Cristo Juez
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Tomado de la Revista SI SI NO NO I CAPTULO: UNA VERDAD QUE SE HA DEJADO CAER EN EL OLVIDO La pastoral actual de la Iglesia catlica casi nunca recuerda a los feles, por motivos de todos sabidos, que Nuestro Seor Jesucristo, segunda persona de la Santsima Trinidad, consustancial al Padre, es el juez justo que decidir infaliblemente el destino eterno del alma de cada uno tras su muerte. Esta verdad fundamental de nuestra fe parece como olvidada. Se dira que ha desaparecido de la mente de los hijos del siglo, aun de aquellos que se proclaman cristianos y catlicos, la idea misma de un juicio divino al cual deberemos someter por fuerza todas nuestras acciones e intenciones al cabo de nuestra vida mortal, igual que parece haber desaparecido tambin el principio segn el cual debemos cumplir en todo, a diario, la voluntad de Dios, para darle gloria y porque su juicio escruta sin cesar nuestras intenciones. Al fin de los tiempos nos aguarda el juicio universal No obstante, Nuestro Seor anunci con claridad que ser nuestro juez al trmino de nuestra vida terrenal as como al fin de los tiempos, cuando vuelva a la tierra y celebre en ella el juicio universal: Porque como en los das de No, as ser la aparicin del Hijo del hombre. En los das que precedieron al diluvio, coman, beban, se casaban y se daban en casamiento, hasta el da en que entr No en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrebat a todos. As ser la venida del Hijo del hombre. Entonces estarn dos en el campo, uno ser tomado y otro ser dejado. Dos molern en la muela, una ser tomada y otra ser dejada. Velad, pues, porque no sabis cundo llegar vuestro Seor. Pensad bien que si el padre familia supiera en qu vigilia vendra el ladrn, velara y no permitira horadar su casa. Por eso vosotros habis de estar preparados, porque a la hora que menos pensis vendr el Hijo del hombre (Mt 24, 37-44). El Seor que vendr a juzgarnos es "el Hijo del hombre" y, por ende, Jess en persona, que resucit y subi a los cielos. El "Hijo del hombre" es "vuestro Seor", es decir, el nuestro. Hemos de "velar", esto es, andar con cuidado, pero respecto de qu y de quin? No respecto de nuestra muerte natural, que sobrevendr cuando menos lo esperemos, o respecto de un suceso sobrenatural igual de inesperado como la parusa de Nuestro Seor ("parusa" significa "presencia" en el sentido de "adviento", de "advenimiento", de retorno final de Cristo como rey y juez del gnero humano). Debemos andar con ojo respecto de nosotros mismos, para no caer en la tentacin por mano del demonio y no hallarnos en pecado mortal el da del juicio (y el de nuestra muerte, que ser para nosotros como el da del juicio universal), puesto que quien sea sorprendido en pecado mortal se granjear ese da la condenacin eterna. El justo juez separar a los elegidos de los rprobos Esta verdad se desprende asimismo, de manera inequvoca, de la enseanza que brindan las parbolas. En efecto, qu le sucedi al siervo infiel, quien, como vea que su amo tardaba en volver, comenz a maltratar a sus compaeros y a darse a la buena vida con los bienes de aqul? Vendr el amo de este siervo el da que menos lo espera y a hora que no sabe, y lo har descuartizar y le asignar suerte con los hipcritas; all habr llanto y crujir de dientes (Mt 24, 45- 50). Vendr, pues, el amo y condenar a muerte al siervo hipcrita, infiel y traidor, infligindole la pena que se aparejaba en tiempos de Nuestro Seor para los traidores: el descuartizamiento. Y dicho siervo se ir a donde "habr llanto y crujir de dientes", o sea, al infierno. La llegada imprevista del amo impedir arrepentirse al siervo infame: slo se dar el tiempo de pronunciar la sentencia, que ser de ejecucin inmediata. La llegada impensada del amo simboliza nuestra muerte, despus de la cual no podremos ya enmendarnos de nuestros pecados; la pena terrible que inflige simboliza la condenacin eterna a los tormentos del averno. Tampoco a las vrgenes necias de la parbola homnima se les dar tiempo para arrepentirse. Una vez que se quedan fuera de la sala de bodas a causa de su estulticia, es decir, por culpa de su vida pecaminosa e impenitente, se les dir, cuando llamen a la "puerta de la sala", presas de la desesperacin final: En verdad os digo que no os conozco (Mt 25, 12). Se trata de un concepto que Nuestro Seor repiti de forma semejante, segn el testimonio recogido por San Lucas, a quien le haba preguntado por el nmero de los elegidos. No especific si seran muchos o pocos en comparacin con el nmero total de hombres que viviran sobre la tierra, mas afirm claramente que se perdera una parte notable del gnero humano ("muchos"), porque la salvacin exige la entrada por "la puerta estrecha", la de la santificacin
individual cotidiana, la de la lucha contra s propio, la del ejercicio cotidiano de las virtudes cristianas con ayuda de la gracia: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos sern los que busquen entrar y no podrn; una vez que el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaris fuera y llamaris a la puerta, diciendo: Seor brenos. l os responder: No s de donde sois. Entonces comenzaris a decir: Hemos comido y bebido contigo y has enseado en nuestras plazas. El dir: os repito que no s de dnde sois. Apartaos de m todos, obradores de iniquidad. All habr llanto y crujir de dientes, cuando viereis aAbraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera (Le 13, 24-28). La sentencia del juez justo, quien afirmar el da del juicio que no nos conoce o que no sabe de dnde somos, equivale a la frmula de condenacin final y definitiva para con los condenados: Apartaos de m, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ngeles (Mt 25, 41). Quien muere en sus pecados se condena eternamente Vemos que Jess evocaba asimismo el justo juicio del Seor tomando ocasin de episodios de la vida diaria. Algunos le hablaron de una represin sangrienta que haba ordenado Pilatos contra unos galileos rebeldes. Y cmo les respondi?: Pensis que esos galileos eran ms pecadores que los otros por haber padecido todo eso? Yo os digo que no, y que, si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceris. Aquellos dieciocho sobre los que cay la torre de Siloy los mat, creis que eran ms culpables que todos los hombres que moraban en Jerusaln? Os digo que no, y que, si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceris (Le 13, 2-5). Para la mentalidad comn de los judos, la desgracia que se haba abatido de repente sobre los rebeldes galileos que los romanos haban sorprendido y exterminado, o sobre las vctimas de la torre de Silo, era un castigo divino por sus pecados, que haban de reputarse por ms graves que los de quienes no haban sufrido dicho tipo de muerte, accidental e inesperada. Pero no era as, explic Nuestro Seor. Las vctimas en cuestin no eran ms pecadoras que los dems galileos o que los restantes habitantes de Jerusaln. Y entonces, por qu haban "perecido"? Porque no haban hecho penitencia, no se haban arrepentido de sus pecados (esto es lo que significa "no hacer penitencia") y una muerte sbita los haba sorprendido en pecado mortal. Por eso Nuestro Seor us el verbo "perecer", apllumi en el griego del texto, que en la voz media expresa la idea de perderse, de arruinarse, en el sentido fuerte, tico y teolgico: in aeternam perniciem ruere (precipitarse a la ruina eterna, segn Zorell). El castigo por la falta de penitencia no puede estribar tan slo en la muerte del cuerpo, que nos ha de acontecer a todos, sino que consiste, por el contrario, en la perdicin de las almas de aquellos a quienes la muerte del cuerpo sorprende de improviso. Esto es lo que Nuestro Seor quera poner de relieve. Los temerosos de Dios deban escarmentar en cabeza ajena y aprender la leccin que enseaban tales muertes: morir en pecado entraaba condenarse eternamente. Era menester arrepentirse y convertirse a la enseanza del Verbo encarnado mientras an se estaba a tiempo. Pero cmo se las apaaba Nuestro Seor para saber que las almas de dichas vctimas no eran de pecadores peores que los otros y, adems, que esos desgraciados haban fallecido sin hacer penitencia, es decir, que haban muerto en sus pecados? Lo saba porque era el Hijo de Dios y, por ende, en virtud del conocimiento de las almas que posea por su naturaleza divina, que no haba dejado de ser tal despus de la encarnacin. El principio segn el cual morir sin haber hecho penitencia, o sea, morir en los propios pecados, acarrea inevitablemente la condenacin eterna, se desprende asimismo del evangelio de San Juan, all donde Nuestro Seor pone severamente a los judos ante las terribles consecuencias de su obstinada incredulidad respecto de l al decirles de nuevo: Yo me voy y me buscaris, y moriris en vuestro pecado; adonde yo voy no podis venir vosotros (Jn 8,21). Y, visto que los judos comenzaban a calumniarlo, como que insinuaban que quera suicidarse, l mismo les explic sus palabras: l les deca: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Os dije que morirais en vuestro pecado, porque, si no creyerais, moriris en vuestros pecados (Jn 8, 23-24); es decir, os condenaris eternamente si no creis en mi naturaleza divina: si no creis que se me aplica a m el "yo soy" (ego sum) que pronunci Dios ante Moiss en el monte Sina durante el episodio de la zarza ardiente (Ex 3, 14). Tamaa advertencia se derivaba de la verdad que haba revelado Nuestro Seor al comienzo de su predicacin: El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehsa creer en el Hijo no ver la vida, sino que est sobre l la clera de Dios (Jn 3,35-36). Quien no cree en la naturaleza divina de Cristo y rechaza sus enseanzas "no ver la vida", no ver la vida eterna (a diferencia de lo que le suceder a quien crea), y la clera de Dios "est sobre l": un modo de hablar que expresaba la idea de una sentencia que entraaba la condenacin eterna. Y lo mismo vale no slo para los judos del tiempo de Jess, sino tambin, como es natural, para todos los que en cualquier
