Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 510
LAS RELACIONES HUMANAS
Psicologa social terica
y aplicada Coiiccix Psicoioca Uxiviisioao Bajo la direccin del Profesor Roberto Colom Universidad Autnoma de Madrid Anastasio Ovejero Bernal LAS RELACIONES HUMANAS Psicologa social terica y aplicada BIBLIOTECA NUEVA Cubierta: A. Imbert SEGUNDA REIMPRESIN, octubre 2007 Anastasio Ovejero Bernal, 1998, 2007 Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 1998, 2007 Almagro, 38 28010 Madrid www.bibliotecanueva.es [email protected] ISBN: 978-84-7030-565-8 Depsito Legal: M-46.580-2007 Impreso en Rgar, S. A. Impreso en Espaa - Printed in Spain Queda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley, cualquier forma de reproduccin, distribucin, co- municacin pblica y transformacin de esta obra sin contar con la autorizacin de los titulares de pro- piedad intelectual. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Cdigo Penal). El Centro Espaol de Derechos Reprogrficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. ndice Ixrioouccix ..................................................................................................... 11 Piixiia Pairi PROCESOS PSICOSOCIALES BSICOS Cairuio iiixiio. Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social ............................................................................... 19 Cairuio II. Cmo interpretamos la conducta social: las atribuciones causales y sus sesgos ............................................................. 41 Cairuio III. Las relaciones humanas como intercambio ........................ 55 Cairuio IV. Procesos de comunicacin interpersonal ............................ 63 Cairuio V. La atraccin interpersonal ................................................... 77 Cairuio VI. Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa ....... 87 Cairuio VII. La conducta agresiva o antisocial ........................................ 109 Cairuio VIII. La conducta altruista o pro social ....................................... 133 Sicuxoa Pairi INFLUENCIA SOCIAL Y ACTITUDES Cairuio IX. Procesos de influencia social: la normalizacin .................. 151 Cairuio X. Conformismo y obediencia a la autoridad .......................... 163 Cairuio XI. La influencia de las minoras activas ................................... 181 Cairuio XII. Las actitudes ......................................................................... 191 Cairuio XIII.Cambio de actitudes y persuasin ....................................... 205 Cairuio XIV. Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia ....... 235 Cairuio XV. Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer ......... 251 Tiiciia Pairi INTRODUCCIN A LA PSICOLOGA COLECTIVA Y GRUPAL Cairuio XVI. Psicologa social de los grupos: conceptos bsicos ....... 267 Cairuio XVII. Psicologa del comportamiento colectivo: nociones bsicas ............................................................................. 279 Cuaira Pairi PSICOLOGA SOCIAL APLICADA Cairuio XVIII. Psicologa social aplicada: concepciones tericas y as- pectos metodolgicos ..................................................... 291 Cairuio XIX. Psicologa social de la educacin ................................... 301 Cairuio XX. Psicologa social de las organizaciones y del trabajo ..... 311 Cairuio XXI. Psicologa poltica ........................................................... 323 Cairuio XXII. Psicologa social jurdica ................................................ 329 Cairuio XXIII. Psicologa social de la salud ........................................... 377 Cairuio XXIV. Ambiente fsico y conducta social: psicologa ambiental y ecologa ......................................................................... 345 Cairuio XXV. Otras aplicaciones psicosociales ..................................... 355 Quixra Pairi ASPECTOS HISTRICOS, TERICOS Y METODOLGICOS DE LA PSICOLOGA SOCIAL Cairuio XXVI. La construccin histrica de la psicologa social .......... 363 Cairuio XXVII. Modernidad y psicologa social: orientaciones psicolgi- cas y sociolgicas ............................................................ 387 CairuioXXVIII. El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: La psicologa social posmoderna ......................................... 403 Cairuio XXIX. El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar en psicologa social .............................................................. 427 Cairuio XXX. Conclusin: qu es la psicologa social? ...................... 445 Biniiociaia ....................................................................................................... 455 8 Anastasio Ovejero Bernal A Marian This page intentionally left blank Introduccin Cada vez es mayor la distancia que separa nuestros conocimientos sobre el mundo fsico y material, exterior a nosotros, y nuestros conocimientos sobre nosotros mismos y sobre nuestras relaciones interpersonales. As, mientras que los avances en la carrera espacial son realmente sorprenden- tes, habiendo llegado el hombre a la luna hace ya muchos aos, o mientras que los avances en la ingeniera gentica, armamentos, ciruga mdica, etc., son francamente pasmosos, sin embargo, nuestros conocimientos de nos- otros mismos y de nuestras relaciones interpersonales no son muy superiores a los que posean los griegos. De hecho, todava tenemos mucho que aprender de libros escritos hace 2.500 aos como la Poltica y, sobre todo, la Retrica de Aristteles. Deca Teilhard de Chardin (1965, pg. 199) que el hombre es el ms misterioso y desconcertante de los objetos descubier- tos por la ciencia. De ah la enorme dificultad de su estudio. Pues bien, la psicologa social es una de las disciplinas que contribuyen, dentro de su campo y de sus posibilidades, a hacer al hombre y su mundo menos miste- rioso y menos desconcertante. Es ms, en este campo hemos avanzado poco no slo en la teora sino que casi no hemos avanzado nada en la prc- tica. As, la mayora de las personas tenemos importantes y graves proble- mas en nuestras relaciones con nuestra pareja, con nuestros hijos o padres, con nuestros vecinos, con nuestros compaeros de trabajo, etc. Por no poner sino un solo ejemplo, el principal problema a que tienen que enfren- tarse la mayora de los trabajadores no es tanto el horario o las dificultades de la tarea o el cansancio, sino las relaciones con sus compaeros o con sus jefes. Pues bien, la disciplina que tiene como objeto de estudio las relacio- nes interpersonales es la psicologa social, disciplina de la que existen, incluso en castellano, muchos manuales de psicologa social. Por qu publicar uno ms? Qu razones lo justifican? Estas razones coinciden con los tres objetivos que me gustara conseguir en este libro: a) mostrar mi propia perspectiva de lo que es y ha sido la psicologa social, que, evidentemente, no coincide, ni tiene por qu coincidir, con otros manuales publicados; b) escribir un libro ameno, dado que la amenidad es una de las principales condiciones bsicas para encandilar al lector, sobre todo si son los alumnos, y, por consiguiente, para motivarlos a leer o estu- diar estas pginas; y c) finalmente, deseara que la amenidad no fuera en absoluto impedimento ni excusa para no hacer un libro de la suficiente calidad acadmica y cientfica como exige un texto universitario. En defini- tiva, pretendo alcanzar el no fcil objetivo de elaborar un libro adecuado cientfica y acadmicamente, como instrumento til para la docencia uni- versitaria, y a la vez ameno para los estudiantes e interesante incluso para el pblico en general, dado que los temas aqu tratados, todos ellos dirigi- dos a entender las relaciones interpersonales, interesan a todo el mundo. Pero, qu es la psicologa social? No es tan sencillo responder a esta aparentemente fcil pregunta. Ante todo digamos que es una disciplina fronteriza. En consecuencia, y dado su carcter fronterizo, el enfoque sociopsicolgico es tremendamente til no slo para los psiclogos sino tambin para socilogos, antroplogos, etc., ya que pretende echar luz sobre la influencia de las fuerzas sociales en las vidas de los individuos, as como ayudarnos a entender aquellos problemas de la humanidad que tie- nen un origen social, as como su incidencia en la vida cotidiana. En esta lnea, estoy plenamente convencido de que un buen manual de psicologa social no slo debe ensear los conceptos bsicos de nuestra disciplina sino tambin mostrar cmo operan esos conceptos en la vida cotidiana, como he intentado hacer en este libro. En todo caso, estudiar psicologa social y aplicarla a problemas reales es lo que, de alguna manera, hacemos todos a nivel intuitivo, comportndo- nos como autnticos psiclogos sociales amateurs: por ejemplo, conti- nuamente interactuamos con otras personas y analizamos su comporta- miento as como el nuestro propio, preguntndonos, por qu acto de esta manera? qu vio en ella para enamorarse de tal manera?, etc. Pero tales preguntas los psiclogos sociales se las hacen de forma sistemtica y buscando respuestas, ocupndose de temas como los siguientes: por qu la gente se comporta violentamente en los estadios de deporte; por qu las modas son tan influyentes; cmo se forman los estereotipos y cmo surgen los prejuicios raciales; a travs de qu procedimientos la publicidad y la propaganda ejercen su enorme poder de influencia; cules son los efectos de la televisin sobre la formacin de nios/as y adolescentes; por qu se divorcia la gente, cmo es posible que la gente sea tan agresiva en ciertas situaciones, etc. Tambin se van a ocupar de aplicar sus conocimientos a solucionar y prevenir problemas sociales reales en los campos educativos, sanitario, laboral, judicial, etc. En resumidas cuentas, la funcin de la psi- cologa social es, de entrada, doble: por una parte, aumentar nuestros conocimientos sobre la naturaleza humana y el comportamiento de hom- bres y mujeres, y por otra, ayudar a la mejora de la calidad de vida. Y es que el ser humano es, ante todo, un ser social, que ama, odia, se relaciona con los dems, etc. En consecuencia, en este libro estudiaremos temas 12 Anastasio Ovejero Bernal como la formacin de impresiones, el conformismo, el cambio de actitudes, la atraccin interpersonal, la conducta agresiva, el comportamiento altruista, etc., es decir, los problemas psicosociales relacionados con la con- ducta social de la gente y sus relaciones interpersonales. En consonancia con lo anterior, la psicologa social debera ocuparse de temas tan amplios como la construccin del yo, las relaciones interper- sonales, la ideologa, la comunicacin, las relaciones intergrupales, el com- portamiento colectivo, etc., de tal forma que sus aplicaciones se dirigen a prcticamente todo el campo social: educacin, salud, prejuicios y racismo, violencia, rumores, conflictos intergrupales, conducta laboral, relaciones internacionales, etc. Evidentemente, un manual de estas carac- tersticas, dirigido primordialmente a mis alumnos de psicologa, no lo puede abarcar todo, aunque s intentar abarcar lo mximo posible, siem- pre con el propsito de dar una visin coherente de la disciplina, cosa nada fcil dada la enorme heterogeneidad de posturas y teoras, y de pro- porcionar esa visin coherente desde una posicin abiertamente crtica, puesto que, a mi modo de ver, la psicologa, tal vez ms an que cualquier otra disciplina, o es crtica o sirve como apoyo del estado de cosas esta- blecido, al servicio de los poderosos en los diferentes mbitos (poltico, econmico y, sobre todo, ideolgico). Y, evidentemente, todo ello por fuerza exige, a mi modo de ver, un enfoque eminentemente ambientalista, sin el riesgo de caer en posiciones innatistas o genetistas, que tan en boga estn hoy da en ciertos mbitos y que tan peligrosas terminan siendo para la construccin de una psicologa emancipadora. As, por ejemplo, frente a las tesis exageradamente innatistas mantenidas por Gazzaniga (1993) en un libro titulado paradjicamente El cerebro social, el psiquiatra Rojas Marcos (1997) insiste en el enorme poder de las palabras para desarrollar el cerebro y la aptitud para aprender durante el primer ao de la vida de los bebs, al afirmar que investigaciones recientes demuestran que hablar regularmente a los bebs durante el primer ao de vida tiene un profundo efecto positivo en el desarrollo de su cerebro y de su aptitud para apren- der. El nmero de palabras dirigidas a las criaturas al da constituye el estmulo ms poderoso para agudizar la inteligencia y avivar la capacidad de razonar, de resolver problemas y de relacionarse con los dems... Mien- tras que los genes gobiernan el desarrollo del cerebro humano antes de nacer, una vez que venimos al mundo son los mensajes del ambiente los que dominan este proceso. El flujo constante de imgenes, de sonidos, de olores, de caricias, y sobre todo de palabras acompaadas de contacto visual y de emocin, es lo que impulsa y determina la organizacin de la mente del pequeo. Y es que ms que un ser biolgico, que sin duda tambin lo es, el ser humano es esencialmente un ser social, un ser relacio- nal, dado que son las relaciones sociales y principalmente la comunicacin significativa, sobre todo la verbal, lo que con ms propiedad le constituye en lo que es. En consecuencia, este libro se ha intentado escribir desde una perspec- tiva emancipadora, para lo cual ha pretendido tomar, aunque de una forma Introduccin 13 bastante limitada, algunos de los poderosos instrumentos de crtica que nos proporciona el pensamiento posmoderno radical. En esta lnea, me gustara comenzar haciendo una crtica al pensamiento ilustrado, del que an esta- mos bebiendo hoy da en el mundo occidental. En concreto, si hoy da, 1998, los ilustrados del siglo xviii levantaran la cabeza, se volveran rpidamente a sus tumbas, asustados. Ellos crean en el progreso, y crean tambin que el progreso tecnolgico se vera acompaado por el progreso social y humano. En resumidas cuentas, los ilustrados crean que la RAZN y dos de sus ms tangibles consecuencias, la educacin y la cien- cia, conllevaban el progreso tecnolgico y, con l, el progreso social, moral y humano, de tal forma que a medida que se fuera generalizando la educa- cin y extendiendo la ciencia, los seres humanos seran ms altruistas, ms solidarios, menos egostas, menos agresivos y violentos, etc. Pero no fue as! Por el contrario, el siglo xx, que ha visto la llegada del hombre a la luna y la generalizacin de la enseanza hasta los 16 18 aos en todos los pases occidentales, que en cada hogar en esos pases existe un aparato de telfono, otro de televisin, un ordenador, etc., ese siglo xx ha contemplado tambin las mayores atrocidades de la historia (Revolucin Rusa y subsi- guiente Guerra Civil, I Guerra Mundial, Guerra Civil Espaola, II Guerra Mundial, las matanzas por parte de los nazis de judos, progresistas, gitanos y homosexuales, purgas stalinistas, guerra de la ex Yugoslavia, etc.) con un total de ms de cien millones de muertos, slo en Europa, en esta Europa culta, ilustrada y empapada de progreso cientfico y tecnolgico. Cmo ha sido posible todo ello? Ante todo porque los ilustrados esta- ban equivocados. El aumento de nuestros conocimientos sobre el mundo fsico no supone en absoluto avance paralelo en nuestros conocimiento de nosotros mismos y menos an en la mejora del gnero humano. Si acaso, al revs: la razn instrumental ha empobrecido moralmente al hombre. Ade- ms, la propia psicologa ha seguido, a mi modo de ver, un derrotero equi- vocado, caracterizado por, al menos, estos dos tipos de errores: ha conside- rado al ser humano como un ser individual y le ha considerado tambin como un ser racional. Y sin embargo, el ser humano no es ninguna de las dos cosas: no es un ser individual sino, ms bien, un ser social, relacional (vase Gergen, 1992a; 1996). Y ms que racionales, somos seres emociona- les, pasionales. En todo caso, nuestra conducta, y esto no ha sido tenido en cuenta casi nunca, con frecuencia se debe ms a factores externos a nos- otros mismos que a factores intrnsecos a nosotros, es decir, nuestra con- ducta depende en ocasiones ms de variables externas que de variables internas o de personalidad: como veremos ms adelante, personas con dife- rentes tipos de personalidad se comportan de forma idntica en situaciones similares. Y eso es lo que explica que haya habido tantos muertos en este siglo xx: no es que seamos ms agresivos y violentos que en pocas pasa- das, aunque probablemente tampoco seamos menos. Lo que ocurre es que no es necesario ser violentos y agresivos para matar: basta con ser obe- dientes y sumisos. La mayora de esos cien millones de muertos de que hablbamos han sido producidos por personas obedientes en situaciones 14 Anastasio Ovejero Bernal muy concretas, sobre todo en condiciones de anonimato y desindividuali- zacin, casi siempre en grupo. Y es que el elevado concepto de hombre que tenan los clsicos y que fue recogido por los renacentistas ha recibido cinco serios reveses: 1) El primero se lo dio Galileo cuando mostr que la tierra era un mero satlite del sol y no al contrario, de tal forma que era la tierra la que daba vueltas alrededor del sol y no el sol alrededor de la tierra. La tierra no era en abso- luto el centro del universo. Hoy da nos parece algo natural mantener esta tesis, pero en su da no lo era, de tal forma que casi le cost la hoguera a Galileo y Giordano Bruno fue quemado vivo por defenderla; 2) Posterior- mente, ya en el siglo xix, Darwin le proporcion un nuevo revs al colocar al hombre en su sitio en la escala filogentica: somos una especie animal ms, eso s, la ms evolucionada y racional, pero, al fin y al cabo, un ani- mal ms. Tambin cost mucho aceptar la teora de Darwin, que estuvo prohibida por la Iglesia durante mucho tiempo; 3) Ya en el siglo xx Freud le propin el tercero al poner de relieve que ni siquiera somos animales tan racionales como creamos. Por el contrario, gran parte del comportamiento humano est determinado por fuerzas irracionales; 4) El cuarto proviene de la psicologa social cientfica de las ltimas dcadas, cuyos resultados estn demostrando repetidamente la fuerza del ambiente, particularmente del ambiente social (grupo, organizacin, etc.), a la hora de determinar la con- ducta humana: ni siquiera son internas las variables que explican nuestro comportamiento, sino que, con frecuencia, son externas, ambientales, como mostraron los estudios que veremos con cierto detenimiento de Milgram, Zimbardo o Darley y Latan; y 5) Finalmente, en los ltimos aos el pen- samiento posmoderno est terminando con las ideas ilustradas de razn, de ciencia, de sujeto y de progreso. As, como mostr Kuhn (1990) el conoci- miento cientfico es ms un hecho social que de otro tipo, que obedece ms a los intereses y las relaciones de las personas que lo construyen que a razones epistemolgicas. En cuanto a la falacia del concepto tradicional de ciencia vase el reciente libro de Di Trocchio (1995) que lleva el explcito ttulo de Las mentiras de la ciencia: Por qu y cmo engaan los cientficos? El concepto de progreso es una clara falacia, como se constat en el holo- causto o en Hiroshima, o como se est viendo ahora mismo en la ex URSS, donde, en ciertos mbitos, se estn alcanzando en 1997 tasas de mortalidad superiores incluso a las de hace un siglo bajo el imperio zarista. Esta idea de progreso es fulminantemente destruida por noticias como la que apare- ca recientemente (El Pas, 17 de mayo de 1997), segn la cual 400 varones que padecan sfilis fueron incluidos a partir de 1932, y durante las cuatro dcadas siguientes!, en un programa de investigacin sobre esa enfermedad del Servicio Pblico de Salud del Gobierno Federal de los Estados Unidos. Pero el objetivo del programa no era curarlos sino utilizarlos como coneji- llos de indias con la nica intencin de seguir su evolucin fsica y mental, de forma que incluso cuando se generaliz el uso de la penicilina, a partir de 1947, siguieron sin tratamiento. Nunca intentaron curarlos ni siquiera aliviar sus dolores. Los investigadores federales llegaron al extremo de Introduccin 15 prohibir a los mdicos y farmacuticos locales que facilitaran todo tipo de antibiticos a los pacientes. Y todo ello ocurri en un pas occidental, culto y democrtico. El Servicio Pblico de Salud no puso fin a su experimento hasta el 25 de julio de 1972, y slo cuando los medios de comunicacin norteamericanos difundieron escandalizados su existencia. Claro! Eran negros, pobres y adems tenan la vergonzosa sfilis. Por consiguiente, debemos ser realistas y conocer mejor las limitaciones de los seres humanos. Debemos conocer bien cun fcil se nos maneja en grupo, sobre todo en grupos grandes o masas (vase Ovejero, 1997a), cmo nuestra conducta es influida por las variables del ambiente fsico, etc. Y un buen conocimiento de nosotros mismos y de nuestras limitaciones, sin ingenuidades y falsos optimismos, nos permitir mejorar nuestra conducta y nuestras relaciones interpersonales. Por ejemplo, nos ser muy til cono- cer cmo se forman las primeras impresiones y cun difcil resulta el cam- biarlas, as como su tremenda influencia en las expectativas interpersonales que hacemos as como el fuerte determinismo de estas expectativas en nuestra conducta interpersonal. ste es el objetivo de este libro, para el que hemos escrito 30 captulos distribuidos en cinco partes: La primera (procesos psicosociales bsicos) consta de ocho captulos que nos permitirn entender mejor los procesos de interaccin social como la percepcin social, la comunicacin interpersonal, la atraccin, la conducta amorosa, la agresiva o la altruista. La segunda (influencia social y actitudes) consta de siete captulos que analizan los procesos de influencia social, las actitudes, los estereotipos y los prejuicios). La tercera, que es una intro- duccin a la psicologa colectiva y grupal, consta de slo dos captulos sobre la conducta grupal y colectiva, respectivamente). La cuarta parte (psi- cologa social aplicada) incluye otros ocho captulos que se centran en los principales mbitos de aplicacin de nuestra disciplina como el educativo, el laboral, el jurdico, el poltico, el sanitario y otros. Por ltimo, la quinta seccin se compone de cinco captulos que analizan los aspectos histricos, tericos, metodolgicos y epistemolgicos de la disciplina. No quisiera terminar estas pginas de presentacin sin reconocer pbli- camente que este libro jams se hubiera escrito sin el trabajo de docenas de psiclogos sociales que trabajan en diferentes campos en las Universidades espaoles y en las de otros pases, trabajo que he utilizado para elaborar los captulos que constituyen este texto. Como siempre ocurre en cualquier ciencia o disciplina, nuestro trabajo intenta siempre subirse a los hombros de otros investigadores para aumentar la altura de la atalaya desde la que contemplar, en este caso, el campo psicosocial. Pues bien, cuanto ms alta es la cima desde la que miramos, ms largo ser probablemente el hori- zonte que alcancemos. Gracias a todos aquellos cuyo trabajo ha hecho posible este libro. 16 Anastasio Ovejero Bernal Piixiia Pairi PROCESOS PSICOSOCIALES BSICOS This page intentionally left blank Cairuio Piixiio Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social Ixrioouccix Algo tan central en psicologa social como son las relaciones interperso- nales dependen en gran medida de la percepcin social: nos comportamos con los dems segn les percibamos. A veces ocurre incluso que nos hace- mos una primera impresin, positiva o negativa, de alguien a quien ni siquiera conocemos. Pues bien, ello influye fuertemente en cmo nos com- portamos con l. De ah la enorme importancia que para la conducta social tendr la percepcin de personas y la formacin de impresiones. Como escriben Perlman y Cozby (1985, pg. 149), los procesos bsicos para saber cmo llegamos a conocer a otras personas e interactuar con ellas son un aspecto clave en la comprensin de todas las relaciones sociales, pues tratamos a los dems no tal y como son realmente, sino tal y como los per- cibimos (Jones, 1990). Ahora bien, la percepcin comprende esencialmente dos procesos: 1) La recopilacin de los datos estmulo y su recodificacin para reducir su complejidad y facilitar su almacenamiento y recuperacin en la memoria; y 2) El intento de ir ms all de los datos recopilados, con la finalidad de predecir acontecimientos y conductas futuras y evitar as reducir la sorpresa y la incertidumbre. Un caso extremo sera el de alguien que creyera que el color de los ojos refleja un tipo de personalidad: le bastara ver los ojos de alguien para deducir el tipo de persona que es y predecir as muchos de sus comportamientos futuros. Otra cosa bien dife- rente es hasta qu punto acertamos o no con nuestras inferencias. Ahora bien, cmo hacemos esas inferencias? Cmo nos hacemos una impresin de los dems? Responder a estas y otras preguntas, con ellas relacionada es el objetivo de este captulo. Piiciicix sociai: oiiixicix Entendemos por percepcin social el proceso por el que llegamos a conocer y pensar a las otras personas, sus caractersticas, cualidades y esta- dos internos. La percepcin social es, pues, un proceso por el que una per- sona crea un mundo perceptual coherente, a partir de una serie de estmu- los fsicos caticos, y, al igual que la percepcin de objetos fsicos, la percepcin de personas, se caracteriza por estos rasgos: 1) Activa: incluso desde un punto de vista fisiolgico, la percepcin social es un proceso activo; 2) Selectiva: de la gran cantidad de estmulos caticos que nos lle- gan de una forma tambin catica, seleccionamos aquellos que nos intere- san, a travs de una doble selectividad, la que imponen nuestros propios filtros perceptivos (slo conocemos aquello que puede pasar por nuestros sentidos) y la que depende de nuestra atencin (slo nos fijamos en aque- llo que nos interesa); 3) Inferencial: porque a partir de unos datos fsicos inferimos conclusiones no fsicas (emociones, etc.); 4) Estructurante: todo lo que captamos lo estructuramos a nuestra manera, categorizando a las personas como pertenecientes a grupos; y 5) Estable: necesitamos percibir a las dems personas como estables. Es decir, que la percepcin, tanto la social como la no social, exige la plena participacin activa del percibidor, influyendo sobre ella las necesidades corporales y sociales, las variables de recompensa y castigo, el sistema de valores del perceptor, sus caractersti- cas de personalidad, etc. Sin embargo, a pesar de que, como estamos viendo, existen muchas similitudes entre la percepcin de objetos fsicos y la percepcin de perso- nas, existen tambin algunas importantes diferencias entre ambos tipos de percepcin (Fiske y Taylor, 1991): 1) Las personas son percibidas como agentes causales y los objetos no, o dicho de otra forma, los seres humanos tenemos intenciones de con- trol sobre el medio que nos rodea, lo que explica por qu el factor engao tiene una importancia crucial en la percepcin de personas, mientras que es prcticamente irrelevante en la percepcin de objetos fsi- cos. El perceptor sabe que los objetivos y deseos de la persona percibida influyen en la informacin que presenta de s misma, lo que unido a la ambigedad que tiene gran parte de la informacin, hace que el perceptor se implique en un proceso activo, intentando descubrir cmo la persona percibida realmente es, o cules son sus verdaderas intenciones. 2) Las otras personas son semejantes a nosotros, lo que nos permite realizar una serie de inferencias que no podemos realizar en el caso de los objetos. As, todos tenemos una idea de cmo se siente una persona cuando est triste, cuando le suspenden un examen o cuando le dan una buena noticia, porque nosotros hemos vivido experiencias similares, cosa que no ocurre cuando percibimos objetos fsicos. 3) La percepcin de personas suele darse en interacciones que poseen 20 Anastasio Ovejero Bernal un carcter dinmico. Generalmente, cuando percibimos a otra persona estamos siendo tambin percibidos por ella. Nuestra mera presencia, el hecho de sentirnos observados o el contexto, pueden hacer que la otra per- sona maneje la impresin que quiera causarnos, presentando o enfatizando ciertas caractersticas y omitiendo otras. Adems, las expectativas o percep- ciones respecto a la persona que percibimos influyen en nuestra conducta hacia ella; esta conducta, a su vez, puede influir en la respuesta que la per- sona percibida, emita, cerrando de esta manera una especie de crculo vicioso. Un estudio interesante que muestra esto es el de Snyder y colabo- radores (1977) en el que sus sujetos, estudiantes varones, tenan que hablar por telfono con una chica atractiva con el fin de conocer algo acerca de ella (el atractivo de la chica vena indicado por una fotografa); a otros estudiantes les pidieron lo mismo, slo que en este caso la chica era mucho menos atractiva. Pues bien, encontraron que los chicos que crean que esta- ban hablando con chicas atractivas se mostraban ms sociables, extraverti- dos y afectuosos que aquellos que crean que lo hacan con chicas poco atractivas. Ms interesante an fue el resultado que mostraba en las chicas el mismo patrn de respuesta, es decir, aquellas que hablaban con chicos que crean que ellas eran atractivas se mostraban ms sociables, afectuosas y extravertidas. De esta manera, los chicos que hablaban con chicas supuestamente atractivas y simpticas acababan hablando con chicas que se comportaban realmente as, confirmndose de esta manera sus preconcep- ciones iniciales. Poi qui xicisiraxos uaciixos uxa ixiiisix oi ios oixas? La percepcin de las personas es un proceso claramente al servicio de nuestras interacciones, es decir, las personas percibimos a los dems para maximizar los efectos de nuestra interaccin con ellas (Fiske, 1992), por lo que nuestra percepcin persigue diferentes objetivos que se suelen clasifi- car en dos grupos (Fiske, 1992, 1993; Hilton y Darley, 1991): 1) Hacer un diagnstico o evaluacin de la persona percibida: en este caso la meta de la interaccin consiste en que la percepcin sea lo ms correcta posible, lo que es importante en una infinidad de situaciones coti- dianas. Por ejemplo, cuando alguien es entrevistado para un trabajo. En estas situaciones las personas por lo general ponderan todas las posibilida- des con gran cuidado, intentan mirar a la persona desde diferentes pers- pectivas, estn abiertas a tanta nueva informacin como les sea posible y se preocupan por llegar a una impresin correcta. Cuatro factores facilitan el que se d esta situacin: a) Dependencia de resultados: cuando lo que se obtiene de la interaccin social depende, de alguna manera, de la persona percibida, entonces la motivacin para percibirla correctamente es alta. Esto ocurre tanto cuando la dependencia es positiva (por ejemplo, si el otro tiene xito, nosotros lo tendremos, y si el otro fracasa, nosotros fraca- Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 21 saremos) como cuando es negativa (por ejemplo, si yo gano, el otro pierde, y viceversa). En estas circunstancias, las personas se preocupan por perci- bir correctamente a los dems porque quieren predecir e incluso controlar sus propios resultados, para lo que necesitan predecir y tal vez incluso influir sobre los resultados de los dems; b) Estatus subordinado: tener una posicin subordinada en relacin con la otra persona (por ejemplo, alumno-profesor, hijo-padre, etc.) significa que nuestros beneficios depen- den de la otra persona en mayor medida que los suyos de nosotros. Quie- nes se encuentran en esta situacin de inferioridad estarn ms atentos a cmo son quienes se encuentran en la de superioridad que al revs (Snod- grass, 1992); c) Estigma: como mostr Goffman, tener un estima (por ejem- plo, padecer el sida, ser ciego, etc.) significa poseer un atributo socialmente desacreditador. Las investigaciones han mostrado que ser una persona estigmatizada influye tambin en cmo percibe y en cmo es percibida. Cuando se trata de un estigma no visible (por ejemplo, haber sufrido una violacin), quienes lo padecen suelen ser especialmente sensibles en sus percepciones. Sin embargo, cuando se trata de un estigma claramente visi- ble (por ejemplo, ser cojo), quienes lo padecen no se muestran muy acerta- dos en sus percepciones, a causa probablemente de que este tipo de perso- nas suelen estar demasiado preocupadas por el manejo de la situacin y de cmo se presentan en ella como para estar atentas a una percepcin ade- cuada. Ahora bien, estos factores motivan tanto a hacerse una impresin acertada que con frecuencia llevan a errores de percepcin; y d) Sentirse responsable de la impresin formada: no slo nuestra dependencia respecto a las personas con quienes interactuamos favorece que nos esforcemos por formarnos una correcta impresin, sino que tambin esto ocurre cuando tenemos que dar cuenta ante terceras personas de la impresin que nos for- mamos (Tetlock, 1991). 2) Actuar: en este caso el perceptor persigue algn objetivo especfico, y la percepcin de las personas presentes en la interaccin tiene slo una relacin incidental con este objetivo. En estos casos, como subrayan Mora- les y Moya (1996), la gente no se preocupa por obtener una representacin lo ms correcta posible de la otra persona con quien interacta. Por ejem- plo, cuando se va a comer a un restaurante lo ms probable es que se tenga que interactuar con un camarero, pero uno no suele estar interesado en ave- riguar cmo es realmente ese camarero. En estas situaciones solemos estar muy ocupados en otras metas ms concretas (examinar la carta y los precios, etc.) poco relacionadas con la formacin de impresiones. Este tipo de situa- ciones tiene lugar con mayor frecuencia que las situaciones de diagnstico en la vida cotidiana y presentan, igualmente, una mayor variabilidad. En todo caso, podramos preguntarnos cmo es posible predecir la conducta de una persona sin hacernos una idea, aunque mnima, de cmo es esa persona. Esta situacin es posible principalmente por dos razones (Hilton y Darley, 1991): la primera consiste en que en muchas de las situa- ciones en las que cotidianamente nos encontramos existen unas normas 22 Anastasio Ovejero Bernal reguladoras de la conducta lo suficientemente claras y precisas como para no tener que preocuparnos de averiguar cmo son las otras personas que estn en la situacin en orden a predecir su conducta. As, cuando acudi- mos a un restaurante podemos predecir con un alto grado de precisin que, sea quien sea el camarero, nos traer una carta, anotar nuestro pedido, lo servir y nos presentar la factura. De la misma forma, los cama- reros pueden predecir bastante bien cmo se comportarn los clientes sin necesidad de estudiar su personalidad. La segunda razn estriba en que muchas de las situaciones sociales son en gran medida un proceso de nego- ciacin y de influencia mutua. Imaginemos, con Morales y Moya, el caso de un profesor a quien le gusta que sus ayudantes sean pulcros y muy cuida- dosos en su trabajo: a la hora de seleccionar estos ayudantes obviamente diagnosticara si los candidatos parecen ajustarse al tipo de colaborador que l desea. Pero tambin es muy posible que pueda ahorrarse ese tra- bajo: el profesor puede haber transmitido, de forma directa o indirecta, a los aspirantes cul es su tipo de ayudante ideal, con lo que si stos real- mente desean el puesto posiblemente se presenten a la entrevista vestidos con pulcritud y alardeando de su afn de meticulosidad. Cxo xos uacixos uxa ixiiisix? Como nos recuerdan Morales y Moya (1996, pg. 76), tradicionalmente en psicologa social se han estudiado dos grandes temas en la percepcin de personas: a) La exactitud en la percepcin, o ms concretamente, qu caractersticas tenan los buenos perceptores, tema que en los aos 50 fue abandonado como consecuencia principalmente de la demoledora crtica metodolgica realizada por Cronbach y porque no se logr mostrar cules eran las caractersticas de los buenos perceptores ni tan siquiera si haba buenos perceptores; b) La segunda lnea de investigacin fue la formacin de impresiones, que vino a reemplazar a la anterior, y que intentaba estu- diar cmo los individuos utilizan la diferente informacin que reciben de una persona estmulo determinada para formarse una impresin relativa- mente coherente y unitaria de ella. La formacin de impresiones no es sino una parte de la llamada cognicin social, que es el proceso de recoger informacin sobre las otras personas, organizarla e interpretarla. La cogni- cin social implica, entre otras cosas, formarse impresiones de los otros, buscar las causas de su conducta y recordar cosas sobre las otras personas. As pues, cmo nos hacemos una impresin de los dems? Solomon Asch fue el primero en dar una respuesta coherente a este interrogante, sugiriendo dos modelos posibles: a) Modelo aditivo: segn este modelo, dada una serie de datos est- mulo, la impresin final no ser sino la suma de tales datos, de las impre- siones parciales. Pero este modelo plantea un serio problema: cmo resol- ver e integrar la informacin contradictoria? Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 23 b) Modelo gestaltista: los diferentes datos estmulos que recibe el indi- viduo son organizados formando un todo, de forma que cualquier infor- macin que le llega es asimilada en funcin de la informacin que ya tiene: el sujeto organiza en un todo todos los rasgos, influyendo cada uno de ellos en todos los dems, de tal forma que la impresin final ser una dinmica no fcilmente predecible. La ventaja de este modelo, evidentemente el pre- ferido por Asch, sobre el anterior qued demostrada en un experimento del propio Asch en el que un grupo de sujetos reciba una descripcin de una persona, desconocida para ellos, que contena los siguientes rasgos: inteligente, habilidosa, trabajadora, afectuosa, decidida, prctica y cauta. Otro grupo similar recibi una descripcin que contena estos rasgos: inte- ligente, habilidosa, trabajadora, fra, decidida, prctica y cauta. Como vemos, las dos descripciones eran similares, con una sola diferencia y era que mientras a unos se les deca que tal persona era afectuosa, a los otros se les deca que era fra. Pues bien, como supona Asch y como se deduca de su modelo gestaltista, esta sola diferencia origin un cambio esencial en la impresin que de esa persona se hicieron unos y otros sujetos. Por qu se producan estos resultados? Para explicarlos, Asch hizo la importante distincin entre rasgos centrales y rasgos perifricos. Son rasgos centrales aquellos que tienen un alto peso especfico sobre la impresin final, mientras que sern perifricos los que tengan un bajo peso en esa impresin final. El que un rasgo sea central o perifrico depende, segn Asch, del con- texto, o sea, de los dems rasgos estmulo. Por ejemplo, el rasgo inteligente adquiere diferente significado y valor segn el contexto (acompaando al tr- mino perverso se hace negativo y acompaando al trmino altruista y desinteresado se hace positivo). Ahora bien, dado que la centralidad de un rasgo depende de los otros rasgos, entonces un mismo rasgo ser central en un contexto y perifrico en otro, como de hecho demostr Asch. As, poseer una deficiente fluidez verbal ser un rasgo perifrico en el caso de un depor- tista, y sin embargo ser central en el caso de un profesor, puesto que la flui- dez verbal es algo importante para ser un buen profesor, pero totalmente irrelevante para, por ejemplo, correr los cien metros. Como vemos, Asch inici dos importantes lneas de investigacin: la primera se refiere a la integracin de la informacin, es decir, a las distintas modalidades en que la informacin es procesada y combinada. En con- creto, en ocasiones recibimos informaciones contradictorias sobre una per- sona (por ejemplo, tenemos una impresin de ella como de una persona puntualsima y un da llega con mucho retraso): cmo integramos esta informacin contradictoria en una impresin coherente? La teora de Asch predice que adaptaremos la informacin contradictoria a la impresin pre- via (efecto de primaca) (si fuera la nueva y contradictoria informacin la que obliga a cambiar la impresin previa, estaramos ante un efecto de recencia). Ahora bien, si Asch tiene razn y el efecto de primaca es real- mente ms influyente que el de recencia, entonces tambin sern impor- tantsimas en el comportamiento interpersonal las primeras impresiones 24 Anastasio Ovejero Bernal que nos hacemos de los dems. De ah los intentos de la gente por mane- jar las impresiones, sobre todo las primeras impresiones. En efecto, como sabemos, no contamos a los dems todas las cosas que nos ocurren o que nos conciernen. Por el contrario, unas cosas las contamos a todo el mundo, otras slo a algunos y, finalmente, otras, generalmente menos positivas para nosotros, no se las contamos a nadie. Es lo que se llama presentacin de uno mismo o manejo de impresiones. La segunda lnea de investigacin ini- ciada por Asch se refiere a las teoras implcitas de personalidad, que vere- mos despus y que pretende responder a esta pregunta: existen relaciones relativamente estables entre rasgos? Secord (1958) sealaba hace aos tres tipos de factores como determi- nantes de la formacin de impresiones: 1) Determinantes sociales y culturales: estos determinantes son muy influyentes. La cultura contribuye en gran medida a la formacin de las impresiones y contribuye de varias formas: a) Poniendo su acento selectivo en ciertos rasgos (por ejemplo, en nuestra cultura, a la hora de hacernos una impresin de alguien, tiene ms importancia la corbata que el color de los calcetines); y b) Proporcionando categoras ya hechas como las de sexo, edad, raza, etc. Ms en concreto, fueron muchos los autores que durante las dcadas de los 40 y 50 analizaron la influencia de los factores sociales sobre la percepcin, incluso fsica (Bruner, Postman, etc.), de los que des- tacamos el estudio clsico de Goddman (1947) que mostraba, simplifi- cando un poco, que los nios pobres perciban la misma moneda como de mayor tamao que los nios ricos. La obra de estos autores, particular- mente de Bruner, ha contribuido notablemente a despertar el inters psi- cosociolgico por el anlisis de las variables socioculturales del proceso perceptivo-cognitivo. Con ello, rellena un vaco terico importante (Blanch, 1983, pg. 169). 2) Los propios procesos de inferencia, tan estudiados despus dentro de la temtica general de la cognicin social (vase un amplio y reciente anli- sis en Pez, Marques e Insa, 1994, captulos 5, 6 y 7). A causa de su inte- rs, despus veremos dos apartados relacionados con esto: las teoras impl- citas de personalidad y los esquemas. 3) Las caractersticas o atributos del perceptor: tema que aunque cada vez se estudia menos, no deja de tener su importancia. Retomando el ejem- plo anterior, a la hora de hacerse la gente una impresin de otra persona va a tener importancia, en nuestra cultura, el llevar o no corbata as como su color. Ahora bien, ello no ser ajeno a las caractersticas del perceptor. De hecho, por no poner sino un ejemplo, a unos les caer mejor su profesor si lleva corbata y a otros les caer mejor si no la lleva. A pesar de las crticas que recibi, el modelo de Asch sigui recogiendo partidarios y recibiendo apoyos empricos no slo en el campo de la for- macin de las impresiones sino tambin en otros como la psicologa del rumor o los estereotipos, de los que el primero lo veremos brevemente en este mismo captulo y al segundo le dedicaremos un captulo especfico. Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 25 Baste decir ahora que unos rasgos sern percibidos ms fcilmente y utili- zados con mayor probabilidad, dependiendo sobre todo de estas variables (Morales y Mora, 1996): a) Efecto de primaca, segn el cual, como ya hemos dicho, los atributos que percibimos primero tienen ms probabili- dades de ser utilizados como categoras que los que percibimos ms tarde; b) Algunos atributos fsicos, como el color de la piel, el sexo, la edad, el atractivo fsico o algunos estigmas fsicos, dado que suelen ser los primeros rasgos que se perciben, adems de que algunos de ellos (por ejemplo, la edad o el color de la piel) suelen ser claros indicadores de estereotipos; c) La saliencia contextual, es decir, alguna caracterstica que por diferentes razones destaque entre las restantes, como por ejemplo, una mujer en un grupo de hombres, o un seor mayor en un grupo de nios, etc.; y d) La accesibilidad o disponibilidad de la caracterstica, lo que suele depender de su utilizacin reciente o de que se haya activado a menudo en el pasado. Por ejemplo, si al salir de un conferencia sobre sectas vemos a una mujer que pertenece a una de ellas, utilizaremos la categora perteneciente a una secta antes que la de mujer. En todo caso, a la hora de hacernos una impresin, tendemos a prestar atencin principalmente a estos tres tipos de informacin: a) informacin sobre la pertenencia a grupos o categoras sociales (sexo, clase social, etc.); b) informacin sobre las caractersticas de personalidad (fundamental- mente, en nuestra cultura, la inteligencia, la amabilidad, y el ser trabajador, servicial, honesto y bondadoso) y otras caractersticas como las fsicas, prin- cipalmente el atractivo fsico, que es absolutamente central en la formacin de impresiones de los occidentales, pues como han mostrado los psiclogos sociales, parece que seguimos el supuesto de que lo bello es bueno o, como dice un viejo aforismo, la cara es el espejo del alma; y c) informa- cin sobre la conducta: obviamente, tambin van a desempear un papel central en nuestras impresiones los comportamientos concretos de las personas. Y tampoco debemos olvidar el papel tan importante que en la forma- cin de impresiones desempea la comunicacin no verbal. A las personas les interesa controlar o manejar las impresiones que los dems se hacen de ellas, y a travs de ello intentar ejercer el poder, persuadir, dar retroali- mentacin o engaar. Y generalmente los indicadores no verbales tienen un mayor impacto que los verbales en los cambios de impresiones, siendo res- ponsables de aproximadamente diez veces ms variacin que los verbales (Walker, 1977). Y entre las seales no verbales, las ms influyentes en las impresiones son la mirada, la distancia y el contacto fsico. Pero difcilmente entenderamos bien cmo nos hacemos una impresin de los dems sin tener en cuenta, cuando menos, dos subprocesos bsicos en tal proceso como son las teoras implcitas de la personalidad y los esquemas. 26 Anastasio Ovejero Bernal Tioias ixiiciras oi ia iiisoxaiioao Los estudios de Asch mostraron que la impresin no se forma sobre el vaco, que no utilizamos slo la informacin que recibimos, sino que vamos ms all de la informacin de que disponemos realizando inferencias y poniendo algo de nuestra propia cosecha. En suma, no slo combinamos la informacin disponible para hacer una impresin, sino que tambin de los rasgos estmulo que tenemos inferimos otros rasgos de que no dispone- mos. Cmo hacemos estas inferencias? De diferentes maneras, pero prin- cipalmente a travs de lo que llamamos en psicologa social teoras implci- tas de personalidad (TIP) (Leyens, 1987), que son las creencias acerca de qu rasgos o caractersticas de las personas aparecen generalmente juntas. Por ejemplo, cuando sabemos que alguien es juez inferimos que es severo, estricto y poco jovial. Son implcitas porque estas teoras no suelen estar formuladas en trminos formales, siendo con frecuencia incluso inconscien- tes, con lo que difcilmente su veracidad o falsedad puede ser puesta a prueba de manera que el individuo contina utilizndolas incluso aunque sean falsas, tendiendo a fijarse en los datos de la realidad que confirman sus TIP ms que en los que las niegan o cuestionan. A pesar de que el con- tenido de estas teoras puede ser muy amplio, en general suelen referirse a atributos personales o rasgos de personalidad. Ahora bien, estas teoras son idiosincrsicas, es decir, propias de cada individuo: cada uno de nosotros nos formamos unas teoras diferentes en funcin de nuestra propia experiencia, tambin diferente en cada caso. As, alguien puede creer que las personas con ojos negros son supersticiosas y conservadoras, mientras que otro puede creer que los rubios son malvados, peligrosos y poco dignos de confianza. O, por recordar el mismo ejemplo expresado por Moya, un individuo al or de otra persona que es comu- nista inmediatamente piensa que ser desinteresada, igualitaria y lucha- dora, mientras que otro asociar comunista a ser intransigente, dogm- tica y anticuada. No obstante, a pesar de esta variabilidad individual, existe cierto consenso o coincidencia entre los integrantes de una determi- nada sociedad o grupo social especialmente en determinados momentos histricos en sus TIP (Moya, 1994, pgs. 106-107). Por qu somos tan dados a utilizar las TIP? Principalmente, como muchos otros fenmenos sociocognitivos (categorizaciones, estereotipos, etc.), por economa cognitiva. Como escribe Moya, al igual que las estruc- turas cognitivas, una de las principales razones de ser de las TIP consiste en la necesidad que tenemos de estructurar, dotndolas de orden y signifi- cado, nuestras percepciones de la realidad, y de hacer esto de la forma ms sencilla posible. As, si nos presentan a alguien como estudiante de filoso- fa o como estudiante de educacin fsica, posiblemente iniciemos la con- versacin hablando de cosas diferentes con cada uno de ellos (de cultura con el primero y de ftbol con el segundo, por ejemplo). Ello es as por- que, acertada o equivocadamente, poseemos unas TIPs segn las cuales los Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 27 estudiantes de filosofa estn interesados por la cultura y los de educacin fsica por los deportes. Los isquixas sociococxirivos La mente no es una especie de saco donde el individuo va arrojando, sin orden ni concierto, todo lo que va conociendo y aprendiendo a lo largo de su vida. Por el contrario, como afirman Morales y Moya (1996, pg. 112), el conocimiento que tenemos de la realidad est almacenado en nuestra mente con una cierta estructura, estructura que recibe diferentes nombres (hiptesis, guiones, esquemas, categoras, prototipos, actitudes, marcos, temas, etc.), y que cumplen fundamentalmente dos funciones: en primer lugar, simplifican cuando hay demasiada informacin y, en segundo, aaden informacin cuando sta es escasa, permitiendo al perceptor ir ms all de la informacin suministrada por la realidad. Aunque, como hemos dicho, las estructuras cognitivas han sido denominadas de diferentes maneras, el concepto ms utilizado para designarlas es el de esquema. Un esquema es una estructura cognitiva que representa un conoci- miento organizado acerca de un concepto dado o de un tipo de estmulo. En los esquemas se distinguen dos componentes fundamentales, unos fijos y otros variables. Los componentes fijos son aquellos que han de darse necesariamente para que se d el esquema. Si alguno de ellos falta, el esquema no se activara en la mente de la persona. As, por ejemplo, cuando percibimos a alguien, para que se active el esquema de homo- sexual han de darse unos elementos de forma inevitable (por ejemplo, que la persona percibida sienta atraccin sexual hacia personas de su mismo sexo); si no se da esa percepcin, se activara cualquier otro esquema, o ninguno, pero no el de homosexual. Los componentes variables son una especie de huecos sin especificar que permiten integrar todas las variacio- nes del esquema que se dan en la realidad. As, por ejemplo, una persona homosexual puede ser alta o baja, amante del ftbol o no, etc. No obs- tante, esta parte variable suele tener ciertos lmites (por ejemplo, en rela- cin con la edad, es probable que casi nadie aplique el esquema homo- sexual a un nio de cuatro aos) (Morales y Moya, 1996, pgs. 112-113). Pero tanto la percepcin como la memoria no son asuntos puramente cognitivos sino tambin sociales que dependen de elementos de la estruc- tura cognitiva como por ejemplo de los esquemas. Una vez se ha activado un esquema, ste influye en qu es lo que la persona percibe, la rapidez de la percepcin, cmo interpreta lo percibido y qu percibe como semejante o diferente (Fiske y Taylor, 1991, pg. 122). As, numerosos estudios han mostrado la influencia que la activacin de una estructura cognitiva deter- minada tiene sobre la atencin. Por ejemplo, Cohen (1977) present a sus sujetos una pelcula en la que una chica realizaba en su casa diversas acti- vidades cotidianas (se preparaba el desayuno, desayunaba, etc.). A un grupo de sujetos les dijo que la chica era bibliotecaria mientras que a otros 28 Anastasio Ovejero Bernal les dijo que era camarera. Pasado un tiempo se les pidi que expresaran todo lo que recordaran de lo que haban visto en la pelcula. Pues bien, los resultados mostraron que cada grupo recordaba ms acciones y detalles congruentes con el esquema que previamente se haba activado (camarera versus bibliotecaria), a pesar de que todos haban visto exactamente lo mismo, es decir, la misma pelcula: quienes crean que era camarera recor- daban que la chica mientras desayunaba lea una revista del corazn, mien- tras que quienes crean que era bibliotecaria recordaban ms que en la estantera haba un libro de Nietzsche. Este resultado fue interpretado en el sentido de que el esquema guiaba la atencin y la memoria de los suje- tos hacia unos determinados elementos de la pelcula, en este caso con- gruentes con el esquema. Y es que los recuerdos no son reproducciones de experiencias que estn almacenadas en la memoria, sino que los recuerdos son construcciones realizadas en el momento de la recuperacin de la informacin. Un segundo ejemplo lo encontramos en un estudio de Vallone y colaboradores (1985) en que estos autores presentaron a sus sujetos, estu- diantes pro israeles y pro palestinos, una serie de noticias de televisin que describan la masacre que en el ao 1982 realizaron los israeles en los cam- pos de refugiados del Lbano y se les pregunt si las noticias estaban ses- gadas a favor de Israel o a favor de los palestinos (una puntuacin de 9 indicaba que las noticias se perciban como muy sesgadas a favor de Israel, una posicin de 1 como sesgadas en contra de Israel y 5 como neutrales). Cada grupo de sujetos percibi las noticias como contrarias a su posicin: los estudiantes pro israeles las calificaron con una puntuacin media de 2,9 puntos, mientras que los pro palestinos con un 6,7. Ahora bien, cmo se activan las estructuras cognitivas? Responder a esta pregunta es importante porque dependiendo de qu esquema se active, as ser la percepcin de la realidad. Por ejemplo, hace ya veinte aos que Duncan (1976) encontr que, ante la visin de una misma con- ducta (un chico empuja a otro), las personas que activaron el esquema negro, aplicado al agresor, calificaron el hecho como ms violento que las que haban activado el esquema blanco. Pues bien, la activacin de un esquema determinado depende principalmente de estos dos factores (Morales y Moya, 1996): a) Caractersticas de la informacin estimular: los esquemas que estn relacionados con caractersticas visibles de los estmulos es probable que se activen con mayor facilidad que aquellos otros que no tienen esta cualidad (Fiske y Taylor, 1991, pg. 144). Entre las caractersticas visibles ocupan un lugar destacado aquellas que tienen que ver con el aspecto fsico, como la edad, la raza, el sexo o el atractivo fsico. No obstante, conviene tener en cuenta que lo que hace a esta informacin especialmente activadora de esquemas no es slo su carcter fsico, sino sobre todo el significado social que en nuestro medio se le ha dado a esa apariencia fsica (Oakes, 1989). As, resulta evidente que una persona de raza negra es muy probable que active nuestro esquema correspondiente basado en la raza, y esto lo hace Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 29 porque, generalmente, lo primero que percibimos de ella es el color de su piel. Sin embargo, no debe de olvidarse que el hecho de que el color de la piel (y unos colores concretos ms que otros) llame la atencin es una construccin social. En apoyo de esta afirmacin, piense en la cantidad de caractersticas fsicas de la gente que no ponen en funcionamiento esque- mas especficos, o que lo hacen con mucha menor claridad y fuerza de lo que lo hacen los ejemplos que hemos puesto, sencillamente porque no tie- nen significado social (por ejemplo, chato, llevar o no gafas, etc.). b) Caractersticas del perceptor: el segundo factor del que depende qu esquemas son activados lo constituye el propio perceptor. Adems del conocimiento (cantidad, estructuracin, etc.) que cada persona tiene, hay dos aspectos que han atrado ms la atencin de los investigadores: el estado de nimo y las metas u objetivos de las personas. En general, resulta ms probable que se activen esquemas que sean congruentes con el estado de nimo del perceptor. Si ste est triste o deprimido, probablemente per- cibir los aspectos negativos de la realidad que le rodea. Por el contrario, si est alegre y optimista, es ms probable que resulten activados los aspec- tos positivos. Como ha mostrado Forgas (1992) en una revisin de los tra- bajos sobre afecto y percepcin social, existe abundante evidencia que sos- tiene que las personas perciben e interpretan a los dems segn sus sentimientos en ese momento y segn los objetivos que persigan. Siscos iiisiicrivos i ixiiiixciaiis Ya hemos dicho que cuando percibimos y, ms an, cuando nos hace- mos una impresin de los dems, no nos conformamos con los datos de que disponemos, sino que, a travs de diferentes procesos, inferimos otros datos que no estn entre las informaciones de que disponemos. Tal proceso de inferencia es bsico, pues es lo que nos ayuda a intentar prever la con- ducta de los dems, a ajustar la informacin a nuestros intereses y a nues- tras ideas, etc. Y es justamente en estos procesos donde realmente comete- mos importantes errores, muchos de ellos sin duda sistemticos (sesgos). Ms en concreto, a partir de una serie de variables psicosociales (necesida- des, grupos de pertenencia, estereotipos, etc.), inferimos datos que no estn ah y que nos interesa inferir. En este proceso cometemos muchos erro- res y sesgos de considerable importancia. Entre ellos, algunos de los ms frecuentes son los siguientes (vase Myers, 1995, captulos 2 y 3): 1) Sesgo de la visin retrospectiva: es la tendencia a exagerar, despus de conocer el resultado, la capacidad que tenemos para prever la forma en que algo sucedi. Por ello tambin se le suele conocer con el nombre de ya lo deca yo o lo saba desde el principio. As, Leary (1982) encon- tr que sus sujetos crean en 1980, pocos das antes de las elecciones presi- denciales norteamericanas, que la disputa entre los dos candidatos estaba muy reida como para hacer previsiones y que, si acaso, se producira una 30 Anastasio Ovejero Bernal ajustadsima victoria de Reagan sobre Carter. Tras las elecciones, despus de la victoria de Reagan, los mismos sujetos de Leary sealaban que ellos ya haban dicho que ganara Reagan con un importante margen. Lo mismo fue encontrado por Powell (1988) tras el nuevo triunfo de Reagan, esta vez ante Mondale, en 1984. Y es que, como subraya Myers (1995, pg. 26), descubrir que algo ha pasado lo hace parecer ms inevitable. Este fenmeno puede demostrarse de varias formas. Veamos dos: Pri- mera, pdale a la mitad de un grupo que prediga el resultado de algn acontecimiento actual, por ejemplo, cul ser el resultado de un competido partido de ftbol entre el Real Madrid y el Barcelona. Pdale a la otra mitad, una semana despus de que se conozca el resultado, que diga qu previsin hubieran hecho ellos antes del partido. Algo parecido fue lo que hicieron Bolt y Brink cuando invitaron a sus sujetos que predijeran el voto del Senado de los Estados Unidos sobre el controvertido nombramiento de Clarence Thomas para la Corte Suprema. Pues bien, el 58 por 100 predijo su nombramiento. Una semana despus de su confirmacin, pidieron a una muestra similar de sujetos qu hubieran predicho ellos: el 78 por 100 dijo: Yo crea que sera aprobado. Segunda, muestre a la mitad de un grupo un descubrimiento psicolgico y a la otra mitad el opuesto. Por ejemplo, dgale a la mitad del grupo: Los psiclogos sociales han encontrado que, a la hora de elegir nuestros amigos o de enamorarnos, somos atrados ms por personas cuyos rasgos son diferentes a los nuestros. Parece ser cierto aquel viejo dicho de que los opuestos se atraen. Pero a la otra mitad dgale lo contrario: Los psiclogos sociales han encontrado que, a la hora de elegir amigos o de enamorarnos, somos atrados ms por personas cuyos rasgos son similares a los nuestros. Parece ser cierto aquel viejo dicho de que pjaros de un mismo plumaje vuelan juntos. Despus, pdales a todos ellos que digan si, para ellos, tales resultados son los que espera- ban o, por el contrario, les resultan sorprendentes. Pues bien, los resul- tados seguramente mostrarn que todos afirmarn que eso es lo que ellos esperaban: Eso ya lo saba yo. Si se me permite extrapolar estos datos al caso concreto de la ense- anza/aprendizaje de la psicologa, dir que, ciertamente, estamos ante uno de los problemas con que se encuentran los profesores de psicologa, dado que cuando explican los hallazgos de la disciplina, suelen parecerles exce- sivamente obvios a quienes los escuchan (eso ya lo saba yo). Y el pro- blema afecta tambin, de forma ms dramtica, por sus consecuencias, a los estudiantes de psicologa, dado que cuando deben responder en un examen a preguntas de varias alternativas, todas ellas, o al menos varias de ellas, les parecen ciertas, cuando slo lo es una. De ah que a veces los ex- menes de opcin mltiple les parezcan a los estudiantes de psicologa, a veces, sorprendentemente difciles. 2) Sesgo de perseverancia en la creencia: consiste en la persistencia de nuestras creencias y concepciones iniciales, cuando su fundamento ya se ha desacreditado, pero subsiste una explicacin de por qu la creencia podra ser cierta. Y es que resulta sorprendentemente difcil demoler una creencia Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 31 falsa una vez que la persona ha elaborado una razn fundamental en que apoyar tal creencia. Pero lo grave es que tendemos siempre a buscar razo- nes en las que apoyar nuestras creencias. Por ejemplo, Anderson, Lepper y Ross (1980), despus de darles a sus sujetos dos casos concretos para que los examinaran, les pidieron que decidieran si las personas que asumen riesgos seran buenos o malos bomberos. A unos se les daba un caso en el que se observaba que era bueno asumir riesgos mientras que a los otros se les daba el caso opuesto en el que se mostraba claramente que era peligro- ssimo para un bombero asumir riesgos. Despus se les pidi que escribie- ran las razones por las que ellos crean que era as, con lo que cada grupo se form una teora opuesta respecto a este tema, de tal forma que incluso cuando la informacin fue desacreditada al explicarles que los datos del caso haban sido inventados por el experimentador con el simple propsito de la investigacin, los sujetos continuaron creyendo que su teora era cierta. Una implicacin de esto es que cuanto ms examinamos nuestras propias teoras y explicamos cmo podran ser ciertas, ms nos vamos cerrando a la informacin que desafa nuestras creencias. Por ejemplo, una vez que consideramos por qu un acusado podra ser culpable o por qu alguien de quien tenemos una primera impresin negativa acta de esa manera, mas nuestras explicaciones pueden sobrevivir, incluso desafiando toda evidencia contraria (Jelalian y Miller, 1984). As, si nos dicen que se ha descubierto que fue un compaero nuestro quien vena robando desde hace dos aos en la facultad, en seguida vamos construyendo una teora que d una explicacin coherente de tal hecho, y para ello me ir for- mando una impresin negativa de tal compaero, ir recordando algunas de sus conductas y de sus dichos que parecan explicar su personalidad ladrona, etc. Si unas semanas despus nos dicen que era un error, que el ladrn no era l, sino otra persona, ajena a la facultad, pero que coincida con l en el nombre, ser ya difcil borrar la imagen negativa que de l me he hecho. Sabr que l no rob, pero sigo convencido de que podra muy bien haber sido l. En esto se basa la conocida frase, creo que goebbel- siana, de que difama, que algo queda. Esto algunos polticos y algunos periodistas lo saben muy bien: no queda algo, queda muchsimo. Y es que nuestras creencias y expectativas afectan poderosamente a la manera en que percibimos e interpretamos los acontecimientos. Somos prisioneros de nuestros propios patrones de pensamiento. Y todo ello porque, y esto me parece uno de los pilares fundamentales que nos ayudan a entender toda la psicologa, nuestras preconcepciones controlan nuestras interpretaciones y hasta nuestros recuerdos. La realidad la vemos siempre a travs de nuestra percepcin, de nuestras categoras, de nuestras creencias e interpretaciones previas. Y, a su vez, nuestras creencias moldean nuestras interpretaciones. As, en un interesante estudio, Rothbart y Birrell (1977) presentaron a sus sujetos la foto de un hombre para que evaluaran su expresin facial. A la mitad se les dijo que se trataba de un lder de la Gestapo y que era res- ponsable de horribles experimentos mdicos en un campo de concentra- cin. A la otra mitad se les dijo que era un lder antinazi clandestino y que 32 Anastasio Ovejero Bernal haba salvado a miles de judos. Pues bien, ante la misma fotografa de la misma persona, los sujetos del primer grupo juzgaron que su expresin facial era cruel, mientras que los del segundo la juzgaron amable y simp- tica. Y tal vez lo ms grave, como dijimos antes, es que resultar difcil que cambien estas impresiones. Podemos evitar este sesgo y sus terribles consecuencias? Existen bsi- camente dos formas: la primera, muy socorrida pero poco eficaz y total- mente insuficiente, consiste en intentar ser objetivos y no tener prejuicios. La segunda, mucho ms eficaz y menos utilizada, consiste en intentar expli- car, buscando razones para ello, cmo podran no ser acertadas mis creen- cias y s las contrarias. As, incluso experimentalmente, encontr Anderson (1982; Anderson y Sechler, 1986) que intentar explicar por qu una teora opuesta a la nuestra puede ser verdad reduce e incluso elimina el sesgo de la perseverancia de la creencia. Por consiguiente, sera un sano ejercicio contra la intolerancia en nosotros mismos el obligarnos, al menos de vez en cuando, a explicar por qu la creencia opuesta a la nuestra podra ser cierta. 3) Sesgo de la confianza excesiva: es la tendencia a sobreestimar la pre- cisin de nuestros juicios y de nuestras creencias. Tendemos a creer que tenemos razn y que acertamos ms de lo que realmente tenemos razn y acertamos. La evidente vanidad de nuestros juicios (ya lo saba yo desde el principio) se extiende tambin a las estimaciones de nuestro conoci- miento actual. As, Kahneman y Tversky (1979) pidieron a sus sujetos que cubrieran los blancos en preguntas como sta: Tengo el 98 por 100 de cer- teza de que la distancia area entre Nueva Delhi y Beijing es mayor de .... kms, pero menor de ... kms. Pues bien, alrededor del 30 por 100 se equi- vocaron. Este sesgo es particularmente peligroso cuando afecta a la toma de decisiones, principalmente, por supuesto, en el caso de ciertas decisio- nes delicadas, como el caso de una declaracin de guerra. 4) Sesgo de confirmacin: consiste en la tendencia a buscar informa- cin que confirme nuestras preconcepciones. De hecho, por qu la expe- riencia no nos conduce a una autoevaluacin ms realista sino que segui- mos manteniendo una excesiva y poco prudente confianza en nuestras creencias y estimaciones? La principal razn parece estribar en que tende- mos a no buscar informacin que pueda refutar lo que creemos. Por el contrario, una de nuestras ms bsicas motivaciones es verificar o confir- mar nuestras creencias. Por ejemplo, son muchos los varones que estn convencidos de que las mujeres conducen mal. Pero tal afirmacin no la extraen de los datos que les proporciona la experiencia, sino que es ya un prejuicio previo y la experiencia en carretera la utilizan exclusivamente para confirmar su prejuicio. Vemos lo que nos interesa y luego recordamos slo parte de lo que vimos, en funcin tambin de nuestros intereses. As, quien est convencido de que, efectivamente, las mujeres conducen mal, de diez infracciones de conduccin en mujeres, vern todas y las recordarn, con pelos y seales, durante mucho tiempo. En cambio, de otras diez infracciones realizadas por varones, slo vern algunas, restarn gravedad a Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 33 otras, y, finalmente, con el tiempo tendern a olvidar todas o la mayora. Con ello, una temporada ms tarde no tendrn dudas: su experiencia en carretera les dice, sin ningn gnero de dudas, que las mujeres conducen mucho peor que los hombres. Buscamos la informacin y buscamos a las personas que nos ayuden a mantener una autoimagen positiva. 5) Sesgo de la memoria adaptativa: pero en todo este engranaje sociocognitivo que estamos viendo, tambin la memoria, como no poda ser de otra manera, desempea un papel crucial. Y es que la memoria no es un asunto meramente biolgico, ni siquiera slo psicolgico e individual, sino que es definitivamente social (vase Ovejero, 1997a, captulo 9). Lamal (1979) pidi a sus sujetos si estaban de acuerdo con esta definicin de la memoria: La memoria puede ser comparada con un bal de almacena- miento en el cerebro en el que depositamos material y del que lo sacamos cuando lo necesitamos. Ocasionalmente, algo del bal se pierde, y enton- ces decimos que lo hemos olvidado. Pues bien, el 85 por 100 de los suje- tos estuvieron de acuerdo con ello. Sinceramente, lo que a mi me extraa es que no hubiera sido el 99 por 100. Porque creo que la mayora de la gente est de acuerdo con esa descripcin de la memoria. Pero, sin embargo, es totalmente falsa. Nuestros recuerdos no son copias de expe- riencias que permanecen en depsito en un banco de memoria, sino que los construimos o, al menos, los reconstruimos en el momento de la recu- peracin, del recuerdo, ya que la memoria implica razonamiento retrospec- tivo. Ms en concreto, como un paleontlogo que infiere la apariencia de un dinosasurio a partir de fragmentos de hueso, reconstruimos nuestro pasado distante combinando fragmentos de informacin mediante el empleo de nuestra situacin actual (Hirt, 1990). Es ms, nuestros recuer- dos suelen ser muy ambiguos y fragmentarios, y lo que hacemos a la hora de recordar es completar tales fragmentos con aquello que nos interesa, para adaptarlos a nuestra situacin actual: recordamos lo que nos interesa. Revisamos, casi siempre de forma no consciente, nuestros recuerdos para adaptarlos a nuestro conocimiento y estado actual. McFarland y Ross (1985) encontraron empricamente que incluso revisamos nuestros recuer- dos acerca de otras personas conforme cambian nuestras relaciones con ellas: pidieron a sus sujetos que calificaran a sus parejas estables. Dos meses despus, repitieron la misma evaluacin. Pues bien, quienes seguan igual de enamorados o ms que antes tendan a recordar amor, mientras que quienes ya haban roto tenan una mayor probabilidad de recordar que su pareja era, ya entonces, egosta y de mal carcter. Ms claro an es el estudio de Holmsberg y Holmes (1992) en el que estos autores encuestaron a 373 parejas de recin casados y todos ellos, obviamente, declararon ser muy felices. Se los volvi a encuestar dos aos despus encontrando que aquellos cuyo matrimonio se haba deteriorado recordaban que las cosas siempre haban ido mal, ya desde el principio, cosa que no concordaba con lo que haban dicho dos aos antes. Esto parece mostrar, como ya dijimos antes, que cuando los recuerdos son vagos, como suele ocurrir, los senti- mientos e intereses actuales guan nuestros recuerdos, modificndolos en la 34 Anastasio Ovejero Bernal medida de nuestros intereses actuales. Eso es lo que ocurre cuando deci- mos que antes llova ms que ahora o que los veranos eran muy diferentes de los actuales. Independientemente de que ello sea o no cierto, la cuestin es que resulta prcticamente imposible saberlo por nuestros recuerdos, dado que nuestra memoria es ms flaca de lo que creemos. Lo que ocurre en todos estos casos es que, como afirma el psiclogo Anthony Greenwald (1980), al igual que hacen los dictadores cuando llegan al poder, tambin todos nosotros tenemos un yo totalitario que revisa el pasado para adap- tarlo a nuestras opiniones, intereses y emociones actuales. 6) Correlacin ilusoria: consiste en percibir una relacin de causa- efecto all donde no existe, ya que cuando esperamos ver relaciones signifi- cativas, con facilidad asociamos acontecimientos azarosos. En un intere- sante experimento, Ward y Jenkins (1965) mostraron a sus sujetos los datos de un hipottico estudio que durante 50 das analizaba la eficacia de una previa siembra de nubes. Obviamente, unos das llovi y otros, los ms, no. Pues bien, los sujetos percibieron una considerable correlacin, es decir, se convencieron de que el estudio mostraba correlacin entre siem- bra de nubes y lluvia, que la siembra de nubes era realmente eficaz. Y es que si creemos en la existencia de una correlacin (por ejemplo, que los gitanos son ladrones, o que los polticos son corruptos, etc.), ser ms pro- bable que percibamos y recordemos casos que la confirmen. Como vemos, esto est muy relacionado con la llamada conducta supersticiosa, as como con el sesgo confirmatorio. De hecho, Thomas Gilovich (1991) llev a cabo un estudio sobre la creencia de que las parejas estriles que adoptan un nio tienen mayor probabilidad de concebir que parejas seme- jantes que no adoptan. La explicacin que vulgarmente suele darse es que las parejas que adoptan finalmente se relajan y conciben. Sin embargo, esta explicacin es absolutamente falsa. Lo que ocurre es que en lugar de fijar- nos en las parejas que conciben antes de adoptar o que no conciben des- pus de adoptar, slo nos fijamos en aquellas que confirman nuestras ideas previas, es decir en aquellas parejas que han concebido despus de adop- tar, de tal forma que, aunque sean muy pocas, son suficientes para mante- ner nuestra falsa creencia. Este sesgo tiene importantes implicaciones en el mbito de la psicologa clnica y de la medicina. As, McFarland y colaboradores (1989) llevaron a cabo un estudio en el que sus sujetos, mujeres de Ontario, perciban que sus estados de nimo correlacionaban con su ciclo menstrual. En concreto, los investigadores pidieron a sus sujetos que evaluaran diariamennte sus estados de nimo, encontrando que las emociones negativas autoevaluadas de las mujeres (bien estuvieran experimentando irritabilidad, soledad, depresin, etc.) no se incrementaron durante sus fases premenstrual y menstrual. Sin embargo, las mujeres ms tarde percibieron una correla- cin entre su estado de nimo negativo y la menstruacin. La explicacin de este extrao hecho nos la ofrecen Kato y Ruble (1992). Para estas autoras, aunque muchas mujeres recuerdan sus cambios de estado de nimo durante dichos ciclos, sus experiencias cotidianas revelan poco tales Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 35 cambios. Ms an, los cambios hormonales relacionados con el ciclo mens- trual no tienen efectos emocionales conocidos que nos lleven a esperar cambios en el estado de nimo. Pero entonces, por qu tantas mujeres, como ocurra con los sujetos de McFarland, creen que experimentan ten- sin premenstrual o irritabilidad menstrual? Sencillamente, argumentan Kato y Ruble, porque sus teoras implcitas de la menstruacin las condu- cen a percibir y recordar las apariciones conjuntas de los estados de nimo negativos y el inicio de la menstruacin, pero no se percatan ni recuerdan los estados de nimo malos ocurridos dos semanas despus. Todo ello ayuda a entender algo tan importante como es la construccin social de los sntomas clnicos. 7) Falacia de tasa base: es la tendencia a ignorar o a subemplear la informacin que describe a la mayora de los casos y en su lugar ser influi- dos por caractersticas distintivas del caso concreto que se est juzgando. Por ejemplo, saber que el 90 por 100 de los estudiantes de primer curso de Psicologa de la Universidad de Oviedo no han ayudado en una situacin de emergencia, no suele servir de mucho a la gente para averiguar qu por- centaje conceden a Carmen, estudiante de primer curso de Psicologa de la Universidad de Oviedo, de ayudar en una situacin de emergencia. Al ver a Carmen la gente tiende a decir: Carmen parece tan agradable que no puedo imaginar que no ayude a alguien que lo necesita. Y le conceden, por ejemplo, el 80 por 100 de probabilidades de ayudar, en contra de los datos conocidos del estudio anterior. Un segundo ejemplo: Supongamos que Andrea desea comprar un coche. Sabe por las ms fiables estadsticas que el coche modelo X es el que menos probabilidades tiene de ir al taller, que es el ms seguro de todos los modelos existentes en nuestro pas, etc. El padre de Andrea compr ese modelo X hace un par de aos y, desafor- tunadamente, ha sido uno de los escassimos casos de ese modelo que ha salido con problemas. Muy probablemente Andrea no compre el coche modelo X: se fiar ms de un caso concreto, pero prximo, que de las esta- dsticas generales. Indudablemente, el comportamiento de Andrea es poco racional. 8) Heurstico de disponibilidad: los heursticos son estrategias simples y eficientes de pensamiento, es decir, reglas empricas implcitas de pensa- miento muy utilizadas, por ejemplo, en la formacin de impresiones. Exis- ten diferentes heursticos, entre los que destaca ste, que consiste en una regla emprica eficiente, pero falible, que juzga la probabilidad de las cosas en trminos de su disponibilidad en la memoria, es decir, la informacin ms accesible en nuestra mente en el momento de hacer la inferencia es la que con ms probabilidad ser considerada como informacin relevante a tener en cuenta, ignorando otras informaciones (Tversky y Kahnemam, 1973). Por ejemplo, si un estudiante ha aprobado las pruebas de selectivi- dad y est dudando entre hacer Psicologa o Medicina, y recuerda el caso de un amigo suyo que tuvo una muy mala experiencia en Medicina, muy probablemente se matricular en Psicologa. Este heurstico explica, al menos en parte, por qu tenemos ms miedo a tener un accidente en avin 36 Anastasio Ovejero Bernal que en coche, cuando realmente la probabilidad de accidente es mayor en el coche que en el avin, o por qu los padres y madres tienen ms miedo a que su hija muera asesinada y violada un sbado que sale de fiesta por la noche que a que muera en accidente de carretera, cuando realmente la pro- babilidad de morir en accidente es mucho mayor que la de morir asesi- nada. Y es que, sobre todo debido al eco que de tales hechos se hacen los medios de comunicacin, el accidente de avin o la muerte por asesinato tras violacin nos vienen en seguida a la mente, estn ms disponibles. Psicosocioioca oii iuxoi El rumor consiste en un relato propuesto para ser credo, del que no existen garantas de evidencia, que se propaga en funcin de la importan- cia subjetiva y de la ambigedad objetiva de su contenido y que, en su pro- ceso de expansin, experimenta una transformacin explicable en base a los principios gestaltistas de la percepcin de las cosas (Blanch, 1983, p- gina 85). Mucho antes, Allport y Postman (1967, pg. 11) definan el rumor como una proposicin especfica para creer, que se pasa de per- sona a persona, por lo general oralmente, sin medios probatorios seguros para demostrarla. Segn ellos, el inters de los estudios del rumor radica en la conexin de ste con los motivos personales (deseo, miedo, hostili- dad, inseguridad, ambivalencia, inters, etc.) de los individuos potencial- mente receptores y transmisores del mismo. Por otra parte, su ambigedad puede derivar del carcter fragmentario, inarticulado, descontextualizado, disperso o contradictorio de sus componentes, tal como seala Blanch. Adems, los rumores cumplen algunas importantes funciones tanto sociales como emocionales y cognitivas. Segn Allport y Postman, en su transmi- sin se produce una dinmica de organizacin cognitiva orientada a redu- cir la situacin estmulo inicial a una estructura pregnante, significativa y acorde con las motivaciones de los sujetos que la perciben. De hecho, estos autores haban observado que, tras mostrar a sus sujetos experimentales una diapositiva en la que apareca un hombre blanco con una navaja en la mano y discutiendo con un negro, al final del proceso de transmisin la navaja ya haba cambiado de manos y ahora quien la enarbolaba en la mano era el negro. Ahora bien, por qu circulan los rumores? Existen dos condiciones bsicas necesarias para que un rumor prenda en la mente de la gente: pri- mero, que el asunto revista cierta importancia, tanto para el que lo trans- mite como para el que lo escucha; y segundo, que los hechos reales posean cierta ambigedad (Allport y Postman, 1967, pg. 15). Pero el motor de la circulacin de los rumores es la motivacin, es decir, que los sujetos estn fuertemente interesados en el asunto al que el rumor hace referencia. Cmo se transmiten los rumores? Los primeros y ms conocidos expe- rimentos de laboratorio sobre la transmisin de los rumores fueron los rea- lizados por los citados Allport y Postman (1967, pg. 91) mediante el cono- Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 37 cido procedimiento de en serie o en cadena, ya utilizado antes por Bartlett y antes an por el alemn Stern: un sujeto vea una diapositiva proyectada sobre una pantalla, y deba describir a otro sujeto, vuelto de espaldas a la pantalla, lo que estaba viendo, quien, a su vez, se lo contaba al siguiente, y ste a otro, y as sucesivamente hasta un total de, generalmente, ocho o diez sujetos. Fruto de estas investigaciones Allport y Postman enunciaron las siguientes tres leyes bsicas de la transmisin del rumor: a) Ley de la Nivelacin: a medida que el rumor se transmite, tiende a acortarse y a hacerse ms conciso; b) Ley de la Acentuacin: consiste en la percepcin, retencin y narracin selectiva de un limitado nmero de detalles de un contexto mayor, es decir, a pesar de que el mensaje se acorta, sin embargo, algunos detalles particulares se mantienen a travs de toda transmisin e incluso se acentan; y c) Ley de la Asimilacin: consiste en un fenmeno gestltico segn el cual los sujetos reorganizan los contenidos dndoles buena forma y hacindoles congruentes con el tema central, todo ello en funcin de las propias caractersticas del sujeto. Por ltimo, y a pesar de que resulta imposible y, tal vez, ni siquiera aconsejable, controlar o reducir el rumor, sin embargo, s se han hecho intentos, siguiendo las siguientes estrategias, que a m, personalmente, me parecen de poca eficacia (Knapp, 1944, pgs. 35-37): 1) Ofrecer exacta y completa informacin a travs de los medios regulares de comunicacin; 2) Fomentar la confianza en los dirigentes de la sociedad; 3) Difusin mxima y rpida de noticias importantes, procurando que esa informacin llegue a todo el mundo; y 4) Organizar campaas contra los rumores. En suma, tres parecen ser las conclusiones finales generales que pue- den establecerse acerca del rumor: en primer lugar, la inexistencia de una satisfactoria definicin del rumor, ya que las habituales pueden aplicarse tambin a comunicaciones que no son rumores. En segundo lugar, hay que desechar la opinin de que el rumor es algo patolgico, a menos que se le contraponga a un modelo puro ideal de comunicacin asptica en la que acontece un simple intercambio de informacin. Finalmente, el rumor... es un evento normal y cotidiano (Jimnez Burillo, 1981a, pgi- na 298) (vase una ampliacin en Ovejero, 1997a, captulo 11). Coxciusix La percepcin social no es en absoluto algo puramente cognitivo, sino motivacional: como ya deca William James, quien percibe pretende alcan- zar alguna meta con su percepcin. El perceptor no es un mero indigente cognitivo que pretende principalmente conservar sus escasos recursos mentales sino ms bien es alguien que est motivado a escoger tctica- mente entre cierto nmero de estrategias posibles, segn sus objetivos (Fiske y Taylor, 1991). Una sorprendente cantidad de cognicin y per- cepcin social tiene lugar automticamente; pero las personas no son meros robots, y controlan muchas de sus estrategias, a travs de la distri- 38 Anastasio Ovejero Bernal bucin de su atencin, siempre de acuerdo con sus objetivos y metas (Fiske, 1993, pgs. 182-183). Es ms, tan importante es para nuestras relaciones interpersonales el cmo percibamos a los otros, que tendemos a hacernos una impresin de las dems personas lo antes posible. Por qu? Para saber a qu atenernos. Nuestro mundo social es muy complejo y necesitamos conocer a las dems personas para maximizar los beneficios y minimizar los costos de nuestras relaciones con ellas. Por ejemplo, un alumno que el primer da de clase deseara decirle al profesor que la mayora de los das no podr asistir a sus clases, necesitar saber si puede comunicarle esa informacin o si ser mejor dejarlo para ms adelante. Y para ello le ser muy til hacerse una impre- sin de ese profesor lo antes posible. Pero nos hacemos nuestras impresiones de los dems con el mayor nmero de datos que podamos. De ah la impor- tancia que tienen los primeros momentos de las relaciones interpersonales. Por ejemplo, cuando llega a un centro un profesor nuevo, estaremos muy atentos a todas las seales e informaciones que directa o indirectamente nos digan algo de l. Por eso, a veces no resulta fcil olvidar cmo iba vestido ese profesor la primera vez que lo vimos o alguna cosa que nos cont en la primera clase. Estas dos caractersticas de la formacin de impresiones nos lleva a que, en ocasiones, incluso nos hagamos una impresin de otra per- sona en pocos minutos, segundos o hasta al primer golpe de vista. No nos ha ocurrido alguna vez que cuando nos presentan a alguien a quien no conocemos en absoluto, ya adelantamos la mano para saludarle y estrechar la suya con cierto sentimiento de agrado o de desagrado? Es que ya nos habamos hecho una impresin, positiva o negativa, de esa persona. En definitiva, tendemos a hacernos una impresin de los dems lo antes posible pero con el mayor nmero de datos que podamos. Y no suelen ser pocos los datos de que disponemos de los dems ya en los primeros ins- tantes de la interaccin, ya que la comunicacin no verbal, los estereotipos (profesionales, sexuales, etc.) o las teoras implcitas de la personalidad nos proporcionan muchos. En conclusin, aunque el hombre ha avanzado increblemente en algu- nos campos (industria militar, gentica, ciruga, etc.), sin embargo en aspec- tos psicolgicos lo ha hecho muy poco, ni en las relaciones interpersonales ni en nuestro pensamiento social (percepcin social, memoria, etc.). Por el contrario, con enorme facilidad nos formamos y mantenemos creencias fal- sas. Y todo hace suponer que en la cotidianeidad de la vida social esas ilu- siones o falsas creencias son an ms fuertes y generales que lo encontrado en los estudios de los que aqu hemos informado, casi siempre experimen- tales. Y lo que es peor, las impresiones, interpretaciones y creencias falsas que nos formamos pueden tener graves consecuencias, algunas de las cua- les hemos mencionado en este captulo. Ahora bien, nuestras formas de pensamiento son adaptativas, y con frecuencia los errores son un producto secundario de nuestras estrategias para simplificar la complejsima informa- cin que recibimos. Ms an, incluso nuestros sesgos cognitivos son tam- bin adaptativos, aunque, desde luego, no todos. Cmo percibimos a las otras personas: la cognicin social 39 This page intentionally left blank Cairuio II Cmo interpretamos la conducta social: las atribuciones causales y sus sesgos Ixrioouccix El mundo social que nos rodea es muy complejo y con frecuencia imprevisible. Sin embargo, la gente necesita entender lo que acontece a su alrededor como forma de conseguir una adecuada adaptacin al medio y sacar de l el mximo partido posible. Para ello, en la vida cotidiana todos nosotros intentamos continuamente explicar la conducta de los dems e incluso la nuestra propia. Es ms, necesitamos, a la hora de explicar tal conducta, buscar sus causas: es nuestra forma de controlar, al menos cog- nitivamente, nuestro entorno. Ahora bien, explicamos de la misma manera la conducta de los dems y la nuestra? A qu causa solemos atribuir nues- tra conducta? Y la de los otros? Dar una respuesta a estas cuestiones es el objetivo principal de este captulo. Y la necesidad de responder a estos interrogantes no es slo cuestin de una mera curiosidad cientfica, que ya sera importante, sino que tambin es algo central para entender y mejorar las relaciones humanas, ya que una misma conducta interpersonal tendr consecuencias muy diferentes en nuestras relaciones dependiendo de cmo la expliquemos, es decir, de cmo la interpretemos o, dicho en otros tr- minos, de a qu causas la atribuyamos. Para abrir el captulo veamos un ejemplo: Mientras estoy de vacaciones, un compaero de la empresa donde trabajo ha ascendido al cargo de director de ventas. Terminadas las vaca- ciones me reincorporo al trabajo y al entrar a la empresa, mientras estoy fichando, pasa por mi lado, con prisas, el mencionado compaero que no me saluda y ni siquiera me mira. Cmo influir este hecho en nuestras relaciones mutuas? A qu atribuir la conducta interpersonal suya? Vea- mos dos tipos bien diferentes de atribucin, aunque las dos perfectamente plausibles. Por una parte, pongamos que atribuyo la conducta de este mi compaero a chulera y me digo: Ya saba yo que se le iba a subir el cargo a la cabeza. Siempre fue soberbio y se crey ms que nadie, as que ahora ms. Por eso ya ni me saluda. No es raro que unas horas despus, bajo a desayunar a la cafetera, que est casi vaca, y al otro lado de la barra est el compaero de marras. Con toda probabilidad no slo no me acer- car a l, sino que incluso tomo mi manzanilla al otro lado de la barra y dndole la espalda, lo que podra fcilmente ser atribuido por l a envidia por mi parte... No creo que al lector le extrae que a partir de ese momento las relaciones entre mi compaero y yo empeoren, incluso de una forma importante. Sin embargo, contemplemos otra posibilidad: pongamos que atribuyo la conducta de mi compaero a mero despiste, y me digo: Caramba, no me extraa esta conducta. Siempre fue muy despistado, as que ahora con los los de la direccin de ventas y tal, ni se ha fijado que yo estaba aqu. Unas horas ms tarde bajo a desayunar a la cafetera, le veo al otro lado de la barra, me acerco a l y en tono un tanto jocoso le llamo distrado y despistado, le cuento que pas a mi lado y ni me mir. Proba- blemente los dos nos riamos de su despiste y, si se me apura, desde ese momento nuestras relaciones incluso mejorarn algo. No creo que le extrae al lector las dos clases tan contrapuestas de con- secuencias que puede tener este mismo hecho, dependiendo slo de las atribuciones causales que hagamos. Ciertamente podemos decir que, en todo caso, las cosas son algo ms complejas de lo que aqu he expuesto en esta ancdota, dado que tambin las relaciones previas que hayamos tenido mi compaero y yo habrn influido en la atribucin que yo haya hecho. Pero tambin es cierto que la atribucin causal que se haga depende tam- bin del tipo de personalidad que tengamos, de nuestro carcter optimista o pesimista. Y ciertamente, y ste es a mi juicio el aspecto ms positivo de esta cuestin, el estilo atribucional, el tipo de atribuciones que solemos hacer, puede cambiarse y puede mejorarse. Espero que este captulo sirva de ayuda para mejorar en esta direccin. Mooiios \ rioias oi ariinucix Dado que el mundo en que vivimos es enormemente complejo y nece- sitamos saber a qu atenernos, necesitamos controlar esa complejidad de nuestro entorno, al menos cognitivamente, y para ello intentamos continua- mente hacer un cierto tipo de atribuciones para as hacer ms estable ese nuestro entorno, con el fin de poder predecir el comportamiento de los dems e incluso el nuestro propio y de esta forma reducir al mnimo las posibles sorpresas. Resulta altamente til aqu distinguir con claridad entre modelos y teo- ras de la atribucin. Los modelos y teoras atribucionales pretenden anali- zar cmo las personas explican la conducta de los dems por ejemplo, atribuyndola ya sea a disposiciones internas (rasgos, motivos y actitudes 42 Anastasio Ovejero Bernal perdurables) o a situaciones externas. Estas atribuciones son cruciales, dado que influyen poderosamente en nuestras reacciones ante los dems y nues- tras decisiones en relacin a ellos. Por otra parte, las teoras de la atribu- cin analizan la forma en que explicamos la conducta de las personas y todas ellas comparten al menos estas tres suposiciones: a) Intentamos darle sentido a nuestro mundo; b) Las acciones de las personas las atribuimos a causas internas o externas; y c) Lo hacemos de maneras hasta cierto punto lgicas y consistentes, aunque, como veremos, no carentes de importantes errores y sesgos. A) Modelos atribucionales: Existen tres grandes modelos atribuciona- les, que Leyens y cols. (1994) denominaron modelos prescriptivos: 1) La psicologa ingenua de la accin, de Heider: Fritz Heider (1958), psiclogo alemn que huy de la Alemania nazi exilindose en los Estados Unidos, fue el primer autor que comenz a desarrollar la teora de la atri- bucin bajo una perspectiva netamente gestaltista y dentro de una disci- plina, la psicologa social, que siempre haba destacado los componentes cognitivos del comportamiento humano. Heider se dio cuenta de que nues- tro comportamiento depende ms de nuestra percepcin que de la propia realidad. Nuestra reaccin a un acontecimiento, por ejemplo, depender ms de cmo nosotros percibamos ese acontecimiento que del aconteci- miento en s. Por ello, para l la atribucin, que la define como el proceso por el que el hombre capta la realidad para tratar de predecirla y contro- larla, es un momento capital en el anlisis de la accin de un sujeto. Si queremos entender cmo se comporta una persona debemos entender los procesos atribucionales que utiliza. As pues, para comprender la conducta humana es necesario conocer cmo la gente percibe su mundo social y cmo informa sobre l. La teora de la formacin de impresiones olvidaba un aspecto importantsimo: las circunstancias en que tiene lugar una conducta. Heider tratar de superar este problema. Segn el contexto y las circunstancias de una misma con- ducta inferiremos un rasgo de personalidad u otro diferente. Ms an, un principio fundamental en el anlisis de Heider es que la gente desea con- trolar y predecir su entorno, desea anticipar los efectos que tendr su con- ducta sobre su entorno y sobre s mismo, para saber a qu atenerse y saber cmo debe actuar. Por ello, utiliza atribuciones causales: la gente percibe la conducta como estando causada. Ahora bien, la causa de una conducta puede ser atribuida al propio actor (atribucin interna) o al ambiente (atri- bucin externa). Y estas atribuciones causales determinarn las relaciones interpersonales. Por ejemplo, la conducta de un profesor hacia un alumno que ha hecho muy mal un examen ser muy diferente segn que atribuya ese fracaso al medio (a una tragedia familiar en casa del nio, justo un da antes del examen) o lo atribuya al propio alumno (falta de esfuerzo, por ejemplo). Generalmente solemos hacer atribuciones internas de los xitos alcan- zados por una persona que la consideramos de alto estatus, poder, presti- Cmo interpretamos la conducta social: 43 gio o competencia, y en cambio ese mismo xito lo atribuiremos a causas externas cuando quien lo consigue es percibido por nosotros como poco competente o con poco poder o estatus. Y as cuando, por ejemplo, un jugador de ftbol muy famoso realiza una buena jugada lo atribuimos a su capacidad y competencia, sin embargo, si esa misma jugada la hace un fut- bolista de segunda fila, lo atribuiremos a la suerte. Ahora bien, las atribu- ciones internas/externas que hacemos son, tambin ellas, adaptativas. As, cuando Sedikides y Anderson (1992) preguntaron a sus sujetos, norteame- ricanos, por qu varios estadounidenses haban huido a la URSS, la res- puesta era contundente: por traicin (atribucin interna), pero cuando les pregunt por qu varios soviticos haban huido a los Estados Unidos. La respuesta no fue menos contundente: para huir de la opresin que haba en su pas (atribucin externa). 2) El modelo de las inferencias correspondientes de Jones y Davis: tras recoger el modelo de Heider, prefieren Jones y Davis (1965) centrarse en un aspecto que consideran crucial en este terreno: la atribucin de la inten- cionalidad. El problema sera, pues, el siguiente: cmo puede un observa- dor externo captar las intenciones subyacentes a las conductas concretas y particulares de una persona? Es decir, lo que pretende este modelo es bus- car una causalidad interna al comportamiento de la gente. Parten estos autores de la base de que las personas intentan con su conducta alcanzar consecuencias para ellas deseables. En consecuencia, operando como un procesador de informacin, el perceptor puede llegar a conocer las inten- ciones de un actor, cuando ste acta libremente, a partir de las conse- cuencias o los efectos de su comportamiento. En este proceso el observa- dor se guiar por el principio de la eliminacin de las causas ms improbables. Para ello establecen Jones y Davis tres principios necesarios para hacer una atribucin interna: a) Que el actor conozca los efectos de su accin: difcilmente se puede atribuir intencionalidad a alguien por los efectos de un determinado comportamiento si no conoca los efectos que tendra esa accin; b) Que el actor posea la capacidad necesaria para realizar esa accin: es poco probable que un profesor haga una atribucin interna en el caso de un examen brillantsimo si este examen fue realizado por un alumno que l considera como incapaz de hacerlo. De ah que algunos profesores lleguen incluso a suspender un examen brillante realizado por un alumno que ellos consideran torpe y, en el colmo de la injusticia pero en coheren- cia con su impresin del alumno, rubrican el suspenso con un por haber copiado. Evidentemente, en los dos casos anteriores interviene el principio de eliminacin, de forma que rechazamos la intencin como factor proba- ble y lo atribuimos a otros factores que consideramos ms probables, como es la ignorancia de las consecuencias en el primero y la suerte o el haber copiado, en el segundo. c) Dados ya los dos anteriores principios como condiciones previas, el tercer principio funcionar como la principal condicin que har posible la atribucin interna: la bsqueda de los efectos no comunes. Jones y Davis 44 Anastasio Ovejero Bernal proponen que se consideren otras acciones posibles y se comparen sus efectos: los que no sean especficos de las diversas acciones no se retendrn y, en consecuencia, cuantos menos efectos comunes haya, ms fcil ser la atribucin de intencin. Por ejemplo, Juan es un alumno de COU que puede elegir entre estudiar psicologa, medicina o arquitectura. Las tres carreras le gustan mucho. Adems, las tres pueden ser cursadas en su ciu- dad de residencia. Pero mientras que si hace psicologa o medicina l cree que le ser difcil encontrar trabajo, en cambio si hace arquitectura tiene asegurado un puesto en la empresa de su padre. Finalmente Juan elige estudiar arquitectura: a qu atribuiremos su eleccin? Pensaremos que eli- gi estudiar arquitectura no porque le guste, ni porque existan estudios de arquitectura en su ciudad, puesto que ambos son efectos comunes a las tres carreras, sino porque tiene perfectamente asegurado un puesto de trabajo, que es el nico efecto no comn. 3) El modelo de covariacin de Kelley: Kelley (1967) quiere sistemati- zar las ideas de Heider y generalizarlas a una gran variedad de fenmenos psicosociales, mostrando su utilidad en la mayora de los campos que estu- dia la psicologa social. Sin duda alguna ha sido Harold Kelley el que, basndose en las ideas de Heider y tomando la analoga del procedimiento cientfico, ha concebido el modelo ms amplio para explicar el proceso de atribucin. En efecto, este modelo se aplica tanto a las atribuciones que pueden hacerse sobre uno mismo (autoatribucin) como las que tienen por objeto los dems (heteroatribucin); adems, no se limita a atribuciones de un tipo particular, sino que puede englobar asimismo otras que se refieren a unos aspectos tan diferentes como actitudes, disposiciones de personali- dad, emociones, intenciones, etc. Kelley subraya el carcter motivacional del proceso de atribucin. Como l mismo dice, todo ocurre como si el individuo estuviera motivado a alcanzar el control cognitivo de la estruc- tura causal del medio ambiente. Para l, un concepto fundamental en el proceso de atribucin es el de esquema causal, que es una concepcin general que la persona tiene sobre cmo ciertas clases de causas inter- actan para producir una clase especfica de efectos (Kelley, 1972, pg. 1). Estos esquemas causales, que se adquieren a travs de la experiencia, refle- jan las creencias bsicas que el individuo que los posee tiene del mundo moderno. Ahora bien, si para Jones y Davis el individuo es un procesador de informacin que busca los efectos no comunes a dos eventos, para Kelley se trata ms bien de un cientfico social o de un lgico: el proceso de atri- bucin es una especie de computacin mental que trabaja con anlisis de varianza. Y se apoya en una exigencia fundamental: requiere varias obser- vaciones y su principio de funcionamiento es el de la covariacin. Segn este modelo, el observador se hace una pregunta clave: covara la accin con el actor? Si covara, entonces atribuir causalidad interna; si no cova- ra, atribuir causalidad externa. Y para saber si existe tal covariacin, el observador se fijar en estos tres criterios: distincin, consenso y consisten- cia. As, por ejemplo, al explicar por qu Isabel tiene problemas con las Cmo interpretamos la conducta social: 45 matemticas, la mayora de las personas utilizan de manera apropiada la informacin concerniente a la consistencia (Isabel suele tener casi siempre problemas con esta asignatura?), la distintividad (tiene problemas Isabel tambin con otros profesores o slo con ste?) y el consenso (tambin las dems personas tienen problemas con este profesor?). Pues bien, haremos una atribucin interna en el caso de que Isabel, y no sus compaeros, tenga problemas con este profesor, a la vez que ella tenga problemas tambin con otros profesores. B) Teoras atribucionales: segn Charles Antaki slo existen estas dos teoras de la atribucin: 1) Teora atribucional de la motivacin de Weiner: esta teora surge al ser considerada la conveniencia de incluir una dimensin cognoscitiva en la explicacin de la motivacin de logro, dimensin que no es otra que la atri- bucin causal del xito o del fracaso. Lo que realmente pretende Weiner (1985) es construir una teora que sea capaz de dar cuenta de las atribu- ciones causales que la gente hace de sus xitos y de sus fracasos, para poder as predecir cul ser la motivacin y el comportamiento futuros de la gente. Y para ello considera suficientes estas tres dimensiones: a) El locus o el lugar donde se encuentra la causa, que puede ser interno (por ejemplo, la habilidad o el esfuerzo) o externo (la suerte, la dificultad de la tarea, etc.); b) La estabilidad, que se refiere a la naturaleza temporal de una causa. En este sentido, la causalidad puede ser estable (por ejemplo, las capacidades o aptitudes) o inestable (el esfuerzo o la suerte); y c) Control o controlabilidad, que se refiere a la capacidad del individuo para influir o modificar la causa de un evento. Segn esta dimensin, la causalidad podr ser controlable (por ejemplo, el esfuerzo) o incontrolable (la suerte). En consecuencia, cuando, por ejemplo, un alumno fracasa en un exa- men (o tiene xito en ese examen), tender a buscar una causa a su fracaso (o a su xito), y la causa a la que l atribuya su conducta influir fuerte- mente en su motivacin y en su rendimiento para prximos examen. Vea- mos un ejemplo: Jos suspende el examen de matemticas y se dice a s mismo: He suspendido porque yo no valgo para las matemticas. Como vemos, ha hecho una atribucin interna, estable e incontrolable. Justamente la peor que poda hacer, ya que le lleva a la indefensin aprendida, porque si a la semana siguiente vuelve a hacer otro examen de matemticas y vuelve a suspender, y hace la misma atribucin, entonces para qu estu- diar para el prximo examen, si sabe que volver a suspender, porque l no sirve para eso? De ah que una de las funciones de los psiclogos escolares consista en ayudar a los nios y nias a hacer atribuciones apropiadas, que no son otras que las internas, inestables y controlables, como por ejemplo: He suspendido porque no he estudiado lo suficiente. 2) Teora de la indefensin aprendida de Seligman: esta teora, que ini- cialmente fue formulada por Seligman (1975) y despus modificada por Abramson, Seligman y Teasdale (1978) para hacerla aplicable a la conducta humana, puede ser considerada tambin, a mi modo de ver, una aplicacin 46 Anastasio Ovejero Bernal de la teora atribucional de la motivacin de Weiner. Indefensin apren- dida es el trmino que Seligman y sus colaboradores acuaron para refe- rirse a las consecuencias que tiene el haber aprendido que uno no puede controlar los acontecimientos. Dicho en otros trminos, llamamos indefen- sin aprendida a la conviccin de que no existe relacin alguna entre nues- tro esfuerzo para alcanzar una meta y el alcanzarla realmente. Seligman haba encontrado que cuando a unas ratas se les daba unas tareas que ellas no podan realizar, aprendan a ser incapaces, de tal forma que cuando se les daba despus otras tareas que s eran capaces de realizar, ya ni siquiera lo intentaban. Este fenmeno fue comprobado despus, repetidamente, en seres humanos. De ah que sea frecuente encontrar a personas, incluso padres de familia, parados de larga duracin, sentados todo el da en el bar. Probablemente buscaron trabajo durante unos meses, da tras da, sin ningn resultado. En seguida hicieron atribuciones causales inadecuadas (sin enchufe jams encontrar trabajo...), lo que les llev a la indefensin aprendida. Una consecuencia grave de la teora de la indefensin aprendida se refiere a la facilidad de generalizacin de la indefensin. As, por ejem- plo, un estudiante que no es capaz de aprobar las matemticas debido a la total incompetencia de su profesor pero que atribuye su fracaso a causas internas (es que yo no valgo para las matemticas), es posible que aprenda la indefensin y, lo que es ms grave, la generalice a otros mbitos como puede ser la historia, el lenguaje, el ingls, etc., e incluso al mbito extraescolar. Eiioiis \ siscos ariinucioxaiis Los modelos de atribucin que hemos visto poseen, los tres, un serio problema: que no siempre funcionan as en la vida cotidiana. Ms an, que casi nunca se aplican a la vida cotidiana tal como nos los presentan sus autores. Son modelos perfectos, que slo tienen en cuenta los procesos cognitivos, aislados, en fro, como si de una computadora se tratase, olvi- dando que los seres humanos somos mucho ms que cognicin. Las perso- nas tenemos tambin sentimientos, motivaciones e intereses, y, dado que pertenecemos a grupos, nos gustan ms las personas y las cosas de nuestro grupo que las personas y las cosas de otros grupos, sobre todo si compiten con el nuestro. Y ponemos nuestras cogniciones, y el procesamiento de la informacin que hacemos, al servicio de nuestros intereses y de los de nuestro grupo. De ah que cuando buscamos causas a las conductas de los dems, y a la nuestra propia, cometemos frecuentes e importantes errores, que no son casuales sino que tienen una clara funcionalidad: defendernos a nosotros y a los nuestros, as como a nuestros intereses. Y es que la atribu- cin no acta en el vaco, sino que cumple unas funciones muy concretas, particularmente estas tres: ayudarnos a controlar nuestro entorno, defender nuestra autoestima y conseguir una eficaz autopresentacin. Y para conse- guir estos objetivos hacemos muchsimas trampas, que eso es lo que son los Cmo interpretamos la conducta social: 47 errores de atribucin: trampas y engaos cognitivos que hacemos persi- guiendo unos propsitos muy concretos. Es decir, nos desviamos respecto a una respuesta normativa correcta. Ahora bien, como dicen Fiske y Taylor, si el error es circunstancial u ocasional, hablamos de error atribucional, mientras que cuando el error es sistemtico hablamos de sesgo atribucional (para una ampliacin de los sesgos de atribucin, vase Echevarra, 1991; Hewstone, 1992; Ross y Nisbett, 1991; Myers, 1995). En todo caso, los dos sesgos o errores sistemticos de atribucin ms frecuentes y ms importantes son estos (Myers, 1995): 1) Error fundamental de atribucin: que no sera un error sino un sesgo, dado que es un error sistemtico en el que caemos todos con demasiada frecuencia. Segn Lewin la conducta es funcin de la perso- nalidad y del ambiente. Pues bien, el psiclogo norteamericano Ross (1977) llam error fundamental de atribucin a la tendencia que todos tenemos, de ah lo de fundamental, a olvidar las variables situacionales y tener en cuenta slo las personales a la hora de explicar la conducta de los dems. Un ejemplo lo aclarar perfectamente: Ivn, alumno de 3. de ESO hace dos exmenes de Lengua a principios de curso. Y los dos los suspende. A qu atribuir el profesor estos suspensos? Difcilmente nos equivocaremos si prevemos que, haciendo una atribucin interna, dir el profesor: O bien Ivn es muy torpe o un vago o las dos cosas a la vez. Nos parece razonable el discurso de este profesor? Sin duda no lo es, porque, si como suele suceder tantas veces a principios de curso, no tiene ms informacin sobre Ivn, sus suspensos pueden deberse igual- mente a su falta de inteligencia, a su falta de esfuerzo, o a que no pudo estudiar por no tener an el libro de texto o por un gravsimo problema familiar en casa esa semana. Y, sin embargo, los profesores, y todos nosotros, tendemos a hacer atribuciones internas de la conducta de los dems. Un segundo ejemplo lo clarificar ms an si cabe. Con frecuencia cole- gas mos tanto de la Universidad de Oviedo como de otras Universidades me comentan que los estudiantes de hoy da son callados, pasivos, que no hacen preguntas en clase ni plantean problemas, etc. Y ciertamente mi pro- pia experiencia me lo confirma. Pero lo que, a mi modo de ver, es caer en el error fundamental de atribucin es explicar tal conducta acudiendo a caractersticas personales de los propios estudiantes (son pasivos, incluso pasotas, no son como los de antes, etc.). Y es que tambin mi experien- cia me dice que si a los mismos alumnos les explico los mismos temas, de la misma manera, pero en grupos pequeos, por ejemplo de seis estudian- tes, alrededor de una mesa, entonces todos los estudiantes intervienen, todos preguntan, todos problematizan cosas. Y es que ms que a razones intraindividuales, el que los estudiantes no pregunten se debe ms bien a factores ambientales, sobre todo de dos tipos: grupales (suelen estar en clase en grupos grandes, y se sabe que cuanto mayor es el grupo menor es la participacin de sus miembros) y de ambiente fsico (la propia distribu- 48 Anastasio Ovejero Bernal cin de los pupitres, en filas, perjudica seriamente la participacin, vase Ovejero, 1988a). Ahora bien, por qu cometemos el error fundamental de atribucin? Por qu tendemos a subestimar los determinantes situacionales de la con- ducta de los dems pero no los de la propia conducta? Al parecer (Jones, 1976; Jones y Nisbett, 1978) tenemos una perspectiva diferente cuando observamos que cuando actuamos. En concreto, cuando actuamos, el ambiente domina nuestra atencin, mientras que cuando observamos cmo acta otra persona, esa persona es la que ocupa el centro de nuestra atencin. Adems, estamos en una cultura muy individualista e interna- lista. De hecho, en culturas menos individualistas la gente percibe con menos frecuencia a los dems en trminos disposicionales (Zebrowitz- McArthur, 1988). As, si se pide a estudiantes estadounidenses que se pre- gunten: Quin soy yo?, responden: soy sincero, confiado, etc., mien- tras que los japoneses tienden a responder: Soy un estudiante de Keio (Cousins, 1989). 2) Sesgo de autoservicio: si para explicar la conducta de los dems solemos utilizar el error fundamental de atribucin, para explicar la nues- tra solemos utilizar el sesgo de autoservicio. Desde hace tiempo los psic- logos vienen confirmando que nuestras ideas respecto a nosotros mismos afectan de una forma importante a la manera en que procesamos la infor- macin social, influyendo en cmo organizamos nuestros pensamientos y acciones, as como en la manera en que percibimos, recordamos y evalua- mos tanto a las dems personas como a nosotros mismos. Un claro ejemplo de ello lo constituye el efecto de autorreferencia que, como dice Myers, es la tendencia a procesar con eficiencia y recordar con precisin informacin relacionada con uno mismo: cuando la informacin es relevante para nues- tro autoconcepto, la procesamos ms rpidamente y la recordamos mejor (Higgins y Bargh, 1987). As, si se nos pide que nos comparemos con un personaje de una historia corta, recordaremos mejor ese personaje. Por otra parte, al procesar informacin relevante para nosotros mismos tendemos a utilizar un importantsimo sesgo, el sesgo de autoservicio, que, en palabras de Myers, es la tendencia a percibirnos a nosotros mismos de manera favo- rable, para lo que haremos atribuciones internas de nuestros xitos y exter- nas de nuestros fracasos (Whitley y Frieze, 1985). Y este sesgo es aplicable a prcticamente todos los mbitos. As los divorciados/as suelen culpar a su pareja por la ruptura y se ven a s mismos/as como las vctimas (Gray y Sil- ver, 1990). Igualmente en deporte, cuando gano se debe a mis mritos, mientras que cuando pierdo es culpa de la mala suerte o del rbitro (Grove y cols., 1991). Este sesgo se refleja incluso en el lenguaje que utilizamos cotidiana- mente. As, los alumnos suelen decir: He aprobado, me han suspen- dido. Y los profesores: Juan aprob porque yo soy buen profesor; Pedro suspendi porque l es mal estudiante. Es ms, incluso concedemos una mayor importancia a aquellas habilidades en que nosotros destacamos y una menor a aquellas en las que no destacamos. Si alguien es brillante en Cmo interpretamos la conducta social: 49 psicologa matemtica dar una gran importancia a la matemtica para la formacin del psiclogo, mientras que si suspende en psicobiologa tender a dar poca importancia a la biologa para la formacin de los psiclogos. Cuanto ms favorablemente nos percibimos a nosotros mismos en alguna variable (por ejemplo, inteligencia o sinceridad) ms utilizaremos esa varia- ble a la hora de juzgar a los dems (Lewicki, 1983). Si una prueba de cual- quier clase, incluso un horscopo, nos favorece, entonces la creeremos ms y la evaluaremos ms positivamente (Glick y cols., 1989). As, si salgo airoso en un test de inteligencia tender a creer que los test de inteligencia son pruebas ms fiables y ms vlidas que si salgo mal parado en esa prueba. Otra consecuencia de este sesgo es que solemos caer en lo que Weinstein llama optimismo ilusorio acerca de los acontecimiento futuros de la vida. Por ejemplo, los sujetos de Weinstein se perciban a s mismos con mayor probabilidad que sus compaeros de obtener un buen trabajo, tener un buen salario y poseer una casa, y con muchas menos probabilidades de experimentar acontecimientos negativos, como tener algn problema con el alcoholismo, ser despedido de su trabajo, etc. En la misma lnea, encontr Abrams (1991) que la mayora de los adolescentes estudiados afirmaban tener mucha menos probabilidad que sus compaeros de ser infectados por el virus del SIDA. Y lo grave es que este optimismo ilusorio aumenta nuestra vulnerabilidad, ya que nos lleva a no tomar las precauciones nece- sarias. As, las estudiantes universitarias sexualmente activas, que no utili- zan anticonceptivos de manera habitual, se perciben a s mismas, en com- paracin con otras mujeres de la misma universidad, como mucho menos vulnerables al embarazo no deseado (Burger y Burns, 1988). En la misma direccin se coloca el falso consenso, que consiste en la tendencia a sobrestimar la medida en que las propias expectativas, juicios y opiniones son compartidas por otras personas. Solemos encontrar apoyo (ilusorio) para nuestras opiniones y para nuestras conductas sobreesti- mando el grado o el nmero en que los dems estn de acuerdo con noso- tros (Mullen y Goethals, 1990). Es ms, cuando fracasamos en algn obje- tivo, pensamos que muchos otros estn en nuestra misma situacin. Pero cuando tenemos xito es ms frecuente el efecto opuesto: el sesgo de falsa particularidad (Goethals y cols., 1991), que, en palabras de Myers, es la ten- dencia a subestimar el carcter comn de las habilidades y las conductas deseables o exitosas de uno mismo. Si hago algo mal en seguida pienso que todo el mundo lo hace; si, en cambio, hago algo bien, creo ser el nico que lo hago. Con ello, obviamente, mi autoestima subir. En definitiva, la gente tiende a ver sus defectos como normales y, en cambio, sus virtudes como raras. Por otra parte, llamamos estilo atribucional a una forma habitual de res- ponder a cuestiones sobre causalidad. Si se me permite la expresin, dir, para entendernos, que si un sesgo era un error sistemtico, un estilo atri- bucional sera un sesgo sistemtico. Pues bien, a la utilizacin sistemtica del sesgo de autoservicio se le llama estilo atribucional egtico. Aunque, como ya hemos dicho, este estilo atribucional est muy generalizado, sin embargo, no se da en todos los individuos. Por el contrario, existen perso- 50 Anastasio Ovejero Bernal nas, generalmente con baja autoestima y/o que pertenecen a minoras sociales, que no slo no son atribucionalmente egticas, sino que tienden a atribuir sus xitos a factores externos y sus fracasos a factores internos (vase Ovejero, 1986). A esto se le llama estilo atribucional insidioso. Ahora bien, por qu est tan extendido el sesgo de autoservicio? Exis- ten bsicamente tres explicaciones (Myers, 1995), que como ocurre otras veces, son ms complementarias que excluyentes: a) Autopresentacin: intentamos presentar una imagen positiva de nosotros mismos, manejando las impresiones que creamos en los dems. Y una forma de conseguirlo es a travs de la autopresentacin, que es el acto de expresarse y comportarse de manera intencionalmente diseada para crear una impresin favorable o una impresin que corresponda con los ideales de uno mismo (Myers, 1995, pg. 97). Pero el asunto es deli- cado y complejo, pues si la gente desea ser vista como capaz, tambin quiere ser vista como modesta y honesta (Calston y Shovar, 1983).La modestia produce una buena impresin mientras que la jactancia no solici- tada produce una impresin negativa (Holtgraves y Srull, 1989). Por tanto, las personas exhiben a menudo menos autoestima de la que sienten en pri- vado (Miller y Schlenker, 1985). Cuando explican un xito importante, tie- nen el doble de probabilidad de reconocer la ayuda de otros si su explica- cin es pblica (Baumeister e Ilko, 1991). Pero cuando es obvio que lo hemos hecho bien, las negaciones (lo hice bien, pero no tiene importan- cia) pueden ser vistas como una humildad falsa y fingida. Y es que tam- bin la autoincapacitacin puede crear una mala impresin (Smith y Strube, 1991). Es decir, que para causar una buena impresin en los dems se requiere tener una cierta dosis de habilidad social. b) Una consecuencia de la forma en que procesamos la informacin: el sesgo de autoservicio puede deberse a que recordamos mejor lo que hemos hecho de forma activa y a que recordamos menos lo que simplemente hemos visto hacer a otros. c) Un intento de proteger nuestra autoestima: otra explicacin plausi- ble es que estamos motivados a proteger e incluso mejorar nuestra autoes- tima (Tice, 1991). No somos simples mquinas fras de procesamiento de la informacin. De hecho, existen muchos estudios que confirman que nues- tra maquinaria cognitiva es puesta en funcionamiento por un motor moti- vacional (Kunda, 1990), que persigue confirmar nuestras autoconcepcio- nes (Swann, 1990) y mejorar nuestra autoimagen. Pero tampoco olvidemos que con frecuencia el sesgo de autoservicio es un mecanismo para com- pensar y ocultar una autoimagen baja o algunos complejos de inferioridad. De hecho, existen estudios en los que las personas cuya autoestima es tem- poralmente menoscabada (al decirles, por ejemplo, que tuvieron una pun- tuacin realmente desastrosa en un test de inteligencia), tienen mayores probabilidades de menospreciar a los dems. Y aquellos cuyo yo ha sido herido recientemente son tambin ms propensos a hacer atribuciones de autoservicio del xito o del fracaso que aquellos cuyo yo ha tenido un xito recientemente (McCarrey y cols., 1982). Cmo interpretamos la conducta social: 51 En todo caso, el sesgo de autoservicio puede ser tanto adaptativo como desadaptativo. Es adaptativo, pues sin este sesgo y sus excusas acompaan- tes, las personas con autoestima baja seran ms vulnerables a la ansiedad y a la depresin (Snyder y Higgins, 1988). Y es que creer en nuestra supe- rioridad tambin puede motivarnos a lograr y sostener un sentido de la esperanza en tiempos difciles. Pero otras veces es desadaptativo. Con fre- cuencia, las personas que culpan a los dems de sus dificultades sociales son ms infelices que las que pueden reconocer sus errores. Adems, si en un grupo la mayora de sus miembros se creen superiores a los dems, por fuerza ello crear problemas al grupo. Por otra parte, entre las crticas recibidas por los estudios sobre los ses- gos de atribucin est el que con frecuencia los toman como algo univer- sal, inherente a la cognicin humana, cuando son, ms bien, productos sociales, culturales e histricos. Por consiguiente, los psiclogos sociales cognitivos deberan preocuparse ms por estudiar la validez transcultural de sus afirmaciones realizando estudios comparados con los que poder confirmar o refutar la universalidad e invariabilidad de los procesos cogni- tivos descritos (vase Collier y cols., 1996). Coxciusix Una atribucin no es ms que una creencia que alguien puede tener acerca de la causa de un suceso. De ah que debamos preguntarnos ante todo por qu las personas mantienen tales creencias, es decir, qu funciones cumplen. Entendiendo estas funciones estaremos en mejores condiciones de entender tambin por qu se producen ciertos sesgos. Por otra parte, un mismo hecho o un mismo fenmeno tendr muy diferentes repercusiones sobre la conducta y a veces hasta sobre la vida de las personas segn a qu causas atribuyan estas personas ese hecho o fen- meno. Pongamos el caso de un licenciado en psicologa que lleva buscando trabajo como psiclogo los tres aos que hace que termin la carrera. Y an no lo ha encontrado. Cmo le afectar este hecho? Cmo influir en su motivacin y hasta en su vida? La respuesta que debemos dar en este captulo es que, al menos en parte, depender de las causas que elija para explicar ese hecho. Por ejemplo, puede decir: No encuentro trabajo por- que se trata de una tarea imposible, ya que hoy da slo te dan trabajo si tienes enchufe, y yo no lo tengo. En estas circunstancias, probablemente este individuo se desmotivar, caer en la indefensin aprendida y en ade- lante ni siquiera intente buscar trabajo. En cambio, supongamos que hubiera dicho lo siguiente: Para encontrar trabajo hoy da es fundamental tener unas adecuadas relaciones sociales. Yo no lo encuentro porque no tengo tales relaciones. Esto ya es ms positivo, pues mientras encontrar un buen enchufe es algo casi imposible para muchos, mejorar sus propias rela- ciones sociales es ya ms fcil. No es raro que en este segundo caso, nues- tro sujeto, en lugar de caer en la indefensin aprendida, intente mejorar sus 52 Anastasio Ovejero Bernal relaciones sociales (apuntndose en un club deportivo, inscribindose en un grupo de montaa, implicndose ms en la asociacin de su barrio o en las actividades del colegio profesional, etc). Ahora bien, para que los estudios en psicologa social sobre cognicin social sean realmente fructferos deberan ver los procesos cognitivos como un producto de la interaccin simblica, incorporando tambin las dimen- siones afectiva y motivacional, as como prestando ms atencin a la gne- sis sociocultural de las estructuras cognitivas (Sangrador, 1991), y sustituir una visin mecanicista por una visin ms histrica y menos individualista de los mismos, como ya hicieron Vigotsky, Luria o Leontiev. As, por ejem- plo, debemos recordar un estudio dirigido por Luria durante los aos 1931-1932 en una regin de Uzbekistn, en donde se analizaron los cambios colectivos en los sistemas cognitivos de sus habitantes como con- secuencia de los cambios econmicos, polticos, religiosos y culturales aca- ecidos tras la introduccin de las reformas sociales propiciadas por la revo- lucin bolchevique. Como conclusin de dicho estudio, sealaba el propio Luria (1987, pg. 186): Estos datos han mostrado convincentemente que la estructura de la actividad cognitiva no es la misma en diversas etapas del desarrollo hist- rico y que las formas primordiales de los procesos cognitivos la per- cepcin y la generalizacin, la deduccin y razonamiento, la imaginacin y anlisis de su vida interior tienen un carcter histrico y se modifican al modificarse las condiciones sociales de vida y al asimilar el individuo nuevos conocimientos. En todo caso, y como conclusin, estoy de acuerdo con Rodrguez Prez, cuando escribe que (1992, pg. 77), realmente, para aquellos que nos sentimos fascinados por la psicologa social produce un rubor inexpli- cable que nuestras teoras desprecien la cultura y la historia social de la comunidad donde se integra, perciban el conflicto como perverso e indesea- ble y en cambio deifiquen el razonamiento matemtico y lgico. Cmo interpretamos la conducta social: 53 This page intentionally left blank Cairuio III Las relaciones humanas como intercambio Ixrioouccix Hay una serie de tericos en psicologa social, de raz eminentemente conductista, que ven las relaciones humanas como un mero proceso de intercambio, proceso en el que cada uno invierte algo y hace unos costos con la intencin de obtener un beneficio. Cuando su inversin no resulta rentable abandonar la relacin interpersonal. Como vemos, pues, en la nocin de intercambio se combinan el principio econmico de la conducta como funcin del propio inters, la lgica hedonista de la persecucin del placer y la axiologa pragmatista de la utilidad (Blanch, 1983, pg. 34). Ahora bien, estas teoras no son realmente sociales, sino meramente indivi- duales, ya que, como sostiene Rodrguez Prez (1993, pg. 74): los miembros con los que se elaboran las normas no son las redes socia- les, sino las decisiones de los individuos en el proceso de intercambio, una idea propia del individualismo metodolgico que impregna las teo- ras del intercambio. Llevar esto a sus ltimas consecuencias significa ignorar la nocin de cultura o aceptar como nico valor cultural el esp- ritu comercial, cuya mxima es que slo a travs de los dems podemos sacar el mximo rendimiento a nuestros mritos. Estas teoras se basan, pues, en un concepto histricamente descontex- tualizado de hombre. Se trata, por tanto, aade Rodrguez Prez, de plan- tear un tipo de ser humano histricamente descontextualizado. Entre las numerosas teoras del intercambio existentes, destacaremos las que apare- cen a continuacin. Tioia oii uoxnii icoxxico oi Hoxaxs A pesar de ser socilogo, Homans (1961) encontr precisamente en la psicologa de Skinner un conjunto de principios explicativos compatibles con sus propias ideas sobre el comportamiento humano. Y ello porque, para l, los principios explicativos bsicos de la antropologa y de la socio- loga y, por tanto, de la historia... (son) psicolgicos. El inters de Homans reside en el comportamiento social elemental: el contacto cara a cara entre individuos, donde tanto la recompensa como el castigo que cada uno recibe del comportamiento de los otros es relativamente directo e inmediato. El medio ms conveniente, segn l, para estudiar ese compor- tamiento es el grupo pequeo. La teora de Homans consta de cinco proposiciones (Morales, 1981): 1) Similitud estimular: a mayor similitud de una situacin-estmulo con otra pasada en la que una conducta fue recompensada, habr mayor probabili- dad de que esa conducta sea emitida; 2) Frecuencia: cuanto mayor sea la frecuencia con que ha sido recompensada una conducta, mayor ser la fre- cuencia con que se emita; 3) Valor: cuanto ms valiosa sea la recompensa obtenida por una determinada conducta, mayor ser la frecuencia con que se emita; 4) Saciedad: a medida que aumenta la frecuencia con que se recibe una cierta recompensa, ms disminuye su valor; y 5) Justicia: cuanto ms le falte a una persona para obtener las recompensas esperadas, mayor ser la probabilidad de que emita la conducta emocional de ira. Homans pretende explicar tanto las relaciones interpersonales como la interaccin grupal con un andamiaje terico y conceptual cuyos conceptos centrales son: Recompensa, Costo y Beneficio que no es sino el resultado total de recompensas menos costos. En definitiva, la conducta social de todo individuo en el seno de un grupo sera funcin de los refuerzos con- tingentes a esa conducta social. A pesar de lo positiva que es la valoracin que de esta teora hacen Deutsch y Krauss (1970, pg. 113), estoy de acuerdo con la apreciacin fuertemente crtica que hace lvaro (1995, pgs. 43-44) cuando escribe: el reduccionismo psicolgico, tanto terico como metodolgico, es con- sustancial a la teora de Homans, pues su objetivo es explicar el compor- tamiento individual y social a partir de principios psicolgicos. A este reduccionismo habra que aadir como caracterstica fundamental su intencin de establecer leyes generales del comportamiento humano. El conjunto de proposiciones establecido por Homans para explicar el com- portamiento social se refiere al individuo, independientemente de su con- texto normativo o cultural. 56 Anastasio Ovejero Bernal Tioia oii caxnio oi Tuinaur \ Kiiii\ Thibaut y Kelley (1959) presentaron una teora de las relaciones inter- grupales y el funcionamiento grupal, basndose en el supuesto de que toda conducta social necesita para su mantenimiento que sea reforzada, es decir, recompensada. Si una conducta social no es reforzada dejar de realizarse. De esta forma, toda interaccin puede ser explicada en funcin de una relacin de intercambio en la que dos o ms individuos interactan para conseguir metas que les son mutuamente beneficiosas. Si bien esta teora tiene un marcado carcter individualista, pues asume que entendiendo las relaciones de intercambio que se dan en la dada es posible explicar las relaciones de los grupos sociales, su mrito consiste, tal y como escriben Deutsch y Krauss, en el hecho de que las recompensas y los costos no se experimentan como absolutos: la importancia psicolgica de una recom- pensa vara segn las experiencias pasadas de la persona y las oportunida- des presentes. Al ampliar de esta manera el concepto de resultado, Thibaut y Kelley establecieron un puente entre los conceptos de los tericos de la Gestalt y los psiclogos del refuerzo. Tradicionalmente los gestaltistas pusieron de relieve que las recompensas se perciben en relacin con un contexto, pero dejaron de lado el estudio de las consecuencias de la recom- pensa sobre el comportamiento; los psiclogos del refuerzo, en cambio, acentuaron las consecuencias de la recompensa pero no las condiciones que determinan el modo en que se la percibe. Por tanto, Thibaut y Kelley nos presentan un modelo racional de ser humano en el que su conducta est orientada y regida por la conservacin y maximizacin de sus intere- ses (Rodrguez Prez, 1993, pg. 73), articulando, como dice Blanch, el supuesto psicolgico hedonista con la toma en consideracin gestaltista de los factores perceptivo-cognitivos de la situacin y la insistencia neocon- ductista en el poder del refuerzo como variables de la interaccin humana, tanto en lo referente a la relacin interpersonal como a los procesos grupa- les. Los autores focalizan, sin embargo, su anlisis en la mnima expresin de lo microsocial: la interaccin didica. Desde su perspectiva todo inte- ractor se comporta como un comerciante tratando de adoptar en cada situacin la alternativa estratgica que le ha de proporcionar los mayores beneficios. En consecuencia, las interacciones sociales se explican en trmi- nos de los resultados obtenidos por los participantes en dichas relaciones, resultados que dependen de las recompensas y los costos. Pero incluyen Thibaut y Kelley tambin otros conceptos poco conduc- tistas. As, la positividad o negatividad de un resultado est determinada por la comparacin con el punto neutro de la escala de satisfactoriedad de los resultados. La interaccin ser agradable si se encuentra por encima de ese punto neutro y desagradable si se encuentra por debajo. Ese punto neutro se llama nivel de comparacin (comparison level = CL). Pero a veces nos enfrentamos a situaciones cuyos resultados, evaluados en funcin del CL, son insatisfactorios y sin embargo, mantenemos la situacin. Thi- Las relaciones humanas como intercambio 57 baut y Kelley explican esta situacin mediante la nocin de nivel de com- paracin para las alternativas (comparison level for alternatives = CLalt). Y es que muchas veces se le presenta al individuo una situacin alternativa que provocara resultados an peores que los que experimenta en la situa- cin en que se encuentra. Los autores de esta teora consideran, adems, el papel desempeado por las diferencias individuales en el establecimiento del CL. No toman en cuenta los rasgos especficos de la personalidad, ni consideran tampoco la posibilidad de la existencia de situaciones patolgicas (por ejemplo, el masoquista buscar situaciones insatisfactorias), pero destacan el papel desempeado por la percepcin que tienen las personas acerca de su pro- pio poder de control sobre los resultados que experimentan. Las personas optimistas respecto a s mismas tendrn CLs ms elevados que las personas pesimistas. Quienes tienden a idealizar las situaciones poseen un elevado CL, y es muy probable que consideren insatisfactorios la mayora de los resultados de sus interacciones. Se trata, pues, de una teora ampliada de la del hombre econmico. Y al igual que para Homans, tambin para Thibaut y Kelley es improbable que un comportamiento social se repita y que una relacin interpersonal se mantenga a menos que sus recompensas excedan sus costos. Pero el valor que una persona otorga a un resultado no estar determinado, segn Thibaut y Kelley, por su magnitud absoluta, sino ms bien por comparacin con otras situaciones posibles. El mrito de la posi- cin de Thibaut y Kelley no se basa tanto en los conceptos propuestos, como en su acentuacin de la influencia que ejerce la interdependencia de los participantes sobre la interaccin social. El nfasis puesto en los dos estndares de comparacin por los cuales se evalan los resultados, destaca el hecho de que las recompensas y los costos no se experimentan como absolutos: la importancia psicolgica de una recompensa vara segn las experiencias pasadas de la persona y las oportunidades presentes (Deutsch y Krauss, 1970, pg. 120). En suma, aunque esta teora contiene muchos anlisis esclarecedores acerca de los procesos y determinantes de la interaccin social, la posicin terica de sus autores presenta muchos de los mismos problemas que se encuentran en la formulacin de Homans y que se concretan en que: adems de la falta de especificidad conceptual de nociones como valor, recompensa, beneficio, nivel de comparacin para las alternati- vas..., lo que en parte explica su olvido de la gnesis social e histrica de estos conceptos, las teoras del intercambio aqu expuestas no se apartan de dos de los pilares sobre los que se ha construido el paradigma domi- nante en psicologa social, como son el reduccionismo psicolgico y el establecimiento de principios universales del comportamiento humano. Asimismo, aunque los diferentes enfoques que de la teora se han expuesto presuponen la existencia de procesos simblicos en toda rela- cin de intercambio, no se detienen en su anlisis (Morales, 1981b). Este hecho dificulta una comprensin global de los fenmenos que pretende explicar. Se trata, en definitiva, de una psicologa social ahistrica y etno- 58 Anastasio Ovejero Bernal cntrica. Estas crticas no anulan el carcter explicativo de la teora ni su fecundidad a la hora de guiar la investigacin de temas como la terapia conyugal, la distribucin de poder dentro de la familia o la comunicacin informal (vase Morales, 1981b) (lvaro, 1995, pgs. 46-47). Tioia oi ios iicuisos oi Foa \ Foa A travs de varios trabajos, Foa y Foa (1980) tratan de subsanar una importante carencia de la teora del intercambio: una clasificacin de las recompensas que se ponen en juego en la interaccin. As, aceptando el dato evidente de que las personas son interdependientes en la satisfaccin de la mayor parte de sus necesidades, Foa y Foa reconocen que psiclogos y socilogos estudian intercambios en donde estn implicados recursos mucho ms sutiles (afecto, respeto, atraccin, etc.) que los considerados por los economistas (trabajo, dinero, etc.). Por otra parte, se trata de unos recursos en que, a diferencia de los econmicos, pueden ser dados o entre- gados a otros sin perder por ello la cantidad poseda (por ejemplo, el amor): al darlos no disminuyen, lo que por fuerza le concede una dimen- sin diferente al intercambio. En concreto, para estos autores existen seis clases de recursos: amor, estatus, informacin, dinero, bienes y servicios, enmarcados en dos coorde- nadas, cuyas dos dimensiones seran: la primera, dimensin concrecin ver- sus simbolismo (bienes y servicios son concretos, estatus e informacin sim- blicos, mientras que amor y dinero ocupan una posicin intermedia: as, regalar un objeto es una conducta concreta, mientras que sonrer es simb- lica), y la segunda, particularismo versus universalismo (el dinero y los bie- nes son particulares mientras que el estatus y sobre todo el amor son uni- versales, estando la informacin y los servicios en el punto neutro de esta dimensin), de tal forma que los intercambios dependeran en gran medida de la mayor o menor proximidad entre s de estos recursos en ambas dimensiones. Basndose en esto, Foa y Foa (1980) proponen una serie de reglas de intercambio entre las que se encuentran las siguientes: cuantos ms recursos posea una persona tanto ms probable ser que los d a otros, y viceversa; cuanto ms prximos se encuentren dos recursos, en las dos dimensiones de que hemos hablado, ms fcil ser su mutuo intercam- bio; cuanto ms prximo al amor est un recurso, ms restringido ser el campo de recursos con los que es probable que sea intercambiado; la transmisin simultnea de amor y otro recurso aumenta el valor de este otro recurso, o facilita su transmisin; y la probabilidad de intercambio de amor es superior en los grupos pequeos, mientras que el dinero lo es en las grandes. Por tanto, las ciudades grandes favorecen el intercambio de dinero y, en general, los intercambios universalistas. Las relaciones humanas como intercambio 59 Tioia oi ia oniicacix oi Giiixniic Aunque conductual, tambin es sta, como la de la teora de la equi- dad, que veremos a continuacin, una teora de la consistencia cognitiva. En efecto, la teora de la obligacin de Greenberg (1980) parte del supuesto de la existencia de una norma de reciprocidad segn la cual hay que ayudar a quienes nos han ayudado, de tal forma que la recepcin de un favor, un regalo o un beneficio crea en el sujeto un estado de obli- gacin de devolver ese favor, real o beneficio. Ese estado psicolgico posee, adems, un carcter motivacional que empujar al individuo a reducir la tensin generada. Ahora bien, la magnitud de esta obligacin depende de la percepcin por parte del receptor de: 1) Los motivos del donante (habr ms obligacin si se percibe que el donante est ms interesado en el bie- nestar del receptor que en el suyo propio); 2) La magnitud de los costos y recompensas acarreadas al receptor y donante como resultado del inter- cambio; 3) El lugar de causalidad de la accin del donante (la obligacin ser mayor cuando el receptor perciba que el origen de la accin del donante reside en l mismo que si percibe que la accin se debe a circuns- tancias ambientales (por ejemplo, si el favor entra dentro de las obliga- ciones profesionales del donante); y 4) Por ltimo, otros factores determi- nantes como la presencia por parte de otros del favor recibido. Por otra parte, existen principalmente dos formas de reducir la tensin creada: a) Mediante la devolucin del beneficio; y b) Reestructurando cog- nitivamente la situacin (por ejemplo, pensando que el favor no fue tan grande, o que lo hizo por otros motivos, etc.). Tioia oi ia iquioao oi Aoaxs Tambin Adams combina elementos de las teoras del refuerzo con ele- mentos de las teoras de la consistencia cognitiva, como ya hemos dicho, y partiendo de esta combinacin trata de explicar la tensin psicolgica provocada por la experiencia de la desproporcin entre el esfuerzo reali- zado y el fruto obtenido de un proceso interactivo y que se manifiesta en forma de sentimiento de injusticia (Blanch, 1983, pg. 38). Segn Adams (1965, pg. 280), una persona experimentar un sentimiento de inequidad o injusticia cuando perciba que la relacin entre sus resultados y sus inversiones, y la relacin entre los resultados y las inversiones de otros son desiguales. Por consiguiente, y de acuerdo con esta definicin de injusti- cia, es posible que existan sentimientos de injusticia no solamente cuando la persona recibe menos de lo que cree que merece, sino tambin cuando recibe ms de lo que cree que merece. La consecuencia de este sentimiento es una sensacin de incomodidad e insatisfaccin emocional que se puede expresar como irritacin, culpa u otro sentimiento de este tipo. Para Adams, la percepcin de la injusticia provoca tensin y sta es proporcio- 60 Anastasio Ovejero Bernal nal a la magnitud de la injusticia percibida. La persona tiende a reducir o eliminar por completo dicha tensin, y la motivacin para que esto suceda ser una funcin de la magnitud de la tensin creada. Si la teora de la obligacin es bastante similar a la de la disonancia cognoscitiva de Festin- ger, que veremos en el captulo 13, ms similar an a ella es, como reco- noce el propio Adams, la teora de la equidad. Por otra parte, resulta muy interesante la aplicacin de esta teora a relaciones muy diversas como relaciones padres-hijos, relaciones de pareja, etctera (Walster y cols., 1978), destacando probablemente su aplicacin a un asunto tan actual como las disensiones de pareja y el divorcio, que se producen, entre otras razones, porque las mujeres van dejando de aceptar la desigual situacin de intercambio que se produce, en perjuicio de ellas, en una pareja de corte tradicional, en la que la inversin que hacen las mujeres es muy superior a la que hacen los hombres. Tampoco esta teora se ha visto libre de crticas. As, Tajfel le critica sobre todo dos cosas: a) Tener una visin ingenua y simplista de la realidad social; y b) Ser muy individualista, al hacer recaer sobre el individuo las contradicciones bsicas de la sociedad. Coxciusix En definitiva, aunque algunos autores, como Morales (1981b), elogian a estas teoras, sin embargo son muchos los que se muestran abiertamente crticos, siendo stas las crticas ms frecuentes: 1) Su relativa incapacidad para hacer predicciones exactas; 2) Ser altamente dificultoso e incluso imposible operativizar sus conceptos y variables; 3) Ser reduccionistas a la hora de explicar la conducta social, ya que, como dice Rodrguez Prez (1993, pg. 77), reducen todo el proceso social a un simple proceso intra- personal; y 4) No atender a los aspectos simblicos del comportamiento humano (lvaro, 1995). Finalmente, me gustara hacerme eco de las reflexiones de Torregrosa (1981) quien, centrndose en las premisas metatericas que subyacen al paradigma del intercambio, desvela el modelo de hombre sobre el que se apoya, que no es otro que el del economicismo individualista que arraiga en el substrato ideolgico del capitalismo, as como su naturalismo ahisto- rizante, consecuencia del estilo skinneriano de analizar la conducta social de los organismos. Sin embargo, como acertadamente seala el propio pro- fesor Torregrosa: en una sociedad en que casi todo puede estar sometido al valor de cam- bio es de esperar, casi tautolgicamente, que las teoras del intercambio reflejen o, incluso, modelen la lgica de los procesos sociales. Ahora bien, de ah a pretender que estamos ante un modelo de hombre y sociedad que se corresponden con una supuesta naturaleza inmutable y ahistrica, y que, por tanto, es universal e intemporalmente vlido, es sumamente arriesgado, y creo que, hoy por hoy, insostenible. Las relaciones humanas como intercambio 61 This page intentionally left blank Cairuio IV Procesos de comunicacin interpersonal Ixrioouccix Desde hace muchos aos se viene encontrando en psicologa que el ais- lamiento y la falta de comunicacin llevan a una serie de problemas fsicos, psicolgicos y de conducta como la depresin, el alcoholismo, la drogode- pendencia o la delincuencia (Peplau y Perlman, 1982), as como que la falta de comunicacin entre los esposos lleva a mayores tasas de divorcio, entre padres e hijos a problemas de fracaso escolar en estos ltimos, o entre compaeros de trabajo a un menor rendimiento laboral y a un mayor absentismo, etc. Igualmente son bien conocidos los problemas que para la salud fsica tiene una deficiente comunicacin entre el personal sanitario y los pacientes (vase Ovejero, 1990b). De ah la importancia de conocer cmo mejorar la comunicacin interpersonal. Pero incluso la comunicacin puede ser en s misma una forma eficaz de reduccin del sufrimiento psi- colgico, como es el caso de quienes tienen cncer o han enviudado hace poco (Lehman y cols., 1986). Es ms, el envejecimiento y hasta la propia muerte se ven acelerados por la falta de oportunidades para la comunica- cin (Blazer, 1982). Y cuando hablamos de comunicacin, evidentemente nos referimos tanto a la verbal como a la no verbal, generalmente ms importante psicolgicamente la primera, pero en ciertas situaciones ms an la segunda. En definitiva, como dice Pastor Ramos (1994, pg. 313), y dado que la comunicacin interpersonal constituye la forma ms inmediata, frecuente e integral de actuacin interpsquica, debe ocupar un puesto inexcusable dentro del repertorio de temas tratados por la psicologa social. Y sin embargo, no es precisamente de los temas ms estudiados en nuestra disci- plina, hasta tal punto de que en nuestro pas son muchas las Facultades de Psicologa en las que, como mucho, esta temtica conforma una asignatura optativa, con lo que numerosos alumnos terminan su carrera sin tener nociones de comunicacin, lo que va en detrimento de la formacin bsica del alumno para ejercer en el campo de la clnica, la intervencin psicoso- cial, la educacin o las organizaciones, por poner slo algunos ejemplos. Tal deficiencia de base se habr de notar con posterioridad, por ejem- plo cuando el nuevo profesional se preocupe por cmo obtener informa- cin ms precisa de los aspectos no verbales en su relacin con el paciente; al tratar de mediar en los conflictos que se generan en el seno de las organizaciones; o cuando el psiclogo de la comunidad y de los servicios sociales advierta que muchos de sus recursos son relacionales (comunicacionales), y no dispone de una gua que le oriente cmo admi- nistrarlos o, ni tan siquiera, cmo identificarlos (Musitu, 1993, pg. 3). En todo caso, afortunadamente cada vez se est estudiando ms este tema desde un enfoque psicosocial, como se constata en la aparicin en 1982 de una publicacin peridica Journal of Language and Social Psycho- logy, que trata justamente de unir psicologa social y lenguaje, as como la aparicin de un cada vez mayor nmero de libros que defienden la necesi- dad de esta orientacin (Giles y Robinson, 1990; etc.), incluido el tema de los problemas y errores en la comunicacin (Mortensen, 1997). Despus de todo, gran parte de la conducta individual tiene lugar en un contexto social, se manifiesta lingsticamente y est mediada por procesos cogniti- vos y comunicativos. Diiixicix \ rioias oi ia coxuxicacix Como sostienen Musitu y Herrero (1993, pg. 12), la trascendencia y relevancia social del estudio de la comunicacin es innegable si convenimos en que cualquier tipo de interaccin humana, as como cualquier tipo de organizacin social, implica la comunicacin en cualquiera de sus diversas manifestaciones. La comunicacin es un fenmeno muy amplio y por ello es tambin objeto de numerosas disciplinas que se ocupan de algunos de sus diversos componentes: la sociologa, la lingstica, la antropologa, la psico- loga, etc. Ante tal variedad de enfoques, la psicologa social necesita aco- tar con la mayor precisin posible el mbito estricto de su discurso y el rea concreta que compete a sus procedimientos de investigacin. Pero como, incluso dentro de un planteamiento estrictamente psicosocial del tema de la comunicacin, caben enfoques diversos, no estara mal comenzar por una visin general de los ms importantes encuadres tericos dentro de los que se puede tratar psicosocialmente la comunicacin humana para elegir de entre ellos el ms conveniente (Pastor Ramos, 1994, pg. 314): a) Teora de la informacin, adoptada bsicamente por los conductis- tas: segn esta teora, el proceso comunicativo humano consta de cinco 64 Anastasio Ovejero Bernal fases: 1) Fuente o cerebro del comunicante, que es en definitiva quien genera los mensajes; 2) Transmisor, o codificador del mensaje en trminos gestuales, fnicos, hablados o escritos; 3) Canal, o vehculo que cubre la distancia espacial entre comunicante y receptor; 4) Receptor, que, obvia- mente es quien recibe el mensaje; y 5) Destino o cerebro del receptor. Pues bien, siguiendo esta teora, los psiclogos de corte conductista definen la comunicacin como respuesta discriminativa que realiza un organismo ante un estmulo. Como vemos, se trata de una definicin altamente res- trictiva e incompleta, ya que no estn presentes en ella los procesos semn- ticos del significado propios de la comunicacin especficamente humana, ni tampoco la intencionalidad expresiva consciente que es propia de la comunicacin humana. A esta definicin le falta, pues, los dos elementos ms importantes de la comunicacin humana: el simbolismo significativo y la cultura como constructura comn de tal simbolismo. b) Teora del interaccionismo simblico: uno de los elementos ms cen- trales de esta teora, que veremos en el captulo 27, es la comunicacin, pues no olvidemos que, como dice Pastor Ramos, el interaccionismo sim- blico proclama de lleno la autonoma radical de la persona humana como organismo que reflexiona, conoce y manipula los condicionamientos situa- cionales de su ambiente, que puede autocriticarse o confrontar sus viven- cias consigo mismo y que se comporta socialmente guiado en gran parte por conocimientos, significados, ideas, valores y normas culturales. Desde esta perspectiva la conducta humana no es mecanicista y el ser humano apa- rece con fuertes deseos de entender, con motivaciones de hallar significado y dotado de una original capacidad de intercambio conceptual y simblica. Pero lo que, en definitiva, mejor distingue a esta teora de la anterior es que se centra ya en el punto neurlgico de la comunicacin humana, que es necesariamente una comunicacin psicosocial y simblica: el significado, que es socialmente compartido por los miembros de una misma cultura. c) Teora general de sistemas: hasta despus de la Segunda Guerra Mundial, el mtodo de la ciencia consista esencialmente en dividir todo en partes y examinar cada una de ellas aisladamente. Un organismo vivo, por ejemplo, se seccionaba en rganos, stos se estudiaban como colecciones de clulas y cada clula se examinaba como una coleccin de molculas. Durante doscientos aos, desde Newton, dicho mtodo permiti tal abun- dancia de descubrimientos y progresos que la mayora de los investigadores tuvieron pocos motivos para quejarse; los bilogos, no obstante, se inquie- taron, presintiendo que se estaba omitiendo algo importante. En la dcada de los 30 surge la teora general de sistemas, principalmente a travs de la obra de Ludwig von Bertalanffy, quien seal la existencia de una ciencia de los todos (es decir, los sistemas), y no slo de las partes, con sus leyes, sus mtodos, lgica y matemtica propios. El dicho aristotlico segn el cual el todo es ms que la suma de las partes, constituye un punto de partida fundamental para los tericos sistmicos. Existen tres axiomas fun- damentales en la teora general de sistemas que son bsicos para el estudio de los sistemas humanos (Gracia y cols., 1993): a) En primer lugar, la nece- Procesos de comunicacin interpersonal 65 sidad de estudiar los fenmenos como un sistema total y no considerarlos como entidades independientes; b) El estudio se debe centrar en las distin- tas interrelaciones que existen tanto entre los elementos del sistema como entre los distintos sistemas, o lo que es lo mismo, en la complejidad orga- nizada. La realidad, desde la teora de sistemas, se conceptualiza como una interrelacin de sistemas jerrquicamente ordenados; y c) La actividad auto-dirigida es una de las principales caractersticas de los sistemas vivos, mientras que la reactividad tiene una importancia secundaria, entendin- dose por tal la acomodacin del sistema a su ambiente. El hombre no es un autmata programado para responder de una forma rgida a las presiones ambientales, sino que se constituye en un sistema dinmico en constante interaccin con su entorno. Fuxcioxis oi ia coxuxicacix Tal vez uno de los principales cometidos de la psicologa social en este campo sea contestar a esta pregunta bsica: Por qu se comunica el hom- bre con sus semejantes?, es decir, cules son los deseos, las necesidades psicosociales, que le impulsan a interaccionar comunicativamente con otros hombres? La explicacin es, en principio, sencilla: porque le ayuda a satis- facer algunas de sus ms importantes motivaciones o necesidades, como las siguientes: 1) Control: el significado social de las diferentes formas de hablar tiene una gran importancia para la percepcin de las personas y para el manejo de las impresiones. As, aspectos como la diversidad del vocabula- rio que se posee, la tasa rpida del habla o un acento prestigioso puede tener un efecto muy positivo en el control percibido de una persona (Bra- dac y Wisegarver, 1984). De hecho, estudios realizados en todo el mundo han mostrado que un acento estndar no slo produce impresiones de esta- tus y competencia percibida (Stewart, Ryan y Giles, 1985), sino que tam- bin tiene importantes efectos en la tendencia de los otros a cooperar con quien as habla. Es ms, algunos estudios han mostrado incluso que en entrevistas de bsqueda de empleo, un hablante con acento estndar induce en el entrevistador reacciones ms favorables para ocupaciones de alto estatus que la misma persona emitiendo el mismo mensaje pero con un acento no estndar (Kalin, 1982). En todo caso, los individuos pueden per- cibir de forma diferente el estatus general de los patrones de lenguaje que les rodea segn cul sea el clima social dominante y sus identidades grupa- les. As, Young, Giles y Pierson (1986) encontraron que antes de que fuese firmado el tratado chico-britnico, por el que en 1997 Hong Kong pasara a estar bajo la soberana de la Repblica Popular China, los estudiantes de Cantn perciban que el idioma chino tena un estatus ms bajo que el ingls en los servicios gubernamentales, en los medios de comunicacin de masas, en las escuelas y en las iglesias. Sin embargo, tras la firma, el idioma 66 Anastasio Ovejero Bernal chino se percibi como asumiendo un mayor estatus, mientras que el esta- tus del ingls disminuy proporcionalmente. Segn la explicacin de estos autores, ello pareca ser el reflejo de una posicin debilitada de los occi- dentales en el proceso de negociacin sociopoltica. 2) Afiliacin: como resumen Wiemann y Giles (1990), la comunica- cin puede servir para funciones afiliativas a nivel relacional, incluyendo tanto relaciones interpersonales como intergrupales. As, la comunicacin puede ser utilizada hbilmente para iniciar y mantener interpersonales. 