Apuntes Sobre Feminismos y Construcción de Poder Popular
Apuntes Sobre Feminismos y Construcción de Poder Popular
Apuntes Sobre Feminismos y Construcción de Poder Popular
Luciano Fabbri
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ISBN: 978-987-29593-0-2
ndice
En las Calles y en las Camas Prlogo para una izquierda degenerada Yo: Lucho A las mujeres bonitas Apuntes sobre Feminismos y construccin de Poder Popular Introduccin Primera parte: Opresin de Gnero y Hegemona Patriarcal I. Sobre el Poder como relacin social II. Sobre los avatares del concepto de Gnero III. Sobre el Patriarcado y su carcter hegemnico IV. El Patriarcado y su articulacin con el sistema capitalista Segunda Parte: Aportes feministas a la construccin de poder popular V. Una aproximacin a nuestro feminismo VI. Crear Poder Popular A. El feminismo como bsqueda de autonoma B. El feminismo y la prefiguracin del cambio social
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C. El feminismo y las prcticas pedaggicas VII. Diversidad y articulacin: hacia el socialismo del siglo XXI VIII. Eplogo Bibliografa
...S, soy feminista porque no quiero morir indignada. Soy feminista y defender hasta donde puedo hacerlo a las mujeres, a su derecho a una vida libre de violencias... ...Soy feminista para defender tambin a los sujetos inesperados y su reconocimiento como sujetos de derecho, para gays, lesbianas y transgeneristas, para ancianos y ancianas, para nios y nias, para indgenas y afrodescendientes y para todas las mujeres que no quieren parir un solo hijo ms para la guerra... Soy feminista para mover la razn e impedir que se fosilice en un discurso estril al amor. Florence Thomas
No es difcil estar en contra de la violencia y la opresin de gnero, la dificultad reside en reconocernos como opresores. Tal vez por eso nos haya resultado tan complicado escribir estas palabras.
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Si bien sabernos oprimidxs nos empodera, reconocernos como opresores nos aterroriza. Tal movimiento implica asumir que las relaciones que estamos construyendo y reproduciendo se encuentran atravesadas por una violencia terrible que lleva milenios enquistada en nuestra sociedad. Pero como dice una poesa de Gabo Ferro Lo que te da terror te define mejor: reconocernos opresores nos aterroriza por sobre todas las cosas porque implica reconocer nuestros privilegios y renunciar a ellos. Encontramos en el feminismo la posibilidad de pensar tales renuncias, una puerta para la fantasa, para concebir la construccin de una nueva cotidianeidad, de una forma humanizada no angustiante, emancipadora: la oportunidad de que aquellas resignaciones no sean solamente roturas sino construcciones, no un desgarro en el orgullo, sino la creacin de una nueva identidad. Nos permite identificarnos y hermanarnos con las luchas de mujeres a lo largo de toda la historia, aun cuando la lectura hegemnica patriarcal de la misma busque invisibilizar sus victorias, sus avances, mostrndolos como la consecuencia de un progreso que marcha naturalmente, por s solo, o en todo caso, como un proceso en que las mujeres con su incansable lucha no influyeron. La lucha contra el patriarcado es una lucha de todxs lxs que resistimos a la triste condena de la dominacin y la explotacin; no debemos cargarla nicamente en las espaldas de quienes ms la sufren. Es necesario el esfuerzo, la implicacin, de todxs en el avance hacia una accin prefigurativa de despatriarcalizacin de las relaciones humanas. Entendemos al patriarcado como un sistema sexo/gnero de dominacin masculina, en ntima relacin con
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el sistema de produccin capitalista, como mecanismo que refuerza la explotacin y la opresin de una minora sobre las mayoras. En tal sistema, la mujer y todas las identidades disidentes son colocadas en un lugar de subordinacin frente al hombre. Al respecto, Luciano Fabbri afirma que: el varn y lo masculino son considerados como lo correcto, lo justo, lo apropiado, y la mujer y lo femenino como lo incompleto, lo carente, lo desviado. Lo masculino se vuelve as la medida de todas las cosas, el punto de vista universal. Las luchas feministas que se han alzado contra la violencia y la sumisin son un potencial transformador y aperturista de nuevos sentidos que permiten comprender la complejidad de los mecanismos y modos de dominacin: la relacin entre capitalismo y patriarcado. Un capitalismo montado, estructurado sobre un sistema patriarcal que lo antecede, lo apuntala y que a la vez es moldeado, relanzado una y otra vez a la medida de las relaciones de explotacin propias del mismo. Cada ao mueren en la Argentina ms de cien mujeres por abortos clandestinos. Cada tres das dos son asesinadas como consecuencia de la violencia de gnero. En los ltimos aos ms de mil mujeres han sido secuestradas y sometidas a esclavitud con fines sexuales. Las identidades disidentes siguen siendo perseguidas, rechazadas y violados sus derechos. Nos encontramos ante una situacin de emergencia, de terrible apremio. Hoy la lucha feminista lejos de estar agotada se presenta como necesaria, urgente. Esta coleccin busca interrogar nuestros feminismos, zambullirse en sus interpelaciones y sus aportes para comprender las problemticas y conflictos actuales de nuestra sociedad. Buscamos, adems, junto con los autor13
xs, colaboradorxs y lectorxs participar de la construccin de disparadores que amplen los lmites de los paradigmas emancipatorios y los debates necesarios para la construccin de una praxis revolucionaria que incluya a todxs lxs sujetxs de cambio. Esperamos que los ttulos que integren esta coleccin sean herramienta y, a su vez, sntesis de relaciones orientadas a la construccin de un feminismo revolucionario, a contagiar el sentimiento de emergencia pero tambin de inmensa felicidad que implica la tarea de luchar contra estas formas de la violencia y construir juntxs, desde abajo, un mundo en el que quepan muchos mundos. Un mundo donde ya no existan ms Marita Vern, ni Natalia Gaitn o Romina Tejerina, ni mujeres asesinadas o explotadas por hombres que se creen sus dueos, o muertas por no poder decidir libremente sobre sus cuerpos y sus vidas. Un mundo donde lo natural no sea la opresin, la cosificacin y la violencia de unxs sobre otrxs. Un mundo con derecho y respeto a la identidad, a la diferencia. Un mundo donde los sujetos inesperados ya no lo sean. Un suelo de lucha y de libertad, en las calles y en las camas.
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El poder darle nombre y entidad poltica a muchos de los malestares que tenemos cotidianamente y que muchas veces creemos que tienen que ver con nuestra individualidad Ante las interpelaciones que se hacen de las compaeras, muchas veces la respuesta es estas hilando demasiado fino, y me parece que eso es tambin el feminismo. Hilar fino sobre muchas cuestiones que desde lejos o desde lo grueso no se ven, permanecen intactas en ese sentido. Creo que el feminismo nos permite hilar fino porque radicaliza lo que se puede pensar como necesariamente transformable. Si un/a militante de una organizacin revolucionaria se imagina el mundo que quiere construir, si todxs tuvisemos que hacer un esfuerzo por verbalizar o intentar construir imgenes de ese mundo para poder hacerlas entendibles por el/la otrx, muchas veces aparecen conceptos abstractos como la igualdad o la libertadpara llegar a eso tenemos que destruir el patriarcado, entonces para muchxs de 15
Malasjuntas
nosotrxs se desprende la tarea de poner en juego todo ese arsenal y todas esas herramientas que le damos el nombre de feminismo. ... Que uno haya podido estar militando durante aos, pensando en la necesidad de la transformacin social, de la revolucin, o de lo que fuese y no se haya preguntado por muchas de sus relaciones cotidianas, vivencias, vnculos con su familia o sus compaerxs, es porque existe una invisibilizacin. Lo que hace el feminismo, justamente, es radicalizar las preguntas a la hora de pensar qu sociedad queremos construir, y ah, me parece, est una de las mayores potencialidades.
(Fragmentos de la desgrabacin del taller conjunto entre Puo y Letra, Malasjuntas y Varones Antipatriarcales)
Hace unos meses, cuando Lucho desembarc en una reunin de Malasjuntas y nos coment que lxs cumpas de Puo y Letra le haban propuesto publicar este libro, rein la alegra. Debemos confesar que no nos cuesta demasiado la alegra; euforia y pequeos saboreos de la felicidad colectiva rondan nuestros encuentros. Tampoco nos cuesta tener instantes un tanto trgicos cuando nos damos cuenta de que nunca nos alcanzan los brazos para hacer todo lo que tenemos ganas de hacer, o que transformarnos a nosotrxs mismxs es un camino cuesta arriba. En fin, volviendo a Apuntes sobre Feminismos, muchas de nosotras ya habamos recurrido a este texto cuando slo era una tesina que circulaba en los espacios compaeros gracias a la generosidad de su autor que adems de ser un invitado ya clebre en los aquelarres de brujas de todas las edades y regiones es un gran amigo de las Malasjun16
Prlogo
tas. El texto nos haba servido muchas veces de referencia para ubicar algunas conceptualizaciones, reconstruir nociones, y activar el hermoso ejercicio crtico que supone pensar al feminismo (o a los, o al nuestro, el que estamos construyendo permanentemente) en relacin al desarrollo de las luchas de nuestras organizaciones sociales y polticas. Cuando nos propusieron prologar la publicacin la sensacin de alegra se redobl y, a la vez, sentimos una gran responsabilidad: cmo decir algo ms de todo lo que se dice en este texto tan bien sistematizado y donde abundan las reflexiones, donde abrevan las palabras de muchxs luchadorxs que se han problematizado todo lo que se nos aparece en la pelea cotidiana? Comenzamos un proceso de lecturas y relecturas colectivas y de debates sobre el contenido del texto. Y fue ah que camos en la cuenta de que lo que necesitbamos decir en estas pginas se pareca bastante a lo que discutamos muy seguido en nuestras reuniones. Entendimos que no tenamos que resear crticamente el libro, ni resumir conceptos, ya que tiene una escritura clara, que se explica por s misma. Quisimos aprovechar este espacio como una excusa para volver a plantearnos algunas preguntas. La actualidad y la importancia de esta publicacin se evidencian entonces en lo poco forzada de nuestra operacin para construir el prlogo. Para nosotras este libro es un triunfo. Es un consuelo; es tambin un premio a la insistencia, es una ayuda para el feminismo que buscamos lxs militantes de las organizaciones sociales populares. Que este libro se publique implica que comiencen a circular y a hacerse cada vez ms
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visibles en nuestros circuitos, y aun ms all, los trminos del debate que estamos planteando. En estas pginas nos vemos reflejadas, generacionalmente, culturalmente, todas las mujeres de los movimientos sociales, aquellos que en un momento dado de la historia sufriente de nuestro pueblo definimos construir organizaciones donde quepamos diversos sujetxs, diversas trayectorias, mltiples realidades y territorios. Y toda esa diversidad, esa bsqueda plural y por tanto compleja, tensada en sus contradicciones, es la que riega nuestro feminismo. En Apuntes sobre Feminismos. encontramos nuestros recorridos reflexivos, las ideas en que nos amparamos, las que nos sirven a la hora de aprender en la calle. Encontramos reconstrucciones de los marcos de ideas con los que intentamos pensarnos, encontramos tambin las tensiones que conviven en nuestras definiciones y prcticas. Sentimos que este libro sistematiza muchas de nuestras bsquedas: De qu hablamos cuando decimos gneros? En qu se basa el patriarcado? Por qu y cmo se entrecruza con el capitalismo? Cmo los combatimos de conjunto? Pueden pensarse por separado? Por qu es importante dar la lucha especfica por la igualdad de gneros?. En los talleres y espacios de discusin que motorizamos las compaeras de estas organizaciones, son estas las preguntas que surgen una y otra vez. Esperamos que este libro contribuya a la incansable tarea pedaggica de hacer entendibles nuestros reclamos.
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Prlogo
Malasjuntas
complaciente, pero a la vez, escribe sabiendo que si hay algo que nos han negado siempre a las brujas es el reconocimiento de todo lo que le otorgamos de maravilloso a la vida. Por eso lo nombra y lo dice, nos hace vernos en un espejo, saborear el jugo de nuestras batallas, las que perdimos pero tambin las ganadas. Este libro es un paso ms en el camino por visibilizar lo que denunciamos que se esconde, por sealar insistentemente lo que no es natural. Por eso nos viene bien, porque despeja, explica, se respalda en lo que han dicho tantas que se dedicaron a investigar, a laburar para darnos argumentos en el intento por explicar aquello de lo que aprendimos a sospechar cuando pareca tan normal. Hace aos que sostenemos que el feminismo y las organizaciones de nuevo tipo se necesitan mutuamente. No slo no hay que pensarlos excluidos entre s, sino que tenemos que avanzar en la amalgama. El feminismo necesita calle, necesita lucha, necesita hacer carne sus demandas a travs de lxs sujetxs que estamos dispuestxs a enfrentarnos a los poderes de turno para que nos den lo que es nuestro. Las organizaciones populares necesitamos feminismo para comprender la integralidad de las formas de opresin, de violencia, para seguir hilando fino en los caminos de transformacin. En esta tesina, ahora libro, se cruzan estas perspectivas elaboradas desde una posicin situada: la de un compaero feminista y militante popular que decidi asomarse sin miedo a la explosiva combinacin a la que da lugar este entrecruzamiento valioso. No se asoma desde la teora o desde la academia, sino desde el intento cotidiano por dejarse atravesar el cuerpo con estas luchas, y ah radica lo ms valioso de la escrituraaccin que est en el origen de la investigacin.
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Prlogo
Despatriarcalizar es la tarea
Este libro sale, gracias a la iniciativa de la editorial Puo y Letra, en un momento crucial para nosotras como militantes de una organizacin social y poltica en plena transformacin. Como decamos antes, es un momento en que el repertorio de nuestras luchas nuevamente es puesto en juego. Las reconfiguraciones de una realidad compleja que nos desafa siempre un poco ms arriba de lo que podemos generan desplazamientos, rupturas, cambios. Una compaera de Malasjuntas, hace un tiempo, usaba la idea de monstruosidad para referirse a este proceso, y deca: me recuerdo cada tanto que entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer surgen los fenmenos ms monstruosos, y estoy feliz de parir este monstruo con ustedes..., que todas paramos un monstruo que tenga la curiosidad de Pandora, la memoria de Sara, el deseo de Jezabel, la garra de las arpas y todas esas cualidades de estas Malasjuntas que nos quisieron hacer creer que eran monstruosas, y sabemos que s, que por suerte lo son. Decididas a hacer parir al monstruo, y en pleno proceso de gestacin, queremos hacernos con sus mejores elementos, encontrar las aleaciones ms brillantes, compiladas y lustradas en un proyecto-engendro de cambio. En ese sentido, el feminismo para nosotras es irrenunciable. De eso se trata un poco este libro. La experiencia nos indica que los procesos de las organizaciones no son lineales, no obstante, s creemos que es posible acumular en la poltica contrahegemnica. Sin embargo, como habitualmente las transformaciones hacen peligrar lo sedimentado, hoy ms que nunca creemos
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que ese espacio poltico que llamamos izquierda independiente o autnoma necesita de este tipo de aportes que nos obliguen a revisarnos en el cruce de nuestras prcticas y pensamientos que pretenden ser emancipatorios. No slo hablamos aqu de desafos pasados, de luchas ganadas, de conceptos instalados que se sintetizan: estamos hablando, centralmente, de desafos a futuro. Este libro aparece en un momento en que el discurso antipatriarcal, instalado a pura lucha, sudor y ovarios, corre el riesgo de congelarse en el plano polticamente correcto y transformarse en un slogan vaco, til, en tanto implica un avance, pero ineficaz para llevarnos a cuestionar el cmo somos de cada da. Para evitar esa cristalizacin inmovilizante, es necesario volver a poner el acento en lo que nos implica a cada unx de nosotrxs el cruce problemtico, rico y lleno de posibilidades entre los feminismos y la construccin de poder popular. Para ello, nos calzamos las gafas violetas para analizar nuestras construcciones orgnicas. No nos conformamos con sostener espacios de mujeres, reas de gnero o iniciativas segmentadas. No nos alcanza con el cupo de gnero para la representacin en los espacios de sntesis poltica. Precisamos avanzar con la transversalizacin de la perspectiva de gnero a nivel integral: que est presente en cada eje masivo, que forme parte de nuestros balances, que sirva para construir indicadores de nuestra situacin actual. De ser organizaciones antipatriarcales a avanzar con polticas despatriarcalizadoras, en eso estamos. No podemos erigirnos en referencias positivas para nuestro pueblo si no entendemos la importancia de construir nuevas subjetividades a contracorriente de lo que nos ensean para someternos. Queremos que la frontera
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Prlogo
entre lo que parece privado y nuestra vida pblica como militantes siga desdibujndose; que para ser lxs cuadrxs revolucionarixs que pretendemos, seamos sobre todo coherentes con una forma amorosa de ver las relaciones, basadas en el respeto, el cuidado y la ternura. Una vez ms, nos planteamos el desafo de estar a la altura de la circunstancias y de esforzarnos por mirar e imaginar mucho ms all de lo que nos deja ver la sociedad patriarcal y heteronormativa en la que habitamos. Sabemos que despatriarcalizar es la sea de nuestra generacin. Si no tomamos el impulso nosotrxs, nadie lo har en nuestro reemplazo y ms adelante, a veces, puede ser demasiado tarde. Tal vez as seamos capaces de proyectar, soar y dibujar un socialismo que en s mismo contenga todo lo que de libertad e igualdad se nos ocurra, y donde las prcticas sexistas, machistas, discriminadoras sean igual de erradicadas que las conductas funcionales al capitalismo. Si estn de acuerdo con nosotras en que sta es una tarea primordial para calzarnos al hombro, compartirn entonces la alegra de darle la bienvenida a este libro compaero.
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Yo: Lucho
Lo que siento, lo que veo, y no a lo lejos, sino en proceso, es que practicar la igualdad todos los das, nos hace ms libres Luciano Fabbri
Un poco mquinas, un poco esquizoides, entre la virtualidad de nuestras distancias y las convicciones del plural que nos une, trataremos de hacerle frente al imposible de poner en papel una experiencia. Es una de las afirmaciones ms fieles que podemos hacer de Apuntes sobre Feminismos y construccin de Poder Popular; haciendo uso del abuso de inventar orgenes, su recorrido es la fuga inaugurada por un grito. Apuntes es el eco de los gritos que aturdieron al Lucho en su primer Marcha del Encuentro Nacional de Mujeres, como l deja saber de vez en cuando, entre dinmicas, reflexiones, ancdotas: Y vos qu carajo ests
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Varones Antipatriarcales
haciendo ac?, le escupi una compaera en la cara al ritmo de grafitis, cantos y los primeros pauelos verdes. Es ese el estandarte que Lucho toma y va dejando en nuestras vidas: la inagotable tarea de reformular y cuestionar el suelo donde piensan y sienten nuestros cuerpos. Encontrarse con Lucho Fabbri, es encontrarse con el eco de ese grito: una persona que cuestiona, que interpela hasta la contractura, por las relecturas de su vida y de la ratificacin del camino asumido colectivamente; que a la pregunta de cmo ests, no duda en contarte cmo est, que le pasa, que rollos y alegras tiene. Varones Antipatriarcales nace de la conmocin colectiva de ese grito que Lucho lleva como insignia. Qu carajo hacemos ac? Varones juntndonos entre varones para hablar de cuestiones de gneros; el nombre funciona polticamente, pero suena extrao: Quin sabe qu es el Patriarcado? Qu puede decir un varn sobre el gnero? Aun sabiendo que nombrarnos nos enredara la lengua, con los miedos en el tacho y la ansiedad en los talones, en el 2009 comenzbamos el colectivo de varones. El 25 de noviembre, en La Plata, nos pusimos las polleras y caminamos por calle 7 en el Da de la No Violencia contra las Mujeres. Desde entonces, a pesar de las crticas y sospechas, nuestras trayectorias estn marcadas por el compromiso de cuestionar los privilegios que amparan al varn en su lugar de supuesta invulnerabilidad. Varones Antipatriarcales contina extendindose en experiencias colectivas por diferentes provincias del pas, todas ellas integradas desde diversas militancias que encuentran como comn denominador el camino de la Educacin Popular en tanto pedagoga emancipatoria de los pueblos y de los cuerpos.
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Yo: Lucho
Desde el comienzo, Varones transita una metodologa que apuesta a pasar por el cuerpo los cuestionamientos que deconstruyen la sumisin al ser de varones que se configura desde la hegemona patriarcal. El texto que Lucho ofrece en estas pginas hace la cartografa del rizoma que habilita y sostiene nuestras luchas, lee los signos de nuestro tiempo, nos da la posibilidad de pensarnos y repensarnos con intensiones de cambio. Como varones, nos enfrenta a la incomodidad de responder: es destino obligado del varn ser el macho hegemnico? Nos muestra la posibilidad de ser colectivos, de ser varones, asumirnos como tales, desde una perspectiva de cambio. Esto es el desafo de Lucho y sigue siendo el desafo del Colectivo de Varones. No es destino obligado ser el macho hegemnico y en eso se nos va la militancia, las caricias en los talleres, en los encuentros antipatriarcales y en nuestras cotidianas contradicciones, marcando un vrtice que muchos vamos trazando en nuestras vidas y que nos pone en directa conmocin con el feminismo. Para quienes la poltica es la experiencia de un cambio sobre nuestras relaciones interpersonales y mecanismos de dominacin, el feminismo deviene una radicalizacin de la teora y de la prctica. Indisoluble como movimiento terico y movimiento de mujeres, el feminismo hecha luz sobre las complicidades y los ocultamientos de las polticas de verdad patriarcales. Indisolubles de nuestras biografas, de nuestras teoras, de nuestras prcticas: ese es el magma del que parten los aportes que Luciano recoge en estos Apuntes. Un mapa estratgico del terreno sobre el que extendemos nuestras luchas, terreno que, exceptuando engendros y mixturas posmodernas, acecha en perpetuarse. Habita27
Varones Antipatriarcales
mos la sensacin de un momento de perpetua llegada: las producciones desde las teoras feministas nunca cesan de llegar y ser novedosas. Algunas de ellas permanecen nuevas desde hace ms de cincuenta aos: resistidas, marginales, relegadas a la trastienda de una lucha mayor. El texto de Lucho aparece como una matriz de problematizacin cuya trayectoria permitir cartografiar las curvas del rizoma poltico necesario para reflexionar sobre la dimensin prefigurativa de nuestras prcticas en contextos de lucha popular, bajo la retroalimentacin crtica de nuestras acciones, atendiendo a evitar los procesos metaestables que acechan en nuestra piel la perpetuacin del rgimen capitalista y patriarcal. Si bien el camino biogrfico que moviliza su escritura escapa a su recorrido y escapar a nuestros conocimientos, ms all de sta breve introduccin, sern claros los lmites y las potencialidades que desde su militancia impulsan estos apuntes. En lugar de realizar una breve diseccin de los conceptos que marcan los pasos del texto, ya que nuestro nimo no es ofrecer reduccionismos, procuraremos la dispersin de las categoras para insistir sobre la vitalidad del texto producido en la recuperacin de las luchas feministas y la construccin de sujetos sociales. Algunas de las ficciones que han totalizado el campo terico sobre la conceptualizacin del poder sern dejadas de lado al recuperar una perspectiva inspirada en las reflexiones sobre Poder Popular para mostrar que, es el ejercicio de nuestras prcticas, no la cristalizacin de roles y modelos, la intensidad que moviliza las placas sobre las que se enredan nuestras luchas. La forma en que conceptualizamos el poder deviene siempre estratgica y,
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con ello, se produce un saber especfico consecuente con la complejidad del campo relevado. El poder del que trataremos ser construido y heterogneo en la medida en que es efecto de la articulacin de mltiples agentes y sus coyunturas: ni una fortaleza heredada, ni una virtud marginal que deba ser coronada; el poder en el texto de Lucho funciona como la capacidad de movilizar la creacin, la produccin y el ejercicio desde la superficie de prcticas subalternas con la apuesta hecha en la radicalizacin de la distribucin de una trama social opresiva. Lejos de una visin nihilista o esterilizada de la distribucin de las relaciones sociales, esta dispersin de la categora de poder se reterritorializa al transversalisar la categora de gnero. La capacidad de crear, producir y ejercer desde un gnero se ver determinada por la coyuntura que la cerca como agencia. Inmanente, el poder funciona en la distribucin de: a) un dispositivo que naturaliza una modalidad especfica de dominacin, b) las posiciones hegemnicas y subalternas, y c) las posibilidades de resistencias entendidas como capacidad de creacin colectiva y autnoma. La distribucin social de los gneros ser entonces el campo en el que se despliegue dicha estrategia. De manera sencilla dispondremos de un pequeo dispositivo para evadir la complejidad con que usualmente es ahogada y reducida la problematizacin del gnero. Purgndolo de reduccionismos sexistas, Lucho nos mostrar como el gnero funciona en una dialctica de las relaciones sociales que se entretejen entre hombres y mujeres. El gnero ser teorizado como el reglamento de carcter cultural, histrico y relacional que deriva de las modalidades en las
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Varones Antipatriarcales
que se relacionan los sexos en contextos socioeconmicos especficos. Nos muestra cmo la radicalizacin de la distribucin social de los cuerpos con sexo y gnero es la va regia sobre la cual ensayar las tcnicas que permitan la destruccin de relaciones opresivas. El reglamento y la dialctica de sexo/gnero relevadas desde nuestra materialidad discursiva aparecen en un orden jerarquizado de dominio masculino y subordinacin femenina. Tal como l nos lo hace ver, esto arroja luz sobre los frentes de batalla en los que nuestra lucha procura instalar trincheras. Como Varones que multiplicamos la lucha feminista, stas son: el sistema de dominacin patriarcal en correlacin rizomtica con los sistemas de produccin y dominacin capitalista. Siguiendo el rumbo que marca la teora feminista, entendemos por patriarcado a la distribucin social jerarquizada de los sexos basada en la dominacin masculina sobre las mujeres; una red de poder que se asienta y perpetua en la traduccin de las ficciones derivadas del orden del discurso biolgico al orden del discurso jurdico. El contrato originario que inaugura nuestra modernidad tiene como ncleo un pacto social sexual que constituye a la Sociedad Civil sobre un orden patriarcal: la caracterizacin biolgica de las mujeres como sexo dbil que hace necesaria la proteccin masculina es traducida polticamente como la imposibilidad de ejercer sus libertades y, por tanto, quedan suscriptas al contrato bajo la propiedad y tutela de los varones. Esta individuacin por vas de la caracterizacin biolgica como ncleo de la identidad poltica de las mujeres es el puntapi que ha disparado la desigualdad en la distribucin del capital cultural, tecnolgico y econmi30
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co sobre el que se asienta la jerarquizacin opresiva de nuestros sistemas sexo-genricos. En niveles de mayor complejidad, la configuracin poltica patriarcal se sostiene en la psicologizacin de los sexos (el temperamento), la jerarquizacin sociolgica de la complementariedad reproductiva (el sexo) y la distribucin de las funciones polticas (el estatus social). Luciano rescata este triedro ideolgico a fin de visibilizar las races de las condiciones hegemnicas del patriarcado moderno. En la misma lnea, el orden de parentesco sobre el que se solidifica la modernidad naturalizando la monogamia y la familia nuclear en clave reproductiva, ser tomado como el dispositivo poltico que asegura la inmanencia y reproduccin de la hegemona patriarcal. Consecuencia de la incorporacin de esta reproduccin como ncleo del orden patriarcal, la jerarquizacin social implcita en el reglamento de sexo/gnero reivindicar la heterosexualidad como un vector primordial para legitimar la vida poltica y generar as nuevos espectros de sectores subalternos. De este modo, no slo las mujeres, sino quienes materializan patrones que se alejan del modelo heterosexual, estn en condiciones de ser sometidos por un modelo hegemnico de masculinidad blanca, heterosexual y occidental. Esta subrogacin de la femineidad a esferas subalternas en la jerarqua social aparece en correlacin dialctica, conjugada con los modos de produccin y acumulacin capitalistas. La complementariedad entre ambos sistemas de dominacin se evidencia en la forma en que son incorporadas las mujeres a los modos de produccin. La posicin que las mujeres ocupan de acuerdo al sistema de dominacin patriarcal es una funcin continua de su de31
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pendencia econmica. Como corolario, el problema central de las mujeres en relacin al capital, cercenado dentro de un sistema de dominacin patriarcal, no gira en torno a la mano de obra y la produccin de las mujeres sino a su jerarquizacin monetaria y acumulacin primitiva. Atento a la desestabilizacin y transgresin de los roles de gneros ocurridos en las ltimas dcadas, Lucho nos advierte, de manera sencilla, cmo dichos cambios pueden ser reabsorbidos a las lgicas hegemnicas en la reorganizacin de las esferas de lo pblico y lo privado sumadas a la creciente complejidad de los modos de produccin capitalistas. Sin objetar las tcticas y estrategias que han conquistado dichas movilizaciones, apuesta a tomar conciencia de sus lmites y su necesaria superacin. Para ello recupera la construccin terica de una ideologa que, bajo la insignia de nuestro feminismo, es entendida como los sistemas de ideas-fuerza que orienta nuestro hacer y pensar respecto a la poltica [] el ejercicio de nuestros derechos, nuestros deseos, nuestros cuerpos con la capacidad suficiente de brindar los cimientos a las construcciones de poder popular como parte del espectro de luchas antiimperialistas y antipatriarcales. Descartando visiones teleolgicas, instrumentales, binarias del poder y la potencialidad de los sectores subalternos, rescatando de las luchas que atraviesan sus experiencias, Luciano enfatiza una definicin de poder popular en tanto proceso de autorrealizacin, de materializacin, de anticipacin a los cambios sociales esgrimidos como utopas. Con claridad y sencillez nos conducir a una de las principales preocupaciones que movilizan su escritura: que las potencialidades del feminismo como corpus terico-praxico, tendiente a la construccin de re32
Yo: Lucho
laciones intergenricas horizontales y emancipadas, sean vislumbradas por parte de estos sectores populares organizados; y que nuestro feminismo decida cabalgar sobre la lucha popular, ubicando su tarea poltica como parte fundamental del horizonte de transformacin radical de la sociedad. Con la intencin de exhibir las potencialidades de la articulacin entre construccin de poder popular y experiencias de nuestros feminismos, toma de la historia del movimiento de mujeres diferentes modalidades en que estas trincheras han aparecido ensambladas anticipando las condiciones de emancipacin anheladas. Nos muestra cmo el feminismo representa la historia de una praxis que supo encarnar los postulados tericos del poder popular, logrando ciertos mrgenes de libertad en lo que respecta a la conquista de autonoma, la prefiguracin del cambio social, la subversin de nuestras prcticas pedaggicas y la construccin de conocimiento contrahegemnico. Sobre el final, encausando la problematizacin acerca de quin ser el sujeto del cambio social, vemos brevemente como han sido tomadas las mujeres dentro de los diferentes campos de anlisis marxista para concluir que, consecuente con lo que ha sido expuesto durante el texto, ni la explotacin econmica es la nica forma de dominacin, ni el proletariado es el sujeto universal predeterminado para ejecutar la revolucin. Avisado de las fragmentaciones que ha producido el modo de produccin capitalista durante los ltimos aos, arrojando actores sociales nuevos, mltiples y fragmentados, vemos cmo estas nuevas formas de actividad ciudadana obligan al rediseo de las estrategias en pos de una radicalizacin de los rdenes
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democrticos. Las articulaciones entre estas mltiples tramas de sujecin y posiciones de subjetividad, por vas de la construccin prefigurativa de poder popular, ser la tctica que Lucho nos alcanza para dar la lucha necesaria a fin de diluir los engendros derivados del patriarcado y el capitalismo. En el recorrido de estas pginas, Lucho se nos da como verbo abierto, y para quienes estamos infectados del fervor alegre de la subversin, la metonimia de un Yo, Lucho deviene principio poltico. Lucho se hace un poco Jos, un poco Noe, un poco Juampi, un poco Majo, un poco Mauro, un poco Luciana, un poco Liso, un poco Cris En el camino, entre la multiplicidad y la multiplicacin, nosotrxs nos hacemos un poco Lucho. Que lo personal se haga poltico no alcanza para dar cuenta de nosotros mismos: lo poltico tiene la exigencia de hacerse colectivo. Estos Apuntes que Lucho nos ofrece son recibidos como la posibilidad de pensar otras posibilidades sobre nuestros colectivos.
