El documento describe la transición de las sociedades desde lo público a lo privado en la era posmoderna. Factores como el desarrollo de la sociedad de consumo, la revolución habitacional y los cambios urbanísticos han contribuido a la fragmentación social y el repliegue en lo privado. Asimismo, valores como el hedonismo promovido por la cultura del consumo han minado la importancia del ahorro y priorizado la satisfacción personal. Estos cambios materiales y de valores marcan el surgimiento de un nuevo individualismo centrado en lo privado.
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El documento describe la transición de las sociedades desde lo público a lo privado en la era posmoderna. Factores como el desarrollo de la sociedad de consumo, la revolución habitacional y los cambios urbanísticos han contribuido a la fragmentación social y el repliegue en lo privado. Asimismo, valores como el hedonismo promovido por la cultura del consumo han minado la importancia del ahorro y priorizado la satisfacción personal. Estos cambios materiales y de valores marcan el surgimiento de un nuevo individualismo centrado en lo privado.
El documento describe la transición de las sociedades desde lo público a lo privado en la era posmoderna. Factores como el desarrollo de la sociedad de consumo, la revolución habitacional y los cambios urbanísticos han contribuido a la fragmentación social y el repliegue en lo privado. Asimismo, valores como el hedonismo promovido por la cultura del consumo han minado la importancia del ahorro y priorizado la satisfacción personal. Estos cambios materiales y de valores marcan el surgimiento de un nuevo individualismo centrado en lo privado.
El documento describe la transición de las sociedades desde lo público a lo privado en la era posmoderna. Factores como el desarrollo de la sociedad de consumo, la revolución habitacional y los cambios urbanísticos han contribuido a la fragmentación social y el repliegue en lo privado. Asimismo, valores como el hedonismo promovido por la cultura del consumo han minado la importancia del ahorro y priorizado la satisfacción personal. Estos cambios materiales y de valores marcan el surgimiento de un nuevo individualismo centrado en lo privado.
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VOL: AO 8, NUMERO 22
FECHA: MAYO-AGOSTO 1993
TEMA: LO PUBLICO Y LO PRIVADO TITULO: Espacio privado y espacio pblico en la era posmoderna AUTOR: Gilles Lipovetsky [*] TRADUCTOR: Emilio Duhau SECCION: Notas y traducciones TEXTO En el momento en que los jvenes hacen estallar revueltas en las periferias, cuando la integracin social cede el paso a la dualizacin de la sociedad y a las bandas de carcter tnico y los medios de comunicacin agitan nuevamente el espectro de las "clases peligrosas", nada sera ms inexacto que analizar la crisis social urbana contempornea en los trminos del siglo XIX. Cualquiera que sea la especificidad de los problemas de los jvenes desempleados, desheredados, excluidos por su color o condicin, ellos forman parte de una sociedad global radicalmente nueva, con nuevos valores y aspiraciones. Por una parte, las sublevaciones de que somos testigos retoman una lgica clsica de confrontacin entre dominados y dominadores, de revuelta contra la exclusin, contra la segregacin social y cultural. Pero, por otra, ilustran, a su modo, bajo una forma violenta, el movimiento de fondo que caracteriza las democracias contemporneas, a saber: el advenimiento de una nueva cultura individualista. Son los ejes bsicos de esta mutacin histrica dentro del ciclo del individualismo moderno lo que quisiera brevemente analizar. Esa mutacin es lo nico que permite dar cuenta del estallamiento de nuestros referentes sociales y culturales, de la especificidad posmoderna de la "crisis de la ciudad" y de la juventud marginada o integrada. Desde los aos cincuenta y sesenta comenz a desarrollarse la idea, aunque fuera confusamente, de que las sociedades capitalistas liberales haban entrado en una nueva fase de su historia. El surgimiento de la denominada sociedad de consumo es la manifestacin ms tangible de ello. Muy rpidamente, los nuevos valores y comportamientos sociales fueron vinculados al modo de vida impulsado por el reinado de los objetos, de la comodidad y de las formas de recreacin de masas. La consecuencia inmediata de la proliferacin de los objetos de consumo es, en efecto, la fragmentacin individualista del cuerpo social: all donde haba intercambio social, hay desde ahora consumo privado, retraccin individualista, atomizacin de los seres; la lavadora automtica remplaza al lavadero pblico y la televisin a la interaccin directa. Es difcil ponerlo en duda: el universo de los objetos y del bienestar funciona como mquina de dispersin social, de repliegue sobre la esfera privada. La revolucin democrtica de la vivienda va en