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ABRIR LA VENTANA EN TIEMPO DE AUTARQUA*

Santos Juli

No he tenido yo la fortuna de asistir a las clases del profesor Jover ni puedo contarme tampoco entre sus discpulos. Lo conoc, creo recordar, con motivo de mi participacin en un homenaje que sus colegas y discpulos de la Universidad Complutense le organizaron, junto a Vicente Palacio Atard, en la Biblioteca Nacional a modo de reparacin por la malhadada disposicin, tomada por el primer gobierno de Felipe Gonzlez, de rebajar la edad de jubilacin del profesorado universitario a los 65 aos. Desde luego, conoca sus escritos, en los que siempre apreci la superior limpieza de su prosa, el cuidado del detalle, la amplitud de sus saberes, la ambicin de totalidad que late bajo su concepto de civilizacin, todo eso en fin que se sita en los antpodas del lenguaje del especialista de un periodo o de una materia. Aos despus, tuve ocasin de charlar largamente con l para una entrevista encargada por El Pas y pude entonces asomarme a otros valores de su rica personalidad: aquella limpieza de su escritura reflejaba la de su espritu y sus maneras, su absoluta falta de fatuidad, su incapacidad para darse la ms mnima importancia, el exquisito cuidado para que nadie pudiera sentirse agraviado por algo que l dijera, tanto que en la segunda o tercera revisin del texto para su publicacin tuve que decirle que, por mucho que insistiera, no iba a suprimir nada ms de lo que ya haba aprobado l en la primera. Cordial, escrupuloso, sabio, limpio: fue muy agradable realizar en varias sesiones aquella entrevista. Y ahora, aqu, es de nuevo un placer recordar al profesor Jos Mara Jover, dedicando un rato a evocar el ambiente que rode y la

Texto revisado de mi participacin en el Seminario Jos Mara Jover y la historiografa espaola, celebrado en la Universidad Carlos III, Getafe, 6 y 7 de abril de 2011.
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admiracin que todava hoy despierta su conferencia Conciencia obrera y conciencia burguesa en la Espaa contempornea, escrita para ser leda el 30 de abril de 1951 en el Ateneo de Madrid, pronto har sesenta aos, una conferencia que abri de par en par una gran ventana al exterior en tiempos de autarqua. MOTIVOS PARA ESCRIBIR UNA CONFERENCIA No gustaba Jos Mara Jover de llevar las conferencias escritas; le bastaba un esquema, en la mejor tradicin del conferenciante espaol, que trata de crear un vnculo emocional, una comunicacin personal, entre su palabra y el auditorio que la recibe. Pero esta vez, contra su costumbre, y porque el tema resultaba, en el Madrid de 1951, lo suficientemente resbaladizo, la escribi y resulta fcil creerle cuando nos dice que el texto publicado al cabo de un ao, y reeditado en 1956, es exactamente el mismo que ley aquella tarde de abril en el Ateneo madrileo. Haberla escrito indica que quera llevar muy ponderados y medidos los conceptos y los argumentos, que iba a decir exactamente lo que haba pensado decir antes de sacarlo a colacin desde la tribuna del Ateneo1, ni ms ni menos. Aparte de la muy comprensible razn de evitarse un resbaln, algunos motivos ms habra de tener para tomarse ese cuidado, unos motivos relacionados con l mismo como titular de una ctedra de historia, con el lugar y el auditorio al que iba destinada la conferencia, con su contenido y, en fin, con su propsito. Primero, con el conferenciante mismo. Jos Mara Jover tena 30 aos, tres y pico ms de los 27 con que contaba cuando recibi en 1947 el premio Menndez Pelayo por su tesis doctoral, publicada en 1949 con el ttulo: 1635. Historia de una polmica y semblanza de una generacin2. Haba tomado posesin, en enero de 1950, de una ctedra de largo e imposible ttulo: Historia Universal Moderna y Contempornea e Historia Universal de la Cultura, en la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Valencia, con el haber anual de doce mil pesetas, tres mil pesetas anuales ms

Lo recuerda en la Presentacin al lector: Jos Mara Jover, Poltica, diplomacia y humanismo popular. Estudios sobre la vida espaola en el siglo XIX, Madrid, Turner, 1976, p. 11.
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Editado en Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas. Instituto Jernimo Zurita, 1949.
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conforme a lo determinado en la vigente ley de presupuestos3, y es lgico que pusiera un empeo especial en la preparacin de una conferencia que marcaba pblicamente su apertura a un nuevo campo de investigacin. Con ella daba un gran salto que lo catapultaba desde el siglo
XVII,