poca hayan rechazado a Cristo a sabiendas o lo sigan rechazando en la actualidad, ya sean judos o gentiles. Vale mucho ms para nosotros hoy, abatidos como estamos por el indiferentismo, la incredulidad, el espritu de apostasa y de blasfemia, el atesmo, por no hablar de las obras malas de todo tipo. Doctrinas falsas. El juicio final no deja de ser individual, como el que le espera a toda alma tras la muerte del cuerpo Sin embargo, las doctrinas falsas que hoy se difunden entre nosotros insinan que es egosta preocuparse de la propia salvacin individual, y que, en resumidas cuentas, el juicio final ser colectivo. Colectivo: es lo mismo que decir inexistente. Aunque no se diga ya, se da a entender, de hecho, que todos los hombres acabarn por salvarse, independientemente de sus obras y de sus "fes", y que el infierno, por consiguiente, seguir vaco, como si infligir una pena eterna fuese contrario a la misericordia divina, razn por la cual, segn parece, esa misma misericordia obr en el pasado la redencin de todo hombre con la encarnacin del Verbo. Y puesto que la misericordia divina redimi ya en cierto modo a todo hombre, resulta que todos los seres humanos son cristianos sin saberlo, a ttulo annimo (!). Tales doctrinas falsas, confusas e impas prosperan merced al silencio que se sigue manteniendo tocante al juicio final, el juicio individual tras la muerte, la separacin final y eterna en elegidos y rprobos por obra de Nuestro Seor Jesucristo y el verdadero concepto de la justicia de Cristo. Contra estas perversas deformaciones de la verdad revelada por Dios y enseada siempre por la santa Iglesia, milita, adems de la tradicin de la Iglesia, el testimonio de la Sagrada Escritura. El juicio final es colectivo o general (universal) slo porque afectar a la totalidad del gnero humano, pero en dicha totalidad ninguno dejar de ser juzgado individualmente. El juicio ser sin falta ad personam porque la responsabilidad de las acciones de cada cual depende siempre del ejercicio de su libre albedro. El sermn de la montaa presupone un oyente capaz de ser moralmente responsable de sus actos. El juicio final y universal ser pblico, a diferencia del individual, pero no diferir, para el que ser juzgado, del que nos espera a todos al morir: ser el mismo tipo de juicio, pues el juicio universal manifestar, confirmndolas, las sentencias del juicio particular as como el dao o provecho que le reportaron a la sociedad las acciones individuales, a fin de que se restablezca as pblicamente la fama, conculcada a menudo, de los buenos, y de que se repruebe pblicamente tambin a los malos, que triunfan con frecuencia en este mundo, con lo que se verificar -a la vista de todos- el triunfo de la justicia y la providencia divinas. La naturaleza intrnsecamente individual del juicio final se desprende con claridad de las mismas palabras de Nuestro Seor. En efecto, qu dice l cuando anuncia el juicio inmediatamente posterior a la parusa? Lo siguiente, segn ya se vio: uno ser tomado y otro ser dejado; una ser tomada y otra ser dejada (Mt 24,40-41). El sujeto que debe someterse al juicio no es la humanidad en cuanto sujeto colectivo, no es la colectividad. Se valorar a cada uno por lo que hizo, esto es, a ttulo individual. A uno lo "tomar" consigo Nuestro Seor para la vida eterna, a otro lo "dejar" para el fuego de la gehenna; uno se salvar por sus buenas obras, otro se condenar por las malas obras que hizo. Y no dijo l: elHijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ngeles, y entonces dar a cada uno [eksto, unicuique] segn sus obras (Mt 16,27)? Esta verdad se ensea tambin con parbolas. La del rico Epuln nos muestra el alma del mendigo Lzaro, que fue llevada por los ngeles al seno de Abraham, esto es, al limbo de los santos Padres, a la espera de que la muerte y la resurreccin de Jess le abrieran el paraso, al paso que el alma del rico avariento, quien le haba negado a Lzaro hasta la ms pequea limosna, se hallaba, una vez muerto tambin l, en medio de los tormentos , que le provocaban una sed inextinguible, eterna, en un abismo del que no podra salir jams, o sea, en el infierno (Le 16,19-31). Se haba verificado, pues, un juicio individual para cada uno de los dos acto seguido de su muerte, que haba decidido para siempre su suerte eterna con base en la manera en que haban vivido. Asimismo, la parbola del rico necio nos muestra a un hombre rico que hace proyectos para el porvenir con objeto de volverse an ms rico. A la manera de los hijos del siglo, lo nico que hace es pensar neciamente en comer, beber y gozar. Qu har -deca entre s-, pues no tengo dnde encerrar mi cosecha? Y dijo: Ya s lo que voy a hacer; demoler mis graneros y los har ms grandes, y almacenar en ellos todo mi grano y mis bienes y dir a mi alma: Alma, tienes muchos bienes almacenados para muchos aos; descansa, come, bebe, reglate. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te pedirn el alma, y todo lo que has acumulado, para quin ser? As ser el que atesora para s y no es rico ante Dios (Le 12, 17-21). Quien "atesora para s", pensando slo en el propio bienestar material, ilusionndose con que podr gozar de la vida hasta el infinito, no aparta nada para el da en que Dios le "demandar" el alma. Una vez ms, el juicio de Dios es absolutamente individual, especfico, perfectamente proporcionado a nuestras obras e intenciones. Y tan individual es el juicio, que la condena se grada perfectamente, a cordel, en funcin de las culpas: Guardaos de los escribas, que gustan de ir vestidos de largas tnicas, y buscan los saludos en las plazas, y los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros puestos en los convites, mientras
devoran las casas de las viudas y hacen ostentacin de largas oraciones. Estos tendrn un juicio ms severo (Le 20, 45-47). Cuanta mayor es la culpa, mayor es la pena. Este criterio slo puede aplicarse a un juicio individual, que abarque y considere la vida de un hombre en su totalidad. Y, de hecho, cada uno de nosotros habr de responder personalmente incluso de todo lo que dijo; tambin ser declarado uno justo o condenado por todo lo que dijere: Y yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres habrn de dar cuenta el da del juicio. Pues por tus palabras sers declarado justo o por tus palabras sers condenado (Mt 12, 36-37). Y a quin negar el Seor en el da del juicio sino a aquel que lo haya negado a l previamente? Pues a todo el que me confesare delante de los hombres, yo tambin lo confesar delante de mi Padre, que est en los cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo lo negar tambin delante de mi Padre, que est en los cielos (Mt 10,32-33). Ms explcita todava es la referencia al juicio universal en tanto que juicio individual en Le 9,26: Porque quien se avergonzare de m y de mis palabras, de l se avergonzar el Hijo del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos ngeles. San Lucas, que escribe despus de San Mateo, cuyo texto conoca, ciertamente, resume la idea atestiguada por este ltimo y le aade la referencia explcita al juicio final, porque tal referencia (que en San Mateo se halla implcita) se desprenda de la reconstruccin ulterior de los dichos y hechos del Seor que haba realizado San Lucas valindose de un minucioso anlisis de todas las fuentes (cf. Le 1, 1-4). Tambin la recompensa se graduar en funcin del mrito individual de cada cual (Me 4,20: parbola del sembrador); de ah la individualidad de la misma: Estad atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otra manera no tendris recompensa ante vuestro Padre, que est en los cielos (Mt 6, 1). Esta recompensa no puede ser ms que la de la vida eterna, como resultado de los mritos acumulados al realizar las obras prescritas por Dios segn la manera que a l verdaderamente agrada: Cuando hagas, pues, limosna, no vayas tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipcritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa (Mt 6, 2). Y cundo recibieron su recompensa? Y de quin? La recibieron en esta vida de los hombres con el honor exterior que les tributaron por sus ostentaciones. Pero no la recibirn de Dios, quien, por el contrario, sealar su orgullo e hipocresa para condenarlos en el da del juicio: Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea oculta, y el Padre, que ve lo oculto, te premiar (Mt 6, 3). La recompensa es tan personal, que hasta la limosna que se efectu en secreto, conocida slo del