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Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009
Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009, pgs. 175-202 LUGARES, PAISAJES Y POLTICAS DE MEMORIA: UNA LECTURA GEOGRFICA 1 Jacobo Garca lvarez Departamento de Humanidades: Historia, Geografa y Arte. Universidad Carlos III de Madrid RESUMEN Este artculo reflexiona, desde una perspectiva geogrfica, sobre las dimensiones espa- ciales de la memoria colectiva. En el primer apartado se examinan las manifestaciones y causas principales del inters reciente por la memoria colectiva. En el segundo se aborda el concepto de lugar de memoria y su recepcin en la geografa. Los apartados tercero y cuarto del artculo se centran en las relaciones entre paisaje, memoria histrica e identidad nacional, incidiendo en el contexto espaol. Finalmente, se plantean diversas consideraciones sobre otras lneas de investigacin abiertas en relacin con las dimensiones espaciales de la memo- ria colectiva, as como sobre el inters del tema para la historia de la geografa. Palabras clave: geografa de la memoria, lugar de memoria, identidad nacional, paisa- jes nacionales, polticas de memoria, Espaa. ABSTRACT Places, landscapes and policies of memory: a geographical lecture.- This article reflects, from a geographic point of view, on the spatial dimensions of collective memory. In the first segment, the manifestations and the fundamental causes of recent interest for collective memory are examined. The second part of this article studies the concept of place of memory and its reception in geography. The third and fourth parts of this article focus on the relationship between landscape, historical memory and national identity, with special interest regarding the Spanish context. In the final part, the article considers other fields of Fecha de recepcin: junio 2009. Fecha de aceptacin: octubre 2009. 1 Este trabajo se ha realizado dentro del Proyecto de Investigacin CSO2008-03877, financiado por el Minis- terio de Ciencia e Innovacin y el FEDER. 176 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez investigation that study spatial dimensions of collective memory as well as the interest of this topic for the history of geography. Key words: geography of memory, place of memory, national identity, national landsca- pes, policies of memory, Spain. I. LA SOCIEDAD MEMORIALISTA En los aos finales del siglo XX y los primeros del XXI hemos asistido a una eclosin sin precedentes de los estudios y debates dedicados a la cuestin de la memoria. Desde la dcada de 1980, pero sobre todo a partir de los aos 90, el concepto de memoria, sus mltiples dimensiones y significados, sus usos y abusos, su gestin, su proyeccin social e institucio- nal, han suscitado ros de tinta no slo en los ms diversos campos acadmicos, sino tambin en los medios de comunicacin, penetrando en el mbito poltico y en el tejido social. Se trata, adems, de un fenmeno prcticamente global en su extensin, aunque particularmente intenso en las sociedades occidentales. Las manifestaciones del mismo en la esfera pblica son ubicuas: se crean museos de todo tipo; se restauran los cascos histricos de las ciudades; se preservan paisajes o localidades enteras; se renueva y ampla el concepto de patrimonio para abrazar los aspectos ms variopintos, tanto materiales como inmateriales; se dedican medios y recursos crecientes a las polticas patrimoniales; se multiplican las asociaciones para conservar o recuperar la memoria de tal o cual evento, perodo, personaje o grupo; se aprueban leyes y se aplican polticas pblicas de memoria; se promocionan productos tursticos centrados en la memoria histrica; y se generalizan, en fin, los mercados callejeros medievales o los parques temticos que recrean elementos del pasado como puro entre- tenimiento ldico, a la vez que determinadas novelas, series de televisin o producciones cinematogrficas de argumento ms o menos histrico se convierten en xitos mediticos y fenmenos de masas. Para algunos expertos en la cuestin, como el historiador de la cultura Andreas Huyssen, esa presencia ubicua de la memoria, esa obsesin cultural de proporciones monumentales a lo largo del planeta, constituye incluso uno de los signos definitorios de las sociedades occi- dentales recientes, un sntoma de nuestro presente cultural (Huyssen, 2003: 16-18). Se ha dicho, en tal sentido, que el final del milenio pasado y el comienzo del actual estaran mar- cados en Occidente, entre otros hechos culturales, por la sobreabundancia de la memoria (Erice, 2008: 93), por su hipertrofia (Huyssen, op. cit.: 3), por una ola memorialstica (Cuesta, 1998: 222), o en palabras de Tzvetan Todorov, por el culto a la memoria, el deli- rio conmemorativo y la preocupacin compulsiva por el pasado (Todorov, 2008: 86-88). En el mundo acadmico, el inters por un tema que hasta hace escasas dcadas era patri- monio casi exclusivo de filsofos, psiclogos, socilogos e historiadores se ha extendido a todo tipo de disciplinas, tanto dentro de las ciencias duras como entre las sociales y huma- nas. Desde hace algunos aos se ha acuado incluso la expresin estudios de memoria (memory studies, en la forma inglesa de que procede) para referirse a un campo multidis- ciplinar que, en palabras de dos de sus mentores principales, tendra como objeto principal examinar las formas y funciones de representar el pasado (Roediger y Wertsch, 2008: 9), y 177 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 en el cual, al lado de las disciplinas ya citadas, figuraran, en un lugar destacado, las aporta- ciones de las ciencias de la educacin, los estudios filolgicos y literarios, las neurociencias, la antropologa, la ciencia poltica, la arquitectura, el derecho o incluso las ciencias empresa- riales. El vocabulario y las clasificaciones en torno al vocablo memoria, acompaado de los ms diversos calificativos, se multiplican de manera desconcertante, cuando no exasperante: memoria individual, memoria colectiva, memoria cultural, memoria autobiogrfica, memoria histrica, emocional, episdica, explcita, implcita, inconsciente, narrativa, instrumental, tcita, involuntaria, poltica, institucional, reconstruida, etc., etc. 2 Un ensayo reciente sobre la cuestin inventariaba nada menos que 256 conceptos diferentes alusivos a la memoria utilizados en el lenguaje acadmico de los ltimos decenios: hay se preguntaba irnica- mente el autor del mismo 256 tipos distintos de memoria? (Tulvig, 2007). La extensin, a menudo abusiva e indiscriminada, de algunas de estas expresiones a los medios de comuni- cacin o en general a la esfera pblica ha provocado una inevitable banalizacin del trmino, a la que no ha sido ajena, tampoco, su instrumentalizacin al servicio de intereses polticos, ideolgicos o comerciales. Los motivos que explican este inters universal y para algunos obsesivo y agota- dor por la memoria y, dentro de ella, por la llamada memoria colectiva 3 , son mltiples. En muchos pases, la intensidad de los debates y prcticas al respecto responde claramente a coyunturas polticas concretas y busca, igualmente, objetivos polticos ms o menos explci- tos. As ha ocurrido, sin ir ms lejos, en el caso de Espaa, en relacin con el proceso que ha conducido, recientemente, a la aprobacin de la llamada Ley de la Memoria Histrica, a que me referir con ms detalle en otro lugar de este artculo. Y as ha ocurrido tambin, aunque con motivaciones no estrictamente asimilables al contexto espaol, con determinados pases (como, por ejemplo, Sudfrica, Argentina, Chile y algunos estados de la Europa central y oriental) que, afectados desde finales de los aos 80 y principios de los 90 por cambios polticos intensos, han impulsado en la ltima dcada polticas de memoria ms o menos enrgicas de signo democrtico, para tratar, entre otros fines, de restaar las heridas abiertas por un pasado reciente marcado, segn los casos, por el apartheid, la guerra, los genocidios, las dictaduras o el totalitarismo. Polticas de memoria vinculadas, por tanto, a procesos de 2 Sobre la multiplicidad de conceptos y tipos de memoria manejada por la historiografa y la sociologa recientes, vanse los trabajos de Josefina Cuesta (1995 y 2008) y Paloma Aguilar (1996 a). 3 Para Paloma Aguilar (1996 a), la memoria colectiva (concepto que esta autora asimila a los de memoria social y memoria histrica) se compone de contenidos (el recuerdo que una comunidad tiene de su propia historia) y valores (las lecciones y aprendizajes que dicha comunidad extrae de la historia, y que suelen estar condi- cionados por las necesidades del presente). Como la memoria colectiva suele fijarse en las instituciones y se revive peridicamente mediante ceremonias y ritos pblicos, forma una suerte de patrimonio comn con el que el individuo se encuentra desde que nace y que se imbrica con sus propios recuerdos individuales. A diferencia del pasado (el conjunto de lo ocurrido, inabarcable por su amplitud) y de la historia (la parte del pasado que queda registrada en los archivos, museos y otros depsitos de la memoria y de la que se ocuparan profesionalmente los historiadores), la memoria colectiva conformara, segn Aguilar, aquella parte de la historia que, debido a la coyuntura del presente, tiene capacidad de influir sobre el mismo, tanto en sentido positivo (ejemplo a seguir) como en sentido negativo (contra-ejemplo a evitar). Cuesta, en cambio, siguiendo una tradicin que se remonta, esencialmente, a Halbwachs, diferencia los conceptos de memoria colectiva, memoria social y memoria histrica (Cuesta, 1995 y 2008). Y para otros autores, como Juli, todas esas expresiones slo pueden aceptarse desde una concepcin organicista de la sociedad o por comodidad, pues en rigor la memoria es una facultad individual y que no puede abarcar lo sucedido fuera de la propia existencia (Juli, 2006: 10-11). 