(Peter Gose) Aguas Mortíferas Cerros Hambrientos. PDF
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Y CERROS HAMBRIENTOS
Ritos agrarios y formacin
de clases en un pueblo andino
Peter Gose
AGUAS MORTFERAS
Y CERROS HAMBRIENTOS
Ritos agrarios y formacin
de clases en un pueblo andino
2004
Ediciones Abya-Yala
Av. 12 de Octubre 14-30 y Wilson
Casilla 17-12-719
Telf. 2 506-247 / 2 506-251
Fax: 2 506-267 / 2 506-255
e-mail: [email protected]
www.abyayala.org
Quito- Ecuador
Autoedicin:
Ediciones Abya-Yala
Quito-Ecuador
ISBN:
9978-22-458-0
Impresin:
NDICE
Agradecimientos ........................................................................................
Presentacin ................................................................................................
Prefacio ........................................................................................................
15
Captulo 1
Introduccin ...............................................................................................
Ritual y las relaciones de produccin en el ciclo anual ............................
Clase e "indianidad"....................................................................................
23
24
37
Captulo 2
"Raza", propiedad y comunidad ...............................................................
EI pueblo ....................................................................................................
Campos de cultivo y de pastoreo ..............................................................
Comunidad y distrito ................................................................................
Educacin y migracin ..............................................................................
53
55
66
82
88
Captulo 3
Esttica y poltica en los ritos de la poca seca ........................................
Fiestas Patrias .............................................................................................
El techado de Santiago................................................................................
Santiago .......................................................................................................
La Virgen de la Asuncin ...........................................................................
Santa Rosa ...................................................................................................
Limpieza de acequias ..................................................................................
Resumen ......................................................................................................
101
101
107
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125
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129
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Captulo 4
La siembra, la muerte y el ayni..................................................................
El riego.........................................................................................................
La siembra de maz .....................................................................................
La muerte.....................................................................................................
Versiones sobre la otra vida .......................................................................
Sntesis .........................................................................................................
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163
166
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Captulo 5
De todos santos a navidad .........................................................................
Todos santos y el da de los difuntos ........................................................
Segundo riego..............................................................................................
Primer aporque ..........................................................................................
La siembra de papa .....................................................................................
Segundo aporque ........................................................................................
Navidad........................................................................................................
191
191
196
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200
207
209
Captulo 6
Carnaval y la cosecha .................................................................................
Carnaval.......................................................................................................
El barbecho..................................................................................................
Robo de cultivos y conciencia de propiedad .............................................
La cosecha....................................................................................................
230
230
239
241
244
Captulo 7
Las tinkas....................................................................................................
253
Captulo 8
Conclusiones ...............................................................................................
La contradicci6n de la produccin y la apropiacin.................................
Totalidad de produccin y apropiacin ....................................................
Sacrificio, clase e historia............................................................................
Eplogo.........................................................................................................
297
298
304
309
329
Bibliografa ..................................................................................................
333
Anexo fotogrfico........................................................................................
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AGRADECIMIENTOS
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PRESENTACIN
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bre el mismo pas; no importa la relevancia del contenido. Al fin se consiguieron fondos en el extranjero y podemos publicar el texto. Esperamos que los lectores no se dejen arrastrar por los prejuicios nacionalistas. En esta presentacin intentamos sealar brevemente porqu este libro tiene contenidos valiosos, tanto para los interesados en Bolivia como para peruanistas. Una de nosotras es antroploga y va a comentar
el texto desde el punto de vista de las Ciencias Sociales; otro es telogo
y va a sealar el valor del libro para activistas religiosos, quienes quizs
hubiesen dejado al margen un libro como ste, que no sale de las fuentes de produccin testas.
Uno de los debates permanentes en los estudios andinos trata de
la naturaleza de la estratificacin social en Los Andes. Como dice Gose, Hay dos posiciones principales: una elimina la clase por completo,
presentando la etnicidad como el nico modo legtimo de ver la diferencia social en los Andes; la otra supone que tanto la clase como la etnicidad estn presentes, pero no se puede reducir la una a la otra. Estas posiciones, a ms del mbito acadmico, estn presentes en las disputas cotidianas en la sociedad andina. Sobre todo, en los ltimos aos,
en Bolivia, con el surgimiento del nacionalismo aymara o la idea de las
Dos Repblicas de espaoles e indios, que ha logrado gran difusin.
Esto no es nuevo: bajo otras etiquetas, como colonialismo interno o
mestizaje colonial, ya era corriente entre acadmicos nacionales y extranjeros desde dcadas atrs; e incluso, desde siglos atrs. Gose lo llama el Mito de la Conquista, donde el encuentro fundador de Pizarro
y Atahualpa vuelve a repetirse todos los das como un acto primordial
de violencia creativa y clarificadora. Los investigadores han aceptado la
mistificacin de las lites andinas que se presentan a s mismas como
fieles representantes y descendientes de la cultura occidental. Estas categoras raciales son parte integrante de la imaginacin social andina.
Para resumir, Gose rechaza tanto la posicin la etnicidad es determinante, como existen las clases, pero tambin las etnias, para argumentar que la diferencia entre comuneros y vecinos es una diferencia
de clase, basada en la polaridad de un grupo social identificado con el
trabajo y otro identificado con la apropiacin y el poder poltico. Pero
la clase no se limita a la posicin en la divisin social del trabajo; implica diferentes puntos de vista dentro de la misma sociedad, diferentes maneras de presentar reclamos sociales, y por lo tanto, diferentes
maneras de representar la totalidad social; o sea, la diferenciacin de
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legtimo, a la vez que el lazo sacrificial entre gobernantes y subordinados implica que existe un vnculo sustantivo entre ellos. Los ritos tambin apoyan un marco de significado y derecho que puede ser alternativo en la ley nacional, aunque los comuneros no han descartado esta
ltima. Gose cita referencias fragmentarias de las adivinaciones en coca y consultas a los apus en movilizaciones campesinas, sobre todo las
invasiones de tierras de 1958-1964. As intenta rescatar la religiosidad
andina de quienes la ven como mero folclor o una seal de retrazo e ignorancia. Subraya que los campesinos son capaces de organizar movilizaciones exitosas sin necesidad de cuadros, sectas leninistas, ni de
organizaciones de tradicin occidental (sindicatos laborales y partidos
polticos). Tampoco pierde tiempo tratando de ubicar elementos propiamente andinos versus occidentales dentro de este complejo simblico; los percibe como sus practicantes, donde no existen contradicciones entre una comprensin del maz como Cristo, el riego como una
Inmaculada Concepcin y la circulacin de la fuerza vital en forma de
agua entre los muertos. Incluye ritos colectivos y anuales (Santa Rosa,
Fiestas Patrias o la tinka para el ganado) mostrando como uno puede
iluminar a otro, en vez de separarlos en casillas analticas, donde una
fiesta patronal, vista como catlica, no tiene nada que ver con una mesa ritual.
Gose afirma que en todo, desde la tenencia de la tierra hasta la
religin, la cultura tradicional de los comuneros de Huaquirca es tan
ibrica como andina. Esto difiere de las posturas pachamamicas que
afirman la pureza de la religin andina. Despus de la Conquista, las
comunidades indgenas no solo que han asumido prcticas y concepciones culturales ibricas, sino que a partir de ellas han reconstruido
sus propias prcticas y concepciones. Un ejemplo en el campo religioso: el concepto de salvacin cobra un nuevo sentido dentro del ciclo
anual, especialmente en relacin con las aguas de riego para cultivos,
que permitirn el crecimiento de la planta y de la comunidad que la
cultiva. Por ello se asocia el riego al Salvador Nio Jesus y a la Inmaculada Concepcin.
El texto muestra como una sociedad campesina organiza su sistema religioso a partir de la agricultura. Los curas catlicos asisten pocas veces, cuando son invitados a la comunidad, por eso su influencia
es mnima. Son los curas andinos, especialistas religiosos de la propia
comunidad, quienes asumen la direccin de las misas (tinkas). Los de-
safos de estos aportes para los activistas religiosos cristianos son mltiples, ya que muestran la complejidad y unidad de un sistema religioso bastante coherente con el mundo campesino. Muchos activistas religiosos valoran la religiosidad popular, pero no toman en cuenta todo
el sistema religioso campesino de la manera como Gose la presenta, dejan de lado aquello que tiene que ver con la brujera, el culto a los
muertos, y otras creencias que tienen que ver con la existencia de seres
malficos, como los kharisiris. Las prcticas selectivas que diferencian
entre lo bueno, a ser escogido y valorado, y lo malo, a ser combatido y
olvidado, no toman en cuenta al propio sujeto que articula estos elementos en su sistema religioso y que le permiten enfrentar su paso por
este mundo de manera coherente y con sentido.
El texto de Gose es un desafi a los investigadores sociales que se
resisten a meterse en el campo religioso, y por su menosprecio al considerarlo ligado a lo ideolgico y en proceso de extincin. Nada ms superfluo y negado por la cultura nacional y mundial. En la medida en
que este texto sea ledo por activistas cristianos, que tienen alguna
preocupacin por lo andino, provocara algunas molestias, ya que
quien escribe sobre actividades religiosas en una comunidad campesina, no es el acostumbrado autor testa, investigador social y telogo a la
vez. Las interpretaciones de las actividades religiosas estn lejos de los
dogmas cristianos y el autor no se preocupa en articular lneas pastorales, sino que procura presentar el sistema religioso tal y como lo conciben los propios campesinos.
Una rpida mirada a las universidades e instituciones de educacin superior constata la ausencia de materias referidas al campo religioso, olvidando la importancia que tiene la religin en la estructuracin de las sociedades andinas, tanto rurales como urbanas, Conocer
mas sobre la vida en una sociedad andina puede ayudar a superar las
constantes prcticas de extirpacin de idolatras realizadas en pleno
siglo XXI, disfrazadas, no pocas veces, de ayuda al desarrollo.
Las investigaciones y los proyectos de desarrollo no toman en
cuenta el sistema religioso andino como aspecto central y cohesionante de prcticas econmicas y polticas del campesinado. Gose nos hace
ver no slo las articulaciones entre estos diferentes campos, sino como
lo religioso llega a marcar un modo de vida y una praxis que bordea entre la subordinacin al orden establecido y la movilizacin colectiva
contra los detentores del poder. Las prcticas religiosas andinas pueden
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PREFACIO
Figura 1
Ubicacin del estudio
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El Captulo 2 desarrolla este argumento al mostrar cmo la disposicin fsica de Huaquirca y el campo circundante incorporan (embodies) las maneras distintivas, y muchas veces conflictivas, de reclamar
derechos de propiedad desarrollados por vecinos y comuneros al vivir
sus vidas. Aqu se busca no slo mostrar que los vecinos son ms ricos
que los comuneros, lo cual es cierto, sino demostrar que esta distribucin desigual de la propiedad proviene de una disputa ms bsica sobre lo que la propiedad debera ser. Para los vecinos, la propiedad es algo que permite un escape del mundo del trabajo agrcola hacia el de la
escuela o el cargo poltico; para los comuneros, la propiedad es el foco
de una vida dedicada al trabajo agrcola y a los ritos, y es algo que debe ser condicionado a estas actividades.
En el Captulo 3 describo cmo ambos grupos dramatizan sus
sensibilidades respectivas en una variedad de ritos que ocurren en julio
y agosto, a fines de la poca seca. Este captulo prosigue con la discusin anterior de la diferenciacin social en Huaquirca, pero tambin
inicia una discusin del ciclo anual de trabajo y ritos, y que contina en
el resto del libro.
El Captulo 4 deja atrs a los vecinos para explicar el marco cultural que los comuneros utilizan para comprender y enfatizar su relacin con la tierra. Describe cmo las chacras de maz son regadas y
sembradas en septiembre y octubre, a principios del ao agrcola. Aqu
muestro cmo, al regar y sembrar, los comuneros realizan ritos que
proporcionan una perspectiva local sobre las dimensiones tcnicas, sociales y cosmolgicas de estas tareas. En breve, las imgenes rituales de
la muerte saturan el riego y la siembra, y prefiguran una regeneracin
agrcola de la vida en el clsico molde Frazeriano. La muerte proporciona un modelo de cmo se genera la fuerza de trabajo dentro del cuerpo humano para luego repartirlo y compartirlo entre unidades domsticas a travs de las relaciones de ayni, dando lugar a un rgimen de
produccin colectiva que caracteriza toda la temporada de crecimiento.
El Captulo 5 extiende este anlisis al corazn de la poca lluviosa al debatir las tareas del desyerbe y la siembra de papa, y los ritos que
abarcan a toda la comunidad en la fiesta de Todos los Santos y Navidad.
El Captulo 6 describe el perodo desde los carnavales hasta la cosecha, cuando este intenso esfuerzo productivo de unidades domsticas
en colaboracin disminuye y luego desaparece totalmente, para ser
reemplazado por una fuerza social que lo contraste en la apropiacin
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2.
3.
4.
5.
Vase tambin Stein (1961: 227), Nez del Prado y Bonino Nievez (1969: 5960), Bourricaud (1970: 193), Flores (1974: 189), Malengreau (1974: 187), Isbell
(1978: 73), Ossio (1978a: 17) y Montoya (1980: 202-3).
Fonseca (1974: 88) nota la naturaleza asimtrica de minka. Su naturaleza potencialmente explotativa ha sido mencionada por Carter (1964: 49), Fonseca
(1974: 91), Mayer (1974: 47), Malengreau (1980: 515), Orlove (1980: 118) y
Snchez (1982: 182).
Vase tambin Stein (1961: 230), Arguedas (1968: 335), Mayer (1970: 120),
Montoya, Silveira y Lindoso (1979: 26) y Montoya (1980: 68).
Vase tambin Adams (1959: 83), Stein (1961: 232), Fuenzalida (1970a: 40), Isbell (1978: 83), Ossio (1978a: 18), Montoya, Silveira y Lindoso (1979: 26) y
Montoya (1980: 68).
Vase tambin Stein (1961: 232), Quispe (1969: 55), Earls (1970: 76), Fuenzalida (1970a: 53), Flores (1974: 191) y Ossio (1978a: 22)
Captulo 1
INTRODUCCIN
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cisin terminolgica, porque en muchos de los casos presentados luego, al parecer no existe, en la prctica, una demarcacin cultural definitiva entre trabajo y rito.
Una comprensin del rito como regulador tambin nos ayuda a
evitar los problemas que surgen si vamos al otro extremo y borramos
cualquier distincin entre trabajo y rito. Se puede encontrar un ejemplo de estas dificultades en los estudios de Tylor (1871) y Frazer (1890);
este ltimo vio un intento tecnolgico detrs del rito y lo interpret como magia, una ciencia falsa que compite con y eventualmente cede ante procedimientos con efectividad causal. Malinowski (1925) y EvansPritchard (1937) aceptaron este concepto de la magia, pero argumentaron que rara vez entra en competencia con la accin con efectividad
instrumental, ya que la gente slo recurre a la magia cuando llega a los
lmites de su competencia tcnica. Todos estos acercamientos asumen
que el trabajo y el rito son medios tcnicos alternos para los mismos fines, y ofrecen poca explicacin (aparte de la incertidumbre) de por qu
los dos suelen coincidir e interactuar en ciclos anuales (Cfr. Firth, 1967:
25).
Seguramente la respuesta es que el trabajo y el rito no siempre
intentan hacer las mismas cosas, y que con frecuencia coinciden porque
son complementarios. Tal acercamiento fue sugerido por la observacin de Lienhardt (1961: 283) respecto a que muchos ritos tienen una
intencin mgica poca o nula, pero sirven en primer lugar para formular los fines hacia los cuales la accin prctica se dirige. Esto implica
que el error de Tylor y Frazer no fue el de evaluar el rito en trminos de
la racionalidad de la relacin entre medios y fines, sino ms bien de suponer que se trata de medios en vez de fines. Entonces, el rito deja de
ser pseudo-tcnica y se convierte en un modo de enfocar y expresar la
intencin cultural que ltimamente tiene que guiar todo trabajo (vase Sahlins, 1976). As, trabajo y rito pueden conectarse como los medios
y los fines, sin tener que recaer en la idea de magia. Aunque esta distincin entre medios y fines quizs simplifica demasiado las interdependencias complejas entre trabajo y rito, identifica de manera certera su
complementariedad.
El gran mrito de interpretaciones reguladoras es que mantienen
el rito dentro del campo de la accin pragmtica. Al rechazar la idea de
que el rito es simplemente una mala tcnica, las interpretaciones reguladoras no llegan al extremo opuesto de retratarlo como un acto pura-
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Figura 2
Relaciones de produccin andina
prstamo y devolucin de jornadas comparables
(poco nfasis sobre el consumo durante la jornada)
relaciones de produccin dependen del hecho de alimentar a los trabajadores (Cfr. Malengreau, 1974: 185)3, y lo que est en juego es si esto
ha de conformar la base de una relacin jerrquica y explotadora o si
acta solo como una remuneracin a corto plazo hasta que el dueo
pueda devolver un da de trabajo.
Yo argumentara que las relaciones de produccin en Los Andes
se dan en torno a una oposicin bsica entre ayni y minka.4 En un nivel fundamental, esto es, en una oposicin entre simetra y asimetra,
igualdad y jerarqua. Mientras minka apoya el dominio de los vecinos
en los pequeos pueblos de Los Andes peruanos, el ayni enfatiza el trabajo como un lazo social igualitario entre comuneros, que contribuye
mucho al sentido que tienen los comuneros de s mismos como clase.
Incluso cuando la tenencia desigual de la tierra entre comuneros excluye un intercambio estrictamente balanceado de das de trabajo segn el
modelo de ayni, ellos evitan las implicaciones jerrquicas de la minka,
representando la colaboracin asimtrica como una cuestin de yanapa. Esto demuestra que ayni y minka no son modos neutrales de reclutar fuerza de trabajo para ser utilizada segn los requerimientos tcnicos de unidades domsticas individuales, fuera de cualquier contexto
social estructurado, como sugieren los escritores en la tradicin formalista. Ms bien, presuponen y contribuyen a la formacin de clases, y
slo cobran sentido en este contexto.
En un segundo nivel, ayni y minka se oponen, a su manera, a la
produccin y consumo en la remuneracin del trabajo. Un aspecto digno de notar del ayni es el sesgo productivista que le es inherente. Aunque los patrocinadores de un grupo de trabajo basado en ayni siempre
ofrecen comida y bebida a sus trabajadores durante la jornada, y nadie
pensara en trabajar ms que un par de horas sin provisiones abundantes de chicha, tal consumo no es un pago definitivo. La verdadera reciprocidad en relaciones de ayni se cumple slo cuando los dueos devuelven un da de trabajo equivalente a todos los que participaron en
su grupo de trabajo. El aspecto distintivo de ayni es que slo se puede
cumplir a travs de un proceso corriente de produccin que consiste en
muchos grupos de trabajo patrocinados por unidades domsticas individuales y separadas en el tiempo. As, ayni puede aparecer como un intercambio de das de trabajo, en especial das de trabajo masculino
(Cfr. Malengreau, 1980: 510); aunque se puede argumentar que es la
perspectiva de consumir chicha hecha por mujeres el factor decisivo
para reclutar gente para un grupo de trabajo, y no la acumulacin de
crditos en un sistema de intercambios de trabajo. De otro lado, minka no requiere que el dueo devuelva un da de trabajo equivalente al
trabajador, y en vez de eso enfatiza la remuneracin a travs del consumo. Hace explcito lo que el ayni tiende a suprimir, es decir, que la gente trabaja para poder comer y beber durante la jornada.
Este contraste entre trabajo diferido y consumo inmediato, como modos de remuneracin, subraya la naturaleza clasista de estas relaciones de produccin. Ayni enfatiza el trabajo como la base de la
igualdad y la identidad de clase de los comuneros; mientras que minka
resalta la capacidad mayor del patrn de alimentar, y la necesidad del
trabajador, como la base de una relacin jerrquica. En Los Andes ru-
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rales, alimentar a la gente es una expresin de poder y de ser propietario, a diferencia de la sociedad occidental, donde forma parte del espacio marginalizado del trabajo domstico (housework), que existe en
las orillas del espacio supuestamente ms socializado del intercambio
de mercancas. Entonces, la posicin del patrn en la comunidad se basa en la posicin de la mujer en la unidad domstica, que es, sobre todo, la de una alimentadora-propietaria. As llegamos a un tercer nivel
de contraste entre ayni y minka, donde el primero expresa el intercambio de trabajos del mismo gnero, y el segundo presupone un intercambio de trabajos de gnero distinto (Cfr. Skar, 1982: 216) donde los
trabajos de la mujer se ubican por encima de los del hombre.
En Huaquirca he descubierto una cuarta instancia de contraste
entre ayni y minka; es una dimensin estacional que tambin surge del
nfasis respectivo en la produccin y la propiedad. Como todo agricultor, los comuneros de Huaquirca conocen un retraso estacional en la
retribucin de sus gastos productivos. Hay una fase del ciclo agrcola
cuando los cultivos son un objeto de produccin, y una segunda fase
cuando son un objeto de consumo y apropiacin. En Huaquirca, las relaciones de ayni prevalecen cuando los cultivos estn creciendo y son
objeto de un intenso esfuerzo productivo. La intensidad productiva en
ayni es apropiada a las preocupaciones y exigencias de la temporada de
crecimiento, y su naturaleza simtrica e igualitaria da un carcter colectivo a este esfuerzo productivo. Sin embargo, una vez que los cultivos
empiezan a llegar a la madurez y son consumidos despus de los carnavales, el rgimen de produccin colectivo basado en ayni ha cumplido
su fin. El orden del da se traslada hacia la consecucin y almacenamiento de los frutos de este trabajo colectivo en la forma de propiedad
privada. Cada unidad domstica cosecha su propio terreno, la mayora
aislada de los dems. La poca colaboracin que hay entre unidades domsticas en esta poca del ao se da a travs de relaciones de minka durante la cosecha, y surge del hecho de que algunas unidades domsticas
tienen ms terreno del que pueden cosechar con su propia fuerza de
trabajo, mientras otras no poseen bastante terreno como para ocupar a
todos sus miembros. Esta es la nica tarea agrcola donde los comuneros declaran abiertamente que practican minka entre ellos; hacerlo durante la poca de crecimiento sera unirse a los vecinos y negar la tica
de produccin colectiva que prevalece durante esa parte del ao, tan ligada al sentido de s mismos de los comuneros como clase trabajadora.
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piarse de los cultivos que prevalecen durante la estacin seca. Otra vez
estamos frente a un complejo integral de prctica y representacin.
Las distinciones estacionales del ciclo anual tienen implicaciones
adicionales para el acercamiento al rito como regulador. En vez de tratar la sociedad como algo abstracto, como una totalidad al estilo de
Durkheim, los ritos del ciclo anual estructuran, cada uno, una gama especfica de actividades (Cfr. Firth, 1967: 24). Como argumenta Bourdieu (1977: Captulo 3), la prctica social nunca se despliega de golpe,
sino de manera secuencial de un momento cualitativamente distinto a
otro. La secuencia seguida no significa que la experiencia est completamente destotalizada y fragmentada, como sugieren Bourdieu y la mayora de los posmodernistas; pero s niega que los ritos sean capaces de
estructurar la experiencia de manera absoluta y permanente. De hecho,
la mayora de las sociedades producen una multiplicidad de ritos porque el efecto regulador de cada uno es localizado y de duracin limitada. El rito slo puede estructurar la accin social de manera plural, heterognea y descentralizada. As, en trminos metodolgicos, es preferible estudiar una secuencia entera de ritos, cada uno con su propio carcter especfico y contexto pragmtico, en vez de enfocar uno solo y
confundirlo con un caso paradigmtico del rito en general (Cfr. Firth,
1967: 5). A diferencia de quienes contribuyeron al auge de estudios rituales durante los ltimos veinte aos, voy a intentar documentar y explicar la diversidad estructurada de los ritos dentro de un solo ciclo
local.
Cuando se lo considera como una totalidad, el ciclo anual demuestra a la vez continuidad y disyuncin entre las dos estaciones que
lo componen. La continuidad es evidente en muchos niveles, desde las
propuestas compartidas entre la muerte y el sacrificio como temas organizadores, hasta la orientacin todava ms fundamental de la actividad social hacia los cultivos durante todo el ao. Es claro que las disyunciones estacionales del ciclo anual ocurren en un contexto de unidad. Sin embargo, lejos de ocultar las diferencias estacionales, esta unidad slo sirve para acentuarlos, dado que ninguno de los regmenes
puede evitar definirse en contra del otro. Por lo tanto, se da una situacin de contradiccin, no-identidad bajo el aspecto de identidad
(Adorno, 1973: 5). Esto se ve con mayor claridad en la manera en que
ayni y minka enfatizan trabajo y consumo como aspectos opuestos de
lo que es efectivamente el mismo formato del grupo de trabajo. A la
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vez, la misma contradiccin existe en la alternacin estacional entre perodos de produccin colectiva y de apropiacin privada, donde las disposiciones sociales apropiadas en una fase se vuelven enteramente inapropiadas en la prxima, aunque ambas implican y se presuponen mutualmente.
Esta contradiccin en el ciclo anual entre el proceso productivo,
que es colectivo, y un proceso de apropiacin, que es privado, refleja y
a la vez contribuye al hecho de que los comuneros andinos han existido en sociedades de clases durante milenios. Es cierto que los comuneros han retenido y a veces han propuesto ciertos conceptos de propiedad comunal que sern tratados luego. No obstante, estos conceptos de
propiedad comunal suman poco ms que derechos privados de uso validados a travs del pago colectivo de un tributo en trabajo al Estado
por parte de la comunidad. Esta propiedad es comunal slo en la forma de trabajarla y legitimarla, no al nivel de derechos sobre el producto. El trabajo sigue siendo la fuente ideolgica de la poca relacin comunitaria existente aqu. El proceso de apropiacin en s, tal como existe en el ciclo anual, es escasamente una expresin de solidaridad entre
comuneros, y se realiza bajo muchos signos de la alteridad tnica: los
vecinos, los espritus de los cerros, y el Estado. Y puesto que esta alteridad tnica tambin incorpora el ser propietario y el poder poltico, hay
pocas alternativas de verlo como un asunto de clase.
Hay un sentido importante en los comuneros que se comportan
como vecinos cuando utilizan el formato propietario de minka para
reclutar a los que con menos tierra cuentan como ayudantes durante la
cosecha. Lejos de inscribirse en un ethos universal de reciprocidad, segn asevera Nez del Prado (1972: 136-7), muchas veces unos comuneros aprovechan de otros en lo concerniente a las relaciones de propiedad; adems, no hay sanciones morales efectivas para prevenir esto.
Es precisamente as porque la identidad grupal de los comuneros se basa firmemente en el ayni en el trabajo, hasta excluir el resto del proceso agrcola, lo cual demuestra una ceguera referente al tema de la propiedad. Este es el precio que los comuneros han pagado por haber desarrollado una solidaridad muy genuina como trabajadores, un rasgo
comn de subculturas trabajadoras en todas partes del mundo.
Ninguna de estas observaciones sera posible si los ritos andinos
del ciclo anual no se dirigieran a las cuestiones de produccin, apropiacin y poder poltico alrededor de las cuales se dice que las clases socia-
les suelen constituirse, y los elevaran al nivel de la experiencia culturalmente constituida. El rito agrario es, nada menos, la forma cultural a
partir de la cual un sentido de clase surge en Los Andes. De esta manera es posible hablar de la clase como una realidad vivida y un hecho social, y de la cultura andina tradicional como una forma embrionaria de
conciencia de clase, segn la manera sugerida por Alb (1979: 515).
Aunque Nash (1979) y Platt (1983) han mostrado que la conciencia de
clase surge a travs de los ritos de una cultura andina tradicional, lo que
no han explicado es por qu asume precisamente esta forma.5 Con este trabajo de base, que une rito y economa poltica en el ciclo anual,
voy a procurar un anlisis ms ambicioso que el proporcionado por estos autores, que va mostrar que no hay nada romntico o fantasioso en
la manera en que han tratado estos ritos como una forma de conciencia de clase. Ms bien, la pregunta es si basta describir estos ritos como
mera conciencia cuando contribuyen tanto a la creacin de la realidad de clase, en primer lugar.
Clase e indianidad
Esta presentacin del ciclo anual demuestra cun difcil es distinguir la identidad tnica de la identidad de clase entre los comuneros
andinos. Los mismos ritos presentados por Urbano (1976: 147-8), como la base de una identidad tnica, tambin se dirigen a las cuestiones
sociales de la produccin, la propiedad y el poder poltico, alrededor de
las cuales se conforman las clases sociales. Al parecer, la clase y la identidad tnica de los comuneros se derivan de un conjunto comn, o al
menos solapado, de prcticas, y como resultado no requieren ser tratadas de manera dicotmica. Pero la enorme mayora de la literatura
existente sobre Los Andes supone que la clase y la etnicidad pueden y
deben ser separadas en trminos analticos. Hablando analticamente,
hay dos posiciones principales: una elimina la clase por completo, presentando la etnicidad como el nico modo legtimo de contemplar la
diferencia social en Los Andes rurales, y la otra supone que tanto la clase como la etnicidad estn presentes, pero no se puede reducir la una a
la otra. Ambos puntos de vista corren en contra de lo que se ha de argumentar en todo el resto de este captulo.
Los escritores que abogan con ms claridad por una caracterizacin tnica de los comuneros andinos con exclusin de la clase son Os-
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sio (1978a) y Skar (1982). Ossio argumenta que los comuneros y los vecinos son grupos socioculturales distintos basados en las reglas de matrimonio y herencia (Ossio, 1978a: 22), aunque no se puede diferenciarlos claramente segn rasgos culturales como el idioma, la vestimenta y la msica, ni tampoco en trminos de ingresos u ocupacin (Ossio, 1978a: 7). Va ms all al sugerir que la queja principal de los comuneros en contra de los vecinos es que son extraos que introducen desorden en el orden cultural del lugar, no que explotan el trabajo de los
comuneros, y concluye que los comuneros definen su oposicin a los
vecinos de manera tnica y no como una clase (Ossio, 1978a: 22, Cfr.
van den Berghe y Primo, 1977: 187). Skar (1982: 76) argumenta que los
comuneros son tnicos, en primer lugar, porque ellos se llaman runa,
gente, en un sentido exclusivista y tribal, y no se identifican con conceptos universalistas de clase. Pero tambin escribe que demuestran poca conciencia tnica (Skar, 1982: 77), una aseveracin que sera cuestionada por muchas personas, pero si es verdica, invalidara su interpretacin tnica de la misma manera en que se serva para rechazar el concepto de clase.
Lo que une a estos escritores es la suposicin de que los grupos
sociales son lo que ellos mismos se definen ser, y que los comuneros no
son una clase porque ellos no se ven como tal. E.P. Thompson (1963:
11) ha argumentado de manera parecida: la clase es definida por los
hombres [sic], al vivir su propia historia, y al fin, esta es su nica definicin. Acepto este nfasis en autodefinicin, aunque puede conducir
a un voluntarismo simplista donde la conciencia de un grupo social
define su identidad en abstraccin de la interaccin con otros grupos
sociales bajo especficas condiciones materiales e histricas. Lo que yo
encuentro problemtico es la aseveracin de que la clase no figura en la
autodefinicin de los comuneros. Una va para resolver esta cuestin es
mirar el vocabulario social de Los Andes rurales. Despus de todo, si la
gente realmente construye sus identidades sociales alrededor de conceptos como clase y etnicidad, esto debera ser evidente en los modos
de hablar de s mismos y de otros. Por supuesto, esto no quiere sugerir
que la diferenciacin social es provocada enteramente por el uso de categoras lingsticas. El captulo 2 mostrar que hay una masiva base
extra-lingstica para el sentido de diferencia que subyace en el vocabulario social de pueblos como Huaquirca, y que la clase y la etnicidad
nunca son un asunto de cmo la gente se define solamente al hablar.
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dal supuestamente borrada por la expropiacin de las haciendas. Dado que el gamonalismo es la base social y el referente ltimo del discurso racista convencional que define indios, mestizos y blancos, debemos ser escpticos cuando los mismos trminos aparecen en la literatura antropolgica y se dice que denominan a grupos tnicos distintos en cierto espacio cultural abstracto donde ya no se percibe al gamonal. Pero a la vez debemos rehusar seguir a Taussig (1987) hacia una
obsesin pornogrfica con este mito-historia violenta, porque si no vamos a terminar glorificndolo y hacindolo absoluto, aunque es solo
un discurso social entre muchos. Si vamos a adoptar una perspectiva
menos abstracta frente a las identidades sociales en Los Andes, y queremos acabar con nuestra complicidad con los conceptos locales de raza, debemos empezar a reconocer la gama completa de trminos que la
gente ya utiliza en pueblos como Huaquirca.
La eficacia limitada del mito de la conquista se demuestra en que
de hecho los comuneros de los pueblos pequeos en Los Andes no se
llaman a ellos mismos indios. Consideran que el trmino es un insulto,
a veces hasta provoca peleas, y si es parte de su identidad, es slo la parte ms negativa. De vez en cuando, lo comuneros pueden identificar a
otras personas como indios, pero esto es poco frecuente. Por ejemplo,
una vez pregunt a mi padre adoptivo comunero en Huaquirca si los
indgenas amaznicos (chunchos) que l haba encontrado una vez en
el Cusco eran indios, y l contest que no, que eran buena gente! Aunque esta respuesta confirma que indio es un trmino de desprecio, no
afirma que gente llamada indios necesariamente exista. As, el mito
de la conquista tiene significado en primer lugar para los que buscan el
poder y la distincin dentro de la sociedad andina, mientras existe tambin un conjunto de valores alternativos y menos competitivos.
Mientras los conceptos de raza son ms importantes para los
vecinos, incluso ellos hacen esfuerzos considerables para evitar dirigirse, o referir, a comuneros como indios, a travs del uso de trminos
como campesino o indgena. Se puede argumentar que stos no son
ms que eufemismos por indio e involucran la mayora de las mismas
presuposiciones, pero s muestran un intento de evitar el insulto abierto. Adems, la mayora de los vecinos no apoyan explcitamente el mito de la conquista como un cdigo de conducta social. Hoy en da, normalmente se utiliza el trmino gamonal para estigmatizar las conductas de otros, sobre todo en los momentos de recriminacin y rivalidad
que acompaan los concursos para el poder que inevitablemente existen entre los vecinos. Al momento de esta investigacin, el dominio vecino en pueblos menores como Huaquirca estaba en proceso de reconstruccin alrededor de ideologas izquierdo-nacionalistas y ya no era
una simple caricatura del dominio colonial, aunque retena algunas de
sus lneas generales. Finalmente, aunque a veces los vecinos se representan como mestizos, como en el ya citado discurso sobre la sangre,
lo hacen con mucha menor frecuencia que en la literatura de las ciencias sociales sobre Los Andes. Entonces, debemos cuidarnos de sobredimensionar las preocupaciones vecinas con raza, sin llegar al extremo
opuesto de negar que existan siquiera.
Muchos investigadores han enfatizado el uso de runa (gente,
persona) como la auto-apelacin predominante de los comuneros de
los pueblos pequeos de Los Andes, sobre todo los de la regin del Cusco.7 Quizs el sentido exclusivista y casi tribal implcito en la palabra
runa es atractivo para la teora de la etnicidad. Para comprender plenamente lo que runa significa aqu, hay que volcarnos hacia su contraparte, misti, una de las primeras palabras que un antroplogo (o cualquier
extranjero) probablemente escuchar al llegar a un pueblo en la sierra
del Per. sta es una corrupcin quechua del mestizo espaol, pero se
utiliza para describir a gente con pelo rubio y ojos azules, con ms facilidad que a los de sangre mezclada (Cfr. Mayer, 1970: 118). Se refiere, sobre todo, a los que son poltica y econmicamente dominantes en
un pueblo o una regin (Montoya, 1982: 273, 276). Otro poderoso
quizs sera la mejor traduccin del trmino. La referencia de misti a
extranjeros poderosos se me hizo dramticamente clara cuando un informante lo deriv del ingls mister. Raras veces la gente se autoidentifica como mistis, y generalmente la palabra se pronuncia con cierto
veneno que se explicita en insultos como qala misti (misti desnudo) y
de all, qala khuchi (chancho desnudo). En algunos lugares, el trmino
qala (desnudo), junto con la imagen de sinvergonzonera que proporciona, reemplaza completamente a misti, y tambin se aplica a los que
nacieron con origen indio pero lo han rechazado.8 Estos trminos indican una carencia fundamental del tipo de sociabilidad que caracteriza a los runa como seres humanos verdaderos.
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En esta pareja runa/misti, parece que los comuneros han desarrollado un antdoto poderoso que les permite resistir los conceptos coloniales de raza y gozar de su propia forma de chauvinismo. Es cierto
que he escuchado el trmino runa utilizado de este modo en Huaquirca, pero no de manera rutinaria. Fue mucho ms comn encontrar runa como parte de trminos complejos como qheshwaruna (gente de la
quebrada) o punaruna (gente de la puna), aunque es cierto que estos
trminos siempre refieren a comuneros y nunca a vecinos, no obstante
el hecho de que stos tambin pueden habitar en la quebrada o tener
rebaos en la puna. Pero estos usos de runa enfocan menos la confrontacin con mistis, que diferentes categoras de comuneros definidas segn su modo de vida. Se puede decir lo mismo de la copla hacindaruna/llaqtaruna (gente de la hacienda/gente del pueblo) que caracterizaba regiones donde las propiedades grandes rodeaban o existan alrededor de pueblos rurales y comunidades nativas libres u originarias, la
configuracin clsica del feudalismo andino que persista hasta la expropiacin de los latifundios en la Reforma Agraria de 1969-1975.
Aunque estos ltimos usos, menos confrontativos, no eliminan runa
como foco de una identidad tnica separatista. Es significativo que este rol sea jugado con mucha mayor frecuencia por el trmino comunero en Huaquirca, junto con sus otros significados.
Se podra alargar esta lista, y sera algo diferente si estuviera basada en otra regin, o incluyera los trminos de momento (vase Montoya, 1982: 274-5); no obstante, contiene las categoras principales del
discurso social en toda la regin andina. Para el registro, es importante
notar la ausencia de cualquier trmino local que podra se asumido con
facilidad como una traduccin de clase o etnicidad. Los trminos castellanos clase y clase social simplemente no forman parte del discurso cotidiano, y mientras escuch a un militante urbano del Partido Comunista utilizar el trmino quechua allpa llankaq runa (gente que trabaja la tierra) para sealar a los comuneros, la frase no es de uso corriente en el campo. Algunas veces, para referirse a ellos mismos, escuch a los comuneros usar frases como nosotros los pobres, que es probablemente la aproximacin ms cercana al concepto de clase que se
puede encontrar en su habla. De manera parecida, las palabras castellanas etnicidad y cultura nunca fueron invocados en mi presencia para
explicar la diferenciacin social en Huaquirca, aunque los comuneros
muchas veces mencionaron posturas frente a las costumbres (los ritos)
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nativas casi tanto como los economismos que buscaban curar. Las interpretaciones tnicas conceden mucho a la interpretacin economicista del orden social, que la relacin entre los dos es ms una complicidad que una oposicin. Esto es evidente en la manera en que los estudiosos de las relaciones tnicas en Los Andes han capitulado a la idea
de que la economa es separada de la cultura y fuera del alcance de su
influencia.9 Con demasiada frecuencia, esto implica que el carcter tnico de la economa poltica occidental pasa totalmente no reconocido,
y se disfraza como una especie de teln de fondo neutro y sin seas
contra el cual se puede destacar la etnicidad de pueblos no-occidentales. Por ejemplo, la teora de la etnicidad (en su versin weberiana) presupone que los grupos tnicos han de compartir el mercado y el Estado como un marco comn de accin social, y van a ubicar sus diferencias fuera de esta esfera en el campo auxiliar y algo folklrico de la cultura. Sin duda esto ofrece una descripcin superficialmente creble de
la situacin en muchos pases capitalistas desarrollados, pero precisamente falla en abarcar lo que est ocurriendo en el campo andino: una
disputa sobre cul modelo tnico de la economa poltica ha de prevalecer como el marco hegemnico de la accin social. En breve, al excluir la economa poltica del alcance de la lucha cultural, la teora de la
etnicidad trivializa el fenmeno de la indianidad tal como existe en Los
Andes.
Es igualmente importante que las interpretaciones clasistas de la
sociedad rural andina investiguen las tradiciones locales de la economa poltica en vez de asumir la aplicabilidad de las teoras occidentales. La razn por la cual debe dirigirse a los ritos del ciclo anual para
comprender las relaciones andinas de produccin es bastante directa:
no hay mejor lugar donde buscar el significado de los actos de produccin y de apropiacin que en los ritos que los rodean y los acompaan.
Hay que encontrar las comprensiones locales y otorgarles el mayor privilegio analtico porque, como argumenta E.P Thompson (1978a: 1478), la clase es algo que actualmente ocurre en las relaciones humanas:
lo conocemos a travs de las maneras en que la gente interpreta y expresa su experiencia, y no porque poseemos una frmula analtica a
priori desde la cual podemos deducir su existencia.10 Si la clase es real,
es porque se objetiva en la cultura y la historia y no porque ocurre solamente en la mirada del observador.
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Pero por motivos de claridad etnogrfica, voy a aclarar lo que entiendo por clase, porque sta es la nica manera de reducir el espacio
que inevitablemente existe entre las categoras indgenas y las del observador. Al hablar de la clase, inevitablemente nos entregamos a la traduccin cultural, algo que Thompson tiende a ignorar en su afn, comprensible, de evitar que nuestras categoras analticas impongan un
cortocircuito a cualquier investigacin real de los diferentes modos en
que se puede construir culturalmente la clase. La palabra clase todava
debe tener un significado para nosotros, aunque ese significado sea slo un equivalente aproximado al campo que intentamos comprender.
Supongo, entonces, para los fines de la traduccin, que la clase trata de
la economa poltica, e implica una polarizacin entre un grupo social
identificado con el trabajo, y otro identificado con la apropiacin y el
poder poltico.
Esta definicin no quiere decir que la clase es causada por los hechos brutos de la economa poltica, dado que siempre son modificados por la cultura y, por lo tanto, no pueden ser un punto de partida
incondicional en una cadena de causas. Los hechos de la economa poltica andina no son tan bsicos y evidentes en s que se les puede recoger directamente sin haber considerado primero la forma cultural que
asumen. Adems, como ha mostrado Bourdieu (1984), la propia naturaleza de la clase presupone diferentes puntos de vista dentro de la misma sociedad, diferentes maneras de presentar reclamos sociales, y, por
lo tanto, diferentes maneras de representar la totalidad social, incluyendo lo que podran ser sus rasgos estructurales relevantes. No podemos
asumir la universalidad de cualquier versin particular de la economa
poltica al estudiar la clase; tampoco cualquier versin dada proporciona un relato causal verdadero de lo mismo, porque las disputas sobre
estos asuntos son inherentes a la naturaleza misma de la clase como fenmeno social. Sin evidencia de pluralismo en la economa poltica, es
difcil argumentar que una sociedad se ha polarizado en clases. La razn para proporcionar una definicin analtica de la clase, entonces, no
es la de resolver estas disputas con una respuesta correcta, sino simplemente identificar de qu se tratan.
Otra vez, el hecho de que el ciclo anual incorpore tanto una
identidad cultural como un sistema extra-oficial de significado, a travs de lo cual los comuneros reclaman derechos econmicos y polticos, es clave en el rechazo de conceptos economicistas de la clase y po-
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curso social que es, al menos en parte, inconmensurable con el discurso del otro. Al volver constantemente a la manera en que se definen y
se contestan varios derechos de propiedad, y no slo su distribucin
dentro de un armazn dado, este estudio intenta cruzar la gran divisin
entre clase-en-s y clase-por-s. Esta dicotoma se debe a una comprensin puramente econmica de la clase, y slo puede ser superada
al romper con la falacia naturalista en que se basa; es decir, la idea de
que existe un ser social precultural que determina la conciencia social (Sahlins, 1976).
Al abordar la cuestin de clase mediante las categoras culturales
andinas, intento evitar este reduccionismo econmico. Pero tambin
pretendo alejarme del reduccionismo tnico al mostrar que la cultura
andina regula la vida poltica y econmica y no es mero folklore. En vez
de apartar los temas rituales del matrimonio, muerte y sacrificio de las
prcticas de economa poltica que acompaan y representan en el ciclo anual, este estudio ha de subrayar el significado de su fusin. Para
ese fin, propongo un mtodo ms flexible, uno que no impone una separacin metafsica entre economa y cultura, y que permite la construccin simblica de la prctica social, a la vez que la construccin
pragmtica del significado simblico. As, esta etnografa intenta dirigirse tanto a un tema especializado como a cuestiones ms generales de
interpretacin.
Notas
1
2
Vase Mayer y Zamalloa (1974: 79), Brush (1977a: 140-1), Guillet (1979: 1537) y Snchez (1982: 167).
Los siguientes autores han notado la naturaleza simtrica e igualitaria del ayni:
Nez del Prado (1972: 136), Fioravanti (1973: 122), Fonseca (1974: 87-8) y
Malengreau (1974: 185). Evidentemente sta es una razn importante porque
no se practica ayni entre vecinos y comuneros, y porque define tan fuertemente a estos ltimos como grupo.
Esto es especialmente importante de notar en el caso del trabajo asalariado en
Los Andes, cuya peculiaridad, desde una perspectiva comparativa, es que el
dueo siempre tiene que proporcionar comida y bebida al trabajador, como en
cualquier grupo de trabajo en Los Andes, un punto citado por Stein (1961:
110), Fioravanti (1973: 123), Brush (1977b: 106) y Malengreau (1980: 506). As,
el sueldo (jornal) no representa el costo de reproduccin de la fuerza de trabajo, como sera el caso en una economa realmente capitalista.
A diferencia de la mayora de los etngrafos de Los Andes, no considero el trabajo asalariado y el uso del dinero como un rasgo distintivo cuya ausencia de-
6
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truidos desde el inicio, en vez de construirse como un pensamiento revolucionario posterior (Cfr. Sewell 1990). Para ser justo, en su prctica como historiador, Thompson (1978a: 149-50, 1978b: 276, 356, 1978c: 20-1) s nos ofrece unos
anlisis de precisin maravillosa de cmo las relaciones de produccin pueden convertirse en un objeto de lucha cultural, no un punto primitivo de partida, y a veces esto se extiende a sus declaraciones tericas. No obstante lo que
sostienen sus crticos marxistas, y quizs debido a sus acusaciones sin fin de
culturalismo, Thompson tiende a asumir una posicin muy ortodoxa sobre el
punto de partida econmico del proceso de formacin de clases, y por lo general limita el rol de la cultura a determinar cmo se han de tratar tales experiencias estructuralmente generadas en el nivel de la accin poltica (Cfr. Meikins
Wood 1982). En breve, Thompson inicia una ruptura con un concepto causal,
de determinantes econmicos, de la clase, y una movida hacia una posicin ms
interpretativa, pero le falta nimos para completar cualquiera de las dos rupturas, al menos como pensador terico. Estoy de acuerdo con Sewell (1990: 69)
cuando afirma que lo que falta aqu es un mayor nfasis en el discurso de clase
y su capacidad de formar la experiencia de manera selectiva. El tono culturalista de este estudio intenta dirigirse a ese problema.
Captulo 2
Huaquirca se ubica al fin de un camino ramal que sale de la carretera Lima-Cusco cerca de Chalhuanca, y transita con cuidado por la
puna para luego bajar al valle de Antabamba (vase Figura 3). Este camino fue construido en 1967. En promedio, unos dos camiones por semana hacen el viaje de sesenta kilmetros hasta el pueblo de Antabamba (capital de la provincia de Antabamba), generalmente tardan entre
seis y diez horas. En 1978 el camino fue extendido por el otro lado del
valle hasta Huaquirca, pasando por el pueblo de Matara. Unas dos veces al mes, un camin har este viaje hasta el fin del camino, bajando
las zetas hasta el ro de Antabamba y luego ascendiendo el otro lomo
del valle hasta llegar a Huaquirca, perseguido por tropas de nios excitados.
