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Insurgencia

El documento presenta un resumen de la novela "Insurgencia" de Luis Miguel Campos sobre la Revolución Quiteña de 1809 a 1812. Introduce a los personajes José Mejía Lequerica y Manuel Rodríguez, y describe cómo Mejía consigue un trabajo como secretario de un noble español que le lleva a viajar a España. También describe a la esposa de Mejía, Manuela, recibiendo un libro enviado por su marido desde España y reuniendo un grupo de amigos para leerlo.

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El documento presenta un resumen de la novela "Insurgencia" de Luis Miguel Campos sobre la Revolución Quiteña de 1809 a 1812. Introduce a los personajes José Mejía Lequerica y Manuel Rodríguez, y describe cómo Mejía consigue un trabajo como secretario de un noble español que le lleva a viajar a España. También describe a la esposa de Mejía, Manuela, recibiendo un libro enviado por su marido desde España y reuniendo un grupo de amigos para leerlo.

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Luis Miguel Campos

insurgencia

NOVELA Quito, 2011

PRESIDENTE COMISIN DE TRANSICIN Ana Luca Herrera Coleccin: Mujeres del Ecuador Autor: Luis Miguel Campos Editor: Luis Miguel Campos Diseo e mpresin: Manthra Editores Cuadro de la portada: Fusilamiento de Nicols de la Pea y Rosa Zrate Autor annimo Tiraje: 1 500 Quito, diciembre, 2011 Derechos de Autor: ISBN: 978-9942-07-190-3 COMISIN DE TRANSICIN HACIA EL CONSEJO DE LAS MUJERES Y LA IGUALDAD DE GENERO Pasaje Donoso N32-33 y Whymper Telfonos: 2651472 2651446 [email protected] Quito - Ecuador

A Baltasara, cmplice de mis viajes en carreta.

La Revolucin Quitea (1809 a 1812) es sin lugar a dudas uno de los perodos ms oscuros de nuestra Historia, no solo por sus nefastos acontecimientos polticos sino por el intrincado acceso a documentos perdidos o inexistentes. Para este trabajo de investigacin -escrito en forma de novela- se ha recurrido a la ms selecta bibliografa que existe sobre el tema, pero principalmente a documentos del Archivo General de Indias de Sevilla, del Archivo General de la Nacin de Bogot, y sobre todo a la narracin Viaje imaginario por las provincias limtrofes de Quito, del provisor Manuel Jos Caicedo, testigo presencial de los hechos. La publicacin de Insurgencia dentro de la Coleccin de Mujeres del Ecuador, obedece al sensible apoyo de Ana Luca Herrera, Presidente de la Comisin de Transicin hacia el Consejo de las Mujeres y la Igualdad de Gnero, a quien expreso mi ms sincero agradecimiento. Igualmente a Paulina Palacios, que a travs de las redes sociales aun esfuerzos para que conozcamos el origen de nuestra libertad.

El autor

l enorme esfuerzo que haba hecho los ltimos aos para estudiar derecho civil y cannigo, mientras daba clases de teologa entre otras tareas, no le sirvi de nada porque le negaron los ttulos. Las autoridades de la universidad de Santo Toms esperaron hasta el ltimo momento para argumentar que el linaje del estudiante Jos Meja Lequerica no era legtimo, porque a pesar de que su padre le haba dado el apellido, su madre estaba casada con otro seor. Para colmo de males, suspendieron la ctedra de Teologa, de la que era profesor en la universidad de San Luis, con el pretexto de que era un hombre casado. Solo adujeron eso. No dijeron nada sobre su mujer que era veintitrs aos mayor que l, pero fue tcito. Su biblioteca personal, junto a la que su mujer haba heredado de su hermano, formaban la biblioteca ms nutrida de la ciudad, y fue all donde Meja mitig sus penas. Durante ms de un ao permaneci encerrado, leyendo las obras de Rousseau, Montesquieu y otros filsofos, y lamentndose de que todo hombre nace libre, pero que la vida se encarga de ponerle cadenas. Los ltimos meses de encierro, mientras lea por ensima vez El nuevo Luciano de Quito, de su difunto cuado, se dedic a beber. Manuela, su mujer, le recrimin el asunto a lo que l, por primera vez, se desat en un mar de lamentos por sus mltiples frustraciones. Ella, que a veces haca ms de madre que de esposa, le tom de las manos y mirndole fijamente a los ojos, le dijo: -He tenido una vida muy dura y no conozco de lamentaciones. Tu problema es que te sobra el tiempo y no sabes qu hacer con l. Le dio nimos para que cambiara de actitud y le record lo que el sabio Alexander von Humboldt haba dicho de l, cuando estuvo por Quito, al elogiar su inteligencia y entusiasmo. Al da siguiente, afeitado y con ropa limpia, se dispona a elaborar un plan de actividades, cuando recibi una carta de la universidad de San Luis. Estaba firmada por el rector y en ella se le peda que reiniciara las clases. El caso de su no soltera haba sido enviado a las mximas autoridades de Lima, quienes haban resuelto que nada tena que ver el matrimonio con la enseanza. Estaba por salir a la universidad cuando recibi la visita inesperada de uno de sus alumnos. Se trataba de Juan Jos Arias Dvila, que tena la particularidad de ser marqus de Maenza y Casasola, Conde de Puonrostro, Grande de Espaa de Primera Clase, y Caballero de la Orden de Calatrava. Tena veintitrs aos y unas ganas incontrolables de viajar a Europa, adems de la misin urgente de autentificar sus ttulos nobiliarios. Le dijo sin ms rodeos que le tena mucho aprecio como abogado, y que quera contratar sus servicios. l le record que todava no se haba recibido, a lo que el marqus respondi que lo que necesitaba realmente era un secretario. Le explic que la autentificacin de sus ttulos nobiliarios requera mucho trmite y que le urga alguien que se hiciera cargo del asunto.
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Y as fue como en una maana se arregl la vida de Jos Meja Lequerica. Salieron de Quito en 1806, rumbo a Guayaquil y Lima, y arribaron al puerto de Cdiz a finales de1807. De ah a Madrid. Al da siguiente de llegados, paseando por la Plaza Mayor, dieron con una librera en la que Jos Meja encontr un ejemplar de Zoraida, de Nicasio lvarez de Cienfuegos. Lo compr e inmediatamente se lo envi a su esposa.

l cabo de seis meses Manuela recibi el libro. En la primera hoja su marido haba escrito: para la ms extica flor quitea. No pudo dejar de sonrer. Se emocion mucho con el envo, no solo porque era lo primero que reciba desde que l estaba en Espaa, sino porque Zoraida era una obra muy comentada en Quito. Se saba que tena varios aos en escena y que el pblico no dejaba de llenar los teatros, y una seorita Asczubi que haba estado en Madrid haca tres aos, era el centro de la atencin en las tertulias quiteas solo porque haba asistido a una representacin de Zoraida y se saba de memoria los detalles. Manuela volvi a sonrer, pero esta vez era un gesto de orgullo, como si tuviera en sus manos algo muy valioso. Sentada al escritorio que haba sido de su hermano, sobre el que se haban concebido tantas obras importantes, redact unas escuetas esquelas en las que deca: Les espero a las cinco. A las cuatro y media, cuando Manuela estaba meciendo el chocolate, asom Manuel Rodrguez. Se excus de llegar antes ya que tena urgencia de hablar con ella. Se le vea mal. Le cont que haca unas semanas haba tenido un pleito con las autoridades y que le haban retirado la licencia de abogado por un ao. Eso quera decir que no podra ejercer su profesin. Pens que el asunto no llegara a mayores, pero ya eran dos los casos que le anulaban. Las autoridades estaban detrs de l para hacerle la vida imposible. Se lament de que ese era el nico ingreso que tena para mantener a su familia y que no saba que decisin tomar. Manuela record las frustraciones de su marido que eran imposibles de consolar porque tenan mucho de verdad. Quito le quedaba chiquito a Jos Meja Lequerca, un hombre que haba nacido antes de tiempo y fuera de lugar. Y tambin pens en Manuel Rodrguez. Ningn tonto. Uno de los alumnos favoritos de su hermano Eugenio. Se deca que era el mejor orador de la ciudad, y era cierto. Pero no solo por su forma de hablar, sino porque su retrica era muy ilustrada. Amigo de su marido, aunque distanciados el ltimo tiempo porque el uno se encerr en su biblioteca, y el otro se enamor como quinceaero de una seorita quitea. Como siempre, le pareci que el acto de lamentarse era indigno, pero tambin consider que Quito era una crcel, donde los hombres de vala como l y su marido estaban condenados a la frustracin. No le dijo nada. Le escuch pacientemente desahogarse y cuando dieron las cinco de la tarde, y los dems llegaron, le pidi que le diera un tiempo para pensar porque algo se le iba a ocurrir.
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Los recibi en el saln. Mara Mercedes Tinajero, su mejor amiga, estaba entusiasmada. Quera conocer el motivo de la invitacin, pero Manuela se lo guard. Haba venido con su cuada Rosa Checa y los tres mejores estudiantes del Santo Toms, que haban sido alumnos de su marido y que acudan a la casa varias veces al mes con la finalidad de consultar la biblioteca. Antes de que Manuela comenzara a hablar, tom la palabra Mara Mercedes. -Se enteraron de la ltima? A coro todos respondieron: -Cul ltima? Hizo el gesto teatral de espiar a los lados para asegurarse de que nadie ms le escuchara y baj el volumen de la voz: -Anoche pintaron un letrero en el muro de la casa de los Cadena -Y qu deca? Volvi a mirar para un lado y el otro, y susurr fuertemente: -Amrica libre! Se produjo un silencio aterrador que fue cortado por Manuela: -Quin lo haya pintado es un osado. En dnde dices que lo pintaron? -En el muro de la casa de los Cadena. Por la recoleta de Santo Domingo. Manuel Rodrguez que hasta entonces haba permanecido en silencio, exclam: -Tengo que verlo! -Qu pena, porque ya no est, -aadi Mara Mercedes- lo borraron esta tarde. -Quines? -Los criados de los Cadena. Echaron cal encima. Se produjo otro silencio, pero esta vez de indignacin. Manuela tom la palabra: -Bueno, ahora s les voy a revelar el motivo de mi invitacin. Mara Mercedes volvi a manifestar su entusiasmo. -Es simplemente, -sigui Manuela- para que pasen un momento agradable. Tom el libro, lo levant y anunci fuertemente: -Zoraida!... de Cienfuegos. Se arm un barullo entre los presentes. Rosa Checa era la ms emocionada porque era muy amiga de la seorita Asczubi que haba visto Zoraida en Madrid. Los menos entusiastas, en cambio, eran los tres estudiantes del San Luis que estaban acostumbrados a otro tipo de obras. Manuela observ su descontento y les pregunt si saban algo de Zoraida. No saban nada, solo que era una obra de teatro moderno y romntico que haba tenido mucho xito en Espaa, y que francamente no era el tipo de teatro al que estaban acostumbrados. Que ellos eran ms clsicos, se le escap decir a uno, y entonces Manuela sonri. -No quiero influir en sus opiniones, pero para poder comentar sobre una obra es preciso conocerla. Por favor, lemosla y despus hablamos. Como haba solo un ejemplar la leyeron por turnos. Comenz Manuela y luego siguieron los estudiantes. La lectura estaba un poco aburrida hasta que el libro cay en manos de Manuel Rodrguez, entonces volvi a nacer el entusiasmo porque se notaba que Manuel dominaba el arte. Cuando
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le toc el turno a Rosa Checa, los presentes se quedaron admirados ya que desde el comienzo ella se apoder del espritu de Zoraida. Cuando acab la lectura y se lo dijeron, ella confes que se haba sentido Zoraida desde el primer momento y que nada la agradara ms que volver a leer la obra. Los tres estudiantes tambin estaban emocionados. Uno de ellos no se haba contenido y tena los ojos enrojecidos por el llanto. A pesar de ello, argumentaron que la obra careca de mensaje y que simplemente era una obra romntica. Iba Manuela a intervenir pero se le adelant Manuel Rodrguez, quien opin que los estudiantes tenan razn. Que se trataba de una obra romntica, pero que el amor que en ella haba era distinto. Pareca un simple amor entre un hombre y una mujer, pero realmente era el amor a la virtud, a los insoslayables valores de los hombres, y por supuesto, a la patria. Suspir profundamente y aadi que haba disfrutado mucho la velada. Dieron las ocho de la noche sin que se dieran cuenta. Agradecieron y se despidieron. Rosa Checa segua emocionada y le volvi a pedir a Manuela que organizara otra lectura. Cuando Manuel Rodrguez iba a despedirse, Manuela lo retuvo: -He estado pensando en su problema, y se me ha ocurrido algo: usted sabe de teatro, Manuel. Ponga en escena Zoraida l sonri y musit: -El teatro alimenta el alma pero no el cuerpo. -Pero Zoraida es otra cosa -insisti Manuela- Por favor, pinselo. Rosa Checa, que aguardaba en el zagun, exclam: -S, por favor, don Manuel!... Ponga en escena Zoraida! Manuel volvi a agradecer y sali presuroso. Consider que la intencin de Manuela era buena, pero ilusa. l necesitaba un trabajo estable que le diera para mantener su hogar, y tambin para financiar un agrado a la seorita quitea que le haba robado el corazn. En todo caso haba disfrutado la velada y consideraba que Zoraida era una obra preciosa. Cuando lleg a su casa encontr sobre la mesa un plato con comida. Estaba fra, al igual que la relacin con su mujer porque ella ya se haba enterado de la existencia de la seorita quitea y no se lo perdonaba. Estaba encerrada en su habitacin as que fueron las hijas las que salieron a recibirlo. La mayor le calent la comida y l les cont sobre Zoraida, de cabo a rabo, y cuando termin de comer y la historia lleg a su fin, ellas estaban extasiadas. Le invadieron a preguntas que hubiera querido contestar pero adujo estar cansado, por lo que se retir a dormir. Cuando lleg a la habitacin encontr la puerta atrancada por dentro, as que como no tena dnde acostarse, se fue a dormir con su amada.

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n la reunin mensual de la cofrada de la Virgen de las Angustias que se llev a cabo en la casa de la marquesa de Solanda, Rosa Checa, tesorera de la cofrada, cont que haba asistido a una tertulia maravillosa organizada por Manuela Espejo, y que haban ledo Zoraida. Se olvidaron inmediatamente del protocolo que usualmente observaban y se entregaron al chisme. Les llamaba la atencin sobre manera la figura de Manuela de Santa Cruz y Espejo que haba protagonizado ms de una vez un escndalo. Su hermano Eugenio, ya fallecido, su hermano Juan Pablo y ella misma, eran considerados peligrosos. Es decir, haba que mantenerse a distancia de ellos porque las autoridades espaolas les tenan puesto el ojo. Eugenio haba muerto luego de una larga y reiterada estada en prisin, por insurrecto, dejando un montn de escritos que estaban escondidos entre los libros de los quiteos. Les inquietaba la presencia de una mujer nada agraciada que bordeaba los cincuenta, pero que haba contrado matrimonio con quien se deca que era el hombre ms erudito de la audiencia y que era veintitrs aos menor que ella. No se casaba por su fortuna, ya que el nico haber de doa Manuela eran sus libros. Durante ms de una hora cernieron a preguntas a Rosa sobre Manuela y la obra de teatro de la que tanto haban odo hablar. Ella les cont todo. Desde el chocolate caliente, al que le faltaba un poco de consistencia, hasta la actitud de los tres estudiantes, y por supuesto la opinin de Manuel Rodrguez que era muy considerada por todos quienes lo haban odo hablar. No se reserv ningn detalle. Incluso haba anotado un texto de Zoraida, que todas le pidieron a gritos que leyera. Suspir profundamente, posesionndose del papel, y ley pausadamente: Todo mi afecto Todo mi corazn contigo queda Alguna vez, con lgrimas piadosas, la soledad de mi sepulcro riega Era todo lo que haba alcanzado a apuntar pero fue suficiente para que se quedaran encantadas. Lo leyeron una y otra vez, y suspiraron, y cuando Rosa les cont que posiblemente la escenificaran, lanzaron jaculatorias a la virgen de las Angustias rogando por su efectiva realizacin. Una de ellas conoca el caso de Manuel Rodrguez y lo coment. Dijo que las autoridades lo haban castigado por arrogante y que no podra ejercer su profesin durante un ao. Rosa Checa aadi que era injusto y que en el fondo era solo un resentimiento de espaoles contra criollos, el mismo que haba habido siempre, y que una buena accin de la cofrada sera conseguirle trabajo a Manuel Rodrguez, puesto que tena una familia que mantener.
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Otra de ellas sali al paso y opin que no le pareca procedente, ya que toda la ciudad saba que Manuel Rodrguez cometa adulterio con una seorita de dudosa reputacin, y que por ms seas viva en la casa que quedaba junto a El Sagrario. -Sin embargo, -adujo Rosa- Manuel Rodrguez de Quiroga es uno de los hombres ms cultos de la ciudad. No es tanto lo que podemos hacer por l, cuanto lo que l puede hacer por nuestros hijos. Se miraron y luego, en el ms estricto silencio lo consideraron. Era verdad. Don Manuel Rodrguez de Quiroga era un hombre bastante instruido que bien podra emplearse como profesor en un colegio o una universidad. Era de trato agradable y lo ms importante, le gustaba ensear. Haca unos aos haba sido profesor de varios de los hijos de las damas de la cofrada, y bien poda decirse que era de su agrado. Teresa Larrea, la marquesa de Solanda, se comprometi a hablar con un pariente que tena influencias en la universidad de Santo Toms, y entonces todas manifestaron la mejor voluntad de colaborar, con la nica condicin expresa de que Manuel Rodrguez de Quiroga escenificara Zoraida.

anuel llevaba varias noches sin dormir. Por ms intentos que haba hecho no pudo sacarse a Zoraida de la mente. Muy temprano esa maana se levant, se visti y se despidi de su amada. Ella le pregunto dnde iba pero no obtuvo respuesta. Sali rpidamente y se dirigi hacia la recoleta que los mercedarios tenan en El Tejar. Desde el humilladero observ el amanecer, y con el primer rayo de sol pidi un deseo: trascender. Luego se fue caminando despacio hasta su casa y en el trayecto adquiri fiado pan y queso. Se ase y prepar el desayuno. Cuando iba a despertar a sus hijas alguien toc la puerta. Era un mensajero de la universidad de Santo Toms que entreg un papel dirigido a Manuel Rodrguez de Quiroga. El rector de la universidad peda reunirse con l. Cuando acudi a verlo le sorprendi la amabilidad con que fue tratado. El rector conoca su trayectoria y sus mritos, y tambin en algn momento mencion las buenas relaciones que mantena con el marqus de Solanda y que era un gusto tratar con alguien que fuera su amigo. Le confes que no haba ninguna ctedra disponible pero que a la universidad le interesaba tener un grupo de teatro. Como Manuel acept gustoso, el rector le pidi una lista de obras aunque desde el inicio se le notaba que estaba entusiasmado con la idea de que se escenificara Catn, de Plutarco, que era una representacin que haba visto ms de veinte veces en su vida y siempre le complaca. Hablaron de la paga y del horario, y cuando estuvieron en todo de acuerdo, se despidieron efusivamente. A Manuel le haba cambiado la expresin del rostro. Ahora involuntariamente sonrea y se le vea ms joven. Haba llegado jorobado y se iba erguido. Cuando estaba cruzando la Plaza Mayor se encontr con don Juan de Larrea que sala de la casa de la esquina. No eran amigos pero se conocan bien. Don Juan de Larrea era uno de las personas ms allegadas al sabio Espejo, y en varias ocasiones
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se haban encontrado los tres en su casa. Se alegr de verlo y se acerc a saludarlo. Don Juan le dio un abrazo fuerte y carioso, y le felicit efusivamente. Manuel pregunt el motivo de la felicitacin, a lo que don Juan contest: -Zoraida! -Zoraida? Por alguna razn toda la ciudad se haba enterado de que Manuel Rodrguez de Quiroga pondra en escena la obra ms esperada del teatro espaol. No le dej decir nada. Le agarr de un brazo y le coment que tena urgencia de mostrarle algo. Lo llev al enorme portn del que acababa de salir, y aadi: -He comprado esta casa. Explic que ni bien la haba adquirido fue nombrado Corregidor de Ambato y que la mayor parte del tiempo iba a estar fuera de Quito, que tena adems otra casa en el barrio de San Roque donde habitaba con su familia, y que no saba qu hacer con la nueva adquisicin. Sonri como un nio complacido con dos juguetes nuevos. Abri el portn y dijo: -Por favor don Manuel, quiero que la conozca. Entraron. La haban acabado de refaccionar y estaba impecable. El patio central era enorme, todo de piedra y canteros de geranios, pero lo que ms le llam la atencin a Manuel, fue que en uno de los lados haba un escenario. -Qu le parece?... Esto es un teatro, mi estimado Manuel. Le mostr el resto de la casa. Era una mansin con ms de una docena de salones vacos, dos patios y una caballeriza. Le volvi a contar que haba sido nombrado Corregidor de Ambato y que fijara all su residencia, y que era una pena cerrar la casa porque sabido era que las casas abandonadas se deterioraban. Le propuso sin ms que l se hiciera cargo, y que aprovechara el teatro del patio central para escenificar ah Zoraida. La propuesta le cogi desprevenido. Todo estaba sucediendo tan rpido y tan favorablemente que decidi dejarse llevar por el azar. Le dijo que l no tena medios para alquilar la casa, pero don Juan no le dej terminar. Solt una risotada y exclam: -Por Dios!... No se la estoy alquilando. Se la estoy prestando. -Prestando? -Se la presto durante un ao, con una nica condicin: que la mantenga en buen estado. Le parece? Poda haber demorado su respuesta hasta medir los pros y los contras, pero consider que una propuesta de ese tipo solo poda traer beneficios, as que acept. Ese mismo momento don Juan le entreg las llaves de la casa y sin premeditarlo, Manuel Rodrguez se embarc en Zoraida.

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eis estudiantes de la universidad de Santo Toms estuvieron visitando la biblioteca de Manuela Espejo. Cuando se fueron dejaron varios libros sobre la mesa, lo que molest a Manuela porque la nica condicin para que consultaran la biblioteca era que deban mantenerla en orden. Le llam la atencin una carpeta repleta de hojas sueltas que estaba sobre la mesa, con escritos de su hermano y otros ajenos. Nunca se haba fijado en ella. La abri y oje. Encontr varios libelos contra las autoridades espaolas y decenas de versos cortos para copiarse en los muros de la ciudad. En un pedazo de papel, escrito con carboncillo, de puo y letra de su hermano, deca: Amrica para los americanos. Se sinti mareada y tomo asiento. Record con nostalgia las reuniones de la Escuela de Concordia, creada por sus hermanos Eugenio y Juan Pablo, y un grupo de ilusos ilustrados, pero volvi a marearse y sentir que le faltaba el aire cuando se agolparon los recuerdos de las persecuciones que haban sufrido, sobre todo Eugenio. Se acord del letrero pintado en el muro de la casa de los Cadena, que deca Amrica libre, y se paraliz. Hoje rpidamente los papeles y descubri apuntes de su hermano que nunca haba ledo, y que si caan en otras manos podan traerle problemas. No le gust que los estudiantes del Santo Toms hubieran estado husmeando, as que tom la decisin de nunca ms dejarlos entrar. Se estaba arreglando para visitar a Mara Mercedes, cuando llamaron a la puerta. Era Manuel Rodrguez. Vena a contarle las ltimas novedades, y sobre todo a darle la buena noticia de que iba a poner en escena Zoraida. Desde luego, eso dependa de una sola cosa: de la colaboracin de Manuela, ya que aleg que l no podra hacerlo solo. Manuela estaba muy emocionada y accedi. Le asegur que colaborara en todo lo posible, y se alegr tambin porque tena un trabajo estable en la universidad de Santo Toms, aunque no fue precisamente ah donde termin trabajando Manuel, ya que una vez que se abri la convocatoria para el grupo de teatro en los institutos dominicanos, se presentaron tan solo tres estudiantes de la universidad de Santo Toms, frente a cuarenta y cuatro del colegio San Fernando. Ese era precisamente uno de los problemas, pues los estudiantes eran muy jvenes. Oscilaban entre los doce y los diecisis aos. A pesar de que Manuel pas a depender del colegio San Fernando, el rector de la universidad no dejaba de visitarlo. Se entusiasm cuando supo que se iba a escenificar Catn y hasta le agradeci por su complacencia, sin sospechar que el motivo por el cual Manuel haba escogido Catn era porque haba tantos actores que faltaban las obras. Por las maanas trabajaba en el colegio y por las tardes se dedicaba a convertir en teatro la casa de don Juan de Larrea. No saba nada de carpintera, ni de costura, pero no as su amada y la hermana de ella.

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Las Caizares, como eran conocidas, eran dos hermanas: Manuela y Mara. Manuela era la mayor, frisaba los treinta y dos aos, y estaba perdidamente enamorada de Manuel Rodrguez. Mara tena veintiocho. No se les haba conocido marido a pesar de su edad. Manuela se dedicaba al negocio de prestar dinero mientras que Mara cosa todo tipo de ropa. Con un capital que su madre les haba dejado por herencia, Manuela adquiri una quinta en Cotocollao, con cuyos productos se mantena la familia modestamente. El negocio de los prstamos les permiti reunir un buen monto con el que pensaban adquirir una casa en Santa Prisca, de no haber sido porque Manuela prest parte del dinero a un hermano de padre, que prometi pagarle pero que jams cumpli. Ambas eran afanosas y siempre tenan quehacer pendiente. Mara era muy hbil con las manos y tena una inventiva que no conoca lmites. Ayudaba en la economa familiar con los trabajos de costura que le encargaban las Asczubi y otras damas quiteas. Ella fue en verdad quien se hizo cargo del decorado del teatro. De sus manos salieron los diseos que fueron aprobados y celebrados por Manuel, pero el mpetu desapareci cuando se percataron de que no tenan un solo centavo para ejecutarlos. Manuela Espejo y Mara Mercedes Tinajero organizaron un grupo de lectura que tena la expresa finalidad de levantar diez copias de Zoraida. Manuela pens en primer lugar en los estudiantes del Santo Toms, pero luego record que les haba prohibido la entrada a la casa. La primera en ser consultada fue Rosa Checa que accedi inmediatamente, y cuando Manuela le pregunt si conoca alguien ms que estuviera dispuesta a copiar Zoraida, puso a su disposicin a las catorce damas de la Cofrada de Nuestra Seora de las Angustias. Manuela pens que bromeaba, pero esa misma tarde recibi la visita de Rosa que vena a asegurarle que todas haban aceptado y que queran comenzar inmediatamente. Fijaron la reunin para el da siguiente, a las tres de la tarde, en la casa de Manuela. Cuando Rosa Checa se despeda, Manuela le confes que tena una preocupacin: eran muchas mujeres y ella solo tena tres tazas desportilladas y un par de platos, a lo que Rosa Checa solt una carcajada. Le asegur que no tena que preocuparse y que todo estaba previsto. A las tres en punto de la tarde del da siguiente comenz un desfile de mujeres por la casa de Manuela, cada cual con su respectiva criada, trayendo canastas con diversos enseres. Tomaron posesin del saln y en menos de cinco minutos llenaron las mesas con alimentos. Las mujeres bebieron t, chocolate y yerba mate y comieron todo tipo de golosinas. Hablaron de todos los temas, pero ms fue un interrogatorio a Manuela Espejo, sobre su hermano, su marido, y ella misma. Le preguntaron si extraaba a Jos Meja Lequerica y ella confes que pensaba en l todos los das, pero que comprenda su ausencia. Que la prueba de amor ms grande que haba tenido en su vida haba sido separarse de su marido. Se gan inmediatamente la simpata de todas las seoras de la cofrada que le juraron amor eterno. Vivan en una ciudad chiquita, de relativamente pocos habitantes. Todos se conocan. Se haban visto desde siempre, pero era la primera vez que se hablaban, se comunicaban, y se gustaban. No les pareci una mujer peligrosa, sino encantadora. Le rogaron que les mostrara la casa y sobre todo la famosa biblioteca que haba sido de su hermano. Manuela aclar que no era solo de su hermano, sino que su marido tambin haba aportado con bastante. Se quedaron boquiabiertas con la cantidad de libros e hicieron la pregunta de siempre: -Y los ha ledo todos?

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Esboz una sonrisa y dijo que algunos s. Quiz la mayora, porque haba muchos libros que eran para leerse y otros para consultarse. Los diccionarios, por ejemplo. Seal los seis volmenes del Diccionario de Autoridades que era una de las obras ms preciadas de su hermano. Luego se sentaron a la mesa y sacaron sus propios papeles y tinteros. Se haban preparado para el asunto y queran esmerarse en hacerlo bien. Manuela comenz a dictar. Les llam la atencin que solamente eran ocho personajes. Haban imaginado que seran muchos, prcticamente todo el ejrcito de Boabdil, rey de Granada, pero conforme se adentraron en la obra se dieron cuenta de que era muy sencilla. De los ocho personajes, tres eran principales, adems de dos protagnicos y un antagnico, y algunos guardias y criados espordicos. Postularon a sus hijos, a sus sobrinos, y a cuanto joven conocan, y se disputaron los papeles de Zoraida y Zulema. Rosa Checa se impuso desde el primer momento: Zoraida era ella. Manuela les record que no iban a escenificar la obra sino simplemente a copiarla, pero fue en vano porque ya estaban posesionadas de los personajes, correteando por los jardines de la Alhambra de Granada.

las seis de la maana, cuando Manuel sala de la casa de las Caizares, se top con varios letreros escritos con letras rojas sobre papel blanco, que estaban pegados en las casas de la calle de las Siete Cruces, desde el Carmen Alto hasta San Brbara. En todos ellos deca lo mismo: Amrica para los americanos Estaban cerca de los lugares donde varios aos antes haban colgado banderillas de las cruces, con una leyenda en latn que deca: Liberi sto felicitatem et gloriam consecuntum, o sea que la libertad traa felicidad y gloria, y que fueron de autora de los miembros de la Escuela de la Concordia. Eso haba ocasionado problemas con las autoridades y fue determinante para que la Escuela dejara de existir y el sabio Espejo fuera encarcelado. Manuel aceler el paso en direccin a la casa de Manuela Espejo. Ella lo estaba esperando. Haba madrugado para ir a misa de seis en San Francisco pero descubri los letreros y se qued de una pieza. Regres aterrorizada a su casa. Se encerraron en la biblioteca. Manuel pensaba que el autor de los letreros era uno de los antiguos miembros de la extinta Escuela de la Concordia, de la que haba sido miembro, pero Manuela le asegur que no era as.

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Se dirigi al secreter y extrajo los documentos que haba encontrado sobre la mesa y que haban sido consultados por los estudiantes del Santo Toms. Le mostr las hojas sueltas. Precisamente el pedazo de papel escrito con carboncillo, que deca: Amrica para los americanos. Manuel pidi los nombres de los estudiantes. Ella los conoca muy bien e incluso a sus familias. Consider que lo mejor sera hablar con ellos a lo que Manuel adujo que era muy peligroso que Manuela se metiera en el asunto, ya que estaba directamente involucrada, y que mejor l se iba a encargar de averiguarlo. Fue una coincidencia que uno de los estudiantes resultara ser hijo de un compaero de estudios, as que fue a visitarlo pero una cuadra antes observ un piquete de guardias frente a la casa, que estaba sacando al estudiante a empujones. De nada sirvieron los ruegos del padre y los lamentos de la madre porque igual se lo llevaron. Le tuvieron a pan y agua, con largas sesiones de torturas para que confesara lo que saba, pero l no saba nada. Los padres del estudiante acudieron donde el marqus de Solanda buscando consejo, pero l estaba ausente. Les atendi su mujer, Teresa. Le contaron angustiados lo que haba pasado aunque ella ya estaba al tanto. La madre jur por Dios que su hijo era inocente, a lo que la marquesa le pidi que mejor fuera prctica. -Prctica? repiti la madre intrigada. Se inclin levemente hacia ella y observ un hermoso collar de oro y esmeraldas que le penda del cuello. -Cunto valdr ese collar? La madre se incomod con la pregunta, pero Teresa sigui: -Y veo que hace juego con un par de pendientes. La mujer trat de ocultarlos pero ya era demasiado tarde. -Si verdaderamente quiere salvar a su hijo casi se lo orden- ir usted donde el guardia mayor a ofrecerle esos pendientes... Y le dir que detrs de los pendientes hay un collar que vale diez veces ms. Ese es el precio de su hijo. La madre se qued muda y tambin el marido. Regresaron a casa en silencio, pero faltando una cuadra para llegar, la mujer decidi que la marquesa tena razn. Le dijo al marido que le esperara y llena de valor se dirigi al cuartel real. Pidi hablar con el guardia mayor pero le dijeron que estaba ocupado y que no poda verla. Tom asiento en la nica silla disponible y se dispuso a esperar lo que fuera necesario. Al cabo de una hora, y debido a que necesitaban la silla, pidieron al guardia mayor que la atendiera. l saba que era la madre del reo y la trat altaneramente. Cuando agot su discurso la mujer solo exclam: -Pierde usted su tiempo. Mi hijo es completamente inocente. Sin decir ms se sac los dos pendientes y los puso sobre la mesa. Le mir fijamente y aadi: -Oro viejo, del ms puro, con seis esmeraldas. En total una docena de esmeraldas Pertenecieron a la abuela de mi abuela El guardia mayor la mir extraado. Antes de que pudiera decir nada, ella se abri los botones superiores del vestido y le mostr el collar. -Treinta y seis esmeraldas ms... Sern suyas apenas ponga a mi hijo en libertad. Acto seguido se dio media vuelta y sali.

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Antes de las cuatro de la tarde soltaron al estudiante. Alegaron que no haba pruebas suficientes para acusarlo ni detenerlo. El mismo guardia mayor llev al estudiante a su casa, cargado en una camilla por un par de soldados. Entraron a la casa y mientras los soldados llevaban al estudiante a su habitacin, la madre entreg al guardia mayor el collar de esmeraldas. A partir de entonces se intensific la vigilancia en la ciudad. Por lo menos haba un soldado en cada cuadra y por las noches estricto toque de queda a partir de las siete, pero no fue ninguna solucin para frenar la subversin porque comenzaron a circular de mano en mano las famosas cadenas quiteas. Este era un mtodo muy empleado para regar una noticia rpidamente. Exiga el compromiso de quien reciba la carta y por tanto quera enterarse de la noticia, ya que el precio era reproducir la carta en por lo menos tres copias y difundirlas a su vez. La primera carta que le lleg a Manuela fue de manos de una de las integrantes de la Cofrada de Nuestra Seora de las Angustias. Se la entreg en la ltima reunin que tuvieron para copiar Zoraida. Manuela la olvid entre los dems papeles y solo se acord de ella cuando se iba a dormir. Fue a buscarla. Quera cerciorarse de que no tuviera nada que ver con su hermano. La ley con atencin y antes de llegar a la mitad se detuvo para soltar una carcajada. La carta deca: Se comunica al pueblo de Quito el nacimiento de Luchito, segundo hijo ilegtimo de: don Manuel Godoy y lvarez de Faria Snchez Ros Zarzoza, Ministro Universal de Carlos IV, duque de Alcudia y Sueca, y Prncipe de la Paz, y de doa Josefa Petra Francisca de Paula de Tud y Cataln, Alemany y Luesia, ms conocida como Josefina o Pepita Tud, su amante. No durmi bien esa noche. Estaba inquieta y tena la necesidad de comentar el contenido de la carta con alguien, pero debido al toque de queda las visitas estaban suspendidas. Tuvo la intencin de madrugar pero no se levant hasta cerca de las ocho, y eso porque el cartero golpe la puerta varias veces. De mala gana abri, pero el nimo le cambi cuando el cartero le entreg un paquete que vena de Espaa. Era de su marido. Haba cartas para diversas personas y una en especial para ella. Tambin una edicin de 1725 de La Araucana, de Alonso de Ercilla, con una dedicatoria en la primera pgina que deca: Disfrute de esta rara flor americana, usted que es la ms extica de las flores. En la carta que le haba escrito deca lo mucho que la extraaba. Distraa ese sentimiento con la cantidad de trabajo que tena por delante ya que los trmites para la autentificacin de los ttulos nobiliarios de Juan Jos Arias Dvila no eran tarea fcil y menos en esos tiempos convulsionados. Haban tenido que contratar a un especialista en lectura de documentos antiguos, puesto que el origen del mayorazgo de los Arias Dvila se remontaba al siglo XVI. Por las noches la situacin cambiaba porque al marqus le gustaba salir. Amaba el teatro y sobre todo comer bien. Regresaban a las tres o cuatro de la maana, y l reanudaba el trabajo a las nueve. Dorma poco pero no se quejaba porque tampoco necesita ms. Repiti que la extraaba y que ahora que era un hombre ocupado solo pensaba
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en la paz de Quito, en su casa, su biblioteca, y especialmente en ella. Terminaba la carta dicindole que para valorar algo, haba que perderlo. En un papel anexo, escrito con letra pequeita para que entrara toda la informacin posible, Meja haba detallado una crnica sobre los levantamientos populares ocurridos en Madrid, debido a que la gente estaba harta de Manuel Godoy. Su influencia en el rey Carlos IV era ms que evidente, pero lo que ms haba irritado a la muchedumbre eran los amoros escandalosos entre Godoy y la reina. Jos Meja no se haba limitado nicamente a levantar una crnica de los hechos, sino que en el reverso de la hoja haba anotado sus opiniones. Pensaba que el rey Carlos IV deba abdicar al trono en beneficio de su hijo Fernando, prncipe de Asturias, aunque tambin le preocupaba seriamente la presencia de los franceses en territorio espaol. Al final de la hoja haba una nota escrita con maysculas que adverta: LEER Y DESTRUIR. Se dispona a destruirla pero ese momento llamaron a la puerta. Pens que era Manuel y quiso mostrarle la carta, pero se equivoc porque era un par de guardias que la estaban buscando. Se llev un susto enorme y casi se desmaya, por lo que tuvo que arrimarse al umbral. Pregunt si acaso estaba detenida, a lo que los guardias rieron y le dijeron que no preocupara, que simplemente el doctor Joaqun de la Pea quera hablar con ella sobre algn asunto. Les dijo que esperaran a que se cambiara de ropa y entonces entr a la casa, hizo mil pedazos la carta de su marido, y cmo no supo dnde poner los pedazos, se los trag. El doctor Joaqun de la Pea era un espaol de mediana edad que haba llegado a Quito haca unos diez aos. De ayudante de escribano haba ascendido a oficial primero de la Compaa de Temporalidades y ah se haba quedado. No se le conoca mujer ni hijos, solo que viva en el barrio de San Blas. Tena pocos amigos porque no les caa bien a sus propios compatriotas. Era conocido como adulador, hipcrita y chismoso. El cargo de oficial primero de la Compaa de Temporalidades no era muy importante, pero a l se le haba subido a la cabeza. De censor de bienes se convirti en censor de opiniones. Ms de uno se haba metido en serios problemas ocasionados por el doctor Pea y por eso preferan evitarlo. Manuela tom asiento frente al escritorio. l la mir y esboz una sonrisa. Le pregunt si saba por qu estaba ah, a lo que ella contest que no tena la menor idea. El doctor Pea abri un cajn del escritorio y extrajo un pedazo del letrero que haban pegado en la calle de las Siete Cruces y que deca: Amrica para los americanos. -Se trata de esto, -dijo- qu sabe usted? Manuela se alz de hombros y aadi que no saba nada. -No le resulta familiar la frase? pregunto el doctor Pea. Manuela ley la frase en voz alta: -Amrica para los americanos. Mir al doctor Pea y la volvi a leer, pero esta vez cargada de fervor y conviccin: -Amrica, para los americanos! -La conoce o no? pregunt molesto.
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-No, doctor, -minti ella con absoluta conviccin. El doctor Pea sonri de mala gana. Se acomod en la silla y la mir fijamente. -Alguien me asegur que esta frase es de su hermano. Ella volvi a alzarse de hombros y le asegur que no poda saberlo porque su hermano estaba muerto. Se acomod nuevamente en la silla y le pregunt si alguien consultaba la biblioteca de su casa. Manuela respondi afirmativamente. Le dijo que numerosas personas visitaban la biblioteca, y que las ltimas en hacerlo haban sido las integrantes de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias. Pea se puso de pie y se acerc a ella. Con tono paternal le dijo que estaba preocupado por su situacin, porque las investigaciones sobre una subversin no haban concluido, y que ella estaba en la mira. -Yo?... Por qu?... Insina que yo hice esos letreros? -No, usted no Pero pudo haber dado la idea. Manuela lo neg rotundamente pero l le dijo que simplemente se iba a remitir a los hechos y que por favor le hiciera una lista de las personas que frecuentaron su biblioteca en el ltimo ao. -Qu tiene que ver mi biblioteca? reclam Manuela. l adujo que su biblioteca era famosa por contener cierto tipo de literatura de la que sin duda salan ideas para inspirar una subversin. Ella argument que su biblioteca tena todo tipo de libros y que no conoca de ninguno que fuera subversivo. Le invit a conocer la biblioteca y juzgarlo por sus propios ojos, pero l la interrumpi: -Lo que quiero sugerirle, seora, es que quiz usted debera ausentarse por un tiempo -Ausentarme?... Por qu? -Porque la van a investigar. -Pues que investiguen lo que quieran. Le recomend que no dejara entrar a nadie a la biblioteca y que de ser posible tomara unas vacaciones. Que se fuera a visitar a algn pariente fuera de la ciudad. Volvi a tomar asiento y aadi: -Voy a dar por terminada la sospecha respecto a usted, pero le pido que me haga caso. Desaparezca, doa Manuela. Ella se asust. De pronto pens que haba hecho algo muy malo pero no recordaba qu. -No voy a desparecer, -le asegur- yo no he hecho nada. -No es usted, sino su hermano. Todos los espaoles comentan que son los escritos de su hermano los que incitan a la subversin. No dijo ms. Ella se puso de pie, evidentemente molesta, y abandon la oficina. En el trayecto a su casa revivi las persecuciones a su hermano y se sobresalt. Al llegar a la esquina tuvo que detenerse para tomar aliento. Se sinti mareada y con ganas de vomitar. Tom aire y cruz la calle. Con las justas lleg a la puerta de la casa de su amiga Mara Mercedes, y toc. La encontraron desmayada. Apenas la levantaron se despert y dijo que quera vomitar. Le acercaron una escudilla y expuls una substancia de color morado. Mara Mercedes se asust y pregunt qu era eso, entonces Manuela se acord que se haba tragado la carta de su marido, y ambas soltaron una carcajada.
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-Menos mal que la expulsaste, -coment Mara Mercedes- pues sabido es que la tinta de los manuscritos se prepara con shanshi que es muy venenoso. Era cierto y Manuela lo saba. Ms de una vez haba preparado tinta ella misma, machacando unos frutos pequeitos conocidas como shanshi que crecan en abundantes matorrales en las quebradas y laderas del Pichincha. Sin embargo no era shanshi porque la carta haba sido escrita en Espaa, saba Dios con qu materiales. Mara Mercedes aconsej un vomitivo para que terminara de expulsar lo que quedaba, as que Manuela resignada ingiri un vaso de agua tibia con dos claras de huevo. No haba pasado un minuto cuando el remedio surti efecto y consigui que terminara de expulsar los resquicios de la tinta. La llev a la sala e hizo que se recostara sobre una cama que haba en el estrado. Manuela respir aliviada y le cont lo que haba sucedido. Tambin le habl de la carta en la que su marido le contaba que Espaa estaba de cabeza y con los franceses encima. A Mara Mercedes le pareci muy rara la actitud del doctor Joaqun de la Pea, y recalc varias veces que se estaba tomando atribuciones que no le correspondan, pero Manuela le record que el doctor Pea era espaol y por tanto poda hacer lo que le diera la gana. Mara Mercedes enfureci porque saba que era verdad. Bastaba ser espaol para envestirse de poder, dejando bien sentado que los espaoles eran superiores, y los americanos simples vasallos. Volvi a repetir que el doctor Pea era un metiche y que ya hablara ella con sus amistades para denunciar el asunto, aunque despus le dio en parte la razn al doctor Pea, porque le aconsej que se ausentara de la ciudad por un tiempo, e incluso puso a su disposicin su quinta de Pomasqui que pasaba la mayor parte del ao botada, pero Manuela no acept.

a seorita Asczubi que haba tenido la suerte de ver Zoraida en Madrid, invit a un agasajo en honor de su cuada Catalina Veintimilla, que acababa de llegar de Europa. Al agasajo concurrieron ms de cincuenta mujeres, entre las que se contaban varias integrantes de las cofradas ms importantes de la ciudad. Fueron recibidas en el patio central de la casa donde haban acomodado varias sillas y bancas que miraban hacia un silln grande, en el que tomaron asiento Catalina y la duea de casa. Apenas se sentaron, comenz la lluvia de preguntas. Durante ms de tres horas se tocaron todos los temas: moda, trajes, costumbres, comida, diversiones, teatro y por supuesto, poltica. Se horrorizaron al ratificar que Manuel Godoy era el amante de la reina Mara Luisa de Parma, y encima el amigo favorito del rey Carlos IV, el cornudo. Era una noticia que ya todas saban, pero queran orla de una boca fresca cuya duea hubiera prcticamentee vivido los hechos. Catalina Veintimilla se tom todo el tiempo para comentar los sucesos da tras da con tal elocuencia y dramatismo que conmovi
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a todas las presentes. A Josefina Tinajero, hija de Rosa Checa, se le escap hacer un comentario sobre Amrica libre, pero se produjo un silencio aterrador porque entre las presentes haba familias realistas. La duea de casa cambi el tema de conversacin y pregunt a su prima si haba tenido la oportunidad de ver Zoraida, a lo que ella respondi que la haba visto un par de veces, y que fue una obra que caus sensacin porque los trajes haban sido diseados por Francisco de Goya que era el ms grande pintor espaol del momento. De una carpeta roja de cuero de Marruecos extrajo varios papeles, entre ellos una estampa de Zoraida. Era la reproduccin de un dibujo de la protagonista de cuerpo entero, vestida con camisa y pantalones de seda ceidos al cuerpo, y acostada sobre un lecho cubierto de telas. La estampa pas de mano en mano y todas se quedaron boquiabiertas cuando vieron el traje. Josefina Tinajero volvi a comentar. Esta vez dijo que el traje le pareca precioso, pero la esposa de don Pedro Calisto que era regidor perpetuo de la ciudad y consumado realista, aleg que era transparente y que se vea todo, por lo que fue calificado de indecente. Josefina Tinajero iba a agregar algo ms pero su madre le hizo una sea para que guardara silencio. Catalina tom la estampa y pregunt con voz fuerte: -Y saben quin es esta mujer? Negaron todas con la cabeza, entonces ella exclam: -Josefina Tud! Cont que la participacin de una mujer en una obra de teatro era mal vista, y que Josefina Tud, adems, no era actriz. Sin embargo su crculo social estaba compuesto por artistas. Los mejores artistas de Espaa, con Francisco de Goya a la cabeza. Fue un acontecimiento conocer que Josefina Tud iba a actuar en Zoraida en el papel protagnico. Desde el estreno, la sala se haba llenado de tope a tope durante ms de dos aos, y an, pese a la inestabilidad poltica y los toques de queda, se segua presentando. Le preguntaron si haba visto a Josefina Tud personalmente, que cmo era, qu edad tena. Catalina se limito a mostrar la estampa. -Exactamente igual a como est aqu, -dijo. La seorita Asczubi anot que Josefina Tud era hurfana de padre y que su madre y sus hermanas haban vivido en la casa de Manuel Godoy y que como no tenan dinero para pagar la renta, entonces la madre haba entregado a Josefina al dueo de casa. -Pero es una mujer tan hermosa, -sigui- que Godoy la tom por amante -Por esposa es que deba tomarla! acot la seora Calisto. La seorita Asczubi explic que no pudo ser. Que quiz Godoy hubiera querido contraer matrimonio con ella, pero que la Reina Mara Luisa de Parma le oblig a casarse con la princesa Mara Teresa de Borbn. -Pero segua siendo amante de la reina Mara Luisa? pregunt alguien. -De la reina y de Tud, -respondi tajante Catalina. Soltaron una risotada. Luego Rosa Checa le pregunt a Catalina si la Tud haba hecho bien el papel de Zoraida, y Catalina contest que s. Que las dos veces que vio la obra no par de llorar, y que fueron los momentos de Josefina Tud los que ms impresionaron al pblico que no dej de aplaudir cada vez que Zoraida asomaba en escena.