desde lo que l

mismo llamar etapa barroca en mi curriculum de historiador - como acreditaba su premiada tesis y sus artculos La alta Edad Moderna y Sobre la conciencia histrica del Barroco espaol- hasta el siglo XIX, con solo alguna breve parada en el XVIII4. Era marcar a la vista de todos casi un nuevo comienzo, otras preocupaciones y otras maneras de hacer historia: desde una investigacin centrada en las ideas o el pensamiento poltico de una generacin de escritores del siglo XVII hasta lo que eventualmente podra definirse como una historia social de la formacin de las conciencias de clases sociales, o una historia social de las culturas polticas de la burguesa y del proletariado en sus etapas de formacin y consolidacin. Con la primera, Jover se haba incorporado al grupo de Arbor, bautizado desde Barcelona por Jaume Vicens Vives como Generacin del Cuarenta y ocho cuando le atribuy, con un punto de exageracin, el ms profundo y desinteresado anlisis que ha hecho jams Espaa para comprenderse a s misma5. Era una generacin o, ms exactamente, un grupo de historiadores y publicistas que haba fijado en la paz de Westfalia de 1648 con su ltimo estrambote europeo en las revoluciones de 1848- la clave de la decadencia espaola, vinculando as el destino de Espaa a la derrota del ideal de cristiandad que supuestamente haba encarnado hasta aquella fatdica fecha; la inevitable derrota de esa
Orden de 6 de diciembre de 1949, firmada por Jos Ibez Martn, Boletn Oficial del Estado, 30 de diciembre de 1949.
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Entrevista del profesor Antonio Morales Moya al autor [Nueva Revista, 43, 1996] recogida en Jos Mara Jover Zamora, Historiadores espaoles de nuestro siglo, Madrid, Real Academia de la Historia, 1999, p. 12. Los artculos citados aparecieron en los nmeros 26 (febrero 1948) y 39 (marzo 1949) de Arbor. A ellos hay que aadir El sentimiento de Europa en la Espaa del siglo XVII, en Hispania, 25 (1949).
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Jaime Vicens Vives, La generacin del Cuarenta y ocho, Destino, 19 de noviembre de 1949. Vicens haba empleado la misma expresin al situar a Vicente Palacio Atard en la generacin del 48, la del centenario de la Paz de Westfalia y de la revolucin democrtica de 1848, en La Espaa del siglo XVII, Destino, 28 de mayo de 1949. Que el terreno de convergencia de Vicens con el grupo de Arbor era slido y no mero oportunismo poltico lo ha aclarado Ismael Saz, Espaa contra Espaa, Madrid, Marcial Pons, 2003, pp. 394-396.
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grandiosa utopa espaola de Catolicidad universal, como la haba definido el mismo Jover6. Con la segunda, pretenda indagar nuestro joven catedrtico en las races de lo que media centuria ms tarde del desastre de 1898 ltimo estrambote espaol de la paz de Westfalia- sera la guerra civil, que ese mismo grupo de historiadores acostumbraba a representar como resultado de la penetracin en Espaa, desde la Ilustracin y, muy especialmente, desde la Revolucin francesa, de ideas extranjeras y la consiguiente lucha a muerte entre Espaa y Anti-Espaa, con el resultado de una guerra civil de la que haba salido vencedora la nica, verdadera, Espaa, la catlica, y derrotadas todas las tradiciones de pensamiento que, por no ser catlicas, tampoco eran espaolas. Lo que nos lleva de la mano al segundo de los motivos que seguramente sinti Jover para escribir su conferencia: el lugar y el auditorio. Iba a hablar nada menos que en el Ateneo de Madrid, la institucin elegida por el jefe de fila de aquel grupo generacional, Rafael Calvo Serer, para llevar a cabo, como le escriba al almirante Carrero Blanco, el mayor esfuerzo reconstructivo de nuestra historia contempornea, impidiendo que la iniciativa quedara en manos de los discrepantes7. Empeado en un ambicioso programa de accin poltica cultural, Calvo Serer fue quien tom la delantera en marcar un territorio propio al enunciar desde las pginas de Arbor en noviembre de 1947 la aparicin de Una nueva generacin espaola a la que no puso nmero pero a la que asign la tarea que haba quedado perfectamente delimitada y trazada en 1939. Eliminadas las heterodoxias religiosas, que se convertan en heterodoxias nacionales, la reanudacin y cumplimiento de nuestro destino obligaba a la generacin nueva a trabajar por una cultura catlica. Para eso era preciso infundir nueva vida y asegurar el control de una variedad de tribunas desde las que emprender esa obra de lo que el mismo Calvo Serer defina como cultura dirigida. Entre ellas, la revista Arbor, del

Jover, 1635, p. 460, que aade: Y quebr la soberbia espaola; se acab la paz austraca; se cuarte, aun dentro del alczar ibrico, la Monarqua Catlica; venci Richelieu, los herejes lograron plenamente el reconocimiento de su personalidad juridicopoltica
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Carta de Calvo Serer a Carrero Blanco, de 25 de septiembre de 1950, citada por Onsimo Daz Hernndez, Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor, Valencia, Publicacions de la Universitat de Valncia, 2008, p. 287.
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Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, en el que Jos Mara Albareda, socio, como Calvo Serer, del Opus Dei, desempeaba el cargo de secretario general desde su fundacin; y el Ateneo de Madrid, que diriga Pedro Rocamora Valls en su calidad de director general de Propaganda del Ministerio de Educacin. Contaba Rocamora en su curriculum haber sido uno de los primeros jvenes en acercarse y tratar, desde 1928, a un sacerdote entonces llamado Jos Mara Escriv, que le recitaba algunos de los pensamientos anotados en un cuadernillo del que andando el tiempo saldra Camino. En Arbor y en el Ateneo dispona Calvo Serer del impagable apoyo de Florentino Prez Embid, el dinmico secretario de la revista como escribi de l Jaume Vicens- y, junto a Ciriaco Prez Bustamante, responsable de la seccin de Historia del Ateneo desde la Orden de 19 de octubre de 1950 por la que qued constituida una nueva Junta, presidida por el mismo Rocamora y de la que era vocal, con otros destacados intelectuales, Rafael Calvo Serer. Ni que decir tiene que Prez Embid una a su condicin de secretario de Arbor y responsable de la seccin de Historia del Ateneo la cualidad de miembro del Opus Dei8. No tiene mucho sentido discutir aqu en qu medida la adscripcin de los lderes de este grupo de intelectuales al Opus Dei fue determinante de su aparicin como tal grupo, de su auge y de su acceso a posiciones de un poder cultural que en 1950 no constitua un campo autnomo del poder poltico, una cuestin que no se puede despachar a la manera de los propagandistas cuando se trata de la ACN de P. Lo que est claro, en todo caso, es que en su fulgurante cursus honorum los mismos nombres se repiten: en el Ministerio de Educacin y, desde 1951, en el de Informacin, en los tribunales de ctedras, en los jurados de los premios nacionales, en las comisiones de los centenarios de Cervantes o de los Reyes Catlicos- en los consejos de redaccin de las revistas, en los ciclos de cursos y conferencias Era un mundo muy pequeo aquel Madrid de principios de los cincuenta, con espacios todava vacos como resultado del exilio o de la sistemtica depuracin de quienes en tiempos recientes los haban ocupado. Avanzar