la misma direccin. Hasta los aos cincuenta, las familias de los sectores populares, obreros y campesinos, vivan por lo general hacinadas en viviendas compuestas de una o dos habitaciones. En el campo, no era raro observar salas de estar donde se encontraban a veces cuatro o cinco camas. La comodidad domstica era todava muy rudimentaria: la disponibilidad de agua corriente estaba lejos de haberse generalizado; frecuentemente no haba cuarto de bao ni retrete en las viviendas; las llaves pblicas eran todava sumamente frecuentadas. En 1954, en Francia, sobre un total de 13 millones de viviendas, apenas un poco ms de la mitad posea agua corriente y slo una cuarta parte dispona de excusado en su interior, y slo una sobre diez de una baera o una regadera. Es necesario precisar que la vida privada resulta poco favorecida por tales condiciones materiales: es difcil aislarse, poseer un lugar propio; el espacio privado es compartido en forma permanente con el grupo familiar. A partir de los aos cincuenta, se asiste a una mutacin sin precedente en materia de vivienda: en Francia se construyeron 300,000 nuevas viviendas en 1959,400,000 en 1965 y 500,000 por ao durante la primera mitad de los aos setenta. Se construyeron ms viviendas entre 1972 y 1975 que durante toda la entreguerra. Sin duda, estas viviendas fueron construidas de acuerdo con nuevas normas de tamao, equipamiento, higiene y comodidad, para no hablar de las cuestiones de aislamiento sonoro. No se puede separar el surgimiento del nuevo individualismo de masas de esta revolucin habitacional que permiti la acentuacin de las normas sociales de intimidad, de repliegue sobre uno mismo. Esta revolucin habitacional no es, evidentemente, la causa nica y mayor de la revolucin individualista; se trata de un factor material que contribuy a ella. Las transformaciones del urbanismo tambin contribuyeron al advenimiento del nuevo individualismo. La ciudad tradicional mezclaba viviendas, talleres y lugares pblicos; en cada calle coexistan edificios, galpones, fbricas. El urbanismo moderno conden est confusin "malsana": la Carta de Atenas de los aos treinta es sin duda el smbolo ms tpico de esta voluntad de producir espacios nuevos, racionales, funcionales, ventilados. El zoning se impone a la promiscuidad de las calles, las nuevas zonas habitacionales excluyen las implantaciones industriales; se asiste a la edificacin de grandes conjuntos dormitorio, ciudades perifricas donde el espacio pblico va diluyndose. La vida de barrio, donde en otra poca la gente se conoca, se reencontraba y se "vigilaba", ha ido desapareciendo. El nuevo urbanismo ha contribuido de esta forma al florecimiento del individualismo, a la atomizacin social, haciendo estallar la interpenetracin de lo privado y lo pblico que prevaleca en la ciudad tradicional. Y esto no sin prdidas, por ejemplo, de lo que representa la ciudad italiana tradicional, donde existe una comunidad "clida", al menos en el plano imaginario, donde todo el mundo se conoce, donde el hogar y la calle se comunican. La ciudad moderna es ms fra, ms funcional, ms annima, lo que no deja de tener sus efectos positivos: la privatizacin urbana es un instrumento de autonomizacin de las personas, de una vida privada ms libre. En qu se transforma la sociabilidad en esta ciudad? Cuando se trata de encuentros masivos, como en el caso del metro, ella es vivida como promiscuidad. En otros casos, se convierte en una sociabilidad de espectculo y distraccin: uno va all donde va todo el mundo y la multitud se transforma ella misma en acontecimiento. De todos modos, la ciudad tradicional dominada por el polo de lo pblico ha muerto: desde ahora, la ciudad ha sido entregada a la atomizacin y a las mltiples redes donde los individuos se reencuentran, aqu o all, pero en funcin de sus trayectorias personales, de sus intereses, de sus motivaciones o de sus deseos. La ciudad no es ms que una aglomeracin de viviendas privadas donde se vive aparte, donde se toma el automvil para ir a trabajar, para salir de vacaciones o de fin de semana. Una de las pocas formas de sociabilidad que subsisten de modo ostensible es la de las bandas juveniles; esto es, una sociabilidad tendencialmente de la marginalidad. Es la marginalidad lo que se corre el riesgo de desarrollar con el desempleo, la sociedad dual, la segregacin de los barrios, el racismo, pero tambin el fin de las grandes organizaciones tradicionales de encuadramiento que eran las iglesias, los partidos, los sindicatos. Todos estos factores materiales han desempeado un papel importante en el advenimiento del nuevo individualismo, pero no son suficientes para explicar la emergencia de una ruptura cualitativa en el ciclo histrico del individualismo. Paralelamente a estas mutaciones materiales, se produjo una revolucin en los valores sustentada por el advenimiento de la sociedad