Brenifier, Oscar - Filosofar Es Reconciliarse Con Las Palabras de Uno PDF

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OSCAR BRENIFIER

(marzo 2007) Traduccin Mercedes Garca Mrquez


El original en francs est en la pgina web de la revista http://www.crdp-
montpellier.fr/ressources/agora/dernierNumero.aspx

FILOSOFAR ES RECONCILIARSE CON LAS PALABRAS DE UNO.

Una de las tareas principales de la prctica filosfica es la de invitar a la persona a
reconciliarse con su propio discurso. Esta afirmacin parecer extraa a algunos,
pero a la mayor parte de las personas que hablan no les gusta lo que dicen, mejor
dicho, no lo soportan. Cmo es posible ! replicarn los objetores, la mayora
de la gente habla, incluso hablan mucho . Constatacin innegable : no hay ms
que instalarse en un lugar pblico y oir el guirigay de las conversaciones para darse
cuenta.
En efecto es verdad que la mayora de las personas hablan, incluso se podra decir
que se sienten obligadas a hablar. Como con una compulsin imparable, a la vez
porque quieren decir, quieren expresarse, y porque no soportan el silencio. El
silencio es sospechoso, pesa, ofrece una apariencia triste; hace falta tener una gran
confianza con alguien para aceptar el silencio en su compaa, o tener una buena
razn, sin la cual podra significar un cierto desinters, una ruptura de dilogo,
lase un conflicto.
Las personas hablan, en general hablan de cualquier cosa : del tiempo, de los
acontecimientos, de los avatares de su vida privada, intercambiamos atenciones,
lugares comunes, y cuando la conversacin se embala, a veces nos hacemos
confidencias ntimas, nos revelamos pequeos secretos, o compartimos un dolor
ms personal, inconfesable. Sin embargo cuando la discusin se acalora por un
desacuerdo una primera sospecha se impone a nuestro nimo por lo que respecta al
placer de hablar . Los nimos se encrespan, se calientan, se enfurecen, se
enervan, se vuelven violentos o toman un cariz agrio. Si no estuvieramos tan
habituados a ese tipo de viraje hacia la virulencia podramos extraarnos: Oye,
mira! estn descubriendo una idea que les importa, un tema que al parecer les
interesa, adems, como no comparten opinin, pueden discutir... Porqu ese
desagrado o dolor con el que parecen vivir ese desacuerdo? La sabidura popular
proclama que hay que evitar las discusiones que nos producen enfado (esto ataera
a los temas importantes aquellos que nos apasionan) y que deberamos atenernos a
los intercambios formales, ciertamente menos apasionantes, pero tambien menos
arriesgados.


Tener razn

Cul es el problema aqu ? Cada uno pretende tener razn. Pero no es habitual
detenerse en el significado de la idea tener razn , y por qu nos apasiona tanto.
Se pueden dar explicaciones varias, que si es una cuestin de confrontacin con tu
semejante, de lucha de poder u otra, y que uno, en esa batalla, se juega su propia
imgen, explicacin que contiene sin ninguna duda su parte de verdad. Pero lo que
nos interesa aqu es otra vertiente de este asunto, que no est desvinculada de las
intuiciones precedentes: la hiptesis segn la cual el ser humano en el fondo
aprecia poco su propia palabra, lo que explicara tanto las dificultades de la
conversacin como la facilidad de su deslizamiento hacia aspectos desagradables.
En efecto, si una persona amase por poco que fuera su propio discurso, si confiara
en sus palabras, Por qu se habra de preocuparse tanto de ser reconocido por su
prjimo? Por qu querra de manera tan insistente obtener algo de su
interlocutor ? Llegados a este punto, dejaremos de lado las discusiones que tengan
un objetivo bien definido como son las que por conviccin o por inters prctico
tengan la necesidad de convencer al otro, porque en ese caso la discusin no es
libre, no es ella su propio fin, desea explcitamente un objeto sin el cual la
discusin no tendra razn de ser, la finalidad se halla precisada y afirmada.
Bien es verdad que pensamos que, indirectamente, siempre buscamos algo, puesto
que en general esperamos obtener una manera u otra de adhesin de la persona a la
cual nos dirigirmos. Pero la cuestin es saber por qu. En esta perspectiva
percibimos el mecanismo de la reina madre la madastra de Blanca Nieves
Espejito, espejito, Dime quien es la mas bella ! .
Si la reina madre apreciaba tanto su propia belleza, Qu necesidad tendra de
preguntarle al espejo si es ella la ms bella ?Qu necesidad tendra de compararse
a la pobre Blanca Nieves?
Evidentemente, existe una relacin cierta entre el hecho de encontrar a alguien
bello y el hecho de amar, a otro o a s mismo, y as como ya lo expuso Platn en el
Banquete, es difcil saber qu sea antes si la belleza o el amor. Nos amamos por
ser bellos o nos encontramos bellos porque nos amamos ? Y para volver a la
palabra a la que estamos poniendo en cuestin qu ocurre? Encuentro que mi
palabra es fea porque no me amo? O bien no me amo porque encuentro fea mi
palabra? Dejaremos que esta cuestin sea zanjada por cada cual a su modo, o
puede que sea un buen tema para especialistas. En cuanto a mi, como prctico de
la filosofa, mas preocupado por el fondo del pensamiento en s que de la
subjetividad humana, a pesar de los lazos que los unen, me preguntar (como al
principio de este texto) cmo podra reconciliar al sujeto con su propia palabra. No
por la preocupacin de hacerle feliz o por algn proyecto eudemonista, sino
nicamente porque si no se reconcilia con su propia palabra, no podr pensar.