Constitucin de la nueva junta y de las secciones, Orden de 19 de octubre de 1950, Boletn Oficial del Estado, 26 de octubre, p. 5007. Encuentro de Rocamora y Escriv, htpp://opusdei.es/art.php?p=18800.
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ahora por esos espacios se consideraba y se celebraba como un triunfo de grupo en los combates poltico-ideolgicos que venan desde el mismo fin, y aun antes, de la guerra civil. As ocurri desde el primer momento con los miembros de la ACN de P, as con los que recin haban medio colgado la camisa azul aunque no su devocin joseantoniana, as tambin con los colaboradores de Arbor, como se puso de manifiesto el 9 de enero de 1950 con la celebracin de un banquete de homenaje a seis recientes catedrticos, entre ellos Jos Mara Jover, y al laureado premio nacional de literatura Francisco Franco por su Espaa, sin problema, el ubicuo Rafael Calvo Serer, que haba publicado bajo ese ttulo, en octubre de 1949 y en la Biblioteca del Pensamiento Actual, una coleccin de ensayos aparecidos previamente en su mayor parte en la revista Arbor. Para entender qu cosa era un intelectual en la Espaa de 1950, y hasta qu punto carece de sentido situarlos en un campo autnomo, separado del campo poltico o de su adscripcin a tal o cual instituto o asociacin de la Iglesia, nada mejor que echar un vistazo a las listas de convocantes y asistentes a los homenajes a miembros del grupo por haber triunfado en alguna reciente oposicin a ctedras o por haber recibido algn premio, nacional o local9. Fueron ellos -quiero decir, Calvo Serer y Prez Embid, porque Rocamora no se ocupaba mucho de la presidencia del Ateneo y ms bien dejaba hacer a sus amigos- quienes programaron dos ciclos de conferencias de altos vuelos para los primeros meses de 1951, uno sobre Balance de la cultura moderna y otro sobre Actualizacin de la tradicin espaola. Florentino Prez Embid los present desde las pginas de Arbor como el primer acto de la reconquista por el Ateneo de su viejo puesto en la primera lnea en la vida espaola de las ideas. Eran, segn escribi, tiempos de gran desorientacin, en que medraban las malas hierbas y adquiran apariencias imponentes las ideologas importadas de culturas extraas, entre las que no ser malo que recordemos el krausismo -y, en general el poskantismo espaol- y sus consecuencias culturales y sociales; o tambin la siembra siempre actual del

Homenaje a los colaboradores de Arbor, ABC, 10 de enero de 1950, con amplia relacin de asistentes y fotografa de los homenajeados: Ismael Snchez Bella, Mariano Baquero, Jos Mara Jover, Rafael Calvo Serer, Rafael Gibert, Antonio Fontn y Enrique Moreno.
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marxismo, de cuyas semillas podan quedar brotes ms o menos larvados. Y otras veces an ocurre cosa peor: el nihilismo en la vida del espritu. Todo, por lo dems, muy fcil de comprender: si el siglo XIX no logr para Espaa el progreso industrial, si consigui encizaar nuestra vitalidad con la retrica de las luces. Y apagadas las luces propias, y temblorosas e inseguras las nuevas lucirnagas, cmo iba a resultar ni lcida ni luciente la vida de los espaoles? La cultura de la modernidad haba venido a parar, siempre segn lo vea Prez Embid que, por lo dems, deba de ser persona muy entusiasta, en una jaula de locos10. Para hacer frente a tanta confusin, un plantel de intelectuales de primera fila que durante los ltimos aos haban figurado constantemente en las pginas de Arbor, con el complemento de algunas firmas del extranjero seleccionadas entre lo mejor de la cultura catlica europea, se encargaran de desarrollar los dos ciclos programados por el Ateneo. Para el Balance de la cultura moderna fue requerida la colaboracin, entre otros, de Lpez Ibor, Milln Puelles, Leopoldo Eulogio Palacios, ngel Gonzlez, Rof Carballo, lvaro dOrs, Manuel Fraga, Marcelo Caetano y el mismo Calvo Serer, que ya dos aos antes haba impartido, l solo, un curso sobre La dialctica de la cultura moderna en el que trat de todo: la Cristiandad, el Renacimiento, la Reforma, el Romanticismo, el capitalismo, el imperialismo Y para las conferencias del curso sobre la Actualizacin de la cultura espaola fueron invitados, entre otros, Martn Almagro, ngel Lpez Amo, Luis Snchez Agesta, Jorge Vign, Prez Embid, Miguel Fisac, Garca Escudero, Pemn, Fernndez de la Mora, Navarro Rubio, Rodrguez Casado, Larraz y nuestro querido Jos Mara Jover, que impartir, adems, en abril de 1952 cuando Prez Embid haya sustituido a Rocamora en la direccin general de Propaganda, trasladada al nuevo Ministerio de Informacin y Turismo, y en la presidencia del Ateneo11- otra conferencia en un nuevo ciclo sobre La

Florentino Prez Embid, El Ateneo, tribuna abierta de la cultura espaola, Arbor, 61 (enero 1951) pp. 119.123.
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En el cambio de gobierno de julio de 1951, la direccin general de Propaganda pas a depender de Informacin y Turismo. Meses despus, por decreto de 15 de febrero de 1952, Propaganda se transmut en Informacin. Unos das ms tarde, por decreto de 29 de febrero, Prez Embid ces como director general de Propaganda y fue nombrado director general de Informacin. Entre sus incumbencias se contaba la de
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sociedad espaola a travs de los siglos. En este ciclo, que aqu no nos va a ocupar pero del que no ser ocioso tomar nota, Julin San Valero tratar de Cazadores, campesinos y metalrgicos en la Espaa primitiva y Romanizacin de la sociedad hispnica; Rafael Gibert de Tribus y clases en el Islam espaol, Seoro y concejo en el medioevo y La sociedad visigoda; Vicente Palacio, de El fin de la sociedad estamental del Antiguo Rgimen, y Jos Mara Jover, de La Espaa burguesa, confirmando as su paso al siglo XIX, aunque, como bien sabemos, nunca abandonara del todo sus primeros amores12. Se trataba, pues, de unos ciclos con un propsito muy definido dentro de la poltica cultural dirigida por el grupo de Arbor, en la prctica, por Calvo Serer y Prez Embid, que haban cultivado una especie de danmatio memoriae del siglo ignorancia del siglo
XIX XIX.

Y este es el tercer elemento a tener en cuenta para se haba aadido en la posguerra como escribir

entender el cuidado que puso Jover en la preparacin de su conferencia: a la


XIX

aos despus el mismo Jover- su repulsa, su condena en bloque13. El siglo se haba convertido literalmente en la bestia negra de los vencedores de la guerra civil, un siglo que Franco, como dijo unos meses antes de comenzar el ciclo sin venir mucho a cuento, la verdad, porque se trataba del acto de bendicin de la nueva estacin ferroviaria e inauguracin de un grupo de viviendas en la anteiglesia de Baracaldo- habra querido borrar de nuestra historia por ser la negacin del espritu espaol, la inconsecuencia por (sic) nuestra fe, la negacin de nuestra unidad, la desaparicin de nuestro imperio, todas las negaciones de nuestro ser, algo extranjero que nos divida y nos enfrentaba entre hermanos y que destrua la unidad armoniosa que Dios haba puesto sobre nuestra tierra. Y en este punto, las cosas estarn claras y no se

orientar las actividades de los Ateneos de Madrid y Barcelona, Boletn Oficial del Estado, 24 de febrero de 1952, pp. 861-855. Por alguna anmala circunstancia, el decreto de 29 de febrero, con el cese y nombramiento de Prez Embid, no apareci en el BOE hasta el 4 de junio. Para el desplazamiento de Jover de lo moderno a lo contemporneo, Ignacio Peir Martn, La metamorfosis de un historiador: el trnsito hacia el contemporaneismo de Jos Mara Jover Zamora, Revista de Historia Jernimo Zurita, 82, 2007, pp. 175-234.
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Corrientes historiogrficas en la Espaa contempornea [1975], recogida en Historiadores, cit., p. 285.


