Apuntes Filosofia II Curso 09-10
Apuntes Filosofia II Curso 09-10
Apuntes Filosofia II Curso 09-10
FILOSOFÍA II
2º BACHILLERATO
INDICE
NUCLEO 1. FILOSOFÍA ANTIGUA.
- CONTEXTO FILOSOFÍA ANTIGUA…………………pág.4
- TEMA 1. PLATÓN…………………………………...pág.15
- TEMA 2. ARISTÓTELES……………………………pág.27
NUCLEO 2. FILOSOFÍA MEDIEVAL.
- CONTEXTO FILOSOFÍA MEDIEVAL………………pág.34
- TEMA 3. STO. TOMÁS DE AQUINO…………………pág.46
NUCLEO 3. FILOSOFÍA MODERNA.
- CONTEXTO FILOSOFÍA MODERNA……………….pág.54
- TEMA 4. DESCARTES………………………………pág.64
- TEMA 5. KANT………………………………………pág.73
MODELO DE EXAMEN……………………………..pág.128
Núcleo I
LA FILOSOFÍA
GRIEGA
Vamos a ver los problemas filosóficos que plantearon algunos de los presocráticos
y que influyeron posteriormente en la filosofía de Platón y de Aristóteles.
sus servicios; son grandes viajeros por lo que conocen muy bien otras culturas, sus
costumbres, leyes, así como a los grandes sabios de la antigüedad. Algunos sofistas son:
Protágoras de Abdera (481-401), Gorgias de Leontini (483-375), Hipias de Élide,
Transímaco, Glaucón, etc.
Estos autores son Relativistas epistemológicos y éticos: pues mantienen que el
conocimiento y la moral, carecen de validez universal, con lo que dependen de cada
cultura, de cada persona, etc.). Por lo tanto cada persona, cultura, etc, será quien
establezca lo que sea verdadero o falso, así como bueno o malo. En la siguiente
sentencia del sofista Protágoras se resume muy bien esta idea: “El hombre es la medida
de todas las cosas”.
Mantienen también tesis Convencionalistas: esto significa que las leyes son
establecidas por convención, por lo que puede ser cambiado dependiendo de los
intereses de los seres humanos que lo establezcan. Esto se piensa por la falta de
unanimidad sobre lo bueno, lo justo, etc. En este sentido piensan que sólo hay una forma
natural de actuar: como un niño y animal. (buscar el placer y dominar a los otros).
Además adoptan una postura Escéptica: es decir, mantienen que no existe la
verdad, y que aunque existiera, no se podría conocer. Las consecuencias de esto es que
para los sofistas el lenguaje no se refiere a la realidad, siendo un instrumento para
convencer al otro, manipularle, puesto que la verdad no existe.
Con todo lo dicho hasta ahora, podemos resumir la influencia que Sócrates tuvo en
el pensamiento de Platón: Hereda de Sócrates, por tanto, su lucha contra el relativismo
epistemológico y ético, así como su antiescepticismo. Se puede decir sin duda, que el
autor que más determinó su pensamiento fue Sócrates, al que conoció en su juventud y
que le inició en la filosofía. La muerte de Sócrates (399 a. C.) le afectó profundamente,
por lo que la figura y pensamiento de su maestro recorre muchos de sus escritos,
principalmente en los llamados “diálogos de juventud” (Apología, Critón...). Su huella se
puede rastrear en toda la filosofía platónica: en la consideración del diálogo como la forma
adecuada para la investigación filosófica y de la verdad; en la primacía del alma frente al
cuerpo; la necesidad de atender al cuidado del alma; en el intelectualismo moral y político;
con la creencia en la importancia de ofrecer definiciones universales y necesarias de los
conceptos, creencia que favorece la tesis de la existencia de las esencias o entidades
universales; en la teoría de la reminiscencia, complemento necesario a la mayéutica
socrática.
Pero no podemos dejar de lado al movimiento sofista, que, por oposición, también
le influyó: toda la filosofía de Platón es consecuencia de su afán por superar radicalmente
a los sofistas. Por ejemplo en las siguientes cuestiones: frente a la costumbre sofista de
enseñar dando discursos Platón propondrá el diálogo como el ámbito de investigación
filosófica y de descubrimiento de la verdad y exigiendo del alumno su participación activa;
frente al relativismo y escepticismo sofista, Platón defiende la existencia de realidades
absolutas (las Ideas) que serán el fundamento de la posibilidad del conocimiento objetivo
y de su crítica al relativismo moral de los sofistas; o, finalmente, frente a la concepción
sofista del lenguaje y de la razón como meros instrumentos para la defensa de cualquier
interés personal y del éxito en la polis, Platón quiere ofrecer una concepción del uso del
lenguaje y de la razón como escenario para alcanzar un Bien objetivo y verdades
comunes a todos los seres humanos.
Platón nació en Atenas en el año 427 a.C., en el seno de una familia noble. Tuvo
conocimiento de los primeros pensadores, los presocráticos, llegando a estudiar con
Crátilo (que fue discípulo de Heráclito), lo que nos debe llevar a explicar quienes son y
qué mantenían estos pensadores.
A partir del año 407 a.de C. vemos a Platón como discípulo de Sócrates. Esta relación
hace del todo necesario que hablemos de la influencia también que Sócrates tuvo en el
pensamiento de este pensador, de quien heredará la preocupación por los grandes
problemas que en la llamada Ilustración griega surgen en su confrontación con los
llamados Sofistas. Hace pues también del todo necesario explicar el debate filosófico que
mantuvieron los Sofistas con Sócrates.
Siguiendo con estos breves apuntes biográficos antes de pasar a explicar el meollo
filosófico en el que vive, debemos tener en cuenta que Platón comienza su andadura en
un tiempo en el que en Atenas gobierna el régimen de los Treinta Tiranos, (impuesto por
Esparta tras perder la guerra contra esta polis), entre los cuales contaba con parientes y
amigos (su tío Carmides y su primo Crítias), quienes le invitaron a participar en el
gobierno. Pero este gobierno le llevó a una gran desilusión por sus actos violentos.
Después de la caída de los Treinta, la restauración de la democracia incitó a Platón a la
vida política; pero entonces aconteció el hecho decisivo que le separó para siempre de la
política de su tiempo: el proceso y la condena de Sócrates (399 a C). Así pues, cuando la
democracia recién restaurada ejecutó a Sócrates, Platón sufrió una sacudida tan profunda
que decidió alejarse definitivamente de la política práctica y dedicarse a reflexionar sobre
sus fundamentos desde un punto de vista filosófico, con la intención de descubrir las
causas del fracaso de todos los sistemas políticos. Su proyecto filosófico, tendrá pues el
objetivo de instaurar una política fundada en el saber, es decir, que el los gobiernos sean
ejercidos por los sabios).
Tras la muerte de Sócrates (399 a.C), marchó a diferentes ciudades, llegando con 40
años de edad a la Magna Grecia (Italia meridional) donde conoció las comunidades
pitagóricas (que más adelante veremos en qué parte de su pensamiento influyeron).
En Siracusa trabó amistad con Dión, tío de Dionisio el Joven. Se cuenta que Dionisio el
Viejo, tirano de Siracusa, temeroso de los proyectos de reforma política expuestos por
Platón, le hizo vender como esclavo en el mercado de Egina. Tras ser comprado por un
amigo, regresa a Atenas donde Platón fundó la Academia, cerca del santuario dedicado al
héroe Academo. Esta escuela perduró hasta el año 529 d.C. Los estudios que en ella se
seguían abarcaban gran cantidad de ciencias como las matemáticas, la astronomía y las
ciencias físicas además de los propiamente filosóficos. A la Academia acudían jóvenes
de muy diferentes ciudades, y en ella Platón trataba de formar sabios hombres de Estado
(herencia de Sócrates) y no demagogos (que era lo que según él, pretendían los
Sofistas).
Además de dirigir los estudios de la Academia, Platón daba él mismo lecciones que no se
publicaban, contrariamente a lo que sucedió con los diálogos, que eran obras escritas con
miras al gran público. Lo que de Platón nos ha llegado son sus diálogos, no sus lecciones
académicas.
En el año 367 a.C., cuando Dionisio el Joven sucedió a su padre en el trono de Siracusa,
Dión llamó a Platón por segunda vez para dar su consejo y ayuda en la realización de la
reforma política que había sido siempre su ideal. Pero, a pesar de que intentó impulsar al
joven hacia la investigación filosófica, regresó desilusionado a Atenas. No tuvo mejor
fortuna el tercero de los viajes: Platón se decidió y partió hacia Siracusa en el 361 a.C. El
resultado fue desastroso: no consiguió ejercer ninguna influencia sobre Dionisio, quien no
soportó la prueba de su enseñanza y terminó por retenerle casi como prisionero. Fue
liberado gracias a Arquitas de Tarento y volvió a Atenas de donde nunca más salió. Platón
murió en el 347 a.C., a los 81 años de edad, en plena actividad siendo enterrado en los
jardines de la Academia.
Los mas importantes dialogos que escribio son los siguientes, divididos en tres etapas:
Diálogos socráticos o de juventud: En ellos Platón hace una defensa del socratismo
frente a las acusaciones de impiedad y corrupción de la juventud que se vertieron sobre
su maestro: «Apología de Sócrates» , « Critón» «Hipias Menor», «Cármides», «Laques»,
«Lisis», «Eutifrón», «Gorgias», «Menón», «Cratilo», «Eutidemo» y «Menexeno». Diálogos
de madurez: En ellos aparecen elaboraciones propiamente platónicas: la teoría de las
ideas, la inmortalidad del alma, la dialéctica, Eros, la reminiscencia, la ciudad ideal etc.:
“El Banquete”, “La República”. Diálogos críticos y de vejez: Es el grupo de escritos donde
el propio Platón examina y critica sus propias teorías: «Timeo», «Teeteto»,
«Parménides», «El sofista»,«El político» y «Filebo», «Las leyes» «Critias».
Como hemos dicho unas líneas más arriba, Platón decepcionado por la
organización política de la Atenas de su época, piensa que la razón de la corrupción
existente en la vida política se encuentra en el escepticismo sofista; si, como afirman
éstos, no existe la verdad, si sólo vale la opinión, y todas las opiniones tienen el mismo
valor, la única política posible es la que se basa en la violencia física o económica. Por
eso, frente a la afirmación sofista de que no se puede alcanzar la verdad, se sitúa al lado
de Sócrates que había reivindicado esa posibilidad para el hombre y había afirmado que
utilizando la razón, se puede alcanzar la verdad, se puede hacer ciencia, y que ésta
consiste en afirmaciones universales, necesarias e inmutables. Platón supera a su
maestro y amplía la concepción socrática restringida sólo al ámbito de la moral. Si el
conocimiento verdadero está conformado por afirmaciones universales, necesarias e
inmutables, sólo puede ser porque existen realidades universales, necesarias e
inmutables. Y como estos objetos no existen en el mundo sensible, compuesto de cosas
concretas y cambiantes, tienen que existir en “otro mundo”, el mundo de las Ideas. La
pregunta es: ¿cómo obtiene el hombre el conocimiento verdadero si la auténtica realidad
está en otro “mundo” que no es el sensible? La respuesta de Platón es ésta: a través del
alma racional. Platón, influido por los pitagóricos y la religión órfica, pensaba que el
cuerpo es una cárcel para el alma, es aquello que no la deja obtener el verdadero
conocimiento. El ser humano deberá vivir de tal modo que el alma racional controle el
cuerpo material; de este modo, la virtud no será, como en Sócrates, sinónimo de
sabiduría, sino condición de la misma. Esta concepción moral la traslada Platón al ámbito
de la política y del estado; el estado ideal que Platón diseñará en el libro VII de la
República estará regido y estructurado en función de la virtud y el conocimiento; tan sólo
los filósofos, conocedores de la Idea de Bien, podrán gobernar adecuadamente el estado,
ajenos a cualquier corrupción. El alma racional debe gobernar el estado si queremos
alejarnos de conflictos y violencia. Sólo en un Estado justo y bueno, podrá el hombre ser
justo y alcanzar la felicidad.
Para concluir con Platón podemos decir que el objetivo de su obra, tal y como queda
recogido en su “Carta VII”, es claramente político: Organizar el estado de acuerdo con el
verdadero conocimiento, ya que tan sólo quien alcance dicho conocimiento podrá
gobernar con justicia.
la preocupación ética y política, pero ya no acepta esa visión dualista del ser humano
(alma y cuerpo como dos sustancias, dos cosas unidas por accidente), sino que concibe a
las personas como una sola cosa, una sustancia con dos partes, lo que le llevará a
desbaratar las teorías políticas ideales de Platón.
En lo que se refiere a la ética, Platón seguía la idea de Sócrates de que el mejor
bien no es el individual sino el social, por lo que un buen gobierno debe buscar la felicidad
de los ciudadanos. De ahí que el fin de la política y del Estado sea garantizar el bien de
todos los hombres, y no el de unos pocos. Aristóteles recogió estas ideas de Platón y
tanto uno como el otro consideraban injusto todo Estado que se olvide de este fin
supremo y no vele por los intereses de la sociedad en su conjunto. Pero se apartó de
Platón al no reconocer la existencia de un ideal “Bien en sí” externo cuyo conocimiento
guiase la actividad política. Para Aristóteles es la experiencia de la realidad política junto
con el entendimiento de esta experiencia la que debe guiar a los políticos para conocer
los modos más realistas y naturales de alcanzar el bien común.
y a la felicidad.
Pues bien, con todo esto, hemos conseguido una visión global de la filosofía
antigua, pudiendo comprobar cómo el discurso filosófico se teje en función de las
relaciones de unos pensadores con otros.
TEMA 1. PLATÓN.
Para entender por qué surge esta teoría filosófica básica en el pensamiento de Platón,
debemos recordar la búsqueda que Sócrates ya hacía de la definición universal de cada cosa,
lo cual ya había apuntado a la necesidad de destacar el elemento común entre todos los
objetos de la misma clase. Ese objeto común o término del conocimiento, que en Sócrates no
dejaba de ser un término lingüístico, es convertido por Platón en algo independiente del
conocimiento y del lenguaje: de la afirmación de la necesaria realidad de ese objeto común
Platón concluye que debe existir independientemente de la mente que lo concibe, y lo llama
Idea. Por tanto, la esencia de cada cosa, teiene una existencia real fuera de la cosa misma,
con lo que cada idea es una sustacia (algo que no necesita de ninguna otra cosa para existir).
Sócrates buscaba las definiciones de los objetos éticos, pero esta búsqueda es
extendida por Platón a la investigación de los objetos naturales: del mismo modo que debe
existir una definición universal de "virtud", ha de existir una definición universal de todos y
cada uno de los componentes de la realidad. Platón, a diferencia de su maestro, hace del
término de esa definición universal una Idea, una realidad subsistente, y termina por
postularla con una realidad diferente, pero más real y verdadera que las cosas de este mundo.
Por eso Platón habla de ―las Ideas en sí‖, para diferenciarlas de las ideas mentales, es decir, de
los conceptos que tenemos en la mente de las cosas.
En este sentido Platón diferencia entre dos modos de realidad (o mundos), una, a la
que llama inteligible, y otra a la que llama sensible. La realidad o mundo inteligible, la
verdadera realidad, es a la que denomina "mundo de las Ideas", (kosmos noetos) tiene las
características de ser inmaterial, eterna, (ingenerada e indestructible, pues), siendo, por lo
tanto, ajena al cambio, y constituye el modelo o arquetipo de la otra realidad, la sensible
(kosmos horetos), constituida por lo que ordinariamente llamamos "cosas", y que tiene las
características de ser material, corruptible, (sometida al cambio, esto es, a la generación y a la
destrucción), y que resulta no ser más que una copia de la realidad inteligible.
La realidad constituida por las Ideas, representaría el ―verdadero ser‖, mientras que de
la segunda forma de realidad, las realidades materiales o "cosas", hallándose en un constante
devenir, nunca podrá decirse de ellas que ―son verdaderamente ―. Sólo la Idea es susceptible
de un verdadero conocimiento o "episteme", mientras que la realidad sensible, las cosas, sólo
son susceptibles de opinión o "doxa". De la forma en que Platón se refiere a las Ideas en varias
de sus obras como en el "Fedón" (el alma contempla, antes de su unión con el cuerpo, las
Ideas) o en el "Timeo" (el Demiurgo modela la materia ateniéndose al modelo de las Ideas),
así como de la afirmación aristotélica en la "Metafísica" según la cual Platón "separó" las Ideas
de las cosas, suele formar parte de esta presentación tradicional de la Teoría de las Ideas la
afirmación de la separación entre lo sensible y lo inteligible como una característica propia de
ella.
Platón no acepta que la ―verdadera realidad‖ sea algo cambiante (algo que es algo pero
que deja de serlo por cambiar), pues está convencido de que el verdadero conocimiento está
en lo que permanece, en lo estable. Por esto plantea la teoría de las Ideas.
Por tanto, la Teoría de las Ideas es una concepción teórica de Platón que mantiene que
existen entidades o esencias inmateriales, separadas e independientes del mundo de las cosas
que vemos, inmutables, eternas y universales, que sólo se puede acceder a ellas por el
conocimiento racional (inteligible). Teniendo esto en cuenta, la consecuencia de esta
concepción platónica es que la teoría de las Ideas supone la "separación" entre la realidad
inteligible, llamada también mundo inteligible y la realidad sensible o mundo visible, que lleva
a la filosofía platónica a un dualismo que será fuente de numerosos problemas para el
mantenimiento de la teoría, y que Aristóteles rechazará.
Las Ideas, son las "esencias", pero con la particularidad de que no se puede confundir con lo
que entendemos como concepto mental; las Ideas platónicas no son contenidos mentales, sino
objetos a los que se refieren los contenidos mentales designados por el concepto, y que
expresamos a través del lenguaje. Esos objetos o "esencias" subsisten independientemente de
que sean o no pensados, son algo distinto del pensamiento (son substancias). Las Ideas,
además, son únicas, eternas e inmutables (al igual que el ser de Parménides), y no pueden ser
objeto de conocimiento sensible, sino solamente cognoscibles por la razón. No siendo objeto
de la sensibilidad, no pueden ser materiales. Y sin embargo Platón insiste en que son
entidades que tienen una existencia real e independiente tanto del sujeto que las piensa como
del objeto del que son esencia, dotándolas así de un carácter trascendente. Además, las Ideas
son el modelo o el arquetipo de las cosas, por lo que la realidad sensible es el resultado de la
copia o imitación de las Ideas.
Para los filósofos pluralistas la relación existente entre el ser y el mundo tal como
nosotros lo percibimos era el producto de la mezcla y de la separación de los elementos
originarios (los cuatro elementos de Empédocles, las semillas de Anaxágoras o los átomos de
Demócrito); también Platón deberá explicar cuál es la relación entre ese ser inmutable y la
realidad sometida al cambio, es decir entre las Ideas y las cosas. Esa relación es explicada
como imitación o como participación: las cosas imitan a las Ideas, o participan de las Ideas,
siendo éstas el arquetipo, el modelo, la causa de las cosas materiales.
Es por esto por lo que es la teoría más importante de este pensador, y que enlaza con
todo lo demás, es decir, su concepción del ser humano, del conocimiento y de la ética y
política. Es por lo que ahora, y siguiendo su idea de que el sabio debe gobernar, y dado que ya
nos ha dicho dónde reside la verdad, ahora nos plantea cómo concibe al ser humano y el
conocimiento de la verdad.
confusa, que llamaremos imaginación (eikasía); los objetos materiales dan lugar a una
representación más precisa, que comporta la adhesión del sujeto que las percibe, y a la que
llamaremos creencia (pístis); por su parte, en el mundo inteligible, las imágenes de las Ideas
(objetos matemáticos) dan lugar a un conocimiento discursivo (diánoia), mientras que las
Ideas mismas da lugar a un conocimiento intelectivo (nóesis), el conocimiento de la pura
inteligencia. La dialéctica es, pues, el proceso por el que se asciende gradualmente al
verdadero conocimiento, al conocimiento del ser, de lo universal, de la Idea.
En esta alegoría de la línea nos dice Platón que las imágenes de las cosas materiales
dan lugar a una representación confusa, que llamaremos imaginación (eikasía); los objetos
materiales (cosas) dan lugar a una representación más precisa, que comporta la adhesión del
sujeto que las percibe, y a la que llamaremos creencia (pístis); en el mundo inteligible, las
imágenes de las Ideas (objetos matemáticos) dan lugar a un conocimiento discursivo
(diánoia), mientras que las Ideas mismas da lugar a un conocimiento intelectivo (nóesis), el
conocimiento de la pura inteligencia. La dialéctica es, pues, el proceso por el que se asciende
gradualmente al verdadero conocimiento, al conocimiento del ser, de lo universal, de la Idea,
es decir, de la verdadera realidad.
Según lo que nos dice en el libro VI de la República, las nociones matemáticas, que de
una parte reflejan las Ideas puras, pero por otra parte sólo pueden traducirse con la ayuda de
símbolos sensibles (números, figuras geométricas, etc), nos proporcionan el tipo de las
nociones mixtas de la diánoia: las matemáticas se fundan sobre hipótesis a las que consideran
como principios a partir de los cuales deducen sus consecuencias, representando así la
actividad del razonamiento discursivo.
La nóesis se dirige a objetos de conocimiento distintos, es decir, a las Ideas en sí.
Platón establece una diferencia entre las Ideas y los objetos matemáticos en el sentido de
considerar a estos como realidades intermedias entre las formas (Ideas) y las cosas sensibles.
Pero también en cuanto a su naturaleza, pues la dialéctica, aunque parte de las hipótesis del
razonamiento matemático, pretende rebasarlo remontándose hasta los primeros principios, las
Ideas, mediante el recurso a una abstracción pura, descendiendo luego hasta las conclusiones
que se derivan de esos primeros principios, pero sin valerse en ningún momento de imágenes
sensibles.
Platón concibe la dialéctica como un examen de las distintas ideas y de las relaciones que
mantienen entre sí unas con otras, mostrando su trabazón (symploké) y comunicación
(koinonía). Las ideas son los géneros de las cosas, a partir de los cuales y por división
(diaíresis) se definen las especies o determinaciones de las cosas. La dialéctica es entendida
como un método racional que se identifica con el saber verdadero. Las características que
atribuye Platón a este tipo de conocimiento son las siguientes: es una actividad cognoscitiva
que se ejerce con la razón; Su objeto es el conocimiento del Mundo Inteligible, de las
relaciones existentes entre las Ideas; La aspiración última es el conocimiento de la Idea de
Bien y del modo en que ésta es el fundamento último de toda la realidad; Por ser una actividad
estrictamente racional no se apoya en la percepción; por utilizarse la pura razón el
conocimiento al que da lugar es conocimiento estricto, conocimiento universal y necesario;
Además no acepta como verdadera ninguna premisa que no haya sido cuestionada, busca el
sentido último, la razón más profunda de cada tema que trata.
El Mito de la Caverna.
Platón ilustra su doctrina epistemológica con la alegoría de la caverna, al principio del
Libro VII de la ―República‖.
Veamos qué nos dice este mito. Pide Platón que nos imaginemos una caverna
subterránea que tiene una abertura por la que penetra la luz. En esa caverna viven unos seres
humanos, con las piernas y los cuellos sujetos por cadenas desde la infancia, de tal modo que
ven sólo el muro del fondo de la gruta y nunca han visto el sol. Por encima de ellos y a sus
espaldas, o sea entre los prisioneros y la boca de la caverna, hay una hoguera y entre ellos y
el fuego cruza un camino elevado y hay un muro bajo que hace de pantalla. Por el camino
elevado pasan hombres llevando estatuas, representaciones de animales y otros objetos, de
manera que estas cosas que aparece por encima del borde de la ―pantalla‖. Los prisioneros de
cara al fondo de la cueva, no pueden verse ellos entre sí ni tampoco pueden ver los objetos
que a sus espaldas son transportados: sólo ven sombras de ellos mismos y las de esos
objetos, sombras que aparecen reflejadas en la pared a la que miran. Únicamente ven
sombras.
Esos prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, a la muchedumbre de
gentes que permanecen durante toda la vida en un estado de Eikasia, viendo sólo sombras de
la realidad y oyendo únicamente ecos de la verdad. Su opinión sobre el mundo es de lo más
inadecuada, pues está deformada por sus ―propias pasiones y prejuicios y por los prejuicios y
pasiones de los demás, que le son transmitidos por el lenguaje y la retórica‖. Y aunque no se
hallan en mejor situación que la de los niños, se aferran a sus deformadas opiniones con toda
la tenacidad de los adultos y no tienen ningún deseo de escapar de su prisión. Es más, si se
liberase y se les dijese que contemplaran las realidades de aquello cuyas sombras habían visto
anteriormente, quedarían cegados por el fulgor de la luz y se figurarían que las sombras eran
mucho más reales.
Sin embargo, si uno de los prisioneros logra escapar y se acostumbra poco a poco a la
luz, después de un tiempo será capaz de mirar los objetos concretos y sensibles, de los que
antes sólo había visto sombras. Este hombre contempla a sus compañeros al resplandor del
fuego y se halla en un estado de pistis, habiéndose convertido desde el mundo de las sombras,
que era el de los prejuicios, las pasiones y los sofismas, al mundo real (aunque todavía
sensible) de la doxa. Ve a los prisioneros tal y como son. Por otro lado, si persevera y sale de
la cueva a la luz del sol, verá el mundo de los objetos claros e iluminados por el sol (que
representa las realidades inteligibles) y finalmente, y mediante otro esfuerzo, se capacitará
para ver el sol mismo, que representa la idea de Bien, la forma más alta, ―la causa universal
de todas las cosas buenas y bellas... la fuente de la verdad y de la razón‖. Se hallará entonces
en el estado de noesis.
Platón nos dice que si alguien volviese de nuevo a la caverna, una vez ha visto el sol, y
tratase de liberar a otro prisionero para que pudiera ver el mundo real y pudiera acceder a la
superficie y a esa visión del sol, todos lo considerarían inoportuno y le darían muerte, porque
ellos aman ese mundo de las sombras y lo consideran como la verdadera realidad. Ésta es sin
duda una alusión platónica a Sócrates, que trató de iluminar a todo aquél que quiso oírle y
procuró hacerles comprender la verdad y la razón, en vez de dejar que se sumergieran en el
mundo de las sombras. El pago que recibió por parte del gobierno de la democracia ateniense
fue la muerte por corromper a los jóvenes y adorar a otros dioses.
Esta alegoría de la caverna pone en claro que la ascensión de la línea era considerada
por Platón como un progreso que requiere esfuerzo y disciplina. De ahí su insistencia en la
educación, por medio de la cual sea conducido gradualmente el joven a la contemplación de
las verdades y los valores eternos y absolutos, y de ese modo se libre a la juventud de pasar
el resto de sus días en el mundo del error, de la falsedad, de la sofística, de la ceguera de los
verdaderos valores. Tal educación será muy importante en el caso de los políticos, ya que un
político sin la educación adecuada, será un ciego guiando a otros ciegos en el plano de la
eikasia o d la pistis. Para Platón, el político que no realiza el verdadero bien del estado, que no
ve la vida política a la luz de los principio eternos lleva a su pueblo a la ruina.
El problema acerca del alma no es si existe o no (todos daban por hecho el que existía),
sino cuál es la naturaleza del alma (qué es, características, etc). Vamos a analizar el concepto
de alma de Platón y su relación con el cuerpo, teniendo una importancia extrema en cuanto
que a partir de esta concepción, nos propondrá un concepto de hombre que lleva a relacionarlo
con la verdad y la ética de manera muy íntima, pues necesita justificar el porqué el hombre
debe controlar sus deseos y dirigirse por la razón para ser sabio y dirigir bien la polis. Con esto
también veremos la relación con el conocimiento que tiene el alma platónica.
Platón establece una radical separación entre el alma (capacidad superior racional), del cuerpo.
Son dos cosas diferentes (dualismo antropológico) (alma y cuerpo) y se relacionan de manera
accidental, antinatural, pues cada una tiene su lugar natural: el alma: en el mundo de las
Ideas, de la verdad, de lo divino, de la pureza. (auriga de un carro), y el cuerpo: en el mundo
natural, impuro, se degrada, cambia, parece ser.
La inmortalidad del alma platónica constituyó una novedad filosófica en su época. Una doctrina
extraña a los griegos proveniente del orfismo y el pitagorismo y que va a permitirle al autor
establecer la posibilidad de que los hombres conozcan lo verdaderamente real, las Ideas,
escapando así de lo puramente fenoménico (lo captado por los sentidos).
El alma, nos dice Platón, es inmortal, transmigra de unos cuerpos otros y es, además,
principio de conocimiento. En la medida en que conocemos "por" el alma, ésta ha de ser
homogénea con el objeto conocido, es decir, con las Ideas, por lo que no puede ser material.
Platón establece tres partes del alma o tres almas diferentes(Timeo), puesto que el
alma al encarnarse en un cuerpo hace que broten de él las otras; pero es el alma (racional) la
que hace al ser humano, ser ser humano, es su esencia, lo más importante, lo primordial.
Además es el principio del conocimiento racional, por lo que su lugar natural sea el mundo de
las ideas, el mundo de la verdad contemplada por la razón; pero también es lo que da ánimo o
vida al cuerpo. Este alma racional es la única que es inmortal. Así las otras almas, la Irascible
(ánimo) y la Concupiscible (apetitos) son mortales, pues desaparecen al desaparecer el
cuerpo. De esta manera, mientras que la racional producen conocimiento racional y marcan la
dirección de las otras, la Concupiscible producen los deseos irracionales y las pasiones
innobles, mientras que la Irascible el coraje, la fuerza de voluntad así como las pasiones
nobles. También Platón sitúa en la cabeza la racional cuya virtud es la prudencia y sabiduría,
en el tórax la Irascible siendo su virtud la fortaleza, y en el abdomen la Concupiscible siendo
su virtud la templanza.
De esta manera el ideal de ser humano para Platón es el que se deja guiar por el alma
racional, sometiendo a las otras dos.
Según este autor, el verdadero bien del hombre, la felicidad, se alcanzará mediante la
práctica de la virtud. Pero ¿qué entiende por virtud?. Podríamos decir que para Platón existen
tres formas que se auto complementan de entender la virtud, esto es, tres maneras
complementarias de llegar a tener "excelencia" (areté). De esta manera estas tres caras de la
misma moneda son entendidas:
- Virtud como Purificación: es virtuoso quien domina su cuerpo, sus pasiones buscando las
ideas. Aquí se aprecia el antihedonismo platónico pues mantiene que los placeres
materiales y corporales no sólo no conducen a la felicidad, sino que incluso nos la impiden
si desorientan al alma. Virtuoso y feliz será aquel que purifique su alma de las pasiones y
"desórdenes" del cuerpo y se vuelque hacia el mundo eidético, el único capaz de realizar
humanamente a el hombre.
- Virtud como armonía o justicia: (Rep.443d) En la República nos habla Platón de cuatro
virtudes principales: la sabiduría, el coraje o fortaleza de ánimo, la templanza y la justicia.
La virtud la entiende como un equilibrio y armonía entre las distintas partes del alma.
Debe desarrollarse tal acuerdo entre ellas que se unifiquen los distintos elementos que
conforman el compuesto humano, sometiéndolos a la razón. Es esta la única que puede
regir esta armonización. Esto significa que cada alma tiene su virtud ( su manera de ser
excelente), así la virtud del alma Concupiscible es la moderación o templanza; la de la
Irascible es la fortaleza, valor; y la de la Racional es la prudencia. La armonía (justicia)
surge cuando cada parte del alma hace lo que tiene que hacer, lo que le es propio, y
domina una a otra conforme a la naturaleza. (la racional a las demás, etc). Así la justicia
es la virtud fundamental que surge cuando ocurre esto en el hombre.