Como todos los pueblos agrcolas en la parte superior del valle
de Antabamba, Huaquirca se ubica cerca del trmino superior de una
escalada impresionante de andenes tallados en el muro del valle. Estos
andenes empiezan en el fondo del ro, a unos 3.000 msnm. y ascienden
en centenares de gradas gigantes hasta el nivel del pueblo (3.480 msnm.
y a veces hasta ms arriba). Este es el lmite de altura para la agricultura intensiva de maz que se realiza en los andenes, pero el valle sigue subiendo abruptamente hacia una faja de campos de barbecho sectorial
(laymis), entre 3.800 y 4.200 msnm. Slo aqu el muro erosionado del
valle empieza a ceder a formas ms suaves de terreno glaciado. El cerro,
arriba de los 4.200 msnm, est cubierto con la paja brava o ichu, y muy
pronto cede a picos rocosos de unos 4.500 msnm. Desde estos picos se
puede ver una enorme zona de puna que se pierde en la distancia, con
una altura que vara entre 4.000 y 5.000 msnm. Huaquirca seala el primer lugar bastante bajo como para cultivar maz sobre el ro de Antabamba, en su cauce desde la Divisin Continental por las estribaciones
de Los Andes hasta unirse con el ro Amazonas. Yendo ro abajo a par-
Figura 3
Pueblos y caminos de Antabamba y Aymaraes
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tir de Huaquirca, hay pueblos agrcolas. Existen unos cuantos asentamientos nucleados de hasta quince unidades domsticas en la extensin de puna arriba y ms all de Huaquirca, pero la mayora de la gente habita en estancias muy dispersas, cada una con varios corrales y un
territorio de pastoreo garantizado por la costumbre para las llamas y alpacas que son el principal medio de sustento en esta zona.
Como distrito, la unidad territorial mnima de gobierno en el
Per, Huaquirca incluye cierta cantidad de la puna arriba del pueblo,
pero sus lmites no se conocen bien, ni si preocupan por ellos (vase Figura 4). Los residentes de la puna rara vez sienten directamente la presencia del Estado, y tienen mucho ms en comn entre ellos que con la
gente de pueblos de quebrada como Huaquirca, con quienes pueden
ser nominalmente vinculados a travs de unidades administrativas como el distrito. El nico trabajo etnogrfico, diferente, sobre este lugar
enfocaba a la gente de la puna (Concha, 1971, 1975). Aunque yo me
ocupo principalmente de los agricultores del valle, voy a comentar el
significado de su distincin de la gente de la puna y su interaccin con
ellos. En este captulo voy a describir las relaciones sociales en el distrito de Huaquirca analizando con ms detalle el paisaje ya descrito, y
mostrando como se han incorporado a l.
El pueblo
El centro de Huaquirca se define por una iglesia, de la Colonia
temprana, que empequeece todos los dems edificios con su inmenso
bulto. Los tres barrios que componen Huaquirca tienen linderos con la
iglesia y la plaza (vase Figura 5). Hay buenas razones histricas para la
centralidad visual de esta iglesia. En 1570, tres asentamientos ya existentes (uno de las cuales corresponde aproximadamente a uno de los
barrios modernos) fueron consolidados para formar lo que hoy se conoce como Huaquirca, a travs de la poltica colonial de reduccin.
Muchos habitantes piensan que los muros masivos de la iglesia incorporan piedras cuadradas de las habitaciones precolombinas abandonadas que todava se ven en el barrio de Champine. As, la iglesia simboliza el orden social que tomaba forma durante el perodo colonial. De
hecho, la parroquia de Huaquirca fue la representacin local de facto
del Estado hasta bien entrado el siglo XVIII. Desde entonces, formas seglares de gobierno local surgan lentamente hacia el fin del perodo co-
Figura 4
Distrito de Huaquirca
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Figura 5
Barrios de Huaquirca
lonial. Con el establecimiento de la Repblica en 1821, la iglesia se encontraba en crisis en toda la provincia de Aymaraes1 (de la cual el valle
de Antabamba entonces formaba parte) cuando el Estado retiraba su
subsidio al Clero. Con el tiempo, el Clero abandonaba la regin. La
iglesia empezaba a descomponerse, y sigue hacindolo hasta hoy. Su techo de teja est en mal estado, y las pinturas en las paredes estoqueadas
del interior se han borrado y corrido bajo el desgaste continuo de las
goteras. Hace mucho tiempo se saque el estampado de pan de oro en
su altar mayor. Los trabajos en madera, elaboradamente tallados, se han
cado para ser recolectados en la parte de atrs de la iglesia, junto con
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una variedad de miembros, cuerpos y cabezas de lo que alguna vez fueron imgenes de santos, y varias tiras de caera plstica para el sistema
de aguas potables del pueblo. Desde mediados del siglo XIX ningn cura ha vivido en el pueblo, y hoy en da slo se celebran unas cuatro o
cinco misas por ao, cuando se invita al cura de Antabamba a cruzar el
valle para hacerlo.
La entrada principal de la iglesia da a la plaza, y es separada de
ella por un enrejado de acero y unas gradas de cemento. La plaza es ms
o menos del tamao de una cancha de ftbol, y a veces funge como tal.
Otro lado de la plaza es colindante con el barrio de apaa, que est
apartado por un muro de cemento y gradas. Hay filas de construcciones de adobe de dos pisos en los otros dos lados de la plaza. Hay tres
tiendas que se abren regularmente all. Pertenecen a gente que antes
eran vendedores itinerantes en los departamentos de Puno y Cusco.
Viajaban a pie con sus mercancas en la espalda y eran llamados polveros, pero encontraban que podan obtener una vivencia modesta en esta regin de poca actividad comercial, como vendedores de kerosn,
azcar, harina, alcohol de caa, hojas de coca y zapatos plsticos, y como compradores de lana de oveja y de alpaca. Las dems casas en la
plaza, o estn ocupadas por familias o estn abandonadas. Al lado de la
iglesia hay varios edificios pblicos, una oficina de telfonos que se abre
de vez en cuando, las oficinas en dos pisos del municipio del Distrito de
Huaquirca, y una de las dos escuelas del pueblo.
Temprano por la maana, vecinos que ocupan o aspiran a ocupar cargos polticos en el distrito suelen reunirse en la plaza para charlar informalmente o discutir en castellano antes del desayuno. Comuneros con un asunto por tratar se paran pacientemente a unos pasos,
esperando una pausa en la conversacin para dirigirse al oficial en
cuestin, generalmente en quechua. Otros vecinos pueden andar husmeando por las calles alrededor de la plaza durante la temporada de
cultivo, buscando reclutar a comuneros para trabajar sus chacras. Comuneros mayores, vestidos con sacos harapientos unidos por remiendos sueltos, pueden ceder el paso a un vecino en las aceras angostas, pisando la calle barrosa y hasta quitndose sus abollados sombreros de
fieltro. Mujeres y nios van a la plaza a ver si alguna de las tiendas ha
hecho pan la noche anterior, y a comprar alcohol y hojas de coca para
grupos de trabajo que pueden patrocinar ese da. A las 9: 00 la mayora
de la actividad en la plaza termina, mientras los nios van a la escuela
y los adultos se alistan para el trabajo del da. Durante el da, las nicas
personas que se encuentran en la plaza son nios pequeos jugando y
hombres emborrachndose conspicuamente en las tiendas. Al final de
la tarde, los nios regresan de la escuela; los mayores vuelven de las chacras, y otra ronda de mandados trae a la gente a la plaza antes de la cena. As, raras veces es la plaza ms que una zona de trnsito. Si la iglesia y la plaza eran alguna vez el pilar de fondo de Huaquirca, ahora se
han convertido en una especie de tierra de nadie, y conocer este pueblo
es conocer sus tres barrios (vase Figura 5), sus reputaciones y sus interrelaciones.
Detrs de la iglesia est el barrio tradicionalmente llamado Huachacayllo, ahora conocido como Barrio Alto. Dos calles principales van
hacia arriba a travs de este barrio, y varias sendas menores las unen siguiendo las curvas de nivel a varias alturas. Dentro de este tramo, agrupaciones sueltas de casas aparecen de manera casi casual en la ladera,
unidas ms por redes de senderos que por las avenidas principales. Entre los grupos de casas hay reas de ladera vaca, cubierta por monte bajo y rboles de eucalipto, que eventualmente predominan en las partes
superiores del barrio.
Las casas son rectangulares, raras veces miden ms de cinco por
diez metros o tienen ms de un piso. Sus paredes de adobe se interrumpen slo con una puerta baja de madera, que ser cerrada con un candado cuando los habitantes no estn. De las setenta y cinco casas en este barrio, durante el perodo 1981-83 haba el mismo nmero con techos de paja, de teja y de calamina. De estos materiales de techumbre,
la paja es la nica disponible en la localidad; tambin es la de menor
prestigio. La teja tiene ms prestigio como material, pero tiene que ser
trada de Matara, al otro lado del valle. La calamina es trada en camin
desde Abancay con un costo mucho mayor, pero es el material preferido. La privacidad de la casa referido al mundo externo, por lo general,
no se extiende a divisiones internas adicionales; la mayora de las casas
en este barrio consisten de un solo cuarto grande, y las que estn divididas raras veces tienen ms de dos cuartos. Se cocina, come, socializa
y duerme por lo general en un nico cuarto multiuso, en medio de herramientas, tinajas de chicha (laqto en quechua) puestas a fermentar,
cueros de oveja y frazadas para dormir, utensilios de cocina y los cuyes
que siempre se cran dentro de la casa. Por lo general se almacenan los
vveres en un desvn improvisado debajo del techo de dos aguas. El
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nico edificio pblico en Huachacayllo es una capilla pequea con techo de calamina utilizada en las fiestas de Navidad. Las dos tiendas que
venden alcohol y hojas de coca raras veces se abren, porque sus dueos
se dedican ms a la agricultura.
Slo los comuneros viven en Huachacayllo, y es poco frecuente
escuchar hablar castellano en el barrio. En la maana, la ladera est llena de gente trasladndose por las sendas que unen los patios planos alrededor de los cuales se ubican las casas. Hombres en gastados trajes de
comuneros pueden sentarse en estos espacios reparando herramientas,
o pasean por el barrio con una botella de trago, tratando de solicitar la
ayuda de otros hombres para un futuro grupo de trabajo. Mujeres en
chompas agujereadas de lana sinttica y varias polleras pueden sentarse fuera de sus casas hilando lana, o alimentando los chanchos o gallinas de su unidad domstica; pero por lo general se quedan adentro cocinando durante las horas tempranas de la maana. Los nios suelen
corretear haciendo mandados, como cortar pasto para los cuyes. Durante la temporada de crecimiento, Huachacayllo se queda vaco durante el da. Slo vuelve a la vida al atardecer cuando la gente regresa de
la chacra, o para comer una cena ligera y dormirse, o para continuar tomando, cantando y tocando la quena en la casa de la persona que ha
patrocinado uno de los grupos de trabajo ese da.
Los que viven en los otros dos barrios de Huaquirca con frecuencia consideran que Huachacayllo es el barrio ms indio. Dado que
Huachaca es un apellido comn en el barrio, la gente muchas veces especula que en el pasado precolombino haba un kuraka de nombre
Huachaca que condujo su ayllu al sitio en cuestin y lo estableci all,
creando, as, Huachacayllo. Aunque hay motivos para creer que este barrio, y sobre todo su nombre, es de origen mucho ms reciente,2 los
conceptos locales contrarios que prevalecen sirven para subrayar ms
los ancestros indgenas atribuidos a los habitantes de Huachacayllo. Los
de Huachacayllo han sido descritos tambin como punticos por un autor oriundo de Huaquirca (Centeno, 1949: 5). En casi todos los casos,
sin embargo, los habitantes de Huachacayllo nunca han sido otra cosa
que agricultores, no pastores de puna. Dado que la mayora de la gente
que habita el valle considera que los que viven en la puna son ms indios y menos civilizados que ellos mismos, la atribucin de un origen
pastoral a los habitantes de Huachacayllo es poco ms que otra manera de aseverar su indianidad. La designacin moderna alternativa del
rea, como la del Barrio Alto, tambin promueve esta asociacin con la
puna al destacar la elevacin como su rasgo sobresaliente.
El barrio de Champine colinda tanto con la plaza como con
Huachacayllo, pero es mucho menos extendido que este ltimo, aunque tambin tiene unas setenta y cinco casas. Una de las calles principales de Champine lo separa de Huachacayllo y sigue el descenso de la
ladera. El otro sale del pueblo siguiendo la curva de nivel, hacia el cerro
de Utupara, que proporciona el nombre moderno alternativo del barrio (Barrio Utupara). La densidad de habitacin en Champine es mucho mayor que en Huachacayllo, dejando pocos espacios de vegetacin
natural. En algunas reas las casas incluso se orientan de forma paralela, casi en un tramo ajedrezado. Aproximadamente cuarenta de las casas en Champine tienen techos de calamina; los techos de las treinta y
cinco restantes se dividen por nmero casi igual entre tejas y paja. Hay
varias casas de dos pisos, y muchas ms divididas en dos o ms cuartos.
La mayora de las casas todava comparten un patio comn con otras,
pero a diferencia de Huachacayllo, la mayora de estos patios estn, al
menos parcialmente, cerrados por muros de piedra o de adobe. Senderos informales rodean estos patios. Otras casas son independientes, con
sus propios patios cerrados, donde no entra ningn sendero comn.
Champine no posee tiendas, pero s incluye el cementerio del pueblo,
su plaza de toros, su jardn de infantes y una posta sanitaria que nunca
se ha abierto porque el Estado no puede persuadir a personal calificado de ir a trabajar all.
Los habitantes de Champine son todos comuneros, pero no es
un barrio tan pobre como Huachacayllo, como sugiere la proporcin
mayor de techos de calamina y casas de dos pisos. Se habla quechua en
la casa, y slo raras veces se escucha castellano en la calle, aunque la mayora de los habitantes saben hablarlo bien. La misma pauta de actividad diaria descrita por Huachacayllo tambin prevalece en Champine,
dado que todos sus habitantes son agricultores. Pero el barrio tiene un
ambiente significativamente distinto. En parte, esto se debe a la concentracin de la familia Aiquipa en Champine. Al parecer, los Aiquipa
eran gobernantes indgenas en la regin, y los espaoles les mantenan
en esta capacidad durante el perodo colonial. En el siglo XVIII, un funcionario llamado Zola y Castillo les otorg el ttulo de una amplia extensin de andeneras justamente aguas arriba de Champine (Tamayo,
1947: 58). Los habitantes modernos de Huaquirca universalmente con-
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Figura 6
Recinto de Vecinos
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podra producir (Cfr. Concha, 1971: 65). Varios viudos y unas pocas familias sin tierra existen de manera perenne en los mrgenes de la comunidad bajo estas condiciones, con sus hijos mayores afiliados a unidades domsticas vecinas como sirvientes domsticos. Como pastores,
es muy difcil para una pareja joven acumular bastantes posesiones como para establecer una unidad domstica propia, y el robo menor a los
patrones es casi institucionalizado (Cfr. Stein, 1961: 42, 299).11 Cuando los vecinos se dirigen a sus pastores como hijito e hijita lo hacen
con cierta tolerancia paternalista que expresa con certeza la incorporacin dependiente de estos sirvientes en su economa domstica. Una
dinmica similar existe en las familias extensas de comuneros, donde la
incorporacin de una pareja joven involucra una explotacin comparable a la servidumbre,12 y niega la igualdad de consuegros implicada
por la neolocalidad. Finalmente, hay comuneros que poseen terrenos
apenas suficientes para establecer su propia unidad domstica, y por lo
tanto tienen que trabajar en minka (es decir, por la comida y bebida del
da) para los vecinos, para conseguir que su propia produccin les
abastezca. Este grupo se compone principalmente de viudos y recin
casados. Hasta en esta versin suave, la servidumbre se predica en la
frustracin del ciclo de desarrollo de los grupos domsticos de los comuneros.
No obstante el hecho de que hoy en da, en Huaquirca, el nico
uso de los terrenos terraplenados en el valle es el de proporcionar una
unidad domstica con bastante maz como para existir como una unidad econmica independiente, se dividen tales terrenos en dos categoras locales: terrenos privados y terrenos de la comunidad. Segn la
costumbre local, las unidades individuales de terreno privado son definidas por cercos de piedra que los encierran por su borde externo. En
contraste, terrenos de la comunidad no tienen cercos individuales, sino forman grandes bloques de cientos de parcelas que comparten un
cerco comn donde bordean caminos, senderos y otros puntos de acceso. La distincin entre estas dos categoras de terreno no afectan los
derechos de uso agrcola, que son idnticos. Ambos involucran derechos exclusivos de la unidad domstica sobre los productos de una parcela dada, y ambos se sujetan a la regulacin colectiva del tiempo de la
cosecha y de la venta de la tierra.13 Pero estas formas de cercamiento s
definen derechos diferentes de pastoreo sobre los rastrojos que quedan
en los campos despus de la cosecha: los terrenos privados involucran
un derecho exclusivo, mientras que los terrenos de la comunidad permiten que los animales de cada dueo pasten libremente dentro del
cerco colectivo. Estos derechos y limitaciones carecen totalmente de
fundamento en la ley nacional; ms bien representan el resultado de la
lucha y la negociacin, de la prctica de la costumbre.
Los vecinos eran la fuerza motriz detrs de la creacin de terrenos privados en los andenes, y esto da un significado de clase a estas categoras locales. Los terrenos privados se concentran en las reas conocidas como Pomache y Qochawaa, donde se ubican la mayora de las
propiedades de los vecinos, y tambin caracterizan a Lucrepampa, posedo en su totalidad por varias unidades domsticas de los Aiquipa
(vase Figura 7). Pero los terrenos privados pueden existir de manera
aislada en cualquier lugar donde un vecino posea terrenos dentro de
sectores de tierra con cercos comunales. Al parecer no hay limitaciones
en el cercamiento de terrenos; varios vecinos me dijeron que uno simplemente construye un cerco alrededor de la parcela y se lo llama privado. Aunque no todas las parcelas que pertenecen a vecinos estn cercadas, la gran mayora s lo estn. De manera correspondiente, no conozco una familia comunera aparte de los Aiquipa que haya separado
sus terrenos de las parcelas vecinas con un cerco.
Parece que la esttica de la separacin que gobierna los recintos
de los vecinos tambin funciona en los campos. Pero en los campos los
comuneros encuentran que estas aseveraciones de separacin son mucho ms amenazantes, y varios me comunicaron cmo sus parientes
mayores haban sido desposedos por la fuerza de parcelas especialmente apetecibles, en la valle, por parte de los vecinos, que salan a cercarlos en forma privada. Es como si estos cercos fueron un recuerdo
particularmente agudo de las injusticias a travs de las cuales se tomaba la tierra, y una amenaza de la continuacin de los asaltos.
Sospecho que otro motivo por el que los comuneros encuentran
amenazantes los cercos es que niegan el trabajo recproco (ayni) como
un mtodo de reconocer los derechos de la propiedad. En las parcelas
sin cerco que son de la comunidad, los derechos propietarios de las unidades domsticas individuales son tan fuertes como en los terrenos privados cercados, pero son reconocidos a travs de las convenciones del
grupo de trabajo agrcola. Patrocinar tal grupo de trabajo, y distribuir
comida y bebida a los trabajadores invitados, es asumir el rol de propietario. Al revs, asistir a tal grupo como trabajador, y aceptar comida
Figura 7
Tierras privadas y de la comunidad en Huaquirca
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Figura 8
Utilizacin agrcola y pastoral de la Puna Baja
ptulo). Cuando una pareja mayor incorpora uno de sus hijos casados
en una familia extensa, los derechos sobre ciertas parcelas en los laymi
pueden ser transferidos de una generacin a otra. Pero el terreno no escasea en los laymi con los niveles actuales de poblacin (Cfr. Skar, 1982:
157), y cualquier sector dado bajo cultivo tiene menos de la mitad de
su rea total abierta. Esta situacin ha prevalecido probablemente a
partir de 1950, cuando un pasto con una raz dura y trepadora, conocido como grama o kikuyu, fue introducido como un forraje milagro-
so. Entre sus muchas consecuencias desastrosas para la agricultura andina, este pasto hizo que el barbecho de parcelas nuevas en sectores en
descanso sea al menos cuatro veces ms intensivo en mano de obra que
antes. Como resultado, el rea bajo cultivo se ha reducido, y slo unas
pocas unidades domsticas con poca tierra en el valle se molestan en
abrir ms que el promedio de 0,50 a 0,67 ha (Divididas entre cultivos
del primero y segundo ao) que la mayora de las unidades domsticas
siembran en los laymis. En los dos aos que pas en Huaquirca, los productos de esta zona se terminaron cuatro meses antes de que llegara la
cosecha, y la gente los extraaba mucho. Pero todava no abrieron chacras ms grandes en los laymis, lo cual indica cmo este pasto ha limitado severamente el uso agrcola de la puna baja.
El nico efecto positivo del pasto kikuyu en el rea fue que mejoraba un poco los laymis en descanso como lugares de pastoreo para
vacas. Todas, aparte de algunas de las unidades domsticas ms pobres
en Huaquirca, cran vacas, y para la mayora, son su fuente principal de
ingresos en efectivo.14 Aunque se pueden realizar ventas ocasionales
dentro de la comunidad, la mayora de las ventas se realizan con los
compradores de vacunos que llegan en caballo, cruzando la Divisin
Continental desde el pueblo de Cotahuasi, en el departamento de Arequipa. Cuando estos compradores estn en la regin, se alojan con vecinos amigos, despus de muchos aos de comprar y vender. Dado que
los vecinos tienden a poseer los rebaos ms grandes, y la ms grande
necesidad de dinero en su modo de vida, la asociacin es natural. Los
comuneros venden sus vacas de manera mucho ms espordica: para
comprar terrenos, patrocinar una fiesta, o cubrir gastos mdicos inesperados; por lo general, los mantienen ms como una forma de ahorro
que para generar efectivo de manera regular. Una vez que han conseguido vacas en Huaquirca y Antabamba, los compradores las llevan
vuelta a Cotahuasi, donde poseen grandes extensiones de terrenos con
riego para producir alfalfa, y los animales engordan despus de su viaje por la sierra. Entonces se venden las vacas a campamentos mineros
en la costa del Pacfico, como Marcona. Todo esto es uno de los ltimos
residuos de una enorme red de comercio que surgi en 1880, vinculando las regiones alejadas de la sierra con el capitalismo naciente en la
costa. Cuando se termin de construir la carretera Lima-Cusco en 1942
(vase Montoya, 1980: 107), la mayor parte de este comercio se iba reestructurado alrededor del transporte motorizado, que tiende a margina-
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lizar los lugares fuera de las rutas transitadas, incluyendo el valle de Antabamba. No obstante, es muy significativo que en su ciclo de desarrollo, una unidad domstica en Huaquirca tenga que satisfacer una demanda mercantil de carne de vaca para poder obtener el dinero y conseguir bastante terreno del valle para sostener su propia economa de
subsistencia.15
Se mantienen las vacas, en los siete sectores de laymi en descanso, a partir de mediados de septiembre, cuando empieza la siembra,
hasta la cosecha, cuando son bajadas a los andenes para comer los rastrojos. Dado que la presencia de las vacas en los sectores en descanso en
la puna corresponde a la estacin agrcola, cuando hay mucho trabajo
para realizar en el valle, no siempre es posible tener a alguien cuidndolas, aunque hay un peligro muy real de abigeato. Las unidades domsticas comuneras muchas veces designan a un hijo mayor para el
cuidado de las vacas, pero por lo general esto entra en conflicto con las
obligaciones de la escuela o del trabajo agrcola. Hay pocas unidades
domsticas con ms de diez cabezas de ganado vacuno, ya sea debido al
abigeato o como precaucin contra el mismo. El nico tiempo prolongado que los comuneros pasan con sus vacas, tomando leche, haciendo
queso y descansando, es durante unas semanas a fines de enero, cuando la intensidad del trabajo agrcola en el valle se rebaja. Entonces, unidades domsticas enteras de comuneros suben a sus vaqueras: territorios de pastoreo flexibles y no exclusivos centrados en pequeas chozas
de paja. Mientras tanto, las unidades domsticas de los vecinos tienen
vaqueros para cuidar sus vacas durante el ao agrcola, y as evaden los
problemas de insuficiente mano de obra domstica como para cuidar
la propiedad de la unidad que azotan a los comuneros (Cfr. Stein, 1961:
56), sobre todo en relacin al ganado vacuno.
Dado que los sitios de pastoreo se ubican en los circuitos de los
laymis, ms arriba del pueblo, se puede ocuparlos durante un mximo
de siete aos (es decir, el tiempo de descanso). Aunque las unidades domsticas individuales tienden a volver a los mismos lugares para construir sus chozas, esto no conduce a derechos exclusivos sobre esos territorios particulares, ni tampoco a su sobresaturacin, porque la gente
busca reas de rico pasto cuando consideran movilizarse, y se dispersan
segn aquello. Pero para los comuneros, la proximidad al pueblo para
permitir la vigilancia de los animales es una consideracin que al menos es tan importante como la calidad del pasto. Entonces, los sectores
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cabezas de vacunas tambin posean pequeas propiedades de pastoreo, y una hasta tena una propiedad agrcola cercada en esta zona (vase Figura 8; tambin Skar, 1982: 158; Ossio, 1983: 49-50).16 Otros vecinos con rebaos tan grandes (sesenta cabezas) todava utilizan sitios de
pastoreo en los laymi y respetan la tenencia comunal. As, el cercamiento es menos una correlacin funcional de la riqueza que una estrategia
particular para buscarla, una que se basa en la violacin de lo que es de
la comunidad.
Ms arriba de los laymi est la puna alta (4.200 a 5.000 msnm)
donde los pastores cran llamas, alpacas y ovejas a partir de asentamientos dispersos. Como se ha mencionado, los pastores conforman
un grupo social distinto, con los cuales los comuneros del valle rehsan
casarse debido a un sentimiento de que son ms indios (Concha,
1971: 22,27; Tomoeda 1985: 282). Cada unidad domstica de pastores
se centra en una residencia principal llamada estancia o hatun wasi,
que incluye varios corrales y derechos exclusivos sobre un territorio de
pastoreo alrededor de la residencia, generalmente incluyendo un bofedal (vase Palacios Ros, 1977: 77). La tendencia de grupos de estancias
vecinas a pertenecer a gente con el mismo apellido se debe al predominio de la virilocalidad, asociado con la trasmisin de los derechos a este territorio por lnea paterna (Palacio Ros, 1977: 77), aunque la residencia uxorilocal y neolocal puede ocurrir con formas diferentes de
trasmisin (Cfr. Concha, 1971: 23). A pesar de que territorios de pastoreo sin uso o abandonados existen, y pueden ser utilizados en caso de
necesidad, el derecho ancestral (por lo general, patrilineal) sobre una
estancia abandonada puede ser exigido en cualquier momento (Cfr.
Concha, 1971: 23). En adicin, cada unidad domstica debe tener acceso a un rea adicional de pastoreo que por lo general se utiliza durante
la temporada de lluvias, cuando hay ms pasto natural. Estos territorios
adicionales tienen casas ms pequeas, y el acceso a ellos suele regularse de manera ms flexible y bilateral que a las estancias principales.
La gente del valle dice que los pastores de puna son ms indios
que ellos porque carecen de asentamientos nucleados y muestran una
propensin a convertirse en curanderos, orculos (espiritistas) o llamadores de la lluvia. Este estereotipo tambin incluye la idea de que los
pastores estn tan alejados del Per mayoritario que tienen poca necesidad o comprensin del dinero, y lo entierran bajo los pisos de sus
chozas por pura avaricia o ignorancia. En realidad, la economa pasto-
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dgena de Huaquirca y deba, tericamente, haber puesto fin a la herencia, venta y alquiler de la tierra. En realidad era, y todava es imposible,
aplicar estrictamente esta ley.18 No obstante, la capacidad demostrada
de los comuneros para recurrir a la ley impidi a los vecinos expropiar
ms tierras, y estableci la tenencia comunal en las reas limitadas donde todava se aplicaba, sin perjudicar de cualquier manera los derechos
exclusivos y alienables sobre los recursos ms centrales de la economa,
tanto del valle como de la puna.
Un estallido final de actividad poltica tuvo lugar en 1960, cuando muchos comuneros de Huaquirca se juntaron al movimiento de
ocupacin de terrenos que barra todo el sur del Per. En otros lugares,
estas ocupaciones de tierras se dirigan a retomar tierras ilegalmente
apropiadas por haciendas adyacentes. Pero en Huaquirca las ocupaciones se dirigan a las posesiones privadas de terrenos terraplenados del
valle de la familia Aiquipa, en Lucrepampa, que al parecer estaban siendo cercados y quizs agrandados en ese momento. Al cercar su terreno,
los Aiquipa violaron el concepto de propiedad comunal, sacrosanto a
los dems comuneros, y reiteraban su reclamo de la condicin de aristcratas nativos. Esto, junto con el hecho de que la escasez de tierras estaba llegando a un mximo a fines de los 1950, hizo de los Aiquipa, y
no los vecinos locales, los blancos principales del movimiento. Parece
que algunos de sus terrenos no estaban cultivados y eran ocupados por
familias comuneras necesitadas. Llegu a conocer al lder principal de
ese movimiento, uno de los poqusimos comuneros que ocupaban cargos polticos durante mi estada en Huaquirca (como regidor de la Izquierda Unida). Me cont cmo los policas vinieron y le llevaron a la
crcel de Abancay durante dos meses. Esto amedrent a los dems comuneros, y el movimiento rpidamente se deshizo; pero veinte aos
ms tarde pensaba que hubieran tenido xito si hubiesen sido ms tenaces. Seguro de mis simpatas polticas, todava era renuente a debatir
el asunto conmigo, quizs porque mi padre adoptivo (su primo) se haba casado con una de la familia Aiquipa y todava les apoyaba en esta
disputa antigua. Como resultado, tuve poco xito en tratar de reconstruir las dimensiones performativas y simblicas del movimiento de
ocupacin de tierras en Huaquirca, no obstante lo mucho que me interesaba el asunto.
Evidentemente, los derechos sobre la propiedad agraria en Huaquirca han sido renegociados constantemente en una atmsfera de lu-
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cha y pluralismo legal, en la cual ninguna perspectiva nica ha sido enteramente dominante. Pero no me uno a Smith (1989) en su aseveracin de que tales luchas se reducen a una serie de reclamos econmicos
oportunistas, que progresan a travs de vehculos culturales arbitrarios
y efmeros. En Huaquirca, la cuestin bsica era si los derechos de propiedad iban a ser reconocidos a travs de grupos de trabajo en terrenos
no cercados, segn la prctica comunera, o si iban a ser anunciados a
travs del cercamiento, como hacan los vecinos y los Aiquipa. Tanto los
grupos de trabajo como la clasificacin folk del terreno, basada en los
cercos, poseen una genealoga larga en la cultura andina y no pueden
ser despachados como construcciones ad hoc. Son el foco de sensibilidades morales y legales que se han establecido a travs del tiempo, y negar esto es negar la tenacidad de la resistencia comunera, entre otras cosas.
Quizs el indicio ms seguro de que los conceptos de propiedad
en Huaquirca son categricos, y no improvisados, es que a veces van
ms all de la observacin emprica. Por ejemplo, no cabe duda de que
los pastores de puna arriba de Huaquirca poseen derechos exclusivos y
alienables sobre sus territorios de pastoreo. Pero los comuneros del valle a veces insistan, en mi presencia, en que estos terrenos son de la comunidad, porque, en su experiencia, slo los vecinos intentaran imponer derechos exclusivos sobre terrenos de pastoreo. De la misma manera, al debatir la desapropiacin de ciertos pastores por parte de los vecinos, o su apropiacin de terrenos en laymi, los comuneros del valle
insistan en que los vecinos proseguan cercando los terrenos en cuestin, aunque al averiguar despus yo descubra que los terrenos seguan
sin cercos. Otra vez parece que estamos frente a un imperativo categrico: el terreno que de alguna manera ya no es de la comunidad es, por
definicin, cercado.
Sin duda, la tenencia de la tierra basada en la costumbre espaola es la fuente de la distincin local entre terrenos privados y de la comunidad. Categoras idnticas de terreno se definen por los cercos y los
derechos de pastoreo sobre rastrojos de la cosecha, en la provincia de
Zamora, de donde provenan muchos conquistadores (Arguedas, 1968:
33-9). En el Nuevo Mundo, la poltica colonial era promocionar derechos comunales a los rastrojos agrcolas y reas sin cercos, y de prohibir el cercamiento de estas ltimas, segn la antigua practica castellana
(Chevalier, 1963: 86-8). Las pautas ibricas de tenencia de la tierra se
enraizaban y persistan en Huaquirca, quizs debido al nmero excepcionalmente elevado de espaoles pobres que se asentaban en la regin
como campesinos durante la poca colonial (vase Mrner, 1978: 29).
Pero una evidencia fragmentaria sugiere que pautas similares se distribuyen ampliamente en el sur de Los Andes peruanos.19 Es irnico que
los comuneros de Huaquirca sean tan fieles a las costumbres espaolas
de tenencia de la tierra, no obstante la etnicidad india que se les atribuye.20
Todava ms significativas, sin embargo, son las desviaciones de
los vecinos de estas costumbres de propiedad. Aunque sin duda ellos
obtenan beneficios econmicos considerables al apropiarse de grandes
extensiones de terrenos de pastoreo, estos beneficios en s no bastan para justificar el cercamiento, sobre todo en el valle. Como argumenta Arguedas (1968), el acceso generalizado a los pastos favorece a los que tienen ms ganado; entonces, se puede argumentar que la decisin de los
vecinos de cercar sus terrenos en el valle y tener derechos exclusivos al
pastoreo sobre sus rastrojos, era econmicamente irracional. Se puede
decir lo mismo de los esfuerzos enormes que seran exigidos para cercar un terreno extenso de pastoreo para protegerlo de las cantidades nfimas de forraje que podran ser perdidas en los avances ocasionales de
los animales de otros en una zona donde se reconoce el derecho exclusivo. Estos costos explican por qu, no obstante los conceptos contrarios prevalecientes, la mayora de los vecinos no se interesaban en cercar sus terrenos en la puna. En breve, el cercamiento no tiene sentido,
excepto como una declaracin costosa de separacin de lo que es de la
comunidad, o una violacin teatral del derecho comunal; ambas definen la identidad de los vecinos de manera negativa y transgresiva (pero no tnica). As, el cercamiento puede ser visto como una continuacin del rechazo del ayni por parte de los vecinos, del intercambio generalizado de trabajo, comida y bebida por encima de los lmites de las
unidades domsticas, a travs del cual los comuneros afirman de manera implcita sus derechos de propiedad. Declarar los derechos de propiedad de uno a travs del cercamiento es negar la eficacia de esta teora de propiedad por trabajo, y amenazar los derechos reclamados por
ella. Por su propio testimonio, los vecinos muchas veces hicieron realidad esta amenaza. Las propiedades de los vecinos presuponen la servidumbre, no simplemente porque son demasiado extensas como para
ser atendidas slo por el trabajo de sus dueos, sino en primer lugar
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Orlove (1980: 113,125-6) ha tratado de explicar el dominio poltico de los vecinos como resultado de su control sobre el nivel distrital de gobierno. Pero yo encuentro difcil el reducir el poder de clase de
los vecinos, que es considerable, al control de un dbil Estado local.
Despus de todo, los vecinos cometan varios actos de gamonalismo sin
recurrir a la ley o a la polica. Hasta hace poco, los que tropezaban contra un vecino prominente podan esperar ser encarcelados, azotados en
pblico, o recibir una paliza informal, con poca esperanza de poder recurrir a un nivel superior de justicia, de la misma manera en que ciertos hacendados mutilaban campesinos que no se arrodillaban delante
de ellos (Arguedas, 1968: 336; Favre, 1970: 130). Otros abusos famosos
de los vecinos incluan el decomiso directo de animales, lana o tierra, y
el reclutamiento forzoso de sirvientes domsticos (vase tambin Orlove, 1980: 125) o jornaleros para trabajar sus propiedades personales. Es
cierto que era como gobernador, alcalde o juez de paz que los ms abusivos de los vecinos realizaban sus actos ms flagrantes de gamonalismo. Tambin es cierto que la movilizacin poltica de los comuneros
durante el perodo 1945-60, que estableci lazos con el Estado central
sin la mediacin de los vecinos, impuls el decaimiento de los gamonales de Huaquirca. Pero el hecho de que yo pudiera observar la mayora
de estos abusos todava en el perodo 1981-83 demuestra que el gamonalismo no es una fuerza enteramente gastada. Su poca relacin con los
cargos polticos se me aclar cuando pregunt a un comunero por que
estaba trabajando en minka para un vecino que acab de ser derrotado en las elecciones para el cargo de alcalde, cuando saba muy bien que
nunca recibira favor alguno a cambio; la respuesta fue: Trabajamos
para don Julio porque l es un jefe. Dado que slo los vecinos pueden
utilizar la relacin jerrquica de minka como modo de realizar sus tareas agrcolas (Cfr. Malengreau, 1980: 515; Orlove, 1980: 118), debe ser
cierto que son jefes, incluso cuando no ocupan cargos. Una lgica parecida subyace en la manera en que los vecinos pueden pagar menos
que el precio justo a los comuneros por sus productos o animales (p.e.
Flores, 1974: 188-9; Montoya, 1980: 212-4), o gozan de un flujo constante de regalos de vveres para complacerles (Stein, 1961: 167). En
consecuencia, yo argumentara que el monopolio vecino de los cargos
distritales es ms un resultado que una causa de su poder de clase.
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(Davies, 1974: 85) la conscripcin vial fue oficialmente abolida. Pero las
misma prcticas fueron subrepticiamente revividas para terminar las
carreteras principales en muchos lugares de Los Andes del sur del Per
en el perodo 1935-42 (vase Montoya, Silveira y Lindoso 1979: 36).
Con casi todos los gobiernos de turno, las agencias y programas basados en faena se cambian, pero la frmula sigue siendo la misma: el Estado proporciona materiales y conocimiento tcnico, y las autoridades
del distrito proporcionan el trabajo de los comuneros. Aunque los comuneros modernos ya no son conocidos como indios tributarios, en la
prctica esto sigue siendo su condicin, y despus del ayni (el intercambio generalizado de trabajo por comida y bebida en terrenos de la comunidad), la faena es todava uno de los rasgos ms concluyente de la
posicin social de los comuneros (Cfr. Stein, 1961: 227; Montoya, 1980:
202-3).
Generalmente los vecinos participan en faenas como capataces,
ya sea cuando ocupan cargos como cuando no los tienen, aunque en los
ltimos aos pueden realizar muestras ocasionales de trabajo manual
(vase Grondin, 1978: 123; Isbell, 1978: 177). Sin embargo, la mayora,
y todos los profesores, simplemente se declaran propietarios residentes
del distrito, dado que ser miembro de la Comunidad Campesina nunca ha sido obligatorio. Tericamente pagan una pequea multa que sera el equivalente de un impuesto municipal, en caso de ser levantado
con regularidad. Supuestamente este dinero sirve para alquilar un trabajador como suplente del propietario, pero dado que todos los comuneros mayores de diecisiete aos ya tienen sus propias obligaciones que
cumplir,25 efectivamente no hay a quien alquilar. Como resultado,
cuando se renen las multas, son utilizadas para comprar alcohol para
los comuneros (vase tambin Stein, 1961: 111; Doughty, 1967: 678-81;
Isbell, 1978: 176) cuya cuota de trabajo es aumentada para compensar
la ausencia de los vecinos (Cfr. Montoya, Silveira y Lindoso, 1979: 83).
Pero incluso este reclamo residual de festividad durante la faena por
parte de los comuneros, algo que durante mucho tiempo ha sido parte
de las sensibilidades andinas (Murra, 1978: 149), est siendo erosionado, y la mayora de las faenas que yo presenci carecan totalmente de
trago.
A partir de esto, corta es la distancia para presentar informes sobre vecinos ofreciendo en alquiler el trabajo de sus comuneros a individuos privados (Davies, 1974: 13; Flores, 1974: 190). Esta clase de abu-
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so, como la mayora dentro del gamonalismo, slo puede ser medido
contra la norma cvica que infringe. Dado que esa norma tambin presupone que los comuneros son una fuerza de trabajo servil, quizs parecera que hay poco sentido en condenar los excesos de los gamonales.
Pero esto no es la conclusin poltica que los comuneros de Huaquirca
han sacado.
A pesar de preguntar a varios comuneros sobre el tema, nunca
escuch a uno de ellos quejndose de las obligaciones de la faena. Quizs sea porque slo sumaban unos diez das por ao durante mi estada en Huaquirca. Sin embargo lo que parece ms probable es que el
tributo en trabajo sea un modo de mantener o insistir en un pacto de
reciprocidad con el Estado, en el cual se reconoce la tenencia comunal
de la tierra (Isbell, 1978: 171; Platt 1982: 139, 145). Dado que el Estado
todava depende tcitamente de este tributo en trabajo, no puede ignorar totalmente los reclamos de tierra realizados a travs del mismo. No
obstante, el Estado moderno no se asemeja a la economa moral de los
Incas, donde el Estado proporcionaba comida, bebida y msica para
sus tributarios. El asunto principal es la tierra, y las movilizaciones polticas del perodo 1945-60 demuestran que los comuneros de Huaquirca no solamente perciban el Estado como un aliado potencial en la lucha para limitar el gamonalismo, sino que eran realmente capaces de
hacerlo funcionar como tal. Entonces, podemos perdonar a los comuneros de pueblos como Huaquirca por ver en la faena algo ms que su
subordinacin institucionalizada a los vecinos del distrito (Stein, 1961:
96, 188-9) o su explotacin calculada (Grondin, 1978), porque han
logrado convertir la faena en una afirmacin de otro tipo de propiedad
y otro tipo de soberana que los que resultan de las transgresiones sin
fin de los gamonales.
Adems, cuando nos dirigimos a los diversos proyectos realizados a travs de la faena en Huaquirca, varios conceptos de la sociedad
civil estn funcionando; no un esquema monoltico de dominacin. Se
pueden sealar las escuelas y los edificios municipales como construcciones colectivas del poder vecino, pero tambin fue en estas escuelas
donde el castellano y la alfabetizacin se hicieron disponibles por primera vez para los comuneros. Estas habilidades fueron utilizadas con
rapidez para enfrentar el gamonalismo, aunque tambin conducan a la
ambivalencia frente a la cultura comunera tradicional y en muchos casos a su rechazo (vase Montoya, 1982: 296). Agua potable y luz son los
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padres pagan la educacin de sus hijos vendiendo sus vacas, porque esta es la nica actividad local que puede reunir el dinero requerido. Esas
unidades domsticas vecinas que incluyen a profesores tambin gastan
proporciones significativas de sus ingresos salariales en la educacin. El
resultado es un flujo neto de capital desde el campo a la ciudad, dado
que pocos de estos hijos educados regresan a Huaquirca.
La migracin de Huaquirca raras veces es el resultado directo de
la pobreza aguda o la desapropiacin, aunque la situacin quizs fue
diferente cuando la poblacin del pueblo lleg a su cima en 1960. Hoy
en da, los muy pobres no pueden pagar siquiera el pasaje en camin
para salir del pueblo, y es mucho ms probable que se conviertan en sirvientes de los vecinos en vez de migrantes. Ms bien, la mayora de los
migrantes proceden de las familias ms acomodadas de comuneros y
vecinos. Normalmente tienen ms educacin formal que los miembros
de sus familias que se quedan en Huaquirca; muchas veces esto parece
formar parte de una estrategia deliberada donde se escoge a algunos hijos para migrar y otros para permanecer en la zona. Para las familias
comuneras, la escuela tiene un rol especialmente importante en este
proceso, porque proporciona no solamente la alfabetizacin, sino tambin el dominio del castellano, ambos importantes para las posibilidades de los migrantes. Esta migracin masiva de comuneros a las ciudades del Per se debe tanto a la disponibilidad general de la educacin
bsica como a la pobreza.
En 1940 el Estado peruano expanda su sistema de educacin bsica a pueblos como Huaquirca, algo que tuvo muchas consecuencias
aparte de la migracin a las ciudades. De hecho, la primera generacin
de comuneros escolarizados en Huaquirca no migr, sino que utiliz
sus habilidades trabajando en la localidad en las movilizaciones polticas de 1945-60. Muchos comuneros describen cmo la educacin les
despert frente a los abusos de los gamonales de Huaquirca, y les permiti hacer cosas como leer libros de leyes. Hay pocas dudas de que los
lderes educados jugaban un rol importante en todas las luchas comuneras sobre la tierra y la organizacin comunal descritas antes. Hasta
hoy, la migracin es como un acto poltico para los comuneros, dado
que es la nica va por la cual pueden escapar de su condicin local de
indios y tributarios. En Lima, por ejemplo, las distinciones provinciales entre vecinos y comuneros valen poco, y una considerable movilidad hacia arriba es posible para comuneros cuya habla no les traiciona
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Vase el Expediente sobre la completa desmoralizacin eclesistica en Aymaraes, 1841, Archivo Arzobispal del Cusco, y la descripcin de Raimondi (1874:
226) de iglesias arruinadas en Totora-Oropeza. Ntese que se menciona a un
cura como residente en Huaquirca en el documento de 1838, Provincia de aimaraes, Matrcula de los Individuos poseedores de Tierras Sobrantes de Comunidades, Fondo de Tesorera Fiscal, Aimaraes, Doc.4, Archivo Departamental
del Cusco; pero ya no aparece en un documento similar de 1872 (Marges de
los Terrenos Sobrantes de la Comunidad de la Provincia de Aymaraes, Fondo
de Tesorera Fiscal, Aymaraes Doc.8, Archivo Departamental del Cusco).
Este barrio es notable para una rivalidad feroz entre dos apellidos, los Huachaca y los Pumacayllos. Quizs la razn ms importante para la emergencia de Barrio Alto como un nombre alternativo para el barrio era que los Pumacayllo no
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soportaban que porte el nombre de sus enemigos. No obstante, el nombre Huachacayllo parece pautado segn el de Pumacayllo, y yo especulo que fue adoptado conforme creci la disputa entre estas dos familias, quizs ya tarde, como
a fines del siglo XIX, y no es el resultado directo de un ayllu precolombino. Un
censo colonial de 1689 s menciona un ayllu nombrado por Don Martn Vachaca, un kuraka, pero solo inclua a unos cuantos Huachacas (vase Villanueva
1982: 407-8), mientras que haba un nmero igual de los mismos en los seis ayllus restantes que existan en Huaquirca en ese entonces. Sean lo que sean estos
ayllus, evidentemente no eran grupos unidos en base al apellido. El hecho de
que dos de estos ayllus, incluyendo uno nombrado por Don Martn Huachaca,
tambin estaban presentes en el pueblo vecino de Matara (Villanueva 1982:
392-3) demuestra que tampoco eran grupos localizados. En base solamente a
esta informacin, se puede excluir la trasmisin histrica directa de la forma
ayllu como el proceso que dio lugar a la existencia de este barrio. Es posible que
el nico Pumacayllo mencionado en el censo de 1689 (Villanueva 1982: 412)
hubiese sido el primero en la regin, dado que es clasificado como indio forastero (una categora de tributacin que, es cierto, a veces trataba ms de la cantidad de tierra poseda por un individuo que su lugar de origen). En todo caso,
un solo Pumacayllo no hubiese podido pelear con veintenas de Huachacas, entonces este fenmeno se ha debido desarrollar ms tarde. Hasta en 1826, no haba varones con el apellido Pumacayllo en Huaquirca (vase Aymaraes de Indgenas 1826, Fondo de Tesorera Fiscal, Aymaraes Doc.1, Archivo Departamental del Cusco). Con toda probabilidad, esta rivalidad cuyo origen mucha
gente de Huaquirca ubica en un tiempo inmemorial, se ha desarrollado en el siglo XIX.
En el censo de 1689, se menciona un Ayllo Chambini, pero no incluye a Aiquipa alguno (Villanueva 1982: 409-11), mientras estos ltimos estaban concentrados en un ayllu portando el nombre espaol de Guzmn (Villanueva 1982:
399-401). Dado que puede ser que el Ayllo Chambini no era un grupo localizado correspondiente al barrio moderno de Champine, todava es posible que
unos o todos los Aiquipa vivieran en este lugar; pero es probable que fue la dotacin de tierras en el siglo XVIII por parte de Zola y Castillo que produjo su
residencia aqu. Otra vez, la relacin entre ayllus precolombinos y barrios modernos, en tanto que existiera, es muy dbil.
Este punto ha sido comentado por Adams (1959: 87), Fuenzalida (1970a: 53),
Isbell (1978: 71), Ossio (1978a: 10) y Fioravanti-Molini (1986: 349).