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modificarn un pice hasta el final mismo del rgimen: Franco recit, con las mismas palabras, una y otra vez, idntica cantinela: el siglo XIX constitua, en 1967 como en 1950, la negacin del espritu espaol en relacin con nuestra fe, la amenaza para nuestra unidad, la desaparicin de nuestro imperio y la prdida de todo un siglo para el progreso14. Lo importante con serlo, y mucho, que el Jefe del Estado se convirtiera en mximo apologista de la borradura del siglo
XIX

de nuestra

historia- era que esa misma visin haba impregnado de tiempo atrs a lo ms granado de pensamiento poltico espaol tras la hecatombe de la guerra civil. Corresponde a Pedro Lan una posicin destacada en trazar un diagnstico que se repetir ad nauseam y que hunda sus races en el reiterado desdn que Ortega mostr durante toda su vida hacia el dichoso siglo, nuestro ms prximo enemigo, como escribi en alguna ocasin15. Tal vez, escriba Lan en enero de 1942, estamos ya en sazn de descubrir el secreto de nuestro siglo XIX. El cual solo consiste quiz en que ese siglo XIX no ha sido nuestro. O, si se quiere, en que nosotros no hemos sido suyos. A pesar de la cautela ms bien retrica con la que Lan anunci su descubrimiento quiz, si se quiere-, no le caba duda: la verdad radical de Espaa no ha existido histricamente en todo el Ochocientos. Lo cual no dejaba de ser una grandsima pena: por cualquier costado que se mire nuestro siglo La inexistencia del siglo
XIX, XIX,

siempre se impone, para

dolor nuestro, su casi total inanidad histrica16. su esencial cualidad no espaola, fue llevada al extremo por la llamada nueva Escuela Espaola de Historia Moderna a la que Jos Mara Jover se haba incorporado con sus estudios sobre el siglo XVII. Calvo Serer acababa de lamentar que se comenzara a hablar de nuevo de las dos Espaas, que al lado de la Espaa que haba realizado hasta el agotamiento su misin histrica, hubiera surgido otra Espaa, la heterodoxa que, como hiedra, se haba agarrado al tronco, en la feliz imagen de Ramiro de Maeztu. La dura leccin del pasado nadie la poda olvidar, pues si as ocurriera comenzaramos de nuevo la montona y deprimente historia
Discurso en Baracaldo, ABC, 23 de junio de 1950, y discurso en la apertura de la nueva etapa legislativa, ABC, 18 y 19 de noviembre de 1967.
14 15 16

Jos Ortega, "El hombre de la calle busca un candidato". El Sol, 24 febrero 1918 Pedro Lan Entralgo, Esquema de nuestro siglo xix, Arriba, 6 de enero de 1942.

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del siglo

XIX

espaol: guerras civiles, matanzas, amnistas para volver a

comenzar de nuevo el ciclo sangriento. Calvo Serer, que se presentaba como enemigo del sufragio universal y estaba convencido de que haba pasado la hora de la democracia, deduca de la experiencia del siglo XIX la enseanza de que el catolicismo cultural era la condicin inexcusable para la vida espaola y la base necesaria de una nueva poltica universal en la que los espaoles, sin olvidar que la primera poltica mundial del mundo moderno se hizo en Madrid y Viena, deban desempear una papel de vanguardia17. Con idntica conviccin, su leal compaero de dolores y esperanzas, Florentino Prez Embid, haba detectado una penetracin de las doctrinas del vencedor de 1648 en las filas del entonces vencido que culminar en el siglo
XIX

con la abierta disyuncin del vencido en dos mitades enemigas, cada

cual construyendo sobre bases distintas su propio proyecto de Espaa, una antinomia que haba conducido desde haca siglo medio inexorablemente a los espaoles a la guerra civil cada veinticinco aos18. Y, en fin, y por no hacer interminable este florilegio de condenas de lo que en torno a 1950 se senta an como un prximo pasado, especialmente porque la culminacin de 1648 se situaba en las revoluciones europeas de 1848 y en el desastre espaol de 1898, Federico Surez explicaba el triunfo del sistema liberal como una escisin ideolgica surgida en la vida nacional cuando penetraron en sus clases rectoras ideas de la Revolucin que abrieron un abismo de cuya magnitud era prueba la trgica grandeza de sus an recientes consecuencias: la escisin del
XIX,

provocada por el triunfo del liberalismo, era la gran

culpable de la guerra del XX19.

Rafael Calvo Serer, La Internacional de las minoras, ABC, 29 de abril de 1950; "Del 98 a nuestro tiempo. Valor de contraste de una generacin", Arbor, 37 (enero 1949) pp. 26-28. Enemigo del sufragio universal se confes en declaraciones a ABC, 23 de febrero de 1950, a propsito de las elecciones que se celebraban en el Reino Unido, porque dejar a una eleccin de resultados imprevisibles la solucin de los problemas vitales [] es la prueba de lo absurdo del sistema.
17

Florentino Prez Embid, "Ante la nueva actualidad del 'problema de Espaa'", Arbor, 45-46 (septiembre-octubre de 1949), pp. 152-154, y "Comprensin e intransigencia", Arriba, 27 de diciembre de 1949.
18

Federico Surez Verdeguer, Planteamiento ideolgico del siglo XIX, Arbor 29 (mayo 1948) pp. 66-68.
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Se trataba, en resumidas cuentas, de una visin del siglo

