Violación de Lucrecia. Shakespeare. Recomendado
Violación de Lucrecia. Shakespeare. Recomendado
Violación de Lucrecia. Shakespeare. Recomendado
La violacin de Lucrecia
WILLIAM
SHAKESPEARE
(1564-1616)
A menudo se reniega de los maestros supremos; se rebela uno contra ellos; se enumeran sus defectos; se los acusa de ser aburridos, de una obra demasiado extensa, de extravagancia, de mal gusto, al tiempo que se los saquea, engalanndose con plumas ajenas; pero en vano nos debatimos bajo su yugo. Todo se tie de sus colores; por doquier encontramos sus huellas; inventan palabras y nombres que van a enriquecer el vocabulario general de los pueblos; sus expresiones se convierten en proverbiales, sus personajes cticios se truecan en personajes reales, que tienen herederos y linaje. Abren horizontes de donde brotan haces de luz; siembran ideas, grmenes de otras mil; proporcionan motivos de inspiracin, temas, estilos a todas las artes: sus obras son las minas o las entraas del espritu humano (Franois de Chateaubriand: Memorias de ultratumba, libro XII, captulo I, 1822).
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os maestros supremos son los escasos escritores genios nutricios, dicen algunos que satisfacen cabalmente las necesidades del pensamiento de un pueblo, aquellos que han alumbrado y amamantado a todos los que les han sucedido. Homero es uno de ellos, el genio fecundador de la Antigedad, del cual descienden Esquilo, Sfocles, Eurpides, Aristfanes, Horacio y Virgilio. Dante engendr la escritura de la Italia moderna, desde Petrarca hasta Tasso. Rabelais cre la dinasta gloriosa de las letras francesas, aquella de donde descienden Montaigne, La Fontaine y Molire. Las letras inglesas derivan por entero de Shakespeare, y de l bebieron Byron y Walter Scott. Y las letras castellanas siempre saben remitirse a Miguel de Cervantes. La originalidad de estos maestros supremos hace que en todos los tiempos se los reconozca como ejemplos de las bellas letras y como fuente de inspiracin de cada nueva generacin de escritores. Esta seccin de la Revista de Santander solamente estar abierta para ellos, para permitirles que continen inspirando la voluntad de perfeccionamiento constante de los nuevos escritores colombianos. Esta segunda entrega acoge una obra lrica dedicada por William Shakespeare a Henry Wriothesly, conde de Southampton y barn de Ticheld, escrita durante las vacaciones teatrales de 1593 e inscrita en el Stationers Registers el 9 de mayo de 1594. The Rape of Lucrece es una reexin moral y un poema magistral. Cinco ediciones de este poema fueron hechas hasta 1616, saludado por el poeta Edmund Spenser con el calicativo de guila que dio a su autor. Se ha escogido la traduccin castellana de Luis Astrana Marn, publicada originalmente en 1932 por la editorial Aguilar de Madrid.
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maestros supremos
Al muy honorable Henry Wriothesly, conde de Southampton y barn de Tichfield La afeccin que profeso a vuestra seo ra no tiene n; de donde este opsculo, sin comienzo, es tan solo una porcin in signicante. El convencimiento que abrigo de vuestra noble disposicin, no el mrito de mis incorrectos renglones, es lo que ase gura la acogida. Lo que he hecho es vuestro; lo que haga, vuestro tambin, como parte del todo que os he consagrado. De ser mayor mi valer, mayor se mostrara mi homenaje. Entre tanto, tal como fuere, lo destino a vuestra seora, a quien deseo larga vida colmada siempre de felicidades. De vuestra seora con todo res peto. William Shakespeare
ARGUMENTO Lucio Tarquino, por su excesivo orgullo llamado el Soberbio, tras haber sido causa de que su propio suegro, Servio Tulio, acabara cruelmente asesinado, y de haberse l mismo apoderado del trono sin re querir ni aguardar los sufragios populares, procedi miento contrario a las leyes y costumbres romanas, en compaa de sus hijos y de otros nobles de Roma, march a poner sitio a rdea. Una tarde, durante el asedio, reunidos los princi pales jefes del ejrcito en la tienda de Sexto Tarqui no, hijo del rey, comenzaron, en sus charlas de sobremesa, a ponderar las virtudes de sus propias mujeres, circunstancia que dio lugar a que Colatino proclamara la incomparable castidad de su esposa Lucrecia. En este alegre humor partieron todos para Roma; y deseando comprobar, por su secreta y re pentina llegada, la verdad de lo que antes haban sostenido, solo Colatino encontr a su mujer no obstante hallarse avanzada la noche hilando con sus doncellas. Las otras damas fueron sorprendidas bailando y jaraneando, o en diferentes diversiones, por lo cual los nobles cedieron a Colatino la victoria y a su mujer la palma. En esta ocasin qued Sexto Tar quino prendado de la hermosura de Lucrecia; pero, refrenando por el momento sus pasiones, volvi con los dems al campo. En seguida los abandon en secreto, y fue recibido y albergado regiamente, como convena a su estirpe, por Lucrecia, en Colatio. La misma noche se introdujo traidoramente en su alco ba, la posey por la violencia, y emprendi la fuga de madrugada. Lucrecia, en este lamentable estado, despach inmediatamente mensajeros: uno, a Roma, a casa de su padre, y el otro, al campo de Colatino. Llegaron estos, acompaado el primero por Junio Bruto y el segundo por Publio Valerio, y hallando a Lucrecia vestida de luto, le preguntaron cul era la causa de su pesar. Ella, arrancndoles primero juramento de ven ganza, revel al culpable, con todos los pormenores de su crimen, y acto seguido se dio de pualadas. Visto lo
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cual, todos, de comn acuerdo, prome tieron exterminar de raz la odiosa familia de los Tarquinos, y transportaron el cadver a Roma. Bruto inform al pueblo de las circunstancias de esta vil accin y del nombre del que la haba co metido, con una amarga invectiva contra la tirana del rey. Con lo cual el pueblo se conmovi de ma nera que, por consentimiento unnime y aclama cin general, desterr a todos los Tarquinos, y la gobernacin del Estado pas de los reyes a los cnsules.
Conducido por las prdas alas de un deseo infame, el impdico Tarquino abandona el ejrcito romano, y a toda prisa huye de rdea, la villa sitiada, a llevar a Colatio el fuego sin claridad que, oculto bajo plidas cenizas, acecha el momento de lanzarse y rodear con su cintura de llamas el talle del dulce amor de Colatino, la casta Lucrecia. Quiz este nombre de casta fue lo que, desgraciadamente, agudiz el lo no embotado de su irresistible deseo, cuando Colatino, sin poder reprimirse, celebr con imprudencia la mezcla incomparable de rosa y blanco que res plandeca en aquel rmamento de su felicidad, donde luceros mortales, tan luminosos como las magnicencias del cielo, le reservaban a l solo, en sus puros aspectos, peculiares encantos. Porque l mismo haba descubierto la noche anterior, bajo la tienda de Tar quino, el tesoro de su feliz estado; la riqueza inestimable que le haban con cedido los cielos al ponerle en posesin de su bella consorte, cotizando a tan alto precio su fortuna, que podan los reyes desposarse con ms glorias, pero ni rey ni par con dama tan sin par. Oh dicha solo gozada de unos pocos, que, no bien poseda, se evapora y pasa con la rapidez del fundente roco pla teado de la maana ante los dorados esplendores del sol! Fecha que expira, cancelada aun antes que llegue! Quien posee el honor y la belleza, solo tiene dbiles medios de defensa contra un mundo de perdias. La hermosura resalta por s misma a los ojos de los hombres, sin orador que la realce. Qu necesidad hay, pues, de hacer la apologa de lo que es tan sin gular? O por qu Colatino ha
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descu bierto la rica joya que debi sustraer a los odos de los raptores, como su ms querido bien? Quiz el elogio de la soberana gracia de Lucrecia fue lo que sugestion a este arrogante vstago de un rey, pues por nuestros odos son tentados con fre cuencia nuestros corazones. Quiz fue la envidia de una prenda tan valiosa, que desaaba toda ponderacin, el agui jn que pic sus altivos pensamientos y le hizo indignarse ante el hecho de que los inferiores alabaran el lote dorado de que sus superiores carecan. Mas, sea lo que fuere, algn temera rio pensamiento prest alas a su ms temeraria prisa. Olvidndolo todo, su honor, sus asuntos, sus amistades y su linaje, se aleja rpidamente con el rme propsito de extinguir el ascua que arde en su hgado. Oh vivo ardor falso con tenido bajo el helado arrepentimiento, tu anticipada cosecha muere en tizn y no madura jams! Cuando este prdo seor lleg a Colatio, fue bien acogido por la dama ro mana, en cuyo rostro la belleza y la virtud luchaban a quin de los dos sos tendra mejor su renombre. Cuando la virtud se alababa, la belleza enrojeca de pudor; cuando la belleza se jactaba de sus rubores, la virtud, por despecho, trataba de borrar este oro con un blanco de plata. Pero la belleza, que tiene derecho a esta blancura, pues le viene de las pa lomas de Venus, acepta el encantador combate; entonces la virtud reclama a la belleza el carmn de la vergenza que prest a las gentes de la Edad de Oro para realzar sus mejillas de plata y que a la sazn llam su broquel, ensendo les a servirse de l en el combate, para que, cuando la vergenza atacara, el rojo defendiese al blanco.
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Este blasn se vea en el rostro de Lucrecia, demostrado por el rojo de la belleza y el blanco de la virtud. Belleza y virtud, reinas de sus colores respecti vos, podan probar sus derechos desde la infancia del mundo. Sin embargo, su ambicin las impulsa todava a comba tir. Su soberana recproca es tan gran de, que frecuentemente intercambian sus tronos. Los ojos traidores de Tarquino abarcan en sus castas las los lirios y las rosas de esta guerra callada que con templa sobre el campo de su bello ros tro; y de miedo a morir entre ellas, el cobarde, vencido y cautivo, se rinde a los dos ejrcitos, que ms quisieran de jarle partir que triunfar de un enemigo tan falso. Ahora halla que la elocuencia supercial de su esposo este prdigo que la ensalz con avaricia ha inferido dao a su hermosura en su gran esfuerzo para celebrarla, pues excede en mucho a sus estriles medios. As, Tarquino, hechizado, suple con el pensamiento la im perfeccin de la apologa de Colatino en el mudo asombro de sus ojos, que no cesan de contemplar.