En este momento es difcil hacer una comparacin con otras etnografas, porque la mayora, o no dan cifras o no distinguen entre terrenos cultivados en el
valle y los cultivados en la puna baja.
Stein (1961) menciona posesiones domsticas que consisten en ms de doce
parcelas; Isbell (1978: 72) cita una variacin de hasta quince o veinte. Esta fragmentacin extrema probablemente refleja el predominio de la herencia en vez
de la compra de la tierra, a diferencia de la situacin en Huaquirca.
En otras regiones, los investigadores han informado sobre posesiones de tierra
ms diferenciadas que los que han observado en Huaquirca (p.e. Fioravanti
1973: 122; Isbell 1978: 51,72; Montoya, Silveira y Lindoso 1979: 63; Montoya
1980: 54). Tengo que anotar que el problema con estos estudios es que no especifican qu tipo de terreno, bajo qu tipo de tenencia y qu tipo de uso, se incluye en estas cifras; distinciones que este captulo va mostrar significativamente.
Considera el caso hipottico de dos unidades domsticas de padres, cada una
con 0,75 ha. de tierra en la vspera de un matrimonio entre sus hijos. Si cada
una diera 0,25 ha. para ayudar a establecer a sus hijos en una unidad domstica independiente, los tres grupos domsticos resultantes tendran cada uno 0,50
ha., a lo mejor el mnimo adecuado para una existencia autnoma. Cualquier
otro hijo no recibir terreno alguno en su dotacin. Esta situacin parece indicar que las posesiones domsticas no dependen tanto del nmero de bocas para alimentar (dado que esto no cambia de manera significativa hasta que la pareja joven tenga hijos grandes), como de los costos de mantener una unidad domstica autnoma, como por ejemplo los de patrocinar grupos de trabajo. No
basta tener una cosecha que simplemente alimenta a los miembros de la unidad
domstica, porque el mismo proceso de trabajo agrcola que produce la cosecha exige una redistribucin significativa de las reservas domsticas de vveres
de los que patrocinan los grupos de trabajo hacia los que trabajan en ellos. Si,
segn la letra del ayni, hubiera intercambios equivalentes de das de trabajo, el
efecto global sera uno de cancelacin, pero esto es exactamente lo que los vecinos rehsan hacer, lo que implica que su parte del trabajo agrcola en Huaquirca se transfiere en su totalidad a los comuneros, que s trabajan en los terrenos de otras personas. Como veremos, los comuneros que logran manejar
una unidad domstica independiente ya estn bastante avanzados para evitar la
necesidad de trabajar para los vecinos. Algunos de estos comuneros reciben ms
das de trabajo de los que devuelven, y dan ms comida y bebida de la que reciben, en un sistema de intercambio generalizado que salva a los comuneros pobres de morir de hambre, y a los comuneros ricos de renunciar completamente a todo trabajo en parcelas de otros, como han hecho los vecinos. Es en este
sentido que manejar una unidad domstica autnoma implica una relacin
compleja con una comunidad ms amplia, que no se puede reducir a proporciones entre individuos y a las diferencias en cantidades de tierra entre afines.
Aqu, los clculos tienen que proceder (de manera algo artificial) en base al hecho de que se compraba y venda cantidades reducidas de maz en Huaquirca,
durante 1982, en unos S/.3.000 la arroba, principalmente para aplacar el hambre de los tenderos puneos. Dado que la cosecha de una propiedad promedio,
en el valle, en un ao normal, es aproximadamente de 1.500 a 1.800 kg de maz
(una arroba = 11,5 kg) su valor terico en dinero sera entre S/.390.000 y
S/.470.000, antes de los costos de produccin, cuyo clculo monetario no sera
menos problemtico. Si se compara esto con el alquiler, en dinero, de S/.5.000
por ao y el precio de venta de S/.500.000, que s que fue pagado por un terreno, en 1982, se subraya lo obvio: la compra y venta de terrenos no se realiza bajo condiciones de mercado (Cfr. Ossio 1983: 35). Estudios anteriores, en su afn
de demostrar la penetracin capitalista, han informado sobre un mercado es-
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tablecido hace tiempo en terrenos del valle, sin molestarse en realizar este tipo
de clculo; y es casi cierto que nos engaan (p.e. Montoya, Silveira y Lindoso
1979: 25). Puesto que los que alquilaban o vendan su terreno, en todos los casos que yo conoca, haban migrado de Huaquirca a un centro urbano, los pagos relativamente reducidos que reciban (en trminos de mercado) podran ser
entendidos como un compromiso entre dos principios generalmente reconocidos que entran en conflicto en el caso de migrantes: de un lado, se supone que
los derechos de uso de terrenos del valle son exclusivos; de otro lado, se supone
que dependen de la residencia en Huaquirca. Los diversos derechos y limitaciones que comprenden la propiedad en esta zona sern tratados en el texto. Lo
que es importante ahora es que la compra-venta de terrenos no indica necesariamente el tipo de derecho absoluto, libre de limitaciones, de propiedad, que el
capitalismo tiende a promover y presuponer.
Los trminos variaban entre S/.10.000 y S/.40.000 por ao durante mi residencia en Huaquirca.
Este robo no necesariamente perjudica a los vecinos, a largo plazo, y hasta puede ser visto como parte de una pauta estructural que mantiene a los vaqueros
como dependientes de sus patrones. Un ejemplo especialmente revelador trata
de un vaquero que rob y carne la vaca de la suegra del hermano de su patrn.
Ella le encontr tratando de enterrar el cuero y fue inmediatamente donde el
hermano de su yerno, quien no poda hacer ms que reponer la prdida. Pero
se utiliz esta suma para prolongar el perodo de servidumbre del vaquero durante unos aos ms, que a la vez iba a aumentar la motivacin de seguir robando. Dado que los vaqueros estn amarrados por sus responsabilidades a
cierta localidad, y no son abigeos profesionales con redes de compadres en varios valles, no pueden deshacerse de animales robados con facilidad, y es muy
probable que sean encontrados. Otro ejemplo trata de un joven comunero que
forz la entrada de una tienda en Huachacayllo y escap con una lata grande de
alcohol, slo para caer inconsciente en la calle momento despus, todava abrazado del cuerpo del delito. Despus de unos das en la crcel, el juez de paz ofreci al tendero pagar el costo del alcohol, a cambio de un ao de servicio del comunero en su propiedad en la puna, una oferta que el culpable no pudo rechazar. Entonces, se puede ver el robo como un mecanismo de reclutamiento para
el peonaje por deuda. Al comentar el robo por parte de comuneros, sin embargo, no quisiera negar que algunos vecinos estn involucrados en el abigeato, que
parece bastante probable en la regin de Antabamba, y ha sido comentado en
otras partes como un elemento del complejo global del gamonalismo (Skar
1982: 246; Poole 1988).
Un caso extremo trata de un joven de la puna que no recibi dotacin alguna
cuando se cas con la hija (y mayor de todos los hijos) de un comunero relativamente acomodado de apaa, uno de los pocos que poseen terrenos tanto en
el valle como en la puna, al igual que los vecinos. Probablemente, como resultado de la discrepancia extrema en riqueza entre las dos familias, la joven pareja se fue a cuidar a las ovejas y alpacas del padre de ella en la puna. Esta situacin se diferencia de la servidumbre a los vecinos slo en la cantidad relativa-
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mente liberal de productos del valle que reciben de los padres de ella, y un pago anual en animales en vez de dinero, que algn da puede servir para establecer una unidad domstica independiente. Pero este pago anual empezaba a parecer algo terico, ya que no se haba entregado animal alguno despus de servir durante tres aos.
A veces se ha extendido esta provisin a la ocupacin y reapropiacin de terrenos sin uso dejados por migrantes. Durante mi residencia en Huaquirca, haba
al menos un caso de un residente local que utilizaba un pedazo de terreno, en
el valle, que perteneca a un migrante cuyos parientes estaban incapaces o indispuestos a obligar al ocupante a pagar alquiler. Esto haba continuado durante tres aos, y yo escuch a la gente decir del ocupante: Ya es casi suyo. Pero la
debilidad final de estas limitaciones corporativas sobre la tenencia individual, y
conceptos relacionados de cmo se deben afirmar los derechos de posesin a
travs de la residencia y el trabajo, se demuestra en la falta de xito de las ocupaciones de terrenos en 1960 (descritas en el texto) que estableci, en efecto,
que los comuneros relativamente poderosos tienen el derecho a excluir a otros
del cultivo de los terrenos que ellos poseen, pero no se molestan en cultivar. As,
en Huaquirca, hoy, el acceso a terrenos del valle es un problema agudo para muchos comuneros jvenes, pero a la vez hay andenes abandonados utilizados solo para el pastoreo durante la poca seca.
La misma situacin ha sido comentada en otras partes de Los Andes por Brush
(1977b: 116), Isbell (1978: 49), Montoya, Silveira y Lindoso (1979: 90), Montoya (1980: 292) y Skar (1982: 163). Antes de la expansin del Estado local en el
valle de Antabamba, durante las ltimas dcadas, cuando casi no haba trabajo
asalariado, el ganado vacuno fue la fuente principal de ingresos en efectivo para los vecinos, y era el factor principal de su diferenciacin econmica frente a
los comuneros. Varias unidades domsticas de vecinos siguen dependiendo de
la venta de vacunos para la mayora de sus ingresos.
Consideraciones como stas hacen del concepto de la comunidad andina una
entidad autnoma y autodeterminante que escoge no participar en el mercado
(p.e. Isbell 1978: 19, 21, 168), algo tan equivocado como el punto de vista
opuesto, criticado en la nota 9, de que hay un mercado de tierras para encontrar all. Tal vez lo importante sea que la forma mercanca juega un rol subordinado en la organizacin de la sociedad rural andina, no que est ausente. Posiciones romnticas, como la adoptada por Isbell (1978), reflejan el economismo extremo de la teora de la dependencia, en que ambos atribuyen un significado injustificado a actos relativamente aislados de intercambio mercantil.
Esta propiedad se llama Huaylla-Huaylla, y consiste en 5.15 ha. Est cercado y
recibe riego de la acequia del mismo nombre que la propiedad, una prctica altamente anmala en un terreno a esta altura (4.000 msnm). Esta propiedad era
de un vecino, pero form parte de la nica expropiacin de terrenos que ocurri en Huaquirca durante la Reforma Agraria de 1969-1975. El terreno fue
comprado en 1944 por siete individuos, quienes han debido vender sus posesiones en los laymi, en el sector donde se estableci la propiedad. Al ser devuelto a la tenencia comunal por la expropiacin de 1975, este terreno no fue rein-
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tegrado al sistema de laymis, sino que segua en descanso hasta 1982, cuando
fue efectivamente parcelizado y cada comunero recibi una extensin minscula de terreno para cultivar.
Los ricos pastos de Huaquirca siempre han sido objeto de codicia de los vecinos, en especial de los de Antabamba. Algunos de ellos no slo siguen poseyendo estancias en la puna lejana de Huaquirca (alrededor del cerro Supayco, cuyo
significado ritual ser tratado en el Captulo 7); otros hasta suelten sus vacas en
los territorios de pastoreo comunal en Huaquirca, y reclaman el derecho de pagar a la Comunidad Campesina de Huaquirca por el acceso a ellos. Se ha comentado arreglos parecidos en otros lugares (Montoya 1980: 239). Aunque la
Comunidad pareca sentir que esto iba en contra de los derechos, no rehusaba
este alquiler obligado de sus pastos, entonces esta prctica puede tener cierta legitimidad de costumbre.
La razn ms importante por la que no se puede aplicar la ley, es que supone la
existencia de una autoridad comunal con un mandato para redistribuir todos
los terrenos bajo su jurisdiccin, como si fueran terrenos de laymi. Aunque hay
rumores persistentes de comunidades que todava tienen redistribuciones
anuales de terrenos, o los tenan hasta hace poco (p.e. Arguedas 1968: 331;
Fuenzalida 1970b: 238-9; Malengreau 1980: 533-4), lo que nunca se especifica
es qu tipo de terreno. No hay informes que especifiquen una redistribucin
comunal de terrenos del valle, y sin tal arreglo, el alquiler y la compraventa se
convierten en casi la nica manera de coordinar el ciclo de desarrollo del conjunto de grupos domsticos en la comunidad, dado lo inadecuado de la herencia, descrita en la nota 8. Suprimir la venta y el alquiler de terrenos en Huaquirca sera tambin suprimir el ciclo de desarrollo de sus grupos domsticos; as,
nadie ha intentado alguna vez aplicar la ley.
La pauta general de terrenos privatizados en el valle y el acceso comunal a los
terrenos de pastoreo en la puna han sido comentados por Malengreau (1974:
179) e Isbell (1978: 38); mientras Matos Mar (1964: 73, 119) y Ossio (1983: 46)
hablan de derechos privados de uso agrcola en general, sin distinguir entre tenencia en el valle y en laymi. No obstante, Ossio (1983: 47) comenta un uso parecido de los cercos para definir la propiedad privada tradicional, y nota que
su ausencia en los campos de papa en descanso es tomado como un indicio de
control comunal. Skar (1982: 144) seala que tales parcelas cercadas de terreno
en el valle se llaman michkas. Montoya (1980: 53, 294) nota el cercamiento de
terrenos de valle en Puquio y en las orillas de los ros Pampas, Pachachaca y
Apurimac. Arguedas (1968;202-3, 330, 332) refiere la retencin de derechos comunales de pastoreo en los rastrojos dejados por la cosecha en terrenos de valle definitivamente parcelados, y que este ltimo prevalece en Puquio y en Los
Andes en general. Todo esto parece estar de acuerdo con lo que he descrito para Huaquirca. Aunque Mishkin (1964: 144-6) comenta la conversin de terrenos de ejido (de pastoreo comunal) en terrenos agrcolas privados de la comunidad en Kauri, lo presenta como una desviacin de la pauta general en la regin, que tambin parece conformarse al modelo dado aqu.
Referente a esto, Fuenzalida (1970a: 71) tiene todo el derecho de argumentar
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que el arcasmo del indio es, de hecho, principalmente un arcasmo hispnico. Adems, se puede sugerir que los indios andinos de hoy estn en este sentido ms cercanos al campesinado ibrico que a sus ancestros prehispnicos
(Stein 1961: 12); un punto desarrollado largamente por Arguedas (1968) en un
estudio provocativo que la teora posterior de la etnicidad se ha visto obligada a ignorar.
Esto es el caso, sobre todo cuando un partido de la oposicin controla el distrito, como el de la Izquierda Unida durante mi residencia en Huaquirca. Oficiales de la Cooperacin Popular, la agencia a cargo de proyectos de trabajo tributario para el partido oficialista, Accin Popular, visitaban Huaquirca constantemente para controlar y molestar a las autoridades locales, y acusarles de comunismo. Debido al temor de que estas acusaciones pudieran ser elevadas a la categora de terrorismo (muchas veces el equivalente de una sentencia de muerte en el clima poltico de la poca), las autoridades de la Comunidad y del Distrito de Huaquirca terminaron cumpliendo con la poltica tributaria del gobierno casi en el mismo nivel que en otros lugares.
Durante el gobierno de Velasco (1969-1975), por primera vez se nombraba a
comuneros como alcalde y gobernador. En las elecciones municipales de 1981,
varios comuneros fueron candidatos a regidores, algunos con xito, pero ninguno como alcalde. Muchos creyeron que el vecino que gan la eleccin, no lo
logr porque los comuneros estaban convencidos del programa electoral de la
Izquierda Unida, sino porque era visto como el menos abusivo de los alternativos disponibles; una anlisis que yo apoyo. Parece que todava hay un sentimiento entre los comuneros de que el cargo de alcalde no es para ellos, no obstante reconocen que s les interesa quien lo ocupa.
Vase Fuenzalida (1970b: 224, 230-1), Grondin (1987: 21-2) y Platt (1982: 401). Falta ver exactamente en qu ha consistido esta tenencia comunal de la tierra en diversos tiempos y lugares. En Huaquirca, por ejemplo, Zola y Castillo
emiti un ttulo corporativo a los terrenos comunales, en algn momento, durante su largo turno de servicio (1720-1785). Pero este mismo oficial colonial
otorg un ttulo privado a los Aiquipa para los terrenos de Lucrepampa. Adems, un documento de 1794 cita a varios vecinos de Huaquirca y sus haciendas respectivas, principalmente dentro de lo que, sensu stricto, deberan haber
sido terrenos comunales (vase Expediente relativo a las fianzas que debe dar
el subdelegado del Partido de Aymaraes S. Santiago Noboa, del R.l Ramo de las
Mitas de Guancavelica de su cargo, Archivo Departamental del Cusco, Intendencias, Gobierno, Legajo 142, 1794). Esto sugiere algo mucho ms parecido a
la pauta que yo he descrito para el presente, es decir una forma modificada de
la tenencia tradicional espaola. Entonces, la comunalidad de estos terrenos
hubiese sido solo parcial, y se hubiese referido tanto a la proteccin nominal
contra la formacin de haciendas verdaderas como a la tenencia misma, que
hasta en ese momento inclua derechos exclusivos a extensiones pequeas (las
haciendas del documento).
Vase Stein (1961: 189-90), Fuenzalida (1970b: 230), Davies (1974) e Isbell
(1978: 171).
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Captulo 3
ESTTICA Y POLTICA
EN LOS RITOS DE LA POCA SECA
chanchos y caballos de las calles de apaa en la maana del 28 de julio. Segn rumores, iba a haber una multa para los que permitan que
sus animales corrieran sueltos ese da. Una vez que se haba barrido las
calles, se colgaban banderas peruanas en la mayora de los balcones y
ventanas de los edificios de dos pisos. El acontecimiento principal del
da empez cerca de las 10H30, en la plaza, donde la mayora de la gente del pueblo se reuni para mirar un espectculo lanzado por las escuelas locales, que haban pasado el mes anterior en serios ensayos. Los
comuneros y los vecinos menos importantes se sentaron en la larga fila de gradas entre la iglesia y la plaza, mientras se coloc una fila de sillas de madera en su delante para los vecinos ms ilustres, entre ellos las
autoridades polticas de turno. El acontecimiento empez con el desfile escolar, una sesin extendida de marchas de paso alrededor de la plaza, con msica militar tocada por algunos alumnos mayores con tambores e instrumentos de banda. Unos 220 alumnos participaban en esta actuacin, un nmero que sobrepasara hasta los clculos ms entusiastas de la matrcula del ciclo bsico en el pueblo. Tambin participaban seis hombres de las clases de Educacin Laboral Bsica (alfabetizacin de adultos). Se realizaba la marcha en unidades tipo brigada, segn el curso escolar y el sexo. Todos los alumnos se esforzaban en reunir el nmero mximo de elementos con el uniforme escolar (tericamente) obligatorio. Varios profesores usaban varas largas para regular
la organizacin interna de las brigadas y los espacios entre ellos. Pero la
seriedad del espectculo fue constantemente minada por perros vagabundos y nios menores que salan del pblico para dedicarse a imitar
el paso de parada de manera entusiasta pero errtica.
Despus de una hora ms o menos, cuando el desfile al fin termin, cada brigada entraba por turnos a mostrar sus bailes folclricos
y dramas nacionalistas, y a recitar discursos patriticos en un castellano florido que no era nada tpico de la charla cotidiana de los nios.
Los dramas incluyeron una representacin de las hazaas de San Martn en la liberacin del Per del gobierno colonial, y varias piezas ms
estticas y alegricas. En una de estas actuaciones, la ms blanca de las
chicas vecinas en Huaquirca, vestida de los colores nacionales rojo y
blanco, se paraba en una silla con la mirada fijada en el vaco y sin decir palabra, mientras una serie de chicos comuneros muy morenos se
acercaban a jurar lealtad y devocin eterna a ella, como personificacin
de la Patria. De vez en cuando, estas actuaciones eran interrumpidas
privilegiada, hasta nica, de donde la nacin deriva su orden. Por supuesto, esta representacin tiene que ser matizada porque no se representa la rutina cotidiana de la escuela durante las fiestas patrias, sino
una transformacin especialmente militarizada de la misma. As, se entiende la nacin como escuela slo hasta el punto en que se entiende la
escuela como un ejrcito, algo que reciba un nfasis particular bajo el
rgimen de Velasco (1968-1975), segn un informante. De muchas maneras, la fusin parcial de la escuela y el ejrcito es apropiada, dado que
histricamente stas son virtualmente las nicas instituciones que han
incorporado a los comuneros a la vida nacional del Per. Pero el hecho
es que en pueblos rurales como Huaquirca, son las escuelas, y no el
ejrcito, las llamadas a proporcionar la imagen apropiada de la nacin
como una sociedad ordenada durante este festejo.
Una consecuencia principal de esta representacin metafrica
bsica de la nacin como una escuela es aqulla que considera que la
educacin proporciona el medio fundamental de las relaciones sociales
dentro de la Patria. Se concluye que el discurso letrado del profesor vecino debe ser entendido como una categora no-marcada, una expresin de la norma nacional, en vez de una expresin de su poder local
como clase. De repente se supone que los bailes folklricos y los partidos de ftbol son una concesin mitigante a la cultura popular, pero de
hecho se aprende ambos en la escuela, y ocupan un lugar escaso o nulo fuera de ella. Por implicacin, los discursos polticos alternativos desarrollados por los comuneros (como los explorados en el Captulo 7)
portan marcadores tnicos, y no contribuyen a la vida de la nacin. Pero al extender los beneficios de la educacin a los nios comuneros, la
escuela tambin les promete una ciudadana verdadera. As, la escuela
representa algo de una misin civilizadora en estos rincones andinos,
un sentimiento que varios profesores me confiaban en el curso de mi
investigacin. De esta manera, las fiestas patrias representan una declaracin agresiva de la hegemona vecina, pues ellos son la parte que representa la totalidad y proporciona sus trminos de referencia.
Por supuesto, hay cierta verdad sociolgica en estas proclamaciones apenas veladas. Como argument Gramsci (1971), cada relacin
de gobierno es en parte una relacin de educacin, y varios autores modernos sugieren que la educacin es un componente ntegro del nacionalismo moderno (p.e. Geertz, 1973; Anderson, 1983; Gellner, 1983).
Es casi indudable que la educacin es un prerrequisito para la partici-
so del profesor crea una teleologa nacionalista donde el Estado moderno aparece como un brote no problemtico de la gente y su pasado. Lo
que desaparece en el proceso son todas las cuestiones espinosas de raza y clase que han creado una cuestin nacional en el Per. En vez de
esto, la oratoria del profesor toma a la nacin como un dado, no cuestionado, e intenta retratarla de manera sacralizante. Aqu estamos frente a una tradicin de narrativa sagrada, hecho comprobado por la furia
popular que recibi Bonilla y Spalding (1971), historiadores profesionales que argumentaron que la independencia peruana no se logr a
travs de una lucha heroica del pueblo. Tal mensaje no puede encontrar
lugar en el gnero triunfalista del discurso practicado por alumnos y
profesores en este rito.
Pero a travs de su forma didctica y expositiva, las fiestas patrias
admiten tcitamente que hay incertidumbre en el significado de la repblica moderna. Aqu hay una paradoja interesante. En tanto que el
rito intenta concretizar el significado de los acontecimientos histricos
en cuestin, al dramatizarlos y colocarlos en un marco proposicional,
cada vez se apoya ms en los predicados abstractos de nacin, independencia y libertad. Pero estos trminos no designan realidades en la
vida de la gente, y tienen poco poder para aclarar los acontecimientos
que supuestamente explican. Es irnico que en tanto que el festejo se
acerca a la ideologa, en el sentido de intentar enunciar proposiciones
explcitas y sistemticas, se vuelve ms incoherente en el nivel representativo ms bsico. Al fin, la nica cosa a la cual esta retrica nacionalista puede referir con algo de certidumbre es la experiencia ritual en donde se incrusta. En vez de proporcionar un modelo de una realidad nacional externa, las fiestas patrias tienen poca alternativa, ms que la de
simular la situacin a que refieren. Esto no debe ser sorprendente si
uno acepta la idea de que las naciones son comunidades imaginadas,
que slo pueden ser captadas de manera simblica, a travs de ritos como ste (Cfr. Anderson, 1983; Kertzer, 1988). El hecho persiste, sin embargo, en que esta imaginacin se desarrolla en una forma ritual especfica de cierta clase social. La oratoria que se despliega en las fiestas patrias es un rasgo distintivo del repertorio cultural de los vecinos. En
tanto que los fines representacionales del rito se deshacen, esta forma
de habla socialmente cargada surge como el verdadero medio y contenido de la Patria. Este desarrollo, a su vez, establece la nocin de los vecinos como los representantes locales de algo que se llama cultura na-
cional, en la cual los comuneros no estn tan completamente integrados, o no estn integrados de ninguna manera.
Por supuesto, la mayora de estas observaciones se aplican al discurso nacionalista en general y no solamente al del Per. Pero la naturaleza particularmente pseudo-proposicional del discurso nacionalista
se hace aparente cuando se lo yuxtapone con los ritos agrario del ciclo
anual realizados por los comuneros. Estos ritos agrarios no se realizan
en una modalidad verbal, mucho menos una modalidad ideolgica. De
hecho, no parecen intentar representacin alguna, sino simplemente
proporcionan imgenes abiertas. A primera vista, nada podra contrastar ms con la orientacin discursiva de las fiestas patrias. Despus de
todo, estos ritos son los artefactos de un campesinado, no de un grupo
de profesores. Pero estos ritos ubican sus imgenes en medio de otras
actividades agrarias que componen el ciclo anual, y al hacerlo, permiten reflejar y refractar la prctica local de manera tan concreta como
sutil. Irnicamente, este acercamiento no discursivo les permite lograr
un nivel de referencialidad mucho mayor que el cortocircuito de las actuaciones de las fiestas patrias. Para ver cmo es esto, ahora nos dirigimos al primer rito agrario del ciclo anual, el techado (o renovacin del
techo) de la casa.
El techado de casa
En Huaquirca hay unas cuarenta y cinco casas con techos de paja. Ya hemos visto que tales techos generalmente sealan pobreza en
Los Andes rurales. Dado que un techo de paja suele durar al menos diez
aos, raras veces se ve renovar el techo en ms de cinco casas al ao,
aunque hace unas dcadas esto hubiese sido diferente, cuando, se dice,
todas las casas de Huachacayllo y Champine tenan techos de paja
(Centeno, 1949: 5). El significado de la renovacin del techo no es estadstico, sino que surge de la perspectiva particular sobre la vida domstica all creada, que se basa con firmeza en el ciclo anual de trabajo
y ritos, y por lo tanto refleja la actividad vital de todos los comuneros,
no solamente los ms pobres y tradicionales entre ellos, que todava viven en casas con techos de paja.
La renovacin del techo tiene lugar, en Huaquirca, entre agosto
y mediados de septiembre (Cfr. Isbell, 1978: 168), despus de la cosecha
y antes de la siembra. Esto es un perodo intersticial entre un ao agr-
Figura 9
El ciclo anual de trabajo y ritos en Huaquirca
cola y el prximo, o ms precisamente una temporada cuando las unidades domsticas tienen que atravesar una transicin de la fase de
apropiacin privada centrada en la cosecha, hacia un perodo de produccin colectiva que empieza con la siembra. La casa misma es un sitio crtico en esta transicin. Durante la cosecha, los productos son
trados de las chacras y almacenados en los desvanes de las casas de la
gente. Por lo general se asocia la casa con el consumo, la privacidad y la
exclusividad (vase Stein, 1961: 70, 74-5, 79, 136), pero esto es ms cierto todava de sus techos, que son el depsito de la cosecha apropiada de
manera privada. La renovacin del techo confirma y a la vez desafa este nfasis en la apropiacin domstica. Antes de que se pueda renovar
el techo como recipiente de la propiedad domstica, primero tiene que
ser desnudado por un gran grupo de trabajo, el primero en reunirse
chas veces son descritas como platos o comidas. Sin embargo, cuando
un espritu del cerro desea iniciar una relacin ms intensa y prspera
con una unidad domstica, sus demandas ya no pueden ser restringidas a la comida, y enfocan la hija del ritualista como pareja sexual (vase Gose, 1986: 302-3). En estos casos, el espritu del cerro virtualmente
se convierte en un yerno; mientras, en el techado de casa, se recluta al
yerno a travs de un paquete de bienes de consumo que, como los platos para el espritu del cerro, constituye un sustituto de bajo nivel para
una hija casadera. As, el tomador de la mujer y el espritu del cerro,
hasta cierto punto, se ven en los mismos trminos (vase tambin Harris, 1982: 65).
Una razn por la que esta unin conceptual ocurre es que tanto
el espritu del cerro como el yerno reciben ofrendas que legitiman la
apropiacin privada por parte de unidades domsticas durante la temporada de crecimiento. Al redistribuir su propiedad a travs del sacrificio y el matrimonio, una unidad domstica comprueba que la apropiacin privada es compatible con un beneficio mayor, que estas figuras
llegan a representar. Voy a mostrar en el Captulo 7 cmo los sacrificios
a los espritus de los cerros legitiman la conversin de los productos
agrcolas en la propiedad privada de unidades domsticas individuales
durante la poca seca. Pero tambin es digno de notar que en muchos
lugares de Los Andes, la gente trata de coordinar el matrimonio con la
poca seca, antes o durante la temporada de renovacin de techos.4
Cuando la colaboracin agrcola se ha suspendido, y durante meses se
ha enfatizado la propiedad, el matrimonio es una forma nicamente
apropiada de compartir entre unidades domsticas. Ya hemos visto que
los padres, tanto de la novia como del novio, suelen contribuir con la
propiedad a la formacin de una unidad domstica nueva, que vive
neolocalmente. De otro lado, el techado de casa representa el matrimonio de otra forma, como la entrega de una hija, por parte de una unidad domstica patrocinadora, a un yerno reclutado entre los que trabajan para ellos. Al representar el matrimonio como la prdida de una
hija en un sistema virilocal basado en el intercambio de mujeres, el rito sugiere que los patrocinadores estn realizando un sacrificio a un tomador de mujeres de rango ms elevado, precisamente en el momento
en que realmente se estn beneficiando del trabajo de los dems en lo
que parecen ser relaciones de minka.
al minkay. Pero esta misma ambigedad persiste fuera del rito en la vida cotidiana, donde los yernos actan tanto como co-propietarios legitimadores y como trabajadores a quienes se puede explotar sin fin a
travs de la minka. Es interesante saber que esta ambigedad de condicin se limita enteramente a los valores sociales propietarios apropiados a la poca seca: el yerno puede ser o inferior o superior, pero no
un igual segn el modelo de compaeros en ayni durante la temporada de crecimiento. Pero cuando nos dirigimos al desarrollo secuencial
del yerno durante este rito, su asociacin con las preocupaciones propietarias de la poca seca se vuelve menos absoluta.
Antes de sobresalir como tal, al encontrar el paquete de bienes de
consumo, el yerno no es ms que otro amigo de los patrocinadores,
ayudndoles en un grupo de trabajo del tipo que tiene lugar de manera rutinaria entre compaeros de ayni durante la poca de crecimiento. Al abandonar el trabajo de colaboracin para una forma de consumo que equivale a la conyugalidad, el yerno recapitula el movimiento
del ciclo anual desde los carnavales hasta la cosecha. Como en la vida
real, el reclamo matrimonial del yerno resulta de un perodo anterior
de trabajo en los campos. El encuentro conyugal que define al yerno
ocurre en el lugar de trabajo en la puna; slo al da siguiente se presenta en la casa, en el pueblo. Por lo general, los comuneros de pueblos del
valle como Huaquirca ven las chacras y la puna como lugares apropiados para encuentros sexuales sin compromiso, mientras las relaciones
matrimoniales ocurren en las casas del pueblo (vase Isbell, 1978: 59;
Harris, 1980: 78). As, las dos apariciones del yerno en este rito corresponden a dos modos o etapas diferentes de la conyugalidad. Adems,
mientras el matrimonio se asocia conceptualmente con la poca seca,
estos encuentros sin compromiso en el espacio salvaje se asocian con la
poca de cultivo. Estos encuentros eran institucionalizados en bailes
nocturnos para los solteros y solteras, llamados qhashwa o ayla, que se
solan realizar en los campos despus de la limpieza de las acequias para sealar el reinicio de la temporada de crecimiento en Huaquirca y
muchos lugares de Ayacucho. Al parecer, tales bailes todava se realizan
en el altiplano boliviano entre las celebraciones de Todos los Santos y
Cuaresma (Buechler y Buechler, 1971;76-7; Carter, 1977: 181), es decir,
durante el perodo de crecimiento ms intenso. Primero encontramos
al yerno bajo esta modalidad no domstica, apropiada para el perodo
de crecimiento de cultivos, y slo cuando aparece en el pueblo al da si-
guiente ha pasado realmente por la transformacin matrimonial de extrao salvaje a incorporado domado. Slo entonces puede legitimar las
preocupaciones propietarias de sus suegros al colocar una cruz en la
cumbrera de su techo.
Cuando yo pregunt a la gente por qu se coloca la cruz en la
cumbrera del techo, la nica respuesta detallada que recib fue que se la
coloca all para proteger contra cabezas voladoras (uma phawa o qepqe en quechua). Ostensiblemente, estas cabezas se separan de los cuerpos de gente viva, sobre todo en la noche, y vuelan por el aire con sus
mandbulas batiendo. Esto es una imagen antigua y difundida en Los
Andes (vase Guamn Poma, 1615: 282; Morote Best, 1953), que muchas veces se atribuye a la brujera. Pero en Huaquirca me decan que el
incesto, sobre todo entre padre e hija, es lo que genera estas fantasmas
(en otros lugares se destaca el incesto entre compadres, vase Stein,
1961: 134-5). Se dice que las cabezas voladoras piden ayuda, sabiendo
que al morirse se convertirn en condenados; almas que tienen que pasar por un perodo prolongado de purgatorio en este mundo, durante
el cual atemorizaran a los vivos. La cruz protege al grupo domstico de
este tipo ms temido de incesto (entre padre e hija), y de sus consecuencias, y tambin lo hace el yerno que lo regala. Esto sugiere que el
valor principal del yerno frente a los patrocinadores no es como un
trabajador explotable (minkay) sino ms bien como alguien que, al
consumir el paquete de comida y alcohol equivalente a su hija, evita el
consumo ilcito e incestuoso de la misma por parte del patrocinador
varn. De hecho, en tanto que el yerno consuma con mayor voracidad
el primer da, con ms seguridad va poder legitimar a sus suegros el
segundo da. Pero, por supuesto, de ninguna manera los patrocinadores entregan a una hija en este rito, sino slo con un pago apropiado para un minkay. Por lo tanto, la bendicin de la casa a travs de la cruz
donada por el yerno resulta ser ms aparente que real, y sujeta a una revisin posterior.
En la cultura andina, las cruces tambin se asocian ntimamente
con los cultivos,7 principalmente porque las fiestas de la Exaltacin de
la Cruz (14 de septiembre) y la Invencin de la Santa Cruz (3 de mayo)
coinciden con la siembra y la cosecha del maz. Tambin se utilizan cruces para proteger los sembrados mientras crecen. Tpicamente, se saca
las cruces de la iglesia y se las lleva a los campos el 14 de septiembre, sobre todo a las chacras en la puna baja, y son devueltas al pueblo el 3 de
mayo, adornadas con los productos que han estado protegiendo, para
ser bendecidas en la iglesia. Esto es una especie de segundos frutos
que suplementa los primeros frutos celebrados en Carnavales y antecede inmediatamente la cosecha, anticipando e indicando su abundancia.
Dado que la paja para el techo tambin sigue este movimiento hacia
abajo, desde la puna hacia el pueblo, y es cosechada con segaderas, como los productos, unos meses antes, parece que la cruz subraya la conexin metonmica entre cosecha y techo que resulta del almacenamiento de la primera debajo del segundo. De hecho, la gente, en muchos lugares de Los Andes, hace explcita esta conexin al colgar una
canasta o una cruz decorada con productos y flores silvestres de la viga
principal durante el techado,8 para que la cruz signifique abundancia
debajo del techo.
Estos dos aspectos de la cruz, como un seal de la abundancia
agrcola y una fuerza mitigante contra el incesto, se unen directamente
en una opinin difundida en Los Andes: el incesto provoca malas cosechas en una comunidad donde puede ocurrir (Stein, 1961: 35; Burchard, 1980: 600; Valderrama y Escalante, 1980: 260); una idea que se
puede extender hasta incluir el adulterio (Flores, 1973: 51). Para garantizar la abundancia, la cruz tambin tiene que prevenir el incesto. Pero
no fue siempre as, dado que en los mitos de los Laymi, el tiempo antes del tab del incesto era una poca de abundancia, cuando todas sus
comidas favoritas crecan ya preparadas para ellos, y la ropa se produca milagrosamente de la tierra, una verdadera edad de oro cuando el
trabajo era innecesario (Harris, 1980: 79). Esta claro que la cruz representa un tipo especfico de abundancia, la que es legtima y ha sido obtenida a travs del trabajo, no la que es silvestre, espontnea o incestuosa. Como resultado, la cruz no slo significa la abundancia y la apropiacin privada de la cosecha, sino tambin proporciona un resguardo
en contra del exceso inaceptable en ese sentido, y as se convierte en una
fuerza para el reinicio de la temporada de cultivos, durante la cual el solapado de las relaciones de ayni y las del compadrazgo dan un sabor
cristiano al trabajo en colaboracin. As, al proporcionar a sus suegros
una cruz para la cumbrera de su techo, el yerno tambin les empuja hacia una fase de colectividad renovada en torno al trabajo en los cultivos, a la vez significados por la cruz. Esto es as sobre todo en el contexto del rito, donde hay un elemento de duda sobre si el yerno y su cruz
tivos, durante la cual la casa devuelve una buena proporcin de sus reservas a los campos en la forma de semilla y chicha, y los cerros se vacan del agua acumulada a travs de las libaciones (tinka) que la gente
ha ofrecido durante la poca seca, para que crezcan los cultivos.
De todas las imgenes en el techado de la casa, la del zorro parece menos relacionada con el acto como un proceso de trabajo, pero a la
vez es la que regresa con mayor seguridad a la materialidad del techo,
al ser confeccionada con los restos de soga y paja. Debido a esta conexin sustantiva, el zorro merece una consideracin especial como un
vehculo para comprender el techo mismo, el objeto de todo el acontecimiento. Sobre todo, la gente andina ve al zorro como una criatura de
apetito y glotonera, un estereotipo confirmado por sus asaltos destructivos a los animales domsticos y hasta campos sembrados (vase Stein,
1961: 33; Tomoeda, 1982: 278). Podemos concluir que la imagen del zorro transfiere estas calidades al techo, como depsito de la cosecha
apropiada de forma privada, y que los dos comparten una oposicin
comn frente al orden productivo. Pero en un mito difundido en Los
Andes, la proclividad del zorro al consumo excesivo, explica los orgenes de la agricultura. Un da el zorro logr convencer al cndor para
que lo llevara a un banquete celestial; su glotonera provoc que el cndor, ese parangn entre aves, lo abandonara. Gracias a unos pajaritos
papachuichi, el zorro consigui una soga para empezar su bajada a la
tierra. Pero en el proceso insult a unos loros que estaban de paso,
quienes cortaron la soga ms arriba de l. Entonces el zorro cay a tierra y se revent como una naranja podrida; pero toda clase de cultivos salieron de la tierra de los nctares celestiales que el haba consumido (vase Tomoeda, 1982: 277-8). Este origen mtico de las plantas cultivadas es subrayado por el hecho de que su espritu (sawasiray) y sus
prototipos silvestres muchas veces tienen el prefijo atoq, que quiere
decir zorro en quechua (vase Valderrama y Escalante, 1978: 132; Tomoeda, 1982: 291). As, aunque al parecer las plantas domesticadas derivan del zorro, l sigue siendo un extrao silvestre frente a la produccin agrcola, y slo puede incorporarse a ella al morir.
Hasta en el inicio anual de la produccin agrcola, en oposicin
a sus orgenes mticos, la conducta del zorro y la naturaleza de sus contenidos gstricos no carecen de importancia. En algunos pueblos andinos se cree que la calidad de la poca de lluvias, y el xito global del ao
agrcola, puede ser pronosticado por la fuerza del grito del zorro du-
de la domesticacin tambin vara: el yerno representa una fuerza productiva salvaje que tiene que ser domada por el matrimonio, mientras
el zorro representa un consumidor salvaje que tiene que ser incorporado al orden productivo. Si es as, el zorro expresara la posicin de los
suegros10 o patrocinadores del techo, esos propietarios/consumidores
desordenados y explotadores que, como veremos, tambin resisten hasta la muerte su incorporacin en el orden productivo.
La construccin del zorro de paja precipita la imagen final de la
afinidad en este rito: las segundas nupcias burlescas de la pareja patrocinadora por parte del cura borracho. El sabor satrico de esta actuacin se aprecia mejor sobre el teln de fondo de expectativas creadas
por el mismo nombre del techado: wasichakuy. En trminos estrictamente analticos, wasichakuy debe traducirse como hacer la casa. En
la prctica, sin embargo, denota no solamente el techado, o renovacin
del techo, sino la fundacin de una nueva unidad domstica en el matrimonio (vase Cusihuamn, 1976). As, hay un sentido en que techar
una casa seala un matrimonio, y las imgenes del rito juegan con la
expectativa de que los dos actos deben de alguna manera coincidir. Pero, lejos de ser un intento serio de presentar ambos significados de wasichakuy, esta actuacin explota el lado oscuro de lo que significara si
los dos sentidos realmente correspondieran.
Cuando se llega al casamiento burlesco, es probable que slo
amistades cercanas que comparten y colaboran extensamente con la
pareja patrocinadora estn presentes. El acto parece coquetear con el
actual compartir de los esposos en lugares de Los Andes donde no se
institucionaliza el ayni durante la temporada de cultivo (vase Bolton,
1974a: 162). Con la prctica de ayni tan reducida durante la poca seca, es comprensible que habr un reconocimiento en juego en el hecho
de que un grupo domstico no deber renovar su casa (como emblema
de su tenencia de propiedad en general) sin pasar por una disolucin
figurativa, parecida a la del zorro en su cada a la tierra. En este sentido, el techado de casa anticipa el tiempo de cultivos y subraya su necesidad con un gesto hacia la forma ms radical de compartir que sera
necesaria si no se puede trasladar el foco de actividad de la casa a los
campos. Pero, en vez de facilitar una transicin a la produccin colectiva de la temporada de crecimiento, los casamientos burlescos ms
bien son una forma de evitarla y quedarse dentro del marco conyugal
de la apropiacin privada. A diferencia de los bailes de qhashwa que so-
te debera comportarse como compadres. Como resultado, las contradicciones del ciclo anual son subrayadas precisamente en un punto
cuando hubieran sido resueltos de manera convincente.
A travs de lo inadecuado de estos matrimonios hipotticos, se
nos da un vistazo negativo de lo que la regulacin comunal correcta de
la vida domstica debera ser. Tendra que mantener las relaciones de
compadrazgo en vez de subvertirlos, y subordinar una unin carnal individual al concepto ms amplio de comunidad espiritual. En Los Andes, este concepto de comunidad se asocia sobre todo con la prctica
del ayni, que se adelanta en la temporada de cultivo, inmediatamente
despus del techado. Ayni aleja las preocupaciones de la gente, del matrimonio hacia la agricultura, y traslada el foco de sus vidas desde la casa hacia los campos. Aunque el techo prefigura la temporada de cultivo al reunir a la gente en grandes grupos de trabajo, no logra relocalizarlos en los campos; as, es inconclusivo como transicin estacional.
En resumen, la casa con techo de paja, como el ciclo anual de trabajo y ritos dentro del cual se ubica su mantencin, existe en un estado
de contradicciones permanentes. Es slo al traer la paja de la puna salvaje, a travs de un proceso marcado por la disrupcin apenas controlada de la afinidad, que se puede crear un espacio domstico contenido. La abundancia requiere de este influjo de lo salvaje y de evitar el incesto; pero la abundancia y lo salvaje en s son de naturaleza incestuosa. As, el techo de paja es, como los cultivos, objeto de accin colectiva, y como los muros de adobe de la casa, tercamente privada y resistir
a la renovacin. Se podran enumerar otras instancias especficas de
contradiccin dentro de este rito, pero todos parecen moverse en torno
al conflicto ms bsico entre apropiar y compartir.
No se puede decir lo mismo de las casas con techos ms permanentes de teja o calamina, sobre todo en los recintos estilo fortaleza de
los vecinos, cuya estricta endogamia de clase y rechazo a compartir su
trabajo con los comuneros se refleja en estos materiales. Por supuesto,
la mayora de los comuneros ahora viven bajo techos de teja o calamina, y todava logran casarse y compartir su trabajo con los que viven en
casas de paja; entonces no se puede exagerar el significado de los materiales en este aspecto. Adems, me dijeron que muchos detalles de la renovacin del techo de paja pueden ser adaptados en la instalacin de
un techo de teja, aunque nunca lo vi. Todava la permanencia relativa
de techos de teja y calamina aleja la casa y su mantencin todava ms
tuales diferentes basados en dos posiciones de clase y sensibilidades distintas. Los rituales que rodean el techo en el ciclo anual tienen una forma hbrida: tanto vecinos como comuneros patrocinan y participan en
ellos, pero ninguno de los dos grupos monopolizan o imponen plenamente sus sensibilidades distintivas en ellos. As, estos acontecimientos
representan una especie de zona gris donde ciertos tipos de disputa,
negociacin y compromiso pueden realizarse.
Santiago
El primero de estos acontecimientos hbridos es la observancia
de Santiago, el 25 de julio. En 1982 consista en una tarde de carreras de
caballos y concursos de carreras a pie a lo largo de la plaza, y mucha circulacin de gente tomando trago. El pasante de Santiago compr veinte botellas de alcohol en una tienda, el da anterior, y tambin proporcion una cantidad limitada de chicha. Este alcohol no bastaba para saciar a los presentes; muchos trajeron sus propias botellas para aumentar lo que haba sido destinado para ellos. A diferencia de todos los dems festejos pblicos que vi en Huaquirca, este acontecimiento tiene
slo un patrocinador (carguyoq) y no dos, o al menos este fue el caso en
1982. Su actividad consista principalmente en distribuir el trago entre
las varias agrupaciones informales de gente tomando en diferentes lugares, ofreciendo un vaso a cada persona mientras se mova de grupo
en grupo. Mujeres comuneras se sentaban alrededor de las tinajas de
chicha, a distancia de la lnea donde empezaban las carreras. Hombres
comuneros se emborrachaban con rapidez en una tienda al lado de la
misma lnea, en compaa de unos vecinos ms jvenes que queran
que las carreras empezaran de manera justa, y hablaban de caballos con
cualquier comunero interesado. Los vecinos mayores se reunan al otro
lado de la plaza donde las carreras terminaban y no tomaban tanto.
Cerca de las 17. 00, el fro, los bolsillos vacos de la gente y la borrachera empezaba a vencer los nimos, y el acontecimiento se termin. No
fue tan diferente de los das en que muchos comuneros pasan sentados
en los patios de sus casas y tomando en esa poca del ao. Quizs la diferencia principal entre Santiago y una de estas borracheras ms informales es el mayor nmero de personas involucradas, y la disponibilidad
de trago gratis.
dura de madera y caas en dos dimensiones y adornada con tiras largas de seda y terciopelo en colores vivos, a la vez punzadas por miradas de plumas artificiales de pavo real. En 1982 haba seis de stos y como es de esperar, sus patrocinadores se llaman altareros. Todos estos
patrocinadores eran comuneros pobres que no tenan recursos como
para asumir un cargo ms costoso. En el pasado reciente, la Virgen de
la Asuncin tena dos cargos adicionales: los terceros proporcionaban
un da de corridas de toros cada uno y los capitanes proporcionaban
las bandas militares de trompetas, pfanos y tambores que tocaban da
y noche (vase Centeno, 1949: 10). Estos aspectos de la fiesta desaparecan a principios de 1970, o ms bien eran transferidos a la fiesta de
Santa Rosa (30 de agosto). En tanto que la fiesta de la Virgen se ha simplificado; la competencia entre los dos patrocinadores principales o
aferrados se ha convertido en su rasgo ms notable.