3) Pulsin explorativa: al parecer, existe en el ser humano, ya desde edades muy tempranas, una potente necesidad de curiosidad que le lleva a explorar su mundo circundante. Y una de las formas de explorarlo es diri- gindose comunicativamente a sus semejantes. 4) Reduccin de la incertidumbre: otra necesidad tpicamente humana consiste en intentar reducir la propia incertidumbre a travs de la comuni- cacin, como mostr en su da Festinger (1950, 1954), siendo incluso una de las principales bases de las tendencias afiliativas (Schachter, 1959). En todo caso, parece probado que cuando la gente est en un estado de incer- tidumbre, suele aumentar sus conductas comunicativas, pero suelen dirigir- las hacia personas similares a ella. De hecho, tras numerosas investigaciones de diferentes autores (Festinger, Heider, Newcomb, etc.), parece demos- trada la tesis de que una de las razones ms importantes que motivan la comunicacin interpersonal es la reduccin de la incertidumbre y de los conflictos intelectuales, como se constata, de una forma realmente privile- giada, en la psicologa de los rumores (vase Ovejero, 1987a, captulo 11). 5) Deseo de poder: si por poder entendemos en psicologa social la capacidad efectiva que posee una persona de controlar las alternativas de conducta de que disponen otras personas (Thibaut y Kelley, 1959), resulta evidente que la comunicacin puede ser uno de los instrumentos funda- mentales para conquistar y ejercer el poder. De hecho, la gente no se comunica slo por curiosidad, por el mero placer de charlar o para reducir su incertidumbre, sino tambin, a veces, para conseguir poder: el que alguien trate de convencer a otras personas de sus puntos de vista y lo con- siga, supone para l indudables ventajas de control sobre los dems y dominio del medio social. Con frecuencia, la comunicacin de los polticos o de los cientficos van en esta direccin. No es extrao, pues, que en la investigacin en dinmica de grupos se haya encontrado que, en trminos de comunicacin, la persona ms activa sea el lder, es decir, el individuo que mayor poder detenta en el grupo, y que, en general, las personas de ms alto estatus o poder social suelan hablar ms que las personas de ms bajo estatus. En definitiva, la relacin entre comunicacin y poder es indis- cutible. Lo que an no est tan claro es si se comunica uno para adquirir ms poder o si se comunica uno slo cuando goza ya de poder. S est claro, en cambio, que quien posee poder e influencia sobre los dems ocupa un puesto privilegiado en los canales o redes de comunicacin. 6) Comunicacin y bsqueda de prestigio: una de las ms profundas motivaciones humanas es la exteriorizacin de prestigio, cosa que suele rea- Procesos de comunicacin interpersonal 67 lizarse o bien circulando por la ciudad con un coche caro o bien, entre otras vas, mostrando que se tiene relaciones con personas de alto estatus. La gente tiende a comunicarse siempre que puede con personas de presti- gio para, de esa forma, aumentar el prestigio propio. Por la misma razn, la gente trata de evitar comunicarse en pblico con personas de poco pres- tigio o con grupos sociales de poca o baja reputacin. Y es que para redu- cir la propia incertidumbre tendemos a comunicarnos con los que son semejantes a nosotros, para ganar prestigio intentaremos comunicarnos con quienes poseen un estatus superior a nosotros. 7) Comunicacin y extraversin: con frecuencia nos comunicamos sim- plemente por exteriorizar nuestros sentimientos, nuestras emociones o nuestras opiniones, pues una de nuestras necesidades bsicas es la comuni- cativa. En todo caso, tanto un exceso de estimulacin comunicativa como la carencia crnica de ella es algo incmodo, desagradable y, a menudo, socialmente poco reforzante. Coxuxicacix viinai Como es bien conocido, existen bsicamente dos tipos de comunicacin entre los seres humanos: la verbal y la no verbal. Comencemos por la pri- mera (vase Gimnez, 1995). La caracterstica ms propiamente definitoria de la especie humana es justamente la comunicacin verbal, el lenguaje. El lenguaje es una de las grandes distinciones con que la naturaleza ha capacitado al hombre para superar la barrera evolutiva que le separa de otros primates. Por supuesto que la magistral arquitectura de la pala- bra humana no depende slo de esa ingente labor de planificacin que supone la complicada morfologa de una laringe; en definitiva, la laringe humana no es ms que una estructura mecnica movida fisiolgicamente para la reproduccin de smbolos; pero la creacin y procesamiento de esos smbolos depende de un mando superior cerebral... Es, pues, del cerebro humano de donde le viene a la palabra hablada su rango supremo en la escala filogentica del reino animal (Pastor Ramos, 1994, pg. 337). Ahora bien, sin cerebro no habra lenguaje, pero l no lo es todo, ni mucho menos. El cerebro humano sin la interaccin social, sin nuestras relaciones sociales, sin sociedad, en definitiva, no podra ejercer las funcio- nes para las que genticamente est preparado: aunque las capacidades de razonamiento del ser humano estn en el cerebro, sin embargo su desarro- llo depende de variables psicosociales, y fundamentalmente de la comuni- cacin y el lenguaje de las dems personas. El lenguaje es tan importante en el desarrollo del pensamiento humano que hay autores, como Piaget, que afirman que su funcin no es tanto reflejar el pensamiento, sino que incluso determina el pensamiento, como creen Whorf y Sapir. Y es que el lenguaje es intrnsecamente sig- 68 Anastasio Ovejero Bernal nificativo, simblico y, a la vez, cultural. El lenguaje es una mquina cul- tural para procesar datos, para tratar smbolos, para representar abstrac- tos que resultan significativos porque un grupo cultural se puso de acuerdo para que as fuera. De ah la relatividad lingstica que defiende la hiptesis Sapir-Whorf. Hasta tal punto es importante el lenguaje para el hombre que en cierto modo la inteligencia de un individuo no tiene una potenciali- dad indefinida en su creatividad, ya que sus asociaciones cognoscitivas dependen del lenguaje verbal que haya aprendido; y como cada len- guaje supone un caracterstico conjunto de categoras interpretativas de lo real, cada grupo cultural humano queda condicionado en su ejerci- cio intelectual por el estilo peculiar que es propio del simbolismo de su idioma. Ordinariamente las culturas crean idiomas que les sirven para afrontar su medio vital (Pastor Ramos, 1994, pg. 341). Veamos algunos ejemplos: El lenguaje arbigo cuenta con unas 6.000 palabras relativas a camellos. Para los esquimales, la palabra nieve es completamente diferente cuando se refiere a nieve que est cayendo, nieve blanda depositada en el suelo, nieve amontonada, hielo de agua dulce, hielo de agua salada, etc. Mientras que a los europeos nos basta una palabra para referirnos al arroz, en cambio la tribu de los Haninu necesitan 92 vocablos para denominar diferentes clases de arroz. Como vemos, cada lenguaje refleja las necesidades de la cultura que lo ha desa- rrollado: es adaptativo y funcional. Por ltimo, quisiera destacar, por su gran importancia, la distincin entre significado connotativo y denotativo. Toda palabra tiene dos significa- dos: el oficial, es decir, el que dice el diccionario, que es el denotativo. Pero tiene tambin otro significado, el connotativo, que deriva de las aso- ciaciones afectivo-cognoscitivas que esa palabra tiene para cada persona. Por consiguiente, mientras que el primero es una cuestin ms lingstica, en cambio el segundo es ms psicolgico o incluso psicosocial. Coxuxicacix xo viinai Como todos sabemos, el lenguaje verbal no es la nica forma de comu- nicarnos. Es ms, a veces es ms elocuente la comunicacin no verbal, como, por ejemplo, un distanciamiento o aproximacin corporal, un bos- tezo, una sonrisa, una mueca, la forma de estar sentado, etc. (vase Pease, 1995; Snchez y Canto, 1995). Como seala Pastor Ramos, los gestos mmi- cos han gozado siempre de notable favor en grupos de amigos, en pandi- llas de delincuentes, en subculturas en las que silbidos, miradas, toses, son- risas y otros muchos signos convencionales no hablados llegaban a constituir todo un sistema autnomo de comunicacin que los extraos no comprendan y que, en determinadas circunstancias, sustitua con bastante eficacia al lenguaje verbal. Procesos de comunicacin interpersonal 69 Fruncir el ceo, rascarse una oreja o introducir los pulgares en los bolsillos... forman parte de todo un mundo de expresiones de ese enig- mtico ser que es el hombre; descubrir toda esa gama de colores que adornan y refuerzan all donde nuestras palabras no tienen lo suficiente riqueza para expresar un sentimiento, una emocin, constituye una parte significativa de la investigacin del psiclogo de la comunicacin (Pinazo y Musitu, 1993, pg. 77). Pero, qu es lo que puede ofrecernos la comunicacin no verbal (CNV) que no revele la verbal? La CNV proporciona una informacin ms fiable en situaciones en las que no podemos confiar en lo que se est comuni- cando con palabras, bien porque quien habla se propone engaarnos inten- cionadamente, o bien porque ha bloqueado o reprimido la informacin que deseamos conocer. En todo caso, la CNV no debera ser estudiada como una unidad aislada, sino como una parte inseparable del proceso global de la comunicacin, dado que siempre puede ocurrir en el tiempo de modo simultneo, con anterioridad o posterioridad a la emisin de la conducta verbal, pero nunca de forma totalmente independiente de ella. En cuanto a la definicin de la CNV, entre los pocos que se han atre- vido a explicitarla est Corrace (1980) para quien se trata del conjunto de medios de comunicacin existentes entre individuos vivos que no usan len- guaje humano o sus derivados no sonoros (escritos, lenguaje de sordomu- dos, etc.). Por su parte, Mehabian (1972), muy certeramente, distingue en la definicin un sentido restringido, segn el cual la CNV hace referencia a un conjunto de comportamientos no lingsticos, como gestos, posturas corporales, etc., y un sentido ms amplio, segn el cual la CNV incluye algunos aspectos mucho ms sutiles del lenguaje, como errores lingsticos, entonacin, etc. Sin embargo, a pesar de su enorme importancia, gran parte de los seres humanos no son conscientes de que existe este sutil y elaborado sistema de comunicacin. Hay de hecho tres razones que explican esta situacin (Pinazo y Musitu, 1993, pgs. 84-85): a) Los mensajes actan inconscientemente: muchos de los mensajes corporales se comunican por debajo de nuestro nivel habitual de conciencia. Actan en la mente subconscientemente, ejerciendo una poderosa influencia en cmo pensamos, sentimos y nos comportamos, sin que nunca seamos conscientes de qu es lo que est produciendo exacta- mente estas reacciones; b) Demasiados mensajes: la segunda barrera que impide reconocer la importancia del lenguaje no verbal, es la asombrosa can- tidad de informacin que proporciona. Con tanta informacin potencial- mente disponible, slo podemos llegar a prestar atencin a un fino frag- mento del total; y c) Descuidamos su importancia: Mehrabian (1972) ha calculado que solamente el 7 por 100 de lo que captamos procede de lo que realmente se dice, el 38 por 100 viene del tono de voz en que se dice y el 55 por 100 de las seales del lenguaje no verbal. La importancia del lenguaje no verbal tambin la ha puesto de relieve Birdwhistell (1979) estimando que cuando dos personas conversan, menos de una tercera parte de la comunica- cin es verbal mientras que ms del 65 por 100 es no verbal. 70 Anastasio Ovejero Bernal Existen muchos tipos de comunicaciones no verbales, que pueden ser englobados en estos tres grupos: A) La kinesia: estudia los aspectos relativos al contacto visual, a las posturas corporales, las expresiones faciales, gestos, etc. Entre ellas desta- camos las siguientes (Pinazo y Musitu, 1993, pgs. 88-108): 1) Postura corporal: la postura informa sobre el contenido afectivo. Este aspecto de la CNV, por la amplitud y cantidad de subcomportamien- tos no verbales que comprende, ha impedido a los especialistas ir ms all de la mera ancdota ilustrativa. Para transmitir energa y entusiasmo y crear una impresin positiva en los dems, podemos adoptar una postura atenta y erguida; una postura con el tronco erecto y sacado hacia afuera, cabeza erguida y hombros hacia atrs, indica arrogancias o desprecio; una postura rgida sugiere incomodidad o nerviosismo, mientras que una postura enco- gida indica abatimiento (Bados, 1991). Por otra parte, cuanto ms de frente se sita una persona hacia los dems, mayor ser el nivel de implicacin. Por su parte, Sommer (1969) observ la disposicin espacial de diferentes personas respecto de la naturaleza de sus relaciones personales. Cuando dos personas esperan competir, generalmente se sientan enfrente; si esperan cooperar, lo hacen una al lado de otra, mientras que para conversar nor- malmente lo hacen en ngulo recto. 2) Gestos: el gesto es la mejor expresin del mundo afectivo y emo- cional. Mientras que la postura conlleva poses ms o menos duraderas de todo el cuerpo, sin embargo, los gestos consisten en movimientos breves y transitorios de partes especficas del cuerpo. Los gestos se realizan bsica- mente con las extremidades, los hombros y la cabeza. Ekman y Friesen (1969) proponen estos cinco tipos de gestos: a) Gestos emblemticos: son seales emitidas intencionalmente con un significado especfico que se tra- duce directamente en palabras, como es el caso de agitar la mano en seal de saludo o de despedida, el pulgar hacia arriba (OK), el pulgar y el ndice unidos para sealar que algo es correcto, el signo de victoria con los dedos en forma de V, etc. Muchos de estos gestos emblemticos son especficos de una cultura y no pueden ser interpretados exactamente fuera de ella; adems, el nmero de ellos vara considerablemente de una a otra cultura (por ejemplo, unos 100 en los Estados Unidos y 250 en Israel); b) Gestos ilustrativos o ilustradores: se producen durante la comunicacin verbal y sirven para ilustrar lo que se est diciendo. Son gestos conscientes que varan en gran medida en funcin de la cultura, estn unidos al lenguaje y pueden utilizarse para recalcar una frase o palabra, indicar relacin, sealar un suceso e imponer un ritmo a la palabra hablada. Aunque estos gestos suelen hacerse con las manos y los brazos, sin embargo, cualquier tipo de movimiento del cuerpo que desempee un papel auxiliar en la comunica- cin verbal puede llamarse ilustrador. De esta manera, como dicen algunos antroplogos, atar las manos a un italiano o a un rabe cuando habla sera como atar su lengua; c) Gestos que expresan estados emotivos: estos gestos dan dinamismo y energa a la charla y ayudan a mantener la atencin de los Procesos de comunicacin interpersonal 71 oyentes. Aunque el rostro sea el principal indicador del estado emotivo (muecas de dolor, sonrisas, etc.), emociones como la ansiedad y la tensin se transmiten fcilmente a travs de gestos manuales (por ejemplo, cerrar los puos, levantar los brazos doblados por los codos y con los puos cerrados para expresar triunfo y alegra; golpear la palma con el puo para mostrar ira, etc.) o corporales (temblor en todo el cuerpo); d) Gestos regu- ladores de la interaccin: son movimientos producidos por quien habla o por quien escucha, con la finalidad de regular las intervenciones con el di- logo o de despedida, como darse la mano. Los reguladores pueden ser uti- lizados tambin para acelerar o frenar al interlocutor, indicar que debe con- tinuar o darle a entender que debe ceder su turno a otro. Por ejemplo, mirar el reloj para indicar que se est acabando el tiempo o reunir y orde- nar las pertenencias personales para indicar que ya se ha acabado. Por otra parte, cuando se cede el turno, el que habla no slo baja su voz, frena el ritmo de su discurso e incluso posiblemente alarga la slaba final, sino que por regla general tambin aparta la mirada bajando los ojos, la cabeza o ambas cosas; e) Gestos de adaptacin o adaptadores: son movimientos, ges- tos y otras acciones que son utilizados para manejar nuestros sentimientos o controlar nuestras respuestas. Generalmente tienen lugar en situaciones de tensin y reflejan estadios de aprendizaje en la infancia. Por ejemplo, el gesto de taparse la boca cuando alguien dice una mentira o mete la pata. 3) Expresin facial: si tenemos en cuenta la gran cantidad de movi- mientos diferentes que pueden ejecutar los msculos faciales, nos ser fcil comprender la importancia que tiene la expresin facial en la comunica- cin. Como es bien conocido, la cara es el medio fundamental para expre- sar emociones y estados de nimo. La expresin facial es fundamental- mente utilizada para regular la interaccin y reforzar al emisor. Movimientos como los cambios de posicin de las cejas, de los msculos faciales, de la boca, etc., proporcionan informacin que se considera esen- cialmente emocional y actitudinal. 4) Mirada o contacto visual: las primeras investigaciones sobre el signi- ficado de la mirada se remontan a comienzos de los aos 20, con Moore y Gilliand (Knapp, 1985), cuando encontraron que las personas agresivas eran capaces de mantener el contacto visual mientras realizaban sumas mentales, durante ms tiempo que las no agresivas. Un indicador de belleza de la mirada y de atraccin es la dilatacin de las pupilas. Era conocido entre las mujeres de hace varias dcadas el ingenioso truco de poner unas gotas de belladona en los ojos con el fin de dilatar las pupilas y as lograr captar la atencin del hombre que las cortejaba (Knackstedt y Kleinke, 1992). Tambin es importante el nmero de veces que se parpadea por minuto, ya que ello est relacionado con la tranquilidad y el nerviosismo. Diez o menos parpadeos por minuto indican tranquilidad, mientras que cuarenta o ms indican tensin o ansiedad. Tambin es importante la dura- cin de la mirada, pues una mirada prolongada puede interpretarse como agresiva, dominante, y una mirada breve indica falta de confianza, insegu- ridad, poca astucia. 72 Anastasio Ovejero Bernal Por otra parte, numerosos estudios han demostrado que las mujeres uti- lizan ms la mirada que los hombres. Miran a los otros con ms frecuencia y mantienen el contacto ocular durante ms tiempo. Esto puede deberse a que las mujeres tienden a escuchar ms atentamente que los hombres y una mirada atenta est asociada normalmente a escuchar con mayor atencin. De hecho, la regla implcita, aunque no manifiesta, acerca de cunto debe durar un contacto ocular indica que si ste se realiza entre hombres, debe mantenerse entre el 60-70 por 100 del tiempo, pues menos puede ser inter- pretado como un signo de poca astucia e inseguridad, y una mirada ms prolongada se interpretar como agresiva. Si es un hombre que trata con una mujer, la duracin del intercambio se debe reducir a un 50 por 100. En cambio, si es una mujer que trata con otra mujer, debe mantener el contacto visual alrededor del 70 por 100. En todo caso, el contacto ocular puede desempear diferentes funciones, por ejemplo, se sabe que una pareja de enamorados se miran ms mutuamente que una pareja no ena- morada, de tal forma que incluso el mirarse aumenta su atraccin mutua, aunque tambin es cierto que el antagonismo interpersonal entre dos per- sonas, puede aumentar su hostilidad si stas se echan frecuentes miradas. La mirada sostenida y fija de un extrao sobre automovilistas parados en un semforo en rojo, les produce intranquilidad y hace que arranquen antes y a ms velocidad de lo normal en cuanto el semforo cambia (Ells- worth y cols., 1972). Y es que, en suma, las funciones de la interaccin visual son numerosas: expresar actitudes interpersonales; recoger informa- cin del otro; regular el flujo de la conversacin entre los interlocutores; establecer y consolidar jerarquas entre los individuos; manifestar conduc- tas de poder; desencadenar conductas de cortejo... (Pinazo y Musitu, 1993, pgs. 101-102). 5) Sonrisa: al parecer, las mujeres sonren ms que los hombres (Hall, 1985) lo que los investigadores feministas, sean hombres o mujeres, atribu- yen a su estatus subordinado (Henley, 1977). De hecho, Deutsch (1990) encontr que la sonrisa est influida por el poder que tiene lugar en una relacin. En todo caso, la sonrisa puede tener tambin otras funciones, como facilitar las relaciones interpersonales. B) La paralingstica, que se centra en el anlisis de determinados aspectos no lingsticos de la comunicacin no verbal, como el tono de la voz, el ritmo y la velocidad de la conversacin, las pausas, etc. Ms en con- creto, el comportamiento lingstico est determinado por dos factores: el cdigo, que es comn a ambos interlocutores, y el contenido que se pre- tende comunicar a travs de ese cdigo. No obstante, estos dos factores, que son estrictamente lingsticos, no determinan totalmente el comporta- miento verbal, sino que hay modos de expresarse en funcin del estado de nimo, del contexto social, etc., como las variaciones en la calidad de la voz, el ritmo (modulado o tono), el tono (agudo o grave) y el volumen (fuerte o dbil), etc. En lo que se refiere al tono, todo deslizamiento hacia el agudo es sntoma de una inhibicin de la emocin. Como subrayan Procesos de comunicacin interpersonal 73 Pinazo y Musitu, la excesiva emocionalidad ahoga la voz y, repentinamente, una palabra o una slaba se pronuncian en una nota mucho ms aguda que la precedente. El volumen es tambin importante, pues quien inicia una conversacin en un estado de tensin mal adaptado a la situacin habla o demasiado alto (da muestras de autoridad y dominio) o demasiado bajo (tendencia a la introversin, la persona no puede o no quiere hacer el esfuerzo de ser oda). El ritmo se ha estudiado en los medios psiquitricos pues uno de los sntomas ms fiables de la tendencia al repliegue neurtico o psictico, de la ruptura con la realidad y con los dems, es precisamente un ritmo de elocucin tono, montono, entrecortado o lento. El paralen- guaje se refiere, pues, como sealan Snchez y Canto (1995, pg. 319), a determinadas variaciones no lingsticas, como el tono de voz, el ritmo, la velocidad del habla, las pausas y silencios, etc., que acompaan a las varia- ciones lingsticas (eleccin del idioma, uso de un lenguaje ms o menos elaborado, de unos tiempos verbales y otros, etc.), dentro de una conver- sacin. Por ltimo, existen tambin diversos estudios que sugieren que la voz es un elemento importante en ciertos aspectos de la persuasin. As, al parecer la falta de fluidez influye sobre la percepcin de credibilidad del emitente, no estimulando el cambio actitudinal, pero un mayor volumen y entonacin, y menos interrupciones en el discurso se relacionan positiva- mente con una persuasin ms eficaz. C) La proxmica, que analiza los problemas que surgen en torno a la utilizacin y estructuracin del espacio personal, la distancia de interac- cin, la conducta territorial, etc. (Bados, 1991). El espacio personal se refiere al rea contenida dentro de una frontera invisible, alrededor de cada persona, a travs de la cual nadie debera pasar. Vendra a ser una burbuja ntima que rodea a todas las personas y se desplaza con ella. En cambio, el territorio se refiere ms bien a un espacio fsico, una zona fija, donde se seala a los intrusos su existencia por medio de distintas advertencias (por ejemplo, olores o sonidos), de amenazas y de ataques. Al contrario que el espacio personal, el territorio es fijo y no se desplaza con los individuos. Por ltimo, llamamos distancia personal al espacio a partir del cual un ani- mal no tolera la presencia de otro, por lo que el punto de referencia es el individuo y no el espacio. Coxciusix De lo anterior se deduce que la dicotoma verbal/no verbal no parece ser especialmente til si la extremamos, pues en la comunicacin, lo verbal y lo no verbal siempre van juntos. Por ejemplo, la forma en que una per- sona exterioriza algn suceso trgico pasado slo puede ser interpretada adecuadamente si somos conscientes de la totalidad de factores extracon- textuales desplegados que operan simultneamente, incluso gestos, discur- sos previos y el tono de voz. De otra forma no podramos decidir (o intuir) 74 Anastasio Ovejero Bernal si la revelacin tena un significado de llanto en bsqueda de ayuda, una peticin de simpata, una indicacin de que la persona que lo exterioriza ha superado el trauma, etc. Por ello, entendemos, con Wiemann y Giles, que una aproximacin funcional a la comunicacin capta mejor la comple- jidad de los estudios y la experiencia de los comunicadores cotidianos que envan, reciben, procesan y negocian conjuntamente los mensajes. Despus de todo, los comunicadores tratan no slo de transmitir informacin, sino adems de elaborar (y remodelar continuamente) sus mensajes de forma que se cree y mantenga una estima positiva. En definitiva, el tema de la comunicacin es realmente central ya no slo en la psicologa social sino en la vida personal y social de la gente, dado, como sealan muchos autores, el hecho inevitable de que los pro- cesos sociopsicolgicos no pueden ser comprendidos totalmente sin poner atencin en la comunicacin. Despus de todo, los individuos, las organizaciones y las sociedades no funcionaran sin la comunicacin interpersonal. Procesos de comunicacin interpersonal 75 This page intentionally left blank Cairuio V La atraccin interpersonal Ixrioouccix Deca Sartre que el infierno son los otros. Estoy de acuerdo. Pero los otros son tambin el cielo. Es decir, la mayora de las cosas ms positivas y las ms negativas que nos pasan tienen que ver con los otros. Y difcil- mente podra ser de otra manera siendo como somos seres intrnsecamente sociales. De hecho, una de las motivaciones humanas ms profundas y bsi- cas es la de la afiliacin (Schachter, 1959) que, como escriben Morales y Moya (1994, pg. 410), es una tendencia humana bsica que lleva a bus- car la compaa de otras personas, cuya funcin primordial consiste en garantizar la supervivencia tanto del individuo como de la especie. Resulta de vital importancia para un beb no separarse de quien le alimenta, cuida y protege. As, un experimento ya clsico de Schachter (1959) tena por objeto investigar si la ansiedad puede llevar al deseo de afiliacin. Para ello, las alumnas de un curso introductorio de psicologa que participaban en el estudio fueron asignadas a dos condiciones experimentales: alta y baja ansiedad. Todas crean que iban a participar en un experimento en el que se les aplicaran descargas elctricas. Pero mientras que unas crean que esas descargas seran fuertes y dolorosas, como les haba dicho el mismo experimentador (alta ansiedad), otras esperaban recibir descargas insignifi- cantes (baja ansiedad). Con el pretexto de tener que preparar el instru- mental necesario, el experimentador peda a las estudiantes que esperaran diez minutos, dndoles a cada una de ellas la oportunidad de hacerlo sola en una sala o acompaada de otras estudiantes que tambin estaban parti- cipando en el experimento. Tal y como supona Schachter, el nivel de ansiedad inducido por el experimentador influa en las preferencias sobre cmo realizar la espera: de las 32 mujeres que participaron en la condicin de alta ansiedad, 20 prefirieron esperar acompaadas (62,5 por 100) frente a las 10 (33 por 100) que lo hicieron de las treinta mujeres de la condicin de baja ansiedad. En lnea con ello, hay quien afirma que tambin el amor tiene ms probabilidades de surgir en situaciones de ansiedad y de miedo. Y es que los dems sirven para reducir nuestra ansiedad. Es ms, cuando se les pregunta: Qu es lo que le da significado a su vida? o Qu necesita para ser feliz?, la mayora de las personas mencionan, antes que cualquier otra cosa, relaciones estrechas satisfactorias con los amigos, la familia o la pareja (Berscheid, 1985). Por otra parte, los efectos asociados a la posesin de unas buenas relaciones interpersonales son muchos, entre ellos los siguientes (Argyle, 1990): Incide sobre la felicidad (las personas con buenas relaciones se consideran ms felices que aquellas que no las tie- nen); en la salud mental (las relaciones interpersonales sirven como apoyo social para reducir el estrs); e incluso en la salud fsica, ya que la salud corporal, la recuperacin de las operaciones y la esperanza de vida se ven influidas por la calidad de las relaciones. Ahora bien, en el centro de todo ello est siempre, con mayor o menor protagonismo, la atraccin interpersonal: nuestro trabajo es ms satisfactorio cuando lo hacemos con quien nos agrada; nuestro matrimonio resultar menos feliz cuando disminuye la atraccin hacia nuestra pareja, etc. Y es que la atraccin entre las personas tal vez sea uno de los aspectos ms rele- vantes de la interaccin social, una variable que opera en muchas de nues- tras relaciones interpersonales, regulndolas y dotndolas de sentido. Pero, qu es realmente la atraccin interpersonal? Algunos la definen sencillamente como interaccin afectiva. Pero entonces existira una amplia variedad de fenmenos etiquetables como atraccin interpersonal, lo que producira cierto escepticismo, dada su falta de especificidad. til, pero tambin poco satisfactoria, sera una definicin operativa que utilizara indi- cadores tomados del lenguaje corriente de la vida cotidiana segn los cua- les una persona afirma, por ejemplo, de su jefe, de su novia, de su compa- ero, etc., que le gustan, le disgustan, le agradan, le caen mal, le molestan o le fastidian. Estos indicadores aluden siempre a relaciones interpersona- les entre sujetos concretos y se caracterizan por contener una referencia explcita al placer-disgusto producido por su interaccin con ellos. Pues bien, Sangrador (1982, pg. 14) nos proporciona una definicin ms com- pleta: Por atraccin interpersonal se entiende una tendencia o predisposi- cin del individuo a evaluar ms o menos positivamente a otro y acercar- nos o alejarnos de l. Lo que pretendemos estudiar aqu es, pues, por qu unas personas nos gustan ms que otras, por qu unos personajes son ms populares que otros, por qu la gente se enamora, qu es el amor, aunque estas dos lti- mas cuestiones las veremos en el prximo captulo. Es decir, que cuando los psiclogos sociales estudian la atraccin interpersonal, estn interesados en conocer por qu gustamos a otros, cmo se desarrollan las relaciones de amistad y de amor, y por qu se disuelven tales relaciones. 78 Anastasio Ovejero Bernal Diriixixaxris oi ia ariaccix A menudo se ha tratado de responder a las anteriores cuestiones en tr- minos conductistas de refuerzos. As, Lott y Lott (1974) afirman que nos gusta la gente que nos recompensa y nos disgusta la gente que nos castiga. Segn estos autores, siempre que una persona hace algo para recompensar- nos se generan sentimientos positivos. Estos sentimientos positivos nos conducen a evaluar a la otra persona positivamente y a aumentar nuestra atraccin hacia ella. Despus, este sentimiento se generalizar a otros que tengan caractersticas similares. Por ejemplo, una persona cuyo primer amor tena cabello rojizo puede desarrollar una preferencia generalizada para comprometerse con otras personas tambin de cabello rojizo. Esta explicacin posee cierta utilidad, pero no nos permite identificar los facto- res que de una forma concreta determinan la atraccin interpersonal. La psicologa social ha conseguido identificar algunos de ellos, entre los que destacaremos los siguientes: 1) La proximidad fsica: Obviamente, las relaciones interpersonales se dan entre personas fsicamente prximas. La proximidad fomenta tanto las buenas relaciones como las menos buenas. Incluso puede tambin fomen- tar la hostilidad. De hecho, la mayora de los asaltos y asesinatos implican a personas que viven en una proximidad estrecha. Es mucho ms probable que las armas de fuego compradas para autodefensa sean utilizadas contra integrantes de la familia que contra personas extraas. As, y en contra de lo que suele creerse, la gente tiene muchas ms probabilidades de ser vio- lada, robada, agredida e incluso asesinada en casa, a manos de las personas prximas, que fuera, a mano de desconocidos. Pero tendemos a recluirnos en casa para evitar tales peligros. Sin embargo, afortunadamente, con mucha mayor frecuencia an, la proximidad despierta el agrado y la atrac- cin. En efecto, son ya innumerables los estudios, desde el ya clsico de Festinger, Schachter y Back (1950), que han mostrado que el simple hecho de que las personas vivan cerca unas de otras, o que por cualquier otro motivo mantengan frecuentes contactos por encontrarse en una situacin de proximidad fsica, se correlaciona positivamente con la formacin de una relacin interpersonal de atraccin entre las mismas: la proximidad incrementa la posibilidad de interaccin con otros y, en consecuencia, a igualdad de otros factores, puede ser un fuerte determinante. De hecho, se ha encontrado que las personas tienden a elegir sus amistades entre quie- nes habitan o trabajan cerca de ellas. As, en un estudio se encontr que mientras las vecinas de al lado eran elegidas como amigas por el 46 por 100 de las amas de casa de la muestra investigada, las de dos puertas ms all lo eran por el 24 por 100 y las de tres o cuatro puertas ms alejadas lo era por un 13 por 100. Igualmente, Segal (1974) comprob que tanto en las aulas de clase como en los dormitorios en donde los alumnos de la Escuela de Polica del Estado norteamericano de Maryland son colocados por La atraccin interpersonal 79 orden alfabtico, es frecuente que las amistades se den ms a menudo entre aquellos cuyos apellidos estn alfabticamente prximos. As, cuando, tras seis meses de vivir as colocados, Segal les pidi que indicaran cules eran sus tres mejores amigos en la Escuela, la mayora de estos amigos tenan apellidos cercados en el alfabeto; en concreto, los amigos estaban situados a un promedio de 4,5 letras de distancia respecto a la inicial del propio apellido. Sin embargo, conviene insistir en que la influencia de la proxi- midad fsica slo es decisiva cuando existe una alta homogeneidad en otros factores responsables de la atraccin: en nivel social y cultural, en intereses y rasgos tnicos, en actitudes, etc. (Sangrador, 1982, pg. 14). Pero, cules son las razones que hacen que se presente reiteradamente la correlacin entre la proximidad fsica y la atraccin interpersonal? El sentido comn sugiere algunas, como la conveniencia, la familiaridad, etc. Pero veamos ms sistemticamente los principales factores responsables de la atraccin debida a la proximidad fsica: a) La oportunidad de interaccin: en general, las personas ms cercanas fsicamente son tambin las ms acce- sibles; dado que la proximidad ofrece mayores oportunidades para el esta- blecimiento de contactos; b) La oportunidad de un mayor conocimiento mutuo, lo que implica una mayor capacidad de prediccin de la conducta; c) Muchas culturas, entre ellas la nuestra, ensean a sus miembros que puede ser inadecuado y hasta peligroso tratar con extraos. As, en algunos pases est mal visto que una persona comience a hablar con otra, aunque sea en el ascensor, si previamente no han sido presentados; y d) La simple familiaridad, producto de la frecuencia de los encuentros. En este sentido, Zajonc (1968) mostr que las personas tienden a desarrollar sentimientos ms positivos con relacin a los objetos que se les presenta en mayor nmero de veces. En efecto, ms de 200 estudios revelan que la familiari- dad fomenta el afecto, contrariamente al antiguo proverbio respecto a que fomenta el desdn, la familiaridad fomenta el afecto (vase una revisin a travs de un meta-anlisis en Bornstein, 1989). En consonancia con lo ante- rior, aconseja Myers que si usted es nuevo en la ciudad y desea hacer ami- gos, trate de obtener un apartamento cercano a los buzones o el despacho cerca de la cafetera, pues, como concluye Myers, sta es la arquitectura de la amistad. En todo caso, el efecto de la simple exposicin se da siempre y cuando el estmulo sea inicialmente positivo o, como mucho, neutro, pero no si es negativo. Por el contrario, convivir con quienes odiamos puede incremen- tar ese odio en lugar de reducirlo (Swap, 1977). Y es que la proximidad fsica resulta ser ms un requisito que un factor causal de la atraccin: entre las personas prximas a nosotros elegimos a nuestros amigos, pareja, etctera, segn otro tipo de determinantes (Sangrador, 1982, pg. 15). 2) El atractivo fsico: A pesar de que Cicern deca que el bien ltimo y el supremo deber del hombre sabio consiste en resistir la aparien- cia, la importancia de un fsico agradable en la interaccin social ha sido demostrada hasta la saciedad en toda una serie de estudios realizados por Berscheid (Berscheid y Walster, 1974, etc.), en los que inequvocamente se 80 Anastasio Ovejero Bernal concluye que la persona fsicamente agradable produce mucha ms atrac- cin que aquella cuyo fsico es menos agradable. Sin embargo, aunque el atractivo fsico es un factor muy poderoso, no produce de ordinario su efecto de forma aislada, sino unido a otros factores en cuya constelacin vendra a ser un rasgo muy principal a tener en cuenta. Por otra parte, estos rasgos fsicos bellos no lo son siempre ni lo son para todos, sino que dependen mucho de los gustos subjetivos, de las pocas, modas, cultu- ras y pueblos (por ejemplo, en unos lugares son ms apreciados los hom- bres rubios y en otros los morenos, en unas pocas gustan ms los tipos delgaditos y en otras los tipos bien entrados en carnes, etc.). No obstante, a pesar de estas limitaciones, la relacin entre el atractivo fsico y la atrac- cin est bien establecida. Basta con ver la publicidad televisiva para hacer- nos una idea de lo importante que es el atractivo fsico en nuestra socie- dad. Y es que parece ser que la gente mantiene el estereotipo de que lo hermoso es bueno (Dion, Berscheid y Walster, 1972) (vase el argumento opuesto en Tselon, 1992). Adems, estas creencias acerca del atractivo fsico son muy potentes y poseen un gran efecto en los individuos. Al fin y al cabo, el estereotipo del atractivo fsico, que es la suposicin de que las personas con atractivo fsico poseen tambin otros rasgos socialmente desea- bles, ha sido enseado a los nios a travs de los cuentos (y ahora de la televisin) desde hace siglos: Blanca Nieves y Cenicienta son hermosas (y buenas), mientras que la bruja y las hermanastras son feas (y malas). As, en un estudio del propio Dion (1972), los sujetos, estudiantes de Magisterio, leyeron una descripcin de la conducta de dos nios presumiblemente escrita por su maestro. En un caso, la conducta era muy mala (el nio haba lanzado una bola de nieve con una aguda piedra de hielo contra la cabeza de un compaero). En el otro caso, la conducta haba sido media- namente mala (el nio haba lanzado una bola de nieve a la pierna de otro nio). Junto con cada descripcin haba una fotografa del nio, muy atrac- tivo en unos casos y poco atractivo en otros. Los sujetos hicieron despus juicios acerca de los nios. El nio atractivo y el no atractivo fueron trata- dos de forma diferente, pero slo en el caso de la conducta muy mala: si el nio era atractivo, se excusaba su conducta como una transgresin tempo- ral. Sin embargo, el nio no atractivo fue condenado y su conducta fue considerada como una caracterstica propia (atribucin interna estable). Igualmente, cuando Clifford y Walster (1973) mostraron a unos profesores de primaria la misma informacin sobre un nio, pero acompaada de una fotografa, de un nio atractivo en unos casos y en otros de uno no atrac- tivo, los profesores percibieron al nio atractivo como ms inteligente y exitoso en la escuela que al no atractivo. No es sorprendente, pues, como dicen Perlman y Cozby (1985), que la gente fsicamente atractiva desarrolle una mayor autoestima, sea menos tmida, se comprometa ms frecuentemente y tenga ms habilidades socia- les que los individuos menos atractivos. Es interesante observar tambin que algunos estudios encontraron que los pacientes mentales hospitalizados son menos atractivos que los no hospitalizados. Lo que no est claro es si La atraccin interpersonal 81 el menor atractivo es una causa que contribuye a la enfermedad mental, o si tales individuos estn ms inclinados a ser hospitalizados debido a su poco atractivo. Probablemente las dos cosas influyan. Por otra parte, el atractivo fsico tambin influye en decisiones que nos afectan de forma muy importante. As, tras una entrevista de trabajo, es ms probable que sean contratados los solicitantes con atractivo fsico que los menos atractivos, dado que el atractivo y la forma de vestir y peinar afectan a las primeras impresiones en las entrevistas de trabajo (Mack y Rainey, 1990), lo que ayuda a explicar por qu las personas atractivas sue- len tener trabajos de ms prestigio, ganan ms dinero y se describen a s mismos como ms felices (Frieze y cols., 1991; Roszell y cols., 1990; Umberson y Hughes, 1987). De forma similar, en juicios simulados, por lo regular es menos probable que un acusado atractivo sea juzgado culpable y, en caso de serlo, suele recibir una sentencia ms benigna que un acusado menos atractivo (Efran, 1974). De todo esto, Perlman y Cozby (1985, pg. 181) deducen unas interesantes y sorprendentes implicaciones: Por ejem- plo, los terapeutas pueden ayudar a una persona no atractiva a considerar tratamientos tales como un estilo diferente de corte de pelo, escoger la ropa o los cosmticos. Tambin una persona con muy poco atractivo que ha tenido problemas para obtener empleo es probable que caiga en activi- dades criminales como el robo. En estos casos, la ciruga plstica puede ser de mayor valor (y tal vez menor costo) como medio de rehabilitacin que la prisin. Todo ello est suscitando actualmente una fuerte polmica tica, por ejemplo, en el caso de los nios con sndrome de Down, a quie- nes a veces se les hace la ciruga esttica para eliminar o reducir sus ras- gos Down y as mejorar presumiblemente sus interacciones sociales. Pero Ellen Berscheid (1981) seala que aunque tales mejoras cosmticas pueden mejorar la autoimagen, tambin pueden ser perturbadoras: La mayora de nosotros al menos aquellos de nosotros que no hemos experimentado alteraciones bruscas de nuestra apariencia fsica podemos seguir creyendo que nuestro nivel de atractivo fsico desempea un papel menor en la manera en que somos tratados por los dems. Sin embargo, para aquellos que en realidad han experimentado cambios rpi- dos en la apariencia, es difcil continuar negando y minimizando la influencia del atractivo fsico en sus propias vidas: y el hecho puede ser perturbador, aun cuando los cambios sean para mejorar. Ello es importante hoy da, que tanto se estn extendiendo las opera- ciones plsticas por motivos estticos. Aunque existen evidentes diferencias individuales, nunca son ajenas a las pautas culturales. As, en la cultura occidental actual el excesivo peso se ve como algo poco atractivo, cosa que no ocurra ni en otras pocas ni en otras culturas, los hombres altos son vistos como ms atractivos que los bajos, las mujeres suelen ser vistas como ms atractivas cuando poseen un rostro de aspecto infantil, aunque cuando son los hombres los que las evalan en el atractivo de las mujeres suele tener ms peso el tipo que el rostro, etc... 82 Anastasio Ovejero Bernal En definitiva, la creencia de que la apariencia importa poco puede ser otro ejemplo de nuestra negacin de las influencias reales que nos afectan, porque ahora hay todo un archivo lleno de estudios de investigacin que muestran que la apariencia s importa. La consistencia y penetracin de este efecto es asombrosa, incluso desconcertante. La buena apariencia es una gran ventaja (Myers, 1995, pg. 441), aunque parecen existir diferen- cias de gnero. Las mujeres parecen ser ms sabias que los hombres, segn el consejo de Cicern, ya que para elegir pareja valoran menos que los hombres el atractivo fsico (Feingold, 1990, 1991) y ms otras variables ms consistentes como la bondad, la inteligencia, etc. No obstante, debemos relativizar mucho la importancia del atractivo fsico, como lo sugieren estos tres tipos de datos: primero, aunque el atrac- tivo fsico ejerce una gran influencia sobre la atraccin interpersonal, no es el principal factor determinante. As, en una encuesta hecha a universita- rios sobre los rasgos que desearan en su futura pareja, los hombres eligie- ron la belleza en el lugar 12. y las mujeres en el 20.; segundo, no slo per- cibimos a las personas atractivas como agradables, sino que tambin percibimos a las personas agradables como atractivas; y, por ltimo, para relaciones interpersonales de larga duracin el atractivo fsico ya no es tan decisivo como para las cortas y superficiales, sino que se hacen ms impor- tantes otros rasgos (bondad, inteligencia, altruismo, ideas polticas, creen- cias religiosas, etc.) as como la similitud en creencias y opiniones. 3) Semejanza en actitudes y opiniones: ya Byrne (1971) lleg a la con- clusin de que la atraccin respecto de una persona que no conocemos estar en funcin de la proporcin de opiniones semejantes que comparta- mos con ella, sea cual sea el contenido de estas opiniones. Byrne explica este fenmeno a partir de las teoras de la comparacin social y del refuerzo social. Tendemos a comparar nuestras actitudes con las de otras personas, principalmente cuando estamos en un estado de incertidumbre y la realidad fsica no nos proporciona informacin suficiente. En este pro- ceso de comparacin, el encontrar actitudes u opiniones semejantes acta como un apoyo, una validacin de nuestras propias actitudes o creencias. Constituye, pues, un refuerzo que permite prever una relacin de simpata. A partir de estos estudios de Byrne, e incluso ya antes, esta relacin posi- tiva entre similitud de opiniones y atraccin no ha hecho sino confirmarse repetidamente: sentimos atraccin por quienes manifiestan opiniones, creen- cias, gustos y actitudes semejantes a las nuestras. A qu se debe ello? De entrada, quienes sostienen actitudes semejantes a las mas estn ofreciendo apoyo social a mis propias opiniones, me hacen sentirme en lo cierto, y as refuerzan mi interaccin con ellos. Consecuentemente, ten- der a relacionarme ms con tales personas que con otros cuyas actitudes sean disimilares a las mas y que, por tanto, cuestionen la validez de mis propias actitudes, lo cual no es gratificante. Por otro lado, y segn diver- sos autores de corte cognitivo (Heider, Newcomb, etc.) tendemos a man- tener un estado de equilibrio entre nuestras creencias y opiniones sobre los distintos aspectos de la realidad. Una situacin en la que dos indivi- La atraccin interpersonal 83 duos se atrajeran mutuamente y estuviesen en total desacuerdo al opinar o interesarse sobre diferentes temas sera desequilibrada y tendera a modificarse de algn modo, con lo que, a la postre, una relacin atractiva entre dos personas exige esa comunidad de intereses y actitudes (Sangra- dor, 1982, pg. 16). 4) Conplementariedad de necesidades: ahora bien, todo lo que llevamos dicho sobre la relacin entre atraccin y semejanza, no est en flagrante contradiccin con el principio de complementariedad, o sea, con la creen- cia popular de que los opuestos se atraen? Pues bien, no parece existir contradiccin alguna. Con palabras de Sangrador (1982, pg. 17) diremos que la similaridad hace referencia a actitudes e intereses, mientras que la complementariedad lo es de necesidades, personas o rasgos bsicos de carcter; no son, pues, dos factores incompatibles. Pero, adems, todo parece indicar que ambos determinantes operan de modo y en momentos diferentes. Para explicar esto ha sido formulada la hiptesis de filtro, segn la cual al principio de una posible relacin, los individuos se dirigen a quie- nes ven similares a ellos en actitudes e intereses. Pero tal similitud, que probablemente basta para explicar la mayora de las relaciones puramente amistosas, no permite predecir relaciones ms profundas. As, la eleccin de pareja se debera no a la similitud que se da por supuesta sino a la complementariedad de necesidades: de entre los similares en actitudes e intereses, la persona elegida sera aquella cuyas necesidades y rasgos bsicos de personalidad fueran complementarios a los propios, lo que ase- gurara una relacin equilibrada y mutuamente recompensante. 5) Reciprocidad: el mero hecho de percibir indicios de ser estimado por otro ya produce atraccin interpersonal. De todas formas, la atraccin interpersonal, que nace de saberse querido o de percibir en los dems signos de aceptacin y estima, no sigue en todos los casos el parmetro de una justa proporcionalidad recproca: hay sujetos ansiosos, relativamente inseguros de s mismos y con baja autoestima a quienes recompensa much- simo una manifestacin de afecto por parte de los dems y a quienes afecta de modo pattico cualquier pequeo signo de rechazo o desaprobacin. En cambio, las personas con una autoestima normal o alta no necesitan tanto los signos de aprobacin. 6) Asociacin: no slo nos agradan las personas que nos recompensan cuando estamos con ellas; tambin nos agradan aquellas a quienes asocia- mos con los buenos sentimientos: el condicionamiento social crea senti- mientos positivos hacia quienes se vinculan con eventos recompensantes. As, cuando, despus de una semana difcil, nos relajamos sentados a la sombra de un rbol y disfrutamos de una buena comida, probablemente sintamos una calidez especial hacia los que nos rodean. Sin embargo, es menos probable que nos agrade alguien al que conozcamos mientras sufri- mos un insoportable dolor de muelas. As, ya hace aos que Maslow y Mintz (1956) encontraron que cuando a sus sujetos les presentaban una serie de fotografas de otras personas mientras se encontraban en una habitacin elegante, lujosamente amueblada y con una luz tenue, las eva- 84 Anastasio Ovejero Bernal luaban positivamente y como siendo simpticas y amables, cosa que no ocurra cuando lo hacan mientras estaban en una habitacin lgubre, sucia y sin adornos. Por su parte, Lewicki (1985) present a sus sujetos dos fotografas de mujeres (A y B) y stos tenan que elegir cul de las dos preferan, en tres condiciones diferentes. En la primera, el grupo control (neutra), el 50 por 100 de los sujetos elegan una y el 50 por 100 otra. Las otras dos condiciones tuvieron lugar despus tras interactuar con una experimentadora que se mostr simptica y amable, en un caso, y poco amable y ms antiptica, en el otro. Pues bien, y dado que una de las dos fotografas (A) se pareca a la experimentadora, los primeros eligieron la fotografa A en un porcentaje de 6 a 1, mientras que los segundos evi- taron elegir a la mujer de la fotografa A. Coxciusix La importancia del estudio del fenmeno de la atraccin interpersonal es evidente, puesto que son innumerables las situaciones de la vida cotidiana en las que entramos en contacto con otras personas y, segn la naturaleza del eslabn afectivo existente, las consecuencias de las conductas emitidas variarn en forma muy significativa. Y, como ocurre en tantos otros temas, la investigacin psicosociolgica sobre la atraccin interpersonal se ha movido desde lo simple a lo complejo. Empez con los principios del pre- mio y castigo, con la conceptualizacin de la atraccin como una actitud, y con un inters por las formas ms blandas de atraccin como las que tienen lugar en los encuentros iniciales, los investigadores han llegado gradual- mente a enfrentarse con las enormes complejidades de los fenmenos de atraccin que tienen lugar en situaciones naturales (Berscheid, 1985). En definitiva, como seala Jos Luis Sangrador, la atraccin entre dos personas se da cuando su interaccin sea mutuamente recompensante, y lo ser cuando, aparte del influjo de la reciprocidad fsica (las amistades por correo suelen durar poco) y de ciertos rasgos deseables, haya entre ellos similitud de actitudes, complementariedad de necesidades y reciprocidad de senti- mientos. En consecuencia, pues, como vemos, los fenmenos de atraccin interpersonal, como ocurre con cualquier otro fenmeno psicosocial, son mucho ms complejos de lo que suele creerse y difcilmente reducibles a unas pocas variables. Es la expresin de la personalidad global del individuo con todas sus facetas. Y ello es ms cierto an, si cabe, en el caso del amor. Como conclusin podemos decir que, en general, el inters de los psiclo- gos sociales por el estudio de la atraccin interpersonal est aumentando (Berscheid, 1985), centrndose cada vez ms en el estudio del paso de las relaciones de atraccin a las relaciones ntimas que supone el amor y en la descripcin de la estructura de las relaciones ntimas. La investigacin sobre la disolucin de las relaciones ntimas est todava en mantillas, pero indu- dablemente se desarrollar mucho en los prximos aos, no pudindose de ninguna manera aislar esta temtica del tema de las emociones. La atraccin interpersonal 85 86 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio VI Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa Ixrioouccix Como sostiene Gergen (1996), la tradicin occidental es profundamente afn con un enfoque del yo como unidad independiente, de forma que mientras sigamos sosteniendo este enfoque, los problemas tradicionales de la epistemologa, del conocimiento y hasta de las emociones permanecern sin solucionar, y las amplias prcticas sociales en las que se aloja esta con- cepcin permanecern sin contestar. En efecto, si cuando el conductismo dominaba en psicologa se olvid totalmente el estudio de las emociones, con el auge del cognitivismo a finales de los aos 50, las emociones y los fenmenos afectivos no corrieron mejor suerte. Sin embargo, a partir de los aos 60 fue resurgiendo, aunque muy lentamente, el inters de los psiclo- gos por estos temas, a partir sobre todo de que Schachter y Singer (1962) analizaran las emociones, eso s, como una mera consecuencia de las cogni- ciones. Pero ya en los aos 80, en el debate mantenido entre Lazarus y Zajonc, ste consideraba que una aproximacin meramente cognitiva, como era la tradicional, no poda abordar el estudio de lo emocional, ya que los criterios y vocabulario empleados para lo cognitivo no eran vlidos para entrar en el campo de las emociones. Y al calor de esta polmica, han alcanzado un gran xito los estudios de la influencia que tiene la afectivi- dad sobre el pensamiento, el juicio, la percepcin y la conducta social, constituyendo todo ello un rea de desarrollo importante de la psicologa social actual, habindose encontrado que el estado de nimo influye de una forma importante en muchas esferas de la vida. As, Forgas y Moylan (1987) encontraron que las personas que haban asistido a pelculas alegres, emitan juicios sociopolticos ms optimistas que las personas que haban asistido a pelculas tristes o agresivas. Ms en concreto, se ha encontrado empricamente que los estados de nimo positivo (Pez y Carbonero, 1993, pg. 135), facilitan el aprendizaje y la ejecucin as como el autocontrol y el diferir recompensas; aumentan el autorrefuerzo y las respuestas altruistas y de generosidad; influyen positivamente en la percepcin y el recuerdo, incluyendo la autopercepcin; aumentan la sociabilidad y el contacto social; y facilitan la persuasin. Diiixicix oi ixocix \ aiicro: ixisrix ias ixocioxis? Empieza LeDoux (1995, pg. 209) su revisin de las bases neuronales de las emociones en el Annual Review of Psychology diciendo que a pesar de la evidente importancia de la emocin para la existencia humana, los cientficos interesados en la naturaleza humana no han sido capaces de alcanzar un acuerdo sobre lo que es la emocin y qu lugar debera ocupar en una teora de la mente y de la conducta. En efecto, existen an muchas dudas sobre qu es la emocin, cuntas clases de emociones hay, cmo influyen en la cognicin, etc. (vase Ekman y Davidson, 1994). Tradicio- nalmente hemos considerado las emociones como pasiones inherentes al individuo singular, genricamente preparadas, con una base biolgica y fundamentadas experimentalmente (Gergen, 1996, pgs. 267-268). Sin embargo, existen an muchos interrogantes en este campo. Segn Fiske y Taylor (1991), el trmino afecto se refiere a un fenmeno genrico e inespecfico que incluye otros fenmenos tales como preferen- cias, evaluaciones, estados de nimo y emociones. Las emociones seran una forma de afecto ms compleja y con una duracin ms precisa que un estado de nimo y que se refieren generalmente a objetos muy determina- dos. Podemos decir, entonces, que las palabras pasin, emocin y afecto han servido tradicionalmente, en los textos filosficos y psicolgi- cos, para designar aproximadamente el mismo conjunto de estados menta- les (Hansberg, 1996, pg. 12). Por su parte, Fernndez Dols (1994, pgi- na 326), utiliza el trmino emocin para referirse a una forma de afecto compleja que implica reacciones viscerales y cognitivas, que suele ser pro- vocada por situaciones con unas caractersticas definidas, que conlleva cier- tos cursos de accin caractersticos y que, adems, puede ser identificada, cuando la experimentamos, mediante ciertas palabras que, en nuestro len- guaje cotidiano, son nombres de emociones (para una ampliacin de la pers- pectiva psicosocial de las emociones, vase Torregrosa, 1982; Parrott, 1992; Russell, 1992, etc.). Gergen (1996, pg. 269) se opone al carcter individual que las emociones han tenido tradicionalmente y las define como acciones sociales que derivan su significado e importancia de su situacin dentro de rituales de relacin. Es decir, no son algo individual sino relacional. Y lo primero que se plantea Gergen es si realmente existen las emociones. Cmo, entonces, hemos de identificarlos? Existen bsicamente tres postu- ras (Gergen, 1996, pgs. 270-271): 88 Anastasio Ovejero Bernal a) La primera pertenece a las escuelas ms humanistas, fenemonolgi- cas y subjetivamente orientadas: la experiencia personal. Podemos estudiar las emociones humanas dada su existencia transparente en la experiencia humana. Y es la experiencia misma la que nos permite diferenciar entre las emociones, dado que s que el amor, el miedo, la ira son diferentes por- que experimento las diferencias de un modo claro y distinto, por decirlo en trminos cartesianos. Pero, aunque convincente en su atractivo intuitivo, al final esta respuesta demuestra ser inconsecuente. Ms que responder a la duda, hace estallar un nuevo y ms extenso elenco de interrogantes. Dicho de un modo ms amplio, qu duda cabe de que nacemos en una cultura con un vocabulario finamente diferenciado de emociones; sin embargo, carecemos de medios viables para comprender cmo podemos incluso aprender que aplicamos el vocabulario correctamente a nuestro mundo interno (Gergen, 1996, pg. 271). b) Por esta y otras razones, la mayora de los cientficos no se con- tenta con la experiencia personal como base para la identificacin de las emociones. Ms bien, se acostumbra a sostener, tenemos que sustituir las vaguedades de los informes populares introspectivos por las observacio- nes desapasionadas de la conducta en accin. Tenemos que desarrollar medidas serias de las emociones, medidas que sean precisas y fidedignas, y que permitan a la comunidad de cientficos alcanzar acuerdos unvocos acerca de lo que es y no es en realidad. Para ello se ha desarrollado una enorme gama de indicadores emocionales: medidas biolgicas de la fre- cuencia cardaca, respuesta galvnica de la piel o de la presin sangunea, medidas conductistas de las expresiones faciales, etc. Sin embargo, como escribe Gergen (1996, pgs. 271-272): aunque se alcanzan a travs de estos medios lecturas precisas e inequ- vocas, y los hallazgos son a menudo repetibles, esta focalizacin en las manifestaciones observables de las emociones suprime completamente la vulnerabilidad de las premisas fundamentales, primero, de que las emociones existen efectivamente, y, en segundo lugar, de que estn manifiestas en estas medidas. Si observamos un aumento del ritmo de nuestro pulso, de nuestra conducta de expresin facial, es indudable que aparece la declaracin verbal tengo miedo; pero la investigacin no justifica precisamente las conclusiones de que el miedo existe y de que stas son sus expresiones. Volvamos ahora a nuestra pregunta ini- cial: De qu modo se han de identificar los fenmenos de la investiga- cin? Las preguntas rudimentarias esenciales para la base racional que sirve de gua a la investigacin nunca se abordan. Las suposicio- nes de que las emociones estn ah y que, de algn modo se manifies- tan, se abrazan a priori con toda tranquilidad. Constituyen un salto al espacio metafsico... En resumen, la investigacin gana credibilidad ini- cial en virtud de los axiomas culturales, y con la ayuda de la investiga- cin controlada y de la medicin tcnica procede a sacar conclusiones acerca de las causas y los efectos de la emocin. Estas conclusiones sir- ven para objetivar las construcciones convencionales: dan un sentido de tangibilidad justificable a un mito popular. Una vez el juego de la inves- Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 89 tigacin est en marcha, no hay vuelta atrs para preguntar si existe, de hecho, algo. c) La tercera postura, la construccionista constrasta vivamente con las dos anteriores. En efecto, para los construccionistas el intento mismo de identificar las emociones es algo confuso. El discurso emocional consigue su significado no en virtud de su relacin con un mundo interior (de la experiencia, disposicin o biologa), sino por el modo en que ste aparece en las pautas de la relacin cultural. Como subraya Gergen, las emociones no tienen influencia en la vida social, es que constituyen la vida social misma. Adems, la posicin construccionista es altamente compatible con buena parte de la investigacin antropolgica e histrica. Tal como este tipo de investigacin sugiere, tanto el vocabulario de las emociones como las pautas que los occidentales damos en llamar expresin emocional varan espectacularmente de una cultura a otra o de un perodo histrico a otro (Shweder, 1991; Lutz y Abu-Lughod, 1990). Por ejemplo, ya no habla- mos abiertamente de nuestra melancola o acidia, como causas que nos podran dispensar de trabajar o de las obligaciones sociales, pero s lo hubiramos podido hacer en el siglo xvii. Y en cambio, s hablamos, sin problemas, de nuestra depresin o de lo quemados que estamos por el estrs laboral, trminos estos que no hubiera sido posible utilizar hace slo un siglo. Este tipo de variaciones sociohistricas son difciles de cuadrar con la presuposicin individualista de propensiones universales y biolgica- mente fijas (Gergen, 1996, pg. 274). Mooiios ixiiicarivos Entre los diferentes modelos que se han propuesto para explicar las emociones, adems del modelo relacional de Gergen y de la psicologa socioconstruccionista, del que ya hemos dicho algo, me gustara destacar estos tres: 1) Modelo conductista: este modelo considera a las emociones como meras disposiciones para actuar. Por tanto, sus partidarios (Darwin, Ryler, Skinner, etc.) afirman que las emociones se distinguen entre s slo por sus manifestaciones conductuales. Para ellos, no interesan ya las emociones como experiencias privadas, sino lo importante es la observacin de la con- ducta pblica que permite la atribucin de emociones a otras personas y nos permite explicar sus acciones haciendo referencia a emociones. Pero difcilmente puede ser la conducta lo nico que nos permita identificarlas. Considero el colmo de los despropsitos que algunos psiclogos, incluso a la hora de hablar de las emociones, olviden lo afectivo y los sentimientos. 2) Modelo sociobiolgico: El cerebro emocional: Cuando los sociobi- logos buscan una explicacin al relevante papel que la evolucin ha asig- nado a las emociones en el psiquismo humano, no dudan en destacar la 90 Anastasio Ovejero Bernal preponderancia del corazn sobre la cabeza en los momentos realmente cruciales. Son las emociones afirman las que nos permiten afrontar situaciones demasiado difciles el riesgo, las prdidas irreparables, la per- sistencia en el logro de un objetivo a pesar de las frustraciones, la relacin de pareja, la creacin de una familia, etc. como para ser resueltas exclu- sivamente con el intelecto. Cada emocin nos predispone de un modo dife- rente a la accin; cada una de ellas nos seala una direccin que, en el pasado, permiti resolver adecuadamente los innumerables desafos a que se ha visto sometida la existencia humana (vase Ekman, 1992). En este sentido, nuestro bagaje emocional tiene un extraordinario valor de supervi- vencia y esta importancia se ve confirmada por el hecho de que las emo- ciones han terminado integrndose en el sistema nervioso en forma de ten- dencias innatas y automticas de nuestro corazn (Goleman, 1996, pgi- nas 22-23). De hecho, existen centenares de emociones y muchsimas ms mezclas, variaciones, mutaciones y matices diferentes entre todas ellas (Goleman, 1996, pg. 442): Ira (rabia, enojo, resentimiento, furia, exaspe- racin, indignacin, acritud, animosidad, irritabilidad, hostilidad y, en caso extremo, odio y violencia); Tristeza (afliccin, pena, desconsuelo, pesi- mismo, melancola, autocompasin, soledad, desaliento, desesperacin y, en caso patolgico, depresin grave); Miedo (ansiedad, aprensin, temor, pre- ocupacin, consternacin, inquietud, desasosiego, incertidumbre, nervio- sismo, angustia, susto, terror y, en el caso de que sea psicopatolgico, fobia y pnico); Alegra (felicidad, gozo, tranquilidad, contento, beatitud, deleite, diversin, dignidad, placer sensual, estremecimiento, rapto, gratificacin, satisfaccin, euforia, capricho, xtasis y, en caso extremo, mana); Amor (aceptacin, cordialidad, confianza, amabilidad, afinidad, devocin, adora- cin, enamoramiento); Sorpresa (sobresalto, asombro, desconcierto, admira- cin); Aversin (desprecio, desdn, displicencia, asco, antipata, disgusto y repugnancia); Vergenza (culpa, perplejidad, desazn, remordimiento, humillacin, pesar y afliccin). Y todas ellas cumpliran unas funciones muy concretas. As, el amor, los sentimientos de ternura y la satisfaccin sexual activan el sistema nervioso parasimptico, produciendo un estado de calma, relajacin y satisfaccin que favorece la convivencia. El arqueo de las cejas, que aparece en los momentos de sorpresa aumenta el campo visual y permite que penetre ms luz en la retina, lo que nos proporciona ms informacin sobre el acontecimiento inesperado, facilitando as el des- cubrimiento de lo que realmente ocurre y permitiendo elaborar, en conse- cuencia, el plan de accin ms adecuado. El enojo aumenta el flujo sangu- neo a las manos, haciendo ms fcil empuar un arma o golpear a un enemigo, as como el ritmo cardaco y la tasa de hormonas que, como la adrenalina, generan la cantidad de energa necesaria para acometer accio- nes vigorosas. Igualmente, en el caso del miedo la sangre se retira del ros- tro, lo que explica la palidez y la sensacin de quedarse fro, y fluye a la musculatura esqueltica larga (piernas, etc.) favoreciendo as la huida. Tam- bin la principal funcin de la tristeza consiste en ayudarnos a asimilar una prdida irreparable (como la muerte de un ser querido o un gran des- Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 91 engao amoroso), provocando una disminucin de la energa y del entu- siasmo por las actividades vitales (diversiones, placeres, etc.) y, cuanto ms se profundiza y se acerca a la depresin, ms se enlentece el metabolismo corporal. Sin embargo, ahora que creamos haber solucionado, a travs de la bio- loga, el problema de la existencia de las emociones, y ms an cuando Goleman nos dice que la distinta impronta biolgica propia de cada emo- cin evidencia que cada una de ellas desempea un papel nico en nuestro repertorio emocional, nos deja como estbamos cuando aade que existen algunos expertos que defienden la hiptesis de que las diferentes emocio- nes se solapan entre s y que, en este sentido, no existe una diferencia clara entre ellas (vase Ekman y Davidson, 1994). Estas predisposiciones biolgicas a la accin son modeladas poste- riormente por nuestras experiencias vitales y por el medio cultural en que nos ha tocado vivir. La prdida de un ser querido, por ejemplo, provoca universalmente tristeza y afliccin, pero la forma en que expresamos esa afliccin el tipo de emociones que expresamos o que guardamos en la intimidad es moldeada por nuestra cultura, como tambin lo es, por ejemplo, el tipo concreto de personas que entran en la categora de seres queridos y que, por tanto, deben ser llorados (Goleman, 1996, pg. 28). 3) Modelo de Maran-Schachter: actualmente, como escribe Hans- berg, las teoras ms discutidas son las llamadas teoras cognoscitivas de las emociones, que no son en absoluto algo nuevo sino que ya las defendan, obviamente a su manera, Aristteles, Santo Toms o Spinoza. As, este ltimo, en la tercera parte de su tica subraya el aspecto cognoscitivo de las emociones: podramos incluso decir que las pasiones son para l senti- mientos caractersticos, placenteros y no placenteros, que surgen de la esti- macin de algunos objetos como benficos o dainos. Muchas de las teo- ras contemporneas aceptan, entonces, combinaciones de estados cognoscitivos, actitudes evaluativos, deseos y otras actitudes proposiciona- les (Hansberg, 1996, pgs. 20-21). Pues bien, aunque el desarrollo contemporneo de este modelo es atri- buido a Schachter, su autor fue un espaol, Gregorio Maran, como muestra Fernndez Dols (1994), autor que seguiremos en las prximas lneas. En efecto, en 1924 public Maran un artculo Contribucin al estudio de la accin emotiva de la adrenalina, en el que explica los estu- dios de su grupo con una sustancia, la adrenalina, que, a diferencia de otras sustancias, pareca interpretar un papel central en los fenmenos emocionales. De hecho, tras inyectar adrenalina a 210 sujetos, Maran observ dos efectos sumamente interesantes: a) En la mayor parte de los casos (71 por 100) los sujetos perciben los trastornos somticos asociados al incremento de adrenalina en el organismo (por ejemplo, temblor, presin precordial, palpitaciones y similares), pero, adems, una sensacin emo- tiva indefinida, pero percibida en fro, sin emocin propiamente dicha (Maran, 1985, pg. 78); b) En los dems casos (29 por 100), la mera 92 Anastasio Ovejero Bernal inyeccin de adrenalina produca una reaccin emocional completa, gene- ralmente negativa, en la que el sujeto no slo experimentaba los cambios somticos ya citados (temblores, palpitaciones, etc.), sino que adems se senta realmente emocionado. Este trabajo de Maran, que fue enorme- mente importante e influyente, hasta el punto de ser posiblemente el artculo ms citado de un autor espaol en la literatura cientfica contem- pornea, lo fue por poner de manifiesto que el fenmeno emocional estaba determinado, en gran medida, por factores situacionales y personales com- plejos que iban ms all de los sntomas viscerales asociados a la emocin, y mostr que la emocin era un fenmeno que consta de dos componen- tes: el vegetativo y el psquico. Posteriormente, la psicologa social norteamericana fue desarrollando lentamente las ideas de lo que ellos mismos llaman Escuela Espaola, sugiriendo ligeros cambios en el modelo: la interaccin entre la emocin psquica y la emocin perifrica (o sea, los cambios viscerales) vendra dada no tanto, sealan los investigadores norteamericanos, por una espe- cial predisposicin de los sujetos, sino por la situacin. Dicho de otra forma, en ciertas situaciones los sujetos se pueden dejar llevar por los sntomas corporales producidos por la inyeccin de adrenalina y sentirse autnticamente emocionados. Como se ve, lo que aportan los estudios norteamericanos al modelo de la Escuela Espaola es una matizacin mnima aunque muy significativa para un psiclogo social: los sujetos de la experiencia de Maran que sentan autntica emocin no estaban especialmente predispuestos por poseer unos ciertos rasgos de personali- dad estables, sino que se encontraban en una situacin que perciban de forma distinta a los dems sujetos (Fernndez Dols, 1994, pg. 331). Sin embargo, Maran falleci en 1960 y su legado psicosocial tuvo una nula influencia en nuestro pas, pero no as en los Estados Unidos, donde tuvo un discpulo destacado: el psiclogo social Stanley Schachter. De hecho, como escribe Fernndez Dols (1994, pgs. 332-333), las coinciden- cias entre los puntos de vista de Maran y Schachter son llamativos. A veces Schachter se remite a Maran y otras no, pero sus puntos de vista son sorprendentemente coincidentes. As, en algunos de los ms conoci- dos experimentos de la Psicologa de la Afiliacin (1959), lo que hace Schachter es sustituir la inyeccin de adrenalina por una situacin ansi- gena (que genera por s misma ansiedad en los sujetos) y observar, como Maran, la importancia del gesto de los dems en la elaboracin de nues- tras propias emociones. Y el clsico artculo con Singer (Schachter y Sin- ger, 1962), no es, como afirma Fernndez Dols, sino un experimento que resume las intuiciones de Maran en una sola situacin experimental: los efectos de la inyeccin de adrenalina (la emocin vegetativa de Maran) y la importancia del gesto emocional de los dems como un factor clave en la determinacin de la emocin psquica, aunque Schachter y Singer for- mulan su hiptesis en una terminologa diferente a la de Maran, que es la que el estudiante de psicologa social se va a encontrar en la literatura actual: ya no hablan de emocin vegetativa, sino de activacin fisiolgica Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 93 (arousal), y los trminos emocin psquica, procesos intelectivos superio- res y similares quedan resumidos bajo el epgrafe factores cognitivos, como veremos mejor en el apartado 5 de este captulo. Por otra parte, Schachter y sus discpulos llevaron a cabo otros experi- mentos con animales y humanos que parecan confirmar la hiptesis cen- tral del experimento que acabamos de relatar: cuando se da una alta acti- vacin del sistema nervioso simptico y carecemos de una explicacin adecuada para ella, podemos provocar fcilmente en las personas un estado emocional. De hecho, Schachter y singer piensan que cualquier cambio visceral notable sin una explicacin clara puede provocar un con- tagio emocional entre las personas de un grupo: exactamente el argumento de Maran (1950). Como sabemos, el trabajo de Schachter dio lugar al marco de referen- cia contemporneo ms importante en el estudio psicosocial de las emocio- nes. Dicho paradigma se conoce generalmente como el modelo cognitivo- fisiolgico, el modelo bifactorial o simplemente la Teora de Schachter. Sin embargo, creo que sera de justicia, como hace el norteamericano Cornelius (1991), llamarla teora bifactorial de Maran o, como mnimo, como hace Fernndez Dols, paradigma Maran-Schachter. Ei axoi: oiiixicix Aunque el estudio de las relaciones amorosas podra perfectamente haber sido incluido en el tema anterior, ya que estamos ante un tipo espe- cial de atraccin interpersonal, sin embargo se ha decidido incluirle en el tema de las emociones, ya que es justamente el aspecto emocional el que ms claramente diferencia la atraccin amorosa de otros tipos de atraccin. En todo caso, si la atraccin interpersonal apenas haba sido estudiada en psicologa social hasta pocas recientes, ms recientes an son las investi- gaciones sobre el amor y las relaciones ntimas. Ms en concreto, mientras filsofos, poetas, novelistas, etc., han tratado el tema del amor durante siglos, los psiclogos sociales hace apenas veinte aos que han comenzado a interesarse por este tema. Tal negligencia se ha debido principalmente a tres razones (Berscheid y Walster, 1978): a) Se crea que el amor pertenece al campo de la novela y no de la ciencia; b) Adems, al igual que el de la conducta sexual, fue considerado un tema tab; y c) Una tercera y tal vez ms prctica razn es simplemente la dificultad de estudiar el tema del amor, dificultad que se hace casi insuperable en el caso de la investigacin experimental de laboratorio. Sin embargo, la poca atencin que se le ha dedicado es algo absolutamente inexplicable ya que resulta difcil encontrar un fenmeno ms intrnsecamente interpersonal que el amor, y dado que, ya por su presencia ya por su ausencia, se trata de una de las cosas ms importantes y centrales de la vida de todos los seres humanos. De hecho, los estudios sobre este tema estn aumentando durante los ltimos diez aos (Stenberg, 1989; Sternberg y Barnes, 1988; Hendrick y Hendrick, 1992; Sangrador, 1993; Serrano y Carreo, 1993, etc.). 94 Anastasio Ovejero Bernal Por otra parte, se nos plantea un primer y fundamental problema: podemos aplicar a la conducta amorosa las reglas que gobiernan las rela- ciones humanas y las conductas sociales? Como dice Sangrador, a primera vista, parece que s. De hecho, teoras como la del refuerzo, o sus vertien- tes cognitivo-sociales como la del intercambio o la de la equidad, insisten en que la gnesis y mantenimiento de una relacin amorosa dependen del grado en que las recompensas (o expectativa de recompensas) mutuas sean superiores a las obtenibles en relaciones alternativas (incluyendo como alternativa la no relacin). Sin embargo, resulta difcil reconciliar estas perspectivas que cabe denominar racionalistas, basadas en el refuerzo, el intercambio o la equidad, con ciertas realidades como esos amores incom- prensibles y ciegos, aparentemente sin lgica alguna, o esas personas que cuanto ms les rechaza y les hace sufrir quien es el objeto de su amor, ms ciegamente an se enamoran. Porque es evidente que mientras que por lo general elegimos los amigos entre quienes nos gratifican de algn modo y hacen agradable la relacin con ellos, sin embargo existen personas que quedan amorosamente colgadas, en una suerte de adiccin, a individuos que no slo no las gratifican, sino incluso las llenan de amargura, sufri- miento, y hasta de dao fsico. Cmo explicar la persistencia del amor en estos casos? (Sangrador, 1993, pg. 183). Pues bien, debemos preguntarnos ante todo qu es el amor o qu entendemos con este trmino. En primer lugar, existe un cierto acuerdo en que el amor es cualitativamente diferente de la mera atraccin. As, es posi- ble amar a quien no nos recompensa en absoluto, y ello porque el amor, a diferencia de la mera atraccin, puede basarse en recompensas imaginarias, producidas por la fantasa de la persona enamorada. En todo caso, son muchas las investigaciones que revelan elementos que son comunes a todas las relaciones amorosas: comprensin mutua, apoyo recproco, valorar y disfrutar el estar con el ser amado. Por otra parte, como seala Sangrador, mientras la atraccin es habitualmente conceptualizada como una actitud positiva hacia otra persona, en el amor adquieren singular importancia los componentes emocionales. Mientras que la atraccin puede ser definida como una tendencia o predisposicin a evaluar a una persona o un sm- bolo de esa persona de una forma positiva o negativa (Berscheid y Wals- ter, 1978), las definiciones del amor suelen ser ms complejas. Cuando hablamos del amor describimos por lo general una relacin en la cual hay un afecto intenso entre dos personas cuyas vidas estn entrelazadas (Bers- cheid y Walster, 1978). En concreto, el amor es un estado de absorcin intensa en otro, unido a un estado de intensa excitacin fisiolgica. El amor apasionado es emocional, excitante, intenso. Si es correspondido, uno se siente realizado y pletrico; si no, uno se siente desesperado. Como otras formas de excitacin emocional, el amor apasionado implica una mezcla de regocijo y melancola, de alegra hormigueante y tristeza descorazonada. Se caracteriza, por tanto, por la conjuncin de una serie de sentimientos con- trapuestos. As, Berscheid y Walster (1978, pg. 177) le definen al amor pasional como un estado emocional salvaje: ternura y sentimientos sexua- Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 95 les, regocijo y dolor, ansiedad y alivio, altruismo y celos coexisten en una confusin de sentimientos. Por su parte, Stenberg (1988) ve el amor como un tringulo, cuyos tres vrtices son pasin, intimidad y compromiso. Por otra parte, uno de los principales problemas a la hora de estudiar el amor probablemente estriba en el propio lenguaje utilizado que deno- mina amor a cosas tan diferentes como, por no poner sino slo tres ejem- plos, el amor apasionado, el amor a los padres o el amor al trabajo. Incluso dentro del amor en sentido estricto habra que distinguir, para comenzar a clarificar las cosas, el amor como actitud (atraccin), el amor como emo- cin (pasin) e incluso el amor como conducta, donde quedara reducido a meros comportamientos o respuestas ante el otro. En todo caso, cuando nos enamoramos sentimos un intenso deseo de unin con nuestra pareja que se refleja cognitiva, emocional y conductualmente, lo que explica los tres tipos de elementos que componen el amor pasional (Fuertes, 1993): Componentes cognitivos (fantasas respecto a lo maravillosa que sera la vida con la persona amada; incertidumbre respecto a la posibilidad de conseguir o no lo que se desea; preocupacin por la persona amada; idealizacin y sobrevaloracin del otro; deseo de conocer al otro y ser conocido por l; facilidad para imaginar, fantasear y explicar la conducta de la persona amada de forma favorable, en trminos de reciprocidad; facilidad para olvi- dar otras preocupaciones y problemas del pasado); componentes emociona- les (deseo de unin completa y permanente con el objeto amado; atraccin hacia el otro, especialmente atraccin sexual; deseo de reciprocidad, de ser correspondido, el enamorado no slo ama, sino que tambin quiere ser amado; activacin fisiolgica; terror a la ausencia de esperanza); y compo- nentes conductuales (acciones encaminadas a conocer los sentimientos del ser amado; estudio detenido de l; ofrecimiento de servicios y favores al otro; acciones encaminadas a mantener la proximidad con el otro; aleja- miento de todo aquello que no se relaciona con la persona amada). Y empricamente encontraron Dion y Dion (1973) que los sntomas emo- cionales mencionados con mayor frecuencia por 240 estudiantes universita- rios de ambos sexos para expresar cmo se sentan cuando estaban enamo- rados, eran: euforia, depresin, soar despierto, dificultades para dormir, agitacin e incapacidad para concentrarse. De forma similar, y trabajando con una muestra de 679 sujetos tambin de ambos sexos, Kanim y colabo- radores (1970) hallaron que el sentimiento ms frecuente experimentado fue el de bienestar (el 79 por 100 de los estudiantes lo mencionaron), seguido de dificultades para concentrarse (37 por 100), flotar sobre una nube (29 por 100), ganas de correr, saltar o gritar (22 por 100) y ato- londramiento y despreocupacin (20 por 100). Pero tampoco podemos olvidar que el enamoramiento y el amor estn en buena medida construidos socialmente (Averill, 1988), y como tales son, al tiempo, reflejo y producto de una poca y una sociedad determinada. Dicho de otro modo, el sentimiento de estar enamorado debe ser apren- dido por los nios durante el perodo de socializacin, junto con lo que significa tal sentimiento. Hay pues un conjunto de normas sociales y cul- 96 Anastasio Ovejero Bernal turales que sutilmente se cuelan en los entresijos de las mentes infantiles explicitando cundo, cmo, de quin y de quin no, puede uno enamo- rarse. Es en este terreno donde los medios de comunicacin arrasan lite- ralmente, influyendo en los futuros comportamientos amorosos de los nios y adolescentes, diferenciando artificialmente los modelos a seguir, masculinos y femeninos, y generando todo un conjunto de diferentes expectativas de rol que guan sutilmente los procesos de enamoramiento, eleccin de pareja, ruptura, etc. No hay ms que dedicar unos minutos de atencin a los culebrones televisivos, los concursos de parejas, las pelcu- las, etc. para ver reflejados en ellos y transmitidos desde esas privilegiadas fuentes emisoras los citados modelos de rol de gnero de unos y otras, quiz ms crudamente los de ellas, pero tambin los de ellos (Sangrador, 1993, pg. 185). En todo caso, para que se d el enamoramiento tienen que cumplirse estas tres condiciones (Hatfield y Walster, 1981): a) La persona tiene que haber aprendido que el amor es una respuesta apropiada, lo que significa que en la cultura y en la sociedad en que vive debe aceptarse que hay un tipo de emocin que se llama amor, que le puede ocurrir a cualquier per- sona. Por ejemplo, en una cultura que considerara al amor como un estado de absoluta enajenacin mental o de posesin demonaca, sera menos pro- bable el enamoramiento. De hecho, tal y como hoy lo entendemos es algo relativamente reciente y circunscrito a ciertas culturas. Muchos pueblos del Sur del Pacfico desconocan nuestra idea de caer repentinamente enamo- rados (Levy, 1973); b) la segunda condicin necesaria para el enamora- miento es que aparezca una persona que rena las caractersticas adecuadas para ser el objeto de nuestro amor. Estas caractersticas son fruto bsica- mente de nuestra historia y de nuestros aprendizajes, estrechamente vincu- lados, por otra parte, al contexto social; y c) para que haya enamoramiento ha de haber un estado de excitacin emocional relacionado con la otra per- sona. Los factores cognitivos influyen en cmo hombres y mujeres inter- pretan sus sentimientos, pero para que se den esos sentimientos, las perso- nas han de experimentar ciertas reacciones nerviosas y corporales. A estas tres condiciones, algunos autores aadiran una cuarta: la necesidad psi- colgica de amar, de forma que hay quienes afirman que estados de nimo como el miedo o la inseguridad personal facilitan el enamoramiento. Tioias ixiiicarivas oii ixaxoiaxiixro La idea del flechazo sin ms es una explicacin extremadamente sim- plista y por consiguiente totalmente insatisfactoria. As pues, por qu nos enamoramos? Se han propuesto diferentes teoras, entre ellas las siguientes (Sangrador, 1993): 1) Teora bifactorial del amor apasionado: algunos autores acuden a la teora del desarrollo de las emociones de Schachter para explicar el amor. Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 97 En concreto, como ya hemos visto, Schachter propona que nuestra expe- riencia de cualquier estado emocional (por ejemplo, el miedo, la clera o la alegra) es resultado de dos factores que operan juntos. Primero, deber haber alguna excitacin fisiolgica; y segundo, el estado emocional preciso estar determinado por la atribucin cognoscitiva que hagamos para expli- car y etiquetar esa excitacin fisiolgica. De hecho, desde el punto de vista meramente fisiolgico, una emocin es bastante similar a otra, de forma que podemos experimentar la activacin como alegra si estamos en una situacin eufrica (por ejemplo, despus de haber obtenido un sobre- saliente en el examen de psicologa social), como enojo si el ambiente es hostil (por ejemplo, despus de que nuestro equipo favorito de ftbol per- diese el partido en el ltimo minuto) o como amor apasionado, si la situa- cin es romntica (por ejemplo, cuando la chica de nuestros sueos nos acompa a pasear por el campo un maravilloso atardecer otoal). Segn este enfoque, el amor apasionado sera la experiencia psicolgica de ser activado biolgicamente por alguien a quien encontramos atractivo. Esto es lo que hicieron Berscheid y Walster (1978) quienes defienden una con- cepcin del amor absolutamente desmitificadora por una parte y escasa- mente racional por otra, en la que dan importancia decisiva a la situacin. A su juicio, durante la socializacin hemos aprendido, ms o menos bien, a etiquetar correctamente distintas emociones (alegra, miedo, tristeza) a partir de las seales de la situacin y de los modelos que hemos observado previamente. Pero el amor apasionado no es precisamente una emocin que se experimente con frecuencia en la familia o en la vida cotidiana de un adolescente, por lo que ste no lo aprende adecuadamente. De esta manera, puede llevar a cabo una atribucin errnea y denominar amor apasionado a lo que experimenta un da en que, por ejemplo, acompaado de una amiga, va a ver las listas definitivas de los que han aprobado la oposicin a la que se haba presentado unos das antes. Esto explicara, por ejemplo, los sbitos enamoramientos de los soldados en campaas blicas, siendo el objeto amoroso, pues, bastante intercambiable. Y es que, segn esta teora, no importa tanto de dnde provenga la excitacin cuanto atribuir tal excitacin a la presencia del amor, es decir, a que debo estar enamorado. Dos estudios muy interesantes ilustran la utilidad de este anlisis del amor apasionado: Valins (1996) llev a cabo un experimento en el que mostraba unas transparencias de mujeres desnudas a sus sujetos, estudian- tes varones. Conforme se proyectaban las transparencias, los estudiantes iban informando acerca de los cambios que se iban produciendo en su ritmo cardaco a travs de audfonos conectados a una mquina que supuestamente vigilaba su pulso cardaco. De hecho, la informacin que les daba la mquina era absolutamente falsa y estaba manipulada por el expe- rimentador. Pues bien, con algunas transparencias los estudiantes no per- ciban cambios en su pulso, mientras que con otras s perciban un rpido incremento. Valins argumentaba que los estudiantes interpretaran que el cambio de su ritmo cardaco se debera a la atraccin de la mujer de 98 Anastasio Ovejero Bernal la transparencia, quien sera, pues, la responsable de tal cambio. De hecho, esto fue lo que ocurri. Cuando despus los estudiantes evaluaron a las mujeres, consideraron que eran mucho ms atractivas aquellas que haban provocado en ellos cambios en su ritmo cardaco que las que no lo haban provocado. Como vemos, pues, los datos de este estudio parecen apoyar la teora que estamos comentando, aunque este experimento analizaba ms la atraccin sexual que el amor. En una prueba posterior y ms directa de esta teora, Dutton y Aron (1974) examinaron a una muestra de sujetos varones que tenan que realizar el experimento en una situacin realmente excitante, consistente en responder a un cuestionario mientras estaban en un puente colgante sobre un barranco profundo. En concreto, el puente tena 135 metros de largo y estaba suspendido a 69 metros de altura sobre el rocoso ro Carilano de Columbia Britnica (Estados Unidos). Cierta- mente, la gente siente excitacin en tal situacin y la mayora de las veces podramos esperar que la denominasen miedo o temor. Sin embargo, qu pasa, se preguntan estos autores, si en esta situacin a un hombre le habla una mujer atractiva? Ser posible que atribuya al menos parte de su excitacin a sus sentimientos sexuales o de amor por la mujer? Los resul- tados indicaron que s. Los hombres del puente colgante, entrevistados por una experimentadora atractiva, incluyeron demasiada fantasa sexual en breves historias que se les pidi que describieran acerca de una fotografa ambigua. Es ms, muchos de ellos tambin la llamaron despus (ella les haba dado su nombre y su nmero de telfono para el caso de que quisie- ran ms informacin sobre la investigacin). Esto no pas cuando la misma mujer llev a cabo el mismo experimento, tambin con sujetos masculinos y tambin en un puente, pero en un puente seguro. Parece ser que aqu no hubo excitacin y por ello no surgi el amor. Tampoco ocurre esto cuando quien realizaba el experimento sobre el puente colgante era un experimen- tador masculino. En un estudio posterior, estos mismos autores (Dutton y Aron, 1989) invitaron a varones universitarios a participar en un experi- mento de aprendizaje. Despus de conocer a su atractiva compaera, algu- nos se asustaron con la noticia de que sufriran algunos choques elctricos bastante dolorosos. Antes de que comenzara el experimento, el investi- gador les aplic un cuestionario breve para obtener algo de informacin sobre sus sentimientos y reacciones actuales, en vista de que stos a menudo influyen en la ejecucin de la tarea de aprendizaje. Cuando se les pregunt hasta qu punto les gustara salir con su compaera y besarla, los hombres asustados expresaron una atraccin ms intensa hacia la mujer que los no asustados. Igualmente Cohen y colaboradores (1989) encontraron que las parejas muestran ms atraccin (se tocan y hablan ms entre s) al salir de un cine que cuando entran si acaban de ver una excitante pelcula de terror, cosa que no ocurra cuando haban visto una pelcula no emotiva. Tambin han sido numerosos y variados los experimentos que parecen confirmar la tesis de Berscheid y Walster, al encontrar que, efectivamente, la atraccin sentida hacia otra persona aumenta en presencia de determina- das activaciones producidas por miedo, rechazo, frustracin o la interfe- Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 99 rencia de los padres (esto ltimo recibe el nombre de efecto Romeo y Julieta, Driscoll y cols., 1974), etc. pueden aumentar la atraccin sentida hacia otra persona. 2) Teoras del intercambio: de la teora de Thibaut y Kelley (1959) se deduce que es ms probable que alguien se enamore cuando su nivel de comparacin (CL) es bajo. Por ejemplo, es probable que una adolescente, en plena crisis personal y sin el apoyo emocional de sus padres, tienda a sentir ms fcilmente amor hacia quien simplemente le ofrezca apoyo emo- cional o a veces meramente una sonrisa. O que una persona que acaba de romper una relacin, con el consiguiente descenso de su CL, acabe fijn- dose en quien antes no se fijaba. Esta teora tambin nos ayuda a entender aquellas relaciones amorosas de hombres entrados en aos, generalmente con dinero y estatus, con jvenes, a veces adolescentes. Y, aunque se habla poco de los casos que se dan a la inversa, stos no son tan pocos como se cree, estn aumentando y, adems, no son algo novedoso. Recurdense los numerosos ejemplos que nos muestra la novela francesa del siglo xix, donde era frecuente que las seoras de la aristocracia tuvieran sus amantes, siempre jvenes y guapos varones, con pocos recursos econmicos y muchos deseos de ascender socialmente. Si en nuestra actual sociedad tales casos son an poco numerosos, aunque in crescendo, se debe fundamental- mente a que los costos derivados de las presiones sociales y las diferentes expectativas normativas asociadas a uno y otro sexo lo dificultan. Es, por tanto, a mi juicio indiscutiblemente, una cuestin cultural, y no biolgica como se repite con demasiada frecuencia. 3) Teora del locus of control: tambin esta teora ha sido utilizada para explicar el amor, subrayndose el hecho de que los individuos controla- dos externamente, es decir, aquellos que creen que su conducta viene deter- minada por factores externos, ajenos a su propia decisin (destino, azar, etc.) tienden a enamorarse ms que los individuos controlados internamente, es decir, aquellos que piensan que son ellos mismos quienes deciden su destino y que tienen una visin del amor menos idealizada (Dion y Dion, 1988). 4) Otras teoras, finalmente, se centran en el propio sujeto que se ena- mora, defendiendo, con frecuencia, un enfoque algo negativo y hasta peyo- rativo del enamoramiento, relacionndolo a menudo con estados de debili- dad, miedo, depresin, etc. As, ya hace muchos aos, Reik (1944), representando probablemente un caso extremo, relacionaba el enamora- miento con la depresin. Y de hecho, como escribe Sangrador, es frecuente leer que las personas se enamoran cuando se encuentran en un estado pre- vio de disponibilidad, de tal forma que el amor para ellos refleja un anhelo, una bsqueda de alguien con quien compartir su vida, de huir de su radi- cal soledad encontrando seguridad y afecto, sobre todo cuando no se sien- ten suficientemente valorados. En el lado opuesto se encontraran hom- bres y mujeres para quienes el amor es, por el contrario, un estorbo en su vida profesional, o incluso algo patolgico, como una enfermedad de la que procuran librarse: son esos hombres y cada vez ms mujeres tan racio- nal-analticos que raramente se enamoran (Sangrador, 1993, pg. 187). 100 Anastasio Ovejero Bernal En resumidas cuentas, como ocurre tantas veces con los complejos fenmenos psicosociales, ninguna teora es suficiente para dar cabal cuenta de ellos y cada una explica slo algn aspecto, pero deja sin explicar otros. Caiacriisricas oii on;iro axoioso: siiiccix oi ia iaii;a Ante todo, tenemos que decir que la forma de elegir pareja vara en las diferentes culturas. As, mientras que en la nuestra el amor por lo general precede al matrimonio, en cambio en otras culturas frecuentemente ocurre a la inversa: el amor es posterior al matrimonio. Dentro de la propia cul- tura occidental, antes era la familia la que, por razones de tipo econmico, poltico, tribal, etc., elega la pareja de sus hijos/as, pero tras el proceso de industrializacin, la familia ha perdido gran parte de la influencia que tena sobre sus miembros en muy diferentes reas, sobre todo en sta. Tal cam- bio ha sido una consecuencia del hecho de que el estatus de las personas dej de depender del nacimiento o del estatus familiar para depender prin- cipalmente de sus propios logros (otra cosa es que con frecuencia esos logros sigan dependiendo del origen social). Ahora bien, cuando hay liber- tad para elegir pareja, entonces la atraccin sexual es un factor importante para tal seleccin, seleccin que en gran medida se basar en el amor. Por ejemplo, el amor y la atraccin sexual han florecido en las sociedades occi- dentales industrializadas. En aquellas sociedades donde la seleccin de pareja dependa poco de la libertad de eleccin la atraccin sexual entre personas casadas era omitida (Stephan y Stephan, 1985, pg. 250), lo que significaba que el fenmeno del amor era muy restringido. Sin embargo, en nuestra cultura actual el amor s es algo importante y, por tanto, tambin lo es la eleccin de pareja. Ahora bien, por qu nos enamoramos de una persona y no de otra? sta es una cuestin que tal vez no tenga respuesta concreta, pero sobre la que se pueden hacer algunas hiptesis basadas en los estudios sobre la atraccin interpersonal. As, el atractivo fsico es una variable que si era crucial en la atraccin interperso- nal, por razones obvias que no se le escaparn al lector, es ms crucial an en el mbito amoroso. A este respecto, resulta realmente interesante y cla- rificador el experimento de Snyder, Tanke y Berscheid (1977) en el que sujetos varones hablaban por telfono con mujeres de las que previamente se les haba informado que eran atractivas o no atractivas. Tras las conver- saciones, se encontr que efectivamente los sujetos evaluaban a su contacto telefnico de modo ms positivo en una serie de variables cuando se les haba dicho que era atractivo; tales mujeres eran, a su juicio, ms sociables, amables, habladoras, etc. Pero lo ms sugerente del experimento es que la conducta telefnica de los propios varones fue evaluada a su vez por un grupo de jueces neutros que la juzgaron como ms clida, sociable, intere- sante y con sentido del humor cuando hablaban con una mujer presunta- mente atractiva. Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 101 En todo caso, existen diferencias de gnero? los hombres y las muje- res difieren en la manera en que experimentan el amor apasionado? S parecen existir diferencias, eso s, producidas culturalmente. As aunque generalmente se cree que las mujeres son ms enamoradizas, sin embargo los datos existentes (Dion y Dion, 1988; Peplau y Gordon, 1985) parecen indicar que son los hombres los que tienden a enamorarse con mayor rapi- dez. Los hombres tambin parecen desenamorarse en forma ms lenta y tienen una probabilidad menor que las mujeres de romper un romance prematrimonial, aunque las mujeres tienen una probabilidad ligeramente mayor que los hombres de centrarse en la intimidad de la amistad y en su inters por su pareja, mientras que los hombres tienden a pensar que las mujeres en los aspectos fsicos y festivos de la relacin. En todo caso, cuanto ms dura una relacin son menores sus altibajos emocionales (Bers- cheid y cols., 1989). La intensidad del romance puede durar unos cuantos meses, incluso un par de aos, pero difcilmente mucho ms. Ahora bien, si una relacin ntima ha de perdurar, debe estabilizarse en un resplandor crepuscular ms tranquilo pero an afectuoso que Hatfield llama amor de compaeros, que, a diferencia de las emociones profundas del amor apasio- nado, es una emocin menos intensa, es un vnculo afectuoso profundo, pero no profundamente emocional. Pero es igual de real. Incluso si uno desarrolla tolerancia para un frmaco, la abstinencia puede ser dolorosa. De la misma manera sucede con las relaciones ntimas. Las parejas mutua- mente dependientes que ya no sienten la llama del amor apasionado a menudo descubren, ante el divorcio o la muerte, que la prdida es mayor de lo que esperaban. Que se haban centrado en lo que no funcionaba y no notaron todas las cosas que s lo hacan, incluyendo cientos de actividades interdependientes (Carlson y Hatfield, 1992). Adems del atractivo fsico, existen otros criterios a la hora de seleccio- nar la pareja, criterios que Stroebe y Stroebe (1984) agrupan en estas tres categoras: a) Disponibilidad: el primer requisito mnimo es la disponibilidad de la interaccin. Ello limita el campo de parejas potenciales a aquellas perso- nas a las que es probable que encontremos en las situaciones que conducen al desarrollo de relaciones informales cotidianas. El ms estudiado de los determinantes de la disponibilidad ha sido la proximidad (recurdese lo que vimos sobre este aspecto en el captulo anterior). De hecho, se ha encontrado que la frecuencia de matrimonios disminuye con el aumento de la distancia entre las residencias de las potenciales parejas. Sin embargo, socilogos, antroplogos y psiclogos sociales subrayan la necesidad de tener en cuenta las normas que definen las caractersticas sociolgicas de las parejas potenciales (estatus socioeconmico, raza, religin, etc.), normas que deben ser tenidas en cuenta junto al criterio de familiaridad, comple- mentndolas. b) Deseabilidad: existen ciertas caractersticas sociales o fsicas de los candidatos a cnyuges que son altamente valoradas en una sociedad dada. 102 Anastasio Ovejero Bernal Por ejemplo, la mayor parte de la gente prefiere como pareja una persona fsicamente atractiva que una persona no atractiva. Generalmente tambin se valora mucho el nivel alto de ingresos econmicos, de cultura, etc. Pues bien, quienes posean estas caractersticas sern ms probablemente preferi- dos como pareja. c) Compatibilidad: mientras que la proximidad o el atractivo fsico ejerce su influencia sobre la seleccin de pareja incluso antes de que tenga lugar cualquier interaccin, la compatibilidad afecta a la atraccin slo durante la interaccin. En este apartado las variables que ms se han estu- diado han sido las actitudes y los rasgos de personalidad. Ruiruia \ coxiiicros ix ias iiiacioxis oi iaii;a Finalmente, resulta imprescindible analizar, siquiera someramente, el tema de la disolucin de las relaciones, principalmente por su enorme inte- rs prctico de cara a un rea de intervencin psicosocial tan actual como es la de las situaciones de divorcio. Que el tema es sumamente interesante no cabe la menor duda. Sin embargo, y a pesar de que pocas experiencias en la vida son capaces de producir tanto dolor emocional, angustia y sufri- miento, se trata de un tema poco estudiado. Adems, los pocos estudios existentes se han centrado en la disolucin de las relaciones maritales pero apenas se ha examinado la ruptura de las relaciones prematrimoniales, y los que lo han hecho han sido estudios transversales, que son muy problemti- cos a la hora de su interpretacin. Para superar tales problemas se han lle- vado a cabo varios estudios longitudinales habindose encontrado que las relaciones eran particularmente propensas a la disolucin cuando haba poca intimidad, un compromiso desigual en la relacin y grandes discre- pancias en la pareja en cuanto a edad, aspiraciones educativas, inteligencia o atractivo fsico (Hill, Rubin y Peplau, 1976). Simpson (1987), tambin con un estudio longitudinal, encontr que los tres factores que mejor pre- decan la intensidad y la duracin del sufrimiento emocional tras la ruptura de relaciones prematrimoniales eran la intimidad y la duracin de las rela- ciones as como la facilidad de encontrar una pareja alternativa. En con- creto, los individuos que haban tenido intimidad con su ltima pareja, que llevaban ya mucho tiempo con ella y que crean que les sera difcil encon- trar otro compaero/a satisfactorio/a tendan a experimentar ms sufri- miento emocional. Por su parte los socilogos y demgrafos informan que estadsticamente el divorcio es menos probable entre los que se casan des- pus de los veinte aos de edad, cuando haba habido un largo noviazgo, los que poseen un alto nivel educativo, disfrutan de ingresos estables, viven en una ciudad pequea o en el campo, no cohabitan o quedan embaraza- das antes de casarse y son activamente religiosos (Myers, 1992). Sin embargo, sabemos que estos estudios estadsticos muestran una mera co- variacin y son poco explicativos. En todo caso, el enfriamiento del amor romntico intenso a menudo es Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 103 el inicio de un perodo de desilusin, sobre todo entre aquellos que consi- deran este amor como esencial tanto para el matrimonio como para su con- tinuacin. Simpson, Campbell y Berscheid (1986) sospechan que el fuerte incremento en el ndice de divorcios en las pasadas dos dcadas est vin- culado, al menos en parte, a la creciente importancia de las experiencias emocionales positivas intensas (por ejemplo, el amor romntico) en las vidas de las personas, experiencias que pueden ser particularmente difciles de sostener con el tiempo. Comparados con los norteamericanos, los asi- ticos, que poseen ndices de divorcio mucho ms bajos, tienden a centrarse menos en los sentimientos personales, como la pasin, y a estar ms intere- sados en los aspectos prcticos de los vnculos sociales (Dion y Dion, 1988), por lo que podemos suponer que son menos vulnerables a la des- ilusin. En resumen, suele admitirse que en general existen tres principales cau- sas de disolucin de las relaciones de pareja: a) Factores de relacin: nos referimos a factores internos, a problemas de la relacin en s. El problema estriba sencillamente en que ambos miembros de la pareja no han sido capaces de sostener una buena relacin entre ellos; b) Factores individuales: algunos rasgos individuales de uno de los miembros de la pareja hacen que ste prefiera disolver la relacin. Algunos estudios han encontrado que los hombres con alta necesidad de poder es ms probable que rompan sus relaciones que los hombres con baja necesidad. Sin embargo, en las muje- res la necesidad de poder no suele ser un factor para la estabilidad de la relacin. Por otra parte, las estadsticas demuestran que los hijos de padres divorciados es ms probable que tambin ellos se divorcien. Aunque pudiera esperarse que tales nios deberan estar motivados para evitar el divorcio, al parecer tiene lugar un sutil aprendizaje durante la niez que hace que disuelvan sus relaciones con ms probabilidad; y c) Atracciones alternas: evidentemente, las teoras del intercambio consideran la equidad de costos y recompensas en el momento presente. Sin embargo, tal equidad puede sencillamente no mantenerse en el futuro, de forma que se rompa o disuelva la relacin por no ser equilibrada. Suele ser frecuente que otras atracciones alternas (conocimiento de otra persona ms reforzante como pareja, cambio en la situacin laboral o econmica, etc.) terminen por disolver una relacin estable hasta ese momento. Pero sin llegar a la ruptura, con frecuencia surgen conflictos y desave- nencias en las parejas, que producen insatisfaccin y que a veces van pre- parando paulatinamente la separacin definitiva. A qu se deben tales desavenencias? Bsicamente a los siguientes factores (Sangrador, 1993, pgs. 192-195): 1) Una primera fuente de error es el desconocimiento real del objeto amoroso elegido. Un individuo nunca debe estar seguro de sus percepciones cuando cree estar enamorado: el enamoramiento dificulta, o incluso impide, la objetividad en la percepcin del otro. Cabra decir, al respecto, que cuanto ms rpida sea la fijacin amorosa ms probable es el error; 2) Otra fuente de error tiene que ver con el sexo. Hace aos se ense- aba a las mujeres que el amor es un requisito previo para el sexo, mien- 104 Anastasio Ovejero Bernal tras se estimulaba a los varones a tener experiencias sexuales con o sin amor y a que se entrenaran en el sexo sin necesidad de que hubiera amor. Progresivamente, la mujer comenz a poder permitirse relaciones sexuales prematrimoniales pero siempre que hubiera promesa formal, o fuera algo serio, es decir, con amor. Hoy se ha dado un paso ms, y muchas mujeres practican el sexo sin amor de modo natural. Pero quiz precisamente la fuente de error radica en la confusin entre deseo sexual y amor. Aun tra- tndose de una cuestin en extremo polmica, creo que puede admitirse la no identificacin entre ambos. Y es un hecho que, especialmente los jve- nes varones, pueden llegar a confundir deseo con amor, imaginando querer cuando desean, y a menudo justificando el deseo denominndolo amor... En cualquier caso, la relacin entre sexo y amor se hace difcil en parte por las contradicciones que plantea al respecto la misma sociedad, que estimula valores antagnicos: el de libertad y el de compromiso, el de estabilidad y el de novedad sexual (efecto Coolidge), independencia y fidelidad, etc. (Sangrador, 1993, pg. 193); 3) Las variables del sujeto generan, asimismo, posibles fuentes de error tanto en el proceso electivo como en la relacin posterior. Es el caso, por no poner ms que un par de ejemplos, de la inmadurez afectiva del sujeto (personas que no han superado el amor tir- nico y posesivo del nio, y para quienes amar es meramente el deseo del ser amado), o el caso de la mujer tratada como simple medio de satisfac- cin sexual de su marido, a su hora y conveniencia (no hay amor, slo apropiacin); 4) Otras fuentes de conflicto radican en las difciles relacio- nes entre Matrimonio y Amor, y entre amor-conyugal y amor-pasin. Se pretende que las personas reconozcan el amor verdadero y elijan una pareja en funcin sobre todo del amor. Pero nuestra socializacin dedica muchas ms horas para el aprendizaje de zoologa o geografa, o para sacar el carn de conducir, que para aprender a no equivocarse a elegir, para aprender a amar en definitiva. Con lo que se hacen promesas formales de amor eterno que obviamente no pueden cumplirse: el insensato te que- rr hasta que la muerte nos separe olvida que el amor no es un acto de la voluntad. Ni siquiera la vida en comn previa a la institucionalizacin de la unin resuelve la cuestin, pese a la coherencia de la propuesta. Los datos indican que las parejas que han convivido antes no son necesariamente ms duraderas que las dems (Sangrador, 1993, pg. 194); y 5) Es un ejemplo muy extendido en nuestra sociedad el caso de la mujer que pone mucho ms que su compaero en la relacin de pareja, pero despus racionaliza la situacin incrementando la importancia y el prestigio del marido y de su trabajo (machismo). Pues bien, de las teoras del intercambio se deduce que es probable que haya ruptura o al menos desavenencia en la pareja, cuando esa mujer modifica sus percepciones, deja de ser machista y con- sidera que su propio trabajo vale tanto como el de su compaero. Con ello se rompe el equilibrio del intercambio, o mejor dicho, constata el desequi- librio existente con lo que exigir o bien poner menos en la relacin o bien que el compaero ponga ms o bien la ruptura de la relacin. Por ltimo, debemos considerar tambin los posibles traumas que el Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 105 divorcio puede producir en los nios. De hecho, mucha gente decide no di- vorciarse por consideracin a los nios. Sin embargo, sta podra no ser una decisin sensata dado que algunos estudios parecen mostrar que los nios de una familia divorciada pueden sufrir menos tensin psicolgica que los de una familia intacta, pero infeliz. La investigacin sobre el efecto del divorcio en los nios indica que quienes proceden de familias divorcia- das demuestran, de hecho, mayores problemas de conducta en casa y en la escuela durante el ao siguiente al divorcio; sin embargo, los problemas parecen ser mucho menores despus de los dos aos siguientes al divorcio. Tambin las comparaciones de adultos con antecedentes familiares divor- ciados o no, indican que los efectos a largo plazo del divorcio, en trminos de ajuste total, parecen ser mnimos. Para concluir aadamos, con Perlman y Cozby (1985, pg. 192): mucha gente cree ahora que el divorcio puede ser una experiencia posi- tiva: la oportunidad de una nueva vida. Esto puede ser especialmente cierto para mujeres que sienten que sus vidas estn vacas en el papel de esposa y madre, y cuyos esposos son hostiles cuando ellas intentan desa- rrollar una carrera, buscar mayor educacin, etc. Aunque esta opinin sea correcta, aun as es probable que el divorcio sea doloroso y ocasione muchos problemas nuevos. Algunos argumentan que el gobierno debera fundar centros de divorcio para proporcionar el tipo de ayuda cuidado de los nios, asistencia legal, consejo, etc. necesario para enfrentar este problema. Este quiz sea un tema de gran debate pblico en el futuro. Con ello se abre, adems, un campo de intervencin para los psiclogos en el que su ayuda puede ser realmente inestimable. Coxciusix Dado que el amor romntico se caracteriza por la presencia de fuertes emociones, hemos optado por incluir en este captulo las dos cosas, las emociones y el amor. La tarea de formular una teora general de las emociones que tenga alguna verosimilitud se dificulta enormemente, y, tal vez, resulte prctica- mente imposible si pensamos en que las emociones no forman una clase unitaria, sino un grupo muy heterogneo en el que se incluyen estados mentales muy distintos y por razones diversas. As, cuando pensamos en un conjunto arbitrario de lo que normalmente consideramos como emo- ciones por ejemplo: temor, miedo, enojo, furia, indignacin, alegra, compasin, amor, vergenza, arrepentimiento, ansiedad, resentimiento, odio, admiracin, orgullo, culpa, agradecimiento, etc. nos damos cuenta de que algunas estn ms ligadas a sensaciones o cambios fisiol- gicos, mientras que para otras estos factores no tienen una importancia primordial; algunas estn ms relacionadas con estados cognoscitivos, otras se identifican ms bien por su relacin con actitudes evaluativas con 106 Anastasio Ovejero Bernal deseos; algunas tienen expresiones conductuales ms o menos distintivas o tpicas, en otras la variedad de expresiones conductuales es enorme; algunas son ms racionales que otras y ms susceptibles de modificacin mediante cambios en las creencias o actitudes; algunas parecen estar fuera de nuestro control, otras parecen ms deliberadas; algunas estn ms unidas al placer o al dolor, mientras que otras lo estn menos; algu- nas estn ms atadas a circunstancias inmediatas, otras parecen posibles en circunstancias muy diversas. Algunas, por fin, tienen conexiones ms o menos claras con nuestras acciones intencionales, de tal manera que pue- den funcionar como razones para actuar; en otras estas conexiones no son tan claras (Hansberg, 1996, pgs. 11-12). En todo caso, como puntualiza Alberoni (1996, pg. 21), si observamos al individuo enamorado e intentamos comprender el significado social de su manera de ser y de comportarse, nos daremos cuenta de que ese amor y esas emociones destrozan unos vnculos sociales a la vez que instauran otros nuevos, de forma que al final ya no son los dos individuos de antes, sino dos personas nuevas, en una nueva colectividad, que es la pareja. De ah que el modo correcto de analizarlo no debera ser el de la psicologa individual, sino el de la psicologa colectiva. Slo de esta forma, aade Albe- roni, podremos comprender por qu existen esas particulares emociones, por qu los individuos experimentan una transformacin tan profunda, tan extraordinaria del propio ser. En cuanto al amor, tenemos que subrayar, con Sternberg (1988), que las parejas que esperan que su pasin dure para siempre, o que su intimi- dad permanezca incontrovertida, se desilusionarn... Debemos trabajar de manera constante para comprender, construir y reconstruir nuestras rela- ciones amorosas. Las relaciones son construcciones, y se deterioran con el tiempo si no se mantienen y mejoran. No podemos esperar que una rela- cin simplemente se cuide a s misma, pues como reza un dicho francs, el amor hace pasar al tiempo, pero tambin el tiempo hace pasar al amor. Para concluir, me gustara subrayar lo acertada que es la recomendacin que ya en 1605 nos daba Bacon de que en cuanto a los afectos, los mejo- res doctores de este conocimiento son los poetas y autores de historias, en quienes podemos encontrar pintado muy a lo vivo cmo se encienden y suscitan los afectos, y cmo se pacifican y refrenan, e igualmente cmo se evita que pasen a la accin y a mayor grado; cmo se revelan, cmo actan, cmo varan, cmo se acumulan y robustecen, cmo estn envueltos unos en otros y unos a otros se combaten y enfrentan (Bacon, 1984, pg. 184). En este sentido, tal vez de ms utilidad que los tratados psicolgicos nos sean obras literarias como La Regenta, las novelas de Flaubert o los estu- dios de Martn Gaite. Emociones y relaciones ntimas: la conducta amorosa 107 This page intentionally left blank Cairuio VII La conducta agresiva o antisocial Ixrioouccix No cabe duda de que vivimos en un mundo lleno de agresividad y vio- lencia. Como dice Paul Ricoeur, la historia del hombre parece identifi- carse con la historia del poder violento. Se dice a menudo que jams ante- riormente ha habido tanta como ahora. No creo que ello sea cierto. Pero lo que s es bien cierto es que la cantidad y clase de armas actuales han hecho que las consecuencias de las conductas agresivas y violentas sean hoy da ms desastrosas que en pocas anteriores. De hecho, el podero militar va haciendo cada vez ms mortferos los conflictos armados entre grupos y entre naciones. Slo durante la Segunda Guerra Mundial murieron 60 millones de personas, mientras que en el total de las guerras habidas en los tres siglos precedentes haban muerto 25 millones. A primeros del siglo xix se crea en el progreso de la Humanidad y se esperaba que al progreso cientfico, cultural y tecnolgico le acompaara una mejora en las relacio- nes sociales humanas, y que disminuira la agresin y la violencia. Y ello no ha sido as. Aumenta el nivel de estudios de la poblacin del mundo occi- dental, aumenta su progreso social, tecnolgico, etc, pero sin embargo, en absoluto disminuyen los actos de agresin y violencia. Por el contrario, las consecuencias de tales actos se han agravado dramticamente. Pues bien, todo ello ha hecho que este tema haya sido uno de los ms estudiados en las ltimas dcadas por psiclogos, etlogos, antroplogos, y sobre todo, por psiclogos sociales. De hecho, como sealan Krebs y Miller (1985, pg. 3) aunque los orgenes del estudio de la agresividad humana se remonta a los primeros textos de psicologa social, no es hasta la publica- cin del libro de Dollard y colaboradores (1939), Frustracin y Agresin, cuando se estudia ya de una forma sistemtica. Este libro marc la pauta de las investigaciones en esta rea durante dos dcadas, hasta que a prime- ros de los 60, Buss (1961) y Berkowitz (1962) inventaron tcnicas para medir la agresin en el laboratorio, tcnicas que fueron utilizadas por cien- tos de investigaciones posteriores, dando lugar a la aparicin a primeros de los 70 de una gran cantidad de libros sobre la agresin. Ya en 1977, Baron deca conocer cerca de cuatrocientas obras sobre este tema. Y desde enton- ces no ha hecho ms que crecer tal nmero. Desde entonces el tema de la agresin es un tema totalmente obligado en un texto de psicologa social. Por otra parte, si hay un tema psicosocial en el que con ms frecuencia se acude a explicaciones biologicistas, se es el de la conducta agresiva, sobre todo por sus similitudes con la conducta animal. De ah que aprove- chemos este captulo para incluir un apartado sobre las bases biolgicas de la conducta social. Se ha dicho frecuentemente, como ms adelante tendre- mos ocasin de ver, que la agresividad es algo instintivo en el hombre. No lo creo. Pero en todo caso, el hombre tiene medios sociales y culturales suficientemente potentes (escuela, televisin, etc.) como para reducir, si no eliminar, esos instintos agresivos. Y, sin embargo, tales medios se utilizan a menudo para potenciar y desarrollar an ms esos instintos. Coxciiro \ oiiixicix Como apunta Van Rillaer (1978, pg. 17) el trmino agresin aparece en las lenguas romnicas a partir del siglo xiv, mientras que el trmino agresi- vidad es de uso bastante reciente. Por ejemplo, en castellano se registra el uso del trmino agresin a partir de 1502, y el de agresividad slo des- de 1910. Este ltimo se incorpora al Diccionario de la Real Academia slo a partir de la 16. edicin (1939), y en otros idiomas (francs, ingls, ale- mn, etc.) incluso ms tarde. Como tantos otros constructos empleados por la gente en la vida coti- diana, el de la agresin es un concepto confuso. De ah que existan gran- des diferencias entre los autores, diferencias que generalmente suelen deberse a la mayor o menor tendencia a centrarse en (Krebs y Miller, 1985, pg. 1): 1) las conductas observables versus los motivos y las intenciones; 2) las consecuencias inmediatas versus las que son a largo plazo; 3) las ganancias y prdidas brutas versus netas; y 4) los efectos fsicos versus los efectos psicolgicos. En todo caso, y a pesar de que, segn Berkowitz (1996), no podemos estar seguros de lo que se quiere decir al describir a una persona como agresiva o al etiquetar a una accin como violenta, l define la agresin como cualquier forma de conducta que pretende herir fsica o psicolgicamente a alguien. Ya antes, autores como Dollard y colaboradores (1939) definan la agresin como una respuesta que tiene por objetivo causarle dao a un organismo vivo. La intencin es, pues, el componente esencial de la agresin, consiga o no hacer dao efectiva- mente. Por su parte Buss (1961) propone que sean consideradas como res- puestas agresivas aquellas que representen un estmulo nocivo para otro 110 Anastasio Ovejero Bernal organismo. Segn esta definicin, no sera necesaria la intencionalidad y, por consiguiente, la conducta de un dentista que hace dao a su cliente sera agresiva. Segn Rodrigues (1980), para que se d una conducta agre- siva se necesitan dos elementos: intencin de hacer dao a otra u otras per- sonas, y que esa intencin se materialice en una conducta nociva, aunque esta definicin slo sera aplicable a fenmenos de interaccin social; de esta manera no se incluyen las fantasas de agresin expresadas en sueos a travs de tcnicas proyectivas ni tampoco el problema de la agresividad en los animales. Tampoco las acciones de plantas carnvoras o las que poseen pas. La definicin aqu presentada debe restringirse, pues, a la conducta emitida por personas en direccin a otras personas y supone intencionali- dad y libertad de eleccin por parte del agente. En definitiva, aunque en el lenguaje cotidiano suele utilizarse el tr- mino agresin con una enorme variedad de significados, por ejemplo, de un vendedor muy competitivo se dice que es agresivo, sin embargo, en un intento para lograr claridad y mayor exactitud, los investigadores han restringido el uso del trmino para las conductas que intentan hacer dao a los otros (Perlamn y Cozby, 1985, pg. 243). En resumidas cuentas, el problema a la hora de definir la agresin reside fundamentalmente en hacer hincapi en la dimensin comportamental de la agresin o en la intencin que se encierra tras ese comportamiento, aunque resultara dif- cil entender la conducta agresiva sin tener en cuenta la distincin entre agresin hostil, que surge del enojo y cuyo objetivo es hacer dao, y la agresin instrumental, que surge del inters y del egosmo, y cuyo obje- tivo es conseguir un fin. Oiicix oi ia coxoucra aciisiva: rioias Las teoras que se han formulado para explicar y tratar de dar solucin al problema de la agresividad pueden dividirse en dos grandes categoras: a) Teoras activas: suponen el origen de la agresin en los impulsos internos, siendo, en consecuencia, innata y consustancial con la especie humana. Los partidarios de estas teoras, fundamentalmente la psicoanal- tica y la etolgica, son, obviamente, pesimistas a la hora de tratar de dar solucin al problema de la guerra, la agresin y la violencia. b) Teoras reactivas: suponen el origen de la agresin en el ambiente del individuo, de tal forma que la agresin no sera sino una reaccin al ambiente o a la sociedad en su conjunto. En consecuencia, son ms opti- mistas en cuanto a la posibilidad de encontrar soluciones a este problema. Entre las teoras reactivas, evidentemente de corte conductista todas ellas, hay que destacar dos, la hiptesis de la frustracin-agresin y la teora del aprendizaje social. Veamos ms detenidamente estas teoras, aunque antes quisiera puntua- lizar que, en mi opinin, todas ellas tienen parte de razn en primer lugar porque la agresin es un fenmeno muy complejo y cada teora se centra La conducta agresiva o antisocial 111 en algn o algunos aspectos distintos. Y en segundo lugar porque proba- blemente existen diferentes tipos de conductas agresivas y cada teora es til para analizar y ser aplicada a algn tipo diferente de tales conductas (vase un anlisis reciente en Feshbach y Zagrodzka, 1997). 1) Teoras innatistas de la agresin: son muchos los autores, prove- nientes de diferentes escuelas, que piensan que la agresin es inevitable porque es innata. Dentro de este apartado podemos distinguir al menos tres direcciones: a) Teoras instintivistas: la agresin no es sino un instinto. Esta teora afirma que somos agresivos porque existe en nosotros una tendencia innata a agredir. Aparte de Hobbes, con su famosa idea de que el hombre es un lobo para el hombre, han sido tradicionalmente los psicoanalistas los grandes defensores de esta postura. Tambin, en pocas ms recientes, los etlogos (Lorenz, etc.) defienden la existencia de un instinto agresivo que tendra una clara funcin de supervivencia para la especie (control del territorio, dominio, etc.). El supuesto central de esta teora es la seleccin natural de los instintos, y proviene de Darwin. Lorenz considera la agresin como un impulso biolgico no aprendido que se desarroll por su valor adaptativo para la especie. Por tanto, la agresin no es necesariamente una fuerza destructiva, como lo es para Freud, aunque Lorenz piensa que en el caso del hombre, el impulso agresivo se ha distorsionado en una conducta inadaptada. b) Agresin y cromosomas: Un defecto que se sospecha relacionado con la agresin extrema es la anomala del cromosoma XYY en las muje- res. Las mujeres normales tiene dos cromosomas X ligados al sexo y los hombres uno X y otro Y. En la dcada de los 60, la anomala XYY se pro- puso como una posible causa de la conducta agresiva debido, al parecer, a su alta frecuencia entre los presos, y sus poseedores fueron llamados supermachos. Sin embargo, como sealan Perlman y Cozby (1985, pg. 247), ahora est claro que la anomala XYY no puede ser causa prin- cipal de la agresividad humana. Primero, su frecuencia es muy baja (menos de uno cada mil nacimientos), y la mayora de los hombres XYY nunca son convictos por crmenes violentos. Adems, aunque entre criminales haya mayor frecuencia del defecto que en la poblacin normal, muchos posee- dores de la anomala no tienen registros de crmenes violentos contra la propiedad ni de crmenes violentos. La inmensa mayora de las personas convictas por crmenes violentos no poseen el patrn del cromosoma XYY. c) Agresin y cerebro: desde hace mucho tiempo se sabe que los ani- males atacan a otros animales si se estimulan centros especficos del sistema lmbico del mesencfalo. Y tambin que daar o destruir estas estructuras lmbicas puede reducir notablemente la conducta agresiva de los animales. As, despus de su muerte, se descubri que Charles Whitman, el estu- diante que dispar y mat a 13 personas desde una plataforma en la torre de la Universidad de Texas en 1966, tena un tumor en el rea del cerebro que en los animales inferiores se relaciona con la agresin. Sin embargo, tal 112 Anastasio Ovejero Bernal patologa no es comn en las personas muy violentas y s existe tambin en personas que no son agresivas. Parece claro, pues, que las operaciones cerebrales no ofrecen una solucin a los problemas de la sociedad de vio- lencia extrema y homicidio. Tal solucin puede ser atractiva intuitivamente en vista de la posible restitucin de la salud con ciruga en el caso de muchas enfermedades fsicas, pero tal vez sea ilusoria en el caso de la agre- sin humana (Perlman y Cozby, 1985, pg. 248). De otro lado est la bioqumica de la agresin. Sabemos que el hipot- lamo es el enclave de las emociones y de toda la actividad instintiva. Pero, cmo pone en marcha el hipotlamo el mecanismo instintivo o pauta con- ductual como un todo? Las hormonas esteroides producidas por la corteza suprarrenal y los rganos sexuales actan sobre el hipotlamo (Mackal, 1983). Ms en concreto, la activacin de la corteza suprarrenal por la ACTH (hormona adrenocortitrpica) produce la secreccin de adrenalina y noradrenalina, a la vez que se produce la secreccin de noradrenalina en el cerebro, ocasionando un sndrome de clera dirigido hacia afuera. Sin embargo, no olvidemos que todos estos estudios se han llevado a cabo con animales y, como subraya Aronson (1972) en cualquier clase de conducta tambin en la agresiva el aprendizaje juega un papel incom- parablemente ms importante en los hombres que en los animales. En consecuencia, aunque fuera verdad que, desde los insectos hasta los monos, muchos animales atacarn a cualquiera que invada su territorio, es una grosera simplificacin suponer que el hombre est, por as decirlo, programado para proteger su territorio y comportarse agresivamente en respuesta a estmulos especficos. Hay muchas pruebas en apoyo del crite- rio de Berkowitz, para quien los patrones innatos de la conducta humana son infinitamente modificables y flexibles. Existen, incluso, bastantes pruebas de tal flexibilidad entre los no humanos. Estimulando elctrica- mente cierta rea del cerebro del mono, por ejemplo, puede provocarse en l una respuesta agresiva. Esta rea puede considerarse centro neurolgico de la agresin; pero ello no significa que el mono atacar siempre que se estimule esa rea. Si el mono est en presencia de otros monos menos dominantes que l en su jerarqua social los atacar, pero ante monos ms dominantes no los atacar sino que tender a huir del lugar. Vemos, pues, que, incluso en los monos, una misma estimulacin fisiolgica puede pro- ducir respuestas muy distintas, que dependen del aprendizaje. Con ms razn en los humanos. Por otra parte, aunque los factores biolgicos intervienen en el origen de la conducta agresiva, sin embargo no podemos olvidar los factores cog- nitivos inducidos culturalmente. El hecho de que un individuo se sienta enfadado o no, y lo que haga en tales casos, depende en gran medida de cmo interprete la situacin, y tal interpretacin depende a menudo de fac- tores sociales y culturales. De hecho, incluso los sociobiolgicos ms ardientes reconocen el impacto de la cultura sobre la conducta humana (vase una revisin de la influencia de estos factores culturales en Krebs y Miller, 1985, pgs. 17-28). La conducta agresiva o antisocial 113 Por consiguiente, mi conclusin es coincidente con la de Aronson (1972, pg. 172) cuando escriba que aunque la agresividad puede tener en el hombre un componente instintivo, lo importante para el psiclogo social est en el hecho de que es modificable por factores situacionales. Como dice la declaracin sobre la violencia del Consejo de Representan- tes de la Asociacin de Psicologa Americana y los directores del Consejo Internacional de Psicologa, reunidos en Sevilla (Adams, 1991), es cientfi- camente incorrecto afirmar que la guerra o cualquier otra conducta vio- lenta est programada genticamente en nuestra naturaleza o que la guerra es causada por instinto o por cualquier motivacin aislada. 2) Hiptesis de la frustracin-agresin: la hiptesis de una relacin entre frustracin y agresin no es nueva. Ya est presente en los primeros escritos de Freud. Posteriormente, esta hiptesis ser convertida en teora, en un intento de integracim del psicoanlisis y el conductismo, por parte de los psiclogos de Yale (Dollard y cols, 1939), teora que, en su formula- cin original postulaba una relacin causal universal entre frustracin y agresin, lo que significa que toda frustracin lleva a la agresin y que toda agresin supone una frustracin previa. Dado que esta premisa es a todas luces exagerada, Leonard Berkowitz (1969) la revis, sugiriendo que la frustracin produce enojo, una disposicin emocional a agredir, pero no necesariamente la conducta agresiva. Por ejemplo, existen pruebas de labo- ratorio que sugieren que cuanto ms inesperada sea la frustracin mayor probabilidad habr de agresin. Y, como afirman Perlman y Cozby, el hecho de que las frustraciones inesperadas produzcan mayor agresin puede ser un factor importante para entender las causas de los motines y la violencia masiva. As, los trgicos motines de los aos 60 comenzaron en la seccin Watts de Los ngeles, donde se haban gastado ms fondos para la renovacin urbana y el adiestramiento para el trabajo que en ninguna otra parte. De hecho, se ha dicho que los disturbios sociales y hasta las revolu- ciones no siguen a largos perodos de caresta sino ms bien a cortos per- odos de carencia precedidos de etapas de bonanza, de esperanza y de pro- mesas, lo que haba producido altas expectativas que luego no se vieron realizadas. Igualmente, es probable que las personas ms frustradas desde el punto de vista econmico no sean los residentes empobrecidos de las chabolas. Como concluy la Comisin Nacional sobre las Causas y Preven- cin de la Violencia en 1969, los avances econmicos pueden incluso exa- cerbar la frustracin y agravar la violencia. Por ejemplo, como nos recuerda Myers, justamente antes de los disturbios de 1967 en Detroit, en los que murieron 43 personas y fueron quemadas 683 edificios, el gobernador del Estado haba alardeado en un programa de televisin acerca del liderazgo de su Estado en cuestin de legislacin sobre los derechos civiles y de la gran cantidad de dinero federal que se haba invertido all durante los cinco aos anteriores. Pues bien, tan pronto como fueron transmitidas sus palabras, un gran nmero de ciudadanos negros de Detroit explot en el desorden civil peor del siglo en los Estados Unidos. Ello produjo una gran sorpresa, pues aunque en comparacin con la situacin de los blancos, la 114 Anastasio Ovejero Bernal de los negros era all mala, sin embargo, en los dems Estados las cosas estaban an peor y la situacin de la poblacin negra era an ms injusta. La Comisin Nacional Consultiva sobre Desrdenes Civiles, establecida para responder a la cuestin, concluy que una causa psicolgica inmediata fue la frustracin de las expectativas alimentada por las victorias legislativas y judicial de los derechos civiles de la dcada de los 60. Cuando ocurre una revolucin de expectativas crecientes, como sucedi en Detroit y en todas partes, las frustraciones pueden agravarse, aun cuando las condicio- nes mejoren. Y al parecer este principio funciona en todas partes. As, Feierabend y Feierabend (1968, 1972) confirmaron la teora de la frustra- cin-agresin en un estudio de inestabilidad poltica en 84 naciones. Todos estos hechos pueden ser explicados mediante dos teoras psicolgicas, la del nivel de adaptacin, que seala que los sentimientos de xito y fracaso, satisfaccin e insatisfaccin, son relativos con respecto a los logros anterio- res: si nuestros logros actuales caen por debajo de lo que habamos alcan- zado antes, nos sentimos insatisfechos, frustrados; si, en cambio, se elevan por encima de ese nivel, nos sentimos exitosos, triunfadores, satisfechos. Sin embargo, si continuamos con los logros, pronto nos adaptamos al xito, de forma que lo que antes nos produca agrado y satisfaccin, ahora ya no, mientras que lo que antes sentamos neutral ahora se siente como priva- cin. De ah que Campbell (1975) afirme: los seres humanos nunca crearn un paraso social en la tierra. Si lo logrramos, pronto redefiniramos una nueva utopa y una vez ms nos sentiramos a veces complacidos, otras privados, y algunas neutrales. La segunda teora es la de la privacin rela- tiva, que no es sino la percepcin de que estamos peor que otros con los que nos comparamos. As, Yuchtman (1976) observ que los sentimientos de bienestar, sobre todo entre los empleados de oficina, depende de si su compensacin es equitativa con respecto a la de los dems que estn en su nivel laboral, de forma que un aumento de salario para los oficiales de polica de la ciudad, aunque temporalmente eleve su moral, puede desinflar la de los bomberos. Y es que con demasiada frecuencia tendemos a com- pararnos con los que estn ms arriba y mejor que nosotros. Y esta com- paracin hacia arriba puede causar sentimientos de privacin relativa (Wood, 1989). Igualmente Henningan y colaboradores (1982) encontraron que en las ciudades norteamericanas en las que ms pronto introdujo la televisin de forma masiva, en 1951, aumentaron los delitos, como conse- cuencia, muy probablemente, de que la televisin llev a los adolescentes y a las personas pobres a comparar su estilo de vida y posesiones con el de los personajes ricos de la televisin, y con quienes nos presenta la publici- dad, lo que, evidentemente, les produjo frustracin. Como consecuencia, algunos de ellos optaron por el robo como una manera de obtener los bie- nes codiciados y reducir su privacin relativa. Como deca Platn, la pobreza no consiste en la disminucin de las posesiones sino en el aumento de la codicia. 3) Teora de la seal-activacin (Berkowitz, 1969, 1996): a Berkowitz no le convence totalmente la hiptesis frustracin-agresin, por lo que La conducta agresiva o antisocial 115 incluye un concepto intermedio: el de las condiciones o seales ambienta- les apropiadas para la agresin. De esta manera, la frustracin no llevara directamente a la agresin, sino que producira en el individuo un estado de activacin emocional, la ira, que es la que produce una disposicin interna para la conducta agresiva. Pero esta conducta se realizar slo si existen en la situacin seales estimulares que posean un significado agre- sivo, o sea, si existen claves asociadas con condiciones en que la ira se des- carga, o simplemente con la ira misma. As, los estmulos adquieren su cua- lidad de claves agresivas mediante procesos de condicionamiento clsico. De esta manera, en principio, cualquier objeto o persona puede llegar a ser una clave agresiva. Una conducta agresiva tiene, pues, dos fuentes distintas, la ira activada que produce el dao y las claves presentes en la situacin, como comprob empricamente Berkowitz con su experimento conocido como efecto de las armas (Berkowitz y LePage, 1967). Si esta teora est en lo cierto, la pre- sencia de pistolas debera llevar a una mayor agresin que la presencia de otros objetos con connotaciones neutras. Para comprobarlo, llevaron a cabo un experimento en el que sus sujetos, estudiantes universitarios varo- nes, tenan que hacer una tarea que despus sera evaluada por un cm- plice del experimentador, quin le dara una serie de descargas que iban desde 1 (realizacin satisfactoria) hasta 7 (realizacin muy pobre). En reali- dad, el nmero de descargas era independiente del rendimiento real en la tarea, y tena como nico objetivo generar distintos grados de ira. En la segunda fase, eran los sujetos los que tenan que evaluar el rendimiento de los cmplices y administrar descargas elctricas. Fue en esta fase donde se manipularon las diversas condiciones experimentales en trminos de sea- les activadoras de agresin. En una condicin se coloc una escopeta y una pistola en una mesa cercana. Pues bien, en el caso de los sujetos no enco- lerizados, las claves agresivas no tuvieron efectos significativos en el nmero de descargas administradas al cmplice. En cambio, los sujetos encolerizados s dieron ms descargas en presencia que en ausencia de armas, lo que posteriormente fue apoyado por otros estudios. As, la ropa negra, asociada con frecuencia con la agresin y la muerte, puede servir como una clave agresiva. Por ejemplo, Frank y Gilovich (1988) hallaron que los equipos deportivos con uniforme negro, como los Raiders de Los ngeles y los Flyers de Filadelfia, generalmente estaban casi siempre entre los evaluados como ms penalizados por sus faltas en la liga Nacional de Ftbol y en la Liga de Hockey, entre 1970 y 1986. Incluso se encontr, ya en el laboratorio, que el solo hecho de ponerse una camiseta negra puede provocar que el usuario acte de modo ms agresivo. Por otra parte, los nios que, en un experimento, acababan de jugar con pistolas de juguete estuvieron ms dispuestos a tirar los bloques de otro nio. Los hombres enojados dieron ms descargas elctricas a su vctima cuando haba cerca un rifle y un revlver (supuestamente all olvidados de un experimento anterior) que cuando se dejaron raquetas de badmington (Berkowitz y Le Page, 1982). Es ms, fuera del laboratorio, se ha encontrado que los pases 116 Anastasio Ovejero Bernal que prohben las armas de fuego tienen ndices ms bajos de asesinatos. As, en Gran Bretaa, que tiene la cuarta parte de habitantes que los Esta- dos Unidos, se da la dieciseisava parte de asesinatos. Las ciudades nortea- mericanas Vancouver y Seattle, tienen poblaciones, climas, economas e ndices de actividad criminal y asaltos similares, y, sin embargo, en la pri- mera existe la quinta parte de asesinatos con pistolas que en la segunda as como unas tasas globales de asesinatos un 40 por 100 ms bajas (Sloan y cols., 1988). Pues bien, en Vancouver est cuidadosamente restringida la posesin de pistolas, mientras que en Seattle no existen restricciones. Igual- mente, como sigue informndonos Myers, cuando en Washington se adopt una ley que restringa la posesin de pistolas, las cantidad de asesinatos rela- cionados con pistolas y suicidios descendi de forma importante, alrededor de un 25 por 100, no aumentando los asesinatos ni suicidios llevados a cabo de otras formas ni en Washington ni en las reas vecinas que estaban fuera del alcance de tales restricciones (Loftin y cols., 1991). Las razones explicati- vas de todo ello es doble. Por una parte, las pistolas son claves de agresin, como estamos comentando, de manera que, como dice Berkowitz: las pis- tolas no slo permiten la violencia, tambin pueden estimularla. El dedo empuja el gatillo, pero tambin el gatillo puede haber atrado al dedo. Por otra parte, las pistolas tambin ponen una distancia psicolgica entre el agre- sor y la vctima. Como muestran los datos de Milgram sobre la obediencia, que veremos ms adelante, el alejamiento de la vctima facilita la crueldad: un ataque con cuchillo puede matar a alguien, pero es ms difcil y menos probable que lo haga, comparado con apretar un gatillo desde lejos. As pues, parece existir un efecto de las armas en el sentido de intensifi- cador de la agresin latente en la situacin; pero es cuestionable que ese efecto deba entenderse en el sentido de Berkowitz como una seal condicio- nada clsicamente. Hay que tener en cuenta tambin los costes percibidos de atacar a un oponente (castigo por parte de un tercero, venganza de la vc- tima). Segn algunos crticos, el efecto intensificador de las claves agresivas puede ser ms bien el de indicar al individuo que la agresin es una forma de conducta apropiada en esa situacin (Mummendey, 1990, pg. 267). En todo caso, el modelo de frustracin-agresin no es totalmente inde- pendiente de la teora del aprendizaje social. En efecto, Parker y Rogers encontraron que cuando sujetos varones eran frustrados, estaban ms incli- nados a poner atencin en una persona que mostraba un modelo de con- ducta agresiva y eran ms capaces de recordar los actos agresivos que haban presenciado. 4) Aprendizaje directo de la agresin: uno de los supuestos fundamen- tales y definitorios del conductismo es que toda conducta que es reforzada se aprender y tender a repetirse. Pues bien, los actos agresivos se ven reforzados positivamente en nuestra sociedad. De hecho, Patterson, Litt- man y Bricker (1967) encontraron que en el 80 por 100 de casos las con- ductas agresivas de los nios (pegar o atacar a otro nio) daban lugar a refuerzos positivos: pasividad, ceder el juguete, lloros, etc., con lo que La conducta agresiva o antisocial 117 resulta poco probable que se extingan tales comportamientos agresivos. Es ms, a menudo, con las conductas violentas se consigue lo que se pretende e incluso, con frecuencia, tambin los dems (amigos, etc.) admiran el com- portamiento agresivo reforzndolo. Es posible tambin que incluso los gri- tos de dolor de la vctima puedan servir como reforzadores, en especial para un agresor que est muy enojado (Baron, 1977, pgs. 262-263). Sin olvidar que tambin el adiestramiento para las habilidades en tcnicas de combate y violencia puede servir como aprendizaje directo de la agresin. 5) Teora del aprendizaje social: debido a la importancia que tiene el aprendizaje social o vicario en el ser humano y a causa de que incluso es el aprendizaje humano por excelencia, nos extenderemos en esta teora. Hasta hace no mucho tiempo se crea en psicologa que el aprendizaje poda ser explicado de una forma satisfactoria apelando exclusivamente al condicionamiento, bien al clsico bien al instrumental. Sin embargo, hoy da es sobradamente conocida la importancia del aprendizaje social. Pues bien, aunque existen varias teoras del aprendizaje social, como las de Rotter, Mowrer, Mischel, etc. (vase Ovejero, 1988a, captulo 3), ha sido, sin duda la de Bandura la ms influyente. Como subraya Leyens (1982), ser la teora del aprendizaje social de Bandura la que volver a dar carta de nobleza a la imitacin y la que suscitar un resurgimiento del inters por ella, pero introduciendo en la teora conductista del aprendizaje los factores cognitivos. Los humanos no se limitan a responder a los estmulos, sino que los interpretan, los estmulos influyen en la probabilidad de que se efecten determinadas conductas gracias a su funcin predictiva y no por- que se vinculen automticamente a las respuestas (Bandura, 1982, pgi- na 80). En concreto, hace ya un cuarto de siglo que el psiclogo social Bandura (Bandura, Ross y Ross, 1961; Bandura y Walters, 1963) demostr que no es imprescindible, como afirmaba Skinner, que un actor sea recom- pensado por realizar una conducta para que esta conducta se aprenda y se reproduzca. Es suficiente con que vea cmo otra persona la realiza. El ser humano utiliza mucho la imitacin. Es decir, que la conducta no es slo funcin de sus consecuencias, como deca Skinner, sino tambin es funcin de la observacin, mxime cuando observamos cmo otro es recompen- sado por una conducta similar. En otras palabras, la conducta es tambin funcin de las consecuencias que veo que ha tenido para otro. Es ms, sabemos bien que existen conductas que no convendra aprender directa- mente, por ensayo y error. Podra ser realmente muy peligroso. La gente se beneficia, pues, con los xitos de los dems lo mismo que con sus propias experiencias. En general, observar que la agresin es un acto recompensado en otros, incrementa la tendencia a conducirse de manera igualmente agresiva, de la misma forma que observar que aqullos son castigados atena dicha tendencia (vase en castellano Bandura, 1974, 1982; Bandura y Ribes, 1980; Bandura y Walters, 1974). Una prueba de que la conducta agresiva es aprendida es que en cultu- ras en las que no slo no se utiliza, sino que incluso se desalienta y menos- precia la agresin interpersonal, la gente es pacfica (Mead, 1935). Por otra 118 Anastasio Ovejero Bernal parte, repetidamente se ha encontrado en experimentos de laboratorio que las personas que estn expuestas repetidamente a modelos belicosos tien- den a ser fsicamente ms agresivos en sus interacciones sociales que quie- nes observan estilos de conducta pacficos. La explicacin es sencilla (Ban- dura y Ribes, 1980, pg. 321): La conducta agresiva, especialmente cuando es cruel y carente de justificacin, es censurada socialmente, cuando no es condenada por la propia persona, y el castigo previsto ejerce influencia restrictiva sobre la conducta lesiva. Ver que la gente responde con aprobacin o incluso con indiferencia a los agresores comunica la impresin de que tal conducta no es nicamente aceptable, sino incluso esperada en esa situacin. En todo caso, existen al menos tres fuentes de la conducta agresiva (Bandura y Ribes, 1980): la influencia familiar, las influencias subculturales y el modelamiento simblico, a travs particularmente de los medios de comunicacin, sobre todo la televisin. En cuanto a la familia, se ha encon- trado empricamente que los hijos cuyos padres les castigan fsicamente tienden a utilizar unos patrones similares de conducta agresiva cuando se relacionan con los dems, y ms an cuando ellos, a su vez, tienen hijos. De hecho, existen abundantes datos que indican que los padres de varones adolescentes violentos y de nios maltratados tuvieron con frecuencia padres que los castigaban fsicamente (Strauss y Gelles, 1980). Por supuesto que la mayora de los nios maltratados no se convierten en cri- minales o en padres que abusan de sus hijos, pero el 30 por 100 s maltra- tarn ms tarde a sus hijos (Kaufman y Zigler, 1987; Widom, 1989). Y es que est demostrado que, dentro de las familias, la violencia conduce con frecuencia a ms violencia. Los padres que castigan fsicamente a sus hijos cuando comenten una agresin pretenden arrancar de cuajo la agresin, en ellos. El hecho de que el tratamiento no d el resultado deseado nos lleva a pensar que la teora del aprendizaje implcita en l est equivocada. Una azotaina puede considerarse como la clase de conducta que se pretende suprimir. Si los nios propenden ms a aprender por imitacin, por ejemplo, y no mediante extirpacin, deberan aprender a pegar cuando se les pega. Eso parece ser, ms o menos lo que ocurre (Brown, 1972, pg. 401). En nuestra sociedad actual es esta tercera fuente la ms importante. El advenimiento de la televisin expandi enormemente la clase de modelos al alcance del nio en desarrollo. Mientras que sus progenitores, especialmente los de los hogares de la clase media, tenan oportunidades limitadas de observar agresiones brutales, los nios modernos han pre- senciado innumerables apualamientos, palizas, agresiones a puntapis, estrangulamientos, asaltos, y formas menos grficas, pero igualmente des- tructivas, de crueldad, antes de alcanzar la edad de ir a la escuela. As, pues, tanto nios como adultos, independientemente de sus antecedentes e instalados cmodamente en sus hogares, tienen oportunidades ilimita- das de aprender del modelamiento televisado estilos de enfrentamiento La conducta agresiva o antisocial 119 agresivo y la gama total de conductas delictivas. En estudios de campo controlados se ha demostrado que la exposicin a la violencia televisada fomenta la agresividad interpersonal. No es nada raro que a las personas se les presenten mviles apropiados para imitar actividades criminales despus de haber observado estilos ingeniosos en los medios masivos de comunicacin (Bandura y Ribes, 1980, pgs. 315-316), Aunque, como apunta con acierto Sanz Martn (1993), existe un dis- curso social previo de la violencia, de ah que las imgenes que recibimos no puedan interpretarse slo como una construccin en funcin exclusiva de la escala de valores que el autor del mensaje tiene acerca de la violencia. Realidad y representacin se articulan en una nueva unidad simblica, de manera que ambos conforman un complejo mundo en un proceso de interaccin mutua constante, incidiendo, de forma intensa, en las percep- ciones, los conceptos y los juicios de los receptores de los mensajes mass- mediticos. Por otra parte, en las comunidades y barrios donde las imgenes del macho son admiradas, la agresin se transmite fcilmente a las nuevas generaciones (Cartwight, 1975; Short, 1969). La subcultura violenta de las pandillas de adolescentes, por ejemplo, proporciona a sus miembros nume- rosos nuevos modelos agresivos. En eventos deportivos como los juegos de ftbol, la violencia del jugador precede a la mayora de los incidentes de violencia de los fanticos (Goldstein, 1982). 