Amor A María - P. Vicente Agusti

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P.

VICENTE AGUSTl

AMOR A MARIA

Apostolado cU (a Prensa

Biblioteca del Apostolado de la Prensa.


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l Plaza de Santo Domingo 14

AMOR

MARA

Dignare m e laudare te, Virgo tacrata*

PARTE PRIMERA
M ARA. AM ABLE

I
Mara amable por su excelencia y dignidad.

TIM ARA amar Mara es preciso cono cerla Nunca ser nuestro amor la excelsa Seora tan grande ilus trado, tierno y profundo, como, debe ser, si no conocemos, segji la corte dad de nuestro entfejiminto, lo que Mara es respecto de D ibs'y de los hombres, el puesto que ocuparen el plan y consejo divino^ y o muchsimo que le debemos.''1 Mara aparece en las Escrituras

como una mujer prodigiosa, vestida del sol, calzada de la luna y corona da de estrellas (1). Yodice ella mis ma - sal de la boca del Altsimo, en gendrada primero que existiese nin guna criatura. Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente, y , como una niebla, cubr toda la tierra. En los al tsimos cielos puse mi morada, y el trono mo sobre una columna de nu bes. Yo sola circu el mbito del cielo, y penetr por el profundo del abismo, me pase por las olas del mar y puse mi pie en todas las partes de la tie rra; y en todos los pueblos y en todas las naciones tuve el supremo domi nio... Entonces el Criador de todas las cosas di sus rdenes... y me dijo: Habita en Jacob, y sea Israel tu he rencia, y arrigate en medio de mis escogidos... Y me arraigu en un pue blo glorioso y en la porcin de mi Dios, la cual es su herencia; y mi ha bitacin fu en la plena reunin de los santos. Elevada estoy cual cedro sobre el Lbano, y cual ciprs sobre el

monte de Sin... Extend mis ramas como el terebinto, y mis ramas llenas, estn de majestad y de hermosura. Yo, como la vid, brot pimpollos de suave olor, y mis flores dan frutos de gloria y de riqueza. Yo, madre del amor hermoso, y del temor, y de la ciencia de la salud y de la santa espe ranza. En m est toda la gracia para conocer el camino de la verdad: en m toda esperanza de vida y de vir tud. Venid m todos los que os ha llis presos de'm i amor, y saciaos de mis dulces frutos; porque mi espritu es ms dulce que la miel, y ms suave que el panal de miel mi herencia. Se har memoria de m en toda la serie de los siglos. Los que de m comen, tienen siempre hambre de m, y tie nen siempre sed los que de m beben. El que me escucha, jams tendr de qu avergonzarse; y aquellos que se guan por m, no pecarn. Los que me esclarecen dan conocer los de ms, tendrn la vida eterna (1). Segn los Santos Padres, Mara es,

entre tod as las criaturas, la obra maestra que ha salido de las manos de Dios; el gran negocio de todos los siglos (1); reparadora del orbe, verda dera madre de los vivientes, como Eva lo fu de los que haban de morir; alba alegrsima, precursora del sol de jus ticia, que baja de los collados eternos, pacificadora, del mundo, en cuyo vir ginal seno se obraron los reales des posorios de la naturaleza divina con la humana en la persona del Yerbo... Con razn se expresaban as los Santos Padres. Porque saban muy bien que Mara, en la mente y decre tos del Altsimo, ocupa un lugar muy superior todas las simples criaturas, que la eleva hasta introducirla en el mismo orden divino; por manera que, subiendo de las criaturas al Criador, ms arriba de la Virgen slo se en cuentra la divinidad, y, bajando de Dios las criaturas, la primera es Mara, encumbrada sobre todos, ya que no por naturaleza, que en esto es
(1) Neg-otimn omnlum saeculorum. B ern. Serm. n de Pent.

inferior los ngeles, pero s por gra cia, por dignidad, por la incompara ble grandeza que Dios la levant. Es sabido que el misterio de los mis terios, la obra portentosa que Dios puso en medio de los siglos, fu la en carnacin del Verbo. Jesucristo es el alpha y omega, principio y fin de todas las cosas, centro hacia el cual conver ge toda la creacin. El es la cabeza del cuerpo dla Iglesia: l restableci la paz entre el cielo y la tierra por medio de la sangre que derram en la cruz (1). Ahora bien: este misterio de los misterios, milagro de podery de amor, va inseparablemente unida en un mis mo decreto la eleccin de Mara para Madre suya. Desde entonces, ante., del rodar de los siglos, est Mara en en el pensamiento divino, unida indi solublemente Jesucristo. Ya no pue den separarse. El Hijo de Dios se har hijo de Mara para conducir al hom bre la consumacin de su gloria. Esta mujer, Madre y Virgen la vez,

le suministrar su propia carne, le llevar en sus entraas, cooperar su obra, y, asociada ntimamente l, tendr parte en sus ignominias, en sus combates, en sus triunfos, en su gloria. Esta es Mara. Y esta es la raz de sus grandezas: ser Madre de Dios, asociada y cooperadora con Cristo en la restauracin del'mundo. Oiga mos San Pedro Damin, discurrien do hermosamente sobre este punto: Se hace junta celestial: trata Dios su consejo: rene concilio: habla con los ngeles de la restauracin de ellos y de la redencin de los hombres, y al punto el nombre de Mara surge del tesoro de la divinidad, y por ella, con ella y en ella se determina obrar todo esto de un modo tal, que as como sin l nada fu hecho, as tambin sin Ella nada se rehaga (1). Pero ah! que como es fcil decir que Mara es Madre de Dios, asi es difcil comprender el cmulo de gran dezas que encierra, este titulo. Seria necesario para ello conocer quin es

Dios. Enmudezca aquexclama San Pedro Daminy estremzcase toda criatura, y apenas se atreva mirar lo inmenso de la dignidad de la Madre de Dios (1). El nimo no puede conce bir tanta grandeza y gracia, ni expre sarla la lengua-dice San Agustn (2); y aade San Buenaventura: Dios pue de hacer otro mundo mayor, puede hacer otro cielo mayor: una madre mayor que la Madre de Dio3, eso Dios no lo puede hacer (3). Y es que, como dice el Angel de las escuelas, la bien aventurada Virgen, por ser Madre de Dios, tiene cierta dignidad infinita, emanada del bien infinito que es Dios; por esto no puede existir nada me jor, as como nada existe mejor que Dios (4). Mara, en su cualidad de Ma dre, toca en cuanto es posible las mis mas fronteras de la divinidad, y tiene con el Eterno Padre, respecto de su Hijo, una afinidad especial. Como el Padre, hablando con el Hijo, puede de(1) Serm. de Nativ. B, V. M.(2) Serm. de Assumpt. (3) Bonav. in Speculo. ( 4) Stus, Thom., i p. q. 25, a. 6 ad 4.

cir: jHijo mo eres t; hoy, es decir, en la eternidad, te engendr; asi Mara puede decir con toda verdad al Verbo encarnado: Hijo mo eres t; yo te conceb en la plenitud de los tiempos, y te llev en mis entraas nueve meses, Qu ngel no se pasma ante misterio tan soberano? Pueden, acaso, darse relaciones ms ntimas y sublimes en tre Mara y las tres divinas personas de la augusta Trinidad que las relacio nes que nacen de este inefable y estu pendo misterio? Y qu gracias, qu dones, qu carismas y privilegios se haban de negar la que se le conce da el ser Madre de Dios? Y quin se los haba de negar? El Padre, que la adoptaba por hija suya predilecta, y comparta con ella el poder llamar Hijo su propio Hijo? El Espritu Santo, que le haca sombra con sus alas, y la llamaba su Esposa inmacu lada, su nica paloma, toda hermosa y sin mancilla? O por ventura el Ver bo de Dios, la persona del Hijo que la escogi por Madre suya, y quiso ha cerse hombre en sus pursimas entra as? Ah! Eso es imposible, eso es ab

surdo. Si nosotros, con ser tan misera bles y apocados como somos, hubira mos de escogernos la madre que nos pluguiese, no la elegiramos la mejor que pudiramos supisemos? Y he mos de poner en Dios otros lmites, se alar otra medida, cuando trata de es coger madre para s, que los lmites y medida del poder y, sabidura de Dios? Digmoslo de una vez: Dios no confiri la divinidad su Madre, no la hizo dio sa, porque esto es imposible, porque repugna que haya ms de un Dios: fue ra de esto no hay, no se concibe per feccin alguna compatible con el esta do y condicin de Mara que Dios no la haya concedido su Madre, al pa raso que el Criador se form para s en la tierra. Oh! Cun amable es Ma ra! Verdaderamente es toda hermosa, ms bella que el rosicler de la aurora, ms pura que el ampo de nieve que se cuaja en la cima de la sierra: en ella no hay mancilla de pecado. Cmo la haba de haber en la Madre de Dios? En la llena de gracia, en la que vena precisamente destruir el imperio del pecado y haba de tener

con el infierno perpetuas enemista des? (1). Aparte Dios de nosotros se mejante pensamiento. No; no se avie ne la culpaora sea original, ora per sonal; ya grave, ya levecon la excel sa dignidad de Madre de Dios, ni con el amor infinito que la augusta Trini dad le profesaba, ni tampoco con el destino que Mara haba de cumplir sobre la tierra.
1 Gen., in, 15.

Mara amable por su hermosura de cuerpo y alma.

Y ^ na de las cosas que ms cautivan y obligan amar es, sin duda, la belleza. Lleva tras s loa ojos quien la posee, y predispone que la favorez can cuantos le ven. A este propsito se cuenta de la reina dofla Isabel la Catlica que, llevndole un caballero, mancebo de mucha hermosura y gen tileza, una carta de favor para que le hiciese mercedes, y poniendo ella los ojos en su agraciado semblante res pondi: Poca necesidad tenia de car ta vuestra presencia. Qu diremos ahora de la hermosura de la bienaventurada Virgen Mara? Diremos que es tan excelente y pere grina, que no podr dejar de am*arla quien debidamente la considere. Tres suertes de hermosura podemos distin guir en la sacratsima Madre de Dios:

belleza corporal, intelectual y moral, y en todas tres fu maravillosa. De la belleza corporal de la Virgen dicen los Santos Padres grandes enco mios y alabanzas, que sera prolijo repetir. Compranla lo ms hermoso del cielo y de la tierra, y le dan la palma sobre cuantas hermosuras men cionan los libros sagrados del Anti guo Testamento, las cuales eran figu ra y representacin de Mara. Llmanla rostro de Dios, estatua labrada por la misma mano del Altsimo, tem plo viviente, formado por la divinidad para habitar personalmente en l, palacio digno del alma que encerraba y cuya vestidura era. Particularizando ms, reglanse en pintarla de estatu ra regular y bien proporcionada, de tez triguea, cabellos rubios, ojos gar zos y brillantes, cejas graciosamente arqueadas, nariz aguilea, labios rojos y no gruesos, largos los dedos y las manos delgadas y bien formadas (1). Tal era, que el mismo Dios la alab de
r (l)

Niceph., l i b . II, cap. x i x i i ; Epiph., Canis., Ub. I de lad. Virg., cap. n a,

hermosa; y tal, que arrebatado y fuera de si al mirarla Dionisio Areopagita, la hubiera tenido y adorado por Dios si la fe no le enseara que era simple criatura. Pero notemos de paso que la belleza corporal de Mara era de un orden superior al de las bellezas hu manas, y que el efecto que produca en cuantos la miraban distaba del que estas ordinariamente producen, como dista el cielo de la tierra. No tena la belleza de Mara nada de voluptuosa y muelle, lnguida y enervante: su gentil talle comparado la palmera que se cimbrea; sus ojos como los de la paloma, baada en las corrientes de las aguas; su cuello airoso y blanco como el marfil; sus mejillas coloradas como las rosas de Jeric; sus m^nos hechas torno y derramando jacintos; su cutis blando y delicadsimo, mezcla de nieve y rosa; su aliento perfumado como el de los campos de azahar el de las vias de Engaddi; sus pies me nudos y ligeros como los de los ciervos de los gamos; su cabellera sedosa y abundante, cayendo sobre sus neva das espaldas como lluvia de oro que

obscurece al sol; cuanto de ella dijo el enamorado Esposo de los Cantares, lejos de atraer los hombres hacia la tierra los elevaba al cielo, infunda castos pensamientos, purificaba los sentidos, divinizaba la carne. Sin embargo, digmoslo con ver dad, por excelente que sea la belle za corporal de la Virgen Madre de Dios, debe cautivarw nuestra atencin muchsimo ms la belleza de su alma aun fsica y naturalmente considera da. ]Qu entendimiento el suyo tan noble, perspicaz y en todo perfectsimo! Qu voluntad tan recta y ordena da para el bien! Segn el P. Francis co Surez, Mara, desde el primer ins tante de su Concepcin y santifica cin, tuvo actual y perfecto uso de ra zn (1). Y es comn sentir entre los doctores, que en el mismo instante se le infundi ciencia natural de los divi nos misterios del Criador y de las co sas criadas en grado mucho ms su perior que alcanz en su carrera cria(1) ln D. Thom., t. II, q. 27, a 3, disp 4, sect. 7.