de consumo. La era del consumo ha promovido en nuestras democracias, en efecto, un valor fundamental, una nueva orientacin de la existencia: el hedonismo, la legitimidad de los placeres, de las satisfacciones materiales e ntimas. No se trata de algo absolutamente nuevo, ya que desde el siglo XVIII, en el mundo de las letras, el hedonismo haba adquirido derecho de ciudadana. Pero a partir de los aos cincuenta el hedonismo deviene un hedonismo de masas y ya no es un hedonismo filosfico de saln. La elevacin del nivel de vida, la renovacin incesante de los productos el crdito y la publicidad, convergieron para hacer de la satisfaccin inmediata de los deseos personales un componente social e individualmente legtimo. La cultura del consumo ha exacerbado la aspiracin al bienestar, a las vacaciones, a la recreacin. Simultneamente, el hedonismo de masas ha minado el principio del ahorro, un principio contemporneo del primer capitalismo: son el disfrute de uno mismo y el consumo los que han pasado al primer lugar. Desde ahora, el individuo se absorbe cada vez ms en su espacio privado, genera la exigencia de depender menos de los dems, de ser dueo de s mismo, de decidir la orientacin de su propia vida, de vivir para s mismo. Se puede estar tentado a oponer a esta visin de las cosas el hecho de que en nuestras sociedades contemporneas, marcadas por la impronta del capitalismo y el protestantismo, el valor supremo no es el placer sino el trabajo. De hecho, nuestras sociedades estimulan simultneamente esos dos valores antinmicos que son el hedonismo y el trabajo, las diversiones y la actividad profesional. En los primeros tiempos de la sociedad de consumo, estas dos normas se oponan en beneficio ideolgico del primer trmino de cada una de estas dos oposiciones. Esto est cambiando con el surgimiento de la gerencia participativa, el deseo ms pronunciado de implicacin en el trabajo y la rehabilitacin de la ambicin profesional. Desde ya, dos asalariados de cada cuatro ven en su trabajo un medio de disfrute y de expresin personal; se trata de uno de los efectos de la era hedonista sobre la esfera del trabajo: incluso ste ya no debe ser ms una "carga" o un deber annimo. Pero, al mismo tiempo, el hedonismo se hace cada vez ms "productivista": culto de la forma, de la delgadez, de la juventud, del turismo intensivo, etc. Nuestras sociedades valoran el hedonismo "normalizado", que es cada vez menos compatible con los placeres desordenados y el gasto gratuito o dilectante de las energas. A pesar del retomo de la ideologa profesional, uno no se doblega, como se crea a veces, ante el hedonismo cultural, sino que el hedonismo se higieniza y se "racionaliza" y entra en el ciclo de la contabilidad y de la productividad generalizadas. Es un hedonismo utilitarista de masas el que nos gobierna. Este hedonismo consumista no es slo, como se ha sostenido demasiado frecuentemente, un instrumento de sobrecontrol social, sino lo que ha contribuido con creces a atomizar la sociedad, a diversificar y multiplicar los estilos de vida, a hacer estallar, en la esfera privada, deseos ms autnomos y ms libres. Esto se observa en primer lugar en las transformaciones que han afectado a la familia y a la vida sexual. Los hechos son ampliamente conocidos: multiplicacin de los divorcios, de los hogares unipersonales y las uniones libres, descenso notable de la natalidad y de las familias numerosas, aumento de los nacimientos fuera del matrimonio, liberalizacin y desculpabilizacin de la vida sexual. Incluso si es cierto que la gran ola de la emancipacin de las costumbres ya ha concluido, esto no significa el regreso al conservadurismo puritano y moralista. De hecho, el derecho a ser libre en la esfera privada permanece como una aspiracin fundamental y ha adquirido una legitimidad masiva. Esta autonoma privada individualista no debe ser pensada como una libertad absoluta ajena a todo modelo social. De acuerdo con las evidencias, los modelos y papeles sociales subsisten. Lo que es radicalmente nuevo es que esos no son ya imperativos: en la actualidad son mltiples, opcionales y legtimos por igual. Ya no hay ms un modelo ideal o legtimo de comportamiento, sino una gama de opciones posibles. Vivimos los tiempos de la multiplicacin de las normas socialmente legtimas. Permanecen, en particular, claras diferencias sociolgicas en los gustos, las aspiraciones y las profesiones de los distintos sexos, pero no se trata ms que de diferencias estadsticas: todo puede ser legitimado y reivindicado tanto por un sexo como por el otro sin que ello suscite verdadera reprobacin. Los papeles diferenciados de lo masculino y lo femenino no desaparecen, pero se vuelven flotantes; han perdido su rigidez anterior y se combinan en mltiples formas, a la carta. La autonoma individualista es inseparable de esta desestandarizacin colectiva de