, a principios de la primavera del ao 399, los atenienses leyeron un da en
cartel fjado en el prtico frontero al tribunal del arconte-rey un pedimento fscal as redactado:
Auto de acusacin frmado y certifcado con juramento por Melito, hijo de Melito, del demo
de Fiteo, contra Scrates, hijo de Sofronisco, del demo de Alopeco: Scrates es culpable del crimen de
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no acatar a los Dioses reconocidos por el Estado y de introducir otras divinidades nuevas. Es adems
culpable de corromper a la juventud. Pena: la muerte.
Despus de este primer acto procesal, Scrates, de setenta aos a la sazn, fue citado
ante el arconte-rey. Compareci, y el magistrado, vista la primera sumaria, admiti la acusa-
cin, design el tribunal, nombr a los jueces y seal da para el juicio del proceso.
Melito redact y firm el auto de acusacin; pero obr en nombre de otros cmpli-
ces, los cuales, para reforzar la inculpacin, se presentaron ante el tribunal en nombre de
otras ciudades pertenecientes a diversas clases del Estado. Melito, joven y medio poeta, del
cual slo saba el hijo de Sofronisco que tena largos cabellos, poca barba y nariz un poco
aguilea, se present en nombre de los poetas. Anito, hijo de un curtidor enriquecido, mal-
quisto con Scrates por haberle aconsejado que no educase a su hijo en tal oficio, sino que le
diese ocupacin ms envidiable, era portavoz de los artesanos y hombres polticos, y el dema-
gogo Licn, el de los oradores. Los tres acusadores se hicieron eco de todos los vagos odios
acumulados contra Scrates. Haca tiempo, en efecto, que las calumnias reiteradas y hbiles
de los poetas cmicos haban saturado al pueblo de Atenas de desconfianza y recelo. Guarda-
ban rencor a Scrates cuantos fueron heridos o lastimados por sus burlas o censuras. As,
cuando Melito, Anito y Licn subieron a la tribuna para acusar al hijo de Sofronisco, victima
de las enemistades personales que se cre con su crtica habitual, amarga e ininterrumpida de
la vanidad e ignorancia de sus coetneos, no se limitaron a desenvolver solamente el tema de
los cargos aducidos. Agregaron nuevos agravios. Le reprocharon que buscaba con curiosidad
indiscreta y culpable la causa de los fenmenos que ocurren en la tierra o el cielo. Le presen-
taron como peligroso visionario, como charlatn subversivo e impo que, al ensear a la ju-
ventud tonteras dialcticas, empleaba los recursos prfidos del arte de la palabra y del razo-
namiento para demostrar que la verdad es error y el error verdad y para derruir las ideas con-
sagradas y las creencias recibidas, y minar, en fin, los fundamentos de la moral establecida y
de la religin. Se le acus, adems, de violar la santidad de las leyes; se descubri ante el pue-
blo reunido su estudiado menosprecio de las instituciones democrticas; se le recrimin de
haber excitado al odio y al desdn del gobierno constituido sosteniendo que era absurdo con-
fiar al azar, esto es, a la suerte, la eleccin de los magistrados y jefes del Estado; se le inculp,
EL PROCESO DE SCRATES
3
en fin, haber aconsejado a sus amigos polticos que tratasen al pueblo bajo y a los pobres con
altivez y violencia.
Scrates tuvo, desde el punto y hora en que fue acusado, presentimiento trgico de su
fn. El gran sabio, bien pensase que su papel haba terminado y era preferible a la vida la muer-
te, bien creyese intiles sus esfuerzos, tom desde luego la resolucin de no defenderse.
Y qu, Scrates le dijo un discpulo por aquellos das al ver con asombro que su
maestro no pensaba, al parecer, en su proceso, no debieras ir pensando ya en tu apologa?
Pero no sabes, querido amigo le respondi Scrates, que me he ocupado en ello
durante toda mi vida?
Cmo?
No cometiendo jams injusticia alguna y viviendo slo para hacerme mejor. He aqu
mi hermosa defensa.