XIX

como

culminacin de la larga decadencia que se habra manifestado en la escisin espiritual de Espaa por penetracin de ideas derivadas del luteranismo, la paz de Westfalia y la Revolucin francesa; que habra dominado a un sector de las elites polticas e intelectuales dando lugar a la formacin de una Espaa heterodoxa; y que, actuando sobre el fondo de la unidad cultura catlica del pueblo espaol, habra provocado una situacin de guerra civil con el trgico e inevitable resultado de la ms reciente y ms destructora de ellas, la de 1936. El siglo
XIX

aparece as como el gran culpable de la ltima guerra por un

proceso previo de escisin social al que la victoria de la tradicin catlica haba puesto finalmente remedio. Actualizar esa tradicin, que tena en Marcelino Menndez Pelayo su punto de condensacin, ponerla a la altura de los nuevos tiempos, infundirle nueva vida ante la confusin en la que se debata Europa era el propsito de los ciclos de conferencias organizados en el Ateneo a los que haba sido invitado Jos Mara Jover para hablar precisamente del siglo XIX. Lgico que escribiera lo que iba a decir. Haba todava un motivo ms, el cuarto, para preparar a conciencia su intervencin en el ciclo. Cuando Antonio Morales inici con l, muchos aos despus, la conversacin antes citada preguntndole: Profesor Jover, cmo despert su inters por la historia?, la repuesta fue inmediata: Sin duda, como consecuencia de la guerra civil, que sobreviene cuando acababa de cumplir diecisis aos. Destinado por tradicin familiar a ser mdico, todos los aspectos polticos, internacionales, ticos y humanos de la guerra civil le empujaron decididamente hacia el estudio de las Humanidades y de la Historia. Es claro que fue ese mismo inters por la guerra civil lo que le haba llevado a alzar la mirada hasta la Alta Edad Media, para confirmar que all se encontraba, en efecto, la clave de la cuestin, el origen de la tragedia. Ese era el propsito de su grupo de referencia, de la obsesiva indagacin en los orgenes de la decadencia de Espaa: encontrar la razn de la guerra de Espaa. De toda aquella retrica sobre el fin de la cristiandad, con su momento culminante en 1648, como origen de todos los males, se haba pasado, en buena medida a causa de la polmicas suscitadas por la aparicin del Espaa como problema de Lan, a situar en el XIX la causa del dao. Haba

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que ocuparse, pues, del siglo XIX para encontrar todo su sentido a la guerra y, lo que a aquellas alturas era ms importante, a la victoria. MUCHO MS QUE UN ESTUDIO DE MENTALIDADES Con todos estos antecedentes, podra esperarse que, ahora, el 30 de abril de 1951, el joven catedrtico de Historia Universal Moderna y Contempornea que deba hablar a un pblico en el que estaran presentes, entre otros, Rafael Calvo Serer, Florentino Prez Embid, Vicente Palacio o Federico Surez y otros jvenes catedrticos que compartan una idea consistente, slida, sobre la decadencia de la nacin espaola, la penetracin de ideas extranjeras, la escisin del siglo
XIX,

la guerra y la victoria, y que

estaban convencidos de la necesidad de una poltica cultural dirigida a la reconstruccin de la Cristiandad como base del futuro de Espaa, de Europa y del mundo, tratara de construir un cuadro destinado a reforzar esas mismas tesis, una renovacin o puesta al da de la grandiosa utopa espaola a la que el profesor Jover haba dedicado su 1635. Y aqu es donde salta la sorpresa. Jos Mara Jover, que hasta ahora haba sido un historiador de las ideas, lo que no es exactamente idntico a cultivador de una historia ideolgica, como le reprocha Jaime Vicens Vives, recin convertido a la historia social y econmica20, se presenta desde el

En El siglo XIX en la historiografa contempornea de Espaa (El siglo XIX en Espaa: doce estudios, Barcelona, Planeta, 1974, pp. 29-30n.) recordar Jover el amargo privilegio de polarizar la actitud polmica de Jaime Vicens frente a la llamada historia ideolgica, encontrndose as en la paradjica y poco cmoda postura de recibir las reiteradas crticas de Vicens al peligroso camino que mi trabajo abra a la historiografa. Aos antes, en un apartado de su resea Los espaoles ante la poltica internacional de Carlos V, Arbor, (julio-agosto 1952) pp. 434-435, expuso su concepcin del trabajo del historiador al escribir, en clara respuesta a Vicens, aunque sin nombrarlo: El autor de esta resea no tiene de ideologista puro mucho ms que de materialista dialctico o de cualquier otro ista de los que algunos gustan manejar en tanto miran de reojo al prjimo. Pero se atreve a opinar, y esta opinin viene a cuento, que la actitud cultural, el emplazamiento vital de unos hombres concretos de carne y hueso, su actitud ante valores, su concepto de Dios, de la naturaleza, del hombre y de la sociedad, la peculiaridad vital-afectiva del ambiente histrico en el cual se desarrolla su actividad histrica, constituye materia necesariamente historiable de que una historia nacional no puede prescindir. Y tras otras consideraciones terminaba el prrafo diciendo: Si por mtodo estadstico se entiende la masificacin del contenido histrico, la cristalizacin en coordenadas, en curvas y en mapas, de lo que debe ser inexcusablemente comprensin y relato, porque as lo exige su carcter libre y humano, su logro ser lo viene siendo- cualquier otra cosa menos historia.
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mismo ttulo de su conferencia como un historiador de las conciencias, introduciendo una inslita dicotoma entre dos clases de conciencia, no definidas en trminos ideolgicos, ni esencialistas, ni como una escisin de la nacin o resultado de su decadencia, sino en el marco de un proceso de transformacin de la sociedad. Se trataba simplemente de seguir el curso de la formacin de unas conciencias de clase: conciencia obrera y conciencia burguesa, como una variante espaola de un fenmeno general europeo. Quiz nadie, antes de l, se haba asomado al siglo
XIX

en esos trminos o

planteando esa problemtica. Desde luego, nadie de su entorno o, ms exactamente en aquellos aos, de aquella nueva generacin del 48, lo haba hecho. Tena que preparar con todo cuidado lo que iba a decir. As que la conferencia escrita de Jos Mara Jover rompe, desde el mismo ttulo, con la problemtica dominante entre los historiadores de su grupo de referencia. l no pretende construir un relato al modo de la gran utopa derrotada; l quiere ganar para la historia una centuria que su generacin no conoci. Para qu historia? Pues para la que haba venido madurando desde que se hizo cargo de la ctedra de Valencia, cuyas lneas fundamentales tuvo ocasin de exponer en una reunin preparatoria de un proyecto de una Historia Moderna del Mundo Hispanoamericano, celebrada en El Escorial en enero de 1951. Encargado de un tomo titulado Revolucin y Restauracin. La cada de la Monarqua liberal, Jover present en aquella reunin unas cuartillas en las que expuso una concepcin de la historia que tuviera en cuenta los hechos referentes a todos los grupos sociales del pueblo espaol (subrayado de Jover). Y aclaraba: no podemos prescindir en una historia del pueblo espaol de lo que pensaron, sintieron y obraron sectores como esos jornaleros del campo, artesanos, etc. de que nos hablan las estadsticas, y que nos abruman con su magnitud numrica 21. Reflexionando veinticinco aos despus de haber presentado esas cuartillas en la reunin de El Escorial, Jover encuentra en ellas el antecedente inmediato de su conferencia en el Ateneo. Y lo son, evidentemente: sin haber asistido al celebrrimo IX Congreso Internacional de Ciencias Histricas, celebrado en