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Para terminar el tema, Catalina cont que tanto le haba impresionado al rey Carlos IV la interpretacin de Josefina Tud, que le concedi los ttulos de condesa de Castillo Fiel y vizcondesa de Rocafuerte. Suspiraron profundamente y entonces alguien pregunt cundo tendran el enorme placer de ver Zoraida en Quito. Se miraron unas a otras hasta que todas las miradas recayeron sobre Rosa Checa. Ella se alz de hombros pero acto seguido se comprometi a visitar a Manuel Rodrguez para enterarse de todas las novedades. Al da siguiente fue a verlo a la casa que le haba prestado Juan de Larrea. Estuvo tocando la puerta largo rato hasta que Mara Caizares abri. Pregunt por Manuel Rodrguez pero l no estaba. Mara le cont que haba salido de la ciudad y que tardara varios das en regresar. Rosa quiso saber dnde haba ido pero ella no tena la menor idea. Para no quedarse en ascuas fue a visitar a Manuela Espejo. Estaba segura de que ella le podra dar razn del proceso de Zoraida, sin embargo por ms que toc la puerta nadie le abri.

eremas Anangon, nativo del Valle de la Muerte y esclavo en los caaverales de las misiones de Ibarra, fue vendido por los jesuitas mucho antes de que Carlos III los expulsara de Amrica. Lo compr el primer marqus de Selva Alegre por la altsima suma de setecientos pesos ya que era mozo, con la dentadura completa y de buena simiente. Le ense a leer y a escribir, y con el paso del tiempo lleg a ser su secretario personal. El negro Jeremas se encargaba diligentemente de la mayora de asuntos del marqus y entre sus mltiples talentos tena una caligrafa preciosa. Cuando el marqus muri, pas a ser posesin de su hijo Juan Po, a quien serva con la misma lealtad y eficacia que a su padre. Fue el negro Jeremas quien subrepticiamente visit a varias personas de la ciudad. Haba venido a caballo, lo cual era inusual dado que los negros no deban montar, pero tratndose del esclavo del marqus de Selva Alegre se lo haban consentido, adems de que saban que el marqus viva lejos de la ciudad y eso ameritaba el uso del caballo. Todas las visitas se realizaron entre las once y la una de la tarde, cuando las calles estaban vacas porque la gente estaba almorzando. Entre los visitados estuvieron Manuela Espejo y Manuel Rodrguez de Quiroga. El negro Jeremas no traa ningn papel escrito, sino un texto aprendido de memoria que deca as:

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A nombre de mi seor y amo Juan Po Montfar y Larrea Segundo Marqus de Selva Alegre os traigo el siguiente mensaje: que vuestra presencia ser invalorable y muy necesaria en la morada de mi marqus, el prximo viernes 16 de los corrientes y los das siguientes. Nadie se neg a la invitacin. Asisti cerca de una docena de personas entre las que se encontraban aristcratas y gente instruida. Manuela Espejo y Manuel Rodrguez viajaron juntos. Fueron en la carroza del excntrico Juan de Larrea que estaba de paso por Quito y tambin haba sido invitado. Con ellos fue adems el capitn Juan de Salinas. El viaje fue muy ameno y el tiempo pas rpido. Conversaron de varios temas y se alegraron mucho cuando se enteraron de que su viejo amigo Juan de Dios Morales asistira a la reunin. No lo vean haca tiempo ya que Morales tena orden de prisin por retaliaciones de las autoridades y deba mantenerse prfugo. El capitn Juan de Salinas era su contacto puesto que se conocan desde haca mucho. Eran amigos inseparables y cuando llegaban juntos a una reunin se deca que haba llegado el alma de la fiesta. Ambos eran muy elocuentes y divertidos. Mientras la especialidad del capitn Salinas consista en arrancar sonrisas con sus ocurrencias a los ms escpticos, la de Morales era ilustrar. No en vano se deca que siempre que se escuchaba a Juan de Dios Morales se aprenda algo nuevo. Amigo muy cercano del sabio Espejo y tambin de Manuela. Ni qu decir de Manuel Rodrguez, de quien haba sido profesor y con quien haba trabajado ms de una vez en jurisprudencia. Ambos haban sido sancionados y por eso el uno estaba prfugo y el otro sin trabajo, pero lo que ms les identificaba era el comn resentimiento hacia las autoridades espaolas que les impedan progresar. Juan de Dios Morales tambin estaba ansioso por verlos. Cuando por fin llegaron, los abraz a todos, uno por uno, y les rog que se pusieran al da porque quera conocer de sus vidas. El marqus sali a darles la bienvenida. Le acompaaba su hija Rosa que a pesar de su juventud haca las veces de anfitriona, ya que su madre haba fallecido hacia algunos aos. El marqus se alegr mucho de que fueran los primeros en llegar porque era con los que tena ms afinidad. Comparta sus ideas y sobre todo la instruccin necesaria para debatir los argumentos con buena retrica. Los condujo a la biblioteca. No tena tantos volmenes como la de Manuela Espejo, pero posea libros muy antiguos, muchos de ellos copias manuscritas de los clsicos griegos. Quiso entablar inmediatamente la charla pero Rosa adujo que los invitados estaban cansados, que el viaje haba sido largo y que por lo menos iba a mostrarles sus aposentos. El marqus se excus y consider que lo ms oportuno sera verles a la hora del almuerzo. Dej que Rosa les llevara a sus habitaciones mientras l se diriga a la cocina. Desde la muerte de su esposa se haba acostumbrado a hacerse cargo de la casa y de todos los asuntos concernientes a la vida cotidiana. Rosa le ayudaba, y Jeremas era un aporte incalculable, pero haba muchas actividades de las que se encargaba l mismo. Le gustaba recibir huspedes en su casa y ser el mejor de los anfitriones, aunque ello exigiese una organizacin minuciosa. Lo tena resuelto todo,
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desde los desayunos hasta las cenas de medianoche, los paseos a caballo, las expediciones a las tolas de Pntag que estaban llenas de tesoros indgenas o El Inga, donde era fcil encontrar una punta de flecha de obsidiana. Para las tertulias que se prolongaban hasta el amanecer, haba mandado a traer de su hacienda de Calacal, ms de una docena de vasijas repletas de aguardiente que llegaron de contrabando. Con ese aguardiente de caa, endulzado con raspadura, naranjilla y canela, fue que se fermentaron los nimos de la insurgencia.

uan de Dios Morales almorz mal porque no se dio tiempo para contestar la cantidad de preguntas que le hicieron. Queran saber qu haba sido de su vida desde que huy de Quito auxiliado por doa Mara Castaos, la viuda del barn de Carondelet. Durante la presidencia del barn de Carondelet, Juan de Dios Morales haba sido su secretario personal pero el cargo le haba durado poco porque el barn falleci en agosto de 1807. Como Juan de Dios haba sido muy allegado al barn y a su familia, la viuda lo protegi hasta el ltimo rato. Supuestamente fue ella quien habl con don Jacinto Bejarano para pedirle asilo en Guayaquil. Y as fue como Vicente Rocafuerte, sobrino de Bejarano, lo recibi en su hacienda Naranjito y lo mantuvo oculto. Ah haba permanecido la mayor parte del tiempo, debatiendo sus ideas con un grupo de jvenes guayaquileos que estaban dispuestos a apoyar la insurreccin. Manuel Rodrguez felicit el apoyo pero manifest su temor respecto a Pasto. Los pastusos siempre haban guardado cierta reticencia hacia los quiteos, o al menos esa era la impresin. Eran realistas hasta la mdula cuando no les convena serlo ya que ellos, en su calidad de comerciantes, eran los que ms perjudicados estaban por las alcabalas. Opinaron todos lo mismo y durante largo rato estuvieron argumentando sobre la particular forma de ser de los pastusos, hasta que Morales volvi a tomar la palabra. -Tengo algo importante que contarles, -exclam- y que puede aliviar su preocupacin, mi estimado Manuel Dijo que entre las tantas reuniones que haba mantenido en Naranjito, haba una que le haba llenado de contento. -Nario, -exclam- una reunin con Antonio Nario. Al igual que l, Nario estaba prfugo y su mayor ambicin era poder regresar a Sante Fe de Bogot, ya que se haba puesto precio a su cabeza. Le haba obsequiado un libro que Juan de Dios llevaba a todas partes. Se trataba de la traduccin del francs de la Declaracin de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que haba sido aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente de Fran-

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cia, en 1789 y publicada por Nario en Bogot, en 1793. Un verdadero tesoro por el que haba sido condenado a prisin. Confinado en Ceuta, logr escapar a los dos aos. Vivi en Paris donde conoci al sabio Humboldt y a un grupo de intrpidos jvenes dispuestos a aplicar las ideas de la revolucin francesa en Amrica, como Vicente Rocafuerte, el quiteo Carlos Montfar, hijo del marqus de Selva Alegre, y el caraqueo Simn Bolvar. Tambin estuvo en Londres, pregonando siempre el proyecto de independencia americana. De vuelta a Amrica, huyendo de las autoridades granadinas, viaj por el sur del continente buscando aliados. Estaba convencido de que la independencia deba ser un hecho conjunto y de ninguna manera aislado. Muchos aos antes, Nario y el sabio Espejo se haban conocido en Quito y el bogotano se haba admirado por los aires de rebelda que soplaban en la ciudad. En sus mltiples conversaciones sobre la independencia haban llegado a un acuerdo: la revolucin comenzara en Quito. Un entusiasta revuelo se desat entre los presentes. Ms tarde, cuando termin la sobremesa y estaban caminando por un oloroso jardn de magnolias, Juan de Dios mostr el libro del que haba hablado. En el interior haba un autgrafo de Antonio Nario que deca: A Juan de Dios Morales, esta traduccin, que ms que una Declaracin es un Manual para ser aplicado en Amrica con suma urgencia. Tambin cargaba otro libro. Uno pequeito de pasta morada que pareca haber sido forrado por manos femeninas. Se dirigi a Manuela y le dijo: -Esta obrita tambin me obsequi Nario y cuando la vi pens inmediatamente en usted. Se lo coment a Antonio y el me manifest que la recordaba con mucho cario. Se trataba de la Declaracin de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana escrito por Olympe de Gouges en 1791. Manuela no cupo de la emocin. Iba a decir algo pero Juan de Dios no la dej hablar. Abri el libro en la primera pgina y dijo: -Por favor, escuchen, -entonces ley- Hombre, cun capaz eres de ser justo? Es una mujer la que te hace la pregunta. Rosa aplaudi con entusiasmo y su padre, el marqus, la secund. Juan de Dios le entreg el libro a Manuela y aadi: -Ser un honor para m, y tambin para Nario, que usted lo posea. Por favor, acptelo. No se hizo de rogar. Estaba absolutamente emocionada, no solo por un regalo tan preciado sino porque provena de dos hombres que admiraba: Juan de Dios Morales y Antonio Nario. A las cuatro de la tarde llegaron los dems invitados: don Nicols de la Pea, su hijo Antonio, y el tercer mosquetero de la banda Morales-Salinas: Juan Pablo Arenas. Cuando Arenas divis a Morales, fue directamente a saludarlo. Se abrazaron largamente y Arenas le pregunt si su hermano lo haba tratado bien. Todos se quedaron en silencio y Morales no supo qu contestar. Desconocan que Juan Pablo Arenas tuviera un hermano, entonces l lo aclar: -Don Jacinto Bejarano es mi hermano. Hijo del primer matrimonio de mi madre. Luego se enteraron de que haba sido l, y no la viuda del barn de Carondelet, quien le haba conseguido el asilo en Naranjito, ya que su propietario, Vicente Rocafuerte, era su sobrino. Soltaron una carcajada porque as mismo eran siempre las relaciones familiares en la Audiencia de Quito: todos eran parientes, y si no lo saban lo descubran tarde o temprano. Por eso, Morales, en son de sorna, deca que la Historia de la Audiencia de Quito era ms bien un enorme rbol genea26

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lgico en el que entraban los mismos y los mismos. l no. Aunque haba vivido ms de quince aos en Quito, l era de otra parte. Haba nacido en un pueblo llamado Ro Negro, en el virreinato de Nueva Granada, y venido a Quito en 1790 como escribano del presidente Antonio Mon y Velarde. Deca que Quito era una red que lo haba atrapado porque las veces que intent mudar su residencia no pudo salir de la ciudad. Por fin lo logr cuando comenz su exilio, pero entonces el retorno a Quito se le volvi una obsesin. A pedido de los presentes, Juan de Dios Morales iba a dar lectura a la Declaracin de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, pero comenz a llover. Entraron inmediatamente y Rosa los condujo a la biblioteca. Mientras unos sirvientes prendan la chimenea, otros suban la enorme araa de ms de treinta velas que iluminaba el saln. Sobre una mesa aguardaban un montn de jarros con chocolate caliente y una fuente repleta de quesos amasados envueltos en hoja de atsera. Se acomodaron y entonces Juan de Dios reanud la lectura. El primer artculo de la Declaracin deca que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Juan de Dios dej de leer y repiti el primer artculo lentamente. -Nosotros no nacimos libres aadi- ni tenemos los mismos derechos que los espaoles. Manuel Rodrguez opin que no solo no tenan derechos, sino que el futuro les estaba vedado. Ningn criollo o mestizo tena oportunidad alguna de progresar porque los altos puestos solo podan ser ocupados por espaoles. Ni siquiera la aristocracia criolla tena prebendas. Tal era el caso en Quito, que desde la muerte del barn de Carondelet no se haba nombrado sucesor. La administracin de la provincia era un caos y todos saban que la burocracia espaola se haba enriquecido el ltimo ao como nunca antes en sus vidas. Don Nicols de la Pea, descendiente del sabio Pedro Vicente Maldonado, acot que saba de buena fuente que por fin se haba nombrado Presidente de la Audiencia de Quito y que el cargo haba recado sobre don Manuel Urris y Cavero, conde de Ruiz de Castilla. Haba investigado sobre l pero no fue mucho lo que consigui averiguar. Habl entonces el marqus de Selva Alegre y cont que haca un tiempo, en 1805 exactamente, estando de paso por el Cuzco, escuch que un teniente Ruiz de Castilla haba dado la orden de ahorcar pblicamente a los autores de una sublevacin. Guardaron silencio un rato porque el miedo se col entre las patas de las sillas. Don Nicols de la Pea agreg que el nuevo Presidente de la Audiencia deba haber llegado ya a Quito, pero que algo lo haba retardado en Guayaquil. Para cambiar los nimos, Manuela pidi a Juan de Dios que siguiera leyendo la Declaracin y todos volvieron a acomodarse para escucharlo. El segundo artculo enumeraba los derechos imprescriptibles del hombre y ratificaba que estos derechos eran primigenios, superiores a cualquier tipo de poder establecido, y aplicables en cualquier lugar y en cualquier poca. Estos derechos naturales eran: la libertad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia a la opresin. Le oan todos sin musitar palabra. Estaban abismados, admirados, gratificados. En cuatro puntos se haban descifrado sus anhelos ms ntimos, aquellos con los que se naca y a los que era imposible renunciar.

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aba dejado de llover y estaba completamente despejado. Desde la hacienda del marqus se vea el Antisana, el Cotopaxi y el Pasochoa copados de nieve. Entre ellos, como un arco triunfal, asomaba un esplendoroso arcoiris. Salieron a verlo porque el espectculo era muy bello. Cuando comenzaba a anochecer llegaron los ltimos invitados: don Nicasio Arteta y su sobrina Catalina Veintimilla. Don Nicasio bordeaba los ochenta aos, pero a pesar de su edad era muy vital. Lo acompaaba siempre su sobrina, que al igual que l haba optado por la soltera. Haca tres meses haban estado en Madrid y tenan muchas novedades que contar. Esperaron a que los criados sirvieran el agua de canela y naranjilla con aguardiente de Calacal y salieran de la habitacin para comenzar a hablar. Cuando Rosa cerr la puerta, le pidieron a don Nicasio que les contara lo que estaba pasando en Espaa, y entonces el anciano exclam: -Este es el fin! Se remont a los tiempos en que Manuel Godoy se convirti en la mano derecha del rey, y ms que eso, en quin realmente tomaba las decisiones. Por otro lado sus amoros con la reina. Los espaoles estaban hartos del asunto, as que ciertos miembros de la nobleza comenzaron a azuzar a Fernando, prncipe de Asturias, heredero de los reyes, para que tomara el poder. Como las tropas de Napolen Bonaparte ya haban entrado en Espaa, Godoy consider que haba que resguardar la seguridad de los monarcas as que los traslad a Aranjuez. El prncipe de Asturias aprovech lo que estaba ocurriendo, y respaldado por algunos aristcratas y el pueblo en suma, se tomaron el palacio de Aranjuez. Oblig a su padre a abdicar a su favor, a cambio de perdonar la vida de su favorito Godoy, a lo que el rey acept. -As que tenemos nuevo rey, -resumi don Nicasio. El nuevo rey se llamaba Fernando VII. Fue aclamado y vitoreado cuando entr en Madrid. La gente lo recibi como a un hroe porque pensaba que iba a poner fin a la invasin francesa que un da antes haba ocupado Madrid, as que le dieron todo su respaldo. Los reyes y Godoy salieron de Espaa rumbo a Bayona y fueron acogidos por Napolen Bonaparte que entr en negociaciones con Fernando VII. -Qu negociaciones? inquiri el marqus de Selva Alegre. -No lo s -respondi don Nicasio- porque para ese entonces ya habamos salido de Espaa. Juan de Dios Morales se preguntaba si las autoridades espaolas ya sabran de estos hechos, pero su inquietud se disip completamente cuando volvi a hablar el marqus: -No saben nada. Las autoridades espaolas de Quito siempre son las ltimas en enterarse de lo que pasa en Espaa.
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Y era verdad. Alguien mencion al conde Ruiz de Castilla, nuevo presidente de la Audiencia y antiguo verdugo de patriotas, a lo que don Nicasio lanz una carcajada. -Conozco muy bien al conde, -explic- y puedo asegurar que es una mansa oveja. Es noticia buena que sea el nuevo presidente de la Audiencia de Quito, porque es hombre de carcter conciliador. El marqus volvi a repetir lo que haba escuchado cuando estaba de paso por el Cuzco, a lo que don Nicasio asegur: -Yo tambin o del hecho, pero en defensa del conde he de decir que si ahorc insurrectos fue porque cumpla rdenes del virrey. Se consolaron al saber que el nuevo Presidente era asequible. -Siendo as, -opin el marqus- bien haramos en ganarnos su favor. Todos estuvieron de acuerdo. En un arranque de generosidad, Manuel Rodrguez prometi estrenar Zoraida en homenaje al nuevo Presidente de la Audiencia. -En todo caso, -opin Juan de Dios- la llegada del conde Ruiz de Castilla no debe entorpecer la insurreccin. Se miraron unos a otros. Don Nicasio pregunt: -Qu insurreccin? -La independencia americana contest Juan de Dios- que debe empezar ya. Don Nicasio se molest. Dijo que el asunto le pareca una tontera y que l no estaba de acuerdo con separarse de Espaa. Le recrimin al marqus que apoyara esas ideas libertinas que solo traeran desgracias. -Y sera usted el primero en perder su ttulo! aadi. -Ya no sera ms marqus de Selva de Alegre, sino Juan Po Montfar a secas. El marqus respondi que no le importaba, que Juan Po Montfar era su nombre y estaba orgulloso de l. Y que por ltimo, era verdad que perdera el ttulo, pero a cambio ganara cosas mejores. -Qu cosas? arremeti don Nicasio. El marqus se puso de pie y atraves lentamente la sala, pensativo. De pronto se detuvo frente a don Nicasio y habl: -Es ms de un tercio lo que pago por tributos. Si a esto sumamos otros impuestos, diezmos, gastos de hacienda y comercio, lo que queda es muy poco. Las haciendas pueden subsistir pero son mal negocio. Manuel Rodrguez tom la palabra y con las sobradas dotes de orador que tena improvis un emotivo discurso sobre la realidad del hombre americano. Un hombre que naca aparentemente libre, pero que era esclavo. Volvi a repetir lo mismo: -Los americanos no tenemos futuro. No lo tuvieron nuestros padres, no lo tenemos nosotros, y no lo tendrn nuestros hijos. Dijo que no quera que sus hijos sufrieran la castracin y la impotencia, que su mayor anhelo era que fueran libres en igualdad y derechos, y que si estaba en sus manos cambiar las cosas, pues l lo hara aunque se le fuera la vida en ello. Las palabras de Manuel despertaron la queja generalizada. Don Nicols de la Pea se refiri a la expulsin de los jesuitas de Amrica que haba marcado el comienzo de la terrible decadencia
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quitea. Con nostalgia recordaron los tiempos en los que Quito haba sido considerada la ciudad ms ilustrada del continente para en menos de cincuenta aos convertirse en la ms miserable de las colonias. La atroz decadencia abarcaba todos los campos, desde la produccin de manufacturas hasta la simple educacin de los naturales. A ninguno de los regentes espaoles le haba interesado el progreso de Quito, por eso mientras en otras audiencias se contaba con estupendas vas de comunicacin que crecan cada ao, en Quito a duras penas se poda conseguir una carreta. No faltaba el ingenio de la gente sino la provisin de materiales. Un clavo de hierro se haba vuelto un artculo de lujo y un tornillo era pieza intil ya que los destornilladores estaban contados. Manuela tambin hablo. Record las frustraciones de su marido y la terrible impotencia de su hermano al que vio morir vctima del odio de sus enemigos. -Ustedes saben lo que me ha tocado vivir, -dijo- y por eso mismo apoyo no solo la insurreccin sino una revolucin total en la que se cambien las leyes y los sistemas. Todos aplaudieron la intervencin de Manuela con excepcin de don Nicasio. Se senta incmodo as que se retir a descansar. Al da siguiente aleg que tena varios asuntos pendientes por resolver y que deba regresar urgentemente a Quito. Se despidi haciendo una venia y subi a la carreta. Su sobrina Catalina se excus por l. Dijo que le disculparan porque debido a su edad a veces tena arranques. -Es un poco difcil que entienda algunas cosas. Mi to pertenece al siglo pasado, en cuanto a mi -tomo aire y exclam convencida- siempre he sido rebelde Juan de Dios Morales se qued preocupado por la reaccin de don Nicasio. Quiz haba hablado demasiado y eso podra traerle problemas, pero Rosa disip su duda: -Ya oyeron a Catalina. Y por don Nicasio no deben preocuparse porque hace cuanto Catalina decide.

l asunto era el siguiente: una revolucin no la hacan cuatro pelagatos. Para que una revolucin tuviera xito se necesitaba el respaldo popular. Cuntos quiteos haba que apoyaran la independencia?... Qu opinaban la nobleza, los criollos, los mestizos y hasta los indios? Porque, dado el caso de que Quito se declarara libre y hubiera reprimenda, entonces quines iban a dar la cara y el cuerpo? Quines eran los que iban a defender a Quito con sus vidas?... Los indios? Estos fueron algunos de los temas que se trataron durante la tarde del sbado. Se propuso que los asistentes levantaran un registro para saber a ciencia cierta con quin se contaba. El marqus se ofreci a consultar entre la nobleza, de la que aseguraba el respaldo de la tercera parte. Manuel Rodrguez dio fe de que entre los jvenes tambin haba cierto fervor, y que incluso haba algunos grupos organizados que haban sido reprimidos.
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-Reprimidos, no, -asever Juan de Salinas- porque nunca se ha dado con ellos. Si se refiere a los autores de los letreros en las calles de Quito, nunca se encontr a los culpables. Iba Manuela a contar el incidente con los estudiantes que haban consultado su biblioteca, cuando se abri la puerta violentamente. Entr Rosa, asustada, y pidi disculpas. Dijo que haba ocurrido un inconveniente. Jeremas Anngono que vena detrs de ella, se dirigi a Manuela. -Lamento mucho la noticia que vengo a dar, seora Enmudecieron todos. Manuela se puso de pie y Jeremas habl. Cont que estando en Quito, al pasar por la casa de Manuela Espejo, descubri la puerta abierta y un guardia real junto a ella. Afuera haba una carreta repleta de libros que un par de indios iban llenando con otros que sacaban de la casa. Ese mismo momento el marqus orden a Jeremas Anangon que dispusiera una carreta para que llevara a Manuela a Quito. Manuel Rodrguez se ofreci a acompaarla pero ella se rehus. Le dijo que su presencia en ese momento y en ese lugar era de suma importancia, y que la insurreccin de Quito y de Amrica no poda detenerse. Se despidi de todos. Abraz larga y fuertemente a Juan de Dios y le augur que pronto se resolveran sus problemas y regresara a Quito. A las tres de la maana terminaron de conspirar. Haban fijado la fecha de la insurreccin para agosto, pero la pospusieron por la llegada del conde Ruiz de Castilla, nuevo Presidente de la Audiencia. Rosa acomod a Juan de Dios en la habitacin que haba estado ocupando Manuela. Cuando se iba a acostar descubri un libro bajo la almohada. Se trataba de La Araucana, el libro que Jos Meja Lequerica le haba mandado y que Manuela haba olvidado. Inmediatamente se le fue el sueo y a la luz de la vela se puso a leer. Recin a las seis de la maana termin la lectura. Pens que era un hermoso canto a la libertad, a la dignidad y a la vida, y que estaba cargado de patriotismo. Le pareci adems que el teatro era una forma efectiva de llegar al pblico con un mensaje y captar adeptos para la insurgencia.

Manuela le dio miedo entrar sola, as que Jeremas Anangon se ofreci a acompaarla. La puerta de la casa estaba abierta y la cerradura rota. Entr el negro primero y se cercior de que la casa estaba vaca. Luego ingres ella. Le temblaban las piernas por lo que tom asiento en una silla y observ. Todo estaba revuelto y con saa. Unas figurillas de porcelana que su padre haba comprado en la Baja California y que le haba regalado el da que cumpli quince aos, estaban rotas en el suelo. Jeremas entr al saln. -Han vaciado la biblioteca dijo- para qu querrn tanto libro? Con la fuerza que no tena, Manuela se puso de pie y se dirigi a la biblioteca. De los casi dos mil volmenes que tena, haban dejado menos de la mitad.

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Se desesper. Grit que era inconcebible y que solo haba un culpable: el doctor Joaqun de la Pea. Se puso el mantn y dijo que iba a verlo ese mismo instante, pero Jeremas le record que era tarde y que todo estaba cerrado. Le aconsej que era mejor pensar con la cabeza fra y que consultara el problema con sus amistades. As lo hizo. Despidi a Jeremas no sin antes llenarle de agradecimientos, y cuando estaba saliendo de la casa de pronto se acord de algo que la hizo volver a entrar. Fue directamente hacia el secreter y lo abri buscando los papeles de su hermano. Estaba vaco. Sinti que le faltaba el aire y se desmayaba, pero se sobrepuso. Respir profundamente un par de veces y se dirigi rpidamente a la casa de su amiga Mara Mercedes Tinajero. Precisamente esa tarde, Mara Mercedes y su cuada, Rosa Checa, se hallaban conversando sobre Zoraida. Rosa haba conseguido una donacin importante de las damas de la Cofrada de Nuestra Seora de las Angustias, consistente en ocho vestidos viejos de seda de la China que una costurera hbil poda reutilizar perfectamente, y una docena de cortinas de pao de esta tierra, en perfecto estado, salvo dos que estaban agujereadas por las polillas. Manuela entr al saln y se abrazaron fuertemente. Les cont lo que haba pasado y pidi consejo para no obrar con vehemencia. Las cuadas se miraron y contestaron a do: -El marqus de Solanda! No mandaron a un criado para saber si poda recibirlas sino que fueron las tres, personalmente. Como Rosa Checa era la mejor amiga de la marquesa de Solanda, las recibieron inmediatamente. El marqus enfureci cuando oy la historia de Manuela. Dijo que al doctor de la Pea se le haban subido los humos y que se haba tomado atribuciones que no le competan. Prometi que el lunes a primera hora ira a hablar con l para aclarar el asunto. La marquesa que no haba dicho una sola palabra, tosi un par de veces. El marqus regres a verla porque ya le conoca sus maas y entonces le inquiri con la mirada. Teresa puso su mano sobre la mano de Manuela y se la apret. -Qu haba entre las cosas que se llevaron? pregunt. Manuela iba a responder pero le gan el llanto. Mara Mercedes y Rosa fueron a ella y la consolaron. Se limpi las lgrimas y respondi: -Los papeles de mi hermanoSi llegan a leer esos papeles es ms que seguro que quieran ejecutarme La marquesa se puso de pie y camin por el saln. Dijo que no era un asunto fcil. Los que se haban llevado la biblioteca saban exactamente lo que buscaban. Si se tomaron la molestia de abrir el secreter y tomar los papeles del sabio Espejo, era porque precisamente era eso lo que queran. Le pareci que haba saa en el asunto y que el asalto no haba sido fortuito sino bien premeditado. Pregunt a Manuela si tena enemigos. Se acomod en la silla y lo pens. Haca muchos aos su hermano Eugenio haba tenido un serio problema con un grupo de gentes que juraron vengarse del sabio por unas supuestas calumnias. El asunto era el siguiente: una acaudalada dama riobambea, conocida como Mara Chiriboga y Villavicencio, tena amoros adulterinos con un tal Barreto. El sabio Espejo caricaturiz la situacin en unos escritos intitulados Cartas riobambenses, lo cual motiv la ira de la seora Chiriboga y de todos los aludidos en los textos. Cuando el sabio se enter de que la seora Chiriboga haba comenzado un
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juicio en su contra, no le dio ninguna importancia y hasta fue motivo de risa, sin embargo fue este pleito el que le vali al sabio la prisin y la muerte. No contenta con ello, la seora Chiriboga decidi ensuciar la memoria del sabio para que las futuras generaciones lo recordasen tergiversado. Como no pudo atentar contra su erudicin y sapiencia, se meti con su linaje. Consigui el testimonio de cerca de cincuenta personas que lo haban conocido en Riobamba y Quito, y podan dar fe de que Eugenio de Santa Cruz y Espejo descenda de un indio y una mulata. Entre estos alegatos, uno del padre Jos del Rosario, betlemita del antiguo hospital de la Misericordia, de ms de noventa aos y completamente ciego, que testific que el padre de Eugenio era un indio de Cajamarca que l haba trado a Quito haca muchos aos. Se llamaba Luis Bentez, pero le decan Chuzig, que significaba lechuza, y que no tena la menor idea de dnde habra salido el Santa Cruz y Espejo. Atestigu tambin que la madre de los Espejo era una mulata. -Sera una mujer estpida si me avergonzara de mis ancestros, -agreg Manuela- pero debo decir que el padre Rosario minti, y mintieron las cincuenta personas emparentadas con Mara Chiriboga que alegaron contra mi hermano. Dijo que no le importaba descender de indio o negro porque la calidad de las personas se meda por otras cosas. Aclar que no era cierto que su padre fuera indio, sino mestizo, con bastante sangre espaola, y que por eso mismo se dedicaba a varias profesiones. Que gracias a ello fue que pudo amasar la suficiente fortuna para dotar a sus hijos de la mejor educacin, que fue pagada y no gratuita, y que por eso mismo los amigos cercanos de sus hermanos haban sido condes y marqueses. Su madre tampoco era una botada. Doa Catalina Alds y Larraincar, descendiente de vascos por ambos lados, haba recibido una considerable herencia que consista en varias cuadras y tejares ubicados cerca de la recoleta de los padres mercedarios. Fue con esos dineros que se pag la vocacin de mdico de Eugenio, los estudios de Juan Pablo y se compraron muchos de los libros de la enorme biblioteca que tena el precio de varias haciendas, pero que era econmicamente improductiva. Tom un respiro y sonri: -Los libros son un psimo negocio. Todos soltaron una carcajada y se relajaron. La marquesa de Solanda acot que conoca muy bien a la riobambea Mara Chiriboga y Villavicencio y que por esas cosas de la vida resultaba ser una prima lejana. -En todas las familias hay ovejas negras, -musit. -Vive aqu, en Quito. Vino con su familia hace varios aos, porque no se pudo reponer de las prdidas del terremoto de Riobamba. La he visto un par de veces en el Carmen Bajo. Como voy a menudo por ah Aadi que conversara con las carmelitas para averiguar si Mara Chiriboga estaba detrs del asunto. Prometi investigar esa misma tarde. Cuando ya se iban, se acerc a Manuela y le ofreci su hacienda de Pomasqui para pasar unos das. -No quiero asustarla, -dijo- pero es mejor prevenir. Contra la fuerza bruta el mejor remedio es buscar un refugio seguro. Manuela agradeci y aadi que lo tendra en cuenta. Ni bien se haban ido, la marquesa sali de su casa, pero no se dirigi al monasterio del Carmen, sino a la casa de su amiga Mara Calisto, quien era realista hasta la mdula y saba todo lo que pasaba en la administracin del gobierno.
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La encontr en el patio. Estaba dando instrucciones a seis criadas cuando Teresa lleg. Aguard hasta que terminara de organizar todo y entonces le dijo: -Tengo que conversar contigo privadamente de un asunto muy serio. Se dirigieron al saln y entonces Teresa le cont lo que haba ocurrido. Le pregunt directamente si la seora Mara Chiriboga y Villavicencio tena algo que ver en el asunto, pero Mara Calisto no saba nada. Le prometi investigar y se despidieron. Al da siguiente, durante el almuerzo, un criado de los Calisto visit la casa del Marqus de Solanda para entregar una nota dirigida a doa Teresa Larrea que deca: Ya lo s todo. Teresa no pudo terminar de almorzar. Se excus frente a su marido y le dijo que el asunto era urgente. Sali a la carrera hacia la casa de Mara Calisto. En el comedor ya le tenan un puesto servido. Como la familia haba partido esa maana hacia la hacienda, solo estaban las dos en la casa y, por supuesto, algunas criadas. Mara Calisto orden servir todo al mismo tiempo y luego cerr la puerta del comedor. Se dirigi a la mesa y sirvi ella misma la comida. -S de buena fuente, -comenz- que Mara Chiriboga y Villavicencio pag una considerable suma al doctor Joaquin de la Pea, para que recaude los libros y papeles escritos que pertenecieron a Eugenio de Santa Cruz y Espejo. -Con qu fin? pregunt Teresa. -Dice que su misin es reunir toda la obra de Espejo para quemarla y que as no quede memoria de l. -Pero el doctor Pea no puede actuar as Se est tomando atribuciones que no le competen Mara Calisto respir profundo y le mir fijamente. -Es que hay algo que no te he dicho, -aadi. Le cont que Mara Chiriboga y Villavicencio haba presentado una solicitud a la Compaa de Temporalidades, pidiendo que se recaudaran los libros que haban pertenecido a los jesuitas antes del exilio, y que ahora estaban en manos particulares. Teresa no entendi bien, entonces ella se lo aclar. -Esta Mara Chiriboga ha presentado varios testimonios en los que se alega que la biblioteca de Eugenio Espejo se hizo con los libros de los jesuitas, ya que l fue su administrador cuando ellos fueron expulsados. Cuando Teresa se lo cont a Manuela, la noticia no le cay nada bien. Ella saba exactamente de dnde provena cada uno de los libros de su hermano y su marido. Coment que la seora Chiriboga estaba desquiciada y que su locura era muy peligrosa porque detrs de ella haba una fortuna enorme lista para auspiciar cualquier capricho. Consider por primera vez las invitaciones de sus amigas para pasar unos das fuera de Quito. El momento que estaba empacando tocaron a la puerta. Era su hermano Juan Pablo, a quien no vea haca mucho tiempo.

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ltimo ao. Se haba enterado de lo ocurrido por el mismo marqus de Selva Alegre, a cuya casa acudi a las pocas horas que Manuela haba partido. Le acompaaba el cura Riofro siempre con el ceo fruncido y el rictus haca abajo, pero que a pesar de su mal carcter era el mejor amigo de Juan Pablo. l mismo admita que el genio del cura era insoportable y que solo lo toleraba porque era un hombre muy instruido, inteligente y sobre todo de una inmensa calidad humana. Fue Juan de Larrea el que los trajo a Quito y quien les prest la carreta para regresar a Pntag. Se fueron tan rpido como llegaron. Apenas salieron de Quito, Juan Pablo le pregunt a Manuela: -Quin nos persigue ahora? Manuela suspir profundamente como si estuviera tomando fuerzas para desempolvar antiguos y desagradables recuerdos, y respondi: -La madamita Monteverde. Se produjo un aterrador silencio que se rompi a los pocos segundos con la carcajada de los hermanos. Como el cura Riofro quera enterarse de lo que ocurra, se lo contaron. -La madamita Monteverde, -comenz Juan Pablo- es el nombre que us mi hermano para referirse a Mara Chiriboga y Villavicencio en las Cartas riobambenses. Entre los dos hermanos reconstruyeron la historia de Ignacio Barreto, un hombre joven, guapo, robusto e impetuoso, con la personalidad suficiente para conquistar a cualquier mujer que se le pusiera delante. Desempe en Riobamba el cargo de cobrador de tributos reales pero desde que puso un pie en la Plaza Mayor comenzaron los problemas. Galante, seductor, poseedor de la ms descarada de las picardas, no respetaba edad ni condicin. Hbil cazador de fortunas no le interesaba poseerlas enteras sino ms bien disfrutar de sus favores. Por eso su especialidad eran las mujeres ricas y casadas, pero tambin bellas. Su primera vctima fue doa Micaela Cosso y Mancheno, sobrina nieta del sabio Pedro Vicente Maldonado. Veintitrs aos de edad y tres de matrimonio. Heredera de varias haciendas y muy hermosa, se haba casado con un desabrido con el que nunca pudo engendrar un hijo. Se qued prendada de Barreto apenas lo vio y cay rendida de amor cuando l le dirigi la palabra. A escondidas del marido se encontraron la primera vez en su hacienda de Licto, y luego en las dems haciendas, hasta que alguien fue con el chisme al marido y a los hermanos de Micaela. El marido ya lo presenta, pero no as ellos que montaron en clera. Adujeron que se estaba emporcando sus nobilsimos apellidos y pisoteando la memoria de sus ilustres antepasados. Los Cosso Mancheno que estaban emparentados con el marqus de Lises y el conde de Real Agrado, por un lado, y con varios caballeros de Santiago, por el otro, no iban a permitir tan ignominioso escndalo.
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o se refugiaron en la hacienda de la marquesa de Solanda sino que se dirigieron a Pntag, a la casa del prroco Jos Riofro, donde Juan Pablo haba permanecido hospedado el

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Secuestraron a la hermana y la encerraron en el convento de las conceptas, con la recomendacin expresa a las monjas de que reprendieran su conducta disoluta. Angustiado Barreto porque no la encontraba por ninguna parte, soborn a un criado de los Cosso para saber su paradero y cuando supo que estaba prisionera en el convento, organiz su rapto. Se visti de arriero y llev una vaca hasta las puertas del claustro. Dijo que era un donativo de los Cosso para que las monjas tomaran leche diariamente y cuando la portera le abri la puerta, se meti violentamente, sac un cuchillo y la amenaz. Aterrorizada lo condujo a la sala de Profundis donde Micaela Cosso estaba recibiendo una visita. Se trataba de su sobrina Mara Chiriboga y Villavicencio. Cuando Barreto la vio se qued pasmado: ambas tenan la misma edad, eran ricas y estaban casadas con hombres aburridos. Ambas eran muy parecidas, solo que la sobrina tena la fama de ser la mujer ms hermosa de Riobamba. No hubo rapto. Barreto vio a Mara Chiriboga y se olvid inmediatamente de Micaela Cosso. Estuvo observndola largo rato, luego solt a la portera y sali por donde haba venido. Aguard en las cercanas del monasterio y cuando Mara Chiriboga apareci, fue tras ella. La abord en una esquina y se present de la manera ms galante. Ella saba que l era el amante de su ta pero no pudo resistirse a sus encantos y cedi de la forma ms ligera. Se enamoraron tanto el uno del otro que perdieron el pudor y el recato. Ella se olvid de que estaba casada con don Ciro de Vida Torres, hijo de don Francisco de Vida Roldn, gran benefactor de la ciudad y a quien se recordaba por haber contribuido generosamente para la confeccin de la Custodia de Riobamba, con dineros propios y joyas que oblig a donar a su mujer. No tuvieron ninguna consideracin en mostrarse pblicamente en todos los sitios en los que Barreto cobraba los tributos, y as fue que ms pronto que tarde lleg la noticia a odos de Micaela Cosso. Le doli tanto la doble traicin de su amante y de su sobrina que decidi quitarse la vida. Se arroj del techo del convento y se rompi un montn de huesos, pero sigui con vida. Las criadas indgenas de las monjas se hicieron cargo de ella. Le doparon con agua de floripondio y cuando se durmi le reconstruyeron el cuerpo nuevamente. Le untaron pomadas de hierbas y tierras, y le envolvieron con largas tiras de tela de la misma manera que se forraba a una momia. Durante seis meses permaneci en ese estado, sin dejar un solo da de tomar el agita de floripondio que anestesiaba todo el cuerpo. Cuando le quitaron las vendas estaba sana y buena. Poda mover todos los miembros y caminar sin problema. Sin embargo ya no quiso salir nunca ms del convento Nada hubiera ocurrido y las cosas habran seguido sucediendo bajo la ms consuetudinaria hipocresa, de no haber sido porque el cobrador Barreto exigi el pago de unos impuestos que los curas de Riobamba haban dejado de desembolsar haca un buen tiempo. Los curas alegaron su parte, y como los nimos de Barreto subieron de tono, pues no les qued ms remedio que contratar un abogado. Buscaron el mejor y ms barato, y fue as como dieron con el doctor Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Meticuloso y ordenado como era, el sabio organiz todos los argumentos de su defensa. Si por un lado pretenda probar que los curas de Riobamba eran inocentes, por otro deba denigrar la honestidad del acusador, para que la acusacin careciera de prestigio. En el juicio entre Barreto y los curas de Riobamba salieron a luz las relaciones adulterinas que haba mantenido el acusador con Micaela Cosso y Mara Chiriboga, lo que fue la comidilla de la ciudad y extramuros por largo tiempo. Don Ciro de Vida era objeto de burla por donde pasaba. Nadie se atreva a contarle las infidelidades de su mujer, porque el hombre luca tan abatido que pareca que no poda
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soportar una mala noticia. Sin embargo, ese abatimiento era precisamente porque l lo saba todo. La gota que colm el vaso fue cuando sali a la luz un libelo que rod por toda Riobamba. Se trataba de nueve cartas llamadas Cartas riobambenses, en las que con estilo cmico una mujer contaba sus experiencias extra matrimoniales. Esta mujer se llamaba La Madamita Monteverde, que no era otra cosa que el sobrenombre de Mara Chiriboga y Villavicencio. Su autor no constaba en ningn lado, pero a leguas se saba que era Espejo. Los amigos cercanos de Ciro de Vida lo enfrentaron de una vez por todas y pusieron las cartas sobre la mesa. Le dijeron que no se poda permitir ms esa situacin y que deba anular su matrimonio, as que Ciro de Vida les hizo caso y le puso juicio a su mujer para obtener el divorcio. Doa Maria Chiriboga, sumida en el ms vergonzoso escndalo, se ensa contra Espejo. Confabul con sus amigos y entre todos decidieron que si doa Mara iba a poner juicio a Espejo, deba usar la misma estrategia que l haba usado, es decir, denigrarlo. -Y fue as como nos hizo indios! -exclam Juan Pablo en son de chiste, lo que desat la risa de Manuela. Al cura Riofro no le hizo ninguna gracia. Permaneca serio, adusto, pensando en algo. -Esa es una de las primeras cosas que tiene que acabar, -dijo por fin- la idea absurda de que hay seres humanos inferiores y superiores, solo por su origen o el color de la piel. Aadi que se haban cometido injusticias horrendas por causa de esas diferenciaciones. -Conozco a tantos espaoles que tienen el cerebro atrofiado, y por qu son superiores? Por ser blancos? Juan Pablo opin que la independencia no era solo para romper el yugo con Espaa, sino para que hubiera un cambio de ideas, leyes y costumbres. -Algo tan simple, -agreg Manuela- como aplicar los Derechos del Hombre y del Ciudadano. -S, -dijo el cura- pero en todos. Tambin en los indios. Les pareca absolutamente injusto y contra natura que se denigrara a una persona por el solo hecho de tener un antecesor indio o mulato. Como si esa no fuera la poblacin mayoritaria de Quito y de Amrica. No era simplemente un asunto de leyes. Detrs de esto haba un tinglado interpretado durante siglos por los mismos personajes que se repetan de generacin en generacin. A los quiteos les emocionaba la idea de la independencia desde la primera insurreccin, la de Las alcabalas, all por 1597. Soaban con ser libres, dueos y seores de su propia tierra, pero tambin vivan subyugados por los perfumes de la corte espaola y los linajes que se haban establecido en la Audiencia. Los quiteos no eran seres humanos sino nombres en un gigantesco rbol genealgico en el que todos eran parientes, excepto los miles de hijos expsitos, naturales o ilegtimos que resultaban mayora. A pesar de la lucidez del cura Riofro se notaba que haba resentimiento. Seguramente debido a un pasado oscuro del que nunca haca mencin. Termin de hablar refirindose a Eugenio Espejo, a quien le haban arrebatado sus mritos por provenir supuestamente de una mala raza. -Mala raza la de los reyes de Espaa, -exclam el cura exaltado- ah est Carlos IV, el idiota, y la putinga Mara Luisa. Soltaron una carcajada. Luego recordaron la Escuela de la Concordia con nostalgia. Una simple escuela que pretenda llenar en algo el vaco que haban dejado los jesuitas. Se intercambiaban e impartan conocimientos agrarios, fabriles y artsticos, con el nico fin de ser ms civilizados.
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Todo marchaba muy bien hasta que se corri la voz de que la Escuela de la Concordia era una escuela de conspiradores. Comenzaron las persecuciones, los interrogatorios, y la crcel. Guardaron silencio porque el ambiente se haba vuelto triste. Por alguna razn volvieron al tema de Mara Chiriboga. Juan Pablo cont que la susodicha haba jurado ante varios testigos que no descansara hasta ver arruinada la vida de Eugenio Espejo y su memoria, y ahora, casi diez aos ms tarde, se ensaaba contra la biblioteca, lo nico que quedaba del filsofo de la insurreccin quitea. Coment adems que doa Mara Chiriboga no era la nica enemiga del sabio Espejo. Tambin estaban un Vallejo, un Darquea y un Len, amigos de Barreto y la susodicha, que operaban en grupo, respaldados por el resentimiento comn hacia Espejo. -l tampoco era ningn santo, -aadi el cura Riofro con la franqueza de siempre- no podrn negar que su hermano tena un temperamento fuerte. Asintieron. Guardaron silencio durante un rato porque cada uno record al sabio a su manera. Manuela volvi a suspirar y exclam: -La angustia de la impotencia. La conozco demasiado bien. Me ha tocado vivirla dos veces. Dijo que la sensacin de ser algo y no ser nada le pareca terrible. Que lo haba experimentado primero en su hermano Eugenio y despus en su marido Jos Meja. Ambos geniales. Demasiado grandes para una ciudad que naci para ser gloriosa pero que a raz de la expulsin de los jesuitas se haba sumido en la ms atroz decadencia. Termin diciendo que Dios haba castigado a su hermano y a su marido hacindolos nacer en Quito. El cura Riofro solt una risita sarcstica y se acomod en el asiento. -La vida no es tan simple, mi estimada Manuela, -acot- ms bien yo creo que tanto su hermano como su marido deban nacer y vivir en Quito para cumplir una misin. -Qu misin? preguntaron los hermanos. -Su hermano ya est muerto, pero su pensamiento sigue vigente, no tengo que decrselo. Han pasado ms de diez aos de su muerte y an hay gentes que le temen, y otras que le tienen gran estima. Afirm que los efmeros movimientos insurgentes que existan en la Audiencia de Quito tenan detrs un pensador que se llamaba Eugenio Espejo, y que aunque estuviera muerto, sus ideas haban sobrevivido. En cuanto a Jos Meja Lequerica dijo que su misin no haba concluido todava, y que por algo sera que Dios lo haba mandado a Espaa. -Todos, -termin diciendo- tenemos una misin en la vida. De eso pueden estar seguros. -Y nuestra misin cul es? pregunt Manuela. El cura Riofro se tom su tiempo para responder. De una alforja con sus pertenencias personales sac una botella con aguardiente. La destap y le ofreci a Manuela. Bebieron todos. El trago era tan fuerte que calentaba inmediatamente el cuerpo. -Eugenio Espejo puso la lea y prendi el fuego, dijo el cura- as que nuestra misin es avivar la fogata.

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amino a Pntag pasaron por la hacienda de Chillo del marqus de Selva Alegre. Llegaron el preciso momento que el marqus se dispona a partir. Iba a Quito, dispuesto a arreglar varios asuntos pero cuando los vio demor la salida. Les rog que se quedaran en su hacienda hasta que l regresara. Les asegur que solo demorara un par de das ya que las diligencias en Quito eran mltiples, pero que deban sentirse como en casa propia. Los dej bajo la responsabilidad de su hija Rosa y se despidi. Juan de Dios Morales se alegr de verlos. -Por algo ser que debemos reunirnos, -dijo. Caminaron por el jardn. Manuela cont lo que haba sucedido con la biblioteca y Juan de Dios mont en clera. Manifest furibundo que vivan en el ms atroz despotismo y que cualquier miserable espaol se crea con autoridad para hacer lo que le vena en gana. Coincidieron en que los tiempos de la independencia americana haban llegado y que ellos haban sido escogidos para protagonizar la insurreccin. El cura Riofro era el ms entusiasta. De fcil verbo y de una suspicacia nica, se manifestaba abiertamente como un radical promotor de la independencia americana. Argumentaba que casi tres siglos de explotacin a las colonias haban sido ms que suficientes y que los espaoles haban usufructuado lo inimaginable. El oro americano, y sobre todo el oro quiteo, el que se llevaron del tesoro de Atahualpa y de las innumerables minas que se explotaron durante los primeros aos de colonia, haba enriquecido abundantemente las mseras arcas espaolas. Qu hicieron ms tarde con el dinero ya era otro asunto. Pedro, el hermano del marqus, visit la hacienda despus del almuerzo. Acababa de llegar de un largo viaje desde Loja. Se haba quedado una semana en Cuenca en donde fue testigo del alboroto que ocasion la difusin de varios pasquines con ideas sediciosas contra Espaa. Las autoridades estaban enardecidas y haban comenzado una verdadera cacera en la que cayeron varios sospechosos, pero los tuvieron que soltar luego de un tiempo porque un da, los verdaderos autores de los pasquines, empapelaron la ciudad con letreros alusivos a las autoridades. Se implant el toque de queda y la ms severa vigilancia. El hermano del marqus se entrevist con varios miembros de la nobleza cuencana y gente de dineros y llegaron a un sola conclusin: Cuenca tambin estaba harta, aunque haba un reducido sector, igual que en Quito, que era radicalmente realista. Durante la cena, Juan de Dios le confes a Manuela el hallazgo de un librito bajo la almohada de la cama que estaba ocupando. Le dijo que no haba resistido la tentacin y que esa misma noche lo haba ledo. Se trataba de una joya. Los dems quisieron conocerla, as que el resto de la noche no hicieron otra cosa que leer La Araucana y comentarla. Llegaron a una sola conclusin: qu pocos

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libros haba sobre Quito, y no era porque no hubiera quien escribiera, sino porque los espaoles se encargaban de destruirlos. Ah estaba de muestra la Historia del cacique Jacinto Collahuaso que fue decomisada e incinerada por algn comisario de la Inquisicin, y en cuyas cenizas se perdi el secreto ms ntimo de la identidad quitea.

e encontraron afuera del Palacio de Gobierno. El marqus de Selva Alegre lo estaba esperando desde temprano. Saludaron como viejos amigos y el regidor Fuentes Bustillos lo invit a pasar a Palacio. Entraron a su despacho pero antes de tomar asiento el marqus fue hacia la puerta y la cerr. -Disculpe, usted, -le dijo- pero el asunto que tengo que hablar es de suma importancia. El regente cambi la expresin de amable a preocupado y espero en silencio a que el marqus hablara. -Tengo noticias de muy buena fuente, -sigui el marqus- de que ya se ha nombrado Presidente de esta Audiencia. -Quin es? pregunt el regente. -Don Manuel Urries, conde de Ruiz de Castilla. El regidor afirm no conocerlo a lo que el marqus aadi que tena muy buenas referencias de l. Tambin le dijo que tena noticias de Espaa y que las cosas no estaban muy bien por ah. Que al parecer, haba nuevo rey. -Nuevo rey?... Quin? -Fernando VII, prncipe de Asturias, hijo de don Carlos IV. El regidor no tena la menor idea de aquello, as que se qued perplejo. Por un lado, sus ideales de ser Presidente de la Audiencia se haban disuelto al saber que ya se haba nombrado nuevo Presidente, y por otro se tranquilizaba, porque, aunque no lo admita, el cargo le quedaba grande. Para no quedarse callado aleg que l no poda hacer nada al respecto hasta que no llegara una comunicacin oficial, a lo que el marqus, mirndolo extraado, le aclar que no le estaba pidiendo que hiciera algo, sino que simplemente se lo comunicaba. -Es importante que lo sepa, -aadi- por lo que consider que era mi deber decrselo. As cuando le llegue el documento oficial, usted estar ya prevenido. El regidor admiti que el marqus tena razn y que se trataba de un buen amigo, aunque en alguna parte se esconda un resquicio de resentimiento, porque siempre eran los americanos los que se enteraban primero de las cosas que sucedan en Espaa. Cuando se estaban despidiendo, el marqus le pidi que le concediera un favor especial que tena que ver directamente con el doctor Juan de Dios

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Morales, perseguido del regidor. Quera que se le otorgase el indulto, y que cualquier error que el doctor Morales hubiera cometido, se le perdonase. Quiz era mucho pedir, pero considerando que el nuevo Presidente de la Audiencia llegara en poco, y tomando en cuenta que haba nuevo rey y por lo tanto se daran indultos Algo en la peticin del marqus toc el corazn del regente, porque como si fuera un juez profundamente misericordioso, perdon a Morales. Le asegur al marqus que no habra represalias y que Morales poda retornar a Quito cuando l quisiese. Antes de salir, el marqus le recomend que se preparase para recibir al nuevo Presidente y causar una buena impresin. El regidor volvi a agradecer y apenas el marqus sali del Palacio l corri donde los asesores para contarles la noticia. La segunda diligencia del marqus de Selva Alegre fue visitar al doctor Joaqun de la Pea en la Compaa de Temporalidades. Le llam la atencin que no era el nico que quera hablar con l, sino tambin el marqus de Solanda que aguardaba en el corredor. Saludaron afectuosamente y en menos de un minuto se dieron cuenta de que estaban ah por la misma razn: abogar por la biblioteca de Manuela Espejo. Cuando hicieron pasar al marqus de Solanda, que haba llegado primero, decidieron entrar juntos. El doctor de la Pea se puso inmediatamente de pie y fue a recibirlos. Estaba nervioso y le sudaban las manos. Les invit a sentarse y les pregunt a qu se deba el honor de su visita. Los marqueses fueron al grano. Primero habl el marqus de Solanda y dijo que haba llegado a sus odos que se haba violado la propiedad privada y que eso era inadmisible y que la Compaa de Temporalidades, bajo su direccin, se estaba tomando atributos que no le competan. Luego habl el marqus de Selva Alegre y recalc que no era de justos ni caballeros andar persiguiendo a una mujer sola, por el simple hecho de ser la hermana del ms grande pensador que haba tenido Quito y que ya estaba muerto haca ms de una dcada. El doctor de la Pea esper a que terminaran de hablar y entonces mostr la peticin legal en la que se aseguraba que los libros de la biblioteca de Eugenio Espejo haban sido sustrados de la antigua biblioteca de los jesuitas. El marqus de Solanda, que ya saba del asunto, adujo que era muy fcil comprobarlo ya que los libros de la biblioteca de los jesuitas tenan sello. -En eso estamos, -agreg el doctor de la Pea. El marqus de Selva Alegre volvi a insistir sobre la integridad de Manuela y pidi que se dejara de perseguirla. El doctor trat de alegar algo pero el marqus no le dej hablar. Le dijo que los tiempos estaban cambiando y que el nuevo Presidente de la Audiencia no tardara en llegar. Habl con tanta familiaridad del conde Ruiz de Castilla que el doctor Pea pens que eran grandes amigos, as que consider que lo mejor era devolver los libros y olvidarse del asunto. Prometi que no volvera a interferir en la vida de doa Manuela Espejo y que esperaba de los marqueses que lo recomendaran al nuevo Presidente en los mejores trminos, ya que l siempre cumpla su deber, pero eso s, sin jams alterar la paz.