6) Teoras sociolgicas sobre el conflicto y la lucha de clases: como nos recuerda Luz Gonzlez (1993), la violencia no es un hecho del que poda- mos responsabilizar exclusivamente a los individuos en cuanto a tales, sino tambin, y sobre todo, a la estructura social que esos individuos se encuen- tran y en la que se marcan sus roles, estatus, derechos, valores o expectati- vas. Aqu deberamos incluir toda una serie de teoras, generalmente socio- lgicas y marxistas, que interpretan la violencia como un producto de los sistemas polticos y econmicos que caracterizan a las distintas sociedades a lo largo de su historia. La culpa de la violencia, pues, no sera de los individuos sino de las desigualdades que crean las estructuras polticas y econmicas. En definitiva, como aade Gonzlez, la pobreza, la margina- cin, la dificultad de desarrollo intelectual, la explotacin, el sometimiento a sistemas altamente competitivos, etc., seran la base estructural de los conflictos sociales y la causa, por consiguiente, que hay que atacar para resolverlos verdaderamente. Lo dems son parches, pero parches ideol- gica, poltica y econmicamente interesados. Tiiivisix \ coxoucra aciisiva Es un hecho evidente que la violencia invade los programas de televi- sin as como buena parte de las pelculas de cine. Estudios ralizados en los Estados Unidos durante los aos 80 indican, en cuanto a la TV, que el porcentaje de programas que contiene violencia ha variado muy poco en los ltimos aos. Como media, el 80 por 100 de todos los programas y el 120 Anastasio Ovejero Bernal 94 por 100 de los programas infantiles contienen algn tipo de violencia. La TV emite 5,2 actos violentos cada hora. Si tenemos en cuenta que los nios espaoles ven la televisin unas 20 25 horas semanales, no debera extraarnos el fuerte impacto de la TV sobre la agresin. Y es que si la agresin posee ciertamente unas bases biolgicas, tambin es cierto que tenemos instrumentos culturales (educacin familiar, escuela, medios de comunicacin, etc.) para reducir, si no eliminar, la influencia de tales bases biolgicas. Sin embargo, esos instrumentos, especialmente la TV, estn siendo utilizados para incrementar an mucho ms esas tendencias agresivas. Y no olvidemos que, por ejemplo, en los Estados Unidos, el 98 por 100 de los hogares tienen al menos un aparato de televisin. En el hogar prome- dio, el aparato est encendido unas siete horas al da, con un miembro de la familia vindolo alrededor de cuatro de esas horas. Las mujeres suelen ver la televisin ms que los hombres, los no blancos ms que los blancos, los preescolares y las personas jubiladas ms que los que van a la escuela o trabajan, y las personas con menores niveles educativos ms que los que tienen niveles ms altos (Nielsen, 1990). Adems, estos datos son casi vli- dos para prcticamente todos los pases del mundo, y de forma especial para los ms avanzados, como Europa, Australia y Japn (Murray y Kip- pax, 1979). Es decir, que, en cuanto al fenmeno de la televisin, podemos hablar de total globalizacin. De hecho, a la edad de diecisis aos, el pro- medio de adolescentes en EEUU ha visto ms televisin que lo que ha asis- tido a la escuela (Liebert y cols., 1973). Y en nuestro pas, cuando un chico o chica termina COU, a sus dieciocho aos, ha pasado ms tiempo viendo la televisin que en los centros educativos. Y la gravedad de estos datos pro- viene de que cuanto ms violento es el contenido de los programas que el nio ve en la televisin, ms agresivo es el nio (Eron, 1987; Turner y cola- boradores, 1986). La relacin es modesta pero se ha encontrado de modo consistente en los Estados Unidos, Europa y Australia. Es ms, Eron y Hues- mann (1980, 1985) encontraron que la observacin de violencia entre 875 nios de ocho aos de edad se correlacionaba con la agresividad aun despus de eliminar estadsticamente diversos terceros factores posibles. Ms an, cuando volvieron a estudiar a estos individuos a los diecinueve aos de edad, descubrieron que la observacin de violencia a los ocho aos predijo, mode- radamente, la agresividad a los diecinueve aos, pero que la agresividad a los ocho aos no predijo la observacin de violencia a los diecinueve. Por tanto, la agresin result de la observacin y no al contrario. Ms an, cuando Eron y Huesmann (1984) examinaron los registros de sentencias criminales recientes de su muestra inicial de nios de ocho aos, encontraron que a los treinta aos aquellos hombres que cuando nios haban observado una gran cantidad de violencia en la televisin tuvieron una probabilidad mayor de ser sentenciados por un crimen grave. Incluso, como ya hemos dicho, aumentaron las tasas de asesinatos cuando y donde lleg la televisin. As, como nos muestra Myers, en Canad y en los Estados Unidos, el ndice de homicidios se duplic entre 1957 y 1974 conforme se difunda la violencia en la televisin. En regiones La conducta agresiva o antisocial 121 donde la televisin lleg ms tarde, el ndice de homicidios se elev tam- bin ms tarde. En el sector blanco de Sudfrica, donde la televisin fue introducida en 1975, una duplicacin casi similar de las tasas de homicidios no comenz sino despus de esa fecha (Centerwall, 1989). En conclusin, aunque algunos autores dudan de la existencia de esta relacin entre tele- visin y conducta agresiva (Freedman, 1988; McGuire, 1986, etc.), Susan Hearold (1986) reuni los datos de 230 estudios correlacionales y experi- mentales, con un total de ms de 100.000 sujetos, concluyendo que ver conducta antisocial sin duda est asociado con la conducta antisocial. En conclusin, a pesar de las agrias polmicas que han suscitado estos temas, a menudo no ajena a los intereses de los poderosos canales de TV ameri- canos, casi todos los estudios que se han hecho en este campo indican que la violencia en las pelculas (cine o televisin) aumenta la conducta agresiva de los espectadores (Leyens y Herman, 1979). La visin frecuente de violencia televisada no slo tiene un impacto directo sobre la disposicin del espectador a comportarse agresivamente; adems influye en las actitudes hacia la agresin. La gente que ve en la televisin que los conflictos a menudo se resuelven violentamente, y que un acto agresivo tiende a ir seguido de otros, sobreestima tambin la pro- babilidad de acabar, a su vez, siendo vctima de la violencia, se muestra suspicaz con los dems, y exige una mayor inversin estatal y sentencias ms severas en la lucha contra el crimen. Por regla general, este tipo de actitudes va asociado a un punto de vista conservador. Pero, curiosa- mente, en un estudio se demostr que no haba diferencias entre libera- les y conservadores cuando ambos eran consumidores duros de violen- cia televisiva (Gerbner y cols., 1980) (Mummendey, 1990, pg. 270). Es ms, en un estudio longitudinal de tres aos de duracin llevado a cabo en Alemania con nios, se encontr que la visin televisiva de violen- cia tena efectos a largo plazo en las actitudes hacia la agresin, de tal forma que nios y nias que preferan y vean ms televisin violenta, des- pus juzgaban la venganza agresiva de forma ms positiva. Por ltimo, debemos preguntarnos por qu, a travs de qu procesos, la televisin influye en la conducta, agresiva en este caso, de los espectadores. Esencialmente a travs de tres procesos (Geen y Thomas, 1986): 1) la activa- cin producida por la accin excitante (Zillmann, 1989), ya que un tipo de activacin energiza otras conductas; 2) ver violencia desinhibe, es decir, ver a otros ejecutando un acto antisocial puede desatar nuestras propias restriccio- nes (Bushman y Geen, 1990; y 3) las representaciones en los medios masivos de comunicacin tambin provocan imitacin: los nios en los experimentos de Bandura reproducan las conductas especficas que haban presenciado. Ahora bien, quines son ms afectados por la agresin televisiva? Un estudio longitudinal realizado en Chicago (Eron y cols., 1972) encontr, en lnea con los datos de otros estudios en este campo, que: 1) los chicos son ms afectados por la agresin televisiva que las chicas; 2) los nios/as impopulares en la escuela tenan ms probabilidades de ser agresivos, y 122 Anastasio Ovejero Bernal cuanto ms agresivamente se comportaban ms impopulares eran; 3) los nios/as que rendan menos en la escuela vean ms la televisin que quie- nes rendan ms, y estaban ms influidos por los modelos violentos que contemplaban (Watson y cols., 1984, pg. 331). Cuando agreden a sus compaeros se hacen impopulares, y a medida que desciende su populari- dad entre sus compaeros ms ven la televisin y ms se dejan influir por sus modelos agresivos. Por ltimo, conviene conocer tambin una serie de factores que des- inhiben la conducta agresiva, aumentando, obviamente, la probabilidad de que tal conducta se emita. Como seala Sangrador, a travs de la socializa- cin hemos adquirido un conjunto de autorrestricciones para la agresin. En consecuencia, para que se d un acto agresivo, es preciso que tales autorrestricciones o autocondenaciones se debiliten, producindose as una desinhibicin de la conducta agresiva. Tal desinhibicin puede llevarse a cabo a travs de los siguientes mecanismos (Sangrador, 1982, pg. 27): 1) Justificacin de la agresin en base a principios superiores: la soberana nacional, el honor patrio, etc.; 2) Desplazamiento de la responsabilidad por la agresin a una autoridad, con lo que el agresor queda libre de culpa: el aviador que lanza una bomba atmica puede no sentirse culpable, puesto que slo obedeca rdenes; 3) La desindividuacin: al integrarse un indivi- duo en un grupo agresivo, se produce una prdida de la individualidad, su responsabilidad queda difuminada en el grupo y se produce as una des- inhibicin de la agresin, como ocurre por ejemplo en el caso de los lin- chamientos. Adems, en algunos casos, el anonimato del individuo es prc- ticamente total cuando los miembros del grupo van de uniforme o ms an en el caso del Ku-Klux-Klan cuyos miembros actan bajo sus capuchas. Todo ello permite que se cometan actos agresivos impunemente; 4) Deshu- manizacin de las vctimas: cuanto menos similar a nosotros percibamos a la vctima, ms fcil ser la emisin de la conducta agresiva. De hecho, se sabe que la mayora de los alemanes durante el III Reich haban deshuma- nizado cognitivamente a los judos, de tal manera que, si era necesario, les costaba menos agredirlos; 5) Atribucin de la culpa al propio agredido, con lo que se facilita enormemente la agresin. De ah las campaas propagan- dsticas en pocas de guerra que intentan convencer de la intrnseca per- versidad del adversario; 6) Desensibilizacin del propio agresor: a travs de la ejecucin constante de actos agresivos, cada vez el nivel de agresin que puede ejecutarse sin desagrado es mayor. El entrenamiento en la violencia desensibiliza y reduce las inhibiciones hacia la agresin. Podemos aadir un ltimo factor desinhibidor, el alcohol, que puede tener el efecto de reducir las inhibiciones contra la agresin, especialmente en personas enojadas. El alcohol puede tener el efecto de reducir las inhi- biciones contra la agresin, especialmente en personas enojadas. Por ejem- plo, en USA el consumo de alcohol causa alrededor del 67 por 100 de los crmenes violentos. La conducta agresiva o antisocial 123 Vioiixcia \ iscuiia Aunque existen diferentes formar de tratar esta cuestin, el enfoque que aqu seguiremos ser, hasta cierto punto, de tipo foucaultiano, pues ambos conceptos, el de escuela y el de violencia, no son, ninguno de los dos, ajenos en absoluto al poder y a las funciones de vigilancia de la socie- dad. Quien desee caminar por esta senda puede leer a Foucault, principal- mente su conocido libro Vigilar y castigar. Veamos: Con frecuencia escu- chamos tres cosas: Por una parte, que la contemplacin de escenas violentas en TV aumenta el nivel de agresividad y violencia de quienes las contemplan, sobre todo si son nios o adolescentes, es decir, personas en edad escolar. Por otra, que, y esto sin ningn gnero de dudas es un hecho fcilmente constatable, la televisin incluye todos los das gran cantidad de escenas violentas. Y, finalmente, que nuestros nios y adolescentes contem- plan a diario un elevado nmero de escenas violentas. Pues bien, de la con- juncin de estos tres supuestos se puede fcilmente deducir que nuestros nios y adolescentes son hoy da mucho ms agresivos y violentos que en pocas anteriores. Sin embargo, la realidad no parece confirmar tal conclusin. Qu es lo que falla? Pues bien, el principal error del anterior argumento estriba en que los medios de comunicacin no son la nica, y con frecuencia ni siquiera la principal, fuente de la conducta agresiva. Tambin lo son la familia y la escuela. Y las dos estn actuando hoy da en nuestro pas, al menos a mi modo de ver, de forma que reducen la conducta agresiva de nios y adolescentes. Veamos el caso de la escuela, aunque buena parte de lo que digamos puede aplicarse igualmente a la familia: la escuela actual- mente expone a nios y adolescentes a menos violencia y escenas violentas que en otras pocas, tanto por parte de los propios compaeros (los nios generalmente se pelean fsicamente, menos hoy que antes, en las aulas y en los patios de recreo), como, sobre todo, en el caso de las figuras de presti- gio o de autoridad, como son los propios profesores (de hecho, podemos decir que el castigo fsico, afortunadamente, casi ha desaparecido de nues- tras escuelas, cosa que no ocurra, ni mucho menos, hace tan slo unas dcadas). Por tanto, el aprendizaje por imitacin directa de la violencia es actualmente mucho menor que en otras pocas. Y la poca violencia que nuestros nios y adolescentes pueden contemplar en las escuelas difcil- mente es reforzada, como lo era en otros tiempos la que ejercan los profe- sores. Es decir, tambin por aqu la escuela reduce las conductas agresivas de los nios y nias y adolescentes, en comparacin con lo que lo haca hace unos aos. Pero lo que la escuela s parece haber incrementado es el grado de frustracin de miles de nios, nias y adolescentes. En efecto, cuando la escuela no era obligatoria, no estudiar, ir mal en la escuela o incluso abandonarla no supona fracaso ninguno, y, por tanto, tampoco supona una frustracin importante. Sin embargo, con la obligatoriedad de la escolarizacin, ir mal en la escuela, suspender, repetir o abandonar los 124 Anastasio Ovejero Bernal estudios, supone un autntico fracaso, con importantes consecuencias psi- cosociales, en las que no puedo entrar por falta de tiempo. Pero, en todo caso, tal frustracin conlleva en muchos casos, no en todos, un cierto o alto grado de sentimientos agresivos. De hecho, existe una relativamente alta correlacin entre fracaso escolar y delincuencia, aunque esta correlacin, como tantas veces ocurre con otras correlaciones, est contaminada tam- bin por otras variables intervinientes. Adems, el fracaso escolar no est aleatoriamente repartido, sino que fracasan mucho ms los hijos/as de las familias de ms bajo estatus socioeconmico y cultural, que son quienes, por otra parte, ms frustra la sociedad (poseen menos recursos econmicos, viven en barriadas marginadas, con menos y peores servicios, etc.). Y ello se agrava an ms por la siguiente razn: en sus casas puede, en el peor de los casos, faltar de todo, pero nunca faltar, al menos, un aparato de tele- visin, con lo que les llega incesantemente una gran cantidad de publicidad que les empuja al consumo. Pero ellos, sobre todo los adolescentes, no pue- den consumir, lo que produce una nueva y crucial frustracin. Adems, el tipo de educacin familiar que han recibido les lleva a querer satisfacer sus necesidades (incluso las creadas artificialmente por la publicidad: la moto, etc.), ya, es decir, aqu y ahora, inmediatamente, lo que aumenta la proba- bilidad de que se lancen por el sendero de la delincuencia, el trfico de drogas, etc., es decir, por senderos que les puede proporcionar dinero rpi- damente. En todo caso, recordemos que en diferentes aspectos la escuela puede estar funcionando ahora mismo como una importante fuente de violencia. A pesar de que la escuela no est siendo hoy da fuente de violencia ni en el aprendizaje directo ni en el aprendizaje vicario, s lo est siendo respecto a la relacin frustracin-agresin y respecto a los problemas de identidad que puede estar creando en muchos nios y sobre todo adolescentes. En efecto, la escuela es una importantsima instancia de seleccin social, que termina produciendo, si se me permite simplificar un tanto, tres grupos: a) Altamente exitosos: sern en cierta medida los llamados a ocupar los cuadros directivos de la sociedad (del Estado, de la Industria, etc.). Estos alumnos/as suelen provenir de las clases altas, socioeconmica y cul- turalmente, con lo que, a travs de la escuela, estas clases se reproducen a s mismas. A pesar de ello, algunos miembros de las clases bajas s consi- guen, a travs de la escuela, ascender de clase social. Porcentualmente son pocos, pero sirven para justificar el sistema y darle la apariencia de justicia y democracia que hoy da tanto necesita. b) Moderamente exitosos: suelen provenir de las clases medias urbanas y de las familias de profesiones liberales del mundo rural. Tambin aqu estas clases sociales se reproducirn a travs de la escuela. c) Fracasados: aunque las tasas de fracaso escolar dependen esencial- mente de la definicin que tengamos de fracaso escolar, sin embargo, en todo caso, tales tasas son muy elevadas: de entre el 50 por 100 y el 70 por 100. Estos adolescentes y jvenes, generalmente provenientes de las La conducta agresiva o antisocial 125 clases trabajadoras sin cualificar o poco cualificadas, formarn despus las filas de parados y trabajadores, tambin ellos, poco o nada cualificados (malos empleos, contratos basura, siempre mal pagados, etc.). De aqu sal- drn, igualmente, buena parte de quienes irn a parar a las crceles. Por tanto, la escuela desempea un importante papel, por medio de la frustra- cin que de diferentes maneras suscita en los alumnos/as, en la distribu- cin de la violencia y la conducta agresiva en las personas, lo que, a su vez, determinar las probabilidades de ir a la crcel: Se han parado ustedes a pensar cmo las crceles estn llenas de gente pobre y a menudo analfabeta o, en todo caso, con pocos estudios? Ello se debe a diferentes razones: una de ellas, tal vez no la de mayor importancia, pero tampoco la de menos, a la propia institucin escolar. Ya en el momento de nacer el nio, si analiza- mos las caractersticas sociodemogrficas de su familia, podremos atribuirle una alta o baja probabilidad de convertirse en adulto violento y la proba- bilidad de ir, de adulto, a la crcel. Las probabilidades de error no son muy elevadas. Pues bien, en todo este proceso la escuela desempear un papel crucial como variable intermedia entre esas caractersticas familiares y las conductas del nio cuando sea adulto. Esriaricias iaia coxrioiai ia aciisivioao La cuestin ms seria y a la vez ms difcil de este tema es cmo con- trolar las conductas agresivas, cmo solucionar el problema. Como es lgico, desde distintos enfoques tericos se han hecho diferentes propues- tas de solucin (Sangrador, 1982): A) Propuestas de quienes consideran la agresin como un instinto: des- tacan aqu las dos siguientes: 1) Propuestas de etlogos y psicoanalistas: estas propuestas no preten- den, evidentemente, erradicar la conducta agresiva, puesto que, segn ellos, sera imposible. Por el contrario, afirman que la mejor manera de reducir la agresividad, o mejor dicho, sus efectos negativos, es descargar la energa agresiva de algn modo menos destructivo: de no producirse tal descarga, su acumulacin en el organismo podra conducir a una explosin de vio- lencia o a trastornos psicolgicos diversos. Se trata, en definitiva, de la vieja hiptesis de la catarsis: una descarga controlada del impulso agresivo alivia la tensin del individuo, volvindose, al menos temporalmente, pacfico. Tal descarga podra tener lugar mediante tres procedimientos: a) Activida- des socialmente aceptables (competiciones deportivas, juegos violentos, etc.). Sin embargo, se ha encontrado que ello no es as. Por el contario, tales jue- gos no slo no reducen la conducta agresiva sino que incluso la refuerzan. b) Contemplacin de escenas agresivas, tanto en la vida real como de la fic- cin (cine, TV, etc.). Sin embargo, tambin aqu se ha comprobado repeti- damente, aunque no siempre, que la contemplacin de tales escenas incre- menta la agresividad del espectador en lugar de reducirla. c) Ejecucin de 126 Anastasio Ovejero Bernal una accin agresiva directa, aunque de carcter leve y no destructivo. Pero tampoco han sido confirmados los efectos catrquicos y terapeticos de tal medida, sino que, en cambio, parece ser que ello aumenta an ms la agre- sin. 2) Propuestas de tipo fisiolgico: quienes ven la raz y causa de la vio- lencia o la conducta agresiva en algunos rganos o procesos fisiolgicos, evidentemente vern tambin la forma de controlarlas en la actuacin directa sobre tales rganos o procesos. En esta lnea se han propuesto sobre todo dos tratamientos: a) Quimioterapia: consiste en la utilizacin de psicofrmacos que bloqueen la actividad del hipotlamo y del sistema lm- bico implicados en las conductas agresivas o que disminuyen la activacin general del cerebro: depresores o sedantes del sistema nervioso central que inhiben la liberacin de determinados neurotransmisores de vas estimula- doras, tranquilizantes y ansiolticos que aumentan el umbral de excitacin, drogas que bloquean la metabolizacin de adrenalina, etc. La base de actuacin en todos estos casos es siempre la misma: la agresividad ser menor si la capacidad de reaccin del sistema nervioso tambin lo es; y b) Microciruga: la base de actuacin es aqu similar a la de utilizacin de psicofrmacos, aunque los efectos son permanentes. La microciruga cere- bral puede intervenir en diversos centros nerviosos, destruyndolos con diversas tcnicas bastante sofisticadas y precisas. Si se interviene, por ejem- plo, en centros activadores, la capacidad de reaccin del sujeto disminuira, en este caso de forma permanente. Estos mtodos se han utilizado mucho en psiquiatra y en neurologa, pero, como podemos suponer, presentan numerosos problemas, por los que han recibido muchas crticas. Adems de la problemtica moral que suscitan, no abordan las causas complejas de la gnesis y conformacin del comportamiento agresivo en el individuo, por lo que normalmente se reelabora y reaparece de otras formas. E incluso, tienen serios efectos colaterales: disminuyen la capacidad emo- cional general del individuo, su capacidad reactiva y pueden tener efectos en otras muchas actividades, como la cognitiva. Tambin se han propuesto algunas tcnicas de intervencin indirecta sobre los procesos fisiolgicos, sobre todo estas dos: a) Tcnicas de relajacin: se basan en que la sugestin mental (que en este caso se refiere al control de la conciencia y, por tanto, tambin del cr- tex) puede ejercer en la estimulacin o inhibicin de la activacin somtica. Aunque existen diferentes tipos, todos ellos pretenden reducir la hiperacti- vacin mental y la estimulacin del sistema simptico que llevan empareja- dos los estados de ansiedad, angustia, furor, etc.; y b) Deporte: tambin se ha propuesto el deporte, como mera actividad fsica, para influir sobre los aspectos fisiolgicos relacionados con la agresividad. De hecho, son muchos los psicofisilogos y psiclogos del deporte que defienden la virtud pacificadora de ste, sobre todo por sus efectos contrasimpticos: el can- sancio fsico disminuye el nivel adrenalrgico y reduce la activacin emo- cional. Sin duda alguna, parece que el ejercicio fsico (no necesariamente deportivo) relaja. La conducta agresiva o antisocial 127 B) Propuestas de quienes consideran la agresin como una conducta social aprendida: entre estas propuestas, que obviamente van por caminos bien diferentes a las vistas antes, destacan las siguientes: 1) Medidas propuestas desde las teoras del aprendizaje y el aprendizaje social: a) Castigo directo al agresor, pues se supone que toda conducta cas- tigada reducir su probabilidad de emisin. Sin embargo, los efectos de esta propuesta son complejos y problemticos, ya que aunque un castigo leve y razonado puede ser til, sin embargo un castigo fuerte puede tener efectos opuestos, dado que resulta frustrante para quien lo sufre, y la frus- tracin es uno de los determinantes de la agresin, como ya vimos. Quiz por eso las instituciones muy punitivas (crceles, etc.) que frustran sistem- ticamente al individuo internado en ellas slo consiguen que se comporte pacficamente en presencia del agente punitivo (carcelero, etc.), pero gene- ran en l una fuerte agresividad que acabar por descargarse fuera de su presencia. En consecuencia, la eficacia del castigo directo al agresor no es generalizable a todas las situaciones y a todas las modalidades de castigo; b) Castigo de los modelos agresivos a los que nos vemos expuestos. Posible- mente sea sta una solucin relativamente eficaz, aunque no libre de pro- blemas; c) Reforzar conductas alternativas a la agresin. sta es, en mi opi- nin, la solucin ms lgica y ms eficaz de las hasta ahora propuestas, y consistira esencialmente en recompensar las conductas cooperativas y altruistas y no las agresivas. Se tratara tambin, por ejemplo, de ignorar al nio cuando se conduce violentamente y recompensarle cuando no lo hace as; d) Exposicin de modelos no agresivos. Se trata de una propuesta com- plementaria a la anterior: convendra que en televisin aparecieran ms modelos no agresivos, incluso altruistas, que adems fueran recompensados por sus conductas no agresivas. 2) Propuestas ms psicosociales: a) Fomentar empata hacia los dems: Seymour Feshbach observa que a la mayor parte de la gente le resulta dif- cil causar voluntariamente un dolor a otro ser humano, a menos que logre encontrar algn modo de deshumanizar a la vctima. Como consecuencia, podemos afirmar que creando empata entre las personas disminuiran los actos agresivos (Feshbach y Feshbach, 1982); b) Otra medida consiste en inocular a los nios contra los efectos de la violencia de los medios de comu- nicacin de masas, as como en mejorar sus habilidades sociales y sus capa- cidades crticas ante la programacin de la televisin (Eron y Huesmann, 1984); c) Educacin: son muchos los autores que ven como algo imprescin- dible para controlar la violencia y las conductas agresivas el formar hbitos sociales de interaccin constructiva, no violenta, cooperativa e igualitaria. Entre tales autores destaca Lederach (1985), quien en un libro titulado jus- tamente Educar para la paz, defiende la tesis de que la paz debe ser enfo- cada en la educacin como un proceso creativo de hacer conflictos, para que sean productivos. En este sentido, son muchos los autores que creen que los conflictos no son negativos. Por el contrario, pueden ser alta- mente positivos, si sabemos resolverlos constructivamente. Y quienes afir- 128 Anastasio Ovejero Bernal man que la raz de la violencia humana est en nuestra propia naturaleza, olvidan que sta es en gran medida construida socialmente. Pues bien, a tra- vs de la educacin, no slo de la escolar, contribuyamos a construir una naturaleza humana solidaria. En ello nos va el futuro. Y es justamente el aprendizaje cooperativo (vase Ovejero, 1990a) la tcnica escolar ms eficaz para conseguirlo. Ello supone una visin positiva y solidaria del devenir humano y una profunda conviccin en la posibilidad que tenemos de regu- lar constructivamente nuestros conflictos; d) Identidad personal y social ade- cuada: una propuesta sin duda eficaz consistira en ayudar a nios y ado- lescentes a conseguir una identidad personal y social positivas. Por ejemplo, pasando los padres ms tiempo con ellos, escuchndolos y jugando con ellos, o implementando en la escuela tcnicas de enseanza- aprendizaje que, como las de aprendizaje cooperativo, ayuden a la mejora de la autoestima del nio/a e incrementen la solidaridad y el apoyo mutuo entre ellos. Se sabe, por ejemplo, que la violencia en televisin no afecta a todos los nios/as por igual. Por el contrario, tiene efectos muy negativos particularmente sobre aquellos/as que no encuentran apoyo social, que tie- nen una autoestima ms baja, que pertenecen a familias con serios conflic- tos, desestructuradas, que viven en barrios marginados, etc. No obstante, en general, la efectividad de este conjunto de remedios que hemos ido comentando es ms bien relativa, y la prueba ms palpable la constituyen las elevadas tasas de violencia que se dan en el mundo actual. Probable- mente, ello se debe a que la agresin es un complejo producto de nues- tra sociedad competitiva, no solucionable a nivel individual o psicolgico. Slo una modificacin de las estructuras socioeconmicas que tendiera a una ms justa distribucin de la riqueza y que estableciera caminos acce- sibles a todos para alcanzar metas importantes, resultara efectivo a la larga. Pero esto no depende ya de los investigadores de la conducta social: est en otras manos (Sangrador, 1982, pg. 31). De hecho, no olvidemos que la mejor prevencin de la agresin y la vio- lencia es el fomento de una sociedad ms justa, donde las desigualdades sociales a todos los niveles no sean tan grandes y abusivas como las actuales. Coxciusix Como conclusin podemos decir que gran parte de los problemas encontrados a la hora de estudiar el tema de la agresin, tanto en la defi- nicin como en la medicin o incluso en el control de su incidencia, pro- vienen en gran medida de que generalmente la agresin ha sido vista como un fenmeno individual que necesita ser entendido en trminos de proce- sos intraindividuales, como ocurra en los tericos de la hiptesis de la frustracin-agresin. Sin embargo, la agresin no es un fenmeno indivi- dual, sino que se trata de un fenmeno interpersonal que se produce en un La conducta agresiva o antisocial 129 contexto social muy concreto. Es ms, una misma accin es considerada como agresiva o no agresiva dependiendo del contexto social: cada grupo social en concreto define lo que es la violencia y lo que no lo es. El portu- gus Jorge Vala encontr que las personas autoritarias explicaban la agre- sin en trminos de caractersticas intraindividuales, mientras que las menos autoritarias acudan ms a variables ambientales y de contexto social. En suma, por qu la gente se comporta agresivamente? Los psiclogos sociales, al intentar responder a esta cuestin, han estudiado factores que estn en el origen de la conducta agresiva como son los biolgicos, los de personalidad, los cognitivos y afectivos o los culturales. Sin embargo, deberamos decir que aunque los psiclogos sociales han hecho conside- rables progresos en la identificacin de las bases psicolgicas de las con- ductas altruistas y agresivas, la disciplina est pobremente equipada para responder a muchas de las preguntas que sobre estos fenmenos se hace el hombre de la calle. Algunas de las ms importantes cuestiones sobre el altruismo y la agresin son de naturaleza biolgica, tica y filosfica, no psicosociolgica (Krebs y Miller, 1985, pg. 62). En todo caso, y para concluir, quisiera hacerme eco de las conclusiones a que, no hace mucho, veinte eminentes cientficos llegaban en Sevilla, patrocinados por la UNESCO, respecto a lo que los psiclogos pueden hacer para combatir la violencia. Lo que pueden hacer bsicamente con- siste, basndose en sus conocimientos de la conducta humana y del origen de las conductas agresivas, en desmantelar las falsas creencias que sobre este tema existen, disfrazadas a menudo de pseudocientificismo. Por decirlo con palabras de la revista del Colegio Oficial de Psiclogos, Papeles del Psiclogo (1996, nm. 66, pg. 10): 1) Es cientficamente incorrecto decir que hemos heredado una ten- dencia a guerrear de nuestros pasados animales. No hay que confundir la lucha por la existencia a la que estn obligadas todas las especies con la guerra, que es un fenmeno tpicamente humano y no se da en otros ani- males. La guerra no es inevitable, hay culturas que la desconocen durante siglos y hay otras que la han propiciado con frecuencia. 2) Es cientficamente incorrecto decir que la guerra u otras conductas violentas estn programadas genticamente en nuestra naturaleza humana. No existe un gen de la conducta violenta, dado que los genes estn impli- cados a todos los niveles del sistema nervioso y ofrecen potencialidades genticas que slo pueden ser concretadas en conjuncin con el ambiente social y ecolgico. 3) Es cientficamente incorrecto decir que en el curso de la evolucin humana ha habido una mayor seleccin por la conducta agresiva que por otros tipos de conducta. En todas las especies bien estudiadas el estatus en el grupo se alcanza por la capacidad de cooperar y realizar funciones sociales relevantes para la estructura del grupo. La dominancia conlleva vnculos sociales y afiliaciones, no es una mera cuestin de posesin y uso de la fuerza fsica. La violencia no est en nuestro legado evolutivo ni en nuestros genes. 130 Anastasio Ovejero Bernal 4) Es cientficamente incorrecto decir que los humanos tienen un cerebro violento. Actuamos en funcin de cmo hemos sido condiciona- dos y socializados. No hay nada en nuestra neurofisiologa que nos impulse a reaccionar violentamente. 5) Es cientficamente incorrecto decir que la guerra es causada por instinto o cualquier otra motivacin nica. Las guerras actuales constituyen un complejo entramado en lo que convergen caractersticas personales tales como obediencia, sugestionabilidad e idealismo, habilidades sociales como el lenguaje y consideraciones racionales como costes, planificacin y proce- samiento de la informacin. En definitiva, el manifiesto concluye recordndonos que la misma espe- cie que invent la guerra, es capaz de inventar la paz, la responsabilidad est en cada uno de nosotros, sin excepcin, y en todos los mbitos, desde los ms privados a los ms sociales. La conducta agresiva o antisocial 131 This page intentionally left blank Cairuio VIII La conducta altruista o pro social Ixrioouccix Al final del anterior captulo, y a pesar de haber visto diferentes mane- ras de controlar la agresividad humana, el lector puede haber sacado una impresin pesimista del ser humano, como un ser egosta y agresivo. Sin embargo, eso no es todo. La segunda cara de la moneda la constituyen las conductas pro sociales o altruistas, que tambin son muy frecuentes. En resumen, desde el punto de vista biolgico, el hombre, como cualquier otro animal, es esencialmente egosta. Sin embargo, a veces somos altruistas y ayudamos a otras personas, incluso cuando tal ayuda suponga algunos riesgos para nuestra vida. De hecho, aunque son muchos los que creen que el altruismo no existe, que siempre que se ayuda a otro se hace por algn tipo de recompensa o inters, sin embargo Berkowitz (1972) mostr que sus sujetos acudan en ayuda de un compaero incluso cuando estaban per- suadidos de que nadie, ni el experimentador ni aquel a quien haban ayu- dado, sera puesto al corriente de su conducta. Por qu ayudamos? Qu es realmente eso que llamamos altruismo o conducta pro social? (vase Clark, 1991; Kohn, 1990; Heal, 1995; Gordillo, 1996). Una de las mayores dificultades con que nos encontramos en este campo es, sin duda, la de la existencia o no de intencionalidad. De hecho es muy difcil determinar si alguien acta movido por un motivo altruista o por un motivo egosta. De ah que en psicologa social tendamos a hablar ms de conducta pro social que de conducta altruista, dado que sta parece implicar una ayuda desinteresada a otra persona y resulta difcil, por no decir imposible, saber desde fuera si una conducta es o no es realmente desinteresada, mientras que el trmino pro social slo tiene en cuenta la conducta de ayuda, independientemente del inters o falta de inters per- sonal en ella (Hinde y Groebel, 1995; Hiller y cols., 1995). As, por ejem- plo, cuando cantantes como Tina Turner, Paco Ibez o Serrat actan gra- tuitamente por un fin altruista, es indiscutible que tambin podra ocurrir que lo hicieran para promocionar sus discos, o para ganar fans entre el pblico altruista. Por consiguiente, lo que le preocupa a la psicologa social es fomentar las conductas pro sociales, independientemente de las autnti- cas motivaciones que les subyacen. En todo caso, suele defininirse el altruismo como la ayuda a los dems sin esperar recompensas externas, dejando, pues, de lado la cuestin de las recompensas internas, puesto que, como afirma Lamberth (1982, pg. 491), vamos a negarnos a calificar de altruista una accin, porque las personas que ofrecen ayuda experimentan alegra o satisfaccin al realizarla? Bar-Tal (1976, pg. 5) entiende por con- ducta pro social aquella realizada voluntariamente para beneficiar a otro sin anticipacin de recompensas externas. Tal vez hayan sido estas dificultades las responsables de que este tema no haya sido estudiado por parte de los psiclogos hasta hace poco tiempo, en concreto hasta los aos 60. De hecho, mientras que la agresin aparece en el ndice del Psychological Abstract en 1928, el altruismo no lo hace hasta 1968. Posiblemente fueron Bryan y Test (1967) y Rosenhan y White (1967) los que simultneamente introdujeron el trmino conducta pro social en la literatura psicosociolgica, y Darley y Latan (1968) quienes publica- ron los primeros estudios experimentales sobre el tema. A mediados de los 70 los textos de psicologa social ya incluyen habitualmente un captulo sobre este tpico, de tal forma que al final de la dcada la cantidad de investigacin en este campo alcanza ya el nivel de la existente sobre la agre- sin. Aadamos, por ltimo, que aunque ambos tpicos, el altruismo y la agresin, estaban ausentes en la segunda edicin del Handbook de Lindzey y Aronson (1968), estn ya presentes en la tercera (1985), en un extenso captulo de Krebs y Miller (1985). En definitiva, consideraremos conductas altruistas aquellas que cum- plan estos cuatro requisitos: que se hagan voluntariamente, con el objetivo de ayudar a otros, que no estn cumpliendo obligaciones de rol y que se realicen sin esperar recompensas externas. Naruiaiiza oi ia coxoucra iio sociai Para comprender mejor la naturaleza de la conducta altruista, veremos, siguiendo a Wright (1971), algunas formas diferentes de entenderla, es decir, distintas perspectivas desde las que podemos contemplar el compor- tamiento pro social. 1) Bases biolgicas del altruismo: la conducta altruista no es algo pri- vativo del hombre. Tambin se da en otras especies animales, donde no es raro que el macho (por ejemplo en los monos) llegue a dar la vida por 134 Anastasio Ovejero Bernal defender a las hembras con cras. Por ello, algunos han pensado que la conducta altruista es innata o instintiva. En esta lnea habra que recordar que para la sociobiologa el altruismo no es sino una de las formas que tiene el gen egosta para perpetuarse. Es decir, simplificando un tanto, el altruismo no sera ms que un comportamiento egosta del organismo para hacer perdurar la especie. Esta explicacin, sin embargo, olvida el sis- tema cultural y moral que posee la sociedad humana y olvida tambin que la dicotoma heredado-adquirido es una dicotoma falsa y errnea, pues toda conducta viene condicionada tanto por factores biolgicos como ambientales. Pero en cada especie animal vara el grado de influencia de esos dos tipos de factores, siendo el ser humano el animal en el que ms fuerte es la influencia ambiental, sobre todo la sociocultural. Es ms, incluso desde una perspectiva biolgico-evolutiva, afirman Boyd y Richer- son (1995, pgs. 42-43), que la conducta cooperativa humana es nica en el mundo orgnico. 2) Afecto y altruismo: la conducta altruista no se explica satisfactoria- mente acudiendo slo a factores biolgicos. La forma especfica de con- ducta altruista viene siempre condicionada por fuerzas sociales, el tempera- mento individual y las funciones que le sirven al individuo en las situaciones particulares. Pues bien, una de las condiciones que influyen en la conducta altruista tanto del hombre como de otras especies animales es el afecto hacia otros individuos y grupos. Sin embargo, no es sta una con- dicin necesaria. 3) Altruismo como hbito: existen pequeos actos altruistas (dar una limosna, un regalo, etc.) que algunas personas hacen automticamente y otras, sin embargo, automticamente no lo hacen. Los costos son peque- os para el individuo pero las ganancias frecuentemente son nulas (sobre todo cuando se hacen con personas a las que no se va a volver a ver). Segn los principios del aprendizaje ello puede ocurrir como un hbito aprendido como consecuencia de refuerzos positivos. As, los padres que piensan que sus hijos deben compartir con los otros nios sus juguetes y dulces les refuerzan por ello. 4) Altruismo como conducta aprendida: tal vez la razn ms frecuente y ms obvia de por qu ayudamos a los dems sea que se nos ha enseado a hacerlo. Ahora bien, el altruismo puede ser aprendido de diferentes maneras (Perlman y Cozby, 1985, pgs. 269 y sigs.): a) Aprendemos de otras personas que ayudan y que nos sirven como modelos; b) Aprendemos que la ayuda puede ser recompensante; c) Aprendemos normas sociales que nos dicen que se espera de nosotros que ayudemos, al menos en cier- tas condiciones, etc. 5) Conducta emptica y simptica: una de las formas ms comunes de altruismo es la conducta simptica: ayudamos ms a aquellos con los que por diferentes razones (semejanzas, etc.) simpatizamos. De hecho, lo que s est claro es que ayudamos ms a quienes percibimos como semejantes a nosotros que a quienes percibimos como diferentes. As, Gray y colabora- dores (1991) constataron que los compradores escoceses estuvieron menos La conducta altruista o pro social 135 dispuestos a dar cambio de moneda a quien llevaba una camiseta con un lema a favor de los homosexuales. 6) Altruismo como conformidad social: el grupo ejerce fuertes presio- nes sobre los individuos para que se comporten segn las normas de los roles que ocupan en la estructura social, de forma que, a veces, tales nor- mas exigen una accin altruista. En este sentido, esas conductas altruistas no seran ms que conductas conformistas. As, la presencia de personas que ayudan facilita la emisin de conductas pro sociales, mientras que la presencia de personas que no ayudan la inhiben. Respecto a esta cooperacin grupal Rubin (1995) seala que mientras que para cooperar hacen falta al menos dos personas, para romper una relacin suele bastar con una, de ah que los dos extremos de la coopera- cin y la competicin, la colaboracin y la confrontacin no tienen la misma valencia; es mucho ms fcil pasar de la cooperacin a la competi- cin que a la inversa. 7) Altruismo como deber: hay padres que ensean a sus hijos que deben hacer acciones altruistas, que el ayudar a los dems es realmente su deber, etc. Incluso muchas normas sociales, de tipo cultural, religioso, etc., que facilitan las conductas altruistas, con muchas diferencias entre culturas, sobre todo entre culturas individualistas y culturales colectivistas (Triandis, 1995; Goody, 1995). 8) Altruismo como intercambio: durante mucho tiempo, tambin la conducta altruista haba sido explicada mediante las teoras del intercambio (Homans, 1961): el altruismo estara gobernado por el refuerzo y slo acu- diramos en ayuda de otras personas cuando anticipramos que se nos devolvera la ayuda. 9) Altruismo como fingimiento: finalmente, no es raro encontrar con- ductas aparentemente altruistas, pero slo por fingimiento, o sea, por hipo- cresa. En todo caso, como subraya Batson (1991), nuestra disposicin para ayudar viene determinada tanto por el autoservicio como por considera- ciones desinteresadas, sobre todo cuando quien sufre o necesita ayuda es alguien con quien simpatizamos. Nadie dudar de que los padres sufren realmente con el sufrimiento de sus hijos y gozan con sus alegras. De tal manera que, a menudo, la conjuncin de angustia y empata motivan res- puestas ante una crisis, como cuando, en 1983, la gente vio por televisin cmo un incendio forestal en Australia destruy cientos de hogares. En este caso, Amato (1986) estudi las donaciones de dinero y bienes, encon- trando que quienes se sintieron enojados o indiferentes dieron menos que quienes se sintieron angustiados y empticos, es decir, a la vez conmocio- nados y preocupados por las vctimas. Sin embargo, aunque sin duda es ms probable que nos comportemos pro socialmente cuando empatizamos con alguien que necesita ayuda o cuando estamos particularmente preocu- pados por nuestra propia moralidad, algunos estudios sugieren que el altruismo genuino puede existir. As, la empata produce ayuda slo cuando las personas creen que el otro recibir la ayuda que necesita (Dovi- 136 Anastasio Ovejero Bernal dio y cols., 1990). Ms an, las personas cuya empata se ha activado ayu- darn incluso cuando crean que nadie se enterar de su ayuda, de tal forma que su preocupacin continuar hasta que sepan que alguien ha ayudado. Para resumir con palabras de Myers, diremos que todos estn de acuerdo en que algunos actos de ayuda son obviamente egostas (para obte- ner ciertas recompensas) o ms sutilmente egostas (para aliviar la angustia interna), pero otras veces puede tratarse de un autntico altruismo (Batson, 1991; Dovidio, 1991; Staub, 1991), aunque otros, como Cialdini (1991) an duden de la existencia de un altruismo totalmente desinteresado. Cmo explicar, si no, cuando algunas personas llegan incluso a morir por salvar a otros? Cmo explicar el hecho de que muchos soldados norteamericanos durante la Guerra del Vietnam se lanzaran sobre granadas de mano a punto de estallar para salvar la vida a sus compaeros, pereciendo ellos? (Hunt, 1990). Cmo explicar la conducta de los miles de gentiles que en la Alemania nazi salvaron a 200.000 judos, arriesgndose ellos a ser el blanco del enojo nazi o la del cnsul de Portugal en Burdeos, Arstides de Sousa Mendes, que consigui salvar de los nazis nada menos que a 30.000 personas? En definitiva, no todos los actos aparentemente altruistas lo son realmente, pero muchos indiscutiblemente s lo son. En todo caso, sea una conducta autnticamente altruista o no, lo importante es que realmente sea una conducta pro social. Piixciiaiis xooiios riiicos Los principales modelos psicolgicos que han intentado explicar la con- ducta pro social, buena parte de ellos derivados de las teoras del inter- cambio, son los siguientes (Jimnez Burillo, 1981): 1) Modelo de Piliavin y Piliavin: se trata de un modelo de costo- recompensa que cabe sintetizar en estos puntos fundamentales (Piliavin y cols., 1969): a) La observacin de una emergencia suscita en el sujeto un estado de motivacin emocional; b) Tal estado de activacin ser tanto ms elevado cuanto mayor sea la empata con la persona que necesita la ayuda, mayor la cercana a ella y ms duradera la situacin que demanda ayuda; c) El estado de activacin puede ser reducido prestando personalmente ayuda, o buscando que otro lo haga, abandonando la situacin o recha- zando a la persona necesitada como no merecedora de ayuda; d) La deci- sin final de si le prestar o no ayuda depende de la matriz costos-recom- pensas. Tras realizar un estudio de campo, Piliavin y colaboradores encontra- ron los siguientes datos: Una persona enferma tiene mayor probabilidad de recibir ayuda que una embriagada. La raza de la vctima influye poco sobre el que ayuda, excepto cuando la vctima parece estar embriagada. En grupos mixtos y con vctima masculina, los hombres ayudan ms que las mujeres. Cuanto ms dure la emergencia, sin que nadie intervenga, La conducta altruista o pro social 137 menor ser el impacto de un modelo sobre la conducta de ayuda de los espectadores. Estos resultados son explicados por el modelo de Piliavin de la forma siguiente: El borracho es ayudado menos porque los costos para ayudar son superiores (disgusto, rechazo de la vctima) y los costos por no intervenir son inferiores (menor culpa ya que la vctima se lo ha buscado). Las mujeres ayudan menos que los hombres porque sus costos para ayudar son superiores (esfuerzo, etc.) y los de no ayudar son inferiores (menos culpa y censura ya que ste no es su papel). Los efectos de la duracin son tambin consistentes con el modelo: cuanto ms dure la emergencia los espectadores se activarn ms y reduci- rn sus tensiones por unos u otros medios; entonces, la aparicin de un modelo tardo que presente ayuda es menos eficaz ya que los observadores habrn reducido ya su activacin, pues resultar ms probable no ayudar que ayudar cuando ayudar es una conducta ms costosa que otras alterna- tivas como dejar de ver el sufrimiento de la vctima o dejar de pensar en l abandonando la escena. En consecuencia, la forma de construir una socie- dad ms pro social consiste en aumentar el contacto entre las personas y reducir los costes de la ayuda (Fultz y Cialdini, 1995, pg. 159). 2) Teora de la equidad: es sta una teora del intercambio segn la cual las personas aprenden a establecer una norma de lo que es equitativo y justo para los otros miembros de la sociedad, de tal forma que nos senti- mos a disgusto si recibimos todas las ventajas en una situacin de inter- cambio y no damos nada a cambio. Por ejemplo, quien ha recibido mucho de otra persona suele tambin ayudarla cuando lo necesita. Ello explica muchas conductas altruistas y ayuda a entender mejor el altruismo. Por consiguiente, muchas de las conductas llamadas altruistas, no son tales sino simplemente conductas de restitucin. Es en este sentido que en mi pueblo se dice que los regalos son panes prestados. 3) Teora del motivo de justicia: esta teora ha sido propuesta por Ler- ner y colaboradores (Lerner, 1971, 1974) y sugiere que la manera de actuar de las personas con respecto a sus semejantes depende de si la persona que sufre es considerada como merecedora de su situacin o, por el contrario, si considera que su situacin es consecuencia de su mala fortuna; el sufri- miento no merecido de una persona provoca compasin y deseos de ayu- dar, en tanto que el sufrimiento merecido provoca indiferencia o incluso insensibilidad. Por ejemplo, cuando la gente ve a una persona cada en el suelo y cree que esta enferma, la ayuda, pero si cree que est borracha, no la ayuda. Adems, esta teora es en parte contraria a la de la equidad al menos en un aspecto: segn la teora de la equidad no podemos entender cmo las personas que nadan en la abundancia no ayudan ms a los que viven en la miseria, pues deberan percibir con claridad una situacin alta- mente desigual y no equitativa. En cambio, la teora de Lerner s nos pre- 138 Anastasio Ovejero Bernal dice entenderlo mejor, pues predice que los primeros racionalizarn la situacin convencindose de que ellos tienen lo que se merecen, pues son unos vagos, derrochadores, etc.: vivimos en un mundo justo en el que cada uno tiene lo que se merece. 4) Teora normativa de Schwartz: este modelo consta de las tres siguientes proposiciones bsicas (Schwartz, 1977): a) La conducta est influida por la intensidad de la obligacin moral (personal) que un indivi- duo siente para realizar especficas acciones de ayuda; b) los sentimientos de obligacin moral son generados en situaciones particulares por la acti- vacin de la estructura cognitiva de normas y valores de los individuos; y c) los sentimientos de obligacin moral pueden ser neutralizados antes de la conducta abierta por mecanismos de defensa contra la relevancia o conve- niencia de la obligacin. Y es que existen pares de fuerzas contrapuestas, los sentimientos de obligacin para ayudar y los posibles mecanismos de defensa que actan en sentido opuesto, a travs de un proceso que se des- arrolla a travs de estas cuatro fases: 1. Fase de activacin: el sujeto percibe que otro necesita ayuda y eva- la su responsabilidad ante el hecho. En esta fase pueden darse estos pro- cesos: a) Tras la captacin de una persona en estado de necesidad; b) per- cibe que alguna accin podra aliviarla; c) el sujeto calibra su propia capacidad para remediar la situacin; y d) evala la responsabilidad adqui- rida para ayudar. 2. En la segunda fase el sujeto construye una norma personal, ya pre- existente o elaborada en la propia situacin, generndose en l sentimien- tos de obligacin moral. 3. La tercera fase comprende el surgimiento de eventuales mecanis- mos de defensa, y en la que el sujeto evala los costos y resultados proba- bles que le supondr la accin de ayuda, entrando en una especie de con- flicto cognitivo, del que se derivar una decisin, que es la cuarta fase, segn la cual 4. El individuo realizar o no la conducta altruista. 5) Modelo de Darley y Latan: dado que, a mi juicio, es ste el modelo ms interesante y frtil de los hasta ahora propuestos para explicar la con- ducta altruista, nos extenderemos en l ms que en los anteriores, comen- zando por mostrar algunas situaciones sociales reales en las que nadie ayud a personas que lo necesitaban e incluso lo pedan angustiosamente (Darley y Latan, 1968): a) El 13 de marzo de 1964, Kitty Genovese fue atacada por un viola- dor que blanda un cuchillo cuando regresaba a su hogar en Queens, Nueva York, a las tres de la madrugada. Sus gritos de terror y splicas de ayuda despertaron a 38 de sus vecinos. Muchos de ellos incluso se asomaron a sus ventanas y observaron cmo la chica luchaba durante 35 minutos por esca- par de su agresor. No fue sino hasta despus de que su atacante se march cuando alguien llam a la polica. Pero poco despus, Kitty mora. La conducta altruista o pro social 139 b) Una telefonista de dieciocho aos de edad, que trabajaba sola, fue atacada sexualmente. Consigui escapar y corri, desnuda y sangrando, hasta la calle pidiendo ayuda. Cuarenta transentes vieron cmo el violador la alcanzaba e intentaba arrastrarla de nuevo hacia adentro. Ninguno de ellos la ayud ni avis a las autoridades correspondientes. Por suerte, dos policas pasaban por all casualmente y arrestaron al violador. c) Eleanor Bradley tropieza y se rompe la pierna en unos almacenes comerciales, mientras ella hace la compra. Llena de dolor suplica, desde el suelo, que la ayuden. Durante cuarenta minutos pasan infinidad de com- pradores, se hacen a un lado para no tropezar con ella y continan su camino. d) Andrew Mormille fue apualado en el estmago mientras viajaba en el metro rumbo a su casa. Despus de que sus atacantes abandonaron el vagn, otros once viajeros observaron al joven desangrarse hasta morir. Hacia 1980, Darley y Latan ya haban realizado alrededor de cuatro docenas de experimentos que intentaban comparar la ayuda que daban espectadores que estaban solos o acompaados. Pues bien, en alrededor del 90 por 100 de estas comparaciones, que incluyeron casi 6.000 sujetos, quienes estaban solos tuvieron una probabilidad mayor de ayudar (Latan y Nida, 1981). Ms en concreto, llevaron a cabo varios estudios experi- mentales para analizar la conducta de ayuda en situaciones de emergencia. Entre tales experimentos destaca el siguiente (vase Lamberth, 1982, p- gina 469): los sujetos asistan a una escena en la que con toda probabilidad una mujer necesitaba ayuda urgente (presumiblemente se haba roto un pie). Haba cuatro condiciones experimentales: en una los sujetos estaban solos (la ayudaron el 70 por 100) y en las otras situaciones estaban acom- paados: a) por un cmplice del experimentador que no ayudaba (en este caso, la conducta de ayuda descendi dramticamente a slo un 7 por 100); b) por otra persona que no conoca y ambos eran sujetos despre- venidos (40 por 100); c) ambos sujetos eran desprevenidos pero eran ami- gos (70 por 100). Aunque en esta ltima situacin el resultado parece ser el mismo que en la condicin de soledad (en ambos casos ayudaban el 70 por 100), en realidad supone un descenso en el porcentaje de ayuda, porque en estas situaciones eran dos personas, en lugar de una, las que podan ayudar. Latan y Darley supusieron que a medida que aumenta el nmero de espectadores, menos probable ser que cualquiera de ellos observe el inci- dente, le interprete como un problema o una emergencia, y asuma la res- ponsabilidad de actuar. Los resultados de este experimento parecen claros. La presencia de otras personas inhibe la conducta de ayuda a los dems, siendo la inhibicin mayor producida por la presencia de un individuo indiferente, despus la producida por la de un extrao y, por ltimo, la producida por un amigo. Parece que hasta los amigos inhiben la conducta de ayuda a los dems (Lamberth, 1982, pg. 470). Una observacin a tener en cuenta es que los sujetos o reaccionaban pronto o no reaccionaban en modo alguno. Parece que, sea cual sea el pro- 140 Anastasio Ovejero Bernal ceso mental que las personas utilizan para decidirse a intervenir o no inter- venir, la decisin se toma con bastante rapidez. En otro experimento, Darley y Latan (1968) colocaron a personas en cuartos separados desde las cuales escucharan a una vctima pidiendo ayuda a gritos. Para crear esta situacin, pidieron a algunos estudiantes que discutieran sus problemas universitarios a travs de un intercomunicador del laboratorio. Les dijeron a los estudiantes que para garantizar su anoni- mato nadie sera visto ni el experimentador cometera la indiscrecin de escuchar. Durante la discusin que sigui, los participantes escucharon a una persona caer en un ataque epilptico, y suplicar ayuda con creciente intensidad y dificultad para hablar. Pues bien, entre quienes crean ser el nico que escuchaba, el 85 por 100 dej su cuarto para buscar ayuda, mientras que entre quienes crean que haban escuchado a la vctima otras cuatro personas, slo el 31 por 100 ayudaron. Y no era apata lo que expli- caba tal resultado. Por el contrario, cuando el experimentador entr en el cuarto para decirles que ya se haba acabado el experimento, los sujetos estaban preocupados e incluso con las manos temblorosas y con sudor. Pero cuando Darley y Latan preguntaron a los participantes si la presen- cia de otras personas haba influido en ellos, cosa que sabemos nosotros que efectivamente s haba influido mucho, ellos lo negaron absolutamente. Y es que en estas situaciones, como en tantas otras, con frecuencia no sabemos por qu actuamos como lo hacemos. Por otra parte, son al menos cuatro las variables que estn influyendo en estos resultados: a) Difusin de la responsabilidad: parece ser que cuanto ms personas estn presentes, menos ayuda prestarn. Una explicacin de este fenmeno es que el nmero de personas diluye la responsabilidad de cada individuo, y por eso es menos posible que preste ayuda una multitud que un solo individuo. De hecho, han sido muchas las investigaciones que confirman la teora de la desindividualizacin, segn la cual la conducta antisocial aumenta directamente con el anonimato y la difusin de la responsabilidad. De ah que pueda deducirse que, por el contrario, la conducta pro social disminuye con la difusin de la responsabilidad. b) La influencia social: Latan y Darley afirman que existe un proceso de influencia social que acta en contra de la ayuda que ha de prestar una persona cuando hay un grupo presente. En una multitud, cada persona sabe que su conducta est siendo observada por otros. La persona puede querer ayudar, pero es ms fuerte su temor a hacer el ridculo. Por ejem- plo, muchas personas consideran de mala educacin mirar detenidamente a otra persona. Sin embargo, el mirar detenidamente a alguien es necesario a veces para darse cuenta de que esa persona est en peligro o necesita ayuda. c) Imitacin: muchas de nuestras conductas se ven influidas por el grado en que imitamos a los dems. As, si formamos parte de un grupo que no hace nada por ayudar al necesitado, probablemente tampoco nos- otros haremos nada. La conducta altruista o pro social 141 d) Desindividualizacin: en ciertas circunstancias (en grupo y sobre todo en grandes masas, de noche, con las caras pintadas, uniformes, etc.) la gente sufre un proceso de desindividualizacin que le lleva a comportarse de forma diferente a como le gustara comportarse o como le dicta su con- ciencia o su forma de ser. Lo que hace de alguna manera la desindividuali- zacin es des-socializar al individuo. Finalmente, creo interesante observar la relacin, comprobada en dife- rentes ocasiones, entre culpabilidad y la conducta pro social. Tradicional- mente se ha credo que los sentimientos desagradables reducen la tenden- cia a ayudar a los dems. Sin embargo, ello no es as siempre. En efecto, Darlington y Macker (1966) comprobaron que las personas que crean haber perjudicado a otras eran relativamente rpidas en aceptar dar sangre al hospital de la localidad. En otro estudio (Carlsmith y Gross, 1969), los estudiantes que acababan de dar una descarga elctrica a un compaero, tendan a colaborar ms en un falso comit, para salvar los pinos gigantes de California, que quienes haban dado solamente descargas suaves a su compaero. Es interesante constatar que las personas que han perjudicado accidentalmente a otro, tienden a ayudar ms a personas distintas de las daadas por ellas (Freedman, Wallingston y Bless, 1967). Por otra parte, Rawlings (1970) ha comprobado que el hecho de saber que alguien acaba de ser daado, es suficiente para provocar el altruismo, aunque no sea res- ponsable del perjuicio causado. En definitiva, probablemente el aspecto ms interesante y llamativo de este modelo de Darley y Latan sea su afirmacin de que, dada un situa- cin de emergencia, cuanto mayor sea el nmero de espectadores, menor ser la probabilidad de que alguien intervenga. Y existen bsicamente cua- tro razones explicativas de tal pasividad del individuo: a) la presencia de los otros inhibe la conducta espontnea posible del individuo; b) la inacti- vidad de los presentes acta de modelo de comportamiento; c) el efecto interactivo de las dos circunstancias anteriores ser tanto mayor estando varios que si el individuo se encuentra solo; y d) la presencia de otros suje- tos diluye la responsabilidad del experimentador hacindole pensar que su intervencin no es necesaria. Como vemos, no es la personalidad altruista la nica variable que explica las conductas pro sociales de las personas. A menudo son factores exteriores (anonimato, tamao del grupo, etc.) e incluso variables aparen- temente triviales (sentimientos de culpa, etc.) los que ms influyen en la conducta altruista. As, Darley y Batson (1973) llevaron a cabo un experi- mento en un seminario teolgico encontrando que la variable que mejor explicaba la conducta de ayuda de sus sujetos (que consista en ayudar a una vctima que se haba cado al suelo) era la prisa: a la mitad se les pidi que pensaran en problemas profesionales, y a la otra mitad en la parbola evanglica del buen samaritano. Mientras pensaban en ello, se les mand ir a otro edificio, sealndoles a unos que se dieran prisa que ya lle- gaban tarde, a otros que iban con suficiente tiempo y, finalmente, a otros que iban sobrados de tiempo. Los resultados fueron claros: en la condicin 142 Anastasio Ovejero Bernal de buen samaritano ayudaron el 80 por 100 de los que tenan poca prisa, el 50 por 100 de los que iban puntuales y slo el 25 por 100 de los que tenan mucha prisa. Y en la condicin de problemas profesionales los resultados fueron ms dramticamente: 33 por 100, 42 por 100 y 0 por 100, respectivamente. Aicuxos coiiiiaros oii airiuisxo Veremos a continuacin la correlacin existente entre el altruismo y algunas otras variables como: 1) Edad: dependiendo de cmo definamos el altruismo, podemos encontrarlo ya en nios pequeos, incluso de dos aos. En todo caso, los estudios existentes parecen indicar que a partir de esa edad va aumentando la conducta altruista hasta la adolescencia. Ms en concreto, una serie de investigaciones nos han informado que el sentido del reparto, en los nios, aumenta de los seis a los doce aos de edad (Rushton, 1976; Rushton y Weiner, 1975). Sin embargo, al mismo tiempo, tambin se han encontrado que la competitividad aumenta con la edad ms que en el sentido de coo- peracin, al menos en la cultura angloamericana (Rushton y Weiner, 1975). Efectivamente, es muy posible que tanto la cooperacin como la competi- tividad aumenten entre los seis y los doce aos, pues durante estas edades aumenta la actividad social general. 2) Sexo: en general, suele encontrarse que las mujeres son ms socia- bles y estn ms interesadas por las relaciones personales. En consecuencia, podemos esperar tendencias altruistas ms fuertes en las mujeres. As, Krebs (1970), al revisar 17 estudios, no encontr diferencias entre los sexos en 11 de ellos, pero en los que s las encontr, stas iban en el sentido de que eran las mujeres las ms altruistas. Adems, se ha encontrado que las mujeres de clase baja son ms altruistas que las de clase alta. 3) Inteligencia: aunque en general se encuentran pequeas relaciones positivas entre ambas variables, sin embargo, no tenemos aqu suficiente evidencia de que realmente sea as. 4) Personalidad: algunos autores, como Maslow, relacionan el altruismo con el control emocional, madurez, etc. Sin embargo, no hay nada claro en este campo. Parece ser que los rasgos de personalidad son escasamente predictivos del comportamiento altruista. Latan y Darley (1970), aplicando test y escalas de personalidad a sus sujetos, hallaron que ninguna de las variables de personalidad fue capaz de predecir el altruismo, s se han encontrado relaciones moderadas entre la ayuda y cier- tas variables, como la necesidad de aprobacin social. En todo caso, las medidas de actitudes y de rasgos rara vez predicen un acto especfico, pero s predicen mejor la conducta promedio a lo largo de muchas situaciones. Los investigadores han reunido pistas de la red de rasgos que predisponen a una persona a ayudar, de forma que indicios preliminares muestran que La conducta altruista o pro social 143 aquellos que tienen una emotividad, empata y autoeficacia elevadas es ms probable que se preocupen por los dems y les ayuden (Bierhoff y cols., 1991; Eisenberg y cols., 1991). Adems, la personalidad influye en la manera en que las personas reaccionan a situaciones particulares (Carlo y cols., 1991). 5) Estado de nimo: las investigaciones han comprobado sistemtica- mente que el encontrarse en un estado de buen humor favorece la con- ducta altruista. Sin embargo, los estados de malhumor no han mostrado sistemticamente el efecto contrario. La manipulacin de situaciones pro- vocadoras de estado de malhumor ha aumentado, unas veces, la conducta altruista, y otras la ha disminuido. Para clarificar este aspecto, Weyant y Clark (1977) han sugerido que los estados de malhumor son fenmenos complejos, que interactan con el valor de la gratificacin que se percibe como probable si se ayuda a los dems, de forma que cuando estamos de malhumor, ayudamos ms a los otros que cuando nuestro humor es indife- rente, pero tan slo en el caso en que los riesgos sean escasos y los benefi- cios considerables. En definitiva, existen pocos datos ms consistentes en este campo que ste: las personas felices son personas serviciales, ayudan ms que las menos felices. Y esto ocurre tanto en nios como en adultos, en hombres como en mujeres, y sea cual sea el origen de tal estado de feli- cidad (Salovey y cols., 1991). En conclusin, pues, la conducta de ayuda no es indiscriminada. Esta- mos ms inclinados a ayudar: a) a aquellos que nos gustan; b) a quienes percibimos como similares a nosotros; y c) a quienes realmente lo necesi- tan (Worcher y Cooper, 1983, pg. 319). Ms especficamente, la probabi- lidad de ayudar aumenta cuando: 1) han sido reforzadas positivamente nuestras conductas de ayuda; 2) estados de buen humor; 3) observamos un modelo altruista; 4) las reglas y normas permiten, o aconsejan o incluso casi obligan a la conducta de ayuda; 5) no estamos preocupados o no tenemos mucha prisa; y 6) debemos un favor por reciprocidad. En sntesis, la mejor forma de explicar la conducta altruista es, como en tantos otros sectores del comportamiento humano, mediante la interaccin entre persona y situacin, que es justamente lo que Eagly y Crowley (1986) encontraron tras analizar nada menos que 172 estudios con un total de casi 50.000 sujetos. Aiiixoiza;i oii airiuisxo Lo ms positivo que podemos decir del altruismo es que se trata de una conducta que, como cualquier otra, puede aprenderse y puede ensearse. En concreto, existen bsicamente cuatro formas de ser enseada (Myers, 1995, pgs. 505 y sigs.): a) Enseanza de inclusin moral: las personas que en la Alemania nazi ayudaron a judos, los lderes del movimiento antiesclavista estadounidense del siglo xix, las personas comprometidas con las ONG, etc. tienen al 144 Anastasio Ovejero Bernal menos una cosa en comn: incluyen a personas diferentes a ellos dentro del crculo humano en que se aplican sus valores morales y sus reglas de justicia. Es decir, estamos ante personas moralmente inclusivas. Por el con- trario, la exclusin moral, consistente en excluir a ciertas personas o grupos de nuestro crculo de preocupacin moral, tiene el efecto opuesto, de forma que justifica toda clase de dao, desde la discriminacin hasta el genocidio (Opotow, 1990; Staub, 1990; Tyler y Lind, 1990). La explotacin o crueldad se vuelven aceptables, incluso apropiadas, hacia aquellos que consideramos como no merecedores de ayuda o incluso como no personas. As, entre otros muchos ejemplos, recordemos que los nazis excluyeron a los judos de su comunidad moral. Un primer paso hacia la socializacin del altruismo es, por consiguiente, contrarrestar el natural sesgo hacia el endogrupo que favorece a parientes y a la tribu ampliando la gama de per- sonas cuyo bienestar nos preocupe (Myers, 1995, pg. 506). b) Modelamiento del altruismo: ya vimos que cuando vemos a perso- nas que contemplan una situacin de emergencia y no ayudan, probable- mente tampoco nosotros ayudaremos. Por el contrario, si vemos a alguien ayudar, es ms probable que tambin nosotros lo hagamos (Sarason y cols., 1991). Pues bien, se encontr que las familias europeas que llegaron incluso a arriesgar sus vidas para rescatar judos en los aos 30 y 40 tenan relaciones afectivas y cariosas con al menos uno de sus padres, quien, a su vez, estaba tambin comprometido con causas humanitarias (Londres, 1970): su familia, y a veces tambin sus amigos, les haban enseado la norma de ayudar y cuidar a los dems. Esta orientacin valorativa pro social los llev a incluir a personas de otros grupos en su crculo de pre- ocupacin moral y a sentirse responsables por el bienestar de los dems (Staub, 1991, 1992). Sin embargo, las personas criadas por padres extre- madamente punitivos, como en el caso de muchos delincuentes, criminales crnicos y asesinos masivos como muchos nazis, muestran mucha menos empata y cuidado por los principios que los rescatadores altruistas tipifi- cados mucho despus de la poca nazi. c) Atribucin de la conducta de ayuda a motivos altruistas: Otra clave para socializar el altruismo proviene de la investigacin sobre el efecto de la justificacin exagerada: cuando la justificacin para un acto es ms que suficiente, la persona lo puede atribuir a la justificacin extrnseca ms que a un motivo interno. Recompensar a las personas por hacer lo que habran hecho de todas maneras socava por consiguiente la motivacin intrnseca. Podemos plantearlo de forma positiva: al proporcionar a las personas la justificacin apenas suficiente para impulsar una buena accin (apartndo- las de sobornos y amenazas tanto como sea posible), se podra incrementar su placer al realizar esas acciones por s mismas (Myers, 1995, pg. 507). As, los sujetos de Batson y colaboradores (1979) se sintieron ms altruistas despus de acceder a ayudar a alguien sin recibir pago o sin presin social implcita. Cuando se haba ofrecido un pago o existan presiones sociales, la gente se sinti menos altruista y menos satisfecha de s misma despus de ayu- dar. En definitiva, cuando la gente se pregunta: Por qu ayudo?, es mejor La conducta altruista o pro social 145 si las circunstancias le permiten responder: Porque la ayuda era necesaria y yo soy una persona preocupada por los dems y con ganas de ayudarlos. d) Aprender respecto al altruismo: Los propios hallazgos, a veces esca- lofriantes, de la psicologa social pueden ayudar a evitar tales conductas escalofriantes. Probablemente, tras conocer los datos de los experimentos de Milgram, que veremos ms adelante, o los de Darley y Latan, los suje- tos estn dispuestos a hacer frente a las presiones situacionales y a com- portarse de una forma menos violenta y ms pro social. Como sugiere Ger- gen (1982), conforme las personas se enteran ms de los hallazgos de la psicologa social su conducta puede cambiar, invalidando, por tanto, tales hallazgos. Es decir, que existe una serie de presiones situacionales (la con- ducta de las personas de alrededor, el tamao del grupo, los aspectos mate- riales del ambiente fsico, como la distribucin de los pupitres en el aula, la desindividualizacin producida por los uniformes o las mscaras, etc.) que nos empujan a comportarnos de forma contraria a la que creamos que era habitual en nosotros. Pues bien, el mero hecho de conocer que ello ocurre, que tales influencias situacionales y ambientales existen, puede ayudarnos a resistirlas, a que nos influyan menos y, en definitiva, a ser ms libres. As, por ejemplo, Beaman y colaboradores (1978) encontraron que una vez que las personas comprenden por qu los espectadores inhiben la ayuda, se hace ms probable que ayuden en situaciones de grupo. Coxciusix En conclusin, aunque muchas personas, incluidos muchos psiclogos sociales, creen que el comportamiento altruista no es tal, porque siempre se hace por alguna razn egosta e interesada (placer, inters, acallar remor- dimientos, etc.), ello, al menos a mi modo de ver, no siempre es as. Ade- ms, como sostiene Lamberth (1982, pg. 455), el ayudar a otros porque nos gusta ayudar no resta valor, en modo alguno, a sus acciones; ms bien lo que podemos decir es que la especie Homo Sapiens ha llegado a un punto en el que le resulta muy satisfactorio ayudar a los dems. En lugar de tratarse de un aspecto negativo del altruismo, me parece que se trata de una razn posi- tiva para ayudar a otros. Si lo que nos produjera satisfaccin fuese sola- mente lo que nos beneficia a nosotros mismos, me parece que el nivel tico de los seres humanos sera inferior al que tenemos cuando encon- tramos que ayudar a los dems es uno de los placeres que nos ofrece la vida (Lamberth, 1982, pg. 455). Y para terminar, mencionemos los posibles problemas ticos de las investigaciones sobre el altruismo. Los estudios sobre el altruismo, como afirma Lamberth (1982, pg. 493), plantean en s mismos una cuestin altruista: por qu los psiclogos estudian el altruismo?, por fines altruis- tas? (es decir, para ayudar a otros), por fines egostas? (es decir, por 146 Anastasio Ovejero Bernal potenciar su actividad profesional) o por adquirir conocimientos? De todas formas, sea cual sea la razn, la investigacin del altruismo plantea cuestiones ticas. As, el primer problema con que tiene que enfrentarse una investigacin de la conducta pro social es la dificultad y a la vez necesidad de estudiar este tema en su marco natural. Ahora bien, estos estudios de campo realizados en un marco natural presentan a su vez algu- nos problemas. La primera cuestin es que las personas que se encuentran cerca del lugar del incidente simulado, se convierten en sujetos de un expe- rimento. No han tenido parte alguna en el tema, ni nadie le ha pedido per- miso para tomarlos como sujetos. An ms, estos sujetos, y cualquiera otra persona que pase por all, pueden verse sometidos a la simulacin de un robo, de un accidente o asalto. Es imposible parar a todas las personas que casualmente pasan por esa rea y pueden ver el accidente y asegurarles que no se preocupen que no pasa nada. Estos aspectos negativos de la investigacin sobre el altruismo deben ser contrastados con las posible ventajas de la investigacin. Merece la pena situar a unas personas, sin ellas saberlo, en una situacin de experi- mentacin psicolgica, a fin de conocer algo ms sobre la conducta altruista? Merece la pena situar a las personas ante situaciones simuladas de violencia, a fin de conocer algo ms sobre el altruismo? stas son, por supuesto, las cuestiones que debe responder cualquier investigador en el rea del altruismo, antes de iniciar su trabajo (Lamberth, 1982, pg. 494). La conducta altruista o pro social 147 This page intentionally left blank Sicuxoa Pairi INFLUENCIA SOCIAL Y ACTITUDES This page intentionally left blank Cairuio IX Procesos de influencia social: la normalizacin Ixrioouccix La cuestin de cmo puede inducirse a una persona a hacer algo que preferira no hacer es importante para todas las fases de la vida social. De ah que los psiclogos sociales hayan estado siempre fascinados, de una forma u otra, por los cambios que sufren las percepciones, los juicios y las opiniones de un individuo al entrar en contacto con otros individuos con los que se asocia temporalmente o constituye un grupo. Desde tiempos inmemorables se ha intentado buscar y utilizar las ms diversas tcnicas para influir sobre los dems por parte de comerciantes, polticos, sacerdo- tes, etc. Pero mientras en otras pocas se crea que la influencia es decir, el poder de las ideas era un fenmeno extraordinario, los psiclogos sociales estn demostrando, desde no hace muchas dcadas, que se trata de un fenmeno normal que puede ser estudiado y analizado. Y esto es lo que pretendemos hacer en este y en los dos prximos captulos. En consecuen- cia, a nadie debe extraar que el tema de la influencia social haya sido visto tradicionalmente como uno de los ms centrales en psicologa social. Es ms, la propia definicin de psicologa social que en su da dio el influ- yente Gordon Allport, sin ninguna duda la ms socorrida de nuestra disci- plina, identificaba psicologa social y estudio de la influencia social, de forma que para algunos autores, fundamentalmente de corte psicologista, el estudio de la influencia social engloba toda la psicologa social. Para enten- der mejor todo esto, comprese la similitud entre las definiciones que sue- len darse de psicologa social y de influencia social. En efecto, la influen- cia social se refiere a un cambio en los juicios, opiniones o actitudes de un individuo que son la resultante de su exposicin a los juicios, opiniones y actitudes de otros individuos (Montmollin, 1977). Y recurdese que Gor- Origen e historia de la Psicologa deportiva don Allport defina la psicologa social como un intento de entender y explicar cmo el pensamiento, el sentimiento y la conducta de los indivi- duos son influidos por la presencia, real, imaginada o implcita de otras personas (1968, pg. 3). En lnea con lo anterior, Moscovici y Ricateau (1972, pg. 139) afirman explcitamente que es la influencia social el fen- meno ms central de la Psicologa Social. Ahora bien, qu buscamos al influir sobre los dems? Ya hemos dicho que los objetivos bsicos de la influencia es conseguir cambiar los pensa- mientos, sentimientos y acciones de otra persona. Sin embargo, estos obje- tivos pueden resultar demasiado abstractos. Para obtener una visin ms detallada de las metas que se buscan con la influencia, Rule y colaborado- res (1985) pidieron a sus sujetos que indicaran de qu tipo de cosas intenta la gente convencer a los dems. Las respuestas dadas por los par- ticipantes fueron agrupadas en 12 categoras, siendo las ms frecuentes las siguientes: las de actividad (hacer que otra persona vaya a algn sitio o haga algo) (28,4 por 100 de las respuestas), opinin (cambiar de opinin o acti- tud) (13,9 por 100), y objeto (obtener un objeto fsico de la otra perso- na, 12,8). Como vemos, los fenmenos de influencia social poseen una gran relevancia social, pues los utilizamos constantemente en una amplsima gama de situaciones. De ah que nuestra eficacia social estara determinada, al menos en parte, por nuestra capacidad de percibir con exactitud y pre- cisin una situacin social de influencia y dejarnos o no dejarnos influir por tal situacin, lo que depende en gran medida de cmo interpretemos tal situacin. En consecuencia, los factores cognitivos subyacentes a toda situa- cin de influencia es algo clave, aunque desde luego no son las nicas variables implicadas. Ixiiuixcia sociai, iacroiis cocxirivos \ coxrixro sociai Son muchos los autores que dan una definicin de influencia social que ya lleva implcita la importancia de los procesos cognitivos en este fen- meno, como por ejemplo Montmollin o tambin Doise y colaboradores (1980), para quienes los procesos de influencia social pueden ser definidos como las modificaciones de las percepciones, juicios, opiniones, actitudes o comportamientos de un individuo provocadas por su conocimiento de las percepciones, juicios, opiniones, etc., de otros individuos (pg. 87). Tal vez sea an ms explcita la referencia a los factores cognitivos la definicin que dan Faucheux y Moscovici (1967, pg. 337): Desde el punto de vista psicolgico, la influencia social se refiere a la transformacin que sufren los mecanismos generales del juicio, de la percepcin y de la memoria, cuando aparecen como los resultados de las interacciones de dos sujetos, dos gru- pos, etc., respecto un objeto o un estmulo comn. Pero en los fenmenos de influencia son importantes no slo los fac- tores cognitivos sino tambin los de contexto social. Es ms, estudios recientes tratan de unir ambas tradiciones psicosociolgicas. En efecto, 152 Anastasio Ovejero Bernal como se sabe, en psicologa social existe una divisin profunda entre dos psicologas sociales claramente diferenciadas: unos psiclogos sociales se preocupan por la raz individual y psicolgica del comportamiento social (psicologa social psicolgica) y otros por la base social de ese comporta- miento (psicologa social sociolgica). Ahora bien, principalmente los estudios de autores europeos sobre influencia minoritaria (Moscovici, Mugny, etc.) suponen una conjuncin de ambos enfoques, de tal forma que la influencia social sera la consecuencia tanto de factores psicolgicos individuales, fun- damentalmente de tipo cognitivo (percepcin, categorizacin, representa- ciones, etc.), como de factores claramente sociales, principalmente de con- texto social (estructura social, factores ideolgicos, etc.): como psiclogos nos interesan los aspectos psicolgicos (perceptivos y cognitivos sobre todo) de la influencia social, pero como psiclogos sociales no podemos aislar tales factores de los culturales, polticos e ideolgicos. Es decir, que si es cierto que en los procesos de influencia social intervienen activamente los procesos cognitivos, tambin es cierto que la interaccin social juega un papel importante en la elaboracin de las estructuras cognitivas del indivi- duo. Por consiguiente, soy consciente del peligro que conlleva el centrarse principalmente o exclusivamente en los factores cognoscitivos: se corre el peligro de hacer una psicologa social individual, una especie de psicolo- ga cognitiva general, que es en lo que, en gran medida, como afirma Fau- cheux (1976, pg. 271), se ha convertido la psicologa social despus de Lewin. Pienso que la Psicologa Social deber tener en cuenta los factores sociales en su articulacin psicosocial, pero tambin debe tener en cuenta los factores psicolgicos individuales, sobre todo los de tipo cognitivo. Pero sabiendo que slo a nivel de investigacin pueden ser aislados unos de otros, ya que actan siempre conjuntamente al lado de otros como la clase social a que se pertenece o la ideologa que se posee. En este sentido, los fenmenos sociales, y particularmente los de influencia, deben ser estu- diados en su contexto social especfico. Adems, cualquier tipo de con- ducta de sumisin o sometimiento bien al grupo o bien a la autoridad, debe ser contextualizado histricamente de una forma adecuada, as como examinadas sus fuentes y antecedentes histricos. Y tambin habra que analizar examinar la validez transcultural de estos hallazgos: puede ocurrir que un mismo factor cognitivo incremente la influencia en una cultura, sea neutro en otra y sirva como resistencia a la influencia social en una tercera. Por otra parte, suele creerse que el hecho de hacer hincapi en los fac- tores psicolgicos, en este caso cognitivos, es alinearse con la psicologa social psicologista. Sin embargo, ello no es as necesariamente. Los proce- sos cognitivos pueden perfectamente integrar las dos psicologas sociales, integrar las explicaciones psicolgicas y las sociolgicas. Y as, por ejemplo, Flament introduce la ideologa para dar cuenta del funcionamiento del equilibrio cognitivo. Ah est tambin la reformulacin que hace Moscovici de los experimentos de Asch sobre la influencia social, o el trabajo de Mos- covici y Plou, en el que tienen en cuenta el contexto sociolgico para Procesos de influencia social: la normalizacin 153 poder dar cuenta de los efectos de una teora cognitiva como es la teora de la reactancia psicolgica. Tampoco deberamos olvidar los factores motiva- cionales, cuya importancia en los procesos de influencia social ya pusieron de relieve Moeller y Applezweig. As pues, qu es realmente la influencia social? Es un fenmeno suma- mente complejo donde intervienen multitud de variables de todo tipo (cog- nitivas, motivacionales, sociales, etc.) y en el que el individuo reacciona de forma compleja a una situacin compleja: el problema de la influencia social se sita a un nivel donde todos los determinantes de la conducta pueden actuar simultneamente. Ahora bien, las situaciones de influencia social se diferencian de otras situaciones complejas por el papel que juega la incertidumbre, como ms adelante veremos mejor. En concreto, la influencia social sera precisamente la consecuencia de la intrusin de una informacin nueva, a menudo divergente, en un sistema ms o menos estructurado: esta nueva informacin, la respuesta del otro, desencadena una actividad mental de tratamiento de la informacin que puede hacerse segn dos direcciones: a) La informacin es transformada por las estructu- ras existentes de tal forma que pueda ser incorporada al sistema; o b) La influencia acarrea una modificacin en las estructuras existentes y en todo el sistema anterior. Sin embargo, el problema consiste en saber en qu con- diciones el cambio afectar a la informacin nueva o a la estructura recep- tora. Para dar una respuesta a este problema ser necesario tener en cuenta la nocin de incertidumbre y la de ambigedad a la que suele ir unida. As, se ha observado una estrecha relacin entre la ambigedad del estmulo y el grado de influencia sufrida. Adems, los sujetos muestran una mayor tendencia a seguir a la mayora cuanto ms ambiguo sea el estmulo (She- rif, 1935) y cuanto ms difcil y compleja sea la tarea (Coleman, Blake, y Mouton, 1958). Ciertamente, en los procesos de influencia social la incertidumbre de los sujetos ser una variable crucial. Ya Kelley y Lamb encontraron que la gente ofrece ms resistencia a la influencia social cuanto ms segura est de la certeza de sus propios juicios. Igualmente, Coleman, Blake y Mouton (1958) observaron que si un individuo est seguro de la respuesta correcta ser ms capaz de resistir a las presiones al conformismo y ms eficaz ser su resistencia. Ahora bien, el hecho de que pretendamos poner un nfasis especial en los procesos cognitivos y en la racionalidad de los mecanismos subyacentes a los procesos de influencia social no significa que creamos en la infalibilidad y exactitud de tales procesos cognitivos. Ello resulta hoy da imposible, sobre todo despus de los estudios sobre los sesgos cognitivos y perceptivos, como ya vimos. El campo de la influencia social es extraordinariamente amplio, de forma que puede ser relacionado con la prctica totalidad de la psicologa social. De ah que las modalidades de influencia social puedan ser casi tan numerosas como queramos (imitacin, contagio, facilitacin social, etc.). As, Zimbardo y Leippe (1991) distinguen, por el escenario en que tiene lugar la influencia, entre influencia interpersonal, persuasin e influencia a 154 Anastasio Ovejero Bernal travs de los medios de comunicacin. Por expresarlo con palabras de Morales y Moya, diremos que la influencia interpersonal ocurrira cuando el nmero de personas implicadas es pequeo y hay una comunicacin cara a cara (dos amigos que intentan convencer a un tercero de que salga con ellos a divertirse, o un hijo que intenta convencer a su padre de que le preste su coche para hacer un viaje, seran ejemplos de este tipo de influencia). La persuasin implica la presencia de un comunicador que pre- tende influir sobre una audiencia mediante un discurso relativamente ela- borado. Si bien el comunicador est en contacto directo con la audiencia, el tipo de relacin es ms impersonal y la interaccin es ms unidireccional y menos recproca (un sermn religioso, una conferencia escolar para fomentar entre los estudiantes la conducta ecolgica responsable o un mitin poltico, seran algunos ejemplos de persuasin). Por ltimo, la influencia a travs de los medios de comunicacin de masas abarcara a todos los mensajes que diariamente nos llegan a travs de la televisin, radio, prensa, etc. Su caracterstica fundamental es que no existe contacto directo entre la fuente y el objeto de influencia y, generalmente, suelen transmitirse mensajes simples y claros. Nosotros seguiremos la clasificacin que en su da propusieron Faucheux y Moscovici (1967) y que distinguan entre tres tipos de influencia social: normalizacin, conformidad e innovacin, de los que el primero lo veremos en este captulo y los otros dos en los dos siguientes, dejando para ms tarde el estudio del cambio de actitud: La xoixaiizacix o iiicro Suiiii Los procesos cognitivos no slo son centrales en la influencia social, sino que hasta no hace mucho fueron casi los nicos estudiados, como se constata en el estudio de los procesos de normalizacin. Muzafer Sherif (1935), uno de los ms importantes psiclogos sociales norteamericanos, aunque de origen turco, llev a cabo muy tempranamente este experimento ya clsico sobre influencia social: coloc a sus sujetos, solos o en grupos de dos o tres, dentro de una cabina totalmente a oscuras, donde les present un punto luminoso a una distancia de unos cinco metros. Como sabemos, cuando carecemos de puntos de referencia, un punto luminoso esttico nos parece que se mueve. A esta ilusin perceptiva se la denomina efecto autocintico. Pues bien, Sherif pidi a sus sujetos que estimaran verbal- mente el movimiento de la luz, por supuesto sin explicarles el efecto auto- cintico. La mitad de ellos hicieron sus primeros cien juicios durante una sesin en solitario. Durante los tres das siguientes realizaron otras tres sesiones, pero esta vez ya en grupos de dos o de tres. El procedimiento para la otra mitad fue el contrario: primero llevaron a cabo las tres sesio- nes en grupo y luego la sesin en solitario. Los sujetos que emitieron pri- mero sus juicios en solitario desarrollaron de forma bastante rpida una forma tpica de clculo (una norma personal) en torno a la cual fluctuaban. Esta norma personal era estable, pero muy diferente de un individuo a Procesos de influencia social: la normalizacin 155 otro. As, por ejemplo, una persona podra ver que el punto se desplazaba generalmente en torno a 18 centmetros mientras que otra crea que lo haca alrededor de 5. En la fase en grupo, que reuna a estos sujetos que ya posean normas personales, los juicios de los sujetos convergan hacia una postura ms o menos compartida (una norma de grupo). Por el contrario, en el caso del procedimiento inverso la norma de grupo apareca en la pri- mera sesin y los sujetos persistan en ella durante la sesin individual pos- terior. Como dice Van Avermaet (1990), este experimento muestra que la gente que se enfrenta a un estmulo ambiguo y desestructurado desarrolla, sin embargo, un marco de referencia interno y estable con el que juzgar el estmulo. Pero en cuanto se enfrentan a juicios ajenos que son diferentes, abandonan rpidamente este marco de referencia para ajustarse al de los dems. Por otra parte, un marco de referencia formado en presencia de otros sigue afectando a los juicios de los individuos cuando la fuente de influencia ya no est presente. De hecho, una vez que los sujetos han des- arrollado la norma comn, sta perdura durante das, semanas e incluso meses. De hecho, cuando Sherif les pidi a sus sujetos, ms tarde, que rea- lizaran otra vez la tarea, estando solos, las estimaciones apenas variaron res- pecto a la norma desarrollada en el grupo. En esta modalidad de influencia, los sujetos, al ejercer unos sobre otros una influencia recproca, convergen hacia una norma comn (Sherif, 1935, 1936). La idea central de Sherif en el campo de la influencia social es que cuando el estmulo perceptivo est objetivamente estructurado, los fenmenos de influencia social no se producen, al contrario de lo que pasa cuando no est estructurado. El sujeto tendra en cuenta la respuesta del otro como punto de comparacin cuando no tiene otro ms objetivo. Sin embargo, como veremos ms adelante, se ha mostrado (Flament 1959a, 1959b; Montmollinm, 1966a, 1966b y 1966c) que, en contra de la opinin de Sherif, los fenmenos de convergencia se producen incluso con un est- mulo visual objetivamente estructurado, cuando los sujetos hacen una esti- macin aproximada e incierta: la respuesta del otro servira no de punto de referencia, sino de media para intentar minimizar los errores. En cuanto a los procedimientos experimentales disponibles para la obtencin de la normalizacin, se han utilizado sobre todo estos tres tipos: conocimiento de las respuestas de los otros (Sherif, 1935), discusin en gru- pos (Jenness, 1932a y 1932b) y toma de decisiones en comn (Lewin, 1943). Como subraya Monotmollin, con las tres tcnicas se observa que las res- puestas de los sujetos se acercan a la tendencia central de las estimaciones del grupo. Y aunque este fenmeno ha sido explicado generalmente en tr- minos cognitivistas (Flament, Montmollin, Moscovici, etc.), ya French (1956) lo haca en trminos de poder social, llegando a la conclusin de que en el caso de grupos en el interior de los cuales todos los miembros poseen el mismo estatus social y se comunican libremente entre s, ejerce- rn una influencia similar que har que los juicios individuales converjan hacia un punto de equilibrio que corresponde a su valor medio. Y ello es consecuencia de que aqu no slo los factores cognitivos son importantes, 156 Anastasio Ovejero Bernal tambin lo es el contexto social. En efecto, los resultados de Lemaine y cols. (1969) muestran claramente que los sujetos de alto estatus se despla- zan menos que los sujetos de bajo estatus, o, incluso, que la convergencia no se opera hacia un valor central en los procesos de normalizacin colec- tiva cuando los miembros de un grupo son de estatus diferente sino hacia una norma establecida ms prxima a la norma individual del sujeto de alto estatus que a la del sujeto de bajo estatus. Este experimento realizado con grupos de sujetos que se conocan entre s antes del experimento, y de los que se conoce la estructura, nos ha permitido poner de manifiesto el papel de la cohesin y de la diferencia- cin jerrquica: los sujetos que se eligen unos a otros convergen ms que aquellos que se rechazan (aunque nicamente en el caso de que, en cada pareja, cada sujeto tenga un estatus diferente). Y los sujetos inferiores en jerarqua convergen ms hacia las valoraciones del sujeto de alto estatus que este ltimo hacia los primeros (Doise y cols., 1980, pgs. 135-136). Pero no slo el estatus de los sujetos y sus vnculos de amistad inciden en los juicios de estmulos ambiguos y en el proceso de normalizacin, sino tam- bin las diferencias ideolgicas entre los sujetos as como la imagen que los sujetos hayan elaborado unos de otros en el transcurso de sus encuentros anteriores. En cuanto a la divergencia ideolgica, Lemaine y colaboradores (1971-1972) encontraron que cuando un cmplice alejado ideolgicamente del sujeto y que, sin embargo, da respuestas idnticas a las de ste, desaloja al sujeto de su posicin, lo que muestra claramente la necesidad de considerar conjuntamente los factores cognitivos y los del contexto social. De hecho, en este experimento lo que hacan los sujetos era un proceso de categorizacin. Al colega al que el sujeto conoce solamente por la imagen que de l le da el experimentador se le asigna a una categora de personas (la categora de derecha para los sujetos de izquierdas, y la de izquierda para los sujetos de derechas). En estas condiciones, cuando el sistema de res- puestas del individuo del partido contrario es diferente de la del sujeto, ste se mantiene en su posicin anterior, conservando por lo tanto su especificidad (y la de su categora, a la cual pertenece en esta situacin) (Doise y otros, 1980, pg.141). Igualmente, los datos de un estudio de Sampson (en Sherif y Sherif, 1969, pgs. 168-170) mostraron que, en determinadas condiciones, no existe una convergencia de las respuestas de los sujetos. En concreto, con el mismo paradigma del fenmeno autocintico, pero utilizando sujetos reales, en concreto novicios y monjes de un monasterio que pasaba por un momento de particular efervescencia ideolgica, despus de unas sesiones individuales de elaboracin de la norma, Sampson form tres clases de parejas con el criterio de que siempre hubiera unos veinte centmetros de diferencia entre sus normas individuales: a) cuatro parejas de novicios que llevaban slo una semana en el monasterio, de forma que an no se cono- can mucho y posean un mismo estatus; b) cinco parejas de novicios que Procesos de influencia social: la normalizacin 157 ya llevaban all un ao y que, por tanto, se conocan bien, intentando Samp- son que todas estas parejas estuvieran marcadas por una asimetra en el grado de estima interpersonal (segn un test sociomtrico, uno era el primer preferido del otro, pero ste no figuraba ni siquiera entre los tres primeros preferidos por aqul); y c) cinco parejas compuestas por un monje y un novicio, o sea, separadas por la jerarqua y, por consiguiente, con una consi- derable diferencia de estatus. Pues bien, los resultados fueron los siguientes: en la primera condicin se dio una influencia recproca y se observ una convergencia; en la segunda tambin se produjo la convergencia, pero el novicio menos estimado cambi ms sus respuestas de lo que lo hizo el ms estimado, de forma que aqul se adaptaba a ste; y en la tercera se observ que el sujeto de alto estatus (el monje) mostraba la mayor inflexibilidad en sus juicios (o la menor convergencia), mientras que el novicio cambiaba sus juicios al principio de la interaccin para adaptarlos a los del monje, dife- rencindose ms tarde y volviendo a su posicin primera cuando compro- baba que el monje no ceda en nada. Es decir, pues, que tampoco aqu se podr olvidar algo fundamental como es el contexto social real en que inter- vienen los factores cognitivos, como las relaciones ideolgicas o de amistad. Resumiendo todo esto, Doise (1982) reduce a cuatro las interpretacio- nes que se han dado de los resultados de Sherif, o sea, del fenmeno de la normalizacin: a) Modelo del sujeto estadstico: G. de Montmollin, que ya haba estu- diado sistemticamente los efectos del grupo sobre la reestructuracin per- ceptiva (Montmollin, 1955, 1957a, 1957b) no poda por menos que dar una explicacin perceptivo-cognitiva de los fenmenos de influencia. En efecto, basndose en la distincin que hacen Deutsch y Gerard (1955) entre influencia normativa e influencia informativa, para quienes la influencia normativa se refiere al hecho de que un sujeto se conforma a las expectati- vas de otro, mientras que en la influencia informativa los sujetos utilizan las respuestas de otro como informacin complementaria sobre el entorno, Germaine de Montmollin propone un modelo que podra resumirse as: los sujetos tienden a acercarse a la tendencia central de una distribucin par- cial verosmil de las respuestas de su grupo, apareciendo esta media parcial como la ms susceptible de conllevar el acuerdo del mayor nmero de los miembros y, por tanto, con la mayor probabilidad ser verdadera. El propio Sherif insiste en la incertidumbre de un sujeto colocado ante la necesidad de organizar un objeto no estructurado al que no puede aplicar ninguna media objetiva, ni cualquier otra forma de verificacin emprica. As, pues, a falta de validacin emprica, el sujeto recurre a otros criterios a fin de res- tablecer un cierto grado de certidumbre. Por ello, el sujeto va a considerar sus primeras respuestas, a establecer un valor mediano y a disminuir pro- gresivamente el grado de variacin de las respuestas ulteriores. En una situacin colectiva, las respuestas de cada uno evaluadas recprocamente permiten establecer ese valor mediano. Las respuestas de los otros, pues, no poseen ms que un valor informativo y no son integradas cognitiva- 158 Anastasio Ovejero Bernal mente ms que al mismo nivel que lo eran las primeras respuestas cuando el sujeto tena que dar un juicio individualmente. Esta interpretacin es fundamentalmente intraindividual, ya que la normalizacin o convergencia interindividual, aparece como la simple aplicacin de mecanismos cogniti- vos individuales a una situacin donde los elementos cognitivos de evalua- cin lo constituyen las respuestas interindividuales (Doise, 1982, pg. 88). A este primer nivel de anlisis pertenecen las interpretaciones tanto de Fament como las de Montmollin o de Ovejero (1985b), quienes explican la evolucin de los juicios en una situacin de normalizacin por las opera- ciones lgicas o estadsticas efectuadas por los sujetos sobre las respuestas- informaciones proporcionadas por los compaeros: medias, medianas, mr- genes de verosimilitud, etc. En breve, el sujeto se comportara como un ser racional, un lgico o un estadstico, que a falta de otros criterios de objetividad se lanzara a un complejo clculo de probabilidades (Doise, 1982, pg. 89). Ms en concreto, el modelo del hombre estadstico muestra que cuando no hay contradiccin entre los datos de la evidencia y la res- puesta de la mayora, sino una simple divergencia entre la opinin del sujeto y la de los otros, se constata generalmente que el cambio del sujeto experimental es tanto mayor cuanto ms elevado sea el grado de convergen- cia. Sin embargo, cuando la diferencia es demasiado grande el cambio ya no es an mayor, sin duda porque el sujeto experimental no confa en esas respuestas del otro, ya que se salen de sus mrgenes de verosimilitud (Ove- jero, 1985b). De hecho, Fisher y Lubin (1958) encontraron que cuanto mayor es la distancia mayor ser la influencia, pero slo hasta cierto punto ms all del cual parece que la curva empieza a decrecer. Adems, a esto Montmollin aadi la necesidad de tener en cuenta la distribucin de las respuestas del otro y su dispersin, cuando son varias, ya que, como ya haba mostrado Flament (1959a, 1959b), en el campo de la influencia social, los sujetos actan como estadsticos con el objetivo de aumentar sus probabilidades de tener razn. Como dice Montmollin (1967, pg. 491), parece que el sujeto encuentra en las respuestas del otro una confirmacin o un invalidacin de su respuesta inicial, lo cual pone el acento sobre los procesos cognitivos en las situaciones de influencia social. En suma, pues, en muchas ocasiones, cuando la situacin as lo exige, el sujeto se comporta como un estadstico intuitivo: el individuo no puede juzgar la validez relativa de las respuestas de los otros ms que de una forma probabilstica. Por ello la manera como el sujeto trata las probabili- dades puede, pues, completar tilmente una interpretacin cognitivista de la influencia social. Por otra parte, los estudios experimentales muestran que los sujetos son influidos por las respuestas de los otros porque ellos se encuentran en un estado de incertidumbre. En tal situacin se pone aten- cin en la respuesta del otro y se la acepta como una informacin nueva susceptible de ayuda a reducir el error en que se cree estar (en estos casos la respuesta de los otros ejerce una influencia frecuente, marcada y relati- vamente estable). Pero puede darse otra situacin en la que el sujeto s est seguro de la respuesta verdadera, pero le surge la incertidumbre cuando Procesos de influencia social: la normalizacin 159 observa que las respuestas de los otros no coinciden con aquella que l crea la acertada, y adems no tiene ninguna razn para dudar de las res- puesta de los otros. El sujeto entonces hace la hiptesis de que es posible un error y pone ms atencin en los datos del problema, en los elementos de la situacin y en las razones de desacuerdo (en este caso, los cambios inducidos por la respuesta del otro no son ni tan frecuentes, ni tan acen- tuados, ni tan estables). De esta forma, es la incertidumbre, ya provenga de las respuestas de los otros o ya preexista, la que lleva al sujeto a tomar con- ciencia de la probabilidad del error. Pero como en general no puede veri- ficar las respuestas de los otros, y adems la situacin le exige una res- puesta final a corto plazo, entonces esta respuesta final ser un compromiso con las respuestas de los otros. El sujeto adoptara, pues, la estrategia de acumular y combinar un nmero relativamente elevado de informaciones que son ndices de validez limitada, y as la probabilidad de la respuesta exacta ser pequea, pero tambin ser pequea la probabili- dad de cometer grandes errores. Es una especie de encuesta que hace el sujeto no para saber cul es la respuesta exacta, sino para saber cul es la respuesta que tiene ms probabilidades de ser exacta. O sea, que lo que interesara al sujeto sera minimizar al mximo los errores. Ello se observa mejor en aquellas tareas que requieren un juicio cuantitativo, donde el sujeto tiende a reducir la distancia entre su respuesta y la respuesta de los otros sin llegar a adoptarlas totalmente. En resumidas cuentas, cuando la tarea exige respuestas categricas, el individuo trata de resolver su incerti- dumbre adoptando las respuestas ms frecuentes (o sea, las mayoritarias), pero cuando la tarea exige una respuesta continua los sujetos no adoptan la respuesta mayoritaria sino que hacen un ajuste entre su respuesta y la res- puesta mayoritaria. b) Relaciones interindividuales: sin embargo, el fenmeno de conver- gencia no se reduce a la aplicacin de operaciones lgico-matemticas o a caractersticas de la personalidad. Las informaciones proporcionadas por las respuestas del otro estn tambin cargadas de valores. Ante todo, los efectos de la convergencia no son independientes de las relaciones inter- individuales establecidas antes o que se establecen en el momento de la ela- boracin de las normas. Ya Allport daba una explicacin de este tipo. c) Divergencias sociales y divergencias perceptivas: no slo cuentan las relaciones entre individuos, sino tambin las divisiones sociales y hasta las diferencias ideolgicas, como se demostr en el citado estudio de Sampson as como en el de Lemaine, Lasch y Ricateau (1971-1972). Este ltimo tra- bajo, como vimos, mostr que la convergencia con un cmplice que da res- puestas alejadas de las del sujeto es ms importante cuando el cmplice comparte las mismas opiniones ideolgicas que el sujeto. Curiosamente, cuando el cmplice emite las mismas evaluaciones del efecto autocintico que el sujeto, pero posee opiniones ideolgicas diferentes, el sujeto aleja sus propias evaluaciones de las del cmplice, a fin de preservar su identi- dad. O sea, que nos dejamos influir por aquellos que son parecidos a noso- tros, pero la influencia ser nula e incluso negativa en el caso de aquellos 160 Anastasio Ovejero Bernal que son diferentes de nosotros. Como vemos, los procesos de influencia normativa son ms complejos de lo que a veces se ha credo, y el laborato- rio no siempre ha sabido, o no ha podido, captar esa complejidad. Los fac- tores cognitivos son fundamentales, pero tambin los son otros factores de tipo ms puramente social. d) Convergencia epistemo-ideolgica: la convergencia podra no ser otra cosa que un intento por parte de los sujetos experimentales de verifi- car la hiptesis del experimentador. En este sentido, algunos autores inter- pretan la convergencia en trminos de demandas del experimentador. La convergencia sera, pues, un mero producto del laboratorio. En todo caso, y se d la interpretacin que se d, en indudable la intervencin de proce- sos cognitivos. As, Asch (1964, pgs. 488-489) explica perfectamente los procesos cognitivos implicados en el fenmeno de convergencia: Parece que los supuestos cognoscitivos particulares acerca de las condiciones fue- ron responsables del intento por alcanzar el consenso, y que las alteracio- nes del significado de la situacin modificaron, al menos en algunos casos, la base para buscar acuerdo. Pero los factores cognitivos, por una parte, no son suficientes para explicar estos fenmenos, y, por otra, no pueden ser aislados de los procesos sociales, culturales e histricos que los origina- ron y que siempre les acompaan. En definitiva, a pesar de nuestro nfasis en los procesos cognitivos, no podemos dejar de estar de acuerdo con Doise (1982, pg. 96), cuando habla de la necesidad de dar una explicacin del fenmeno de la normalizacin que haga intervenir las concepciones generales propias de una cultura dada, ya que nos parece necesaria para comprender los procesos que conducen a la convergencia. Coxciusix Con toda justicia, aunque tambin de una forma un tanto exagerada, el estudio de los procesos de influencia social ha sido considerado como lo ms central en nuestra disciplina, porque realmente lo son tambin en la vida social. Al fin y al cabo, la socializacin y la educacin no son sino productos de influencias sociales de muy diferentes clases. Lo que ocurre es que los fenmenos de influencia social son enormemente complejos, mucho ms de lo que se ha tendido a creer tradicionalmente por parte de los psiclogos socia- les, de tal forma que para explicarlos necesitamos acudir no slo a factores de tipo individual (cognitivos, emocionales, de personalidad, etc.), sino tambin a factores de muy distinta clase (sociales, culturales, ideolgicos, histricos, etc.) como se viene sugiriendo desde hace unos aos, particularmente en la psico- loga social europea. Sin embargo, no se hace, sobre todo por estas razones: en primer lugar, por la inercia de los hbitos y las rutinas, en segundo lugar por la formacin individualista e ideolgicofbica de la mayora de los psic- logos sociales y, finalmente, por la incapacidad intrnseca del laboratorio, y de la epistemologa positivista que le subyace, para captar todo aquello que no sea objetivamente medible y observable desde fuera. Procesos de influencia social: la normalizacin 161 This page intentionally left blank Cairuio X Conformismo y obediencia a la autoridad Ixrioouccix Vivir en sociedad, vivir en grupo con otras personas significa dejarnos influir por los dems, conformarnos, ya desde muy nios. A fin de cuentas, en eso consisten el proceso de socializacin. Adems, en la vida, todos tenemos dos fuentes de informacin, en principio, igualmente vlidas: la que nos proporciona nuestros propios sentidos y la realidad fsica, por una parte, y las opiniones de los dems, por otra. Cuando nuestras opiniones o percepciones y las de los dems no coinciden, podemos plegarnos a las de los otros y dejarnos influir, es decir, conformarnos. Eso es la influencia informativa, segn la tipologa de Deutsch y Gerard que ya vimos. Sin embargo, otras veces nos conformamos a los dems por razones normati- vas, es decir, para no ser rechazados por ellos. Esto es la influencia norma- tiva. Por ejemplo, un estudiante en la Universidad puede conformarse a lo que diga un grupo de compaeros radicales porque cree, no necesaria- mente de forma acertada, que tienen razn (influencia informativa), o puede conformarse para no ser blanco de sus iras y reproches (influencia normativa). Por otra parte, entre los procesos de influencia social, el ms estudiado tradicionalmente ha sido sin duda alguna el conformismo, bien a la mayo- ra (Asch, 1951, 1956), que llamaremos conformidad, bien a la autoridad (Milgram, 1974), que llamaremos obediencia. Existe conformidad cuando el individuo modifica su comportamiento o actitud a fin de armonizarlos con el comportamiento o actitud de un grupo... Existe obediencia cuando un individuo modifica su comportamiento a fin de someterse a las rdenes directas de una autoridad legtima (Levine y Pavelchak, 1985, pg. 43). Coxioixioao: ios isruoios oi Soioxox Ascu La conformidad ha sido definida como un cambio en el comporta- miento o las opiniones de una persona, que resulta de una presin real o imaginaria proveniente de una persona o un grupo de personas (Aron- son, 1972). No obstante, no es un fenmeno monoltico, sino que vara segn la conviccin que la sostiene y puede revestir diversas formas. La distincin introducida por Kelman (1961) resulta particularmente ade- cuada, pues permite diferenciar tres tipos de conformidad: a) La conformidad simulada o mera sumisin externa consiste en acep- tar de forma pblica un comportamiento o un sistema de valores sin adhe- rirse a ellos de forma privada. En apariencia, los individuos o los grupos se someten a fin de evitar ciertos agravios: devaluacin, represin, etc. Pero conservan sus creencias y estn dispuestos a cambiar su comportamiento desde el momento en que las circunstancias ya no se los impongan. b) La identificacin: consiste en la influencia que sobre nosotros ejerce alguien con quien nos identificamos o a quien deseamos parecernos. Es ya ms duradero que el anterior y ms profundo. c) La interiorizacin: es la forma de conformidad ms tenaz y sutil, as como la ms permanente de las tres: el sujeto hace suyos el sistema de valo- res y los actos hasta el punto de que ni siquiera percibe que ha sido objeto de una influencia. Esta interiorizacin hace que el sistema de valores o el comportamiento adoptados sean muy resistentes al cambio. Dentro de la conformidad, destacan los estudios de Asch. Solomon Asch, de origen judo, que haba vivido la ascensin del nazismo en Ale- mania y que haba tenido que emigrar a los Estados Unidos, saba perfec- tamente que la influencia social puede revestir proporciones pavorosas. Adems, recordaba Asch una experiencia infantil que luego quiso reprodu- cir en el laboratorio. Siendo nio, mientras asista al seder tradicional judo en Passover, recuerda: Le pregunt a mi to, quien estaba sentado junto a m, por qu la puerta estaba abierta. el contest: El profeta Elas visita esta tarde los hogares judos y toma un trago de vino de la copa reservada para l. Me sorprendieron estas noticias y repet: Vendr en realidad? En realidad tomar un trago? M to respondi: Si observas con mucha atencin, cuando la puerta est abierta observa la copa vers que el vino dis- minuye un poco. Y eso fue lo que sucedi. Mis ojos estaban fijos en la copa de vino. Estaba decidido a ver si haba algn cambio. Y me pareci era atormentador y, por supuesto, era difcil estar absolutamente seguro que en realidad algo haba sucedido en el borde de la copa y el vino disminuy un poco (citado por Aron y Aron, 1989, pg. 27). Pero Asch quiso mantener su fe en la racionalidad humana y pretendi demostrar que la gente puede conservar su facultad de resistir, si son cons- 164 Anastasio Ovejero Bernal cientes de que los dems estn en el error. Sin embargo, los resultados de sus propios experimentos desmintieron sus hiptesis. Al intentar poner de manifiesto la fuerza del libre albedro, lleg, por el contrario, a demostrar el conformismo ciego de los individuos, al menos en ciertas circunstancias. Estos ltimos se conforman, no porque estn convencidos de la verdad de las posiciones de los dems, sino porque no desean desmarcarse, no quie- ren parecer diferentes de sus semejantes. En su primer estudio sobre este tema, Asch (1951) invit a siete estu- diantes a participar en un experimento en el que tenan que decidir 18 veces cul de tres lneas era semejante en longitud a una lnea estndar, de las que una s era igual y las otras dos diferentes (una ms corta y otra ms larga). Pues bien, a pesar de que la tarea, como vemos, era muy fcil, como se comprueba por el hecho de que de un grupo control de 37 sujetos que daban su opinin estando solos, 35 no cometieron ni un solo error, uno cometi slo uno y el otro dos (es decir, slo se produjo un 0,7 por 100 de errores). Sin embargo, en la condicin experimental los sujetos, sentados en semicrculo, deban dar sus juicios en voz alta y en el orden en que esta- ban sentados (pero tengamos en cuenta que de los siete, seis eran cmpli- ces del experimentador, y respondieron errneamente siguiendo sus rde- nes, y slo uno era un autntico sujeto, que, adems, estaba sentado en el puesto 6.). Se hicieron seis comparaciones neutrales (las dos primeras y otras cuatro distribuidas a lo largo de la sesin), en las que los cmplices respondieron correctamente. En cambio, en las restantes 12 comparaciones respondieron unnimemente de forma incorrecta, tal como quera el expe- rimentador. Como puede suponerse, las comparaciones neutrales, sobre todo las dos primeras, servan para no levantar sospechas en el sujeto y evi- tar que atribuyeran los errores a problemas oculares en los cmplices. Pues bien, en esta situacin, los sujetos cometieron unas tasas de error muy superior al 0,7 por 100 del grupo de control, en concreto un 37 por 100 como media, lo que muestra el enorme impacto que en un sujeto aislado tiene una mayora unnime, incluso cuando est equivocada y la tarea es muy fcil. Concretando ms, de los 13 sujetos de Asch, slo alrededor de un 25 por 100 no cometi ningn error, frente al 95 por 100 del grupo de control, un 28 por 100 cometi ocho o ms errores, de un total de doce posibles, y los dems (aproximadamente el 47 por 100) entre uno y siete errores. Hubo el 37 por 100 de errores, pero el 75 por 100 de los sujetos se equivocaron alguna vez y casi un tercio se equivocaron casi siempre. Alguien puede pensar que estos datos no tienen mucha importancia ya que se llevaron a cabo con pocos sujetos y, adems, pueden ser producto del contexto cultural e histrico del momento en que se realiz el experi- mento: los Estados Unidos de la posguerra. Sin embargo, en numerosas ocasiones y en poblaciones diferentes se han hallado datos muy similares. As, en Blgica (Doms y Van Avermaet, 1982), en Holanda (Vlaander y Van Rooijen, 1985), etc. Tambin Crutchfield (1955), con un paradigma experimental diferente al de Asch, encontr altas tasas de sometimiento al grupo. Conformismo y obediencia a la autoridad 165 El propio Asch observ que, haciendo que un cmplice fuese un aliado del sujeto, el nivel de conformismo descenda enormemente a slo un 5,5 por 100. Adems, no es imprescindible que el sujeto reciba apoyo de otro cmplice durante toda la prueba. Es suficiente con que lo reciba durante la primera mitad y, aunque durante la segunda se conforme a la mayora, la tasa de conformismo baj al 8,7 por 100. Es suficiente con que un cmplice diga que no tiene las cosas claras y que, por ello, no est en condiciones de dar una respuesta para que descienda la tasa de confor- mismo (Shaw y cols., 1957). Es ms, Morris y Miller (1975) encontraron que si el cmplice que se desva de la mayora ocupa la primera posicin, entonces se reduce ms el conformismo que si ocupa el cuarto lugar. La explicacin de este fenmeno puede estribar en que el sujeto recibe ms informacin de cmo reacciona el grupo ante el desviado cuando ste ocupa la primera posicin que cuando la desviacin surge un poco ms tarde. Cuando el desviado responde en primera posicin, el sujeto puede ir viendo, uno por uno, si alguien en el grupo le rechaza o le ridiculiza. Pos- teriormente quiso saber si ello se deba a la ruptura de la unanimidad o ms bien al apoyo social que se le daba al sujeto, llegando a la conclusin de que la responsable era la ruptura de la unanimidad, aunque posteriormente Allen y Levine (1969) mostraron que las cosas son ms complejas y que la conclusin de Asch slo puede aplicarse a situaciones con estmulos caren- tes de ambigedad. En cambio, cuando son ambiguos, por ejemplo opinio- nes, es ms importante el apoyo social. La conclusin que podemos extraer de todos estos estudios es obvia: si a usted le preocupa ser influido por un grupo (al menos pblicamente, que es frecuentemente lo que cuenta) asegrese de tener un compaero consigo, y preferiblemente uno con el que se pueda contar para defender su postura! (Van Avermaet, 1990, pg. 346). En todo caso, por qu el hecho de que slo se desve uno reduce el conformismo de una forma tan importante? Allen y Wilder (1980) creen que se debe a que una mayora unnime obliga al sujeto a reinterpretar la situacin, de forma que la presencia de un solo desviado le indica al sujeto que tambin son posibles otros puntos de vista, por lo que ya no es necesario que reinterprete la situacin. Otra variable que estudi Asch fue el tamao de la mayora, para lo que utiliz grupos en los que el tamao de la mayora vari de uno a dieci- sis, encontrando que una sola persona no produca efecto alguno, pero dos ya provocaban un 13 por 100 de errores, y tres ya conseguan el 33 por 100 de errores. Aadir nuevos miembros a la mayora, deca Asch, ya no aumentaba el conformismo. Sin embargo, pronto se encontr, como ocurre siempre en psicologa cada vez que se profundiza en un tema, que las cosas eran ms complejas. As, tanto Gerard y colaboradores (1968) como Latan y Wolf (1981) encontraron que ello no era totalmente cierto: por el contra- rio, a medida que se aaden miembros a la mayora, ms conformidad se produca, aunque los incrementos eran cada vez menores para cada miem- bro que se aada. Es ms, aadir ms miembros a la mayora slo produce ms influencia si son percibidos como jueces independientes y no como 166 Anastasio Ovejero Bernal borregos que imitan a los dems ni como miembros de un grupo que toma una decisin en comn. As, Wilder (1977) encontr que dos grupos inde- pendientes de dos personas tienen ms influencia que cuatro personas que presenten sus juicios como un grupo, y que tres grupos de dos personas influyen ms que dos grupos de tres, que a su vez produjeron ms confor- mismo que un grupo de seis. Est claro, pues, que las fuentes percibidas como siendo independientes son ms fiables, y por ello son ms influyen- tes, que una sola fuente conjunta. Todo ello lo explica as Wilder: los miembros de la mayora que responden en los ltimos lugares son conside- rados simples seguidores o borregos, de forma que no slo no aportan nada a la situacin, sino que adems pueden llevar consigo una disminu- cin de la influencia cuando se percibe a la mayora como un grupo que contesta en funcin de relaciones conformistas entre sus miembros. Segn Wilder, la influencia del tamao de la mayora dependera pues de la forma en que los sujetos perciben e incluso categorizan a los miem- bros de la mayora. Cuando se establece un vnculo entre estos miembros de la mayora, especialmente en trminos de conformismo recproco, se percibira a la mayora como una nica fuente de influencia, y no ofrece- ra ms influencia que un slo individuo. Cuando, por el contrario, se percibe a los miembros de la mayora como entes independientes, sus competencias respectivas reforzaran la credibilidad de su respuesta un- nime (Doise y cols., 1980, pg. 177). Asch (1972) da una interpretacin cognitiva de sus resultados: una vez que el sujeto desprevenido se encontraba ante el dilema de fiarse de sus propios juicios y percepciones o bien de los del grupo, inmediatamente se ponan en funcionamiento una serie de procesos cognitivos, tanto en los sujetos independientes como en los sumisos, con el propsito de alcanzar una salida o una solucin a tal dilema. As, los sujetos independientes mos- traron seguridad en su oposicin a la mayora y en la defensa de su posi- cin, mientras que entre los sujetos que se sometieron podan distinguirse al menos tres grupos, cada uno de los cuales utilizaba diferentes procesos perceptivos y/o cognitivos: a) Sometimiento debido a una distorsin en la percepcin: en ocasiones, le presin del grupo llegaba a influir tanto en los sujetos que les llevaba a percibir errneamente. La contradiccin de la mayora produca a veces lo que podemos llamar confusin cognoscitiva. Cuando las discrepancias eran moderadas, algunos sujetos se tornaban cada vez ms inseguros y hacan concordar sus estimaciones con la mayora, sobre una base aparentemente perceptual (Asch, 1972, pg. 468); b) Sometimiento debido a la distorsin del juicio: un segundo grupo de suje- tos perciban acertadamente pero crean que eran los dems los que tenan razn y ellos los equivocados, por lo que se sometan a la mayora; c) Some- timiento debido a una distorsin de la accin: estos sujetos, a diferencia de los dos grupos anteriores, perdan de vista la tarea y se desinteresaban rela- tivamente de la cuestin de su exactitud. Experimentaban, en cambio, una necesidad imperiosa: no parecer diferentes. tienen miedo de ser excluidos Conformismo y obediencia a la autoridad 167 del grupo. Segn nuestra impresin, estos sujetos fueron los menos afec- tados por la confusin perceptual, y notaban las relaciones con completa precisin, sin tratar siquiera de acomodarlas a las de la mayora. Suprimen sencillamente su juicio; en esto actan con plena conciencia de lo que hacen (Asch, 1972, pg. 470). Asch entrevist a sus sujetos despus de los experimentos, resaltando en la mayora de estas entrevistas el aspecto traumtico de la experiencia, a pesar de que no se ejerci ninguna presin explcita sobre ellos. De ah que Roger Brown calificase a este experimento de pesadilla epistemolgica: todos los sujetos, ya sea que hayan resistido o adoptado el punto de vista de los cmplices, contra la evidencia perceptiva, expresan su turbacin, su desamparo psicolgico. Es ms, algunos sujetos afirmaban haber modifi- cado realmente sus percepciones para ajustarse a la opinin del grupo. Ahora bien, los propios sujetos decan que si se haban sometido no haba sido por un deseo de exactitud sino sobre todo por motivos sociales de dos clases: a) Se atenan a una tenaz creencia o representacin de los grupos segn la cual no puede haber error colectivo (mejor ven siete pares de ojos que uno solo); y b) Deseaban firmemente no ser diferentes. Por consi- guiente, se desinteresaban de la tarea y ya no pareca preocuparles el pro- blema de la exactitud de su juicio. Su obstinado objetivo consista en no distinguirse, en no desviarse. Estos sujetos eran plenamente conscientes de lo que hacan. Por ello no se sentan especialmente turbados, a partir del momento en que decidan resolver de este modo su conflicto interno. Sin embargo, la mayor parte de estos sujetos se conformaron pblicamente, pero no en privado. Y es que la sumisin pblica es el tipo de influencia que consiguen las mayoras, no la aceptacin privada. Onioiixcia a ia auroiioao Los resultados de Sherif, Asch y Crutchfield son sorprendentes por- que en ninguno de ellos hubo presiones obvias y abiertas para confor- marse. Uno se pregunta: si las personas son tan complacientes para res- ponder ante una presin tan mnima, cunto ms complacientes seran si fueran coaccionadas de manera directa? Podra alguien forzar al estadou- nidense promedio a ejecutar actos crueles como los de los nazis en Ale- mania? Yo habra supuesto que no: los valores democrticos e individua- listas de los norteamericanos los haran resistir esa presin. Adems, los pronunciamientos verbales fciles de estos experimentos estn muy lejos de daar realmente a alguien; usted y yo nunca cederamos a la coaccin para herir a otro. O s? Stanley Milgram lo dud (Myers, 1995, pg. 228). Y llev a cabo una serie de experimentos para salir de su duda. Milgram quiso estudiar el conformismo pero modificando dos aspectos importantes del diseo de Asch: coger una tarea que fuese relevante para el sujeto (hacer dao a otra persona) y sustituir el grupo por una persona investida de autoridad. En consecuencia, Milgram quera saber hasta qu 168 Anastasio Ovejero Bernal punto la gente es capaz de hacer dao a una tercera persona por el mero hecho de que una autoridad se lo ordena. El diseo experimental era rela- tivamente sencillo. Los sujetos, que eran todos varones y haban sido reclu- tados a travs de un anuncio en la prensa y reciban una pequea cantidad de dinero por participar, cosa, por otra parte, habitual en los experimentos en los Estados Unidos de aquella poca, acudan al laboratorio de dos en dos y echaban a suertes para ver a quien le tocaba hacer de maestro y a quien de aprendiz. Pero tal sorteo estaba trucado de tal forma que al autntico sujeto (el otro era cmplice del experimentador) siempre le tocaba hacer de maestro. El aprendiz deba estudiar y aprender una lista de pares de palabras. Despus era examinado por el maestro. Si se equivo- caba, el maestro le aplicaba una descarga elctrica de 15 voltios y a cada nuevo error la descarga aumentaba en otros 15 voltios (2. error, 30 voltios; 3. error, 45 voltios y as sucesivamente) hasta 450, pues el experimento estaba diseado para que el aprendiz, que como hemos dicho era un cm- plice del experimentador, cometiese siempre treinta errores, con lo que los sujetos o desobedecan las rdenes del experimentador en algn momento y se negaban en consecuencia a dar descargas, u obedecan y daban a sus victimas descargas de hasta 450 voltios. Antes de llevar a cabo su experimento, Milgram haba preguntado a un grupo de psiquiatras sobre cuntos sujetos crean ellos que obedeceran. Su respuesta fue rotunda: nadie llegara al final. Como mucho, aadan, un 1 por 100 por si por azar entraba en la muestra algn psicpata o sdico. Pues bien, los resultados fueron bien diferentes: llegaron al final, o sea, die- ron a sus alumnos descargas de hasta 450 voltios, el 63 por 100 de los sujetos. Estos datos fueron tan dramticamente sorprendentes que no es de extraar que hayan sido estos experimentos los ms impactantes de toda la historia de la psicologa social e incluso posiblemente de toda la psicologa. Ni que decir tiene que tales descargas no se daban, pero, y esto es lo importante, los sujetos estaban convencidos de que s se daban. No slo en los Estados Unidos se han llevado a cabo experimentos de este tipo. Las investigaciones indican que los personajes dotados de autori- dad que ordenan a otros individuos que hagan un mal son igualmente influyentes en otras sociedades, incluyendo Australia, Alemania y Jordania. As, en Espaa, Miranda y colaboradores (1981), con un paradigma similar al de Milgram, encontraron ndices de obediencia superiores al 90 por 100. Adems, la obediencia no se reduce a aplicar descargas elctricas en una tarea de aprendizaje. Por ejemplo, Hofling y colaboradores (1966) descu- brieron que algunas enfermeras se prestaban a administrar medicamentos virtualmente peligrosos a los enfermos de un hospital cuando se los orde- naba un mdico desconocido. De hecho, entre las condiciones experimen- tales que utiliz el propio Milgram sobresalen, por su especial dramatismo, estas dos, en las que descendieron las tasas de obediencia, pero siguieron siendo preocupantemente altas: la del contrato y la del enfermo del corazn. En la primera, uno de los sujetos, evidentemente el cmplice, peda explcitamente que si le tocaba a l hacer de aprendiz, exiga que se Conformismo y obediencia a la autoridad 169 firmara un contrato en que los tres (el experimentador y los dos sujetos) se comprometan a suspender el experimento en el momento en que l lo pidiera. Los tres lo firmaban. Le tocaba hacer de aprendiz y cuando, tras bastantes errores, deca que no aguantaba ya el dolor y exiga abandonar el experimento, el experimentador le deca al que haca de maestro: Siga usted, por favor; el progreso de la ciencia exige que usted siga adelante; siga, por favor. Pues bien, a pesar del compromiso previo, compromiso firmado incluso en un contrato, muchos sujetos siguieron hasta el final. En la segunda condicin que estamos destacando, el sujeto-cmplice comen- zaba afirmando que l estaba enfermo del corazn y que probablemente, si le tocaba hacer de aprendiz y se equivocaba algunas veces, las descargas elctricas podran serle altamente peligrosas. Por supuesto, le tocaba hacer de aprendiz y se equivocaba repetidamente. Pues bien, cuando peda la sus- pensin del experimento, alegando que ya estaba notando serias molestias cardacas, muchos sujetos siguieron administrndole descargas hasta el final, algunos incluso tras creer, puesto que el aprendiz ya no responda a las pre- guntas que se le hacan, que posiblemente estaba ya muerto. En esta condi- cin obedecan hasta el final el 10 por 100. La obediencia segua siendo alta incluso cuando el experimentador sala de la sala despus de haber dele- gado su autoridad en otro sujeto, de igual estatus por tanto que quien haca de profesor. A este segundo sujeto se le ocurra la idea de incrementar el nivel de las descargas con cada error, insistiendo al que haca de profesor en que obedeciera sus reglas. Los resultados fueron claros: aun as el 20 por 100 sigui obedeciendo hasta el final, hasta los 450 voltios. Interesante resulta tambin aquella condicin experimental en la que quien insista en que siguieran con las descargas elctricas por el bien del experimento era el propio sujeto que las estaba recibiendo, mientras que quien se opona era el experimentador. En este caso ningn participante obedeci. Milgram aadi un condicin de control en la que los sujetos podan elegir la mxima des- carga, observndose que slo dos sujetos de los 40 de esta condicin supe- raron los 140 voltios mientras que 28 no sobrepasaron los 75. Es importante contestar a la siguiente pregunta: Por qu obedece la gente? Por qu obedecan los sujetos de Milgram hasta el grado en que lo hacan? En primer lugar, veamos a qu razones no se debe la obediencia de los sujetos de Milgram. No se debe al dinero que reciban, puesto que lo reciban en todo caso: lo reciban por participar, no por obedecer. Y menos an se deba a su sadismo, explicacin esta a la que suele acudirse. No se debe al sadismo al menos por dos motivos: ante todo por razones pura- mente estadsticas, puesto que sera extrao que por azar la muestra de Milgram, as como las de otros estudios que llegaron a resultados similares, hubiera estado compuesta principalmente por personas sdicas. Pero existe otra razn psicolgicamente ms sustantiva, que consiste en que si hubie- ran sido sdicos, hubieran disfrutado al administrar sus descargas elctri- cas. Por el contrario, no slo no disfrutaban, sino que sufran enorme- mente. Tambin suelen preguntarme cuando hablo de este tema si los sujetos de Milgram entendan de electricidad. No era necesario entender de 170 Anastasio Ovejero Bernal electricidad para saber el dao que estaban causando a sus compaeros. Por una parte, los interruptores tenan estas etiquetas: Descarga ligera, Descarga moderada, Descarga intensa, Descarga muy intensa, Des- carga intenssima, y a los interruptores de 435 y 450 voltios ya ni los eti- quetaban, slo aparecan tres cruces. Y por otra parte, lo que es ms importante an, los sujetos reciban feedback del aprendiz: ya se quejaba tras los 75, 90 y 105 voltios. A los 120 el aprendiz protestaba diciendo que los choques eran dolorosos. Y a los 150 ya gritaba: Experimentador, squeme de aqu! Ya no quiero estar ms en este experimento! Me niego a continuar! A los 270 voltios, sus protestas se convertan ya en gritos de agona, a la vez que continuaba gimiendo y pidiendo que le dejasen reti- rarse. A los 300 y 315 voltios los gritos son ms dramticos y amenaza con negarse a contestar, y, efectivamente, tras los 330 ya se queda callado y no vuelve a contestar. Ante las dudas de los sujetos, el experimentador le ordena que siga, que la no respuesta la considere como un error, que deje pasar un tiempo razonable (unos cuatro o cinco segundos) y que siga el procedimiento habitual, administrndole la nueva descarga. A qu se deben pues tan dramticos resultados? El propio Milgram lo explica acudiendo a la distincin entre estado de autonoma y estado de agencia. Cuando una persona se halla en estado de autonoma se considera como individuo, se siente personalmente responsable de sus actos, utiliza su propia conciencia como gua de comportamiento correcto, pero cuando se encuentra en estado de agente considera que forma parte de una estruc- tura jerrquica, siente que las personas situadas por encima de ella en la jerarqua (las autoridades) son responsables de sus actos y utiliza las rde- nes de tales autoridades como gua de accin correcta. Ms en concreto, considera Milgram que cuando una persona se convierte en sujeto de una experiencia de obediencia, varios factores pueden hacerle pasar del estado autnomo al estadio de agente. Estas condiciones previas incluyen las recompensas anteriores por su sumisin a la autoridad en el marco de la familia, la escuela y el trabajo, as como la percepcin de que la ciencia es una empresa social legtima y que el experimentador constituye una autori- dad legtima en la situacin experimental. Una vez que un sujeto llega al estado de agente adquiere sensibilidad respecto a los deseos de la autori- dad, acepta la definicin de la situacin dada por la autoridad y siente una responsabilidad menor hacia sus propios actos. Por ltimo, Milgram iden- tifica varios factores que impiden que un sujeto abandone el estado de agente. Estos factores apremiantes son la naturaleza secuencial de la tarea dada, el temor a ofender a la autoridad y la inquietud ante la desobedien- cia a las rdenes de una autoridad legtima. Estando totalmente de acuerdo con esta explicacin de Milgram, creo que debera completarse con otras variables como las siguientes: 1) La artificialidad de la situacin experimental: El laboratorio como estableci- miento conductual provoca conductas aberrantes. El laboratorio tiene una significacin social importante, ligada a la representacin social de la cien- cia, as pues, no es en absoluto irrelevante subrayar esta obediencia insti- Conformismo y obediencia a la autoridad 171 tucional en el establecimiento cientfico por excelencia (Fernndez-Dols y cols., 1980, pg. 61). 2) En nuestra sociedad, uno de los elementos cla- ves de la socializacin consiste en ensear a los nios/as a obedecer a los mayores y a las personas con autoridad. 3) Igualmente se les ensea a los nios/as que si es por las grandes causas, como la ciencia, todo est permitido. De hecho, personas no agresivas llegan a matar, sin escrpulo alguno, por su patria, por su religin, por su partido, por la revolucin, etctera. El propio Milgram cay en lo que quera estudiar: fue capaz de hacer sufrir psicolgicamente a 500 sujetos por el progreso de la ciencia, de la psicologa social en este caso. 4) Tampoco debemos olvidar el dinero que reciban los sujetos por participar. No es una cuestin econmica, sino psicolgica: los sujetos se situaban en una situacin de obligacin hacia quienes se lo haban dado, con lo que se sentiran inclinados a devolver el favor obedeciendo, es decir, haciendo lo que le mandara el experimentador. 5) Tambin hay que tener presente la tcnica de las apro- ximaciones sucesiva: nadie daba 450 voltios de repente, sino slo quince ms a la vez anterior. As, obedecer en la primera descarga era fcil (slo eran 15 voltios...), pero luego slo eran quince ms cada vez. No olvide- mos que una vez que los sujetos llegaron, pongamos por caso, a 300 vol- tios, lo extrao, psicolgicamente, es negarse a seguir. Porque con ello estaran reconociendo haber estado equivocados hasta ese momento y haber estado haciendo dao a una persona inocente. Por el contrario, seguir era demostrar que tenan razn al hacer lo que hacan. Y para ello racionalizaban la situacin, llegando incluso a culpar a sus vctimas de lo que les ocurra. De hecho, muchos sujetos desvalorizaron duramente a la vctima como una consecuencia de su actuacin contra ella. Comentarios tales como Era tan tonto y necio que mereca recibir las descargas, fue- ron comunes. Una vez que haban actuado contra la vctima, estos sujetos encontraban necesario verla como un individuo indigno, cuyo castigo se haca inevitable por sus propias deficiencias de intelecto y carcter (Mil- gram, 1974, pg. 10). Tcnicas similares han sido con cierta frecuencia uti- lizadas para culpar a las vctimas de lo que les ocurre y para entrenar a los torturadores. Eso fue lo que hizo a primeros de los 70, la junta militar griega (Haritos-Fatouros, 1988; Staub, 1989). Como nos recuerda Myers, tanto en Grecia, como en el entrenamiento de los oficiales de las SS en la Alemania nazi, los militares seleccionaban a los futuros torturadores utili- zando su respeto y sumisin a la autoridad. Pero eso no era suficiente. Por tanto, primero asignaban al aprendiz la tarea de meramente custodiar a los prisioneros, luego a participar en escuadrones de arresto, despus a gol- pear a los prisioneros, ms tarde a contemplar las torturas y, finalmente, y slo entonces, a practicarla. Utilizaban, pues, la tcnica de aproximaciones sucesivas. Pues bien, a partir de un estudio del genocidio humano en todo el mundo, Staub (1989) mostr adnde puede conducir este proceso. Con demasiada frecuencia, la crtica produce desprecio, lo que permite la crueldad, que, a su vez, cuando es justificado, conduce a la brutalidad, ms tarde al asesinato y, finalmente, al asesinato sistemtico. Las actitudes 172 Anastasio Ovejero Bernal que se desarrollan, como bien dice Myers, se mantienen y al mismo tiempo justifican las acciones. La conclusin de Staub (1989, pg. 13) es, como los propios datos de Milgram, altamente preocupante: Los seres humanos tienen la capacidad de llegar a sentir que matar a otras personas no es nada extraordinario. En suma, una persona en estado de agente, y como consecuencia de la socializacin previa hacia la obediencia, est preparada para obedecer a cualquier precio, si adems tal obediencia se hace paulatinamente y si una vez que uno se ha comportado contraactitudinalmente ya es difcil dar mar- cha atrs, entonces no nos extraar tanto el que un porcentaje tan alto de personas normales (no sdicas) llegara tan lejos en su obediencia. Y posi- blemente sea cierto tambin que la artificialidad del laboratorio remarque an ms ese proceso. Adems de mostrarnos el grado en que la gente es capaz de obedecer a la autoridad, tambin examin Milgram las condiciones que producen la obediencia, que fueron principalmente estas cuatro: 1) La distancia emocional de la vctima: obviamente, cuanto mayor era tal distancia, mayor era la tasa de obediencia, de forma que cuando los sujetos no vean a la vctima daban ms descargas que cuando la tenan sentada al lado, en la misma mesa; 2) La cercana y legitimidad de la autoridad: si la autoridad se ausentaba, bajaba la tasa de obediencia. Pero muchos sujetos siguieron obedeciendo incluso en ausencia del experimentador. Por ejemplo, el 21 por 100 obedeci hasta el final cuando el experimen- tador daba las rdenes por telfono; 3) El grado de institucionalizacin de la autoridad: como es de suponer, cuanto mayor es el prestigio insti- tucional de quien da las rdenes, mayor ser el nivel de obediencia. Incluso el mero hecho de llevar bata blanca o no llevarla influa mucho en los resultados. Y, finalmente, 4) los efectos liberadores de la influencia del grupo: cuando nos encontramos frente a la autoridad, y algn com- paero nuestro se atreve a resistirse a sus rdenes, aumenta la probabili- dad de que tambin nosotros nos resistamos. Milgram capt este efecto liberador de la conformidad cuando coloc al profesor con dos cmpli- ces que iban a ayudar en el experimento. Cuando ambos se negaron a continuar, desafiando al experimentador, y ste le orden al sujeto real que continuara solo, el 90 por 100 se negaron a seguir, unindose as a sus dos compaeros desafiantes. Como vemos, la sumisin y el conformismo puede ser funcin de fac- tores cognitivos (percepcin social y atribucin causal, sobre todo), de variables de personalidad (autoritarismo o dogmatismo de los sujetos, etc.) y tambin de factores relativos a las situaciones interindividuales (proximi- dad de la vctima, relaciones con la autoridad/experimentador, etc.). Pero, como subraya Doise (1982), tambin aqu existen factores del nivel III y IV (ideologa dominante que, a travs fundamentalmente de la familia y la escuela, inculca la obediencia a la autoridad, etc.). Conformismo y obediencia a la autoridad 173 Aicuxas racricas oi ixiiuixcia sociai Antes de terminar este captulo resulta til, al menos a mi entender, analizar, siquiera brevemente, las diferentes estrategias que los seres huma- nos solemos utilizar para influir en los dems. Probablemente, las ms socorridas sean las siguientes (Morales y Moya, 1996, pgs. 246 y sigs.): 1) La sancin o comprobacin social: una forma en la que se puede influir en los dems, y que se deduce de la teora de la comparacin social de Festinger, consiste en mostrarles cmo los pensamientos, sentimientos y conductas que queremos que se hagan, son ya realizados por muchas per- sonas. Una tctica que se aprovecha de este proceso psicolgico es la lla- mada tcnica de la lista. As, Reingen (1982) mostr en varios experimentos cmo la probabilidad de donar dinero o sangre era mayor cuando a la gente se le muestra una lista de otros individuos semejantes a ellos que ya han colaborado, siendo la influencia mayor cuanto ms larga era la lista. Esta tctica se usa mucho tambin en publicidad, cuando se nos dice que ha sido el libro ms ledo durante el ltimo ao, o el coche ms comprado, etctera, cuando el camarero deja deliberadamente el platillo con propina de anteriores clientes encima de la barra, o cuando los mendigos comien- zan a pedir poniendo ellos mismos algunas monedas en el sombrero. Este fenmeno se observ tambin en los estudios de Darley y Latan sobre altruismo, o en los de Phillips sobre conducta suicida, y puede ser expli- cado acudiendo tanto a la conducta de imitacin como a un fenmeno de desindividualizacin. As, Phillips (1974) mostr la existencia de una rela- cin entre la publicacin de un suicidio en la primera pgina de los peri- dicos y el aumento espectacular del porcentaje de suicidios: analizando las estadsticas sobre suicidios ocurridos en Estados Unidos entre 1947 y 1968 constat que en los dos meses posteriores a cada suicidio que ocup la pri- mera pgina de los peridicos, se produca un promedio de 58 suicidios ms de lo habitual, y ello ocurra sobre todo en las zonas en las que la publicacin del primer suicidio haba alcanzado mayor difusin y entre personas semejantes a quien se haba suicidado. Igualmente, la imitacin del comportamiento de los dems parece haber desempeado un impor- tante papel en el mayor suicidio colectivo que se conoce, el de los miem- bros de la secta Templo del Pueblo, en el que se quitaron la vida en la Guayana en 1978, casi mil personas, siguiendo las rdenes de su lder, Jim Jones (Cialdini, 1990): adems de la fuerte capacidad de persuasin de Jones, la principal razn explicativa parece estar en un grupo de indivi- duos, los ms fanticos, que se prestaron a cumplir los deseos del lder, envenenndose, con lo que arrastraron a los dems. Evidentemente, esta conducta tan extrema puede extraar al lector, pero, como puntualizan Morales y Moya, si un individuo vive aislado del resto del mundo en una comunidad con la que se siente profundamente identificado y ve que justa- mente los ms comprometidos sin dudarlo ni un momento empiezan a rea- 174 Anastasio Ovejero Bernal lizar una conducta, no cabe duda de que su impacto ser poderoso. Si observa, adems, como ocurri en el caso de la secta de que estamos hablando, que los dems compaeros esperan con tranquilidad su turno, entonando cnticos, entonces no resulta ya tan difcil imaginar el fatal final que tuvo (vase Ovejero, 1997a). 2) Compromiso y coherencia: una segunda tcnica que solemos utilizar para influir en los otros consiste en hacer que la persona objeto de nuestra influencia se comprometa con alguna accin o pensamiento. Una vez que la persona se ha comprometido es muy probable que se genere una fuerza psicolgica en ella que le lleve a ser congruente con ese compromiso, como se deduce de la teora de la disonancia cognoscitiva de Festinger. Por ejem- plo, en uno de los experimentos de Moriarty (1975) alguien dejaba un apa- rato de radiocasete en una playa de Nueva York mientras se ausentaba unos minutos; en seguida llegaba un individuo que coga el radiocasete y, a juicio de los baistas, lo robaba. Cuando el baista ausente no haba dicho nada a quienes le rodeaban, slo el 20 por 100 intervino persiguiendo al ladrn. Sin embargo, bast con que pidiera a quienes estaban cerca que vigilaran su radio para que la intervencin contra el ladrn subiera a un 95 por 100. La fuerza de este arma de influencia radica en que la persona no slo actuar cumpliendo la conducta o compromiso especficos con los que se ha comprometido sino que tambin es muy probable que realice otras conductas y pensamientos coherentes con ese primer compromiso (Mora- les y Moya, 1996, pg. 249). Pues bien, se han identificado varias estrate- gias concretas de influencia que se aprovechan de la fuerza psicolgica del compromiso y la coherencia, siendo las ms importantes el pie en la puerta, el compromiso encubierto y la legitimacin de favores insignificantes (Cial- dini, 1995): a) La tcnica del pie en la puerta o de las aproximaciones sucesivas: en 1966, Freedman y Frazer publicaron dos estudios que demostraban que cuando una persona cede ante un pequeo requerimiento, despus le ser ms fcil ceder ante requerimientos mayores, y ello tiene lugar incluso cuando el segundo requerimiento implica diferentes tareas o el requeri- miento lo piden personas diferentes al primero. A esto se le llama fen- meno del pie en la puerta o de las aproximaciones sucesivas, que consiste en solicitar a la persona sobre la que pretendemos influir un pequeo favor, es decir, un comportamiento ligeramente costoso, pero que sea totalmente voluntario y poco o nada problemtico, lo que le lleva a responder afirma- tivamente, y posteriormente solicitar un favor relacionado con ese compor- tamiento, pero ya ms costoso y que nos interesa conseguir (Beaman y cols., 1983; Dollard y cols., 1984). En el estudio mejor conocido sobre este fenmeno, los investigadores, que se presentaban como voluntarios para la seguridad vial, solicitaron a sus sujetos que permitieran la instalacin en sus patios delanteros de un gran cartel mal rotulado que deca conduzca con precaucin. Slo el 17 por 100 accedi. A otros se les acercaron primero con una pequea solicitud: Exhibiran un letrero de ocho centmetros que diga Sea un conductor cuidadoso? Casi todos accedieron con faci- Conformismo y obediencia a la autoridad 175 lidad. Cuando se presentaron dos semanas despus para que permitieran instalar el letrero grande y feo en sus patios delanteros, el 76 por 100 acce- di (Freedman y Fraser, 1966). Esta tcnica ha sido utilizada tambin para incrementar las conductas altruistas. As, Pliner y colaboradores (1974) descubrieron que el 45,7 por 100 de los residentes suburbanos de Toronto estaban dispuestos a colaborar econmicamente con la Sociedad contra el Cncer cuando se les acercaron de manera directa. Sin embargo, a quienes se les pidi el da anterior que usaran una insignia en la solapa divulgando la campaa (a lo cual todos accedieron), tuvieron una probabilidad de casi el doble (74,1 por 100) de hacer donativos cuando fueron contactados por dicha Sociedad. Por su parte, Schwarzwald y colaboradores (1983) encon- traron, en Israel, que cuando se les pidi directamente, el 53 por 100 de los sujetos colabor en una colecta para recoger fondos para los incapaci- tados mentales, aumentando tal porcentaje hasta el 92 por 100 en aquellos a quienes dos semanas antes se les haba solicitado que firmaran una peti- cin de apoyo para la creacin de un centro recreativo para minusvlidos. Tambin se ha aplicado a otros campos. As, Greenwald y colaboradores (1987) consiguieron aumentar la conducta de voto en un 41 por 100 slo con preguntar a los sujetos de su muestra, el da anterior a la votacin, si pensaban votar o no (todos respondieron que s). Como vemos, pues, esta tcnica es eficaz, aunque tres elementos incrementan tal eficacia (Joule y Beavois, 1987): 1) El coste de la peticin inicial ha de tener una magnitud moderada, es decir, que no sea ni tan alto que amenace el porcentaje de personas que acceden a realizarlo, ni tan bajo que no pueda producir los efectos de perseverancia y congruencia esperados; 2) El tiempo transcu- rrido entre la primera peticin y la segunda no ha de ser tan amplio para que la persona olvide la relacin entre las dos peticiones. En trminos generales podemos decir que no conviene que sobrepase la semana o como mucho diez das; y 3) Las dos peticiones han de tener naturaleza parecida, aunque en ocasiones esta tcnica ha mostrado ser eficaz con peticiones bastante diferentes. En consecuencia vale la pena estar atentos al fenmeno del pie en la puerta de modo que no seamos ingenuamente vulnerables a l. Alguien que trata de seducirnos, financiera, poltica o sexualmente, por lo general tratar de crear un momento de aceptacin. Antes de acceder a la peticin pequea, necesitamos pensar respecto a lo que seguir (Myers, 1995, pg. 126). b) El compromiso encubierto: esta tcnica, conocida tambin con el nombre de lanzamiento de bola baja o lanzamiento contra la base, consiste en hacer que una persona se comprometa con una accin y, una vez que lo ha hecho, incrementar los costes que tiene el hacer tal accin. Cialdini y colaboradores (1978) pidieron voluntarios para participar en un experi- mento que tendra lugar a las siete de la maana, es decir, a una hora real- mente intempestiva. A la mitad se les inform del coste de la accin desde el principio (el 24 por 100 acept participar), mientras que a otra se les pidi primero si aceptaran participar en el experimento y slo despus se les dijo que sera a las siete de la maana: con esta tctica, ninguno se neg 176 Anastasio Ovejero Bernal a aceptar e incluso el 95 por 100 efectivamente a las siete de la maana estaban ya en la Facultad para participar en el experimento. Esta tcnica, que los vendedores suelen utilizar mucho, es incluso ms eficaz que la del pie en la puerta: a la hora de ejercer influencia, la tctica ms eficaz es la consistente en decirles a los sujetos el coste real de su conducta slo en el ltimo momento. Otra cosa bien diferente es la vertiente tica y moral de estas tcticas, en las que ahora no entro, pero s deseo poner de relieve. c) La legitimacin de favores insignificantes: una estrategia de influen- cia que descansa en los principios de compromiso y congruencia es la conocida como legitimacin de pequeos favores o, como tambin la llama Cialdini con un penique basta (Cialdini y Schroeder, 1976), que ha mos- trado ser particularmente eficaz a la hora de recaudar fondos para obras benficas. Esta tcnica consiste bsicamente en que al hacer la peticin se aade la coletilla: con cinco pesetas bastara. Pues bien, diferentes inves- tigaciones han mostrado que simplemente con aadir esa breve frase el porcentaje de personas que accede a donar dinero se incrementa notable- mente, no hacindolo slo con la pequea cantidad pedida, sino con bas- tante ms. La eficacia de esta estrategia parece residir en que apela a valo- res en los que la mayora de las personas creen (bondad y generosidad) y plantea a los individuos una situacin en la que les resulte difcil negarse a contribuir, pues eso ira contra su autoimagen. As, qu persona podra negarse a dar cinco pesetas para una buena causa sin riesgo de autoperci- birse como tacao y desconsiderado? (Morales y Moya, 1996, pg. 253). 3) Reciprocidad e intercambio: otra forma de influir en los dems con eficacia estriba en echar mano de la norma de reciprocidad, segn la cual una persona siente la obligacin de responder a otra con la misma con- ducta que ha recibido de ella (Gouldner, 1960), norma que tiene una amplsima gama de aplicaciones, ya que se ha encontrado prcticamente en todas las culturas y en conductas muy diferentes: las personas tienden a competir con quienes compiten con ellas, a cooperar con quienes coope- ran, a desvelar aspectos de su intimidad a quienes previamente les han des- velado los suyos, a hacer favores a quienes se los han hecho previamente, etctera (Cialdini, 1995). Como ya vimos, segn esta norma de reciproci- dad, que parece ser muy potente, la gente se sentir obligada a devolver favo- res (regalos, servicios y ayuda a quienes les han dado tales cosas primero). Una variacin de esta tcnica es la reciprocidad de concesiones, una de cuyas modalidades ms conocidas es la tcnica del portazo en las narices o en la cara, que consiste en comenzar haciendo una peticin elevada, que casi siempre es rechazada, y con posterioridad hace otra peticin de mucha menos magnitud (que es realmente la que interesa). De esta manera el soli- citante espera que funcione la norma de reciprocidad: si l ha hecho una concesin (renunciando a un favor grande por otro ms pequeo), espera que la otra persona tambin haga otra concesin (del rechazo total que hizo respecto a la peticin grande a la aceptacin de la peticin pequea). Cialdini y colaboradores (1975) preguntaron a estudiantes universitarios si estaran dispuestos a hacerse responsables de un grupo de jvenes delin- Conformismo y obediencia a la autoridad 177 cuentes en una visita al zoo. Slo el 17 por 100 acept esta propuesta, mientras que a otro grupo de universitarios les pidieron primero si estaran dispuestos a dedicar dos horas semanales, durante un perodo mnimo de dos aos, trabajando como consejeros de delincuentes juveniles, lo que nin- guno acept. Pero cuando despus se les hizo la propuesta de la visita al zoo, la aceptaron el 50 por 100. 4) Atraccin: una de las reglas de oro de la influencia es que resulta mucho ms probable que nos dejemos influir por personas hacia las que nos sentimos atrados o que consideramos amigas (Cialdini, 1995), como vimos en el captulo V. 5) Autoridad: un poderoso mecanismo de influencia es el que des- cansa en la autoridad, la cual puede definirse como el poder de influir (o de control) sobre los dems basado en normas sociales, tradiciones, valores y reglas que indican que se tiene derecho a dicho poder (Turner, 1991, p- gina 116). Esta capacidad de las personas dotadas de autoridad deriva en parte del mayor conocimiento o experiencia que se les atribuye y en parte de la capacidad que tienen para controlar las recompensas y los castigos. Sin duda, el estudio ms dramtico sobre la enorme capacidad de influen- cia que tienen las personas con autoridad es el de Milgram. Coxciusix Los estudios que hemos visto en este captulo son una clara amenaza para todas las teoras de la personalidad e incluso, si se me apura, para toda la psicologa tradicional, al mostrar que la conducta humana viene en gran parte determinada por factores situacionales (tamao del grupo, apro- ximaciones sucesivas, etc.), aunque, sin duda, tampoco pueden despre- ciarse algunas variables personales, construidas en el proceso de socializa- cin, productos, por tanto, de la interaccin social. En todo caso, la conformidad no es un fenmeno exclusivamente negativo. Puede ser tam- bin, en ocasiones, positivo. Una persona que desea reaccionar con exacti- tud en un medio complejo y cambiante a menudo har bien findose de los juicios de otras personas, en particular cuanto stas tienen mayores conoci- mientos sobre el problema en cuestin. De manera similar, una persona que desea ser estimada y aceptada a menudo se encontrar con que la con- formidad es una estrategia til para hacerse aceptar. En ciertos casos, una persona puede desear identificarse con un grupo atractivo, incluso si no espera sancin alguna en caso de desviacin. Tambin en este caso, la con- formidad puede ser la reaccin adecuada. Finalmente, como indicaba uno de los estudios de Milgram, una persona sometida a una presin de obe- diencia, ejercida por una autoridad, puede, en algunas ocasiones, utilizar la conformidad de otros desobedientes para desafiar a la autoridad. Igual- mente desde la perspectiva del grupo, la conformidad posee sus ventajas y sus inconvenientes. Ciertamente que el grupo necesita, para su buen fun- cionamiento, que sus miembros se sometan a las normas grupales, pero 178 Anastasio Ovejero Bernal tambin es cierto que en ocasiones se hace necesaria la innovacin y la no conformidad para que el grupo pueda ser eficaz, alcanzar sus fines e incluso para su propia existencia. Y algo parecido hay que decir de la obe- diencia. En efecto, en palabras de Levine y Pavelchak (1985, pg. 69), al examinar los costes y las recompensas de la obediencia hay que tener en cuenta no solamente el blanco y la fuente de influencia, sino tambin el grupo ms amplio al que pertenecen ambos. Las recompensas y los costes de la obediencia para el subordinado son similares a los de una persona que se conforma con la presin del grupo. En favor de la obediencia est el hecho de que un subordinado tiene mayores probabilidades de dar una respuesta objetivamente correcta si obedece las rdenes de una autoridad provista de experiencia y conocimientos, que si sigue sus propias inclina- ciones. Por otra parte, un subordinado que obedece ser recompensado, mientras que aquel que desobedece a menudo puede exponerse a graves castigos, que implican prdida de privilegios, de libertad e incluso de la vida. En contra de la obediencia, sucede a veces que un subordinado reac- cione de forma objetivamente ms adecuada desafiando a la autoridad que obedecindola. Adems, ciertas autoridades respetan a los subordinados que tienen el valor de contestar una orden. Desde el punto de vista de la autoridad, la obediencia tambin puede tener consecuencias positivas y negativas. El hecho de ver sus rdenes obe- decidas a menudo aumenta la eficacia del individuo, en parte debido a que no tiene que esforzarse para castigar a un subordinado contestatario. Ade- ms, la obediencia refuerza su propia imagen en tanto que persona pode- rosa, de estatus elevado. Las consecuencias negativas de la obediencia para la autoridad incluyen la posibilidad de que se le considerar responsable de las acciones objetivamente incorrectas por parte de sus subordinados y que perder progresivamente la capacidad necesaria para conseguir los com- portamientos que encarga a otras personas. El conocido fenmeno de que el comportamiento de grupo no slo es ms rico y eficaz que el individual, sino que incluso enriquece a los sujetos que en l participan, puede ser aplicado a los procesos de influencia social. De hecho, Montmollin afirma que el proceso por el que Piaget explica el paso del egocentrismo al sociocentrismo es un proceso central en el desarro- llo intelectual del nio; este proceso encontrara, en parte, su origen en el contacto cognitivo que tiene el nio con los otros. Es igualmente uno de los aspectos esenciales de toda actividad intelectual: al contacto con las ideas de los otros, el individuo puede ampliar el campo de datos de un pro- blema, percibir un mayor nmero de soluciones posibles para llegar a una abstraccin y a una generalizacin cada vez ms amplias. De hecho, todo ello ha sido fuertemente comprobado en el trabajo cooperativo en el aula (vase Ovejero, 1990a). Ahora bien, el proceso de influencia vendra a ser un aspecto ms de este principio general. Al contacto con las respuestas, juicios u opiniones de los dems el sujeto se enriquece, lo que se traduce en la influencia sufrida. Y si esto parece un tanto paradjico a la vista de los estudios experimentales sobre la influencia social ello se debe a que las Conformismo y obediencia a la autoridad 179 respuestas de los otros han sido manipuladas por el experimentador para engaar al sujeto, de tal forma que muy raramente se van a producir as en la realidad. Sin embargo, en la vida cotidiana el dejarse influir por los otros no es, en absoluto, negativo, sino que puede ser incluso muy positivo: enri- quece al sujeto influenciado. Todo depende, evidentemente, de las razones por las cuales nos dejamos influir, por quin, cmo, en qu grado y en qu circunstancias. Y sta es la cuestin fundamental: cundo debemos dejar- nos influir y cundo no? O dicho en otros trminos, hasta qu punto un individuo puede permanecer como individuo dentro de una sociedad? La paradoja del hombre moderno es que slo en la medida en que el individuo se rene con los dems en grupos y organizaciones puede albergar la esperanza de controlar las fuerzas sociales, polticas y eco- nmicas que amenazan la libertad individual. Esto es especialmente cierto en algunos grupos masivos; esto es, en naciones y grupos de naciones. Slo cuando el individuo sea capaz de conservar su indivi- dualidad, pero haciendo causa comn con sus semejantes, podr ser libre (Krech y cols., 1972, pg. 537). 