tura alguna viadora, ciencia que de da en da fu la Virgen perfeccio nando durante el curso de su admira ble y santsima vida. Y qu mucho se infundiese Mara esta ciencia y se le diese el uso perfecto de la razn, si se le concedi al Bautista en el seno de su madre y Adn en el paraso? Pero la belleza por excelencia de Mara, la que ella ms aprecia, la que verdaderamente sorprende y arreba ta los hombres y los ngeles y enamora al mismo Dios, es su belleza moral. Esta hermosura nace de la gracia. Y fu tan grande, tan copio sa y soberana la que desde el primer instante de su Concepcin se derram en Mara, que el citado Surez, con autoridad de los Santos Padres, dice ser piadoso y verosmil el creer que la gracia de la Virgen en su primera santificacin fu ms intensa que la suprema gracia en que se perfeccio nan los hombres y los ngeles (1). Por lo cual, prosigue el mismo Surez, se
(1) Surez, in D. Tom., t. II, q. 27, art. 3, disp. 4, sect. 3.

le puede acomodar aquello del Pro* feta: Los cimientos de ella en los montes santos: ama el Sefior las puer tas de Sin sobre todos los taberncu los de Jacob (1). Ni es esto de extra ar, porque el Altsimo que la fund se hizo hombre en ella. Ah! digamos con San Buenaventura: Todos los ros entran en el mar; pero el mar no re bosa: todos los carismas entran en % Mara; porque el rio de gracia de los ngeles entra en Mara; el rio de gra cia de los patriarcas y profetas entra en Mara; el ro de gracia de los aps toles, mrtires, confesores, doctores y vrgenes, entra en Mara. Pero qu maravilla es, si toda la gracia se jun ta en Mara, por la que tanta gracia corre hacia todos? (2). Y no solamente estos ros de gracia entraron en Ma ra, sino que con ellos le fu quitado la vez el fmite de la concupiscen cia inclinacin al mal, y se le dieron todas las virtudes infusas y todos los dones del Espritu Santo. Ahora, pues, quin no se pasma, si

se detiene considerar por un mo mento cunto acrecent Mara esta gracia, recibida en el primer instante de su sr? Porque nadie piense que la Virgen tuvo balda y ociosa esta gra cia, y que en su primera santificacin puso trmino su ultimada santidad. No; esto sera un absurdo. Mara ne goci, trabaj con la gracia; y de tal manera obr con ella, que con cada acto que haca duplicaba el caudal. Porque si este doblar la gracia se con cede los ngeles en el primer ins tante, por qu no se ha de conceder siempre la Reina de ellos, que ja ms puso impedimento Dios, sino que obr todo lo que pudo obrar con forme la gracia que posea y la mocin del Espritu Santo, castsimo Esposo de su alma, que interiormente la mova? Y qu entendimiento hu mano puede abarcar el cmulo in menso de gracia, que segn esto acre cent en el largo espacio de setenta y dos afios de vida inocente, santa y fervorossima que pas en este mun do? Quin no se pierde en este hondo abismo y mar sin orillas de la gracia

de Mara? Vea quien quisiere los pia dosos clculos y devotas hiptesis que hacen sobre esto algunos hijos aman tes de nuestra Seora; nosotros nos contentaremos con decir y preguntar nos llenos de admiracin: Si mayor gracia corresponde mayor hermosu ra, y tanto es ms amable una perso na cuanto es ms hermosa, cun ama ble ser la serensima princesa de los cielos?

m
Mara amable por su bondadjy pureza.

/flynN es eata que se adelanta como ^ 3 la aurora, hermosa como la luna, brillante como el sol, terrible como ejercito formado en batalla? (1). Estas palabras de los Cantares, que la Igle sia aplica nuestra Seora, nos la presentan en toda la carrera de su vida, adornada de divinos privilegios, la faz de los ngeles y de los hom bres. Cun amable, en verdad, nace Mara de las entraas de su santsima madre, la anciana y estril Anal Fru to de los gemidos y oraciones de sta y de su esposo San Joaqun, jams ha existido en el mundo nia tan precio sa, y cuyo nacimiento causase tan pura alegra y santo regocijo. No re clinaron, es cierto, sus tiernecitos miembros en cuna de marfil y oro, ni

arrullaron sus odos los genetlacos de Atenas de Roma; pero recibironla al nacer los brazos piadossimos de sus padres, y la adormecieron los sen cillos cantares de los pastores ino centes zagalejas, si ya no es que diga mos, como algunos pretenden, que na ci en las soledades del campo y entre el balido de las ovejas. Cmo debie ron extasiarse sus dichosos padres al contemplar aquel fruto de bendicin, hermossimo pimpollo que el cielo les regalaba en el ltimo perodo de su vida! Con qu embeleso recogeran aquellas dulces miradas y suave son risa con que la nia recin nacida les manifestaba su cario y agradeci miento! Porque sus sonrisas y mira das no eran instintivas ni maquinales como las de otros nios, sino llenas de inteligencia y bondad y gobernadas por la razn, ya que, como hemos di cho, Mara, desde el seno de su madre, gozaba del perfecto uso de su razn y libertad, Ohl quin fuera tan feliz que hubiese podido presenciar tales escenas y tomar en sus brazos esta nia preciossima, que no exhalaba un

quejido, ni causaba la menor molestia, ni di nunca muestras de enfado. Oh! quin hubiese podido imprimir en sus tiernecitos pies y manos siquiera un sculo reverente! Pero si amable se mostr Mara en su nacimiento y lactancia, no lo fu menos en su presentacin y en la vida que llev en el templo. Tres aos con taba cuando sus padres, fieles al voto que haban hecho de ofrecerla al Alt simo se disponan conducirla Jerusaln para que con las otras don cellas sirviese en el templo la divina Majestad. Cules debieron ser en esta ocasin los sentimientos de Joaqun y Ana, y cunto debi, naturalmente, costarles el apartar de s tal hija, y desprenderse de ella para siempre, considrelo quien sepa apreciar el amor de una madre y el valor de tal Hija. El sacrificio fu inmenso: slo in ferior al amor que tenan Dios y su resignacin en la divina voluntad. Quin es capaz de expresar las olea das de afectos que se levantaron en el corazn de Mara y sus padres los das que precedieron la subida al

templo? Qu ansias las de la preciosa Nia por consagrarse enteramente al divino servicio! Qu deseos los de Joaqun y Ana por cumplir su prome sa, generosos por una parte, tristes y melanclicos, naturalmente, por otra! Y qu paz tan suave y celestial ba aba sus almas en medio de estas avenidas de afectos y del fundado pre sentimiento que tenan de que ya no les volvera cobijar el mismo techo! Entre tanto Ana haca sus preparati vos para el solemne acto, y de creer es que preparara para su tiernecita y nica hija los mejores vestidos, y que el da que emprendieron su viaje Jerusaln saldra sta ataviada con toda la elegancia que permita su estado. Oh! cun amable y modesta apa rece en este punto la hija de cien re yes, el tesoro del cielo! Con qu gusto saldran contemplarla, y tambin acompaarla, las celestes jerarquas! Cmo exclamaran, al verla, llenas de admiracin: Cun hermosas son tus pisadas, hija del Prncipe! (l).

Escribe San Francisco de Sales que Joaqun y Ana llevaban en sus brazos gran parte del camino su Hija, yen do ella por su pie algunos ratos, si bien ayudada siempre de sus padres. Esto se verificaba principalmente cuan do iban por terreno llano; y entonces la gloriosa Nia alzaba sus manitas para coger las de sus padres, que la volvan tomar en brazos al hallar algn mal paso camino spero y pe dregoso. Y si la dejaban andar, aa de el Santo, era, no por descansar, pues el llevarla les serva de regalo, sino por el placer de verla dar unos pasos tan pequeitos (1). En llegando Jerusaln, en la pri mera de las quince gradas por las que se suba al templo, dicen los auto res (2) que quit Santa Ana su Hija el vestidito de camino y le puso el que traa prevenido para aquella solem nidad; y que descuidndose un poco de ella, comenz la Nia subir, sin ayuda de nadie, las gradas, y de una
(1) Serm. dla Presentacin.(2) Fr. Jos de Jess Mara, Vida de Nuestra Seora.

en una las fu subiendo todas quince tan fcilmente y con tanto orden, que no pareca que le faltaba nada para la edad perfecta, comenzando des cubrir el Seor en su niez cun apriesa y ordenadamente haba de caminar El en las dems edades. Cuando despus de recibida la ben dicin de sus ancianos padres y besa da su mano, se dispidi de. ellos y fu introducida en las habitaciones inte riores, donde vivan las dems donce llas consagradas al servicio del tem plo, quin dir los transportes de j bilo que sinti al verse dentro de aquellos muros, los inefables consue los con que la inund el Seor, las dulcsimas hablas que resonaban en sus odos: Oye, hija, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y codiciar el Rey tu hermosura, porque El es el Se or, Dios tuyo? (i). No nos detendre mos en describir la vida ms anglica que humana que llev Mara en el templo: fijmonos slo en la bondad de su carcter, en la dulzura de sus

modales, en la platuda aerenidad de su rostro, en la suavidad de sus cos tumbres, con que se hacia amable Dios y los hombres. Qu unida con su Amado! Qu afable con sus com paeras! Qu diligente en las labo res propias de aquellas vrgenes, ya matizase de prpura y oro las vesti duras sacerdotales, ya bordase mag nficos tapices, ya, finalmente, traba jase en lana, biso y oro, con tanta delicadeza y primor que todas aven tajaba, y sobre todo cun pura y lim pia de toda mcula, revelando al mundo la virtud sublime de los nge les, y plantando al pie del taberncu lo la inmaculada azucena de la virginidadl Oh, qu amable aparece Mara tre molando los aires, en medio del tiem po y del espacio, el estandarte hermo ssimo de las vrgenes, y seguida de esos innumerables coros de ngeles en la tierra que cercan al Cordero inmaculado, flores del cielo, genera cin hermosa, bandadas de palomas que cruzan los pantanos del mundo sin manchar sus alas con el fango que

enloda los mortales! Que amable se presenta Mara capitaneando las Prxedes y Petronilas, las Ineses y Emerencianas, las Aguedas y Lu cas, Eulalias, Casildas, Pulqueras, Teresas y mil y mil otras que brillan en el firmamento como lucientes es trellas en una noche serena! Mara fu la primera que, en un timpo en que la virginidad era desconocida y la es terilidad un oprobio y una afrenta, si no un castigo del cielo, sell con voto irrevocable una promesa que, al pa recer, la exclua de la gloria mayor que pudiera ambicionar ninguna mu jer sobre la tierra: la gloria de ser algn da la madre del Mesas pro metido. Pero Mara fu tambin la primera que reuni en s, en un grado de per feccin de que los mismos ngeles no son capaces, dos virtudes tan sobre humanas como la virginidad y la hu mildad. Y qu extrao es que con ambas sea amable los hombres, cuando por ellas fu tan amable Dios que atrajo su seno al mismo Verbo del Padre?

IV
Mara amable por su humildad.

(QUBlime es el cuadro que presenta w en la Anunciacin del ngel la casita de Nazaret, convertida en ame no paraso por las fragantes flores de virtudes que all brotan. Como en el antiguo Edn, entablse aqu un famossimo dilogo entre un ngel y la mujer, cuyas consecuencias fueron tan diversas como eran distintos los interlocutores, y distintos tambin los mviles que los impulsaban. All Eva y Satans: aqu Mara y Gabriel. Eva, la mujer curiosa y antojadiza que al ver el fruto del rbol prohibido deja que se le vayan los ojos, cautivos de su belleza; tan vanidosa, que al fan tasear que poda ser como Dios, co nocedora del bien y del mal, cree sin ms inquirir lo que le dice Satans y atropella con los mandamientos del Criador, quien prcticamente juzga

de engaador y envidioso.Aqu el arcngel Gabriel y la Virgen, recogi da, casta, prudente y, ms que todo, humilde. Annciale Gabriel, de parte de Dios, la embajada ms augusta y honorfica que se hizo y har ningn simple mortal; pero Mara, en vez de complacerse en sus alabanzas, se tur ba y tifie de vergenza sus mejillas; oye que se trata de sublimarla la altsima dignidad de Madre de Dios, y no se arroja aceptarla desde lue go, ni da entrada en su pecho la ms leve complacencia, sino que, te niendo consagrada Dios su virgini dad, y estando resuelta 'permanecer fiel y constante su promesa, sin ni mo de aceptar dispensa ni relajacin de su voto, pregunta con gran pru dencia al ngel, no si eB posible el misterio de un Dios hecho hombre, sino si ha de verificarse sin detrimento de su virginal pureza, porque antes de perderla e s t inquebrantablemente determinada no ser Madre de Dios. Resolucin sublime que slo Dios, au tor de toda pureza, puede dignamente apreciar. SatiBface el ngel sus dudas;

asegrala de su inviolable integridad y aguardaron ansia su respuesta. Aguardbanla tambin las tres divi nas personas. Este es el instante ms solemne que ha existido en el crculo de los tiempos. Cielo y tierra estn suspensos de los labios de Mara. Pen de de su palabra el que tengan pron to cumplimiento las profecas, que las nubes enven su roco y brote de la tierra el Justo. Quin no creyera que en esta situacin, satisfechos ya todos sus recelos, haba de abandonarse Ma ra transportes de entusiasmo y sa lir, como fuera de si, entonando cn ticos de alegra y gratitud? Qu hu biera dicho Eva, qu no habra hecho en caso semejante, oyndose llamar Madre de Dios? Pero Mara se limit decir: He aqu la esclava del Seor; hgase en tai, segn tu palabra (1). ;Oh, qu amable se representa Mara en este cuadro! En el mismo momento en que se le confiere la dignidad ms augusta, se reconoce ella humilde es clava del Seor, y al dar el consen

timiento que para aquella sublime dignidad se le exige, no se olvida de poner por condicin que, si la acepta, ha de ser permaneciendo virgen, se gn la palabra del ngel. Razn tena San Bernardo al afirmar que Mara agrad Dios con su pureza, pero que le concibi con bu humildad (1); porque es indecible lo que con eBte su modo de proceder complaci las tres divinas peleonas y el cmulo de gracias y mritos que alcanz. Esto supera toda humana comprensin. Detinense aqu los autores ponde rando el efecto de las palabras de Ma ra, principalmente su portentoso fiat, hgase; y lo comparan con el fiat de Dios en la creacin del universo. El fiat de Dios, dicen, slo di el sr las criaturas: el de Mara da el sr huma no ai mismo Dios: el de ste sac los mundos del seno de la nada; el de Ma ra al Hijo de Dios del seno del Padre; el de Dios nada aadi sus grande zas y perfecciones; el de Mara produ(1) Virgiuitate placuit, humitate concepit, Hom, i ia Missus est.