Dado que la ciudad debe existir para satisfacer las necesidades de los hombres, ya que
éstos no son independientes unos de otros ni autosuficientes para abastecerse, el primer fin
que debe garantizar toda sociedad es un fin económico. Los hombres tienen diferentes
capacidades y habilidades, siendo preferible que cada uno desarrolle las que posee por
naturaleza, lo que introduce la división del trabajo en la organización de la sociedad. En una
ciudad ideal deberán existir, por lo tanto, todo tipo de trabajadores: granjeros, carpinteros,
labradores, herreros, etc., de modo que todas las necesidades básicas que de garantizadas,
posee una ciudad ideal no puede faltar de nada. Sin embargo, una sociedad que sólo atendiera
las necesidades materiales básicas sería una sociedad demasiado dura, pues el hombre
necesita también satisfacer otras tendencias de su naturaleza relacionadas con el arte, la
poesía, la diversión en general, etc.. El fin de la ciudad, que comienza siendo estrictamente
económico, no se limita a la producción de bienes, sino que se encamina más bien a hacer
posible una vida feliz para el hombre.
A medida que la sociedad aumenta en número de ciudadanos, los recursos necesitan
ser ampliados, lo que puede dar lugar a la conquista de territorios vecinos para satisfacer las
necesidades de todos, conduciendo a la guerra; pero si seguimos el mismo principio de división
del trabajo tendrá que haber especialistas en la guerra, que sean los encargados
exclusivamente de las actividades bélicas, a los que llamará guardianes de la ciudad. Falta
todavía algo en esta ciudad ideal: determinar quiénes serán los encargados de gobernarla. A la
clase de los artesanos y de los guardianes hemos de añadir una tercera clase, la de los
gobernantes. Éstos serán elegidos de entre los mejores de los guardianes.
Pero cada una de estas clases ha de tener unas características distintas: la clase de los
artesanos, que generalmente realiza las actividades productivas pero no obtiene los beneficios
económicos de su producción, lo que es fuente de conflictos, ha de ser en la ciudad ideal la
poseedora de la riqueza; del mismo modo será la única clase que tenga derecho a la propiedad
privada y a la familia; y ha de permitírsele disfrutar de los goces materiales que derivan de la
posesión de la riqueza. La clase de los guardianes, por el contrario, no puede tener acceso la
riqueza, para evitar la tentación de defender sus intereses privados en lugar de los intereses
colectivos, y terminar utilizando la fuerza contra los ciudadanos; estarán desprovistos de
propiedad privada, y tampoco tendrán familia, debiendo vivir en unos barracones en los que
tengan todo lo necesario para realizar sus actividades, en los que vivirán de forma
comunitaria, compartiéndolo todo. Tampoco la clase de los gobernantes tendrá acceso a la
propiedad privada ni a la familia, debiendo velar únicamente por el buen gobierno de la
ciudad; deberán centrarse en el estudio a fin de conocer lo bueno para gobernar
adecuadamente la ciudad, por lo que su vida estará alejada de todas las comodidades
innecesarias para cumplir su función.
Para determinar quiénes pertenecerán a una u otra de estas clases sociales, dice
Platón, se establecerá un proceso educativo en el que se tendrá en cuenta qué tipo de
naturaleza domina en el alma de cada ser humano, y, por lo tanto, a qué clase social ha de
pertenecer. Aquí establece Platón una equiparación entre la naturaleza del Estado y la
naturaleza del individuo: del mismo modo que en el individuo hay tres partes del alma, en
este estado ideal encontramos tres clases sociales, correspondiéndole una virtud a cada una
de ellas.
La virtud que corresponde a cada clase social ha de corresponder a los individuos que la
constituyen. La virtud de la clase los artesanos es la templanza, es decir, el disfrute con
moderación de los bienes materiales; la virtud propia de la clase de los guardianes es la
valentía o coraje; y la virtud propia de los gobernantes es la sabiduría. Por tanto aquellos en
quienes domine el alma racional han de pertenecer, por lo tanto, a la clase de los verdadero
guardianes o gobernantes; en quienes predomine el alma irascible, a la clase de los
guardianes; y en quienes predomine el alma concupiscible, a la clase de los artesanos.
Habiendo determinado la virtud que corresponde a cada clase social estaremos en condiciones
de determinar en qué puede consistir la justicia en la ciudad ideal: la justicia consistirá en que
cada clase social se ocupe de la tarea que le corresponde. Así surgirá el Estado Justo: cuando
hay la armonía que había en el hombre justo (jerarquizado), esto es, cuando cada clase social
hace lo que tiene que hacer y dominan unas a otras como es natural (racional sobre las otras)
surge el estado armonioso o justo. Desde aquí se plantea entonces que sólo los sabios son los
que deben asumir el gobierno de las ciudades
Igual que la razón debe dominar a las otras almas y esto será lo mejor para cada individuo, así
el sabio dirigirá mejor los destinos de la polis.
Para conseguir esta sociedad, establece como parte esencial en la República la
educación:
Si pertenecer a una clase social viene determinada por el alma que domine en los individuos, y
no por herencia, una sociedad tal ha de dar una importancia primordial a la educación. Será,
en efecto, a través de ese proceso educativo como se seleccionen los individuos que han de
pertenecer a cada clase social, en función de su tipo de alma; y qué tipo de educación ha de
recibir cada individuo en función de la clase social a la que deba pertenecer.
En la República establece Platón detalladamente el programa de estudios que debería
tener la ciudad ideal. Así, todos los niños y niñas deberían recibir inicialmente la misma
formación, sin que en la ciudad ideal nadie ha de ser privado de ella, ni en razón de su sexo ni
por ninguna otra causa. El proceso educativo tiene, al mismo tiempo que formar, determinar
qué tipo de alma predomina en cada individuo, es decir, su naturaleza, en virtud de la cual
formará parte de una u otra clase social.
El encargado de la educación será el Estado, no las familias, para evitar influencias
negativas; Los niños deben comenzar su proceso educativo a través de actividades lúdicas,
para lo cual los educadores de la ciudad ideal elegirán aquellos juegos adecuados para
desarrollar en los niños la comprensión de las normas de los juegos y, con ello, un primer
acercamiento al valor y sentido de la ley. Las primeras enseñanzas que recibirán se centrarán
en torno a la poesía y la música, pero adecuados para suscitar el amor a cualquier
manifestación de la virtud. La música formará parte también del educación, analizando la
forma y el ritmo, que suscitará en ellos una elevación hacia la comprensión y el respeto de las
obras bellas y puras, lo que les alejará del vicio. El amor por la belleza desarrollará en ellos la
generosidad, la grandeza de alma, la moderación y el coraje. A estas enseñanzas se unirá la
educación física que, agilizando y fortaleciendo el cuerpo contribuirá a desarrollar mejor las
virtudes del alma.
En este proceso, algunos tenderán a abandonar los estudios, que les resultarán difíciles
y aún odiosos, mientras que otros irán desarrollando un entusiasmo cada vez mayor en torno
al conocimiento. Los primeros pasarán a formar parte de la clase de los artesanos, por mostrar
una mayor inclinación hacia lo material; los que persistan en sus estudios pasarán a formar
parte de la clase de los guardianes. La perseverancia en el estudio, entre los que pertenecen a
la clase los guardianes, pone de manifiesto que en el individuo predomina el alma racional, por
lo que serán éstos los elegidos para formar la clase de los gobernantes, quienes serán
sometidos a un proceso educativo que comenzará con el estudio de las matemáticas y
terminará con el estudio de la dialéctica y el conocimiento de las Ideas.
En el caso de que alguien de la clase de los gobernantes, perdiera posteriormente el
interés por el conocimiento, pasaría a formar parte de la clase inferior, la de los guardianes. Lo
mismo ocurriría con quien, perteneciendo la clase de los guardianes, se inclinara hacia el
disfrute de los bienes materiales, que pasaría a formar parte entonces de la clase de los
artesanos.
Frente a todos estos sistemas políticos, el suyo es más que utópico, es intemporal,
estando en el mundo de las ideas como modelo (arquetipo) de los estados que existen en su
época. Además tiene relación con su teoría del conocimiento y de la realidad (Ideas), y con el
fin político de Platón.
En uno de los diálogos finales, en Las Leyes, muestra cierto pesimismo acerca de la
posibilidad de implantar la ciudad ideal de la República sobre todo desde consideraciones
prácticas difícilmente conciliables con la vida real, por lo que plantea más un endurecimiento
de las leyes, estando los sabios gobernantes sometidos a ellas.
TEMA 2. ARISTÓTELES.
LA ÉTICA ARISTÓTELICA.
El fin supremo del hombre: la Felicidad.
Todas las acciones humana tienden hacia fines, que constituyen bienes. El conjunto de
las acciones humanas y el conjunto de los fines particulares a los que tienden éstas se hallan
subordinados a un fin último, que es el bien supremo, que todos coinciden en llamar
1
―felicidad‖ .
¿Qué es la felicidad? Para la mayoría, consiste en el placer y el gozo. Sin embargo, una
vida que se agota en el placer es una vida que convierte a los hombres en semejantes a los
esclavos y que sólo es digna de los animales. Para algunos, la felicidad es el honor (éxito en la
vida). No obstante, el honor es algo extrínseco que en gran medida depende de quien lo
confiere. En cualquier caso, es más valioso aquello por lo cual se merece el honor, que no el
honor mismo, su resultado y consecuencia. Para otros, la felicidad consiste en acumular
riquezas. Pero ésta, para Aristóteles, es la más absurda de las existencias: es una vida contra
natura, porque la riqueza sólo es un medio para conseguir otras cosas y no sirve como fin en sí
mismo.
El bien supremo que puede realizar el hombre –la felicidad- consiste en perfeccionarse
en cuanto hombre, es decir, en potenciar aquella actividad que distingue al hombre de todos
los demás seres y cosas. La felicidad consistirá pues en desarrollar la actividad de la razón.
El hombre que quiere vivir bien, debe vivir de acuerdo con la razón.
Así como ―la excelencia del ojo es hacer que ejecute bien su función de ver‖, de la
misma manera la función del hombre es hacer bueno su desarrollo como tal hombre. Y esto es
una forma superior, o sea, excelente de vivir. Esta forma de vida está unida al logos, a la
racionalidad, al lenguaje que nos une con los otros hombres, y a través de esa unión
―dialogada‖ llegamos a conocerlos y a conocernos nosotros mismos. Esta energía o actividad
razonada, con la que entramos en contacto con los demás, es una forma superior de felicidad.
Este término que indicaba en un principio un ―tener más‖ y una ―simple posesión de cosas‖, a
través de la experiencia socrática se ha transformado en un ―ser más‖. La felicidad ya no es un
tener, sino un ser. O mejor dicho, es un tener algo tan impreciso como el logos, la palabra;
pero ese tener es lo que nos hace seres humanos.
Aquí se asume en su totalidad el razonamiento socrático-platónico; Aristóteles afirma
que cada uno de nosotros es alma, y que es la parte más elevada del alma; ―esta claro, dirá
Aristóteles, que somos ante todo intelecto‖. Aristóteles proclama que los valores del alma son
los valores supremos, si bien, con su acusado sentido realista, reconoce una utilidad incluso a
los bienes materiales en cantidad necesaria. Éstos, aunque con su presencia no están en
disposición de dar la felicidad, pueden comprometerla en parte con su ausencia.
1
En griego, Felicidad se dice Eudaimonia, que quiere decir, “tener un buen demon”. El término demon no encierra
ningún sentido negativo aunque nuestra palabra demonio proceda de ahí. Demon es un especie de divinidad, algo que
fuera de nosotros, puede influir en nuestro destino y nuestra suerte. Estar en el mundo es procurar esa buena suerte, esa
felicidad. No obstante, los griegos observaban las grandes desigualdades que existían en la sociedad y por ello,
pensaban, que más que algo que se consigue, el bien, y en consecuencia, la felicidad, es algo que se recibe. De este
modo, Aristóteles da un giro radical a ese concepto tradicional de felicidad.
LA POLÍTICA ARISTOTÉLICA.
Antes de introducirnos en el pensamiento político aristotélico, hay que decir que la
Política no es un escrito unitario, sino posiblemente la reunión (por el editor póstumo de la
obra aristotélica) de hasta cinco pequeños tratados de diferentes épocas y de temática
parcialmente diferente.
Hecha esta aclaración, veamos qué importancia tiene el Estado para Aristóteles. El bien
supremo del hombre, la felicidad, no puede alcanzarse sino dentro de un orden social
adecuado. El bien del Estado es más importante y más perfecto que el bien particular del
individuo: ―(...), aunque el bien del individuo y el de la ciudad sean el mismo, es evidente que
será mucho más grande y más perfecto alcanzar y preservar el de la ciudad. Procurar ese bien
a una sola persona es ya ciertamente algo deseable; pero procurárselo a un pueblo y a una
2
ciudad es algo mucho más noble y más divino.‖ Para Aristóteles está perfectamente claro que
la ciudad no tiene un fin propio distinto del de la felicidad de sus ciudadanos; su único fin es el
de crear las condiciones en que sus ciudadanos puedan alcanzar la felicidad.
Antes de proseguir hablando de la finalidad del Estado, veamos cuál fue su origen. La
primera forma de comunidad sería la familia (la unión del hombre y la mujer), pero puesto que
las familias no se bastan a sí mismas, ha nacido el municipio, que es una comunidad más
amplia destinada a garantizar de forma orgánica y sistemática las necesidades de la vida. Pero
la familia y el municipio no bastan para garantizar las condiciones de una vida perfecta, es
decir, de una vida moral; esa vida moral sólo puede ser garantizada por las leyes, por las
magistraturas y, en general, por la organización compleja de un Estado. En el Estado el
individuo es inducido por las leyes y las instituciones políticas a salir de su egoísmo y ser
objetivamente bueno. Tan sólo el Estado es autosuficiente. La finalidad del Estado no es
propiamente ni la defensa común ni la organización de los intercambios, sino el reinado de la
justicia. Sin duda la posesión de un territorio, la seguridad militar, el equilibrio económico, son
condiciones necesarias para la existencia de un Estado; son como el sustrato de la unidad
política, pero no bastan para constituirla, se necesita, ante todo, una comunidad de ideal. La
ciudad es el marco dentro del cual se puede realizar, gracias a la independencia que ella
asegura, el ideal de una vida humana perfecta; es en ella donde el hombre puede alcanzar la
felicidad mediante el ejercicio de la virtud, en el respeto de la justicia.
Así pues, la sociedad es algo natural al hombre. El hombre no sólo necesita de la
sociedad para satisfacer sus necesidades sino que también tiene para él un valor ideal. Todos
nos necesitamos mutuamente, pero aunque estuviésemos exentos de esa necesidad, no
dejaríamos de experimentar una propensión a vivir en común; el hombre está constituido de
tal manera que no podría contentarse con una felicidad solitaria. Además la vida social no sólo
responde a una inclinación natural sino que responde a una exigencia de la naturaleza
razonable; es decir, si es por una inclinación natural por la que el hombre se ve llevado a una
vida en común, ello radica y se basa en el hecho de que el hombre es un ser racional que
aspira a la justicia, a las leyes, a la vida política, y para ello fue dotado de lenguaje. Si sólo el
hombre entre todos los animales posee la razón y la palabra es porque la naturaleza lo destina
a una forma de vida social a la que el animal no podría elevarse. La distinción entre lo bueno y
lo malo, entre lo justo y lo injusto no es posible más que por medio del lenguaje, y aparece así
como característica propia del hombre; y porque perciben en común esos valores, son capaces
los hombres de agruparse en ciudades. El hombre, en la ciudad, en la que vive bajo la regla de
la razón, lleva a cabo la perfección de su naturaleza; fuera de la ciudad, privado de la ley y
rebelde contra la justicia, es el monstruo más terrible. Un ser rebelde a la vida común, incapaz
de integrarse en la ciudad, está por debajo de la humanidad, a menos que siendo capaz de
bastarse a sí mismo, de realizar su perfección por sí sólo, esté por encima de ella. Por
consiguiente, el ser naturalmente apolítico es una bestia o un dios.
Ya que hemos nombrado el concepto de justicia, profundicemos en él para ver
realmente cuál es su importancia dentro del entramado estatal.
La justicia es el gozne en el que encajan tanto el aspecto de perfección individual como
el de utilidad social de la vida moral. Para Aristóteles el elemento fundamental del orden de la
ciudad es la ley; la justicia integral consiste, para Aristóteles, en el cumplimiento de la ley, y
por ello ésta abarca todas las demás excelencias. Las dos excelencias esenciales, que son la
sabiduría práctica y la justicia, se corresponden a las dos funciones básicas que el
ciudadano realizaba en la democracia griega: la de gobernante (sabiduría práctica) y la de juez
(justicia como equidad). La sabiduría práctica y la justicia serían ante todo las excelencias
características del buen ciudadano, aquellas que le capacitan para ejercer la función de
gobernante y de juez.
Aristóteles distingue entre la justicia conmutativa y la justicia distributiva. El dominio de
la justicia conmutativa es el campo de las relaciones contractuales entre los ciudadanos.
Desde el momento en que los ciudadanos entran libremente en un contrato, su derecho a que
las cláusulas sean respetadas es completamente igual. En estas relaciones son considerados
como absolutamente iguales, porque son tomados como ciudadanos abstractos y ninguna
consideración de diferencia de mérito personal debe interferir en esta igualdad de trato.
2
Aristóteles. Ética a Nicómaco. I, 1.
seducir. En cuanto a la democracia, Aristóteles distingue dos formas: una, en la cual todos los
ciudadanos participan del poder, pero la autoridad pertenece a la ley; otra, en la cual el poder
se distribuye de la misma manera, pero la soberanía se deja en la multitud en vez de retornar
a la ley; es cuando la decisión suprema depende de los votos y no está regulada por la ley.
Decir que la soberanía pertenece a la ley es decir que el poder tiene que ejercerse con miras al
bien común, para la realización del ideal de vida razonable que es el objetivo de la asociación
política; y si es imprudente entregar el poder a un hombre, lo es porque un individuo no está
nunca completamente liberado del apetito o de la pasión ni puede identificarse con la autoridad
impersonal de la ley; las influencias irracionales pueden, en opinión de Aristóteles,
neutralizarse mutuamente en una asamblea, pero cuando la multitud se imagina que la
soberanía reside en sus votos, que no hay otra ley que sus decisiones y su capricho, entonces
la democracia, rechazando la autoridad de la razón y de la ley, se convierte en un despotismo
popular: el pueblo no es entonces más que un tirano múltiple. En esa democracia no hay más
justicia que en la oligarquía; por un lado, son los ricos los que detentan el poder y lo ejercen
en su provecho; por otro, es la multitud, en la que dominan los pobres, la que impone a todos
las decisiones emanadas de sus apetitos y veleidades. Democracia y oligarquía, tal como se las
practica en la mayor parte de las ciudades griegas son por consiguiente gobiernos de clase y
no responden, en modo alguno, como la monarquía o la aristocracia, a un ideal racionalmente
definido de organización política.
La República. Para superar la oposición de la democracia y la oligarquía, preconiza
Aristóteles, una forma de gobierno a la cual le da el nombre de ―Politeia‖, el cual designa toda
organización política, toda constitución en general, pero que tomándose en un sentido
particular, puede traducirse por ―República‖. Lo que caracteriza esta forma de gobierno es que
todos los ciudadanos participan del poder, pero el antagonismo entre ricos y pobres se ha
reducido y se ha contenido en ella, gracias al desarrollo de una clase media, apegada a los
intereses comunes y pronta a sacrificarse por ellos, capaz incluso de consentir a las clases
extremas tales satisfacciones, que las retengan fieles a la comunidad. Tal es la constitución
media o mixta, que atempera las instituciones de la democracia por la exigencia de un censo
moderado, y que es en la vida política el equivalente del justo medio en que, según la moral
aristotélica, consiste la virtud.
Para finalizar decir que Aristóteles tenía una concepción elevada de la educación dentro
de la ciudad. No le habría complacido un plan de estudios que atendiera a la instrucción
técnica y utilitaria, puesto que semejantes estudios descuidan el cultivo de las facultades
superiores del alma, estorbando con ello que el hombre alcance su propio fin, que es lo que
principalmente debe cuidarse la educación. Aunque, a veces, parezca como si Aristóteles
quisiera que se educase a los hombres tan sólo para servir de engranajes en la maquinaría del
Estado, no es así en realidad: a sus ojos, el fin del Estado y el del individuo coinciden, no en el
sentido de que el individuo haya de ser absorbido enteramente por el Estado, sino en el que el
Estado prosperará sólo y cuando los ciudadanos sean individualmente buenos y estén bien,
cuando consigan su propio fin. La única garantía auténtica de estabilidad y de la prosperidad
del Estado es la bondad moral y la integridad de sus ciudadanos, y, a la inversa, solamente si
el Estado es bueno y si el sistema educativo es racional, moral y sano, llegarán a ser buenos
los ciudadanos.
Núcleo II
LA FILOSOFÍA DE LA
EDAD MEDIA Y DEL
RENACIMIENTO
2) Entre el siglo V y el siglo X, es decir, desde la caída del Imperio Romano, que
históricamente significa el comienzo de la Edad Media, hasta el denominado
Renacimiento Carolingio, Europa va a ir constituyéndose lentamente como un conjunto de
pueblos distintos, que darán origen a las naciones modernas. La organización social de
este periodo es el Feudalismo.
Hay un general abandono de la Filosofía, si exceptuamos a Boecio (siglo VI) y, al
final del periodo, a filósofos del Renacimiento Carolingio (siglo IX) como Alcuino de York y
Escoto Eriúgena.
LA ESCOLÁSTICA TEMPRANA.
El s. XI resulta ser un siglo de vivo despertar cultural: es el momento en que
comienza el Románico en Arte, empiezan a surgir las incipientes literaturas nacionales y
se desarrolla en profundidad la filosofía medieval propiamente dicha, es decir, la
Escolástica.
La organización social de estos siglos llamados de la Baja Edad Media es el
verdad si es guiada por la Fe. Asimismo, para afianzarse en el espíritu humano, la Fe, ha
de servirse de la Razón como subordinada o sierva suya.
-- En el polo opuesto se hallan aquellos autores que, al igual que Tertuliano, pero sin su
menosprecio de la Razón, defienden la separación e independencia de ambas, Razón y
Fe. Estos autores pertenecen, sobre todo, al periodo de crisis de la Escolástica (siglo
XIV), como Duns Escoto y Guillermo de Ockham (ambos británicos y franciscanos). Este
último, por ejemplo, escribe: “Los artículos de Fe no son principios de demostración
racional, ni conclusiones, y no son ni siquiera probables, ya que parecen falsos a todos o
a la mayoría, o a los sabios; entendiendo por sabios aquellos que se confían a la razón
natural”.
(Entre los filósofos árabes, Averroes -siglo XII- había defendido esta misma postura al
formular su teoría de la doble verdad, pues comentando las obras de Aristóteles se
encuentra con frecuentes contradicciones entre la filosofía aristotélica y los dogmas
religiosos: así, por ejemplo, para Aristóteles el mundo es eterno, mientras que la religión
nos dice que ha sido creado por Dios; para Aristóteles, el alma es el principio que da vida
al cuerpo y muere con él, mientras que la religión afirma que es inmortal, etc. La
mencionada teoría de Averroes sostiene que hay dos tipos verdades: unas que llegamos
conocer con nuestras solas capacidades racionales y otras que aceptamos por Fe, y que
ambas son válidas aunque se contradigan, pues se refieren a ámbitos distintos e
independientes: la razón, al mundo de lo natural, y la fe, al de lo sobrenatural.
A consecuencia de su teoría, defensora de la independencia de la Razón con
respecto a la Fe, Averroes fue desterrado de Córdoba. Y en la Europa cristiana, el
averroísmo latino, filosofía que adquirió importancia creciente en el siglo XIII, fue
condenado como herejía en la Universidad de París en el año 1277.)
-- La tercera postura en el problema Razón-Fe será una vía intermedia (más cercana a la
postura agustiniana que a la averroísta) cuyo defensor, entre otros, será Tomás de
Aquino. Para él hay una sola fuente de verdad: Dios. Pero dos caminos para llegar al
conocimiento de la verdad: la Razón y la Fe. Si entre ambas hubiera contradicción sería la
Razón la que se equivoca. Así pues, Razón y Fe tienen cierta independencia mutua y
diferentes modos de proceder, es decir, diferentes métodos de conocimiento. Pero la
Razón, debe colaborar/ayudar al afianzamiento de la Fe. Esta colaboración se hace
patente en la Teología: es un saber acerca de Dios que toma sus principios de la Fe, pero
utilizando los procedimientos lógicos y las “armas dialécticas” de la Razón, para
construirse con solidez/coherencia.
En el siglo XIII, tres son las más importantes corrientes filosóficas dentro del ámbito del
Cristianismo:
1) La filosofía platónico-agustiniana:
Cultivada por los franciscanos, entre los que cabe destacar a San Buenaventura.
Defienden la validez del argumento ontológico de San Anselmo. En el tema de los
universales, defienden el realismo exagerado. Y en el asunto de las relaciones razón-fe,
siguen la postura de San Agustín, afirmando que la razón, si no es orientada/guiada por la
fe, es incapaz por sí misma de alcanzar ninguna verdad acerca de Dios.
2) El aristotelismo heterodoxo o averroísmo latino:
Hasta prácticamente el siglo XIII, de Aristóteles sólo se conocen en el Occidente cristiano
las obras de Lógica (el órganon), gracias a las traducciones y comentarios que de ellas
hizo Boecio (siglo VI), predominando, por tanto, el platonismo. Sin embargo, el hecho
histórico de la expansión del Islam posibilitó que todas las obras de Aristóteles
conservadas en Oriente fueran traducidas, primero, del siriaco al árabe, y más tarde, del
árabe al latín, llegando de este modo a ser otra vez conocidas en Occidente. El
conocimiento de la filosofía aristotélica causó tal impacto intelectual entre los pensadores
cristianos que pronto Aristóteles llegó a ser llamado “el Filósofo”.
El más importante comentarista árabe de Aristóteles, a través del cual el pensamiento
aristotélico empezó a ser conocido en el ámbito cristiano, fue el filósofo, teólogo, médico y
matemático cordobés Averroes (1126-1198). Su aristotelismo, llamado averroísta, llegará
a ser difundido ampliamente en la Universidad de París, por autores como Siger de
Brabante.
El averroísmo latino, afirma la eternidad del mundo, la caducidad mortal del alma (inmortal
sólo el entendimiento activo o agente que, dicen, es el mismo para todos los hombres) y
la teoría de la doble verdad (que al defender la autonomía e independencia de la razón
frente a la fe anunciaba ya la crisis de la escolástica y concitaba la oposición frontal de la
Iglesia, la cual terminará por condenar el averroísmo como perniciosa herejía en el año
1277 y, claro está, prohibiendo su enseñanza en las escuelas-universidades).
3) El aristotelismo cristiano:
Es la orientación filosófica de los dominicos: entre ellos, cabe destacar a San Alberto
Magno (que llevó a cabo la primera adaptación del aristotelismo al pensamiento cristiano
y divulgó los escritos aristotélicos de Física) y TOMÁS DE AQUINO (el más original e
influyente comentarista cristiano de Aristóteles).
El estudio directo de los textos de Aristóteles (gracias a traducciones directas del griego
que encarga al helenista Guillermo de Moerbeke), lleva a Tomás de Aquino a afirmar que
el averroísmo es una interpretación errónea del gran filósofo griego. Así, por ejemplo,
Tomás de
Aquino sostiene, frente a los averroístas, que en las obras de Aristóteles pueden hallarse
pasajes en los que se afirma la inmortalidad del alma individual (y no sólo la del
“entendimiento activo o agente”, común para todos los hombres); asimismo que, aunque
es cierto que Aristóteles afirmó que no puede demostrarse racionalmente que el mundo
haya sido hecho en un momento dado, también afirmó que tampoco puede ser
demostrada su eternidad; y en cuanto a la teoría de la doble verdad, dice Tomás de
Aquino, ni siquiera se encuentra en Aristóteles, es de Averroes, y es absurda, porque
contradice toda lógica humana que una afirmación verdadera desde el punto de vista de
la Fe pueda ser a la vez falsa racionalmente. Para Tomás de Aquino, Filosofía y Teología,
aún poseyendo objetos, métodos y criterios diferentes deben complementarse. Cuando la
filosofía y la teología se ocupan del mismo tema necesariamente tienen que decir lo
mismo; la filosofía y la teología pueden y deben ayudarse mutuamente.
Profundizando un poco más en la filosofía de Santo Tomás podemos decir que es
tributaria de una larguísima tradición histórica. En algún sentido puede decirse que el
tomismo nace de la confluencia de las grandes corrientes de pensamiento que cruzaron la
antigüedad y el medievo: platonismo y aristotelismo, helenismo y arabismo, paganismo y
cristianismo, sin olvidar otras corrientes secundarias, como la filosofía hebrea. Tomás de
Aquino supo aprovechar el inmenso trabajo de asimilación de sus predecesores, tanto
lejanos como próximos, e intentó descubrir y acoger toda manifestación válida y
verdadera del pensamiento humano, independientemente de su origen. Por ello podemos
afirmar que su obra constituye un punto de referencia para todos los que buscan la verdad
y tratan de promover al hombre desde su nivel profundo de pensador. Evidentemente,
Tomás de Aquino es hijo de su tiempo: su obra aparece como respuesta a la necesidad
histórica de ofrecer una visión de totalidad integradora, fiel a la razón y a la fe.
El marco básico de la filosofía de Tomás de Aquino, es decir, el entramado de sus
principales tesis metafísicas es de origen aristotélico. Se empeñó en la gigantesca tarea
de reconciliar el pensamiento de Aristóteles con el cristianismo, siendo el más decisivo
creador de la construcción intelectual llamada escolástica. Se sabe que Santo Tomás
había comenzado a familiarizarse con el Estagirita al comienzo de sus estudios, durante
su primera estancia en la Universidad de Nápoles. Más tarde, las enseñanzas de su
maestro, Alberto Magno, le ayudaron a comprender mucho mejor el alcance y
trascendencia de la filosofía aristotélica. No en vano, los dos principales representantes
del aristotelismo medieval fueron San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. El mérito
de Alberto Magno fue descubrir las grandes posibilidades que ofrecía la filosofía de
Aristóteles para dar un fundamento más sólido a la expresión racional del dogma
cristiano, y en haber orientado en ese sentido a su discípulo Santo Tomás. En relación
con esta cuestión debemos destacar que, ese mismo Tomás de Aquino que fue declarado
Doctor de la Iglesia en 1567 por Pío V, no gozó de la comprensión y adhesión de sus
coetáneos. Por el contrario, a lo largo de toda su vida tuvo que sufrir y combatir, no sólo el
ataque de los profesores seculares (que negaban el derecho de los religiosos a la
actividad docente e investigadora propia de la universidad), sino también la actitud de
cerrada hostilidad respecto al aristotelismo de la mayoría de sus compañeros teólogos,
herederos de las prohibiciones que, desde principios del s. XIII, la Iglesia había formulado
sobre el estudio de Aristóteles. A pesar de todo, convencido de que el auténtico
pensamiento de Aristóteles, a diferencia de su interpretación averroísta, era compatible
obra que había empezado años atrás “Summa Theologiae”. Tomás de Aquino murió en
1274 en el monasterio cisterciense de Fossanova.
La relación del cristianismo con la filosofía viene determinada, ya desde sus inicios, por
el predominio de la fe sobre la razón. Esta actitud queda reflejada en el "Credo ut intelligam"
de San Agustín, y se transmitirá a lo largo de toda la tradición filosófica hasta Santo Tomás de
Aquino, quien replanteará la relación entre la fe y la razón, dotando a ésta de una mayor
autonomía. El punto de partida externo de la filosofía de Santo Tomás fue la necesidad de
distinguir la razón de la fe, y también la de ponerlas de acuerdo.