Proteger la palabra

Antes de explicar esta ltima frase, precisemos que para mi, el hecho de
reconciliarse con la propia palabra no implica encontrarla maravillosa, mas bien al
contrario. El xtasis ante la propia palabra es demasiado a menudo la expresin
narcisista de una subjetividad exacerbada, de un mal ser, de una ausencia de
distancia, de una incapacidad de mirada crtica. Un poco como un padre que tiende
a ver a su hijo maravilloso para vivir por delegacin una felicidad que no sabra
encontrar en s mismo. Reconciliarse con su propia palabra, es aceptar verla como
es, tomarla por lo que es, no atribuirle virtudes que no manifiesta en absoluto, ni
intentar protegerla de la mirada de otros, a travs de la timidez o una
argumentacin excesiva llena de lo que quera decir y de no me
comprendes . Reconciliarse con la palabra de uno, es aceptar oir las palabras tal y
como suenan en los oidos de los dems, es hacer un duelo de un sentido que est
visiblemente ausente de la formulacin tal y como est forjada, es desear ver los
abismos, las rupturas y las traiciones de las palabras que han sido pronunciadas, es
aceptar la brutalidad de las palabras. Aunque solo fuera porque las palabras que
hemos pronunciado nos dicen mas sobre lo que pensamos y lo que somos que todas
las palabras que todava tenemos ganas de expresar. Proteger la palabra de uno es
por otro lado una de las motivaciones primeras de lo que comunmente llamamos,
precipitadamente y por que es fcil, timidez. En efecto, buen nmero de estos
tmidos son de hecho personas que tienen una muy alta opinin de lo que tienen
que decir, pero temen sobre todo que los otros , los que les escuchan, no
participen de esa admiracin por sus palabras.
Consideran mas seguro y menos peligroso abstenerse de hablar con el fin de
conservar esa apariencia de genio, gracias al beneficio de la duda, ya que se les
puede atribuir todas las virtudes de la esfinge, mientras no hable. Pero hay mas, si
temen el anlisis crtico de sus palabras, es que ignoran o huyen de esta prctica
hacia s mismos. A semejanza de los grandes inspirados, piensan estar en lo cierto
sin pronunciar ni una sola palabra, y sin ser verdaderamente conscientes, estn ms
apegados a un pretendido fondo ilusorio de su pensamiento que a sus propias
palabras. Por lo tanto intentarn evitar la crtica de su palabra haciendo referencia a
lo que queran decir, o bien abandonarn o renegarn de sus palabras de la manera
ms abrupta para replegarse en su fuero interno, o lanzndose a un discurso sin fin.
Pero nunca aceptarn tomar sus propias palabras como la sustancia misma de su
pensamiento : sera exponerse mucho.


