Viejas y Nuevas Identidades: de La Crisis de La Monarquía Española A La Revolución de Independencia (1805-1816)
Viejas y Nuevas Identidades: de La Crisis de La Monarquía Española A La Revolución de Independencia (1805-1816)
Viejas y Nuevas Identidades: de La Crisis de La Monarquía Española A La Revolución de Independencia (1805-1816)
independencia (1805-1816)
Fabio Wasserman
Instituto Ravignani
UBA - CONICET
Introduccin
El coloquio nos invita a reflexionar sobre el pasado, presente y futuro de Amrica Latina a partir
de los posibles cruces que podamos trazar entre crisis, independencia e identidad. Como bien
dice el programa de presentacin, se trata de conceptos polismicos y con un extenso linaje, vale
decir, que portan una gran densidad semntica e histrica. Y precisamente son estas cualidades
las que facilitan que se produzca lo que sin duda constituye el mayor atractivo de este encuentro,
que es el dilogo entre cultores de diversas prcticas y disciplinas (escritores, filsofos, crticos,
curadores, ensayistas, socilogos, historiadores, activistas).
En este texto, que est concebido como un aporte a ese dilogo hecho desde la historiografa,
propongo ensayar una interpretacin del proceso revolucionario rioplatense a partir de un cruce
entre los tres conceptos. En ese sentido quisiera adelantar la hiptesis que guiar este breve
ensayo: aquello que nosotros estamos conmemorando, la revolucin simbolizada en el da 25 de
mayo de 1810, puede entenderse como un proceso iniciado en el marco de una crisis que devino
en una revolucin de independencia y en cuyo transcurso se produjo una transformacin de las
identidades polticas de los criollos o, al menos, las de las elites criollas.
Pero antes de avanzar quisiera realizar algunas precisiones que permitirn entender mejor los
argumentos. Como es sabido, la revolucin de mayo suele interpretarse como un proceso
protagonizado por la nacionalidad argentina para emanciparse del dominio colonial espaol.
Desde hace varios aos que esta visin comenz a ser cuestionada por numerosos historiadores
que no slo consideran inexistente a la nacin argentina hacia 1810, sino que tambin desechan
la posibilidad de que la revolucin pueda considerarse como la toma de conciencia o expresin
de una nacionalidad oprimida o de algn agente o sujeto histrico que la encarnara (la burguesa
portuaria, el pueblo, un sistema de ideas o valores, etc.). Si bien existen diversas formas de
interpretar los sucesos revolucionarios, en general se alega que stos deben entenderse en el
marco de la crisis que estaba sacudiendo a la monarqua espaola desde fines del siglo XVIII.
Como toda crisis se trat de un proceso complejo que tuvo varios hitos entre los cuales se
destaca la intervencin francesa en 1808: en mayo de ese ao Napolen Bonaparte desplaz del
trono a la dinasta borbnica, apres a sus principales miembros y coron a su propio hermano
como Jos I. El cambio de dinasta dej a los dominios de la monarqua sin su antigua cabeza
que, aparte de regirlos, garantizaba su unidad como cuerpo poltico. La acefala logr ser
subsanada durante casi dos aos con la creacin de una Junta Central, pero el avance triunfal de
las tropas francesas a comienzos de 1810 provoc su disolucin, por lo que en varias ciudades
americanas se decidi crear juntas de gobierno en nombre del monarca cautivo, tal como sucedi
en Buenos Aires en mayo de ese ao. Estas juntas fueron consideradas insurrectas por las
autoridades metropolitanas que, a su vez, tambin fueron desconocidas por los nuevos gobiernos
americanos, dando inicio as a una ruptura que pronto se convirti en una guerra civil de alcance
continental.
Hasta aqu una sntesis del planteo que predomina en la interpretacin sobre los inicios del
proceso revolucionario en Hispanoamrica hecha por la historiografa acadmica. Ahora bien,
aunque parece innegable que su origen se sita en la crisis monrquica y ms precisamente en la
acefala, esto no debe hacernos olvidar que en algn momento devino en una revolucin cuyo
desenlace fue la independencia de buena parte de Hispanoamrica. Las razones de este pasaje de
la crisis a la revolucin y el sealamiento preciso de cundo se produjo admiten diversas
respuestas. Por un lado, porque stas dependen de las ideas que podamos tener sobre qu
significa un cambio revolucionario. Por el otro, porque el proceso se caracteriz por una
compleja dinmica poltica y blica que fue involucrando a nuevas regiones y grupos sociales,
razn por la cual esa ruptura no se produjo al mismo tiempo ni del mismo modo en todo el
continente.