Jos Mara Jover, Presentacin al lector, Poltica, diplomacia y humanismo popular en la Espaa del siglo XIX, Madrid, Turner, 1976, p. 12n.
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Pars en 1950, que tanto signific en el vuelco que Jaume Vicens imprimi a su visin de la historia, Jover haba descubierto que escribir historia consista en dar cuenta de lo que pensaron, sintieron y obraron los jornales del campo, los artesanos, los obreros, los burgueses. Con solo ese enunciado, se adelantaba encara que ell mateix soblide, a la renovaci de Jaume Vicens Vives22. Este cambio radical abrir los odos al pensamiento, sentimiento y accin de todos los grupos identificables de la sociedad- se acompa como no poda ser de otro modo de una contundente reivindicacin de la autonoma de la historia. Jover no quera resbalar ni, mucho menos, darse un batacazo23, pero eso no le empuj a guardar equilibrios ni, menos an, a situar la historia al servicio de programas de poltica cultural que pudieran empaar la naturaleza de su trabajo. Desde las primeras palabras de su texto escrito, y hablado, quiso dejar clara y expresa constancia de que, bien hecha o mal hecha, es Historia lo que he pretendido escribir convencido de que, vuelta la primera mitad del siglo xx, es preciso ganar para la historia escrita una centuria que mi generacin no conoci. El nfasis no tendra ningn sentido si no se relaciona con el tratamiento que al siglo XIX se le vena dando desde la poltica y desde las recientes polmicas en torno a si Espaa tena un problema, o muchos problemas, o si ella misma era un problema. La respuesta a que tan metafsica pregunta se le diera dependa de lo que se pensara acerca del siglo
XIX,

como los participantes en la reciente polmica sobre el ser de

Espaa y sobre si don Marcelino Menndez Pelayo eran dos o uno solo, de una pieza. Jover avisa expresamente que no se espere de lo que va a decir una intervencin ms en la polmica que entenebreciera, desde la adolescencia, nuestra ignorancia del
XIX.

Polmica, afirma, de la que me desentiendo

Marc Bald, Laudatio en el acto de investidura del profesor Jover como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valencia, recogida en Jos Mara Jover Zamora, Historia y civilizacin, Valencia, Universitat de Valncia, 1997, p. 22.
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Como haba pronosticado Jaume Vicens Vives en carta de 27 de noviembre de 1949 a Joan Mercader, a propsito de la oposicin a ctedra: El cas Jover ser un dels ms espectaculars exemples daquest fams salt mortal en el buit, la definici del qual ser una brutal ensopegada, Epistolari de Jaume Vicens, edicin de Josep Clara, Pere Cornell, Francesc Marina y Antoni Simon, Girona, Cercle dEstudis Histrics i Socials, 1994, p. 170.
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expresamente, primero, como hombre y, adems rigores del oficio, que en este caso no me resultan penosos- como historiador24. Bueno, quiz estas palabras hicieran mover algunas cabezas en su auditorio. Desentenderse expresamente, y poniendo cierto nfasis en la expresin, de la polmica sobre el siglo
XIX

quera decir, en el Ateneo de

Madrid, en abril de 1951, en un ciclo organizado por Calvo Serer y Prez Embid, que l se daba de baja, por as decir, de la generacin del 48, o sea, que no haba ido all para alimentar con nuevas evidencias ninguna polmica sobre el ser de Espaa y la poltica que fuera preciso seguir con los restos de Anti-Espaa. Lo que l se propona era escribir una biografa del pueblo espaol en la poca contempornea, manejando las fuentes con la misma ecuanimidad que todos suponemos en el que investiga la poltica exterior del siglo
XVIII

o los orgenes del reino asturleons, esto es, introduciendo cierta

distancia entre el pasado y el presente que impida utilizar el resultado de su investigacin como municin de una poltica cultural. Cuando Jover habla de ecuanimidad, lo que le est diciendo a sus oyentes es que va a mirar el pasado con ojos de historiador. Quiz por eso comienza su viaje al siglo XIX invitando a echar una ojeada a un censo de poblacin. Pues lo primero que un historiador debe hacer es dar por existente el objeto de su bsqueda. El siglo
XIX

espaol existi, lo cual en 1951 no estaba


XIX

nada claro, embarcado todo el mundo en la explicacin del magno problema de por qu no hubo un autntico siglo espaol en Espaa. Existi, como tambin existi en Europa. Ms an y esta me parece una de las radicales inversiones que aplica Jover a su materia: lo que a l le interesa es bosquejar, en el tiempo de que dispone, una de las lneas maestras del XIX europeo en su versin espaola. Parece un empeo inocente, como de cajn. Pero en 1951 hablar de versin espaola de un siglo
XIX

europeo mostraba una audacia

fuera de lo comn porque liquidaba de un plumazo toda la retrica sobre la excepcionalidad espaola, su anomala, su decadencia, su fracaso y, lo que ante aquellos intelectuales conquistadores era, si cabe, ms importante, su peculiar destino como depositaria de la frmula para reconstruccin de una