No ignoras, sin embargo agreg el discpulo, cuntos inocentes han perecido
vctimas de su arrogancia ante los tribunales atenienses, mientras que muchas veces los jueces,
enternecidos por las splicas o los recursos de una elocuencia disculpadora, han absuelto a cri-
minales.
He querido, te lo juro y te ruego me creas, ocuparme dos veces en preparar mi defen-
sa y las dos veces mi Genio familiar me ha disuadido de ello. No sabes, en efecto, que puedo
desafar a quien quiera que sea a que pruebe haber vivido de modo ms irreprochable que yo?
Mi conciencia me da el consolador testimonio de que he sido religioso y justo durante toda mi
vida, y esto me basta.
Otro amigo suyo, el orador Lysias, le ofreci sus servicios. Haba compuesto, en defensa
de Scrates, un brillante discurso apologtico. Oda la lectura, le replic el hijo de Sofronisco:
MARI O MEUNI ER
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Tu discurso, Lysias, me parece tan hermoso como conmovedor, pero carece, a mi
parecer, de arrogancia viril y de sabrosa nobleza. Te lo agradezco, pero no me conviene.
Cmo no te conviene? replic Lysias. Me dices que es hermoso.
No sabes, mi querido Lysias le respondi entonces a este orador elegante, claro y
forido, que con ser las rosas bellas no me convendra coronarme con ellas en este momento?
En el da fjado, Scrates se present ante el tribunal de justicia. No llevaba preparada
su defensa. Los jueces, prestando juramento de juzgar segn las leyes y decretos, y a falta de le-
yes segn su conciencia y la ms cabal justicia, ordenaron que compareciesen los acusadores.
Scrates les escuch en silencio. En cuanto terminaron de hablar, el hijo de Sofronisco, para
obedecer, segn dijo, a exigencias de la ley, se levant a responder. Sin vanas esperanzas, pero
tambin sin humillacin, trat de defenderse. En vez de encomendarse suplicante, en efecto, a
la justicia y a la piedad de los jueces y conquistar su piadosa benevolencia con elocuentes acen-
tos, habl como tena por costumbre. Preocupado tan solo con decir la verdad y toda la verdad,
confse enteramente a la inspiracin del momento; no alter un pice, ni aun para salvar su
vida, el tono habitual de sus platicas familiares y se expres ante la asamblea con la misma sol-
tura con que hubiera conversado, en una barbera o en el taller de un pintor. Se defendi como
hombre que, sorprendido por la tempestad y sabiendo que no podr sortear el peligro hasta el
fn, se resguarda, no obstante, detrs de una pequea tapia de la resuelta polvareda y lluvia to-
rrencial.
Scrates, en la primera parte de su defensa, trat de borrar la impresin que numero-
sas calumnias, esparcidas desde remota fecha por annimos acusadores, pudieran haber cau-
sado en el espritu de los jueces. Estos, desde la infancia, en efecto, vivieron prevenidos con-
tra l, y desde los aos crdulos fueron oyendo decir que Scrates era un hombre peligroso.
Numerosos haban sido los acusadores que con discursos insidiosos crearon en torno de la
persona del sabio cierto ambiente de solapada hostilidad. Cernanse sus acusaciones como
sombraje sobre la resolucin de esta suprema asamblea. El sabio formul tan remotos agra-
vios de modo concreto:
EL PROCESO DE SCRATES
5
Scrates es culpable, segn dicen, de haber intentado sondear los misterios del cie-
lo y de la tierra, de haberse dedicado a hacer buena la peor causa y de haber enseado a los
dems esta perniciosa ciencia.
El acusado responde al primer embuste aducido que nunca trat de investigar la causa
del origen de las cosas. Declara sencillamente, sin menospreciar el estudio de este problema,
que nunca se meti a resolverlo, y de ello apelaba al testimonio de cuantos le conocan, pues
saban que todos estos altos problemas quedaron siempre muy al margen de sus preocupaciones
y plticas habituales. Sin embargo, aunque juzgaba prudente no tratar de saber lo que los dioses
quisieron celarnos, de ello no se deduca que no reconociese la existencia de los dioses. Cmo
creer que existen cosas divinas y pensar, a la vez, que los dioses no existen? Su genio familiar no
era la garanta infalible de tal certeza? Poda, acaso, no creer en la realidad de la voz que oa, y
esta voz, que a sus propios ojos plenamente justifcaba toda su conducta pretrita, no era la
prueba, el efecto, el signo de la divinidad?