178 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez democratizacin todava en marcha y a la lucha por los derechos humanos o por expandir y fortalecer las esferas pblicas de la sociedad civil. Pero con independencia de este tipo de factores, para algunos historiadores y estudiosos de la cultura, el fenmeno, reconocible a escala mundial, respondera a causas estructurales y ms profundas que las estrictamente polticas. Para el ya citado Huyssen, como tambin para Todorov, para Hermann Lbbe o para Edward Said, entre otros, la extensin e inten- sidad recientes de la cultura de la memoria obedecen al deseo y a la necesidad de proteger, mediante anclajes temporales y espaciales estables, la identidad personal y colectiva frente a las transformaciones globales en curso, que socavan, remueven o destruyen algunas de las bases de tradicionales de dicha identidad. Desde esta perspectiva interpretativa, la obsesin contempornea con la memoria tendra que ver, en buena medida, con un trastocamiento profundo de nuestro sentido del tiempo y del espacio motivado por factores tales como el cambio tecnolgico, la revolucin de la informacin y de los mass media, o los nuevos patro- nes de consumo, trabajo y movilidad a escala global. A juicio de Said (2000), muchas personas buscan en la memoria colectiva, en un pasado deseable y recuperable, una forma de dotarse de una identidad coherente, de una narrativa nacional o, en definitiva, de un lugar en el mundo en una poca en que los lazos dinsticos, familiares y religiosos pierden su eficacia removidos por la globalizacin, la sociedad de consumo, la revolucin digital o la profunda compresin espacio-temporal asociada a tales fenmenos. En opinin de Huyssen (op.cit.: 28-30), muchas prcticas locales y nacionales de la memoria ponen en cuestin y reaccionan frente a los mitos del cibercapitalismo y de la globalizacin, incluyendo su negacin del tiempo, el espacio y el lugar, para buscar una memoria vivida, activa, encarnada en el cuerpo social (individuos, familias, grupos, naciones y regiones) y en un espacio habitable, tangible, no virtual, dotado de continuidad y de pro- fundidad simblica y dentro del que poder respirar y vivir. Otras interpretaciones sobre el inters contemporneo por la memoria han atendido tam- bin a las peculiaridades internas de las distintas disciplinas y saberes acadmicos. En el campo historiogrfico, por ejemplo, aunque no slo en ste, se ha incidido en la influencia que el pensamiento postmoderno ha tenido en el estmulo de los estudios sobre la memoria. De acuerdo con esta interpretacin, el rechazo tpicamente postmoderno de las explicaciones holsticas y globalizadoras de la historia, la puesta en cuestin y crisis de los metarrelatos propios de la modernidad, habran aparejado una exaltacin de la memoria (individual o colectiva) como algo ms autntico, espiritual y poderoso que la historia tradicional, des- calificada por algunos como una suerte de memoria muerta (Erice, op.cit.: 83-84). El inters reciente por la memoria colectiva se incardinara, asimismo, en el viraje triple de las disciplinas sociales hacia lo subjetivo, lo narrativo y lo hermenutico. Ms an, la valoracin creciente de la memoria como medio de aproximacin al pasado reflejara, en opinin de Santos Juli: la crisis de la concepcin de la historia como herramienta de transformacin social, coetnea de la crisis de los paradigmas estructuralistas con su inherente determinismo y de los sistemas polticos de socialismo real. Falta de iluminar el futuro, la historia en cuanto conocimiento crtico del pasado ha perdido buena parte de su atractivo, que ha cedido a la memoria, entendida ahora como herra- 179 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 mienta para transformar, si no el pasado puesto que el pasado es inamovible y del futuro no sabemos nada al menos su representacin (Juli, 2006: 7-8). A la historia como saber cientfico y acumulativo de los hechos pasados se opondra, pues, la memoria, entendida como la representacin del pasado cultivada por los contempo- rneos y sus descendientes; como la construccin social del recuerdo (Cuesta, 1998: 204); o, en palabras del historiador Pierre Nora, sobre cuyas ideas me detendr enseguida, como economa general del pasado en el presente (Nora, 1998: 26). Una concepcin en la que las dimensiones espaciales han jugado histricamente y juegan tambin hoy da un papel fundamental. II. ESPACIO, MEMORIA HISTRICA E IDENTIDAD NACIONAL: DE LOS LUGARES DE MEMO- RIA A LA GEOGRAFA DE LA MEMORIA Las discusiones y polticas desarrolladas en los ltimos decenios en torno al concepto de memoria han puesto de manifiesto la importancia de las relaciones entre la memoria y el espacio geogrfico. En el vocabulario acadmico y poltico sobre el asunto, o incluso en el marketing patrimonial y turstico, han surgido y cristalizado expresiones significativas en este sentido: lugares (y no-lugares) de memoria, espacios de memoria, paisajes memoriales (o paisajes de memoria), itinerarios y caminos de la memoria, etc. Si bien tales expresio- nes se han acuado, en su mayor parte, fuera de la disciplina, los gegrafos interesados por estas cuestiones han incorporado progresivamente dicho vocabulario y contribuido de forma creciente a analizar las dimensiones espaciales de la memoria. Aunque pequea en compara- cin con las contribuciones de otros campos acadmicos, la importancia de las aportaciones geogrficas a los estudios sobre la memoria (paralela y conectada a la vez con el creciente inters de la disciplina por las cuestiones de identidad y de patrimonio) ha crecido conside- rablemente los ltimos diez aos, en especial en el mbito acadmico anglosajn. En ste, segn veremos, el estudio de las dimensiones geogrficas de la memoria ha generado ya una abundante literatura y perfilado una lnea de investigacin emergente que algunos autores han venido a denominar la geografa de la memoria. En virtud de esa creciente produccin bibliogrfica, la consideracin de estas dimensiones ha trascendido ya a los manuales de ciertas ramas y especialidades, empezando por los de geografa poltica (Till, 2003) y geo- grafa cultural (Johnson, 2004), e incluso a algunos de los diccionarios ms importantes de la disciplina, dentro no slo del mbito anglosajn (Johnston et al., 2000), sino tambin del francfono (Lvy y Lussault, 2003) 4 . Tanto en el caso de los trabajos efectuados desde la geografa como los elaborados por otras disciplinas interesadas, en ms o menos medida, por las cuestiones de carcter espa- cial, la mayor parte de los estudios sobre las dimensiones espaciales de la memoria se han centrado en explorar las relaciones entre la memoria colectiva, los lugares y paisajes, y las identidades nacionales. Esta orientacin temtica resulta fcilmente explicable si tenemos 4 Vid., en el primero de estos dos diccionarios, los artculos sobre memoria popular y monumentos (Johnston et al., op.cit.: 497-498 y 521-522); y, en el segundo, los dedicados a Maurice Halbwachs, a la memoria social y al concepto de haut lieu (Lvy y Lussault, op.cit.: 443-444, 448-49 y 602-604). 180 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez en cuenta, por un lado, las fuertes dimensiones territoriales de los nacionalismos; y, por otro lado, el hecho de que, desde la poca contempornea, los gobiernos y los poderes pblicos estatales (en pugna o en alianza con las instituciones religiosas) hayan capitalizado en gene- ral la produccin de una memoria institucionalizada al servicio de la construccin de las identidades nacionales respectivas, convirtindose en imponentes mquinas de memoria o de olvido institucionalizado, decretando el recuerdo, el olvido, la amnista, la amnesia, la condena o el perdn (Cuesta, 1998: 209). El propio concepto de lugar de memoria, una de las nociones clave si no la princi- pal en los estudios recientes y actuales sobre la memoria colectiva, incluidos los planteados desde la disciplina geogrfica, arranca, como es sabido, de un ambicioso proyecto historio- grfico, Les lieux de mmoire, dedicado a explorar los smbolos de la identidad nacional fran- cesa y publicado, bajo la direccin del citado Pierre Nora, entre 1984 y 1992 (Nora, 1997) 5 . Ya se ha apuntado antes que Nora concibe la memoria colectiva como algo diferente de la historia: frente a la historia entendida como saber ocupado del estudio de los hechos pasados, la memoria colectiva constituira la instrumentalizacin poltica del pasado en el presente, el recuerdo del pasado que se construye socialmente desde el presente, y del que la historia, como saber, slo sera una modalidad concreta. Sobre dicha visin de la memoria colectiva, la obra de Nora acuaba, dentro del campo acadmico, dos conceptos con implicaciones espaciales importantes. De un lado, la idea de lugar de memoria, definida por Nora como toda unidad significativa, de orden material o ideal, de la que la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo ha hecho un elemento simblico del patrimonio de la memoria de una comunidad cualquiera (ibd., II: 2.226). En segundo lugar, la nocin de poltica de memo- ria, que indicara la produccin, desde las lites polticas e intelectuales, de un discurso sobre el pasado al servicio de objetivos del presente, as como la puesta en prctica de ese discurso en la sociedad a travs de la conmemoracin y de otras actuaciones de alcance pblico (incluidas las intervenciones de carcter espacial y paisajstico). En el captulo introductorio de la obra, Nora reflexionaba extensamente sobre la primera de esas dos nociones, incidiendo en su naturaleza diversa. Los lugares de memoria, aclaraba Nora, pueden ser, segn los casos, eminentemente simblicos (banderas, himnos, efemrides, lemas...), funcionales (asociacio- nes, diccionarios, leyes, manuales escolares) o materiales (monumentos conmemorativos, museos, archivos, edificios patrimoniales, as como paisajes), aunque, en rigor, todo lugar de memoria rene ingredientes de estos tres tipos (ibd., I: 37). Pero qu lugar ocupan la geografa y los gegrafos en la obra dirigida por Nora, con- vertida rpidamente en un modelo y un referente a escala internacional? 6 En mi opinin, y como algn autor ha apuntado recientemente (Verdier, en prensa), la respuesta a esta cuestin permite una doble lectura y entraa una cierta paradoja. Por un lado, algunos datos pueden 5 La edicin original de obra, publicada por la editorial Gallimard, comprende un total de 3 volmenes, distribuidos en siete tomos: el primer volumen (compuesto por 3 tomos y publicado en 1984) se dedica a La Repblica; el segundo (tambin de 3 tomos, publicado en 1986) a La Nacin; y el tercero (de un nico tomo, publicado en 1992) a Las Francias. El conjunto abarca 130 captulos (a cargo de 106 autores) y 4.755 pginas. 6 Sobre la proyeccin internacional de la obra de Nora, vase el trabajo de Alain Roger (2008), que analiza de forma comparada la obra francesa y sus equivalentes historiogrficos en Italia (I luoghi della memoria, editada por M. Isnengui, Roma-Bari, Laterza, 1996-1997, 3 vol.) y Alemania (Deutsche Erinnerungsorte, editada por E. Franois y H. Schulze, Mnchen, Beck, 2001, 3 vol.). 