Padre, se premiar el da del juicio. Tambin en las epstolas de San Pablo y los dems Apstoles se mienta varias veces el juicio, pero siempre como juicio individual. Recordemos lo siguiente en beneficio de los desmemoriados que pululan hoy entre nosotros: puesto que todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para que reciba cada uno segn lo que hubiere hecho por el cuerpo, bueno o malo (2 Cor 5,10; Y por cuanto a los hombres les est establecido morir una vez, y despus de esto el juicio, as tambin Cristo, que se ofreci una vez para soportar los pecados de todos, por segunda vez aparecer, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud (Heb 9, 27-29); Y si el justo a duras penas se salva, qu ser del impo y del pecador? (I Pedro 4, 18); No os quejis, hermanos, murmurando unos de otros, para que no incurris enjuicio; mirad que el Juez est a las puertas (Sant. 5,9). Tambin en el Antiguo Testamento se ensea varias veces la verdad de fe del juicio de Dios: Y los cielos anuncian su justicia, porque Dios mismo es el Juez (Sal 49, 6); Que es de Dios el poder, y tuya, Seor, la gracia, pues T dars a cada cual segn sus obras (Sal 6, 12); El Seor juzgar a toda la tierra, y dar el imperio de ella a su rey, y ensalzar el poder de su Cristo [de su Ungido, de su Elegido] (I Samuel 2,10) Una objecin. Nuestro Seor no amenaza con verdaderas condenas colectivas Pero no amenaz acaso Nuestro Seor a las ciudades impenitentes con una condena colectiva para el da del juicio? Ay de ti, Corazen; ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidn se hubieran hecho los milagros realizados en ti, mucho ha que en saco y ceniza habran hecho penitencia. As, pues, os digo que Tiro y Sidn sern tratadas con menos rigor que vosotras en el da del juicio. Y t, Cafarnan, te levantars hasta el cielo? Hasta el infierno sers precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados en ti, hasta hoy subsistira. As, pues, os digo que el pas de Sodoma ser tratado con menos rigor que t el da del juicio (Mt 11, 21-24). La gravsima amenaza, dirigida a las ciudades como tales, se justificaba por la oposicin que Nuestro Seor haba hallado en ellas, una oposicin tan cerrada, que le hizo exclamar que ningn profeta es tenido en poco sino en su patria y entre sus parientes y en su familia (Me 6, 4-5). La amenaza ha de tomarse al pie de la letra. Sin embargo, Nuestro Seor no dice que los habitantes de dichas ciudades deben considerarse todos ya condenados por no haber credo en sus milagros y no haber "hecho penitencia". l dice que, a causa de su endurecimiento, sern tratados con mayor rigor que los de Sodoma y Gomorra, uyas ciudades, ntegramente dominadas por el pecado contra natura, o sea, por la homosexualidad, haban sido destruidas de repente por Dios con una lluvia de fuego y azufre. Mas se puede imaginar un rigor
mayor que el que se usar el da del juicio contra pecados tan graves y tan gravemente castigados ya en este mundo? Es evidente que s: palabra del Hijo de Dios. Pero, en todo caso, incluso en Sodoma, acaso no salv Dios a Lot y a su familia, es decir, al nico hombre justo que habitaba en ella? Tampoco en Sodoma hubo, por tanto, condena colectiva, indiscriminada. Y si no la hubo para Sodoma, tampoco la habr para las ciudades impenitentes, aparte el hecho de que a muerte no es todava la condena. La muerte alcanza igualmente, sin distinguir, al justo y al injusto, pero es el juicio el que distingue al uno del otro, ya sea el que tendr lugar a rengln seguido de la muerte de cada uno, ya sea el que se verificar al fin del mundo. As que debemos vencer el miedo a la muerte, a la violenta inclusive, y temer, por el contrario, el juicio que nos espera inmediatamente despus: A vosotros, mis amigos, os digo: No temis a los que matan el cuerpo y despus de esto no tienen ya ms que hacer. Yo os mostrar a quin habis de temer; temed al que despus de haber dado la muerte, tiene poder para echar en la gehenna. S, yo os digo que temis a se (Le 12,4-5). En consecuencia, debemos temer, mucho ms que nuestra muerte, el juicio a que se someter cada uno de nosotros no bien exhale el ltimo suspiro. Esto dice el Seor a los que lo siguen y esperan, a quienes considera "sus amigos": la muerte no es nada para nosotros; no en el sentido del sofisma del ateo Epicuro: Nada es la muerte para nosotros, porque lo que se ha disuelto es insensible, y lo insensible no es nada para nosotros (Mximas, cap. II), sino en el sentido, harto diferente, de que la muerte no es nada para nosotros en cuanto muerte, porque ser, por el contrario, el dies natalis (el da del nacimiento) que nos abrir las puertas de la vida eterna, arrancndonos para siempre de las infinitas miserias de este mundo con tal que hayamos perseverado en Cristo hasta el fin de nuestra jornada terrena. II CAPTULO: EL JUICIO DE NUESTRO SEOR ES EL JUICIO DE DIOS El juicio anunciado por Nuestro Seor es una sentencia inapelable. La sentencia es, de suyo, una orden que hace justicia. En efecto, decimos que la sentencia o el juicio han de ser justos para ser verdaderamente tales. La justicia que se ejerce en el juicio de Nuestro Seor no es la humana, sino la divina. Es el juicio de Dios, que conoce los corazones, que lo ve todo, lo sabe todo, todo lo sopesa y valora; un juicio infalible, cuya sentencia durar por toda la eternidad. Quin puede pensar siquiera en impugnarlo? Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia, antes son todas desnudas y manifiestas a los ojos de aquel a quien hemos de dar cuenta (Heb 4, 13). As, pues, el juicio de Nuestro Seor es justo porque es el juicio de Dios. Nuestro Seor lleva a efecto con l la voluntad de Dios para con nosotros. Hacer la voluntad de Dios, guardar los mandamientos: esta actitud y comportamiento compendian para nosotros, los hombres, ya durante nuestra vida terrenal, todo el significado de la justicia, aprehendida sta en su fundamento sobrenatural. Y dicha voluntad la conocemos: es la que se contiene en la ley natural y divina, se manifiesta en el Declogo y se consuma por la predicacin del Verbo encarnado (Mt 5,17). Y el que nos juzgar tras la muerte y vendr a juzgarnos al fin de los tiempos, cuando se verifique la resurreccin de los cuerpos, se aplic a s propio, durante el curso de su vida mortal, el principio que nos aplicar a su vez para juzgarnos, pues cumpli siempre la voluntad del Padre, nunca la suya, durante toda su vida terrenal; y la cumpli con obediencia perfecta, hasta el "testimonio de la sangre", hasta la muerte en la cruz (Heb 5,7- 10; 12,4). Para poder ser nuestro justo juez, l sufri y experiment primero, hasta el fondo, toda la atrocidad de un juicio injusto. La obra de la salvacin se concilia con el Juicio Al ensear Nuestro Seor a Nicodemo el significado del hombre nuevo, que es tal slo si se da una regeneracin espiritual mediante la fe en l, con la ayuda de la gracia, especifica lo que sigue: Porque tanto am Dios al mundo, que le dio su Hijo unignito, para que quien crea en l no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por l. El que cree en l no es juzgado; el que no cree, ya est juzgado, porque no crey en el nombre del unignito Hijo de Dios. Y el juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron ms las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas (Jn 3, 16-19).Los sembradores de los engaos que se difunden hoy entre nosotros aslan el concepto de salvacin que se expresa en el versculo 17 del testimonio de San Juan para insinuar que la salvacin del mundo, finalidad de la venida de Cristo, excluye de suyo todo tipo de juicio respecto del mundo mismo (inclusive, pues, el juicio final y universal, cuya necesaria celebracin, aunque no la nieguen expresamente, la callan, hasta hacerla caer en el olvido). Pero contra esta doctrina falsa se alza la verdad. Si Dios hubiese querido realizar la encarnacin para condenar el mundo, entonces habra tenido en la prctica el significado de un juicio universal y no habra habido ya salvacin para nadie; mas, por el contrario, el objetivo de la encarnacin fue nuestra salvacin, aunque sta ser de quien haya credo que Jess es el Hijo de Dios, haya escuchado sus enseanzas y las haya puesto por obra en su propia vida, sin excluir a los justos que, pese a hallarse materialmente fuera de