Ahora bien; os lo juro, jueces mos exclam: lo nico que me propuse en el
decurso de mis das, tanto pblica como privadamente, fue no desviarme nunca de los
principios de la justicia, no decir nada jams contra la verdad, no hacer nunca nada opues-
to a las indicaciones del dios que nos habla y vivir siempre de modo digno, de la perpetua
compaa del husped divino que reside en mi alma y dirige mi vida. No hice de la ense-
anza mi profesin. Nunca habl por dinero ni me call cuando no me lo ofrecan. Todos,
sin distincin, han podido acercrseme, preguntarme, y a todos, sin excepcin, he contes-
tado siempre. No habiendo perseguido ms que vuestro mayor bien, no habindome preo-
cupado ms que por agenciaros jefes competentes y buenos ciudadanos, si me condenis a
muerte, atenienses, mayor perjuicio os causaris vosotros que me irrogaris a m. En todo
caso, aunque me condenaseis a morir mil veces, no lograrais que mi actitud cambiase res-
pecto de vosotros. Soy, ciertamente, para vosotros como aguijn que aviva el corcel abati-
do, pero es Dios el que as me lo ordena, y prefiero desobedecer a los hombres que ser in-
fiel a Dios. No flaquear en mi tarea divina. No es, en efecto, obra ms que humana haber
tantos aos descuidado mis negocios para atender a los vuestros, tomndoos uno a uno
con ternura de padre y exhortndoos, sin cesar, a la prctica de la virtud? No me repro-
MARI O MEUNI ER
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chis, pues, el haber rehusado inmiscuirme en la vida poltica de Atenas. Bastante tena
que hacer con tratar de guiaros hasta el fondo de vosotros mismos, de ensearos a conocer
vuestra alma, hallando as la llave de la verdadera dicha. Ya saba cun peligroso era en una
ciudad como Atenas decir la verdad. El pueblo no la quiere. As, para conservarme el ma-
yor tiempo posible dedicado a la misin que Dios para vuestro bien me impuso, delibera-
damente renunci a emplearme en ningn servicio pblico del Estado. Al obrar as, mi
conciencia me dice que he servido mejor a mi patria que perorando con frecuencia, en de-
trimento de la justicia, en las asambleas populares. Adems, si mi testimonio no os basta,
citar al mismo Dios de Delfos como testigo de mi sabidura. Conocis a Querefn y su
hermano aqu presente, si queris, puede certificar la verdad del hecho que voy a contar.
Aquel amigo de la infancia, tan ardoroso como osado, se atrevi en cierta ocasin a pre-
guntar a la Pitonisa de Delfos si habla en el mundo otro hombre ms sabio que yo. El or-
culo respondi que no haba ninguno. Cuando supe esta respuesta me resist a creerla y
tom la resolucin de husmear entre los hombres por ver si hallaba otro que fuese ms jus-
to y libre que yo. Vana pesquisa. Descubr que los polticos profesionales slo se movan
por el inters. Me di cuenta de que los poetas son incapaces de razonar lo que les inspira su
entusiasmo sagrado, y de que los artesanos creen saberlo todo, porque conocen un oficio.