181 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 invitar a pensar que las dimensiones geogrficas de la obra dirigida por Nora son, ms bien, reducidas. De entrada, el nmero de gegrafos que colabor en Les lieux de mmoire fue muy escaso (de los ms de cien autores que participaron en la obra tan slo hay dos gegra- fos de formacin, Armand Frmont y Marcel Roncayolo, ms el historiador de la geografa Daniel Nordman). Adems, la posicin explicativa e introductoria tradicionalmente asignada a los factores geogrficos en otras obras seeras sobre la historia de Francia desde el siglo XIX, es decir, la posicin otorgada al territorio como escenario o como uno de los agentes explicativos de la unidad nacional de Francia, en clave ms o menos ambientalista, desapa- rece completamente en la obra dirigida por Nora. La propia nocin de lugar de memoria excede ampliamente, segn hemos visto, la idea geogrfica o topogrfica de lugar, para abrazar realidades muy heterogneas y en muchos casos poco o nada espaciales. Un uso voluntariamente laxo y, a priori, desconcertante que, como veremos enseguida, algunos gegrafos franceses han rechazado de manera explcita, y que se ha producido tambin en otros pases europeos, incluido Espaa 7 . Pero, por otro lado, la obra dirigida por Nora no slo reconoce el papel que la disciplina geogrfica y, en especial, la escuela vidaliana han podido desempear en la construccin de la conciencia nacional o de la idea de nacin en Francia (en este sentido el Tableau de la Gographie de la France es estudiado, en un captulo redactado por el historiador Jean-Yves Guiomar, como un lugar de memoria), sino que adems, en la lnea de los trabajos pioneros de Maurice Halbwachs, presta una considerable atencin a los modos en que la memoria colectiva se constituye espacialmente mediante su anclaje en ciertos lugares materiales 8 . De esta forma, y aparte de dedicar captulos especficos a ciertas obras o representaciones significativas del territorio y del paisaje de Francia, como el ya citado, Les lieux de mmoire aborda el anlisis de monumentos y del estatuario pblico; de lugares emblemticos (haut- lieux) desde el punto de vista histrico, religioso o arquitectnico; de fronteras y divisiones territoriales-administrativas; de divisiones regionales relevantes en la imaginacin popu- lar; de la toponimia urbana; o, en fin, de paisajes y prcticas representativas de la estrecha conexin entre la sociedad y el medio, como, en particular, los relacionados con el mundo rural (Cuadro 1). Aunque la mayora de los especialistas que se ocupan de estas cuestiones en la obra son historiadores, el inters geogrfico de la misma (calificada por el propio Nora como una vasta topologa de la simblica francesa) 9 parece, en tal sentido, indudable, como han reconocido muchos de los gegrafos que han trabajado sobre las dimensiones espaciales de la memoria. 7 En el caso de Espaa, sirvan como ejemplo las obras editadas por Joan Ramn Resina y Ulrich Winter sobre los lugares de memoria de la Espaa constitucional (Resina y Winter, 2004) y de la Guerra Civil y el fran- quismo (Winter, 2006), planteadas desde una perspectiva exclusivamente literaria y audiovisual, sin ningn tipo de consideracin espacial. 8 En los ltimos veinte aos, la obra de Halbwachs, uno de los grandes tericos de la Morfologa Social, ha despertado un enorme inters no slo entre filsofos, socilogos e historiadores, sino tambin entre los gegrafos interesados en las cuestiones urbanas y las dimensiones espaciales de la memoria colectiva. Dentro de esta ltima temtica, resultan fundamentales dos de las ltimas obras de Halbwachs: La topographie lgendaire des vangelis en Terre Sainte, publicada en 1941; y, sobre todo, La mmoire collective, coleccin de estudios publicada pstu- mamente, en 1950, y cuyo captulo quinto (inacabado) versa sobre las relaciones entre la memoria colectiva y el espacio (Halbwachs, 1997: 193-236). 9 Nora (1998: 18). 182 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez Cuadro 1 LA DIMENSIN ESPACIAL EN LES LIEUX DE MMOIRE: LUGARES MATERIALES DE CARCTER TOPOGRFICO O MONUMENTAL Y OTROS CAPTULOS DE INTERS GEOGRFICO, AGRUPADOS POR TEMAS Temas Captulos y autores Monumentos, sitios histricos y lugares emblemticos (haut lieux) El Panten (M. Ozouf); Los monumentos a los muertos (A. Proust); Cancilleras y monasterios (B. Guene); Los santuarios reales (C. Beaune); Reims, villa de lo sagrado (J. Le Goff); Las estatuas de Pars (J. Hargrove); Lascaux (J.-P. Demoule); Vzelay (G. Lobrichon); Notre-Dame de Pars (A. Erlande); Los castillos del Loira (J.-P. Babelon); Le Sacr-Coeur de Montmartre (F. Loyer); La torre Eiffel (H. Loyrette); Alsia (O. Buchsenschutz y A. Schnapp); Verdn (A. Proust); Port-Royal (C. Maire), El Muro de los Federados (M. Rebrioux). Paisajes naturales y rurales representativos de las relaciones sociedad- medio El frente martimo (M. Mollat); El bosque (A. Corvol); La tierra (A. Frmont). Forma y organizacin poltico-administrativa del territorio (gnesis, fronteras, divisiones y conictos) El departamento (M. Roncayolo); La regin (J. Revel); De los lmites feudales a las fronteras polticas (B. Guene); De los lmites del Estado a las fronteras nacionales (D. Nordman); Una frontera-memoria: Alsacia (J.-M. Mayeur); La Vende, regin-memoria (J.-C. Martin); El Hexgono (E. Weber); Pars y las provincias (A. Corbin); El centro y la periferia (M. Agulhon); Norte-Sur (E. Le Roy Ladurie). Representaciones del territorio y del paisaje (cientcas, tursticas y pedaggicas) El paisaje del cientco (M. Roncayolo); Le Tableau de la gographie de la France de Vidal de la Blache (J.-Y. Guiomar); Las Guas Joanne (D. Nordman); Le Tour de la France par deux enfants (J. y M. Ozouf). Topnimos Los nombres de las calles (D. Milo). (Fuente: elaboracin propia, a partir de Nora, dir., 1997). La recepcin de la obra dirigida por Nora dentro de la disciplina geogrfica ha sido, en todo caso, desigual segn los diversos contextos y tradiciones. Por citar nicamente tres de estos contextos, dicha recepcin ha sido bastante escasa en la geografa espaola, como he tenido oportunidad de analizar en otro lugar (Garca lvarez, en prensa, a) y, de forma algo paradjica, en la geografa francesa, aunque en Francia, a mediados de la dcada de 1990, el concepto de lugar de memoria fue objeto de interesantes consideraciones tericas por parte de Bernard Debarbieux (1995) y Jean-Luc Piveteau (1995). Aun admitiendo el inters de Les 183 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 lieux de mmoire para entender algunos de los mecanismos mediante los cuales los colectivos otorgan significados al territorio y se sirven del mismo para construir o afianzar su identidad, los gegrafos franceses que han abordado la problemtica de la memoria han preferido el trmino, ya sealado, de haut-lieu 10 al de lugar de memoria, cuyo significado laxo, a menudo desligado de cualquier realidad fsica, consideran confusa y abusiva (Verdier, op.cit.). Por el contrario, la obra dirigida por Nora, que se tradujo parcialmente al ingls desde fines de los aos 80, ha sido una referencia ampliamente utilizada en la geografa anglo- sajona, en la que las cuestiones sobre la relacin entre lugar, memoria e identidad han dado pie a una abundante bibliografa en los ltimos quince aos (por citar algunos estados de la cuestin, vanse los de Osborne, 2001; Mitchell, 2003; Till, op.cit.; Hoelscher y Alderman, 2004; Johnson, op.cit.; Legg, 2005; Foote y Azaryahu, 2007; y Rose-Redwood et al., 2008). Traducido indistintamente como place of memory, como realm of memory o, sobre todo, como site of memory, el concepto ha calado plenamente en el mbito anglfono hasta confi- gurar uno de los ejes centrales de una lnea de investigacin propia, a la que Kenneth Foote y Maoz Azaryahu, en un balance reciente, han denominado la geografa de la memoria, y en la cual convergen aportaciones procedentes de ramas geogrficas muy diversas (como, en especial, la geografa cultural, la geografa histrica, la geografa poltica, la geografa urbana y la geografa feminista, sin olvidar la historia del pensamiento geogrfico): La geografa de la memoria han escrito estos dos autores localiza la historia y sus representaciones en el espacio y el paisaje. Contesta a la cuestin de dnde est la memoria en trminos de lugares y sitios que vacan una cierta visin de la historia en un molde de permanencia conmemorativa (Foote y Aza- ryahu, 2007: 127). La geografa de la memoria profundiza, sobre todo, en el estudio de los sitios materiales donde la relacin entre lugar y memoria es ms evidente (caso de ciertos paisajes y, en gene- ral, de los monumentos, memoriales 11 y museos), pero tambin tiene en cuenta las expre- siones actorales o ceremoniales de la memoria (como, por ejemplo, rituales, festivales, ceremonias cvicas, desfiles, espectculos al aire libre, peregrinaciones, etc.). Y frente a las aproximaciones de otras disciplinas interesadas en el estudio de la memoria social, se centra en las pautas y dinmicas espaciales, locacionales y materiales de tales representaciones y prcticas conmemorativas, fundamentales para la constitucin de las identidades individuales y colectivas. 10 El diccionario dirigido por Lvy y Lussault (op.cit., 448) define el haut lieu como lugar que expresa sim- blicamente, a travs de sus representaciones y de sus usos, un sistema de valores colectivos o una ideologa. Sobre el alcance de dicha nocin en geografa, vase tambin Debarbieux (op.cit.). 11 En ingls, el trmino memorial designa a menudo un sitio material conmemorativo asociado a algn tipo memorial memorial de prdida o tragedia (cementerios; estatuas, monumentos y parques a las vctimas de guerras, etc.), a diferencia de la nocin de monument, vinculada convencionalmente a significados triunfales. Frente a esa distincin, Dwyer y Alderman (2008: 167) prefieren utilizar la expresin paisaje memorial (memorial landscape) para referirse a cual- quier conjunto de elementos de cultura material (como, por ejemplo, estatuas, monumentos o sitios conservados, parques, topnimos y seales e indicadores histricos), situados normalmente en espacios pblicos y asociados a la memoria colectiva. 