Esta terrestre santa, adorada por este demonio, sospecha poco de su hipcrita adorador, pues los pensamientos inma culados suean raras veces en el mal. Los pjaros que no han sido nunca en viscados no se cuidan de arbustos trai dores. As, inocentemente y con toda conanza, hace buena recepcin y res petuoso acogimiento a su egregio hus ped, cuya maldad interior no transparenta externamente su perdia. Porque, encubrindose con su estirpe elevada, ocultaba su torpe propsito en los pliegues de la majestad, aunque nada en l denotaba extravo, a no ser, en de terminado instante, la extraordinaria ad miracin de su mirada, que, abrazndolo todo, todo lo dejaba sin satisfacer; pues, pobre en su riqueza, carece de tantas cosas en su abundancia, que, harto de mucho, aspiraba siempre a ms. Pero ella, que nunca haba dado rplica a los ojos de un extrao, no pudo sorprender ningn pensamiento en sus miradas expresivas, ni leer los secretos sutilmente transparentes que se hallan estampados en las mrgenes de cristal
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de semejantes libros. No habiendo hecho uso de ignorados alicientes, no tema los anzuelos. As, no poda inter pretar sus miradas lascivas. Todo lo que vea era que sus ojos estaban abier tos a la luz. El ensalza a sus odos la gloria adquirida por su esposo en las llanuras de la frtil Italia, y cubre de elogios el alto nombre de Colatino, ilustrado con su valerosa caballera, sus armas melladas y sus coronas de triunfo. Ella expresa su regocijo alzando las manos, y, sin decir palabra, agradece as al Cielo las glorias de su esposo. Tarquino presenta sus excusas por su llegada a Colatio, que colora con pretex tos muy alejados de los nes que le han trado. Ningn indicio nebuloso de un tiempo de violentas tempestades aparece una sola vez en este bello cielo; hasta que la Noche sombra, madre de la In quietud y del Terror, extiende sobre el mundo sus lbregas tinieblas y en su pri sin cavernosa encadenada al Da. Porque entonces Tarquino se hace conducir a su lecho, afectando laxitud y fatiga de nimo, pues despus de la cena ha conversado largo tiempo con la casta Lucrecia, y dejado correr la no che. Ahora el sueo de plomo lucha con las fuerzas de la vida, y todos se entre gan al descanso, excepto los ladrones, los cuitados y las conciencias intranqui las, que permanecen en vela. Semejante a uno de ellos, Tarquino est acostado meditando en los diversos peligros que debe afrontar para la ob tencin de sus deseos. Pero, por ms que sus esperanzas de dbiles fundamentos le aconsejan abstenerse, su vo luntad se resuelve siempre a realizarlo. Con frecuencia se recurre a la desespe racin para lograr el xito, y cuando un gran tesoro es el premio que se espera, aunque implique la muerte, en la muer te no se repara. Los que mucho codician se muestran tan ansiosos por adquirir, que por lo que no tienen disipan y pierden lo se guro que poseen; y as, por aguardar lo ms, alcanzan, al n, lo menos. O si ganan algo, el fruto del esfuerzo es tan insignicante y tan lleno de inquietu des, que se ven en bancarrota por la pobre riqueza de su ganancia. El afn de todos tiende a mantener la existencia con honor, bienestar y dicha, en la edad
del descenso; y para lograr este n es preciso una lucha tan frtil en obstculos, que exponemos un bien por todos, o todos los bienes por uno, como, por ejemplo, la vida por el honor en la furia de las crueles batallas; la honra por la riqueza, y a menudo esta propia riqueza entraa la muerte de to do, y todo es perdido a la vez. As, exponindonos a todo, abandonamos las cosas que tenemos por las que esperamos, y esta odiosa ebre que nos hace ambicionar mucho, nos ator menta con la mezquindad de lo que poseemos; de suerte que olvidamos nuestro bien personal y, por falta de razn, reducimos a nada algunas cosas por quererlas acrecentar. Un azar semejante va a correr ahora el insensato Tarquino al comprometer su honor por obtener el objeto de su lujuria; es preciso que se pierda a s propio para que se satisfaga. Dnde encontrar la verdad, si no tiene con anza en s mismo? Cmo esperar hallar un extrao justo, cuando por s propio se destruye, entregndose a las lenguas calumniadoras y a los das odio sos y miserables? Ya se deslizan las horas en el centro de la amortecida noche, donde un sueo pesado cierra los ojos mortales. Ningu na confortable estrella presta su luz. Ningn ruido se oye, a no ser los gritos de fnebres presagios de bhos y lobos. He aqu el instante propicio en que pue den sorprender a los inocentes corde ros. Los pensamientos puros reposan en la soledad y en el silencio, mientras el asesinato y la lujuria velan para man cillar y verter sangre. Y ahora el voluptuoso prncipe salta de su lecho, chase bruscamente el manto sobre el brazo y se agita febril entre el deseo y el temor. El uno le halaga dulcemente; el otro hace que le amedrente el mal; pero el honesto te mor, embrujado por los encantos impu ros de la lujuria, no le invita con dema siada frecuencia a que se retire, batido por la violencia del deseo insensato. Golpea quedamente con su espada un pedernal para hacer salir chispas de fuego de la piedra fra, de que logra encender sin tardanza un ha chn de cera, que debe servir de estrella polar a sus ojos lascivos; y dice as deliberadamente a la llama: Como he forzado este fro pedernal a
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darme su fuego, as forzar a Lucrecia a ceder a mi capricho. Aqu plido de temor, premedita los peligros de su horrible empresa, y dis cute en su fuero interno las desgracias sucesivas que pueden surgir de su ac cin. Despus, arrojando el desdn de sus ojos, desprecia la indefensa arma dura de su lujuria siempre carnicera, y censura as con justicia a sus injustos pensamientos: Refulgente antorcha, extingue tu luz y no la prestes para ennegrecer a aquella cuya luz excede a la tuya! Y mo rid, pensamientos sacrlegos antes de manchar con vuestra impureza lo que es divino! Ofreced puro incienso en tan puro santuario, y que la noble Huma nidad aborrezca una accin que manci lla y empaa la modesta vestidura, blan ca como la nieve, del amor! Oh baldn de la caballera y de las brillantes armas! Oh innoble deshonor para la tumba de mi familia! Oh acto impo que encierra todos los desastres odiosos! Oh guerrero, esclavo de una tierna pasin voluptuosa! El verdadero valor debiera estar siempre unido al verdadero respeto. Mi transgresin es tan vil, tan baja, que vivir grabada en mi frente! S, aunque muera, la ignominia ha de sobrevivirme y ser lo que hiera la vista de mi cota dorada! El heraldo in ventar algn estigma degradante para atestiguar el exceso de mi delirio culpa ble; y mis descendientes, avergonzados de esta marca, maldecirn mis huesos y no tendrn a pecado el desear que yo, su padre, no hubiera existido. Qu es lo que gano, de alcanzar lo que busco? Un sueo, un soplo, la es puma de un goce furtivo. Quin com para la alegra de un minuto por los lloros de una semana, o vende la eter nidad para adquirir una fruslera? Quin destruir la via por un solo dulce racimo? O qu loco pordiosero, nicamente por tocar la corona, consin tiera en exponerse a ser acto seguido aplastado por el cetro? Si Colatino ve en sueos mi intencin, no se despertar sobresaltado y en su rabia desesperada correr aqu a toda prisa para prevenir este vil prop sito, este asedio que cerca su tlamo, este borrn para la mocedad, este per cance
para la cordura, este postrer sus piro de la virtud, esta infamia impere cedera, cuyo crimen arrastrar un oprobio sin lmites? Oh! Qu excusa podr hallar mi imaginacin cuando me imputes un acto tan negro? No enmudecer mi lengua? No temblarn mis frgiles articulacio nes? Mis ojos no olvidarn su luz? Mi prdo corazn no verter sangre? Cuando es grande el delito, el temor que despierta es ms grande an, y el temor extremado no puede ni combatir ni huir, sino que debe fenecer cobardemente en un estremecimiento de terror. Si Colatino hubiera dado muerte a mi hijo o a mi padre; o hubiera dispues to emboscadas para quitarme la vida; o si no fuera mi caro amigo, el deseo de ultrajar a su esposa podra hallar excusa en la venganza o la represalia por tales ofensas. Pero como es mi pariente, mi ntimo, la vergenza y la falta no tienen disculpa ni n. Es vergonzoso, s, si llega a saberse, Es abominable Pero no hay odio en el amar; implorar su amor; pero no, ella no se pertenece; lo peor en todo caso sera una negativa, reproches Mi voluntad es rme; la razn es dbil para apartarla! El que teme a una mxi ma o al refrn de un anciano se de jar intimidar por una gura de tapiz! As, protervamente, mantiene la disputa entre la fra conciencia y la ardiente pasin, hasta que se despide de sus buenos pensamientos y se es fuerza en interpretar los malos en pro vecho
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propio, o que en un momento confunde y aniquila todos los impulsos honestos y va tan adelante que lo vil aparece como una accin virtuosa. Y dice en su interior: Me ha cogido afectuosamente por la mano, y ha mi rado en mis ojos vehementes para bus car en ellos noticias, temiendo algn suceso desastroso de la banda guerrera en que milita su adorado Colatino. Oh! Cmo levant en ella el miedo sus co lores! Primero, el rojo, como las rosas, que arrojamos sobre el linn; en segui da, el blanco, como el linn cuando hemos quitado las rosas. Y cmo su mano, en mi mano encerrada, me oblig a que me estreme ciera con un sincero temor! Este movi miento la hiri de tristeza y cerr mi mano ms estrechamente, hasta que supo el buen estado de su esposo. En tonces su sonoma resplandeci con una sonrisa tan dulce, que si Narciso la hubiera contemplado en ese instante, el amor de s propio no le impulsara nunca a sumergirse en la fuente. Por qu, pues, he de darme a la caza de pretextos o excusas? Todos los oradores son mudos cuando litiga la be lleza. A los pobres desgraciados es a quienes les remuerden sus pobres faltas. El amor no prospera en corazones que se espantan de las sombras. La pa sin es mi capitn, l me conduce, y cuando est desplegado su alegre estan darte, hasta el cobarde lucha y no se deja derrotar. Afuera, pues, miedo pueril! Mue re, vacilacin! Juicio y prudencia, id a dar escolta a la arrugada edad! Mi cora zn no desmentir nunca a mis ojos; la grave circunspeccin, las consideracio nes minuciosas convienen al sabio. Yo represento el papel de la juventud, que las proscribe de su escena. El deseo es mi piloto; la hermosura, mi presa! Quin, all donde se encuentra tal te soro, teme irse a pique? Como el trigo candeal ahogado por el crecimiento del vallico, as la cautelosa inquietud se ve medio sofocada por la irresistible concupiscencia. El prncipe se desliza furtivamente fuera de su ha bitacin, inquiriendo, con el odo abier to a la escucha, lleno de vergonzosa es peranza y presa de un recelo febril; la una y el otro, como servidores de la injusticia, le turban de tal modo con sus
contrarias persuasiones que ora proyec ta una liga y ora una invasin. La divina imagen de ella sintase en su pensamiento, y en el mismo trono se sienta Colatino. Aquel de sus ojos que la mira lleva la confusin a todo su ser; el que detiene sobre el guerrero, como ms puro, no se inclina a contemplacin tan prda y trata de llamar virtuosamente al corazn, que, y a viciado, adop ta el peor partido. Y entonces estimula en su interior a sus agentes serviles, que, lisonjeados por la jocunda apariencia de su jefe, llenan su lujuria como los minutos lle nan las horas; y la audacia que les ins pira su capitn crece de modo que pagan un homenaje ms servil del que deben. Conducido as locamente por un deseo rprobo el prncipe romano marcha al lecho de Lucrecia. Los cerrojos que se interponen entre la alcoba y su apetito, forzados uno tras otro por l, abdican su guarda; pero, al abrirse, todos calican su fechora con su rechinamiento, reproche que obliga al ladrn furtivo a cierta reexin. Los umbrales hacen zumbar las puertas para advertir su acercamiento; las comadre jas noctvagas chillan al verle all y le sobresaltan; pero l, no obstante su mie do, avanza siempre. Conforme cada una de estas puer tas tenaces le franquea la entrada; el viento, deslizndose a travs de las pequeas venteaduras y de las rendi jas de la residencia, lucha con su an torcha para detenerle y le sopla el humo a la cara, amortiguando en cada caso la claridad que le gua; pero su ardiente corazn, abrasado de locos deseos, exhala un soplo con trario, que aviva la antorcha. Y, reanimada la luz, descubre un guante de Lucrecia donde ha quedado ja su aguja. Lo recoge de la estera de juncos, donde lo ve abandonado; al co gerlo, la aguja le pincha el dedo, como para decirle: Este guante no est habi tuado a juegos licenciosos; retorna a toda prisa; ya ves que los adornos de nuestra seora son castos. Pero todos estos dbiles obstculos no logran detenerle; interpreta su repulsa en el peor sentido: las puertas, el viento, el guante que le retardan, los toma como accidentes de prueba, o como esos resor tes que regulan a cada hora el cuadrante y retardan su movimiento al medir su
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mar cha, hasta que cada minuto ha pagado su dbito a la hora. Bah, bah! dice mentalmente, estos obstculos se presentan en mi aventura como esas pequeas heladas que a veces amenazan la primavera para aadir mayor encanto a los primeros bellos das y ofrecer a los ateridos pja ros ms razones para cantar. La fatiga paga el inters de toda valiosa presa. Las rocas enormes, los fuertes vendava les, los osados piratas, los escollos y bancos de arena, constituyen los terro res del mercader antes de desembarcar en su tierra enriquecido. Ya ha llegado a la puerta del dormitorio que le cierra el cielo de sus pen samientos. Un pestillo que con facili dad puede ceder, y nada ms, es lo que le separa del objeto bendito que busca. La impiedad ha extraviado a tal punto su alma, que se pone a rogar para ob tener su presa, como si los cielos pudie ran proteger su crimen. Pero, en medio de su infructuosa ple garia, despus de haber solicitado del poder eterno que otorgue esta bella be lleza a sus impudicias criminales, y que en tal momento le sean los hados pro picios, se detiene de golpe, estremecindose: Fuerza ser que la desore dice. Los poderes que invoco detestan el hecho. Cmo, pues, pue den asistirme en este acto? Sean, entonces, mis dioses y guas el Amor y la Fortuna. Mi voluntad se apoya en la resolucin. Los pensamien tos no son ms que sueos hasta que sus efectos se experimentan. La absolucin lava el ms negro pecado. El hielo del temor se disuelve ante el fuego del amor. Los ojos del cielo estn cerrados y la noche tenebrosa oculta el oprobio que sigue a la dulce voluptuosidad. Esto dicho, su mano culpable hace saltar el pestillo, y con su rodilla abre de par en par la puerta. La paloma de que intenta apoderarse este bho noc turno es presa del sueo. As lleva a cabo su obra la traicin antes que los traidores sean descubiertos. El que apercibe la escondida serpiente se apar ta a un lado; pero Lucrecia, que est dormida profundamente y que no teme nada semejante, yace a merced de su mortal punzada. El prncipe avanza perversamente por la alcoba y contempla su lecho todava inmaculado. Corridas las cortinas, ron da a su alrededor, y