180 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XI La influencia de las minoras activas Ixrioouccix Durante varias dcadas, pero fundamentalmente durante los aos 50 y 60, los estudios sobre la influencia social se centraron casi exclusivamente en el fenmeno del conformismo y, adems, desde una perspectiva esen- cialmente cognitivista (vase la revisin de Kiesler y Kiesler, 1969, etc.). Y era as porque los psiclogos sociales consideraban que el comporta- miento tena como principal funcin asegurar la adaptacin a una realidad fsica y social que se supona era dada y predeterminada para todos los individuos. Y aqu es donde entran como protagonistas los factores per- ceptivos y cognitivos: para actuar eficazmente y de acuerdo con el medio tanto fsico como social, hay que ser capaces de percibir o juzgar la reali- dad con un mximo de exactitud. Y en este contexto, se supone que los procesos de influencia social en general y el proceso de conformidad en particular contribuyen a estructurar el juicio del individuo, es decir, hacen que su comportamiento y el de otros individuos sea similar y previsible. Y ello es as, sin duda. El proceso de conformidad es fundamental para la supervivencia de la sociedad, las organizaciones o los grupos de cualquier clase. Ello mereca, qu duda cabe, un anlisis profundo. Sin embargo, dejaban fuera otros procesos de influencia social que tambin son cruciales para el funcionamiento de los grupos: los procesos de innovacin (vase Canto, 1994). De ah que el anlisis tradicional de la influencia social haya sido esencialmente incompleto. En efecto, una persona no podra ejercer con xito una influencia ms que sobre personas que dependen de alguna forma de ella . Pero ya Hoffman (1966) sealaba las limitaciones intrnse- cas de este modelo, al afirmar que las presiones hacia la uniformidad de opinin pueden resultar nocivas para la eficacia del grupo si impiden que se investiguen y discutan las soluciones de recambio... Nada garantiza que la verdad salga de la unanimidad (pgs. 101-102). En sntesis, no siempre la conformidad hace que el grupo acte y se adapte bien. Por el contrario, en ocasiones puede ser el no conformismo, la desviacin, lo que permite al grupo adaptarse, lo que significa claramente que no siempre la desviacin es algo negativo para el grupo. A veces le puede ser sumamente til y positivo. En consecuencia, se entiende que la influencia social no slo puede servir para el control social y ayudar a que cada uno se adapte a una realidad determinada, sino que adems contri- buye al cambio social (Doms y Moscovici, 1985, pg. 74). Y hablar de cambio social es hablar de innovacin, de la influencia activa de las mino- ras y de los individuos sobre una mayora o un grupo. De ah que a fina- les de los aos 60 se comenzase a ver la influencia social como un fen- meno recproco: la mayora influye sobre la minora, pero tambin la minora influye sobre la mayora. Y fue Serge Moscovici, un psiclogo social francs de origen rumano, quien abri el camino en este campo a finales de los 60 y lo afianz en los 70. Como ya hemos dicho, tradicionalmente la influencia social ha sido estudiada como un mecanismo cuya funcin es uniformar las opiniones, actitudes, modas, etc. Se trata, pues, en trminos de Moscovici, de un modelo funcionalista, segn el cual el comportamiento del individuo o del grupo tiene por funcin asegurar su insercin en el sistema o en el ambiente social. Por consiguiente, el proceso de influencia tendra por objeto la reduccin de la desviacin, lo que implica que los actos de aque- llos que no siguen la norma o van contra ella son considerados como dis- funcionales y no adaptativos. En cambio, Moscovici propone otro modelo, el modelo gentico, segn el cual tanto el sistema social como el entorno estn definidos y producidos por quienes participan en ellos o los oponen resistencia. Por consiguiente, no siempre la desviacin de la norma repre- senta una patologa individual, sino que manifiesta una anomala del sis- tema: no saber adaptarse a todos los individuos que lo forman. Entre las diferencias existentes entre ambos modelos me interesa destacar, de entrada, una de tipo claramente cognitivo: mientras que el modelo funcio- nalista estudia los fenmenos de influencia desde el punto de vista del equi- librio, cognitivo fundamentalmente (Sherif, Asch, etc.), el modelo gentico lo hace desde el punto de vista del conflicto, tambin aqu sobre todo cog- nitivo (Moscovici, Mugny, etc.). Como dice Mugny (1981), la fuerza de la minora radica en su capacidad de generar conflictos aparentemente sin solu- cin, en bloquear la negociacin con los representantes del modelo domi- nante, lo que crea una inestabilidad social y una incertidumbre que, a veces, slo puede resolverse adoptando (o acercndose a) las contranormas propuestas por la minora. De esta manera, el estudio de la innovacin supuso una importante novedad, en dos sentidos (Mugny, 1985, pg. 3): a) Introdujo un funda- mental cambio terico, desde un modelo funcionalista de sociedad a un modelo interaccionista, que Moscovici llama gentico; y b) Proporcion una 182 Anastasio Ovejero Bernal nueva perspectiva sobre la desviacin. Hasta ahora slo se haba estudiado a los marginados y a los desviados pasivos, ahora se comienza a estudiar tambin a los activos, o sea, a las minoras activas que, solas, son capaces de cambiar la sociedad. Los iascos isiiciicos oi ia ixxovacix Sabemos que, a pesar de lo penoso que suele ser el estar en minora (Kruglanski y Webster, 1991; Trost y cols., 1992), las minoras existen, y a veces hasta son influyentes. Es fcil entender por qu las mayoras tienen tanta influencia (son numricamente superiores, poseen un fuerte control normativo sobre sus miembros, tienen poder, etc.), pero cmo explicar la influencia de las minoras? Cmo es posible que una minora, incluso de uno solo, ejerza influencia sobre la mayora? Pues no olvidemos que ade- ms de que la minora carece de la fuerza numrica, del poder y de la com- petencia necesarios para imponer su punto de vista a una poblacin, suelen ser despreciados y puestos en ridculo, de tal forma que cuando presentan sus ideas, nadie les presta atencin. Y, sin embargo, los archivos de la his- toria estn llenos de ejemplos de movimientos innovadores protagonizados por individuos y subgrupos minoritarios, carentes de poder y competencia reconocidos. Cmo lo consiguieron? por qu es realmente tan influyente la minora? La respuesta la da Moscovici ya en sus primeros trabajos sobre el tema (Faucheux y Moscovici, 1967; Moscovici, Lage y Naffre- choux, 1969): por su estilo consistente de comportamiento. Un comporta- miento consistente que rechace el consenso llevar a los miembros de la mayora a atribuir tal comportamiento a propiedades del individuo que lo adopta y, en consecuencia, se le atribuir firmeza y compromiso en su posi- cin, lo que les llevar a tomar nota de la posicin de la minora en tanto que solucin de recambio a su propio punto de vista, a emprender un pro- ceso de validacin y, finalmente, a reexaminar el objeto del juicio a fin de buscar en su seno estas propiedades que motivan el comportamiento de la minora (Doms y Moscovici, 1985, pg. 98). Y es que, como dice el pro- pio Moscovici, las minoras pueden ser fuentes efectivas de influencia, a condicin de que su estilo de comportamiento sea percibido como el reflejo de su consistencia, de su seguridad y de su compromiso respecto a un punto de vista, como constat l mismo en el experimento clave para el desarrollo de esta lnea de investigacin (Moscovici, Lage y Naffre- choux (1969). En efecto, una minora consistente puede influir en los juicios pblicos de los miembros del grupo mayoritario. La consistencia, pues, es funda- mental y hasta necesaria, pero no suficiente. Hay que tener en cuenta tam- bin, como mostr Nemeth, cmo sea interpretada esa consistencia por los miembros de la mayora. La consistencia de la minora puede interpretarse como reflejo de una fuerte conviccin interna, pero tambin puede inter- pretarse como reflejo de dogmatismo y tozudez. En definitiva, para que La influencia de las minoras activas 183 una minora ejerza influencia es necesario que disponga de un punto de vista coherente, bien definido, que est en desacuerdo con la norma domi- nante de forma moderada o extrema, y que podamos calificar su posicin como ortodoxa o heterodoxa. Pero todo ello no es suficiente. Es necesario tambin que estas caractersticas sean reconocidas por la mayora. Adems, cuando un miembro de la mayora se enfrenta a una minora consistente, ello produce en l dos tipos de conflicto: uno interpersonal y otro cogni- tivo. Respecto del primero, ese individuo no se pasar a la minora, pues quedara mal ante los otros miembros de la mayora e incluso ante s mismo, pues sera asociarse a un punto de vista desviado dentro de su grupo de pertenencia. De ah que no se someta pblicamente a la mayora. Sin embargo, el conflicto cognitivo que an persiste debido a la presencia de dos juicios divergentes relacionados con un slo objeto, podra dismi- nuir e incluso resolverse en el mbito privado. Exisrix oos iiocisos oi ixiiuixcia sociai o sio uxo? Pronto surgi una polmica de cierto alcance: la influencia minoritaria y la mayoritaria, se rigen por los mismos principios, subyacen a ambos fenmenos los mismos procesos psicosociales? Es decir, se trata de un mismo proceso o de dos diferentes? Mientras algunos autores afirman que ambos procesos son similares y que slo se diferencian en grado (Latan y Wolf, 1981, etc.), otros, entre los que me encuentro, abogan por una clara diferenciacin entre ambos tipos de influencia (Maass y Clark, 1984; Mos- covici, 1976 Mugny, 1980; Nemeth, 1986, etc.): los procesos subyacentes a ambas modalidades de influencia social son diferentes (dependencia y poder en un caso, consistencia comportamental en el otro). El propio Mos- covici afirma que la influencia mayoritaria y la minoritaria son dos tipos opuestos de influencia. Aqulla produce influencia manifiesta, pblica y directa, y sta produce influencia latente, privada e indirecta, es decir, que la influencia mayoritaria opera en la superficie, mientras que la minorita- ria tiene efectos profundos (Moscovici y Lage, 1976, pg. 163). En resu- midas cuentas, la influencia minoritaria se traduce en un verdadero com- portamiento de conversin, sutil proceso de modificacin cognitiva o perceptiva, por el cual una persona contina dando su respuesta habitual, mientras que implcitamente adopta las opiniones o las respuestas de otros sin que sea consciente necesariamente de ello y aunque no sienta deseo alguno de hacerlo (Paicheler y Moscovici, 1985, pg. 193). Ms en concreto, y aplicando a los procesos de influencia social el modelo de cambio de actitud de Petty y Caccioppo (1981), las minoras y las mayoras utilizaran diferentes procesos cognitivos: las minoras inducen un pensamiento activo que lleva a cambios permanentes de actitud, mien- tras que las mayoras inducirn a un procesamiento perifrico de la infor- macin que llevar slo a una aceptacin pblica. Como vemos, esta apli- cacin de la teora de Petty y Caccioppo se parece mucho a la nocin de 184 Anastasio Ovejero Bernal conversin de Moscovici (1980), segn la cual una minora consistente sus- citar un proceso de validacin en el que el sujeto expone argumentos y contraargumentos que llevan a cambios de actitud internalizados, mientras que, por el contrario, la mayora suscitar un proceso de comparacin en el que el sujeto simplemente compara las opiniones contrapuestas sin prestar mucha atencin al problema en cuestin. Aqu el conflicto de opiniones ser resuelto por la aceptacin pblica mientras que la persona mantiene en privado sus actitudes iniciales. Es ms, una fuente mayoritaria de influencia abre un proceso de comparacin social (Festinger, 1954) que hace que su influencia sea pblica y manifiesta. Por el contrario, una fuente minoritaria de influencia parece provocar un proceso de validacin (Mos- covici y Personnaz, 1980) donde el propio objeto es reevaluado cognitiva- mente. De ah que la diferencia crtica entre las dos formas de influencia puede que no sea la cantidad sino la calidad de la actividad cognitiva que es capaz de estimular la fuente de cada uno de los tipos de influencia. As, estos experimentos proporcionaron una primera evidencia de que la acep- tacin privada de la posicin minoritaria estaba mediatizada por la genera- cin de argumentos y contraargumentos, mientras que la sumisin pblica no estaba relacionada con la cantidad o direccin de la actividad cognitiva (Maass y Clark, 1983, pg. 212), lo que explica tambin que la influencia minoritaria sea mucho ms creativa que la mayoritaria. Ixxovacix \ iiocisos cocxirivos Aunque ya hemos mostrado en este captulo, al menos indirecta o implcitamente, la enorme importancia que tienen los procesos cognitivos en los fenmenos de innovacin, insistamos algo ms en ello, pues tal importancia es an mayor aqu, si cabe, que en el caso de la normalizacin o el conformismo. De hecho, como sostiene Mugny (1981), para que las minoras ejerzan influencia la consistencia comportamental es necesaria pero no suficiente. Y no es suficiente porque los comportamientos de las mino- ras no son simplemente captados y percibidos por los miembros de la mayora, sino que son interpretados. Y aqu es donde los factores cognitivos desempean un papel importante. En concreto, existen varios factores de naturaleza cognitiva que van a ser fundamentales en este tipo de influencia: a) Incertidumbre y conflicto cognitivo: Como se sabe, es el conflicto cognitivo lo que da origen a la incertidumbre. Antes de intentar persuadir a una persona para que nos crea, tratamos primero de hacerle dudar de sus propias opiniones. Lewin hablaba en este sentido de deshielo cognitivo. Es lo que suelen hacer los llamados lavados de cerebro (polticos, religiosos, etctera): cuanto mayor sea el conflicto ms profunda ser la influencia, pues cuando existe incertidumbre es relativamente fcil conseguir influen- cia, sobre todo cuando al individuo incierto se le ofrece una alternativa sos- tenida por un estilo de comportamiento consistente, pues ese comporta- La influencia de las minoras activas 185 miento ser percibido como ms autnomo y se ha encontrado que las per- sonas que son percibidas como poseyendo autonoma ejercen una gran influencia. La consistencia en el comportamiento se interpreta como una seal de certeza, como la afirmacin de la voluntad de atenerse inque- brantablemente a un punto de vista dado y como reflejo del compromiso por una opcin coherente e inflexible (Moscovici, 1981, pg. 151). Y es que la innovacin se basa en dos conceptos claves, la consistencia y el conflicto, y ambos, como hemos visto, tienen mucho que ver con los fac- tores cognitivos. De ah la importancia del conflicto cognitivo provocado por el desacuerdo manifiesto entre el juicio propio y la respuesta del otro. En efecto, el propio Moscovici (1980) afirma que el conflicto cognitivo ante la percepcin del desacuerdo, producto de la incertidumbre, ser ms frecuente e intenso en el caso de la influencia minoritaria que en el caso de la mayoritaria, pues en esta ltima no siempre existe aceptacin pri- vada sino slo mera sumisin externa, generalmente a causa de las presio- nes del grupo a conformarse y de su capacidad para premiar o castigar (Festinger, 1953). Sin embargo, en la influencia minoritaria siempre hay aceptacin privada. b) Los procesos de categorizacin y representacin social: la influencia de la minora depender tambin en gran medida de otro factor de tipo cognitivo, como es el proceso de categorizacin de esa minora, ya que la imagen de la minora elaborada en el curso de la negociacin es esencial para el proceso de influencia ejercido por la minora (Moscovici y Poitou, 1972, pg. 187), pues una vez percibida la consistencia minoritaria, falta todava dar un sentido, un significado a los comportamientos de la mino- ra. Para ello los miembros de la poblacin elaboran una representacin de la minora. Si la consistencia de la minora es percibida por la poblacin como debida a firmeza y autoconvencimiento, ejercer influencia. Si, por el contrario, es percibida como debida a rigidez y dogmatismo, entonces no la ejercer. De ah el enorme inters que, como luego veremos, tiene el poder en hacer que la poblacin vea a la minora como dogmtica y rgida. c) Conversin: aunque ya hemos dicho algo sobre este fenmeno, expliqumoslo mejor, subrayando sus componentes cognitivos. El fen- meno de la conversin se refiere a todos los cambios que se producen y de los que no nos damos cuenta hasta mucho ms tarde, despus de haber sufrido una influencia (Moscovici y Mugny, 1987, pg. 12). Este fenmeno est ntimamente relacionado con el llamado efecto del durmiente (sleep effect), descubierto en los aos 50 por los investigadores de Yale. En efecto, muchos experimentos del programa de estudios sobre la comunica- cin y el cambio de actitudes de Yale (Hovland y Weiss, 1951) demostra- ron la existencia de una fascinante interaccin entre la credibilidad de la fuente y el transcurso del tiempo en el cambio de actitud. De modo espe- cfico, estos estudios demostraron que el grado de cambio de actitud pro- ducida por una fuente de alta credibilidad disminuye con el tiempo, como se podra esperar a causa del olvido del contenido, mientras que el grado de cambio de actitud producida por una fuente de baja credibilidad, y esto 186 Anastasio Ovejero Bernal es ya ms sorprendente, se incrementa con el tiempo. La explicacin pro- puesta es la siguiente: Inicialmente los sujetos desestiman el mensaje debido a que proviene de una fuente de baja credibilidad, y por tanto suprimen cualquier cam- bio de actitud que pudiera resultar del mensaje mismo (esto habra ocu- rrido si los sujetos no hubieran conocido nada acerca de la credibilidad de la fuente). Sin embargo, los sujetos olvidan en seguida quin propor- cion la informacin. Es decir, la fuente y el mensaje se disocian en la memoria. Como resultado de esto, el mensaje produce una actitud de cambio retardado debido a que la clave desestimada (fuente de baja cre- dibilidad) no est muy pareja con el contenido del mensaje (Perlman y Cozby, 1985, pg. 107). Ya en el campo de la innovacin, pronto mostr Moscovici (Moscovici, Lage y Naffrechoux, 1969) que la minora ejerce una influencia ms impor- tante sobre el cdigo perceptivo de los sujetos que sobre sus evaluaciones explcitas, lo que explica que su influencia sea ms a un nivel latente que manifiesto, incluso sin ser conscientes de tal influencia los propios sujetos. Aunque los miembros de la poblacin rechazan, en principio, el punto de vista de la minora, ya que no desean ser identificados con ellos, sin embargo la coherencia y la certeza con que se afirma esta respuesta van a desencadenar un proceso de validacin, o sea, un esfuerzo intelectual y perceptivo intenso. En consecuencia, difcilmente la minora ejercer su influencia durante la interaccin, pero resulta ms fcil cuando desaparece el peligro de ser clasificado como desviado. Es decir, confrontados con las mayoras, los sujetos llevan a cabo una comparacin social de sus respues- tas con las de la mayora, y tienden a resolver el conflicto social de una forma manifiesta y abierta: conformndose pblicamente a las respuestas de la mayora. Por el contrario, cuando se ven confrontados con una mino- ra, no hacen esa comparacin en el plano pblico, sino que se centran en el objeto e intentan buscar una definicin vlida de ese objeto para el que las minoras son o proponen una alternativa, lo que constituye una pode- rosa fuente de cambio, con lo que, adems, las minoras pueden estimular el pensamiento creativo en tareas de solucin de problemas (Mucchi-Farina y cols., 1991; Nemeth, 1992). Adems, un fenmeno psicosocialmente tan interesante como la conversin religiosa o poltica no habra podido ser estudiado adecuadamente, a nivel psicolgico y psicosocial, sin los estudios sobre la innovacin, lo que demuestra lo frtil que puede ser este campo de investigacin de la influencia minoritaria. d) Naturalizacin: ya hemos dicho que el grado de influencia que ejerce una minora depende fundamentalmente de cmo sea interpretada la consistencia de su conducta. Pues bien, se llama naturalizacin al hecho de que la desviacin y la consistencia de la minora se interpretan como debi- das a propiedades estables, naturales e idiosincrsicas de esa minora. Esta naturalizacin puede tomar diversas formas: biologizacin (porque es negro, porque es mujer, etc.), psicologizacin (es su carcter, es paranoico, etc.) o La influencia de las minoras activas 187 sociologizacin (es sindicalista, es poltico, es comunista, etc.). Por su parte, Mugny y Papastamou (1980) mostraron experimentalmente cmo la psico- logizacin puede arruinar una influencia minoritaria potencialmente alta. Se tratara, pues, de factores cognitivos, en concreto de procesos de atribu- cin. De ah el enorme inters que tiene el poder en conseguir, por ejem- plo, a travs de los medios de comunicacin, que los miembros de la poblacin naturalicen la consistencia de la minora, de tal forma que la interpreten en trminos de actan as porque son criminales, porque estn locos, porque son comunistas, etc., dado que en este caso la influencia de la minora se ver muy reducida, si no totalmente eliminada, dado que la influencia social consiste en una redefinicin de la identidad psicosocial. O sea, que acercarse a una fuente de influencia consiste no slo en adoptar, total o parcialmente, su respuesta, sino en apropiarse total o parcialmente, sus caractersticas estereotpicas. Y nadie quiere identificarse con los criminales ni con los locos. Personalmente me resultan enormemente interesantes estos estudios de Moscovici, Mugny y colaboradores. Adems, aprecio en ellos un gran avance con respecto a la psicologa social norteamericana. Pero todava poseen, en mi opinin, una fuerte dosis de ingenuidad ideolgica y poltica, como muestra Toms Ibez (1987), quien, aunque parte de la constata- cin de que los trabajos de Moscovici han supuesto un cambio radical y positivo en el campo de la influencia social, se aleja de su explicacin de la influencia minoritaria, y propone una explicacin alternativa en trminos de mecanismos de resistencia y de relaciones de poder. Lo que ms critica Ibez a estos autores es su marcado sesgo cognitivista. Y estos sesgos cog- nitivistas e individualistas de la teora de la conversin parecen provenir, segn Ibez, de la tendencia a subestimar la importancia del poder social y del conflicto social que siempre se hallan presentes en todo proceso de influencia social. Ignorar la realidad del poder que juega constantemente entre la fuente y el sujeto nos lleva imperceptiblemente a tratar el conflicto social como si se tratase de un conflicto cognitivo o, ms exactamente, a no tener en cuenta sino la vertiente cognitiva e individual de un fenmeno profundamente anclado en lo social (Ibez, 1987, pg. 228). Ms en con- creto, aade Ibez (pg. 232), es el dispositivo formado por el conflicto social de una parte, por la presin de las normas sociales por otra parte, y, en fin, por los juegos de poder, con sus costos sociales implcitos, lo que explica la naturaleza y los efectos de la influencia minoritaria. De ah que extraiga estas tres implicaciones: 1) las minoras no ejercern una influencia real sino en la medida en que su mensaje se inscribe dentro de las grandes lneas de la evolucin social; 2) la sociedad es de una naturaleza tal que sus mecanismos reguladores son a la vez reproductores y modificadores de lo que ya est instituido: la naturaleza del sistema est asegurada, pero su evo- lucin constante est igualmente asegurada; y 3) ms que provenir de los mrgenes o de la periferia, las innovaciones son, a menudo, engendradas en el centro del sistema, aunque sean minoras las que se sensibilizan primero y las que antes empujan al cambio. Las minoras no son frecuentemente 188 Anastasio Ovejero Bernal sino los receptores precoces de un cambio que ya est en el centro del sis- tema, cambio que ellas explicitan y contribuyen a difundir (Ibez, 1987, pg. 234). Por tanto, las minoras eficaces no son las directamente produc- toras de cambio social, sino slo el instrumento que asegura su difusin. Y el hecho de que con frecuencia sean reprimidas no significa sino la com- plejidad de las instituciones sociales, donde no todos sus elementos evolu- cionan a la vez, lo que, dicho sea de paso, contribuye adems a evitar cam- bios demasiado rpidos o demasiado profundos. Son los elementos de la mayora los que retoman y difunden las posiciones minoritarias, en tanto que ello no les ponga en peligro a ellos mismos. En ltima instancia, pues, son los centros del poder los que deciden si una innovacin, metabolizada por los elementos mayoritarios, va a poder continuar extendindose lenta- mente en el tejido social, o bien si es necesario, hacerla abortar (Ibez, 1987, pg. 235). Por consiguiente, concluye Toms Ibez, si queremos conocer bien el fenmeno de la conversin se hace necesario: a) introducir plenamente el fenmeno del poder, principalmente bajo el aspecto de los costos sociales sufridos por los minoritarios; y b) acentuar la dimensin social del conflicto, en lugar de la dimensin cognitiva. Coxciusix En conclusin, los dos factores fundamentales para entender la influencia social en un contexto intergrupal son la identificacin y el con- flicto que crean los juicios divergentes mantenidos por una fuente de influencia. En unos casos la divergencia crea conflicto por los presupuestos epistemolgicos de la tarea, en otros porque el intragrupo ve as amenazada su existencia, en otros porque pone en jaque la aplicacin de determinados valores que el individuo acepta (Prez y Mugny, 1996, pg. 485). Si exa- minamos las minoras ideolgicas (los grupos antimilitaristas o antinuclea- res) observamos que estn enfrentadas, por una parte al poder, y por otra a la poblacin, que es el blanco real de la influencia. Ahora bien, si la minora quiere influir sobre la poblacin deber ser consistente, para poder as aparecer como una alternativa social al poder. Frente al poder, el blo- queo de la negociacin es la estrategia ms adecuada. Sin embargo, para influir sobre la poblacin, la minora deber mostrarse abierta a la nego- ciacin, para evitar ser percibida por la poblacin como rgida y dogmtica. Ahora bien, el contexto social va a ser crucial, pues un mismo comporta- miento de la minora puede ser juzgado como rgido y dogmtico, o como independiente y original, dependiendo del contexto. Y en gran medida, ese contexto lo establece el poder, lo establece quien detenta el poder, para as defenderse a s mismo contra las minoras y su influencia, promoviendo en la poblacin una muy concreta interpretacin de la desviacin. De esta manera, el comportamiento de la minora no sera visto como una alterna- tiva al poder, sino como un mero reflejo de la psicologa (a menudo pato- lgica) de esa minora. Ello explicara la enorme dificultad que tienen las La influencia de las minoras activas 189 minoras para conseguir influencia directa. Pero lo que s consiguen es influencia latente: conversin. En resumen, la influencia que ejerce la minora sobre la poblacin depender de cmo esa poblacin perciba a la minora y de qu represen- tacin se haga de ella. Ahora bien, estas percepciones y representacin se ven determinadas por dos cosas: a) las producciones ideolgicas que deter- minan las modalidades de la captacin de la minora por la poblacin; y b) la nocin de la identidad: mediante sus identificaciones con grupos y categoras sociales los individuos definen su propia identidad. Ms en concreto, segn Mugny y Papastamou (1982) la influencia social es algo complejo que funciona siguiendo estas tres etapas: 1) el sujeto define a la fuente de influencia como perteneciente a una categora social particular; 2) el sujeto conoce las caractersticas estereotpicas de esta categora; y 3) cuando adopta la respuesta de la fuente o se acerca a ella, dejndose influir, se asigna a s mismo no slo esta respuesta sino tambin las caractersticas estereotpicas de la fuente. En todo caso, como mostr Nemeth (1986), incluso cuando la minora no consigue influir en la direccin que pretende, sin embargo, siempre influye positivamente, en el sentido de que la minora, al menos, nos obli- gar a ver las cosas desde un ngulo diferente, nos llevar a asumir una posicin ms creativa e incluso, tal vez, a encontrar soluciones verdadera- mente mejores para los problemas a que nos enfrentamos. Finalmente, y como crtica al modelo de Moscovici, adems de las crti- cas que le haca Ibez, estoy tambin de acuerdo con lvaro (1995, pg. 73), en: la identificacin entre minora y cambio e innovacin social, y mayora y orden social no es necesariamente correcta. Tambin el cambio y la inno- vacin social pueden ser promovidos por una mayora, existiendo minoras que mantienen posiciones dominantes y contrarias al cambio social. En este sentido, y de una forma paradjica, existe una confluencia, todo lo indirecta e inintencionada que se quiera, pero real, entre los tericos de la influencia minoritaria y los tericos de principios de siglo sobre el com- portamiento de masas. Ambos comparten una idea negativa del compor- tamiento colectivo en un caso y de la influencia mayoritaria en otro. Asi- mismo, el uso de una metodologa experimental para el estudio de la influencia minoritaria resulta insuficiente para abordar un tema de la com- plejidad del que nos ocupa. Si se entiende el cambio social como un pro- ceso diacrnico e histrico, difcilmente puede estudiarse utilizando exclu- sivamente una metodologa experimental. Estudiar un fenmeno tan complejo requiere de la utilizacin de una metodologa variada que sea capaz de dar una explicacin del fenmeno de forma ms precisa. 190 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XII Las actitudes Ixrioouccix Es ste uno de los temas ms clsicos de la psicologa social y, a la vez, de los ms actuales as como uno de los que ms investigacin recibe y sobre el que se publica un nmero creciente de trabajos, incluyendo algu- nos interesantes libros como los de Eagly y Chaiken (1993), Shavitt y Brock (1994), Stiff (1994), Petty y Krosnick (1995), etc. De hecho, no hace mucho escriban Olson y Zanna (1993, pg. 118) en su revisin en el Annual Review of Psychology: Estamos abrumados por la gran cantidad de artculos y captulos sobre actitudes que han aparecido a lo largo de los ltimos tres aos, vindose obligados a excluir varios cientos de ellos para poder hacer la revisin. Algo similar podran decir quienes hicieron la ltima revisin del Annual (Petty y cols., 1997) o la de Petty y Wegener (1997) en la 4. edicin del Handbook of Social Psychology. Las actitudes tal vez sean el concepto ms interdisciplinar de las ciencias sociales. Los economistas dedican gran atencin a las actitudes de los consumidores... Los politlogos usan las actitudes como su principal medida de las prefe- rencias polticas y como predictor de la conducta de voto. Los socilogos caracterizan la sociedad sirvindose de las distribuciones de actitudes, asu- miendo que los cambios en estas distribuciones son indicadores de cambio social (Latan y Nowak, 1994, pg. 219). Y desde luego, el concepto de actitud es probablemente el ms distintivo e imprescindible... en la psico- loga social norteamericana contempornea (Allport, 1954, pg. 43). Es ms, de alguna manera casi podemos decir que la psicologa social, tal como la conocemos en este siglo XX, nace en los Estados Unidos y lo hace como estudio de las actitudes, de la mano principalmente, en sus inicios, de Thomas y Znaniecki (1918), para quienes el concepto de actitud permi- ta captar el momento subjetivo del proceso de cambio social. Sin embargo, fue transformndose paulatinamente en un concepto casi exclusivamente psicolgico e intraindividual, tanto en psicologa social como incluso en la sociologa, como consecuencia tanto de la progresiva individualizacin y psicologizacin de nuestra disciplina como del temprano desarrollo, ya en los aos 20, de tcnicas para su medicin. En todo caso, si nos ha interesado tanto, y nos sigue interesando, el tema de las actitudes es por una razn obvia: porque creemos que est muy estrechamente relacionado con las conductas. Lo que realmente nos inte- resa modificar es la conducta, pero creemos que ello lo conseguiremos mejor modificando primero las actitudes. Como dice Stahlberg y Frey (1990), el cambio de actitudes se concibe, no slo en la investigacin psi- cosocial sino tambin en la vida cotidiana, como un significativo punto de partida para modificar la conducta. Probablemente los tres temas ms estudiados en psicologa social hayan sido stos: los grupos, la influencia social y las actitudes. Pues bien, si algu- nos afirmaban que era la influencia social el aspecto central de nuestra dis- ciplina, tambin se ha llegado a decir, por ejemplo G. Allport, que el con- cepto de actitud es el ms importante y el ms frecuentemente utilizado en psicologa social e incluso algn psiclogo social, como por ejemplo Collins, ha defendido que la psicologa social es el estudio de las actitudes sociales. De hecho, la bibliografa sobre este tema es ya prcticamente in- abarcable. Ya Newcomb (1966, pg. 168) en un trabajo de 1956 estimaba en 9.426 los artculos y 2.712 los libros aparecidos en ingls en los treinta aos anteriores, y el ritmo de publicaciones ha continuado siendo cada vez mayor y, aunque hubo un importante descenso durante los aos 70 (Lam- berth, 1980), luego volvi a crecer, hasta el punto de que las ltimas revi- siones del tema (Eagly y Himmelfarb, 1978; Cialdini y cols., 1981; Cooper y Croyle, 1984; Olson y Zanna, 1993; Petty y cols., 1997) indican que ese descenso dur poco tiempo, de tal forma que hacia 1977 ya ascendi de nuevo y no ha dejado de hacerlo hasta el momento. Coxciiro, oiiixicix \ xaruiaiiza oi ias acriruois En psicologa social, el concepto de actitud constituye una sutil trampa intelectual. Sin duda no existe ningn otro campo en que las investigaciones descriptivas (encuestas), fundamentales (experimentos), metodolgicas (escalas de medicin) sean tan numerosas, pues cubre toda la historia de la disciplina hasta nuestros das. Y no obstante, no hay con- cepto que haya sido objeto de tantas definiciones diferentes. Para ciertos autores, este concepto es indispensable, para otros, intil. En suma, se hacen numerosos y serios estudios sobre las condiciones y los procesos del cambio de actitudes, pero se ignora lo que son estas ltimas y este hecho parece carecer de importancia (Montmollin, 1985, pg. 118). De ah que nosotros s le demos importancia. 192 Anastasio Ovejero Bernal El trmino actitud fue introducido en nuestra disciplina por Thomas y Znaniecki (1918), como actitud social, para explicar las diferencias compor- tamentales existentes en la vida cotidiana entre los campesinos polacos que residan en Polonia y los que residan en los Estados Unidos. Desde enton- ces han sido muchas las propuestas de definicin que se han hecho, desta- cando sta de Rosenberg y Hovland (1960, pg. 3): las actitudes son pre- disposiciones a responder a alguna clase de estmulo con ciertas clases de respuesta. Ms especficamente, de las mltiples definiciones existentes podemos concluir que una actitud es una predisposicin aprendida a res- ponder de una manera consistentemente favorable o desfavorable a un objeto dado (objeto fsico, personas, grupos, etc.). Existen bsicamente dos tipos de concepciones de la actitud: la concep- cin multidimensional, que es la ms seguida tradicionalmente en psicologa social, y que considera que la actitud tiene tres componentes (cognitivo, afectivo y conductual) y la concepcin unidimensional, que est ganando terreno en los ltimos aos y que enfatiza la dimensin afectiva o evalua- tiva como la ms importante o incluso la nica. As, Eagly (1992), o Petty y Caccioppo (1981, pg. 7), para quienes el trmino actitud debera ser usado para referirse a un sentimiento general, permanentemente positivo o negativo, hacia alguna persona, objeto o problema. Tambin Ajzen y Fish- bein (1980) defienden este modelo de componente nico. No niegan la existencia de un componente cognitivo aunque s que ste sea una parte de la actitud. Adems, como subrayan Cooper y Croyle (1984), aunque el enfoque cognitivo sigue siendo central en este campo, sin embargo, se est dando cada vez ms protagonismo al afecto y la motivacin (por ejemplo, Abelson y cols., 1982 proporcionan un fuerte ejemplo del papel desempe- ado por el afecto en las actitudes polticas). Con ello se vuelve a etapas anteriores: el afecto refleja la motivacin. La gente es vista como motivada a adoptar actitudes, a cambiar las actitudes existentes, y a actuar de forma consistente con sus actitudes como una funcin de los constructos motiva- cionales. Y es que el trabajo en el cambio de actitudes no ha sido nunca puramente cognitivo ni tampoco puramente motivacional. Tal vez haya sido sta una razn por la que ha durado tanto tiempo y ha resistido el cambio de las modas experimentales. Nuestra revisin sugiere que el nfasis de la investigacin en el cambio de la actitud durante los ltimos aos ha estado en el lado cognitivo. Pero se han odo significativas llamadas para volver al otro lado. Sospechamos que el pndulo atrado por las cogniciones ha lle- gado cerca de la cspide de su arco y que los prximos aos veremos una mejor atraccin ejercida por las fuerzas motivacionales (Cooper y Croyle, 1984, pg. 422). Sin embargo, ha existido desde hace mucho, aunque cada vez menos, un relativo consenso en cuanto a la naturaleza tridimensional de la actitud, cuyos tres componentes son fuertemente consistentes entre s, de tal forma que es muy difcil modificar uno sin modificar los otros, y al contrario, es sumamente probable que cambien los otros dos componentes cuando se modifica uno de ellos. Ms especficamente, estos componentes son: a) Per- Las actitudes 193 ceptivo o cognitivo: consiste en las creencias de un individuo acerca de un objeto determinado; b) Afectivo o sentimental: se refiere a las emociones, los sentimientos vinculados a un determinado objeto, y es lo que dota a las actitudes de su carcter motivacional; y c) Comportamental o reactivo: incluye toda inclinacin a actuar de una manera determinada ante el objeto de dicha actitud. En definitiva, como seala Rodrguez Gonzlez (1989, pg. 202), desde muy pronto vio la psicologa social la enorme potencia del conocimiento de las actitudes como instrumento de influencia sobre la con- ducta de individuos, grupos y colectividades, partiendo de lo que luego se ha llamado postulado de congruencia; es decir, de la relacin causal directa entre actitud y conducta. Hasta tal punto cobr importancia el estudio de las actitudes que, como ya hemos dicho, algunos autores llegan a identifi- carlo con la propia psicologa social. Sin embargo, el concepto de actitud ha sido tambin objeto de muchas crticas desde que Symonds (1927) afir- mara que era totalmente superflua su utilizacin, ya que es un mero nom- bre que duplicaba el viejo trmino de hbito, hasta Doob (1947), quien desde supuestos conductistas, le niega al concepto de actitud todo carcter cientfico, pasando por Strauss (1945) que desde la perspectiva del Interac- cionismo Simblico y tras calificarlo como un concepto confuso y no tc- nico, lo rebaja a la categora de simple instrumento del sentido comn. En todo caso, subraya Rodrguez Gonzlez (1989), en psicologa social, al menos desde 1920, ha prevalecido la orientacin mentalista sancionada definitivamente por Thomas, que ya a partir de 1900 haba dictado leccio- nes sobre actitudes sociales en el sentido que luego quedar reflejado en el prlogo a la conocida obra que escribi junto con Znaniecki. A partir de ah, la psicologa social, con unas u otras matizaciones, entender las acti- tudes como formas de relacin de un sujeto con un objeto social. La acti- tud es social porque se aprende o adquiere en el proceso de socializacin, porque se suele compartir con otras personas y porque se refiere a objetos de naturaleza y significado claramente sociales. Esto ya lo deca hace aos Torregrosa (1968, pg. 157): Quiero poner de manifiesto que muchas actitudes no son slo socia- les en el sentido de que su objeto es un valor social cuya contrapartida subjetiva son las actitudes, o que stas estn socialmente determinadas son aprendidas en los procesos de interaccin social, sino tambin en el sentido de que constituyen propiedades o caractersticas de grupos y situaciones sociales, creencias y modos de evaluacin de los mismos, independientemente de que lo sean de los miembros individuales de tales grupos y situaciones; y que, por tanto, la perspectiva terica adecuada para su comprensin y explicacin debe ser una perspectiva sociolgica. De ah que estemos ante un concepto tanto individual, ya que desem- pea un papel importante en el funcionamiento psicolgico de las perso- nas, como psicosocial, dada su capacidad para insertar al individuo en su medio social, y en el que el elemento que, con el tiempo, ms interes fue la supuesta relacin existente entre la actitud y la conducta. 194 Anastasio Ovejero Bernal Ha sido Allport ( 1935, 1954) quien ms a fondo ha estudiado la histo- ria del concepto de actitud en psicologa social, y quien ha sealado las razones de esta casi unnime aceptacin (1966, pg. 60): a) se trata de un concepto que difcilmente puede ser adscrito a alguna escuela o teora con- creta y por ello es fcilmente utilizable por varios autores; b) por su natu- raleza escapa a la vieja polmica herencia-ambiente; c) es susceptible de ser aplicado tanto a los individuos como a los grupos (actitudes colectivas); y d) es un lugar de encuentro para psiclogos y socilogos. Finalmente, por qu la gente adopta actitudes? La respuesta es senci- lla, al menos desde una ptica funcionalista: la gente adopta actitudes por- que le son tiles, porque cumplen unas funciones muy concretas, entre ellas las siguientes: a) nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea, organizando y simplificando una entrada muy compleja de estmulos pro- cedentes de su medio ambiente; b) protegen nuestra autoestima, haciendo que evitemos verdades desagradables sobre nosotros; c) nos ayudan a adap- tarnos a un mundo complejo, haciendo ms probable que reaccionemos de modo que aumente al mximo nuestras recompensas procedentes del entorno; y d) nos permiten expresar nuestros valores fundamentales. Mioioa oi ias acriruois Como es obvio, resulta imposible medir las actitudes directamente, ya que no son objetos fsicos que estn ah, sino constructos hipotticos que inferimos para explicar otras cosas. Como es bien sabido, las actitudes no pueden ser observadas directamente, sino que debemos inferirlas a partir de la conducta observable. De ah que se acuda a medir indicadores de las mismas, como pueden ser las opiniones o creencias de las personas (medi- das directas) o incluso aspectos fisiolgicos, como la tasa cardaca o la res- puesta galvnica de la piel (medidas indirectas). Aunque deberamos dedicar al menos uno o dos captulos a este aspecto, a la medicin de las actitudes, sin embargo, al no poder hacerlo, resumire- mos este apartado todo lo posible, comenzando por las medidas directas, entre las que sin duda alguna, las escalas son las ms conocidas y utilizadas. La primera contribucin importante a este tipo de mediciones proviene de Thurstone (1929; Thurstone y Chave, 1929) cuando aplic los mtodos psi- comtricos al estudio de la medicin de actitudes (vase Lpez, 1985, pgi- nas 237-250). Como dice Lpez (1985, pgs. 238-239), el continuo psicolgico de actitud que trata de estudiarse con esta tcnica parte de un conjunto de juicios y opiniones que estn distribuidos en una escala de 11 puntos, en la que el punto 1 de la misma representa el extremo ms favorable respecto a la actitud; el punto 6 representa una posicin de indiferencia o neutra de actitud; y el punto 11 supone el otro extremo desfavorable a la actitud. Poco despus, Likert (1932) propuso un nuevo tipo de escala que con el tiempo se hara mucho ms popular an que el de Thurstone, posible- mente a causa de su mayor sencillez (vase Lpez, 1985, pgs. 251-260). Las actitudes 195 Como afirmaba el propio Likert, nuestro inters est orientado a demos- trar que incluso escalas ms breves y sencillas como stas expresan dife- rencias de actitudes definidas y fiables. En estas escalas, como se sabe, cada tem aparece como un juicio o una afirmacin con la que el sujeto debe decir si est de acuerdo o en desacuerdo y en qu grado, de esta manera: el sujeto debe sealar en cada una de las frases el grado en que est de acuerdo (totalmente de acuerdo, moderadamente de acuerdo, indiferente, moderadamente en desacuerdo o totalmente en desacuerdo, aunque a veces en lugar de cinco se proponen siete alternativas). Estas escalas suelen poseer ms altos coeficientes de fiabilidad que las escalas Thurstone. Peor conocida y menos utilizada es la escala de Guttman (1950): se trata de una tcnica que presenta diferencias bsicas en rela- cin con las dos anteriores que hemos visto, pues mientras estas ltimas, con intervalos iguales y estimaciones sumadas, suministran sistemas para la seleccin de un conjunto de tem que habrn de constituir el instru- mento de medida, en cambio, el anlisis escalar de Guttman slo se ocupa de la evaluacin de tales tem una vez que han sido seleccionados mediante cualquier otro mtodo (vase Lpez, 1985, pgs. 260-274). Menos utilizada todava es la tcnica de discriminacin escalar de Edwards y Kilpatrick (1948) (vase Lpez, 1985, pgs. 274-278). Como seala Lpez, el procedimiento de discriminacin escalar no es una con- tribucin nueva en la seleccin de tem, ya que combina elementos toma- dos de la tcnica de Thurstone con los de la de Likert con el fin de llegar a la construccin de un sistema de tipo Guttman, pero constituye un inte- resante procedimiento de seleccin de los tem que conserva y supera las mejores ventajas de las tcnicas anteriores. Adems, de las escalas de acti- tudes, entre las medidas directas destaca, por su utilidad y popularidad, el Diferencial Semntico (vase Ross, 1985, pgs. 224-231; y Bechini, 1986). Finalmente, existen tambin medidas indirectas, de las que las ms estudiadas son las que acuden a las respuestas fisiolgicas (vase Petty y Caccioppo, 1983). Con estas tcnicas el sujeto es consciente de que est siendo observado, pero no sabe que est siendo evaluada su actitud, es decir, no tiene control sobre sus respuestas respecto al objeto de la evalua- cin. Entre las respuestas fisiolgicas ms utilizadas para medir actitudes sobresalen las dos siguientes: a) La dilatacin de la pupila: por ejemplo Hess, Seltzer y Shlien (1965), partiendo del hecho de que la pupila tiende a dilatarse cuando observa un estmulo en el que tiene especial inters, investigaron la dilatacin de la pupila de cinco varones heterosexuales y cinco homosexuales al observar fotos de hombres y mujeres desnudos o parcialmente desnudos. Los cinco heterosexuales mostraron una mayor diferencia en la dilatacin media que los cinco homosexuales cuando vean las fotografas de mujeres; b) La respuesta galvnica de la piel: esta res- puesta, que tiende a ocurrir cuando la persona est ansiosa o excitada..., consiste en un cambio en la conduccin elctrica de la piel que puede manifestarse sudando, con el incremento o decremento del flujo capilar, etc. Generalmente, la respuesta se manifiesta por una cada en la resisten- 196 Anastasio Ovejero Bernal cia de la piel (Ros, 1985, pg. 223). Esta tcnica ha sido utilizada, por ejemplo, para medir los prejuicios. Aparte de los problemas ticos implicados en la utilizacin de estas tc- nicas, pues los sujetos no saben con qu finalidad se observan y evalan sus respuestas, existen tambin serios problemas de tipo metodolgico. As, bien puede suceder que esas medidas impliquen respuestas, como la saliva- cin, parpadeo, contraccin vascular, que hayan sido condicionadas a un estmulo verbal y, por un proceso de generalizacin semntica, aparezcan al responder a palabras, o bien que impliquen conceptos semejantes en signi- ficado al estmulo original. Por ejemplo, Volkova inform de una serie de experimentos llevados a cabo en la Unin Sovitica en los que ciertos suje- tos fueron condicionados a salivar en respuesta a la palabra bueno; sub- secuentemente, afirmaciones como el joven pionero ayuda a su camarada produjeron salivacin mxima, mientras que afirmaciones como los fascis- tas destruyeron muchas ciudades, producan salivacin mnima. Riiacix acriruo-coxoucra La mayor parte del inters cientfico por las actitudes y su estudio radica en la hiptesis de que las actitudes y la conducta estn relacionadas, o sea, el comportamiento de la gente refleja sus actitudes. En el caso del prejuicio racial, saber que un grupo de personas blan- cas mantienen actitudes muy negativas hacia los negros invita a pensar que apoyarn polticas segregacionistas, votarn a senadores conservado- res, vivirn en barrios monorraciales, evitarn el contacto con los negros, leern peridicos y publicaciones de corte racista y evitarn las publica- ciones liberales y las antirracistas, primarn en sus creencias aquellos aspectos que sean negativos para los negros, minimizando o ignorando cualquier aspecto positivo y se relacionarn con personas que mantengan actitudes y creencias parecidas (Morales y Moya, 1996, pg. 219). Sin embargo, hasta qu punto es posible predecir las acciones de una persona conociendo sus actitudes? Ya en 1934, La Piere public un estudio, ya clsico, en el que mostraba que no exista mucha relacin entre las actitudes y la conducta. En efecto, La Piere haba viajado por los Estados Unidos con una joven pareja china, visitando 251 restaurantes y hoteles. Se les neg el servicio, debido a la raza de la pareja, slo en un establecimiento. Seis meses despus, envi a cada de los establecimientos que haban visitado un cuestionario que inclua esta pregunta: aceptara usted miembros de la raza china en su estableci- miento? De los 128 que devolvieron el cuestionario (el 50 por 100 de los que haba visitado), slo uno respondi que s, mientras que 118 (92 por 100) respondieron que no (9 respondieron que dependa de las cir- cunstancias). As, pues, la gran mayora dijeron que no atendan a clientes chinos, en tanto que La Piere ya haba comprobado que s los atendan. Las actitudes 197 Pero estos datos no parecen tan demostrativos como a primera vista parece, puesto que tal vez resulte ms fcil afirmar en un cuestionario que no se servir a huspedes chinos que negarse en la realidad a servir- los cuando se los tiene delante, mxime si, como en este caso, esos chinos acompaaban a un blanco, iban bien vestidos, etc. Pero al menos sirvi este trabajo para suscitar una gran cantidad de investigacin sobre este problema. Por ejemplo, Wicker (1969) revis ms de 30 estudios que tra- taban sobre la consistencia actitud-conducta, y encontr que la correla- cin media entre las mediciones de las actitudes y las mediciones de las conductas fue aproximadamente de 0,30, relacin claramente baja con- cluyendo de forma desalentadora que haba pocas pruebas para apoyar la existencia postulada de actitudes estables subyacentes dentro del indi- viduo, las cuales incluyen tanto su expresin verbal como sus acciones (Wicker, 1969, pg. 75). Por mostrar un estudio concreto, Diener y Wallbom (1976) constataron que casi todos los estudiantes universitarios dicen que hacer trampa es moral- mente incorrecto. Sin embargo, cuando estos autores pidieron a sus sujetos que realizasen una tarea de solucin de anagramas (que se les dijo que medan el CI) y que se detuvieran cuando sonara una campana en la habitacin, el 71 por 100 de ellos, haciendo trampa, siguieron trabajando despus de que son la campana. En cambio, con otra muestra similar de sujetos, a los que se les hizo autoconscientes trabajando frente a un espejo mientras escuchaban sus voces grabadas, slo el 7 por 100 hizo trampa, lo que nos indica que colocar espejos al nivel de los ojos en las tiendas presumiblemente disminuiran los hurtos al hacer a las personas ms conscientes de sus actitudes contra el robo. Y es que las actitudes son, sin ninguna duda, un (no el) determinante de la conducta. Adems, tampoco debemos olvidar que tambin la conducta influye en las actitudes y las modifica, como mostr Festinger. Como consecuencia de estas investigaciones, en los primeros 70 muchos cientficos sociales vieron el concepto de actitud como de poca utilidad. Sin embargo, como sealan Eagly y Himmelfarb (1978), recientemente la investigacin actitud-conducta ha resurgido como consecuencia de que revisiones ms recientes son considerablemente ms optimistas al mostrar que las relaciones al menos moderadas son la regla y no la excepcin cuando se estudian actitudes y conductas socialmente importantes en con- textos de no laboratorio. Por ejemplo, la revisin de Cialdini y colaborado- res (1981) muestra que en este tema se ha pasado en pocos aos del pesi- mismo, o como mucho el escepticismo, a una perspectiva ms optimista (vase tambin Zanna y cols. 1982). Finalmente, Cooper y Croyle (1984) sealan que la cuestin de si las actitudes predicen y/o causan la conducta no es ya la nica que se plantea, sino que tambin interesa ya responder a estas otras dos: qu es lo que mediatiza las relaciones actitud-conducta? Y cmo pueden los psiclogos predecir mejor la conducta a partir de las actitudes? Y es que la pregunta estn correlacionadas las actitudes y la conducta? no es muy til, dado que resulta demasiado global e indi- ferenciada. 198 Anastasio Ovejero Bernal Sin duda alguna, este tema de la consistencia entre la actitud y la con- ducta ha avanzado muchsimo en los ltimos diez aos, habindose llegado a una etapa, de alguna manera superadora de las anteriores, que se centra en los procesos cognitivos mediacionales, como el modelo procesual de Fazio y colaboradores (1983). As, como sealan Ajzen y Fishbein (1977), cuando la actitud medida es general por ejemplo, una decisin como la de ayudar a una pareja de asiticos particulares en el estudio de La Piere, no debemos esperar una correspondencia estrecha entre las palabras y las acciones. En efecto, Fishbein y Ajzen nos informan de que en 26 de 27 de los estudios que ellos revisaron, las actitudes no predijeron la conducta. Pero las actitu- des predijeron la conducta en todos los estudios que pudieron encontrar en los que la actitud medida era directamente pertinente a la situacin. Por ejemplo, las actitudes hacia el concepto general de conveniencia de la salud predicen muy poco las prcticas especficas de ejercicio y dieta. Sin embargo, es ms probable que el hecho de que las personas hagan footing de- penda de sus opiniones acerca de los costos y beneficios del hacer footing. De la misma manera, las actitudes hacia la contracepcin predicen en alto grado el uso de anticonceptivos (Morrison, 1989). Igualmente, las actitudes hacia el reciclaje (pero no las actitudes generales a favor del medio ambiente) predicen la participacin en el reciclaje (Oskamp, 1991). En definitiva, las actitudes son dbiles predictoras de la conducta cuando los condicionamientos ambientales resultan tan fuertes que es dif- cil e incluso imposible ninguna conducta individual, es decir, cuando las normas sociales son tan fuertes que difcilmente cabe salirse de ellas. As, por ejemplo, en los aos 50 resultaba prcticamente imposible en una aldea castellana que una familia con actitudes contra la religin catlica no lle- vara a su hijo a hacer la primera comunin. Esto lo explica perfectamente la teora de la accin razonada de Fishbein y Ajzen (1975), que veremos en el prximo captulo y que probablemente es el modelo ms influyente y conocido sobre la relacin actitud-conducta. El apoyo emprico que ha obtenido esta teora nos permite concluir que factores como las normas sociales, las normas morales y los hbitos evocados en cierta situacin pue- den ejercer fuertes influencias en la conducta y fortalecer o atenuar la rela- cin entre la actitud y la conducta. Riiiisixracioxis sociaiis coxo acriruois coiicrivas Tradicionalmente, el carcter social o compartido de las actitudes ha recibido, paradjicamente, poca atencin por parte de los psiclogos socia- les. Es ms, los estudios tradicionales sobre las actitudes han ido hacin- dose cada vez ms individualistas, llegndose a minimizar casi totalmente su carcter compartido. Segn esta perspectiva, como diran Lalljee, Brown y Ginsburg (1984), la actitud es algo caracterstico de un ermitao social, de una persona aislada de las dems, relegando al olvido las situaciones interpersonales de intensa comunicacin en las que se forma, se adquiere, se modifica y se expresa. Sin embargo, ltimamente se est volviendo a Las actitudes 199 prestar atencin especial al carcter compartido de la actitud, cosa que ya hacan hace muchas dcadas, los pioneros del estudio psicosocial de las acti- tudes, Thomas y Znaniecki (1918), con lo que se va aproximando al estudio, ste tan de moda en la psicologa social de los ltimos quince aos, de las representaciones sociales. Aunque existe, cuando menos, una diferencia sus- tancial entre ambos conceptos: el de actitud es ms motivacional mientras que el de representacin social es ms cognitivo, adems del significado emi- nentemente psicologista e individualista que con los aos, sobre todo tras la influencia de Gordon Allport, fue adquiriendo el concepto de actitud, frente al significado claramente colectivo del de representacin social. Por ello, los estudiosos de las representaciones sociales pretenden, otra cosa es que lo consigan, ir ms all de las actitudes. En efecto, el tema de la cognicin social ha sido en los ltimos aos desarrollado en profundidad y en su ampliacin ha ido siendo relacionado con otros factores sociales como el pensamiento colectivo, la ideologa, etc., creando con ello las bases para una adecuada explicacin del comportamiento social tanto individual como colectivo. Al aislar los mecanismos sociocognitivos que intervienen en el pensa- miento social, el estudio de las representaciones sociales ofrece una pode- rosa alternativa de los modelos de la cognicin social. Su alcance en psi- cologa social no se detiene ah, ya que debido a los lazos que las unen al lenguaje, al universo de lo ideolgico, de lo simblico y de lo imaginario social y debido a su papel dentro de la orientacin de las conductas y de las prcticas sociales, las representaciones sociales constituyen objetos cuyo estudio devuelve a esta disciplina sus dimensiones histricas, socia- les y culturales. Su teora debera permitir unificar el enfoque de toda una serie de problemas situados en la interseccin de la psicologa con otras ciencias sociales (Jodelet, 1986, pg. 494). Esta misma autora, Denise Jodelet, propone la siguiente definicin general de representacin social (pg. 474): El concepto de representacin social designa una forma de conocimiento especfico, el saber de sentido comn, cuyos contenidos manifiestan la operacin de procesos generativos y funcionales socialmente caracterizados. En sentido ms amplio, designa una forma de pensamiento social. Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento prctico orientadas hacia la comunicacin, la comprensin y el dominio del entorno social, material e ideal (vase un interesantsimo y completo anlisis de las representaciones sociales en Ib- ez, 1988b). As pues, la representacin social es el punto donde se solapa lo psicolgico y lo social. De hecho, el concepto de representacin social o ms bien, colectiva aparece en sociologa, con Durkheim, pero la teora de la representacin social va a ser esbozada en psicologa social por Moscovici (1961, 1981b, 1982, 1984) y actualmente se est aplicando a muy diferentes campos como es, por ejemplo el SIDA (vase Pez y cols., 1991, Basabe y cols., 1996). Sin embargo, no resulta fcil de distinguir el concepto de representa- 200 Anastasio Ovejero Bernal cin social del concepto de actitudes colectivas, hasta el punto de que, como admite Montero (1994), la introduccin en psicologa social del con- cepto de representacin social no ha supuesto un avance en la clarificacin del confuso panorama definicional constituido por otros conceptos bsicos en la disciplina como los de actitud, creencia, opinin, valor o estereotipo. En resumen, pese al poco eco que entre los tericos de las representacio- nes han tenido las dudas expresadas por algunos psiclogos sociales acerca de que el concepto de representacin social difiera del de actitud, estas cr- ticas deberan tenerse ms en cuenta (lvaro, 1995, pg. 81). De hecho, aunque la actitud es individual, existen tambin actitudes interindividuales que no son producto del azar. As, una comunidad de actitudes crea un lazo que puede convertirse en la base de un grupo permanente. Por su parte, la pertenencia a un grupo, psicolgico o sociolgico, implica una comunidad de actitudes respecto a cierto nmero de objetos sociales, lo que constituye una de las marcas de las pertenencias sociales. Las actitudes constituyen, de esta forma, un elemento de formacin y conservacin de los lazos sociales. En este sentido, habra pocas diferencias entre las actitu- des colectivas o interindividuales y las representaciones sociales. De hecho, qu aade el concepto de representacin social al de actitud que tenan hace ya ochenta aos Thomas y Znaniecki? Por otra parte, el estudio de las representaciones sociales va indisoluble- mente unido al estudio del lenguaje. La particular complejidad de los con- tactos entre los hombres proviene del papel que en ellos desempea el len- guaje. Al tener el mismo significado para quien habla y para quien escucha, el lenguaje permite tanto representar un objeto ausente o invisi- ble, como evocar el pasado o el futuro, liberando as las relaciones humanas de las limitaciones del espacio-tiempo que sufren las otras especies (Farr, 1986, pg. 495). Como seala Farr, en la mayora de las sociedades huma- nas, las personas pasan una gran parte de su tiempo hablando, y quien desee estudiar las representaciones sociales deber interesarse por el conte- nido de estas conversaciones que, por otra parte, presentan muy variadas formas: conversaciones formales, charlas de caf, dilogos telefnicos, parla- mentarios, etc. En cuanto al cometido de las representaciones sociales, stas poseen una doble funcin: Hacer que lo extrao resulte familiar y que lo invisible se haga visible. Adems, las representaciones sociales determinan el comportamiento tanto individual como colectivo de quienes las comparten, porque vienen a ser ideologas de la vida cotidiana (Ibez, 1988a). De hecho, ya a finales del siglo xix Gabriel Tarde propuso que la psicologa social se hiciese cargo sobre todo del estudio comparativo de las conversa- ciones, ya que haba entendido la importancia de la comunicacin en la reproduccin y la transformacin de las sociedades humanas. Ahora bien, desde la proposicin de Tarde las cosas han evolucionado y, tanto en Francia como en otros pases desarrollados, uno de los cambios ms espectaculares es, sin duda, el papel cada vez ms determinante de los medios de comunicacin de masas en la creacin y la difusin de infor- maciones, opiniones e ideas. Las conversaciones particulares nunca han Las actitudes 201 girado tanto alrededor de acontecimientos de alcance nacional e interna- cional. Todo ello llev a Serge Moscovici a caracterizar nuestro tiempo como la poca por excelencia de las representaciones sociales (Farr, 1986, pg. 496). Finalmente, como puede fcilmente deducirse de lo que llevamos dicho, existe una estrecha relacin entre la representacin y la ideologa, relacin que es analizada en un libro de Pez y colaboradores (1987), en que estos autores afirman textualmente (pg. 297): Las representaciones sociales son la forma presistematizada o vulgari- zada, en el discurso del sentido comn, de las ideologas. Desde esta pers- pectiva, las representaciones sociales deben situarse como un componente bsico y difuso de las ideologas. En otros trminos, se trata del discurso ideolgico no institucionalizado. Por el contrario, la ideologa es el dis- curso social de legitimacin de la hegemona basada en la divisin del tra- bajo y en el lenguaje. Este conjunto sistematizado de representaciones dan sentido al mundo social, y explican problemas del orden social. De ah que, como seala Moscovici, las representaciones sociales surjan con ms empuje precisamente en pocas de crisis y conflictos, cuando las personas no entienden lo que pasa a su alrededor, cuando necesitan enten- der el comportamiento de ciertos grupos sociales y las ideologas existentes no les sirven suficientemente para ello. Una consecuencia importante de todo ello es precisamente que las representaciones sociales sirven, como hacen las actitudes, para articular los procesos cognitivos con los procesos grupales e intergrupales, con lo que tambin pueden servir perfectamente, como hacen las actitudes, para unir individuo y sociedad, esa tarea tan necesaria y tan difcil de realizar. Coxciusix Si lo que nos interesa no es tanto el cambio de las actitudes como el de las conductas, parece plausible pensar que resulta mejor olvidar la psicolo- ga social del cambio de actitudes y utilizar directamente incentivos mone- tarios y sanciones legales, es decir, que nos convendra acudir al ms eficaz de los instrumentos para cambiar las actitudes: el BOE. De hecho, despus de que no tuvieran ningn xito las campaas que pusieron de relieve la gran ventaja de usar los cinturones de seguridad en Alemania y en Suecia, ambos pases promulgaron sendas leyes que hicieron obligatoria su utiliza- cin. Pues bien, en pocos meses aument considerablemente la frecuencia de su uso. Adems, se constat que, tras la promulgacin de la ley, los automovilistas suecos haban mejorado sus actitudes hacia la utilizacin del cinturn de seguridad, al menos aquellos que la cumplieron (Fhaner y Hane, 1979): Festinger pareca tener razn. Sin embargo, ello plantea, cuando menos, tres problemas: primero, que la mayora no tenemos la posibilidad real de introducir modificaciones a travs del BOE; segundo, 202 Anastasio Ovejero Bernal esta estrategia slo puede usarse en las conductas observables pblica- mente y controlables, como es el exceso de velocidad y la utilizacin o no del cinturn, pero no cuando no son tan fcilmente observables y contro- lables, como ocurre, por ejemplo, con las conductas racistas y discrimina- torias: as, nadie puede obligar a un padre a que permita que su hijo se case con una persona de otra raza; y tercero, una desventaja ms amplia inherente al uso de las sanciones legales para inducir cambios de conducta radical, como apuntan Stroebe y Jonas (1990), en que cuando la conducta est bajo control de algn incentivo extrnseco, no slo ser necesario con- trolar continuamente la conducta sino que tambin sera difcil, aunque no imposible, remitirla a un control interno. Por eso los lmites de velocidad se vuelven ineficaces a menos que estn continuamente controlados y los automovilistas sepan que estn siendo controlados. E incluso cuando leyes como la que hizo obligatorio el uso del cinturn de seguridad parecen pro- ducir un cambio de actitud, debemos preguntarnos qu ocurrira si se revocaran tales leyes. As, la gran ventaja de influir en la conducta a tra- vs de la persuasin es que la conducta permanece bajo control interno y por tanto no necesita control externo (Stroebe y Jonas, 1990, pg. 196). En conclusin, la nocin de actitud sirve a psiclogos y socilogos para explicar que la conducta del individuo no est regulada directamente desde el exterior por el medio fsico o el medio social, y que los efectos del mundo exterior son mediatizados por la manera con que el individuo orga- niza, codifica e interpreta los elementos exteriores. No obstante, su empleo resulta delicado: en sociologa, la nocin de actitud corre el riesgo de provocar una psicologizacin de los problemas que minimice los determinantes econmicos, polticos e institucionales, y en psicologa, conlleva el riesgo de minimizar el papel de las condiciones externas. Esto parece ya haber sucedido, puesto que tras dcadas de investigaciones sobre las actitudes, se ha descubierto que la actitud no es lo nico que determina la conducta (Montmollin, 1985, pg. 171). Por otra parte, debemos preguntarnos, con G. de Montmollin (1985, pg. 173), si los progresos ms decisivos no exigen un doble cambio de escala: pasar del estudio de actitudes aisladas al estudio del conjunto de las actitudes del individuo, es decir, a la estructura de su sistema ideolgico; y pasar del estudio de individuos aislados al estudio del conjunto de las acti- tudes del grupo, la clase, la sociedad, es decir, a la estructura ideolgica del cuerpo social. Probablemente ello mejorara tambin la eficacia de los intentos de persuasin. La persuasin no es sino el intento de cambiar las opiniones de los dems, con la finalidad ltima de cambiar sus comporta- mientos. De ah el enorme inters que tienen educadores, vendedores, pol- ticos, lderes religiosos y de sectas, etc., en la persuasin y, sobre todo, en ser eficaces en este campo, es decir, en ser persuasivos. Las actitudes 203 This page intentionally left blank Cairuio XIII Cambio de actitudes y persuasin Ixrioouccix Si, como hemos dicho, el tema de las actitudes ha sido probablemente el ms central de la psicologa social, el cambio de actitudes o la persuasin ha sido el aspecto de las actitudes ms estudiado (Olson y Zanna, 1993), principalmente porque su estudio es algo fundamental en las sociedades occidentales democrticas y capitalistas, ya que puede servir para influir en los comportamientos polticos y de consumo (Oskamp, 1991). De hecho, estamos en la era de la publicidad y la propaganda, con lo que los intentos de cambiar las actitudes y las conductas por medio de la comunicacin persuasiva cobra un protagonismo de primer orden. Existen muy diferentes formas de cambiar las actitudes de la gente (Stroebe y Jonas, 1990, pgi- na 190): 1) el uso de apelaciones persuasivas, como hacen tantas veces los vendedores a travs de los anuncios publicitarios; 2) exposicin directa al objeto de actitud, como tambin hacen, menos frecuentemente, los vende- dores cuando envan a nuestro domicilio muestras gratis de sus productos, con la esperanza de que las probemos y desarrollemos actitudes positivas hacia el producto; 3) cambio de la conducta inducida por incentivos: en lugar de confiar en los inciertos efectos de la publicidad y de la experien- cia directa a veces intentamos influir en la conducta (por ejemplo, los padres en la conducta de sus hijos) cambiando las recompensas y costes asociados a los cursos alternativos de accin, como, por ejemplo, bajando el precio de la gasolina sin plomo para que sea utilizada por ms usuarios y, de esta manera, disminuya la contaminacin atmosfrica; 4) otra forma de cambiar las actitudes de la gente consiste en inducirlas a que se com- porten contraactitudinalmente, como muestra Festinger. Finalmente, men- cionemos una ltima forma de cambiar las actitudes: la psicoterapia. Los psiclogos cada vez van aceptando ms la idea de que es la influencia social y sobre todo la persuasin lo que est en el corazn de la psicotera- pia y lo que explica su eficacia (Strong, 1978; Frank, 1982, Ovejero, 1987a, captulo 6; Caccioppo y cols., 1991; McNeill y Stoltenberg; 1991; Neimeyer y cols., 1991; Strong, 1991, etc.). La persuasin consiste en el cambio de actitud que resulta de la expo- sicin a la informacin proveniente de otras personas (Olson y Zanna, 1993, pg. 135). Aunque la persuasin a travs de la comunicacin ha sido utilizada siempre, ya desde el neoltico, la persuasin ha desempeado un papel particularmente central, tanto econmico como social y poltico, en cuatro pocas de nuestra historia: el perodo helnico de Pericles, las lti- mas dcadas de la Repblica Romana, el Renacimiento humanista, y de una forma muy especial durante el siglo xx en que destacan ya los estudios explcitamente psicosociales, estudios que cubren cuatro perodos (Mc Guire, 1985): 1. 1920-1930: el inters se centr en la medida de las actitudes (Thurstone, Likert, Guttman, La Pierre, etc.); 2. 1935-1955: durante estos aos el tema de las actitudes es poco estudiado, dado que, bajo la influencia de Kurt Lewin, el inters por las actitudes fue reempla- zado por el inters por la dinmica de grupos; 3. 1955-1965: el inters de los investigadores vuelve otra vez a las actitudes y ms en concreto al cam- bio de actitudes, como consecuencia de la II Guerra Mundial y de la Guerra Fra, y recoge los trabajos de Hovland, McGuire, Heider, Fes- tiinger, Brehm, etc. (vase Insko y Schopler, 1980). Pero a partir de 1965, y durante una dcada, vuelve a perderse el inters por las actitudes y lo que ms se estudia es la percepcin social (atribuciones causales, formacin de impresiones etc.); 4. Aos 80 y 90: a partir de 1977 volvi a aumentar el inters por este tema, pero centrndose en el contenido, estructura y funcionamiento de los complejos actitudinales. Estas fluctuaciones en los intereses de los psiclogos sociales se deben a razones internas como la influencia de las escuelas invisibles, y externas como las dos guerras mun- diales (vase Jones, 1985). Tales fluctuaciones en el inters por los temas a tratar inducidas interna y externamente benefician a una disciplina ya que le permite a un campo como el de las actitudes dejar su terreno de barbe- cho para que ms tarde florezcan nuevas ideas y nuevos enfoques (McGuire, 1985, pg. 237). Finalmente, aunque existe una gran proximidad entre los procesos de influencia social y el cambio de actitud, se hace necesario distinguir con claridad ambos conceptos, que en psicologa social son bien distintos, aun- que no por razones tericas sino, como tantas otras veces ocurre, por razo- nes histricas y sociolgicas. Por comunicacin persuasiva entendemos un mensaje, verbal en la casi totalidad de los casos, concebido y organizado para persuadir y diri- gido a una o varias personas para hacerles adoptar un determinado punto de vista. Una comunicacin persuasiva es en sentido nico (el receptor del mensaje no tiene ocasin de expresar y defender su punto de vista, ni siquiera de responder al mensaje refutando abiertamente los argumentos) 206 Anastasio Ovejero Bernal y, generalmente, argumentada (el mensaje incluye las razones o argumen- tos que justifican la posicin adoptada). De este modo quedan excluidas las situaciones de discusin en grupo y aquellas en que el receptor tan slo es informado de la posicin de una o varias personas (Montmollin, 1985, pg. 119). Facroiis qui iaciiirax ii caxnio oi acriruois Existen muchos y muy variados procedimientos para cambiar una acti- tud: a travs de los medios de comunicacin social, mediante la experien- cia directa, mediante la legislacin, etc. En resumen, los cambios en las actitudes son producidos por una informacin adicional, por las variacio- nes en la pertenencia a los grupos, por una modificacin en la conducta en relacin hacia un objetivo de la actitud y, finalmente, mediante procedi- mientos que cambien la personalidad (Krech y cols., 1972, pg. 236). Ahora bien, adoptemos la tcnica que adoptemos para cambiar una acti- tud, tal proceso puede resumirse as: Fuente canal Mensaje canal Receptor Es decir, para entender el proceso de cambio de actitud debemos anali- zar las caractersticas de sus elementos, anlisis que se compendia en esta cudruple pregunta, que, por otra parte, resume las investigaciones del Grupo de Yale (Hovland, Weiss, etc.): quin habla (fuente), a quin (recep- tor), qu le dice (mensaje) y cmo lo dice (canal)? (Montmollin, 1985): 1) La fuente: Una serie de caractersticas hacen que el impacto de la fuente sea mayor o menor, entre ellas las siguientes: a) Credibilidad de la fuente: el sentido comn nos dice que no debe- mos dejarnos persuadir a menos que la fuente sea creble, lo que, segn Hovland, implica que la juzguemos tanto competente como digna de con- fianza. Esta relacin entre credibilidad y persuasin ya fue confirmada experimentalmente por Hovland y Weiss (1951). En su conjunto, el balance de las investigaciones sobre la competen- cia de la fuente es sumamente positivo: el mensaje tiene mayor impacto cuando proviene de una fuente percibida como superior en conocimien- tos, en instruccin, en inteligencia, en xito profesional, incluso cuando el receptor tan slo cuenta con muy poca informacin o ndices para juzgar esta competencia. No obstante, hay que relativizar esta conclusin: el efecto de la competencia depende de la incertidumbre del receptor acerca del problema planteado; si su posicin es muy firme, no cambiar de opinin ni siquiera si la fuente es muy competente; asimismo, el efecto depende de la motivacin del receptor: tan slo si ste busca la opinin ms vlida sobre un problema, la competencia se convierte en un criterio pertinente (Montmollin, 1985, pg. 125). Cambio de actitudes y persuasin 207 Ahora bien, para que una fuente posea capacidad de persuasin debe inspirar confianza. El receptor slo otorga su confianza si la fuente le parece objetiva, desinteresada y sin intencin de manipular o engaar. Tam- poco podemos olvidar que a la gente no le gusta que se le intente influen- ciar: cuando sospecha que la fuente tiene intencin de persuadirla, se resiste, por reaccin o reactancia, a lo que percibe como atentado a su libertad de opinin (Brehm, 1966). b) La atraccin ejercida por la fuente: est sobradamente demostrado que las fuentes mas atractivas son ms persuasivas, sea cual sea el origen de la atraccin (atractivo fsico, similitud en creencias, edad o sexo, etc.). Y ello porque la atraccin produce simpata. En su conjunto, el balance de las investigaciones sobre la simpata confirma la idea del sentido comn: el mensaje proveniente de una fuente por la que se siente simpata tiene un mayor impacto, ya sea que esta impresin sea inmediata o sea mediatizada por la apariencia fsica, la familiaridad o la similitud. No obstante, esta conclusin resulta dema- siado global: a menudo, el efecto de la simpata es dbil y depende de la seguridad que tiene el receptor acerca de su propia opinin y de la importancia que el problema evocado tenga para l (Montmollin, 1985, pg. 129). Pero no olvidemos que, para tener efectos positivos, las propiedades mencionadas deben ser atribuidas necesariamente por el receptor a la fuente: de nada sirve que la fuente sea competente si no es percibida como tal. c) Los factores de la fuente en las etapas del proceso de cambio: para que los intentos por parte de la fuente de provocar cambios de actitud en el receptor sean efectivos, deber tener en cuenta una serie de factores, generalmente de tipo cognitivo, que, por consiguiente, sern sumamente eficaces en cualquier campaa de propaganda o de publicidad (Montmo- llin, 1985, pgs. 131-133): el receptor pondr ms atencin a lo que diga la fuente si sta se halla presente fsicamente y se dirige directamente a l, si es personalizada que si es annima, si es conocida o clebre que si es des- conocida, etc. Por otra parte, para que el receptor cambie su actitud es necesario que haya comprendido el mensaje. Lo que interviene directa- mente en la comprensin del mensaje es la capacidad de la fuente para expresar correctamente lo que sabe o piensa. Adems, el receptor puede hacer un mayor esfuerzo por comprender el mensaje cuando la fuente resulta atractiva, clebre, prestigiosa, simptica o cuando sta tiene el poder para sancionar la conformidad del receptor con las opiniones que expresa. Adems, es casi seguro que los factores de la fuente intervienen de forma directa en la evaluacin del mensaje. Se ha demostrado que una fuente competente provoca en el receptor una menor contraargumentacin. Ser atrado por alguien equivale a tener el deseo o la necesidad de estar de acuerdo con l; es el acuerdo con la fuente lo que se valora y no la validez de su punto de vista. De esta forma, el receptor evala las consecuencias anticipadas de su acuerdo o desacuerdo con la fuente y puede esperar 208 Anastasio Ovejero Bernal mayor satisfaccin de su acuerdo con una fuente simptica, prestigiosa y querida. 2) El mensaje: son muchos los que afirman que el mensaje es el ele- mento central del esquema de comunicacin: es el medio concebido y fabricado para persuadir. Sin embargo, el estudio de los factores del men- saje ofrece muchas menos dificultades que el estudio de los factores de la fuente, ya que si las caractersticas de la fuente no intervienen sino en la medida que son percibidas, atribuidas o interpretadas por el receptor, las caractersticas del mensaje, tanto de forma como de contenido, son objeti- vos, y por lo general, no requieren un control de manipulacin (Montmo- llin, 1985, pg. 133): a) La forma del mensaje: el estilo del mensaje no carece de efecto, a condicin de que no perjudique la comprensin, aunque conviene tener en cuenta algunos aspectos relativos a la forma del mensaje: Argumentacin unilateral y bilateral: por argumentacin hay que entender la exposicin de las razones y datos reales con los que la fuente justifica su punto de vista. Pues bien, qu resulta ms eficaz, exponer ni- camente las razones a favor del punto de vista presentado en el mensaje (argumentacin unilateral) o exponer simultneamente las razones a favor y aqullas en contra (argumentacin bilateral)? En una de las primeras inves- tigaciones sobre este tema, Hovland y colaboradores (1949) encontraron que los efectos de ambos tipos de argumentacin dependen de otros facto- res, como el nivel de instruccin de los receptores: los argumentos bilate- rales tenan un mayor impacto sobre los soldados instruidos y los unilate- rales sobre los poco instruidos. La mayora de los autores atribuyen este resultado al hecho de que se juzga que la fuente es menos digna de con- fianza, ya que parece, al mismo tiempo, menos objetiva y ms deseosa de conseguir que los dems adopten su punto de vista. Al dar simultnea- mente argumentos a favor y en contra, la fuente inhibe la reactancia del receptor, ya que da una impresin de honestidad y objetividad, y al mostrar que sabe que existen opiniones fundadas diferentes de la suya, no toma a los dems por imbciles. Debido a ello, la fuente resulta simptica y el receptor se siente inclinado a relativizar el alcance de los argumentos que se oponen al punto de vista de la fuente, sobre todo si sta ha sido capaz de refutarlos. Pero ms tarde se demostr que haba que tener tambin en cuenta otras variables como la naturaleza del problema (sobre un problema objeto de controversias o poco habitual, es mejor argumentar de manera unilateral) o las caractersticas de la fuente (una fuente poco creble ser ms eficaz si da argumentos unilaterales). Efectos del orden: tambin es conveniente, e incluso necesario, saber si es mejor comenzar el mensaje por la conclusin o dar primero los argu- mentos, comenzar por los argumentos dbiles o los fuertes, los argumentos a favor o aqullos en contra, etc. Ya vimos las conclusiones de Asch sobre los efectos de primaca y recencia. De hecho, Asch present a sus sujetos la misma descripcin de una persona, cambiando solamente el orden de los Cambio de actitudes y persuasin 209 adjetivos presentados: a la mitad les dio esta descripcin: John es inteli- gente, trabajador, impulsivo, crtico, obstinado y envidioso. A la otra mitad les dio la misma descripcin, pero con este orden: John es envi- dioso, obstinado, crtico, impulsivo, trabajador e inteligente. Pues bien, los primeros evaluaron a tal persona de manera ms positiva que los segun- dos. Obviamente, la primera informacin colore su interpretacin de la informacin posterior y gener el efecto de primaca. Un efecto similar ocurre en los casos en los que las personas aciertan en una tarea de adivi- nacin el 50 por 100 de las veces y fallan el 50 por 100: cuando los acier- tos vienen antes que los errores son juzgados como ms capaces que cuando son los errores los que aparecen antes. Ello tiene unas claras impli- caciones para la Psicologa Jurdica y para el mundo judicial en general. As, Miller y Campbell (1959) presentaron a sus sujetos una transcripcin condensada de un juicio civil real, de forma que colocaron el testimonio y los argumentos del demandante en un bloque y los del demandado en otro. Los sujetos leyeron ambos bloques. Cuando una semana despus regresa- ron los sujetos para manifestar sus opiniones, la mayora acept los argu- mentos que haban ledo en primer lugar. Por su parte, Wells, Wrightsman y Miene (1985) encontraron algo parecido cuando variaron la presentacin de una declaracin de apertura del abogado defensor en la transcripcin en un caso criminal real. La declaracin de la defensa era ms eficaz si se haca antes de la presentacin de la evidencia por parte del fiscal en lugar de hacerlo despus, como aconsejaban algunos expertos. Sin embargo, a veces es ms importante el efecto de recencia. Cundo?: 1) Cuando los dos mensajes estn separados por suficiente tiempo; y 2) cuando la audien- cia se compromete inmediatamente despus del segundo mensaje. Pero cuando los dos mensajes van uno tras otro, seguidos por un corto perodo de tiempo, por lo general se presenta el efecto de primaca. Sin embargo, cada vez es ms frecuente la constatacin de la complejidad de este campo, puesto que son muchas las variables intervinientes. b) El contenido del mensaje: entre los factores del contenido del men- saje destacan dos, por haber sido muy estudiados y por su frecuente utili- zacin en publicidad y sobre todo en propaganda: la utilizacin de argu- mentos racionales o emocionales y los llamamientos al miedo. Respecto del primero, cul es ms persuasivo, dirigirnos a la razn proporcionando buenos argumentos, u, olvidndonos de la razn, dirigirnos a la emocin? La respuesta depende de las caractersticas de la audiencia. Las personas bien educadas o analticas son ms sensibles a las llamadas a la razn que las personas con menos educacin o menos capacidad analtica (Caccioppo y cols., 1983; Hovland y cols., 1949). En cuanto al contenido amedranta- dor, una prctica comn consiste en infundir miedo a alguien para que obedezca o acepte un punto de vista. Se ha utilizado mucho en poltica y en prevencin de las enfermedades y accidentes (Janis y Feshbach, 1953). Pues bien, varias revisiones en este campo confirman los resultados de Janis y Feshbach de que un gran temor produce una menor influencia que un temor moderado, aunque existen muchos datos contradictorios en este 210 Anastasio Ovejero Bernal punto, que posteriormente han sido bastante clarificados (Leventhal, 1970). Sin embargo, los resultados muestran que el efecto de los llamamientos al miedo no es el mismo si se quiere hacer cambiar la opinin, la intencin de actuar o la conducta real (Montmollin, 1985, pgs. 138-139). En conjunto, la conclusin ms plausible es que un fuerte temor tiene un mayor efecto que un temor dbil sobre la opinin (los sujetos aceptan en mayor medida la idea de que existe una relacin entre el hbito nocivo y la salud o la seguridad), pero tiene un efecto menor que un temor dbil sobre la con- ducta real. As, un mensaje que acude a un fuerte miedo para combatir el tabaquismo, ser eficaz para cambiar las actitudes hacia el tabaco, pero no para cambiar las conductas tabquicas. El efecto del miedo depende tam- bin tanto del tipo de problema (en un problema de poca importancia, el llamamiento fuerte al miedo tiene un mayor efecto) como depende de la manera en que se presente la recomendacin (si se seala de forma explcita cmo evitar el peligro, un llamamiento fuerte al miedo resulta ms eficaz que uno dbil, pero si no se propone remedio alguno, lo que se produce es el efecto contrario) (Rogers y Mewborn, 1976). Es decir, si no se les dice a las personas cmo evitar el peligro, los mensajes atemorizadores pueden ser poco eficaces. Tales mensajes son ms eficaces si llevan a las personas no slo a tener miedo al evento amenazador (por ejemplo, una muerte por cncer pul- monar a causa de la conducta tabquica), sino tambin a creer que existe una estrategia de proteccin efectiva que pueden seguir (Madduz y Rogers, 1983). Adems, la solucin debe proponerse de forma muy clara y debe ser espec- fica para el peligro a evitar (Leventhal y cols., 1965). Finalmente, depende de ciertos rasgos de la personalidad de los receptores, como la estima de s mismo y la ansiedad crnica: un mensaje muy atemorizante es ms eficaz en aquellos sujetos que tienen un alto concepto de s mismos y en aquellos que, por su naturaleza, son poco ansiosos; pero es el mensaje moderado el que tiene mayor xito a la hora de persuadir a sujetos que se tienen en poca estima y a los que sufren de ansiedad crnica. Por ltimo, debe tenerse en cuenta tambin la amplitud de la divergen- cia entre la fuente y el receptor, es decir, la distancia que existe entre la opi- nin que el receptor tiene antes del mensaje y la opinin que la fuente pre- senta y defiende. Pues bien, generalmente se ha credo que cuanto mayor sea la divergencia, mayor ser el cambio de actitud producido. Sin embargo, como el propio Hovland observ (Hovland y cols., 1957) tal rela- cin no es tan simple: si la divergencia es extrema, el cambio ser menor. Actualmente existe un relativo acuerdo de que el cambio aumenta hasta cierto punto de divergencia, mas all del cual ya no lo hace e incluso puede disminuir, aunque ello depende tambin de otras variables. 3) El receptor: si el mensaje era el centro neurlgico del cambio de actitud en un modelo mecanicista del ser humano, como lo es el conduc- tismo, en otros modelos, cuyo concepto de hombre es ms rico y no olvida la reflexividad e intencionalidad, el elemento crucial del cambio de actitud ser el receptor: de l depender el dejarse o no dejarse influir por la fuente y por el mensaje. Aunque a veces se ha propuesto un rasgo general Cambio de actitudes y persuasin 211 de influenciabilidad, sin embargo, ello no ha sido confirmado suficiente- mente. En todo caso, como afirman Krech y colaboradores (1972, pg. 228), la variabilidad de una actitud depende de las caractersticas de un sistema de actitudes y de su inclusin en determinados grupos por parte del individuo, como las siguientes (Krech y cols., 1972): a) Extremosidad: las actitudes ms extremas presentan menos susceptibilidad al cambio que las menos extremas; b) Multiplicidad: una actitud simple puede ser relati- vamente ms susceptible a un cambio incongruente que una actitud ms compleja, pero menos susceptible a un cambio congruente; c) Consistencia: un sistema consistente de actitudes tiende a ser estable, mientras que uno inconsistente tender a ser inestable, y por tanto, ms fcilmente modifica- ble; d) Interconexin: las actitudes que se hallan vinculadas a otras son rela- tivamente resistentes a las fuerzas que intentan cambiarlas en una direccin incongruente, porque su carga emotiva tiende a ser movilizada para resistir la variacin; e) Consonancia de la constelacin de actitudes: las actitudes que existen en una escala de consonancia tendern a ser relativamente inmunes ante las fuerzas que intentan producir un cambio incongruente, todo lo contrario de las actitudes disonantes; f) Intensidad y nmero de necesidades satisfechas: la resistencia de una actitud al cambio depender en parte de su intensidad y del nmero de necesidades satisfechas. Por ejemplo, una acti- tud anticatlica ser muy difcil de erradicar si satisface la autoestima de un individuo; y g) Centralizacin de los valores vinculados: una actitud que surge de un valor que es bsico para el individuo y que se halla intensa- mente fundamentado en su cultura ser difcil de mover en una direccin incongruente, pero ser muy fcil en una direccin congruente. Mooiios riiicos oii caxnio oi acriruo Hemos visto los principales factores que intervienen en los procesos de cambio de actitud, as como sus caractersticas. Pero, cmo explicar teri- camente el cambio de actitud y sus efectos? Se han propuesto diferentes modelos tericos entre los que destacaremos los siguientes (vase Rodr- guez Gonzlez, 1989, pgs. 220-293): 1) Teoras basadas en el enfoque conductista estmulo-respuesta: las teo- ras del aprendizaje: entre las teoras conductistas propuestas para explicar las actitudes destacan las de Doob (1947), Staats y Staats (1958), Cialdini e Insko (1969), Bem (1967) y el Programa de Yale (Hovland y cols., 1949, 1953). Todas ellas pretenden dar cuenta tanto de la formacin de las acti- tudes como de su cambio acudiendo al concepto central del conductismo: el aprendizaje. En este sentido, el cambio de actitud vendra determinado por las leyes del condicionamiento clsico, del condicionamiento instru- mental y del aprendizaje social. El cambio de actitud depende sobre todo de la conexin entre el estmulo y la respuesta, por lo que darn un papel primordial a las caractersticas de los estmulos persuasivos, particular- 212 Anastasio Ovejero Bernal mente de dos de ellos: el emisor y el mensaje. Segn las teoras del apren- dizaje, el cambio de actitud debera ser fruto del reforzamiento, de tal forma que si una actitud deja de ser reforzada se ir extinguiendo. a) Teora de Doob (1947): para Doob, quien entiende la actitud como un constructo hipottico que media entre el estmulo externo y una res- puesta manifiesta, la actitud sera una respuesta implcita que interviene en conductas socialmente significativas. Por lo dems, Doob saca mayor partido al concepto de actitud que la mayora de los tericos del aprendizaje por cuanto que, por generaliza- cin, la respuesta implcita puede quedar retroactivamente asociada a una gran variedad de estmulos o clases de estmulos. Dado el carcter de estmulo orientador y dinamizador que tiene la actitud, es probable que se generalice a numerosas respuestas implcitas similares, con lo cual tam- bin stas quedarn asociadas con el estmulo observable originario (Rodrguez Gonzlez, 1989, pg. 221). b) Teora de Staats y Staats (1958): esta teora es similar a la de Doob, en la que se basa, aunque con la diferencia de que aqu la asociacin del estmulo externo con la actitud tiene lugar independientemente de la expe- riencia de aprendizaje: para Staats y Staats, los estmulos incondicionados evocan respuestas emocionales positivas o negativas, respuestas que pueden asociarse con ciertos estmulos neutros que pasaran as a ser condiciona- dos. A partir de ah stos evocarn respuestas emocionales positivas o nega- tivas, de tal forma que estos autores ven la actitud de forma que nica- mente incluye la dimensin afectiva o emocional, y no la cognitiva. c) Teora de Cialdini e Insko (1969): estos autores propusieron un modelo bifactorial segn el cual, adems de las contingencias de refuerzo, contingencias que son dispensadas por las manifestaciones de aproba- cin/desaprobacin, el condicionamiento en las personas va unido tambin a un proceso de elaboracin de la informacin: las personas se percatan, toman conciencia de que ciertas alternativas de respuesta coinciden con las que a su vez manifiesta el experimentador. Es obligado reconocer, a propsito de la efectividad del condiciona- miento en la formacin de actitudes, que, en general, las teoras del aprendizaje se han aplicado a formas simples de conducta en las que los conceptos de estmulo y de respuesta se encuentran definidos de forma demasiado molecular como para que tengan aplicacin en el anlisis de la formacin de actitudes. En general, se objeta la ausencia de variables cog- nitivas y motivacionales (procesamiento de informacin, implicacin per- sonal, etc.), aunque no han faltado intentos de actualizar los enfoques aqu reflejados sin recurrir a la introduccin de tales variables (Rodrguez Gonzlez, 1989, pg. 225). d) Teora de la autopercepcin de Bem (1967): desde una perspectiva abiertamente skinneriana, Bem sostiene que los individuos llegan al conocimiento de sus propias actitudes, emociones y otros estados inter- Cambio de actitudes y persuasin 213 nos en parte por inferencia de los mismos a partir de observaciones de su propia conducta manifiesta y/u otras circunstancias en las que ocurre tal conducta (Bem, 1972, pg. 5). La actitud es, pues, respuesta encubierta, es decir, conducta autodescriptiva de afinidades y aversiones. El sujeto busca las causas que expliquen su conducta manifiesta, y del hecho de que se ha comportado de una determinada manera infiere que tiene una actitud en esa direccin. Con ello, como defiende Rodrguez Gonzlez, termina Bem salindose del marco conductista, adoptando posturas tpicamente cognitivistas o fenomenolgicas, al describir fenomenolgicamente la con- ducta externa como expresin de disposiciones (o respuestas) internas. En definitiva, lo que sostiene la teora de la autopercepcin de Bem es que cuando no estamos seguros de nuestras actitudes las inferimos de la misma forma en que lo hara alguien que nos observara viendo nuestra conducta y las circunstancias bajo las que ocurren (Myers, 1995, pg. 138). Algo parecido a esto haba propuesto William James para la emocin hace ya ms de un siglo, al sostener que nuestras propias emocio- nes las inferimos al observar nuestros cuerpos y nuestras conductas. Segn James no lloramos porque estamos tristes ni nos remos porque estamos contentos, sino al contrario: estamos tristes porque lloramos y estamos con- tentos porque nos remos. Es ms, existen datos que parecen confirmar este aparentemente extrao fenmeno. As, cuando Laird (1984) indujo a sus sujetos a fruncir el ceo mientras tenan conectados electrodos a sus caras informaron de sentimientos de enojo. En cambio, al inducir a otros sujetos a mostrar una cara sonriente se sintieron ms felices. Es ms, todos hemos experimentado este fenmeno en alguna ocasin. As por ejemplo, si cuando estamos de mal humor suena el telfono y nos vemos obligados, por ejemplo por cortesa, a responder amablemente, es probable que desapa- rezca o al menos se reduzca nuestro malhumor. Y es que es difcil sonrer y a la vez sentirse malhumorado. Incluso el modo de andar puede afectar a los sentimientos. Myers nos da este consejo: cuando te levantes despus de leer este captulo, camina durante un minuto con pasos cortos y lentos y con los ojos bajos. Es una forma de comenzar a sentirse deprimido. Sin- tese todo el da en una postura abatida, suspire y replique a todo con una voz deprimida, y su melancola persistir, escriba James (1890, pg. 463). Deseas sentirte mejor? Camina durante un minuto dando zancadas largas con los brazos balancendose y los ojos mirando directo hacia adelante. Por otra parte, Bem sugiere que las recompensas innecesarias tienen a veces un costo oculto. Recompensar a las personas por hacer algo que ya hacen o por conseguir algo que ya tienen puede conducirlas a atribuir su conducta a la recompensa, socavando por tanto su autopercepcin de que lo hacen porque les agrada. Algunos estudios (Deci y Ryan, 1991) confir- man este efecto de autojustificacin. Paga a un nio por jugar con rompe- cabezas y conseguirs que en adelante juegue menos con ellos. Promete a una persona una recompensa por hacer lo que ya disfruta de forma intrn- seca y probablemente reducirs su disfrute: habrs convertido su juego en un trabajo. Este efecto de sobrejustificacin queda perfectamente ilustrado 214 Anastasio Ovejero Bernal en el siguiente cuento popular, extrado de Myers (1995, pg. 142): Un anciano viva solo en una calle donde los nios jugaban ruidosamente todas las tardes. El alboroto le molestaba, as que un da llam a los nios a su puerta y les dijo que le encantaba el alegre sonido de sus voces, prome- tindoles a cada uno de ellos 50 centavos si regresaban al otro da. La siguiente tarde los chicos se apresuraron en volver y metieron ms jaleo que nunca. El anciano les pag y les prometi otra recompensa para el da siguiente. De nuevo regresaron, armando otra vez mucho jaleo, y el hom- bre nuevamente les pag, pero esta vez slo 25 centavos. Al da siguiente les dio slo 15 centavos, explicndoles que sus escasos recursos casi se haban agotado: Por favor, les dijo el anciano podis venir tambin maana por 10 centavos? Los desilusionados nios le contestaron que no volveran: no mereca la pena el esfuerzo, aadieron, de jugar toda la tarde ante su casa por slo 10 centavos. e) Programa de Yale (Hovland y cols., 1949, 1953): Hovland y sus colaboradores (Doob, Weiss, McGuire, Kelley, Janis, Brehm, Sherif, Lums- daine, Festinger, etc.) pretendan estudiar la indiscutible asociacin entre comunicacin y cambio de actitudes. Y para ello se basaron principalmente en los principios de la teora del estmulo-refuerzo: la base fundamental del programa fue el aprendizaje de mensajes, de forma que su tema central y el esquema con que trabajaron fue el ya citado: Quin habla, qu dice, a quin se lo dice, cmo se lo dice y con qu efectos. Y para responder a esta cuestin llevaron a cabo un amplio programa de investigacin parte de cuyos principales resultados y conclusiones ya hemos visto. Sin embargo, el programa general del grupo de Hovland sobre comuni- caciones persuasivas ha sido muy duramente criticado: segn Fishbein y Ajzen (1975, pg. 518), la mayora de sus hiptesis no rebasan el nivel del sentido comn, adems de no haber producido conocimientos acumulati- vos al no establecer distinciones entre creencias, intenciones y conducta. Por su parte Insko, (1967, pgs. 61-63) les acusa incluso de no ser capaces de definir qu es un estmulo reforzante. 2) Teoras del procesamiento de la informacin: una de las tesis funda- mentales del enfoque del procesamiento de la informacin consiste en que, a diferencia de las teoras del E-R y sobre todo de la del grupo de Yale, el cambio de actitud no depende del grado de aprendizaje del mensaje, sino de las reacciones cognitivas del sujeto en el momento de la exposicin al mensaje, y la persistencia del cambio depende, asimismo, del grado en que el sujeto recuerda no los contenidos de los argumentos del mensaje, sino sus propias reacciones cognitivas en el momento de la exposicin al men- saje (Greenwald, 1968; McGuire y Papageorgis, 1961). De esta forma, argumenta Rodrguez Gonzlez, encuentran respuesta los problemas de las teoras E-R, que se encontraban con que, de hecho, casi nunca aparecan correlaciones significativas entre grado de recuerdo de contenidos de men- saje y persistencia del cambio de actitud, correlaciones que hubieran debido ser altas de ser correctos los postulados del grupo de Yale. El enfoque del procesamiento de la informacin tiene en cuenta que el sujeto no es una Cambio de actitudes y persuasin 215 tabula rasa en cada nueva situacin persuasiva, sino que los conocimientos que ya posee actan como un a priori, que en psicologa social ha recibido diferentes denominaciones (esquema, estructura cognitiva, constructos per- sonales, etc). Estas tcnicas, en todo caso, asumen que las personas mantienen una postura activa ante la exposicin al mensaje, considerndose el cambio de actitud como un proceso de auto-persuasin, ya que el cam- bio viene determinado por la propia actividad cognitiva que elicite el sujeto. Cuando reciben un mensaje persuasivo, los individuos intentarn reactivar sus argumentos (conocimientos, creencias, actitudes, etc.) sobre el tpico o asunto aludido, y al hacer eso generan un nmero de pensamien- tos que no son parte del mismo mensaje. Expresado con otras palabras, las teoras de las respuestas cognitivas sostienen que el balance de pensamien- tos autogenerados favorables y desfavorables determinar el xito del men- saje persuasivo. Las respuestas cognitivas mediaran entre las caractersticas del mensaje del receptor y el efecto del mensaje. Los pensamientos autoge- nerados representaran un paso intermedio entre la comprensin y la acep- tacin del mensaje (McGuire, 1985) (Canto, 1995, pg. 103). 3) Teoras funcionales de las actitudes: segn estas teoras, entre las que destaca la de Katz (1960), las actitudes cumplen una serie de funciones importantes para el individuo y los grupos, lo que las hace fuertemente resistentes al cambio. Para Katz stas son las principales funciones: a) Fun- cin instrumental, adaptativa o utilitaria: desarrollamos actitudes favorables o desfavorables a aquellos objetos y medios que nos permiten (o impiden) alcanzar metas y fines positivamente valorados; b) Funcin defensiva: con expresa mencin a la psicologa freudiana y neofreudiana, hace referencia a que las actitudes hacia objetos sociales tienen en buena medida sus antece- dentes en los mecanismos de defensa a las amenazas del Yo, a la inseguri- dad, etc.; c) Funcin expresiva del conocimiento: las actitudes seran marcos de referencia que contribuyen decisivamente a organizar el universo cogni- tivo del individuo a la vez que simplifican las tareas de decisin en cada caso, ofreciendo una pauta de conducta estable, en lugar de tener que detenerse el sujeto en cada ocasin a sopesar y evaluar informaciones y cir- cunstancias que afectan a sus intereses y metas; y d) Funcin expresiva de valores: la manifestacin de actitudes o su traduccin en conductas efecti- vas contribuye a la definicin pblica y privada del autoconcepto y de los valores centrales del sujeto. As, Katz asigna tambin a esta funcin una cierta forma de identificacin con un grupo de referencia: expresando cier- tas actitudes y valores, el individuo se siente parte de un grupo, se asemeja a sus miembros. 4) Teora de los valores de Rokeach, 1968, 1973): este autor ha pro- puesto una tcnica conocida con el nombre de confrontacin de valores y que contiene elementos tanto de los modelos de congruencia como del enfoque funcional de las actitudes. Esta tcnica est diseada para inducir a la gente a cambiar la importancia que conceden a ciertos valores, con lo que cambiar tambin su conducta. 216 Anastasio Ovejero Bernal 5) Teoras del juicio social: cuando respondemos a cuestionarios o escalas de actitudes estamos emitiendo juicios sobre nuestras propias acti- tudes, con la particularidad de que al juzgar una actitud nuestra, ese mismo juicio podra estar influido y sesgado por la propia actitud juzgada. Ade- ms, las actitudes se expresan en presencia de otras personas y en un con- texto muy concreto lo que produce efectos de acentuacin de la postura actitudinal previa a la expresin verbal de la actitud Sin duda la ms cono- cida entre las teoras del juicio es la teora de la asimilacin y del contraste (Sherif y Hovland, 1961). Sherif afirma que el proceso por el que una per- sona establece juicios sobre objetos sociales es, a la vez, tanto afectivo como cognitivo, es decir, implica tanto evaluacin de los objetos como la categorizacin de estos como similares o diferentes entre s. As, esta teora reconoce que nuestra respuesta a declaraciones acerca de un problema depende de nuestras propias actitudes: si una informacin es congruente con nuestra opinin, entonces es probable que la encontremos aceptable; si sta y nuestra actitud son algo discrepantes, entonces la encontraremos ni aceptable ni objetable; y si son muy discrepantes, entonces ser probable que la rechacemos. Es ms, para Sherif y Hovland cuando escuchamos una informacin que cae dentro de nuestra latitud de aceptacin, la interpreta- mos como si estuviera ms prxima a nuestra propia opinin de lo que realmente es (asimilacin). En cambio, cuando escuchamos una informa- cin que cae dentro de nuestra latitud de rechazo, la interpretamos como si fuera an ms distante de nuestra opinin de lo que realmente es (cons- traste). Finalmente, tenemos que tener en cuenta tambin la autoimplica- cin, que se refiere a la importancia de una actitud o problema para el indi- viduo. As, una persona altamente autoimplicada hipotticamente asimila y contrasta ms fuertemente que una persona menos autoimplicada. Es decir, la autoimplicacin incrementa la tendencia a interpretar las declaraciones aceptables como ms cercanas a nuestra propia posicin de lo que real- mente son y a considerar a las declaraciones inaceptables como si estuvie- ran ms alejadas de nuestra posicin de lo que realmente lo estn. Ello nos ayuda a explicar por qu el cambio de actitudes es a veces tan difcil en la vida real: mientras que lo caracterstico es que los experimentos de labora- torio se enfoquen sobre actitudes que no son particularmente importantes para el individuo, los intentos de cambios de las actitudes en la vida real suelen dirigirse a problemas que s son importantes para ellos. 6) Teora del manejo de las impresiones de Tedeschi y colabora- dores (1971): esta teora, que al igual que la de la autopercepcin de Bem, intenta ser una alternativa a la teora de la disonancia, defiende que las per- sonas intentan manejar sus autopresentaciones para mantener una imagen pblica favorable, de tal forma que si un individuo realiza algn comporta- miento inconsistente no podra manifestar ante los dems tal inconsistencia sino que lo justificara convencindose de que no exista inconsistencia alguna. Por tanto, la preocupacin de las personas no sera ser consistentes, sino simplemente parecerlo. De hecho, quin de nosotros no se preocupa por lo que piensan los dems? Gastamos incontable dinero en ropas, die- Cambio de actitudes y persuasin 217 tas, cosmticos o ciruga plstica, todo porque nos preocupa lo que los dems piensen de nosotros. Causar una buena impresin con frecuencia es obtener recompensas sociales y materiales, sentirnos mejor respecto a noso- tros mismos, incluso volvernos ms seguros de nuestras identidades socia- les (Leary y Kowalski, 1990). 7) La teora de la accin razonada de Fishbein y Ajzen (1975): Este modelo, que incorpora el componente normas sociales como factor impor- tante, asume que el determinante inmediato de la conducta es la intencin conductual de la persona de ejecutar o no ejecutar esta conducta. La inten- cin conductual, a su vez, est determinada ante todo por la evaluacin positiva o negativa de la persona de ejecutar esta conducta o, dicho en otros trminos, por la actitud hacia la conducta. El segundo determinante de la intencin conductual se denomina norma subjetiva, es decir, el juicio de la persona sobre la probabilidad de que otras personas relevantes, como los amigos o los familiares, esperen que l muestre la conducta a pronosticar. Nuevamente, el componente norma subjetiva est determi- nado por dos factores: las creencias normativas (lo que otros relevantes esperan que haga la personal) y la motivacin para acomodarse a estas expectativas. Vemoslo con un ejemplo: este modelo predice que las per- sonas se comprometern en la conservacin de la energa cuando crean: a) que la conservacin de la energa tiene una fuerte probabilidad de pro- ducir consecuencias positivas, como garantizar el suministro de energa para futuras generaciones, o de prevenir consecuencias negativas como el deterioro ambiental (componente actitudinal); y b) que sus amigos, familia y compaeros de trabajo esperen de ellas que conserven la energa y que las personas estn motivadas para acomodarse a esta expectativa (compo- nente de norma subjetiva). 8) Teoras cognitivas del balance o de la consistencia: estas teoras supo- nen que los humanos intentan mantener una consistencia psicolgica entre sus creencias, sus actitudes y sus conductas, de tal forma que cuando se enteran de inconsistencias en sus creencias y actitudes, estn motivados a restaurar la consistencia. La premisa fundamental de todas estas teoras, pues, es que la inconsistencia cognitiva es intrnsecamente molesta y exige una solucin, aunque ya en 1968, Zajonc era muy escptico sobre la capa- cidad motivacional de tal principio, afirmando incluso que a veces la gente est a gusto con la inconsistencia cognitiva. A pesar de ello, al parecer Hei- der, Abelson, Festinger, etc., dieron con un concepto enormemente fruct- fero, sobre todo el de disonancia cognoscitiva, hasta el punto de que incluso hoy da, cuarenta aos despus, sigue constituyendo un tpico fundamen- tal de nuestra disciplina (Abelson, 1983; Beauvois y Joule, 1996), tal vez porque, como llega a decir Zajonc (1983), no se trata de un mero con- cepto, el del balance o consistencia, sino de todo un paradigma, que con- siste sencillamente en la siguiente idea: las cogniciones pueden tener conse- cuencias motivacionales y emocionales. Aqu es donde ms falla la metfora computacional. En consecuencia, no es de extraar que estn apareciendo estudios sobre las emociones y la motivacin, pero relacionndolas con las 218 Anastasio Ovejero Bernal cogniciones y no excluyndolas. Entre las muchas teoras del balance exis- tentes, destacaremos las siguientes: a) Teora del equilibrio de Heider (1946, 1958): Heider se basa en el principio gestaltista de la buena forma o el equilibrio y lo aplica a las relaciones interpersonales, postulando que cuando dos personas tienen una fuerte relacin afectiva positiva, sentirn un equilibrio entre ambos si comparten actitudes importantes, o un desequilibrio si difieren en tales actitudes. Las relaciones equilibradas son psicolgicamente ms confortables, ms estables y ms resistentes al cambio, mientras que las relaciones desequi- libradas son psicolgicamente ms incmodas, ms inestables y ms proclives al cambio. Ms en concreto, tratndose de personas, habr una situacin armoniosa si los sentimientos recprocos entre las mismas son idnticos. En caso contrario, o sea, si por ejemplo a p le gusta o, pero a o no le gusta p, la situacin estar desequilibrada y producir tensin, a menos que sea modifi- cada a travs de un cambio de actitud o de la organizacin cognoscitiva. Y en situaciones tridicas, son configuraciones equilibradas aqullas en las que todas las relaciones entre las tres entidades son positivas, o bien dos rela- ciones son negativas y una positiva. Todas las dems combinaciones son desequilibradas y, por ello, inestables, dado que producen tensin y malestar psicolgico, que impulsa al sujeto a modificarlas. Pues bien, aunque las hip- tesis de Heider fueron empricamente confirmadas (Rodrigues, 1980), sin embargo, esta teora ha sido fuertemente criticada, por ejemplo por Perlman y Cozby, quienes la acusan de ser excesivamente simplista. En todo caso, sir- vi de inspiracin directa a las dems teoras del equilibrio. b) Teora de la consistencia afectivo-cognitiva: Rosenberg y Abel- son (1960) pretendieron ampliar la teora de Heider dado que, segn ellos, se refera casi exclusivamente a la percepcin interpersonal. Ellos, en cambio, intentan que su modelo abarque todos los procesos cognitivos en los que los objetos de conocimiento tienen un significado afectivo para el sujeto cognos- cente (Rosenberg, y Abelson, 1960, pg. 116). Aunque varias de sus hipte- sis s se vieron confirmadas empricamente, sin embargo, se vieron obligados a postular la intervencin de una segunda fuerza, adems de la que produce el desequilibrio: la maximizacin de ganancias y la minimizacin de prdidas. Al intentar resolver las discrepancias cognitivas, los sujetos buscan con- seguir no slo equilibrio y consistencia cognitivos, sino tambin modificar sus creencias y evaluaciones de forma que maximicen las ganancias y mini- micen las prdidas esperadas; cuando ambas fuerzas convergen de forma que pueden ser gratificadas por el mismo cambio o cambios, se lograr un resultado formalmente equilibrado; cuando estas fuerzas divergen, los resultados tpicos no cumplirn los requisitos de una simple definicin for- mal de equilibrio cognitivo (Rosenberg y Abelson, 1960, pg. 145). c) Teora de la congruencia de Osgood y Tannenbaum (1955): se trata de una aplicacin del principio de consistencia a un caso especfico, en concreto, al problema de la aceptacin de una comunicacin que implica cambio de actitudes, consiguiendo esquivar algunas de las crticas hechas al Cambio de actitudes y persuasin 219 modelo de Heider: predecir la direccin en que se producir el cambio y el grado de intensidad de las actitudes resultantes. Para ello esta teora tiene en cuenta las siguientes variables: la actitud previa del receptor hacia la fuente de comunicacin; su actitud inicial hacia el asunto, persona u objeto recomendado por la fuente; y la naturaleza del juicio evaluativo que el mensaje hace del asunto. As, si Juan (receptor P) admira a Flix (S) y ste afirma que el ftbol (O) es un juego salvaje y absurdo; si P es un admira- dor del ftbol, sentir incongruencia y tender a reducirla. Pues bien, cuando existe incongruencia, Osgood predice que P cambiar su actitud hacia S y hacia O; en cambio, otros tericos sostienen que el cambio se producir slo respecto a uno de ellos. Adems Osgood puntualiza que el cambio de actitud ser inversamente proporcional a su extremosidad, es decir, cuanto ms polarizada est la actitud respectiva, menos cambiar a la hora de instaurar la congruencia. d) Teora de la simetra o de los actos comunicativos de Newcomb (1953): Newcomb utiliz la teora del equilibrio de Heider para formular un conjunto de proposiciones diferentes a la comunicacin interpersonal, construyendo esta teora sobre las acciones comunicativas que necesaria- mente incluyen a dos personas, A y B, y a un objeto actitudinal, X. Para l, la orientacin de A respecto de B no tiene lugar en un vaco ambiental, es decir, si existe una orientacin de A hacia B, habr forzosamente por lo menos un X al cual se refieren ambos. Adems, la orientacin de una per- sona respecto de X difcilmente se realizar en un vaco social, sin ser influido por las actitudes de otras personas en relacin con este objeto X. Habr simetra en un sistema A-B-X en el caso de que A y B posean orien- taciones semejantes hacia X. Cuando no exista simetra surgir en los inte- grantes del sistema un esfuerzo en direccin a la simetra. De aqu se des- prende que si conocemos las orientaciones de A y de B hacia uno o ms X, podremos predecir la orientacin recproca de A hacia B. Lo mismo que Heider, Newcomb predice que cuando existe una situacin de asimetra (atraccin positiva entre A y B, y divergencia en las actitudes de A y B hacia X) se producir un cambio en tal situacin. A pesar de que, como dice Rodrguez Gonzlez, tampoco Newcomb logra establecer claramente en qu direccin se producir el cambio, su modelo tiene mayor capacidad predic- tiva que el de Heider en cuanto al grado de inestabilidad de la situacin: cuanto mayor sea la atraccin entre A y B, tanto mayor ser dicha presin si las actitudes de ambos hacia X son divergentes; y cuanto ms relevante e importante sea el objeto, mayor ser la presin a buscar la simetra mediante el intercambio de informacin, como confirm el propio Newcomb (1961). e) Teora de la disonancia cognoscitiva de Festinger (1957): sin duda ninguna, sta ha sido la ms conocida y famosa de las teoras del equilibrio y, probablemente, de todas las teoras psicosociales (vase Ovejero, 1993a). Sus antecedentes estn, adems de en Heider, en la teora del nivel de aspi- racin (Lewin y cols., 1944) y sobre todo en las de la comunicacin social informal (Festinger, 1950) y de la comparacin social (Festinger, 1954). En efecto, la teora de la comunicacin social se basa en el supuesto de que la 220 Anastasio Ovejero Bernal presin de los grupos hacia la uniformidad es una de las fuerzas ms importantes que llevan a la comunicacin entre los miembros de ese grupo, sobre todo de cara a establecer la realidad social cuando no existen prue- bas objetivas que establezcan tal realidad. En concreto, cuando no existe acuerdo dentro de un grupo respecto a la realidad social y tal divergencia no puede ser eliminada mediante pruebas objetivas, no existe otra solucin que el consenso para que los miembros de ese grupo se sientan seguros de la posicin tomada. Por ejemplo, si somos miembros de un grupo que para nosotros es un punto de referencia positivo, y encontramos miembros de dicho grupo que disienten de nuestra opinin, surgirn fuerzas en el sen- tido de establecer comunicacin con tales miembros buscando una coinci- dencia de opiniones, asumiendo el dicho de que la mayora nunca se equi- voca. Por su parte, la teora de la comparacin social no es ms que un desarrollo ms elaborado de la de la comunicacin social. El supuesto bsico de tal teora es que la gente tiende a averiguar si sus opiniones son correctas. Supone tambin que esta misma tendencia produce en la gente comportamientos dirigidos a obtener una evaluacin exacta de sus propias capacidades, y que cuando no se dispone de medios objetivos no socia- les, la gente evala sus opiniones y capacidades de comparacin con las de los dems. La teora postula igualmente que, puesto que la gente desea una evaluacin exacta de sus opiniones o capacidades, tender a establecer com- paraciones con personas cuyas opiniones o capacidades hayan sido similares a las suyas en ocasiones anteriores. A continuacin, Festinger formula la intere- sante conclusin de que la tendencia a evaluar con precisin las propias opi- niones o capacidades puede, paradjicamente, conducir a una modificacin de ellas con el objeto de aproximarlas a las opiniones o capacidades de aque- llos individuos con los que nos comparamos. Pues bien, a partir de todo esto formul Festinger su Teora de la disonancia, cuyos elementos bsicos son las cogniciones, es decir, cualquier conocimiento, opinin, actitud, creencia, conviccin, etc., acerca del ambiente, de s mismo o de la propia conducta, que si no estn relacionados entre s se dice que son irrrelevantes, mientras que si s lo estn, relevantes, en cuyo caso la relacin puede ser consonante o disonante. Ahora bien, la magnitud de la disonancia depender principal- mente de la importancia que para el sujeto tengan los elementos disonantes. Pero el supuesto central de esta teora es que la disonancia es motivacional: la propia existencia de disonancia empuja al individuo a intentar eliminarla, o al menos reducirla. Y cuanto ms fuerte sea la disonancia ms fuertes sern tam- bin las presiones para intentar eliminarla o reducirla. Por consiguiente, la teora de la disonancia cognoscitiva es, ciertamente, una teora cognitiva, pero es tambin, y en alto grado, una teora motivacional. Esta teora se centra en las siguientes cuatro reas de investigacin: A) Consecuencias de las decisiones: como textualmente escribe Festin- ger (1975, pg. 53), una de las consecuencias ms importantes de haber adoptado una decisin es la existencia de la disonancia. No es que tenga- mos disonancia antes de tomar la decisin (en ese momento lo que tenemos Cambio de actitudes y persuasin 221 son dudas, que es otra cosa), sino que es la propia toma de la decisin la que nos crea la disonancia. La razn de ello es evidente: si dudamos entre dos alternativas (pongamos por caso un alumno que termina COU y duda entre estudiar Psicologa o Medicina) es porque en ambas vemos ventajas e inconvenientes. Si elegimos una de ellas hemos elegido tambin sus incon- venientes y, a la vez, hemos rechazado las ventajas de la otra, lo que es disonante con nuestro deseo de ser tomadores perfectos de decisiones. Ahora bien, ya que continuamente estamos tomando decisiones (ahora mismo puedes estar t, lector, decidiendo si dejar ya de leer este libro o aca- bar el captulo, ms tarde tendrs que decidir si te pones a estudiar otra asignatura o sales a pasear un rato, antes tal vez tuviste que decidir si subra- yabas con lpiz o con bolgrafo lo que de este captulo te interesaba, etc.), alguien podra pensar que ante tal situacin, deberamos volvernos todos locos. Sin embargo, como sabemos, ello no es as. Y no es as porque la mayora de las decisiones son casi irrelevantes y, en consecuencia, tambin ser irrelevante la disonancia producida, que, por ello, ser fcilmente resuelta. Y es que la magnitud de la disonancia posdecisional depende de tres factores: importancia de la decisin (obviamente, cuanto ms impor- tante sea, mayor ser tambin la disonancia), atractivo de la alternativa no elegida (elegir entre dos cosas que, ambas, nos gustan mucho producir ms disonancia que entre otras dos que nos gustan poco o nada), y grado de similitud entre las alternativas (por ejemplo, la decisin de ir al cine frente a quedarse en casa estudiando producir ms disonancia que la decisin de ir al cine frente a quedarse en casa para ver una pelcula en televisin, ya que las dos alternativas de este segundo caso son ms similares entre s). Y lo que es ms importante, cuando se produce una disonancia pos- decisional, inmediatamente surgirn presiones tendentes a reducirla, reduc- cin que, en este contexto, adquiere bsicamente tres formas: a) Modificar o revocar la decisin (es muy utilizada, pero altamente intil, dado que nos crea una nueva disonancia); b) cambiar el atractivo relativo de ambas alter- nativas, es decir, exagerar las ventajas de la alternativa elegida y las desven- tajas de la no elegida, y disminuir los inconvenientes de la elegida y exage- rar los de la no elegida; y c) convencernos de que existe una similitud entre las dos alternativas mayor de la que realmente hay. Evidentemente, la disonancia es un constructo terico que no puede verse ni siquiera medirse directamente, pero s indirectamente, como lo constatan una serie de datos empricos sobre la lectura de anuncios. Y es que, como escribe el propio Festinger (1975, pg. 72), una manifesta- cin de la presin para reducir la disonancia posdecisional es la bsqueda activa por la persona de informacin que sea consonante con su accin, ya que todos los anuncios ensalzan, incluso exageradamente, los produc- tos que anuncian. Si la teora de Festinger es correcta, nos deberamos encontrar con que los compradores de un producto nuevo leern, siem- pre que la compra sea importante, anuncios de la firma cuyo producto compraron, lo que les ayudara a reducir su disonancia, y evitarn leer anuncios de las firmas competidoras, puesto que ello les producira an 222 Anastasio Ovejero Bernal ms disonancia. Pues bien, Ehrlich y colaboradores (1957) lo confirma- ron empricamente. Tambin los resultados de un clsico estudio de Lewin (1952) parecen confirmar la teora de Festinger. En efecto, Lewin mostr que despus de una decisin de grupo hay una alteracin en la conducta mayor que des- pus de una conferencia persuasiva: A un grupo de amas de casa se les daba una conferencia por parte de un mdico en la que se las informaba de la utilidad de comer carne de vsceras (hgado, etc.), mientras que a otro grupo similar se les dej que discutiesen el tema y al final de la reunin se les pidi que indicasen, levantando la mano, si pensaban servir en sus casas algn tipo de estas carnes que hasta entonces no haban probado. Los resultados indicaron que posteriormente el 33 por 100 de las mujeres que discutieron el tema en grupo sirvieron en sus casas esta carne, frente al slo 3 por 100 del otro grupo. Cmo podemos explicar esta diferencia tan grande? Segn la teora de la disonancia, quienes tuvieron que tomar una decisin en pblico es probable que sufrieran alguna disonancia. El saber, por ejemplo, que ni a sus maridos ni a ellas les iba a gustar esa clase de carne hubiera sido disonante con la accin de servirla. Entonces, surgiran presiones para reducir esta disonancia y en la medida en que la reduccin tuviera xito, se convenceran ellas mismas y entre ellas de que quiz a los maridos les gustase despus de todo. Una vez cambiada la cognicin de este modo, el hecho de que muchas siguieron adelante y sirvieron la carne no es sorprendente. Dicho de otro modo, el efecto sobre la accin sera una consecuencia del xito en la reduccin de la disonancia despus de la decisin (Festinger, 1975, pg. 106). Ms claramente an parecen apoyar la teora de Festinger los datos del primer experimento publicado sobre la disonancia, el de Brehm (1956), en el que pidi a mujeres de la Universidad de Minnesota que valoraran ocho productos, como un tostador, una radio y un secador de pelo. Despus les mostr dos objetos que ellas haban calificado de forma parecida y les dijo que les daran cualquiera que eligieran. Ms tarde, cuando recalificaron los ocho objetos nuevamente, incrementaron sus evaluaciones del objeto que haban elegido y disminuyeron sus evaluaciones del objeto rechazado. De ah las dificultades que existen para cambiar las decisiones ya tomadas. As, volviendo a nuestro estudiante de COU, tras muchsimas dudas y reflexio- nes, por fin elige estudiar Psicologa. Si unos das despus de haber hecho la matrcula le llaman de la Universidad para decirle que se perdi su ins- tancia y que pase a matricularse de nuevo de los estudios que desee, con gran probabilidad elegir otra vez Psicologa, ahora ya sin dudarlo lo ms mnimo. Este proceso explica el hecho: tomar la decisin de estudiar Psi- cologa o Medicina le produjo gran disonancia, ya que la decisin era importante. Y por tanto en seguida surgieron fuertes presiones tendentes a reducir tal disonancia, de tal forma que muy probablemente fue exage- rando las ventajas de estudiar Psicologa y minusvalorando sus inconve- nientes, y lo contrario de Medicina, con lo que ya lo tena claro: la mejor Cambio de actitudes y persuasin 223 decisin que poda tomar era matricularse en Psicologa. Por eso unos das despus cuando le llamaron de la Universidad ya no tena ninguna duda. Ahora bien, ante decisiones simples, este efecto de la decisin que se con- vierte en creencia puede ocurrir muy rpido. Knox e Inkster (1968) descu- brieron que quienes en las carreras acababan de apostar su dinero a un caballo se sentan ms optimistas acerca de su apuesta que aquellos que estaban a punto de apostar. En el poco tiempo que transcurri entre estar en la fila para comprar y alejarse de la ventanilla de apuestas, nada haba cambiado, excepto la decisin y los sentimientos de la persona con res- pecto a ella. Los que participan en juegos de azar en las ferias se sienten ms seguros de ganar despus de empezar a jugar que antes. Y los votan- tes suelen manifestar ms estusiasmo y confianza en un candidato despus de votar por l que antes (Younger y cols., 1977). B) Consecuencias de la condescendencia forzada o de las conductas con- traactitudinales: en la vida cotidiana nos encontramos a veces con circuns- tancias en las que, por diversas razones, generalmente por conseguir un premio o por escapar de un castigo, hacemos cosas contrarias a nuestros gustos, deseos o creencias. Ahora bien, hacer algo contrario a nuestras acti- tudes, gustos o creencias, y hacerlo sin grandes presiones externas (por ejemplo, sin un alto premio o castigo) produce disonancia, segn Festinger, disonancia que en seguida suscitar presiones dirigidas a su reduccin. Pues bien, la forma de reducir tal disonancia consiste en justificar interna- mente nuestra conducta contraactitudinal, a travs, habitualmente, de aumentar nuestras actitudes positivas o nuestro gusto por esa conducta. As, en un experimento de Festinger y Carlsmith (1959) se haca que los sujetos realizaran una tarea muy montona y aburrida, y despus se les peda que, al salir, dijeran al siguiente sujeto que se trataba de una tarea divertida, y por ello recibiran 20 dlares, mientras que otros recibiran slo 1 dlar por la misma tarea. Pues bien, los sujetos que haban recibido 1 dlar decan que la tarea realmente les haba gustado ms que quienes haban recibido slo 20 dlares. Contrariamente a la idea comn de que las grandes recompensas producen efectos mayores, Festinger y Carlsmith razonaron que aquellos a quienes pagaron slo 1 dlar tendran mayor pro- babilidad de ajustar sus actitudes a sus acciones. Al tener justificacin insu- ficiente para su accin experimentaran ms incomodidad o disonancia y por tanto estaran ms motivados para creer en lo que haban hecho. Aque- llos a quienes se les pag 20 dlares tuvieron justificacin suficiente para lo que hicieron y por tanto deban haber experimentado menos disonancia. Quienes recibieron slo 1 dlar, sufriran ms disonancia y, al no tener jus- tificacin externa, la buscaran internamente, convencindose de que, efec- tivamente, la tarea no haba sido tan aburrida. Por tanto, las conductas contraactitudinales producen disonancia, que ser mayor cuanto ms importantes sean las conductas y las opiniones en juego, en primer lugar, y cuanto menor sea el premio o el castigo, en segundo lugar. No me he equivocado: cuando hago algo contra mis gustos 224 Anastasio Ovejero Bernal o creencias por un premio muy alto, el premio justifica, por s mismo, mi conducta, de forma que no se produce disonancia. Slo cuando el premio es suficientemente pequeo o poco importante como para no justificar una conducta contraactitudinal, el realizarla produce disonancia. Si a alguno de mis alumnos no le gusta madrugar y, sin embargo, tiene que levantarse a las siete de la maana para venir a la Facultad a clase de psicologa social a las nueve, ello le producir disonancia? Sin duda, pero le producir menos si el castigo por no venir es grande, en el caso, por ejemplo, de que el profe- sor pasara lista todos los das y quien no estuviera en clase no podra pre- sentarse al examen. Esto se relaciona con otro aspecto interesante de la teora de la disonancia: la disonancia producida por el esfuerzo no recom- pensado. Si a nuestro alumno madrugador no le gusta la psicologa social, entonces se ha esforzado para nada, es decir, ha realizado un esfuerzo que no ha sido recompensado, lo que le producir disonancia que podr ser reducida o bien no haciendo el esfuerzo, algo imposible puesto que lo ha realizado ya, o bien gustndole ms la psicologa social, con lo que ya no existir disonancia: s mereca la pena. Finalmente, puede verse tambin un interesante y diferente anlisis, cuasimarxista, de la teora de la disonancia en Beauvois y Joule (1981, 1982, 1996) y Joule (1986): estos autores pre- tenden aproximar la teora de Festinger a la famosa tesis marxista que dice que no es la conciencia la que determina al ser, sino el ser a la conciencia; no es nuestra ideologa la que dirige nuestra conducta, sino que es nuestra conducta la que dirige y va determinando nuestra ideologa: si no vivimos como pensamos, terminaremos pensando como vivimos. Segn Joule y Beauvois, dado que en la vida cotidiana, ya desde la infancia, nos vemos obligados a realizar muchas conductas de sumisin, necesitamos justificar- las, y las racionalizamos, para lo que construimos para nuestro propio uso una ideologa de la sumisin. Festinger nos muestra muchos estudios y datos empricos que parecen apoyar su teora en este punto, como el estudio de Bettelheim (1943) en el que este autor muestra que algunos de los judos internados en los campos de concentracin alemanes, despus de haberse visto obligados a portarse de acuerdo con las opiniones y valores de los guardianes nazis, poco a poco llegaban a aceptar e internalizar tales valores. Pero el estudio experi- mental que ms y mejor parece confirmar las tesis de Festinger sobre los efectos de las conductas contraactitudinales es el ya explicado de 20 dla- res frente a 1 dlar de Festinger y Carlsmith. Por ltimo, me gustara aa- dir tambin que la teora de la disonancia tiene amplias aplicaciones en los casos en que se ha obtenido consentimiento forzoso y es especficamente importante en situaciones tales como las que describen Deutsch y Collins (1951) en un estudio sobre cambio de actitud hacia los negros que se dio durante una estancia en una zona de viviendas integradas: una posible forma de reducir el prejuicio consistira en la construccin de viviendas sociales integradas, que se daran tanto a personas blancas como negras. Tener prejuicios contra los negros y vivir en el mismo edificio que ellos es disonante. Por tanto, dado que difcilmente renunciarn a la vivienda, pro- Cambio de actitudes y persuasin 225 bablemente reduzcan su disonancia reduciendo su prejuicio. Sin embargo, no fue eso lo que ocurri: el prejuicio no disminuy como se prevea. Y no lo hizo por una razn obvia: el premio era muy alto, nada menos que una casa. En todo caso, las personas inducidas a comportarse contraactitudinalmente pueden cambiar sus actitudes, pero la magnitud del cambio depender de su libertad de eleccin, del tamao del incentivo y de las consecuencias de la conducta. Para los individuos que se sintieron libres para rechazar la tarea contraactitudinal, la mayor parte del cambio de actitud tendr lugar cuando el incentivo sea mnimo y la conducta lleve a consecuencias nega- tivas. Por otra parte, con poca libertad de eleccin el cambio de actitud ser mayor si los incentivos ofrecidos por la obediencia son importantes (Stroebe y Jonas, 1990, pg. 190). C) Exposicin voluntaria e involuntaria a la informacin: en cuanto a la exposicin voluntaria, ya vimos que la gente tiende a buscar activamente informacin que reduzca su disonancia. Por ejemplo, en la lectura de anun- cios. As, Erhlich y colaboradores (1957) descubrieron que la existencia de disonancia a raz de la compra de un nuevo coche llevaba a la lectura de anuncios que ensalzasen las virtudes del coche que haban comprado. Esto est claramente relacionado con la bsqueda voluntaria de informacin como forma de reduccin de la disonancia posdecisional. De ello se deduce tambin que la gente tender a huir de la informacin que supues- tamente le producir disonancia. Lazarsfeld (1942) analiz un programa de radio que se dio en los Estados Unidos y que pretenda mostrar en varios captulos cmo en ese pas todas las nacionalidades y razas que en l vivan haban contribuido a la cultura americana. El objetivo era ensear la tole- rancia a todos y reducir sus prejuicios. Pues bien, al parecer, el auditorio de cada programa estaba constituido principalmente por personas del grupo nacional que ese da se elogiaba. Es decir, como consecuencia del intento de la gente de huir de informacin disonante y exponerse slo a informacin consonante se daba una autoseleccin que converta en nada las buenas intenciones del programa, de forma que ste fue estril de cara a reducir los prejuicios y fomentar la tolerancia. Sin embargo, qu ocurrir cuando, involuntariamente, se ve una per- sona expuesta a informacin disonante? Porque, efectivamente, en la vida cotidiana, a veces nos vemos expuestos de una forma no voluntaria a infor- macin disonante, bien accidentalmente, bien a la fuerza o en la interac- cin con otras personas. Pues bien, ello producir disonancia cuya magni- tud depender, fundamentalmente, de la importancia de la informacin disonante. Y, como siempre, surgirn presiones para reducir la disonancia, reduccin que, aqu, adems de los procedimientos habituales (restar importancia a quien mantenga o defienda la informacin disonante, etc.), existen unos procedimientos rpidos de defensa que impidan que la nueva cognicin llegue a establecerse firmemente, como los siguientes: No prestar atencin a la informacin disonante y bsqueda de infor- 226 Anastasio Ovejero Bernal macin consonante, lo que tiene importantes implicaciones para la propa- ganda y la publicidad, ya que, como hemos visto en el estudio de Lazars- feld, la gente tender a exponer slo la propaganda que ya coincida con sus creencias. Por ejemplo, los folletos de propaganda antiabortista slo sern ledos por los que ya estn contra el derecho de la mujer a interrum- pir su embarazo. Error de percepcin, que, como su propio nombre indica, consiste en percibir errneamente el estmulo disonante de forma que ya no sea diso- nante. Aunque no es muy frecuente, s es una forma muy eficaz y rpida de reduccin de la disonancia. Se ve claro, por ejemplo, en el campo de los rumores, como mostraron Allport y Postman (1967). Invalidar la informacin de una u otra forma, sobre todo no acep- tndola como un hecho. El propio Festinger llev a cabo un estudio en el que preguntaba a sus sujetos, unos fumadores y otros no fumadores, si cre- an que la relacin entre fumar cigarrillos y el cncer de pulmn estaba o no probada cientficamente. La hiptesis era que, dado que saber que yo fumo y saber que el fumar produce cncer es disonante, los fumadores ten- dran una disonancia que intentaran reducir creyndose menos tal rela- cin. Pues bien, los no fumadores la consideraron menos probada que los fumadores y, entre stos, cuanto ms fumaban menos probada la crean (vase sobre esta misma problemtica un estudio con estudiantes, fumado- res y no fumadores, de la Facultad de Psicologa de la Universidad de Oviedo, en Ovejero, 1993c). D) El papel del apoyo social: hemos visto que las dems personas, el grupo social, son potenciales fuentes de disonancia, pero tambin son potenciales fuentes de reduccin de la disonancia. Y es que, como dice Festinger (1975, pg. 225), los procesos de comunicacin y de influencia social estn, por tanto, inextricablemente entrelazados con los procesos de creacin y reduccin de la disonancia. De hecho, habr disonancia cuando tengamos conocimiento de que otra persona posee una opinin contraria a la nuestra. Ahora bien, esa disonancia ser menor en la medida en que existan elementos cognoscitivos objetivos, no sociales, consonantes con nuestra opinin; cuanto mayor nmero de personas sabemos que estn de acuerdo con nuestra opinin; cuanto menos importantes sean los ele- mentos disonantes (la opinin disonante y la persona o personas en desa- cuerdo); y cuanto menor sea la atraccin de la persona o personas en desacuerdo. Y, como en los casos anteriores, tambin aqu surgirn en seguida presiones tendentes a reducir la disonancia, reduccin que en este caso puede conseguirse por estas vas: 1) Cambiar la propia opinin, aun- que slo es eficaz cuando no haya muchas personas que estn de acuerdo con nuestras ideas u opiniones iniciales, dado que entonces nuestro cambio de opinin nos traera una nueva disonancia; 2) Influenciar a los que estn en desacuerdo para que coincidan con nosotros; 3) Hacer no comparable, incluso deshumanizando, a la otra persona, es decir, a la que no coincide con nosotros, atribuyndole diferentes caractersticas, motivos, intereses, Cambio de actitudes y persuasin 227 etctera, incluso rechazndole, quitndole importancia y hasta hurtndole el carcter de persona (es diferente porque es comunista, porque es crimi- nal, porque tiene acciones en tal empresa, etc.); y 4) Obtencin de apoyo social, sin duda el mecanismo ms importante de reduccin de la disonan- cia, como mostraron clara y convincentemente Festinger y colaborado- res (1956), cuando estudiaron, desde dentro, las consecuencias que para una secta minoritaria y cerrada tuvo el no cumplimiento de su gran profe- ca que vaticinaba el fin cercano, a fecha cerrada, del mundo, lo que, obviamente, les produjo una fuerte disonancia que intentaron reducir bus- cando apoyo social (vase Ovejero, 1997a). Y es que el apoyo social es fcil de obtener cuando un nmero grande de personas se encuentran en la misma situacin disonante (por ejemplo, los alumnos que esperaban una buena nota y la mayora suspendi, o los partidarios de un equipo de ft- bol exitoso tras una derrota no esperada, etc.). En suma, aunque generalmente se tiende a buscar causas inslitas a los fenmenos de masa, sin embargo, a juicio de Festinger, la explicacin es ms sencilla: se deben a que en tal situacin el apoyo social es extremada- mente fcil de encontrar en la bsqueda comn de la reduccin de la diso- nancia, como la reduccin de la disonancia por medio de rumores o el pro- selitismo de masas (vase Ovejero, 1997a). Ahora bien, aunque la disonancia es un estado psicolgico desagradable en todas las personas, sin embargo no lo es en todas por igual. Por el con- trario, existen importantes diferencias individuales: Ciertamente hay diferencias individuales entre las personas en el grado y en la manera en que reaccionan a la realidad de la disonancia. Para algunas personas la disonancia es algo en extremo doloroso e intolerable, mientras que hay otras que parecen poder tolerar una gran cantidad de disonancia. Esta variacin en la resistencia a la disonan- cia parece ser mensurable, al menos en lneas generales. Las personas con una tolerancia menor a la disonancia se sentirn ms incmodas ante este fenmeno y manifestarn mayores esfuerzos para reducirla que las personas que tienen una tolerancia elevada (Festinger, 1975, pgs. 326-327). As, podemos esperar que las personas con poca tolerancia a la diso- nancia considerarn las cuestiones en trminos simplistas de blanco y negro, mientras que una persona con tolerancia elevada tendr que tener matices grises en su conciencia, lo que sugiere una estrecha relacin de este tema con el de la personalidad autoritaria y rgida. Me inclino a pensar que las pruebas existentes (de la intolerancia a la ambigedad), como la de la Escala F, miden, hasta cierto punto, el grado en el cual las gentes tienen opiniones extremas; es decir, donde la disonancia se ha eliminado con xito (Festinger, 1975, pg. 328). Para terminar, las principales crticas que se le han hecho a la teora de la disonancia pueden resumirse en estos dos grupos: 228 Anastasio Ovejero Bernal Crticas terico-metodolgicas: a pesar del juicio de Aronson (1969, pg. 31) de que, afortunadamente, la teora de la disonancia, por no estar probada, es capaz de generar investigaciones indefinidamente, un conjunto de autores han formulado muy duras crticas, tanto tericas como metodo- lgicas (Chapanis y Chapanis, 1964; Tedeschi y cols., 1971; Fishbein y Ajzen, 1975), entre ellas las siguientes: la teora no establece en qu condi- ciones surgir la disonancia por lo que, como mucho, tiene valor posdictivo ms que predictivo; no est claramente especificado por qu la inconsis- tencia es en s misma activadora; ha probado hiptesis de escasa significa- cin terica, con frecuente desprecio del sentido comn en su bsqueda de hiptesis inslitas y contraintuitivas; las manipulaciones experimentales son tan complejas y tan grande la confusin de variables que no es posible con- cluir nada de los datos aportados; en los diseos experimentales, aquellos estudios que no confirmaban las hiptesis fueron reexaminados explicando el proceso por debilidades de procedimiento en la manipulacin de varia- bles. Adems, los anlisis estadsticos frecuentemente son deficientes, no siendo rara la deshonestidad de rechazar los casos que no probaban la teo- ra. Asimismo, hay conclusiones que estn basadas en resultados no signifi- cativos. Explicaciones alternativas: uno de los puntos ms dbiles de esta teo- ra es que prcticamente todos los resultados a que llega pueden ser expli- cados tambin desde otras teoras, como la de la autopercepcin o la de la autopresentacin, sin acudir para nada a los supuestos de Festinger. El ejemplo ms conocido es el de Bem quien, con su teora de la autopresen- tacin, pretenda explicar de otra manera los efectos de las conductas con- traactitudinales. Sin embargo, ltimamente se est llegando a la conclusin de que ambas teoras, la de Festinger y la de Bem, deberan ser considera- das formulaciones complementarias, siendo cada teora aplicable a su pro- pia rea de especializacin. Fazio, Zanna y Cooper (1977) sealaron que la teora de la autopercepcin describe con precisin el cambio de actitud en el contexto de la conducta congruente con la actitud, mientras que la teo- ra de la disonancia explica el cambio de actitud en el contexto de la con- ducta contraactitudinal. En todo caso, la crtica ms frecuentemente lanzada contra la teora de la disonancia es la de ser una teora demasiado individualista y psicologista. Y, sin embargo, como dice lvaro (1995, pg. 53), la disonancia ni puede explicarse exclusivamente en trminos psicolgicos ni puede ser entendida si no es formando parte de un contexto normativo y valorativo. Estos con- textos normativos son construcciones sociales antes que individuales. Es en ellos donde se define el carcter disonante de cualesquiera dos elementos. La contradiccin cognitiva es, antes que nada, una contradiccin entre sis- temas de creencias ancladas en identidades grupales. En este sentido, la teora de la disonancia es incapaz de explicar por qu o en qu circunstan- cias surge la disonancia; simplemente parte del supuesto de su existencia para, a continuacin, sealar que todo organismo tiende a su reduccin. En definitiva, aade lvaro, la teora de Festinger sita en la mente de los Cambio de actitudes y persuasin 229 individuos lo que es un producto social o, dicho en otros trminos, reduce lo que es un proceso estructural e interpersonal a un proceso intrapsquico. Como bien seala Gergen (1973, pg. 318), no son los mecanismos psico- lgicos de reduccin de la disonancia los que deben ser objeto de preocu- pacin para el psiclogo social, sino su inteligibilidad en diferentes contex- tos sociohistricos. No obstante, a pesar de las muchas crticas recibidas, la teora de la disonancia sigue suscitando investigacin tanto terica como emprica sin que ello obedezca necesariamente a las rutinas acadmicas, como sugera Jimnez Burillo. Ms bien creo que la teora de la disonancia seguir viva al menos mientras en la psicologa social siga siendo importante la pers- pectiva individualista y cognitiva. Es ms, preveo que incluso cuando el cognitivismo en psicologa social decline, esta teora seguir siendo fuente fundamental de inspiracin psicosociolgica debido a sus fuertes compo- nentes motivacionales: estamos ante todo ante una teora motivacional. Ms an, personalmente creo, con Joule y con Beauvois, que esta teora an no ha dado de s todo lo que poda dar, de tal forma que puede ayudar a superar las dificultades con que actualmente se est encontrando el cogni- tivismo y ayudar a la reconstruccin del cognitivismo en nuestra disciplina. f) Teora de la reactancia psicolgica de Brehm (1966): Jack Brehm pro- puso una teora tendente a explicar el fenmeno de la bsqueda de la libertad perdida o amenazada. Segn este autor, cada vez que vemos limi- tada o amenazada nuestra libertad de eleccin para comprometernos en tal o cual conducta de las varias que disponemos en nuestro repertorio con- ductual, sentimos deseos de recuperar esta libertad amenazada o perdida. Y la magnitud de la reactancia es una funcin directa principalmente de la importancia absoluta de la conducta suprimida, de la importancia relativa de la conducta suprimida comparada con la importancia de otras conduc- tas en el momento de la prdida de libertad, y de la proporcin de con- ductas libres examinadas. Por otra parte, al experimentar reactancia, la persona tiende a reducirla o eliminarla a travs de los siguientes mecanis- mos: 1) El compromiso con la conducta prohibida (si ello es posible, que no suele serlo); 2) Un aumento en la valoracin de la conducta prohibida; y 3) El compromiso en una conducta que implique la posibilidad de parti- cipar en la conducta prohibida. Por ejemplo, si a alguien le prohben hablar su lengua materna, ello le producir reactancia, que intentar redu- cir, 1) hablando tal idioma (por ejemplo, en el seno de la familia); 2) valo- rando su lengua mucho ms que antes; y 3) asistiendo a conciertos musica- les, aunque antes no le gustaran, en los que se canta en su idioma. Como concluye Rodrigues (1980), los experimentos realizados para verificar la validez emprica de la teora de Brehm han proporcionado un cierto apoyo a la teora de la reactancia psicolgica, pero no pruebas defi- nitivas. Y esta falta de pruebas tal vez se deba al intento, imposible, de Brehm de querer estudiar algo tan complejo como la libertad desde posi- ciones individualistas y, para colmo, desde la ptica experimental. De ah la 230 Anastasio Ovejero Bernal conclusin de Doise y colaboradores (1980, pg. 328): A la vista de todo esto, parece que la reactancia psicolgica, desde su estatus terico de moti- vacin intraindividual que le asignaba Brehm, debera pasar a ser inscrita en el conjunto de las relaciones sociales caractersticas del funcionamiento social de una sociedad determinada. En este apartado habra que incluir las teoras citadas de Greenwald y de McGuire, as como otras ms recientes entre las que destaca la de Petty y Caccioppo (1981, 1986), en la que hacen la importante distincin que ya hemos visto entre ruta central y ruta perifrica de la persuasin. Risisrixcia a ia iiisuasix Si hemos visto cmo se puede inducir un cambio en las actitudes de la gente, pues se trata de algo importante en una sociedad como la nuestra, ahora veremos, pues no es menos importante, cmo se puede resistir a los intentos de influencia. Cules son, pues, los medios de hacer frente a una persuasin o mejor a un intento de persuasin particular? Leyens (1982) menciona cuatro grandes tcticas de resistencia a la persuasin: 1) Es posible inducir un primer gran tipo de resistencia partiendo de estados motivacionales que hacen intervenir principalmente la autoestima y la hostilidad: a) Al aumentar, de la forma que sea, la autoestima de alguien, aumenta tambin su resistencia a la persuasin. Para conseguirlo, no es necesario que la razn del aumento de la propia estimacin tenga relacin con el objeto de persuasin, aunque existen unos lmites a este principio; y b) La manipulacin de la hostilidad constituye otra tcnica utilizable pero muy compleja. Es utilizable porque, al parecer, un individuo irritado adop- tar una actitud negativa que le har rechazarlo todo en bloque, excepto, sin duda las actitudes o comportamientos que le permitan expresar su des- contento. Pero es compleja, porque la induccin a la hostilidad puede con- fundirse con otras variables que producirn efectos diferentes. No es razo- nable, por ejemplo, suponer que un individuo al que se ha irritado de un modo humillante ver disminuida su autoestima y por ello ser ms sensi- ble a las tentativas de la influencia? 