184 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez Es verdad que las incursiones geogrficas en las dimensiones simblicas del espacio, e incluso en el papel desempeado por ciertos lugares y paisajes en los procesos de construc- cin nacional, son anteriores a la publicacin de Les lieux de mmoire. Desde la aparicin de las geografas humansticas en la dcada de 1970 y la revitalizacin de la geografa regional y poltica a partir de los aos 80 el anlisis de tales cuestiones figuraba en la agenda de trabajo de la disciplina. Ms an, conviene recordar que una de las mayores aportaciones realizadas hasta la fecha sobre el anlisis de la construccin social de la memoria, el libro El pasado es un pas extrao, publicado en 1985, es la obra de un gegrafo y se escribe con total inde- pendencia de los trabajos de Nora (Lowenthal, 1998) 12 . Para su autor, David Lowenthal, en la cultura contempornea el pasado es siempre un pas extrao para el presente puesto que constituye una imagen cambiante y en continua reinterpretacin segn las necesidades de cada momento, lo que Lowenthal, por cierto, no valora como algo necesariamente negativo. Pero, sin perjuicio de la importancia de esos referentes disciplinares propios y de las limi- taciones y crticas ya apuntadas, la apelacin a la obra de Nora en los estudios geogrficos sobre la memoria colectiva sigue siendo, todava hoy, frecuente. Adems de aportar claves para comprender los significados adquiridos por ciertos lugares (en especial los significados polticos e ideolgicos), Les lieux de mmoire permiten integrar la consideracin de las cuestiones espaciales en la historiografa de los smbolos nacionales e, indirectamente, han contribuido a reflexionar sobre la relacin entre la historia de la geografa y la construccin de las identidades territoriales. III. TOPOGRAFAS PATRITICAS Y PAISAJES NACIONALES. ALGUNOS EJEMPLOS ESPAO- LES En los ltimos veinte aos gegrafos e historiadores han estudiado con amplitud las funciones del territorio y del paisaje como fuente y expresin de identidades colectivas y, dentro de esta temtica, la insercin de las dimensiones territoriales y paisajsticas en los procesos construccin nacional, insercin que tiene lugar, sobre todo, a partir de la difusin del ideario romntico y en paralelo con la institucionalizacin acadmica de la historia y de la geografa. Buena parte de las investigaciones geogrficas sobre la dimensin espacial de la memoria colectiva se ha centrado, precisamente, en explorar los que Donald Meinig llamara, a fines de los aos 70 del siglo pasado, los paisajes simblicos que forman parte de la iconografa de la nacionalidad (Meinig, 1979). Tales paisajes emblemticos, considerados en su momento una suerte de paisajes nacionales, podran definirse como aquel paisaje o conjunto de paisajes que en el imaginario colectivo representan e identifican los valores nacionales, la esencia de la nacin (Nogu, 2005: 151); paisajes a los que se atribuye la cualidad de condensar, expresar y simbolizar las claves de la correspondiente identidad nacional (Ortega Cantero, 2007: 138). 12 Lowenthal reflexiona sobre la memoria como una de las tres vas principales de acceso al pasado, junto a la historia y las permanencias fsicas (lo que l denomina, en sentido amplio, las reliquias) (Lowenthal, op. cit., 282-352). Conocedor de una vastsima bibliografa, cita en varias ocasiones la obra de Halbwachs sobre la memoria colectiva (Halbwachs, 1997), pero no los trabajos de Nora, cuyos Lieux de Mmoire comenzaron a publicarse apenas un ao antes que la obra de Lowenthal. 185 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Las interpretaciones romnticas de la nacin y, de manera ms amplia, las concepciones nacionales de carcter orgnico-historicista, aunque no slo stas, han vinculado estrecha- mente la identidad nacional con el territorio, la naturaleza y el paisaje; han visto en el terri- torio una suerte de receptculo del pasado en el presente; han reconocido en el paisaje, en general, una expresin (material y simblica) de la historia de los grupos humanos; han dotado de significado identitario colectivo a determinados paisajes y lugares, convirtindolos en lugares de memoria y en smbolos de la historia y el carcter nacional; y han contribuido, de este modo, a su valoracin y proteccin como bienes patrimoniales (Olwig, 2002; Walter, 2004; Nez, 2004; Ortega Cantero, 2005). Los estudios geogrficos a este respecto se han centrado en explorar las topografas patriticas utilizando la expresin de Stephen Daniels (1993) de las que forman parte esos lugares y paisajes de valor identitario, y en las que suelen integrarse escenarios de bata- llas, asedios y otros episodios blicos considerados claves en la historia nacional; lugares de nacimiento de hroes, santos o figuras histricas relevantes; santuarios y centros religiosos de especial importancia; territorios fundacionales o protagonistas en el proceso de confor- macin de los estados correspondientes; territorios histricos originarios hoy perdidos o en manos de otros pueblos; espacios naturales valorados como excepcionales; o simplemente familias y tipos de paisajes, no necesariamente excepcionales, que las lites intelectuales y polticas han interpretado como la cuna y la plasmacin material de las seas distintivas de una cultura (Storey, 2001). Los nacionalismos han forjado unas veces, o manipulado interesadamente otras, una verdadera retahla de paisajes nacionales, que en ciertos casos han sido institucionalizados mediante figuras polticas y legales especficas (bajo la forma de parques naturales, conjuntos histricos protegidos, etc.), y en otros no han cuajado en figuras institucionales, aunque s en imgenes y arquetipos de amplia proyeccin social. En el caso de Espaa, los estudios sobre este particular han indagado en una doble direccin. En primer lugar, en la gnesis intelec- tual e ideolgica de algunos de estos paisajes asociados a la identidad nacional (o, siendo ms precisos, de los paisajes valorados por los diversos nacionalismos y concepciones de lo nacional que han coexistido en el Estado a lo largo del ltimo siglo y medio). Y en segundo lugar, aunque a menudo en relacin estrecha con la dimensin anterior, en la proyeccin de estas valoraciones sobre las polticas de proteccin y de puesta en valor de algunos de estos lugares y paisajes en trminos de patrimonio. Dentro de la primera de estas dos lneas, la valoracin de Castilla, y en especial de la Meseta, como paisaje nacional por excelencia, esto es, como testimonio y smbolo de las claves y valores que, en determinado momento y por determinados crculos, se consideraron caractersticos de la historia y la identidad nacional espaola, ha sido estudiada con parti- cular detenimiento (Garca Fernndez, 1985; Varela, 1993; Fox, 1997; Martnez de Pisn, 1998; Pena, 2000; Morales y Esteban, 2005; Ortega Cantero, 2007). Como es sabido, esta valoracin patrimonial y simblica del paisaje de Castilla se inscribe en una interpretacin castellano-cntrica de la historia y de la identidad nacional espaola y fue desarrollada principalmente por determinadas corrientes vinculadas al nacionalismo liberal espaol a par- tir del ltimo tercio del siglo XIX, aunque cont con precedentes importantes en el extran- jero, como la obra geogrfica de Elise Reclus (Ortega Cantero y Garca lvarez, 2006). Entre tales corrientes, se ha resaltado el papel fundacional desempeado por Francisco 186 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez Giner de los Ros y en general por la Institucin Libre de Enseanza, as como por los escri- tores del 98, en la apreciacin de los paisajes castellanos. Las investigaciones citadas han indagado extensamente en los significados nacionales identitarios atribuidos, en aquel enton- ces, no slo a la Castilla de la Meseta, o de la llanura, sino tambin a determinados mbitos montaosos, como la Sierra de Guadarrama, las montaas sorianas o la Sierra de Gredos, poniendo de manifiesto una topografa simblica mucho ms rica que la del estereotipo puramente meseteo. La valoracin del paisaje en trminos de identidad nacional ha sido tambin intensa en los nacionalismos gallego y cataln. Los arquetipos paisajsticos del nacionalismo gallego anterior a la Guerra Civil, as como ciertas prolongaciones actuales de dichos arquetipos, han sido objeto, en los ltimos aos, de varios estudios (Garca lvarez, 2003; Fernndez Prez- Sanjun, 2003; Lpez y Lois, 2007; Lpez, 2008). La ideologa tradicionalista de algunos de los principales lderes del galleguismo histrico, entre los cuales figur el gegrafo Ramn Otero Pedrayo, se manifest claramente en su preferencia paisajstica por el mundo rural en general, y, dentro de ste, por las comarcas de las Ras Altas y de la Galicia oriental y mon- taosa, mbitos ms agrestes y alejados de las rutas tursticas del momento. Estos paisajes agrarios, densamente humanizados desde antiguo, fueron percibidos por los galleguistas como smbolos de una relacin estrecha, profunda, entre el hombre y la naturaleza, adems de como reservorios de una cultura campesina que mantena vivas las esencias definitorias de la nacionalidad, empezando por el uso de la lengua propia. A tales paisajes identitarios se una, en un plano distinto, el de Santiago de Compostela, que, a ojos de los galleguistas tradi- cionalistas como Otero, apareca no slo como un smbolo de los valores que definan, segn ellos, la identidad gallega (religin y espiritualidad, relevancia histrica en la Edad Media, importancia de la cultura y el arte, vocacin europea...), sino tambin como un paisaje cultu- ral que conservaba todava un lazo ntimo con el mundo campesino y que estaba plenamente integrado en la naturaleza grantica del terreno. En el caso cataln, trabajos como los de Joan Tort (1991), Francesc Roma (2004) y Joan Nogu (2005) han indagado en los paisajes nacionales del catalanismo histrico, en sus diversas fases y modalidades: desde los mbitos montaosos exaltados por la Renaicena y por el modernismo en el ltimo tercio del XIX a los espacios rurales tradicionales de la Catalua mediterrnea elogiados por el movimiento noucentista en los primeros decenios del XX 13 . En ambos casos, aunque mucho ms sin duda en el de la Renaixena, movimiento pro- fundamente influido por el romanticismo, la valoracin identitaria de ciertos paisajes resulta indisociable de la lectura que sus protagonistas hacen del pasado regional o nacional cataln: retrotrayndose a los tiempos medievales, el catalanismo de signo tradicionalista concentra su mirada en la Catalua vieja (la Catalua al norte del Llobregat) y, concibe las montaas (el Pirineo y, dentro de ste, el Canig; la cordillera prelitoral, y dentro de ella, los macizos de Montserrat y la sierra de Montseny) como cunas histricas de la nacionalidad, fuentes primi- genias de las esencias catalanas y reductos de los valores morales y religiosos que consideran caractersticos de estas esencias. Sin perjuicio de sus valores estticos o naturales, los paisa- 13 El primero de estos dos autores ha reflexionado tambin, junto a Valeri Pal, sobre la extensa obra pai- sajstica de Josep Pla, vertebrada en buena medida por su visin del paisaje como memoria histrica (Tort y Pal, 2005, en especial 23-25). 