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a puesta en escena de Zoraida era impostergable pese a que tuvo algunos problemas desde el comienzo. Cuando Manuel Rodrguez hizo correr la voz de que estaba buscando una seorita aficionada al teatro que quisiera interpretar el personaje de Zoraida, no saba que aquello iba a ocasionar el resentimiento de las dos mujeres que estaban ms cerca de l: Manuela Caizares y Rosa Checa. Manuela porque haba prestado seiscientos pesos para los decorados del teatro y Rosa porque obtuvo varias donaciones de las damas de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias. Ambas, desde que el proyecto se haba iniciado, tenan en mente una sola idea que se haba vuelto obsesin: interpretar a Zoraida. No conocan nada de teatro ni jams se haban posado sobre un escenario, pero saban que podan y eso bastaba. Coincidieron en el reclamo una tarde que Manuel protestaba porque el tiempo se le vena encima y an no haba nada. Cada una a su manera, manifestaron su resentimiento. Don Manuel las mir asombrado porque no sospechaba del asunto y luego solt una carcajada. -Por Dios! dijo- no han ledo Zoraida? Ambas juraron que se la saban de memoria. Entonces l respondi: -Pues me llama la atencin, porque cualquiera se da cuenta de que Zoraida tiene veinte aos. No dijo ms. Las dos se miraron perplejas. No solo les haba dicho tontas sino adems viejas. Se sintieron tan avergonzadas que no volvieron a reclamar y a partir de entonces colaboraron de lleno en la puesta en escena. Fue la misma Rosa Checa la que llev a su hija Josefina para que Manuel la conociera. Apenas la vio perdi la cabeza. Le hizo la prueba de voz y sali sin problemas. Para el vestuario de Zoraida, Catalina Veintimilla prest la estampa en la que estaba la reproduccin del dibujo de Francisco de Goya, y cuya modelo era Josefina Tud. -Es una coincidencia que ambas se llamen Josefina, -coment Rosa. Como tambin era una coincidencia que sus apellidos comenzaran con la letra T. La una Tud y la otra Tinajero. A partir del comentario de Rosa, su hija se qued con el sobrenombre de Josefina Tud.

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osefina Tud, la quitea, tena fama de ser malhablada. Su madre se haba esmerado en su educacin, pero Josefina tena una personalidad tan extrovertida que era imposible controlarla. Sus familiares y amigos le pasaban todo por alto, como si la estuvieran consintiendo por ser la vctima de una situacin injusta: a la edad de trece aos, su padre, para perpetuar una herencia, y en contubernio con un obispo, haba casado a su hija con un hermano menor. l le llevaba dieciocho aos, y no congeniaban para nada. Mientras el marido pasaba largas temporadas en la hacienda, ella viva en Quito, en la casa de sus padres, y se pasaba jugando a las muecas. En esa situacin haban transcurrido varios aos sin que jams tuvieran vida de casados aunque ms de una vez el marido le haba hecho proposiciones a las que ella siempre se neg rotundamente. Las Caizares pusieron el grito en el cielo. Manuela asegur que se haban roto todos los derechos, y que casar a una nia de trece aos sin su consentimiento, y con un to, era infame. Su madre, Rosa Checa, no haba podido hacer nada. Alegaba que los Tinajero eran una familia cerrada, anticuada y difcil, en la que solo contaba la voz de los varones. Las mujeres no valan, por lo que cuando ella se opuso al matrimonio de su hija, no fue tomada en cuenta. Era joven y sumisa, as que se dej mangonear por el marido. Casaron a la hija de trece aos con un to de treinta y uno, interesado solo en las vacas y la vida de hacienda. La relacin entre Rosa Checa y su marido tambin era fra. Nunca le perdon lo que haba hecho, y cuando l estaba presente, ella era un tmpano de hielo. A pesar de seguir casados haban hecho vidas separadas. Para ella haba quedado la casa de la ciudad, con su hija Josefina, y para ellos las haciendas. Por la noche, cuando Manuel Rodrguez se qued solo con las Caizares, Manuela le cont la historia de Josefina y le recalc que el mayor deseo de la joven era anular el matrimonio que le ataba al to. Le consult sobre el caso y Manuel opin que era de fcil apelacin. Le hubiera gustado a l atender el asunto personalmente, pero el castigo que le haban dado las autoridades segua vigente. Recomend a algunos ilustres abogados aunque luego se retract porque consider que la influencia y el dinero de los Tinajero eran muy grandes. Al cabo de dos das completaron el elenco de Zoraida. Para el papel de Abenamet, el protagonista, fue escogido el joven Nicols Vlez que estudiaba para abogado aunque su verdadero anhelo era seguir la carrera militar. Su madre se haba opuesto terminantemente y le haba obligado a ingresar a la universidad, pero a pesar de que no era mal estudiante, estaba completamente desubicado. Los dems papeles los desempearon otros estudiantes y para Zulema, la amiga de Zoraida, se escogi a Isabel Bou, una jovencita de diecisis aos que fue recomendada expresamente por la marquesa de Solanda, ya que sus padres eran los conocidos catedrticos Bou que se encargaban de dictar clases particulares a la mayora de familias nobles de la sociedad quitea.
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Juan de Dios Morales y Manuela Espejo entraron juntos a Quito. Se dirigieron directamente a la casa-teatro de Manuel Rodrguez. Queran darle la noticia de que el marqus haba hablado con el regente y ya no haba culpa sobre Morales. Lo encontraron en el escenario, trepado en una escalera, terminando de poner el teln de fondo. Se emocion tanto al verlos que sin querer pate la escalera, quedndose colgado del teln que haba acabado de poner y que en menos de un instante se vino al suelo. Fue tanto el alboroto que todos los que estaban en la casa dejaron sus actividades y corrieron a verlo. Afortunadamente Manuel no sufri ninguna herida pero perdi el trabajo de un da entero. Despus del susto todos rememoraron la escena en medio de carcajadas, y cuando Manuel se recompuso hizo las presentaciones. Fue la primera vez que Juan de Dios Morales conoci a Josefina Tinajero. l estaba encantado y no dejaba de mirarla. Elogi su belleza y ella se sonroj. Manuela Caizares esboz una leve sonrisa porque inmediatamente se dio cuenta de que el travieso nio Eros haba disparado sus saetas en el escenario.

uando el rector de la universidad de Santo Toms se enter de que ya haba nuevo presidente de la Audiencia, decidi botar la casa por la ventana. Para los decorados de Catn quiso contratar los servicios del gran artista Luis Corts, pero este se disculp por estar muy ocupado. Recomend a sus hijos, Antonio y Nicols, que eran hbiles como l y que lo que no tenan por educacin lo tenan por herencia. Le coment a Manuel que le hubiera gustado tener un repertorio ms nutrido, dado que la bienvenida al nuevo presidente de la Audiencia durara algunos das. Sugiri el montaje de otra obra pero Manuel se neg por falta de tiempo. Discutieron porque el rector crea que poner en escena una obra era cuestin de desearlo para tenerlo. Cuando por fin entendi que no era posible, le fueron a buscar porque alguien que le esperaba en la rectora quera hablar con el. Sali perturbado y molesto por no haber podido arreglar el asunto, pero apenas lleg a la rectora y descubri a Juan de Dios Morales, se le fueron las penas. Se emocion de verlo porque no en vano Juan de Dios Morales haba sido uno de los mejores profesores de la universidad. -No me diga que ya no pesan culpas ni resentimientos sobre usted, -le dijo antes de darle un abrazo. Juan de Dios le confirm que ya no haba orden de prisin sobre l y que estaba buscando trabajo. Antes de que terminara de hablar, el rector le dijo: -Todas las plazas estn ocupadas, pero no se preocupe porque no pienso dejarlo ir. Se me ocurre algo
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Sonri ilusionado y aadi: -Debe haberse enterado ya de que tenemos nuevo presidente en la Audiencia. -S, algo o, -agreg Morales. -Cuando el nuevo presidente llegue, debe llevarse una excelente impresin de Quito. El rector rememor los tiempos en que Quito era conocida como La bicfala, o Monstruo de dos cabezas, debido a que tena dos universidades, y posteriormente tres, cuando haba audiencias, e incluso virreinatos, que no tenan ni una sola. Todos los grandes sabios y cientficos que haban pasado por Quito se haban asombrado con la erudicin de los quiteos, el enorme culto que se renda a las artes y a la literatura, y sobre todo con la existencia de ms bibliotecas que en ninguna otra parte de Amrica. La Condamine y los sabios de la Misin Geodsica Francesa, Humboldt, Caldas, Mutis, Nario, tuvieron siempre una frase para admirar la cultura quitea. Record todas las veces que haba visto la posesin de nuevo presidente de la Audiencia, y las celebraciones que se haban llevado a cabo. Mucha msica, mucho teatro, y fiestas con luminarias en todos los barrios. Se vea la alegra de los quiteos, pero tambin su cultura e instruccin. Se notaba que los quiteos gustaban mucho de las artes, lo que probaba que eran bastante civilizados. Antes de que Juan de Dios Morales pudiera abrir la boca, el rector le propuso que se hiciera cargo, a la par de Manuel Rodrguez, de la puesta en escena de otra obra de teatro. Sugiri algunos cantos de La clera de Aquiles, pero Juan de Dios Morales exclam: -Esto es increble. Me creera usted si le digo que tengo ya la obra perfecta y que mi nica ambicin es ponerla en escena? Le habl apasionadamente de La Araucana. Una coleccin de treinta y siete cantos en escenario americano, cuyos personajes eran los indios mapuches de la gobernacin de Chile. Haba sido escrita siglos atrs, por el espaol Alonso de Ercilla, y era considerada una pieza rara de la bibliografa espaola, y ms en Quito, donde a pesar de las numerosas bibliotecas, no haba un solo ejemplar de ella. No pudo dejar de pensar que cuando Jos Meja le envi el libro a Manuela Espejo, saba exactamente por qu lo haca. Efectivamente, La Araucana era una flor extica. Al rector le gust la idea por lo que acept la propuesta de Juan de Dios Morales. Comenzaron esa misma tarde. En menos de dos horas se form el elenco. Juan de Dios Morales pens contar con cinco actores, pero se presentaron veinte estudiantes. Les hizo pruebas de voz y aprobaron todos. Estaban animosos y dispuestos a poner lo mejor de s, por lo que la puesta en escena de los treinta y siete cantos de La Araucana se hicieron a veinte voces. Trabajaron arduamente doce horas diarias y al cabo de una semana, el rector acudi a uno de los ensayos acompaado de los hermanos Corts. A pesar de las interrupciones y de que los actores estaban nerviosos, la representacin conmovi a los espectadores. El rector no caba de gozo y los hermanos Corts se emocionaron tanto que decidieron colaborar gratuitamente en el decorado de La Araucana.

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ue Mara Caizares quien confeccion el traje de Zoraida, inspirado en el boceto que Francisco de Goya haba hecho para Josefina Tud. Para los pantalones de seda se emple un vestido de Manuela de autntica seda de la China. Lo conservaba desde haca muchos aos porque consideraba que la tela era un prodigio al no ocasionar arrugas. Se lo haba obsequiado su madre el da que cumpli veinte aos, y obviamente ya no le entraba. Cuando le estaban tomando las medidas a Josefina Tinajero, Manuela se percat de que la actriz tena el vientre ligeramente abultado. Inmediatamente se le cruz la idea por la cabeza, as que pregunt: -No estars encinta, Josefina? No obtuvo respuesta. La actriz se qued pensando un buen rato y luego aadi: -Hace un par de meses tuvimos relaciones por primera vez Cont que el padre y el marido haban regresado de la hacienda cargados de vveres y dinero. Las cosechas haban resultado mejores que nunca y se haban vendido a estupendos precios, pero el escndalo que metieron cuando llegaron no era debido a ello, sino a que traan una docena de barriles repletos de vino. A escondidas de las autoridades haban sembrado un modesto viedo que con el tiempo haba dado sus frutos. Las vides de cepas tradas subrepticiamente de los mejores viedos andaluces, tardaron algn tiempo en aclimatarse, pero lo consiguieron. Debido a la prohibicin rotunda de que se produjera vino en la Audiencia, mantuvieron el asunto en secreto, pero el pacto dur hasta que probaron el vino del primer barril, aejado ms de un ao, porque luego se reg la voz de que los hermanos Tinajero fabricaban el mejor vino de uva del virreinato, y ellos, abnegadamente tuvieron que sacrificar su viedo y destruirlo, so pena de ir a prisin. Mientras duraron los barriles de vino hubo fiesta en la casa de los Tinajero. Bebieron todos. Tambin Rosa Checa y su hija Josefina, fascinadas por el sabor del fermento americano de la uva, y fue ese mismo fermento el que concili por una noche a Josefina Tinajero y su marido. -Y aqu est el fruto, -aadi Manuela. A pesar de ello, a pesar de que estaba embarazada de un hombre con el que no tena ninguna afinidad, estaba ilusionada con tener el hijo. -Pero ahora ser ms difcil la separacin, -volvi a argumentar Manuela. Josefina asinti. Saba que Manuela tena razn y que seguramente su destino era estar atada de por vida a un hombre que no amaba. Un hijo le hara ms llevadera la vida, aunque si naca varn, el marido se lo llevara a la hacienda para que se hiciera hombre, y lo alejara de su lado. Por insistencia de Manuel Rodrguez, Josefina Tinajero fue a visitar a Juan de Dios Morales, acompaada de Manuela Caizares. l se sorprendi al ver a Josefina pero no as cuando escuch su caso. Quito era una ciudad pequea y los chismes corran ms rpido que el agua. Le pareci que su caso era fcil de llevar y que tendra final satisfactorio, pero Manuela Caizares lo interrumpi:

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-Hay un detalle que Josefina an no le ha contado. No balbuce al decirlo. No tena vergenza ni tampoco estaba arrepentida. Le dijo sin ms que estaba embarazada del hombre del que pretenda divorciase. Juan de Dios la dej hablar. Le pareci que su posicin era sincera pero que desgraciadamente pesara en el asunto. De todos modos haba que probar. Argument que en el mundo de las leyes, todo era posible, y que lo peor que poda pasar era que no se hiciera nada, as que tom el caso.

odo Quito se enter de que haba nuevo presidente en la Audiencia y que deba haber llegado haca un mes, pero que una enfermedad lo haba retenido en Guayaquil. Tambin se enteraron de que el Conde Ruiz de Castilla era un anciano achacoso que crea sufrir todos los males existentes y que quienes llevaban realmente los asuntos administrativos eran su corte de secretarios. Fue el mismo regente Fuentes Bustillo donde el alcalde de la ciudad para pedirle que se hiciera cargo del recibimiento, tal cual era costumbre del cabildo. Inmediatamente se convoc a los miembros de la nobleza para darles la nueva, pero ya todos conocan la noticia. Incluso algunos de ellos se haban organizado para las corridas. De las haciendas de los marquesados de Maenza y Solanda se traeran los mejores toretes criados para el propsito. Se deleg al capitn Juan de Salinas como encargado de las corridas, y por una diligencia oportuna de Manuel Rodrguez, se financi lo que faltaba de la puesta en escena de Zoraida. Igual justicia se hizo con Catn y La Araucana, y como los hermanos Corts no pudieron darse abasto, se contrat al artista Manuel de Samaniego para los principales escenarios al aire libre.

on Pedro de Alcntara Darquea, hacendado de Ambato e hijo primognito de don Bernardo Darquea, quien iba a ser el constructor de la nueva Riobamba luego del terremoto de 1797, pero cuyas buenas intenciones no se llevaron a cabo, se present en la casa del marqus de Solanda. Lo recibieron en el saln. El marqus haba tenido mucha amistad con don Bernardo y

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se entristeci cuando supo que acababa de fallecer en Guayaquil haca unos meses. La visita de su hijo Pedro obedeca a que una vez abierto el testamento de su padre y habiendo recibido una cuantiosa biblioteca como herencia, descubri entre los libros varias traducciones del francs que pens eran de Pablo de Olavide, pero que luego reconoci por la caligrafa que eran de don Bernardo. Refiri con pena las veces que su padre haba sido castigado por el Santo Oficio por dedicarse a la traduccin de libros sediciosos y hasta obscenos. En Madrid, aos atrs, haba sido obligado a salir a las calles con traje de penitente con sambenito, pero ni por esas haba dejado de lado su pasatiempo. Con Olavide eran considerados los mejores traductores de los escritores franceses y gracias a ellos fue que la literatura gala pudo difundirse por Espaa y Amrica. De un antiguo maletn de baqueta de minuciosa manufactura, y que seguramente haba pertenecido a su padre, extrajo dos legajos y se los entreg a la marquesa de Solanda. En las cartulas, con letra de fina pluma y hermosa caligrafa, deca: Andrmaca de Jean Racine, en la una, y Lina de Antoine Lemierre, en la otra. -Yo no soy hombre de letras, -dijo- y en mi poder los libros se vuelven un desperdicio. Ocupan mucho sitio en la casa y siempre estn llenos de polvo por ms que se limpian. En cambio elogi los gustos del marqus y especialmente de la marquesa que era conocida por su inters en la literatura. Destac los dos estantes repletos de libros que estaban a la entrada del saln y que demostraban que aquella era una casa de buenos lectores. De buena gana acept Teresa el regal y apenas don Pedro sali de la casa ella se puso a leer Andrmaca. Conocedora de que el cabildo estaba financiando los festejos a manos llenas, convenci a las damas de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias para poner en escena una obra. Les pareci magnfica su idea ya que se haban quedado un poco desilusionadas con Zoraida, en la que ni siquiera se las haba tomado en cuenta. Leyeron la obra y les pareci preciosa. Alguien opin que Andrmaca no era una obra para mujeres, porque trataba sobre la guerra, con lo que se desat una larga controversia. La marquesa de Solanda asegur que las mujeres eran pieza importantsima en la guerra, y que una guerra sin mujeres era una guerra perdida. Mientras los hombres se daban de disparos, en el campamento ellas se encargaban de la comida. Eran ellas las que curaban las heridas y enterraban a los muertos. Ellas las cronistas orales y mensajeras que daban parte de lo ocurrido en batalla con el mnimo detalle. Estuvieron todas de acuerdo y la mujer del alcalde, que era secretaria perpetua de la cofrada, asegur que cualquiera que fuera el monto del presupuesto de Andrmaca, se lo sacara a su marido. Preguntaron quin se encargara de la puesta en escena y entonces Rosa Checa sugiri el nombre del doctor Juan de Dios Morales quien se hallaba residiendo nuevamente en la ciudad, debido a que se lo haba indultado. Les gust la idea. La marquesa entreg a Rosa los dos manuscritos para que se los diera a Morales. Sin necesidad de hacer averiguacin alguna, Rosa se enter de que Morales estaba hospedado en la casa de Manuela Espejo, as que all fue a verlo Se alarm al encontrar a su hija Josefina dentro, acompaada de Manuela Caizares. Josefina le pidi perdn por no habrselo dicho, pero la consulta al doctor Morales haba sido un acto precipitado. Adems No saba de qu lado estaba su madre.
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-Estoy de tu lado, hija, -exclam ella- faltaba ms! Aprovech para expresar un resentimiento que tena guardado desde hace tiempo y que haba crecido tanto que a veces le impeda respirar con normalidad. Ratific una y diez veces que estaba del lado de su hija, en las buenas y en las malas, porque la vida que haba llevado no haba sido dichosa. Le asegur que an estaba joven y tena la vida por delante para comenzar de nuevo y encontrar la felicidad. Entonces ambas se abrazaron y todos los que estaban presentes, con excepcin de Juan de Dios, se pusieron a llorar. Despus Rosa se enter de que iba a ser abuela, y eso fue mucho ms conmovedor. Hablaron tambin de Andrmaca y del inters que tenan las damas de la cofrada en hacer teatro. A Juan de Dios le gust la idea. Conoca Andrmaca y hasta se jact de haber ledo un ejemplar traducido por Pablo de Olavide. Quedaron en reunirse al da siguiente para comenzar las lecturas, los ensayos, y todo lo que concerna a la puesta en escena. Antes de irse, Rosa le entreg a Juan de Dios los dos manuscritos traducidos por Bernardo Darquea. l se emocion cuando hoje Andrmaca, pero mucho ms cuando descubri Lina de Lemierre. Conoca a su autor por una obra, tambin traducida por Olavide, llamada Guillermo Tell, que haba hecho roncha en Quito. En realidad muy pocos leyeron la versin de Lemiere, sin embargo la leyenda de Guillermo Tell se hizo parte del anecdotario quiteo debido a que un joven quiso imitar al hroe y coloc una manzana sobre la cabeza de su hermano menor. Dispar una flecha con la intencin de acertar en la manzana, pero fall y mat al hermano. Ms all de la ancdota, estaba el mensaje de la obra: un hombre de un pueblo oprimido y humillado, que se levantaba heroicamente, sin perder jams su dignidad, y derrotaba al opresor. Este haba sido el mito que impuls el levantamiento de varios pueblos europeos en busca de su independencia. Le pareci que Antoine Lemierre era un autor comprometido con la libertad y los derechos fundamentales del hombre, as que dej a un lado Andrmaca, y se entreg de lleno a la lectura de Lina.

l joven Nicols Vlez que haca el papel de Abenamet en la obra Zoraida fue retado severamente por Manuel Rodrguez debido a que siempre llegaba tarde a los ensayos. Le pregunt el maestro el motivo de sus retrasos pero el joven, sin dar importancia al asunto, respondi que estaba ocupado en asuntos familiares. Se preocup Manuel y despus del ensayo le pidi que se quedase a conversar, pero Nicols adujo que no tena tiempo y que ya haba adquirido otros compromisos. Antes de que Manuel pudiera decir nada, el joven sali del teatro a la carrera. Por la noche, Manuel le coment el asunto a Manuela Caizares, a lo que ella asegur que el joven Vlez menta, ya que nada fuera de lo comn estaba sucediendo en su casa. Haba estado esa misma tarde cobrando un prstamo a la madre de Vlez, con la que tena gran confianza, y nada de malo le haba comentado. Ms bien le llamaba la atencin la constante presencia de Nicols, durante
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la ltima semana, en las inmediaciones de la Catedral y sobre todo de El Sagrario, que quedaba contiguo a donde ella viva. Al da siguiente a las seis de la maana, cuando Manuel sala de la casa de las Caizares, se encontr de sopetn con un letrero que penda del atrio del palacio del presidente, en el que deca con grandes letras rojas: No hay rey Entr de nuevo a la casa y despert a gritos a Manuela. Juntos salieron al zagun y espiaron. Algunas personas se haban congregado en la plaza para observar el letrero, entre ellos el capitn Juan de Salinas, que sin dar explicaciones a nadie lo retir de un haln. Estaba doblando el letrero cuando acert a pasar don Simn Senz de Vergara, considerado por muchos el ms repugnante de los espaoles residentes en Quito. A pesar de vestir bien y tener un porte elegante, su presencia estaba empaada por los deleznables oficios de cobrador de diezmos y vendedor de esclavos. De carcter impulsivo y grosero, y poseedor de una nutrida coleccin de muecas desdeosas, increp a Salinas: -Qu est haciendo usted? Salinas no detuvo su quehacer y contest: -Estoy retirando esta tontera. -Qu tontera? -Este letrero ridculo. Don Simn insisti en que quera verlo, al tiempo que otros curiosos que se haban congregado en la plaza pedan lo mismo. El capitn desdobl el papel y les mostr. -No hay rey, -leyeron a coro. -Quin ha puesto este letrero? pregunt don Simn. -Quien haya sido, -aleg Salinas- es un tonto y un desinformado. Don Simn le pidi que le entregara el letrero para llevrselo a las autoridades, pero el capitn adujo que lo llevara l mismo. -Que me entregue el letrero le estoy diciendo, -volvi a pedir don Simn, pero como el capitn no le hizo caso, le grit: -Yo soy don Simn Senz de Vergara, carajo, y a m usted me obedece El capitn solt una carcajada. -Obedecerle, yo?... Por favor, don Simn, no me haga rer. Usted ser Senz de Vergara, pero yo soy Salinas de Zenitagoya, -y sin decir ms le dio la espalda y se dirigi, tela en mano, al cuartel de la Audiencia. Don Simn lo vio partir y con un gesto amargo, susurr: -Este me las va a pagar Ardido de rabia se dirigi a su casa, pero en el camino se detuvo en una panadera famosa por vender allullas y que estaba atestada de gente, y a voz en cuello coment con el dueo del lugar que el capitn Juan de Salinas era un igualado, que crea tener alcurnia y abolengo, pero que se trataba de un pobre mestizo que haba tomado los apellidos prestados. Como el capitn Salinas gozaba del aprecio popular y no as don Simn que era repudiado, inmediatamente le fueron con el chisme y le aseguraron al capitn que don Simn lo andaba difamando. Lo tom con calma. Adujo que don Simn tena mal carcter y que ya estaba viejo, pero al da siguiente cambi de opinin porque le fueron a visitar los Narcisos, padre e hijo, chocolateros,
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dueos de la confitera vecina al Carmen Bajo, y del mismo modo el maestro Falcn, carpintero. Los tres aseguraron que don Simn Senz haba hablado mal del capitn. Dijeron que Senz haba jurado conocer a la familia y antepasados del susodicho y que eran de mala estirpe. Para muestra, haba una pariente del capitn, una ta exactamente, que trabajaba como criada en el Hospital de la Misericordia. Bastaba verla y orla hablar para saber que era india. El capitn ri abiertamente. Dijo que la imaginacin de Senz no tena lmites y que no iba a permitir que ensuciara su pasado. Se dirigi a las autoridades y le entabl una querella legal, pero Senz neg lo ocurrido. Convocaron a los testigos que eran muchos, y todos dieron la misma declaracin en la que afirmaban que Senz haba injuriado a Salinas. El juez intervino para que transaran y el asunto no fuera a mayores, pero cuando don Simn estaba a punto de pedir disculpas a Salinas, apareci un libelo que se multiplic en cadena de cinco copias, por todos los rincones de Quito. Deca: El quehacer de don Simn es amplio y dilatado: va desde la usura hasta la venta de esclavos. Bendecido le ha Dios que una hija le ha dado: y que en casa de clausura a la guagua ha encargado. Mucho sufre don Simn De que la hayan botado, pues no tiene curacin el carcter heredado. Haca varios aos, poco antes de que cambiara el siglo, don Simn Senz, espaol, casado y residente en Popayn, pero que viva en Quito por asuntos de negocios, se haba metido con una jovencita quitea, de familia noble y buenos apellidos, aunque absolutamente desamparada. El asunto no habra trascendido a mayores de no haber sido porque la jovencita era menor de edad. Por ella abog don Pedro Montfar, hermano del marqus de Selva Alegre, quien enjuici a don Simn Senz. Fueron varios los juicios que se llevaron en su contra. En realidad, se trataba de un personaje que no era muy querido en Quito, pero que a pesar de ello siempre se sala con la suya. Se le tena por audaz e intransigente, y todos le conocan porque haba protagonizado un escndalo que todava estaba presente en la memoria de los quiteos. Tena que ver con una eleccin de alcalde en la que corrieron dinero y favores para comprar votos y hasta tuvo la desfachatez de votar por l mismo. A pesar de ello, empat con su contrincante, don Francisco de Villacs, que tena muchos ms mritos que l para ocupar el cargo. Tom partido el presidente de la Audiencia y favoreci a Senz, lo que motiv que los miembros del concejo se rebelaran y apelasen a las cortes de Espaa. Al cabo de un ao, las cortes se pronunciaron a favor de don Simn Senz de Vergara, lo que fue otra bofetada ms a la dignidad quitea.
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Fueron esas misma cortes las que deliberaron a favor de Senz en el caso de la jovencita quitea, menor de edad, desamparada y embarazada, que falleci a los pocos aos de nacida la criatura. Fue entonces que don Simn la encomend al cuidado de las monjas de clausura de Quito. Si algo haba heredado de su padre, esta nia llamada Manuela Senz Aispuru que contaba con once aos de edad, era su carcter autoritario, acostumbrado a mandar sin ms y a que le obedecieran ese mismo instante. Desde que muri su madre haba pasado por algunos conventos de clausura, y en todos haba ocasionado conflictos. No era dada a los rezos y mucho menos a las mortificaciones, por lo que su estada en los conventos siempre estaba condicionada. El ltimo haba sido el de las conceptas donde se negaron rotundamente a seguir tolerando sus caprichos. La culpa no era de ella. En realidad quien estaba detrs de todos los problemas era el propio don Simn, que por bien hacer, haba rodeado a su hija de esclavas. Como era el dueo del negocio, escogi a las mejores negras para obsequirselas a su hija. Las monjas se quejaban de que Manuela era una vaga y que no tena quehacer alguno. No saba coser ni bordar, y si tena que hacerlo pues para ello estaban sus dos negritas de las que no se separaba nunca. El nico mrito que tena es que lea mucho, aunque en su caso ms haba servido para perjudicarla, porque siempre se encontraban en sus manos libros indebidos para una seorita, y mucho menos si habitaba en un convento. De trato hosco, al igual que su padre, estaba acostumbrada a mandar y nunca a pedir, por lo que las monjas le tenan ojeriza. A pesar de su corta edad se envalentonaba con cualquiera, y un da tuvo un enfrentamiento tan fuerte con la abadesa que resolvieron ipso facto expulsarla del convento. Su padre quiso encargarla en Santa Catalina pero las monjas ya estaban advertidas y le cerraron las puertas. No valieron los donativos ni las promesas de favores para exonerar sus propiedades de tributos porque la fama de la seorita dscola se haba regado por todo Quito. Don Simn analiz todas las opciones y consider que solo le quedaba una: la hacienda de Catahuango, que a raz de la muerte de la madre de Manuela se haba quedado vaca. All la mand con sus dos criadas, que eran jvenes y noveleras como ella, y un mayordomo con un squito de esclavos para que hicieran producir la hacienda y auto abastecerse, con el nico propsito de no permitir a Manuela que saliera nunca. Cuando el libelo cay en manos de don Simn, perdi la cabeza. Dedujo que el nico culpable de esta agresin era el capitn Juan de Salinas y que tena que pagar su merecido. Esta vez fue l quien entabl juicio contra Salinas, con lo cual ambos quedaron de enemigos para siempre.

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i bien termin el ensayo de Zoraida, Manuel Rodrguez fue tras Nicols Vlez y le dijo que quera hablar en privado. El joven Vlez se neg aduciendo un pretexto que le trastabill en los labios. Antes de que pudiera completar la frase, Manuel Rodrguez le hal de un brazo y se lo llev tras bastidores. Se cercior de que estuvieran a solas y entonces le dijo: -Quiero saber qu est pasando. Se hizo el tonto, el que no saba nada, pero Manuel se impuso: -No soy idiota y desde hace rato te estoy observando. No vas a negarme que tienes algo que ver con los ltimos actos subversivos. -Subversivos? repiti Nicols con miedo. -S. T ests detrs de esto. Le record el letrero que deca No hay rey que haba sido colgado del atrio del palacio del Presidente, as como el libelo sobre la hija de Simn Senz que casi termin en duelo con el capitn Salinas. Nicols lo neg todo, pero Manuel insisti. Le cont lo que le haba dicho Manuela Caizares, que se le haba visto repetidas ocasiones entrando y saliendo de El Sagrario. El joven Vlez empalideci. En menos de un segundo perdi el color rubicundo de las mejillas y su rostro adquiri la frialdad de una lpida. -Quin ms lo sabe? pregunt, y entonces se delat. Manuel respir profundamente y habl: -Solo lo saben personas de confianza, pero si lo hemos notado nosotros, tambin habra podido notarlo alguien ms. Le temblaban las manos y sudaba. -Quin ms est en esto? pregunt Manuel. Tard un momento en contestar y luego dijo: -Por favor, maestro, me tiene que jurar que no saldr de su boca. Manuel jur y entonces el joven Vlez le revel la lista de subversivos. Eran solamente tres: Nicols Vlez, Francisco Guzmn, conocido como Pacho, el Organista, porque tocaba como nadie el instrumento que los curas agustinos haban adquirido para su iglesia, y finalmente el clrigo Manuel Jos Caicedo, provisor de la dicesis, y sobrino del obispo Cuero y Caicedo. Haba odo hablar de Caicedo. Se deca que a pesar de su juventud era una persona muy culta, sin embargo nunca haban coincidido ya que Caicedo siempre se hallaba fuera de la ciudad. Debido a sus continuos viajes como provisor de la dicesis, conoca como nadie los problemas de casi toda la Audiencia. Era de trato agradable y por eso, a ms de ser el sobrino, era el favorito del obispo.
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Acababa de llegar de Cuenca donde haba tenido un serio problema con el obispo, el cura Quintin, que a raz de unos libelos antirrealistas que haban circulado, se ensa contra el pueblo. Severo toque de queda, asalto y revisin de viviendas y requisicin de todo material subversivo, que poda ser desde un cuchillo hasta el viejo fusil del bisabuelo que estaba colgado en la pared y que la ltima vez que dispar fue hace ms de cien aos. Nicols Vlez le cont que el clrigo Caicedo era un consumado patriota y que estaba harto de la opresin espaola dentro de la Iglesia. El obispo Quintin lo haba trastornado. Caicedo haba sido testigo de cmo los fondos de la dicesis destinados a obras benficas y pas eran derrochados a manos llenas para beneficiar a los soldados realistas. Con indignacin haba escuchado el sermn dominical del obispo Quintin en el que anunciaba, como si el templo fuese un mercado, el remate de misas e indulgencias a cambio del apoyo, sobre todo material, a las autoridades espaolas. Estaba asqueado, pero sobre todo resentido. Manuel Rodrguez opin que era ese resentimiento el que estaba detrs del letrero de No hay rey, y de los libelos contra Simn Senz. Al joven Nicols Vlez se le fue el miedo y habl largamente. Dijo que l no era ningn borrego de Caicedo, y que si estaba con l era porque eran amigos desde hace muchos aos y compartan las mismas ideas e intereses. Manifest que estaba harto de vivir en una tierra que era de l, pero que no era, y de que existieran unas autoridades que se consideraban superiores por el hecho de ser espaolas. Se notaba que necesitaba desahogarse, as que Manuel lo dej hablar. Dijo que lo que ms rabia le daba era convivir con la hipocresa constante de la sociedad quitea, que estaba sumergida en el cuento de los linajes espaoles de la ms rancia nobleza. Estaba harto de que algunos pretendieran la libertad, una vida nueva, con nuevos valores e ideales propios, mientras otros seguan adormecidos en el ingenuo encanto del abolengo, sin darse cuenta de que eran una miserable colonia. -Una triste colonia de mierda -musit con tristeza. Cont que junto con el cura Caicedo y Pacho, el Organista, pensaban lo mismo y en este asunto de la revolucin solo entendan una cosa: que una vez que empezaba, la insurgencia no poda detenerse. Haba que mantener la olla siempre caliente, hasta que solita se destapara.

os primeros das de agosto de 1808 lleg a Quito el conde Ruiz de Castilla acompaado de su guardia personal, un zambo de apellido Arechaga al que el conde haba criado, y un personaje que trat de pasar desapercibido pero que llam la atencin de toda la ciudad: el joven ingls William Bennet. Su apellido real era Stevenson, ya que se llamaba William Bennet Stevenson, pero la gente, desde el primer momento, lo llam Bennet. Tena veintin aos y haca casi dos meses haba sido nombrado secretario particular del conde.
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Para escogerlo, Ruiz de Castilla haba hecho una larga averiguacin. Se vali de un cura dominico, que le deba varios favores, para acceder a Bennet a travs del Santo Oficio. Se le convoc y se le hizo el interrogatorio de rigor, pero Bennet declar desde el principio que no era catlico y que tampoco abrazaba otra religin. Si los jueces del Santo Oficio hubieran querido, lo habran puesto en prisin y habra sido torturado, pero detrs del caso estaba el conde. Necesitaba contratar los servicios de alguien que le fuera completamente fiel y que sobre todo conociera el arte del espionaje. Haca un tiempo, Bennet haba sido apresado en Chile y llevado a Lima, donde estuvo cautivo siete meses, acusado de ser espa ingls infiltrado en las colonias espaolas. l siempre aleg que era comerciante y que su estada en el continente americano solo obedeca a ese fin, pero no pudo demostrar que posea los dineros suficientes para dedicarse al comercio. En la crcel de Lima comparti celda con un oficial de la marina criolla que le ense a hablar el espaol perfectamente. Por suerte para Bennet, los problemas entre Espaa e Inglaterra se aplacaron con el surgimiento de Napolen Bonaparte que era enemigo de los dos reinos. Dejaron en paz a Bennet y el conde lo llam a una entrevista. Cuando le propuso ser su secretario particular, Bennet solo pregunt: -Qu atae exactamente el cargo? El conde tosi un par de veces y luego le encar: -He de ser sincero con usted desde el primer momento pues de eso mismo se trata el cargo, de que exista total sinceridad. Necesito contratar los servicios de un informante que me d cuenta y razn de todo lo que ocurre a mi alrededor. Le cont que haba sido nombrado Presidente de la Audiencia de Quito, y que su edad y sus achaques no le permitan saber todo lo que ocurra. Quera que l fuera su informante y recalc que lo escoga por joven y sano para que pudiera desplazarse por todos los rincones de la Audiencia. Acept gustoso y para darle una muestra de su eficiencia, en menos de tres meses levant una nutrida crnica sobre varios pueblos cercanos a Lima, en los que incluy los valles de Pativilca, Huarmey y Casma, y otros sitios de inters como Santa, Nepena, Motocachi, Chao, Viro e incluso el itinerario entre Lima y Trujillo. Como el conde qued encantado con el estilo de Bennet, le pidi que levantara una historia sucinta sobre los Incas y el final del gran imperio del Tahuantinsuyo, aprovechando una inspeccin a Cajamarca. El da del viaje, el conde amaneci indispuesto ya que toda la noche haba padecido ataques imparables de vmito y diarrea, por lo que Bennet tuvo que hacer el viaje solo, acompaado nicamente de un guardia cuzqueo que se haba vuelto su compaero de viajes. A su regreso, el conde y su comitiva partieron a Quito. Salieron del puerto del Callao rumbo a Guayaquil, donde el conde volvi a enfermarse. Al da siguiente de llegados a Quito, el Cabildo y las autoridades espaolas fueron a presentarse al Palacio Presidencial. Saludaron con el conde, con Arechaga y con Bennet. Los invitaron a un suculento almuerzo de bienvenida en el refectorio de San Francisco, auspiciado por el Cabildo, la nobleza y el clero, en el que sirvieron todo tipo de golosinas. Como plato central: hornado de cerdo con llapingachos y aj con chochos. El conde estaba encantado. Asegur que la carne del hornado le pareca ms delicada que la de los perniles que haba probado en Lima, as que repiti varias veces la comida. Las indias huasicamas dispuestas para servir la mesa, se encargaron de que los vasos nunca estuvieran vacos de chica de jora recin elaborada, por lo que el conde comi y bebi en exceso.
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Para la noche los dominicos haban preparado varios grupos de tunantes regiamente ataviados que ya eran conocidos en la ciudad por su talento en el canto y la alegra que desbordaban. Las monjas del Carmen Antiguo haban preparado cientos de confites y varias ollas de jugo caliente de naranjilla con canela y aguardiente. La ciudad entera se aprestaba a celebrar la llegada del nuevo presidente, pero se quedaron con los nimos frustrados, porque al conde le acometi una descomposicin estomacal tan severa, que no pudo concurrir a ningn acto. Los tunantes, los confites, el canelazo y sobre todo las ganas de la gente por la fiesta, se cortaron de un tajo. As recibieron los quiteos al conde Ruiz Castilla, y por eso se acu la sentencia: Me dejaste con los churos hechos.

as damas de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias echaron el ojo a Bennet y lo invitaron a un t en la casa de la marquesa de Solanda. Se cercioraron de que hablaba el espaol perfectamente y le invadieron a preguntas. Queran saber sobre su pasado, su familia y sobre todo el motivo que haba impulsado a un joven a cruzar el ocano y radicarse en Quito. Aclar que no estaba radicado, ya que su inters era moverse por todo el continente, y que el empleo de secretario particular del conde Ruiz de Castilla era temporal. De su familia no dijo nada y cuando insistieron, l evadi el tema. Recalc dos veces que estaba solo en el mundo pero que su soledad se haba llenado con el sin fin de aventuras que haba vivido y que esperaba seguir experimentando. Les pareci encantador. Hablaba como un hombre sabio, entrado en aos, cuando en realidad no pasaba de los veintiuno. Era guapo, inteligente, tena don de gentes y un saco de interesantsimas ancdotas. Gozaba, adems, del entusiasmo y la energa suficientes para emprender cualquier empresa. Aunque era cierto que no tena abolengo ni se conoca nada de sus antepasados, en este caso no importaba porque Bennet era blanco, rubio y de ojos azules. Eso bastaba. Desde todo punto de vista era un buen partido. Varias damas de la cofrada lo imaginaron como yerno y sonrieron complacidas. Trataron de programar nuevos encuentros pero l se excus alegando que estaba muy ocupado y que al da siguiente, a primera hora, iba a partir para Ibarra. De regreso al Palacio fue a hablar con el conde para rogarle que le enviara en viaje de inspeccin a cualquier pueblo cercano, pero el conde, convaleciente en el lecho, le pidi que se dedicara a hacer una crnica de Quito. Quera conocer todo sobre la ciudad y como estaba aquejado por la enfermedad, mirara a travs de los ojos de Bennet. Le emocion la empresa y cuando se dispona a organizar la inspeccin, asom el obispo Jos Cuero y Caicedo con la intencin de visitar al enfermo. Vena acompaado de su sobrino, el provisor Manuel Jos Caicedo que hizo inmediatamente amistad con el joven Bennet. Cuando le coment la
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intencin que tena de hacer un levantamiento de la ciudad de Quito, Caicedo se ofreci a ayudarlo. Conoca mucho sobre la historia de la ciudad, pero ms que eso: tena acceso directo a los archivos del clero. Fue de boca de Caicedo que supo cmo Quito haba sido fundada y las batallas que hubo entre espaoles por ostentar el poder. Se enter de Pedro de Puelles, el traidor ms grande de la conquista, que se autoproclam rey de estas tierras, desconociendo el poder del imperio. Durante una semana Caicedo le acompa en sus viajes de exploracin a todos los rincones de la ciudad, pero tuvo que excusarse de continuar hacindolo porque una tarde lo fue a visitar Juan de Dios Morales. Se presentaron, se manifestaron mutuamente sus criterios, y a continuacin Morales le dijo: -Como debe ser de su conocimiento, la ciudad entera se aprestaba a dar la bienvenida al conde Ruiz de Castilla, pero no ha podido ser as. Le cont de todos los preparativos que se haban llevado a cabo y de los que se seguan organizando, porque la bienvenida al conde no estaba de ningn modo cancelada, sino simplemente postergada. Haban dejado los festejos para octubre, con lo que habra tiempo suficiente para disponer que todo saliera bien. A continuacin le habl de Pablo de Olavide y Bernardo Darquea, los ms grandes traductores al espaol de las obras francesas, pero Caicedo no le permiti terminar porque le sobrevino un ataque de tos. Se puso de pie y se dirigi a la puerta que estaba entreabierta. Espi que no hubiera nadie afuera y la cerr. Obviamente, el tema de Olavide y Darquea no era bienvenido en esa casa. Volvi a tomar asiento y entonces Morales le pidi disculpas, pero Caicedo, susurrando, le dijo: -No tiene que pedir disculpas. En esta casa las paredes oyen Por supuesto que conozco las traducciones de Olavide y Darquea, y tengo que confesar que les tengo a ambos mucha gratitud. Si no fuera por ellos, los americanos nos habramos perdido de disfrutar grandes manjares. Morales sonri gustoso y acto seguido puso una carpeta llena de hojas en las manos de Caicedo. -Entonces, -aadi- estoy seguro de que disfrutara mucho de la lectura de estos manuscritos. Caicedo abri la carpeta y en la primera pgina ley: -Lina, de Antoine Lemierre. Agreg que el manuscrito era una rareza y pregunt inmediatamente a Morales de dnde lo haba sacado. Le cont toda la verdad, que Darquea haba muerto en Guayaquil haca un tiempo y que su hijo haba heredado sus bienes. Con lo convulsionada que estaba la poca, y con las persecuciones que se haban llevado a cabo en Quito, Guayaquil, Cuenca y otros sitios de la Audiencia a presuntos conspiradores del Imperio, mejor haba decidido deshacerse de todos los escritos de su padre. Por esas cosas de la vida, un par de obras fueron a parar en manos de la marquesa de Solanda. -Y la otra? pregunt Caicedo. -Es Andrmaca, de Racine. Una traduccin del propio Bernardo Darquea. Le cont que las damas de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias queran poner en escena Andrmaca, y que le haban pedido que l las dirigiera. Caicedo hoje el manuscrito con curiosidad. Coment que la caligrafa era preciosa y que pareca letra de mujer, a lo que Morales aclar que se trataba de una copia, escrita por la misma marquesa de Solanda.
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-Ser un triple honor leerla, -dijo Caicedo- por el autor, el traductor y quien la ha copiado. Cerr la carpeta y encar a Morales. -Le agradezco mucho el favor que me hace al proporcionarme literatura. Usted sabe lo difcil que es conseguir material nuevo para leer, sin embargo sospecho que su visita no se debe nicamente a ello, sino que hay otra intencin. Morales sonri y movi la cabeza afirmativamente. -As es. Voy a ir al grano. Lina es una obra que lleg a ltimo momento, cuando ya todo estaba organizado, pero despus de conocerla, debo admitir que se trata de una obra muy bella y que sera una pena que no se lleve a escena. Le dijo que haba estado conversando con su buen amigo y discpulo, el doctor Manuel Rodrguez de Quiroga, y que haban llegado a una misma conclusin: la nica persona capaz en Quito para poner Lina de Lemierre en escena, era el provisor Manuel Jos Caicedo. -Pero yo no s nada de teatro, -exclam Caicedo. Morales le asegur que en este caso no haba que ser doctos en la materia. Que lo nico que importaba era que el mensaje de Lina llegara a los espectadores. -Y cul es ese mensaje? inquiri Caicedo. Se miraron cara a cara y entonces Morales asest: -El amor a la libertad, por supuesto. Caicedo guard silencio por un rato y luego le pidi unos das para pensarlo. Morales le contest tajante que lo que menos haba era tiempo y que por favor le diera la respuesta al da siguiente. Quedaron en verse y se despidieron. Ambos estaban contentos. Morales saba con certeza que Caicedo se apasionara con Lina y aceptara llevarla a escena, y Caicedo presenta lo mismo, pero se negaba a aceptarlo. Ley Lina de un tirn, y le encant. Por la noche fue a visitar a su to, el obispo, y mientras tomaban una mistela de pechiche que le haban enviado de Puerto Viejo, Caicedo le cont el asunto y le pidi consejo. El obispo quiso enterarse de todo con lujo de detalles. Cuando supo que detrs de esta empresa estaban Juan de Dios Morales y Manuel Rodrguez de Quiroga, la desaprob. Asever que ninguno de los dos tena buena fama. Que ambos se haban enfrentado varias veces a las autoridades y por eso Morales haba estado prfugo cerca de un ao, y Rodrguez de Quiroga tena prohibicin de ejercer su profesin. -Por otro lado -El obispo vaci la copa de mistela de una sola y sabore el sabor dulzn del pechiche. Se pase por la habitacin y luego se detuvo frente a la ventana, desde donde se vea el Pichincha, y perdida entre los rboles y matorrales, la recoleccin de El Tejar. Se acerc donde el sobrino y ponindole la mano en el hombro, le dijo: -Voy a hablarte con total franqueza. T y yo no somos de esta tierra, sino que somos caleos, y no tengo que decirte lo distinto que es nuestro carcter al de la gente de aqu Caicedo sonri porque su to tena razn. Los quiteos y los payaneses podan ser muy parecidos, pero nadie poda negar que su temperamento era diferente. Antes de que pudiera decir nada, el to sigui: -Y Juan de Dios Morales y Manuel Rodrguez de Quiroga tambin son extranjeros. El primero es antioqueo, granadino como nosotros, y Quiroga es charqueo, del alto Per. -Qu me quiere decir, to? le pregunt Caicedo. -No me gustara, -agreg el obispo- que se diga que fueron los extranjeros residentes en Quito los que soplaron los vientos de insurgencia.
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No dijo ms. La primera decisin que tom Caicedo fue hacerle caso a su to, pero luego lo desaprob porque el bichito de Lina ya le haba trepanado el corazn. La respuesta que le dio a Juan de Dios Morales no fue inmediata sino que se tom dos das con sus noches para pensarlo. Morales lo fue a buscar una vez, pero l se refugi en el tejado. Desde ah observ el gradero de la catedral que haba mandado a construir el barn de Carondelet, cuando fue presidente de la Audiencia. A pocos metros, dos nios jugaban con cocos de las palmeras de cera quiteas. De pronto uno de ellos se abalanz sobre los cocos y los recogi todos. El otro nio enfureci y se fue contra l. Se dieron de golpes y patadas hasta que unos muchachos que estaban cerca acudieron a separarlos. -Indio! le grit el uno. -Ms indio vos que tu mama usa anaco! le contest el otro. -Peor tu tayta que no habla cristiano! -Call, runa de mierda! Otra vez se fueron a los golpes, pero esta vez intervino un guardia que cruzaba la plaza y salieron corriendo en estampida. Caicedo, que segua en el tejado, se qued un buen tiempo ensimismado. Pensaba en las palabras de su to respecto a cun iguales y diferentes podan ser los quiteos de los granadinos y los peruanos. Siempre Quito haba sido un punto intermedio al sur del virreinato de Nueva Granada, y al norte del virreinato de Lima, y era considerada como la ciudad de la eterna primavera. Un clima apacible, muy raras veces alterado por aguaceros con granizo o sequas prolongadas. Y exactamente igual era el carcter de sus habitantes. Eran extremadamente tranquilos, dedicados a la diversin y los placeres carnales como nico pasatiempo, y muy poco al cultivo del intelecto o las artes, como haba sido en otros tiempos. Eran ms bien los indios y mestizos del ms bajo rango los que estaban en esos quehaceres. Por eso, para no morir del aburrimiento, mientras las mujeres se quedaban en la casa engordando, los hombres salan a la guerra. A cualquier guerra. Aunque no haba guerras desde haca mucho tiempo. La ltima, la revolucin de los Estancos, que haba sido brutal, al punto que los quiteos expulsaron de la ciudad a todos los espaoles solteros, y exigieron que se aboliera la injusta ley de estancos y aduanas, cosa que consiguieron. Caicedo pens que la rebelda de los quiteos estaba en la plebe, en los mestizos que no podan figurar en sociedad y que no tenan acceso a muchos derechos. Ellos, sus padres y abuelos haban sido los verdaderos protagonistas de la revolucin de los Estancos y haban conseguido lo que se haban propuesto a fuerza de coraje. Los hijos y los nietos de las mujeres de anaco, de los runas de mierda, de los taytas que hablaban quichua, eran los autnticos rebeldes americanos. Herederos de una rebelda forjada con huasipungo, mita y obraje. Hubiera seguido ensimismado en sus pensamientos pero comenz a anochecer. Cuando baj del tejado se encontr con su amigo Nicols Vlez que lo estaba buscando. Le cont la propuesta que le haba hecho Morales y a Nicols le pareci excelente, pero no le dej seguir hablando porque estaba retrasado y quera que Caicedo le acompaara a un ensayo de Zoraida para conocer su opinin, as que Caicedo accedi y salieron juntos. En la puerta se encontraron con el obispo que les pregunt dnde iban. -Al ensayo de Zoraida, -dijo Nicols. Como el to no respondi nada, se despidieron y siguieron de largo. El obispo permaneci pensativo un buen rato. Consider que viva en una ciudad chiquita, y que a pesar de su pequeez, conoca muy poco de lo que pasaba en ella. Admiti que lo poco o mucho
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que saba se lo deba a su sobrino, que poda recitar de memoria quin viva en cada casa, desde Santa Prisca hasta San Sebastin. De sus varias visitas al conde Ruiz de Castilla concluy que quien menos saba de lo que pasaba en Espaa, era el mismo conde. O si lo saba, lo disimulaba muy bien. Le pareci que era fatuo e intrascendente que los quiteos estuvieran organizando teatros y fiestas, cuando Espaa estaba siendo invadida por Napolen y a punto de quedarse sin rey. A pesar de que ya era tarde, no entr a su casa sino que camin hasta la esquina y torci en direccin al convento del Carmen de la Nueva Fundacin. Estuvo tocando largo rato hasta que por fin le abrieron. Pidi hablar con la priora, que era nativa de Cali como l, y lo hicieron pasar. Lo recibi en la sala de Profundis. -Debe ser algo muy urgente lo que quiere usted hablar conmigo dijo la priora- para que haya venido a esta hora. -S, -musit el obispo- algo muy importante. -Usted dir. -Cmo es posible pregunt- que el pueblo est dedicado a teatros y fiestas, cuando en Espaa las cosas estn de mal en peor? La monja ri. Contest que siempre era mejor que el pueblo estuviera de fiesta y no en armas, y que segn saba los quiteos se haban esmerado. -Aunque hay un escandalillo de por medio -aadi la monja. -Cul? -La hija de doa Rosa Checa de Tinajero Usted la conoce -Pues, s. Qu pasa con ella? pregunt intrigado. La priora tambin se haba enterado de la ancdota respeto a Josefina Tudo, Francisco de Goya y Zoraida. Le cont todo al detalle. Le asegur que haba visto la estampa de Goya y que el traje de Zoraida, que iba a usar la hija de Rosa de Tinajero, era absolutamente inadecuado e indecente. Le pidi que se explicara, pero ella solo exclam: -Son pantalones, y transparentes! El obispo pregunt por el nombre de la hija de Rosa Checa, a lo que la priora aadi: -Se llama Josefina Tinajero. Josefina, al igual que la Tud que represent a Zoraida y fue un total xito. Mucha coincidencia, agreg la monja- solo falta que aparezca un Godoy para que enamore a la Tud. Le cont adems algo que al obispo no le gust. La Tud quitea no solo que se haba prestado a actuar, que ya era bastante mal visto en una mujer, sino que adems estaba embarazada de su marido y de por lo menos dos meses de preez. -Qu hace una mujer casada y embarazada, con pantalones transparentes, subida en un escenario? El obispo iba a opinar que le pareca muy mal, pero la priora no le dej hablar: -Y ahora viene lo peor, seor obispo. -Hay ms? -Esto es el acabse, -dijo la monja- y no se extrae cuando llueva fuego sobre la ciudad. Alarmadsima le cont que las damas de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias tambin queran dar escndalo, y que se encontraban poniendo en escena una obra hereje.
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Le hubiera dado cuenta y razn de lo que ocurra en cada casa de la ciudad, pero el obispo consider que haba escuchado suficiente. Se despidi y sali. Cuando lleg a la Plaza Mayor y se dispona a entrar en su casa, sinti una picazn en los pies. Sigui de largo, hacia la casa de Juan de Larrea, donde se estaba poniendo en escena Zoraida, y al encontrar la puerta abierta, entr.