los papeles de ambos sexos. Histricamente, no es posible separar este proceso de autonomizacin de la contestacin social y de las luchas colectivas de los aos sesenta y setenta; en particular, los movimientos feministas contribuyeron de manera muy importante al proceso de individualizacin y liberalizacin del aborto. Estas movilizaciones colectivas, nadie lo duda, han desempeado un papel importante. Sin embargo, pienso que la "escalada individualista" que observamos actualmente habra sido, de todos modos, producida esencialmente a partir de dos grandes factores: el primero se vincula al surgimiento del hedonismo cultural ya mencionado. El segundo proviene de las transformaciones de la educacin ligadas en particular al ascenso de la cultura psicolgica y relacional. Con el desarrollo de la sensibilidad y los referentes psicolgicos, se introdujo un tipo nuevo de comunicacin, una nueva relacin entre padres e hijos, basada en la atencin de la subjetividad y la comprensin. Tanto en la escuela como en la familia, los hijos son escuchados, empujados a expresarse, a hacer conocer sus deseos. La educacin autoritaria ha cedido el paso a una educacin de tipo "psi". Es toda nuestra socializacin inicial la que es "psi" y relacional. Esta nueva educacin ha contribuido a desarrollar los deseos de autonoma y de reconocimiento entre los jvenes, minando las tradiciones, los papeles instituidos y la autoridad familiar en beneficio de la expresin y la reivindicacin de uno mismo. Los deseos de autonoma y de personalizacin han alcanzado igualmente la relacin con el cuerpo: el neonarcisismo posmoderno encuentra su expresin en el culto del cuerpo, como se observa cada vez ms en la obsesin de la lnea y de la salud, la cruzada contra el tabaco, la ola de los regmenes dietticos, los productos light, las medicinas naturales, la idolatra de la juventud (tambin entre los hombres) y el boom de los deportes. Para referirnos a este ltimo punto, la evolucin del deporte es histricamente significativa: se hace deporte ante todo para uno mismo, para estar en forma y por la salud, para superarse, para progresar a ttulo personal, por placer. Deporte-desafo, deporte-forma, deporte-placer, el deporte ya no est al servicio de referentes exteriores al individuo, sino que ha sido anexado por la lgica narcisista. El deporte sale de los lugares convencionales y funcionales -estadios, clubes, salones- y la ciudad misma se transforma en un lugar de prcticas deportivas: el jogger, el roller, el skater se apropian de las banquetas y adaptan la ciudad en beneficio de sus prcticas individualistas, performativas y hedonistas. La ciudad no es ahora solamente un espacio de trabajo, de intercambio, de vivienda, sino que se transforma en una red para uso deportivo que responde al deseo de autonoma de los individuos que practican el deporte que ellos quieren, donde quieren y cuando quieren. Al igual que uno se viste actualmente de modo deportivo en la ciudad, uno practica el deporte donde quiere. Es otra expresin de la libertad individualista posmoderna. En fin -y se trata sin duda de los ms importantes-, son los mismos pensamientos y opiniones los que son llevados al terreno de la autonomizacin individualista: las creencias comunes se diluyen, los dogmas se eclipsan. Cada vez hay menos ortodoxia y fidelidad respecto de las creencias colectivas. Las Iglesias, los partidos, las doctrinas, son seguidos cada vez menos estrictamente por los individuos y cada uno tiende a construir sus opiniones "a la carta", como en un autoservicio. Juan Pablo II, ciertamente, tiene asegurado el xito cuando aparece en pblico, pero en Francia, un catlico practicante de cada dos est en desacuerdo con la Iglesia sobre la cuestin de los preservativos o la pldora para abortar; un catlico practicante de cada cuatro acepta el principio del aborto y, en 1987, 67 por ciento de los catlicos practicantes eran favorables a la eutanasia activa. Las prcticas y las creencias religiosas se emancipan cada vez ms de las Iglesias y de los dogmas. Somos llevados al estallamiento de las unanimidades y los monolitismos: la nueva era individualista instaura por todas partes el autoservicio generalizado de las opiniones, el mismo fiel deviene un creyente de autoservicio. De all la asombrosa paradoja de nuestras sociedades, que no han querido prestar atencin a los pensadores crticos de los aos sesenta y setenta y que se rehsan todava a escuchar a los pensadores heideguerianos de la actualidad: ahora mismo que el medio cotidiano es cada vez ms producido desde afuera por instancias burocrticas especializadas, cada cual se transforma tanto ms en sujeto de su existencia privada y en libre operador de su vida. Y ello merced a la cultura hedonista y la sobreoferta de modelos en la cual estamos sumergidos. No podemos ms que constatarlo: cuanto ms se burocratiza el mundo, tanto