2) Leyens menciona un segundo tipo de resistencia, consistente en aumentar la capacidad crtica general de los sujetos que podrn reconocer ms fcilmente la intencin persuasiva, analizar y refutar los argumentos, as como movilizar esta aptitud para la crtica en una serie de situaciones diferentes. Pero en la prctica esta estrategia no es muy fructfera. La transferencia de una situacin a otra es bastante difcil y vale ms que el entrenamiento en la crtica tenga por objeto un punto particular (Leyens, 1982, pg. 121). 3) De las teoras de la consistencia se deducen una serie de estrategias de resistencia a la persuasin, como las siguientes: a) Podemos hacer que alguien exprese pblicamente la creencia u opinin que pretendemos que Cambio de actitudes y persuasin 231 sea resistente al cambio. sta es la tcnica utilizada por Lewin, en el estu- dio ya citado, para influir sobre el ama de casa, para quien, en cierto modo, sera perder su prestigio el manifestar su opinin pblicamente ante sus compaeras en un determinado sentido y comportarse despus de otro modo; y b) el compromiso sera an ms fuerte si al individuo se le obliga a actuar, implicndole y comprometindole con la nueva actitud, es decir, transformndole en militante, que es lo que hacen las sectas. Pero sobre todo debemos recordar aqu la teora de la inoculacin (McGuire, 1964), que parte de una analoga con la resistencia biolgica a la enfermedad. Hay dos maneras principales de crear resistencia a la enfer- medad: la terapia de apoyo y la inoculacin. La primera consiste en respe- tar una dieta especial y en ingerir vitaminas. La inoculacin, por su parte, implica inyectar una forma debilitada de bacterias patgenas y estimular con ello el cuerpo para que produzca defensas capaces de enfrentarse con bacterias ms fuertes. Si alguien ha estado viviendo en un medio ambiente libre de grmenes, la inoculacin es la mejor manera de producir resisten- cia a la enfermedad. En esta lnea afirma McGuire que cuando se pretenda defender una actitud de los efectos de la propaganda en contra se la puede hacer ms resistente al ataque inoculando al individuo pequeas dosis de los argumentos de la propaganda contraria. Y todo ello porque esas mni- mas dosis producirn una amenaza a la actitud que activar motivacional- mente al sujeto a desarrollar contraargumentos de apoyo a su atacada acti- tud, utilizando estrategias de defensa, con lo que adquiere experiencia en resistir ulteriores ataques. McAlister (1980) realiz una aplicacin de esta teora al inocular a estudiantes de 8. de EGB contra las presiones de sus compaeros para que fumaran. A estos alumnos se les ense a responder a los anuncios que implicaban que las mujeres liberadas fumaban diciendo: No est realmente liberada si est atrapada por el tabaco. Tambin representaban roles en los que, despus de haber sido llamados gallinas por no fumar un cigarrillo, respondan con afirmaciones como: Sera una verdadera gallina si fumara nada ms que para impresionarte. Pues bien, despus de varias sesiones durante 7. y 8. los estudiantes inoculados tuvieron la mitad de probabilidad de comenzar a fumar que los sujetos no inoculados de una muestra similar. Tambin se ha utilizado esta teora para inmunizar a los nios pequeos contra la publicidad de la televisin, algo que hoy da resulta de crucial importancia ya que los nios son el blanco ms dbil e indefenso y, a la vez, el preferido por los anunciantes. Por lo visto, los nios son el sueo de un publicista: crdulos, vulnerables y fcil de venderles. Ms an, la mitad de los miles de anuncios que ven los nios son de alimentos poco nutriti- vos y a menudo con exceso de azcar y de otros productos nutritivamente poco recomendables (grasas, conservantes, colorantes, etc.). Como escriba hace unos aos Moody (1980), cuando un publicista con experiencia gasta millones para venderles a los confiados e ingenuos nios un producto no saludable, slo puede ser llamado explotacin. No es de sorprender que el consumo de productos lcteos haya disminuido desde el inicio de la televi- 232 Anastasio Ovejero Bernal sin, mientras que el consumo de refrescos casi se ha duplicado. En con- secuencia, los psiclogos sociales han llevado a cabo algunos estudios ten- dentes a ensear a los nios a hacer frente con xito a los anuncios enga- osos. As, Feshbach (1980) intent con xito inocular a nios contra los anuncios de juguetes: despus de ver el anuncio de un juguete, se les daba de inmediato ese juguete y se les desafiaba para que hiciera lo que acaba- ban de ver en el anuncio. Coxciusix Como hemos visto en este largo captulo, estamos ante un tema enor- memente complejo. Desde hace milenios hemos intentado cambiar las acti- tudes de los dems, fundamentalmente con un claro objetivo: cambiar sus conductas en la direccin que nos interesa. Y con frecuencia lo hacemos con xito. Pero a menudo no sabemos por qu lo conseguimos. En psico- loga social se han propuesto un gran nmero de teoras, a veces contrarias entre s, que pueden ayudarnos a entender algo sobre cmo funcionan los procesos de cambio de actitud. Como ocurre siempre, los fenmenos psi- cosociales son muy complejos de tal forma que cada teora los observa slo desde un ngulo. Si queremos conocer mejor tales fenmenos deberemos seguir el consejo de Ortega y Gasset y aunar perspectivas diferentes: en el campo del cambio de actitud, como en tantos otros, probablemente todas las teoras propuestas tengan parte de razn, pero ninguna tenga toda la razn. En todo caso, no debemos olvidar dos cosas que nos ayudan a entender la frecuente esterilidad de las teoras psicosociales para explicar los fen- menos estudiados: en primer lugar, las teoras vistas en este captulo han sido elaboradas desde una perspectiva eminentemente individualista y han pretendido basarse en datos experimentales (cosa imposible, ya que las teo- ras siempre preceden a los datos y a su interpretacin), cuando las actitu- des son entes esencialmente sociales y cuando el experimento de laborato- rio ha mostrado ser bastante incapaz de captar la complejidad de los fenmenos psicosociales. De ah que en el campo de las actitudes hemos retrocedido con respecto a lo que proponan Thomas y Znaniecki hace ya ochenta aos, lo que explica, al menos en parte, el xito de un concepto como el de representacin social, importado de la sociologa: la excesiva individualizacin y psicologizacin sufrida por el concepto de actitud a lo largo de este siglo exiga volver a su naturaleza social, que es lo que han hecho las representaciones sociales. Ahora bien, han sido slo razones de sociologa o de psicologa social de la ciencia lo que ha hecho que no haya- mos vuelto a las actitudes sociales de Thomas y Znancieki, sino a las repre- sentaciones sociales de Durkheim, va Moscovici. Cambio de actitudes y persuasin 233 This page intentionally left blank Cairuio XIV Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia Ixrioouccix A menudo tendemos a superponer e incluso confundir trminos y con- ceptos como prejuicio, estereotipo, discriminacin, racismo o sexismo. Uno de los objetivos de este captulo es intentar clarificar y explicar esta pro- blemtica tan actual. Y lo primero que debo aclarar es el propio trmino racismo que, a mi modo de ver, no slo est mal empleado sino que incluso puede facilitar, a travs de las representaciones sociales que suscita, ciertas hostilidades intergrupales. Porque, digmoslo con claridad, no exis- ten razas diferentes en la especie humana. Existe una sola raza, la raza humana, con algunas pequeas variaciones dentro de ella. De ah que en lugar de racismo debemos hablar de xenofobia, porque, adems, quien tiene prejuicios contra los que difieren de la norma en algunas caractersti- cas biolgicas, como el color de la piel o la forma de la nariz, los tiene tam- bin contra quienes difieren por su lugar de nacimiento o sus creencias. Y eso es justamente la xenofobia: rechazo del que es diferente. Tampoco debemos confundir prejuicio y estereotipo como se ha hecho con frecuencia ya desde los primeros estudios psicosociales en ese campo (Katz y Braly, 1933). Los prejuicios no son sino actitudes negativas u hosti- les hacia ciertos grupos o colectivos humanos. Ms concretamente, se trata de evaluaciones desfavorables de y afecto negativo hacia los miembros de un grupo (Olson y Zanna, 1993, pg. 143). Por otra parte, el prejuicio ha sido visto tradicionalmente como la aplicacin de los estereotipos sociales (Hilton y Hippel, 1996, pg. 256). En definitiva, tener prejuicios es pen- sar mal de otras personas... (tener) sentimientos de desprecio o desagrado, de miedo y aversin, as como variadas formas de conducta hostil (All- port, 1954, pg. 21). Al prejuicio, por consiguiente, podemos definirlo como una actitud negativa hacia un exogrupo (Devine, 1995; Oskamp, 1991). Como en la actitud, en el prejuicio hay elementos cognitivos (se tie- nen expectativas negativas respecto del otro, etc.), afectivos (desprecio o desagrado, as como elementos emocionales y de motivacin, es decir, miedo y aversin), y comportamentales (diferentes formas de conducta hostil o discriminativa). Aunque los prejuicios pueden ser tanto positi- vos como negativos, dado que estrictamente no consisten sino en juzgar sin juicio previo, sin tener antes los elementos de juicio suficientes, sin embargo, la investigacin se ha centrado casi exclusivamente en los negati- vos, hasta el punto de que, como hemos dicho, se identifica totalmente pre- juicio con actitudes negativas hacia ciertos exogrupos. Ello, como seala Sangrador (1996), resulta lgico, pues, en definitiva, son estas actitudes negativas las generadoras de conflictos tnicos y xenfobos, as como de todo tipo de situaciones intergrupales problemticas, incluso blicas. De hecho, existe en psicologa social una larga tradicin de estudios sobre los prejuicios, aunque con frecuencia desde una postura excesivamente psico- logista (Garca, 1995) que debe ser corregida con urgencia si queremos conseguir resultados positivos en este campo (Martnez, 1996). Por su parte, los estereotipos, que consisten en un conjunto de creen- cias, estrechamente relacionadas entre s y compartidas por cierto nmero de personas acerca de los atributos personales que poseen los miembros de un grupo (los gitanos, los psiclogos, las mujeres, los andaluces, etc.), pueden ser definidos como las teoras implcitas de personalidad que un grupo de personas comparte sobre su propio grupo o sobre otro grupo (Leyens y Codol, 1990, pg. 106). Por consiguiente, no es extrao que algunos autores sostengan que el estereotipo es el elemento cognitivo de los prejuicios. Sin duda, los estereotipos ms estudiados en psicologa social, coincidiendo con los intereses de los norteamericanos, han sido los de gnero o sexuales y los raciales o tnicos, a los que hay que aadir un tercero, ms tpico de Europa: los nacionales o regionales (Billig, 1995; Leyens y cols., 1994; Oakes y cols., 1994; Bourhis y Leyens, 1996, etc.), incluyendo, obviamente, Espaa (Javaloy y cols., 1990; Munn, 1989; Ovejero, 1991b; Pinillos, 1960; Ramrez, 1992; Rodrguez Sanabra, 1963; Rodrguez y cols., 1991; Sangrador, 1981, 1991, 1996; Torregrosa y Ram- rez, 1991; etc.). De hecho, en Europa, donde apenas utilizamos los este- reotipos raciales en la vida cotidiana, los tres ms utilizados son los sexuales o de gnero, los profesionales y los nacionales. De hecho, si alguien pregunta en cualquier pas de Europa quin es Felipe Gonzlez, probablemente se le responda: Un (sexo) poltico (profesin) espaol (nacionalidad). Y Vivaldi? Un msico italiano, etc. ltimamente, se estn estudiando tambin, aunque bastante menos, otros estereotipos referidos a grupos ms pequeos, como pueden ser los homosexuales, los enfermos de SIDA, etc. Y llamamos estereotipia a la utilizacin de estere- otipos para realizar inferencias, juicios, predicciones e incluso conductas. Pues bien, hoy da la estereotipia es vista como un fenmeno no forzosa- 236 Anastasio Ovejero Bernal mente indeseable, con lo que se da por hecho una diferencia importante con respecto a la prejuiciosidad. Los estereotipos no son, como los prejuicos, per se indeseables, al menos no lo son siempre. Lippman ya observ que los estereotipos cum- plen una funcin econmica de ahorro del esfuerzo de pensar. Y hoy en da se reconoce que cumplen, ante todo, una funcin totalmente natural, no siendo de extraar que se insista, incluso desde una perspectiva trans- cultural (Brislin, 1981), ms cercana a la dimensin sociocultural, que no pueden ni deben dejar de darse (Munn, 1989, pg. 323). Ms en concreto, estamos ante un caso normal de percepcin social, dado que los estereotipos no son otra cosa que las expectativas que tene- mos acerca de una categora de personas (los jvenes, las mujeres, los negros, los psiclogos, los comunistas, los catalanes, etc.). Y es que, en oca- siones, para facilitarnos la comprensin de nuestro complejo mundo social, clasificamos a la gente en categoras segn nuestras expectativas de cmo esas personas se comportarn. Eso es normal, y hasta necesario, pero peli- groso. Y es peligroso porque con frecuencia al estereotipo le acompaa el prejuicio y a ste la discriminacin. Y mientras que el prejuicio es una acti- tud negativa, la discriminacin es una conducta negativa hacia un grupo o sus miembros. En cambio, el racismo y el sexismo son prcticas institucio- nales que discriminan, aun cuando no haya intencin prejuiciosa. Ms en concreto, el trmino racismo posee dos significados (Myers, 1995, pg. 347): a) Actitudes prejuiciosas y conducta discriminatoria del indivi- duo hacia personas de una raza determinada; y b) prcticas institucionales que subordinan a la persona de una raza determinada, aunque cada vez est sustituyendo hoy da ms la raza por la etnia. En efecto, probable- mente est disminuyendo algo el racismo, pero, en cambio, est aumen- tando, sin duda alguna, el etnocentrismo, que consiste en la creencia en la superioridad del propio grupo tnico y cultural y el desdn correspon- diente a todos los dems grupos (Myers, 1995, pg. 367). Psicoioca sociai oii iii;uicio \ ios isriiioriios El prejuicio es uno de los aspectos humanos negativos ms difciles de erradicar, dado que cumple algunas funciones psicosociales bsicas y que, por tanto, posee una amplia serie de races, profundas y complejas, al menos de estas tres clases: sociales, emocionales y cognitivas, todas ellas estrechamente interrelacionadas entre s (Myers, 1995, pgs. 355 y sigs.): A) Races sociales: entre las funciones que cumplen los prejuicios y estereotipos, las sociales no son precisamente las menos importantes (nos ayudan a formar y mantener nuestra identidad social, defienden nuestra autoestima frente a ataques exteriores, etc.). As, hace casi cincuenta aos, la sociloga Helen M. Hacker (1951) sealaba cmo los estereotipos que la gente tena de los negros y de las mujeres ayudaban a racionalizar la posi- Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia 237 cin inferior de cada uno: muchas personas pensaban que ambos grupos eran mentalmente lentos, emocionales y primitivos, y que estaban conten- tos con su papel subordinado. Los negros eran inferiores, y las mujeres eran dbiles. Los negros estaban bien en su lugar, mientras que el sitio de la mujer era, indiscutiblemente, la cocina. Es ms, en pocas de conflic- tos, las actitudes se adaptan con facilidad a la conducta. Las personas con- sideran a los enemigos como subhumanos y los despersonalizan con una etiqueta. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, el pueblo japo- ns se convirti para los norteamericanos en los nipones, con fuertes connotaciones negativas. Una vez terminada la guerra, volvieron a ser los inteligentes y trabajadores japoneses, dignos de toda admiracin. Sin embargo, al llegar la recesin econmica de 1991-1992, que aument el sentimiento de conflicto econmico con Japn, el resentimiento contra los japoneses volvi a surgir. Ahora bien, las races sociales de los prejuicios y los estereotipos poseen diferente procedencias, como las siguientes: a) Desigualdades sociales: se sabe que los actos crueles fomentan las actitudes crueles. As, daar a una persona inocente suele llevar a los agre- sores a menospreciar a su vctima, justificando de esta manera su propia conducta. Por ejemplo, Worchel y Andreoli (1978) encontraron que, com- parados con estudiantes cuya tarea era recompensar a un hombre por sus respuestas correctas en una tarea de aprendizaje, los que deban aplicar descargas elctricas por las respuestas incorrectas deshumanizaron a su sujeto. Eran menos capaces de recordar sus caractersticas nicas (tales como el nombre y la apariencia fsica) y fueron ms capaces de recordar atributos tales como la raza y la religin que, al identificar a la vctima con un grupo, la despersonalizaban. Igualmente, los estereotipos sexuales ayu- dan a racionalizar diferentes roles de gnero. As, despus de analizar los estereotipos de gnero en muy diferentes pases de todo el mundo, Williams y Best (1990) encontraron que si son las mujeres las que dedican buena parte de su tiempo al cuidado de los nios pequeos, es tranquiliza- dor pensar que ellas son cuidadoras por naturaleza. Y si los hombres son los que suelen dirigir los negocios, cazan y van a la guerra, es tranquilizador suponer que los hombres son agresivos, independientes y arriesgados. Y es que, como concluye Myers (1995, pg. 357), los estereotipos son resultado de la divisin del trabajo entre grupos diferentes, y la justifican. Y tranqui- lizador resulta tambin para quienes poseen fuertes prejuicios convencerse de que la situacin social injusta en que las minoras estn altamente discri- minadas es bendecida por Dios. De hecho, en casi todos los pases, los lde- res invocan a la religin para justificar el orden social existente. b) Necesidad de una autodefinicin o identidad positiva: El concepto de identidad tiene una larga tradicin en las ciencias sociales (sociologa, antropologa o psicologa social), existiendo incluso una lnea de investiga- cin especfica sobre la relacin entre la identidad personal y la identidad nacional (Smith, 1991; Billig, 1995), particularmente en Europa, centrn- dose en la relacin entre identidad social y autocategorizacin, a partir fun- 238 Anastasio Ovejero Bernal damentalmente de los trabajos del britnico Henri Tajfel, habindose apli- cado incluso, en nuestro pas, al estudio del nacionalismo (Ramrez, 1992; Torregrosa y Ramrez, 1991; Garca, 1994, 1995, etc.). Como sostiene el Interaccionismo Simblico, el autoconcepto o identidad se desarrolla a tra- vs de las interacciones con los dems, siendo un reflejo de la forma en que los dems nos ven (Mead, 1934; Cooley, 1956). Por otra parte, desde la teora de la identidad social de Tajfel y Turner, se puede hacer la misma prediccin, pues los grupos sociales a los que pertenecemos influyen o con- forman nuestra identidad social. A su vez, la identidad social de los indivi- duos est relacionada con sus intereses, aspiraciones, expectativas, compor- tamiento, etc., de forma que si un miembro de un grupo discriminado asumiendo la ptica negativa que se tiene del grupo, desarrolla una visin negativa de s mismo (por ejemplo, como poco inteligente), es probable que sus aspiraciones profesionales y educativas se acomoden a esa visin. se fue el resultado encontrado por Steele (1992) y confirmado por Osbor- ne (1995) en un estudio longitudinal: los muchachos de raza negra tendan a desidentificarse con la escuela y con todo lo que ella significaba desde muy jvenes, quitndole importancia al logro escolar como elemento sobre el que basar su autoestima. Ese mismo proceso podra ayudarnos a explicar algunos comportamientos en los que las mujeres, conformndose a los estereotipos de gnero existentes, se diferencian claramente de los hombres. Las imgenes, estereotipos y actitudes intergrupales que surgen como producto y reflejo de las relaciones entre los pueblos y hasta naciones, son altamente funcionales y sustentadoras de la propia identidad tnica (local, regional, nacional, etc.). De ah que se haga necesario analizar qu es y cmo surge la identidad social, que veremos mejor en los captulos XVI y XVII. Una de las motivaciones ms profundas del ser humano es la de poseer una autodefinicin positiva. Es decir, necesitamos vernos a nosotros mismos y creer que tambin los dems nos ven, como siendo buenos, inteli- gentes, etc. Necesitamos, en definitiva, tener una identidad personal positiva. Pero nuestra identidad personal la extraemos de nuestra identidad grupal y social (vase Lorenzi-Cioldi y Doise, 1996), es decir, de los grupos a los que pertenecemos y de la posicin que en ellos ocupamos. Si me siento ovetense y psiclogo, mi identidad personal mejorar si me convenzo de que ser de Oviedo es algo muy positivo y que la psicologa es una de las mejores profe- siones. Pero fueron Tajfel y Turner (1979, 1986) quienes mostraron que los procesos de identidad social podan tener implicaciones para la conducta intergrupal. En concreto, para saber si mi grupo tiene caractersticas positi- vas lo que har ser compararlo con otros. El resultado de estas comparacio- nes intergrupales ser algo importante para nosotros, porque contribuye, aunque sea indirectamente, a nuestra autoestima. sta es la base de la rivali- dad y hasta hostilidad entre grupos vecinos: geogrficos (por ejemplo, entre Oviedo y Gijn, o entre Valladolidad y Len, etc.), polticos (existen fuerte rivalidad entre grupos ideolgicamente prximos, etctera), y, por tanto, tam- bin de buena parte de los prejuicios. Como dice Myers, debido a nuestras identificaciones sociales, nos conformamos con las normas de nuestro grupo. Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia 239 Nos sacrificamos por el equipo, la familia, la nacin. Desdeamos a los exo- grupos. Cuanto ms importante es nuestra identidad social y ms fuerte- mente vinculados nos sentimos al grupo, de manera ms prejuiciosa reaccio- namos ante las amenazas de otro grupo (Crocker y Luhtanen, 1990; Hinkle y cols., 1992). Por otra parte, cuando nuestro grupo ha tenido xito, tambin podemos sentirnos mejor si nos identificamos ms intensamente con l. Cuando se les pregunta despus de la victoria de su equipo de ftbol, los estudiantes universitarios frecuentemente dicen ganamos. En cambio, cuando se les interroga despus de la derrota de su equipo, tienden a decir ms bien ellos perdieron. Adems, el disfrute de la gloria de un endogrupo exitoso es ms intenso entre aquellos que acaban de experimentar un golpe al yo, como, por ejemplo, tras enterarse de que haban hecho mal una prueba de creatividad (Cialdini y cols., 1976), lo que implica que en momentos de crisis (acadmicos, sociales, etc.) aumentarn los prejuicios y las tasas de autoritarismo (Ovejero, 1985c; Doty y cols., 1991). Ahora bien, una vez establecido, el prejuicio es mantenido en gran parte por inercia. Si el prejuicio es una norma social, muchas personas seguirn el camino de menor resistencia y se conformarn con seguir la moda. Actuarn no tanto por la necesidad de odiar sino por la necesidad de agradar y ser aceptadas (Myers, 1995, pg. 361). Y sin olvidar a los medios de comunicacin que tambin sirven de fuerte apoyo a los prejui- cios y a los estereotipos, aunque ltimamente lo hacen de forma ms sutil: cuntos gitanos aparecen en los anuncios publicitarios en nuestro pas?. B) Races emocionales: aunque el prejuicio nace y se mantiene funda- mentalmente a travs de sus races sociales, con frecuencia las emociones sirven tambin para incrementarlas. Dos variables han sido aqu las ms estudiadas por parte de los psiclogos sociales: la frustracin y la persona- lidad autoritaria: a) Hiptesis frustracin-agresin: dado que esta teora ya la vimos en el captulo correspondiente a la conducta agresiva, ello me ahorra repetirla nuevamente. En todo caso existen algunos datos que parecen indicar que la frustracin no slo produce en ciertas circunstancias agresividad, sino que incluso, a veces, tal agresividad es dirigida hacia ciertos exogrupos, casi siempre minoritarios y de bajo estatus. De hecho, es conocido el dato de que en Estados Unidos, entre 1882 y 1930, hubo ms linchamientos en aos en que los precios del algodn bajaron y, por consiguiente, la frustra- cin econmica aument (Hepworth y West, 1988; Hovland y Sears, 1940). Es ms, el mero hecho de pensar acerca de la propia mortalidad (por ejemplo, cuando los sujetos tenan que escribir un breve ensayo sobre la muerte y las emociones que despierta el pensar en ella) tambin provoca la suficiente inseguridad como para intensificar el favoritismo endogrupal y el prejuicio al exogrupo (Greenberg y cols., 1990). Existe tambin una estre- cha relacin entre frustracin, educacin recibida, personalidad, prejuicio y agresividad desplazada contra el blanco del prejuicio. Ello es el objetivo central de los estudios sobre personalidad autoritaria. Un ejemplo claro lo 240 Anastasio Ovejero Bernal tenemos en el propio Hitler, una personalidad autoritaria extrema, que fue educado en un hogar autoritario y a quien, segn dijo su propia hermana, se le daba su debida cuota de palizas todos los das (Miller, 1990). b) Personalidad autoritaria: desde muchos puntos de vista, hablar de personalidad autoritaria es casi sinnimo de hablar de personalidad prejui- ciosa (Heinz, 1968; Bettelheim y Janowitz, 1975; Ovejero, 1981). Y es que los orgenes de las investigaciones en este campo hay que colocarlas en torno a la Segunda Guerra Mundial e ntimamente vinculados a los estu- dios sobre los prejuicios antisemitas de buena parte del pueblo alemn y de su consecuencia, el genocidio judo. El origen histrico de los estudios sobre personalidad autoritaria lo constituye el fenmeno nazi que tuvo lugar en Alemania en los aos 30 (Ovejero, 1982): cmo fue posible que el partido nacionalsocialista alemn, de reciente creacin, alcanzara el poder en tan breve tiempo y como consecuencia de ser votado por una mayora del pueblo alemn? Muchos creen que la victoria nazi fue la con- secuencia de un engao por parte de una minora acompaado de coercin sobre la mayora del pueblo. Pero con ello no queda explicado el fen- meno. El psiclogo social no puede y no debe contentarse con esta expli- cacin. El problema es mucho ms profundo: la explicacin es fundamen- talmente de tipo psicolgico, o mejor, psicosocial. La raz del problema y por tanto tambin la posibilidad de solucionarlo no est tanto en las condiciones socioeconmicas ambientales, cuanto en la estructura de la personalidad de los individuos que se someten a toda autoridad y a toda norma. Aunque, evidentemente, esa estructura de personalidad venga determinada por las estructuras socioeconmicas en que se ha desarrollado. Es la ansiedad e inseguridad que conlleva toda poca de crisis lo que lleva al individuo y a los pueblos hacia el autoritarismo y hacia el prejuicio como soluciones a esa inseguridad y a esa ansiedad (vase Fromm, 1941). En esta misma lnea, Adorno, Frenkel-Brunswik, Sanford y Levison (1950) escri- bieron su La personalidad autoritaria, donde definen el autoritarismo como una tendencia general a colocarse en situaciones de dominancia o sumisin frente a los otros como consecuencia de una bsica inseguridad del yo. El principal objetivo de este libro fue, en palabras de sus autores (pg. 27), el de estudiar al sujeto potencialmente fascista, cuya estructura de perso- nalidad es tal que le hace especialmente susceptible a la propaganda anti- democrtica. Parten estos investigadores de Berkeley de la hiptesis fun- damental de que la susceptibilidad de un individuo para ser absorbido por esta ideologa depende primordialmente de sus necesidades psquicas. Para medir tal susceptibilidad construyeron una escala, despus famossima, que llamaron Escala F, con dos objetivos fundamentales: detectar el etnocen- trismo, y detectar al sujeto potencialmente fascista. Por consiguiente, el principal objetivo de Adorno y colaboradores era estudiar esa estructura de personalidad, al pretender descubrir las races psicolgicas de un antisemitismo tan nefasto que caus el asesinato de millones de judos y convirti a muchos millones de europeos en especta- dores indiferentes. Pero uno de los datos ms interesantes a que llegaron Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia 241 con adultos estadounidenses fue que la hostilidad hacia los judos coexista con frecuencia con la hostilidad hacia otras minoras. Ms an, estas per- sonas etnocntricas compartan tendencias autoritarias, una intolerancia hacia la debilidad, una actitud punitiva y un respeto sumiso por las autori- dades de su endogrupo. El proceso por el que las personas se hacen autoritarias sera, a juicio de estos autores, el siguiente, que, como se ve, tiene races claramente psi- coanalticas: de nios, las personas autoritarias fueron con frecuencia disci- plinadas de una forma muy dura y punitiva, lo que les llev a reprimir su agresividad suscitada por tal tipo de educacin y a proyectarla en ciertos exogrupos. La inseguridad de los nios autoritarios parece predisponerlos hacia una preocupacin excesiva por el poder y la posicin, y hacia una forma de pensamiento correcto-incorrecto inflexible que hace difcil de tolerar la ambigedad. Por consiguiente, tales personas tienden a ser auto- ritarias, es decir, sumisas con quienes tienen poder sobre ellos, y agresivas o punitivas con quienes estn ms abajo. Eso es el etnocentrismo. Aunque se llevaron a cabo miles de estudios sobre este tpico, tanto en Estados Unidos como en otros pases (vase Ovejero, 1981, 1982, 1985c, 1989, 1992c; Torregrosa, 1969, etc.), el libro fundamental sigue siendo el citado de Adorno y sus colaboradores, cuya conclusin principal, a pesar de las crticas recibidas, ha persistido: las tendencias autoritarias, en oca- sin reflejadas en tensiones tnicas, surgen durante pocas amenazadas por la recesin econmica y agitacin social (Sales, 1973; Ovejero, 1985c; Doty y cols., 1991). Es ms, estudios contemporneos de personas autoritarias derechistas realizados por Altemeyer (1988, 1994) confirman que existen individuos cuyos temores y hostilidades surgen como prejuicios. De hecho, existen diferencias ideolgicas en este terreno. As, segn los datos de De Miguel (1994), alrededor del 10 por 100 de los espaoles encuestados que se declaraban de izquierdas rechazaban tener por vecino a un gitano o a un negro, mientras que tal porcentaje suba a un 40 por 100 entre quienes se calificaban de derechas. Y es que los sentimientos de superioridad moral pueden ir de la mano con la brutalidad hacia los que se perciben como inferiores. Aunque los prejuicios que mantuvieron el apartheid en Sudfrica surgieron de desigualdades sociales, socializacin y conformidad (Louw- Potgieter, 1988), aquellos que favorecieron ms intensamente la separacin solan tener actitudes autoritarias (Van Staden, 1987). En los regmenes represivos de todos los pases que los han sufrido, los torturadores suelen tener una preferencia autoritaria por las cadenas de mando jerrquicas y sienten desprecio por quienes son dbiles o se resisten (Staub, 1989). Ms an, formas diferentes de prejuicio hacia los negros, los homosexuales y lesbianas, mujeres, ancianos, enfermos de SIDA, etc. tienden a darse en los mismos individuos (Bierly, 1985; Snyder e Ickes, 1985). Por ltimo, de una forma ms o menos directa, el trabajo de Adorno y colaboradores llev al desarrollo de otros constructos alternativos al de autoritarismo y a otros modelos de personalidad, que no veremos aqu, como el dogmatismo y la personalidad dogmtica (Rokeach, 1960; vase 242 Anastasio Ovejero Bernal Ovejero, 1985b), el maquiavelismo y la personalidad maquiavlica (Christie y Geis, 1970; vase Ovejero, 1987d, 1987e, 1989b) o la personalidad anti- democrtica (Kreml, 1977). C) Races cognitivas: como ya dijimos cuando hablamos de cognicin social y percepcin de personas, el ser humano tiene que enfrentarse a una ingente cantidad de informacin y tratarla, a veces, muy rpidamente. Ello nos obliga a hacer trampas y buscar atajos, lo que produce importantes y frecuentes sesgos, sesgos que, al cumplir tambin funciones emocionales y grupales, se hacen a veces incluso sistemticos. Pues bien, ello contribuye tambin a la formacin de prejuicios y estereotipos. En efecto, las creencias estereotipadas y las actitudes prejuiciosas existen no slo debido al condicionamiento social y no slo porque cumplen una fun- cin emocional, al permitir a las personas desplazar y proyectar sus hos- tilidades, sino tambin como productos secundarios de los procesos normales de pensamiento. Los estereotipos resultan menos de la maldad que de la manera en que simplificamos la complejidad de nuestro mundo. Son como ilusiones perceptuales, un producto residual de nues- tra facilidad para simplificar (Myers, 1995, pg. 369). Tres fenmenos cognitivos destacan por su importancia en cuanto a su relacin con los prejuicios y los estereotipos: a) Procesos de categorizacin: en 1969 Tajfel public un importante artculo, titulado Aspectos cognitivos del prejuicio, en el que propona que los estereotipos pueden ser concebidos como un caso especial de la categorizacin, con una acentuacin de las similitudes intragrupales y de las diferencias intergrupales. Y es que difcilmente se entendern los estereotipos y los prejuicios sin entender previamente la teora de la categorizacin, teora que nos proporciona una explicacin simple y poderosa de la discriminacin intergrupal. Categorizar no es sino perci- bir por categoras, percibir el mundo organizndolo por grupos de obje- tos o personas que comparten algunas caractersticas comunes (los gita- nos, los asturianos, los cientficos, etc.). Tajfel comenz desarrollando uno de los datos encontrados por Sherif: a partir del momento en que cada uno de los grupos se percat de la existencia del otro, ya antes de que existiera conflicto alguno de metas, aparecieron estereotipos rec- procos negativos. Adems y esto es ms importante para Tajfel, antes de que se indujera conflicto alguno, los sujetos ya sobrevaloraban la tarea del propio grupo e infravaloraban la del otro. Es decir, la mera categorizacin era condicin suficiente para producir favoritismo endo- grupal y hostilidad exogrupal. La mera presencia del otro grupo parece hacer que cada uno de ellos se comporte, antes de cualquier interaccin, como si estuviera en conflicto. Esa forma de reaccionar a la presencia del exogrupo tiene su origen en procesos cognitivos y motivacionales que, a la vez, son la base del conflicto y del prejuicio. Antes de cualquier motivacin de intereses existe un sesgo perceptivo, sesgo que termina decantndose hacia el egosmo endogrupal, es decir, hacia la defensa Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia 243 de intereses, y por tanto es tambin motivacional (Rodrguez Gonzlez, 1996, pg. 302). Ahora bien, si la categorizacin es necesaria para las personas, cmo es que unos individuos son prejuiciosos y otros no? Tajfel subraya que no toda categorizacin da como resultado un prejuicio. Hay formas inocen- tes de categorizacin que no producen prejuicio, ya que no son asociadas con la hostilidad, ni resultan de gran inters para el sujeto por no tener para l gran relevancia emocional. Por tanto, son las necesidades emocio- nales lo que lleva al prejuicio y no los procesos cognitivos. stos estn al servicio de aqullas. De ah que aunque la categorizacin es inevitable, el etnocentrismo no lo es. En definitiva, cuando tenemos poco tiempo (Kaplan y cols., 1992), esta- mos preocupados (Gilbert e Hixon, 1991), cansados (Bodenhausen, 1990) o cuando alguien es demasiado joven para captar adecuadamente la diver- sidad (Biernat, 1991), resulta fcil, cmodo y hasta til fiarnos de los este- reotipos. Pero ello tiene tambin graves riesgos, como el ya visto sesgo hacia el endogrupo: slo con dividir a las personas en grupos, incluso de una forma absolutamente azarosa, puede producir discriminacin. Otro peligro est en el llamado sesgo de homogeneidad del exogrupo, que consiste en la percepcin de los miembros del exogrupo como ms semejantes entre s que los miembros del endogrupo. Como consecuencia, tendemos a per- cibir a ellos como muy parecidos entre s, mientras que a nosotros como ms diferentes. Este efecto se da incluso en la propia percepcin de caractersticas fsicas de los grupos humanos: a menudo la gente est con- vencida de que los chinos son todos iguales, mientras que entre nosotros, los blancos, existe una gran variedad de rostros. En suma, podemos con- cluir diciendo que, en general, cuanto mayor sea nuestra familiaridad con un grupo social, mejor percibiremos su diversidad (Linville y cols., 1989), mientras que, al contrario, cuanto menor sea tal familiaridad, ms acudire- mos al estereotipo. Ahora bien, este sesgo es especialmente fuerte entre grupos competidores (Judd y Park, 1988) o cuanto ms pequeo sea el exogrupo (Mullen y Hu, 1989). b) Saliencia de los estmulos diferenciados: adems de la categorizacin, existen tambin otras formas de cognicin social que facilitan los estereoti- pos y, por tanto, tambin los prejuicios. As, las personas diferentes y las situaciones vvidas o extremas tienden con frecuencia a captar la atencin y distorsionar los juicios. Por ejemplo, un hombre en un grupo de mujeres o una mujer en un grupo de hombres, un joven en un grupo de ancianos o un anciano en un grupo de jvenes, un rabe en un grupo de espaoles o un espaol en un grupo de rabes, etc., parecen ms salientes e incluso tener cualidades exageradamente buenas o malas (Crocker y McGraw, 1984; Taylor y cols., 1979). Esto sucede porque cuando alguien sobresale en un grupo, tendemos a ver a esa persona como causante de cualquier cosa que suceda (Taylor y Fiske, 1978). Sin embargo, ello supone un serio problema, que estriba, como seala Myers, en que los casos vvidos, aun- que persuasivos debido a su mayor impacto en la memoria, rara vez son 244 Anastasio Ovejero Bernal representativos del grupo mayor. Pero, a pesar de ello, s suelen ser muy influyentes en la construccin de los estereotipos a causa sobre todo de la llamada correlacin ilusoria (Fiedler, 1991; Smith, 1991, etc.), que ya cono- cemos. Este fenmeno explica los resultados de Brown y Smith (1989), quienes encontraron que los miembros del personal docente ingls sobre- estimaba el nmero de mujeres con antigedad en su universidad, que real- mente eran pocas, aunque, eso s, notorias. Adems, los medios de comu- nicacin reflejan y fomentan este fenmeno, con lo que fomentan tambin los estereotipos y los prejuicios. As, aunque pocas veces un paciente psi- quitrico comete un asesinato, cuando lo hace, los peridicos y la televisin subrayan que un paciente psiquitrico mat a una persona, o que un gitano mat a un hombre. Pero cuando no es gitano o no es paciente psi- quitrico no subrayan que no lo son. Tales noticias se aaden a la ilusin de una correlacin grande entre tendencias violentas y hospitalizacin psi- quitrica o etnia gitana. c) Creencia en un mundo justo: uno de los errores de percepcin que cometemos es el llamado sesgo del mundo justo, que no es sino la tenden- cia a creer que el mundo es justo y que, por tanto, cada uno tiene lo que se merece y merece lo que tiene. De hecho, Lerner y sus colaboradores (Lerner y Miller, 1978; Lerner, 1980) descubrieron que la simple observa- cin de una persona a la que se la est haciendo sufrir injustamente es sufi- ciente para hacer que la vctima inocente parezca menos valiosa e incluso, a veces, menos inocente. As, en un experimento similar al de Milgram, Lerner y Simmons (1966) pedan a sus sujetos, meros observadores del experimento, que evaluaran a la persona que estaba recibiendo las descar- gas elctricas, encontrando que cuando los observadores fueron impotentes para alterar el destino de la vctima, con frecuencia la rechazaban y la deva- luaban. A resultados similares llegaron Linda Carli y colaboradores (1989, 1990) respecto a las vctimas de violacin: eran juzgadas como culpables de lo que las haba pasado. Y es que, como seala Myers, creer en un mundo justo, creer, como a menudo se hace, que las vctimas de violacin deben haberse comportado de manera seductora (Borgida y Brekke, 1985), que las esposas golpeadas deben haber provocado sus palizas (Summers y Feld- man, 1984), que los pobres no merecen ser mejores (Furnham y Guster, 1984), que los enfermos son responsables de sus enfermedades (Gruman y Sloan, 1983), permite a las personas exitosas tranquilizarse a s mismas autoconvencindose de que merecen lo que tienen. Los ricos y los sanos pueden ver su propia buena fortuna y el infortunio de los dems como jus- tamente merecido. Al vincular la buena fortuna con la virtud y el infortu- nio con el fracaso moral, el afortunado puede sentir orgullo por sus logros y evitar responsabilidad por el desafortunado. Reparemos en que estamos ante uno de los principales pilares de las sociedades occidentales indivi- dualistas y competitivas, que viene, cuando menos, del protestantismo, par- ticularmente del calvinismo. Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia 245 A esta explicacin hay que aadir que la difusin y penetracin social de los estereotipos de gnero es tal que parecen funcionar como heursti- cos, es decir, parecen dictar la estrategia a seguir frente a hombres y mujeres en las situaciones cotidianas de interaccin. En muchos casos de violacin, incluso los policas y los jueces caen en el error de hacer res- ponsable del delito a la vctima y no al violador. El atractivo fsico, el uti- lizar determinado atuendo como una minifalda, o el estar de madrugada en una discoteca se considera un motivo suficiente para exculpar a quien comete el delito. La justificacin es muy sencilla: la culpa la tiene la mujer por su provocacin y no el hombre, que ha respondido como cabe esperar de l (Morales y Lpez, 1993, pg. 125). En todo caso, no podemos contentarnos con explicaciones psicolgicas (emocionales o cognitivas) de los prejuicios, sino que debemos incluir tam- bin factores sociales, culturales, histricos y econmicos. De hecho, los prejuicios no son algo individual, sino colectivo. De ah su enorme peligro- sidad y de ah la facilidad con que se traducen en conductas discriminato- rias e incluso en leyes excluyentes. En consecuencia, los prejuicios y los estereotipos son indiscutiblemente sociales, y no slo porque en su origen, adems de algunas necesidades cognitivas y emocionales individuales, hay sobre todo una serie de variables econmicas, culturales e histricas, sino tambin porque construyen una realidad social muy concreta. Los prejui- cios, pues, por una parte reflejan la realidad, pero por otra tambin la crean. En este sentido s existe el racismo, no como algo objetivo o biol- gico, pero s como una construccin social que ha tenido y sigue teniendo nefastos efectos, como ha sido la muerte de millones de personas. Sicui uaniixoo uo\ oa iii;uicios \ iacisxo? En Espaa y en Europa no nos consideramos racistas, pues, para muchos, ser racistas es ser partidario de mandar a los judos a las cmaras de gas o poco menos. Ello, como dice Rodrguez Gonzlez (1995, pg. 513), nos permite marginar, discriminar al extranjero, sin tener la per- cepcin de que nuestras actitudes y/o nuestros comportamientos son en esos casos inequvocamente racistas. De hecho, ya Adorno y colaborado- res (1950), en su famoso y monumental libro sobre la personalidad autori- taria, que tanta influencia tuvo durante dcadas en la psicologa social del prejuicio, hacen coincidir los conceptos de autoritario, etnocntrico y racista con el de antisemita y ste con el de antijudo. Por otra parte, en Europa en general y en nuestro pas en particular, se utiliza tambin, y cada vez ms, el trmino racista como un insulto a todos los que no piensan y/o actan como nosotros. De ah que, como escribe Rodrguez Gonzlez (1995, pg. 513), la banalizacin del trmino racista tiene efectos per- versos que aconsejan reducir su uso exclusivamente al sentido estricto y tcnico del trmino. A menudo el racismo se ha basado en el gran inters que muchas cul- 246 Anastasio Ovejero Bernal turas han tenido en mantener la pureza de la raza o la pureza de san- gre y en su gran aversin a la mezcla de sangre. De ah que, como recientemente escriba el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri (1997), el adjetivo mestizo cargase con el inmenso lastre de una inmemorial con- notacin negativa y hasta infamante. Es muy significativo que el Dicciona- rio de Autoridades lo defina como adjetivo que se aplica al animal de padre y madre de diferentes razas. En una civilizacin que, durante siglos, tuvo como gran mito social el de la pureza de sangre y el de la legitimi- dad excelsa de la descendencia, este adjetivo lleg a tener, aplicado a los humanos, un valor de insulto que todava no ha perdido del todo. Sin embargo, semejante repudio es completamente contrario a la realidad de la historia. De hecho, aade Uslar Pietri, la historia de los pueblos del Medi- terrneo (Grecia, Roma, Espaa, etc.), por no escoger sino uno slo de los mltiples ejemplos que podamos poner, es un proceso continuo de inva- siones, encuentros y mezclas (culturales, de genes, etc.). Si algo caracteriza al mundo actual es la dimensin, potenciada al infinito por los modernos medios de comunicacin, de un proceso de mestizaje cultural que, por pri- mera vez en la historia, nos acerca a vislumbrar la realidad de una cultura mundial que no va a ser, finalmente, otra cosa que una incorporacin de culturas histricas locales a una nueva realidad de alcance global (Uslar Pietri, 1997, pg. 12). Porque, no lo olvidemos, la historia de las culturas es la historia de la mezcla de culturas. Y prefiero utilizar el trmino cultura que el de raza, porque el concepto de raza no se sostiene desde ningn punto de vista cientfico, ni bilogos ni etnlogos consideran la raza como una nocin que tenga validez cientfica alguna (Rodrguez Gonzlez, 1995, pg. 516). De hecho, mantener el trmino racismo es mantenernos en unos trasnochados supuestos cientfico-ideolgicos propios del siglo xix (Bergere, 1996). En definitiva, es cierto, como muchos afirman, que los prejuicios estn disminuyendo hoy da? Si preguntamos a los norteamericanos, tendra usted inconvenientes en enviar a sus hijos a escuelas donde la mitad de los alumnos fueran negros?, el 80 por 100 deca en 1989 no tener ningn inconveniente, frente al 30 por 100 en 1942. Por otra parte, en 1942, menos de un tercio de todos los blancos (menos de un 2 por 100 en los Estados sureos) apoy la integracin escolar, mientras que en 1980 el apoyo fue del 90 por 100. En los aos 40 el prejuicio antinegro estaba tan extendido en los Estados Unidos que hasta los propios negros lo tenan. En efecto, cuando Clark y Clark (1947) dieron a elegir a los nios afroameri- canos entre muecas negras y blancas, la mayora elega las blancas. Sin embargo, las cosas son ms complejas de lo que parecen, pues todo indica que el rechazo explcito es compatible con el mantenimiento de actitudes prejuiciosas de forma ms o menos encubierta, lo que puede ser explicado de dos maneras: para algunos investigadores (vase Devine, 1995), la acti- tud prejuiciosa real y profunda perdura y no ha cambiado, aunque s lo ha hecho su manifestacin externa, puesto que en la actualidad no resulta socialmente deseable mostrarse en pblico como alguien racista o con pre- Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia 247 juicios. Las personas son conscientes de sus prejuicios, slo que les da ver- genza o reparo manifestarlos pblicamente. En cambio, para otros, no es que el prejuicio est disminuyendo, sino que simplemente el tradicional est siendo sustituido por nuevas formas de prejuicio. As, Pettigrew y Meertens (1995) han diferenciado entre racismo tradicional o manifiesto, y racismo moderno o sutil. Mientras que el primero consta de dos compo- nentes fundamentales (la percepcin de amenaza por parte del exogrupo y la oposicin al contacto ntimo con quienes pertenecen a l), el segundo posee tres componentes ms ocultos y que son normativamente aceptables en la cultura occidental: a) la defensa de los valores tradicionales, lo que lleva con frecuencia a culpabilizar a quien padece este tipo de prejuicio de su propia situacin, pues se considera que los miembros del exogrupo se comportan de manera inaceptable. Por ejemplo, hay quien dice: Yo no puedo ni ver a los gitanos, pero no es por ser gitanos, sino porque son vagos, sucios y no quieren integrarse; b) la exageracin de las diferencias culturales: la situacin de desventaja en la que se encuentra el grupo dis- criminado ya no se atribuye a su inferioridad, sino a las diferencias cultu- rales y, as, es difcil que lo tachen a uno de racista. Las diferencias pro- bablemente existan, lo que ocurre es que el prejuicio sutil las exagera; y c) dado que tener reacciones emocionales negativas hacia los miembros del exogrupo puede ser considerado como indicio de ser racista, el prejuicio sutil no admite la existencia de esos sentimientos negativos, pero se mani- fiesta no teniendo sentimientos positivos hacia los miembros del exogrupo. En una encuesta realizada en cuatro pases de la Unin Europea (Alema- nia, Francia, Gran Bretaa y Holanda), estos autores encontraron apoyo emprico a su propuesta, lo que les llev a diferenciar cuatro tipos de per- sonas con respecto a esta cuestin: los fanticos (presentan ambos tipos de racismo, el tradicional y el moderno), los racistas sutiles (altos en racismo sutil y bajo en el manifiesto), los no racistas o igualitarios (puntuaciones bajas en ambos), y personas con alto racismo manifiesto y bajo sutil (prc- ticamente casi nadie fue incluido en este grupo). Y as, mientras los fan- ticos queran que se restringieran los derechos de los inmigrantes, que la mayora o todos fueran devueltos a sus pases de origen y que se hiciera poco o nada para mejorar la relacin nativos-inmigrantes, los igualitarios presentaban un patrn de respuesta opuesto (que se aumentaran los dere- chos de los inmigrantes, que se les permitiera quedarse y que se aplicaran medidas para mejorar las relaciones con ellos). En cambio los racistas suti- les, hasta ahora muy poco estudiados, adoptaban posiciones intermedias, consistentes en rechazar a las minoras pero hacindolo de manera social- mente aceptable. Por ejemplo, estas personas ni restringiran ni incremen- taran los derechos de los inmigrantes; no enviaran a todos los inmigrantes a casa, sino slo a aquellos para quienes existiera una razn no-prejui- ciosa para hacerlo (por ejemplo, delincuentes) (vase una ampliacin en Morales, 1996). En sntesis, no es que el prejuicio est disminuyendo, sino que sencilla- mente est cambiando y hacindose ms sutil como respuesta a las presio- 248 Anastasio Ovejero Bernal nes sociales en contra. En consecuencia, para saber si realmente se estn extinguiendo tales prejuicios sera necesario medirlo actualmente con tem diferentes a los utilizados hace cincuenta aos. As, el tem Probablemente me sentira incmodo bailando con una persona negra en un lugar pblico, detecta ms sentimiento racial que Probablemente me sentira incmodo viajando en autobs con una persona negra. De hecho, en una encuesta, slo el 3 por 100 de los blancos dijo que no deseara que su hijo asistiera a una escuela integrada, pero el 57 por 100 reconoci que sera infeliz si su hijo se casaba con una persona negra (Life, 1988). Aunque est disminuyendo el prejuicio manifiesto, las reacciones emocionales automti- cas an persisten. Como escribe Pettigrew (1987, pg. 20), muchas perso- nas me han confesado... que aun cuando en sus mentes ya no sienten pre- juicio hacia los negros, todava sienten escrpulos cuando estrechan la mano a uno de ellos. Estos sentimientos han quedado de lo que aprendie- ron en sus familias cuando eran nios. Por consiguiente, el prejuicio sigue operando, al menos en parte, como una respuesta emocional inconsciente (Greenwald, 1990). Este fenmeno de mayor prejuicio en las esferas sociales ms ntimas parece universal. Adems, al parecer, el racismo est adop- tando ltimamente nuevas formas. Como respuesta a las fuertes campaas que contra el prejuicio y el racismo estn llevndose a cabo en las escuelas, los medios de comunicacin, etc., stos estn adquiriendo modalidades ms sutiles (Dovidio y cols., 1992). As, Duncan (1976) hizo que sus sujetos, estudiantes universitarios blancos, observaran una videograbacin de un hombre empujando ligeramente a otro durante una breve discusin. Pues bien, cuando era un blanco el que empujaba a un negro, slo el 13 por 100 estimaron el acto como conducta violenta, frente al 73 por 100 cuando era un blanco el empujado por un negro. Por otra parte, cuando, en una situa- cin tipo Milgram, a los sujetos se les peda que utilizaran descargas elctri- cas para ensear una tarea, los blancos no daban ms, ni menos, descargas a una persona negra que a una blanca, excepto cuando estaban enojados o cuando la vctima no poda desquitarse o no tena forma de saber quin le haba dado las descargas (Crosby y cols., 1980; Rogers y Prentice-Dunn, 1981). La conducta discriminatoria no sale a la superficie, como seala Myers, cuando una conducta pudiera parecer prejuiciosa sino cuando es posi- ble ocultarla detrs de la pantalla de algn otro motivo. Igualmente, en Fran- cia, Inglaterra, Alemania y los Pases Bajos, los prejuicios sutiles (exageracin de las diferencias tnicas, sentir menos admiracin y afecto por las minoras, rechazo de las minoras por razones en apariencia no raciales, etc.) estn reemplazando al prejuicio manifiesto (Pettigrew y Meertens, 1991). Finalmente, en este campo hemos tendido a olvidar algo tan funda- mental como son las consecuencias para las propias vctimas de los prejui- cios (vase Morales y Moya, 1996, pgs. 207-213). En definitiva, como hace muchos aos escriba Klineberg (1963, pg. 43), los grupos hacia los cua- les son mantenidos estereotipos pueden modificar su propia conducta como resultado de ello, de forma que se sumpla la profeca. Es en este sentido que dijimos que los prejuicios crean la realidad social. Y eso es lo Estereotipos y prejuicios: el racismo y la xenofobia 249 grave: si somos nosotros quienes construimos la realidad social, construy- mosla de forma ms positiva. Coxciusix Como hemos visto, tener estereotipos, que son en gran medida la base de los prejuicios, es bastante irremediable. Como deca Pinillos (1981, pg. 13), lo ms grave, quiz, de los estereotipos es ignorar que se tienen. La simplificacin del mundo mediante esquemas recibidos es, que duda cabe, inevitable: lo malo es poner excesiva fe en ellos, confundindolos con la realidad que pretenden reflejar, y pretendiendo as estar seguros de lo que en realidad es incierto. Y es que, adems de relativamente inevitables, son altamente peligrosos: A nuestro juicio, su mayor peligro no se da en el terreno psicolgico-perceptivo; en ese campo el peligro supondra, en el peor de los casos, una percepcin incorrecta, una interaccin fallida. Por el contrario, el mayor riesgo viene en otras direcciones, a menudo no recono- cidas, singularmente en torno a la utilizacin que de ellos se haga a nivel intergrupal (Sangrador, 1996, pgs. 100-101). Adems, los estereotipos negativos son muy difciles de cambiar. A veces se resisten alarmantemente a los hechos desconfirmadores (Rothbart y John, 1985): una imagen posi- tiva es invertida con facilidad por unas cuantas conductas contrarias, mien- tras que una imagen negativa no es contrarrestada con tanta facilidad (Rothbart y Park, 1986). Y es que una de las caractersticas ms insidiosas de los prejuicios es su propia negacin o, peor an, racionalizacin justificativa. El prejuicio adquiere pronto carta de naturaleza en la cultura respectiva, por lo que se con- vierte en regla normativa, y resulta difcil admitir que uno es prejuicioso; por un lado, porque los prejuicios se aprenden con el lenguaje y de ese modo nos parecen naturales, evidentes, basados en la realidad; por otro lado, porque el racismo es hoy una nota inadmisible en la definicin de nosotros mismos. Sera aceptar que somos personas social y moral- mente indeseables (Rodrguez Gonzlez, 1996, pg. 312). De hecho, investigadores del discurso han subrayado que con frecuen- cia el prejuicioso, para encubrir tal caracterstica negativa, antes de pro- nunciar su juicio desfavorable, suele comenzar negndola: yo no soy racista, pero no aguanto a los X (miembros de exogrupo). Es ms, cuando las excepciones a nuestro estereotipo parecen concentradas en unas pocas personas atpicas, entonces podemos incluso salvar el estereotipo abriendo una nueva categora (Brewer, 1988; Johnston y Hewstone, 1992). En todo caso, aunque el prejuicio es difcil de reducir, no digamos de eliminar, s existen algunas maneras de conseguir su reduccin (vase Brown, 1995; Echevarra y cols., 1995), sobre todo a travs del aprendizaje cooperativo (vase Aronson, 1990; Desforges y cols., 1991; Gaertner y cols., 1990; Ovejero, 1990; Fiske y Ruscher, 1992, etc.). 250 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XV Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer Ixrioouccix Es ste un tema que tradicionalmente ha sido poco estudiado en psico- loga social, y poco tambin en otras disciplinas, fundamentalmente por las siguientes razones: los investigadores han sido casi siempre hombres; las mujeres son el sexo mayoritario (o al menos no minoritario) por lo que ha sido fcil evitar ver su discriminacin como un ejemplo del prejuicio; hom- bres y mujeres estn en constante contacto mutuo, lo que tambin ha faci- litado evitar ver los problemas de discriminacin de una forma similar a los de la discriminacin racial; y, por ltimo, la ideologa masculina dominante es ampliamente compartida por todos los sectores incluyendo, desde luego, a la inmensa mayora de las propias mujeres, algo explicable si recordamos las palabras de Marx de que en todo tiempo y lugar, las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante. Pero sea como fuere, el caso es que algo estn cambiando las cosas a este nivel y un reflejo de ello puede verse en la tercera edicin del Handbook of Social Psychology (Lindzey y Aron- son, 1985), que ya dedica un captulo a estudiar esta problemtica (Spence, Deaux y Helmreich, 1985). Adems, una parte de los manuales ms recien- tes de psicologa social tambin incluyen esta temtica. Tampoco podemos olvidar el aumento que est experimentando la publicacin de artculos y libros sobre este tpico. Pero se trata, en mi opinin, de un cambio que tiene sus races en los aos 60, cuando el resurgimiento del feminismo relanz el inters por el estudio de las diferencias entre los sexos, los roles sexuales, etc., hasta el punto de que el citado captulo de Spence y colabo- radores ya es incapaz de resumir la gran cantidad de trabajos publicados sobre estos temas durante los pocos aos anteriores. Y ello no es sino el reflejo de los profundos cambios que, tras los 60, estn producindose en la situacin de la mujer y su estatus, como consecuencia de la intervencin simultnea de factores polticos, tecnolgicos, econmicos y sociolgicos. Y tal cambio por fuerza tendr sus efectos sobre los estereotipos de gnero (y al revs tambin). El estudio de los estereotipos de gnero en el sentido del estudio del impacto que tiene el sexo a que se pertenece sobre la conducta de hombres y mujeres suele ser considerado desde dos perspectivas: como una variable de personalidad (en qu difieren hombres y mujeres?) y como una catego- ra social (en qu medida la gente responde de forma diferente ante hom- bres y ante mujeres?) (vase Brigham, 1986, captulo 10). Lo primero nos interesa menos porque, adems de haber sido tradicionalmente un tema de estudio de la psicologa diferencial, creo que tales diferencias son menores de lo que se cree y, en todo caso, las que existen slo pueden ser entendi- das cabalmente desde el origen, indiscutiblemente cultural, de los propios estereotipos de gnero. Psicoioca sociai oi ios isriiioriios oi cixiio En todas las sociedades y culturas conocidas, hombres y mujeres se com- portan de forma diferente. Estas diferencias entre los sexos varan de una sociedad a otra, pero existen casi siempre. Los miembros de ambos sexos se comportan segn sus roles sexuales. Un rol sexual es una clase de conduc- tas, intereses y actitudes que una sociedad define como apropiados para un sexo, pero no para el otro, y que es, por consiguiente, social y cultural, no biolgico. Cada sociedad define lo que cada miembro de uno u otro sexo es, lo que debe hacer y cmo debe comportarse. Estas creencias, llamadas estereotipos sexuales o de gnero, se refieren a las caractersticas personales de las mujeres como un grupo y de los hombres tambin como un grupo. Ahora bien, estas creencias y estereotipos pueden cambiar con el tiempo, como parece estar ocurriendo en los ltimos aos a causa de una serie de variables que actan conjuntamente (aumento del nivel cultural de la pobla- cin, especialmente de la femenina, aumento del nmero de mujeres traba- jadoras sobre todo de profesionales, empuje del movimiento feminista, fuer- tes presiones consumistas de los medios de comunicacin hacia las mujeres, necesidades econmicas del sistema productivo, etc.). Y aunque creo que tales cambios son menos importantes de lo que creemos, sin embargo en los ltimos veinte aos s parece haber cambiado la forma como las mujeres se ven a s mismas, desde contemplar sus vidas desde la ptica casi exclusiva del matrimonio, la familia, el hogar y los hijos a implicarse tambin en el trabajo y los roles fuera de casa y en las realizaciones profesionales. Ello parece estar influyendo tambin en los estereotipos de gnero. De hecho, si nos fiamos de las encuestas, los estereotipos de gnero y la discriminacin de la mujer probablemente han desaparecido, como nos muestran los siguientes datos que nos proporciona Myers: En 1937, un tercio de los esta- 252 Anastasio Ovejero Bernal tounidenses dijo que estaba dispuesto a votar por una mujer cualificada a quien su partido nominara para la presidencia; tal porcentaje subi, en 1988, al 90 por 100. En 1967, el 56 por 100 de los estudiantes universitarios estadounidenses de primer curso estuvieron de acuerdo con este tem: Es mejor que las actividades de las mujeres se limiten al hogar y a la familia, veintritrs aos despus, en 1990, slo el 25 por 100 estuvo de acuerdo (Austin y cols., 1991). En 1970, a la pregunta, deben percibir igual sala- rio las mujeres y los hombres cuando desempean el mismo trabajo?, res- pondieron afirmativamente ms del 90 por 100 tanto de los hombres como de las mujeres. As, el sesgo de gnero se est extinguiendo con rapidez en los Estados Unidos?, el movimiento feminista casi ha completado su trabajo? No. Como sucede con el prejuicio racial, el prejuicio de gnero manifiesto est desapareciendo, pero el sesgo sutil an persiste (Myers, 1995, pg. 354). Y es que las cosas parecen ser ms complejas de lo que reflejan las encuestas. Como dice Myers (1995, pg. 351), a partir de la investigacin sobre estereotipos, son indiscutibles dos conclusiones: existen fuertes estereotipos de gnero y, como sucede con frecuencia, los miembros del grupo estereotipado aceptan los estereotipos. De hecho, Mary Jackman y Mary Senter (1981) encontraron que los estereotipos de gnero fueron mucho ms intensos que los estereotipos raciales. La existencia de un sutil prejuicio de gnero se deduce claramente de un interesante estudio de Florence Geis y Joyce J. Walstedt (1983) en el que mostraron a sus sujetos, estudiantes universitarios, fotografas de un grupo de estudiantes graduados que trabajaban como equipo en un pro- yecto de investigacin, pidindoles que adivinaran quin contribua ms en el grupo. Pues bien, cuando ste estaba integrado slo por hombres o slo por mujeres, los estudiantes elegan de forma abrumadora a la persona que estaba en la cabecera de la mesa. Pero cuando el grupo era mixto, si era un hombre quien ocupaba la cabecera, era elegido nuevamente de forma abrumadora, pero si era una mujer la que ocupaba la cabecera de la mesa, entonces por lo general no era elegida. Cada uno de los tres hom- bres recibi ms votos que las tres mujeres juntas! Y lo que es ms grave, apenas hubo diferencias en estas apreciaciones entre hombres y mujeres, ni siquiera entre feministas y no feministas, lo que parece indicar que incluso las mujeres feministas poseen fuertes, aunque con frecuencia sutiles, estereo- tipos de gnero perjudiciales para la mujer (recurdese el interesante y sor- prendente caso de Mara Lejrraga). As, cuando les hablo a mis estudian- tes de psicologa (mayoritariamente mujeres) de un libro interesante publicado hace unos meses por Garca, todos y todas estn pensando en un Garca varn. Sin embargo, habra que analizar estos cambios con ms detenimiento, lo que nos llevara a concluir que tan exagerado es decir que han cambiado mucho las cosas en los ltimos aos como decir que no han cambiado nada. Las cosas han cambiado, aunque no tanto como quisiramos, pero no han cambiado en todos los aspectos ni para todas las mujeres. As, a nivel de estereotipos (o sea, cambios puramente cognitivos) s existen cam- Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer 253 bios importantes, pero tambin aqu habra que distinguir diferentes aspec- tos: por ejemplo, muchos dicen creer en la igualdad entre hombres y muje- res, pero aaden a continuacin que biolgica y psicolgicamente la mujer est hecha para criar y cuidar nios y atender la casa, etc. En cambio, a nivel conductual hay menos cambios: por ejemplo, los hombres casados cuyas mujeres poseen un empleo remunerado pasan algo ms de tiempo en trabajos domsticos que en otras pocas, pero no mucho ms. En efecto, Robinson y colaboradores encontraron, sorprendentemente, que la canti- dad de tiempo que un marido emplea en el trabajo domstico y en cuidar a los nios no se relacionaba con el hecho de que su mujer trabajase o no fuera de casa. Un marido cuya mujer trabajaba 40 horas a la semana fuera de casa no empleaba ms tiempo en las labores domsticas que un marido cuya esposa slo se dedicaba al trabajo de casa. La nica diferencia consis- ta en que la mujer que trabajaba fuera de casa empleaba menos tiempo en el trabajo domstico (alrededor de 28 horas semanales, que sumadas a las 40 de fuera hacen nada menos que 68 horas de trabajo por semana) que las que slo trabajaban en casa (alrededor de 53 horas semanales). Oiicix oi ios isriiioriios oi cixiio Como hemos visto, un estereotipo es una generalizacin que hacemos sobre una persona por su pertenencia a un grupo o a una categora social determinada. Un estereotipo de gnero es, pues, la generalizacin que hacemos sobre una persona por el mero hecho de ser hombre o mujer. Por su parte, Williams y Best (1990a) distinguen entre estereotipos de gnero de rol y estereotipos de gnero de rasgo. De rol son aquellos que incluyen creencias relativas a la adecuacin general de roles y actividades para hom- bres y mujeres. De rasgo son aquellos estereotipos compuestos por caracte- rsticas psicolgicas o rasgos de conducta que se atribuyen con mayor o menor frecuencia a hombres o a mujeres. Nuestra tendencia a dividir el mundo en categoras masculina y femenina no se limita a la percepcin social o de personas, sino que tal categorizacin la extendemos a otras muchas categoras. As, decimos que las muecas y utensilios son para que jueguen las nias, mientras que las pistolas y los camiones para que jueguen los nios; decimos que profesiones como las de camionero o minero son masculinas, mientras que las de enfermera, secretaria o hilandera son feme- ninas. Esta distincin entre hombre y mujer es un principio universal de organizacin en todas las sociedades humanas. En la infancia se espera que nios y nias aprendan diferentes habilidades y desarrollen diferen- tes personalidades. De mayores, hombres y mujeres asumen roles dife- rentes unidos a su sexo como esposo o esposa, madre o padre. Las cul- turas varan en lo que definen exactamente como masculino o femenino y en el grado en que acentan las diferencias o similitudes sexuales. Pero la utilizacin del sexo para estructurar al menos ciertos elementos de la vida social ha sido bsico (Sears y cols., 1985, pg. 433). 254 Anastasio Ovejero Bernal Qu importancia tienen los estereotipos de gnero sobre la situacin social de la mujer? O dicho de otra manera, por qu persisten los estereo- tipos de gnero y sus caractersticas definitorias a pesar de los profundos cambios que a lo largo de las ltimas dcadas estn afectando a las mujeres (incorporacin masiva al mbito educativo, incluyendo la universidad, incorporacin al mundo del trabajo fuera de casa, etc.)? (vanse algunas interesantes reflexiones sobre este asunto en Amelia Valcrcel, 1997). Hay que partir de un hecho evidente y es que, aunque con algunas diferencias, en general el contenido de los estereotipos sexuales es similar en los dife- rentes pases y culturas, con muy pocas excepciones, como encontraron Williams y Best (1990a, 1990b) en varias decenas de pases diferentes. A qu se debe ello? Personalmente no creo que la explicacin pueda ser en trminos biolgicos. En cuanto a la explicacin sociobiolgica, aunque atractiva, la creo poco social y exageradamente biologicista. No creo que la cultura est al servicio de metas biolgicas. Cmo explicar, pues, esa relativa uniformidad a travs de las culturas? Williams y Best nos propor- cionan una explicacin transcultural perfectamente plausible y convincente, sin tener que acudir a factores exclusivamente biolgicos que siempre con- llevan inevitables y peligrosos riesgos. En concreto, estos autores sugieren que tal acuerdo transcultural resulta de una combinacin de factores biol- gicos, funciones sociales, asignaciones de rol sexual, expectativas y justifi- caciones: las mujeres suelen dedicarse al cuidado de los nios, sobre todo de los ms pequeos; los hombres generalmente son ms fuertes muscular- mente, ms activos y, quiz, tambin ms agresivos que las mujeres. A causa de diferencias biolgicas la mayora de los grupos creyeron social- mente eficiente asignar a sus mujeres el cuidado de los nios y otras fun- ciones domsticas, mientras que a los hombres se les asignaba otras tareas, como por ejemplo las de defensa o caza. Probablemente todo ello provino, en un principio, de un par de diferencias, claramente biolgicas, entre hombres y mujeres: la principal consista en que eran las mujeres, y slo ellas, las que quedaban embarazadas, daban a luz y tenan que amamantar a las cras, lo que las llev, indefectiblemente, a dedicarse al cuidado de los nios, al menos de los ms pequeos; la segunda, menos importante pero que tambin jug su papel, era la mayor fortaleza muscular de los hombres, lo que les pudo llevar a tareas que exigan fuerza como la caza o la guerra. Y de ah provino todo lo dems. Las mujeres comenzaron a dedicarse a tareas que fueran compatibles con sus funciones de maternidad (por ejem- plo, las tareas domsticas o el cuidado del pequeo huerto familiar), mien- tras que los hombres podan dedicarse a tareas que exigan desplazarse lejos de casa, como la caza al principio, o el pastoreo despus. Pronto, tanto mujeres como hombres necesitaron racionalizar tal situacin y con- vencerse de que se era el orden natural de las cosas, lo que ira influ- yendo en el autoconcepto de cada mujer y de cada hombre. Es decir, que hechas esas asignaciones, era adaptativo creer que las mujeres son por naturaleza afectivas, sensibles y simpticas, y los hombres aventureros, agresivos, valientes e independientes. Una vez establecidas, estas creencias Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer 255 serviran como normas para la conducta de hombres y mujeres adultos y proporcionaran modelos para la socializacin tanto de chicos como de chi- cas en sus roles de gnero. En definitiva, Williams y Best articulan su res- puesta en torno a estos cuatro puntos: 1) A lo largo de la historia, hombres y mujeres han realizado roles diferentes en la sociedad por lo que respecta a las ocupaciones fuera de casa, el trabajo del hogar y las actividades de ocio, entre otras; 2) Estas diferencias se suelen achacar a diferencias en las caractersticas psicolgicas de hombres y mujeres; 3) Si se acepta esta expli- cacin, lo ms probable es que se mantenga la desigual distribucin de roles; y 4) Agentes socializadores como padres y maestros tratarn de forma diferencial a hombres y a mujeres, con lo que se fomenta de forma intensiva el rol que se considera tpico de hombres y de mujeres. Tal explicacin puede ser complementada aadiendo otras variables como las siguientes: 1) En las sociedades modernas actuales, el papel de la televisin a la hora de formar o mantener los estereotipos de gnero es fun- damental. As, McArthur y Resko encontraron que en la publicidad televi- siva el 70 por 100 de los hombres que aparecan lo hacan en el papel de expertos, mientras que el 86 por 100 de las mujeres lo hacan en el papel de consumidoras o clientes del producto. Pocas veces salan mujeres como expertos u hombres como consumidores; 2) tambin en las obras de arte, incluso en las de arte moderno, los hombres suelen aparecer en trabajos profesionales o militares, mientras que las mujeres lo hacen como amas de casa o como cuidadoras de nios. Lo mismo podramos decir de libros, peridicos, pelculas de cine, etc. y, sobre todo, por la importancia sociali- zadora que tienen an hoy da pero principalmente en pocas pasadas, los cuentos (la nia, metida en casa, esperando a su Prncipe Azul, etc); 3) igualmente, la literatura psicolgica ha dado una imagen ms desfavora- ble de la mujer que del hombre, insistiendo, por ejemplo la psicologa dife- rencial, en la menor inteligencia de las mujeres, hasta el punto de que, incluso hoy da, los test de inteligencia y de aptitudes suelen tener una baremacin diferentes para hombres y para mujeres (ms baja para stas). No creo que sea por azar el que con frecuencia los datos favorables a la mujer, o incluso los no desfavorables, sean encontrados precisamente por psiclogos progresistas y casi siempre de sexo femenino (Anastasi, Tyler, Maccoby, etc.); 4) tampoco habra que olvidar el papel que la Iglesia Cat- lica ha desempeado en la creacin de estereotipos negativos hacia las mujeres y en su ulterior discriminacin. De hecho, en uno de sus concilios lleg a discutir si la mujer tena o no tena alma, o, por no poner sino dos ejemplos, durante varios siglos el trmino bruja fue identificado con el sexo femenino, y ya en la Biblia aparece la mujer como la causa de la des- gracia del hombre, adems de no ser sino un mero apndice suyo (la cos- tilla de Adn); 5) finalmente, tenemos que aadir una ltima variable real- mente crucial: las diferencias de estatus entre hombres y mujeres que se derivan de la divisin del trabajo que, en casi todas las sociedades, existe para hombres y mujeres. El hombre suele ejercer su trabajo en la esfera pblica (en los mbitos poltico, comercial, universitario, deportivo, etc.) y 256 Anastasio Ovejero Bernal la mujer en la esfera privada (en el mbito familiar y domstico). Adems, el hombre suele ejercer un trabajo de valor de intercambio (productos que se pueden comprar y vender), lo que posee un alto estatus en nuestra sociedad, mientras que la mujer ejerce ms bien un trabajo con valor de uso (beneficios y servicios para ser consumidos inmediatamente por la familia), que posee un menor estatus. Incluso cuando la mujer comienza a salir a trabajar fuera de casa sigue hacindolo mayoritariamente en el sector de servicios (maestra, enfermera, camarera, etc.). De esta manera, el trabajo de la mujer se ejerce en privado y posee poca recompensa material. En cambio, comerciar e intercambiar lleva a los hombres a la esfera pblica y produce recompensas materiales. Estatus ms altos estn asociados con la visibilidad pblica y, particularmente, con el trabajo que tiene recompensas materiales (Stephan y Stephan, 1985, pg. 132). De hecho, en las socieda- des de cazadores y recolectores, en las que las mujeres producan entre el 60 y el 80 por 100 del suministro de comida, el estatus relativo de hom- bres y mujeres era aproximadamente igual. Los hombres se dedicaban a cazar y las mujeres a la recoleccin de frutas, verduras, etc., ya que estas tareas podan realizarse cerca de la casa y as la mujer poda compaginarlas con el cuidado de los nios, mientras que para cazar haba que alejarse de la casa y, por tanto, de los nios. Pero tales sociedades fueron evolucio- nando hacia las sociedades ganaderas y agrcolas. Mientras que en las gana- deras, que eran una continuacin de las cazadoras, los hombres siguieron manteniendo la primaca y controlando los ganados, a causa de este control de los recursos, en las agrcolas, aunque las mujeres siguieron teniendo un papel econmico importante, la agricultura fue alcanzando mayores dimen- siones, necesit ms tiempo y utiliz animales para trabajar los campos, con lo que fue apartando cada vez ms a la mujer, y fueron los hombres los que controlaron los recursos tambin en estas sociedades. Por primera vez en la historia, las mujeres eran econmicamente dependientes del hombre, dependencia que las llev a un ms bajo estatus (Stephan y Stephan, 1985, pg. 132). Por otra parte, en las sociedades industriales, el estatus de la mujer est estrechamente relacionado con su participacin en el mundo laboral, participacin que en un principio era escassima y su estatus muy bajo, pero que en los ltimos aos est incrementndose, a menudo por razones puramente demogrficas y econmicas (por ejemplo en la URSS tras la Segunda Guerra Mundial) con lo que est aumentando tambin su estatus. En suma, pues, es el desempeo de los roles sociales, a diferentes nive- les, el principal factor etiolgico de los estereotipos sexuales. En efecto, las mujeres y los hombres ocupan posiciones sociales diferentes en las naciones modernas, y lo que es ms importante, los sexos son diferencialmente dis- tribuidos entre los roles de trabajo domstico, de bajo estatus, y los empleos profesionales, de ms alto estatus. Por ejemplo, las mujeres poseen menos probabilidades de encontrar empleo, y todas las probabilidades de trabajar en el hogar, incluso en el caso de que tambin trabajen fuera. Y las que tienen empleo tienen ms probabilidades que los hombres de ocupar Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer 257 posiciones de bajo estatus en las organizaciones. A causa de esta diferen- ciacin socioeconmica, mujeres y hombres suelen interactuar ocupando roles que difieren en responsabilidad domstica y econmica (mientras que la mujer se ocupa de las tareas domsticas, el hombre se encarga del sostn econmico de la familia) y en estatus y poder, con grandes ventajas para el hombre en ambos aspectos. Todo ello influye en la imagen de hombres y mujeres, produciendo una tendencia a identificar a los hombres con los ricos, los intelectuales, los artistas, etc., y a las mujeres con la pobreza y la ignorancia (a veces se llega incluso a hablar de la feminizacin de la pobreza). En consecuencia, no debera extraarnos que se haya encon- trado que los estudios sobre estereotipos sexuales muestren consistente- mente que en general las mujeres son vistas como generosas y desinteresa- das, preocupadas por el bienestar de otras personas, y los hombres son vistos como particularmente autoasertivos e interesados en la manipulacin de su ambiente. Como vemos, estas creencias no hacen sino reflejar la dife- renciacin socioeconmica de los sexos. Pero, a la vez, contribuyen a su creacin. Como consecuencia de todo lo anterior, creo que podemos afirmar que los estereotipos de gnero as como las diferencias entre los sexos son en su gran mayora producidos culturalmente. Y existen muchas pruebas de ello (vase, por ejemplo, Anastasi, 1973, pgs. 426 y sigs.): Ya en el siglo III, Ateneo escriba: Quin oy jams decir que una mujer fuera cocinera? Por su parte, M. Mead (1935) nos recuerda la creencia de los Manus de que slo los hombres disfrutan jugando con los nios, o la prohibicin de los Toda de que la mujer realizara trabajos domsticos, por considerarlos como demasiado sagrados para ella, etc. Adems, en la historia de nuestra cultura se pueden encontrar otros ejemplos, como el hecho de que la mayora de los escritores sobre la historia social de la Edad Media insistan en el carcter masculino de las mujeres medievales. As Garreau, escri- biendo sobre la Francia de la poca de las cruzadas, deca: Un rasgo par- ticular de esta poca es el gran parecido entre los modales de hombres y mujeres. La norma de que tales y cuales sentimientos y actos estn permiti- dos a un sexo y prohibidos para el otro no parece muy clara. Los hombres tenan derecho a deshacerse en lgrimas, y las mujeres a hablar sin mucha modestia... Si nos fijamos en su nivel intelectual, las mujeres son claramente superiores; ms serias y ms sutiles (vase la interesantsima Historia de las mujeres, editado por Duby y Perrot, 1994, en cinco gruesos volmenes). Aadamos otros dos ejemplos culturales: se ha argumentado, por ejem- plo, que las nias juegan a las muecas a causa de un naciente impulso maternal, o de algn inters anlogo innato, o rasgo emocional caracters- tico de su sexo. La ausencia casi total de este tipo de juego entre los nios se ha considerado, de acuerdo con ello, como indicio de una diversificacin biolgica fundamental en su respuesta emocional. Nada ms lejos de la ver- dad, como se deduce de los estudios de M. Mead en la isla Manu, en Nueva Guinea, donde las muecas eran desconocidas. Pero cuando por primera vez se les regalaron unas estatuillas de madera, fueron los nios, y 258 Anastasio Ovejero Bernal no las nias, los que las aceptaron como muecas, y jugaban con ellas arru- llndolas y desplegando para con ellas una conducta tpicamente maternal. La razn de ello era tan evidente como el hecho de que en nuestra socie- dad ocurra justamente lo contrario: entre los Manus, y debido a la tradi- cional divisin del trabajo, las mujeres estn ocupadas durante todo el da con sus muchos y variados quehaceres, mientras que los hombres tienen mucho ms tiempo libre entre sus actividades de caza y pesca. Como con- secuencia de ello es el padre el que atiende a los nios y juega con ellos. Igualmente clara se observa la causacin cultural de este tipo de conductas en la descripcin que nos proporcion Mead (1935) de las caractersticas emocionales tradicionales de tres sociedades primitivas de Nueva Guinea: los tres grupos contrastan fuertemente en cuanto al patrn de la persona- lidad masculina y femenina. As, entre los Arapesh, hombres y mujeres desplegaban caractersticas emocionales que en nuestra sociedad se hubieran calificado como claramente femeninas (entre ellos se instrua a ambos sexos para que fueran cooperativos, agradables, amistosos, no competitivos y sensibles a las necesidades de los dems). Por su parte los Mundugumur presentaban un cuadro completamente opuesto: hombres y mujeres eran violentos, agresivos, indisciplinados y competidores, y dis- frutaban con la lucha. Sin embargo, entre los Tchambuli exista una inversin total de las conductas tpicas de los sexos de nuestra sociedad. Entre ellos quienes ostentaban el poder eran las mujeres, ya que eran ellas las responsables de la pesca y de la manufactura de los mosquiteros, que constituan los principales artculos de comercio para la tribu. En cambio, los hombres se ocupaban predominantemente de tareas artsticas y empresas no utilitarias, siendo en su mayora diestros en la danza, escultura, pintura y otras artes. En cuanto a la personalidad, las mujeres eran impersonales, prcticas y eficientes, mientras que los hombres eran graciosos, artsticos, emocionalmente sumisos, tmidos y sensibles a las opiniones de los dems. Finalmente, aunque sin duda lo que ms debe interesarnos y preocu- parnos de este asunto son las consecuencias que para las mujeres tiene el sexismo (discriminacin laboral de la mujer, hostigamiento sexual, malos tratos por parte del marido, etc.), sin embargo, tambin debemos tener en cuenta que los estereotipos sexuales tienen serias consecuencias tambin para el varn. En efecto, ste, por su rol, es quien debe ser el principal apoyo econmico de la familia lo que conlleva que, por ejemplo, el desem- pleo posea efectos psicolgicos y psicosociales ms graves para l que para la mujer; en segundo lugar, no puede estar con la familia tanto tiempo como la mujer, ni tanto como l quisiera. Otro costo es no poder admitir su propia debilidad, de forma que tiene que estar continuamente demos- trando su valor y su fuerza (no puede llorar, etc.), lo que implica que en momentos difciles o de debilidad sus problemas psicolgicos y psicosocia- les sern mayores que en la mujer. En suma, hemos visto que nuestros actuales estereotipos sexuales les salen muy caros tanto a los hombres como a las mujeres. A los hombres les supone separarse de su familia y de Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer 259 sus sentimientos. A las mujeres les supone costos econmicos y emociona- les (Stephan y Stephan, 1985, pg. 131). Lixcua;i \ oisciixixacix oi ias xu;iiis El sexismo puede ser definido como cualquier actitud, accin o estruc- tura institucional que subordina a una persona a causa de su sexo (Brig- ham, 1986, pg. 319). En este sentido, es algo similar al racismo, pero an ms sutil, pues las creencias y valores que le apoyan no son sino una parte de la sociedad de tal forma que una gran parte de la gente ni siquiera se imagina que pueda ser de otra manera. Se trata, pues, de una ideologa inconsciente. Y esa ideologa se aprende a travs del proceso de socializa- cin como ya hemos dicho (familia, escuela y medios de comunicacin, principalmente), hasta el punto de que el propio lenguaje ha llegado a ser profundamente sexista, como veremos a continuacin. Pero la lengua no hace sino reflejar el pensamiento de quienes la hablan, no es sino una forma de organizar la descripcin de los fenmenos vitales cotidianos, y por tanto no es sino un reflejo de una forma de vivir, de pensar, de actuar, etctera Pero, a su vez, el lenguaje modifica la percepcin de la realidad social e incluso modifica la realidad misma. El idioma, en definitiva, es cre- ado por la cultura y la sociedad, pero tambin l las crea a ellas tambin. En el tema que nos ocupa, el lenguaje refleja los estereotipos, pero tambin los determina y facilita la discriminacin. De ah que una forma de mejorar la situacin de la mujer en nuestra sociedad consistira en modificar el len- guaje, cosa harto difcil. Por ejemplo, suele hablarse de trabajo slo cuando ste es remunerado, de tal forma que el trabajo del hogar que ocupa a muchos millones de mujeres durante 12, 15 o ms horas al da no se llama trabajo. Y as, se dice: mi mujer no trabaja, cuando probablemente tra- baja ms horas que su marido. Esta forma de hablar contribuye a mantener la idea de la mujer como dependiente econmica y socialmente del marido que es el que trabaja. De hecho, el lenguaje es un producto cultural heredado de las genera- ciones anteriores, y como todas ellas eran sexistas, no es de extraar que el lenguaje refleje ese sexismo, como en estos casos (Garca Meseguer, 1984): 1) Fenmenos sexistas de carcter lxico: en el nivel lxico pueden saalarse los siguientes fenmenos sexistas: a) tratamiento de cortesa para mujer (seora/seorita) fundados en el tipo de relacin que tiene con el varn, a diferencia del hombre al que se aplica el tratamiento de seor independientemente de su estado civil. En el fondo, ello no es sino el reflejo de una creencia cultural segn la cual la personalidad le viene al varn por s mismo y sus mritos, mientras que a la mujer le viene a travs de su relacin con el varn; b) existencia de expresiones aparentemente duales, en menosprecio de la mujer (hombre pblico, mujer pblica, etc.); c) proliferacin de voces que connotan insulto para mujer, sin que existan 260 Anastasio Ovejero Bernal voces correlativas para varn (mujerzuela, arpa, mala pcora, etc.); d) ausencia de vocablos aplicables a la mujer para referirse a cualidades humanas que la cultura heredada reserva tan slo a los varones (hombra, hombre de bien, geltilhombre, caballerosidad, etc.) con las implicaciones que ello tiene; e) asociaciones lingsticas que superponen a la idea mujer otras tales como debilidad, pasividad, curiosidad, infantilismo, etc. (sexo dbil, las mujeres y los nios primero, afeminamiento, etc.); f) ocupacin de vocablos normales que podran aplicarse a la mujer pero que ya tienen otro signifi- cado, peyorativo o de rango inferior. Es un fenmeno relacionado con el b) anteriormente reseado (secretaria/secretario; modista/modisto, etc.); g) nombres propios de mujer con desinencia en diminutivo, derivados de nombre de varn (Leopoldo/Leopoldina; Alberto/Albertina; Ernesto/Ernes- tina, etc.), lo que connota debilidad, dependencia, necesidad de proteccin, infantilismo; etc. 2) Fenmenos sexistas de carcter estructural: en los idiomas suele haber, se dice que por economa lingstica, trminos dominantes y tr- minos dominados. As, en da/noche, el dominante es da de tal forma que se llama da al conjunto de ambos, en tierra/mar el dominante es tierra, tr- mino que tambin designa al conjunto de ambos. En esta lnea va el hecho de que estadounidense y americano se utilicen a menudo como sinnimos. Lo mismo ocurre en el mbito del gnero: hombre/mujer, hijo/hija, padre/madre, hermano/hermana, etc., donde los trminos dominantes son siempre los masculinos. Es decir, como afirma Garca Meseguer, cuando se trata de personas es siempre el gnero masculino el que domina sobre el femenino. Y como se da por hecho que existe una relacin ntima e indis- cutible entre gnero gramatical y sexo, el resultado es que los hablantes poseen una tendencia subyacente, no concienciada, a identificar lo mascu- lino con lo total, con lo genrico, con lo que es norma, y lo femenino con lo parcial, con lo especfico, con lo que es excepcin a la norma. Y as se dice que el hombre invent la rueda, que el hombre apareci en la tierra hace tantos millones de aos, etc. Adems, los plurales que encierran tanto a hombres como a mujeres se dicen siempre en masculino, incluso aunque el conjunto se componga de mil mujeres y un solo hombre: los psiclogos clnicos espaoles, los maestros de educacin especial, los maestros de pre- escolar, etc. (incluso cuando, como en estos casos, la mayora son mujeres). Coxciusix En parte, las conclusiones de este captulo deberan ser similares a las del anterior. Tanto los estereotipos como los prejuicios son difciles de cam- biar, fundamentalmente porque estn cumpliendo algunas funciones impor- tantes. Como escriba Huici (1984, pg. 589), la cuestin que ms me inte- resa aqu es el grado en que ambos sexos aceptan los estereotipos sexuales y forman parte de sus autoconceptos con lo que su influencia sobre la con- ducta de hombres y mujeres es enorme. Ello se entiende mejor analizando Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer 261 las funciones tanto individuales como sociales de los estereotipos sexuales. Como nos recuerda esta misma autora, los procesos psicosociales nunca tienen lugar en un vaco social, y tampoco los estereotipos sexuales, de forma que los estereotipos en general, y los de gnero en particular, poseen importantes elementos cognitivos, pero poseen tambin unos componentes sociales no menos importantes. En general, los estereotipos sexuales, aun- que no slo ellos, se mantienen porque sirven para explicar e incluso jus- tificar la discriminacin hacia la mujer (o hacia otros exogrupos) en muchos sectores sociales (en la familia, en el mundo laboral, etc.). Y, en todo caso, son indiscutiblemente culturales. De hecho, desde la infancia, nios y nias son educados en subculturas distintas, recibiendo un trato diferencial en una gran multiplicidad de formas de los padres, otros adul- tos, compaeros de juego, etc. Las personalidades de los propios padres (padre y madre) son por s mismas importantes factores en el desarrollo de los conceptos que el nio adquiera de los papeles de los sexos. Y sin olvi- dar, obviamente, el papel que los modelos masculinos y femeninos estn desempeando hoy da en la socializacin y en la formacin de los roles sexuales (cine, televisin, etc.). Y es que adoptemos la teora que adopte- mos, tres son las grandes instancias ambientales de socializacin sexual: la familia, la escuela y los medios de comunicacin, de tal forma que hombres y mujeres son socializados para tener personalidades y conductas diferen- tes, de forma que lo que s sera sorprendente es que luego no fueran dife- rentes en personalidad, en rasgos psicolgicos y en conducta. Por ltimo, debemos recordar que, aunque tal vez menos de lo que a muchos/as nos gustara, algo s estn cambiando las cosas en este campo. Hoy da nues- tra sociedad se encuentra en una etapa de transicin en nuestro trata- miento de los roles sociales y en la socializacin en los roles sexuales (Brigham, 1986, pg. 346): las mujeres dedican cada vez menos tiempo al trabajo de casa, aunque todava dedican demasiado, y al cuidado de los nios, y los hombres un poco ms; la gente cada vez se casa ms tarda- mente y adems dejan pasar varios aos para tener su primer hijo o no lo tienen nunca; las mujeres usan cada vez ms mtodos anticonceptivos, lo que les da sin duda una mayor libertad en el campo sexual, etc. Sin embargo, todava existen fuertes diferencias en poder social. Incluso en culturas en las que se hace un fuerte hincapi en la igualdad y en las que la mayora de las mujeres trabajan, como la URSS, China o Israel, son evi- dentes fuertes diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a poder (Brigham, 1986, pg. 347). Ciertamente, en nuestro pas son cada vez ms las mujeres que trabajan fuera de casa, pero cuntas de ellas al trabajar tambin fuera, en lugar de liberarse, se esclavizan doblemente? Evidente- mente, con esto no quisiera sugerir que no salgan fuera a trabajar, sino jus- tamente todo lo contrario. Por ltimo, terminemos recordando que los psiclogos estudian el tema de los estereotipos de gnero y la discriminacin de la mujer mirando gene- ralmente fuera (a las mujeres no se las admite en el ejrcito de la mayora de los pases, problemas en HUNOSA por la incorporacin de mujeres 262 Anastasio Ovejero Bernal mineras, escasa representacin femenina en la poltica, etc.). Sin embargo, no estara en absoluto de ms mirar dentro de la propia psicologa. Por ejemplo, en Espaa la psicologa es una profesin femenina por el por- centaje relativo de hombres y mujeres que la estudian (aproximadamente un 70 por 100 de mujeres frente a un 30 por 100 de hombres) y sin embargo, los catedrticos de Universidad de Psicologa son mayoritaria- mente hombres, los presidentes de colegios regionales de psiclogos tam- bin, etc. (vase una ampliacin en Ovejero, 1988b, pgs. 82 y sigs.). Estereotipos de gnero y discriminacin de la mujer 263 This page intentionally left blank Tiiciia Pairi INTRODUCCIN A LA PSICOLOGA COLECTIVA Y GRUPAL This page intentionally left blank Cairuio XVI Psicologa social de los grupos: conceptos bsicos Ixrioouccix Se mida como se mida, el tema de los grupos est siempre entre los ms repetidos de nuestra disciplina. De hecho, cuando Jimnez Burillo (1976) examin 74 manuales de psicologa social, encontr que era este tema el ms tratado. Y aunque decay mucho en los aos 60, pronto se dijo que su declive era algo pasajero (Steiner, 1974), pues la guerra del Vietnam estaba creando un clima favorable al resurgimiento del inters por este tema. Sin embargo, aunque Lamberth (1982) muestra que, efectivamente, a partir de 1972, cuando haba alcanzado su punto ms bajo, el estudio de los gru- pos tuvo un repunte, slo dur hasta 1976, fecha en que inicia un nuevo declive. Por consiguiente, el auge de los 70 fue realmente muy pequeo. Algunos aos despus, en una encuesta que llev a cabo Lewicki (1982) a 229 prestigiosos psiclogos sociales, el 14 por 100 de ellos predecan que la dinnima de grupos sera uno de los temas ms estudiados en los aos 80, mientras que el 73 por 100 predecan que continuara la popularidad de la psicologa social cognitiva, como efectivamente as ocurri. Y hay razones para ello: resulta mucho ms difcil y ms arriesgado estudiar los grupos que los individuos aislados. Adems, los grupos necesitan investigaciones ms largas que los individuos, lo que dificulta su financiacin. A pesar de ello, no cabe ninguna duda de que el campo de los grupos y su dinmica debera ser uno de los ms importantes, por no decir el que ms, ya no slo de la psicologa social sino incluso de toda la psicologa, porque el ser humano es, ante todo, un ser social que vive en grupo y que es en el grupo donde se socializa. En consecuencia, estoy totalmente de acuerdo con Sil- verio Barriga (1982, pg. 16) en que la psicologa de grupo nos parece una de las disciplinas cientficas con un futuro ms prometedor y con una complejidad prctica cada vez ms acuciante. Y es que la psicologa del grupo y la dinmica de grupo se insertan necesariamente dentro del amplio campo de nuestra disciplina. Porque los grupos son el lugar donde el indi- viduo se inserta en la sociedad y donde lleva a cabo su aprendizaje y su socializacin. Es, pues, un objeto de estudio imprescindible para los psic- logos sociales, dado que permite satisfacer la condicin esencial de lo psi- cosocial: que se refiera a la vez al individuo y a la sociedad, lo que permite comprender la insercin del individuo en la sociedad. Disaiioiio uisriico \ coxrixioo rixarico En el desarrollo histrico del tema grupal fueron, como dice Blanco (1985), una serie de factores tanto internos de la psicologa social (los tra- bajos de Elton Mayo en Hawthorne, los estudios de Kurt Lewin y sus cola- boradores, etc.) como externos (el creciente proceso de industrializacin y de urbanizacin en los Estados Unidos principalmente, pero tambin en otros pases de Europa Occidental, etc.), lo que hizo que a finales de los aos 30 quedasen definitivamente asentados los cimientos de lo que en el transcurso de los aos se convertira en un captulo de la psicologa social. Pero la Segunda Guerra Mundial vino a paralizar esta lnea de investiga- cin, de tal forma que es justo despus de la guerra cuando puede locali- zarse la constitucin definitiva de la teora grupal (Borgatta, 1981; Cartw- right, 1979; Zander, 1979; Back, 1979, etc.), debido, sobre todo, a lo que Blanco llama la reconstruccin moral y social de una sociedad despus de la experiencia traumtica de la guerra, que se podra resumir en la creen- cia de que a travs del estudio y la utilizacin de grupos se podran solu- cionar muchos problemas sociales, algunos de ellos derivados de la guerra, y se podra tambin hacer una sociedad ms democrtica. Una primera consecuencia de ello, que a su vez fortaleci ms tales creencias, fue la fun- dacin, en 1945, del Research Center for Group Dynamics, bajo la direccin de Lewin y con la participacin de psiclogos sociales tan destacados como Festinger, Schachter, Lippitt, Bavelas, Cartwright, Deutsch, etc. Lo mismo puede decirse de la creacin, poco despus, en 1947, y en estrecha relacin con el anterior, del National Training Laboratory dedicado al entrenamiento intensivo de profesionales deseosos de incrementar su conocimiento sobre los diversos aspectos de la dinmica grupal y sobre todo, sus habilidades de direccin y coordinacin de grupos. Hasta tal punto aument el estudio de los grupos tras la Segunda Gue- rra Mundial que mediada la dcada de los 50 el grupo se haba convertido en el eje central de la psicologa social (Blanco, 1985, pg. 91). Sin embargo, un incremento tan vertiginoso de las investigaciones en este campo por fuerza tena que ser peligroso, como subraya Borgatta (1981) al mencionar las caractersticas de este perodo en cuanto al estudio de los grupos: 1) Masiva acumulacin de trabajos de investigacin a los que les 268 Anastasio Ovejero Bernal suele faltar coherencia terica, creatividad e imaginacin; 2) Las investiga- ciones se han llevado a cabo fundamentalmente con estudiantes, un seg- mento realmente privilegiado y, por ende, muy poco representativo; 3) Esto condujo de inmediato a una considerable falta de validez externa; 4) Los laboratorios, smbolo de cientificidad y prestigio acadmico, cerraron las puertas a una dimensin ms natural de la investigacin grupal cual es el estudio de campo que brilla por su ausencia durante esta etapa de mximo esplendor. A ello debemos aadir una fuerte desilusin con respecto a la eficacia social de este campo (Back, 1979): a) La investigacin grupal ya no es el instrumento milagroso que puede dar solucin a los problemas que tiene planteados una sociedad; b) La integracin racial no fue la panacea para la resolucin de los problemas educativos; y c) Vietnam demostr que la solidaridad entre los componentes de las unidades militares no es sufi- ciente para ganar una guerra. En consecuencia, no es de extraar que todo ello llevase a una fuerte crisis, crisis que viene a coincidir con la de la psicologa social. A pesar del gran ndice de produccin bibliogrfica, el rea de la investigacin gru- pal se ve especialmente afectada por la crisis dado su carcter eminente- mente experimental y la ausencia de formulaciones tericas medianamente coherentes. Adems, haca tiempo que entre algunos cientficos sociales se vena produciendo un radical cambio de mentalidad respecto a la impor- tancia y relevancia social de la investigacin grupal acompaada de una vuelta desengaada al individuo (Blanco, 1985, pgs. 96-97), lo que hizo que la investigacin en este campo alcanzase su cota ms baja entre 1967 y 1976, de forma que, por ejemplo, desde 1967 el tema de los grupos no es revisado en el Annual Review y cuando por fin se hace, la revisin se pro- duce desde un marcado desencanto con la situacin terica e investigadora en que se encuentra el rea. De hecho, aade Blanco, la inmensa mayora de los 3.400 estudios relacionados con los grupos publicados entre 1967 y 1972 apenas poseen inters desde ningn punto de vista. Sin embargo, la segunda mitad de los 70 ya representan una nueva poca en el estudio de los grupos que nuevamente parece estar en auge, como puede despren- derse de las revisiones del Annual Review de aquellos aos (Zander, 1979). Todo ello va unido a la reconstruccin de la psicologa social, puesto que si deseamos reconstruir una psicologa social que sea tan social como psi- colgica, el grupo es un buen lugar para empezar a introducir renovacio- nes (Steiner, 1986, pg. 280). Pese a todo, el estudio de los grupos sigue teniendo pleno sentido y se le augura un prometedor futuro. Tiene sentido porque la existencia del fenmeno grupal como mecanismo intermedio entre el individuo y la sociedad es innegable y porque todava seguimos creyendo que el grupo puede ser un instrumento vlido e importante para el cambio social (Blanco, 1985, pg. 191), aunque sigue siendo cierta la afirmacin que hace ms de diez aos haca Steiner (1986) cuando deca que an est por ver si el estudio de los grupos tiene futuro en la psicolo- ga social. En 1998 ello sigue siendo cierto, aunque algo menos. Y ello por- que la psicologa social sigue interesndose preferentemente por los indivi- Psicologa social de los grupos: conceptos bsicos 269 duos y por los procesos intraindividuales. Pero la psicologa social del individuo debera ser combinada y coordinada con una casi no existente psicologa social colectiva, sin la cual a menudo se muestra un cuadro dis- torsionado del funcionamiento individual (Steiner, 1986, pg. 285). Y es que no hay grupos sin individuos, pero tampoco existen individuos que funcionen independientemente de sus grupos de pertenencia o de referen- cia. El grupo es ms que la suma de sus partes y el individuo se comporta con frecuencia de forma diferente cuando est solo que cuando est en grupo. En cuanto al contenido temtico de la Dinmica de Grupo, ste es enormemente amplio, desde temas como la influencia que en la propia conducta grupal tiene el ambiente fsico (por ejemplo, la distribucin de los pupitres en el aula o la forma de la mesa alrededor de la cual discutir el grupo), hasta el poder social dentro del grupo, pasando por temas fun- damentales como la formacin del grupo, la estructura grupal, el liderazgo y sus modalidades, etc. Pero todos ellos se basan en unos principios bsicos, que es de lo que, si bien de forma breve y concisa, hablaremos en este captulo, y tienen una concrecin prctica y aplicada en toda una serie de tcnicas, llamadas tcnicas grupales o tcnicas de dinmica de grupo, de una casi ilimitada aplicacin: al campo educativo, al deportivo, al laboral, al cl- nico, etc. Al fin y al cabo, nada menos que el 92 por 100 de las participa- ciones grupales de la gente se dan en grupos de dos o tres personas, y slo el 2 por 100 en grupos de cinco o ms (James, 1951). Y no slo es fre- cuente y cotidiana la participacin en grupos pequeos, sino que, adems, sabemos que stos ejercen una poderossima influencia sobre la vida y la conducta de sus miembros, hasta el punto de que, contraviniendo muchas de las creencias ms extendidas, con frecuencia la conducta de un indivi- duo depende ms de las caractersticas del grupo a que pertenece y del lugar que ocupa en ese grupo, que de sus propios rasgos de personalidad. Diiixicix: qui is ux ciuio La dinmica de grupo es la subdisciplina de la psicologa social que se ocupa de estudiar los grupos pequeos, su dinmica, las fuerzas internas que se activan en todo grupo, los diferentes tipos de grupos pequeos exis- tentes as como sus caractersticas y su funcionamiento, las relaciones con otros grupos, etc. Por tanto, lo primero que, a mi modo de ver, deberamos aclarar desde el principio es qu es eso de grupo pequeo. Pues bien, antes que nada tenemos que decir que el hecho de que un grupo sea pequeo o grande no depende, en contra de lo que a primera vista pudiera parecer, exclusivamente de su tamao. Ms en concreto, un grupo ser pequeo cuando su tamao, caractersticas y circunstancias sean tales que permitan una interaccin directa, cara a cara, entre todos sus miembros. De tal forma que un grupo de cinco miembros ser casi seguro y casi siempre un grupo pequeo, pero otro de treinta miembros podr ser grande o 270 Anastasio Ovejero Bernal pequeo, dependiendo de la cantidad de tiempo que pasen juntos sus miembros, del tipo de liderazgo, de la cantidad y calidad de la interaccin que mantengan, etc. Como escriba M. E. Shaw (1979, pg. 19), un grupo de treinta personas puede funcionar como pequeo grupo si entre todos sus miembros se da una estrecha relacin y estn muy motivados por la consecucin de un objetivo comn. Por otra parte, como suele ser habitual en las ciencias humanas, tam- poco aqu hay un acuerdo total con respecto a lo que es un grupo, exis- tiendo, en consecuencia, muchas definiciones, nunca contradictorias entre s, sino ms bien complementarias, ya que cada una de ellas hace hincapi en unos o en otros aspectos de su enorme complejidad. No creo que sea necesario hacer una larga lista de definiciones diferentes, lo que, por otra parte, sera fcil de hacer. Por el contrario, slo mencionar tres, eso s, representativas de las existentes, con el fin de ayudarnos a ir entendiendo mejor lo que es un grupo pequeo. Comencemos con una definicin de Marvin E. Shaw (1979) para quien (pg. 25), el grupo se define como dos o ms personas que interactan mutuamente de modo tal que cada una influye en todas las dems y es influida por ellas. Es ms, aade Shaw, para que exista un grupo sus miembros deben (1) persistir durante un cierto perodo de tiempo, (2) tener uno o ms objetivos comunes, y (3) haber desarrollado una estructura grupal, aunque slo sea rudimentaria. Por su parte, Bar-Tal (1990, pg. 41) exiga, no hace mucho, tres condicio- nes para la existencia de un grupo pequeo: 1) que los componentes de ese colectivo se definan como miembros del grupo; 2) que compartan las creen- cias grupales; y 3) que exista algn grado de actividad coordinada. Final- mente, Johnson y Johnson (1982, pg. 7) nos proporcionan una definicin ms completa que trata de combinar muchas otras: Un grupo puede ser definido como dos o ms individuos que: a) interactan mutuamente; b) son interdependientes; c) se definen a s mismos y son definidos por los dems como miembros del grupo; d) construyen normas relativas a asuntos de inters comn y participan en un sistema de roles entrelazados; e) se influyen mutuamente; f) encuentran al grupo recompensante; y g) persi- guen metas comunes. Foixacix oi ios ciuios: ii ixoiviouo ix ii ciuio Es un hecho totalmente reconocido y evidente que las personas vivimos en grupo y pertenecemos simultneamente a numerosos grupos de muy distinto tipo, hasta el punto de que nos resulta prcticamente imposible vivir fuera de ellos. Ahora bien, cmo se forman los grupos? Cuando se habla de formacin de grupos nos estamos refiriendo a la vez a dos cosas distintas. Por una parte, al por qu la gente forma grupos y, por otra parte, a cmo se forman. Respecto a la primera cuestin existen fundamental- mente dos respuestas claramente complementarias: una ms general y otra ms concreta. La respuesta general hace referencia a la necesidad, biolgica Psicologa social de los grupos: conceptos bsicos 271 o cultural, o ambas cosas a la vez, de afiliacin (vase Schachter, 1959). Es decir, el grupo satisface muchas necesidades del individuo. Por su parte, la respuesta concreta pretende justamente explicitar tales necesidades que el grupo satisface, entre las que estn las necesidades de definicin personal, de proteccin, de apoyo social, de valoracin y estima, etc. En cuanto a la segunda cuestin, la del cmo se forman los grupos, la respuesta no puede ser totalmente aislada de la anterior, del porqu. Pero, para una comprensin ms cabal, necesitaramos entender un proceso psi- cosocial bsico, que ya hemos visto, como es la categorizacin. De hecho, Bar-Tal (1990) afirma que el proceso psicolgico bsico que subyace a la formacin de un grupo es la categorizacin, proceso perceptivo al parecer bastante inevitable cuya funcin consiste en simplificar la realidad para poder habrnoslas con ella. Es decir, la realidad, sobre todo la realidad social, es tan compleja y posee tantos matices (como sabemos, cada per- sona es un mundo), que necesitamos simplificarla. Pues bien, uno de los procesos simplificadores ms importantes es la categorizacin. Este proceso influye en la percepcin tanto fsica como social. Respecto de la primera (vase Morales y Huici, 1994, pg. 689), Tajfel y Wilkes (1963) llevaron a cabo un experimento en el que los sujetos tenan que estimar el tamao de ocho lneas, cada una de las cuales era ms larga que la anterior segn una razn constante. Cuando las lneas se presentaban sin ningn tipo de eti- quetas, los sujetos no cometan errores sistemticos. Pero cuando estaban categorizadas, acentuaban las diferencias interclase. La categorizacin con- sista en asignar la letra A a las cuatro lneas ms cortas y la letra B a las cuatro ms largas. Slo eso haca que los sujetos exagerasen errneamente las diferencias entre la lnea ms larga de la categora inferior y la lnea ms corta de la categora superior. En cuanto a la influencia de la categoriza- cin en la percepcin social, ya hace ms de treinta aos que Sherif (Sherif y cols., 1961), trabajando justamente con adolescentes varones de entre once y trece aos de edad, en colonias veraniegas, lleg a las siguientes conclusiones (Touzard, 1980, pg. 65): 1) cuando individuos que no se conocan se encuentran en un mismo grupo, se establecen entre ellos rela- ciones de amistad basadas en la atraccin personal y en la comunidad de intereses y de gustos; 2) cuando a estos mismos individuos se los distribuye en dos grupos diferentes y sin contacto entre s, las relaciones de amistad se basan en los grupos de pertenencia; 3) cuando ambos grupos toman contacto en actividades competitivas, aparece la hostilidad entre ambos: elaboracin de actitudes e imgenes recprocas desfavorables, sobreestima- cin de lo que hace el endogrupo y subestimacin de lo hecho por el exo- grupo; 4) en tales condiciones se observa un incremento de la solidaridad intragrupal y un cambio de la organizacin interna de cada grupo; y 5) la manera ms eficaz de resolver el conflicto y de restablecer actitudes inter- grupales favorables consiste en la participacin en actividades que promue- van objetivos superiores a ambos grupos y que ninguno pueda alcanzar por s solo (superordinate goals). Es decir, que la mera categorizacin entre un ellos y un nosotros pro- 272 Anastasio Ovejero Bernal duce conflicto, discriminacin y hasta hostilidad intergrupal, y que la forma de reducir e incluso eliminar tales efectos negativos de la categorizacin y de la mera existencia de grupos diferentes consiste en la propuesta a los gru- pos de metas compartidas, de metas que exijan cooperacin (Ove- jero, 1990). Ms en concreto, para reducir el conflicto producido por la mera creacin de dos grupos, Sherif y sus colaboradores pusieron en prc- tica estas dos propuestas: una primera, de encuentros de ambos grupos para actividades que no implicaran interdependencia alguna, salvo la de comer en el mismo recinto o ver la misma pelcula. Esta fase, en lugar de reducir el conflicto, aumentaron las ocasiones para que ambos grupos se agredieran. En la segunda, en cambio, llev a cabo Sherif actividades en las que una misma meta no pudiera ser alcanzada sino mediante la colabora- cin intergrupal: un accidente en el agua que oblig a la participacin activa de ambos grupos, una avera del camin que transportaba la comida durante un paseo, una colecta para ver una pelcula. Estas tres actividades, que no podan realizarse ms que haciendo fondo comn de los recursos de los dos grupos (eran, por tanto, metas supragrupales), no disiparon inmediatamente las hostilidades, pero, gradualmente, las actividades que requeran interdependencia redujeron el conflicto y la hostilidad entre los grupos. Como consecuencia, los miembros de los dos grupos empezaron a tratarse ms amistosamente (Sherif, 1966, pg. 90), disminuyendo las con- ductas agresivas. Y todo ello es as, entre otras cosas, porque, como demostr Festinger (1954) en su teora de la comparacin social, las personas necesitamos con- vencernos de que somos buenos, guapos, responsables, etc., y de que tene- mos razn, o sea, necesitamos tener una autodefinicin positiva. Y para ello, despus de compararnos con los dems, utilizamos una serie de sesgos sociocognitivos que mantengan nuestra identidad personal. Pero no olvide- mos algo realmente crucial: nuestra identidad personal la extraemos de nuestra identidad social y grupal (vase Turner, 1990). De ah nuestro favo- ritismo endogrupal y nuestra hostilidad exogrupal, es decir, nuestro inters por sobrevalorar las caractersticas positivas de nuestro grupo, del grupo al que pertenecemos, y por subestimar las de los grupos rivales, y al contrario con respecto a los defectos. Por decirlo de una forma un tanto simple pero clara: si consigo convencerme de que mi grupo es el mejor, entonces yo soy uno de los mejores. Y una forma de conseguirlo consiste justamente en rebajar los mritos de los dems grupos. De ah, por ejemplo, la rivalidad nacional, regional e incluso local (por ejemplo, entre Oviedo y Gijn). Y para ello llegamos incluso a modificar tanto nuestra percepcin como incluso nuestra memoria, que, no lo olvidemos, son ambas construcciones sociales, es decir, construcciones socialmente compartidas. A partir de ah, la discriminacin y la hostilidad intergrupal no son sino lgicas derivacio- nes. Como ya vimos, esto es tambin el origen de los prejuicios y lo que explica la enorme dificultad de erradicarlos, ya que estn cumpliendo unas funciones psicosociales muy importantes. Psicologa social de los grupos: conceptos bsicos 273 Ixiiuixcia oii ciuio sonii ii ixoiviouo Con frecuencia el individuo y su conducta se transforman cuando per- tenecen a un grupo, o mejor dicho, cuando actan en tanto que miembros del grupo. Tal vez la caracterstica principal de los grupos es su enorme capacidad para influir sobre sus miembros. Ya dijimos en pginas anterio- res que, a menudo, la conducta de un individuo depende ms de las carac- tersticas del grupo a que pertenece y del lugar que ocupa en l, que de sus propios rasgos de personalidad. Pues bien, algunos de los conceptos claves de la dinmica de grupo y de mayor responsabilidad en la influencia del grupo sobre sus miembros son el de las normas y el de los roles grupales. Las normas son productos sociales que se forman en la interaccin social que tiene lugar dentro de los grupos. Son reglas de conducta establecidas por los miembros del grupo con el objeto de mantener una coherencia de conducta... Las normas proporcionan una base para predecir la conducta de los dems y permitir as que el individuo prevea las acciones de los dems y prepare una respuesta adecuada. Estas reglas sirven tambin como gua para la conducta del miembro del grupo (Shaw, 1979, pgs. 285-286). Por otra parte, llamamos rol al conjunto de conductas que se espera de quien ocupa una determinada posicin dentro de un grupo. De una misma persona se esperarn conductas diferentes cuando es director de un centro educativo, cuando juega a las cartas con sus amigos o cuando interacciona con sus hijos en el hogar. Debera comportarse segn el rol que desempea en cada caso. En sntesis, los principales efectos de la influencia del grupo sobre el individuo son las siguientes (Shaw, 1980, pgs. 98-102): 1) La mera presen- cia de otras personas eleva el nivel de motivacin del individuo que realiza una tarea, si ste tiene la expectativa de ser evaluado en su rendimiento; 2) Los juicios de grupo son superiores a los juicios individuales en tareas que implican un error eventual; 3) Los grupos suelen producir ms y mejo- res soluciones de los problemas que los individuos que trabajan aislada- mente; y 4) Sin embargo, las decisiones tomadas despus de una discusin de grupo suelen ser ms arriesgadas que el promedio de las decisiones indi- viduales anteriores a dicha discusin, hasta el punto de que es incluso posi- ble que las decisiones en grupo a veces estn dramticamente equivocadas. Es el caso del llamado pensamiento de grupo (group thinking) (vase Ove- jero, 1997a, captulo 6). Ioixrioao iiisoxai i ioixrioao sociai Como ya hemos dicho, fueron los estudios de Sherif en los aos 50 y 60 los que introdujeron la nocin de identidad social. A la vez, el estudio de los grupos produca nociones tales como las de moral grupal, cohesin de grupo, solidaridad grupal, clima de grupo, entre otros, y referencias a la 274 Anastasio Ovejero Bernal vinculacin positiva entre los miembros del grupo, a su identificacin como tales y a las consiguientes auto y heterodefiniciones derivadas de la perte- nencia. Pero la lnea de investigacin abierta por Sherif, como ya hemos dicho, fue seguida en Bristol por Tajfel y Turner, quienes formularon una primera teora, la teora del conflicto intergrupal, que podemos resumir, con palabras de Montero (1996), de esta manera: la conducta social discurre entre los dos extremos de un continuum, las relaciones interpersonales y las relaciones intergrupales. Un conflicto intergrupal de gran intensidad llevar a que los miembros de grupos opuestos acten ms en funcin de caracte- rsticas determinadas por la pertenencia a sus respectivos grupos, que en fun- cin de caractersticas individuales o interindividuales (Tajfel y Turner, 1979). A partir de ah, construy Tajfel su teora de la identidad social. Si la iden- tidad es una nocin central en psicologa social, es probablemente porque no hace ms que retomar un tema mayor que constituye una de las princi- pales preocupaciones de esta disciplina (Deschamps y Devos, 1996, pg. 40), que no es otra que el conflicto entre el individuo y el grupo. La psi- cologa humanista defiende que desde el momento del nacimiento nos embarcamos en un viaje que dura toda la vida para encontrar nuestra identidad (Maslow, 1954; Rogers, 1951). El viaje es fatigoso pero en su ncleo lo determinante es nuestra relacin con los grupos a los que perte- necemos. La definicin de esta relacin nos arroja a la confluencia de dos corrientes fuertes y opuestas. Por una parte, est nuestro deseo de que los dems nos acepten y valoren. Los grupos nos ofrecen apoyo, seguridad, proteccin y una razn para existir. Sin embargo, aunque los grupos cons- tituyen un puerto seguro en diferentes sentidos, nos exigen tambin que coloquemos las necesidades grupales por encima de las personales, es decir, nos obligan a ceder parte de nuestra identidad personal y a llevar la ms- cara de la identidad grupal. Es en esta ltima exigencia donde las corrientes opuestas se acometen con furia ya que, junto al deseo de pertenencia grupal, se encuentra el deseo de que a uno le reconozcan como un individuo independiente y nico. Para conseguir este objetivo, tenemos que diferenciarnos de los grupos a los que pertenecemos. Tenemos que resistir a sus palabras de seduccin que nos piden que abandonemos nuestro Yo independiente y que aceptemos la identidad grupal. Nuestras vidas se caracterizan por la lucha constante en torno a la decisin de cunto vamos a sacrificar de nuestra identidad personal en aras de la identidad grupal sustitutiva (Worchel, 1996, pgs. 289-290). Pues bien, Tajfel y sus colaboradores (Tajfel, 1972, 1978; Tajfel y Tur- ner, 1986) afirman que en realidad mantenemos dos identidades (ms exac- tamente, una identidad con dos polos opuestos), una identidad personal, que incluye nuestras caractersticas personales, y una identidad social, que procede de nuestra pertenencia a grupos. Ms an, la identidad social surge del conocimiento que el individuo tiene de pertenecer a un grupo o categora social (por ejemplo, mujer, asturiano, espaol, psiclogo, etc.) Psicologa social de los grupos: conceptos bsicos 275 junto con el significado evaluativo y afectivo asociado a esa pertenencia. O sea, como escribe Sangrador, es el resultado de un proceso de categoriza- cin que implica primero segmentar el entorno social y luego autoubicarse en uno de los segmentos resultantes, que suele llamarse grupo de pertenen- cia o endogrupo. Por consiguiente, el sentimiento de pertenencia a un colectivo del tipo que sea (por ejemplo, territorial o profesional) constituye uno de los fundamentos de la identidad social. De hecho, en una serie de experimentos, Tajfel y Billig descubrieron lo poco que se necesita para provo- car favoritismo hacia nosotros y los nuestros y hostilidad hacia ellos, hacia los otros, encontrando que incluso cuando la diferencia nosotros-ellos era trivial, las personas todava favorecen a su propio grupo, hasta el punto de que incluso la formacin de grupos sin ningn fundamento lgico (por ejemplo, haciendo los grupos A y B simplemente lanzando una moneda al aire) produ- ca un cierto sesgo hacia el endogrupo. Como resuma Wilder (1981), cuando se les da la oportunidad de dividir 15 puntos (que valen dinero), los sujetos por lo general le otorgan 9 10 a su propio grupo y 5 6 al otro grupo. Este prejuicio se da en ambos sexos y con personas de todas las eda- des y nacionalidades, pero sobre todo en personas de culturas individualistas (Gudykunst, 1989), como la occidental, y particularmente la estadounidense. Por otra parte, como ya hemos mencionado, la gente suele ser ms pro- pensa al sesgo endogrupal cuando nuestro grupo es pequeo en relacin con el exogrupo (Mullen, 1991). Y es que es fcil suponer que cuando for- mamos parte de un grupo pequeo rodeado por un grupo ms grande, tambin seremos ms conscientes de nuestra pertenencia al grupo, lo que no ocurre tanto cuando nuestro endogrupo es el mayoritario. Pero todo ello est estrechamente relacionado con la necesidad que todos tenemos (unos ms y otros no tanto) de poseer una autodefinicin positivia. Segn Tajfel (1978, pg. 61), al menos en nuestro tipo de sociedad un sujeto intenta alcanzar una imagen o concepto satisfactorio de s mismo. Y este sujeto mostrar, por tanto, una tendencia a confirmar o a cambiar su con- dicin de miembro de un grupo, dependiendo de si este grupo puede con- tribuir, o no, a los aspectos positivos de su identidad. Es decir, argu- menta Tajfel, cuando no logra satisfacer su necesidad de una evaluacin positiva del Yo, el sujeto tender a abandonar al grupo (vase Hinkle y Taylor, 1996). De hecho, el pertenecer a determinados grupos sociales es, en general, un aspecto muy asentado de la identidad de una persona, una verdadera manera de ser que tambin afecta la manera en que el conoci- miento social es filtrado y reconstruido (Serino, 1996, pg. 168). Ahora bien, la identidad social es ms que el conocimiento y senti- miento de pertenencia a un grupo primario o secundario (Montero, 1996, pgs. 407-408), pues, como mnimo, tenemos que tener en cuenta tambin la influencia de la cultura. Nada en nuestra conducta escapa a tal influen- cia de la cultura, de forma que no es extrao que algo tan fundamental como la identidad sea un producto de la cultura. Numerosos investigado- res (Triandis, 1988; Hofstede, 1980) han observado que las culturas ponen distintos nfasis en las identidades personales y sociales. En las culturas 276 Anastasio Ovejero Bernal colectivistas como las de Asia, Grecia y el Oriente Medio, el nfasis se pone en el grupo y se subraya la identidad social del individuo. Por otra parte, las culturas individualistas, como la de los Estados Unidos y Europa Occidental en general, fuerzan al individuo a ocupar el centro de la escena, con lo que la identidad personal desempea un papel de primer orden. No es por azar que la psicologa humanista, con su nfasis en la diferenciacin del Yo, con respecto al contexto social, sea un fenmeno occidental (vase en Nagel, 1997, una reflexin filosfica seria y profunda sobre qu es el Yo, qu es la identidad personal, en ltima instancia, qu soy yo. Coxciusioxis Aunque el breve espacio de estas pginas no me ha permitido exten- derme lo suficiente en los temas tratados, s quedan claras, a mi juicio, varias cosas, entre ellas que el hombre y la mujer somos ante todo seres sociales que vivimos en grupos, de los que extraemos nuestra identidad personal y social as como proteccin, apoyo social, etc. De ah la impor- tancia que para la gente tienen los grupos y el enorme inters que para los trabajadores sociales tiene el conocer en profundidad la dinmica interna de funcionamiento de los grupos humanos y de las tcnicas grupales. Y en este mbito, pocas teoras estn mostrando ser tan tiles y fructferas como la teora de la identidad de Tajfel, teora que sostiene que los sujetos no slo adoptan una identidad personal como personas individuales y nicas, sino que tambin se forman una identidad social que refleja su pertenencia a varios grupos a los que dichos sujetos creen pertenecer. Sin embargo, tam- bin debemos tener presente y no pasar por alto que los grupos tambin conllevan riesgos. Ya Nietzsche deca, sin duda muy exageradamente, que la locura constituye la excepcin en los individuos, pero es la regla en los grupos. Como seala Shaw (1979, pg. 452), muchas personas se han visto impresionadas, no por los xitos de los grupos, sino por sus deficien- cias y fracasos, y por las decisiones espectacularmente errneas que a veces surgen de las discusiones grupales. De hecho, no resulta difcil descubrir decisiones equivocadas tomadas por grupos. Las decisiones de grupo son, a menudo, mejores que las decisiones individuales, pero existen obvias y notables excepciones. En los grupos operan muchas fuerzas que, si no son contrarrestadas por otros procesos grupales, contribuyen a que la accin de grupo sea ineficaz. As, el grupo tiene tambin algunos riesgos como el de la desindividualizacin que puede explicar, al menos en parte, el que las decisiones en grupo sean, a veces, excesivamente arriesgadas o conservado- ras (polarizacin colectiva y pensamiento de grupo), o que algunas personas se escuden en el anonimato del grupo para hacer cosas que de otra manera no haran, etc. En definitiva, entre las conclusiones de este captulo debemos subrayar que los datos hasta ahora disponibles parecen confirmar que el simple hecho de colocar arbitrariamente a los sujetos en categoras sociales es sufi- Psicologa social de los grupos: conceptos bsicos 277 ciente para elicitar sesgos de juicio y conducta discriminatoria, es decir, favoritismo endogrupal y hostilidad exogrupal; que ello es ms fuerte cuando el endogrupo es pequeo; y que todo esto est estrechamente rela- cionado con una de las ms profundas necesidades humanas, como es la de poseer una autodefinicin positiva. Las teoras de la identidad social y la categorizacin social se centran en la definicin de lo que nosotros somos por parte de los miembros del grupo sobre la base del hecho de que nosotros pertenecemos a un grupo. En este proceso los miembros de un grupo se perciben como miembros de un grupo, se identifican como tal y establecen la diferencia- cin entre su propio grupo y otros grupos. Este proceso primario de naturaleza cognitivo-emocional moldea la identidad social de los indivi- duos (Bar-Tal, 1996, pg. 256). En conclusin, pues, el estudio de lo grupal y lo colectivo es, como dice Tajfel, algo central en psicologa social, entendiendo por colectivo el hecho de que en ciertas circunstancias muchas personas actan y sienten de la misma manera sobre una situacin, un evento o sobre otras personas (Tajfel, 1984, pg. 712). Parece probable que justo el tema de la conducta colectiva sea uno de los que acapararn un creciente inters en nuestra dis- ciplina durante los prximos aos. Y es que, aunque se trata de un tema que necesita ser estudiado tambin desde la historia, la sociologa, etc., necesita igualmente la contribucin aqu imprescindible de la psicologa social. 278 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XVII Psicologa del comportamiento colectivo: nociones bsicas Ixrioouccix La psicologa social es una disciplina que se encuentra a caballo entre la psicologa y la sociologa. De ah que comparta unos temas con la psicolo- ga y otros con la sociologa; y de ah tambin que a veces, la mayora, hasta ahora, predomine un enfoque individualista y otras, las menos, un enfoque social. Pues bien, a pesar de que la mayora de la psicologa social tradi- cionalmente ha estudiado desde una perspectiva abiertamente individua- lista tanto temas que histricamente ha compartido con la psicologa (con- ducta agresiva, personalidad, etc.) como temas propiamente suyos (influencia social, actitudes, etc.), tambin ha estudiado, tanto desde una perspectiva propiamente psicosocial como, ms frecuentemente, desde una perspectiva individualista, algunos temas que comparte con la sociologa, englobados principalmente en dos bloques estrechamente relacionados entre s: la psicologa de grupos y la psicologa colectiva. Y es que el ser humano es, ante todo, un ser social que vive en grupos pequeos, como la familia o el pequeo grupo de amigos (psicologa de grupos) y en grupos grandes o colectivos (la nacin, el sindicato, el partido, etc.). Ahora bien, la psicologa social llamada cientfica ha estudiado a lo largo de todo este siglo ms los fenmenos grupales (grupos pequeos) que los colectivos, si se nos permite distinguir tan claramente entre los primeros y los segundos, cosa no muy legtima, a mi modo de ver. Porque, como ya hemos dicho, lo grupal y lo colectivo est estrechamente relacionado, hasta el punto de que ya en los grupos pequeos se producen algunos fenmenos colectivos como la desindividualizacin, el pensamiento de grupo o la polarizacin colectiva (vase Ovejero, 1997a, captulo 6). Y los psiclogos sociales han estudiado mucho ms a los grupos peque- os y su influencia sobre el individuo que a los grandes colectivos, funda- mentalmente por dos razones: a) dado que la psicologa social han utilizado sobre todo, como mtodo de investigacin, el experimental, obviamente resultaba ms difcil reproducir en el laboratorio las masas que grupos pequeos, de entre dos y ocho personas; b) en segundo lugar, los psiclogos sociales han sido generalmente personas liberales y de clase media ms inte- resados en estudiar los modos de vida y los valores de las personas de clase media que los de las de clase baja. En consecuencia, las masas han sido poco estudiadas en nuestra disciplina y cuando lo han sido, han salido malparadas, pues, como decamos en otro lugar (Ovejero, 1997a, pgs. 15-16), de alguna manera, podemos decir que hablar de comportamiento colectivo es hablar del comportamiento de los estratos ms bajos de la sociedad, del pueblo llano y trabajador, en definitiva. De ah que la historia se ocupe poco de las masas y cuando lo hace, lo hace en trminos negativos, como una amenaza a las clases dominantes. Y es que, como seala lvaro (1995, pgs. 10-11): como toda forma de conocimiento social, la psicologa de masas tiene unas coordenadas sociohistricas. El siglo xix se caracteriza, principal- mente, por ser un siglo de cambios acelerados e inestabilidad social: los procesos revolucionarios en diferentes lugares de Europa, la creciente industrializacin y consiguiente urbanizacin y crecimiento de las grandes ciudades, los desplazamientos migratorios, el surgimiento de los diversos movimientos nacionalistas y la cada vez mayor influencia de los sindica- tos, forman un conjunto de factores que determinan todo un perodo de convulsiones u agitacin poltica en la mayor parte de los pases euro- peos. En definitiva, el temor al poder de las masas, poder expresado a travs del sufragio universal o de un proceso revolucionario, y el miedo a su irrupcin en el devenir de la historia son los factores que provocarn la reaccin de las clases dominantes y por ende de los cientficos sociales alienados con la ideologa de las mismas. El propio Le Bon, en el libro ms influyente de toda la historia de la psicologa del comportamiento colectivo, Psicologa de las masas (1983), publicado en 1895, deca explcitamente que el ascenso de las masas es sinnimo del declinar de la raza y de la civilizacin. De ah el carcter absolutamente reaccionario de tal libro. En todo caso, al menos en sus ini- cios, la base en la que se sustent la psicologa del comportamiento colec- tivo quedaba definida en esta cita del propio Le Bon (1983, pg. 29): Sean cuales fuesen los individuos que la componen, o similares o distintos que puedan ser sus gneros de vida, ocupaciones, carcter o inteligencia, el simple hecho de que se hayan transformado en masa les dota de una espe- cie de alma colectiva. Este alma les hace sentir, pensar y actuar de un modo completamente distinto a como lo hara cada uno de ellos por separado. Y los mecanismos a travs de los cuales se puede explicar el proceder inconsciente e irracional de las masas son la sugestin y el contagio: La desaparicin de la personalidad consciente, el predominio de la personali- 280 Anastasio Ovejero Bernal dad inconsciente, la orientacin de los sentimientos y las ideas en un mismo sentido, a travs de la sugestin y el contagio, la tendencia a trans- formar inmediatamente en actos las ideas sugeridas, son las principales caractersticas de la masa. Ya no es l mismo, sino un autmata cuya volun- tad no puede ejercer dominio sobre nada (Le Bon, 1983, pg. 32). Por otra parte, son muchos los autores que creen que la psicologa colectiva o de las masas, junto con la psicologa de los pueblos, constituyen los principales enfoques en la formacin moderna de la psicologa social. Como he dicho repetidamente (Ovejero, 1997a), la psicologa social naci en Europa a lo largo de la segunda mitad del siglo xix y lo hizo como psi- cologa colectiva. Ms tarde, en los aos 20 y 30 del presente siglo, se estu- di sobre todo el hombre-masa, es decir, la masificacin de la sociedad, lo que puede tener diferentes lecturas, desde la ms conservadora (rechazo de la entrada de las masas en la historia, de sus gustos de sus formas de vida) hasta la menos, como podra ser interpretado el famossimo libro de Ortega y Gasset, La rebelin de las masas (1930) en el que ms que de las masas, trata el filsofo espaol del hombre mediocre que en el siglo xx est imponiendo sus gustos estticos y su mediocridad intelectual en prctica- mente todos los aspectos de la esfera social. Persiste en Ortega, no obs- tante, una idea negativa de las masas, contrapuesta a la de lite o minora selecta. Sin embargo, el pesimismo que Ortega mantiene con respecto a la masa no deriva de ningn carcter patolgico de sta, no se trata de un pesimismo ahistrico abstrado del contexto cultural, como ocurre, en cierta medida, en los estudios ya citados. Prueba de ello es que, para Ortega, lo que define a la masa no es su nmero sino su cualidad, su forma de instalarse en el mundo. As, si socialmente lo que caracteriza a la masa es su incapacidad para dirigir su destino, psicolgicamente el hombre masa se identifica con el hombre medio incapaz de actuar de acuerdo con ideas propias. No es de extraar que Ortega encuentre en el especialista cient- fico el ejemplo prototpico de hombre-masa: incapaz de tener una visin globalizadora debido a su conocimiento especializado y particularista (lvaro, 1995, pg. 16). Y un fenomenlogo como Ortega, tan influido como estaba por autores alemanes como Nietzsche, Dilthey, Husserl o Heidegger, casi por fuerza tena que tener una perspectiva psicosocial a la hora de estudiar el com- portamiento colectivo. Y es que para Ortega la psicologa es una ciencia social e histrica porque social e histrica es la naturaleza del ser humano (1983, pg. 134): Los problemas humanos no son, como los astronmicos o los qumicos, abstractos. Son problemas de mxima concrecin, porque son histricos. Y el nico mtodo de pensamiento que proporciona alguna probabilidad de acierto en su manipulacin es la razn histrica (vase sobre Ortega y la psicologa social: Ovejero, 1992, 1998; Torregrosa, 1986). Psicologa del comportamiento colectivo: nociones bsicas 281 Ioixrioao sociai \ coxioiraxiixro coiicrivo Prcticamente todo lo visto en los tres captulos anteriores posee una gran importancia para entender la conducta colectiva, pero de todo ello yo destacara la teora de la identidad. El concepto de identidad es uno de los conceptos ms importantes de toda la psicologa y, en consecuencia, uno de los ms tiles para entender la conducta humana (vase G. H. Mead, 1934), y tal vez ms, si cabe, la conducta colectiva (vase Guimond y Tougas, 1996; y Ovejero, 1997a). De ah que exista una fuerte relacin entre identidad y comportamiento colec- tivo, al menos en dos sentidos. En primer lugar, el individuo puede entrar a formar parte de un grupo o una colectividad, como puede ser una secta, algunos movimientos sociales o un partido poltico extremista, como un intento de buscar una identidad personal que no se tiene, es decir, que el tener problemas serios con la propia identidad personal hace a los indivi- duos ms propensos a ser captados por ciertas colectividades, como las sec- tas. En segundo lugar, cuando los individuos se encuentran actuando den- tro de un grupo o una colectividad, actan como miembros de ella y no segn sus propios rasgos personales, de tal forma que ser la identidad social del grupo y, por tanto de esos individuos, lo que mejor explica su conducta y la conducta de la colectividad. En ambos casos, la identidad, tanto la personal como la social, est estrechamente vinculada con los pro- cesos de socializacin, pues es en ellos y a travs de ellos como se consti- tuye. Cada sociedad, cada cultura, dispone de un repertorio propio de normas, valores, configuraciones perceptivas y cognitivas y tipos de res- puesta conductual y afectiva a los estmulos interpersonales. Cada indivi- duo que nace como miembro potencial de dicha sociedad o cultura, se ve en la necesidad de actuar de acuerdo con dichas normas, hacer suyos tales valores, adquirir determinadas configuraciones o estilos cognitivos e inte- riorizar unas peculiares formas de respuesta a los estmulos interpersonales. Este proceso de aprendizaje e interiorizacin, se llama proceso de socializa- cin (Torregrosa y Fernndez Villanueva, 1984, pg. 421). De ah que a travs de los procesos de socializacin vayamos internalizando la estructura social as como las normas y valores sociales, y los vayamos asimilando para construir nuestra propia personalidad (Zigler y Child, 1973), es decir, para constituirnos a nosotros como personas, personalidad y personas que, por consiguiente, reflejarn la sociedad y los colectivos en los que nos hemos educado y socializado. Ahora bien, existen dos principales tipos de sociali- zacin: Socializacin primaria, que es la fundamental y se produce en la pri- mera infancia, generalmente en el seno de la familia. El agente personal ms determinante, la madre, se inserta en primer lugar en un grupo pequeo formalmente estructurado que es la familia. Este grupo confiere al nio su primera identidad social y marco de referencia normativo, referida 282 Anastasio Ovejero Bernal a un contexto de interaccin ms amplio que la relacin didica primaria. El conjunto de valores que el microgrupo familiar mantiene, representa para el nio el sistema total de valores de la sociedad en que vive (Torre- grosa y Fernndez Villanueva, 1984, pg. 424). Socializacin secundaria: en una sociedad tan compleja como es la nuestra, la socializacin primaria resulta absolutamente insuficiente para un desarrollo pleno que garantice, con unas mnimas garantas de xito, la par- ticipacin en la vida social. Y es que la complejidad y la diversificacin de roles de nuestra sociedad exige tambin unos aprendizajes especficos que hagan posible la preparacin para participar exitosamente en esa vida social de que hablbamos. Y ello se consigue a travs de la socializacin secundaria, que es menos inclusiva que la primaria; afecta a reas ms con- cretas de la experiencia personal que la socializacin primaria... Se trata de complementar la identidad personal aadindola a la que se construy en la familia, la identidad determinada por la asuncin de la significacin social de determinados roles (Torregrosa y Fernndez Villanueva, 1984, pg. 430) (vanse las principales teoras explicativas de la identidad as como una ampliacin de este apartado y su aplicacin al comportamiento colectivo en Ovejero, 1997a, captulo 8). Como seala Maritza Montero (1996), la existencia de identidades sociales positivas y negativas y de altercentrismo tiene consecuencias para el estudio de los movimientos sociales. Wetherell y Potter (1992) sealan que el paso de la identidad personal a la identidad social, o de la conducta interpersonal a la conducta de grupo, pone en movimiento una cadena de efectos cognoscitivos y motivacionales y son estos efectos los que producen la accin colectiva y la conducta de grupo y median en el conflicto inter- grupal. Efectivamente, la bsqueda de identidades positivas, la necesidad de afirmarse positivamente en el proceso de comparacin social, genera en ciertos casos movimientos de transformacin de la identidad del grupo al cual se pertenece, o bien su abandono, aspecto este ltimo condicionado a que exista contextualmente tal posibilidad. Por otra parte, se ha afirmado (Turaine, 1993) que un movimiento social no puede organizarse sino cuando el grupo que lo ha iniciado sea consciente de la definicin de su identidad. Es decir, que si bien el movimiento no depende de la identidad (la formacin del movimiento precede ampliamente a esa conciencia, vase Turaine, 1993, pg. 324), ya que el elemento determinante para su genera- cin es la presencia de un conflicto intergrupal, esa identidad constituye, sin embargo, un factor fundamental en tanto ella tambin es construida, a partir de la confrontacin con otros grupos significativos. Como aade Turaine (1993, pg. 325), la identidad del actor no puede ser definida inde- pendientemente del conflicto real con el adversario y del reconocimiento del envite de la lucha. Esto pone de manifiesto la importancia de los procesos de compara- cin, categorizacin y despersonalizacin. A travs de la confrontacin en funcin de categoras superordenadoras los grupos se autodefinen con mayor o menor positividad o negatividad y definen de igual manera a otros Psicologa del comportamiento colectivo: nociones bsicas 283 grupos, que, segn las atribuciones que reciben, sern percibidos como opositores o no (Montero, 1996, pg. 410). Psicoioca coiicriva La psicologa social surge a lo largo de la segunda mitad del siglo xix, y lo hace como psicologa colectiva, principalmente en tres pases: Francia (Le Bon, Tarde), Italia (Sighele, Rossi) y Alemania (Lazarus y Steinthal, Wundt). Y esta psicologa colectiva, como seala Groh (1986), no era sino la consecuencia natural de los acontecimientos histricos, sociales, polticos y econmicos de los dos siglos anteriores, ello unido, obviamente, al surgi- miento de la psicologa, por un lado, y al de las ciencias sociales, por otro, cosas ambas que tuvieron lugar durante la segunda mitad del siglo xix. Emergi la psicologa colectiva o de masas hacia el final del siglo xix, jus- tamente en una poca de fuertes transformaciones sociales y econmicas. Es ms, esta profunda transformacin de la sociedad europea que tuvo lugar a lo largo de todo el siglo xix, y que llev a cambios tambin pro- fundos en las ciencias sociales, se caracterizaba principalmente por la diso- lucin del viejo rgimen precapitalista bajo los repetidos asaltos del capita- lismo y las revoluciones, lo que conllev importantes transformaciones en prcticamente todos los mbitos (familiar, religioso, cultural, etc.). Todo ello llev a millones de personas a vivir en una situacin realmente preca- ria en las ciudades industriales. La cuestin radica en que la propia sociologa est sujeta a la inter- pretacin sociolgica, pero tambin fue una filosofa, un conjunto de ideas que surgi en un momento determinado y se relacion no slo con las condiciones sociales de su poca, sino con sus antecedentes intelectuales. Cabe repetir que el principal incentivo fue la disolucin de las costumbres e instituciones ancestrales a lo largo de la modernizacin de la civiliza- cin occidental, que se inici alrededor de 1800 y cuyos efectos se perci- bieron agudamente a partir de 1870 (Stromberg, 1990, pg. 327). Una muestra de todo lo anterior puede verse en Germinal, la conocida novela de E. Zola. Esta magistral novela publicada en 1885, es decir, en la misma poca en que empezaban a escribir Tarde o Le Bon, nos ahorra muchas pginas para comprender el surgimiento de las masas y sus caracte- rsticas a lo largo de los ltimos aos del siglo pasado. Y es que, aunque los procesos de industrializacin y urbanizacin no fueron exclusivos de Fran- cia, al fin y al cabo s fue en Francia donde hubo ms cambios sociales y ms agitaciones, y donde ms revueltas y revoluciones fueron llevadas a cabo por las masas durante la segunda mitad del siglo xviii y todo el xix (vase Hobsbawn, 1975), con las consiguientes repercusiones en las ideas que ello tena (vase Stromberg, 1990), acontecimientos todos ellos que eran consecuencia directa principalmente de la revolucin industrial y de uno de sus ms importantes corolarios: el proceso de urbanizacin. Este proceso 284 Anastasio Ovejero Bernal conllevar inevitablemente una masiva emigracin de las masas del campo a la ciudad, lo que, al producir una gran disrupcin de las formas tradiciona- les de las relaciones sociales e interpersonales, fue llevando a una nueva clase de importantes problemas sociales (Apfelbaum, 1985). Todo ello fue lo que dio lugar a la necesidad de analizar las nuevas estructuras y conductas interpersonales, y de orientar a la gente sobre las conductas sociales e inter- personales a seguir, ya que las categoras previas de conocimiento social e interpersonal haban quedado totalmente obsoletas. As, surgi una nueva disciplina, la psicologa social, pero surgi precisamente como psicologa de las masas. En los primeros trabajos de Tarde, que luego formaran parte de su obra ms conocida Las leyes de la imitacin y que aparecieron en 1882, ya figuraban las consideraciones tericas de la influencia social que ms tarde sera incorporada a su psicologa de las masas. Podemos decir, por tanto, que la psicologa social surgi para dar cuenta de esta parcela de conocimiento dejado de lado por las otras cien- cias sociales, con lo que la psicologa de las masas puso fin a la indiferen- cia de las ciencias sociales hacia este nuevo aspecto de la civilizacin occi- dental. Y pronto se la utiliz a la psicologa social o de masas para resolver problemas prcticos, polticos como el siguiente: cmo pueden ser contro- ladas las multitudes?, lo que muestra, en definitiva, que ya desde sus orge- nes la psicologa social cumpli una clara y concreta misin poltica al servicio del poder, misin que no abandonara nunca (vase Wexler, 1983). La Psicologa Colectiva, pues, surge cuando se reconoce que los fen- menos colectivos pueden y deben ser objeto de la ciencia. Y empez su andadura con unos rasgos que la acompaaran hasta hoy, rasgos que podemos resumir, de entrada, en los dos siguientes (Moscovici, 1986a): a) las leyes psicolgicas que rigen las masas no son las mismas que las que rigen a los individuos; y b) las multitudes son manifestaciones patolgicas de la naturaleza humana. Caiacriisricas oi ias xasas \ iiixciiaiis coxrixioos oi ia isicoioca coiicriva Las masas siempre, pero sobre todo durante la segunda mitad del siglo xix, produjeron una mezcla de extraeza y miedo, a causa principal- mente de las enormes dificultades para predecir su conducta. Esta impre- dictibilidad del comportamiento de las masas proviene en gran medida de sus caractersticas definitorias (verlas con ms profundidad en Ovejero, 1997a, captulo 5): 1) impetuosidad: hasta el punto de que alguien defini a la muchedumbre como el animal humano liberado de su correa; 2) emo- cionalidad: que tal vez sea el principal rasgo definitorio de las masas: stas no se mueven por razones sino por emociones; y 3) irracionalidad: como consecuencia de las dos caractersticas anteriores, las masas suelen ser bas- tante irracionales. En este sentido, ya Platn haba escrito que aunque cada ciudadano ateniense hubiera sido un Scrates, cada asamblea ate- niense hubiera sido una chusma. Psicologa del comportamiento colectivo: nociones bsicas 285 Por otra parte, la enorme variedad de fenmenos colectivos, nos obliga a hablar y con brevedad slo de algunos de ellos. As, ante todo debe- ramos hablar de los rumores, su transmisin y sus efectos, rumores que siempre acompaan a los fenmenos colectivos (vase una ampliacin en Ovejero, 1997a). Por otra parte, resulta tremendamente importante para entender la con- ducta social de las personas, y sobre todo de los grupos, estudiar la memo- ria colectiva (vase Ovejero, 1997a, captulo 9): la memoria es siempre memoria social, compartida, es decir, un producto de la colectividad, hasta el punto de que la gente funciona colectivamente como sistema integrado de recuerdos (Wertsch, 1987). As, para Halbwachs, con toda seguridad la mxima autoridad hasta el momento en este campo, la reconstruccin de recuerdos a partir de datos o nociones comunes obedece a la necesidad de establecer una comunicacin afectiva. Los pensamientos y sentimientos ms personales tienen su origen en medios y circunstancias sociales definidos. As, la memoria individual constituye un punto de vista sobre la memoria colectiva, cambia segn el lugar del individuo en el grupo, lugar que cam- bia a su vez siguiendo las relaciones de ste con sus miembros y con otros medios sociales (Lasn, 1995, pg. 206). Altamente interesante hoy da resulta analizar cmo es posible lavar el cerebro colectivo, va medios de comunicacin, o al menos el de grupos ms o menos pequeos, como es el caso de las sectas (vase Rodrguez Car- balleira, 1992, y Ovejero, 1997a, captulo 12): el indiscutible xito de las sectas se debe sobre todo a dos procesos que se apoyan mutuamente. Por una parte, hay una persona, casi siempre, aun- que no necesariamente, joven que tiene serios problemas de identidad y que necesita encontrar una nueva, y hay tambin un grupo que dice poseer la verdad absoluta, que es justamente lo que requera esa persona para solucionar sus problemas de incertidumbre. Por otro lado, una vez que tal persona est ya dentro del grupo y forma parte de la secta, sta utilizar unas estrategias de lavado de cerebro que tienen tal potencia per- suasiva que, al menos en las condiciones y circunstancias en que se encuentra nuestro sujeto, a ste le resultar prcticamente imposible subs- traerse a su influencia, sobre todo en el caso, tan frecuente, de que no cuente con ayuda externa, y a menudo ni siquiera contando con ella (Ove- jero, 1997a, pg. 258). Y la capacidad de influencia que las sectas tienen sobre sus miembros es tal que consiguen en muchsimos casos aniquilar totalmente ya no slo su pensamiento crtico, sino incluso todo pensamiento individual y propio, hasta el punto de que con no poca frecuencia los miembros de algunas sec- tas llegan a suicidarse, incluso colectivamente, slo porque su lder se lo ordena. As, en una sola noche se suicidaron casi un millar de miembros de la secta Templo del Pueblo, en 1978. Tambin deberamos hablar de otros muchos tipos de comportamiento colectivo como los desastres y los pnicos colectivos y sus consecuencias 286 Anastasio Ovejero Bernal psicosociales (vase Ovejero, 1997a, captulo 13), la violencia colectiva (vase Ovejero, 1997a, captulo 14), las modas y su relacin con la suges- tin colectiva, etc. Coxciusix Como concluamos la Introduccin General de nuestro libro sobre este tema (Ovejero, 1997a, pgs. 24-25): la psicologa del comportamiento colectivo debera ser la disciplina ms importante y central en el campo de la psicologa, ya que tiene como objeto el estudio de cmo el organismo puramente biolgico que ramos al nacer se ha transformado en la persona que somos ahora, cmo nos hemos convertido, en definitiva, en sujeto. Es decir, cmo las diferentes colectividades de las que el individuo ha formado parte, tanto en sentido amplio y sociolgico (la nacin, la clase social, el macrogrupo religioso, etc.) como en sentido ms restringido y psicosocial (la familia, el grupo de amigos, etc.), han ido formando la personalidad, las cogniciones, etc., de ese individuo. En resumidas cuentas, cmo esas colectividades han ido construyendo al sujeto humano, al sujeto social. De ah que se trate de una disciplina eminentemente interdisciplinar, ya que le son absoluta- mente indispensables las aportaciones no slo de la psicologa, sino tam- bin de la sociologa, la historia o la antropologa cultural, por no men- cionar sino slo las ms relevantes para el estudio del comportamiento colectivo, estudio que, por tanto, necesita, inexcusablemente, ser interdis- ciplinar. Es ms, al hablar de esta psicologa, colectiva e interdisciplinar, estoy hablando del modelo de psicologa que personalmente creo ms adecuado para trabajar en el campo psicosocial. Porque, a mi entender, la psicologa social debe ser indiscutiblemente colectiva e interdisciplinar si quiere llegar realmente a captar su objeto: la vida humana. Psicologa del comportamiento colectivo: nociones bsicas 287 This page intentionally left blank Cuaira Pairi PSICOLOGA SOCIAL APLICADA This page intentionally left blank Cairuio XVIII Psicologa social aplicada: concepciones tericas y aspectos metodolgicos Ixrioouccix En cierto modo, la psicologa social aplicada no es sino la aplicacin de los principios y conocimientos de la Psicologa Social a la intervencin psico- social, es decir, a la solucin o prevencin de problemas sociales. Existen bsicamente dos modelos a la hora de discutir si el conocimiento psicosocial es o no es aplicable (Stephenson, 1990): a) el modelo de ciencia pura: este modelo propone que la psicologa social desarrolle sus teoras y realice sus investigaciones al margen de su inters social, es decir, sin tener en absoluto en cuenta la posibilidad de que sean importantes para solucionar problemas sociales del mundo real. Una adhesin demasiado estricta al modelo de ciencia pura promovera una psicologa social elegantemente irrelevante (Stephenson, 1990, pg. 426). Por ello no son muchos los psiclogos sociales que se adhieren a este modelo; b) el modelo de ciencia social aplicada: cada vez son ms los psiclogos sociales que piensan que nuestra disciplina es una ciencia social, abocada adems a la aplicacin, es decir, a la solucin de pro- blemas sociales reales. Quienes adoptan el enfoque de ciencia social defienden que la psicolo- ga social suministra una dimensin indispensable y caracterstica para la comprensin de la sociedad y de sus instituciones. El papel de la psicolo- ga social aplicada, por consiguiente, no se limita a reparar, aconsejar o ase- sorar para que otros polticos, jueces, agencias de publicidad y dems puedan realizar sus trabajos de manera ms efectiva. Ms bien, se requiere al psiclogo social para que trabaje en colaboracin con otros cientficos sociales con vistas a asegurar la consecucin de una comprensin ms com- pleta del carcter y el funcionamiento de las instituciones en cuestin (Stephenson, 1990, pgs. 402-403). De los cuarenta manuales analizados por Jimnez Burillo y colaborado- res (1992), poco ms de la mitad, exactamente el 56,25 por 100, dedicaban un captulo independiente a las aplicaciones. No parece, pues, que los tex- tos hayan tomado muy en consideracin aquella exigencia de una mayor aplicacin de los contenidos psicosociales, defendida desde la crisis de la psicologa social. Adems, de los manuales que s lo incluan, stas eran, y por este orden, las aplicaciones concretas ms estudiadas (Jimnez Burillo y cols., 1992, pg. 33): ambiental, jurdica, poltica y educativa. Por otra parte, Blanco y de la Corte (1996) analizan los contenidos de la Journal of Applied Social Psychology entre 1985 y 1995, encontrando que los temas ms estudiados han sido los siguientes (entre parntesis el nmero de artculos publicados sobre ese tema): salud (111); procesos bsicos (109); psicologa de las organizaciones y del trabajo (109); sexualidad (74); adic- cin (drogas, alcohol, tabaco) (61); SIDA (58); psicologa jurdica (51); estrs (42); conductas de ayuda (33); psicologa ambiental (31); relaciones intergrupales y discriminacin (31); evaluacin (29); temas nucleares y con- servacin de energa (27); educacin (23); conductas asociales (20); con- ducta poltica (18); psicologa comunitaria (18); medios de comunicacin (17); psicologa militar (13); artculos tericos (4); y varios (91). Como vemos, la temtica ms estudiada es la de la salud, donde si sumamos a los 111 especficos, los 58 sobre SIDA, los 61 sobre adiccin y los 42 sobre estrs, tenemos un total de 272, que representan el 28 por 100 del total. Ahora bien, qu significa realmente aplicar en psicologa social? qu efectos conlleva? qu relaciones existen entre teora y prctica? Hiiixcia iiusriaoa ix ia isicoioca sociai: ii ix ia caiacioao ixaxciiaooia oi ia iacioxaiioao ciixriica Los ms importantes psiclogos sociales (Mead, Lewin, etc.) han sido ilustrados y, por tanto, partidarios de la aplicacin de la ciencia y de sus presupuestos a la solucin de los problemas sociales. Para ellos tres cosas eran cruciales: la bsqueda de una solucin racional a los problemas socia- les, la ciencia como el instrumento por excelencia para el control inteli- gente del ambiente tanto fsico como sobre todo social, y la confianza en la fuerza emancipadora de la racionalidad cientfica. Pero con ello, Mead no hace sino seguir las pautas marcadas por una ciencia social que desde sus primeros momentos anduvo marcada por la clara y ntida idea de compro- miso. Podemos incluso aventurar algo ms: la idea de emancipacin e incluso de liberacin forma parte de la razn de ser de la ciencia social (Blanco y De la Corte, 1996, pg. 5), que, a su vez, es un claro producto de la Ilustracin. No olvidemos que los grandes padres fundadores de las ciencias sociales (Saint-Simon, Comte, Tocqueville, Marx, Durkheim, Tn- nies, etc.) fueron, ante todo, pensadores que manejaron complejas teoras de largo alcance con la finalidad de que sirvieran de instrumentos de libe- racin y emancipacin de determinadas condiciones sociales, polticas y 292 Anastasio Ovejero Bernal econmicas que eran, a su juicio, perjudiciales para la salud fsica, psicol- gica y hasta moral de los ciudadanos. Por tanto, para ello teora y prctica son indisociables en psicologa social, como se constata claramente en dos autores eminentes: Vygotsky y Lewin (vase Blanco y De la Corte, 1996): para ambos, carece de sentido la contraposicin entre teora y prctica, entre lo bsico y lo aplicado, ya que ambos son momentos de un mismo proceso. Adems, como reza un famoso aforismo del propio Lewin, no hay nada ms prctico que una buena teora: La ms grande desventaja de la psicologa aplicada ha sido el hecho de que, sin auxilio terico adecuado, tuvo que seguir el costoso, ineficaz y limitado mtodo de ensayo y error. Muchos psiclogos que hoy traba- jan en un campo aplicado son agudamente conscientes de la necesidad de estrecha cooperacin entre la psicologa terica y la aplicada. Esto puede conseguirse en psicologa, como en fsica, si el terico no mira hacia los problemas aplicados con aversin erudita o con temor a los problemas sociales, y si el psiclogo aplicado comprende que no hay nada tan prc- tico como una buena teora (Lewin, 1978, pg. 161). No se puede, pues, separar teora y aplicacin, ya que: inteligir, comprender o explicar una realidad, cuando se hace de un modo sistemtico, es ya una investigacin aplicada. Le aplicamos ya unos determinados conceptos o una determinada metodologa. Estas prcticas intelectivas no pueden pretender un total desinters, ni una total indife- rencia. Porque al inteligir un objeto de un modo determinado, no lo deja- mos como estaba antes, sino que lo construimos con nuestro acto mismo de inteligirlo. La realidad no se nos hace patente de modo inmediato, sino mediatizada a travs de los esquemas con que a ella apuntamos para conocerla. Es ste el primer, y probablemente ms fundamental, momento de la aplicacin: la puesta en prctica de la teora, la teoriza- cin. La extensin de los conceptos a las distintas reas sustantivas de los problemas (Torregrosa, 1996, pg. 40). Adems, teora y prctica son inseparables porque, como dicen Ibez e iguez (1996, pg. 61): los contenidos del saber cientfico se infiltran poco a poco en nuestras representaciones sociales y condicionan nuestra visin del mundo a nivel de la vida cotidiana: imgenes, palabras y razonamientos entresaca- dos de la medicina, de la psicologa, de la sociologa, de la economa, etc., impregnan nuestra rejilla de lectura de la realidad. Los descubrimientos cientficos, las formulaciones cientficas, las teoras y los conceptos elabo- rados por la ciencia son reapropiados por las gentes, que los hacen suyos y los integran en su campo representacional. En este sentido, afirmaba Gergen (1982) que la teora es ya una praxis y que las teoras ejercen una eficacia directa sobre las modificaciones de la actividad humana, pues como muestra Michel Foucault tanto en su Histo- Psicologa social aplicada: concepciones 293 ria de la locura como en su Historia de la sexualidad, la creacin por parte de las Ciencias Humanas de ciertas categoras conceptuales contribuyen a que tomen cuerpo y se consoliden socialmente tipos de locuras y de moda- lidades sexuales que adquieren su significado y su realidad social justa- mente a travs de la construccin terica que de ellas hace la ciencia. Las etiquetas verbales, sobre todo si provienen del discurso cientfico, tienen el poder de engendrar las realidades a las que se refieren. Es ms, la idea de que las teoras en ciencias sociales nacen de la observacin, o son vlidas por la observacin, es decir, por los hechos, carece de funda- mentos serios. Los datos tan slo contribuyen a otorgar respetabilidad cientfica a las teoras pero no sirven para corroborarlas ni para refutar- las. Debemos admitir con Gergen que las ciencias sociales son esencial- mente ciencias no empricas y que estn fuertemente determinadas por las convenciones lingsticas propias de la sociedad en la que se formulan. En este sentido, el terico es bsicamente un hacedor lingstico que modifica la realidad social por medio de su discurso y de su produccin intelectual (Ibez, 1986, pg. 649). Ms an, aade Ibez, la intervencin social prctica no constituye una aplicacin del saber terico, ya que en la razn prctica no se puede ir desde una ley general hasta un caso particular, no se desprenden conclusiones necesarias a partir del estable- cimiento de las premisas. El razonamiento prctico parte de la propia prctica y desemboca sobre ella, tomndole ella misma como marco de referencia. Las reglas pertinentes se establecen en base a los casos parti- culares y se verifica sobre esos casos particulares. En suma, pues, tanto el terico como el investigador orientado hacia la prctica son crea- dores de conocimiento aunque estos corresponden a tipos de racionalidad distintos e irreductibles. Ambos transforman la realidad social y engen- dran nuevas realidades que los modifican tambin a ellos... De la teora no puede por lo tanto surgir una disciplina que se aplique realmente al objeto social. Para qu sirve, pues, la teora y para qu dedicarse a fabri- car teoras? Tanto ms cuanto que la teora ni es predictiva, ni describe la realidad y ni siquiera se asienta sobre una base emprica a partir de la cual pueda ser corroborada o refutada. Sin embargo, sera ingenuo dudar de la tremenda eficacia social de las teoras. Como dice Gergen, las teo- ras ms potentes, la de Darwin, la de Freud, la de Marx o la de Keines, por poner unos ejemplos, han contribuido notablemente a incrementar nuestra inteligibilidad de lo social y ha trastocado profundamente la rea- lidad social pese a carecer de capacidad predictiva estricta y de no ofre- cer blancos para su posible falsacin. Porque crean realidades y porque aportan inteligibilidad, el psicosocilogo orientado hacia la prctica no puede ofrecerse el lujo de desconocer las teoras (Ibez, 1986, pg. 651). 