ce]en ella efectos maravillosos, pues to que la hace Madre de su Criador y la enriquece con las prerrogativas propias de tan excelsa dignidad: el de Dios le di imperio'sobre criaturas caducas; el de Mara se lo da sobre el mismo Dios, hecho Hijo y sbdito suyo. De suerte que si nada se hizo sin la palabra de Dio3, nada se restaura sin la palabra de Mara. Estupendos efectos de la humildad de la Virgen! Esta misma humildad la impuls visitar su prima Santa Isabel. Joven y delicada, amante como ninguna del retiro, apenas sabe Mara por el n gel el estado de su prima, sale presu rosa en direccin la montaa para tributar Isabel homenajes de res peto y cario, y hacer con ella oficios de la ms tierna y acendrada caridad. No repara en que no ha recibido ni de Isabel ni de Zacaras el menor aviso, ni en que delante de Dios su dignidad es infinitamente mayor que la de la madre del Bautista, ni en que la dis tancia que ha de recorrer es mucha y trabajosa, y en que, en fin, no faltan la acomodada familia del sacerdote

de Aarn numerosos y fieles servido res. En nada de esto repara, y, sin va cilar ni detenerse, emprende una visi ta que, como es pura y santa en sus mviles y principios, ha de ser tam bin santa y fecunda en sus resulta dos. Y dudaremos en afirmar que Ma ra es soberanamente amable? Pero ms resalta an la amable hu mildad de Mara despus de su vuelta Nazaret. Quin ignora las perple jidades del glorioso patriarca San Jos respecto de su esposa inmaculada? Qu olas de angustia cercaban el co razn de aquel hombre justo! Indeciso, turbado, presa de congojas indecibles, va tomar la resolucin extrema de ausentarse de su casa secretamente, dejando Mara sola y destituida de todo humano auxilio. Ah! los moti vos son tan graves! la necesidad tan imperiosa!... Y Mara conoce por su parte la turbacin de Jos, y ve la causa de donde procede, y sabe que con una palabra podra calmar aque llas olas, serenar aquella frente,afian zar el nimo de su esposo y obligarle que no la abandonase. Pero la hu

mildad le aconseja que no diga esa palabra, que fe de Dios el xito de su causa. Y Mara calla, y se abandona totalmente en manos de la divina Pro videncia, devorando en silencio la amargura de sus penas. Y entre tanto redobla su fervor, prodiga sus obse quios al glorioso Patriarca, srvele con ms esmero, est ms atenta y so lcita, disimulando el cruel martirio que pasa en su corazn.

Mater amabilis.

NTERMiNABLES nos haramo3 si hu biramos de seguir paso paso las distintas pocas de la vida de Mara, en las cuales campea su celeste ama bilidad. Bien que cuanto pudiramos decir se cifra y compendia en aquel hermoso ttulo que le da la Iglesia: Mater amabilis. Porque en efecto,hay co8a ms amable que una Madre-Virgen? Quin no ha sentido enternecer se su alma al contemplar nuestra Seora en Beln, en Egipto en Nazaret? Quin no ha mirado absorto ms de una v e z esta Virgen inmacu lada, candor de la luz eterna y es pejo sin mancilla, ora adorando al di vino Infante, en ademn de inclinar blandamente su cabeza sobre el tiernecito pecho de Jess, ora levantn dole en brazos, imprimiendo en sus ojitos dulces sculos, mecindole

suavemente en sus rodillas, adorme cindole con blandos arrullos lactndole sus virginales pechos? Quin no la ha acompaado con su imagina cin por los desiertos de Egipto, hu yendo de la crueldad de Herodes con el santsimo Jos, para salvar la vida de Jess, quien servan sus materna les brazos de litera, y quien apreta ba contra su pecho, querindolo meter dentro de su corazn al asomar cual quier peligro al agitar el viento en las nocturnas horas las ramas de los rboles? A quin no ha parecido ama ble Mara cuando la ha considerado tejiendo la tnica inconstil de su Hi jo, probndole sus elegantes y lim psimos vestiditos, cuando rompi hablar Jess y por primera vez la llam con balbuciente lengua por su nombre, y la apellid madre suya? Pero no pasemos tan de corrida que no nos detengamos considerar la amabilidad de esta divina Seora en su casita de Nazaret, ya que all se nos presenta como perfecto modelo de todos los estados. Vemosla mientras Jess ayuda San Jos en las tareas

de su oficio, empleada Ella en los que haceres demsticos, semejante la mujer fuerte que describe Salomn. La hija descendiente de David no tie ne menos tomar en sus finas manos la escoba, y limpiar con tanto aseo la casa, que la deja hecha una taza de oro. A las primeras horas de la maa na la cada de la tarde, vemosla, esbelta cuanto modesta, dirigirse la fuente, y volver, como las hijas del pueblo, con su nfora cntaro lleno de agua en la cabeza. Sin perder nun ca el recogimiento interior, aparece siempre jovial, risuea, henchida ei alma en celeste paz, que se refleja en el manso lago de su frente en el cielo de sus hermosas pupilas. En los ratos que le dejan libres sus ejercicios de oracin y lecturas santas, voltea con gracia el huso y maneja con sus giles dedoB la aguja, haciendo labores pri morosas, con que ayude Jos soco rra los necesitados. Nada melindro sa esquiva, ora est en silencio, ora consuele y alivie los pobres que acuden bu puerta, siempre se la en cuentra afable, contenta con su suerte,

amante de sus ocupaciones, solicita en prevenir y adivinar los menores de seos de las dos dulces prendas de su alma; y es cosa que arrebata ver el gusto con que adereza la frugal comi da que ha de sustentar Jos y nutrir el cuerpo santsimo de Jess, que ms tarde, cuando llegue la hora, ha de sacrificarse en la cruz para la reden cin del mundo! (1). Cosas son estas en las cuales todas luces se revela cun amable es Mara. Esto era lo primero que nos propusi mos demostrar. Veamos ya en la se gunda parte cun amante es.
(1) San Buenaventura (Contemplacin de la vida de nuestro Seor Jesucristo, cap. iv ) dice que Nuestra Seora trabajaba con la rueca, con la aguja y en el arte de tejer. Haca tam bin los otros servicios de casa, que son mu chos: guisaba de comer para el Esposo y para el Hijo, y hacia las cosas que eran menester, porque no tena quien la sirviese. Ten compa sin de Ella, que necesita trabajar con sus ma nos, y compadcete asimismo de nuestro Seor Jess, porqae le ayudaba fielmente y trabajaba en las cosas que poda,.

PIRTE^SEGUHDA
M A B A
a m a n t e

I
Mara amante Jen su^'purificacin.

la vida de Mara santsima se ^ emple en amar Dios, y por Dios al hombre. Desde el seno mater no comenz con el uso de la razn y del libre albedro que le fu dado cumplir perfectamente este precepto, en que se cifran y resumen los manda mientos de la ley y de los profetas. El primer acto que ejercit fu un acto de amor y reconocimiento la divina Majestad, primer eslabn de esa ca dena de oro preciossima de amor y virtudes, nunca interrumpida y sin cesar prolongada, cuyos anillos, in finitos en nmero para nosotros, slo

T ^ oda

Dios que los galardon puede contar los. Pasmbanse los ngeles y vela ban el rostro con sus alas, casi dira mos de vergenza, al ver su propia tibieza en amar, cotejada con los pu rsimos ardores de su Reina, y goz base Dios en la obra maestra de sus manos, y sentase atrado como con poderoso imn hacia ese corazn in maculado que slo lata y palpitaba por El. Mejor que el Esposo de los Cantares poda decirle que le haba herido el corazn con las flechas de su amor (l). Fijndonos en algn paso concreto de Nuestra Seora, en el cual campee el amor de que vamos tratando, aun que hay innumerables que superan nuestra flaca comprensin, como por ejemplo: el de la Encarnacin del Verbo en sus pursimas entraas; el del nacimiento de su divino Hijo, cuan do lo reclin en las fras pajas del pe sebre y lo vj como precioso joyel col gado de su cuello, durmiendo en su regazo, divina perla de los cielos en-

cerrada en la hermosa y blanda con cha de sus brazos; bien en el paso de la circuncisin, cuando derram Jess por el hombre las primicias de su san gre y recibi un nombre sobre todo nombre; con todo, preferimos detener nos en ei misterio de la purificacin, porque en l ray tan alto el amor de Mara hacia Dios y los hombres, que lleg al extremo de sacrificar lo que ms amaba como Madre y como Vir gen pursima: su propio Hijo, ofre cindolo ya desde entonces para el rescate del mundo, y la honra de su virginidad y de su pureza, compare ciendo la vista de todos como mujer vulgar y pecadora. Cunta fuese la in mensidad de este sacrificio y del amor que lo impulsaba, considrenlo las almas puras y piadosas, colocndose hipotticamente en el caso en que la Virgen se hallaba. Bien hubiera podi do exclamar quien no amase tanto Dios como Mana: Seor, y para exi girme tan pronto el sacrificio de Jess me habis hecho su Madre? En esto haban de parar la salutacin y pro mesas del ngel, en el terrible vatici

nio del anciano Simen: Este Nio est destinado para ruina y resurrec cin de muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradiccin de los hombres, y una espada de dolor trasp sar tu misma alma? (l). Sin embargo, nada de esto dijo Ma ra, y ofreci con irrevocable genero sidad su nico tesoro, ms amado que su propia vida. Y confesmoslo: la es pada predicha por Simen nunca se apart de los ojos de la Virgen. Ah cuando despus fijaba sus dulces mi radas en Jess y contemplaba aquel gracioso semblantey bit n formada cabecita, representbase^ de pronto el infausto momento en que los judos le escupiran al rostro y le coronaran de espinas. Si embebida en suavsimos pensamientos, tomaba con sus manos las blandas manitas de Jess y las acercaba maquinalmente sus labios para besar sus palmas, no pasaba mucho tiempo sin que le asaltase la idea de que un da las haba de ver sujetas con duros clavos al madero de

la cruz. Durmiendo y velando, quieto movindose, en cualquier actitud que viese su Hijo, al punto resona ban en sus odos las palabras de Si men; y cualquier circunstancia, su ceso accin, eran bastantes para renovar la memoria de la terrible profeca. Cruel y prolongado martirio que asemej la Madre con el Hijo, hizo que como ste no estuvo un momento sin padecer, as ella le acompaase en las penas del alma! Pero con qu valor y heroica fortaleza abraz ese martirio del corazn! Cmo se ofreca diariamente en holocausto perfecto por el amor hacia Dios y la salud de los hombres! Quien no sabe padecer, no sabe amar: el amor se prueba en el sacrificio; y era muy natural que quien am tanto como Mara, pade ciese tambin en su alma como ningu no despus de Jesucristo.

Mara amante en la prdida de su Hijo.

esto manifiestamente cuando, por divina dispensacin, se que d Jes3 oculto en Jerusaln, y andu vo la afligida Madre buscndole con el santsimo Jos durante tres das. Ol! qu desamparo ste tan cruel para un corazn como el de Mara! Perder Jess y no encontrarle! Los que por desgracia amamos poco Je ss, no conocemos su valor y precio, no es maravilla que no sepamos apre ciar ni sondeemos el profundo dolor de la que tanto le amaba y tan bien le conoca. Miserable dureza y estupi dez la del hombre que pierde por su culpa Jess, y no se afana en bus carle y recobrar su gracia! No se condujo asi la Virgen. Luego que advirti que el divino Nio haba desaparecido, desolada por la vehe mencia del amor, corri en su busca,

i s e

desanduvo el camino hasta Jerusaln, pregunt cuantos hallaba si hablan visto al amado de su alma; y si no in terrog las soledades del bosque, los rboles que orlaban las mrgenes del camino y las sierras que se em pinaban hasta el cielo, era porque ni las sierras ni los rboles haban de contestar su voz. Ah! [Si las estre llas que tachonaban el firmamento, la luna que enviaba torrentes de luz, hubiesen podido decirle dnde se albergaba el hechizo de su alma, disipar por lo menos sus temores!... Porque una de las espadas que ms punzaban su corazn era el pensar si por ventura haba llegado la hora del cruento sacrificio, y si los judos, que ya en la cuna haban puesto ase chanzas Jess, herederos del odio que le profes Herodes, se habran apoderado de El y ddole la muerte. Y ella no estaba su lado para com partir sus penas y arrostrar su suerte! Qu falta haba cometido_para verse privada de taljdicha? Acaso ^seihaba disgustado de ella Jess, y haba que rido castigar sus descuidos con esta

ausencia? Repasaba minuciosamente su conducta, y aunque no le remorda la conciencia, y aunque recordaba que entre los dos rein siempre la ms perfecta conformidad de voluntades y pareceres, y que ella ms que en su propio corazn moraba en el de su amado Jess, todava la humildad le haca recelarse de s y temer donde no haba de qu. Oh das de mortal congoja para ella y el glorioso San Jos, congoja slo comparable al in menso amor que le profesaban! No dejemos pasar en balde este ejemplo de Mara, y aprendamos de ella la solicitud y presteza con que he mos de buscar Jess, si tenemos la desgracia (no lo permita Dios) de-perderlojpor larculpa.

m
Mara amante en la vida pblica de Jess.

