El documento discute los límites de la política de la diferencia y los riesgos de considerar toda diferencia como válida sin cuestionamiento. Al principio, la reivindicación de la diferencia ayudó a legitimar movimientos marginados. Sin embargo, al no establecer límites claros, podría llevar a consecuencias problemáticas como un "apartheid progresista" donde cada grupo se aísla sin permitir influencias externas, o validar prácticas dañinas en nombre de "respetar" las diferencias. Se necesita un debate sobre dónde tra
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El documento discute los límites de la política de la diferencia y los riesgos de considerar toda diferencia como válida sin cuestionamiento. Al principio, la reivindicación de la diferencia ayudó a legitimar movimientos marginados. Sin embargo, al no establecer límites claros, podría llevar a consecuencias problemáticas como un "apartheid progresista" donde cada grupo se aísla sin permitir influencias externas, o validar prácticas dañinas en nombre de "respetar" las diferencias. Se necesita un debate sobre dónde tra
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El documento discute los límites de la política de la diferencia y los riesgos de considerar toda diferencia como válida sin cuestionamiento. Al principio, la reivindicación de la diferencia ayudó a legitimar movimientos marginados. Sin embargo, al no establecer límites claros, podría llevar a consecuencias problemáticas como un "apartheid progresista" donde cada grupo se aísla sin permitir influencias externas, o validar prácticas dañinas en nombre de "respetar" las diferencias. Se necesita un debate sobre dónde tra
2000 Benjamn Arditi EL REVERSO DE LA DIFERENCIA Cinta de Moebio, marzo, nmero 7 Facultad de Ciencias Sociales-Universidad de Chile Chile pp. 36-42.
Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina y El Caribe Ciencias Sociales y Humanidades http://redalyc.uaemex.mx
Cinta de Moebio. N7. Marzo de 2000. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile.
El Reverso de la Diferencia Benjamn Arditi. Terico Poltico Paraguayo. Profesor Investigador Facultad Ciencias Polticas y Sociales de la UNAM.
Introduccin En las ltimas dcadas la reivindicacin de la diferencia ha tenido una importancia estratgica en la crtica de enfoques ms restrictivos de la poltica y el sujeto. Esa reivindicacin contribuy a legitimar movimientos sociales contra la inveterada reduccin de la accin poltica al territorio de los partidos polticos. Dentro de la izquierda ayud a legitimar las identidades de gnero, raciales y tnicas en un medio dominado por el marxismo vulgar que se empeaba en reducir la identidad poltica a la identidad de clase. Pero una vez que se asegur aunque sea de manera parcial la legitimidad de esas diferencias como instrumentos de accin e identidad poltica, ocurrieron dos cosas. Por una parte, la izquierda cultural, especialmente en pases desarrollados, posterg la cuestin de la estrategia qu se iba a hacer de all en adelante y se aboc a una bsqueda entusiasta de un creciente refinamiento conceptual del aparato crtico; por otra parte posterg una evaluacin poltica ms sobria de lo que en realidad se haba logrado, por una continua reiteracin de los agravios originales. Como resultado hubo un reconocimiento tardo de dos problemas polticos, el de los lmites a las diferencias aceptables y el del endurecimiento creciente de las fronteras entre grupos. Ese es el reverso de la multiplicidad. Un Apartheid Progresista? El problema se puede formular de la siguiente manera: si bien en un comienzo la poltica de la diferencia consisti en una reivindicacin de la igualdad para grupos subordinados y/o marginados, actualmente el derecho a ser diferente, y por consiguiente, la proliferacin de visiones del mundo, se consideran rasgos distintivos de estos tiempos. Sin embargo, eso no significa que toda diferencia se considere igualmente vlida. Una diferencia que socave el principio de la diferencia como tal no puede ser tolerada. Por ejemplo, los regmenes democrticos excluyen los partidos polticos que abogan por la creacin de un sistema de partido nico. Aparte de ese caso evidente, dnde ponemos el lmite? Es tentador decir que es una cuestin de excluir las diferencias malas, como las pandillas racistas, y apoyar las diferencias buenas, como las minoras tnicas o culturales que luchan por remediar la discriminacin y la subordinacin. Sin embargo, esta perspectiva es insostenible, ya que presupone que existe un criterio indisputable para distinguir lo bueno de lo malo. En ausencia de un referente as, cualquier juicio respecto a diferencias aceptables est abierto a discusin, y todo el mundo sabe lo difcil que es predecir el destino de las reclamaciones de derechos una vez que comienzan a rodar los dados de una guerra de interpretaciones en el sistema judicial o en el discurso del sentido comn de la opinin pblica. Las cosas podran salir como Benjamn Arditi. El Reverso de la Diferencia. Cinta de Moebio. N7. Marzo de 2000. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. 36 queremos, pero tambin contra nuestras expectativas. Otra opcin podra ser insistir en una defensa tctica de la diferencia. Grupos de extrema derecha propugnan explcitamente el odio racial, pero nos vemos obligados a defender su derecho de expresin y reunin, no slo porque no se puede penalizar las intenciones antes de que se convierten en acciones, sino porque la universalidad de los derechos ayuda a impedir casos de parcialidad contra grupos progresistas. Se trata de una tolerancia por cuestiones de principios, pero de mala gana, porque se invoca la universalidad de los derechos y el sacrificio de cualquier lmite a esa universalidad para prevenir futuros daos a las diferencias buenas. Uno termina por posponer la discusin acerca de los lmites debido a los riesgos que plantea la contingencia de los resultados polticos. El posponer, claro est, no es una solucin. En el mejor de los casos refleja una incapacidad para tomar una decisin lo cual es, al mismo tiempo, una decisin de diferir. En el peor de los casos permite concebir el derecho a ser diferente como un valor absoluto. Zizek ilustra el problema refirindose al uso de la ablacin o clitoridectoma como una marca de madurez sexual de la mujer: mientras en Occidente muchos se opondran a esa prctica por considerarla un acto de mutilacin y de dominacin masculina, uno tambin podra tildar esa oposicin de eurocntrica y denunciarla en nombre de un universalista derecho a la diferencia (1994: 216). De manera anloga, algo como la fatwa condena de muerte por un supuesto uso blasfemo del Corn impuesta al escritor Salman Rushdie por los ulema del Estado teocrtico iran tendra que ser aceptada, sin discusin, en nombre del respeto por las diferencias religiosas o culturales. Eso conduce a una posicin insostenible que cancela todo juicio en nombre del respeto a la diferencia. Parafraseando a Laclau y Mouffe, equivale a reemplazar el esencialismo de la sociedad con el esencialismo de los grupos (1987: 117). La idea de que toda diferencia es buena de por s puede llevar a consecuencias grotescas. Por una parte, si toda diferencia es vlida por principio, entonces en principio nada puede ser prohibido o excluido. Eso presupone, o bien un mundo en el que se cancelaron las relaciones de poder, o que cualquier intento de limitar la gama de diferencias vlidas es intrnsecamente represivo. La cancelacin del poder es sencillamente una expresin de deseos, porque un orden cualquier orden tiene que trazar fronteras para defenderse de los que lo amenazan, mientras que negar los lmites es peligroso, pues iguala todo ejercicio de la autoridad con el autoritarismo y de esa forma desdibuja la distincin entre regmenes democrticos y autoritarios. Por otra parte, si diferencias de gnero, raza, etnicidad o cultura son consideradas como valores absolutos, entonces es razonable pensar que algunos de ellos podran concebir la permeabilidad de sus fronteras como una amenaza existencial. El supuesto subyacente y cuestionable en este caso es que los grupos tienen algn tipo de consenso interno, y que la perturbacin slo puede venir del exterior. Un grupo que aborde asuntos de otro podra ser acusado por la parte agraviada de intromisin en sus asuntos internos. De ese modo se termina pensando que slo los judos tendran el derecho de discutir asuntos judos, slo los negros podran criticar a los negros, y slo los homosexuales podran cuestionar las opiniones de otros homosexuales. Steel lo expresa muy bien: "El truco est en la exclusividad. Si uno logra hacer que el asunto sea exclusivamente suyo que caiga dentro de su territorio de autoridad ltima entonces todos los que no capitulen lo estn agraviando" (Steel: 51). Si las diferencias se rehusan a cruzarse o contaminarse entre ellas es decir, si su obsesin con la pureza las lleva a levantar