Me fue forzoso reconocerme como el ms sabio, nicamente por la razn de no creer que
se lo que realmente ignoro. No obstante, cuando trat de probar a todos los hombres ms
o menos distinguidos que visitaba que estaban muy lejos de la sabidura, que se conducan
como ignorantes, que hablaban de lo que no conocan, los convert en irreductibles enemi-
gos. Ellos son los que, urdiendo la trama de solapadas calumnias, desde hace tiempo me
acusan de corruptor de la juventud. Ahora bien: si realmente he corrompido a la juventud
cmo se explica que ninguno de los presuntos corrompidos, que ningn padre, al menos,
se presente aqu pblicamente a acusarme? Por el contrario, veo aqu a muchos que me han
conocido y me han tratado. Interrogadles, pues, y con vuestros propios ojos veris, oh jue-
ces!, lo que hay que pensar de todas esas calumnias. Soy, por tanto, inocente de cuanto
aqu se me acusa. Como mi conciencia nada me reprocha, nada podis contra m, y si a
pesar de todo insists en condenarme, slo con ello ganaris indeleble oprobio. As, confia-
damente, me pongo en las manos de Dios y en las vuestras para que fallis a tenor de lo
que os parezca, tanto para vosotros como para m, ms ventajoso.
EL PROCESO DE SCRATES
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Este discurso fue odo entre murmullos y gritos desaforados. Scrates, varias veces rui-
dosamente interrumpido, hubo de apelar a la calma. Terminada su defensa, se presentaron al-
gunos testigos de descargo a abogar por el sabio. El mismo Platn, aunque muy joven a la sa-
zn, asisti al juicio y se lanz a defender a su maestro. Pero apenas descosi los labios para dis-
culparse, segn cuentan, de no tener la edad requerida para hablar pblicamente, la muche-
dumbre, irritada, le oblig a callarse y a retirarse.
Los jueces, odos las deposiciones de los testigos, procedieron a votar en escrutinio se-
creto. La mayora declar culpable a Scrates. Resuelta afrmativamente la cuestin de culpabi-
lidad, el acusador pidi contra l la pena de muerte. Luego, segn la ley, se rog al acusado que
formulase una contraproposicin. Sin duda fue entonces cuando sus amigos le instaron a pedir
la conmutacin de la pena capital por una multa. No accedi; hasta prohibi a sus amigos que
pensasen en ello, y les hizo notar que condenarse a cualquier pena equivaldra a declararse cul-
pable. Entonces exclam dirigindose a sus jueces:
Cmo! Me preguntis, atenienses, a qu pena voy a condenarme por haber conlle-
vado en el largo decurso de mis das la vida til de un hombre benfco? Si no escuchase otra
voz que la de mi conciencia y la de la justicia, os pedira que proporcionaseis la recompensa al
mrito, pues yo no he prestado ms que servicios a mi patria. Por tanto, ya que tengo derecho a
ser indemnizado, juzgo que la merced ms justa y razonable, hacedera en favor de un hombre
pobre y anciano como yo, es la de considerarme digno de entrar en el Prytneo para ser alber-
gado y mantenido a costa del Estado. Sin embargo, ya que me declaris culpable, aunque me
reconozco inocente, quiero, ya que la ley me obliga a ello, condenarme a una pena proporcio-
nada a mi indigencia. Lo ms que puedo hacer es imponerme la multa de una mina de plata; a
eso se reduce cuanto mis medios me permiten ofrecer. Pero como Critn, Critbulo, Apolodo-
ro y Platn se empean en que la suba hasta treinta, pues ellos la garantizan, me condeno, pues,
a pagaros treinta minas de plata.
La proposicin de Scrates tuvo la gracia de exasperar a la asamblea. As, cuando los
jueces deliberaron acerca de la pena, fue Scrates condenado a muerte por una mayora consi-
derablemente acrecida. Tal resolucin no turb su espritu ni mengu su valor. Su inocencia
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brillaba en la serenidad de sus ojos, en la calma inalterable de su voz. En cambio, sus amigos se
deshicieron en llanto al or la sentencia.
Y qu? les dijo entonces Scrates. Ahora lloris? No sabis que apenas abiertos
mis ojos a la luz, ya la Naturaleza, muy anteriormente a la decisin de los jueces, me haba con-
denado? Si muerte temprana me hubiera arrebatado del seno de la abundancia y de la felicidad,
tendrais quizs razn para afigiros conmigo. Pero cuando ya en edad provecta voy a acabar mis
das amenazados de innmeros males, no debierais ms bien alegraros de mi dicha?