Ahora bien, aunque parezca difcil o imposible encontrar respuestas definitivas a estos
interrogantes, s se puede advertir que durante este pasaje signado por la revolucin y la guerra
se fueron transformando las identidades polticas de los criollos. En efecto, si al estallar la crisis
stas seguan expresando la pertenencia a la monarqua catlica espaola, en poco tiempo
comenzaron a configurarse otras que hacan nfasis en el carcter local, americano y republicano
de los criollos y de los peninsulares que adhirieron a la nueva causa (la identidad nacional
argentina sera una creacin mucho ms tarda). De ese modo, lo que antes era percibido como
una pertenencia comn a la nacin espaola dentro de la cual existan diferencias debidas al
lugar de nacimiento (espaoles europeos y espaoles americanos), comenz a concebirse como
identidades antagnicas (espaoles y americanos) que, al politizarse e ideologizarse, expresaban
tambin valores e intereses encontrados (libertad vs. tirana o despotismo). En ese sentido
quisiera sostener que la mutacin de las identidades polticas es un claro indicador del paso de la
crisis a la revolucin, al menos si consideramos la dimensin subjetiva de esa experiencia que
desde luego tambin implic transformaciones polticas, sociales y econmicas.
En las siguientes lneas procurar desarrollar y explicar esta hiptesis. Para ello divid el texto en
tres partes. La primera describe brevemente en qu consisti la crisis de la monarqua; la
segunda hace lo mismo con la revolucin pero tambin procura dar cuenta del sentido que tuvo
para sus contemporneos; y la tercera examina el proceso de transformacin de las identidades.
Cabe advertir por ltimo dos cuestiones ms. La primera es que me centrar en las identidades
que dan cuenta de la pertenencia a algn tipo de comunidad poltica, por lo que dejar de lado
otras que tambin eran de gran importancia en esa sociedad como las de carcter corporativo o
estamental que desde luego estaban entrelazadas con las polticas, pero cuyo examen preciso
ameritara un estudio especfico que aqu no puedo desarrollar. La segunda es que este anlisis,
aparte de ser breve y esquemtico por razones de espacio, se centrar en las elites criollas. Es que
si bien el proceso de ideologizacin y politizacin involucr a vastas capas sociales que se
movilizaron durante esos aos, es poco an lo que se sabe sobre las identidades de los sectores
subalternos urbanos y rurales, aunque numerosos indicios permiten suponer que stas tambin
sufrieron importantes transformaciones al calor de la revolucin y las guerras.
La crisis de la monarqua espaola
La trama que dio origen a la revolucin de independencia americana (pero tambin a la
revolucin liberal hispnica), se fue gestando desde fines del siglo XVIII en el marco de una
progresiva crisis econmica y poltica de la monarqua espaola que se fue potenciando por su
desafortunada participacin en los conflictos entre Francia e Inglaterra. Un acontecimiento
decisivo en ese sentido tanto desde un punto de vista material como simblico, y que por eso es
tomado aqu como punto de partida, fue la batalla de Trafalgar que en octubre de 1805 provoc
la destruccin de la armada de Espaa entonces aliada a Francia. Esto permiti que Inglaterra
afianzara su control sobre el Atlntico e hizo imposible el trfico regular entre Amrica y su
metrpoli, poniendo fin as a cualquier posible pretensin imperial espaola.
Los habitantes del Virreinato del Ro de la Plata pudieron experimentar unos pocos meses ms
tarde las consecuencias de la creciente debilidad de la Corona y su administracin colonial
cuando las autoridades y las fuerzas regulares defeccionaron o se mostraron impotentes ante las
tropas inglesas que ocuparon Buenos Aires y Montevideo en 1806/7. Aunque tambin
participaron tropas del ejrcito regular, fue la propia poblacin organizada en milicias la que
logr reconquistar y luego rechazar a los invasores en la capital del Virreinato forzando la
retirada de las fuerzas britnicas de la regin. Estos sucesos tuvieron un gran impacto en la vida
poltica local y de hecho muchos vieron en ellos el origen de la revolucin. Por un lado, porque
desataron una crisis en la administracin colonial evidenciada en el desplazamiento del Virrey
Rafael de Sobremonte y su reemplazo por Santiago de Liniers, el hroe de la reconquista. Por el
otro, porque provocaron un cambio en las relaciones entre americanos y espaoles no slo en
trminos de orgullo y prestigio, sino tambin por la militarizacin de buena parte de la poblacin
masculina de Buenos Aires y por la presencia al frente de esas milicias de oficiales criollos.
Ahora bien, esto no implicaba en modo alguno que se promoviera la independencia pues casi
toda la poblacin sigui manifestando su fidelidad a la monarqua catlica y su pertenencia a la
nacin espaola.
A la crisis local pronto se le sum la desatada en el corazn de la metrpoli. Una serie de
medidas polticas y econmicas tomadas por Carlos IV y su ministro Godoy les vali un gran
desprestigio agudizado por la presencia de tropas francesas en territorio espaol que, aunque
aliadas, actuaban por momentos como una fuerza de ocupacin. En marzo de 1808 se produjo el
Motn de Aranjuez que provoc la destitucin de Godoy y la abdicacin de Carlos IV en favor de
su hijo Fernando VII, una figura joven y poco conocida en la que muchos depositaban la
esperanza de una regeneracin. Napolen aprovech estas desavenencias e invit a la familia real
a tratar el futuro de Espaa en la ciudad de Bayona. En los primeros das de mayo logr que
ambos abdicaran en su favor, cediendo a su vez ms tarde el trono a su hermano que se coron
como Jos I.