adie se percat en el teatro de que el obispo estaba espiando, porque este se escondi tras una columna y desde ah presenci el ensayo. Observ minuciosamente el desempeo de la seora Josefina Tinajero sobre las tablas y puso especial atencin en el vientre de la actriz, pero por ms esfuerzos que hizo no lo not nada abultado. Sospech que la priora del Carmen de la Nueva Fundacin haba exagerado y a medida que avanz el ensayo se convenci de que Zoraida era una obra muy bella y que la priora del Carmen estaba enferma de envidia. Aprovech que Manuel Rodrguez de Quiroga subi al escenario a dar indicaciones, para escabullirse subrepticiamente de la misma forma que haba entrado, sin embargo en el zagun tropez con Rosa Checa que llegaba apurada. Ambos saludaron y antes de que l pudiera explicar nada, ella se llen de suposiciones e hizo varias preguntas, hilvanadas unas tras otras, y sin intencin de esperar respuesta. Le emocion que el obispo hubiera concurrido a espectar un ensayo de Zoraida, as que lo invit para que asistiera a un ensayo de Andrmaca, aunque acto seguido se retract porque las damas de la cofrada recin se hallaban haciendo copias del texto. El obispo aprovech para salir de dudas. Le confes que ya le haban advertido de las intenciones de la cofrada pero que l se haba negado a creerlo. -Por qu? pregunt Rosa. -Porque es una obra hereje, -respondi tajante el obispo. Rosa iba a contestar pero las palabras se le tropezaron en los labios y se transformaron en algo parecido a un gruido. Precisamente, haca un par de das, la seorita Catalina Veintimilla haba sido invitada a una reunin de la cofrada para exponer sobre su visin de Andrmaca. Erudita como era, debido a la enorme cantidad de libros que haba ledo, ya que dominaba el ingls, francs, alemn e italiano como si fueran su lengua madre, expuso largamente sobre el mito griego y la mujer cuyo marido estaba combatiendo, la tragedia de Eurpides y la versin de Racine. Si algo se poda deducir del personaje es que era heroico, y que no haba lugar para ninguna consideracin de tipo religioso. -Hereje? repiti Rosa, e inmediatamente lo neg. No es as, seor obispo, Andrmaca no es una obra hereje.
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El obispo le record que se trataba de un asunto teolgico sobre el que ella no poda opinar, debido a su instruccin y sexo, y antes de que ella pudiera alegar nada, abandon la casa. Caminaba a grandes trancadas y estaba iracundo. En ese estado lleg a la conclusin de que las mujeres de la poca se estaban volviendo demasiado modernas y que se atrevan a opinar de asuntos que no les competan, pero luego se dio cuenta de que la calificacin de hereje a Andrmaca haba provenido tambin de una mujer, que aunque fuera priora del Carmen de la Nueva Fundacin, era a fin de cuentas mujer. Apresur el paso a su casa pero cuando lleg no se dirigi a sus habitaciones sino que fue a la biblioteca. Busc con avidez un libro en uno de los estantes, pero no lo encontr. Lanz un ajo al aire porque se percat de que su sobrino haba reorganizado la biblioteca y que le tomara mucho trabajo encontrar cualquier libro, as que se sent al escritorio con la intencin de esperarlo. Sobre la mesa haba una carpeta de cuero. Inevitablemente el obispo la vio. Con letras gruesas de preciosa caligrafa, deca: LINA de Antonie Marin Lemierre. La ley de un tirn y le encant, pero un escalofro de espanto le recorri todo el cuerpo cuando lleg a la ltima pgina y ley: Esta obra fue traducida por Bernardo Darquea y Pablo de Olavide. Un viento helado proveniente de los calabozos del Santo Oficio se filtr en la biblioteca y a continuacin se escuch un ruido atroz, parecido al que producan las puertas del infierno cuando se cerraban violentamente. El Obispo se sobresalt. Se qued de una pieza y respir profundo. Escuch unos pasos que le sonaron como el arrastre de cadenas de las almas del purgatorio. Armndose de valor, pregunt con la voz quebrada: -Quin anda ah? Manuel Jos Caicedo entr a la biblioteca y se sorprendi al encontrar a su to. Estaba plido, petrificado. Se acerc a l, preocupado, y le toc la frente y las mejillas. -To, est usted bien? Antes de que pudiera contestar, aadi: -Est fro, to Qu le pasa? El obispo alarg el brazo y tom la carpeta. -Esto -le dijo- por el amor de Dios, de dnde lo has sacado? Se tomaron la ltima botella de licor de pechiche y Caicedo le cont todo a su to. l saba exactamente a que se deba su preocupacin: los herejes Bernardo Darquea y Pablo de Olavide. -Pero ya pagaron sus culpas adujo Caicedo- y cualquier deuda con el Santo Oficio ya fue saldada, por qu entonces seguirlos repudiando? Adems, ambos estn muertos. -No lo entiendes, -seal el obispo- no se trata de ellos, sino de sus seguidores
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-Seguidores? pregunt Caicedo- Qu seguidores? -Sus lectores, -dijo parco el obispo. Caicedo vaci su copa y aleg que el Santo Oficio era bastante injusto debido a que estaba integrado por gente fantica y muy ignorante. El licor de pechiche le haba dado nfulas para tener ms confianza con el to y conversar del mismo modo que lo habra hecho con un amigo. Varias veces, debido tambin a los efectos del licor, el to le pidi que bajara la voz porque los temas que estaban tratando eran prohibidos. Apoy completamente los planteamientos del sobrino y cit el caso de varios obispos que pactaban con el Santo Oficio para obtener ms autoridad y beneficiarse particularmente. Tambin dijo algo que a Caicedo le llam la atencin y que casi lo condujo al llanto. -Me vas a perdonar, pero mientras te esperaba le Lina de Lemiere Y me encant. Pienso que Juan de Dios Morales y Manuel Rodrguez de Quiroga tienen razn: t podras llevarla perfectamente a escena. Solo te pido que por favor omitas los nombres de Darquea y Olavide, para evitar cualquier tipo de problema. Dijo sentirse cansado. Haba sido un da intenso, as que bendijo al sobrino y se retir a sus habitaciones. Caicedo tambin haba tenido un da agitado pero lo que menos tena era sueo, as que tom asiento al escritorio y comenz a planificar la puesta en escena de Lina de Lemierre.

asi un mes se demor Manuela Espejo en recuperar su biblioteca de la Compaa de Temporalidades, ya que el doctor Pea tuvo el descaro de alegar que no tena fondos para pagar el transporte y que la interesada deba hacerse cargo de llevarse lo que le perteneca. Estuvo decidida a armar escndalo, a ir personalmente donde el nuevo presidente de la Audiencia a presentar queja sobre el doctor Pea, pero sus amigos le aconsejaron que mejor no lo hiciera, que recuperara los libros a la brevedad posible y que los escondiera. Hubiera querido hacerlo de un da para otro, pero no encontr a nadie que le prestara una carreta. Don Juan de Larrea se hallaba en Ambato y fue tan solo en los ltimos das que asom el marqus de Selva Alegre y puso a disposicin de Manuela la carreta y su esclavo. El negro Jeremas Anangon carg personalmente los libros ms importantes de la cultura de Quito. Con cuidado angelical planch con la mano las hojas arrugadas de varios ejemplares que se haban estropeado y puso especial esmero en encontrar la carpeta con los apuntes personales del sabio Espejo, pero por ms que revisaron minuciosamente, no la encontraron. Ya en la casa, mientras regresaban los libros a sus estantes, consultaron la lista del inventario que Manuela haba confeccionado haca aos. Adems de la carpeta personal del sabio Espejo, falta-

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ban los tomos tres y cuatro de las Confesiones de San Agustn de Hipona, cuya edicin era muy fina, impresa en delicadsimo papel de Biblia con filos dorados. Le extra que faltasen esos libros porque estaban escritos en latn y solo podan interesar a un estudioso, que no era precisamente el caso del doctor Pea. En cuanto a la carpeta con los escritos de su hermano, era lo que ms le importaba de la biblioteca. Jeremas Anangon la vio tan preocupada que se ofreci a averiguar el asunto. Hizo contacto con un negro viejo, conocido como Prieto, de quien se deca que tena ms de cien aos porque haba presenciado sucesos que ocurrieron haca un siglo. Lcido, dicharachero y muy trabajador, haba servido en el Palacio del Presidente desde los tiempos de don Dionisio de Alcedo y Herrera, de quien era esclavo, y que fue quien le dio la libertad cuando abandon la Presidencia de Quito, con la condicin de que siempre sirviera en el Palacio y recibiera salario. Prieto se convirti en toda una institucin. Apenas haba nuevo presidente, se lo llamaba para hacerle consultas. Solo l conoca cada rincn de Palacio y la ubicacin de cada objeto, e incluso tena bajo su mando a varios indios que se encargaban de la limpieza, la comida y los establos. Desde don Dionisio Alcedo y Herrera hasta el conde Ruiz de Castilla, haban pasado por Palacio diez presidentes de la Audiencia, a los que Prieto haba servido con solicitud y lealtad. Jeremas Anangon le cont el asunto y le pidi que le ayudara. Prieto le escuch con atencin. A ambos les una una vieja amistad y sobre todo el aprecio que Prieto senta por el marqus de Selva Alegre, que le haba hecho ms de un favor. Cuando Jeremas termin de hablar el viejo solt una carcajada. -Fuu, amigo, -le dijo- esto es pan comido para mi. Le cont que tena una ahijada que precisamente era criada del doctor Pea y que saba todo cuanto haca y deshaca su patrn. Se puso en contacto con ella y ni bien le cont lo que quera, la negrita le dio razn del asunto. Dos libros con finas hojas de filo dorado eran usados por el patrn. -Para qu? le pregunt Prieto. -Para sus necesidades personales, -contest la negrita y sonri ingenuamente. Le dijo tambin que junto a la bacinilla y los deshojados libros finos, aguardaba una carpeta con papeles sueltos que iban a correr el mismo fin. Prieto le pidi que salvara la carpeta, pues contena papeles muy importantes que no merecan correr tal suerte. La negrita accedi, y en menos de media hora estuvo de vuelta con la carpeta y los papeles personales del sabio Espejo. Manuela se emocion mucho al verla y en un arranque abraz fuertemente a Jeremas. Cuando supo el destino de los tomos tres y cuatro de las Confesiones de San Agustn, se enfureci y lanz una palabrota. Iba a retractarse pero Jeremas estaba fascinado. Se senta en confianza con ella, as que le dio cuerda. Despus de la ira vino un ataque de risa porque Manuela opin que el doctor Pea tena el culo ms ilustrado de la Audiencia.

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anto Juan Pablo Espejo como el cura Riofro adujeron que no era conveniente que Manuela se quedara sola en su casa de Quito, pero por ms que le insistieron, ella se neg a salir. -No he hecho nada malo, -aleg, y aunque afirmaron que de nada vala la inocencia frente a la prepotencia, ella se mantuvo en sus cuatro. Le sirvi de pretexto que su amigo Manuel Rodrguez necesitaba su ayuda para la puesta en escena de Zoraida, y entonces comenz a frecuentar el teatro. Hizo estrecha amistad con las seoritas Caizares y con ellas confeccion decenas de telones y trajes. Tambin colabor con las damas de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias para la escenificacin de Andrmaca y por ltimo asisti a varios ensayos de La Araucana. La fiesta estaba encendida. Como nunca antes la ciudad se alistaba a dar la bienvenida al nuevo Presidente de la Audiencia. Los fondos que la nobleza haba logrado recaudar sobrepasaban con creces lo presupuestado, por lo que se decidi gastar en comida y bebida todo lo que sobraba. Los primeros das de octubre arranc el festejo con corrida de toros, almuerzo en el refectorio de San Francisco, presentacin de la obra Catn, en el teatro del colegio San Fernando, y por la noche orquesta y luminarias en las plazas de San Francisco y Santo Domingo. A da seguido se presentaron La Araucana y Andrmaca con sendas escenografas que se montaron en las vas transversales a la calle de las Siete Cruces. Finalmente el sbado, se abri al pblico el teatro de Manuel Rodrguez con Zoraida. A la primera funcin fueron invitadas las autoridades espaolas y lo ms granado de la sociedad criolla. Tras bastidores, el joven Nicols Vlez mascull que Rodrguez de Quiroga era un adulador y que si por l hubiera sido, no habra invitado a ninguno de esos viejos podridos. Le recordaron que la funcin de estreno era en honor al nuevo presidente de la Audiencia, pero Nicols argument que no era nada grato presentarse ante un pblico que tena malos modales. Esto ltimo lo dijo porque a las presentaciones de Andrmaca y La Araucana haban asistido unos oficiales espaoles que eran conocidos por burdos y groseros. Durante las funciones, varias veces el pblico se manifest para que los patanes hicieran silencio, recibiendo por respuesta silbatinas y palabrotas. Zoraida no fue la excepcin. Los pantalones de seda transparente de la protagonista motivaron todo tipo de expresiones y calificativos. Durante un par de veces Josefina se desconcentr y olvid el parlamento, pero lo volvi a retomar con la ayuda de Nicols. A la tercera vez, la actriz guard silencio, y por ms que Nicols la ayud, ella no volvi al texto. Uno de los patanes solt una grosera y entonces Manuel Rodrguez perdi la paciencia. Sali de tras bastidores y se dirigi hacia ellos. Se les plant delante, a la vista de todo el pblico, y les pidi que abandonaran el teatro. Un tal Barrantes que tena fama de asesino, le encar:
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-Quin lo pide? Venan de la corrida de toros que haba estado ms prendida que nunca y, por supuesto, estaban borrachos. El vaho del alcohol le lleg a la nariz y comprendi que no podra discutir con ellos. Volvi a pedirles amablemente que abandonaran la sala, pero respondieron que no les daba la gana. Se levant un barullo. Los actores seguan inmviles en el escenario esperando a que volviera la calma, pero no volvi. El capitn Barrantes empuj violentamente a Manuel Rodrguez y lo bot al suelo. Este se puso de pie rpidamente y le solt un puete. Comenz una pelea cuerpo a cuerpo hasta que los dems patanes se lanzaron sobre Rodrguez con la intencin de escarmentarlo. Nicols Vlez salt del escenario y fue a defenderlo, y del mismo modo Pacho, el organista, Juan de Dios Morales y un grupo de estudiantes que desde haca rato queran propinarle una paliza al tal Barrantes. Se arm una gresca que no lleg a mayores porque el conde se molest. Se puso de pie y pidi a la guardia espaola que saliera del teatro. Obedecieron de mala gana y una vez afuera aguardaron un buen rato, luego regresaron y se cagaron en el zagun. Se fueron resentidos jurando odio eterno a los quiteos pretenciosos y arribistas, y del mismo modo los quiteos se quedaron con las ganas de propinarles otra paliza. Como si se hubieran puesto de acuerdo se dieron cita en la plazuela de El Sagrario donde Manuel Jos Caicedo haba puesto en escena Lina. Por la premura con que haba sido escenificada no contaba con grandes decorados, ni los trajes de los actores eran muy elaborados. Para dar realce al espectculo, Caicedo tom prestados unos enormes cortinajes de brocado veneciano que haba donado la mujer del barn de Carondelet, con los que consigui tapar el frontispicio de la iglesia. Tambin us la gigantesca alfombra que sola estar siempre en la nave central de la iglesia, y que tena fama de ser la ms grande de la Audiencia y quiz de todo el Virreinato. Haba sido confeccionada con lana de oveja pero tambin, algunos tramos, con lana de vicua. La haba adquirido don Juan de Ascaray, obispo de Quito, haca ms de cincuenta aos, como una donacin de todos los prrocos de la dicesis. A la representacin de Lina se excus de asistir el conde Ruiz de Castilla porque se haba agripado y prefiri no salir, y tampoco fueron las autoridades que estaban durmiendo la borrachera despus de las corridas. El capitn Barrantes y otros guardias s asistieron. Para variar estaban borrachos y se notaba que buscaban pelea, as que la dieron. Los actores de Lina ni siquiera tuvieron la oportunidad de salir al escenario porque Barrantes y sus amigotes ahuyentaron al pblico, destrozaron la escenografa y volvieron en jirones las cortinas de brocado veneciano. Finalmente, como no pudieron rasgar la alfombra, le prendieron fuego.

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o solo el conde Ruiz de Castilla estaba con gripe, sino que se haba desatado una especie de epidemia por toda la ciudad. Los ms viejitos cayeron primero, entre ellos el obispo Jos Cuero y Caicedo. Fue por esa razn que no haba asistido a la representacin de Lina ni saba lo que haba sucedido. Como estaba con alta fiebre, su sobrino prefiri no contarle nada, pero apenas se repuso, Caicedo le fue a visitar y le cont todo lo que haba ocurrido. El obispo mont en clera. Adujo que el tal Barrantes y su cuadrilla tenan una fama bien ganada ya que llevaban largo rato haciendo de las suyas, atemorizando a la gente, y burlndose de todo el mundo. Apenas se sinti mejor fue a visitar al conde Ruiz de Castilla. Obviamente lo recibi en su dormitorio. No tena fiebre pero deca que le dolan todos los huesos. Haba perdido peso y estaba plido y demacrado. El obispo le recomend mejorar la dieta. Caldo de gallina de Nicaragua. El conde le escuch con atencin y luego mand a llamar al negro Prieto. Le dijo que estaba muy enfermo, que deba mejorar la dieta y que pusiera atencin a las recomendaciones del seor obispo. Prieto opin que el consejo del obispo era cierto y que siempre se haba sabido que el caldo de gallina era excelente medicina, entonces el conde, frente a Prieto y el obispo, prometi cumplir la dieta. Apenas el negro sali, el obispo abord el tema. Le dijo que tena algo importante que contarle, y que deba intervenir rpido para ponerle solucin. Le recalc varias veces que l era del norte y no quiteo, y que por eso poda tener una visin imparcial de lo que estaba ocurriendo. El conde lo escuch con atencin. Se enter de muchas cosas, entre ellas de que los quiteos no estaban conformes con el trato prepotente y las constantes injusticias de los espaoles hacia criollos y mestizos. -Y quines son los prepotentes e injustos? pregunt el conde. El obispo tom aire y decidi hablar. -No estara bien de mi parte dar nombres. As que no los dar. Sin embargo voy a contestar su pregunta, seor conde. Se acomod en la silla y lo mir fijamente. -Los que ejercen los cargos del gobierno y sobre todo la guardia. -Cules cargos del gobierno? inquiri el conde. El obispo tena en la punta de la lengua el nombre de Senz de Vergara pero se lo call. Ese no era su territorio y al igual que en la casa del obispo, y muchos otros sitios de la ciudad, las paredes tenan la facultad de escuchar.

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Desvi el tema hacia la guardia. Le cont lo que haba sucedido en la representacin de Lina, puesta en escena por su sobrino, y a la que lastimosamente el conde no haba podido asistir. Se le humedecieron los ojos cuando habl de las cortinas de brocado veneciano que evocaban bellsimos paisajes buclicos, pero cuando se refiri a la alfombra, la voz se le cort y tuvo que detenerse un rato para contener el llanto. Haba advertido que no iba a dar nombres, sin embargo se trataba de un acto delictivo que deba ser reprendido. Le dio una lista con los nombres de los responsables, elaborada por el mismo Caicedo con la asesora de Nicols Vlez y Pacho, el organista. En primer lugar constaba el nombre del capitn Nicols Barrantes. El conde lo ley e hizo una mueca de desaprobacin. Le pregunt al obispo si conoca a Barrantes, a lo que l lo neg. -Pues yo lo conozco bastante bien, -exclam el conde- es ms, le debo algunos favores. Habl largamente de Nicols Barrantes. Se haban conocido haca muchos aos, cuando el conde no era conde, sino simplemente Manuel Urries, militar al servicio del rey. Siendo brigadier estuvo al mando de una columna de tres mil hombres para combatir al furibundo Tupac Amaru. Jos Gabriel Condorcanqui Noriega, conocido como Tupac Amaru II, era el singular caso de un joven mestizo, adinerado, que descenda por lado materno de criollos establecidos en el Cusco, y por lado paterno de Tupac Amaru I, el Sapa Inca. Fue el primer insurrecto americano y su movimiento contra el Imperio convocaba a todos los estratos sociales a liberarse del podero espaol. Someter a las fuerzas rebeldes y tomar prisionero a Tupac Amaru II fue tarea difcil, y a los que participaron se les colm de consideraciones. Entre los beneficiados haba un joven cataln, subteniente, llamado Nicols Barrantes. Despus de la batalla, que fue decisiva para capturar y dar muerte a Tupac Amaru, Barrantes fue ascendido a teniente y aos despus, Manuel Urries fue recompensado por el rey con el condado de Ruiz de Castilla. El conde jams lo haba olvidado, ya que durante esa batalla estuvo siempre a su lado y hasta fue herido en un brazo por impedir que el proyectil llegara al conde. Tal era el aprecio que le tena que haba intercedido por l ante a las autoridades y el mismo rey, para que en 1788 le ascendieran al grado de capitn. El conde se refera a l como si fuera un mozuelo, olvidando que haban transcurrido muchos aos y que Barrantes bordeaba los cincuenta. Haba sido el mismo conde quien lo haba trado de Lima, por pedido expreso de los jefes de Barrantes, para ver si el cambio de aires medraba el consumo de pisco. Pero les sali el tiro por la culata, porque efectivamente Barrantes se olvid del pisco, pero lo cambi por ron y aguardiente de caa. El conde admiti que haba tenido algunas quejas sobre Barrantes y que l mismo haba presenciado el escndalo que origin en el estreno de Zoraida, debido, sin duda, a su incorregible vicio. Dijo que necesitaba meditar sobre el asunto para tomar la mejor decisin, y luego coment que se senta muy cansado y que la fiebre haba vuelto. El obispo entendi que era hora de retirarse, as que se despidi. Sali del Palacio con la sensacin de que su visita haba sido en vano y que el conde no movera un dedo ya que de sobra estaba manifestada su simpata por Barrantes, pero se equivoc. A la maana siguiente se sorprendi de recibir la visita del capitn Nicols Barrantes, vestido impecablemente con sus mejores galas militares. Hizo el saludo de rigor que se haca frente a las altas dignidades
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y a continuacin recit una disculpa que pareca aprendida de memoria. El obispo no le crey una sola palabra. A leguas se notaba que el conde haba obligado a Barrantes a presentarse frente al obispo y retractarse. Lo nico que le crey fue lo que dijo al final, porque son alentador. -Por orden del Presidente regreso a Lima, por lo que aprovecho la ocasin para despedirme El obispo no pudo evitarlo y sonri, lo que ocasion que el rostro de Barrantes se desdibujara. Tena un resentimiento tan grande que hubiera sido capaz de desenvainar la espada y cortar de un solo tajo la cabeza del obispo. Sac fuerzas de alguna parte y se contuvo. Volvi a hacer el saludo militar de rigor con la intencin de retirarse, pero el obispo no le dej partir: le puso la mano enfrente, le miro fijamente a los ojos, y con la sinceridad que Barrantes no tena, le bendijo.

oraida fue un xito total pero desgraciadamente las funciones solo duraron hasta mediados de noviembre, porque Josefina Tinajero comenz a tener unos estragos terribles, adems de un detalle: el xito de Zoraida no se deba a la obra, ni a la puesta en escena, sino a la curiosidad de los quiteos por observar al vientre de Josefina y constatar si realmente, como se deca, estaba embarazada. Era la comidilla en la boca de toda la ciudad. Para colmo de males, la relacin entre Josefina y Juan de Dios Morales no era solo de amistad sino que era evidente que eran amantes. l le llevaba veinte aos, y ella estaba casada y embarazada de su marido. l haba sido perseguido e indultado, y ella se haba subido a un escenario con pantalones transparentes. Estaban tan enamorados que perdieron el pudor y asomaron juntos en pblico. Ms de una vez alguien los vio tomarse de las manos, y otra vez fue un beso que se transform inmediatamente en noticia. El beso devino en sexo y hasta circul el rumor de que el autor del embarazo de Josefina era Juan de Dios Morales. Esos sonoros ros serranos acarrearon mucha piedra para lapidar a Josefina Tinajero, ya nunca ms llamada as, sino La Tud. La atrevida Tud que haba escandalizado con su indecencia a la ciudad convento. Con toda esa fama encima se asomaron ambos donde el obispo Cuero y Caicedo con la intencin de anular el matrimonio de Josefina con Miguel Tinajero. Juan de Dios Morales iba en calidad de abogado y cumpliendo todas las de ley. Se recept el caso y se lo someti a juicio del consejo, encabezado por el obispo y su asesor Manuel Caicedo. Luego de estudiarlo y discutirlo largamente se lleg unnimemente a una sola consideracin: el caso no proceda. Se explic que las causas para la anulacin del matrimonio de una menor con su to, podan ser alegato suficiente, sin embargo, el actual embarazo de la solicitante impedan no solo la anulacin del matrimonio, sino la simple consideracin del caso.
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Como la especialidad de Juan de Dios Morales era el Derecho Civil y no el Cannigo, no pudo alegar nada y se someti al dictamen del obispo. Ms pronto que tarde, la historia de La Tud se difundi por toda la Audiencia e inevitablemente lleg a odos de su marido, su padre y todos los Tinajero. Hubo reunin familiar y se decidi enviarla, mientras durara el embarazo, al convento de las conceptas donde sera constantemente atendida y vigilada por las monjas. Rosa Checa se opuso tenazmente, pero no le hicieron caso. Simplemente la decisin estaba tomada. Ordenaron a las criadas empacar sus cosas y a la maana siguiente la fueron a dejar en La Concepcin, donde ya haban hablado con las monjas. Juan de Dios Morales se enter de esto cuando Josefina estaba encerrada en una celda. Se lo cont la misma Rosa Checa, que se haba ido a vivir a la casa de sus padres. Enamorado a los cuarenta de una joven veinte aos menor era como encender una fogata con troncos viejos, por lo que habra sido capaz de hacer cualquier cosa para entrevistarse con la amada. Plane un asalto al convento pero las murallas eran demasiado altas. Un amigo le cont de un antiguo tnel que pasaba por debajo del convento y que antes haba sido una de las quebradas que bajaban del Pichincha. Dilucidando sobre el asalto se hallaba cuando recibi una carta de Josefina, que mucho ms rpida que l haba resuelto el problema haciendo amistad con las monjas jvenes a las que tena encantadas. La fama de la La Tud no solo tena puntos malos, sino que ese aire de indecencia y rebelda la haba dotado de un particular encanto. Apenas se enteraron de que La Tud iba a permanecer en el convento, le cedieron inmediatamente el mejor de los cuartos, lo decoraron con esmero y hasta pegaron motivos pueriles. Josefina se dio cuenta rpidamente de que en lugar de tener un montn de enemigas poda poseer las mejores cmplices. Le preguntaron de todo y ella les cont siempre la verdad. Queran saber todos los detalles de Zoraida, as que ella les recit la obra entera que se la saba de memoria. Las monjas suspiraron conmovidas y le pidieron repetir una y otra vez hasta que la memorizaron. Con la ayuda de Josefina pusieron en escena Zoraida, a escondidas de la superiora. Durante meses se entretuvieron en los jardines de la Alhambra y lloraron inconsolables con la muerte de Zoraida y del guerrero abencerraje Abenamet. A cambio Josefina les pidi complicidad. Les habl del amor que senta por Morales y cmo haba sido obligada a casarse con su to, cuando apenas tena trece aos. Las monjas se indignaron y decidieron colaborar con ella, por lo que cada da Morales recibi una carta de Josefina. Lo que pens iba a ser una prisin oscura y fra, se transform en un constante jolgorio y eso a Morales le tranquilizaba enormemente. Fue un amor epistolar matizado con encuentros planificados, pues ms de una vez las monjas se dieron modos para que Juan de Dios Morales entrara al convento a visitar a su amada. La habra secuestrado, pero consider que las cosas no podan estar mejor de lo que estaban. Por otro lado, senta la premura por sanar un antiguo resentimiento que tena guardado: la restitucin de su puesto como Secretario del Gobierno. Un cargo que haba ejercido por muchos aos y que le quitaron injustamente. Nadie como l conoca los asuntos de la Presidencia, por lo que tom la decisin de hablar con el conde Ruiz de Castilla. Fue a Palacio pero se encontr con sus antiguos enemigos, entonces supo que ese camino le estaba vedado.

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Regres decepcionado a su casa, pero al pasar por San Agustn divis a lo lejos al joven Bennet que estaba tomando apuntes en una libreta. Pens que era una buena oportunidad para conseguir un acercamiento con el conde Ruiz de Castilla, as que lo abord. Se present. Le dijo que l haba puesto en escena Andrmaca y La Araucana, y que le haba complacido mucho verlo entre el pblico. -Le gustaron? pregunt. Bennet pidi disculpas por no ser un entendido en el tema y no poder emitir un comentario artstico, pero afirm que ambas representaciones le haban gustado y que las escenografas eran muy bellas. Juan de Dios Morales se dio cuenta de que estaba desviando el tema y fue al punto: -Y las obras?... Qu le parecieron las obras? Bennet sonri. Comprendi que Morales no era ningn tonto, as que fue sincero. -Me llamaron la atencin las cuatro obras que vi Evidentemente no haba presenciado Lina ni saba lo que haba ocurrido. De las otras cuatro obras, dijo que le haba admirado su espritu libertario, ya que eran un canto a la libertad, y que luego de presenciarlas, en el espectador solo quedaba una sensacin. -Cul? pregunt Morales. -La insurgencia, -musit Bennet. El gesto afable de Morales adquiri la ms solemne seriedad. Iba a decir algo, pero prefiri guardar silencio y meditarlo. Bennet era el secretario personal del conde Ruiz de Castilla y por lo tanto Antes de que pudiera seguir elucubrando, Bennet le dio una palmada en el hombro y le tranquiliz: -Pero no debe preocuparse. Esta opinin es ma, muy personal, y de ningn modo significa que sea la opinin del conde, o del gobierno. El rostro de Morales volvi a tomar color. -Es ms, -sigui Bennet- creo que nadie en el gobierno entendi el mensaje de ninguna de las cuatro obras Usted sabe Se miraron fijamente y descubrieron que tenan muchas cosas en comn. Fue gracias a Morales que Bennet descubri el morocho con leche y raspadura, y prob los cuarenta y seis tipos de pasteles hechos con maz, y en retribucin, Bennet le consigui una cita con el conde Ruiz de Castilla. Lo recomend de la mejor forma posible, sobre todo alegando su enorme experiencia en asuntos de gobierno y la relacin con las cortes espaolas. Contribua a su prestigio el carcter frreo pero nada exento de simpata y cordialidad. Tal fue la impresin que caus en el conde la descripcin hecha por Bennet que accedi a verlo. Se entrevistaron durante dos horas y en efecto, el conde constat que Morales era un experto. No solo que respondi a todas sus preguntas, sino que le dio un diagnstico de la situacin de los principales poblados de la Audiencia. El conde le prometi considerar sus servicios y Morales se despidi contento, presintiendo que haba causado una buena impresin. Ni bien sali del palacio, Bennet fue a hablar con el conde. Lo encontr preocupado. Le pregunt qu impresin le haba causado Morales, y el conde asegur que la mejor. Quiso saber si lo empleara como Secretario, pero el conde guard silencio. Pens que no le haba escuchado, as que volvi a repetir la pregunta.
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-S te o, -exclam el conde. -Y entonces? -Tengo que pensarlo. Esa noche, a puerta cerrada, se reuni largamente con el zambo Arechaga, su recogido, al que Bennet tena espanto por su apariencia. -El chino es lo ms feo que he visto en Amrica, -deca. En Lima les decan chinos a los que tenan sangre india y negra, y cuyas maneras, actitudes y acciones, Bennet consideraba brutales. Fue precisamente por su apariencia y sus modales que los quiteos inmediatamente lo apodaron como la Bestia. El bondadoso conde Ruiz de Castilla lo haba recogido siendo nio, a sabiendas de que era hijo de un fraile de San Juan de Dios, con ascendencia africana, y una india de Oruro. Lo tom a su cargo, le educ y le oblig a seguir la carrera de Leyes en Lima, siempre con la intencin de que fuera su secretario. Sin embargo, a pesar de la confianza que el conde haba depositado en Arechaga, l estaba decepcionado. Como si fuera un nio triste y desamparado le reclam al conde que lo haba relegado a ltimo plano, y que para qu quera l un secretario si ya tena a Bennet. El conde le aclar el asunto. No era un secretario particular lo que l requera, sino un secretario de Gobierno. Arechaga guardo silencio y dej que el viejo repitiera todo lo que acababa de or a Morales. Le describi las funciones de un secretario de Gobierno, e incluso le dio el mismo diagnstico de los pueblos importantes de la Audiencia. Puso como palabras propias lo que Morales le haba dicho sobre el trmite en la relacin de Quito con las cortes espaolas, y Arechaga, que no era tonto, aprendi en un rato todo lo que a Morales le haba tomado ms de diez aos. Al da siguiente se supo que haba nuevo secretario de Gobierno, con el beneplcito del conde Ruiz de Castilla y las autoridades espaolas. Su nombre era Toms de Arechaga. La noticia fue como una pualada para Juan de Dios Morales. Igual suerte corri Manuel Rodrguez de Quiroga. Consigui audiencia con el conde para rogarle que intercediera por l, y le permitiera ejercer su profesin de abogado, as que lo citaron para el jueves, despus del almuerzo, pero el da de la audiencia el negro Prieto tuvo que ausentarse y no pudo vigilar la dieta del conde, por lo que una criada inexperta no desgras el caldo de gallina, y el conde se lo tom todo. La exposicin que Manuel Rodrguez haba preparado era magistral, y seguramente le habra encantado al conde, de no haber sido porque la grasa de gallina obr sus efectos y al conde le acometi un ataque de vomito imparable. Impvido, Manuel Rodrguez contempl la escena, sin atreverse a acercarse al conde por miedo a ser salpicado. En cada arcada se le iba la vida. Por un segundo pens que el conde iba a morir y que deba presenciar la escena, pero mejor decidi retirarse cuando Bennet lleg, seguido de Toms de Arechaga. Sali del Palacio rumbo a la casa de las Caizares. Le llam la atencin un tumulto de gente que se haba congregado en la esquina del convento de las conceptas. Una mujer, conocida como la Ciria por tener un puesto de cirios que haba heredado de su marido, tena una hija de quince aos a la que cuidaba como el ms grande tesoro. En los ltimos das
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de los festejos, el tesoro de la Ciria fue violado por un guardia espaol que recientemente haba llegado en un destacamento venido de Pasto, y lo que era peor, la haba dejado embarazada. La Ciria haba hecho los reclamos pertinentes pero los guardias y sus superiores se haban burlado de ella. Enardecida como estaba comenz a dar de gritos en media calle, llamando la atencin de los transentes. Por ah acert a pasar el capitn Salinas con un grupo de soldados. Acudieron presto y se enteraron de lo qu pasaba, entonces el capitn Salinas mont en clera, fue donde la Ciria y le dijo que se calmara porque se iba a hacer justicia. Le pidi a la mujer que le acompaara y que identificara al autor de la infamia, as que ella fue con l. Detrs acudieron todos los que se haban reunido para espectar la escena, que eran ms de quince personas. Entraron todos al cuartel y el capitn orden a la guardia cuadrarse en firmes. La Ciria se pase entre los soldados mirndoles a la cara, pero no hall al culpable. Cuando estaban por salir lleg el teniente Marcos y entonces la Ciria lo identific inmediatamente. Salinas le hizo un rpido interrogatorio y el teniente respondi con la verdad. Admiti haber tenido relaciones carnales con la hija de la Ciria, pero que eso no era ningn delito, porque l era espaol y para eso estaban las indias. La Ciria se puso tan furiosa cuando escucho el descarado alegato del teniente que le salt encima y le aru la cara fieramente. Entendi que no poda hacer nada y que tena todas las de perder, as que le dijo: -Que por lo menos te queden estas seales Se retir furibunda dejando al teniente Marcos sometido a las miradas del pblico. Estaba tan avergonzado que una parlisis momentnea se haba apoderado de l. Las heridas en la cara estaban sangrando. El capitn Salinas le increp: -Usted se lo ha buscado. Solo entonces, movido por la rabia, el teniente Marcos recobr el movimiento. Sali apresurado del cuartel y se dirigi a Palacio. Lo dejaron pasar porque era espaol y su aspecto produca pnico. Quera a toda costa hablar con el conde Ruiz de Castilla, pero el pobre viejo estaba ms muerto que vivo. Prieto se hizo cargo de l. Le dio una infusin bien cargada de toronjil para apaciguar los nervios, y con aguardiente y hojas machacadas de matico le cur las heridas. Cuando estuvo ms tranquilo se mir a un espejo y con espanto comprob las marcas de la Ciria en el rostro. Le pregunt a Prieto si se podran borrar, pero el negro, que no saba mentir, canturre: Nunca se puede perder Lo que marca una mujer.

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ue gracias a Caicedo que Bennet conoci una copia de la carta geogrfica de la Audiencia de Quito, elaborada por el sabio Pedro Vicente Maldonado. A partir de entonces, Bennet se obsesion con el camino que el sabio haba diseado desde Quito hasta Esmeraldas, pasando por Cotocollao y Nono. Convenci al conde de que le autorizara para hacer el levantamiento de los pueblos circundados por el ro Esmeraldas, y en lo posible adentrarse en territorio cayapa donde se deca que habitaban tribus salvajes que no queran ningn tipo de contacto con cristianos. El da de la Inmaculada Concepcin, Bennet parti para Esmeraldas. Su salida del Palacio coincidi con una procesin en honor a la virgen. Todava no amaneca y la nica luz era la de las antorchas que cargaban los devotos. En la penumbra le pareci identificar al esclavo del marqus de Selva Alegre que se escurra raudo entre la muchedumbre. Ambos siguieron sus caminos. Bennet se fue a tierra de coniguas y cayapas, y Jeremas Anangon apresur el paso porque tena que dar un recado urgente. El mismo mensaje para catorce personas, que sali idntico de la boca del negro, y que deca: A nombre de mi seor y amo Juan Po Montfar y Larrea Segundo Marqus de Selva Alegre Os traigo el siguiente mensaje: Que vuestra presencia ser invalorable Y muy necesaria En la morada de mi marqus El prximo 26 de los corrientes Y los das subsiguientes, Con motivo de conmemorar la Natividad del Seor. La ltima en recibir el mensaje fue Manuela Espejo. La encontr terminando de arreglar la biblioteca. Se haba dado el trabajo de revisar todo lo que tena y rehacer el inventario. Bajo el titulo de Ley de Aduanas, haba encontrado un legajo con cientos de papeles rsticamente cosidos. Inmediatamente identific la letra de su hermano y se puso a leer. Se trataba de varios apuntes sobre la Revolucin de los Estancos, en la que el sabio destacaba la masiva participacin de mestizos e indgenas para abolir la injusta ley de aduanas y tributos a la produccin y comercializacin de aguardiente. La participacin popular haba sido tan impactante que los insurgentes lograron todos sus propsitos.

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Recibi el mensaje de Jeremas Anangon y le asegur que ira. Le pidi que le diera las gracias al marqus y le entreg un bulto con pan y queso que acababa de adquirir. El negro se despidi y se fue con la satisfaccin de la misin cumplida. El da veintisis, desde las cuatro de la tarde, comenzaron a llegar. Los primeros en hacerlo fueron los que vivan ms cerca, como era el caso del cura Riofro y Juan Pablo Espejo. Ms tarde fueron llegando los de Quito. Los ltimos en llegar fueron la seorita Catalina Veintimilla, que estaba sin su to, y un joven adolescente, a quien present como su hermano. Se miraron unos a otros preguntndose el por qu de su presencia en un asunto tan serio, pero ninguno dio con la respuesta. Despus del chocolate con allullas y queso de hoja de Latacunga, el marqus repic una campanilla y tom la palabra. Con tono solemne pero al mismo tiempo mundano, expres que estaba encantado de recibirlos y que su casa se engalanaba al ser morada de la insurgencia. Lo dijo as, sin tapujos, y entonces algunos se incomodaron, pero el marqus no se inmut y sigui hablando. Cont que los vientos que soplaban en Espaa eran demasiado fuertes y que las colonias deban aprovechar los cambios que se estaban dando. Fue corto pero sucinto en sus palabras. Antes de terminar present al hermano de Catalina Veintimilla. Se llamaba Juan y tena catorce aos. Al igual que su hermana era un consumado patriota y le fascinaba el tema de la independencia americana. Tena adems una particularidad: acaba de llegar de Espaa con las ltimas noticias sobre la invasin napolenica. Se emocionaron todos con la sorpresa y entonces comenzaron a llover las preguntas, pero el marqus volvi a repicar la campanilla y pidi silencio. -Por favor, les voy a pedir que pregunten despus. Primero dejen que Juan hable. Le hizo una seal al joven y entonces este avanz al centro del saln. Mir a los presentes e hizo varias venias. Como si se tratara de un acto que haba sido ensayado muchas veces, se desenvolvi con absoluta naturalidad. Con voz fuerte y clara, y marcado acento castellano, cont lo acontecido en la Batalla de Bailn, en la que el ejrcito espaol al mando del general Castaos, haba vencido a las fuerzas napolenicas. Durante ms de diez minutos el joven Juan Veintimilla narr el enfrentamiento y derrota del ejrcito francs, lo que constitua la primera baja militar de Napolen. Al terminar su exposicin hizo una venia en espera de aplausos que todos complacieron, pero cuando pensaban que haba concluido, volvi a hablar: -La Grande Arme, -pronunci en perfecto francs. Alguien que dominaba la lengua, susurr: -El Gran Ejrcito. Como si fuera parte del repertorio, tambin ensayado muchas veces, el joven Veintimilla se explay hablando sobre el ejrcito ms grande del mundo, que estaba dotado de cerca de trescientos mil soldados y que era invencible. Haban entrado en Madrid y cercado la ciudad de cabo a rabo. A continuacin, como si estuviera dando una leccin magistral de Historia frente a sus maestros, detall la composicin del ejrcito espaol, que en papeles estaba dotado de ciento siete mil soldados y treinta mil ms de las guarniciones de milicianos provinciales. Sin embargo, la gran mayora estaba en Amrica por lo que apenas se contaba con cinco mil soldados en capacidad de combatir. Primero los franceses invadieron Pamplona, y cuatro das despus Barcelona. Mientras el norte del pas se hallaba tomado, en Aranjuez Fernando VII se proclam Rey de Espaa, tras la abdi75

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cacin de su padre. Fue a fines de marzo que el mariscal Joachim Murat, cuado de Napolen, entr en Madrid. A pesar de la advertencia de que sera una visita amistosa, el mariscal y la tropa dieron muestras de despotismo y no escatimaron en apropiarse de cosas ajenas sin pedir permiso. Murat tuvo la desfachatez de desconocer la autoridad de Fernando VII, e incluso se atrevi a exigirle la sagrada espada de Francisco I que se conservaba como una reliquia en la Armera Real de la villa de Pava. Para recordarles constantemente a los madrileos que haban sido invadidos y dominados, Murat pasaba revista a la tropa todos los domingos, en un arrollador desfile pblico que iba desde la calle de Alcal hasta el Paseo del Prado. Un da, cuando Murat y su Estado mayor cruzaban la Puerta del Sol, fueron abucheados e insultados por la muchedumbre, y por primera vez Murat se sinti inseguro. Consult con sus compinches y lleg a la conclusin de que era la figura de Fernando VII la que inspiraba la insurgencia, por lo que pidi a Napolen que se llevara al rey de Espaa. Y as lo hizo. Detuvo como prisioneros a padre e hijo en Bayona, aunque no exentos de lujos y galas, pero cuando pretendi sacar a los infantes reales de Madrid, el pueblo se alz en armas. Se congregaron frente a la puerta del Palacio Real para impedir el secuestro de los infantes, por lo que Murat, sin pensarlo dos veces, mand un batalln con dos caones ligeros de campaa para que arremetieran contra la muchedumbre. Hubo muertos y heridos y la gente se dispers por todas partes gritando: muerte a los franceses! Esperaban que salieran los soldados espaoles a defenderlos, pero brillaron por su ausencia. Ninguno quiso rebelarse porque todos saban que la armada francesa era superior. Exactamente: tres mil espaoles contra treinta y cinco mil galos. El joven Juan Veintimilla hizo una pausa, tom aire y sigui con voz firme. -La hora de poseer el imperio ms grande del mundo le haba llegado a Roma, despus a Espaa, y ahora el turno era de Francia. Ese haba sido el argumento que les vendieron los galos a algunos espaoles. Entre ellos los miembros de la Junta de Gobierno que se haba formado por la ausencia de Fernando VII y que nunca intervino porque estaba del lado de los franceses. Un grupo de valientes madrileos acudi al parque de artillera del Palacio de Montelen donde un arsenal estaba depositado. Se armaron junto a setenta soldados que custodiaban el parque y dispusieron varios caones. Murat no se amedrent, alert a todos sus cuarteles que sofocaran inmediatamente cualquier intento de subversin y luego arremeti contra el Palacio de Montelen y pas a todos por las armas. Se sobrecogieron los presentes al escuchar la narracin de Juan Veintimilla, y mucho ms cuando el joven, con tono fnebre, expres: -Los fusilamientos comenzaron temprano, siguieron en la tarde, y continuaron hasta el da siguiente. La Moncloa, el Retiro, el Paseo del Prado, la montaa del Prncipe Po, estaban colmadas de cadveres. Fueron ms de ciento cincuenta, junto a otros cuatrocientos de hombres, mujeres y nios que fueron asesinados en las calles de Alcal, San Jernimo, Fuencarral y otras. El resto de cadveres, que sumaban el doble, no eran de espaoles, sino de franceses, porque el populacho armado de cuchillos haba hecho su parte. Perdieron la vida ms de quinientos madrileos, pero de los galos murieron sobre los mil.

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A pesar de que Murat haba confirmado a Napolen que Espaa estaba dominada, este despleg un numeroso destacamento a Zaragoza, Catalua, Valencia, Andaluca, la Mancha y la frontera con Portugal, ya que en Oporto se haba desatado una sublevacin contra los franceses y no quera que lo mismo ocurriera en otros lugares de Espaa. Fue entre el 2 y el 5 de mayo que sucedi lo peor: Carlos I y Fernando VII abdicaron del trono de Espaa a favor de Napolen Bonaparte. Todos los que estaban oyendo la narracin del joven Juan Veintimilla emitieron involuntariamente un gemido, y al cura Riofro se le escap un comentario: -Cobardes! Antes de que se produjeran ms interrupciones, el joven Veintimilla volvi a hablar: -Ahora viene lo mejor dijo, y con voz fuerte anunci- Ingenieros de Alcal de Henares! Setecientos soldados del batalln Ingenieros de Alcal de Henares fueron los primeros en alzarse contra las tropas francesas. Se apoderaron de ms de milln y medio de reales y huyeron a Valencia donde fueron recibidos con mucho entusiasmo. Desde ah comenzaron a organizar la insurgencia. Inmediatamente hubo rplicas en toda Espaa: Oviedo, Zaragoza, Cdiz, Asturias, Badajoz, Cartagena, Granada y La Corua y entonces comenz la guerra. El joven Veintimilla narr varias batallas: la de Medina de Roseco, la defensa de Valencia, la de Zaragoza, la de Gerona, e incluso la de Rolica, que haba sido la primera batalla entre franceses e ingleses en suelo ibrico. Concluy su largusima exposicin argumentando que se haban creado muchas Juntas Provinciales en Espaa, que se haban declarado absolutamente independientes del gobierno francs. -Cul ser, entonces -termin diciendo- el destino de las colonias? Hubo una larga ronda de aplausos y felicitaciones. Rosa sirvi ms chocolate y allullas. Estaban admirados por el talento del joven, pero tambin por lo que estaba sucediendo en Espaa. La pregunta del joven Veintimilla se qued rondando en el saln como un cuchillo afilado que poda herir pero tambin cortar las amarras de la libertad. -Cul ser el destino de las colonias? repiti el marqus con cierto tono irnico. Hizo un sucinto resumen de lo que haba expuesto el joven Veintimilla y concluy: -Una Junta Provincial. Sac a relucir el caso de Cdiz, en el que se haba botado a todos los miembros del gobierno por estar a favor de los franceses y se haba armado una Junta Provincial con voluntarios del mismo pueblo. -Una Junta Provincial espaola? pregunt Juan de Dios Morales. -S, espaola, -adujo el marqus- ya que somos colonia espaola. -Pero podramos dejar de serlo, -sentenci Morales. Todos guardaron silencio porque se estaba tocando un asunto escabroso. -Ha llegado, ahora s, aadi Morales- el momento de nuestra independencia. Mascullaron el asunto y terminaron estando de acuerdo. Eran las tres de la maana y estaban cansados, as que se retiraron a las habitaciones que les haban asignado. Sin embargo, esa noche nadie pudo dormir porque el miedo, con su cola espinosa, comparti la cama con todos.