Luego, como el bondadoso Apolodoro le expresase el dolor que le causaba la iniquidad
del escandaloso fallo:
Mi querido Apolodoro le respondi Scrates con lmpida sonrisa y pasando la ma-
no por sus cabellos, preferiras verme morir culpable?
Scrates, antes de terminarse la sesin, por ltima vez habl para despedirse de sus jue-
ces:
En verdad, atenienses les dijo, acabis de llenaros de oprobio. Los que habis
condenado a un anciano ya en el dintel de la muerte, se han entregado a la infamia. Pero el cas-
tigo que su injusticia se merece no se har de esperar y ser para ellos ms cruel que la muerte
contra mi decretada. Deshacindose de m slo han buscado eliminar un censor importuno.
Pero mi muerte les suscitar otros y ms peligrosos. No basta, en efecto, matar para ponerse a
cubierto e imponer silencio. El medio ms seguro de evitar la censura y cerrar la boca es dedi-
carse a hacerse mejor cuanto se pueda, renunciando a toda iniquidad. Y vosotros los que me
habis absuelto, tranquilizaos, amigos mos, sobre la suerte que me espera. No juzgo que la
muerte sea un mal y creo que los Dioses cuidan siempre de nosotros. Me llaman hoy, sin duda,
para mi mayor bien. Sin embargo, como dejo tres hijos y no he nacido de una encina y un pe-
asco, me atrevo a encomendroslos antes de morir y como suprema gracia. Corregidlos, re-
prendedlos, importunadlos como yo os he importunado si veis que preferen, sea lo que fuere, a
la virtud y a la verdad. Pero ya es hora de que nos separemos, oh jueces!: vosotros, para conti-
EL PROCESO DE SCRATES
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nuar vuestra vida; yo, para ir en busca de la muerte. A quin de nosotros toca la parte ms
afortunada? Nadie lo sabe: tan solo Dios.
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XV
LA MUERTE DE SCRATES
crates, despus de la sentencia, fue encarcelado y sujeto con grilletes. Ahora bien: fue
singular coincidencia que la vspera del da en que fue condenado, el sacerdote de Apolo
haba coronado la popa del bajel sagrado que todos los aos sola llevar a Delos el squito elegi-
do para dar a este dios acciones de gracias, que ranle debidas por haber ayudado al valeroso
Teseo en la tarea de librar a Atenas del odioso tributo impuesto por el rey de Creta, Minos. En
efecto: todas las primaveras, los atenienses haban de enviar, para expiacin de la muerte de An-
droges, siete mancebos y siete doncellas para pasto del espantoso monstruo llamado Minotauro.
Con ayuda de Apolo, Teseo acab con tan atroz exigencia, matando al Minotauro, y se
trajo sanas y salvas las vctimas en cumplimiento del deber ofrecidas por Atenas. Mientras dura-
se la peregrinacin votiva, prohiba la ley ateniense que se manchase la ciudad con sangre de
pena alguna capital.
Scrates, pues, hubo de esperar que el sacro navo regresase de Delos. Ahora bien: el
viaje de la Galera Paraliana, a veces duraba mucho tiempo, cuando los vientos no eran propi-
cios. Scrates aguard treinta das. Para emplear horas tan largas en la crcel, se ocup en traba-
jos poticos y musicales. Compuso un himno en honor de Apolo, cuya festa se celebraba; ver-
sifc algunas fbulas de Esopo, que se sabia de memoria, y rog a un poeta que le ensease a
cantar un himno de Estesicoro. El msico, muy asombrado de semejante resolucin, le dijo:
Cmo se explica, oh Scrates! que en vsperas de morir quieras aprender a cantar?
Para qu puede servirte ese celo?
S
Para no morir le respondi Scrates sin haber aprendido alguna cosa ms.
Desde el da de su encarcelamiento, todos los das, fieles amigos fueron a visitarle. Se
congregaban temprano, y en cuanto se abra la puerta de la crcel, corran al lado de su maes-
tro y pasaban el da con l hasta que anocheca.