Cada unidad domstica patrocinadora trata de atraer ms gente
que su rival a su casa, proporcionar mejores msicos, ms bebida, un
banquete mejor (el ideal es ser el banquete de los doce potajes, es decir, de doce platos) y hacer que su festejo dure ms. En 1982 el acontecimiento tena un alferado comunero y otro vecino, que enfatizaban
an ms la naturaleza antagnica de esta competencia. Pero el alferado
comunero logr ganar en la fiesta de la Virgen porque su nmero
opuesto tena que recortar los festejos para retomar las clases escolares
en un pueblo vecino. El costo de patrocinar tal acontecimiento es muy
elevado, y un alferado acostumbra solicitar contribuciones de sus ahijados, afines y consanguneos. Estas contribuciones pueden ser en dinero, en especie o en servicios, y son anotados en un cuaderno para
conmemorar el acontecimiento. Hasta los ahijados comuneros ms pobres del alferado, se espera, han de contribuir algo, aunque sea slo lea. Esta donacin de lea se llama llantakuy. Figura de manera conspicua en las preparaciones para el acontecimiento, pero es difcil de explicar, excepto como un gesto de solidaridad con el alferado, porque
nicamente una cantidad reducida de lea es utilizada para cocinar, y
lo dems se acumula en grandes montones alrededor del patio del alferado, contribuyendo a la impresin general de abundancia. Durante la
fiesta, los invitados pueden hacer donaciones de dinero o de alcohol como un gesto de cortesa o lealtad; stos tambin sern registrados escrupulosamente en el cuaderno de los aferrados. A veces se representa
estas contribuciones como ayni que eventualmente tendr que ser de-
vuelto. Un aferrado que quiere mostrar de manera ostentosa las donaciones en dinero puede colocar los billetes en la cinta del sombrero, de
l o de ella, y pasear en medio de los invitados reunidos, o hasta por las
calles del pueblo.
Es difcil decir cundo terminan los festejos de la Virgen. En
1982 se continuaba bailando y bebiendo en la casa del alferado comunero hasta la tarde del 22 de agosto, aunque cada da haba menos gente. Al final, el acontecimiento era casi indistinguible de las borracheras
ms ntimas en las cuales los comuneros participan de manera regular
durante la poca seca.
Santa Rosa
La fiesta de Santa Rosa (30 de agosto) no es una tradicin de larga duracin en Huaquirca. Fue iniciada por un grupo de vecinos jvenes a principios de 1970. En casi todos sus detalles, esta fiesta se modela en la de la Virgen de la Asuncin. Santa Rosa tiene dos alferados principales, que activan una red personal de parientes carnales y espirituales para proporcionar una misa y procesin, banquetes, msicos y hasta una semana de borracheras. Tambin tiene varios altareros, que proporcionan exactamente los mismos servicios que sus equivalentes durante la fiesta de la Virgen de la Asuncin. Hasta se repeta el torneo de
ftbol entre barrios el 30 de agosto, con el mismo resultado (una victoria para apaa).
No est claro cmo y por qu la gente empezaba a observar Santa Rosa en Huaquirca. Un informante sugiri que el grupo de vecinos
responsables tena dificultades en ganar acceso a los alferados principales de la Virgen de la Asuncin, y decidieron establecer un acontecimiento alternativo en vez de intentar competir directamente. Esto explicara porqu los acontecimientos tienen un contenido casi idntico.
Pero la irona es que la fiesta de Santa Rosa rpidamente venci a la de
la Virgen de la Asuncin. Santa Rosa ahora incluye las corridas de toros, las bandas militares de trompetas, pfanos y tambores que eran,
hasta hace poco, una parte central de la fiesta de la Virgen.11 De los dos
acontecimientos, se puede argumentar que Santa Rosa se haba vuelto
ms tradicional, aunque llevaba apenas una dcada. El grupo original
de vecinos todava controlaba uno de sus dos aferrados, pero el otro haba cado en manos de un comunero. Santa Rosa se haba integrado en
la vida ritual de todo el pueblo, y todos buscaban sus cargos.
Pero sera incorrecto tratar la fiesta de Santa Rosa como una rplica exacta de la fiesta tradicional de la Virgen de la Asuncin. Durante Santa Rosa, los dos alferados proporcionan un da de corridas de toros y una banda militar cada uno, mientras estos deberes antes caan en
patrocinadores independientes durante la fiesta de la Asuncin: terceros proporcionaban las corridas, y los capitanes, las bandas militares
(vase Centeno, 1949: 10). As, ha ocurrido una consolidacin alrededor de los dos aferrados, que asumen lo que antes eran obligaciones ceremoniales distintas. La mayora de la gente con quien yo comentaba el
asunto atribuyeron esta transformacin al hecho de que menos gente
tiene los recursos para participar en el sistema de cargos. En tanto que
los alferados asumen deberes que antes eran de otras personas, sus costos tambin aumentan, aunque la mayora de la gente esta de acuerdo
en que los banquetes que dan raras veces alcanzan los niveles de los
tiempos pasados. Esto significa que menos gente est dispuesta a intentar el asumir estos cargos por miedo de fallar en cumplir con sus obligaciones, como pas a un alferado (un comunero) en 1982. Slo los comuneros ms prsperos pueden esperar mantenerse en pie en este nivel, entonces no sorprende que la mayora del nfasis ritual en la vida
comunera se encuentre no en el sistema de cargos, sino en el trabajo en
las chacras. La dificultad de pasar uno de estos cargos consolidados slo acenta la competencia entre aferrados, que es una dinmica todava ms central en Santa Rosa que en la Virgen de la Asuncin.
La fiesta de Santa Rosa contrasta con la de la Virgen en que la segunda es la santa patrona de Huaquirca, mientras la primera se identifica con Lima, tanto en la liturgia como en la mente popular. Los vecinos, sobre todo, sienten que la fiesta de Santa Rosa es ms cosmopolita
que la de la Virgen, aunque de otra manera su contenido es casi idntico. Este sentimiento se confirma por la manera en que muchos de sus
parientes que han migrado a Lima regresan a Huaquirca por una visita durante Santa Rosa. En todo apaa, hay muchos banquetes privados en honra de su regreso, muchos de ellos rivales en lo suntuoso de
los montados por los aferrados. En su conjunto, las fiestas de la Virgen
y Santa Rosa establecen una interaccin entre lo local y lo nacional
rasgo que es tpico del folklore en los estados nacionales modernos.
Ciertos elementos que significan colorido local (p.e. corridas de toros
y procesiones religiosas) estn subsumidos bajo una pauta genrica de
festividad que es esencialmente seglar, y abstrados de cualquier relacin especfica y contextual con la vida cotidiana.
En 1982, la celebracin de Santa Rosa ya empez en la noche del
27 de agosto con bandas militares tocando en el pueblo durante toda la
noche, y mucha bebida en pblico. Despus de llegar a su apogeo, el 30
de agosto y 1 de septiembre, la fiesta terminaba el 3 de septiembre, una
semana despus de empezar. Al da siguiente, el consejo municipal se
reuni para transferir los alferados de la Virgen y Santa Rosa para el
ao, y para nombrar guardianes de las chacras de papas.12 Esta es quizs la nica preocupacin agrcola que se vincula directamente con estas fiestas.
Limpieza de acequias
El primer paso concreto hacia el inicio de la temporada de cultivos es el trabajo comunal para limpiar las acequias, llamado la yarqa
faena. Esto involucra cuatro das de trabajo, entre la fiesta de la Virgen
de la Asuncin el 15 de agosto, y la de Santa Rosa el 30 de agosto. En
1982, la limpieza de acequias empez el 23 de agosto, un da despus de
que la fiesta de la Virgen finalmente termin, y concluy el 26 de agosto, un da antes de que empezara la fiesta de Santa Rosa. No obstante
una asociacin tan cercana con estos dos acontecimientos, la limpieza
de acequias encuentra poco reconocimiento en ellos, y es poco ms que
una interrupcin en este perodo prolongado de consumo, borrachera
y diversin.
Huaquirca posee siete canales de riego (vase Figura 10). En
1982 el trabajo empez en la acequia ms elevada, la de Huaylla-Huaylla; cerca de la mitad de los comuneros limpiaban la acequia mientras
la otra mitad cavaba un estanque que iba a ser llenado por ese mismo
canal, un proyecto de obras pblicas patrocinado por el Estado. El segundo da, todo el mundo limpiaba la acequia de Totora, que con siete
kilmetros es la acequia ms larga del pueblo y la nica que todos los
comuneros, y no solamente los que poseen parcelas regadas por ella, estn obligados a mantener. La gente dice que el canal de Totora es para
todo el pueblo, probablemente porque cruza el pueblo a lo largo de la
divisin entre los barrios de apaa y Huachacayllo, y tambin porque
aqu es donde la gente iba a sacar agua para tomar y lavar la ropa antes
que existiera el agua potable. El tercer da de la yarqa faena, los que po-
Figura 10
Canales de Huaquirca
La limpieza de los canales es notable por el igualitarismo calculado que se demuestra en la organizacin del proceso de trabajo. Los
hombres llegan con picotas y palas a la toma de la acequia y se distribuyen en una fila a lo largo del canal, alejndose de la toma. Hombres
con picotas y con palas se intercalan con cuidado, y aunque cada hombre es responsable de limpiar un espacio de unos dos a tres metros, por
lo general el hombre con la picota trabaja un rea dos veces ms larga
en colaboracin con el hombre con pala, que le sigue, sacando lo que
ha sido movido. Una vez terminado, los hombres esperan donde estn
hasta que todos los que se encuentran detrs de ellos han terminado e
ido a la cabeza de la fila para asumir posiciones nuevas y empezar otra
vez. Slo el ltimo trabajador en la fila tiene que avanzar. De esta manera, cada trabajador hace una contribucin igual. Por lo general, uno
tarda ms en caminar hasta su nueva posicin que en trabajar; as, la
gente pasa ms tiempo esperando y caminando que trabajando. La fila
siempre est avanzando, y la gente siempre est pasando. Con cada
cambio de posicin, los trabajadores bromean y se insultan o juegan.
De hecho, los hombres pueden cambiar su sitio en la fila para socializar con otro, que no sera permitido si se exigira contribuciones rgidamente iguales en la ejecucin de la tarea. Esta combinacin de formalidad e informalidad refleja bien la posicin intermedia que la limpieza de canales ocupa entre el ayni entre comuneros y sus obligaciones laborales con el Estado.
En medio de los canales ms largos, y en la toma o el fin de los
canales ms cortos, se llama a un cabildo. Su fin es nombrar un juez de
aguas (unu kamayoq) cuyo deber es mantener las acequias secundarias
que llevan agua desde las acequias principales a las chacras particulares
que van a recibir agua en un da dado, y de hacer las desviaciones apropiadas temprano por la maana para que el agua est all cuando llega
el grupo de trabajo. Todos los canales tienen el mismo orden fijo de acceso al agua de riego: las parcelas ms cercanas a la toma reciben agua
primero y las ms alejadas, al ltimo. Slo en raras ocasiones el juez decide quien ha de recibir agua.13 Si se encuentra a la gente sacando agua
fuera de turno, el juez debe suspender el acceso al agua durante el resto del ao agrcola. Es ms probable que ofensas de este tipo ocurran
despus del segundo (y ltimo) riego, cuando esta sancin no ser efectiva. Cada comunero que posee una parcela regada por una acequia debe servir como su juez de aguas una vez en su vida. Los vecinos nunca
criben los hijos ilegtimos como del cerro (vase Earls, 1970: 87-8).
Varios etngrafos han extendido estas observaciones hasta argumentar
que la limpieza de las acequias representa una fertilizacin agrcola de
la pachamama (como madre tierra) por el agua de los espritus de los
cerros, que representa su semen.15 En Huaquirca, sin embargo, lo que
la gente describe es la preez de mujeres, no de una diosa agraria. Esto es parte de un nfasis ms generalizado en la sexualidad no-domesticada como una fuerza productiva durante la temporada de crecimiento,16 como he propuesto en el anlisis del techado de casa. Un aspecto de este tema general fue quizs la transferencia performativa de
la fecundidad no-domesticada de las mujeres jvenes a las chacras.
Igualmente importante, sin embargo, es el hecho de que estas mujeres
atraen a hombres jvenes y a espritus de los cerros a entrar en el orden
productivo del tiempo de cultivo.
Es poco probable que la limpieza de acequias en Huaquirca fuera alguna vez tan festiva como en los pueblos del valle en Ayacucho. No
obstante, el pueblo cercano de Mollebamba (vase Figura 3) tiene una
fiesta elaborada de limpieza de acequias,17 que sugiere que la desritualizacin de esta tarea en Huaquirca no fue inevitable ni tampoco un
asunto de distancia del rea cultural de Ayacucho, donde el acto est
ms elaborado. La instrumentalidad relativa de la yarqa faena en Huaquirca tiene que ver ms con ser combinado con otras tareas para cumplir la faena antes de Santa Rosa (construir estanques para agua, mantener la carretera y la iglesia, limpiar la plaza de toros) que una carencia original de sentido. En los varios cabildos para nombrar jueces de
agua, el gobernador tambin se present, nombrando los faltantes que
no se haban presentado en faenas anteriores, y asignndoles tareas
complementarias. Hasta en esas espordicas ocasiones (p.e. durante la
limpieza del canal de Totora en 1982) cuando las multas recogidas de
los vecinos financiaban la compra de ron para los tributarios comuneros, su trabajo no necesariamente se convierte en una fiesta. En regiones donde la limpieza de acequias es altamente ritualizada, se puede
prohibir el beber durante el trabajo mismo (vase Isbell, 1978: 139), pero lo que no se olvida, durante la faena o en las celebraciones posteriores, es que las acequias son el foco de lo que se est haciendo.
No obstante, la desritualizacin de la limpieza de acequias en
Huaquirca es un asunto complejo. Aunque algunos comuneros mayores lamentan el ocaso de los ritos de limpieza de acequias, esto bien
puede ser una consecuencia de la estrategia comunera ms generalizada de utilizar el trabajo en faenas para hacer reclamos frente al Estado.
En consentir al punto de vista oficial que asume la limpieza de acequias
como parte de una obligacin laboral abstracta, y relajando los controles rituales que hubieran aseverado una definicin cultural alternativa
de este acto, los comuneros quizs decidieron que la primera prioridad
era retener un control administrativo efectivo de los canales de manera cotidiana. En contraste, la mayor elaboracin ceremonial de la limpieza de acequias en Ayacucho rara vez implica mayor control comunero sobre el riego una vez que se han abierto las acequias. Como hemos visto antes, el sistema de jueces de agua y obligaciones de faena en
Huaquirca actualmente favorece a los comuneros en tanto que no les
obliga a pagar por el agua, y ellos controlan su distribucin mucho ms
completamente que en otras regiones.
Referente a los ritos, voy a argumentar (en el Captulo 7) que la
preocupacin por el riego, y por el agua en general, se ha transferido a
los ritos de tinka, dado que su propio nombre indica libacin y la restitucin de fluidos a la tierra. La ltima ronda de estos ritos empieza en
Santiago (25 de julio) en Huaquirca, y sigue hasta bien entrado agosto,
entonces no est muy alejada de la limpieza de las acequias. En Ayacucho, estos ritos se llaman herranza, con referencia al marcado del ganado. Aunque se realizan separadamente de las fiestas de limpieza de
acequias, ocurren en el mismo momento (Arguedas, 1956: 243; Ossio,
1978b: 379) o un poco antes (Isbell, 1978: 151). El paralelismo entre la
limpieza de acequias y la herranza en Ayacucho es subrayado por el hecho de que las mismas ofrendas quemadas y enterradas figuran en ambos (vase Arguedas, 1956: 244-63; Isbell, 1978: 139-51; Ossio 1978b:
382-7). Entonces, es un asunto simple para las tinkas subsumir ofrendas para el agua, y yo argumentara que esto es lo que pasa en tanto uno
se mueve desde Ayacucho hasta Cusco, y el nombre de estos ritos se
cambia de herranza a tinka, con una reduccin correspondiente en las
festividades de limpieza de acequias.
Ninguna de estas consideraciones afecta el hecho de que la limpieza de acequias en Huaquirca ha sufrido un empobrecimiento ritual
dentro de la memoria viviente, y que este proceso se relaciona directamente con la reactivacin y expansin de programas de obras pblicas
por parte del Estado republicano. Una vez que dejamos de ver la limpieza de acequias como un acto aislado, y lo colocamos en el contexto
rs en estos acontecimientos, su pobreza (en trminos absolutos y relativos frente a los vecinos) los coloca en una desventaja considerable al
patrocinar celebraciones pblicas, como tambin les afecta su fondo
cultural al tener momentos de encuentro con el Estado. Su cultura sobre todo se funda en el trabajo agrcola, y ahora nos dirigimos al trabajo agrcola.
Notas
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11
12
13
14
15
tan ser equivalentes, habra una base lingstica adicional para la identificacin
entre zorro y suegros que estoy proponiendo. Quisiera agradecer a Olivia Harris por haberme despertado al campo semntico de lari, pero asumo toda la
responsabilidad para este anlisis (tentativo) del mismo.
En la fiesta de Santa Rosa, los dos aferrados proporcionan un da de corridas de
toros y una banda militar cada uno; mientras estos deberes recaen sobre los patrocinadores independientes durante la Virgen de la Asuncin: terceros proporcionan las corridas y los capitanes facilitan las bandas militares (vase Centeno
1949: 10). Esta consolidacin de la mayora de las obligaciones ceremoniales alrededor de dos patrocinadores hace que la competencia entre ellos sea el rasgo
sobresaliente de Santa Rosa.
Hasta la abolicin del sistema de varayoq en 1947, los papa kamayoq, o guardianes de los laymi, eran escogidos durante una faena en una parcela perteneciente a la iglesia y asociada con uno de los pasantes de Navidad (Taytaq), donde
tradicionalmente se inauguraba la siembra en septiembre.
La nica excepcin que yo vi a este orden fijo de acceso ocurri durante una sequa en diciembre de 1982, cuando normalmente el riego ya se habra terminado para ese ao. En varios momentos, la gente intentaba salvar sus cultivos con
riego, y pidi permiso a los jueces de agua, pero no se observaba una rotacin
fija.
Isbell (1978: 144) escribe que angoripa, una planta de la puna alta, simboliza
los ancestros, sin indicar cmo se establece esta relacin. No obstante, la conexin propuesta es muy interesante porque la relacin ntima entre estas plantas
silvestres y el agua que brota aqu, tambin caracteriza la relacin entre el agua
y el pas de los muertos, como veremos en el Captulo 4. Con referencia a la
unin de lo alto y lo bajo, Earls y Silverblatt (1978: 300-7) han mostrado de modo particularmente sugestivo el hecho de que se interpreta un flujo unidireccional del agua, en un ciclo hidrulico, como un movimiento simultneo hacia
abajo y hacia arriba en el pensamiento andino. Esto se desarrolla en el concepto de pallqa, una bifurcacin y confluencia simultneas, usado para describir
acequias (Earls y Silverblatt 1978: 312) y puntos hondos de ros donde se realizan ofrendas durante la limpieza de acequias (Arguedas 1956: 245).
Vase Isbell (1978: 143), Ossio (1978b: 379-81) y Skar (1982: 225). De hecho,
estos autores no ofrecen evidencia clara de que se mencione la pachamama durante los ritos de limpieza de acequias en Ayacucho. Adems, simplemente asumen que pachamama denota una madre tierra monoltica, cuando muchas
veces se utiliza el trmino en un sentido plural para describir los espritus especficos de lugares habitados (Cfr. Roel Pineda 1965: 28). En adicin, estos espritus pueden ser andrginos o principalmente masculino, en la forma. La idea
de que el agua de riego representa el semen de los espritus de los cerros es tambin algo problemtico. En Huaquirca, parece que el agua de riego se conecta
con sobrenaturales femeninos debido a la manera en que la limpieza de las acequias se realiza entre las fiestas de la Virgen de la Asuncin y Santa Rosa. Adems, Isbell (1978: 94) nota que el agua est bajo el control de la luna, un sobrenatural femenino cuyas fiestas se han unido con las de Santa Rosa, una fecha
16
17
clave para la limpieza de acequias en todos Los Andes del sur del Per. En Ayacucho, Ossio (1978b: 381) describe la representacin del agua como un nio.
Daz (1969: 115-6) comenta una imagen del Nio Jess y una bandera peruana
encabezando una procesin de limpieza de acequias, y Zorilla (1978) informa
sobre apariciones de la Virgen y el Nio Jess en asociacin con el agua durante la limpieza de acequias. Estas imgenes sugieren que la Concepcin Inmaculada podra proporcionar el molde ms apropiado para cualquier concepto de
fertilidad atribuido al agua de riego. Interpretar el agua como semen oscurece
la posibilidad muy real de que una oposicin cristiana entre lo espiritual y lo
carnal est funcionando en algunas ideas andinas sobre la agricultura. Si el agua
aparece como el Nio Jess, posee una individualidad ya formada, asociada con
la salvacin espiritual y la redencin; no puede ser tratada simplemente como
una sustancia carnal incompleta relacionada con la reproduccin biolgica,
aunque puede actuar como tal en ciertos contextos. Este debate ser desarrollado en mayor detalle en los Captulos 4 y 5.
Ntese que el qhashwa no se asocia con la limpieza de acequias en todas partes:
en el altiplano boliviano se realiza entre Todos los Santos y Cuaresma (Buechler y Buechler 1971: 76-7; Carter 1977: 181), es decir, durante las lluvias ms intensas. Esto sugiere que puede ser visto como parte de un proceso ms continuo de crecimiento, y no como un acto nico y definitivo de fertilizacin.
En Mollebamba se realiza la limpieza de acequias el 8 de septiembre, y es acompaada por las payasadas de dos hombres y sus comparsas respectivas conocidas como negros o chacreros, con sombreros de paja y mscaras negras, que a
veces, se dice, representan a los yanaconas negros que trabajaban en las haciendas de la costa (vase Adams 1959: 66 para personificaciones comparables). El
10 de septiembre, en la fiesta de San Nicols (santo patrn de Mollebamba), estos chacreros aparecen delante de una procesin en la plaza del pueblo, rompiendo la tierra con un arado de pie, o con un arado arrastrado por un yugo de
toros, en dos columnas. Detrs de ellos viene una variedad de personas imitando a llameros (pastores que utilizan sus llamas por el comercio y el transporte),
arrieros, mineros (en guardatojos azules de Electroper), profesores y autoridades polticas (quienes pueden dar rdenes durante la fiesta). Una mesa grande,
rodeada por rboles enteros que han sido cortados y trados del campo, es atendida por un grupo de mujeres que sirven chicha de grandes jarros a todos los
que se paran all. Un espectculo parecido ha sido descrito por Isbell (1976: 50).
La representacin satrica de varios tipos sociales es un rasgo comn en las fiestas despus de la limpieza de acequias en todo Ayacucho (vase Arguedas 1956:
248-9; Isbell 1978: 141-4; Ossio 1978b: 387; Montoya 1980: 255; Manrique
1983: 36).
Captulo 4
manera relativamente equitativa. La gente no riega en la noche2 (excepto cuando hay sequa), y muchas veces esperan la llegada de lluvias regulares a fines de octubre o principios de noviembre para sembrar sus
chacras de temporal (sin riego), utilizando la lluvia disponible para
remojar la tierra para la germinacin de la semilla. Hay mucha especulacin sobre cundo y cmo se han de iniciar las lluvias, y cundo sera
mas ventajosa sembrar.3 As, el reinicio de la produccin agrcola es
prolongado, y no exige mucho de las facilidades de riego en Huaquirca. Los comuneros se renen cada da en varios grupos grandes de trabajo, en vez de muchos grupos pequeos, como lo hacen cuando el calendario agrcola se vuelve ms activo.
El riego
Un da de riego empieza al amanecer, cuando el juez de aguas
desva el agua por un canal hacia la chacra en cuestin donde se ha de
juntar el grupo de trabajo. A las 9H00, los hombres empiezan a llegar a
la casa del dueo de la chacra para comer la nica comida de la jornada. Como en todos los grupos de trabajo agrcola, esta comida se centra en un plato conocido como picante; guiso espeso de papas, maz, y
cualquier verdura que est disponible. Algunos hombres se quedan
despus de la comida para ayudar a cargar varias cosas a la chacra, pero la mayora se va a atender sus asuntos por alrededor de una hora. Por
las 10H30, los hombres empiezan a reunirse en la chacra donde hay que
trabajar, picotas en mano. Algunos que no han comido donde los dueos esa maana tambin pueden llegar. Todas las posesiones domsticas de terrenos del valle en Huaquirca incluyen varios andenes, el riego
empieza en el andn ms bajo y prosigue hacia arriba. Primero, los
hombres cavan (o reparan) un canal que corre por la parte de atrs de
cada andn, al pie del muro de retencin del andn de arriba. A partir
de este canal principal cortan una serie de canales ramales secundarios
en diagonal a lo ancho del andn. Estos canales secundarios se bifurcan
sucesivamente para asegurar una dispersin regular de agua sobre la
superficie entera de la chacra, y los hombres utilizan sus picotas para
romper cualquier montn de tierra que se inunda de inmediato (vase
Figura 11). Un olor rico y poderoso surge de la tierra, mientras el agua
satura el suelo, con la bosta y los rastrojos que se han mezclado con el
durante la poca seca.
Figura 11
Mtodo de riego
Figura 12
Mtodo de la siembra
ces como un clavel (la misma flor silvestre que figura en la siembra ceremonial al fin de la tinka de la semilla). El rasgo definitivo de una
wanka es que termina cada estrofa con una exclamacin en tono subido: wuuu!
Si hay algo de luz del da cuando se termina la siembra, y a veces
incluso cuando no la hay, una ultima sesin de tomar, conversar y descansar anteceder el viaje a casa. Al volver al pueblo, los hombres realizan una marcha y canto conjunto que se conoce como la wayliya (quechua; alegra, felicidad), probablemente debido a su lrica:
Wayliya, wayliya, wayliya, wayliya
Wayliya-hiya, wayliya
246). Los conceptos de alma tambin entran en el diagnstico de la enfermedad y la brujera, y su curacin.10
Entre los varios conceptos del alma que se manejan en Huaquirca, la copla alma y nimo aparece con mayor frecuencia, y parece ser la
base de otros conceptos. Los ritos de la muerte y los relatos sobre la otra
vida (despus de la muerte) tratan en primer lugar del alma. Segn casi todas las versiones que escuch, el alma registra la forma corporal y
el carcter moral de la persona tal como se desarrollaron en vida. El
nimo mantiene la vida y la salud del individuo, y es responsable de la
vitalidad, animacin, conciencia, coraje y capacidades sensoriales. Una
interdependencia entre alma y nimo existe, dado que el desarrollo fsico y moral del alma presupone su animacin, a la vez que la fuerza vital del nimo no puede tomar forma excepto en relacin con un impulso hacia la incorporacin (el alma).11 No obstante, hay una asimetra
en esta relacin, dado que se realiza dentro del cuerpo, que tiene una
afinidad decidida con el alma. La indiferencia relativa del nimo frente
al cuerpo se expresa en su proclividad a dejar el cuerpo cuando la persona se asusta, una condicin conocida como susto (quechua: mancharisqa). Una indicacin final de la dominacin del alma dentro de esta copla es el uso de alma mayor y alma menor como sinnimos
respectivos de alma y nimo. En ciertas versiones, tanto el alma como
el nimo pueden ser subdivididos o multiplicados. Por ejemplo, una
mujer de la comuna me dijo: que los hombres tienen tres almas, cada
una con su destino separado en la otra vida, mientras las mujeres tienen siete.12 Carter (1968: 246-7) muestra como varios aspectos del nimo pueden ser separados como entidades distintas, o agregadas, segn
el individuo y los fines del caso. Tambin existe una tendencia opuesta
hacia la fusin de la dualidad y multiplicidad de almas, una implcita
en la distincin meramente cualitativa entre alma mayor y alma menor,
y otra explicita en el concepto no-diferenciado del espritu, un tipo de
trmino genrico aplicable a cualquier alma, de vivos o muertos.
Cuando alguien est por morir, se dice que su alma vaga por todos los lugares que ha frecuentado en vida (Cfr. Stein, 1961: 308). Mucha gente, en Huaquirca, me jur que haba visto almas en los caminos
y en los campos, lejos de los cuerpos enfermos y postrados. Al parecer,
estas almas parecen idnticas a la persona a la que estn conectadas, y
slo se les distingue por su incapacidad absoluta de ver o interactuar
con los vivos. Sordera referente a los saludos de los vivos es la manera
ms comn de detectar estas almas.13 Dado que se supone que el nimo mantiene los sentidos, es lgico que estas almas que vagan en un estado de separacin ignorarn la presencia de otros. Tal escenario se
propona en el diagnstico del alcalde de Huaquirca durante una enfermedad grave: El alma mayor ya se fue, slo queda el alma menor. Segn esta lnea de pensamiento, la muerte resulta cuando, en ausencia
del alma, el nimo se disipa o abandona el cuerpo como una mosca
azul (chiririnka), que otra vez enfatiza su pequeez y no correspondencia relativa al cuerpo humano. La palabra quechua para cadver es
aya, pero como insisti uno de mis informantes, tambin refiere al alma antes de ser enterrado. La relacin ntima entre alma y cuerpo persiste;14 por lo tanto, mucha gente andina siente que una autopsia contamina el alma (vase Valderrama y Escalante, 1980: 263; Allen, 1988:
123-4). Como veremos, el objeto principal de los ritos de la muerte es
romper este lazo y despachar el alma a la otra vida. Pero esas versiones
que dan tres almas a la gente siempre reservan una para el cadver enterrado (el alma del centro, vase Valderrama y Escalante 1980: 252).
En Huaquirca, a veces se piensa que las almas, que se quedan en
los cementerios de este mundo, actan como agentes de la muerte: los
apaq (los que traen) o apaqata, figuras fantasmagricas vestidas con
capuchas negros. En la noche, pueden salir en masa del cementerio, cada uno con una vela encendida en la mano. Con un movimiento rpido y etreo, van a la casa de alguien destinado a morir esa noche. Pasan
en fila delante de la puerta de la casa donde su victima languidece, luego vuelven al cementerio y apagan sus velas al volver a la tumba. Su
aparicin seala una muerte certera; escuch varios relatos de gente,
que despavorida haba huido por las noches del avance de los apaq en
los caminos, slo para descubrir que tenan otras victimas en mente.
Zuidema y Quispe (1968: 359) comentan otras manifestaciones parecidas al apaq. En estos casos, la gente andina parece atribuir un rol causativo a los conceptos del alma en la muerte, a diferencia de un rol meramente descriptivo.
La gente puede morir en cualquier momento del da, pero el taido incesante de las campanas de la iglesia, que anuncia pblicamente la muerte, no empieza hasta temprano por la maana siguiente, como si la muerte hubiera ocurrido en la noche. Los parientes consanguneos del difunto se visten inmediatamente de negro y asumen el luto,
abandonando todas las actividades cotidianas. Los afines asumen la direccin de todos los arreglos para el entierro, y costean la mayor parte
de los gastos. Si el difunto es de edad, y tiene yernos y nueras, la mayor
parte del cargo caer sobre ellos, y se dirigen constantemente entre ellos
como yerno compaero y nuera compaera (qatay masi y qhachun
masi; es decir, a travs de la posicin egocntrica del difunto). Me decan que los afines tienen que dirigir porque estamos aparte. Como
veremos luego en ms detalle, se considera que los consanguneos del
difunto tienen una conexin casi fsica con el cadver, que les coloca en
una posicin de peligro ritual considerable hasta que el alma haya sido
despachada de la comunidad. Los afines son tan aparte porque no comparten este lazo y, por lo tanto, pueden dirigir el proceso de separacin
que ha de ocurrir. El lado oscuro de esto es que, se espera que los afines
sean los instigadores en cualquier querella sobre la herencia y se sospecha de maniobrar si lloran demasiado.15 La muerte es el nico contexto ritual en Huaquirca donde los yernos y nueras reales tienen que servir a sus afines, y otros no-parientes no pueden ocupar su lugar, como
en el techado de casa y la siembra.16
Cuando alguien muere, los afines masculinos se movilizan de inmediato para baar y extender el cadver, y lo tapan con un poncho negro. No entierran al cuerpo por varios das, tanto por tradicin como
para permitir que parientes lejanos vengan a ofrecer sus psames. Durante este tiempo, se realiza un velorio extendido. Dos velas de dimetro desigual (connotado al alma mayor y al alma menor) arden cerca de
la cabeza del cadver, y son constantemente renovadas durante el velorio, donde asisten amistades y parientes, sobre todo en la noche. Pero
slo consanguneos pueden intentar evitar dormir durante todo el velorio, que puede durar hasta cinco das. Los asistentes toman pequeas
cantidades de alcohol durante estas ocasiones, pero fuman muchos cigarros y mascan mucha coca como medidas defensivas contra ser agarrado por el difunto.17 Cada rato los parientes empiezan a sollozar o
llorar abiertamente, las mujeres entre ellos soltando el aya taki, una
cancin lleno de llantos y sollozos, pero esto raras veces llega a un nivel imponente durante el velorio.
En la puna de Huaquirca, y en el pueblo vecino de Matara, comnmente se juega un juego llamado cinco o cinqueado (pisqa o
pisqasqa, probablemente refiriendo al velorio de cinco das tradicional
en Los Andes); raras veces se juega en Huaquirca. Se lo juega en la no-
che, y posee muchas variantes en Los Andes del sur del Per (vase Valderrama y Escalante, 1980: 237). Los jugadores son hombres, sean afines o amigos del difunto, pero nunca consanguneos y nunca mujeres.
Nunca observe la versin que a veces se juega en Huaquirca, pero me
dijeron que se tiende una tela negra en el piso y se coloca varias habas
secas encima. Desde una posicin vertical, cada jugador se apoya sobre
una rodilla, dejando todo su peso sobre un haba puesta verticalmente,
en un intento de romperla en dos. Si el haba se parte, el jugador gana,
pero si no pierde, y tiene que recitar himnos para el alma y/o comprar
trago para el velorio. En la puna de Huaquirca y en Matara, se rompe
seis habas en dos, y se tira los doce cotiledones resultantes como dados
sobre la tela negra. Si ms de la mitad caen con el lado plano hacia arriba, el jugador gana, al contrario si el nmero es menor pierde y se somete a las mismas condiciones citadas en Huaquirca. Centeno (1960:
103) describe otra variante del juego para el pueblo de Antabamba,
donde se echa semillas de maz, pintadas de negro en uno de los lados,
sobre la tela, y luego se les saca de par en par, el resultado de un par seala un viaje a la otra vida sin problemas para el alma, y una sola semilla seala la necesidad de varios actos mgicos por parte de los vivos para ayudarle.
Despus del desayuno en la maana del entierro, las amistades
masculinas cercanas de la familia (querendones en castellano, khuyaq
en quechua: los que aman), sobre todo los afines masculinos, se renen en la casa del difunto para dos tareas: cavar la tumba y lavar la ropa del difunto. Las querendonas femeninas llegan ms tarde, a media
maana, para preparar la comida que ser servida a los miembros de la
comunidad que vienen a la casa despus del entierro. Cerca de las
9H00, despus de unos tragos preliminares, un grupo de hombres sale
a cavar la tumba. Cerca de las 10H30, otro grupo de hombres dirigido
por un yerno sale rumbo a un arroyo a unos dos kilmetros del pueblo para lavar la ropa. Este horario asegura que el entierro mismo y el
lavado de ropa se realizarn de manera ms o menos simultnea, un
hecho significativo dado que ambos ritos tienen el fin de iniciar el viaje del alma hacia la otra vida y parecen, en virtud de su propia separacin en el espacio, avanzar el proceso de separacin ya iniciada por el
deceso fisiolgico.
Aunque muchos hombres van a cavar la tumba, slo dos pueden
trabajar a la vez; entonces el trabajo avanza vigorosamente por turnos,
mankay blanca). Se puede colocar una cmara chica de tejas a la cabeza de la tumba y taparlo con una calamina, donde se pone dos velas de
dimetro desigual, como durante el velorio. Como para asegurar que el
cadver se queda debajo, se planta piedras pesadas y una cruz encima
de la tumba.19 Los asistentes rezan por turnos sobre la tumba, y luego
se retiran al camino fuera de la entrada del cementerio, a tomar y esperar el regreso de los hombres del lavado de ropa. Muchos traen botellas
de trago que entregan a los afines del difunto, quienes los sirven a la
compaa. Otros afines anotan estas contribuciones en un cuaderno,
como hacen los patrocinadores de una fiesta en la poca seca. Proporcionar bebidas de esta manera se llama hacer ayni con el alma.20 Las
afines femeninas del difunto tambin distribuyen chicha que han hecho para esta ocasin. La gente vierte libaciones en la tierra para beneficio del alma, muchas veces mencionando Qoropuna y Solimana, dos
cerros enormes en el departamento de Arequipa que son considerados
como hogar de los muertos y lugar de la otra vida en la mayor parte de
Los Andes del sur del Per.21
Mientras tanto, la pacha taqsana o lavado de ropa se ha realizado. Esto ocurre en un arroyo llamado Waaqota, que corre hacia el ro
de Antabamba aguas arriba de Huaquirca, o a veces en una acequia que
es tomada de este arroyo, comparte su nombre y fluye hacia el pueblo
(vase Figura 10). Como en la cavada de la tumba, el lavado de ropa se
realiza en tres sesiones de trabajo interrumpidas por dos descansos, basado en el modelo de una jornada en la chacra. En la vida cotidiana, las
mujeres lavan la ropa; as, es digno de notar que aqu los hombres lo
hagan. Los hombres no enjuagan la ropa con las manos como haran
las mujeres, sino tienden las piezas de vestir y los cueros de dormir en
el arroyo y los pisan con sus pies. Durante la ltima sesin de trabajo,
el yerno prende un fuego para quemar la ropa ms harapienta del difunto (que no ha sido lavada) y junto con ella, una pequea seleccin
de sus comidas favoritas. En el pasado, a veces se mataba un perro negro aqu para acompaar al alma en su viaje, como es todava el caso en
la provincia colindante de Cotabambas (Valderrama y Escalante, 1980:
258-9). A veces se extiende un cordel llamado lloqe, hecho de lana blanca y negra hilada de la derecha a la izquierda, a travs del arroyo durante el lavado de ropa, o a su vez, es amarrado en la mueca izquierda de
cada lavador. Una vez que la ropa est lavada y tendida a secar, los hombres toman un ltimo descanso. Luego amarran la ropa en un bulto
que se cuelga del medio de un palo que dos hombres cargan al pueblo.
Los lavadores regresan al pueblo al trote, ya que el yerno corta una rama espinosa para azotarlos, al avanzar nadie mira hacia atrs por miedo de sentirse obligado a seguir al alma del difunto en su viaje a la otra
vida, viaje que prosigue alejndose del pueblo por el mismo camino
por donde los lavadores ahora regresan.
Cuando los lavadores llegan resoplando al cementerio en el borde del pueblo, el entierro ha terminado, pero la gente sigue en la puerta del cementerio tomando y esperando su regreso. Los lavadores se paran a varios metros de los dolientes y reciben unos tragos de alcohol,
pero no se acercan. Despacio, todos se van a la casa del difunto, mas los
lavadores no se mezclan con los dems debido a la amenaza de azote,
del yerno. Al llegar, los lavadores entregan la ropa a la familia del difunto, que la guarda para las vigilias que se realizan en la vspera de Todos los Santos. Se sirve comida a los lavadores antes que a todos. Puede haber ms que de unas cien personas presentes para la comida preparada por las afines femeninas y querendones. Los invitados van por
turnos a consolar a los consanguneos del difunto, que muchas veces
rompen a llorar o a cantar el aya taki. Durante el transcurso de la tarde la gente se va poco a poco y finalmente el escenario vuelve a la tranquilidad, lo que queda son las dos velas despus de que el cuerpo ha sido enterrado. Por la maana siguiente, algunos afines al difunto volvern a la tumba en busca de huellas de gente o ganado, en busca de saber qu clase de ser, el alma va a llevar consigo a la otra vida, porque los
sobrevivientes esperan esto como asunto regular. Cuando el perodo de
duelo finalmente termina, varios das despus del entierro, un yerno
lava las lgrimas de las cara del cnyuge del difunto y la de los consanguneos.
Esto concluye la descripcin de los ritos de la muerte en Huaquirca. Quizs su rasgo ms notable es un nfasis incesante en dualidad
y separacin. No slo se representa la muerte como una separacin del
alma del nimo, sino la llegada del momento de separar al muerto de
los vivos, se despacha el alma a la otra vida, a travs de las ceremonias
simultneas del entierro y la del lavado de ropa. Este despacho dual
avanza el proceso de separacin de la muerte, cuando el alma es desalojada del cadver y mandada al viaje. Aunque los vivos siguen apegados al muerto, estos ritos inician su separacin.
Antes de proseguir con relatos sobre la otra vida, vale la pena establecer algunos nexos entre los ritos de la siembra y la muerte. stos se
organizan de una manera paralela, y cada uno proporciona una estructura consistente para el otro. En el ceremonial de la muerte, la cavada
de la tumba y el lavado de la ropa se dividen en tres perodos de trabajo y dos perodos de bebida y descanso, de la misma manera que una
jornada normal en los campos, aunque slo se tarda unas dos horas en
completar cada tarea. De esta manera, estos ritos mortuorios se equivalen implcitamente con el trabajo agrcola. De otro lado, la distribucin
de las semillas en las chacras, se ordenan segn una imagen de dualidad
generativa (sawasira/pitusira) que se modela ltimamente en la relacin entre almas humanas (nimo/alma). De esta manera el crecimiento de los cultivos se relaciona con conceptos de almas humanas que son
prominentes en el rito mortuorio.
Esta conexin entre semillas y almas se hace todava ms evidente en las adivinaciones que se realizan durante la siembra y el velorio.
Ambas adivinaciones utilizan semillas para saber el destino y disposicin de las almas humanas. De hecho, las adivinaciones en el velorio
simplemente extienden el concepto de salvacin que fue desarrollado
en las adivinaciones de la siembra al indicar el progreso del alma en la
otra vida. Pero lo que es ms digno de notar de las adivinaciones de la
siembra y del velorio es como intercambian trminos de referencia: el
trabajo en el contexto competitivo de los equipos de siembra se representa en trminos de salvacin, mientras durante el velorio, se trata el
destino del alma en trminos de ganar. Esta contrarreferencia subraya la similitud formal entre las dos adivinaciones, mas evidentemente
estamos frente a ms que una simple homologa entre campos semnticos distintos. El hecho de que las semillas son aptas como medio de
adivinar el destino de las almas humanas en el trabajo y en la otra vida
ya presupone conexin entre las dos, misma que se desarrolla ms
cuando sawasira y pitusira estn modelados segn alma y nimo, y en
el nfasis en parejas, divisin y negrear en las adivinaciones, que se basan en la separacin de almas en la muerte. No solamente se modifica
las semillas para que correspondan a ideas sobre almas humanas, sino
la gente hace esto para aprender sobre las disposiciones espirituales de
los vivos y los muertos. Esta interaccin entre semilla y almas va ms
all que la homologa formal, y sugiere que no son campos separados
para los participantes en estos ritos.
ciones del velorio, y es un perro negro quien lleva el alma al pie del cerro de los muertos. De otro lado, muchas versiones de la muerte en Los
Andes proponen una inversin de la noche y el da entre los mundos
respectivos de los muertos y los vivos;26 entonces el simbolismo del
blanco y el negro pueden representar con menor claridad estos mundos en si y, ms bien, corresponden al contraste formal entre ellos, como parte del nfasis general, en separacin, durante los ritos de la
muerte. En todo caso, la tradicin de matar un perro negro en Waaqota, el lugar del lavado de ropa, y la suspensin de un cordel lloqe all,
evidentemente, anticipan las necesidades del alma para cruzar el Mapa
Mayo. Durante un lavado de ropa en el cual particip, los hombres de
hecho bromeaban con gente pasando por Waaqota que estaban cruzando el Mapa Mayo para volver al pas de los vivos, de manera implcita igualando los dos arroyos. Es como si Waaqota y el Mapa Mayo
fueran de alguna manera el mismo lugar, uno que es cerca para los vivos y lejos para los muertos. Esta diferencia es proporcional al hecho de
que el Mapa Mayo es un riachuelo para los vivos, pero crece hasta ser
un ocano vasto para los muertos, que pierden su sentido de proporcin cuando pierden su nimo.27
Segn una versin, la subida del alma por Qoropuna lo lleva por
Pueblo de Gatos (Michillaqta), Pueblo de Pollos (Wallpallaqta),
Pueblo de Cuyes (Qowillaqta) y Pueblo de Ollas (Mankallaqta),
donde cada uno de estos seres castiga al alma por cualquier maltrato
que hubiese hecho a ellos en vida (Cfr. Valderrama y Escalante, 1980:
258-60). La incapacidad del alma de dominar estos seres, como lo hacia en la vida, es otro indicio de su desprendimiento, proceso que empez con la prdida del habla y la escucha y que, adems se lo puede
atribuir a la prdida del nimo. Pero, la mayora de las versiones de la
otra vida que escuch, en Huaquirca, simplemente, sostenan que el alma est subiendo por un largo camino que va en zetas encima de la nieve hasta la cumbre del Qoropuna,28 donde hay un lago en medio de
tres picos. Aqu, hay una especie de juicio por parte de Dios o de San
Juan Bautista,29 segn la versin. Existe la tentacin de interpretar este
paso del Mapa Mayo y juicio por San Juan Bautista como una especie
de bautismo en la otra vida, especialmente porque el alma ha sido reducida al estado de un beb.
Varias versiones estaban de acuerdo que una vez dentro de Qoropuna, los muertos se vuelven a casar con alguien que no era su cn-
yuge en vida, viven en casas, y trabajan las chacras. En un lavado de ropa al que asist; sin embargo, esta ltima idea fue abiertamente burlada: Cmo un alma va a agarrar picota pues? Algunos relatos que escuch enfatizaban los defectos fsicos de los muertos, como ojos hinchados. En otros lugares, se describe los muertos como seres en miniatura (Casaverde, 1970: 208), y el pas de los muertos como un lugar de
proporciones encogidas (Harris, 1982: 62-3). Otros detalles de la otra
vida enfatizan su inversin de las pautas de esta vida; por ejemplo, en
la inversin de las relaciones entre vecinos y comuneros (vase Stein,
1961: 312-3; Ortiz, 1973: 14; Valderrama y Escalante, 1980: 260) segn
las lneas de la inversin del da y la noche, o las estaciones.
Qoropuna tiene un compaero llamado Solimana, y los dos cerros siempre se mencionan como una copla en las libaciones vertidas
para el alma despus de su entierro. No obstante, la mayora de las versiones que escuch no otorgaban un papel particular a Solimana en la
otra vida. Pero dos versiones mencionaban a Qoropuna como el domicilio de almas salvadas y Solimana como la vivienda de almas criminales y maleantes. Estas mismas versiones enfatizaban que Qoropuna
est cubierto de nieve amarilla, mientras la nieve en Solimana es blanca. As, la nieve en estas montaas indica la condicin espiritual de las
almas dentro de ellas. Quizs esta nieve hasta se deriva de los muertos.
Un modelo probable para este proceso es el secado y helado de las papas, a travs del cual la humedad interna sale a la superficie y se condensa como escarcha. Allen (1988: 172) comenta la idea de que los
muertos existen como chuo en la otra vida, y sugiere que este proceso es equivalente a la momificacin (Cfr. Murra, 1978: 34). En el valle
de Antabamba; adems, esta interpretacin es sugerida por la manera
en que cierta variedad de papa usada para hacer moraya (papa deshidratada blanca) recibe el nombre waa (Tamayo, 1947: 39) que significa seca.30
Sntesis
Los colores de la nieve de estos dos cerros corresponden a los colores de las flores principales usadas en los ritos de la muerte: retama y
ayaq zapatillan son amarillas (Carter, 1968: 244; Arguedas, 1976: 149)
y el hamankay es blanca. Se ha notado la afinidad entre los muertos y
las flores en otras partes (Zuidema y Quispe, 1968: 369; Isbell, 1976: 50;
Figura 13
Cerros de maz y cerros de los muertos
Figura 14
Mtodo de riego
da y ropa.34 Descripciones del pas de los muertos como un lugar donde se cultiva aj (Harris, 1982: 62) y un mito donde Qoropuna sirve comida ardiente al Inca (Roel Pineda, 1965: 25) presentan asociaciones
adicionales de la otra vida con el calor y el arder. Geogrficamente Qoropuna se asocia con el calor y la sequedad debido a su ubicacin en la
rida vertiente occidental de Los Andes. As, se puede amarrar un mate en la mueca del cadver para que el alma pueda tomar (Stein, 1961:
282), y se dice que una sed vida caracteriza el viaje del alma hacia la
otra vida (Zuidema y Quispe, 1968: 360). Prohibiciones sobre el consumo de sal y aj durante el duelo (Harris, 1982: 52) quiz ayudan a prevenir un contagio de deshidratacin ardiente entre los vivos, a travs de
su conexin con el difunto. Prohibiciones similares sobre carne seca
(charki), sal y aj en tiempo de sequa (Yaranga, 1979: 703) subrayan
que este proceso de desecacin debe ocurrir en el mundo de los muertos, para proporcionar agua a este mundo. Las mismas ideas informan
la alegacin de que un adobero de Puno, residente en el valle de Antabamba, provoc la sequa de 1982-1983, al quemar los huesos de los
gentiles (muertos precolombinos). No hay una prctica amplia de cremacin en Los Andes, probablemente porque viola la idea de que los
muertos deben ser disecados en el mundo de la otra vida, para proporcionar agua a los vivos.