Las abdicaciones de Bayona constituan un hecho indito pues no se trataba de una conquista ni
de una alianza, sino de un cambio de dinasta en favor de un aliado hecho bajo presin, sin el
consentimiento del reino y quedando en cautiverio los antiguos monarcas. Es por ello que no
haba respuestas claras sobre qu deba hacerse. Algunas autoridades, como el Consejo Superior
de Castilla, aceptaron al nuevo Rey, as como tambin lo hicieron numerosos notables. Pero
buena parte de la poblacin se opuso al cambio de dinasta provocando sublevaciones populares.
En ese conflictivo marco se inici la guerra de independencia de Espaa frente a Francia, a la
vez que se fueron creando juntas de gobierno locales en los reinos y provincias que basaron su
legitimidad en la doctrina de la retroversin de la soberana o alegando que se constituan en sus
depositarias hasta tanto Fernando VII fuera repuesto en el trono. Esto gener una situacin
catica pues algunas juntas no slo aspiraban a gobernar su jurisdiccin: la de Sevilla se
autoproclam Junta Suprema y la de Galicia decidi nombrar un virrey para el Ro de la Plata.
Pero ante la necesidad de organizase para enfrentar con mayor xito a los franceses que
ocupaban buena parte del territorio espaol, se decidi crear un nico gobierno integrado por dos
representantes de cada Junta. Surgi as la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino que
comenz a gobernar en nombre de Fernando VII en septiembre de 1808. La resistencia a los
franceses tambin provoc un giro en la poltica de Inglaterra que pas de enemiga de Espaa a
aliada de la Junta Central por lo que envi tropas en su apoyo. Asimismo modific su estrategia
hacia la Amrica espaola, pues ya no poda consentir su emancipacin de la metrpoli o, al
menos, no poda alentarla explcitamente.
Las abdicaciones de Bayona tambin tuvieron un gran impacto en Amrica, aunque en lo
inmediato no provocaron grandes alteraciones en el orden institucional, entre otras razones,
porque a diferencia de Espaa no se convirti en un escenario blico. Si bien se crearon algunas
juntas locales con diversa suerte y orientacin poltica (Mxico y Montevideo en 1808; Quito,
Chuquisaca y La Paz en 1809), en general se respetaron a las autoridades constituidas, se jur
lealtad a Fernando VII y se reconoci a la Junta Central. sta, por su parte, y para subsanar su
precaria legitimidad, hizo una convocatoria a Cortes Generales en la que estaran representados
los reinos y provincias. El llamado a Cortes fue un hecho de gran importancia pues socavaba el
orden monrquico absolutista al promover la constitucin de una representacin poltica de la
sociedad que, adems, estaba movilizada por la guerra. Pero aqu no terminaban las novedades:
para asegurar la lealtad de los americanos, la Junta Central se permiti afirmar que Amrica no
era una colonia sino legtima integrante de la nacin espaola, por lo que fue incluida en la
convocatoria aunque otorgndole una representacin minoritaria. Esta medida, que fue
acompaada por algunas expresiones equvocas de la Junta Central en relacin a la condicin
colonial de los americanos, provoc reacciones ambiguas entre las elites criollas ya que si bien
era una oportunidad para estar representadas en la nacin espaola, no lo hacan en igualdad de
condiciones con su parte europea. De todos modos debe sealarse que en gran parte del
continente se eligieron representantes, hecho indito que dio un nuevo marco poltico e
ideolgico a las tradicionales disputas entre las elites locales.
En esa coyuntura conflictiva tambin se comenzaron a barajar alternativas para lograr una mayor
autonoma o, teniendo en cuenta el desarrollo de la guerra en Europa, para estar preparados ante
un eventual triunfo de Napolen y la desaparicin de toda autoridad legtima en la pennsula.
Una de esas propuestas fue el carlotismo, as llamado por promover la Regencia de la Infanta
Carlota, hermana de Fernando VII y esposa del Rey de Portugal que desde comienzos de 1808
resida con su corte en Ro de Janeiro adonde se haba trasladado para no ser capturado por
Napolen. El carlotismo concit diversas adhesiones en el Ro de la Plata que inclua a
prominentes criollos como Manuel Belgrano pero tambin a algunos funcionarios coloniales. La
razn de esa diversidad de apoyos se deba al hecho que, ms all de la orientacin que pudiera
drsele a la Regencia, sta poda invocar mayor legitimidad que cualquier otra autoridad. El
proyecto sin embargo no pudo prosperar ante la falta de apoyo del Rey de Portugal, pero sobre
todo de Inglaterra que privilegi su alianza con las autoridades metropolitanas.
La crisis tambin agudiz los enfrentamientos entre diversos grupos locales que aspiraban a
incrementar su poder, tal como sucedi al comenzar 1809 cuando el Cabildo de Buenos Aires
guiado por el comerciante Martn de lzaga, procur desplazar al Virrey Liniers cuyo cargo
haba sido ratificado meses antes por la Junta Central. Este intento se vio frustrado por la
actuacin de las milicias criollas creadas durantes las invasiones inglesas, quedando as en
evidencia su poder y el de sus lderes. Pero tambin qued en claro que mantendran su lealtad a
las autoridades metropolitanas mientras stas subsistieran, tal como se verific a mediados de ese
ao cuando Cornelio Saavedra, comandante del cuerpo de Patricios, decidi acatar la decisin de
la Junta Central que haba nombrado Virrey a Baltasar Cisneros. Como veremos a continuacin,
pocos meses ms tarde la situacin ya sera otra, as como tambin la respuesta de Saavedra y de
un importante sector de la elite local.