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chando que sus denuncias son una exageracin, o que el Patriarcado se termin, que la igualdad ya se conquist, o bien, que algunas desigualdades persisten, pero se equivocan en la forma de expresarlas. Que podran ser ms pedaggicas y correctas, ms dulces y compresivas con quienes las oprimen. Que son ellas las que deben esforzarse porque sus crticas sean escuchadas, y no quienes las inferiorizan quienes deben dignarse a abrir los odos, recibir la crtica y dejarse interpelar. As como cuando una huelga, o un piquete, siempre es el oprimido quien debe dar explicaciones de su metodologa de lucha. Pero en el caso de ellas es peor, porque tambin deben rendir cuentas a sus compaeros del partido, del movimiento, del sindicato. En cambio a m, no me gustan cuando callan. Me gustan cuando gritan, cuando ren, cuando lloran, cuando escrachan, cuando sospechan, cuando critican, cuando cantan la justa, cuando interpelan, cuando ensean, cuando abrazan, cuando desobedecen. Me gustan libres, locas, brujas, rebeldes, insumisas, combativas, callejeras, machonas, reventadas, putas, histricas, tortas, piqueteras, inconvenientes, impertinentes, y revoltosas. Y tambin me gusta que no les importe lo que a los varones nos gusta de ellas. A esas mujeres que con sudor, con lucha y con mucha, quizs demasiada paciencia, han logrado, entre tantas otras cosas, que algunos varones, comprendamos y sintamos la necesidad de poner el mundo patas para arriba, y que eso no es posible sin politizar lo personal, sin hacer del feminismo una filosofa prxica para transformarlo todo, mi ms sincera admiracin y agradecimiento. Les
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debo mi devenir feminista, y en ese sentido, una gran cuota de mi alegre rebelda. MUJERES BONITAS SON LAS QUE LUCHAN!!!
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Apuntes sobre
Feminismos
y construccin de
Poder Popular
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Por Luciano Fabbri
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Para que no un pedacito, para que todo el cielo sea rojo, rebelde, resistente, y que en ese cielo brille fuerte el arcoiris
Lohana Berkins*
* Frase extrada de la entrevista realizada por Claudia Korol a Lohana Berkins, presidenta de ALITT (Asociacin de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual), incluida en Korol (comp.) (2007), Hacia una pedagoga feminista. Gneros y Educacin Popular, Editorial El Colectivo/Amrica Libre, Buenos Aires.
Introduccin
Un desafo es integrar las demandas del feminismo en otras demandas sociales () Otro desafo es cmo las demandas feministas se integran en los movimientos populares () Estos dos desafos son de apertura del feminismo. Que el feminismo incorpore otro tipo de demandas y que podamos poner el feminismo entre las demandas de otros grupos con los que tenemos relaciones de solidaridad o de militancia. Me parece que son las dos perspectivas que quedan abiertas como para fortalecerlo y enriquecerlo. Esos son nuestros desafos. Ahora hay que trabajar DIANA MAFFIA, [en Korol (comp.), 2007], Hacia una pedagoga feminista. Gneros y Educacin Popular.
Este trabajo forma parte de una serie de esfuerzos orientados a sistematizar y profundizar algunas reflexiones en torno a los desafos de los movimientos sociales y populares en el contexto actual. Las teorizaciones sobre las prc43
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ticas polticas de estos movimientos vienen creciendo a paso firme en los ltimos aos, fruto de las inquietudes tericas y polticas que emergen de las experiencias prxicas de los sujetos sociales en lucha. Varias certezas fueron derrumbndose con las transformaciones estructurales del ltimo cuarto del siglo XX; los sujetos sociales y polticos, el poder, la representacin, las herramientas organizativas, muchas de estas cuestiones claves para los proyectos emancipatorios fueron puestas en tela de juicio por la historia misma. Lentamente, y no sin tensiones ni conflictos, se van acumulando conocimientos, balanceando prcticas, arribando a nuevas sntesis polticas y organizativas que entusiasman y generan debate. Desde el mismo seno de los movimientos sociales en lucha, y con el aporte fundamental de lxs1 intelectuales que dialogan con estas experiencias para su produccin terica, van emergiendo saberes que nos permiten enriquecer los debates, multiplicar los interrogantes y radicalizar las bsquedas, para aportar as a la recomposicin de los
1Utilizo la letra x (lxs) para hacer referencia a un amplio universo de expresiones de gnero que rebasa la bi-categorizacin reduccionista de hombres y mujeres. Tanto el @ (l@s) como el uso de las terminaciones en a u o (las/los) pueden servir para hacer referencia a los sexos que componen el binario de gnero, pero no contemplan las expresiones transexuales, transgneros, intersex, travestis u otras ya existentes o por existir. A la vez, para aquellxs que sostienen el lenguaje sexista amparadxs en la economa del lenguaje, segn la cual hacer referencia a ambos sexos sera demasiado desgaste, esta alternativa de escribir con x podra ahorrarles un problema, y de no ser as, podra al menos servir para relativizar la validez de su argumento.
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proyectos emancipatorios que pretendieron sepultarse con el auge del capitalismo neoliberal. De la reflexin (sobre y desde la prctica militante misma) sobre algunas limitaciones y potencialidades de estos procesos es que surgen las inquietudes que motivan este trabajo. Las experiencias de construccin de poder popular en Latinoamrica en general, y en Argentina en particular, ubican a la participacin real y activa de los sujetos populares como requisito indispensable para las aspiraciones de transformacin social. Siguiendo a Mazzeo (2007), podemos comenzar a situar las experiencias aludidas en nuestra historia reciente: Deambulando atentamente por algunos subsuelos no es difcil constatar la realidad de un indito y singular universo cultural, ideolgico, poltico e identitario con innegable potencialidad contrahegemnica. Este universo puede considerarse como emergente de las luchas populares que se desarrollaron en la Argentina desde fines de la dcada de 1990 y que tuvo su mxima expresin en la rebelin popular del 19 y 20 de Diciembre de 2001 () Posiblemente lo que mejor distingue este universo sea la recurrente utilizacin de dos palabras en un tndem que remite a las formas de construccin, a un modelo de acumulacin militante, a un modo de producir decisiones alternativas y, al mismo tiempo, a un horizonte: PODER POPULAR. En efecto, lo que mejor distingue a este universo es la adopcin de un eje estratgico basado en la construccin de poder popular como la forma de acumulacin y ejercicio independiente de fuerza revolucionaria.
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La autonoma, en tanto ejercicio de la capacidad que posee el propio pueblo organizado para definir el destino de sus acciones, es clave a la hora de pensar en la recomposicin del tejido social, sin mediaciones sustitutivas, representaciones abstractas ni vanguardias autoproclamadas. En esas mismas experiencias de autogobierno es que lxs sujetxs van adquiriendo conciencia de sus capacidades transformadoras, no slo de las condiciones materiales de vida, sino de las diversas y deseables formas de vivirla. Aqu cobra especial inters la idea de lucha prefigurativa (concepto de origen gramsciano) como forma de anticipar aqu y ahora, la sociedad que soamos para el futuro, de ir delineando en nuestras prcticas actuales las modalidades de organizacin, relacin social, que anhelamos para el maana. Dicha aspiracin nos pone como desafo la problematizacin de nuestras prcticas cotidianas, cuya transformacin no podemos2 postergar hasta la revolucin, ya que esta transformacin forma parte de la revolucin misma. Por esto es que entendemos que la radicalizacin de las prcticas democrticas, la construccin de relaciones sociales no jerrquicas y des-enajenantes, se constituyen
2La decisin de escribir desde la primera persona del plural, no responde, como suele suceder en la escritura acadmica, a la pretensin de borrar las marcas personales de la escritura, sino a la conviccin de que muchas de estas afirmaciones son compartidas por un amplio colectivo social y poltico. Sin intencin de representarlo, s busco incluirlo en la medida en que este texto no podra haber sido escrito sin sus aportes e interpelaciones. En otros pasajes, recurro al singular de la primera persona, para expresar puntos de vista que considero ms dificultoso o polmico colectivizar, y de los que me hago cargo individualmente, aunque siempre interpelado por otras textualidades.
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en pilares fundamentales de las construcciones de poder popular y sus aspiraciones emancipatorias. As las cosas, nos vemos obligadxs a preguntarnos sobre las diferentes relaciones de asimetra existentes, las mltiples modalidades en que las relaciones desiguales de poder son ejercidas y reproducidas. En este sentido, es que pensamos aportar a las reflexiones en torno al Patriarcado como sistema sexo genrico de dominacin masculina y al feminismo como corpus terico y prctica tendiente a la bsqueda de relaciones intergenricas horizontales e igualitarias. Desde nuestro punto de vista, el feminismo, o cierta parte del mismo, sin dudas marginal, aunque creciente, tiene aportes fundamentales que hacer al enriquecimiento prctico y terico de estos movimientos populares que plantean la construccin de poder popular desde las bases como clave estratgica de su poltica. Este diagnstico no es slo nuestro, claro est, sino que puede percibirse en los intentos crecientes de muchos movimientos de base popular, inicialmente alejados de la agenda feminista (que vale aclarar, ni es una sola, ni se encuentra exenta de disputas), de incluir algunas de estas reivindicaciones y reflexiones entre sus ejes de lucha y debates polticos. Sin embargo, este proceso es bastante incipiente y presenta dificultades, que aunque lgicas en el marco de un proceso de exploracin recientemente iniciado, deben ser trabajadas para ser superadas. As como dentro del campo popular organizado encontramos movimientos, colectivos y militantes con reflexiones y prcticas con relacin a estas luchas de carcter
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antipatriarcal, tambin encontramos variedad de contradicciones, prejuicios y hasta posicionamientos opuestos a dichas lneas de construccin. Si bien algunxs argumentan que esto se debe a desconocimiento o ignorancia, debemos ser conscientes de, como sugiere el pensamiento de Eve Sedgwick, la ignorancia no es neutra, ni es un estado original, es un efecto del conocimiento mismo. All donde hay ignorancia, hay un modo particular de conocer [Alonso, Herczeg, Lorenzi y Zurbriggen, en Korol (comp.), 2007], que se fue instalando en nosotrxs a travs de siglos de colonizacin cultural. La ideologa burguesa y patriarcal es hegemnica, es decir, que no slo es dominante, sino que cuenta con cierta aceptacin o consenso, que muchas veces reproducimos desde el sentido comn. As es como nos encontramos con compaerxs que, an definindose en contra de todo tipo de opresin, reproducen/reproducimos prcticas violentas y discriminatorias que responden a los patrones dominantes que enunciamos querer combatir. Por todo esto, es que este trabajo se propone contribuir al entrecruzamiento creciente entre la lucha feminista y antipatriarcal, y los movimientos populares, para que las potencialidades de esta conjuncin sean cada vez ms visibles y apropiables por parte de aquellxs sujetxs que protagonizan las luchas por cambio social. En la primera parte de este trabajo, nos proponemos hacer una introduccin al enfoque de gnero/feminista aspirando a visibilizar que las relaciones sexo/gnero son relaciones de poder, y que por lo tanto deberan constituirse en mojones ineludibles en nuestros anlisis y prcticas polticas. As tambin, pretendemos aportar a la comprensin, aunque sea de forma incipiente, del Patriarcado como sistema de dominacin, caracterizando cmo
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domina y reproduce dicha dominacin, quines y cmo nos vemos afectadxs por el mismo, cmo se articula con el sistema capitalista y otros clivajes de estratificacin social. En la segunda parte, abarcamos las discusiones ms pertinentes en torno a los interrogantes especficos de este trabajo: cmo puede aportar el feminismo a la construccin de poder popular? Abordaremos dicho interrogante a partir de la relacin entre feminismo y bsqueda de autonoma, feminismo y luchas prefigurativas, y feminismo y prcticas pedaggicas. Por ltimo, intentaremos presentar algunas reflexiones en torno a la discusin sobre el sujeto del cambio social, viendo si las discusiones antes trabajadas nos permiten esbozar lneas de aporte del feminismo en relacin con semejante interrogante. Una herramienta fundamental de los enfoques tericos feministas es la que Alicia Puleo (2000) denomina genealoga y deconstruccin de la hermenutica de la sospecha feminista. Desde nuestro punto de vista, dichas tareas forman parte indispensable de un anlisis poltico que intenta aportar a la desnaturalizacin de aquellas desigualdades que las ideologas dominantes nos presentan como verdades ahistricas. En este sentido, y si a esta altura resultara necesaria la aclaracin, descartamos la posibilidad de pararnos desde un anlisis supuestamente neutral y objetivo, si eso es lo que se pretende por el status cientfico de la poltica. Por el contrario, nuestras reflexiones se encuentran polticamente situadas en la vereda de lxs que entendemos a la poltica como una herramienta de transformacin social en pos de la emancipacin de lxs sujetxs en lucha.
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Por otro lado, la intencin de este trabajo no es realizar una mera labor deconstructiva, que aunque puede ser un aporte sustancial a la erosin terica y poltica de los postulados patriarcales, es insuficiente si no se propone aportar a la reconstruccin y sistematizacin de lneas de anlisis e intervencin poltica en pos del fortalecimiento de nuevos postulados emancipatorios. En trminos personales, no est de ms aclarar que no soy ningn experto en el rea de estudio. Mi prctica militante, mi experiencia como estudiante, mi sexualidad disidente, mi disconformidad con los supuestos polticamente correctos, la vida misma me ha interpelado sobre estas cuestiones. Creo, tambin, que el ejercicio del anlisis poltico implica tomar ciertos riesgos. El respaldo lo encuentro en las motivaciones personales y colectivas que me llevaron a aventurarme en este trabajo. Los avances hacia una sociedad emancipada de toda forma de opresin necesitan de todos nuestros esfuerzos y capacidades. Desde el anlisis poltico y militante, propongo a estos incipientes apuntes como un aporte ms en esa direccin, convencido de que el cambio social debe inundar todas las trincheras de nuestra vida cotidiana, para que lo nuevo termine de nacer y lo viejo termine de morir.
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Esta dificultad, nuestra dificultad para encontrar las formas de lucha adecuadas, no proviene de que ignoramos todava en qu consiste el poder? Michel, Foucault (1992) Los intelectuales y el poder
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Estas diversas modalidades dan cuenta del carcter polimorfo del poder; reconocimiento que nos permite esquivar los anlisis del mismo como manifestacin unidimensional, reduciendo su complejo entramado de relaciones en general, pero no nicamente a las relaciones de carcter econmico. Seguimos a Ana Sojo (1988) al plantear que: Nuestra visin de las relaciones de poder asimtricas propone que el campo econmico no se constituya en el fundamento por excelencia del poder; implica explorar la poltica, la ideologa, la cultura y muchos otros terrenos sin tratar de reducir las formas de poder que all se presentan a una presunta funcionalidad respecto de la organizacin econmica de la sociedad, aunque se mantenga el inters por entender sus potenciales articulaciones con lo econmico. Como afirma Campione (en Acha, Campione y otros, 2007): la prioridad absoluta otorgada a la opresin econmica, de clase, y a la ejercida por un estado al que se vea slo como brazo represivo de la anterior, obturaba la visin sobre otras formas de opresin, y por consecuencia directa, la posibilidad de articular una verdadera accin contrahegemnica () los defensores de las reivindicaciones tnicas, de gnero, ambientales u otras corran el riesgo de aparecer como desviando a las fuerzas contrarias al orden existente de sus objetivos principales, en vez de ser estas aceptadas y promovidas como vehculo para comprender y sentir la sociedad en trminos ms complejos de lo que se vena haciendo, de esta forma no se sumaban
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sino que se restaban diversos ngulos de cuestionamiento y diferentes aliados contra una opresin y una alienacin multiformes que se prefera visualizar como monocolor, centrndola en la explotacin econmica. As como nos distanciamos de quienes identifican al poder con lo econmico, debemos decir tambin, que nos encontramos en las antpodas de quienes conciben al poder como algo que se encuentra cosificado en algn lugar, que es posedo por alguien. Esta fetichizacin del poder lleva a simplificar los anlisis a extremos tales que la construccin de una alternativa revolucionaria parecera depender de ser lo suficientemente grande como para sacarle el poder a quien sea que lo posea. Una visin tan instrumental del poder, lleva indefectiblemente a una concepcin instrumental de la poltica y de la organizacin. Distancindonos de ambos anlisis reduccionistas, simplistas y anti-dialcticos, nos inclinamos ms bien por una concepcin relacional del poder, entendiendo que toda relacin entre los hombres (sic) es una relacin de poder en tanto el sujeto es un ensamble de relaciones sociales (Acha, Campione y otros, 2007). Tampoco adherimos a quienes entienden que el poder slo puede ser relacin de dominacin, poder-sobre3
3 Retomamos de Francisco Modonesi las siguientes tres dimensiones del poder: poder sobre (como dominacin), poder contra (como antagonismo) y poder hacer (como capacidad colectiva y autnoma de creacin). Autonoma, antagonismo y subalternidad (notas para una aproximacin), citado por Hernn Ouvia en Hacia una poltica prefigurativa. Algunos recorridos e hiptesis en torno a la construccin de poder popular, en Reflexiones Sobre Poder Popular, Editorial El Colectivo, Bs As, 2007.
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y que por lo tanto, debe ser descartado de plano de cualquier opcin emancipatoria. Como veremos ms adelante, esta concepcin del poder tambin acarrea serias dificultades a la concepcin de la poltica y la organizacin. Entendemos que el poder es una construccin que, en tanto ejercido por los sectores hegemnicos sirve para dominar, tambin puede aportar a la creacin de mejores condiciones para la emancipacin si es creado, producido y ejercido en esa clave por los sectores subalternos. Como afirma Campione (en Capione, Mazzeo y otros, 2007), esto ...implica la comprensin de que el poder no es un conjunto de instituciones a tomar, sino una compleja trama de relaciones sociales a modificar radicalmente, por eso la necesidad de construir un contrapoder de las clases subalternas, un poder popular. Se trata de un camino ms difcil y costoso, de una complejidad mucho mayor en cuanto a los factores que intervienen. En el marco de ese ensamble de relaciones es que centramos nuestra atencin sobre las relaciones de gnero en particular, sin subestimar su articulacin con otras relaciones sociales de dominacin.
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Negar el gnero es permanecer en la Ideologa, una ideologa que (ni coincidentemente ni, por supuesto, intencionalmente) en forma manifiesta est al autoservicio de los sujetos generizados masculinos TERESA dE LAUREtIS (1989), Tecnologas del Gnero.
Para m el gnero es un campo de ambivalencias JUdItH BUtlER (2006), Documental Filsofa en todo gnero.
La historia del concepto de gnero y los diversos usos que le han sido asignados es mucho ms compleja de lo que comnmente se conoce. An a riesgo de realizar una excesiva simplificacin al respecto, intentaremos dar cuenta de algunas de sus expresiones ms relevantes, de
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manera tal que podamos introducirnos a un vasto campo de conocimientos que, sin duda, no ser agotado en estas pginas. Coincidimos con Haraway (1995) cuando afirma que, A pesar de sus importantes diferencias, todos los significados feministas modernos de gnero parten de Simone de Beauvoir y su afirmacin de que una no nace mujer4. Podemos afirmar, al menos por ahora, que el concepto gnero intenta describir un fenmeno de carcter cultural (lo que se concibe como masculino y femenino no es natural y universal sino que es construido y difiere segn las culturas, las razas, las religiones), histrico (lo que cada cultura entiende cmo masculino y femenino vara de acuerdo a los diferentes momentos histricos) y relacional (lo que se entiende por masculino se define con relacin a lo que se entiende por femenino, y viceversa, en un horizonte de significaciones mutuas). Introducindonos a un posible uso comn, al menos inicialmente, de dicha categora, Haraway (1995) nos dir que Gnero es un concepto desarrollado para contestar la naturalizacin de la diferencia sexual en mltiples terrenos de lucha. La teora y prctica feministas en torno al gnero tratan de explicar y de cambiar los sistemas histricos de diferencia sexual, en los que los hombres y las mujeres estn constituidos y situados socialmente en relaciones de jerarqua y antagonismo. As tambin, el surgimiento y difusin de dicha categora implic un avance importante en el desarrollo de un marco terico, conceptual y metodolgico que posibilit
4 No se nace mujer, se llega a serlo es la forma en que comnmente se conoce esta frase de Simone de Beauvoir, extrada de su libro El segundo sexo (1949), considerada una de las obras fundacionales del feminismo.
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trascender la restriccin que circunscriba los estudios relacionados con las derivaciones culturales y polticas de la sexualidad a los estudios sobre las mujeres. Es decir, el acuamiento de la categora de gnero posibilit (y fue posible gracias a), la ampliacin y complejizacin del objeto de estudio. An as, como efecto no deseado de dicha bsqueda, es que en los aos 80 se generaliz en el mbito acadmico un uso descriptivo del trmino que provoc una asimilacin entre gnero y estudios de la mujer. Esto se explica, segn Joan Scott (en Lamas, 1986), porque gnero suena ms neutral y objetivo que mujeres y parece ajustarse a la terminologa cientfica de las ciencias sociales y se desmarca as de la (supuestamente estridente) poltica del feminismo. Pero, al contrario de lo que suele creerse, el concepto de gnero no surge desde los estudios feministas, ni mucho menos con el objetivo de ampliar las libertades de lxs sujetxs, sino que fue desarrollado por lxs mdicxs comprometidxs con los tratamientos de reasignacin de sexo a personas intersexuales5. Y vale aclarar, que su compromiso no es precisamente con esas personas, sino con la adecuacin de sus cuerpos a la bi-categorizacin sexual heteronormativa. Traduciendo, la preocupacin de dichxs mdicxs estaba centrada (y lamentablemente, todava lo
5 Se denomina intersexuales a las personas nacidas con indicadores fisio-anatmicos (genitales, cromosomas, gnadas) no identificables con los tradicionalmente asignados al macho o la hembra, presentando diversas combinaciones entre los mismos. Para conocer ms sobre la poblacin intersex, sus historias, problemticas y reivindicaciones, recomiendo la lectura de Interdicciones. Escrituras de la Intersexualidad en Castellano (2009), editado por el activista intersex Mauro Cabral, y descargable a travs de http:// www.mulabi.org/Interdicciones2.pdf
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est) en corregir los cuerpos sexualmente ambiguos a travs de tratamientos invasivos (quirrgicos y/u hormonales) muchas veces irreversibles, para adecuarlos a los dos nicos sexos legtimos segn la ideologa heteropatriarcal: o mujer, o varn. Recuperando la historizacin realizada por Elsa Dorlin (2009), En los aos cincuenta en los Estados Unidos, el que iba a convertirse en unos de los ms poderosos especialistas de la intersexualidad, John Money, declara: El comportamiento sexual o la orientacin hacia el sexo macho o el sexo hembra no tiene un fundamento innato. El trmino gnero es rpidamente popularizado por el psiquiatra Robert Stoller (que) en 1955 propone distinguir el sexo biolgico de la identidad sexual (el hecho de percibirse hombre o mujer y comportarse en consecuencia), distincin que ser retomada en 1968 en trminos de sexo y gnero (Stoller, 1968) Ser recin en 1972, con la publicacin de Sex, gender and Society (Sexo, Gnero y Sociedad), por parte de la sociloga feminista britnica Anne Oakley, que la distincin entre sexo y gnero se instalar como articuladora de la teora feminista, en la clave comnmente conocida, de diferenciar los productos de la socializacin de los individuos (atributos culturales asignados al universo de lo femenino y lo masculino) de los supuestos efectos de la naturaleza. Dicha categora fue entonces recuperada por el movimiento de mujeres y sus expresiones en los mbitos acadmicos, con la intencin de realizar una diferenciacin entre el sexo biolgico y aquellas caractersticas, valores, roles y status, cultural e histricamente
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atribuidos en funcin de la diferencia sexual, permitiendo, como afirma Marta Lamas (2003), enfrentar mejor el determinismo biolgico y ampliar la base terica argumentativa a favor de la igualdad de las mujeres. Pero esta apropiacin feminista del concepto de gnero tendra sus lmites y no sabra recuperar todos los aprendizajes que esos primeros mdicos estaban dejando deslizar. Hacemos nuestras las palabras de Leticia Sabsay (2011) para ponderar los aportes y limitaciones de esta concepcin: Ms all de esta apropiacin, que es la que hegemoniza los estudios de gnero en la actualidad sobre todo en el plano de la administracin y las polticas pblicas, es cierto que esta primera conceptualizacin del gnero como la forma sociocultural que asume la diferencia entre los sexos nos habilita a pensar que la anatoma no determina causalmente las diferencias sociales, ni tampoco la orientacin del deseo o la configuracin de la diferencia identitaria. En este sentido, la introduccin de esta categora supuso un avance fundamental. Pero el problema consiste en que el concepto cuenta con cierta seguridad, o una estabilidad, basada en el no cuestionamiento de la diferencia anatmica de los sexos, lo que limita su alcance crtico () De este modo el gnero no slo limita el diagrama a dos posiciones posibles, ocultando de este modo el carcter ya institucionalmente generizado de la misma nocin de sexo, sino que refuerza adems la mistificadora naturalizacin de estas dos posiciones hegemnicas, mujer/varn estructuradas desde el imaginario heterosexual.