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l da de Los Santos Inocentes por la tarde, despus de una comparsa de indios disfrazados que Rosa haba organizado, Manuela Espejo pidi la palabra. Cont que das atrs, mientras reorganizaba la biblioteca, haba encontrado un legajo escrito por su hermano que versaba sobre la famosa Revolucin de los Estancos, de la que tanto hablaban los mayores y que actualmente se haba olvidado. Reiter que ella no era nadie para habar de esos sucesos, pero que lo haca a nombre de su hermano, quien consideraba que la Revolucin de los Estancos era el mayor acontecimiento de insubordinacin que se hubiera dado en Amrica. Sin ms prembulos, cont la narracin hecha por el sabio. Se remont al primer Marqus de Selva Alegre, que haba fallecido siendo Presidente de la Audiencia, all por 1761. Por ms de cinco aos no se nombr sucesor y las pocas autoridades que quedaban eran tan ancianas que no se ocupaban de sus funciones. El pueblo estaba ms deprimido que nunca ya que nadie poda ejercer el comercio sin pagar cuantiosos impuestos, ni sosegar las penas con una gota de aguardiente. Espaa no era tonta. Cuando comenz a acabarse el oro, inmediatamente busc otra forma de proveerse. De las mitas y obrajes, pasaron a los estancos, que abarcaban cualquier lquido fermentado. A los indios se les arrebat de los labios su sagrada chicha y se prohibi tajantemente la produccin casera de aguardiente en haciendas y comunidades. Antiguos Presidentes de turno fueron tolerantes con la medida porque conocan la situacin de cerca. El mejor de ellos fue el primer Marqus de Selva Alegre que permiti la destilacin de aguardiente por asentamientos, es decir que poda realizarse en varios sitios y a diferentes precios, con lo cual se competa por la calidad del producto y no se lo mezquinaba a nadie, sin embargo, a su muerte se comenz a aplicar la ley radicalmente. Conocedores en Espaa de lo difcil que era cumplir la ley a rajatabla, encargaron el asunto al virrey Mesa de la Cerda, quien no pudo tener mejor acierto que enviar a la Audiencia a su hombre de confianza: un tal Jos Daz Herrera, conocido por su tenacidad para poner orden. En poco tiempo extermin la casi totalidad de alambiques privados y estableci un solo estanco, y as el expendio de aguardiente pas a ser voluntad de la Real Hacienda. Era un solo dueo que tasaba las botijas de aguardiente a su conveniencia sin fijarse en las necesidades ni provecho de los agricultores. Los nimos de la plebe, es decir mestizos e indios, estaban exaltados, y no era para menos porque en la produccin y comercializacin de aguardiente intervenan familias enteras, y era de ese negocio que se mantenan. Adems pesaba sobre manera el asunto de las aduanas para los productos de consumo diario ya que hasta una miserable zanahoria tena que pagar un impuesto para entrar a la ciudad. La pobreza era grande y la insatisfaccin creca cada da.
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Llamaba la atencin la constante agrupacin de quiteos en los barrios, en las plazas, en los mercados, y algunas veces en las mismas iglesias parroquiales. Todos mestizos e indios. Blancos ninguno. Los seores de apellido antiguo y abolengo estaban en las haciendas porque Quito ya no era un buen lugar para vivir. Desde haca aos Riobamba le haba robado el encanto. Quito poda ser la ciudad de las artes y las dos universidades, pero en Riobamba se llevaba vida de corte. Manuela interrumpi su narracin y tom un sorbo de chocolate. Los que tenan mayor edad hicieron sus comentarios: -Es cierto, -dijo Juan de Salinas- Riobamba era mejor que Quito. Cuando era muchacho no haba mejor regalo que ir de vacaciones a Riobamba. Recordaron los paseos a las cinco de la tarde por la plaza mayor, en los que todos los habitantes salan a cumplir el rito de dar incontables vueltas alrededor de la plaza, saludando unos con otros y luciendo las mejores galas. Luego las serenatas y alguna vez un grupo de universitarios de Quito que traa una representacin teatral. Ms que el arte eran las fiestas, y ms que las fiestas era el derroche de lujo. Las principales familias riobambeas competan por demostrar que en esa ciudad se llevaba ms vida de corte que en Lima. Habra llegado a ser la ciudad ms importante de la Audiencia de no haber sido por el fatal terremoto que la destruy. Guardaron silencio por un rato, entonces Manuela volvi a tomar la palabra. -Fueron mestizos e indios los que protagonizaron la rebelin de los barrios, -continu. Haban sido exclusivamente ellos los que se levantaron en armas y dijeron basta! a los abusos. Eran tantos y estaban tan bien organizados por barrios, que amedrentaron a los espaoles que vivan en Quito, y que con las justas consiguieron refugiarse en algunos conventos de curas y monjas de clausura, aunque fue peor para ellos, porque una vez que la ciudad estuvo tomada, se dieron cuenta de que eran prisioneros. La plebe tom el mando y como primera medida expuls de la ciudad a todos los espaoles solteros, lo que se cumpli de inmediato. El primero en salir, a hurtadillas fue el tal Jos Daz Herrera, de quien no se volvi a saber. Inmediatamente acudieron como mediadores algunas autoridades y coincidieron en que la ley de estancos y aduanas era injusta. El virrey de Bogot la aboli y la tranquilidad volvi a estas tierras. Manuela tom aire y se pase por el saln. Suspicazmente, concluy: -Habra sido la ocasin perfecta para declarar la independencia, pero ese no era el deseo de la plebe. Ellos queran a su rey, y nunca haban tenido la idea de dejar de ser colonia. Era otra cosa por la que se haban sublevado: una ley injusta que fue abolida. Nada ms. Call y se produjo un largo silencio. Estaban pensativos porque el discurso de Manuela les haba calado en lo ms profundo. Manuel Rodrguez fue el primero en hablar. Dijo que el punto de vista de Manuela era interesante, pero ella interrumpi para aclararle que no era su punto de vista, sino que era la opinin de su hermano, y que ella solo haba hecho de interlocutora. Manuel Rodrguez rindi su admiracin al sabio y luego sigui:
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-El problema es siempre el mismo: la falta de instruccin. La nfima plebe no puede ser ms ignorante y es por eso que no puede discutir sobre conceptos como libertad. Filosofaron largo rato sobre la libertad y la pobreza, y al final le dieron todos la razn al sabio Espejo, que aunque no estaba presente haba demostrado que sus ideas eran imperecederas. Concluyeron que en efecto a la nfima plebe, compuesta de miles de mestizos categorizados en nueve rangos, adems de indios y negros, no le interesaba ser o no colonia. Ellos estaban felices con sus reyes, prncipes e infantes, que nacan, moran y cumplan aos, a cada rato. Gracias a ello haba fiesta, comida de sobra, corrida de toros, luminarias y torpedos, y as la vida se haca ms llevadera. Lo nico que fastidiaba al colono, desde Mxico hasta la Patagonia, era el trato desptico, grosero y desmedido de los chapetones hacia los americanos. Manuel Rodrguez agreg que l lo haba experimentado en carne propia, ya que siendo hijo de espaol, haba perdido automticamente todos los derechos al haber nacido en suelo americano. -Como si Amrica fuera la cloaca de Espaa, -musit. El comentario desat un murmullo. Juan de Dios Morales que hasta entonces haba permanecido en silencio, tom la palabra para hacer un sucinto resumen de lo que haba escuchado. Con sus magnficas dotes de catedrtico y orador, abarc todos los puntos tratados, y concluy: -Para que una revolucin se d es indispensable el apoyo popular. Algunos adujeron que s lo haba y que el abarrotero, el cerero, el carnicero y el panadero eran prcticamente amigos ntimos. Pudieron tambin haber dicho que eran sus parientes, pero se abstuvieron. Juan de Dios Morales les llam a la cordura y les pidi que admitieran la realidad. No exista apoyo popular, por la simple razn de que a la nfima plebe no le interesaba el asunto. Crea en la urgente necesidad de educar a la plebe, pero tambin saba que no haba tiempo. -Sin embargo, lo que est ocurriendo en Espaa es una oportunidad nica para nosotros. Es ahora o nunca, -concluy. Divagaron durante horas en cmo convencer a la plebe sobre la causa independentista pero todas las soluciones estaban llenas de obstculos. Despus de la cena, el marqus de Selva Alegre opin: -Tanto que se alega que las colonias tienen los mismos derechos que los pueblos de Espaa, entonces bien podramos imitar lo que han hecho las juntas provinciales, y declararnos independientes de Napolen, pero leales a Fernando VII, as la plebe nos apoyara. Lo discutieron y convinieron en que era magnfica idea. Incluso Juan de Dios Morales y Manuel Rodrguez que eran los ms radicales, estuvieron de acuerdo. Les pareca que la situacin de Espaa era tan inestable que tarde o temprano habra de darse la independencia, por lo que hicieron un brindis y todos al unsono exclamaron: -Viva Fernando VII!

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l capitn Juan de Salinas y Juan Pablo Arenas aportaron cada cual con lo suyo. El capitn explic en pocas palabras que contaba con el respaldo de una tropa compuesta por doscientos hombres, en la ciudad de Quito, y ms de mil en las afueras. Juan Pablo Arenas cont por su parte que semanas antes se haba puesto en contacto con su hermano, Jacinto Bejarano, quien diriga el grupo de conspiradores en Guayaquil. Vicente Rocafuerte, su sobrino haba viajado a Bogot a entrevistarse secretamente con el prcer Nario que aunque estaba tras las rejas diriga la subversin desde prisin. El prcer lo haba anunciado: la subordinacin deba comenzar en Quito, para luego extenderse por Guayaquil, los corregimientos del sur, y al mismo tiempo por el norte, hasta Pasto y Popayn. Del resto se encargara Nario. Arenas tambin dijo que dentro de pocos das se encontrara en Ambato con Rocafuerte para contarle la decisin que haba tomado la Junta. - Junta? balbucearon. El nombre se les qued en la punta de la lengua, lo saborearon y llegaron a la conclusin de que as deban llamarse. Alguien sugiri que deban fijarse plazos y fechas. -El seis de enero, da de Reyes, -opin Manuel Rodrguez, pero les pareci demasiado pronto. Necesitaban tiempo, sobre todo para acercarse a la plebe y convencerlos de su apoyo. Acordaron que sera a fines de febrero. Se convocara a una reunin abierta a la que deba asistir el mayor nmero de gente y entonces se proclamara la desobediencia al gobierno de Napolen y la total lealtad al rey Fernando VII. Hablara el marqus de Selva Alegre, y a continuacin el capitn Salinas, en compaa de Morales, entregaran al conde Ruiz de Castilla la peticin de desalojo. Del mismo modo seran removidos de sus cargos los oidores y todos los espaoles que desempeasen un cargo administrativo, y al igual que en la revolucin de los Estancos, se expulsara a todo espaol soltero. Les pareci bien. Agregaron unas cuantas peticiones en son de chiste y se regocijaron por estar todos de acuerdo. El ms emocionado era el joven Juan Veintimilla que hizo rpida amistad con el capitn Salinas, ya que su sueo era ser militar. No se quedaron a pasar el fin de ao en la casa del marqus puesto que todos alegaron tener harto que hacer, y era cierto: estaban empecinados en averiguar personalmente de qu lado estaba la plebe. En el caso de Manuela, Morales y Rodrguez, armaron durante el viaje de regreso una estrategia para comenzar a ganar adeptos para la insurgencia. Tuvieron bastante tiempo para discutir sobre libertad, independencia, y los derechos del hombre. Afortunadamente tenan un idelogo que siempre les inspiraba aportando con la idea precisa: Eugenio Espejo que estaba presente, siempre.
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Por eso fue que concluyeron que la independencia no era solo un asunto de libertades y derechos, sino que lo ms importante era el territorio. Amrica para los americanos, haba dicho el sabio, y era absolutamente cierto.

s de cien juguetes, entre soldados de madera y muecas de trapo, se distribuyeron en los barrios de Quito el da de Reyes, gracias a la generosa contribucin de Juan de Larrea, el capitn Salinas y Juan Pablo Arenas. Adems, las madres de familia de cincuenta hogares humildes recibieron artculos de cocina y otros cachivaches. Los fueron a entregar ellos mismos. De casa en casa distribuyeron los objetos y la plebe les expres su agradecimiento. A la semana, los mismos Larrea, Salinas y Arenas, asomaron por los barrios. Se entrevistaron con algunas personas que ejercan el comercio y acordaron una reunin barrial para conocerse mejor. Como la gente les tena gran afecto, las reuniones se llevaron a cabo sin problema. Comenzaron por San Roque, que tena fama de ser un barrio de gente aguerrida. Se reunieron alrededor de treinta personas, hombres y mujeres, en la casa del comerciante Quijano que era de las ms grandes, y esperaron en silencio a que uno de los tres hablara. Comenz Larrea. Les agradeci por haber concurrido al llamado y pidi un aplauso para el comerciante Quijano, que haba prestado las instalaciones. Acto seguido les habl de la urgencia que haba en que todos se enteraran de lo que estaba ocurriendo en Espaa. Habl de los reyes y tambin habl de Bonaparte, y luego habl de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Habl tan solemnemente que muchos se perdieron en el discurso. Como sospecharon que algo grave haba ocurrido, preguntaron qu pasaba porque no haban entendido nada. El capitn Salinas solt una carcajada y le dio una palmada en el hombro a su amigo. -Don Juan de Larrea es un hombre muy educado les dijo- y por eso se expresa con palabras poco conocidas. Con la simpata que siempre desbordaba, explic el asunto. Habl de un tal Napolen Bonaparte, un don nadie, que de pronto se haba convertido en el Emperador de varias naciones, entre ellas Espaa. Arbitrariamente haba desterrado a los reyes lo que haba motivado que el pueblo espaol se sublevase y comenzara la guerra de independencia contra los franceses. Les dijo que las colonias tenan que tomar una posicin frente al asunto. O apoyaban a Fernando VII, o se quedaban con Napolen. No poda haberlo dicho mejor. La rpida exposicin del capitn Salinas desat una ola incontenible de susurros. Les pidi que se expresaran individualmente, y entonces el cerero de la iglesia de Santa Clara, dijo: -Qu nos importa a nosotros quin gobierne en Espaa? Total nunca les hemos conocido. Miraron todos a Salinas esperando respuesta, entonces Arenas sali al paso:

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-Importa mucho, porque no es lo mismo ser sbdito del rey de Espaa que de un francs don nadie. El tendero de la Cruz Verde, que estaba apurado por irse porque tena el puesto botado, pregunt qu era exactamente lo que queran y con cunto haba que aportar. Le explicaron que no era un asunto de dinero, sino de saber cul era su posicin: apoyaban a Fernando VII o se quedaban con Napolen. La mayora expres que le tena sin cuidado el rey de Espaa o Napolen, que ninguno de los dos les aportaba ningn beneficio, y que peor de lo que estaban ya no podan estar. Alguien coment que mejor era arriesgarse y optar por Napolen, para ver si as cambiaban las cosas. Se miraron entre los tres, decepcionados, y cuando se disponan a dar por terminada la reunin, el comerciante Quijano pidi la palabra. Habl con voz clara y sonora, y explic que el momento histrico que se estaba viviendo era muy importante y haba que aprovecharlo. Dijo sin ms que las colonias americanas deban independizarse para que los gobiernos fueran locales, y los beneficios de la tierra se quedaran aqu mismo, donde pertenecan, y no fueran a dar en las arcas de un seor que ni siquiera conoca lo que tena. Todos estuvieron de acuerdo. Cuando el capitn Salinas les volvi a preguntar si apoyaban a Fernando VII o se quedaban con Napolen, ellos respondieron: -Ni uno ni otro. Queremos la independencia total de Espaa y de Francia. Los tres se quedaron mudos, porque ninguno supuso que la nfima plebe, a la que consideraban tonta e ignorante, estaba ms nutrida que ellos en asuntos de patriotismo. Similar experiencia tuvieron Morales y Rodrguez. En una tertulia con artistas y los estudiantes que haban participado en las obras de teatro, se discuti lo que estaba pasando en Espaa, y la mayora lleg a la consabida conclusin de que era el momento perfecto para que las colonias americanas se independizaran. En una reunin ms privada, la ltima que se realiz en la casa de Juan de Larrea, se coment que los verdaderos intereses de la Junta quitea eran declarar la lealtad a Fernando VII, y que la decisin ya haba sido tomada. Algunos protestaron. Se indignaron de que no se los hubiese tomado en cuenta. El ms enrgico de ellos, el joven Nicols Vlez que acusaba a la Junta de timorata e hipcrita. -Si lo que queremos es la independencia, argumentaba- debemos decirlo abiertamente en lugar de disfrazarla con falsas lealtades. La opinin del joven Vlez fue apoyada por varios de los presentes, lo que aument el desconcierto de Morales y Rodrguez. Finalmente lleg a Quito la cdula real por la cual se nombraba al prncipe de Asturias como soberano de Espaa y las colonias, cuando ya todos saban que Fernando VII y Carlos IV haban abdicado al trono para entregrselo a Napolen Bonaparte. A pesar de ello, el conde Ruiz de Castilla decidi apegarse a la forma tradicional, aquella que estaba respaldada por un pergamino lleno de rbricas y sellos, y anunci que Fernando VII haba sido proclamado rey de Espaa y que la Audiencia deba celebrarlo como corresponda. Pidi colaboracin a la nobleza pero la recibi escasa y de mala gana, porque los nobles no entendan lo que ocurra. Fue a verlo una delegacin de los ms vehementes realistas, encabezada por don Juan Jos Guerrero y Mateu, regidor y alcalde la ciudad, que le expuso al conde la situacin de lo que estaba pasando en Espaa, pero el conde agreg tajante:
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-Mi deber es ceirme a la jurisprudencia. Guerrero insisti en la que la jurisprudencia no tena cabida porque en Espaa se haban roto todas las reglas y el rey ya no era Fernando VII sino un francs aprovechado y autoritario, pero el conde no quiso ceder. Reiter que tena que ceirse a lo establecido por lo que orden que se gastase una buena suma del erario en fiestas, toros, luminarias y banquetes que deban comenzar lo antes posible. Al da siguiente se inici la celebracin con misa y corrida de toros, y tambin comenzaron a circular varios pasquines con la tradicional cadena quitea. Uno de estos lleg a manos de una integrante de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias, que lo ley a las damas e inmediatamente se reprodujeron treinta y seis pasquines del mismo tenor, que decan: Oh Quito! sin atencin a los sagrados decoros, que te diviertes con toros estando el Rey en prisin! Ignominia y confusin del americano suelo cuando todos con desvelo claman la piedad de Dios, en letargo solo vos no haces memoria del Cielo. Teresa de Larrea, la marquesa, estaba inquieta por conocer el origen de los pasquines, que a pesar de ser annimos, se notaba a leguas que haban sido escritos por un mismo autor. Tanto rog a la mensajera que termin confesndoselo. Se trataba de un cura Ynez, dominico, que se haba impuesto como penitencia escribir un pasqun diario y difundirlo. Para ello se vala del confesionario al que haba transformado en su fortn de batalla. Desde ah difunda los pasquines que eran reproducidos por cientos, y aunque sus mensajeras le eran absolutamente fieles, no fueron capaces de mantener el secreto. Alguien le fue con el chisme al superior de los dominicos que tena fama de ser un hombre muy culto, y lo mandaron a llamar. Sobre el escritorio aguardaban varios pasquines. El superior los tom y se los entreg. -Usted ha escrito esto? le pregunt escuetamente. Sin ver siquiera los papeles, el cura Ynez contest: -No es mi letra, padre. -Ya s que no es su letra, -exclam- lo que le estoy preguntando es si usted es el autor de esto Ynez tom aire y confes: -S, padre, soy yo. El superior admir su integridad al admitirlo, pero no le dijo nada al respecto. Solo lo mir fijamente y aadi: -Sus poemas son muy malos.

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Le devolvi los pasquines y le dijo que no volviera a escribir porque lo haca muy mal, y que las letras no eran lo suyo. No le dej decir nada ni tampoco Ynez abri la boca. Estaba confundido. Esa noche no pudo dormir. Lo que le haba dicho el superior le haba dolido en el alma, y ms an porque el superior tena mucho prestigio. Tambin pens en que sus pasquines eran muy queridos y solicitados en Quito, y que las mujeres que se confesaban con l y le servan de mensajeras, ms de una vez le haban comentado que los lectores estaban encantados y demandaban ms material. Lleg a la conclusin de que el superior era un hombre envidioso que quera destruir sus inclinaciones literarias y que nadie impedira que siga realizando su trabajo subversivo. En esas meditaciones se hallaba cuando lleg el alba y tocaron a la puerta. Era un cura lego que le entreg una carta y se march sin decir una sola palabra. La abri. Estaba firmada por el superior y deca: Empaque sus cosas porque se va a Mainas. Veo en usted a un buen misionero. No tuvo tiempo para despedirse de ningn amigo ni ponerse en contacto con sus mensajeras. Lo nico que pudo hacer es dejar en el confesionario un rollo de papeles con sus poemas. Afortunadamente lo encontr una de sus secuaces, que lo difundi inmediatamente. Se intitulaba: Justa repulsa de la inicua acusacin hecha a los Reformadores del Mundo, don Quijote y Sancho Panza, por la muy noble y muy leal ciudad de San Francisco de Quito, por haber celebrado con toros la proclamacin de su Rey y Seor Natural. No se volvi a saber de Ynez y sus poemas tampoco perduraron. Quiz el superior tena razn y no eran muy buenos, o quiz se debi a que las celebraciones terminaron y la gente se olvid del asunto. El caso es que si bien no se conserv la memoria de Ynez, fue l quien reaviv la costumbre de comunicarse por medio de pasquines. El ms sobresaliente de ellos se reprodujo casi quinientas veces e incluso alguien le puso msica y se volvi una tonadilla muy popular que se cantaba a coro cuando las reuniones se prendan al calor del aguardiente. Deca: Por fin se va vislumbrando alguna luz en el cielo y aunque vuelva el Rey a Espaa, habr dicha en este suelo.

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anuela Espejo tambin tuvo su propio aprendizaje. La cofrada de Nuestra Seora de las Angustias le invit a un almuerzo en la casa de la marquesa de Solanda, en retribucin por los favores que le haba hecho a la cofrada con la puesta en escena de Andrmaca. Le pareci extrao el pretexto del almuerzo, sobre todo porque haban transcurrido algunos meses ya desde el estreno de Andrmaca y no se haban manifestado. Concurri escptica, pero apenas cruz un par de frases con la marquesa, se percat de que ella haba organizado todo y que tena un inters especial en enterarse de algunos asuntos. En efecto, antes de que empezara el almuerzo, secuestr prcticamente a Manuela y se la llevo al cobertizo. Escondidas al fondo del cuarto, en el espacio suficiente para no interferir con un par de caballos, le dijo que ya toda la ciudad se haba enterado de la confabulacin que se tramaba, y le reclam, cmo si el asunto fuera propio, que no se haba cuidado el sigilo. -Creo hasta las entraas que Amrica debe independizarse -aleg- por lo que este asunto me incumbe a m tambin. Le dijo abiertamente que la insurgencia no poda llevarse a cabo porque seguramente los espaoles ya conocan del plan, y que deban volver a reunirse para reorganizar las cosas. Manuela se sinti como una nia a la que regaaban, pero no se molest sino que admiti que Teresa tena razn. A raz de esa confidencia se hicieron grandes amigas y Teresa le hizo jurar que sera invitada a la prxima reunin, solo ella, no su marido, y no porque pensara diferente, sino porque era amigo de don Pedro Calisto, el mayor realista de la ciudad. No hubo segunda reunin. Manuela habl con Morales y Rodrguez, y todos estuvieron de acuerdo en que se les haba ido la mano. Cuando quisieron reparar el asunto ya era demasiado tarde: todo Quito lo saba. El primero de los espaoles en enterarse fue el anciano Joaqun de la Pea, de la Compaa de Temporalidades. Lo supo de boca de un carnicero de San Blas al que le reclam por venderle ms hueso que carne. Como al carnicero le caa mal y le tena ojeriza por ser espaol y grosero, le dijo sin ms prembulos: -Aprecie el hueso, porque ha de ser lo nico que tengan para roer los chapetones. Se sobresalt y pidi explicaciones, as que el carnicero le increp que pronto iba a acabar su dominio, porque los quiteos estaban hasta la coronilla de los espaoles. Inmediatamente el anciano percibi el aroma de la conspiracin. Se dirigi al convento de la Merced donde tena un conocido, el cura Andrs Polo y le cont todo lo que saba. Por su parte el cura Polo conoca otro tanto. Cuando el anciano le pregunt de dnde provena su informacin, el cura se neg a revelarlo aunque inmediata-

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mente el doctor Pea sospech que provena de las confesiones que se supona eran secretas. No dijo nada, pero el cura Polo algo intuy y para librarse de toda culpa aleg que en alguna parte de los voluminosos tomos de Derecho Cannigo haba una regla relativa a decir el milagro sin revelar el santo. Conversaron largo y tomaron la decisin de averiguar ms. Apenas el doctor Pea se retir, el cura Polo se reuni con los mercedarios, incluidos los de la recoleta de El Tejar, y les advirti que se estaban viviendo momentos difciles por lo que apreciara cualquier tipo de informacin. Especial atencin puso en el padre Andrs Torresano, pastuso, comendador de la recoleccin de El Tejar y al que miraba con desdn. Ms de una vez se haban enfrentado en agrias discusiones que terminaron en insultos y amenazas. El motivo era uno solo: el padre Polo era realista hasta la mdula y el padre Torresano un descarado insurgente. No se equivocaba el padre Polo en sus sospechas, ya que si alguien deba saber sobre algn movimiento insurgente era precisamente Torresano. En efecto, Torresano era muy amigo de Juan Pablo Espejo y una frecuente visita en la casa del cura Riofro, en Pntag. Del mismo modo, Torresano mantena amistad con el capitn Salinas, con el que tena la costumbre de libar aguardiente. Fue en una de esas noches de juerga que alcohol de por medio hablaron abiertamente de la conspiracin, sin percatarse de que les escuchaba la Paquita, una mujer de mala vida que prestaba su casa para las reuniones. Antes de que amaneciera, la Paquita se fue a conversar con el padre Polo y a cambio de un par de monedas y una cesta con vveres, le cont todo lo que haba escuchado. Al padre Polo se le iluminaron los ojos y pens que por fin tena la informacin suficiente para destruir a Torresano. Fue donde el doctor Pea y le cont el asunto. -Hay que obrar pronto, -le dijo- porque lo que menos tenemos es tiempo. Reunieron a las mximas autoridades de la Presidencia y les alborotaron con el asunto. Hablaron con el conde Ruiz de Castilla, que los recibi en la cama, porque haba amanecido enfermo, y prcticamente le obligaron e emitir una orden de prisin contra los principales conspiradores, entre los que figuraban el capitn Salinas, Juan de Dios Morales, Manuel Rodrguez, el marqus de Selva Alegre, y por supuesto, el padre Andrs Torresano, entre otros. El ms entusiasta era Toms Arechaga que tena una especial antipata por los quiteos. Haba intentado introducirse en sociedad pero su apariencia y modales eran inadmisibles, e incluso lleg a enterarse de que le haban apodado la Bestia, lo que consideraba imperdonable. No tena amigos ni la ms remota posibilidad de tener una novia de buena familia. Pasaba el tiempo con la tropa, con otros zambos limeos como l, que tenan las mismas costumbres y pensaban las mismas cosas. El dulce sabor de la venganza se apoder de l cuando comprendi que haba llegado la hora de darles un buen escarmiento. Se puso a las rdenes de los chapetones e inst para que se alargara la lista de sospechosos. Se meti en prisin a unos cuantos y comenz la rendicin de testimonios. Hablaron todos y a todos se les pregunt lo mismo. El plato fuerte de las indagaciones fue el padre Andrs Torresano, quien jur que todo era una falsedad y un invento del padre Polo. Puso nerviosos a los superiores mercedarios cuando recalc que aunque supiera algo jams lo dira, ya que l s respetaba el secreto de confesin.

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Cuando se puso en evidencia que todo se deba a la mala voluntad del padre Polo y a los chismes de una mujer de mala vida, se desvaneci el caso. Manuel Rodrguez hizo gala del dominio de su profesin de abogado y defendi a los acusados, entre los que se encontraba l mismo. Entre las muchas acusaciones se hablaba de ciertos libelos y cartas annimas que haban sido escritos por los acusados, pero no se pudo probar nada ya que el material abundaba por la ciudad y era annimo, y la norma era que quien lo reciba tena que sacar por lo menos tres copias. Si se hubiera investigado a fondo, todos los que saban leer y escribir en Quito habran estado implicados. Como no hubo pruebas se los puso en libertad y se dio por olvidado el asunto. Los superiores del cura Polo lo enviaron a Cuenca, y Torresano volvi a la recoleta de El Tejar. Despus del susto vino el gusto. Los insurgentes se reunieron en la casa de Manuela Caizares y comentaron la experiencia. Coincidieron unnimemente en un punto: se haban quedado con ganas.

penas el negro Prieto se enter de que Jeremas Anangon andaba por Quito, lo mand a llamar. Se encontraron en el humilladero del convento recoleto de San Diego, cuando comenzaba a anochecer. -Me he quedado solo por hablar con vos, -le dijo Jeremas- as que espero que valga la pena. -Claro que s, -argument Prieto- escucha con atencin Le cont que tena a toda la servidumbre del palacio de su lado y que por lo tanto conoca todo lo que se hablaba y haca. Mencion con nombres y apellidos a varios personajes, entre ellos a Simn Senz de Vergara y al propio Joaqun de la Pea. Asegur que antes no se hablaban, pero con las circunstancias se haban vuelto inseparables amigos. Varias veces, en varios das, la servidumbre oy mencionar el nombre de doa Manuela de Santa Cruz y Espejo. El mismo Prieto, una vez que el conde le llam para un mandado, escuch de boca de Joaqun de la Pea decir que estaba seguro de que Manuela Espejo era la inspiradora de la insurgencia. Consider Prieto que Manuela Espejo deba enterarse del asunto y por eso estaba hablando con Jeremas Anangon, ya que l era el nico contacto que Prieto tena con Manuela. Se lo agradeci y fue ese mismo instante a comunicrselo a ella. Le cont todo rpidamente y casi le orden que empacara algunas cosas. Encapuchados montaron juntos el caballo y partieron sin detenerse. Solo se apearon cuando llegaron al tambo de Luluncoto donde pasaron la noche. Con el alba reanudaron el viaje y al anochecer llegaron a la hacienda de Chillo.

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El marqus se alegr de verlos y felicit a Jeremas por haber tomado la decisin de traerla. Manuela agradeci la hospitalidad y aleg que estaba muy cansada y que lo nico que quera era dormir. Rosa la condujo a una habitacin y le manifest que estaba contenta de verla nuevamente y que su compaa le encantaba. -Ojal tenga la dicha le dijo- de que usted permanezca en esta casa mucho tiempo. Durante largas jornadas el marqus y Manuela estuvieron juntos y hablaron de todos los temas posibles. Haba uno en especial que les apasionaba: la constitucin de la nueva repblica. Como un par de jovenzuelos encantados por la novelera, fueron armando el ideal de una nueva nacin, que se gobernara por si misma. El tema que ms tiempo les tom fue el que tena que ver con democracia, es decir, con un sistema de gobierno en el cual el pueblo ejerca su soberana. Estuvieron de acuerdo en admitir que el pueblo, el gran pueblo, el compuesto por la llamada nfima plebe, era un pueblo ignorante, incapaz de gobernarse a s mismo, peor a una nacin. Manuela le dio razn, pero tambin adujo que los de la nfima plebe eran ignorantes porque jams haban tenido acceso a la educacin, y que podan no saber nada, pero no por ello eran tontos. El marqus, por su parte, admiti que se necesitaba el respaldo de las masas, para lo que haba que tomar a la plebe en cuenta. -Se trata de una autntica revolucin, -le dijo Manuela- sabe lo que eso implica? Una revolucin es un cambi rotundo del sistema de gobierno. Reiter que una revolucin no significaba de ninguna manera la repeticin del mismo sistema poltico, que aunque fuera local, segua siendo el mismo. -Cambio rotundo del sistema de gobierno, -repiti. El marqus entendi que eso solo quera decir una cosa: reivindicar a la nfima plebe, entonces Manuela sentenci: -Si la revolucin la hacemos solo nosotros, los instruidos, los nobles, los hacendados, en resumen: la minora, la revolucin ser un fracaso. En las mismas discusiones se encontraban Manuel Rodrguez y Juan de Dios Morales, que ms de una vez se haban encontrado en el mismo sitio. Rodrguez por visitar a Manuela Caizares, y Morales por encontrarse con el cura Castelo que viva en la pieza junto a las Caizares. Terminaban siempre en una sola reunin en la sala de las Caizares, donde adems de buen humor se brindaba un canelazo caliente. Antes de las diez de la noche, cuando la ciudad dorma y estaba envuelta en niebla, caan a la reunin el capitn Salinas, Juan Pablo Arenas y ltimamente don Mariano Villalobos que era corregidor de Canelos, donde mantena varios negocios. Haba vuelto a Quito porque arbitrariamente le haban cancelado el cargo. Estaba lleno de rabia y resentimiento y cuando se expresaba de los espaoles destilaba el ms denso de los odios. El cura Castelo tambin pensaba que de no haber el respaldo de la nfima plebe la revolucin no tendra xito. Lo deca rotundo porque se haba enterado de que los barrios queran otra cosa. -Qu cosa? pregunt Manuela Caizares. -La independencia total de Espaa, -dijo el cura. -Pero es que eso es imposible ahora, -exclam Morales- porque sera ponernos la soga al cuello. Inmediatamente nos caeran las tropas de Popayn y Lima y acabaran con la revolucin, y los revolucionarios, de un solo tajo.
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Tambin Rodrguez insisti en que era mejor disimular el asunto. Que lo correcto era declararse Junta Patritica, al igual que lo haban hecho las provincias de Espaa. Hablaron de Derecho, de las Leyes de Indias y varias cdulas reales en las que se sustentaba que las colonias tenan iguales obligaciones y derechos que las provincias espaolas. Reivindicaron como nunca que eran provincias espaolas, aunque todos saban muy bien que haba una diferencia muy grande en el tratamiento, porque unas mantenan a las otras. Las colonias americanas, por ms encumbradas que fueran, solo llegaban a virreinatos. Y aunque en Amrica vivieran decenas de marqueses, duques y condes, en Espaa estaba el Imperio. Eran las colonias americanas las que producan para el imperio, y por eso Sevilla, Aranjuez, y Zaragoza eran seoras, mientras que Bogot, Quito y Lima eran sirvientas. Lo saban todos, pero un aire de obstinada ceguera les impeda admitirlo. Estaban encantados con ser provincia espaola. Ya no eran de la miserable Audiencia de Quito, sino que un extrao espritu de solidaridad con el Rey Fernando VII los haba subido de categora. En un instante se olvidaron de la nfima plebe. De pronto ya no necesitaban de ella. Para que contar con un grupo reducido de diez mil soldados inexpertos, cuando se poda estar del lado del Rey, con un ejrcito diez veces mayor? Estaban eufricos y borrachos. Comenzaron a elucubrar imaginando que el gobierno de la Audiencia era suyo y que haba que repartir los cargos. Cada uno expres lo que pretenda y en menos de cinco minutos ya estaba todo armado, como si se lo hubiera planificado. El cargo de Presidente de la Junta deba recaer sobre el marqus de Selva Alegre, puesto que l era marqus y estaba ms cerca del rey. Menos mal que alguien coment que tambin era porque el marqus haba sido eje fundamental de la insurgencia. Todos tuvieron su momento, incluso Manuela Caizares que abog por el derecho de la mujer al trabajo y a ganarse la vida libre y decentemente, por lo que se brind ruidosamente. La nica que se mantuvo al margen fue Mara Caizares. No le llam la atencin a nadie ya que usualmente ella siempre estaba en otros quehaceres. Desde su rincn de agujas y tijeras, escuchaba todo lo que conversaban en el saln. Ella fue la nica que pudo percibir la entrada de un ser extrao en la casa. Un ente oscuro, hediondo y baboso que se inmiscuy entre ellos, y al que acogieron cariosamente. Se llamaba Poder.

or ms intentos que hizo Vicente Rocafuerte, no lleg a entrevistarse personalmente con Nario, aunque mantuvo la suficiente correspondencia para ponerse de acuerdo en todos los planes. Ante el fallido intento de la conspiracin quitea, se haba tomado en cuenta a Guayaquil, pero la idea se desech rpidamente porque ah gobernaba Bartolom Cucaln, el peor adversario que

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poda tener un movimiento independentista. Consumado realista, Cucaln haba jurado odio eterno a los Bejarano, sobre todo a don Jacinto, con quien mantena antiguos resentimientos. Volvieron a considerar el caso de Quito. Pusieron sus esperanzas en que esta vez la sublevacin no fallara y que la luz de la insurgencia se prendera por toda Amrica. En su paso por Quito, Rocafuerte se entrevist con su to Juan Pablo Arenas, en cuya casa estuvo hospedado cerca de dos semanas. Asisti a varias reuniones y conoci a los conspiradores. A finales de mayo, un da antes de regresar a Guayaquil, cuando estaba en la casa de las Caizares, un capitn real acompaado por una escolta de ms de diez soldados se detuvo frente a la casa. Llamaron a la puerta, pero como ya los haban divisado desde el balcn del segundo piso, todos los conspiradores estaban preparados. Tocaron varias veces hasta que les abri Manuela. Estaba en enaguas, cubierta con un enorme mantn de hilo. -Qu pasa? pregunt. -Tenemos la queja -contest el capitn- de que en esta casa se hace mucho ruido. Los vecinos alegan que no pueden dormir -Ruido? repiti Manuela. Sali de la casa. Se dirigi a la plazoleta de El Sagrario que lindaba con su casa y pregunt: -Qu vecinos se estn quejando del ruido?... Las vrgenes y los santos? Luego se dirigi a ellos y les encar: -Y adems, cul ruido?... Ustedes oyen algo? El capitn frunci el ceo y aadi: -Me han dicho que aqu entra mucha gente en son de algazara -Gente? le interrumpi Manuela. Pues adentro no hay nadie, a no ser mi hermana y un cura viejo que solo viene a dormir. Incrdulo, el capitn se acerc al zagun a espiar. Como no encontr nada a primera vista, entr en la casa. Pas solo l. Al resto de soldados Manuela les cerr el paso. -Van a romper mis cosas, -les dijo- y eso no voy a permitirlo. El capitn, acucioso, revis en todas partes. Asust a Mara con su repentina presencia y ella se tap con la sbana. Encontr al cura Castelo durmiendo en una cama de un cuarto contiguo, y cuando le ilumin el rostro, el cura se despert sobresaltado y grit: -Vade retro Satans! Antes de salir, el capitn se fij en una puerta que estaba cerrada. Quiso abrirla pero fue imposible. Le pidi a Manuela que la abriera, pero ella respondi tajante que no tena la llave. -Esa puerta comunica con la iglesia de El Sagrario y est clausurada. No se ha abierto desde que yo vivo en esta casa. Desafiante, volvi a pedir la llave, pero Manuela dio por terminado el dilogo: -Pdasela al seor Obispo. Se fueron desilusionados, no sin antes pedir disculpas a Manuela por haberla importunado. Cuando volvi la calma, se dirigi a la puerta que comunicaba con El Sagrario y toc un par de veces. Al rato le abrieron. Asom la cara el provisor Manuel Jos Caicedo y le invit a pasar. -Es mejor que la reunin contine aqu dentro, -concluy.
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Detrs de ella fue el padre Castelo, cubierto hasta la cabeza con una cobija. Decidieron congregarse frente al altar mayor, porque estaba alfombrado y hacia menos fro. Armaron un crculo con las sillas orondas del prelado y discusin tras discusin les dio las seis de la maana. Caicedo les pidi dispersarse por toda la iglesia, mientras Manuela y el cura Castelo volvan a la casa contigua. Para evitar rumores optaron por reunirse en diferentes sitios. Francisco Xavier Asczubi fue el primero en ofrecer su casa, ubicada detrs del convento de Santa Catalina de Sena que su familia haba donado a las monjas. Era espaciosa y tranquilamente poda albergar a cincuenta conspiradores. El aroma de la insurgencia se volvi cautivador y de pronto las ms distinguidas familias quiteas quisieron colaborar con la causa. Lo que comenz siendo una estrategia de conspiracin, termin en jolgorio. Durante los meses de junio y julio se celebraron en Quito tantas fiestas privadas que los espaoles se relajaron pensando que nada ocurrira, sin sospechar que las celebraciones por cumpleaos, bautizos, aniversarios, advocaciones y otras tantas, eran un pretexto para organizar el golpe. A una suntuosa fiesta organizada por una familia Lasso, le negaron el ingreso a un joven apellidado Rojas, aprendiz de carpintero, lder del barrio de San Roque, que haba sido invitado por Juan de Dios de Morales. El joven Rojas, longo bien puesto, mestizo cuartern por tener abuela de anaco, y nada sumiso, increp que haba sido invitado, pero al mencionar el nombre de Morales, le respondieron que esa era la casa de los Lasso y que no poda pasar porque estaban en celebraciones familiares. Tanto insisti el joven Rojas que uno de los mayordomos perdi la calma y solt: -No entiendes que no puedes entrar, longo de mierda? Se arm la gresca. El joven Rojas le dio un puetazo que lo dej inconsciente. El otro mayordomo estaba tan asustado que sali corriendo a pedir ayuda. Rojas no se qued a esperar. Regres furibundo a San Roque y a gritos convoc a reunin barrial. Salieron todos los vecinos y escucharon lo que Rojas les tena que decir. Les cont el asunto al detalle. Admiti haber credo en las palabras de Morales, y que por eso haba concurrido a la reunin, pero en lugar de dejarlo entrar lo haban humillado. Repiti varias veces el longo de mierda que se volvi un eco que viaj inmediatamente a los otros barrios. Concluyeron que ellos, la nfima plebe, eran menospreciados, y que la revolucin que queran llevar a cabo no era una revolucin integral, sino un reacomodo de lo mismo. Nuevos jefes, nuevo mando, lo que antes iba a Espaa ahora se quedara en suelo americano, ya no en las manos del Rey, sino en otras manos, pocas manos, mientras la nfima plebe segua rompindose el lomo. Para ellos no cambiara nada. Absolutamente nada. Un viejito, picapedrero, de quien se rumoraba que tena ms de cien aos, record la revolucin de los estancos y las aduanas, donde los protagonistas de la insurreccin haban sido los del pueblo. -Nosotros conseguimos lo que nos propusimos, -dijo- porque ramos un montn y estbamos organizados. ramos tantos que los espaoles se mearon en los calzones cuando nos vieron. Todo el vecindario solt una carcajada y despus llegaron al acuerdo de que no intervendran. Antes del amanecer, los dems barrios de Quito haban tomado la misma resolucin.

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la ltima de las conspiraciones, previo el golpe, asistieron solo siete personas: Juan de Dios Morales, Manuel Rodrguez, Juan de Larrea, Juan Salinas, Juan Pablo Arenas, en cuya quinta ubicada en Chimbacalle se llevaba a cabo la reunin, el Marqus de Selva Alegre y Manuela Espejo. Los dos ltimos haban llegado juntos, y la presencia de Manuela obedeca a que haba sido invitada por su amiga Mara Mercedes Tinajero a pasar una temporada en su quinta de Pomasqui, por lo que estaba regresando a Quito. Juan Pablo Arenas la invit a quedarse y participar. Morales y Rodrguez se incomodaron. Haban comentado que ltimamente Manuela mostraba una postura demasiado crtica, y que llevada por los ilusos sueos de su hermano, pecaba de idealista y lrica. La discusin se arm cuando Manuela volvi a insistir sobre la importancia del respaldo popular, y Manuel Rodrguez admiti que no exista, pero que a pesar de ello, el golpe deba darse. El capitn Salinas y Juan de Dios Morales espectaban en silencio la discusin, con un visible gesto de agrado dibujado en la comisura de los labios. Por fin Morales habl: -No es del todo cierto que no contemos con respaldo popular Mostr una lista que haba confeccionado con Salinas y la ley. -No puede ser -musit Manuela. Se indign al saber que haban levantado una lista de habitantes de los barrios, para justificar que el movimiento tena respaldo popular, usando los nombres de sus amigos y parientes. En el caso de San Blas, por ejemplo, tres de los seis representantes del barrio, eran parientes de Manuel Rodrguez, y el resto sus amigos. -Ninguno de los nombrados pertenece a la plebe, -recalc. Le aseguraron que eso no era importante. Que si lo que se buscaba era el respaldo de los barrios, pues ya lo tenan. No pudo ocultar la indignacin cuando se dio cuenta de que todo estaba organizado y que lo que se pretenda era manipular a un grupo de incautos para ejecutar un traspaso de poder, sin embargo se contuvo. Guard silencio y les dej hablar. Le doli en el alma la actitud de su amigo, el marqus de Selva Alegre, que de pronto olvid todas las conversaciones que haban mantenido, y se lanz de lleno, con el mpetu del nio que habitaba en todo hombre, a participar en el juego del poder. Contuvo las lgrimas cuando supo que los supuestos miembros de los barrios iban a elegir a su representante, el cual ya estaba designado, y no era Pedro, el carpintero, ni Juan, el confitero, ni Perico, el hojalatero, sino los decrpitos marqueses que habitaban en los barrios, con excepcin de Manuel Mateu, de San Marcos, que era menor de edad. Sin decir nada se alej de ellos. Observndolos desde la puerta comprendi que ella sobraba y que de pronto no hablaban el mismo idioma. Sali sin despedirse, y tampoco ninguno de ellos se
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percat de su ausencia. Camin en la oscuridad de la noche, cargando una nica petaca con sus objetos personales, y se dirigi a la ciudad. Estaba profundamente afectada, se senta sola y sobre todo preocupada porque a pesar del desacuerdo los consideraba sus amigos, y presenta un mal final. Lleg de madrugada a la casa de Mara Mercedes, y a eso de las siete, despus de haberse aseado y desayunado, partieron a Pomasqui. No le cont nada. Estaba cansada e intent dormir, pero no pudo. El lirismo del que la acusaban sus amigos, haba adquirido los matices de la ms densa tragedia.

l golpe se dio en la casa de las Caizares. Se escogi el sitio por una sola razn: la puerta de escape hacia la iglesia de El Sagrario. Con el pretexto de conmemorarse las vsperas de San Lorenzo, un mrtir asado vivo en una parrilla y que era patrn de los bibliotecarios, organizaron una gran fiesta para homenajear al padre de Pacho, el organista, que se llamaba tambin Lorenzo. Fue Pacho el encargado de convocar a los lderes barriales, pero ni bien llegado a San Roque se encontr con la negativa y el repudio de los vecinos. Insisti sobre el asunto pero ellos ya estaban prevenidos. Como saban que no eran bienvenidos en las fiestas de los seores nobles de Quito, organizaron sus propias fiestas y tambin festejaron las vsperas de San Lorenzo con mucho estruendo. El comerciante Tejada haba donado varias garrafas de aguardiente y el primero en caer fue el mismo Pacho, que si no hubiera estado acompaado por Nicols Vlez, habra perdido la conciencia en una de las esquinas del barrio. Nicols lo carg a la casa de las Caizares, y por estar en total estado de embriaguez, fue depositado en la cama del cura Castelo. Asistieron ms de setenta personas, unos atrados por la novelera y los ms con la firme conviccin de que haba llegado la hora de proclamarse libres y tomar las riendas del gobierno. Cerca de las once de la noche se pidi silencio a los presentes y Manuel Rodrguez, con sus magnficas dotes de orador hizo un resumen sucinto de lo que estaba pasando en Europa y concretamente en Espaa. Recalc varias veces la importancia de las juntas provinciales que se haban instaurado para hacer frente a los franceses, y cmo las colonias, por dignidad, deban tomar el mismo camino. Quito no deba ser la excepcin, sino todo lo contrario, ser la pionera, la audaz, la siempre muy noble y muy leal. A continuacin Juan de Dios Morales ley el acta que haban preparado, escrito de puo y letra de Juan Pablo Arenas, y que comenzaba diciendo: Nos, los infrascritos diputados del pueblo No se dijo representantes sino diputados que sonaba ms elegante y pareca revestir de mayor autoridad. Quiz la autoridad del pueblo, pero no de un pueblo amorfo y llano, sino de un pueblo que estaba organizado. El primer atisbo de organizacin eran los barrios. Se entendi enton-

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ces que eran barrios organizados que haban elegido a sus diputados y los dotaban de autoridad para llevar a cabo una primera voluntad: cesar en sus funciones a los magistrados actuales de Quito y sus provincias. Pero haba algo ms: el simple hecho de haberse organizado y tomado decisiones por sobre las autoridades establecidas, indicaba a claras luces que se trataba de una revolucin en la que iban a cambiar muchas cosas. La primera de ellas: las autoridades. Hizo un alto para tomar un respiro pero fue interrumpido por una hecatombe de aplausos. A continuacin ley los nombres de los diputados por barrio, y sus representantes, es decir: los diputados de los diputados. Efectivamente, como ya se haba previsto, los cargos recayeron sobre los marqueses de Solanda, de Selva Alegre, de Villa Orellana, de San Jos, y los adinerados Manuel Zambrano y Manuel Mateu, este ltimo hermano del marqus de Maenza, conde de Puonrostro y otros tantos ttulos. Se instauraron como Junta Soberana, al igual que las juntas que se haban formado en Espaa para defender a Fernando VII y aborrecer a los franceses, y nombraron como Presidente a Juan Po Montfar, marqus de Selva Alegre que brillaba por su ausencia. A nadie le pareci extrao que no estuviera, porque todos saban que el marqus estaba al tanto de lo que ocurra, pero le aconsejaron que no acudiera. No porque fuera peligroso, sino porque deba evitarse que la gente pensara que la responsabilidad de la conspiracin era suya. -La revolucin no debe personalizarse, -haban dicho- porque se la puede terminar de un solo tajo. Despus de nombrar al marqus como Presidente de la Junta de Quito, se nombr al vicepresidente. Alguien propuso el nombre de Jos Cuero y Caicedo, obispo de Quito, y todos aceptaron por unanimidad. Discurrieron en que solo una persona de su prestigio poda ocupar ese cargo, pero se olvidaron de consultrselo, ya que el obispo tampoco estaba presente. Supusieron que aceptara gustoso y continuaron con la reparticin de cargos. Para Juan de Dios Morales fue la Secretara de Negocios Extranjeros y de Guerra, que le corresponda desde haca tiempo, y con lo que sinti que se subsanaba un antiguo resentimiento. Para Manuel Rodrguez de Quiroga fue el Ministerio de Gracia y Justicia, y para Juan de Larrea el de Hacienda. Los cuatro integrantes de la Junta, como diputados del malogrado Fernando VII que incluso haba abdicado al trono, tenan la jerarqua y tratamiento de majestades. El marqus sera llamado Alteza Serensima, y los dems miembros de la Junta, Excelencias. Se adjudicaron rentas anuales en contante y sonante y dejaron por escrito que acudiran a misa solemne en la Catedral para jurar ante Dios fidelidad y obediencia a un rey que haba abdicado. Sostuvieron que sus principios eran mantener la pureza de la religin catlica, los derechos del Rey y la Patria, y hacer la guerra a sus enemigos, sobre todo los franceses, valindose de cualquier arbitrio para conseguir el triunfo. Consideraron que era absolutamente necesaria una fuerza militar para mantener el orden por lo que nombraron Coronel a Juan Salinas, y le pidieron levantar una falange compuesta de tres batallones de infantera. El cargo de Auditor General de Guerra recay sobre Juan Pablo Arenas y tambin se duplic el sueldo de los soldados para mantenerlos contentos y porque todos reconocieron que los espaoles les pagaban miserablemente.