La revolucin
A comienzos de 1810, y ante el arrollador avance de las tropas francesas sobre los ltimos focos
de resistencia en Andaluca, la Junta Central se disolvi y fue reemplazada por un Consejo de
Regencia de Espaa e Indias que, protegido por fuerzas inglesas, encontr refugio en la Isla de
Len. A medida que las noticias sobre el fin de la Junta Central llegaban a Amrica, se iba
haciendo evidente que las situaciones locales tambin se modificaran. En varias ciudades se
convoc a Cabildos abiertos en los que se sostuvo que ante la ausencia de toda autoridad
legtima la soberana deba ser reasumida por los pueblos. En consecuencia se erigieron juntas
para que gobernaran en nombre de Fernando VII quien an permaneca cautivo. Estas juntas
desconocieron a las autoridades metropolitanas (Consejo de Regencia y luego las Cortes de
Cdiz) y a quienes seguan respondindoles en Amrica como los virreyes de Mxico y Per,
quienes a su vez tambin desconocieron a los nuevos gobiernos locales.
Esto dio inicio a un proceso cuyas primeras expresiones fueron confusas y plagadas de
ambigedades, pero que pronto se fue radicalizando en el marco de enfrentamientos que iban
obligando a tomar posiciones cada vez ms claras y frente a las cuales se haca difcil retroceder.
De ese modo, lo que hasta entonces era una crisis que pona en cuestin las bases de la
monarqua pero no necesariamente la pertenencia a un mismo cuerpo poltico, la nacin
espaola, devino en una suerte de guerra civil que en poco tiempo se transform en una guerra
de independencia o anticolonial. Pero esto no es todo, pues el proceso revolucionario
desencaden a su vez una extendida disputa en la que tambin se puso en juego la posibilidad de
redefinir las relaciones sociales y polticas. En efecto, la revolucin y las guerras por la
independencia estuvieron entrelazadas con numerosos conflictos sociales, tnicos y regionales
que se prolongaron durante varias dcadas. stos provocaron importantes cambios en la
configuracin de las sociedades americanas cuyo desenlace en el mediano plazo fue la
transformacin de las relaciones sociales y la creacin de nuevas unidades polticas. Entre stas
la propia nacin Argentina que no puede considerarse como una mera continuidad del virreinato
rioplatense de cuyas ruinas terminaron surgiendo tambin otras tres naciones a lo largo del siglo
XIX: Bolivia, Paraguay y Uruguay.
En Buenos Aires la ruptura se precipit a mediados de mayo de 1810 cuando llegaron las
noticias de Espaa sobre la disolucin de la Junta Central. Tras la convocatoria a un Cabildo
abierto el da 22 y luego de un vano intento de crear una junta presidida por el Virrey Cisneros,
el da 25 se decidi su desplazamiento y la creacin de una Junta Provisoria de Gobierno
conocida en la historia argentina con el nombre de Primera Junta y cuya presidencia recay en
Cornelio Saavedra. La Junta, que deca actuar en nombre de Fernando VII, fue desplegando
polticas cada vez ms radicales, comenzando por la expulsin de las antiguas autoridades como
Cisneros y la Audiencia en junio de 1810. Pero el punto de quiebre y de no retorno fue sin duda
el que se produjo pocas semanas ms tarde cuando el nuevo gobierno decidi que fueran
fusilados Liniers y otras autoridades de Crdoba que quisieron resistir por las armas a su
autoridad. Fue en esa coyuntura que comenzaron a plantearse posiciones antiespaolas y
emancipatorias cada vez ms claras, tal como lo hizo Mariano Moreno en su calidad de
secretario de la Junta y redactor del peridico oficial La Gazeta. Pero ms all de las diversas
convicciones ideolgicas que podan tener los dirigentes revolucionarios, debe tenerse presente
que su accionar estuvo condicionado por una dinmica que fue obligando a asumir posiciones
cada vez ms duras incluso a quienes propiciaban polticas moderadas como el propio Saavedra.
Para entender esta dinmica se debe tener presente que tanto la Junta como los gobiernos que le
sucedieron debieron enfrentar tres grandes desafos que los fueron consumiendo: ganar la guerra,
afianzar su poder en todo el territorio del ex Virreinato y organizar un orden poltico legtimo y
estable. Se trataba de problemas entrelazados cuya difcil resolucin puso en evidencia los
enfrentamientos facciosos pero sobre todo la tensin entre los gobiernos centrales y los pueblos
que aspiraban a defender sus derechos. Cabe recordar en ese sentido que en la tradicin
hispnica se reconoca como pueblos a las comunidades que tenan un gobierno propio y una
relacin de sujecin directa con el monarca como podan ser las ciudades, provincias o reinos.