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As explica Dorlin (2009) la apropiacin parcial de esa primera diferenciacin entre ambas esferas: No obstante, la distincin entre el sexo y el gnero tal y como fue desarrollada en numerosos trabajos tendi a olvidar esta arqueologa del gnero. Uno de los escollos de la distincin del sexo y el gnero, es subsumir bajo el concepto de gnero todas las interrogaciones relativas a la construccin social de lo femenino y lo masculino, y donde el sexo biolgico sigue siendo una entidad ahistrica () La distincin entre el sexo y el gnero encuentra as su lmite en el hecho de que la desnaturalizacin de los atributos de lo femenino y lo masculino, al mismo tiempo, volvi a delimitar y de tal modo reafirm las fronteras de la naturaleza. Al desnaturalizar el gnero tambin se cosific la naturalidad del sexo. Fueron necesarios muchos aos de reelaboracin terica, as como la pluralizacin de lxs sujetxs sociales en lucha, para que los estudios feministas se hicieran eco de esta reconceptualizacin. Al privilegiar la distincin entre sexo y gnero, no slo a causa de la poderosa vigencia de la dicotoma naturaleza/cultura en su contexto histrico de produccin, sino tambin, por priorizar la estrategia poltica de denunciar lo innatural de las desigualdades de gnero, entendemos que el feminismo descuid, incluso poniendo en riesgo esta misma estrategia, la distincin entre sexuacin y sexo, quizs el mayor aporte de aquellos primeros estudios mdicos donde el concepto de gnero comenz a asomar. Lo que con esta nueva distincin pretendemos expresar, es que macho y hembra (al igual que lo masculino y lo femenino) tampoco son categoras naturales, sino
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que son el producto de la reduccin del proceso biolgico de sexuacin de lxs sujetxs (en su compleja combinacin de los niveles fisiolgicos, anatmicos y cromosmicos) a slo dos sexos (macho/hembra)6. Esto supuso, en el marco de los estudios y luchas feministas, una larga tradicin de aceptacin, no slo de la existencia de mujeres y varones como categoras naturales, sino tambin, como vimos con Sabsay, de su relacin social estructurada por el vnculo heterosexual. Lo cual, es necesario decirlo, tambin supuso un gran escollo para la articulacin poltica con sujetxs que construyen sus expresiones de gnero por fuera de las categoras del binario de gnero (mujer/varn) y de la heterosexualidad como vnculo sexo afectivo. Trazando una analoga con fines de allanar las implicancias polticas de un debate que aparenta ser meramente conceptual, podramos decir que, as como el anlisis del sistema de dominacin en trminos economicistas naturalizaba al proletariado industrial como el sujeto de la revolucin, en el caso del feminismo, omitir la desnaturalizacin de la bi-categorizacin del sexo y de la heterosexualidad como construcciones estructurantes de las relaciones de poder, reafirm a las mujeres heterosexuales (tambin blancas, occidentales y burguesas) como el sujeto privilegiado, sino nico, de la poltica feminista.
6 Para ampliar estas reflexiones con un texto breve y sencillo sugiero leer Cuerpos sexuados: La poltica de gnero y la construccin de la sexualidad (2000), de la biloga feminista norteamericana Anne Fasuto Sterling, descargable a travs de http://librosgratis.net/book/cuerpos-sexuados_88026. html#. Tambin resulta interesante la arqueologa del gnero realizada por Elsa Dorlin (2009) en Sexo, Gnero y Sexualidades. Introduccin a la teora feminista.
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Esta problematizacin tuvo dos grandes derivas crticas que inundarn los debates polticos y las producciones intelectuales del movimiento feminista desde los 70 hasta nuestros das. Como afirma Sabsay (2011), El problema de la naturalizacin del sexo y la presunta binariedad genrica no fueron los primeros frentes del cuestionamiento a la universalidad dicotmica de la categora de gnero, sino el acento en la diversidad de gnero desde el punto de vista de la raza, clase y orientacin sexual. Las pioneras de este primer frente de debate fueron las feministas negras estadounidenses7, muchas de ellas lesbianas, que ya en los 70 cuestionaron el uso universalista de la categora de gnero, escindida de su vinculacin con la raza, la clase y la sexualidad, denunciando que, de esa manera, la agenda feminista construida invisibilizaba otros clivajes de jerarquizacin social detrs de una supuesta opresin comn de las mujeres, ocultando que, entre las mismas, tambin existen desigualdades sociales en funcin del carcter clasista, racista y heterosexista del sistema de dominacin8. Como expresa Karina Bidaseca: Al llamar a la unidad del feminismo para luchar contra la opresin universal del patriarcado, las feministas que desconocan la opresin de raza
7 Algunas de las referencias ms destacadas son bell hooks, Angela Davis, Audre Lorde, Patricia Hill Collins. Hazel Carby, entre otras. Para profundizar en esta vertiente sugiero Feminismos Negros. Una Antologa(2012), editado por Mercedes Jabardo, descargable a travs de http://www.traficantes.net 8 Retomaremos algunos de los aportes de estas expresiones del feminismo en el apartado Nuestro Feminismo.
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y clase pospusieron y desecharon estas otras opresiones y, de este modo, impidieron ver sujetos racializados, sexualizados y colonizados () encontraron que la categora de patriarcado era una forma de dominacin masculina universal, ahistrica, esencialista e indiferenciada respecto de la clase o la raza, y fue este el motivo de su cuestionamiento (2010). Estos debates fueron fundamentales en las discusiones de las ltimas dcadas sobre el carcter mltiple y contradictorio del sujeto del feminismo, y son recuperados con mucha fuerza por el feminismo contemporneo, especialmente por las corrientes del feminismo de color, fronterizo y descolonial9. Una referencia contempornea de relevancia en este sentido es la feminista Mara Lugones (2008). Segn la autora, para arribar a una comprensin de la organizacin diferencial del gnero en trminos raciales, es imprescindible entender los rasgos histricamente especficos de la organizacin del gnero en el sistema moderno/colonial de gnero, a saber: el dimorfismo biolgico (dicotoma varn/mujer) y la organizacin patriarcal y heterosexual de las relaciones sociales. En relacin al dimorfismo biolgico, Lugones plantea para el caso especfico de la colonialidad de gnero, lo que otras tantas feministas contemporneas harn sin atender a procesos histricos y geopolticos especficos: refutando que la divisin sexual est basada en la biologa. Recurre
9 Para una mejor aproximacin a estas expresiones del feminismo contemporneo, particularmente en el contexto de Amrica Latina y el Caribe, sugiero recorrer el sitio de GLEFAS (Grupo Latinomericano de Estudio, Formacin y Accin Feminista), http://www.glefas.org/. Otras referencias importantes por fuera del contexto latinoamericano son Cherry Moraga, Chela Sandoval, Gloria Anzalda y Gayatri Spivak, entre otras.
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a Paula Gunn Allen (1992) para afirmar que los individuos intersexuales fueron reconocidos en muchas sociedades tribales con anterioridad a la colonizacin sin asimilarlos a la clasificacin sexual binaria. La importancia de esta reflexin est dada por la posibilidad de considerar los cambios que la colonizacin trajo, para entender el alcance de la organizacin del sexo y el gnero bajo el colonialismo y al interior del capitalismo global y eurocentrado (Lugones, 2008). Apoyada en la obra de la nigeriana Oyronk Oyewmi, La Invencin de las Mujeres (1997), afirma que la emergencia de la mujer como una categora reconocible, definida anatmicamente y subordinada al hombre en todo tipo de situacin, result, en parte, de la imposicin de un Estado colonial patriarcal. Para las mujeres, la colonizacin fue un proceso dual de inferiorizacin racial y subordinacin de gnero. Uno de los primeros logros del Estado colonial fue la creacin de las mujeres como categora (Oyronk Oyewmi, 1997, en Lugones, 2008). As, Lugones nos presenta producciones que dan cuenta de la invencin de la mujer y tambin de heterosexualidad. Apela a estudios antropolgicos que documentan la presencia de la sodoma y la homosexualidad masculina (y en menor grado femenina) en la Amrica precolombina y colonial, como evidencia de que: la heterosexualidad caracterstica de la construccin colonial moderna de las relaciones de gnero es producida y construida mticamente. Agregando que, la heterosexualidad no est simplemente biologizada de una manera ficticia, (sino que) tambin es obligatoria y permea la totalidad de la colonialidad del gnero () que esta heterosexualidad ha sido coherente y duraderamente per68
versa, violenta, degradante, y ha convertido a la gente no-blanca en animales y a las mujeres blancas en reproductoras de La Raza (blanca) y La Clase (burguesa). Es en este sentido que problematizar el dimorfismo biolgico y considerar la relacin entre el dimorfismo biolgico y la construccin dicotmica de gnero es central para entender el alcance, la profundidad y las caractersticas del sistema de gnero colonial/moderno (Lugones, 2008). La potencialidad de estos debates para el feminismo contemporneo est vinculada, como afirma Sabsay (2011), a que Esta crtica de la universalidad, que a su vez remite a la muerte de los grandes relatos unificadores, dio paso a la idea de que en la medida en que la mujer era una construccin histrica y particular, no haba en sta ninguna identidad sustancial que justificara a la mujer como universal. El segundo frente est constituido por aquellas referencias de la denominada epistemologa posestructuralista del gnero (usualmente catalogada, en forma despectiva, como feminismo posmoderno), compartiendo entre ellas, an en las distancias, la mirada antiesencialista sobre la identidad de gnero, as como cierto espritu poshumanista en lo que respecta a una definicin trascendental o ilustrada de lo humano, y finalmente, la consideracin de la dimensin discursiva (en sentido amplio) de todo hecho social (Sabsay, 2011). Es en este clima poltico acadmico, que la feminista italiana Teresa de Lauretis (1989), plantea sus crticas al concepto de gnero entendido como diferencia sexual entre mujeres y varones, entre lo masculino y lo femenino, sealando dos lmites principales. En primer lugar, que esa concepcin constreira al pensamiento crtico feminista dentro del marco conceptual de una oposicin sexual que
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hara muy difcil articular las diferencias entre las mujeres y la Mujer en tanto esencia arquetpica. En segundo lugar, porque concibe al sujeto social constituido por el gnero, y no como sujeto mltiple y contradictorio, constituido no slo por la diferencia sexual, sino tambin a travs de representaciones lingsticas, relaciones raciales y de clase. De esta manera afirma que necesitamos una nocin de gnero que no est ligada a la diferencia sexual, postulando, a travs de la recuperacin del concepto foucaulteano de tecnologa del sexo, que el gnero no es una propiedad de los cuerpos, sino el conjunto de efectos producidos en los cuerpos, los comportamientos y las relaciones sociales por el despliegue de una tecnologa poltica compleja. En este sentido, plantea que la construccin del gnero es tanto el producto como el proceso de su representacin, teniendo como funcin constituir individuos concretos en mujeres y varones. A su vez, da cuenta de una de las preocupaciones centrales del contexto intelectual del feminismo, al afirmar que la construccin del gnero tambin se ve afectada por su deconstruccin, es decir, por cualquier discurso, feminista u otro, que pudiera dejarla de lado como tergiversacin ideolgica. Porque el gnero, como lo real, no slo es el efecto de la representacin sino tambin su exceso, lo que permanece fuera del discurso como trauma potencial que, si no se lo contiene, puede romper o desestabilizar cualquier representacin (de Lauretis, 1989). Judith Butler, una las mayores referencias de este campo intelectual, compartir el cuestionamiento a una poltica feminista cuyo supuesto est basado en que el trmino mujeres denota una identidad comn, acordando, con
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las autoras anteriormente mencionadas, que el gnero no debe desligarse de las intersecciones polticas y culturales en que invariablemente se produce y mantiene. La descontextualizacin y separacin analtica y poltica de lo femenino respecto de la constitucin de la clase, raza, etnia y otros ejes de relaciones de poder que constituyen la identidad, tendr como consecuencia la fragmentacin dentro del feminismo a raz de las denuncias a su pretensin colonizadora. De esta manera, plantea que si una nocin estable de gnero ya no resulta ser la premisa fundamental de la poltica feminista, tal vez ahora sea deseable una nueva poltica feminista para impugnar las reificaciones mismas de gnero e identidad, que considere que la construccin variable de la identidad es un requisito metodolgico y normativo, adems de un fin poltico (Butler, 1990). Ante la necesidad de desestabilizar esta nocin de gnero, Butler plantear, a contrapelo de gran parte del feminismo de la segunda mitad de siglo XX, que el gnero no es a la Cultura, lo que el sexo a la Naturaleza, (sino que) el gnero tambin es el medio discursivo cultural mediante el cual la naturaleza sexuada o el sexo natural se produce y establece como pre-discursivo, previo a la cultura, una superficie polticamente neutral sobre la que la cultura acta (Butler, 1990). Segn Sabsay (2011): En esta clave iba la invitacin de Butler a revisar la categora historizada de mujeres, que de un modo u otro parecera seguir recurriendo a una materialidad irreductible del cuerpo a fin de poder garantizar la estabilidad de tal concepto. Mediante la aguda generizacin del
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sexo, es decir, la constatacin de que el sexo como atributo de todo cuerpo humano es ya una produccin realizada dentro de la autoridad del gnero, la autora invitaba al feminismo a revisar el supuesto de que por fuera del lenguaje y de la historia existen unos sujetos que son las mujeres para pasar a utilizar esa categora como significante de un efecto de poder. De esta manera, nos introducimos al aporte butleriano de mayor resonancia para los estudios feministas: la nocin performativa del gnero, por la cual ste se constituira a travs de las prcticas sociales significantes que se repiten incesantemente y de forma ritual en relacin con la autoridad de las normas de gnero (dimorfismo ideal, complementariedad heterosexual, ideales y dominio de la masculinidad y feminidad apropiadas e inapropiadas). Es decir, el gnero produce al sexo, y ambos son producidos a travs de prcticas materialmente discursivas. Ahora bien, aunque la norma se caracterice por ser constrictiva e instituyente, su repeticin tambin es ocasin de apertura al acontecimiento. Es decir, la misma repeticin y actualizacin de la norma es la que habilita a su desplazamiento, y, con ello, a la posibilidad de subvertir el gnero. Como vimos en citas anteriores, aquella nocin estable de gnero estaba estrechamente vinculada a una igualmente estable nocin de identidad, anclada en una concepcin de sujeto como autocentrado y transparente a s mismo. Contra esta estabilidad es que tambin desarrolla su nocin de gnero ya que desde la perspectiva performativa, la asuncin de toda posicin de sujeto y la consecuente elaboracin del yo en el espacio social se caracteriza por una necesaria relacin agonstica con la norma, y en este sentido la identidad no puede ms que resolverse como un proceso in72
cesante de identificacin, nunca del todo consumado, y en el que se articulan la sujecin y la resistencia a la vez (Sabsay, 2011). En qu sentido nos informan estas reconceptualizaciones sobre la necesidad, enunciada por Bulter (y anteriormente citada) de una nueva poltica feminista () que considere la construccin variable de la identidad? Al igual que vimos en las menciones al sujeto revolucionario en el apartado sobre el poder como relacin social, y cmo veremos desde otros marcos tericos en el ltimo apartado de este trabajo, el contenido de las coaliciones en las polticas feministas no puede ser imaginado anticipadamente en base a una categora universal y pre-discursiva de mujeres, en tanto impide su capacidad autoformativa y solidifica relaciones de poder entre las mismas. Es en este sentido que nos propone un acercamiento antifundacionalista a la poltica de coalicin: as, una coalicin abierta afirmar identidades que alternadamente se instituyan y se abandonen de acuerdo a los objetivos del momento () ser un conjunto abierto que permita mltiples convergencias y divergencias sin obediencia a un telos normativo de definicin cerrada (Butler, 1990). Una vez ms, vemos cmo la forma de conceptualizar al gnero est en estrecha vinculacin con la forma de pensar la poltica y lxs sujetxs del feminismo. A sabiendas de que 60 aos de debates en relacin al concepto de gnero no pueden presentarse en forma sinttica y accesible sin algunas omisiones y simplificaciones, intentamos con este breve recorrido, dar cuenta de algunas de las discusiones que hemos registrado como ms relevantes en relacin al concepto de gnero10: su emer10 Otros aportes de las teoras feministas que atraviesan e interpelan la comprensin de este concepto, como los realizados por referentes intelec-
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gencia en los estudios mdicos de mitad de siglo XX, su recuperacin inicial por parte de los estudios feministas, hasta entonces todava encorsetados en la dicotoma naturaleza/cultura; la posterior politizacin de la anatoma interrogndonos sobre el carcter histrico y construido del cuerpo sexuado y la (hetero)sexualidad; su necesaria interseccin con otros clivajes de jerarquizacin social como la raza, la clase, y las sexualidades; y su anlisis en tanto producto y proceso de representacin a travs de prcticas discursivas y materiales.
tuales del feminismo radical, materialista y descolonial quizs las vertientes ms disruptivas y fecundas sern relevados en algunos de los siguientes apartados.
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hegemnico
para pensar la despatriarcalizacin como maniobra desplegada para sacudir los cimientos de un sistema de dominacin y opresin difuso en todos los niveles sociales y, por tanto, naturalizado, hay que contextualizar lo que se entiende por patriarcado
Pilar Uriona (2012), en Pensando los Feminismos en Bolivia. Cuando hablamos de Patriarcado, estamos haciendo referencia a una de las categoras centrales de la historia de la teora feminista, y como tal, no est ausente de controversias. Pero a diferencia del concepto de gnero, que ha logrado ser despolitizado para ser incorporado al discurso de instituciones no gubernamentales, estatales y organismos internacionales que lejos se encuentran de proponerse transformaciones en pos de un cambio radical de las estructuras sociales, el concepto de Patriarcado ha
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sido mucho ms difcil de digerir, y por lo tanto, se ha tendido a invisibilizarlo, impugnarlo o abandonarlo. Aun existiendo crticas legtimas y pertinentes al modo que este concepto ha sido utilizado por algunas vertientes del feminismo, seguimos considerando til recuperarlo, fundamentalmente, porque a travs del mismo se ha logrado instalar que las relaciones de poder entre los sexos responden a un sistema de organizacin social que, ms all de las variantes en funcin del contexto histrico y cultural, se mantiene vigente reproduciendo las desigualdades de poder. La emergencia de este concepto se encuentra estrechamente ligada a las producciones intelectuales de activistas del feminismo radical estadounidense de los aos 60 y 70. Considerando el contexto de agudizacin de las luchas sociales a nivel global que caracteriz a esas dcadas, no resulta casual que este concepto haya sido resultado del intento de dar sustento terico a la necesidad de incrementar la politizacin del debate en torno a la opresin de las mujeres. As tambin, podremos advertir, por parte de estas feministas, algunos paralelismos con los intentos del marxismo de teorizar en torno a las estructuras sociales de poder. Es Kate Millet, una de las mayores exponentes del feminismo radical estadounidense, quien en 1970 publica su Tesis Doctoral, Poltica Sexual (1975), dnde inaugura la historia de este concepto en la teora feminista. All plantea que: el ejrcito, la industria, la tecnologa, las universidades, la ciencia, la poltica y las finanzas en una palabra, todas las vas del poder, incluida la fuerza coercitiva de
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la polica se hallan enteramente en manos masculinas. Y como la esencia de la poltica radica en el poder, es infalible el impacto de semejante privilegio () as como tambin los valores, la tica, la filosofa y el arte de nuestra cultura son tambin de fabricacin masculina () Si consideramos al gobierno patriarcal como una institucin en virtud de la cual una mitad de la poblacin (es decir, las mujeres) se encuentra bajo el control de la otra mitad (los hombres), descubrimos que el Patriarcado se apoya sobre dos principios fundamentales: el macho ha de dominar a la hembra, y el macho de ms edad ha de dominar al ms joven (Millet, 1975). A su vez, definir al sexo como una categora cargada de poltica, politizacin sin precedentes que, como hemos visto en el apartado anterior, no fue retomada en las primeras distinciones entre sexo y gnero, manteniendo al primero en las esfera de lo natural/biolgico, y que no sera recuperada hasta unas dcadas despus, en el marco de las crticas contemporneas al concepto de gnero. Como veremos ms adelante, unas de las mayores controversias en torno a este concepto, es la crtica que se le realiza por pretenderse ahistrico y transcultural. Adelantndose a muchas de esas impugnaciones, y con cierta irona, Millet nos advierte que: En el momento actual resulta imposible resolver la cuestin de los orgenes histricos del patriarcado () No slo se carece de pruebas suficientes acerca del origen fsico de las distinciones sociales que establece actualmente el Patriarcado (estatus, papel y temperamento), sino que resulta casi imposible valorar las desigualdades existentes, por hallarse saturadas de factores culturales.
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Sean cuales fueren las diferencias sexuales reales, no las conoceremos hasta que ambos sexos sean tratados con paridad, lo cual constituye un objetivo un tanto lejano (Millet, 1975). Lo que al menos podemos constatar a partir de los estudios en la materia, es que estas relaciones jerrquicas se remontan a los orgenes de la civilizacin occidental, donde se empieza a gestar una concepcin dicotmica entre naturaleza y cultura a partir de la cual las mujeres se encuentran asociadas a la naturaleza en virtud de su sexualidad y fertilidad. Reflexionando sobre la biologa como dispositivo de poder, Ana Sojo nos dice que En el pasado y en la actualidad, recurrir a explicaciones biolgicas sobre la esencia de lo masculino y lo femenino ha sido una de las principales armas para relegar a la mujer a un papel secundario y subvalorado en la sociedad. La biologa se ha utilizado para fundamentar la asignacin de papeles sociales en funcin del sexo (1988). La fetichizacin biolgica es uno de los pilares de la ideologa patriarcal, ya que es internalizada por los sujetos de forma tal que acta sobre la autoconciencia, impidiendo su cuestionamiento. El carcter supuestamente neutral y objetivo de las ciencias naturales y su metodologa asptica de investigacin funciona como punta de lanza de esta ideologa. Los hombres nativos (no extranjeros), adultos y propietarios, es decir, los que se ajustaban a la concepcin dominante de ciudadana, eran los que pertenecan al terreno de la cultura, de la creacin de bienes y smbolos, de la poltica. Claro est, desde la interpretacin occidental, la naturaleza es inferior a la cultura, y sta ejerce una rela78
cin de apropiacin, explotacin y dominio sobre la primera. Aqu podemos ver cmo el Antropocentrismo (el hombre, en uso genrico universal, como eje alrededor del cual giran el resto de las cosas) y el Androcentrismo (el hombre, en su uso genrico masculino dominante, como centro) se conjugan para conformar una ideologa en la cual tanto la naturaleza como la mujer se encuentran a su disposicin. La Razn, facultad que le permitira al hombre el dominio de s y sus instintos, es lo que en teora le confiere el poder de dominio sobre las mujeres, lxs nixs (y en su momento sobre lxs esclavxs) en el mbito domstico as como tambin su proyeccin al mbito de lo pblico. La extrema sensibilidad que la mujer poseera en virtud de su sexualidad, le imposibilitara esa racionalidad necesaria para el desarrollo de la capacidad de autogobierno, y por ende del gobierno sobre lxs dems. Es importante destacar que para los padres de la filosofa occidental no haba mayor virtud que la adecuacin a los designios de la naturaleza. Las desigualdades eran de origen natural, y cada cual deba cumplir con la funcin que por naturaleza le era encomendada. Advirtiendo el carcter legitimador que la naturaleza y la biologa han tenido y tienen para la ideologa patriarcal, no caben dudas del salto cualitativo que supuso para la teora feminista el sustraer a los cuerpos sexuados de estas esferas a travs de la politizacin de la anatoma. Volviendo a Millet, recuperamos algunos de los diferentes aspectos a partir de los cuales caracteriza la configuracin de la poltica sexual patriarcal. Vamos a relevar aqu algunos de los ms significativos.
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En relacin a los aspectos ideolgicos, deberamos decir que los mismos dan cuenta de la dimensin consensual de la poltica, lo que hace claramente a su condicin hegemnica. Cuando hablamos de hegemona, hacemos referencia a la necesidad de comprender que el dominio por parte de los sectores dominantes no se basa exclusivamente en su capacidad de coaccionar a los sectores dominados, de alcanzar su obediencia y subordinacin a travs del ejercicio de la fuerza. Si bien el elemento coercitivo no pierde relevancia, es relativizado en las sociedades complejas por la creciente importancia que adquiere el consenso. En este sentido es que desde la teora poltica gramsciana aparecen las trincheras como aquellos organismos de la sociedad poltica a partir de los cuales las clases dominantes ejercen la direccin moral e intelectual de una sociedad (Gramsci, 1986). Esto tambin se relaciona con una determinada concepcin de la naturaleza del poder. Foucault ha hecho importantes aportes en funcin de entender la faceta productiva del poder, planteando que el mismo es obedecido, se consolida, es aceptado en la medida en que no slo pesa como potencia que dice no, sino que cala de hecho; produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; hay que considerarlo como una red productiva que pasa a travs de todo el cuerpo social en lugar de una instancia negativa que tiene por funcin reprimir11 (Foucault, 1995).
11 Para ampliar sobre la reflexin foucaulteana de la faceta productiva del poder respecto de la sexualidad, remontarse al Tomo 1: La Voluntad de Saber de la triloga Historia de la Sexualidad, donde dicho autor reflexiona
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Una de las claves fundamentales del ejercicio de la hegemona es justamente la capacidad que tienen los sectores dominantes de lograr que sus intereses sean percibidos por los sectores dominados como intereses generales o comunes, pudiendo alcanzar su reproduccin sin necesidad de recurrir a los elementos represivos que develen sus intereses ideolgicos de fondo. Como dice Foucault, el poder es tolerable slo con la condicin de enmascarar una parte de s mismo. Su xito est en proporcin directa con lo que logra esconder de sus mecanismos (Foucault, 1995). Segn Millet, es la socializacin de lxs sujetxs en las normas fundamentales del Patriarcado la que garantiza su aprobacin. Entre estas normas se encuentran el temperamento (componente psicolgico), desarrollado de acuerdo a ciertos estereotipos caractersticos de cada categora sexual lo masculino y lo femenino y definidos segn los valores y necesidades del grupo dominante: el papel sexual (componente sociolgico), que asigna a cada sexo un determinado cdigo de conductas, ademanes y actitudes, y por ltimo, el status social (componente poltico), definido por la distribucin de funciones. Son indudables la interdependencia y concatenacin existentes entre las tres categoras citadas () Las personas que gozan de un status superior suelen asumir los papeles preeminentes, debido, en gran parte, al temperamento dominante que se ven alentadas a desarrollar (1975). Relevando los aspectos sociolgicos, vamos a encontrar, en Millet como en otrxs tantxs autores/as, que la familia se constituye en una institucin fundamental para el sistesobre el dispositivo de sexualidad en detrimento de lo que denomina hiptesis represiva.