sus ojos llenos de apetito giran en sus rbitas; su corazn est alucinado por su enorme traicin, que da en seguida a su mano la voz de orden para apartar la nube que envuel ve la plateada luna. Ved! Como el refulgente sol de rayos de fuego, cuando se precipita fuera de una nube deslumbra nuestra vista, as, una vez entreabiertas las cortinas, los ojos de Tarquino comienzan a parpa dear cegados por una mayor luz. Los ofusque el resplandor de Lucrecia o un aparente resto de pudor, la verdad es que se nublan y permanecen cerrados. Oh! Que no quedaran muertos en su tenebrosa prisin! Habran visto en tonces el n de su maldad, y Colatino hubiera podido an reposar al lado de Lucrecia en su siempre honorable tla mo. Pero es preciso que se abran para matar esta unin bendita; y la Lucrecia de santas intenciones tiene que abando nar, a la vista de ellos, su alegra, su existencia y su satisfaccin del mundo. Su mano de lirio descansa bajo su mejilla de rosa, frustrando un beso legtimo a la almohada, que, colrica, parece dividirse en dos, inndose de enojos de ambos lados por carecer de su gloria. En medio de estas dos colinas, su cabeza reposa como en una tumba. Y as se ofrece, semejante a una sagrada egie, a los ojos libertinos y profa nos. Su otra mano linda, fuera del lecho, posbase sobre la verde colcha; su per fecta blancura, que baaba su sudor de perla semejante al roco de la noche, la mostraba como una margarita de abril sobre el csped. Sus ojos, igual que ca lndulas, haban cerrado su brillante cliz y descansaban engastados dulce mente bajo un dosel de sombras, hasta que pudieran abrirse para ataviar el da. Sus cabellos, como hilos de oro, jugueteaban con su hlito. Oh castidad voluptuosa! Voluptuosidad casta! Pa rodiaban el triunfo de la vida en el mapa de la muerte, y el aspecto sombro de la muerte en el eclipse de la vida. Cada una era en su sueo tan hermosa como si entre ellas no existiera ningn com bate, sino dijrase que la vida viva en la muerte y la muerte en la vida. Sus senos, globos de marl circuidos de azul, pareja de mundos vrgenes to dava sin
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conquistar, no conocan otro yugo sino el que les haca llevar su seor, y a l le estaban eles bajo la fe del jura mento. Estos mundos engendran en Tarquino una nueva ambicin, y, como usurpador criminal, viene a derribar de este bello trono a su legtimo propietario. Qu poda ver en que no reparara con toda la fuerza de su admiracin? En qu poda reparar que no codiciase con toda la fuerza de su deseo? Cuanto contempla le hace delirar en incesante frenes, y su mirada ansiosa se ceba en sus ansias. Con ms que admiracin admira las azules venas de ella, su cutis de alabastro, sus labios de coral y los hoyuelos de su mentn, blancos como la nieve. A semejanza del feroz len que juega con su presa cuando el placer de la vic toria enerva un momento la aspereza de su hambre, as Tarquino se goza ante esta alma dormida; la rabia de su deseo queda amortiguada por la contempla cin, contenida, mas no domada, pues hallndose tan cerca, sus ojos, que han restringido un instante esta rebelin, excitan a sus venas con mayor alboroto. Y ellas, como esclavos vagabundos que combaten por el pillaje, vasallos endurecidos por crueles hazaas, que se gozan en el sangriento asesinato y en la violacin y no respetan lgrimas de nios ni lamentos de madres, se hin chan en su orgullo, en espera del ansia do choque. Inmediatamente, su palpi tante corazn da la seal de alarma para la fogosa embestida y, batiendo carga, les ordena obrar a discrecin. Su corazn tamborileante infunde ardor a los encendidos ojos; sus ojos transmiten la direccin de su mano; su mano, como orgullosa de tal dig nidad, humeante de soberbia, marcha a tomar puesto en el desnudo pecho de Lucrecia, centro de todo su terri torio corporal. Y en el momento en que intenta escalarlo, las las de venas azules del seno abandonan sus torrecillas redondas y las dejan desam paradas y plidas. Estos centinelas azules dirgense en tropel al tranquilo gabinete en que re posa su duea y querida soberana, le comunican que est asediada peligrosa mente y la atemorizan con la confusin de sus gritos. Ella, muy sobresaltada,
abre bruscamente sus ojos cerrados, que al asomarse para apreciar el tumulto quedan deslumbrados y vencidos por la humeante antorcha. Imaginaos a Lucrecia como una persona despertada de un pesado sueo por una horrible visin en lo ms pro fundo de la noche, que cree haber con templado un lgubre fantasma, cuyo aspecto disforme ha hecho temblar todos sus miembros. Qu terror este! Mas ella est en peores circunstancias, pues salida del sueo, percibe en toda su realidad la aparicin que justica su terror imaginativo. Envuelta y confundida por mil temores, como un pjaro acabado de herir de muerte, yace temblando; no osa tender la mirada; sin embargo, al cerrar las pupilas, ve terribles espectros que pasan rpidamente ante sus ojos; tales visiones son impostu ras del cerebro debilitado, que, re sentido al ver que los ojos esquivan la luz, los espanta en las tinieblas con espectculos ms terribles. La mano de l, que an permanece sobre el seno de ella (brutal ariete que bate en brecha semejante muro de mar l!) puede sentir su corazn pobre ciudadano!, que, acongojado e hirin dose de muerte, se levanta y se hunde, y golpea contra el bulto que saquea esta mano. Esto le mueve a mayor rabia, y a menor piedad, para abrir la brecha y entrar en su dulce recinto. Primero, como una trompeta, su lengua se dirige en son de parlamento a su enemiga pusilnime, que por encima de la blanca sbana asoma su mentn ms blanco an, para inquirir la razn de tan temerario asalto, que l se esfuerza en explicarle por gestos mudos; pero ella, con vehementes splicas, insiste siempre en saber bajo qu color comete este acto. El replica as: El color de tu cara (que hace siempre palidecer de clera al lirio y enrojecer a la rosa purprea en su propia vergenza) contestar por m y te dir la historia de mi amor. Este es el color del estandarte bajo el cual he venido a escalar tu fortaleza nunca con quistada. Tuya es la culpa, pues tus ojos son los que te han entregado a los mos. De modo que, si vas a reconvenir me, me anticipar para expresarte que tu belleza es
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la que te ha tendido un lazo esta noche, donde resignadamente es preciso que cedas a mi pasin. Ella te ha elegido para mi delicia terrestre. He intentado con todas mis fuerzas domar mi deseo; pero, conforme los re proches de la conciencia y la razn los dejaban por muertos, la llamarada de tu hermosura les daba nueva vida. Vislumbro los males que ha de acarrear mi empresa. S qu espinas de enden a la rosa en su tallo. Com prendo que la miel est guardada por un aguijn; todo esto me lo represent ya la prudencia; pero el deseo es sordo y no atiende vigilantes amigos. Solo dispone de ojos para extasiarse en la hermosura, y se apasiona de lo que con templa, contra toda ley y todo deber. En el fondo de mi alma he debatido qu ultraje, qu ignominia, qu dolores voy a engendrar; pero nada puede re primir el curso de mi pasin ni contener la furia ciega de su arranque. S que a continuacin de este acto vendrn lgri mas de arrepentimiento, reproches, des denes, enemistad mortal; y, no obstan te, me empeo en abrazar mi infamia. Dicho lo cual, blande por encima de Lucrecia su hoja romana, como un halcn cernindose en los aires, cuya abatida presa cubre con la som bra de sus alas y cuyo corvo pico la amenaza de muerte si se remonta. As, bajo la insultante espada del romano, yace la inocente Lucrecia, oyendo sus palabras con tembloroso espanto, como el ave que escucha los cascabeles del halcn. Lucrecia! exclama. Tengo que gozarte esta noche; si me rechazas, la fuerza me abrir el camino; pues me propongo matarte en tu lecho; realizado lo cual, quitar la vida a cualquiera de tus mseros esclavos, para arrancarte vida y honra a un tiempo; despus lo colocar en tus inertes brazos, y jurar que le di muerte vindote abrazarle As, al sobrevivirte, tu marido ven dr a ser objeto de irrisin de todos los ojos; tus deudos inclinarn la cabeza bajo esta deshonra; tus descendientes llevarn la mancha de una bastarda sin nombre. Y t, autora de tu oprobio, vers tu delito pasar a las coplas y can tarse por los nios en los tiempos futu ros.
Pero si cedes, continuar siendo tu amigo secreto: una falta oculta es como una idea sin realizar. Sufrir un pequeo mal para conseguir un n til e impor tante pasa por acto de poltica legal. En ocasiones la hierba venenosa se combi na en un compuesto exento de peligros; y as aplicada, su veneno se purica por sus efectos saludables. As, pues, en bien de tu esposo y de tus hijos, acoge mi splica. No les legues por dote la vergenza que ningn ments podr borrar, la mancilla que jams ser olvidada y que resultara peor que la he rradura del esclavo o la seal que saca el recin nacido; pues las marcas que presentan los hombres al venir al mundo son faltas de la Naturaleza, no infamias que les incumben. Tras estas razones, se yergue y hace una pausa, jando sobre ella su mirada semejante a los ojos mortferos del ba silisco; en tanto ella, retrato de la pura piedad, parcese a una corza blanca que, bajo las garras agudas de un grifo, im plora en un desierto en que las leyes no existen, cerca de la era brutal, que no conoce el derecho clemente ni obedece a otra cosa que a su infame apetito. Pero cuando una nube negra amena za el mundo, y oculta bajo su velo de sombras opacas las altaneras cumbres, de las oscuras entraas de la tierra emer ge una dulce brisa que desaloja de su residencia esos vapores tenebrosos e impide, dividindolos, su inminente ca da. As el apresuramiento impo de Tarquino retrdase por las palabras de Lu crecia, y el malhumorado Plutn cierra los ojos, mientras toca Orfeo. No obstante, odioso gato rondador de noche, no hace sino jugar con el dbil ratn, todo jadeante bajo el estrecho lazo de su garra. La actitud desesperada de Lucrecia aguza su apetito de buitre, sima voraz que queda vaca aun en la abundancia. Sus odos admiten las s plicas de su vctima; mas su corazn no concede acceso alguno a sus quejas. Las lgrimas endurecen la lujuria, a pesar de que la lluvia desgasta el mrmol. Los ojos de Lucrecia, que imploran piedad, quedan jos tristemente sobre los pliegues inexibles de su rostro; su pdica elocuencia va mezclada con sus piros, que agregan un hechizo mayor a su oratoria. Frecuentemente, coloca sus
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perodos fuera de lugar; y mientras ha bla, el dolor la interrumpe de tal modo, que se ve obligada a volver a empezar lo que quiere decir. Ella le conjura por el altsimo y prepotente Jpiter, por la caballera, por el linaje, por los juramentos de una dulce amistad, por su inesperado llanto, por el amor de su esposo, por la santidad de las leyes humanas y la fe comn, por el cielo y por la tierra, y por todo el poder de ambos, que se retire al lecho que le ha prestado la hospitalidad y ceda al honor y no a un apetito vergonzoso. Le dice: No recompenses la hospitalidad con el negro pago que te has propuesto; no enturbies la fuente que te da de beber. No corrompas la cosa que no puede repararse; renuncia a tu propsito criminal antes de lanzar tu echa. Es un indigno cazador el que tiende su arco para herir fuera de esta cin a una pobre cierva. Mi esposo es tu amigo; abstente de m en consideracin a l. T ests muy alto; en gracia tuya, djame en paz! Yo soy un ser dbil; no me tiendas, pues, ninguna trampa; tu semblante no aparenta perdia; no sea prdo con migo; mis suspiros, como torbellinos, se esfuerzan por trasladarte fuera de aqu. Si alguna vez un hombre se conmovi por los ayes de una mujer, djate con mover por mis lgrimas, por mis suspi ros, por mis sollozos. Todos ellos, como un ocano en turbulencia, baten tu corazn de roca, que te amenaza con el naufragio, para ablandarlo por su continuo movimien to, pues las piedras sueltas se convierten en agua. Oh! Si no eres ms duro que una piedra, fndete en mis lgri mas y ten compasin. La dulce piedad se introduce por una puerta de hierro. Te hosped en la creencia de que eras Tarquino. Asumiste su forma para deshonrarle? Me quejo a toda la cohorte celestial de que ultrajas su honor; de que hieres su nombre de prncipe; no eres lo que aparentas, y si eres l mis mo, no aparentas lo que eres: un dios, un rey; que los reyes, a semejanza de los dioses, deben gobernar toda cosa. Cunto ganar tu ignominia en la edad madura, cuando tus vicios echan as capullos
antes de tu primavera! Si osas cometer tal ultraje, no siendo to dava ms que una esperanza, a qu no te atrevers una vez que seas rey? Oh, acurdate! Si ninguna accin criminal cometida por vasallos logra borrarse, la tierra de la tumba no puede ocultar las malas acciones de los reyes. Esta accin har que solo se te ame por temor; pero los monarcas felices son siempre temidos por amor. Ten drs que transigir con los ms aborre cibles criminales cuando te muestren que eres culpable de los mismos crme nes que ellos. Renuncia a tu deseo, aun que no sea sino por esta consideracin, pues los prncipes son el espejo, la es cuela, el libro en que los ojos de sus sbditos miran, se instruyen, leen. Y quieres ser t la escuela en que se aleccione la lujuria? Permitirs que estudie en ti textos de semejante villa na? Quieres ser el espejo en que des cubra la autorizacin del pecado, la in munidad contra el oprobio, para privi legiar en nombre tuyo el deshonor? Preeres el desprecio al panegrico in mortal y haces de la buena reputacin no ms que una alcahueta. Tienes poder? En nombre del que te lo ha dado, manda con un corazn puro a tu voluntad rebelde. No desen vaines tu espada para proteger la ini quidad, pues te fue prestada para exter minar toda su lnea. Cmo habrs de llenar tus augustos deberes, si, tomando tu falta como ejemplo, el odioso crimen podr decir que l aprendi a pecar y que t le enseaste el camino? Medita solamente qu vil espectculo fuera para ti contemplar en otro tu actual delito! Las faltas de los hom bres se les muestran rara vez; ellos aho gan parcialmente sus propias transgre siones. Este crimen te parecera digno de muerte en tu hermano. Oh! Qu rodeados por la infamia se encuentran los que desvan sus ojos de sus pro pios delitos! Hacia ti, hacia ti tiendo mis manos levantadas, no hacia la lujuria seducto ra, tu temeraria condente! Imploro el llamamiento de tu majestad desterrada; djala que retorne, y retira esos pensa mientos corrompidos. Su franco honor aprisionar esos falsos deseos, y disi pando la espesa nube que cubre tus ojos extraviados, har que aprecies tu situa cin y te apiades de la ma.