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Para la administracin de justicia crearon salas de asuntos civiles y criminales, y del mismo modo nombraron a sus senadores, regentes, gobernadores, decanos, fiscales, todos con tratamiento de Excelencia. Juan de Dios Morales dio por terminada la lectura del Acta de Independencia de Quito, pero ya no hubo aplausos ni ninguna demostracin de regocijo. Un silencio aterrador invadi la sala hasta que Manuel Rodrguez volvi a hablar y pidi a los presentes que firmaran el Acta. Se miraron unos a otros pero nadie dio el primer paso. Fue entonces que Manuela Caizares perdi la paciencia y los tild de cobardes. -Ha llegado la hora de ser protagonistas les dijo- y dejar de ser secundarios. Ha llegado la hora de ir, y hacer Historia. Fueron sus palabras y tambin el aguardiente que sirvi Mara lo que los alent a firmar el Acta. En total treinta y seis firmas de los supuestos representantes barriales, que no eran mestizos bajos ni indios, pero tampoco miembros de la nobleza. Figuraron ellos como los autores de los nombramientos de los marqueses, magistrados y excelencias, cuyas firmas, por un asunto de recato, falso pudor, o artimaa, no constaron en el Acta que sellaba la Independencia.

aicedo no estuvo presente esa noche. Le habra gustado ser parte del golpe, pero pens que deba cuidar su reputacin, y sobre todo la de su to. Varias veces estuvo merodeando la puerta que comunicaba El Sagrario con la casa de las Caizares para escuchar algn atisbo, pero no lo consigui. Recin a eso de las cuatro de la maana alguien toc a la puerta y l abri. Era su amigo Nicols Vlez que le dio la noticia. -Ya est todo listo. El Acta de Independencia ha sido firmada. Cerr la puerta pero no tuvo ninguna reaccin de jbilo sino que el miedo ms grande se apoder de l. Tom asiento frente al altar mayor y esper a que rasgara el alba para dirigirse a los aposentos del to. Como toc varias veces y nadie le contest, abri y pas. Lo encontr de rodillas en un reclinatorio con las manos juntas frente al rostro. Se acerc lentamente para no molestarlo pero entonces el obispo emiti un feroz ronquido, con lo que Caicedo entendi que no estaba rezando sino que se haba quedado dormido. Pens que el to estaba bastante mayor y que las noticias podran afectarlo, por lo que por un momento dud, pero cuando estaba iniciando la retirada, el to despert. Saludaron, se miraron fijamente a los ojos, y entonces el Obispo comprendi que algo grave haba pasado. Caicedo no tuvo el coraje para negrselo. Le cont todo, y cuando el Obispo supo los nombres de los protagonistas de la insurreccin, cerr los ojos y suspir. Agarr al sobrino por los

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hombros y le oblig a que le confesase su participacin, a lo que Caicedo reiter una y otra vez que l no tena nada que ver. No le dijo nada sobre las veces que haba abierto la puerta que comunicaba El Sagrario con la casa de las Caizares, pero tampoco hizo falta porque el Obispo algo presinti. Tom la decisin de enviarlo a Guayaquil y Cuenca, a resolver un asunto tonto que en boca del Obispo se volvi urgente. Antes de partir se enter de lo que ya todo Quito saba: dos emisarios de los conspiradores, que no eran diputados de los barrios, sino nobles de la sociedad quitea, pertenecientes a las familias Aguirre y Ante, se dirigieron a las cinco y treinta de la maana al Palacio Real. Despertaron al guardia de turno y le pidieron dejarlos entrar porque traan una carta para el Presidente. El guardia no supo qu hacer, y como saba que ambos emisarios eran personas distinguidas de la ciudad, tom el asunto en serio y fue a despertar al ordenanza del conde. Apenas el conde se enter del asunto los recibi. Tom la carta y ley el frente: De la Junta Soberana para el Conde Ruiz, ex-presidente de Quito. A continuacin ley el contenido. Deca: El convulsionado estado actual de Espaa, la total aniquilacin de las autoridades legalmente constituidas, y el peligro de que la corona del amado Fernando VII y sus dominios, caigan en manos del tirano de Europa, han obligado a nuestros hermanos al otro lado del Atlntico a formar gobiernos provisionales para su seguridad personal, as como para luchar en contra de las maquinaciones de algunos de sus compatriotas traidores, indignos de llamarse espaoles, y para hacer frente a las armas del enemigo comn. Los leales habitantes de Quito, resueltos a asegurar para su Rey y Seor la posesin de esta parte de su reino, han establecido una Junta Soberana en esta ciudad de San Francisco de Quito, a nombre de la cual y por rdenes de Su Serena Alteza el presidente y los vocales, tengo el honor de informar a Usted, su Excelencia, y anunciarle que las funciones de los miembros del antiguo gobierno han cesado. Dios d la vida a su Excelencia por muchos aos. Vio que la carta estaba firmada por Juan de Dios Morales, Secretario de lo Interior, e hizo un mohn de desprecio. Revis la carta por ambos lados. Le pareci que un simple papel sin ningn sello real no tena ningn valor. Iba a dar la orden de sacar a los dos emisarios a patadas, pero escuch un rumor que provena de la Plaza Mayor. En ropa de cama sali al corredor y llam a gritos a los guardias pero ninguno acudi, no as el negro Prieto que le cont que toda la guardia quitea se hallaba a disposicin del capitn Salinas, uno de los insurrectos. El conde maldijo, se dirigi a la habitacin de Arechaga y entr violentamente. Le despert de un grito y le orden que se vistiera. -Qu pasa? pregunt mientras se refregaba los ojos. -Ha habido una insurreccin. Un grupo de quiteos se ha tomado el poder. Salt desnudo de la cama y se puso a buscar la ropa que estaba desperdigada por todas partes. El conde iba a retarle por mantener la costumbre de dormir desnudo en un clima fro, pero consider que haba asuntos ms importantes que resolver.

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Sali para reunirse con los emisarios pera no los encontr. Solo permanecan Prieto y el ordenanza que le ayudaron a cambiarse de ropa. Estaba tan nervioso que no saba qu hacer. Luego de unos minutos asom Arechaga que confirm la ausencia de la tropa, y el arresto del Regente, el Oidor, el Asesor, el Administrador de Correos, don Simn Senz de Vergara y el comandante Villaespesa, que era temido y repudiado por su crueldad. A eso de las nueve de la maana le lleg al conde un comunicado en el que se le anunciaba que estaba preso en palacio. Despidieron a todo espaol que desempeara un cargo administrativo, con excepcin del oidor Felipe Fuertes Amar, sobrino del Virrey de Santa Fe, y Jos Mara Cucaln, hijo del Gobernador de Guayaquil. Ambos pudieron haber abandonado sus cargos pero no lo hicieron. Consideraron que eran ms tiles dentro y se quedaron, pero enviaron presto a sus hombres de confianza a Guayaquil y Bogot. Francisco Prez Portuguez, llamado el portugus, conocido por el ser el jinete ms veloz de la Audiencia, fue y regres de Guayaquil en pocos das, y en todos los sitios donde se detuvo alert que la insurreccin iba ser castigada. Al da siguiente, atrado el conde por una msica marcial, se atrevi a salir. Iba a trasponer la puerta del Palacio pero los guardias le cerraron el paso. A lo lejos, observ en la plaza al marqus de Selva Alegre investido de una capa capitular. Desde el gradero de la Catedral reparta monedas a la plebe que no cesaba de gritar: Viva la Junta! Viva el nuevo gobierno! Viva el marqus de Selva Alegre!

a Suprema Junta Gubernativa conformada por doce sujetos de lo ms ilustre de la ciudad, mand que se publicaran en varios sitios un edicto con los siguientes puntos: Primero, la abolicin del estanco de tabacos. Segundo, la abolicin del diezmo llamado cabezn, es decir la alcabala que pagaban las haciendas. Tercero, la rebaja del papel sellado a la mitad de su valor. Cuarto, el indulto general para reos por toda clase de delitos. Los lugares donde se publicaron los edictos se llenaron de gente. Llamaba a todos la atencin que se hubiera llevado a cabo una revolucin sin haberse derramado una sola gota de sangre. Por el contrario: todo era regocijo y la gente se haba volcado a las calles a celebrar. Bueno, todos no. En el interior de los barrios haba recelo. Observaban desde lejos la algaraba de las familias nobles quiteas que estaban festejando en la Plaza Mayor y en las calles aledaas. El coronel Salinas se percat de ello y organiz sendas fiestas con bandas y luminarias en todos los barrios de Quito y tambin se dedic a promocionar la revolucin con halagos, promesas y favores.
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Los que no estaban de acuerdo con el nuevo gobierno y teman represalias, haban salido en estampida a sus haciendas, por lo que la ciudad entera estaba a disposicin de los rebeldes. Solo una persona pareca mantenerse en desacuerdo. Cauteloso, presa del miedo, reflexionaba el obispo sobre qu actitud tomar. Horas antes haba sido visitado por algunos miembros de la Junta Suprema que le comunicaron su designacin como vicepresidente. l solo guard silencio y esper a que terminaran de hablar, entonces dijo tajante: -A mi nadie me ha consultado nada. Le pidieron disculpas y adujeron que por tratarse de un asunto secreto no se haba podido divulgar, pero reiteraron que el nombramiento haba sido por unanimidad y que solo l poda ostentar tal dignidad. Aleg el obispo que no estaba bien inmiscuir a la Iglesia en asuntos de gobierno, sobre todo cuando estos no eran normales, pero ellos adujeron que el imperio estaba en crisis y que solo haba dos posturas: a favor del rey Fernando VII, o a favor de los franceses. -Mil veces el rey! exclam el obispo. Despus de eso fue fcil convencerlo. Saba cmo estaban las cosas en Espaa, y de la existencia de Juntas provinciales leales a Fernando VII. Consider que necesitaba meditar sobre el asunto, pero ellos insistieron en la urgencia de tomar el juramento a las nuevas dignidades y sellar el acto con un Te Deum precedido por el Obispo de Quito. Volvi a guardar silencio, y cuando los otros comenzaron a incomodarse, revent una luminaria en la ventana y todos se asustaron. Antes de que pudieran reaccionar sonaron dos estremecedores tambores y estall la msica de una banda popular que se haba instalado en la plaza. Uno de los presentes se acerc al obispo y le susurr al odo: -Ya no se puede retroceder. El obispo se estremeci. Se acerc a la ventana y descubri un tumulto de gente que haba llenado la Plaza Mayor. Accedi de mala gana. Poda haberse negado pero consider que no era prudente y cuando los magistrados se fueron, le acometi el ms grande arrepentimiento. Pens que la sublevacin no iba durar mucho tiempo y que pronto llegaran tropas de Popayn y Lima a poner todo en orden. Esa noche no logr conciliar el sueo, y cuando al da siguiente le fueron a buscar para conducirlo a la Catedral, tuvieron que casi cargarlo porque las piernas estaban paralizadas por el miedo. No tuvo que hacer mucho porque los curas ms jvenes se encargaron de todo. Dieron por sentado que el obispo apoyaba la revolucin por lo que organizaron esplndidas ceremonias en la catedral y San Agustn. Fueron varias las misas de gracias y las campanas repicaron insistentemente en todas las iglesias parroquiales. A la tarde, cuando su presencia ya no era necesaria, consigui escabullirse a su despacho. En un pergamino que dobl en dos, escribi una declaracin en la que afirmaba ser realista, pero haberse visto forzado a consentir a los rebeldes por miedo a represalias contra los miembros del clero. Asever que: hallndose los principales invasores en un estado de verdadera locura, furor y ceguedad, no se conseguira con la resistencia del Prelado y su Clero otra cosa que encender ms el fuego y sufrir infructuosamente el Estado Santo de la Iglesia, atropellamientos, vejaciones y desprecios.
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Firm, dobl, sell la declaracin y se la entreg a la abadesa del Carmen de la Nueva Fundacin, con la aclaracin expresa de que se trataba de un documento reservado que solo poda devolverse a su persona, so pena de excomunin. A ella le temblaron las manos y ms de una vez examin el sello que garantizaba la inviolabilidad del documento. Lo guard en el sitio ms secreto del convento, mientras el obispo se dispona a firmar el acta de Independencia. Se dieron cita en la Sala Capitular de San Agustn para legitimar todo lo que se haba dicho y hecho, y sobre todo dejar sentado que lo hacan por el rey, la religin y el amor a la patria. El marqus de Selva Alegre, vestido entero de celeste con el manto de Carlos III, pronunci una emotiva arenga en la que ofrend su vida por estos fines, y a continuacin Manuel Rodrguez, Ministro de Gracia y Justicia, hizo una proclama a los pueblos de Amrica para que lucharan por los mismos ideales. Ni bien terminado el acto, el obispo decidi ausentarse por unos das a la quinta de San Agustn de Machachi, que antes haba pertenecido a los jesuitas y que ahora administraba la curia. Mientras unos salan de Quito, presas del miedo, otros se aprestaban a regresar, como era el caso de Manuela Espejo. Acompaada de su amiga Mara Mercedes Tinajero, llevaba una carta dirigida a su marido, Jos Meja, de quien no saba nada desde haca mucho tiempo. Le haba escrito varias veces, tratando de ser lo ms fiel posible a los acontecimientos, pero siempre le haba ganado el resentimiento. Antes de escribir la ltima carta, hizo un alto a la actividad y se enfrent a ella misma. Se pregunt sin tapujos sobre la razn de su ira hacia los que haban sido sus amigos. No haba ningn sentimiento de odio en la relacin, sin embargo algo la incomodaba. Medit sobre el asunto y dio en el clavo: la sombra de su hermano, el sabio ms grande que hubiera existido en la Audiencia, se haba diluido. Inevitablemente record a Mara Chiriboga y Villavivencio y la vio extendiendo el brazo, sealando al sabio y gritando: -Te maldigo al olvido!

as familias de los insurrectos trabajaron con tesn. Como si la ciudad fuera casa propia, las seoras y sus criadas se dispusieron a engalanarla. Se form un comit que visit los barrios y anot los principales problemas de los vecinos, con la buena intencin de darles solucin. Las ms entregadas a la tarea fueron Teresa de Larrea y Manuela Caizares, a quienes ms tarde se les uni Josefina Tinajero que haca un par de semanas haba dado a luz. Fue Rosa Checa la que se hizo cargo de la crianza de la nia, porque a raz de la revolucin, Josefina no paraba en la casa. Ni siquiera cumpli los cuarenta das de puerperio y como si fuera la mujer legtima de Juan de Dios Morales, figuraba en todas las reuniones y daba tambin su opinin. En una de estas, alguien consider que los asuntos de Estado deban tratarse con la mayor reserva
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posible, ya que no se haba recibido ninguna adhesin de las provincias aledaas y poda esperarse lo peor. Record a los presentes que no se hallaban en estado de celebracin, como lo haban entendido las mujeres, sino de guerra, y pidi mesura. A la mesura sigui el recato, y al recato el sentido comn. Volvi a insistir que se hallaban en estado de guerra y que ciertos asuntos deban tratarse a puerta cerrada y con la exclusiva presencia de los magistrados. Esto ltimo lo dijo mirando a Josefina Tinajero, quien se molest y antes de retirarse, manifest: -Si hay un traidor aqu, no ha de ser ninguna mujer, sino uno que usa pantalones Lanz una mirada desafiante a Toms de Arechaga, la Bestia, y sali dando un portazo. Juan de Dios Morales se alz de hombros y la reunin continu, pero la mayora de los presentes se qued cohibida. Miraban de reojo a la Bestia y no comprendan su presencia en ese lugar. Todo se deba a la flaqueza del marqus de Selva Alegre que consider que la presencia de Arechaga, Jos Mara Cucaln y Fuertes Amar poda ser til para mediar en el futuro, cuando se presentaran los problemas, y tambin porque esa revolucin no era en contra del rey y sus representantes, sino de los franceses y los suyos. Nadie adujo nada en su contra y de la manera ms ingenua los lobos se introdujeron en el rebao de ovejas. La mayora se dio cuenta de que su presencia era absolutamente inoportuna, y que hallndose en vsperas de guerra, nada se poda planificar teniendo al enemigo presente. Ninguno de los tres era ningn tonto, pero el ms peligroso de ellos era la Bestia, que a pesar de sus maneras, saba expresarse bastante bien. Cuando los vio asidos del poder, dej de ser enemigo para volverse el ms humilde de los americanos. Fue un simple zambo nativo, mezcla de sangre india bien peruana y otra porcin de lo ms profundo del continente africano, que haba tenido el privilegio de recibir la mejor educacin posible, pero que por su condicin de zambo no tena derechos. l estaba igual o peor que ellos. Les conmovi cuando habl del anciano y desvalido conde Ruiz de Castilla, que para variar estaba con una descomposicin estomacal pavorosa, y les rog que le permitieran guardar asilo en una finca al norte de la ciudad. No consigui lgrimas por sus alegatos pero al menos aminor el estigma de enemigo que pesaba sobre l, aunque las cosas cambiaron drsticamente cuando lleg un comunicado del Gobernador de Guayaquil, don Bartolom Cucaln, acusando a los rebeldes de traidores a la Corona y merecedores del peor de los castigos. El comunicado vena acompaado de una orden en la que terminantemente se prohiba el comercio de sal con la ciudad de Quito, hasta que cesara la ignominia. De la noche a la maana la fama de Bartolom Cucaln creci al punto que su nombre se mencion en todas las casas de la ciudad. A la hora del almuerzo se maldijo al Gobernador por haber quitado el buen gusto a las comidas quiteas, y paulatinamente, lo que comenz siendo una desazn se transform en rabia. De Guayaquil comenzaron a llegar las peores noticias. Se deca que los quiteos no podan transitar por la provincia y que varios haban sido apresados y tratados como reos de los peores delitos. Se les haban secuestrado y rematado sus bienes a precios nfimos, y guardaban prisin en nefastas condiciones. Humillados, torturados, privados de todos los derechos, fueron expuestos a Cucaln para que l los juzgase cuando los veredictos ya estaban dados: eran culpables por ser quiteos, y el indulto, se saba a voces, vala cien mil pesos, lo cual era una fortuna.
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Los comerciantes quiteos salieron del puerto en estampida, y aunque lo usual en estos casos habra sido traficar la sal a Quito, se abstuvieron de hacerlo porque el pnico a Cucaln les haba dominado. Tambin su supo, pero a puerta cerrada y por intermedio de Juan Pablo Arenas, que los principales sospechosos de una posible insubordinacin en el Puerto, es decir Jacinto Bejarano y Vicente Rocafuerte estaban sometidos a estricta vigilancia, y que incluso se pensaba desterrarlos veinticinco leguas al sur de Guayaquil mientras duraran los disturbios. En Cuenca la situacin no era mejor. Su Gobernador, haciendo gala de una justicia que sonaba a adulo, envo ocho quiteos a Cucaln para que l los juzgase. Fueron presa de todo tipo de maltratos y torturas, y sus cuerpos heridos y enfermos se expusieron a las afueras de la Gobernacin, para escarmiento de los quiteos y otros insurgentes. El mismo Manuel Jos Caicedo que estaba en Cuenca cumpliendo las disposiciones de su to, tuvo la oportunidad de presenciar al arrogante y desalmado obispo de la ciudad transformado en general del ejrcito. Haba vaciado los fondos del seminario y otras obras pas para crear tropas de soldados, e incluso haba llegado a la desfachatez de perdonar dos aos de tributos, a aquellos que se unieran a las huestes para enfrentar a los impos. Para contrarrestar las miedosas noticias que invadan Quito, Juan de Larrea, considerado por muchos el mejor vate de la Audiencia, hizo correr una cadena de versos que encendieron el nimo blico de los quiteos. Decan: Abajo malditos godos! Viva la Junta! Libertad queremos todos, independientes vivir. Con ellos de todos modos este vivir es morir. Queremos derechos propios Viva la Junta! Que nos manden no queremos. Autoridades de afuera ya no las toleraremos. Y el que contradiga, muera. Quito es ya libre desde hoy. Viva la Junta! Ya en toda la Presidencia reinar la libertad. La Divina Providencia nos dar la potestad.

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O somos libres o no. Viva la Junta! Si libres no hemos de ser, ms vale como los incas sepultados perecer, y no de Espaa ser fincas. No fueron muchas las copias que se distribuyeron porque el poema se difundi oralmente. Se lo aprendieron de memoria los jvenes de las familias involucradas y lo recitaban a manera de juego. En los barrios estaban en otra cosa. Haba malestar por la escasez de sal, pero sobre todo un sentimiento generalizado de angustia que les llevaba inevitablemente a especular. Se contaba de todo. Un comerciante de bayetas que acababa de llegar del sur, aseguraba que el gobernador de Cuenca, Melchor Aymerich, estaba formando un ejrcito de ms de dos mil hombres para invadir la ciudad y dar muerte a todos los quiteos, con lo cual estaban aterrorizados.

ue Bartolom Cucaln quien primero se comunic con los virreyes de Lima y Santa Fe, y con los gobernadores de Cuenca, Pasto y Popayn, y les alent a levantarse contra los rebeldes. Despleg una campaa enorme contra los quiteos y asegur que era el nico hombre capaz de poner orden en la zona. Varias veces, en eufrica borrachera se le escuch decir a Melchor Aymerich que la intencin de Cucaln era ser nombrado Presidente de la Audiencia de Quito, sin suponer que ese era un puesto muy codiciado. Su hijo, Jos Mara Cucaln, pas al igual que su padre a ser el personaje ms detestable de la ciudad. Cuando su estada comenz a volverse peligrosa, tom la decisin de acompaar al conde Ruiz de Castilla en su exilio en la finca de Iaquito. Desde ah mandaron una misiva al Gobernador de Guayaquil, valindose de la eficacia de el portugus, en la que deca: Cuatro pcaros sin honor ni religin se han apoderado de la vil tropa del cuartel valindose del soborno. Han cometido atentados, han dilapidado el Real Erario. Yo estoy en libertad, ya, pero sin fuerzas. En este conflicto, no me queda ms que confiarle a usted todas mis facultades sin limitacin alguna como a jefe de toda mi confianza. Si es necesario pida auxilios al Virrey de Lima, que las cajas reales de Quito reintegrarn a usted todos los gastos que hubiere hecho. Ponga el remedio que pondra yo mismo en el caso de encontrarme libre de opresin.

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Cucaln entendi que se trataba de una invitacin para que interviniera y se hiciera cargo del asunto, pero cuando estaba por salir hacia Quito, recibi una comunicacin del Virrey de Lima que peda posponer todos los ataques hasta que su enviado, Manuel Arredondo, llegara a Guayaquil. Esto fue una bofetada para Cucaln. Cuando estaba saboreando la Presidencia de Quito, le arrebataron la presa sin ninguna consideracin. Lo que l no saba, era que la Presidencia de Quito estaba en la mira de varias personas. Manuel Arredondo, por ejemplo, quien era hijo del Virrey de Buenos Aires por un lado, y sobrino del regente de la Real Audiencia de Lima por el otro, era el principal candidato. Luego segua Felipe Fuertes Amar, sobrino del Virrey de Santa Fe, que estaba viviendo la insurgencia desde dentro. En tercer lugar estaba el ingenuo Cucaln, y detrs de l, como si fuera poco, el prepotente Melchor Aymerich que haba llegado a reunir un ejrcito de mil ochocientos soldados con la intencin de invadir Quito, castigar a los rebeldes y posesionarse del cargo de Presidente de la Audiencia. Despus del barn de Carondelet era muy difcil encontrar un Presidente de Audiencia que estuviera a su altura. Ni siquiera el conde Ruiz de Castilla que quiz tena buena intencin pero le ganaban los achaques. Tampoco era comparable el nuevo Presidente, el marqus de Selva Alegre. Dbil, temeroso, fcil de aconsejar y al mismo tiempo tan inseguro que cambiaba de opinin al minuto de haberla tomado, demostraba a leguas que el cargo le quedaba grande. Quien realmente gobernaba era Juan de Dios Morales y su grupo, incluida Josefina Tinajero, la Tud, y sus amigas, la Caizares, y la Larrea. Se sentan las dueas y seoras de la revolucin, o al menos as fue como las vieron sus amigas y parientes, las que no participaron y se quedaron al margen. Fue del lado de Teresa de Larrea que comenzaron los problemas. Ella era una partidaria a muerte de la Junta, pero no as su marido, el marqus de Solanda. Don Felipe Carceln y Snchez de Orellana, sexto marqus de Solanda y quinto marqus de Villa Rocha, mantena excelente amistad con su pariente Jacinto Snchez de Orellana, quien era marqus de Villa Orellana y fuera uno de los mejores amigos que hubiera tenido el sabio Espejo. Fundador de la Escuela de la Concordia y quiz el principal instigador de la insurreccin, haba financiado ms de una vez los materiales de pasquines y letreros. Tanto Felipe como l, ostentaron cargos en la Junta pero ms pronto que tarde comenzaron las desavenencias. El bando de Montfar, es decir de Juan de Dios Morales, quera seguir manteniendo la obediencia y sometimiento a la Corona, mientras que el grupo encabezado por don Jacinto y otros aristcratas de avanzada edad, rescataban las ideas de Espejo y sobre todo las de la Revolucin Francesa. Se decan republicanos y pregonaban el fin de las monarquas. Como don Jacinto era marqus poda darse el lujo de restregarles los ttulos nobiliarios en las narices a todos los pretenciosos. -Eso es lo que les duele, -les recriminaba- perder los ttulos. Por eso no quieren separarse de Espaa. Argumentaron que no era conveniente hacerlo, porque sera como declarar guerra abierta al Imperio. Como nunca llegaron a ponerse de acuerdo, don Jacinto y algunos aristcratas se hicieron a un lado. Entre ellos, Felipe Carceln.

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Varias veces trat Manuela de entrevistarse con Juan de Dios Morales o Manuel Rodrguez, pero estaban tan ocupados que se excusaron de recibirla. Presinti que haba resentimiento y cuando estaba por marcharse a su casa se encontr con Jacinto Snchez de Orellana que se emocion de verla. Le dijo que tena mucho que hablar con ella porque las cosas que estaban sucediendo le tenan preocupado. Fueron a almorzar a la casa del marqus y despus de la sobremesa, en la que hablaron de muchos temas, se asomaron Felipe Carceln y Manuel de Larrea. Se quejaron amargamente de cmo estaban las cosas, de la inconformidad de la plebe y la caresta de productos. Tomaron un licor de mora de castilla que el mismo marqus preparaba con el aguardiente que le traan de sus trapiches, y pronto entraron en confianza con Manuela. Manuel de Larrea que tena fama de buen poeta, mostr unos versos de su autora que haban circulado esa misma tarde. Decan: Qu es la Junta? Un nombre vano que se ha inventado la pasin, para ocultar la traicin y perseguir al cristiano. Qu es el Pueblo Soberano? Es un sueo, una quimera es una porcin ratera de gente sin Dios ni Rey. Viva, pues, viva la Ley, y todo canalla muera! De toda esta gran ciudad los traidores sern ciento; los dems con sentimiento sufren la calamidad. En tal oportunidad un hombre de la nobleza que preste con entereza a todos su proteccin, cortar fiel la traicin cortando a tres la cabeza. Quin ha causado los males? Morales. Quin los cubre con su toga? Quiroga. Quin perpetuarlos desea? Larrea.

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Es menester que as sea para lograr ser mandones estos desnudos ladrones Morales, Quiroga y Rea. Quin mis desdichas fragu? Tud. Quin aumenta mis pesares? Caizares. Y quin mi ruina desea? Larrea. Y porque as se desea querra verlas ahorcadas a estas tristes peladas Tud, Caizares y Rea. Quin angustias destina? Salinas. Quin quiere que seis bobos? Villalobos. Ya se aumentaron los robos en aquesta infeliz Quito, pues protegen el delito Salinas y Villalobos. Celebraron a carcajada limpia el ingenio de Larrea sin percatarse de que Manuela estaba incmoda. Se excus porque ya era tarde. Se despidi y don Jacinto la acompa a la puerta. Le pidi disculpas por el derroche de confianza de sus amigos, pero Manuela lo excus asegurndole que en muchas casas quiteas se deba pensar igual. Y no se equivocaba. La insatisfaccin haba desatado tantas cadenas de cartas como nunca antes se haba visto. Las haba de todo calibre. Las que ms circulaban eran sobre las peleas entre criollos y chapetones. Una de ellas haba hecho furor en Quito. Deca: En la ciudad holandesa el ojo se llama cri y esto es porque el lance as aquella gente profesa. Ollo llaman al del culo y juntando cri con ollo es lo mismo decir criollo que decir ojo del culo.

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A unos mozuelos del barrio de San Sebastin, nietos de criollos, que le tenan bronca jurada a unos soldados espaoles por un asunto de mujeres, les lleg primero el libelo. Lo tomaron como si fuera insulto personal y buscaron respuesta. Por varias recomendaciones dieron con Pacho, el organista, que tena fama de hacer canciones y poemas. l se encant con el encargo y en menos de una hora, los criollos contestaron a los chapetones: Chape en arbigo hablando Es en castellano mula. Ton en Guinea parlando Es en nuestro idioma dar, De donde vengo a sacar Que este nombre Chapetn Es Muladar o Mesn Donde el criollo por ser culo Podr con gran disimulo Cagar en un Chapetn. Fue el portugus el que desat el pnico una tarde que lleg raudo en su caballo y se detuvo en la Plaza Mayor. -Preprense a morir! grit. Sin apearse minti que el ejrcito de Aymerich estaba ya en Riobamba y que la consigna era escarmentar a los quiteos. -Cules quiteos? pregunt alguien, a lo que el portugus se alz de hombros y contest: -El rato de pagar, quiteos somos todos. Les estremeci su respuesta y decidieron que no eran culpables de nada, y que los que merecan el escarmiento estaban en Palacio sin enterarse de lo que estaba pasando. Se form un grupo de unas treinta personas que acudi al cabildo a hablar con el alcalde, don Juan Jos Guerrero, conde de Selva Florida, pero que nunca haba tomado posesin del ttulo, y liderados por l fueron a entrevistarse con el marqus de Selva Alegre que los recibi inmediatamente porque algunos de ellos, incluido Juan Jos, eran parientes suyos. Pens que venan a rendirle lealtad y pleitesa pero se decepcion cuando le contaron el motivo de sus preocupaciones y que la ciudad estaba aterrada por las noticias de que las tropas de Aymerich iban a invadirla. Teman una masacre indiscriminada y sobre todo la constante amenaza de saqueo. -Qu saqueo? pregunt el marqus. Juan Jos Guerrero le explic que despus de una invasin siempre las tropas cobraban un botn que consista en el saqueo de la ciudad. Se aterraron todos de perder sus bienes, los bienes propios y tambin los de las iglesias que guardaban autnticos tesoros. Tanto temor le inspiraron al marqus las palabras de Juan Jos Guerrero, que apenas se march con su gente pidi una conversacin a puerta cerrada con Juan de Dios Morales. Le exigi que le contara lo que estaba sucediendo y cuando se enter de que los quiteos estaban completamente solos
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porque nadie los respaldaba, sinti que la ropa le quedaba grande y que la capa con bordes de armio pesaba demasiado. No haba respaldo del exterior, y puertas adentro la situacin no era mejor. Se haban formado tres bandos: uno, el de los insurgentes, que cada vez se reduca ms. Otro, el de los insurgentes radicales o republicanos, que contradictoriamente estaba conformado en su mayora por ancianos, y finalmente el grupo de los criollos realistas, que eran los mejor organizados y estaban comenzando a dar problemas. Lo diriga don Pedro Calisto, con plata y persona. Lo que Juan de Dios Morales no le cont al marqus de Selva Alegre fue que ambos haban cometido un error muy grande. En la organizacin del nuevo gobierno, por un afn de contemporizar y sobre todo mantener la firme idea de que era una Junta leal a la Corona, se hicieron nombramientos de todo tipo, sin considerar colores ni banderas, y el resultado fue una mescolanza en la que incmodamente alternaban americanos con espaoles, y republicanos con realistas. El marqus de Selva Alegre estaba confundido y desorientado pero no se atrevi a confesarlo. Ni siquiera le pregunt a Juan de Dios Morales qu podan hacer. Comprendi que le dominaban dos sentimientos contra los cuales no poda luchar: el miedo y la decepcin. Extra las tardes en que caminaba por las alamedas de su hacienda, sin ms problema que un atisbo de soledad que se manifestaba de vez en cuando, cuando suspiraba recordando a su finada esposa. Consider que haba demasiados problemas por delante y que la paz que haba reinado hasta ese momento, se estaba desmoronando. Escoltado por Jeremas Anangon y dos guardias personales, fue a visitar a su amiga Manuela Espejo. Lleg sin avisar porque tena la urgencia de hablar y desahogar sus penas. Manuela haba estado llorando y el marqus lo not inmediatamente. Antes de preguntarle el motivo, le dijo: -Desde lo ms profundo de mi ser, la envidio. Cont que tanto haba llorado la muerte de su esposa que se le secaron las lgrimas. Sentir dolor y no poder llorarlo era una de las impotencias ms grandes que tena. -El dolor duele el doble, -asever. Le tom de la mano y le confes que extraaba los momentos que haban pasado juntos conversando de tantos temas. Le ratific que la consideraba su amiga, su gran amiga, y que tambin senta que la haba defraudado, porque de todo lo que conversaron, l no haba cosechado nada. -En todo caso, -exclam Manuela- no me ha defraudado a mi, sino a usted mismo Guardaron ambos silencio y entonces el marqus le pregunt por qu haba estado llorando. Manuela se puso de pie y extrajo del viejo secreter un pasqun que haba circulado en la maana. -Esto me ha dolido mucho, -dijo, y le entreg el papel. Se trataba de unas dcimas que decan: A los traidores Selva-Alegres Ya volar tu cabeza infeliz adulterino sin que te valga padrino ni ser preciso proceso,
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porque tan atroz exceso, fraguado de tantos aos aunque vengan mil Quijanos y apuren astucia y ciencia han de decir en conciencia que t has causado los daos. No contenta tu bajeza con una cruz en el pecho y un ttulo sin derecho aspiraste a ser Alteza, presto vers en pavesas reducido ese coloso sin que te valga, ambicioso, tanto ardid como has formado pues Quito desengaado te grita: facineroso. Esa junta o rebelin compuesta de trece gatos, viejos, mozos e insensatos, sin Rey, y sin Religin, solo llenos de ambicin, declarando en los Galones su espritu de ladrones y para siempre deber con gestos se dejan ver empuando los Bastones. Esa chusma de ladrones y compaeros fatales de Quiroga y de Morales y prfidos senadores que quisieron ser seores presto lograron la pena a que la ley les condena representando en la plaza un martirio que sin tasa concluir con esta escena. Tambin en esta pintura lograr ser el primero
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ese mozo majadero que en lo largo y la locura es de la triste figura un compendio en lo valiente, en el celo, y en lo ardiente oh, miserable Salinas! despus de envuelto en letrinas sers veja de las gentes. Ya se llaman Majestad, ya con atroz insistencia se nominan excelencia por su propia potestad. Estad, realistas, estad en que pronto el Soberano pondr en aquestos la mano castigando el gran delito que ha fraguado en nuestra Quito ese dragn inhumano. Qu dolor, Motepelado, Josefina, qu dolor, ya termin el esplendor y el entrems se ha acabado, lo que es ms, veo parados y tejidos los dogales para mi Juancho Morales. Ay, mi cholito Quiroga! por fin te sirvi la soga, justa pena a tantos males. Tambin yo soy acreedora de los ms tristes pesares, quin dijera Caizares que en un punto, en una hora te anocheciera mi aurora y que todos los honores y estruendo de los tambores, cuando Quiroga vena, ocho, diez veces al da, terminaran con horrores.
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Termin de leer y guard silencio. Ella volvi a decir que lo senta y que no era nada agradable observar los nombres de sus amigos manchados por el lodo de la maledicencia. El marqus enfureci y amenaz con encontrar al autor del libelo para escarmentarlo pero ella le interrumpi: -No se trata de buscar venganza. El asunto va ms lejos: hay mucho descontento. A pesar de que Manuela trat de profundizar sobre el asunto, el marqus no la escuch. Estaba ardido porque se senta insultado. Como si ella tuviera algo que ver, le explic el motivo por el cual le llamaban adulterino. La historia se remontaba a su padre, el primer marqus de Selva Alegre, que tena un matrimonio en Lima y otro en Quito, aunque el de Quito no era precisamente matrimonio sino que el marqus se haba enamorado perdidamente de una seorita Larrea, treinta y tres aos menor que l. Pidi su mano y se la concedieron pero no pudieron casarse hasta varios aos despus, cuando el marqus enviud. Como la unin tena el beneplcito de los padres de la novia, convivieron juntos y de esa relacin naci Juan Po Montfar, a quien llamaban el adulterino por ser hijo de padres no casados entre s. A Manuela le pareci una tontera pero al marqus no le interes su opinin. Sali iracundo de la casa y sin despedirse se dirigi al cuartel, a entrevistarse con el coronel Salinas. Le puso al tanto de todo pero Salinas, despus de orle sin musitar palabra, le asever que no haba nada que hacer. -La ciudad est llena de libelos, -le dijo, y acto seguido le mostr algunos que guardaba en el aparador. Tom un papel y coment: -Este es el que ms me indigna, escuche Estas bandas y plumajes qu fenmenos sern, indican que volvern todos a sus propios trajes. Estos cndidos salvajes sin juicio ni reflexin pretextando al chapetn se han mucho los muy seores, rellenndose de honores y rentas sin ton ni son. A Quiroguita le han hecho Seor de Gracia y Justicia esta no es una injusticia sin ley, razn ni derecho? Pues solamente el despecho poda haber permitido dar excelencia al bandido calvinista de Morales, sin mritos personales, que jams los ha tenido.
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Pero lo ms temerario que han cometido estos locos, es gastar entre unos pocos del Soberano el erario. por dar gusto a Secretario, los Usas y Salinas, quien ha encontrado sus minas con mucho mando y poder, sin ms mrito que el ser lobo de las garras finas. Salinas termin de leer y se alz de hombros. -As mismo es, -dijo- todo depende de la importancia que le demos al asunto. El marqus se retir cabizbajo. Cuando lleg a palacio no quiso hablar con nadie a pesar de que le estaban esperando para una reunin de la Junta. Aleg sufrir un insoportable dolor de cabeza y se refugi en sus habitaciones, las que antes haban sido del conde Ruiz de Castilla. El viejo haba abandonado el palacio tan rpido que haba olvidado algunas cosas. Sobre la mesa central, por ejemplo, estaba un libro de genealogas de los Urris y varios ttulos de nobleza ilustrados maravillosamente con tintas de colores. Lo estuvo hojeando un rato y luego pens en don Manuel de Urris, conde Ruiz de Castilla, que estaba exiliado en una quinta en Iaquito. Octagenario y lleno de enfermedades deba estar guardando cama, descansando apaciblemente, libre por fin de los problemas del Gobierno. Le envidi pero luego le pareci extrao que el conde guardara tanta calma, como si estuviera esperando que las cosas se arreglaran por si solas. Los ejrcitos realistas no tardaran en llegar para poner todo en orden, y el conde regresara a gobernar como si nada hubiera pasado. Tambin consider que poda haber represalias y entonces el terror se apoder de l.

ra cierto lo de las bandas y plumajes. No haba que ser quisquilloso para percatarse de que las Excelencias no haban escatimado en engalanarse. En una fiesta que dio Juan de Larrea en la casa donde se haba representado Zoraida, los miembros de la Junta y sus acompaantes hicieron derroche de elegancia. Las seoras compitieron con las joyas y los vestidos, como seguramente nunca se haba ostentado en ningn virreinato, y hasta los hombres presumieron con el ropaje y los adornos. Las capas y bandas del marqus de Selva Alegre fueron lo ms comentado, pero quien definitivamente se rob la fiesta fue Josefina Tinajero que acudi acompaada de Juan de Dios Morales.

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La relacin de ambos ya era cosa pblica y aceptada, sobre todo despus de la ascensin de Morales. Como Josefina supona que iba ser la comidilla principal de la fiesta, se prepar para ello. Despus de dar a luz haba recuperado su delgada figura, por lo que el traje de Zoraida le cupo perfectamente. Fue la sensacin de la fiesta y no hubo varn que no la elogiara. No as las mujeres, sobre todo las de la cofrada de la Virgen de las Angustias, sus propias compaeras, que consideraron que se haba pasado de la raya. Al da siguiente, en reunin urgente a la que no fue convocada Josefina, se habl sin miramientos de su expulsin de la cofrada. Como tampoco se haba convocado a Rosa Checa, su madre, pensaron que no habra quien abogue por ella, pero se equivocaron porque Teresa de Larrea, que no haba acudido a la fiesta por encontrarse indispuesta, salt en su defensa. Le respondieron que defenda a Josefina porque no saba nada de ella y entonces le contaron todo. Desde su relacin descarada e ilcita con Juan de Dios Morales, dado que ella era una mujer casada, hasta los pantalones transparentes que haba lucido la noche anterior. Alguien tambin coment que Josefina Tinajero, la Tud, estaba nuevamente encinta y que el autor era Juan de Dios Morales. A propsito de la Tud, una de las integrantes de la cofrada, quiz la ms vieja de todas, que sufra de una atroz sordera y hablaba gritando, sac a colacin uno de los libelos que haba circulado y que haca referencia a la Tud. Se lo haba aprendido de memoria: Quin mis desdichas fragu? Tud. Quin aumenta mis pesares? Caizares. Y quin mi ruina desea? Larrea. Iba a seguir, con el volumen ms alto y en medio de risas, pero alguien tuvo el tino de callarla. Prcticamente a la fuerza se la llevaron dentro porque la vieja sorda segua gritando. En la sala se produjo el ms incmodo de los silencios, hasta que por fin habl la duea de casa e invit a pasar al comedor. Teresa de Larrea se puso de pie y se excus. Dijo encontrarse todava enferma y sentirse cansada. Hizo una venia y cuando iba a salir asom otra vez la vieja sorda. Se dirigi a ella y con mucho alarde se excus por lo que le haba dicho, y que en ningn momento pensaba que la aludida Larrea del poema tuviera algo que ver con ella, pero Teresa no la dej terminar y se march. Camino a su casa presinti que iba enfrentarse con su marido, con el que continuamente discuta por causa de la Junta, as que opt por visitar a Manuela Caizares, pero donde crey encontrar paz, hall otra guerra. Manuela estaba teniendo una enrgica discusin con su hermana Mara. El motivo era la humillacin de la que haba sido objeto esa maana, en las carniceras, cuando haban querido cobrarle el doble de lo que el producto vala. Ella protest e inmediatamente se corri la voz de que una de las Caizares, causante de la escasez y la zozobra, merodeaba por el sitio, y entonces le cayeron a insultos. De nada le vali que alegara su inocencia porque no le creyeron, y menos mal que asom la guardia para que ella pudiera escapar a tiempo porque si no la habran golpeado.
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As de mal estaban las cosas que haba quien deca que la revolucin solo haba durado tres das, porque a partir del 14 de agosto todo fue peor que antes. Eran trece y ms caudillos que queran gobernar pero no tenan la menor idea de cmo hacerlo. Mientras unos queran copiar el sistema monrquico, otros planteaban la creacin de una Repblica, y los dems se oponan a cualquier cosa. No haba cmo tomar una sola decisin relativa al bienestar de la Audiencia, sin que se desatara una feroz controversia entre seudo realistas y republicanos. Los realistas guardaban silencio, con excepcin de Arechaga que era perito en el arte de avivar el fuego de cuanta discusin se suscitaba. Las largas jornadas que gastaron sin llegar jams a ningn acuerdo, ocasionaron que la buena voluntad de algunos se agotase. Los primeros en retirarse fueron los ancianos republicanos, y detrs de ellos uno de los prceres de la revolucin desde sus inicios: Juan de Larrea. En una de las tantas discusiones se enfrentaron Juan de Dios Morales y Juan de Larrea. En el calor de la querella, la cordialidad fue desapareciendo y en su lugar llovieron vejmenes e insultos. Nada habra trascendido si Arechaga no hubiera incitado a ambos a jurarse odio eterno. Juan de Larrea abandon indignado el saln, no sin antes vaticinar el peor fin para la Junta. Al da siguiente, trescientas copias de un poema de su autora, circularon por toda la ciudad. Decan: Yo no quiero insurreccin pues he visto lo que pasa: yo juzgu que era meln lo que ha sido calabaza. Juzgu que con reflexin amor a la patria haba; pero solo hay picarda, ya no quiero insurreccin. Cada uno para su casa todas las lneas tiraba. No me engao, me engaaba pues he visto lo que pasa. De lejos, sin atencin vi la flor, las hojas vi; como bien no conoc, yo juzgu que era meln. Me acerqu ms, vi la traza de la planta y el color. Prob el fruto, busqu olor y haba sido calabaza.
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La dimisin de Juan de Larrea fue un duro golpe para el grupo, pero doli mucho ms cuando descubrieron que Larrea se haba vuelto su peor adversario. El mismo ingenio que haba usado para apoyar a la Junta, ahora se volva contra ellos. Quien ms lo padeci fue el marqus de Selva Alegre, dado que Juan de Larrea era su cuado. Fue l quien le coment al marqus que se estaban dilapidando los fondos del Real Erario y que pronto no habra dinero para nada, entonces el marqus convoc a la Junta y pidi cuentas claras de todos los gastos. No las haba. El sistema contable estaba tan mal organizado que bastaba una orden de cualquier miembro de la Junta para usar dineros pblicos. Pero lo peor de todo era que el dinero sala a raudales y no entraba nada. El mismo denunciante fue encontrado culpable por el desorden, ya que Juan de Larrea desempeaba el cargo de Ministro de Hacienda. Juan de Dios Morales aleg en su contra y admiti que se haban equivocado en ese nombramiento, ya que Juan de Larrea era bueno para escribir versos, pero que de finanzas no saba nada. Los realistas quiteos no se quedaron cruzados de brazos. No solo que conspiraron desde dentro para crear un permanente caos en cualquier intento de organizacin, sino que adems planificaron una estrategia para tumbar al nuevo gobierno. Por medio de sus representantes en la Junta, hicieron que se nombrara a don Pedro Calisto, uno de los ms enardecidos realistas y contrarrevolucionarios, como comisionado en Cuenca, para difundir los aciertos de la Junta. Este fue el peor error que cometieron los insurgentes, porque ingenuamente nombraron a su ms grande adversario como promotor de algo en lo que l no crea. En efecto, apenas Pedro Calisto sali de Quito se dedic a predicar contra la revolucin. Inmediatamente se puso en contacto con los realistas de Latacunga, Ambato, Riobamba y todos los pueblos de estas ciudades, y los alent a participar. Estando en Alaus, escribi una misiva al coronel Aymerich en la que le revelaba la desorganizacin de la Junta y el poqusimo poder militar que tena. Al final le peda que mandara sus tropas a Quito y la invadiera. Sin embargo, la misiva nunca lleg a su destino porque fue interceptada por los jvenes oficiales Antonio Pea y Juan Jos Larrea. Tanta ira le caus a Pea la traicin de Calisto que orden darle una descarga de fusilera, pero Calisto era ms rpido que los soldados, y en el trajn por matarlo hirieron a varios inocentes. Finalmente, el joven Pea, espada en mano se lanz sobre Calisto y le dio un par de leves estocadas, sin embargo el traidor consigui escapar. Cuando Pea regres al cuartel y comprob que su orden haba ocasionado tres muertos y cinco heridos, mont sobre su caballo y fue tras Calisto, no sin antes prometer que le dara caza y lo matara con sus propias manos. Cabalg sin detenerse durante todo un da y una noche, y por fin dio con l a una legua de Ambato. Aguard a que saliera de un tambo, entonces le enfrent y le ret a duelo, pero Calisto que no solo era gil con el cuerpo, sino muy diestro con la palabra, le dio un largo sermn, parecido a los que sola darle su padre, don Nicols de la Pea, conocido como el Ilustre, y le dej pasmado. Primero le pidi respeto. Le record que l y el joven Larrea eran muy amigos de su hijo Nicols. Sus padres eran amigos y, por algn lado, tambin parientes. Se conocan de toda la vida y siempre haban mantenido estupendas relaciones. Le recalc que lo corts no quitaba lo valiente y que el hijo de el Ilustre no poda perder los modales. Pea, avergonzado, qued desarmado en todos los sentidos. Fue entonces que Calisto le explic lo que estaba pasando desde el punto de vista de los realistas, y lo trat de tonto por apoyar algo que no tena futuro. Varias veces le repiti: -Vas a dar la vida por una causa que naci muerta y que no vale la pena?

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A continuacin le explic el asunto desde el punto de vista militar. Le asegur que los quiteos no podran enfrentarse a los ejrcitos de Lima, Pasto y Popayn. Especial nfasis puso en los zambos de Lima, conocidos por su ferocidad para matar y saquear. Acompaados de una botella de aguardiente siguieron hablando hasta el anochecer. En realidad fue solo Calisto el que habl. Pea no pronunci una sola palabra. Se vea preocupado. Al da siguiente, cuando Pea despert, comprob que Calisto haba partido haca varias horas. Record todo lo que le haba dicho y comprob que Calisto tena razn en muchas cosas. A pesar de ello quiso regresar donde su tropa aunque le invada la vergenza. Haba prometido una presa y regresaba con las manos vacas. Se trag su orgullo y antes del medioda se encontr con la tropa. Les dijo que la suerte no le haba acompaado y que Calisto haba sido ms rpido. Nadie le reproch nada y cuando entraron a Quito, l y su amigo Juan Jos Larrea comprobaron que los cuentos haban viajado ms rpido que ellos y se haban regado por todas partes. Los trataron como a hroes y hasta los condecoraron, y como eran jvenes, guapos y bien puestos, se convirtieron en conos de la revolucin. Fue en uno de los homenajes que les hicieron que el joven Juan Jos Larrea conoci a Isabel Bou, hija de una pareja de catedrticos catalanes radicados en Quito haca muchos aos. Ella tena diecisiete aos y l diecinueve, y se enamoraron perdidamente. Cuando Manuel de Larrea, padre de Juan Jos, se enter del noviazgo, puso el grito en el cielo ya que esperaba mejor partido para su codiciado hijo. Lo tach de bruto por haber puesto los ojos en una jovencita que era hija de espaoles, seguramente realistas, en una poca en la que los realistas corran el peligro de ser perseguidos, pero de nada sirvieron sus palabras porque ambos jvenes huyeron de sus casas, dieron rienda suelta a su pasin e Isabel qued embarazada. Solo cuando don Manuel de Larrea conoci a Isabel accedi a que se casaran porque la joven tena una belleza tan dulce que conquistaba con solo verla. Quisieron que el obispo Cuero y Caicedo oficiara la ceremonia de matrimonio, pero tuvieron que conformarse con un cura de barrio, porque intempestivamente lleg Manuel Jos Caicedo que vena de Pasto, con las peores noticias de una invasin que era inminente. Ms de una vez, el mismo Felipe Fuertes Amar haba admitido que su to, el virrey de Santa Fe, era un novelero. A pesar de sus ttulos nobiliarios y la gran ascendencia que haba tenido en la corte espaola, no disimulaba que senta una enorme simpata por las causas libertarias, y ms an en ese momento, en que la corona estaba en peligro. Pensaba que las monarquas tenan que seguir el mismo proceso que haban sufrido en Francia, y que los reyes deban abdicar so pena de cortarles la cabeza. Tampoco le simpatizaba Napolen al que consideraba el ms vulgar de los mortales, por lo que la nica salida era la independencia de las colonias. Como la Presidencia de Quito dependa administrativamente del virreinato de Santa Fe, cuyo jefe mximo era el virrey Amar, se vio en la obligacin de decidir la suerte de los insurgentes. Tard en hacerlo. Convoc a juntas y asambleas de nobles y notables, y les permiti hablar y desahogarse. Todos estaban contra Quito y pedan reprimenda urgente para evitar desmanes en otras regiones. No le qued ms remedio que aceptar sus opiniones e inmediatamente, como si quisiera recuperar el tiempo perdido, orden invadir Quito, con los ejrcitos de Pasto y Popayn, y las temidas tropas de zambos de Lima, que aguardaban en Guayaquil. Aymerich no recibi ninguna orden, pero igual se sum a la invasin.
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Apenas Caicedo, que estaba en Pasto, se enter de la noticia sali despavorido hacia Quito. De paso por Ibarra se la cont a Pedro Montfar, hermano del marqus, quien se le adelant y lleg a Quito casi un da antes. Sin embargo, no se dirigi a los magistrados de la Junta, sino que se encerr a solas con su hermano. Le pint todo el panorama y sin dejarle tiempo para reflexionar, le dijo: -Hay que dimitir, no tenemos alternativa. Le advirti que en caso contrario la masacre sera inminente, ya que las tropas venan con la consigna de castigar a los quiteos, y por culpa de unos pocos pagaran muchos inocentes. Esto ltimo no habra querido decirlo pero tambin Pedro se haba dado cuenta de la ineficiencia de la Junta. El marqus le agradeci por los consejos y se retir a meditar. A la hora del almuerzo no quiso probar bocado y prefiri quedarse a solas en sus habitaciones. Por la tarde, apenas la Junta se reuni a sesionar, tom la palabra y cont lo que le haba dicho su hermano. Le escucharon sin atreverse a interrumpirlo porque el miedo les haba paralizado. El marqus repiti varias veces que las tropas tenan la consigna de castigar a los quiteos por lo que a ms de uno le sobrevino un ataque de tos nerviosa. Fue el mismo marqus el que propuso que la mejor alternativa para evitar la masacre era rendirse, pero Manuel Rodrguez le sali al paso: -No podemos rendirnos cuando an no ha comenzado la pelea Se miraron unos a otros y la mayora decidi que no le interesaba participar en ninguna pelea. De ocho miembros que haban quedado, cuatro estaban a favor y cuatro en contra. Como no se haba contado el voto del presidente de la Junta, se le pidi que se manifestara, y entonces el marqus vot a favor de la rendicin. Muertos de la vergenza, con el rabo entre las piernas, los ltimos insurgentes regresaron a sus casas. Eran: Juan de Dios Morales, Manuel Rodrguez, el coronel Salinas y Juan Pablo Arenas. Como los cuatro se negaron a participar en la entrega del mando, lo delegaron todo al marqus de Selva Alegre, quien a su vez llam al alcalde Juan Jos Guerrero, para que fuera l, por encargo de la Junta, quien devolviera el poder al conde Ruiz de Castilla. Sucedi tal cual. Juan Jos Guerrero, pariente de medio Quito, tena muy buenas relaciones con ambos bandos, pero sobre todo nimo conciliador, como si previniese que poda ocurrir una gran desgracia. Fue l quien se encarg de avisar al conde Ruiz de Castilla que la insurreccin se haba disuelto por s sola y que los protagonistas del hecho devolvan pacficamente el poder, despus de casi tres meses de usufructo, a cambio todo esto de que se respetara la vida de los insurrectos. Hablaron largamente y mencionaron varias veces el asunto del honor y la nobleza, y pactaron, como lo hacen los caballeros, que se perdonara, se dara vuelta a la pgina, y se olvidara el asunto. El conde accedi a todo. Asever que a su edad era fcil perdonar y mucho ms olvidar. Aunque haba cosas que nunca podan olvidarse, como el descuartizamiento del insurgente Tupac Amaru II, ordenado y presenciado por Manuel Urris, antes capitn, y ahora Presidente restablecido de la Audiencia de Quito.