la Iglesia sin culpa alguna por su parte, hayan recibido del Espritu Santo el bautismo de deseo, explcito o implcito. Quien haya credo "no ser juzgado", atestigua San Juan. Hemos de pensar por ello que su alma no ir ajuicio como las de todos? No. En el griego neotestamentario, la voz "juicio" (krsis) significa tambin "sentencia de culpabilidad" y, por ende, "damnacin", y contiene la idea de juicio que condena a la perdicin (Zorell). Por eso, el que "no ser juzgado" ser aquel que no muera en sus pecados, porque el juicio individual post mortem no lo condenar al infierno. Ser "juzgado", por el contrario, es decir, hallado culpable y condenado, quien no haya credo, quien haya rechazado a Cristo y, en consecuencia, se haya comportado de conformidad con su rechazo, es decir, quien haya preferido las tinieblas a la luz, y las obras malas a las buenas. ste ser juzgado, o, en otras palabras, ser hallado culpable. De esta enseanza, entendida rectamente, segn la tradicin de la Iglesia, se desprende, pues, exactamente lo contrario de lo que propalan hoy los modernos descarriados: la salvacin el mundo, al circunscribirse por fuerza a quien cree en Cristo, no slo no excluye sino que entraa de hecho, por lgica consecuencia, la condenacin de todos los que hayan rechazado a Cristo a sabiendas y hayan preferido sus obras malas al camino de la santa cruz, que Nuestro Seor mostr. sta es la voluntad del Padre, como consta con claridad en la Sagrada Escritura. Dicha enseanza consta ms claramente an en otro pasaje clebre del evangelio de San Juan, donde, inmediatamente antes de la ltima cena, dijo Nuestro Seor Jess, al replicar a las turbas y a los jefes del pueblo, que no queran creer en l: Ysi alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras tiene ya quien le juzgue; la palabra que yo he hablado, sa le juzgar en el ltimo da, porque yo no he hablado de m mismo; el Padre mismo, que me ha enviado, es quien me mand lo que he de decir y hablar, y yo s que su precepto es la vida eterna. As, pues, las cosas que yo hablo, las hablo segn el Padre me ha dicho (Jn 12, 47-50). Los sembradores de errores se han apoderado tambin del versculo 47, y lo han aislado del contexto para torcerlo en el sentido de sus doctrinas falsas. Pero el sentido ortodoxo del pasaje entero es el que ha enseado siempre la Iglesia, un sentido diametralmente opuesto a las herejas que se difunden hoy. Quien no guarda las palabras de Cristo, despus de haberlas escuchado, es el pecador, que desprecia deliberadamente sus enseanzas. Pero no ser juzgado (por Cristo) en este mundo, dado que, como dir la clebre parbola de Mt 13,24-30, debe dejarse crecer la cizaa hasta el momento de la cosecha. Y cundo, pues, ser juzgado? El da del juicio (particular y universal). El ltimo da, el del juicio, ser juzgado por la palabra (logos) de Cristo. Ser juzgado por esa palabra que el Seor pronuncia ahora, por esa enseanza suya que ahora se rechaza. Y por qu el reo ser juzgado por esa palabra, que se le suspender del cuello como una muela de molino para hundirlo por siempre en el infierno? Porque no proviene de uno que hable "de s mismo" (como calumniaban los judos), sino que viene del Padre, le fue prescrita por el Padre (mandatum dedii). Es, por tanto, la nica palabra que da la vida eterna, una "vida eterna" que es el mandamiento del Padre. La palabra de Cristo, que viene del Padre, enseada y escuchada, constituye el fundamento del juicio. Las acusaciones o las absoluciones se formularn con base en ella. El juicio no es arbitrario: se funda en un cuerpo de doctrina conocido y archiconocido adems de en la infalible interpretacin divina de nuestras acciones e intenciones. III CAPTULO: EL PODER DE JUZGAR VIENE DEL PADRE Y FUE TRANSMITIDO A SAN PEDRO, LOS APSTOLES Y SUS SUCESORES El Padre ha entregado el poder al Hijo El poder de juzgar del Hijo procede del Padre. En efecto, as como el Padre resucita a los muertos y da la vida, as y por igual manera el Hijo le dar la vida a quien quiera. Porque, el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado todo juicio en manos del Hijo a fin de que todos honren al Hijo igual que honran al Padre. Quien no honra al Hijo, no honra al Padre: as lo explic Nuestro Seor en la primera enseanza que imparti a los fariseos: [...] En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por s mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque lo que ste hace, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que l hace, y le mostrar an mayores obras que stas, de suerte que vosotros quedis maravillados. Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, as tambin el Hijo a los que quiere les da la vida. Aunque el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo el poder de juzgar. Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre, que lo envi. En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me envi, tiene la vida eterna y no es juzgado porque pas de la muerte a la vida (Jn 5, 19-24). l Hijo no es autnomo respecto del Padre. l no puede hacer nada "de s mismo". El Hijo puede hacer "slo lo que ve hacer al Padre", lo que el Padre, en su amor por el Hijo, le "muestra" a ste. Tal conocimiento por parte del Hijo es fruto del amor del Padre por el Hijo y pertenece a la naturaleza intrnseca de su nexo, a la inhabitacin (pericresis o circuminsessio)
y compenetracin recproca de las personas de la Santsima Trinidad mediante su recproca procesin inmanente. El conocimiento que el Hijo tiene de las obras del Padre es un conocimiento directo, por "visin", puesto que la mente del Hijo inhabita siempre en la del Padre, aunque sin dejar el Hijo nunca de conservar su individualidad de persona (San Agustn). Lo que el Hijo le ve hacer al Padre es, pues, lo que el Padre le "muestra" al Hijo por el amor que le profesa. Las obras que hace el Hijo son, por consiguiente, las que el Padre le "muestra", y por eso son obras del Hijo. Lo son en cuanto obras del Padre. Los fariseos se haban escandalizado porque Jess haba curado a un paraltico un sbado en la piscina probtica (Jn 5,9-18). Y Nuestro Seor, para responporderles, comenz a explicarles su procesin del Padre, en la que les haca ver su naturaleza divina, que demostraba por los milagros. La obra constituida por la curacin milagrosa de un hombre paraltico desde haca treinta y ocho aos (l.c, v. 5) era una obra que el Hijo haba visto en el Padre. Pero el Padre le haba mostrado, al decir de Aqul, obras an mayores que sta, de suerte que quedis maravillados. Y cules eran dichas obras? El Seor pas a ilustrarlas, y eso constitua una reivindicacin de su naturaleza divina frente a los fariseos. El Padre resucita a los muertos en el juicio universal (Ez. 37). l da la vida a quien quiere, es decir, dar la vida eterna a los que considere dignos de merecerla. Pero el Padre quiere que tambin el Hijo d la vida a quien quiera. He aqu una obra "an mayor", muchsimo ms grande que la realizada con la curacin milagrosa del paraltico. Esta obra "mayor" realiza el fin esencial de la encarnacin, puesto que el Verbo se encarn por nuestra salvacin y, por ende, para "dar la vida" (se entiende que la eterna) a "quien quiere": no a todos los que la quieren (pues muchos pecadores querran entrar en el paraso sin arrepentirse de sus pecados), no segn el juicio de los hombres, sino segn el juicio de Dios, manifestado por el Hijo. El Padre, pues, no juzga a nadie al haber entregado todo juicio en manos del Hijo. Todo juicio: no slo el individual, sino tambin el final, el universal, en cuanto juicio visible para nosotros, los que seremos juzgados aquel da, no en cuanto juicio independiente de la voluntad del Padre, la cual siempre inhabita ab aeterno en la del Hijo (San Agustn). Eso lo hace asimismo el Padre para que todos "honren" al Hijo del mismo modo que al Padre, para hacer comprender as que el Hijo no es menos que el Padre, visto que "todo juicio" ha sido entregado en sus manos, y para hacer comprender tambin que es uno con el Padre (Jn 10, 30) y que, en consecuencia, ha de ser "honrado" como el Padre, que est en los cielos. Honrado ni ms ni menos que como conviene al Hijo de Dios, consustancial al Padre. Nuestro Seor es, pues, juez como el Padre. Y lo es, porque tal es la voluntad de ste. As el Hijo hace siempre lo que "ve hacer al Padre". Como el Padre resucita a los muertos y da la vida (eterna) mediante el Hijo, as tambin hace el Hijo. Pero por qu Nuestro Seor dice que quien adquiere la vida eterna no es juzgado, porque pas de la muerte a la vida! Hemos de pensar otra vez que no hay juicio, al menos para los justos, quienes van al paraso, segn parece, sin necesidad de ser juzgados? No: "pasan de la muerte a la vida", resurgen espiritualmente para ir a la vida eterna, sin ser as "juzgados", es decir, sometidos al juicio de condenacin (San Agustn), con lo que evitan, pues, la condena en que incurren los que se han querido condenar. Jesucristo transmiti su poder a los Apstoles Se predijo a los Apstoles que poseeran ese poder de juzgar el da del juicio: juzgarn con Cristo a los hombres en dicho da (Le 22,30). Nuestro Seor se lo anunci a Cefas cuando lo nombr "roca de la Iglesia", o sea, jefe de sta, contra la cual las puertas del infierno no prevaleceran jams, como lo atestigua el famoso pasaje de Mt 16,17-20, que constituye el fundamento del primado de Pedro: Yo te dar las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra ser atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra ser desatado en los cielos. No dijo: "Yo te doy", puesto que an no haba enviado el Espritu Santo a los Apstoles. Este poder, por ltimo, lo confiri efectivamente Jesucristo resucitado a los Apstoles: Djoles otra vez: La paz sea con vosotros. Como me envi mi Padre, as os envo yo. Diciendo esto, sopl y les dijo: Recibid el Espritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les sern perdonados; a quienes se los retuviereis, les sern retenidos (Jn 20,22-23). Parece, pues, que los Apstoles, en el ejercicio de su misin, juzgaron a los hombres en este mundo para llevar a cabo la obra de la salvacin, no para condenarlos. Pero que dicho poder inclua tambin la facultad de condenar se desprende del conocido episodio de Ananas y Safira, que se narra en los Hechos de los Apstoles, cuyo protagonista fue San Pedro, el cual pronunci contra aqullos la sentencia de Dios, que los hizo morir en el acto, impenitentes, a causa del engao que haban maquinado (Act 5,1-11). El poder de remitir o retener los pecados, es decir, de absolver o condenar, deriva del Padre al Hijo. As como el Hijo fue enviado por el Padre, as y por igual manera Aqul enva primero a los Apstoles, con San Pedro a la cabeza, y luego a todos los obispos y sacerdotes, a continuar hasta el fin de los tiempos la misin de convertir al mundo. Los enva despus de haberles infundido el Espritu Santo, no antes. Es mediante el Espritu como ejercen el poder de juzgar, que pertenece a Nuestro Seor en cuanto uno con el Padre, y que es, por ende, de origen sobrenatural. Segn las categoras profanas, se trata de un poder delegado, aunque un poder efectivo al fin y a la postre; es un poder efectivo de incidir en el destino de las almas, dado que los