ms se autonomizan las personas. Lo contrario de lo que Marcuse llamaba en otra poca el "hombre unidimensional". La marcha hacia la autonomizacin de las personas tiene, claro est, su reverso: la nueva era individualista disgrega los lazos sociales, deshace los encuadramientos familiares, disuelve los referentes religiosos y, de esa forma, favorece el desarrollo de las creencias ms delirantes, el retorno del esoterismo, la flotacin de las opiniones y las marginalidades sociales, as como los comportamientos ms incontrolables e irracionales. La era del neonarcisismo es aquella donde aparecen los hooligans, las nuevas formas de criminalidad urbana, la toxicomana masiva, el terrorismo de las minoras nacionales y las sectas. Incluso ha hecho posible la desculpabilizacin del racismo y la implantacin -circunscrita pero real- de la extrema derecha en ciertos pases europeos. Por un lado se observa, entonces, el desarrollo de un individualismo liberal, de la tolerancia de la mayora en materia de modos de vida, de educacin, de religin, de poltica, de sexualidad, de vestimenta; pero por otro, se observa la multiplicacin de nuevas formas de agresividad, de intolerancia y de sectarismo entre las minoras ms o menos fuertes, ms o menos desclasadas. Por lo dems, esta autonomizacin de los individuos est acompaada de una gran fragilizacin de los sujetos, de un sentimiento cada vez ms difundido de estrs y de vaco, de depresin, de dificultad para vivir y comunicarse. En Francia hay 50,000 drogadictos, 25 millones en los Estados Unidos. Para compensar, en Francia se consumen cinco veces ms tranquilizantes que en los Estados Unidos. La espiral de suicidios y, sobre todo, de tentativas de suicidio, contina. En todas partes el nmero de hogares unipersonales se acrecienta: uno de cada dos en Pars, cinco millones de franceses viven solos. La ciudad en la era neoindividualista es pulverizacin social y promiscuidad, intercambio acelerado y repliegue sobre uno mismo; todo es virtualmente posible, todo es cada vez ms problemtico. Cuanto ms se celebra la autenticidad, tanto ms se dificulta la comunicacin; cuanto ms central es el ego, ms se desestabiliza; cuanto menos los conflictos sociales abandonan el espacio colectivo, tanto ms los conflictos subjetivos e intersubjetivos se profundizan. La fragmentacin social no significa que cada uno se repliegue sobre s mismo con su walkman y su microcomputadora, todo por la pasin de encapsularse. Diversas formas comunitarias se reconstituyen pero, precisamente, sobre principios individualistas. Se desarrollan, junto con la dualizacin social, el desempleo y los grandes conjuntos perifricos, la lgica de las bandas de barrio y de jvenes que se organizan cada vez ms sobre bases tnicas (blacks, beurs) con su jerarqua, sus lderes, sus ritos de iniciacin, sus lenguajes, sus "logos", sus "modas", sus grupos musicales. La delincuencia y la violencia funcionan aqu como microcultura especfica. Para un buen nmero de esas bandas, el robo, la droga, las agresiones fsicas se banalizan y pueden ascender a los extremos: en Los Angeles, en promedio anual, 80,000 miembros de las bandas se destrozan mutuamente; en 1990, slo en esta megalpolis, la violencia atribuida a las bandas produjo 800 muertos. En los Estados Unidos, entre 1985 y 1989, las muertes vinculadas a la droga y las bandas se multiplicaron por tres. Es muy probable que este estallido de lo social y estas formas de marginacin se desarrollen en Francia con la llegada del crack y la disolucin acelerada de todas las formas tradicionales de encuadramiento (familia, escuela, Iglesia, sindicato, partido). Esta "tribalizacin" posmoderna no tiene nada que ver con una socializacin de clase: es la fragmentacin heterognea de los grupos y la reivindicacin de los signos tnicos, culturales y de identidad, lo significativo. No se trata tampoco de la negacin comunitaria del neoindividualismo, sino de una nueva manifestacin violenta y desclasada de l. La etnicidad de las bandas no es recibida desde afuera, sino que es una reconstruccin "autnoma" de los vnculos sociales, un bricolage hecho de prstamos heterogneos, as como de una tradicin generalmente desconocida que posee la cotidianidad urbana: la proclamacin identitaria y tnica es un pachwork posmoderno. Se trata de autodesignarse, de afirmar una identidad oponindose a los dems, de crear nuevas redes de solidaridad, de afirmarse como se pueda en el desafo (robo, extorsin, violencia) y los smbolos tnicos, grficos y de la vestimenta, utilizados a la carta. En este sentido, las nuevas bandas urbanas ilustran a su manera la nueva cultura individualista de autovaloracin y de autoapropiacin (territorios, smbolos); son una respuesta a la desestructuracin de los lazos comunitarios tradicionales en el momento en que la integracin y la promocin sociales muestran signos manifiestos de