A lo largo del siglo trece, junto con la influencia agustiniana también se había
desarrollado una corriente de signo contrario, el averroísmo latino, que había insistido, entre
otras, en la teoría de la "doble verdad". Según esta teoría, habría una verdad para la teología y
una verdad para la filosofía, independientes una de otra, y cada una con su propio ámbito de
aplicación y de conocimiento. La verdad de la razón puede coincidir con la verdad de la fe, o
no. En todo caso, siendo independientes, no debe interferir una en el terreno de la otra. Santo
Tomás rechazará esta teoría, insistiendo en la existencia de una única verdad, que puede ser
conocida desde la razón y desde la fe. Sin embargo, reconoce la particularidad y la
independencia de esos dos campos, por lo que cada una de ellas tendrá su objeto y método
propio de conocimiento. La filosofía se ocupará del conocimiento de las verdades naturales,
que pueden ser alcanzadas por la luz natural de la razón; y la teología se ocupará del
conocimiento de las verdades reveladas, de las verdades que sólo puede ser conocidas
mediante la luz de la revelación divina. Ello supone una modificación sustancial de la
concepción tradicional (agustiniana) de las relaciones entre la razón y la fe. La filosofía, el
ámbito propio de aplicación de la razón deja, en cierto sentido, de ser la "sierva" de la
teología, al reconocerle un objeto y un método propio de conocimiento.
Ahora bien, al mismo tiempo, Tomás, frente a los averroístas, tratará de demostrar que
la filosofía natural aristotélica no entra en contradicción con el cristianismo. Siguiendo la línea
de algunos Padres de la Iglesia, afirma que la verdad revelada añade algo a la verdad
deducida racionalmente. La razón está limitada por los sentidos, por eso considera Tomás que
sólo la fe puede ir más allá de los límites de la razón sin entrar en conflicto con ella, sino
ayudándola a ampliar su campo de visión.
Tomás insiste en que la revelación es moralmente necesaria, dado que Dios es el fin del
hombre, y el conocimiento de Dios es esencial para que el hombre pueda dirigirse
debidamente hacia su fin; así pues, la verdad referente a Dios es de gran importancia, y el
error referente a Dios es desastroso. Concedido, pues, que Dios es el fin del hombre, podemos
ver que es moralmente necesario que el descubrimiento de verdades tan importantes para la
vida no se deje, simplemente, a las solas fuerzas de hombres que tengan la capacidad, el celo
y el tiempo libre para meditar, que pueda permitirles descubrirlas, sino al contrario, que
aquellas verdades sean también reveladas.
La cuestión de la relación entre teología y filosofía en sto. Tomás, está ligada con la
cuestión de la relación entre lo sobrenatural y lo natural. Tomás, siguiendo a Aristóteles,
adopta una posición naturalista; pero destacar excesivamente esta tendencia naturalista nos
puede llevar a olvidar que lo natural está integrado y subordinado armoniosamente a lo
sobrenatural, es decir, lo natural tiene una autonomía pero no independencia. Lo mismo ocurre
con la filosofía con respecto a la teología. Desde luego, tenemos el deber de llevar lo más lejos
posible la interpretación racional de las verdades de la fe, pero en caso de que haya
desacuerdo, como el error no puede encontrase en la revelación divina, es necesario que se
encuentre en la filosofía.
El ser humano concreto fue creado por Dios para un fin sobrenatural, para la felicidad
perfecta, que solamente es alcanzable en la vida futura, en la visión de Dios; pero, el hombre,
puede alcanzar una felicidad imperfecta en esta vida mediante el ejercicio de sus capacidades
naturales, mediante un conocimiento filosófico de Dios, obtenido a partir de las criaturas y
mediante el logro y el ejercicio de las virtudes naturales. El filósofo puede probar la existencia
de Dios a partir de las criaturas y lograr un cierto conocimiento analógico de Dios, y definir las
virtudes naturales y los medios para conseguirlas. Tanto el filósofo como el teólogo consideran
al hombre concreto: la diferencia está en que el filósofo, aunque capaz de ver y considerar la
naturaleza humana como tal, no puede descubrir todo lo que hay en el hombre, no puede
descubrir la vocación sobrenatural de éste; solamente puede hacer parte del camino en el
descubrimiento del destino del hombre, precisamente porque el hombre fue creado para un fin
que trasciende los poderes de su naturaleza. Santo Tomás considera al hombre en concreto,
pero no puede saber todo lo que hay que saber acerca del hombre en concreto.
Así pues, la insuficiencia del conocimiento filosófico es manifiesta, pero, también es
indudable que Tomás creyó que es teóricamente posible que el filósofo elabore un verdadero
sistema metafísico sin recurrir a la revelación; tal sistema sería imperfecto, inadecuado e
incompleto, porque el metafísico se interesa por la Verdad misma, por Dios, que es el principio
de toda Verdad, y porque la investigación puramente humana no es capaz de descubrir todo
aquel conocimiento de la Verdad misma, de Dios, que es necesario para que el hombre alcance
su fin último.
Una vez aclarada la relación entre la razón y la fe, este pensador cristiano, considera
que la tarea fundamental que debe hacerse es la demostración de la existencia de Dios.
tener que recurrir a la fe. Exceptuada la fe dos son las fuentes principales de nuestro
conocimiento: la experiencia y la razón. Dios no es objeto directo de experiencia sensible —a
Dios no se le ve— por lo que algunos teólogos, como el agustino Anselmo de Canterbury
(1033-1109), consideraron que el procedimiento adecuado para demostrar la existencia de
Dios tendría que venir a través de una prueba a priori, es decir, que prescinda de la
experiencia y producida de modo exclusivo por la razón. La prueba que Anselmo ideará, (y que
a partir de Kant se denominará argumento ontológico), define a Dios como el ser del que no se
puede concebir otro más perfecto, y afirma que ese ser tiene que existir no sólo en el
pensamiento sino en la realidad, porque existir en la realidad es más perfecto que existir sólo
en el pensamiento, y si ese ser no existiera en la realidad no sería el ser del que no se puede
concebir otro más perfecto, luego Dios existe en la realidad y no sólo en el pensamiento.
Tomás rechazará la prueba anselmiana, pues considera que es cierto que hay
proposiciones cuya verdad es evidente en sí misma, ya que en ellas se predica de un sujeto
algo que pertenece a su esencia, y que por tanto son proposiciones que se pueden conocer
como verdaderas de una manera a priori, sin acudir a la experiencia.(Como por ejemplo en la
proposición "los triángulos tienen tres lados"; porque en la esencia del objeto —triángulo—
está incluido lo que de él se enuncia en la proposición —tener tres lados). Sin embargo, puede
también ocurrir que algunas proposiciones, siendo evidentes en sí mismas, no sean evidentes
para nosotros porque nuestro conocimiento de las propiedades esenciales del sujeto no sea tan
completo como para poder saber con seguridad si le conviene necesariamente el predicado; y
de esa clase es la proposición ―Dios existe‖.
Nosotros no conocemos en esta vida tan perfectamente a Dios como para poder darnos
cuenta, por la sola inspección de su concepto, que necesariamente tiene la propiedad de la
existencia. Y aunque es cierto que Dios existe, y además que existe de una forma necesaria,
eso lo terminaremos sabiendo, piensa Tomás, no de una forma a priori, como propone
Anselmo de Canterbury, sino con procedimientos a posteriori que se basan en la experiencia.
Por tanto, la proposición "Dios existe" es una proposición evidente en sí misma, pero no
evidente para nosotros; luego no nos demuestra que Dios exista, y hace del todo necesario el
que se demuestre.
El tema al que se enfrenta Tomás ahora es ver cómo se puede demostrar la existencia
de Dios, y aunque no tenemos experiencia sensible de este ser, sí la tenemos de sus obras; es
decir, de la creación del propio Dios. Y así, Tomás piensa que al crear el universo Dios ha
dejado señal, rastro, de sí mismo en él, de modo que tomando lo creado como punto de
partida podemos remontarnos y demostrar, de cinco maneras distintas, que hay un creador
que corresponde al nombre de Dios. De esta manera aprecia que es posible su demostración y
lo hace con cinco vías.
Las cinco vías para demostrar la existencia de Dios:
Tomás de Aquino plantea cinco caminos (vías) para demostrar la existencia de Dios que
presentan una estructura común de cuatro pasos: En todas ellas 1º) se parte de una clase de
hechos observables en la experiencia. 2º) Tras esto se comprueba que esa clase de hechos,
por su propia estructura interna, necesita una explicación causal que justifique su existencia,
ya que por sí misma esa clase de hechos no se explica. 3º) A continuación se niega que esa
explicación pueda consistir en una cadena infinita de hechos de experiencia de la misma clase
que se intenta explicar. 4º) Y por último se pasa a concluir la necesidad de que exista un ser
que sea trascendente a esa clase de hechos y el cuál, por tener una propiedad en concreto que
le caracteriza, sea capaz de explicar la existencia de la clase de hechos de experiencia de la
que se parte; a ese ser se le llama Dios.
1ª Vía del movimiento: parte del movimiento y alcanza la existencia de Dios como
motor inmóvil (Dios). (inspirada en Aristóteles).2ª Vía de las causas causadas: parte de que
hay causas causadas y culmina en la existencia de Dios como causa incausada (Dios).3ª Vía de
los seres contingentes: parte de que existen seres contingentes y llega a la existencia de un
ser necesario (Dios) (inspirada en Avicena). 4ª Vía de los grados de perfección: parte de la
gradación de los seres y concluye que existe necesariamente un ser perfecto (Dios), (de
inspiración platónica). 5ª Vía del orden: parte del orden del mundo y concluye que existe una
inteligencia ordenadora.
De esta manera, Tomás de Aquino piensa que se llega a la demostración de la
existencia de Dios, con lo que se aprecia la compatibilidad de la razón y la fe, de la teología
natural y la teología dogmática o revelada. Ahora debe plantear qué es ese ser, cuál es su
esencia, pues hasta ahora sólo nos ha demostrado su existencia.
La naturaleza de Dios.
Lo que a Tomás le interesa estudiar es si es posible establecer una vía racional del
conocimiento de lo que es Dios. El pensamiento cristiano, tradicionalmente ha considerado que
la naturaleza de Dios excede las capacidades del entendimiento humano y Tomás está de
acuerdo en eso y lo fundamenta al señalar que nuestras ideas, que son los "ladrillos" con los
que construimos nuestros conocimientos, se asientan en la experiencia; es decir, tienen como
objetos seres del mundo sensible, seres inmanentes. Pero Dios ni es objeto de experiencia, al
menos en esta vida, ni tan siquiera es un objeto del mundo. No se trata de que a Dios no se le
vea porque ahora no está presente, es que no podría estarlo, tal y como él es, porque él no es
un objeto sensible que pueda percibirse, ni puede serlo pues es trascendente. Y entonces la
cuestión es, cómo es posible tener conocimiento de su naturaleza cuando nuestras ideas, que
son los ladrillos de nuestros conocimientos, proceden de lo sensible y Dios es trascendente.
La forma en que tradicionalmente se encaraba esta cuestión tenía como resultado la
denominada vía negativa. Según esta teoría podemos conocer algo de cómo es Dios a través
de descartar lo que no es. Lo que se puede descartar de él es aquello que le conviene a lo
creado por Dios, en tanto que criatura. (Por ejemplo, lo creado por Dios, en tanto que tal, es
corpóreo, móvil, temporal… Luego Dios no será corpóreo, mutable, temporal…). Aunque lo que
proporciona esta vía no es un conocimiento positivo, si puede servir para dar un conocimiento
aproximado de Dios.
Tomás señala que los predicados como "bueno" y "sabio" sí dicen algo positivo de Dios,
aunque esas ideas, desde luego, no representen perfectamente a Dios, sólo lo hacen en la
medida en que nuestro entendimiento puede conocerle, que será como su reflejo en las cosas
sensibles. Apoyándose en la noción de analogía Tomás establece la posibilidad de una vía
racional al conocimiento de la naturaleza de Dios que mantiene dos características, ser
afirmativa y analógica. Esta vía que, por supuesto, proporciona un conocimiento menos
perfecto que la vía sobrenatural, puede estructurarse en tres fases. La primera sería afirmar
de Dios, analógicamente, las perfecciones que él ha causado en los seres creados. Segundo
sería negar de él lo que es propio únicamente de los seres creados por el hecho de serlo.
Tercero elevar al grado máximo las perfecciones que nos quedan, en el modo que nos quedan.
De esta manera, Tomás de Aquino relaciona la fe con la razón, compaginando estas dos
formas de llegar a la misma verdad, si bien, no debemos olvidar, que esta relación es más bien
una subordinación de la razón y la ciencia, pues, a la fe.
causa externa. Es necesario, pues, que exista un ser primero en quien la esencia y la
existencia, sean una y la misma cosa. A este ser es al que llamamos Dios.
Sto. Tomás, gracias a la distinción real entre esencia y existencia, ha distinguido, por
un lado, el ser de las criaturas, que puede separarse de su esencia y que, por tanto, es creado,
y, por otro, el ser de Dios, que se identifica con su esencia, y es por consiguiente necesario.
Dios es pura actualidad, pura forma y por ello es un ser simplicísimo.
Ahora bien, ¿cómo se relaciona Dios con sus criaturas? ¿qué relación existe entre la
esencia concreta y el acto de existir? Para contestar a estas preguntas, Tomás se muestra
bastante platónico. El ser de las criaturas y el ser de Dios no son unívocos, es decir, idénticos,
ni tampoco equívocos, es decir, distintos, son análogos, es decir, semejantes, pero en distinta
proporción. Sólo Dios es el ser por esencia, las criaturas tienen el ser por participación. Las
criaturas, por mucho que participen del creador, siempre pertenecerán a un orden entitativo
distinto. Participar no es ser una parte de aquello de lo que se participa. Un ser, cuando tiene
la existencia, pero no la ―es‖, la recibe de Dios. De este modo no se pone en peligro el ser
perfectísimo de Dios, pues aunque otorgue grados de perfección a los seres que crea, nunca se
quedará reducido en su ser, es decir, la perfección que posee está contenida en Él en un grado
superior a la que comunica. Así es como sin comprometer la unidad divina, puede ser
engendrada por Dios una multiplicidad de cosas.
Por ejemplo, vemos a través de los órganos sensoriales andando por la calle a Sócrates,
esa percepción hace formar en la imaginación el fantasma de Sócrates. A continuación el
entendimiento agente actúa sobre el fantasma de Sócrates iluminando en él sólo el aspecto
universal y despojándolo pues de sus aspectos concretos y particulares que hacía de él un
humano concreto; tras hacer esto se forma el concepto universal de humano. Una vez formado
el concepto universal el entendimiento posible lo conoce. Tras esto, es decir, una vez que el
entendimiento conoce el concepto universal humano, puede reconocer que ese fantasma que
recibió en la imaginación –el de Sócrates- corresponde al fantasma de un ser humano; es
decir, que sólo tras obtener el concepto de humano puede el entendimiento entender que
Sócrates es humano, pero no antes: lo primero que el entendimiento conoce es el universal y
después, al volver a la imagen sensible, reconoce en ella un integrante de la clase del
universal.
Ahora bien, ¿qué es lo que el entendimiento agente ilumina en el fantasma? Tomás
considera que lo que se ilumina no es la forma del compuesto hilemórfico, sino la esencia
universal.
La forma del compuesto hilemórfico Sócrates sería el alma de Sócrates. Pero el ser
humano no es sólo su alma, sino su alma y su cuerpo; porque todos los seres humanos tienen
no sólo alma sino cuerpo; luego lo que el entendimiento agente ilumina en su operación no es
el alma de Sócrates, ni es el alma en universal – válida para Sócrates o Platón- sino la esencia
universal; el compuesto de alma y materia, que caracteriza a todo ser humano.
La esencia de Sócrates, como ser hilemórfico que es, contiene un alma y un cuerpo.
Pues bien, la operación del entendimiento agente no consiste en abstraer del fantasma
la esencia de Sócrates, ya que ésta correspondería sólo a Sócrates, sino abstraer la esencia
universal que es válida para todo ser humano; ya sea Sócrates, Platón, Aristóteles...
Hay que distinguir, pues, entre la esencia de Sócrates, que es singular y concreta, de la
esencia de ser humano, que sería válida para todo ser humano.
Para hacer esto, al abstraer, el entendimiento agente elimina el accidente de cantidad
que pertenece a la materia de la esencia de Sócrates, al hacer esto elimina aquello que hace
singular a la esencia del fantasma; es decir, evita la individualidad de Sócrates y le queda la
esencia universal del ser humano.
Según Tomás el principio de individualización es la materia signata quantitate, es decir,
la cantidad de materia. Pues bien, el entendimiento agente tiene que abstraer ese accidente de
cantidad del fantasma para producir, no ya la esencia de Sócrates, sino la del universal ser
humano.
Núcleo III
LA FILOSOFÍA
MODERNA
El Humanismo Filosófico.
Frente a la visión religiosa y sobrenatural del ser humano que tenía la Edad Media,
el Renacimiento opone una visión naturalista del hombre, para la cual la vida humana
tiene valor en sí misma y no únicamente por su origen y destino sobrenaturales.
Asimismo, frente a una Filosofía al servicio de la Teología, el Renacimiento
desarrolla una Filosofía libre de subordinaciones religiosas, pues confía en la capacidad
de la Razón humana para alcanzar la verdad con independencia de la Fe.
Algunos destacados filósofos renacentistas fueron:
- Nicolás de Cusa (XV): rechazó la idea de que el Universo fuera finito, afirmando su
infinitud y la constante movilidad de todo lo que hay en él, incluyendo la Tierra, que,
además, no se halla en el centro. Afirmó también que el entendimiento humano no
puede conocer con propiedad a Dios. De Dios sólo le cabe al hombre ignorancia,
una “docta ignorancia”, dice el título de uno de sus libros.
- Giordano Bruno (XVI) defendió la imagen heliocéntrica del Universo propuesta por
Copérnico; sin embargo, no aceptará concebirlo como un gran mecanismo, sino
como un organismo vivo y divino. La Iglesia lo condenó a morir en la hoguera.
La Ciencia Moderna.
Los científicos renacentistas no van a conformarse con lo que acerca del Universo
encontraban en los libros de la antigüedad. Construirán una nueva imagen de la
Naturaleza y del Universo, derrumbando poco a poco la concepción aristotélico-
ptolemaica que ha estado vigente durante casi veinte siglos.
La ciencia moderna se construye sobre una nueva actitud ante la naturaleza
basada en:
- la observación directa de los hechos (influencia del nominalismo);
- y la aplicación de las matemáticas al conocimiento de los hechos (influencia del
pitagorismo).
De esa “nueva actitud” surge una imagen de la naturaleza que concibe al Universo
como un gran mecanismo sometido a leyes matemáticas.
FRANCIS BACON (1561-1626): precursor del empirismo inglés. Subrayó la importancia
que la ciencia tiene para dominar la naturaleza y ponerla al servicio del hombre.
Construyó un novum órganum (nuevo instrumento para el estudio de la naturaleza,
diferente del órganon medieval o Lógica silogística de Aristóteles): el método inductivo:
procedimiento que partiendo de la observación de los hechos particulares concluye
afirmando alguna ley general sobre los hechos observados.
La figura de Bacon y la importancia de su método inductivo para la ciencia moderna han
recibido consideraciones diversas. Si bien aplicó sistemáticamente, como nadie antes que
él, la inducción al conocimiento de los hechos naturales, sin embargo desconoció el
“instrumento” más importante que, en su época, se estaba utilizando en el terreno
científico, es decir, desconoció el papel fundamental que las matemáticas, más que la
observación, tienen en la formulación de hipótesis científicas.
Sin embargo, sus métodos parten de presupuestos diferentes y darán origen a dos
corrientes filosóficas antagónicas por su diferente modo de concebir el conocimiento: el
Racionalismo y el Empirismo.
BACON es inglés; su método presenta una clara inclinación empirista: sólo aquellos
conocimientos obtenidos de la observación de los hechos podrán ser verdaderos. Esta
línea de pensamiento será continuada/desarrollada por los filósofos del llamado
empirismo inglés, cuyo representante último y más destacado es David HUME.
GALILEO es italiano; su método es más racionalista (confía más en la razón capaz de
construir hipótesis matemáticas, sin acudir para ello a la experiencia, aunque sí más tarde
para verificarlas). Para llegar a la verdad no basta, pues, con la observación, sino que el
momento fundamental reside en la construcción racional/matemática de explicaciones
acerca de lo observado. Esta línea será continuada por el racionalismo, cuyo
representante primero es René DESCARTES.
Los filósofos modernos, tanto racionalistas como empiristas, se caracterizan por
anteponer la gnoseología a toda otra cuestión, gnoseología que posee un carácter
genético, es decir, se investiga el origen, la génesis de los procesos de conocimiento,
cuyo valor de verdad o falsedad es determinado con posterioridad a su origen.
La segunda característica que comparten las corrientes filosóficas de la
modernidad consiste en la asunción de una postura claramente subjetivista. El hombre se
encuentra imposibilitado para conocer directamente la realidad, las cosas en sí, tal y como
son. Perdida la ingenuidad de un realismo gnoseológico, se hace necesario reorientar la
pregunta acerca de lo real: ¿Conocemos las cosas tal y como son o son las cosas tal y
como las conocemos?. La realidad ha dejado de ser evidente, porque no puede ser
conocida más que mediatamente, a partir de nuestras ideas o representaciones mentales,
esto es: a partir del propio sujeto cognoscente y no del mundo en sí.
Racionalistas y empiristas tendrán que enfrentarse antes que nada con la cuestión
del sujeto como origen de todo conocimiento acerca de lo real y con la cuestión de las
posibilidades y límites de tal conocimiento. Lo obvio es el sujeto que conoce, a partir del
cual se construye lo real, el mundo "extramental":
Subjetivismo y gnoseología tienen como consecuencia inmediata la importancia
otorgada a la investigación sobre el método. Se tiene conciencia de una ruptura con el
Renacimiento y la seguridad de que se está haciendo y estrenando un nuevo saber. De la
preocupación fundamentalmente filológica de los renacentistas, de su revolución
orientada hacia el pasado, se pasa a una revolución que, desde el presente, se ordena
hacia el futuro desde una perspectiva optimista de progreso.
El paulatino despegue de las ciencias particulares, favorecido por la independencia
gradual de toda investigación respecto a los dogmas de la religión y la tradición hacía
necesaria la investigación de un método que desechara todo aquello que no pudiera
diferenciarse rigurosamente ni de lo verdadero ni de lo falso. El ámbito de la conjetura, de
lo probable no puede mantenerse si lo que se pretende es construir una ciencia cuya
característica fundamental sea la certeza, su absoluta indubitabilidad. Por eso, la
preocupación por establecer un método seguro y riguroso fue uno de los intereses
primordiales de esta época.
Características fundamentales de la filosofía racionalista
1. Plena confianza en la razón humana
Los filósofos racionalistas le otorgan un valor extremo a la razón entendida como la única
facultad susceptible de alcanzar la verdad. La oposición típica en la Edad Media entre
razón y fe (Revelación) o entre filosofía y religión, es sustituida ahora por la contraposición
entre las verdades racionales frente a los engaños o ilusiones de los sentidos. Razón se
opone a sensibilidad, experiencia, conocimiento sensoperceptual, no a fe.
2. Existencia de ideas innatas
Siguiendo la tradición abierta por Platón, para el cual el conocimiento verdadero podía ser
alcanzado a través del recuerdo, al estar las Ideas de algún modo "presentes" en el alma
humana, los racionalistas afirman que la conciencia posee ciertos contenidos o ideas en
las que se encuentra asentada la verdad. La mente humana no es un receptáculo vacío,
ni una "tabla rasa" como defendieron los empiristas, sino que posee naturalmente un
número determinado de ideas innatas o naturalezas simples (como las denomina
Descartes) a partir de las cuales se vertebra y fundamenta deductivamente todo el edificio
del conocimiento. La característica fundamental de tales ideas es su simplicidad, claridad
y distinción, es decir, la evidencia. En Descartes las ideas innatas y en particular la idea
de Dios garantizan y son los pilares desde los que reconstruir con plena certeza todos los
saberes, desde la física hasta la metafísica. En Leibniz, por ejemplo, las mónadas
contienen ("como semillas") una perspectiva parcial de la totalidad del universo, son un
microcosmos en el que se refleja el macrocosmos.
3. Adopción de un método de carácter matemático
Todos los racionalistas tomaron como modelo el método utilizado por la matemática y la
geometría: Descartes lo desarrolló en su obra Reglas para la dirección del espíritu;
Spinoza en el Tratado de la reforma del entendimiento y Leibniz en su De Arte
combinatoria, que estaba inspirado en Ramón Llull.
La utilidad del método estriba no sólo en escapar del error, sino que persigue una
intención clara: la unificación de las ciencias e incluso la creación de una "Mathesis
Universalis" o ciencia cierta de carácter universal que pudiera utilizar un lenguaje
simbólico matemático con el que analizar y reducir a lo simple (y cierto) toda proposición
compleja de la ciencia.
El método es una propedeútica: sana, cura el entendimiento y lo orienta a la conquista de
la verdad, reduciendo toda cuestión compleja a elementos simples, claros y distintos
(evidentes) que son conocidos mediante una intuición intelectual, despojada de toda
sensibilidad e independiente del ámbito de la experiencia (a priori).
Descartes y su proyecto racionalista.
Este filósofo y científico francés ha sido considerado como "padre de la Filosofía
Moderna". La clara definición de sus fines y la amplitud de su proyecto son rasgos
característicos del pensamiento cartesiano. Su proyecto inicial pretende el logro de una
ciencia universal. Así pues, el proyecto cartesiano va a concretarse bajo un lema: la
unidad de la ciencia, que planteará en un contexto matemático. El desarrollo del
pensamiento cartesiano constituye una progresiva explicitación y fundamentación de este
proyecto inicial de unidad entre todas las ciencias. En este sentido, la vía cartesiana a la
filosofía tiene su punto de partida en la noción de ciencia universal.
Este proyecto genuinamente cartesiano de elaboración de una ciencia universal, que
intuye en su "hallazgo admirable" a partir de los célebres "sueños" de noviembre de 1619,
nace en gran medida como reacción frente a la filosofía escolar de su época que
Descartes percibe como caracterizada por el desacuerdo en casi todas las cuestiones.
Por otra parte, rechaza la lógica silogística que había imperado durante toda la
escolástica. De este modo, frente a la idea escolástica, según la cual los procedimientos
deben adecuarse a los distintos objetos de cada ciencia, Descartes considerará que el
método ha de ser único, es decir, común en sus reglas para todas las ciencias. La raíz
principal de su racionalismo consistirá, precisamente, en postular la conveniencia de un
método: un método general que daría la unidad de la ciencia universal.
El método expresa la estructura de la razón humana, tal y como ésta puede aplicarse al
conocimiento verdadero de los objetos, y por eso mismo sustenta a cualquier ciencia. El
método es el fundamento de la ciencia universal y, por lo tanto, el núcleo de su
racionalismo. No hay conocimiento, ya sea en el ámbito científico o filosófico, que no
pueda ser racional, es decir, expuesto conforme a las reglas del método. Para buscar
dicho método, su referencia fundamental serán las matemáticas: desde su juventud había
cultivado las matemáticas, observando que las proposiciones matemáticas no deben su
verdad a la experiencia, sino a la razón ("verdades de razón"). Considerará que
únicamente en las matemáticas se pueden encontrar verdaderas demostraciones, es
decir, ciertas y evidentes. Así pues, las matemáticas le sirvieron de paradigma o modelo
en la búsqueda de unas primeras verdades absolutamente ciertas que le sirvieran de
apoyo en la reconstrucción del edificio de la ciencia y la filosofía.
La filosofía que, como afirma en el prefacio a los Principios de la filosofía, significa el
estudio de la sabiduría, es entendida como un todo: "toda filosofía es como un árbol cuyas
raíces son la metafísica, el tronco la física y las ramas que salen de ese tronco todas las
demás ciencias, que se reducen a tres principales: la medicina, la mecánica y la moral
(...), que es el último grado de la sabiduría".
Así pues, Descartes se decide por una filosofía que asegure el conocimiento perfecto de
todas las cosas que el hombre puede saber, tanto para la conducta de su vida (moral),
como para la conservación de su salud (medicina) como para la invención de las artes
(mecánica).
En síntesis, el proyecto cartesiano propugna la unidad de todas las ciencias, que
dependen de un único método obtenido a partir del modelo que ofrecen las matemáticas.
Descartes consagra la razón como fuente principal de conocimiento y seguro criterio de
verdad. Sobre tales principios racionalistas apoya, a su vez, su método que será, a un
mismo tiempo, punto de arranque y meta de su filosofía. En este sentido, Descartes hace
del método matemático el método de todo lo real: substituye la complejidad de lo real por
las ideas claras y distintas. Las ideas serán los modelos a los que debe ajustarse la
realidad, o bien serán la misma realidad. De esta manera, el pensamiento será la
condición del ser y el "cogito" (tal y como analizaremos) será el principio o punto de
partida del que se deducirá todo lo real.
Afirman también que el conocimiento humano tiene sus límites: los que marca la
experiencia. No podemos conocer con verdad nada que se halle más allá de la
experiencia. (Esto les distingue del Racionalismo, para el cual la razón humana posee
ideas innatas con las que puede llegar a conocer lo que está más allá de la experiencia y
construir la Metafísica.)
Por último, y en esto coinciden con el racionalismo, los empiristas afirman que
nuestro conocimiento es siempre conocimiento de ideas. Discreparán en cuál es el origen
de las ideas: innatismo frente a experiencia. Los empiristas, además, tratarán de descubrir
cuáles son los mecanismos psíquicos en virtud de los cuales nuestra mente
relaciona/asocia ideas para conocer la realidad.
Uno de los principales filósofos empiristas es David Hume, que también podría
presentarse como un pensador ilustrado y, en este sentido, trata de liberar al hombre de
todos aquellos falsos saberes teológicos y metafísicos que, pretendiendo ser ciencias
fundamentales y primeras, no consisten sino en prejuicios, errores y supersticiones,
impidiendo el verdadero progreso del saber humano.
Quiere construir una ciencia (la ciencia de la naturaleza humana o antropología)
que sirva de fundamento a las demás. Esa ciencia tiene que establecer, en primer lugar,
los límites del entendimiento humano, es decir, los límites de lo que podemos conocer,
más allá de los cuales no hay más que “sofistería e ilusión”, dice Hume.
El empirismo radical o consecuente de Hume le lleva, por un lado, a cuestionar la
validez de la Metafísica como supuesto conocimiento esencial de la realidad o ser de las
cosas, afirmando que lo que nos es dado conocer es siempre una realidad fenoménica, y
por otro lado, a un escepticismo moderado: en lo que se refiere al conocimiento de las
relaciones que se dan entre los hechos, no podemos alcanzar ninguna verdad necesaria
(=que posea certeza racional absoluta), únicamente conocimientos probables que, por
costumbre, creemos como verdaderos con un sentimiento muy vivo.
Como dijo Kant en su escrito ¿Qué es la Ilustración? esta es una época en la que
el ser humano debe salir de la minoría de edad producida por tener demasiados tutores
(fe, supercherías, dogmatismo, etc.), tener valor para dirigirse en todo (saber, moral,
religión, etc.) con su propia razón (sápere aude). Por esto en este periodo se pretende
instaurar una nueva etapa de la humanidad haciendo que ésta se guíe no por la tradición,
supersticiones, etc., que no llevan al hombre hacia lo mejor, sino que se debe guiar por la
“luz de la razón” con tal de vivir mejor. En esto se aprecia la importancia de la educación
en la razón (que todos tenemos), por lo que hay una proliferación de escuelas,
enciclopedia, museos, etc. Tienen la esperanza de que si el ser humano se dirige por la
razón, pero una razón crítica, desechará todo aquello que le ha hecho desviarse, como el
dogmatismo (fe ciega en algo sin crítica), prejuicios tradicionales que no se someten a
crítica (enseñanzas de los antiguos pensadores y científicos sin someterlos a crítica,
como ocurría en astronomía, etc.). Esto está influido por los científicos (sobre todo
Newton), que con la razón como capacidad y las matemáticas como instrumento,
describen las leyes de la naturaleza, pudiendo predecir, etc, y otorgando al ser humano
una gran confianza en sus propias capacidades.