187 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 jes nacionales del primer catalanismo se escogen, pues, en buena parte, por su vinculacin a una determinada memoria histrica. Ms an, como ha mostrado Nogu, la continuidad de algunos de esos arquetipos pai- sajsticos se habra prolongado incluso, en Catalua, hasta fechas recientes, bajo el dominio poltico del nacionalismo de signo conservador, con consecuencias evidentes sobre la evo- lucin del paisaje. En este sentido, las polticas ambientales desarrolladas por los gobiernos autonmicos del citado signo durante la vigente etapa constitucional habran asumido, apo- yado o impulsado de forma prioritaria la proteccin de los espacios de montaa (caso de Aigestortes, Montserrat, el Valle de Nuria y el Montseny), al tiempo que despreciaban y abandonaban a la especulacin y al desarrollismo ms desaforado los paisajes de la Catalua sur, o en general, de la Catalua de la cuenca del Ebro, desprovistos de esa valoracin iden- titaria oficial. Proyectado en las polticas ambientales, el imaginario simblico del territorio acarrea, en suma, repercusiones materiales importantes en tanto en cuanto influye en las acti- tudes colectivas hacia el paisaje, estimulando, segn los casos, su proteccin o su abandono, su conservacin o su transformacin drstica. En parecido sentido, algunas investigaciones han demostrado ampliamente la conexin entre la valoracin cultural y en buena parte identitaria, patritica e historicista de ciertos pai- sajes y los orgenes de las polticas de conservacin de la naturaleza en Espaa (un balance reciente al respecto, en Garca lvarez, en prensa, b). En efecto, la consideracin de este tipo de valores se incorpor de manera explcita en la primera legislacin conservacionista (en especial, en el Real Decreto de 23 febrero de 1917, que desarrollaba la Ley sobre Parques Nacionales de 1916) y tuvo un papel fundamental en la creacin de dos de los tres primeros espacios naturales protegidos en el Estado: el Parque Nacional de la Montaa de Covadonga (creado en 1918) y el Sitio Nacional del Monte de San Juan de la Pea, declarado en 1920 (Fernndez y Pradas, 1996; Boyd, 2007; Ortega Cantero y Garca lvarez, 2009; Garca lvarez, en prensa, b). Sin perjuicio, una vez ms, de sus valores naturales y estticos, la declaracin de tales espacios como parques protegidos obedeci en buena parte a los valores simblicos que atesoraban para los protagonistas de los inicios de la poltica conservacionista en Espaa, empezando por el primero de todos, Pedro Pidal, principal promotor de la Ley de 1916 y Comisario General de Parques Nacionales entre 1917 y 1935. Como han puesto de manifiesto los estudios sealados, las concepciones nacionales del Marqus de Villaviciosa (aristcrata de hondas convicciones catlicas e ideologa profunda- mente monrquica y conservadora), acentuadas por el contexto poltico del momento (mar- cado, entre otros hechos, por el ascenso de los nacionalismos perifricos, en especial del cataln, y los debates sobre la descentralizacin regional del Estado), influyeron de modo explcito a la hora de declarar la proteccin de los dos espacios citados. En ambos casos, nos encontramos con mbitos de montaa que, a su belleza esttica e inters ambiental, unan la presencia de monumentos de carcter histrico y religioso que remitan a los orgenes de la Reconquista (entendida como germen fundacional y distintivo de la nacin espaola) y, de manera ms amplia, al proceso de unificacin poltica y confesional de la monarqua espaola. Si, desde esta perspectiva nacionalista, Covadonga se valoraba como la cuna de la Reconquista cantbrica o castellana, San Juan de la Pea representaba la cuna de la Recon- quista pirenaica o aragonesa, como qued de hecho recogido en la Real Orden por la que se declar este Monte Sitio Nacional. 188 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez La creacin del primero de los Parques Nacionales espaoles form parte, asimismo, de la Ley de Conmemoracin del XII Centenario de la Batalla de Covadonga y se inaugur ofi- cialmente el 8 de septiembre de 1918, da de la festividad de la Virgen de Covadonga, como colofn a los actos del citado Centenario. Y los discursos pronunciados entonces pusieron de manifiesto claramente la importancia otorgada al paisaje-escenario, o al paisaje-memoria, por encima de otro tipo de valores y dimensiones. Si, con ocasin de dicha inauguracin, el Marqus de Villaviciosa se refiri a Covadonga como el teatro de las hazaas de Pelayo, y a los esplendores de la Naturaleza como el mejor museo a los sentimientos de la Religin y a los recuerdos de la Historia, Alfonso XIII present la creacin del Parque como algo nico en el mundo: unir el arte de la Naturaleza a la religin y a la historia en el lugar de nacimiento de una nacin. Los primeros pasos de la poltica conservacionista se inscribie- ron as en las polticas de memoria vinculadas a ciertos sectores del nacionalismo espaol, al tiempo que reflejaron y se vieron afectadas por las disputas identitarias y territoriales del momento. Los criterios patriticos y nacionalistas no han faltado tampoco, en fin, en la patrimo- nializacin de determinados paisajes y monumentos histricos y arqueolgicos, como han puesto de manifiesto, en especial, algunos historiadores del arte. En su Historia de la Restau- racin Monumental en Espaa, Isabel Ordires ha relacionado directamente, por ejemplo, la hegemona de las concepciones castellano-cntricas de la nacin espaola a fines del siglo XIX y principios del XX con la multiplicacin de peticiones de declaracin monumental de castillos y casas palaciegas de Castilla o con las diversas actuaciones restauradoras y muses- ticas desplegadas en la ciudad de Toledo por Benigno de la Vega y Flaquer, II Marqus de la Vega-Incln, Comisario Regio de Turismo entre 1911 y 1928 y, en cierto modo, consejero artstico de Alfonso XIII (Ordires, 1995: 94 y 146-147). Los inicios de la proteccin oficial del patrimonio de Toledo y de la conversin de esta ciudad en uno de los principales destinos tursticos del pas, en los que el Marqus de la Vega-Incln tuvo un papel destacado, resultan, asimismo, indisociables de determinadas valoraciones ideolgicas y culturales de carcter paisajstico, que vieron en Toledo un sm- bolo representativo de la historia y la identidad nacional espaola (Moreno, 2004; Garca lvarez, 2007). Un proceso en que participan tambin, de manera prominente, los escritores del 98 (en especial Baroja y Azorn) y algunas figuras clave de la Institucin Libre de Ense- anza, como Manuel Bartolom Cosso (uno de los principales artfices del redescubrimiento y de la valoracin internacional de El Greco) y el pintor paisajista Aureliano de Beruete (que dedic a la ciudad toledana ms de un centenar largo de cuadros). En el marco de la visin castellano-cntrica de la historia y de la identidad nacional espaolas caracterstica de la mayora de estos autores, la ciudad de Toledo fue valorada no slo como una ciudad muerta que simbolizaba la antigua grandeza y la decadencia actual de Espaa, sino tambin como una suerte de compendio, archivo o museo del arte espaol; como una sntesis y encru- cijada de las civilizaciones que han formado la cultura espaola; e incluso como una simbio- sis ejemplar de naturaleza e historia, cargada de valor espiritual, y en la que, a mediados del siglo pasado, Manuel de Tern vea una forma perfecta y definida de paisaje humanizado, en el que ciudad y roca se confunden y que es viva concrecin de campos y sierras (cfr. Garca lvarez, 2007: 201-203). 189 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 A lo largo del primer tercio del siglo XX, dichas imgenes contribuyeron decisivamente a convertir a Toledo en un destino turstico preferente dentro de Espaa y fueron encauzadas polticamente a travs de la multiplicacin de museos y declaraciones monumentales, en un proceso de patrimonializacin progresivo que empieza por la exaltacin de la figura de El Greco y culmina, en 1940, con la declaracin del conjunto de la ciudad como monumento histrico-artstico. Tras los acontecimientos de la Guerra Civil de 1936-1939, que afectaron de lleno a Toledo, la ciudad se convirti, adems, en uno de los lugares principales de la pro- paganda y la memoria franquistas. El franquismo exalt el perfil militar de la urbe, focalizado en el edificio del Alczar, que, entre julio y septiembre de 1936, haba sido escenario de uno de los episodios ms conocidos de la Guerra y haba quedado completamente arruinado. En el marco de un proceso de mitificacin intenso y continuado a lo largo de toda la dictadura, el asedio del Alczar de Toledo y, con l, el monumento en ruinas, cuya reconstruccin no se abord hasta el decenio de 1950, se convirtieron en un smbolo con el que el rgimen quiso exaltar tanto el herosmo (y el triunfo) del bando propio como las atrocidades (y el fracaso militar) del republicano (Snchez-Biosca, 2000; Basilio, 2006). IV. ESPACIOS URBANOS Y POLTICAS DE MEMORIA La otra lnea principal de los estudios sobre las relaciones entre el espacio, la memoria histrica y la identidad nacional se ha centrado en el modelado y la transformacin del pai- saje con arreglo a criterios nacionalistas, es decir, en la ereccin de emblemas, monumentos y rituales de propsito nacionalista; en la materializacin, no tanto de un paisaje simblico nacionalista, sino de una iconografa nacionalista en el paisaje (Nogu y Vicente, 2001: 177-185). Ms que en la atribucin de valores nacionales a un paisaje previo, el objeto de atencin de esta lnea estribara, pues, en la colonizacin de un paisaje preexistente o en la creacin de un paisaje nuevo por elementos de propsito expresamente identitario y nacionalizador, de acuerdo con una determinada poltica de memoria. Las investigaciones en este sentido se han centrado sobre todo en el espacio pblico de las ciudades, que, como sedes y smbolos principales del poder, han sido, sin duda, los escenarios ms propicios para este tipo de polticas de memoria, de la que forman parte la ereccin de estatuas y monu- mentos conmemorativos; la preferencia por determinados estilos arquitectnicos; el uso de la ornamentacin simblica de carcter institucional (banderas, enseas, etc.); la manera de nombrar las calles, las plazas y los espacios pblicos en general; el diseo urbanstico de determinados barrios o espacios (como, en especial, los parques urbanos); o incluso los iti- nerarios elegidos para las procesiones y celebraciones