lo que Visker llama condones culturales en torno a ellas el mestizaje o hibridacin termina siendo reemplazado por la lgica del desarrollo separado que es caracterstica del apartheid. Con ello el mundo mltiple deviene un mosaico de fragmentos aislados y autoreferenciales, esto es, las diferencias se convierten en lo que Leca denomina "un mosaico de solidaridades divididas en compartimentos estancos... [a travs de las cuales] la sociedad parece tomar la forma de muchas sociedades, cada una con su propia comunidad poltica" (1992: 24-25). En el lmite, el mundo mltiple se convierte en un mundo de particularidad pura donde la Benjamn Arditi. El Reverso de la Diferencia. Cinta de Moebio. N7. Marzo de 2000. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. 37 posibilidad de juzgar a otros se torna ilegtima y las articulaciones polticas transculturales improbables. Gitlin teme que las formas ms extremas de la identity politics poltica de la identidad, la construccin de identidades y posturas polticas a partir de determinaciones de raza, de gnero, origen tnico u otras podran conducir a ese escenario. Si bien reconoce que este tipo de iniciativa poltica puede servir para contrarrestar el anonimato en un mundo impersonala lo cual nosotros deberamos aadir que sirven para enfrentar el sexismo, el racismo, la homofobia, etc., tambin observa dos tendencias menos atractivas. Una es que la propuesta inicial de que toda identidad es construida suele revertir a esquemas esencialistas que terminan reduciendo la autodefinicin de cada grupo a su mnima expresin, y "despus de una genuflexin a la especificidad histrica, la anatoma se convierte en destino una vez ms" (Gitlin: 172). La otra se refiere a la segmentacin de los grupos, pues "lo que comenzara como un esfuerzo por afirmar la dignidad, por superar la exclusin y la denigracin y por obtener representacin, tambin ha desarrollado un endurecimiento de sus fronteras" (ibid). El esencialismo y el endurecimiento de las fronteras entre los grupos obstaculizan la permeabilidad y la contaminacin mutua, y facilitan el separatismo al crear mundos encerrados en s mismos. En ltima instancia sugiere que perciben la permeabilidad como una amenaza. Steel, quien se basa en su experiencia como activista negro en el movimiento por los derechos civiles de los aos sesenta, lleva esa crtica un paso ms all y describe la tendencia de los grupos a encerrarse en s mismos como la nueva soberana, es decir, una situacin en la que el poder de actuar autnomamente se le confiere a cualquier grupo que sea capaz de organizarse a s mismo en torno a un agravio percibido. Para Steel eso se vincula con una ampliacin del concepto del derecho conferido (entitlement) de los individuos a colectividades tales como los grupos raciales, tnicos y otros. Originalmente ideado como un medio para reparar una larga historia de injusticia y discriminacin hacia esos grupos, muy pronto condujo a una tica de separatismo autoimpuesto. Steel menciona el caso de "los campus universitarios de Estados Unidos, donde en nombre de sus agravios, los negros, las mujeres, los hispanos, asiticos, indgenas americanos, homosexuales y lesbianas se solidificaron en colectividades soberanas que rivalizaban por los derechos de soberana departamentos de estudios separados para cada grupo, dormitorios estudiantiles para cada grupo tnico, criterios de admisin y polticas de ayuda financiera preferenciales para minoras, una cantidad proporcional de profesores de su propio grupo, salones y centros de estudiantes separados, etc." (Steel: 49). Ese endurecimiento de los grupos en feudos exclusivos subvirti la naturaleza de la solidaridad como un medio para convocar a distintas gentes en la lucha contra la opresin. "Ya para mediados de los sesenta", apunta Steel, "los blancos no eran bienvenidos en el movimiento por los derechos civiles, exactamente como para mediados de los setenta los hombres ya no eran bienvenidos en el movimiento de mujeres. A la larga los derechos colectivos siempre requieren el separatismo" (p. 53). Yo no sera tan drstico, pues no es suficientemente claro que existe un vnculo necesario entre el separatismo y los derechos de grupo, o entre el separatismo y una lgica poltica anclada en identidades de grupo. Basta con reconocer que el endurecimiento de las fronteras, el separatismo y la intolerancia entre los grupos son consecuencias no buscadas de los esfuerzos progresistas para defender los derechos de los grupos y afirmar la conveniencia de una sociedad multicultural. Una postura poltica progresista no debera esquivar el problema por algn temor real o imaginario a que se le acuse de respaldar una agenda etnocntrica, falocntrica o claramente conservadora. Hitchens lo expres muy bien: "Lo urgente es defender el libre pensamiento de sus falsos amigos, no de sus enemigos tradicionales. Este es un caso en el que lo que queda de la izquierda an tiene que encontrar lo que le va quedando de su voz" (1993: 562). Benjamn Arditi. El Reverso de la Diferencia. Cinta de Moebio. N7. Marzo de 2000. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. 38 Con ms razn considerando que los lmites cada vez ms rgidos que las tendencias ms ideologizadas de la poltica de la identidad van construyendo en torno a las divisiones de la sexualidad, el gnero o la etnicidad debilitan el nomadismo que se espera del enraizamiento dinmico de la identidad contempornea. El nomadismo se convierte en un clich antes que en un modo de experimentar la diversidad en la sociedad posmoderna. Tal vez contrariamente a sus intenciones, la teorizacin sobre el nomadismo desarrollada por Deleuze y Guattari parece haber incentivado la fascinacin de sus lectores por la figura del nmada como un transgresor romntico, como un rebelde heroico y solitario que se niega a rendirse ante un mundo bien ordenado. En una veta diferente, el nmada como un vagabundo cultural es una imagen adecuada de lo que Vattimo (1989) parece considerar el prototipo de una existencia ms liberada en un mundo posmoderno. Sin embargo, la realidad del nomadismo podra ser mucho menos fascinante. Para Denson, a pesar de la actual exaltacin de la figura del nmada en el discurso intelectual, si bien uno termina por reconocer la diversidad y una existencia pluralista, el comn de la gente raramente se compromete con esas pluralidades ms all de expresar un gusto por el turismo o la comida extica (1994: 156). En lugar del deambular cultural asociado con la identidad nmada podramos terminar con un simulacro de nomadismo intensificado por los medios de comunicacin, es decir, con el nmada como un voyeur cultural. Denson se refiere a esa posibilidad: "la prensa, las cadenas de televisin, la televisin por cable, el cine, internet y la realidad virtual han actuado como mediadores de una suerte de nomadismo conceptual y cultural para poblaciones centralizadas y estticas", hasta tal punto que el nomadismo tiende a convertirse en un ejercicio mental que finalmente "procede a convertir al apoltronado o viajero de sof en un formidable jugador del nomadismo" (p. 155). El Peligro de la Derecha Retro y los Fundamentalismos Es evidente que los argumentos presentados aqu no suponen una nostalgia por una realidad nica o un rechazo de la diferencia. Plantear los problemas de la poltica de la identidad no implica un repliegue a una perspectiva puramente pesimista. Tampoco lleva a suscribir el enfoque opuesto que contrapone la unidad a la diferencia, la homogeneidad a la pluralidad o la estabilidad al movimiento. No es una situacin maniquea en la que se debe optar por lo uno o lo otro. Se trata simplemente de que la defensa legtima de la diferencia, del ascenso pblico de identidades perifricas hasta ahora silenciadas y subordinadas, no debe hacernos pasar por alto el problema del reverso. La proliferacin de dialectos locales, como Vattimo llama a esas identidades perifricas, no se traduce automticamente en una experiencia de emancipacin; tampoco parece asegurar por s misma una mayor solidaridad o participacin democrtica. La vida en un mundo fluido tiene un reverso potencial debido a que la prdida del sentido de pertenencia puede auspiciar la proliferacin de formas sectarias de identidad. Debray describe muy bien este peligro cuando advierte que la religin o el nacionalismo pueden convertirse menos en el opio del pueblo que en la vitamina de los dbiles (Debray: 35). Tambin hay un reverso de la multiplicidad, lo que Steel llama un endurecimiento de las fronteras entre grupos particulares. Las referencias de Visker a condones culturales autoimpuestos o la aseveracin de Denson de que el nomadismo puede ser jugado por los apoltronados, y que el reconocimiento de la diversidad puede restringirse a un gusto por el turismo o la comida extica, son recordatorios de las posibilidades menos atrayentes de la multiplicidad. Una sociedad ms cosmopolita, con