Algunos discpulos, aprovechndose de tan larga reclusin, intentaron salvarle la
vida, y urdieron con este fin un proyecto de evasin. Se prepar todo cuidadosamente y
captaron la voluntad del propio carcelero. Slo faltaba convencer al condenado. Critn,
tres das antes del regreso del bajel, muy temprano, se present ante las puertas de la
crcel.
Se las abri el sobornado carcelero, entr Critn y hall a Scrates apaciblemente
dormido. Respetando su sueo, se sent junto a l y esper a que despertase.
Cmo viniste tan temprano le dijo a poco Scrates y por qu en vez de des-
pertarme en seguida te sentaste a mi lado sin pronunciar palabra?
Tu castigo es tan grande le respondi Critn y el sueo, oh Scrates!, te ha re-
galado olvido tan profundo, que cre deber mo no robarte el reposo. Sentado junto a ti, te con-
templaba dormido, admirando en silencio tu resignacin y sosegada paciencia.
Pero por qu viniste tan temprano?
Para traerte abrumadora noticia. Dicen que va a llegar hoy de Delos el sacro bajel y
maana, oh Scrates!, habrs de morir.
Sea lo que Dios quiera, Critn. No creo, sin embargo, que el navo llegue hoy. Es-
tar aqu maana. En efecto: esta noche he visto en sueos a una mujer majestuosa y bella.
Ataviada con albo ropaje, se adelant sonriente haca m y llamndome por mi nombre me
dijo: Dentro de tres das, oh Scrates! estars en los campos frtiles de Phtia.
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Ay de m! repuso Critn. Empero, te lo ruego, oh Scrates!, pues an es tiem-
po, deja que te convenza, slvate. Todo est dispuesto para tu fuga. Si no quieres atenderme,
temo mucho ms de una desgracia. Adems de la irreparable prdida de un amigo como t,
temo tambin que el vulgo se imagine que pudiendo salvarte con el sacrifcio de algn dinero
destinado a favorecer tu evasin clandestina, descuid de hacerlo. Ahora bien: hay algo ms
vergonzoso que tener, al parecer, ms apego a la fortuna que a los amigos? No soy el nico, por
otra parte, que espera de ti tal condescendencia.
No nos condenes a semejante infamia y evtanos la vergenza y el reproche de no haber
hecho nada por prolongar tus das. Piensa tambin en tus hijos. No puedes consentir gustosa-
mente, ya que en tu mano est huir y proveer a su educacin, en dejarlos hurfanos. Ea, decde-
te pronto. No te engaes al entregarte por tu voluntad, cuando la ocasin te ofrece cmoda y
posible fuga. El tiempo apremia. Has de resolverte hoy; maana ser demasiado tarde.
Scrates, conmovido por tanta solicitud y abnegacin, rechaz con dulzura, pero con
frmeza, la coyuntura de salvarse que se le ofreca.
Bien sabes, y no de hoy, oh mi querido Critn! le dijo, que me impuse como
norma de conducir doblarme solamente a las razones que me parecen ms justas. Me atuve,
pues, siempre no a vivir, sino a vivir rectamente. Siendo hoy como fui siempre, no puedo ave-
nirme a tu apremiante deseo. Creme: sera obrar mal salir de la prisin sin permiso de los que
me encarcelaron. Si te atendiese, en efecto, te obedecera desobedeciendo las leyes de mi pas.