Arriesgarse a pensar

Aprovechemos por un instante la antinomia que hemos identificado en el tmido.
Oponindo el fondo del pensamiento a las ideas ya expresadas, oponemos de
hecho el infinito al finito, ya que oponemos la todo poderosa virtualidad a la finitud
de lo concreto, el potencial indeterminado a la determinacin de lo que ya ha sido
actualizado. Lo virtual lo puede todo, todo es posible, todo puede ser todava dicho,
mientras que lo concreto est ah, bien presente, comprometido con la alteridad de
lo real, anclado en el tiempo y el espacio. La palabra que es dicha est dicha, y es
por eso especfica, compromete a una palabra formada, un modo de ser, una
perspectiva particular.
Siempre podemos interpretarla, reinterpretarla, y requeteinterpretarla, podemos
hacerla decir lo que queramos, aunque solo fuera por que no est acabada, pero a
pesar de eso ya ha anunciado algo de particular, y a menos que no recurramos a la
mayor mala fe (cosa no de extraar y a no excluir) no podremos hacerle decir
cualquier cosa o transformarla en lo contrario de lo que ya dice. Por otra parte, es
esta exclusin lo que molesta : el hecho de que afirmando, sea la que sea su
afirmacin, esta frase conlleva necesariamente una negacin, como nos ensea
Spinoza. Todo lo que afirma, por el hecho mismo de la afirmacin, niega. Niega de
hecho : rehusa lo contrario de lo que afirma. O tambin por omisin, olvidando de
decir algunas cosas, relegndolas a un segundo plano. Pero ms de un hablante
forcejear todo lo posible para rechazar esta dimensin negativa de la palabra, en
particular la segunda, mas fcil de ocultar, refugindose en la totalidad de su
pensamiento, en lo que podra todava decir. En este sentido, aceptar uno su
discurso o sus palabras como la expresin de su pensamiento, ms todava como la
sustancia misma del pensamiento (Hegel), o como los limites del pensamiento
(Wittgenstein) es el equivalente psicolgico o filosfico de aceptar lo que hemos
hecho, aquello que hemos llevado a cabo, como la realidad de lo que somos
(Sartre). En efecto, podemos todava refugiarnos en lo que podramos ser , lo
que podramos haber sido , lo que querramos ser , lo que nos han impedido
ser , aquello que fuimos , lo que seremos y estas diferentes dimensiones
virtuales del ser o de la existencia tienen un cierto sentido y una realidad, pero
tambin pueden facilmente representar una especie de coartada, de refugio, de
fortaleza, para no ver y asumir lo que somos. El pasado, el futuro, el condicional, lo
posible o incluso lo imposible constituyen los repliegues para ocultar el presente y
lo actual. Y si no pido en absoluto ocultar o subestimar esas diferentes
dimensiones, que componen a su manera la riqueza del ser y su libertad de
concebir, s deseo sealar la trampa que representan y poner en guardia contra la
utilizacin abusiva de esta multiplicidad.
Ya que si abusamos del presente en detrimento del pasado, del futuro o del
condicional en lo que se refiere a la satisfaccin de los deseos y a la bsqueda del
placer, lo ocultamos muy fcilmente en lo que concierne a la realidad de nuestra
palabra.