fatiga. No hay duda de que un joven beur no posee el mismo modo de vida que uno del distrito XVI. Pero esto no debe ocultar el hecho de que hoy en da los valores hedonistas de realizacin personal estn difundidos en todo el cuerpo social, incluso si no se realizan de la misma forma. La aspiracin al modo de vida consumista, identitario, hedonista y autnomo se encuentra en todos los grupos sociales, y es seguramente una de las fuentes de frustracin de determinados grupos y de las tensiones que se observan. As, las revueltas que sacudieron este ao las periferias se relacionan, al menos parcialmente, con la nueva cultura individualista democrtica, la cual exacerba el deseo de reconocimiento y de valoracin del individuo. En una sociedad donde el valor ltimo es el ego autnomo, donde la socializacin favorece el modelo comunicacional todas las formas de desprecio o de inferiorizacin se hacen insoportables; cada uno desea ser respetado en su persona, incluyendo la interaccin verbal. No es casual que la violencia de las periferias estalle a continuacin de incidentes con la polica: los jvenes son cada vez ms alrgicos a los propsitos inferiorizantes; el reino posmoderno del individuo democrtico es inseparable de una exigencia creciente de consideracin individual. Cada uno quiere ser reconocido como una persona "igual". El mundo hiperindividualista no conduce solamente a la bsqueda renovada de los placeres, a la autonomizacin creciente de la esfera privada, a la autoconstruccin de s mismo, sino tambin al rechazo de toda forma de humillacin, se d sta en la empresa, la escuela o la calle. El individuo posmoderno es el militante de su propia persona. Por otra parte, los lazos sociales se reconstituyen igualmente sobre bases individualistas electivas, voluntarias, a menudo temporales. El fenmeno asociativo se desarrolla; incluso en Francia, tradicionalmente rezagada en ese terreno, un hombre de cada dos y una mujer de cada tres son miembros de una asociacin; 50,000 asociaciones se crean cada ao, cuatro veces ms que en los aos sesenta. La era del nuevo individualismo va de la mano con el florecimiento del fenmeno asociativo, junto con el deseo de estar integrado a grupos sociales, pero sin compromiso pleno, sin obligaciones fuertes, menos por deber que por placer. Las estadsticas son elocuentes respecto de este punto: 8 por ciento de los franceses forman parte de una asociacin de beneficencia, pero 20 por ciento lo son de una deportiva. Se trata nuevamente de la prioridad del placer subjetivo y de la autonoma privada, incluso cuando el individuo se encuentra vido de sociabilidad. Esta paradoja se reencuentra a nivel de la ciudad: en el momento mismo en que el individualismo aumenta, la necesidad de recrear los centros urbanos se hace sentir. Como es sabido, los individuos reaccionan negativamente a la uniformacin funcional y a la idea de las nuevas ciudades. Las encuestas revelan el deseo, entre los pobladores de las periferias, de que se recreen los centros urbanos, los lugares pblicos, las calles comerciales tradicionales. Es por todas partes el dficit de identidad y de interaccin lo que est en cuestin; las sociedades individualistas y hedonistas engendran la necesidad de comunicacin y la aspiracin a un medio urbano "habitable", en el cual se pueda vagar, soar, matar el tiempo. Posiblemente hemos entrado, al menos mentalmente, en la era del urbanismo posmoderno, en el ms all de la ciudad funcionalista. Ya no se debe hablar solamente de arquitectura posmoderna, sino de una demanda de urbanismo posmoderno que recupere las formas del pasado inmemorial de la ciudad. Retorno del pasado tradicional a modo de eco del neoindividualismo; por una parte, porque el individualismo no puede arribar al lmite de s mismo y suea con un lugar de reencuentro electivo y convival. Por otra, porque el individualismo contemporneo es inseparable de la bsqueda de la identidad, de la calidad de vida, de la diversidad. Para responder a las necesidades de este nuevo individualismo, desunido y en bsqueda de s mismo, es posible que sea necesario rehabilitar el pasado de las formas urbanas y arquitectnicas. En todas partes, en las empresas, en la escuela, en la educacin, la lgica disciplinaria y coercitiva tiende a desaparecer. Ella deber desaparecer tambin de lo urbano, demasiado basado en los mitos de la homogeneidad, de lo funcional, de los espacios verdes, del higienismo. En los tiempos del individualismo acabado, la nueva ciudad debera reconciliarse con la seduccin de las formas, la diversidad arquitectnica, la personalidad del hbitat. Pero la lgica individualista posmoderna atraviesa asimismo la res publica; no ha habido solamente una revolucin del espacio privado, ha habido tambin una mutacin del espacio pblico. Hemos ingresado, en efecto, en un ciclo caracterizado por un largo proceso de desideologizacin. A