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ma patriarcal. Segn esta autora, la familia constituye una unidad patriarcal en s misma, cumple un rol de mediacin y control, e induce a sus miembros a la adecuacin a los valores vigentes. En este sentido, el aporte fundamental de la familia al entramado de relaciones patriarcales pasa por la socializacin de sus miembros en la ideologa patriarcal, logrando, ms all de las posibles diferencias de crianza entre las familias, un efecto general de uniformidad que se ver reforzado por el resto de las instituciones a partir de las cuales el sistema produce y reproduce su ideologa. Sin intencin de profundizar en el tema, es importante destacar el papel que muchas reflexiones le asignan a la familia y las relaciones de parentesco en el sistema de propiedad y herencia. Un importante ejemplo de ello, muy trabajado por la vasta bibliografa existente en el rea de historia de las mujeres, es la hiptesis de que la dominacin de la mujer por el hombre est directamente relacionado a la necesidad de mantener un control sobre la vida sexual de la esposa con el fin de garantizar la legitimidad de sus hijos, futuros herederos de sus propiedades. Como plantea Carole Pateman, politloga feminista australiana reconocida por su obra El Contrato Sexual (1995): Una vez que se ha efectuado el pacto (contrato sexual entre varones), la dicotoma relevante se establece entre la esfera privada y la esfera pblica: Las mujeres no forman parte del contrato originario pero no permanecen en el estado de naturaleza; son incorporadas a una esfera que es y no es parte de la sociedad civil: la esfera privada (1995). En esta lnea, retomando a la antroploga Rosaldo, Celia Amors (1994) nos dice que si bien los espacios de lo pblico y lo privado no han tenido las mismas conno82
taciones en todas las pocas, constituyen lo que podra denominarse una invariante estructural que articula las sociedades jerarquizando los espacios. Salvo raras excepciones son las actividades del espacio pblico las ms valoradas, por estar expuestas a la mirada pblica, al reconocimiento, que est ntimamente relacionado al poder. Por el contrario, el mbito privado es el espacio de la indiscernibilidad, no hay lugares diferenciados, por lo cual no se produce el principio de individuacin, como categora ontolgica y poltica. Pero bien aclara Pateman (1995), El Patriarcado no es meramente familiar ni est localizado en la esfera privada. El contrato original crea la totalidad de la sociedad moderna como civil y patriarcal. La sociedad civil se bifurca pero la unidad del orden social se mantiene, en gran parte, a travs de la estructura de las relaciones patriarcales En relacin a la corriente omisin de este debate en la teora social y poltica no feminista, Pateman (1995), dice que si bien el Patriarcado se refiere a una forma de poder poltico, es una forma cuya legitimidad y justificacin no ha sido discutida por los tericos polticos del Siglo XX, ya que la interpretacin corriente de la historia del pensamiento poltico moderno es que la teora patriarcal y el derecho patriarcal fueron muertos y enterrados hace unos 300 aos. Dicha subestimacin sera resultado de una interpretacin que restringe la aplicacin del concepto de Patriarcado al ejercicio de la jurisdiccin paterna absoluta por parte del padre de familia en las sociedades pre-modernas. Con el paso a la sociedad moderna, donde el individuo reemplaza a la familia como unidad fundamental de la sociedad, estaramos dejando atrs el modelo patriarcal para inaugurar el modelo fraternal de sociedad (sic). Pero como afirma Zillah Eisenstein (1980), aunque el modelo
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de padre y de hijo ha sido desplazado por el modelo de la igualdad liberal no por eso se acuerda un mismo status de igualdad a hombres y mujeres. Lejos de significar el fin del Patriarcado, las modificaciones antes mencionadas dan inicio a lo que se denomina el Patriarcado Moderno, inaugurado por el establecimiento de un contrato originario; un pacto social sexual que constituye a la Sociedad Civil como un orden patriarcal, en donde los hombres son los beneficiarios de las libertades y las mujeres de la sujecin, ya que al no ser concebidas como individuos libres por naturaleza, no se encuentran en condiciones de formar parte del pacto, sino que son pactadas en tanto propiedad de los miembros masculinos de la fraternidad. As, el contrato sexual se constituye en la herramienta a partir de la cual los varones transforman su derecho natural sobre las mujeres en la seguridad del derecho civil patriarcal. Teniendo en cuenta la diferenciacin realizada por Moreno Sard (1986) entre sexismo y androcentrismo, este discurso no slo oculta la divisin social en razn del sexo, invisibilizando el pacto entre varones, sino tambin la articulacin del resto de las divisiones sociales que condensa el trmino androcentrismo, evidentes en la idea de una sociedad fraternal, donde las divisiones clasistas y racistas, entre otras, son ocultadas tras la fachada de una sociedad armnica que salda los conflictos otrora existentes en el estado de naturaleza. Abriendo un parntesis, es interesante destacar que as como el paso de la sociedad feudal a la moderna fue tomado como indicador de la desaparicin del Patriarcado, de modo anlogo, en nuestras sociedades contemporneas, se argumenta que ya no existe desigualdad entre
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mujeres y varones (sic) a partir de algunos indicadores descontextualizados sobre la inclusin creciente de las mujeres en mbitos anteriormente monopolizados por varones. Aunque el concepto haya sido construido precisamente para atender a una organizacin socialmente estructurada que excede a la mayor o menor inclusin de las mujeres en algunos mbitos o sectores especficos, la subestimacin por parte de los defensores del Patriarcado es, paradjicamente, siempre afirmar que el Patriarcado ya muri (sic). Me parece pertinente introducir una variable de anlisis que Celia Amors (1985) ha denominado el carcter metaestable del Patriarcado, lo cual significa que las formas del mismo se van adaptando a los diferentes tipos de organizacin econmica y social. En este sentido, podemos entender que las luchas del movimiento de mujeres por su incorporacin al mercado de trabajo y los estudios universitarios han permitido un crecimiento de las mismas en sus posibilidades de formacin e independencia, pero que lejos de minar la bases de la dominacin patriarcal y su articulacin con el sistema capitalista, dichos ajustes pudieron ser reabsorbidos. Hoy, la figura de la mujer profesional, si bien implica una modificacin importante de ciertos mandatos de gnero, no implica un peligro indigerible para la dominacin masculina, y s permite un gran nicho de mercado para el capitalismo neoliberal, dominado en general, dicho sea de paso, por una mayora masculina. Es decir que pueden surgir cuantos nuevos estereotipos de gnero queramos, siempre y cuando dicha diversidad,posibilite la diversificacin de los nichos de consumo y por ende la maximizacin de las tasas de ga85
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nancia. Seguramente estas transgresiones a los mandatos tradicionales de gnero no seran aceptables hace algunas dcadas, pero el hecho de que hoy lo sean no implica de ninguna manera que el Patriarcado est llegando a su fin. Por el contrario, entendemos que se trata de esta metaestabilidad, como un sistema de ajustes que le permite subsistir a ciertos cambios, incorporndolos, y as seguir garantizando su reproduccin. Cabe destacar que no concebimos que estos ajustes sean realizados de manera autometablica, sino que son resultado de una relacin dialctica con las luchas contrahegemnicas, tanto antipatriarcales como anticapitalistas que de alguna manera, hacen esos cambios posibles y necesarios (aunque evidentemente insuficientes). Cerrando el parntesis, como decamos en el comienzo de este apartado, an cuando el concepto de Patriarcado ha sido prolfico para la teora feminista y se haya extendido hasta nuestros das, ha recibido crticas desde la misma teora feminista a partir de su aparicin. Una de ellas es la articulada por la antroploga estadounidense Gayle Rubin, quien en 1975 publica su difundido ensayo El trfico de mujeres: notas sobre la economa poltica del sexo, dnde propone un concepto alternativo al de Patriarcado, y que tambin ser muy difundido hacia el interior de los estudios de gnero y feministas. Este concepto es el de sistema sexo/gnero al que define como el conjunto de las disposiciones por las que una sociedad dada transforma la sexualidad biolgica en productos de la actividad humana, ms all del modo concreto e histrico en que esas disposiciones se organicen (1986). Con esta alternativa Rubin intenta superar dos de las limitaciones centrales que suelen atribuirse al concepto de Patriarcado:
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por un lado, al presentarse como neutra, a diferencia de Patriarcado que ya supone un esquema de dominacin masculina, la nocin de sistema sexo/gnero contempla la posibilidad de relaciones ms equitativas entre los sexos. A su vez, su formulacin deja abierta la posibilidad de diversas configuraciones segn el modo concreto e histrico, mientras al Patriarcado se lo supone como institucin ahistrica y transcultural. Esta segunda crtica se extiende hasta nuestros das, con mayor vigencia a partir de la difusin de las perspectivas posestructuralistas que demandan anlisis situados y localizados que logren sustraerse a los relatos totalizantes. A su vez, la crtica es retomada por aquellas mujeres subalternas, que denuncian que en base a estas lecturas deslocalizadas, es que las mujeres privilegiadas por su pertenencia de raza, clase y sexualidad legitiman sus polticas universalistas, desconociendo sus vivencias y necesidades particulares en funcin de una supuesta opresin comn. Radicalizando esta crtica, hay quienes sostienen que Patriarcado es una categora propia de la modernidad occidental que invisibiliza la violencia especfica de la colonialidad del gnero sobre las hembras racializadas12. En Gnero, poder y discursos sociales (2007), July Chaneton nos presenta algunas aristas de este debate, y las crticas recibidas a los aportes conceptuales de Rubin: Aunque superadora respecto a Patriarcado, durante bastante tiempo la nocin de sistema sexo/gnero reprodujo lo que ms tarde se reconoci como un obstculo
12 Un ejemplo de estas reflexiones pueden encontrarse en Colonialidad y gnero (2008), de Mara Lugones, que hablar en cambio de Sistema de gnero colonial/moderno. Descargable en http://www.glefas.org
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debido al hecho de funcionar en los anlisis como superestructura, una dimensin ideolgica que opera en manera separada de los procesos sociales fundamentales, correspondientes a la estructura econmica segn el conocido esquema del materialismo histrico en sus versiones de divulgacin. Al mismo tiempo, en los primeros aos de la dcada de los 80, surgieron crticas al carcter dado que el sexo y el cuerpo adquieren en la inevitable equiparacin de sexo/gnero con naturaleza/cultura (2007). Por su parte, en 1979 la historiadora britnica Sheila Rowbotham desarrolla tambin sus crticas en Lo malo del Patriarcado (1981). Una primer crtica, seala que al remitir la palabra Patriarcado al poder del padre, nos devuelve a la biologa, y as toda la compleja cuestin histrica de la opresin de las mujeres queda reducida en virtud de las connotaciones familiaristas del trmino al parto, la maternidad y la crianza de los hijos (Chaneton, 2007). Personalmente hallo esta crtica poco pertinente en tanto sustrae al concepto del campo de la elaboracin terica feminista para devolverlo a aquella teora poltica androcntrica que restringa su aplicacin a las sociedades pre-modernas, o bien a cierta lectura psicoanaltica que al escuchar hablar de Patriarcado no puede ms que relacionarlo a la figura del Padre. Una segunda crtica realizada por Rowbotham y relevada por Chaneton es la que seala que Patriarcado no transmite un sentido de cmo las mujeres han maniobrado resueltamente para mejorar su posicin dentro del contexto general de la subordinacin, los intersticios movedizos donde las mujeres han maniobrado y opuesto resistencia (Rowbotham, 1981, en Chaneton, 2007). Por mi parte, si bien comparto
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que en muchos anlisis suelen soslayarse e invisibilizarse estas prcticas intersticiales, generalmente reificando a las mujeres en lugares de vctimas pasivas, considero que ello no puede atribursele a un concepto, sino que es responsabilidad ontolgica, poltica y metodolgica de quien realiza el anlisis. El concepto de Patriarcado, intenta dar cuenta del contexto general de la subordinacin, y no necesariamente, ni indefectiblemente, se desprende de l la revictimizacin de las mujeres por parte de lxs analistas que lo utilizan. En tercer lugar, Chaneton retoma la crtica realizada por Rowbotham en relacin al componente confrontativo y antagnico del concepto de Patriarcado, a partir del cual surge el problema de invisibilizacin de la reciprocidad que la categora estimula, es decir, oscurece los grados variables de ayuda mutua que innegablemente forman parte de las relaciones entre varones y mujeres, configuradas adems histricamente y de acuerdo con las clases sociales en juego (Chaneton, 2007). En primer lugar, debo decir que hallo sumamente problemtico que el carcter confrontativo y antagnico se atribuya a un concepto, y no a las relaciones desiguales de poder que el concepto intenta describir y visibilizar. El Patriarcado, y los varones que lo encarnan, descargan un arsenal de modalidades de violencias cotidianas sobre los cuerpos de las mujeres. Es all donde radica el carcter confrontativo y deshumanizante de este sistema de dominacin, y no en el concepto que le da nombre. En segundo lugar, s creo necesario, al igual que estas autoras, hacer visibles aquellas prcticas de solidaridad y reciprocidad en las que estn involucrados aquellos varones que logran vencer la complicidad patriarcal e indiferencia masculina hacia los padecimientos de las mujeres
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y otrxs sujetxs subalternizadxs. Aunque creo tambin que estas relaciones de reciprocidad deben partir del reconocimiento de las posiciones de privilegio que el sistema nos asigna por el hecho de habernos construido en esta posicin de sujeto. Es tambin cierto que no todos los varones estamos en la misma condicin de usufructuar estos privilegios, ya que adems de la posicin en el sistema sexo/ gnero, otras posiciones de sujeto, en relacin a la clase, la raza, la edad y la sexualidad, entran en juego en los lugares concretos que ocupamos en las jerarquas sociales. El modelo de masculinidad hegemnica no slo exige portacin de pene para alcanzar la cspide de la pirmide social, sino que generalmente, aunque variando en funcin del contexto histrico y cultural, tambin se exige el practicar una sexualidad heteronormativa, ser blanco (u occidental), y satisfacer otros requisitos sociales relacionados a un componente clasista como ser propietario, consumidor, proveedor de familia, etc. An as, dentro de una misma clase, una misma etnia, entre las personas no heterosexuales, los varones solemos ostentar posiciones de poder respecto a otrxs sujetxs sociales13. En el corazn de la crtica respecto al componente antagnico del concepto de Patriarcado se encuentra la desestimacin de las analogas construidas por las feministas radicales y materialistas entre las relaciones de clase y de
13 Para aproximarse a las elaboraciones tericas que problematizan el lugar de los varones en el sistema patriarcal, sugiero las producciones de Raewyn Connell (Australia), Luis Bonino (Espaa), Mara Viveros Vigoya (Colombia), Leo Thiers Vidal (Francia), Guillermo Nuez Noriega (Mxico), Claudio Duarte (Chile), entre otrxs.
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sexo. Veremos en el siguiente apartado algunas de las formas en que las mismas fueron teorizadas.
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A partir de las lecturas bibliogrficas, el conocimiento sobre algunas experiencias histricas de organizacin y luchas y, fundamentalmente, de los balances extrados de la prctica militante, puedo afirmar que el debate en relacin a la articulacin entre Patriarcado y Capitalismo es uno de los grandes escollos que presenta el indispensable entrecruzamiento entre feminismos y construccin de poder popular. Que cul est primero y cul est despus?; Si son o no iguales de importantes?; Si se puede abolir uno sin abolir el otro?; Si las luchas de las mujeres y feministas dividen o potencian las luchas anticapitalistas? Preguntas que suelen circular en los espacios de militan93
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cia, interrogantes legtimos que, lamentablemente, muchas veces se responden desde los prejuicios patriarcales que recorren la historia de la militancia anticapitalista, y que dan cuenta de una grave falencia en nuestra capacidad para pensar en los entrecruzamientos de las diversas modalidades de dominacin, opresin y explotacin, y nos desafan a complejizar nuestros anlisis y agudizar nuestras formas de inventar y crear lneas de intervencin poltica integral. La principal crtica en este sentido surge desde la militancia feminista que, comprometida con la construccin del socialismo, encuentra entre sus compaerxs, en sus organizaciones y sindicatos, y en sus referencias tericas e ideolgicas, posturas que en el mejor de los casos reconocen la importancia de la opresin hacia las mujeres, pero subordinan su abolicin a la lucha contra el Capitalismo, planteando que la solucin a dichas problemticas llegaran con el fin de la explotacin de clase. As, no slo se desconocen las especificidades de la opresin patriarcal, entendindolas como un apndice de la dominacin capitalista, sino que se advierte que las reivindicaciones especficas de las mujeres y sus intentos de organizacin en funcin de las mismas, podran ser peligrosas desviaciones de los objetivos revolucionarios hasta fomentar, incluso, la divisin de clase. En otros casos, an sin comprender la especificidad de la opresin patriarcal, la organizacin autnoma de las mujeres o de la diversidad sexual hacia el interior de las organizaciones revolucionarias es aceptada en tanto ha demostrado capacidad de incidencia, movilizacin, y fundamentalmente, de acumulacin militante. En este marco prima, si bien an menos represiva que la acusa94
cin de divisionismo, una concepcin instrumental de la poltica y la organizacin, y la lucha antipatriarcal permanece encapsulada en espacios especficos de organizacin sin la atencin ni la reflexin implicada del resto de la militancia, que no se considera sujeto de estas luchas. Si bien advertimos cambios positivos y para nada subestimables, fundamentalmente, en la ltima dcada, a partir del protagonismo masivo de las mujeres en las luchas de resistencia al capitalismo neoliberal, y la progresiva inclusin de una agenda feminista dentro de las organizaciones populares (al punto de que en Argentina son cada vez ms las organizaciones que incluyen la lucha antipatriarcal entre sus principios polticos estratgicos), esto no siempre ha supuesto un salto cualitativo a la hora de analizar la interdependencia de estas modalidades de dominacin. En este sentido, es que en este apartado buscaremos dar cuenta de algunos aportes de autoras feministas que han centrado sus preocupaciones en relacionar la opresin sexual y la explotacin de clase, partiendo, en muchos casos, de la crtica a la omisin o simplificacin de estos debates hacia el interior de la teora marxista. Donna Haraway (1995) nos introduce a esta problemtica al advertir que: Los enfoques tradicionales marxistas no condujeron a un concepto de gnero por dos importantes razones: primero, las mujeres, as como las gentes tribales, existan de manera inestable en los lmites de lo natural y lo social en los escritos de Marx y Engels, de forma que sus esfuerzos para dar testimonio de la posicin subordinada de las mujeres fueron estorbados por la categora de la divisin
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natural sexual del trabajo, basada en una heterosexualidad natural aceptada como tal; y segundo, Marx y Engels teorizaron la relacin con la propiedad econmica como el origen de la opresin de las mujeres en el matrimonio, de tal forma que la subordinacin de las mujeres poda ser examinada en trminos de relaciones capitalistas de clase, pero no en trminos de una poltica sexual especfica entre hombres y mujeres. Por su parte, Heidi Hartmann, autora de El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unin ms progresista (1985), ha logrado sintetizar buena parte de estos desencuentros. A partir de la diferenciacin entre la cuestin de la mujer y la cuestin feminista, visibiliza un punto nodal: La cuestin de la mujer nunca ha sido la cuestin feminista. La cuestin feminista est dirigida a las causas de la desigualdad sexual entre mujeres y hombres, a la dominacin masculina sobre las mujeres. La mayora de los anlisis marxistas acerca de la posicin de las mujeres toman como su problema la relacin entre la mujer y el sistema econmico y no la relacin entre las mujeres y los hombres () estos anlisis consistentemente subordinan la relacin mujer-hombre a la relacin capital-trabajo. Segn esta autora los anlisis marxistas sobre la cuestin de la mujer asumieron tres formas principales: 1. La posicin de los marxistas clsicos (Marx, Engels, Kautsky y Lenin), que analizaban cmo la divisin del trabajo en funcin del sexo se ira deteriorando por la incorporacin de la mujer a la fuerza de trabajo asalariado.
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As, podran convertirse en econmicamente independientes de los hombres y sumrseles en la lucha contra el capital. La doble jornada y otras desigualdades, seran solucionadas una vez instaurado el socialismo, por lo cual la liberacin de las mujeres exigira su proletarizacin y enrolamiento en las filas revolucionarias. La propiedad privada y la explotacin capitalista seran la causa de su subordinacin. An reconociendo las condiciones de las mujeres de su poca, estos marxistas no enfocaron las cuestiones feministas cmo y por qu las mujeres son oprimidas como mujeres. Por consiguiente, no reconocieron los intereses creados que los hombres tenan en que continuara la subordinacin de las mujeres () Y como el capital y la propiedad privada no causan la opresin de las mujeres, como mujeres, su sola desaparicin no traer como consecuencia el fin de la opresin (Hartmann, 1985). Como comenta Haraway (1995): La cuestin femenina fue ampliamente debatida en muchos partidos marxistas europeos a finales del siglo XIX y principios del XX. En el contexto del partido socialdemcrata alemn se escribi el segundo tratamiento marxista ms influyente sobre la posicin de las mujeres: La mujer bajo el socialismo de August Bebel (1883). Alexandra Kollantai se bas en Bebel para sus luchas por la emancipacin femenina en Rusia y en la Unin Sovitica y, dentro de la socialdemocracia alemana, Clara Zetkin, una lder del Movimiento femenino de la Internacional Socialista, desarroll la postura de Bebel en su trabajo de 1889 La cuestin de las trabajadoras y de las mujeres en el presente.
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2. La segunda aproximacin al problema es la de la escuela de la vida cotidiana, expuesta a partir de la referencia al historiador Eli Zaretsky, quien reconoce que el sexismo es anterior al Capitalismo, pero plantea que su forma actual es modelada por dicho sistema de produccin. Dicho autor considera que el Capitalismo ha creado la separacin entre las esferas pblicas y privadas. La exclusin de la mujer del mundo del trabajo sera producto de la necesidad de que la misma se hiciera cargo de la reproduccin de la fuerza de trabajo en el hogar. Pero desde el punto de vista de Zaretsky, las mujeres trabajan para el capital y no para los hombres; y es slo la separacin del hogar del lugar de trabajo y la privatizacin del trabajo domstico, efectuada por el capitalismo, la que crea la apariencia de que las mujeres trabajan privadamente en su hogar para el hombre () Como el capital causa la separacin de nuestras vidas, tanto pblicas como privadas, el fin del capitalismo terminar con tal separacin, reunir nuestras vidas y terminar con la opresin, de hombres y mujeres (Hartmann, 1985). Cuestionando la subestimacin de la desigualdad entre hombres y mujeres, Hartmann se pregunta: an cuando el capitalismo cre la esfera privada como arguye Zarestky, por qu entonces las mujeres trabajan ah y los hombres en la fuerza laboral? y explica; seguramente esto no puede ser explicado sin referirse al Patriarcado, la dominacin sistemtica de los hombres sobre las mujeres. Desde nuestro punto de vista, el problema en la familia, el mercado de trabajo, la economa y la sociedad, no es simplemente una divisin entre los hombres y las mujeres, sino una divisin que coloca a los hombres en una posicin superior y a las mujeres en una subordinada () Mientras Zaretsky piensa que el traba98
jo de las mujeres aparenta ser para los hombres, cuando en realidad es para el capital, nosotras pensamos que el trabajo de las mujeres en la familia es realmente para los hombres, aunque claramente reproduce al capitalismo (Hartmann, 1985). 3. La posicin de las feministas marxistas que han examinado el trabajo domstico, ejemplificada a partir del anlisis terico de Mariarosa Dalla Costa, tambin han subordinado las luchas feministas a la lucha contra el Capitalismo. Si bien ha contribuido a entender al trabajo domstico como trabajo real, su mtodo de anlisis est, al igual que en los casos anteriores, enfocado hacia el capital y no hacia las relaciones sexo/genricas. Segn Hartmann, La retrica del feminismo est presente en el anlisis de Dalla Costa pero el enfoque del feminismo no est presente. Si ste estuviera, Dalla Costa podra argir, por ejemplo, que la importancia del trabajo domstico como una relacin social descansa en su papel crucial para perpetuar la supremaca masculina (Hartmann, 1985). Aqu tambin podemos encontrar similitudes con el planteo de otra feminista radical estadounidense, Shulamith Firestone, quien en su libro La dialctica del sexo (1975) afirma que la dominacin de las mujeres mediante la reproduccin y la asignacin de roles domsticos ser la base material del Patriarcado, siendo la familia el principal espacio de reforzamiento de la opresin de las mujeres (Uriona, 2012). La domesticacin de las hembras humanas tambin fue analizada por Gayle Rubin (1975) a travs de la conceptualizacin del sistema sexo/gnero que ya revisamos en el apartado anterior. Aun habiendo sido este concepto
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cuestionado a partir de los 80 por mantener al sexo en la esfera de la naturaleza, Rubin realiza un aporte sustancial a la desnaturalizacin de la heterosexualidad y a su anlisis como factor estructurante del sistema de produccin: Rubin vea la divisin sexual del trabajo y la construccin psicolgica del deseo (sobre todo la formacin edpica) como las bases de un sistema de produccin de seres humanos que inviste a los hombres con derechos sobre las mujeres que no tienen sobre ellos mismos. Para sobrevivir materialmente donde los hombres y las mujeres no pueden hacer el trabajo del otro y para satisfacer estructuras profundas de deseo en el sistema sexo/gnero donde los hombres cambian mujeres, es obligatoria la heterosexualidad. La obligatoriedad heterosexual es, pues, fundamental para la opresin de las mujeres (Haraway, 1995). Adrienne Rich (1980) teoriz tambin que la heterosexualidad obligatoria era la base de la opresin de las mujeres. Los aportes fundamentales de Monique Wittig (1981), bien podran ser sealados como un puente entre estas reflexiones realizadas por Rubin y Rich en relacin a la heterosexualidad, y las teorizaciones emergentes de la corriente denominada feminismo materialista francs, de la que Wittig forma parte. A su vez, vamos a encontrar en estas reflexiones, una temprana politizacin del sexo, que recin se hara extensiva al feminismo contemporneo a partir de la ya revisada perspectiva posestructuralista del gnero. Wittig sealar que:
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Lo que constituye a una mujer es una especfica relacin de apropiacin por parte del hombre. Al igual que la raza, el sexo es una formacin imaginaria de las que producen realidad, incluyendo los cuerpos, que son percibidos como anteriores a toda construccin. La mujer slo existe como esta clase de ser imaginario, mientras que las mujeres son el producto de una relacin social de apropiacin, naturalizada como sexo () La lucha clave busca la destruccin del sistema social de la heterosexualidad, porque el sexo es la categora poltica naturalizada en la que se basa la sociedad heterosexual (Haraway, 1995). A su vez, los aportes de Wittig resuenan por una polmica frase en la que afirma que, al sustraerse de esta economa poltica de la heterosexualidad las lesbianas no son mujeres (Wittig, 1981). Como decamos anteriormente, Wittig forma parte del denominado feminismo materialista francs, desarrollado a partir de los aos 70, y unido alrededor de la Revista Questions Fministes, conocido entre otras cosas, por haber desarrollado un marco terico donde la opresin de las mujeres es analizada como un fenmeno de clase. Como ya dijimos anteriormente, la desnaturalizacin del sexo suele atribursele a la perspectiva posestructuralista del gnero desarrollada a partir de los aos 80 y mayormente difundida en los 90 y 2000. Sin embargo, ya en los aos 70, se haba elaborado una teora absolutamente antinaturalista y radical de la situacin de las mujeres, en este caso, desde el feminismo materialista francs (Curiel y Falquet, 2005). Precisamente all radicara el punto central de su pensamiento:
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ni los varones ni las mujeres son un grupo natural o biolgico, no poseen ninguna esencia especfica ni identidad que defender y no se definen por la cultura, la tradicin, la ideologa, ni por las hormonas, sino simple y sencillamente por una relacin social, material, concreta e histrica () es una relacin social que las constituye en clase social de las mujeres frente a la clase de los varones, una relacin antagnica (ni guerra de los sexos ni complementariedad, sino llanamente una oposicin de intereses cuya resolucin supone el fin de la explotacin y la desaparicin de las mujeres y de los hombres como clase) (Curiel y Falquet, 2005) Una de las formas en que esta relacin antagnica fue teorizada en el feminismo materialista francs, es la que aporta Colette Guillaumin (1978, en Curiel y Falquet, 2005) a travs de la nocin de sexaje. A diferencia de la apropiacin de la fuerza de trabajo en el caso de los proletarios, en el caso de las mujeres es la apropiacin material del cuerpo lo que define la naturaleza especfica de la opresin de las mujeres. En otro planteamiento terico influido por el marxismo, aunque ajeno al feminismo materialista francs, Catherine MacKinnon sealar que la sexualidad es al feminismo lo que el trabajo es al marxismo () As como la expropiacin organizada del trabajo de algunos en beneficio de otros define una clase los trabajadores, la expropiacin organizada de la sexualidad de algunas para el uso de otro define al sexo, a la mujer (Haraway, 1995). Un concepto clave en esta corriente de pensamiento materialista ser el de relaciones sociales de sexo, donde los grupos sexuados no son producto de destinos biolgicos sino que son, ante todo, constructos sociales; dichos grupos se construyen por tensin, oposicin o antagonismo, en torno a un
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reto, el reto del trabajo () Se basan, ante todo, en una relacin jerrquica entre los sexos. Por lo tanto, se trata realmente de una relacin de poder, de una relacin de clase, y no de un mero principio de clasificacin (Kergoat, 2003). Sera un error afirmar, alertados por sus anlisis en trminos de clase, que este es, lisa y llanamente, un feminismo marxista. Christine Delphy, quien publica en 1970 Por un feminismo materialista, se encarga de realizar esta diferenciacin, argumentando que el punto de vista marxista ha estado representado por los partidos comunistas tradicionales y las mujeres procedentes de estos, con una lnea que resulta insatisfactoria, tanto en trmino de teora como de estrategia. Aqu podra asemejarse a Hartmann al afirmar que en este feminismo marxista la opresin de las mujeres se concibe como una consecuencia secundaria a (y derivada de) la lucha de clases () esto es, exclusivamente como la opresin de los proletarios por el capital. En consecuencia, este anlisis que integra la lucha de las mujeres a una perspectiva revolucionaria global prescinde de la primera de estas exigencias la bsqueda de las causas de la opresin especfica de las mujeres y no ofrece ninguna base terica para la segunda: permite la constitucin de un movimiento autnomo, pero no fundamenta su necesidad (Delphy, 1985). Caracterizando a esta lnea como un freno a la liberacin de las mujeres, dir que slo puede considerarse como el ropaje marxista de las teoras que justifican esta sujecin, es decir, como una ideologa (en el sentido marxiano de falsa conciencia). Entonces, diferencindose de estos anlisis marxistas, se propondr proporcionar los funda103
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mentos de un anlisis materialista de la opresin de las mujeres, analizando su participacin especfica en la produccin (y no ya nicamente en la reproduccin) a travs del trabajo domstico y la crianza y la educacin de las criaturas, analizadas como tareas productivas (Delphy, 1985). A diferencia de las mercancas que se producen segn el modo industrial, dando lugar a la explotacin capitalista, los servicios domsticos, la crianza de lxs hijxs y determinadas mercancas que se producen (o producan) segn el modo familiar, dan lugar a la explotacin familiar, o ms exactamente, patriarcal. En resumen, mientras el asalariado depende del mercado de trabajo, la mujer casada depende de un individuo. Mientras el asalariado vende su fuerza de trabajo, la mujer casada la regala; exclusividad y gratuidad estn ntimamente ligadas (Delphy, 1985). Es entonces que, en tanto grupo efectivamente sometido a esta relacin de produccin que las mujeres constituyen una clase. Este modo de explotacin patriarcal conforma, segn la autora, la opresin comn (porque afecta a todas las mujeres casadas, segn ella, un 80% de las mujeres en cualquier momento), especfica (porque la obligacin de prestar servicios domsticos gratuitos se impone nicamente a las mujeres), y principal (porque incluso cuando las mujeres trabajan fuera de su casa, la pertenencia de clase derivada de este hecho viene condicionada por su explotacin en tanto mujeres). El control de la reproduccin, sera la causa y medio de la otra gran explotacin material de las mujeres: la explotacin sexual (Delphy, 1985). Por ltimo, y en estrecha vinculacin con la temtica de este apartado, la autora dir que:
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este anlisis es condicin previa para entrar en el estudio de las relaciones entre capitalismo y patriarcado. En efecto, es importante saber bien en qu consiste el patriarcado a fin de comprender en qu medida es tericamente independiente del capitalismo. Slo esta comprensin permitir explicar la independencia histricamente constatada entre estos dos sistemas. Slo de este modo ser posible fundamentar materialmente la articulacin de las luchas antipatriarcales y anticapitalistas. Mientras esta articulacin contine basndose en postulados de jerarqua no demostrada y/o sobre el voluntarismo ideolgico, ser inevitable la confusin terica y la ineficacia poltica a corto plazo y el fracaso histrico a largo plazo (Delphy, 1985). Para la socialista Zilah Eisenstein (1980), la organizacin sexual y racial converge y se articula con la estructura de clases, concentrndose ambos procesos sobre la actividad humana en lo que llam patriarcado capitalista. Ya que son mutuamente necesarios, no es posible pensar el dominio de clase separado del dominio de gnero y de all que se requiera integrarlos tericamente como parte de un proceso social total (Chaneton, 2007). Iris Young (1981) critic los enfoques de sistemas duales del capital y del patriarcado, que los convertan en aliados de las opresiones de clase y de gnero. Young afirmaba que las relaciones patriarcales estn relacionadas internamente como un todo, de tal manera que centrarse en la divisin genrica del trabajo podra revelar la dinmica de la opresin () Si el capitalismo y el patriarcado son un solo sistema, llamado patriarcado capitalista, entonces la lucha contra las opresiones de clase y de gnero debe ser unificada (Haraway, 1995).