Maltratar la palabra

Centrmonos en lo que podra amenazar a esa palabra temerosa. De manera muy
juiciosa, los sofistas perfilan dos crticas contra el modo de Scrates de discutir, o
mejor dicho, de preguntar. La primera : Me fuerzas a decir lo que no quiero
decir. Ya que Scrates, con su oido aguerrido, entiende lo que dice y lo que niega
una frase u otra, y exige de su interlocutor una interrupcin, una congelacin de la
imgen, para que rinda cuentas sobre esa frase, para que se d cuenta de su frase.
Ese dar cuenta termina prcticamente siendo para l la definicin de pensar, o de
filosofar, ya que razonar es dar razn de algo. Invita pues a su interlocutor a
encontrar la gnesis, la arqueologa, de su propsito, para tomar de l el sentido y
la realidad. Pero no se trata de la gnesis singular de la intencin del locutor, sino la
gnesis del sentido, de la universalidad del trmino. Y sin embargo esta realidad,
visible a travs de las palabras, es frecuentemente olvidada o negada por el autor de
las palabras, simplemente por que no est dispuesto a aceptar de ellas una realidad
ms all de la intencin especfica que le empujaba a pronunciarlas. Intencin que
Desgraciadamente para l ! no es mas que una parte nfima y limitada de la
realidad propuesta a travs de sus palabras : la intencin es reductora. Y
curiosamente, el oyente atento, ajeno a la intencin de las palabras percibir mejor
esa realidad objetiva de la palabra puesto que l no est habitado y cegado por
el deseo particular que la ha motivado. Pero el locutor, por supuesto, rechazar a
menudo la interpretacin del oyente, la considerar a menudo como intempestiva e
intrusiva, incluso ilegtima o alienante.
Se considerar como el nico poseedor del sentido de sus propias palabras, y
pretender confiscar toda interpretacin a favor de su sacrosanta intencin. Como si
nuestra palabra fuera reductible al simple sentido que pretendemos acordarle, a
menudo de manera sesgada y absurda. Este desgajamiento de uno, esta ruptura
entre uno y la palabra considerada como mi proyeccin, es el crisol mismo de la
prctica socrtica : sondear el abismo del ser, trabajar esta cavidad que constituye
nuestra singularidad parcelada. Cmo no rebelarse contra un intervencin tan
abusiva, contra una proposicin tan tendenciosa ? Perspectiva insoportable en el
ambiente psicologista actual.
La segunda crtica, totalmente conforme con la primera, es Me rompes el discurso
en trocitos ... Sentimiento desagradable el que suscita esa diseccin con escalpelo
de un conjunto pretendidamente harmonioso en el cual hemos puesto tanto esfuerzo
y amor, pequeo trozo de ser individual, graciosa brizna de nuestra persona,
bellamente compuesto, ensamblaje que presentamos al mundo como una muestra
seleccionada de nosotros mismos. Y si nuestra puesta en escena verbal nos deja
insatisfechos, si no la vemos a la altura de nuestro pensamiento o no totalmente
consonante con l, somos mas sensibles al anlisis que otros pudieran hacer, nos
ponemos ms nerviosos por la suerte que pudieran hacerla correr. Y hay una buena
razn por la cual tenderemos a estar insatisfechos de nuestro discurso : es que
intentamos a menudo decirlo todo con nuestro discurso, incluirlo todo , en
cualquier caso lo pretendemos. Que se trate de decir la verdad ms integral de lo
que pensamos, o que se trate de decir la totalidad, el todo, a traves de la
enumeracin infinita y generalmente confusa de causas y circunstancias.
Intentamos cubrir todos los ngulos, prever las objeciones y prevenir los juicios
crticos protegiendo nuestra palabra con todas las pantallas posibles, con el fin de
hacerla imparable. Y que hace Scrates : coje un pequeo trozo de nuestra obra
maestra , que escoje de la manera mas arbitraria e incongruente, con el fin de
examinarla y triturarla en todos los sentidos, ignorando totalmente lo que hemos
podido afirmar en otro momento, aunque sea el instante precedente. Ignora la
extensin o la belleza de nuestro discurso y pretende preguntarnos sobre un aspecto
especfico de lo que hemos abordado, como si no hubieramos dicho nada ms,
exigiendo responder con una palabra corta y precisa, vese un simple si o no ,
reducindo toda la amplitud de nuestro pensamiento a un simple juicio : el de un
asentimiento o un rechazo a una idea particular. Idea particular que naturalmente
queda atrapada en una trampa infernal que nos remite a la crtica precedente : el
interlocutor nos obliga a afirmar lo que no hemos dicho y no desebamos decir.
Descontextualiza la palabra y pide a continuacin que nos posicionemos con
respecto a su significado radical.