Kant llevará a cabo una síntesis de las dos corrientes que conoce, el racionalismo,
del que se ha empapado como alumno y profesor de la universidad, y el empirismo, que
conoce a través de la lectura de Hume. Estas dos corrientes filosóficas influyen
sobremanera en el pensamiento kantiano puesto que el idealismo trascendental (que es la
filosofía que inaugura Kant), es una suerte de síntesis superadora de las dos corrientes
mencionadas. Kant intentará superar los errores del racionalismo y el empirismo
potenciando sus aciertos y haciendo ver que las dos caras de la misma moneda son
distintas, pero no por eso contradictorias. Las dos constituyen la moneda única del edificio
del saber (teórico y práctico).
cuya necesidad debemos admitir. Así, la metafísica se asentará, como veremos, sobre el
suelo firme de la razón teórica y los objetos metafísicos serán alcanzados no mediante
conocimiento sino mediante fe racional.
En consecuencia, debemos afirmar que el proyecto kantiano tiene dos fases
inseparables y que cualquier presentación de una de las dos exige la de la otra porque si
no, el pensamiento kantiano, se tornaría incomprensible ya que estaríamos estableciendo
un reduccionismo del mismo.
Esas dos fases son:
1) El examen de los principios que hacen posible el conocimiento teórico. Examen del uso
teórico de la razón. Kant lo realizará en su obra Crítica de la razón pura.
2) El examen de los principios que hacen posible el conocimiento práctico (fe racional).
Examen del uso práctico de la razón. Lo realizará fundamentalmente en su obra Crítica de
la razón práctica.
A la totalidad del proyecto, el filósofo de Könisberg lo designará como Crítica de la razón
pura. Es decir, examen o investigación de los principios (aprióricos) tanto del uso teórico,
como del práctico de la razón.
BIOGRAFÍA DE DESCARTES.
1-. INTRODUCCIÓN.
2-. EL MÉTODO CARTESIANO.
3-. LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO EDIFICIO DEL
CONOCIMIENTO:
- LA DUDA METÓDICA.
- LA CERTEZA FUNDAMENTAL. “COGITO ERGO
SUM”.
- LA EXISTENCIA Y EL PAPEL DE DIOS.
BIOGRAFÍA DE DESCARTES.
Empecemos esta biografía con una interesante frase de Leibniz: ―Acostumbro a llamar a
los escritos de Descartes el vestíbulo de la verdadera filosofía, porque, aunque no haya llegado
a su núcleo íntimo, se le ha aproximado más que ningún otro, con la única excepción de
Galileo, de quien el cielo consintió que recibiésemos todas sus meditaciones sobre diversos
temas que un destino adverso había reducido a silencio. Quien lea a Galileo y a Descartes se
hallará en una posición mejor para descubrir la verdad, que si hubiese explorado el género
entero de los autores comunes‖.
Descartes, ―el padre de la filosofía moderna‖, marcó un giro radical en el terreno del
pensamiento, debido a la crítica a que sometió la herencia cultural, filosófica y científica de la
tradición, y por los nuevos principios sobre los que edificó un tipo de saber que ya no se
centraba en el ser o en Dios, sino en el hombre y la racionalidad humana.
René Descartes nació en La Haye (Turena), el 31 de Marzo de 1596. De familia noble,
fue pronto enviado al colegio jesuita de La Fleche, en Anjou, que era uno de los centros de
enseñanza más famosos de su tiempo. Allí recibió una sólida formación filosófica y científica.
Aquella enseñanza, inspirada en los principios de la filosofía escolástica, dejó insatisfecho y
confuso a Descartes, aunque mostró interés hacia la matemática. Pronto se dio cuenta de la
distancia enorme entre aquella corriente cultural y los nuevos fermentos científicos y filosóficos
que pugnaban por salir a la luz en diversos contextos, y sobre todo percibió con rapidez la
ausencia de una metodología seria, que estuviese en condiciones de instituir, controlar y
ordenar las ideas existentes, y guiar hacia la búsqueda de la verdad.
Descartes, pues, abandonó desorientado el colegio de La Fleche y sin un trozo de saber
que le sirviese como asidero. Por ello, después de haber continuado sus estudios en la
universidad de Poitiers, donde obtuvo la licenciatura en Derecho, y continuando en la máxima
confusión espiritual y cultural, decidió dedicarse a la carrera de las armas. En 1618, cuando
comenzó la Guerra de los Treinta años, se alistó en las tropas de Mauricio de Nassau, quien
combatía contra España y a favor de la libertad de los Países Bajos. En Breda trabó amistad
con un joven cultivador de la física y la matemática, Isaac Beeckman, quien le estimuló a
estudiar física. Dedicado a un proyecto de ―matemática universal‖ en Ulm, donde se halla
formando parte del ejército del duque Maximiliano de Baviera, a cuyas filas había pasado,
manifestó haber tenido entre el 10 y el 11 de noviembre de 1619 una especie de revelación
intelectual acerca de los fundamentos de ―una ciencia admirable‖.
Se estableció en Holanda, tierra de tolerancia y de libertad. Cuando estaba a punto de
editarse su libro ―Tratado sobre el mundo y sobre el hombre‖, se enteró de la condena a
Galileo, a acusa de las tesis copernicanas que también Descartes compartía, y por ello escribió
a Mersenne diciéndole: ―Estoy casi decidido a quemar todos mis papeles o, por lo menos, a no
dejar que nadie los vea.‖ El recuerdo de la hoguera a la que fue condenado Giordano Bruno –
que la condena de Galileo le hacía venir a la memoria- influyeron decisivamente en su ánimo
esquivo, contrario a las desazones que perturban la paz del espíritu, tan necesario para los
estudios.
Descartes advirtió la urgente necesidad de afrontar el problema de la objetividad de la
razón y de la autonomía de la ciencia en relación con el Dios omnipotente. A ello también le
llevó el hecho de que Urbano VIII hubiese condenado la tesis galileana como contraria a la
Escritura. Desde 1633 a 1637 escribió el ―Discurso de Método‖. A diferencia de Galileo, que no
había elaborado un tratado explícito sobre el método, Descartes consideró que era importante
demostrar el carácter objetivo de la razón e indicar las reglas en las que había que inspirarse
para alcanzar dicha objetividad. Nacido en un contexto polémico y como defensa de la nueva
ciencia, el ―Discurso del Método‖ se convirtió en la carta magna de la nueva filosofía.
Se remonta a este período su amor por Helène Jans, con la que tuvo a Francine, la
hijita que amó con ternura y que murió cuando sólo tenía cinco años. El dolor causado por la
pérdida de la niña afectó profundamente su ánimo y, en parte, también su pensamiento, si
bien sus escritos siempre fueron severos y rigurosos. Comenzó la redacción de la
―Meditaciones Metafísicas‖, escritas en latín ya que estaban reservadas a los doctos. Tale
Meditaciones serán publicadas en 1641.
Amargado por las polémicas que habían desencadenado los profesores de la universidad
de Leiden, que llegaron a prohibir el estudio de sus obras, y no dispuesto a regresar a Francia,
Descartes aceptó en 1649 la invitación de la reina Cristina de Suecia y, después de haber
entregado a la imprenta el manuscrito de su último trabajo, ―Les passions de l’âme‖, dejó
definitivamente Holanda, que ya no era hospitalaria con él. En la corte sueca Descartes, para
celebrar el final de la Guerra de los Treinta Años y la paz de Westfalia, escribe ―El nacimiento
de la paz‖. No obstante, fue muy breve el tiempo que pasó en la corte sueca, ya que la reina
Cristina, dada su costumbre de mantener sus conversaciones a las cinco de la mañana,
obligaba a Descartes a levantarse muy temprano, a pesar de la inclemencia del clima y la nada
robusta constitución del filósofo. En consecuencia la mañana del 2 de febrero de 1650, el
filósofo al salir de palacio cayó enfermo de pulmonía y murió después de una semana de
sufrimientos. Sus despojos mortales, trasladados a Francia en 1667, descansan en la iglesia de
Saint Germain des Pres, en París.
El método expresa la estructura de la razón humana, tal y como ésta puede aplicarse al
conocimiento verdadero de los objetos, y por eso mismo sustenta a cualquier ciencia. El
método es el fundamento de la ciencia universal y, por lo tanto, el núcleo de su racionalismo.
No hay conocimiento, ya sea en el ámbito científico o filosófico, que no pueda ser racional, es
decir, expuesto conforme a las reglas del método. Para buscar dicho método, su referencia
fundamental serán las matemáticas: desde su juventud había cultivado las matemáticas,
observando que las proposiciones matemáticas no deben su verdad a la experiencia, sino a la
razón ("verdades de razón"). Considerará que únicamente en las matemáticas se pueden
encontrar verdaderas demostraciones, es decir, ciertas y evidentes. De aquí surge su propósito
de crear una especie de matemática universal, liberada de los números y de las figuras, para
que pueda servir de modelo a todos los saberes. En este contexto de crítica y de recuperación
de las ciencias matemáticas hay que leer el pasaje en el que Descartes, en su ―Discurso del
Método‖, afirma que quiere inspirar el método del nuevo saber en la claridad y el rigor típicos
de procedimientos geométricos: ―Aquellas largas cadenas de razonamientos, todas ellas
sencillas y fáciles, de las que se suelen servir los geómetras para llegar hasta sus más difíciles
demostraciones, me habían dado la ocasión de imaginar que todas las cosas que el hombre
puede conocer se producen del mismo modo y que, si nos abstenemos de aceptar por
verdadera una cosa que no lo es, y siempre que se respete el orden necesario para reducir una
cosa de otra, no habrá nada que esté tan lejano que al final no pueda llegarse allí, ni nada tan
oculto que no pueda descubrirse.
Descartes concibe el método como un camino seguro que nos llevará a un conocimiento
perfecto, proporcionándonos certeza y evidencia, pues "toda ciencia es un conocimiento cierto
y evidente". Así pues, entiende el método como un conjunto de reglas ciertas y sencillas que
impiden tomar jamás un error por una verdad. En este sentido, afirma: "Entiendo por método
reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca
nada falso por verdadero y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino
aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo
aquello de que es capaz" (Reglas para la dirección del espíritu). Teniendo en cuenta esta
definición, apreciamos que las ventajas de este método son que:
1º evita el error llevándonos a la verdad con seguridad;
2º que permite aumentar los conocimientos verdaderos
3º que es sencillo.
consiste en reglas para emplear correctamente estas dos operaciones mentales. La finalidad
del método consistirá en posibilitar el ejercicio de la intuición, y en señalar la manera adecuada
de realizar deducciones, así como en seguir el orden. Con ello colocará a la mente en el umbral
mismo de la ciencia.
Las cuatro reglas que expone Descartes en su ―Discurso del Método‖, son reglas
simples que subrayan la necesidad de que se tenga una plena conciencia de los pasos
mediante los cuales se articula cualquier investigación rigurosa. Constituyen el modelo del
saber, porque la claridad y la distinción evitan los posibles equívocos o las generalizaciones
apresuradas. A tal efecto, ante los problemas complejos y ante fenómenos confusos, hay que
llegar hasta los elementos más simples, que no pueden descomponerse más, para que queden
iluminados por la luz de la razón.
- LA DUDA METÓDICA.
Una vez establecidas las reglas del método, es necesario justificarlas, dar cuenta de su
universalidad y fecundidad.
Descartes aplica sus reglas al saber tradicional para comprobar si contiene alguna
verdad tan clara y distinta que permita eliminar cualquier motivo de duda. Si la aplicación de
estas reglas nos conduce a una verdad indubitable, entonces habrá que asumir que ésta es el
comienzo de una larga cadena de razonamientos o el fundamento del saber. La condición que
siempre hay que respetar en ese proceso de búsqueda de una verdad indubitable es la
siguiente: No será lícito aceptar como verdadera una aserción que se vea teñida por la duda o
por una posible perplejidad. Habrá, por tanto, que examinar los principios sobre los que se
fundamenta el saber tradicional; si tales principios caen, todo lo que se fundamente sobre ellos
también caerá.
Empezaremos señalando que buena parte del saber tradicional pretende estar basado
en la experiencia sensible. Ahora bien, ¿cómo es posible considerar como cierto e indudable un
saber que se origina en los sentidos, si éstos a veces nos engañan? Por ello, Descartes en el
Discurso del Método afirma lo siguiente: ―Dado que los sentidos a veces nos engañan, decidí
suponer que ninguna cosa era tal como nos la representaban los sentidos‖.
Avanzando en la destrucción de los cimientos sobre los que se sostenía el saber
tradicional, Descartes nos dice que una parte de dicho saber también se fundamenta en la
razón; la razón tampoco parece estar exenta, para Descartes, al menos en este primer
momento acrítico, de obscuridad e incertidumbre, ya que podemos decir que hay quien se
equivoca al razonar, y por ello, Descartes va a rechazar todas las demostraciones que
anteriormente se tomaban como verdaderas.
Descartes también nos presenta en sus ―Meditaciones Metafísicas‖ la confusión que el
ser humano experimenta entre el sueño y la vigilia. En alguna que otra ocasión nos ha
sucedido que hemos estado convencidos de vivir una situación que tan sólo era un sueño o
una pesadilla, pero tan sólo nos hemos dado cuenta que era una ficción en el momento de
despertar, ya que mientras tanto estábamos convencidos que era real; por ello Descartes nos
dice, ¿cómo podemos estar convencidos de que lo que estamos viviendo ahora es real o tan
sólo un sueño?
Por último, nos encontramos con el saber matemático, que parece indudable, porque es
válido tanto en el estado de vigilia como en el sueño. Dos más dos suman cuatro en cualquier
circunstancia y en cualquier estado. No obstante, ¿quién me impediría pensar que existe ―un
genio maligno, astuto y engañador‖ que mofándose de mí me lleva a considerar como
evidentes cosas que no lo son? Aquí la duda se convierte en algo radical, ya que se aplica a
ámbitos que en el pasado estaban fuera de toda sospecha. ¿Acaso el saber matemático no
podría ser una construcción grandiosa basada en un equívoco o en una colosal mixtificación?
―Supondré, pues, que exista no ya un Dios verdadero, fuente soberana de verdad, sino un
cierto genio maligno, no menos astuto y engañador que potente, que empleó toda su industria
en engañarme.‖
Podemos concluir afirmando que no existe en el edificio del saber ningún rincón sano.
La casa se hunde porque los cimientos están socavados. Nada resiste a la fuerza corrosiva de
la duda. Descarte escribe lo siguiente en las Meditaciones Metafísicas: ―Yo supongo que todas
las cosas que veo son falsas; me digo a mí mismo que jamás ha existido nada de lo que mi
memoria llena de mentiras me representa; pienso que no tengo ningún sentido; creo que el
genio maligno puede tenderle artimañas y ningún engaño de los sentidos puede obscurecerla-
entonces el saber tendrá que fundarse sobre ella, habrá que imitar su claridad y su distinción,
que son los únicos postulados irrenunciables del nuevo saber.
La dependencia del hombre con respecto de Dios no lleva a Descartes a las mismas
conclusiones que habían elaborado la metafísica y la teología tradicionales: la primacía de Dios
y el valor normativo de sus preceptos y de todo lo que está revelado en la Escritura. La idea de
Dios en nosotros, como la marca del artesano en su obra, es utilizada para defender la
positividad de la realidad humana y –desde el punto de vista de las potencias cognoscitivas- su
capacidad natural para conocer la verdad y, en lo concerniente al mundo, la inmutabilidad de
sus leyes. Aquí es donde se ve derrotada de forma radical la idea del genio maligno o de una
fuerza destructiva que pueda burlar al hombre. Bajo la protectora fuerza de Dios las facultades
cognoscitivas no nos pueden engañar, puesto que en tal caso Dios mismo –su creador- sería el
responsable de este engaño. Y como Dios es sumamente perfecto, no puede mentir. Aquel
Dios, en cuyo nombre se intentaba obstaculizar la expansión del nuevo pensamiento científico,
aparece aquí como el garante de la capacidad cognoscitiva de nuestras facultades. La duda se
ve derrotada y el criterio de evidencia está justificado de modo concluyente. Únicamente para
el ateo la duda no ha sido vencida de manera definitiva, porque siempre puede poner en duda
lo que le indican sus facultades cognoscitivas, al no reconocer que éstas fueron creadas por
Dios, suma bondad y verdad.
Dios garantiza todas aquellas verdades claras y distintas que el hombre está en
condiciones de alcanzar. El hombre conoce y nada más, sin la menor intención de emular a
Dios. Se defiende a la vez el sentido de la finitud de la razón y el sentido de su objetividad. La
razón del hombre es específicamente humana, no divina, pero su actividad se halla
garantizada por aquel Dios la ha creado.
Sin embargo, si bien es cierto que Dios es veraz y no engaña, también es cierto que el
hombre yerra. ¿Cuál es entonces el origen del error? Ciertamente el error no es imputable a
Dios sino al hombre, porque no siempre se muestra fiel a la claridad y a la distinción. Las
facultades del hombre funcionan bien, pero de éste depende el hacer un buen uso de ellas, no
tomando como si fuesen claras y distintas ideas aproximativas y confusas. El error tiene lugar
en el juicio, y para Descartes, pensar no es juzgar, porque en el juicio interviene tanto el
intelecto como la voluntad. El intelecto que elabora las ideas claras y distintas no se equivoca.
El error surge de la inadecuada presión de la voluntad sobre el intelecto.
Con esta inmensa confianza en el hombre y en sus facultades cognoscitivas y después
de haber señalado las causas y las implicaciones del error, Descartes puede avanzar ahora
hacia el conocimiento del mundo y de sí mismo, en cuanto se halla en el mundo. Ya se ha
justificado el método, se ha fundamentado la claridad y la distinción, y la unidad del saber ha
sido reconducida a su fuente, la razón humana, sostenida e iluminada por la garantía de la
suprema veracidad de su Creador.
1. INTRODUCCIÓN:
a. PROYECTO DE KANT
i. EL JUICIO A LA RAZÓN Y LA FILOSOFÍA
CRÍTICA
ii. EL USO TEÓRICO Y USO PRÁCTICO DE LA
RAZÓN
El proyecto de kant tiene en lo fundamental dos fases que son analizar los principios
que hacen posible el conocimiento teórico, es decir, el examen del uso teórico de la razón, que
Kant lo realizará sobre todo en su obra Crítica de la razón pura, y el examen de los principios
que hacen posible el saber práctico, el examen del uso práctico de la razón que lo realizará
fundamentalmente en su obra Crítica de la razón práctica y en la Fundamentación metafísica
de las costumbres. Es pues en éstas dos obras donde intentará responder a la pregunta: ¿qué
debo hacer?, puesto que la actividad humana no sólo radica en el conocer, sino que para Kant,
la razón (que es única), tiene dos usos en el hombre: un uso teórico dedicado al análisis de los
principios y límites del conocer cómo son las cosas y que se dedica por tanto, a formular leyes
y juicios acerca de cómo son las cosas. Y un uso práctico que es otro uso de la razón que lo
que busca son los principios y fundamentos que establezcan cómo debo actuar para actuar
racionalmente y por tanto moralmente bien.
Brevemente, debemos tener en cuenta que Kant en el análisis de la facultad de conocer
(uso teórico) establece las condiciones para el conocimiento científico, apreciando que es
necesario aplicar los conceptos (categorías puras y conceptos a posteriori) a los fenómenos
(datos captados por los sentidos), con lo que deduce que la metafísica no es una ciencia, esto
es, que no puede haber un conocimiento científico de Dios, del alma y del mundo (objetos
metafísicos por antonomasia). Pero si bien no puede haber un conocimiento de estos tres
objetos metafísicos, sí tienen un papel en la ética como se apreciará al final de la exposición.
Vamos a realizar una exposición del pensamiento moral de este autor, con el fin de
apreciar cómo consigue establecer los principios que hacen posible el actuar moralmente bien.
Pero no debemos olvidar que para Kant, como buen ilustrado, el fin último de la filosofía y de
todo saber es garantizar que todos los conocimientos estén al servicio de una humanidad más
libre.
ÉTICAS MATERIALES
Kant establece que en general, las teorías éticas anteriores han sido todas materiales
(no válidas para todos los hombres), proponiendo él una ética formal que será universal. De
esta manera, podemos hacer un análisis para comenzar de la diferencia entre éticas materiales
y éticas formales con el fin de enfocar la pretensión de este autor.
La definición de éticas materiales es que son aquéllas que establecen "algo" que se
propone como un bien supremo para el ser humano, de tal manera que las acciones se
catalogarán como buenas en tanto que se acerquen a ese bien y malas los que nos alejen.
Son materiales porque tienen contenido (ese "algo" como bien supremo: felicidad (Aristóteles),
placer (Epicuro), etc).
Parándonos a analizarlas más profundamente, podemos apreciar dos elementos en las éticas
materiales: por un lado tenemos que todas tienen algún bien, algo bueno para el ser humano
(que cada una establece cuál es: la felicidad, el placer, etc) al cual tiende el ser humano como
fin último; y además tiene normas encaminadas a alcanzar ese bien supremo. Es por esto por
lo que dice Kant que tienen pues contenido: pues tiene algo como bien supremo y además nos
dice qué ha de hacerse para conseguirlo (si quieres ser feliz, ...).
1º- Empíricas o a posteriori: según Kant, el bien supremo en el que se basan las éticas
materiales, proviene de la experiencia de algún hombre, que después se generaliza a todos los
demás; se puede ejemplificar con el hecho de que Aristóteles experimentó que la sabiduría
ofrece la máxima felicidad, por lo tanto consideró que todos los seres humanos debían sentir lo
mismo). Estas éticas se basan pues, en generalizaciones extraídas de la experiencia, cosa que
las invalida pues ninguna ética que tenga pretensión de ser universalmente válida puede
aceptar estas consideraciones, pues en el caso de que alguien no esté de acuerdo en que lo
bueno sea conseguir ese bien supremo, no seguirá esta ética. Además, Kant plantea que
ningún principio extraido de la experiencia podrá ser universalmente válido, por lo que sólo un
principio a priori (anterior a la experiencia), podrá ser universal. Si el objeto o materia fuera el
fundamento de determinación de la voluntad, entonces ésta se determina: a) Por la
representación del objeto. (Experiencia); o b) Por la expectativa de placer en la realidad del
objeto. (Esta expectativa sólo puede fundarse en la experiencia, pues nunca puede conocerse
a priori de ninguna representación si estará ligada a placer o dolor o si será indiferente). Todo
principio práctico material es un caso del principio universal del amor a sí mismo o felicidad
propia. Lo que Kant quiere decir es que los principios prácticos al ser empíricos hacen que la
voluntad se determine por el placer o el dolor que encuentran en la materia de la norma
moral. En definitiva, todas las éticas materiales son éticas hedonistas, y, por tanto
interesadas. En definitiva, no pueden ser éticas porque la ética tiene que ser absolutamente
desinteresada. (Uno no se puede hacer bueno de forma interesada, el bien –como el amor- o
es desinteresado o no es bien. Es decir, es un fin en sí mismo, no un medio y toda ética
hedonista utiliza el bien como un medio para conseguir placer –felicidad propia-). Además, los
principios materiales suponen a la voluntad sometida únicamente al mecanismo de las
inclinaciones (la búsqueda de placer y la evitación de dolor). En consecuencia, son una
negación a efectos prácticos de la libertad. (Es decir, el ser humano estaría sometido a las
inclinaciones naturales que le harían buscar el placer y el dolor, según la interpretación de las
éticas materiales, y eso supone estar sometido a las férreas leyes de la naturaleza que están
determinadas por la conexión absolutamente necesaria entre las causas y los efectos; entre las
que no cabría, por tanto, en absoluto la libertad. En definitiva Kant de nuevo insiste en que
toda ética material supone la negación del hecho moral, lo cual es absurdo).
2º- Los imperativos o mandatos de éstas éticas son hipotéticos: son condiciones para
conseguir ese bien, por lo que no son válidos absolutamente, sino que serán un medio para
conseguir el fin propuesto como bien supremo. Por lo tanto determinan a la voluntad como
medio (condición) para conseguir otra cosa o fin. Su forma típica es: ―Haz B, si quieres A‖. (B
siempre es un medio para realizar A). Ej: ―No mates, si quieres tener la conciencia tranquila‖.
La crítica kantiana pasa aquí también por apreciar que no puede ser universalmente aceptado
puesto que si no se está de acuerdo con el bien a conseguir, los imperativos no serán
aceptados, con lo que dependerá de si estoy de acuerdo en conseguirlo. (si quieres ser feliz
con el placer, tienes que hacer ..., pero si no quiero ¿qué ocurriría?).
3º- las éticas materiales son heterónomas: es decir, tienen normas morales que vienen
impuestas desde fuera de mi propia razón, por lo que el sujeto no se da a sí mismo la ley y no
es autónomo, no se determina a sí mismo, con lo que no ejerce su propia libertad. De esta
manera la voluntad es determinada a obrar por inclinación o deseo (el placer en Epicuro, etc).
Así, todo principio práctico material supone una dependencia absoluta de la libertad con
respecto a su objeto. Las éticas materiales serían éticas heterónomas que en vez de liberar al
sujeto moral, le esclavizarían haciendo depender su voluntad libre de objetos ajenos a él.
1º- que no sea empírica a posteriori sino a priori, esto es universal y necesaria para
todos los seres racionales, con lo que deberá ser vacía de contenido. (no nos debe decir
qué tenemos que conseguir, sino cómo actuar).
2º- que no sean hipotéticos sus mandatos, sino categóricos: es decir, que no sean
condiciones para conseguir nada, sino que sean imperativos absolutos que todos deban
cumplir sin excepción. Determinan a la voluntad absoluta e incondicionadamente. Es
decir, la acción no es un medio para conseguir otra cosa sino que es un fin en sí misma.
Es, por tanto, necesaria en sí misma. Su forma típica es: ―Haz A‖
3º- que no sea heterónoma, sino autónoma: es decir, que sea el propio sujeto quien se
dé a sí mismo la ley por la que se determine.
Teniendo en cuenta lo dicho, para Kant, el carácter de ley que presentan los principios
prácticos morales si no puede residir en la materia de la norma moral tendrá que residir en su
forma. La forma de la ley es la que le aporta a ésta su universalidad y necesidad y no su
materia o contenido. Así pues, la ley moral es ley por su forma, no por su materia, lo cual no
quiere decir que la ley no se refiera a una materia –entonces no habría ley ya que toda ley
manda algo- sino que lo que hace que la ley sea ley es la forma de ésta. En consecuencia, el
fundamento de determinación de la voluntad tiene que ser la forma. Lo que hace posible que
una máxima pueda ser pensada como un caso de una ley práctica universal y necesaria –
incondicionada- es la forma. Esta es la ley fundamental de la razón práctica o norma suprema
de la moralidad a la que Kant denominará imperativo categórico.
Pero antes de pasar a detallar las características de la ética formal, debemos tener en
cuenta que Kant parte de que la moralidad es un hecho, por lo que no se apoya en principio
teórico alguno. Este hecho se expresa en la ley moral. De esta manera la ley moral no puede
ser demostrada por la razón teórica, ni confirmada por la experiencia pero está ahí y se
mantiene firme sobre sí misma. Y es la conciencia moral la que nos muestra de forma
innegable la existencia de la ley moral. Todos tenemos pues una conciencia moral (buena
voluntad) que representa algo absoluto en el hombre, dado que todos sabemos qué es lo
bueno y lo malo, porque tenemos la conciencia moral que es la conciencia del deber, la
conciencia que nos manda sin condición, porque es nuestro deber hacerlo. Piensa pues, que
por mucho que intentemos justificarnos nadie puede librarse ―de la propia crítica y del
reproche que se hace a sí mismo‖. Pero, ¿Por qué no podemos librarnos del juicio de la
conciencia moral?, pues porque según este autor, la ley moral exige su propia realización. Así,
hablamos de obligación moral o deber: el deber consiste en la necesidad de realizar una acción
por respeto a la ley. Teniendo presente que la conciencia moral es un hecho que existe en todo
ser humano, es posible llegar a la caracterización de su ética formal. Pese a lo anterior, Kant
piensa que la buena voluntad no se realiza en el mundo porque el hombre no sólo es racional,
sino que también tiene inclinaciones (deseos, pasiones, etc). Pero no debemos olvidar que la
fundamentación del deber se da en la razón, pues el deber es un juicio sintético a priori:
"debes hacer tu deber" por lo que es universal y necesario.
Brevemente, podemos decir que las características de la ética formal de Kant son:
1º- que es vacía de contenido:
La ética formal no nos dice qué es lo que debemos o no hacer, simplemente nos dice
cómo debemos actuar siempre, dando igual la acción concreta de que se trate. La ley moral es
ley por su forma, no por su materia, lo cual no quiere decir que la ley no se refiera a una
materia –entonces no habría ley ya que toda ley manda algo- sino que lo que hace que la ley
sea ley es la forma de ésta. De esta manera, plantea que una persona actúa moralmente
cuando actúa por deber, por respeto a la ley, por respeto al deber. Así el valor moral de una
acción no vendrá de la consecuencia, utilidad o satisfacción en el cumplimiento de nuestro
deber, ni en el fin que busquemos, sino en el querer mismo, esto es, en la intención o
propósito de realizar algo, en el móvil que determina su realización. Así: La buena voluntad no
es buena por lo que efectúe o realice ni por su aptitud para alcanzar algún determinado fin
propuesto previamente, sino que sólo es buena por el querer”.
Kant plantea que hay tres maneras de actuar:
- Contrario al deber: cuando las acciones son justo lo contrario de lo que debemos hacer.
- Conforme al deber: cuando la acción busca realizar su deber pero con un fin provechoso a
la acción.
- Por deber: cuando se realiza una acción sólo por respeto a la ley, a lo que debo hacer.
Según Kant, esta es la única forma de actuar que realmente es moral, pues no busca
ningún fin a conseguir, sólo se actúa por respeto a la ley.
1º- ―Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer, siempre a la vez,
como principio de una legislación universal‖ (Crítica de la razón práctica). (Con esta
formulación Kant nos está diciendo que el imperativo categórico nos tiene que ayudar
en nuestra vida moral concreta a saber si lo que vamos a hacer es lo que debemos
hacer o no. ¿Cómo? Partiendo del caso concreto (lo que pretendemos hacer, la máxima
de nuestra voluntad) y universalizándolo; es decir, intentar convertirlo en ley universal.
Puede ocurrir que no haya problema. Por ejemplo: Me encuentro en una situación en la
que creo que no debo mentir. ¿Debo hacerlo? Universalicemos la máxima: ―No se debe
mentir‖. Me doy cuenta, por tanto, que estoy ante un caso de un principio práctico
incondicionado, ley moral. Por lo tanto, sé que eso es lo que debo hacer).
2º- ―Obra de tal suerte que la voluntad, por su máxima, pueda considerarse a sí misma
como legisladora universal‖ (Fundamentación de la metafísica de las costumbres) (
3º-―Obra de tal modo que trates siempre a la humanidad ya en tu persona, ya en la de
los demás, no sólo únicamente como medio, sino también al mismo tiempo como fin‖
(Fundamentación de la metafísica de las costumbres)
Para finalizar, debemos apreciar la importancia de este planteamiento ético kantiano como
dentro de ese proyecto ilustrado en el que lo que se busca es que el ser humano sea
autónomo y se atreva a utilizar su entendimiento como brújula para determinar su vida. Se
aprecia que con el formalismo moral, se da un paso de gigante en la lucha por conquistar el
reino de la libertad a cualquier persona (racional eso sí), y por tanto abandonar su minoría de
edad. El proyecto kantiano es pues, fruto de ese proyecto que busca sacar al ser humano de
su auto culpable minoría de edad y plantear una ética universal que pueda ser realizada por
cualquier ser racional. El problema vendría en si es posible realizar esta forma de actuar en
este mundo. La influencia del formalismo moral kantiano ha sido muy importante no sólo como
planteamiento ético (que influye en éticas como la de Sartre, Habermas, etc), sino por lo que
tiene de crítica a las anteriores éticas, llamadas materiales.
NUCLEO IV
LA FILOSOFÍA
CONTEMPORÁNEA
romántica de toda europa, puesto que ya no había diferencias entre la verdad y el error,
entre el ser y la nada, ni entre Dios y el ser humano.