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Luego de una etapa de debates en torno a las relaciones entre patriarcado y capitalismo, las feministas socialistas concluyeron afirmando que en realidad este ltimo no haba hecho otra cosa que retomar, adecundola a las necesidades de su particular modo de produccin, una herencia cultural milenaria, verdadero objeto de la teora feminista: el ordenamiento social jerarquizado de la diferencia sexual, sostenido por pertinaces ideas o como se dice hoy relatos de gnero. Esa era la diferencia que el sujeto sexualmente neutro de la teora de Marx no poda reconocer. En cambio, al colocar a la lucha de clases como el verdadero y excluyente sujeto de la historia, el materialismo histrico invariablemente empujara la cuestin de la poltica de la diferencia sexual a una posicin perifrica acotada al estudio del modo de produccin (Chaneton, 2007). Habiendo repasado algunos de los aportes ms importantes de las feministas radicales, socialistas y materialistas, que contribuyeron a complejizar las formas en que Patriarcado y Capitalismo se entrelazan, no quisiera terminar este apartado sin hacer alguna referencia a la relacin que estas modalidades de opresin y explotacin mantienen con la racializacin como forma de clasificacin jerarquizante de las poblaciones. Modalidad que, salvo en algunas teorizaciones del feminismo materialista francs y de las propias feministas radicales negras, se encontrar generalmente ausente de las reflexiones feministas de las dcadas de los aos 70 y 80, pero que cobra mayor visibilidad a partir de la expansin contempornea de los estudios postcoloniales y descoloniales al interior de la Academia.
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Uno de los aportes ms importantes en este sentido es el realizado por la feminista argentina Mara Lugones (2008) en lo que define como Sistema de gnero colonial/moderno, como pudimos ver en apartados anteriores. Otro aporte de relevancia, es el realizado por la feminista italiana Silvia Federici, en una elaboracin terica que articula el punto de vista feminista con el materialismo histrico, logrando incorporar la dimensin de la racializacin/colonizacin para sortear el etnocentrismo de muchas de sus antecesoras y contemporneas. En Calibn y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulacin originaria (2011), analiza el proceso de transicin14 del feudalismo al capitalismo. Si bien la mayor parte de su produccin est contextualizada en las luchas anti-feudales y las resistencias a la implantacin de las relaciones de clase capitalistas en Europa, podemos encontrar tambin una serie de elementos que nos permiten complejizar la configuracin de la matriz colonial de poder en el Nuevo Mundo, especialmente en lo que respecta al gnero y la sexualidad, en su interseccin con la clase y la raza. Uno de los puntos de mayor inters para nuestro trabajo, y central en el desarrollo de sus reflexiones, es la crtica a la nocin de acumulacin originaria (o primitiva, dependiendo de la traduccin) en Marx. En palabras de la autora:
14 El entrecomillado en transicin alude a la crtica que la autora hace de este concepto por sugerir un proceso gradual, lineal y continuo, cuando en realidad el trmino remite a uno de los procesos ms sangrientos y discontinuos de la historia.
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Si Marx examina la acumulacin originaria desde el punto de vista del proletariado asalariado de sexo masculino y el desarrollo de la produccin de mercancas, yo la examino desde el punto de vista de los cambios que introduce en la posicin social de las mujeres y en la reproduccin de la fuerza de trabajo. Estas dos realidades estn estrechamente conectadas en este anlisis, ya que en el capitalismo la reproduccin generacional de los trabajadores y la generacin cotidiana de su capacidad de trabajo se han convertido en trabajo de mujeres, si bien mistificado, por su condicin no asalariada, como servicio personal e incluso como recurso natural (Federici, 2011). Luego de hacer una caracterizacin detallada de las formas que adquiran las luchas anti-feudales en Europa, y de la importancia creciente que fue adquiriendo el control de la reproduccin debido a la disminucin de mano de obra disponible como resultado de las pestes y la hambruna, Federici har visible la motivacin principal de las clases dominantes para perseguir y demonizar a las mujeres: si consideramos el contexto social en el que se produjo la caza de brujas, el gnero y la clase de las acusadas y los efectos de la persecucin, podemos concluir que la caza de brujas en Europa fue un ataque a la resistencia que las mujeres opusieron a la difusin de las relaciones capitalistas y al poder que haban obtenido en funcin de su sexualidad, su control sobre la reproduccin y su capacidad de curar. La caza de brujas fue tambin instrumental a la construccin de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su trabajo, sus poderes
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sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control del estado y transformados en recursos econmicos (Federici, 2011). Esto fue logrado a travs de la constitucin de un nuevo orden patriarcal o Patriarcado del salario: excluyendo a las mujeres del salario e imposibilitando as su independencia econmica, se crearon las condiciones materiales para su sujecin a los hombres. El anlisis del fenmeno de la caza de brujas, adems de informarnos sobre la importancia del gnero y la sexualidad en la transformacin de las relaciones de clase en Europa, resulta de especial inters para la caracterizacin del Capitalismo colonial moderno, en tanto fue una experiencia importada por la clases dominantes a la Amrica colonial en sus polticas de control del trabajo, a travs de la colonialidad del saber y del ser (Quijano, 2000). Esto se ve reflejado cuando Federici plantea que los homlogos a las brujas europeas, fueron los indgenas americanos colonizados y los africanos esclavizados, que compartieron un destino similar al de las mujeres en Europa, proveyendo al capital del aparentemente inagotable suministro de trabajo necesario para la acumulacin. La caza de brujas y las acusaciones de adoracin al Demonio fueron llevadas a Amrica para quebrar la resistencia de las poblaciones locales, justificando as la colonizacin y la trata de esclavos ante los ojos del mundo (Federici, 2011). Al igual que en el caso de la demonizacin de las mujeres europeas, el sello de lo diablico era caracterizado como un deseo y una potencia sexual anormales. Segn la autora:
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la sexualizacin exagerada de las mujeres y los negros las brujas y los demonios tambin debe estar enraizada con la posicin que ocupaban en la divisin internacional del trabajo que surgi a partir de la colonizacin de Amrica, la trata de esclavos y la caza de brujas. La definicin de negritud y feminidad como marcas de bestialidad e irracionalidad se corresponda con la exclusin de las mujeres en Europa, as como de las mujeres y los hombres en las colonias, del contrato social implcito en el salario, con la consecuente naturalizacin de su explotacin (Federici, 2011). A su vez, entre la poblacin colonizada, las mujeres fueron el blanco principal de los colonizadores, que buscaron quebrar las solidaridades comunales entre mujeres y varones, construyendo complicidades inter-raciales entre varones colonizadores y varones colonizados, en funcin de un mejor control sobre las mujeres. Un motivo para ello, al igual que en Europa, era el control de la reproduccin de la fuerza de trabajo que tambin decreci en Amrica producto del genocidio cometido y los niveles de explotacin a los que eran sometidxs lxs esclavxs. Por todo lo expuesto es que la autora afirma que La acumulacin primitiva no fue, entonces, simplemente una acumulacin y concentracin de trabajadores explotables y capital. Fue tambin una acumulacin de diferencias y divisiones dentro de la clase trabajadora, en la cual las jerarquas construidas a partir del gnero, as como las de raza y edad, se hicieron constitutivas de la dominacin de clase y de la formacin del proletariado moderno (Federici, 2011). Con el fin de contribuir a la comprensin de la interseccin entre clase, gnero y raza, por la cual incluimos
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la referencia a esta autora en este trabajo, es interesante resaltar que, La leccin que podemos aprender de Calibn y la bruja es que el capitalismo, en tanto sistema-econmico social, est necesariamente vinculado con el racismo y el sexismo. El capitalismo debe justificar y mistificar las contradicciones incrustadas en sus relaciones sociales denigrando la naturaleza de aquellos a quienes explota: mujeres, sbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la globalizacin (Federci, 2011). Habiendo realizado un recorrido por diversas formas en que activistas y tericas feministas han reflexionado sobre las formas en que estas diversas modalidades de dominacin, opresin y explotacin se entrelazan, y sin pretender arribar a una conclusin que postule a una de estas formas como la nica correcta, lo que intentamos evidenciar es la indispensable necesidad de complejizar nuestros anlisis a la hora de caracterizar el sistema al que nos enfrentamos desde los proyectos emancipatorios mediante los cuales postulamos un cambio social que acabe con todas las formas de opresin. Como veremos en el ltimo apartado de este trabajo, la complejizacin de esta caracterizacin supone enormes desafos a la hora de pensar la articulacin poltica entre sujetxs diversxs. La simplificacin de estos anlisis, la jerarquizacin y centralidad asignadas a algunxs sujetxs frente a la subestimacin hacia otrxs, no hace ms que quebrar las solidaridades entre lxs de abajo, fomentando la competencia, fragmentacin y consecuente atomizacin, minando desde adentro la posibilidad de cambiar
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la correlacin de fuerzas frente a los sectores dominantes, garantizando as la eterna derrota de nuestros proyectos de liberacin.
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nosotras queremos un feminismo que nos involucre a todas y a todos, que sea combativo, activo, antipatriarcal, anticapitalista, en las calles y por el cambio social. (Cartilla Primer Campamento de Formacin en Gnero, Espacio de Mujeres del Frente Popular Daro Santilln, Marzo 2007)
El feminismo es una ideologa denostada sin ser leda, por puro prejuicio, incluso en la izquierda. Y con esto se pierden importantes posibilidades tericas y prcticas de ganar radicalidad en la crtica al sistema capitalista y patriarcal y en su transformacin LIlIANA DAUNES [en Korol (comp.), 2007], Hacia una pedagoga feminista. Gneros y Educacin Popular Creo que el feminismo es una posicin poltica e ideolgica, por lo tanto ni la portamos hormonalmente las mujeres, ni estn los varones imposibilitados de portarla () Es una conviccin de tipo poltico que tiene que ver con las relaciones de poder. DIANA MAFFIA [en Korol (comp.), 2007], Hacia una pedagoga feminista. Gneros y Educacin Popular.
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Instalar el debate sobre la necesidad de incorporar la perspectiva feminista a las luchas de los movimientos sociales y populares no fue, ni lo es actualmente, una tarea sencilla. Uno de los motivos de esta dificultad, podemos relacionarlo con la frase de la periodista y comunicadora feminista argentina Liliana Daunes, que comienza este apartado a modo de epgrafe: el feminismo es una ideologa denostada sin ser leda. Entonces, debemos decir que lo que opera en contra de la inclusin de esta perspectiva, en primer lugar, son los prejuicios que circulan en torno a ella, y no una crtica realizada en base a su conocimiento. Algunos de estos prejuicios se anclan en la mala prensa que el feminismo y las feministas tienen, producto de los mitos que sobre esta perspectiva y las mujeres que la encaran fueron construidos durante dcadas, intentado subestimarlo, tergiversarlo o demonizarlo. Esto no es casual, sino resultado del aparato de propaganda que los sectores dominantes suelen desplegar para deslegitimar las herramientas de lucha de los sectores que desafan el status quo y, si esta propaganda deviene prejuicios, incluso hacia el interior de esos sectores en lucha, es porque el canal de insercin de la ideologa dominante consiste en calar hondo en el sentido comn, que la mayora de las veces, es regresivo si no reaccionario. Pero ste no es el nico motivo, siquiera el ms importante. Como suele afirmar la feminista espaola Nuria Varela: El feminismo es un impertinente. Es muy fcil hacer la prueba. Basta con mencionarlo. Se dice feminismo y cual palabra mgica, inmediatamente, nuestros interlocutores tuercen el gesto, muestran desagrado, se ponen
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a la defensiva o, directamente, comienza la refriega. Por qu? Porque el feminismo cuestiona el orden establecido y la moral y la costumbre y la cultura y, sobre todo, el poder. El feminismo todo lo que toca, lo politiza. No hay nada ms polticamente incorrecto que el feminismo porque pone en evidencia los ejercicios ilegtimos de poder de la derecha y de la izquierda; de conservadores y progresistas; en el mbito pblico y en el privado; de los individuos y de los colectivos (Varela, s/d). En este sentido, si el feminismo provoca tales efectos, es porque an existen resistencias a realizar una democratizacin radical de las relaciones de poder y a perder los privilegios que se iran esfumando con ella. Otro gran nudo problemtico es la resistencia a la politizacin de lo personal, en tanto abre un terreno a la exposicin de las propias prcticas y a la crtica y autocrtica de las mismas, con la incomodidad que volver la mirada sobre unx mismx supone, as como los riesgos de deslegitimacin y por ende, de prdida relativa de posiciones de poder. A su vez, opera como obstculo el mito de que el feminismo quiere dar vuelta la tortilla. Cansadas de estar en una posicin subordinada, las mujeres feministas se estaran organizando para dar vuelta la relacin de dominacin y ser ahora ellas las que opriman a los hombres. Como resultado de esta operacin, escuchamos hasta el hartazgo que el feminismo es lo mismo que el machismo pero al revs. Si bien podemos encontrar mujeres feministas que encarnen en sus prcticas un espritu revanchista respecto a los varones, su existencia se da en una proporcin absolutamente minoritaria, prcticamente intrascendente. De
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todos modos, valdra la pena que los varones, en vez de recurrir fcilmente a la victimizacin, nos interroguemos sobre las prcticas que histricamente hemos desplegado como sexo dominante para abonar este escenario. Ms all de este desafo de largo alcance, entendemos necesario aclarar que no es precisamente en las prcticas feministas que cobra sentido este mito, sino en el imaginario de una mayora de varones que no pueden siquiera pensar en relaciones igualitarias entre mujeres y varones, y que desde un esquema jerrquico y competitivo, o se ven dominantes, o se ven dominados, pero difcilmente caminando a la par. Si bien aqu no pretendemos desarrollar estas reflexiones, se hace cada vez ms evidente la necesidad de trabajar con y entre los varones que, organizados en pos de un cambio social radical, aun no perciben los aportes de las perspectivas feministas a estas luchas. Entiendo que en este proceso se hacen indispensables al menos dos niveles de aproximacin al feminismo. Por un lado, el acercamiento a sus producciones tericas e intelectuales, de modo de interpelar, al menos en el plano de lo reflexivo, la mirada androcntrica del mundo que es construida y reforzada en nuestra socializacin en los discursos sociales sobre la masculinidad. Por otro lado, aunque de la mano con este primer nivel, deviene indispensable una aproximacin a las prcticas feministas, comprometindose con sus luchas, construyendo complicidades polticas y afectivas que nos posibiliten practicar sucesivos abandonos de nuestro egocentrismo poltico, haciendo un lugar a los padecimientos de las oprimidas en nuestros esquemas de percepcin y anlisis de la realidad social.
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Personalmente, habiendo transitado varios aos por estas experiencias, me propongo aqu aportar a ese primer nivel, socializando y ofreciendo para la discusin,aquellos aportes tericos de los feminismos que hallo ms fecundos para nuestras prcticas de lucha, esperanzado con que ello habilite, en alguna medida, a estrechar las distancias respecto a ese segundo nivel de aproximacin prxica al activismo feminista. Como decamos, la perspectiva feminista, una de las ms crticas entre las perspectivas crticas, brinda herramientas conceptuales y metodolgicas claves en la tarea de someter a cuestionamiento y colocar bajo sospecha todas aquellas prcticas hegemnicas que se mantienen naturalizadas, y que son habitualmente reproducidas en el seno de las organizaciones de los sectores subalternos, an cuando se proponen cambiar radicalmente el orden social. Empecemos entonces a desandar este camino de prejuicios, partiendo de algunos elementos bsicos y generales de la historia del feminismo, para aproximarnos a un boceto de nuestro feminismo construido sobre las bases de aquellos aportes que encontramos ms enriquecedores para nuestras perspectivas emancipatorias. Acordamos con Elsa Dorlin (2009), cuando dice: Por feminismo entiendo esa tradicin de pensamiento, y por consiguiente los movimientos histricos, que, por lo menos desde el siglo XVII, plantearon segn diversas lgicas demostrativas la igualdad de los hombres y las mujeres, acorralando los prejuicios relativos a la inferioridad de las mujeres o denunciando la ignominia de su condicin. En este prrafo encontramos al menos tres elementos para destacar.
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En primer lugar, el vnculo entre tradicin de pensamiento y movimiento histrico. La perspectiva feminista, extendida a los mbitos de investigacin cientfica y acadmica a nivel global, es una clara expresin del vnculo ineludible entre pensamiento y accin, entre produccin terica y experiencias de lucha, en relacin dialctica y mutua interpelacin. Pocas tradiciones de pensamiento tienen la vitalidad y actualizacin permanente de sus postulados tericos a partir de los aprendizajes emergentes, producidos por las luchas del movimiento. A su vez, pocas tradiciones de pensamiento han tenido la honestidad intelectual y capacidad argumentativa para dar cuenta de su produccin terica como aporte a una disputa poltica e ideolgica como lo hace el feminismo. En segundo lugar, a partir del prrafo citado, podemos hacer referencia a una genealoga de este movimiento histrico. Gran parte de la literatura en este campo de estudios suele coincidir en sealar el origen ilustrado del feminismo. Algunos estudios sobre su gnesis, suelen remontarse al Renacimiento para hablar de las primeras polmicas en torno a la naturaleza y deberes de los sexos, por ejemplo, con la obra de Christine de Pizan, La ciudad de las damas, escrita en 1405 (adjudicada a Boccaccio hasta en 1786), o el polmico libro del filsofo y cura Poullain de la Barre, La igualdad de los sexos (1671). Algunas llaman a estas producciones como proto-feministas, situando en la Ilustracin, y ms precisamente en el contexto de la Revolucin Francesa el surgimiento del feminismo moderno. La hiptesis que ronda esta afirmacin, es que la universalidad de la igualdad, pregonada por la ilustracin, era visiblemente falsa respecto a la situacin de las mujeres,
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que eran excluidas de los nuevos derechos a los que accedan los hombres y ciudadanos. Qu suceda entonces que las mujeres no formaban parte de ese Universal?, por qu las luces no las iluminaban? Adhiriendo a la justeza terica de la universalidad de la igualdad, pero impugnando la injusticia de su aplicacin prctica que restringa el goce de esos derechos a la burguesa masculina, el feminismo surge claramente con races ilustradas, pero desde una posicin crtica y radical que denuncia el carcter patriarcal de dicha ideologa. Dos referencias ineludibles en este contexto, son Mary Wollstonecraft, quien en 1790 escriba Vindicacin de los derechos de la mujer, considerada la obra fundacional del feminismo, y Olimpia de Gouges, quien un ao despus escriba La Declaracin de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, denunciando el carcter sexista de la Declaracin Universal de los derechos del Hombre y el Ciudadano, por lo que fue guillotinada dos aos ms tarde. En tercer lugar, podemos ver que la argumentacin en torno a la igualdad entre mujeres y varones, no supone, indefectiblemente, que sean slo mujeres las que argumenten a su favor. Si bien el feminismo como movimiento social y poltico emerge de la toma de conciencia de las mujeres sobre su opresin, dominacin y explotacin por parte de los varones, y del devenir de esa conciencia en accin, se aplica a esta reflexin el concepto esbozado por Diana Maffia, y recuperado como epgrafe de este apartado, de que el feminismo es una posicin poltica e ideolgica, por lo tanto ni la
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portamos hormonalmente las mujeres, ni estn los varones imposibilitados de portarla () Es una conviccin de tipo poltico que tiene que ver con las relaciones de poder. Aunque seamos claros respecto a la complicidad de una mayora de varones respecto a las desigualdades de poder padecidas por las mujeres y otras expresiones de gnero inferiorizadas, no dejamos de considerar la posibilidad y necesidad de que los varones nos involucremos y comprometamos con esta perspectiva emancipatoria, an a costa de perder los privilegios que el Patriarcado nos concede por ejercer de guardianes de su reproduccin, o ms bien, precisamente por ello. Poullain de la Barre y John Stuart Mill fueron ejemplos tempranos de ello. Generalmente, solemos encontrar que la historia del feminismo es explicada a travs de las metforas de las olas, como los flujos histricos de mayor crecimiento del movimiento. En esa clave, la primera ola estara signada por el surgimiento de las reflexiones y acciones en clave feminista, a finales del Siglo XVIII, cuyas reivindicaciones ms destacadas se vinculan con el derecho a la educacin, al trabajo, derechos matrimoniales, de filiacin, y el derecho al voto. Aqu estaran inscriptos los mencionados aportes de Wollstonecraft y de Gouges, como sntoma de un despertar histrico de las luchas del movimiento de mujeres feministas. La segunda ola est marcada por el surgimiento del movimiento sufragista, cuyo origen y destino era, bsicamente, conquistar el derecho al voto para las mujeres. Si bien su auge fue en las ltimas dcadas del Siglo XIX y primeras del Siglo XX, tiene un antecedente importante en 1848 (conocido como el ao de publicacin del Manifiesto Comunista de Marx y Engels), cuando se dio a conocer la
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Declaracin de Seneca Falls (o Declaracin de Sentimientos), manifiesto del movimiento sufragista norteamericano, surgido de una Convencin por los derechos de la mujer, que reuna bsicamente a liberales y abolicionistas. Este acontecimiento marc un hito en el feminismo internacional al quedar consensuado uno de los primeros programas polticos feministas (Varela, 2005). La tercera ola estara constituida bsicamente por la emergencia del feminismo radical en los 60 y 70. Algunas de sus aportaciones ms importantes las hemos podido ver en apartados anteriores: la politizacin de la sexualidad y de los cuerpos de las mujeres, la emergencia del concepto de Patriarcado, la teorizacin de la situacin de las mujeres en trminos de opresin, etc. Con el slogan lo personal es poltico, las feministas radicales identificaron como centros de la dominacin reas de la vida que hasta entonces se consideraban privadas y revolucionaron la teora poltica al analizar las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad (Varela, 2005). Estas son bsicamente las sealadas como las tres primeras y fundamentales olas del movimiento feminista. Luego podramos hablar de la emergencia del movimiento feminista de las mujeres negras, del entrecruzamiento del movimiento feminista y con la luchas de gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y transgneros, contra la pandemia del HIV-SIDA, por los derechos civiles, o desde perspectivas ms disidentes, contra el rgimen poltico de la heterosexualidad obligatoria y la despatologizacin de las identidades de gnero no heternormativas. Ya a fines del Siglo XX y principios del XXI, y particularmente en el contexto latinoamericano y argentino, de la emergencia de un feminismo popular (Di Marco, 2011) extendido hacia
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y apropiado por las mujeres de los sectores populares que protagonizaron las experiencias de resistencia al neoliberalismo y fueron problematizando progresivamente sus experiencias en tanto mujeres, aproximndose a las perspectivas feministas. Pero esta historizacin en trminos de oleajes tiene sus limitaciones. Querramos mencionar al menos dos: por un lado, que es bsicamente un recorte occidental, tomando como referencias a los acontecimientos sucedidos en Francia, Inglaterra y EE.UU, y la ms de las veces ligados a reivindicaciones de mujeres blancas, de clases medias-altas y heterosexuales. Por otro, que al centrarse en los momentos de auge del movimiento, subestima o invisibiliza los procesos polticos de menor espectacularidad, que son los espacios donde en general, se van gestando los debates y prcticas que dan emergencia a los momentos de auge. Vinculo esta ltima reflexin a la propuesta de Collin (1996), acerca de recuperar las marcas de las acciones de las mujeres, pero no reducindolas a una historia de los hechos, a una memoria de lo representable, ligada a lo que deja marca, es determinante, produce efectos, transforma lo dado, sino a aquellas huellas silenciosas, invisibles, indecibles, corpreas, emocionales, generalmente expropiadas de su carcter poltico y epistmico. Habiendo dado cuenta de algunos elementos bsicos y generales que hacen a la geneaologa e historia del movimiento feminista, pasaremos a una modalidad de exposicin menos cronolgica y ms arbitraria, a partir de los elementos que recuperamos de diversas corrientes polticas del feminismo para informar e interpelar nuestros proyectos emancipatorios.
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El feminismo (o los feminismos) es un movimiento plural que, a grandes rasgos, tiene como comn denominador las luchas por desenmascarar el patriarcado como sistema, a travs de demostrar la construccin social, cultural y econmica de las diferencias sexuales que se asuman como biolgicas y naturales (Curiel, 2009), y en base a las cuales se sostuvo y sostiene la subordinacin de las mujeres a la dominacin masculina. El alcance de dichas luchas, la concepcin de la opresin sufrida, las condiciones necesarias para la modificacin de las situaciones desfavorables, las tcticas y estrategias a adoptar, los marcos de alianza, las modalidades organizativas, son slo algunos de los ejes a partir de los cuales se configura el diverso espectro poltico-ideolgico-organizativo que podra identificarse bajo el paraguas de el feminismo. Sera ingenuo hacer una divisin tajante entre lo terico y lo prctico, entre lo acadmico y lo poltico, porque, de hecho, tal divisin no existe, y tal separacin slo se puede justificar con fines analticos. Como vimos en apartados anteriores, todo planteo terico tiene sus consecuencias prcticas en el campo de batalla: toda prctica puede (y debe) ser pensada, elaborada, evaluada y sintetizada tericamente. Cuando hacemos referencia al feminismo como una ideologa, lo hacemos recuperando la dimensin prxica que toda cosmovisin debera llevar consigo. No hablamos de una ideologa de biblioteca, dogmtica y esclerosada, que arroje luz sobre nuestras prcticas desde algn lugar en las alturas. Hacemos referencia a una ideologa como sistema de ideas-fuerza que orienta nuestro hacer y pensar respecto a la poltica, pero que no por ser un sis127
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tema se encuentra cerrado, inanimado, suficientemente probado. Para poder dar cuenta de realidades dinmicas y complejas, dicho sistema de ideas debe tener la capacidad de mantenerse alerta a las constantes transformaciones del mundo que describe, sujeto a mltiples contradicciones producto de los movimientos dialcticos que caracterizan a la historia. Esta dimensin prxica del feminismo nos invita a pensar en la localizacin de los saberes recuperados como insumos del pensamiento poltico emancipatorio. En este sentido es que Donna Haraway, importante exponente de la epistemologa feminista contempornea, nos propone la perspectiva del conocimiento situado que, dando cuenta de la naturaleza encarnada de la produccin de saberes, asume explcitamente su parcialidad, en un acto tico y poltico que da un golpe fundamental a la pretensin objetivista que caracteriza al pensamiento androcntrico, patriarcal y colonial (Haraway, 1995). Segn Breny Mendoza, la singular coyuntura poltica y epistemolgica en Amrica Latina, habilita la emergencia de nuevos conocimientos latinoamericanos que se anuncian a s mismos como una respuesta largamente esperada a travs de los cinco siglos de colonizacin al conocimiento eurocentrado e incluso masculinista. Estos conocimientos se autodefinen como trans-modernos, trans-capitalistas, trans-occidentales, transpostcoloniales y ocasionalmente como feministas (Mendoza, 2010). En este sentido, nos interesa recuperar la denominacin de feminismo nuestroamericano propuesta por Francesca Gargallo, que remite a la utopa histrica de Nuestra Amrica, pregonada por el libertador cubano Jos Mart, posibilitando as un locus de enunciacin autodesigna128
do, cuya carga geopoltica territorializada adquiere una peso simblico estratgico en un contexto de luchas descoloniales. Cabe destacar, que lejos de ser un invento de escritorio, dicha nocin surge del seno de las luchas de movimientos sociales y populares de Amrica Latina, posibilitando, como seala la autora, abrir el nominativo a los pueblos y culturas que quedan fuera de la raz lingstica latina, principalmente pueblos originarios y afrodescendientes, para que se incorporen al nosotras/os desde su voluntad de pertenecer a un colectivo incluyente (Gargallo, 2011). La descolonizacin emerge como preocupacin central entre las pensadoras y activistas feministas del llamado Tercer Mundo, y ms precisamente de Amrica Latina y el Caribe. Se trata para algunas feministas, en palabras de Ochy Curiel, de una posicin poltica y epistemolgica que atraviesa el pensamiento y la accin individual y colectiva, nuestros imaginarios y nuestros cuerpos, nuestras sexualidades, nuestras formas de actuar y ser en el mundo y crea una especie de cimarronaje, de las prcticas sociales y de la construccin de pensamiento propio de acuerdo a experiencias concretas (Curiel, 2009). As, la perspectiva epistemolgica del conocimiento situado, se inscribe en una bsqueda autnoma de las protagonistas del cambio social en Nuestra Amrica, que desde la reflexin sobre sus prcticas desafan las relaciones de saber-poder que intentan sustituir sus voces. Es que la pretensin colonizadora no slo provino de las fauces del poder patriarcal sino tambin de un feminismo ilustrado, blanco, heterosexual, institucional y estatal que, invisibilizando sus marcas de raza, clase y sexualidad (entre otras) establecieron sus experiencias particulares como medida
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universal, escondiendo, y a la vez reproduciendo, su posicin de hegemona respecto a las mujeres subalternas. Las mujeres de color tercermundistas y las que circunscriben a las lneas de pensamientos feministas poscoloniales () han puesto en evidencia que los soportes discursivos y las propias prcticas del feminismo hegemnico occidental no se ajustan a sus visiones o bien, las distorsionan, o lo construyen en trminos de lo que Karina Bidaseca define como retrica salvacionista. En definitiva, asumiendo la postura universalista de que nos une la experiencia comn del Patriarcado, se dejan de observar y analizar las diferencias y diversidad de las mujeres, operando una colonialidad discursiva (Bidaseca y Vazquez Laba, 2010). Tal como lo expresa la feminista negra estadounidense, bell hooks: Las feministas privilegiadas han sido incapaces de hablar a, con y para diversos grupos de mujeres porque no comprendan la interdependencia de las opresiones de sexo, raza y clase o se negaban a tomarse en serio esta interdependencia. El anlisis feminista de la situacin de las mujeres tiende a centrarse exclusivamente en el gnero, y no proporciona una fundamentacin slida sobre la que construir una teora feminista. Reflejan la tendencia dominante, propia de las mentes patriarcales occidentales, a mixtificar la realidad de la mujer insistiendo en que el gnero es el nico determinante del destino de las mujeres (hooks, 1984). Yuderkys Espinosa Mioso se pregunta:
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por qu la preocupacin (sobre el sujeto y los cuerpos del feminismo) se ha limitado al cuerpo sexuado y generizado sin poder articularla con una pregunta por la manera en que las polticas de racializacin y empobrecimiento estaran tambin definiendo los cuerpos que importan en una regin como Latinoamrica. Una hiptesis de particular inters plantea que la desigual condicin geopoltica ha producido una dependencia ideolgica de los feminismos latinoamericanos a los procesos y produccin de discursos en el primer mundo definiendo as los nfasis tericos del movimiento; y las dificultades y obstculos para la produccin de un pensamiento y una praxis situada que partiendo del reconocimiento de esta impronta constitutiva poscolonial observe la manera en que esta condicin determina indefectiblemente la sujeta del feminismo de la regin, as como los objetivos urgentes de su poltica (Espinosa Mioso, 2009). En este sentido, nuestro feminismo, se reconoce en el feminismo descolonizado que se piensa y repiensa a s mismo en la necesidad de construir una prctica poltica que considere la imbricacin de los sistemas de dominacin sexista, racial, heterosexista y capitalista, por considerar que esta matriz de dominacin (Collins: 1999) es lo que otorga al feminismo una visin radical (Curiel, 2009). Son las feministas negras (ver Declaracin de Combahee River Collective, 1975), las feministas de fronteras o mestizas (Gloria Anzalda, Cherry Moraga), o las Mujeres de color15, las que irrumpen en escena denunciando
15utilizo el trmino mujeres de color, originado en los Estados Unidos por mujeres vctimas de la dominacin racial, como un trmino coalicional en contra de las opresiones mltiples. No se trata simplemente de un marca-
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el carcter racializado del capitalismo patriarcal, as como el carcter etnocntrico del feminismo blanco occidental. En su crtica demoledora al feminismo de y para mujeres blancas, bell hooks denuncia que el racismo abunda en la literatura de las feministas blancas, reforzando la supremaca blanca y negando la posibilidad de que las mujeres se vinculen polticamente atravesando las fronteras tnicas y raciales (hooks, 1984). En el mismo artculo hooks habla de las mujeres negras como el grupo con estatus social ms bajo, al aguantar lo ms duro de la opresin sexista, racista y clasista. Somos un grupo que no ha sido socializado para asumir el papel de explotador/opresor puesto que se nos ha negado otro al que podamos explotar u oprimir () las mujeres blancas y los hombres negros estn en ambas posiciones. Pueden actuar como opresores o ser oprimidos y oprimidas () el sexismo de los hombres negros ha socavado las luchas por erradicar el racismo, as como el racismo de las mujeres blancas ha socavado las luchas feministas (hooks, 1984).