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Basta! responde l; la marea irresistible de mi deseo no desanda lo andado, sino que sube ms arriba por esta barrera. Las luces dbiles se apagan pronto; las enormes hogueras persisten, y el viento no hace sino acre centar su furia. Los pequeos riachue los, que pagan su deuda diaria a su so berano, el salado mar, aaden caudal a sus ondas con el tributo de sus aguas dulces, pero no alteran su sabor. T eres responde ella un mar, un rey soberano, y, mira!, dentro de tus ondas sin lmites se descargan la negra lujuria, el deshonor, la infamia, el desarreglo, que tienden a manchar el ocano de tu sangre. Si todos estos abo minables vicios cambian tu virtud, tu mar va a enterrarse
en una concavidad de fango, y no se ver el fango disipado en tu mar. As, tus esclavos sern reyes, y t su esclavo. Tu nobleza se envilecer, su vileza ser ennoblecida. Sers su vida brillante, y ellos tu ms afren tosa tumba; sers execrable por su vergenza, y ellos por tu orgullo. Las cosas menudas no debieran ocultar a las ms grandes. El cedro no se comba al pie del vil arbusto, sino que los humildes arbustos se secan junto a las races del cedro. As, haz de tus pensamientos va sallos sumisos de tu poder No ms! exclama l. Por el cielo, no quiero orte! Cede a mi amor o, si no, el odio brutal, sustituyendo al recatado contacto de la pasin, te desgarrar cruelmente. He-
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cho esto, te llevar ma liciosamente al lecho vil de algn mise rable lacayo para hacerlo tu asociado en esta vergonzosa perdicin. Dicho esto, pone su pie sobre la an torcha, pues la luz y la lujuria son ene migos mortales. El crimen, envuelto en la ciega noche, que todo oculta, es tanto ms tirnico cuanto ms invisible. El lobo ha cogido su presa; la pobre cor dera chilla hasta que su voz, dominada con su propio blanco velln, se ve obli gada a sepultar sus clamores en el dulce pliegue de sus labios. Porque, con la ropa blanca de noche que la cubre, procura hacer reuir den tro de su boca sus piadosos lamentos, refrescando su ardiente rostro en las ms castas lgrimas que fueron vertidas de pdicos ojos bajo el imperio del dolor. Oh! Que la lujuria apostada deshonre un lecho tan puro! Si el llanto pudiera puricar la mancilla, Lucrecia dejara eternamente correr sus lgri mas. Pero ella ha perdido una cosa ms cara que la vida, y l ha ganado lo que quisiera perder ahora. Esta forzada alianza fuerza a una nueva lucha! Esta momentnea alegra engendra meses de dolor; este ardiente deseo se convierte en fro desdn. La pura castidad ha sido despojada de su tesoro, y la lujuria, que lo ha robado, queda ms pobre que an tes. Ved! Como el galgo harto de alimento, o el halcn ahto, incapaces ya de la nura del olfato o la rapidez del vuelo, persiguen lentamente o dejan escapar por completo la presa que de natural ansan, as es en esta noche la actitud de Tarquino saciado. Su manjar deli cioso, agrindose por la digestin, de vora su deseo, que haca vivir una torpe voracidad. Oh crimen profundo, que no puede concebirte el pensamiento que se su merge en la mar apacible del ensueo! Fuerza es que el Deseo, borracho, vo mite lo que ha ingerido, antes de considerar su propia abominacin. En tanto impera la insolencia de la lujuria, nin gn freno puede dominar su ardor ni reprimir su deseo temerario, hasta que la propia obstinacin se fatigue y caiga como un rocn. Y entonces, con las mejillas acas, lacias y descoloridas, con los ojos ape sarados,
arrugado el entrecejo y el paso vacilante, el dbil Deseo, todo apocado, pobre y humilde, semejante a un insol vente mendigo, se lamenta de su situa cin. Mientras la carne se siente lasci va, el Deseo lucha con la Virtud, pues entonces se halla embriagado; pero cuando la excitacin sensual de la pri mera cae, el rebelde culpable suplica para obtener perdn. He aqu lo que sucede a este facine roso noble romano, que tan ardorosa mente persegua la ejecucin de su de seo. Porque ahora pronuncia contra s mismo esta sentencia: que se halla por siempre envilecido; que, adems, el so berbio templo de su alma est profana do, y que sobre sus tristes ruinas se congregan legiones de inquietudes para preguntar a esta princesa mancillada en qu estado se encuentra. Ella responde que sus sbditos, por una odiosa insurreccin, han derribado sus sacrosantas murallas, y, por su cri men mortal, reducido a servidumbre su inmortalidad, hacindola esclava de una muerte viviente y de una pena eterna. Que, gracias a su presciencia, les haba resistido siempre; pero su previsin no pudo prevenir su voluntad. Presa de estos pensamientos, se des liza a travs de la noche tenebrosa, cau tivo vencedor que ha perdido en la ga nancia, llevando la herida que nada curar, la cicatriz que remedio alguno har desaparecer, y dejando a su vcti ma entregada a los dolores ms grandes. Ella soporta el peso de la lujuria que l ha dejado tras s, y l la carga de un alma culpable. Semejante a un perro ladrn, se esquiva tristemente de la estancia. Ella, como una oveja fatigada, queda all pal pitante. El se enfada consigo mismo y se aborrece por su atentado; ella, deses perada, se desgarra la carne con sus uas; l huye despavorido, transpiran do el miedo de su crimen; ella perma nece maldiciendo esta noche horrorosa; l se aleja y se reprocha su execrado placer fugaz. El se retira de all, penitente, anonadado. Ella queda nufraga, sin consuelo. El anhela en su prisa la luz de la maana. Ella implora no ver jams el da. Porque el da dice descubre las faltas de la noche, y mis ojos sinceros no han
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apren dido nunca a ocultar las afrentas bajo el disimulo de una mirada. Creen que los dems ojos no po drn ver sino la misma desgracia que ellos contemplan, y por eso querran permanecer siempre en las sombras, a n de guardar en secreto su secreta infamia. Porque con sus lloros reve larn su ultraje, y como el agua co rroe el acero, grabarn sobre mis me jillas la desesperada vergenza que siento. He aqu a ella clamar contra el reposo y el sueo, y condenar sus ojos a una eterna ceguera. Golpendose el pecho, despierta su corazn y le manda salir fuera y buscar algn seno ms puro, que sea digno de encerrar un alma tan pura. Frentica de dolor, exhala as su odio contra la discrecin silenciosa de la noche: Oh Noche, asesina de la felicidad, imagen del inerno! Sombro proto colo y escribano de la vergenza! Si niestra escena de tragedias y de ho rrendos asesinatos! Vasto caos, encu bridor de crmenes! Nodriza de opro bios, ciega y velada celestina, albergue tenebroso de la infamia, horrible antro de la muerte, conspiradora cuchichean te con la traicin de lengua muda y con el raptor! Oh Noche odiosa, de vapores y brumas! Pues eres culpable de mi cri men sin remedio, rene tus tinieblas para salir al encuentro de la luz del Oriente y hacer guerra contra el curso ordenado del tiempo! Y si quieres per mitir al sol que trepe hasta su altura acostumbrada, circunda al menos su ca beza de oro, antes de ponerse, de nubes ponzoosas. Corrompe el aura matinal con una humedad ftida; que sus exhalaciones ptridas hagan enfermar a esta pureza viviente, el supremo Febo, antes que arribe a su penosa cspide meridiana, y puedan sus tensas brumas marchar en batallones tan espesos, que su luz, aho gada en sus las humosas, se ponga a medioda y ocasione una noche perpe tua. Si Tarquino fuese la Noche, en vez de ser nicamente hijo de la Noche, manchara a la reina de resplandores plateados, y las estrellas, sus doncellas de conanza, violadas tambin por l, no osaran mostrarse sobre el seno te nebroso de la noche. As, mi pena ha llara copartcipes;
que el dolor reparti do se hace menos sensible, como las plticas de los palmeros abrevian su peregrinacin. Mientras que ahora no tengo a na die que se sonroje conmigo, que cruce los brazos; que, imitndome, incline al suelo la frente, se encubra la cara y oculte su vergenza, sino que yo sola he de gemir sola en mi abandono, sazonan do la tierra con lluvias de llanto salino de plata, mezclando lgrimas a mis pa labras, sollozos a mi dolor, pobres sepulcros deshechos de una lamentacin eterna. Oh Noche, horno de odiosos y espesos vapores! No permitas que el da celoso contemple esta cara que, bajo tu negro manto que todo lo cubre, ocul ta los estigmas con que la ha desgura do el impudor! Guarda siempre la posesin de tu poder tenebroso, para que todas las faltas cometidas en tu rei nado queden igualmente sepultadas en sus sombras. No me hagas objeto de las revelaciones del Da! Su luz mostrar impresa en mi frente la historia de la ruina de una inefable castidad, la ruptura impa de los juramentos sagrados del matri monio. S; el iletrado que no sepa cmo descifrar lo que est escrito en los libros doctos, desentraar en mis miradas mi asquerosa violacin. La nodriza, para acallar a su pequeuelo, le contar mi historia y ame drentar a su lloroso nene con el nom bre de Tarquino. El orador, para adornar su elocuencia, asociar mi opro-
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bio a la infamia de Tarquino. En las estas, los ministriles, cantando mi infortunio, cautivarn la atencin del au ditorio, al relatar lnea por lnea cmo me ultraj Tarquino y yo a Colatino. Que mi buen nombre, esta reputacin inaprehendible, quede sin man cha por amor de mi amado Colatino! Si mi honor se convierte en tema de dispu ta, la podredumbre alcanzar las ramas de otro tronco y un reproche inmereci do le ser asignado al que es tan ino cente de mi culpa como pura era yo antes de ahora para Colatino. Oh oculta vergenza! Desgracia invisible! Oh llaga que no se siente! Herida intima, ultraje del crestn de la celada! La vergenza queda inscrita en la frente de Colatino, y los ojos de Tar quino podrn leer de lejos la inscripcin que cuente cmo fue herido en la paz y no en la guerra. Ay! Cuntos existen que llevan sin advertirlo estos golpes afrentosos, que nicamente conocen los que los han dado! Si es verdad, Colatino, que tu honor radica en mi, sabe que este me ha sido arrebatado por el asalto de la violencia. Mi miel est perdida, y yo, abeja seme jante a un zngano, nada conservo de mi panal de esto, saqueado y sustrado por injuriante hurto. En tu frgil col mena se ha introducido una avispa va gabunda y libado la miel que tu casta abeja depositaba. No obstante, soy culpable del naufragio de tu honor. Y, sin embargo, en honor tuyo recib a Tarquino; viniendo de tu parte, no poda despedirle, pues hubiera sido un deshonor tratarle con desdn. Adems, quejbase de cansan cio y hablaba de virtud. Oh! Maldad imprevista, cuando la virtud es profa nada por un demonio semejante! Por qu el gusano se introduce en el capullo virginal, o los odiosos cucli llos incuban en los nidos de los gorrio nes, o los sapos infectan con fango ve nenoso los manantiales puros, o la demencia tirnica se desliza en las almas nobles, o por qu violan los reyes sus propios decretos? Pero no hay perfec cin en si tan absoluta que no la man che alguna impureza. El anciano que embala su oro se ve aquejado por calambres, gota y crue les dolores, y apenas tiene ojos para contemplar su tesoro, pues,
semejante a Tntalo, siempre desfallecido, entroja intilmente la cosecha de su industria, sin alcanzar otro goce de su ganancia que el tormento de pensar que esto no puede curar sus males. As, pues, posee las riquezas, cuan do de nada le sirven, y las transmite en propiedad a sus hijos, que, rebosando orgullo, abusan de ellas inmediatamen te. El padre era demasiado dbil y ellos son demasiado fuertes para conservar largo tiempo su maldita y a la vez di chosa fortuna. Las dulzuras que hemos anhelado se cambian en detestables aci deces desde el momento en que podemos llamarlas nuestras. Rfagas de viento impetuosas acompaan a la tierna primavera; plan tas nocivas mezclan sus races con las ores ms lozanas; la serpiente silba donde cantan los melodiosos pjaros; lo que engendra la virtud lo devora la ini quidad. No hay bienes que podamos llamar nuestros, pues la aciaga oportu nidad destruye su vida o altera sus cua lidades. Oportunidad! Oh! Grande es tu culpa! T eres la que pone por obra la traicin del traidor; la que gua al lobo al sitio en que puede esperar al cordero. T muestras la hora propicia al que trama el atentado. T eres la que vejas al derecho, a la ley, a la razn; y en tu caverna sombra, donde nadie puede descubrirlo, se embosca el Pecado para apoderarse de las almas que se le aproximan. T obligas a la vestal a que viole su juramento; atizas la llama que funde el hielo de la moderacin. Ahogas la hon radez, asesinas la verdad! Indigna pro vocadora, conocida alcahueta! Siem bras el escndalo y extirpas la alabanza! Corruptora, traidora, ladrona, desleal, tu miel se cambia en hiel, tu alegra en dolor! Tus goces secretos trucanse en vergenza declarada, tus festines priva dos en ayuno pblico, tus lisonjeros t tulos en un despreciable nombre; tu elocuencia azucarada tiene el amargo sabor del ajenjo, tus vanidades violentas no pueden nunca subsistir. Cmo, pues, vil Oportunidad, siendo tan de testable, te buscan tantas gentes? Cundo consentirs en ser la amiga del humilde suplicante y en conducirle all donde