Conciencia obrera y conciencia burguesa en la Espaa contempornea, recogida en Poltica, diplomacia y humanismo popular en la Espaa del siglo XIX, cit., p. 49. Todas las citas que siguen estn tomadas de esta edicin.
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Europa desviada de su camino e inmersa en la confusin. Aqu, en una de las lneas fundamentales del siglo XIX, la que se refiere a la presencia, el sentir, el pensar, el estilo de vida y la accin de los grupos ms numerosos y ms enteramente dedicados al trabajo manual, haba ocurrido lo que en Europa, solo que en versin espaola. Al historiador que es Jover lo que le interesa es documentar cmo ha surgido y se ha expresado la presencia de esos grupos en Espaa. Adoptar este punto de vista significaba un rechazo a considerar el siglo
XIX

como un todo y decir de l que fue tal o cual cosa. Se aparta pues de toda la

retrica que alimentaba las polmicas en torno al significado del siglo como una totalidad atravesada por un sentido, el de ser un siglo no espaol destinado a la borradura o liquidacin, en la versin catlica, o el de haber alumbrado una segunda Espaa que era preciso rescatar de sus extravos, en la versin del grupo de Falange. En lugar de construir una razn del siglo proyectndola desde la mesa de trabajo, Jover, por as decir, sale a la calle a ver qu pasa. Lo hace, como dir en la Presentacin al lector de Poltica, diplomacia y humanismo popular, en compaa o de la mano de su primer maestro de Historia, a quien deba el atractivo que para l siempre tuvo el siglo
XIX,

don Benito Prez Galds (el mismo, por cierto, que en un da de

primavera de 1968, paseando por Pars, Jos Bergamn, dndome como caso perdido, me reproch no conocer. Por eso no sabis nada del siglo XIX, porque no habis ledo a Galds, me rea Bergamn). Y es claro que desde que se mete en faena y deja atrs el censo, Jover advierte ya, desde el 2 de mayo, las dos formas distintas que tuvieron de morir, unos en la calle, otros en los balcones, unos artesanos y trabajadores, otros pequea burguesa. Lo que en una primera mirada es pueblo de Madrid, se convierte, como ya haba ocurrido en los relatos de Prez Galds, en epopeya de artesanos y trabajadores, gente del pueblo que luch y muri. Pero se muere de distinta manera: en la calle, con las armas en la mano; o en los balcones, tratando de saber qu ocurre en la calle. Es esa burguesa hogarea, con su ideal de vida y sus valores: seguridad, honradez, probidad, que reza o muere en los balcones, mientras albailes, soldados, trajineros o empleados disputan cada esquina a los caballos de Murat.

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No voy a reproducir aqu, sintetizndolo, el contenido de la conferencia, muy conocido y celebrado; pero si quisiera destacar que al alejarse de las polmicas sobre un pasado construido por sus cercanos colegas con el consciente propsito de servir a polticas del presente, Jover introduce un elemento de complejidad que, a partir de su consideracin del tiempo como un proceso, tomar en cuenta la diversidad de clases, sus marcos de socializacin, sus valores, para entender las expectativas y proyectos que dan sentido a sus acciones. Sern entonces conspiradores romnticos, que se lanzan a la conquista ideolgica de la plebe, con ese ensanchamiento de la logia, que en la sociedad patritica y ms aun en el caf abierto a todas las gentes pierde su hermetismo y rigidez; o ese agitador del pueblo, mitad poltico, mitad literato, generalmente provinciano, protagonista de la bohemia; o los polticos de caf, idelogos a veces, agitadores casi siempre, anverso negativo de irresponsabilidad. O ser la revolucin verbalista, llamada a trascender a medios extraburgueses, con los grupos de artesanos lanzados a la jornada. Y el diferente significado que para unos y otros tienen las mismas palabras: revolucin, libertad, individual para el burgus, dominio de la calle para el artesano. En este marco cambiante, dinmico, de la accin es donde surge una conciencia obrera, que Jover localiza en el sexenio democrtico con la aparicin de un nuevo lenguaje: revolucin social, accin directa, huelga general, fuerza material, proletariado. Mientras el agitador burgus se desplaza a burguesa de negocios, los artesanos y obreros, al paso de la industrializacin, se convierten en proletarios. Los tiempos cambian y con ellos se transforman las conciencias: se ensancha la distancia que separa a lo que ya va siendo, cada vez ms, autnticas clases sociales. Los proletarios tienden a la asociacin de clase, desengaados de la vida poltica y del ltimo mito de la burguesa, la Repblica Federal. Su cansancio encuentra una especie de correlato en el escepticismo religioso, triste herencia, escribe Jover, herencia perdurable de la burguesa de agitacin. Se esfuman los tpicos y queda el sedimento de la crtica universal y de un anticlericalismo furibundo. Y sern esas experiencias las que expliquen que el mito marxista de la lucha de clases se inserte en un marco psicolgico adecuado. No solo psicolgico: Jover atiende a la prdida de color de la vida proletaria, el carcter sombro,

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acromtico, que a los ojos de la nueva clase obrera cobra la existencia para entender el ansia de poder que estremece los medios proletarios. La hipocresa de la clase dominante que dice profesar principios de humanidad y fraternidad cristiana, en tanto contempla impasible, satisfecha y segura, como el jornalero trabaja, trabaja siempre, con salud o con fiebre, comido o hambriento, con gana o sin ella; que habla de camellos y agujas y deja morir a los hijos del trabajo para aumentar mezquinamente sus riquezas, ser en definitiva lo que empuje al obrero a buscar el bienestar material lanzndose a la conquista de la ciudad terrena. Si el proletariado abandon la religin y abraz el anticlericalismo, las clases acomodadas, que conservaban su fe, monopolizaron el catolicismo militante, que qued sin pescadores, sin el taller de Jos el carpintero. Una religin rechazada por la naciente conciencia de una clase trabajadora previamente descristianizada y una religin convertida en una especie de mscara hipcrita en la clase burguesa, apartadas ambas del espritu cristiano. Y en este punto, Jos Mara Jover, que haba roto el relato de un siglo
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escindido por ideas extranjeras frente a un pueblo catlico para poner en su lugar la formacin de conciencias de clase, separadas igualmente aunque por diferentes motivos del espritu cristiano, paga un tributo al tiempo en que vive y a la casa en que habita. El tributo consiste, por una parte, en proponer una clave metahistrica de la guerra civil, en elevar al rango de razn ltima de la guerra, como un axioma en s mismo evidente, el abandono del autntico espritu cristiano por las dos clases sociales y la violencia que de tal abandono se introdujo en las relaciones sociales; por otra, en situar, contra su misma concepcin terica de la historia como un proceso, la clave de interpretacin de la guerra civil de 1936 en la formacin de las conciencias de clase culminadas medio siglo antes; sin pisar siquiera el umbral del siglo
XX,