diferencia de la primera fase secular del individualismo, nuestra etapa ve desarrollarse un fenmeno de desafeccin frente a los grandes sistemas de sentido y representacin. Es el fin, en particular, de las grandes utopas sociales: ya nadie cree en las promesas demirgicas de transformacin del mundo, ya nadie quiere la revolucin, casi nadie habla ya de destruir el capitalismo y la economa de mercado. El individualismo acabado corresponde a esta debacle de los grandes proyectos prometicos que han ritmado la vida de las sociedades democrticas a partir del siglo XVIII. Se desean cambios pero de inmediato, no para el futuro... El fin de la era revolucionaria significa la reivindacin del presente, el predominio del presente sobre el futuro, la primaca de los deseos de bienestar y de placer sobre el sacrificio de las personas. Sabemos que en las naciones democrticas un gran nmero de individuos se sienten poco involucrados en la vida poltica, ya casi no creen en las soluciones globales, se desinteresan de las tendencias y las opciones polticas y, a menudo, no asisten a votar. Con seguridad, es exagerado hablar sin reservas de despolitizacin de las masas, pues puede variar el fenmeno de acuerdo con los momentos y las naciones: las elecciones todava interesan a los ciudadanos pero, en el fondo, no ms que las otras cuestiones de la vida colectiva. Es la nueva indiferencia posideolgica: poca movilizacin y motivacin polticas en profundidad. La confrontacin derecha-izquierda subsiste pero pierde su radicalismo anterior. Los referentes se han diluido, las campaas electorales ya casi no suscitan pasiones colectivas ni combates, lo que se traduce en una movilidad mayor de los electores frente a las consignas y la disciplina de partido. La poltica comienza a ser ganada, ella tambin, por la lgica del autoservicio individualista. Se sabe que, paralelamente al eclipse de los ideales revolucionarios, se asiste a una crisis considerable del sindicalismo, tanto en trminos de adhesin como de reconocimiento social. Las grandes organizaciones sindicales reclutan un porcentaje cada vez ms dbil de miembros -alrededor de 10 por ciento en Francia- y la adhesin sindical ha perdido todo sentido de participacin global y de identificacin con una comunidad social. Ya casi no hay otra cosa que el acto de cotizar y, adems, dicho acto es cada vez ms provisorio. Los sindicatos son percibidos esencialmente desde una perspectiva utilitaria y como un servicio. Al igual que hay desacralizacin de la poltica, hay desacralizacin, desideologizacin, del sindicalismo. Se trata en todas partes del mismo efecto de la debacle de las ideologas revolucionarias. Uno se reconoce cada vez menos en englobantes generales; los seres desean acciones y representaciones puntuales, pragmticas. Toda la cultura del militantismo se derrumba: actualmente, ms de un estudiante de cada dos considera que ser militante implica perder su libre albedro. Las luchas sociales que surgen son cada vez ms de tipo corporativo, centradas en la defensa del presente en detrimento del futuro, luchas desideologizadas, despolitizadas, desindicalizadas, tal como se ha visto tanto en Francia como en otras partes en el curso de los aos ochenta, en los movimientos de las escuelas privadas, de los estudiantes, la lucha de los ferroviarios, de las enfermeras, de los controladores de vuelo, de los estudiantes de secundaria. Los movimientos colectivos se afirman cada vez ms como independientes de los partidos polticos y de los sindicatos, y encuentran su origen en la base, por fuera, incluso contra la cabeza de las organizaciones. Es por todas partes, nuevamente, la autonoma. Un sealamiento a fin de evitar un posible malentendido: hablar de desafeccin respecto de las ideologas, de desmovilizacin individualista, no significa que todo flote en una indiferencia absoluta, que todo pueda oscilar de un polo al otro. El individualismo contemporneo no tiene sentido ms que en la era democrtica, en la cual reinan un consenso y un apego guertes, generales y durables a las instituciones y los valores democrticos. Cuanto ms existe una desafeccin colectiva frente a las grandes ideologas, tanto ms existe una legitimacin de los referentes democrticos. El surgimiento del individualismo hedonista nos ha desembarazado de las fiebres revolucionarias y nacionalistas y nos ha reconciliado, por esa va, con las instituciones pluralistas de la democracia. El movimiento que conduce a valorizar el "yo primero" conduce, paradjicamente, a la aceptacin de las reglas polticas y ticas de la era democrtica, al consenso democrtico. Incluso los recientes y desiguales xitos del Frente Nacional no afectan este esquema. Por una parte, el fenmeno es propio de Francia (al menos con esa intensidad); por otra, por primera vez en su historia, las democracias no tienen un enemigo irreductible: ya no existe