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podra acogerse su peticin? Cundo jars la hora favorable para terminar grandes querellas o para libe rar el alma que la miseria ha agarrotado? Cundo dars medicina al enfermo y alivio al postrado? El pobre, el impe dido, el ciego, se tambalean, se arras tran, te invocan; pero nunca se encuen tran con la Oportunidad! El paciente muere mientras el fsi co reposa, el hurfano desfallece en tanto el opresor se harta, el juez festeja mientras llora la viuda; la consulta se divierte mientras el contagio se propaga. No concedes un instante a los actos caritativos! La clera, la envidia, la traicin, el rapto, el furor asesino, es coltan siempre como pajes suyos tus horas odiosas! Cuando la Verdad y la Virtud necesitan de ti, mil obstculos les separan de tu apoyo. Compran tu ayuda, pero el Pecado no da jams un bolo; llega gratis y t te muestras tan complaciente en orle como en concederle lo que so licita. Mi Colatino hubiera podido venir aqu al mismo tiempo que Tarquino, mas t le retuviste. Eres reo de asesinato y robo; reo de soborno y perjurio; reo de traicin, fal sedad e impostura; reo de esa abomina cin llamada incesto. Y cmplice, por inclinacin natural, de todos los crme nes pasados y de todos los venideros, desde la Creacin hasta el Juicio nal. Tiempo deforme, compinche de la odiosa Noche, gil y sutil correo, men sajero del terrible cuidado, devorador de la juventud, falso esclavo del falso placer, vil guardin de los dolores, ca ballo de carga del crimen, trampa de la virtud, que alimentas lo que es y matas lo que existe! Oh! Escchame, pues, Tiempo injurioso y desleal; s culpable de mi muerte, ya que lo eres de mi deshonra. Por qu tu sierva, la Oportunidad, ha traicionado las horas que me otor gaste para el descanso, roto mi fortuna y encadenado mi vida a la data eterna de un dolor inacabable? El ocio del Tiempo es poner n al odio de los ene migos, destruir los errores engendrados por la opinin y no malgastar las arras de un lecho legtimo. Gloria del Tiempo es dirimir las contiendas entre los prncipes; desen mascarar la falsedad y hacer que la ver dad resplandezca; imprimir
el sello de los siglos en las cosas pasadas; velar durante el da y servir de centinela en la noche; perseguir al injusto hasta que vuelva al derecho; aniquilar bajo el peso de tus horas los edicios magnicentes y ensuciar de polvo sus centelleantes torres doradas. Carcomer por todas partes los suntuosos monumentos; alimentar el olvi do con la decadencia de las cosas; bo rrar los antiguos cdices y alterar su contenido; arrancar plumas a las alas de los viejos cuervos; secar la savia de las seculares encinas y nutrir sus brotes; deteriorar las antigedades de acero for jado, y dar vueltas a la caprichosa rueda veloz de la Fortuna. Presentar a la abuela las hijas de su hija; hacer del nio un hombre y del hombre un nio; matar el tigre que vive del asesinato; domar al unicornio y al salvaje len; burlarse del astuto con virtindolo en engaado; esperanzar al labrador con una cosecha abundante, y destruir enormes piedras en menudas gotas de agua. Por qu cometes el mal en tu peregrinacin, si no puedes volver sobre tus pasos para repararlo? Un simple minuto de vuelta atrs te creara en un siglo entero un milln de amigos, pues otorgara sensatez a los que prestan a malos deudores. Oh! Si quisieras re trogradar en una hora esta terrible no che, yo podra precaver esta tormenta y eludir tu naufragio! T, lacayo inmortal de la Eterni dad, detn en su fuga a Tarquino con cualquier percance; inventa por encima de lo posible cuanto pueda concebirse de extraordinario para hacerle maldecir esta noche maldita y criminal! Que es pectros terribles espanten sus ojos im pdicos, y que el cruel pensamiento de su perversa accin transforme cada zarza en un diablo horriblemente de forme! Turba sus horas de descanso con inquietantes angustias, agele en su lecho con postrados sollozos; abr male con accidentes lamentables que le hagan gemir, mas que sus gemidos no hallen piedad; lapdalo mediante corazones empedernidos ms duros que las piedras, y que las dulces mujeres, olvi dando sus dulzuras, sean con l ms sel vticas que los tigres en su selvatiquez.
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Dale tiempo para que se arranque su cabellera rizada; dale tiempo para que delire de furor contra s mismo, dale tiempo para que desespere del au xilio del Tiempo; dale tiempo para que viva la vida de un aborrecido esclavo; dale tiempo para que implore las sobras de un mendigo, y tiempo para que vea a un hombre que vive de limosna ne garle con desdn los mendrugos que desdea. Dale tiempo para que vea a sus amigos cambiarse en enemigos, y a los alegres locos burlarse de l a su paso; dale tiempo para que note con qu len titud se desliza el Tiempo en los tiempos de aiccin, y cuan vivos y rpidos fueron sus tiempos de demencia y sus tiempos de placer. Y que perpetua mente su irremisible crimen tenga tiem po de gemir por el abuso que ha hecho de su tiempo! Oh Tiempo, t que eres igualmen te el tutor de los buenos y de los malos, ensame a maldecir al que enseaste este crimen! Que el ladrn se vuelva loco ante su misma sombra y busque a cada instante el suicidio! Manos tan miserables debieran verter solas sangre tan miserable! Porque quin es tan vil que desee el ocio de abyecto verdugo de tan vil esclavo? Descendiendo de un rey, nadie tan bajo como l, pues destruye sus espe ranzas con actos degenerados. Cuanto ms poderoso es el hombre, mayor poder alcanza lo que conquista su ve neracin o engendra su odio; pues la infamia es tanto ms alta segn la acom pae el ms alto estado. Cuando una nube cubre la luna, en seguida se nota la ausencia del astro, pero las pequeas estrellas pueden ocultarse cuando les parece. E1 cuervo puede baar en el lodo sus alas negras como el carbn y emprender su vuelo sin que en ellas se aperciba el fango; pero si el cisne de blancura de nieve desea hacer lo propio, la mancha quedar sobre su plumn de plata. Los pobres criados son parecidos a la noche ciega; los reyes, al da esplndido. Los mosquitos, por dondequiera que vuelen, no son advertidos; empero todos los ojos siguen el vuelo de las guilas. Fuera palabras estriles, servido ras de los tontos de cerebro vaco! Atrs, sones intiles, dbiles rbitros, id a bus car vuestro empleo
en las escuelas donde se entabla un asalto de disputas; tened vuestros debates donde estpidos argu mentistas tienen tiempo de divertirse; servid de abogados a clientes llenos de temor! En cuanto a m, no me cuido del razonamiento ms que de una paja, pues mi caso est fuera del apoyo de la ley. En vano insulto a la Oportunidad, al Tiempo, a Tarquino, a la lgubre Noche; en vano armo pleitos con mi infamia; en vano rechazo mi desgracia, demasiado cierta. Este intil humo de palabras no me hace ninguna repara cin. El solo remedio que puede curar me es obligar a que salga de mis venas mi sangre odiosamente mancillada. Pobre mano, por qu te estremeces ante este decreto? Hnrate en li brarme de la presente ignominia; pues si muero, mi honor vivir en ti; pero si vivo, vivirs en mi deshonor. Puesto que no pudiste defender a tu leal seo ra, y te caus miedo desgarrar la cara de su criminal enemigo, mtate y m tala por haber cedido de este modo! Esto dicho, salta del lecho en que est tendida, para buscar cualquier desespe rado instrumento de muerte; pero su casa, que no es un albergue criminal, no le brinda herramienta alguna capaz de abrir ms largo paso a su respira cin, que, esfumndose por sus labios, se desvanece como el humo del Etna, que se consume en el aire, o como el que se escapa de un can descargado. En vano exclama vivo y en vano busco un medio feliz de terminar una vida desgraciada. Sent miedo de que me asesinase la falce de Tarquino, y, sin embargo, busco un pual que me haga ocio semejante; pero cuando tena miedo era una esposa el; lo soy an... Oh! No, no lo soy! Tarquino me ha despojado de este noble carcter! Oh! He perdido lo que me haca desear la vida; ya no debo, por tanto, temer la muerte! Borrando con ella esta mancha, doy al menos a mi librea de oprobio un galn de honor, una vida muriente a una viviente infamia. Triste remedio irremediable, quemar, despus de robado el tesoro, la inocente alcanca que lo encerraba! Bien, bien, amado Colatino; no conocers el gusto corrompido del jura mento vio-
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lado. No ultrajar tu sincero afecto hasta el punto de mecerte en el error de que mi lazo conyugal perma nece inmaculado. Este injerto bastardo no alcanzar nunca desarrollo. El que manch tu raz no dir, alabndose, que eres el tierno padre de su propio fruto. No sonreir de ti en sus secretos pensamientos; no se reir de tu infortu nio con sus camaradas. Porque sabrs que tu bien no fue vilmente vendido por oro, sino arrancado por la violencia fuera de tus propias puertas. En cuanto a m, soy la duea de mi injuria hasta que la vida haya pagado a la muerte el precio de mi ofensa forzada. No te envenenar con mi mancilla; no cubrir mi falta con excusas diestra mente forjadas; no colorear mi negro pecado para disimular la realidad de los ultrajes de esta prda noche. Mi boca lo confesar todo; mis ojos, semejantes a esclusas, parecidos a las fuentes que bajan de la montaa a vivicar el valle, dejarn correr puras corrientes, que la varn mi impuro relato. En tanto que as hablaba, Filomela haba terminado el armonioso gorjeo de su dolor nocturno, y la noche solemne descenda con paso lento y triste hacia el tenebroso averno. Cuando, ved! Ya la sonrosada aurora enva su luz a todos los bellos ojos que han de tomarla a prstamo; pero la sombra Lucrecia siente vergenza de mirarse a s misma y querra poder encerrarse an en la noche. El da revelador espa a travs de toda hendidura, y parece sealarla en el sitio en que est sentada llorando. Oh ojo de los ojos! dice en medio de suspiros. Por qu atisbas por entre mi ventana? Cesa tu espionaje; ve a acariciar reidoramente los ojos dormidos con el cosquilleo de tus ra yos; no estigmatices mi frente con tu horadante claridad, pues nada tiene que hacer el da con lo que se hace en la noche. As, disputa con todo lo que ve. El verdadero dolor es antojadizo y quime rista, como un nio que, una vez enca prichado, con nada se acomoda su ge nio. Los viejos dolores, no los recientes, son los que saben sufrir con dulzura. El transcurso del tiempo mitiga los prime ros; los segundos, impetuosos y seme jantes al nadador
novicio que se zam bulle siempre, se ahogan por exceso de esfuerzos, faltos de habilidad. De igual modo, Lucrecia, sumergida profundamente en un mar de cuidados, emprende una disputa con cuanto se le ofrece a la vista, y asimila a s propia todo dolor; no hay objeto que no renue ve la fuerza de su pesar; cuando uno desaparece, otro llega. Tan pronto su desesperacin es muda y carece de pa labras, como aparece frentica y sobre puja en discursos. Las avecillas que entonan su alegra matinal exasperan sus lamentos con sus dulces melodas, pues el regocijo hiere a fondo un alma torturada, y los cora zones tristes son apualados por la com paa jovial. A la pena no le place ver daderamente sino la compaa de la pena. El sincero pesar halla alimento que le agrada cuando encuentra la sim pata de otro idntico pesar. Es una doble muerte ahogarse a la vista de la playa. Diez veces ayuna el que ayuna con el alimento bajo los ojos. Ver el blsamo acrecienta el dolor de la herida. Una gran pena agese conside rablemente en presencia de lo que poda aliviarla. Los profundos dolores imitan en su curso a un ro apacible, que, si encuentra obstculos, rebasa sus ribe ras. Las desgracias en exacerbacin no reconocen lmites ni ley. Avecillas burlonas exclama, ce rrad vuestros trinos en la gruta palpi tante de vuestras gargantas empluma das, y permaneced sordas y mudas para mis odos; mi angustia sin tregua odia pausas e intervalos; un husped en l grimas no