To a r a apreciar dignamente la conducta de Mara durante la vida pblica de su santsimo Hijo, es pre ciso considerar de antemano la situa cin respectiva de entrambos y el papel que cada cual, segn los divinos decretos, deba representar. Jess, du rante los aos de su predicacin, no es ya meramente el hijo de la esposa del carpintero, que vive slo para su ma dre en el taller oculto de Nazaret: es el Mesas prometido las gentes, en viado por el Eterno Padre para ser luz del mundo, igual en todo El por su naturaleza divina, y atento cumplir sus ms mnimos preceptos y buscar su mayor gloria. Por consiguiente, el ministerio de Jess es un ministerio pblico, en el que la carne y sangre no. deben tomar parte ninguna. Sua

palabras, sus accionee, todo su conti nente y modo de proceder revelarn al Dios-hombre, que viene estable cer el reino de los cielos sobre la tie rra, adoptando por ciudadanos de este reino, hijos de su Padre celestial, cuantos crean en El y reciban su doc trina. Por esto al dirigirse las tur bas que le hablaban de su Madre y de sus hermanos, Jess, sealando los Apstoles y discpulos que le seguan, dijo: Estos son mi Madre y mis her manos, como cualquiera que oye la palabra de Dios y la guarda (l). En las cuales palabras no rebaj en nada su Madre, porque fu la primera que, con infinitas ventajas sobre todos y con perfeccin infinitamente supe rior todos, crey y obedeci al Alt simo, siendo por esto bienaventurada, al decir de Santa Isabel (2). En efecto; Mara, sin dejar de ser y presentarse, cuando conviene, como Madre de Jess, aparece ms de ordi nario exteriormente como discpula amante y fidelsima del Redentor de

los hombres, quien sigue en compa a de otras piadosas mujeres. No es peremos durante la vida pblica del Salvador que se abran los cielos y resuene en los aires desde el seno de una nube la voz misteriosa: Esta es mi Hija mi Madre amada, en quien siempre me he complacido; ni que en el monte Tabor asista la gloriosa transfiguracin del Hijo de sus entra as; ni que en el solemne acto de la promesa institucin de la Eucarista se la vea tomando parte al lado de su Hijo al frente de los Apstoles. Dios nada hace superfluo inconveniente, y no era este el puesto de Mara. Cuando Jess le dirige la palabra en pblico, lo cual hace raras veces, nun ca le da el regalado ttulo de madre, por ms que tengan cuidado Iob Evan gelistas de avisarnos que lo es, ni la apellida con expresiones de cario y de ternura; llmala de ordinario Mu jer, porque este es el nombre que mejor cuadra al carcter y fines del que habla como Dios y sacerdote, Begn el orden de Melquisedech, y tam-

lencia, el tipo y restauradora de la mujer decada. Sin embargo, estos diferentes aspec tos en nada disminuan, claro est, el recproco afecto que Hijo y Madre se profesaban, ni alteraban tampoco las intimas relaciones que entrambos unan. Buena prueba de ello nos ofre cen las bodas de Can, las que asis ti Jesucristo en compaa de su Ma dre y de los dems apstoles. Ya se sabe que cuando en el nupcial ban quete lleg escasear el vino, la Vir gen, deseosa de evitar los desposa dos el consiguiente sourojo, llena de caridad, advirti su Hijo la falta para que la remediase. Era esto pe dirle un milagro, y Jess an no ha ba en pblico comenzado hacerlos. Entonces fu cuando pronunci aque llas clebres palabras: Mujer, qu nos va ti y m en esto? Palabras en apariencia duras, con las cuales pareca querer desentenderse de la splica que se le haca; pero cuyo sentido penetr perfectamente la Vir gen cuando, dirigindose los que servan, les mand hiciesen lo que su

Hijo les dijese. Obrse el milagro, y muchos creyeron en el que haba con vertido el agua en exquisito vino. Asi la intercesin de Mara aceler la hora de los prodigios, y sus ruegos obr Jess en pblico su primera ma ravilla. Lo que la Virgen debi sentir en su corazn de madre al ver que muchos creyeron en su Hijo, es excusado de cirlo. No hay quien no lo comprenda. Cada triunfo, cada proslito que su Hijo conquistaba, llenbala de inefa ble y pura satisfaccin, no ciertamen te humana sino celestial. Cuando le vea seguido de las turbas vidas de su doctrina, aclamado de los pueblos, cuyos enfermos sanaba, y hasta vito reado de los nios y de los pobres, cuyo amparo y defensor era, su pecho rebosaba de pursima alegra y no ce saba de bendecir al Seor porque ha ba enviado al Redentor y Maestro del mundo. Mas cuando reparaba en la envidia de los fariseos, en la dure za de muchos judos, en la ingratitud de los de su patria y en las bastardas ambiciones de los suyos; cuando oa

los improperios que las veces le di rigan, los lazos que le armaban, vea quiz sus enemigos alzadas las manos para apedrearle, El, que ha ba pasado por todas partes haciendo bien, contristbase profundamente su alma y recordaba el vaticinio del an ciano Simen. Cuntas lgrimas derram en si lencio para alcanzar de Dios la con versin de estos espritus obstinados! Cuntas noches pas en vela, orando por su pueblo! A cuntos redujo con sus plegarias al buen camino, y les alcanz la fe en su Hijo! Porque no hay que'olvidarlo; Mara reparta los afectos de su corazn entre Dios y los hombres: Dios y los hombres ama ba incesantemente; su manjar era ha cer la voluntad del Padre y dar co nocer Jesucristo en la manera que poda, principalmente por medio del apostolado eficaz de la oracin. Para s nada se reservaba sino la obscuri dad, el anonadamiento, y, hasta si se quiere, el desvo exterior que en cier tas ocasiones pareca mostrarle su Hijo. En este desvo exterior, ms

aparente que real, y en este anona damiento y obscuridad se gozaba la Virgen, deseando eclipsarse por com pleto para que resaltase ms la perso na divina de Jess, y fuese de todos glorificado.

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IV
Mara amante en el Calvario.

|| legamos al punto ms culminante d e la vida de nuestra Seora con respecto su divino Hijo y todos los hombres. Si Mara, durante la vida pblica de Jess, permanece oculta y confundida con las piadosas mujeres que siguen al Salvador y se aprove chan de su doctrina, en el Calvario, y acompaada de las mismas, tiene un lugar preeminente y puesto fijo al lado de la Cruz. De pie, absorta en sublime xtasis de dolor, con una constancia varonil y noble intrepidez, que mani fiesta al mismo tiempo la ms perfec ta conformidad y la pena que destro za su alma, Mara, viva estatua del do lor resignado, no poda hallarse ausen te de la montana santa cuando iba inmolarse el Cordero por la salvacin de los hombres. Mara no poda faltar su misin. Y no falt.

Entraba en los designios de Dios que asi como la cada del linaje humano se haba verificado la sombra de un rbol; as en otro rbol, en la Cruz, se obrase su rehabilitacin, y que fue se vencido en la Cruz quien en el r bol del paraso haba salido vencedor. Y como en el paraso un hombre y una mujer despearon al gnero humano en el hondo abismo de la muerte, y fueron causa de su ruina, as tambin quiso Dios que por otro hombre, Jess, y por otra mujer, Mara, se obrase la salud de las gentes. <Es cierto, dice Ventura de Rulica, que todo el m rito del sacrificio de la Cruz para nues tra salvacin procede de que esta car ne (la de Jesucristo) est substancial mente unida la persona del Verbo, y que en l y por l es elevada, enno blecida y hecha capaz, en la fragili dad humana, de dar una satisfaccin de valor infinito, digna, por tanto, de Dios. Pero si, en cuanto la grandeza del mrito, la persona del Verbo lo es todo en la ofrenda de este sacrificio, la humanidad, en la cual se ofrece, lo

es todo en cuanto su cumplimiento exterior. Pues bien; esta humanidad es el fruto de las entraas de Mara; ella la aliment con su leche, ella la di voluntariamente y la ofreci para la cruz por su conformidad y obedien cia... Jesucristo se entrega en sacrifi cio y le da un valor infinito: Mara su ministra la vctima. En el paraso terrenal Adn pec ms gravemente que Eva. El pec en cualidad de cabeza y padre de toda nuestra especie; su pecado, es, pues, el que se transmite todos los hombres, Mas este pecado que todos cometimos en Adn, que todos recibimos en Adn, lo consum el primer hombre con la fruta que Eva haba cogido, que Eva llev, que Eva ofreci su esposo, persuadindole que la comiese (l), y y por lo mismo el pecado de Adn es tambin el de Eva. Aunque el pecado de Adn sea propiamente el que nos causa la muerte, esta muerte, sin em bargo, procede de la cooperacin y de las manos de Eva... Asi tambin la

justicia que hemos obtenido en Jesu cristo, y que recibimos de Jesucristo,, la mereci El en la carne que Mara le suministr, ofreci y di volunta riamente. Por esta razn el sacrificio de Jesucristo es tambin de Mara. Y aunque slo Jesucristo sea propiamen te el que nos engendra y vivifica, sin embargo, esta vida nos viene tambin por la cooperacin y por las manos de Mara (1). Ahora bien, no era conveniente y muy puesto en razn que Mara se ha llase en el Calvario para unirse con Jess y consumar con El el sacrificio? Pero haba adems otra razn pode rossima, y ms apremiante an. An tes de expirar Jess en la montaa santa tena que hacer su testamento, dejar sus ltimas mandas, legar al mundo su postrera voluntad; para todo lo cual era indispensable la presencia de Mara. Quera Jesucristo, en el ex ceso infinito de su amor, dar los hombres antes de morir el don ms
(1) Rulica, La Madre de Dios madre dlos hombres, 2.a p., cap. it ,

excelente que poda: darles por madre su misma Madre, y obligarlos tambin que la amasen y honrasen como hijos. En efecto; despus de haber rogado en la cruz por sus perseguidores y prometido el cielo al venturoso ladrn que le haba confesado, el moribun do Jess, llagado en todo su cuerpo, desangrado, sufriendo indecibles tor mentos desde la cabeza, atravesada con punzantes espinas, hasta los pies, que se desgarraban por las aberturas de los clavos, lanz su divina mirada sobre la Virgen Madre y el discpulo Juan, y con acento sublime que con movi las entraas de Mara, le dijo sealando al discpulo: Mujer, he ah tu hijo. Y Juan: He ah tu madre (1). Palabras misteriosas, cuyo alcance y eficacia no siempre tenemos presen te. Porque San Juan no era slo el dis cpulo amado: era el representante de todos los hombres: era toda la Iglesia personificada en l. Y al dar Juan por madre su misma Madre, noa la

daba todos: la daba la Iglesia uni versal; y al encargar Juan que mi rase por Mara, haca este encargo la Iglesia y recomendaba todos loe hombres que tuviesen muy en el cora zn esta divina Seora, su honra, su culto, su devocin. S; todos los hombres somos hijos de Mara: Mara es nuestra Madre. Eala cima del Glgota, entre agonas de muerte, combatida de olas de tristeza, nos engendr y di luz para Cristo. En aquel momento sublime, al reso nar en sus odos la voz solemne de su Hijo, su corazn experiment hacia todos los hombres afectos verdadera mente de Madre. Porque las palabras de Cristo fueron obradoras y eficaces; y como al decir Dios, hgase la luz ', la luz fu hecha; as, al pronunciar Jes3: He ah tu hijo, despertronse en Mara sentimientos de Madre tierna y cuidadosa hacia todos los hombres; ya que la compasiva Seora ni entonces ni nunca puso el menor obstculo la accin de Dios. Pero ah! cunto costamos tan bue na Madre! Con qu acerbos dolores

nos di luz en el Calvario! Porque la verdad es que Mara sufri all un martirio tan cruel que, no susten tarla la poderosa diestra del Altsimo, hubiera mil veces sucumbido la fuerza del dolor. Quin padeci ms en su alma que Mara? Si el dolor es la medida del amor, no am la Vir gen su Hijo ms que todas las ma dres juntas han amado sus hijos? Las otras madres dividen bu amor y ter nura entre los varios hijos, si los tie nen, cuando no, la naturaleza ha re partido entre el padre y la madre el amor que se debe al vstago que en gendraron. Jess era hijo nico de Maria, y nicamente de Mara que lo concibi de su pursima sangre, sin intervencin de ninguna criatura; por manera que en slo ella se reconcen traba el cario que tienen los que dan otros el sr. Adems, si el amor es proporciona do al objeto que se ama, quin hubo ni pudo haber jams tan digno de ser amado como Jess? Y quin, como Mara, conoci lo que Jess mereca Ber amado? Por otra parte, si el ver

perseguido y maltratado al inocente nos mueve amarle, aun cuando an tes no le hayamos tratado ni conocido, cmo no haba de acrecentarse el amor en el pecho de Mara al ver puesto en la cruz y en tal figura al Hijo pursimo de sus entraas, tan bueno, tan inocente y compasivo que todos hizo bien y ninguno mal? Cmo no haba de reventar su pecho de pena y de amor, vindole tan dife rente de como estaba en Nazaret su lado, comiendo su misma mesa y re galndose con Ella en celestiales pl ticas? Adems, y esto es lo principal, Mara en Jess amaba, no un hom bre, sino un hijo suyo, que era la vez hombre y Dios; y ver morir un Dios es cosa que hace romper de sen timiento las peas y abrirse por s mismos los sepulcros. Pues todo eso que padeci Mara, y que la lengua no alcanza decir, lo padeci por nos otros, por nosotros, hijos de sus dolo res... Ah! quien despus de esto no la ame, quien no se precie de ser su hijo, no merece ser hombre; ms le valiera no haber nacido.