En el rea rioplatense estos pueblos eran las ciudades con Cabildo en el que estaban
representados los vecinos, vale decir, las elites locales. De ese modo, a la guerra contra las
fuerzas leales a la metrpoli se le superpusieron conflictos regionales y disputas jurisdiccionales
entre distintos pueblos y, a su vez, entre algunos pueblos y el poder central. Pero esto no era
todo, pues en esos enfrentamientos tambin poda pasar a un primer plano el contenido social
que deba tener la revolucin, tal como sucedi en el marco de la disputa entre los gobiernos
centrales y el sistema de los pueblos libres liderados por el oriental Jos Artigas que se
caracteriz por la movilizacin y la afirmacin de derechos por parte de los sectores populares
rurales.
Ahora bien, cmo percibieron y vivieron este proceso sus propios protagonistas? Para dilucidar
esta cuestin debemos retroceder un poco y considerar nuevamente la crisis monrquica, pues
sta haba generado un indito e incierto estado de cosas dentro del cual no pareca haber
respuestas claras sobre qu deba hacerse. Y si bien la revolucin no pudo terminar con la
incertidumbre (o ms bien provoc un nuevo estado de incertidumbre), permiti dar una
respuesta y una salida a la crisis al delinear un nuevo rumbo para la regin y el continente.
En efecto, en el marco de la progresiva radicalizacin provocada tras la creacin de la Junta en
mayo de 1810, quienes adheran al nuevo estado de cosas comenzaron a plantear que estaba en
juego algo mucho ms trascendente que un mero cambio institucional o el reemplazo de
peninsulares por criollos en el gobierno. Tambin comenzaba a sostenerse que deba borrarse
todo vestigio del pasado colonial para que pudieran reinar la Libertad, la Razn y la Justicia tras
siglos de opresin y dominio colonial (propsitos que desde luego podan interpretarse de muy
diversa manera segn cules fueran las convicciones ideolgicas de quienes los invocaran y,
sobre todo, los sectores sociales movilizados tras esas banderas). En ese sentido el cambio
revolucionario comenz a asumirse como un hecho y como un valor positivo que, al promover
un corte abrupto con el pasado colonial, tambin permita dotar de sentido a los sucesos en curso
y, a su vez, reinterpretar a los ocurridos en forma reciente.
La revolucin proporcion as un nuevo marco de inteligibilidad que fue de gran importancia:
los sucesos inciertos y contingentes que venan ocurriendo desde haca aos comenzaron a
considerarse como parte de un proceso de cambio histrico regido por valores trascendentes y
absolutos como la Libertad. De ese modo la crisis poda dejar de vivirse en forma pasiva (con lo
cual dejaba de percibirse como una mera crisis) y pasaba a un primer plano el accionar y la
voluntad de sujetos que se consideraban protagonistas de la construccin de un nuevo orden o,
en trminos de la poca, de una regeneracin, cuyo desenlace deba ser el reinado de la Razn,
la Libertad y la Justicia y, para algunos tambin, la Igualdad. La revolucin se constituy as en
una fuerza orientadora de la vida pblica local y en forjadora de nuevas identidades polticas. De
ese modo excedi su condicin de acontecimiento o proceso al convertirse en un nuevo punto de
partida histrico y, ms precisamente, en un mito de origen para los pueblos rioplatenses, tal
como lo seguira siendo para la nacin Argentina cuando sta se constituyera dcadas ms tarde.
La percepcin de la revolucin como una ruptura total con un pasado signado por la ignorancia,
la opresin y el despotismo, est presente en numerosos documentos de la poca y tambin se
puso de manifiesto en los festejos que ya desde 1811 se realizaron en varias ciudades para
conmemorar el 25 de mayo y que desde 1813 se institucionalizaron como fiestas mayas para
conmemorar el nacimiento de la patria. Ese mismo ao se reuni una Asamblea Constituyente
que dict numerosas medidas aboliendo instituciones del antiguo rgimen. Y si bien se dej de
lado el juramento de fidelidad a Fernando VII, no lleg a declarar la independencia como lo
propiciaban algunos de sus miembros as como tampoco logro sancionar una constitucin. La
mayora entendi que el contexto poltico y militar no era propicio, tanto por razones internas
(agudizacin de los conflictos facciosos y regionales) como externas. Entre estas ltimas debe
destacarse la derrota de las fuerzas patriotas en numerosos puntos del continente, a las que
pronto se sum la debacle de Napolen y la restauracin en el trono de Fernando VII cuyo
nombre ya no poda seguir siendo invocado con tanta liviandad. Sin embargo, la imperiosa
necesidad de ganar la guerra, objetivo que se convirti en la principal prioridad de los gobiernos,
hizo evidente para muchos que haba llegado la hora de declarar la independencia, tal como lo
hizo un Congreso reunido en la ciudad de Tucumn el 9 de julio de 1816. Lo cual nos conduce al
ltimo punto del trabajo: cul era la identidad poltica de esos congresales y de sus
representados? Poda ser igual a la de quienes diez aos antes haban combatido a los ingleses
defendiendo a su patria en nombre la nacin espaola y en 1810 haban creado una junta de
gobierno en nombre de Fernando VII?