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soporta convidados alegres. Regalad con vuestras notas giles los odos que las gusten; la aiccin pree re los cnticos que forman acorde con las lgrimas. Ven, Filomela, t, cuyas canciones hablan de violacin, teje tu triste bosquecillo con mi cabellera desgreada. Igual que la hmeda tierra llora en tu abatimiento, as verter una lgrima por cada uno de tus acordes melanclicos y sostendr el diapasn con mis profun dos suspiros. A guisa de acompaa miento, murmurar sin cesar el nombre de Tarquino, mientras t, con todo tu talento musical, repentizars sobre el recuerdo de Tereo. Y mientras ejecutas tu parte posada en un espino para mantener vivos tus agudos tormentos, yo, desventurada, a n de imitarte bien, jar contra mi corazn un agudo pual que espante mis ojos; si pestaean, el corazn se romper con esto y sucumbir. Estos medios, como trastes de un instrumen to, nos servirn para anar las cuerdas de nuestros corazones y ponerlas al tono del verdadero dolor. Y, pobre pjaro, ya que no trinas durante el da, como si temieras que te contemplaran otros ojos, hallaremos algn desierto tenebroso y profundo, apartado de toda ruta, donde no penetren el ardiente calor ni el fro glacial, y all cantaremos endechas dolientes a las bestias feroces para que cambien su naturaleza. Ya que los hombres se vuelven eras, sea dado a las eras tomar almas nobles. Como la pobre corza que, espantada, se detiene buscando reconocer su ruta e inquiriendo desatinada el sendero que ha de seguir, o como el que, desorien tado en una espesura llena de revueltas, no logra hallar su camino directamente, as Lucrecia queda indecisa en su inte rior, preguntndose qu vale ms, si vivir o morir, cuando la vida es deshon rosa y la muerte no puede escapar al oprobio. Suicidarme? dice. Ay! Qu sera esto sino hacer partcipe a mi pobre alma de la mancilla de mi cuerpo? Los que pierden la mitad de sus bienes so portan esta catstrofe con ms paciencia que los que lo pierden todo. La madre que, teniendo dos hermosos pequeuelos, cuando
la muerte le arrebata a uno quiere matar al otro, obra con inhuma no proceder y no es nodriza de nin guno. Cul me era ms caro, mi cuerpo o mi alma, cuando el uno era puro y la otra de esencia divina? A cual daba preferencia cuando guardaba a ambos para el cielo y Colatino? Ay de m! Arrancad la corteza al levantado pino, y sus hojas se secarn y se extinguir su savia. As har mi alma, despojada ya de su corteza! Su refugio ha sido saqueado, su reposo interrumpido, su mansin batida en brecha por el enemigo; su templo sagra do, mancillado, escarnecido, profanado, obscenamente invadido por la atrevida infamia. Que no se diga, pues, que co meto un acto impo si en esta fortaleza deshonrada abro algn agujero para ofrecer libre escape a mi alma en tur bacin! Sin embargo, no quiero morir sin que mi Colatino se haya informado de la causa de mi muerte imprevista, para que en esta triste ltima hora de mi vida pueda jurar que tomar venganza del que me oblig a extinguir mi aliento. Yo legar mi sangre impura a Tarqui no; infamada por l, ser vertida por l, e inscribir la manda en mi testamento como pertenecindole. Legar mi honor al cuchillo que hiera mi cuerpo deshonrado. Es acto de honor poner n a una vida deshonrada, pues cuando la vida concluya subsistir la honra. As saldr mi fama de las ce nizas de mi vergenza. Porque con mi muerte matar el menosprecio de la ver genza, y muerta as mi vergenza, re nacer mi honra. Caro seor, de la joya preciada que he perdido qu porcin te legar? Mi resolucin, amor mo, ser tu tema de orgullo y el ejemplo que te ensee qu venganza debes tomar. Aprende en m cmo tiene que obrarse con Tarquino. Yo, tu amiga, voy a matarme a m mis ma, tu contraria. En consideracin a m, trata de igual modo al desleal Tarquino. He aqu el breve resumen que hago de mi ltima voluntad: lego mi alma y mi cuerpo a los cielos y a la tierra. En cuanto a mi resolucin, tmala por tu parte, esposo mo. Lego mi honor al cuchillo que abra mi herida, mi ver genza al que encenag mi fama, y todo lo que viva de mi gloria
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quede repartido entre aquellos que vivan y no piensen mal de m. T, Colatino, procurars que se cumpla este testamento, para que pue das ver cmo fui embrujada por sorpre sa. Mi sangre lavar el escndalo de mi desdicha; y el noble desenlace de mi vida eximir el acto impuro de mi exis tencia. Dbil corazn, no desfallezcas; sino di resueltamente: Llvese a trmi no. Cede a mi mano; mi mano te ven cer; muerto t, ambos moriris y ambos quedaris vencedores. Cuando hubo decidido tristemente este proyecto mortal y enjugado las per las salobres de sus ojos brillantes, con voz temblorosa por la emocin llama sordamente a su doncella, que con pron ta obediencia acude al lado de su seo ra, pues el deber dotado de alas lige ras se remonta con la rapidez del pensamiento. Las mejillas de la pobre Lucrecia aparecen a su criada semejantes a prados de invierno, cuando el sol funde sus nieves. Su sierva le da un sobrio buenos das, con voz dulcemente lenta, verdadero indicio de recato, e infunde a su sem blante una expresin de tristeza en con sonancia con el dolor de su seora, cuyo rostro viste la librea del pesar; pero ella no se atreve a preguntarle irrespetuosa mente por qu sus dos soles se han eclipsado bajo tales nubes, ni por qu sus hermosas mejillas llevan la traza de los estragos del dolor. Mas as como la tierra llora cuando se ha puesto el sol, y cada or trnase hmeda como los ojos enternecidos, as la sirviente comienza a mojar de gruesas lgrimas sus ojos enrojecidos, llevados de la simpata de los dos bellos soles puestos en el cielo de su ama. Estos soles han ahogado su luz en un oca no de ondas saladas; de modo que la sirviente llora como una noche de abun dante roco. Un breve instante, estas lindas criaturas permanecen llorando como dos acueductos de marl que llenaran cis ternas de coral. La una llora justamen te; la otra no tiene otro motivo de lgri mas sino el de asociarse al dolor que ve. El dulce sexo a que pertenecen inclna se con frecuencia a llorar; las mujeres se aigen adivinando las angustias de otros, y entonces sus ojos se anegan o se rompe su corazn.
Porque los hombres tienen corazones de mrmol, y las mujeres, de cera, que se amoldan por esto a la forma que quie re el mrmol. Dbiles, oprimidas, reci ben por la fuerza, el engao o la astucia, la impresin de naturalezas extraas. No las llamemos, pues, autoras de sus vicios, como no debe llamarse mala a la cera porque llevase estampada la ima gen de un diablo. Su lisura, como una esplndida campia, es accesible al menor gusano que se arrastre. En los hombres, semejantes a una espesura densa y selvtica, se aga zapan vicios que duermen oscuramente como los dragones de las cavernas. El ms pequeo tomo aparece a travs de los muros de cristal; y si los hombres pueden disimular sus crmenes bajo mi radas audazmente severas, los rostros de las pobres mujeres son los registros de sus propias faltas. Nadie vitupere a la or marchita, sino culpe al rudo invierno que ha ma tado la or; lo que devora, no lo devo rado, es lo que merece censura. Oh! No tengis a falta en las pobres mujeres el que sean tan mancilladas por los abusos de los hombres; esos orgullosos seores son los culpables, que imponen a las mujeres, dbiles por naturaleza, el va sallaje de su ignominia. Un precedente os brinda Lucrecia, asaltada de noche por las violentas ame nazas de una inmediata muerte y del baldn que acarrear esta muerte en dao de su esposo. Semejantes peligros poda crearlos su resistencia; de donde un
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terror mortal se esparci por todo su cuerpo. Y quin no puede abusar de un cuerpo difunto? Sin embargo, la dulce paciencia invi ta a la hermosa Lucrecia a hablar as a la humilde imitadora de su dolor. Hija ma le dice, qu motivo te impulsa a verter esas lgrimas, que caen en llu via sobre tus mejillas? Si lloras por los males que me incumben, sabe, encan tadora muchacha, que ello beneciar poco mi descontento, pues si las lgrimas pudieran darme alivio, las mas me lo hubieran proporcionado ya. Pero dime, joven: cundo parti y detenindose aqu, lanz un pro fundo suspiro, cundo parti Tarquino? Seora, antes de levantarme repuso la criada; mi perezosa negligencia es por dems reprensible, y, no obstante, puedo excusar sucientemente mi falta diciendo que me levant antes de apuntar el da, y que antes que me levantara, Tarquino haba mar chado. Pero, seora, si se lo permits a vuestra criada, os preguntara la causa de vuestra pena. Oh! Silencio! excla ma Lucrecia. Si lo revelara, la reve lacin no la disminuira, pues excede a cuanto mis palabras pueden manifes tar; y esta profunda tortura puede lla marse un inerno cuando se siente ms vivamente de lo que cabe traducir. Ve y treme ac papel, tinta y plu ma; pero no, ahrrate este trabajo, pues tengo aqu de todo. Qu quera de cir? Ve a ordenar aprisa que uno de los siervos de mi esposo se disponga inmediatamente a llevar una carta a mi seor, a mi amor, a mi bien; advirtele que se prepare a llevarla con prontitud; la causa requiere premura, y el pliego estar escrito sin dilacin. Su criada ha partido, y, paseando en principio su pluma por encima del pa pel, se apresta a escribir. Su pensamien to y su dolor rien un ardiente comba te; lo que traza la inteligencia, lo borra acto seguido la reexin: esto es demasiado primoroso; esto otro, harto crudo y brutal. Como un tropel de gente ante una puerta de salida, sus pensamientos se aglomeran para saber quin pasar primero. Por n, comienza de este modo: Digno seor de la indigna esposa que te enva este saludo: que la salud sea con tigo! Concdeme el
honor, amor mo, si quieres ver an a tu Lucrecia, de po nerte inmediatamente en camino para venir a visitarme. A tu amparo, pues, me confo desde nuestra mansin en duelo; mis angustias son inmensas, aunque breves mis palabras. Hecho esto, pliega el contenido de su desesperacin, incierta expresin de su cierto pesar. Gracias a este corto billete, Colatino conocer su desgracia, aunque no la verdadera ndole de ella. Lucrecia no ha osado hacer revelaciones sobre el asunto, de miedo a que l no se persua da de que la responsabilidad de esta falta le incumbe, y antes de haber man chado ella con sangre la excusa de su mancha. De otro lado, reserva la vida y la energa de su desesperacin para verterlas cuando Colatino est a su lado y la oiga; cuando los suspiros, los sollozos y las lgrimas puedan agraciar la gura de su desgracia y absolverla as mejor de las sospechas que el mundo concibiese. Para evitar su borrn, no ha querido borronear ms la carta. Presenciar tristes espectculos conmueve ms que or su narracin, por que entonces los ojos interpretan a los odos la dolorosa representacin que estn contemplando. Cuando cada uno de los sentidos percibe aisladamente una parte de la catstrofe, solo es una parte de dolor la que comprendemos. Las aguas profundas hacen menos rui do que las vadeables, y el dolor reuye cuando es impulsado por el viento de las palabras. Ya est cerrada la carta, y en la direccin escribe: Para mi marido, con la mayor urgencia. rdea. Presntase el correo, y ella le entrega la misiva, orde nando al taciturno mozo que vuele con la ligereza de las aves tardas ante las tempestades del Norte. Una rapidez ms que excesiva no le parece sino lenta y rezagada; las situaciones extremas producen siempre tales extremos. El rstico esclavo se inclina ante ella reverentemente, y, ruborizndose, reci be con ojos jos el papel, sin articular ni un s ni un no, y se aleja a toda prisa con la timidez de la inocencia. Pero aquellos cuyo pecho encierra una falta se imaginan que todos los ojos advier ten su culpa, y Lucrecia cree que el esclavo ha enrojecido viendo su des honor. Cuando, pobre siervo!, Dios lo sabe,
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se turbaba por falta de nimo, entereza y audacia temeraria. Tales seres honra dos tienen un verdadero respeto que habla por sus actos, mientras otros pro meten, insolentemente, mayor rapidez y cumplen a su antojo. Tipo caracters tico del buen tiempo viejo, este criado se contrataba por sus miradas; pero no daba en prenda palabra alguna. El celo inamado del sirviente ina ma la desconanza, lo que hace que dos fuegos rojos iluminen los semblantes de ambos; ella crey que l se ruborizaba porque conoca la lujuria de Tarquino, enrojeciendo con l, y ella le dirigi una mirada penetradora, y sus ojos hora dantes le hundieron ms an en su confusin. Cuanto ms vea auir la sangre a sus mejillas, tanto ms sospechaba que adverta en ella alguna mancha. Largo tiempo queda Lucrecia esperando su retorno, y, sin embargo, el leal servidor apenas acaba de alejarse. La matrona romana no sabe cmo pasar el tiempo de fatigosa lentitud, pues ya ha agotado sus lgrimas, sollozos y suspiros. El dolor ha consumido al dolor; los gemidos,
cansado a los gemidos. As, detiene un instante sus querellas y busca un medio de desolarse bajo una nueva forma. Al n, recuerda cierto aposento donde est colgado un cuadro de hbil pincel representando la Troya de Pramo. Frente a ella, el ejrcito griego, venido a destruir la ciudad en castigo del rapto de Elena, amenaza con sus golpes a Ilion, cuya cima se pierde en las nubes. Porque el diestro pintor haba representado tan alta la ciudadela, que el cielo pareca in clinarse para besar sus torres. El arte, a despecho de la Naturaleza, haba sabido infundir una ilusin de vida a mil objetos dolientes. Ms de una mancha seca semejaba una lgrima ver tida por la esposa sobre su marido ase sinado. La sangre de prpura, que pa reca humear, mostraba el esfuerzo del artista, y de los ojos de los moribundos escapbanse rayos cenicientos, como las claridades murientes de carbones que se consumen en las largas veladas. Hubierais visto all al zapador en su