Hilaria amante despus de la Ascensin del Seor.

T^|no de los ms largos perodos de W la vida de la Virgen santsima, y acerca del cual guardan los libros san tos profundo silencio, es el que media desde la gloriosa Ascensin de Jesu cristo los cielos hasta la muerte y Asuncin de Mara. Fuera de lo que cuenta el libro de los Hechos de los Apstoles relativo la venida del Es pritu Santo, donde aparece la Virgen recogida y orando con los dems dis cpulos, ninguna otra cosa nos dicen, y lo que causa al parecer ms estra eza, ni el mismo apstol San Juan, eon quien la Virgen viva, hace menein de ella en sus cartas. Y es que, al decir del P. Surez, eran parcos en tratar de nuestra Seora, fin de que los fieles tuviesen ancho campo para investigar y contemplar lo que ellos emitieron.

Mas lo primero que se ofrece , la piadosa consideracin es preguntar por qu quiso el Seor, subindose los cielos, dejar por tanto tiempo en la tierra su benditsima Madre. Qu atractivo poda tener para ella el de sierto del mundo, teniendo su tesoro, y por consiguiente su corazn, en el cielo? Si San Ignacio de Loyola no po da alzar sus ojos mirarlo sin que se le humedeciesen en lgrimas, y le pa reciese la tierra vil escoria, qu ha ba de sentir la Virgen cuando mirase el manto azul del firmamento bordado de estrellas, viese arrebolarse las nubes la hora en que su divino Hijo subi triunfante A los palacios de la gloria? Es verdad que se qued en el mundo para ser el consuelo y maestra de la naciente Iglesia, que estuviera hur fana de padre y madre sin Jess y Mara; pero esto mismo, qu sacrifi cio no era para su corazn, que poda repetir cada instante: Ay de mi, que mi destierro se ha prolongado! Si el apstol San Pablo deseaba ser des atado de las ligaduras del cuerpo para

verse con Cristo, qu pensar de la Reina de los cielos y Madre del Re dentor? Sin embargo, admiremos en este punto el herosmo de Mara. Mucho mejor que San Martn deca ella su Hijo: Si para el bien de la Iglesia con viene que permanezca an en el mun do, no lo rehus: he aqu la esclava del Seor: aguarden los ngeles que desean verme pasar por entre sus co ros; esperen an los patriarcas y pro fetas que me contemplaron en sus vi siones; repriman su anhelo mis padres Joaqun y Ana, y mi esposo Jos, que vivamente ansia tenerme su lado estrecharme entre sus brazos; mi gusto y descanso antepongo la divina voluntad; soy Madre de los hombres; ellos, mientras Dios lo quiera, con sagrar mi presencia corporal.Esto es amar con pureza y desinters. Y en efecto, con tanta pureza y des inters am Dios y los hombres, que po'r ellos viv ilo restante de su vida mortal, hasta los Betenta y dos aos de edad, segn la opinin ms corriente y recibida. Aos verdadera

mente divinos, que no hay lengua de carne capaz de explicar describir. Ocupada, ora en altsima contempla cin, ora en las tareas cotidianas propias de su sexo, la Virgen era el orculo de los apstoles, la maestra de la vida cristiana, el consuelo de todos. Qu recogimiento el suyo cuando, re tirada en las habitaciones silenciosas de la casa de Sin, pasaba largas ho ras meditando los misterios de la vida y muerte de su Hijo! Pobre era el ajuar de su aposento, y en l sin duda conservara como preciosas reliquias los instrumentos d la Pasin y par te de las vestiduras de Jess, que la solicitud de los apstoles y discpulos habla podido rescatar de manos de la soldadesca. Cmo guardara la Vir gen estas reliquias, y acercara ellas sus labios con maternal cario y re verencia! Con qu fervor y transportes de jbilo se acercara recibir en la divi na Eucarista su Hijo sacramentado, y estrechara en xtasis de amor con tra su pecho al mismo que en sus pur simas entraas se hizo hombre por

nosotros!... Cuntas veces recorrera el camino del Calvario y se detendra en las estaciones de esta va doloroso. para contemplar los pasos que anduvo el Seor! Y le vera en espritu con la cruz cuestas, derribado en tierra bajo su peso; y percibira an el cla moreo de la chusma y los improperios de los prncipes, y ms que todo, las dulcsimas palabras de Jess pendien te del santo madero, que le hablaba y miraba por ltima vez antes de mo rir... Oh! en todas estas ocasiones, cmo peda Dios con gemidos ine narrables que la sangre preciossima de su Hijo no fuese infructuosa y est ril para el mundo! Y quin duda que muchos lograran por sus plegarias la conversin? Rodeada otras veces de los apstoles y discpulos, de las santas mujeres que la acompaaron al Calvario y de cuantos de da en da se declaraban amigos de Jess y se acercaban Ella para recibir enseanzas y consuelos, con qu celestial uncin les declara ra los misterios de la vida oculta de su divino Hijo, y enseara, segn la

oportunidad y discrecin lo demanda ban, lo concerniente al nacimiento infancia del Nio, su inefable con cepcin, las escenas que pasaron en las montaas de Judea, en casa de Isabel y Zacaras? Y cuando, declarada la persecucin de los judos contra los discpulos de Cristo, era apedreado Esteban y mo ra pidiendo Dios perdn por sus verdugos, qu sentimientos tendra la bienaventurada Virgen, qu lgri mas derramara sobre la ingrata Jerusaln, como en otro tiempo Jess, y qu palabras de aliento dirigira los valerosos soldados que as caminaban tras las huellas de su divino Capitn? En Jerusaln en Efeso, donde tam bin vivi con el evangelista San Juan, ahora estuviesen juntos, ahora dispersos los apstoles, cmo procu raba Mara con ferventsimas oracio nes, cuando no de otra manera, infun dir en sus almas generosos esfuerzos y vigor invencible! Cmo se alegraba de sus triunfos y se condola de sus penas! Cmo luchaba Ella con el cie lo, mejor que Jacob con el ngel y

Moiss en el monte, para que sus hijos obtuviesen la victoria! Buen testigo es de ello Santiago apstol, patrn de Espaa; buen tes tigo el Pilar de Zaragoza, y toda nues tra nacin, que visitada misericordio samente aun en carne mortal por la celestial Seora, se glora y gloriar, siempre de ser Patrimonio de Mara .

PARTE TERCERI
M A E A .A. 3VI .A. D -A.

I
M a r a a ma d a de D i o s . L a s t r e s coronas.
o la n antiguamente los empera^ dores cristianos, que con gran pompa y solemnidad se coronaban, recibir tres coronas diferentes y de distinta significacin. Reciban la pri mera en Aquisgrn, ciudad de Alema nia, de mano del Arzobispo de Colo nia, y sta era de hierro, para signifi car la fortaleza con que haban de abatir el orgullo y soberbia de los in fieles y rebeldes la Iglesia. La se gunda la reciban en Italia de manos del Arzobispo de Miln, y era de plata, para indicar la pureza de su vida y la claridad de sus obras. La tercera d-

basela el Pontfice en Roma, la cual era de oro puro, como si se quisiera significar que, cuanto el oro aventaja los dems metales, tanto exceda la dignidad imperial la de los dems principes de la tierra. iVo ser fuera de propsito valernos de esta augusta ceremonia para ex plicar la coronacin de la santsima Virgen en el cielo por las tres divinas personas, ya que ello parece convi darnos la misma sagrada Escritura, que hablando con Ella le dice: Ven del Lbano, Esposa, ven del Lbano; ven, y sers coronada (l). El signifi cado de estas tres coronas de nuestra excelsa Reina, lo explica el Padre Fr. Jos de Jess Mara por estas pa labras: La primera corona recibi del Es pritu Santo en significacin de innu merables victorias, todas insignes, que alcanz de fuertes y poderossimos contrarios, nunca antes con tanta for taleza y valor vencidos. Porque hasta entonces ninguna criatura humana

haba acertado jugar con tanta des treza las fuertes armas de la gracia, y en particular fu significacin de la que alcanz de la serpiente antigua, soberbia con mil trofeos que en el mundo haba alcanzado. Esta victoria fu sealadsima por cinco circuns tancias que en ella concurrieron: La primera, que siendo mujer, y tan flaco el gnero de las mujeres, venci en guerra sangrienta y porfiada un orgu lloso y poderossimo enemigo, acos tumbrado echar vencidos por tierra ejrcitos enteros. La segunda, le ven ci no con cualquier herid, sino con golpe incurable... La tercera, que le quebr, no brazo ni pierna, sino la ca beza, adonde tena la ponzoa, que es golpe mortal y sin remedio. La cuarta, que no quebr la cabeza cualquier demonio, sino al prncipe de los demo nios. La quinta, que le venci despo jndole de sus mismas armas, que hace la victoria ms gloriosa. Porque las armas con que este enemigo hace la guerra al hombre, son los vicios, y stas le quit la Virgen con las virtu des contrarias ellos, que ejercit en

ms heroico grado que otra pura cria tura, aniquilando con mil ejemplos gloriosos su poder tirano. Por lo cual dice San Agustn: Nunca jams hubo guerrero tan victorioso como la Vir gen, que quebrant la cabeza d la serpiente antigua (1). Pues en premio de esta y de otras insignes victorias la corona hoy el Espritu Santo, diciendo (como consi dera un autor grave): Recibe esta in signia gloriosa de constante vencedo ra, por haber peleado valerosamente con las armas que recibiste de mi mano, para que as como en la tierra habit en ti toda la plenitud de gracia, as en el cielo habite en ti toda la ple nitud de gloria. La segunda corona de pureza de vida y resplandor de obras, significa da por la de plata, recibi de mano de su Hijo, como insignia gloriosa de la mayor pureza inocencia que des pus de Dios puede imaginarse, como dice San Anselmo (2), y de los mayo(1) Lib. de natura et gratia,(2) De conceptu Virginis, cap. irm .

rea resplandores de gracia que lucie ron en pura criatura. Y as le di co rona blanca y resplandeciente, dicien do: Recibe esta corona de pureza inocencia, hermosa paloma ma, en quien jams fu hallada mancha; y pues en la tierra me diste habitacin en tus entraas y me sustentaste tus pechos, recibe en el cielo, por pago de esto, mi trono por descanso y mi gloria por sustento. La tercera corona, significada en la de oro, le di el Padre Eterno, y con ella la suprema autoridad sobre todas las criaturas, como Reina del cielo y seora del mundo, dicindole delante de toda aquella corte bienaventurada: Seas bendita para siempre, y tu nom bre sublimado en todos los siglos; por esta insignia te entrego el dominio so bre todas las cosas criadas; t sers Seora de mi casa, y tu imperio es tarn obedientes todos los pueblos, y te servirn todos fielmente. Reparte lo que quisieres de mi reino, y salva los que te agradare, que en tus ma nos pongo la distribucin de mis ri quezas como Reina universal de mis

tesoros y compaera de mi grandeza; y pues tan fiel fuiste en la administra cin de las obras de graciaf goza para siempre de los mayores premios de mi gloria. Puesta, pues, la Virgen en tan in* comparable felicidad y gloria, con qu Humildad y agradecimiento repetira el cantar antiguo: Engrandece mi alma al Seor, y algrase mi espritu en Dios mi Balud, que puso los ojos en fti pequeez de su sierva para obrar en mi con mano poderosa tan grandes cosas, que me llamen bienaventurada todas las generaciones (l). Y con qu admiracin y alegra le dara el pa rabin toda aquella gloriosa turba de bienaventurados, diciendo: T eres la gloria de Jerusaln, t la alegra de Israel y t la honra de todo nues tro pueblo (2). De lo dicho se puede colegir cun grande sea el poder de Mara, y el va limiento que tenga con Dios. Porque si tanto la aman las divinas personas de la Trinidad augusta y tan gloriosa-

mente la coronan, cmo no ha de po der mucho y se ha de extender su imperio en el cielo, en la tierra y en los abismos? De ahi que los Santos Pa dres la llamen omnipotente por gracia, omnipotentia supplex, porque realmen te alcanza cuanto pide; ms bien, como dicen los Santos, no ruega, sino que manda; porque sus ruegos son para su divino Hijo como mandatos (1). Jess, ms respetuoso con Mara que lo fu Salomn con su querida madre Bethsab, le dice mejor que ste la suya: Pide, Madre; porque no es lcito que yo te niegue cosa alguna (2); como Asuero Ester: Si pidieres la mitad de mi reino, te ser concedi da (3). De suerte que puede repetir la Virgen aquellas palabras que dijo de s Jess: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra (4); porque si bien este poder corresponde por natu raleza al Hijo, por gracia ha sido tambin comunicado Mara. Y l es
(1) Georg. Metrop. Nicomed. Orat. in SS. Dei genitr. ingress. in empl.(2) m Reg., t i , 19-20.(3) Esther, v, 3 (4) Matth , ixn n .