un proyecto diferente de la democracia, ya ningn partido tiene como programa la destruccin de la democracia, ni reivindica el uso de la violencia poltica. Este dato histrico es radicalmente nuevo. Se ha ingresado en una era de consenso democrtico, y ello porque ya no hay, en nuestras democracias, una opcin distinta de la democracia. Ya no hay partidos que puedan cristalizar el descontento de los individuos en la direccin de un modelo alterno, como en los aos 1920-1940, cuando exista la opcin de otra sociedad. La clase poltica podr estar desacreditada, acusada de corrupcin, etc., pero ya no hay ataques reales contra los principios de la democracia pluralista como tal. A pesar de un regreso manifiesto de la xenofobia, se asiste, a escala histrica, al reforzamiento de la ideologa minimalista de las democracias, a la preocupacin por los derechos del hombre. La descalificacin individualista de las grandes utopas histricas ha redignificado el valor de los derechos del hombre y de la moral. Cuanto ms se conforma la sociedad hedonista, tanto ms la individualidad humana aparece como el valor ltimo, cada vez ms la tica resurge: biotica tica del ambiente, tica de la empresa, tica del deporte y -puede ser?- tica del urbanismo. En una era desideologizada, no queda otra cosa que las cuestiones ticas relativas al respeto por los dems y por la naturaleza. Esta ola tica no est en absoluto en contradiccin con el florecimiento del individualismo contemporneo, ya que no hace ms que traducir la desideologizacin del mundo y el fin de la cultura emancipadora subversiva de los aos 1960-1970. Es verdad que el individualismo contestatario del "gozad sin trabas!" se ha terminado, pero no por eso se regresa al moralismo de antao. Se trata nuevamente de la realizacin personal que permanece como el valor primordial, pero eso se conjuga ahora con las preocupaciones relativas a la responsabilidad respecto de los otros, respecto de la naturaleza y del ambiente. El individualismo est cada vez ms asociado con la temtica ecolgica: las asociaciones ecolgicas se multiplican, los "ecoproductos" hacen furor, los Verdes logran por todas partes avances electorales. Pero eso no tiene ya nada que ver con el momento ideolgico anterior: de hecho, la preocupacin ecolgica va de la mano con el individualismo porque lo central aqu es la calidad y la preservacin de la vida. La preocupacin ecolgica traduce el nuevo rostro del individualismo, menos ideolgico pero ms atento a la calidad de la vida y del ambiente. Claro est que son las obligaciones frente al medio planetario, global, las que se remarcan, pero como condiciones de bienestar y de salud de las personas individuales. Todo eso debe conducir a una evaluacin contrastante del individualismo acabado. Por un lado, el individualismo tiene aspectos inquietantes: indiferencia hacia la poltica, espiral de las reivindicaciones categoriales, repliegue sobre uno mismo, turnover, aumento de la delincuencia, de la soledad, del estrs, etc. Pero, por otro lado, el neoindividualismo significa el desgajamiento de las normas y los comportamientos tradicionales, el derrumbe de las ideologas revolucionarias y nacionalistas. Resulta entonces un tipo de individualidad de tendencia flexible, sin adhesiones profundas, ms escptica, ms pragmtica. Eso es de importancia capital para el futuro, porque las sociedades contemporneas, comprometidas en la competencia internacional, tienen una necesidad imperativa de actitudes flexibles, de mentalidades "desrigidizadas". Cuanto ms se despliega el individualismo, menos atraccin poseen los maniquesmos, y tanto ms las conciencias se convierten al realismo econmico. No vivimos solamente el momento de la consolidacin del orden democrtico, sino tambin el de la rehabilitacin de la economa de mercado y de la empresa. La era del neoindividualismo instala a la sociedad civil en estado de apertura frente al movimiento histrico, crea mentalidades ms dispuestas al reciclaje y a la movilidad profesional o geogrfica, mentalidades igualmente menos patriticas y ms favorables a la construccin de Europa. Todo ello no habra sido posible sin la revolucin cultural del nuevo individualismo. Cualesquiera que sean las inquietudes que pueda hacer nacer el neoindividualismo, posee el mrito, muy sumariamente mostrado aqu, de reconciliarnos con las instituciones y la economa liberales, de hacer posible la superacin de las fronteras nacionales, de recoger los desafos de una democracia ampliada y de una responsabilidad colectiva respecto del porvenir del planeta. Resta saber si sabr tambin recoger los desafos de la integracin social y de la ciudad del maana. CITAS: [*] ( 1992), "Espace priv, espace public l'age postmoderne", en varios autores, Citoyennet et urbanit, Esprit, Pars. Traduccin de Emilio Duhau, profesor-investigador del Depto. de Sociologa, UAM Azcapotzalco.