El calor intenso de Qoropuna parece secar y encoger a los muertos. Esta tendencia es particularmente evidente en esas versiones que
describen las proporciones encogidas del pas de los muertos, y los mismos muertos como versiones en miniatura de la gente viva. Junto con
esta disminucin de los muertos inducida por el calor llega un decai-
remita al pas de los vivos, donde es absorbida por las plantas. As, las
plantas son los beneficiarios iniciales de la muerte humana, y dependen
de ella para su propia vida.
Como formas de vida, la gente y las plantas son a la vez unidas y
divididas por su dependencia del agua como fuerza animadora. Aunque el agua es el denominador comn de la vida para ambos, el mismo
hecho de que puede ser reciclada de gente a plantas (y viceversa) sugiere que se incorpora en una forma, a costo de la otra. Este juego de suma cero es una razn poderosa porque las imgenes rituales de la
muerte saturan las tareas del riego y la siembra que sealan el reinicio
de la temporada de crecimiento. Pero, en otro nivel, la vida humana se
sustenta con los cultivos y, a travs de ellos los vivos logran recapturar
la energa soltada por los muertos. Al enterrar la semilla, los vivos logran recuperar en parte los subproductos de la disolucin espiritual y
fsica de los muertos en una sntesis agrcola regenerativa. La agricultura es una mediacin central compleja entre vivos y muertos, porque simultneamente renueva y extingue la vida humana.
Hay un concepto andino que une la separacin de la muerte y la
sntesis agrcola en una sola palabra: pallqa. Esta palabra denota la bifurcacin y confluencia simultnea del agua corriente (vase Earls y Silverblatt, 1978: 312). Dado que la gente andina muchas veces sostiene
que hay ros subterrneos que corren en direcciones opuestas a sus
equivalentes en la superficie de la tierra (vase Allen, 1988: 52), el flujo
bi-direccional del agua postulado por el concepto de pallqa se hace menos paradjico. Aqu, la unidad y la separacin se funden en un solo
concepto esotrico que capta perfectamente el flujo de agua entre la
muerte y la vida, gente y plantas. Una imagen relacionada es la de los
picos gemelos de Sawasiray y Pitusiray, los espritus de los cerros a cargo del maz, que muchas veces son representados por dos mazorcas de
maz unidas en la base (vase Captulo 7). En tiempos anteriores, tales
gemelos siameses de mazorcas se llamaban aya apa chocllo: mazorcas
de los muertos (vase Gonzlez Holgun, 1608: 31). Es como si ellos se
encuentran a medio camino entre la sntesis de los cultivos y la separacin de la muerte, e incorporan aspectos de ambos.
Pero no son slo los muertos quienes sostienen la agricultura local. El rol de los vivos es crtico tambin, pero como hemos visto, se representa metafricamente su trabajo como muerte y juicio espiritual
en los ritos del riego y la siembra. Ahora que hemos trazado la cone-
xin entre los muertos y la agricultura podemos ver cmo estos conceptos de la muerte estructuran el trabajo de los vivos. As, volveremos
a los detalles del riego y de la siembra que han sido relegados antes para completar su anlisis.
Ya hemos notado la correspondencia entre el riego y el lavado de
ropa, pero ahora es posible explicar el sentido de peligro en ambas tareas al conectarlo con el origen simblico del agua en el pas de los
muertos. Parece probable que los regadores teman su contacto con el
agua porque el chuqchu (paludismo, tiritar) que provoca es demasiado
parecido a la disolucin de la muerte que da lugar al agua.36 En el pasado, cuando comuneros de Apurimac y Ayacucho viajaban a los valles
de la costa, asocindolo con el pas de los muertos, muchas veces volvan con casos fatales de paludismo (Montoya, 1980: 274). Entonces,
aunque el contacto con el agua de riego no llega al antagonismo absoluto que el agua experimenta ante el Mapa Mayo, el miedo de que producir chuqchu es algo parecido. Pero sera equivocado igualar esta
agua con la muerte, primero porque es expulsada de Qoropuna, y segundo porque es la fuerza cataltica que va activar el crecimiento del
maz (la interaccin de sawasira y pitusira). Ms bien, debe ser visto como una fuerza vital enteramente des-incorporada, nimo puro, extrado de la reduccin del alma por calor en Qoropuna, y expulsado del
pas de los muertos como una sustancia ajena. Es la hostilidad de esta
agua a la incorporacin que la hace peligrosa y corrosiva, y el tiritar es
un indicio de vitalidad no-incorporable. As, en la vida como en la
muerte, el agua es el enemigo de nuestra alma como lo expresan los
Macha de Bolivia (Platt, 1982: 247).
Pito es un antdoto efectivo contra el efecto de esta agua. Al ser
una chicha espesada con grandes cantidades de harina de maz tostado,
pito casi exige ser diluido. Esta harina de maz tostado puede absorber
el agua fra y enrgica expulsada del pas de los muertos de la misma
manera en que, se espera, lo van a hacer las semillas de maz, que los
cuerpos y almas de los hombres no pueden. Por lo tanto, pito funciona
como un aislador. No slo restaura el equilibrio entre lo hmedo y seco, sino tambin entre lo caliente y fro, as reuniendo estas separaciones polares provocadas por la muerte. Esta interpretacin recibe otro
apoyo en la derivacin lingstica de pitusira de pito, dado que a veces
se considera que el primero es el alma del maz y, por lo tanto, sera un
vehculo apropiado para absorber el nimo sin cuerpo del agua. Apar-
vos como los muertos expulsan energa acutica, a costo del cuerpo,
que es convertida o consumida para producir la animacin deseada.
Esto sugiere que la chicha no aade energa tan mecnicamente al cuerpo, sino que genera energa en base a una transformacin interna corrosiva. El efecto animador de la chicha tiene un lazo profundo con el
concepto del trabajo como muerte y juicio espiritual porque se basa en
la misma separacin mortal de la energa de la incorporacin.
La fermentacin es clave en la comprensin de como la chicha
causa esta separacin animadora, pero mortal en el trabajador. En la
siembra, se combina agua y maz para provocar germinacin y crecimiento, pero en la produccin de la chicha, estos dos elementos se
combinan a travs de la fermentacin, proceso aliado de cerca con la
descomposicin de la muerte (Cfr. Lvi-Strauss, 1964: 158-60). Los que
toman chicha pasan por una especie de proceso de fermentacin ellos
mismos, donde la fuerza de trabajo es soltada como el alcohol durante
un proceso de salvacin que deja un residuo orgnico (wanu): el
cuerpo transformado por la muerte. Las adivinaciones de la siembra
identifican a los hombres con los subproductos de esta transformacin,
y al hacerlo, los diferencian. Pero evidentemente la muerte que resulta del consumo de chicha es ms sutil y dirigida que el tiritar que resulta del contacto con el agua de riego. Esto es porque la chicha es una sustancia ms compleja y mediada que templa la vitalidad pura del agua
con las virtudes incorporadoras del maz. Como resultado, la energa liberada por la chicha no es tan incontrolable como las aguas turbulentas del Mapa Mayo; y es canalizada en la forma institucionalizada del
ayni. Esta transformacin se demuestra de manera ordenada en los
nombres que se da a varias modalidades de servir la chicha.
La ms frecuente es donde una mujer sirve un solo vaso o cuerno de chicha a un hombre, se llama maa. Esto viene de maay, que refiere al procedimiento de solicitud formal en ayni, cuando un dueo
pide ayuda para un grupo de trabajo con unos tragos de alcohol y muchos ruegos, con frecuencia en un tono lgido y con gemidos exagerados (Cfr. Mayer, 1974: 46-50, 1977: 63-7; Flores y Najar, 1980: 487-90).
Otra definicin de maa, lo que se debe prestar, lo que se debe pedir
(Lira, 1944: 628), enfoca con mayor claridad el ayni para ser prestado o
reciprocado. Segn una mujer, con quien debat, el tema, maa quiere
decir algo que no tiene su par. Ms que un simple trago, entonces,
maa establece la falta de, y necesidad de devolver, algo equivalente:
ni. Para lograr la salvacin en el trabajo, un hombre tiene que expender una cantidad enorme de energa incorporada. l genera esta energa al tomar chicha, que anima su cuerpo, pero tambin lo desgasta y lo
reduce, en un proceso modelado en el destino del alma despus de la
muerte. En el trabajo, el alma mayor se encoge, y se acerca a una equivalencia con el nimo o alma menor. Esta transformacin de almas hacia la simetra es lo que permite que se logre la salvacin como una liberacin intensa de energa productiva en el trabajo. El consumo de
chicha no slo inicia este proceso al modificar la relacin entre alma y
nimo en el cuerpo, sino tambin captura la energa resultante para el
proceso social del ayni al portar las etiquetas de maa y yanantin. As,
la conexin entre la muerte y el trabajo en ayni es una relacin sustantiva que es mediada por el consumo de chicha, y esta conexin subyace su frmula compartida de dualidad simtrica.
Se ha dicho mucho del ayni, prestacin y devolucin de cosas
idnticas, como un principio cosmolgico (Nez del Prado, 1972:
136, 150-1; Earls y Silverblatt, 1978: 309; Custred, 1979: 392). Sin acatar los excesos romnticos de algunos analistas, estoy de acuerdo que el
principio del ayni s informa las contribuciones paralelas de los vivos y
los muertos a la agricultura, y los movimientos cclicos del sol y del
agua entre sus mundos respectivos, que Bastien (1978: 53) compara de
manera apta a un pndulo. Especficamente, cuando la gente hace ayni con los muertos al proporcionar alcohol durante un entierro, los
muertos les devuelven agua durante la temporada de lluvias. De hecho,
yo argumentara que esta relacin con los muertos explica porqu las
libaciones juegan un rol tan prominente en todos los ritos andinos. Urton (1981: 26) ha llegado a argumentar que tomar puede ser una formar de llamar agua, en la cual la saturacin del cuerpo del bebedor
ayuda a procurar una saturacin parecida de la tierra. Los vivos y los
muertos practican otra forma de ayni cuando proporcionan fuerza de
trabajo y agua como formas parecidas de energa que se incorporan en
los cultivos como objeto de salvacin. Porque es slo a travs de esta
colaboracin ms amplia que se puede asegurar de veras las condiciones de la agricultura.
Habiendo dicho esto; sin embargo, tenemos que volver a la asimetra inicial que nos condujo a entender la siembra segn el modelo
de la muerte, y que sigue negando una relacin plenamente recproca
entre las dos. Aunque la muerte humana y el crecimiento de los culti-
La siembra misma nos proporciona esta imagen de la colaboracin masculina-femenina, en las wankas cantadas por las solteras para
el qatay y las comadres. Ambos ocupan papeles de direccin, el yerno
(qatay) al orquestar los temas de trabajo como muerte y siembra como
entierro, y las comadres al distribuir las semillas que van a hacer revivir la chacra. La complementariedad que existe entre los dos papeles ya
debe ser evidente. Pero esta complementariedad no implica que las dos
figuras estn en algn sentido iguales o equivalentes. No obstante la
elaboracin ritual mnima de su rol, las comadres engloban y prevalecen. Ellas son las que distribuyen la semilla que absorbe la fuerza de trabajo mortal generada por el yerno y su corte masculina. La dimensin
jerrquica de esta relacin es inconfundible, y es el teln de fondo contra el cual se debe entender el igualitarismo del ayni como una bendicin mezclada, donde no siempre se puede distinguir la fraternidad de
la muerte.
Notas
1
Aunque se segua este orden en la acequia de Huaylla-Huaylla, el primer terreno a ser regado y sembrado en la acequia de Totora perteneca al gobernador, y
se ubicaba cerca del centro del orden ideal. En otras partes de Los Andes tambin se cuenta que los vecinos ignoran la distribucin acostumbrada del agua
(Cfr. Malengreau 1974: 195; Montoya, Silveira y Lindoso 1979: 177; Skar 1982:
138). Aunque esto parece ser una aseveracin ms del poder vecino, el asunto
resulta ser ms complejo. En Huaquirca se esperaba que los comuneros que
ocupaban cargos religiosos o polticos tambin fueran a saltar su turno en el
riego, y la prctica parece ser legtima para cualquiera que ha asumido deberes
formales frente a la comunidad, incluyendo a los vecinos. Antes de la abolicin
del sistema de varayoq, en 1947, las primeras chacras en ser regadas estaban ligadas con los cargos de Navidad en Huaquirca. Una de estas chacras se conoce
como Taytaq (del Padre) y se ubica en el fondo del valle, cerca del final de la
acequia de Totora. La otra es Mamaq (de la Virgen) y est cerca del inicio de
la acequia de Totora, en el lmite superior de la zona de andenes. Ambas eran
sembradas en faenas organizadas por el juez de aguas del canal de Totora. En el
momento de mi investigacin, estas chacras eran trabajadas como cualquier
otra, por el ocupante del cargo asociado con ellas.
En tiempos de escasez de agua, se puede almacenarla de las acequias, en estanques, durante la noche, y usarla para aumentar la cantidad disponible a la maana siguiente. Quispe (1969: 63) nota una interesante divisin administrativa
entre agua corriente y agua del estanque como parte de una distribucin compleja de agua segn rakis (porciones, acciones) en Huancasancos.
El fin principal del riego en todos Los Andes es prolongar la temporada de cultivo del maz (Cfr. Dollfuss 1981: 49), no sustituir a la lluvia natural. Esto le da
un carcter opcional en muchas regiones, sobre todo en aos de lluvias tempranas.
Debido a que utilizan arados de pie, la gente en Huaquirca no siembra sus cultivos en surcos, a diferencia de muchas regiones de Los Andes donde se siembra con yugo y arado. Por lo tanto, sus chacras carecen de la pauta de camellones y zanjas que despus sern tan tiles para el riego. En regiones donde se
siembra en surcos, tambin se comentan conceptos muy precisos sobre cmo se
deben distribuir las semillas; por ejemplo, que la unidad bsica de distribucin
para una semilla debe ser de dos filas paralelas, o que se debe sembrar el trigo
en terrenos, bajo el maz, de manera perpendicular a los surcos (Skar 1982:
141). Aunque hay buenas razones tcnicas para estas prcticas, yo argumentara que tambin poseen su dimensin simblica. La unidad mnima de dos filas paralelas, por ejemplo, refleja la estructura didica (igual por igual) del ayni, mientras la configuracin perpendicular del maz y el trigo sugiere la cruz,
cuya funcin es proteger los cultivos.
Hay una variacin considerable en la pronunciacin de estos nombres en Huaquirca: sawasiri/pitusiri, sawasere/pitusere, hasta saywasere. Wallis (1980: 251)
aade sawasiri/pitusayri; mientras Gow y Condori (1976: 40) reportan hawasiray y pitusiray como los nombres de los cerros para los cuales se nombran estas
calidades. El anlisis semntico de estos nombres es difcil, pero evidentemente
deseable. Parece que sawa puede ser una corrupcin del quechua sara (maz)
y entre los muchos significados de pitu (que sern discutidos luego en relacin
con la bebida pito) se encuentra el de harina de maz tostado. No pude encontrar un significado para el sufijo sira, pero el verbo quechua siray se refiere a la
accin de torcer un cuello o degollar. El sufijo siri seala la posesin en aymara; as, sawasiri indicara teniendo sawa y pitusiri significara teniendo pitu.
Estas traducciones me parecen las ms probables. Las variantes adicionales se
distribuyen como sigue; saywa es mojn, sayri es tabaco, hawa es afuera. No
percibo una pauta subyacente en esta variacin semntica y por lo tanto me
apoyo en las varias explicaciones locales de estos trminos, que en todo caso son
ms relevantes.
En quechua, Manam qespikunchu, una frase que siempre me fue traducida como No se salva, aunque qespikuy puede ser traducido como liberarse o dar
a luz (Cusihuamn 1976; Lara 1978: 201). Como salvarse, qespikuy puede referirse tanto al concepto metafsico cristiano como al acto ms mundano de escapar de un peligro. Toda la evidencia sugiere que el primer sentido es ms relevante.
Se puede interpretar estas wankas como una continuacin de las relaciones entre mujeres jvenes y espritus de los cerros establecidas en los bailes de qhashwa, descritos en el Captulo 3. En tiempos precolombinos, este estilo de canto
era asociado con cultos de la fertilidad agrcola alrededor de monolitos de piedra (tambin conocidos como wanka), ubicados en las chacras (vase Duviols
1979). Estos monolitos representaban los ancestros, en gran manera como los
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espritus de los cerros los representan hoy en da (ntese que uno de los significados de apu es padre del padre del padre del padre). La wanka precolombina
se asocia con ritos de desfloracin (vase Duviols 1979;22), al igual que el
qhashwa moderno; la ocasin cuando se dice que los espritus de los cerros seducen e impregnan a mujeres jvenes. Ambas prcticas parecen involucrar un
intento mgico de transformar la sexualidad no-domesticada en fertilidad agrcola, y bien puede haber una conexin histrica entre ellas.
Vase Carter (1968: 245), Duviols (1973: 158, 164), Bastien (1978: 175), Valcrcel (1980: 81) y Harris (1982: 52).
Lira (1944: 873) da la definicin siguiente de samakuy: Reposar, descansarse
con gusto, descansar del trabajo o de la fatiga. Dormir, descansar. Yacer enterrado, durmiendo el sueo de la muerte. Slo falta el aspecto adivinatorio, pero
esto parece estar cubierto por el termino samancha, que es un rito de bendicin en la siembra que involucra adivinacin y conceptos de conducta moral
(Lira 1944: 875; Urbano 1976: 137-40). Me uno a Urbano (1976: 137) y Carpenter (1992: 133) en sugerir que hay una semblanza semntica, y no meramente fontica, entre estos derivados de samay y sami, principalmente en base
a los varios referentes del primero en el rito descrito aqu. El nico referente
principal de la raz samay que no est presente de manera inmediata en este rito es respirar, aire soplado y conceptos relacionados. Pero al otro lado del valle de Huaquirca, los hombres trabajando en equipos de arado de pie, durante
la siembra de los andenes de Antabamba, mantienen un ulular constante, alternando entre dos tonos, que llega como eco a Huaquirca, y forma parte del ambiente de la siembra all. Aunque sera ir ms all de la evidencia decir que este
canto se incorpora al sentido de samay desarrollado en la siembra, tampoco se
puede excluir la posibilidad por completo. En el Captulo 3 ya hemos visto un
caso donde un rito une dos conceptos que son homnimos aparentes (raki-raki como helecho y como muchas acciones de agua de riego) y realiza una conexin motivada entre ellos. La fusin del descanso, la adivinacin y el entierro
realizado alrededor del trmino samakuy es slo uno de varios casos similares
que han de aparecer en este captulo. Lo interesante aqu es cmo el rito, en vez
de proceder a manipular signos verbales segn sus usos cotidianos y fragmentados, parece re-abrir la cuestin de la relacin del significante fontico al concepto significado, y negar que es arbitrario al hacer interactuar los varios sentidos designados por sonidos similares o idnticos (Cfr. Turner 1969: 64).
Sin poder aseverar que he estudiado la medicina tradicional en Huaquirca de
manera seria, me parece que los que curan con ofrendas relacionan sus medicinas con conceptos del alma de manera mucho ms sistemtica que los que curan con yerbas. En todo caso, no hay un discurso estndar sobre la naturaleza
de la persona viviente, sino ms bien una variedad de prcticas e ideas coexistentes (que pueden ser invocadas en diferentes momentos segn su valor heurstico), sin conformar necesariamente un sistema unificado.
En las palabras de Bastien (1978: 45), alma sera el principio de vida y nimo
el principio de energa. En al menos una regin de Los Andes se da una identidad sexual a estas calidades, y constituyen una teora de la concepcin: La
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participar normalmente en grupos de trabajo, algo que antes hubiera sido impensable.
Vase Harris (1982: 52) y Flores (1979: 63), quienes comentan que una insuficiencia de tierra al rellenar la tumba indica que ms gente tendr que morir
dentro de poco.
Skar nota que incumbe a un qatay (por preferencia, el marido de la hija) golpear la tierra suelta de la tumba con una piedra pesada y plana, que subraya la
idea de que se est empujando el cadver hacia abajo. Observado el rol del yerno en la muerte, que consiste casi exclusivamente en asegurar la salida de su
suegro de este mundo, resulta atractivo proponer un significado nuevo para
la colocacin, por parte del yerno, de una cruz en la cumbrera del techo una
vez cubierto de paja, que se basa en la cruz como seal de la tumba.
Valderrama y Escalante (1980: 235) presentan evidencias de que este ayni no es
para ser devuelto por el alma misma, sino por los dolientes (sobre todo los afines), cuando los contribuyentes enfrentan una nueva muerte. Esta impresin
tambin surge del comentario de Malengreau (1974: 193) sobre la muerte como una ocasin de intercambio generalizado, donde se realizan servicios al difunto como yanapa (ayuda, sin esperanza de reciprocidad estricta). Sin negar
estos puntos, yo argumentara que todava hay un sentido en que el alma misma devuelve el ayni de los vivos, sobre todo el que se le ofrece en libaciones, al
proveer este mundo con agua.
Guamn Poma (1615: 294) menciona a Qoropuna como domicilio de los
muertos, lo cual sugiere que al menos algunos elementos de esta tradicin son
de origen precolombino. Otros etngrafos que mencionan Qoropuna son Arguedas (1956: 265-6), Roel Pineda (1965: 27-8) y Valderrama y Escalante
(1980). Aunque Harris (1982: 62-3) menciona el pueblo de Tacna, en la costa,
como el pas de los muertos, y no Qoropuna, al parecer un conjunto similar de
ideas est funcionando. Se puede decir lo mismo del relato en Zuidema y Quispe (1968), basado en la subida de un cerro no-identificado. Mucho menos fcil
de integrar, por motivos que resultarn evidentes, es la idea proveniente de Cajamarca, de que los muertos van a la selva (Arguedas 1975: 16), y la comunicacin de Bastien (1978: 85-6. Captulo10) sobre un reciclaje de los muertos a travs de cerros locales.
Normalmente se denota el riego en quechua con los trminos qarpay y mallmay. Es el paralelismo extra-lingstico entre el riego y el lavado de ropa que
proporciona un motivo para la elisin de la diferencia fontica entre pacha y
pacha, y permite que pacha taqsana sea entendido como lavado de la tierra
o riego. Pero esto no es una ocurrencia lingstica aislada, porque he escuchado pacha usado como sinnimo de hallpasqa (terrenado, refirindose a la extraccin sobrenatural del corazn y los bofes de una persona viva), en Huaquirca, cuando, segn la teora, debe referir slo a la ropa porque empieza con un
explosivo (p). Mannheim (1988) ha proporcionado una excelente discusin de
los explosivos, en quechua, que sugiere que a veces se utilizan por nfasis a costa de la distincin fonmica de sus equivalentes no-explosivos. Cualquier comparacin sistemtica de los diccionarios quechuas va a confirmar que la funcin
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discriminatoria entre explosivos y no-explosivos es de ninguna manera consistente, incluso dentro del mismo dialecto. Hay muchos motivos para esto, incluyendo interacciones entre ritos y palabras, donde los primeros (re)motivan las
segundas. Como en el caso de samay y sami, tratado en la nota 9, la distincin
fonmica entre pacha y pacha es obviada para reforzar un lazo metafrico entre campos semnticos creados por el rito. Parece que para proporcionar un
momento justo a lo que pasa en estos ritos, necesitamos una teora de la significacin basada en el praxis, que va ms all de un nfasis en nombrar, clasificar y hasta predicar.
La incapacidad del alma de pasar agua sin ayuda ha sido notada por Stein
(1961: 30), Ossio (1978b: 381), Valderrama y Escalante (1980: 259) y Harris
(1982: 55).
Vase Valderrama y Escalante (1980: 259) y Harris (1982: 62). Una versin que
yo escuch es que hay que solicitar los servicios del perro negro, a travs de un
perro blanco, que estar ms dispuesto a ayudar al alma. Valderrama y Escalante (1980: 258) informan que el alma es devorada por completo en Alqollaqta, y
se reaviva slo cuando un perro blanco orina en el excremento resultante. Parece que en ambos casos, los perros blancos sostienen la conexin residual del
alma con la vida, mientras los perros negros lo confirman en la muerte.
En quechua, lloqe refiere a la izquierda, pero tambin es el nombre de un rbol
nativo de Los Andes, del cual se hacan puentes colgantes en el valle de Antabamba hasta 1920. Ambos sentidos de la palabra se incorporan en el cordel, dado que se hila hacia la izquierda y es el material de un puente colgante. Otra vez,
la homofona de estas dos palabras parece ser la base de una interaccin metafrica, que slo podra resultar a travs de una implementacin prctica especfica. La relacin metafrica entre lloqe como rbol y lloqe como cordel hilado
hacia la izquierda no se da de manera objetiva en la identidad del medio fontico, a travs del cual se expresa estos dos conceptos, sino que se realiza slo
cuando se utiliza el cordel para hacer un puente colgante que normalmente sera hecho del rbol.
Vase Ortiz (1973: 14), Bastien (1978: 53), Valderrama y Escalante (1980: 259),
Urton (1981: 38) y Harris (1982: 62).
Valderrama y Escalante (1980: 259) dan evidencia de una expansin inversa del
tiempo: lo que es un ao para nosotros, es apenas un da en la otra vida. Estas
modificaciones complejas del tiempo y del espacio parecen ser parte de la transicin entre la vida y la muerte, e indican una capacidad reducida de los muertos de mantener cualquier perspectiva sobre el paisaje que tienen que atravesar,
que parece cada vez ms ajeno y deformado debido a su prdida de nimo.
En otras partes, esta subida involucra cinco niveles (Zuidema y Quispe 1968:
367), al igual que los cinco pueblos citados aqu. Bastien (1978: 179) describe
una subida de tres niveles.
Arguedas (1956: 266) cita a San Francisco, mientras Valderrama y Escalante
(1980: 266) mencionan a San Pedro.
La gente a quienes yo pregunt, en Huaquirca, derivaron este nombre del verbo quechua wauy (`muerte o morir). La luna menguante tambin se llama
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Nez del Prado 1975a: 395). Malengreau (1980: 510) insiste que esto debe ser
visto como yanapa, sin clculo, y aunque yo estuviera de acuerdo que en general este es el caso, no es necesariamente as. Cuando las mujeres trabajan en la
chacra, tambin entran en relaciones de ayni y yanapa con otras mujeres. A veces se ignora el hecho de que las mujeres s practican ayni entre ellas, porque
menos trabajo femenino que masculino circula ms all de los lmites de la unidad domstica, y porque como productoras de comida y bebida, las mujeres entran en relaciones parecidas a la minka con los hombres. El punto final aqu es
si se puede definir la prctica del ayni exclusivamente desde una perspectiva
masculina. En tanto que el ayni est culturalmente elaborado alrededor de imgenes de la muerte, parece ser prototpicamente masculino, pero tambin hay
un sentido (quizs secundario) donde se aplica igualmente bien a servicios entre mujeres.
Vase, por ejemplo, Allen (1988: 78, 81). Tanto Nez del Prado (1975a: 394,
398, 1975b: 624) como Skar (1982: 144) notan el control femenino exclusivo de
las reservas de vveres, y los hombres no pueden entrar al cuarto donde estn
almacenadas. Lund Skar (1979: 453-5) presenta un momento bastante diferente, donde todos los miembros de la familia tienen derechos sobre los contenidos del depsito, aunque no se los especifica. Una afirmacin igualmente confusa del control femenino del abastecimiento de vveres, de un lado, y de otro el
derecho de cada miembro del grupo domstico a una accin de la cosecha, se
encuentra en Stein (1961: 221, 128). En otros lugares, la administracin femenina de las reservas de comida conduce a una identificacin del depsito como
femenino (Wallis 1980: 252, 256), pero no se comentan los derechos de acceso.
Finalmente, Harris (1978a: 31) reporta que las mujeres son dominantes dentro
de la unidad conyugal porque controlan el consumo, pero dice que slo la cocina se asocia con las mujeres, mientras el depsito se asocia con los hombres
(Harris 1978a;26), y que los productos agrcolas son vistos como pertenecientes a toda la unidad domstica debido a su trabajo conjunto (Harris 1978a: 29).
Este definitivamente no es el caso en Huaquirca. No obstante el hecho de que
los hombres generalmente estn presentes en nmero superior a las mujeres, en
una relacin de dos a uno en los grupos de trabajo agrcolas, el producto cae
bajo un control femenino exclusivo una vez que ha sido cosechado. La expresin ms clara de esto es que cuando marido y mujer pelean, a l no se le permitir comer en la casa, y no tratar de exigir acceso independiente a los vveres cocinando l mismo.
Aunque es enteramente normal que un hombre cocine o cuide a los nios de
vez en cuando, llegado el fin de mi trabajo de campo, suger en broma que
pronto tendra que hacer mi propia chicha; hasta vecinos que aseveraban nunca haber tomado laqto, apenas supriman su horror. Estaba bien que yo supiera hacerlo, pero acaso no podra encontrar al menos una mujer que me lo preparara?
La chicha escupida por las mujeres se llama laqto, y es posible que su saliva tenga cierto impacto en el proceso de fermentacin, aunque sea slo convirtiendo
carbohidratos en azcares. Pero algunas mujeres aseveran que no escupen en la
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masa y que los resultados son los mismos. En todo caso, la chicha preferida por
los vecinos se llama chicha de jora, hecha de semillas germinadas de maz (wiapu) que dan otro color y sabor a la bebida.
En ausencia de una entidad englobante como la semilla, el encuentro de entidades similares, en ayni, muchas veces se hace destructivo, como en las peleas
que estallan entre grupos de trabajo al realizar la wayliya, en el camino a casa
despus de la siembra. Aqu, ayni se convierte en un principio de venganza
(Gonzlez Holgun 1608: 33; Nez del Prado 1972: 138). Esto no es del todo
sorprendente, dado que la dualidad simtrica, y la transformacin yanantin que
lo logra, representan un asalto al cuerpo.
Captulo 5
Flores, 1979: 64). Ciertos hombres, de la comunidad, que han sido entrenados como sacristanes son muy buscados para recitar rezos en latn sobre las tumbas los que reciben recompensas generosas de trago.
Todos los dems echan libaciones de chicha o trago en las tumbas. El
acontecimiento rpidamente devuelve en una borrachera extrema, y
por la media tarde, si lluvias intensas no han obligado a la gente a retirarse ya a las casas, los dolientes estn zeteando camino a sus hogares,
para caerse inconscientes o seguir con sus vigilias. Por lo general, un
cura del pueblo vecino de Antabamba llega a decir misa en la tarde; en
1982 la gente estaba decepcionada cuando no vino. Al fondo de la iglesia en Huaquirca hay un altar rstico de adobe con varios nichos, cada
uno conteniendo una calavera, que segn se dice es dedicado al Da de
los Difuntos (vase tambin Harris, 1982: 61).
El Da de los Difuntos existe la costumbre de comer phatawa en
Huaquirca. Este plato se prepara haciendo hervir mazorcas enteras de
maz seco. Se contrasta con el modo normal de cocinar maz seco, donde se desgrana la mazorca antes de hervir los granos para preparar un
plato llamado mote. Phatawa es duro de mascar; los granos nunca se
rehidratan por completo porque siguen pegados al marlo. Algunas personas comen phatawa en todo el mes de noviembre; y a veces se sirve
en entierros tambin, pero es el plato clsico y muchas veces exclusivo
que se sirve al atardecer el Da de los Difuntos,2 y por lo general se limita a esta ocasin. Es durante esta segunda noche de vigilia, me contaban, que el alma vuelve a salir rumbo a Qoropuna, pero su viaje no
parece involucrar las mismas tribulaciones como el de despus de la
muerte. Por la maana del 3 de noviembre, la mayora de la gente est
otra vez trabajando en las chacras, y slo los que han estado conduciendo una vigilia para alguien que muri durante el ao pasado pueden
quedarse en casa.
Todos los Santos y el Da de los Difuntos recapitulan muchos aspectos de la muerte individual, pero con algunas diferencias importantes. Primero, la ropa lavada reemplaza al cadver durante la vigilia, como si tuviera el poder de atraer al alma desde Qoropuna hacia su anterior condicin en vida. Lo mismo se puede decir de las ofrendas de comida en el altar y la comida de medioda servida para el alma. Mientras
los vivos quemaron la ropa y la comida del alma para despacharle de
este mundo e iniciar su viaje a la otra vida, ahora parecen reconsiderar
y hasta invertir este proceso al tender otra vez estas cosas para el alma
con fines de invitarle a volver. De otro lado, la idea de que el alma regresa como mosca es la evidencia de la transformacin que ha sufrido
en la otra vida. Dado que a veces se dice que el nimo abandona el cuerpo como una mosca azul (chiririnka) al morir, ahora parece que el alma ha sido reducida al mismo tamao y condicin en Qoropuna (vase Arguedas, 1956: 266). La asimetra que exista entre alma y nimo (o
en otros trminos, alma mayor y alma menor) se reduce a una simetra
de moscas en la separacin de la muerte, parecido a la manera en que
la asimetra entre mujeres y hombres se reducen a una pareja simtrica
de hombres a travs de la transformacin de yanantin (Cfr. Platt, 1986:
248, 252). No obstante, estas moscas todava son almas: tienen una especie de nostalgia por la vida, y regresan a la ropa y comida que la
acompaa. Nunca pierden totalmente su afinidad para la incorporacin social y fsica que caracterizaba su vida, como tampoco son totalmente olvidadas por sus parientes. Es este estado del asunto que conduce tanto a los vivos como a los muertos a volver a los lazos mutuos
de su perodo de duelo, y deshace la separacin anteriormente lograda
en los ritos funerarios.
Otro aspecto de este proceso regresivo es el comer phatawa, maz
cocido de una manera que rehsa separar el grano del marlo, sawasira
de pitusira. Esta tcnica de cocina parece diseada a restaurar la unidad
viva de una mazorca fresca de maz que no ha sido secada todava en el
sol y la helada de la poca seca. Pero, precisamente, este rechazo de la
separacin que no permite una restauracin real del la vida. Phatawa es
cocida y, por lo tanto, no puede servir como semilla, pero sigue siendo
duro y seco adentro, entonces tampoco se adapta a los cdigos culinarios locales. El consumo productivo del maz, sea como comida o como
semilla, exige la destruccin de la unidad formal de una mazorca seca.
De manera parecida, la salvacin, o el expendio correcto de la energa
productiva en la siembra, exige que primero se acepte la muerte. Parece que de la misma manera en que Todos los Santos y el Da de los Difuntos niegan o deshacen la separacin de los vivos y los muertos, tambin niegan la separacin entre el grano (sawasira) y el marlo (pitusira)
en el maz. Se mantiene el paralelismo y la interconexin sustantiva entre estos dos campos.
El paqpako desafa este lazo renovado con los parientes muertos.
Aunque une todas las vigilias en su ronda, el paqpako tambin roba la
comida que sigue ligando el alma con sus parientes vivos, y que man-
tiene la individualidad corporal. Al hacer as, empieza a romper los lazos de parentesco entre los vivos y los muertos, y se burla de su afecto
mutuo (como los afines entre los Laymi, vase Harris, 1982: 60). Con
su capucha negra, el paqpako es parecido a los apaq que salen en grupo
de sus tumbas para provocar la muerte (vase Captulo 4), y esto se corrobora por el nombre mismo, que refiere al bho cuyo grito anuncia
la muerte. Al bailar encima de las tumbas, el paqpako presenta la muerte y su colectivizacin como una causa de festejo, no de duelo. Finalmente, su mensaje es claro: no hay consuelo, mucho menos renovacin, a travs del duelo.
Esta funcin del paqpako acuerda bien con el argumento de Harris (1982: 55-6) que las observancias de Todos los Santos y el Da de
los Difuntos des-individualizan la muerte y le dan una orientacin ms
colectiva. Hay una dimensin adicional de esto en Huaquirca, donde la
siembra que ha estado en curso durante un mes y medio en parcelas individuales, y en gran medida bajo la seal de la muerte, ya est por terminar, y tambin se colectiviza en estos ritos. De hecho, este nfasis en
sobrellevar el apego a los muertos individuales es tan fuerte en Huaquirca que conduce a una negacin de la creencia Laymi de que los
muertos se quedan en este mundo hasta Carnaval para hacer producir
a los cultivos (vase Harris, 1982: 58-62). Esto se me aclar un da de
noviembre durante un descanso en un grupo de trabajo del aporque,
cuando un hombre estaba vertiendo libaciones para alguien que acababa de morir y para sus ancestros, mientras me explicaba: los muertos
para nosotros, son un segundo Dios, slo un poco por debajo de Jesucristo y conclua que se debe siempre pedir consejos de los ms capaces
de entre los ms sobresalientes de ellos. Habiendo por entonces ideado
una versin ms cruda del anlisis presentado en el captulo anterior,
aprovech la oportunidad de preguntar Es que los muertos hacen crecer los cultivos entonces?, a lo cual respondi con una sonrisa astuta
no, no creemos eso. Quizs este intercambio muestra ms que la futilidad de un proceso de cuestionarse, que es lo que impulsa a la gente a
generar creencias, en base a sus imgenes rituales,3 pero tambin es
cierto que estas imgenes no sugieren que son los muertos, como seres
ntegros, que renuevan la vida de los cultivos. Al contrario, es la disolucin del alma, y su liberacin de energa en la forma annima del agua,
la que conduce a la germinacin y crecimiento de las semillas, punto reconocido por Harris (1982: 60) en notar que el difunto se incorpora s-
lo de manera gradual en las energas colectivas que producen los cultivos. Dado que al parecer las almas nunca logran una des-individualizacin completa, inevitablemente hay cierta ambigedad aqu.
Finalmente, no hay una transicin simple o unidireccional de individualidad a colectividad que tenga lugar en estos ritos, aunque esto
es el resultado deseado. Se reconoce de manera igual, pero con mayor
profundidad que los apegos individualizados entre los vivos y los
muertos persisten, y crean la regresin generalizada hacia un estado de
duelo en estos das que exige el surgimiento de la contra-tendencia hacia la colectivizacin. Esto es, efectivamente la misma tensin entre fracaso y xito en el logro de salvacin que est presente en la siembra.
En el caso de Huaquirca, a lo menos, es equivocado presumir que se resuelve esta dilema en las observancias colectivas de Todos los Santos y
el Da de los Difuntos, porque no tienen gestos conclusivos, y simplemente se disuelven en ms trabajo agrcola. Voy a argumentar luego
que es slo en las fiestas de Navidad que se resuelve de manera convincente las preocupaciones mortales de la siembra, Todos los Santos y el
Da de los Difuntos.
Segundo riego
Aunque por noviembre llueve con frecuencia, generalmente es
necesario regar una segunda vez esas chacras, sembradas en septiembre, para asegurar el crecimiento de los cultivos; en algunos aos, hasta las parcelas sembradas al ltimo requieren de un segundo riego. Segn las condiciones climticas, este segundo riego se realizar entre un
mes y seis semanas despus de la siembra, cuando las plantas de maz
tienen una altura de unos diez centmetros. Con plantas creciendo en
la chacra, es imposible regar tan intensivamente como antes de la siembra, y los hombres se cuidan mucho de no desarraigar los plantones
con sus picotas, o con flujos excesivamente fuertes de agua. Este segundo riego se dificulta an ms por el uso de arados de pie en la siembra,
que dejan las plantas creciendo en una pauta dispersa. En contraste,
una caracterstica de la siembra con el arado arrastrado por toros es
que una vez que se ha terminado un andn, el arado corta largos surcos diagonales por el andn que desplazan las semillas a ambos lados,
as creando un canal para el riego posterior. Los grupos de trabajo en el
segundo riego tienden a ser reducidos, raras veces compuestos por ms
de cuatro o cinco hombres. Tambin habr una o dos mujeres para servir la chicha, pero como en el primer riego, no trabajan la chacra ni tienen contacto con el agua. De hecho, el tamao reducido de estos grupos de trabajo se debe, en parte, a la naturaleza intensiva del riego.
Tambin se debe al hecho de que las tareas ya se empiezan a acumular
y coincidir. El mismo nmero de personas se distribuyen entre un nmero mayor de grupos de trabajo. En 1982, lluvias intensas llegaban
temprano, y se realiz el segundo riego slo en unas pocas de las primeras parcelas sembradas; as que no pude participar en esta tarea.
Primer aporque
El primer aporque, o hallma, generalmente ocurre unos das despus del segundo riego, pero cuando se omite el segundo riego, el aporque se realiza entre cuatro y seis semanas despus de la siembra. Entonces, esta tarea se inicia ya por fines de octubre, y contina hasta mediados de diciembre. El fin del primer aporque es desyerbar y amontonar
tierra al pie de las plantas jvenes para protegerlas contra el viento. Esto se hace con una lampa, utilizada slo por hombres; que consiste en
una hoja de pala de acero, con un collar donde se coloca una manga de
unos 80 a 100 centmetros de largo, que se repliega sobre la hoja en un
ngulo muy cerrado de unos treinta grados. Para labrar con la herramienta, los hombres se doblan de rodillas y se agachan desde la cintura, trabajando casi acurrucados. No obstante la pauta irregular de la
distribucin de las semillas, el aporque procede de manera ordenada,
con hasta cinco hombres trabajando un solo andn avanzando en franjas colindantes y paralelas, y volviendo en direccin opuesta. Empezando con una lanzada hasta donde alcanza su brazo, un aporcador arrastra tierra hacia su cuerpo, depositndolo alrededor de los tallos de las
plantas cercanas con movimientos hbiles de la mueca. Los hombres
toman cuidado de alternar el lado del cuerpo por donde lanzan cada
arrastre sucesivo de la lampa. Avanzan por el andn en una especie de
pauta de espina de pescado, una lanzada a la izquierda, una lanzada a
la derecha, etc., movimientos que conforman una franja de terreno
aporcado de cerca de un metro de ancho. Aunque hay cierto nivel de
competencia entre los hombres para ver quien puede avanzar ms rpido, tambin conversan, y el da no se convierte en una carrera explcita entre equipos opuestos, como en la siembra. Cada grupo informal
cin con una tarea que por costumbre viene despus de Todos los Santos. La relacin mgica de msica de flautas con lluvia sugerida por Harris (1982: 58) recibe una vuelta interesante en Huaquirca por la tocada de quenas en las tinkas (libaciones) de la poca seca, no slo en
estas tareas que coinciden con el inicio de las lluvias intensas. En vez de
expresar la presencia literal de los muertos, se puede ver la msica de la
quena como un modo de solicitar la lluvia. Los hombres me decan incansablemente que tocan quenas para seducir a las mujeres, no para
atraer la lluvia. Segn ellos, la msica de la flauta es objeto de deseo femenino, quizs algo que contrapesa su propio deseo de chicha. Si es as,
los descansos en el trabajo donde chicha y msica de quena circulan la
una contra la otra expresaran una forma ms recproca de la complementariedad de gnero (falta por falta acercando a igual por igual)
que la relacin jerrquica de minka no-declarada comentada en el captulo anterior, donde el poder de la chicha era absoluta.
La siembra de papa
La siembra de papa (papa tarpuy) suele empezar en los campos
de barbecho sectorial (laymis) arriba del pueblo, entre mediados de noviembre y principios de diciembre. Mucha gente me dijo que slo siembran tubrculos cuando la luna est creciente (pura), y tanto en 1981
como en 1982 la tarea se detuvo de golpe cuando la luna empezaba a
menguar (waa), aunque unos cuantos vecinos seguan durante esa fase. La mayora de los que no haban alcanzado a sembrar sus parcelas
esperaban hasta la fase creciente del prximo ciclo. En otros lugares,
una versin ms elaborada de este esquema se aplica a todas las plantas
cultivadas, no slo tubrculos, y la gente relaciona el crecimiento de la
luna, explcitamente, con el crecimiento de las plantas (Brush, 1977b:
102). Dado que tanto el primero como el segundo aporque estn por
realizarse en los andenes debajo del pueblo en este rato, y pueden ser
avanzados o retrasados para acomodar la dependencia de la siembra de
tubrculos frente al ciclo lunar, la luna no crea problemas apreciables
en el calendario del trabajo agrcola.
La siembra de papa siempre se realiza en el sector del sistema de
laymis donde se barbech; es decir, se rompi la tierra, el marzo anterior. Este proceso ser descrito en el captulo siguiente. Resulta en una
serie de surcos y camellones, creados al cortar una fila de terrones para
formar un surco, y volcarlos al parado para formar un camelln. De esta manera, se ahoga y entierra con el arado de pie la vegetacin silvestre. Con la llegada del pasto kikuyu, en los aos 1950, romper la tierra
se ha vuelto mucho ms esforzado, y es muy necesario hacerlo bien,
porque la raz subterrnea de esta planta tiene que secarse completamente. En las parcelas ms bajas de un sector de laymi, se puede realizar una sesin de sacada de kikuyu, o grameo, antes de la siembra. En
el grameo, la gente sube lentamente por los surcos en un frente unido,
rompiendo lo que queda de los terrones viejos, y sacando brotes muertos y vivos de kikuyu. Ms arriba, en lugares menos infestados con kikuyu, se realiza el grameo al mismo tiempo que la siembra, por parte
de los hombres ms jvenes en el grupo de trabajo debido al esfuerzo
requerido. Avanzan por los camellones de manera competitiva, alzando sus picotas encima de sus cabezas y golpeando los terrones volcados
con fuerza con la parte plana de la hoja, quitando la tierra de las races
secas. Este es el trabajo ms duro que encontre en Huaquirca, y no tengo motivo para dudar de la gente que asevera que el kikuyu haba aumentado cuatro veces, con respecto al tiempo que se gasta en abrir una
parcela y haba reducido la cantidad de tierras de laymi bajo cultivo.
Detrs de los hombres que golpean los terrones con sus picotas
vienen los equipos de siembra. Estos consisten en un hombre con un
arado de pie y una mujer con una cantidad de pequeas papas para semilla en una de sus varias polleras. El hombre, por lo general de edad,
hunde su arado con facilidad en la tierra ya suelta y jala el agarrador hacia atrs lo bastante para abrir un pequeo espacio donde la mujer coloca una papa, mientras el hombre saca el arado para repetir el proceso unos treinta a cuarenta centmetros ms arriba. Muchas veces estn
slo dos o tres hombres mayores con arados de pie y de cinco a seis mujeres para sembrar con ellos; en este caso las mujeres trabajan por turnos con los hombres, esperando al pie de un camelln hasta que les llega su turno. Los hombres ms jvenes, que avanzan ms rpidamente
que los equipos de siembra, vuelven a las filas sembradas, una vez que
han dejado un espacio de terreno ya preparado, y vuelven a trabajarlas,
desmenuzando la tierra y formando los camellones con la hoja plana de
sus picotas.
A diferencia de cualquier otra tarea agrcola en Huaquirca, los
grupos de trabajo en la siembra de papa pueden cubrir las parcelas de
ms de una unidad domstica en el curso de un solo da. Esto es ms
silvestres y tres papas, en ese orden. Se circula un vaso de chicha llamado un lago, y todos los presentes toman de el. Luego el yerno pronuncia un Credo sobre el montn de semilla, y la mujer de la unidad
domstica patrocinadora entierra la ofrenda que l ha preparado. Las
mujeres tambin distribuyen flores y cantan wankas durante la siembra
de papa, no se puede detectar diferencias en las tonadas que se cantan
durante la siembra de maz en los andenes.