tal, que excede cuanto podemos de cir pensar (5); porque se extiende al reino de la naturaleza, al reino de la gracia y al reino de la gloria. En el reino de la naturaleza Mara sosiega las tempestades, encadena los vientos, detiene los rayos, , si es me nester, desata las nubes para que vier tan de su seno fecundante lluvia, que fertilice los campos. Mara purifica el aire infecto de la atmsfera, apaga los incendios y aleja de los pueblos que la invocan el azote de la peste, con que suele Dios castigar los peca dos de los hombres. Mara es la salud de los enfermos, estrella del mar, iris de la alianza, columna del orbe: por Maria deja Dios de enviar nuevos di luvios que aneguen la tierra. En el reino de la gracia, Dios ha que rido que todo nos venga por medio de Mara. Este es el lenguaje comn de los Santos Padres, que llaman Mara dispensadora de los tesoros de Dios, canal por donde corre hasta nosotros
(1) S. Germn. Palriarch. Orat. de zona B. V.

el ro de la gracia (l), esperanza de los pecadores (2), perseverancia dlos justos. Ella abre las fuentes de la mi sericordia divina con que se lavan las manchas de nuestros pecados; in funde esfuerzo los flacos para de rrocar los fuertes; da victoria los que pelean; allana los speros montes de la penitencia; trueca los desiertos en verjeles, y adiestra los nios y las doncellas para que anden sobre las brasas sin quemarse, y huellen in clumes las cabezas de los dragones y basiliscos. Finalmente, en el reino de la glo ria, Mara es la puerta del cielo, como canta la Iglesia; Mara conduce sus devotos hijos aquellos suntuosos alczares, y nadie, sin su benfica in tercesin, logra arribar las risueas playas de la bienaventuranza (3). Por esto los que la hallan, hallan la vida. Y nadie perece de cuantos cobija Ella
(1) S. Bernardin. S. Bern. Serm. ni de g lo rioso nom. Mariae. (2) S. Aug. Serm. xvm de Sanctis.(3) S. Germ., Patriarch. Orat. de zona B. V.

con su manto, tiene escritos en las palmas de sus manos (1). Tan fiel como esto se muestra al encargo que le hizo la beatsima Trinidad; as cumple con la obligacin que le impuso su Hijo desde la cruz al constituirla Madre de los hombres; as proclama una voz el orbe catlico, que jams se oy de cir que se haya perdido ningn hijo amante de Mara, ni que haya des echado ella sus preces. E9 Reina y Madre de misericordia, tan buena, tan compasiva, que cuanta gloria y gran deza y poder le ha dado el Altsimo, todo lo emplea en beneficio del hom bre; todo es para sus hijos; nada se re serva para s. Lejos de olvidarse de nosotros en el cielo, presenta conti nuamente nuestras splicas ante el trono de la divina clemencia, expone nuestras necesidades y defiende con maternal solicitud nuestra causa ante el tribunal del Padre y del Hijo. Refirese en el libro segundo de los Reyes que una mujer de Tecua, cele brada por su discrecin, habl Da-

vid de esta manera: Seor, yo tena dos hijos, los cuales, por desgracia ma, rieron, y el uno mat al otro; y despus de haber quedado sin el uno, ahora quiere la justicia arrebatarme al que me queda. Tened compasin de mi, y no permitis, Seor, que me vea privada de mis dos hijos. El rey, compadecido, perdon al delincuente y mand que se lo devolviesen libre. Pues esto viene ser lo que dice Ma ra cuando ve Dios airado contra el pecador que lo invoca: Dios mo, yo tena dos hijos que eran Jess y el hombre; ste ha dado Jess la muer te, y vuestra justicia quiere castigar al culpable; pero Seor, tened compa sin de m, y si perd uno, no consin tis que pierda e l otro tambin. Cmo le ha de condenar Dios, ampa rndole Mara y pidiendo por l as, cuando el mismo Seor le di por hi jos los pecadores? Qu no consegui r, recordndole las escenas de Beln y del Calvario, su amor, sus padeci mientos y el encargo que recibi jun to la cruz? Y seremos tan desdichados que no

queramos valernos de su patrocinio? Hallndonos sumidos en tanta mise ria, y teniendo el remedio tan cierto y la mano, querremos voluntariamen te perdemos? Por qu no imitar al gran Lope de Vega, que hablando con Dios nuestro Seor le decia: Mi rad, Padre piadossimo, que viene conmigo el mejor padrino que yo he podido hallar en el cielo ni en la tie rra, la Puerta del cielo, la tesorera de vuestras riquezas, la limosnera ma yor de vuestras misericordias, la ene miga de la antigua sierpe, cuyo pie poderossimo estamp en lo ms duro de su cabeza su blanda planta; la es trella de Jacob, la vara de Israel, que rompi las cervices de los capitanes de Moab; aquella reina que con el vestido de oro, cercado de variedad, asiste vuestra presencia; aquella ciudad de Dios, de quien tan gloriosas cosas fueron dichas desde que los hombres tuvieron lenguas, porque ha ba de ser bendita en todas las nacio nes; el arca de vuestra santificacin; la hermosa y cndida paloma, cuya venida ces el invierno; la blanca y

colorada aurora que se levanta con tanta hermosura de la vecina presen cia del sol... aquella perpetua Virgen que en medio de la claridad de tanto fuego fu verde zarza; aquella quien fu dada la gloria del Lbano y la her mosura del Carmelo; aquella Madre de amor hermoso, de temor prudente y de esperanza santa: pues mirad, Se or, que dice que por m fu Madre vuestra... La Virgen, pues, dulce Je ss, viene conmigo pediros que me admitis, para cuyo efecto me pongo entre Vos y Ella, donde es imposible perderme; pues por ninguna parte puede entrarme enemigo ni darme asalto. Vuestra Madre es Torre de Da vid, Vos Len vencedor; Ella es Puer ta cerrada como la oriental del Ta bernculo, Vos el que se ha de sentar sobre aquel imperio; Ella el Monte de donde sali la piedra sin manos, y Vos, Cristo mo, la misma Piedra; Ella es el trono de Salomn, de marfil y oro, cercado de leones, y Vos el que tiene en su vestido escrito: Yo soy el Rey de los reyes y el Seor de los seores; Ella la ciudad fuerte, y Vos el que la

vela y guarda... Aqu, pues, Seor, estoy seguro; pero si poniendo los ojos en m vuelven dar sangre vuestras heridas... no los pongis, amor mo, en mis culpas, sino en sus pursimas en traas; consideraos. Seor, tan peque o y puesto en ellas para mi bien, que no es posible que en razn de Hijo de jis de tenerle reverencia, y si por la vuestra os oy Vos vuestro Pa dre, por la de vuestra Madre debis oira (l).
f (1) Soliloquio ;i.

Mara amada de la Iglesia triunfante.

el Benjamn de la Iglesia, el jovencito San Estanislao de Kostka, que mereci eubir al cielo el da de la Asuncin para ver la fiesta que hacia su Reina aquella corte so berana! El podra declararnos cunto aman los bienaventurados su Madre y Seora. Mas nosotros qu podemos decir sino que su amor excede nuestra comprensin, y que vindola se les acrece todos la gloria accidental que gozan en aquella patria felic sima? Porque, despus de la humanidad santsima de Cristo nuestro Seor, co nocen en ella inefable bondad, suma perfeccin, altsima dignidad, admi rable hermosura, dulcsima piedad, universal magnificencia, eminentsi ma sabidura y plensimo poder. Co nocen tambin que por ella se rediYSTviCHOSO

mi el linaje humano, y se repar el palacio real de la ruina y cada de los ngeles; pues ella fu aquella Virgen dichossima que pari y cri al comn Salvador, y la que mereci de congruencia dignsima tan alta prerrogativa y excelencia; y as cuan to ms obligados se hallan los bene ficios universales y particulares que por ella han recibido, tanto con mayor fervor y amor ms especial la aman, la veneran y la engrandecen. Y as, despus de Cristo nuestro Seor, en ella principalmente se gozan y ale gran, porque despus de la humani dad sacrosanta de bu Hijo, es la Vir gen serensima, para la contemplacin gozoBa y vehemente de toda la corte celestial, la imagen ms bella y ms resplandeciente y el milagro ms alto y de mayor admiracin que las manos de Dios han hecho. En la cual, como en un espejo cristalino, ven ms cla ramente que en todas las dems cria turas la bondad, la hermosura, el poder, la sabidura y todas las dems divinas perfecciones de la Trinidad beatsima. Y as Dios alaban en ella.

y ella en Dios, porque tan ilustre Virgen di al cielo, y tan poderosa protectora la tierra, y todos tan graciosa Seora y tan piadosa Madre, por quien tantos beneficios han alcan zado y de cuya plenitud todos reciben. En ella se gloran como en hermossi mo ornamento de toda la corte sobe rana, honra de toda la naturaleza criada y singular gloria de la patria celestial, como en flor gloriossima del paraso y alegra comn de todo el universo... Venranla, finalmente, todos los bienaventurados, ngeles y hombres, como hijos su madre; porque de to dos es madre comn, ya por ser ma dre, segn la carne, del Criador de to dos, ya tambin porque en el cielo to dos los ngeles y santos reciben ilu minacin y bienaventuranza ms per fecta de Cristo nuestro Seor, por el cual son restauradas todas las cosas, as las que estn en la tierra como las que estn en el cielo, como signific el apstol San Pablo los Colosenses. Y por la unin de la sagrada humani dad de Cristo que tom de la Virgen

deque est vestido en la gloria del Padre, se les aumenta accidentalmen te la gloria, y asi reciben de la Vir gen cierto ser de gloria y, por consi guiente, el ttulo de filiacin por el cual se llama Madre de todos los bien aventurados (1). Pero, para decir algo en particular, qu amor, pensamos, le tendr el arcngel San Gabriel, que mereci ser embajador de la Santsima Trini dad en la Encarnacin del Verbo, y saludarla llena de gracia? Con qu gusto l y los dems ngeles, humil des vasallos puestos siempre las r denes de tal Reina, repetirn en el cielo su hermosa salutacin y la lla marn bendita entre todas las muje res? Adn y Eva, cmo amarn y ve nerarn la privilegiada criatura que haba de reparar y repar las ruinas que ellos causaron en toda su familia y descendencia? Pues las heronas del antiguo Testamento Ester, Judit, Dbora y otras cien, cmo se ufanarn
(1) Fr. Jos de Jess Mara. Vida de la Vir gen, lib. V, cap. xnx.

de haber sido imgenes y figuras de la escogida entre millares para Madre del Salvador? Qu afecto no le ten drn? Y quin duda que David Isaas, al contemplar la Virgen, sen tirn baarse de jbilo sus almas, y lle nos de ardentsimo amor repetirn los salmos y pasajes que el Espritu Santo les dict cuando la columbraron en lontananza en la obscura noche de los tiempos? Ana y Joaqun, Jos, Isabel y el Bautista, qu xtasis de amor no experimentarn al ver la que tan de cerca les toca segn la carne? Y los apstoles? Los apstoles que vieron en la tierra la Madre del Redentor, y quienes ella recogi cuando iban dispersos y sin consejo, mientras su Hijo estaba en el sepulcro, y despus de subido los cielos alent, consol y ense como maestra? Cmo no han de amar indeciblemen te la Virgen inmaculada las vrgenes que siguieron su ejemplo, y se agrupa ron bajo los pliegues de la bandera que Mara levant en el cenegal del mundo, y blanquearon sus azucenas con el niveo candor de la azucena

inmaculada? Cmo no han de quitar de la frente sus coronas y arrojarlas las plantas de Mara los doctores de la Iglesia, los mrtires, todos los san tos, cuando por Mara fueron elloB sa bios y fuertes y santos? Y cmo dejar de amarla los que fueron un tiempo pecadores, y hubieran perecido eter namente sin remedio si Mara no los hubiese arrancado de las mismas fau ces del demonio y llevado en sus pal mas al cielo? Oh! qu himnos, qu cnticos de alabanza y amor resona rn perpetuamente bajo las bvedas de la gloria la Reina de misericordia, y Dios que nos la di por Madre, y con ella todas las cosas! Esto ms es para considerarse que para decirse.

m
Mara amada de la Iglesia paciente.