El paso del romanticismo al positivismo no fue una ruptura brusca; cuando los jóvenes
románticos de Europa se dedicaban a predicar y a hacer la revolución obrera frente a la
burguesía restauradora, August Comte proponía una nueva ciencia y una nueva “filosofía
positiva” que debía atenerse a los hechos y al método científico. Un positivismo que creía
en el orden y en el progreso y que predicaba una nueva fe y una confianza total en la
ciencia natural y en sus métodos cuantitativos.
Frente a la sociología de Comte, Marx opondrá una teoría de la historia y de la sociedad
en la que el antagonismo de clases será irreductible y, al final, la clase proletaria saldrá
vencedora, imponiendo una sociedad sin opresión, sin clases sociales y sin Estado.
Con Nietzsche nos encontramos ante una filosofía que tiene desde sus comienzos
un claro objetivo: afirmar la vida, exaltar los valores genuinamente vitales, celebrar la
alegría de vivir, que no es más que resaltar por encima de todo la “voluntad de poder” (el
instinto, la intuición, la fuerza creadora). Esa afirmación vitalista choca frontalmente con la
cultura predominante en Occidente desde hace casi dos mil años. Una cultura que,
filosófica, científica y religiosamente, ha optado por presentar la vida humana como una
realidad de segundo orden, dependiente de otra más verdadera y luminosa que es la
realidad ideal; y eso, para Nietzsche, es una gran mentira que hay que desvelar,
desocultar.
Así, cuando Sartre, uno de los máximos representantes del existencialismo, afirme
que la “existencia precede a la esencia”, lo que principalmente quiere decir es que el ser
humano no tiene una naturaleza o esencia que lo fije y que oriente su libertad, sino que el
hombre es, en verdad, lo que llega a ser, es invención, de su absoluta libertad.
Precisamente este tercer punto es el que permite distinguir dos corrientes diferenciadas:
1-. Los que a partir de Russell, tratan de encontrar las expresiones lingüísticas mínimas
(átomos lingüísticos), para a partir de ellas, construir un lenguaje perfecto, sin
ambigüedades que pueda ser utilizado con total precisión en el tratamiento y resolución
de problemas. Dichos átomos lingüísticos se han de corresponder con hecho reales
estrecha relación entre lenguaje, comprensión y experiencia del mundo. El lenguaje sólo
tiene su verdadera existencia en el hecho de que en él se representa el mundo, nos dirá
Gadamer. Sobre el carácter lingüístico de la comprensión y la aceptación del mundo que
el lenguaje conlleva, se levanta la pretensión de universalidad de la hermenéutica.
Unas líneas más arriba hemos dicho que la hermenéutica se encuentra en estrecha
relación con la teoría crítica, otra de las grandes corrientes del s.XX. Bajo el nombre de
Teoría Crítica, se alude principalmente a un grupo de filósofos agrupados en la llamada
Escuela de Frankfurt; este grupo de filósofos, formado principalmente por Horkheimer,
Adorno, Marcuse y posteriormente por Habermas, quiere ofrecer una clarificación racional
sobre la estructura de la sociedad industrializada y las consecuencias que ha traído para
la vida humana y la cultura.
Los filósofos de la escuela de Frankfurt plantean que la sociedad actual es
inadecuada y contraria a los fines de la razón. La Razón se ha convertido en una mera
razón técnico-instrumental, lejana y contraria al ideal de razón y prograso del s.XVIII: una
razón que, contando con los servicios de la ciencia y de sus aplicaciones técnicas, se
proponía emancipar al ser humano de la opresión de la naturaleza e instaurar un orden
político-social que realizase los ideales de justicia y libertad. Sin embargo, la Ilustración ha
devenido lo contrario de lo que creyó ser y se propuso realizar. La razón se ha hecho
represiva, totalitaria y reificante.
Frente al predominio de una razón técnica excluyente, la Escuela de Frankfurt ha
pugnado por alumbrar un concepto positivo de Ilustración. Su gran aportación ha
consistido en ejercer la función crítico-negativa de la sociedad industrializada y en señalar
claramente la necesidad de la imaginación y la utopía en la tarea de la transformación
social. La Escuela de Frankfurt se va a enfrentar a la irracionalidad y al sometimiento del
ser humano en la sociedad industrializada, propugnando un concepto de razón que
fundamente una organización no represiva de la sociedad.
De la mano de Habermas, el lenguaje, dentro de la teoría crítica de la sociedad,
tendrá un lugar destacado. Al fin y al cabo, el estado normal de la comunicación
lingüística en la vida ordinaria no es el pleno acuerdo. Hay que establecer, pues, la bases
del entendimiento y del consenso entre sujetos, y para ello es necesario definir una teoría
consensual de la verdad, según la cual, un enunciado será verdadero cuando los demás
sujetos potencialmente asientan a dicho enunciado y estén de acuerdo con él y establecer
una situación ideal de habla, que aunque un tanto utópica plantee la posibilidad de
igualdad de condiciones entre todos los sujetos que participen en el discurso.
Para terminar este contexto de la filosofía contemporánea, vamos a hablar de la
filosofía española. Aunque a lo largo de la historia ha habido filósofos españoles
importantes, como Séneca, Francisco Suárez, Juan Luis Vives, Lorenzo Hervás y
Panduro, podemos decir que empieza a haber filosofía creadora pensada y escrita en
español desde la “Generación del 98”: Unamuno que no pretendía ser filósofo dio un gran
impulso a la filosofía debido a su enorme personalidad y a su talento literario; en Ortega y
Gasset, la filosofía alcanza plenitud de rigor y expresión. Uno y otro nos llevan a
contemplar una filosofía afincada en la radicalidad, amasada en circunstancias históricas
que impulsan el uso creador y no profesional o académico de la lengua. España carecía
de tradición filosófica en la línea de otros países como Alemania, Francia o Inglaterra, y
también de tradición científica.
Antes de abordar más de cerca a Ortega y Gasset, nuestro filósofo más
internacional y conocido, cabe decir que desde Séneca a José Luís Aranguren, ha habido
filósofos españoles importantes, entre ellos, la llamada Escuela de Salamanca (ss.XVI-
XVII), con Francisco Suárez, Francisco de Vitoria, Melchor Cano, con una importante
actividad filosófica extensible a otras disciplinas como el derecho, la teología y la historia.
Y ¿cómo olvidar el movimiento krausista español y la Institución Libre de Enseñanza
(Giner de los Ríos, M.B. Cossío, Julián Besteiro) donde la filosofía se revive en el ámbito
de la educación? Por último, nombrar a otros pensadores que marcaron, hasta hace
escasos años, la tradición filosófica de nuestro país, como María Zambrano, Xavier
Zubiri, Ferrater Mora, García Morente o García Bacca.
Por su relativa cercanía en el tiempo y por los contenidos de su filosofía, Ortega y
Gasset resulta palpablemente actual: nuestra existencia personal exige la de otras
existencias personales, la vida como dato radical, el problema de la libertad o deseo de
liberación, y desde luego por su idea de una nueva Europa. Ortega buscará con ahínco la
europeización de España, es decir, que España tenga una cultura suya propia como la
alemana o la francesa y pueda así interpretar el mundo de modo hispano. Ortega pidió
ciencia y europeización como solución a los problemas de España.
Centrándonos brevemente en su filosofía, para Ortega, la filosofía debe inquirir,
preguntar sobre el “todo” como tal, sobre la realidad radical. Y esa realidad radical del
Universo no es ni la existencia del mundo, ni la existencia del yo, sino la coexistencia del
yo con el mundo que es la vida, la vida de cada cual, que consiste en tener conciencia de
lo que se vive y esa conciencia nos descubre la vida como fatalidad y libertad.
Todas esas características vitales se sintetizan en lo que Ortega llama
circunstancia: todas las realidades con las que nos encontramos y todos los problemas
que éstas plantean. La circunstancia no sólo es el mundo que rodea al ser humano, sino
que constituye un ingrediente esencial de su vida.
De la misma manera, frente al escepticismo que renuncia a la idea de que la
verdad pueda ser conocida por el hombre, y frente al dogmatismo que para salvar una
verdad necesaria y universal renuncia a la vida, Ortega entiende la verdad como
perspectiva, como punto de vista cambiante de la vida que presenta a los ojos del hombre
cada vez una nueva selección y una nueva figura de la verdad única e inmutable. En
consecuencia, no existe la “razón pura”, sino en todo caso, la “razón vital”, la razón que
estudia esa interrumpida improvisación que es la vida.
La mayoría de sus compatriotas no le comprendieron; bueno sería meditar ahora el
significado de sus anticipaciones. “Hay que inventar.- Pues bien, ustedes los jóvenes, a
ello”.
BIOGRAFÍA.
1-. LOS ANTECEDENTES FILOSÓFICOS DE MARX.
2-. LAS ALIENACIONES.
2.1-. Las alienaciones ideológicas: religión y filosofía.
2.2-. la alienación política y social.
2.3-. La alienación económica o del trabajo.
3-. MATERIALISMO HISTÓRICO (HISMAT) Y
MATERIALISMO DIALÉCTICO (DIAMAT).
4-. EL ADVENIMIENTO DEL COMUNISMO.
BIOGRAFÍA.
Karl Marx nació en Tréveris el 15 de Mayo de 1818. Marx realizó en Tréveris sus
estudios secundarios, y luego se trasladó a Bonn para estudiar derecho. En Bonn, Marx
prefería la vida cómoda y divertida al estudio, de modo que su padre decidió que continuase su
carrera en la Universidad de Berlín, más austera. En 1836 Marx se traslada a Berlín y en el
verano de ese mismo año se compromete en secreto con Jenny von Westphalen, una
muchacha de familia aristocrática con la que Marx contraerá matrimonio en 1843. En Berlín,
Marx frecuenta el Doktorclub, círculo de jóvenes intelectuales hegelianos que asumían
posturas radicalizadas. Allí conoció entre otros al teólogo Bruno Bauer. Se licenció en Berlín, en
Filosofía, en 1841.
Una vez licenciado, Marx quiso obtener algún encargo docente en Bonn, donde
enseñaba su amigo Bruno Bauer; sin embargo Bauer se vio pronto alejado de la Universidad, y
puesto que ya no podía apoyar a Marx, se le cerró la puerta académica. Al desvanecerse la
salida docente, Marx pasó al periodismo y se convirtió en redactor de la Gaceta Renana,
órgano de expresión de los radicales burgueses de Renania; muy pronto Marx es nombrado
redactor en jefe del periódico. No obstante, el 21 de Febrero de 1843 fue prohibida
oficialmente su publicación. Durante ese período, Marx estudió a Feuerbach, entusiasmándose
con él.
Marx se marcha a París, y allí entra en contacto con Proudhon y Blanc; se encontró con
Bakunin y sobre todo, conoció a Friedrich Engels, que será amigo y colaborador suyo durante
toda su vida. Con la ayuda económica de algunos amigos de Colonia, Marx siguió en Paris sus
investigaciones de filosofía y economía política. Son de 1844 sus ―Manuscritos económico-
filosóficos‖. Mientras tanto colaboraba en el ―Vorwärts‖ (Adelante), periódico de los artesanos
comunistas, que también se difundía en Alemania. Justamente esta colaboración provocará su
expulsión de Francia (en Enero de 1845). A lo largo de esta época iba madurando su
apartamiento de la izquierda hegeliana. En 1845 aparece ―La Sagrada Familia‖, trabajo escrito
en colaboración con Engels y dirigido contra Bruno Bauer y los hegelianos de izquierda.
Siempre oponiéndose a éstos, Marx y Engels escribieron en Bruselas (donde Marx se refugió
cuando fue expulsado de Francia) ―La Ideología Alemana‖. ―Las tesis sobre Feuerbach‖ son de
1845, y ―La miseria de la Filosofía‖ de 1847. Marx permaneció en Bélgica hasta 1848; en enero
de ese año, por encargo de la Liga de los comunistas, redactó junto con Engels el famoso
―Manifiesto Comunista‖.
En 1849 Marx parte hacia Inglaterra. Una vez allí, Marx se establece en Londres, donde,
entre dificultades de toda clase y con la ayuda económica de su amigo Engels logró llevar a
cabo las investigaciones de economía, historia, sociología y política que constituyen la base de
―El Capital‖, cuyo primer volumen apareció en 1867, mientras que los otros dos fueron
publicados por Engels, una vez muerto Marx. En 1859 había aparecido su otra obra
fundamental: ―La crítica de la economía política‖. Comprometido en la organización del
movimiento obrero, Marx logró fundar en 1864, en Londres, la Asociación internacional de
trabajadores (La primera internacional), que después de diversos enfrentamientos fue disuelta
en 1872. la última década de su vida Marx trabajó principalmente en El Capital. Marx murió en
Londres en 14 de Marzo de 1883.
que no han visto ninguna actividad histórica autónoma por parte del proletariado y por lo tanto
no han encontrado las condiciones materiales para la emancipación del proletariado; de este
modo se deslizan hacia el utopismo: critican la sociedad capitalista, la maldice y la condenan
pero no saben encontrar un camino de salida. A este socialismo que acaba abocándose al
conservadurismo, Marx y Engels oponen un socialismo científico que ha descubierto la ley de
desarrollo del capitalismo y que puede explicar los males que ha causado y superarlos.
esa capacidad alcanzado por el desarrollo del conocimiento en esa sociedad. Por tanto, aquí se
incluyen las herramientas, maquinarias, instalaciones, materias primas, fuerza de trabajo,...,
pero también conocimientos técnicos, desarrollo científico, y aptitudes y preparación de los
trabajadores; ya que todo esto influye y determina la fuerza productiva o capacidad productiva
de una sociedad.
La estructura económica en sentido estricto, corresponde a las denominadas relaciones
de producción, que viene a ser la manera de organizar el poder sobre las fuerzas de
producción, así como la organización del reparto de los bienes producidos: las relaciones de
propiedad. En una sociedad hay que decidir quien manda y quien es el dueño de los bienes
producidos y de los medios de producción, para así organizar el reparto de la riqueza.
Según Marx a cada sistema de fuerzas productivas le corresponde un determinado
conjunto de relaciones de producción. Así, por ejemplo, un sistema de producción basado en la
fuerza productiva de los esclavos tendrá como resultado una organización social que distinga
esclavos y amos. La fuerza productiva es la que determina la organización social.
Pues bien, cuando las fuerzas productivas evolucionan, como éstas son las que producen
una determinadas relaciones de producción, estas relaciones deberían también evolucionar.
Sin embargo, lo usual es que las personas beneficiadas por la antigua relación de producción
intenten mantener su estado de privilegio. Esto produce un choque dialéctico, una
contradicción que aboca a la sociedad a un conflicto que sólo se supera por un proceso
revolucionario. Tal revolución social debe generar un cambio e instaurar una nueva época
social.
Es importante señalar que una revolución no se da hasta que no se ha desarrollado
suficientemente las fuerzas productivas, y las bases materiales de la sociedad futura no se
encuentran ya presentes, en germen, en la etapa de conflicto.
El modo mediante el que se resuelve la contradicción expuesta es la lucha de clases. Para
Marx, la lucha de clases es el motor de la historia, y todas las luchas que han existido a lo
largo de la historia pueden entenderse como lucha de clases.
Cuando se habla de lucha de clases ha de entenderse algo más que un simple
enfrentamiento entre explotados y explotadores. Cuando los obreros tomas conciencia de clase
obrera, se emprende una lucha no contra los patronos aislados sino contra la clase dominante
y el gobierno que los apoya.
La lucha de clases debe darse a tres niveles:
- Lucha económica, lucha por poseer los medios de producción.
- Lucha política, lucha por poseer el poder.
- Lucha ideológica, lucha por implantar nuevas ideas que representen los intereses de la
nueva sociedad.
La lucha de clases, que suele acabar con la victoria de la clase ascendente, instaura un
nuevo régimen económico-social, viéndose obligada a cambiar la superestructura, y
presentando sus intereses como los intereses de la sociedad en su conjunto. Este proceso se
ha repetido a lo largo de la historia y tendrá su fin con la llegada del comunismo.
Marx ha distinguido cinco modos distintos de fuerzas productivas y por tanto, cinco modos
diferentes de relaciones de producción a lo largo de la historia. Estos modos estarán ligados
unos con otros en el sentido de que es la evolución de los más antiguos, según leyes
dialécticas, lo que produce la aparición de los más modernos.
El primer modo de producción es el denominado modo de producción primitivo, que
caracteriza a la denominada época asiática y que tiene como novedad en su fuerza productiva
el uso de instrumentos de piedra, arco y flechas.
El segundo es el modo de producción tribal, perteneciente a la época antigua (Grecia y
Roma) y se caracteriza por el uso de los metales y de la esclavitud. En la sociedad esclavista la
producción pasa totalmente a manos del esclavo y este esclavo se constituye como el primer
proletario histórico; esta situación se institucionaliza mediante la Ley.
El tercero corresponde al modo de producción feudal, propio de la edad media y que se
caracteriza por el uso de arado y el telar. Los señores feudales son los dueños de las tierras y
de los individuos que las trabajan. En las ciudades es donde va a surgir la fuerza que acabará
con el feudalismo: los trabajadores independientes que conforman gremios y darán lugar a la
burguesía.
1-. INTRODUCCIÓN.
2-. EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA: APOLO Y
DIONISOS.
3-. LA CRÍTICA A LA METAFÍSICA OCCIDENTAL.
4-. EL SUPERHOMBRE.
5-. LA MORAL EN LA FILOSOFÍA DE NIETZSCHE.
1-. INTRODUCCIÓN.
Crítico despiadado del pasado e ―inactual‖ profeta del futuro, desmitificador de los
valores tradicionales y propugnador de un hombre que tenía que venir. Friedrich Nietzsche fue
muy consciente de su destino: ―Conozco mi suerte. Mi nombre estará un día ligado al recuerdo
de una crisis, como no haya habido otra igual, al más hondo conflicto de conciencia, a una
decisión que se proclama contraria a todo lo que hasta ahora se había creído, pedido y
consagrado. No soy un hombre, soy una descarga de dinamita... Contradigo como jamás se
había contradicho, y a pesar de ello soy la antítesis de un espíritu negador...‖ Nietzsche se
interpreta a sí mismo como un hombre elegido por el destino, como aquel que contradice como
jamás se ha contradicho. Contradice el positivismo y su fe en el hecho, por una sencilla razón:
―el progreso es sencillamente una idea moderna, es decir, una idea falsa‖. Socava las
pretensiones de verdad de las ciencias exactas. En contra de todos los espiritualismos,
proclama la muerte de Dios. Dice que el cristianismo ―es un vicio, porque no existe nada que
resulte más mal sano, en medio de nuestra malsana humanidad, que la compasión cristiana‖.
Por tanto, Nietzsche es un espíritu que contradice. Lo es porque piensa que tiene que anunciar
algo grande y nuevo: ―¡Os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no deis fe a
quienes os hablan de esperanzas sobrenaturales! Son envenenadores, conscientes o
inconscientes. Son menospreciadores de la vida, moribundos, y están ellos mismos
envenenados: la tierra está cansada de ellos; pues bien, ¡expulsadlos para siempre!‖. Junto a
la fidelidad a la tierra, Nietzsche enseña: ―No escondáis más la cabeza en la arena de las cosas
celestiales, sino llevarla libremente: una cabeza terrenal, que es la que crea el sentido de la
tierra.‖
se convierte en algo que nos avisa de lo caduco del pasado, nos indica que la sociedad actual
está "enferma" y por tanto, nos advierte que hay que cambiar las cosas, ya que éstas no
pueden seguir como antes. Para Nietzsche la aparición del nihilismo es necesaria porque
muestra la falsedad y vacuidad de los valores que teníamos, e impulsa a los hombres a crear
nuevos valores, que le valgan y que sustituyan a los viejos valores que se han convertido en
algo falso. Sólo pasando por el nihilismo se puede llegar a mostrar el valor real de los valores
(ese valor real será el mostrar que están vacíos y se han convertido en algo falso). Lo que
antes se consideraban valores absolutos ahora se han convertido en valores ficticios.
Así pues, en resumen, podemos decir que el concepto NIHILISMO no designa nada
peyorativo, ni destructivo, sino algo necesario, destrucción de los valores anteriores, para
después poder construir valores nuevos. No obstante, tenemos que tener claro que nihilismo
es un término negativo, y aunque ese nihilismo desemboque después en la creación de nuevos
valores, el nihilismo no es la creación de nuevos valores. El nihilismo "es el tiempo intermedio
en que final y comienzo se confunden, el tiempo en el que las antiguas estrellas se desvanecen
y no se divisan aún otras nuevas. Ese tiempo intermedio es el nuestro". (E. Fink: "La filosofía
de Nietzsche". p.185).
Este nihilismo de "nuestro tiempo" podría considerarse como el final del error más
largo, pero ¿dónde tiene su origen ese nihilismo que nos ha llevado a la situación presente de
ausencia de valores? ¿cómo se convierte el nihilismo en la "lógica interna" de la historia de
occidente? Si rastreamos el camino que nos ha llevado a ese momento de pérdida de los
valores supremos, podemos establecer el origen del nihilismo en la escisión creada por Platón-
Sócrates, entre el "mundo verdadero" y el "mundo aparente". Platón llena de contenido el
espacio metafísico, da sentido al espacio escindido. Según Platón, y el pensamiento occidental,
si nuestro mundo sensible, en el cual vivimos y nos movemos, es un mundo caracterizado por
la multiplicidad y la diversidad en continuo movimiento, si nuestro mundo es un devenir que
no podemos controlar, lo que hay que hacer es construir una reduplicación de ese mundo, pero
dicha reduplicación debe ser inmutable, eterna, fija, controlable, "verdadera" e inteligible; una
vez construido ese mundo inmutable, reino del filósofo-basileus platónico, pongamos sobre él,
el rótulo de "mundo verdadero"; de esta manera llegamos a la completa escisión del mundo en
dos mundos: por una parte, el mundo de la verdad, de la Razón, de las ideas, de lo inteligible,
y por otra parte, el "mundo aparente", el mundo sensible, donde según Platón y el
pensamiento metafísico occidental predominan la ficción y la apariencia y donde nada podemos
conocer y controlar ya que todo es perpetuo devenir. Así pues, aquí comienza, en la cultura
occidental, el predominio de la Razón sobre las pasiones y los instintos.
¿Cuál es la opinión de Nietzsche a este respecto? "Inventar fábulas acerca de "otro"
mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto
de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos
venganza de la vida con la fantasmagoría de "otra" vida distinta de ésta, "mejor" que ésta."
(Nietzsche. Crepúsculo de los ídolos". p.50). Nietzsche entrecomilla las palabras "otro" y
"mejor", para dar a entender su distancia con respecto a la tradición metafísica, para poner de
manifiesto que no existe otro mundo aparte del mundo en el cual vivimos, y que naturalmente
ese mundo que se ha inventado no es mejor que el nuestro, ya que tan sólo es una ficción,
una mentira.
¿Qué hace la metafísica, una vez ha creado la escisión entre mundo verdadero y mundo
aparente? Autonomiza los valores, absolutiza las diferencias. La metafísica olvida que el
hombre es el único que crea los valores, que es el único que genera los valores; el hombre
interpreta, toma una posición ante la vida, evalúa en el transcurso de la vida, pero todo esto
es olvidado por la metafísica, que impone sobre los hombres valores "en sí", impone categorías
y conceptos para que la Razón pueda subsumir la multiplicidad en la unidad del juicio; todo
esto trae como consecuencia el empobrecimiento de la vida, toda la tarea metafísica apunta a
la corrupción y destrucción de la vida, es decir, a la destrucción de las particularidades, de la
subjetividad, de la actividad, etc.
Así pues con Platón tenemos el primer estadio de la historia de occidente, el primer
estadio de "cómo el mundo verdadero deviene fábula", tal y como diría Nietzsche. Pero, hay
que tener en cuenta, que Platón sólo es el primer peldaño. El segundo estadio de la historia de
occidente es el cristianismo. El cristianismo, significó el final del mundo antiguo, ya que
aniquiló las formas y valoraciones más nobles de la vida; el cristianismo es para Nietzsche la
más grande de todas las corrupciones imaginables, el cambio de todo valor en un no-valor, de
alma, etc.. El cuarto estadio estaría dominado por el pesimismo, preforma del nihilismo, que
vendría a decir lo siguiente: si Kant dijo que no podemos conocer ni a Dios, ni el alma, ni el
"mundo verdadero", etc., ¿para qué queremos esas entidades?), que se caracteriza por el
descubrimiento de la vacuidad de los valores metafísicos, de la ficción del mundo verdadero,
pero a pesar de ello, el lugar que ocupaban esos valores se sigue manteniendo, aunque ahora
ese lugar esté vacío. El quinto estadio de ―cómo el mundo verdadero deviene fábula‖ sería el
nihilismo (del cual ya hemos dado cuenta anetriormente). Es necesario, por tanto, llegar a un
6º y último estadio donde se produzca la subversión total de esos valores y del lugar que
ocupaban, donde llegamos a un nihilismo completo, en el cual se destruya todo lo producido
por la metafísica y el cristianismo; pero no todo será destrucción, ha de haber construcción y
creación, ha de estar la voluntad de poder como la otra cara de ese nihilismo completo. La
nueva posición de valores, en relación con los valores anteriores legados por la metafísica, va
a ser la voluntad de poder. El "último hombre" poblador de esa época de incertidumbre, ha de
ser superado por el "superhombre", antítesis del hombre metafísico, que debe poblar el
mundo, el mundo como voluntad de poder.
Sigamos avanzando, ahora, en los conceptos que anteriormente mencionamos como los
más importantes de la filosofía nietzscheana.
La tarea genealógica explicaría el por qué se ha llegado necesariamente a ese nihilismo,
por qué ese proceso histórico nihilista ha desembocado en la "subversión de los valores
supremos". La genealogía es una mirada hacia atrás, se trata de ir más allá de la perversión
introducida por la unión entre metafísica y cristianismo. Debe retornarse a lo que hoy es
indecible para nosotros, debe retornarse a la Grecia anterior a la perversión socrático-
platónica. La tarea genealógica quitará el velo que cubre todas las ficciones y mentiras que ha
creado la moral cristiana, la metafísica.
La genealogía esta muy relacionada con la tarea crítica, la tarea genealógica incluye
una tarea crítica que se propone particularizar lo que la metafísica había absolutizado, es decir,
se propone devolver la multiplicidad y la diversidad que caracteriza la vida, el mundo;
intentará poner de manifiesto el juego azaroso e incontrolable que es el mundo. Por otra parte
la tarea genealógica intentará mostrar la "vida" como conjunto de perspectivas y de
interpretaciones. No hay nada absoluto e inmutable, no hay una única finalidad, sino diversas
finalidades, diversas lecturas e interpretaciones que llevan a cabo los distintos sujetos, y esas
lecturas particulares son las que conforman el mundo, son las que hacen del mundo, un texto
con lecturas múltiples y diversas. "El mundo es algo "cognoscible" en cuanto la palabra
"conocimiento" tiene algún sentido; pero al ser susceptible de diversas interpretaciones, no
tiene sentido fundamental, sino muchísimos sentidos. Perspectivismo."(Nietzsche. Voluntad de
Poderío. p.277). Por tanto, no hay una única perspectiva o interpretación del mundo, no hay
un único punto de vista que sea privilegiado, cada visión es particular, subjetiva y correcta. El
mundo, por mucho que diga la metafísica y la moral cristiana, es un flujo de relaciones entre
fuerzas, es un juego de fuerzas, es Voluntad de Poder. El error que comete la metafísica se
encuentra en la creencia de una única interpretación que es la verdadera y es la que todos
debemos seguir, pero no existe tal interpretación que regule el devenir, nadie se encuentra en
posesión de la "verdadera visión del mundo". Debemos ver el mundo como un tapiz inmenso
en el que cada hilo es una interpretación diferente, una perspectiva diferente, y el conjunto de
todas esas perspectivas dan lugar al mundo, a la vida.
El concepto de interpretación va muy ligado al concepto de valor, ya que, cuando
nosotros interpretamos, lo que estamos llevando a cabo es una forma de valorar, una
evaluación del mundo, de la vida. El valor para Nietzsche es aquello que da sentido y organiza
el mundo; el valor fija lo que cada uno tiene por verdadero; no habrá una "verdad en sí", tan
sólo la verdad para un sujeto determinado. Al evaluar, al valorar, adoptamos una posición ante
la vida, ante el mundo, de ahí la importancia del valor.
Así pues, la genealogía, la tarea genealógica, se convierte en crítica de valores e intento
de superación de la metafísica.
¿Cómo puede derrocar la tarea genealógica dichos "valores"? ¿cómo mostrar el carácter
ficticio de los ideales impuestos por la metafísica y la moral cristiana? Filosofando a
martillazos; el "martillo" de Nietzsche será el arma que esgrima la tarea crítica de la
genealogía para quitar el velo que cubre esos ideales falsos. El martillo pone de manifiesto la
densidad ontológica del ideal. El filosofar a martillazos descubrirá que los ideales son ídolos, y
sometiendo esos ídolos a la violencia del martillo podremos descubrir si están huecos o si por
el contrario tienen densidad. El martillo pondrá en evidencia los "pies de barro" que sostienen
a todo ideal.
Pues bien, por el momento podemos afirmar que con la tarea genealógica y con la tarea
crítica descubrimos y desvelamos la mentira con la que los hombres occidentales habían vivido
a lo largo de su historia, conseguimos quitar el velo que impedía ver la Nada sobre la que se
mantenía el edificio que Platón, la metafísica y la moral cristiana se habían encargado de
construir. Así pues, parece que las cosas se van aclarando, la genealogía nos muestra el origen
de los falsos valores de la metafísica, hace crítica de ellos, y conseguimos desmitificar lo
absoluto, lo inmutable, lo eterno; hemos conseguido también descubrir que el mundo es un
tejido de interpretaciones y de perspectivas subjetivas, que no hay un centro de interpretación
privilegiado, que no hay una verdad absoluta en posesión de algún sujeto; la vida es un
conjunto de evaluaciones, de valoraciones que hace el hombre, no hay nada fijo, todo fluye,
todo está en constante movimiento. De la escisión entre mundo verdadero-mundo aparente
llegamos a la afirmación de que sólo hay un mundo, el mundo en el que vivimos, el mundo
formado por valoraciones y perspectivas subjetivas, el mundo del devenir que no podemos
capturar.
Pero aún nos queda uno de los puntos más importantes: la voluntad de poder. ¿qué
relación guarda la voluntad de poder con el nihilismo y con la genealogía?
La nueva posición de valores, la nueva creación de valores, mostrará lo que la
genealogía ya había mostrado, es decir, que el mundo es un todo de valoraciones, de
perspectivas, de interpretaciones que el hombre hace. No se crearan valores que sustituyan a
los valores metafísico-cristianos sino que se mostrará que el hombre es, porque valora, que
todo lo existente son valoraciones y evaluaciones; la voluntad de poder no caerá en el error de
autonomizar y absolutizar los valores nuevos, ya que si hiciera esto caería en el más grande de
todos los errores: la metafísica; tan sólo mostrará que ser=valor, que los valores son
generados por el hombre dentro de ese tejido de valoraciones que es la vida. Por tanto,
trasmutación de los valores anteriores para mostrar que los valores son posicionamientos del
hombre dentro de la vida, y no algo divino e inmutable a lo que tenemos que obedecer. La
voluntad de poder es una manera de ver las cosas, no hay cosas fijas y determinadas, tan sólo
un quantum de poder, un flujo de fuerzas que está en movimiento. Todo el mundo es
actividad. Lo que es, llega a ser mediante ese proceso activo. La voluntad de poder como ese
flujo de fuerzas que crea, construye y da lugar a ese devenir incesante que no puede ser
aprehendido.
El concepto de valor nos ha servido para establecer un continuo entre nihilismo y
voluntad de poder: nihilismo completo como destrucción total de lo anteriormente establecido,
voluntad de poder como creación de nuevos valores, trasmutación de todo lo anterior. Pero no
hay que olvidar la relación entre tarea genealógica y voluntad de poder, ya que, la tarea
genealógica nos mostró el error y el carácter ficticio de lo establecido por la metafísica, y en
unión con la tarea crítica descubrió la vacuidad de todos los valores supremos, de los ideales
cristianos, y de este modo, ayudándose del "martillo", nos dio a conocer lo que realmente hay:
devenir, juego de fuerzas, interpretaciones perspectivas, valoraciones, en suma: Voluntad de
Poder.