cvicas, que configuran determinados espacios de memoria y celebracin oficiales (generalmente cntricos: el casco histrico o los ensanches burgueses), al mismo tiempo que crean o contribuyen a reforzar una ciudad del olvido, del todo ignorada y nunca recorrida, unos no lugares de la memoria (Michonneau, 1999). La idea, medular en la obra de Nora o en otro clsico historiogrfico sobre el tema, como fue el libro La invencin de la tradicin (Hobsbawn y Ranger, 2002), de que la forma en que se representa el pasado no es inocua, sino que expresa relaciones de poder y autori- dad, se materializa de manera muy clara en el espacio pblico de las ciudades. Las transformaciones operadas en la Europa Central y Oriental a partir de la cada de los regmenes socialistas han ofrecido, precisamente, un laboratorio vivo y privilegiado para el 190 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez anlisis de este tipo procesos, que resultan especialmente evidentes en los perodos revolu- cionarios y en general en las pocas de crisis y de cambio poltico brusco, aunque no sean, ni mucho menos, exclusivos de tales coyunturas (Azaryahu, 1996; Mitchell, 2003; Johnson, 2004). Los estudios geogrficos recientes sobre las relaciones entre lugar y memoria en las principales ciudades de esa parte de Europa, de Berln a Mosc, de Budapest a San Petes- burgo, han mostrado bien, al igual que lo hiciera el pionero trabajo de David Harvey sobre el Sacr-Coeur de Montmartre (Harvey, 1979), que las dimensiones espaciales de la memoria pblica son dinmicas, y que, a lo largo del tiempo, algunos elementos conmemorativos se aaden mientras que otros desaparecen, a la vez que los mismos monumentos y lugares de memoria pueden ser reinterpretados y sus significados contestados, disputados y transfor- mados. En el caso de Espaa, las investigaciones ms importantes hasta la fecha en relacin con esta lnea han procedido de historiadores e historiadores del arte. Ya en la segunda mitad de la dcada de 1980, y en parte respondiendo al estmulo de los trabajos dirigidos por Nora en Francia, algunos historiadores de la Universidad de Salamanca (dentro del grupo coordinado por Josefina Cuesta) efectuaron diversos estudios pioneros sobre los lugares de memoria de la Guerra Civil en Castilla, incidiendo en las transformaciones operadas en ciertas ciudades, como la propia Salamanca, que lleg a ser capital provisional del gobierno franquista (Mada- lena et al., 1988). La guerra y el comienzo de la dictadura de Franco fueron, ciertamente, como lo fueron tambin, aunque desde supuestos ideolgicos completamente distintos, el Sexenio revolucionario y la instauracin de la II Repblica, perodos especialmente intensos en la imposicin de una nueva memoria en esferas tan evidentes desde el punto de vista paisajstico como la toponimia (Madalena y Grupo Salamanca, 1995; Duch, 2000; Tort, 2003; Moreno et al., 2008), la estatuaria pblica (Andrs, 2004) o el monumento conmemo- rativo (Fernndez Delgado, 1982; Aguilar, 1996b; Tranche y Snchez-Biosca, 2006), que han sido objeto de numerosas investigaciones, aleccionadas, en los ltimos aos, por los debates en torno a la citada Ley de la Memoria Histrica y, ms ampliamente, a la retirada de los smbolos franquistas del espacio pblico (Olmeda, 2008). Pero las investigaciones recientes sobre las polticas y lugares de memoria urbanos en Espaa no se ha limitado, obviamente, a las etapas de la Guerra Civil y el rgimen fran- quista (por ms que, como es sabido, estos dos perodos han acabado casi por acaparar, en los ltimos aos, los usos polticos y sociales de la expresin memoria histrica). Las celebraciones del bicentenario de la Guerra de la Independencia y, de manera ms amplia, la intensa atencin dedicada, en el ltimo decenio, a la historia del nacionalismo espaol y de los procesos de nacionalizacin en Espaa desde el siglo XIX en adelante han impulsado, por ejemplo, diversos trabajos sobre los lugares de memoria asociados al nacionalismo liberal, en sus diversas fases y modalidades. Algunos de esos trabajos han atendido tambin a las pol- ticas toponmicas y de ereccin de monumentos conmemorativos los lugares de memoria materiales por excelencia en el Estado liberal, que convirti, precisamente, dicha Guerra, en uno de sus principales mitos nacionalizadores (Serrano, 1999; Gal, 2008; Andrs, 2008) La escultura conmemorativa erigida en Espaa en el perodo comprendido entre 1820 y 1914, considerado la Edad de Oro del monumento pblico, ha sido analizada por el histo- riador del arte Carlos Reyero en un trabajo fecundo, a mi juicio, en consideraciones de orden espacial (Reyero, 1999). En primer lugar, porque demuestra el contenido eminentemente 191 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 nacionalista de la escultura monumental espaola en este perodo, destinada, de manera principal, a ilustrar al ciudadano sobre la historia del pas y a formar en l una determinada conciencia de identificacin colectiva, vinculada de manera estrecha con el naciente Estado liberal y con la idea misma del individuo. Y, en segundo lugar, y lo que es ms importante desde el punto de vista geogrfico, porque pone de manifiesto las estrechas y complejas relaciones simblicas establecidas entre la estatuaria monumental y la ciudad decimonnica, tanto a las escalas ms prximas (esto es, con el espacio inmediato y circundante: el edifi- cio prximo, la calle, la plaza, el barrio...), como a la escala del municipio entero, a la de la regin o incluso a la del conjunto del Estado. Entre la ciudad y sus estatuas sostiene Reyero se establecieron unas relaciones sim- blicas ntimas y casi indisociables, que configuran verdaderas narrativas iconogrficas sin- gulares y difcilmente trasladables de un mbito a otro. En el caso de Madrid, por ejemplo, el repertorio escultrico de esta etapa, que se concentra de manera evidente en el centro histrico y en el Ensanche, proyecta el espacio urbano como un escaparate de referencias eminentemente nacionales, ms que locales, y sus monumentos, especialmente numerosos y relevantes, remiten en mucha mayor medida que los de ningn otro lugar al nacionalismo espaol y a la idea de autoridad y poder. En cambio, en Barcelona, principal centro econ- mico e industrial de la poca, la estatuaria urbana revela el dominio de la catalanidad sobre las referencias a la historia comn espaola, as como el elogio del progreso econmico como motor de civilizacin. Como todo arte oficial, la escultura monumental del XIX fue, en suma, un arte plagado de contenidos y pautas cuidadosamente seleccionados por las ins- tituciones, que entendieron claramente su sentido ejemplarizante y orientaron, de acuerdo con los criterios ideolgicos predominantes en cada momento, las decisiones relativas a su localizacin y su significacin en el seno del paisaje urbano. Lamentablemente, el estudio de Reyero carece, como la inmensa mayora de los trabajos procedentes de historiadores e historiadores del arte, de toda representacin cartogrfica. En parecido sentido, aunque la bibliografa sobre los monumentos conmemorativos en Espaa es bastante amplia, en general se ha centrado en el anlisis de sus componentes estticos o en el estudio del monumento aislado, esto es, sin atender demasiado a sus dimensiones y relaciones espaciales, lo que le resta en muchos casos inters geogrfico. Escasean, asi- mismo, estudios monogrficos que examinen en detalle los mapas conmemorativos de las principales ciudades espaolas, con sus diversas facetas y componentes, con sus significados cambiantes, plurales y contestados a lo largo del tiempo. Y los gegrafos espaoles tampoco hemos llenado, hasta el momento, este vaco. Dentro de ese panorama general, destacan, en cambio, algunos trabajos referidos a localidades espaolas realizados por autores no espaoles. En el campo del hispanismo francs, los trabajos de Carlos Serrano (1999), sobre Madrid, y Stphane Michonneau (2001), sobre Barcelona, merecen, en mi opinin, especial atencin. El primero de estos autores ha indagado en la influencia de las polticas de memoria oficiales desplegadas en Madrid desde la instauracin del Estado liberal, momento en que la ciudad pasa a conce- birse como capital de un Estado-nacin, y ya no slo como residencia del poder monr- quico: sus investigaciones sobre la fiebre monumentalista de la Restauracin y sobre la configuracin y evolucin de los topnimos de las calles madrileas a lo largo de los dos ltimos siglos revelan a las claras el esfuerzo de los diversos regmenes e ideologas por 192 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez modelar y controlar el paisaje simblico de la capital para adecuarlo a su respectivas con- cepciones de la nacin y de la sociedad. La agitada historia de la toponimia urbana madrilea en la era contempornea, por ejem- plo, resulta muy ilustrativa a este respecto (Serrano, op.cit.: 161-182). Primero, frente a las pautas definitorias del callejero del Antiguo Rgimen (en el que prevalecan los nombres de tipo funcional y religioso), el liberalismo triunfante en el XIX inici la secularizacin y la ideologizacin de la toponimia, concebida como uno de los instrumentos de nacio- nalizacin simblica del espacio urbano no privatizado: las calles, plazas y jardines de la capital (en especial en el Ensanche, pero tambin en el casco histrico) se pueblan a partir de entonces con los nombres de las figuras seeras de la causa liberal, as como con los de los hroes de una Historia nacional en gestacin, desde Viriato al los protagonistas del Dos de Mayo, pasando por Pelayo, el Cid y los lderes comuneros. Posteriormente, los gobiernos municipales de la II Repblica trataron de borrar de la onomstica urbana casi todo lo que recordara a la realeza y a la iglesia y multiplicaron los topnimos de filiacin socialista o progresista. Topnimos que, en las dcadas siguientes al final de la Guerra Civil dieron paso, en una nueva muestra de furor rotulador, a los de los hroes y mrtires, tanto polticos como militares, del bando vencedor, as como a la erradicacin de todo aquello que pudiera recordar al republicanismo o al liberalismo anterior. Por lo que toca al trabajo antes citado del historiador Stphane Michonneau, dedicado a las polticas de memoria en la Barcelona del perodo 1860-1936, se trata de una investigacin verdaderamente pionera y sugerente a los efectos de este balance, presentada como tesis doc- toral en la cole des Hautes tudes en Sciences Sociales de Pars en 1999 y publicada como libro poco despus, originalmente en cataln (Michonneau, 2001; vase tambin 1999). Nos