Las diferencias principales entre las adivinaciones de samakuy de
la siembra de papa y la de maz concierne a la participacin femenina,
si el nmero dos o tres representa salvacin, y la naturaleza del abono proporcionado por los que no logran ese estado. Construyamos un
anlisis de este rito pasando por estos detalles uno por uno.
Primero, la participacin de las mujeres en las adivinaciones de
samakuy de la siembra de papa representa una divergencia significativa
de la siembra de maz, donde slo hombres participan. Mientras las
mujeres estaban exentas de todo el proceso mortal que rodea la siembra de maz, ahora su salvacin se juega en las adivinaciones de la
siembra de papa. Una razn podra ser que las mujeres se vinculan de
cerca con las papas en el pensamiento andino. Hay lugares en Los Andes donde la gente dice a secas que las papas son hembras vivas y sensibles (vase Allen, 1988: 172).4 Dado que se entierra a las papas, por extensin tambin se entierra a las mujeres, y esto las har sujetas a la adivinacin de samakuy. Aunque esto puede ser aceptable como una primera aproximacin, no explica porqu los hombres tambin participan
en las adivinaciones de la siembra de papa. La siembra de papa no puede ser opuesta a la siembra de maz como las mujeres a los hombres,
porque los hombres participan en ambas adivinaciones. Ms bien, tenemos una transformacin cumulativa donde las mujeres estn subsumidas por un proceso mortal que antes slo logr alcanzar a los hombres.
La representacin de la salvacin por el nmero tres desarrolla
este concepto de cumulacin. Como sugiere Harris (1982: 62), el nmero tres indica lo completo en el simbolismo andino. Yo argumentara ms especficamente que la totalidad designada por el nmero tres
es una sntesis de la dualidad simtrica de los hombres y la dualidad
asimtrica de las mujeres y los hombres.5 En el captulo anterior, hemos visto como yanantin, donde una mujer pasa dos cuernos de chicha
a un hombre, que a su vez pasa uno de ellos a otro hombre, involucra
la conversin de la asimetra entre un hombre y una mujer en la sime-
maz en competencia para la luz del sol. Conforman equipos que van
adelante de los hombres y ayudan con su visin a ubicar las yerbas.
Cuando los hombres terminan una rea, las mujeres tambin renen y
sacan las yerbas desarraigadas por los hombres. No obstante esta colaboracin, es durante la kutipa que escuch a los hombres despreciar
ms ruidosamente el trabajo de las mujeres en las chacras.
Los descansos del trabajo durante la kutipa presentan las mismas
formas de sentarse y de distribuir la chicha (incluyendo yanantin) antes descritos. Tambin tienen melodas distintivas de quena. Al fin del
perodo final de trabajo, hay un rito modesto pero distintivo conocido
como sara pampa (entierro del maz). Las plantas de maz que han sido accidentalmente desarraigadas durante la jornada son reunidas en
un poncho y llevadas a un hoyo poco profundo, de unos cincuenta centmetros, que ha sido cavado para ellas. En el pueblo de Antabamba,
hay un sitio particular en cada parcela conocido como el qoturipata
(lugar o andn de almacenamiento), donde siempre se realiza este rito.
En consecuencia se supone que el sitio es especialmente frtil y productivo. En Huaquirca, parece que no se utiliza el mismo lugar de un ao
a otro, o que se espera algn incremento de fertilidad. No obstante, alguien va a reunir un coca kintu (tres hojas perfectas de coca superpuestas, lado oscuro arriba) y colocarlo en el fondo del hoyo. Al igual que se
lleva un cadver a la tumba en un poncho, de la misma manera se baja
los tallos de maz al hoyo. Los que as desean vierten libaciones de chicha sobre las plantas y luego utilizan sus lampas para tapar el hoyo. En
ciertos aspectos, el acto es comparable a la siembra ritual que se realiza
al finalizar la adivinacin de samakuy de la siembra, dado que ambos
incluyen un coca kintu y ambos pueden ser realizados en el mismo lugar en la chacra. Pero a veces se discute el sitio de la plantada ritual durante la siembra, no as la ubicacin del sara pampa. Aqu se confirma
el concepto de la siembra como un entierro ritual que renueva la vida,
ahora en el re-entierro de las vctimas de este proceso regenerativo.
Otra vez, las antiguas pautas del entierro humano en los andenes y los
laymis no parecen tan remotas.
El regreso al pueblo de la kutipa procede lentamente, los hombres tocando flautas y las mujeres a veces cantando. Como en la siembra, la gente puede esperar para que todo el grupo se junte en el camino en las afueras del pueblo antes de entrar, para lograr un impacto
mximo.8 Los allegados de los patrocinadores del grupo de trabajo re-
ta al Niupata. Otra vez, las comparsas bailan a ambos lados de la capilla antes de regresar al pueblo intercambiando la delantera. Pero esta
vez, mujeres que han ayudado a la unidad domstica del carguyoq a
preparar la comida y la bebida llevan la imagen del Nio Jess por turnos en la bajada y lo devuelven a su lugar acostumbrado en la iglesia.
Esta actuacin esquemtica del nacimiento de Jess se desarrolla ms a
travs del uso del trmino pastor para referir a los bailarines, y la asociacin de los cargos con miembros de la Sagrada Familia.13 Una vez
que la figura del Nio Jess est en la iglesia otra vez, las dos comparsas realizan la wayliya en la plaza hasta el medioda, cuando el Padre de
Antabamba llega, en su camioneta, a decir misa, mas es interrumpido
por explosiones intermitentes de plvora cerca de la iglesia. Despus de
la misa, el Padre realiza bautizos, mientras las comparsas siguen con la
wayliya durante un rato en la plaza antes de ir a almorzar. Por la tarde,
las comparsas desfilan por el barrio de sus carguyoq, visitando hogares
que tienen nios, donde bailan durante un tiempo corto y reciben trago por la cortesa de su visita.
Por las 17H00, las comparsas se renen en la plaza para bailar, y
sus patrocinadores ponen mesas para servirles bebida, esto es en los extremos de la plaza, al lado del muro ms cercano a la iglesia. En lo que
resulta ser el ltimo de estos descansos, los hombres reciben un vaso de
pito y un vaso de chicha cada uno, servido por las mujeres que ayudan
a la unidad domstica del carguyoq. Este par de vasos no es yanantin
porque el contenido de cada vaso es diferente, y el mismo hombre toma ambos. Cuando los hombres opuestos se levantan para seguir con
la wayliya, dejan sus mscaras y sombreros con sus mujeres u otra persona de confianza, que indica que la batalla culminante (para la cual las
wayliyas de Huaquirca y Antabamba son notorias) ya est cerca. Mientras las comparsas cruzan y recruzan la plaza, su interferencia mutua se
vuelve ms sistemtica, su marcha y canto adquiere ms espritu. Al fin,
las dos comparsas se enfrentan, la simetra lateral de cada comparsa
ahora ampliada en la dimensin de profundidad; las dos filas anteriores de hombres altos se enfrentan, con una gradacin hacia los ms bajos en la cola de cada comparsa (vase Figura 15). La tensin aumenta
en una confrontacin que puede durar hasta diez minutos, mientras los
dos bandos se desafan, cantando estrofas alternas de la wayliya, y zapateando todos juntos con fuerza cuando no estn cantando. Los que
estn atrs en cada comparsa empujan hacia adelante, y al fin no se
d a n za n t e d e wa yliya
= h o m b ro s
= s o m b re ro
Figura 15
Enfrentamiento de Waliya
= p lu m a d e p a vo re a l
metros de este cuerpo principal de la procesin, adelante y a ambos lados, estn los muchachos con sus segaderas y lampas, realizando los
movimientos del trabajo asociado con estas herramientas, lanzndose
sobre cualquier persona o perro que encuentran para aporcar o cortarles como si fueran tallos de maz. Al terminar esta vuelta, Lisa sirve a toda la comparsa con chicha del jarro de barro que ha cargado. La primera ronda de chicha es otra vez para la libacin del maz (Sara tinka), y
cada bailarn echa unas gotas sobre los tallos, que los muchachos han
devuelto a la mesa. En la segunda ronda servida por Lisa, los bailarines
brindan por miembros individuales de sus familias al echar unas gotas
sobre el maz de la misma manera que antes. Por lo general, un descanso prolongado para tomar sigue a la realizacin de esta actuacin por
ambas comparsas (la segunda de ellas puede dar la vuelta a la plaza en
el mismo sentido que las agujas del reloj), y no resumen la wayliya hasta ms tarde.
Cerca del atardecer, las dos comparsas, como es de esperar, se
vuelven ms animosas en el baile, ms beligerantes, y ms propensas a
chocar. Otra vez, esta escalada de tensin se rompe por un descanso durante el cual los hombres toman un vaso de pito y otro de chicha, y dejan sus mscaras y sombreros con un espectador. Retoman la wayliya
con apuro y vigor, hasta que las dos comparsas se enfrentan, zapateando y cantando en dos unidades monolticas en contrapunteo. Con provocaciones e insultos llenando el aire, los que estn atrs en cada comparsa empiezan a empujar hacia adelante. Pero esta vez los hombres
han trado fuetes, azotes de montar de cuero trenzado con una punta
de metal forrado en cuero (en el pasado, tambin se utilizaba macanas
de madera de lloqe). La pelea empieza con unas tocadas preliminares de
chicote desde atrs en cada comparsa. Dentro de unos segundos, olas
de azotes de montar empiezan a caer sobre las caras y los hombros de
los bailarines, y la pelea estalla hacia afuera, revolviendo por la plaza en
un ritmo frentico. No obstante, los hombres se echan hacia atrs y luego tiran cada golpe con todo su peso, muchas veces recibiendo un azote inesperado por atrs en el mismo momento. Algunos tambalean o
son arrastrados pronto, apenas sostenindose en pie, pero la mayora
siguen con una sola intencin, al parecer indiferente ante el dolor. En
medio de la pelea en 1981, los dos carguyog se paraban cara a cara, carajendose y escupindose, azotando con una furia sin tregua. Lentamente, los asaltos empiezan a reducirse, y la pelea pierde su matiz y
oleadas imprevisibles. Luego, los hombres empiezan a enrollar sus fuetes y se retiran a la mesa de su patrocinador por algo de trago. Ms tarde, van a bromear sobre haber hecho penitencia para sus pecados de esta manera. Despus de unas vueltas ms de wayliya triunfante en la plaza, las comparsas van a cenar en las casas de sus carguyoq. Despus de
esto, se retorna a la wayliya, y pueden seguir hasta altas horas de la
noche.
A veces se dice que el desayuno en la casa del carguyoq la maana del 27 de diciembre seala el fin de la wayliya de Navidad, pero en
ninguno de los dos aos que yo presenci el acontecimiento termin
tan pronto. Por medioda, algunos miembros de cada comparsa empezaban a desfilar otra vez por el pueblo medio disfrazados y muy borrachos, pero casi no haba gente para mirarles, porque la gente ya vuelve
a trabajar en las chacras, o en otra actividad fuera del pueblo, como
cortar lea. En un da, estos bailarines, de ser el orgullo del pueblo han
pasado a ser unos borrachos (en palabras de un vecino). Cierto ncleo va a seguir bailando y cantando la wayliya en el patio delantero de
sus casas durante el 28 y 29 de diciembre, pero ya no van a disfrazarse
o bailar en pblico. Poco a poco, el brillo del acontecimiento desaparece, y otra vez el pueblo est vaco durante el da, y calmado por las melodas de flauta de la kutipa en las tardes, mientras la gente vuelve de los
campos.
De todas las celebraciones y actividades que se llevan en el ciclo
anual, la wayliya de Navidad parece la menos figurativa a primera vista. Considerada como un todo tiene poco que ver con el relato bblico
de Navidad, y a nadie le interesaba interpretarlo excepto como un tiempo libre en el trabajo agrcola. De hecho, el mismo hecho de ser una
pausa en el trabajo contribuye al sentido de lo presente e inmediato en
la actuacin. Sin embargo, es la repeticin sin fin de la wayliya, sobre
todo, que parece crear esta autosuficiencia, al rechazar proclamar algo
ms que su propio nombre:
Wayli-hiya wayliya-hiya
wayliya wayliya-hiya.
Wayli-hiya wayliya-hiya
wayliya wayliya-hiya.
En quechua, wayliya quiere decir alegra o felicidad, y era como si la gente lograba el estado en cuestin al repetir sin fin su nombre. Mas este acto de etiquetar indica que hasta en su momento, mira-
Figura 16
El ciclo anual y la Inmaculada Concepcin
tan una inversin lateral correctiva, son otra manera de eliminar esta
asimetra (vase Platt, 1986: 247) y aqu es significativo que se integren
en los disfraces de los bailarines. La vuelta de Lisa el travesti alrededor
de la plaza, y los intentos de los layqa (hechiceros/as), con sus falsetes
gritones, de agarrar el jarro de chicha en su espalda, sugieren una apropiacin simblica de lo femenino centrada en esta manifestacin crtica del poder femenino.15 Hasta cierto punto, el episodio puede representar una apropiacin del poder de incorporacin, dado que despus
de esta actuacin, se vierte libaciones para los familiares de los bailarines para asegurar su bienestar y salud. Principalmente, el nfasis sigue
en el proceso opuesto de equivalencia corrosiva y liberacin de energa.
El principio fundamental de la wayliya de Navidad es la identidad competitiva entre las dos comparsas, una que recuerda la competencia entre equipos de sembradores de maz y el concepto de salvacin como un gasto mortal de la energa del cuerpo. La simetra lateral de cada comparsa sugiere no slo el concepto de yanantin (Cfr.
Platt, 1986: 245-6), sino tambin la frmula dual del ayni, igual por
igual, que se desarrolla ms en la alternacin del canto y la msica del
violn dentro de cada comparsa, la alternacin de versos cantados
cuando las comparsas se enfrentan, y el intercambio de la delantera al
ir y volver de Niupata. Hasta la culminacin de este proceso en la batalla ritual entre las dos comparsas, el momento de presencia mxima,
es marcado por ayni, como un principio de venganza (vase Nez del
Prado, 1972: 138, Nez del Prado, 1973: 30-1), fruto de la polarizacin
de la comunidad en alianzas con dos patrocinadores. Como el carguyoq
de Taytaq observo con razn en 1982: Es la pelea que hace Navidad.
Esta pelea es ms viva cuando se realiza entre Taytaq y Mamaq, los cargos entre los cuales hay ms rivalidad. Antagonismo, y no complementariedad, es lo que caracteriza el uso del simbolismo de gnero en
esta actuacin.
Hay algo malvolo en la transformacin de gnero en la wayliya
de Navidad, sugerido por el uso del trmino layqa (hechicero/a) para
referir a los bailarines que hablan en falsete, entre quienes se recluta al
travesti. La ambigedad de gnero y/o apropiacin de lo femenino por
parte de los layqa parece ligada con la transformacin mortal de la gente en maz que se dramatiza cuando los muchachos cortan y aporcan
espectadores delante de la procesin del travesti.16 En otros pueblos del
valle de Antabamba, donde la wayliya de Navidad no culmina en batallas rituales, la gente dice que: las comparsas bailan fuerte, hasta orinar
sangre, concluyendo como que el baile generara una energa destructiva que, si no se dirige hacia fuera, conduce a una disolucin interna.
La misma idea est presente en el nombre yawar mayu (ro de sangre)
que se da a la fase final de baile antes de las batallas rituales en muchas
partes de Los Andes (vase Ramrez, 1969; Allen, 1988: 61). Aqu es altamente significativo que los hombres tomen pito antes de entrar a esta etapa de la actuacin, como si otra vez fueran a entrar en contacto
ntimo con la energa liberada por la muerte, como es el caso en la
siembra de maz. Tal liberacin total de energa en contra de la mitad
opuesta (Platt, 1986: 240) resulta de la confrontacin de las comparsas
en un alineamiento simtrico que se refleja mutualmente (Figura 15),
una que hace recordar el comentario Macha que tanto agua como espejos son los enemigos de nuestros almas (Platt, 1986: 247). As, parece que la dinmica de la wayliya de Navidad es la misma que la de la
muerte: una equivalencia corrosiva de alma a nimo que suelta energa destructiva.
Como el garante de la salvacin humana, el Nio Jess tiene
mucho en comn con las energas incontrolables liberadas por los
muertos (Cfr. Harris, 1982: 65). En Huaquirca, como en otros lugares,
hay lazos significativos entre las fiestas de Navidad y las de Todos los
Santos.17 El regreso de los muertos es sealado por explosiones de plvora en las chacras de Taytaq y Mamaq, como para sugerir otra vez que
su rivalidad lleva una relacin ntima con la liberacin destructiva de
energa por la muerte, y el Nio Jess se implica en este proceso a travs de las explosiones adicionales de plvora durante la misa de Navidad. El hecho de que sea el paqpako, el ordenador de la muerte y burlador de los dolientes, el que se junta con Taytaq y Mamaq al tener una
chacra, mientras Exaltacin es excluido, muestra otra vez que el Nio
Jess es derivado de la muerte, una liberacin monumental de energa
equivalente a la salvacin, y no para ser encadenado con una incorporacin cargosa como una chacra. Si o no vemos al paqpako como sustituto del Nio Jess en esta trinidad de cargos poseedores de chacras,
no se puede negar que el realiza un trabajo preparatorio imprescindible para las fiestas de Navidad al colectivizar y criticar el duelo en Todos los Santos. Esto establece el escenario para la aseveracin enrgica
de salvacin durante la wayliya de Navidad.
Al parecer, han pasado varios aos desde la ltima vez que alguien realiz los deberes del paqpako en Huaquirca; pero en 1982 un hombre haba dicho que lo iba
a hacer, slo para ser prohibido de hacerlo por una muerte en su propia familia. Haba opiniones divergentes en la comunidad sobre si el cargo todava existe, pero al parecer todava se alquila la chacra asociada con ello de manera anual,
mientras el cargo sigue vacante, sin asignarlo definitivamente a otro fin. Me dijeron que el oficio de paqpako todava se ocupa de manera regular en el pueblo
de Machaconas, en el valle bajo de Antabamba, y es cierto que todos los pueblos
aguas arriba lo tenan como parte de su vida ceremonial hasta hace poco.
En otros lugares, mazamorra, o lagua espesa, de maz negro es el plato que seala este acontecimiento (Hartman 1973: 188). Harris (1982: 55) menciona
una lagua similar de color no-especificado.
Este tipo de protesta metodolgica ha sido desarrollado con fuerza por parte de
Needham (1972), Bourdieu (1977), Rosaldo (1980), Keesing (1985) y muchos
otros. Aunque acepto sus argumentos, el peligro es que van a desalentar cualquier investigacin seria de cmo los conceptos cosmolgicos podran estar implcitos en los ritos, el discurso convencional, el trabajo, la organizacin de la
experiencia sensorial, etc. Hasta puede conducir a una negacin a priori de que
existe algo parecido a una cosmologa, como en el estudio de Rosaldo (1980),
no obstante la evidencia abundante que ella proporciona al contrario.
Aunque no escuch tales pronunciamientos en Huaquirca, es cierto que la gente all hablaba de la luna como femenina. Dado que la siembra de tubrculos se
liga muy de cerca con la luna creciente, sta s proporciona cierta relacin entre
mujeres y papas.
Ntese que no sigo a Harris (1986) o Allen (1988: 209-10) al tratar las imgenes tridicas como un resultado directo de la dualidad asimtrica, sino que lo
veo como producto de la interaccin entre la dualidad simtrica y la asimtrica.
Aqu, quizs es significativo que el trmino qala se utiliza tanto para referir a la
cscara de frutos y legumbres (entre ellos la papa) como para insultar a los vecinos, para implicar que estn desnudos. Esta equivalencia implcita de cscaras y ropa tiene un inters particular en vista de la manera en que la gente andina come maz, habas y papas, con un cuidado especial en quitar toda la cscara, sobre todo en el caso de las papas.
Tanto papas como maz son formas de vida que en parte son rivales de la humanidad, pero de modo diferente. El maz se nutre de la muerte humana, y del
agua enrgica liberada por ella. Pero esto beneficia a los vivos, que no pueden
someter la muerte de otra manera que a travs del crecimiento del maz, y su
transformacin en sustancias animadoras como la chicha. Relativo al agua, el
maz es una fuerza de incorporacin, y por lo tanto posee una dimensin parecida al alma; pero relativo a la humanidad, proporciona energa incorporada o
nimo. El maz tambin sigue a la humanidad en su orientacin bsica hacia el
sol, y el mundo encima de la tierra; hasta el agua que incorpora del mundo subterrneo de los muertos sigue un ciclo solar, donde la muerte en el occidente
(Qoropuna y Solimana) conduce a una renovacin de la vida en el oriente (Sawasira y Pitusira). De otro lado, la papa llega a la fruicin debajo de la tierra, y
se piensa que crece en la fase creciente de la luna. Como los muertos, posee una
oposicin diurna a los vivos. Debido a esta orientacin opuesta, el crecimiento
de la papa puede llegar a ser una amenaza directa a los vivos y provocar su
muerte. Es una forma de vida ms fuerte que el maz y se parece al alma humana, y hasta puede entrar en una identidad competitiva con ella. As, podemos
concluir que la papa es al maz como el alma humana es al nimo, lo mismo que
parece haber hecho Guamn Poma (1615: 336) hace mucho tiempo, cuando escribi que el consumo habitual de papas heladas y disecadas (chuo) hace al in-
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dividuo grande y corpulento, pero dbil; mientras que el consumo del maz
promueve un cuerpo que es pequeo, pero animoso. Esta conexin con cultivos se refuerza cuando consideramos las ubicaciones post mortem de las almas
humanas: el alma permanece bajo tierra durante la mayor parte del tiempo, como la papa, mientras el nimo desincorporado es expulsado, otra vez, a este
mundo en forma de agua, y es incorporado en el maz.
En Cotabambas me dijeron que grupos de trabajo que vuelven a casa de la kutipa pueden enfrentarse, como durante su regreso de la siembra de maz en
Huaquirca. Despus de tocar sus flautas cara a cara, mientras la tensin aumenta, las dos tropas estallan en una pelea intensa, y luego se recomponen para lo
que queda del viaje a casa, todava tocando sus flautas.
La nica excepcin se da en los pueblos de Antilla y Sabayno, donde la wayliya
no empieza hasta Reyes (6 de enero). Dado que estos dos pueblos se ubican
aguas abajo en el valle alto de Antabamba, puede haber un sentido en cuanto
que la wayliya baja a estos pueblos durante los doce das de Navidad.
El pueblo de San Antonio, en la provincia vecina de Grau, tambin tiene una
wayliya en Navidad, aunque supuestamente es bastante diferente a la del valle
de Antabamba, y tambin lo tienen los pastores de la puna entre los dos lugares. Tambin he escuchado de actuaciones similares en la provincia de Andahuaylas, pero el nico relato de algo parecido se encuentra en Adams (1959: 66,
188-95).
Con el criterio de uniformidad en mente, los patrocinadores de la wayliya de
Navidad, en Sabayno, solan proporcionar a sus bailarines un disfraz completo,
y los de Antabamba proporcionaban mscaras y pauelos.
Es probable que estos bailes fueran introducidos por la Iglesia durante el perodo colonial, y quizs eran modelados, originalmente, en el matachn espaol,
un baile folklrico que representa y festeja la victoria de los espaoles sobre los
moros en la Reconquista de Espaa. Esto explicara la idea de que los bailarines
representan espaoles.
Quizs no es acertado hablar de la Sagrada Familia, porque es incierto si Taytaq
representa a Dios Padre o a San Jos. Nadie con quien yo comentaba Navidad
senta la necesidad de clarificar este punto. Tampoco puede ser ignorado por
completo, pues ciertos aspectos de la Navidad en Huaquirca pueden ser influenciados por la teologa de la Concepcin Inmaculada, como voy a argumentar.
No argumento que Taytaq y Mamaq necesariamente representen las relaciones
masculinas/femeninas en la sociedad andina, porque segn ese modelo, sera
absurdo para una figura masculina como Taytaq asociarse con la semilla. Ms
bien, enfatizara la importancia de la Concepcin Inmaculada, como modelo,
que va en contra y hasta invierte las relaciones humanas de gnero.
Skar (1982: 235-6) seala que los travests son un rasgo de confrontaciones entre mitades codificadas por gnero. El nico caso donde los cargos portan los
nombres Tayta y Mama tambin corresponde a la actuacin de un par de hombres (Quispe 1969: 64), que sugiere que esta tensin entre diferencia y similitud
de gnero es endmico.
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Buechler y Buechler (1971: 84) describen muchachos mayores vistiendo la ropa de mujeres difuntas en Todos los Santos, y haciendo chistes verdes, como
una representacin de los muertos.
Morote Best (1951: 79) menciona una procesin para el Nio akaq (Nio Degollador), una imagen del Nio Jess que se lleva a velar a nios moribundos,
en el barrio de Arco, Ayacucho, en la vspera de Todos los Santos. En otros lugares, los nios personifican a los muertos en este da, quizs porque, como los
viejos, son ms proclives a morir en esta sociedad (Cfr. Buechler y Buechler
1971: 84; Buechler 1980: 84), pero ms probablemente debido a la idea de que
el alma se encoge despus de la muerte (Oblitas Poblete 1978: 99) y pierde las
capacidades subjetivas en lo que podra ser visto como un regreso a la niez. De
inters particular aqu es la costumbre difundida en Los Andes de hornear bebs de pan (tanta wawa) para ser bautizados y luego consumidos en Todos los
Santos y el Da de los Difuntos. En algunas regiones estos bebs se relacionan
explcitamente con los muertos al portar el nombre aya (cadver, vase Hartman 1973: 193-4); en otros, se los trata como el cuerpo de Cristo, y su consumo como una especie de comunin (Bastien 1978: 185-6); o se combinan ambos conceptos, como en esta cancin (Buechler 1980: 84) a los muertos en Todos Santos y en el Da de los Difuntos:
Si te preguntan por qu vienes
Di que viniste a regar las flores
Si te preguntan quin es tu padre
Di que es San Jos
Si te preguntan quin es tu madre
Di que es la Virgen Mara
Esta conexin entre los muertos y el Nio Jess se enfatiza ms en algunas regiones al hornear otra ronda de figuras de pan en Navidad (Brush 1977b: 165;
Skar 1982: 145).
Captulo 6
EL CARNAVAL Y LA COSECHA
tica trabaja de forma independiente utilizando corrales separados y diferentes reas de la ladera para el pastoreo. Por lo general, la tendencia
es una dispersin regular de chozas por el paisaje, como en el caso de
las casas de los pastores de la puna alta. De hecho, se renuevan contactos entre la gente del valle y de la puna en esta poca del ao. Los vecinos no tienden a pasar tanto tiempo con sus vacas en este rato del ao
debido a que no les gusta la puna en general, pero los que poseen ms
de ochenta cabezas de ganado, generalmente, construyen casas con paredes de piedra y techos de paja en sus haciendas, parecidas en tamao
y forma a la casa de un comunero en el pueblo, donde se alojan durante sus viajes de inspeccin.
Un da tpico en las vaqueras empieza temprano por la maana
cuando se sueltan los becerros de la choza o corral donde han pasado
la noche. Son arreados por un lado de la ladera, mientras se arrea las
vacas y toros a otro lado, se usa la choza como el lmite de separacin
entre las vacas y los becerros para as impedir que los becerros mamen.
Las mujeres y los nios por lo general son los responsables de esta tarea (Cfr. Skar, 1982: 153) y lo combinan con otras, como acarrear agua
para tomar y lea. Tarde por la maana, la ladera reverbera con los mugidos de las vacas y los becerros, ambos se acercan a la choza afanosos
por mamar. Se arrea los becerros a un corral, y los nios los sueltan uno
por uno para correr hacia sus madres. Mientras el becerro mama, la
mujer ordea la vaca, cada uno tratando de vencer al otro. Se repite el
proceso hasta que todos los becerros estn sueltos y todas las vacas hayan sido ordenadas. Se coloca tripas de oveja en los baldes de leche sealados para hacer queso para empezar el proceso de cuajar la leche. El
resto de la leche es guardada en la choza o servida de inmediato con
maz tostado (kancha). Durante las primeras horas de la tarde, las mujeres siguen haciendo queso, comprimiendo cada vez ms la cuajada
que se va separando del suero, hasta que al fin sale una bola grande de
queso fresco, que se saca del balde para colocarlo en un molde de paja
y comprimirlo entre piedras planas, donde seguir soltando suero durante la tarde. Despus de ordear, se separa a las vacas y los becerros
otra vez para pastear en zonas separadas de la ladera, pero antes del
atardecer, las mujeres y los nios los arrean de vuelta a sus corrales respectivos al lado de la choza. En la noche o la maana siguiente, se saca
el queso del molde y se lo consume directamente, o se lo coloca en una
repisa encima del fuego para que se seque al humo, produciendo un
dos los das de trabajo agrcola, hay dos descansos largos para tomar
trago y chicha, y mascar coca. Por lo general, se ha terminado el aporque de papa cuando llega Carnaval, en febrero o a principios de marzo,
pero este calendario no es sancionado por conceptos de que trabajar los
cultivos despus de Candelaria (2 de febrero) es daino para su crecimiento, como se ha informado en otras partes (Buechler y Buechler,
1971: 11).
El Carnaval
Se dice que el Carnaval en Huaquirca empieza el jueves de Comadres y dura dos semanas, aunque de acuerdo a mi experiencia sus lmites de tiempo estn muy lejos de ser exactos. Dos actividades sealan la duracin de el Carnaval: 1) emboscadas y juegos en la calle involucrando agua, orines podridos, bosta de vaca y harina (que se echa en
los ojos); y 2) los ritos de tinka que cada unidad domstica realiza en
su lugar de pastoreo, que sern el tema del prximo captulo. Las melodas y ritmos distintivos que sealan el Carnaval en todos Los Andes
tambin pueden continuar ms all de este perodo sealado en dos semanas. El refrn permanente en este rato del ao es puqllay o juego,
una palabra que entra en muchas canciones del Carnaval, y en algunos
lugares denomina todo el perodo del Carnaval (vase Flores, 1970: 90).
El Carnaval se dispersa de manera lenta y desigual, cuando se sacian los
deseos de regocijo, descanso y consumo que llegan a un mximo en estas dos semanas. En vez de terminar con una transicin abrupta a la
privacin, como es la Cuaresma, el Carnaval en Los Andes es, sobre todo, un festejo de primeros frutos (vase Harris, 1982: 57) iniciado por
la maduracin del maz, la abundancia de leche y carne en las vaqueras, y el anticipo de ms descanso y diversin a venir. En Huaquirca, es
difcil interpretar el Carnaval como un perodo de licencia ritualizada
porque despus no se celebra Cuaresma ni tampoco la Pascua. Quizs
la nica cosa que podra ser calificada como una reaccin estilo Cuaresma frente al Carnaval cuando termina es el retorno al trabajo agrcola. El barbecho es la tarea final del tiempo de lluvias, y es una de las
tareas ms esforzadas del ciclo anual. Finalmente, lo ms digno de notar del Carnaval en Huaquirca es como un festejo de consumo y primeros frutos en un festejo del poder y privilegio de los vecinos. Esta relacin se aclara cuando nos dirigimos a los dos das centrales del Carnaval: el domingo y el martes despus del jueves de Comadres.
enrgico, que puntean con hondazos. Son las esposas de los kamayoq.
De vez en cuando, un hombre puede intentar bailar con una de ellas
durante unos minutos. Las mujeres responden azotando las piernas del
hombre con la honda hasta que se retire y deje a las mujeres seguir solas, en extremos opuestos de la plaza, donde persisten durante toda la
tarde, incluso cuando la gente ya ha empezado a irse.
El kamayoq anda entre los msicos, sirviendo trago y distribuyendo papas a cada participante. Tambin pinta tres rayas coloradas
paralelas en cada mejilla de todos los que le han dado ayuda material
para patrocinar este evento. Dado que, en teora, todos los comuneros
deben servir como kamayoq una vez en su vida, muchos escogen hacerlo cuando su fortuna material est en un punto bajo, para disminuir la
inconveniencia creada por tener que vivir en el laymi mientras uno intenta cultivar terrenos en el valle. Por lo tanto, muchos kamayoq no
pueden costear este espectculo solos, ni siquiera con la ayuda de otros;
en este caso no bajan de los laymi, sino reciben visitas all de amistades
y de los que le desean el bien. Pero en aos de abundancia, los dos kamayoq no slo se presentan en la plaza, sino que pueden utilizar hondas para arrojar papas, manzanas o duraznos al otro desde sus mesas
respectivas. No obstante, no hay una polarizacin desarrollada de la
gente entre los dos kamayoq, y tampoco hostilidad, como durante Navidad. Ms bien, msicos y espectadores pasan libremente entre ambas
mesas, y muchos comuneros pasan la mayor parte del tiempo sentados
en las gradas de la iglesia, a media distancia entre los dos, recibiendo
bebida y socializando con la gente ayudando a ambos patrocinadores.
Los vecinos estaban enteramente ausentes de este acontecimiento durante ambos aos cuando yo lo vi en Huaquirca. Faltando una hora para la puesta del sol, el acontecimiento empieza a dispersar, permitiendo a la gente volver a sus vaqueras. Finalmente, las esposas de los kamayoq dejan de bailar con la honda y los msicos se retiran. Esto es la
ltima manifestacin pblica y orquestada del Carnaval, aunque las peleas con agua y las tinkas pueden durar durante unos diez das ms.
La oposicin entre Domingo de los Vecinos y Martes de los Comuneros es fundamental al Carnaval en Huaquirca, y colorea las actividades e imgenes especficas de cada acontecimiento con un tinte que
lleva bastantes aspectos de clase. Primero, es altamente significativo que
esta aparicin de camafeo de los vecinos en las actuaciones del ciclo
anual sera para inaugurar el perodo entrante de consumo y apropia-
nos siembre sern un hombre y una mujer, porque es una pareja que
corta la yunsa. As, una dualidad simtrica de hombres (yanantin) caracteriza el aspecto del Carnaval que mantiene continuidad con la temporada de crecimiento (Martes de los Comuneros), mientras la ruptura hacia la apropiacin privada (Domingo de los Vecinos) es sealada
por la dualidad asimtrica de hombre y mujer, una asociacin que se ha
de mantener durante la poca seca. Dados los lazos entre msica de
flautas y lluvia establecidos en el captulo anterior; sin embargo, es,sobre todo el asalto musical de Martes de los Comuneros el que afirma la
temporada de lluvias frente al intento de los vecinos de cortarlo el domingo. La razn para una solicitud tan masiva de ms lluvia sera aclarada cuando nos dirigimos a la tarea de barbechar en los laymi, que viene despus de Carnaval en el ciclo anual.
Los comuneros de Matapuquio, quienes escapaban slo hace poco del dominio de una hacienda local, tambin parecen utilizar el Carnaval como pretexto para una afirmacin univocal del tiempo de lluvias. Esto se expresa en un paralelismo pronunciado entre el Carnaval
y Todos los Santos en Matapuquio. En ambas ocasiones, la gente trae
las cruces que protegen varias chacras y caminos al cementerio, donde
proceden a comer y beber, invocar a los ancestros, y participar en batallas rituales (Skar, 1982: 232, 235). Durante el Carnaval, tambin se
planta y adorna un rbol aqu, pero recibe el nombre malki, que slo
refiere a rbol en el quechua moderno, pero alguna vez incluy semillas y ancestros en su significado (vase Duviols, 1979: 22). En vez de
tumbar este rbol, los hombres intentan subir por su tronco engrasado
(Skar, 1982: 242). Rehusar tumbar el rbol es bastante raro en el contexto andino (vase Tomoeda, 1982: 284-6), y anuncia una renuencia
de cortar el lazo con los muertos y la temporada de crecimiento; interpretacin reforzada por la contra-referencia de entre Todos los Santos
y el Carnaval en Matapuquio.
La situacin es ms compleja en Hualcn, un asentamiento de
mestizos cimarrones vueltos comuneros, que cae bajo la dominacin
poltica del Distrito de Carhuaz y sus vecinos. Otra vez, se baja las cruces de las chacras y los otros lugares que protegen para ser limpiadas,
reparadas y llevadas a la misa en Carhuaz, y luego reciben un velorio
festivo, incluyendo los rezos de un rezador especializado, como en Todos los Santos (Stein, 1961: 262, 269-70). Despus de cortar la yunsa en
la plaza el martes, se coloca cruces asociadas con el cementerio y la pla-
za cerca del lugar donde estaba (Stein, 1961: 270). Es cierto que se observa las formas de duelo colectivo apropiadas a Todos los Santos y la
temporada de crecimiento aqu, pero como nota Stein (1961: 269), en
otros lugares el movimiento de las cruces hacia abajo y al pueblo se asocia con la Santa Cruz el 3 de mayo, y el inicio de la cosecha (p.e. Isbell,
1978: 145-51). Esto es un caso directo de contradiccin estacional, como en Huaquirca, excepto con una fusin ms aprieta de tendencias
opuestas. Tambin transfiere las acotaciones de la muerte humana a la
muerte de los cultivos, que va ocurrir pronto durante las heladas de
abril.
Mirando ms de cerca, hasta las acotaciones divididas por clase
en Huaquirca, que a primera vista parecen alinear los vecinos enteramente con la fase de apropiacin y los comuneros enteramente con la
produccin, tambin revelan ciertas contradicciones internas. Como
una ceremonia de primeros frutos caracterizada por la dualidad asimtrica de masculino y femenino, Domingo de los Vecinos inaugura el
consumo de maz y habas. Pero estos cultivos se asocian de manera sistemtica con la dualidad simtrica en las adivinaciones de la siembra y
la muerte, y a veces se representa su interrelacin por la imagen de Sawasiray y Pitusiray, picos gemelos compartiendo una sola base. Martes
de los Comuneros solicita ms lluvia, y es estructurado por la pareja
masculina idntica de yanantin. Pero los patrocinadores del acontecimiento son los guardianes de las chacras de papa, que regalan papas
crudas, que incorporan la dualidad asimtrica y el numero tres, como
hemos observado en las adivinaciones de la siembra de papa. En otras
palabras, las asociaciones de estos cultivos durante la temporada de crecimiento corren en contra de los contextos donde se encuentran durante el Carnaval. Siguiendo a Bourdieu (1977: 105-6, 141-2), se puede
decir que esta contradiccin simplemente demuestra la futilidad de intentar sumar y totalizar los varios usos de un signo en un significado fijo. De otro lado qu mejor manera de sealar un fin de la temporada
de crecimiento, sino a travs del consumo de maz y habas, y el principio simtrico de crecimiento que ellos representan; y que mejor manera de sustentarla que realizando una batalla ritual de papas crudas, negando su consumo y asimetra al emplearlas en una generacin de
energa a travs de la simetra y la disolucin? En un rato del ao cuando ocurre un cambio de nfasis de produccin a consumo, la disyun-
con facilidad. Esta tensin resultar cada vez ms clara en el resto de este captulo, y es slo en los ritos de la tinka comentados en el Captulo
7 que algo parecido a una resolucin de la contradiccin entre la produccin y la apropiacin surgir.
El barbecho
La tarea final del ciclo anual que se realiza en ayni es la de romper la tierra en el sector de laymi que ser sembrado con papa en el siguiente ao agrcola. Esta obligacin se llama barbecho en castellano y
chaqma en quechua (muchas veces hispanizado como chaqmeo). El
barbecho generalmente ocupa todo el mes de marzo, mas puede empezar a fines de febrero y continuar hasta principios de abril; viene despus del Carnaval, pero antes del fin de las lluvias. La meta de esta tarea es la de enterrar toda la vegetacin de la ladera que ser sembrada
con papa el noviembre siguiente para que toda esta verdura silvestre
muera durante la poca seca. Se requiere lluvia abundante para ablandar la tierra y permitir cortar terrones con el arado de pie y volcarlos.
As, la tarea se termina abruptamente en tanto que llegan las heladas y
la poca seca.
Como de costumbre, la jornada empieza con una comida en la
casa de la pareja patrocinadora, que puede empezar tan temprano como las 6H30 para acomodar el tiempo de viaje adicional hasta un sector alejado de laymi, y la acostumbrada hora o ms tiempo que cada
trabajador toma para atender sus propios asuntos entre la comida maanera y salir a trabajar. Muchas veces, la gente monta en caballos para ir a trabajar en este rato del ao para ahorrar la subida esforzada hasta la puna. Temprano por la maana, el hombre de la unidad domstica patrocinadora presta rejas para los arados de pie de sus trabajadores,
prstamos que tiene que devolver en ayni. Dado que no todos los comuneros tienen recursos para obtener este componente del arado de
pie, depende de los patrocinadores conseguirlo para ellos, que establece una circulacin generalizada de rejas, al lado de la de jornadas de trabajo.
El trabajo empieza una vez que todos han llegado al terreno a ser
trabajado, han tomado unos vasos de chicha, y han recibido hojas de
coca de los patrocinadores. Empezando del lado de abajo a la mano derecha (mirando hacia arriba), los hombres conforman equipos, dos
SE C TOR
POMAC HE
SE C TOR DE LA C OMUNIDAD
(INC LUYE LUC RE PAMPA)
HUAQUIRC A
Figura 17
Sectores de la cosecha
0
1 km
mada para aprovechar una luna llena que permitir trabajar de noche.
Los reglamentos comunales prohben a los individuos cosechar sus cultivos cuando quieren, aunque s permiten llevar cantidades reducidas
de productos para el consumo inmediato. En vez de eso, se agrupa las
chacras en grandes sectores de cosecha y cada uno de los cuales recibe
una fecha de apertura en una asamblea comunal. A partir de esta fecha,
todos los que poseen terrenos en el sector empiezan a cosechar en un
apuro frentico, con poco o nada de ayuda de otras unidades domsticas, que estn igualmente ocupadas. Arguedas (1968: 45) describe esta
pauta para Espaa, y es parte ntegra del sistema de tenencia de la tierra descrito en el Captulo 2, tambin de origen espaol. Hay dos sectores de laymi, uno sembrado con papas, y el otro con cultivos de segundo ao. Los sectores de cosecha en los andenes consisten del bloque
grande de terrenos privados alrededor de Pomache, de un lado, y las
tierras de la comunidad del otro (vase Figura 17). La secuencia es
siempre la siguiente: los terrenos privados de Pomache, los laymi bajo papas, los laymi bajo cultivos del segundo ao, los circuitos menores
de laymi en la puna de Huaquirca, y, finalmente, las tierras de la comunidad terraplenadas. Lo que hay que decidir en la asamblea son las fechas de apertura particulares de cada sector. Se propone dos o tres fechas posibles antes de que la asamblea se convierta en un caos de facciones, cada uno gritando frenticamente una fecha y tratando de reclutar otros a su causa. Los individuos deciden segn el tiempo que necesitan para terminar la cosecha en un sector antes de la fecha de apertura del siguiente. Dos personas pueden encontrarse gritando juntos
para una fecha dada en un sector, y en bandos opuestos para el siguiente, tratando de hacer callar al otro. La suma de estos variados intereses
particulares se toma por voto para cada nueva fecha de entrada, y la
que tiene ms apoyo gana. En 1982, se asign las siguientes fechas: 10
de mayo, Pomache; 15 de mayo, laymi bajo papa; 25 de mayo, laymi bajo cultivos del segundo ao; 30 de mayo, laymis de la puna; 12 de junio,
tierras de la comunidad. El retraso largo entre las dos ltimas fechas
fue, en teora, para acomodar Corpus Christi, aunque este acontecimiento ya no se celebra en Huaquirca.4
No me es claro porque hay que regular la cosecha tan estrictamente. Cuando pregunt porque las fechas fijas son necesarias, la primera respuesta que sola recibir era que sin ellas habra ms robo de
cultivos. Pero es igualmente posible argumentar que estas reglas crean
mente 11.5 kilogramos, en teora, pero en realidad es una medida tradicional de volumen basada en la capacidad mxima de una lliqlla
(aguayo, manta de cargar) amarrado en los hombros. Segn cualquier
clculo, este pago representa un nivel de remuneracin mucho ms alto que lo que se da durante la temporada de crecimiento bajo relaciones de ayni.5 Por lo tanto, los dueos de una parcela grande pueden
maldecid en voz baja a sus minkays durante la cosecha, no importa
cuanto necesitan su ayuda, porque sienten que son oportunistas que se
aprovechan de ellos.
Aunque no puedo jurar que no se realiza ayni entre unidades domsticas durante la cosecha, la pregunta misma pareca rara a mucha
gente en Huaquirca. No slo es el tiempo apresurado de la cosecha enteramente inapropiado al principio de reciprocidad retrasada implcito
en el ayni, sino no se rene grandes grupos de trabajo durante la cosecha. Adems, esto es la nica tarea agrcola para la cual no se hace chicha para consumir en la chacra (Cfr. Urton, 1981: 26). As, la cosecha
no se conforma a las urbanidades que normalmente dirigen los grupos
de trabajo, probablemente porque la gente lo considera como un asunto de familia, aunque de hecho no-parientes tambin ayudan. Conceptualmente, aunque no empricamente, la cosecha sigue siendo una tarea que cada unidad domstica realiza sola. Esto explica porque cualquier demanda de mano de obra extra-domstica se cumple invocando lazos de parentesco inactivados. Por estas razones, a m me sorprende cuando otros estudiosos mencionan ayni durante la cosecha.6
La tarea de deshojar las mazorcas de maz coincide con la apertura de un sector de cosecha. Antes de la fecha de apertura, los dueos
suelen cortar y amontonar las plantas de maz. Se cuidan mucho de
amontonar bien las plantas para que el deshoje pueda proceder con
mayor eficiencia. Se quita la chala de la mazorca con la ayuda de un palo puntiagudo, y los choclos se amontonan delante del trabajador hasta llenar una lliqlla, para ser llevados a un punto central de recoleccin
para toda la parcela. La produccin diaria promedio por minkay es entre diez y doce lliqllas, entonces el montn central no crece muy rpido. Una vez que se termina el deshoje, se carga las mazorcas en costales
grandes de hilo burdo de lana de llama, que contienen cinco arrobas
(entre cincuenta y cinco y sesenta kilogramos) cada uno. Estos son cosidos por sus bocas angostas, y luego cargados y amarrados en burros,
mulas, caballos y/o llamas que los transportan al pueblo. En el pueblo,
la cosecha a travs de un arreglo tradicional entre el campesinado agrcola en los valles y los pastores de la puna, que pueden venir desde tan
lejos como los departamentos de Arequipa y Ayacucho a proporcionar
llamas para transportar los productos. Este arreglo ha sido el objeto de
dos excelentes estudios por parte de Concha (1971, 1975). Una llama
puede alzar cerca de la mitad de la carga de una mula o un caballo, pero su nmero ms que resarce su debilidad relativa como bestias de carga. Para cada diez costales cargados de la chacra al pueblo, el llamero
retiene uno como pago para su servicio. Cada uno de estos animales
tiene una campanilla de cierto tono en su cuello, y durante la cosecha
en Huaquirca, su movimiento suena como un sonador de viento. Los
recintos cerrados de los vecinos en apaa pueden alojar de manera
temporal a tropas de veinte o treinta llamas, como hacen los patios ms
abiertos alrededor de los grupos de casas en Huachacayllo y Champine.
El dueo de la tropa recibe comida y alojamiento en la casa de la familia cuya cosecha transporte, mientras dure el trabajo. Muchas veces, estas son relaciones de larga duracin que se renuevan cada ao, a veces
junto con formas adicionales de trueque con yerbas de la puna, etc. Llameros que carecen de tales contactos en un pueblo dado simplemente
se paran al lado de camino que sale a los campos, esperando a alguien
que va contratar sus servicios. Con el problema endmico del abigeato
en la regin, pocas personas pueden criar bastantes caballos, mulas y
burros para los requerimientos de la cosecha; as, la gente del valle asevera que dependen ms que nunca de los llameros.
Una vez que se termina la cosecha, y a veces incluso durante el
deshoje, se trae el ganado vacuno de los dueos a los andenes a comer
las hojas y tallos secos como forraje. Las vacas y caballos van a pasar la
mayor parte de la poca seca en los andenes, segn los derechos de pastoreo descritos en el Captulo 2. No hay nada que se podra llama directamente un festejo pblico de la cosecha en Huaquirca o los otros
pueblos del valle de Antabamba, no obstante la pausa de un da en el
calendario de la cosecha para Corpus Christi, que quizs alguna vez fue
un acontecimiento as. El estado de nimo despus de la cosecha es ms
de alivio que de festividad. Los hombres se ocupan con tareas de la poca seca, como hacer adobes y cortar tablas de eucalipto, para construir
y reparar casas, mientras las mujeres hilan lana y tejen frazadas, ponchos y lliqllas. Muchos das en julio se pasan simplemente sentados en
el patio tomando en pequeos grupos, y pocos de los proyectos men-
cionados arriba son perseguidos durante ms que unos das consecutivos sin un da de tomar por gusto. Slo hacia fines de julio este perodo de relajo relativo da lugar a las expresiones pblicas de Santiago y las
Fiestas Patrias comentadas en el Captulo 3.