Viejas y nuevas identidades: de la nacin espaola a la patria americana
Cuando nos ubicamos a fines en el perodo colonial para dilucidar cules eran las identidades de
los criollos, lo primero que se advierte es la necesidad de considerar diversos planos. El primero
de ellos es el referido a su reconocimiento como sbditos de la monarqua, vale decir, como
espaoles americanos. Dicha pertenencia sola expresarse a travs de una trada de valores,
principios o referentes que eran invocados para justificar o legitimar toda accin o discurso: Dios
(o religin), Patria y Rey.
Esto era coincidente con el concepto poltico de nacin desarrollado por el derecho de gentes,
pues ste haca referencia a poblaciones regidas por un mismo gobierno o unas mismas leyes sin
que esto implicara necesariamente que compartieran rasgos tnicos y/o un territorio. Es por eso
que los criollos podan considerarse miembros de la nacin espaola que estaba integrada por la
totalidad de los reinos, provincias y pueblos que le deban obediencia a la Corona. Tanto es as
que esta pertenencia poda incluso ser esgrimida como argumento para reclamar un trato ms
equitativo. As, en el proceso que se le celebr en 1795 por haber traducido la Declaracin de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, el neogranadino Antonio Nario se defendi alegando que
uno es el piadoso Monarca que a todos nos gobierna, unos mismos somos sus vasallos, unas son
sus justas leyes; ellas no distinguen para el premio y el castigo a los que nacen a los cuatro y medio
grados de latitud, de los que nacen a los cuarenta, abrazan toda la extensin de la Monarqua y su
influencia benfica debe comprender igualmente a toda la nacin.
1
Esto en cuanto a la pertenencia a un cuerpo poltico concebido como una nacin. Si
consideramos ahora cmo se reconocan los criollos en otros planos ligados a lo tnico, cultural
o territorial, encontramos que sus identidades podan ser muy diversas: espaoles americanos;
americanos; que expresaran la pertenencia a un virreinato como poda ser mexicanos y peruanos;
a una regin como altoperuanos; o a una ciudad como limeos y salteos, las cuales eran de gran
importancia ya que las ciudades eran el centro de la vida social y poltica hispanoamericana.
Estas identidades, que coexistan de modo superpuesto, permitan establecer diferencias frente a
otros que tambin integraban la nacin espaola. As, un mismo sujeto poda considerarse como
espaol americano o americano en relacin al espaol europeo; como porteo o argentino
(trmino que hasta poco despus de la revolucin designaba a los habitantes de Buenos Aires que
no eran castas) en relacin al peruano, altoperuano o cordobs. Si bien toda identidad es
relacional en tanto se constituye en oposicin a otras, ms claramente lo era an en una sociedad
como la hispanoamericana que se estructuraba a partir de las diferencias entre sus miembros
expresadas en la posesin de distintos derechos y privilegios. Es por ello que esas identidades se
activaban y cobraban mayor importancia y sentido en el marco de disputas jurisdiccionales como
la que poda tener una ciudad subalterna en relacin a una ciudad capital. Pero lo que no se
1
Antonio Nario, Apologa, en Jos Manuel Prez Sarmiento (comp.) Causas Clebres a los precursores, t. I,
Bogot, p. 139.
supona en ningn caso es que fueran expresin de comunidades cuya existencia pudiera
concebirse con total independencia de la monarqua catlica espaola. En todo caso podan
vehiculizar la bsqueda de privilegios o de una mayor autonoma dentro del orden monrquico.
Es de notar que la identidad americana o indiana haba comenzado a desarrollarse en el siglo
XVI, pero fue durante la segunda mitad del XVIII cuando cobr mayor fuerza y consistencia
incorporando adems nuevos elementos. Esto se debi al menos a dos razones. La primera fue
fruto de la reaccin a los juicios hechos por numerosos autores europeos que le atribuan al
continente americano y a sus habitantes una condicin inferior. En sus respuestas, los letrados
criollos procuraron rebatir esos juicios negativos mostrando las virtudes de la naturaleza y la
sociedad americana. La segunda tambin fue producto de una reaccin pero tuvo un carcter ms
poltico o, si se prefiere, ms directamente vinculada con las relaciones de poder. Me refiero a las
reformas borbnicas que durante el ltimo tercio del siglo XIX promovieron una creciente
intervencin de la Corona y sus agentes en los asuntos locales. El rechazo a esas polticas
implementadas por la metrpoli permiti que la identidad americana cobrara nuevo sentido al
expresar el resentimiento y la afirmacin de derechos por parte de diversos sectores de la
sociedad americana.
Fue en ese marco que termin de cobrar forma lo que se ha dado en llamar el patriotismo criollo
o patriotismo americano y al que algunos autores consideran como un antecedente del
sentimiento independentista. Sin embargo, eran contados los casos de quienes a fines del siglo
XVIII aspiraban a cortar los lazos con la monarqua o la nacin espaola. En ese marco cobraron
importancia tambin algunos particularismos que abonaron la formacin de identidades locales o
regionales, como poda ser la veneracin de la Virgen de Guadalupe en Mxico o la de Santa
Rosa en Per. De ese modo, y junto con un genrico patriotismo criollo, tambin se fueron
afirmando identidades ms circunscriptas a las que algunos autores consideran antecedentes de
las actuales identidades nacionales. En este proceso tuvieron un rol destacado los letrados,
particularmente los jesuitas que elaboraron numerosos textos describiendo las particularidades de
la sociedad y de la naturaleza de cada espacio americano que, al ser apropiadas por las elites
criollas, ayudaron a delinear y a dar sustento a esas identidades, ya sea la americana o las
regionales.