pecados remitidos por los sacerdotes "sern remitidos" por el Hijo, y los retenidos "sern retenidos" igualmente por ste. El uso de este poder es un ejercicio de la justicia divina, s, pero templada por la misericordia divina, puesto que Dios quiere que los hombres se salven y obtengan misericordia por sus pecados gracias al sacrificio de la cruz, o sea, en virtud de los mritos ganados por Nuestro Seor. Cristo confiere a la Iglesia, por consiguiente, el poder de juzgar que le pertenece a l mismo, y tal poder se transmite a todos los sacerdotes en la sucesin apostlica. IV CAPTULO: JUSTICIA DEL JUICIO Una vez explicado el origen divino de su potestad de juzgar, Nuestro Seor precisa su nexo con la justicia. Por qu su juicio es justo por definicin? Por qu es, podramos decir, la actuacin de la justicia misma? Volvamos a la primera enseanza que imparti Jess a los fariseos, de la que Nuestro Seor nos ilustra con mayor amplitud sobre por qu el Padre le dio el poder de juzgar: En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es sta, en que los muertos oirn (audient) la voz del Hijo de Dios, y los que la escucharen vivirn. Pues as como el Padre tiene vida en s mismo, as dio tambin al Hijo tener vida en s mismo, y le dio poder de juzgar, por cuanto l es el Hijo del hombre. No os maravillis de esto, porque llega la hora en que cuantos estn en los sepulcros oirn su voz y saldrn: los que han obrado el bien, para la resurreccin de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurreccin del juicio. Yo no puedo hablar por m mismo nada; segn lo oigo (audio), juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envi (Jn 5, 25-30). El Seor repite la idea de que se concede el renacer espiritual a quien escucha su palabra y se hace discpulo suyo y la pone por obra. Todos los que estn espiritualmente "muertos" a causa de sus pecados "oirn" la palabra de Cristo de ahora en adelante ("llega la hora y es sta"); y los que la hayan odo, en el sentido de que la hayan comprendido y seguido, tendrn la vida eterna. Y la tendrn porque el Padre le ha concedido al Hijo tener "en s mismo" la vida (eterna) que posee l mismo (el Padre). Y esta vida eterna la da el Hijo mediante el ejercicio del poder de juzgar. En efecto, le dio poder de juzgar, por cuanto l es el Hijo del hombre, es decir, el Mesas esperado, el Verbo encarnado (Dan 7,13; Ez 2,1). Un poder de juzgar que, por coincidir a la perfeccin con el del Padre, extiende su jurisdiccin al da del juicio final. Todos los que estn "en los sepulcros" oirn ese da la voz de Nuestro Seor y resucitarn para ir al juicio: los justos a la "vida" eterna, los malvados al "juicio", esto es, a la condenacin. Jess repite estos conceptos en la segunda enseanza que imparti a los fariseos: Y sta es la voluntad del que me envi: que yo no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite en el ltimo da. Porque sta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna, y yo lo resucitar en el ltimo da (Jn 6, 39-40). Y el Seor corrobor ms tarde que el juicio del Hijo no es en absoluto el fruto de una autonoma de ste respecto al Padre, pues repite: Yo no puedo hacer nada de m mismo . En consecuencia, l juzga segn "oye". Segn "oye" a quin? Al Padre. Juzga segn las intenciones del Padre, lo que significa que su juicio es, en su contenido, el mismo juicio del Padre. Por eso es justo. No es el juicio de un juez que procure hacer su voluntad personal, que procure dar testimonio de s propio. Es el juicio de un juez que aplica constantemente, como norma, la voluntad del Padre. La voluntad del Padre es la norma, y ello porque, como se record, el Padre y el Hijo son uno (Jn 10,30). El Seor no puede hacer nada de s mismo, sino slo lo que hace el Padre, lo que le ve hacer a ste (en una "visin" sobrenatural). El juicio, la mens del Padre, es el mismo que el del Hijo. Nunca deja de verificarse la distincin de las personas (el juicio es de la persona del Hijo, no del Padre), pero tambin, al mismo tiempo, la unidad de la sustancia divina, que se manifiesta en el amor uno, en la voluntad una, en el juzgar uno. Es el misterio de la sobrenatural unidad- distincin de la divina monotrada. El Corazn sacratsimo de Jess no juzga "segn la carne" Mas por qu dice Nuestro Seor lo siguiente, despus de haber perdonado a la adltera (aunque advirtindole que se arrepintiera y mudara de vida), al rebatir a los fariseos, quienes, a despecho de las obras que haba hecho para probar que era Hijo de Dios, lo acusaban de no serlo, como que argan que daba testimonio de s mismo: Vosotros juzgis segn la carne; yo no juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me ha enviado. En Vuestra Ley est escrito que el testimonio de dos es verdadero (Jn 8, 15-17)? Nuestro Seor contrapone aqu el "verdadero" juicio al juicio "segn la carne". Este ltimo es el juicio viciado por las pasiones de la carne, por lo que nunca es "verdadero": juicio de condena respecto del prjimo, ayuno de misericordia y todo lleno de malicia y perversidad. Es el juicio del mundo, reino del prncipe de este mundo, un juicio, pues, hipcrita, ya que no tiene en cuenta el hecho de que quien juzga es pecador como el prjimo a quien condena: Por lo cual eres inexcusable, oh hombre!, quienquiera que seas, t que juzgas; pues en lo mismo que juzgas a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas (Rom 2,1). sta es la manera de juzgar "de la carne".
Este tipo de juicio lo condena el Seor cuando reprende severamente a Santiago y a Juan por haberle preguntado si era oportuno hacer que el cielo destruyera de inmediato una aldea de samaritanos que no los haba querido recibir (dice, en efecto, que el Hijo del hombre no ha venido a perder las almas sino a salvarlas Le 9, 51-55); o cuando nos advierte que no juzguemos a los dems: No juzguis y no seris juzgados, porque con el juicio con que juzgareis seris juzgados y con la medida con que midiereis se os medir. Cmo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? (Mt 7, 1-4). Esta famosa advertencia no constituye una invitacin al laxismo moral. Es una invitacin a la misericordia, no para con el pecado (condenado siempre implacablemente por el Seor), sino para con el pecador, a quien, por el contrario, hay que convertir, tanto ms cuanto que cada uno de nosotros tiene tambin necesidad de misericordia, como que nunca dejamos de ser pecadores de un modo u otro. Ahora bien, el juicio de los fariseos no vena de Dios por ser "segn la carne"; no era segn la voluntad de Dios, a diferencia del juicio de Nuestro Seor. En efecto, quien juzga segn la voluntad de Dios no juzga segn la carne. Y, de hecho, Nuestro Seor "no juzgaba a nadie". Esta afirmacin puede pasmar a primera vista, pero se vuelve clara si la entendemos en el sentido de que l no juzgaba a nadie segn la carne, a la manera de los fariseos, es decir, segn los criterios del juicio del mundo, por lo que no condenaba a nadie, no someta a nadie, en este mundo, a un juicio de condenacin. Era el pecado lo que condenaba, no al pecador, a quien la misericordia de su sacratsimo corazn, por el contrario, quera convertir y salvar (vase Me 2, 17: no he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores; la parbola del hijo prdigo (Le 15,11 -32), y el episodio, que se record ms arriba, del perdn de la adltera arrepentida (Jn 8,1-11), que no significa ni por pienso tolerancia del pecado de adulterio, que se condena en el sermn de la montaa de una manera an ms amplia que en la antigua Ley (Mt 5,27-30). Verdad y presciencia del juicio Pero por qu Nuestro Seor agrega inmediatamente despus: y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino yo y el Padre, que me ha enviado (Jn 8, 16)? La frase puede parecer oscura y contradictoria, aunque, sin embargo, es clarsima: pero si yo tambin juzgo, esto es, condeno explcitamente las malas obras de alguien, este juicio mo no es segn la carn, ni, por tanto, falso e hipcrita, sino que es "verdadero", porque no es slo mo, no es privativo de mi persona, sino que es tambin del Padre y nunca dejar de serlo. Es verdadero y, por ende, justo, porque este juicio de condena es conforme con la voluntad del Padre, con el que nunca dej de ser uno. Aqu se enuncia igualmente