dor racial, o de una reaccin a la dominacin racial, sino de un movimiento solidario horizontal. Mujeres de color es una frase que fue adoptada por las mujeres subalternas, vctimas de dominaciones mltiples en los Estados Unidos. Mujer de Color no apunta a una identidad que separa, sino a una coalicin orgnica entre mujeres indgenas, mestizas, mulatas, negras: cherokees, puertorriqueas, sioux, chicanas, mexicanas, pueblo, en fin, toda la trama compleja de las vctimas de la colonialidad del gnero. Pero tramando no como vctimas, sino como protagonistas de un feminismo decolonial. La coalicin es una coalicin abierta, con una intensa interaccin intercultural (Lugones, 2008).
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Cuando hablamos de raza, no lo hacemos como caracterstica biolgica de clasificacin (racista) humana, sino que, como aclara Ochy Curiel, asumimos la concepcin de raza social, entendida como la construccin simblica, cultural, y sobre todo poltica, que se ha hecho de lo biolgico, estrategia donde se sustenta el racismo (Curiel, 2009). As, el entrecomillado del trmino raza tiene por objetivo poner evidencia su carcter ficticio. Retomando crticamente el marco conceptual del socilogo peruano Anbal Quijano (2000), Mara Lugones dir que la colonialidad del poder introduce la clasificacin social universal y bsica de la poblacin del planeta en trminos de la idea de raza () que reposiciona las relaciones de superioridad e inferioridad establecidas a travs de la dominacin. Reconcibe la humanidad y las relaciones humanas a travs de una ficcin, en trminos biolgicos (Lugones, 2008). A diferencia de bell hooks y otras exponentes del feminismo negro y de color, interesadas en desenmascarar la complicidad racista del feminismo blanco, la preocupacin principal de Lugones pasa por intentar entender la indiferencia que los varones muestran hacia las violencias que sistemticamente se infligen sobre las mujeres de color, y con ello est haciendo alusin a la indiferencia de aquellos hombres que continan siendo vctimas de la dominacin racial, de la colonialidad del poder, inferiorizados por el capitalismo global. El problematizar su indiferencia hacia las violencias que el Estado, el patriarcado blanco, y que ellos mismos perpetan sobre las mujeres de nuestras comunidades, en todo el mundo, es el resorte que me lleva a sta investigacin terica (Lugones, 2008). Aunque no es preocupacin central de este trabajo, la indagacin en torno a las relaciones de complicidad inte133
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rracial e interclasista entre varones resulta de importancia estratgica para quienes consideramos que el carcter antipatriarcal de las luchas populares debe ser internalizado y sostenido por las organizaciones populares en su conjunto, y no asunto especfico de espacios compuestos exclusivamente por mujeres o sujetxs que no respondan al patrn binario heteronormativo. Respecto al carcter anti-hetero-normativo de nuestro feminismo, han sido las activistas lesbianas las que han sabido interpelar la naturalizacin de la heterosexualidad obligatoria como rgimen poltico por parte de una mayora del movimiento feminista que habitualmente restringe la problematizacin de las relaciones patriarcales a las relaciones heterosexuales, a los derechos sexuales y reproductivos y a la maternidad, en una agenda que no necesariamente contiene a las lesbianas, y que acaba por reproducir la invisibilidad a la que son condenadas por el heteropatriarcado. En el mismo sentido han aportado lxs activistas LGBT/Queer. Las lesbianas feministas, nos dice Curiel, planteaban que se parta de representaciones de los hombres/mujeres como sujetos universales manteniendo la heterosexualidad como normativa. Uno de los aportes fundamentales en este sentido fue el de la norteamericana Adrienne Rich quien plante que la heterosexualidad es una norma social que nos imponen como obligatoria y que invisibiliza al lesbianismo (Curiel, 2009). En ese sentido, coincidir con Monique Wittig al afirmar que la restriccin binaria (mujer/varn) del sexo est al servicio de los objetivos reproductivos de un sistema de heterosexualidad obligatoria: sistema poltico que explota y apropia a las mujeres.
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La interrelacin entre gnero y clase, si bien subestimada por el feminismo liberal burgus que construy agenda en funcin de las experiencias de las mujeres de clase media, ha sido objeto de problematizacin terica por parte de las feministas socialistas, marxistas y anarquistas, al menos desde fines del siglo XIX y principios del XX, y cobr mayor fuerza a partir de la segunda ola del feminismo en la dcada del 70, con los aportes de feministas radicales y materialistas. Parte importante del movimiento feminista emergente en Nuestra Amrica, compuesto por mujeres campesinas, desocupadas, trabajadoras, estudiantes, indgenas, da cuenta de esa imbricacin entre gnero y clase desde la materialidad de sus agendas reivindicativas (soberana alimentaria y sobre los cuerpos, propiedad de la tierra, acceso a la educacin y salud pblicas, al trabajo y la vivienda) y sus marcos de alianza (Foro Social Mundial, Marcha Mundial de Mujeres, Va Campesina, ALBA de los Movimientos Sociales). En este marco es que Nuestro feminismo se reconoce formando parte del espectro antiimperialista y anticapitalista del movimiento social. Tanto el imperialismo, con sus estrategias de dominacin cultural y sus objetivos de saqueo y explotacin de nuestras riquezas y nuestros pueblos, como el capitalismo con su mercantilizacin y precarizacin de la vida, son sistemas de dominacin que atentan de raz contra nuestras bsquedas emancipatorias. Entre los sectores ms castigados por estas polticas, claro est, se encuentran las mujeres, siempre las ms pobres entre lxs pobres. Sin duda, las condiciones de subordinacin a los designios del Patriarcado son mejorables an dentro del sis135
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tema capitalista. La modificacin del Cdigo Civil en la Argentina, que habilit al matrimonio entre parejas del mismo sexo, an cuando tengamos una mirada crtica de la institucin matrimonial monogmica y heteronormativa, no slo otorg igualdad de derechos a familias homoparentales, sino que a la vez, supuso un proceso de debate pblico a gran escala, que para muchxs sujetxs disidentes sexuales signific un empoderamiento subjetivo inmensurable. El derecho al reconocimiento legal de la expresin e identidad de gnero autoconstruida, as como el derecho a la interrupcin voluntaria del embarazo, son otros ejemplos posibles de reformas legales que, aun en un marco de institucionalidad burguesa y patriarcal, posibilitaran un mejoramiento sustancial de la calidad de vida de quienes padecen el marco normativo vigente, y lo pagan nada menos que con sus vidas (ejemplo: travestis con promedio de vida por debajo de los 35 aos / ms de un centenar de mujeres muertas anualmente en Argentina como consecuencia de abortos inseguros). Ahora bien, menos dudas tenemos an de que en el marco de un sistema constituido por el individualismo, la opresin y la explotacin, no existe margen de libertad ni igualdad suficiente para terminar con las desigualdades existentes. Por ello, ms all de acordar con la necesidad de luchar por reformas tcticas que alivien nuestra existencia aqu y ahora, entendemos que la clave de nuestra bsqueda es el cambio radical del sistema social. En ese sentido, el feminismo en clave descolonizadora tiene importantes aportes que hacer a la construccin de un cambio civilizatorio, de carcter anticapitalista. A sabiendas de la polmica en la que esta discusin se inscribe, es que debemos adentrarnos en el borrascoso
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debate acerca del sujeto del feminismo, lo que sin duda aportar a nuestro objetivo ms general, el debate sobre el sujeto del cambio social en Nuestra Amrica. En principio, poder afirmar que nuestro feminismo no est solamente orientado a la lucha por la ampliacin de los derechos de las mujeres. Nos reconocemos ms bien en un feminismo que lucha por la igualdad intergenrica16 y la emancipacin de los postulados patriarcales. Recuperando los aportes de las feministas materialistas francesas podramos afirmar que la radicalizacin de la apuesta estratgica de nuestro feminismo pasa por la abolicin de la existencia de mujeres y varones en tanto clases de sexo. Esto no implica abandonar las reivindicaciones de las mujeres (que como pudimos ver anteriormente, no son unas y para siempre sino que dependen de multiplicidad de factores) ni soslayar su situacin de subordinacin respecto a los varones, sino concebir que en el marco del sistema patriarcal los discursos y representaciones tanto de la feminidad como de la masculinidad en tanto tecnologas de gnero (de Lauretis, 1989) limitan y encorsetan nuestras expresiones, y son constitutivos de los sexos y sus relaciones desiguales de poder. As como no podemos hablar de una sujeta mujer preexistente a las marcas de raza, clase y sexualidad, tampoco podemos hacerlo en el caso de los varones, ya que
16Con ello no queremos decir que la igualdad sea la bsqueda por asemejarse al masculino universal que se presenta como lo uno, la norma, en el sistema de dominacin patriarcal, ni tampoco reducimos la expresin intergenrica a la relacin dual mujer/varn, femenino/masculino. Con el trmino igualdad intergenrica buscamos expresar la necesidad de abolir las asimetras sociales constituidas en razn del sexo.
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su posicin concreta en las relaciones de poder se ver condicionada por esa compleja imbricacin. El modelo androcntrico de varn es tambin burgus, blanco, adulto y heterosexual, y trae como consecuencia la subalternizacin de las expresiones masculinas que no responden al mismo. As es que entendemos a nuestro feminismo como una forma de resistencia ante los intentos colonizadores del Patriarcado, como una bsqueda, personal y colectiva, en pos de ampliar las fronteras de las redes de inteligibilidad que delimitan cules vidas son posibles y deseables, sin ms que la persecucin del placer, la satisfaccin y la realizacin de cada unx de nosotrxs en comunidad. Tambin entendemos que para alcanzar estos cambios no existen recetas ni biblias que posean el programa a seguir, que las certezas se construyen en la misma prctica, en el balance y sntesis colectiva de las mismas, sin calcar ni copiar acrticamente otras experiencias, sino creando desde abajo y desde la situacin histrica concreta el propio camino que lleve a la solucin de las injusticias denunciadas. Si bien el feminismo tiene un fuerte sentido anti-paternalista y denuncia la subestimacin e inferiorizacin a las que las mujeres fueron histricamente sometidas por el dominio masculino, tambin es cierto que su origen ilustrado ha alimentado en muchas ocasiones la tentacin autoritaria de indicar el camino correcto amparado en verdades tericas incuestionables, en algunos casos devenidos en dogma. Por nuestra parte, nos sentimos movilizados por un feminismo que aporte y participe protagnicamente de las construcciones de poder popular generadas desde abajo.
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Entendemos que en las reflexiones y prcticas de estos feminismos situados, nuestroamericanos, descolonizadores, antirracistas, antiheterosexistas y anticapitalistas, podemos encontrar derivas crticas de suma potencialidad para la radicalizacin de las bsquedas emancipatorias encarnadas por los movimientos sociales y populares en lucha por el cambio social.
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Hugo Chvez Fras (2002), en conmemoracin de 7 aos de su gobierno. Habiendo trazado ya en la primera parte de este trabajo algunas de las coordenadas desde donde concebimos el poder, vamos a aproximarnos ahora a la nocin de poder popular. Si poder supone la capacidad de hacer, cuando hablamos de poder popular estamos haciendo referencia a la capacidad de hacer por parte de los sectores populares. Estos, claro est, no son tan fciles de delimitar. Por lo pronto, y sin profundizar en el debate en torno al sujeto del cambio social, que abordaremos en el ltimo apartado, podramos adelantar que hacemos referencia a un sujeto mltiple, conformado por la diversidad de actorxs que se encuentran subordinadxs en las diferentes relaciones desiguales de
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poder, cuyo carcter, como ya dijimos, entendemos como polimorfo. Seguimos a Miguel Mazzeo y Fernando Stratta al concebir lo popular como un campo contradictorio y heterogneo. Est habitado por las predisposiciones que contribuyen con la reproduccin del sistema de dominacin como tambin por aquellas que lo cuestionan () Toda poltica que tenga como horizonte la transformacin radical de la sociedad debe cabalgar sobre esa contradiccin y transitar una regin borrosa, remisa a los purismos metodolgicos y las rmoras dogmticas (2007). Entonces, podramos afirmar que hablar de poder popular implica hablar de poder-hacer, de la propia capacidad creadora y decisoria de los sectores populares organizados. Miguel Mazzeo, historiador y militante varias veces citado en este trabajo, es uno de los intelectuales argentinos que ms aportes ha realizado en los ltimos tiempos a la sistematizacin de la teora emergente de las luchas de los movimientos sociales que entienden a la construccin de poder popular como eje estratgico de sus intervenciones. En su anlisis sobre los diferentes usos poltico-conceptuales del poder popular, reconoce en la relacin medios / fines una de las principales claves de demarcacin. En primer lugar, podemos reconocer a aqulla izquierda tradicional partidocntrica que entiende al poder popular como medio para alcanzar su fin: la toma del poder del Estado. Esta concepcin de poder popular se relaciona con una concepcin ms general del poder que mencionamos en la primera parte de este trabajo: aquella que concibe al poder como objeto y no como relacin social. Como dijimos en su momento, dicha concepcin conlleva visiones
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instrumentales de la poltica y la organizacin. As, las instancias de poder popular desarrolladas por las clases subalternas son consideradas por estas tendencias polticas como avances en la consecucin de los pasos que se deben de seguir para que el actor central de toda poltica revolucionaria: el Partido de vanguardia, logre alcanzar el objetivo y fin ltimo del proceso de lucha, la toma del poder centralizado del Estado. Sin duda, la dimensin que aqu adquieren estos actores (Partido y Estado, Estado y Partido) conlleva una alta centralizacin de la poltica, dejando en claro que las instancias de poder popular son entendidas como grados de acumulacin previos al momento revolucionario por antonomasia: el asalto al Estado, que luego sern sustituidas por una poltica definida desde arriba, por la vanguardia al mando, fiel representante de los intereses de la clase y nica interprete de la ciencia revolucionaria. En segundo lugar, encontramos la posiciones de Holloway y Negri, que an analizadas de forma diferenciada, son englobadas bajo la idea de quienes conciben al poder popular como medio sin fin. Ms all de las posiciones de estos dos autores en particular, vemos en el espectro poltico que con sus pensamientos se identifica, un razonamiento que partiendo de una crtica al instrumentalismo de las concepciones precedentes, cree encontrar el antdoto (para no repetir viejos errores) en la negacin del carcter holstico de la poltica, bajo el supuesto de que toda finalidad es impuesta al movimiento real desde una externalidad opresiva y totalizante. En esta operacin, no slo no hallan el antdoto, sino que consumen del mismo veneno, renunciando a pensar y practicar la poltica en trminos dialcticos, condenado a todo intento de superacin de
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las injusticias existentes a una situacin de esterilidad poltica combinada con inmaculada autocomplacencia. En tercer lugar, hallamos la posicin que concibe al poder popular como medio y como fin, y la vez, como desactivacin de la dicotoma. El poder popular es concebido como la concrecin parcial, el comienzo de la materializacin, de la prefiguracin del cambio social anhelado. La superacin de las relaciones sociales capitalistas no es el fin ltimo, sino medio y fin a la vez. Desde esta ptica dialctico-utpica, el poder popular no remite a una narrativa guiada hacia la consecucin de una meta inexorable, sino a un proceso de autorrealizacin. No se asume como un telos con poder de succin, sino como la tarea de construccin conjunta de un camino y la definicin comn de las metas y los objetivos. No se asocia a ideales fijos, externos y trascendentes. El contenido del fin trabaja en la totalidad de la tendencia dialctica (Mazzeo, 2007). Concluyendo con el anlisis en relacin a la dicotoma medios/fines, Mazzeo afirma que: El concepto de poder popular que asumimos tiene una gran capacidad de sntesis, posee la rara virtud de no escindir medios de fines, movimiento de fines ltimos, objeto de sujeto, teora de prctica, socialismo de clases subalternas. El poder popular es tanto medio y camino para la liberacin como fin ltimo, deseo y proyecto. De esta manera, las construcciones regidas e inspiradas por las lgicas y horizontes del poder popular se erigen en mbitos donde se hacen efectivas estas simultaneidades (Mazzeo, 2007).
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Que las potencialidades de los feminismos recuperados como corpus terico-prxico tendiente a la construccin de relaciones intergenricas horizontales y emancipadas, sean vislumbradas por parte de estos sectores populares organizados, y el feminismo decida cabalgar sobre esta regin borrosa de lo popular ubicando a dicha tarea poltica como parte fundamental de ese horizonte de transformacin radical de la sociedad, son parte fundamental de las preocupaciones de este trabajo. Encontramos posibles puntos de cruce, y de extrema potencialidad, entre lo que caracterizamos como nuestro feminismo y este universo poltico, social, cultural e ideolgico que plantea la construccin de poder popular como eje estratgico, denominado por Mazzeo como la izquierda por venir. Como mencionamos en la introduccin de este trabajo, estas similitudes no son ningn hallazgo de nuestra parte. An as, el desarrollo terico y prctico de este entrecruzamiento se encuentra, a nuestro entender, muy por debajo de sus potencialidades. A continuacin, intentaremos dar algunos pequeos pasos en este sentido a partir de introducirnos en tres posibles vnculos entre estos universos, que an desde galaxias aparentemente alejadas, comparten grandes rasgos en sus cosmovisiones.
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La accin principal para luchar contra el Capitalismo y el Patriarcado debemos realizarla todos y todas, llevndolo a lo pblico, fuera de los lmites de la vida domstica, cuestionando y derrotando los roles y estereotipos impuestos, decidiendo en libertad, nosotras y nosotros, cmo queremos ser Cartilla Primer Campamento de Formacin en Gnero, Espacio de Mujeres del Frente Popular Daro Santilln, Marzo 2007.
Son mltiples las coordenadas a partir de la cuales se pueden vincular perspectiva feminista, construccin de poder popular y bsqueda de autonoma. Una de las razones es que el concepto autonoma ha operado muchas veces como significante vaco, en el sentido de que su contenido es variable en funcin de las concepciones polticas, momentos histricos, contextos de produccin e in147
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tervencin en que es utilizado, pero fundamentalmente porque el significado asignado a tal significante en cada momento, es resultado de una correlacin de fuerzas que impone tal contenido como hegemnico. Laura Morroni (1996) nos da un ejemplo de ello cuando explica que, en la dcada del 80, la concepcin hegemnica de la autonoma para el movimiento feminista era la independencia respecto a las organizaciones partidarias de izquierda que entendan a la lucha feminista como secundaria. En cambio, en los 90s, cuando el movimiento feminista hablaba de autonoma haca ms bien referencia a la independencia respecto al Estado y organismos internacionales. En ambos casos, estamos hablando de una autonoma respecto a instituciones superestructurales, sean partidos, Estado u organismos internacionales. Dicho carcter superestructural est dado por el hecho de que son organismos que se hallan por encima de los sectores de base pertenecientes al movimiento en cuestin, en este caso el movimiento de mujeres feministas. Podramos denominar a la misma como autonoma poltico-organizativa. El debate en torno a la autonoma organizativa no ha sido menor en las ltimas dcadas, ya que tanto al interior de los movimientos sociales en general, como del movimiento de mujeres y feminista en particular, ha tenido gran relevancia en la configuracin de diversos escenarios polticos. Morroni (2006) reconoce en el debate autnomas vs. institucionalizadas un clivaje importante de la disputa hacia el interior del feminismo latinoamericano. Volviendo al ejemplo antes citado, la autora nos dice: Con los 90 () los escenarios van cambiando, profundizndose los procesos de globalizacin. El feminismo, necesariamente se ve inter148
pelado por estas transformaciones, modificando sus vnculos y formas de practicar la poltica, al encontrar nuevos espacios de incidencia posible para las luchas en torno al reconocimiento y a la redistribucin (2006). Este escenario favorece el entrecruzamiento entre feminismo e institucionalidad, o bien la progresiva institucionalizacin de una parte del movimiento de mujeres feministas, proceso que es criticado desde las vertientes autnomas, ya que en muchos casos, representa una forma de condicionamiento y limitacin de la autonoma poltica. Esto se vera reflejado en los procesos de cooptacin, burocratizacin, profesionalizacin y oenegizacin del movimiento feminista que, tentado desde esta institucionalidad a incidir en la elaboracin de polticas pblicas favorables a la equidad de gnero, ha sido sumergido en un mundo de laberintos burocrticos, tecnocrticos y de lobbismo legislativo, que han condicionado su capacidad crtica, sus lneas de accin y sus marcos de alianza. A su vez, podemos relacionar este proceso con la anteriormente mencionada despolitizacin del gnero, a partir de su inclusin en el marco de polticas pblicas desarrolladas por un Estado neoliberal y patriarcal, que busca incluir a las mujeres en tanto minoras, tematizando la opresin en trminos de discriminacin, y promoviendo su insercin subordinada sin alterar las profundas estructuras de desigualdades de poder17.
17 Un anlisis crtico sobre las polticas de equidad de gnero impulsadas por los Estados neoliberales y los organismos internacionales, con especial atencin al caso de Bolivia, puede encontrarse en Despatriarcalizar para descolonizar la gestin pblica. Cuadernos para el debate y la descolonizacin (Chvez, Quiroz, Mokranis y Lugones) y
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Postular la necesidad de mantener autonoma poltica respecto a dichas instituciones no debera traducirse necesariamente en una indiferencia hacia las mismas, negando, por ejemplo, el lugar que tiene el Estado, en tanto interlocutor privilegiado frente a las organizaciones que buscan incidir en sus polticas, aunque ms no sea a travs de la demanda y exigencia de reformas parciales, posibilitando la conquista y reconocimiento de derechos negados y la acumulacin de recursos que habiliten a un progresivo empoderamiento de lxs sujetxs subalternizadxs. Por nuestra parte, creemos que el problema principal en este debate pasa por definir cul es el eje de acumulacin estratgico del movimiento feminista, cul es su mbito de intervencin y construccin. En este sentido, tener una poltica institucional tendiente a acumular recursos de poder no tiene por qu limitar la radicalidad de la transformacin buscada, siempre que mantenga una vinculacin tctica con la estrategia de construccin de poder popular en el seno del movimiento de base. Laura Morroni releva y desarrolla brevemente otras formas de entender la autonoma desde el feminismo a las que aqu slo haremos mencin: autonoma fsica, asociada a la libre disposicin y decisin sobre sus cuerpos por parte de las mujeres; autonoma poltica, asociada a la libre participacin y a la posibilidad de construir espacios propios de organizacin; autonoma ideolgica, referida a la construccin de una mirada propia sobre la realidad, a la posibilidad de describir, explicar y proyectar un ordenaen el Plan Nacional Para la Igualdad de Oportunidades. Mujeres Construyendo la Nueva Bolivia, Para Vivir Bien (2008), del Ministerio de Justicia, Viceministerio de Gnero y Asuntos Generacionales de Bolivia.
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miento particular del mundo social, y autonoma econmica, ya sea referida tanto a la independencia de las mujeres como individuos, como de sus organizaciones respecto de los organismos financieros que transfieren recursos en carcter de cooperacin. Por ltimo, se plantea la posibilidad de reconocer una dimensin socio cultural de la autonoma, que planteada en trminos de identidad tanto individual como colectiva se podra definir como la posibilidad de contar con un repertorio identitario escogido libremente y por motivacin propia, en lugar de una serie de identidades heterodesignadas o meramente relacionales (2006). Coincidimos con Morroni al postular que la autonoma constituye una posicin, dentro del entramado de relaciones de poder caracterizada por la no dependencia y la rebelda a las posturas hegemnicas existentes (2006). Esta ltima definicin se relaciona con una de las dimensiones que fundamentalmente nos interesa, que es la de la autonoma respecto al Patriarcado, que es poltica, ideolgica y sociocultural a la vez. La socializacin e interiorizacin de los mandatos patriarcales en torno al deber ser de lo masculino y lo femenino son los pilares de la ideologa de este sistema sexo/ gnero. Retomando a Pierre Bourdieu, Mara Luisa Femenas (2007) plantea que la estrategia fundante de la imposicin simblica de formas o de categorizaciones es entenderlas como las nicas legtimas, apropiadas o convenientes () La violencia simblica se ejerce en el mbito de las creencias (o sistema de creencias de un individuo) y su forma ms pregnante es la ideologa, ya sea la implcita en el lenguaje o la explcitamente manipulada. Todo sistema de dominacin (incluyendo al Patriarcado) implica violencia simblica descalificando, negando,
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invisibilizando, fragmentando o utilizando arbitrariamente el poder sobre otros/as. Los discursos y representaciones en torno a lo masculino y lo femenino poseen en su excesiva generalizacin la posibilidad de uniformidad y homogeneizacin, limitando el repertorio de expresiones posibles y deseables a los nicos guiones que consideran legtimos para vivir el gnero y la sexualidad. El ejercicio de esta violencia patriarcal est ntimamente relacionado con lo que Celia Amors denomina heterodesignacin, definida por Femenas (2007) como el lugar, el nombre, el rasgo, o la diferencia por la cual se nos reconoce en el espacio pblico. Esa diferencia nos define para los dems. La reproduccin de la calificacin que nos asegura un lugar dado forma parte del sometimiento ideolgico con el que se reconoce la presencia eficaz de la heterodesignacin. Implica produccin y reproduccin de relaciones de sumisin segn una ideologa dominante. Y agrega: Podra resumirse la nocin de heterodesignacin, en trminos de expectativas de logro, rasgos identitarios ms o menos esencializados, lugares naturalizados y mandatos. En efecto, en el proceso de socializacin, los individuos internalizan los modos con los que los dems los designan, al menos hasta que logran autodesignarse, es decir, hasta que logran priorizar (si pueden) su propio modo de verse. El hecho de que la heterodesignacin nos asegure un lugar dado, que sea internalizada por los individuos, y por tanto, tenga una presencia eficaz, nos obliga a matizar el carcter voluntarista con el que la autonoma respecto al Patriarcado podra entenderse.