Inquietud por la palabra

Podramos creer que es el hecho de padecer una interpretacin abusiva lo que
molesta al locutor, vigilante para que no obliguen a sus palabras a decir lo que l no
deseaba decir, u otra cosa distinta de lo que l deseaba decir, pero nos parece que el
asunto es ms profundo o ms grave . En efecto, para desestabilizar a tu
interlocutor, y podemos hacer la experiencia, basta a veces con pedirle, con un tono
de inters, que repita lo que acaba de decir Puedes repetir lo que acabas de
decir ? y veremos a nuestro hombre sorprenderse y empezar a defenderse, sin que
le hayamos hecho la mas mnima crtica. A menudo no repetir lo que ha dicho, en
primer lugar porque l mismo no ha prestado atencin a sus propias palabras, lo
que ya es significativo, o bien por que se siente amenazado y querr ms
justificarse que retomar lo ya dicho, o tambin podr transformar sus palabras
iniciales empezando por lo que quera decir... Una especie de inquietud o
incluso pnico le invade, sin que, objetivamente, haya habido el menor indicio de
crtica alguna. Bien es verdad que en este punto podemos invocar a guisa de
explicacin o de circunstancia atenuante una especie de trauma social. Los seres
humanos hacen poco caso a la palabra del otro, sea porque la ignoran porque no se
sienten concernidos, sea porque la contestan porque sus ideas son diferentes a las
del otro, o todava ms reduccionista, la rechazan simplemente porque es el otro el
emisor de la palabra incriminada. As funciona esta dinmica social, vector del
trauma citado anteriormente, cada uno faltando al respeto a la palabra del otro, todo
locutor est convencido ms o menos conscientemente que su intelocutor no
buscar sino la ocasin de criticarle. Aparece otro matiz a incluir en nuestro
asunto : la dimensin cultural. En efecto, ciertas culturas estn ms prestas a la
crtica que otras, pero aquellas en las que la crtica es considerada como un
atentado al decoro y a las convenciones sociales expresarn sus reticencias, su
desprecio o su desinters, ya sea con educadsimo agradecimiento o con la
expresin de un inters manifiestamente superficial, efmero, y hasta mentiroso.
Pero me he dado cuenta de que en las sociedades cuyas maneras son ms corteses
no son necesariamente donde reina menos inseguridad con respecto al estatus de la
palabra individual. Digamos que cada grupo humano tiene sus propias maneras de
autorizar, justificar o incluso de animar a la desconsideracin hacia el prjimo.

Pensar por otro

Volvamos a Scrates. Curiosamente, se interesa enormemente por la palabra de los
otros. Incluso se podra aadir que no puede pensar sin los otros. Si no, podramos
preguntarnos por qu este hombre de rostro grotesco pasaba tanto tiempo buscando
la compaia de sus semejantes con el fin principal de practicar el cuestionamiento
filosfico. No tena nada mejor que hacer este hombre de espritu agil y sagaz ?
Porqu perder el tiempo con cualquiera y casi para nada ? Porque algunos
personajes que nos describe Platn no son nada brillantes, pero para Scrates la
bsqueda de la verdad no conoce lmites ni presupuestos establecidos. Todo sirve,
cuando se trata de descubrir el bien, la verdad o la belleza, y si hay algn obstculo
ste se convierte en el crisol mismo del ser y del uno. Quiere Scrates hacer
caridad ? Acaso milita en la mejora de la humanidad ? o Es que se aburre solo,
envarado en una soledad filosfica, a la manera del mtico filsofo de la caverna ?
Quiere convencer ?