el criterio de la verdad del juicio; no difiere, en su fundamento, del que manifiesta su justicia. El juicio es verdad, o sea, aprehende a la perfeccin la naturaleza de la cosa, cuando expresa la voluntad del Padre y, en consecuencia, viene siempre del Padre, de lo que el Seor ha visto y odo cabe el Padre (y ve y oye continuamente con l, ab aeterno, en la espiracin del Espritu Santo, Trinitatis nexus). Se entiende el significado exacto de una declaracin ulterior del Seor si se tienen siempre presentes estos conceptos. Luego de haberle devuelto la vista al ciego de nacimiento y haber sido criticado por los fariseos, como de costumbre (que la emprendieron tambin contra el ciego curado), porque el milagro se haba verificado en sbado, le dijo al ex ciego: Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos. Oyeron esto algunos fariseos que estaban con l y le dijeron: Conque nosotros somos tambin ciegos? Djoles Jess: Si fuerais ciegos, no tendrais pecado; pero ahora decs: Vemos, y vuestro pecado permanece (Jn 9, 39-41). Despus de haber dicho que "no juzgaba a nadie", afirma ahora Nuestro Seor que ha venido al mundo "para un juicio". De qu "juicio" se trata? El latn sigue traduciendo con la misma voz, iudicium, pero el texto griego usa aqu un trmino distinto de krsis, aunque deriva asimismo de la raz del verbo krno, "juzgo": es la palabra krma, que siempre expresa la idea de juicio, pero ms bien en el sentido de disposicin (divina) que ha de ser ejecutada (Zerwick). El trmino es bastante tardo y aparece por vez primera en la versin de los LXX, para indicar la palabra hebrea correspondiente a consilium, decretum (Zorell). Nuestro Seor afirma, pues, ante el ciego que acaba de curar, que lo adora como Hijo de Dios, que ha venido a ejecutar un decreto para que "los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos". Si bien la frase es intencionadamente enigmtica en la forma, con todo, tanto los Padres (sobre todo San Agustn) cuanto la tradicin de la Iglesia la han entendido siempre con claridad. Los que "no ven" la luz de la verdad son los paganos, a quienes la palabra de Cristo trajo la luz de la revelacin; los que "ven" son, en cambio, los judos, porque recibieron la luz de la revelacin con el Antiguo Testamento, aunque, no obstante, cerraron los ojos para no verla justo en el momento en que rechazaron a Cristo, autntica "piedra de tropiezo" para ellos (Is 8, 14; Le 2, 35). Y que "ese hombre llamado Jess" se refera a ellos, algunos fariseos presentes lo haban comprendido de inmediato, tanto es as que preguntaron, indignados: "Conque nosotros somos tambin ciegos?". La respuesta no se hizo esperar: si fueseis ciegos, como los
paganos, "no tendrais pecado", es decir, no habrais pecado contra la voluntad de Dios al negaros a creer en M; mas puesto que afirmis que "veis", es decir, puesto que estis convencidos de andar en lo cierto al rechazarme, entonces "vuestro pecado permanece". El hecho de que Nuestro Seor declare que la obra de la salvacin corresponde a la ejecucin de un decreto divino (la eleccin de los gentiles frente a la reprobacin del Israel incrdulo), nos hace conscientes de la presciencia connatural al juicio del Padre, quien haba predestinado a las gentes para la gloria al conocer ya de antemano la tendencia de Israel al endurecimiento, en el cual lo dej, bien que no ser definitivo (Rom 9,18; 11,25 ss.). Este "decreto" o "juicio" no contradice, pues, la verdad que se echa de ver en el Cristo juez, ya que confirma que Jesucristo juzga siempre conforme a la ciencia y la voluntad del Padre. V CAPTULO: NO SE DA CONTRADICCIN ALGUNA ENTRE EL CRISTO JUEZ Y EL CRISTO MISERICORDIOSO Puede el Cristo juez ser el mismo que nos atrae con su bondad y mansedumbre? El que no reacciona ante nuestras ofensas, siempre presto al perdn? El que nos invita a amar incluso a nuestros enemigos y a rogar por nuestros perseguidores? El que nos narra la parbola del hijo prdigo -blsamo sobrenatural derramado sobre nuestras llagas cuando nos llama a l diciendo: Venida a m todos los que estis fatigados y cargados, que yo os aliviar. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de m, que soy manso y humilde de corazn, y hallaris descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera (Mt 11, 28-30)? Los hijos del siglo gustan de contraponer un Jess al otro, animados como estn por la voluntad, arbitraria a ms no poder, de descubrir entre ambos una oposicin irreductible. Como ya se dijo, los sembradores de confusin presentes entre nosotros han olvidado y apartado al Cristo juez para fabricar otro ms al sabor de los mundanos, un Cristo que es bueno y misericordioso porque, al decir de ellos, participa de las vicisitudes humanas con nimo enternecido y solidario, tolerndolo y perdonndolo todo, hasta el pecado del impenitente; un Cristo postizo, tan "bueno" y "misericordioso", que ya salv a todos los hombres con su encarnacin, segn ensea perversamente la hereja, que ya mencionamos, de los cristianos inconscientes o annimos. As, pues, se trata de un Cristo que, efectivamente, no juzga a nadie, aunque en sentido harto distinto del que explico Nuestro Seor, segn recordamos lneas ms arriba.
Sentado esto, a saber, que el Cristo juez y el Cristo misericordioso son el mismo individuo humano- divino, al que conoca por Jess de Nazaret durante su existencia histrica en este mundo, se echa de ver que no se contradicen en manera alguna la justicia y la bondad misericordiosa que predica y muestra en sus actos. Las predica y pone por obra igual que se hallan en el padre, atributos del cual son. La voluntad de Dios es, ademas de santa, intrnsecamente justa, y buena, y misericordiosa. Todo lo que Nuestro Seor dice y hace lo vio y oy cabe el Padre. l hace las obras del Padre, que no cesa nunca de obrar, ab aeterno (Jn 5, 17). La teologa catlica ha destacado siempre que precisamente Jess, "manso y humilde de corazn", nunca dej de poner de relieve con fuerza la justicia que viene del Padre, a quien defina como "Padre justo": Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conoc, y stos [los Apstoles] conocieron que t me has enviado (Jn 17,25). Evidentemente, Nuestro Seor no se senta de ningn modo en contradiccin consigo mismo cuando llamaba "justo" al Padre, que tena el poder de mandar las almas al fuego eterno y las mandaba de hecho; o en otras palabras: Nuestro Seor no senta como opuestos entre s el ejercicio de la justicia y la prctica de la caridad misericordiosa. Y pues ello era as, por qu haba de ser de otro modo para nosotros, sus seguidores? En vez de separar falsamente a un Cristo de otro, hay que procurar comprender de qu manera la caridad y la justicia se armonizan, desde el punto de vista de Dios, en una unidad superior, que nosotros reconstruimos, en la medida de nuestras posibilidades, con base en la verdad revelada tal y como la ensean la Tradicin y la doctrina de la santa Iglesia. La misericordia no se opone a la justicia La misericordia no excluye en absoluto a la justicia, por ms rigurosa que sta sea. Diramos que un padre de familia atento y afectuoso se contradice a s mismo cuando castiga a sus hijos por las faltas que han cometido? No. Diramos que incurrira en contradiccin caso de que no los castigara, porque incumplira as sus obligaciones de educador y violara el principio de la justicia, que manda imponer al infractor un castigo proporcionado a la gravedad de su culpa. Otro tanto diramos de un buen gobernante si evitara aplicar la ley o se las ingeniara de algn modo para no castigar a los malvados como se lo merecen. La misericordia presupone a la justicia en cierto sentido, como que slo el juez justo puede ser misericordioso. La misericordia de un juez dbil o deshonesto la denominaramos debilidad o complicidad moral. La misericordia la ejerce Nuestro Seor con el pecador arrepentido, no con el pecado ni, por ende, con el pecador impenitente, al cual, por el contrario, lo deja a merced de los rigores de la justicia divina por su voluntad de permanecer en el pecado hasta el fin: Considera que si es infinita la justicia de Dios para con los pecadores obstinados, infinita es tambin su misericordia para con los pecadores arrepentidos [...] Si todos los pecadores recurriesen a Dios con el corazn contrito y humillado, todos se salvaran (San