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En funcin de complejizar este debate, podramos servirnos de las polmicas en torno a cierta interpretacin y apropiacin de la nocin butleriana de la performatividad del gnero18. Como explica Sabsay (2011): la recepcin de su teora dentro de ciertos contextos () pareciera dar lugar a la conceptualizacin de un sujeto performativo como un agente capaz de manipular o elegir su identidad, o como un agente que podra al menos reinstituirse como centro de control de esas identidades mltiples e intersectadas a las que la sociedad lo arroja () Como si en cada caso se pudiera modelar estratgicamente la posicin a asumir, estas lecturas resignifican la performatividad como una estrategia poltica emancipatoria, y abonan de este modo, el terreno de una fuerte y slida nocin de autonoma que replica los presupuestos liberales de un sujeto de voluntad y conciencia, como si la observacin de que aquellas formas (de vivir el gnero y la sexualidad) no remitan a ninguna naturaleza bastasen para volverlas completamente maleables. Como explicamos en su momento, la nocin de performatividad del gnero supone un necesario y arbitrario compromiso del sujeto con la generizacin. Segn Butler, la autoridad de la norma nos hace visualizar el cuerpo generizado de modo tal que parecera necesario e inapelable experimentarlo, vivirlo y concebirlo subjetivamente de una forma y no de otra (Sabsay, 2011).
18 Ver en el apartado Sobre los avatares del concepto de gnero.
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Que sea de una forma y no de otra se vincula estrechamente con los medios discursivos que emplea el imperativo heterosexual para permitir ciertas identificaciones sexuadas y excluir y repudiar otras (Butler, 2002). Estos medios discursivos, y sus efectos materiales y corporales, constituyen una matriz excluyente mediante la cual se conforma un campo de sujetos cuya frontera est delimitada por la produccin de seres abyectos (excluidos, desechables), no reconocidos como sujetos, sino como el exterior constitutivo del campo de quienes s lo son (Butler, 2002). De este modo, Butler afirmar que: a) no es posible teorizar la performatividad del gnero independientemente de la prctica forzada y reiterativa de los regmenes sexuales reguladores; b) en este enfoque la capacidad de accin, condicionada por los regmenes mismos del discurso/poder, no puede combinarse con el voluntarismo o el individualismo, y mucho menos con el consumismo, y en modo alguno supone la existencia de un sujeto que escoge (Butler, 2011). Por estas afirmaciones Butler fue acusada de no dejar resquicio a la libertad y no brindar fundamentos para la accin poltica. Sin embargo, stos se encuentran precisamente en su nocin performativa, ya que en la misma repeticin de la norma se encuentra contenida la posibilidad de su actualizacin y desplazamiento, pudiendo desplazar incluso las fronteras de la matriz de inteligibilidad que establece la diferencia entre cuerpos, sexos, gneros legtimos y abyectos.
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Informados por estas reflexiones, nos vemos obligados a reflexionar en torno a la opacidad de un sujeto que no se encuentra autocentrado ni es transparente a s mismo, por lo cual, no hablamos lisa y llanamente de la autonoma como el proceso de hacer consciente una imposicin ante la cual rebelarse. Tampoco nos referimos a una autonoma concebida en trminos individuales. Nos orientamos ms bien a pensar la autonoma como un proceso para ampliar la visibilidad de los mecanismos de sujecin que nos atan al reglamento de gnero, esbozando en nuestras prcticas sociales, personales y colectivas, las formas de desplazar las fronteras que delimitan qu cuerpos, sexos, gneros y deseos sern incluidos en las zonas habitables de la vida social. En este sentido, hablamos de una autonoma que as como no simplemente se sustrae, tampoco simplemente se sujeta a las normas del gnero que alambran las fronteras sexuales en la sociedad heteropatriarcal.
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Esta construccin de poder popular que es, al mismo tiempo, creacin del sujeto colectivo y de los sujetos individuales que componen el colectivo, es ya la sociedad socialista en camino. La vamos construyendo al mismo tiempo que avanzamos. El hombre nuevo, la mujer nueva estn naciendo RUbN DRI (en Acha, Campione y otros , 2007),
Esta dimensin invisible de la poltica que en ltima instancia ancla en una mirada de la revolucin en tanto proceso autocreativo ha sido por lo general descuidada JAmES SCOtt (2000), Los dominados y el arte de la resistencia.
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Como ya expresamos en varias oportunidades, entendemos que la construccin de relaciones sociales que se sustraigan de las lgicas opresivas, jerrquicas y excluyentes que el orden dominante intenta naturalizar es una tarea imprescindible de abordar desde el momento actual, si es que realmente aspiramos a que las condiciones para una transformacin radical de la sociedad estn dadas algn da. En este sentido es que retomamos la idea gramsciana de la poltica prefigurativa, que, como puede deducirse del concepto, prefigura un orden de cosas. Como ya expresamos, tal idea est fuertemente vinculada a nuestra concepcin de poder popular, dnde la dicotoma medios fines es abandonada, entendiendo que en los medios est contenido el fin mismo. Retomando a Hernn Ouvia (2007), Entendemos que el contradictorio derrotero que va de la relacin de dominio a la plena emancipacin debe tener como acicate constante la construccin, desde el inicio mismo del proceso autonmico, de formas de vinculacin, entre nosotros y (a no olvidar) con la naturaleza, que prefiguren el horizonte comunista anhelado. Desde esta perspectiva el fin debera estar contenido, al menos tendencialmente, en los medios mismos. O mejor an: los medios no seran concebidos como meros medios instrumentalizables, sino que contendran en su seno, en potencia, los objetivos perseguidos. Podemos definir entonces a la poltica prefigurativa como un conjunto de prcticas que en el momento presente, anticipan los grmenes de la sociedad futura. As, la transformacin revolucionaria (y por tanto el poder popular mismo)
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deja de ser entonces un horizonte futuro, para arraigar en las prcticas actuales que en potencia anticipan el nuevo orden social venidero (Ouvia, 2007). La deconstruccin de la cultura dominante y la construccin de una contracultura de lxs oprimidxs requieren de un trabajo cotidiano en cada una de las esferas de la sociedad. Cabe recordar que para Gramsci la poltica prefigurativa no puede pensarse sino en una clave integral, vale decir, como una nueva forma de ser, en su sentido ms amplio. Ello implica imaginar nuestra lucha en tanto apuesta total, que no equivale a la intransigencia del todo o nada, sino a concebir cada resquicio de la vida como trinchera de lucha (Ouvia, 2007) Si se trata de ponderar los posibles aportes del feminismo a la construccin de poder popular, debemos reconocer que son las intelectuales y militantes feministas las que han sabido poner la atencin sobre el mundo de lo privado, lo personal y lo cotidiano, como manifestacin de las relaciones de dominacin, pero tambin como espacios de creacin de sociabilidades alternativas. Estas corrientes se encargaron de hacer visibles aquellas dimensiones de la vida que haban sido condenadas a la oscuridad por la moderna dicotoma patriarcal entre el mundo de lo pblico y de lo privado. Los padecimientos de las mujeres en particular, pero tambin de otrxs sujetxs oprimidxs, fueron invisibilizados a travs de una estrategia que busc naturalizar y privatizar dichas opresiones, para as obstaculizar la comunicacin, el reconocimiento y la organizacin frente a las mismas.Las emociones, sentimientos de la vida cotidiana, al no tener espacio de expresin, al
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no tener nombre, no posibilitan la reflexin ni generan una base subjetiva sobre la cual construir la cohesin social. Una poltica que no se haga cargo de las aspiraciones, miedos, subjetividades en la vida cotidiana, dice Lechner, se vuelve una poltica insignificante. Volver significante la poltica en el perodo actual es tambin iluminar los mecanismos ms opacos de la exclusin, ms impactantes por la naturalidad con la que funcionan (Vargas, 2008). La misma condena que las mujeres recibieron por parte del Patriarcado Capitalista a permanecer en la esfera de lo privado, de lo indiscernible como deca Amors, fue la que posibilit la emergencia de una serie de problematizaciones que poco a poco fueron exigiendo modificaciones a la hora de pensar el poder y la poltica. A la iluminacin del espacio privado como mbito de ejercicio de relaciones de poder se fue sumando la problematizacin, sobre todo con el feminismo radical de los 60, de ciertos aspectos de la vida social que antes eran circunscriptos a una cuestin personal, en contraposicin a una concepcin de la poltica restringida al mbito de lo pblico-colectivo. La teora poltica feminista contribuy decisivamente a esta mirada con su reflexin sobre la dimensin poltica de lo personal, resumida en el slogan lo personal es poltico. Esta afirmacin fue el impulso ms contundente para politizar la cotidianeidad y posicionarla, lentamente, en el horizonte referencial de las mujeres y la sociedad (Vargas, 2008). Sin duda, la atencin prestada por el feminismo a las relaciones de poder existentes en los planos no-tan-pblicos de la vida social supuso un plus de politizacin y, por lo tanto, una radicalizacin de la crtica de los sistemas dominantes y las formas en que sus valores son encarnados en las prcticas cotidianas de lxs sujetxs, habilitando
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a problematizar ncleos de dominacin que permanecan invisibilizados por no alcanzar el estatus poltico segn la modernidad patriarcal. Esto, a su vez, est vinculado con la concepcin del poder como relacin social, que permite advertir que el enemigo de los proyectos emancipatorios no son slo una institucin, una clase, un sistema, sino sus valores in-corpo-rados en cada unx de nosotrxs. As lo afirma la poetisa feminista, lesbiana, caribo-norteamericana Audre Lorde: Para provocar un verdadero esfuerzo revolucionario, jams debemos interesarnos exclusivamente en las situaciones de opresin de las que tratamos de liberarnos, debemos concentrarnos en esa parte del opresor sepultada en lo ms profundo de cada una de nosotras, y que no conoce otra cosa que las tcticas de los opresores, los modos de relacionarse de los opresores (citada en Dorlin, 2009). Los aportes feministas a la ampliacin de las esferas de politizacin, a la radicalizacin de las crticas del orden dominante y, por tanto, de la concepcin de lo que hay que revolucionar para cambiarlo todo, fueron sintetizados en los 70 con el slogan lo personal es poltico. Su apropiacin contempornea por movimientos sociales y de mujeres podemos encontrarla plasmada en remeras y banderas: Revolucin en las calles, en las plazas y en las camas. Estos aportes son sin duda una actualizacin y radicalizacin de aquella dimensin prefigurativa de la poltica de la que nos hablaba Gramsci a principios del Siglo XX, y quizs sea uno de los aportes fundamentales que los movimientos sociales y populares contemporneos hayan heredado de las experiencias feministas. Lamentablemente, el carcter androcntrico de las reconstrucciones histricas, y entre ellas tambin de las genealogas de las expe161
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riencias de lucha que suelen recuperarse para dar cuenta de los repertorios que informan nuestras experiencias organizativas contemporneas, tiende a subestimar e invisibilizar los aportes de las mujeres y a mezquinar su reconocimiento. Esperamos que este trabajo permita empezar a desandar ese camino dejndonos ver que gran parte de las prcticas de las que nos enorgullecemos fueron recuperadas, directa o indirectamente, de esas experiencias feministas, y que, ms importante an, podamos ver que muchas de las prcticas que an no pudimos transformar, pueden encontrar coordenadas de orientacin en las experiencias del feminismo que, cansado de revoluciones silenciosas, sigue trabajando para hacerse escuchar, convencido de que la revolucin ser feminista, o no ser.
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Aspiramos a ser parte de una pedagoga popular que tienda a desorganizar las relaciones de poder en un sentido subversivo, revolucionario. Una pedagoga que parte de los cuerpos para pronunciar palabras, recuperando el valor de la subjetividad en la creacin histrica, y criticando, una y otra vez, las certezas del punto de partida ClAUdIA KOROl (comp.), (2007), en Hacia una pedagoga feminista. Gneros y Educacin Popular. La educacin popular se define desde el desarrollo de un proyecto poltico de construccin de poder popular. Es una accin cultural para la libertad MARIANO AlGAVA (2006), Jugar y jugarse; Las tcnicas y la dimensin ldica de la educacin popular.
Otro eje a partir del cual intentamos vincular el feminismo a la construccin de poder popular es el de las prc163
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ticas pedaggicas. Tanto desde la militancia feminista como desde los llamados nuevos movimientos sociales, se incorpor la generacin de espacios no formales de educacin como laboratorios de deconstruccin de la cultura dominante y de generacin de sujetxs crticxs y tranformadores/as. La educacin popular, como propuesta poltico pedaggica, fue la herramienta desarrollada para posibilitar los procesos de construccin colectiva de conocimientos. Esta, no slo consiste en generar espacios democrticos de reflexin, apelando al dilogo y la circulacin horizontal de la palabra, a la revalorizacin de los saberes populares, rompiendo con posturas jerrquicas y elitistas del conocimiento, a la utilizacin de dinmicas ldicas y participativas. Claro que todas estas son caractersticas que hacen a la metodologa como tambin a la poltica educativa, es decir, no son slo un medio para facilitar el aprendizaje, sino parte fundamental del proceso poltico des-enajenante y generador de nuevas subjetividades. Las tcnicas participativas que utilizamos en nuestros procesos de educacin popular, distan de ser meros entretenimientos. Estn sostenidas desde una coherencia con la concepcin, con la opcin poltica, y con el objetivo de hacernos protagonistas de la historia. Rescatan la verdadera dimensin que tiene el cuerpo en el proceso de aprender-ensear, devuelven el protagonismo, operativizan los debates, mejoran las condiciones grupales, generan confianza, construyen la dimensin ldica del aprender () todo esto es parte de los objetivos, a la vez que es camino para la construccin de la nueva sociedad, que se va instaurando en esta marcha alegre, y que en este andar, nos transforma (Algava, 2006).
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Muchas veces nos encontramos con que dichas metodologas son incorporadas por actores/as polticxs cuyas prcticas distan de tener un sentido libertario, sino que por el contrario, refuerzan la dominacin con polticas clientelares y asistenciales. Estos procesos educativos, an cuando presenten coincidencias metodolgicas con la educacin popular no forman, a nuestro entender, parte de ella en el sentido que le estamos otorgando. Desde nuestro punto de vista, la educacin popular no puede ser una mera cuestin de forma, revistiendo de participacin a las polticas compensatorias con las que el Estado capitalista y patriarcal intenta contener el conflicto social. Este proceso poltico educativo expresa su carcter popular siempre y cuando aporte a la auto-organizacin de estxs sujetxs en pos de su emancipacin. Hacemos nuestras las palabras de Claudia Korol cuando dice que son las fuerzas organizadas del pueblo, es el poder popular, donde se acumulan las transformaciones culturales que permiten desafiar la cultura enajenante de la dominacin capitalista y patriarcal () la pedagoga con la que estos movimientos populares formen a sus integrantes, es tambin un gigantesco ensayo de nuevas prcticas y propuestas contrahegemnicas (Korol, citada en Algava, 2006). En la bsqueda por entrecruzar al feminismo y los movimientos populares, esta vez a partir de la potencialidad prefigurativa y transformadora de la educacin popular, volvemos a citar las palabras de Claudia Korol para decir que retomamos del feminismo varias pistas para pensar nuestras perspectivas polticas; entre ellas: 1- la crtica a la dominacin capitalista y patriarcal; 2- el sistemtico cuestionamiento a la cultura androcntrica; 3- la reflexin que apunta a la deconstruccin de las categoras duales binarias; 4- la bsqueda de horizontalidad y autonoma; 5- la valoracin del dilo165
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go en la prctica poltica; 6- la radicalidad de la denuncia de los ordenamientos que pretenden disciplinar el campo de quienes resisten la dominacin [Korol (comp.), 2007]. La educacin popular, supone una ruptura radical con la concepcin iluminista, bancaria del conocimiento, desde la cual se supone que hay quienes conocen y quienes ignoran, y lxs primerxs deben transmitir, o bien depositar, sus saberes en lxs segundxs. Esta concepcin supone la negacin y/o subestimacin de los conocimientos posedos por quienes asisten al proceso educativo desde el lugar de a-lumnxs (carentes de luz). En este sentido, la educacin popular desnaturaliza, cuestiona, tensiona y relativiza la existencia de tales jerarquas, afirmando que la relacin enseanza aprendizaje se establece de forma dialctica y dialgica, no habiendo en el proceso pedaggico sujetxs que slo aprendan o que slo enseen. Adems, el conocimiento no es algo construido y acabado a ser transmitido o depositado, sino que es creado en el proceso educativo de forma colectiva. Aqu consideramos necesario hacer una salvedad: compartimos la bsqueda de la horizontalidad como desafo, incluso como utopa, en su sentido mtico y movilizador, pero sta no se alcanza por decreto ni por acumulacin de deseos. Suponer lo contrario, lleva a esconder bajo la alfombra las asimetras actualmente existentes, negando las limitaciones sobre las que debemos trabajar, subestimando las distancias de formacin y autonoma poltica (en sentido de pensar con cabeza propia) que, de no estar claras en nuestros procesos educativos, pueden conducir a grandes fracasos, no slo pedaggicos, sino polticoorganizativos.
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En esta direccin, es que entendemos tambin que un proceso educativo con sentido emancipador debe, indefectiblemente, aportar al fortalecimiento de la autonoma de lxs educandxs. La autonoma, como desarrollamos en captulos precedentes, es entendida como la capacidad, individual y colectiva, de tomar las decisiones en nuestras propias manos, de autogobernarnos. La valorizacin de los saberes populares, la importancia dada a la palabra de cada participante en el proceso educativo, son claves para el fortalecimiento de la estima individual y colectiva, para la autovaloracin y el autoconvencimiento, para la recuperacin de la confianza en s mismxs por parte lxs sujetxs subalternizadxs. Esta postura, supondra a su vez un quiebre con el etnocentrismo, a partir del cual el conocimiento generado en los mbitos educativos occidentales, avalados por la violencia simblica del Estado y los organismos internacionales, es el nico conocimiento vlido. Esta concepcin constituye el trasfondo ideolgico de la colonizacin cultural que supuso la aniquilacin de los saberes ancestrales y populares, o la utilizacin de los mismos como materia prima del conocimiento cientfico, otorgndole valor agregado al conocimiento mercantilizado de las industrias culturales occidentales. En muchos casos, este etnocentrismo se presenta disfrazado de multiculturalismo liberal, que plantea una recuperacin discursiva de los saberes subalternos, pero bajo una lgica paternalista que los sigue considerando inferiores. Vale decir que este etnocentrismo suele presentarse de la mano del androcentrismo, que subestima tambin el carcter epistmico de los conocimientos aportados por las mujeres, negndolas como sujetas de conocimiento.
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Otra forma de romper con la lgica occidental en el proceso educativo es problematizando las estructuras dicotmicas de pensamiento, que histricamente han dominado al razonamiento moderno, y que se han constituido en pilares ideolgicos de dicha dominacin. Diana Maffia (2004), filsofa feminista, dice que las condiciones que hacen a un par de categoras dicotmicas son su exhaustividad: entre las dos forman una totalidad y no hay nada ms por fuera, y su exclusividad, ya que si algo pertenece a un lado de un par no puede pertenecer al otro. Lo que logra desnudar el feminismo, es que dicho par de categoras se encuentra sexualizado, lo que en el marco de un sistema sexo genrico de dominacin masculina implica que tambin se encuentra jerarquizado. Obviamente, las categoras culturalmente asociadas a la masculinidad son consideradas valiosas, y las asociadas a la feminidad, inferiorizadas. Una pedagoga popular debe poder fisurar esta estructura de razonamiento dicotmico, ya que el mismo imposibilita la construccin de un pensamiento complejo y dialctico, escondiendo detrs de las nicas dos alternativas presentes algunxs otrxs posibles invisibilizadxs. La epistemologa feminista ha hecho un aporte fundamental a la reconstruccin de un proyecto pedaggico popular a travs de la crtica de la dicotoma cuerpo/alma. Dicho planteo es constitutivo de la cultura occidental y muy influyente en el lugar que el cuerpo ocupa (o bien deja de ocupar) en el proceso educativo. Su origen se encuentra en los postulados filosficos platnicos, a partir de los cuales el cuerpo sexuado se constituye en la crcel del alma perfecta y pura.
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Platn pensaba que el alma humana estaba dividida en tres aspectos. El alma racional de una persona estaba ubicada en la cabeza, que impulsaba al conocimiento terico, la filosofa, la comprensin ms abstracta () Haba otra alma, alojada en el pecho, que l llamaba irascible () que tena que ver con la valenta, con el arrojo () La tercer alma, era la concupiscible, alojada en el vientre, en el abdomen, y tena que ver con las bajas inclinaciones [Maffia, en Korol (comp.), 2004] Segn la preponderancia de estos elementos en las almas, se clasificaran lxs sujetxs y por tanto, el lugar que ocuparan en la vida de La Repblica. De ms est decir que el alma de las mujeres se caracterizara, al igual que la de lxs esclavxs, por la preponderancia del elemento concupiscible lo que es retomado en buena parte por la iglesia catlica, esta idea de que las mujeres estamos determinadas por el sexo, que arrastramos a las pobres almas racionales a las tentaciones ms inicuas [Maffia, en Korol (comp.) 2004]. Aunque esta teora parezca lejana de nuestra cotidianeidad, ha sido muy influyente en la religin y en la educacin occidental, aportando no slo a la inferiorizacin de las mujeres, sino fundamentalmente a la escisin que cada unx de nosotrxs vive respecto a nuestros propios cuerpos. Por otra parte, en dicha dicotoma cuerpo/alma se sustenta la idea de un modelo de conocimiento cientfico producido por un sujeto neutral, avalorativo, no sexuado, corporeamente ausente. Las emociones, las subjetividades, las particularidades no forman parte de los procesos de construccin de conocimiento, lo que equivale a decir que sujetxs sensibles, emotivos e incapaces de abstraerse (como la ideologa patriarcal define a las mujeres), no
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pueden ser sujetxs de conocimiento. Esta exclusin se explica a su vez a partir de la dicotoma razn/emocin correspondiente al par masculino/femenino. Desde la construccin de una pedagoga popular con sentido emancipatorio, que recupere las enseanzas de la epistemologa feminista, devolvemos a las emociones y a los cuerpos el lugar que les corresponden en el proceso educativo. Seguimos a Korol al afirmar que: Desde la educacin popular, combatimos la fragmentacin, la dualidad histrica que heredamos, la negacin del cuerpo y la normalizacin a que nos somete el sistema. Consideramos a las personas en su integridad, con sus sentires, sus acciones, sus pensares, y desde esta conviccin el cuerpo se reintegra naturalmente, no como complemento a una educacin y una cultura que lo ignora, sino como parte de un proceso conscientemente integrado. Y agrega, El cuerpo es un lugar socialmente construido, es un terreno poltico. De all que el poder necesite normalizarlo, educarlo, reglarlo, moralizarlo. El Patriarcado no acepta que el cuerpo pueda ser un lugar de aprendizaje, de placer, de conocimiento. El sistema niega el mundo de lo afectos y de los deseos. Estos, dejados en libertad, resultaran un peligro para su status quo [Korol (comp.), 2007] Educarnos para la libertad, para la autonoma, para la emancipacin, para el fortalecimiento de nuestra autoestima individual y colectiva, para la recreacin de nuestras formas de ser y estar en el mundo, para la comunicacin intersubjetiva, la emocin, el afecto, la conexin, la solida170
ridad. Para todo esto precisamos que en el proceso educativo estn presentes nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestras singularidades y nuestras historias. Una vez ms, en este camino por encontrar las formas de abordar los desafos a que nos enfrenta el orden dominante, las teoras y prcticas feministas tienen mucho que aportar. Sin duda, poder pensar en el lugar de los cuerpos, las subjetividades, las historias personales y las emociones en los procesos educativos, implica poder recuperar la potencialidad de la radicalidad que se gesta en las cosmovisiones y praxis feministas. Sin duda, los movimientos sociales cuyas estrategias centran su eje en la construccin de poder popular, tienen mucho que recuperar de esta praxis para poder ver nacer a lxs sujetxs que hagan posible el cambio social necesario.
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El problema de la unidad o, ms modestamente, de la solidaridad no puede resolverse transcendindolo o eliminndolo de la escena, e indudablemente tampoco mediante la promesa vana de recuperar una unidad forjada a base de exclusiones, que reinstituya la subordinacin como su condicin misma de posibilidad JUdItH BUtlER (2000), El marxismo y lo meramente cultural. Entre los que favorecen la totalizacin (la parte en el todo, unidad) y quienes auspician la particularizacin (el todo en la parte, diversidad) no hay que apresurarse a sealar una oposicin sino intentar una vinculacin dialctica (unidad en la diversidad) EStEbAN ROdRGUEZ (2007), Ms ac del Estado, en el Estado y contra el Estado. Apuntes para la definicin de poder popular.
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Hasta aqu nos hemos propuesto realizar un recorrido por algunas de las formas en que las nociones de poder, el poder popular y el gnero han sido conceptualizadas, e intentado recuperar diversos aportes terico-polticos para caracterizar al Patriarcado, en su articulacin con el Capitalismo, el racismo y el heterosexismo, delineando a grandes rasgos una configuracin de nuestro feminismo y sus posibles aportes a la construccin de poder popular. En este ltimo apartado, intentaremos abordar la espinosa discusin en torno al sujetx del cambio social en relacin a algunos de los aportes antes mencionados Afirmamos ya, que partimos de una concepcin polimorfa del poder, lo que se expresa en mltiples relaciones de dominacin, opresin y explotacin. A nuestro entender, esto da cuenta de la existencia de un sujetx plural o, dicho de otra manera, de una diversidad de sujetxs que se encuentran en posiciones subalternas respecto a las diferentes modalidades de dominacin existentes. Compartimos con Ana Sojo (1988) que entender al poder como polimorfo tiene consecuencias, a la hora de definir cul es el sujeto llamado a resistirlo. Expresar que no slo son las trabajadoras y trabajadores los que se encuentran en relacin de dominacin respecto a la explotacin capitalista, sino que existen mltiples sujetxs oprimidxs, podra parecernos una obviedad. Sin embargo, ha corrido mucha agua bajo el puente para decir que dicha afirmacin es un registro compartido en el campo de las izquierdas, y hay an posibilidades de encontrar a quien exprese lo contrario. Otras veces, an cuando se contempla la relevancia del racismo, el sexismo, y otras modalidades de dominacin, se subestima su importancia en relacin a la explotacin de clase, ubicando en con174
secuencia al proletariado, de forma a priori, como el sujeto privilegiado en la construccin de una salida transformadora. De esto se deriva una suerte de jerarquizacin de las opresiones, y por tanto de lxs sujetxs en lucha, que no hace ms que reproducir las asimetras existentes, esta vez hacia el interior del campo de las resistencias. Claro est que, desde una bsqueda emancipatoria que tenga como objetivo la construccin de una sociedad libre de opresiones, dicha postura es inaceptable. Segn Gilberto Valds Gutierrez (2001), la prevalencia de un tipo de paradigma de acceso al poder y al saber, centrado en el arquetipo viril de un modelo de hombre racional, adulto, blanco, occidental, desarrollado, burgus (toda una simbologa del dominador) ha dado lugar al ocultamiento de formas de dominio que, tanto en la vida privada como en la vida pblica, perviven al margen de la crtica y la accin liberadora. El feminismo, en sus diversas expresiones, ha sido categrico en su crtica a las corrientes que mantienen estos posicionamientos (aunque, como hemos visto, ciertas expresiones del feminismo tampoco han estado exentas de reproducirlas), y ha hecho, adems, aportes prcticos y tericos a la superacin de las mismas, complejizando el anlisis de la interdependencia existente entre las diferentes modalidades de dominacin, opresin y explotacin. A partir del anlisis especfico de la opresin patriarcal, y de su articulacin con el racismo y el heterosexismo, podemos afirmar que, ni la explotacin econmica es la nica modalidad de dominacin, ni el proletariado es el sujeto universal predeterminado a realizar la revolucin. An as, de hacer el esfuerzo analtico de prescindir de estas interdependencias y atender slo al modo de produccin capitalista, tampoco podramos caer en semejan175
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te reduccionismo. Basta atender a las profundas transformaciones sociales existentes para advertir que la fuerza de trabajo adquiere una nueva morfologa cuyo elemento ms visible es su diseo multifcetico, como resultado de las fuertes mutaciones que afectaron el proceso productivo capitalista durante las ltimas dcadas (Stratta y Barrera, 2009). Sin intentar abordar el tema en su complejidad, debemos contemplar dos procesos de transformacin complementarios que nos ayudarn a comprender la situacin actual. Por un lado, hablamos de las transformaciones operadas en el sistema de produccin y el mundo del trabajo. En este sentido, hacemos referencia al abandono del Capitalismo industrial de postguerra y del fordismo como modalidad de organizacin del trabajo, y al posterior desarrollo de un modelo neoliberal basado en la especulacin financiera. Este proceso signific la prdida de centralidad del aparato productivo en la economa y por ende, del trabajador fabril en la composicin de la fuerza laboral. Con el avance del capital sobre su polo antagnico, que haba acumulado fuerzas durante los aos del Estado Benefactor, se produce una creciente heterogeneidad en el seno de las clases trabajadoras, dndose un crecimiento exponencial de la desocupacin y la precarizacin laboral, fundamentalmente en los pases perifricos y dependientes. Esta nueva morfologa del trabajo comprende desde el obrero industrial y rural clsico, en proceso de encogimiento, hasta los asalariados de servicios, los nuevos contingentes de hombres y mujeres tercerizados, subcontratados, que se expanden (Antunes [2007] en Stratta y Barrera, 2009). La fragmentacin de los sectores populares y el consecuente cambio de correlacin de fuerzas respecto a los sectores dominantes inauguran una nueva etapa poltica.