En el fondo, hasta la verdad no es ms que un pretexto. Tiene que andar buscando
lo que ignora, sondear el alma humana, y mientras los filsofos sondean la propia,
el se siente empujado por su demonio a explorar todas las que pasan por all, a
cada cual ms prometedera, ms decepcionante y ms rica. No hace falta buscar
mucha teleologa: Scrates no busca nada, simplemente busca, busca buscar.
Pero esta bsqueda atrae bastantes problemas. A caso porque sin querer y sin duda
sin saberlo, o sin querer saberlo, rompe con lo establecido. Demasiado ocupado por
su deseo, cegado por la pasin, no sabe nada ni ve nada, no existe : solo busca.
Perro de caza que persigue a su presa hasta su madriguera, pez torpedo que paraliza
a todo el que entra en contacto con l, tbano que pica y hostiga a todo el que se
acerca : no faltan las metforas percutientes para explicar o justificar el asesinato
que le infligieron. Acaso la muerte de Scrates, gesto inaugural de la filosofa
occidental, no era inevitable ? Pero por qu el hecho de interrogar a otro le hace
tan insoportable a los ojos de los atenienses, que en el mito socrtico no representan
nada que no sea el ser humano en general ? Ciertamente un personaje as puede
revelarse como alguien muy cansino para la convivencia, pero Porqu tanto odio ?
Un odio que no sera tan grande si se limitara a estar en desacuerdo con sus
semejantes, o incluso a lanzarles invectivas como lo hacen los cnicos. Pero el
cuestionamiento es crenme- mucho ms corrosivo que la afirmacin. Escruta
demasiado de cerca la palabra del otro, y el otro, aunque diga lo contrario, en
realidad no quiere que se le haga eso. Porque el acceso al pensamiento es
demasiado directo por la palabra, y el vnculo entre el pensamiento y su ser es
demasiado explcito. Y si el individuo pone todo su empeo desde su ms tierna
infancia en olvidar su propia finitud, su imperfeccin, su enfermedad y su
inmoralidad, no es para que un pervertido aparezca y de manera irreverente,
intrusiva y brutal, le seale con el dedo y le pregunte cmo se llama ese handicap o
esa verruga que tanto se esfuerza en esconder, sobre todo mientras todo hijo de
vecino suele desviar pdica y automticamente la mirada si algo se dejara
entrever... Extraa especie la humana, que derrocha tanta energa en esconder su
naturaleza individual, esa realidad de la que se avergenza, una naturaleza
especfica que viene a ser considerada ni mas ni menos que como una de esas
enfermedades de origen dudoso de las que hay que esconder su existencia y su
causa. Ser por eso que ignora su verdadera naturaleza, la de ser humano.

Malos modos

Como consecuencia de la realidad socrtica y de los conflictos que genera se
deducen los trminos ltimos o primeros- de la acusacin : Tienes algo contra
mi , o Tus intenciones no son buenas . Desde el momento en que no es natural
interesarse tanto por el discurso y el pensamiento de otro y que no es normal
cuestionar de ese modo, en lugar de decir y afirmar, se puede considerar indecente
desmenuzar de una manera tan abusona la mnima palabra que oye uno. Ruptura de
las tradiciones que pone en cuestin el funcionamiento habitual. Y es que si un
comportamiento tal no fuera considerado perverso, tendramos que admirar a este
hombre, un sabio, capaz de tal ascesis, de tamaa indigencia, animado por una
confianza tan grande en el otro que cree poder descubrir la verdad siempre y sea
cual sea su congenere. Ya que es esto lo que a fin de cuentas anima a Scrates. Pero
por desgracia, la fragilidad humana, su inseguridad, percibe esta andadura confiada
y halagea como una agresin. Cuestionar a alguien es declararle la guerra,
quererle humillar, intentar reducirle a la nada, en resumen, obligarle a pensar y
sobre todo a pensar sobre s mismo. Concete a t mismo ! As conoceremos el
universo y los dioses. En efecto, qu significara el objeto conocido, si ignoraramos
el instrumento del pensamiento, el espritu mismo, como destaca Hegel. Y es que
precisamente lo que nos asusta es el conocimiento de nuestro espritu. Ya que si por
un lado nos dejamos seducir por un filsofo que hable bien de la apertura y
vacuidad del alma, y nos sentimos bien cuando comprendemos o entrevemos la
ceguera y la banalidad en la cual viven nuestros conciudadanos, sin embargo nos
desilusionamos brutalmente cuando nos damos cuenta que ese discurso se dirije a
nosotros.Eso no se hace !