Notas
1
2
3
4
6
7
la productividad de una jornada en el cultivo de una chacra, segn la produccin en arrobas. En la nica chacra que segu bastante de cerca como para hacer tal clculo, se gast setenta jornadas para una cosecha de 170 arrobas: una
productividad de algo menos que dos arrobas y media por jornada. Una vez que
se toma en consideracin la semilla para sembrar la chacra, y la chicha y comida para los trabajadores, esta productividad puede ser menor, y la relacin entre el pago del minkay y una jornada productiva puede caer por debajo de uno
a dos, pero el hecho persiste en que los dueos de tal chacra se benefician del
arreglo. Esta es la base cuantitativa de minka como una relacin social explotativa y el teln de fondo contra el cual hay que ver la ventaja relativa de los trabajadores durante la cosecha.
Vase Mishkin (1964: 148), Bourricaud (1970: 192), Fioravanti (1973: 122) y
Skar (1982: 147).
Puesto que el valor local en efectivo de una arroba de papas era de S/.1.000, el
pago regular de un minkay durante la cosecha vala S/.2.000, lo mismo que en
la cosecha de maz. Esta aparente estandarizacin monetaria del pago en especie podra ser utilizado para apoyar el argumento de que minka es esencialmente una forma de trabajo a sueldo (vase Carter 1964: 49; Bastien 1978: 108;
Custred 1979: 387), y la perspectiva ms generalizada de la colaboracin andina como una manifestacin dependiente del capitalismo (vase Guillet 1979:
157, 162-3; Snchez 1982: 157). Pero tambin se puede argumentar que el valor
monetario de los cultivos en cuestin ha sido ajustado segn la medida tradicional de la capacidad de una lliqlla, para que esta unidad de volumen represente valores monetarios iguales de maz y papas. Se necesitaran investigaciones
ms detalladas para resolver la cuestin; pero el peligro de asumir que las fuerzas del mercado estn detrs de la economa de subsistencia es claramente sealado por esta segunda posibilidad. En otras palabras, correspondencias entre
valores monetarios y unidades tradicionales de medida no nos avisan nada sobre cul est siendo adaptado al otro.
Captulo 7
LAS TINKAS
Figura 18
Estacionalidad de las Tinkas
to, formando una totalidad mayor. La ubicacin de las tinkas en los dos
principales puntos de transicin del ao, y en la poca seca, es una sugerencia adicional de esta funcin totalizadora. No es una exageracin
decir que estos son los ritos ms importantes en el ciclo anual, y en toda la cultura andina.
Una vez que una unidad domstica escoge una fecha para una
tinka4, la mujer tiene que preparar chicha, comprar alcohol y coca,
mientras el hombre avisa a parientes cercanos, amistades y vecinos en
los territorios de pastoreo. Aunque las tinkas se realizan fuera del contexto del trabajo agrcola, utilizan el grupo de trabajo agrcola como
una especie de forma organizacional, as que la gente puede asistir a los
ritos de otros como ayni o como yanapa, y el desarrollo del rito incluye perodos de descanso (Cfr. Quispe, 1969: 25,67).
Cerca del medioda, en el da donde se lleva a cabo el rito, se
arrea los animales a un corral cerca de la choza en el territorio del pastoreo.5 Luego, los patrocinadores toman medidas preliminares para
prevenir brujera en contra de sus animales, generalmente antes que
lleguen los invitados. El procedimiento bsico es que el hombre prende una vela de mecha gruesa (del tipo que se usa en devociones en la
iglesia) y da vueltas tres veces al rededor del corral, en sentido contra
las agujas del reloj (haca la izquierda) mientras recita el Credo.6 Mientras tanto, la mujer de la unidad domstica patrocinadora muele maz
blanco y maz amarillo en montones separados que sirven para hacer
una harina llamada llampu. Cantidades reducidas de esta harina entran
en las varias ofrendas del rito, pero su funcin principal es de proteger
la parafernalia ritual o mesa del ritualista de la brujera. Por lo tanto, nunca debe faltar esta harina durante el rito. Una vez que se termina el rito, hay que derramar bastante llampu sobre la mesa antes de envolverlo. En otros lugares, se utiliza esta harina al caminar al rededor
del corral, y para absorber el poder peligroso durante el rito; procedimientos que coinciden bien con lo que yo constate en Huaquirca.7
Despus de tomar estas precauciones, el hombre de la unidad
domstica patrocinadora empieza a desenvolver un bulto de tela en el
corral. La envoltura de encima del atado es una lliqlla (tela de cargar)
de forma rectangular, que el hombre tiende en el suelo, mostrando un
montn de atados menores de tela y bolsas de plstico. Esta lliqlla y su
contenido se conocen como mesa. La pronunciacin quechua intermedio de las vocales castellanos i y e otorga dos significados posibles a
Figura 19
Usos de la mesa
didos a los espritus de animales en otros territorios de pastoreo a venir al lugar en donde se est realizando el rito (Valderrama y Escalante, 1976: 184-5; Quispe, 1984: 621). La adhesin de hojas de coca, siendo estas el medio clsico de la adivinacin, en Los Andes, seala por
imitacin que los espritus invocados tambin se han pegado de alguna manera a la localidad donde se est realizando el rito, y se puede esperar que aumente la prosperidad all. De all vienen los agradecimientos genuinos expresados por los patrocinadores cuando alguien s logra
hacer adherir muchas hojas. La necesidad de la presencia de no parientes procedentes de otros territorios de pastoreo en estos ritos viene de
la capacidad de invocar los espritus de lugares lejanos. A travs de su
conocimiento de nombres rituales18 y su elocuencia, pueden llamar a
fuentes de poder y hacerlos adherir, si actan en buena fe. Pero esto es
necesariamente una especie de brujera dirigida a los territorios de pastoreo ms exitosos y sus espritus (pachamama); de all vienen los procedimientos elaborados al inicio de cada rito para asegurar que no se
embruje los animales de uno mismo, y el pedido de licencia a Dios y
todos los presentes para dedicarse a lo que es esencialmente un acto
egosta y hasta malfico de apropiacin. En un nivel, es cierto que la
presencia de los no parientes en estos ritos s presta legitimidad a los reclamos de los propietarios de la unidad domstica patrocinadora (Cfr.
Quispe, 1969: 102), como en la prctica del ayni. Pero, hay una desviacin crtica del modelo del ayni en la manera en que la ganancia de un
territorio se convierte en la prdida de otro a travs de los traslados espaciales propuestos en estas invocaciones. Aqu, la propiedad se convierte en un asunto exclusivo, de suma cero, como durante el perodo
de vigilancia y robo de los cultivos que se extiende del Carnaval hasta
la cosecha. Aunque el principio de colaboracin no est enteramente
ausente de las tinkas, y hasta es una parte necesaria de ellas, no obstante est subordinada a la apropiacin privada. Como consecuencia, se
puede poner la etiqueta de peones a los no parientes (Quispe, 1969:
26; Tomoeda, 1985: 287), y su presencia se entiende mejor segn el modelo jerrquico de la minka, consumo inmediato a cambio de servicios
realizados, como suele ser tpico cuando se necesita una colaboracin
limitada para realizar un acto de apropiacin privada.
En estos ritos, las imgenes del matrimonio tambin proporcionan un modelo para la redistribucin de animales en el paisaje. Cuando la gente viene a la mesa en parejas para hacer invocaciones, la con-
yugalidad proporciona el modelo para el influjo y la adhesin deseada de fuerza vital a la localidad donde el rito se despliega. Pero es el yerno quien orquesta este proceso, y su presencia es un recuerdo que los
patrocinadores tienen que ofrecer una hija, aunque sea en sentido figurativo, para asegurar los servicios rituales de los no parientes. As, el
matrimonio significa no slo adhesin, sino tambin dispersin. Tampoco esta redistribucin es enteramente simblica. En Huaquirca, las
tinkas son una ocasin regular para los padres de familia donde proclaman en pblico qu ciertos animales sern heredados por sus hijos
cuando se casen. En otros lugares, estos ritos han sido mencionados como un foro para comprometer animales a nuevos dueos, a veces incluyendo a no parientes (vase Quispe, 1969: 32; Morissette y Racine,
1973: 174). As, a travs de las imgenes de afines, estos ritos intentan
representar la acumulacin de riqueza circulante en animales como algo que ser deshecho cuando los hijos se casen, y los rebaos se dividen
y se dispersan. De esta manera, la acumulacin adquiere una representacin diferente, que es moralmente aceptable, y contrapesa el modelo
de brujera descrito anteriormente.
La prxima ronda de la tinka, particular que estamos siguiendo,
fue dedicada a un conjunto de tres figuritas representando el ganado
vacuno en cuyo nombre se estaba realizando el rito. El cura forma tales figuritas de una mezcla de grasa de pecho de llama y harina de maz,
a veces colocando semillas de coca como pezuas. Las figuritas de harina de maz amarillo sern un poco ms grandes que las hechas de harina de maz blanco, y una figurita de uno de estos colores tendr una
del otro color en cada lado, los tres dentro de una chala seca de maz: o
AbA o bAb.19 Esta ofrenda se llama kallpa, que quiere decir fuerza o
vitalidad en quechua. Varias veces me decan que estas figuritas representan la fuerza vital de los animales. Como en casi todas las ofrendas confeccionadas en esta mesa, sta enfatiza el nmero tres, pero de
una manera particularmente interesante que nos permite comprender
la frmula trinitaria andina. Dos de sus miembros son idnticos en tamao y color, surgiendo la subsuncin del principio de simetra dual
del ayni bajo un elemento central. Siguiendo a Lvi-Strauss (1958:
151), esta pareja puede ser vista como un caso especial de la dualidad
concntrica, pero la derivacin de la trinidad por parte de Harris
(1986) de la dualidad asimtrica, sobre todo entre mujeres y hombres,
fue especialmente bien ilustrada por un incidente que ocurri en una
tinka que presenci. En la representacin borracha de copulacin animal que a veces surge, con berridos satricos y todo (vase tambin a
Quispe, 1968: 75; Isbell, 1978: 161), el cura hizo que dos mujeres se
arrodillasen como las figuritas de lado, mientras l hizo empujes repetidos en el espacio entre ellas. As, el concepto de kallpa o fuerza vital
bien puede ser ligado con la sexualidad, y el declarado rol mgico de la
tinka en estimular la reproduccin animal.20 Como alternativa, una
informante femenina interpret una configuracin de dos pequeas figuritas blancas y ambos lados de una figurita amarilla central como
una vaca y dos becerros. No obstante sus nfasis diferentes ambas interpretaciones de kallpa enfatizan la fertilidad animal.
El yerno coloca el amarro de chala conteniendo las figuritas kallpa en el centro de la mesa y anuncia que ser libado, as iniciando otra
ronda de aspergeo, invocaciones y brindis. Por lo general, los participantes desean a los patrocinadores un aumento de sus rebaos, invocando los nombres rituales de los animales en cuestin y los nombres
de gente que posee muchos de ellos. Se invoca a esta gente de la misma
manera que a los territorios de pastoreo que abundan en los animales
deseados es decir De Maxi Castillo, tambin de Magn Barrientos.
Otra vez, estas invocaciones parecen proponer un traslado especial de
la propiedad desde la persona citada al patrocinador del rito. Una vez
que todo el mundo ha venido a la mesa ritual para libar las figuritas
kallpa, por lo general se queman en el fuego, al igual que los platos de
la ronda anterior.
Como un modo de ofrendar, el quemar involucra una dispersin
de la sustancia a travs del humo, parecido al modo de hacer libaciones
simples a los espritus de los cerros soplando vapores de una botella de
trago hacia los picos. En ciertas regiones de Los Andes, la gente dice que
los muertos y los espritus de los cerros slo pueden ingerir vapores y
emanaciones, y no sustancias slidas (Oblitas Poblete, 1978: 7-8), y que
estas emanaciones son la esencia etrea de las ofrendas, llamada sami
(Nez del Prado, 1970: Allen, 1988: 49-50). Estas ideas acuerdan bien
con la forma de la ofrenda quemada. Adems, si las tinkas tienen el fin
de restaurar los fluidos extrados de los muertos durante la temporada
de lluvias, entonces la ofrenda quemada en este mundo invertira el
proceso de desecado sufrido por el alma en su viaje a Qoropuna, y sus
vapores incluiran agua destinada al pas de los muertos.
El nfasis en la dispersin de la ofrenda quemada parece ir directamente en contra del proceso de invocacin, que intenta concentrar la
abundancia de diversos territorios de pastoreo en el territorio donde se
realiza el rito. Ofrendas quemadas parecen negar los fines acumulativos
de la tinka sobre todo cuando consisten en figuritas que, se supone, representan la fuerza vital de los animales en cuestin. As, es significativo que a veces se entierre las cenizas de ofrendas quemadas en el territorio donde se realiza un rito (Dalle, 1969: 146; Casaverde, 1970: 146).
Aunque nunca presenci el acto, me decan que cuando la gente es ansiosa de incrementar sus rebaos, pueden recurrir a una prctica conocida como linaje u origen,21 donde se entierra a seis figuritas kallpa
en un receso especial ocultado en la pared del corral, o en un nicho
subterrneo forrado y tapado con lozas de piedra; instalaciones que
han sido ampliamente comentadas en Los Andes22. Las ofrendas enterradas muchas veces se llaman pagos en Los Andes, aunque tambin
se puede designar al entierro con el verbo samay, que, como hemos visto, describe la invocacin de los espritus de otros territorios de pastoreo. As, ofrendas enterradas pueden ser vistas como pagos dirigidos
hacia afuera y un modo de fijar la fertilidad que fluye desde afuera. Esto tiene un reflejo adicional en la relacin compleja de identidad y oposicin semntica que existe entre sami (la esencia etrea dispersada de
las ofrendas) y samay (el principio de invocacin).23 En el fondo de esta situacin yace la paradoja del sacrificio, la prdida calculada que trae
un aumento, una dinmica que, como veremos luego, tambin caracteriza otros aspectos de la tinka.
La siguiente ronda del rito particular que estamos siguiendo fue
dedicada a sawasira/pitusira. Esta copla es el nombre ritual del maz, y
refiere a los principios complementarios de su crecimiento, como hemos visto en el Captulo 4. Durante esta ronda, se colocan mazorcas secas de maz amarillo y maz blanco en el centro de la mesa, donde reciben libaciones. Por lo general, son las mismas mazorcas cuyos granos
fueron utilizados en las ofrendas en chalas; por lo tanto, pueden estar
parcialmente desgranadas. A veces, sin embargo, se representa sawasira/pitusira no a travs de la dualidad complementaria de maz blanco y
maz amarillo, sin por una sola mazorca bifurcada, que consiste en dos
mazorcas unidas por la base. Esto corresponde muy bien a los cerros de
Sawasiray y Pitusiray, picos gemelos con una base comn, de donde se
toma los nombres rituales del maz. Hay otros casos donde los nombres
reflejo de cultivar para ganarse la vida, sino es una respuesta a los gustos y necesidades imaginados de pachamamas y espritus de los cerros.
Es la posesin de animales que provoca una proliferacin de ofrendas
agrcolas en estos ritos. Segn la misma muestra, las preocupaciones
agrcolas estn mediadas a travs de los animales, dinmica que conduce de manera eventual al sacrificio.
La ronda siguiente en la tinka particular aqu relatada fue dedicada a una yunta miniatura de toros, tallada en madera. Dado que esto
fue un rito para ganado vacuno (waka tinka) patrocinado por una pareja anciana, muchos deseos e invocaciones realizadas para ellos llamaban al nacimiento de un par de terneros machos que seran fuertes,
mansos y compatibles como una yunta, para reducir la cantidad de trabajo en ayni, que el anciano se vea obligado a realizar. Otra vez, dueos de yuntas y en especial de buenos toros figuraban mucho en las invocaciones.
En otras tinkas que presenci, rondas similares de libaciones
fueron dedicadas a amuletos de piedra conocidos como kantas (probablemente del castellano encanto) o illas. Estos son invariablemente
objetos encontrados por el cura, a veces en un encuentro sobrenatural. Se dice que estas kantas se parecen a categoras especficas de ganado o cultivos, y son conocidos bajo una variedad de nombres en todas
partes de Los Andes.28 A veces tambin son rocas grandes que forman
parte del paisaje, y se reviven como animales slo en las noches de luna llena (Cfr. Roel Pineda, 1965: 27; Nez del Prado, 1970: 91) para
fecundar los rebaos del territorio particular donde se ubican, o para
indicar un cambio en el clima a travs de un cambio de 180 grados en
su orientacin. Mucha veces se dice que son los animales del espritu
del cerro (vase Nez del Prado, 1970: 91, Isbell, 1978: 151), que se
transforman en amuletos cuando uno se les acerca en la niebla (Cfr.
Flores, 1977: 220-1). Un hombre me dijo que, cuando era joven, estaba
viajando por la puna alta al rededor del cerro Supayco en un da de neblina alrededor del Carnaval y que en cierto momento, perdi el camino en la neblina y encontr un lago donde tres cras de alpaca blanca
estaban nadando. Siendo joven y al encontrarse perdido en el valle sin
conocimiento de estos asuntos, sigui hasta el territorio de pastoreo
donde iba a visitar, y cont a la gente all lo que haba visto. Apenados,
ellos le explicaron que los animales eran illas, y que debera haber intentado sacarles del agua con una soga, porque se hubiera hecho un
pastor exitoso de alpacas. En otros casos, los espritus de los cerros pueden entregar estos amuletos directamente a la gente, como pas al
abuelo de un profesor vecino que esta asistiendo a una sesin de espiritismo con el Apu Phakusiri. Para aplacar el escepticismo de este vecino, Phakusiri le dio tres kantas, que rpidamente increment sus vacas
a 100 cabezas. Luego, el padre de mi informante profesor perdi las
kantas de alguna manera, y desde entonces el rebao ha ido decayendo
debido al abigeato, enfermedad y pobre reproduccin, hasta que ahora
cuenta apenas con cincuenta cabezas de ganado. El profesor me dijo
que ya haba visto bastante como para creer que no iba a recuperar el
rebao hasta que se recuperen las kantas, y el estaba considerando seriamente la oferta de un adivinador local de ubicarlos por el precio de
un ternero de un ao. Este relato ilustra bien la funcin universal de estos amuletos en conservar y asegurar la reproduccin de los rebaos.29
Las kantas pueden aparecer solas, y no entre tres como en estos
relatos pero su semblanza en tamao y forma con las figuritas kallpa
hace que estos amuletos sean especialmente dispuestos a ocurrir en trinidades. Esta semblanza es tan pronunciada, que en ciertas regiones
trminos como kanta e illa refieren a las figuritas perecederas (vase
Arguedas, 1956: 244; Tomoeda, 1985: 285), no slo a amuletos. Esta
unin es enteramente comprensible dado su papel comn en la reproduccin animal. Varias veces la gente me dijo que una kanta es lo mismo que el nimo de lo que representa (Cfr. Gow, 1975: 147, 150). De
manera parecida el concepto de kallpa que da su nombre a las figuritas
perecederas, denomina fuerza vital, un concepto enteramente emparentado con el de nimo. Pero el sentido del nimo involucrado aqu no
excluye ideas de incorporacin normalmente asociadas con el alma
(vase Arguedas, 1968: 340; Flores, 1977: 244); ms bien, las incluye como parte de la preocupacin ms general con sexualidad y fecundidad.
As, incluso cuando se da cierta importancia a una divisin de amuletos en dos categoras que podran ser interpretadas segn las lneas de
alma y nimo (vase Gow y Gow, 1975: 150; Flores, 1977: 217-28; Oblitas Poblete, 1978: 223-4), nunca se diferencian o se independizan completamente. Se supone que todos estos amuletos hacen ms afectiva la
invocacin de espritus del ganado de otros territorios de pastoreo. Una
versin hasta sugiere que estos amuletos obligan al espritu del cerro
del lugar a repetir las invocaciones hechas en la mesa, que virtualmente asegurara los traslados de vitalidad propuestos (Gow y Gow, 1975:
pan en las ofrendas en chalas. Un ritualista otorg a las pezuas la funcin mgica obvia de dar paso firme a los animales, y aunque nunca escuch algo para confirmar la funcin precolombina de las conchas como una ofrenda para estimular la lluvia (vase Murra, 1975: 257-8), esta posibilidad apoyar una interpretacin agraria de las tinkas como
libaciones que restauran los fluidos gastados durante la temporada
de lluvias. Un cura me dijo que las piedras mesa son especialmente para los cerros. Esto subordina el estrecho fin mgico de la reproduccin
animal, con el cual tambin tienen que ver estas piedras, a una restitucin ms generalizada a los espritus de los cerros de lo que han llegado a carecer durante la temporada de crecimiento. Aqu, las metforas
alimenticias y financieras que estructuran las ofrendas de las tinkas
comparten el tema comn de restitucin. As, no todas las mesas representan un componente del animal o del rebao ideal, y hasta los que s
lo hacen son parte de los platos y pagos que la gente ofrece a los
apus (seores, es decir los espritus de los cerros). En este nexo sacrificial, el consumo, el tributo y la fertilidad se convierten en algo interdependiente, y lo metlico y lo orgnico se entrelazan enteramente.
Al finalizar esta ronda de libaciones, el cura vaci las hojas de coca de los platillos ya llenos en cada lado de la mesa ritual (vase Figura
19) en dos amarros separados de chalas de maz. Estos se conocen como el samakuyoq plato (plato de invocadores) y fueron quemados.
Aunque nunca exig un comentario sobre esta ofrenda, su nombre sugiere que podra estar dedicado a los presentes en el rito, no a las entidades variadas que se ha invocado con xito. A diferencia de las otras
ofrendas quemadas, el samakuyoq plato no es objeto de una ronda de
libaciones e invocaciones, sino se lo se quema en tanto que ha sido preparado.
Ms all de la mesa, la mujer de la unidad domstica patrocinadora empez a servir chicha a todos los presentes, mientras el cura se
dedic a construir un conjunto nuevo de ofrendas en chalas con esencialmente los mismos ingredientes que el plato anterior para todas las
pachamamas. Dado que la prxima ronda de libaciones iba a dedicarse
a una ofrenda destinada al Apu Phakusuri, el cura asegur que los amarros de chala contenan cosas segn la preferencia y el gusto de ese cerro, harina y granos de maz blanco y amarillo, incienso, claveles rojos
y blancos, grasa de pecho de llama, raspaduras de las piedras de mesa y
potos fueron todos incluidos. Otra vez, el nmero de bultos ofrecidos
Figura 20
Alcanzo plato
T'IKA P LATO
OF RE NDAS
DE C HALA
NORMALE S
Es como servir una comida grande, algo extra, a las autoridades, mientras los bultos de abajo son para los plebeyos; es decir, los apus de menor valor. El cerro ms importante se llama Cabildo, y eso, (el tika
plato) es como servir un vaso de champn al prefecto.
Figura 21
Espritus de Cerros locales y regionales
a los encargados de los vacunos, tambin se sugiere que los cerros asignados a ciertos cultivos son de rango menor que los asignados a los animales (Nez de Prado, 1970: 82; Gow y Condori, 1976: 41-2). As, las
funciones agrarias de los apus conforman una jerarqua que corresponde a su poder poltico. As asumimos que los gustos y las preferencias
idiosincrsicas atribuidas a cada cerro (vase Favre, 1967: 129) sealan
su posicin en la divisin del trabajo agrario dentro de un grupo regional, entonces las ofrendas se convierten en un indicio importante del
nicho especfico ocupado por cada montaa. Varios ritualistas del valle
me explicaron que hasta el rango poltico de los apus es determinado
por las ofrendas hechas por la gente, y no es un rango intrnseco de la
montaa misma, como lo es su altura.
Dado que las ofrendas modifican el carcter de los cerros que los
reciben, los ritualistas pueden negociar con sus gobernadores imaginarios, cuyo poder de otra manera sera absoluto. Aqu, los aspectos jerrquicos y cualitativos de la ofrenda funcionan juntos de modo importante. Por ejemplo, el tika plato confiere un honor a un espritu de un
cerro local, pero tambin el empuje hacia una funcin agrcola muy especfica. En otras partes de Los Andes, se nombra a cerros particulares
para encargarse de la produccin agrcola de un ao determinado
(Martnez, 1983: 92), y el tika plato sera un medio muy apto para implementar tal responsabilidad. Muchos ritualistas del valle consideran
que las figuritas kallpa ocupan el rango de ofrenda ms alto que el tika plato. No haba un acuerdo universal en este punto, pero fue confirmado por la manera en que apus ms alejados y ms importantes eran
invocados en la ronda para figuritas kallpa. Otra vez, los cerros y ofrendas asociados con ganado tienen un rango mayor que los asociados con
la agricultura. Esos cerros encargados de la reproduccin de animales
con lana requiere una ofrenda ms alta todava: sullu (feto disecado,
preferiblemente de vicua, pero muchas veces de llama o alpaca). Los
agricultores de Huaquirca sienten que no poseen ni el conocimiento ritual ni la necesidad de hacer ofrendas de fetos, pero entre los pastores,
tales ofrendas figuran en cada tinka de manera regular.38 Aqu, el prestigio de los animales lanudos en la divisin del trabajo entre apus se refleja en la potencia mayor de esta ofrenda, aunque el feto tambin especifica lo que desea el ritualista: animales nuevos. Esta corte en la continuidad de las ofrendas entre agricultores y pastores en la regin de
Antabamba corresponde a un cambio de la ofrenda al entierro o a la su-
mersin en un cuerpo de agua, los dos mtodos usados por los pastores para ofrendar fetos.
La ronda siguiente en la secuencia que estamos siguiendo fue dedicada a Pukarumiyoq, el territorio de pastoreo particular donde este
rito tuvo lugar. La ofrenda de amarros de chala libada en nombre del
Apu Phakusuri quedaba en el centro de la mesa ritual. Ahora recibi libaciones en nombre de Pukarumiyoq, un apu subordinado en el Cabildo encabezado por Phakusuri. Una invocacin que recuerdo de esta ronda fue qorikiraw, qolqekiraw (cuna de oro, cuna de plata). Esto
representaba el corral donde se llevaba a cabo el rito como una cuna, y
un punto de fuente para la nueva vida animal solicitada en la tinka. Este concepto se apoya en los corrales ceremoniales especiales que han sido mencionados en la literatura (Favre, 1967: 124; Flores, 1977: 233;
Quispe, 1984: 611), que invariablemente incluyen repositorios tapados
y forrados con piedra para enterrar ofrendas. Muchas veces se piensa
que estos repositorios son de donde nacen nuevos animales en el territorio de pastoreo (Martnez, 1984: 94). En la puna de Huaquirca, estos
corrales ceremoniales muchas veces se encuentran alrededor de manantiales, otro sitio donde se piensa que animales entran a este mundo
(vase Gow y Gow, 1975: 142; Flores, 1977: 210; Bastien, 1978: Captulo 10). La creencia que animales jvenes salen de fuentes subterrneas,
acuticas, explicara por qu la gente ofrece fetos disecados a los cerros
a travs del entierro y la sumersin. Aunque los agricultores de la regin de Antabamba no poseen corrales ceremoniales, ni hacen ofrendas tan poderosas, las imgenes de cuna de sus invocaciones sugieren
que ellos esperan que sus espritus modestos de lugar o pachamama,
como Pukarumiyoq, vayan a proveer animales de manera parecida,
aunque no con tanta abundancia. Una vez que se termin esta ronda de
libaciones, los amarros de chala fueron quemados como es debido en el
fuego especial en el corral.
La siguiente ronda de libaciones fue dedicada a la qocha (lago);
es decir, el vaso en que se sirve la chicha durante el rito. Este vaso no es
el mismo que se toma de manera colectiva, tambin llamado qocha, que
apareci en la siembra de maz (vase Captulo 4). Otra vez, sin embargo, hay una conexin clara entre libaciones alcohlicas y reservas de
agua. En varios ritos que presenci se coloc conchas de mar en el centro de la mesa y se los lib durante esta ronda, con o sin el vaso de chicha. Esta sustitucin es una sugerencia adicional de la conexin mgi-
ca entre conchas y agua mencionada antes. No obstante, las invocaciones muchas veces incluyeron el nombre ritual de la chicha, ashwa, y
no trminos esotricos relacionados con agua como aguay uno39 (Arguedas, 1956: 238-40) o elemento (Gow y Condori, 1976: 60-1). Dos
ritualistas diferentes cuyas tinkas, pude ver, posean amuletos de piedra
llamado queso, que colocaban en el centro de la mesa durante rondas
dedicadas a la qocha. Este amuleto, se supone, promueve la produccin
de leche en las vacas. As, la imagen del lago cubre la propagacin de la
leche, no slo chicha y agua. Otra vez, artculos e imgenes que no tienen una conexin intrnseca con los animales pueden convertirse en
modelos de abundancia para ellos.
Es una conexin especialmente cercana con los espritus de los
cerros que da la imagen del lago esta connotacin polivalente de abundancia. Relatos que escuch en la regin de Antabamba mencionaban
que los cerros locales tienen lagos en sus corazones, muchas veces igualados con los testculos del apu. Estos relatos tambin tratan de lagos y
lagunas en la superficie de la tierra como habitados por apus.40 Los poderes regenerativos de estas aguas son innegables. Por ejemplo, se dice
que arriba en las faldas de Utupara hay un lago del apu local ms importante para los pueblos de Huaquirca, Antabamba y Matara. Los que
viven al pie del cerro dicen que este lago es el corazn de Utupara, y que
su agua es muy dulce y saludable para tomar. Algunos aaden que el ingeniero jefe de las minas de Utupara, cuando mira este lago con su largavista, puede ver un puma de oro y una vicua de plata en sus profundidades. Supuestamente el famoso toro dorado (qori toro) de Utupara
ha salido de all, antes de romper un agujero en el lado de Phakusuri y
volver a salir en Pumaqocha (la laguna brava del Captulo 4) para seguir a Malmanya y el Cusco. En breve este lago expulsa de manera peridica formas de vida metlicas y salvajes. Juzgando en base al nmero de Sonqoqochas (lagos del corazn) que se ven en cualquier mapa
en esta parte de Los Andes, este concepto debe ser bastante comn.
Estos lagos frtiles tienen un contraste notable con el Mapa Mayo en tanto que cran vida animal y humana. Encarnaciones de animales metlicos precipitan de ellos, no slo las energas bravas desincorporadas liberadas del pas de los muertos. Al acumular este agua en lagos, los cerros parecen domesticar la energa voltil que han trado del
pas de los muertos. Afirmaciones que tal agua representa la sangre y el
semen de los apu41 sugieren que los cerros de veras convierten esta
energa pura en una sustancia viva. Aqu, la imagen del lago sigue la de
las kallpa o figuritas de fuerza vital, donde la energa ya no se opone a
la incorporacin, como era el caso durante la temporada de crecimiento, sino lo engloba. Debido a esta transformacin, los apus locales y regionales proporcionan una mediacin crtica entre los vivos y los
muertos, y ayudan a impulsar al cielo que los une. Al crear nuevas formas de vida de energa desincorporada, revelan una dimensin profundamente femenina de su identidad andrgena dominada por lo masculino.
La ronda final en todas las tinkas del valle de Antabamba, incluyendo a la que hemos estado siguiendo aqu, se llama despedida (kacharpari). En ritos para vacunos y caballos realizados por agricultores,
el cura prepara una pcima para libar los animales al terminar esta ronda. Primero, echa chicha en un jarro con dos cuellos o en dos vasos independientes de madera, luego aade raspaduras de las piedras mesa,
potos, conchas y pezuas de venado, pedazos de manzana silvestre, durazno, habas y maz, y cualquier flor silvestre disponible, sobre todo claveles rojos y blancos. Aunque la gente todava se asoma a la mesa para
tomar durante esta ronda, ya no invocan deidades u objetos poderosos,
sino simplemente brindan. Cuando todos han terminado, una pareja
de mujeres, incluyendo a la mujer de la unidad domstica patrocinadora, toman tallos de maz de la cabeza de la mesa y la pcima preparada
a propsito, y proceden a aspergear a los animales con ella, pegndoles
con los tallos en el proceso, para que salgan del corral. A veces la pareja de mujeres dispersa a la gente en la mesa de la misma manera.
La ronda de despedida en los ritos realizados por pastores en la
puna de Huaquirca es diferente. En vez de preparar una pcima y aspergear los animales con ella, esta ronda se trata del entierro (en un nicho especial forrado con piedra en el altar del corral donde se realiza
la tinka) de un jarro de dos cuellos lleno de agua trada del lago Kuchillpo al pie del cerro Supayco, junto con pedazos cortados de manera ceremonial de las orejas de los animales jvenes, hojas de coca, y grasa de pecho de llama. Cada ao, se renueva el agua del jarro en Kuchillpo, y se saca los restos de las ofrendas del ao anterior del nicho. Este
entierro del agua evidentemente expresa la pauta de una domesticacin
subterrnea de la energa salvaje del agua para la fertilidad que acaba de
surgir del comentario sobre el concepto qocha. Como alternativa, se
puede depositar los pedazos cortados de las orejas en un manantial
se Flores, 1977: 234). Como resultado de estos diversos impulsos al sacrificio, la imagen consumada que las tinkas proporcionan para el surgimiento de nueva vida a partir de la vieja es el corazn palpitante
arrancado del cuerpo maternal, un parto cesreo sobrenatural ganado
de una muerte sangrienta.
Se piensa que los pastores ms exitosos deben su prosperidad a
una ofrenda todava ms efectiva, la de una hija como concubina del espritu del cerro local (Favre, 1967: 133-4; Fuenzalida, 1980: 163). A veces esto puede asumir la forma de un intercambio de illas (que aumentan los rebaos de la familia) por sexo (Morissette y Racine, 1973: 174),
o una relacin semiconyugal entre el apu y la mujer, una relacin que
ningn hombre se atreve a violar (vase a Isbell y Roncalla Fernndez,
1978: 440). Aunque la voracidad sexual de los apus no se limita a las
mujeres (vase Earls, 1970: 91; Martnez, 1983: 95-6) su manifestacin
estereotpica en Huaquirca era en los bailes qhashwa de tiempos pasados, cuando asuman la forma de mistis altos y guapos, para seducir e
impregnar a una mujer. Hasta ahora se explica a los hijos ilegtimos, en
sentido de broma, como resultados de tales encuentros (Cfr. Earls,
1970: 87-8). En algunas regiones este concepto se desarrolla de manera
tan sistemtica que se dice que las mujeres traen los espritus de territorios particulares de pastoreo a los sistemas de parentesco humano (el
trmino apu puede significar padre del padre del padre del padre en
quechua) y hasta dan a luz a nuevos espritus de los cerros, as mediando sus jerarquas de descendencia (Favre, 1967: 123; Earls 1969: 68,
1970: 91). Por lo tanto, parece que los apus se interesan en fetos abortados y rganos extrados como formas de vida potencial, y tambin se
interesan en las capacidades reproductivas y de incorporacin de las
mujeres. As, estas uniones de mujeres y espritus de los cerros extienden la dinmica sacrificial a travs de la cual se puede lograr el influjo
deseado de fertilidad animal slo a cambio de una prdida calculada,
ahora representada como la de una hija en el matrimonio.
Hasta en las ofrendas menos eficaces de los agricultores, las imgenes de la afinidad ya estn subsumidas en la lgica del sacrificio. Personas extraas invocan los espritus de otros territorios de pastoreo en
un intento de fijarlos en la localidad, pero la persona que dirige este
proceso se llama el yerno. Del mismo modo en que los patrocinadores
tienen que dar ofrendas a los espritus invocados, tambin tienen que
entregar a una hija, aunque sea de manera figurativa, para obtener los
volucra conceptos de estar conectado, de mutualidad, y responsabilidad dentro de una totalidad jerrquica. Estas caractersticas hacen del
sacrificio un modelo apropiado del poder poltico legtimo. Adems,
cabe poca duda que cuando los comuneros andinos utilizan las imgenes del tributo para describir cmo los apus asimilan sus vctimas sacrificiales, y sostienen que los cerros conforman jerarquas administrativas elaboradas, estn entendiendo la preeminencia general de los apus
en trminos especficamente polticos. De hecho los espritus de los cerros son el modelo del poder poltico que emerge del ciclo anual. Son
el alternativo comunero a la visin de los vecinos del orden poltico representado en las Fiestas Patrias (vase el Captulo 3). Puede parecer
que hay un abismo insuperable entre esta comprensin sacrificial de la
poltica y las tradiciones occidentales del individualismo democrtico,
al menos al nivel de la teora. En el captulo siguiente, sin embargo, voy
a argumentar que el asunto no es tan claro, sobre todo cuando nos dirigimos a cmo los conceptos del sacrificio desarrollados en las tinkas
han sido aplicados en acciones histricas concretas por parte de los comuneros.
Notas
1
Entre los nombres ms comunes para estos ritos estn los de herranza (marcar con fierro candente) en la regin de Ayacucho; despacho y haywarisqa
(convidado) en la regin del Cusco, y challa (libacin, sinnimo de tinka) en
quechua boliviano.
Quispe (1984: 622-3) enfatiza la reciprocidad entre comuneros y espritus de
los cerros en estos ritos, al igual que Custred (1979: 383) que lo hace de manera ms sutil, sealando una tensin entre simetra y asimetra (p.e. entre ayni y
minka) en las relaciones involucradas. La posicin de Custred ser ampliamente confirmada en este captulo.
Entre los que han mencionado esta distribucin bipolar bsica de tinkas en el
ciclo anual, se encuentran Roel Pineda (1965: 30), Favre (1967: 123), Morissette y Racine (1973: 173), Isbell (1978: 155), Nash (1979: 134-5) y Platt (1983: 545, 59). Una pauta ms completa asigna fechas distintas a ritos para diferentes
animales, donde tpicamente se reserva Carnaval para llamas y alpacas; San
Marcos para vacunos; San Juan (24 de junio) para ovinos; Santiago para caballos, y el 1 de agosto para ofrendas a la tierra. Entre los que han notado observancias parciales de esta pauta se encuentran Casaverde (1970: 126-31), Gow y
Condori (1976: 82), Custred (1979: 381) y Quispe (1984: 611). Debido a los ritos para vacunos celebrados en San Marcos, Huaquirca tambin se orienta parcialmente a esta pauta. Lo que es ms digno de notar en esta secuencia de fe-
chas es cmo se alinea tan claramente con la poca seca o fase de apropiacin
privada en el ciclo anual, al igual que el comentario que tales ritos se realizan
despus de la cosecha (Matos Mar 1964: 70). Pero tambin se menciona Navidad como fecha para estos ritos (Aranguren Paz 1975: 108), y sospecho que entre pastores es bastante comn que hay una tercera ronda de estos ritos en esta
poca del ao, como era el caso en la puna de Huaquirca hasta el deceso reciente de los festejos de San Andrs. Otro comentario, ms anmalo, para pastores,
cita una ronda nica de ritos entre diciembre y Carnaval (Flores 1977: 212). Esto indica que entre pastores, la tendencia de integrar estos ritos en una oposicin estacional entre perodos de produccin colectiva y apropiacin privada se
encuentra muy disminuida, probablemente como resultado de la colaboracin
entre unidades domsticas que por lo general es menos desarrollado entre pastores. Pero hay informes sobre ofrendas sacrificiales realizadas antes de cada tarea agrcola (Custred 1979: 382) y durante toda la temporada de crecimiento de
la papa (Gow y Condori 1976: 17-18, 40-1), que sugieren que las ofrendas no
necesitan ser estacionalmente opuestas a un perodo de produccin colectiva,
tampoco entre agricultores. Hasta cierto punto, se encuentra un contrapeso a
esto en el anlisis de la papa desarrollado en el Captulo 5, donde su afinidad
constante con la dualidad asimtrica y la trinidad lo une muy de cerca con las
tinkas, y lo aleja de la dualidad simtrica que caracteriza el maz y el ayni. Al final, sin embargo, es mejor admitir que la afiliacin estacional que propongo
aqu no es universal, sino slo la pauta ms comn.
En Huaquirca, martes y viernes no son considerados infortunados para la realizacin de las tinkas, como ha sido notado para otras regiones por Favre (1967:
128), Casaverde (1970: 180) y Flores (1977: 212); pero tampoco se los busca intencionalmente, como describe Nash (1979: 155) en las minas bolivianas de estao. Algunos ritualistas pueden realizar adivinaciones simples en hoja de coca
para determinar si un da dado es aceptable a los espritus de los cerros, pero esto no parece llegar al nivel de elaboracin descrito por Valderrama y Escalante
(1976: 179-81).
La nica excepcin a esto son los ritos realizados por agricultores en Santiago
para sus vacunos y caballos, que se realizan en los campos terraplenados de
maz en el valle, donde pastan los animales en esta poca del ao. Entre pastores, tales ritos generalmente se realizan en un corral ceremonial especial (vase
Favre 1967: 124; Flores 1977: 233; Quispe 1984: 611), o en cuartos o viviendas
especiales construidos para este fin (Valderrama y Escalante 1976: 178-9; Wallis
1980: 256).
Vase tambin Quispe (1969: 27) e Isbell (1978: 159). Los pastores en la puna
recurren habitualmente a un procedimiento ms elaborado. Antes de una tinka, el ritualista rene doce sapos y los amarra en un nido de pjaro con un pedazo de tela. Otra vez, el ritualista anda tres veces alrededor del corral hacia la
izquierda, emitiendo un sonido cortado, fuerte y seco, en el fondo de su garganta: qhas-qhas-qhas Alternativamente, se puede amarrar pedazos de la
planta urilla junto con los sapos, y se utiliza el amarro entero para frotar a los
animales en un procedimiento conocido como morasqa, brujo o desgracia. Es-
tos amarros absorben cualquier ataque que est dirigido a los animales, y son
abandonados en un lugar alejado de la puna antes de iniciar el rito. Se dice que
cualquier animal o pjaro que pasa encima de tal bulto muere al instante.
Vase Quispe (1969: 71, 1984: 613-4) e Isbell (1978: 156, 159). Este uso de harina de maz para absorber energa peligrosa es enteramente consistente con el
uso antes mencionado de la harina pito para espesar chicha hasta hacer una bebida del mismo nombre (vase Captulo 4 y 5). Esto sugiere un paralelismo interesante entre la energa mal dirigida del ataque del hechicero y la energa desincorporada, liberada por los muertos en forma de agua, que ya hemos encontrado en los layqas (hechiceros) del wayliya de Navidad. Hay al menos un caso
donde se utiliza llampu como trmino genrico para conchas del mar (Roel Pineda 1965: 30) y no slo para referirse a esta harina. Veremos que las conchas
del mar tienen la funcin mgica de estimular la lluvia en estos ritos. Sea como
concha del mar o como harina de maz, la funcin de llampu es absorber y desviar energas de formas de vida que podran ser daadas por ella. En los ritos
descritos por Quispe (1968: 79), esta harina de maz se llama riti (nieve); imagen que recuerda la nieve que se forma en los cerros de los muertos, y su coordinacin de color con el maz.
Esta misma sustitucin del sirviente para el dueo, en el rol directivo de estos
ritos, ha sido notado por Montoya (1980: 228). Como me dijeron varios vecinos, tal sirviente tiene que ser de mxima confianza porque el uso inapropiado de una mesa puede provocar dao a los animales y hasta a sus dueos. En
casos de mal uso extendido o especialmente serio, puede convertirse en lo que
se conoce como una mesa lisa, que consistentemente mata a los que lo utilizan y a los miembros de sus familias, y se necesitar los servicios de un chamn
especialmente hbil para neutralizarlo. No obstante, el grado de escepticismo
de la mayora de los vecinos frente a las tinkas, quita importancia a estas consideraciones, y en muchos casos significa que los sirvientes tienen que ser muy
insistentes si los ritos se han de realizar siquiera. (Cfr. Aranguren Paz 1975:
107). Algunos de los ritualistas ms hbiles en Huaquirca son vaqueros de los
vecinos, conforme con la tendencia a la marginalidad social que Favre (1967:
134) nota para los orculos de los espritus de los cerros. Estos ltimos son conocidos como pongos, en Huaquirca, un trmino que se aplica tambin a los
porteros, y tiende a representar la relacin entre orculo y espritu del cerro en
esa forma. No obstante esta gravitacin marcada hacia la inferioridad social, la
gente en Huaquirca considera que estos pongos son sus ritualistas ms calificados.
La gente en Huaquirca pareca sentir que la cristiandad de las tinkas es problemtica, actitud que no la encontr frente a otros ritos. No slo hay la ofrenda
preliminar a Nuestro Alto; y hasta los que estaban ms convencidos que yo
aprobaba estos ritos decan cosas como claro que somos catlicos y cristianos,
y creemos en un solo Dios, pero hay que reconocer las cosas de este mundo, no
es cierto?, para evitar problemas. Haba muchos comentarios segn los cuales
las tinkas son una sobrevivencia histrica directa de la poca (pre-cristiana) de
los gentiles, y esto fue hbilmente convertido en un reordenamiento de unas es-
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cenas clsicas del Antiguo Testamento por parte de mi madre adoptiva. Cuando Abraham estaba por sacrificar a su hijo Isaac, el Seor intervino para explicar que en adelante, solo sern necesarios sacrificios de incienso y claveles. Adems, prosigui ella, Can lo hizo con maz podrido y plantas marchitadas; Abel,
con ovejas; as, la distincin entre agricultores y pastores, en Los Andes, tiene su
origen en tiempos bblicos. Aunque todo esto tiende a incluir las tinkas en la
tradicin judeo-cristiana, va algo ms all de la cristiandad debido a su carcter sacrificial.
La nica ocasin que escuch las pachamams comentadas con cierto detalle
fue durante las tinkas. Cuando pregunt a una mujer qu era una pachamama,
ella alz una pizca de tierra entre su dedo gordo y el ndice, y contest: Esto.
Se ha reportado una identificacin parecida con la tierra en otras partes (Platt
1986: 238-9), pero esto no agota la especificidad del gesto. Mientras viajaba en
la puna, arriba de Huaquirca, dos veces me advirtieron sobre el dormir afuera
en corrales con altares, porque las pachamams pueden aparecer en sueos,
tratando de seducir a los descuidados. Me avisaron que hay que resistir a toda
costa porque siempre sacan algo (es decir, capan o arrancan el corazn y pulmones). En caso de ser obligado a dormir en tal corral, las instrucciones eran
de persignarme, invocar la Santsima Trinidad y comer un pequeo pellizco de
tierra del piso de la casa conectada al corral; pero, sobre todo, echar libaciones
para la pachamama, sin olvido, cada vez y en cada lugar donde tomase. En otros
lugares, besar la tierra del piso de la casa ha sido citado como un modo de aplacar a un espritu de la vivienda, conocido como cndor mamani (Buechler 1980:
56), y el ingerir una pizca de tierra ha sido citado como un modo de evitar un
ataque sobrenatural (Manya 1969: 137; Oblitas Poblete 1978: 38, 95). Pienso
que la pizca de tierra no representa la tierra en general, sino el espritu de un
particular territorio de pastoreo o lugar de habitacin (Cfr. Roel Pineda 1965:
28; Malengreau 1980: 493).
En quechua: Imata samanki? Esta traduccin de samay como invocar tambin se encuentra en Tomoeda (1985: 286), que describe ritos parecidos en la
provincia colindante de Aymaraes. Las definiciones ms comunes de samay en
los diccionarios son descansar, estar enterrado y aire soplado (Lira 1944:
874). Evidentemente, el ltimo es significativo en el contexto de invocaciones.
En quechua: oqa samsaq tao.
En quechua: Hampuchun, hampuchun!
En quechua: Phukawasimanta, Chaynawirimantapas.
En quechua: Hampullachun, hampullachun!
En quechua: Manam hampusqachu kasqullayki.
Ntese que estas entidades aqu se representan como plural y masculino.
Nombres rituales son un rasgo comn de estos ritos, y muchas veces son secretos (Cfr. Platt 1983: 54) o al menos bastante idiosincrsicos. Es necesario apoyarse en el conocimiento y la creatividad de otras personas para asegurar que
muchos de ellos sean aplicados a las entidades en cuestin, como para obligarlos a venir donde se est realizando el rito. Sospecho que el principio involucrado es una especie de correspondencia entre el nombre ritual y el nimo de la
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entidad en cuestin, que ejerce una especie de influencia involuntaria sobre ella.