Jover

ha encontrado la razn de la guerra en un fenmeno ocurrido en el siglo XIX As termina Jover su primer viaje por el primer siglo de la Edad Contempornea. Es claro que con su viaje abre una gran ventana al exterior: rompe con la problemtica de la Espaa con o sin problema y con la visin de un siglo no espaol en el que todo se habra reducido a una decadencia por quiebra de la unidad catlica. El lugar del problema y la decadencia lo ocupan las dos clases sociales que han hecho acto de presencia en toda Europa:

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burguesa y proletariado, clase dominante, clase obrera. No se trata de una historia meramente cultural, ni de un discurso sobre los discursos; ni siquiera, como el mismo Jover explica cuando se refiere a lo que permanece vivo de aquella conferencia, se trata nica o principalmente de un estudio de mentalidades o de psicologa social. Los discursos importan, desde luego, como la psicologa y la mentalidad y al prestarles atencin Jover se adelanta a su tiempo. Pero esos discursos no son nada y las mentalidades se quedaran flotando en las nubes sin atender, y aqu es donde me parece que radica lo ms original de su mirada de historiador, a los lugares de sociabilidad, a la casa, el caf, la logia, el club, a la formacin de conciencias de clase en el trajn diario, a las transformaciones en el equipamiento industrial, talleres que dejan lugar a fbricas, al anlisis de lenguaje, a la pasiones y al color de la vida y, en fin, a la cultura y a la accin polticas alimentadas por posiciones de clase. Y sin embargo, al terminar la lectura de esta pieza magistral con esa especie de aceleracin o, ms bien, de salto, que nos sumerge de pronto en la guerra civil, algo nos dice que su autor, en un tiempo de ensimismamiento en el problema de Espaa, de casticismo y de autarqua mental impuesto por la victoria en la guerra civil, y en un clima intelectual impregnado de cultura catlica como sustrato de la vida social y poltica, donde nada que no sea catlico tiene derecho a una existencia pblica, ha abierto de par en par una ventana pero quedndose todava dentro de la casa, al menos durante un tiempo. Por qu? Quiz volviendo al comienzo se pueda sugerir una respuesta. Jos Mara Jover deca en su entrevista con Antonio Morales que la guerra civil, los aspectos polticos, internacionales, ticos y humanos de la guerra civil, fueron los que, al conmoverle profundamente, le empujaron hacia el estudio de las humanidades y de la historia. Ahora bien, y como l mismo deca en marzo de 1975, la historia se escribe en una sociedad determinada; no hay historiografa que se sustraiga, directa o indirectamente, a los condicionamientos de un presente que acta sobre cada escuela y sobre cada historiador. En el ltimo prrafo, y ms an, en la ltima frase de la pieza escrita para ser leda en abril de 1951, emerge uno de esos condicionamientos, una razn catlica de la catstrofe; una razn catlica no del tipo de la excluyente y liquidadora de los vencidos propia del grupo de Arbor, sino del creyente que atiende a todas las conciencias en lucha y seala la parte que a

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cada cual corresponde en el origen de la violencia. Con esto, se adelanta tambin Jover a su tiempo, al menos quince aos, cuando avanzada la dcada de 1960 un sector del mundo catlico impuls una poltica de dilogo y encuentro con los vencidos o sus herederos. Si no temiera caer en un anacronismo, dira que en ese abrupto final late lo que aos despus se llamar poltica de reconciliacin. Dicho esto, tambin hay que reconocer que esa coda final de Jover no afecta al contenido de lo que acabamos de leer aunque pretenda arrojar una luz retrospectiva, o sea, aunque pueda inducir al lector de hoy a considerar toda la reconstruccin del proceso anterior como la clave explicativa, como la razn ltima, de lo que le llev a ser historiador, la comprensin de cmo pudo ser posible aquella catstrofe: En unos [los grupos obreros], angustia y sed de poder; en otros [los grupos burgueses] temor por la seguridad de su mundo: la violencia fue in crescendo, conducindonos, media centuria ms tarde, a la guerra civil. Este salto en el vaco o, ms bien, esta concepcin de la historia en grandes arcadas, no es el resultado lgico, no es el desenlace exigido por la narracin que se acaba de leer. Ese salto no viene de la investigacin realizada en torno a la aparicin y formacin de esas conciencias obrera y burguesa con esa magistral imbricacin de pasiones, creencias, valores, lugares de trabajo y de sociabilidad, colores, sentimientos, esperanzas y frustraciones de obreros y burgueses. Es una conclusin excesiva o, ms exactamente, de un orden que nada tiene que ver con lo anterior, que no es su resultado, que implica una quiebro en el discurso o en el relato del historiador. Es una conclusin, en fin, que responde a una experiencia de la guerra civil que, por su magnitud, vivi aquel joven catlico como una catstrofe ms adelante, dir: como una quiebra de civilizacin- y que, por tanto, exiga una explicacin trascendente, como planeando sobre el proceso histrico. Algo haba ocurrido en las profundidades de Espaa para que tanta destruccin hubiera sido posible. Las explicaciones recibidas no le satisficieron y sali en busca de otra: la formacin y consolidacin de unas conciencias de clase que, por un abandono de espritu cristiano, empujaron a obreros y burgueses a una violencia que desemboc finalmente en guerra. Pero en el camino recorrido hasta saltar a ese inesperado final, el historiador que ya era Jos Mara Jover en 1951, historiador primero de las

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ideas de una generacin con el propsito de encontrar en la Alta Edad Moderna el origen de un desvo de la historia de Espaa, e historiador luego de unas conciencias de clase con el propsito de encontrar en el siglo XIX la razn ltima de su catastrfico final, ha abierto una ventana que acabar por renovar todo el aire de la casa. Salir de una casa habitada, confortablemente amueblada, en la que se ha formado la primera visin del mundo que nos rodea, en la que se han escuchado las voces del pasado y se han soado otros futuros, es una conquista que no se logra de una vez; es como la historia misma, un proceso. Y en abril de 1951, en el Ateneo de Madrid, hablando del siglo XIX, de burgueses y de proletarios, ante una audiencia dominada por una visin catlica del pasado, Jover acababa de dar un paso sin vuelta atrs en ese proceso: escribir historia de lo que la gente siente, imagina, proyecta, hace, en la casa, el despacho, la fbrica, el club, la asociacin, la calle; una manera de historia que finalmente ha mostrado tanto a ms vigor y capacidad de comprensin del pasado que aquella otra historia econmica y social que por los mismos aos comenzaba a establecer una hegemona de no tan larga duracin.

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