Alfonso Mara de Ligorio). Y la bondad divina est siempre en obra, incluso antes de nuestro arrepentimiento, puesto que es la misericordia de Dios la que nos brinda en esta vida a nosotros, los pecadores, las ocasiones propicias para arrancarnos del pecado, si sabemos aprovecharlas. Pero, replican los hijos del siglo, el Cristo que nos dice "venid a m todos los que estis fatigados y cargados" no es el mismo que dice no pensis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, y ala hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre sern los de su casa (Mt 10, 34- 36)? l, que es manso y humilde, que no juzga a nadie en este mundo, vino a traernos la "espada" de la "separacin"? No nos hallamos aqu ante una contradiccin? No, ninguna. La "espada" es una espada espiritual, es la de la "separacin" (oichsein, separar), o sea, la de la persecucin que se abatir siempre sobre quien quiera seguir a fondo las enseanzas del Seor. El mundo, que est bajo el imperio de Satans, siempre querr rechazarlo, y las sociedades se dividirn, comenzando por la familia. El mundo no se limitar a rechazar la viril y austera moral predicada por Jess, sino que rechazar an ms el contenido misericordioso de su palabra: el amar al prjimo como a s mismo por amor de Dios; el perdonar las ofensas; el no juzgar a los otros; el amar a los enemigos de uno; el rezar por los propios perseguidores. Las invitaciones a abandonarse a l y a una caridad sobrenatural hacia el prjimo excitan el odio y la irrisin del mundo todava ms que los enunciados relativos a la justicia divina, que nunca dejan de suscitar una ira furibunda en los hijos del siglo. Aqullas, las invitaciones y las exhortaciones de la misericordia divina, constituyen ya la espada que provocar la separacin en el mundo y su divisin en rprobos y elegidos. El juicio que hace el mundo es un juicio falto de misericordia. Por qu, entonces, no debera ser juzgado el mundo de la misma manera que l juzga y ser tratado en consecuencia? Es una exigencia de la justicia. No hay, pues, ninguna contradiccin entre el corazn misericordioso de Jess y el Cristo juez infalible de nuestras almas, pero, con todo, la misericordia divina excede sobreabundantemente la proporcin formal, basada en la ley del taitn, entre la culpa y la pena, al consentir el arrepentimiento, aunque ste slo se verifique al final de la vida, de muchos corazones que parecan endurecidos en el pecado: Misterio tremendo, ciertamente, que nunca se meditar lo bastante, es decir, que la salvacin de muchos depende de las oraciones y de las mortificaciones voluntarias que emprenden con dicho objeto los miembros del cuerpo mstico de Cristo, as como de la cooperacin de los pastores y los fieles, especialmente de los padres y madres de familia, en colaboracin con el Salvador divino (Po XII). La misericordia excede, pues, a la justicia, pero sin contradecirla. No puede contradecirla porque, en caso contrario, Dios estara en contradiccin consigo mismo. Por eso San Pablo nos recuerda que Dios tiene misericordia de quien quiere, y a quien quiere lo endurece (Rom 9,18). Slo Dios sabe verdaderamente lo que hay en el corazn del hombre, por lo que "tiene misericordia de quien quiere" y "endurece", es decir, deja en su obstinacin pecaminosa, "a quien quiere", o sea, a quien merece que se le deje en ella segn su irreprensible juicio, el nico que se basa en el conocimiento ms profundo que cabe de los abismos de nuestra alma, un conocimiento impenetrable para nosotros, como es obvio. Por eso muchos de sus juicios nos parecen incomprensibles, por no decir injustos a carta cabal; pero no nos corresponde a nosotros penetrar los juicios divinos (Rom 9, 20). Cmo podramos hacerlo, por otra parte, dada la limitacin de nuestras fuerzas intelectuales? En cuanto meras criaturas que somos, no tenemos a nuestra disposicin los elementos de juicio que posee la Divinidad, ni su capacidad de comprensin y juicio, que excede cualquier capacidad nuestra. Por qu aqul muri siendo nio, recin bautizado, mientras que este otro lo hizo ya viejo y tal vez cargado de pecados? Por qu el hombre bueno sufre (cuando lo hace) y el malo medra (cuando lo hace)? Podramos seguir razonando as indefinidamente, con consideraciones parecidas, respecto de las muchas desgracias e injusticias que afligen a diario a la humanidad. San Agustn nos dice, en una pgina famosa de De civitate Dei, que se nos manifestar asimismo por cul justo juicio de Dios se les ocultan ahora a los mortales muchos, o casi todos, sus justos juicios. Para la fe de los buenos, sin embargo, no es un misterio que sea justo lo que se nos esconde (XX, 2). Significado consolador y salutfero del juicio divino Se podra objetar tambin: Nuestro Seor nos dijo que debemos temer sobre todo el juicio del que tiene poder para mandarnos por siempre a la gehenna, y nosotros hemos de atribuir a dicho juicio un significado consolador? Pase lo de salutfero, que consiste en infundirnos un temor saludable, no de la muerte, sino del juicio de Dios. Este temor es saludable porque contribuye poderosamente a nuestra santificacin cotidiana. El saber qu nos espera debera movernos a guardar los mandamientos con mucha ms diligencia. El temor del juicio est comprendido en el temor de Dios, que es uno de los siete dones del Espritu Santo. Pero qu tiene de consolador el juicio divino? Reflexionemos atentamente. En un estado bien gobernado, los ciudadanos se alegran de saber que hay jueces que aplican la ley concienzudamente, castigando a los malos como conviene y dando satisfaccin a las legtimas pretensiones de los buenos. Los buenos experimentarn cierto temor ante estos juicios porque es justo sentir temor del juicio en cuanto tal, dado que
a todos puede acontecernos que caigamos en manos de la justicia y nos veamos obligados a someternos a un proceso. Con todo y eso, a estos ciudadanos les infundir confianza la existencia de tales juicios y la eficacia de los jueces, porque sin ello cada uno se tomara la justicia por su mano en cuanto de l dependiera, y la sociedad entera zozobrara en la peor de las anarquas, con el resultado de que nunca se hara justicia y de que la vida de cada cual sera triste, incierta, siempre en peligro. No puede haber justicia sin juicio: sin el juicio de un juez que est super partes (sobre las partes), que sea justo. Nadie puede, en efecto, darse a s mismo lo que le corresponde sin violar el principio de la imparcialidad de la justicia. Nadie puede ser juez de s mismo. As que, en la vida civil, el pensamiento del juicio y del tribunal nos espanta por un lado, pero por el otro nos consuela. Debera estar clara ya la semejanza con nuestro modo de sentir el juicio final. La idea de que nuestra vida se terminar con el juicio de Dios nos aterroriza con toda razn, y de una manera indescriptible; nos aterroriza en s misma y a causa de las sanciones eternas que tal juicio puede irrogamos. Lo que nos espanta, ms an que la dureza de las penas, es su eternidad: La eternidad del infierno es una verdad de fe; no es una mera opinin, es una verdad atestiguada por Dios en muchos pasajes de la Escritura. 'Apartaos de m, malditos, al fuego eterno', dir a los rprobos en el juicio final. 'Y estos irn -dice por San Mateo (25, 46)- al suplicio eterno'. Y San Pablo aade: 'Sufrirn la pena de una eterna condenacin' (II Thes I, 9). Y San Marcos: 'Todos sern salados con el fuego' (Me 9, 48). As como la sal tiene la propiedad de conservar las cosas, as tambin el fuego del infierno, a la vez que atormenta a los condenados, hace el oficio de la sal, conservndoles la vida. All el fuego consume de tal suerte -dice San Bernardo-, que siempre conserva' (Med., c. III). Ahora bien: no sera un insensato el que, por darse un da de placer, quisiera condenarse a vivir veinte o treinta aos en estrechsima prisin? Si el infierno no durase ms de cien aos, qu digo ciento?, aunque slo durase dos o tres aos, no sera gran locura condenarse, por un momentneo y vil placer, a dos o tres aos de fuego devorador? Pero no se trata aqu de treinta aos, de cien aos, de mil, de cien mil aos; se trata de una eternidad, se trata de padecer por siempre los mismos tormentos, que jams tendrn fin ni se mitigarn un punto. Si el rprobo en el infierno lograra engaarse a s mismo con la falsa esperanza de salir un da de aquella prisin! Pero no; en el infierno no hay ninguna esperanza, ni falsa ni verdadera; no hay un "quin sabe?" con el cual pueda consolarse. El msero condenado tendr siempre delante de los ojos escrita la sentencia que le condena a eterno llanto en aquel lugar de tormentos. 'Y despertarn unos para la vida eterna y otros para la ignominia, la cual tendrn siempre delante de s' (Dan 2, 2). De donde resulta que el condenado no slo padece instante por instante, sino que sufre a cada momento todas las penas de la eternidad, porque lo que ahora padezco, dir, lo he de padecer eternamente... Sostiene, como dice Tertuliano, todo el peso de la eternidad. Pidamos, pues, al Seor, como le peda San Agustn: 'Aqu quema, aqu corta, no perdones aqu, para que eternamente perdones '. Los castigos de esta vida son transitorios; pero los de la otra vida no tendrn fin. 'Tus saetas hienden los aires; la voz de tus truenos da vueltas como en una rueda' (Ps 76, 19). Temamos, pues, los castigos eternos, temblemos a la voz de este trueno divino, es decir, la sentencia de eterna condenacin que contra los rprobos pronunciarn los labios del eterno juez en el da del juicio universal. Apartaos de m, malditos, al fuego eterno'. Dice el salmista: "como en una rueda ", porque la rueda es el smbolo de la eternidad, porque jams tiene fin. 