En todo caso, entre los nombres rituales que encontr en Huaquirca aparecan
tao para vacunos, castao para caballos, castellano para ovinos, qarwaraso y
hachuski para las alpacas, waswa y hayuncha para las llamas, lzaro y michiq para perros, y ashwa para chicha.
Ntese la continuidad del simbolismo de amarillo y blanco en los comentarios
sobre la muerte. En ambos casos, amarillo seala el alma o figurita ms grande;
blanco, el ms pequeo. A diferencia del contexto de la muerte, sin embargo, el
nfasis aqu no es en la divisin y la dualidad, sino ms bien en asimetra, crecimiento y la trinidad.
Esta preocupacin tambin se demuestra cuando la gente trae animales jvenes
a la mesa y ensayan la copulacin (vase Quispe 1969: 28, 71, 1984: 614; Isbell
1978: 161). Roel Pineda (1965: 31) describe un animal macho joven colocado
entre dos hembras, como el cura y las dos mujeres mencionados arriba.
Para Roel Pineda (1965: 26) y Yaranga (1979: 713), linaje connota los ancestros
humanos, no de los animales. En Huaquirca, sin embargo, solo escuch el concepto en relacin con esta ofrenda especfica. Algunos ritualistas en Huaquirca
actualmente guardan mechas de pelo de las colas de varios toros que ellos y sus
antepasados posean y les dan rondas de libaciones como es debido. Esto sugiere otra manera en que se puede aplicar ideas de la descendencia, a los animales,
en el contexto de la tinka. Pero puede ser forzado diferenciar rgidamente entre lo que es pertinente a la gente y lo que es pertinente a los animales en estos
ritos, debido al uso constante de metforas y el alto nivel de identificacin entre gente y animales (Cfr. Quispe 1969: 91).
En la puna de Huaquirca, estos nichos se encuentran en altares hechos de
montones de piedras, que estn presentes en corrales ceremoniales, y otros sitios donde se realizan tinkas. Bastien (1978: 57-8) comenta los adomomentarios de la tierra parecidos sin dar su nombre callawaya; mientras Favre (1967:
124) y Fuenzalida (1980: 163) dan el nombre allpaqa sonqo (corazn de la tierra) y Quispe (1969: 34-7, 1984: 613) e Isbell (1978: 153, 158) mencionan nichos forrados de piedra llamados cajas, cuyas tapas-lozas de piedra se llaman
cerradura y llaves. Flores (1979: 78) describe nichos cilndricos similares llamados juturi que no slo reciben ofrendas, sino que son concebidos como el sitio donde animales nuevos nacen en el territorio de pastoreo. Como se mencion en el comentario sobre las pachamams en la nota 10, estos adomomentorios o altares son constantemente culpados de provocar la enfermedad humana a travs de la extraccin invisible de corazones, bofes y testculos, y es muy
probable que sean el espacio donde el espritu del lugar, pachamama, de cada
estancia est localizado, como una fuerza tanto arrancadora como reproductiva.
Hay varias facetas de la unidad semntica de samay y sami: primero, samay como aire soplado corresponde muy de cerca a sami, como el olor esencial de
una sustancia dada; segundo, sama(ku)y, como adivinacin, coincide plenamente con samay(a), como contar ritualmente (vase Roel Pineda 1965: 31-2;
Urbano 1976: 137-8); tercero, samay como entierro se relaciona con la clase de
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225; Aranguren Paz 1975: 104; Flores 1977: 212) es quizs la razn ms imperante para limitar las posibles traducciones de alcanzo a entrega. Esto restringe considerablemente la multivocalidad de alcanzar en castellano, y destaca la
naturaleza tributaria de estas ofrendas, correctamente enfatizado por Custred
(1979: 80-1). Pero tambin se utiliza alcanzo para describir el decomiso de corazones y bofes humanos por parte de los espritus de los cerros (Morote Best
1956b: 291), aunque este acto se designa ms comnmente con trminos como
hallpasqa o chuqali (Favre 1967: 130). Tales decomisos son especialmente comunes cuando la gente no ha hecho ofrendas adecuadas a las montaas o han
invadido sus santuarios interiores. Aqu, parece que el sentido de acercar en el
alcanzar castellano puede ser particularmente relevante, cuando las montaas
subsumen y engullen el cuerpo del ritualista. Esto sugiere, como contraste, que
uno de los fines principales del sacrificio andino es evitar una comunin sangrienta con ellos (Cfr. Evans-Pritchard 1956). As, la prctica descrita por Isbell
(1978: 157) de tomar ventaja sobre los espritus de los cerros a travs de ofrendas de nivel menor, es probablemente una medida defensiva, un modo de asegurar que los espritus de los cerros no se aprovechen de los ritualistas mismos.
Parece que la tensin en esta relacin sacrificial se expresa a travs de una metfora espacial inscrita en el verbo alcanzar, donde uno entrega para evitar que
se acerque.
Vase Arguedas (1956: 235), Roel Pineda (1965: 27), Favre (1967: 122), Earls
(1969: 69), Nez del Prado (1970: 82), Morissette y Racine (1973: 171), Gow
y Condori (1976: 40), Oblitas Poblete (1978: 114-5). A veces los espritus de los
cerros de menor rango se conocen con el nombre de awki (p.e. Nez del Prado 1970: 82), y se los cree menos benevolentes que los apus, y ms vinculados
con la agricultura que con la ganadera. Sospecho que las pachamams se vinculan con la agricultura, y los espritus de los cerros con la ganadera (p.e. Quispe 1969: 102; Morissette y Racine 1973: 175). En realidad forman parte de esta
pauta de espritus ms locales a cargo de los cultivos, y los de significancia regional ms amplia vigilan los animales.
Aunque los espritus de los cerros generalmente aparecen en esta forma, tambin pueden presentarse como mujeres o nios de tez blanca o negra (vase
Earls 1969: 67; Morissette y Racine 1973: 179; Gow y Condori 1976: 38, 96, 98).
Me dijeron que cuando los apus aparecen como vecinos, es cuando hay que tener ms cuidado, porque sta es la forma en la cual son ms dispuestos a agarrar los rganos de la gente. Pero tambin asumen varias formas no humanas,
como cndores (sugerido por el ttulo Mallku) y halcones (sugerido por el ttulo wamani), y hasta pueden manifestarse como un fuego que sale de las piedras
y se lanza al aire (Earls 1969: 67). Quizs lo que se debe enfatizar ms en su capacidad de transformarse y las ofrendas entregadas a ellos.
Los agricultores de Huaquirca s hacen ofrendas de feto (en un rito llamado kutichiy: reemplazar) para curar la condicin llamada hallpasqa, cuyo sntoma
tpico es la hemorragia nasal, interpretada como el resultado de la apropiacin
de corazn, pulmones o testculos por los apus/pachamams. Generalmente
tendrn que conseguir la ofrenda de un ritualista de la puna, quien ya habr
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Vase Arguedas (1956: 239), Isbell (1978: 143), Ossio (1978b: 379-81) y Skar
(1982: 225).
Aqu la idea parece ser que el rayo actualmente inyecta el cadver con un contenido metlico mayor que lo acostumbrado, y por lo tanto puede ser tomado,
no obstante las prdidas inmediatas involucradas, como una seal de que los
apus estn intentando conferir mayor riqueza al dueo del animal. Ejemplos
adicionales son los olores parecidos al fierro y manchas blancas en la piel (mencionados por varios informantes referente a animales matados por el rayo) que
caracterizan ritualistas que han recibido poderes especiales al ser tocados por el
rayo (vase Roel Pineda 1965: 29). Otra vez parece que el olor metlico en cuestin puede ser tomado como si mostrara una conexin causal con la transferencia de poderes rituales. Colecciones rituales de monedas del tipo asociado con
el concepto de potos, se piensa, emiten un olor poderoso parecido, llamado
waspi (Isbell 1978: 121, o huapci, vase Urbano 1976: 136). Adems, se asocia
un olor comparable con tesoros enterrados (tapados) en la regin de Antabamba. Un informante me dijo una vez que el Apu Utupara le haba encontrado
arriba en los territorios de pastoreo, en la punta del cerro, y, despus de abrazarle, le avis que deba cavar en cierto sitio en la falda del cerro, donde el hombre y algunos amigos regresaron con palas en la noche. Al cavar, descubrieron
un zorrino con una cola de brasa candente, pero su olor les venci con sueo,
y cuando despertaron a la maana siguiente, no haba nada. Despus de cavar
infructuosamente un momento ms, se dieron cuenta de que el zorrino era una
illa y deban haberlo capturado de inmediato si iban a encontrar el tesoro. Este
mismo olor de zorrino ha sido comentado para cementerios donde un ser conocido como el kharisiri (o akaq) extrae grasa de los cuerpos de los muertos
(Oblitas Poblete 1978: 123), y tambin sugiere que sus cuerpos podran ser una
fuente de tesoro metlico enterrado. Esto es confirmado por Roel Pineda (1965:
28), que escribe que Surimana (Solimana) no slo es considerado como la habitacin final de los muertos en Chumbivilca, sino que tiene mucho oro y mucha plata, es decir, tiene potos, que es riqueza. Esta relacin generativa entre
los muertos y los metales preciosos es la base conceptual de todo el aspecto tributario del sacrificio andino. Como nota final, es interesante que los que han
recibido los poderes de un pongo a travs del rayo, y como consecuencia tienen
sus cuerpos impregnados de metal, son relacionados con el poder de conversar
con los muertos en las sesiones que realizan (sobre todo en el pueblo de Machaconas, en el valle bajo de Antabamba), y en algunas regiones hasta se piensa que
tienen el poder de hacer pagos que les ha de devolver la vida (Flores 1979: 80).
Aqu, parece que el metal es un lazo importante entre los pongos y los muertos.
Aunque los comuneros de la regin de Antabamba estn en buena compaa
cuando insisten en la presencia de afines masculinos clasificatorios en todas las
tinkas (vase Roel Pineda 1965: 32; Quispe 1969: 28; Earls 1970: 101; Valderrama y Escalante 1976: 180; Isbell 1978: 158), tambin hay lugares donde todos
los extraos estn definitivamente excluidos (vase Favre 1967: 134; Flores
1977: 213). Cuando este es el caso, muchas veces se acompaa de un nivel casi
fantico de secreto referente a la ubicacin de los nichos donde se entierran
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ofrendas (vase Matos Mar 1951, citado en Quispe 1969: 98; Favre 1967: 124),
y prohibiciones sobre no-parientes (vase Delgado de Thays 1965, citado en
Quispe 1968: 99; Dalle 1969: 140; Flores 1977: 214). Hasta en donde se institucionaliza la presencia afinal, se pueden tratar los sitios de entierro con una especie de exclusividad agntica, segn Isbell (1978: 162). Matrimonios imaginarios de hijas con espritus de cerros locales pueden ser vistos como parte de esta pauta, cuando se considera que estos ltimos son ancestros agnticos de los
dueos de un territorio. Bajo estas circunstancias, el apu puede ser reincorporado al grupo detentor de propiedad de una generacin a otra como un yerno perpetuo en una pseudo-afinidad que nunca representa una dispersin del
poder de la localidad.
Por ejemplo: Favre (1967: 131-2), Nez del Prado (1970: 76), Vall y Palomino (1973: 14), Aranguren Paz (1975: 123), Velasco de Tord (1978: 197), y Ortz
(1980: 85).
Captulo 8
CONCLUSIONES
to ms amplio del ciclo anual. De hecho, es slo contra el teln de fondo del ayni que podemos entender porqu esta parte del ao es tan dominada por los imgenes rituales de la muerte.
Al igual que el ayni, la muerte es un campo de anti-consumo: el
viaje del alma a Qoropuna empieza con la quema de comida y ropa, y
el nfasis en la ingestin de comidas ardientes, o bosta y cenizas (Arguedas, 1956: 266) en la otra vida apunta a la disolucin y encogimiento del alma, mientras se le extrae de ella su energa que es devuelta al
mundo de los vivos como agua. La ilustracin ms grfica de esta reduccin del alma es su regreso como una mosca en Todos los Santos, es
decir, en la misma forma en que el nimo se fue del cuerpo en el momento de la muerte, indicando una equivalencia de las almas mayores y menores. La fuerza de trabajo es extrada del cuerpo humano en
un proceso similar de reduccin y equivalencia de almas, puesto en
movimiento por el consumo de chicha, que anima al trabajador. Por
lo tanto, la muerte se convierte en modelo cultural para el trabajo realizado a travs del ayni. La mayora de los ritos de la temporada de crecimiento enfocan la imagen de una pareja idntica (generalmente masculina), que une la frmula igual por igual del ayni con la simetra de
las almas despus de la muerte, para conformar un solo complejo. Desde esta perspectiva, el ayni deja de ser una relacin opcional o contractual entre individuos y se convierte en parte de un proceso mucho ms
amplio orientado por la metfora de trabajo como muerte, que en la
derivacin equivalente de fuerza de trabajo y de agua convierte el crecimiento de los cultivos en un asunto de ayni entre los vivos y los
muertos.
La circulacin de los hombres a travs de los lmites entre unidades domsticas, o su sustitucin mutua dentro de sus relaciones conyugales, es un aspecto importante de la dinmica de equivalencia que subyace tanto la muerte como el ayni. Esta circulacin demuestra que los
hombres trabajan debido a su deseo hacia las mujeres, y para el producto femenino, la chicha. Tambin demuestra que el marco dominado
por las mujeres de la apropiacin conyugal (tanto sexual como econmico) proporciona la estructura dentro de la cual los hombres se equivalen momentneamente a travs de la circulacin generalizada. Las relaciones de compadrazgo y la prohibicin del incesto que les acompaa, dirigen esta colaboracin a alejarse del compartir sexual hacia el reconocimiento mutuo de los derechos de propiedad a travs del trabajo.
Esta misma intervencin de la cristiandad para espiritualizar el proceso que se realiza bajo el signo del ayni es evidente en la equivalencia del
Nio con el maz, y su capacidad de incorporar la energa explosiva liberada por la muerte. As, el Nio Jess se convierte en el objeto de toda la temporada de cultivos, reafirmando la naturaleza cristiana de la
colaboracin en ayni. As, los comuneros pueden ver el trabajo en ayni
como moralmente correcto, una especie de sacrificio cristiano que les
hace mejores personas que los vecinos. Por extensin, cuando el ayni
gua un reconocimiento socializado de los derechos de las unidades domsticas a los terrenos comunales, crea lo que los comuneros consideran un tipo de propiedad que es moralmente superior.
No hay duda que esta dimensin moral del intercambio generalizado del trabajo en ayni ofrece una base firme para la identidad de
clase de los comuneros, y poca sorpresa en el hecho de que en todas
partes el ayni es la prctica que separa a los comuneros de los vecinos.
No hay que mirar ms all de esto para comprender el pleno impacto
moral de la condena a los vecinos por parte de los comuneros por tener miedo al trabajo (vase Casaverde, 1970: 238; Arguedas y Ortiz,
1973: 227; Montoya, 1980: 226). El problema con esta postura moral,
sin embargo, yace en el concepto particular del trabajo de donde surge.
Si el ayni trata de la supresin del consumo, de la sexualidad, y al fin de
la vida misma, entonces es algo que los gobernantes simplemente pueden descartar. Por lo tanto, la sucesin histrica de clases dominantes
en Los Andes nunca se ha preocupado en discutir la organizacin del
ayni con los comuneros, como lo han hecho con la posesin de la tierra. En tanto que el ayni dirige una identidad de clase comunera basada en el trabajo, tambin promueve una estrategia transgresiva de dominio, donde los dominantes se distinguen de los dominados precisamente por violar las prohibiciones relacionados con el trabajo (vase
Bataille, 1933: 74). Esta violacin yaca en el corazn del gamonalismo,
como hemos visto en los primeros dos captulos del libro. Al establecer
una identidad de clase igualitaria basada en el trabajo para los comuneros, el ayni engendra la resistencia al dominio vecino, pero tambin
provoca ms actos de violencia por parte de los vecinos, quienes de esta manera comprueban su distincin de los comuneros y sus valores
sociales de colaboracin. De ambas maneras, el ayni es un elemento
clave de la estructura local de clases.
sin del bien limitado que prevalece durante la poca seca. No hay duda de que las tinkas sobrepasan la funcin de legitimar la propiedad,
que Quispe (1969: 102) tiene razn en darles, y se nutren del intento de
apropiar lo que pertenece a otros. Las tinkas bien pueden ser vistos como la base cultural de la prctica desastrosa y difundida del abigeato en
Los Andes, y del arte con el cual se lo practica en algunas regiones. Estos actos desagradables muestran que los comuneros son totalmente
capaces de seguir el ejemplo de los vecinos hacia un perodo de apropiacin amoral modelado en la brujera, y de repudiar el perodo anterior de colaboracin cristiana una vez que su objeto se vuelve
consumible.
No obstante la fuerza con que la apropiacin surge como un valor social en esta parte del ao, no es slo un fin en s mismo, sino que
tambin restaura ciertas relaciones de jerarqua que han sido reducidas
a la simetra por el gasto productivo del tiempo de cultivos. Esta restauracin es ms obvia en el nivel del trabajador masculino individual, cuya alma necesita ser recompuesta a travs del consumo despus de su
desgaste productivo durante la temporada de crecimiento. La relacin
jerrquica de la minka es central en este proceso, donde el propietario/apropiador remunera al trabajador con comida. Dentro de la unidad conyugal, la transferencia de los productos de la chacra a la despensa durante la cosecha renueva el dominio de las mujeres, dado que su
conversin de los productos en comida puede dirigir el trabajo de muchos hombres, y es la base irreducible de la relacin de minka (Cfr.
Skar, 1982: 216). Esta inferioridad del trabajador masculino dentro del
marco de la apropiacin domstica es el modo a travs del cual la minka puede ser extendida hasta conformar una relacin de clase, como la
que prevalece entre los vecinos y los comuneros en Huaquirca. Aqu llegamos a una segunda unidad asimtrica, la unidad poltica dominada
por un gobernante, donde vale la pena notar que incluso en tiempos
precolombinos, la minka era la relacin a travs de la cual se realizaban
trabajos para el gobernante local (vase Fonseca, 1974: 91). Es tambin
probable que minka yazca en el fondo del tributo en trabajo tradicional en Los Andes, que se distingue de su equivalente moderno instrumental por la provisin de comida y bebida para los trabajadores por
parte del Estado (vase Murra, 1980: 98). A travs de su trabajo, los
hombres reconocen la soberana de las mujeres dentro de la unidad domstica y de los gobernantes dentro de la unidad poltica, a cambio del
cual aseguran el consumo que restaura una asimetra saludable de almas dentro de sus propios cuerpos despus de su reduccin mortal a la
simetra durante la temporada de crecimiento. La restauracin de asimetra a la vida del individuo se desarrolla ms en la tendencia de realizar matrimonios en la poca seca, como se ha comentado en el
captulo 3.
Desde la perspectiva de un trabajador, tanto la minka como los
sacrificios en las tinkas, representan una perdida calculada de s misma
en reconocimiento de la autoridad, a cambio de una renovacin de la
vida a travs del consumo. La diferencia principal es que el consumo ritualizado en las tinkas va ms all de la simple restauracin del cuerpo
hacia un surgimiento de vida nueva dentro de ella, que estalla como un
rgano palpitante en un nacimiento sacrificial. Pero esta diferencia es
slo una cuestin de grado. Lo que es digno de notar en la minka y las
tinkas es el nivel en que comparten las mismas preocupaciones temticas con la regeneracin de la vida individual, la conyugalidad y el reconocimiento de la autoridad, y unen estos tres campos asimtricos en
el mismo nexo sacrificial interdependiente. Aunque minka y sacrificio
no son, quizs, tan entretejidos en episodios particulares del ciclo anual
como lo son el ayni y la muerte, su correspondencia en el nivel de principio es igualmente completa.
Transformado por esta relacin con el sacrificio, la apropiacin
privada asegurada por la minka ahora parece restaurar una asimetra
generalizada que trae salud al individuo, fertilidad al grupo domstico,
y legitimidad a las relaciones de propiedad y soberana dentro de la
unidad poltica. As, las tinkas representan la apropiacin no slo como robo y la violacin de la moralidad del ayni, sino tambin como algo mucho ms positivo, que crea salud, fertilidad y armona en muchos
niveles interconectados. Este tratamiento moralmente positivo de la
apropiacin no vence totalmente la anterior perspectiva negativa, pero
s sugiere que una especie de totalizacin resulta de la contradiccin
entre la produccin colectiva y la apropiacin privada dentro de la cultura andina. Estas dos moralidades antagnicas no quedan meramente
enclavadas en oposicin esttica, sino dan lugar a algo que los trasciende parcialmente. Ahora intentamos especificar la naturaleza de esta
totalidad.
( A)
MESA
(B)
Figura 22
Imgenes tripartitas
ALTAR
( C ) TE C HO DE C ASA
C E RRO
nueva hasta el punto de ruptura del nacimiento (sacrificial), un proceso que es lo opuesto del padecido por los hombres en la temporada de
crecimiento, y uno donde las vctimas son mujeres. Si este anlisis es
correcto, implica que hay una alternacin estacional donde, primero
hombres, y luego mujeres, ocupan la posicin subordinada y duplicada en el tringulo. Esta alternacin corresponde a la que se da entre la
generacin mortal del trabajo y la regeneracin sacrificial de la vida. La
jerarqua se mantiene constante aqu, al igual que la expresin de la subordinacin a travs de la reduplicacin simtrica; lo que vara (estacionalmente) es el cdigo genrico de las posiciones de base y de pico
en el tringulo.
No es nada casual que la mayora de estas imgenes tripartitas
totalizantes ocurran en las tinkas. En estos ritos, una preocupacin con
la apropiacin domstica predomina, pero no hasta excluir la produccin colectiva, que es jerrquicamente subsumida en una sola representacin colectiva. Al igual que las transformaciones estacionales mencionadas antes, las tinkas poseen sus aspectos paradjicos, como utilizar
el principio moral del ayni para reclutar los servicios de no-parientes
(vase Quispe, 1969: 67; Morissette y Racine, 1973: 174), lo que de otro
modo sera una apropiacin en gran parte amoral de la propiedad de
otras personas a travs de la brujera. Aqu, el reconocimiento mutuo
de la propiedad a travs del trabajo se une ntimamente con el reclamo
de la propiedad a travs de la exclusin, en una especie de unin de los
opuestos. Una tensin similar existe en la relacin entre gente y los apus
en estos ritos, donde la sincdoque de libacin parece indicar una restitucin de los fluidos gastados durante la temporada de crecimiento.
Este intercambio de fluidos evoca el modelo del ayni, mientras las metforas alimenticias que informan el proceso de hacer ofrendas sugieren el modelo de la minka. Probablemente la cosa ms significativa
aqu, como en la indeterminacin comparable de las relaciones de produccin en el techado de la casa, es que la gente no intenta negar la
complejidad de la situacin al proclamarlo como ayni o minka. La funcin totalizante de estos ritos recibe una expresin adicional en su sntesis de animal, vegetal y mineral a travs de transformaciones y conexiones metafricas elaboradas. Parte del nfasis de las tinkas en la regeneracin de la vida es una restauracin de totalidad a los cerros, que
explica porqu estos ritos tambin pueden ser adaptados para curar la
enfermedad humana. El hecho de que estas tinkas puedan ser adapta-
das para fines fuera del ciclo anual sugiere que no ocupan una posicin
desequilibrada dentro de ello. Esta idea es confirmada por el calendario de estos ritos, con su peso hacia la poca seca debido a su preocupacin predominante con la apropiacin y la incorporacin, pero de
manera ms comn y universal se asocian con los puntos de transicin
en el ao, Carnaval y agosto. Los poderes totalizantes de la tinka son lo
que le hacen el rito ms polifuncional y ms importante de la cultura
andina.
De manera parecida, imgenes de la afinidad cubren el ciclo entero; la figura del yerno es casi una constante en los ritos que hemos
comentado. Esto no quiere decir, sin embargo, que la afinidad significa
exactamente lo mismo en ambas fases del ciclo anual. Durante la temporada de crecimiento, las obligaciones del yerno y sus deberes en los
ritos de la muerte predominan. Durante la poca seca, su presencia en
las tinkas y en el techado de casa impide que el consumo y la apropiacin se vuelvan incestuosas. Pero esta legitimacin es altamente ambivalente, dado que pone en movimiento la disolucin de la propiedad de
los patrocinadores, y prefigura su muerte en la temporada de crecimiento por venir. As, la estacin de crecimiento enfatiza los servicios y
obligaciones del yerno a los parientes de su mujer, mientras durante la
poca seca l es sobre todo un heredero de su propiedad. Estos derechos
y deberes se combinan en la formacin y mantencin de unidades domsticas. As, el paso entre una estacin y la otra puede ser modelado
en el ciclo de desarrollo del grupo domstico, cuyo motor es la afinidad.
El espritu del cerro es otra imagen que cubre el ciclo anual entero. Bastien (1978) describe largamente el papel del cerro como una
metfora central que organiza la cultura andina, y la misma conclusin
surge aqu a travs de otras rutas etnogrficas. Primero, se puede argumentar que el cerro es el prototipo de esta imagen triangular de la totalidad en la cultura andina. Aunque la misma pauta de un elemento
dominante sobre dos elementos simtricos que son su base productiva
encuentra un eco en el techo de la casa y los rganos del cuerpo, stos
no son ms que microcosmos del cerro. Adems, como participantes en
el proceso productivo y apropiadores consumados, los espritus de los
cerros encarnan y unifican las dos fases estacionales de la vida social comunera. Sabemos a partir de sus varios ttulos regionales, y de sus hazaas mticas, que se concibe a los apus como cndores y halcones, con-
mostrar cmo (contrario a nuestras expectativas) pueden, de veras, articular una cultura de oposicin.
La jerarqua involucra no slo una distincin entre lo dominante y lo subordinado, sino una conexin lgica y sustantiva entre ellos, de
manera que ninguno podra existir sin el otro. En el caso andino esta
conexin se expresa materialmente a travs del sacrificio y la libacin,
actos que constituyen simultneamente el poder de los espritus de los
cerros y la dependencia de los comuneros. Dentro de este discurso explcitamente jerrquico, la distincin se realiza a travs de la interconexin; as, los dbiles todava poseen un reclamo frente a los fuertes. Pero se da lo opuesto en el caso del individualismo posesivo y conceptos
relacionados de raza. La distincin procede a travs de la separacin y
la esencializacin de la diferencia. Como consecuencia, entonces, cuando los comuneros aseveran que estn conectados a los detentadores ltimos del poder a travs del sacrificio, no estn simplemente sosteniendo la jerarqua, sino subvirtiendo implcitamente las ideas de la distincin racial sostenidas por los vecinos. Esto es porque el sacrificio expresa precisamente la conexin sustantiva entre gobernantes y gobernados que los conceptos locales de raza intentan negar. De esta manera la
subordinacin jerrquica proporciona un modo peculiarmente apropiado de resistir el idioma especfico de dominacin al cual los comuneros han sido sujetados. En vez de buscar los conocidos gritos de batalla de dignidad individual y libertad, debemos prepararnos para un
modo de lucha de clases que acepta la jerarqua, y procede a utilizarla al
intentar reconstituir y asimilar poderes ajenos desde abajo.
El carcter potencialmente subversivo de la jerarqua depende en
gran parte de cmo entendemos a los espritus de los cerros como gobernantes-propietarios idealizados en una relacin sacrificial con los
comuneros. Dado que los apus frecuentemente asumen la forma humana de mistis ricos, debemos preguntar si la totalidad que ellos representan es simplemente la suma y refuerzo sacralizado del dominio existente de los vecinos, como sugiere Zorilla (1978: 123). Despus de todo, esto armonizara bien con el dominio de la frmula trinitaria andina por parte de su elemento central, jerrquicamente superior, asociado con la apropiacin y el poder. Adems, tal equivalencia emerge de
las palabras de uno de los informantes de Arguedas: El waman [espritu del cerro] es bravo, puede succionarnos el corazn durante el sueo as como es bravo el hombre poderoso, el hombre que tiene mu-
parecida de bebida, bajo otras circunstancias, este hombre quizs se hubiera burlado todava de la orientacin de los vecinos hacia el xito
profesional a nivel nacional. Pero en esta ocasin lo haca con cierta euforia y confianza que raras veces estaba presente en otros estallidos de
provocacin a los vecinos por parte de comuneros borrachos que escuch en Huaquirca. Aparte de una gran cantidad de alcohol, yo atribuyo
esta confianza al espectculo de comuneros vestidos como apus y marchando en una formacin que expresa la dualidad simtrica del ayni.
En vez de imponer un cumplimiento ciego, la figura del apu parece actuar como una especie de estndar, frente a la cual lo despreciable del
rgimen actual y sus abogaditos queda plenamente revelado. El hecho
de que los comuneros puedan vestirse como apus y bailar, aunque no
llegan aseverar que los representan, contribuye al sentimiento de que
los apus son como nosotros (Flores, 1979: 77), y sugiere que son una
imagen que los comuneros pueden adoptar para tomar el poder.
Para evaluar hasta qu punto ste es realmente el caso, debemos
dirigirnos a los contextos de lucha poltica, y ver lo que sucede con los
apus. Cuando nos dirigimos a esos tiempos extraordinarios en la historia reciente cuando los comuneros quitaban la iniciativa poltica a los
vecinos, descubrimos que muchos movimientos comuneros empleaban varios elementos del complejo de las tinkas, y se apoyaban en los
apus como guas (a travs de sus pongos, o espiritistas) en sus intentos
de ganar el reconocimiento de los derechos comunales a la tierra por
parte del Estado peruano. Lejos de orquestar una capitulacin o autoinmolacin frente al poder, los espritus de los cerros y los ritos asociados con ellos han sido consistentemente un punto de unin en contra
del dominio de los gamonales. Esta evidencia tiene que ser interpretada a la luz de lo que sabemos de las tinkas y los espritus de los cerros
en el ciclo anual. Tambin nos proporcionan una prueba pragmtica
muy valiosa de este anlisis en contextos histricos fuera del tiempo
cclico del ciclo anual, donde las apuestas polticas eran muy elevadas.
Al comentar los movimientos campesinos en Los Andes, podemos refinar y ampliar las percepciones estructurales sobre la clase que hemos
logrado del ciclo anual.1
El culto a los apus nunca ha impedido a los comuneros tratar de
defenderse del poder de los gamonales, que supuestamente sacraliza. La
literatura sobre movimientos campesinos en Los Andes a fines del siglo
XIX, demasiado amplia como para citar aqu, muestra que los comu-
Varias cuestiones interesantes surgen del hecho de que los comuneros de Huaquirca aplicaban la ley nacional en vez de sus ritos del ciclo anual en la accin poltica manifiesta. Primero, vemos que el registro histrico de la actividad poltica comunera en Huaquirca no es una
gua a la cultura poltica y econmica que han creado en la vida cotidiana. Esto es un problema para los que, como E. P. Thompson, han
adoptado un acercamiento estrictamente histrico a la clase, asumiendo que la gente ha de revelar de manera transparente su aceptacin de
una visin dada del orden social a travs de la accin poltica en el curso del tiempo. Con esta frmula, nunca hubisemos descubierto cmo
los ritos del ciclo anual dirigen de manera poderosa la vida cotidiana en
Huaquirca.2 Tampoco descubriramos cmo la proteccin de los derechos de la propiedad informalmente establecida a travs del trabajo en
ayni fue el motivo subyacente de muchas de las acciones legales descritas en el Captulo 2. En breve, esta discrepancia es un recuerdo de la pobreza de las perspectivas legalmente codificadas de la sociedad que predominan en el registro histrico, y de la necesidad de prestar atencin
a procesos de regulacin informal.
A la vez, esta discrepancia demuestra la necesidad adicional de
modificar la perspectiva reguladora del rito, asumido al iniciar este estudio. Sugiere que los ritos del ciclo anual estructuran la accin social
en Huaquirca slo hasta cierto punto; y ms all de ello, otros marcos
reguladores los superan. No todos los rituales cuentan como ley, aunque la ley es altamente ritualizada. Esto subraya la queja bsica en contra de entendimientos reguladores del rito. Dado que muchos ritos son
no-discursivos y orientados a imgenes, no son aptos para dirigir otras
actividades con firmeza, y no son una gua infalible para la accin social. No sorprendera que la gente los abandonara por un marco regulador ms slido y codificado en situaciones de conflicto poltico agudo. Como alternativa, se podra argumentar que en tanto que el conflicto se vuelve ms inmanente, los ritos dirigidos a tienen que volverse ms autoritativos y prescriptivos. As, los ritos del ciclo anual retroceden porque su multivocalidad no-proposicional los hace inapropiados.
Se pueden resumir estos puntos argumentando que los ritos del
ciclo anual de los comuneros de Huaquirca son un discurso subordinado. Esta subordinacin implica que raras veces los ritos del ciclo anual
son histricamente visibles, y carecen del privilegio de la ley, no obstan-
giones de Cusco, los campesinos hacan ofrendas con nombres jurdicos, como pampa recurso, a espritus de cerros que, se pensaba, actuaban como jueces, antes de entrar en lo que nosotros reconoceramos
como juicios reales en la corte (Roel Pineda, 1965: 27). Finalmente, la
inmolacin sacrificial ya mencionada de un hacendado durante la sublevacin de Chayanta, en 1927, fue precedida por un juicio elaborado
de otros hacendados que observaba meticulosamente las formas rituales de la ley nacional boliviana (vase Langer, 1990: 230-8). Evidencia
como sta destruye cualquier tratamiento polar de la ley nacional y los
ritos andinos, y sugiere que desde la perspectiva comunera, los dos no
son opciones mutualmente exclusivas.
Aunque los ritos del ciclo anual y la ley nacional pueden ser
compatibles como discursos reguladores, esto no necesariamente cambia la relacin jerrquica entre ellos, o sus etiquetas tnicas. Como los
espritus de los cerros que aparecen como mistis ricos, la ley nacional
sigue siendo dominante y extraa, pero capaz de ser manipulada desde
abajo a travs del sacrificio. Al introducir la ley nacional dentro de sus
propias tradiciones de sacrificio, los comuneros han intentado ponerse
en contacto con una forma de poder actualmente existente, usarlo con
eficacia, y presionarlo con un discurso alternativo. La dinmica de la
triada andina es especialmente relevante: un pico poderoso e inicialmente extrao es sostenido por una base simtrica y sumamente andina. En el proceso, la extraeza de la ley nacional, como la blancura de
los apus, es asimilada y reformulada desde abajo. As, el uso de la ley peruana por parte de los comuneros actualmente extiende su propio marco ritual al englobar lo forneo de manera encubierta. Esta estrategia es
particularmente apropiada para un grupo social subordinado, que
practica un discurso subordinado, que no obstante rehsa conceder su
inferioridad racial definitiva.
Se deduce, a partir de este anlisis, que una dicotoma entre cultura andina y cultura nacional puede ser igualmente dudosa desde un
punto de vista andino. Sabemos, por los trabajos, de Mallon (1983) y
Manrique (1981) que los comuneros peruanos, con toda seriedad, proponan un proyecto nacional alternativo durante la Guerra del Pacfico
(1879-83), y que haba desarrollos parecidos en Bolivia en el mismo
momento (Platt, 1987b). De manera parecida, la bandera peruana figuraba constantemente en las ocupaciones de tierras de 1958-64 (vase
Hobsbawm, 1974: 127), pero no necesariamente como un gesto de
lidad comunera (vase Labrousse, 1985: 98). A la vez, las formas rituales andinas parecen haber ayudado a los comuneros a mantener su propia agenda, no obstante los intentos repetidos de la izquierda organizada de aduearse de sus movimientos polticos.
Con el regreso del Per a la democracia formal en 1980, el gobierno derechista elegido se enfrent con una campaa guerrillera encabezada por el grupo maosta Sendero Luminoso. Esta confrontacin
condujo rpidamente a la militarizacin del Departamento de Ayacucho y regiones vecinas de Huancavelica y Apurimac, incluyendo, de
manera espordica, el valle de Antabamba.3 El conflicto se profundiz
y se ampli a otras regiones del Per, en 1985, y ha involucrado violaciones masivas de los derechos humanos (en primer lugar por parte de
las fuerzas peruanas de contra-insurgencia), incluyendo las muertes de
casi 30.000 personas, en su mayora comuneros no-combatientes. Aunque la lucha armada nunca fue motivo de mi investigacin, formaba un
teln de fondo importante y un motivo significativo para estudiar las
tradiciones comuneras de accin poltica. La autonoma de los movimientos campesinos frente a la izquierda organizada, durante el perodo 1956-79, y su carcter verdaderamente popular, se ve mejor en las
formas culturales distintivas que asuman. La ausencia de algo parecido a estas formas en la lucha armada, despus de 1980, es la verdadera
medida de la usurpacin poltica cometida por Sendero en contra de
los comuneros. No hay duda que representa una fase nueva, y mucho
ms devastadora, en los intentos persistentes de la vanguardia leninista de tomar por asalto la poltica comunera. Aunque un anlisis detallado de Sendero Luminoso est fuera del alcance de este libro,4 se pueden hacer varios comentarios especficos.
Primero, es un hecho bien documentado que los orgenes de
Sendero Luminoso estn en la Universidad Nacional San Cristbal de
Huamanga, en Ayacucho (vase Labrousse, 1985: 111-14; Degregori,
1990). La mayora de sus militantes en las fases tempranas de la lucha
armada procedan de la pequea burguesa de Ayacucho y del vecindario de los pueblos rurales, en el radio de captura a estudiantes de la universidad en los Departamentos de Huancavelica, Ayacucho y Apurimac. Sendero tambin reclutaba con xito a muchos estudiantes que no
podan acceder a la educacin pos-secundaria debido a la capacidad limitada del sistema universitario (vase Labrousse, 1985: 115). Los orgenes de Sendero en el sistema escolar son evidentes en muchos aspec-
tos, algunos de los cuales se relacionan con esta etnografa. Por ejemplo, los ritos con banderas rojas que los militantes senderistas realizan
en las crceles, estaran en su lugar en cualquier escuela rural y, sobre
todo, en las fiestas patrias. La calidad ritualizada, frmula del Pensamiento Gonzalo, la ideologa que Sendero presenta como la ciencia de
la lucha armada, tambin refleja el aprendizaje por repeticin y deferencia no-cuestionada hacia el profesor, que es la que prevalece en la
mayora de las escuelas rurales. En su estilo y su organizacin, Sendero
es un brote directo del sistema educativo rural y, por extensin, de la
cultura vecina en los pequeos pueblos andinos. Pero Sendero tambin
representa una crisis en la educacin, y en la esperanza irreal de que sta podra transformar totalmente la sociedad rural, alejndola del gamonalismo. En tanto que la economa nacional se volva cada vez ms
incapaz de absorber la juventud educada provincial, el proceso de reconstruccin social que haba ocurrido en las dcadas anteriores fue
frustrado, y hasta empezaba a retroceder. Degregori (1989, 1990: 21117) ha analizado astutamente las matanzas de comuneros en masa por
parte de Sendero como una especie de neo-gamonalismo. Es slo a partir de la posicin de clase de los vecinos que Sendero podra asumir un
derecho inalienable de representar polticamente a los comuneros y sujetarles a tales medidas disciplinarias.
Desde el punto de vista de las relaciones rurales de clase, Sendero Luminoso no es un movimiento revolucionario; es una reversin al
mito de la conquista. Como los gamonales, los militantes de Sendero
descubren su identidad ultra revolucionaria a travs de la violencia redentora. Esta violencia estaba siempre implcita en el mito de la conquista, pero ahora est en el Pensamiento Gonzalo, la ciencia de la lucha armada. La guerra entre Sendero y el gobierno no es una guerra
campesina de comuneros contra el Estado misti, ni tampoco un estallido de milenarismo andino (vase Poole y Menique, 1991). Si lo fuera,
entonces veramos alguna continuidad con las tradiciones comuneras
de movilizacin poltica comentadas arriba. No es posible equivocarse:
el programa de Sendero se deriva de los ritos de la escuela y no de los
de la chacra. La expresin cultural identifica los intereses sociales que
se apuestan en la guerra actual en el Per. Adems, la intensidad de esta guerra muestra qu tanto los neo-gamonales de Sendero estn dispuestos a sacrificar para demostrar el poder de un modo de expresin
que aprendan en la escuela. Como en el mito de la conquista, los co-
muneros son los principales chivos expiatorios en la guerra actual entre Sendero y el ejrcito. Siguen representando a un otro inferior cuya
degradacin y matanza constituyen ritualmente una identidad racial
separada y ms poderosa para sus violadores. La crisis que impulsa este conflicto consiste, en primer lugar, en cmo mantener la distincin
racial en una economa empobrecida. No es una crisis de la cultura comunera ni de su representacin por parte de los antroplogos, como
algunos han sugerido (p.e. CERN, 1991; Mayer, 1991). Lejos de demostrar que la diferencia cultural y el anlisis cultural son obsoletos, esta
guerra muestra qu tan fundamentales son.
En la segunda mitad de la dcada de los 80, la composicin social y los espacios de actividad de Sendero se limitaban cada vez menos
a Los Andes rurales. No obstante, la estructura de clase de pequeos
pueblos andinos como Huaquirca sigue siendo clave para comprender
porqu un movimiento poltico tan violento puede surgir del sistema
escolar en las alturas. Contra este teln de fondo de violencia gamonal
renovada, resulta abundantemente claro porqu los comuneros han hecho un uso consistente de sus ritos reguladores para apoyar y extender
la influencia de la ley nacional, en vez de desafiarla. Dada su larga experiencia de la dominacin violenta, extra-legal, la revolucin lleva
un marcado parecido con los malos tiempos de antao. Apoyando un
Estado central fuerte y subordinando su propio marco regulador hacia
l, los comuneros han intentado alejarse de la violencia gamonal. Aunque estos idiomas rituales poseen una larga genealoga en la cultura andina, y por lo tanto no pueden ser explicados slo con referencia al presente, deben decirnos algo sobre la experiencia comunera de la poca
moderna; caso contrario, no hubiesen persistido en ella. Entre otras cosas, las imgenes de la muerte registran una experiencia altamente ambivalente del trabajo, como a la vez una afirmacin limitada de la igualdad y una prdida de vida, mientras la prctica del sacrificio conforma
una experiencia sangrienta de la propiedad y el poder poltico. No hay
duda de que estas formas culturales representan con precisin y perspicacia las realidades ms crudas de la vida comunera. Pero, dado que
la muerte y el sacrificio siguen siendo idiomas agrarios, tambin expresan la esperanza de ganar un grado de prosperidad y seguridad frente a
una historia de dominacin violenta. Si, por ahora, este intento ha fallado, entonces slo demuestra que el Estado nacional y su orden social
no pueden ser mantenidos exclusivamente desde abajo para siempre.
Aunque los comuneros han sido atacados (y, en algunos lugares, diezmados) durante la guerra sucia en el Per, su modo de vivir no ha sido
desacreditado por ella. Se puede decir lo mismo de las escuelas?
Eplogo
El hecho ms bsico que espero haber demostrado en este libro
es que los ritos del ciclo anual en Huaquirca son ms que folklore tnico. Cuando se les restaura a su contexto prctico, estos rituales nos pueden decir mucho sobre la poltica y la economa, tales como los comuneros los practican y los experimentan. Aunque esta comprensin andina de la economa poltica se diferencia de la nuestra en muchos aspectos importantes, no es totalmente ajena como para parecer incoherente o desafiar la traduccin. De manera propia, la cultura andina distingue prcticas sociales y relaciones que son muy comparables al trabajo, la propiedad y el poder poltico en nuestra propia sociedad. Adems, crea entre ellos una configuracin de relaciones jerrquicas que da
lugar a nuestra realidad familiar de clase. No es necesario aplicar categoras analticas occidentales, como trabajo excedentario, para discutir
la clase en Los Andes, ya que se construye a travs de conceptos locales
de ayni, el sacrificio y el mito de la conquista, que son las claves verdaderas a las relaciones sociales en cuestin. As, comparto con E.P.
Thompson al afirmar la importancia de la experiencia culturalmente
construida para debatir la formacin de clases, pero no me opongo a
un entendimiento estructural de la clase, porque las estructuras en
cuestin provienen de la etnografa andina, no de la sociologa acadmica o manuales sobre los conceptos bsicos del materialismo histrico. No slo es etnogrficamente necesario proceder a travs de las categoras locales, sino que esto tambin recorta el salto hacia debates sobre la conducta poltica en la actualidad; porque podemos tratar una figura, como el espritu del cerro, como parte integrante de las relaciones
sociales bajo negociacin, y no como una mera ideologa que es extrnseca a ellas. Finalmente, este acercamiento interpretativo permite una
apreciacin mayor de los comuneros como agentes en la historia andina, porque muestra cmo, en sus ritos, los comuneros han creado, no
una utopa campesina estrecha, sino un marco regulador que sostiene
la vida nacional del Per.
Notas
1
Inevitablemente, hay problemas metodolgicos con este ejercicio. Los movimientos polticos a ser comentados no tuvieron lugar en Huaquirca, y siempre
ser discutible si conclusiones extradas del ciclo anual en una regin de Los
Andes son comparables con informacin fragmentaria sobre movilizaciones
polticas en otra. Lan (1985) evit estos problemas haciendo investigacin en
una regin donde un movimiento poltico mayor acab de ocurrir, pero hasta
su estudio ejemplar asume un nivel de homogeneidad cultural entre las regiones que participaban en el movimiento. Tales suposiciones son inevitables en el
uso de mtodos etnogrficos para explorar acontecimientos histricos ms amplios; la cuestin es si se les puede justificar empricamente, no si se les puede
evitar. Una cuestin relacionada es si las identidades de clase del campesinado
andino son de naturaleza local, o si se basan en un sentido ms amplio de cultura y experiencia comn. Estas con cuestiones importantes a las cuales ya se
han ofrecido algunas respuestas provisionales (vase Albo 1979; Platt 1983).
Respuestas definitivas no sern posibles hasta que sepamos mucho ms que hoy
sobre el grado de variacin en la cultura andina rural. Pero no hubiera citado a
tantos autores en esta obra si no percibiera algunas similitudes fundamentales
en lo que ellos describen y lo que yo he experimentado en Huaquirca. Para presentar el argumento en trminos conservadores, si el comentario sobre produccin, propiedad y poder poltico encarnado en el ciclo anual de Huaquirca nos
ayuda a comprender acciones polticas llevadas a cabo en otras partes de Los
Andes, entonces es de presumir que es ms que un fenmeno puramente local.
As, propongo que hay que describir la categora de clase en trminos sincrnicos, si no vamos a perder formas de expresin polticamente marginadas. Concentrarse en el hacer heroico (o cobarde) de la historia es invitar este tipo de
omisin. Los mtodos etnogrficos, que se contentan con explorar la rutina cclica de la vida cotidiana, nos pueden decir mucho ms sobre la realidad experimentada de la clase que los intentos de Thompson de redimir y trascender la
clase a travs de la historiografa.
Varios meses antes de mi trabajo de campo en Huaquirca, haba un brote de actividad senderista en el pueblo vecino de Antabamba. Se pintaba slogan en varios edificios prominentes en el pueblo, y se sac la tambaleante puerta de madera del Banco de la Nacin de un dinamitazo. Poco tiempo despus, cinco profesores y varios alumnos del colegio de Antabamba fueron arrestados, acusados
de terrorismo. Despus de casi dos aos en la crcel, sin juicio, todos menos
uno de los alumnos fueron liberados. Segn rumores, el pensador jefe detrs de
las actividades de Sendero en el Valle de Antabamba fue un universitario del
pueblo de Mollebamba, que muri en el espectacular asalto de Sendero a la crcel de Ayacucho en marzo de 1982. Mientras el ejrcito vigilaba la regin muy
de cerca, por fines de 1981, quit un paquete de cigarrillos a un profesor en el
camin que me llev a la regin por primera vez, no haba otros incidentes de
terrorismo guerrillero o del Estado en el valle de Antabamba durante mi estada all. reas cercanas, incluyendo el pueblo de Chalhuanca, eran afectadas y
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ANEXO FOTOGRFICO
El pueblo de Huaquirca
Carnaval en Huaquirca
El pueblo de Huaquirca
Ofrenda de tinka