La voluntad de poder tiene dos formas de manifestarse: el poder y la impotencia. El
poder puede adoptar el carácter de fuerza de los instintos belicosos, inquebrantables, de la
vitalidad elevada; y la impotencia, el aspecto de la atrofia de los instintos, de una pérdida de
instintos.
Es hora de hablar sobre lo que hasta el momento hemos estado denominando
"fuerzas": "cualquier fuerza se halla en relación con otras para obedecer o para mandar. Lo
que define a un cuerpo es esta relación entre fuerzas dominantes y fuerzas dominadas. Dos
fuerzas cualesquiera, desiguales, constituyen un cuerpo a partir del momento en que entran
en relación: por eso el cuerpo es siempre fruto del azar". (Deleuze, "Nietzsche y la Filosofía",
pág.60). Todo es cuestión pues, de este juego de fuerzas; no hay nada fijo y estable, todo
dependerá de la relación entre las fuerzas, de la cantidad y cualidad de éstas. La voluntad de
poder no puede ser separada de la fuerza, ya que representa el juego de esas fuerzas; cuando
una fuerza se apodera de otras, las domina, o las rige, es siempre por la voluntad de poder.
Una cosa tenemos que tener clara, las fuerzas reactivas son fuerzas, fuerzas negativas,
fuerzas destructivas, pertenecientes a la voluntad de negar, al nihilismo; ese voluntad de
negar formará parte de la voluntad de poder; la genealogía mostrará la negatividad de esas
fuerzas, y nuestro objetivo será subvertir dichas fuerzas, hacer de la voluntad de poder un
cúmulo de fuerzas activas y creadoras, donde no tenga cabida la voluntad de negar, la
voluntad de la nada, donde se exterminen las fuerzas reactivas.
El valor de un valor consiste en la cualidad de la voluntad de poder que se expresa en la
cosa correspondiente. Lo que Nietzsche llama alto, noble, señor, es tanto la fuerza activa,
como la voluntad afirmativa; lo que llama bajo, vil, esclavo, es tanto la fuerza reactiva, como
la voluntad negativa.
La tarea genealógica nos muestra que durante toda la historia de occidente han
predominado las fuerzas reactivas (resentimiento, mala conciencia, ideal ascético). Estas
fuerzas reactivas separan y limitan las fuerzas activas, para que no puedan actuar, para que
no puedan crear nuevo valores. El nihilismo, propio de esa historia de occidente, conservaba la
vida débil, la negación, el triunfo de la vida reactiva. La metafísica, la moral, el cristianismo,
han conseguido durante muchos siglos que la voluntad de negar reinara sobre nuestras
cabezas. ¿Cómo podemos poner fin a esas fuerzas reactivas, a esa vida reactiva? Esta vez no
será el "martillo" nuestro aliado sino el eterno retorno. Si el eterno retorno, que es el ser del
devenir, pero entendido este devenir, como devenir-activo, fuera el retorno de las fuerzas
reactivas, el eterno retorno se convertiría en algo contradictorio. El eterno retorno asegura la
transformación de las fuerzas reactivas en fuerzas activas, creadoras, dominadoras.
El eterno retorno es la manera en que Nietzsche vislumbra que el superhombre
santificará la vida y el mundo sensible, sin recurrir a un mundo trascendente. La concepción
del mundo judeo-cristiana es una concepción linial y progresiva, pero Nietzsche plantea otra
forma de ver el tiempo, como un modelo circular de ser, y de ese modo se consigue expresar
el máximo amor a la vida.
El mundo, todo lo que ha sido y todo lo que será, se repite eternamente una y otra vez.
Lo que hoy pase, volverá a pasar una y otra vez y lo hará de modo idéntico a como lo hizo. Así
como la visión cristiana rechaza este mundo terrenal y quiere otro mundo, la metafísica del
superhombre sólo puede ser expresión de su amor por este mundo, de un amor sin
condiciones.
Así pues, el eterno retorno es la expresión del amor a la vida y al mundo del
superhombre. El "nuevo mundo" se apoyará en el eterno retorno y en la voluntad de poder.
El mundo es voluntad de poder, y la voluntad de poder es el mundo.
Del elemento negativo y reactivo conseguimos llegar a la voluntad de poder como
voluntad de afirmación gracias a la crítica de los valores (tarea genealógica), gracias al martillo
y al eterno retorno. Negación y destrucción de todo lo anterior para conseguir la afirmación.
3-. EL SUPERHOMBRE.
Ya que unas líneas más arriba hemos hecho mención al concepto de superhombre en la
filosofía de Nietzsche, vamos a profundizar un poco más en dicho concepto.
Tras la muerte de Dios el verdadero lenguaje del hombre no es ya el nombrar dioses, ni
la invocación de lo santo; ahora es el lenguaje del hombre al hombre, la proclamación de la
suprema posibilidad humana, la doctrina del superhombre.
Con la muerte de Dios, con la muerte de toda ―idealidad‖, en su forma de un más allá,
surge el peligro de un tremendo empobrecimiento del ser humano y de que éste caiga en un
desenfreno moral. Pueden darse dos posibilidades ante este hecho:
1-. Que la tendencia idealista se atrofie y la vida se torne ilustrada, racionalista y banal.
2-. Que la tendencia idealista permanezca, pero ya no se pierda venerando lo que había
creado ella misma (Dios), sino que cobre conciencia de su naturaleza creadora y proyecte
ahora nuevos ideales creados por el hombre.
Estas dos posibilidades después de la muerte de Dios son el último hombre y el
superhombre.
Nietzsche se muestra como partidario del hombre despreciando al último hombre.
El hombre, ese ser que se ha trascendido a sí mismo, se ha trascendido hasta ahora
siempre en dirección a Dios. Pero Dios significa, para Nietzsche, la síntesis de toda idealidad
trascendente; el hombre ha usado y abusado de la tierra para adornar la imagen del más allá.
El superhombre, que conoce la muerte de Dios, es decir, el fin del idealismo perdido en el más
allá, ve en éste tan sólo un reflejo utópico de la tierra, devuelve a la tierra lo que ésta había
prestado, renuncia a todos los sueños ultramundanos y se vuelve a la tierra con la misma
3
El más fuerte no tiene por que ser una única persona, sino un grupo dentro de la sociedad.
venida del superhombre, la aceptación del eterno retorno, es decir, actuar en todo momento
como si cada uno de nuestros actos estuviera destinado a repetirse infinidad de veces de la
mima forma. Tratar de modificar en mi propia vida mi relación con el instante, querer cada
acto tan intensamente como si no estuviera destinado a pasar, sino a permanecer
eternamente.
Podemos concluir este punto diciendo que para Nietzsche es la VIDA la que debe
establecerse como el centro desde el que juzgar qué sea bueno y qué sea malo. BUENO, será
todo aquello que ame, favorezca y desee por encima de todo la vida. MALO, será todo aquello
que odie, rechace y niegue la vida.
BIOGRAFÍA.
BIOGRAFÍA.
Habermas nació en Düsseldorf (Alemania) en1929. Señala él mismo que una de las cosas que más
le marcó en la infancia es haber nacido con la enfermedad denominada “labio leporino”, lo que le causó
problemas en el habla, humillaciones en la escuela y sufrimiento por las operaciones que tuvo que soportar.
La importancia de la comunicación y la teoría moral que ha desarrollado podrían, señala el mismo
Habermas, haber sido inspiradas por la experiencia de que los otros no le entendían y de que reaccionaban
ante ello con rechazo. La segunda experiencia que, según él mismo señala, le marcó fue que, cuando tenía
15 años, el final de la II Guerra Mundial desenmascaró las formas criminales de la Alemania nazi. Era
demasiado joven para sentirse culpable, pues no había tomado partido, pero no demasiado niño como para
no sentirse responsable del futuro. Sin esta experiencia, cree, no se habría encaminado hacia la filosofía y
hacia el estudio de la sociedad. Quizá también eso le empujó hacia el izquierdismo. La decepción que le
producía la vida política de la postguerra, marcada en Alemania por un cierto continuismo y el silencio sobre
el pasado nazi, quizá le hizo avanzar en la senda en la que empezaba a transitar y le llevó a la Escuela de
Fráncfort, siendo asistente de Adorno, pues la Teoría Crítica de la sociedad le ofrecía enlazar el estudio de
los inicios democráticos en las revoluciones del XVIII con el análisis de la sociedad presente. No había una
cultura política en Alemania (como sí la había en los tres países de las revoluciones del XVIII, Inglaterra,
Francia y Estados Unidos), más bien un incómodo silencio, lo que le empujó a comprender la importancia
de la formación de la opinión pública, uno de sus principales objetos de estudio. Todo esto le llevó a
participar en la vida política: marchas contra las bombas nucleares, marchas estudiantiles, debates sobre la
reelaboración de la historia del nazismo, debate sobre la reunificación alemana, la guerra de Irak, la
inmigración, la unidad europea, los problemas bioéticos… Él siempre ha pensado que el intelectual debe
hacer un uso público del saber filosófico de que dispone para influir en el espacio público. En 2001 recibió el
prestigioso Premio de la Paz de los Libreros alemanes y en el 2003 el premio Príncipe de Asturias.
Por tanto, si queremos aproximarnos a su pensamiento, deberemos comenzar por abordar, aunque
sea brevemente, los rasgos fundamentales de la Escuela de Frankfurt.
Esta alienación se mantiene en nuestro tiempo, según los pensadores frankfurtianos, gracias a la
difusión de la actitud cientificista. El método científico ha sido absolutizado y se sostiene que el método de
las Ciencias Naturales es el único válido y debe ser aplicado también a las Ciencias Sociales.
Pero la teoría crítica no es sólo una crítica a la alienación sino una llamada a la emancipación. Se
considera así heredera del pensamiento filosófico-histórico del siglo XVIII y de las teorías evolutivas de la
sociedad del siglo XIX. Su reivindicación es la reivindicación de la autonomía del ser humano como
absoluto. La historia es el camino del sujeto hacia su emancipación, mayoría de edad, liberación, mediante
el desenmascaramiento de los poderes opresores objetivados en el sistema económico dominante y en las
construcciones ideológicas que intentan legitimarlo.
Así, los principales pensadores de esta escuela (Horkheimer, Marcuse y Adorno) se proponen como
tarea el análisis del concepto de razón empleado por nuestras modernas sociedades capitalistas con fines
no sólo teóricos sino fundamentalmente prácticos, emancipatorios.
- Razón objetiva: Su objeto es encontrar los fines que el ser humano debe perseguir, si quiere construir su
vida y su historia de modo auténticamente humano.
- Razón subjetiva o instrumental: Preocupada única y exclusivamente de la resolución de problemas
técnicos en la relación entre medios y fines, absteniéndose totalmente del examen racional de los fines.
Según Horkheimer el sistema económico capitalista conlleva un proceso histórico que ha dado lugar a la
transformación de la razón objetiva en razón instrumental (subjetiva). La consecuencia ha sido un proceso
creciente de deshumanización.
La deshumanización es gravísima ya que la alienación a la que están sometidos los miembros de las
modernas sociedades tecnificadas reside en ellos mismos. Para superar esta situación es necesario un
proceso de reflexión sobre las condiciones que han dado lugar a éste tipo de sociedad y una toma de
conciencia, por parte de los individuos, de su situación real alienada. Es necesario, por tanto, una praxis no
violenta -acompañada y guiada por la teoría- que redima al ser humano.
Adorno ve en el principio de identidad de Hegel un anticipo de la opresión a la que está sometida el hombre
en nuestra sociedad. Le parece que, desde el principio hegeliano, hay una identificación entre el desarrollo
técnico-económico de la sociedad y el desarrollo de los hombres sometidos al sistema técnico-económico.
Marcuse se enfrenta a Max Weber que consideraba que tanto la Técnica como la Economía que impulsaron
la civilización occidental se caracterizaban por una neutralidad valorativa.
La consecuencia de esta aparente neutralidad ha traído como consecuencia la separación de la verdad del
bien, de la ciencia de la ética. Se ha instalado una razón tecnicista regida por la absolutización del
paradigma economicista en donde sólo tiene lugar lo rentable y ha dado lugar a un proyecto histórico
unidimensional.
Dicho proyecto histórico es opresor y se legitima recurriendo a la técnica y a sus beneficios en la vida
cotidiana. Ya no hay que recurrir a ideologías que legitimen el sistema ya que es legitimado desde él mismo.
Los hombres son esclavizados, sin ser conscientes de ello, ya que en aras del bienestar legitiman las
cargas, cada vez mayores, que el sistema les echa encima.
En conclusión, la Escuela de Frankfurt con su teoría crítica lo que quiere es recuperar la primacía de la
razón práctica sobre la razón técnica con el propósito de desenmascarar al positivismo asentado sobre una
técnica al servicio de la rentabilidad productiva que esclaviza al ser humano haciendo de éste el máximo
legitimador del sistema que sufre pero que, a corto, le produce una rentabilidad en clave de bienestar.
Dicho proceso de desenmascaramiento es ante todo teórico ya que busca despertar una nueva conciencia
que traiga como consecuencia la transformación de la sociedad tecnificada e irracional en una sociedad
nueva –humana y racional- en la que los hombres puedan determinar libremente el sentido de su vida, de
su existencia. Una sociedad en la que puedan elegir cómo quieren vivir.
En “Ciencia y Técnica como Ideología” se distanciará de la solución de Marcuse que proponía alumbrar un
nuevo tipo de Técnica que no estuviera dirigida a la explotación de la Naturaleza sino que tratara a ésta
como un tú. Habermas considera que dicha relación de dominio es constitutiva del ser humano por lo que
hay que dirigir la atención a buscar un nuevo tipo de relación entre Técnica y Política.
Acción técnica, trabajo o acción dirigida a la consecución de un fin, es la acción instrumental, la elección
racional o una combinación de ambas.
Pero de nuevo aparecen dos nuevos conceptos que hay que definir: acción instrumental y elección racional.
Se entiende por acción instrumental la que se rige por reglas técnicas, obtenidas a partir de un saber
empírico. Es decir, todas las acciones científico-técnicas: construcción de una casa, una operación
quirúrgica...
Elección racional es aquella que se rige por estrategias basadas en un saber analítico: elección de la
estrategia adecuada para ganar al enemigo, elección de una determinada política de ventas...
Acción comunicativa o interacción es la interacción mediada por símbolos. Se rige por normas
obligatoriamente vigentes que definen esperanzas recíprocas de comportamiento y que han de ser
comprendidas y reconocidas, al menos, por dos sujetos actuantes. Acciones de este tipo son: cumplimiento
de un contrato, decir la verdad, no quitar la vida a un inocente...
Mientras que la acción técnica nos exige el aprendizaje del saber suministrado por las Ciencias de la
Naturaleza y la adquisición de habilidades, la acción comunicativa nos pide hacer nuestras las normas
morales que nos lega la tradición cultural y la configuración de estructuras de la personalidad.
Desde esta gran distinción nuestro pensador diferencia entre sociedades tradicionales y sociedades
modernas.
En toda sociedad hay que distinguir entre el marco institucional, en el que predomina la acción
comunicativa, y los subsistemas que forman parte del marco institucional (economía y aparato estatal,
fundamentalmente) en los que predomina la acción técnica.
En las sociedades tradicionales, la acción técnica está contenida dentro de los límites que representan las
tradiciones culturales (acción comunicativa). Cuando se rompen los límites estamos ante una sociedad
moderna.
Es cierto que esta sustitución pone de manifiesto la injusticia existente en las sociedades tradicionales,
injusticia legitimada por los componentes ideológicos míticos y religiosos pero, piensa Habermas, las
nuevas sociedades tienen un vacío de legitimación. Es decir, si las modernas sociedades capitalistas ya no
se pueden justificar utilizando el recurso al mito o a la religión, una de dos: o se supera la injusticia
institucional o se busca una nueva fuente de legitimación que la justifique.
Habermas sostiene que el capitalismo ha optado por una nueva justificación desde abajo. Ya no se recurre
a instancias externas al propio sistema, es él el que se legitima desde sí mismo. Así, la ley de la
productividad que rige el sistema capitalista engendra una nueva noción de “justicia” que es legitimada con
el concepto jurídico del contrato libre. Este nuevo tipo de justicia, hace que todo en las nuevas sociedades
se organice en función de la productividad estableciendo una identidad entre ésta y la justicia. Así, hemos
dado el salto: el nuevo orden moral viene dado por una categoría económica que, alterando el propio
concepto de justicia, cada vez oprime más al ser humano.
Pero, paradójicamente, a pesar de la situación real de injusticia se ha producido algo que jamás pensó Marx
como posible en su crítica al capitalismo. Éste ha sabido convertir a las fuerzas de productividad (sociedad
civil) en el fundamento de legitimación ideológica del propio sistema. Es decir, es la propia sociedad la que
legitima el propio sistema desde el propio criterio capitalista de productividad que se ha convertido en el
nuevo concepto de justicia a pesar de la injusticia y opresión a la que, cada vez más, está sometida.
Esta legitimación no la ha producido el Estado, como veíamos más arriba, desde el recurso a las ideologías
mítico-religiosas que después de la Ilustración han perdido su eficacia sino a través de la tecnificación de la
política.
La racionalidad técnica se instala como la fundamental y, para ello, prima la investigación científico-
tecnológica. Esta investigación, que se presenta como objetiva e indiscutible, le sirve a propio sistema para
legitimarse. ¿Cómo? Se asocia de manera inmediata la investigación científico-tecnológica con el progreso.
Pero por progreso se entiende aumento de bienestar. Es decir, la investigación científico-tecnológica trae
como consecuencia el desarrollo científico-tecnológico que aumenta inmediatamente la capacidad de
consumo de la masa social que identifica consumo, bienestar y progreso. Desde esta equivocada pero
poderosa equivalencia el propio sistema puede legitimar su actuación y, además, puede exigir la
despolitización de las masas. Éstas ya no pueden, mediante la discusión participativa (acción comunicativa),
discutir acerca de si la racionalidad técnica del sistema capitalista contribuye al desarrollo moral de la
humanidad. Esta discusión es un sinsentido. Las masas sólo pueden elegir, mediante el recurso a las urnas,
a los administradores del sistema (los políticos) pero jamás poner en duda su validez.
Hasta aquí el análisis. Pero, ¿qué pretende Habermas? La respuesta, se encuentra dentro del marco de la
reflexión crítica de la Escuela de Frankfurt, recuperar la primacía de la acción comunicativa (razón moral)
frente a la acción técnica (razón instrumental).
Pero, ¿cómo se puede fundamentar la racionalidad de los valores de verdad, libertad y justicia toda vez que
las interpretaciones metafísicas y religiosas han perdido su fuerza? Más aún, ¿cómo se puede legitimar la
razón moral ante unas masas que están sometidas alegremente, y aparentemente satisfechas, por el poder
omnímodo y adormecedor del nuevo dios de la tecnología?
Nuestro filósofo comenzará su tarea con la crítica al Positivismo. ¿Por qué? Porque es la teoría que
subyace al proceso de conversión de la Ciencia y la Técnica en la ideología legitimadora de las modernas
sociedades capitalistas.
El positivismo consagra la metodología de las Ciencias de la Naturaleza como única forma posible de
conocimiento científico. Así, los problemas morales no pueden ser fundamentados racionalmente y quedan
reservados al ámbito de la arbitrariedad irracional. En definitiva, el positivismo ha sustituido la Teoría del
Conocimiento por una Teoría de la Ciencia. Es decir, el conocimiento está definido por los logros de las
ciencias.
Así, si queremos liberar al hombre de los poderes ideológicos que le oprimen, debemos criticar la base de
éstos que reside en el positivismo.
El positivismo define la realidad en función de su propio método. Se entiende por hecho real (Tatsache)
aquello que es susceptible de ser objeto de investigación de las ciencias empíricas y éstas, a su vez, se
definen por las reglas metodológicas que rigen la investigación. Vuelven, así, a caer en la presuposición
ingenua de que existe un mundo objetivo independientemente del sujeto cognoscente (objetivismo).
La constitución de este objetivismo supone la negación de todo posible conocimiento que no sea
interpretable en categorías científico-técnicas. En consecuencia, aquel conocimiento que haga referencia a
la interacción humana, el conocimiento propio de las Ciencias Hermenéuticas y de las Tradiciones culturales
(Ciencias del Espíritu) o bien debe desaparecer o bien reducirse al ostracismo de la subjetividad con lo que
pierde la categoría de conocimiento (objetivo). Se produce así, además de una reducción de la Teoría del
Conocimiento a Teoría de la Ciencia, la subordinación –o casi desaparición- de la Teoría de la Sociedad a la
Teoría de la Ciencia.
Así pues, el positivismo ha perdido todo el mordiente de renovación social y de liberación del hombre que
pretendía Comte. La solución, según Habermas, estribará en hacer reflexionar al positivismo trascendiendo
sus límites y descubriendo que no hay una única dimensión técnica sino también una dimensión
comunicativa y que ambas están interrelacionadas.
En definitiva, ante la creciente tendencia hacia la subordinación de la dimensión social (comunicativa) bajo
la dimensión técnica, en las modernas sociedades capitalistas -ya sea en el contexto social real, ya sea a
nivel ideológico- la Teoría Crítica habermasiana quiere rescatar la primacía de la dimensión social a través
de una nueva comprensión teórica de la interrelación entre la dimensión comunicativa y la técnica que sea
capaz de impulsar una nueva praxis que libere a la humanidad del tecnicismo deshumanizante.
Para resolver el problema apuntado de la interrelación entre la acción comunicativa y la acción técnica
Habermas recurre a lo que denomina “intereses del conocimiento”.
Con ese término denomina a las orientaciones básicas enraizadas en las condiciones fundamentales de la
posible reproducción y autoconstitución del género humano, es decir, en el trabajo y en la interacción.
En primer lugar, que frente a lo que ha sostenido el positivismo, el conocimiento nunca es neutral, sino
interesado.
Además, que dicho interés se fundamenta en la utilidad que tiene el conocimiento para la emancipación y la
pervivencia del género humano.
El primer tipo de conocimiento es el de las Ciencias de la Naturaleza y la Técnica. Dicho conocimiento tiene
como interés fundamental (orientación básica) la manipulación de las fuerzas de la Naturaleza. Es
denominado interés técnico.
El segundo tipo de conocimiento es el que nos suministran las Ciencias Hermenéuticas y las Tradiciones
culturales. Su orientación básica es la consecución de un entendimiento mutuo subjetivo entre los hombres.
Éste es el interés práctico.
Ambos tipos de conocimiento no pueden quedarse en el plano teórico, deben concretarse en la acción. Con
esta afirmación Habermas insiste en la inseparabilidad entre conocimiento y acción.
Eso sí, el conocimiento técnico tiene que derivar en acción técnica y el conocimiento práctico en acción
comunicativa.
Trabajo Interacción
SISTEMAS SOCIALES
EXPERIENCIA SENSORIAL COMUNICATIVA
LENGUAJE FISICALISTA INTENCIONAL
SABER TECNOLOGÍAS, ESTRATEGIAS PRÁCTICO (MORAL, POLÍTICO),
TRADICIONES CULTURALES
Así podemos llegar a afirmar que Habermas mediante el recurso al concepto de intereses del conocimiento
consigue mostrar:
a. Que el positivismo es un reduccionismo cognoscitivo ya que hay dos modos de conocimiento, el de las
Ciencias Naturales y el de las Ciencias Hermenéuticas.
b. Que hay una unidad entre Teoría del Conocimiento y Teoría de la Sociedad ya que hay una unidad entre
conocimiento y acción mediada por el concepto de interés.
Pero, ambos tipos de intereses se nos dan como distintos e independientes. ¿Cómo se relacionan?
Este interés se corresponde con el proceso de autoconstitución histórica del hombre. El hombre se
autoconstituye mediante un proceso de liberación de las condiciones materiales opresoras a las que está
sometido tanto por parte de la Naturaleza como por parte de una Sociedad que ha socializado
deficientemente la Naturaleza. Pues bien, los intereses técnico y práctico son especificaciones del interés
emancipativo. Es decir, el interés emancipativo es el origen tanto del conocimiento técnico como del
práctico.
El interés emancipativo es la base las dimensiones técnica y social en las que se especifica. Es decir, el
conocimiento y la acción -en ambas dimensiones- sólo cobran sentido cuando se les refiere al interés
emancipativo de la liberación del género humano.
Esto trae como consecuencia que, así como hay Ciencias de la Naturaleza y Ciencias Hermenéuticas,
también hay una ciencia propia del interés emancipativo, que es la base de las otras, la Crítica (Filosofía)
Pero entonces, ¿no se identifica el interés emancipativo con el práctico dejando de lado el técnico?
Habermas afirma que no, que todos los intereses son racionales. Con esta expresión quiere indicar que la
dimensión técnica está empotrada en la dimensión social siendo entendida esta última desde el interés
emancipativo. En el fondo, Habermas apunta al concepto de razón entendido fundamentalmente como “vida
buena” (autonomía moral). El ser humano busca su absoluta emancipación, su autonomía plena.
4. ÉTICA DISCURSIVA.
Siempre que entramos en un diálogo pensamos que puede alcanzarse un consenso fundamentado
en razones que los otros puedan comprender; en caso contrario, carecería de sentido entrar en la discusión.
El lenguaje puede servir para hablar de cómo es el mundo o para dirigir la acción, pero en los dos casos la
condición de posibilidad del lenguaje es que haya una comunidad de significado, un cierto acuerdo, un
consenso. Esa comunidad, este acuerdo, es inherente al lenguaje humano. Pero para que haya diálogo
todos los participantes deben ser considerados imparcialmente iguales, si no, no participarían. Y llegados
aquí entendemos que la moralidad es condición de posibilidad de la vida social y que el punto de vista moral
de la imparcialidad es algo esencial a la propia socialidad humana. Si aceptamos esto, estamos aceptando
el “punto de vista moral” y, con ello, el primer principio moral.
No hacen falta, quizás, complejas formas de fundamentación del principio moral. Basta con mostrar que la
socialidad es imposible sin la moralidad.
Siguiendo esta línea de pensamiento, Habermas aborda la cuestión de la fundamentación de las normas
morales y construye una manera de hacerlo. Es lo que llama “Ética Discursiva”. Su objetivo es atacar al
relativismo y al escepticismo. Su punto de partida es el hecho de que las personas argumentamos sobre
normas morales para averiguar y discutir cuáles son moralmente correctas. A partir de ahí, estudia las
condiciones de los diálogos éticos. Cuando en una argumentación moral alguien te dice “debes hacer x”,
está diciendo implícitamente que tiene razones para exigirte que lo hagas. Si no hubiera razones para exigir
algo, no se podría decir “tienes que hacer x”. Esto significa que los juicios éticos no sólo admiten
justificación racional, sino que la exigen. Así que el punto de partida es que todos argumentamos sobre
cuestiones éticas y que argumentar significa dar razones.
Frecuentemente se siguen normas éticas sin problematizarlas, pero cuando son problemáticas, cuando una
parte de la gente las sigue y otra las pone en cuestión, sólo hay una solución moral: el consenso basado en
el diálogo. Cuando las normas son problemáticas, la imposición, la fuerza o la manipulación no son recursos
morales (serían más bien inmorales); lo único moral es llegar a un acuerdo a través de la racionalidad
comunicativa. Ahora bien, ¿cuáles son las condiciones para que en este caso haya una racionalidad
comunicativa que logre un acuerdo, es decir, para que haya una verdadera argumentación racional en
ética? Tiene que haber lo que llama Habermas “una situación ideal del habla” o, como también dice, “unas
condiciones de simetría”. Serían las siguientes:
a) Cualquier sujeto puede participar en el discurso
b) Cualquiera puede problematizar cualquier afirmación
c) Cualquiera puede introducir cualquier afirmación
d) Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades.
e) No puede haber coacción externa o interna para que un hablante no ejerza las anteriores condiciones.
Esto no es una teoría a priori sobre el diálogo ético, ni una teoría derivada de una metafísica o de la
experiencia, esto son sólo las condiciones imprescindibles para que se dé un debate que no sea inmoral,
son las condiciones de posibilidad de la racionalidad comunicativa ética. En ellas ya está presente el primer
principio moral, el que Habermas llama “postulado de universalización”, pues bajo estas condiciones de
“simetría” sólo se llegará a un acuerdo en las normas éticas cuando todos los afectados estén de acuerdo.
Por eso el principio de universalización reza así: una norma será válida cuando todos los afectados por ella
puedan aceptar libremente sus consecuencias. La obligatoriedad de una norma así gestada proviene de
que representa intereses universalizables.
Del principio de universalización sacamos un criterio para decidir cuál es el procedimiento correcto
para hacer normas éticamente aceptables cuando hay conflictos éticos. Se trata del “postulado ético
discursivo”: sólo son válidas las normas que encuentren aceptación por parte de todos los afectados como
participantes en un discurso ético. En la medida en que en nuestro mundo tenemos muchos conflictos
morales, ésta sería la solución.
En conclusión, lo importante de la ética dialógica es que el diálogo propio de la racionalidad
comunicativa respeta, por una parte, la individualidad y la libertad del individuo (no hay nada dogmático que
impida, moralmente hablando, que cada uno piense y diga lo que quiera) y, por la otra, tiene una dimensión
solidaria y universal, pues, como hemos dicho, la imparcialidad y la universalidad están presentes en
cualquier debate realmente racional y moral.
2. El hombre, es por naturaleza, un animal cívico […] La razón de que el hombre sea un
ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario, es clara. La
naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los
animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la
tienen también los otros animales. (Ya que su naturaleza ha alcanzado hasta tener
sensación del dolor y del placer e indicarse estas sensaciones unos a otros.) En cambio,
la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto.
Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo
exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones.
La participación comunitaria en éstas funda la casa familiar y la ciudad (ARISTÓTELES,
Política, trad. de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 1986, libro I, cap. 2, pp. 43-44).
3. Donde no se dé la justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y
que así en los hombres de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre
los vicios, de acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo el pueblo viva de la fe,
igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al prójimo como a sí mismo; donde no
hay esta justicia, no hay sociedad fundada en derechos e intereses comunes y, por tanto,
no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de pueblo, por lo que tampoco
habrá política, porque donde no hay pueblo, no puede haber política (AGUSTÍN DE
HIPONA, La ciudad de Dios, XIX, cap. 23).
4. Para la salvación humana fue necesario que, además de las materias filosóficas, cuyo
campo analiza la razón humana, hubiera alguna ciencia cuyo criterio fuera lo divino. Y
esto es así porque Dios, como fin al que se dirige el hombre, excede la comprensión a la
que puede llegar sólo la razón. Dice Isaías 64,4: ¡Dios! Nadie ha visto lo que tienes
preparado para los que te aman. Sólo Tú. El fin tiene que ser conocido por el hombre para
que hacia Él pueda dirigir su pensar y su obrar. Por eso fue necesario que el hombre,
para su salvación, conociera por revelación divina lo que no podía alcanzar por su
exclusiva razón humana. Más aún. Lo que de Dios puede comprender la sola razón
humana, también precisa la revelación divina, ya que, con la sola razón humana, la
verdad de Dios sería conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados
plagados de errores. Y, sin embargo, del exacto conocimiento de la verdad de Dios
depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación. Así, pues, para que
la salvación llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue necesario que los
hombres fueran instruidos acerca de lo divino, por revelación divina. Por todo ello se
deduce la necesidad de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón,
hubiera una doctrina sagrada, resultado de la revelación (TOMÁS DE AQUINO, Suma de
Teología, I, c. 1, art. 1, trad. de José Martorell, Madrid, B.A.C., 2001, pp. 85 – 86; también
se puede encontrar en http://www.dominicos.org/publicaciones/Biblioteca/suma1.htm )
7. Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más
conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria
de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás
ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a
cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería
hacer, aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer
en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que
no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a
poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad
(MAQUIAVELO, El príncipe. Trad. M. A. Granada, Madrid, Alianza, p. 83).