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Para comprender dicho proceso, es fundamental indagar sobre los cambios operados en el patrn de dominacin poltica. Mientras que la fuerte institucionalizacin del conflicto social, va sindicatos y partidos polticos, fue la modalidad de contencin del antagonismo durante los aos del Estado Benefactor y el Capitalismo industrial, en esta nueva fase neoliberal se producir un fuerte debilitamiento de los canales de mediacin entre la sociedad y el Estado, entre el capital y el trabajo, y una creciente crisis de representacin, que sumada a la privatizacin de la poltica, reemplazar la institucionalizacin del conflicto por la dispersin, invisibilizacin, cooptacin o anulacin del mismo. La fragmentacin de la clase trabajadora antes mencionada tuvo sus consecuencias en el plano de lo corporativo, con la prdida de la vitalidad y el peso especfico de los sindicatos como agentes de mediacin y canalizacin de las demandas sociales, y en el plano de la representacin poltica, con la creciente imposibilidad por parte de los partidos polticos, principalmente de izquierdas, de sostener la representatividad de un sujeto cuyos intereses eran cada vez ms heterogneos. La creciente fragmentacin y heterogeneidad de la clase trabajadora, y el debilitamiento de la forma sindicato como instancia de representacin y canalizacin de demandas, tendr como consecuencia el desplazamiento de la centralidad de la misma en tanto sector social dinamizador de las luchas populares. El rgimen de dominacin democrtico burgus acompa todo este proceso con una creciente privatizacin y profesionalizacin de la poltica. Al respecto, Valds Gutirrez (2001) plantea que:
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La situacin en Amrica Latina registra una especie de feminizacin (desvalorizacin) de la ciudadana. La tradicional vinculacin de lo pblico con el ciudadano (varn) no es empricamente una realidad absoluta, al ser hoy privatizados al mximo los espacios institucionales de la toma de decisiones como resultado de la estrategia de orden neoliberal. En este sentido, la poltica sale del territorio de las personas comunes, no slo de las mujeres, histricamente devaluadas para este actividad, sino de la gran mayora de los hombres, los cuales han sido tambin relegados de la participacin poltica real. Uno de los objetivos centrales del neoliberalismo se habra cumplido. Inutilizados los sindicatos, aislados los partidos, estigmatizada la poltica y sepultadas las ideologas, el mercado apareca como el nico lugar dnde lxs cuidadanxs, ahora convertidxs en meros consumidores/ as, podran satisfacer sus demandas. Luego de aos de tibias resistencias a este proceso aparecieron acciones sociales (movimientos nacionales y regionales, ecolgicos, feministas, comunitarios, barriales, vecinales, contraculturales) que despliegan nuevas formas de actividad ciudadana (Valds Gutirrez, 2001). Entre la perdida de centralidad de las clases trabajadoras industriales, la derrota de las experiencias socialistas soviticas, y la proliferacin de nuevos movimientos sociales, muchas veces ligados a reivindicaciones de carcter identitario, la crisis de los paradigmas emancipatorios no pudo menos que agudizarse. Tanto el marxismo ortodoxo, nostlgico de un sujeto revolucionario unvoco, como el progresismo liberal, sobre todo eurocntrico, demostraron una enorme incapacidad
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para caracterizar a estxs sujetxs polticxs que fueron cobrando protagonismo en las luchas sociales de la historia reciente. En un contexto geopoltico diferente, pero en el mismo momento histrico, la filsofa feminista estadounidense Judith Butler, mantuvo un acalorado debate al respecto en una conocida publicacin de la nueva izquierda (New Left Review). All public un artculo denominado El marxismo y lo meramente cultural (2000), donde formula una crtica a cierto marxismo por su tendencia a relegar los nuevos movimientos sociales a la esfera de lo cultural, en realidad, a despreciarlos alegando que se dedican a lo que se ha dado en llamar lo meramente cultural, interpretando, de ese modo, esta poltica cultural como fragmentadora, identitaria y particularista. De esta forma, segn la autora, se presume la estabilidad de una diferencia entre la vida material y cultural, haciendo resurgir un anacronismo terico que favorece una tctica que aspira a identificar a los nuevos movimientos sociales con lo meramente cultural, y lo cultural con lo derivado y secundario, enarbolando en este proceso un materialismo anacrnico como estandarte de una nueva ortodoxia (Butler, 2000). En su caso, rebatir estas posturas dando cuenta de que los movimientos interesados en criticar y transformar los modos en que la sexualidad es regulada socialmente, han visibilizado que esta regulacin estuvo sistemticamente vinculada al modo de produccin apto para el funcionamiento de la economa poltica, como pudimos observar el apartado sobre El Patriarcado y su articulacin con el sistema capitalista. La escisin entre vida cultural y material criticada por Butler al marxismo ortodoxo, ser atribuida al pro179
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gresismo liberal eurocntrico que estudia a los nuevos movimientos sociales, por medio de varixs autorxs que podramos enmarcar en el pensamiento crtico latinoamericano. Estxs coinciden en sealar que la utilizacin del trmino movimiento social en contraposicin al de movimiento obrero, promovi un distanciamiento respecto a la teora de las clases sociales a la hora de analizar las experiencias contemporneas de accin colectiva protagonizadas por sujetos subalternos que exceden al proletariado industrial. Esta herencia es principalmente atribuida a la denominada Escuela de Nuevos Movimientos Sociales (ENMS) que, an con diferencias y matices, identific a las movilizaciones surgidas desde la segunda mitad del Siglo XX como sntoma del advenimiento de una sociedad postindustrial signada por la desaparicin de los antagonismos de clase (Touraine, 1993) o su resignificacin bajo nuevos paradigmas (Offe, 1988). As, los nuevos movimientos sociales habran desplazado la lucha por bienes materiales por la persecucin de bienes simblicos y culturales, por el significado y orientacin de la accin social (Melucci, 1999). Este cambio en el nudo problemtico de las ciencias sociales devino un terreno propicio para la marginalizacin de teoras totalizantes como el marxismo, logrando un efecto refractario sobre aqullas visiones holistas de la sociedad (Stratta y Barrera, 2009). Paradjicamente, la escisin entre vida material y cultural a travs de la cual el marxismo ortodoxo critic a estos movimientos sociales, es la misma escisin que permiti a los tericos liberales postular el fin de las luchas ancladas en reivindicaciones clasistas. La pretendida superacin de dicho modelo social conllevara entonces el abandono de la disyuntiva binaria esencial entre capital y trabajo como variable de anlisis del conflicto social.
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En su reemplazo, la reflexin propuesta por la ENMS conllevar la difusin de dos paradigmas. El de la novedad, a partir del cual se establece la oposicin entre los antiguos movimientos de base clasista y los nuevos, suponiendo una valoracin positiva de estos ltimos no ya en funcin del carcter emancipatorio de sus proyectos, sino por su correspondencia con el orden social vigente. Y el paradigma de la diferencia que implica una desvalorizacin y cuestionamiento a la idea de igualdad asignada como propia de la modernidad por la contemplacin de la diversidad en el terreno cultural abriendo camino al camuflaje del proceso creciente de desigualacin econmica y social que caracterizaba a la nueva fase neoliberal (Seoane, Taddei, Algranati, 2012) Intentando zanjar algunas de estas interpretaciones que escinden lo social (asociado a lo reivindicativo) de lo poltico, o la lucha por la distribucin (material) de la lucha por el reconocimiento (cultural), en el anlisis de los movimientos sociales contemporneos, quisiera afirmar que comparto con Svampa un uso del trmino movimiento social, menos como una definicin normativa (lo que debe ser un movimiento social, a la manera de cannica de Touraine) y ms como un concepto lmite que nos recuerda el carcter asimtrico y antagnico de las relaciones de poder, y por ende, coloca en el centro la idea de dominacin (en Bonifacio, 2011). A su vez, entendemos que los movimientos sociales no son meros actores colectivos que slo busquen satisfacer las demandas de la sociedad civil que el sistema no solventa () tanto la composicin de su base social (compuesta por sectores explotados y oprimidos), como los objetivos ideolgicos de cambio social, son dos elementos nodales que s constituyen una clara diferencia al interior del campo heterogneo de los movimientos sociales (Stratta y Barrera, 2009).
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Siguiendo a Stratta y Barrera, estos movimientos no conciben sus luchas reivindicativas como teleolgicas, como un fin en s mismo, desligadas del cambio social, sino que por el contrario, podemos definirlos por su genealoga protopoltica, entendida como el ejercicio de prcticas creadoras de condiciones para otra poltica en donde la voluntad comn se construye y se recrea en pos de transformar las relaciones sociales vigentes. Los movimientos sociales a los que nos referimos sostienen tanto una crtica al orden social capitalista, como una crtica de la emancipacin social tal cual fue definida por el socialismo real (Stratta y Barrera, 2009). A partir de este ejemplo, podemos constatar los riesgos que suponen estas escisiones analticas, no slo para una comprensin de la complejidad de los entrecruzamientos entre las diversas modalidades de dominacin, sino tambin para las estrategias desplegadas por los actores polticos. En ese sentido, quisiera recuperar de Valds Gutirrez (2001) la categora de Sistema de dominacin mltiple, ya que con ella podremos integrar diversas propuestas emancipatorias que hoy aparecen de cierta manera yuxtapuestas y evitar de esta forma viejos y nuevos reduccionismos ligados a la predeterminacin abstracta de actores sociales a los que se les asignan a priori mesinicas tareas liberadoras. Por viejo reduccionismo (que sea viejo no significa que se haya extinguido) hacemos referencia, principalmente, a la ya mencionada tendencia ortodoxa a identificar al sujeto de la revolucin con el proletariado industrial (que en los trminos tradicionales en los que es entendido por estas corrientes s se encuentra extinto, al igual que la fase de produccin que le dio nacimiento). Vale aclarar, que este reduccionismo no es slo un problema emergente a
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partir de las transformaciones mencionadas en el modelo de produccin capitalista en su fase neoliberal y la consecuente fragmentacin de la clase trabajadora, sino que, al menos en Amrica Latina, recorre toda la historia de las izquierdas, y la caracterizacin acerca del rol que los pueblos originarios, el campesinado, el movimiento de mujeres, entre otrxs sujetxs, pudieran tener en el marco de los proyectos revolucionarios. Este viejo reduccionismo se encuentra ligado tambin a la colonialidad del saber, que puede observarse en la fuerte matriz eurocntrica de los partidos de izquierda (especialmente de los Partidos Comunistas) que han tendido a importar estrategias polticas forneas sin atender a las particularidades del escenario poltico donde deseaban intervenir. En este sentido, Valds Gutierrez (2001) plantea que: la gran debilidad de la izquierda continental estuvo, ante todo, en la predestinacin a destiempo de un proyecto que no poda, en rigor, seguir los cauces de una supuesta matriz que en realidad era ajena, y que a lo sumo constitua algo singular, un elemento de algo ms general que lo contena. De ah que, en nuestra mimesis, muchos proyectos antes de resolver lo popular, lo democrtico, el desarrollo concreto, los antagonismos reales ms inminentes, pretendieran declarativamente un socialismo que no era el lgico devenir de esta sntesis. Los actores sociales para dicha situacin, no estaban producidos, sino prefijados por el proyecto mismo, junto a vas que no eran accesos naturales, sino evocaciones impuestas por una voluntad proyectada. Esto ha conducido, y todava conduce, al desarrollo de estrategias polticas centradas en el proletariado indus183
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trial como sujeto central de un proceso revolucionario, y a la inclusin accesoria e instrumental de otrxs sujetxs en lucha. Ahora bien, de qu hablamos cuando nos referimos al nuevo reduccionismo? Bsicamente estamos haciendo referencia a ciertas expresiones del activismo contemporneo que suele nuclearse alrededor de la crtica hacia aquellos reduccionismos anteriormente mencionados, reduciendo la poltica a la reivindicacin de la identidad, y la misma, a lucha corporativa. As, la proclamacin de un sujeto a priori es reemplazada por la negacin de la existencia del sujeto, la centralizacin organizativa en estructuras verticales y burocrticas es evitada mediante la negacin de la necesidad de la organizacin, la concepcin cosificada e instrumental del poder es negada a partir del alejamiento purista de cualquier experiencia con vocacin de poder alguno, las tendencias totalizantes que niegan o subordinan las diversidades y particularidades se eluden resignando las aspiraciones a la totalidad, el universal abstracto y sustitutivo es esquivado a partir de la renuncia al universal en s, refugindose de este modo, en un fetichismo de las particularidades. Atrapadxs en la falsa dicotoma postmoderna entre lo nuevo y lo viejo, pretendiendo hacer tbula rasa con las experiencias de lucha precedentes, quienes subscriben a estas ideas gozan de sus pequeos intersticios en la inmanencia incontaminada, abstenindose de aportar a un cambio trascendente, resignndose a que los sistemas capitalista y patriarcal sigan siendo quienes rijan las formas en que se vive y se goza en este mundo. Coincidimos con Dri cuando dice que la dispersin, la falta de articulacin
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con otros espacios que no sean los del propio sector o asunto, el aislamiento e inorganicidad a las que muchos cantan loas en nombre de la diferencia y la elusin de tentaciones autoritarias, no pueden ser un camino sino hacia la conservacin de la sociedad existente. La aspiracin a mantener la fragmentacin actual est marcada con mayor o menor grado de conciencia, por la renuncia a cuestionar el orden existente en su totalidad (en Acha, Campione y otros, 2007). Desde nuestro punto de vista, cualquier intento por revitalizar los proyectos emancipatorios debe contemplar la diversidad de sujetxs en lucha y la importancia del reconocimiento a sus identidades singulares. Como ya recuperamos del pensamiento de otrxs autores/as, pero fundamentalmente de la historia misma, la relativa recomposicin de las luchas de los sectores subalternos en los tiempos recientes est marcada por las disputas reivindicativas de movimientos cuya organizacin surge a partir de un reconocimiento identitario. La feminista afro-caribea Ochy Curiel plantea que es necesario entender las identidades como productos sociales, cambiantes, fluctuantes () entender que la construccin y reconstruccin de identidades implica un ir y venir en la lucha contra el racismo, el sexismo, el clasismo y el heterosexismo segn los contextos, hegemonas y coyunturas polticas. Esto conlleva elementos de reafirmacin y negacin, y agrega algo fundamental: para lograr una transformacin social debemos tener una propuesta poltica articuladora, es decir una utopa de sociedad que permita concebir sistemas de opresin, exclusin y marginacin como sistemas de dominacin articulados (citada en Femenas, 2007). Segn Femenas, el desafo consiste en no renunciar a las luchas colectivas convocadas sobre la base de las polticas de la
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identidad, sino a ejercerlas sabiendo que el constructo identitario en tanto que tal debera ser lo suficientemente lbil como para desalentar despus el acecho de la esencializacin constitutiva () que no se vuelva a cerrar la diferencia sobre s misma mediante una nueva totalizacin identitaria (2007). Parafraseando a Butler, es necesario entender que no podemos restablecer lo universal por decreto ni resolver el problema de la unidad en base a exclusiones. Es que la fragmentacin no es slo epifenmeno de las transformaciones estructurales, sino tambin resultado de las concepciones reduccionistas que obstaculizan las articulaciones polticas. Segn esta autora, la nica unidad posible no debera erigirse sobre la sntesis de un conjunto de conflictos, sino que habra de constituirse como una manera de mantener el conflicto de modos polticamente productivos, como una prctica contestataria que precisa que estos movimientos articulen sus objetivos bajo la presin ejercida por los otros, sin que esto signifique exactamente transformarse en los otros () De hecho, los momentos ms prometedores se producen cuando un movimiento social halla su condicin de posibilidad en otro (Butler, 2000). La idea de pluralidad ha sido generalmente relegada por las izquierdas y dejada en manos de sectores liberales, suponiendo quizs que la fuerza y solidez de una propuesta poltica podra estar dada por la homogeneidad y unicidad de las voces que la expresen. Sin embargo, la complejidad a la que nos enfrentamos en los desafos de nuestros tiempos nos obliga a volver la atencin sobre dicho concepto, tratando de hacer una recuperacin crtica del mismo.
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La ausencia de una comunidad natural de intereses y necesidades en la sociedad implica considerar una pluralidad de objetivos y la demanda de su reconocimiento social; de all la reflexin sobre las formas de convivencia que permitan la articulacin de sujetos particulares, con metas incluso contradictorias () una vez que rechazamos como meta la amalgama, la uniformidad, abandonamos una visin organicista de la sociedad y pensamos en la poltica como arte de construccin de lo social (Sojo, 1988). A su vez, este planteo se presenta coherente con una construccin prefigurativa del poder popular, ya que El pluralismo y el reconocimiento recproco en el marco de las diversas correlaciones de fuerza tienen consecuencias, no slo en la lucha por una alternativa global y estratgica para enfrentar las actuales asimetras del poder, sino tambin para construir un orden social alternativo. Ellos son, por lo tanto, constitutivos, tanto en el momento de ruptura como en el de construccin (Sojo, 1988). Es la concepcin de la construccin poltica en s lo que se est poniendo en juego: la poltica como bsqueda colectiva de satisfaccin de valores y necesidades es el campo de formacin de identidades sociales. En la lucha contra la asimetra del poder, tales identidades estn estrechamente relacionadas con las diversas formas de opresin; para su insercin dentro del enfrentamiento estratgico y para construir una alternativa, tienen vital importancia los mecanismos que garanticen relaciones sociales de reciprocidad (Sojo, 1988).
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Es en la configuracin de un planteo que conjugue diversidad con articulacin, donde este reconocimiento de la pluralidad cobra una dimensin estratgica en nuestras luchas. Nos preguntamos junto a Valds Gutirrez (2001), de qu se trata este reconocimiento de la diversidad del sujeto social popular? Para que la diversidad no implique atomizacin funcional al sistema, ni prurito posmoderno de relatos inconexos es preciso pensar y hacer la articulacin, o lo que es lo mismo: generar procesos socioculturales desde las diferencias. El pensamiento alternativo es tal, nicamente si enlaza diversidad con articulacin, lo que supone crear las condiciones de esa articulacin, impulsar lo relacional en todas sus dimensiones como antdoto a la ideologa de la delegacin, fortalecer el tejido asociativo sobre la base de valores fuertes (de reconocimiento, justicia social, equidad, etc). Necesitamos construir una tica de la articulacin, no declarativamente, sino como aprendizaje y desarrollo de la capacidad dialgica, profunda de respeto por l@s otr@s, disposicin a construir juntos desde saberes y experiencias de acumulacin confrontacin distintas, potenciar identidades y subjetividades. Articular en la diversidad no es un proceso armnico, sino todo lo contrario. Suponer que el conflicto slo se presenta en la relacin con el bloque de poder antagnico podra conducirnos a abortar fcilmente aquellos intentos de articulacin dnde las diferencias se presentan difcilmente sintetizables. Creemos, como afirma Butler (2000), que Sin embargo, para que una poltica inclusiva signifique algo distinto a una nueva domesticacin y subordinacin de di188
chas diferencias, ser necesario desarrollar un sentido de alianza en el curso de una nueva forma de encuentro conflictivo. El carcter defensivo de la actual etapa poltica para los sectores populares da cuenta de que hoy las manifestaciones de resistencia al modelo capitalista neoliberal siguen signadas por la dispersin y la discontinuidad () la diversidad fragmentada y desarticulada de micropoderes y redes capilares autnomas (la microfsica organizativa) no son precisamente un signo de fortaleza frente a la hegemona de los poderes polticos y econmicos transnacionalizados y sus pretensiones de totalidad (Valds Gutirrez, 2000). Los resultados de dichas limitaciones son puestos de relieve por dicho autor al referirse a la cooptacin: mientras que los distintos actores populares que actan debajo de la categora poltica de ciudadano y ciudadana no logren articular sus intereses y aspiraciones de cambio en el terrenos social y poltico, y lleguen a expresar su voluntad en trminos de estrategia de orden alternativa, la rebelin de la sociedad civil podr ser siempre cooptada por el sistema () las demandas contestatarias que carecen de vocacin contrahegemnica, pueden s, ampliar el contenido tico del Estado en un nuevo ciclo de democratizacin, pero ello slo aportar elementos para una nueva forma de legitimacin del mismo Estado que, en un momento determinado de la acumulacin del capital, las desconoce o reprime(2000) . En la misma lnea, Ana Sojo (1988) advierte que si se propone una estrategia tendiente a desarrollar relaciones sociales no asimtricas, ella debe plantear, por
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esta misma razn, un enfrentamiento global y estratgico, que permita relacionar los enfrentamientos locales, impulsar rupturas en la estrategia global, actuar como vinculante; se debe asegurar que las microrevueltas no puedan ser, simplemente, asimiladas mediante una nueva definicin de los soportes, e impedir la creacin de una nueva envoltura estratgica que organice el poder y genere nuevos dispositivos. Las limitaciones a las que nos hemos enfrentado en relacin a estas tareas son las que explican que el rgimen de dominacin burgus se haya podido recomponer con relativa facilidad en nuestro pas despus de la crisis de gobernabilidad de 2001-2002. La imposibilidad de articular las demandas emergentes de los diferentes sectores movilizados fue capitalizada por facciones de las clases dominantes que supieron dar respuestas a algunas demandas populares y, sin realizar modificaciones de carcter estructural, lograron recuperar la iniciativa poltica y as recomponer la legitimidad de la institucionalidad dominante. Trascendiendo el ejemplo ms coyuntural de nuestro pas, podemos hacer referencia a un proceso global, por varias cosas relacionados a los ejes que aqu analizamos: el paso a la posmodernidad supuso la incorporacin de muchas de las crticas a la modernidad (centralizacin, representacin, etnocentrismo, binarismo, etc) emergentes de los procesos de lucha existentes a todo lo largo y ancho del planeta durante las dcadas del 60 y 70. Sin embargo, esas posturas fueron incorporadas por el sistema de dominacin habiendo sido previamente vaciadas de su radicalidad y contenido transformador. A pesar de la masividad y la extensin de aquellos movimientos con190
testatarios, su grado de articulacin fue insuficiente para lograr una superacin del orden existente. An as, la legitimidad social alcanzada por sus reclamos puede verse expresada en la necesidad de los sectores dominantes de incorporarlos de alguna forma que les permitiese construir un nuevo soporte para reproducir su hegemona. He aqu un claro ejemplo de la metaestabilidad de los sistemas de dominacin a la que hemos hecho referencia en apartados anteriores. Aunque tambin debemos decir que esto no supone negar los aprendizajes resultantes del proceso de acumulacin poltica que esas luchas produjeron. De hecho, muchas de las conceptualizaciones recuperadas en este trabajo son emergentes de aquellos procesos de movilizacin social y poltica. Por todo esto entendemos que uno de los mayores desafos al que nos enfrentamos lxs sujetxs de estas resistencias es el de articular nuestras demandas en una estrategia que nos posibilite ir revirtiendo la actual correlacin de fuerzas e ir haciendo posible el cambio social que consideramos necesario. Sin subestimar la importancia estratgica de las luchas contra el racismo y el rgimen poltico de la heterosexualidad obligatoria, quisiramos concluir estas reflexiones con un prrafo de la filsofa espaola Celia Amors que expresa en buena medida una parte importante de nuestras preocupaciones en torno a la articulacin entre el movimiento feminista y las experiencias de construccin de poder popular. Por ello, la lucha anticapitalista y la lucha feminista, aunque no hay en absoluto una armona preestablecida entre sus estrategias y objetivos inmediatos, deben buscar
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en cada caso sus formas de articulacin. Articulacin que quizs no se basara tanto en un carcter necesario de los vnculos de complicidad y reforzamiento mutuo que unen al Capitalismo y al Patriarcado, como en la necesaria coherencia totalizadora que debe tener todo proyecto emancipatorio convincente () Una vez que se ha aceptado que todo antagonismo es necesariamente especfico y limitado y que no existe una fuente nica de todos los antagonismos sociales, es preciso admitir que el sujeto revolucionario socialista ser el resultado de una construccin poltica que articula todas las luchas contra todas las formas de dominacin y que, si en ciertos casos un grupo particular va a desempear un papel central en esta construccin, ello es debido a razones derivadas de su capacidad poltica, de haber logrado crear esta articulacin en determinadas condiciones histricas, y no por razones a priori de carcter ontolgico () El sujeto revolucionario se pulveriza, pues, en una pluralidad de posiciones de sujeto con potencialidades revolucionarias. El problema consiste en saber si estas posiciones de sujeto son una mera yuxtaposicin amorfa o si pueden redefinirse, reforzarse y sobredeterminarse las unas a las otras para cobrar la suficiente potencia con capacidad de vertebrar un nuevo bloqueanticapitalista y antipatriarcal (Amors, 1985).
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VIII. Eplogo
Revolucin en las Plazas, en las casas y en las camas
Con estos apuntes introductorios buscamos articular una diversidad de elaboraciones tericas y experiencias prcticas, apostando a disparar y enriquecer una serie de debates, desde nuestra perspectiva absolutamente imprescindibles: Cmo pueden aportar los feminismos a los procesos de construccin de poder popular?, Cmo nos informan las discusiones en torno al concepto de gnero sobre la necesaria politizacin de aquellas dimensiones de nuestras vidas que se nos aparecen como naturales y a-histricas?, Qu nos aporta el conocimiento del funcionamiento del Patriarcado como sistema de organizacin social de las jerarquas sexo-genricas?,
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Qu aprendizajes podemos obtener de las formas en que los diversos feminismos han teorizado la interdependencia, interseccionalidad y complementariedad de las formas de explotacin y opresin?, En qu experiencias de los feminismos podemos reconocer antecedentes de algunas de las prcticas que consideramos estratgicas para el desarrollo de los movimientos populares?, Cul es el lugar que nuestros cuerpos, nuestras sexualidades, nuestros deseos, tienen en la prefiguracin del cambio social que anhelamos, en nuestra bsqueda de autonoma, en nuestras prcticas pedaggicas, en nuestros proyectos emancipatorios?, Cmo estas complejidades nos habilitan a pensar y practicar articulaciones polticas desde la diversidad? En qu sentido todos estos debates nos interpelan a la hora de pensar y construir el sujetx del cambio social? La escritura, publicacin y difusin de este trabajo, tiene como horizonte aportar algunas coordenadas de respuestas a estos interrogantes. Vale aclarar que an entendiendo que el acercamiento a las teorizaciones feministas puedan constituirse en un soporte fundamental a la erosin de la indiferencia hacia la opresin patriarcal, ser un trabajo implicado, corporal y afectivo, de politizacin de lo personal, de problematizacin de nuestras relaciones intersubjetivas y de las asimetras que las constituyen, lo que nos permita practicar sucesivos abandonos de la naturalidad con que nos relacionamos con estas desigualdades, para que los puntos de vista que nos convidan los feminismos sean cada vez ms parte indispensable de los prismas a travs de los cuales
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interpretamos el mundo que aspiramos a transformar. Deseamos profundamente que estos apuntes lxs entusiasme a aventurarse en estas bsquedas. De nuestra parte, podemos afirmar que luego de recorrer algunos de los aportes fundamentales de diversas corrientes feministas, terminamos este trabajo an ms convencidxs de lo que estbamos cuando lo comenzbamos: los feminismos y las luchas antipatriarcales, con la radicalidad de sus crticas a las mltiples dominaciones existentes, su capacidad de politizar todos los resquicios de la vida que se nos presentan naturales, su bsqueda incansable por fortalecer la autonoma de lxs sujetxs en lucha, su crtica a la burocratizacin y las jerarquas, su conviccin de que no hay liberacin sin emancipacin radical, y que la potencia del cambio se encuentra en nuestras prcticas cotidianas, tienen mucho que aportar a los desafos de la hora: regenerar un pensamiento y una praxis emacipatoria que nos posibilite articularnos en nuestras diversidades para enfrentar a nuestros antagonistas, que apuntale la construccin de ese bloque histrico anticapitalista, antipatriarcal y multicolor, para que en el horizonte de nuestras luchas, el Socialismo del Siglo XXI comience a amanecer. Y por sobre todas las cosas, junto a ellas afirmar que, sin feminismo, no hay socialismo.
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Este libro se termin de imprimir en la ciudad de Rosario, Argentina, hacia el mes de septiembre de 2013 en Cooperativa Grfica Rosario Catamarca 1941, Rosario / Tel.: 0341 425-3139