Ahora bien: no quiero contestar a la injusticia de los hombres, hacindome a mi vez
injusto, pues es preferible en este mundo y en el otro sufrir la injusticia que cometerla. Qu
atractivo, adems, tendra para m la vida si llegase a desplacerme a m, y qu responderamos,
dime, si al fugarme para correr no s qu lamentable aventura, las Leyes, como reinas ultrajadas,
se presentasen ante nosotros, dicindonos: Qu vas a hacer, oh Scrates? Te imaginas que un
Estado podra subsistir y coadyuvar a la dicha de todos los ciudadanos, si fuera lcito y permiti-
do a todos los particulares infringir y menospreciar nuestras disposiciones? Acaso, merced a las
leyes de tu pas, oh Scrates!, no pudiste nacer, desarrollarte, cultivarte y progresar? No les de-
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bes tu educacin y todos los bienes que han enriquecido tu alma? Ignoras, adems, que la pa-
tria es cosa santa, ms santa y ms augusta todava que el padre y la madre, que se le debe abso-
luta obediencia y que nunca es lcito rebelarse contra ella? Las leyes de Atenas, por otra parte,
autorizan a todo ciudadano que se expatre llevndose sus bienes si no cree que deba o si no
puede someterse a sus mandatos. Ahora bien: t, Scrates, optaste por Atenas y amaste tanto a
esta ciudad, que muy gustosamente renunciaste siempre a abandonarla. Al escoger el vivir en su
recinto, contrajiste tcitamente el compromiso de obedecer a sus leyes. Durante toda tu vida
fuiste fel a este pacto sagrado, y al punto de morir quieres deshonrar tus das, comportndote
como cobarde y mal ciudadano. Snos fel. Oh Scrates!, no quieras dar un ejemplo funesto al
buen orden pblico y nuestras hermanas habitantes en los infernos acogern y ampararn
al que muere por defender nuestro comn imperio y nuestro imprescindible prestigio. He
aqu, querido Critn, el discurso que me parece or. Los acentos de estas palabras, semejantes a
los de sacra fauta, resuenan en m y me ensordecen para cualquier otro lenguaje. As, as, Cri-
tn, permanezcamos aqu y sigamos el camino por donde Dios nos lleva.
Como estas palabras contristasen visiblemente a Critn, el hijo de Sofronisco sonri y
repuso:
Ea, Critn, nimo. Quieres que me fugue? Pues bien, indcame lugar que no huelle el
paso de la muerte. Como Scrates haba presentido, el navo sagrado lleg de Delos al da siguien-
te de esta memorable pltica. Desde el alba fatal y ms temprano que de costumbre, sus amigos se
congregaron a la puerta de la crcel. Pero el alcaide que sola abrrselas, se adelant y les dijo:
Os ruego que esperis y no entris hasta que se os avise. Los Once le estn quitando
las esposas a Scrates y le comunican que ha de morir hoy.
En cuanto los Once, funcionarios encargados de la vigilancia de las crceles y de la ejecu-
cin de los condenados a muerte, previnieron a Scrates y libertaron de los grilletes sus pies en-
tumecidos, el carcelero franque la entrada a los angustiados discpulos. Hallaron stos al hijo de
Sofronisco en compaa de Jantippa. La esposa fiel, sentada a su lado, llevaba en brazos a su pe-
queo hijo. Su dolor, contenido hasta entonces por la sangre fra de su marido, estall de pronto.
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Oh Scrates! exclam la mujer al verlos entrar en la crcel. Ahora vienen a hablar
contigo tus amigos, y vas a hablarles por ltima vez. Qu horrible injusticia! y al hablar sollo-
zaba y golpebase el rostro.
Para dar fn a tan desgarradora escena, Scrates dirigi la mirada a Critn y le dijo con
calma:
Te ruego, Critn, que llevis esta mujer a casa.
Jantippa, acompaada, volvi al hogar, y desde aquel momento Scrates qued solo
con sus compaeros. La proximidad de la muerte no le contrist; le hall tal como se haba
revelado en todo el curso de su vida. La tranquilidad de su alma lcida no se alter, y la
habitual jovialidad de su espritu logr muchas veces arrancar sonrisas a ojos anegados en
llanto.
Si no miro como desgracia mi suerte actual les dijo; si muero tranquilo y sereno,
lleno de confanza en mejor porvenir, ello se debe a que toda la vida fue para m una prepara-
cin para la muerte. El sabio que ha procurado siempre libertar el alma de las trabas del cuerpo,
tiene derecho a afigirse cuando los Dioses le llaman a la completa redencin, que tanto persi-
guiera? No os asombris si, como los cisnes, que cantan y se alborozan en el da de su muerte
ms sealadamente que en momento alguno de su vida, presiento tambin mejor destino, y,
como ellos, no me desconsuelo por morir.