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tarea, inundado de sudor y tiznado de polvo. En lo alto de las torres de Troya se perciban ya claramente, a travs de las troneras, los rostros de los sitiados mirando a los griegos con poca conan za; pues era tal la hbil exactitud de esta obra, que poda distinguirse, a pesar de la distancia, que estas miradas hall banse marcadas de tristeza. En el rostro de los grandes caudi llos poda contemplarse el triunfo de la arrogancia y de la majestad; en el de los jvenes resplandeca el gil portante y la destreza. Aqu y all, el pintor haba colocado lvidos co bardes, que marchaban con paso tem bloroso, tan exactamente parecidos a aldeanos sobrecogidos de miedo, que se habra jurado verlos temblar y re chinar los dientes. En Ayax y en Ulises, oh, qu arte de expresin caba admirar! Los rostros de ambos explicaban sus corazones y revelaban con la ms extremada preci sin sus caracteres. En los ojos de Ayax rodaban la rabia brutal y la du reza; pero la apacible mirada del astuto Ulises denunciaba la observacin pro funda y el tranquilo dominio de s. Con nimo de arengar, como incitando a los griegos al combate, hubierais podido ver al grave Nstor: el ademn de su mano era tan sobrio, que cautiva ba la atencin y seduca la mirada. Mientras hablaba, su barba, tan absolutamente blanca como la plata, pareca agitarse, y de sus labios se escapaba como un tenue aliento ondulante que suba en espiral hasta el cielo. En torno de l apibase una masa de rostros con la boca abierta, que pareca engullir sus slidos consejos. La actitud de todos juntos era la de la atencin; pero con una expresin particular en cada uno; escuchaban como si alguna sirena encantase sus odos. Unos eran altos; otros, bajos; el pintor haba sabi do agruparlos tan diestramente, que distinguanse por detrs las cabezas de personajes casi enteramente ocultos que parecan hacer esfuerzos por empinar se; con tal verdad, que se quedaba asom brado el espectador. Aqu, la mano de un guerrero se posa sobre la cabeza de otro, y su nariz est sombreada por la oreja de su vecino; ms all, un personaje empujado por la masa, recula, todo abotagado y rojo; otro, casi sin respiracin, parece vomi tar injurias y jurar, y todos muestran tales signos de
clera en su clera, que dijrase que se hallan dispuestos a ser virse de espadas enfurecidas, a no ser por el temor de perder las ureas pala bras de Nstor. Porque el artista haba llamado a la imaginacin del espectador para que trabajase con l en su obra, mostrando a la vez tanto arte, naturalidad e inge nio, que le era suciente una lanza asida por una mano armada para hacer parecer al personaje de Aquiles, relegado a ltimo plano e invisible, salvo para los ojos del espritu. Una mano, un pie, un rostro, una pierna, una cabeza, eran lo bastante. El cuidado de completar el resto de la gura se encomendaba a la imaginacin. Sobre los muros de la bien asediada Troya, en el momento en que el bravo Hctor, su heroica esperanza, marcha al combate, las madres troyanas estallan de alegra al ver a sus jvenes hijos blan dir las relucientes armas; y su gesticulacin ofrece algo tan singular, que una especie de temor sombro, semejante a una mancha sobre un objeto luminoso, parece mezclarse a su radiante alegra. Y desde la costa de Dardania, sitio de la lucha, hasta los carrizosos bordes del Simois, corra la sangre bermeja, cuyas olas, como para imitar la batalla, lucha ban con las altas riberas; sus ondas rom panse contra la costa corroda por el agua salada, y reuan acto seguido, para agregarse a nuevas olas, engrosar las y lanzar su espuma sobre las riberas del Simois. Ante esta obra maestra de la pintura se dirige Lucrecia para dar con un ros tro en que se hallasen impresos todos los dolores; pero, aunque ve muchos que llevan grabada la imagen de algu nas penas particulares, ninguno con templa donde moren el colmo de la an gustia y del sufrimiento, hasta que al n halla a Hcuba, presa de la desespera cin, cuyos viejos ojos no se apartan de las heridas de Pramo, que yace ensan grentado a los pies del orgulloso Pirro. El pintor haba anatomizado en Hcuba las ruinas del tiempo, el naufragio de la belleza, el reino de la sombra zozobra. Sus mejillas aparecan des guradas con arrugas y grietas; nada que daba de lo que haba sido; y en sus venas la sangre azul, privada del fresco manantial que
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haba alimentado sus re secos canales, se haba trocado en negro licor, y presentaba la imagen de la vida aprisionada en un cuerpo muerto. Lucrecia concentra sus ojos en esta triste sombra, ajustando sus dolores a los de la anciana reina, a quien nada falta para contestarle sino gritos y amar gas palabras de maldicin contra sus crueles adversarios. El artista, no sien do un dios, no haba podido dotarla de acentos, y Lucrecia, que lo comprende, jura que ha obrado mal el pintor dando a aquella un dolor tan grande sin con cederle una lengua. Pobre instrumento mudo excla ma, yo entonar tus desgracias en mi voz plaidera y verter dulce blsamo en la herida pintada de Pramo; lanzar invectivas contra Pirro, que ha causado este mal; extinguir con mis lgrimas el prolongado incendio de Troya, y arran car con mi pual los ojos feroces de todos los griegos que son tus adver sarios. Mustrame la prostituta que ha da do origen a esta guerra, para que des garre con mis uas su belleza. La fogo sidad de tu lujuria, insensato Paris, es la que atrajo sobre la incendiada Troya el peso de este furor; tus ojos han pren dido el incendio que arde aqu, y aqu, en Troya, por el crimen de tus ojos, perecen a la vez el padre, el hijo, la madre y la doncella. Por qu el goce particular de uno solo se torna para tan gran nmero en calamidad pblica? Que el pecado co metido por uno solo caiga solamente sobre la cabeza del transgresor! Que las almas inocentes se libren del dolor merecido por el culpable! Por qu han de perecer tantos seres por la ofensa de uno solo? Por qu un pecado indivi dual ha de acarrear una maldicin ge neral? Ved! Aqu llora Hcuba; aqu, Pramo expira; aqu, el esforzado Hctor sucumbe; all, Troilo se desvanece; ms lejos, el amigo yace junto a su ami go, en el mismo charco de sangre, y el compaero hiere al compaero sin co nocerle. Y solo la lujuria de un hombre destruye tantas existencias! Si el dema siado tierno Pramo hubiese refrenado la pasin de su hijo, Troya brillara de gloria y no con las llamas del incendio. Aqu llora con emocin sobre las pin-
tadas desdichas de Troya, pues el dolor, semejante a una pesada campana ya puesta en vaivn, se balancea por su propio peso, y es preciso entonces una fuerza insignicante para hacer resonar su fnebre taido. As Lucrecia, en la ebre de su agitacin, conversa con estas melancolas diseadas y estos pe sares en color; ella les presta palabras y recibe de ellos su fuerza expresiva. Lucrecia recorre con los ojos todo el lienzo y se lamenta ante cada gura que ve desamparada. Por ltimo, distingue la imagen de un infeliz encadenado que lanza miradas de compasin sobre unos pastores frigios. Su rostro, aunque lleno de inquietudes, expresa, no obstante, satisfaccin. Marcha hacia Troya, con ducido por los rsticos pastores, tan resignado, que su paciencia parece des preciar su desgracia. Para ocultar la disimulacin y darle un aspecto inofensivo, el pintor le haba in-fundido hbilmente un continente hu milde, miradas tranquilas, ojos humede cidos por las lgrimas, una frente serena, que pareca desear la bienvenida a la con trariedad; mejillas ni plidas ni rojas, sino de un color tan bien mezclado, que el encarnado, enrojeciendo, no apuntaba el menor indicio de culpabilidad, ni la palidez nada de este temor que se apode ra de los corazones prdos. Por el contrario, como un constante y consumado demonio presentaba (1) una apariencia tan honesta y esconda tan bien bajo esta mscara sus malos y secretos designios, que la sospecha misma no hubiera podido adivinar que la perdia deslealmente sutil y el per jurio fuesen capaces de encubrir tem pestades tan tenebrosas bajo un da tan resplandeciente, o de manchar con pe cados del inerno formas tan parecidas a las de los santos. El muy concienzudo artista haba creado esta dulce gura para represen tar al perjuro Sinn, cuyo seductor re lato deba perder al crdulo anciano Pramo, y cuyas palabras, como un fuego devorador, incendiaran la gloria brillante de la rica y suntuosa Ilion; catstrofe de que los cielos quedaron tan aigidos, que las pequeas estrellas lanzronse fuera de sus esferas jas cuando fue roto el espejo en que gusta ban contemplarse. Ella examina atentamente esta pintu ra
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y reprende al pintor por su asombro so talento, diciendo que algo ha sido falseado en la imagen de Sinn; que una forma tan bella no puede alojar un alma tan infame. Y vuelve a mirarla, y a me dida que la contempla, nota en su noble semblante tales signos de franqueza, que termina por decir que esta gura ha sido calumniada. No es posible dice que tanta doblez iba a aadir: se oculte detrs de tal mirada; pero en el mismo ins tante la imagen de Tarquino se ofrece a su memoria, y su lengua, reemplazan do el no es posible por el es, formula as su pensamiento: es posible, segu ra estoy de ello, que tal semblante en cubra un alma criminal. Porque igual a como aqu se mues tra el artero Sinn, con ese aire de tan grave tristeza, tan abrumado, tan fati gado como si estuviera consumido por el trabajo o el pesar, lleg armado hasta m Tarquino, con su aspecto exterior de honradez, pero gangrenado por el vicio interiormente. Yo acog a Tarquino como Pramo a Sinn, y as ha perecido mi Troya. Mirad, mirad cmo los ojos del atento Pramo enjugan sus lgrimas ante el ngido llanto que vierte Sinn! Pramo, por qu eres anciano, y, no obs tante, careces de cordura? Por cada una de las lgrimas que deja caer va a sucumbir un troyano; no es agua lo que destilan sus ojos, sino fuego. Esas re dondas perlas difanas que excitan tu piedad son globos de fuego inextinguible que van a incendiar tu Ilin. Tales diablos van a buscar sus sortilegios en el inerno tenebroso, pues Sinn tiembla de fro en medio de su fuego, y un fuego ardiente reside, sin embargo, en el seno de este hielo. Estos adversarios no se funden en una unidad sino para seducir a los simples y darles audacia. As, la buena fe de Pramo acoge las mentidas lgrimas de Sinn, que con el agua encuentra medio de incendiar a su Troya. Al llegar aqu, toda exasperada, la posee tal mpetu, que la paciencia se escapa de su seno y desgarra con las uas la inanimada gura de Sinn, com parndola al malvado husped cuyo cri men la ha obligado a detestarse a s propia. Por n, abandona sonriendo esta venganza imagina-
ria, y dice: Qu loca, qu loca soy! Estas heridas no le causarn dao! As uye y reuye el oleaje de su pesar, mientras emplea el tiempo en fatigar al Tiempo con sus quejas. Desea la noche, luego suspira por la aurora, y halla que una y otra son demasiado len tas en partir; el tiempo, tan breve, parece largo cuando tiene que sostener el peso abrumador del pesar. Aunque el dolor sea agobiante, rara vez halla des canso, y los que padecen de insomnio saben con cunta lentitud marcha el tiempo. Todo este tiempo invertido por Lucrecia en contemplar las pintadas im genes la ha hecho al menos escapar a su pensamiento. Ausente al sentimiento de su propio pesar por la honda medi tacin de las desgracias ajenas, ha olvi dado sus dolores ante estos simulacros de dolor. Hay quien se consuela, aun que esto no haya curado a nadie, pen sando que otros han sufrido sus tormentos. Pero he aqu ya de retorno al diligente mensajero, conduciendo a su esposo y a otras personas con l. Colatino halla a su Lucrecia vestida de negro luto; alrededor de sus ojos, marchitos por las lgrimas, se dibujan dos crculos azules, como arco iris en el rmamento; estos secundarios arcos iris, en la atms fera sombra de su rostro, predicen que nuevas tempestades van a aadirse a las ya pasadas. Su esposo, al verla en este desolado aspecto, se ja con asombro en el sem blante triste de Lucrecia, cuyos ojos, aunque escaldados por las lgrimas, aparecan rojos y fros, y cuyos vivos colores haban sido borrados por mor tales angustias. No tiene fuerza para preguntarle cmo est; ambos quedan frente a frente como antiguos conocidos que, encontrndose lejos de sus hoga res, quedan confundidos de sorpresa ante el azar que los rene. Por n, toma su mano, de la que ha desertado la sangre, y comienza as: Qu extrao accidente has sufrido para que tiembles de esa manera? Qu pesar ha empalidecido tus bellos colo res, dulce amada? Por qu ests vestida de luto? Querido amor, revlanos la causa de esa tristeza sombra y cunta nos tus pesares, para que podamos re mediarlos.