/^OMO ama el caminante, que muere ^ de sed, al bienhechor que le ofre ce un vaso de agua cristalina, y quien perece de hambre al que le convida un banquete esplndido y regalado; como el desterrado, lejos de su patria y de su fam ilia, besa amoroso la mano que le levanta el destierro y le resti tuye su esposa, hijos y bieneB, como el aherrojado entre cadenas, en la lo breguez de un calabozo, no puede me nos de mirar con cario al que le da la a m a d a libertad y le encumbra, como Faran Jos, la cima de los honores y apogeo del podero, as, pero no as, sino muchsimo ms aman las pobrecitas almas del purgatorio su dulce Madre y libertadora, la Reina de los cielos. Ah! aquellas buenas almas que es tn en el lugar de la expiacin pade cen hambre y sed devoradoras, son

hijas queridsimas de Dios y viven desterradas muy lejos de su patria y de sus hermanos, los ngeles y bien aventurados, y quiz apartadas tam bin de aquellos mismos quienes die ron el sr de naturaleza y quienes, p or afecto, entregaron su corazn; arrastran pesadsimas c a d e n a s en obscursima crcel, privadas de aire y de luz, cmo no han de amar Ma ra, que con frecuencia las visita, re frigera sus ardores, mitiga su sed, las consuela con la esperanza, acorta el plazo de su destierro y rompe las puertas de diamante allana log mu ros de bronce que las detienen en su horrendo cautiverio? Quin sino Ma ra enva sus ngeles, portadores de buena nueva, que vierten cada da sobre aquel remolino de llamas el c liz de bendicin que toman de manos del sacerdote, cuando inmola la divi na vctima en el altar? Quin sino Mara esparce sobre el duro pavimen to de aquella crcel mal oliente las fragantes rosas de Jeric, que los de votos del rosario le ofrecen, cuando rezan el salterio mariano y repiten

ciento cincuenta veces la anglica sa lutacin? Aman Mara las benditas almas del purgatorio, porque saben que Ma ra las ama; porque, interesndose por su rescate, mueve los hijos que tiene en el mundo que ofrezcan su fragios y apliquen indulgencias en fa vor de estos desvalidos encarcelados; porque, no contenta con esto, baja ella misma en las fiestas principales, y deja poco menos que vaca aquella re gin tenebrosa. Bien sabido es lo que prometi la misma Virgen al Papa Juan XXII, quien, aparecindosele, mand decir todos los que llevasen su escapulario del Carmen, que el sbado inmediato al da de la muerte de cada uno sal dran libres de las penas del purgato rio (1). Y asi fu declarado por el Sumo Pontfice en la bula que este fin ex pidi, confirmada por sus sucesores Alejandro V, Clemente VII, Po V, Gregorio XIII y Paulo V, el cual, en
(1) San Alfonso de Ligorio. Glorias de Ma ri* t p. 1.a, cap. yin, 2.

una suya dada el afio de 1612, dice: Que el pueblo cristiano puede piado samente creer que la santsima Vir gen con su continua intercesin, mri tos y proteccin especial, ayudar despus de la muerte, y principalmen te el da del sbado (que la Iglesia le eonsagra) las almas de los hermanos de las cofradas del Carmen que ha yan salido de este mundo en gracia de Dios, habiendo vestido su escapulario, guardado castidad conforme al estado de cada uno, y rezado el Oficio parvo de la misma Virgen, que, de no ha ber podido, hayan observado lo me nos los ayunos de la Iglesia y abstendose los mircoles de comer carne, menos el da de Navidad. Y en el ofieio de la misma fiesta del Carmen se dice que, segn la piadosa creencia de los fieles, la Virgen, con afecto de Madre, consuela y saca muy pronto de aquella penosa crcel los que estu vieron agregados su cofrada. Pues siendo esto asi, cmo no han de amar, y mucho, las almas del pur gatorio su dulcsima Madre insigne bienhechora?

w
Mara amada de la Iglesia militante. Los enemigos de la Virgen.

T| AS palabras de la Virgen bu pri^ ma Santa Isabel: Todas las gene raciones me llamarn bienaventura da (1), se han cumplido exactamente. Mara vive en la Iglesia. Desde el oca so la aurora, de septentrin al me* dioda, acuden nuevo3 hijos cobijar se bajo su manto salvador: no hay uno solo de cuantos sirven Jesucristo que no la ame invoque; porque todos sa ben muy bien que esta es la voluntad de Dio3, y no honra al Hijo quien no respeta la Madre. La Iglesia docente, maestra infali ble de la verdad,^ha compuesto en su honor bellsimas plegarias, quejexhalan el fragante aroma de los cielos, y ha recogido en las Letanas y en la

Salve, que es el himno de la esperan za, los ttulos ms gloriosos de la Ma dre de Dios, consoladora de los afligi dos, auxilio de los cristianos. Tres ve ces al da resuenan las campanas des de las altas torres de los templos con vidando los fieles con su vibrante voz saludar la Reina de los cielos y repetir la enhorabuena del ngel. Durante el aiio no deja pasar mes a l guno sin dedicarle algn da, destina do especialmente celebrar sus mis terios; consgrale el mes ms potico de todos, el mes de las flores, y cada semana el da en que se terminan las tareas y precede al descanso domini cal, el da alegre del sbado. Quin es capaz de contar los templos y alta res que ha erigido en su honor? Las Asociaciones, Ordenes y familias re ligiosas y comunidades que ha puesto bajo su tutela? Las fiestas y advoca ciones con que la honra? La presteza y confianza con que acude su valio30 patrocinio, como quien sabe que Mara es la capitana de los ejrcitos de Dios, la torre de David, de la cual penden innumerables escudos, el te

rror del infierno y la debeladora de todas las herejas? (1). Y qu decir del pueblo cristiano? Poderosos y desvalidos, ricos y po bres, sabios ignorantes, no acuden Mara como su protectora y am paro? No la han aclamado naciones enteras por su Reina y patrona? No aparece su imagen en muchos escu dos y blasones nobiliarios? Cuntas obras, desde el volumen in folio hasta la volante hoja de papel, no se han escrito y escriben diariamente expli cando sus prerrogativas y difundien do sus alabanzas? Con qu expre siones de cario no la saludan? Qu gozo no reciben de considerar sus grandezas? A qu arranques piado sos no los arrebata el afecto? Cmo trocaran con ella su condicin, si ellos frieran inmortales y Mara mortal, si ellos ricos y Mara pobre! Si Dios les propusiese (lo que es absurdo) ser ma dre de Dios, no lo quisieran ser ellos para que lo fuese Mara... Y lasar-

;l) Cunetas haereses interemisti in univer sa mundo.Eccles.

tes? Ah, laa artesldice un piadoso sacerdote y apologista catlicodes de el Dante, que en su poema coloca Mara en la regin superior del pa raso, alegrando con su Bonrisa los coros celestiales, hasta las coplas po pulares que con tan agraciados con ceptos la han festejado, qu lira cl sica popular no ha vibrado por Ma ra? Desde las informes pinturas de las catacumbas, desde las toscas es culturas bizantinas hasta la inspira cin de Rafael y de Murillo, el pintor de la clebre Concepcin, qu pince les y buriles no han trabajado con amor en la dulce tarea de reproducir su hermossima figura? DeBde las mag nficas catedrales de las ciudades has ta las humildes capillas de las aldeas, desde los suntuosos monasterios hasta las modestas ermitas, que esbeltas co ronan las colinas, se esconden mis teriosas entre la frondosa espesura de los valles, qu templos no han reso nado con sus alabanzas? Desde las sublimes estancias del Stabat de Rossini hasta el potico Dulcsima Vir gen de nuestros Mayos, qu genio d^

la msica no se ha inspirado en sos glorias en sus dolores? (1). Adems, qu edad, qu condicin estado de la vida no se ha consagra do la Reina del cielo y dulce Madre de los hombres? A los pocos dias de haber nacido, son en muchas partes llevados en brazos los tiernecitos ni os al templo y puestos en la peana del altar de la Reina de los Angeles, para que los tome por suyos y les dis pense desde la infancia su decidida proteccin. De muchos se puede decir que maman con la leche la piedad y devocin Mara; y cuando ms tar de, desarrollado ya el uso de la razn sienten el primer despertar rugir de las pasiones, ella corren presurosos en demanda de auxilio y fortaleza. De qu dulces escenas son mudos tes tigos las paredes del templo y el fro mrmol de los altares dedicados Mara! (Cuntas lgrimas han visto correr! Qu votos se han hecho ante sus aras! Y cuntos tambin han sa(1) Sard y Salvany, Lecciones de teologa popular, vn. El culto de Mara.

lido de all, vestido el santo escapula rio, para lanzarse la inmensidad de los mares y desafiar las tormentas, 6 volar al campo de batalla en defensa de la religin y de la patria! Al pie de los altares de Mara ha bendecido el ministro de Dios los que se unan con el indisoluble vnculo del santo matrimonio, y ha implorado para los contrayentes las bendiciones del cielo y la prosperidad y dicha de la tierra. Al pie de estos mismos alta res han rogado cien veces las madres y esposas por sus hijos maridos au sentes; y las alhajas y exvotos publi can la faz del mundo que han sida escuchados los ruegos de los que im ploraron la vuelta la salud de las personas queridas. Qu resta, pues, sino que perseve remos en nuestra constante y filial de vocin Mara santsima, que crezca mos cada da ms en ella, y que nues tro amor y devocin renan los carac teres de veracidad y solidez que nos hagan acreedores las promesas y gracias otorgadas en favor de los ver daderos devotos de Mara? Qu resta

sino que, no contentos con amarla y venerarla nosotros, procuremos tam bin que otros la amen y veneren, sin bacer caso de las insulsas diatribas de unos, de la supina ignorancia de otros, ni del odio inveterado que los enemi gos de Mara le profesan? Ah! los enemigos de Mara! Tam bin esta Reina de bondad y Madre dulcsima de misericordia los tiene! Tambin hay quien arroja envenena das flechas contra la augusta Seora, de cuyo seno brot la clemencia! De los enemigos de Mara unos lo son por ignorancia, otros por malicia. Por ig norancia, porque no conocen la Vir gen, ni saben qu clase de culto le tri buta la Iglesia. Hablan de lo que ig noran. Creen falsamente que los cat licos adoramos Mara como diosa poco menos; lo cual es un absurdo grosersimo que ningn buen catlico ha soado. Veneramos, s, y honramos con devoto afecto Mara, como la criatura ms pura y perfecta que ha salido de las manos de Dios, como al sbdito ms leal y obediente su Rey, y quien el mismo Rey y Dios ha hon

rado y ennoblecido sobre todas las criaturas y ha querido tambin que fuese ms que todos honrada y vene rada. Ni la honra y veneracin que tri butamos la Madre, eclipsa me noscaba la adoracin que se debe al Hijo, ni el amor Mara es desamor Jess. Desdora, acaso, al rey de la tierra quien para obtener una gracia se vale de la intercesin de la madre de la esposa del rey? O sirve menos al monarca el vasallo leal que por su orden est al servicio del prncipe he redero? No ceden en honra de Jesu cristo las oraciones que la Iglesia di rige Mara? Quin ms amante de Jess que los amantes de la Virgen? Que hablen las historias de los santos. Desafiamos los enemigos de Mara que presenten tantos y tan esclareci dos amadores de Cristo, que hayan llevado su amor hasta el herosmo, como lo han llevado los amantes ver daderos de nuestra Seora. Qu han de presentar? Nunca amar al Hijo quien se precia de aborrecer y des honrar la Madre. En este punto la

mxima catlica es ad Jesum per Mariam: Jess por medio de Mara. Pero otros enemigos tiene Mara, quienes no mueve la ignorancia, sino la malicia y aversin que les inspira el infierno. Odia Lucifer la Madre, porque aborrece tambin al Hijo; y envuelve en su odio comn entram bos, porque quebrantaron ellos su ca beza y van de da en da repoblando los tronos del Empreo, que l y los suyos dejaron vaeos. Seis mil aos han pasado, y hoy como el primer da se revuelve feroz contra el misterio de un Dios hecho hombre y de una Vir gen sin mancilla, que lo concibe y da luz. Y ese odio de sesenta siglos con tra el augusto misterio que levanta al hombre en la persona de Jesucristo sobre la naturaleza anglica, aparece hoy vivo y ardiente en las herejas modernas, como apareci en las an tiguas; porque en el fondo de todos los errores y herejas referentes Je sucristo que ha habido en el mundo, se encuentra el odio de la antigua ser piente contra el dogma de la mater

nidad divina (1). Estas herejas no son sino rugidos de Lucifer, herido la vez por la planta virginal de Mara y el bculo de la cruz, Y eso es tambin en resumidas cuentas, si bien lo con sideramos, el moderno satanismo. Y quin no ve por ah la trascendental importancia de ser devotos de Mara? Rodoblemos, pues, nuestro fervor en el culto y servicio de nuestra Se ora. Es uno de los ms eficaces me dios de combatir los errores de nues tros das y alcanzar brillantes vic torias (2).
(1) Combalot, Grandezas de la Virgen , Conferencia 3.a(2) V 2se el opsculo 156 del Apostolado de la Pensa: La Inmaculada y los 'errores modernos.

V
Cul debe ser nuestro am or Mara.