encontramos de nuevo ante una obra que, pese a carecer tambin de cualquier acompaa- miento cartogrfico, reviste un inters geogrfico indudable. Michonneau examina la cons- truccin del espacio simblico de Barcelona en diferentes etapas polticas, comenzando por el perodo comprendido, aproximadamente, entre 1860 y 1900, marcado por el espectacular crecimiento demogrfico e industrial de la ciudad y, en relacin con ste, por el inicio de transformaciones urbansticas decisivas, encabezadas por la edificacin del Ensanche dise- ado por Ildefonso Cerd. Como demuestra ejemplarmente el autor, la reconfiguracin del paisaje urbano barcelons que tiene lugar en esta etapa incorpora una poltica de la memoria orientada por las lites intelectuales y polticas del provincialismo liberal, a travs de la cual la ciudad vieja y el nuevo ensanche se pueblan de multitud de smbolos y rituales expresivos del doble patriotismo espaol y cataln caracterstico de estas lites. As, por ejemplo, el historiador, literato y poltico Vctor Balaguer, encargado de disear la toponimia de las calles del nuevo Ensanche, se sirve de los nombres de lugar para relatar una historia catalana que, a la vez que exalta las glorias y libertades regionales medievales, conecta con la modernidad y el nacionalismo liberal espaol, siguiendo una lgica espacial conscientemente programada: del centro hacia arriba los nombres de las calles remiten, sobre todo, a las instituciones medievales, los reinos de la corona de Aragn o las tierras conquista- das, y posteriormente perdidas, del Midi francs; mientras que, a partir del Paseo de Gracia, proliferan los grandes literatos y hombres de ciencia catalanes, as como los personajes y episodios mayores de la historia poltica regional, interpretados en clave liberal. Adems, los monumentos levantados por el ayuntamiento en esta poca dibujan un itinerario simblico 193 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 que rodea el centro histrico de la ciudad y privilegia la fachada martima como escaparate de la Barcelona navegante y comercial; los itinerarios de procesin cvica de la poca recorren casi siempre el mismo espacio urbano (entre las Ramblas y el Saln de San Juan); y el Parque de la Ciudadela, una vez liberado de su antigua condicin de fortaleza y smbolo del sometimiento de Barcelona por la monarqua borbnica, pasa a convertirse en un espacio pblico y en un lugar de memoria privilegiado. Sus numerosos bustos y estatuas tratan de olvidar la derrota de 1714, conforman un circuito coherente que permite pasear por la historia catalana y perfilan un decorado idealizado con el que recuperar el campo en pleno corazn urbano, en sintona con la ideologa profundamente ruralista de la burguesa catalana del momento. En opinin de Michonneau, la historia del espacio simblico de Barcelona traduce, en definitiva, la historia del sistema social que produce la memoria colectiva y revela el intento de dominio o de control social por parte de unas lites preocupadas, de manera creciente, por la violencia y el desorden asociados al crecimiento de la ciudad industrial. Mediante la crea- cin de un paisaje fsico y simblico cargado de referencias a un pasado comn, dichas lites trataron, segn el autor, de cimentar una sociedad internamente dividida y heterognea. Los conflictos asociados a las polticas de memoria y a su plasmacin material en el espacio pblico figuran tambin entre los ejes principales de atencin de las investigaciones llevadas a cabo por la hispanista e historiadora norteamericana Carolyn Boyd (2004 y 2007). Dentro de ellas, Boyd ha indagado en un caso que me parece enormemente ejemplar a este respecto: la historia de los diversos intentos llevados a cabo en Espaa, desde la instauracin del rgimen liberal en adelante, con el objeto de crear un Panten nacional de hombres ilus- tres en la ciudad de Madrid, intentos en buena medida fracasados y, hoy da, completamente olvidados (Boyd, 2004). Como la autora pone de manifiesto, en el trasfondo de esos esfuer- zos fallidos para erigir este tipo de monumento, con el que, a imitacin de otras experien- cias clebres a escala internacional (como, en especial, el Panten de Pars y la Abada de Westminster), se pretenda crear un lugar de memoria comn a todos los espaoles, emergen, de forma ms o menos clara, las limitaciones y dificultades del proceso de construccin nacional en la Espaa contempornea. Unas limitaciones y dificultades que, lejos de haber desaparecido en el ltimo cuarto de siglo con la restauracin de la democracia, continan plenamente vigentes. V. DE LOS LUGARES DE LA MEMORIA A LOS DEL OLVIDO: RECONSTRUYENDO OTRAS HIS- TORIAS Y OTRAS GEOGRAFAS La memoria y las polticas de memoria se plasman en el espacio igual que el espacio, como acumulador y totalizador histrico, se constituye de memorias y puede constituir en si mismo una fuente y un soporte para la memoria individual y colectiva. Para la geografa, el estudio de los lugares y paisajes de la memoria, o en general, de los lugares simblicos y patrimoniales, as como el de las polticas que contribuyen a conformar tales lugares, ofrece no slo un terreno de exploracin novedoso, que se ha mostrado fecundo en los ltimos aos, sino tambin un mbito propicio para la colaboracin interdisciplinar, y en particular, para reabrir puentes con las ciencias histricas. Respecto a los trabajos historiogrficos y de otras disciplinas sociales y humanas interesadas en estas cuestiones, las aportaciones geogrficas han contribuido especficamente, entre otras cosas, a valorar la importancia de la escala en 194 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez relacin con los lugares y polticas de memoria; a analizar cmo ciertos espacios y lugares se articulan mediante estrategias narrativas dirigidas a exponer y representar el pasado de una determinada forma; y a cartografiar esas topografas simblicas, aunque, como ya se ha apuntado, la ausencia de mapas sigue siendo habitual no slo en los estudios no geogrficos sobre estos espacios, sino tambin en muchos trabajos geogrficos. Las investigaciones sobre las dimensiones espaciales de la memoria se han centrado, como hemos visto, en las relaciones entre el paisaje, la memoria histrica y las identida- des nacionales. Impulsadas polticamente a travs de diferentes vas (como, por ejemplo, la enseanza) y plasmadas fsicamente en el espacio pblico, tales relaciones han construido, en la poca contempornea, una suerte de memoria colectiva oficial e institucionalizada; han conformado, por expresarlo en los trminos de Nora, la base de una de las varias capas sedimentarias de la memoria colectiva, la memoria del Estado-nacin, particularmente influyente, pero en todo caso no nica, ni excluyente, ni estable, ni indiscutida, ni siempre hegemnica. Al fin y al cabo, esa memoria oficial, preeminente en el enfoque historiogrfico de Les lieux de mmoire, ha sido y es una expresin ms de la diversidad de memorias e iden- tidades colectivas caracterstica de los estados contemporneos. Otras lneas de investigacin abiertas en los ltimos aos, en algunos casos partiendo de manera explcita de la crtica de la obra dirigida por Nora, han tratado de indagar precisamente en terrenos mucho menos explorados tradicionalmente por los estudios sobre la memoria colectiva. Algunos trabajos, por ejemplo, estn atendiendo a los paisajes no monumentales, a los no hegemnicos y a otras formas espaciales de memoria ajenas a las identidades nacionales. Fuera de los paisajes oficiales construidos por los grupos hegemnicos en cada momento, o de los paisajes cannicos preferidos o imaginados por las lites, estos estudios han valorado, por ejemplo, los paisajes de la memoria de las minoras y de los grupos no hegemnicos, ya fuera por razn de gnero, de raza, de etnia o de ideologa: lugares que algunos autores han llamado de contramemoria o de antimemoria, y que comprenden, tambin, los vincula- dos a la memoria de las vctimas y los vencidos, de los colectivos olvidados en su momento por la memoria oficial. Desde esa perspectiva se han estudiado, por ejemplo, lugares como la Plaza de las Tres Culturas, en la Ciudad de Mxico (donde en 1968 fueron masacrados cien- tos de civiles, principalmente estudiantes, a manos de la polica y del ejrcito); el Parque de la Memoria, en Buenos Aires (construido a fines del decenio pasado sobre la Avenida Costanera Norte, frente al Ro de la Plata, cerca de uno de los aeropuertos militares utilizados durante la dictadura de 1976-1983 como punto de salida de los llamados vuelos de la muerte); los monumentos erigidos en memoria de las vctimas de la masacre de Montreal del 6 de diciembre de 1989, considerada por algunos un smbolo nacional e incluso internacional de la violencia contra la mujer; la parcela 301 del cementerio municipal de Rkoskeresztr, en Budapest (donde fueron ejecutados y enterrados algunos de los principales lderes de la revo- lucin antisovitica de 1956); o los diversos museos y monumentos erigidos en memoria de las vctimas del Holocausto en varios pases europeos, o de las del Apartheid en Sudfrica Apartheid Apartheid 14 . Las culturas de la memoria que fijan su atencin en este tipo de lugares vinculados, casi siem- 14 Los balances, ya citados, de K. Till, K. Mitchell y K. Foote y M. Azaryahu, revisan algunos de estos estu- dios y otros de temtica anloga. Sobre el Parque de la Memoria bonaerense, vase el trabajo de Huyssen (op.cit.: 94-109). 195 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 pre, a acontecimientos dramticos o trgicos ya no se centran en los vencedores, sino en los vencidos, en los dominados; los lugares de la memoria adquieren en este caso un sentido histrico, pedaggico y de investigacin, conservando el pasado, comunicndolo a las nuevas generaciones y reflexionando sobre su actualidad con el propsito de no repetir errores y de mejorar el presente (Mate, 2004). En el caso de Espaa, los argumentos manejados en favor de la llamada Ley de Memo- ria Histrica, cuyo ttulo exacto es mucho ms largo y prosaico 15 , se han apoyado en buena medida sobre la idea de recuperar la memoria de los vencidos y represaliados durante la Guerra Civil y la dictadura franquista, invocando principios ticos tan nobles y universales como el del deber de memoria, aunque tampoco han faltado otras lgicas y motivaciones polticas, ideolgicas e incluso electorales que no procede analizar aqu (Cuesta, 2007; Blakeley, 2008; Olmedo, op. cit.: 389-435). Cualesquiera que fueran tales argumentos, lgicas y motivaciones, lo cierto es que tanto el texto de la ley como los intensos debates pblicos suscitados por la misma estn cargados de consideraciones y dimensiones espaciales, aunque, hasta donde yo s, los gegrafos hayamos permanecido al margen de esos debates. En virtud de dicha ley se ha previsto, por ejemplo, la elaboracin, por parte del Gobierno y de las admi- nistraciones pblicas, de mapas de las fosas comunes y en general de los enterramientos de las vctimas y desaparecidos de la Guerra y de la represin posterior cuyo paradero se ignore (Arts. 11-12); la retirada de los smbolos conmemorativos exaltadores de la sublevacin militar, la Guerra Civil o la represin de la Dictadura de los monumentos pblicos, salvo cuando concurran razones artsticas, arquitectnicas, artstico-religiosas protegidas por la ley (Art.15); la realizacin de un censo de las edificaciones y obras realizadas durante la Dic- tadura mediante trabajos forzosos (Art.17); o la prohibicin de cualquier actividad poltica y de ciertas prcticas conmemorativas en el Valle de los Cados, uno de los principales lugares si no el principal asociados a la memoria de la Guerra y del rgimen de Franco (Art. 16) 16 . 