Aceptar la finitud

Y sin embargo, cmo reconciliarse con la palabra de uno y por lo tanto
reconciliarse con uno mismo, si no es aceptando las lagunas y las taras que afligen
a nuestro discurso, si no es contemplando las rigideces que lo constituyen en su
elaboracin, si no es entreviendo los lmites de su extensin. Reconciliarse con la
palabra de uno es aceptar la finitud, la imperfeccin, a riesgo de sentir un profundo
ridculo. No amamos a nuestros ms prximos y a nuestros nios a pesar de sus
defectos y sus tics ? Tenemos que estar ciegos para amar a los que nos rodean ? Si
se tratase de eso, nos arriesgamos a una gran decepcin cuando se nos abrieran los
ojos, por efecto del paso del tiempo o como consecuencia de algn acontecimiento
fortuito y generalmente dramtico. Lo mismo pasa en la relacin con uno mismo.
Podemos ciertamente intentar, conscientemente o no, alimentar la ilusin de la
transparencia, de bienestar, de satisfaccin, de algn tipo de contento, a riesgo de
una complacencia efmera o parcial, y de una decepcin segura. Es en ese momento
cuando el Scrates en questin, o su equivalente, el extrangero de dilogo tardo,
puede ser considerado como nuestro verdadero amigo. El que osa hablarnos con
toda franqueza, el que osa sealar a otro lado. Ese otro lado que nos obliga a
llevar anteojeras, porque igual que el clsico caballo de carreta no podemos
soportar ciertas realidades laterales : nos ponen nerviosos. Miramos de frente y
seguimos nuestro camino recto sin preocuparnos de las llamadas desde los bordes
que nos haran vacilar, dudar o hasta paralizarnos. Scrates nos interpela : Eh, tu
amigo ! Has visto lo que est pasando? Qu piensas de esto o de lo otro ? Y nos
escucha la respuesta, con la falsa ingenuidad que le caracteriza. Pero el humano es
listo, como el perro o el felino, y sabe por donde le da el viento. Instintivamente lo
ve venir. Y ah es donde se da la experiencia crucial, el momento de la decisin, la
que separa a los humanos de los humanos. Va a querer reaccionar
biolgicamente y huir o agredir al que amenaza su integridad existencial ? o
bien percibir en ese hombre de aspecto y discurso extrao al amigo que nunca
haba encontrado ? El amigo que no tiene amigos. El enamorado sin amante. Ese al
que le anima una pasin sin objeto. O quizs es l mismo el objeto e ignora quin
es el sujeto, cual es el sujeto.
Claro que se trata de un amigo raro con un humor ms que extrao : qu irona es
esa que no es sino una mentira. Cmo podemos confiar en l ? Si a guisa de
discusin nos cuestiona. Peor todava, nos constrie a una miserable eleccin si
fuera el caso- entre un s o un no , entre esto o lo otro . Porque es
obvio que ciertas preguntas tienen trampa. Pero al fin y al cabo, puesto que estamos
lanzados en esta perspectiva imposible, veamos como este hombre que no es
humano pudiera de todos modos querer nuestro bien. J ustamente, no lo quiere,
nuestro bien. Ese es su principal inters. No quiere sino su propio bien, lo busca,
necesita de ti, y lo dice ; no es mucha la irona cuando est pidiendo a cada uno
que se convierta en su maestro, el maestro que busca desde siempre. Ciertamente al
final el trato con un ser as se hace insoportable. Pero Acaso est pidiendo que se
conviva con l ? Sus interlocutores son numerosos, incluso cambian al hilo de sus
dilogos, y esto no es casual. Aquellos que dice amar cambian al hilo de los
dilogos. Platon que hizo de este ser su pitanza, antes de lanzarse en su propia
trayectoria, lo habr conocido muy poco tiempo. Esto explica la pasin que le
anima. Al final, el efecto corrosivo del cuestionamiento no puede provocar mas que
alejamiento.