1. Nuestro amor la Santsima Vir gen ha de ser, ante todo, amor filiaL Esto es lo primero que se deriva de nuestra cualidad de hijos de esta ex celsa Seora, dada nosotros por Ma dre de la manera ms solemne desde el sangriento rbol de la cruz. Pero este amor filial importa la vez res peto y obediencia nuestra querida Madre. Quin ama la suya, que no la reverencie y obedezca? Nada ms puesto en razn. Este respeto har que h a b lem os siempre bien de Ella, que la salude mos al pasar por delante de sus im genes, por lo menos interiormente, si lo advertimos, que oigamos con gusto sus alabanzas y la honremos pblica y privadamente, rezndole cada da nuestras devociones y, siempre que podamos, el santsimo rosario. Ah!

Qu buen hijo, si puede, dejar pasar mucho tiempo sin saludar dirigir la palabra su madre, sin verla visi tarla? , Este amor respetuoso har tambin, no slo que nunca digamos palabras ofensivas nuestra Seora, mas que asimismo procuremos, hasta donde aleancen nuestras fuerzas, que ninguno las diga. Qu buen hijo sufrira que deshonrasen su Madre? Por esto los buenos hijos de Mara, que en viajes en otras partes tienen que callar para no promover mayor escndalo y ser ocasin de que se cometan ms peca dos, al oir eiertas bocas del infierno, soeces y mal habladas, reparan las blasfemias contra Dios y la Virgen con interiores alabanzas, y procuran, ya que no reprender al impo asque roso blasfemo, desarmar la clera ce leste, indignada contra el procaz y b u c o gusano de la tierra. La obediencia, nacida de este mismo amor filial, har que seamos dciles las inspiraciones que nuestra buena Madre nos enve' por medio de loe santos ngeles, que estn sus rde-

nes, por el dictamen y remordimien to de nuestra conciencia, No contris temos Haria, ni mucho menos la ofendamos sabiendas. Si oimos su voz y seguimos bus consejos, todo nos saldr bien. Observa, hijo monos dice ella,los preceptos de tu Padre, y no abandones la ley los documen tos de tu Madre: teios siempre gra bados en tu corazn, y srvante como de collar precioso. Cuando caminares vayan contigo, gurdente cuando dur mieres, y en despertando conversa con ellos; pues, el mandamiento de tu Padre es manera de antorcha, y la ley instrucciones de tu Madre como una luz, y la correccin que conserva los jvenes en la disciplina es el cam in le la vida (1). 2. En segundo lugar, nuestro amor la Virgen Santsima ha de ser tierno y confiado. Qu hijo no siente ternu ra y confianza hacia su madre? Quin la merece mejor que ella? Quin sa be compadecerse de las debilidades y flaquezas de los hijos con ms ter-

ora que las Madres? Y quin ms Madre que Mara? Los santos nos dan ejemplo de este amor tiernsimo hacia Mara con ex presiones tales, que si ellos no las di jesen casi no nos atreveramos usar las. Por ellas principalmente se ape llida San Bernardo el doctor meli fluo. Pero no es l slo quien se vale de semejantes modos de decir que respiran la ms filial ternura y con fianza. Oigamos por va de muestra San Anselmo, Obispo lucense, que di rigindose la Virgen, le dice, entre tras regaladas expresiones de cario: Oh dulce Seora, cuyo solo recuerdo endulza el corazn, cuya grandeza bien meditada levanta el espritu, cu ya hermosura recrea la vista interior y cuya inmensa amabilidad embriaga al alma que la considera! Oh Seora, que robas los corazones con tu dul zura! Y ahora me robaste el mo, y ao s dnde lo pusiste para que lo pueda encontrar! Por ventura lo es condiste en tu seno, para que halln dole all me encuentre tambin m mismo? O lo colocaste entre tus pe-

chos? Tal vez all lo pusiste para que, pues se haba resfriado en tu amor, abrasado en nuevas llamas no pueda ya separarse de ti. Oh robadora de corazones! Cundo me devolvers el mo? Por qu arrebatas as los cora zones de los sencillos? Por qu haces violencia, ms bien benevolencia, los amigos? Por ventura quieres que darte con l? Cuando te lo pido mesonres, y al punto descanso, adorme cido con tu dulcedumbre; vuelvo des pus en m, y al pedrtelo otra vez me abrazas, oh dulcsima, y quedo em briagado en tu amor. Ahora ya no distingo mi corazn del tuyo, y no s pedirte otra cosa sino tu mismo cora zn... Ah! Guarda el mo, consrvalo en la sangre del Cordero, ponlo en el costado de tu Hijo, fin de que sienta slo lo que t sientes, slo ame lo que t amas, no viva en la tierra, sino en el cielo contigo (1). Esta confianza filial, de que vamos tratando, debe ser adems firme y uni versal, de suerte que nada sea capaz
(1) Medit, in antiph. Salve Regina.

de enflaquecerla, y al propio tiempo se extienda todas las eventualidades y tropiezos de la vida. Nada, ni las cosas prsperas adversas que nos sobrevengan, ni la malicia de los hom bres de los demonios, ni nuestras propias cadas, por graves vergon zosas que sean, ni las mismas prue bas de Dios, que segn su benepl cito se digne someternos, deben ser parte para entibiar nuestra inque brantable confianza en nuestra bonda dosa Madre, Mara. Especialmente de bemos recurrir ella, como los nifios corren al regazo de su madre cuando se ven acosados por enemigo ms po deroso, en las ocasiones siguientes: Psimera , cuando nos asalta la ten tacin. Mara es el terror del infierno. Y nada sienten tanto los demonios como verse vencidos y arrollados por el poder de Mara. Al fin, ella fu la que aplast la cabeza del dragn infernal; y esa derrota y la herida mortal que entonces recibi le llena de confusin, y quiere desahogar en nosotros su rabia, ya que contra la Virgen es impotente. Y por eso mismo,

Mara que ve que el infierno pretende vengar en nosotros el dao que Ella le hizo, vuela presurosa en nuestro auxi lio siempre que la invocamos. Siga mos, pues, el consejo de San Bernardo. Oh t, cualquiera que seas, que te crees fluctuar con grande riesgo entre los huracanes y tempestades de este siglo, ms bien que andar pie firme sobre la tierra! no apartes tus ojos del esplendor de esta Estrella, si no quie res morir entre borrascas. Si se-enfu recen los vientos de las tentaciones, si tropiezas en escollos de adversidades, vuelve los ojos esta Estrella, invoca Mara. Si te mirares impelido fuerte mente por las olas de la soberbia, de la ambicin, de la detraccin envi dia, vuelve los ojos la Estrella, in voca Mara. Si la ira avaricia, el estmulo de la carne agitare la navecilla del alma, vuelve los ojos Mara. Si tur bado por la enormidad de los crme nes, confuso por la fealdad de la con ciencia, aterrado por el horror del juicio futuro, comienzas ser sepulta do como absorbido en el bratro de

la tristeza, en el abismo de la deses peracin, acurdate de Mara. En los peligros, en las angustias, en las per plejidades de la vida, piensa en Mara, Mara invoca. No se aparte de tus labios, no se aparte de tu corazn; y para lograr el favor de sus plegarias, no ceses de seguir el ejemplo de su vida. Siguindola, no te extravas; lla mndola, no desesperas; acordndote de Ella, no yerras; si ella te sostiene, no caes; si te proteje, no hay por qu temas; si encamina tus pasos, no te fatigas, y con su favor llegas la eter na felicidad (l). S e g u n d a . La segunda ocasin en que hemo3 de recurrir especialmente Mara, ha de ser cuando se trata de la eleccin de estado, ya propia, ya de aquellos que dependen de nosotros. Este es un negocio de suma importan cia, ntimamente ligado con la eterna salvacin y aun con la felicidad y di cha temporales. Muchos se condenan viven vida infeliz, porque erraron en este punto, y siguiendo el mpetu

de la pasin el egosmo de la natu raleza, no tomaron Mara por Madre y consejera. T e r c e r a . Hemos de recurrir en ter cer lugar al patrocinio de Mara, siem pre que nos asalte la enfermedad nos veamos en peligro de muerte. Ah! en este ltimo trance, sobre todo, nos hemos de acordar de Mara y llamar muy de corazu laa puertas de su maternal misericordia, recordndole de una parte lo mucho que nos ama y padeci por nosotros al pie de la cruz, y por otra los aos de nuestra infancia y el amor que le tenamos cuando nios, para que nos alcance perfecta contricin de las culpas y ex travos que cometimos despus. Invoqumosla, si no podemos con los la bios, con gemidos del corazn; pida mos tiempo los santos sacramentos, que es error muy perjudicial guardar cosas tan importantes para cuando uno ya no sabe lo que se hace; roguemos que nos repitan con frecuencia los dulcsimos nombres de Jess y Mara; besemos con filial cario su imagen y escapulario, y las cuentas del rosa

rio, objetos para nosotros de ms'estima que rico collar de perlas y bra zaletes de oro, y... muramos, en fin, con la muerte de los justos que mue ren en el Seor, cerrando los ojos la luz de este mundo para abrirlos en la risuea alborada del da de la gloria. jOh, dichoso el que muere besando la imagen de Mara pronunciando su dulc simo nombre! Mas para que ese recurso filial y lle no de confianza la santsima Virgen nos sea fcil y familiar, acostumbr monos invocarla continuamente, comunicar con ella los secretos de nuestra alma, los pesares y alegras que experimentemos, los planes que concibamos; sea, en una palabra, Ma ra, nuestra Madre y confidente. 3. Por ltimo, sea nuestro amor [ Mara prctico y operativo; amor ms de obras .que dej palabras. Algunos ejercicios prcticos hemos insinuado ya; aqurslo diremos que este| amor ha de abrazar dos partes; es saber: evitar lo malo y ejecutadlo bueno; evitar faltas yfpecados y hacer obras buenas. Los lmites de este escrito no

nos permiten descender muchas par ticularidades: tampoco es muy nece sario, porque, gracias Dios, no fal tan obras excelentes que tratan de la materia, ni dejamos de ser buenos por falta de conocimiento, sino porque no nos aplicamos de veras serlo. Quin no sera muy bueno y santo si hiciese lo que conoce ser agradable la Vir gen? Pues sea esta la regla que nos di rija en nuestras acciones: antes de hacer omitir alguna obra, pregun tmonos: esta accin omisin, agra dar m dulcsima Madre Mara? Gustar no la Virgen de que y o ' lea este libro, de que vaya tal re unin, de que me ocupa en esto aque llo? Le gustar? Pues voy, lo hago. No le gustar? Pues lo dejo. Esta regla, eminentemente prcti ca, vale por muchas. Fuera de esto, los santos recomien dan los devotos de Mara varias prcticas piadosas de reconocida uti lidad. He aqu los obsequios que acon seja se hagan San Alfonso Mara de Ligoro:

1. Rezar con frecuencia el Ave Mara. 2. Celebrar las festividades de la Virgen, preparndose para ellas con algn triduo novena. 3. Rezar diariamente el santo rosa rio el Oficio parvo. 4. Ayunar el sbado la vspera de sus fiestas. 5. Visitar sus sagradas imgenes. 6. Llevar el santo escapulario. 7. Agregarse alguna de las con gregaciones, cofradas hermanda des de la Virgen. 8. Dar limosna en su obsequio. 9. Acudir con frecuencia Mara. 10. Y otros, como decir Misa man darla decir en honra suya, invocar la proteccin de los santos ms allegados la Virgen, leer cada da en algn li bro que trate de sus excelencias y pre rrogativas, predicar exhortar otros su devocin, rogar todos'los das por los vivos y difuntos ms devotos suyos, rezar el Angelus, etc. Pero no olvidemos que lo ms subi do, y como la flor hermossima de la devocin , Mara, sefial inequvoca

de cuanto la amamos, consiste en dos cosas juntas: en acordarnos de ella casi continuamente y en imitar sus virtudes. La memoria frecuente es in dicio de amor, y la imitacin pone su sello. Oh! Amemos Mara y sere mos felices. Amemos Mara, y con su amor vendrn nuestra alma to dos los bienes (1).
(1) Venerunt m ih i oninia botta p a riter cun illa . Sapient. vn, 11,

N D IC E
PARTE
MARA

PRIMERA
AMABLE

Pgs. I.M ara am able p or su excelen cia y dignidad.................................. II. M ara am able por su herm osura de cuerpo y a lm a ...................... III. Mara am able por su bondad y p u re za .......................................... IV .M ara am able por su hum ildad. V . Mater.am abilis................................ PARTE
mara

17 25 33 40

SEGUNDA
amante

I. M ara am ante en su P urificacin II.M ara am ante en la prdida del N io Jess.................................. tl U . - M ara amante en la vida pbli ca de Jess.................................. IV . M ara amanteven el C a lv a r io .. . V . M ara.am ante despus de la A s censin del S e or......................

45 50 53 60
68

p a r t e

TERCERA

MARA AMADA

I. M ara am ad a de D ios.L as tres i c o r o n a s ........................................ II. M ara am ada de la Iglesia triun fa n te .............................................. III.M ara am ada de la Iglesia p a c ie n te ............................................ IV . M ara am ada de la Iglesia m ili ta n te . L os en em ig o s d e la V ir g e n .......................................... V .Cul.. debe ser nuestro a m o r M a ra ............................................

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10 9

A. M. D. G.

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