8. Así, a causa de que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que
no había ninguna cosa que fuera como las imágenes que ellos nos transmiten de esa
cosa. Y como hay hombres que se equivocan al razonar, incluso en cuanto a las
cuestiones más simples de la geometría y cometen en ellas razonamientos falsos,
juzgando que yo estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como
falsas todas las razones que había tomado antes por demostradas. En fin, considerando
que todos los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos nos pueden venir
también cuando dormimos, sin que haya ninguno que, por tanto, sea verdadero, resolví
fingir que todas las percepciones que hasta entonces habían entrado en mi mente no eran
más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero enseguida me di cuenta de que,
mientras quería pensar así que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba,
fuese algo. Y notando que esta verdad pienso luego existo era tan firme y tan segura que
hasta las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacer
tambalear, juzgué que la podía recibir sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía
que buscaba (R. DESCARTES, Discurso del método, IV [traducción propia]).
9. Para que las supremas autoridades del Estado conserven mejor el poder y no haya
sediciones, es necesario conceder a los hombres la libertad de pensamiento y
gobernarlos de tal forma que, aunque piensen de distinta manera y tengan ideas
manifiestamente contrarias, vivan en concordia. Es indudable que esta forma de gobernar
es la mejor y la que tiene menos inconvenientes, pues concuerda mejor con la naturaleza
de los hombres. En efecto, en el estado democrático (que es el que más se acerca a lo
natural) todos acuerdan actuar según leyes comunes, pero no pensar igual; es decir,
como todos los hombres no pueden pensar y razonar igual, han pactado que lo que
recibiera más votos tuviera fuerza de ley y que podrían cambiar esa ley si encontraban
algo mejor. Así pues, cuanta menos libertad para expresar su opinión se concede a los
hombres, más lejos se está de lo más natural y, por tanto, con más violencia se gobierna
(B. SPINOZA, Tratado Teológico-Político, cap. XX [traducción propia]).
10. No es la diversidad de opiniones (lo que no puede evitarse), sino la negativa a tolerar
a aquellos que son de opinión diferente (que podría ser permitida) lo que ha producido
todos los conflictos y guerras que ha habido en el Cristianismo a causa de la religión. La
cabeza y los jefes de la Iglesia, movidos por la avaricia y el deseo insaciable de dominar a
todos, utilizando la ambición sin límites de las autoridades políticas y la crédula
superstición de multitudes atolondradas, han levantado, en contra de lo que dice el
Evangelio y la caridad, a las autoridades y a las masas en contra de los que tienen ideas
diferentes en religión, predicando que los cismáticos y los herejes debe ser expoliados de
sus posesiones y destruidos. Y así han mezclado y confundido dos cosas que son en sí
mismas completamente diferentes, la Iglesia y el Estado (J. LOCKE, Carta sobre la
tolerancia [trad. propia]).
12. Si se investiga en qué consiste el bien más grande de todos, el que debe ser la meta
de todo sistema legislativo, veremos que consiste en dos cosas principales: la libertad y la
igualdad. La libertad, porque si permitimos que alguien no sea libre estamos quitando
fuerza al Estado; la igualdad, porque la libertad no puede subsistir sin ella. Ya he dicho lo
que es la libertad civil. En cuanto a la igualdad, no hay que entender por ella que todos
tengan el mismo grado de poder y de riqueza; antes bien, en cuanto al poder, que nunca
se ejerza con violencia, sino en virtud del rango y las leyes, y, en cuanto a la riqueza, que
ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro, ni ninguno sea tan pobre
como para ser obligado a venderse (J. J. ROUSSEAU, El contrato social, libro II, cap. 11
[traducción propia])
13. Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo,
no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas
sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres
racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. Todos los objetos de las
inclinaciones tienen sólo un valor condicionado, pues si no hubiera inclinaciones y
necesidades fundadas sobre las inclinaciones, su objeto carecería de valor. Pero las
inclinaciones mismas, como fuentes de las necesidades, están tan lejos de tener un valor
absoluto para desearlas, que más bien debe ser el deseo general de todo ser racional el
librarse enteramente de ellas. Así pues, el valor de todos los objetos que podemos
obtener por medio de nuestras acciones es siempre condicionado. Los seres cuya
existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, empero, si son
seres irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas;
en cambio los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya
como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como
medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto de respeto) (I.
KANT, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Trad. De M. García Morente,
Madrid, Espasa Calpe, 1983, pp. 82 y 83)
14. ¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el
trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el
trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no
desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su
espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera
de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo
no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una
necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su
carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe
una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El
trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de
ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en
que éste no es suyo, sino de otro, en que no le pertenece; en que cuando está en él no se
pertenece a sí mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía
humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo
independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así
también la actividad del trabajador no es su propia actividad Pertenece a otro, es la
pérdida de sí mismo (K. Marx, Manuscritos: Economía y filosofía. Trad. de F. Rubio.
Alianza, Madrid, 1986, p. 108).
16. ¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? ─Hay
innumerables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que
llamamos «signos», «palabras», «oraciones». Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de
una vez por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como
podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproximada de ello
pueden dárnosla los cambios de la matemática). La expresión «juego de lenguaje» debe
poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma
de vida. Ten a la vista la multiplicidad de juegos de lenguaje en estos ejemplos y en otros:
dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, describir un objeto por su apariencia o por sus
medidas, fabricar un objeto de acuerdo con una descripción (dibujo), relatar un suceso,
hacer conjeturas sobre un suceso, formar y comprobar una hipótesis, presentar los
resultados de un experimento mediante tablas y diagramas, inventar una historia y leerla,
actuar en teatro, cantar a coro, adivinar acertijos, hacer un chiste y contarlo, resolver un
problema de aritmética aplicada, traducir de un lenguaje a otro, suplicar, agradecer,
maldecir, saludar, rezar (L. WITTGENSTEIN. Investigaciones filosóficas. Traducción de A.
García Suárez y U. Moulines. Barcelona: Crítica, 1988, § 23, pp. 39-41).
17. La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir es
que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demás,
ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno u otro modo que
aparecer en ella.
La nota más trivial, pero a la vez la más importante de la vida humana, es que el hombre
no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en la existencia. La vida
nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos
en ella de pronto y sin saber cómo. Pero la vida que no es dada no nos es dada hecha,
sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer. Y lo
más grave de estos quehaceres en que la vida consiste no es que sea preciso hacerlos,
sino, en cierto modo, lo contrario; quiero decir, que nos encontramos siempre forzados a
hacer algo, pero no nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo
determinado, que no nos es impuesto este o el otro quehacer, como le es impuesta al
astro su trayectoria o a la piedra su gravitación. Antes que hacer algo, tiene cada hombre
que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer (J. ORTEGA Y GASSET, “Historia
como sistema” en Historia como sistema y otros ensayos de filosofía, Madrid, Revista de
Occidente/Alianza, 1981, pp. 13-14).
18. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está
condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo,
por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que
hace. El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella
pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que
por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión. El
existencialista tampoco pensará que el hombre puede encontrar socorro en un signo dado
sobre la tierra que le orienta; porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo
como prefiere. Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado
a cada instante a inventar el hombre (J. P. SARTRE, El existencialismo es un humanismo,
Trad. V. Prati. Barcelona, Orbis, 1984, pp. 68-69).
19. [Cuando hay un debate ético en el que participan personas de diferentes credos
religiosos y diferentes culturas] las perspectivas iniciales de los participantes, que tienen
su raíz en su propia religión y cultura, van “descentrándose” [los participantes van dejando
de ver todo desde su propia perspectiva para ir poniéndose en el lugar de los otros] cada
vez con más fuerza […] a medida que el proceso de interrelación mutua de las diferentes
perspectivas se va acercando a la meta de la inclusión completa. Resulta interesante
constatar que la práctica de la argumentación ética apunta ya, por su propia dinámica, en
esta dirección de que el participante en un debate ético salga de su propia y exclusiva
posición para incluirse en la posición del otro. Si atendemos al punto de vista del diálogo,
bajo el cual sólo obtienen aceptación aquellas normas morales que son igualmente
buenas para todos, el discurso racional aparece como el procedimiento más apropiado
[para resolver un conflicto ético], ya que se trata de un procedimiento que asegura la
inclusión de todos los afectados y la consideración equitativa de todos los intereses en
juego (J. HABERMAS, “Acción comunicativa y razón sin trascendencia”, en Entre
naturalismo y religión, Trad. P. Fabra. Barcelona, Paidós, 2006, p. 55 [traducción
adaptada])
MODELO DE EXAMEN
Pruebas de acceso a Estudios Universitarios
Materia: Filosofía II
Esta prueba consta de dos opciones. El alumno debe optar por una de las dos opciones y
responder a todas las preguntas de la opción elegida. Puede contestar las preguntas en el
orden que quiera. La primera pregunta vale 2‟5 puntos, repartidos de los siguiente forma:
sitúa al autor en su momento histórico (0‟25), señala el tema o el problema del texto
(0‟25), indica las ideas principales (0‟5), muestra las relaciones entre ellas (0‟5) y
explícalas (1). El alumno debe responder en este mismo orden las cuestiones de esta
pregunta. La 2ª, 3ª y 4ª valen 2‟5 cada una. La 5 vale un punto, siempre que ni el total de
las anteriores ni el total del ejercicio exceda de 10 puntos. El espacio de papel
recomendado para cada pregunta es de una 1‟25 caras de folio para las cuatro primeras
preguntas y de media cara de folio para la 5ª.
OPCIÓN A
TEXTO:
[Cuando hay un debate ético en el que participan personas de diferentes credos religiosos
y diferentes culturas] las perspectivas iniciales de los participantes, que tienen su raíz en
su propia religión y cultura, van descentrándose (los participantes van dejando de ver todo
desde su propia perspectiva para ir poniéndose en el lugar de los otros) cada vez con más
fuerza […] a medida que el proceso de interrelación mutua de las diferentes perspectivas
se va acercando a la meta de la inclusión completa. Resulta interesante constatar que la
práctica de la argumentación ética apunta ya, por su propia dinámica, en esta dirección de
que el participante en un debate ético salga de su propia y exclusiva posición para
incluirse en la posición del otro. Si atendemos al punto de vista del diálogo, bajo el cual
sólo obtienen aceptación aquellas normas morales que son igualmente buenas para
todos, el discurso racional aparece como el procedimiento más apropiado [para resolver
un conflicto ético], ya que se trata de un procedimiento que asegura la inclusión de todos
los afectados y la consideración equitativa de todos los intereses en juego (J.
HABERMAS, “Acción comunicativa y razón sin trascendencia”, en Entre naturalismo y
religión, Barcelona, Paidós, 2006, p. 55 [traducción adaptada])
CUESTIONES
1. Con respecto al texto: sitúa al autor en su momento histórico, señala el tema o el
problema del texto, indica las ideas principales, muestra las relaciones entre ellas y
explícalas.
2. Explica brevemente el desarrollo de la Filosofía contemporánea.
3. Expón la filosofía de Platón.
4. Expón la filosofía de Kant.
5. Analiza la vigencia de las ideas del texto en la actualidad
MODELO DE CONTESTACIÓN
1. El autor, J. Habermas, es un filósofo vivo en la actualidad que desde posiciones
izquierdistas analiza algunos de los problemas actuales: el nacionalismo, la emigración, el
multiculturalismo, el cientificismo…
El texto aborda el problema de cuál es el procedimiento más apropiado para resolver los
conflictos en cuanto normas morales que se producen en nuestro mundo multicultural
entre las diversas culturas y religiones.
Las ideas principales del texto son las siguientes:
2. Podríamos decir que hay una primera etapa de optimismo y de confianza en las fuerzas
del hombre, en su razón y su libertad, lo que se manifiesta en la filosofía del Idealismo
alemán, que ofrece el reflejo idealista del optimismo con que la sociedad burguesa
naciente sentía sus principales valores, la libertad de la Revolución francesa y la razón del
siglo de la Ilustración, y presenta al hombre como expresión en el mundo de la Razón
infinita. Luego en la parte central del siglo XIX empieza a tomarse conciencia de los
graves problemas e injusticias que se están produciendo en el proletariado; esto se refleja
en una filosofía de la revolución como la de Marx, que quería acabar con el capitalismo e
implantar el comunismo, o en filosofías reformistas, como el positivismo de Comte, que
proponía abandonar la religión y la filosofía, ir a lo científico y organizar científicamente la
sociedad, o el liberalismo utilitarista de J. S. Mill, que luchó por conseguir la felicidad para
la mayor cantidad de gente posible, mediante la educación y el voto de obreros y mujeres.
Aunque se va dando una mejora de los aspectos económico, social y político de las
masas populares, sin embargo al final de siglo aparece el pensamiento de Nietzsche que
ponen en tela de juicio absolutamente todo: la religión, la moral, la ciencia, la política…
El siglo XX es un siglo muy complejo. En los inicios sigue las tendencias del siglo XIX:
liberalismo económico-político, crecimiento científico-tecnológico y lucha de partidos
obreros por ampliar los derechos políticos y económicos. En esta época se crea la
filosofía analítica que se caracterizó por su admiración y respeto por las ciencias naturales
y por su defensa del empirismo y que tiene como objeto principal el análisis del lenguaje.
Pero las dos guerras mundiales, sobre todo la segunda, supusieron una crisis en las
conciencias de los hombres occidentales. El existencialismo (1927-±1950) intenta
responder a esta sensación de vivir una vida sin sentido y a esta gran decepción. Frente a
los imperios y a los totalitarismos que trataban las vidas humanas como si fueran trapos
sucios sin ningún valor, ocasionando decenas de millones de muertos, el existencialismo
protestaba contra la ruina del hombre, contra su despersonalización, contra el olvido del
valor de cada individuo, contra el olvido de su singularidad, autonomía y responsabilidad.
Frente a esa terrible experiencia hubo también otra respuesta, la de la llamada “Escuela
de Francfort”, grupo de filósofos alemanes de tendencia marxista que querían hacer un
análisis de las cosas que funcionaban mal en la sociedad para cambiarlas y que no se
volvieran a repetir esos desastres. Por eso también se llama “teoría crítica” (1923-
1968). Habermas es de otra generación pero de alguna manera podríamos considerarle
sucesor de los principales miembros de la Escuela de Francfort, pues sigue los
postulados de la teoría crítica, pero señalando la existencia de una racionalidad dialógica
que nos invita a dialogar en condiciones de igualdad sobre nuestros problemas, de
manera que el acuerdo sobre normas morales al que lleguemos y que puedan aceptar
todos los afectados se convertirá en un acuerdo racional y obligatorio.
En la tercera parte del siglo XX nuestro mundo está caracterizado por la mundialización
de la economía de mercado y sus recurrentes crisis, por la expansión de las nuevas
tecnologías, por la inmigración, el multiculturalismo y por la proliferación de movimientos
de resistencia (feminismo, ecologismo, movimiento gay o movimientos anti-sistema). La
filosofía de la postmodenidad (1979 – ±2003) es la respuesta a este mundo: critica el que
se quiera defender un mundo uniforme y unívoco, la soberbia de creer que se puede dar
fundamento y sentido a todo desde la razón, la vanidad del etnocentrismo europeo que se
cree superior al resto del mundo o la sacralización de las grandes palabras de la
modernidad (verdad, libertad,justicia, progreso). Su mirada es la de la contingencia, la
reversibilidad, la fragmentación, la pluralidad, la interpretación, la diferencia…
En cuanto a la filosofía española, habría que decir que en el último tercio del XIX se
revitaliza por el contacto con las filosofías europeas, lo que producirá sus frutos en los
inicios del siglo XX. Destacaremos a Unamuno y Ortega, para los que, desde posiciones
diversas, los temas centrales son la existencia, la vida y la historia. A partir de los años
sesenta, se produce otra revitalización y la filosofía española se abre totalmente a las
corrientes europeas.
3. Platón quería ser un reformador político y pensaba que gobernar bien era un asunto de
saber. Si en política gobiernan los más fuertes, los más ricos o los más demagogos, no
hay manera de hacer un sistema de gobierno justo. Él pensaba que se puede saber en
política, que se puede hacer ciencia en política (y en todo), pues Sócrates le había
enseñado que se puede llegar a hacer definiciones de la valentía o de la justicia que valen
para todos y todos aceptarían.
Además, los pitagóricos le habían enseñando que en matemáticas también hay ciencia,
un conocimiento exacto, válido para todos e inmutable. Por tanto, su punto de partida es
que podemos hacer afirmaciones que son verdaderas para todos y que siempre serán
verdaderas. Ahora bien, si en el mundo material en el que vivimos todas las cosas están
en continuo cambio, de ellas no podemos hacer ciencia, es decir, verdades eternas
inmutables, por lo que del mundo material sólo tenemos opiniones cambiantes. Entonces,
¿a qué mundo se refieren nuestras verdades eternas? Tiene que haber otro mundo donde
los seres sean perfectos e inmutables. A los seres de ese mundo Platón les llamó “ideas”.
Para explicar esto Platón inventa el maravilloso relato de la caverna; en él se ve cómo la
mayoría de la gente cree que lo único que existe es el mundo material y dedica toda su
vida a acumular riqueza y placeres, que no son más que meras sombras, copias
malísimas de la auténtica realidad, las ideas. Para Platón la vida ética y la felicidad
consisten en conocer la ideas y en renunciar a creer que los sentidos son los que nos
enseñan la verdad de las cosas, así como en dedicar la vida a la auténtica sabiduría que
nos proporciona el intelecto; vivir consiste en desatarse del mundo material, dejar las
preocupaciones materiales, y trabajar por y para el conocimiento de las ideas; hacer una
política justa consiste en saber qué es la idea de justicia para luego aplicarla en el mundo
sensible en que vivimos. Cuando muramos, nuestro cuerpo se deshará, pero nuestra
alma irá a la región eterna de las ideas que es su auténtico lugar y no este mundo
material.
En la sociedad hay tres tipos de personas: los que destacan por su sabiduría, los que por
su fortaleza y los que por sus apetitos. Un estado estará bien gobernado si los que
mandan no son los fuertes (los militares) o los que buscan los placeres y el dinero (los
ricos), sino los sabios, los filósofos. Cada grupo social tiene su función y su virtud. Los
filósofos deben ser sabios y deben gobernar. Sólo los que conocen la idea de justicia o la
idea estado pueden gobernar. Los fuertes deben ser los guardianes de la ciudad y su
ejército; los que se guían principalmente por sus apetitos deben ser comerciantes,
labradores, artesanos...; deben dedicarse a producir riqueza y vivir de ella. Parte de esta
riqueza tiene que ser utilizada para el mantenimiento de los filósofos y los guardianes,
pues Platón, como pensaba que la riqueza era la causa de toda la corrupción política,
había afirmado que ni filósofos ni guardianes podrían tener propiedad de nada; así no
tendrían tentaciones de robar nada del Estado. Las principales virtudes de la política son:
la sabiduría, en los gobernantes; la fortaleza, en los guardianes, la templanza, en el resto
de la sociedad y, por último, la armonía entre las tres clases, armonía que Platón llamaba
“justicia”, es decir, que cada uno desempeñe bien su propio trabajo y coopere con las
otras clases por el bien de la ciudad. La principal tarea del estado sería una educación
que separase a los hombres según el alma que predomina en ellos y que les educase a
cada uno para ajustarse a su función. Así la vida política y social sería justa y no volverían
a suceder cosas tan lamentables como la muerte de Sócrates.
universal: Kant tenía la firme convicción de que todos los seres humanos somos iguales y
los deberes morales deben ser para todos los mismos.
El camino que recorre Kant para construir su moral ilustrada empieza con el análisis de la
moralidad: ¿en qué consiste ser moral? Empecemos pues, analizando en qué consiste la
moralidad. Si nos ponemos a analizar qué significa el término “bueno” (“bueno” y “malo”
son los términos propios de la moralidad), veremos que, aunque lo aplicamos a muchas
cosas (un buen coche, una buena comida, la inteligencia es buena, una buena salud…),
sólo una cosa merece ser llamada “buena” con todo derecho: la intención. En primer
lugar, los objetos no son ni buenos ni malos, porque no son seres humanos y no pueden
hacer nada por ser buenos o malos; son lo que son y no tienen ninguna culpa de ser así.
Tampoco podemos decir que la inteligencia, la salud, la fortaleza o la riqueza son buenas
sin más. Pues si se utilizan para el mal, son malas. Lo único a lo que se puede decir
“bueno” sin restricción es a la intención, o a la voluntad, como a veces la llama Kant.
Ahora bien, ¿cómo sé que mi intención es buena? Kant aquí hace una distinción.
Podemos obrar contra el deber; por ejemplo, un comerciante que cobra precios abusivos.
O podemos obrar conforme a deber por inclinación; por ejemplo, si el comerciante decide
cobrar precios justos pero sólo para tener más clientes.
O podemos obrar por deber; por ejemplo, si el comerciante no piensa en su beneficio y en
sí mismo y sólo piensa en cobrar el precio justo. Kant dice que tenemos buena intención
cuando obramos por deber. Si pensamos todo lo que acabamos de decir, nos damos
cuenta de que tener buena intención es dejar de lado todas las cosas particulares
(nuestras circunstancias particulares, nuestros sentimientos particulares…) y quedarnos
sólo con lo universal. Así descubrimos el primer principio moral: Obra de tal manera que
puedas querer que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal.
Kant hace otro argumento para llegar a otro principio moral. Sería el siguiente. Todas las
cosas que perseguimos con nuestras inclinaciones y todas las cosas que satisfacen
nuestras necesidades tienen un valor condicionado, dependen de una condición; por
ejemplo, si no hiciera nunca frío en ningún sitio del mundo, los abrigos de visón no
tendrían ningún valor. Así que todas las cosas tienen un valor relativo (depende de si se
dan algunas condiciones), es decir, las cosas tienen precio. Pero los seres humanos, por
ser seres libres y racionales, no son ningún medio para alcanzar un fin, no tienen precio,
tienen dignidad, tienen un valor absoluto. Al pensar esto nos damos cuenta del principio
moral: Obra de tal manera que trates a la humanidad, tanto la que hay en ti como la que
hay en cualquier otro, siempre a la vez como fin y nunca sólo como medio. Aplicando
estos principios a los problemas morales que tengamos, podemos resolverlos. Estos
principios se basan en los valores de la universalidad y la imparcialidad, por un lado, y en
la dignidad de la persona humana, por el otro.
5. Creo que estas ideas de Habermas son bastante vigentes en la actualidad. La idea de
resolver los conflictos éticos mediante un diálogo en el que participan todos los afectados
es algo que, por ejemplo, se intenta aplicar en los comités éticos de los hospitales.
Hablamos también de diálogo social para resolver los conflictos de intereses entre
empresarios y trabajadores. Hay multitud de foros mundiales en los que se abordan
diversos problemas como la discriminación de la mujer, la pobreza en el mundo, los
choques de culturas, los conflictos religiosos, las guerras… En todos los casos se intenta
generalmente que participen todos los afectados, porque se entiende que sin la
participación de todos, el consenso al que se llegue no tiene ninguna validez.
Sin embargo, ya es más difícil pensar que, cuando se dan estos diálogos, todos los
participantes, como dice el texto, salgan de su propia posición para incluirse en la posición
del otro. Lo que vemos es que muchos diálogos fracasan precisamente porque los
participantes no han estado dispuestos a ponerse en el punto de vista de los otros. Así
que podríamos decir que esta idea de Habermas en la actualidad es más un ideal que una
realidad vigente. Pero los ideales son necesarios también, porque nos señalan la meta
hacia la que tenemos que caminar y nos sirven para criticar los defectos de lo que ahora
tenemos. Una mezcla de realismo e idealismo es necesaria en los asuntos éticos. Cuando
representantes de las naciones del mundo dialogan, por ejemplo, sobre la pobreza en el
mundo, es difícil que los países ricos, que hablan desde una posición, no de igualdad,
sino de fuerza, incluyan la posición de los pobres y acepten repartir los bienes de manera
que haya al menos un mínimo de bienes para todos los hombres para llevar una vida
humana y una igualdad de oportunidades. Seguimos viendo que cada día mueren más de
50.000 personas de hambre o enfermedades que en Occidente hace tiempo que
desaparecieron. Pero si el fruto de la reunión es una clara mejoría en los países pobres,
aunque siga habiendo problemas y personas que diariamente mueran de hambre, es
normal que estos países firmen el acuerdo. Aquí es donde entra un aspecto de las ideas
de Habermas: ellos no se conforman con la cruda realidad y en el próximo debate
seguirán buscando mejorar para acercarse al ideal de un diálogo igualitario donde los
ricos sean capaces de ponerse en la piel de los pobres y lograr un acuerdo que pueda ser
igualmente bueno para todos.
CUESTIONES
1. ¿Cuál es el tema del texto? Señala sus ideas principales, explícalas y relaciónalas con
algunas de las ideas del autor.
El tema del texto es qué es lo que vale en las conductas morales según Kant. Lo que
vale es hacer el bien por deber; si hacemos el bien porque sentimos en ese momento ganas de
hacerlo, eso no tiene valor moral. Este principio moral, obrar por deber, lo aplica al tema del
amor. El amor que nos manda la ética racional de Kant no consiste en sentir cariño compasión
por los hombres, sino en hacerles el bien, aunque no sintamos nada por ellos o incluso aunque
sintamos odio.
Para explicar esto Kant utiliza otras ideas: recuerda el ejemplo de la Biblia en la que
Jesús manda amar a todos, incluso a los enemigos; señala que el amor como inclinación no
puede ser mandado; afirma que lo importante es el amor práctico, el que se asienta en la
voluntad y se fundamenta en principios. Voy a pasar ahora a explicar estas ideas en relación al
tema del texto. Kant recurre a la Biblia para ilustrar su principio (lo importante es hacer, no lo
que dictan nuestros sentimientos, sino nuestro deber racional).
En ella Cristo pone a los cristianos la obligación de amar a todos, incluso a los
enemigos. ¿Cómo se puede amar a los enemigos, a los que nos odian, a los que nos hacen
daño? Eso es imposible. No se puede mandar a alguien que tenga sentimientos de amor para
con todos, pues para los que nos caen bien quizá tengamos sentimientos de amor; pero
siempre hay personas que nos han tratado mal y por mucho que queramos no podemos tener
sentimientos de amor para ellos. Por ejemplo, una persona normal no puede tener
sentimientos de amor para con un frío asesino que ha matado a miles de niños inocentes.
Entender este mandamiento cristiano del amor desde la ética kantiana supone entender que lo
que se me pide no es que sienta algo
por ese asesino, sino que busque qué le puede hacer mejor persona y le ayude a ello.
Al entender así este ejemplo, comprendemos que, según Kant, hacer el bien por deber es muy
diferente de hacer el bien porque me apetece, porque estoy inclinado a ello. A veces, de
acuerdo con su filosofía, tenemos que hacer acciones que no nos apetecen, para las que no
tenemos ninguna inclinación. Incluso a veces las odiamos. Pero la razón práctica nos da
razones que nos obligan moralmente a hacerlas. El amor que está basado en los sentimientos
no es digno de mérito moral. Lo que nos enseña la ética kantiana es que lo importante es el
amor que, como dice el texto, se fundamenta en principios, un amor que se asienta en la
voluntad, es decir, en términos kantianos, en la razón práctica, en la razón que piensa
4
La palabra “Patológico” la utiliza Kant en sentido literal: “guiado por las pasiones y los sentimientos”
Departamento de Filosofía V. Abel Granell 134
Apuntes de Filosofía II Curso 09-10
racionalmente en la práctica ética; por eso, es un amor práctico. ―Práctico‖ no significa aquí
que algo tiene utilidad, como cuando decimos que esta mochila es muy práctica. Práctico es lo
que sigue la razón práctica (ética).
Este texto tiene mucha relación con otro texto de la misma obra en el que dice que
aquella persona que, como la vida le va muy bien y se siente tan feliz, se dedica a ayudar a
todo el mundo y a hacer el bien, no tiene valor moral, pues lo hace porque se siente bien.
¿Qué pasará, por ejemplo, cuando unos asesinos maten a su amor, a sus hijos, a sus padres y
a él le dejen medio muerto, desfigurado el rostro y llena de amargura el alma?
Ahora que todo lo ve negro y no siente nada por nadie, ¿no tiene las mismas
obligaciones de ayudar a los demás que antes? Sienta lo que sienta, el valor moral de una
persona no depende de lo que haga o lo que sienta, sino de que entienda cuál es su deber y lo
intente con todas sus fuerzas. Como nos recuerdan otros textos de la misma obra, lo que tiene
que entender es que los hombres no son medios, sino fines, que deben ser tratados con
dignidad y que todos son iguales. Sienta lo que sienta por cada uno de ellos, su deber es
intentar con todas sus fuerzas tratarlos de esa manera. Eso es amor.
Siguiendo el hilo de la explicación que he hecho del texto en la primera pregunta, diré que a
Kant no le parecería bien que fuéramos solidarios y ayudásemos a los pobres porque las ONGs
hayan preparado un anuncio o hayan hecho un programa de televisión en la que se nos
muestren imágenes que nos ponen los pelos de punta. Eso no es amor, pues ¿qué pasa
cuando no hay imágenes terribles de calamidades y sufrimientos, y al no verlas yo, no siento
nada por los pobres del mundo? ¿Ya no tengo obligación moral para con ellos? Además, como
se dice en la pregunta, los primeros maremotos, las primeras guerras, las primeras hambrunas
quizá nos impresionen mucho.
Pero si vemos todos los días en televisión este tipo de noticias y anuncios, ya no nos
impresionarán tanto y no nos sentiremos solidarios con los que sufren. El amor que se guía por
los sentimientos es un amor que es inconstante. En realidad, según Kant, no es amor; es sólo
sentimentalismo. Debemos ayudar a los otros, no porque sintamos compasión impresionados
por unas imágenes, sino porque es nuestro deber. Quizá sería mejor, según Kant, que las
ONGs nos convenciesen de que es un deber de justicia ser solidarios con los pobres del
mundo. Si estuviéramos convencidos de que es un deber, practicaríamos la solidaridad
continuamente, aunque no aparecieran
imágenes en la televisión que nos impresionaran. Sin embargo, es mejor ayudar de vez en
cuando que no ayudar nunca.
Si esas campañas televisivas hacen que algunas personas durante algunos momentos sientan
compasión por los marginados del mundo y les ayuden, bienvenidas sean. En realidad, tener
sentimientos morales no es algo malo, sino bueno; pero obrar sólo cuando los tenemos es un
infantilismo, como cuando los niños sólo quieren comer lo que les gusta y no lo que necesita
su cuerpo. Así que el ideal de una persona madura desde el punto de vista ético, según Kant,
es quien que se guía por convicciones y no meramente por sentimientos.
De todas formas, quizá no haya que contraponer tanto sentimientos y razones. El ser humano
no es como un animal, sus sentimientos están llenos de razones y sus razones están
coloreadas de sentimientos. Si sentimos cariño hacia una persona y nos demuestran que es
una mala persona, nuestros sentimientos cambian. Cómo se ve, los sentimientos dependen de
las razones.
Cuantas más razones tenemos para indignarnos con la conducta de una persona, más enfado
sentimos. Otro ejemplo: la primera vez que oí música de Bach no me gustó, pero después de
que el profesor de música me la explicase con buenas razones, empezó a gustarme. Otro
ejemplo más: hay gente muy lista en matemáticas pero que, al ser muy egoísta, no
CUESTIONES
1. ¿Cuál es el tema del texto? Señala sus ideas principales, explícalas y relaciónalas con
algunas de las ideas del autor.
El tema del texto es el conocimiento del Bien, o dicho de otro modo, cuál es la mejor
manera de alcanzar el Bien en sí y las demás cosas buenas. Para responder a esta cuestión,
Platón afirma:
1. Que el único camino para conocer la Idea de Bien es a través de la razón, lo que supone
una gran dificultad y requiere mucho esfuerzo.
2. Que el conocimiento irracional, la opinión, sólo nos permite obtener una imagen
equivocada del Bien.