Un amigo que no quiere nuestro bien

No obstante, lo que hace que Scrates sea vivible, como hemos dicho, lo que le
convierte en un verdadero amigo, es justamente que no quiere nuestro bien. No
quiere convencernos de nada, no desea mostrarnos el verdadero camino. Solo nos
cuestiona, simplemente, y nos invita a ver, a ver lo que no vemos, lo que no
queremos ver, a ver lo insoportable, lo que no se puede vivir. Y en este sentido nos
est invitando a morir. Ya que si filosofar es aprender a morir, no se trata de una
muerte ulterior y final, sino la de cada instante. La que nos acecha, como una
espada de Damocles, sobre nuestras cabezas aturdidas por la inercia de lo
cotidiano. Divertimento pascaliano. Nuestras ideas estn constituidas por esa
multiplicidad de opiniones que nos bastan para seguir las reglas del juego. El juego
de la sociedad, el juego de la familia, el juego de los deseos y ambiciones
personales, de la persecucin de la felicidad, la felicidad con mayusculas o los
pequeos placeres. La perseverancia en el ser, el conatus espinoziano, es a menudo
concebido como el de una pura exterioridad. Vivir adquiere generalmente el
sentido de una multiplicidad de obligaciones, internas y externas, que habra que
cumplir mejor o peor. Y sin embargo el ser es uno, para Scrates como para
Spinoza, aunque esta unidad no excluya la multiplicidad, si no al contrario. De l el
fragmento es sin embargo la sustancia viva, ya que tampoco se trata de andar
escapndose a un ms all del ms all donde anidara toda realidad.
Como lo cuenta muy bien el mito de la caverna, el filsofo que somos no sabra
vivir fuera de la caverna : es su lugar predilecto. Es el amigo que nos despierta la
mala conciencia, al que dejamos hablar de vez en cuando para rernos, para mas
tarde hacerle callar enfadados. Y es que no estamos siempre de humor para dejar
que nos interrumpan o nos enturbien nuestro tran-tran, para que nos hagan perder el
equilibrio inestable que a duras penas conseguimos hacer funcionar. Filosofar es
pensar lo impensable, un impensable que la existencia no propicia. Porque nos
obliga a la evidencia, a la certeza, a lo esperado. Prefiere lo cierto, ama lo probable,
pero le rechina lo posible mientras sea una simple posibilidad y le teme a lo
imposible.
De vez en cuando propiciado por la ociosidad, por el cansancio o por un
resurgimiento del ser, autoriza el surgimiento de lo extraordinario, de lo imprevisto,
de lo inaudito. A dosis homeopticas, o por un tiempo restringido, y a menudo de
manera perversa. El amor, el humor, la visin mstica, la ebriedad, son distintas
maneras a travs de las cuales la vida se distrae de ella misma, porque juega y se
olvida. La filosofa exige una tal ruptura de manera consciente, deliberada y
continua. Ciertamente cada uno habr tenido algn momento filosfico, ese
instante en que el sentido bascula, hacia otro sentido o hacia el sin sentido. Y la
experiencia de ese instante podr engendrar, aunque nunca se haga realidad, el
anhelo de otro lugar, pero no otro lugar para vivir, si no otro lugar que no sea la
vida. En esto el espritu es malo como un diablo, estaremos tentados de instaurar
una vida fuera de la vida, ms all de la vida.
Reconciliarse con la palabra de uno, es como reconciliarse con el prjimo, implica
no tener expectativas, y por lo tanto no estar frustrado o decepcionado, mejor
todava no poder ser nunca decepcionado o frustrado. Lo que por lo dems no
implica en absoluto abandonar el espritu crtico, mas bien al contrario, puesto que
lo que nos impide adentrarnos en un anlisis corrosivo y profundo de los propsitos
y de los seres es el miedo a la prdida, el miedo a los golpes, a las heridas, o
simplemente por la susceptibilidad ultrajada. A partir del momento en el que no
subsiste el deseo de conservar ninguna atadura que no sea la que nos une a la
persecucin comn de la verdad Qu podemos temer ? Est claro que si no ha sido
mermado en su impulso, si no ha ido teniendo el hbito de prohibirse el pensar, el
espritu piensa : toma lo que percibe en una relacin ntima y dinmica con el
molde de pensamiento que se haya consituido con el tiempo. Esos moldes sern
mas o menos elaborados, ms o menos finos y mas o menos fluidos, pero
constituirn para cada sujeto pensante el rasero de todo pensamiento nuevo, la
referencia activa, el lugar original, del que proviene todo pensamiento y al que todo
pensamiento regresa. Por otro lado este es el modo en que la palabra accede al ser,
por que la palabra deja de ser un discurso. Ya que en esa intimidad consigo mismo,
el objeto del pensamiento ya no es un objeto sino el sujeto mismo. El sujeto
pensante se vuelve el objeto directo del pensamiento, la mediacin se convierte en
el lugar de lo inmediato, de un inmediato consciente y reflexionado.

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