294 Anastasio Ovejero Bernal Por consiguiente, el conocimiento terico es, irremisiblemente, tambin prctico. La diferencia entre teora y prctica es falsa y consecuencia de una filosofa trasnochada. De otro lado, la intervencin psicosocial tiene indiscutibles efectos pol- ticos. Como escribe Torregrosa (1986, pg. 655): los problemas sociales susceptibles de intervencin psicosociolgica estn inscritos en procesos sociales ms amplios atravesados de conflictos de intereses. El poder es una variable ubicua en la realidad social. En cierto modo, pueden verse problemas sociales como una distribucin desigual, real o percibida, del poder. Estas consideraciones elementales confieren al problema de la intervencin una dimensin poltica e ideolgica. Y aade (pg. 656): conviene subrayar esto porque nada podra ser ms ideolgico que una aproximacin slo psicolgica a los problemas sociales. ste ha sido uno de los mecanismos tradicionales de la sociedad burguesa para disolver los problemas sociales, no para entenderlos ni para solucionarlos. Inscribir globalmente la psicologa social en ese proceso resultara coherente con las demandas de ciertos sectores dominantes de la sociedad. La psicolo- ga social tendra como funcin contribuir, con sus formulaciones tericas y sus tcnicas, al mantenimiento de esta situacin de dominacin y no a la resolucin de los problemas derivados de la misma. Por tanto, se hace necesario un enfoque crtico que explique los proble- mas sociales haciendo hincapi en las contradicciones de la propia socie- dad, y no meramente como eventos individuales y psicolgicos. En cuanto a la llamada psicologa social aplicada en concreto, aunque no ha dejado nunca de existir, desde el comienzo de nuestra disciplina, es sobre todo en pocas de crisis cuando ms ha prosperado, ya que es cuando se percibe como ms urgente la solucin de los problemas sociales, como ocurri especialmente en tres pocas: en los aos 30, durante la Gue- rra Mundial, y en los aos 70 y 80. Y fue justamente en las dcadas de los 50 y 60 cuando ms bajas fueron sus cotas. En definitiva, podemos tra- zar muy brevemente las principales fases en las aplicaciones de la psicolo- ga social (verlas ampliadas en Morales, 1984): 1. 1908-1930: existen preocupaciones aplicadas pero todava no hay investigacin aplicada sino slo un enfoque que podramos considerar tra- ductivo-interpretativo, consistente en verter los problemas sociales a trmi- nos psicosociales. 2. 1930-1940: es una poca con muchsimas aplicaciones, con el SPSSI (Society for the Psychological Study of Social Issues) como eje central (vase sobre la SPSSI, Ovejero, 1988b, pgs. 461 y sigs). La situa- cin de profunda crisis econmica en que entraron los Estados Unidos tras la hecatombe burstil de 1929, con los problemas sociales tan terribles que acarre (generalizado desempleo, etc.), llev a muchos psiclogos a poner sus conocimientos al servicio de la sociedad para intentar solucionar o al menos poner freno a tales problemas. 3. 1940-1950: existi una alta participacin de los psiclogos sociales Psicologa social aplicada: concepciones 295 en la guerra, lo que conllev muchas aplicaciones. Sin embargo, durante esta poca ya empiezan a manifestarse ciertos sntomas de desaliento hacia las aplicaciones, que son visibles en la alocucin presidencial ante la APA de Guthrie (1946) denostando el inters por las aplicaciones. 4. 1950-1969: es la poca ms baja de las aplicaciones psicosociolgi- cas, y no porque stas no existan sino porque se han desgajado del tronco comn de la psicologa social, dominado por el experimento de laborato- rio. Aunque por esos aos pocos dudaban de que la psicologa tiene que ocuparse de asuntos prcticos, de solucionar problemas sociales y huma- nos, ni de que el ltimo fin de la ciencia es la mejora de los seres humanos, sin embargo, la mayora estaban de acuerdo con Guthrie (1946, pg. 19), en que las ciencias se han desarrollado alejadas de la utilidad inmediata y que, en la abrumadora mayora de los casos, los pasos hacia una teora cientfica han sido independientes de la aplicacin prctica. El deseo que se quiere expresar es que los nuevos psiclogos no se permitan a s mismos ser simples tcnicos que utilicen mtodos y tcnicas psicolgicas para el cumplimiento de metas prcticas, y que en la formacin de las nuevas generaciones de psiclogos se tenga cuidado en cultivar su inters por la teora tanto como por la prctica (Guthrie, 1946, pg. 19). 5. 1969 - hasta nuestros das: el anunciado desmoronamiento del empirismo presagi cambios importantes que afectaron en gran medida a la psicologa social aplicada. El primero de estos cambios fue el discurso presidencial de Miller (1969) ante la APA, que, bajo el ttulo La psicologa como forma de promover el bienestar humano, era realmente una llamada de atencin a los psiclogos sobre su responsabilidad ante la sociedad. Desde entonces las aplicaciones no han dejado de ir en aumento dentro de nues- tra disciplina, hasta llegar a los aos 80 en que tal tipo de investigacin ha tenido un auge realmente espectacular, auge que an no ha decado. Todo ello, unido a la fuerte crisis, y no slo econmica, que las sociedades occi- dentales atravesaron durante esta poca. De hecho, los aos 70 presencia- ron una autntica explosin del inters por el estudio de los problemas sociales importantes utilizando las teoras, los mtodos y las tcnicas de la psicologa social (Rodin, 1985, pg. 805). El surgimiento y el desarrollo rpido de este campo fue el resultado de varios factores convergentes (Rodin, 1985): 1) Exista una creciente insatisfaccin con los mtodos de los estudios tradicionales de laboratorio. De hecho, haca ya mucho que Hovland haba mostrado que, en el campo de los efectos de la propaganda, el laboratorio produca resultados diferentes a los encontrados en estudios de campo. As, por ejemplo, mientras el porcentaje de las personas influi- das por la propaganda era del 30-50 por 100 en el laboratorio, en los estu- dios de campo slo era del 5 por 100; 2) Exista una cierta preocupacin por la generalizacin de muchas de las teoras psicosociolgicas derivadas de la investigacin de laboratorio de los aos 60. Se lleg incluso a cues- tionar la posibilidad de que los experimentos de laboratorio fuesen capaces de servir de base para la construccin de una ciencia de la conducta humana (Gergen, 1973). Pues bien, como reaccin a tales crticas, muchos 296 Anastasio Ovejero Bernal psiclogos sociales pretendieron hacer una psicologa social aplicada para aumentar de esta manera la relevancia de su disciplina. Y as comenzaron a aplicar los hallazgos encontrados en el laboratorio. Pero ms tarde se fue yendo de esto al campo directamente aplicado, a las aplicaciones en s mismas. Adems, a estos factores internos de la disciplina se unieron otros externos como los siguientes (Joshi y Marchand, 1984): a) La sociedad est cada vez ms interesada en los aspectos prcticos de la investigacin. En consecuencia, los pocos fondos que se dedican a la investigacin en cien- cias sociales se hace para aspectos prcticos, aplicados y poco para la inves- tigacin fundamental o bsica; b) Saturacin de puestos acadmicos: hacia 1975 se lleg en los Estados Unidos a esta situacin en cuanto a los psic- logos, situacin a la que en Espaa tambin se ha llegado en los ltimos aos. Por consiguiente, slo les queda, incluso a aquellos que se haban formado en la tradicin de la investigacin bsica, dedicarse a la psicologa aplicada. Y tampoco deberamos olvidar algo tan importante en psicologa social de la ciencia, como es la incidencia que tuvieron situaciones psicoso- ciales y personales crticas en la orientacin de muchos individuos hacia nuestra disciplina. As, muchos de los psiclogos sociales no comenzaron sus estudios queriendo ser psiclogos sociales. Unos queran ser psiclogos (desde clnicos a psiclogos de aprendizaje animal) y otros ni siquiera eso. Por ejemplo, Festinger y Bem empezaron Fsicas, Heider era filsofo, etc. Pero casi todos ellos, por diversas razones, cambiaron de direccin y se preocuparon por los problemas sociales. As Asch, que era judo, se hizo psiclogo social influido por la situacin creada en Alemania por el nazismo; Zimbardo, que haba empezado trabajando con ratas, lleg un momento en que se pregunt: Mientras existen tantos problemas huma- nos y sociales, qu hago yo aqu trabajando con ratas?; tambin Aronson, como l mismo nos cont en Salamanca a finales de 1995, comenz a estu- diar el aprendizaje cooperativo como forma de solucionar los problemas escolares de nios con diferentes problemas de marginacin, como fue su caso, como nio pobre y judo que era. Algo similar hicieron otros muchos psiclogos sociales que se acercaron a esta disciplina como consecuencia de experiencias personales, a veces dramticas, como Kurt Lewin, que, judo tambin l, se interes por problemas sociales a causa de la barbarie nazi ya que incluso su madre muri en un campo de concentracin. Igualmente Muzafer Sherif empez a interesarse por la psicologa social y en particular por el estudio de las relaciones humanas a partir de una dramtica expe- riencia en su adolescencia, al contemplar la matanza que llevaron a cabo los griegos cuando invadieron la provincia turca de donde l era y donde viva. Yo no saba dice Sherif qu profesin iba a seguir, el nombre tcnico de la misma, pero quera aprender aquella ciencia o especialidad que estudiase por qu ocurren estas salvajadas intergrupales. Yo quera entenderla y me dediqu a estudiar las relaciones humanas. Por ltimo, David Krech, tambin judo, que hacia 1930 se llamaba Isidoro Krevevsky y se dedicaba a hacer estudios experimentales en el laboratorio con ratas, no interesndole nada que estuviera fuera de las paredes del laboratorio, Psicologa social aplicada: concepciones 297 cambi de orientacin como consecuencia de los acontecimientos de Ale- mania en 1933 y sobre todo de los efectos de la Gran Depresin en los Estados Unidos. En suma, pues, a medida que la crisis de nuestra disciplina subsista durante los aos 70, y a medida que tal crisis coincida en el tiempo con una profunda crisis econmica y de valores de la sociedad, lo que aumen- taba la crisis de la propia psicologa social (vase Wexler, 1983), el campo de la psicologa social aplicada fue desarrollndose cada vez ms. Surgieron dos series de monografas anuales (Bickman, 1980; Kidd y Saks, 1980), una nueva revista, Basic and Applied Social Psychology, adems de las otras que sobre el tema ya existan, Journal of Applied Social Psychology e Internatio- nal Review of Applied Psychology, etc. Todo ello hizo, como sealan Stokols y Jacoby (1984), que la psicologa social aplicada fuera creciendo rpida- mente. As, y a pesar de que la psicologa social acadmica siguiera desaten- diendo en exceso a su apndice aplicado y aunque las revistas de psicolo- ga social experimental dedicaran an el 96 por 100 de sus pginas a temas que poco o nada tenan que ver con los problemas sociales (Fish y Daniel, 1982), sin embargo, la saturacin del mercado profesional acadmico y la apertura de la sociedad a muy variadas reas de intervencin social, facilita- ron la expansin de la psicologa social aplicada. Adems, en Espaa la lle- gada de los ayuntamientos democrticos junto con la salida de nuestras Universidades de miles de licenciados en Psicologa, titulados en paro, estn presionando de muy diferentes formas para que la psicologa social aplicada vaya imponindose paulatinamente (el rgano crea la funcin). Ixriivixcix isicosociai Como dice Sabino Ayestarn (1996), la intervencin psicosocial acta sobre las redes sociales (familia, escuela, grupos de amigos, asociaciones, comunidades de vecinos y grupos de trabajo) y su objetivo inmediato es lograr en dichas redes sociales una mejor combinacin entre la direccin y la participacin de los individuos, favoreciendo el cambio cognitivo, social y afectivo del grupo. Y es que la participacin activa de los individuos en el cambio del grupo supone un aprendizaje que facilita el cambio perso- nal. La intervencin psicosocial est justificada tanto en una sociedad desarrollada y relativamente bien equilibrada (ayudando al mantenimiento de los niveles alcanzados de calidad de vida, centrndose en la prevencin, sobre todo primaria), como en una sociedad avanzada, pero con desequi- librios, a veces muy marcados, como suele ocurrir en buena parte de los pases industrializados (intentando solucionar los problemas de las mino- ras, a veces no tan minoritarias, desfavorecidas) o en los pases en vas de desarrollo, en las que el trabajo necesario es enorme y urgente (programas de intervencin comunitaria con nios hambrientos y analfabetos, con ancianos sin medios econmicos de ningn tipo, etc.). Pues bien, tanto cuando se acta en unas situaciones como cuando se acta en otras, el 298 Anastasio Ovejero Bernal principal objetivo de la Intervencin Psicosocial consiste justamente en mejorar la calidad de vida de los individuos y de los grupos que integran la comunidad, para lo que realiza las siguientes tres funciones (De las Cue- vas, 1995, pg. 416): a) Preventiva: que consiste bsicamente en desarrollar actuaciones que impidan el surgimiento de problemas que perturben los niveles de calidad de vida ya adquiridos; b) Impulsora: que no es sino poten- ciar y facilitar el desarrollo psicosocial a fin de conseguir mejores niveles de bienestar social; y c) Teraputica o integradora: que se consigue solucionando los problemas que tiene la sociedad en un momento dado, entre los que se cuentan la integracin social de los marginados y la erradicacin de injusti- cias socioeconmicas generadoras de desequilibrios estructurales. En todo caso, el proceso seguido en cualquier Intervencin Psicosocial, sea en el mbito que sea (educativo, sanitario, comunitario, etc.) pasa por las siguientes fases (De las Cuevas, 1995, pg. 418): a) Evaluacin inicial: donde se hace especial hincapi en la evaluacin de necesidades y de recursos de la comunidad; b) Diseo y organizacin del programa interventivo: en esta fase se determinan los objetivos de la intervencin teniendo en cuenta la evalua- cin inicial, se disea el programa de intervencin y se establecen los recur- sos necesarios (financieros, de personal cualificado, etc.) para llevar a cabo el programa; c) Implantacin: en este nivel se trata de llevar a la realidad lo pla- nificado en el punto anterior, ejecutando el programa y modificando sus defi- ciencias a travs del feedback que nos proporcione la aplicacin del mismo; d) Evaluacin de la intervencin: se lleva a cabo una vez cubiertos los objeti- vos de la intervencin y explicando el o los programas previstos; y e) Dise- minacin de programas: nos referimos con ello a la difusin de programas ya ejecutados (con resultados conocidos) a otros entornos organizacionales o sociales similares a aquel en que se desarroll la experiencia interventiva. Pero son muchos los datos que van mostrndonos que las limitaciones de impacto y de generalizacin de las intervenciones nos reitera la necesi- dad de objetivos realistas e intervenciones adecuadas a metas (Pez, 1996, pg. 18). De ah que, como seala el propio Pez, la implementacin de programas de salud pblica, tanto en su vertiente de educacin sanitaria preventiva, como de desarrollo de recursos comunitarios, as como de mejora de la atencin sanitaria a la poblacin, han puesto de relieve la importancia de la evaluacin de stos, a tres niveles: evaluacin de necesi- dades, evaluacin de la implementacin de los programas de desarrollo sociocomunitario y evaluacin de la eficacia de estos programas. Por ltimo, hacindonos eco de las palabras de Ayestarn, tenemos que preguntarnos: cmo puede actuar el psiclogo social sobre las redes socia- les?, cmo puede cambiar su estructura y su dinmica? La respuesta de Ayestarn es que las tcnicas psicolgicas son insuficientes por s solas para producir el cambio social. Son necesarias pero insuficientes: necesitamos recurrir tambin a medidas de carcter ecolgico, sociolgico, econmico y poltico. Es decir, la intervencin psicosocial, si quiere ser eficaz, adems de hacerlo bien, tras una adecuada evaluacin, debe trabajar interdiscipli- narmente. Y todo ello sin olvidar el compromiso poltico del interventor Psicologa social aplicada: concepciones 299 psicosocial (Martn, 1992), dado que la asepsia ideolgica... no caracteriza nuestra disciplina; no debe caracterizarla. Esto no implica que debamos responder al nombre de unas determinadas siglas, pero es inevitable, a mi modo de ver, una opcin ideolgica previa al reconocimiento de injusticias sociales, discriminacin, delitos ecolgicos, atropellos a los derechos de determinados grupos, destruccin de la calidad de vida, etc. (San Juan, 1996b, pg. 33). Coxciusix Zubiri (1986), reflexionando sobre la tcnica en tanto que mundo real en el que vive actualmente el hombre y que es creado por el hombre, nos hace ver la unidad radical que existe entre todo saber y todo hacer. Adems, como han mostrado los socilogos y los psiclogos del conocimiento y de la ciencia, ni la ciencia bsica est desprovista de intereses iniciales que le con- fieren una intencionalidad prctica e, incluso, una estructura y funcin ide- olgica, ni la ciencia elaborada inicialmente con una finalidad aplicada carece de elementos tericos y metodolgicos caractersticos de la investiga- cin bsica. En esta lnea, hace poco Fernndez Raada (1995) mostraba cmo la diversidad de motivaciones y de estilos cognitivos ha sido fructfera en el desarrollo de la ciencia; cmo preocupaciones de beneficio econmico inmediato han estimulado el desarrollo de invenciones tcnicas que despus han repercutido en la formacin de hiptesis y teoras fsicas importantes; y cmo desde slo aparentemente intereses intelectuales se han creado teoras conducentes al desarrollo de poderosas tecnologas. En definitiva, concluye Torregrosa (1996), la distincin entre investigacin bsica y aplicada es cada vez ms tenue. En consecuencia, y en contra de lo dicho hace pocos aos por Bickman (1981, pg. 25) de que la psicologa social bsica y aplicada son decididamente diferentes en cuanto a sus fines, mtodos, contexto y estilo, me parece evidente que teora y aplicacin son totalmente indisocia- bles en nuestra disciplina. Otra cuestin diferente es qu tipo de aplicacin psicosocial queremos. Porque la psicologa y la psicologa social han sido siempre, en mayor o menor medida, aplicadas. Y es que la aplicacin form parte constitutiva de la psicologa y de la psicologa social desde sus inicios, conformando uno de los elementos que la definen, la caracterizan y hasta la legitiman. Es ms, eso fue lo que hace ya ms de cien aos afirm Ladd, en 1894, en el primer discurso presidencial de la APA, y lo volvera a hacer Cattell al ao siguiente, y lo recordara de nuevo setenta aos ms tarde Miller: promover el bienestar humano, en su vertiente individual y social. Como escribe Stephenson (1990, pg. 398), est en la propia naturaleza de la psicologa social el ser aplicable. Y, a pesar de ello, yo tambin, como Brewster Smith (1983), echo de menos una psicologa social interesada en los problemas sociales, no tanto en el sentido tecnolgico de la ingeniera humana sino en el espritu emancipatorio de ayudar a la gente a afrontar la vida con ms garanta. 300 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XIX Psicologa social de la educacin Ixrioouccix Si se me permite, comenzar este captulo con una autocita: Si estamos de acuerdo en que la psicologa social debera estudiar cmo hemos llegado a ser lo que somos, cmo el mero organismo biol- gico que ramos al nacer se ha convertido en la persona que somos ahora, entonces los procesos educativos deberan constituir el corazn de la psicologa social, pues es la educacin en sentido amplio, que en gran medida coincide con el concepto de socializacin, la principal responsa- ble de ese cambio, siendo en las sociedades occidentales la educacin escolar una parte fundamental de esa socializacin. Y sin embargo, los psiclogos sociales se han ocupado poco de los temas educativos de tal forma que la psicologa social de la educacin surgi tardamente y lo hizo ms en el seno de la psicologa educativa que en el de la psicologa social, de tal forma que an hoy da sigue siendo, y tal vez ms an en nuestro pas, una subdisciplina minoritaria de la psicologa social (Ove- jero, 1996, pg. 318). Y si digo que la psicologa social de la educacin es una disciplina con pocos adeptos en nuestro pas, debera aadir a rengln seguido, si no deseo confundir al lector, que con ello me refiero exclusivamente al mbito acadmico universitario: son realmente escassimos los psiclogos sociales especialistas en el mbito educativo en nuestras Universidades. Sin embargo, el inters por este campo es mucho mayor entre los profesionales de la psicologa que trabajan diariamente a pie de can, en los diferentes centros educativos (Colegios de Primaria, Institutos de Secundaria y Bachi- llerato, Centros de Proteccin de Menores, Instituciones Penitenciarias, etc.), hasta el punto de que, contradiciendo aparentemente lo que antes dije, en todos los Congresos Nacionales de Psicologa Social habidos, desde el de Granada (1985) hasta el de Salamanca (1995), pasando por los de Alicante (1988), Santiago de Compostela (1990) y Sevilla (1993), hubo siempre una mesa dedicada especficamente a la Psicologa Social de la Educacin y siempre fue una de las ms concurridas tanto en nmero de asistentes como en cuanto al nmero de comunicaciones presentadas. Y es que el mbito educativo, con sus difciles y complicados problemas, es uno de los ms privilegiados lugares de encuentro entre los profesionales de la psicologa, que cada da constatan cmo los aspectos psicosociales son real- mente esenciales en esta problemtica, y los investigadores de la psicologa social, que analizan los problemas psicosociales, esencial y casi exclusiva- mente en nuestro pas, casi exclusivamente desde la Universidad. Pues bien, la aportacin que personalmente puedo hacer a este campo desde el rea de Psicologa Social de la Universidad de Oviedo y que, con ms o menos mrito y utilidad, vengo haciendo a travs de los trabajos que he publicado y de los cursos que he impartido a lo largo de los ltimos quince aos, intenta mostrar, en primer lugar, dos cosas: por una parte, que los problemas educativos son esencialmente psicosociales, y, por otra, que, en consecuencia, la aportacin de la psicologa social es absolutamente necesaria para solucionar tales problemas. Y en segundo lugar, he inten- tado tambin modestamente, proponer soluciones concretas, como es, especialmente, el aprendizaje cooperativo (Ovejero, 1990a) y la utilizacin del entrenamiento de las habilidades sociales. Psicoioca sociai \ isicoioca ioucariva: uxa sixniosis xicisaiia i ixixcusanii A lo largo de las ltimas dcadas y sobre todo desde 1963, estamos asis- tiendo a una progresiva aproximacin entre la psicologa de la educacin y la psicologa social. Y esa aproximacin se da en ambos lados: por una parte, tanto los psiclogos de la educacin como los psiclogos escolares van apropindose, con toda legitimidad, y es muy positivo que as sea, de un enfoque psicosocial propio de los psiclogos sociales; y por otra parte, los psiclogos sociales se estn preocupando cada vez ms, aunque de una manera an insuficiente, de los problemas educativos, aplicando sus teoras y sus conocimientos a resolver tales problemas. Y es que cada da est siendo ms evidente la necesidad de una perspectiva psicosocial en todos los terrenos de la psicologa, incluyendo el de la educacin, donde ha sur- gido tardamente, pero con fuerza, una psicologa social de la educacin prometedora, con una, cada vez ms nutrida, representacin en nuestro pas (vase, por ejemplo, Ovejero, 1986, 1988, 1990a, 1990b; Rebolloso, 1987; A. Guil y cols., 1992; R. Guil, 1997 ). Y es que, sin duda alguna, existen muchas y muy diferentes variables que, de diversas maneras, influ- yen en el proceso de enseanza/aprendizaje, determinando en cierta medida algunas de sus caractersticas; y de que entre tales variables desta- 302 Anastasio Ovejero Bernal can por su importancia no pocas claramente psicosociales como, por ejem- plo, los estilos de liderazgo del profesor, las relaciones profesor-alumno, el rol del profesor, los procesos de comunicacin verbal y no verbal en el aula, el clima grupal de la clase, caractersticas del grupo-clase como su tamao o su composicin, las normas grupales en la clase, etc., por no mencionar sino las ms relevantes. En definitiva, la perspectiva psicosocial resulta absolutamente necesaria e incluso imprescindible en educacin, porque, como ya hemos dicho, los fenmenos educativos son esencial- mente fenmenos psicosociales compuestos bsicamente de procesos psicosociales, en particular de dos clases: interpersonales y grupales. En efecto, la mayor parte de las cosas que ocurren en las situaciones y pro- cesos educativos, tanto escolares como no escolares, tienen que ver, directa o indirectamente, tanto con procesos interpersonales (interaccin profe- sor-alumno, interaccin alumno-alumno, interaccin padres-hijos, etc.) como con procesos grupales (tipo de grupo y de normas grupales, cohe- sin del grupo-clase o del grupo familiar, etc.), fenmenos ambos, en definitiva, eminentemente psicosociales (Ovejero, 1996, pg. 320). En consonancia con lo anterior, a nadie debera extraar que la psico- loga de la educacin haya ido incorporando paulatinamente un enfoque psicosocial, hasta el punto de que hoy da resulta impensable la existencia de psiclogos educativos, tanto cientfico-acadmicos como profesionales, que prescindan totalmente de tal perspectiva. Y, similarmente, aunque menos y ms tarde, tambin los psiclogos sociales fueron preocupndose de la problemtica educativa, sobre todo a lo largo de la dcada de los 60 (vase Getzels, 1969). Como escribe Sangrador (1985, pg. 143), con la llegada de los aos 60 comienza a notarse una mayor apertura de la psico- loga social al campo educativo, lo que, unido al inters ya manifestado anteriormente por los psiclogos educativos hacia las variables psicosocia- les de la educacin, da un definitivo impulso a las investigaciones en el campo, multiplicndose a partir de entonces las publicaciones. Piixciiaiis coxrixioos oi ia isicoioca sociai oi ia ioucacix Aunque, como ya hemos dicho, pocos aspectos de la actividad educa- tiva, por no decir ninguno, escapan a la necesidad de un enfoque psicoso- cial, sin embargo, por muy diversas razones algunos han sido ms investi- gados que otros, de tal forma que analizando los principales manuales de psicologa social de la educacin hemos encontrado que los tpicos ms estudiados en esta disciplina son los siguientes, por este orden: dinmica de grupos (cohesin, liderazgo, etc.); procesos de interaccin y comunicacin (interaccin profesor-alumno, expectativas del profesor, comunicacin ver- bal y no verbal, etc.); motivacin social; la escuela como organizacin; psi- cologa social del aprendizaje; roles escolares; actitudes y cambio de actitu- des; cambio organizacional; conformismo; atribuciones causales; aprendizaje cooperativo; y desegregacin. Psicologa social de la educacin 303 Por otra parte, una serie de lneas de investigacin jalonan la historia de la psicologa social de la educacin definindola de una forma muy con- creta, constituyendo autnticos hitos definitorios de la disciplina, entre los que me gustara destacar por orden cronolgico los cinco siguientes: 1) La sociometra de Moreno (1934), que posteriormente se aplic bsicamente al campo escolar, hasta el punto de que el test sociomtrico, que nos permite conocer tanto la estructura real del grupo-clase como la posicin de los alumnos dentro de ella, ha sido muy probablemente el ins- trumento de diagnstico ms utilizado en la escuela. 2) El estudio de los estilos de liderazgo del profesor y sus consecuen- cias: en 1939, Lewin, Lippitt y White hicieron una tipologa (liderazgo autoritario, democrtico y permisivo o laissez-faire) que an es la ms uti- lizada. 3) Estudios sobre la desegregacin escolar, que antecedieron y sucedie- ron a la entrada en vigor en los Estados Unidos de la llamada Ley Brown, que en 1954 obligaba a las escuelas norteamericanas a integrar en las mis- mas escuelas y las mismas aulas a los nios pertenecientes a diferentes gru- pos tnicos, principalmente a blancos y negros, totalmente segregados hasta aquel momento. El objetivo fundamental de esta ley, en cuya consecucin tanto hicieron las investigaciones de los psiclogos sociales, era la reduc- cin del prejuicio. 4) Los estudios clsicos de Rosenthal y Jacobson (1968) sobre las expectativas del profesor y sus efectos, libro que an hoy, en mi opinin, deberan leer todos los psiclogos educativos y escolares e incluso todos los profesionales de la educacin. El estudio de las expectativas interpersona- les, tema psicosocial donde los haya, resulta ser hoy da uno de los aspec- tos ms estudiados no slo por los psiclogos sociales, sino tambin por los psiclogos educativos, habiendo generado una cantidad verdaderamente ingente de investigacin y publicaciones (vase una revisin del tema en Rogers, 1987, as como en Ovejero, 1988, captulo 4). 5) Finalmente, durante los ltimos veinte aos estn alcanzando un enorme xito y sobre todo estn demostrando una altsima eficacia para resolver diferentes problemas educativos (tanto problemas de motivaciones, como de aprendizaje y rendimiento, o de integracin de nios y nias dife- rentes), las investigaciones sobre aprendizaje cooperativo (vase Ovejero, 1990a), que en cierta medida se basan en los estudios sobre la construccin social de la inteligencia (vase una revisin en Ovejero, 1990a, captulo 4). Ambas lneas de investigacin se basan en los mismos o parecidos supues- tos: la inteligencia, as como el aprendizaje, el rendimiento acadmico, la motivacin escolar, las actitudes interpersonales, las relaciones afectivas, etctera, son constructos sociales, o sea, es la interaccin social la que las va construyendo. Y como afirman Torregrosa y Jimnez Burillo (1991), la nocin de interaccin invita a mirar el comportamiento humano como algo distinto al mero resultado de resortes neurofisiolgicos o a la mecnica eje- cucin de las prescripciones normativas de roles institucionalizados. La 304 Anastasio Ovejero Bernal interaccin social no es slo un escenario en que todo ello ha de manifes- tarse, es igualmente, en su mismo discurrir, elemento constitutivo de la subjetividad individual y colectiva. Psicoioca sociai oi ia ioucacix \ iiacaso iscoiai No hace mucho, el pensador italiano Norberto Bobbio publicaba un libro con el ttulo de La izquierda y la derecha (1995), en que defenda la idea de que, a pesar de los mltiples cambios ocurridos en los ltimos aos, sigue teniendo sentido hablar de izquierda y derecha, y que el prin- cipal rasgo que las diferencia sigue siendo bsicamente el siguiente: la izquierda se preocupa principalmente de buscar la igualdad y la derecha de mantener la diferencia. Aplicado al mundo de la educacin ello significa que los enfoques educativos de izquierdas intentarn, ante todo, buscar una igualdad educativa y, por consiguiente, su principal objetivo ser la consecucin de una igualdad de oportunidades, aunque para ello haya que sacrificar, al menos en parte, la calidad de la enseanza, mientras que los enfoques educativos de derechas se preocuparn, fundamentalmente, por mantener las diferencias y privilegios, tambin en el campo educativo, y para ello se interesarn por la calidad de la enseanza, sacrificando la igual- dad educativa. Porque, nos guste o no nos guste, en un sistema de ense- anza de masas, como el nuestro, tras haberse generalizado la educacin obligatoria hasta al menos los diecisis aos a prcticamente la totalidad de la poblacin, la igualdad educativa y la calidad de la enseanza son dos parmetros difciles de reconciliar. Porque an hoy o tal vez ms hoy que nunca el principal problema de la educacin sigue siendo el fracaso esco- lar, pero con todas sus implicaciones (desplazamiento del sistema escolar y del sistema productivo, o al menos de sus ms altos niveles, as como de los privilegios consiguientes, etc.). La pregunta clave siempre fue: por qu fracasan en la escuela tantos nios pobres? Pregunta que hoy da hay que formular de otra manera, pero para preguntar lo mismo: por qu los hijos e hijas de la clase trabajadora siguen fracasando en la escuela, incluso cuando ya no son pobres? Las cosas aqu son ms complejas de lo que parece a primera vista, porque si antes era fcil responder a la pregunta de por qu fracasaban los nios pobres, diciendo que precisamente porque eran pobres, porque estaban peor alimentados, tenan ms enfermedades, peores viviendas, menos instrumentos de apoyo al estudio, etc., hoy da esa respuesta ya no sirve, porque, al menos en Espaa, la mayora desgracia- damente no todos de los hijos de la clase trabajadora ya no estn desnu- tridos ni su situacin econmica es tal que no puedan comprar libros, etc. Pero siguen siendo ellos quienes fracasan en la escuela. Aparentemente, la realidad est dando la razn a los genetistas como Burt, Jensen o Eysenck, que afirmaban que una prueba de que los pobres fracasan en la escuela porque su dotacin gentica es tambin pobre es que a pesar de los pro- fundos cambios que se estn produciendo en nuestra sociedad (aumento Psicologa social de la educacin 305 del nivel econmico de las clases trabajadoras, generalizacin y gratuidad de la enseanza hasta al menos los diecisis o los dieciocho aos, etc.), siguen mantenindose en gran medida las diferencias en rendimiento esco- lar entre las clases sociales. Pero no slo sacan peores notas, es que son menos inteligentes, al menos si entendemos por inteligencia lo que miden los test de inteligencia. Todo parece indicar, por tanto, que la realidad le da la razn a los genetistas cuando afirman que no es que los pobres sean ton- tos por ser pobres, es que son pobres porque son tontos, o sea, porque su CI es muy bajo y lo es genticamente. Y los datos siguen indicando que, efectivamente, el CI de los hijos de familias de clase baja sigue siendo ms bajo que el de los hijos de las clases ms altas (vase Ovejero y cols., 1993a, 1993b, 1993c, 1994). Sin embargo, para interpretar adecuadamente estos datos, es necesario conocer qu es eso que llamamos inteligencia y cmo se construye en el individuo y cmo la estamos midiendo, porque el fracaso escolar es un fenmeno claramente psicosocial, dado que son factores emi- nentemente psicosociales los que estn en su origen (un lenguaje pobre o, en todo caso, diferente sustancialmente al exigido en la escuela; una moti- vacin intrnseca muy limitada; unos niveles de aspiracin bajos; unos inte- reses muy alejados de los escolares; un pobre autoconcepto acadmico, etctera). Son estas variables psicosociales, y no los factores biolgicos o genticos, las autnticas responsables del fracaso escolar de los nios pobres. Es en el proceso de socializacin en la interaccin social, dentro de la familia, del barrio, etc., donde se van formando y construyendo ese len- guaje, esa motivacin, esos niveles de aspiracin, esos intereses o ese auto- concepto, que son, as, elementos claramente psicosociales que, por una parte, reflejan la inextricable relacin entre individuo y sociedad, y, por otra parte, son los verdaderos responsables del xito y fracaso sociales, pues no olvidemos que, como dice Torregrosa, la interaccin social es ele- mento constitutivo de la subjetividad individual y colectiva (vase Ovejero, 1990c, 1992, 1993a). Por consiguiente, para abordar adecuadamente toda la compleja problemtica de la educacin actual se hace imprescindible una perspectiva abiertamente crtica y emancipatoria (Ovejero, 1993b), para lo que sera muy til echar mano bien de la teora crtica, bien de cierto pen- samiento posmoderno (vase Ovejero, 1995b), complementando todo ello con el mtodo etnogrfico. Ticxicas ciuiaiis ai siivicio oii ioucaooi \ oii isicioco sociai oi ia ioucacix Todo trabajador social (educadores, expertos en marginacin social, animadores socioculturales, etc.) frecuentemente lleva a cabo su labor con grupos ms que con individuos aislados. De ah la necesidad de que, si quiere trabajar con eficacia, conozca bien los principios bsicos del funcio- namiento de los grupos humanos (cohesin grupal, liderazgo, etc.) y sea capaz de manejar adecuadamente diferentes tcnicas de grupo. En resu- 306 Anastasio Ovejero Bernal men, una comprensin de la Dinmica de Grupo y una buena utilizacin de las tcnicas grupales con toda seguridad haran al animador sociocultu- ral profesionalmente ms competente y en la prctica ms eficaz. Las tc- nicas grupales no hacen sino recoger los hallazgos realizados en la investiga- cin en Dinmica de Grupo. Son, por tanto, unas tcnicas cuya funcin principal es mejorar la prctica profesional de diferentes colectivos, entre ellos los animadores socioculturales. Pero no olvidemos que las tcnicas de grupo no son en s mismas ni buenas ni malas, sino que son unos simples instru- mentos que pueden ser bien o mal utilizados. Por consiguiente, debemos aprender a usarlos bien. Para ello ser imprescindible conocer bien los objeti- vos concretos de cada una de las tcnicas as como sus riesgos. Y en todo caso, para que la utilizacin de estas tcnicas sea realmente eficaz es necesaria la existencia de un clima cordial y democrtico en el grupo en el que se van a utilizar (vase un breve anlisis de estas tcnicas en Ovejero, 1995b). Entre las numerossimas tcnicas grupales existentes (vase Cirigliano y Valverde, 1966; Antunes, 1975; Antons, 1986, etc.) slo destacar, y con brevedad, dos: una de diagnstico, la tcnica sociomtrica, y otra de inter- vencin, el aprendizaje cooperativo: Tcnica sociomtrica: Con respecto a la aplicacin del test sociom- trico debemos decir que sta, as como la tabulacin de los resultados o la confeccin de la matriz sociomtrica y del sociograma, es una tarea senci- lla, aunque laboriosa. Sin embargo, la extensin de estas pginas no nos permiten recogerlo con la extensin mnima que exigira su comprensin (vase Ovejero, 1988, captulo 11 y, sobre todo, Arruga, 1974 para un buen desarrollo de esta tcnica as como para conocer la forma exacta de llevarla a cabo). En consecuencia, slo nos centraremos en algunos aspectos tiles e introductorios. Ante todo, hay que tener presente que para que esta tc- nica sea vlida y til, los sujetos deben conocer la finalidad que busca el educador con su administracin, lo que est muy relacionado con los crite- rios de eleccin (afectivo, popularidad, etc.). Adems, el test debe ser pre- sentado como algo sencillo y natural, evitando en todo caso cualquier clase de solemnidad que pudiera inducir a los sujetos a dar respuestas artificiales y, por consiguiente, poco fiables. Finalmente, debe considerarse una cues- tin central: el test sociomtrico slo puede administrarse cuando existe un grupo. Y un grupo no existe mientras no se den ciertas condiciones como la existencia de una estructura interna, de roles, metas, etc. Para que haya un grupo sus miembros deben conocerse e influirse recprocamente. Por consiguiente, no puede administrarse esta prueba en una clase recin for- mada, pues el conjunto de los alumnos requieren cierto tiempo, al menos un mes aproximadamente, para constituir un grupo. Otra consecuencia de lo anteriormente dicho es que este test pierde validez cuando el grupo se hace muy grande, puesto que disminuyen las interrelaciones entre los miembros del grupo y se hace ms difcil el conocerse y el influirse mutua- mente. Digamos que el tamao del grupo no debera pasar de 25 30 miembros, estando el nmero ideal entre 15 y 20. Psicologa social de la educacin 307 Aprendizaje cooperativo: bsicamente son tres las formas en que los seres humanos pueden interaccionar entre s: individual, competitiva y coo- perativamente. Pues bien, no debera extraarle a nadie que tales formas de interaccin no sean en absoluto neutras en cuanto a sus efectos en las posteriores relaciones humanas. As, mientras la interaccin individualista conlleva apata y egosmo, la competitiva acarrea hostilidad y agresividad, y la cooperativa amistad, ayuda y apoyo mutuo. En consecuencia, si tanto se insiste hoy da en la importancia de las relaciones humanas de amistad, ayuda mutua y apoyo social, incluso, a largo plazo, para la propia supervi- vencia de la especie humana, por qu no utilizar con ms frecuencia las tcnicas grupales cooperativas, que son las que ms fomentan ese tipo de relaciones? Como ya vimos, ya Sherif mostr claramente hace muchos aos cmo es el establecimiento de metas supragrupales compartidas las que, al obligar a los miembros de diferentes grupos a actuar cooperativamente, fomenta unas buenas relaciones interpersonales e intergrupales y hace dis- minuir drsticamente las tasas de agresividad interpersonal y de conductas violentas. Posteriormente, un discpulo de Kurt Lewin, Morton Deutsch, nos proporcion una clara estructuracin del tema, con definiciones preci- sas, concretas y claras. Pero sera ya casi en los aos 80 cuando, en los Estados Unidos, una serie de autores (Aronson, Johnson, Slavin, etc.) lle- varan a cabo un gigantesco trabajo de aplicacin de las tcnicas cooperati- vas al campo del aprendizaje escolar dando lugar a las llamadas tcnicas de aprendizaje cooperativo (vase Ovejero, 1990a), con cientos de investigacio- nes empricas que estn llegando a conclusiones claras, rotundas y alta- mente prometedoras, y que muestran la enorme eficacia de esta tcnica ya no slo para el aprendizaje (los alumnos que trabajan cooperativamente aprenden ms y aprenden mejor, alcanzan una ms alta motivacin intrn- seca, etc.), sino tambin para las relaciones interpersonales (aumenta la cohesin grupal y el apoyo social, se acepta mejor a los miembros de la minora, disminuyendo drsticamente la xenofobia y el rechazo a los dife- rentes, etc.). Coxciusix Aunque, como exige un captulo de estas caractersticas, no hemos pro- fundizado en absoluto en la temtica aqu abordada, sin embargo, creo que ha quedado clara la estrecha, necesaria y tremendamente til y fructfera relacin simbitica que existe entre el mbito educativo y la psicologa social. El primero se aprovechara eficazmente de las contribuciones de los psiclogos sociales mientras que la segunda ganara en relevancia social, ya que, como vimos, ha sido precisamente la ausencia de relevancia social una de las principales crticas que se han esgrimido contra la psicologa social, particularmente la experimental. Es ms, para poder entender el potencial implicado en la aplicacin de la psicologa social al desarrollo y la mejora de las actuales prcticas educativas, es esencial que la psicologa social de 308 Anastasio Ovejero Bernal la educacin se desarrolle por dos vas ntimamente relacionadas (Rogers y Kutnick, 1992b, pgs. 176-177): a) la primera de ellas se refiere al desarro- llo continuado de modelos cientficos sociales claros y de teoras relaciona- das con los aspectos ms relevantes de la conducta social humana, para ser aplicados a la solucin de los problemas sociales; y b) la segunda va, sin duda la ms importante, implica el desarrollo de buenos modelos de plani- ficacin de procesos sociales en el campo educativo, lo que nos liberar de ir rastreando en las teoras de la psicologa social y nos permitir disponer de una psicologa social especfica de la educacin. Tales modelos de plani- ficacin hay que desarrollarlos en colaboracin con los profesores e incluso con otros profesionales prximos al aula. Los modelos de planificacin proporcionarn a los profesores la forma de aplicar los frutos del estudio cientfico social dentro del contexto de sus preocupaciones cotidianas en el aula. Pues bien, uno de los mejores ejemplos de lo que acabamos de decir es justamente el aprendizaje cooperativo (vase Ovejero, 1990a, 1992, 1993a). Y es que, como subrayan nuevamente Rogers y Kutnick, los profe- sores tienen que ser capaces de adoptar y desarrollar mtodos de ense- anza dentro de un marco gua. Y la labor, imprescindible, de la psicologa social ser crear vas por las que el profesor pueda, a su vez, desarrollar su propia comprensin de la naturaleza de la vida del aula para, as, poder formular juicios ms sistemticos, sofisticados y eficaces sobre el curso de accin a seguir. Pero para conseguirlo deber tener en cuenta los profun- dos cambios que durante estos ltimos aos estn modificando radical- mente nuestra sociedad y adoptar las reflexiones y pensamientos que le ayuden a comprender tales cambios, as como su incidencia sobre cmo se forma la subjetividad y la identidad tanto personal como social (vase Gid- dens, 1995a, 1995b). Psicologa social de la educacin 309 This page intentionally left blank Cairuio XX Psicologa social de las organizaciones y del trabajo Ixrioouccix Como vemos, aqu vamos a hablar, aunque sin mucha profundidad, de dos temas que generalmente en la literatura psicolgica aparecen relaciona- dos entre s, pero que no tienen por qu. S debe estar asociado el trabajo con las organizaciones laborales y con la conducta organizacional en este mbito, pero existen muchas organizaciones que no son laborales (educati- vas, sanitarias, polticas, etc.) y, por tanto, existen muchas conductas orga- nizacionales que no son laborales. En todo caso, dado el carcter intrnse- camente social del ser humano, las organizaciones laborales o de cualquier tipo, desempean un papel central en la vida de hombres y mujeres. Sin duda, uno de los tipos de ordenamientos sociales que mayor esta- bilidad han proporcionado a la vida humana a lo largo de su historia, han sido, a mi modo de ver, la familia y las organizaciones modernas, pbli- cas y privadas. Los procesos de socializacin que ms profundamente han penetrado en las sociedades occidentales y que con mayor fuerza han moldeado y configurado en sus perfiles actuales, se han realizado a travs de estas instituciones... Las organizaciones modernas son, probablemente, el fenmeno social ms relevante de nuestro tiempo, de tal manera que todos los restantes fenmenos, sean del carcter que fueren (psicolgico, social, poltico, religioso, econmico) estn enmarcados y condicionados por la presencia de la organizacin (Rodrguez Fernndez, 1994, pg. 11). Las oicaxizacioxis \ ia coxoucra oicaxizacioxai OReilly (1991) conclua su revisin del campo de la conducta organi- zacional en el Annual Review of Psychology con estas pesimistas palabras: El campo de la conducta micro-organizacional est en un perodo bal- do. Sin embargo, pocos dudan de la enorme influencia que posee el contexto organizacional para la conducta tanto individual como grupal (Cappelli y Sherer, 1991; Wilpert, 1995; Mowday y Sutton, 1993). Pero debemos tener presente que, como afirma Denise S. Rousseau (1997, p- gina 516), en la ltima revisin sobre este tema del citado Annual, las organizaciones contemporneas estn cambiando, y con ellas est cam- biando tambin la conducta organizacional. Y est cambiando al menos en un sentido: las organizaciones se estn haciendo ms flexibles (Miles y Creed, 1995). Tambin est cambiando, al hilo de lo anterior, la investi- gacin sobre las organizaciones, hablndose ya en la revisin de Wilpert (1995) de la construccin social de las organizaciones. En este sentido, deca no hace mucho Toms Ibez (1994, pg. 131), que hace algunos aos que en el marco de las ciencias de las organizaciones se est plantean- do la cuestin de la emergencia de un nuevo paradigma que ayudara a constituir una nueva inteligibilidad de las organizaciones, paradigma que se estara fraguando de manera ms general, en el conjunto de las ciencias sociales. Y este nuevo paradigma se basa en que la idea de que hay cosas que estn ah y que el investigador lo que hace es encontrarlas e identificarlas aplicando con rigor un mtodo, no responde a la realidad, pues lo que nos ensea la historia de la ciencia es que el investigador construye aquello que est ah, y lo construye de una forma que dista mucho de la simple aplicacin de un mtodo. En este sentido, considera- mos al cientfico no como un descubridor, sino como un hacedor de mundos. Por otra parte, el estudio de las organizaciones es un campo privilegiado para adquirir conocimientos bsicos sobre la conducta social y profundizar en la com- prensin y anlisis de los complejos procesos psicosociales que en ellas se producen y no es, nicamente, un campo de aplicacin de unos cono- cimientos previamente adquiridos en otros mbitos de la investigacin psicosocial. Es claro que la investigacin bsica y aplicada que se desa- rrolle en este campo y la elaboracin terica que necesariamente ha de acompaar a una y otra han de dar tambin respuestas responsables, en la medida de sus posibilidades, a las demandas de aplicacin y de inter- vencin profesional que constantamente, y cada vez ms, las organiza- ciones, sus miembros y la sociedad, en general, plantean a los profesio- nales de la psicologa organizacional (Peir, 1990, pg. 15). Y el concepto ms central de la psicologa de las organizaciones es el de conducta organizacional, con lo que nos referimos tanto a las conductas de la organizacin como formacin social, como a la conducta de los indi- 312 Anastasio Ovejero Bernal viduos como miembros de la organizacin. En este ltimo sentido, debe- mos tener muy presente que cada organizacin con su estructura y clima propios, induce en sus miembros unos tipos de comportamiento muy con- cretos, de tal forma que, con frecuencia, la conducta de las personas se debe ms a las caractersticas de la organizacin a que pertenecen que a sus propios rasgos personales. De hecho, un mismo individuo tiende a comportarse de diferente manera en distintas organizaciones, dependiendo de la cultura de stas. Por otra parte, la organizacin es algo esencial- mente social donde los aspectos y comportamientos colectivos son alta- mente relevantes. As, por ejemplo, como nos recuerda Peir, aunque los comportamientos colectivos son ejecutados en su materialidad por indivi- duos, en su virtualidad son comportamientos de una organizacin. Cuando una Universidad firma un convenio con otra institucin, aunque lo firme una persona concreta, lo hace en funcin de su cargo y en nombre y representacin de la Universidad. Por ello, el compromiso lo adquiere la Universidad. Como se puede ver, el concepto de rol desempea un papel importante a la hora de explicar las relaciones entre lo individual y lo colectivo, en especial en el mbito de las organizaciones. Si entendemos que el rol es un conjunto de expectativas respecto de los comportamientos de una persona en funcin de la posicin que ocupa, es importante tam- bin conocer cmo se produce la adquisicin de roles y por ello, la sociali- zacin organizacional. Esa socializacin trata de aculturar al individuo en la cultura de la organizacin. La cultura es, pues, concluye Peir, un tercer concepto que contribuye a clarificar esa compleja relacin entre lo indivi- dual y las organizaciones como sistemas sociales colectivas. Veamos breve- mente estos tres conceptos (Peir, 1996, pgs. 172 y sigs.): a) Los roles: el rol es un modelo estructurado de conducta referido a una posicin, o sea, un conjunto de derechos, obligaciones y normas de conducta aprobadas para los individuos que estn en esa posicin. Queda, pues, de relieve la naturaleza social e interpersonal de los roles. En otras palabras, el concepto de rol es definido frecuentemente como el patrn de conductas esperadas de la persona que ocupa una determinada posicin en un sistema social. En el mbito de la psicologa de las organizaciones lo entendemos como el conjunto de expectativas sobre las conductas espera- das de la persona que ocupa una posicin en la organizacin, emitidas por las personas que se ven afectadas por su conducta e, incluso, por el propio ocupante, cuya funcin es prever, coordinar y facilitar la interaccin social reduciendo la gran incertidumbre que hay en la conducta organizacional. Ahora bien, esas expectativas no slo provienen de otros actores del sis- tema, sino tambin de la propia organizacin que est diseada precisa- mente como sistema de roles. Por esta razn, el rol constituye la unidad estructural ms bsica de una organizacin al tiempo que determina, en gran parte, las aportaciones, comportamientos y caractersticas que se pre- tenden en la persona en funcin del rol que ha de desempear (vase Peir, 1984). Estamos, pues, ante uno de los ms importantes mecanismos Psicologa social de las organizaciones y del trabajo 313 de que dispone cualquier organizacin para transformar las conductas de sus miembros en verdaderas conductas de la organizacin y as conseguir que con sus comportamientos esos miembros contribuyan a la consecucin de las metas organizacionales. b) La socializacin en la organizacin: Tanto los procesos de asuncin y acatamiento de rol como los de reconstruccin e innovacin forman parte de otros ms amplios de incor- poracin e integracin de las personas a las organizaciones que son cono- cidos como procesos de socializacin laboral. Estos son mecanismos bsi- cos que los sistemas colectivos emplean para integrar a los individuos. Esos procesos pueden contribuir a la configuracin y mantenimiento de un sistema social mediante la integracin de sus miembros, pero pueden llegar tambin a despersonalizar al individuo. Nos encontramos, pues, ante uno de los fenmenos centrales de la relacin entre lo individual y lo colectivo. Sorprendentemente, el ser humano slo lo puede llegar a ser de forma cabal a travs de su desarrollo como individuo en una matriz social. Slo siendo incorporado a una cultura puede llegar a ser yo mismo, sin embargo, un exceso de aculturacin puede impedir su indi- viduacin o puede reducirla (Peir, 1996, pg. 174). Como escribi nuestro Ortega y Gasset, en una cita que podramos considerar plenamente dentro del Interaccionismo Simblico: suele con error creerse que la psique humana se forma partiendo de un ncleo central en lo ms ntimo de cada persona que luego va engro- sando el volumen del alma hasta tocar la del prjimo y formar as la espi- ritualidad social. Tal suposicin impide la inteligencia de la psicologa pri- mitiva. La verdad es ms bien lo inverso. Lo que primero se forma de cada alma es su periferia, la pelcula que da a los dems, la persona o yo social. Se cree lo que creen los dems; se sienten emociones multitudina- rias. Es el grupo humano quien en rigor piensa y siente en cada sujeto (Ortega, 1962, vol. II, pg. 716). Los procesos de socializacin son, pues, los verdaderos constructos de la persona, del Yo. En consecuencia, se hace necesario incluir en el estudio del trabajo y de las organizaciones una perspectiva temporal ms amplia de lo que suele hacerse (Gracia, Ramos y Peir, 1996), sobre todo en algunos mbitos como, por no poner sino slo dos ejemplos, los efectos del desempleo de larga duracin o el estudio de la socializacin laboral y el desarrollo de la carrera. c) Cultura organizacional: Entendemos por cultura organizacional el sistema de creencias y asunciones de una organizacin que son compartidas por sus miembros y fundamentan las interpretaciones de lo que ocurre en ella y de otros fenmenos relevantes. Adems, inspira y orienta los comportamientos en ese contexto. Con frecuencia, las asunciones bsicas son implcitas y pasan desapercibidas para los miembros de la propia cultura, aunque 314 Anastasio Ovejero Bernal resultan ser un regulador potente de los comportamientos (Peir, 1996, pg. 176). La importancia del tema parece hacernos esperar un mayor nfasis en estos temas para el futuro, aunque sin olvidar otros como la tecnologa o la ideologa (Triandis, Dunette y Hough, 1994). Un elemento crucial de una buena parte de la cultura organizacional es, por tanto, su carcter implcito y, con frecuencia, no consciente que hace que las interpretacio- nes que arrancan de ella y se radican en ella nos parezcan algo normal y natural. Pero lo importante, como seala Peir, es que estas creencias estn compartidas por los miembros de una determinada colectividad, en este caso, la organizacin. Por eso, se hace necesario sealar que la cultura organizacional es un fenmeno sociocognitivo y socioafectivo. Se trata de asunciones o creencias de las personas, de los miembros de la organiza- cin, y lo que las convierte en cultura es su carcter compartido. Es otras palabras, estn asumidas de forma colectiva (vase una ampliacin del tema de la cultura en la organizacin en Rodrguez Fernndez, 1993). Tiana;o \ ixiiio Hoy da el trabajo es algo crucial en el ser humano y en su definicin. Ante la mentalidad moderna industrial, el trabajo aparece como un fenmeno pancultural y un factor clave de la experiencia humana. No slo como un simple medio econmico de satisfacer necesidades materia- les, sino tambin como patrn regulador del intercambio de bienes y servicios, contexto fundamental de las relaciones sociales e interpersona- les y eje vertebrador de la vida de las gentes y de los pueblos, de las ciu- dades y de las naciones. Constituye tambin un principio bsico de la organizacin del espacio-tiempo antropolgicos (desde la planificacin de los territorios locales y de las redes globales de la informacin y la comu- nicacin hasta la del ciclo vital de los individuos y del tiempo cotidiano de las comunidades) y, en definitiva, un soporte bsico del orden moral, econmico, social, jurdico, poltico y cultural (Blanch, 1996, pg. 86). El trabajo, pues, es circunstancia vital de primera clase (Rodrguez Fer- nndez, 1990), ya que es factor consustancial a la existencia mundana e inherente a la misma naturaleza de los seres humanos (Marx, 1844). Como dicen los sindicalistas Daz y Liceras (1996, pg. 56), tener empleo no es slo un trabajo y un salario; es tener un lugar en la sociedad. Y es que el trabajo constituye un valor no slo instrumental (ganarse la vida), sino tambin expresivo (autorrealizacin, satisfaccin personal, etc.). Por consi- guiente, un fenmeno de tal entidad no podra pasar desapercibido para la psicologa social. Sin embargo, no es de extraar el significado negativo que a menudo an tiene el trmino trabajo, ya que en su acepcin primigenia remite a Psicologa social de las organizaciones y del trabajo 315 un instrumento de tres palos (tripalium) a los que se ata al condenado a un castigo corporal, sobre el que se ejecutaba la accin de torturar (tri- paliare). En este sentido, trabajar connota esfuerzo, fatiga, agobio, humi- llacin, tormento y coercin. No olvidemos que el captulo III del Gne- sis alude a lo que el trabajo conlleva de castigo por el pecado: Comers el pan con el sudor de tu frente. Sin embargo, como afirma Blanch (1996), en el marco de la cosmovisin moderna, se tiende a subrayar su relacin con la utilidad, el valor, la organizacin social o el desarrollo humano. Ms en concreto, Peir (1989, pg. 163) lo describe como el conjunto de actividades humanas, retribuidas o no, de carcter productivo y crea- tivo que, mediante el uso de tcnicas, instrumentos, materias o informa- ciones disponibles, permite obtener, producir o prestar ciertos bienes, productos o servicios. En dicha actividad, la persona aporta energas, habilidades, conocimientos y otros diversos recursos y obtiene algn tipo de compensacin material, psicolgica y/o social. En cambio, el trmino empleo, que proviene del latino implicare (comprometer a alguien en algo) constituye una forma particular, sociohistricamente determinada, de trabajo, caracterizada por una relacin jurdico-contractual, de carc- ter voluntario entre dos partes: la contratada, que vende su tiempo, esfuerzo, habilidades y rendimientos de trabajo, y la contratante, que los compra, generalmente mediante dinero y ocasionalmente a cambio de bienes y/o servicios. Como vemos, pues, el empleo reduce el trabajo al estatuto de mero valor de cambio y, en ltima instancia, de mercanca. En todo caso, la literatura especializada aporta significativos elementos de confusin conceptual y terminolgica entre trabajo y empleo en sus diver- sas traducciones (vase Blanch, 1990). El equipo MOW (1987) realiz una importante investigacin transcultu- ral, de diseo transversal, sobre lo que significa trabajar en rgimen de empleo remunerado, destacando que lo ms deseable de un trabajo era, por orden de importancia, el inters de la tarea, la buena paga, la capacidad de autonoma, el ambiente laboral, la seguridad e higiene, la adecuacin del puesto de trabajo a las propias competencias, las oportunidades de apren- der, la variedad, el horario, el entorno fsico y las oportunidades de promo- cin, confirmando la hiptesis de que en los altos niveles de cualificacin profesional y de categora de puesto predominan las funciones expresivas del trabajar, mientras que, en el otro extremo, destacan las instrumentales. De hecho, se dice con frecuencia que a los trabajadores sin cualificar lo que ms les motiva es el dinero, mientras que a los de alta cualificacin (inge- nieros o psiclogos, por ejemplo), les motivan ms otras cosas, como la pro- pia autorrealizacin. Personalmente, no creo que unos y otros estn hechos de diferente barro. Ocurre sencillamente que los segundos ya tienen resuel- tas las necesidades bsicas (comida, vestido, vivienda, etc.), mientras que los primeros an no. 316 Anastasio Ovejero Bernal Tiana;o \ oisixiiio Si el trabajo cumple importantes funciones para el individuo, tanto instrumentales como expresivas, por fuerza la falta de trabajo tendr serias consecuencias. De ah que la investigacin psicosocial sobre este tema haya alcanzado sus mayores desarrollos durante los perodos de crisis econmica, en los que las altas tasas de desempleo han dado lugar a una creciente preocupacin por sus consecuencias sociales y psicolgi- cas, como ocurri ya en los aos 30. La disfuncionalidad psicosocial del desempleo cobra significado y sentido a la luz precisamente de las fun- ciones psicosociales del empleo en el sistema industrial. De hecho, desempea una funcin manifiesta de carcter instrumental, en tanto que medio de ganarse la vida, al tiempo que cumple otra serie de funciones latentes que posibilitan la adaptacin de las personas empleadas al prin- cipio de realidad de la sociedad industrial (estructuracin del tiempo cotidiano, regulacin de contactos sociales, imposicin de metas tran- sindividuales, contextos para la socializacin secundaria y asignacin de los roles, estatus e identidad). Segn M. Jahoda, durante los aos 30 fue precisamente la deprivacin de las categoras de experiencia asociadas a esas funciones latentes lo que determin la cascada de consecuencias dis- funcionales caractersticas de la experiencia psicosocial del desempleo. Y lo mismo volvi a ocurrir tras la fuerte crisis econmica de 1973: el des- empleo volvi a convertirse en uno de los mayores problemas sociales a los que deben enfrentarse los pases industrializados. La persistencia de altas tasas de desempleo, incluso en perodos de reactivacin econmica, ha hecho que la falta de puestos de trabajo comience a ser percibida como un problema estructural, ya no meramente coyuntural, de las economas occidentales cuya solucin no parece vislumbrarse de momento. El des- empleo actual es sustancialmente diferente del conocido en otras pocas, ya que no es fruto nicamente de las crisis econmicas, sino tambin del fuerte impacto que la revolucin tecnolgica est teniendo en la estructura del mercado de trabajo. De ah que la recuperacin de la economa haya dejado de ser una garanta para la consecucin del pleno empleo. Pues bien, en este marco, tambin la psicologa social puede contribuir de una forma importante a la solucin si no del desempleo, que tambin puede hacer algo, s a la solucin de sus consecuencias ms negativas (lvaro, 1992, 1996; lvaro y Fraser, 1994; lvaro y Marsh, 1993; Blanch, 1990; Peir y cols., 1993; Torregrosa, Bergere y lvaro, 1989; etc.), entre las que destaca el deterioro psicolgico de las personas sin trabajo. As, ya las investigaciones realizadas durante la dcada de los aos 30 pusieron de manifiesto el fuerte impacto negativo que tuvo el desempleo sobre la salud mental de las personas que lo experimentaron. En concreto, la con- clusin a la que llegaron Eisenberg y Lazarsfeld (1938), en la citada revi- sin, era que el desempleo hace a la persona ms inestable emocional- mente. Y los estudios actuales, a pesar de que la situacin objetiva de los Psicologa social de las organizaciones y del trabajo 317 desempleados ha cambiado sustancialmente desde entonces, llegan a la misma conclusin: la experiencia del desempleo va asociada a un deterioro significa- tivo del bienestar psicolgico (vase, por ejemplo, Garrido, 1992; lvaro, Torregrosa y Garrido, 1992). Tanto en el caso de los trabajadores adultos como en el de los jvenes, las personas desempleadas presentan, cuando se las compara con personas que tienen un empleo, menor grado de bienestar psi- colgico general, mayor nivel de sentimiento depresivo, mayor ansiedad, menor grado de satisfaccin con la vida y menor nivel de autoestima. Ahora bien, cmo podemos explicar los efectos psicosociales negati- vos del desempleo? Un primer modelo fue el de Marie Jahoda (1987), que concibe el desempleo como una situacin de privacin de las catego- ras de experiencia bsicas proporcionadas por el empleo, ya que ste no slo cumple la funcin de proporcionar a la persona unos recursos eco- nmicos sino que, como ya vimos, cumple tambin una serie de funcio- nes latentes como imponer una estructura temporal a los das, proporcio- nar la oportunidad de nuevas relaciones personales, definir su estatus y su identidad, etc., que satisfacen necesidades humanas bsicas. La falta de un puesto de trabajo supone, pues, tanto una privacin econmica, derivada de la reduccin de ingresos asociada a la prdida del salario, como una privacin psicolgica, derivada de la imposibilidad de acceder a las categoras de experiencia anteriormente mencionadas. El deterioro psicolgico de los desempleados vendra explicado no slo por la prdida de las consecuencias manifiestas del empleo, sino tambin, y fundamen- talmente, por la desaparicin de las categoras de experiencia impuestas por sus funciones latentes. En la medida en que dichas categoras de experiencia se han convertido en necesidades psicolgicas en el mundo moderno, la carencia de las mismas desembocar en un deterioro de la salud mental de los desempleados, a no ser que stos encuentren alguna forma alternativa de satisfacerlas. Ah es donde debera intervenir el psi- clogo social, por ejemplo, ayudando a los parados a hacer atribuciones causales correctas, a tener actitudes adecuadas, etc. As, se ha observado que a medida que aumenta el perodo de desempleo, ms se reducen las probabilidades de xito en el mercado de trabajo, ya que disminuyen las expectativas de encontrar trabajo, se desarrolla una actitud ms negativa hacia la bsqueda de empleo y se reduce la intensidad con la que se busca un puesto de trabajo. Y sin duda, la mejor terapia contra los efectos negativos del desempleo consiste en encontrar trabajo. Pues bien, aunque es evidente que la pro- babilidad de xito en el mercado de trabajo est determinada, fundamen- talmente, por factores socioestructurales y econmicos, la investigacin psi- cosocial sobre el desempleo ha puesto de manifiesto que determinadas variables individuales podran aumentar o disminuir las dificultades para encontrar un empleo (lvaro, 1996, pg. 147). Como nos recuerda Blanch (1990), la probabilidad de que una persona encuentre trabajo depende, por supuesto, de las oportunidades objetivas del medio en el que se des- envuelve, pero tambin de la disponibilidad para el empleo, la necesidad 318 Anastasio Ovejero Bernal de encontrar un trabajo, la intensidad con la que se busca y el nivel de competencia personal, lo que implica la pertinencia que podran tener intervenciones encaminadas a aumentar el grado de competencia de la per- sona para desenvolverse en el mercado de trabajo. En conclusin, los resultados de la investigacin psicosocial sobre el desempleo muestran la conveniencia de que en este diseo interventivo se contemple la integracin de medidas de carcter psicolgico, dirigidas a amortiguar el impacto del desempleo y a aumentar la competencia de la persona dentro del mercado laboral, con medidas de carcter poltico y social, encaminadas a posibilitar la (re)incorporacin al mundo laboral (lvaro, 1996, pg. 147). Ei riana;o ix ii acruai xuxoo iosrixousriiai \ iosxooiixo Como escribe Tofler (1983, pg. 45): nuestras comunes imgenes del trabajo estn anticuadas. Nos retrotraen a Adam Smith y Karl Marx, a la divisin del trabajo y a la alienacin. Ms recientemente, nos llevan de nuevo a C. W. Mills y a la naturaleza de la oficina. El hecho es que an tendemos a pensar en el trabajo principal- mente en trminos de Los Tiempos Modernos de Ch. Chaplin o en el A nous la libert de R. Clair. Todas esas imgenes y crticas fueron, en un tiempo, exactas. Pero se aplican al industrialismo tradicional y no al nuevo sistema que se est desarrollando hoy con rapidez. La poca actual est viviendo cambios importantes tanto a nivel de estilo de vida y actitudes de los trabajadores, como del trabajo mismo, como nos ha mostrado, entre otros, Daniel Bell. Las tecnologas de la informacin y la comunicacin estn transfor- mando profundamente numerosos aspectos de la vida econmica y social, como los mtodos y las relaciones de trabajo, la organizacin de las empresas, los objetivos de la educacin y la formacin y el modo en que las personas se comunican entre s. Asimismo, estn produciendo impor- tantes incrementos en la productividad industrial y en la calidad y rendi- miento de los servicios. En definitiva, asistimos al nacimiento de una nueva sociedad de la informacin, donde la gestin, la calidad y la veloci- dad de la informacin se convierten en factor clave de la competitividad (CEE, 1994, pg. 114). Y es que estamos en una sociedad postindustrial (Touraine, 1969; Bell, 1973; Nelson, 1995), que ha recibido las etiquetas ms variopintas, como las de tecnotrnica (Brzerinski, 1975), computizada (Bell, 1980), informati- zada (Nora y Minc, 1980), cibersociedad (Jones, 1994), etc. Este macro- proceso, como nos recuerda Blanch, ha sido presentado en un reciente informe al Club de Roma con el trmino de la Primera Revolucin Mun- Psicologa social de las organizaciones y del trabajo 319 dial, puesto que nos encontramos en las primeras fases de la formacin de un nuevo tipo de sociedad mundial, que ser tan diferente de la actual como lo era la del mundo anunciado por la Revolucin Industrial con respecto a la sociedad del largo perodo agrario que la precedi (King y Schneider, 1991, pg. 17). Todo lo anterior conlleva nuevos empleos y, por tanto, tambin exige nuevas formas de educacin y de orientacin profesional, dado que, aa- den King y Schneider, al final de lo que ellos llaman la Gran Transicin, habr ocurrido que el empleo, el estilo de vida y las perspectivas tanto materiales como de otro tipo sern para todos los habitantes muy diferen- tes de lo que son hoy. As, habr mucho ms tiempo libre (a causa de la reduccin del tiempo de trabajo, el mayor desempleo, etc.), lo que la escuela debe tener muy en cuenta, de forma que, por una parte, prepare a los alumnos tanto para el trabajo como, tambin, para el tiempo libre, y, por otra, forme profesionales para las nuevas profesiones del tiempo libre (animacin sociocultural, etc.). Todo ello supondr un cambio radical en nuestras vidas cotidianas y en nuestras formas de pensar, dado que, como escribe Barel (1984, pg. 21), todo nuestro orden social, cultural y moral est construido sobre la nocin de trabajo, en una coyuntura en que el no trabajo desempea ya un papel importante y, al parecer, destinado a crecer en el futuro. En suma, ante la crisis del empleo como panacea universal, ese compromiso de asistencia activa a la gestacin y alumbramiento de ins- tituciones socioculturales nuevas e innovadoras es uno de los retos decisi- vos que debe afrontar una psicologa social aplicada a la promocin de la calidad de vida humana, en los primeros compases del tercer milenio (Blanch, 1996, pg. 113). Coxciusix Estamos, pues, ante dos instancias absolutamente centrales en la vida actual del ser humano. Ni me imagino siquiera la vida de nadie al mar- gen de algunas de las organizaciones (escuela, empresa, partido poltico, sindicato, club deportivo, etc.) y de los roles que desempea dentro de tales organizaciones, hasta el punto de que con frecuencia, por no decir siempre, es el rol desempeado lo que define a la persona, ms que las caractersticas individuales que posea, si fuera posible separar stas de los roles que se desempean. Y dentro de tales organizaciones, las labo- rales tienen un protagonismo de primer orden, en una sociedad como la nuestra donde la profesin y la suficiencia econmica son mucho ms de lo que parecen, hasta convertirse en el eje vertebrador de la vida de los ciudadanos y hasta de su propia identidad. En consecuencia, como dice Torregrosa (1994, pg. 84), habr que conferirle al trabajo un peso fun- damental en la actualizacin de la identidad de las personas. Todos los seres humanos tienen una necesidad casi antropolgica de desarrollar una actividad con significado, que est sometida a unos cnones de equi- 320 Anastasio Ovejero Bernal dad y que disponga de un mnimo de autonoma. De ah los gravsimos problemas psicosociales que est produciendo un fenmeno, desgracia- damente tan extendido, como es el desempleo, fenmeno del que se dice hoy da que no es meramente coyuntural sino estructural. Dicho en otros trminos, que siempre nos acompaar y que nada podemos hacer por remediarlo. No ser que est desempeando un importante papel pol- tico-econmico tanto el propio desempleo como el convencimiento de su estructuralidad y de nuestra indefensin ante l? Intentar averiguarlo debera ser una de las misiones de la psicologa del trabajo y de las orga- nizaciones, pues estoy de acuerdo con Torregrosa (1994, pg. 79) en que la psicologa de las organizaciones, como cualquier otra ciencia social, lo que debe hacer es poner de manifiesto y profundizar en el entendi- miento y comprensin de la problematicidad de los asuntos humanos. Y aqu hay, a mi modo de ver, mucho camino que recorrer. Tambin la psicologa del trabajo y de las organizaciones debera ser un instrumento de emancipacin y no de todo lo contrario, como en ms de una ocasin ocurre. En todo caso, la aportacin de la psicologa social no debera quedarse en una reiterada constatacin emprica de los efectos negativos del desempleo, sino que ese conocimiento debera sentar las bases de un diseo interventivo orientado a minimizar las consecuencias derivadas de la actual situacin econmica (lvaro, 1992, pg. 153). Psicologa social de las organizaciones y del trabajo 321 This page intentionally left blank Cairuio XXI Psicologa poltica Ixrioouccix Los psiclogos han hecho psicologa poltica con ms frecuencia de la que se suele reconocer, aunque a menudo iba oculta tras un falso discurso cientfico polticamente asptico y libre de valores. Los ejemplos de ello son numerosos (Jimnez Burillo, 1996a, pg. 220): uno de los ms conoci- dos es el bochornoso programa de investigacin que se ha llamado el racismo de la psicologa. Los nombres son bien conocidos: Galton, Pear- son, McDougall, Terman, etc., cientficos puros ellos, defensores de la esterilizacin de los inferiores unos, enemigos acrrimos de los progra- mas compensatorios todos. Su tarea no ha sido estril, pues su ideolgico empeo ha tenido continuadores como Jensen o Eysenck, o, ms reciente- mente, Murray y Herrstein, autores ambos del best-seller The bell curve: Intelligence and class structure in American life (1984) (vase una intere- sante crtica a este libro en G. de la Dehesa, 1995). En el otro lado del espectro poltico tampoco faltaron manipulaciones poltico-psicolgico-ideo- lgicas. As, en 1949 Stalin lanz su plan de Transformacin de la Natu- raleza, en cuya consecucin operaban las doctrinas lamarckianas de Michurin y Lysenko, aprobadas por el Comit Central del PCUS. Segn esta doctrina, las modificaciones ambientales se transmiten de padres a hijos dando como resultado final la creacin del hombre nuevo. Es en este ambiente, concluye Jimnez Burillo, donde eminentes psiclogos soviticos como Teplov, Rubinstein, etc., representaron deprimentes papeles exal- tando o denostando, segn las directrices del Comit Central, las ideas de Pavlov en cuanto a la reduccin, o no, de la psicologa a la fisiologa, entre otros asuntos. Es ms, casi siempre la psicologa ha estado al servicio del poder, sobre todo del industrial y del militar, con lo que casi siempre la psicologa, y ms an si cabe la psicologa social, ha sido psicologa pol- tica. Sin embargo, la psicologa poltica, reconocida explcita, pblica e institucionalmente como tal, es relativamente reciente y ms an en nues- tro pas. As, los textos de Psicologa Poltica en castellano son pocos y recientes. En efecto, aunque el que tal vez sea el primero no tiene mucho ms de veinticinco aos (AAVV, 1971), sin embargo es en los 80 cuando comienzan a aparecer diferentes textos sobre el tema (Jimnez Burillo, 1983, Rodrguez Gonzlez y Seoane, 1988; Montero, 1986, 1987), exis- tiendo ya una disciplina en pleno desarrollo en los 90 (Sabucedo, 1996a, 1996b; Sabucedo y Rodrguez, 1997; Jimnez Burillo, 1996b; Seoane y Garzn, 1996; etc.). Disaiioiio uisriico A nivel histrico, podemos convencionalmente distinguir una larga etapa de antecedentes (Platn, Aristteles, Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, etc- tera), y tres perodos, ya en nuestro siglo, una vez institucionalizadas como disciplinas autnomas la Psicologa y la Poltica (Jimnez Burillo, 1996a, pgs. 221 y sigs.): a) Primer perodo (1900-1945): probablemente haya sido el francs Gustavo Le Bon el primero en publicar un libro con el explcito ttulo de Psicologa Poltica (Le Bon, 1910). De ideologa prefascista, este autor acept las ideas racistas de Gabineau e influy marcadamente en las doc- trinas de Hitler y Mussolini, sobre todo a travs de su famosa obra La Psi- cologa de las multitudes (vase Ovejero, 1997a). En concreto, Le Bon (1910, pg. 3) defini la Psicologa Poltica como el conocimiento de los medios que permiten gobernar de manera til a los pueblos. Y en Estados Unidos debemos destacar a Harold Dwight Lasswell, nada menos que el fundador de la Psicologa Poltica a juicio de Stone (1981). De la ingente obra de Lasswell destaca el libro que public en 1930, Psicopatologa y pol- tica (1960), que, a juicio de Jimnez Burillo, contiene tan poca psicopato- loga como poltica, ya que, en rigor, es un texto sobre psicologa de los polticos: mediante entrevistas a personas dedicadas a la poltica, intenta Lasswell describir cmo determinadas experiencias en el desarrollo, espe- cialmente en la infancia, son decisivas en la conducta poltica que se realiza en la edad madura. En consecuencia, la biografa de los polticos es algo crucial para el estudio de la poltica, aportando comprensin al tradicional anlisis de las instituciones y sistemas polticos. Si en este libro defiende Lasswell que la conducta pblica de los lderes polticos ha de verse siem- pre como racionalizacin de motivos privados, en una obra posterior (Lasswell, 1948) sostiene que los polticos tratan de compensar con su acti- vidad un inconsciente sentimiento de inferioridad originado en traumticas experiencias infantiles. As, su carrera poltica no es otra cosa que pura racionalizacin, en trminos de bien pblico, de profundos motivos pri- 324 Anastasio Ovejero Bernal vados. Los polticos, pues, seran personas infantiloides con una perpetua e insaciable necesidad de reconocimiento social. b) Segundo perodo (1946-1977): aunque los aos 40 y 50 en Estados Unidos fueron ambientalistas en la explicacin del comportamiento, la psicologa prcticamente ignor los temas polticos, probablemente como una de las consecuencias de la guerra fra. Sin embargo, si tuviramos que destacar algunos temas en este perodo seran, indiscutiblemente, el de la relacin entre la participacin poltica y el comportamiento de voto, por una parte, y la personalidad autoritaria, por otra. Como de este segundo tema ya hemos hablado, nos detendremos brevemente en el primero. En efecto, aunque ya desde los aos 30 y 40 existan estudios sobre la con- ducta de voto, es en las dcadas siguientes cuando se consagran dos famo- ssimas escuelas de anlisis de la conducta electoral: por una parte, el Grupo de Columbia (Lazarsfeld, Berelson, etc.), autores del clsico The Peoples Choice (1948), para quienes son las variables demogrficas y socio- lgicas (estatus social, religin, lugar de residencia, etc.) las decisivas a la hora de predecir el voto de los ciudadanos, y, por otra, la Escuela de Michigan (Campbell, Converse, Miller, Stokes, etc.), que publicaron tam- bin un libro no menos famoso que el anterior, The American Voter (1960), en el que, despus de criticar al Grupo de Columbia, introdujeron varia- bles psicolgicas en su explicacin de las preferencias electorales, funda- mentalmente estas tres: las actitudes polticas, la identificacin con los par- tidos y los sentimientos de eficacia poltica. Este perodo contempla dos hechos importantes que reflejan el desarrollo innegable de esta disciplina: en 1968 la Asociacin Americana de Ciencia Poltica ofrece ya la Psicolo- ga Poltica como categora profesional a sus miembros, y cinco aos des- pus aparece el que es considerado como el primer manual de psicologa poltica: el de Knutson (1973). c) Tercer perodo (1978-1998): todo lo anterior culmina, a finales de la dcada (de los 70), en unos acontecimientos decisivos para la disciplina, que as inicia una nueva etapa en su desarrollo: su consolidacin como especialidad acadmica independiente (Jimnez Burillo, 1996a, pgi- na 230) (vanse recientes anlisis de la disciplina en Kressel, 1993; Iyengar y McGuire, 1993; y Sabucedo, 1996a). El primero es la fundacin, en enero de 1978, de la Sociedad Internacional de Psicologa Poltica (ISPP), con Jeanne Knutson como presidenta y Lasswell como presidente honor- fico. Y el segundo es la fundacin de la revista Political Psychology rgano oficial de expresin de la sociedad (actualmente existen diferentes revistas en este campo, incluso en nuestro pas tenemos una, Psicologa Poltica, editada en Valencia por la profesora Adela Garzn). Psicologa poltica 325 Psicoioca Poirica: oiiixicix \ axniros oi ixvisricacix Pero qu es realmente la Psicologa Poltica? A pesar de que, como suele ocurrir en tantos otros casos, no resulta fcil definir intencionalmente esta disciplina, algunos autores s lo han intentado. As, por no mencionar sino slo dos, para Deutsch (1983, pg. 240), la Psicologa Poltica tiene por objeto el estudio de la interaccin de los procesos polticos y psicol- gicos, mientras que para Iyengard (1993, pg. 3), la Psicologa Poltica es un campo de investigacin en la interseccin de la Ciencia Poltica y la Psi- cologa. En cuanto a los mbitos de actuacin y/o investigacin, no resulta fcil mencionarlos todos, mxime cuando la disciplina est en creciente expansin, lo que viene agravado por el hecho de que todo es poltica. Sin embargo, podemos aclarar algo las cosas si tenemos en cuenta la dis- tincin que haca Martn Bar (1991) entre estas tres posibles formas de entender el comportamiento poltico: a) El comportamiento poltico es todo aquel que se realiza dentro del Estado, pudiendo ser sus protagonis- tas tanto los individuos como organizaciones de diferente tipo. Todas las conductas, pues, seran polticas; b) podramos tambin entender la con- ducta poltica como aquella en la que de alguna manera interviene el poder. Segn este enfoque, tambin seran polticos todos los comporta- mientos, dado que el poder es ubcuo (Ibez, 1982b) y dado que, como dice el propio Martn Bar, todo comportamiento interpersonal o intergru- pal supone algn grado de poder, por mnimo que sea; y c) por ltimo, segn esta tercera forma de entender el comportamiento poltico, sera poltica toda conducta que tuviese algn efecto significativo sobre el sis- tema social, bien para mantenerlo bien para cambiarlo. Pero esto tiene un problema, como bien seala Sabucedo: no seran polticos los comporta- mientos que fracasaran en su intento de influir en el orden social. En con- secuencia, tambin a m, como a Sabucedo, me parece importante no tanto influir en el sistema como actuar con la intencin de influir en l. Por tanto, como vemos, no resulta fcil definir qu es la Psicologa Poltica. S resulta ms fcil y, a mi modo de ver, ms interesante, analizar qu hacen quienes se autodefinen como psiclogos polticos, cules son sus lneas de investigacin as como sus campos de actuacin. Pues bien, de la docena de manuales de Psicologa Poltica publicados durante los ltimos veinte aos podemos extraer estos temas: personalidad y poltica, socializa- cin poltica, anomia y alienacin, participacin poltica, violencia y revolu- cin, poltica internacional, psicohistoria y el holocausto, ambientes ntimos y conducta poltica, significados del poder negro, ideologa poltica, voto y opinin pblica, afecto y juicio poltico, etc. Y a todo ello habra que aa- dir que probablemente el futuro prximo contemple algunos cambios importantes como consecuencia de las profundas transformaciones sociales que se estn produciendo en los ltimos aos, que estn llevando a una sociedad postindustrial y posmoderna, lo que parece estar produciendo una fuerte crisis de la democracia (vase Beyme, 1994; Hollinger, 1994). 326 Anastasio Ovejero Bernal Por su parte, Deutsch (1983) examin los contenidos de diversos congresos de la Sociedad Internacional de Psicologa Poltica, as como de la revista que edita esta sociedad, Political Psychology, y de diversos manuales, encontrando que los temas ms estudiados eran los siguientes: 1) El individuo como actor poltico: aqu se incluiran una serie de temas que tienen como denominador comn interesarse por los determi- nantes y consecuencias del comportamiento poltico individual (socializa- cin poltica, participacin poltica, comportamiento electoral, influencia de los medios de comunicacin, etc.). 2) Movimientos polticos: en este caso la unidad de anlisis ya no es el individuo sino el grupo, ms en concreto aquellas asociaciones de indivi- duos que interactan para promover, controlar o evitar cambios en el medio social y cultural. Ms especficamente, la crisis de confianza en los partidos polticos y en las instituciones est haciendo que surjan con fuerza una serie de movimientos sociales como el ecologista, el feminista o el paci- fista, organizados con frecuencia en diferentes ONGs, o incluso que resur- jan algunos movimientos tpicos del siglo pasado, como los nacionalismos. 3) El poltico o el lder: tambin han mostrado los psiclogos polticos un gran inters en conocer las personalidades, el estilo y los rasgos ms caractersticos de los hombres y mujeres que desempean cargos de res- ponsabilidad en la vida poltica, destacando aqu los estudios sobre psico- biografa y psicohistoria (vase Garzn, 1988), como, por ejemplo, los conocidos estudios sobre Hitler, Nixon, Napolen, Lenin, etc. 4) Coaliciones y estructuras polticas: se trata sobre todo de analizar las asociaciones y coaliciones entre polticos as como los procesos psicopolti- cos que estn actuando en la formacin de esos grupos y los nexos de unin entre los lderes y sus seguidores. 5) Relaciones entre grupos polticos: se refiere Deutsch con ello a las relaciones que existen entre grupos polticos, tanto nacionales (por ejem- plo, relaciones entre los partidos polticos, entre sindicatos, etc.) como internacionales (sobre todo han interesado los conflictos, desde meras disensiones diplomticas hasta la guerra). 6) Los procesos psicopolticos: se trata aqu de analizar los procesos individuales y colectivos implcitos que afectan al comportamiento poltico (percepcin y cognicin, toma de decisiones, persuasin, aprendizaje, etc.). 7) Estudios monogrficos: con esta categora quiere hacer hincapi Deutsch en un hecho significativo en la agenda de intereses de la psicolo- ga poltica: la atencin prestada a casos concretos que, en un momento determinado, despiertan el inters de los psiclogos polticos, pero sub- rayando que estos episodios no son vistos de forma aislada y particular, sino que sirven para ilustrar el funcionamiento de procesos psicopolticos ms generales. Psicologa poltica 327 Coxciusix La Psicologa Poltica es acadmica e institucionalmente una disciplina joven, pero que est alcanzando un reconocimiento y relevancia crecientes, tal vez, como apunta Sabucedo, por su capacidad para explicar aspectos de tanta trascendencia social como la influencia de los factores psicolgicos en la conducta poltica y, a la inversa, la de los procesos polticos en los psi- colgicos. Temas como la participacin poltica o el inters por la poltica, fundamentos del sistema democrtico, por fuerza deben suscitar el inters de muchas personas, particularmente de los psiclogos preocupados por lo que ocurre en nuestra sociedad actual. La Psicologa Poltica, pues, es una disciplina posible. Y lo es porque, entre otras razones, sus cultivadores no han logrado establecer unos comunes objetivos disciplinarios. Entre los muchos desafos del 2000 podra incluirse el logro de objetivos comunes por parte de los psicopolitlogos (Jimnez Burillo, 1996, pg. 249). 328 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XXII Psicologa social jurdica Ixrioouccix Aunque de alguna manera siempre hubo inters por relacionar los pro- cesos psicosociales y los jurdicos (vase Clemente y Martin, 1990), y a pesar de que existen importantes antecedentes, incluso en Espaa (Mira, 1932), sin embargo, el psiclogo social se ha mantenido tradicional- mente al margen de las cuestiones legales y de las cuestiones jurdicas, y slo recientemente ha empezado a preocuparse por este campo, eso s, cada vez ms. De hecho, hay que esperar a 1980 para que apareciese en nuestro pas el segundo manual, tras el de Mira, de psicologa jurdica, el de Muoz, Bays y Munn (1980). Pero con el crecimiento de la psicologa social y su expansin sobre todo por los mbitos aplicados est surgiendo tambin aqu una cada vez ms potente psicologa jurdica, que es el estu- dio de los supuestos psicolgicos del Poder Judicial as como el anlisis de los procesos cognitivos y la conducta de los actores de la Sala de Justicia que cristalizan el marco ideolgico del Sistema Judicial al aplicar sus leyes a los fenmenos de interaccin social (Garzn, 1985a). Y es que las impli- caciones mutuas entre el mundo jurdico y el de la psicologa son numero- sas. Como acertadamente seala Sobral (1996, pg. 254), a fin de cuentas, el derecho y los sistemas de administracin de justicia no son ms que intentos, decantados y cristalizados a travs de un proceso histrico, de regular la convivencia social, de reducir y resolver el conflicto que la inter- accin produce inevitablemente... No hace falta ser muy psicologicista, ni caer en tentaciones corporativas, para concluir que los conocimientos sobre el comportamiento deben ser una herramienta fundamental en el anlisis y comprensin de este proceso. La psicologa se sita as en una atalaya pri- vilegiada desde la que observar a sujetos, grupos e instituciones implicados. Y, desde luego, esa psicologa que lleva lo social por apellido no puede renunciar a tener como alguno de sus objetivos ms queridos aquello que tenga que ver con la ley: su inspiracin, su violacin y castigo, la preven- cin del delito, sus causas y explicaciones, las instituciones carcelarias, las posibilidades de reinsercin de los delincuentes, etc. (para una ampliacin puede consultarse Bull, 1995; Clemente, 1995; Davies y cols., 1996; Sobral y Arce, 1990; Sobral, Arce y Prieto, 1994; Wrightsman, Nietzel y Fortune, 1994, etc.). Caxios oi ixriivixcix oii isicioco ;uioico Aunque son muy numerosos los aspectos del mundo jurdico en los que la intervencin de los psiclogos sociales puede ser relevante y en los que, de hecho, ya estn trabajando algunos colegas, hace ya unos aos Adela Garzn (1985b, pgs. 76-77) afirmaba que existen bsicamente cinco gran- des campos de intervencin del psiclogo jurdico: 1) Psicologa de la testi- ficacin: es el estudio de los procesos cognitivos implantados en la recons- truccin de unos hechos (fenmenos de identificacin, reconocimiento, reconstruccin de sucesos, etc.). Aqu, la psicologa jurdica suele ser pre- dominantemente de orientacin cognitiva; 2) Anlisis de factores sociales y demogrficos de jueces y jurados: estudia temas como los fenmenos de dis- paridad de sentencias, veredicto y culpabilidad, ideologa y veredicto, etc. Aqu predomina una orientacin sociolgica y de psicologa diferencial; 3) Estudio de la conducta individual de los jurados: donde psiclogos tanto sociales como cognitivos estn poniendo de manifiesto los sesgos legales (inherentes a las caractersticas de los sistemas judiciales) y extralegales (cognitivos y sociales) en sus juicios sobre la culpabilidad o inocencia del acusado; 4) Estudio del comportamiento del tribunal del jurado: en este mbito predominan los anlisis de los psiclogos sociales poniendo de manifiesto la influencia y efectos de la interaccin de grupo (el tribunal es ahora la unidad de anlisis) en sus juicios y decisiones. Hoy da este mbito ha adquirido un inters creciente a raz de la implantacin del jurado en el mundo judicial de nuestro pas; y 5) Estudio de la percepcin de juicios: intenta ver los factores que inciden en la evaluacin, confianza y satisfac- cin que los ciudadanos tienen con una institucin social y poltica que presumiblemente les defiende y ampara. En este rea de trabajo estn teniendo especial relevancia las teoras de la equidad y justicia retributiva. A ello habra que aadir un sexto campo, el referido a todo lo concerniente a la delincuencia y al sistema penitenciario (vase Jimnez Burillo y Cle- mente, 1986). Como vemos, las competencias del psiclogo en el mbito jurdico son amplias y diversas. Para analizarlas, dado que aqu no queremos hacer sino una mera aproximacin introductoria a este campo, nos ser altamente cla- rificador el siguiente ejemplo, tomado de Sobral (1996): Acaba de come- terse un crimen en plena calle. Un atracador quiere robarle el bolso a una 330 Anastasio Ovejero Bernal seora, no lo consigue al primer intento, la seora ofrece resistencia, el ladrn saca un arma y dispara, dejndola malherida. Al intentar darse a la fuga en una moto choca contra otro vehculo, pero consigue alejarse. Unos das despus, una persona es detenida como sospechosa. Diseccionemos, con Sobral, la escena en sus componentes, extrayendo las implicaciones que ahora nos interesa: a) Tenemos un delito y un delincuente, puede la psicologa ayudar- nos a comprender mejor este aspecto esencial de la situacin, los motivos del delincuente, sus caractersticas, las causas y/o razones de su comporta- miento? Aqu entrara toda la psicologa de la delincuencia (teora del eti- quetado, patologa social, etc.) (vase Romero, 1996; Farrington, 1996). b) Tenemos tambin unos testigos del suceso que contarn, evidente- mente a su manera, lo sucedido, describirn al agresor, despus tendrn que identificarlo y, llegado el caso, tendrn que convencer a los jueces y/o jurado de la credibilidad de su narracin. En este mbito son particular- mente tiles las aportaciones de la psicologa de los procesos de percepcin y memoria, as como, sobre todo, la psicologa social de la percepcin social y la formacin de impresiones. c) El sospechoso detenido ser juzgado, bien por un juez que emitir un veredicto e impondr una pena, bien por un jurado que emitir un veredicto mientras el juez determinar la sentencia. Puede decirnos algo la psicologa sobre este proceso de juzgar y sentenciar, sobre sus condicio- nantes y determinantes, sobre el papel de los abogados en ese contexto o, finalmente, sobre el papel de los propios psiclogos como testigos exper- tos en tales situaciones? Aqu nos sern sumamente tiles las aportaciones de la psicologa de grupos, particularmente, en el caso de jurados, el estu- dio de algunos procesos grupales como el pensamiento de grupo o la pola- rizacin colectiva (vase Ovejero, 1997a, captulo 6), el estudio de los pro- cesos de toma de decisiones en el caso de los jueces (vase De Pal, 1996) o el estudio de los procesos de persuasin (vase Sobral y Prieto, 1993). d) Existen tambin percepciones y reacciones ante la criminalidad. Pues bien, hay datos, incluso en nuestro pas, que parecen mostrar que al acusado podran esperarle desde seis meses de crcel hasta doce aos, dependiendo nica y exclusivamente del juez que ha estudiado su caso (vase Sobral y Prieto, 1994). Analizadas las fuentes de esta variabilidad, la principal contribucin a esta disparidad provino de las diferentes ideologas (filosofas penales) mostradas por los jueces respecto al papel de la justicia en relacin con el mantenimiento del orden social, al carcter retributivo y ejemplarizante de la pena, al papel disuasor de la crcel y, en general, de las creencias respecto a las posibilidades de rehabilitacin y reinsercin de los delin- cuentes, modulado todo ello por el sexo y la edad. Como botn de mues- tra, las juezas de la muestra doblaron en promedio la dureza de las sen- tencias de sus colegas varones en el caso de un varn acusado de abusos sexuales, mientras que fueron sustancialmente ms leniles con una lud- pata acusada de cometer un desfalco (Sobral, 1996, pg. 261). Psicologa social jurdica 331 e) Uno de los posibles resultados del proceso penal es que el acusado termine en la crcel, una institucin a la que muchas constituciones pro- gresistas y leyes penitenciarias de pases democrticos conceden la funcin de servir al mantenimiento del orden social al tiempo que se pretende la reeducacin del interno, preparndole para su vuelta a la libertad y para su reinsercin social. Pues bien, durante los ltimos cincuenta aos se han desarrollado notables esfuerzos por introducir las aportaciones de la psicologa en las prisiones; sobre todo aquel tipo de aportaciones diri- gidas a la evaluacin del comportamiento y otras caractersticas psicolgi- cas de los internos, bien con finalidades diagnsticas, bien de seleccin laboral, bien para la siempre difcil tarea de pronosticar sus probabilida- des de reincidencia en su futura libertad. Otra lnea de trabajo ha consis- tido en todo un conjunto de intervenciones teraputicas sobre los presos, con el propsito de producir en ellos determinados cambios en su con- ducta, habilidades o ajuste psicolgico. Adems, la psicologa ha anali- zado e intervenido sobre determinados parmetros de la prisin como organizacin (Sobral, 1996, pg. 263) (vase Redondo, 1994, 1995). f) Finalmente, no olvidemos que en la escena tenemos tambin una vctima, es decir, alguien que con frecuencia es solamente una preocupacin secundaria para los sistemas de administracin de justicia. Puede la psico- loga ayudar a tales sistemas a disear formas de actuacin en que la vctima no sea la eterna olvidada?, puede prevenir el proceso de victimizacin e intervenir con xito razonable sobre algunos de los problemas causados a tales vctimas? Como seala Sobral, en la medida en que sospechosos y con- denados afortunadamente gozan de garantas y derechos cada vez mayores, se ha ido generando en las sociedades democrticas occidentales una duda acerca de la equidad con que son tratadas las vctimas. Preocupadas por el delito y por sus causas, por los jueces, por la rehabilitacin del delincuente, por las reacciones de la sociedad ante el delito, etc., las ciencias sociales han tendido a considerar, por accin u omisin, a las vctimas como un prota- gonista secundario (para evitar este error vase Herrero, 1994). La acrivioao ;uoiciai coxo ux iiociso isicosociai De lo dicho anteriormente me gustara destacar un tema, el de la psi- cologa de las sentencias judiciales, por la enorme relevancia social y hasta poltica que ello tiene y porque ha sido muy poco estudiado, desafortuna- damente, por nuestra disciplina (Garrido y Herrero, 1995). Como deca un juez que participaba como sujeto en un estudio de psicologa, t pones a dos magistrados sentados uno junto a otro ante el mismo conjunto de hechos, las mismas circunstancias, la misma persona y pueden dar dos sen- tencias enteramente diferentes. Ello es sumamente grave pues socaba la confianza de los ciudadanos en la justicia, dado que, ingenuamente, son muchos los que an creen en la imparcialidad y objetividad de la justicia. 332 Anastasio Ovejero Bernal De ah la importancia y hasta necesidad de una psicologa de las sentencias o del sentenciar. De hecho, como sostiene Garrido (1993, pg. 16), si las sentencias estuvieran determinadas por los hechos objetivos, como preten- den la sociedad y el legislador, no se explicaran las disparidades entre ellas. En consecuencia, la psicologa del sentenciar ha cobrado inters lti- mamente, dado que se ha convertido en un autntico problema social, incluso de alarma social (Stephenson, 1992). La gravedad del asunto pro- viene de la enorme injusticia que conlleva, pues como concluyen Leng y colaboradores (1992), quienes carecen de poder reciben de los jueces un peor trato. Y es que no podemos olvidar que la actividad judicial no es sino un proceso psicosocial, en el que influyen ms elementos de los que se dice. Existe mucha ingenuidad a la hora de percibir el quehacer judicial, dado que, en contra de lo que muchos cndidamente creen, en la aplica- cin de las leyes generales a casos concretos intervienen muchos factores ajenos tanto a los hechos juzgados como a las propias leyes. As, en un estudio de campo, Kerr puso de manifiesto la incidencia de factores psico- lgicos y sociales en las decisiones judiciales. Y lo que es ms grave es que estos factores parecen estar muy relacionados con las tasas de condenas y absolucin de los procesos judiciales. Y es que, como subrayan Garzn y Seoane (1988), la actividad judicial, ms que un proceso meramente formal, es un proceso social. Y como en todo proceso social, tambin en ste los grupos de diferente tipo (sociales, polticos, laborales, etc.) intentarn influir a travs de diferentes medios en las decisiones judiciales que pueden afectarles de cara a que tales decisiones puedan beneficiarles. En defini- tiva, este modelo parte del supuesto de que un sistema judicial no puede explicarse a partir de lo que ocurre en la sala de justicia, sino que es una organizacin ms compleja que est avalada por una dinmica social y pol- tica; est inmersa en un sistema social ms amplio cuyos elementos centra- les es necesario incorporar para explicar la dinmica de los procesos judi- ciales. Los sistemas judiciales son organizaciones derivadas de un sistema poltico, y como tales inciden no slo en los sujetos concretos sino en el sis- tema normativo de las interacciones sociales (Garzn y Seoane, 1988, pg. 319). De hecho, existen distintas formas a travs de las cuales las orga- nizaciones y grupos sociales intentan influir en las decisiones judiciales: una muy directa consiste en influir en la asignacin de jueces y magistrados prximos que dirijan las propias organizaciones judiciales o que presidan los tribunales en casos judiciales concretos, otra es la implicacin directa de esos grupos en cualquier tipo de litigio (social, laboral, etc.), utilizando los procesos judiciales como un campo para la propia accin poltica, etc. Por otra parte, la psicologa jurdica debe ocuparse tambin del estudio de las leyes como sistemas ideados para el control y la regulacin social, al servicio del poder. Y no olvidemos que la psicologa jurdica puede con- vertirse, al menos en ciertos mbitos como el penitenciario, en lo que lla- maba Althusser un aparato ideolgico del Estado, cuando no abiertamente en un mecanismo del poder para, en trminos foucaultianos, vigilar antes que castigar. Psicologa social jurdica 333 Coxciusix En definitiva, estoy de acuerdo con Jorge Sobral (1996, pg. 266), en que tiene uno la sensacin de que la sociedad debera apostar por la psi- cologa y, ms concretamente, por la psicologa social, si quisiera lograr una comprensin progresivamente ms cabal de todo aquello que se rela- ciona con los sistemas de regulacin de la convivencia social, es decir, con el mundo de las leyes y su aplicacin: una justicia mejor en un mundo ms libre y solidario. Ahora bien, tambin coincido con Ibez (1987b) en que aunque la consolidacin de una psicologa especializada en el campo del Derecho presenta muchos aspectos positivos, tambin conlleva algunos peligros relacionados entre s, uno ms academicista y otro ms poltico. El primer peligro no es especfico de la relacin entre psicologa y dere- cho, sino de todos los procesos de especializacin y profesionalizacin de la psicologa, aunque aqu adquiere matices particulares. En efecto, aade Ibez, lo que se intenta demostrar normalmente es que los conocimientos producidos por las ciencias psicosociales pueden aplicarse con utilidad para resolver algunos problemas especficos de tal o cual rea. Adems, a partir del momento en que un ncleo ha conseguido cristalizar en el seno de una especialidad, su desarrollo tiende a autonomizarse y a volverse relativamente independiente de la ciencia de la que proviene, con todos los inconvenientes que ello conlleva. Es lo que ha pasado con la psicolo- ga jurdica, aunque algo similar deberamos decir de las dems aplicacio- nes psicosociales (psicologa poltica, laboral, ambiental, etc.). De hecho, es innegable que la relacin entre el derecho y los saberes psicosociales ha sido hasta el presente una relacin de tipo esencialista instrumental, basada en el supuesto de que los saberes psicosociales son funcionales para el correcto proceder del dispositivo jurdico. Los saberes psicoso- ciales pueden informar con provecho, y por ello mejorar, el quehacer judicial en casi toda su extensin. Esta lnea de colaboracin es, sin duda, fructfera, pero con la condicin de que no haga perder de vista lo que debera constituir la preocupacin esencial y la aportacin ms genuina de las ciencias psicososociales a la problemtica del derecho: instituir el campo del derecho como objeto de anlisis psicosocial. Es lo penal como construccin social, es la institucin jurdica como institucin social, son las prcticas jurdicas como prcticas sociales, es, en definitiva, el propio derecho como producto y como proceso social, quie- nes se perfilan como objeto de conocimiento, directo y global, para las ciencias psicosociales, independientemente de toda finalidad aplicacio- nista. No ya una psicologa social al servicio de las prcticas jurdicas, sino una psicologa social del fenmeno jurdico como tal, sencillamente por- que las propias caractersticas del derecho lo constituyen en objeto de an- lisis psicosocial (Ibez, 1987b, pgs. 15-16). Por otra parte, tampoco podemos olvidar, como ya hemos dicho, la posibilidad de que la psicolo- 334 Anastasio Ovejero Bernal ga jurdica se ponga al servicio del perfeccionamiento de los aparatos represivos. Se trata por tanto de que las ciencias psicosociales empiecen a desplegarse en otro espacio, en un espacio distinto al que han venido explorando hasta ahora, en un espacio en el que tan slo la filosofa del derecho y la sociologa del derecho se han adentrado, de momento, desde sus propias perspectivas. Se trata, concretamente, de que la psicologa social efecte una problematizacin psicosociolgica del derecho y no se limite a contribuir a su mejor funcionamiento (Ibez, 1987b, pg. 16). Psicologa social jurdica 335 This page intentionally left blank Cairuio XXIII Psicologa social de la salud Ixrioouccix La psicologa social de la salud es la aplicacin especfica de los cono- cimientos y tcnicas de la psicologa social a la comprensin de los proble- mas de salud, y al diseo y puesta en prctica de programas de interven- cin en ese marco (Rodrguez-Marn y Garca, 1996, pg. 352). Actividades como la promocin de la salud, prevencin, diagnstico, trata- miento y rehabilitacin de la enfermedad, y la mejora del sistema de cui- dado de salud son el resultado de las interacciones entre los profesionales y los usuarios del sistema de salud, y se desarrollan en dicha interaccin. Por otra parte, la conducta relacionada con la salud y la enfermedad se aprende y se realiza en un contexto social. De ah que un abordaje psico- lgico puramente individual probablemente slo ofrecera una perspectiva muy limitada de las relaciones entre conducta y enfermedad (Rodrguez- Marn, Martnez y Valcrcel, 1990). Adems, la circunstancia sociocultural determina, entre otras muchas cosas, las actitudes y las conductas del indi- viduo relacionadas con la salud y la enfermedad, ya que da contenido a los propios conceptos de salud y de enfermedad, lo que proporciona, por ejemplo, el papel social de enfermo e incluso determina a menudo la apa- ricin de nuevas patologas como la hiperactividad, e incluso de algunas epidemias funcionales. Adems, es tambin el contexto socio-cultural el que asigna un contenido estigmatizante a determinadas enfermedades, como en su momento fueron la lepra o la tuberculosis, y ahora el SIDA; y el que seala cules son las causas bien vistas de otras enfermedades. As, algunas causas de muchos problemas de salud no estn mal vistas, como es el caso del estrs en medios urbanos y sobre todo en el caso de personas de alto nivel cultural, profesional y/o social y econmico. En suma, tanto en trminos generales como en trminos especficamente refe- ridos al binomio salud/enfermedad, la conducta del hombre sano y la con- ducta del hombre enfermo no pueden comprenderse si se las separa de su circunstancia sociocultural (Rodrguez-Marn y Garca,1996, pg. 353). De ah la importancia de la psicologa social en este campo. Psicoioca sociai \ saiuo isica Aunque ciertamente salud fsica y salud mental son absolutamente inse- parables, por razones didcticas y de exposicin las analizaremos separa- das. La salud fsica y su curacin han sido cuestiones que han estado tra- dicionalmente fuera del mbito de los psiclogos y de los psiclogos sociales. Eran asuntos exclusivamente de medicina. Sin embargo, hoy da son muchas las personas que no dudan de que la salud y la enfermedad no son cosas exclusivamente de los mdicos. Y son justamente los propios mdicos los que mejor lo saben, ya que diariamente constatan que la enfer- medad y la salud humanas no son meras cuestiones orgnicas, biolgicas, bioqumicas o fisiolgicas, sino que son algo ms: son tambin cuestiones psicolgicas y sociales y, desde luego, psicosociales. Enfocar el tema de la salud desde un dualismo cartesiano que distingue tajantemente entre pro- blemas psicolgicos, cuyo origen est en la mente (depresin, ansiedad, etc.) y problemas fsicos, cuyo origen se encuentra en el organismo corporal (traumatismos, enfermedades de los rganos, de los tejidos, etc.) es, adems de falsa y simplista, muy ineficaz, dado que las enfermedades, tanto las fsi- cas como las mentales, son, en mayor o menor medida, psicosociosomticas. De ah que no deba extraarnos que en el proceso de curacin de las enfermedades sean aspectos totalmente centrales las relaciones personales del enfermo, as como sus procesos de comunicacin, ya que fue precisa- mente su ausencia o su disfuncionalidad lo que en gran medida posibilit o incluso potenci esas enfermedades. Por otra parte, suele reconocerse generalmente que uno de los proble- mas fundamentales de los actuales sistemas sanitarios en todo el mundo es precisamente la enorme insatisfaccin que existe en los enfermos hacia las relaciones personales y los procesos de comunicacin entre el mdico y el paciente, lo que, a su vez, contribuye fuertemente al otro gran problema de las actuales instituciones sanitarias: la poca y/o deficiente obediencia a las instrucciones del mdico por parte de los enfermos. De hecho, uno de los elementos ms centrales en la curacin de un enfermo es precisamente el grado en que sigue las recomendaciones o consejos del mdico, lo que est muy relacionado con los beneficios que el cuidado mdico les podra pro- porcionar. Pero resulta que el grado en que el paciente sigue las instruc- ciones del mdico depender de una serie de factores psicosociales como son la relacin y comunicacin mdico-paciente, la satisfaccin del paciente con el trato que recibe por parte del mdico, la cantidad y calidad de infor- macin que se le proporciona, etc. Adems, difcilmente se entender el 338 Anastasio Ovejero Bernal papel que la psicologa y la psicologa social deben jugar en el mbito de la salud, y particularmente en el de la salud fsica, si no partimos de un nuevo concepto de salud, diferente al tradicional. Tradicionalmente se ha definido la salud como ausencia de enfermedad, tal vez porque la gente entiende mejor el concepto de enfermedad que el de salud. De hecho, percibi- mos mejor el dolor que tenemos en la muela que la salud de nuestras muelas cuando no nos duelen. La enfermedad suele asociarse a sensaciones como el malestar, el dolor, la incomodiad, la fiebre, etc., claramente per- ceptibles y que adems inciden directa y negativamente en nuestra capaci- dad funcional y la de nuestros rganos. En cambio, el estado de salud no se percibe. Sin embargo, el concepto de salud ha cambiado desde comienzos de siglo a nuestros das, habindose aadido al elemento biolgico, el psicol- gico y el social. De hecho, ya en 1948, en el Congreso de Constitucin de la Organizacin Mundial de la Salud, se defini la salud como el estado de absoluto bienestar fsico, mental y social, y no la mera ausencia de enfermedad. Y ello es as porque, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, las principales causas de morbilidad y mortalidad en los pases desarrollados ya no son las enfermedades infecciosas, como ocurra a prin- cipios de siglo (tuberculosis, etc.), sino las crnicas (enfermedades carda- cas, etc.) en las que los factores psicolgicos y sociales, principalmente los estilos de vida, ocupan un lugar realmente protagonista. As, la conducta alimentaria, la conducta tabquica, el consumo de alcohol o frmacos, o la falta de ejercicio fsico, son claros ejemplos de comportamientos directa- mente vinculados al estado de salud/enfermedad. Por ello, podemos hablar de comportamientos de riesgo frente a poblaciones de riesgo, cuyo anlisis correspondera a la psicologa en general y a la psicologa social en parti- cular (vase Barriga y cols., 1990; Ovejero, 1987c; Rodrguez-Marn y Gar- ca, 1995, 1996; etc.). Igualmente la promocin de la salud est muy rela- cionada con la educacin para la salud o educacin sanitaria, que es un campo de investigacin y aplicacin que ofrece enormes posibilidades a la psicologa social de la salud. Tampoco podemos olvidar el relevante papel que la psicologa social desempea en el diseo y aplicacin de programas comunitarios dirigidos, por ejemplo, a aumentar las donaciones de rganos, o a estimular la participacin en campaas de deteccin precoz del cncer. La utilizacin de recursos de la comunidad se ve facilitada, tambin, por el estudio del funcionamiento de los grupos y otros recursos de apoyo social ante enfermedades y discapacidades crnicas. Por ltimo, nuestra disciplina puede contribuir tambin a la dinamizacin de equipos de autoayuda y equipos de apoyo, al uso de las redes de apoyo social como estrategia de generacin de bienestar psicolgico y social, y a la utilizacin de criterios de calidad de vida en la consideracin de la enfermedad (Rodrguez-Marn, Pastor y Lpez Roig, 1993). Pues bien, uno de los factores que con mayor inters ha sido estudiado, dentro y fuera de Espaa, en relacin con el proceso de la enfermedad en general y, por tanto, en relacin con su impacto psicosocial en cualquiera Psicologa social de la salud 339 de sus tramos, es el apoyo social. La idea de que el apoyo social puede con- tribuir tanto a la salud fsica como a la mental tiene su origen en un con- junto de trabajos que en los aos 70 y 80 se llevaron a cabo sobre las redes sociales, la desorganizacin social y las necesidades sociales (Cassel, 1976, etctera), a partir de los cuales se hicieron varias hiptesis. La hiptesis ori- ginal deca que el apoyo social proporciona una amortiguacin frente a los acontecimientos vitales estresantes, pero no tiene ningn efecto inde- pendiente, en ausencia de acontecimientos estresantes (Dean y Lin, 1977). Pero las investigaciones llevadas a cabo poco despus por Henderson sugi- rieron la posibilidad de un efecto directo e independiente sobre la salud mental y/o la salud fsica, tanto si se experimenta un acontecimiento estre- sante como si no se experimenta. Una tercera hiptesis afirmaba que el apoyo social tiene un efecto teraputico despus de la aparicin de un tras- torno particular, acortando el episodio y reduciendo los sntomas. En defi- nitiva, los efectos protectores del apoyo social parecen demostrados para numerosos aspectos de diferentes enfermedades, incluyendo mortalidad, enfermedades psiquitricas, suicidio, accidentes, recuperacin de la enfer- medad, y enfermedad crnica (vase una ampliacin de esta temtica en Ovejero, 1990c; Barrn, 1996; Barrn y Chacn, 1992; Lpez-Roig y cols., 1993a, 1993b; Perles y Gmez, 1995 y sus posibilidades futuras en Ridder y Schreurs, 1996). Para terminar este apartado, veamos dos mbitos realmente cruciales en los que la aportacin de la psicologa social al campo de salud es de primer orden (Di Matteo, 1979; Morales, 1985; Ovejero, 1990b): a) Relaciones mdico-paciente: Cada vez ms los pacientes esperan de sus mdicos que les dediquen tiempo, que les presten atencin y que se interesen por ellos como personas, es decir, les piden una mayor implica- cin humana en sus relaciones interpersonales con ellos. De ah que no nos debiera extraar el hecho constatado de que la insatisfaccin con la medi- cina en los pases desarrollados, es mayor hoy da en que los mdicos tie- nen a su disposicin la tecnologa mdica ms poderosa que jams haya existido. Y es que los mdicos suelen ser seleccionados y formados en las Universidades exclusivamente en funcin de sus habilidades cientficas y sin tener en cuenta sus habilidades interpersonales, tan necesarias para cumplir satisfactoriamente sus tareas. Adems, ello se agrava por el hecho de que a menudo los mdicos poseen una visin muy estrecha de lo que es lo cientfico, como si estudiar los aspectos psicosociales de la enferme- dad y de los enfermos no fuera cientfico. Por el contrario, al menos a mi modo de ver, lo que realmente no es cientfico es ignorar estos aspectos tan centrales en el enfermar humano. Pero no se trata solamente de que el pro- fesional sanitario tenga en cuenta que el paciente es una persona y lo trate como tal, sino tambin que considere que las relaciones interpersonales son una parte constitutiva del proceso bsico de curacin. Por tanto, ignorar factores psicosociales como las relaciones y la comunicacin entre el mdico y el paciente, no es slo un error de tica o de cortesa, es, sin 340 Anastasio Ovejero Bernal duda, un error cientfico, como se ha mostrado repetidamente. As, por no poner sino un solo ejemplo, Egbert y sus colaboradores encontraron hace ya aos que la comunicacin y la buena relacin afectiva entre el aneste- sista y el paciente tena una gran importancia en la recuperacin posopera- toria. Es ms, son muchos los estudios que muestran que los pacientes desean ante todo una buena relacin y una comunicacin eficaz con sus mdicos, lo que produce en ellos, cuando se dan, una gran satisfaccin con los cuidados mdicos que reciben, satisfaccin que ayuda poderosamente a reducir la ansiedad y el estrs en el enfermo, reduccin que, a su vez, sera uno de los ms importantes mecanismos intermedios que explicara la fuerte relacin, a primera vista un tanto extraa, existente entre la relacin interpersonal, la comunicacin y la transmisin de afecto por un lado, y la mayor eficacia mdica, por otro. En conclusin, podemos decir que la clase de relacin que se establezca entre el mdico y el enfermo va a ser central en numerosas variables muy relacionadas con la salud del paciente, y entre esas variables podemos destacar el grado de seguimiento de las instruccio- nes mdicas. Es decir, que un mdico que desee que su labor sea eficaz deber, ante todo, preocuparse por establecer unas buenas relaciones con los pacientes, tratndoles como personas, preocupndose por sus proble- mas, atendiendo a sus necesidades psicosociales, ocupndose por conocer su contexto social, etc. b) Comunicacin mdico-paciente: en este proceso de relacin positiva con el paciente, un factor crucial va a ser precisamente la existencia de una buena comunicacin. De hecho, se ha mostrado que el elemento central que, a juicio de los pacientes, diferencia una consulta mdica buena o mala es precisamente la adecuada comunicacin mdico-paciente. Si a ello unimos el hecho de que se ha encontrado, por ejemplo por parte de Pendleton, que el 80 por 100 de las dificultades que surgen en las consul- tas mdicas son dificultades de transmisin de informacin, constataremos la enorme importancia que hoy da tiene el que los mdicos se preocupen por mantener una eficaz comunicacin con sus enfermos. En definitiva, en el proceso de curacin de una enfermedad van a jugar un papel fundamental una serie de procesos psicosociales que tienen que ver particularmente con las relaciones interpersonales del enfermo, como son sus relaciones y comunicacin con el mdico, lo que aumentar la satis- faccin del enfermo, con la consiguiente reduccin de la ansiedad y el estrs, y la mayor obediencia y seguimiento de las instrucciones mdicas. Todo ello, obviamente, aumentar la eficacia del tratamiento mdico. Psicoioca sociai \ saiuo xixrai Podemos afirmar que los conceptos de salud y de enfermedad mental son tanto la expresin de problemas de tipo emocional, cognitivo y com- portamental como realidades simblicas, construidas cultural e histrica- mente en la propia interaccin social. Las concepciones sobre la salud Psicologa social de la salud 341 mental varan segn los enfoques tericos y criterios de diagnstico utiliza- dos, las concepciones filosficas, morales y psicolgicas vigentes y los modelos mdicos predominantes. El concepto de salud mental presenta una cierta ambigedad en la medida en que dista de ser universalmente aceptado e incorpora en su definicin aspectos valorativos. Como acaba- mos de sealar, vara segn los autores y las distintas definiciones y mode- los tericos tanto psicolgicos como sociolgicos y mdicos (lvaro y Pez, 1996, pg. 382). Reconociendo que la salud mental es, al menos en parte, una construccin social, simblica e histricamente determinada, sta puede ser vista desde cuatro perspectivas diferentes, aunque comple- mentarias: como ausencia de malestar; como la manifestacin de un bie- nestar subjetivo; como la exteriorizacin de una buena calidad de vida (por la importancia de este punto, vase una revisin reciente en Moreno y Ximnez, 1996) y, por ltimo, como la presencia de un conjunto de atribu- tos individuales positivos (vase una ampliacin de estas perspectivas en lvaro y Pez, 1996, pgs. 383 y sigs.). Entre las mltiples formas de intervencin psicosocial en el mbito de la salud mental est la modificacin de los estilos de vida, lo que exige evaluar y transformar los contextos sociales y ambientales (familiar, urbano, laboral, etc.) implicados en su origen y mantenimiento (vase Fer- nndez del Valle, 1996). Pero la intervencin tambin puede darse en el nivel de las relaciones interpersonales: las interacciones que mantenemos con personas depresivas, por ejemplo, tienden a ser de rechazo o evita- cin, lo que refuerza an ms su sintomatologa (vase Bas y Andrs, 1996). Modificar el tipo de interaccin que mantienen las personas prxi- mas a quienes tienen trastornos emocionales es algo importante para su salud mental, dado que estas estrategias son incompatibles con un modelo de intervencin centrado en la persona. De lo dicho en pginas anteriores se deduce que las formas de enfrentarse a situaciones estresantes y a la propia situacin de deterioro de la salud mental dependen de caractersticas individuales. Ciertos ses- gos cognitivos, dficit en habilidades sociales y estrategias de afronta- miento no adaptativas, aunque pueden tener un origen social, difieren de unas personas a otras y para su resolucin es necesario una ayuda perso- nalizada. Una de las funciones de los centros de salud mental integrados por equipos multidisciplinares formados por socilogos, psiclogos y psi- quiatras, debera ser precisamente sta (lvaro y Pez, 1996, pg. 402). As, por ejemplo, en el caso de personas con depresin y con altera- ciones cognitivas caracterizadas por distorsiones en el procesamiento de la informacin recibida del medio, o pensamientos negativos recurrentes, la ayuda teraputica debe ir orientada a la reestructuracin cognitiva. Igual- mente, el entrenamiento de las habilidades sociales (vase Caballo, 1991; Gil, Len y Jarana, 1992) puede ser de utilidad en aquellos casos en que la conducta emitida por la persona no es la adecuada para reducir el estrs derivado de acontecimientos vitales negativos (Bas y Andrs, 1996). Y es 342 Anastasio Ovejero Bernal que, segn esta perspectiva, una consecuencia de trastornos como la depresin es la reduccin de las habilidades sociales, tanto en la emisin de conductas personales como en las relaciones interpersonales. Otros campos de la salud en los que la contribucin de la psicologa social es indiscutiblemente eficaz es el de los estilos de vida, las actitudes hacia los servicios de la salud, la psicologa comunitaria, la poltica sanita- ria, etc. (Barriga y cols., 1990; Kaplan, 1995; De Len y cols., 1005). Coxciusix Como hemos visto, pues, y dado que en los seres humanos tanto la salud como la enfermedad son fenmenos esencialmente psicosociales, la psicologa social se convierte en una aproximacin absolutamente ineludi- ble a estos mbitos. Como escribe Rodrguez Marn (1995, pg. 11), la psi- cologa social es un marco conceptual y metodolgico de aplicacin suma- mente til en el anlisis de los comportamientos de salud y enfermedad, que son, a su vez, centrales en la comprensin de los problemas individua- les y colectivos en el campo de la salud. Y con ello nos referimos tanto a la salud fsica como a la salud mental. De ah la pertinencia con la que tanto los mdicos como los psiclogos clnicos deberan aproximarse a la psico- loga social para, cuando menos, completar su formacin como profesiona- les de la salud. Y es que existen algunas variables u procesos psicosociales, como las relaciones interpersonales, la pertenencia grupal, las dimensiones organizacionales de los centros sanitarios, etc. (vase Ovejero, 1987c), que con frecuencia pueden llegar incluso a ser ms importantes en el enfermar humano que los propios procesos biolgicos. Psicologa social de la salud 343 This page intentionally left blank Cairuio XXIV Ambiente fsico y conducta social: psicologa ambiental y ecologa Ixrioouccix La estrecha relacin existente entre psicologa social y psicologa ambiental estriba, como sostienen Corraliza y Gilmartn (1996), en la indi- solubilidad de la unidad entre la experiencia social y la experiencia espa- cial. La experiencia humana es, en gran medida, el lugar en la que ocurre: toda actividad humana tiene un locus. No olvidemos que el ambiente fsico es una parte importante del contexto en que nos desarrollamos y actuamos, de tal forma que una parte de nuestra conducta y hasta de nosotros mis- mos depende, al menos en parte, de l (vase Jimnez Burillo, 1981b). Pues bien, la psicologa ambiental es la disciplina que estudia las relaciones de los sujetos humanos con su ambiente. Pero no slo estudia la influencia que el ambiente tiene sobre las personas, tambin la que ejercen las perso- nas sobre el ambiente, sobre todo como consecuencia de la enorme preo- cupacin que estn suscitando desde hace unos aos los efectos dramticos de tal influencia (contaminacin ambiental, desforestacin galopante, posi- ble cambio climtico, eliminacin de especies animales, etc.)