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omo Juan de Ascaray, el obispo cronista, haba fallecido haca varios aos y nadie haba desempeado el cargo de escribir la historia de la ciudad, Manuel Jos Caicedo se lo atribuy y decidi dar continuidad a la magnfica obra que Ascaray haba empezado. Despus de varios intentos por retomar la historia con sus antecedentes, decidi que lo mejor era narrarla desde su retorno de Popayn, por lo que se entreg a la tarea de escribir. Fue l quien relat la entrada del conde Ruiz de Castilla a Quito, bajo arcos de flores y calles repletas de chagrillo. La gente estaba contenta con que se hubiera restablecido el antiguo orden y hasta recordaban con afecto al anciano Presidente. Respecto a las tropas de Pasto y Lima, el conde les tranquiliz dicindoles que el asunto estaba controlado. Les alivi saber que las tropas de Aymerich haban sido detenidas en Ambato y que incluso se haba abierto fuego para impedir que avanzaran, por lo que al Gobernador de Cuenca no le qued ms remedio que regresar a su ciudad. Con las tropas limeas el tratamiento fue distinto, ya que Arredondo haba asumido el rol de Pacificador de la Provincia. Desde que salieron del puerto fueron recibidos con regalos y comida, y cuando llegaron a Quito se instalaron en la plazuela de la Recoleta de Santo Domingo, que estaba rodeada de alturas. De haberlo querido, los quiteos habran rodado piedras y el asunto habra concluido en poco tiempo, pero ms pronto que tarde ambos sacaron beneficios. El comercio creci notablemente en Quito, ya que de la noche a la maana haba ms de mil personas habitando en la ciudad, esto sin contar el numeroso grupo de cuencanos, perteneciente a la tropa de Aymerich, que se haba separado para unirse a los limeos. La impresin que causaron los zambos en Quito no fue muy agradable. Inmediatamente los percibieron como inferiores por su color de piel, pero sobre todo por su fealdad. Les pareci que todos eran iguales a Arechaga y que as mismo era la plebe limea, pero se olvidaron por un rato de sus pareceres cuando los zambos entraron a las tiendas a comprar todo lo que haba en ellas. Los quiteos vendieron como nunca, solo que lo hicieron a crdito porque los zambos no tenan un solo centavo. Juraron que la milicia les adeudaba enormes sumas que pronto les seran pagadas, y los quiteos les creyeron de buena fe, sin premeditar que nunca veran el dinero. Los que no eran comerciantes perdieron sus bienes gracias a la ingenuidad de la que fueron vctimas, puesto que ni bien llegados los zambos instalaron diversos puestos de juego, en los que vaciaron los bolsillos de los quiteos. En menos de una semana, un grupo de zambos que se haba instalado en la plazuela de San Agustn, logr levantar ms de mil onzas de oro. Apenas llegados, el conde Ruiz de Castilla los homenaje con un banquete al que asistieron todos, y por la tarde se sirvi un refresco en la casa de los Aguirre seguido de un baile que dur hasta el amanecer. Asistieron tambin los paisanos, incluyendo el coronel Salinas que salud ruidosamente,

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tal cual era su costumbre y como si nada hubiera pasado. Los nicos que brillaron por su ausencia fueron Juan de Dios Morales, Juan Pablo Arenas y Manuel Rodrguez, de los que se coment que andaban bajo la sombra. Tampoco asisti el marqus de Selva Alegre. Estaba en su hacienda de Chillo, de donde haba decidido no salir nunca ms.

uchos quiteos se llenaron de indignacin cuando supieron que don Pedro Calisto se paseaba notoriamente por las calles, haciendo alarde de que haba vencido a una tarea de mamarrachos, pero nadie se atrevi a responderle porque ahora las cosas se haban dado la vuelta. Los que nunca haban invitado a sus casas ni tampoco haban celebrado nada, de pronto abrieron las puertas de sus residencias para las reuniones de realistas. Fue la casa de Pedro Calisto, precisamente, la que termin por convertirse en sede principal. All acudieron todas las tardes los chapetones, los jefes de los ejrcitos afuereos y los realistas quiteos de las familias Calisto, Aguirre, Fernndez Salvador, Cevallos, Nez y algunas otras. Tambin tuvieron sus propias discusiones. Mientras los chapetones pedan escarmiento para que no se repitiera el asunto, los jefes militares estaban buscando fondos para resarcir a las tropas. En el bando de los realistas quiteos haba situaciones encontradas: unos guardaban silencio porque los involucrados eran familiares, mientras que otros queran saldar antiguas rencillas. De todos modos, quien ms se luci en las reuniones no fue Pedro Calisto, ni su hijo Nicols que les tena odio jurado a los jvenes Pea y Larrea por lo que le haban hecho a su padre, sino el astuto Arechaga, que vea en todo esto una plataforma al poder. Con su consabido talento para sembrar cizaa y poner a los unos contra los otros, azuz con los peores resentimientos hacia los insurgentes, hasta que consigui que el conde, faltando a su juramente, mandara a apresar a los principales conspiradores. El 4 de diciembre se public un bando firmado por Ruiz de Castilla, en el que se daba el trato de reos de Estado a los que haban sido motores, auxiliadores y partidarios de la junta revolucionaria, y amenazaba con pena de muerte a los que no los denunciasen. La lista de reos de Estado contena ms de sesenta nombres, entre los que estaban: el marqus de Selva Alegre, Juan de Dios Morales, Manuel Rodrguez de Quiroga, Jos Riofro, cura de Pntag, Jos Correa, cura de San Roque, Antonio Castelo, coadjutor de la Catedral, Xavier Asczubi, los tres cuados del doctor Quiroga, Juan Pablo Arenas, el joven Nicols Vlez, su amigo Pacho y otros. Faltaba en la lista Juan de Salinas, antes coronel y ahora capitn nuevamente, quien fue arrestado en primer lugar, acusado de irrumpir en el cuartel y seducir a la tropa. Luego la lista se fue ampliando e inevitablemente entr el nombre de Manuela Caizares. Cuando los soldados fueron a arrestarla y asaltaron su domicilio, lo encontraron vaco. Manuela y

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su hermana, previniendo el asunto, haban salido das antes rumbo a Pujil de donde era oriunda su madre. Manuela Espejo tambin hizo lo suyo. Apenas comenzaron los arrestos, su amiga Mara Mercedes la fue a buscar. No tuvo que decirle mucho porque Manuela estaba con miedo y tema lo peor. Se fueron rumbo a Pomasqui, al igual que numerosas personas que decidieron ponerse a salvo, como el marqus de Selva Alegre que rompi su promesa de permanecer en Chillo y huy a una remota hacienda, antes de que llegaron los soldados que con la mayor crueldad y saa saquearon e incendiaron el lugar. La persecucin a los insurgentes fue escabrosa. Bajo el mando del mismo Arechaga, los soldados no respetaron ningn rincn de la ciudad. Buscaron en casas privadas y en iglesias, e incluso ms de una vez pidieron abrir las puertas de los conventos de clausura de las monjas. No respetaron ni siquiera a los que haban dimitido de la Junta y hasta se haban vuelto en su contra, como el caso de Juan de Larrea, que fue apresado sin nadie que abogara por l. Los realistas quiteos eran los ms furibundos perseguidores de sus propios paisanos, como si quisieran aprovechar la situacin para saldar antiguos resentimientos, por lo que hasta pagaron por obtener informacin sobre sus escondites. Por orden de Arechaga se revisaron todas las casas de Quito, pero no solo con la finalidad de hallar a los insurgentes, sino de decomisar cualquier objeto que pudiera parecer revolucionario. Un seor Banderas fue arrestado por poseer una pintura de extraa procedencia, en la que se vea dos grupos de soldados en batalla. No poda determinarse el lugar, ni la fecha ni el motivo, sin embargo, los uniformes de unos soldados eran parecidos a los que usaba la guardia real. Se adujo sin ms que el cuadro era subversivo, por lo que fue decomisado y su dueo enviado a prisin. Como en toda revuelta, tambin hubo quien se vali del pretexto para inculpar a quien le deba dinero o no le caa bien. De pronto eran quiteos contra quiteos, y en medio de ellos la Bestia, saboreando la ms dulce de las venganzas.

l da que Lucha, la hija menor de Manuel Rodrguez, cumpli doce aos, su abuela, doa Rosa Coello le hizo un regalo muy singular: una esclava bozal de la casta Mangela, al igual que lo era Jeremas Anangon. La negrita tena quince aos y era tan vivaracha que en menos de tres meses aprendi el castellano bastante bien. Se desviva por atender a su patrona, quien, en son de broma, le haba puesto de nombre Clarita. Cuando Manuel Rodrguez cay preso, Lucha y su hermana se hicieron la promesa de ir a visitarle todos los das, llevarle la comida y aliviar su incomodidad. A regaadientes de su madre y su abuela que estaban resentidas con Manuel por su convivencia con Manuela Caizares, las hermanas se llevaron algunos muebles de la casa. Clarita tuvo por misin hacer amistad con los zambos que
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custodiaban el cuartel donde estaban los prisioneros, y gracias a ello consiguieron meter varios enseres para Rodrguez y los otros presos. Otra de las constantes visitas era Isabel Bou, quien cuidaba de su flamante esposo, y tambin de su suegro, ya que ambos compartan celda. Tambin iba asiduamente la mujer de don Atanasio Olea, escribano de la ciudad. Ese diciembre fue srdido. La ciudad vaca. Las puertas y ventanas de las casas cerradas y ni un alma en las calles. Los comercios sin productos y una tropa de ms de tres mil quinientos hombres vagando por una ciudad desolada. Inmediatamente se manifest la insatisfaccin de los soldados. Los zambos de Lima eran los ms inconformes porque se les haba prometido mucho y no se les haba dado nada. Tenan viejas deudas por cobrar que se idealizaron con el botn de Quito, una antigua leyenda que se remontaba al tiempo de los incas, cuando Atahualpa pag su millonario rescate con el oro del Cusco, dejando intacto el oro de Quito. La muestra estaba en las numerosas iglesias cubiertas de oro que hacan enmudecer a los visitantes, y la cantidad de marqueses, condes y nobles, propietarios de haciendas, obrajes, trapiches, salinas y sobre todo mitas. Asistieron a las misas de San Francisco no porque fueran creyentes, sino para contemplar las paredes forradas de oro, y lo mismo en la Merced, San Agustn, La Compaa de Jess y Santo Domingo. Se pasearon por todas las iglesias y monasterios y reafirmaron por qu a Quito se la conoca como la ciudad convento. La fecha de la Natividad del Seor, que las monjas de clausura abran sus iglesias para misa pblica, se maravillaron de ver las joyas que guardaban dentro. El obispo sugiri a las monjas del Carmen Bajo no mostrar la llamativa custodia de ciento veinte esmeraldas y otros tantos rubes, para no despertar la codicia de los zambos, pero ya se haba corrido la voz de que la custodia de las carmelitas era un tesoro. Cuando el cura que estaba dando misa sac una custodia sencilla, se arm un barullo en la iglesia. Al final de la ceremonia un grupo de zambos pidi al cura ver la custodia original, a lo que el cura respondi que el obispo lo haba prohibido. Desde ese momento el obispo se volvi su enemigo, y as fue como ms temprano que tarde, el obispo Jos Cuero y Caicedo fue llamado a comparecer a los tribunales. Quien deba entregarle la comunicacin no caba de gusto. Se trataba del capitn Nicols Barrantes que haba regresado de Lima al mando de Arrendondo. El obispo se extra de verlo y se lo manifest, a lo que Barrantes contest: -Ya ve cmo la vida da vueltas, seor Obispo Ahora me toca cobrar a mi. El obispo frunci el ceo y contest: -Cobrar?... Que yo sepa, no le debo nada. Barrantes sonri sarcsticamente y mascull: -Y el desaire? Le extendi la comunicacin en la que se peda su comparecencia y abandon la casa del obispo, dejndolo sumergido en el ms atroz de los miedos. El anciano mand a llamar a su sobrino y le pidi que le acompaara al convento del Carmen Bajo. En el trayecto le cont todo. Le confes que por precaucin haba confeccionado con antelacin un documento en el que se juraba realista. Pens que el sobrino le iba a felicitar por su ardid pero ms bien estaba molesto. Un ineludible gesto de decepcin se haba apoderado de su rostro. Mientras el to entraba a la clausura l aguard afuera, pensando. Por ms que trat no pudo evitarlo: vea al to como traidor y cobarde. Un desvalido mortal que presa del terror haba cometido la peor de las traiciones.
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Record el tiempo que haba pasado en Pasto y Popayn, en el que haba tenido que soportar las humillaciones del gobernador Miguel Tacn, cuando sin saber que Caicedo era su sobrino, habl pestes del obispo de Quito. Se quej a gritos de que lo ms indigno de la Junta era que su vicepresidente fuera un hombre de iglesia, y no simplemente un fraile cualquiera, sino un obispo. Un seor obispo. Fue durante todo el largo y doloroso proceso que padeci el obispo, que Caicedo comprendi que de no haber jugado doble, su to habra ido preso. Era tal el encono de Arechaga que lleg a negar la autenticidad del documento e increp al cura: -Y cmo sabemos que este documento no fue realizado ayer? Por pedido del obispo compareci la priora del Carmen Bajo a quien le haba confiado el documento, y ella dio fe de la fecha exacta en que fue receptado. Como Arechaga no se vea satisfecho y tena como firme propsito encarcelar al obispo, Caicedo acudi donde el conde Ruiz de Castilla y le rog que velase por la seguridad del to. El conde se conmovi y orden a Arechaga dejar en paz al obispo. De mala gana accedi, pero se desquit ms tarde persiguiendo inmisericorde a otros sospechosos. Se dio cuenta de que tena dos grandes aliados que buscaban desaforadamente el poder, al igual que l, y que no vacilaran en juntar fuerzas. Se trataba de Bartolom Cucaln, en Guayaquil, y Melchor de Aymerich, en Cuenca. Ambos Gobernadores comenzaron a enviar misivas al conde, ponindose a su servicio para capturar a los reos de Estado que haban huido. El conde les concedi todas las facilidades. Durante enero y febrero, la cacera de fugitivos por toda la Audiencia fue incesante. Los que consiguieron huir y ponerse a salvo, sobrevivieron, otros la pasaron muy feo, como el marqus de Miraflores, que por su avanzada edad estaba recluido en su propia casa. Tan mal vea las cosas que no dejaba de lamentarse. Un da le encontraron muerto en su cama y cuando el galeno le examin, determin que el marqus se haba muerto de pena. Apenas pudo velarlo su familia porque el gobierno mand una escolta para que vigilara el cadver, ya que se haba corrido la voz de que el marqus estaba fingiendo la muerte con el amparo de una mortaja fnebre.

or hallarse remontado en lo ms intrincado del manglar y la selva, William Bennet Stevenson, el mal llamado Bennet, se perdi lo acontecido el 10 de agosto. A su regreso a Quito, y en su afn de levantar crnicas de los principales acontecimientos, se dispuso a tomar las versiones de los implicados de lado y lado. En primer lugar al conde, y en segundo, a Arechaga, que aunque no era de su simpata manejaba toda la informacin que sobre el proceso se haba levantado. Con la venia expresa del conde y el mohn suspicaz y desdeoso de Arechaga, fue a visitar a los insurrectos. Quera sobre todo entrevistarse con Juan de Dios Morales, pero en lugar de encon-

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trarlo heroico como lo haba imaginado, lo hall demolido. En los treinta minutos que estuvieron conversando, Morales no pudo contener el llanto dos veces, lo que conmovi profundamente al joven ingls. Igual cosa pas con Manuel Rodrguez. Ambos peligrosos sujetos en celdas independientes y aisladas, portadores de pesados grillos asidos a cadenas, como si fueran los peores delincuentes. Cuando lo vieron llegar pensaron que traa noticias de Ruiz de Castilla, pero Bennet solo tena vanas promesas. Les escuch y levant las versiones con lujo de detalles, y cuando ellos comprobaron que poda serles til le rogaron que intercediera con el conde. Bennet no se neg pero horas ms tarde cometi la imprudencia de comentar el asunto con el conde cuando Arechaga estaba en la habitacin. Antes de que el anciano pudiera decir nada, el zambo dio un salto y encar a Bennet como un perro guardin que protege su territorio. Bennet se excus y cambi el tema. Habl del camino hacia la tierra de las esmeraldas diseado por el sabio Maldonado y su ilusin por recorrerlo nuevamente, entonces Arechaga hbilmente convenci al conde de lo importante que era mantener esa zona vigilada. Cuando Bennet recibi la orden se llen de felicidad, se olvid de la suerte de los presos, y lleno del mpetu ms jovial, volvi a largarse a las coniguas. Pens en dejar sus escritos en Palacio, encargados al mismo conde, pero a tiempo premedit que no haba sitio seguro para los alcances de Arechaga. Opt por llevrselos consigo a sabiendas de que el clima del subtrpico no era la mejor opcin para conservarlos. Por ms esmero que puso en aislarlos de la humedad, los papeles se arrugaron, cambiaron de color y la tinta se desvaneci como si nunca hubiera existido. Quiso volver a reescribir el material, pero cuando puso manos a la obra, tristemente descubri que toda la informacin que posea sobre Quito y su historia haba desaparecido con el hambre voraz de los insectos. Maldijo y luego sonri al recordar una mxima de los geodsicos franceses, de Humboldt, de Bonpland y de otros tantos sabios que en su paso por la Amrica meridional haban expresado que el nico archivo confiable era la memoria.

l general Arredondo se entrevist con el conde Ruiz de Castilla para exigirle, de la manera ms altanera, que le entregara la totalidad del Erario Real para repartirlo entre la tropa, pero el conde arremeti con una estocada cuando le mostr que los fondos del erario ascendan a unos mseros reales. Arredondo maldijo y advirti al conde que la tropa estaba cansada de esperar y que l no respondera si se produca algn desmn, pero esto pareci no afectar al conde porque se alz de hombros y se retir a descansar. Tan enfurecido sali Arredondo de Palacio que orden a un grupo de zambos asaltar las fincas contiguas a la ciudad, que eran las que provean de huevos, leche y carne. En menos de tres horas saquearon todas las fincas y sacrificaron cientos de animales.

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Esa noche hubo fiesta. Asaron gallinas, cerdos, cuyes, corderos y reses, y por toda la ciudad se expandi el olor a carne asada. Viendo que los soldados estaban entretenidos en la comilona, los vecinos del barrio de San Roque se reunieron por primera vez desde que los zambos llegaron a la ciudad. No lo hicieron en la plaza, frente al convento de Santa Clara que era donde usualmente se reunan, sino que encontraron mejor lugar en la quebrada de los Gallinazos, junto a la capilla de El Robo, donde siglos antes unos ladrones haban escondido un copn de oro robado a las monjas clarisas. A lo lejos se escuchaban las risotadas y la msica de una banda de zambos que haba comenzado a tocar. -El husped es como el pescado, -dijo uno de los vecinos- el primer da, encanta. El segundo, molesta, y el tercero, espanta. -S, -le corrigi otro- solo que ellos no son huspedes. Vinieron y se instalaron noms Un anciano confitero famoso por su garrapiada de tocte, les record el nimo con el que les haban recibido. -La culpa es toda nuestra, -asever- porque nosotros los recibimos con los brazos abiertos, sin ver que bajo la piel de oveja vena la fiera. En silencio admitieron que el viejo tena razn. Lo que poda haber comenzado como una nueva insurreccin rpidamente se transform en un mar de lamentos. A todos les haban robado, a todos los haban humillado y maltratado, solo que ahora no eran los espaoles nicamente, sino tambin los zambos. No haba familia en la que no hubiera una hija ultrajada, y en el caso de los indgenas que habitaban en la periferia de la ciudad el asunto era peor. Desde las alturas que dominaban la recoleta de Santo Domingo se divisaba claramente que haba varias indias secuestradas de sus comunidades para que les sirvieran en sus necesidades. Los quiteos de todos los estratos sociales estaban indignados, y ms pronto que tarde tuvieron que admitir que sufran el peor de los males: la impotencia, porque por mucho que quisieran, no podan hacer absolutamente nada. Cuando las tropas comprobaron que el botn de Quito era un mito porque el oro de las iglesias era en realidad pan de oro, es decir una milimtrica hoja dorada que se adhera a la madera y que no tena ningn valor comercial, forzaron para que sus jefes solicitaran la retirada. Se consigui que salieran muchos, quedndose nicamente un batalln de Lima con trescientos zambos, que a pesar de ser menos tenan aterrorizada a la ciudad. A la par, segua el juicio que haba comenzado Arechaga contra los insurrectos. Valido de su habitual estilo de engaar, teji una tenaz estrategia para volver a los unos con los otros. La mayora cay ingenua en su telaraa. Con las ambiguas y confusas preguntas que cre para los interrogatorios, indujo a los declarantes a sealar a un cabecilla, a un solo culpable. Los realistas pensaron que la responsabilidad recaera sobre el marqus de Selva Alegre, siempre distante de ellos, como si los menospreciase por incultos, pero se equivocaron porque la gran mayora de presos seal como principal seductor a Juan de Dios Morales. Arechaga estaba satisfecho con lo obtenido. Consideraba que Morales era un hombre inteligente, mucho ms instruido y capaz que l, y por lo tanto peligroso, y que la mejor manera de librarse de sus maas era eliminndolo. Con uno pagaran todos y el asunto terminara sin males mayores y con buen escarmiento, sin embargo muchos no estaban de acuerdo. Otro de los cabecillas delatado en las declaraciones fue Manuel Rodrguez, el cholito Rodrguez, que aunque era hijo de espaol, haba
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heredado el color de piel de su madre. Contra l haba inquina porque ms de una vez, cuando le haban gritado cholito, l haba respondido mil veces cholo y ni una ignorante. Tambin se ensaaron contra Salinas. El cabecilla del vejamen fue Simn Senz de Vergara, que jur por su vida que se vengara de los insurrectos. No contento con tener a Salinas preso, se ocup en fastidiar a su esposa, Maria Nates, que para empeorar las cosas se hallaba encinta. Con su hija de dos aos busc refugio donde el Obispo y este le recibi con los brazos abiertos porque la estimaba mucho. Mientras dur su embarazo, y debido sobre todo a que era agenciosa y tena una caligrafa preciosa, ayud a Caicedo a redactar la primera parte de su crnica sobre los sucesos del 10 de agosto de 1809. Una tarde, enviados por Arechaga, irrumpieron en el obispado varios soldados con las rdenes de revisar hasta el ltimo rincn, puesto que se haban recibido denuncias de que el obispo esconda fugitivos. Husmearon todas las casas del clero. Iluminados por antorchas bajaron a las criptas de la Catedral y revisaron hasta el ltimo recoveco. Luego fueron a la biblioteca y se enfrentaron con Caicedo porque quisieron revisar los libros y l se opuso. Sobre el escritorio yaca la crnica de la insurreccin y a Caicedo se le paraliz el corazn porque uno de los soldados se acerc al escritorio y hoje el legajo. Cuando el resto de soldados sali, el zambo que miraba el legajo opin que la caligrafa era preciosa, y que era una pena que l no supiera leer. Ni bien se fueron, el obispo se reuni con su sobrino. Tom el legajo que contena la crnica de la insurreccin quitea, y lo arroj a las brasas de la chimenea. Se qued contemplando la fogata y luego encar al sobrino. -Lo siento mucho, -le dijo- pero ha sido un acto de amor. Primero quisiera estar muerto que verte preso. Caicedo permaneca inmvil, sin pronunciar una sola palabra, sin embargo no pudo disimular cuando le gan el llanto. Apenas el obispo sali, se dio a la tarea de reescribir la crnica, pero con algunos cambios. Consider varios puntos. El primero de ellos era el que tena que ver con la urgencia de mantener al pueblo de Quito informado. Todos deban saber lo que estaba pasando y l se senta en la obligacin de divulgarlo, porque conoca como nadie lo que haba ocurrido en Cuenca, Guayaquil, Pasto y Popayn. Pens que si su vida estaba en juego por ser el autor y difusor de la informacin, lo preciso era disfrazar su identidad. Se le ocurrieron varios nombres que iban desde los clsicos griegos y otros mitolgicos, hasta el natural de Eugenio Espejo. Se vio inmerso en un juego fascinante por ocultarse no solo detrs de un nombre, sino detrs de un personaje, y as fue cmo creo a Annimo, un joven espaol con buen vocabulario y un indiscutible aire irnico. Muy irnico. Tanto as que intitul al pasqun: Hazaas y mritos de los gobernadores de Guayaquil, Cuenca y Popayn, en la revolucin del 10 de Agosto de 1809 La irona radicaba en que no se hablaba de ninguna hazaa, ni se ensalzaba ningn mrito, sino que se describa las barbaridades cometidas por los gobernadores Cucaln, Aymerich y Tacn. Ms abajo escribi un prrafo explicativo para ocultar su identidad y despistar a los lectores.
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Deca: Escritas por un espaol que por su imparcialidad puede pasar por americano, con el fin de que sirva de suplemento a las memorias y relaciones de varios autores. Documento Annimo. Trece das se demor en redactar el nuevo documento, y se sorprendi por su volumen porque lo que haba pensado que sera un pasqun, se convirti en una narracin de ochenta y cuatro folios. Cuando se hallaba en la tarea de coser el legajo, fue visitado intempestivamente por Mara Nates, la mujer de Salinas, que le estaba buscando para pedirle consejo. Era joven, mucho menor que su esposo que le llevaba ms de treinta aos, pero se amaban entraablemente. Estaba preocupada porque por la ciudad estaban circulando varios rumores. Se deca que Arechaga haba tomado la decisin de ejecutar a los principales conspiradores, entre los que se hallaba su marido. Caicedo le ofreci que conversara con el obispo mientras trataba de esconder el legajo, pero no pudo evitarlo porque Mara Nates adivin el asunto. Antes de que l pudiera decir nada, le rog que le permitiera sacar una copia y le jur que mantendra el mayor de los sigilos. Caicedo no pudo negarse. Tanto le gust a Mara Nates el texto que reprodujo dos copias en una semana, y fue ella misma quien las distribuy secretamente. Una de las copias, obviamente, cay en manos de una de las integrantes de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias que convoc a sus compaeras para reproducirlo en tres copias cada una, y as fue como el texto de Caicedo se distribuy por toda la ciudad. Tambin llego a Palacio, directamente a las manos de Felipe Fuertes Amar, gran amigo de Arechaga y Arredondo. Con el rostro prendido por la ira avanz por los corredores en direccin al despacho del Presidente, blandiendo el pasqun annimo al que calific de seductivo. Con voz chillona, prcticamente orden al conde que iniciara una urgente investigacin para dar con el autor del panfleto, y lo mismo opinaron Arechaga y Arredondo que eran quienes realmente gobernaban. Se inici una pesquisa pero no dio resultados porque se encontraron ms de treinta pasquines del mismo tenor pero diferente letra, que fueron incinerados en el patio del cuartel. Lo que ms les doli fue el prrafo final, en el que autor del documento annimo deca: Al contemplar lo que ha hecho don Bartolom Cucaln en Guayaquil, don Melchor de Aymerich en Cuenca, y don Miguel Tacn en Popayn; al contemplar lo que a su ejemplo han practicado sus subalternos llenos de furia, ms que de entusiasmo; al contemplar lo contradictorio del seor conde Ruiz de Castilla, la arbitrariedad y despotismo de don Toms Arechaga, la impericia y crueldad de don Felipe Fuertes, la inhumanidad y entretenimientos de don Manuel Arredondo, no puedo menos que exclamar ah! Con cunta verdad dice el Supremo Consejo de Regencia que los americanos-espaoles han sido mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia de los mandatarios del Gobierno antiguo. Furibundos exigieron al conde que les vengara por las afrentas y que ordenara regar sangre quitea para escarmentar a la ciudad, pero Ruiz de Castilla se neg. Tom la innegociable decisin de remitir el proceso a Bogot, para que el mismo virrey fuera el que decidiera sobre el asunto. Una diplomtica forma de lavarse las manos que enardeci an ms la rabia de Fuertes, Arechaga y Arrendondo.
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Hacia fines de junio se organiz una reunin clandestina y de ltimo rato en la casa de don Simn Senz de Vergara, cuyo interior nadie conoca porque nunca antes haba sido visitada. A pesar de la enorme fortuna del comerciante de esclavos ms grande de la Audiencia, la casa estaba decorada con suma sencillez y se respiraba tal aire de austeridad que no haba dnde sentarse porque don Simn solo posea dos sillas. El nimo con el que don Simn comenz a hablar les hizo olvidar las incomodidades. Cont que esa maana haba pasado por la Administracin de Correos y que un conocido suyo, y tambin de todos los presentes, por ser realista, le llam para mostrarle un pliego que haba llegado desde Cartagena a nombre de doa Rosa Montfar, la hija del fugitivo marqus de Selva Alegre, remitido por su hermano Carlos quien, all en Espaa, haba sido nombrado Comisionado del Consejo de Regencia. La noticia les dej sin palabras. Jams se hubieran esperado que el hijo del marqus, el hijo del principal insurrecto, hubiera sido nombrado para poner orden, cuando su propio padre era el autor del ms grande desorden que hubiera sufrido la Presidencia. Especularon sobre su llegada y pronto se dieron cuenta de que las cosas iban a cambiar drsticamente, y que ellos que gozaban de libertad, maana podan ser prisioneros. Leyeron varias veces el legajo que Sanz se haba sustrado de la Administracin de Correos en el que expresamente se ordenaba al conde Ruiz de Castilla no tomar ninguna decisin sobre la suerte de los insurrectos hasta que el Comisionado Regio llegara a Quito, y consideraron que el tiempo estaba sobre ellos. Vieron a Juan de Dios Morales, a Manuel Rodrguez y Salinas en libertad, burlndose de ellos que estaban tras las rejas, y se horrorizaron. Hablaron de todo tipo de planes y estrategias y surgi una sola consigna: eliminar al Comisionado Regio, pero pronto la idea fue desechada porque entendieron que Carlos Montfar tena ms autoridad que el mismo Presidente de la Audiencia. -De realistas pasaremos a ser traidores, -opin uno, y todos estuvieron de acuerdo. -El problema no es Carlos Montfar, -instig Arechaga- sino los verdaderos autores de la insurreccin, los mentalizadores! grit y dio un puetazo sobre la mesa. -Hay que cortar el problema de raz! No tuvo que decir ms porque inmediatamente fue apoyado por Fuertes, por Senz y la mayora. Decidieron mantener el pliego de Carlos Montfar en secreto pero se present un incidente en la Administracin de Correos, puesto que doa Rosa Montfar haba reclamado una carta que faltaba, enviada por su hermano, cuya existencia le haba anunciado en una carta anterior. Tanto escndalo hizo por el robo que el Administrador no tuvo ms remedio que contarle que la carta haba sido decomisada por las autoridades y que reposaba en las manos del conde. Con justo derecho pidi ella ver el contenido de la carta, pero se lo negaron. Entrevistarse con el conde fue misin imposible porque Arechaga se encarg de que l no se enterase de lo que estaba ocurriendo. Finalmente opt por mostrarle la carta al conde, quien en lugar de alarmarse se alegr porque por fin iba a haber alguien que arreglara los problemas. Con la ayuda de Fuertes y Arredondo, Arechaga le pint las peores posibilidades. Le record una y otra vez que Carlos Montfar era hijo del marqus de Selva Alegre y que tomara represalias. El conde, que vea con buenos ojos al Comisionado Regio, de pronto comenz a temerle. Olvid lo que saba de l, que era un joven ilustrado que haba acompaado al sabio Hum127

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boldt a subir al Chimborazo, la montaa ms alta del mundo, y que luego haba viajado con l por las Amricas y el Viejo Mundo. De pronto lo percibi como si fuera un ser maligno lleno de oscuros intereses y sobre todo cegado por la venganza. Un grupo de soldados interrumpi la reunin. Les urga hablar con Arredondo. La noticia del pliego de Montfar se haba regado por toda la ciudad y la tropa exiga un pago de seis mil pesos de gratificacin o en su defecto licencia para el saqueo. Todos consideraron que haba una enorme deuda con la tropa y que haba que saldarla de algn modo. El conde dijo horrorizarse con la idea del saqueo, pero le recordaron que l tambin haba sido hombre de milicia y que conoca cmo era el asunto. -No podemos poner a la tropa contra nosotros sentenci Arredondo, a lo que el conde mascull: -Cinco horas, ni un segundo ms.

l saqueo fue brutal y no hubo un solo responsable. Cuando se trat de hallar culpables, las autoridades alegaron que la orden no haba salido de ningn superior y que ms bien los robos haban sido ejecutados por soldados ladrones, de aquellos que siempre se ocultan en la tropa. Se orden ir tras ellos pero por ms que se los busc no se dio con el paradero de ninguno. Los quiteos se indignaron tanto que salieron a las calles y plazas, armados de palos, cuchillos y una que otra escopeta oxidada que haba pertenecido a un antepasado y que cuando se atoraba, estallaba en las manos. Los limeos que se haban mostrado feroces y burdos se delataron como cobardes, porque apenas vieron el tumulto en las calles huyeron despavoridos a buscar refugio. La mayora de ellos lo encontr en Palacio, y ah permaneci hasta que se consigui que unos empolvados nobles y eclesisticos salieran a las calles a apaciguar a las gentes. Con alegatos en los que ni ellos mismos crean, convencieron al ingenuo populacho de que se trataban de robos aislados que no volveran a repetirse, y solo cuando consiguieron que los quiteos se retiraran, los limeos se atrevieron a salir fuera de Palacio. En la Plaza Mayor encontraron a unos cuantos infelices a los que dieron palo. A un muchacho inocente y desvalido le dieron tantos golpes que lo dejaron muerto en el atrio de la Catedral. Este acto de cobarda lo presenciaron todos los realistas, encabezados por el espaol Pedro Prez Muoz, el narizn, que fue el que ms azuz para que mataran al muchacho. Ahtos de sangre tuvieron que retirarse en estampida porque los quiteos encontraron el cuerpo inerte del joven asesinado, y reunidos en la plaza, clamaron justicia. El conde se asust y orden que se proveyera auto cabeza de proceso, pero no fue para averiguar sobre los latrocinios de los soldados, sino para hipcritamente descubrir quien haba sido el propagador del saqueo. Ingenuamente,
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el proceso cont que un seor Miguel Ynez haba irrumpido en varias tiendas y establecimientos comerciales para advertir que pronto habra un saqueo y que deban esconder presto todos los bienes y cerrar las puertas con doble aldaba, y que por lo tanto l era el culpable del rumor que tanto dao haba ocasionado a los quiteos. Se le sentenci a ser azotado por mano de verdugo, con una correa armada de puntas de acero. No se especific el nmero de azotes y Miguel Ynez nunca pudo reclamar por la injusticia, porque se pact con el verdugo para que lo dejara muerto. Los quiteos que presenciaron el flagelo oyeron decir al capitn Barrantes que si haba otro brote de la plebe, l mismo se encargara de pasar por cuchillo a todos los presos, y esto los llen de desconcierto. En la muchedumbre se encontraba la negra Clarita que corri con la noticia donde su patrona. Apenas la oyeron las hijas de Manuel Rodrguez fueron al cuartel y se lo contaron todo a su padre, entonces l les rog que acudieran donde el obispo a suplicarle que consiguiera la autorizacin del conde para que los presos recibieran los sacramentos. De boca de ellas, el obispo oy repetir las palabras de Manuel Rodrguez, que haba dicho: -Como catlico que soy no temo morir, sino morir sin los auxilios de la Iglesia. Enternecido el obispo fue a hablar con el conde y le puso al tanto de lo que haba dicho Barrantes. l y Arrendondo, su jefe, fueron llamados a esclarecer el asunto. Barrantes, lleno de soberbia, no lo neg, y Arrendondo, burlndose frente al conde, le asegur que la postura de Quiroga era teatral y que el argumento de la religin era el reducto de los cobardes. Ah qued el proceso. Los das siguientes los realistas armaron una enorme campaa para desacreditar a Carlos Montfar. Decan que era bonapartista y que nada bueno poda esperarse del hijo de un traidor. Arechaga, pblicamente, manifest que los grillos que se guardaban para el marqus de Selva Alegre los estrenara su hijo. Estaban organizados y cada uno saba lo que tena que hacer. Pedro Prez Muoz se encarg de redactar sendas cartas a los gobernadores de Pasto, Cuenca y Guayaquil, que fueron firmadas por el mismo Arredondo. A Miguel Tacn, gobernador de Pasto, se le pidi detener a Carlos Montfar cuando pasara por ah, mientras ganaban tiempo para exterminar a los insurgentes. Ya no se disimul el asunto: haba que acabar con ellos. Inmediatamente la noticia se reg por Quito. En todas las casas se coment que la orden de asesinar a los presos haba sido dada, y los quiteos se llenaron de pnico.

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acia fines de julio, Rosa Checa lleg a Pomasqui acompaada de su hija Josefina y de la marquesa de Solanda. Se hospedaron en la hacienda de la marquesa e inmediatamente se pusieron en contacto con Mara Mercedes Tinajero y Manuela Espejo. El asunto era el siguiente: se saba a voces que los prceres quiteos iban a ser asesinados y haba que hacer algo. La primera en exponer el problema fue Rosa Checa que por intermedio de su marido conoca lo que pensaban los gobiernistas. Se haba ensaado contra el narizn Prez Muoz, al que ms de una vez haba odo pedir la muerte de los insurrectos, pero el reclamo no era solo del narizn, sino de la mayora de realistas que saba que detrs de esa sangre haba oro. Por ley, los bienes de los difuntos deban ser rematados partiendo de precios nfimos. Si bien algunos presos como Manuel Rodrguez, Juan de Dios Morales y otros, no tenan posesiones, se compensaba con la enorme fortuna de los parientes del marqus de Selva Alegre por un lado, y de Xavier de Asczubi, emparentado con la marquesa de Maenza, por otro. -Yo conozco muy bien a esos zorros, -asever la marquesa de Solanda- pero ese no es el punto, sino que hay algo ms que no se ha considerado. Guardaron silencio atentas a lo que tena que decir, entonces la marquesa hizo mencin de un enorme tesoro que nadie haba valorado. Dijo que entre los insurrectos estaba lo ms ilustrado de la sociedad quitea y que exterminarlos sera como cortar la cabeza de una ciudad que se haba jactado de tener tres universidades, tres cabezas, y que ahora se quedara acfala. -Qu futuro les espera a nuestros hijos? repiti una y otra vez. Le dieron la razn, e incluso Manuela Espejo asegur que ese mismo deba ser el plan de los espaoles: volver a la ciudad ms culta, la ms miserable. Les falt el tiempo para enumerar los males porque la marquesa llam a orden y dijo tajante: -Hay que liberar a los presos. Guardaron silencio y se miraron unas otras, hasta que Rosa, que haba estado en conversaciones permanentes con la marquesa, habl: -Este es el plan Un considerable lote de joyas valorado a ojo de buen cubero en ms de treinta mil pesos, obtenido de las donaciones de la misma marquesa y de varias integrantes de la cofrada de Nuestra Seora de las Angustias que prefirieron que se mantuviera su nombre en anonimato, se haba destinado a la liberacin de los presos. No se trataba de dinero para comprar armas, sino de alhajas para sobornar a los guardias. Para ello contaban con varias mujeres que iban a ayudar en la empresa. A saber: las dos hijas de don Manuel Rodrguez de Quiroga, y ms que ellas su esclava Clarita que tena buen entronque con los zambos. Tambin Mara Nates, la mujer del capitn Salinas, que era bastante diligente, al igual que Isabel Bou, que se hallaba embarazada, y algunas otras. Estuvieron de acuerdo en que la empresa era bastante arriesgada pero la marquesa asegur que el dinero lo poda comprar todo, y ms an cuando se trataba de perros con hambre atrasada.
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Manuela pregunt si se tena apoyo de la plebe de los barrios a lo que Rosa Checa cont que saba de buena fuente que Pacho, el organista, andaba planificando algo. Decidieron que era importante ponerse de acuerdo con l y que haba que hacerlo urgentemente por lo que planificaron el viaje a Quito para el da siguiente a primera hora. Manuela Espejo fue la primera en apuntarse para ir, pero las dems se opusieron. Alegaron que su presencia era peligrosa para todas, porque aunque no lo quisiese, Manuela cargaba sobre s la insignia de la subversin. Tampoco fue Josefina, a quien le faltaban dos semanas para dar a luz. Se la dejaron encargada a Manuela Espejo y al da siguiente, apenas clare, partieron las tres rumbo a Quito. Manuela las despidi. Las abraz como a hermanas y les llen de bendiciones, y luego cuando la carreta se alej no pudo contener el llanto. Arrimada al umbral de la puerta estuvo pensando hasta que amaneci y todo se llen de ruido y de luz. Se le ocurri que la insurreccin poda morir, pero nunca la insurgencia. Acto seguido sonri, porque ahora el asunto estaba en manos de mujeres, las mismas manos que siempre, a lo largo de la Historia, haban cargado la esperanza.

o pretexto de organizar la procesin por el da de Nuestra Seora de los ngeles que estaba prximo, se reunieron doce damas quiteas en el convento del Carmen Alto, acompaadas de sus respectivas sirvientas que sumaban otra docena. Un grupo de monjas rebeldes aprovech que la priora estaba enferma para usar el claustro como sede de la conspiracin. Se encerraron en el cuarto que haba pertenecido a la venerable virgen Mariana de Jess, cuyo proceso de beatificacin sufra los ms inusitados percances, y se repartieron el botn de joyas. La marquesa las instruy. Les pidi que fueran sutiles y que deban convencerse de que la nica forma de despertar la codicia era recordando las necesidades. Les dijo que los zambos tenan familia a la que no vean desde haca mucho tiempo y que nada era mejor que regresar a casa trayendo un buen botn de guerra. Unos hermosos zarcillos de rubes para la esposa y joyas de oro antiguo que se vendan a buen precio en Lima. La ms entusiasta de todas era Mara Nates, pero tambin la ms nerviosa. Haba algo que la inquietaba: de boca del negro Prieto haba escuchado que se hara un simulacro de subversin para as justificar la matanza de los prceres. Esa subversin estara encabezada por un joven cuencano, conocido como el morlaco Gonzlez, quien se haba vuelto el Judas del asunto. Pero lo que realmente le tena preocupada era que el negro Prieto le haba asegurado que la matanza de los prceres no pasara del fin de semana. Mientras las damas se organizaban para sobornar a los guardias, Mara Mercedes Tinajero y Rosa Checa fueron a buscar a Pacho, el organista. Pensaron que era cuestin de preguntar por l y encontrarlo, pero no fue as. Sobre Pacho pesaba orden de captura por ser reo de Estado prfugo, por lo que andaba muy bien escondido. De quien s consiguieron averiguar fue del morlaco Gonzlez.
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Se trataba de un muchacho veinteaero, cuencano, de los que haban dejado las tropas de Aymerich para unirse a los limeos, y que haba ayudado a Pacho, el organista, a liberar a Nicols Vlez. De l se deca que se reuna con el oidor Fuertes Amar, y que varias veces se le haba visto salir de la inhspita casa de don Simn Senz de Vergara. Se rumoraba que Senz tena con l un negocio oscuro porque el morlaco que antes era ms pobre que una rata, andaba luciendo lujos y dndose vida de rey. Simptico, dicharachero y forrado de plata, haba hecho muchas amistades en los barrios. Generoso y solcito, porque era amigo cercano del oidor Fuertes Amar, no haba problema que no solucionase. Querido por todos, valorado y bienvenido en todas partes, se volvi un hroe cuando una noche de juerga en el barrio de San Roque, propuso liberar a los presos que estaban en el cuartel y evitar su muerte. Sus compaeros alegaron que bien quisieran, pero que esa guerra no era suya, a lo que el morlaco les tach de cobardes. No falt quien, en el calor de la discusin, acusara al morlaco de ser amigo de los peores realistas, a lo que el muchacho se excus diciendo que precisamente porque los conoca los repudiaba, y que era una ventaja que l jugara en ambos bandos, pero que era patriota convencido. Le increparon sobre el dinero que tena y el morlaco minti que eran antiguas deudas que Senz le haba saldado, por haberle servido en el negocio de esclavos en su nativa Cuenca. Ms pronto que tarde se supo por otros cuencanos que el morlaco Gonzlez siempre haba sido un vago que nunca haba trabajado en su vida, y que seguramente tena dinero por haberse aprovechado bastante del saqueo. A partir de entonces de nada le sirvi la generosidad y la simpata porque comenzaron a desconfiar de l, no as algunos ingenuos, que creyeron en la posibilidad de liberar a los insurgentes, sin saber que estaban siendo manipulados. Un joven Jervis, del barrio de San Sebastin, que haba sido alumno de Juan de Dios Morales y Manuel Rodrguez, y a quienes consideraba las personas ms instruidas de la Audiencia, se uni al morlaco con la condicin de que no solo se asaltase el cuartel donde estaban presos los insurgentes, sino tambin el presidio, ubicado a pocas cuadras, donde permanecan cerca de cien soldados en calidad de reos. Viendo el morlaco que sus planes se alteraban se opuso a la peticin de Jervis por considerarla peligrosa, pero Jervis aleg que era mejor contar con el respaldo de los soldados presos, a lo que todos estuvieron de acuerdo. El morlaco fij una nueva reunin para ultimar detalles, pero Jervis, vehemente, le contest que ya no haba tiempo y que si se quera un asalto deba darse ese mismo momento. Al morlaco le pareci una locura, pero la accin ya estaba decidida. Los dimes y diretes sobre el morlaco se haban difundido por todo Quito, y la desconfianza se haba multiplicado. El morlaco pidi un poco ms de tiempo pero Jervis fue implacable. Se dirigi a un aparador donde guardaba las armas, las sac y las reparti entre los presentes. Tristes armas y pocos hombres, a saber solo tres cuchillos para tres valientes: el morlaco, Jervis y un chico de diecisis aos, del barrio de San Marcos, conocido como el atleta porque a pesar de su cortedad era el mejor en cualquier disciplina fsica. Arechaga, Fuertes Amar, Arredondo y Senz de Vergara se quedaron esperando a que el morlaco regresase con el dato para montar el tinglado y asesinar a los presos, pero el morlaco jams regres. En la espera, los magistrados almorzaron opparamente y tomaron una larga siesta. A la una y cuarto de la tarde, el morlaco Gonzlez, Jervis y el atleta, se dispusieron a irrumpir en el presidio donde estaban los soldados. A esa hora la ciudad estaba desierta, pero se perciba el atisbo de los quiteos que espiaban tras las cortinas de las ventanas. Prefirieron no salir de sus casas hasta ver
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qu ocurra porque miraban el asunto con cierta desconfianza. La presencia del morlaco Gonzlez en la conspiracin les resultaba definitivamente incmoda. Como si Jervis y el atleta estuvieran pidiendo una muestra de confianza por parte del morlaco, aguardaron a que l se manifestara primero. A cortos pasos observaron cmo el morlaco se apechugaba con el centinela mientras le hunda un pual en el estmago. Luego entraron dando de gritos, a sabiendas de que nicamente estaban seis zambos en el presidio y que ni bien los vieron, huyeron despavoridos. Mientras el morlaco se quedaba como centinela, Jervis y el atleta liberaron a los presos. De estos, la mayora no se detuvo hasta salir de la ciudad. Otros se refugiaron en la casa del prebendado Batallas y un buen grupo en el Palacio Episcopal. Llam la atencin que tres presos que portaban grillos pidieron no ser liberados y que prefirieron quedarse en el presidio hasta que la revuelta cesara. De todo el enorme grupo solo seis se quedaron a respaldar el golpe. Se armaron con los fusiles que los zambos abandonaron y se dirigieron al cuartel donde estaban presos los insurrectos. Eran nueve, precedidos por el morlaco Gonzlez, que avanzaban resueltos y llenos de valenta, sin embargo, desde lejos los vio venir la nica persona que en ese momento se hallaba en la calle. Se trataba de Mara Nates que portaba un lote de joyas en la manga del vestido con la expresa intencin de sobornar a los guardias. Al primero que divis con claridad fue al morlaco Gonzlez, y se lleno de pnico. No dud un segundo y corri donde su protector, el obispo de Quito, pero no para hablar con l, sino que entr a la biblioteca y cay de rodillas frente a Manuel Jos Caicedo. -Los van a matar!... grit y acto seguido, implor- Por el amor de Dios, padre, toque las campanas! Caicedo no se hizo repetir. Pens que lo ms lgico era alertar a los quiteos sobre la masacre, as que dando trancadas se dirigi a la iglesia y toc las campanas con seal de fuego. Esto fue lo peor, porque los gobiernistas que estaban completamente desprevenidos despertaron de sus siestas y constaron que la conspiracin se haba llevado a cabo sin que nadie les hubiera avisado. En la Plaza Mayor se produjo un leve enfrentamiento. Uno de los soldados que haba huido del presidio se escondi en el pretil de la Catedral y desde ah arroll a varios zambos, hasta que le dieron un balazo y terminaron con su vida. No contentos fueron a acribillarlo y dejaron el cadver destrozado. Igual suerte corri una india que estaba en la plaza, un cobachero de los bajos de Palacio, y un msico que iba al Carmen Bajo. De los nueve que se dirigieron al cuartel, tres se adelantaron a la Plaza Mayor para detener el avance de los zambos, y seis, armados solo de cuchillos, irrumpieron en el edificio que antes haba pertenecido a los jesuitas y que ahora serva de prisin. El morlaco se acerc al centinela y le orden que le entregara el arma, a lo que el hombre, presa del pnico, le entreg el fusil, la cartuchera, la colma de plvora, y sali corriendo en estampida. Los dems entraron, desarmaron a la guardia, y fueron inmediatamente a liberar a los presos, sin embargo se encontraron con el capitn Galup que grit: -Fuego contra los presos! El joven atleta de San Marcos dio un par de brincos y antes de que Galup pudiera reaccionar, le asest un golpe con el fusil calado de bayoneta y le dej inutilizado. Mientras abran las crceles del primer piso, el segundo y el subsuelo, el morlaco Gonzlez cerr la puerta dejando a los insurgentes encerrados. Inmediatamente los soldados rodearon el sitio, y como si hubiera sido planificado el asunto, cada uno supo lo que tena que hacer. La tropa auxiliar de Santa Fe, que ocupaba las instalaciones contiguas al
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cuartel, dispar un can contra una pared del patio, y antes de que muchos fueran liberados, irrumpi y aniquil a los seis insurgentes y a varios de los presos que no pudieron salir al exterior porque la puerta estaba cerrada y el morlaco escondido. A propsito del morlaco, recibi un balazo con dedicatoria en plena sien. Ese era el pago de Fuertes Amar y Simn Senz de Vergara por su lealtad y servicios. Solo cuando la subversin se extermin por completo hizo su aparicin el coronel Arredondo, que no entr por el hueco de la pared, sino por la puerta grande. Vena acompaado de su guardia personal y tambin de Arechaga, que se qued en el patio. Arredondo dio la orden de asesinar a los presos, as que los zambos fueron de celda en celda y los aniquilaron. No entraron y les acribillaron con rfagas de disparos, sino que fue un guardia por preso. Comenzaron por los calabozos del subsuelo y luego siguieron por las celdas del segundo piso. Coincidi que por ser hora del almuerzo se hallaban de visita algunas familiares de los presos, como las dos hijas de Manuel Rodrguez, la esclava Clarita, Isabel Bou y la mujer del escribano Atanasio Olea. De nada sirvieron sus ruegos porque igual los presos fueron asesinados. Al capitn Salinas le acribillaron en la cama, ya que estaba enfermo y ni siquiera pudo incorporarse. Juan de Dios Morales recibi los golpes de rodillas, mientras rezaba. Asczubi en el suelo, sin importarles que se hubiera desmayado. Con quien ms se ensaaron los zambos fue con Jos Riofro, cura de Pntag, cuyo cadver desnudo fue arrastrado por el cuartel. Isabel Bou estuvo junto a su esposo cuando lo mataron, y como se neg a desprenderse de l, la hirieron con una bayoneta. No respetaron su avanzado estado de embarazo, ni tampoco el de la negra Clarita, a quien mataron despiadadamente. Tirada en el suelo, el vientre se le agitaba mientras los zambos comentaban riendo: -Ole, cmo brinca el hijo! Los crmenes en manos de los zambos se volvieron la ms cruenta carnicera. Por ltimo, cuando pensaban que ya haban exterminado a todos, las hijas de Manuel Rodrguez cayeron de rodillas frente al oficial de guardia y le imploraron por la vida de su padre, dndole inmediatamente a entender que Manuel Rodrguez segua vivo. Con un cadete Jaramillo fueron a verificar el asunto y comprobaron que Manuel Rodrguez se haba escondido esperando pasar inadvertido, y lo habra logrado de no haber sido porque sus propias hijas, presas del pnico, lo delataron. Los zambos le obligaron a que gritara Vivan los limeos, viva Bonaparte!, sin embargo Manuel Rodrguez exclam: Viva la religin!. El cadete Jaramillo le dio un sablazo. Manuel sali de la celda gritando que peda un confesor, pero lo terminaron de acribillar en el pasillo, frente a sus hijas. De la matanza solo consiguieron escapar algunos presos que estaban en los calabozos del subsuelo, valindose de un hueco que haban cavado y que daba a una antigua quebrada que lindaba con el cuartel. Tambin se salvaron tres personas del piso alto: el cura Castelo y don Manuel Angulo, que salieron por la puerta una vez que fue aniquilado el morlaco, y el joven Jos Castillo que se empap con la sangre de sus compaeros asesinados y se fingi muerto. Cuando minutos ms tarde los zambos fueron a constatar que todos eran cadveres, hundindoles la bayoneta, el joven Castillo se aguant la cuchillada y gracias a ello salv la vida. Despus de la carnicera vino el botn. Les despojaron de todo lo que tenan. El dinero, los pocos muebles y tambin las ropas, hasta las interiores. Hicieron una montaa de cuerpos desnudos, y ahtos de sangre salieron a la plaza dispuestos al saqueo. En la esquina de La Concepcin se par el capitn Barrantes y sable en mano, frente a la tropa, grit:
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-Maten a los quiteos!... Del obispo para abajo, maten a todos! Los zambos salieron corriendo en estampida como si se hubiera dado la orden para el saqueo. Mataron a cuantos se encontraron en el camino y las pocas tiendas que encontraron abiertas fueron vaciadas. Se hubieran fcilmente apoderado de la ciudad de no haber sido por la intervencin de varios mozos regados por todas partes, que se enfrentaron a las patrullas de zambos y les dieron guerra. El capitn Villaspesa, un espaol famoso por su crueldad, se diriga al cuartel acompaado por dos soldados, pero fueron interceptados por un grupo de cuatro mozos armados de palos y solo un cuchillo. El capitn sac el sable mientras sus soldados huan a toda prisa. El mozo que portaba el cuchillo, tena un poncho en el brazo y cuando el capitn quiso atacarle con el sable, el mozo le arroj el poncho encima y acto seguido le clav el cuchillo en el pecho matndole de contado. Siguieron rumbo al norte y en la calle del Marqus de Solanda desarmaron a seis soldados que llevaban fusiles cargados y bayonetas. En la calle del Correo, tres mozos hicieron huir a una patrulla entera, la desafiaron y se burlaron de ella con silbidos. Un caso inslito fue el de un joven curioso y arriesgado, que pensando que la tormenta haba amainado sali a la calle. Recorri el pretil de la Catedral y cuando llego a la esquina descubri que un zambo le apuntaba. Dispar pero el mozo se agach a tiempo y evit el tiro. Mientras el zambo cargaba el fusil el mozo se le par delante y le dijo: -Apunta bien, zambo, porque si yerras otra vez te mato Tal fue el temple del quiteo que al zambo le acometi una incontrolable tembladera y volvi a errar. El mozo no esper una tercera vez y se abalanz contra el zambo, le agarr de la cabeza y con todas sus fuerzas la estrell contra el pretil, dejando las piedras ensangrentadas. La historia ms triste fue la de Isabel Bou, que en una sola tarde perdi a sus seres ms queridos: primero a su marido, y luego a sus padres, que preocupados porque Isabel no volva fueron a buscarla, y murieron en la calle, en manos de una cuadrilla. A eso de las seis de la tarde, cuando por fin se pensaba que la tormenta haba cesado, la ciudad presentaba un cuadro desolador: decenas de cadveres de gente inocente que haba pagado la ira de los zambos. Eran ancianos, mujeres y nios. Mendigos y desvalidos. Sumndolos a los cadveres de los prceres, la cifra no llegaba a ochenta. Sin embargo, del lado de los extranjeros, los muertos eran abundantes. Solo el capitn Dupret report que tena una baja de doscientos soldados, cuyos cadveres se encontraron en las quebradas del Machngara. Por orden de Arredondo se dispuso que los cadveres que estaban en el cuartel, as como los del presidio, fueran destinados a los cementerios de las iglesias de la ciudad. Al da siguiente, muy de maana, Juan Jos Guerrero, alcalde de Quito se dirigi en compaa de Mariano Sosa, escribano, a las iglesias de San Agustn, la Merced, San Francisco, Santo Domingo y el Sagrario, con la finalidad de averiguar quines fueron las personas que perecieron en la tragedia. Ni siquiera porque su sobrino se hallaba entre los muertos, tuvo el recato necesario para abstenerse de hacer comentarios odiosos e inst al escribano para que comenzara el acta de levantamiento de los cadveres de esta manera: Que la premeditada malicia del los culpados en el crimen de Estado, exit el da de ayer a las dos de la tarde, una conmocin con el punible fin de asegurar su impunidad y hacer otra nueva insurreccin Apuntaron los nombres y el estado de los cuerpos de cada uno de los muertos, tambin el de una seora de apellido Monge que por curiosa, por haber espiado una balacera desde el balcn de su casa, recibi un tiro que la mat de contado.