'He desenvainado mi espada irrevocable' (Ez 21, 5), dice por Ezequiel. Terribles son los suplicios del infierno; pero lo que nos debe causar mayor espanto es que son irrevocables y sin fin. Cuando un hombre rinde el alma a los repetidos golpes de la enfermedad, todos lo compadecen. Ah Si a lo menos los condenados tuviesen quien se compadeciese de su desventura!... Pero no; estar siempre el desventurado muriendo de angustias, sin que nadie le tenga compasin. Sepultado vivo el emperador Zenn en una fosa, exclamaba: "Abridme, por favor". Pero nadie lo oy, y all muri desesperado, y lo hallaron con los brazos descarnados por sus mismos dientes. Tambin los condenados desde el fondo de sus mazmorras gritan y piden auxilio, pero nadie va a librarlos, nadie se complace de ellos. "Prorrumpen en lamentos -dice San Cirilo de Alejandra- y nadie acude en su socorro; lloran, pero ninguno los compadece". Y tamaa desdicha cunto tiempo durara? Siempre, siempre. Refirese en los ejercicios espirituales del Padre Seri, el joven, publicados por Muratori, que en Roma preguntaron en cierta ocasin a un demonio, que estaba en el cuerpo de un poseso, cunto tiempo deba estar todava en el infierno; el demonio, por boca del poseso, respondi con rabia y descargando fuertes puetazos sobre una silla: Siempre, siempre. Fue tan grande el terror que se apoder de los circunstantes, que muchos jvenes del Seminario Romano, que all presentes estaban, hicieron confesin general y mudaron de vida, convertidos por aquel sermn de dos solas palabras: siempre, siempre. Desventurado Judas! Hace ms de mil ochocientos aos que est en el infierno, y el infierno no ha acabado todava para l. Desventurado Can! Cerca de seis mil aos ha que arde en aquellas llamas devoradoras y el infierno todava no ha acabado para l. Cierto da preguntaron a otro demonio cunto haca que estaba en el infierno. "Desde ayer", respondi.- "Cmo desde ayer?" -le replicaron-; "pero no hace ms de cinco mil aos que te condenaste?" "Si supierais lo que significa 'eternidad' -torn a
responder-, entenderais que cinco mil aos, comparados con ella, no son ms que un momento. Si un ngel dijese a un condenado: saldrs del infierno, pero solamente cuando hayan transcurrido tantos siglos cuantas son las gotas de agua que hay en el mar, hojas en los rboles y granos de arena a la orilla del ocano, el condenado experimentara ms gozo que un mendigo a quien le dieran la buena nueva de haber sido declarado rey. S; porque todos estos siglos pasarn y se multiplicarn infinitas veces, y el infierno estar siempre a sus comienzos. En buen grado quisieranlos condenados pactar con Dios, decirle de esta manera: Seor, acrecentad mis penas cuanto queris, hacedlas durar cuanto os agrade; pero sealadles un trmino, y con esto quedar contento. Pero no; este trmino no llegar jams. La trompeta de la justicia har resonar en el infierno estas solas palabras: siempre, jams, siempre, jams. Los condenados preguntarn a los demonios: "Centinela, qu ha habido esta noche?" (Is 21, 11). Cundo amanecer? Cundo acabarn estos lgubres sonidos de la trompeta? Cundo estos gritos? Cundo esta fetidez? Cundo estas llamas y estos tormentos? Y resonar una voz que diga: Nunca, nunca. Y todo esto, cunto tiempo durar? Siempre, siempre. Ah Seor!, iluminad con vuestra gracia a tantos ciegos que, cuando se les ruega que no se condenen, responden: Al fin y al cabo, si voy al infierno, paciencia! Oh Dios mo!, si no pueden llevar en paciencia el sentir un poco de fro, el vivir en un aposento demasiado caliente, el sufrir un ligero golpe, cmo tendrn paciencia para estar sumergidos en un mar de fuego, atormentados por los demonios y abandonados de Dios y de los hombres por toda la eternidad? (San Alfonso Mara de Ligorio, Preparacin para la muerte o consideraciones sobre las verdades eternas). Los hijos del siglo y sus amigos esclavos de la moda rechazan con horror la idea de una condena a castigos que duran eternamente, y blasfeman diciendo que slo una divinidad cruel puede haber creado el infierno. Concedern, como mucho un infierno provisional, olvidando que ya existe una especie de infierno as: el purgatorio, el cual, sin embargo, est reservado, como es razn, slo para las almas santas, para los que se han salvado. En efecto, preguntmonos esto: el pecador impenitente, si pudiera, dejara alguna vez de pecar? A buen seguro que no. El fornicador no querra acaso fornicar eternamente? Y el ladrn es que no querra, si pudiese, robar por los siglos de los siglos? Slo la vejez y la muerte los detienen. Y los detienen en la disposicin de alma habitual para ellos, la propia de quienes estn de continuo orientados hacia el mal. Por qu, entonces, la pena no debera ser eterna para ellos? Y por qu no debera la pena atormentar eternamente sus sentidos, visto que las "breves alegras" de ese pecado en el cual querran vivir para siempre nunca dejan de comportar, de un modo u otro, el ejercicio de los sentidos? Y no es tambin valindose de los sentidos, adems de la inteligencia y de la voluntad, como los pecadores ofenden a Dios y violan sistemticamente sus mandamientos? Adems, si la pena no fuese eterna, se borrara toda diferencia entre el tlamo incontaminado y el prostbulo (como se ha dicho siempre), puesto que, al fin y a la postre, no mediara diferencia alguna entre la mujer que vivi como esposa fiel y virtuosa y la que quiso vivir como ramera hasta el final: la pecadora impenitente acabara salvndose igual que la esforzada madre de familia, y tambin ella gozara de la visin beatfica si la pena no fuera eterna, lo cual constituira una gran injusticia. Mas Dios no puede ser injusto, pues se lo impide la santidad misma de su naturaleza. La justicia exige, por consiguiente, que la pena sea eterna para el que muere en sus pecados. Pero no es menos verdad, asimismo, que el juicio divino, adems de inspirarnos un gran y legtimo temor, nos consuela tambin interiormente porque sabemos que, gracias al juicio, los que sean dignos de entre nosotros obtendrn el premio eterno: la visin beatfica cuya eterna beatitud no puede el hombre ni imaginarla siquiera (II Cor 12,4). El justo juez nos recompensar segn nuestros mritos. Aqu no hay ya misericordia: su tiempo acab cuando termin nuestra existencia terrena al verificarse la muerte. Slo hay lugar para la justicia infalible. Pero la existencia del juicio nos consuela tambindesde otro punto de vista, el de la justicia que se ejerce, al fin, sobre todos, pues el Seor pondr todas las cosas en su lagar (Ap 21,4) o, en otras palabras, el que la hizo la pagar. As se satisfar nuestro sentido de la justicia, ya que ste exige que se castigue a todos los culpables: unicuique suum (a cada cual lo suyo). Pero acaso el sentido de la justicia contradice a la caridad cristiana, como insinan los hijos del siglo y sus amigos? Si debemos amar a nuestros enemigos personales por amor a Dios y rogar por la salvacin de los pecadores, cmo puede entonces consolarnos el pensamiento de que la justicia divina mande luego a la condenacin eterna a esos mismos pecadores? Mas qu es lo que dice San Pablo cuando nos exhorta a no vengarnos nunca de nuestros enemigos personales? A ser posible y cuanto de vosotros depende, tened paz con todos. No os tomis la justicia por vosotros mismos, amados, sino que dad lugar a la ira [de Dios], pues escrito est: A m la venganza, yo har justicia, dice el Seor'. Por el contrario, 'si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; que haciendo as amontonis carbones encendidos sobre su cabeza'. No te dejes vencer del mal, antes vence al mal con el bien (Rom 12, 18-21). Las exigencias de la justicia, que manda pagar el mal con el mal (es el ojo por ojo de la ley del talin) deben superarse con las exigencias de la misericordia divina, ms altas, que nos ordena devolver bien por mal a quien nos haya ofendido. Rogar por su alma es un requerimiento de esta actitud espiritual, la de la verdadera caridad cristiana; pero no por
ello se quedarn sin satisfacer las exigencias de la justicia: Dios dar la justa retribucin el da del juicio. As no se lesiona nuestro sentido de la justicia, puesto que sabemos que nadie puede sustraerse al juicio de Dios. Pero si el mismo que nos ofendi se arrepiente y se salva al fin gracias, entre otras cosas, a nuestro ejercicio de la misericordia (en el que se incluyen nuestras plegarias por l), deberamos entristecernos porque logr escapar de nuestra justicia y de la divina? No, porque las demandas de la misericordia prevalecen en este caso sobre las de la justicia y salvan al pecador arrepentido, cosa de la que todo corazn cristiano no puede menos de alegrarse. El pensamiento de que los pecadores pueden salvarse debido, entre otras cosas, a nuestras oraciones y mortificaciones, nos proporciona n consuelo mucho ms alto que el que nos ocasionara el que se hiciera justicia. En efecto, sera injusto que se condenara el pecador arrepentido. Las demandas de la justicia prevalecen sobre las de la misericordia cuando el pecador muere sin arrepentirse, pues el que se condena para siempre es, de hecho, en virtud del juicio divino, el impenitente, el protervo, el endurecido. La compasin humana que experimentamos por el destino ultraterreno del impenitente (puntuada por el pensamiento angustioso de que tambin nosotros, si no perseveramos en Cristo, podemos hallarnos en el nmero de los condenados) no le impide a nuestro sentido de la justicia consolarse con el juicio divino que lo conden, porque merced a ste sentimos que gozamos del amparo de un juez, infaliblemente justo, que es juez por toda la eternidad: Nuestro Seor Jesucristo, Hijo de Dios, consustancial al Padre, segunda persona de la Santsima Trinidad. A l la gloria por los siglos de los siglos. Hibernicus