(vase Att- field, 1994; Hernndez y cols., 1994; etc.). En consecuencia, la psicologa ambiental tambin pretende fomentar la responsabilidad ambiental en cam- pos como el reciclaje, el ahorro de energa, etc. En definitiva, estamos hablando de una disciplina en la que se define su objeto de estudio como el anlisis de los fenmenos ligados a la actividad humana en tanto en cuanto se desarrolla en un contexto ambiental determinado (Hernn- dez, 1997, pg. 6). Por tanto, esta disciplina se orienta hacia el anlisis de los problemas generados por la interaccin con el medio (Pol, 1993), pero no se dedica slo al estudio de problemas, sino que tambin ha propuesto soluciones, principalmente en el mbito del ambiente construido. En efecto, otro aspecto en el que la investigacin e intervencin ha puesto de manifiesto la interdependencia entre persona y entorno, lo constituye la evidencia de cmo las condiciones estructurales (diseo, tamao, organiza- ciones) y la distribucin espacial pueden ser utilizados para promover los comportamientos deseados (Hernndez, 1997, pg. 8). La psicologa ambiental, que hunde sus races en los movimientos norteamericanos eco- logista y hippy de los aos 60, estudia el comportamiento social precisamente teniendo en cuenta este aspecto para el desarrollo de la actividad de la persona humana; la inter- accin con el ambiente en su conjunto, o con una parte del mismo, es crucial en la gnesis y en la explicacin del comportamiento social. Es difcil imaginar, por ejemplo, contenidos de la identidad social sin refe- rencia al escenario, al marco que describe el territorio del grupo de ocupantes. En efecto, una parte decisiva de nuestra identidad se con- forma en base a la interaccin que establecemos con los lugares que cre- amos y habitamos (Corraliza y Gilmartn, 1996, pg. 410). Un buen ejemplo de esto est en los estudios sobre satisfaccin resi- dencial que, con una gran cantidad de datos, subrayan la imposibilidad de disociar las variables del barrio, descriptivas del entorno fsico (vase Amrigo, 1995). Tal vez los lugares son insignificantes sin el uso que de ellos hagan las personas, pero tambin es cierto que es inimaginable la experiencia social completamente disociada de la experiencia ambiental. Y aqu se nos plantea ya un primer problema: hasta qu punto el ambiente es el lugar donde se realiza el comportamiento o incluso determina ese com- portamiento: somos nosotros quienes construimos nuestro ambiente o, ms bien, nuestro ambiente el que nos construye a nosotros? Una y otra pers- pectiva, ilustran los dos enfoques bsicos presentes en el sustrato del mbito de la psicologa ambiental: el anlisis del ambiente como variable depen- diente (fruto de la actividad humana y mbito de la misma), o el anlisis del ambiente como variable independiente (determinante de la actividad humana, y escenario de la misma) (Corraliza y Gilmartn, 1996, pg. 411). Psicoioca axniixrai \ iioniixas xioioaxniixraiis: isicoicoioca El inters y los dominios de la psicologa ambiental se centran princi- palmente en tres aspectos relativamente relacionados entre s (Corraliza y Gilmartn, 1996, pg. 420): el estudio del medio construido y sus implica- ciones para el comportamiento humano, el desarrollo de modelos explica- tivos de los fenmenos de interaccin del individuo y del espacio, y el estu- dio de aspectos especficos (dimensiones moleculares) del ambiente sobre el comportamiento humano, tales como los trabajos sobre los efectos del ruido, las variaciones climticas o la calidad del aire. A ellos habra que aadir otro, relacionado con lo que podramos llamar una psicologa ecolo- 346 Anastasio Ovejero Bernal gista. En efecto, en los aos 80 la gravedad y preocupacin social por los problemas medioambientales, as como los lmites de las soluciones tecno- lgicas a los mismos, han permitido ver con claridad la pertinencia de una psicologa ambiental verde (Pol, 1993). As, la revisin de Sundstrom y colaboradores (1996b) ya incluye trabajos relacionados con campos que reflejan la proximidad a los problemas ambientales (el estudio de las acti- tudes ambientales, la gestin de espacios protegidos, la evaluacin de pro- gramas de ahorro de recursos naturales, etc.). Es ms, las contribuciones al VI Congreso Nacional de Psicologa Ambiental que tuvo lugar en 1994 en Tenerife (vase Hernndez, Martnez y Surez, 1994) muestran la progre- siva incorporacin de psiclogos a la investigacin e intervencin en los problemas medioambientales. De ah el enorme inters que tendra incluir aqu un anlisis serio y profundo de lo que significa el ecologismo as como de sus perspectivas futuras, cosa que no podemos hacer ya que ello nos obligara a alargar en exceso este captulo. Baste decir que no hay un solo pensamiento ecologista, sino muchos, desde lo que podramos denominar un ecofascismo a aquel que enlaza con el socialismo mal llamado utpico y las corrientes supervivientes del anarquismo. Pues bien, los psiclogos y los psiclogos sociales tienen muchas cosas que aportar a la solucin de uno de los principales problemas que hoy da acucian a la humanidad: el problema medioambiental (contaminacin, derroche y escasez de recursos fundamentales como el agua, la energa, los alimentos, etc.). Ms en concreto, el agotamiento de algunos recursos naturales finitos, el impacto sobre los ciclos del agua o del aire, la prdida de biodiversidad, la desaparicin de paisajes y ecosistemas singulares, la desforestacin y la desertizacin o problemas ambientales globales como el efecto invernadero, la lluvia cida o la prdida de la capa de ozono, son elementos constitutivos del escenario de la crisis ambiental actual, que no tienen un origen natural, ni tampoco dependen del azar. Son fenmenos claramente originados por el hombre y por sus formas de relacin con el medio que la cultura ha ido creando a lo largo de los tiempos (Castro, 1997, pg. 39). Por consiguiente, es el hombre quien debe cambiar tanto su conducta como su relacin con el medio de cara a solucionar tales problemas y en esta tarea la aportacin de la psicologa ambiental es realmente inestimable. En definitiva, como vemos y como seala Dunlop (1993), el hecho de que el ambiente natural sea, al menos tal y como hoy lo conocemos, el resultado de ambiciones humanas, deseos, actuaciones y actitudes significa que est en nuestras manos mejorar su situacin. De hecho, ya hace unos aos que se viene insistiendo en psicologa ambiental en que gran parte de los problemas ambientales tienen soluciones conductuales (vase un estu- dio concreto reciente en Hernndez y cols., 1997), lo que no slo justifica, sino que hasta exige, la intervencin del psiclogo y, ms an si cabe, la del psiclogo social (sobre la cobertura legal del psiclogo ambiental, vase Moreno, 1997). Es ms, como seala Corraliza (1997), si hay algo que uni- Ambiente fsico y conducta social: 347 fica, ms all de las desdibujadas diferencias ideolgicas en el momento presente, es la preocupacin social, ampliamente extendida, por los proble- mas ambientales. Es en este punto en el que resulta pertinente la demanda de contribuciones de los psiclogos que se siten en el punto intermedio entre la imposicin de soluciones tecnolgicas y econmicas y el mero voluntarismo de muchas de las propuestas polticas. Corraliza y Gilmartn nos muestran un buen ejemplo de la carencia de este eslabn intermedio al referirse a las tensiones sociales que se producen cada vez que en pases desarrollados se propone la declaracin de un espacio como espacio prote- gido. Ni los razonamientos tcnicos o ecolgicos ni el voluntarismo pol- tico, aaden estos autores, son suficientes para explicar las reacciones de la misma poblacin que, en las encuestas, manifiestan la urgencia y prioridad de la proteccin del medio ambiente (vase la perspectiva de una econo- ma verde en Jacobs, 1996). Ei xa\oi aciisoi axniixrai oi xuisrio riixio: ii cocui Sin embargo, y a pesar de lo dicho, curiosamente apenas hablan los psi- clogos ambientales de la que tal vez es la ms preocupante fuente de ata- ques al medio ambiente en nuestra sociedad: la utilizacin masiva e indis- criminada del coche. Ya en 1968 public Alfred Sauvy un importante ensayo en el que llevaba ante el tribunal de la razn las sinrazones y costes originados por la generalizacin del uso del automvil en sociedades tan densamente pobladas y urbanizadas como las nuestras. Y haca este razo- namiento: Todo el mundo se cree en el derecho de ocupar gratuitamente entre 8 y 9 metros cuadrados de suelo urbano para aparcar su coche a la puerta de su casa. E, ingenuamente, pretende encontrar estos 8 9 metros no slo en su calle, sino a la puerta de la oficina, del teatro... o del estadio y ello a las mismas horas que la mayora de la gente. Constatando que el pago de aparcamientos, impuestos, multas y peajes no alcanza a retribuir ms que una parte nfima del valor del suelo que el automvil invade, Sauvy concluye que ningn otro objeto disfruta de un privilegio, a la vez tan desmesurado y tan poco reconocido, como el automvil. Este privile- gio ha originado una competencia econmica desigual, al sesgar sistemti- camente el clculo monetario en favor del automvil y de la carretera frente a otros sistemas de transporte, como el ferrocarril o el tranva. Ms en concreto, Pilar Vega (1994, pg. 55) resume con claridad gran parte de los efectos negativos de la utilizacin masiva del vehculo personal y de otros medios de transporte por carretera en perjuicio del ferrocarril: a) La carretera y el automvil generan, como todo el mundo conoce, una inquietante siniestralidad. As, en 1992 se registraron 129.949 accidentes, de los que al menos 7.818 fueron fallecimientos y el resto heridos de mayor o menor consideracin, provocando consecuencias sociales irreparables y gastos econmicos adicionales al conjunto de la sociedad (prdidas de tra- bajadores en edad activa, aumento del nmero de pensiones, altsimos gas- 348 Anastasio Ovejero Bernal tos sanitarios, colapso del sistema judicial, etc.); b) el transporte por carre- tera es extraordinariamente derrochador de energa de carcter no renova- ble, suponiendo el 39,9 por 100 del consumo final de energa. Por tanto es uno de los sectores que ms colaboran en la contaminacin atmosfrica. Durante 1990 el transporte particip en un 30 por 100 del total de las emi- siones de CO 2 , y es el modo viario el que emite a la atmsfera mayores cantidades de este gas de invernadero, representando un 79 por 100 del total. Igualmente, la carretera colabora a aumentar las emisiones de plomo, xidos de nitrgeno y de azufre; y c) otro efecto negativo es la contamina- cin acstica. El trfico rodado es una de las principales causas del ruido no slo en las ciudades, sino tambin en las zonas afectadas por desplaza- mientos interurbanos. Ambas formas de contaminacin afectan a la pobla- cin en grados distintos; la atmsfera puede dar lugar a problemas respira- torios, cnceres, etc., a lo que se unen las repercusiones globales de carcter indeterminado: modificacin del clima, efecto invernadero, etc. El ruido tiene consecuencias en el desarrollo de la vida diaria: estrs, dismi- nucin del rendimiento, perturbaciones del sueo, etc. A todo ello debemos aadir otro inconveniente del coche, en este caso para quien lo utiliza: su velocidad real es mucho menor que su velocidad apa- rente. As, hace unos aos argumentaba demoledoramente Ivn Ilich (1974): El varn americano tpico consagra ms de 1.500 horas por ao a su automvil: sentado dentro de l, en marcha o parado, trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, los neumticos, los peajes, los seguros, las infracciones y los impuestos para la construccin de las carreteras y los aparcamientos. Le consagra cuatro horas al da en las que se sirve de l o trabaja para l. Sin contar con el tiempo que pasa en el hospital, en el tribunal, en el taller o viendo publicidad automovilistica ante el tele- visor... Estas 1.500 horas anuales le sirven para recorrer 10.000 kilme- tros, es decir, 6 kilmetros por hora. Exactamente la misma velocidad que alcanzan los hombres en los pases que no tienen industria del transporte. Con la salvedad de que el americano medio destina a la cir- culacin la cuarta parte del tiempo social disponible, mientras que en las sociedades no motorizadas se destina a este fin slo entre el 3 y el 8 por 100 (vase tambin Dupuy y Robert, 1979). Adems, como dicen Naredo y Snchez (1994, pg. 87), la prdida de eficiencia o rendimiento del automvil que se observa a medida que se generaliza su uso se traduce en una paradoja econmica digna de men- cin: a partir de un cierto nivel, cuanto ms gastan los ciudadanos en automviles para transportarse, peor servicio les dispensa este medio, hasta el punto de que pueden tardar mucho ms en los desplazamientos de lo que tardaban antes de utilizarlos. Esta paradoja fue analizada hace ya ms de veinticinco aos por Mishan (1971), con este razonamiento de tres fases: Fase I: el individuo A utiliza diariamente el autobs que le lleva al centro de la ciudad en diez minutos. Fase II: el individuo A se compra un coche que, en las circunstancias que rigen (que l, en su corta visin, Ambiente fsico y conducta social: 349 las proyecta en el futuro) espera que le lleve al centro de la ciudad en la mitad de tiempo, es decir, en cinco minutos. Fase III: al cabo de dos o tres aos, un gran nmero de individuos siguen el ejemplo de A, con lo que el incremento del nmero de coches es tal que A necesita veinte minutos para llegara a su trabajo. Entonces se da cuenta de que estaba en mejor situacin en la Fase I, pero ya no tiene abierta esa posibilidad, puesto que la congestin del trfico es tal que necesitara cuarenta minutos para lle- gar a su oficina si cogiera el autobs. Adems, puesto que ha habido que compensar a los conductores y pagar los costes adicionales que para el auto- bs supone la congestin, se ha producido una subida de tarifas. Si todo esto es as, entonces, por qu se sigue utilizando el coche de la forma en que se hace? Preguntmonos con Xavier Bermdez (1994, pg. 77), qu habis encontrado la mayora de vosotros en este artilugio siniestro, el automvil, para aceptarlo y defenderlo con tanto fervor? Qu cualidades secretas rene la vaca sagrada de Occidente para que en ella coincidan la voluntad del Poder poltico y econmico y la de la gran mayora de sus sbditos? Cmo un trasto tan caro, tan intil, tan aburrido y tan destructivo ha podido tener tanta aceptacin? Existen fundamentalmente cuatro varia- bles que, juntas, pueden ayudarnos a entender la actual situacin: a) Con frecuencia quienes utilizan el coche particular argumentan que lo hacen porque los transportes pblicos son escasos, malos y poco eficientes y porque, adems, el tren no llega a todos los sitios y, donde llega, no llega en buenas condiciones. Sin embargo, creo que adems de una causa, sta es tambin una consecuencia: como todos van en su coche, los transportes pblicos se hacen obsoletos y ms escasos, e incluso a veces desaparecen por falta de demanda. En todo caso, la razn bsica es que el capitalismo est en gran medida montado sobre el negocio del petrleo y el coche, de tal forma que al gran capital lo que le interesa es que se fomente el coche, sea como sea, sin tener en cuenta para nada los efectos que pueda tener. b) Pero lo anterior es a todas luces insuficiente. El estado actual de las cosas no se entendera sin las fuertes necesidades que el hombre y la mujer actuales tienen de desplazarse incesantemente, necesidades artificialmente creadas, pero que han prendido fuertemente en la gente probablemente a causa, al menos en parte, de la fuerte alienacin ciudadana. Ya Unamuno deca que buena parte de los que viajan no lo hacen para ir a sitios nuevos sino para huir de donde se est, de la monotona y el tedioso aburrimiento cotidiano. Adems, tampoco podemos olvidar la influencia de la publici- dad, tanto la directa como sobre todo la indirecta, en este mbito. c) Pero el enorme xito del coche no se entendera cabalmente sin otra variable claramente psicosocial: el prestigio que an conlleva el coche, sobre todo algunos tipos y modelos. Para comprobarlo, basta con examinar la publicidad de coches, particularmente la televisiva (sobre publicidad y marketing, vase Munn, 1993b). Como nos recuerda Bermdez, en sus inicios el automvil era un distintivo de los que pertenecan a la cresta social (cresta de gallo, claro), y poco a poco se fue extendiendo convirtin- 350 Anastasio Ovejero Bernal dose en bandera de aquellos que, a caro precio, quisieron tambin gallear posicin, Ser Alguien. No olvidemos que el consumo del automvil estuvo reservado inicialmente a aquellas clases sociales que no estaban obligadas a trabajar para conseguirlo. De hecho, se trataba de un consumo patente- mente ostentatorio de grupos minoritarios. Por ejemplo, al principio los anuncios de la marca Cadillac que aparecan en la revista Blanco y Negro durante los aos 20, ofrecan el coche como signo de prestigio social pre- sentando incluso una pequea lista de propietarios, casi todos con ttulo nobiliario. d) Finalmente, entenderemos mejor este fenmeno si recordamos, con Garca Calvo (1994, pg. 45), que la fuerza del Automvil Personal consis- ta en que incorporaba en su misma estructura el ideal democrtico, es decir, el tipo de engao necesario para la forma de dominio ms perfecta: no poda ser que fuera el tren por su camino fijo y que las gentes se mon- taran en l segn les conviniera y aprovechando sus rutas y sus horarios, sino que haca falta que, por el contrario, cada uno fuera, por su medio propio, adonde quisiera ir y a la hora que deseara, puesto que se parta del dogma de que cada uno saba adnde quera ir y a qu hora. Sin embargo, como con harta frecuencia lo podemos constatar, el resultado es que hoy, en su pleno desarrollo, el ideal democrtico se ha hecho aicos: todos van ms o menos a los mismos sitios y, adems, a la misma hora, eso s, cada uno por su cuenta y en su propio coche, con los efectos perversos que todos conocemos. En suma, la industria automovilstica y el automvil nos han vencido una y otra vez porque son el soporte, el smbolo y el flujo esencial del sistema tecnoeconmico industrial y de mercado. El automvil proporciona una falsa sensacin de ubicuidad, de autonoma, autosuficien- cia y poder (Gaviria (1994, pg. 110), hasta tal punto que con la generali- zacin del automvil, aade Gaviria, quienes no tienen carn de conducir son ciudadanos en situacin de exclusin social, como mnimo raros, y cualquier da sospechosos de no ser del todo humanos. xniro oi acruacix oii isicioco axniixrai El mbito de actuacin de la psicologa ambiental se est ampliando cada vez ms. As, en la reciente revisin de Sundstrom y colaborado- res (1996b) los contenidos incluidos van ms all de las etiquetas genricas tradicionales (mapas cognitivos, percepcin ambiental, etc.), destacando la expresin influencias ambientales de la comunidad, donde se incluyen refe- rencias a temas muy variados, desde el anlisis de los estresores ambienta- les hasta el anlisis ambiental de los delitos o las actitudes ambientales. Estos autores destacan cuatro caractersticas de la investigacin reciente en psicologa ambiental: la primera se refiere al hecho de que la mayor parte de las investigaciones se han realizado en contextos naturales; la segunda, la existencia de una cierta cantidad de investigacin que constituye una rplica o un desarrollo de trabajos exploratorios; la tercera la constituyen la Ambiente fsico y conducta social: 351 diversidad de mtodos, escenarios y poblaciones objeto de estudio; y, por ltimo, la investigacin en psicologa ambiental se desarrolla cada vez en mayor medida en un contexto de trabajo multidisciplinar (vase en Pol, 1997, un interesante anlisis del desarrollo profesional de la psicologa ambiental). Relacionado con todo ello, Corraliza y Gilmartn proponen estos campos de intervencin ambiental del psiclogo (1996, pgs. 423- 425): 1) Problemas relacionados con la esttica ambiental y la calidad esc- nica de los lugares naturales; 2) Problemas relacionados con la gestin y uso de espacios naturales, que afectan tanto a la determinacin de espacios protegidos como al control de acceso; 3) Problemas relacionados con la calidad ambiental y los procesos de degradacin medioambiental (contami- nacin, incendios, etc.) con especial referencia a las dimensiones psicolgi- cas y sociales de la evaluacin de impacto ambiental; 4) Las conductas pro- ambientales (conducta ecolgica responsable), con especial referencia al uso y modificacin del consumo de recursos naturales, tales como el agua, la energa, etc.; y 5) Aspectos relacionados con la educacin ambiental. Ms especficamente, en cuanto a la contribucin del psiclogo a la conservacin y mejora del entorno, la intervencin ambiental consta bsi- camente de dos reas. En primer lugar, la conservacin de los recursos naturales, donde el psiclogo puede ser til en campos como los intentos de reducir el despilfarro, la preservacin de espacios naturales singulares, la reduccin de riesgos y accidentes naturales, la conservacin de recursos imprescindibles como el agua, etc. En segundo lugar, las acciones de mejora de la calidad ambiental, mbito este con una mayor tradicin, ya que las situaciones de degradacin del entorno tienen un gran impacto sobre la vida de las personas, tanto sobre su salud fsica y psquica, como interviniendo en los procesos de interaccin social. As, se plantean impor- tantes retos en relacin a problemas como la contaminacin acstica, la polucin atmosfrica, el vertido a ros y mares, o el depsito incontrolado de residuos contaminantes (vase una ampliacin en Castro, 1997). Ahora bien, en ste, como en otros campos de intervencin psicosocial, se hace necesaria una evaluacin adecuada (vase Garca Mira, 1997; Garca Mira, Sabucedo y Arce, 1996). Coxciusix Como hemos visto, el campo de estudio de la psicologa ambiental es enormemente variado y los mbitos de aplicacin, mltiples, desde la ergo- noma (relacin entre el hombre y la mquina y sus efectos), hasta la con- ducta ambientalmente responsable (psicologa ecologista), pasando por el diseo adecuado de espacios construidos (escuelas, hospitales, museos, cr- celes, etc.) e incluso la planificacin de macroespacios, como las ciudades. En todos estos mbitos los psiclogos sociales tienen mucho que decir: cambio de actitudes ambientales, influencia del grupo y de las normas sociales en la interaccin con el medio, etc. En todo caso, la psicologa ambiental necesita trabajar interdisciplinarmente y en escenarios naturales 352 Anastasio Ovejero Bernal (iguez y Vivas, 1997). Pero todo ello no est desligado de nuestra ideo- loga y del tipo de sociedad que pretendemos para nosotros y, sobre todo, para nuestros hijos y nietos. As, slo desde el punto de vista ideolgica- mente ms profundo podemos entender la satisfaccin y autocomplacencia con que, particularmente a travs de la utilizacin desenfrenada del coche, destruimos el ambiente y despilfarramos la energa. Qu ocurrir cuando pases como la India y la China se incorporen, con el mismo derecho que nosotros, a los niveles de derroche y de utilizacin del coche que tenemos en Occidente? Ambiente fsico y conducta social: 353 This page intentionally left blank Cairuio XXV Otras aplicaciones psicosociales Ixrioouccix Existen an mltiples campos de aplicacin de la psicologa social aqu no vistos como la psicologa social de los procesos migratorios, de tanto inters actual (Bergere, 1996), donde temas como el racismo, la xenofobia o la tolerancia hacia las personas de culturas diferentes ocupan un lugar realmente central; muy relacionado con el anterior, la psicologa social de los prejuicios (vase Rodrguez Gonzlez, 1996); la aportacin de la psico- loga social a la hora de decidir las polticas pblicas a llevar a cabo (vase Rodrguez Fernndez, 1995; Rodrguez Gonzlez y Ardid, 1996); la inter- vencin social y comunitaria (Levine y cols., 1993; Martnez, 1993; Sn- chez, 1993; Snchez y Musitu, 1995; Len, 1995; Musitu y Arango, 1995; San Juan, 1996a; etc.); la psicologa de algo hoy da tan interesante y til como la negociacin y la mediacin (Carnevale y Pruitt, 1992; Serrano, 1996; Serrano y Rodrguez, 1993) as como la formacin de coaliciones (Komorita y Parks, 1995), o el mbito del marketing donde tampoco esca- sean los aspectos psicosociales de inters. Son tantos los mbitos de aplica- cin de la psicologa social que se hace absolutamente imposible dedicarle un captulo a cada uno de ellos. Psicoioca sociai oii ocio \ oii ruiisxo Por una serie de razones (disminucin de la jornada laboral, aumento de los das de vacaciones, prejubilaciones, incremento de la esperanza de vida, etc.), el tiempo libre y el tiempo de ocio de las personas es cada vez mayor. Y una de las formas actuales de emplear el tiempo libre consiste justamente en hacer turismo. Ms en concreto, el concepto opuesto al de trabajo no es el de ocio, sino el de tiempo libre. Y dentro del tiempo libre est el tiempo de ocio, junto al tiempo dedicado a las necesidades bsicas, a los desplazamientos o el dedicado a ciertas obligaciones. Y entre las acti- vidades que dedicamos al ocio, el turismo destaca ltimamente tanto por su importancia psicolgica como cultural y econmica. As, por no men- cionar sino esta ltima, el turismo constituye actualmente una de las activi- dades econmicas ms importantes, por encima incluso del petrleo, de tal forma que constituye ms del 8 por 100 de la economa mundial, pasando ya de 600 millones las visitas tursticas anuales, lo que genera, a nivel mun- dial, ms de 3,5 billones de dlares, dan empleo a ms de 250 millones de personas. Tal estado de cosas por fuerza tena que llevar a los psiclogos sociales a estudiar este tema y sus repercusiones psicosociales, sobre todo en aquellos pases que, como Espaa, son eminentemente tursticos. Como dice Gmez Jacinto (1995, pg. 247), como psiclogos sociales es difcil escapar a la sugerente idea de analizar un fenmeno que mueve a millones de personas, que les pone en contacto durante cortos perodos de tiempo, que tiene tantos efectos sobre su calidad de vida, sobre su cultura y entorno. En todo caso, estamos ante un fenmeno, el del turismo, enor- memente complejo, que consta de mltiples dimensiones: econmica, psi- colgica, social, cultural, etc. (Przeclawski, 1993), por lo que es objeto de diferentes disciplinas. El turismo es un fenmeno multidimensional que puede ser observado desde numerosos puntos de vista (Dann, Nash y Pearce, 1988, pg. 3), entre los que destaca el psicosocial. Sin embargo, hasta los aos 80 no se hizo el primer intento de sistematizar el estudio del turismo dentro de la psicologa social, intento que fue realizado por Pearce (1982) en un libro titulado justamente The social psychology of tourist beha- vior. Dos aos despus apareci el segundo texto de la disciplina: la com- pilacin realizada por Peter Stringer en 1984, The Social Psychology of Tou- rism. Despus ya no volvieron a publicarse ms textos hasta hace poco. En sntesis, a medida que la progresiva tecnologizacin del trabajo as como otras variables como las anteriormente apuntadas (prejubilaciones, etctera), van dejando ms tiempo libre a las personas, la industria del ocio y del turismo va ganando terreno a las actividades tradicionales en los sectores agrcolas o industrial, hasta el punto de que si hace un siglo la sociedad industrial sustituy a la agrcola, podemos decir que hoy da ya hemos entrado plenamente en una sociedad postindustrial y posmoderna, caracterizada justamente, entre otras cosas, por ser una sociedad del ocio y del tiempo libre, en la que el turismo est desempeando un papel econ- mico y hasta cultural de primer orden. De ah que los psiclogos sociales, tanto en sus anlisis tericos como en sus aplicaciones, estn obligados a estar al tanto de estos cambios que se van produciendo en nuestra sociedad y que se ocupen de mbitos tan en boga y en expansin actualmente como son los del ocio y el turismo. Y sin embargo an no son temas centrales en los intereses de los psiclogos sociales, ni en nuestro pas ni fuera. A pesar de ello, a lo largo de los ltimos aos s van apareciendo, aunque sin nin- 356 Anastasio Ovejero Bernal guna abundancia, algunos trabajos en este campo, como los de Argyle (1996), Casas y Codina (1997), Codina (1996), Fonta (1995), Gmez Jacinto (1995), Munn y Codina (1996) o San Martn (1997). Por otra parte, entre los contenidos ms estudiados por la psicologa social del turismo estn estos tres: a) Las motivaciones que llevan a las con- ductas tursticas: Ryan (1991) seala los siguientes motivos principales para realizar un viaje turstico: 1) Motivacin de huida (con frecuencia se intenta huir de la rutina cotidiana, del ruido, de los problemas laborales, etc.); 2) Relax (relacionado con el anterior punto, a menudo se viaja como una necesidad de recuperacin psicolgica); 3) Juego (durante las vacaciones estn permitidos ciertos juegos que suponen una especie de vuelta a la infancia); 4) Estrechamiento de los lazos familiares (cada vez es ms fre- cuente que sea durante las vacaciones cuando se incremente la interaccin familiar, ya que fuera de ellas los miembros de la familia apenas se ven); 5) Prestigio (muchas personas se creen superiores por el mero hecho de viajar o de viajar a lugares ms exticos); 6) Interaccin social (las vacacio- nes suelen ser un buen contexto para romper la rutina y las convenciones sociales, aumentando la interaccin con personas diferentes e incluso des- conocidas. A veces incluso las vacaciones se disean para que personas con problemas de aislamiento puedan aprender a integrarse socialmente); 7) Oportunidad sexual (adems de aumentar las relaciones sociales, las vacaciones pueden favorecer los encuentros sexuales, existiendo operadores tursticos que colocan esta motivacin en el centro de su oferta para viajar a ciertos pases exticos); 8) Oportunidad educativa (muchas personas via- jan con fines eminentemente educativos, como visitar museos o lugares his- tricos, conocer otras culturas, aprender idiomas, etc.); 9) Autorrealizacin (los viajes pueden tambin ayudar a conocernos a nosotros mismos, pues el tiempo de ocio es especialmente apto para la liberacin emocional, para indagar en los propios sentimientos, para reflexionar, desde una cierta dis- tancia, sobre su vida cotidiana); 10) Satisfaccin de deseos (en ocasiones el viaje turstico satisface un largo sueo, un anhelo largamente esperado); y 11) Compras (aunque nos pueda parecer extrao, el deseo de comprar es el principal determinante de muchos viajes tursticos); b) Tambin hay que destacar el estudio de la relacin entre el ocio y la mejora de la calidad de vida (vase San Martn, 1997, captulo V), y las consecuencias positivas que el ocio tiene para una serie de variables como la salud mental, la salud fsica, el autoconcepto, etc.; c) En tercer lugar, tambin quisiera subrayar las consecuencias sociales y psicosociales del turismo (vase San Martn, 1997), sobre todo una de ellas: la influencia del turismo sobre el cambio de actitudes, de cara, por ejemplo, a la reduccin de los prejuicios; y d) Por ltimo, habra que tener en cuenta igualmente otros contenidos de esta subdisciplina como los siguientes: impacto del turismo sobre las personas residentes, repercusiones del turismo sobre el medio ambiente, etc. Otras aplicaciones psicosociales 357 Psicoioca sociai oi ias iiiacioxis ixriixacioxaiis Como escribe Arenal (1994, pg. 464), las relaciones internacionales se configuran como una disciplina de integracin y sntesis de los datos apor- tados por otras disciplinas, si bien el objetivo de su investigacin aporta un contenido superior que la confiere su especial carcter en el seno de las Ciencias Sociales, dado que en las relaciones internacionales concurren factores histricos, polticos, sociales, econmicos, culturales y psicolgicos. La participacin de la psicologa social en este contexto interdisciplinar no slo est plenamente justificada, sino que cada vez ms se revela como necesaria (Garrido y Torregrosa, 1996, pg. 200). Es ms, aaden estos mismos autores, las relaciones internacionales son, por ltimo, el resultado de un com- plejo entramado de interacciones sociales en las que estn presentes estra- tegias de negociacin, cooperacin e influencia sobre las que es posible la intervencin. De hecho, para los cientficos sociales el campo de las rela- ciones internacionales se revela como un rea de estudios cuya potencial dimensin aplicada es paradigmtica. En el caso particular de la psicolo- ga social, la parcela de intervencin se centra en los procesos psicolgi- cos presentes en los distintos mbitos de interaccin social implicados tales como actitudes, percepciones y opiniones en relacin con la propia nacin y las dems (pg. 201). Todo esto se est haciendo cada vez ms complejo a causa de los pro- cesos de supranacionalizacin y de mundializacin que estn poniendo de manifiesto muchas paradojas que no slo se plasman en los problemas de integracin supraestatal (vase Mlinar, 1992; Swaan, 1995, etc.). Hoy da es imposible separar el mbito nacional del internacional, lo que exige cada vez ms la adopcin de perspectivas analticas de las relaciones internacio- nales al margen del tradicional marco de los Estados-Naciones. Al fen- meno de la globalizacin hay que aadir una creciente pluralidad etnocul- tural en el seno de los Estados nacionales occidentales. Este reto, si se realiza exitosamente, aaden Garrido y Torregrosa, podra cuestionar seria- mente la pervivencia del nacionalismo cultural que sirve de soporte simb- lico a los Estados, con consecuencias inmediatas en los contenidos subjeti- vos tradicionales de las relaciones internacionales. Ahora bien, qu puede aportar la psicologa social al anlisis de las relaciones internacionales? Mientras que la sociologa acab incorporn- dose formalmente a este campo, hasta entonces acaparado por el derecho, la ciencia poltica y la historia, en cambio la psicologa social ha permane- cido en general desvinculada de este contexto. Esta desvinculacin no ha sido ajena en absoluto a su autodefinicin como ciencia natural, al lado de las ciencias biolgicas y de espaldas a las sociales, aunque el vaco de la psi- cologa social en las relaciones internacionales fue en cierta medida ocu- pado por la sociologa. Sin embargo, estoy de acuerdo con Ramrez y 358 Anastasio Ovejero Bernal Torregrosa, en que es justo sealar aqu que la psicologa social ha abor- dado, desde sus inicios, cuestiones estrechamente vinculadas a las relacio- nes internacionales y que a menudo lo ha hecho desde una doble dimen- sin, terica y aplicada (prejuicios, estereotipos, etc.). No hace mucho, Jimnez Burillo analiz dos interesantes temas en este mbito: la guerra (1992a) y los conflictos internacionales (1992b). Es decir, aunque no pode- mos afirmar que la psicologa social de las relaciones internacionales sea una subdisciplina desarrollada y bien asentada, s tenemos que subrayar no slo la pertinencia de un anlisis psicosocial en este mbito, sino incluso el hecho de que muchos estudios clsicos de nuestra disciplina son directa- mente aplicables aqu (los prejuicios, los conflictos intergrupales, la coope- racin, la negociacin, la formacin de coaliciones, etc.). Con ello la psico- loga social hara una aportacin inestimable a este campo. La psicologa social debe formar parte de las relaciones internaciona- les como rea de estudios interdisciplinar, del mismo modo que procesos psicolgicos como las actitudes y las percepciones intervienen en las rela- ciones internacionales como hecho. Tanto el creciente inters por lo sub- jetivo de otros cientficos sociales especializados en esta materia como la capacidad de la psicologa social para satisfacer, terica y metodolgica- mente, esta demanda justifican la incorporacin de pleno derecho de nuestra disciplina a esta rea de estudios (Ramrez y Torregrosa, 1996, pg. 213). Coxciusix Como hemos visto, el mbito de aplicacin de nuestra disciplina es amplsimo: desde el trabajo a la educacin, y desde el mundo judicial al turismo, pocos aspectos de la vida social han dejado de estar en el punto de mira del psiclogo social. Pero no basta con aplicar, hay tambin que aplicar bien, es decir, estar seguros de que las aplicaciones que estamos lle- vando a cabo son tiles, van por buen camino, en definitiva, que estn con- siguiendo lo que realmente pretendemos y ello exige la puesta en marcha de alguna forma de evaluacin de los programas llevados a cabo (vase Rebolloso y Morales, 1996). Otras aplicaciones psicosociales 359 This page intentionally left blank Quixra Pairi ASPECTOS HISTRICOS, TERICOS Y METODOLGICOS DE LA PSICOLOGA SOCIAL This page intentionally left blank Cairuio XXVI La construccin histrica de la psicologa social Ixrioouccix Creo que fue Valle Incln quien dijo que las cosas no son como son, sino como se recuerdan. Pero tanto las cosas como los acontecimientos pasados son recordados de muy diferentes maneras por personas distintas. Por consiguiente, existen muchas historias diferentes. Lo mismo ocurre con la psicologa social. De ah que considere imprescindible que cualquier texto de psicologa social incluya al menos un captulo sobre la historia de nuestra disciplina, y ello por varias razones, pero sobre todo porque para entender su actual desarrollo y la variedad de mtodos que utiliza, para entender sus problemas actuales y sus contenidos, es necesario conocer sus races histricas as como su trayectoria. Sin embargo, aunque las relaciones de la psicologa social con la historia son ms estrechas de lo que normal- mente suele creerse (vase Gergen y Gergen, 1984), aqu slo nos ocupare- mos de la trayectoria histrica o, mejor dicho, de la problemtica que con- lleva dicha trayectoria. Si queremos entender la psicologa social actual debemos estudiar no slo su historia interna, con su estructura, sus lites de poder, etc., sino tambin los factores extracientficos que en ella influ- yeron, es decir, su historia contextual, que comprendera las condiciones sociales, polticas, econmicas, etc. Como dice Morawski (1979, pg. 48), el anlisis histrico de la psicologa social, cuando se enfoca dentro de un marco contextual, servir no slo para clarificar las dimensiones extracien- tficas del desarrollo de la disciplina, sino tambin para entender las condi- ciones contemporneas (sobre la historia de la psicologa social vase All- port, 1968; Blanch, 1983; Blanco, 1993; Buceta, 1979; Collier y cols., 1996; Curtis, 1962; Farr, 1996; Graumann, 1990, 1995; Ibez, 1990a; Munn, 1989; Sabucedo y cols., 1997). Parece que la preocupacin de una disci- plina cientfica por su propia historia es un sntoma de madurez. Si ello es as, entonces la psicologa social est empezando a madurar, pues tal pre- ocupacin es, sin duda, creciente, aunque an escaso. Por otra parte, suele decirse frecuentemente que la psicologa social tiene un largo pasado y una corta historia. El pasado se retrotrae, como mnimo, hasta los griegos, e incluso antes (por ejemplo el Cdigo de Hamurabi ya contena muchos aspectos psicosociales) mientras que la his- toria prcticamente comienza a primeros de siglo e incluso, si queremos ser ms rigurosos, con la II Guerra Mundial. Por otra parte, como deca, en clebre frase, Alfred Whitehead, una ciencia que titubea en olvidar a sus fundadores, est perdida, sobre todo en el caso de las ciencias sociales como es el caso de la psicologa social. De ah que veamos primero, con cierta brevedad, el largo pasado de nuestra disciplina, es decir, los antecedentes. Axricioixris oi ia isicoioca sociai Desde una perspectiva histrica la primera pregunta que podramos hacernos es, quin fue el fundador de la psicologa social? Y podramos responder de muy diferentes maneras (Platn, Aristteles, Maquiavelo, Hobbes, Herder, Comte, Hegel, Wundt, Tarde, Ross, Mead, Lewin, etc.), dependiendo del criterio y de la perspectiva temporal que adoptemos (vase a este respecto, Munn, 1986, pgs. 15-19). En todo caso, como veremos, tal pregunta no tiene ni sentido ni respuesta, pues la constitucin de nuestra disciplina fue ms un largo proceso que algo que comenzara alguien en un momento determinado. De alguna manera podemos decir, aunque diramos con poca propiedad, que la psicologa social existe ya desde hace siglos, aunque an no diferenciada como disciplina cientfica. Adems, la psicologa social de nuestros antepasados, a pesar de sus limita- ciones y errores, tiene, an hoy, algo de instructivo. Y me refiero a la psi- cologa social que se encuentra en el pensamiento primitivo, en el folclore, en el refranero, etc., y sobre todo a la que est dentro de la filosofa: A) Antecedentes filosficos: si queremos profundizar en los anteceden- tes de nuestra disciplina por fuerza tenemos que retrotraernos, como mnimo, a la Grecia Clsica, donde tanto Platn como Aristteles estn ms cerca, en muchos aspectos, de la moderna teora de la psicologa social que otros filsofos posteriores, ya que en ambos existen suficientes ele- mentos socio-psicolgicos para justificar nuestro inters. As, creo que La Repblica, de Platn, puede, en cierto modo, ser considerada como un tra- tado de psicologa social. Se refiere Platn en esta obra a la integracin de la personalidad y a sus relaciones y consecuencias para la participacin social, sosteniendo que una personalidad bien equilibrada es como una sociedad bien equilibrada, destacando tanto los aspectos individuales como los sociales, de los que nos interesa subrayar stos. En efecto, Platn des- arrolla tambin un concepto de estratificacin social que refleja estos tipos 364 Anastasio Ovejero Bernal de personalidad o las clases sociales en las que lgicamente participaran: 1) los de nivel sensitivo seran productores o artesanos, y su funcin sera sostener a los otros dos; 2) los del nivel volitivo seran atletas y soldados; y 3) los de nivel intelectual seran los filsofos del Estado, es decir, los inte- lectuales y los gobernantes, pues para l, como es bien conocido, los mejo- res gobernantes sern siempre los filsofos. Y ste es realmente el principal hallazgo psicosocial de Platn: dibuja de un modo figurativo los paralelis- mos entre sociedad y personalidad, paralelismos que todava hoy da se exploran en la investigacin psicosocial actual. Es ms, Platn anticipa tambin el moderno concepto de socializacin del adolescente. En cuanto a Aristteles, posee muchos escritos que resultan muy tiles para la psico- loga social, destacando tanto La Poltica como, sobre todo, La Retrica. De hecho, Aristteles puede ser considerado un importante precursor de la moderna ciencia social, estudiando la organizacin social de las ciudades- estados de su tiempo y reuniendo 158 constituciones polticas diferentes con propsitos de anlisis. Adems, su concepcin del hombre tambin le califica como un importante cientfico social: para l el hombre es esencial- mente un animal social (zos politiks). Y no olvidemos a los sofistas (Pro- tgoras, etc.), quienes, antes que Platn y con su nfasis en la retrica, poseen una enorme relevancia para algunas de las ms actuales escuelas de psicologa social. Sin embargo, la influencia del epicuresmo sobre la psico- loga social fue muy negativa: su exagerado individualismo y su materia- lismo hedonista tuvieron gran influencia en el pensamiento europeo poste- rior, lo que retras el desarrollo de una verdadera psicologa social. Por su parte, el estoicismo, fundado por Zenn (340-260 a.C.), coetneo de Epi- curo (341-270), no produjo ninguna clase de filosofa social y tampoco se puede hallar nada provechoso para nuestra disciplina. Por otra parte, dadas las pocas o casi nulas aportaciones psicosociales de las concepciones filosficas romana y cristiana, tendramos que saltar al Renacimiento y el Barroco, y a autores como Maquiavelo, Montaigne, Bacon, y a los tericos del contrato social (Hobbes, 1588-1679; Locke, 1632-1704; y Rousseau, 1712-1778), que son precisamente quienes pueden ser considerados como los autnticos precursores de la psicologa social moderna, puesto que se dedicaron a estudiar el problema de las relaciones entre la sociedad y el individuo. Estos autores desarrollaron unas teoras que tienen tres elementos en comn: a) una exposicin de lo que sera la naturaleza del hombre aislado de sus semejantes, o aparte del estado civil; b) un motivo o una serie de motivos sobre el porqu se ponen a s mismos en asociacin con otros; y c) una serie de reglas morales que se sigue de las dos primeras consideraciones. As, para Hobbes el hombre es esencial- mente egosta y brutal y en su estado natural estara en perpetua guerra con los otros hombres, por lo que necesita, por su propio inters, hacer un contrato con sus semejantes, quienes a su vez contraen tambin obligacio- nes que en su totalidad constituyen lo que llamamos la sociedad civil. En cambio Locke, que no cree que pueda existir un estado presocial, ni siquiera concebirse, sostiene que el hombre ha vivido siempre en sociedad La construccin histrica de la psicologa social 365 y que el Estado aparece como medio de corregir los errores y proteger los derechos naturales del hombre a la vida, a la libertad y a la propiedad. Esta teora se halla ms cerca de la moderna psicologa social que la de Hobbes. Finalmente, como sabemos, para Rousseau, adelantndose a las posteriores corrientes anarquistas, la naturaleza humana es completamente buena y es la sociedad la que degrada al hombre. B) Antecedentes sociolgicos: a medida que la sociologa fue desgajn- dose de la filosofa, a lo largo del siglo xix, fue surgiendo un pensamiento sociolgico que adelanta ya gran parte de la problemtica psicosocial que luego ser la propia de nuestra disciplina. Y as, la principal aportacin de los primeros socilogos a la psicologa social es una mejor comprensin de la influencia que la organizacin social ejerce sobre la personalidad indivi- dual, destacando los franceses Comte y Durkheim o los alemanes Schleier- macher, Tnnies y Weber. a) La tradicin franco-britnica: El empiricismo ingls, constituido durante la Ilustracin, sigue plena- mente vigente a lo largo del siglo xix y buena parte del xx, ejerciendo su influencia sobre el desarrollo de las ciencias sociales. Pero fue sobre todo la aparicin del positivismo francs quien marcara ms profundamente la evolucin de estas ciencias durante el siglo xix. Fue un hombre de la Ilus- tracin, Henri de Saint-Simon, quien realiz las primeras contribuciones sistemticas al planteamiento positivista... Pero, como es bien sabido, fue Auguste Comte quien elabor la expresin formal del positivismo, legiti- mando con ello una determinada concepcin de las ciencias sociales (Comte, 1830). En efecto, la filosofa positivista de Comte no slo ejer- ci un impacto decisivo sobre la conceptualizacin general de la ciencia hasta mediados del siglo xx, sino que marc profundamente a pensadores tan importantes en la historia de las ciencias sociales como son John Stuart Mill, Karl Marx, Vilfrido Pareto, Emile Durkheim, y a travs de ellos a una infinidad de investigadores de la realidad social (Ibez, 1990, pgs. 34-35). As, Comte (1798-1857) pensaba que la verdadera ciencia final deba ser la psicologa social, que l llam moral positiva, y no psicologa por- que tal trmino era en aquella poca demasiado introspectivo y mentalista para su gusto. Esta ciencia se ocupara del lugar del individuo en un con- texto social y cultural, y constituira, en consecuencia, una autntica psi- cologa social. Tambin Durkheim (1843-1904), al igual que Comte, pro- test contra la psicologa individualista de su tiempo. Y como l, elabor una psicologa social como sistema de determinismo social que no deja apenas lugar para la psicologa individual. De hecho, Durkheim parece tratar al grupo como a una entidad que cuenta con un motor propio dis- tinto de los individuos que la componen. La filosofa de Comte est en absoluta consonancia con el proceso de industrializacin que transforma las sociedades europeas en el siglo xix, a 366 Anastasio Ovejero Bernal la vez que anuncia ya el matrimonio entre ciencia y tecnologa que se cele- brar en las ltimas dcadas de ese siglo. Sus alegatos en favor de la socio- loga, situada en las cimas de la jerarqua de las ciencias, tambin estn en sintona con la emergencia de la cuestin social propiciada por la indus- trializacin. En efecto, los disturbios sociales engendrados por el desarro- llo del capitalismo hacen an ms imprescindible una rigurosa ciencia de la sociedad. No es de extraar que tras un barniz que hoy da llamaramos progresista, Comte, al igual que Durkheim, sean esencialmente reacciona- rios en su visible preocupacin por salvaguardar un orden social que legi- tima las desigualdades establecidas (Ibez, 1990a, pg. 36). b) La tradicin alemana: como escribe Toms Ibez, frente a la con- cepcin empirista y positivista franco-britnica, que desembocar en una sociologa donde el peso de las estructuras y de las leyes deja escaso lugar tanto para la consideracin de las dimensiones simblicas, como para el estudio de la accin humana y para los planteamientos genuinamente histricos, se alza una tradicin bien diferente que reacciona contra el posi- tivismo y el empirismo, y que se cultiv sobre todo en Alemania, donde pronto Herder (1744-1803), oponindose a algunos aspectos absolutizado- res de la razn ilustrada, puede ser considerado, a mi entender, como el principal antecedente del actual pensamiento posmoderno. Por su parte Schleiermacher (1768-1834) habl ya de accin recproca y de interac- cin social, haciendo una clara distincin entre comunidad y sociedad, que ms tarde desarrollara Ferninand Tnnies (1887), sobresaliendo particular- mente su contribucin a la perspectiva hermenutica, a travs sobre todo de su influencia sobre Dilthey, quien contribuy en gran medida a acentuar el anti-naturalismo del pensamiento alemn. En efecto, para Dilthey (1883), por decirlo con palabras de Ibez, resulta imprescindible que las ciencias humanas se emancipen del paradigma naturalista de la misma forma que las ciencias naturales supieron separarse de la metafsica, pues existe una dife- rencia de principio entre las ciencias del espritu y las ciencias de la natu- raleza: las primeras nos permiten acceder a la comprensin de los fen- menos analizados, mientras que las segundas conducen a la explicacin de sus objetos de anlisis. Y ello es as porque la realidad sociohistrica, al con- trario de la realidad natural, no es una realidad que nos venga dada de una forma externa, sino que somos nosotros mismos quienes la construimos. C) Antecedentes psicolgicos: dado que la psicologa apareci tarda- mente, es lgico que sea menos relevante a la hora de analizar los antece- dentes de la psicologa social, aunque no deberamos olvidar la influencia que en nuestra disciplina tuvieron tanto el asociacionismo ingls, que tanto peso tuvo en el conductismo norteamericano, como el funcionalismo de William James (1842-1911) y Dewey (1859-1952). Respecto al empirismo ingls, hay que destacar tanto la psicologa de Hobbes como la de Locke, que eran, ambas, profundamente individualistas, por lo que su fuerte influjo en la psicologa social, a travs sobre todo de F. Allport, fue enor- memente negativo. Ms til fue la influencia de Dewey, para quien el pro- La construccin histrica de la psicologa social 367 blema de la psicologa social no es saber cmo actan las mentes indivi- duales o colectivas para formar grupos sociales y costumbres, sino ver cmo las diferentes costumbres, los arreglos interactuantes establecidos, forman y fomentan mentes diferentes. En sntesis, la psicologa social, pues, hunde sus races en la larga tradi- cin del pensamiento occidental, pero surge a lo largo de la segunda mitad del siglo xix y lo hace como una psicologa colectiva preocupada sobre todo por la prediccin de la conducta humana y, en consecuencia, por el control de las personas. La consolidacin de los Estados modernos demanda, a la vez, una ciencia social de corte positivista que proporcione herramientas para la intervencin social, y una investigacin social que permita conocer y controlar la situacin de la sociedad en cada momento (Ibez, 1990a, pg. 45). Es ms, a lo largo de los siglos xvii, xviii y sobre todo del xix, se van perfilando una serie de rupturas cruciales que marcarn profundamente las ciencias sociales del siglo xx, incluyendo la psicologa social, lo que conllev unas consecuencias abiertamente negativas para el conocimiento de lo social (Ib- ez, 1990a, pg. 44): a) la ruptura entre ciencia y filosofa, que tanto denost Ortega y Gasset; y b) ruptura de la ciencia social en un mosaico de discipli- nas especficas y separadas, quedando la historia como una disciplina exte- rior a las dems ciencias sociales. Pues bien, sobre estas rupturas se cons- truy la psicologa social en los Estados Unidos, aunque, como en seguida veremos, su origen fue, sin lugar a dudas, europeo. Acruai isicoioca sociai: oiicix iuioiio \ oisaiioiio xoiriaxiiicaxo Como ya hemos dicho, la psicologa social naci en Europa y lo hizo, como psicologa colectiva, sobre todo en tres pases: 1) Alemania, donde debemos destacar la Psicologa de los Pueblos de Lazarus y Steinthal pri- mero y de Wundt, ms tarde, autor que podemos considerar incluso de antiexperimental. De ah la aberracin de considerarle, como durante tanto tiempo se ha hecho, nada menos que el padre de la psicologa experimental (vase Ovejero, 1997a, captulo 4). Aunque esta lnea de investacin pudo haber, sido tremendamente til para la psicologa social posterior, sin embargo, no lo fue ya que no tuvo la ms mnima influencia sobre ella; 2) Francia, donde debemos destacar la orientacin colectiva y reaccionaria de Gustavo Le Bon y el estudio de las leyes de la imitacin de Gabriel Tarde; y 3) Italia, destacando una serie de autores como Cattaneo, Rossi o Sighele. De Europa pas a Estados Unidos a primeros de siglo, a manos de autores norteamericanos que haban estudiado en Europa, especialmente con Wundt. En este pas existieron ya desde el principio dos psicologas sociales: una psicologa social psicolgica, que con antecedentes como Tri- plett o McDougall, surge realmente con F. Allport (1924); y una psicologa social sociolgica, que con antecedentes como Ross y sobre todo Cooley, surge realmente con G. H. Mead y el Interaccionismo Simblico. La exis- 368 Anastasio Ovejero Bernal tencia de estas dos disciplinas, diferentes desde el punto de vista terico, metodolgico y sustantivo, parece haberse mantenido hasta nuestros das (Jimnez Burillo y cols., 1992), de tal forma que en los aos 70 son muchos los que, tras reconocer la existencia de las dos psicologas sociales, critican duramente a la dominante, la psicolgica, por su carcter individualista, aterico, ahistrico, socialmente irrelevante y polticamente al servicio del poder, fundamentalmente de la industria y del ejrcito norteamericanos (Stryker, 1977; Semin y Manstead, 1979; etc.). Y la discusin, que continu en los aos 80 no parece estar llevando a ninguna convergencia. As, por ejemplo, mientras que Stryker (1991) incluso valora positivamente las divergencias entre ambos bandos, Stephan y Stephan (1991) hablan de los difciles y casi insuperables obstculos que los dividen, como si real- mente se tratara de dos bandos incluso hostiles (estereotipos negativos, incomunicacin, etnocentrismo disciplinar, etc.). De hecho, estudios recien- tes (Cappel y Guterbock, 1992; Ennis, 1992; Guterbock, 1992, y Pez y cols., 1992) siguen encontrando que an existe muy poca relacin entre los socilogos y los psiclogos que se dedican a la psicologa social y que los temas en que trabajan unos y otros se solapan muy poco. De todas formas, las diferencias entre ambas tradiciones deben buscarse ms all de los con- tenidos concretos o de los manuales acadmicos. La psicologa social psico- lgica tiene sus races en la admiracin y devocin de la psicologa por la razn y el conocimiento humano (racionalismo ilustrado), mientras que la sociolgica tiene su origen en una especial sensibilidad hacia los problemas sociales, hacia la reforma social y el progreso (Seoane, 1996, pgs. 35-36). Por su parte House (1977), aunque no ha sido el nico, habla incluso de una tercera psicologa social, la sociologa psicolgica, que intentara estudiar la influencia que sobre el individuo tienen los grandes procesos macrosociales (urbanizacin, industrializacin, etc.). Inspirndose en el lema del gran Mills combinar biografa e histo- ria, esta perspectiva es, en realidad, la nica que incorpora verdadera- mente a la sociedad en sus desarrollos, analizando las implicaciones psicolgicas y comportamentales de las estructuras sociales. Siendo cier- tamente lamentable la marginacin acadmica de esta slida alternativa a la psicologa social dominante, parece detectarse en estos ltimos aos un resurgimiento de esta tercera va con hallazgos de innegable relevancia social en las reas, por ejemplo, del trabajo, la salud, o la afectividad (Jimnez Burillo y cols., 1992, pg. 17). Recapitulando, diremos que el inicio de la psicologa social no est ni en Triplett (1898), que ni siquiera realiz el primer experimento, ni en Ross (1908), ni en McDougall (1908), que no publicaron los primeros manua- les de psicologa social, ni tampoco empieza con Wundt, pues casi cin- cuenta aos antes de que publicase sus primeros escritos sobre la Psicologa de los Pueblos haban aparecido ya en Rusia los primeros ensayos sobre una psicologa de carcter etnogrfico que, de acuerdo con Budilova (1984), constituyen los comienzos de la psicologa social en Rusia, y que ya estu- La construccin histrica de la psicologa social 369 dian los procesos mentales como un producto cultural e histrico, conce- diendo una gran importancia al lenguaje en la construccin de un pensa- miento compartido sobre el que se asienta la idea de nacin, siguiendo en esto la estela de Vico y sobre todo de Herder. De ah que no podamos ele- gir ninguna fecha como el momento en que surge nuestra disciplina. Por el contrario, su gestacin fue preparndose durante varios siglos, hasta desembocar en una disciplina un tanto amorfa en la Europa de la segunda mitad del siglo xix, que es cuando podemos decir que nace la psicolo- ga social, y lo hace como psicologa colectiva. Ahora bien, esa psicologa social, desapareci con la Primera Guerra Mundial y el traslado del domi- nio mundial (tanto a nivel militar, como econmico, poltico o cultural) de Europa a Estados Unidos, de tal forma que la psicologa social, tal como la conocemos ahora, nace en los Estados Unidos en los aos 30 y se desarro- lla, tras la Segunda Guerra Mundial, con la inestimable colaboracin de los psiclogos europeos, sobre todo alemanes, huidos de Hitler. Por consi- guiente, no son de ninguna manera ciertas algunas de las principales afir- maciones de Gordon Allport (1968), quien en su historiografa oficial de la disciplina dice que el primer experimento en psicologa social fue el Tri- plett (1898) o que la psicologa social nace en 1908. Respecto a lo primero, son varios los autores (Farr, 1991, etc.) que muestran cmo el experimento de Triplett no tuvo el significado que luego se le dio, hasta el punto de que ni siquiera era de psicologa social. En efecto, para Allport el estudio de Tripplett fue la primera respuesta propiamente experimental a un pro- blema psicosocial, que despus se definira como facilitacin social, pues para l los problemas psicosociales a los que sus contemporneos se dedi- can parecan estar ya definidos desde un principio. La psicologa social habra nacido, segn eso, como seala Crespo, con unos intereses y unas preocupaciones muy concretos y hasta ya con un objeto y con un mtodo definidos, que adems no se habran modificado sustancialmente con el paso de los aos. As, aunque el experimento de Triplett no se consider psicosociolgico cuando se realiz, sin embargo, una vez que Allport lo recupera como mito de origen, fue reproducido acrticamente como tal. De hecho, la mayora de los manuales posteriores reproducen la versin de Allport. Pero tal tergiversacin de la historia por parte de Allport cumpli una funcin concreta que fue la de mantener un punto de vista inductivo de la ciencia que hace que el progreso de la psicologa social parezca acu- mulativo, mostrando con ello que existe un sentido de continuidad hist- rica que lleve al lector a la conviccin de que la psicologa social ha pro- gresado de forma consistente desde su concepcin, cosa absolutamente falsa. En cuanto a la datacin por parte de Allport de 1908 como la fecha en que nace la psicologa social, no parece adecuado mantener tal cosa. Si atendemos al planteamiento de problemas psicosociales, stos surgen sobre un trasfondo de preocupaciones sociales, y se plasman en obras muy diver- sas, algunas anteriores a 1908. Si, por el contrario, lo que nos interesa es la existencia de enfoques que abran nuevas vas de investigacin, los manua- les de Ross y McDougall son ms bien el final de una etapa que el inicio 370 Anastasio Ovejero Bernal de otra, expresin de modos caducos de explicar (la sugestin, el instinto) que posteriormente tuvieron poca acogida (Crespo, 1995, pg. 64). En definitiva, aunque la psicologa social tiene sus races en las ciencias sociales europeas de la segunda mitad del siglo xix, fue en los Estados Uni- dos donde realmente se desarroll como disciplina cientfica, sobresaliendo cuatro hechos, de diferente tipo, en la conformacin de tal desarrollo: 1) La influencia de F. Allport y de su manual de 1924: lo que hizo este autor fue llevar a la psicologa social el individualismo metodolgico del positivismo que l haba aprendido de su maestro, el conductista Holt. Con ello, la psicologa ser a partir de entonces predominantemente psicolo- gista, individualista y experimentalista. 2) Llegada del nacionalsocialismo al poder en Alemania: este hecho fue tan influyente en la psicologa social norteamericana que le hizo decir a Cartwright (1979) que ha sido Hitler el personaje ms influyente de todos los tiempos en la psicologa social. De hecho, fue la represin nazi contra los judos y contra los progresistas lo que oblig a muchos psiclogos ale- manes a emigrar a Estados Unidos, de tal forma que muchos de los gran- des nombres de la psicologa social americana de los aos 50 y 60 son europeos, principalmente alemanes: Lewin, Heider, Asch, Adorno, Jahoda, Fromm, Reich, etc., o discpulos suyos: Festinger, Back, etc. Adems, sin los fenmenos provocados por Hitler (la propia Guerra Mundial, la irra- cionalidad de su sistema, el holocausto judo, el racismo como antisemi- tismo, etc.) la psicologa social hubiera sido bien distinta. 3) La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial: como consecuencia de la participacin de los psiclogos sociales en la Guerra Mundial, recibieron en recompensa sus ttulos de nobleza y unos presu- puestos ilimitados de investigacin. Y fue importante tambin, relacionado con lo anterior, el hecho de que la American Psychological Association (APA) crease dos secciones (la 8 y la 9) de psicologa social que consagr su reconocimiento institucional. Pero lo que la disciplina gana en autono- ma institucional lo pierde en el plano de la independencia terica y de los problemas. Aceptada en el seno de la APA, debe plegarse a sus normas de funcionamiento y presentarse de una forma compatible con las opciones epistemolgicas, tericas y metodolgicas que han tenido su origen a espal- das de la especificidad de los objetos de la psicologa social (Apfelbaum, 1985b, pg. 9). As, la psicologa institucional es consciente de que la psi- cologa social puede poner en tela de juicio incluso su propia identidad y desde la APA se pondrn trabas para ello. A esto se uni un factor externo de enorme importancia que veremos despus: la guerra fra. Por consi- guiente, como bien puntualiza Crespo, tras la Segunda Guerra Mundial la psicologa social se institucionaliza de modo definitivo, particularmente en Estados Unidos, convirtindose en una disciplina acadmica reconocida como tal. El objetivo de la investigacin se desplaza progresivamente del exterior, de las demandas y preocupaciones sociales, hacia el interior de los centros universitarios. Y es que, como resultado de la guerra, en muy La construccin histrica de la psicologa social 371 pocos aos se produjo una expansin notabilsima de la psicologa social, hasta el punto de que si la entidad de una ciencia se midiese por el nmero de sus miembros, no sera desacertado afirmar que la psicologa social nace en los Estados Unidos despus de la Segunda Guerra Mundial. Cartwright (1979, pg. 85) manifiesta que como un resultado de la explosin de poblacin en la disciplina en los ltimos treinta aos, algo as como el 90 por 100 de los psiclogos sociales que han existido estn vivos en el momento presente. Adems, esta poblacin de psiclogos sociales, aade Cartwright, es el producto de una sola generacin de personas que fueron entrenados por un nmero muy reducido de profesores con unos antece- dentes comunes y un punto de vista bastante homogneo, que eran euro- peos y judos en su mayor parte (Lewin, Asch, Heider, etc.). Por consi- guiente, la psicologa social norteamericana es, en algn sentido, europea. Ms en concreto, tal vez el grupo ms influyente en la historia de la psi- cologa social sea el de aquellos que trabajaron con Kurt Lewin y que, de un modo ms o menos directo, se inspiraron en las ideas de ste (Crespo, 1995, pg. 86). Segn Perlman (1984), ocho de los diez psiclogos sociales ms citados son descendientes directos de esta lnea de investigacin. 4) La llegada de la guerra fra: tras la Segunda Guerra Mundial comenz una guerra no declarada (guerra fra) entre los dos grandes ven- cedores, los Estados Unidos y la Unin Sovitica. En este contexto, en Esta- dos Unidos el general McCarthy impuso una semidictadura caracterizada por una fuerte censura a todos los niveles conocida con el nombre de caza de brujas (recurdese la pelcula que con este mismo ttulo y protagonizado por Robert de Niro, denuncia la poltica del macartismo en el mundo de Hollywood). Pues bien, si la psicologa social vena siendo muy poco social, esta poltica de caza de brujas del marcatismo impidi definitivamente que la psicologa social fuese realmente social, cortando de raz los intentos que en esta direccin haban comenzado en los aos 30, con autores como J. F. Brown, y David Krech y el SPSSI. Desde entonces fue ya ms fcil la adop- cin de un enfoque conductista en los ms diversos campos psicosociolgi- cos. La adopcin masiva del experimento de laboratorio se encarg, de una forma cientfica, o sea, de una forma neutra, de impedir que la psicolo- ga social tratase temas realmente psicosociolgicos que tuviesen algo que ver con la pretensin de cambiar la realidad, puesto que tales anlisis no caban en las paredes fras y aspticas del laboratorio, de tal forma que sigui siendo absolutamente predominante en psicologa social el enfoque positivista, cuyo excesivo experimentalismo y psicologismo por fuerza tena que entrar en cri- sis, como as ocurri, tal como veremos en el prximo apartado. Sin embargo, aunque totalmente dominante en la psicologa social norte- americana, la corriente experimentalista y psicologista no fue la nica. Hubo, como mnimo, otras dos corrientes de las que slo la primera ha tenido continuidad: a) El enfoque interaccionista de Cooley (1863-1929) y Mead (1863- 1931), que reaccin contra la psicologa social del instinto, tan de moda 372 Anastasio Ovejero Bernal en aquellos aos (Mc Dougall, etc.). De hecho, ms de un tercio de los captulos incluidos en el conocido y primer Handbook of Social Psychology, de Carl Murchison (1935), versaban sobre la psicologa social de las bacte- rias, plantas y animales inferiores. Pues bien, la tesis fundamental de Coo- ley es la unidad de sociedad e individuo, ya que ni ste puede darse sin la sociedad, ni sta sin aqul. Lo dice explcitamente al afirmar que un indi- viduo slo es una abstraccin desconocida por la experiencia; tambin sucede lo mismo con la sociedad cuando se la considera aparte de los indi- viduos. Como dice Buceta (1979, pg. 18), la concepcin de Cooley representa un intento de superar las posturas antagnicas de Tarde y Durk- heim al sealar la interdependencia e inseparabilidad del binomio indivi- duo-sociedad, siendo ste, precisamente, el punto de partida y el objetivo fundamental de la psicologa social. Por ello, su obra ms que un antece- dente representa el nacimiento de la psicologa social, siendo autor obli- gado en cualquier estudio sobre la aparicin de esta disciplina. Tambin G. H. Mead reaccion fuertemente contra la corriente biologicista e instin- tivista que entonces tan de moda estaba en los Estados Unidos. Como seala Torregrosa (1974, pg. XXIV), aunque Mead estaba ms prximo de los medios psicolgicos y filosficos, su herencia intelectual ha sido asu- mida casi totalmente por la sociologa y la psicologa social de corte socio- lgico. Publicaciones bien recientes en estos dos campos reconocen su ins- piracin y su deuda intelectual con G. H. Mead, sobre todo, como ya hemos dicho, el Interaccionismo Simblico. b) En los aos 30, tras la radicalizacin a que llev la profunda crisis econmica y el generalizado desempleo que la acompa, surgi incluso una interesante corriente de psicologa social marxista, corriente que fue iniciada por J. F. Brown (1936) con un gran xito inicial, aunque despus no tuvo continuidad ninguna. En efecto, en su Psychology and Social Order, Brown analiza los diferentes tpicos psicosociales desde una perspectiva lewiniana, pero integrando tambin el marxismo y el psicoanlisis, de tal forma que, por ejemplo, Brown crea que la teora del campo de Lewin y el materialismo dialctico de Marx tenan muchos puntos en comn: el nfasis que ambos ponen en el papel que la teora desempea en el proceso cientfico; la funcin de la teora para cambiar la realidad; el inters por el cambio, ms que por explicar lo ya dado; y un inters por los procesos y leyes dinmicos ms que por las condiciones estticas. Sin embargo, y por razones principalmente ideolgicas y polticas, el nombre de Brown as como su importantsimo e influyente manual, fueron marginados total- mente por parte de la psicologa social estadounidense de posguerra. Ciisis oi ia isicoioca sociai Los aos 70 fueron abiertamente aos de crisis en nuestra disciplina, aunque no slo en ella sino tambin en otras como la sociologa, la antro- pologa o la ciencia poltica. Esta crisis, que se hizo patente con la publica- La construccin histrica de la psicologa social 373 cin de una serie de trabajos que cuestionaban, bsicamente, el modo dominante de hacer psicologa social, tuvo una serie de consecuencias sobre cuya valoracin no existe unanimidad. Como dice Torregrosa (1981, pg. IX), existen discrepancias respecto a la naturaleza de la misma, o de los posibles caminos para superarla, pero en lo que s parece existir consi- derable acuerdo es en el hecho mismo de la crisis, hasta el punto de que se cuentan por cientos de libros y artculos sobre este tema. Ya Jimnez Burillo (1981a) hablaba de ms de doscientas publicaciones. Tambin en nuestro pas son relativamente abundantes los trabajos sobre esta crisis (Torregrosa, 1974; Jimnez Burillo, 1977, 1981; Rodrguez Gonzlez, 1977; Blanco, 1980; Ibez, 1983; Garrido, 1982; Ovejero, 1984a, 1984b, 1991c; etc.). Mientras que para unos no hubo crisis o se trat de una perturba- cin menor (Jones, 1985) y para otros la crisis ya ha pasado (Festinger, 1980, Pez y cols., 1992), para algunos, en cambio, sus efectos han sido profundos, irreversibles y duraderos (Ibez, 1990). En todo caso, a mi modo de ver, resulta difcil comprender la psicologa social actual sin tener en cuenta la crisis. Ahora bien, cules fueron las causas y las consecuencias de tal crisis? Las causas son varias y de diferente tipo, pero casi todas ellas relacionadas, de una u otra forma, en mi opinin, con el origen de la propia psicologa social, y las consecuencias van a ser tambin diversas, pero positivas (una mayor relevancia social, una mayor pluralidad metodolgica, una mayor aproximacin entre las dos psicologas sociales, etc.). Y es que tal vez pueda decirse que la psicologa social ya naci en crisis (Jimnez Burillo, 1980), al verse obligada a elegir ya desde sus comienzos entre una lnea sociolo- gista y otra psicologista y haberse inclinado mayoritariamente por la psico- logista y experimentalista, a causa, entre otras razones, de la influencia en los aos 20 de Floyd Allport. Tal vez por ello, el mayor problema de la psi- cologa social, raz de su honda crisis, haya sido, a mi modo de ver, la falta de identidad (Ovejero, 1984b). En este sentido afirma Munn (1986, pg. 71) que estamos asistiendo a la lucha por un paradigma dominante. Sin embargo, lo que est en juego, en el fondo, es la identidad de la psicologa social. Se tratara, pues, como dice Torregrosa (1985), de una crisis consti- tucional. Es decir, fue una crisis de identidad, provocada por la incapaci- dad de los paradigmas tericos existentes para captar el concepto y el objeto de la psicologa social. Desde esta perspectiva ya se entiende mejor la afirmacin de Farberow de que la crisis de la psicologa social es crnica, puesto que es constitucional, o sea, est en sus propios orgenes, en la falta de definicin global de la psicologa social en sus momentos iniciales. En definitiva, la psicologa social, como en parte todas las otras ciencias sociales, se ha movido y desarrollado en un estado de crisis perpetua desde su fundacin, como consecuencia y como excusa de su doble filiacin, sociolgica y psicolgica (Panyella y Rodrguez, 1984, pg. 99). En todo caso, como defienden autores como Ibez (1983) o Crespo (1995), no podemos entender la crisis de la psicologa social si no la enmar- camos en la crisis ms global que est afectando al modelo de inteligibili- 374 Anastasio Ovejero Bernal dad cientfica heredado de la modernidad. Estamos ante una parte de la crisis del pensamiento moderno. Y es que la crisis de la psicologa social no puede verse como algo aislado, al margen de la crisis de la modernidad. Por el contrario, no es sino una de sus manifestaciones. En efecto, la psicologa social, al igual que las dems ciencias sociales, resulta hist- ricamente posible en virtud no tanto de un conjunto de evidencias emp- ricas como de una serie de creencias y actitudes sobre la realidad humana. Estas creencias y actitudes han sido caracterizadas como moder- nidad, y es justamente esta concepcin moderna del mundo la que entra en crisis en los ltimos aos. La crtica a la modernidad no es, en estricto sentido, una novedad. En realidad, acompaa dialcticamente al propio pensamiento moderno. Lo novedoso, en cualquier caso, es que en los ltimos aos la crtica a la modernidad toma una especial amplitud, caracterizando, incluso, un movimiento intelectual, la posmodernidad (Crespo, 1995, pg. 88), que ms adelante veremos mejor. Los pensadores de la Ilustracin crean en la existencia de una relacin intrnseca entre racionalidad, progreso y libertad, que es justamente lo que cuestiona el posmodernismo. Es ms, la confianza ciega de los ilustrados en la bondad intrnseca del progreso ha sido cuestionada por la propia experiencia, tanto por el desarrollo tecnol- gico y econmico, con sus graves secuelas para el equilibrio ecolgico y para la supervivencia del planeta, como por la experiencia poltica, sobre todo las consecuencias nefastas de la racionalidad socialista de los pases del Este que no llev sino a un terrible totalitarismo. Pero esta crisis general debida a la falta de identidad se ha concretado en un nmero de crisis sectoriales dentro de la psicologa social, que yo concretara en las siguientes: 1) Crisis metodolgica: el primer desafo para la psicologa social fue un examen crtico del experimento de laboratorio como mtodo esencial de nuestra disciplina. Tras un artculo de Campbell (1957) en el que estudiaba varios factores que podan socavar la validez de los experimentos, Rosent- hal, Orne, Riecken, y otros muchos, mostraron las conclusiones de las suge- rencias de Campbell en los estudios psicosociales de laboratorio. Como dice Ibez (1985) el problema fundamental de la psicologa social, el que sub- yace a la crisis, ha consistido en gran parte en enfrentarse a unos objetos radicalmente distintos de los de las ciencias naturales. Y sin embargo, debe ser el mtodo el que tiene que adaptarse al objeto, y no al revs. 2) La psicologa social como historia: el segundo desafo fue propuesto por Gergen al afirmar en un artculo titulado justamente Social Psycho- logy as History (1973), que nuestra disciplina trata con hechos que en su mayor parte no son repetibles y fluctan notablemente con el paso del tiempo... El conocimiento podra no acumularse en el sentido cientfico usual, dado que ste no trasciende generalmente sus lmites histricos (1973, pg. 310). El propio Gergen, en un trabajo posterior (Gergen y La construccin histrica de la psicologa social 375 Gergen, 1984, pgs. XII-XIII) lo explica ms detalladamente: La psicolo- ga social tradicional a menudo se ha equivocado al creer en la permanen- cia, ha sido un campo principalmente dedicado a la investigacin de los principios permanentes de la conducta humana. Al igual que las ciencias naturales, su principal esperanza fue localizar los procesos o mecanismos fundamentales que facilitaran la prediccin (o control) de la conducta humana independientemente del contexto histrico. Y, sin embargo, no son fciles la prediccin y el control de la conducta humana, ya que sta no es universal sino que depende del contexto histrico, social y cultural: la psicologa social no es una ciencia natural sino una ciencia histrica. Si des- pojamos a los fenmenos y procesos psicosociales de su dimensin hist- rica, los desnaturalizamos. 3) Crisis ideolgica: el tercer desafo para la psicologa social proviene de E. Sampson (1978), quien sostiene que la psicologa social tiene su ori- gen y sirve a las necesidades de una sociedad capitalista de clase media, liberal, predominantemente masculina y orientada a la tica protestante (pg. 1335). Es decir, que la disciplina est constreida por todo un con- junto de valores sociales e ideolgicos, como resume perfectamente Jim- nez Burillo (1985) cuando dice que tal vez la psicologa social haya ser- vido para justificar la desigualdad social. Ms explcitamente lo explica Gross (1983, pg. 42) al afirmar que la funcin ideolgica esencial de la psicologa social positivista y de la ciencia poltica consiste en despolitizar la ciencia social y presentar una imagen de ella como de un dominio neutral y objetivo de expertos tcnicos que resulta inaccesible a los mortales corrientes y que es aplicado, para beneficio de toda la sociedad, por sus representantes democrticamente elegidos y orientados en tales asuntos por asesores tecnocrticos. Y es que, como escribe Deleule (1972, pg. 47), en una lnea muy foucaultiana, la propia investigacin sociopsicolgica se encuentra ligada a la demanda social y a una ideologa dominante, a la cual aporta su aparato tcnico y su armazn terico, operando, en ltima ins- tancia, como parte del aparato ideolgico del Estado que tiene el encargo social de evitar el recurso a la violencia fsica de los aparatos represores. Se trata, pues, de una tecnologa de control social para prevenir problemas en la estructura que sostiene a los que detentan el poder. La psicologa social se hace ideologa, precisamente por esa acepta- cin acrtica de la visin del mundo compartida por la comunidad cient- fica, dndole a esa visin carta de naturaleza y construyendo sobre ella el propio armazn terico y metodolgico. Lo socialmente construido se transforma sutilmente en natural y obvio, hacindose as opacas las deter- minaciones sociales de nuestro objeto de estudio, contribuyendo con ello al mantenimiento de los valores y creencias dominantes y del sistema de relaciones sociales a la que stos sirven de apoyo y cemento (Crespo, 1995, pg. 94). 4) Crisis de relevancia: una de las crticas ms frecuentemente repeti- das y ms tempranas (Ring, 1967) dirigidas contra la psicologa social ha 376 Anastasio Ovejero Bernal sido la de una supuesta falta de relevancia de sus investigaciones, a causa, sobre todo, de la masiva utilizacin del experimento de laboratorio. Como dicen Panyella y Rodrguez (1984, pg. 92), el problema de la intrascen- dencia social de la investigacin y de sus resultados constituye, posible- mente, uno de los principales ejes dinmicos en la configuracin de la cri- sis. An ms, se puede aceptar que sea el factor disparador con que se inicia el coro de manifestaciones que acentan su importancia. Tambin Jimnez Burillo (1977) cree que esta irrelevancia social es uno de los deter- minantes causales de la crisis, e incluso para Rodrguez Gonzlez (1977) ms que un determinante de la crisis es su componente principal. En suma, son muchos los autores que afirman que la causa de la crisis de la psicolo- ga social est sobre todo en su escasa capacidad mostrada para solucionar problemas sociales, hasta el punto de que incluso un autor conocido preci- samente por su defensa a ultranza del experimentalismo en psicologa social, como es Schlenker (1976, pg. 378) afirmaba: Es cierto que nues- tras teoras actuales no han probado todava ser de gran utilidad en sus aplicaciones a los problemas del mundo real. 5) Crisis terica: a nivel terico, el mayor descontento provena de la existencia de dos psicologas sociales, descontento que se haca mayor por el hecho, como dice Stryker (1983), de que mientras la psicologa social psicolgica era ms bien una amalgama de diferentes pequeas teoras a escala reducida sobre fenmenos particulares (comparacin social, cambio de actitudes, atribuciones causales, etc.), sin que existiera un enfoque te- rico global que introdujera coherencia en esas teoras y estableciera algunas relaciones sistemticas entre ellas, en cambio, la psicologa social sociolgica, que s dispona de un enfoque global terico, sin embargo, no contaba con teora de alcance ms reducido cuyas implicaciones empricas pudieran ser sometidas a prueba. Todo ello dio lugar a una enorme fragmentacin de la teora y a grandes dificultades para la construccin de un saber acumulativo, tan necesario en psicologa social. Como dice Moscovici (1970), necesitamos rehabilitar una psicologa social terica que debera existir con el mismo esta- tuto que una psicologa social experimental. Slo esta investigacin terica podr liberar las energas cubiertas por la experimentacin y reducir la dis- persin, el fraccionamiento y la heterogeneidad que reina en este terreno. 6) Aspectos ticos de la crisis: finalmente, una parte de las crticas lan- zadas contra la psicologa social afectan a cuestiones de tipo tico, relacio- nadas tambin stas con la utilizacin del laboratorio (hacer dao a los sujetos, invadir su intimidad personal, el engao experimental, etc.). Es ms, como escribe Gergen (1996, pg. 55), durante la mayor parte del pre- sente siglo se ha hecho un intenso esfuerzo tanto por parte de los cient- ficos como de los filsofos empiristas para apartar a las ciencias del debate moral. La meta de las ciencias, se ha dicho en general, consiste en proporcionar unas exposiciones precisas de cmo son las cosas. Sin embargo, las cuestiones relativas a cmo deberan ser no son una pre- ocupacin cientfica importante. Es ms, suele aadirse, cuando la explica- cin y la descripcin terica se ven recubiertas de valores, dejan de ser La construccin histrica de la psicologa social 377 fidedignas o pasan a ser directamente perjudiciales, ya que distorsionan la verdad. Ahora bien, aade Gergen, que las tecnologas cientficas deban utilizarse para diversos propsitos (como hacer la guerra, controlar la poblacin o la previsin poltica) tiene que ser una preocupacin vital para los cientficos, pero tal como se ha dejado claro con frecuencia, las decisio- nes acerca de estos temas no pueden derivarse de la ciencia en cuanto tal. Para muchos cientficos sociales, el ultraje moral de la guerra de Vietnam empez a socavar la confianza en este enfoque existente desde haca mucho tiempo. De algn modo la neutralidad de las ciencias, como medusas en un ocano, pareca ser algo moralmente corrupto. No slo no haba nada acerca del aspecto cientfico que diera razn al rechazo de la brutalidad imperialista, sino que el establishment cientfico a menudo entregaba sus esfuerzos a mejorar las tecnologas de la agresin. Haba, por tanto, una importante razn para restaurar y revitalizar el lenguaje del deber ser. Todo ello exiga una perspectiva crtica, que no era algo nuevo, sino que, como mnimo, vena ya de los aos 30 (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Benjamin, etc.), mostrando que las pretensiones de verdad cientfica podan ser evaluadas en trminos de los sesgos ideolgicos que revelaban. Para cualquier grupo preocupado por la injusticia o la opresin, la crtica ideo- lgica es un arma poderosa para socavar la confianza en las realidades que se dan por sentadas propias de las instituciones dominantes: la ciencia, el gobierno, lo militar, la educacin, entre otras. Como forma general, la cr- tica ideolgica intenta poner de manifiesto los sesgos valorativos que sub- yacen a las afirmaciones de la verdad y la razn (Gergen, 1996, pg. 56). El resultado de la crisis parece an difcil de evaluar, existiendo la pers- pectiva pesimista de quienes dicen que no ha ejercido efecto ninguno (Kressel, 1989; Jimnez Burillo y cols., 1992; Pez y cols., 1992b), y la ms optimista de quienes afirman que a partir de los aos 70, y como conse- cuencia directa de la crisis, se ha venido gestando en nuestra disciplina un nuevo paradigma caracterizado por el nfasis en los aspectos histricos, dialcticos y simblicos de la conducta humana, el inters por la ideologa, el reconocimiento del carcter activo de las personas, la preocupacin por el cambio y la resolucin de los problemas sociales, el estudio de la vida cotidiana y la utilizacin de mtodos alternativos de investigacin (Ibez, 1990; House, 1991; Collier y cols., 1991; Montero, 1994a; etc.). Personal- mente creo que la crisis, con sus componentes constitucionales, acadmicos y personales, ha sido muy til y fructfera, como suelen serlo generalmente las crisis, al convertirse, por el conflicto que producen, en un verdadero motor del cambio social. De hecho, a) ha fomentado la bsqueda de mto- dos menos obstrusivos que los utilizados habitualmente por la psicologa social tradicional y, en todo caso, ha hecho posible que se acuda, sin com- plejo de inferioridad alguno, a mtodos no experimentales; b) ha permitido la ampliacin del marco terico en que deben desenvolverse las investiga- ciones psicosociolgicas, incrementndose as la presencia de perspectivas poco habituales en la psicologa social tradicional como la psicologa social histrica, la psicologa social dialctica, la etogenia, etc.; c) ha servido para 378 Anastasio Ovejero Bernal poner de relieve el compromiso sociopoltico del psiclogo social y para mostrar que la psicologa social se hace poltica no por tomar partido, sino como saber o ignorancia, como desvelamiento o encubrimiento de procesos implicados en nuestra vida cotidiana (Torregrosa y Crespo, 1984, pg. 727); y finalmente, d) ha ayudado poderosamente al desarrollo y fomento de las aplicaciones en psicologa social, con los efectos positivos que ello tiene. En conclusin, tras la crisis las cosas ya no volvieron a ser como antes en nuestra disciplina, pues, como dice Ibez (1991, pg. 43), los plantea- mientos crticos ms radicales fueron cuestionando, uno tras otro, los diversos supuestos sobre los que se fundamentaba la pretendida legitimidad cientfica de la experimentacin psicosocial, propiciando de esta forma un intenso debate metaterico, del que fueron saliendo una serie de psicolo- gas sociales alternativas cuyas principales caractersticas podran ser las siguientes (Ovejero, 1993e): 1) Una mayor y ms estrecha interdisciplinariedad, no slo entre los distintos enfoques psicosociales (Stephen y cols., 1991), sino incluso con especialistas de otros campos, pues como subraya Parker (1989), en la antropologa, la sociologa y la historia hay discusiones ms ricas y ms sofisticadas que en la propia psicologa social, y en la literatura, la filosofa y los estudios culturales ms interesantes descripciones de la subjetividad. 2) Un anlisis metaterico que nos permita contemplar la psicologa social, las prcticas sociales y psicosociales y nuestro propio quehacer coti- diano con cierta distancia (vase Stam y cols., 1987). Este anlisis metate- rico es justamente el que nos permitir poner los fundamentos para una psicologa social autnticamente crtica y no opresiva, e incluso explcita- mente emancipadora (Armistead, 1974; Parker, 1989; Sampson, 1991; Wex- ler, 1983; Ibez e iguez, 1997). 3) Una perspectiva socioconstruccionista: una tercera caracterstica de la Nueva Psicologa Social est estrechamente relacionada con la anterior, pues ha ido emergiendo lentamente tras la crisis de la psicologa social como un intento de hallar una metateora que pudiera representar una alternativa vlida frente al modelo empiricista de la ciencia que caracteriza a la corriente dominante en la disciplina (Ibez, 1990, pg. 227). De ah que, con Gergen (1982, 1985a, 1985b, 1992, 1996) a la cabeza, esta pers- pectiva ya ha conseguido aglutinar a muchos psiclogos sociales provenien- tes de otras lneas alternativas que tenan en comn tanto el estar frente al positivismo como el estar a favor de una epistemologa pospositivista, como es el caso de los partidarios de la teora crtica, de la hermenutica o del contextualismo. 4) Deconstruccionismo y preocupacin por los anlisis lingsticos: tal vez una de las caractersticas ms relevantes de muchas de las ms recien- tes tendencias en nuestra disciplina, como la retrica, el textualismo y la psicologa social posmoderna, estriba, para bien y para mal, en considerar en el hombre ms lo que dice y sobre todo cmo lo dice que lo que es o lo La construccin histrica de la psicologa social 379 que hace. De ah que casi siempre bajo la influencia del segundo Wittgens- tein, se haga un especial hincapi en el anlisis lingstico y del discurso, y de ah tambin el inters por el deconstruccionismo, ya que, como afirman Par- ker y Shotter (1990), nuestro conocimiento del mundo exterior y de nosotros mismos no viene determinado por la naturaleza de ese mundo exterior ni por nuestra propia naturaleza, sino ms bien por los medios literarios y textuales que usamos para formular nuestros intereses y argumentos. Nos encontramos, pues, al final de una trayectoria interesante y llena de posibilidades para la psicologa social, pero no exenta de preocupaciones: la psicologa social posmoderna supone en algunos aspectos una real vuelta a los sofistas griegos y al excepticismo nihilista de Gorgias, siempre a tra- vs de Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger: si la Razn desaparece, slo queda la voluntad, o lo que sera peor, la voluntad de poder. Y aqu es donde, nuevamente, comienzan las disputas y el debate entre las diferentes psicologas sociales alternativas, de forma que la psicologa social de los primeros aos del siglo xxi depender en buena medida, a mi modo de ver, de cmo se resuelva tal debate. De momento, son muchos los que critican el mero textualismo y la mera retrica, acusndoles de fundamentalismo interpretativo (Bhaskar, 1989; Crespo, 1991; etc.). Disaiioiio oi ia isicoioca sociai iuiia oi ios Esraoos Uxioos a) Psicologa Social en Europa: aunque ya hemos dicho que la psicolo- ga social naci en Europa, sin embargo, tal como existe hoy da es, sin duda, un producto tpicamente norteamericano. Es ms, a pesar de que muchos europeos contribuyeron de una forma muy importante a la psico- loga social estadounidense, sin embargo, hasta la dcada de los 60 no podemos hablar del inicio de una psicologa social europea. De hecho, con su propia Asociacin Europea de Psicologa Social, fundada en 1963, con ayuda norteamericana y auspiciada por el estadounidense John Lanzetta y con su propio rgano de expresin, el European Journal of Social Psycho- logy, la psicologa social europea se ha desarrollado enormemente durante los ltimos aos, existiendo ya algunas buenas revisiones, como la de Jas- pars (1986). Durante los primeros aos 60 la psicologa social europea dependa an en un alto grado, tanto intelectual como econmicamente, de la norteame- ricana, aunque fue paulatinamente independizndose de ella y mante- niendo frecuentes relaciones con los psiclogos sociales de los pases del Este, hasta el punto de que en seguida fueron conformndose sus dos prin- cipales caractersticas: estudio de la conducta social dentro de un contexto ms social de lo que lo hacan los norteamericanos; y creacin de una psi- cologa social ms crtica que la norteamericana e incluso en ocasiones mar- xista. Ambas cosas fueron reflejndose en las lneas de investigacin ms genuinamente europeas como la influencia de las minoras, las relaciones intergrupales, las representaciones sociales y los estudios sobre el poder 380 Anastasio Ovejero Bernal social. Con ello, los europeos intentan poner un mayor nfasis en la rele- vancia social de la psicologa social que en sus problemas metodolgicos, con lo que ya est empezando a superar muchos de los sesgos de la psico- loga social norteamericana. De hecho, Scherer (1993) llev a cabo una investigacin emprica para conocer el estado actual de la psicologa social, en la que consult a ochenta psiclogos sociales (cuarenta estadounidenses y cuarenta europeos), todos ellos muy conocidos en la disciplina. Les peda que identificasen los principales desarrollos que, a su modo de ver, haban marcado el progreso de la psicologa social durante los ltimos veinte aos. La tasa de respuesta fue del 80 por 100. Pues bien, entre la gran dispersin de respuestas obtenidas, Scherer encontr que los psiclogos sociales norte- americanos asignaban el primer lugar a la cognicin social, mencionando la mayora de ellos expresamente la teora de la atribucin. En cambio, los psiclogos sociales europeos colocaron en los primeros lugares los estudios sobre identidad social, sobre relaciones intergrupales y, algo menos, sobre representaciones sociales. Por otra parte, sera realmente imperdonable no incluir aqu un apar- tado, aunque breve, sobre la psicologa social en Espaa. Pues bien, en nuestro pas la psicologa social, que surgi tardamente como disciplina institucionalizada, est atravesando un perodo de gran desarrollo, con un gran nmero de publicaciones a lo largo de los ltimos aos, aumento de las ctedras y titularidades, etc. El crecimiento de la psicologa social en Espaa durante los ltimos aos ha sido, pues, espectacular. La existencia de unos currculos propios de psicologa se ha visto acompaada, como no poda ser de otro modo, por la incorporacin de decenas de nuevos profe- sores a las labores de docencia e investigacin en este campo del conoci- miento (Sabucedo y cols., 1997, pg. 177). Un reflejo claro de tal creci- miento lo constituyen las reuniones y congresos nacionales que han tenido lugar en nuestro pas. Desde el Primer Encuentro de psiclogos sociales espaoles que tuvo lugar en Barcelona en septiembre de 1980, se han cele- brado otros dos Encuentros, uno en Madrid (1981) y el otro, que public los trabajos presentados, en Las Palmas (1983), y seis Congresos Naciona- les (Granada, 1985; Alicante, 1988; Santiago de Compostela, 1990; Sevilla, 1993; Salamanca, 1995; y San Sebastin, 1997). El sptimo cerrar el siglo en Oviedo, en el ao 2.000. Adems, la creciente participacin de los psi- clogos sociales en tales Congresos queda patente en el nmero de pginas publicadas en las respectivas Actas, desde las 716 (1 volumen) del Con- greso de Granada, a las 1.670 del de Alicante (6 vols.), las 1.847 de San- tiago (5 vols.), las 3.574 de Sevilla (9 vols.) o las 3.013 de Salamanca (5 vols.) (vase en Sabucedo y cols., 1997 un anlisis de los trabajos presenta- dos). Igualmente ha habido tres Encuentros de Psicologa Social Hispano- Lusa: el primero en Tomar (Portugal) (1987), el segundo en El Escorial (1989) y el tercero en Lisboa (1992), de los que slo del primero se publi- caron las actas. Por ltimo, tambin ha habido dos Encuentros de Psicolo- ga Social Hispano Sovitica, el primero en Madrid (1988) y el segundo en Mosc (1991). Slo del primero se publicaron las Actas encabezadas preci- La construccin histrica de la psicologa social 381 samente por un trabajo del profesor J. R. Torregrosa (1991) titulado La Psi- cologa Social espaola: Perspectivas de futuro, que finaliza con estas pala- bras referidas a la psicologa social en nuestro pas (pg. 24): Todo ello revela una gran efervescencia intelectual, una tensin creadora y una ampli- tud de perspectivas que permiten entrever un fructfero desarrollo durante los prximos aos. Pero tampoco deberamos olvidar nuestras races, que son realmente interesantes y de gran valor para nuestras actuales investigaciones, desde Juan Luis Vives, que ha sido considerado incluso el padre de la psicologa moderna (vase Ovejero, en prensa), Juan Huarte (vase Pinillos, 1976), no sin mritos nombrado el patrono de los psiclogos espaoles, Feijo (vase Ovejero, 1995c) o, sobre todo, Ortega y Gasset (vase Torregrosa, 1985; Ove- jero, 1992a, 1998) (pueden encontrarse sendas revisiones sobre la psicolo- ga social precientfica en Espaa, en Pinillos, 1965, y sobre todo, Jim- nez Burillo, 1976). b) Psicologa social en la Unin Sovitica: como seala Munn (1985), suele creerse con frecuencia que las ciencias sociales han sido algo prcti- camente inexistente en la URSS, creencia que es alimentada por ciertas fuentes occidentales, generalmente norteamericanas, claramente sesgadas, intencionada o inintencionadamente. Pues bien, tal creencia es falsa, al menos por lo que corresponde a la psicologa social (vase Andreeva, 1979; Munn, 1985; Lomov, 1991), aunque los cambios profundos y bruscos que en 1991 tuvieron lugar en la antigua URSS por fuerza estarn produciendo importantes virajes en las ciencias sociales en general y en la psicologa social en particular, virajes an poco conocidos desde aqu. De ah que en estas pginas hablemos an de psicologa social sovitica, y no de la actual psicologa social rusa. Pues bien, a pesar de las grandsimas dificultades que tuvo la psicologa social para desarrollarse durante el rgimen sovitico, sobre todo en la poca de Stalin, sin embargo, con la muerte del dictador comenzaron a cambiar las cosas, aunque muy lentamente, para nuestra disciplina, hasta el punto de que ya en 1957 Ananiev denunciaba, como un problema serio, la ausencia de una psicologa social marxista. Y poco despus, en 1959, Kova- lev afirmaba que la psicologa social, como fenmeno real, es la suma total de los sentimientos sociales, actitudes, experiencias, hbitos, ilusiones, etc., de una colectividad determinada, aadiendo que los objetivos ms impor- tantes de la psicologa social son la formacin y desarrollo de la personali- dad a travs de la colectividad, pero proponiendo que se le d a la psico- loga social el estatus cientfico que merece dentro de la ciencia marxista-leninista. Ese cambio se acenta y se afianza en 1963, ao clave para la psicologa social sovitica. De tal forma que Ilitchev, presidente de la comisin ideolgica del Congreso del Partido, al presentar un informe ante la Academia de las Ciencias sobre el estado de la ciencia en la URSS, afirma explcitamente que la psicologa social es una rama importante de la ciencia psicolgica, de gran valor, que est llamada a contribuir, segn l, junto con la ideologa, a la educacin y formacin del hombre de la socie- 382 Anastasio Ovejero Bernal dad comunista. En consecuencia, procede realizar desde el marxismo inves- tigaciones cientficas en este campo, investigaciones que descubran las leyes objetivas del desarrollo y formacin de la personalidad, las condiciones que influyen sobre dicho proceso y a veces engendran en el individuo contra- dicciones internas, y establecer a travs de estas leyes las peculiaridades de los distintos grupos de poblacin. sta era, en definitiva, la voz oficial del Partido. La psicologa social no slo dejaba de estar prohibida sino que incluso empezaba a disfrutar de un elevado estatus cientfico y social en la Unin Sovitica. A partir de 1963 la actividad cientfica en psicologa social se hace constante y va cada ao en progresivo aumento: Kuzmin escribe en 1967 La psicologa social como ciencia. Kolominski en 1969 la Psicologa de las relaciones interpersonales en la colectividad infantil, etc. Este pano- rama optimista de los 60 contina y se afianza en los 70. Una clara mues- tra de ello fue el IV Congreso de la Asociacin de Psiclogos que tuvo lugar en Tbilisi en 1971 y en el que de 288 simposios realizados, casi un tercio (exactamente 87), se dedicaron a la psicologa social. Ese mismo ao, la Academia de las Ciencias funda el Instituto de Psicologa, y en su pro- grama se declara que la psicologa social, junto con la psicoingeniera, es el campo que merece mayor atencin y que hay que estimular la investigacin en temas como la interaccin en los grupos de trabajo, la formacin de acti- tudes y el proceso psicolgico de la opinin pblica. Al ao siguiente, Lomov, director del mencionado Instituto, interpretando las directrices del XXIV Congreso del PCUS, subraya que la psicologa social es un compo- nente indispensable en cualquier estudio cientfico de los problemas socioe- conmicos, polticos, jurdicos e ideolgicos. A partir de ah, el desarrollo de la psicologa social en la URSS fue imparable, publicndose ya numerosos e interesantes libros, como La formacin del concepto del otro como personali- dad de Bodalev, en 1970; Qu estudia la psicologa social, de Platonov, en 1971; Metodologa y mtodos en psicologa social, de Shorojova, en 1977, etc. En todo caso, existen en la psicologa sovitica dos tendencias claramente diferenciadas: a) La primera, iniciada por Vygotski y representada por Luria, refleja la tendencia ms social dentro del campo psicolgico, aunque realmente no pasa de ser una psicologa social en potencia. Para Vygotski, los fenmenos psquicos superiores no tienen un origen natural sino social y, para expli- carlos, se hace necesario ir ms all del organismo y buscar sus races en las relaciones interhumanas y en la historia de la sociedad. Pero no slo es el Yo un producto de la historia sino tambin un producto de las relaciones sociales. As, los procesos psquicos superiores se desarrollan con las inter- acciones del individuo con sus semejantes y con la cultura de su entorno. Esta lnea fue luego seguida por Luria, sobre todo en sus estudios sobre el desarrollo sociohistrico de los procesos cognitivos, en los que encontr que, por ejemplo, una revolucin sociocultural provocaba profundos cam- bios en las estructuras psicolgicas (percepcin, inferencia lgica, etc.) de los sujetos que las vivan. Con ello crey Luria que se verificaba experi- La construccin histrica de la psicologa social 383 mentalmente la tesis del marxismo-leninismo segn la cual todas las formas bsicas de la actividad cognoscitiva del hombre se formaron en el proceso social de la historia, es decir, que son un producto del desarrollo histrico y social. Para Marx el ser humano no se concibe como una mera resultante de su medio, como un organismo que se modifica con la experiencia, como ocurre, por ejemplo, en el conductismo. El ser humano no slo produce la herramienta, sino que sta tambin produce al ser humano. Como explci- tamente dice Marx en la sexta tesis sobre Feuerbach, la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en realidad, el con- junto de sus relaciones sociales. De ah la importancia que nuestra disci- plina debera tener en una concepcin marxista de la vida, como ya en su da hicieron autores como Vygotski (1973, 1979) o Bajtin (1993a, 1993b). b) La segunda tendencia, representada sobre todo por Galina Andreeva, directora del Departamento de psicologa social de la Universidad de Mosc, muestra la tendencia ms reciente de la ms autntica y pura psi- cologa social sovitica. Para Andreeva (1979), la psicologa social como disciplina acadmica debe desarrollarse en tres niveles metodolgicos dis- tintos y complementarios: a) el de los principios filosficos del materia- lismo dialctico; b) el de los principios metodolgicos propios de la psico- loga social (entre los que cabe destacar el del condicionamiento sociocultural de los procesos psquicos, lo que exige que stos sean inter- pretados y explicados mediante el anlisis de sus determinantes sociohist- ricos); y c) el de las tcnicas, especialmente la observacin y la experimen- tacin de campo de los grupos sociales. En cuanto a los contenidos, debemos comenzar diciendo que, tambin en la URSS, la mayora de las investigaciones han sido suscitadas por necesidades prcticas concretas, destacando las siguientes lneas de investigacin: en primer lugar est todo lo relativo a la comunicacin en sentido amplio (verbal, no verbal, etc.) (Koltzova, 1991); en segundo lugar, lo colectivo y las caractersticas psico- lgicas de los grupos, tanto de los macrogrupos (clases sociales, grupos tnicos, etc.) como de los grupos pequeos (vase Shijiriev, 1991); en tercer lugar, los estudios sobre la personalidad interesndose por las relaciones interpersonales, las actitudes y los procesos de socializacin, principal- mente; y, finalmente, las aplicaciones a la industria, a la educacin, a la conducta asocial, etc. c) Psicologa social en Latinoamrica: los inicios acadmicos de la psi- cologa social en la mayora de los pases de Amrica Latina pueden ser ubicados, como afirman Sabucedo y colaboradores (1997), autores que seguiremos en la exposicin de este apartado, a principios de la dcada de los 50 (Ziviani, 1978; Montero, 1989, 1993, 1994; Banchs, 1994; Lane, 1994; Rossi, 1994; etc.), a excepcin de Mxico y Chile que ya tenan antecedentes importantes, y sin olvidar las dos importantes obras de psico- loga social que a primeros de siglo public el argentino Carlos Bunge (Nuestra Amrica: Ensayos de psicologa social, 1903; y Ensayos de psicologa individual y social, 1904). Y todo ello al hilo del reconocimiento social que la psicologa empieza a obtener por aquellos aos y de la profesionalizacin 384 Anastasio Ovejero Bernal del rol de psiclogo. Y comenz, tambin aqu, siguiendo el camino expe- rimentalista trazado por la psicologa social norteamericana. Sin embargo, ya a mediados de los 60 y sobre todo a lo largo de los 70, y por la necesi- dad de construir una psicologa social que se acercara ms a la explicacin de la realidad latinoamericana, comenz a surgir una corriente psicosocial que se fue apartando paulatinamente de la experimental, con lo que se fue perfilando una psicologa social latinoamericana con caractersticas propias (crtica, aplicada y comprometida). En efecto, en esa poca empezaron a pro- ducirse los cuestionamientos por la relevancia social de la disciplina as como por su validez y adecuacin al contexto social e histrico de Amrica Latina, con lo que comenz a gestarse un enfoque psicosocial abiertamente crtico, destacando algunas obras de Gerardo Marn, J. M. Salazar, Maritza Montero, Aroldo Rodrigues, Ignacio Martn Bar, asesinado en El Salvador por los ultraderechistas, etc. Como sealan Sabucedo y colaboradores (1997, pg. 187), la aparicin de estas publicaciones van delineando cada vez con mayor nitidez un perfil propio, el cual si bien sigue coexistiendo con produccio- nes que se enmarcan dentro de la tendencia anterior y la influencia nor- teamericana, va evolucionando hacia la definicin de una psicologa social relacionada con la problemtica que estudia, que intenta adecuarse a rea- lidades histricas y sociales especficas, que se pregunta por su potencia- lidad de aplicacin y que se propone colaborar con la produccin de cambios favorables y socialmente relevantes. Con esta ptica se trabaj desde mediados de la dcada de los 70 en la generacin de teoras y mtodos alternativos que pudieran resultar ms adecuados, constituyendo un claro ejemplo de todo ello la consolidacin en diferentes pases de Amrica Latina de una psicologa social comunitaria, inclinada obviamente a la intervencin, que utiliza mtodos no experimentales como la observacin participante y que se autodefine como un instrumento para el cambio social. En esta misma lnea se coloca la llamada psicologa de la liberacin, encabezada, sobre todo, por Martn Bar (1982, 1983, 1989). Otras lneas propias de la psicologa social latinoamericana, en las que cla- ramente se perciben estas caractersticas propias, son la psicologa social de la salud, la psicologa social ambiental y la psicologa social poltica. Coxciusix Desde tiempos inmemoriales, nuestros antepasados se han hecho las mismas preguntas que nos hacemos ahora: cmo hace una generacin para imponer su cultura a la siguiente?, qu pasa en la vida mental del individuo cuando ese individuo se asocia con otras personas?, qu es la naturaleza social del hombre?, de forma que sus respuestas pueden sernos de suma utilidad. Incluso sus errores podrn sernos tiles y hasta, en oca- siones, necesarios, al menos para no volver a tropezar en las mismas pie- dras. De ah la necesidad de un enfoque histrico en nuestra disciplina, La construccin histrica de la psicologa social 385 principalmente porque tal enfoque puede proporcionarnos los fundamen- tos histricos de la psicologa social actual. En este sentido, creo que puede aplicrsele tanto a la psicologa social como a todas las dems ciencias sociales lo que dice Jess Ibez (1985, pg. 93) de la sociologa cuando afirma que esta disciplina nace de la Revolucin (burguesa), de la Revolu- cin poltica que transforma la estructura de las relaciones sociales y de la Revolucin industrial, que transforma la estructura de las relaciones tcni- cas. Pero nace tambin contra la Revolucin (proletaria): para acceder al poder, la burguesa moviliz a las (otras) clases oprimidas, y una vez que hubo accedido intent parar su movimiento. Y si el origen de nuestra dis- ciplina va unido a la revolucin industrial, su desarrollo es inseparable del devenir del capitalismo norteamericano a lo largo del siglo xx. La psicolo- ga social no es sino el producto de unas condiciones sociales, culturales, econmicas e histricas muy concretas. Por otra parte, como afirma Crespo, la historia de la psicologa social, como la del resto de las ciencias sociales, va estrechamente unida a la his- toria de la modernidad. De ah que a la actual crisis de la modernidad le acompae tambin una profunda crisis en la psicologa social, y de ah tam- bin que si la sociedad moderna est desapareciendo para dejar paso a una sociedad posmoderna, tambin la psicologa social deber cambiar y adop- tar los postulados bsicos del pensamiento posmoderno, como veremos en el captulo XXVIII. En todo caso, parecen constatarse desde hace ya un par de dcadas un fuerte empuje dentro de la disciplina para que sta se abra ms a la sociedad y a sus problemas, lo que a mi juicio slo se est notando de una forma importante en el mbito de las aplicaciones sociales. A pesar de ello, creo que la psicologa social no cambiar mucho en los prximos aos, ya que resulta tremendamente difcil reconstruirla, pues pesan mucho las rutinas acadmicas, los intereses de escuela, los intereses de grupos dominantes, las dominancias ideolgicas asociadas a esos intere- ses, etc. Sin embargo, mi escepticismo a este respecto no me impide ver las grietas que, tras la crisis de la disciplina, fueron abrindose en el edificio de la psicologa social positivista (vase Ovejero, 1993e). 386 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XXVII Modernidad y psicologa social: orientaciones psicolgicas y sociolgicas Ixrioouccix La psicologa y la psicologa social son productos claramente modernos, surgen de la modernidad. Es el proceso de la modernizacin, con sus gran- des subprocesos (la individualizacin, la secularizacin, la urbanizacin y la industrializacin), lo que las hizo ya no slo posibles sino hasta necesarias. As, sin el proceso de individualizacin la psicologa no hubiera tenido sen- tido; sin el proceso de secularizacin, los confesionarios seguiran haciendo innecesaria la psicologa, que, adems, como sabemos, es cosa de ciudades. Y, sobre todo, fue el proceso de industrializacin el principal impulsor de los cambios sociales y de mentalidad que hizo necesaria la psicologa y la psicologa social a lo largo de la segunda mitad del siglo xix. De ah que fueran surgiendo al hilo de estos procesos una serie de precursores de la psicologa social (Vives, Huarte, Maquiavelo, Montaigne, Galileo, Hume, Bacon, Locke) incrementndose su importancia a medida que se desarro- llaba sobre todo el proceso de industrializacin, que fue precisamente el que aceler la velocidad de los otros procesos a lo largo del siglo xviii y sobre todo del xix. No es raro, por consiguiente, que haya sido precisa- mente en Europa y en los pases que ms avanzados estaban en los proce- sos de modernizacin y de industrializacin en los que a lo largo de la segunda mitad del siglo xix naciera la psicologa y la psicologa social, y que fuera a primeros del siglo xx y justamente en los Estados Unidos, el pas ms modernizado y ms industrializado del mundo ya en aquellos momentos, donde ms se desarrollaran estas disciplinas, y que lo hicieran con nimo de predecir y de controlar la conducta de los individuos a travs de la utilizacin de la razn y de la ciencia. Todo ello se manifiesta en una reflexividad generalizada que es, segn Giddens (1993, 1995) una de las caractersticas de la modernidad: La reflexividad de la modernidad se refiere al hecho de que la mayora de los aspectos de la actividad social y de las relaciones materiales con la natura- leza estn sometidos a revisin continua a la luz de nuevas informaciones o conocimientos (Giddens, 1995, pg. 33). La sociologa y las ciencias socia- les son, segn el propio Giddens (pg. 10), elementos inherentes de la reflexividad institucional de la modernidad. Uno de los mbitos en que se plantea esta reflexividad es justamente el de la subjetividad, el de la inter- conexin entre las instituciones y la personalidad, entre las influencias uni- versalizadoras y las disposiciones personales. En ese marco es, precisa- mente, en el que cobra sentido la psicologa social, como saber reflexivo sobre la identidad y subjetividad socialmente construidas. Ms en concreto, para algunos, las ciencias sociales surgen al hilo de una primera crisis de la idea de la modernidad. sta ser, precisamente, una crisis de confianza en la razn como fundamento de la libertad y felicidad humanas (Cres- po, 1995, pg. 37). Esta prdida de fe en la razn es, para Ortega, lo que caracteriza la crisis de principios de siglo (1971, pg. 13): La generacin que floreca hacia 1900 ha sido la ltima de un amplsimo ciclo, iniciado a fines del siglo xvi y que se caracteriz porque sus hombres vivieron de la fe en la razn. La razn principal de esta crisis es, segn Ortega, la in- capacidad para dar solucin a los problemas humanos con la razn fsico- matemtica, que es la propia de la ciencia moderna. De ah que por esa poca, autores como Husserl, Dilthey o el propio Ortega y Gasset abrieran una va de abordar los asuntos humanos ms acorde con la naturaleza de tales asuntos, alejada de los supuestos de las ciencias naturales. Sin embargo, ello tuvo, a la postre, poca influencia en la psicologa norteame- ricana que, por el contrario, se apunt a un positivismo rancio que ya estaba comenzando a ser fuertemente denostado por los propios cientficos naturales. Con ello la psicologa y la psicologa social abandonaran ese tipo de reflexiones que las caracterizaron en sus comienzos, ya que, como dice Habermas (1982, pg. 7), el positivismo es eso: renegar de la reflexin. En sntesis, la industrializacin y la transformacin consecuente de las relaciones laborales y personales que ello conllev, el desplazamiento de poblacio- nes, la apertura de nuevos mercados, la explotacin colonial de otros pueblos y culturas, hizo que en el siglo xix fuesen especialmente agudos los conflictos sociales, tanto interclasistas como internacionales. La vida en sociedad se hizo especialmente problemtica y difcilmente comprensi- ble... El distanciamiento reflexivo del ciudadano moderno respecto a la sociedad, a la que se caracterizar como un ser dotado de sus propias leyes, supone, asimismo, la aparicin de una perplejidad ante el compor- tamiento de los colectivos humanos, que parecen contradecir las leyes universales de la razn y la psicologa. La irracionalidad no es una carac- terstica de los enfermos y de los seres primitivos, como antes se pensaba, sino que es tambin una caracterstica de ciertas situaciones sociales. Por 388 Anastasio Ovejero Bernal otra parte, con la extensin del pensamiento romntico y nacionalista, cada vez se pone ms en cuestin la universalidad de la psicologa humana. En este marco de preocupaciones es donde surgir la psicologa social (Crespo, 1995, pgs. 38-39). Adems, si examinamos la historia de la civilizacin humana nos encontramos con que el hombre no acta tanto como defensor de su inte- rs individual sino ms bien como asegurador de su posicin social, de sus reivindicaciones sociales, de sus activos sociales. Valora los bienes materia- les fundamentalmente como medios para este fin. La economa del hom- bre, en general, est supeditada a su relacin social (Polanyi, 1992, pg. 75). Sin embargo, a lo largo del siglo xix aparece el mercado y lo tras- toca todo. Y lo hace adems con una brusquedad enorme, produciendo profundas transformaciones. Pero, como seala Polanyi, no es una cuestin de grado sino de calidad. Se indujo una reaccin en cadena y la inofensiva institucin del mercado desencaden una enorme explosin sociolgica: al transformarse la mano de obra y la tierra en bienes de consumo, el hombre y la naturaleza se sometieron al mecanismo oferta-demanda-precio, lo que signific la subordinacin de toda la sociedad a la institucin del mercado. En lugar de ser el sistema econmico quien se hallaba inmerso en las rela- ciones sociales, eran stas las que se encontraban ahora inmersas en aqul. En lugar de ser los ingresos consecuencia del rango y el estatus, ahora eran el rango y el estatus los que venan determinados por los ingresos, de forma que se invierte radicalmente la relacin entre estatus y contrac- tus, con lo que el matrimonio y la educacin de los hijos, la organizacin de la ciencia y la educacin, de la religin y las artes, la eleccin de profe- sin, las formas de vida, las formas de compromiso, incluso a niveles de esttica de la vida cotidiana, deben estar moldeadas segn las necesidades del sistema. Pues bien, todos estos cambios, drsticos y bruscos, afectaron tambin, como no poda ser de otra manera, a las formas de pensar y de relacionarse de los humanos, exigiendo, pues, el surgimiento de una psico- loga y una psicologa social consecuentes con ello y que ayudara a explicar estas nuevas formas de pensar y de relacionarse. En definitiva, la psicologa social surge al hilo del proceso de moderni- zacin y, por tanto, reflejar sus principales ideas y supuestos, es decir, los del Renacimiento y sobre todo los de la Ilustracin, que se resumen princi- palmente en la razn instrumental. Y de hecho, la psicologa social de todo este siglo ha estado bastante desencaminada a causa particularmente de estos dos errores ilustrados: a) creencia en el individuo como objeto funda- mental de anlisis, cuando de hecho el individuo aislado e independiente no existe; y b) creencia ciega en la razn, en el ser humano como un ser eminentemente racional, cuando de hecho somos ms irracionales de lo que solemos creer, al menos en el sentido de que somos ante todo seres emocionales y afectivos. Pues bien, todos estos supuestos y problemas son reflejados abiertamente, como ya hemos dicho, por la psicologa y la psico- loga social y, obviamente, por las principales orientaciones modernas que veremos en este captulo, tanto las psicolgicas (psicoanlisis, conductismo Modernidad y psicologa social: orientaciones 389 y cognitivismo) como las sociolgicas (interaccionismo simblico, teora del rol y modelo dramatrgico). Oiiixracioxis isicoicicas Con toda seguridad podemos decir que, dado que la psicologa social naci con un carcter de hbrido entre la psicologa y la sociologa, es espe- rable que, como as ha sido, sean sobre todo las orientaciones psicolgicas y las sociolgicas las que ms han influido en nuestra disciplina. Y no exis- ten muchas dudas de que entre las orientaciones psicolgicas, las ms influ- yentes han sido las siguientes: a) Psicoanlisis: Con respecto al psicoanlisis, se dio un fenmeno curioso, pues mientras algunos psiclogos sociales decan que su influencia era enorme (por ejemplo, Krech, 1951, pg. 668), en realidad, tal influen- cia no se vea por ninguna parte, ni siquiera en quienes, como Krech, afir- maban su influencia. En todo caso, varias razones pueden dar cuenta de esta falta de influencia del psiconalisis sobre la psicologa social experi- mental (Hall y Lindzey, 1968, pg. 294): a) el psicoanlisis era visto como una teora instintivista y la psicologa social a partir de los aos 20 se opuso al instintivismo; b) el pesimismo de Freud respecto a la sociedad es incom- patible con el ambientalismo optimista de los psiclogos sociales; y c) el psicoanlisis ha estado siempre muy relacionado con la psicopatologa, dis- ciplina esta que en general no ha interesado a los psicosocilogos. A pesar de ello, son muchos los autores que le conceden al psicoanlisis un papel relevante en nuestra disciplina. De hecho, guste o no guste, la influencia de Freud sobre la psicologa social ha sido grande (vase Jimnez Burillo, 1993; Ovejero, 1993c), sobre todo en la escuela de cultura y personalidad y en la escuela de Frncfort. Pero su influencia sobre la psicologa social experimental ha sido realmente muy reducida, dado que su auge coincidi con el auge del experimentalismo en psicologa social. Por otra parte, Freud escribi algunos libros realmente tiles para las ciencias sociales y para nuestra disciplina, como Totem y Tab (1913), Psicologa de las masas (1921), El porvenir de una ilusin (1928), El malestar en la cultura (1930) o Moiss y el monotesmo (1939). En concreto, las principales contribuciones del movimiento psicoanal- tico a la psicologa social son: 1) Socializacin del individuo: en el proceso de socializacin del nio se forma su Supery. A partir del momento en que el nio internaliza las prohibiciones y prescripciones de la sociedad, su Supery est formado. A travs del proceso de identificacin con personas importantes para l, el nio pasa a asimilar la cultura que prevalece a su alrededor, aunque el Ello jams se socializa y ejerce una constante accin anti-social sobre la personalidad; 2) Estructura y dinmica de la familia: Freud, por diferentes razones, era bastante pesimista en lo que respecta al papel desempeado por las instituciones sociales en el desarrollo de la per- 390 Anastasio Ovejero Bernal sonalidad, sobre todo la familia, lo que se manifiesta abiertamente en sus trabajos (complejo de Edipo, complejo de Electra, complejo de castracin, etc.); 3) Psicologa de grupo: esencialmente, la postura de Freud en este campo consiste en que las relaciones libidinosas y la identificacin con el lder, son las razones fundamentales que explican el agrupamiento de per- sonas que constituyen un grupo psicolgico; y 4) Estudios sobre la persona- lidad autoritaria: ya en sus comienzos el psicoanlisis critic radicalmente los valores de la sociedad occidental. Fue una psicologa que desenmascar las discrepancias entre las apariencias sociales y las realidades psicolgicas subyacentes; revel las dificultades que experimentaban los hombres y las mujeres en sus relaciones ms ntimas; seal cmo se utilizaba la autori- dad de los padres para alienar al nio de sus impulsos bsicos, etc. Sus cr- ticas a la sociedad atrajeron la atencin de muchos cientficos progresistas liberales que se interesaban por las relaciones entre cultura y personalidad. Durante el perodo transcurrido entre las dos guerras mundiales, ese inte- rs se manifest en la iniciacin de las investigaciones sobre autoritarismo: siguiendo el camino abierto, entre otros, por Fromm (1941) y tambin por Reich (1933), Adorno y colaboradores (1950), en una obra realmente magistral, procuraron comprender las races y corolarios del prejuicio com- binando la orientacin terica del psicoanlisis con la metodologa de la psicologa social y la psicologa clnica. La base de esta teora es la siguiente: la necesidad del nio de reprimir rgidamente toda hostilidad hacia los padres conduce a una identificacin con la autoridad y a una idea- lizacin de la misma, con un desplazamiento concomitante de la hostilidad hacia grupos externos que generalmente pertenecen a estatus inferiores, como ya vimos en el captulo XIV. En suma, pues, aunque Freud y el psicoanlisis apenas influyeron sobre la psicologa social experimental, s fue mucho mayor su influencia sobre la psicologa social no experimental (vanse dos interesantes y largos captu- los sobre este tema, uno de Blanch, 1983 titulado Psicoanlisis Cultural, y otro de Munn, 1989 titulado Psicoanlisis Social). b) Conductismo: Tampoco el conductismo fue muy influyente en nues- tra disciplina (vase Jimnez Burillo, 1980), tal vez porque el esquema E-R era incapaz de dar cuenta de la complejidad de los fenmenos sociales. De todas formas su influencia s fue importante en algunos temas como el aprendizaje social (Miller y Dollard, Bandura, etc.,), la persuasin (Hov- land, Janis, etc.) y las teoras del intercambio y sus aplicaciones. A estos tres temas hay que aadir un cuarto que en las dos ltimas dcadas est alcanzando una gran relevancia: el entrenamiento de las habilidades socia- les, que une la psicologa social con la psicologa clnica de corte conduc- tista (vase Ovejero, 1990e). Sin embargo, hay que tener en cuenta que en su aplicacin a la psicologa social el conductismo se hace, al menos en mi opinin, menos conductista y ms cognitivista, incorporando variables cog- nitivas como las expectativas, etc. Por otra parte, donde s ha sido deter- minante el conductismo, y la epistemologa que le subyace, ha sido en la metodologa de la psicologa social, sobre todo a partir del influyente Modernidad y psicologa social: orientaciones 391 manual de F. Allport (1924), autor que haba recibido una fuerte influencia conductista de Holt. Esta influencia metodolgica se plasm en la experi- mentacin de laboratorio de corte conductista que tanto prestigio cient- fico dio a la psicologa social durante varias dcadas, pero que luego fue la principal causa de la crisis. En todo caso, conviene sealar que esta influencia metodolgica del conductismo fue enorme en la psicologa social psicolgica, pero mucho menor en la sociolgica, de tal forma que una consecuencia de la crisis est siendo precisamente el auge de las orienta- ciones sociolgicas con su metodologa no experimental. Iniciado por Watson, el movimiento conductista, de inspiracin positi- vista, evolucionista y hedonista, acapar de inmediato la atencin de los psi- clogos norteamericanos. Posteriormente, autores como Skinner desarrolla- ron con gran xito algunos de sus supuestos bsicos. Sin embargo, el xito del conductismo en trminos del nmero de adeptos no es una sorpresa si tenemos en cuenta que las races filosficas del pensamiento norteamericano se alimentan de las enseanzas de la escuela empirista inglesa y del pragma- tismo de William James. Con un gran rigor metodolgico, el movimiento conductista desempe un papel destacado en la consolidacin de la psico- loga como ciencia respetable. El conductismo metodolgico fue, y conti- na siendo, una de las contribuciones ms significativas de la psicologa del siglo xx. El hincapi hecho en el rigor metodolgico y la adhesin a las tesis darwinistas hicieron que los conductistas prefiriesen abiertamente la investi- gacin con animales a la investigacin con seres humanos, y tal vez por ello su influencia sobre la psicologa social haya sido menor de lo que podra suponerse. En todo caso, como seala Crespo (1995, pgs. 67-68), proba- blemente la importancia de una psicologa social conductista no estribe tanto en el desarrollo de programas sistemticos de investigacin y en la conformacin de grupos o escuelas conductistas, cuanto en el reforzamiento de una concepcin individualista de la psicologa social. Tengamos pre- sente, con Gergen (1996, pg. 35), que exista un alto grado de superposi- cin entre la teora conductista, la metodologa experimental y, curiosamente, la perspectiva metaterica de los filsofos del empirismo lgico, de tal forma que estos tres cuerpos de discurso se apoyaban y sostenan mutuamente. Las exposiciones tericas del funcionamiento humano se podan justificar recurriendo tanto a las inteligibilidades de orden metodolgico como a las de carcter metaterico. Y todo ello a pesar de que el conductismo se deca ante todo positivista y que, por tanto, slo se atena a los hechos. Pero fue- ron surgiendo algunos modelos que, sin dejar totalmente de ser conductis- tas, ya asimilaban algunos conceptos cognitivos. se fue el caso de Albert Bandura (1987). Frente al conductismo clsico, que afirma que es el medio el que influye sobre el individuo, reaccionando ste de forma pasiva ante las presiones del mismo, Bandura sostiene que la conducta es el resultado de la interaccin de factores ambientales, personales y comportamentales, dando ya entrada a la cognicin en la explicacin de la conducta. Las teoras que niegan que los pensamientos regulan las acciones no se prestan fcilmente a explicar la conducta humana (Bandura, 1982, pg. 24). 392 Anastasio Ovejero Bernal c) Cognitivismo: entre las orientaciones psicolgicas, la que ms ha influido en la psicologa social ha sido sin duda la cognitivista (Ovejero, 1984c, 1985a), en la que podran quedar englobados tanto los gestaltistas (Asch, Heider, Krech, etc.) como el propio Lewin y sus colaboradores y discpulos (Festinger, Zander, etc.) e incluso los ms modernos autores de la teora de la atribucin y de la psicologa social cognitiva (Kelley, Eiser, Hastorf, etc.). Nadie duda que la psicologa social cognitiva est teniendo un desarrollo muy notable en los ltimos tiempos. De hecho, en los ltimos ndices bibliomtricos (por ejemplo, el de West, Newsom y Fanaughty, 1992) esto es algo que queda fuera de toda duda: la orientacin cognitiva es la dominante en la psicologa social de las ltimas dcadas. Tras un largo pre- dominio del paradigma conductista en psicologa durante muchos aos, a lo largo de los 60 es sustituido por otro diferente: el paradigma cognitivo, segn el cual el hombre es fundamentalmente un procesador de informa- cin y por tanto no ser un respondiente neutral a los estmulos que se le presentan, sino que sus respuestas estarn en funcin de cmo interprete tales estmulos, o dicho de otra manera, de cmo procese esos estmulos. Pero ese procesamiento de la informacin se ver influido por una serie de factores de orden social (normas culturales, roles desempeados, grupos de pertenencia, actitudes, prejuicios, etc.). Por tanto, si es cierto que no pode- mos entender el comportamiento humano sin acudir a sus componentes cognitivos tampoco podemos entender los procesos cognitivos sin tener en cuenta sus caractersticas psicosociales. En consecuencia, tal como veremos ms adelante, se hace del todo indispensable la colaboracin entre la psi- cologa social y la psicologa cognitiva. Pues bien, por parte de la psicolo- ga social no slo se da actualmente esa colaboracin, sino que fue siempre, al menos en parte, cognitiva, incluso mucho antes de la aparicin del para- digma cognitivo. La psicologa social fue un oasis de libertad cognitiva en la frrea dictadura conductista. Si la psicologa social sociolgica no tuvo que desterrar al sujeto, dado que el interaccionismo simblico, ya desde Cooley y Mead, percibe claramente el peso de los factores y procesos cog- nitivos, no en vano los interaccionistas consideran la conducta como subje- tivamente determinada en un contexto social especfico, tampoco tuvo que hacerlo la psicologa social psicolgica gracias sobre todo a Kurt Lewin. Lewin dejaba poco espacio a los motivos inconscientes de Freud o a las contingencias ambientales de Skinner. El resultado fue un nfasis unilateral sobre los factores cognoscitivos y conscientes a expensas de los aspectos ms profundamente interiores o de aqullos inmediatamente externos del comportamiento (Schellenberg, 1981, pg. 131). Y una de las herencias de Lewin fue que la mayora de los psiclogos sociales que se haban formado en los departamentos de psicologa prest siempre una gran atencin a las teoras y procesos cognitivos. De ah que la psicologa social ha sido cog- nitiva desde hace mucho tiempo. Era cognitiva desde mucho antes de que se produjera la revolucin cognitiva en la psicologa experimental (Zajonc, 1980, pg. 186). Cuando trminos como cognicin, concien- cia, mente, etc., estaban fuera del vocabulario de los psiclogos Modernidad y psicologa social: orientaciones 393 experimentales, Krech y Crutchfield escriban (1948, pg. 77): Cmo perci- bimos el mundo es un producto de la memoria, la imaginacin, el rumor y la fantasa igual que estamos percibiendo actualmente a travs de nuestros sentidos. Si queremos entender la conducta social, debemos conocer cmo todas las percepciones, memorias, fantasas se combinan, o se integran, o se organizan dentro de estructuras cognitivas actuales. Y unos aos despus, ya podan decir Proshansky y Seidenberg (1965, pg. 38) que el planteamiento de la cognicin refleja la orientacin general de la inmensa mayora de los psi- clogos sociales en lo que se refiere a comprender el comportamiento social. Ahora bien, por qu la psicologa social ha sido siempre cognitiva? En primer lugar, porque si la psicologa social pretende, entre otras cosas, estu- diar al hombre tal como se comporta, no poda prescindir de ninguno de sus procesos psicolgicos fundamentales, y tampoco, lgicamente, de sus procesos cognitivos. En segundo lugar, los fenmenos y conductas sociales son muy complejos y difcilmente explicables mediante un paradigma ms simple como el propuesto por el modelo conductista. En tercer lugar, la psicologa social trabaj tradicionalmente no con animales sino con sujetos humanos, y de ah nuevamente la dificultad de aplicar el modelo conduc- tista: era necesario comprender los aspectos cognitivos de los sujetos huma- nos si se quera entender su comportamiento. En cuarto lugar, tambin tuvo su peso el nfasis puesto en las actitudes, que ha sido siempre uno de los grandes temas de nuestra disciplina, y las actitudes fueron consideradas ya desde el principio como organizaciones cognitivas y afectivas. Final- mente, hay que tener en cuenta una serie de implicaciones y consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, entre otras el hecho de que muchos psic- logos alemanes que huyeron a Estados Unidos (Heider, Asch, Lewin, Wert- heimer, etc.) eran gestaltistas y estaban preocupados por el estudio de los procesos perceptivos y cognitivos. En conclusin, pues, la psicologa social fue siempre, al menos en parte, cognitiva, despus de la Segunda Guerra Mundial se hizo mucho ms cog- nitiva y en los ltimos aos ms an, constituyendo incluso lo que se ha venido en llamar psicologa social cognitiva, hasta el punto de que Markus y Zajonc (1985, pg. 137), podan escribir que hoy da psicologa social y psicologa social cognitiva son casi sinnimos. El enfoque cognitivo es ahora claramente el dominante entre los psiclogos sociales, no teniendo prcticamente competidores. Ahora bien, si, como sealan Martin y Clark (1990), en la investigacin psicosocial tradicional los mediadores se estu- diaban a partir de los datos de salida, actualmente se presta atencin a los datos de los procesos, lo que ha llevado a un importante cambio, pasando de la conducta social a los mediadores con lo que las conductas y situacio- nes sociales han quedado en gran medida relegadas, y con lo que la actual psicologa social cognitiva ya no tiene prcticamente nada de social, como admite el propio Kelley (1992). Por tanto, la orientacin cognitiva en psi- cologa social, que siempre ha sido demasiado individualista, hoy da lo es en extremo. Y de ah le vienen a esta corriente las principales crticas. As, Andreeva le reprocha el haber aislado los procesos cognitivos de la activi- 394 Anastasio Ovejero Bernal dad intencional, o el ignorar los orgenes de las estructuras cognitivas de los individuos. Simultneamente, Thorndike (1976) la critica el haber sobrevalorado el papel del pensamiento en el estudio de la interaccin social, ya que sta es, a menudo, rutinaria, repetitiva y producto del hbito. Y es que la psicologa social no ha sido, no lo es y creo que nunca podr ser total y exclusivamente cognitiva, puesto que la conducta social tambin posee factores afectivos y motivacionales, adems de culturales e histricos. Adems, el cognitivismo tiene sus lmites, y realmente un enfoque del hom- bre excesivamente cognitivo es peligroso, pues como dice Sampson (1981), la perspectiva cognitivista ofrece un retrato de la persona como libre de implicarse en actividades mentales internas, de planear, de decidir, desear, pensar, organizar..., pero relativamente impotente o en apariencia no afec- tada respecto a la produccin de cambios reales en su mundo objetivo y real. Por su parte, Taylor (1981), le critica al cognitivismo su olvido del afecto, siendo difcilmente justificable una orientacin exclusivamente cog- nitiva cuando, en realidad, la mayora de las cosas que nos suceden en la vida son afectivas, aunque esta deficiencia est comenzando a ser corregida, con la aparicin de diferentes textos tendentes a subrayar los aspectos emocionales y motivacionales de la cognicin (vanse otras crticas ms recientes al cognitivismo en psicologa social en Lopes, 1991; Shotter, 1991; y Bowers, 1991). Pero el principal problema de la psicologa social cognitiva estriba en su excesivo individualismo y su carcter asocial y ahistrico. Como dice Rodrguez Prez (1993, pg. 69), el modelo del ser humano que nos pro- pone la psicologa de la cognicin social est desprovisto de experiencia pasada, de expectativas, de sentimientos, de contexto social y cultural. Ello podra superarse si se adoptase tambin un enfoque marxista del conoci- miento, como en su da hicieran Vigotsky, Luria y Leontiev, para quienes, siguiendo los supuestos de Marx, es el ser el que condiciona la conciencia y no al revs. Es decir, son las condiciones objetivas de existencia las que conforman modos prevalecientes de cognicin y de conocimiento. En otras palabras, que los procesos cognitivos no son procesos ni autnomos ni individuales, sino que son, ante todo, formas ideolgicas de representacin de la realidad en las que juegan un importantsimo papel las diferencias entre grupos sociales con intereses antagnicos. Dichas cog- niciones son en el plano individual el reflejo de condicionantes sociales que pueden, en el curso de la interaccin, devenir en nuevos repertorios cognitivos que a su vez sirven de guas en los procesos de transformacin o mantenimiento del orden social existente (lvaro, 1995, pg. 86). Y es que no necesariamente el pensamiento debe ser considerado como un producto meramente individual (Bruner, 1991). Una segunda manera de concebir la vinculacin del pensamiento con la vida social consiste, no tanto en entender el pensamiento como algo individual, susceptible de ser afectado por la actividad social, sino en considerar que el conocimiento es construido en la prctica social (Crespo, 1995, pg. 132). Este enfoque Modernidad y psicologa social: orientaciones 395 puede implicar ya, como seala Crespo, una teora social del conocimiento y tiene que ver con una de las transformaciones principales que se han dado en el pensamiento contemporneo, como es el desplazamiento del foco de inters desde la conciencia al lenguaje. Una de las caractersticas de esta nueva situacin consiste en lo que se ha llamado giro lingstico, segn el cual la relacin con el mundo y la operaciones constituidoras del mismo pasan de la subjetividad trascendental a estructuras gramaticales (Habermas, 1990, pg. 17). En conclusin, la premisa fundamental del paradigma cognitivista, segn la cual no es el mundo en s mismo lo que determina la accin humana sino el modo como es percibido, le ha reportado a nuestra disci- plina algunos importantes beneficios, pero tambin algunos graves riesgos. Ciertamente, la revolucin cognitiva ha sido un logro intelectual de pri- mera magnitud. Ha logrado abrir un amplio panorama sobre la investiga- cin excitante y sugerente, ha planteado un sinnmero de nuevas e intere- santes preguntas, y ha proporcionado soluciones creativas a los problemas de larga duracin. Sin embargo, como espero poder determinar, el precio que ha pagado la psicologa por estos logros es en realidad alto. Para los psiclogos sociales en particular, esta revolucin es una desviacin autoin- moladora de su principal cometido, el de esforzarse por resolver concep- tual y prcticamente las complejidades de la vida social vigente (Gergen, 1996, pg. 154). Y es que, aade Gergen, al hacer hincapi en los meca- nismos internos, los cognitivistas suprimen los problemas del mundo real en el que las personas estn atrapadas. A m, personalmente, me interesa ms una psicologa en la que quepan, y con carcter de protagonistas, tr- minos como dignidad, intencionalidad y libertad. Y esa psicologa no es ni el conductismo ni el cognitivismo, sino que va ms bien por los derroteros de algunas otras corrientes, como el interaccionismo simblico, la etnome- todologa, la etogenia y el socioconstruccionismo que es hijo del giro pos- moderno (vase Ibez, 1992, y Lax, 1996). Oiiixracioxis socioicicas Una de las consecuencias de la crisis de la psicologa social fue el aumento del nfasis en las perspectivas interaccionistas. De hecho, en los ltimos aos han aparecido bastantes textos de psicologa social expresa- mente concebidos bajo esta perspectiva, cuyo supuesto fundamental es que la estructura social y la persona se influyen mutuamente (Stryker, 1977), que justamente es lo que permite, y hasta exige, este terreno fronterizo entre la sociologa y la psicologa, terreno que debe ser ocupado con toda legitimidad por esa disciplina tambin fronteriza que es la psicologa social. Y es que, como deca Cooley, individuo y sociedad no son sino dos caras de la misma moneda. Las dos principales teoras en este campo son el interaccionismo sim- blico y la teora del rol, y ambas tienen varias caractersticas en comn, 396 Anastasio Ovejero Bernal principalmente que las dos enfatizan la necesidad de analizar los fenme- nos sociales desde la perspectiva de los participantes en los procesos socia- les (Stryker y Statham, 1985, pg. 312). Es ms, como seala Sabucedo, las dos representan una alternativa a la orientacin eminentemente intra- psquica de la psicologa social cognitiva. Mientras la teora del rol tiene en cuenta la determinacin que sobre la conducta de los sujetos ejercen las estructuras sociales, el interaccionismo simblico se preocupa sobre todo de analizar cmo el sujeto va construyendo sus acciones en el proceso de interaccin con los dems. A ellos debemos aadir la etnometodologa. a) Interaccionismo simblico: ante todo debemos sealar que mientras la teora del rol fue incluida ya en las tres ediciones del Handbook of Social Psychology (Sarbin, 1954; Sarbin y Allen, 1968; Stryker y Statham, 1985), el interaccionismo simblico no lo fue en ninguna de las dos primeras. Una razn de ello es que tanto su desarrollo como su influencia ha tenido lugar hasta ahora exclusivamente dentro de la sociologa. Pero en los ltimos aos parecen haber cambiado las cosas dentro de la psicologa social lo suficiente como para que la tercera edicin s le incluya ya. Entre esos cam- bios podramos mencionar los siguientes (Stryker y Statham, 1985, pgi- na 314): a) La psicologa social se ha hecho an ms cognitiva, con lo que aument su inters por una perspectiva tan cognitiva como es el interac- cionismo simblico; b) El surgimiento de la respetabilidad de la expe- riencia subjetiva ha sido una de las caractersticas de la psicologa social de los ltimos aos, con lo que el self, pieza central en el interaccionismo sim- blico, cobr ms relevancia, sobre todo como consecuencia del resurgi- miento del pensamiento fenomenolgico tanto en la sociologa como en la psicologa; c) El auge de las orientaciones humanistas entre los psiclogos sociales psicologistas (Heider, 1958; Gergen, 1982; Harr y Secord, 1972) hicieron posible que se tomase ms en serio una perspectiva que histrica- mente haba estado menos orientada hacia la ciencia dura que lo haba estado la psicologa social experimental; y d) Por ltimo, ya que el interac- cionismo simblico pona un nfasis considerable en la apertura de la accin humana, en las posibilidades de respuestas creativas ms que de res- puestas meramente reactivas, y en la posibilidad, en la realidad de la elec- cin y de la autodireccin en la experiencia humana, se hizo atrayente el actual talante humanstico de muchos psiclogos sociales sociolgicos. De ah que como hace unos aos escribiera Torregrosa (1974, pg. XLVII), la posicin interaccionista, a pesar de su enorme grado de generalidad, sigue siendo la nica perspectiva que confiere un cierto grado de coherencia y unidad a las investigaciones psicosociolgicas. En concreto, interaccionismo simblico es la etiqueta aplicada por Blumer (1937) a una corriente psicosociolgica caracterizada por un modo particular de entender y enfocar la interaccin social, que emergen en los EEUU de entreguerras y que experimenta una notable revitalizacin a par- tir de los aos 60 (Blanch, 1983, pg. 149). Como indica el propio Blu- mer, el interaccionismo simblico descansa en tres supuestos fundamenta- Modernidad y psicologa social: orientaciones 397 les. El primero es que los hombres se relacionan con las cosas, y con ellos mismos, de acuerdo con los significados que stas tienen para ellos. El segundo es que esos significados surgen en el proceso de interaccin social. Y el tercero es que la utilizacin, mantenimiento y modificacin de esos significados se produce a travs de un proceso activo de interpretacin de la persona al tener que habrselas y tratar con los objetos incluidos sus propios yoes de su entorno. Por tanto, lo fundamental para esta teora, por decirlo con palabras de Torregrosa, es el nfasis en la comunicacin, el carcter procesual de la realidad social, as como el papel mediador y cons- tructivo de la realidad social. George Herbert Mead, padre del interac- cionismo simblico, para quien la principal preocupacin es la gnesis y desarrollo de la conciencia, se pregunta por la posibilidad de estudiar cien- tficamente la mente a travs de la conducta (Mead, 1909, 1934) y res- ponde afirmativamente a travs de un complejo terico que l llam con- ductismo social. La psicologa social es conductista en el sentido de que parte de una actividad observable el proceso social dinmico en ejecu- cin y los actos sociales que son sus elementos componentes debe ser estudiada y analizada cientficamente. Pero no es conductista en el sentido de pasar por alto la experiencia interna del individuo, la fase interior de ese proceso o actividad (Mead, 1953, pg. 55). Mead estudia, pues, la gnesis de la conciencia a travs del proceso de interaccin social en donde el len- guaje, el juego y la asuncin del otro generalizado son otros tantos ins- trumentos claves explicativos. Es decir que para Mead, al igual que para Vygotski, la conciencia, el Yo individual, es un producto de la interaccin social. Como seala Crespo, Mead considera abiertamente a la psicolo- ga social como una ciencia social dedicada al estudio de los procesos socia- les que hacen posible la conciencia humana. El concepto de ser humano con que trabaja Mead es plenamente social, al sostener que son los otros quienes hacen posible el Yo. De ah que Mead considere a la psicologa social como una ciencia social en tanto en cuanto la socialidad se consti- tuye como perspectiva propia. Lo caracterstico de la socialidad no es la presencia de los otros como meros estmulos, como ocurra con el conduc- tismo, sino la existencia de procesos que slo son concebibles como inter- accin social, e incluso de procesos de interaccin social cooperativa, pues como l mismo escribe (1909, pg. 407), el origen probable de la comu- nicacin humana se dio en la cooperacin y no en la imitacin (vase Ove- jero, 1990a). Para Mead, el lenguaje simblico, que comenz siendo gesto y termin en lenguaje articulado, es el que hace posible la aparicin de formas superiores de organizacin social que hacen posible el que surja una con- ciencia reflexiva. La capacidad de la persona de ser un objeto para s misma slo es posible gracias al lenguaje, pero esta capacidad no es consustancial al individuo, sino que es una caracterstica de la interaccin humana. Tras la muerte de Mead, el interaccionismo simblico se extendi por varias universidades norteamericanas, en donde ejercan discpulos directos o indirectos suyos. Un papel relevante en esta expansin fue protagonizado por Blumer, primero en Chicago y luego en Berkeley. Otros socilogos que 398 Anastasio Ovejero Bernal cultivaron esta corriente (Strauss, Denzin, Becker, Stryker, etc.) se disemi- naron por otros centros. Sin embargo, hubo dos universidades que se cons- tituyeron en los principales focos del movimento, Iowa y Chicago, que, compartiendo las caractersticas generales del movimiento interaccionista, poseen, sin embargo, rasgos propios, tanto tericos como metodolgicos, aunque coinciden en la utilizacin de mtodos no reactivos como son la encuesta mediante entrevista y cuestionario, el estudio de casos individua- les y sobre todo la observacin participante (Denzin, 1970). Por ltimo, y tras pasar revista a las numerosas crticas que se le han hecho al interaccionismo simblico, Meltzer y colaboradores (1975, pg. 120) concluyen que ste entraa dos graves deficiencias: la escassima atencin prestada al mundo de los afectos y sentimientos, y su marginacin de los problemas de la estructura social. En efecto, decir que los objetos se constituyen en la interaccin simblica es decir algo que, siendo cierto, puede acabar encubriendo toda la verdad. La percepcin del objeto es siempre resultado de la interaccin simblica, pero de ningn modo lo es el objeto mismo. Reducir el objeto a su construccin en el proceso comu- nicativo es reducirlo a ser objeto del lenguaje y de pensamiento, no objeto real (Carabaa y Lamo de Espinosa, 1978, pg. 181). Por otra parte, aunque existe una cierta confusin y falta de consenso, generalmente se incluyen dentro del interaccionismo simblico estas otras dos teoras, que nosotros analizaremos separadamente, pues a pesar de que todas ellas son interaccionistas, cada una posee caractersticas propias: la etnometodologa y la teora del rol o modelo dramatrgico. b) La etnometodologa: inspirndose en fuentes fenomenolgicas (Husserl, Schtz), en la Escuela de Frncfort y en la Lingstica, entre otras, la etnometodologa, ms que definida, ha sido mostrada, en sus efectivas actuaciones por algunos de sus partidarios. Para Leiter (1980, pg. 4) la etnometodologa es el estudio del conocimiento del sentido comn, entendiendo por ello aquel conocimiento, diferente del cientfico, no sistemtico y acrtico, que las personas utilizan en el decurso de su vida diaria. Como quiera que sea, parece haber acuerdo en que la etnometo- dologa se instala en la realidad de la vida cotidiana, tratando de desvelar las reglas y convenciones implcitas, que se toman como presupuestos, reguladores de la conducta habitual de las personas (Jimnez Burillo, 1981, vol. I, pg. 116). Aunque tenemos un claro antecedente de la etnometo- dologa en la obra de Alfred Schtz (1972, 1974, 1977), en la que desarro- ll sus reflexiones sobre el desvelamiento de los presupuestos del estilo comn en su actuacin en la vida cotidiana, sin embargo, fue Garfinkel quien acu el trmino de etnometodologa y quien, tras poner de relieve el desdn de la sociologa por el mundo del sentido comn y la vida coti- diana (con la excepcin de Schtz, puntualiza), ha manifestado su prop- sito, justamente, en el objeto del anlisis etnometodolgico (Garfinkel, 1964, pg. 226). El principal inters de la etnometodologa estriba en el estudio de las construcciones racionales vigentes en una sociedad dada, para lo que recurre a procedimientos que ya eran habituales en la etnologa y en la Modernidad y psicologa social: orientaciones 399 antropologa cultural comparada. Su objetivo principal consiste en conocer cul es el saber que utilizan los miembros de una comunidad determinada para mostrar a los dems la intencionalidad de su conducta, pero siempre bajo el supuesto de que los individuos son agentes activos cuya conducta no est determinada por estructuras ni sociales ni culturales, sino que son activos y autnomos. Los etnometodlogos intentan comprender el conoci- miento que manejan los sujetos de la calle en sus interacciones diarias, por lo que el objeto principal de sus investigaciones es el estudio del sentido comn. Como dicen Resler y Walton (1983, pg. 278), esta corriente repre- senta un notable avance respecto de la teora del aprendizaje o el interac- cionismo, puesto que llega a comprender las verdaderas razones que dan los miembros de una sociedad para conducirse de la manera en que lo hacen. Sin embargo, la etnometodologa ha sido tambin muy criticada, sobre todo por Gleeson y Erben (1976) quienes, desde presupuestos marxistas, denuncian su proximidad a una ideologa conservadora. Asimismo, por su influencia fenomenolgica, es una teora ahistrica que congela y desvin- cula los procesos de interaccin de sus contextos sociopolticos. La etno- metodologa, concluyen estos autores, es incapaz de estudiar el cambio social, identificndose con el liberalismo burgus y manteniendo la distin- cin entre ciencia social y vida cotidiana. En esta misma lnea crtica, escribe Howitt (1988, pg. 19) que prestando atencin a lo que las perso- nas dicen acerca de sus acciones, la etnometodologa ignora las acciones mismas y esto en el fondo, lo que las personas hacen, es central para la psicologa social. c) Teora del rol o modelo dramatrgico: con una antiqusima tradicin literaria y con muchos antecedentes psicolgicos, sociolgicos y antropol- gicos, esta teora concibe la realidad social como un escenario en donde se desarrollan las peripecias humanas. No en balde el trmino rol deriva etimolgicamente del latn rotula que a su vez denota la hoja de perga- mino enrollada que contena el texto que el actor deba recitar. De ah que su supuesto bsico sea que la posicin de los sujetos en la estructura social (mdico, mujer, mendigo, gobernante, anciano, etc.) suscita en los otros, segn esta circunstancia, unas expectativas de conducta. El problema estriba en saber si esas expectativas tienen existencia propia, independien- temente de los individuos que eventualmente pueden desempearlos, o por el contrario, su entidad se agota en su efectiva realizacin personal. Como es lgico, los socilogos subrayan el primer aspecto, mientras que los psi- clogos suelen enfatizar ms el segundo. Dentro de esta teora del rol destaca especialmente, por sus brillantes exposiciones de las posibilidades de la teora, Erwin Goffman (1970a, 1970b, 1971a, 1971b, 1979), para quien la perspectiva dramtica es la ms idnea para estudiar la vida social, escribiendo textualmente (1971b, pg. 13): Toda persona vive en un mundo de encuentros sociales que la compromete en contactos cara a cara o mediatizados con otros participan- tes. En cada uno de estos contactos tiende a representar lo que a veces se denomina una lnea, es decir, un esquema de actos verbales y no verbales 400 Anastasio Ovejero Bernal por medio de los cuales expresa su visin de la situacin, y por medio de ella su evaluacin de los participantes, en especial de s mismo. La idea bsica de que parte Goffman es que la vida social es una representacin, un gran teatro en que cada uno desempea sus papeles y donde el indivi- duo tratar de controlar las impresiones que causa en los dems, exhi- biendo un despliegue ritual de comportamiento adecuado a esa ptima autopresentacin. Sin embargo, las crticas a Goffman han sido tan duras como las hechas a otras modalidades del interaccionismo simblico, destacando las siguien- tes (Jimnez Burillo, 1981a): a) No se trata de una teora explcita sino tan slo de un marco descriptivo en donde se albergan observaciones anecd- ticas ms o menos ilustrativas, siendo raras las proposiciones emprica- mente verificables; b) sus anlisis se limitan a las relaciones cara a cara, excluyendo otro tipo de comportamiento; c) es reflejo de la sociedad de clases medias norteamericana, constitutivamente competitiva, en la que lo fundamental no es el esfuerzo, sino la fachada, la pura apariencia; d) no explica qu motivos tienen los actores para su autopresentacin ni por qu los otros la aceptan o rechazan; e) la estructura social aparece como cons- tante, inmutable, no afectada por las personas, parecindose olvidar del cambio social; y f) es una metafsica, en suma, de la sociedad de consumo, donde la realidad misma es sustituida por smbolos y los procesos de comunicacin se agotan en intercambios de buenas apariencias. Todos los modelos vistos en este apartado comparten una visin de la realidad opuesta al estructuralismo. Las personas no son receptoras pasivas que van acomodando sus necesidades a las demandas del medio, sino, ante todo, actores que reconstruyen simblicamente el mismo. Como escribe Blumer (1982, pg. 81), la descripcin correcta es que el individuo cons- truye sus objetos basndose en su propia y continua actividad, en lugar de estar rodeado por objetos preexistentes que influyen en l y elaboran su conducta. Sin embargo, hay dos aspectos que deberan incorporarse a su esquema terico (lvaro, 1995, pgs. 40-41): El primero es que la conducta humana no puede ser reducida a sus aspectos simblicos... Por otro lado, el interaccionismo simblico, junto con las teoras aqu reseadas, debe prestar ms atencin a los aspectos estructurales y no slo microsociales de dicha conducta. Los significados compartidos en el curso de la interaccin deben ser entendidos en un contexto ms amplio de relaciones desiguales de poder. La paradoja del hombre consiste en ser constructor de su medio y estar subordinado al mismo. Esta paradoja no puede ser explicada de forma completa sin tener en cuenta que los contextos histricos y culturales en que se da la conducta, as como las tensiones entre los grupos y clases sociales en cada poca, constituyen factores determinantes de dichas construcciones sim- blicas. Los procesos de interaccin simblica en que se da la aparicin de la persona como ser social son imprescindibles para entender sta, pero caeremos en un idealismo social si estas interacciones aparecen ais- ladas de la estructura social en la cual se dan. Modernidad y psicologa social: orientaciones 401 Coxciusix La psicologa y la psicologa social nacieron, como hemos dicho, al calor de los procesos que constituyeron la modernidad (procesos de urba- nizacin, de secularizacin, de individualizacin y, sobre todo, de indus- trializacin), de tal forma que tanto el origen como el desarrollo de la psi- cologa son inseparables de la modernidad. Pero tambin la modernidad, adems de que no era algo absolutamente monoltico, sino que englob siempre una cierta diversidad, fue evolucionando. Todo ello se fue refle- jando en los diferentes enfoques propuestos para interpretar lo psicolgico, que iban desde el conductismo ms radical, ingenuo y mecanicista, hasta el interaccionismo simblico o el modelo dramatrgico. Sin embargo, a lo largo de las ltimas dcadas se estn abriendo grandes grietas en la moder- nidad como consecuencia de los profundos cambios que se estn produ- ciendo (globalizacin de la economa, explosin de los medios de comuni- cacin, consumo generalizado como la nueva religin, etc.), lo que est llevando a muchos a hablar de sociedad posmoderna. Ello por fuerza est exigiendo tambin planteamientos nuevos en psicologa y en psicologa social, provocados por este giro posmoderno. 402 Anastasio Ovejero Bernal Cairuio XXVIII El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: la psicologa social posmoderna Ixrioouccix: ii ciio iosxooiixo Sea una moda, como algunos vaticinan, o sea algo ms profundo y duradero, como mantienen otros, a lo largo de los ltimos quince aos estamos respirando aires posmodernos en el campo intelectual y cultural. Yo tambin creo que es algo ms que una mera moda. Hace muy poco deca Pinillos aqu, en Oviedo, en su discurso como doctor honoris causa por esta Universidad, que el posmodernismo, que vendra a ser el oleaje producido por el naufragio de la modernidad, no est muerto sino, por el contrario, bien vivo. Hoy resulta difcil negar que, con independencia de que nos agrade o no, de que sea bueno, malo o regular, el fenmeno pos- moderno es una realidad con indiscutible presencia en los crculos intelec- tuales y artsticos de Europa y Amrica, que parece haber prendido en la mentalidad de las generaciones jvenes... A decir verdad, la confrontacin actual entre modernos y posmodernos no es menos fuerte que la famosa querella de antiguos y modernos que tuvo lugar durante la Ilustracin (Pinillos, 1996, pg. 230). De hecho, aade Pinillos, lo que se ve es una fortsima polmica y la voz que en cambio ha enmudecido es la de los que en su da anunciaron la pronta muerte del posmodernismo. Los aos han pasado y el posmodernismo sigue en pie y sigue muy vivo. Est vivo y est influyendo en todas las esferas sociales y culturales, entre las que tambin est, como no poda ser de otra manera, la psicologa y psicologa social (Kvale, 1992a), estndose conformando hoy da una psicologa social de corte posmoderno (Gergen, 1992a, 1996; Ibez, 1994, 1996). Lo que aqu pretendemos es analizar algunos de sus presupuestos, pues con la muerte de dios, proclamada por Nietzsche en el cambio de siglo el hombre se convirti en la medida de todas las cosas, y la psicologa en la religin secularizada de la modernidad... La religin como garanta de ver- dad fue reemplazada por las nuevas ciencias, los curas como mediadores de la verdad fueron sustituidos por los cientficos... En una cultura relativista, sin reglas fijas y fundamentales, la gua moral para la vida debe buscarse en la psicologa. La nueva psicologa desempea la tarea de la religin de pro- porcionar gua para la vida humana. Los curas como confesores fueron reemplazados por los psiclogos clnicos. Cuando una economa del con- sumo ha sustituido a una economa de produccin, la tica de trabajo pro- testante est siendo gradualmente reemplazada por una psicologa de la necesidad de gratificacin y placer (Kvale, 1992c, pgs. 53-54). Cmo est influyendo todo esto en la psicologa y en la psicologa social? Ciertamente la mayora de la psicologa sigue por derroteros modernis- tas, pero, fuera de los labotarios ya se empiezan a levantar voces posmo- dernas que comenzaron con los filsofos de la ciencia, como Quine, Pop- per, pero sobre todo Kuhn, que fue quien lanz el ataque ms serio contra el pensamiento fundacionalista, y Feyerabend, quien en su Against Method pona en duda la extendida creencia de que el conocimiento se deriva de la aplicacin sistemtica de procedimientos de investigacin. Con todo ello, el fundacionalismo empieza a estar en retirada y comenzamos a entrar, como dice Gergen (1992b), en una era postempirista: el problema del conoci- miento no ha sido resuelto, incluso hay quien afirma que es insoluble. La verdad parece ser un asunto de perspectiva, como ya hace ms de ochenta aos deca nuestro Ortega y Gasset (vase Ovejero, 1998). Y es que, como desde los aos 30 vienen apuntando algunos tericos crticos como Hork- heimer y Adorno y ms tarde especifica bien Habermas, las cuestiones de valor e ideolgicas son sistemticamente transformadas por los cientficos en cuestiones tcnicas. As, los psiclogos han convertido en hechos cien- tficos creencias suyas totalmente ideolgicas. Un ejemplo: durante dca- das los psiclogos diferenciales venan afirmando que las mujeres eran infe- riores a los hombres en inteligencia y los negros a los blancos, y que todo ello se deba a razones genetistas. La cuestin era ms simple: eran sus pro- pias creencias machistas y colonialistas, lo que les hizo comprobarlas empricamente. Y es que, en definitiva, lo emprico no est por encima de lo moral y lo ideolgico, sino al revs: lo emprico est por debajo, y a veces incluso al servicio, de la moral y de la ideologa. Y es que, como muestra claramene Foucault, el saber es totalmente inseparable del poder, siempre con lo retrico por medio: para entender el carcter retrico de los hechos cientficos hay que entender la base de su poder. Este viraje posmoderno est afectando tambin a la psicologa, lo que lleva a Kvale (1992c) a hablar de una clara incompatibilidad entre psico- loga y posmodernismo, con este argumento: la psicologa es un producto de la modernidad que se desarroll durante la Ilustracin y que fue fun- dada como una ciencia a ltimos del siglo xix. Por consiguiente, los tr- 404 Anastasio Ovejero Bernal minos psicologa y posmodernidad son incompatibles, y psicologa posmo- derna es una contradiccin en los trminos. Y es que si entendemos la psicologa como la ciencia del sujeto, al desaparecer el sujeto en la pos- modernidad, una de dos, o bien desaparece la psicologa o bien se recon- vierte y se hace, por ejemplo, no ciencia del sujeto sino ciencia de las rela- ciones (Gergen, 1996). Ms an, en una poca posmoderna, la psicologa tiene que dejar de ocuparse de la psique para ocuparse del campo cultu- ral: no psicologa individual, sino psicologa cultural (Ovejero, 1997, cap- tulo 1), centrndose sobre todo en la construccin lingstica y social de la realidad, y en la influencia del ambiente social y las relaciones interperso- nales sobre el Yo. Y esta nueva psicologa posmoderna por fuerza tiene que abrirse al ms amplio y fructfero enfoque interdisciplinar y multime- todolgico, donde los anlisis cualitativos y lingsticos sean realmente protagonistas. En este sentido, la propuesta de Gergen (1992b) es intere- sante: en una poca posmoderna, la psicologa ya no puede ser la ciencia del individuo y de la psique. Qu quedara entonces? No est en abso- luto de acuerdo Gergen con quienes proponen la desaparicin de la psi- cologa, sino que piensa que, por el contrario, el giro posmoderno enri- quece a la psicologa, que tendra estas tres importantes funciones (Gergen, 1992b): 1) Avance tecnolgico: queda la psicologa como tecnolo- ga. Las crticas posmodernas ponen en tela de juicio los avances tericos de la psicologa, pero no sus avances tcnicos: en situaciones prcticas, la capacidad de prediccin de la psicologa puede ser alta y sumamente til, aunque luego no sepamos realmente a qu se debe; 2) Crtica cultural: queda tambin el potencial de la psicologa como crtica cultural. Los avances tecnolgicos de la psicologa son interesantes, pero tambin peli- grosos. De ah que deban ser complementados con la vertiente de crtica cultural. Debemos reconocer que, como psiclogos, estamos continua- mente aadiendo constructos que llevan a la gente a percibir e interpretar el mundo de unas formas muy concretas. As, por ejemplo, damos por hecho la existencia de la razn, la memoria, la emocin o la motivacin, el estrs o la neurosis, cuando no son sino constructos creados por los psi- clogos para explicar la realidad. Por tanto, son tiles, pero no reales objetivamente, aunque s socialmente, en la medida en que los hemos incorporado los psiclogos a la realidad de la actual sociedad occidental. Pero con estos constructos favorecemos a unos segmentos de la poblacin, mientras que perjudicamos a otros. As, decimos que la razn es algo valioso, que la emocin es antiracional, que los hombres son ms raciona- les que las mujeres y que stas son ms emotivas. Pero tambin se dice, y se cree, que la racionalidad es necesaria para puestos de responsabilidad, lo que implica que los hombres son ms aptos para tales puestos; y 3) La construccin de nuevos mundos: para los modernistas la ciencia era un espejo que reflejaba exactamente la realidad y los cientficos los limpia- dores del espejo. Sin embargo, para los posmodernistas, tal rol de los cientficos era demasiado simple y pasivo. La ciencia no refleja el mundo sino que lo crea, lo construye. El papel de los cientficos es mucho ms El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 405 activo e importante de lo que, paradjicamente, pensaban los modernistas. Los psiclogos no somos los nicos que contribuimos a la construccin social del mundo, pero s desempeamos un papel importante, junto a los periodistas y a otras muchas personas y profesionales. Qui is iiaixixri ii iosxooiixisxo? Ante todo deberamos distinguir tres trminos que con frecuencia se utilizan como sinnimos. Posmodernidad, que se refiere a la poca posmo- derna; posmodernismo, referido a la expresin cultural de esa poca; y pen- samiento posmoderno, referido a la reflexin filosfica sobre la poca y la cultura posmodernas (vase una discusin sobre el trmino en Berg, 1991; Lyotard, 1986, 1989; y Madsen, 1992). En todo caso, por posmodernismo entendemos el movimiento intelectual iniciado por Lyotard (1979) y que concreta sus ataques a la modernidad en tres aspectos: la razn, el sujeto y su dimensin emancipatoria. Sin embargo, pronto surge un segundo tipo, abiertamente radical y hasta anarquista, que, manteniendo los dos primeros supuestos, sin embargo, no renuncia a la crtica emancipadora, sino que la mantiene y la radicaliza, aunque desde posturas sustancialmente diferentes a las del discurso de la modernidad. Los autores que entran en este apartado, aunque no pueden ser considerados realmente posmodernos, ya que s creen en algunos grandes relatos, como la libertad o la emancipacin del ser humano, sin embargo s lo son, ya que, como ya hemos dicho, integran en sus planteamientos y propuestas conceptos centrales del pensamiento pos- moderno y los colocan incluso en el centro de sus propias teoras. En defini- tiva, por utilizar una terminologa marxista ya en desuso, diramos que utili- zan los argumentos posmodernos como estrategia fundamental de actuacin. El trmino posmodernismo es empleado a menudo para referirse a la transformacin cultural general que est teniendo lugar a lo largo de los ltimos aos en las sociedades occidentales (Huyssen, 1990). Para Lyotard, el significado del posmodernismo est inextricablemente relacionado con las cambiantes condiciones del conocimiento y la tecnologa, que estn pro- duciendo formas de organizacin social que estn socavando los viejos hbitos, los vnculos y las prcticas sociales de la modernidad. Sera el pro- ducto social, poltico y cultural de un mundo y un conocimiento en cons- tante y permanente cambio, donde nada es definitivo. Tambin para Gid- dens (1993) se trata de una consecuencia obvia de la confusin creada por los recientes y profundos cambios que han tenido lugar en las sociedades postindustriales. El posmodernismo sera la consecuencia de los fracasos del programa de la modernidad. La gran narrativa del programa modernista asumi una lgica y un universo ordenado cuyas leyes podran ser descu- biertas por la razn y por la ciencia. Y a medida que el conocimiento sobre tales leyes se ira acumulando, podra ser utilizado en beneficio del gnero humano y eventualmente llevara a la emancipacin de la humanidad de la pobreza, la enfermedad, la ignorancia y la esclavitud (Lyotard, 1979). Sin 406 Anastasio Ovejero Bernal embargo, como seala Polkinghorne (1992, pg. 147), la fe en el programa modernista ha sido muy seriamente erosionado por las atrocidades de las dos guerras mundiales, el conocimiento de la crisis ambiental, la obstina- cin de los problemas de los guetos urbanos y la continuada posibilidad de un holocausto nuclear. Es decir, que en lugar de haber construido un mundo de prosperidad, salud y libertad, el modernismo ha producido una civilizacin temerosa de los instrumentos de destruccin desarrollados por su razn y por su ciencia. Adems, por si ello fuera poco, los supuestos fundamentales del modernismo que proporcionaban la base para su pro- grama cientfico de emancipacin fueron socavados por los filsofos de la ciencia (Quine; kuhn, Lakatos, Feyerabend, etc.). Esta prdida de la fe en el proyecto de la modernidad es lo que suele conocerse con el nombre de posmodernismo. Como escribe Vattimo (1990, pg. 73), ante todo habla- mos de posmodernismo porque consideramos que, en alguno de sus aspec- tos esenciales, la modernidad ha concluido, y entre esos aspectos est la creencia en la racionalidad humana as como en la existencia de una verdad objetiva que, adems, puede ser alcanzada por la razn humana. Y es que a lo largo del siglo xx han ido producindose una serie de acon- tecimientos cientficos (teora cuntica, teora de la relatividad, etc.), algu- nas consecuencias terribles de la propia ciencia y de su desarrollo (explo- sin de la bomba atmica, amenaza nuclear, etc.), polticos (el nazismo y el holocausto), econmicos (progresiva globalizacin de la economa) o tec- nolgicos (extensin de la tarjeta de crdito, explosin de los ordenadores, autopistas de la informacin, etc.), que han transformado radicalmente la modernidad y que han conseguido hacer aicos algunos de sus supuestos bsicos, como la fe en la razn y en la ciencia, o la ya mencionada creencia en la objetividad y en la verdad. De hecho, los ilustrados quedaran de pie- dra si levantaran ahora la cabeza y constataran que este siglo XX, el siglo de la ciencia y la educacin, en el que la escolarizacin ha alcanzado a la prc- tica totalidad de la poblacin hasta los diecisis aos en los pases occiden- tales industrializados, ha sido, a la vez, el ms violento de los siglos, con ms de cien millones de muertos slo en Europa en contiendas blicas y polticas. Todo ello ha terminado por dar la razn a Nietzsche, de tal forma que la posmodernidad ha terminado por identificarse con el posmoder- nismo filosfico que ya vena de atrs. De ah que Vattimo pueda escri- bir (1987, pg. 145) que se puede sostener legtimamente que la posmo- dernidad filosfica nace en la obra de Nietzsche. Segn el filsofo alemn, Dios ha muerto, es decir, las verdades absolutas ya no tienen cabida en el pensamiento del hombre. Segn Nietzsche, aade Vattimo, con esta con- clusin nihilista salimos realmente de la modernidad. Con palabras de David Lyon (1996), podemos decir que el nihilismo es el concepto nietzs- cheano que se ajusta mejor a esta sensacin fluida e incierta de la realidad. Cuando la permanente actitud de duda de la razn moderna se aplica a la propia razn, el resultado es el nihilismo. Los supuestos sistemas de razo- namiento, afirma Nietzsche, son en realidad sistemas de persuasin. As pues, las pretensiones de haber descubierto la verdad en realidad ocultan El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 407 lo que Nietzsche denomin voluntad de poder. Quienes abrigan tales pretensiones se colocan por encima de aquellos a quienes exigen conformi- dad y, por tanto, los dominan. Todo ello significa que ya no podemos estar seguros de nada. La moralidad es una mentira; la verdad, una ficcin. Todo lo que queda es la opcin dionisaca de aceptar el nihilismo, de vivir sin engaos ni fingimiento, pero con entusiasmo y alegra. De aqu se sigue que la diferencia entre verdad y error ha desaparecido, es meramente ilu- soria. Fuera del lenguaje y sus conceptos no hay nada que pueda constituir como dios una garanta de la verdad. En este sentido, el posmoder- nismo supone el triunfo del anarquismo epistemolgico. Ms en concreto, el posmodernismo radical o anarquista se caracteriza no por una separacin tajante entre modernidad y racionalidad, como hacen los crticos neocon- servadores, sino por una profundizacin en la ntima vinculacin entre ambas, con el propsito explcito de desvelar el carcter represor que con- lleva la racionalidad moderna. Sintetizando mucho y simplificando, inevitablemente podramos decir que la crtica de la modernidad es una puesta en cuestin de la autoridad de un sistema de legitimacin racional cuyos imperativos se hacen absolutos. Esta crtica no es nueva ni original; desde el relativismo lingstico y romntico de Herder hasta el perspectivismo orteguiano, por ejemplo, se han cuestionado en el pensamiento occidental muchos de los presupuestos de la razn absoluta (Crespo, 1995, pg. 91). Pero en la actualidad, son muchos los autores que pretenden radicalizar esta posicin (Foucault, Giroux, etc.). Este posmodernismo, progresista y radical, no pretende volver al premodernismo sino ir ms all de l, supe- rarle. En absoluto supone una oposicin frontal al discurso de la moderni- dad, sino que sigui su mismo camino, pero dando un paso ms adelante y radicalizando la propia modernidad, a travs de la deconstruccin del pro- pio discurso de la modernidad. Es decir, si el discurso de la modernidad y de la ilustracin exigan que los ciudadanos fueran seres reflexivos y crti- cos, el posmodernismo pretende utilizar esas mismas capacidades crticas para cuestionar los contenidos absolutistas y universalistas del propio dis- curso de la modernidad, poniendo en tela de juicio las creencias modernis- tas sobre la verdad, el conocimiento, el poder, las figuras de autoridad y las bases sobre las que se sustentan, el individualismo y hasta el propio len- guaje (Flax, 1987). Los filsofos posmodernos desafiaron as la premisa de que la razn puede proporcionar un fundamento objetivo y universal al conocimiento o que un conocimiento basado en la razn ser socialmente beneficioso y asegurar el progreso. Desde el discurso de la modernidad (utilizar la razn con funciones fuertemente crticas), se ataca y se cuestiona la raz misma de ese discurso de la modernidad (la fuerza universal y casi omnipotente de la razn), que tan funestos efectos ha tenido para la liber- tad humana. Y es que si a partir del Renacimiento tuvimos que aprender a emanciparnos de la teologa, ahora tenemos que aprender a emanciparnos de la metafsica y sobre todo de la metafsica de la ciencia. 