mayor comunicacin entre las diferencias, es algo tan factible como una cacofona de grupos particulares en un espacio social refeudalizado. Con todo, sera injusto y errneo restringir el diagnstico del reverso a los excesos que se cometen en la afirmacin de la diferencia cultural. En primer lugar porque han habido avances innegables gracias a los esfuerzos por reivindicar polticamente la diferencia. Si bien los crticos cuestionan a la poltica de la identidad por cuanto esta tiende a promover que grupos particulares se encierren en s mismos, tambin admiten que la posicin negociadora de las mujeres, los negros, los homosexuales y las minoras culturales mejor significativamente desde que empezaron a tomar la palabra en Benjamn Arditi. El Reverso de la Diferencia. Cinta de Moebio. N7. Marzo de 2000. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. 39 defensa de sus intereses (ver Gitlin, Hitchens y Steel; tambin Rorty). Y en segundo lugar, porque tambin existe el peligro de exagerar los excesos cometidos por los propulsores de la poltica de la diferencia con el propsito de promover una agenda poltica conservadora. Stuart Hall plantea el caso de la Nueva Derecha que surgi durante la era de Reagan, Bush y Thatcher, cuyo xito para reconfigurar la vida pblica y cvica no se bas slo en su control del gobierno y su eficacia para ganar elecciones. Para Hall, el predominio de la Nueva Derecha tambin requiri un dominio en el terreno ideolgico, incluyendo, entre otras cosas, haber sabido cmo aprovecharse de los temores de la gente en cuanto a los excesos de las posturas polticamente correctas por la que abogan voces ms radicales de la izquierda cultural (Hall: 170-174). Maier se remite a otro tipo de derecha, la derecha retro que surgi al amparo de lo que describe como la crisis moral de las democracias o el descontento cvico con la democracia. Menciona una serie de indicadores de esa crisis: el fin de la Guerra Fra cre una sensacin de dislocacin y desorientacin histrica debido a la prdida de principios y alineamientos familiares; la multiplicacin de asuntos ms inciertos estimula la irresolucin; hay una desconfianza creciente respecto de la poltica partidista que nace de cuestiones ms bien tribales que asociacionistas; hay un mayor cinismo en cuanto al papel de los representantes polticos y escepticismo en cuanto a sus declaraciones y promesas; hay una sensacin de desilusin colectiva que puede generar xenofobia y desesperacin con respecto al pluralismo tnico o ideolgico (Maier 1994: 54-59). La prdida de certezas y la creciente complejidad de los escenarios polticos acentan tanto la desorientacin de la gente como su anhelo de poder contar con relaciones ms predecibles. Con frecuencia el remedio se define en trminos de una defensa de la identidad es decir, como una demanda "de reconciliar una territorio y una voz poltica significativos" (p. 61). Es all donde la retrica autoritaria de los populistas territoriales de derecha puede encontrar un terreno frtil para sus polticas: utilizan los prejuicios nacionalistas y xenfobos contra la complejidad y el cosmopolitismo; se esfuerzan en reafirmar la validez de un territorio poltico circunscrito como un medio para superar la fragmentacin social. Aqu el problema ya no sera contener los excesos que se cometen en nombre de la multiplicidad, sino ms bien de asegurar la supervivencia de un tipo de orden poltico que pueda alojar y sostener la multiplicidad, sea cual sea la forma que pueda tomar. El Retorno del Ciudadano No hay una respuesta genrica para el problema del reverso, ni hay frmulas mgicas capaces de exorcizar sus riesgos. Desde una ptica pragmtica se podra hablar de remedios polticos, en el sentido de iniciativas estratgicas para forjar y mantener un espacio compartido para los grupos y, de esa manera, contrarrestar tanto el repliegue hacia un particularismo intransigente como el endurecimiento de las fronteras entre los distintos grupos. Maier sugiere que eso "significa reafirmar los compromisos con la inclusividad cvica y no simplemente con la etnicidad; evitar refugiarse en el proteccionismo; fomentar proyectos y lealtades internacionales comunes ms all de una afinidad tnica o incluso cultural" (p. 63). Asimismo se puede y posiblemente se debe recuperar la idea de ciudadana como contrapartida de la identidad cimentada en la pertenencia al grupo particular. La ciudadana no es slo una categora que permite homogeneizar a las