Pas todo el da as, hablando acerca de la inmortalidad del alma. Al anochecer, cuando
el sol ya no alumbraba ms que las cimas de los montes, Scrates se levant y dijo:
Pues bien, ya que el destino me llama, me parece que es hora de que tome el bao. Es
preferible, en efecto, baarme ahora antes de beber el tsigo, que dar a las mujeres la molestia
de lavar un cadver.
Como quieras, Scrates respondi Critn. Nada tienes que recomendarnos?
LA MUERTE DE SCRATES
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Slo, Critn replic con viveza, lo que siempre os he recomendado: que sigis el
camino mejor y cuidis de vosotros mismos.
Y cmo quieres que te enterremos? agreg Critn.
Como os plazca repuso Scrates, y del modo que creis ms ajustado a las leyes.
Dicho esto, Scrates fue a baarse. Cuando termin, volvieron a traerle a su mujer y a
sus hijos y se entretuvo largamente con ellos. Luego, como ya la luz del da se tea de amaran-
to, el esclavo de los Once se present a anunciar que era ya hora de beber el veneno. Poco des-
pus apareci de nuevo trayndolo desledo en una copa.
Qu hay que hacer? le pregunt Scrates.
Bbelo de un trago le dijo el sirviente, y, ya bebido, pasate hasta que sientas
pesadez en las piernas. Acustate luego: el veneno har lo dems.
Diciendo esto le alarg la copa. Scrates la tom sin alteracin del rostro y sin temblor
en las manos. Luego, clavando en este hombre frme mirada, le dijo:
Se permite que use de este brebaje para una libacin?
No machacamos, Scrates le respondi el ejecutor, ms que lo preciso, a nuestro
juicio, para beber.
Comprendido dijo Scrates. Pues bien siendo as, que los Dioses se dignen di-
chosa y propicia mi salida de este mundo y mi entrada en el otro.
Apenas dicho esto, acerc la copa a los labios y apur la cicuta con la mayor soltura y
apacible buen humor. Al verlo, todos los presentes, que hasta entonces contuvieron su dolor,
prorrumpieron en lgrimas y sollozos. Fedn, para desahogarse a sus anchas, se envolvi con el
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manto la cabeza. Critn, cuyo valor se agotaba, se levant y sali un momento. Apolodoro, que
haba trado una capa nueva a Scrates y a quien el sabio acababa de decir: pues qu?, amigo,
no crees buena para morir la ropa que me ha servido para vivir?, rompi en alaridos de dolor,
estall en sollozos y lamentos de tal modo que hizo llorar a todos los all presentes, exceptuado
Scrates.
Oh buenos y caros amigos! les dijo entonces el sabio, qu hacis? Rogu que
alejasen a las mujeres para evitar tan penosas escenas. No sabis que est bien morir en sagrado
silencio? Conservad, pues, la calma y mostrad valor.
Poco despus Scrates, que se paseaba por la estancia para obedecer las indicaciones del
sirviente de los Once, sinti que las piernas le pesaban. Se acost en posicin supina y se cubri
el rostro. Pasaron unos instantes; luego el sirviente de los Once le sujet los pies y las piernas y
advirti que su cuerpo se helaba.
Ya estaba fro todo el vientre bajo, cuando Scrates, destapndose un poco, dijo:
Critny estas fueron sus ltimas palabras, debemos un gallo a Esculapio; dselo
y no lo olvides.
Se har as respondi Critn. No nos encomiendas nada ms?
Ya no contest a esta pregunta. Momentos despus, Scrates se estremeci. El sirviente
de los Once lo destap enteramente. Tena el sabio fja la mirada, y Critn se atrevi ya slo a
cerrarle los ojos.
Su muerte, hermosa como dorada puesta de sol en tarde de otoo, fue la ltima y ms
elocuente de todas sus lecciones.
FIN
LA MUERTE DE SCRATES
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