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Tres veces da Lucrecia con sus sus piros a su dolor la seal de estallar, antes de que pueda hacer retener nin guna detonacin de pena; al n, se pre para a responder al deseo de su esposo, y se dispone tmidamente a manifestar le cmo su honor ha sido hecho prisio nero por el enemigo, mientras Colatino y los seores que le acompaan ansan or sus palabras con grave atencin. Entonces, este plido cisne, en su nido de lgrimas, comienza el triste canto fnebre de su cercana muerte: Pocas palabras dice sern mejor que largos discursos para la desgracia que ninguna excusa puede reparar. Mi alma posee ahora ms dolores que pa labras, y fuera demasiado extenso na rrar todos mis temas de queja con una sola pobre voz agotada. Que se reduzca, pues, toda su tarea a estas breves expresiones: Amado es poso, un extrao se ha introducido en el dominio de tu lecho y ha descansado sobre la almohada en que tenas
por costumbre reclinar tu fatigada cabeza; y tu Lucrecia, ay!, no ha sido exenta del ultraje cuya culpable violencia puedes imaginar. Porque, en el silencio solemne de la tenebrosa medianoche, un hombre se desliz en mi habitacin, con una espa da reluciente en una mano y una antor cha encendida en la otra, que me dijo quedamente: Despierta, matrona romana, y acoge mi amor; pero si rehsas acceder a mis apetitos amorosos, esta noche os inigir a ti y a los tuyos una mancha eterna. Pues si no prestas tu consentimien to a mi voluntad dijo, asesinar in mediatamente a cualquier deforme sier vo tuyo, y luego te matar a ti para jurar despus que os sorprend cometiendo el feo acto de la lujuria, y que mat as en el seno de su crimen a los fornicadores. Esta accin constituir mi gloria y tu perenne infamia. A esto me estremec y comenc a gritar; pero l, entonces, apoy su acero contra mi
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corazn, jurando que, si no soportaba todo con paciencia, no vivira para pronunciar otra palabra; de suerte que mi oprobio permanecera eterno, y no se olvidara jams en la potente Roma el n adltero de Lucrecia y de su es clavo. Mi enemigo era fuerte; mi pobre persona dbil, y tanto ms dbil cuanto ms fuerte mi terror. Mi sanguinario juez defenda mi boca contra la palabra, y no era posible hacer un llamamiento legtimo a la justicia. Su lujuria, en tra je de escarlata, vena a jurar que mi po bre belleza haba robado sus ojos; aho ra, cuando el juez es robado, el preso muere. Oh! Enseadme cmo fabricar mi propia excusa, o, al menos, que quede a mi alma este refugio de decirse que est libre de toda mancha e impureza, aunque su sangre material haya sido envilecida por este abuso; que no ha sido violada; que nunca se inclin a pu nibles condescendencias, sino que se mantiene siempre inmaculada en su in fecta prisin. Ved! He aqu el poseedor desespera do de este navo deshecho, con la cabeza inclinada, la voz ahogada por los sollozos, los ojos tristemente inmviles, los brazos dolorosamente cruzados, que lucha por arrojar de sus labios, vueltos plidos recientemente, la angustia que retarda su respuesta; pero, por su desgracia, todo es en vano; las palabras que pretende exhalar vuelve a aspirarlas su aliento. Igual que bajo el arco de un puente una corriente de violencia mugidora es capa con su rapidez a los ojos que si guen su curso, y, sin embargo, saltando en su orgullo, reuye hacia el pasaje que la ha obligado a este curso rpido, y, tras partir furiosa, vuelve furiosa al punto desde donde se precipit, as los suspiros y sollozos de Colatino se es fuerzan por dar paso a su dolor y reu yen contra l. Ella advierte la desesperacin muda de su desgraciado marido y despierta as su frenes intempestivamente: Caro esposo, tu tormento presta nuevo im pulso a mi tormento; jams un oleaje fue detenido por la lluvia. Tu desespe racin hace ms penoso an mi sufri miento, por dems sensible; que basten, pues, dos ojos arrasados de lgrimas para ahogar una sola pena.
Por el amor que me consagrabas cuando poda encantarte, en gracia de lo que fue tu Lucrecia, escchame ahora: Vngate sin dilacin de mi enemigo, del tuyo, del mo, del suyo propio; supn que me deendes del hecho realizado; el auxilio que puedes prestarme es tardo por dems; sin embargo, que muera el traidor, pues una justicia cle mente nutre la iniquidad! Pero antes de revelar su nombre, seores dice, dirigindose a los que haban venido con Colatino, dadme vuestra palabra de honor de que perse guiris con la mayor premura la venganza de mi ultraje, pues constituye una accin digna y meritoria el perse guir la injusticia con brazo vengador. Los caballeros, por sus juramentos, deben reparar las ofensas hechas a las pobres damas. A esta solicitacin, todos los seores presentes se apresuran con noble gene rosidad a ofrecer el apoyo que les im ponen las leyes de la caballera y arden ansiosos de or revelar el odioso enemi go. Pero ella, que no ha terminado an su triste confesin, interrumpe sus pro testas: Oh! decidme exclama: c mo puede borrarse esta mancilla im puesta por la violencia? Cul es la calidad de mi falta? Cometida bajo la impresin de circunstan cias tan terribles, mi alma pura no puede absolverse de este odioso acto? No hay condiciones para reparar este trance y rehabilitar mi honor abatido? La fuente emponzoada se purica por s propia. Por qu no podra yo puri carme de esta mancilla impuesta? A estas palabras, todos, por voz unnime, reconocen que la pureza de su alma lava la impureza de su cuerpo; pero ella, con una sonrisa triste, vuelve su rostro, esfera en que el llanto ha gra bado la profunda impresin de la dura desgracia. No, no dice; ninguna dama estar autorizada en lo futuro a presentar mis excusas como excusa de su proceder. Entonces, con un suspiro, como si su corazn fuera a romperse, proere el nombre de Tarquino: El, l!, dice; pero su pobre lengua no puede pronun ciar ms que l, hasta que, tras mil dilaciones, interrumpidos acentos, sla bas entrecortadas, cortos y dolorosos esfuerzos, agre-
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ga: El, l es, nobles se ores, el que impulsa a mi mano a cau sarme esta herida. Al decir esto, da por vaina su seno inocente a un culpable cuchillo, que arrebata su alma a la vaina de su cuer po, golpe que libra al espritu de la pro funda angustia de la prisin impura en que respiraba. Sus fervientes suspiros empujan a las nubes su alado espritu, y por sus heridas se escapa el ltimo minuto de su vida, fecha eterna de su destino truncado. Colatino y todo el acompaamiento de seores quedaron petricados ante esta accin terrible, hasta que el padre de Lucrecia, que contemplaba a su hija sangrante, se precipit sobre su cuerpo, horadado por su propia mano, y Bruto retira el pual asesino de esta fuente de prpura. En el instante de desprender lo, la sangre de Lucrecia, como persi guiendo una venganza impotente, corre tras el pual. Y saliendo a borbotones de su pecho se divide en dos corrientes de curso lento que rodean de un crculo carmes su cuerpo, semejando en el seno de ocano espantoso una isla recin sa queada, desnuda y desierta. Una por cin de su sangre permanece an pura y roja; otra se convierte en negra, que es la parte que mancill el desleal Tarquino. En la supercie horrenda y congelada de esta sangre ennegrecida ota un halo acuoso, que parece llorar sobre este sitio manchado; y siempre, siempre, desde entonces, como si se apiadara de las des dichas de Lucrecia, toda sangre corrom pida muestra algunas partes acuosas; la sangre preservada de mancha, al contra rio, conserva su rojo, como si enrojeciera de la que as est putrefacta. Hija, querida hija! grita el anciano Lucrecio. Ma era esa existencia que acabas de quitarte! Si la imagen del padre vive en el hijo, dnde vivir ahora que Lucrecia est muerta? Yo no te di el ser para este n. Si los hijos preceden a los padres en la tumba, nos otros somos sus retoos, y no ellos los nuestros. Pobre espejo quebrado, yo contem pl con frecuencia en tu dulce luna mi vejez rejuvenecida; pero ahora este es pejo, antes vivo y brillante, oscurecido y arruinado, me muestra un esqueleto
de muerte consumido por la edad. Oh! T has arrancado mi imagen de tus mejillas y hecho trizas de tal modo la hermosura de mi espejo, que ya no puedo ver lo que antes fui! Oh Tiempo! Detn tu curso y no dures ms, si los que deban sobrevivir cesan de ser. Debe la muerte ptrida hacer presa en los fuertes y dejar vivir a las almas dbiles y vacilantes? Las viejas abejas mueren y las jvenes here dan sus colmenas. As, pues, vive, mi dulce Lucrecia; vive de nuevo, y ve morir a tu padre, y no tu padre a ti! En este instante, Colatino se despierta como de un sueo e invita a Lucrecio a que le ceda el sitio en su dolor; se preci pita entonces en el manantial fro de muerte de la sangre de Lucrecia y tie con sus colores el plido terror de su cara, de modo que parece un momento morir con ella; hasta que una vergenza varonil le manda rehacerse y vivir para vengar la muerte de su esposa. La angustia honda de su alma ha puesto como un sello de mutismo sobre su lengua, que, furiosa de que el pesar le im ponga aquel freno y le impida dar vuelo a las frases que descargan el corazn, co mienza a querer hablar; pero los acentos que auyen a sus labios en desahogo de su oprimido pecho se presentan en tan gran nmero y son tan dbiles, que nadie podra distinguir lo que dice. Solo Tarquino se oa a veces con claridad, pero entre dientes, como si tri turara semejante nombre. Esta tem pestad ventosa, hasta el momento en que se resolvi en lluvia, retard el diluvio de su dolor; pero fue para hacerlo ms fuerte an; llora, al n, y los vientos furiosos se aplacan; entonces el padre y el hijo, como en rivalidad de dolor, lu chan a quin llorar ms, el uno por su hija, el otro por su esposa. El uno la llama suya y el otro tam bin; pero ninguno de ambos puede po seer ya el bien que reclama. Es ma, dice el padre. Es ma replica el espo so; no me arrebatis la propiedad de mi dolor; que nadie diga que llora por ella, pues no era sino ma y no debe ser llorada ms que por Colatino. Oh! prorrumpe Lucrecio, a m es a quien deba la vida que ha troncha do demasiado
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pronto y demasiado tar de! Dolor, dolor! responde Colati no. Era mi esposa, yo la posea y es mi bien el que ha destruido. Mi hija! y Mi esposa! llenaban con clamores el ambiente, que, reteniendo el alma de Lucrecia, responda a sus ecos Mi hi ja! y Mi esposa!. Bruto, que haba extrado el pual del costado de Lucrecia, viendo esta rivalidad de dolores, comienza a reves tir su inteligencia de dignidad y orgullo, y sepulta su locura aparente en la herida de Lucrecia. Porque Bruto era conside rado entre los romanos como los ale gres bufones en la corte de los reyes, por sus divertidas palabras y sus dichos extravagantes. Pero ahora se despoja de la mscara supercial bajo la cual haba disfrazado su profunda poltica y hace uso de las armas de su sabidura, largo tiempo oculta, para atajar el llanto en los ojos de Colatino: T, ultrajado magnate de Roma le dice, lzate, deja a un hom bre mucho tiempo ignorado y tenido por loco que d hoy una leccin a tu larga experiencia. Cmo! Colatino! El dolor cura acaso el dolor? Las heridas dan alivio a las heridas? Repara el pesar los males del pesar? Es tomar venganza el dirigir tus golpes contra ti propio despus del acto infame por el cual sangra tu bella esposa? Ese acceso de furor infantil no cuadra sino a los espritus dbiles; tu desgraciada mujer equivoc as el asun to matndose, en vez de matar a su ad versario.
Intrpido romano, no humedezcas ms tu corazn con ese enervante roco de lgrimas, sino arrodllate conmigo y aydame con tus splicas a despertar a nuestros dioses romanos. Plegu a ellos que tales abominaciones, que deshonran a Roma, sean lanzadas de sus hermosas calles por nuestros brazos robustos! Ahora, por el Capitolio, que adoramos; por esta casta sangre tan injusta mente mancillada; por ese resplande ciente sol del cielo que nutre los productos de la tierra fecunda; por todos los derechos de nuestro pas, manteni dos en Roma; por el alma de la casta Lucrecia, que no hace un momento nos revelaba sus desdichas en medio de sus quejas, y por este sangriento pual, ju remos vengar la muerte de esta esposa modelo! Esto dicho, da un golpe con su mano sobre el corazn y besa el fatal pual para conrmar su juramento; despus invita a que se unan a su protesta los dems seores, que, movidos de admi racin por su conducta, aprueban sus palabras. Entonces, todos juntos, se arrodillan; Bruto repite el voto solemne que acaba de proferir, y juran todos cumplirlo. Cuando se hubieron juramentado para esta sentencia deliberada, tomaron la resolucin de sacar de all a la difunta Lucrecia, mostrar en Roma su cuerpo ensangrentado y hacer pblico as el infame atentado de Tarquino. Todo lo cual realizse con diligencia rpida, y los romanos dieron con aclamacin su consentimiento a la expatriacin perpe tua de los Tarquinos.
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