En la consolidacin y difusin de esas identidades tambin podan tener importancia algunos
sucesos, tal como sucedi en Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806/7. En esa
ocasin, la actuacin de la poblacin organizada en milicias se constituy en motivo de orgullo y
de exaltacin para los criollos tal como se puede apreciar en una multitud de poemas que hoy
yacen sepultados por el olvido. Sentimiento que tambin se puede apreciar en una arenga
dirigida por Cornelio Saavedra a los cuerpos milicianos americanos en la que se permita felicitar
a sus miembros por haber mostrado su superioridad frente a los cuerpos integrados por espaoles
europeos, a la vez que exaltaba la lealtad de los indianos hacia el monarca.
Claro que para ese entonces la crisis de la monarqua estaba empezando a corroer sus cimentos,
dando paso en muy poco tiempo a la revolucin. Fue durante ese breve lapso cuando
comenzaron a producirse cambios sustantivos en las identidades de los criollos. Pero no tanto
porque se forjaran otras nuevas, como por el hecho que stas comenzaran politizarse e
ideologizarse, expresando tanto nuevos valores como la posibilidad de constituir comunidades
polticas desligadas de la monarqua. En efecto, fue recin entonces cuando comenz a
plantearse con mayor claridad que la nacin entendida como cuerpo poltico soberano, poda ser
la propia Amrica, alguno de sus virreinatos, reinos, provincias, pueblos o la asociacin de
algunas de estas comunidades.
Este proceso comenz a insinuarse en las reacciones que suscit la proclama de la Junta Central
hecha en enero de 1809. Si bien este rgano de gobierno haba establecido que los dominios
americanos no eran colonias sino una parte esencial e integrante de la monarqua espaola, de
inmediato desdibuj este reconocimiento al otorgarles una representacin exigua en las Cortes
convocadas para representar a la nacin. Esto motiv respuestas airadas, como la representacin
del Cabildo de Santa Fe de Bogot en la que Camilo Torres, futuro lder patriota, adverta que
Establecer pues una diferencia en esta parte, entre Amrica y Espaa, sera destruir el concepto de provincias
independientes, y de partes esenciales y constituyentes de la monarqua, y sera suponer un principio de
degradacin. Las Amricas, seor, no estn compuestas de extranjeros a la nacin espaola. Somos hijos,
somos descendientes de los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios de la corona de
Espaa [...] Tan espaoles somos como los descendientes de Don Pelayo y tan acreedores por esta razn, a
las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nacin.
2
En tanto se seguan considerando miembros de la nacin espaola, esta idea de independencia no
expresaba una voluntad de ruptura sino ms bien una aspiracin a alguna forma de autogobierno
que respetara cierto margen de autonoma local. De todas formas planteaba un distanciamiento
frente a las autoridades metropolitanas que se agudiz al ao siguiente cuando se produjo la
disolucin de la Junta Central y se cre un Consejo de Regencia.
2
Camilo Torres, Representacin del Cabildo de Santaf (Memorial de agravios), en Manuel Jos Forero, Camilo
Torres, Bogot, 1960, p. 327.
Resulta importante tener presente los deslizamientos que se fueron produciendo en esa coyuntura
y que las guerras de independencia tornaran irreversible, pues fue en esas circunstancias poco
claras para sus propios protagonistas y en las que an no estaba nada definido, cuando muchos
criollos comenzaron a concebir la posibilidad de constituir, ahora s, naciones soberanas, libres e
independientes. El mismo Camilo Torres dej de reclamar por una representacin ms equitativa
para pasar a proponer la formacin de una nueva nacin neogranadina. En carta del 29 de mayo
de 1810 le seal a su to Ignacio Tenorio, oidor de Quito que
Los reinos y provincias que componen estos vastos dominios, son libres e independientes y ellos no pueden
ni deben reconocer otro gobierno ni otros gobernantes que los que los mismos reinos y provincias se
nombren y se den libre y espontneamente. [...] Este Reino, por ejemplo, est tan distante de todos los dems,
sus intereses son tan diversos de estos, que realmente puede considerarse como una nacin separada de las
dems [...]; este reino, digo, puede y debe organizarse por s solo.
3
Mariano Moreno coincidira pocos meses ms tarde con esta apreciacin al sealar que una vez
rotos los vnculos con el monarca, cada provincia era duea de si misma, por cuanto el pacto
social no estableca relacin entre ellas directamente sino entre el Rey y los pueblos.
4
Ms an,
aunque admita que Fernando VII era amado por sus sbditos, no dudaba en cuestionar la
legitimidad de la conquista y, por lo tanto, la pertenencia de Amrica a la corona espaola pues
esta sujecin no haba sido fruto del consentimiento sino de la violencia prolongada durante tres
siglos de dominio colonial.