diferencias, pues en las sociedades modernas es una condicin que implcitamente reconoce la diversidad de quienes la ejercen as como de las modalidades y de los mbitos donde se da ese ejercicio. Tampoco tiene porqu reducirse a la dimensin electoral de un ejercicio peridico del sufragio, pues la ciudadana es una condicin que transform la historia moderna de la sujecin a partir de una forma de concebir al sujeto como nodo de resistencia a su sometimiento. Balibar la ve como forma paradigmtica de la subjetividad poltica moderna. Establece la doble relacin de sujecin y resistencia a la sujecin por cuanto que el ciudadano deja de ser slo aquel que es llamado ante la ley y se convierte tambin, al menos virtualmente, en quien hace o declara vlida la ley (Balibar: 11). Concebida de esa manera, la ciudadana brinda un formato para pensar la Benjamn Arditi. El Reverso de la Diferencia. Cinta de Moebio. N7. Marzo de 2000. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. 40 resistencia al sometimiento que no excluye articulaciones ms amplias, esto es, un nosotros que incluye pero transciende los confines de una identidad de resistencia afincada en el nosotros del grupo identitario particular. Por ltimo, tambin hay que tener presente la condicin terica del problema planteado aqu, pues sea como una celebracin progresista de la diferencia en un contexto de multiplicidad, o como un renacimiento derechista del nacionalismo xenfobo, el problema subyacente es el mismo: en ambos casos hay una comprensin bastante ambigua de la bondad de la diferencia, as como un nfasis en la particularidad que olvida la universalidad. Pero se trata de un olvido aparente, pues la idea de un particularismo puro o autoreferencial es inconsistente, aunque slo sea porque la disputa por los derechos de los grupos particulares es enunciada a travs del lenguaje de los derechos y, por ende, evoca una relacin con algo externo al propio particularismo y un terreno ms amplio que el del particularismo puro. El olvido o ms bien descrdito de los universales entre quienes reivindican la diferencia se debe a que stos generalmente asocian la idea de universalidad con un fundamento ltimo para dirimir disputas o con las grandes narrativas de la Ilustracin europea que tendan a reducir las tradiciones de la periferia a un mero particularismo. Eso no tiene por qu ser as, pues hay maneras de pensar la universalidad como una categora impura y no como un fundamento. No podemos discutir esto en detalle, pero en otro lugar (Arditi 1997) he sostenido que la referencia a los universales es ineludible si se quiere pensar la formacin de un terreno para el intercambio o la negociacin poltica entre grupos particulares. Negociar presupone, por un lado, que hay una disputa que divide a las partes y, por otro, que esa disputa no impide lograr un acuerdo respecto a sus respectivas reclamaciones. Esto indica, primero, que a pesar de que la disputa y por ende, la divisin entre las partes es irreductible, con lo cual se descarta la pretensin de llegar a una sociedad reconciliada, toda negociacin obliga a invocar un espacio compartido que debe ser construido en el proceso de negociacin. Es decir, negociar introduce algo que transciende la particularidad de los participantes. Y segundo, indica que el sentido y el alcance de las reglas del juego para el intercambio entre las partes no son externos a esa negociacin. Con esto se destaca que la idea de universalidad no coincide con la de un referente o fundamento estable para dirimir disputas, sino ms bien se refiere a una categora impura por cuanto que su condicin como referente es configurada por la disputa, el intercambio o la negociacin en cuestin. Por consiguiente, sea en el caso de la poltica de la identidad o en el de la derecha retro, una reclamacin particular apela a (y se inscribe en) el terreno de lo universal. Bibliografa Arditi, Benjamin (1997), "La impureza de los universales", Revista Internacional de filosofa poltica, No. 10, Madrid, diciembre, pp. 46-69. Etienne Balibar (1994), "Subjection and Subjectivation", en Joan Copjec (ed.), Supposing the Subject, Londres: Verso, pp. 1-15. Debray, Regis (1994), "Dios y el planeta poltico", Nexos, No. 198, Mxico, junio, pp. 33- 35. Denson, Roger (1994), "Going Back to Start, Perpetually: Playing the Nomadic Game in the Critical Reception of Art", en Parkett, No. 40/41, pp. 152-157. 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