15 Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplan derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecucin o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura (publicada en el BOE del 27 del mismo mes). 16 En concreto, la Ley prohbe que en su recinto de lleven a cabo actos de naturaleza poltica o exaltadores de la guerra civil, de sus protagonistas o del franquismo y encomienda a la Fundacin Gestora del monumento incluir entre sus objetivos () el de profundizar en el conocimiento del perodo histrico de la Guerra Civil y la posguerra. La cuestin del Valle de los Cados (que, desde su inauguracin, en 1959, pertenece al Patrimonio Nacional) suscit intensas polmicas parlamentarias a lo largo de la tramitacin de la Ley. Entre las enmiendas al articulado del proyecto de ley, el grupo parlamentario Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya Verds y el Bloque Nacionalista Gallego propusieron su reconversin en museo (la enmienda de IU-ICV hablaba de instalar en el recinto un Centro del Memorial de la Libertad y un Museo de la Represin) y el traslado de los restos de Franco y de Jos Antonio Primo de Rivera, mientras que para Esquerra Republicana de Catalunya el monumento deba transformarse en centro de informacin y divulgacin de la memoria represora en general y la de los penados que trabajaron en su construccin en particular, as como de toda la estructura represiva de campos de trabajadores des- plegada por la Dictadura (cfr. Olmeda, op.cit.: 421). En noviembre de 2005, este partido poltico present incluso en las Cortes una proposicin de ley sobre la memoria republicana y antifascista que inclua todo un apartado dedicado a la Preservacin de los lugares de la memoria en el que, adems de la museizacin tanto del Valle de los Cados, se defenda la del campo de concentracin de prisioneros de Miranda del Ebro, la del edificio de la Puerta del Sol de Madrid donde se ubic la sede de la antigua Direccin General de Seguridad del Estado (hoy sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid) y la del hospital de Saturrn (sic.) (en alusin posiblemente al antiguo balneario guipuzcoano de Saturrarn, hace tiempo derribado, que fue utilizado como crcel de mujeres entre 1937 y 1944), as como la sealizacin con indicadores y plafones documentales de las grandes obras pblicas realizadas en la postguerra con el trabajo forzado de los prisioneros (ibd.: 401-402). 196 Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 Jacobo Garca lvarez Otra iniciativa reciente de carcter parecido, la Ley 13/2007, de 31 de octubre, del Memo- rial Democrtico de Catalua, aprobada por el Parlamento de esta Comunidad Autnoma, ha previsto incluso la creacin de una red de espacios de la memoria asociados a la II Repblica, la Guerra Civil, la Dictadura Franquista y la Transicin y a los que se atribuyen funciones ticas, pedaggicas y tursticas. Los proyectos en marcha al amparo de esta ley comprenden una amplia tipologa de figuras de carcter territorial, que incluye desde esce- narios de batalla hasta rutas del exilio y espacios de frontera, zonas de retaguardia, espacios y fortificaciones franquistas, espacios de represin y espacios de resistencia democrtica (Guix, 2008). Al calor del debate poltico generado por este tipo de leyes, del apoyo de algunas administraciones pblicas o del empuje de ciertas asociaciones y platafor- mas ciudadanas, se ha desarrollado en estos ltimos aos una suerte de arqueologa de la memoria. preocupada por localizar, cartografiar, estudiar y memorializar los lugares de la Guerra y del franquismo vinculados a las vctimas del bando republicano (a modo de ejem- plo, Molinero et al., 2003; Rodrigo, 2005; Cardesn, 2006) 17 . Por otra parte, y junto al creciente inters mostrado, tanto dentro como fuera de Espaa, por los lugares de contramemoria o antimemoria, algunos autores han empezado a prestar atencin a lo que el gegrafo Stephen Legg ha denominado espacios de supervivencia de la memoria (Legg, 2005: 498-490), es decir, a aquellos lugares y grupos que, dentro de un pas, de una regin o de una ciudad, conservan vivas tradiciones, valores y formas de vida propias del pasado y al margen de los espacios controlados oficialmente. Porque, como ha defendido el propio Legg, slo combinando los lugares nacionales de memoria con los espacios de contestacin y de supervivencia de la memoria se puede construir una concep- cin de los espacios de la nacin que sea completa e incluyente (Ibd.: 500). Un reto que, inevitablemente, alberga potenciales crticos e implica compromisos polticos y dilemas ticos, pues, como subrayara Todorov en su breve pero incisivo ensayo sobre Los abusos de la memoria, siempre que se memorializa, que se restablece el pasado, la pregunta debe ser: para qu puede servir, y con qu fin? (Todorov, op.cit.: 56). En una poca, como la actual, caracterizada por el nfasis memorialista, son muchos ms los temas y retos abiertos a la investigacin geogrfica, como, por ejemplo, los procesos de patrimonializacin de ciertos paisajes por intereses mercantiles y comerciales; la construc- cin de lugares de memoria transfronterizos e incluso trasnacionales; o las dificultades para ajustar la nocin de lugar propia de la geografa humanstica (esto es, como centro estable y profundo de experiencia y memoria) a los paisajes y espacios de la postmodernidad, marca- dos por la movilidad y la creciente importancia de los llamados, a mi juicio de modo inade- cuado, no lugares (Garca lvarez, en prensa, c). Para la historia de la geografa y del pensamiento geogrfico, considerar la memoria de la disciplina y de sus practicantes tambin puede ser provechoso. Puede, por ejemplo, ense- arnos mucho acerca de cmo y por qu ciertas figuras o escuelas, incluso ciertas etapas, 17 Fuera del mbito acadmico, resulta llamativo el proyecto de Mapa de la Memoria impulsado por el medio digital Asturias Opinin a travs de Internet (www.mapadelamemoria.co www.mapadelamemoria.com), que pretende formar un mapa, a escala estatal, de los lugares asociados a la memoria de la guerra y del franquismo en sus diversas facetas: desde los edificios histricos, la arquitectura militar o la simbologa de signo franquista, hasta las fosas comunes y los centros de detencin e internamiento, pasando por los principales frentes y escenarios blicos. 197 Lugares, paisajes y polticas de memoria: una lectura geogrfica Boletn de la A.G.E. N. 51 - 2009 ciertos grupos y ciertas reas geogrficas y culturales, han sido recordados y conmemorados, mientras que otros fueron olvidados o desaparecieron de las historias hegemnicas de la dis- ciplina. Las aportaciones de las corrientes feministas y postcoloniales a la historiografa de la geografa, a partir de las reivindicaciones planteadas desde mediados del decenio pasado (Driver et al. 1995, Sidaway , 1997), han contribuido, por ejemplo, a rescatar algunos de esas historias y tradiciones olvidadas, del mismo modo que en los dos decenios anteriores comenzaron, al calor de las corrientes radicales o del renacer de los estudios regionales y de la geografa poltica, la recuperacin de los dos grandes gegrafos anarquistas del XIX, as como la revisita y revaloracin de algunos de los grandes clsicos de la geopoltica y de la geografa regional (Garca lvarez, 2006: 35-39). Pero posiblemente haya sido Charles Withers quien ha reflexionado con ms detenimiento sobre el inters de las cuestiones de memoria para la historia del pensamiento geogrfico, detenindose, especialmente, en el gnero de la biografa (Withers, 2004). Sirvindose del concepto de trayectoria conmemorativa, acuado por historiador y socilogo Jeffrey Olick, Withers ha examinado la diversidad de lecturas y representaciones de que ha sido objeto, den- tro de la sociedad britnica, el explorador escocs Mungo Park (clebre por sus expediciones al ro Nger), desde el siglo XIX hasta el presente. Ms all del caso concreto estudiado, el anlisis de la trayectoria conmemorativa de Park, jalonada por imgenes diversas y parad- jicas en ciertos aspectos, ejemplifica bien, segn Withers, el inters de considerar los modos en que los historiadores de la geografa han representado el pasado de la disciplina, as como los modos en que la propia geografa y los gegrafos han sido percibidos y recibidos (y en alguno casos conmemorados) desde fuera de la disciplina en cada momento, tanto en el plano acadmico como en el popular. Aproximarse a la historia de la geografa desde el prisma de la memoria, entendida como representacin del pasado en funcin de los intereses del presente, puede ayudar, en fin, no slo a comprender mejor los contextos sociales en que se elabora el conocimiento geogrfico, sino tambin a plantearse su utilidad para responder a preguntas y desafos actuales, o dicho en los trminos de Todorov: a plantearnos en qu medida la historia de la geografa puede poner el recuerdo o el olvido del pasado al servicio del presente. BIBLIOGRAFA AGUILAR, P. (1996 a): Aproximaciones tericas y analticas al concepto de memoria hist- rica. Madrid, Instituto Universitario Jos Ortega y Gasset. AGUILAR, P. (1996 b): Memoria y olvido de la Guerra Civil espaola. Madrid, Alianza. ANDRS J. de (2004): Las estatuas de Franco, la memoria del franquismo y la transicin poltica espaola. Historia y Poltica, n 12, 161-186. ANDRS, J. de (2008): Nacionalismo espaol y lugares de memoria en Taibo, C., dir.: Nacionalismo espaol. 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