5
Es por ello que se permita criticar abiertamente a Espaa y a los
espaoles europeos que durante mucho tiempo se haban comportado como si fueran los dueos
de Amrica apropindose de sus frutos. Y era en virtud de esos privilegios que no queran perder
que ahora combatan a la Junta que l integraba como Secretario. En los escritos de Moreno la
revolucin cobraba as un sentido y un rumbo preciso: deba poner fin a una poca signada por la
tirana y la opresin ejercida por Espaa para que al fin los americanos pudieran gozar de la
Libertad.
Para ese entonces adems ya se haban producido algunos enfrentamientos armados que si los
consideramos desde las fuerzas participantes y las banderas bajo las cuales luchaban, bien podra
considerarse como una guerra civil. Sin embargo, quienes combatan en nombre de la revolucin
y de los nuevos gobiernos, comenzaban a plantear cada vez con mayor claridad que se trataba de
una guerra anticolonial cuyo desenlace deba ser la declaracin de la independencia y la
constitucin de nuevas naciones.
3
Camilo Torres, Carta a D. Ignacio Tenorio, oidor de Quito, en Proceso histrico del 20 de Julio de 1810.
Documentos, Bogot 1960, p. 66.
4
Noem Goldman, Historia y lenguaje. Los discursos de la Revolucin de Mayo, Buenos Aires, Editores de
Amrica Latina, apndice documental, p. 121.
5
Ib., p. 111-118.
Ms all de las precisiones que puedan hacerse en cuanto a la creacin de esas nuevas unidades
polticas, problema irresuelto y que seguira gravitando durante dcadas una vez finalizada la
guerra de independencia, lo que al calor de la revolucin y la guerra se produjo con gran claridad
fue un rpido abandono de la identidad espaola. Dicho de otro modo: los criollos dejaron de
percibirse como espaoles americanos para pasar a considerarse simplemente como americanos.
A su vez, y aunque durante un tiempo sigui invocndose el nombre del monarca cautivo,
tambin se resquebraj la trada Dios, Patria, Rey, al suprimirse el ltimo de los trminos y al
concebirse de otro modo a los dos primeros. En efecto, la patria y la religin siguieron
constituyendo dos pilares de la identidad de los criollos. As como se supona que Dios o la
Providencia estaban del lado de los americanos por la indudable justicia de su causa, la patria era
constantemente evocada como el nombre de esa causa que reuna a los americanos, mientras que
el patriotismo era la virtud que deba guiarlos para lograr la ansiada libertad.
Esta redefinicin del patriotismo criollo o americano conjugaba una dimensin espacial (si bien
algo indefinida pues la patria era tambin la local o la regional), una experiencia de lucha
compartida y, sobre todo, una voluntad de afirmacin y una identidad que se opona a la
espaola que era considerada como sinnimo de atraso, violencia, opresin, humillacin y
colonialismo. No se trataba por lo tanto de una mera exaltacin de lo nativo, sino que esa
identidad patritica estaba tambin teida de valores y principios polticos como los de libertad,
justicia, independencia y soberana que en general se expresaban en un discurso republicano.
Desde luego que esta identidad, como toda, no era universal: mientras que recortaba e integraba
a un conjunto social, segregaba y se contrapona a otros. En ese sentido se destaca una cuestin
que si bien aqu no pude tratar, fue de gran importancia (y desde luego an lo sigue siendo):
mientras que para algunos esa identidad tambin deba incluir a los indios y las castas, otros
desechaban de plano cualquier consideracin en ese sentido.
***
Fue recin el da 9 de julio de 1816 cuando un Congreso reunido en la ciudad de Tucumn
declar la independencia de las Provincias Unidas en Sud Amrica. Esta denominacin algo
imprecisa en cuanto a su delimitacin, inclua a pueblos de la actual Bolivia (nacin entonces
inexistente e incluso inimaginable con ese nombre) mientras que no estaban los del litoral
rioplatense que integraban el sistema de pueblos libres liderado por Artigas. Esa relativa
indefinicin expresaba tambin la posibilidad de incorporar en un mismo cuerpo poltico a Chile
y quizs a Per cuando fueran liberadas del dominio espaol. No se trataba por lo tanto de la
declaracin de la independencia argentina ni sus miembros se sentan identificados con esa
nacionalidad pues sta era inexistente. Si bien haba un difuso sentimiento de identidad
rioplatense, lo que entonces primaba era la identidad americana y las identidades locales, vale
decir, las referidas a las ciudades, pueblos o provincias all representadas bajo ese nombre de
Provincias Unidas en Sud Amrica.
Pero dejar de lado a la nacin o a la nacionalidad como clave explicativa de la revolucin de
independencia no implica que las identidades, en este caso las identidades polticas, deban
dejarse de lado como un tema relevante para indagar dicho proceso. En ese sentido, y tal como
quise mostrar en este breve ensayo, lo que haba comenzado como una crisis de la monarqua
espaola, en Amrica se constituy en una revolucin de independencia en cuyo transcurso se
produjo una notable transformacin en las identidades de los criollos que luchaban por su patria
para que sta no volviera a ser un dominio colonial. Ms an, esta transformacin de las
identidades puede considerarse como una clara evidencia de que la crisis haba dejado de vivirse
como tal para dar paso a la revolucin como fuerza que orientaba y daba sentido a esa singular
experiencia que estaban viviendo los americanos.
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