Para explicar estas ideas voy a comentar algunos de los términos que aparecen en el texto
como son los de Bien, razón y opinión. Por Bien entiende Platón una Idea en el mundo de las
Ideas, pero no una idea cualquiera, sino la Idea suprema. Para Platón la realidad está dividida
en dos mundos distintos: el mundo de la Ideas, auténticamente real, y el mundo sensible, sólo
aparente. Las Ideas están jerarquizadas encontrándose en su cúspide la Idea de Bien. En este
mismo capítulo, Platón compara la Idea de Bien con el Sol y nos dice que del mismo modo que
el Sol con su luz nos permite ver las cosas, la Idea de Bien es la causa de todo lo que existe,
tanto del mundo sensible como del resto de las Ideas. Las Ideas, arquetipos que las cosas
imitan, obtienen su realidad de la Idea de Bien que las hace perfectas y por eso es posible
―distinguir la Idea del Bien, con la razón, abstrayéndola de las demás‖, como se indica en el
texto. El Bien está presente en todo lo que existe y por eso es tan importante conocerlo. Aquel
que acceda a la Idea de Bien habrá alcanzado la sabiduría suprema. Pero esta tarea no es
nada fácil. Platón habla de ella como de una batalla llena de dificultades. Nosotros, los
hombres, vivimos en un mundo abocado a lo sensible y nuestros sentidos nos proporcionan un
conocimiento engañoso de las cosas. Platón se lamenta en otros textos de que son muchos los
que confunden el Bien con el placer, pálida imagen de la Idea de Bien. Son aquellos que
permanecen dormidos, prisioneros en un mundo de apariencias. Para despertar de este mundo
de ensueño y conocer el auténtico Bien es necesario recurrir a la razón, principal arma en
nuestra lucha contra la ignorancia. La opinión es el conocimiento sensible de las cosas
particulares y por eso no es fiable. El conocimiento racional o científico, por el contrario, es el
único que nos permite acceder a lo universal y eterno que hay en las cosas y así contemplar su
verdadera esencia. Aquél que busque certezas, debe hacer caso omiso de las opiniones de los
2. Explica el contexto filosófico en el que se sitúa el pensamiento del autor del texto. (Hemos
elegido a Aristóteles).
Las dos fuentes filosóficas de las que se nutre la filosofía de Aristóteles son la tradición
presocrática y la filosofía de Platón Aristóteles fue un filósofo del siglo IV a d C. que desarrolló
su propia filosofía exponiendo, a la vez que refutaba, la filosofía de los autores que le
precedieron, los filósofos presocráticos, cuyo principal objeto de estudio fue la physis o la
naturaleza. Aristóteles también se ocupó del mundo físico y de sus problemas,
fundamentalmente de la explicación del movimiento. Parménides había negado el cambio
diciendo que era imposible el paso del no-ser al ser. Aristóteles resolvió el problema
estableciendo un no-ser relativo que puede llegar a ser lo que ya es en potencia, por ejemplo,
un huevo puede convertirse en un pollo porque ya lo es en potencia.
No obstante, el hecho decisivo que marcó la filosofía de Aristóteles es que estudió
durante veinte años en la Academia de Platón. Allí conoció la teoría de las Ideas de su maestro
que defendía la existencia de dos mundos separados: el mundo de las Ideas, el
auténticamente real y no sometido a cambio, y el mundo sensible, el de la apariencia y la
corrupción. Aristóteles, aunque aceptó esta teoría en su juventud, pronto la abandonó porque
consideraba que Platón no había hecho más que duplicar el problema. Según Platón nuestro
mundo sólo se podía comprender tomando como referencia el mundo de las Ideas, tanto desde
el punto de vista metafísico (puesto que las cosas sólo son en la medida que se parecen a las
Ideas), gnoseológico (conocer una cosa es conocer la Idea que representa) y ético-político (el
conocimiento de la idea del Bien es condición necesaria para que reine la justicia entre los
hombres). Según Aristóteles lo que se consigue al admitir la existencia de otro mundo, además
del físico, es que, en vez de uno, ahora tengamos dos mundos por explicar y por lo tanto dos
problemas que resolver. De este modo Aristóteles se enfrentó al idealismo de Platón y afirmó
que lo único que existe es este mundo físico que habitamos, donde cada cosa existe por sí sola
de manera individual y tiende a alcanzar la perfección que le es propia. Estuvo de acuerdo con
su maestro en que hay un elemento común a todos los objetos de la misma clase, el universal
o Idea, y admitió que ese universal es real, pero no que tenga existencia independiente de las
cosas como decía Platón.
Con respecto al conocimiento, Aristóteles defendió con Platón que conocer una cosa
implica conocer su esencia. Coincidió con su maestro en que el verdadero conocimiento lo es
de lo universal y no de los objetos particulares.
Pero rechazó que las Ideas fueran innatas, y dijo que para llegar a conocer los
universales hay que partir de la experiencia. En lo que se refiere a la ética, Platón era fiel a la
idea de Sócrates de que el mejor bien no es el individual sino el social. De ahí que el fin de la
política y del Estado sea garantizar el bien de todos los hombres, y no el de unos pocos.
Aristóteles recogió estas ideas de Platón y tanto uno como el otro consideraban injusto
todo Estado que se olvide de este fin supremo y no vele por los intereses de la sociedad en su
conjunto. Pero se apartó de Platón al no reconocer la existencia de un ideal ―Bien en sí‖
externo cuyo conocimiento guiase la actividad política. Para Aristóteles es la experiencia de la
realidad política junto con el entendimiento de esta experiencia la que debe guiar a los
políticos para conocer los modos más realistas y naturales de alcanzar el bien común.
OPCIÓN A
TEXTO
«Lo que a mí me importaba era el valor de la moral, –y en este punto casi el único a quien yo
tenía que enfrentarme era mi gran maestro Schopenhauer... Se trataba en especial del valor
de lo ―no-egoísta‖, de los instintos de compasión, autonegación, autosacrificio, a los cuales
cabalmente Schopenhauer había recubierto de oro, divinizado y situado en el más allá durante
tanto tiempo, que acabaron por quedarle como los ―valores en sí‖, y basándose en ellos dijo no
a la vida y también a sí mismo. ¡Mas justo contra esos instintos dejaba oír su voz en mí una
suspicacia cada vez más radical, un escepticismo que cavaba cada vez más hondo! Justo en
ellos veía yo el gran peligro de la humanidad, su más sublime tentación y seducción -¿hacia
dónde?, ¿hacia la nada?-, justo en ellos veía yo el comienzo del fin, la detención, la fatiga que
dirige la vista hacia atrás, la voluntad volviéndose contra la vida,»
FRIEDRICH NIETZSCHE, Genealogía de la moral, Prólogo.
CUESTIONES
1. ¿Cuál es el tema del texto? Señala sus ideas principales, explícalas y relaciónalas con
algunas de las ideas del autor.
El tema del texto aparece ya señalado en la primera frase: el valor de la moral. Nietzsche
anuncia su interés por establecer el verdadero significado de los valores morales. Para llevar a
cabo tal proyecto primero destaca cuáles son los principales valores de la moral tradicional, en
este caso representada por la filosofía de Schopenhauer, y, después, hace una crítica de éstos
no sólo porque crea que están sobrevalorados, sino porque van ―contra la vida‖ y son la causa
de la decadencia de la humanidad.
Nietzsche pensaba que los problemas morales son tan importantes que no había nada que
debiera ser tratado con mayor seriedad e insistió en la necesidad de hacer algo que hasta
entonces nadie había hecho: poner en duda el valor mismo de valores, tales como el sacrificio
personal o la compasión, que desde niños nos han sido inculcados como buenos y dignos de
todo respeto. Porque ¿qué pasaría si, dice Nietzsche en otro lugar, descubriéramos que lo que
creíamos bueno resulta ser lo más malo, un veneno, un narcótico? Obviamente los valores
perderían su valor, se desvalorizarían, dejaríamos de creer en ellos y esto abriría la posibilidad
de crear nuevos valores. Por eso, hacer una crítica de los valores tradicionales para desvelar lo
que en verdad esconden es la fundamental tarea que se propone el autor en este texto.
Esta crítica va dirigida directamente a ―su gran maestro Schopenhauer‖. Si lo considera su
maestro es porque de él tomó prestada la concepción de la realidad como voluntad de ser o
pulsión de vida; sin embargo rechazó su pesimismo y su doctrina moral. En el texto se afirma
que Schopenhauer terminó por renunciar a la vida y a sí mismo como consecuencia de haber
considerado como los únicos valores, los valores ―en sí‖, los instintos de compasión,
autosacrificio y autonegación. Efectivamente, este filósofo afirmó que la única solución
duradera a nuestra existencia miserable es el ascetismo, la negación de nuestra propia
voluntad de vivir. El mundo y nosotros mismos no somos sino la expresión de una única
Voluntad que busca sin cesar paz y sosiego, pero que por su naturaleza misma de impulso,
sólo podría alcanzarla desistiendo de su meta principal que es la existencia. La vida es, pues,
para Schopenhauer, dolor, tragedia, un sin sentido, una constante lucha por la existencia con
la certidumbre de una derrota final: la muerte. Por lo tanto, sólo el asceta que ya no se cuida
de vivir, porque ha perdido el deseo de hacerlo, consigue escapar a la miserable condición
humana y es, además, el hombre bueno, puesto que, al no necesitar luchar con los otros en su
afán de ser y progresar, está lleno de compasión universal. De esta manera, Schopenhauer
terminó por identificar la bondad moral con la compasión no egoísta por los demás. Es
precisamente contra esta moral de renuncia y de compasión contra la que se enfrenta
Nietzsche en el texto. Según él, la moral debería servir justo para todo lo contrario: para dar
ánimos, valor, fuerza y ganas de vivir. Lo importante es que los valores en los que creen los
hombres les sirvan para crecer y para desarrollar sus potencialidades. Por eso nos advierte del
gran peligro que representa para la humanidad una moral que nos seduce y tienta con valores
falsos, decadentes, negadores de la vida, hijos de la
―voluntad de la nada‖. El hombre occidental permanece preso de esos valores que son ―el
comienzo del fin‖ porque le impiden, deteniéndolo y debilitándolo, crear nuevos valores que
estimulen su voluntad de vivir.
Departamento de Filosofía V. Abel Granell 138
Apuntes de Filosofía II Curso 09-10
Para completar el contenido de este texto voy a relacionarlo con otro en el que se dice que
para hacer una crítica de los valores morales se necesita tener un conocimiento de las
condiciones y circunstancias en las que se desarrollaron y de las modificaciones que han
sufrido a lo largo de la historia. Nietzsche, después de hacer una investigación genealógica,
descubre que en sus orígenes la palabra ―bueno‖ no estaba ligada a acciones noegoístas o
desinteresadas, sino que significaba aristocracia, poder, riqueza,
placer o fortaleza y que, sólo más tarde, pasó a significar ascesis, humildad, sufrimiento,
pobreza. Esto ocurrió cuando una mayoría de hombres débiles, incapaces de llevar la vida de
los más fuertes impusieron su propia moral, la moral de los esclavos, y establecieron como
bueno su propio modo de vida, frente a la moral de los señores. Los valores de la moral
tradicional, por lo tanto, tienen su origen en un resentimiento contra la vida, en la venganza
del resentido y del débil. Romper con la moral del resentimiento es la tarea pendiente del
hombre contemporáneo.
2. Explica el contexto filosófico en el que se sitúa el pensamiento del autor del texto.
La primera mitad del XIX fue una época de optimismo intelectual: idealismo, marxismo,
positivismo, movimientos todos ellos herederos de la razón ilustrada hicieron del progreso de
la humanidad su bandera. En la segunda mitad, época a la que pertenece Nietzsche, asistimos
a un sucesivo desgaste de estas ideas que habían servido hasta entonces para configurar el
mundo. La reacción no se hará esperar, pero, tal vez, sea Nietzsche quien con más
contundencia lleve a cabo la crítica de todos los aspectos de la cultura.
Las influencias filosóficas que recibe su pensamiento se pueden reconocer fácilmente porque él
mismo las confiesa en su obra: Heráclito, y con él la mayor parte de la filosofía presocrática, el
pensamiento de Schopenhauer, cuanto menos en sus primeras obras y el materialismo de A.
Lange; en sentido negativo, están Sócrates, Platón, el cristianismo, Kant, y el positivismo,
adversarios teóricos cuyo desconocimiento hace imposible la comprensión de la filosofía
nietzscheana.
Heráclito había concebido la naturaleza como un continuo nacer y perecer, como discordia,
lucha, enfrentamiento entre fuerzas contrarias que da origen a todas las cosas. Esta
concepción originaria de la realidad es rescatada del olvido por Nietzsche. Para ello tuvo que
enfrentarse a la metafísica de Platón, filósofo que había privilegiado el orden, la quietud y la
razón al conceder la categoría de verdadero ser a un mundo de arquetipos o ideas eternas,
situado en el más allá y accesible sólo al intelecto. El gran error de toda la filosofía occidental
descansa, según Nietzsche, en esta mala interpretación de lo real que se remonta a Platón
pero que fue luego recogida por la filosofía cristiana y el pensamiento ilustrado de Kant, y que
consiste fundamentalmente en un rechazo del mundo tal y como es: fuerza irracional carente
de sentido, voluntad de vida nada más.
El idealismo romántico alemán del siglo XIX ya había intentado superar el frío academicismo
de la razón ilustrada, criticando su sobrevaloración como única fuente de conocimiento y,
frente a ella, había ensalzado lo natural, el sentimiento y la vida como expresión genuina de la
totalidad de lo real. Nietzsche recogió estos nuevos valores en su filosofía pero también se vio
afectado por la reacción antihegeliana que inicia Schopenhauer. Hegel había intentado superar
la distinción kantiana entre sujeto y naturaleza y para ello había convertido la totalidad de lo
real en sujeto, espíritu o razón universal que se manifiesta en la naturaleza.
Schopenhauer frente a la razón universal hegeliana propuso la voluntad universal, el instinto
de vida como realidad originaria. La vida, con toda su complejidad, constituye también el
centro de la investigación filosófica nietzscheana. Cabe destacar, además, la influencia del
neokantiano F. A. Lange, cuyo libro Historia del materialismo y crítica de su importancia en el
presente mereció el elogio de Nietzsche. En él, Lange desarrollaba el escepticismo de Kant
acerca del conocimiento empírico del mundo (nuestros sentidos no nos muestran el mundo tal
como es en sí). Si nuestra experiencia del mundo no nos enseña el mundo tal como es en
realidad, la consecuencia lógica para Nietzsche fue buscar otras formas diferentes de
interpretar la realidad, como son el arte o la metáfora.
Por último, diremos que Nietzsche se enfrentó también al positivismo, movimiento de esta
época que creía en el ―orden‖ y en el ―progreso‖ y que predicó una nueva fe y una confianza
total en la ciencia natural y en sus métodos cuantitativos.
Hemos visto que la crítica que se hace en el texto de la compasión hacia los demás y del
sacrificio personal tiene que ver con que son considerados sentimientos que están contra la
naturaleza humana y, por eso, contra la vida misma. Sin embargo, la existencia misma de los
hombres sería bastante difícil si no se hubiera desarrollado en nuestra especie esa capacidad
de sufrir con o por el sufrimiento de los otros, que nos lleva a olvidarnos de nuestras propias
necesidades en aras de satisfacer las ajenas. Si damos crédito a las últimos aportaciones de
las teorías evolucionistas, descubrimos que fue la necesidad de sobrevivir en un medio hostil,
la que hizo que los vínculos humanos se fueran estrechando cada vez más, dando lugar al
desarrollo de esos ―instintos sociales‖ como la empatía, la compasión, el altruismo, que
permitieron una mayor cooperación y aseguraron nuestra existencia. Por lo tanto, estos
sentimientos que Nietzsche ataca con tanta dureza, no están contra la vida sino que la hacen
posible y son naturales en el hombre.
Puede ser, como denuncia Nietzsche, que una moral que dé excesiva importancia al sacrificio
personal termine por convertirse en un obstáculo para la satisfacción de nuestras propias
necesidades o para la propia autorrealización. Se me ocurre, en este sentido, el ejemplo de las
mujeres de antes, que educadas en una moral de resignación y sacrificio, conseguían ser
buenas madres y esposas, pero perdían la oportunidad de desarrollar otras potencialidades.
Sin embargo, también es cierto que el sacrificio por los demás, si no es impuesto, es un signo
de fortaleza más que de debilidad, porque sólo puede dar y sacrificarse por los otros aquél que
más tiene. No es sencillo interpretar el lenguaje de Nietzsche en este asunto, pero quizá él no
esté en desacuerdo con una compasión que nace de la fortaleza y el amor a la vida.
La solidaridad tiene que ver con esto: con tener y con estar dispuesto a dar lo que se tiene. Y
esta disposición es mucho más fácil cuando sentimos compasión por el otro, cuando somos
capaces de hacer nuestro su propio dolor. Por eso, las llamadas a la solidaridad que hoy en día
se llevan a cabo, se hacen ofreciendo imágenes que inciten a la compasión con los más
desfavorecidos.
Esta manera de requerir nuestra solidaridad da por hecho, pues, que ser solidarios está
estrechamente relacionado con los sentimientos de compasión y de sacrificio. Se podría
objetar, como han hecho otros autores, que la solidaridad es más cuestión de razones que de
sentimientos, y que lo más importante para ser solidarios es estar en posesión de un riguroso
concepto de justicia. Pero los sentimientos están en la base de la conducta moral. Tan es así,
que aquellos que carecen de la suficiente empatía para reconocer el dolor ajeno, se convierten
en auténticos depredadores de la humanidad. Es el caso de los psicópatas, que, al no tener
empatía, tampoco tienen conciencia moral, y, por ello, son capaces de destruir la vida de los
otros sin sentir ningún tipo de remordimiento. O el de los maltratadores de género, a quienes
las terapias que se les aplica están encaminadas precisamente a que sean capaces de ponerse
en el punto de vista de la víctima.
Compasión, sacrificio, solidaridad... son, pues, valores necesarios para la convivencia pacífica
de nuestras sociedades que, no tienen por qué ser considerados síntomas de decadencia y,
que Nietzsche descuidó en su filosofía, tal vez preocupado por rescatar otros valores proscritos
por la tradición.
OPCIÓN B
TEXTO
―La ciudad es la comunidad, procedente de varias aldeas, perfecta, ya que posee, por decirlo
de una vez, la conclusión de la autosuficiencia total, y que tiene su origen en la urgencia del
vivir, pero subsiste para el vivir bien. Así que toda ciudad existe por naturaleza, del mismo
modo que las comunidades originarias. Ella es la finalidad de aquellas, y la naturaleza es
finalidad. Lo que cada ser es, después de cumplirse el desarrollo, eso decimos que es su
naturaleza, así de un hombre, de un caballo de una casa, Además, la causa final y la
perfección es lo mejor. Y la autosuficiencia es la perfección, y óptima. Por lo tanto, está claro
que la ciudad es una de las cosas naturales y que el hombre es, por naturaleza, un animal
cívico. Y el enemigo de la sociedad ciudadana es, por naturaleza, y no por casualidad, o bien
un ser inferior o más que un hombre‖.
(Aristóteles, Política, Libro 1º, Capítulo 2)
CUESTIONES
1. ¿Cuál es el tema del texto? Señala sus ideas principales, explícalas y relaciónalas con
algunas de las ideas del autor.
El tema aparece en la conclusión del texto: la ciudad es algo natural y el hombre es por
naturaleza un animal cívico. Aristóteles piensa que formar agrupaciones humanas del tipo de la
―polis‖ griega es algo natural; por tanto, no es algo artificial, pasajero, casual o histórico. Por
eso mismo, está en la naturaleza humana, en el ―programa‖ que rige su desarrollo natural,
que el hombre sea un ser que alcance su perfección en la vida de las ciudades. Pero no quiere
decir sólo eso, sino también que el hombre sólo participando como ciudadano en la
organización de la polis alcanza la perfección. Así pues, podríamos decir, el hombre es un ser
político por naturaleza.
Se trata de un texto argumentativo confeccionado para llegar a esa conclusión y las ideas que
aparecen van encaminadas a llegar ahí. Las tres agrupaciones naturales en el hombre son la
familia, la aldea y la polis. La ciudad como dice el texto, procede del desarrollo de las aldeas y
no le falta nada, es perfecta y autosuficiente. Una persona que viviera en una familia o en una
aldea perdida en los bosques, sin relación con otros seres humanos, sólo podría sobrevivir,
tendría que gastar todo su tiempo y energía en la ―urgencia del vivir‖, como dice el texto, pero
no podría vivir bien, no podría alcanzar la perfección que tiene en potencia el ser humano. Sólo
la polis con la división de trabajo entre diferentes personas, la especialización en diversas
tareas, el intercambio comercial…, sólo una sociedad así constituida genera la riqueza
suficiente como para que se dé la posibilidad de que algunos hombres tengan tiempo libre para
practicar la sabiduría teórica y la sabiduría práctica, lo propio y específico del hombre, lo que le
constituye como ser humano, lo que es su ―vivir bien‖. ―Vivir bien‖, pues, no significa tener de
todo y disfrutar de los placeres sensibles, sino tener una buena vida humana.
Para apoyar esto Aristóteles utiliza un argumento sacado de su Física y de su Metafísica. Si
queremos saber la naturaleza de un cachorro, tendremos que esperar a que se desarrolle en
toda su plenitud, a que llegue a su culminación (entelequia), a que ponga en acto todas sus
potencialidades. Cuando este ser alcance su meta, su perfección, entonces entenderemos cuál
es su naturaleza: si es un tigre, un caballo o un hombre.
Por eso dice que la naturaleza es finalidad y que la causa final es lo mejor, porque el mejor
hombre es aquel que ha llegado a su meta y a su perfección como ser humano. Bueno, pues
ahora tenemos que aplicar esta comparación a la ciudad. Aristóteles da a entender que igual
que un niño se transforma en joven y luego en hombre maduro, pleno en desarrollo, así las
familias tienden a convertirse en aldeas y las aldeas en ciudades, de modo que la ciudad es la
meta, es la perfección de toda agrupación social. De ahí la frase final, un tanto retórica, del
texto: el que es enemigo de la vida ciudadana, el que incumple las leyes de la ciudad o va
contra ella (porque quiere volver a una vida aldeana o disolverla en una entidad más grande,
como los imperios) es por naturaleza o un ser inferior (un animal solitario o un animal de
rebaño) o más que un hombre. Pero como un hombre no puede ser más que un hombre,
entonces queda claro que el que es enemigo de la vida ciudadana, no pudiendo ser más que
un hombre, es algo inferior, es un mero animal; incluso, como dice en otro sitio, es ―el peor de
los animales‖.
Departamento de Filosofía V. Abel Granell 142
Apuntes de Filosofía II Curso 09-10
Podríamos señalar muchas relaciones entre este texto y otras muchas ideas de Aristóteles. De
hecho, de pasada, ya hemos señalado algunas relaciones que tiene con las teorías de la
naturaleza, del acto y la potencia y de la causa final. La que me gustaría señalar es la que
tiene con el texto que le sigue en la misma obra, la Política, en el que se dice que el hombre es
un ser que ―tiene la palabra‖, que se comunica con los otros seres humanos para establecer
los valores éticos y políticos, lo que es justo, lo que es bueno, lo que es honesto… Dice
Aristóteles que el ser humano es un ser social y ciudadano porque tiene la palabra. En el diá-
logo con otros hombres nos hacemos seres sociales. Y sólo el hombre que vive en la polis tiene
tiempo libre para dialogar sobre los valores éticos y políticos, lo que es su perfección como
hombre, y sólo cuando los hombres dialogan sobre qué es la vida y cómo debe vivirse, pueden
crear una comunidad política, pues las comunidades políticas se crean sobre el fondo
compartido de unos valores éticos y políticos. La vida ciudadana posibilita la vida de la
comunicación de pensamientos, del logos, y la vida del logos posibilita la vida ciudadana. La
polis crea el logos y el logos crea la polis.
2. Explica el contexto filosófico en el que se sitúa el pensamiento del autor del texto.
3. Haz una exposición de la filosofía o de algún aspecto relevante del pensamiento filosófico de
Platón.
Platón quería ser un reformador político y pensaba que gobernar bien era un asunto de saber.
Si en política gobiernan los más fuertes, los más ricos o los más demagogos, no hay manera
de hacer un sistema de gobierno justo. Él pensaba que se puede saber en política, que se
puede hacer ciencia en política (y en todas las demás disciplinas), pues Sócrates le había
enseñado que se puede llegar a hacer definiciones de la valentía o de la justicia que valen para
todos y todos aceptarían. Además, los pitagóricos le habían enseñando que en matemáticas
también hay ciencia, un conocimiento exacto, válido para todos e inmutable (―2+2=4‖, esto es
verdad para todos y para siempre). Por tanto, su punto de partida es que podemos hacer
afirmaciones que son verdaderas para todos y que siempre serán verdaderas, como las de las
matemáticas o las definiciones éticas de Sócrates.
Ahora bien, si en el mundo material, en el que vivimos, todas las cosas están en continuo
cambio (a veces el cambio es muy lento, como el de las montañas, pero eso no significa que
constantemente no estén cambiando), de ellas no podemos hacer ciencia (la ciencia la
constituyen verdades eternas que no cambian nunca), por lo que afirma que del mundo
material sólo tenemos opiniones cambiantes. Entonces, ¿a qué mundo se refieren nuestras
verdades eternas? Tiene que haber otro mundo donde los seres sean perfectos e inmutables. A
los seres de ese mundo Platón los llamó ―ideas‖.
Para explicar esto Platón inventa el maravilloso relato de la caverna; en él se ve cómo la
mayoría de la gente cree que lo único que existe es el mundo material y dedica toda su vida a
acumular riqueza y placeres, que no son más que meras sombras, copias malísimas de la
auténtica realidad, las ideas. Para Platón, conocer consiste en renunciar a creer que los
sentidos son los que nos enseñan la verdad de las cosas y dedicar la vida a la auténtica
sabiduría que nos proporciona el intelecto; vivir consiste en desatarse del mundo material,
dejar las preocupaciones materiales, y trabajar por y para el conocimiento de las ideas; hacer
una política justa consiste en saber qué es la idea de justicia para luego aplicarla en el mundo
sensible en que vivimos. Cuando muramos, nuestro cuerpo se deshará, pero nuestra alma irá
a la región eterna de las ideas que es su auténtico lugar natural, y no este mundo material.
Como vemos, la reflexión sobre la realidad le lleva a pensar que el hombre, además del
cuerpo, tiene un alma inmortal. Por otra parte, al reflexionar sobre el hecho de que muchas
veces estamos divididos por dentro, de que nos apetece una cosa, pero nuestra razón dice que
deberíamos hacer la contraria, piensa que tenemos tres partes del alma: (1) el alma
intelectual, nuestra parte pensante; (2) el alma apetitiva, nuestra parte de pasiones, deseos y
apetitos, (3) el alma de los sentimientos, nuestra parte de fuerza de voluntad, coraje, amor...
En correspondencia, ser buena persona y alcanzar la felicidad supone destacar, ―ser virtuoso‖,
en lo mejor de cada alma. Así
la virtud más importante y que en mayor medida contribuye a la felicidad es la sabiduría para
el alma intelectual; en segundo lugar, es importante ser muy bueno, ―ser virtuoso‖, en la
fortaleza de ánimo; en tercer lugar, también es necesario ser una persona moderada en sus
pasiones y apetitos; en cuarto lugar, hay que ser una persona equilibrada y armónica, ―justa‖
lo llamaba Platón, en sus diferentes partes del alma, pero se trata de una armonía dirigida por
la sabiduría. Así tenemos las cuatro virtudes principales para Platón, en las que consiste la vida
humana y la felicidad: sabiduría, fortaleza, templanza y justicia.
Igual que el ser humano tiene tres partes, lo mismo sucede con la sociedad. También hay tres
partes. Hay un tipo de personas que destacan por su sabiduría, otro por su fortaleza y otros
por sus apetitos. Un estado estará bien gobernado si los que mandan no son los fuertes (los
militares) o los que buscan los placeres y el dinero (los ricos), sino los sabios, los filósofos.
Cada grupo social tiene su función y su virtud. Los filósofos deben ser sabios y deben
gobernar. Los fuertes deben ser los guardianes de la ciudad, su ejército y su policía; los que se
guían principalmente por sus apetitos deben ser comerciantes, labradores, artesanos...; deben
dedicarse a producir riqueza y vivir de ella. Parte de esta riqueza tiene que ser utilizada para el
mantenimiento de los filósofos y los guardianes, pues Platón, como creía que la riqueza era la
causa de toda la corrupción política, había pensado que ni filósofos ni guardianes deberían
tener propiedades; así no tendrían tentaciones de robar nada del Estado. Aquí también las
principales virtudes de la política son las mismas: la sabiduría en los gobernantes; la fortaleza
en los guardianes, la templanza en el resto de la sociedad y, por último, la armonía entre las
En el tiempo de Aristóteles las polis griegas eran autosuficientes, pero tampoco del todo,
porque necesitaban del comercio con otras polis para adquirir las materias que ellas no tenían,
e incluso necesitaban aliarse cuando tenían una amenaza, como cuando se aliaron frente al
imperio persa. Hasta hace poco tiempo también se hablaba, no de ciudades-estado, como los
griegos, sino de naciones-estado, como Francia o Inglaterra, como entidades soberanas,
independientes y autosuficientes. Esto también era un poco un mito, porque todas las naciones
eran interdependientes, como se demostró en las dos Guerras Mundiales. Pero ahora con la
globalización de ninguna manera se puede hablar de naciones independientes y
autosuficientes. La globalización significa que ya no hay mercados independientes, sino que
todo el mundo es un gran mercado y que se pueden juntar varias compañías de inversores
para especular con, por ejemplo, el peso argentino o el dinar argelino y hundir en la miseria en
una semana a los millones de habitantes de esos países. La globalización significa que los
principales problemas ecológicos, como el calentamiento global de la atmósfera, superan las
barreras de las fronteras nacionales y nos afectan a todos los seres humanos. La globalización
significa que todos los habitantes de este planeta podemos estar viendo el mismo
acontecimiento por televisión o disfrutando de la misma película. Por eso, hoy no tiene mucho
sentido hablar de soberanía e independencia nacional.
Tenemos que pensar que somos interdependientes y si hay una globalización económica, una
globalización de los problemas ecológicos o una globalización cultural, también debería haber
una globalización de los derechos humanos y una globalización política. Algunos a esto último
lo llaman cosmopolitismo. Se le ponga el nombre que se quiera, lo importante es construir
entidades políticas más grandes que tengan capacidad de afrontar esos problemas globales
que tenemos. Pero siempre dentro de un sistema democrático. Este es el sentido de la
construcción europea: construir unos Estados Unidos de Europa que puedan afrontar el reto de
los problemas políticos europeos y contribuir a un equilibrio de poderes en el mundo.
Por otra parte, en un mundo en el que cada día 55.000 seres humanos mueren de hambre o
de enfermedades obsoletas en los países desarrollados se necesita un esfuerzo conjunto
mundial para solucionar este problema. Un Estado-Nación solo no puede hacer nada. Y
mientras no suceda que todos los seres humanos tienen la posibilidad de llevar una vida digna,
podríamos decir que ninguno lleva una vida digna. La vida de los seres humanos en los países
desarrollados está llena de indignidad porque no han sabido o no han querido resolver el
problema de los 20 millones de seres humanos que mueren indebidamente cada año. Por eso,
a diferencia de Aristóteles, no podemos hablar de sociedades perfectas, mientras este
problema no esté resuelto. Aristóteles pensaba que la ciudad era autosuficiente y perfecta.
Pero en ―su‖ ciudad sólo podían alcanzar la perfección unos pocos, no las mujeres, no los
esclavos, no los extranjeros, no los pobres. Y tampoco importaba mucho lo que pasase en
otras partes, fuera de la propia ciudad.
Hoy no podemos hablar de sociedad perfecta, mientras las posibilidades no las tengan todos
los seres humanos, sean de la parte del mundo que sean. La globalización no sólo es un
problema, también es un reto: el reto de que por primera vez en el mundo se vea la
posibilidad de que la interdependencia entre todos los seres humanos nos impulse a construir
un mundo en el que todos los seres humanos alcancen a desarrollar las potencialidades que
tienen.
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