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A la tarde se reanud el saqueo. Comenz por el almacn de Luis Cifuentes que era el ms grande la ciudad y cuyo dueo era Caballero de la Orden de Carlos III. Con bastante esfuerzo rompieron la puerta del almacn a fuerza de repetidas descargas y culatazos, y cuando entraron su primera diligencia fue matar al propietario. Afortunadamente y a pesar del delicado estado de salud de Cifuentes, este logr escapar a la casa contigua valido de una escalera de mano, desde donde presenci el saqueo. Se llevaron cincuenta y seis mil pesos fuertes de plata, siete mil quinientos en onzas de oro y diecisis mil en plata labrada, alhajas y todas las existencias de la casa. Otro bando asalt el almacn de Manuel Bonilla, tambin grande, y se sustrajeron cincuenta mil pesos. Igual cosa sucedi en el almacn de Pedro Montfar, hermano del marqus, y en otras tiendas menos valoradas. Irrumpieron en las casas ms solariegas de la ciudad y las desmantelaron. Tambin la casa de las Caizares fue visitada. Tena la fama, regada por el narizn Prez Muoz, de que era el prostbulo ms prestigioso de la ciudad y que sus adornos y cortinas haban sido de la corte francesa. Arrancaron las cortinas que Mara Caizares haba cosido con tanto esmero, y se las llevaron de recuerdo. Tambin toda la ropa, entre ella los vestidos de las seoritas Asczubi que Mara estaba arreglando y que nunca volveran a sus dueas. Fue tal la sed de riqueza que en la plazuela de San Agustn se produjo un enfrentamiento entre zambos, debido a que uno de ellos haba estado guardando el botn en el campanario, mientras el otro iba por ms. Cuando regres el segundo, encontr el campanario vaco. Reclam a su compaero, se dieron de golpes y finalmente el segundo mat de una pualada al primero, y as se qued sin saber dnde estaba guardado el botn. Antes del medioda, la ciudad estaba rodeada, pero no de soldados sino de vecinos armados de palos y cuchillos. Eran miles de campesinos, mestizos e indios provenientes de los pueblos de la periferia de la ciudad, que iban a salvar a Quito y vengar las atrocidades que haba padecido. Esto atemoriz a los gobiernistas. Reunidos en Palacio, deliberaron que corran peligro, pero Arredondo les reconfort asegurndoles que sus ejrcitos les defenderan. Sin embargo, cuando el capitn Dupret lleg con la noticia de que haba una baja de doscientos soldados en su guarnicin, Arredondo comenz a preocuparse. Se reuni con Dupret y le pidi que le llevara a ver los cadveres. Fueron inmediatamente y cuando llegaron a una de las quebradas del Machngara, observaron que los soldados estaban recogiendo los cuerpos para darles sepultura. Arredondo se les acerc y les pregunt sobre las heridas de los muertos. La mayora eran de cortaduras producidas por cuchillos, sables o machetes, pero tambin haba una buena cantidad de heridas con plvora, lo que significaba que haba quiteos armados. Luego hizo un inventario de todo el armamento y la cantidad de plvora, y se encontr con la novedad de que faltaban muchas armas, y la plvora estaba por acabarse. Cuando se dispona a regresar a Palacio para informar sobre el estado de la milicia, recibi la noticia de que cerca de cuatrocientos indios, armados de palos, cuchillos y tambin fusiles, haban ingresado hasta la parroquia de San Sebastin. Venan feroces y dispuestos a todo. Arredondo aceler el paso y cuando lleg a Palacio los encontr a todos reunidos. Estaban nerviosos. Para rematar, se haba corrido la voz de que el Comisionado Regio Carlos Montfar llegara ms pronto de lo esperado. Arechaga sugiri que haba que recurrir a los quiteos para suscribir un tratado de paz. Estuvieron todos de acuerdo pero Arredondo insisti en que primero era importante apaciguar los nimos. Inmediatamente se acordaron del Obispo. Una comitiva, encabezada por el piadoso oidor Ignacio Tenorio fue a visitarlo. Los recibi junto a su sobrino. Cuando le pidieron que saliera con todo el clero a calmar a los quiteos, el obispo esboz una mueca.
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-Destruyen, roban, asesinan brutalmente, y ahora quieren que salga yo a pedir paz? Tenorio insinu que haba que olvidar los resentimientos y ver el futuro ya que si no se pona arreglo a la situacin devendra la ms feroz batalla que haba vivido Quito. -No lo crea, -le sali al paso Caicedo- Quito ha sido escenario de cruentos enfrentamientos desde los tiempos de la conquista, y no en vano los quiteos tienen fama de ser muy aguerridos. De los quiteos se deca que consideraban a la paciencia como la mejor de las virtudes, pero cuando esta se colmaba, se volvan salvajes. Tan asustado estaba Tenorio que suplic al obispo que intercediese por sus vidas y los salvase, o que por lo menos permitiera a las tropas de Lima salir ilesas de Quito. El obispo accedi a cambio de algunas prerrogativas. En primer lugar que se llevara a cabo un acuerdo entre ambas partes para suscribir la paz, y en segundo lugar que los zambos salieran inmediatamente de la ciudad. Tenorio dio su palabra de que as se hara y solo entonces el obispo se prepar para salir. l tambin estaba aterrado porque no saba lo que iba a encontrar. Acompaado de una docena de clrigos, comenzaron el recorrido por la calle de la iglesia de la Compaa, que estaba apertrechada de bayonetas y caones. Al pasar por el cuartel se enteraron de la manera ms burda del sacrificio de los presos, porque un zambo sac la cabeza por una ventana y coment: -Ya estamos bien porque todos los presos, menos el cura Castelo, murieron La risa torpe del zambo se mezcl con los gemidos de los sacerdotes que terminaron en llanto. Iban consternados, a sabiendas de que tenan la misin de ser testigos de muchas atrocidades. Tropezando con los cadveres de soldados y paisanos siguieron su marcha. Dieron con el cuerpo fro y rgido de Villaspesa, con la boca espantosamente abierta como si hubiera querido emitir un grito que no son jams. Estaba descalzo y con poca ropa porque los zambos tambin haban armado con l su botn. Les llam la atencin que los cuerpos de los paisanos fueran de ancianos y mujeres. Pocos hombres, muy pocos mozos en relacin a tantos desarmados y desvalidos. Al pasar por el convento de Santo Domingo se unieron a la procesin varios religiosos que ofrecieron acompaarlos hasta San Sebastin. Se adelant la patrulla de a caballo pero solo pudo llegar hasta el puente porque no se atrevi a pasar. Del otro lado aguardaba una trinchera de solo mujeres y nios, armados de piedras, palos, lanzas y uno que otro fusil. Esta era la tropa imaginaria de cuatrocientos indios que haba hecho temblar a Dupret, Arredondo y toda la oficialidad. Al acercarse el prelado, los indios cayeron de rodillas y se desataron en un mar de quejas. Decan que estaban organizados para defender sus barrios de los ataques de los soldados, y que no permitiran que nadie muriera sin estar a la par. Estaban ah para morir si era preciso, pero tambin para defender la vida. El obispo les exhort a que volvieran a sus casas y que regresara la paz porque los soldados de Lima haban hecho la promesa de irse de la ciudad. Camino a la Cruz de Piedra un grupo de mozos armados de cuchillos reclam que los zambos haban matado a un chiquillo de no ms de diez aos de edad. Traan cargado el cadver del infante y reclamaban justicia. Por ms intentos que hizo el obispo para apaciguar los nimos de los mozos, solo consigui que se les unieran al cortejo. Avanzaron hasta el barrio de San Roque donde se encontraron con ms gente enfurecida. Estaban enardecidos y aseguraban que las cosas haban llegado a su lmite. Al ms idiota del barrio se le oa discurrir como a un erudito, sobre el despotismo y tirana con los que se haba gobernado la provincia. Se quejaban de los contantes atropellos contra los derechos del hombre, y del constante abuso de poder. No queran saber nada del conde Ruiz de Castilla cuya palabra no tena ningn valor, por lo que el obispo tuvo que empear la suya para asegurar que todo haba llegado a su fin y que se restablecera la paz, el
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orden y la tranquilidad. Recibieron la bendicin y a regaadientes se fueron a sus casas, mientras el prelado bajaba por la calle de San Buenaventura donde encontraron a mujeres y nios armados de palos y piedras. Luego siguieron a San Blas y Santa Prisca, y comprobaron que todo se hallaba sosegado. De vuelta a la Plaza Mayor pasaron por el presidio y se enteraron de lo que acababa de suceder: tres presos que se haban negado a huir al igual que sus compaeros, acompaados de dos indios con grilletes, apresados por deuda de tributos, haban sido acribillados por una patrulla que sedienta de sangre los asesin cobardemente. Comenzaba a anochecer y los soldados que guiaban el cortejo tenan prisa por marcharse porque se haba corrido la voz de que el conde Ruiz de Castilla haba obsequiado a la tropa varios toneles de aguardiente. El ltimo trayecto antes de llegar a la Plaza Mayor fue la casa del capitn Salinas. Sobre las escalinatas se haba instalado una horca en la que, por orden expresa de Pedro Calisto, se aseguraba que se iba a colgar el cadver mutilado de Salinas para escarmiento de los quiteos, y que igual cosa deba hacerse con los cadveres de los dems insurgentes. Manuel Jos Caicedo aceler el paso porque sinti un gran malestar. Con las justas lleg al centro de la plaza, y a los pies de una palmera de cera comenz a vomitar hasta que le dolieron las entraas. Despus se sinti mejor, tom aire y se dirigi al obispado. Entr y se encerr en la biblioteca, y como un nio emperrado comenz a dar golpes contra los estantes. -Abascal! grit- genio devastador! A continuacin, como un loco, murmur lleno de rabia y resentimiento: -Amar insensible. Ardiente Cucaln. Insensato Ruiz de Castilla. Afeminado Arredondo. Estpido Fuertes. Carnvoro Arechaga-y sentenci- sus nombres sern odos con horror en los siglos futuros!

ue el oidor Tenorio el que puso orden en los alterados nimos de los gobiernistas. Si bien una parte quera que terminara la violencia y todo regresara a la paz, haba otros, sobre todo los limeos, que queran que continuara el saqueo. Pusieron los ojos en la solariega casa de don Nicols de la Pea, quien por influencia de media ciudad haba salvado la vida. El ilustre Pea permaneci poco tiempo en prisin, no as su hijo Antonio, quien apadrinado por Pedro Calisto se haba hecho realista, para terminar traicionado, preso y muerto como el resto de patriotas. Se haba corrido la voz de que la casa de el ilustre albergaba tesoros nunca antes vistos que haban pertenecido a su antecesor, el sabio Maldonado, por lo que se consigui una orden para la inspeccin y el saqueo, alegando que se haba visto entrar y salir de la casa a varios sospechosos. El asunto fue ms lejos, se pidi la muerte de los habitantes de la casa, y se hubiera llevado a cabo de no haber sido porque el oidor

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Tenorio intervino en el asunto y recalc: -Por favor, se trata de el ilustre Nada les import el argumento a los limeos porque no conocan de la historia de estas tierras, y lo que era peor, la despreciaban y aborrecan. El asunto lleg hasta odos del conde quien comision a un capitn para que examinara la casa. Con ayuda de una escalera de palo trep e ingres por una ventana del segundo piso. Encontr todo en calma, e incluso fue cortsmente recibido por don Nicols de la Pea y su esposa Rosa Zrate que aunque estaban acongojados y de luto por la muerte de su hijo, le convidaron limonada. El comisionado cont que haba hallado todo en paz y orden, y sobre todo ningn arma de fuego. Por simpata con los dueos de casa y porque le pareci trivial, no mencion que doa Rosa Zrate estaba limpiando los cubiertos de plata, y que en algn momento, mientras les daba brillo a los cuchillos, coment que estaban broncos y que haba que sacarles filo. Hacia el atardecer, una cuadrilla de cuarenta soldados irrumpi en la casa de Mara Nates, la mujer de Salinas, que estaba encerrada y con ataque de pnico. Le exigieron que les acompaara y cuando ella pidi un poco de tiempo para cambiarse de ropa, se lo negaron. No le qued ms remedio que salir con sus dos hijas, la una de meses, que llevaba en brazos y la otra de dos aos. Afuera se enfrentaron con una terrible escena. La mujer descubri al esposo y la hija al padre, colgado de una horca, y una horda de zambos borrachos que cuando vieron a Mara Nates, gritaron: -Mtenla tambin a ella! Ofeln, su jefe inmediato, dio la orden de que dispararan contra ella, pero un oficial que estaba presente se compadeci y las escolt hasta el Palacio. Fueron encerradas en un calabozo hmedo y hediondo, por cuyo pasillo se paseaba continuamente Arechaga reprochndole los actos de su marido. A las ocho de la noche el obispo consigui licencia para sacar a las presas del calabozo y cambiarlas a un sitio mejor. Les proporcion cama, las aliment con caldo de gallina y trat de reconfortarlas aunque l tampoco saba lo que iba a pasar. Cuando estuvo seguro de que estaban ms cmodas fue a entrevistarse con el oidor Tenorio, a quien le exigi que cumpliera su pacto y cesaran de una vez los maltratos. Tenorio le asegur que as sera aunque l saba de sobra que no tena ningn peso en el Gobierno. A pesar de ello fue a hablar con el conde, con quien mantena una buena relacin ya que su tema favorito de conversacin eran las innumerables enfermedades que ambos padecan, y le cont todo. El conde orden que al da siguiente, a primera hora, se trasladara a Mara Nates y a sus hijas al convento de La Concepcin, donde las monjas se haran cargo de ellas y estaran ms seguras que en su casa. Respecto a las exigencias del obispo en boca de Tenorio, prometi que lo ms pronto posible se llevara a cabo un Cabildo pblico, as que habl con el alcalde Juan Jos Guerrero, y le pidi que lo organizara. A regaadientes el alcalde lo hizo. Era como quitarse autoridad y otorgrsela a un grupo de resentidos, de llorones, que ahora estaban lamentndose por lo que ellos mismos haban ocasionado. El Cabildo abierto se llev a cabo el da 4 de agosto en plena Plaza Mayor. Acudieron quiteos de todas partes y en medio de caones y bayonetas el conde Ruiz de Castilla lanz una arenga en que deca que la finalidad de la convocatoria era encontrar un medio para pacificar la provincia y atraer la confianza del pueblo hacia el gobierno, y que para conseguirlo era preciso llegar a un acuerdo entre ambas partes. Ardido de valenta tom la palabra Manuel Jos Caicedo y aclar que ni el Gobierno ni los limeos tenan derecho a reclamar nada, ni ponerlo como condicin, porque los agresores haban
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sido ellos. Se levant un fuerte murmullo del bando de los gobiernistas y a continuacin algunos se manifestaron. Con pose teatral y nimo lastimero, Fuertes Amar cont que ms de ochocientos quiteos armados haban invadido el presidio, lo cual fue inmediatamente desmentido por la mayora de asistentes al cabildo abierto. Ofeln, Dupret y el mismo Barrantes, se quejaron de que las bajas sufridas haban sido muchas, y el que nmero de zambos muertos era casi el triple que el de quiteos. Con la ayuda invalorable del eclesistico Miguel Rodrguez, otro erudito quiteo, se pudo elaborar varios captulos del acuerdo. Entre ellos, el ms importante: que como medio indispensable para la paz pblica se mandara salir a la tropa de Lima a la mayor brevedad. Se fueron esa misma tarde. La marquesa de Solanda se dio el gusto de pagar a varios pregoneros para que gritaran que el motivo de su expulsin haba sido por perturbar la tranquilidad pblica al ser rateros y revoltosos. Cuando las tropas limeas salieron de Quito, las lgrimas fueron inagotables, pero de ningn modo se debieron a su partida, sino a que los quiteos presenciaron impotentes cmo se llevaban ms de trescientos mil pesos, que era a lo que equivala el saqueo. Un segundo captulo tena que ver con la resistencia que se estaba poniendo al ingreso del Comisionado Regio Carlos Montfar, cuya presencia era inminente. Un tercer captulo lo sugiri el mismo Ruiz de Castilla cuando, inocuo y estpido, dijo que esta ciudad manifestaba su fidelidad a sus Monarcas como siempre haba sido, a lo que Caicedo, fuera de s, aleg: -Y entonces, por qu hemos sido tratados con tanta indignidad? Uno de los captulos tambin hacia alusin a los reos de Estado que aunque seguan prfugos eran reos de Estado. Vena con dedicatoria al marqus de Selva Alegre, al que de ninguna manera queran ver junto a su hijo, el Comisionado Regio. No bastaron la erudicin y valenta de Caicedo y del doctor Rodrguez porque con antelacin los gobiernistas haban preparado lo suyo. Con la argucia del chismoso doctor Pea, elaboraron una lista de las atrocidades que los quiteos haban cometido. Se volvi a asegurar que ms de ochocientos quiteos armados haban irrumpido en el presidio, y que varias familias quiteas tenan arsenales en sus casas a disposicin de una falange que se estaba organizando para dar el ltimo golpe al Gobierno. Se pidi descaradamente que se comunicara a los virreyes Abascal y Amar de esta nueva insurreccin para que enviaran sendos batallones a pacificar la ciudad. Luego vino una lluvia pertinaz de denuncias para alertar que lo que los quiteos pretendan era formar otra Junta de las mismas caractersticas que la anterior y cuyo nico distintivo era el oportunismo, y que frente a ello el poder establecido deba imperar y poner orden. El obispo Cuero y Caicedo, contagiado del temple de su sobrino, pidi que Arechaga tambin abandonara la ciudad ya que su sola presencia irritaba al pueblo porque lo vean como el autor directo de sus desgracias. Esto desato la ira de los gobiernistas quienes disolvieron la reunin de manera violenta y poco decorosa. En medio de gritos y consignas pidieron justicia y luego ellos mismos se encargaron de redactar el acuerdo, en el que se omiti la salida de Arechaga. A este cabildo abierto le siguieron muchos otros y como los nimos del pueblo iban subiendo de tono, los gobiernistas se apertrecharon en Palacio y sus inmediaciones para impedir que el rumor de que el conde iba a ser asesinado se hiciera realidad. No respetaron ningn monumento, la pequea plazuela de la iglesia de los jesuitas sirvi para instalar un enorme can, y del mismo modo la Plaza Mayor, el exterior del convento de la Concepcin y las calles aledaas, se llenaron de soldados. Are140

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chaga, sin embargo, ya no era el mismo. Haba perdido la prepotencia con que actu en la conspiracin, para volverse sumiso y con una pose de humildad que rayaba en la peor hipocresa. Peda que el Gobierno formara su Junta, manteniendo la Presidencia para el conde, y para l la Fiscala. El resto no le importaba nada. Su prisa, urgida por el miedo, se deba a que ya saba que cerca de dos mil soldados a caballo estaban prontos para entrar en Quito, a rdenes del Comisionado Regio. Trat de organizar a la guardia que le quedaba, pero la tropa no respondi a su llamado. Estaba cansada, abatida y sobre todo aterrorizada. Se haba corrido la voz de que vendran las represalias y que no cesaran los castigos, y lo que era peor: los quiteos respaldaban mayoritariamente al Comisionado, reconocan su superioridad y haban comenzado su propia batalla, cortando el agua y el acceso a los vveres de los soldados. En esas circunstancias lleg Carlos Montfar a Quito, pero no entr a la ciudad sino que se qued en Iaquito. All permaneci dos das hasta que por fin avanz. Los quiteos se prepararon para el peor enfrentamiento, porque los pocos soldados que seguan a Arechaga estaban escondidos en los campanarios de las iglesias, listos para aniquilar al enemigo, pero jams lleg la orden de fuego y no se produjo un solo disparo. Carlos Montfar hizo su entrada triunfal entre vivas y aclamaciones de un pueblo inmenso que se lanz a las calles a darle la bienvenida. Los gobiernistas no participaron del jolgorio. Reunidos en la casa de Pedro Calisto dieron las ltimas patadas de ahogado. El prfido Simn Senz de Vergara redact el informe de la entrada del Comisionado Regio a Quito, pero lo pint como no haba ocurrido. Ros de sangre, de crmenes y agresiones, en los que la ms cndida accin de los quiteos era delito. Fue el conde Ruiz de Castilla quien recibi las credenciales que traa Carlos Montfar. Le tembl la mano cuando las recibi. A pesar de los mltiples comentarios que de l haba tenido, lo encontr joven, guapo y lleno de bro. Quiso ser amable con l, pero no pudo. Los nervios le ganaron y en vez de darle la bienvenida, le dijo: -Lo he estado esperando. Carlos Montfar esboz una sonrisa y al conde le acometi una descomposicin estomacal tan severa que tuvo que abandonar la reunin inmediatamente, en medio de ruidos y malos olores.

a madrugada del 13 de septiembre cay un aguacero tan fuerte en Quito que el tejado de la casa de Manuela Espejo se vino abajo y se inund la biblioteca. Cuando descubri el dao, al cabo de una semana, se lament de haber tenido la casa botada. -Era la casa o tu vida, -acot Mara Mercedes. Ayudadas por un par de criadas salvaron los libros que pudieron pero con inmensa pena Manuela admiti que se haba perdido una tercera parte de la biblioteca. El caudal de la lluvia haba

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sido tan fuerte que el agua se haba estancado por lo menos una vara de alto. Todos los libros grandes, los atlas y enciclopedias estaban perdidos. Las hojas se haban pegado unas con otras y era imposible separarlas, y en el caso de los legajos manuscritos, los folios estaban limpios porque la tinta se haba desvanecido. Sumergida en un charco que las criadas estaban tratando de evacuar, puso los libros mojados sobre la mesa. -No sirven para nada, -admiti. Esta que antes fue la mejor biblioteca de la Audiencia de Quito, y quiz de Amrica, ya no lo es ms. Le confes a su amiga Mara Mercedes que en el fondo no era tanta la pena que senta, cuanto el miedo. Viva aterrorizada desde el crimen de los prceres, y la prdida de la biblioteca confirmaba ese sentimiento. -No solo los mataron a ellos, -dijo- sino que estn matando las ideas. Lo entiendes, Mara Mercedes?... Quito, que fue considerada la ciudad ms culta de Amrica est condenada a ser la ms ignorante del orbe, y todo est conspirando para que as sea. Aadi que la prdida de la tercera parte de la biblioteca era otra seal de la inevitable decadencia. Se cambi la ropa mojada y le pidi que le acompaara al Carmen Alto, a echar una plegaria a Santa Teresa de vila, la santa culta, pero no pudieron entrar a la iglesia ni al convento, porque a raz de la masacre de los patriotas las monjas vivan la ms estricta clausura. En el camino se enteraron de que el Comisionado haba ordenado la creacin de una Junta, a semejanza de las de Espaa, y en especial la de Cadiz. Para ello convoc al conde, al obispo, a Arechaga, a otros funcionarios del Gobierno, as como a un diputado de cada cabildo. Tambin invit a representantes de los barrios y gente del clero. Con absoluto orden y respeto por las diversas opiniones, se lleg al acuerdo de crear una Junta Gubernativa que a nombre de Fernando VII mandase esta provincia, dependiente nicamente del Supremo Consejo de Regencia, all en Espaa. Como Presidente de la Junta se nombr a Ruiz de Castilla, y como vocales natos al obispo Cuero y Caicedo, y al Comisionado Carlos Montfar. Para revestir el acuerdo con la suficiente autoridad para su aplicacin, se convoc a cabildo abierto el da siguiente, en el que la Junta fue aprobada con vivas: -Viva la religin, viva Fernando VII, viva la Patria! Solo entonces las monjas de clausura abrieron las iglesias y la vida en Quito regres a la normalidad. La mayora de realistas sali en estampida. Se decan perseguidos, pero nadie se haba fijado en ellos. Senz de Vergara y algunos otros se mudaron a Guayaquil, donde encontraron en Cucaln a su mejor aliado. Hacia finales de ao, Manuel Jos Caicedo sac a la luz de las cadenas quiteas la segunda parte de su crnica. Segua siendo annima, y mejor as, porque en ella se comprometa a muchas gentes con nombre y apellido. Esta vez se intitul: Viaje imaginario por las provincias limtrofes de Quito, y regreso a esta capital. Comprende los sucesos de Quito, desde el 22 de junio hasta el 22 de septiembre de 1810
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Eran ms de doscientos folios por lo que no se sacaron muchas copias, pero las que se reprodujeron pasaron de mano en mano y El viaje imaginario fue lectura obligada en las sobremesas quiteas. En algunas casas s, pero en otras no. El asunto del 2 de agosto se haba vuelto un tab. No porque se quisiera ocultar algo, sino porque causaba dolor. Las heridas estaban todava abiertas, y sobre todo, lo que ms pesaba, es que haba muchas viudas y hurfanas, entre ellas las hijas pstumas de Josefina Tinajero e Isabel Bou. Al final del Viaje imaginario el autor annimo del relato deca que cuando Fernando VII fuera restituido al trono, los vocales de la junta suprema, es decir el obispo y el Comisionado, tendran que decirle: Seor: Cuando tomamos las riendas del Gobierno, en esta preciosa porcin de tus dominios, la encontramos en el ltimo abandono. Las rentas dilapidadas, la administracin de justicia desamparada, la polica olvidada en todos sus ramos. La ciudad saqueada, los vecinos ultrajados, oprimidos y arruinados, derramada la sangre de tus vasallos por las calles y plazas. Alterada la paz pblica, inquieta la provincia y entronizado el despotismo. Encontramos vestidas de luto a las familias, las casas destrozadas, empapadas en lgrimas las viudas y hurfanos, pidiendo limosna los propietarios. Encontramos degradada la nobleza, ultrajado el Clero, perseguido el honrado ciudadano. Encontramos las reliquias y los escombros de las ruinas que haban causado los limeos, los magistrados, los militares, los strapas y sus satlites. Y la restituimos mejorada: las rentas aumentadas, arreglada la justicia, hermoseada la ciudad, enriquecidos tus vasallos, consoladas las viudas y sus hijos, comentada la paz, restablecido el orden, arreglado el comercio, abastecida la plaza, mejorada la industria, perfeccionadas las artes, ilustradas las ciencias, castigado el vicio, premiada la virtud y reformadas las costumbres. Qu perspectiva tan lisonjera! Amable Fernando, continuarn tuyos estos dominios, y tuyos somos nosotros. Recbenos bajo tu proteccin, consulanos, ampranos, compadcenos. Mira lo que hemos padecido en trescientos aos, lo que han hecho tus mandatarios, lo que han abusado de tu nombre los dspotas. Cura nuestras heridas, enjuga nuestras lgrimas, repara nuestras prdidas, y no nos mandes tiranos en lugar de jueces. Reina sobre nosotros, impera en nuestros corazones, y que las generaciones futuras bendigan tu nombre, eternicen tu gobierno, y envidien nuestra suerte.

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a primera institucin en rehabilitarse fue la Administracin de Correos donde se deca que permanecan embodegadas muchas cartas consideradas sospechosas. Manuela Espejo y la marquesa de Solanda fueron a indagar y constataron que el rumor era cierto. Buscaron ellas mismas, minuciosamente, al tiempo que ordenaron toda la correspondencia embodegada, y solo de Jos Meja Lequerica encontraron seis cartas dirigidas a Manuela. Se le fueron las lgrimas y ms tarde, cuando ya estaba en casa acompaando a unos albailes que arreglaban el tejado, las ley varias veces. Lo ltimo que haba sabido de Meja es que desde el 2 de mayo de 1808 haba estado participando activamente en las luchas contra los franceses, en compaa del conde de Puonrostro. Le contaba de los duros episodios que haba vivido en los que pas hambre y necesidades. La lucha contra los franceses era desigual en nmero y armamento, pero an as los espaoles no daban tregua. Haba tenido que huir a Sevilla, disfrazado de carbonero, porque la vida en Madrid era imposible, pero afortunadamente haba vuelto a encontrarse con el conde de Puonrostro, a quien nunca le faltaba el dinero y las buenas relaciones. Gracias a ellas le consigui trabajo como oficial en la Secretara de Estado y Despacho de Gracia y Justicia. Ms de un ao permaneci en esas actividades, hasta que los franceses invadieron Andaluca y no les qued ms remedio que guarecerse en Cdiz. En una de las cartas contaba una hermosa ancdota de la que haba sido testigo, cuyo protagonista haba sido el conde de Puonrostro. Haca ms de diez aos, cuando el conde viva en Quito, se haba enamorado perdidamente de Felipa Carondelet y Castaos, hija del Barn de Carondelet, quien en ese entonces era Presidente de la Audiencia. Por ser ambos de buenas cunas y haber sido amor a primera vista, se regulariz la relacin y se comprometieron. Fijaron varias veces fecha para la boda, pero nunca pudo llevarse a cabo, porque los permisos que ella deba recibir para el matrimonio jams llegaron de Espaa. Al cabo de diez aos se haban reencontrado en Cdiz con todas las ganas de reanudar el romance y casarse, aunque la dicha de estar juntos iba a durar poco porque el conde era un activo revolucionario. En la ltima de las cartas, la ms reciente, le hablaba de las Cortes de Cdiz, que era una asamblea constituyente compuesta por setenta y cinco representantes de las provincias espaolas, treinta americanos y algunos filipinos. Meja y Puonrostro haban sido nombrados diputados de las Cortes. Manuela se alegr por los xitos de su marido pero tambin le invadi el desasosiego. En las tres ltimas cartas no haba palabras cariosas para ella. Parecan ms bien unas fras crnicas de guerra, en las que se haba olvidado de preguntarle cmo estaba, cmo se senta, y al final, en la despedida que antes le tomaba algunas lneas, ahora se trasluca un protocolo que no vena al caso con quien era la esposa. A pesar de la congoja esboz una sonrisa y se convenci de que as mismo deba ser. Jos Meja era un hombre joven, con una inusual inteligencia, estaba lleno de energa y de ganas de vivir,
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y adems estaba solo. Y los hombres solos duraban poco. Era normal y perfectamente comprensible que buscara compaa y tambin que se enamorara. Eso lo tena bien claro, porque el da que l tom la decisin de partir a Espaa, ella entendi que la amistad continuaba pero que el matrimonio se haba terminado.

mediados de noviembre lleg a Quito la noticia de que las Cortes de Cdiz haban resuelto dejar sin autoridad a los Comisionados y desconocer las juntas que no haban sido aprobadas por la regente. De esta manera la Junta de Quito qued sin valor y sin autoridades. No se reconoci la presidencia del conde Ruiz Castilla as como tampoco la validez de las diligencias de Carlos Montfar. Se anunci, adems, que ya se haba nombrado nuevo Presidente de la Audiencia a don Joaqun de Molina, quien no tardara en entrar a la ciudad. Se le adelant un emisario, un tal Villalba, que vena a dejar las cosas en claro para que Molina se posesionara, pero fue recibido tan hostilmente que se atemoriz. A sus manos lleg un pasqun annimo que le dej helado, se intitulaba: Convite de San Roque a los dems barrios En l se explicaba claramente que los habitantes de las colonias americanas haban sido vasallos de la dinasta del rey Fernando VII, y no as de cualquier advenedizo, por lo que al no haber amo, quedaban instantneamente libres. En una parte deca: Muerto aquel y sus herederos, no tienen derecho ni ttulo justo para hacerse servir de nosotros, ni apropiarse de unos intereses que ya no estn vinculados a nadie sino a sus naturales poseedores. Perdimos, desgraciados, a Fernando, nuestro padre, nuestro Rey y nuestro todo, luego ya no hay por qu debamos reconocer otro seor Con estilo claro y buen conocimiento del idioma, El convite mostraba que no haba sido escrito por alguien de la plebe, sino por una persona instruida, adems de instigadora. Con alegatos por todos conocidos convidaba a los dems barrios a levantarse, a organizarse militarmente y comenzar la lucha. Aseguraba tener el flanco sur completamente dominado, por lo que era obvio que el convite iba dirigido a los habitantes de los barrios de San Blas y Santa Prisca que quedaban al norte. Se saba de antemano que estos vecinos no eran precisamente aguerridos, no al menos como los de San Roque. Estaban mal organizados y no se queran entre ellos, por lo que era difcil contar con su colaboracin. De todos modos este
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era un argumento que Villalba desconoca. Presumi que la plebe de los barrios, y en suma la mayora de quiteos estaba en pie de lucha, por lo que decidi retirarse con el rabo entre las piernas. El cuadro que pint a Joaqun de Molina sobre la ciudad de Quito debi haber sido aterrador, porque Molina inform al Consejo de Regencia que esa Presidencia le profesaba tal odio, que preferira verse reducida a cenizas que admitirlo en el mando. Como no se lleg a ningn acuerdo las cosas siguieron igual: el conde Ruiz de Castilla se qued al mando de la Junta, y Montfar se dirigi a Cuenca a enfrentar al obispo Quintin, quien juraba que estaba participando en las Santas Cruzadas, y cuya misin era oponerse a los patriotas hasta la muerte. Eso era de labios para afuera porque una vez que se enter de que Montfar estaba en las cercanas de Cuenca, emprendi rpida fuga dejando todo botado e inconcluso. Los cuencanos, en su mayora hartos del obispo y sus desmedidos abusos, recibieron con vivas a Montfar.

osa Zrate, conocida como la Cnovas debido a que ese era el apellido de su primer marido, no tena muy buena fama. La haban soportado y admitido en algunos crculos sociales nicamente porque estaba casada con el ilustre. La mala fama le vena por varios lados: para comenzar, tena un pasado vergonzoso, reido con la moral y las buenas costumbres. La haban casado cuando ella tena solo quince aos con Pedro Cnovas, un espaol cuarentn asentado en Riobamba, sin que hubiera lugar a ningn reclamo o desacuerdo, ya que Rosa era hija natural. Aguant junto a l algunos aos, tolerando maltratos y vejaciones, hasta que conoci a Nicols de la Pea, quien desde su nacimiento llam la atencin por ser el nico descendiente del sabio Maldonado. Ella tena veinte aos y l diecisiete. Ambos perdieron la cabeza y dieron rienda suelta al romance, al punto que ella fue acusada de adulterio por lo que se le sentenci a vivir reclusa en el convento de las conceptas de Riobamba. Vivi con resignacin el encierro pero apenas termin de cumplirlo se uni nuevamente con Nicols de la Pea y vivieron fugitivos varios aos. Pedro Cnovas, establecido en Latacunga, se enter de que andaban cerca e hizo tomar a Rosa prisionera. Nuevamente fue encerrada en el convento de Riobamba, hasta que luego de un ao muri Pedro Cnovas y ya no pes ninguna culpa sobre ella. En Riobamba, la Cnovas era considerada una libertina. Una adltera sinvergenza que mereca el peor de los castigos. Durante mucho tiempo fue comidilla en sobremesas y reuniones, y se la juzg como a una descarriada sin el menor sentido de la virtud, aunque nadie admita que lo realmente imperdonable era que se hubiera llevado al mejor partido de Riobamba. Ninguna riobambea pudo competir con ella porque Nicols de la Pea solo tena ojos para la Cnovas. Convivieron varios aos en Quito, ms all de la virtud y la decencia, y tuvieron un solo hijo. Recin en 1801 pudieron casarse con todas las ley, y entonces la Cnovas adquiri prestigio, aunque pesaba sobre ella la mancha de su pasado. A ella no le importaba, y pareca tampoco necesitarlo. Le bastaba su marido, su hijo y la servidumbre de la casa.
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A raz de la muerte de su hijo, el 2 de agosto de 1810, le entr una extraa obsesin: coleccionar cuchillos. Secretamente, a escondidas de su marido, lleg a poseer seis docenas de afilados cuchillos que guardaba en un arcn junto a la cama. Llam la atencin que no teniendo la costumbre de salir de casa, lo hiciera muy a menudo. Deca que se iba a misa, aunque en realidad se adentraba en lo ms profundo de los barrios, e incluso extramuros en las comunidades indgenas asentadas en las laderas del Pichincha. Un da que iba cargada de una docena de cuchillos, fue sorprendida por su marido en el zagun. l entraba y ella sala, y por estar ambos apurados tropezaron y el marido sinti el bulto. Le pregunt qu se traa y ella no pudo mentirle, as que le cont la verdad. -Desde hace tiempo que estoy planificando la muerte del conde Ruiz de Castilla, -le dijoporque un miserable traidor como l no es justo que siga vivo. Le confes que su muerte se le haba vuelto una obsesin. Que no haca sino pensar todo el da en un plan para aniquilarlo, porque era l el responsable directo de la muerte de su hijo. Por mucho que Nicols argument no pudo convencerla, as que opto por acompaarla. En el camino ella le cont que su plan costaba bastante dinero y le pidi perdn por haber usado las joyas de la familia Maldonado en llevarlo a cabo. Incrdulo Nicols comprob que su mujer se haba tomado el asunto muy en serio y que sera imposible hacerla desistir. Con tenacidad y un buen lote de joyas, haba conseguido organizar a un grupo de ms de setenta indios para que asaltara el convento de la recoleccin de El Tejar, donde se hallaba hospedado el conde Ruiz de Castilla, y le diera muerte. Haba pagado una suma adicional para que fueran por lo menos veintitrs pualadas, como la edad de su hijo muerto, las que exterminaran al autor de la ignominia ms grande que hubiera vivido Quito desde su ereccin. Pactaron la fecha en la que deba llevarse a cabo el atentado pero los planes se vinieron abajo y tuvieron que postergarse porque el da anterior fueron trados a Quito, en calidad de reos, don Pedro Calisto, su hijo Nicols y el oidor Manzanos. Junto a ellos vena una recua de siete mulas cargada con objetos de oro y plata, alhajas y miles de pesos en contante y sonante. Los soldados del Comisionado los haban encontrado en un camino vecinal cerca de Cayambe, y cuando les registraron y encontraron semejante tesoro, pensaron que eran ladrones, por lo que los regresaron a Quito. Ni bien llegados a Santa Prisca se supo su identidad y entonces los trataron como a criminales. Un antiguo resentimiento contra el desptico Calisto se despert desencadenando algo incontenible: Quito quera sangre. Solo se salv el oidor Manzanos porque la ira era contra Pedro Calisto y su hijo. Se les retuvo prisioneros algunos das para cumplir con los reglamentos en rigor, aunque su sentencia ya estaba dada. Se llev a cabo en la misma Plaza Mayor, a la vista de una enorme muchedumbre que insult a los sentenciados. Padre e hijo fueron fusilados, y cuando los cuerpos cayeron inertes, la muchedumbre aplaudi. Poco tiempo despus decenas de indios entre los que se hallaban tres frailes mercedarios, allanaron la recoleta de El Tejar y dieron algunas cuchilladas al conde Ruiz de Castilla. Por instigacin de los frailes, los indios arrastraron el cuerpo an con vida hacia la Plaza Mayor para darle muerte frente a Palacio. Intervino la guardia y mientras disolva el tumulto, un solo indio se qued a cuidar al conde que estaba moribundo. Fue l quien le dio el resto de pualadas, hasta completar veintitrs, para cobrar la paga que Rosa Zrate les haba prometido.

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n reemplazo del malogrado Joaqun de Molina, la Regencia de Cdiz resolvi nombrar a don Toribio Montes como Presidente de la Audiencia de Quito. Montes, de formacin militar, se haba caracterizado por una impecable carrera en la que siempre haba conseguido sus cometidos. Luego de vencer en las batallas de San Miguel de Chimbo y Mocha, entr en Quito. Se tom el Panecillo y sin que hubiera lugar a un solo disparo de ninguna de las partes, ocup pacficamente la ciudad. Al comienzo hubo perdn y olvido, pero luego se repiti la historia y la cacera se desat nuevamente. La lista estaba presidida por Carlos Montfar, y a continuacin el marqus de Selva Alegre, Nicols de la Pea, Rosa Zrate, y treinta personas ms. Al final constaban los nombres del eclesistico Miguel Rodrguez y el provisor Manuel Jos Caicedo. La gran mayora consigui fugar, pero en el caso de Rodrguez y Caicedo fueron apresados hasta decidir su suerte. Por ms influencias que movi el obispo no consigui nada. Rodrguez figur como sedicioso, y Caicedo como el peor instigador. Se prob que era l el autor del Viaje Imaginario con el que tanto se haba difamado y ofendido a personas inocentes. De Guayaquil regresaron Senz de Vergara y varios realistas, que inmediatamente le juraron lealtad a Toribio Montes y todo regres a ser lo mismo, o peor. La justicia en sus manos fue ejemplar, as que se dieron los ms duros castigos a los reos. Como Rodrguez y Caicedo no podan ser fusilados por su calidad de sacerdotes, fueron condenados a veinte aos de exilio en las Filipinas, y prisin inmediata para quien leyera el Viaje Imaginario. La orden se extendi ms y las privaciones fueron ms severas. Se prohibi la circulacin de libros y tambin la lectura. En la plaza de San Francisco se incineraron miles de libros considerados sediciosos y lo que quedaba de la biblioteca de Manuela Espejo se confisc y pas nuevamente a la Compaa de Temporalidades. La gente dej de leer y para los que lo hacan a escondidas, la llegada subrepticia de un libro nuevo significaba un acontecimiento. La administracin de Correos volvi a embodegar las cartas y la nica correspondencia que llegaba era la que traan los viajeros. Un miembro de la familia Asczubi trajo correspondencia del conde de Puonrostro que iba dirigida a Manuela Espejo. La entrega no fue fcil porque se desconoca su paradero. Por fin, luego de varios meses, lograron que la correspondencia le llegara a travs de Mara Mercedes Tinajero, ya que Manuela segua hospedada en Pomasqui. Se llen de emocin al recibir la carta pero le extra que fuera del conde y no de su marido. La ley vida de informacin sin embargo en la segunda lnea, cuando el conde comenzaba a lamentarse, supo de lo que se trataba. Jos Meja Lequerica haba muerto. Ms tarde se enter de los porme-

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nores. Leyendo y releyendo la carta supo que haba estado enfermo y que a pesar de los cuidados que se le puso, muri sin remedio. Tiempo despus, por intermedio de otro pariente de los Ascazubi, se enter de que Jos Meja haba tenido una mujer en Espaa. Se llamaba Gertrudis Sanalova y Benito. Ella lo haba cuidado durante su enfermedad y a su muerte todos los bienes de l, por disposicin expresa, pasaron a propiedad de ella. A la otra Manuela, la Caizares, de quien no se haba vuelto a saber nada, se la vio una tarde por el barrio de San Marcos. Iba achacosa y muy enferma. En el poco tiempo que estuvo en la ciudad, consult un galeno que tena fama de sanar males incurables y tambin pag los servicios de un escribano para redactar su testamento. William Bennet Stevenson no regres nunca ms a Quito. Mientras el conde Ruiz de Castilla fue presidente de la Junta, se mantuvo en Esmeraldas como Gobernador, gozando de varias prebendas. Sin embargo la dicha le dur poco porque Cucaln, gobernador de Guayaquil, invadi Esmeraldas con un bergantn de ciento veinte hombres, que tenan la expresa intencin de apresar al espa ingls. Fue capturado, pero cuando se lo estaban llevando logr escapar gracias a la ayuda de unos amigos. Huy a Lima donde termin de secretario de Lord Cochrane, marqus de Maranham, quien era vicealmirante de la escuadra chilena. Rosa Zrate y Nicols de la Pea vivieron largo tiempo prfugos hasta que fueron apresados y conducidos a Tumaco. All se los fusil y por pedido expreso de Toribio Montes, los cadveres fueron decapitados y sus cabezas metidas en jaulas de hierro que se trajeron a Quito, para ser exhibidas en la entrada norte de la ciudad. Aos ms tarde, Carlos Montfar fue apresado en Buga y fusilado. Se contaba que las mujeres del lugar ofrecieron por su vida un cuantioso lote de joyas, pero que ms vala muerto. Su padre, el marqus de Selva Alegre, vivi prfugo varios aos hasta que consigui viajar a Espaa. Se reencontr con el mayor de sus hijos y le cedi el ttulo del marquesado. Mientras tanto las cabezas de Rosa Zrate y Nicols de la Pea estuvieron expuestas a la intemperie cerca de ocho aos hasta que quedaron solo los crneos. Fue un espectculo macabro que aterroriz a los quiteos y que serva para recordarles a lo que llevaba la insurgencia. Solo ces el da que el general Antonio Jos de Sucre entr a Quito e impresionado mand a retirarlos.

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Luis Miguel Campos

n ejemplar de La Camila o La patriota de Sudamrica, la obra de teatro que haba sido censurada en Buenos Aires, escrita por el chileno Camilo Henrquez, lleg a manos de Manuela Espejo. Camilo Henrquez, fraile de la Buena Muerte, era apreciado en Quito porque se saba que de l provena la clebre frase Quito, Luz de Amrica, dicha en relacin a la subversin del 10 de agosto de 1809, y la matanza de los patriotas del 2 de agosto de 1810. Tanto le haba impresionado al dramaturgo el hecho, que aos ms tarde escribi La Camila, basndose en los acontecimientos que l mismo haba presenciado. Fue su propio autor quien se la envi a Manuela, a sabiendas de que era hermana del sabio ms grande que haba habido en estas tierras. En una carta adjunta le peda que diera a conocer la obra a los descendientes de los patriotas, para que guardaran una memoria gloriosa de sus padres. As lo hizo Manuela. Congreg a doce jvenes que tenan la particularidad de ser todas mujeres y adems hurfanas, ya que sus padres haban fallecido en la misma circunstancia. La mayor de ellas tena veinte aos y la menor once. Leyeron con inters La Camila y luego se desataron recordando las versiones que haban odo sobre las muertes de sus padres. Fue triste pero tambin importante. Ellas queran saber y enterarse de todo y la lectura de La Camila les ayud bastante. Acordaron reunirse otras veces y hacer copias de la obra para cada una de ellas. As lo hicieron, en una sola tarde de arduo trabajo consiguieron levantar doce copias de La Camila. Manuela Espejo las recolect para coserlas y ponerles cartula. Cuando estuvieron listas fue a entregrselas. Las doce hurfanas estaban congregadas frente al cabildo, vestidas todas de blanco con coronas de flores moradas en la frente. Esperaban ansiosas la entrada del Libertador Simn Bolvar a Quito. Cuando l lleg, se fij en ellas y pregunt quines eran. Apenas supo su ascendencia, suspir conmovido y sin dejar de mirarlas, alab a sus padres. Al final del acto, Manuela Espejo les entreg las copias de La Camila. Les bes las manos y las mejillas, y se llen de nostalgia porque en sus miradas reencontr viejos amigos. Se despidi de ellas como si no las fuera a volver a ver, y regres a su casa. Esa fue la ltima vez que se la vio. Despus de su muerte, las hurfanas de los prceres mantuvieron la costumbre de reunirse a leer La Camila, hasta que el tiempo les gan. Mientras pudieron, al terminar la lectura inevitablemente se acordaban de Manuela Espejo. En la ltima pgina de cada una de las copias, ella haba escrito de su puo y letra una nota que deca: Que nunca olviden los quiteos la sangre de su libertad.

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Se termin de escribir en Quito, en diciembre de 2010.

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