408 Anastasio Ovejero Bernal En suma, el posmodernismo es la forma de pensar que se desarrolla en la posmodernidad, y sta, aunque podra ser vista como la faceta cultural de la sociedad posindustrial, sin embargo va ms all, extendindose a una serie de aspectos tericos y de valores que estn conformando la personali- dad de los hombres y las mujeres de hoy da y que estn guiando su con- ducta social y sus relaciones interpersonales, lo que exige tambin, obvia- mente, cambios profundos en la psicologa y en la psicologa social tradicionales, psicologas que fueron desarrolladas para otro tipo de hom- bre y para otro tipo de sociedad, el hombre moderno y la sociedad moderna. De hecho, existe incluso dentro de la psicologa social, un pos- modernismo que aunque sigue derroteros que ciertamente no son marxis- tas, menos an son conservadores. Por el contrario, siguiendo las pautas marcadas por Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein y Foucault, los psiclo- gos sociales posmodernos van por caminos nuevos, radicalmente contesta- tarios y emancipatorios, caminos que, de querer asimilarlos a alguna ideo- loga del pasado, cosa realmente difcil, sa sera el anarquismo, aunque para ello indudablemente deberamos forzar y simplificar un tanto las cosas. Y, desde luego, si pretenden ser crticos y emancipadores, difcil- mente podrn ya ser posmodernos en sentido estrictamente formal. Ahora bien, el movimiento posmoderno es demasiado amplio, heterogneo y con- fuso como para poder entenderlo en todas sus dimensiones y definirlo con precisin. Probablemente an nos falta la suficiente perspectiva temporal como para juzgarlo adecuadamente. Psicoioca sociai \ iosxooiixisxo La modernidad, tanto en el mundo capitalista como en el socialista, ambos herederos de la Ilustracin, se caracterizaba por una firme creencia en la razn y en la ciencia, as como en sus efectos irrefutablemente benefi- ciosos, y en el hombre como sujeto autnomo y racional, as como en la uni- dad de la Historia y en el progreso histrico hacia un final brillante y feliz en la tierra. Sin embargo, todas estas creencias han ido hacindose aicos a lo largo de este siglo, como consecuencia de una serie de hechos, desde la filosofa de Nietzsche a la de Heidegger, desde la teora cuntica hasta la de la relatividad, desde Heisenberg hasta Prigogine, sin olvidar la explosin de la primera bomba atmica en Hiroshima, el Holocausto y desde luego la cada del Muro de Berln y del Imperio Sovitico y, con l, de la idea y sobre todo la ilusin del comunismo (Furet, 1995), dando paso a una era del vaco (Lipovetsky, 1987) e incluso una nueva Edad Media (Minc, 1994) y, en todo caso, a una sociedad posmoderna. Todo ello, como no poda ser de otra manera, afect tambin a la psicologa social. De hecho, aunque tras la Segunda Guerra Mundial la psicologa social vivi alrededor de tres dcadas de tranquilidad y esplendor, recibiendo una fuerte finan- ciacin y estando ms que satisfecha por sus hallazgos tanto tericos como metodolgicos, siempre obtenidos ambos a partir de estudios experimenta- El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 409 les de laboratorio, sin embargo, hacia mitad de los 70, aunque la intran- quilidad vena de atrs, comenz a extenderse una fuerte tendencia a pro- blematizar en profundidad tanto los valores inherentes a la psicologa social como sus hallazgos tericos y metodolgicos, y hasta la propia metodologa y los enfoques tericos, epistemolgicos e ideolgicos adoptados. La psico- loga social entr en una profunda crisis: los psiclogos crticos cuestiona- ron la ideologa individualista y explotadora subyacente a la investigacin psicolgica; las feministas pusieron en tela de juicio los sesgos androcntri- cos inherentes en la teora y en el mtodo; a nivel epistemolgico, los cons- truccionistas cuestionaron la posibilidad de la existencia de un mundo independiente del observador e incluso se interesaron por las bases sociales de lo que entendemos por conocimiento, comenzndose a hablar ms de metodologas cualitativas, por parte sobre todo de los psiclogos fenome- nlogos, hermenuticos, etc. Y hubo tambin un mayor inters por las for- mas de interdependencia humana, de forma que, por ejemplo, los ecopsi- clogos buscaron conceptos que relacionaron la persona y el ambiente, los partidarios de la etogenia se interesaron por los ritos sociales en los que nos implicamos, los analistas del discurso estudiaron la relacin de la mente con el lenguaje como un sistema de interdependencia social, etc. Y fueron surgiendo una serie de revistas contrarias al empirismo domi- nante como las siguientes: Journal for the Theory of Social Behavior, New Ideas in Psychology, Mind and Behavior, Philosophical Psychology, Feminism and Psychology, Theory and Psychology... Si durante la Modernidad nadie dudaba de las bondades de la ciencia, ni de la firme fundamentacin del conocimiento cientfico, ni del final feliz a que, antes o despus, nos llevara, inexorablemente, la ciencia, tampoco los psiclogos sociales tenamos muchas dudas de casi nada: tenamos las cosas muy claras. Tenamos, por una parte, la compacta y compleja realidad de unos fenmenos psicosociales que articulaban la vida cotidiana de las personas y que, a veces, producan efectos muy poco afortunados, tales, por ejem- plo, la hostilidad entre los grupos, la discriminacin hacia lo minoritario o, simplemente hacia lo diferente, la sumisin a la autoridad, la indife- rencia hacia las personas necesitadas de ayuda, etc. Tenamos, por otra parte, unos instrumentos que parecan eficaces para dar cuenta de esa realidad, para explicar esos fenmenos. Nuestro papel estaba claro. Una realidad por una parte, unos instrumentos para conocerla con exactitud por otra parte. Slo debamos verter, gota a gota, esos conocimientos en el gran embalse del saber, seguros de que, ms tarde o ms temprano, regaran las tierras ridas de los problemas sociales, haciendo florecer, como si de mil flores se tratara, el bienestar y la armona en tierras de secano. Creamos firmemente, desde la Ilustracin por lo menos, en el poder intrnsecamente emancipador del conocimiento vlido, vlido por- que cientfico (Ibnez, 1994, pg. 7). Pero los cambios sociales que fueron transformando la sociedad occi- dental a lo largo de las ltimas dcadas tambin fueron transformando la 410 Anastasio Ovejero Bernal psicologa social, provocando el surgimiento y el progresivo desarrollo de perspectivas tericas nuevas que, creo, podemos llamar posmodernas, y que consideraban que la psicologa social es una retrica ms de la verdad, cuya garanta de validez ya no descansa en el mtodo utilizado sino en las consecuencias que tiene, en los efectos que produce y en las prcticas sociales a que lleva. Como escribe Ibez (1994, pgs. 10-11), la afirma- cin de que esto es verdadero en funcin de su procedencia, sea esta procedencia el Mtodo, o bien la autoridad religiosa, o bien tal o cual doc- trina, debe ser sustituida por esto es aceptable en funcin de sus efec- tos. En esta tarea, algunos psiclogos sociales posmodernos han puesto sus ojos en Foucault porque l proporciona un marco para mostrar los ses- gos ideolgicos y las relaciones de poder que se esconden en el discurso sociopsicolgico. En consecuencia, el reto de la psicologa social, actual- mente, no es producir conocimiento irrebatible, sino, como seala Ibez, ir consiguiendo que todas las personas puedan preguntarse, con Foucault, cuando alguien afirma que lo que dice es cientfico: qu efectos de poder est persiguiendo? Y es que, tambin en psicologa social, la posmo- dernidad nos ha despertado del autntico sueo dogmtico y nos ha hecho ver que tanta ilusin con la ciencia y su mtodo, con las verdades inapelables e irrefutables, con el progreso irrefrenable, etc., no era sino un sueo infantil, el maravilloso sueo de los Reyes Magos. La posmodernidad supone, pues, la mayora de edad de la humanidad, con los inconvenientes y las ventajas que ello tiene. Por una parte, abandonar las ingenuas creen- cias e ilusiones de la infancia, pero, por otra, ganar en espacios de libertad, aunque ello, obviamente, posee tambin sus riesgos (vase Fromm, 1941). Ahora bien, abandonados los referentes absolutos, la psicologa social slo puede encontrar su propia justificacin en la labor crtica que sea capaz de desarrollar (Ibez, 1994, pg. 11), labor crtica que tendra como finalidad ir debilitando las condiciones de dominacin sobre las que se asientan la explotacin y la marginacin que no slo no han terminado con el progreso cientfico, sino que ste las ha incrementado hasta niveles absolutamente inaceptables. Pues bien, esta psicologa social posmoderna ya se est construyendo. La verdad es que cuando hablamos de psicologa o psicologa social posmodernas nos referimos a algo sumamente heterog- neo. Ya el propio concepto de posmoderno es poco concreto, pues supone una mezcla, a veces extraa, entre fuerzas crticas a la modernidad y, menos, nuevas propuestas para una nueva sociedad, que incluyen aspectos optimistas y pesimistas. Y en psicologa social, la oferta es an ms vario- pinta, desde los intentos de reconstruir la disciplina (Armistead, 1974) hasta los de desconstruirla (Parker y Shotter, 1990), pasando por una psicologa social como anlisis del discurso (Parker, 1992; Potter, 1997; Potter y Wet- herell, 1987) o como una retrica (Bilig, 1987), hasta la propuesta de una psicologa social explcitamente posmoderna y socioconstruccionista (Ger- gen, 1992a, 1992b, 1996; Roiser, 1997; Wetherell y Maybin, 1996). Por consiguiente, aunque la llamada psicologa posmoderna est siendo fuerte- mente criticada (Smith, 1994; Morgan, 1996), sin embargo est produ- El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 411 ciendo unos cambios en la psicologa y ms an en la psicologa social que dejarn huella. Por ejemplo, la visin que los psiclogos tienen de la psico- patologa y la psicoterapia, por fuerza cambiar tras la influencia de la perspectiva posmoderna (vase Monk y cols., 1997; Parker, 1997, 1998; Parker y cols., 1995). En definitiva, las propuestas posmodernas estn siendo, a mi modo de ver, altamente interesantes y tiles para la psicologa, para equilibrar una visin excesivamente positivista, racionalista y hasta ingenua de la natura- leza humana, a la vez que puede proporcionar, fundamentalmente de la mano de Foucault, unos poderosos instrumentos de crtica para ayudarnos a construir una psicologa social radical y emancipadora. Pero, a su vez, conlleva muy serios problemas, riesgos y limitaciones para la construccin de esa misma psicologa social radical y emancipadora, pues el posmoder- nismo supone una seria amenaza para una agenda poltica radical de la dis- ciplina, y slo puede ser comprendida contextualizando la psicologa en un contexto social e histrico ms amplio. Ahora, afirma Parker, necesitamos enfrentarnos a dos tipos de peligros que surgen de los escritos posmoder- nos. El primero proviene de una adopcin entusiasta de los remedios pos- modernos, que es particularmente perniciosa en su vertiente relativista y amoralista, e ingenua en su paradjica mezcla de colectivismo y autonoma. El segundo proviene de que con su adopcin pesimista y decepcionada de diferentes perspectivas, el posmodernismo incita a la crisis y estimula, por reaccin, el cientificismo, el fundamentalismo, el individualismo y el orga- nicismo. En definitiva, aunque el posmodernismo puede resultar muy til para la psicologa y la psicologa social, sin embargo puede fomentar ten- dencias muy peligrosas, sobre todo si es adoptado por personas sin un pro- grama radical previo. Por consiguiente, estamos ante un poderoso instru- mento de reflexin y de anlisis de la sociedad y de las relaciones interpersonales, pero que puede ponerse al servicio de una psicologa emancipadora o bien al servicio de una psicologa amoral y reaccionaria, pues aunque dentro de la psicologa nos puede ser muy til, el posmoder- nismo puede estar convirtindose en una nueva metanarrativa que deslegi- time todo esfuerzo poltico por cambiar la realidad y por hacerla ms justa. Oiiixracioxis airiixarivas Ya hemos dicho que como consecuencia de la crisis de la disciplina y al calor de las nuevas propuestas posmodernas, estn surgiendo, desde hace unos aos, distintas corrientes alternativas a la psicologa social tra- dicional que, aunque diferentes en algunos aspectos, poseen una serie de presupuestos comunes. Ese amplio denominador comn pasa, entre otras caractersticas, por un antipositivismo contundente, por el reconoci- miento del ser humano como agente parcialmente auto-determinado, por una sensibilidad particular hacia el carcter histrico o construido de las realidades psicosociales, por la centracin sobre la importancia que repre- 412 Anastasio Ovejero Bernal sentan el lenguaje y la significacin, por la atencin hacia la racionalidad prctica, por el inters hacia los procesos concretos de la vida cotidiana y por la conciencia de las implicaciones de todo tipo que se desprenden a partir de la propia reflexividad del conocimiento (Ibez, 1990, pg. 208). De estas caractersticas comunes yo destacara la preocupacin especial por el lenguaje y por el discurso como autnticos hechos psicosociales, o como una clase de interaccin social capaz de construir los fenmenos psi- cosociales (Antaki, 1994; Danziger, 1997; Edwards, 1996; Edwards y Pot- ter, 1992; Harr y Stearns, 1995; Potter, 1996; Psathas, 1994; Riessman, 1994; Smith y cols., 1995; Soyland, 1994; Van Dijk, 1997, etc.), entre ellos los de racismo (Riggins, 1997), la psicoterapia (McLeod, 1997) y, sobre todo, los de gnero (Crawford, 1997; Wilkinson y Kitzinger, 1995; Wodak, 1997, etc.), formando parte esencial de la llamada psicologa social femi- nista. Entre tales nuevas psicologas sociales, todas ellas muy relaciona- das entre s (vase, por ejemplo, Shotter, 1993), destacaremos, siguiendo princialmente a Toms Ibez (1990), las siguientes: 1) La orientacin de la teora de la accin: frente al mecanicismo del positivismo y de la psicologa social ms tradicional, particularmente el conductismo, la teora de la accin descansa en la idea de la naturaleza pro- positiva del ser humano: la conducta humana es intencional, es accin, no mera conducta de reaccin y respuesta. Bajo este epgrafe se sitan una serie de corrientes, todas ellas muy influidas por la fenomenologa, de las que destacamos estas cinco: a) La teora de la accin: como escribe Ibez, la escuela de Oxford, heredera del pensamiento del segundo Wittgenstein, se centr en el anli- sis del lenguaje cotidiano, resaltando la extraordinaria importancia que presentan las referencias a las intenciones en la explicacin corriente de la conducta. Los psiclogos deban atender al problema de las intenciones, aunque slo fuese porque la forma en que las personas explican sus pro- pias conductas y las de los dems incide sobre la conformacin de esas conductas. Lo extrao es que esta corriente no haya tenido tradicional- mente ms adeptos, ya que tanto el problema de la atribucin de intencio- nes a los dems como el problema de la comunicacin de las propias inten- ciones, temas ambos muy estudiados por nuestra disciplina, planteaban directamente la cuestin de la produccin y la interpretacin social de los significados. Slo la fuerza del positivismo y el frreo control que ejerca dentro de la psicologa social lo impeda. Pero tanto el declinar del positi- vismo como las aportaciones del segundo Wittgenstein facilitaron el desa- rrollo de una teora de la accin centrada sobre una imagen del hombre concebido como un agente propositivo, capaz de autodirigir su conducta, dotado de racionalidad prctica e implicado en actividades de construccin y de desciframiento de significados. En esta lnea, algunos autores (Harr y cols., 1985; Ginsberg y cols., 1985) defendieron que la tarea bsica de la psicologa social pasa por explicar las acciones humanas, entendiendo por accin todas aquellas conductas que estn dotadas de intencionalidad y de El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 413 significado, y aplicando el trmino conducta a la simple manifestacin cor- poral de las acciones, es decir, los movimientos corporales meramente mecnicos. b) El anlisis de las explicaciones cotidianas: esta corriente s tiene algunos importantes antecedentes en psicologa social, como la teora de la atribucin, que al tener sus races en la fenomenologa de Heider se intere- saba por el pensamiento ingenuo, por las inferencias del sentido comn y por sus manifestaciones en las situaciones concretas de la vida cotidiana, o la etnometodologa. No es casualidad que la investigacin sobre las explicaciones coti- dianas de la conducta se haya articulado principalmente en suelo brit- nico y que una de las primeras monografas dedicada a este tema, bajo la direccin de Charles Antaki, recoja esencialmente estudios realizados tanto desde la teora de la accin como desde la teora de la atribucin (Antaki, 1981). La evolucin de este enfoque se ha caracterizado por una acentuacin de la influencia de la herencia wittgensteiniana, en el sentido de que se ha focalizado cada vez ms sobre la naturaleza y las particula- ridades del lenguaje cotidiano, hasta entroncar prcticamente con el enfo- que del anlisis del discurso (Antaki, 1988) (Ibez, 1990, pg. 216). c) Anlisis del discurso: Como afirman Kottler y Swartz (1996), cada vez se reconoce ms ampliamente que las metodologas positivistas necesi- tan complementarse con otros mtodos de anlisis y modelos de interpre- tacin (Cook y Howard, 1992; Green, 1992; McNally, 1992), entre ellos el anlisis del discurso. Con una variopinta raz filosfica (estructuralismo francs marxista, pensamiento wittgensteiniano, etnometodologa fenome- nolgica y postestructuralismo), esta corriente se centra en el anlisis del lenguaje y sobre todo de las prcticas discursivas de los agentes sociales (Antaki e iguez, 1996; iguez y Antaki, 1994; Potter, 1996, 1997; Potter y Wetherll, 1987; Potter y cols., 1984). Esencialmente, el anlisis del discurso implica el desarrollo de hiptesis sobre los propsitos y las consecuencias del lenguaje... El hecho de que el discurso est orientado, conscientemente o no, hacia unas funciones parti- culares, que a su vez provocan un montn de variabilidad lingstica, nos indica que el discurso se est usando constructivamente. El modelo realista asume que la organizacin del discurso refleja la naturaleza de las entidades que describe. Sin embargo, para el anlisis del discurso el lenguaje se conecta y se construye con unos propsitos y para obtener unas conse- cuencias determinadas... La nocin de construccin enfatiza, una vez ms, que el discurso est orientado hacia la accin: tiene consecuencias prcti- cas. En un sentido profundo, por tanto, se puede decir que el discurso construye nuestra realidad vivida (Wetherell y Potter, 1996, pgs. 65-66). En consecuencia, el anlisis del discurso trata al mundo social como un texto, o mejor dicho, como un sistema de textos que el investigador puede leer sistemticamente para examinar los procesos psicolgicos 414 Anastasio Ovejero Bernal subyacentes, procesos que la disciplina psicolgica atribuye a la maquinaria existente en la mente del individuo (Parker, 1996, pg. 79). d) Aproximacin retrica: otro de los enfoques toricos que est teniendo bastante xito en los ltimos aos en diferentes ciencias sociales y humanas es el retrico, destacando nombres como Perelman en el campo de la filosofa, Michael Billig en el de la psicologa social, Shotter en el de la teora social o Bajtin en el de la teora literaria. Recordemos la afirma- cin de Habermas de que los movimientos postestructuralistas y decons- truccionistas de la filosofa moderna intentan dar primaca a la retrica sobre la lgica. Y es que estamos ante una corriente fundamental en la poca actual. En efecto, como subrayan Sabucedo y colaboradores (1997), ese rechazo a la retrica hay que situarlo en el marco del racionalismo imperante en la Edad Moderna y en las creencias existentes respecto a la relacin entre opinin y verdad. As, escribe Gonzlez Bedoya (1989, pg. 7) que para quienes la verdad puede surgir de la discusin y el contraste de pareceres, la retrica ser algo ms que un simple medio de expresin, un elenco de tcnicas estilsticas, como la consideran aquellos para quienes la verdad es el fruto de una evidencia racional o sensible. El carcter de desafo al pensamiento cientfico tradicional que supone el enfoque ret- rico, lo sealan Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989, pg. 30) al afirmar que la publicacin de un tratado dedicado a la argumentacin y su vinculacin a una antigua tradicin, la de la retrica y la dialctica griegas, constituyen una ruptura con la concepcin de la razn y del razonamiento que tuvo su origen en Descartes y que ha marcado con su sello la filosofa occidental de los tres ltimos siglos. Pues bien, estoy de acuerdo con Sabucedo en que los nuevos movimientos de pensamiento que se estn produciendo a lo largo de las ltimas dcadas estn favoreciendo la vuelta al inters por la rerica. Y no olvidemos que, como sealan autores como Billig (1989) o Gonzlez Bedoya (1989), la retrica surge en momentos de explosin democrtica y participacin ciudadana en la vida pblica y desaparece en los momentos polticos autoritarios. Entrando ya en los contenidos de esta corriente, tenemos que comen- zar recordando la afirmacin de Billig (1985) de que existe un aspecto de la cognicin que tiende a ser olvidado con demasiada frecuencia: la argumentacin. De ah que la corriente retrica lo que pretende, ante todo, sea subrayar el aspecto argumentativo que existe en la vida social, por lo que vuelve su atencin hacia la antigua retrica y hacia los sofis- tas, para quienes ante cualquier cuestin era siempre posible encontrar dos opiniones que podan tener el mismo nivel de verosimilitud. Lo importante de esta posicin es el reconocimiento de que ante una pro- puesta o afirmacin determinada los sujetos pueden elaborar una con- trapropuesta o contraafirmacin, frente al logos existe un antilogos, lo que refleja que el sujeto humano tiene capacidad para la negacin, lo cual se traduce en su capacidad crtica (Billig, 1986, pg. 16; Billig y Sabucedo, 1994). En suma, El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 415 el planteamiento de la retrica defendido por Billig, por tanto, se aleja de las aproximaciones cognitivas ms al uso en la psicologa social. No recu- rre a las motivaciones individuales ni al procesameinto de la informacin para dar cuenta del comportamiento y actuaciones de los sujetos; el cono- cimiento es considerado como algo socialmente compartido, y es en este aspecto donde existe un nexo de unin entre el plantea-miento de la retrica y el de las representaciones sociales. Las similitudes entre ambos planteamientos se hallan, bsicamente, en la idea de la naturaleza social del conocimiento y en el nfasis puesto en el sujeto como ser pensante. Frente a aquellos planteamientos deterministas que ven al individuo como una caja negra que se limita a dar respuesta a estmulos provenien- tes del medio, o como un ente sometido a las determinaciones estructu- rales del medio en el que se halla, tanto el enfoque retrico como el de las representaciones sociales tienen como modelo un sujeto pensante (Sabucedo y cols., 1997, pgs. 153-154). En cuanto a las crticas, a la corriente retrica se le han hecho prctica- mente las mismas que al anlisis del discurso. As, tanto Reicher (1988) como Martnez (1990) la critican por no tener en cuenta variables como las de poder, y olvidar los aspectos extraargumentativos, lo que est relacio- nado con la crtica que Bhaskar (1987) hace al paradigma lingstico en el anlisis de la conducta social en cuanto que margina aspectos ajenos al pro- pio lenguaje como el control y el cambio social. e) Etogenia: propuesta inicialmente por Harr y Secord (1972) y des- arrollada posteriormente por Harr (1979), se basa en la idea del hombre como agente activo y resuelto que elige libremente, y se opone rotunda- mente a la experimentacin en psicologa social proponiendo que cambie- mos de escenario para investigar, sustituyendo el laboratorio por la calle, los bares o los estadios de ftbol, es decir, que Harr propone que la psi- cologa social se haga all donde interactan las personas de la vida real, para lo que utiliza como tcnicas metodolgicas tanto anlisis de episodios como anlisis del lenguaje, siempre bajo la influencia de la fenomenologa. De hecho, como escribe Stryker (1983, pg. 32), el reto ms profundo y serio a las corrientes dominantes en la psicologa social psicolgica o psi- cologa social sociolgica es el lanzado por los puntos de vista de la feno- menologa radical. En sntesis, la etogenia postula un modelo del hombre segn el cual el uso del lenguaje es propiedad esencial distintiva del ser humano y la conducta social debe concebirse como acciones mediadas por significados, no como meras respuestas a estmulos. Explicar la con- ducta social consiste bsicamente en descubrir los significados que le son subyacentes. As, para dar a entender a alguien que se le est despidiendo con cario se pueden desplegar conductas diferentes como hacer gestos con la mano o con los dedos o agitar un pauelo, pero lo importante es el significado que se transmite (por ejemplo, agitar los pauelos significa cosas totalmente diferentes cuando se hace en un puerto martimo al salir el barco, agitarlo en una plaza de toros o en un estadio de ftbol). En este sentido, uno de los estudios etognicos ms conocidos es el que llevaron a 416 Anastasio Ovejero Bernal cabo hace ya unos aos Marsh, Rosser y Harr (1978) sobre la violencia de los hooligans britnicos. Contrariamente a la opinin generalizada segn la cual la conducta de estos gamberros es enormemente violenta y fuera de toda lgica, estos autores llegaron a la conclusin de que existen unas reglas y cdigos concretos que regulan las relaciones entre los grupos de contendientes, reglas que hacen que tales conductas colectivas tengan efectos menos dramticos de lo que podra esperarse. De hecho, el drama- tismo con que los medios de comunicacin informan de estos hechos no se corresponde con su gravedad, ni con las lesiones sufridas por los partici- pantes en tales altercados. A travs de una serie de entrevistas a algunos hooligans y de la observacin de su comportamiento real, Marsh y colabo- radores concluyeron que existe una serie de claves que sirven para regular tales comportamientos y poner fin a la hostilidad, destacando entre tales claves el abandono del territorio y el reconocimiento de la superioridad del otro grupo. Y evidentemente, todo ello no lo podemos conseguir en el laboratorio, sino en los escenarios reales en los que se desarrolla la vida social cotidiana. 2) La orientacin dialctica: aunque con frecuencia se califica a las teo- ras que siguen esta orientacin de postmarxistas, sin embargo, hunden sus races en Marx, aunque, eso s, pretenden ir ms all del marxismo clsico. Se incluyen aqu las siguientes teoras: a) Psicologa social dialctica: este movimiento terico, que es una pro- puesta en la que han participado diferentes autores (Baumgardner, Buck- more, Kytle, Gergen, Georgoudi, Rappoport, etc.), est siendo aplicada a diferentes campos psicosociolgicos y cuya principal utilidad proviene de que, al oponerse a toda separacin persona/situacin, cientfico/sociedad, etctera, puede ayudar a solucionar uno de los mayores problemas que tiene planteados la psicologa social, el de la indisolubilidad de individuo y sociedad, y el consecuente de la interaccin social, que es, a la postre, el objetivo primordial de nuestra disciplina. As, la psicologa social dialctica afirma rotundamente que la sociedad est intrnsecamente relacionada con el individuo. Y por ello propone mtodos que, a diferencia del experi- mento de laboratorio, sean capaces de captar esa unidad intrnseca. De hecho, ya Marx en los Manuscritos hablaba de que no existe oposicin entre el individuo y la sociedad. Aqu es precisamente donde esta corriente hunde sus races marxistas. Ms en concreto, este enfoque posee una serie de implicaciones fundamentales para el campo psicosociolgico (Geor- goudi, 1983): 1) Una reorientacin bsica hacia un examen de las relacio- nes sociales concretas como procesos antes que como momentos estticos; 2) la necesidad de una perspectiva contextual evolutiva, o sea, una perspec- tiva que coloque estos procesos en un contexto sociohistrico; y 3) una reformulacin tanto del individuo como del mundo social como acti- vidades concretas de relacin o relaciones sociales. Implcito en esta con- ceptualizacin est la interconexin fundamental del individuo y sociedad como se ejemplifica en la accin humana. En consonancia con esto la psi- cologa social dialctica enfatiza, ante todo, la naturaleza relacional de los El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 417 objetos, as como su carcter eminentemente procesual y evolutivo. El punto de vista relacional, como seala Ibez, va mucho ms all de las formulaciones en trminos de interacciones y se niega a considerar como categoras ontolgicamente independientes unos objetos que slo pueden existir en virtud de su relacin recproca y de la interdependencia de sus respectivas definiciones. Por ltimo, descaquemos, con Ibez (1990, pg. 219), tres implicaciones fundamentales de esta teora para nuestra disciplina: 1) Lejos de ser el sujeto pasivo de los determinismos sociales, el individuo desempea un papel activo en la constitucin de la realidad social y, por tanto, la psicologa social debera reconocer el carcter intencional y creativo del ser humano; 2) como consecuencia de la natu- raleza procesual de los fenmenos, no debemos olvidar que las cosas no estn constituidas de una vez por todas, sino que estn en un proceso de constante devenir, de permanente creacin y recreacin, de constante reproduccin y transformacin. La dimensin diacrnica adquiere, pues, una importancia primordial en el anlisis de la realidad y se enfatiza de esta forma el aspecto histrico de los fenmenos sociales. En este sen- tido, la psicologa social debera abandonar sus tendencias ahistricas y reconocer plenamente la naturaleza histrica de los fenmenos que investiga; y 3) finalmente, de la misma manera que no podemos separar la persona de la sociedad, tampoco podemos desligar la ciencia de su contexto histrico de produccin. As pues, toda ciencia est indefecti- blemente impregnada de los valores dominantes de la cultura en la que se desarrolla y los cientficos tienen, por tanto, un papel activo en la conformacin de su sociedad. b) El contextualismo: aunque se trata de una corriente alternativa que, hasta ahora, no ha tenido una gran influencia en la psicologa social, sin embargo resulta interesante que la analicemos aqu porque, adems de que s existen ya algunos interesantes estudios sobre ella (Georgoudi y Rosnow, 1985a, 1985b; Nosnow y Georgoudi, 1986), presenta caractersticas muy similares a las de la orientacin dialctica (Ibez, 1990, pg. 219). Esta- mos ante una corriente abiertamente posmoderna, ya que, contrariamente a la etogenia de Harr, se muestra crtica ante las epistemologas realistas, rechazando todo dualismo entre apariencia y realidad, y negando que exis- tan estructuras ms profundas ocultas detrs de los acontecimientos tales como se manifiestan realmente. En efecto, como seala Ibez, junto con su aceptacin de que todo conocimiento es limitado, en el doble sentido de que es una construccin resultante de una serie de prcticas sociales his- tricamente situadas, y de que carece de sentido pretender que alcance jams a ninguna verdad definitiva, el contextualismo enfatiza el carcter organizado de la totalidad contextual en la que transcurren los aconteci- mientos humanos. No existe, en efecto, aade Ibez, un mundo de ele- mentos discretos e independientes que se manifiesten con independencia de la totalidad en la que se insertan. As, ninguna actividad humana puede analizarse con independencia del entorno cultural y del contexto sociohis- trico de significados y de relaciones sociales en que acontece. Pero sera 418 Anastasio Ovejero Bernal errneo suponer que el propio contexto constituye una categora ontolgica independiente. El contexto existe a travs de los actos que constituye, de la misma forma que los actos slo existen en relacin al contexto que los cons- tituye. Hay, pues, concluye Ibez, en el contextualismo una concepcin dialctiva subyacente que guarda cierto parecido con el concepto de doble estructuracin de Giddens: la gente construye los contextos mediante sus discursos, sus relaciones y sus prcticas, a la vez que estos elementos estn, ellos mismos, construidos por el contexto. Por otra parte, el contextua- lismo rechaza la dicotoma entre teora y prctica, y niega tanto la posibili- dad de una supuesta independencia entre el objeto y el sujeto, entre lo conocido y el cognoscente, o entre la observacin y su instrumento, como la posibilidad de una ciencia que est libre de valores. c) Teora Crtica: Habermas, mximo representante actual de la Teo- ra Crtica, les niega a las ciencias sociales la posibilidad de un conoci- miento de tipo predictivo a la vez que subraya los efectos emancipatorios de sus conocimientos. Por otra parte, en relacin con su conocida distin- cin entre los tres tipos de intereses (inters por el control y la predic- cin, inters por la comprensin e inters por la emancipacin), que sub- yacen a tres tipos de conocimientos o de ciencias (las positivistas, las hermenuticas y las crticas), Habermas desarrolla las implicaciones del inters por la comprensin (Habermas, 1981), lo que le lleva a centrarse en la actividad de la intercomprensin. De esta manera, para l, aquello que funda lo social y sin lo cual ste no podra existir es precisamente la actividad comunicativa, dado que es a travs de ella como se instaura la comunidad de significados y de perspectivas sin la cual ninguna otra prc- tica social podra desarrollarse. As, la prctica de la discusin y de la argumentacin, o si se prefiere, la retrica, entendida en su sentido estricto, aporta el requisito previo de inteligibilidad compartida sin el que las acciones y las interacciones sociales no podran realizarse. Este nfasis sobre la categora de la comunicacin como condicin de la produccin de sentido y de la interpretacin de la experiencia social desemboca sobre la rehabilitacin de la importancia que tiene la razn prctica para la actividad propiamente social, y sobre la afirmacin de que la racionalidad prctica tambin es susceptible de ser evaluada en trminos de su grado de verdad. En otras palabras, Habermas consi- dera, como tambin lo hace Hilary Putnam, que los valores, o la tica, lejos de constituir una pura cuestin de preferencias subjetivas, pueden ser enjuiciados segn su grado de verdad (Putnam, 1981). Ahora bien, esto conduce a concebir la verdad como el acuerdo alcanzado por medio de la discusin crtica, en una lnea muy prxima a la que defiende el neopragmatismo americano (Rorty, 1982). Esta concepcin de la verdad sita, por consiguiente, en un primer plano la necesidad de desvelar los factores que conducen a una comunicacin distorsionada. Es en este punto donde reaparece, sin duda, el compromiso de Habermas con una teora crtica que fomente las condiciones de una posible emancipacin social (Ibez, 1990, pgs. 224-225). El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 419 Por consiguiente, esta teora crtica reincide por tanto en muchos de los presupuestos comunes que caracterizan a las nuevas orientaciones en psicologa social: nfasis sobre los aspectos hermenuticos de lo social, importancia de la razn prctica, inters por la comunicacin en la vida cotidiana, atencin hacia los procesos que permiten construir la intersub- jetividad, sensibilidad crtica hacia la naturaleza y los efectos del conoci- miento cientfico-social, preocupacin por articular saberes emancipato- rios... (Ibez, 1990, pg. 225). 3) La orientacin hermenutica: aunque esta orientacin estaba ya pre- sente tanto en la sociologa interpretativa de Weber, como en la sociologa fenomenolgica de Schtz o incluso en el interaccionismo simblico, sin embargo, tanto Heidegger como Wittgenstein aadieron un elemento fun- damental: la ubicuidad del lenguaje y la imposibilidad de trascender sus lmites. Esta herencia la recoge Georg Gadamer (1960) quien afirma que no slo son las ciencias sociales, las ciencias humanas o las ciencias histri- cas las que estn vinculadas con la interpreacin y con los lmites trazados por el horizonte lingstico-cultural en que se desenvuelven, sino que todo saber formulable, incluido el saber de las ciencias naturales, descansa, en ltima instancia, sobre presupuestos hermenuticos y sobre las pre-interpre- taciones inherentes al lenguaje. Es ms, por decirlo con palabras de Ibez, todo saber encuentra sus condiciones de inteligibilidad en el seno de un crculo hermenutico inescapable. Cada uno de los elementos participa en la construccin del significado global y, no obstante, cada elemento adquiere, a su vez, su sentido en funcin de ese significado global que, sin embargo, no existira sin l. Nada adquiere significado si no es a travs de su incorporacin a un marco interpretativo que predetermina en parte el significado posible de cualquier elemento parcial. Este marco interpretativo est siempre condicionado por nuestra posicin dentro de una tradicin histrica y cultural. Sin duda, esto pone en entredicho el concepto mismo de una interpretacin verdadera que alcance a un supuesto significado objetivo encerrado en los propios lmites del texto. Toda interpreta- cin es relativa a sus condiciones socio-histricas de produccin y a los anclajes culturales y lingsticos del sistema de significados que la articulan. Las pre-concepciones son, a la vez, la condicin de posibilidad y el estricto lmite de la comprensin. Esta lnea ha sido desarrollada, adems de por Giddens y por Habermas, sobre todo por Paul Ricoeur (1986) y por Charles Taylor (1985, 1997). 4) La orientacin socioconstruccionista: como un intento explcito de presentarse como una alternativa al modelo tradicional de la ciencia, posi- tivista y mecanicista, el construccionismo social, que tiene en Keneth Ger- gen su principal representante, va ganando cada vez ms adeptos, prove- nientes de diferentes posiciones alternativas al positivismo tradicional, lo que se ha visto facilitado por el hecho de que el construccionismo social se ha ido abriendo a las aportaciones de muy diversas fuentes de inspiracin como la hermenutica, la teora crtica, la orientacin dialctica, la sociolo- ga fenomenolgica, el contextualismo o los puntos de vista wittgensteinia- 420 Anastasio Ovejero Bernal nos, hasta el punto de que Toms Ibez llega a preguntarse (1992), cmo se puede no ser construccionista hoy en da?, aunque a continua- cin aade (pg. 17) que lo que de verdad es asombroso no es que se pueda no ser construccionista hoy en da sino que algunos seamos cons- truccionistas. Todo predispone, en efecto, a no serlo, y quienes no son construccionistas lo tienen en realidad muy fcil. Basta con dejarse llevar por la corriente, basta con no ser crticos respecto de algunas de las evi- dencias mejor arraigadas en nuestra cultura, basta con dar por buenos los postulados bsicos de la Modernidad. Basndose en las investigaciones de Wittgenstein sobre las convencio- nes lingsticas, el construccionismo exige que no se acepte la evidencia con que se nos imponen las categoras naturales, y que se investigue el grado en que los mencionados referentes pueden no ser sino meras cons- trucciones sociales y culturales, o meros productos de las convenciones lin- gsticas. Es creencia generalizada que los cientficos descubren una reali- dad que es externa e independiente de ellos, es decir, objetiva. Sin embargo, la realidad supuestamente hallada es realidad inventada y su inventor no tiene conciencia del acto de su invencin, sino que cree que esa realidad es algo independiente de l y que puede ser descubierta (Watzlawick, 1989, pg. 15). Tambin desde la perspectiva de la biologia, Varela (1989) se aade a esta corriente construccionista rechazando las aproximaciones objetivistas y subjetivistas al tema del conocimiento y defendiendo el de la participacin e interpretacin que supone que sujeto y objeto estn inseparablemente unidos entre s. Ello se aplica directamente a la psicologa social, aunque no slo a ella, dado que suele adoptar como objetos de investigacin las entidades o los procesos a los que hacen refe- rencia los conceptos, acuados en nuestro lenguaje, como si se tratara de categoras naturales cuya realidad, puntualiza Ibez, est atestada por el simple hecho de que forman parte de nuestro vocabulario. Por ejemplo, se supone que la agresin es una caracterstica ontolgica, objetiva, puesto que tenemos una palabra para designarla, cuando realmente es construida. Todo ello ha permitido interesantes estudios sobre la agresin (Gergen, 1984) o las emociones (Harr, 1986) como constructos sociales, es decir, no como categoras naturales sino construidas. Pero los conocimientos, inclui- dos los cientficos, no slo son construidos socialmente, es que tambin vienen determinados cultural e histricamente, por lo que no podr nunca haber leyes generales en las ciencias sociales y humanas, ni tampoco, obvia- mente, en la psicologa y en la psicologa social, que, por tanto, no podrn ser ciencias en el sentido tradicional de las ciencias naturales. Una tercera caracterstica del construccionismo social deriva de Richard Rorty y de su crtica definitiva al modelo representacionista del conocimiento (Rorty, 1979), es decir, a la idea de que el conocimiento puede considerarse como vlido en la medida en que refleja o se corresponde con la realidad. De ah se derivan dos aspectos que el construccionismo considera fundamentales (Ibez, 1990, pgs. 229-230): El primero de ellos hace referencia a la naturaleza del saber cientfico como producto socialmente elaborado a tra- El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 421 vs de unas prcticas colectivas propias de una comunidad social particular; el segundo pone el nfasis sobre la comunicacin, la argumentacin y el acuerdo interpersonal en la determinacin de lo que se acepta o se rechaza como conocimiento, no tanto verdadero como adecuado y racional- mente aceptable, hasta que se formule otro ms convincente. En defi- nitiva, el conocimiento cientfico tiene en comn con el conocimiento sin otras adjetivaciones el hecho de nacer en el seno de la interaccin social y de construirse en el espacio de las intersubjetividad en base a las con- venciones lingsticas, a los prespuestos compartidos y a los diversos pro- cedimientos para establecer un consenso que slo es posible gracias a la existencia de un mundo de significados comunes (Ibez, 1990, pg. 230). De ah la enorme importancia de la psicologa social para dilucidar la naturaleza del conocimiento cientfico (vase Jimnez Burillo, 1997). Como escriba Gergen (1982, pg. 202), en la medida en que la cons- truccin del conocimiento es un proceso social y en que la tarea del psi- clogo social consiste en comprender tales procesos... entonces el psic- logo social se torna indispensable para dilucidar las bases sobre las que descansa el conocimiento fsico, qumico, histrico o econmico. En este sentido, es la investigacin social ms que la investigacin filosfica la que puede dilucidar nuestro entendimiento de la naturaleza del conoci- miento y de sus adquisiciones. Y es que, a partir de estos presupuestos y sobre todo a partir de las investigaciones de Kuhn en este campo, nos ser ms til la sociologa y la psicologa social de la ciencia que la epis- temologa. Por ltimo, y siguiendo en esto a la Teora Crtica, al socio- construccionismo no le interesa para nada la prediccin y el control, identificndose con el inters por la comprensin y la emancipacin, e intentando elaborar teoras generativas, es decir, teoras que tengan la capacidad de cuestionar las asunciones dominantes de la cultura, de plan- tear cuestiones fundamentales en relacin con la vida social contempor- nea, de propiciar la reconsideracin de aquello que se da por evidente y generar de esta forma nuevas alternativas para la accin social (Ger- gen, 1982, pg. 109). En sntesis, de todas estas corrientes alternativas podemos decir, con Torregrosa (1996b, pg. 42): se trata de recuperar la vertiente humanstica, cultural, ideogrfica, simblica, expresiva, comunicativa, comprensiva, hermenutica, cr- tico-reflexiva, etc., que restaure y posibilite una percepcin no reduc- tiva de lo humano y una estructura conceptual que permitan el enten- dimiento de y la entrada en la subjetividad humana en los propios trminos en que sta se manifiesta y se constituye dialgicamente, interiorizando y exteriorizando significaciones, en contextos sociocul- turales expecficos. 422 Anastasio Ovejero Bernal Coxciusix El posmodernismo es la forma de pensar y quien sabe si hasta de sentir de la posmodernidad. Como escribe Lyon (1996, pgs. 9-10), la posmodernidad es un concepto de varios niveles que llama nuestra atencin sobre diversos cambios sociales y culturales que se estn produ- ciendo al final del siglo xx en muchas sociedades avanzadas; por ejem- plo, el rpido cambio tecnolgico, con las posibilidades que ofrecen las telecomunicaciones y los ordenadores; los nuevos intereses polticos y el auge de los movimientos sociales, especialmente los relacionados con los problemas raciales, tnicos, ecolgicos y de gnero. Pero la cuestin es todava ms amplia: est desintegrndose la propia modernidad como entidad sociocultural, incluido el majestuoso edificio de las concepciones del mundo de la Ilustracin? Est apareciendo un nuevo tipo de socie- dad, quiz estructurada en torno a los consumidores y el consumo en vez de en torno a los trabajadores y la produccin? Yo creo que s, y que ello est influyendo en todos los mbitos ya no slo de la vida social y cultural, sino tambin en la forma de pensar y de sentir de las personas, as como en su forma de relacionarse. Y estn cam- biando tambin los motivos que mueven al ser humano y a su conducta. Mientras que la sociedad moderna era una sociedad caracterizada por el trabajo, el ahorro, el esfuerzo y el aplazamiento de los refuerzos, en cambio la sociedad posmoderna se caracteriza ms bien por lo contrario: el con- sumo, el gasto, la falta de esfuerzo y el retrasar lo menos posible los refuer- zos (Bauman, 1992), con las consecuencias que por fuerza ello tendr en el mbito educativo (vase Ovejero, en prensa). Queremos disfrutarlo todo y ahora, mientras que el esfuerzo, si no hay ms remedio que hacerlo, ya lo haremos despus! Y la tarjeta de crdito, a mi juicio smbolo perfecto de la posmodernidad, lo facilita. El consumo, no el trabajo, se convierte en el eje en torno al cual gira el mundo de la vida. El placer, que antes se con- sideraba el enemigo de la laboriosidad capitalista, desempea ahora un papel indispensable. El consumo es lo que mueve los engranajes del sis- tema; la adiccin a las tarjetas de crdito es una bendicin. Y, a nivel social, la presin para gastar se origina en la rivalidad simblica y en la necesidad de construir el Yo (la imagen propia) mediante la adquisicin de lo distin- tivo y lo diferente. No hace falta recurrir a la coercin; como dice Pierre Bourdieu (1984), la seduccin es ahora el instrumento de control e inte- gracin social. Todo ello, por fuerza, lleva, o debera llevar, a cambios tam- bin profundos en la forma de construir la psicologa y la psicologa social (vase Gergen, 1992, 1996). No existe el Yo ni existen realidades: slo rela- ciones e imgenes. Como seala David Harvey (1990, pg. 44), el posmo- dernismo nada, chapotea, en las corrientes caticas y fragmentarias del cambio como si eso fuera todo lo que hay. Es el mundo de la televisin, que al mismo tiempo pertenece y contribuye a la cultura de consumo. Lo esencial es la superficie; no hay nada tras el rpido movimiento de imge- El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 423 nes sucesivas. De hecho, el adicto al zapping se ha convertido en una ima- gen arquetpica de la posmodernidad. La idea de profundidad es ajena al autntico posmoderno. Como consecuencia de todo ello es natural que tambin tengan que cambiar la psicologa y la psicologa social: porque tambin estn cambiando sus objetos de estudio, es decir, el ser humano, sus motivaciones y sus relaciones interpersonales. Sin duda, el camino que est recorriendo el pensamiento posmoderno es un camino peligroso. Ante ello hay quienes se oponen frontalmente y proponen una vuelta atrs al racionalismo ilustrado (Gellner), hay quienes pretenden volver ms atrs an, a la poca premoderna (Alan Bloom) y hay quienes, entre los que me encuentro, aceptan parte de la crtica posmo- derna a la vez que niegan que el proyecto de la modernidad est totalmente agotado. Estoy de acuerdo con Habermas (1991), en que an merece la pena luchar por algunos objetivos de la Ilustracin como la libertad, la jus- ticia, la igualdad y la emancipacin. Pero tambin estoy de acuerdo con los posmodernos en que, con frecuencia, como en la antigua URSS, tales obje- tivos no eran sino meros metarrelatos que ocultaban el deseo de poder y la falta de escrpulos de unos pocos. La solucin podra estar, como defiende Parker (en prensa), en adoptar algunas potentes crticas del posmoder- nismo como estrategia para profundizar en la modernidad y alcanzar ms plenamente los ideales de la Ilustracin. Y es que, tras el pensamiento de Nietzsche, Heidegger, Wittgenstein, y los posmodernos (Lyotard, etc.) dif- cilmente las cosas volvern a ser iguales que antes. Pero tampoco proba- blemente supondrn un cambio radical en la historia del pensamiento y de la humanidad. Llevamos muchos siglos en que el pensamiento sigue un movimiento pendular, pasando de una postura a la opuesta y luego nueva- mente a la primera, eso s, en parte modificada. As, tras el Renacimiento vino el Barroco, tras el Neoclasicismo vino el Romanticismo y tras el modernismo el posmodernismo (vase Pinillos, 1997). En cuanto a la acusacin que a menudo se le ha hecho al posmoder- nismo de ser conservador, cmo va a ser meramente conservador y reac- cionario, si lo que hace, entre otras cosas, es socavar las bases en que se apoya el poder y la autoridad? Por el contrario, supone el triunfo del anar- quismo epistemolgico. Creo que son los cambios que tuvieron lugar a lo largo de los aos 60, cambios representados en gran medida por el Mayo Francs en Europa y por el movimiento hippy y ecologista en los Estados Unidos, algunos de los responsables directos del pensamiento posmoderno. Y en ambos movimientos haba un fuerte componente anarquista que es el que luego se introduce de diferentes maneras en el pensamiento posmo- derno de los 80 y 90, apoyndose, eso s, en las crticas radicales de Nietzs- che o Heidegger a la filosofa tradicional, en el pensamiento del segundo Wittgenstein, en los escritos autnticamente demoledores de Foucault o incluso en autores francfortianos como Horkheimer y Adorno o Marcuse. Y es por esta lnea por la que va tambin la psicologa social posmoderna (Collier y cols., 1996) de autores como Gergen, Sampson o Ibez, y psi- clogos sociales tericos de la educacin como H. Giroux, Aronowitz o 424 Anastasio Ovejero Bernal Wexler y que est teniendo repercusin en otra psicologa social de la edu- cacin, ya abiertamente aplicada, como es el caso de Woods y Hammersley (1995) (vase Ovejero, 1995, 1996). Para concluir, me gustara sealar que probablemente muchos lectores habrn constatado ciertas incoherencias en mi exposicin, incoherencias que sin duda tengo con respecto al posmodernismo. No olvidemos que es la razn la que nos dice que la Razn de la Ilustracin ha muerto. Y es el corazn el que an se niega a admitir tal muerte. Como dira Pascal, el corazn tiene sus razones que la razn no comprende. La razn nos dice que, efectivamente, ya no tienen sentido los grandes relatos. Pero el cora- zn, al menos el de muchos, entre los que me encuentro, an desea que algunos de esos grandes relatos no mueran. Es ms, no pocos deseamos utilizar la potencialidad crtica del posmodernismo no para terminar con todos los grandes relatos sino para intentar radicalizar algunos de ellos, como es el caso de la igualdad, la libertad, la emancipacin y la fraternidad. Y es esta lnea del posmodernismo, la radical y progresista, la que, creo, debera adoptar una psicologa y una psicologa social que pretenda estar a la altura de los tiempos y los cambios sociales actuales, estando, a la vez, al servicio de la sociedad y de las personas concretas que la componen. En definitiva, a mi modo de ver, hoy da toda psicologa emancipatoria debe ser posmoderna, pero tambin toda psicologa posmoderna debera ser emanci- padora. Por tanto, con Ibez (1996, pgs. 337-338), tenemos que decir: adis a la Psicologa tal y como esa gran mquina de poder que es la Uni- versidad la ha construido, es preciso romper la imagen de la cual la psi- cologa ha sido presa y debemos promover un cambio radical. Pero los cambios no se hacen con proclamas, se hacen con la articulacin de prc- ticas diferentes. Hablando, y solamente hablando, no se hace camino, se hace camino practicando nuevas formas de hacer, no diciendo que hay que ser distintos sino siendo efectivamente distintos en la prctica, es as como podemos hacer de la psicologa una prctica libertadora sin que esto signifique, como se crea antes, que debamos ponerla al servicio de una ideologa. Para hacer de la psicologa una prctica libertadora basta con construirla en oposicin a los presupuestos que hacen de ella un arma de dominacin. Ni ms ni menos. El nico mrito del construc- cionismo es que aporta elementos para avanzar en esa direccin. El giro posmoderno y las orientaciones alternativas: 425 This page intentionally left blank Cairuio XXIX El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar en psicologa social Ixrioouccix Aunque pueda parecer que todo manual de la psicologa social debera dedicar, cuando menos un captulo a la metodologa, sin embargo, de los cuarenta manuales examinados por Jimnez Burillo y colaboradores (1992), slo el 43,75 por 100 lo hacan, y menos an los europeos (18,75 por 100). Sin embargo, me parece inexcusable que reflexionemos sobre la cuestin de cmo investigamos y cmo debemos investigar. Como deca Kurt Lewin, no hay nada ms prctico que una buena teora. Pero tambin es cierta la afirmacin de Mariano Yela de que la teora sin la prctica es coja, pero la prctica sin la teora es ciega. Teora y prctica son dos momentos de un mismo proceso: la produccin de conocimiento. Y es que, como seala Habermas (1987, pg. 147), los conceptos bsicos de la accin social y la metodologa de la comprensin de las acciones sociales son asun- tos interdependientes. En todo caso, la psicologa y la psicologa social dominantes a lo largo de casi todo el presente siglo han estado regidos por el positivismo, hasta el punto de que hasta hace muy poco resultaba real- mente difcil escapar a su influencia. Incluso hoy da, buena parte de la psi- cologa que se hace en nuestras universidades espaolas sigue siendo experimental, contina basndose en los principios positivistas, que Bry- man (1988) resume en los cinco siguientes: a) La creencia de que los mto- dos y procedimientos de las ciencias naturales son adecuados y aplicables a cualquier otro mbito de investigacin, incluyendo las ciencias sociales, lo que significa que la distinta cualidad del objeto de estudio no debe impli- car un mtodo de aproximacin diferente del utilizado en las ciencias natu- rales; b) una segunda caracterstica del positivismo es el empirismo, segn el cual slo aquellos fenmenos que son observables dan garanta de un conocimiento cientficamente vlido; c) el conocimiento cientfico se pro- duce a travs de la acumulacin de hechos verificados. Las teoras, de acuerdo con este principio del inductivismo, se construirn a partir de esos hechos bien establecidos; d) el anterior principio se complementa con el de la deduccin: una vez que se ha formulado una teora, basndose en hechos bien fundamentados, se deducen de ella una serie de proposiciones particulares que sern sometidas a posterior verificacin emprica; y e) por ltimo, la ciencia debe caracterizarse por su objetividad y por su relacin estrecha con el mundo de los hechos que estn ms all de los prejuicios, los deseos, la ideologa y los valores del investigador. En consecuencia, la ciencia debe estar totalmente libre de valores. Pues bien, aunque las crticas a este modelo venan de muy atrs (baste recordar, por no poner sino un solo ejemplo, a nuestro Ortega y Gasset), sin embargo, fue sobre todo a partir de los 60 cuando empiezan a orse voces, cada vez ms numerosas y cada vez ms fuertes, que ponen en duda y cuestionan diferentes aspectos del positivismo. No es por azar, por consi- guiente, que fuera a finales de esa dcada cuando tales voces comenzaran a tener una fuerte influencia tambin en nuestra disciplina dando lugar a la crisis de que ya hemos hablado. Diciivi oii iosirivisxo \ oii ixiiiisxo Como es bien conocido, uno de los pilares bsicos sobre los que se asienta la modernidad, ya desde Galileo, es la ciencia, la ciencia moderna. Sin embargo, en el campo filosfico Nietzsche pulveriz hace ya un siglo las bases en que, desde Kant, se sustenta la ciencia: la de la razn y la de la verdad. De hecho, frente a Kant, que pretenda fundar la verdadera ciencia, estableciendo las condiciones del conocimiento verdadero, Nietzs- che afirma el carcter profundamente pragmtico del conocimiento humano, incluso cuando pretende ser cientfico y objetivo. Por tanto, nada de objetividad. Sencillamente no existe, ni siquiera en la ciencia. La ver- dad objetiva de la ciencia, que es para Kant el fundamento de su deduc- cin, es una creencia inveterada, que tenemos por verdadera porque la necesitamos para vivir y sobrevivir. Nada prueba que nuestras categoras sean universales y necesarias; las tenemos confianza porque no podramos vivir sin ellas, pero la vida no es un argumento, escribe Nietzsche en La Gaya Ciencia. Las verdades del hombre, precisamente porque el hom- bre tiene necesidad de ellas para vivir, son los irrefutables errores del hombre, aade. Por tanto, para Nietzsche, por decirlo con palabras de Reboul (1993, pgs. 21-22), la locura del positivismo mecanicista consiste en reducir toda cualidad a lo cuantificable, con lo que tenemos un mundo fijo y muerto! Tal pretensin de cuantificar todo es tan absurda como la de un sordo que afirmara comprender una msica reducindola a frmulas matemticas. 428 Anastasio Ovejero Bernal Por otra parte, desde la propia ciencia pronto se comenz a dar la razn, al menos en parte, a Nietzsche. As, ya desde las primeras dcadas del presente siglo, la propia Fsica (Max Planck, Einstein, Heisenberg, Pri- gogine, etc.) fue refutando las bases en las que se sustentaba la ciencia cl- sica, positivista y empirista. Ms especficamente, fue Einstein y su teora de la relatividad, y fueron los desconcertantes descubrimientos a nivel subatmico de la mecnica cuntica de Max Planck y sus colaboradores y sucesores, los que fueron demoliendo la fe en la ciencia moderna. Los resultados pusieron en tela de juicio la intuicin de los grandes cientficos y desembocaron en una serie de interpretaciones de fenme- nos totalmente extraos... Puesto que para observar electrones hay que usar electrones, que ejercen una influencia perturbadora, es imposible observarlos directamente y slo podemos deducir su naturaleza. Para algunos supuso un inquietante recordatorio de que la ciencia presenta lmites que el conocimiento humano jams podr penetrar. Asimismo, la conducta de las partculas subatmicas slo puede preverse dentro de las limitaciones de la probabilidad, arrasando as con la certidumbre y la determinacin completa hasta entonces reivindicadas y consideradas imprescindibles para la ciencia fsica... Podemos obtener tendencias esta- dsticas generales, adecuadas para hacer previsiones, pero el electrn especfico escapa a toda determinacin y predictibilidad. El principio de indeterminacin de Heisenberg puso de relieve la situacin insatisfactoria que imperaba en los confines de la fsica (Stromberg, 1990, pg. 363). Por su parte sir James Jeans en su Phisics and Philosophy (1942) seal una serie de relevantes consecuencias de la teora cuntica: 1) desaparece la uniformidad de la naturaleza; 2) se hace imposible el conocimiento exacto del mundo exterior; 3) no se pueden representar adecuadamente los pro- cesos de la naturaleza en el marco del espacio y el tiempo; y 4) deja de ser posible la divisin clara entre sujeto y objeto. Y si ello es as en fsica, cmo es posible que haya cientficos que an persigan un conocimiento exacto, universal y definitivo en ciencias sociales y humanas, en concreto en psicologa y en psicologa social? Ah s hay indeterminacin, incerti- dumbre e inseparabilidad entre sujeto y objeto. Mientras la psicologa social siga creyndose una ciencia natural y comportndose como tal (expe- rimento de laboratorio, etc.), seguir siendo cierta y actual la frase de Witt- genstein: Despus de dar respuesta a todas las cuestiones cientficas, per- manecen intactos los problemas de la vida. Sin embargo, como dice Pinillos (1994), resulta desconcertante observar la tozudez de los psiclo- gos al querer seguir aplicando a su objeto, la naturaleza humana, un mtodo que fue construido para otro tipo de objetos, la naturaleza fsica, cuando quienes estudian ese otro objeto ya desecharon tal mtodo. As, Prigogine, premio Nobel de Qumica de 1977, afirma que el paradigma cientfico clsico slo se aplica a los casos ms simples y menos interesan- tes del mundo, dejando fuera, de modo caracterstico, al sujeto humano. Y es que, como puntualiza Pinillos (1994, pgs. 62-63), al contrario que los animales, el hombre vive en un mundo histrico de cultura. Un mundo El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 429 donde el significado, la consciencia, la finalidad, los juicios finales y de valor tienen un lugar que no es posible tener en una psicologa considerada como una ciencia natural... En la consciencia no existen relaciones causales, existen relaciones significativas y simblicas y reversibles entre las repre- sentaciones. De hecho, ya Lakatos haba pronunciado la oracin fnebre sobre la revolucin del rigor en ciencia y en filosofa al afirmar que si dicha revolucin exige que en el altar del rigor sacrifiquemos todo aquello que realmente nos interesa, ha llegado el momento de prestar ms atencin a lo que nos interesa, olvidando el rigor. Lo que realmente sorprende es que la mayora de los psiclogos no se hayan dado cuenta an de ello y slo algunos, por regla general psiclogos sociales, lo hayan hecho, aunque hace relativamente poco. La razn de tal estado de cosas tal vez resida en que, como sostiene Feyerabend, las teoras cientficas son mucho ms que meras formas de organizar y ordenar los datos; realmente son formas de mirar el mundo. Y lo que cuesta es mirar el mundo de una forma muy dis- tinta a como nos han enseado a mirarlo y a como estamos acostumbrados a hacer. Sin embargo, en psicologa social y sus aledaos cada vez son ms numerosos, aunque ciertamente an minoritarios, quienes apuestan por una perspectiva psicosociolgica del mundo diferente a la tradicional (Billig, Gergen, Ibez, Sampson, Wexler, etc.), haciendo ya una metapsico- loga que vaya deconstruyendo las hasta ahora tenidas por verdades inamo- vibles e incuestionables. Y es que, como afirma Gergen (1987, pg. 2): durante los ltimos tiempos se est haciendo cada vez ms evidente que los fundamentos empiricistas de la ciencia se estn agrietando profunda- mente. El despliegue de los datos empricos para justificar y evaluar las proposiciones tericas est dejando de ser loable. Y en la medida en que es as, el criterio tradicional para medir el valor de una teora ya no sirve. Por tanto, deben considerarse las teoras de conocimiento alternativas con criterios alternativos para evaluar las proposiciones tericas. Todo ello se refleja tambin en las posturas ms recientes en la sociolo- ga y la psicologa social de la ciencia, particularmente en las posturas post- kuhnianas (vase Jimnez Burillo, 1997), caracterizadas por una serie de rasgos entre los que destacan estos tres: 1) Principio del relativismo, que afirma que no hay ningn criterio universal que garantice la verdad de una proposicin o la racionalidad de una creencia. Todos los procesos de pro- duccin, validacin y cambio del conocimiento cientfico son el resultado de procesos de interaccin social entre cientficos o entre stos y el medio social circundante; 2) Principio del construccionismo, segn el cual el cono- cimiento cientfico es una representacin que no proviene directamente de la realidad, ni es un reflejo literal de sta. As, no puede esperarse siquiera una interpretacin idntica de los mismos fragmentos de evidencia, pues la experiencia no es neutral, sino dependiente, y vara segn el contexto social, los aprendizajes, la cultura, etc. Por tanto, el conocimiento y en buena medida la realidad se consideran socialmente construidas; y 3) Prin- cipio de causacin social, segn el cual la actividad cientfica no la llevan a 430 Anastasio Ovejero Bernal cabo epistmicos ideales, sino grupos sociales concretos, convencional- mente denominados comunidades cientficas. De esta manera, y como cual- quier otro grupo social, se rigen tanto ellas como los productos que for- mulan (el conocimiento cientfico) por los mismos tipos de explicacin que cualquier otra organizacin social. De estos principios se deduce la centra- lidad que la psicologa social (interaccin social y relaciones interpersona- les, representaciones sociales, etc.) debera tener en el campo de la teora de la ciencia, dando lugar a lo que ya se conoce explcitamente como psi- cologa social de la ciencia (vase Shadish y Fuller, 1994). Mirooo \ coxocixiixro Con frecuencia se ha dicho que la ciencia se puede definir, en sentido estricto, como un conjunto de conocimientos sobre la realidad observable, obtenidos mediante el mtodo cientfico (Sierra Bravo, 1983, pg. 17) o que la ciencia no es otra cosa que un conjunto de conocimientos obteni- dos por la aplicacin del mtodo cientfico (pg. 18). Tambin Buceta (1979) afirma que el objetivo de la ciencia consiste en comprender una par- cela de la realidad de forma racional y objetiva, pero no de cualquier forma, sino a travs de un mtodo, el mtodo cientfico. En esto todos esta- mos de acuerdo. Pero el problema surge a la hora de definir lo que es el mtodo cientfico, pues cada disciplina, cada escuela, cada corriente e incluso cada autor entienden por mtodo cientfico cosas diferentes. Mtodo significa etimolgicamente camino, sendero. Por consiguiente, el mtodo cientfico ser el camino o la va a travs de la cual se construye la ciencia. Pues bien, cualquier mtodo que tenga buen cuidado de someter a prueba sus formulaciones podr ser considerado como cientfico (Del- claux, 1985, pg. 68), y someter a prueba no exige que tenga que ser ni experimental ni empricamente. Hay otras muchas formas de hacerlo, como, por ejemplo, a travs de la argumentacin racional. Y frente a las cr- ticas que esto pueda suscitar, recordemos que: la contrastacin emprica tambin implica una serie de presupuestos que no son, ellos mismos, observables ni contrastables empricamente, as como la aceptacin de convenciones previas, y la utilizacin de procedi- mientos retricos particulares. La propia definicin de lo que debe contar efectivamente como un hecho resulta de un proceso de negociacin racional en el que estn implicados una serie de procesos interpretativos que no pueden ser formalizados en su totalidad. No existe ninguna razn por la cual el mtodo cientfico tenga que ser conceptualizado en los tr- minos dictados por la metfora ocular. Basta con recalcar la necesaria publicidad y contrastabilidad de los procedimientos utilizados para cons- truir las afirmaciones, sean stas de tipo discursivo o de tipo emprico (Ibez, 1990, pg. 235). En definitiva, no pasa con la ciencia como con Roma, que todos los caminos llevan a ella, pero tampoco es uno solo, el camino experimental: El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 431 son muchos y diferentes los caminos que llevan a la ciencia. Esta es una conclusin que actualmente en el campo de la psicologa social, a diferen- cia de lo que ocurra hace tan slo un par de dcadas, ha conseguido un cierto consenso. As, Crano y Brewer (1973), que antes de la crisis afirma- ban que el nfasis en someter todos los conceptos tericos a la demostra- cin emprica es bsicamente lo que distingue al mtodo cientfico de otras formas de indagacin, tres aos despus, tras la crisis, ya dicen algo bien diferente, al sealar que la experimentacin de laboratorio ya no puede ser utilizada como sinnimo de investigacin psicosocial, y que debemos estar abiertos y receptivos a procedimientos provenientes de otras reas de las ciencias sociales. Igualmente un psiclogo tan experimentalista como Doise llega a decir que desde los escritos sobre la crisis de la psicologa social ya no se pueden presentar, sin ms, resultados de investigaciones, sobre todo experimentales, en esta disciplina (1992, pg. 66). Tenemos, pues, una cosa ya clara: no hay un solo mtodo para hacer ciencia, sino muchos. Ahora bien, lo que no debemos olvidar es que no todos son iguales en sus efectos. Cada mtodo lleva a un tipo diferente de conocimiento, de lo que se desprenden dos cosas: primera, que cada disci- plina exigir un tipo diferente de mtodo y, segundo, que debemos elegir un mtodo u otro en funcin del tipo de conocimiento a que queremos lle- gar o, mejor, que queramos construir. Es ms, me atrevera incluso a afir- mar, con Ibez (1990, pg. 237), que la teora sustantiva a la que se recu- rre en una investigacin da cuenta de una parte mucho ms importante del conocimiento producido que el mtodo utilizado para producirlo. En efecto, el determinante en ltima instancia del saber producido no radica tanto en las caractersticas de los mtodos utilizados como en la potencia, el rigor y la adecuacin del marco terico y de los supuestos epistemolgicos que guan la investigacin y que permiten interpretar tanto las observaciones empricas como los argumentos racionales. En este sentido, estoy conven- cido de que el eclecticismo metodolgico no produce efectos tan negativos como los que resultan del eclecticismo terico o epistemolgico. Dicho de otra forma, el hecho de recurrir a mtodos inspirados en una concepcin positivista es menos perjudicial que el hecho de inspirarse en una epistemo- loga positivista, aunque se utilicen mtodos escasamente relacionados con esa tradicin. Lo primero puede ser incluso beneficioso en ciertos casos, lo segundo acumula los problemas en todos los terrenos, como es el caso de buena parte de los conocimientos experimentales en psicologa social. En todo caso, en su aplicacin a las ciencias sociales, el mtodo cient- fico adquiere, pues, caractersticas peculiares a cada disciplina, de forma que el mtodo cientfico que utiliza la fsica ser muy diferente del que uti- liza la antropologa, por ejemplo. Y as, el mtodo cientfico de las ciencias sociales tendr que ser diferente del utilizado por las ciencias naturales, debido a las caractersticas peculiares de su objeto, la sociedad, la cual est constituida en ltimo trmino por relaciones sociales que aunque se mate- rialicen de formas diversas, son en su raz inmateriales (principios, creen- cias, reglas morales, normas jurdicas, etc., pertenecientes al mundo de los 432 Anastasio Ovejero Bernal valores, de las ideas y del deber ser). Adems est sujeta a la incertidumbre e indeterminacin propias de la libertad del hombre, elemento constitutivo de la sociedad. Todo esto se traduce en la dificultad, por una parte, de medir los fenmenos sociales y, por otra, de establecer regularidades y generalizaciones respecto a ellos. A esto se une la ausencia de instrumentos de observacin tan poderosos como los existentes en las ciencias fsicas, y la dificutad de aplicar las tcnicas de observacin experimentales. La con- secuencia es que, en general, no se puede aplicar en las ciencias sociales el mtodo cientfico de modo tan riguroso como en las naturales, ni es posi- ble, hasta ahora, llegar en ellas a resultados tan exactos, exhaustivos, cons- tantes y generales como en ellas (Sierra Bravo, 1983, pgs. 23-24). De ah que en psicologa social no sea posible establecer leyes de causalidad entre los fenmenos que estudia, por lo que tenemos que contentarnos con llegar a niveles previos, ms modestos, pero tiles. Y es que aunque son muchos los autores que estaran de acuerdo con Worchel y Cooper (1983, pg. 6) en que la psicologa social, como otras ciencias, est comprometida en explicar, predecir, comprender y verificar las relaciones entre eventos, sin embargo, ello es realmente imposible dado que la investigacin social tro- pieza con dificultades peculiares de las ciencias sociales que no existen en las naturales, dificultades que podramos resumir en stas (Sierra Bravo, 1983): 1) Carcter cualitativo de los fenmenos sociales y psicosociales como el autoritarismo, el altruismo, etc., que son incuantificables o cuanti- ficables en trminos muy poco precisos; 2) los fenmenos sociales no son unidimensionales, sino que en ellos intervienen siempre mltiples factores, casi siempre en mutua interaccin entre s, y nunca pueden ser estudiados todos sino que hay que seleccionar algunos, con lo que, al menos en parte, desvirtuamos tales fenmenos; 3) los fenmenos sociales poseen un alto grado de variabilidad en el espacio y en el tiempo, lo que hace imposible el establecimiento de regularidades y generalizaciones. En este sentido, la psi- cologa y la psicologa social son ms ciencias histricas que ciencias natu- rales; 4) las ciencias sociales no poseen instrumentos de observacin tan precisos como otras ciencias que tienen microscopios o telescopios electr- nicos; 5) el experimento, que hoy por hoy es el mejor instrumento de investigacin que tiene la ciencia, es difcilmente aplicable en ciencias sociales, y cuando se ha aplicado, como ha hecho casi siempre la psicologa social, ha acarreado una gran cantidad de problemas (caractersticas de la demanda, efectos del experimenador, etc.) que han hecho muy difcil la generalizacin de los resultados obtenidos, como veremos enseguida; 6) en la investigacin social es innegable la influencia que tienen en la sociedad, que es su objeto de investigacin, la difusin de los resultados encontrados, cosa que no ocurre en otras ciencias, donde los tomos, por ejemplo, no comentan los estudios que se hacen sobre ellos ni protestan por las con- clusiones a que llegan los cientficos, lo que esto hace mucho ms difcil la investigacin en las ciencias sociales; y 7) finalmente, no deben olvidarse la ideologa y los valores del propio investigador, que a menudo influyen mucho en las investigaciones que est llevando a cabo. No existe ni puede El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 433 existir una ciencia libre de valores y menos an en ciencias sociales. De estas dificultades se deriva que en las ciencias sociales en general, y en la psicologa social en particular, tenemos que echar mano de todos los recur- sos de investigacin disponibles: experimentos, observacin, entrevistas, cuestionarios, sociometra, etc. Lo que caracteriza el cometido del psico- socilogo es quizs, ms que la utilizacin indispensable de las tcnicas de las ciencias sociales, la voluntad de no excluir a priori ningn medio de investigacin ni resultado y de no excluir objeto alguno (Mariet, 1977, pgs. 27-28). Como dice Moscovici (1985a, pg. 35), posiblemente ha sido la diversidad de mtodos lo que ha permitido a la psicologa social trabajar a varios niveles de realidad social y comprender fenmenos diferentes. De ah que en cuestin de metodologa, la psicosociologa se encuentra en una situacin caracterstica y aparentemente paradjica. Debido a su posi- cin fronteriza ha podido y ha tenido que tomar mucho de prestado de las disciplinas adyacentes, prstamos tanto ms costosos ya que se encuentra as frente a riquezas tan dispares como mal integradas (Maisonneuve, 1974, pg. 46): experimentos de diferente tipo (de laboratorio, de campo, naturales y cuasi-experimentos), escalas de actitudes, encuestas, cuestiona- rios, entrevistas, anlisis de contenido, biografas, etc., todo lo cual lleva a una de las discusiones ms importantes en la actual psicologa social, la que enfrenta a los mtodos cuantitativos y los cualitativos, que veremos des- pus. Al hilo de lo que acabamos de decir, nos centraremos en este captulo en dos controversias realmente centrales en nuestra disciplina desde hace unos aos, la inadecuacin de la experimentacin positivista en psicologa social y la polmica entre mtodos cuantitativos y cualitativos. Lxiris \ iioniixas oi ia ixiiiixixracix ix ciixcias sociaiis: isicoioca sociai oi ia siruacix ixiiiixixrai Ya hemos dicho que aunque no existe unanimidad, s son muchos los autores que consideran al mtodo experimental como el nico mtodo cientfico o al menos como el ms cientfico de los existentes. Ya Bernard (1865) deca que el mtodo experimental es un razonamiento por el cual sometemos metdicamente nuestras ideas a la experiencia de los hechos. Pero el trmino experimental puede tener uno de estos tres significados: un sentido genrico de contraste cientfico con la realidad, en la lnea del posi- tivismo francs o del empirismo ingls; un sentido ms restrictivo en la lnea del mtodo hipottico-deductivo-experimental; y un sentido an ms restrictivo dentro de ese mtodo cuando se habla de experimentacin ni- camente si se da una manipulacin de la variable independiente y control de las variables extraas. Pues bien, aunque la crtica a la experimentacin en psicologa social la podremos aplicar, en mayor o menor medida, a los tres significados, nos referiremos principalmente al tercero. Aunque algunos defensores del mtodo experimental en psicologa 434 Anastasio Ovejero Bernal social matizan su postura, tras las fuertes crticas recibidas, y hablan de otras modalidades menos artificiales de experimentacin, como el experi- mento natural o el experimento de campo (Aronson y cols., 1985; Fernn- dez Dols, 1990), las crticas no arrecian y los psiclogos sociales partidarios de mtodos no experimentales aumentan da a da. Tales crticas son muy profundas y muy diversas, y comenzaron muy pronto. As, aunque existan ya precedentes, fue Rosenzweig (1933) uno de los primeros en llevar a cabo un buen anlisis de la naturaleza social del experimento de laborato- rio, analizando la situacin experimental como un problema psicolgico, subrayando la existencia de tres errores (errores de tipo observacional, errores de tipo motivacional y errores debidos a la influencia de la perso- nalidad) que hacen que en psicologa el experimento de laboratorio sea ms difcil de aplicar que en las ciencias naturales. Otros autores posterio- res hablaron de mltiples tipos de errores, sesgos y problemas unidos a la experimentacin en ciencias sociales, de los que nosotros destacaremos los seis siguientes, tal vez los ms frecuentes y los ms importantes: 1) Problemas de validez: desde Campbell y Stanley (1963) es tradicio- nal distinguir entre dos grandes tipos de validez, la interna y la externa. Una investigacin tendr validez interna cuando queda claramente demos- trado, sin dejar lugar ninguno para interpretaciones alternativas, que deter- minados cambios que se observan en una variable, la dependiente, obede- cen a cambios en otra variable, la independiente, y no a otras razones. Por su parte, la validez externa es la que se refiere a la posibilidad de generali- zacin de los resultados encontrados. Una investigacin tendr alta validez externa cuando sus resultados siga teniendo vigencia en poblaciones de sujetos y en situaciones distintas a la de la investigacin original. Pues bien, se ha dicho con frecuencia que la experimentacin con sujetos humanos tiene validez interna, pero que surgen muchos problemas con respecto a la externa, lo que no es cierto del todo, ya que tambin la validez interna se enfrenta aqu a riesgos muy serios. Y si la validez interna no est asegurada, no tendra sentido ni siquiera plantearnos el problema de la validez externa. Por tanto, supongamos que, efectivamente, se da una alta vali- dez interna. En este caso, tienen validez externa los estudios experimenta- les en psicologa social? podemos generalizar sus resultados a la vida real? Para Campbell y Stanley existen bsicamente dos problemas con respecto a la validez externa: el primero se refiere a las dudas que existen respecto de la posibilidad de extrapolar los resultados experimentales a otras poblacio- nes, como consecuencia de los sesgos introducidos por el experimentador en la seleccin de los sujetos experimentales. La segunda amenaza a la vali- dez externa del experimento proviene de la propia artificiosidad de la situacin experimental. As, por ejemplo, Harr y Secord (1972) han sub- rayado la imposibilidad de reducir la complejidad de la vida social a su representacin experimental, artificiosidad que puede introducir importan- tes sesgos que hagan que estemos estudiando algo muy diferente de lo que realmente creemos estar estudiando (vase los estudios de Rosenthal, Orne, Riecken, etc.). Los experimentos de laboratorio tal vez slo nos digan El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 435 cmo se comportan los sujetos en el laboratorio y no sea generalizable al comportamiento de las personas en otros mbitos (escuelas, etc.). La situacin de laboratorio puede ser todo lo artificial que se quiera, y cuanto ms mejor, pero lo que no debe ocurrir es que el necesario ais- lamiento del sistema altere los fenmenos estudiados. Si esto se produ- jera, es evidente que lo que en realidad se estara investigando no tendra nada que ver con lo que se pretende investigar. Es como si un qumico pretendiese estudiar las propiedades de la molcula de agua y en su labo- ratorio slo estudiase por separado las propiedades del oxgeno y las del hidrgeno (Ibez, 1990, pgs. 266-267). En este caso, el laboratorio no sera sino un mero y estril ritual meto- dolgico. Pero dejemos de suponer que existe validez interna y analicemos la cuestin. Para conseguir una alta validez interna es necesario controlar las variables extraas, pero el mayor problema de la experimentacin en psicologa social proviene justamente de su incapacidad de conseguir esto. En efecto, la gran ventaja de los experimentos es que al conseguir contro- lar las variables extraas podemos asegurar que los cambios en la variable dependiente se deben a nuestra manipulacin de la variable independiente. Sin embargo, en la realidad las cosas son ms complejas, de tal forma que con sujetos humanos nos resulta prcticamente imposible controlar las variables externas de diferente procedencia (la propia situacin experimen- tal, el experimentador, los sujetos, etc.), como veremos a continuacin. 2) El experimento como situacin social: segn Riecken (1962), lo ms caracterstico del experimento con sujetos humanos es ser una situacin social en que se invita a una persona (el sujeto) a dejar que otra persona observe su comportamiento, por lo que si l lo acepta es porque espera o intenta obtener una recompensa del tipo que sea, y donde el experimenta- dor suele ser un profesor y el sujeto un estudiante, de forma que sus rela- ciones tienen ya una historia y estn bien definidas desde el punto de vista social, y adems es un psiclogo, con lo que el experimentador es un per- sonaje poderoso que posee dos clases de poder: como profesor, pertenece a una clase superior que tiene el poder de evaluar a los estudiantes y, por consiguiente, de premiarles o castigarles, y como psiclogo, tiene el poder de penetrar en la personalidad del sujeto, al menos desde el punto de vista del sujeto. De todo ello se deduce que es muy posible que el sujeto apro- veche el experimento para intentar dar una buena impresin de s mismo, para iniciarse en los misterios de la ciencia del comportamiento, etc. En definitiva, el sujeto aborda el experimento con un triple objetivo: a) Alcan- zar fines personales u obtener la recompensa prometida; b) horadar la impenetrabilidad del experimentador y descubrir la razn de ser del expe- rimento; y c) mostrarse lo ms positivamente posible. En esta misma lnea se coloca Orne (1962) y sus conocidas caractersticas de la demanda. Para l, la situacin experimental es ambigua por lo que el sujeto intentar buscar todas las pistas e indicios disponibles para averiguar el propsito del experimento. En consecuencia, tanto para Orne como para Riecken el 436 Anastasio Ovejero Bernal sujeto se encuentra ante dos problemas: la tarea que le plantea el experi- mentador, y su propio problema personal, que a veces es tan importante que puede explicar los resultados finales mejor an que la tarea. ste fue el pre- cio pagado por haber pasado de un experimento tipo Wundt, en el que la experimentacin descansaba sobre la propia actividad del sujeto investigado que actuaba como observador de sus propios procesos psicolgicos, a un experimento tipo conductista en el que el sujeto no pinta nada. 3) Los efectos del experimentador: son muchos los atributos del expe- rimentador que pueden influir en los resultados de un experimento (raza, sexo, edad, etc.), pero el mero hecho de que el experimentador pretenda probar alguna hiptesis, lo que suele ser habitual, puede influir sobre la conducta de los sujetos favoreciendo la comprobacin de tal hiptesis (Rosenthal, 1966). Ms en concreto, Rosenthal distingue dos grandes tipos de posibles efectos del experimentador sobre los resultados: a) Efectos que no modifican las respuestas de los sujetos, entre los que sobresalen dos: efec- tos del observador, que consiste en la sobreestimacin o subestimacin del valor de las respuestas de los sujetos; y efectos intencionales, que son modi- ficaciones intencionales de las respuestas de los sujetos, es decir, de los resultados, para conseguir unas mejores conclusiones y poder, de esta manera, confirmar las teoras propias, como hizo en psicologa Burt o como hicieron en otros mbitos cientficos tan relevantes como Mendel, Galileo o Newton (vase Di Trocchio, 1995); b) Efectos que s alteran las respuestas de los sujetos: tambin aqu destacan estos dos: los atributos del experimentador (sexo, raza, posicin social, religin simpata, hostilidad, ansiedad, etc.) parecen influir en las respuestas de los sujetos pueden ser influenciadas por estos rasgos; y los efectos de las expectativas del experimen- tador: aplicando al experimento de laboratorio fenmeno de la profeca que se cumple a s misma, pudo confirmar Rosenthal que el mero hecho de que el experimentador haga una hiptesis aumenta las probabilidades de que tal hiptesis se cumpla. Tal vez la prueba ms sorprendente de tal efecto est en las profecas o expectativas que hacen los profesores (efecto Pigmalin) (vase Rosenthal y Jacobson, 1968; y Ovejero, 1988a, captulo 4). 4) Efectos del sujeto: si los experimentadores son una fuente de sesgo en la experimentacin, los sujetos tambin lo son. En primer lugar, porque alrededor del 70 por 100 o ms de los estudios empricos en psicologa uti- lizan como sujetos estudiantes universitarios (Highbee y Wells, 1972; High- bee y cols., 1982), confirmando la irnica afirmacin de McNemar de que la actual ciencia de la conducta humana es, en gran medida, la ciencia de la conducta de los estudiantes universitarios, lo que cuestiona muy seria- mente la representatividad de las muestras utilizadas, pieza clave de la vali- dez externa. Adems, casi siempre tales sujetos son voluntarios, lo que tam- bin puede conllevar importantes sesgos, dado que se han encontrado grandes diferencias entre los sujetos voluntarios y los no voluntarios (Rosenthal y Rosnow, 1969). Por ltimo, existen otras muchas fuentes de sesgos, entre ellas estas tres: a) cuando el experimento implica varias sesio- nes, se pierden sujetos, siendo generalmente la razn ms frecuente el que El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 437 ellos se retiren, lo que puede muy probablemente estar sesgando los resul- tados ya que tal vez quienes se retiran son diferentes en algunas variables a los que no se retiran, siendo lo ms grave aqu, como en todos los dems casos que estamos exponiendo, que tales sesgos pueden darse y nosotros no tenemos forma de saberlo ni, por tanto, de controlarlo, que era justa- mente la gran ventaja del experimento de laboratorio; b) el hecho de que algunos sujetos hayan participado anteriormente en otros experimentos, sobre todo en aquellos que utilizan el engao experimental, puede sesgar tambin los resultados y, nuevamente, nosotros no tenemos forma de saberlo; y c) a veces se obliga a los sujetos a participar en un experimento con lo que probablemente poseern actitudes negativas hacia la investiga- cin o, cuando menos, estarn poco motivados a participar, lo que tambin puede estar sesgando los resultados, pero, una vez ms, nosotros no tene- mos forma de conocerlo y controlarlo. 5) Problemas ticos: en la experimentacin psicolgica, la raz de los problemas ticos est en el conflicto entre los derechos de los sujetos como seres humanos y las necesidades del investigador para llevar a cabo sus experimentos. Entre estos problemas ticos, el ms grave es hacer dao, fsico o psicolgico, a los sujetos, pero el ms frecuente es la utilizacin del engao experimental. El uso del engao puede ser el mejor, y quiz el nico, camino de conseguir informacin til sobre el modo de comportarse las personas en la mayora de las situaciones complejas e importantes, pero plantea desde luego al experimentador un problema tico grave (Aronson, 1979, pg. 318). Segn Aronson existen bsicamente tres aspectos relacio- nados con este problema: 1) Es simplemente inmoral mentir a las personas; 2) Esas mentiras llevan muchas veces a una invasin de la intimidad. Puesto que las personas utilizadas como sujetos no saben realmente qu es lo que est estudiando el experimentador, no estn en condiciones de pres- tar un consentimiento cabal; y 3) Los procedimientos experimentales impli- can a menudo algunas experiencias desagradables, como dolor, aburri- miento, ansiedad, etc. El nudo gordiano de este problema es el siguiente: el fin justifica los medios? Algunos, entre los que me encuentro, alegan que, sean cuales fueren las metas de esta ciencia y sus logros, no valen la pena si las personas son engaadas o colocadas en situaciones desagrada- bles. En el extremo opuesto, otros opinan que los psiclogos sociales estn descubriendo cosas que pueden aportar grandes beneficios a la humanidad, y que esos resultados merecen casi cualquier precio. Por su parte Kelman (1967), que es uno de los autores ms destacados en este tema, afirma que lo que le preocupa del engao experimental ms que su uso es su acepta- cin ciega, el hbito de su uso, lo rutinario de su empleo. Se utiliza el engao como algo natural. La preocupacin de Kelman a propsito del engao van en tres direcciones: 1) Implicaciones ticas: tal engao puede tener consecuencias nefastas para el sujeto experimental. Un ejemplo claro est en los trabajos de Milgram, que ya vimos; 2) Implicaciones metodolgi- cas: probablemente el engao refuerza la tendencia de sujeto a reaccionar en funcin de su propia definicin de la situacin que puede y suele dife- 438 Anastasio Ovejero Bernal rir de la del experimentador, lo que introduce importantes sesgos; y 3) Implicaciones sobre el futuro de la psicologa social: A largo plazo, el uso del engao tiene evidentemente algo de autodestructor. Mientras prosiga- mos con investigaciones de esta clase, nuestros eventuales sujetos se harn cada vez ms advertidos y nosotros cada vez menos capaces de satisfacer las condiciones que nuestros procedimientos experimentales exigen. Ade- ms, mientras prosiga este tipo de investigaciones, nuestros eventuales suje- tos desconfiarn cada vez ms de nosotros, y nuestras relaciones con ellos corrern el riesgo de degradarse en el futuro. Nos encontramos, pues, ante la paradoja siguiente: cuanto ms avanza nuestra investigacin, ms se va haciendo difcil y dudosa (Kelman, 1967, pg. 315). Por ltimo, no quisiera terminar este captulo sin mencionar otra de las cuestiones cruciales en las que tampoco son ya defendibles los supuestos positivistas. Me refiero a la creencia del positivismo en una ciencia libre de valores, que queda perfectamente resumida en estas palabras de Ferdinard Tnnies, pronunciadas en nombre de la Sociedad Alemana de Sociologa: Los socilogos no estamos a favor ni en contra del socialismo, ni a favor ni en contra de la expansin de los derechos de la mujer, ni a favor ni en contra de la mezcla racial. Esta postura resulta, adems de inaceptable, realmente insostenible, pues los cientficos no pueden de ninguna manera abandonar ni siquiera olvidar sus prejuicios, sus valores y su ideologa cuando investigan. Como seala Proctor (1991), la filosofa de una ciencia libre de valores, que tuvo su mayor auge a mitad del presente siglo de la mano del positivismo, no es actualmente sostenible. Ms claramente an lo dice Toms Ibez (1992, pg. 24) al afirmar que cada cual puede partici- par de las opciones polticas que considere ms convincentes, pero nadie puede escudarse detrs de la ingenua afirmacin de que se limita a investi- gar las cosas tal y como son y a presentar sin ms los resultados que ha encontrado. Eso no es posible. De ah que todo cientfico deba preocu- parse por conocer las consecuencias queen el futuro podran tener sus investigaciones. Sin embargo, de todo lo anterior no se deduce que la experimentacin sea intil o irrelevante como forma de investigacin social. Experimentos como los de Asch, Sherif, Milgram, Festinger o Zimbardo, han contribuido al desarrollo de la psicologa social. S he querido, no obstante, sealar algunos de los problemas del experimento como instrumento de anlisis de la realidad social. Los experimentos tienen ciertamente una utilidad, pero sta queda limitada a sugerir ideas para la investigacin, o a comprobar si alguna hiptesis merece ulteriores desarrollos, y nunca para demostrar la legitimidad de determinados planteamientos tericos, ni para demostrar que se tiene razn en defensa de una postura terica (Ibez, 1991, pgi- na 63). Es decir, los experimentos pueden seguir sindonos tiles, pero lo que parece estar radicalmente fuera de su alcance es sencillamente producir conocimientos vlidos, contrastar la validez de las teoras, y mucho menos fundar sobre bases slidas el conocimiento psicosocial (Ib- ez, 1990, pg. 268). El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 439 Mirooos cuaxrirarivos iiixri a xirooos cuaiirarivos Las tradicionales polmicas metodolgicas en ciencias sociales, entre mtodos correlacionales y mtodos experimentales o, la ms vieja an de lo idiogrfico frente a lo nomottico, estn siendo sustituidas ltimamente por la que enfrenta a cuantitativistas y cualitativistas. Los mtodos cualita- tivos no son algo nuevo en psicologa. Por el contrario, han sido utilizados siempre. Ya Wundt exiga mtodos cuantitativos unas veces, justamente en los mbitos menos interesantes psicolgicamente, y cualitativos otras, en los ms propiamente psicolgicos. Pero las cosas cambiaron cuando en psico- loga se hizo dominante el conductismo, con pretensiones positivistas (vase Hayes, 1995), imponiendo un enfoque reduccionista que exiga mtodos cuantitativos y menospreciando los cualitativos como acientficos o, cuando menos, como poco cientficos. Y aunque, tras la crisis, est aumentando la utilizacin de los mtodos cualitativos en nuestra disciplina (Le Compte y cols., 1992; Banister y cols., 1994; Bryman y Burgess, 1994; Denzin y Lincoln, 1994; Prez Serrano, 1994; iguez, 1995; Rodrguez y cols., 1996; Hayes, 1997), sin embargo la metodologa dominante sigue siendo la cuantitativa, descollando todava, a pesar de las crticas recibidas, los mtodos experimentales (Jensen y Jankoswki, 1993). Y es que an pesa mucho, demasiado dira yo, la visin simplista y falsa que durante tanto tiempo ha dominado en nuestra disciplina, segn la cual la nica forma de hacer ciencia y de ser cientficos serios y respetables era la utilizacin de mtodos cuantitativos, preferentemente experimentales, mientras se estig- matizaba a los mtodos cualitativos, tildndoles de poco serios, acrticos, subjetivos en extremo, etc. sta es la visin positivista que han heredado casi todos los estudiantes de psicologa de muchas generaciones en nuestro pas, estudiantes que, muchos de ellos, fueron convirtindose en profeso- res, asegurando as el mantenimiento de esta postura. De ah las dificulta- des que los mtodos cualitativos han tenido para abrirse paso en psicologa incluso despus de la bancarrota del positivismo y a pesar de las induda- bles ventajas que su utilizacin acarrea. Como seala Silverman (1993), la adopcin de los mtodos cualitativos supone un cambio de sensibilidad que se articulara en cuatro diferentes dimensiones: a) La dimensin histrica: los procesos sociales estn marca- dos histricamente y son ellos mismos portadores de la historia que los ha constituido; b) La dimensin cultural: cada proceso est enmarcado tam- bin en un entorno cultural concreto, que jams podr ser dejado de lado; c) La dimensin poltica: toda prctica social se enmarca en un contexto poltico concreto, cuando no debiramos decir que toda prctica social es en s misma poltica. La investigacin cualitativa no olvida esta cuestin; y d) La dimensin contextual: la investigacin debe considerar igualmente el contexto social y fsico en el cual se est produciendo. El contexto es el resultado de mltiples elementos, procesos y acciones entre las que, como dicen Ibez iguez (1996), resalta la accin colectiva de los participantes 440 Anastasio Ovejero Bernal en l (quien desee profundizar en el debate cuali-cuanti, vase Denzin y Lincoln, 1996, y Silverman, 1997). Entre las ventajas de los mtodos cualitativos estn las siguientes (Prez Serrano, 1994): 1) La metodologa cualitativa se aplica a estudios a nivel micro, por lo que normalmente intenta profundizar ms en la situacin objeto de estudio; 2) La metodologa cualitativa puede sealar aspectos y discrepancias que podran tener cierta trascendencia y explicar cuestiones difcilmente abordables por medio de la investigacin cuantitativa; 3) Este enfoque se orienta a trabajar con aquellas definiciones de lo que es signifi- cativo, relevante y consciente para los participantes; 4) Ofrece la posibilidad de estudiar lo que caracteriza la organizacin social y cultural de un grupo. La experiencia y el conocimiento interno (perspectiva Emic) y las defini- ciones operacionales externas (perspectiva Etic) que se van coleccionando y analizando; y 5) En suma, la investigacin cualitativa es ms adecuada para el anlisis de los fenmenos complejos, para el estudio de casos, para el an- lisis de las homologas estructurales, para poner de manifiesto el parentesco lgico entre fenmenos sociales, para la descripcin y estudio de unidades naturales como organizaciones y comunidades concretas. Aunque existen muy diferentes tcnicas cualitativas (observacin parti- cipante, entrevistas en profundidad, discusin de grupo, biografas, estu- dios de caso, estudios etnogrficos, anlisis del discurso, anlisis conversa- cional, historias de vida, anlisis de documentos, investigacin-accin, investigacin cooperativa, anlisis de episodios, etc.), todas ellas se basan en concepciones que tienen en comn un compromiso con una aproxima- cin naturalista e interpretativa, y una crtica continua a la poltica y a los mtodos del positivismo (Denzin y Lincoln, 1994), lo que ha ocasionado que tradicionalmente los mtodos y tcnicas cualitativas hayan sido feroz- mente atacados por los cuantitativistas a causa de su presunta falta de obje- tividad, de la imposibilidad de reproduccin de sus resultados y de su supuesta falta de validez, mientras que los mtodos cuantitativos no eran problematizados jams (Cherry, 1995). Sin embargo, debemos destacar dos cosas. Primera, los propios mtodos cuantitativos, como hemos visto, no estn libres de los sesgos que los cuantitativistas atribuyen a los cualitativos (problemas de validez interna, problemas de generalizacin de los resulta- dos, etc.). Aunque, ciertamente, los mtodos cualitativos no son de ninguna manera objetivos, los cuantitativos tampoco lo son. Pero mientras los pri- meros lo admiten, los segundos no, con los efectos perversos que ello supone. Segunda, los mtodos cualitativos aportan a la investigacin una gran riqueza de conocimientos, de datos y de matices que enlazan directa- mente con las caractersticas del objeto de estudio. Y, como hemos dicho en alguna otra ocasin, es el mtodo el que debe adaptarse al objeto, y no al revs. Lo que pretenden los cuantitativistas es estudiar al ser humano con mtodos diseados para estudiar la naturaleza fsica, con lo que termi- nan desnaturalizando su objeto de estudio. A la postre no se sabe muy bien qu es lo que estn estudiando. En cambio, los mtodos cualitativos, que no pretenden tanto la prediccin y el control de la accin humana sino su El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 441 comprensin e interpretacin, s se adecuan mejor al objeto de la investiga- cin psicosocial, que no es otro que el ser humano y su conducta proposi- tiva, es decir, su accin. En todo caso, pese a las dificultades que conlleva y a pesar de que muchos afirman que estamos ante mtodos claramente irreconciliables entre s, algunos autores siguen pensando en la posibilidad y la utilidad del uso conjunto de ambos tipos de mtodos (Reichardt y Cook, 1981). As lvaro, para quien (1995, pg. 100), aun reconociendo que las tradiciones metodolgicas en las que se basan las tcnicas de anlisis cuantitativo y cualitativo hunden sus races en posiciones epistemolgicas diferentes, no existe contradiccin alguna en utilizarlas de forma conjunta en la investiga- cin social. Tambin Prez Serrano (1994, pg. 71) cree que son comple- mentarios: Tanto la orientacin de tipo cuantitativo como cualitativo pueden considerarse interdependientes. De esta manera se puede iniciar un estu- dio cualitativo, exploratorio, y posteriormente emplear mtodos cuantita- tivos para ir ordenando lo que se va descubriendo o a la inversa, iniciar un estudio cuantitativo y a lo largo de su desarrollo precisar las aporta- ciones cualitativas que permitan clarificar algn aspecto del trabajo al constatar la necesidad de contar con informacin complementaria que aporte una visin ms profunda de la realidad objeto de estudio. Estoy de acuerdo con Ibez e iguez (1996, pg. 79), en que es preciso mantener un grado suficiente de independencia metodolgica, es decir, es necesario no ser esclavo o adicto a un tipo de procedimiento, sino determi- narla ms bien en funcin de lo que se pretende, conociendo, y asumiendo, eso s, sus defectos, sus limitaciones y sus consecuencias. Y es que, como reconoca Ferrater Mora (1976, pg. 281), el tipo de realidad que se aspira a conocer determina el mtodo a seguir. Por consiguiente, dado que la reali- dad que debe ser estudiada por nuestra disciplina es enormemente compleja y plural, los mtodos a utilizar debern ser tambin plurales. Es ms, no podemos permitirnos el lujo de prescindir de ninguna de las posibilidades metodolgicas de aproximacin a la realidad psicosocial. Todas son tiles. Como defiende Billig, la metodologa no debe representar ningn tipo de pro- blema, en cuanto que lo relevante es qu se quiere estudiar; una vez que eso est claro, hay que buscar la estrategia metodolgica ms adecuada. Tanto la experimentacin, como las escalas de opinin o el anlisis de discurso, tienen su cabida en el repertorio de estrategias de investigacin del cientfico social. Coxciusix Como conclusin de este captulo slo dir, haciendo mas las palabras de Eduardo Crespo (1995, pgs. 196-197): las ciencias sociales y la psicologa social con ellas se caracterizan por una tensin entre la pretensin de objetividad (objetivo de todo saber 442 Anastasio Ovejero Bernal cientfico) y el rigor en la construccin terica, que permita captar la estructura social y subjetiva de su objeto (condicin necesaria de todo saber cientfico). Esta dinmica se manifiesta en una polmica entre obje- tivismo y subjetivismo... En mi opinin la situacin actual es diferente a la de hace aos y as he intentado mostrarlo. Esta diferencia no estriba en la transformacin masiva de las prcticas cientficas dentro de la disci- plina. Los datos existentes muestran que no se ha producido tal cambio en la cultura cientfica y que las prcticas investigadoras son muy simila- res a las de hace veinte aos... Sin embargo, creo que se han producido avances importantes en los planteamientos epistemolgicos y metodolgi- cos de muchos psiclogos sociales y que van en la direccin de la supe- racin de una falsas antinomia entre objetividad y subjetividad. Estos cambios los veo, desde el punto de vista objetivista, en un abandono de los modelos mecanicistas y neopositivistas como nicos modelos de acti- vidad cientfica. El desarrollo de un modelo realista no mecanicista, como pueda ser el de Greenwood, aun con todas las dificultades que presenta, me parece un avance importante en el desarrollo de un estudio experi- mental de los procesos sociales; junto a ello, hay una receptividad cada vez mayor a los desarrollos de la filosofa y sociologa de la ciencia, donde se plantea la pluralidad de paradigmas y de programas de investigacin como una caracterstica del propio desarrollo cientfico y no como una debilidad de ste. El mtodo en las ciencias sociales: cmo investigar 443 This page intentionally left blank Cairuio XXX Conclusin: qu es la psicologa social? Ixrioouccix Llegados al final del libro, no quisiera terminarlo sin plantear la cues- tin de qu es realmente nuestra disciplina, cules son las caractersticas propias y definitorias que la diferencian de otras ciencias sociales. Para responder a estas cuestiones, comencemos diciendo, con Grissez (1977, pg. 11) que la psicologa social slo puede definir sus objetos cientfi- cos de una manera abstracta: la interaccin, la comunicacin, la influen- cia, la psicologa social se aplica a la mayor parte de las actividades humanas, puesto que todas tienen, en distintos grados, un componente social. Pero siendo difcil en qu y cmo est presente lo social en los comportamientos tambin lo es el delimitar su objeto cientfico. El pro- blema de la definicin de la psicologa social, como ocurre con todas las ciencias, es en realidad una de las cuestiones ms debatidas pues implica un anlisis cabal de sus principios y su investigacin (Germani, 1971, pg. 17). La cuestin de la definicin en las ciencias sociales es algo sumamente complejo a causa de la unidad de stas, pues aqu ninguna disciplina puede dejar de tener en cuenta el punto de vista de las dems. Y si ello es cierto en todas las ciencias sociales, pienso que an ms en la nuestra, pues las relaciones de la psicologa social con las otras ciencias sociales son, o deberan ser, estrechsimas y por tanto aqu se hace ms necesaria que en cualquier otra la colaboracin interdisciplinar. De ah la dificultad de demarcar con precisin y con fronteras ntidas el objeto de estudio de una disciplina necesariamente interdisciplinar como es la nues- tra. Todo ello plantea, obviamente, enormes problemas tanto para definir la disciplina como para demarcar su objeto de estudio. Veremos a conti- nuacin ambas cosas, y las veremos por separado, por razones exclusiva- mente didcticas, dado que epistemolgicamente resulta imposible sepa- rar la definicin del objeto. Diiixicix oi ia isicoioca sociai Por extrao que a algunos les pueda parecer, son muchos los manuales de psicologa social que ni siquiera dedican un solo captulo al tema del concepto y el objeto de la disciplina. As, Jimnez Burillo y colaborado- res (1992) encontraron que slo el 59,37 de los cuarenta manuales que ellos manejaron inclua un captulo inicial sobre esta temtica, aunque tambin eran muchos los que tampoco dedicaban ningn captulo a las orientaciones tericas (slo el 40,62 por 100 s lo dedicaban), a la metodologa (43,75 por 100) o a las aplicaciones (56,25 por 100). Es ms, son muchos los manuales que no se atreven ni siquiera a adelantar una definicin explcita (intencional) de la disciplina. As, de los manuales examinados por Jimnez Burillo, slo 16 se atrevan a darla, y de ellos la mitad repetan la misma que en su da diera Gordon Allport, para quien (1954/1968, pg. 3), la psi- cologa social es un intento por comprender cmo el pensamiento, los sentimientos o la conducta de los individuos estn influidos por la presen- cia real, imaginada o implcita de otras personas, definicin, por cierto, excesivamente psicologsta. Y en cuanto a la definicin operacional o efec- tiva, la conclusin de Jimnez Burillo y colaboradores es clara: existe en nuestra disciplina una enorme heterogeneidad de contenidos, con una enorme dispersin de temticas estudiadas por los diferentes manuales. As, por ejemplo, es realmente sorprendente constatar que slo un tema (cogni- cin/percepcin social) aparece en ms de las dos terceras partes del total de los manuales analizados por estos autores, mientras que slo seis apare- cen en al menos un 50 por 100 de los mismos. Existe, pues, una manifiesta falta de consenso: difcilmente es posible encontrar dos textos cuyos ndices temticos sean coincidentes (Jimnez Burillo y cols., 1992, pg. 21). Por otra parte, comienzan su libro Collier, Minton y Reynolds (1996) afirmando que muchos de los problemas de la psicologa social surgen de su definicin. La psicologa social ha sido definida tan ampliamente que incluye en la prctica a toda la psicologa y a todas las ciencias sociales. Eso es cierto. Pero hay ms. No es slo cmo ha sido definida la disciplina, es que adems han coexistido tradicionalmente muchos enfoques bien dife- rentes, y hasta a veces opuestos. Por no poner sino un solo e interesante ejemplo, Blanco (1988) habla de cinco tradiciones: grupal, individualista, institucional, lewiniana e histrico-dialctica. Pero, como ya hemos dicho, destacan dos enfoques, el ms psicolgico y el ms sociolgico, hasta el punto de que se ha llegado a hablar de la la existencia de dos psicologas sociales. En efecto, la psicologa social, que naci como un proyecto inters- ticial entre la psicologa y la sociologa, pronto fue escindindose esquizo- frnicamente en dos: Una psicologa social psicolgica, psicologista, indivi- dualista y experimentalista, que era mayoritaria y claramente dominante, y 446 Anastasio Ovejero Bernal una psicologa social sociolgica, ms social y no experimentalista, pero tam- bin claramente minoritaria. De esta manera, para algunos, como F. Allport (1924) o Jones y Gerard (1967), la psicologa social es una subdisciplina de la psicologa general y experimental. En la misma lnea se coloca la defini- cin, ya citada, de Gordon Allport, que sera repetida despus por muchos manuales (Kaufman, 1977; Rodrigues, 1976; Lamberth, 1982, Smith y Mac- kie, 1997, etc.). En cambio, para otros, la psicologa social es una ciencia indiscutiblemente social. As, Shibutani (1971) nos proporciona una defini- cin ms social al considerar que la psicologa social se ocupa de las regu- laridades de la conducta humana que surgen del hecho de que los hombres participan en grupos sociales (pg. 30). Pero tal distincin de dos psicologas sociales separadas proviene ya de primeros de siglo. Por ejemplo, para McDougall (1908, pg. 3), el objetivo de la psicologa social era mostrar cmo, dadas las inclinaciones y capaci- dades naturales de la conciencia individual, toda la compleja vida de las sociedades se ve modelada por aqullas, reaccionando en el curso de su desarrollo e influyendo en el individuo. Se trata, pues, de una explicacin claramente individualista, incluso instintivista, donde el medio social desempea un papel muy secundario, como se refleja igualmente en esta nueva cita (1908, pg. 44): Qutense estas disposicones instintivas con sus poderosos impulsos y el organismo ser incapaz de realizar actividad alguna; permanecera inerte y sin movimiento como un precioso reloj de pared al que se le hubiesen quitado las agujas o un motor a vapor cuyo fuego se hubiese apagado. Los impulsos son las fuerzas mentales que dan forma a todos los aspectos de la vida de los individuos y de las sociedades. En cambio Ross, muy influenciado por Tarde, propona una definicin de la psicologa abiertamente sociologista, considerando a la psicologa social como formando parte de la sociologa: La psicologa social se ocupa de las uniformidades debidas a causas sociales, es decir, a los contactos mentales o a las interacciones mentales (Ross, 1908, pg. 3). De esta manera, quedaron constituidas, ya desde primeros de siglo, las dos princi- pales tradiciones en psicologa social, las dos psicologas sociales que de diferentes maneras han permanecido hasta nuestros das (Stephan y Step- han, 1985, 1991): la psicologa social psicolgica y la psicologa social sociol- gica. En el fondo, la cuestin puede ser resumida de esta manera: Es la sociedad la que constituye al individuo o es el indviduo el que constituye a la sociedad? Pues bien, lo que he pretendido mostrar a lo largo de este libro, y de muy diferentes maneras, es que la pregunta est mal planteada. Indivi- duo y sociedad son dos caras de la misma moneda, de tal forma que sin indi- viduos no hay sociedad, pero sin sociedad tampoco hay individuos, pues la persona se construye en su esencialidad dentro y slo dentro de la sociedad. Qu es, pues, la psicologa social? Qu debe ser ms importante para nuestra disciplina, el individuo o la sociedad? O dicho en otras palabras, debe la psicologa social dar ms importancia a la intencionalidad y pro- Conclusin: qu es la psicologa social? 447 positividad del sujeto o a la fuerza restrictiva de las condiciones del medio, sobre todo del medio social? Segn Giddens (1987), mientras que los te- ricos de la accin social han centrado su atencin en la reflexibilidad del comportamiento sin haber desarrollado ninguna idea de la estructura social, el estructuralismo y el funcionalismo tienden a caracterizar la con- ducta como el resultado mecnico derivado de un proceso de reproduccin de estructuras sociales preexistentes. Pues bien, las posturas representadas por ambos modelos tericos no son, sin embargo, incompatibles. Junto a una concepcin del comportamiento humano en la que se destaca el carc- ter intencional y propositivo del mismo y en la que los actores sociales tie- nen la capacidad de direccin reflexiva de su accin y el conocimiento de las condiciones sociales en las que aqulla se desarrolla, tambin es posible una interpretacin estructural en la que se tengan en cuenta los condicio- namientos y constricciones institucionales que facilitan el cambio o repro- duccin de la estructura social (lvaro, 1995, pg. 94). Y es que, como dice Eberle (1993, pg. 1), la psicologa no puede ser otra cosa que psi- cologa social. Los mundos subjetivos no pueden ser separados de los pro- cesos en cuyo seno son construidos, comunicados y mantenidos..., las iden- tidades personales no pueden ser separadas de la estructura social en la cual son constituidas. Por consiguiente, individuo y sociedad son dos caras de la misma moneda, que estn, por tanto, inextricablemente unidas. La definicin de la psicologa social por la articulacin de lo psicolgico y lo social es una afirmacin mantenida por muy diversos autores y que res- ponde a las inquietudes que dan origen a esta ciencia. Esta perspectiva arti- culadora no es, sin embargo, diferenciadora de modo excluyente de la psi- cologa social; es, en realidad, una caracterstica de todas las ciencias sociales (Crespo, 1995, pg. 22). Tal como seala Thomson (1984, pgi- na 148), el problema de la relacin entre individuo y sociedad, entre la accin y la estructura social, yace en el corazn de la teora social y de la filosofa de la ciencia social. El objeto de la psicologa social, concluye Crespo, no es, por tanto, un objeto claramente delimitado. El nfasis exce- sivo en la delimitacin objetual slo obedece a requisitos formales de terri- torialidad acadmica. Es perfectamente aceptable la definicin del objeto de la psicologa social que se hace en la corriente europea, y que, segn Pez y colaboradores (1992, pg. 119), se concibe como la articulacin entre lo social y lo individual a partir de los procesos de interaccin y de representacin intra e intergrupos. La cuestin est, por una parte, en cmo concebir esa articulacin, y, por otra, en el concepto de interaccin que fundamenta tal articulacin. As pues, qu es realmente la psicologa social? La respuesta, en prin- cipio, es fcil: es la disciplina que estudia el comportamiento social humano. Sin embargo, dadas las connotaciones mecanicistas que suele tener el trmino comportamiento o, ms an, conducta, creo conveniente sustituirlo por el de accin: la psicologa social estudiara, entonces, la accin humana, dado que la accin incluye tambin la intencionalidad. Ahora bien, dado que el comportamiento social humano tambin es estu- 448 Anastasio Ovejero Bernal diado por socilogos, antroplogos, politlogos, etc., qu es, pues, lo peculiar de la perspectiva psicosocial? qu es lo que diferencia a la psico- loga social de esos otros enfoques? Mientras que esas otras ciencias socia- les tienden a usar el nivel societal de anlisis, utilizando amplios factores macrosociales para explicar la conducta social, como la clase social, facto- res histricos, etc., y los psiclogos suelen acudir a un nivel individual de anlisis, utilizando las caractersticas individuales de las personas para explicar su conducta (factores cognitivos, rasgos de personalidad, etc.), en cambio los psiclogos sociales utilizan un nivel de anlisis intermedio entre los otros dos, el de las relaciones interpersonales o mejor an, el de la inter- accin social. Para entender mejor lo especfico del enfoque psicosocial nada mejor que un ejemplo: supongamos que queremos analizar el origen de los crmenes violentos. Los socilogos, utilizando un enfoque de nivel societal, buscarn la explicacin en grandes factores sociales, subrayando, por ejemplo, que las altas tasas de crmenes violentos tienden a asociarse con la pobreza, la urbanizacin y la industrializacin aceleradas de la socie- dad, etc. Como vemos, slo se ocupan de algunas grandes variables macro- sociales sin tener en cuenta para nada a las personas individuales ni sus situaciones inmediatas. Por el contrario, los psiclogos, utilizando un enfo- que individual, tendern a explicar el crimen a partir de las historias de las personas implicadas y de variables individuales como los rasgos de perso- nalidad del criminal, olvidando casi totalmente algo tan importante como el contexto social en que se produce. En contraste con los dos enfoques vistos, lo especfico de la perspectiva psicosocial estriba en intentar com- prender cmo la gente responde a las situaciones sociales inmediatas, con- siderando, por ejemplo, cmo la sociedad y los procesos macrosociales fue- ron formando a la persona concreta y sus rasgos caractersticos, qu situaciones interpersonales producen frustracin, lo que llevar a la con- ducta agresiva, pero tambin por qu en unas culturas la frustracin produce agresin y en otras no. La explicacin de la conducta social est en la interaccin del individuo con su ambiente, particularmente con su ambiente social, dado que, como escribe Barriga (1993, pg. 41), ni lo psi- colgico se explica sin lo social, ni ste tiene justificacin fuera de la realidad tangible de los sujetos individuales que integran una sociedad concreta. Por otra parte, no son pocos los psiclogos sociales que, aun siendo demasiado psicologistas, aminoran este psicologismo exigiendo, como hacen Cvetkovich y colaboradores (1984), que para afrontar cualquier tema psicosocial tengamos siempre en cuenta estos cinco enfoques: 1) enfoque individual (rasgos de personalidad, etc.); 2) enfoque situacional (habr que considerar tambin el ambiente fsico y el social como determinantes de la conducta social); 3) perspectiva grupal (tampoco puede dejarse de lado el grupo a que pertenece el individuo as como el lugar que ocupa y el papel que desempea dentro de l, pues todo ello influye, y de qu manera, en su conducta); 4) enfoque de la socializacin (tambin hay que tener en cuenta cmo se socializ el individuo, cmo los grandes grupos y las insti- tuciones, empezando por la familia y pasando por la clase social, el estado, Conclusin: qu es la psicologa social? 449 la religin, etc. fueron conformando la personalidad individual, pues no olvidemos que es a travs de los procesos de socializacin, a travs de la interaccin social en definitiva, como todos hemos pasado de ser el orga- nismo puramente biolgico que ramos al nacer a la persona que somos ahora); y 5) perspectiva cultural, indispensable si, como hemos dicho en repetidas ocasiones, la conducta humana est histrica y culturalmente determinada (vase Berry y cols., 1996; Smith y Bond, 1994; Bond y Smith, 1997; Peplau y Taylor, 1997). En mi opinin, esta perspectiva es particularmente interesante pues permitira conocer los lmites de las leyes del funcionamiento psicolgico (la hiptesis frustracin-agresin no parece funcionar en todas las culturas; la forma de enamorarse depende del con- texto cultural; existen importantes diferencias culturales en las emociones, en cmo nos hacemos una impresin de los dems, etc.). As, por no poner sino slo otro ejemplo, los estudios de Freud sobre el complejo de Edipo no hacan sino reflejar lo que les ocurra a sus pacientes. De hecho, como subraya el antroplogo Malinowski, los padres de familia de la Viena de los tiempos de Freud eran muy autoritarios y no era raro, pues, que las perso- nas mostrasen sentimientos contra sus padres, pero no por causas sexuales, como supona Freud. Una prueba clara de ello son los datos del propio Malinowski obtenidos entre los Trobiands, en el Pacfico Sur, donde el jefe disciplinario no era el padre sino el to, el hermano de la madre. Pues bien, examinando el contenido de los sueos de estas personas observ que diri- gan su hostilidad hacia el to, no hacia el padre. De esta manera, si el com- plejo de Edipo fuera cierto habra en todo caso que restringirlo a las socie- dades occidentales, e incluso eso sera exagerado: habra que restringirlo a las personas de clase media de la Viena de finales del siglo xix. En todo caso, el concepto que tengamos de psicologa social est estre- chamente unido al que tenemos de hombre. Y como dice Crespo (1995), las ciencias sociales, incluida la psicologa social, estn directamente vinculadas a los modelos de ser humano vigentes en las sociedades en las que estos saberes se desarrollan. En toda sociedad hay una (o varias) concepciones sobre el ser humano: quines son humanos y quines no lo son (el racismo supone la negacin del carcter de humano a quienes tienen ciertas caracte- rsticas fsicas o culturales), qu es lo que determina el comportamiento de las personas (el destino, la voluntad, la biologa, el ambiente) y, en concor- dancia con ello, qu es modificable y qu es inmutable respecto a las con- diciones humanas de existencia. Pues bien, la psicologa social est ntima- mente vinculada al modelo de ser humano propio de la modernidad. Su evolucin est ligada, consecuentemente, al desarrollo y crisis de esta idea de modernidad. De ah que hoy da necesite cambios profundos y urgentes. On;iro oi ia isicoioca sociai Si resulta difcil definir qu es la psicologa social, ms difcil an resultar concretar cul es su objeto. De hecho, hace casi veinte aos ya escriba Cartw- right (1979, pg. 90) que aunque seguimos llamando psicologa social a nues- 450 Anastasio Ovejero Bernal tra ocupacin profesional, sin embargo no estamos muy seguros de lo que la expresin significa o cules son las demarcaciones que debemos asignar al campo. No resulta fcil, pues, concretar el objeto de la psicologa social. Con mucha frecuencia se dice que es la interaccin social, con lo que estoy total- mente de acuerdo, ya que es la interaccin social la que articula las relaciones entre el individuo y la sociedad, entre lo subjetivo y lo social o cultural. Sin embargo, el problema estriba en qu entendamos por interaccin social. La interaccin social no es un objeto, no es algo que encontremos ah fuera, en la realidad, como algo no problemtico, que espera que desentraemos su dinmica. La interaccin social no es un objeto en el sentido habitual del trmino, como una cosa, una parcela de la realidad, acotada de modo ms o menos preciso, con fronteras que supuestamente la separan de otras facetas de la realidad a cuyo estudio se dedicaran otras disciplinas. En realidad, la interaccin social es un concepto que utilizamos, tanto en las ciencias sociales como en la vida cotidiana, para entender algunas facetas de la vida social y, como tal concepto, es una herramienta susceptible de ser entendida de muy diversas formas. La interaccin social es, pues, un objeto de estudio tericamente construido. El concepto de interaccin social que tenga el cientfico delimitar su objeto, tanto desde un punto de vista ontolgico, como epistemolgico y metodolgico (Crespo, 1995, pg. 107). As, para el conductismo la interaccin social no consiste sino en meros estmulos y respuestas, sin intervencin de conciencia o sujeto alguno, lo que es, a mi juicio, totalmente inadmisible. En cambio, G. H. Mead ya intent explicar la conducta intencional, que no puede ser reducida a lo meramente observable, como pretenda el conductismo. Ms recientemente, el construccionismo se centra en la actividad intencional del sujeto. As, Shotter (1980) seala que la psicologa social se debe ocupar del mundo social considerado como un mundo intencional, a diferencia de un mundo mecanicista de objetos fsicamente aislables, que caracterizara a un enfoque conductista. Muy prxima a los nuevos intereses y planteamientos de la psi- cologa social est, como subraya Crespo, la obra de Habermas, especial- mente su teora de la accin comunicativa (1987), donde vincula significati- vidad y racionalidad, lo que le permite una explicacin menos marcada por el idealismo lingstico que la que caracteriza a algunos construccionistas. Es ms, aunque venimos diciendo que es la interaccin social nuestro objeto de estudio, tambin tenemos que aadir, con Crespo, que el objeto de estudio de la psicologa social no es un objeto en el sentido habitual de este trmino, como una cosa, una parcela de la realidad, aco- tada de modo ms o menos preciso, con fronteras que supuestamente la separan de otras facetas de la realidad a cuyo estudio se dedicaran otras disciplinas. Es muy discutible que haya algn tipo de ciencias cuya deli- mitacin se haga de este modo, con una especie de criterio geopoltico. ste es un criterio acadmico, para separar campos de influencia, pero no es un criterio cientfico (Crespo, 1995, pg. 18). Conclusin: qu es la psicologa social? 451 Ms que un territorio que comparte con otras disciplinas como la socio- loga o la antropologa (la conducta agresiva, la comunicacin interperso- nal, etc.), la psicologa social puede ser considerada, y as lo ha sido a veces, como una perspectiva, que se define por la existencia de una posi- cin relacional que intenta desentraar los enigmas del comportamiento individual y colectivo a partir de la confluencia e interseccin de diversos niveles y variables que establecen entre ellas una permanente relacin de interdependencia (Blanco, 1993, pg. 19). En todo caso, las relaciones de la psicologa social con las dems ciencias sociales y humanas, sobre todo con algunas (psicologa, sociologa, antropologa, lingstica), son algo ms que meras relaciones de vecindad: se trata realmente de relaciones de cons- titucin de nuestra disciplina. Es ms, todas las ciencias humanas estn, evidentemente, en relacin las unas con las otras. Sin perjuicio de los servi- cios que puedan prestarles en reciprocidad, no hay probablemente una dis- ciplina a la que la psicologa social no haya rendido, de manera efectiva y precisa, alguna ayuda aprovechable... Las diversas ciencias humanas traba- jan sobre una materia comn, distinguindose sobre todo por sus puntos de vista (Stoetzel, 1966, pg. 31). Y es que los lmites entre la psicologa social y otras disciplinas afines son borrosas. Los actuales lmites entre dis- ciplinas son, en gran medida, la resultante de un proceso de institucionali- zacin acadmica, no necesariamente regido por exigencias de racionalidad cientfica. De esta manera, la psicologa social compartira el mismo territo- rio con otras ciencias sociales (comunicacin, comportamiento agresivo, relaciones intergrupales, liderazgo, etc.) y lo que le caracterizara sera un abordaje propio, el psicosocial. Ms en concreto, para clarificar algo ms este asunto, aun a riesgo de no ser totalmente exacto, dir que la psicolo- ga social estudiara, desde este enfoque eminentemente psicosocial, las relaciones interpersonales y el comportamiento social humano. Es decir, que frente a la psicologa que slo estudia los determinantes individuales del comportamiento humano, la psicologa social estudiara: el comporta- miento social humano, los determinantes sociales del comportamiento indi- vidual, y el comportamiento grupal (efectos de la cohesin del grupo, faci- litacin social, relaciones intergrupales, etc.), sin olvidar nunca ni el carcter intencional, propositivo y simblico del comportamiento humano, ni el origen social, cultural e histrico de tal comportamiento e incluso de la propia construccin del sujeto humano. Coxciusix Como sealaba recientemente Jorge Edwards (1997), vivimos, princi- palmente en las grandes ciudades, acelerados, sometidos a presiones incre- bles, desconcentrados, insatisfechos. Nuestro yo est saturado (Ger- gen, 1991). Los romanos de los tiempos de Claudio, Calgula o Nern, vivan en un estado de nimo bastante parecido al actual, slo comparable, como lo repeta Sneca con insistencia, a la locura. Estaban los romanos de 452 Anastasio Ovejero Bernal aquella poca, aade Edwards, atiborrados de conocimientos de todo orden, de riquezas, de posibilidades que ni siquiera haban sido vislumbra- das en pocas anteriores, pero carecan, en cambio, de la ms mnima sabi- dura. Sneca, con la fuerza contagiosa de su lenguaje, nos obliga a dete- nernos, a respirar con ms calma, a reflexionar antes de actuar. Si pretendes estar en todas partes, no estars en ninguna, nos advierte. Si aspiras a poseerlo todo, no poseers nada: sers siempre esclavo de lo que todava no posees. Y era muy moderno Sneca, o al menos muy til para los tiempos actuales, porque su poca era similar a la actual en muchos aspectos, pocas ambas de repliegue cultural as como de profunda desconfianza frente a las ideologas y a las sectas exticas. En este contexto, una de las funciones de las ciencias humanas, y por tanto tambin de la psicologa social, debera consistir en ayudar a la gente a salir de la confu- sin, al menos desvelando lo que se esconde tras las apariencias y desen- mascarando los intereses ocultos que se esconden tras los programas de investigacin cientfica y tras las aplicaciones tecnolgicas. Pues no olvide- mos que la ciencia, y en concreto la psicologa social, ha estado siempre al servicio de la industria y del ejrcito, sobre todo en los Estados Unidos, como subraya Wexler (1983), quien aade que hoy da cumple otro papel social adicional como consecuencia de la crisis del capitalismo liberal y de la reciente inestabilidad de la cultural liberal hegemnica: creacin de mtodos ideolgicos de negacin de las contradicciones sociales. Todo ello, aade Wexler, bloquea claramente el desarrollo de una psicologa social cr- tica, con lo que est sirviendo para apuntalar el sistema liberal en decaden- cia, justificando y racionalizando su contenido ideolgico. Es decir, que las ciencias humanas y sociales, particularmente la psicologa social, en lugar de aumentar nuestro conocimiento sobre el funcionamiento de la sociedad y sobre la funcionalidad para el sistema de muchos de sus errores (por ejemplo, el fenmeno del fracaso escolar), est sirviendo para aumentar y fomentar lo que Wexler llama ignorancia social sistemtica. Es decir, que en vez de servir al cambio social hacia la mejora de la sociedad, ha servido al control y a la inmovilidad social (vase Ibez, 1987). En este sentido, una de las funciones de la psicologa social debera ser no el ocultamiento, como ha ocurrido, sino el descubrimiento de lo oculto, la revelacin de que incluso la propia ciencia y las teoras psicolgicas y psicosociales estn al servicio de quienes detentan el poder. Un ejemplo claro lo tenemos en las teoras del intercambio cuando se aplican por ejemplo al campo laboral, donde evidentemente las relaciones no son de intercambio sino de explota- cin, o al campo de las relaciones tradicionales de pareja, donde tampoco existe intercambio equitativo ninguno, sino un intercambio desequilibrado en perjuicio de la mujer. Pero para ello, para hacer una psicologa social liberadora y emancipa- toria, nuestra disciplina debera cambiar de rumbo y, dejando atrs tanto los reduccionismos individualistas con los que ha ido identificndose a lo largo de este siglo, como su inters casi exclusivo por la prediccin y el control de la conducta de los individuos, tendra que incorporarse definiti- Conclusin: qu es la psicologa social? 453 vamente al campo de las ciencias sociales de donde no debi separarse nunca, pues, como dice Bergere (1996, pg. 270), el afn que manifiestan bastantes cientficos sociales, entre ellos los psiclogos sociales, por clasifi- car, etiquetar y, en definitiva, trazar las fronteras de sus territorios de cono- cimiento, con sus respectivos objetivos y teoras, contrasta con la ambige- dad definicional de las disciplinas, en particular de la psicologa social. En este ltimo caso, la ambigedad no atae solamente al contenido temtico que vara en funcin del tiempo, el espacio, el enfoque y el autor, sino que es a menudo fruto de un posicionamiento aparentemente neutral que hace suponer que la psicologa social y los psiclogos sociales estan libres de la influencia de los valores del contexto cultural, social e histrico en el que se encuentran, neutralidad que lleva consigo, la mayora de las veces, una toma de postura implcita que ha sido y sigue siendo todava una despreo- cupacin o un desinters por las dimensiones macrosociales y culturales. Y es que aunque deca Jimnez Burillo que la psicologa social es una, pero se dice de muchas maneras, yo creo ms bien que son muchas y diferentes las psicologas sociales, pero se dicen de la misma manera: psicologa social. En este sentido, no hace mucho Crespo escriba que no existen, pues, a nuestro entender, una sino varias psicologas sociales posibles, segn los presupuestos con los que se trabaje (1995, pg. 16). Y es que la psicolo- ga social ms que un territorio es un enfoque, un punto de vista desde el que contemplar y analizar la realidad social. Segn el punto de vista que aqu se mantiene, los lmites entre asig- naturas son fluidos, cuando no, a veces, arbitrarios. Admitir esta fluidez genera, en cierto modo, la inseguridad propia de quien no tiene una parcela o rincn en que moverse con absoluto dominio, pero por otra parte, supone una autntica liberacin, la liberacin de quien no tiene inconveniente en ir a buscar la informacin y las ideas all donde se generen, corresponda o no con la delimitacin disciplinaria y acadmica en la que se encuentra adscrita. El conocimiento se hace entonces una aventura liberadora de las prcticas represivas que impone la disciplina (Crespo, 1995, pg. 16). 454 Anastasio Ovejero Bernal BIBLIOGRAFA This page intentionally left blank AAVV (1971), Psicologa Poltica, Barcelona, Barral. Aniisox, R. P. (1983), Whatever became of consistency theory?, Personality and Social Psychology Bulletin, 9, 37-54. Aniaxs, D. (1991), AIDSs, What young people believe and what they do, ponencia presentada en la Conferencia de la British Association for the Advancement of Science. Aniaxsox, L. Y.; Siiicxax, M. E. P. y Tiasoaii, J. D. (1978), Learned helpless- ness in humans: Critique and reformulation, Journal of Abnormal Psychology, 87, 49-74. Aoaxs, D. (ed.) (1991), The Seville statement on violence, Preparing the ground for the constructing of peace, UNESCO. Aoaxs, J. S. (1965), Inequity in social social exchange, en L. Berkowitz (ed.), Advances in Experimental Social Psychology, vol. 2, pgs. 267-299, Nueva York, Academic Press. Aooixo, T. W.; Fiixxii-Biuxswix, E.; Livixsox, D. S. y Saxioio, R. N. (1950), The authoritarian personality, Nueva York, Harper. A;zix, I. y Fisuniix, M. (1977), Attitude-behavior relations, A theoretical analy- sis and review of empirical research, Psychological Bulletin, 84, 888-918. Ainiioxi, F. (1996), Te amo, Barcelona, Gedisa. Aiiix, V. L. y Livixi, J. M. (1968), Social support, dissent and conformity, Sociometry, 31, 138-149. (1969), Consensus and conformity, Journal of Experimental Social Psychology, 4, 389-399. Aiiix, V. L. y Wiioii, D. A. (1977), Group categorization and attribution of belief similarity, Small Group Behavior, 10, 73-80. (1980), Impact of group consensus and social support on stimulus meaning: Mediation of conformity by cognitive restructuring, Journal of Personality and Social Psychology, 39, 1116-1124. Aiiioir, F. H. (1924), Social Psychology, Boston, Houghton Mifflin. Aiiioir, G. W. (1935), Attitudes, en C. Murchison (ed.), Handbook of social psychology, Worcester, Clark University Press. (1954), The nature of prejudice, Boston, Houghton Mifflin. (1966), Social Psychology, Nueva York, Houghton Mifflin Co. (3. ed.). (1968), The historical background of modern social psychology, en G. Lind- zey y E. Aronson (eds.), The handbook of social psychology, vol. I, pgs. 1-80, Reading Mass., Addison Wesley (3. edicin, 1985). Aiiioir, G. W. y Posrxax, L. (1967), Psicologa del rumor, Buenos Aires, Psique (original, 1947). Airixi\ii, B. (1988), Enemies of freedom: Understanding right-wing authoritaria- nism, San Francisco, Jossey-Bass. (1994), Reducing prejudice in right-wing authoritarians, en M. P. Zanna y J. M. Olson (eds.), Prechology and Prejudice: The Ontario Symposium, vol. 7, pgs. 131-148. Hillsdale, NJ, Erlbaum. ivaio, J. L. (1992), Desempleo y bienestar psicolgico, Madrid, Siglo XXI. (1995), Psicologa Social: Perspectivas tericas y metodolgicas, Madrid, Siglo XXI. (1996), Psicologa social del desempleo, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 121-154. Madrid, McGraw- Hill. ivaio, J. L. y Fiasii, C. (1984), The psychological impact of unemployment in Spain, International Journal of Sociology and Social Policy, 14, 1-19. ivaio, J. L. y Maisu, C. (1993), Cultural mediation of political responses to unemployment: A comparison of Spain and the UK, International Journal of Sociology and Social Policy, 6, 13, 77-107. ivaio, J. L. y Paiz, D. (1996), Psicologa social de la salud mental, en J. L. lvaro, S. Ramrez y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 381-407, Madrid, McGraw-Hill. ivaio, J. L.; Gaiiioo, A. y Toiiiciosa, J. R. (eds.) (1996), Psicologa Social Apli- cada, Madrid, McGRaw-Hill. ivaio, J. L.; Toiiiciosa, J. R. y Gaiiioo, A. (1992), Estructura social y salud mental, en J. L. lvaro, J. R. Torregrosa y A. Garrido (eds.), Influencias socia- les y psicolgicas en la salud mental, Madrid, Siglo XXI. Axiiico, M. (1995), Satisfaccin residencial: Un anlisis psicolgico de la violencia y su entorno, Madrid, Alianza. Axoiisox, C. A. (1982), Inoculation and counter-explanation: Debiasing techni- ques in the perseverance of social theories, Social Cognition, 1, 126-139. (1989), Temperature and aggression: Abiquitous effects of heat on occurrence of human violence, Psychological Bulletin, 106, 74-96. Axoiisox, C. A.; Liiiii, M. R. y Ross, L. (1980), Perseverance of social theo- ries: The role of explanation in the persistence of discredited information, Journal of Personality and Social Psychology, 39, 1037-1049. Axoiisox, C. A. y Sicuiii, E. S. (1986), Effects of explanation and counter- explanation on the development and use of social theories, Journal of Perso- nality and Social Psychology, 50, 24-34. Axoiiiva, G. M. (1979), The development of social psychology in the URSS, en Strickland (ed.), Soviet and Western perspectives in social psychology, pgs. 57- 68, Londres, Pergamon Press. (1986), Psychologie sociale, Mosc, Editions du Progrs (original ruso, 1980). Axraxi, C. (ed.) (1988), Analysis everyday explanation: A casebook of methods, Londres, Sage. (1994), Explaining and arguing: The social organization of accounts, Londres, Sage. Axraxi, C. e xicuiz, L. (1996), Un ejercicio de anlisis de la conversacin: Posi- cionamientos en una entrevista de seleccin, en A. J. Gordo y J. L. Linaza (eds.), Psicologas, discursos y poder, pgs. 133-150, Madrid, Visor. Axroxs, K. (1986), Prctica de la dinmica de grupos, Barcelona, Herder. Axruxis, C. (1975), Tcnicas pedaggicas de la dinmica de grupo, Buenos Aires, Kapelusz. 458 Anastasio Ovejero Bernal Aiiiinaux, E. (1985a), Prolegomena for a history of social psychology: Some hypoteses concerning its emergence in the 20th Century and its raison d- tre, en K. Larsen (ed.), Dialectics and ideology in psychology, pgs. 3-15, Nor- wood, New Jersey, Ablex. (1985b), La psicologa social y sus trabas, el cmo y el por qu, Revista de Psi- cologa Social, 0, 5-12. Aiixai, C. oi (1994), Introduccin a las relaciones internacionales, Madrid, Tecnos (4. ed. rev., 1. ed. 1984). Aic\ii, M. (1990), Las relaciones sociales, en M. Hewstone y cols. (eds.), Intro- duccin a la psicologa social, Barcelona, Ariel. Aic\ii, M. (1996), The social psychology of leisure, Nueva York, Penguin Books. Aixisriao, N. (1983), La reconstruccin de la psicologa social, Barcelona, Hora (original, 1974). Aiox, A. y Aiox, E. (1989), The heart of social psychology, Lexington, M. A., Lexington Books (2. ed.). Aioxsox, E. (1969), The theory of cognitive dissonance: A current perspective, en L. Berkowitz (ed.), Advances in Experimental Social Psychology, vol. 4, pgs. 1-34, Nueva York, Academic Press. (1972), Introduccin a la Psicologa Social, Madrid, Alianza, 1979. (1990), Aplying social psychology to desegregation and energy conservation, Personality and Social Psychological Bulletin, 16, 118-132. Aioxsox, E.; Biiwii, M. y Caiisxiru, J. M. (1985), Experimentation in social psychology, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), The handbook of social psy- chology, pgs. 441-486, Nueva York, Random House. Aiiuca, A. (1974), Introduccin al test sociomtrico, Barcelona, Herder. Ascu, S. E. (1946), Forming impressions of personality, Journal of Abnormal and Social Psychology, 41, 258-290. (1951), Effects of group pressure on the modification and distortion of judge- ments, en H. Guetzkow (ed.), Groups, leadership and men, Pittsburgh, Carnegie. (1956), Studies of independence and conformity: A minority of one against a unanimous majority, Psychological Monographs, 70 (9, todo el nm. 416). (1972), Psicologa Social, Buenos Aires, Ed. Eudeba. Arxixsox, J. M. y Hiiiraci, J. (eds.) (1984), Structures of social action, Studies in conversation analysis, Cambridge, Cambridge University Press. Arriiiio, R. (1994), Environmental psychology: Principles and prospects, Aldershot, Averbury. Aviiiii, J. R. (988), Un enfoque constructivista de la emocin, en L. Mayor (ed.), Psicologa de la emocin, Valencia, Promolibro. A\israiax, S. (1996), Prlogo, en C. San Juan (ed.), Intervencin psicosocial, pgs. 9-13, Barcelona, Anthropos. Bacox, F. (1984), The advancement of learning, Oxford, Oxford University Press (trad. castellana, El avance del saber, Madrid, Alianza). Baoos, A. (1991), Hablar en pblico, Madrid, Pirmide. Ba;rix, M. (1993a), Ms all de lo social: Ensayo sobre la teora freudiana, en A. Silvestri y G. Blanck (eds.), Bajtin y Vygotski: La organizacin semitica de la conciencia, Barcelona, Anthropos (artculo original, 1925). Ba;rix, M. (1993b), Qu es el lenguaje?, en A. Silvestri y G. Blanck (eds.), Baj- tin y Vygotski: La organizacin semitica de la conciencia, Barcelona, Anthropos (artculo original, 1929). Baxcus, M. A. (1994), La psicologa social en Venezuela: Realidad y representa- cin, Anthropos, 156, 77-83. Bibliografa 459 Baxouia, A. (1974), Teora del aprendizaje social, en J. J. Torregrosa, Teora e investigacin en la psicologa social actual, pgs. 3-34, Madrid, Instituto de la Opinin Pblica. Baxouia, A. (1982), Teora del aprendizaje social, Madrid, Espasa (original, 1976). (1987), Pensamiento y accin: Fundamentos sociales, Barcelona, Martnez Roca. Baxouia, A. y Rinis, E. (1980), Modificacin de conducta: Anlisis de la agresin y la delincuencia, Mxico, Trillas. Baxouia, A.; Ross, D. y Ross, S. A. (1961), Transmission of aggression through imitation of aggression models, Journal of Abnormal and Social Psychology, 63, 575-582. Baxouia, A. y Wairiis, R. H. (1959), Adolescent aggression, Nueva York, Ronald Press. Baxouia, A. y Wairiis, R. H. (1974), Aprendizaje social y desarrollo de la perso- nalidad, Madrid, Alianza (original, 1963). Baxisrii, P.; Buixax, E.; Paixii, I.; Ta\ioi, M. y Tixoaii, C. (1994), Qualitative methods in psychology: A research guide, Buckingham, Open University Press. Baiii, Y. (1984), La societ du vide, Pars, Seuil. Baixow, J. H.; Cosxiois, L. y Toon\, J. (eds.) (1992), The adapted mind: Evolu- tionary psychology and the generation of culture, Nueva York, Oxford Univer- sity Press. Baiox, R. A. (1977), Human aggression, Nueva York, Plenum Press. Baiiica, S. (1982), Psicologa del grupo y cambio social, Barcelona, ed. Hora. (1993), El individuo en la sociedad del siglo XXI: Reflexiones sobre el cam- bio sociopoltico, Psicothema, 5 (Suplemento), 31-43. Baiiica, S.; Lix, J. M.; Mairxiz, M. F. y Jixixiz, I. F. (eds.) (1990), Psicologa de la salud: Aportaciones desde la psicologa social, Sevilla, Sedal. Baiix, A. (1996), El apoyo social, Madrid, Siglo XXI. Baiix, A. y Cuacx, F. (1992), Apoyo social percibido: Su efecto protector frente a los acontecimientos, Revista de Psicologa Social, 7, 53-60. Bai-Tai, D. (1990), Group beliefs: A conception for analyzing group structure, pro- cesses and behavior, Londres, Springer Verlag. (1994), Formacin y cambio de estereotipos tnicos y nacionales. Un modelo integrado, Psicologa Poltica, 9, 21-49. (1996), Las creencias grupales como expresin de la identidad social, en J. F. Morales y cols. (eds.), Identidad social, pgs. 255-285, Valencia, Promolibro. Bas, F. y Axoiis, V. (1996), Evaluacin de procesos y constructos psicolgicos de la depresin, en G. Buela-Casal, V. E. Caballo y J. C. Sierra (eds.), Manual de evaluacin en Psicologa Clnica y de la Salud, Madrid, Siglo XXI. Basani, N.; Paiz, D.; Usiiro, R.; Paicuiiii, H. y Discuaxis, J. C. (1996), El desafo social del SIDA, Madrid, Fundamentos. Barsox, C. D. (1987), Prosocial motivation, is it ever truly altruistic?, en L. Ber- kowitz, Advances in Experimental Social Psychology, vol. 20, Nueva York, Aca- demic Press. (1991), The altruism question: Toward a social-psychological answer, Hillsdale, NJ, Erlbaum. Barsox, C. D.; Haiiis, A. C.; McCaui, K. D.; Davis, M. y Scuxior, T. (1979), Compassion or compliance: Alternative dispositional attributions for ones helping behavior, Social Psychology Quarterly, 42, 405-409. Bauxiisrii, R. F. e Iixo, S. A. (1991), Shallow gratitude, Public and private ack- nowledgement of external hel in accounts of success, manuscrito sin publicar, Case Western Reserve University (citado en Myers, 1995). 460 Anastasio Ovejero Bernal Biaxax, A. L.; Baixis, P. J.; Kiixrz, B. y McQuiix, B. (1978), Increasing hel- ping rates throuhg information dissemination, Teaching pays, Personality and Social Psychology Bulletin, 4, 406-411. Biaxax, A. L.; Coii, C. M.; Piisrox, M.; Kiixrz, B. y Srinia\, N. M. (1983), Fifteen years of foot-in-the-door research: A meta-analysis, Personality and Social Psychology Bulletin, 9, 181-196. Biauvois, J. L. y Dunois, N. (1991), Internal/external orientations and psycholo- gical information processing, European Bulletin of Cognitive Psychology, 11, 193-212. Biauvois, J. L. y Jouii, R. V. (1996), A radical dissonance theory, Lawrence Erl- baum Associates. Bicuixi, A. (1986), El diferencial semntico, Barcelona, ed. Hispano-Europea. Bix, D. J. (1967), Self-perception: An alternative interpretation of cognitive dis- sonance phenomena, Psychological Review, 74, 183-200. Biic, P. O. (1991), Postmoderism management? From facts to fiction in theory and practice, Scandinavian Journal of Management, 5, 201-217. Biiciii, J. (1996), Psicologa social de los procesos migratorios y relaciones intergrupales, en J. L. lvaro, A. Garrido, y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 269-293, Madrid, McGraw-Hill. Biixowirz, L. (1962), Aggression: A social-psychological analysis, Nueva York, McGraw-Hill. (1968), Impulse, aggression, and the gun, Psychology Today, 18-22. (1969), The frustration-aggression hypothesis revisited, en L. Berkowtiz (ed.), Roots of aggression, Nueva York, Atherton. (1972), Social Psychology, Scott, Foresman and Co. (1978), Whatever hapenned to the frustration-aggression hypothesis?, Ameri- can Behavioral Scientists, 21, 691-708. (1981), How guns control us, Psychology Today, 11-12. (1996), Agresin. Causas, consecuencias y control, Bilbao, Descle de Brouwer. Biixowirz, L. y LiPaci, A. (1967), Seapons as aggression-eliciting stimuli, Jour- nal of Personality and Social Psychology, 7, 202-207. Biixoiz, X. (1994), Ser, o vivir, Archipilago, 18/19, 77-80. Biii\, J. W.; Sicaii, M. H. y Kacircinasi, C. (eds.) (1996), Handbook of Cross- Cultural Psychoogy, vol. 3, Social Psychology, Personality and Psychopathology, Needham, MA, Allyn and Bacon. Biiscuiio, E. (1981), An overview of the psychological effects of physical attrac- tiveness and some comments upon the psychological effects of knowledge of the effects of physical attractiveness, en W. Lucker, K. Ribbens y J. A. McNa- mera (ed.), Logicalaspects of facial form (craniofacial growth series), Ann Arbor, University of Michigan Press. Biiscuiio, E. (1985), Interpersonal attraction, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), The Handbook of social psychology, Nueva York, Random House. (1992), A glance back at a quarter Century of Social Psychology, Journal of Personality and Social Psychology, 63, 525-533. Biiscuiio, E. y Piiiau, L. A. (1983), The emerging science of relationships, en H. H. Kelley y cols. (eds.), Close relationships, Nueva York, Freeman. Biiscuiio, E.; Sx\oii, M. y Oxoro, A. M. (1989), Issues in studyng close rela- tionships, Conceptualizing and measuring closeness, en Hendrick (ed.), Review of personality and social psychology, vol. 10, Newbury Park, Ca., Sage. Birriiuiix, B. (1943), Individual and mass behavior in extreme situation, Jour- nal of Abnormal and Social Psychology, 38, 417-452. Bibliografa 461 Birriiuiix, B. y Jaxowirz, M. (1975), Cambio social y prejuicio, Mxico, FCE. Bi\xi, K. V. (1994), Teora Poltica del siglo XX, De la modernidad a la posmoder- nidad, Madrid, Alianza. Buasxai, R. (1979), The posibility of naturalism: A philosophical critique of the con- temporary human sciences, Brighton, Sussex, Harverster Press. (1987), On the poetics of social transformation and the limits of the linguistic paradigm, International Meeting, San Sebastin. Bicxxax, L. (1981), Some distinctions between basic and applied approaches, en L. Bickman (ed.), Applied Social Psychology Annual, vol. 2. Beverly Hills, Sage. Biiiuoii, H. W. y Kiiix, R. (1990), Conducta prosocial, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgi- nas 245-259. Biiii\, M. M. (1985), Prejudice toward contemporary outgroups as a generalized attitude, Journal of Applied Social Psychology, 15, 189-199. Biiixar, M. (1991), Gender stereotypes and the relationship between masculinity and feminity: A developmental analysis, Journal of Personality and Social Psy- chology, 61, 351-365. Biiiic, M. (1985), Prejudice, categorization and particularization: From a percep- tual to rhetorical approach, European Journal of Social Psychology, 15, 79-103. (1986), Thinking and arguing, Leccin inaugural, Loughborough University of Technology. (1987), Arguing and thinking: A rhetorical approach to social psychology, Cam- bridge, Cambridge University Press. (1995), Banal Nationalism, Londres, Sage. Biiowuisriii, R. L. (1979), El lenguaje de la expresin corporal, Barcelona, Gus- tavo Gili. Biaxcu, J. M. (1983), Psicologas sociales, Aproximacin histrica, Barcelona, Hora. (1990), Del viejo al nuevo paro, Un anlisis psicolgico y social, Barcelona, PPU. Biaxcu, J. M. (1996), Psicologa social del trabajo, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds), Psicologa Social Aplicada, pgs. 85-119, Madrid, McGraw-Hill. Biaxco, A. (1980), La psicologa social: Desorientacin y aplicacin a la realidad espaola, Revista Espaola de Investigacin Social, 12, 159-194. (1985), La perspectiva histrica en el estudio de los grupos, en C. Huici (ed.), Estructura y procesos de grupo, pgs. 67-106, Madrid, UNED. (1988), Cinco tradiciones en psicologa social, Madrid, Morata. (1993), Paternidades y afiliaciones en la psicologa social, Psicothema, 5 (Suplemento), 13-29. Biaxco, A. y Di ia Coiri, L. (1996), La psicologa social aplicada: Algunos matices sobre su desarrollo histrico, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 3-37. Biazii, D. G. (1982), Social support and mortality in an elderly community population, American Journal of Epidemiology, 115, 684-694. Biuxii, H. (1937), Social psychology, en E. P. Schmidt (ed.), Man and society, pgs. 144-198, Nueva York, Prentice Hall. (1982), El interaccionismo simblico: Perspectiva y mtodo, Barcelona, Hora (original, 1969). Booixuausix, G. V. (1990), Stereotypes as judgmental heuristics, Evidence of circadian variations in discrimination, Psychological Science, 1, 319-322. 462 Anastasio Ovejero Bernal Boui, N. (1988), La teora atmica y la descripcin de la naturaleza, Madrid, Alianza. Boxo, M. H. y Sxiru, P B. (1997), Cross-cultural social and organizational psy- chology, Annual Review of Psychology, 47, 205-235. Boicarra, E. (1981), The small group movement, Historical notes, American Behavioral Scientist, 24, 607-618. Boicioa, E. y Biixxi, N. (1985), Psycholegal research on rape trials, en A. W. Burgess (ed.), Rape and sexual asault: A research handbook, Nueva York, Gar- land. Boisriix, R. F. (1989), Exposure and affect: Overview and meta-analysis of rese- arch, 1968-1987, Psychological Bulletin, 106, 265-289. Bouioiiu, P. (1984), Distinction: A social critique of the judgement of taste, Lon- dres y Nueva York, Routledge. Bouiuis, R. Y. y Li\ixs, J. P. (1996), Estereotipos, discriminacin y relaciones entre grupos, Madrid, McGraw-Hill. Bowiis, J. (1991), Time, representation and power/knowledge: Towards a criti- que of cognitive science as a knowledge producing practice, Theory and Psy- chology, 4, 543-571- Bo\o, R. y Ricuiisox, P. J. (1995), Cultura y cooperacin, en R. A. Hinde y J. Groebel (1995), Cooperacin y conducta prosocial, Madrid, Visor, pgs. 41-64. Biaoac, J. J. y Wisicaivii, R. (1984), Ascribed status, lexical diversity and accent: Determinants of perceived status, solidarity and control of speech style, Journal of Language and Social Psychology, 3, 239-256. Biiux, J. W. (1956), Post-decision changes in the desirability of alternatives, Journal of Abnormal and Social Psychology, 52, 384-389. (1966), A theory of psychological reactance, Nueva York, Academic Press. Biiux, J. W. y Maxx, M. (1975), Effects of importance of freedom and attrac- tion to group members on influence produced by group pressure, Journal of Personality and Social Psychology, 31, 816-824. Biiwsrii Sxiru, M. (1983), The shaping of American Social Psychology: A per- sonal perspective from the periphery, Personality and Social Psychology Bulle- tin, 9, 165-180. Biicuax, J. C. (1986), Social Psychology, Boston, Little, Brown, and Co. Biowx, J. F. (1936), Psychology and the social order, Nueva York, McGraw-Hill. Biowx, R. (1972), Psicologa Social, Mxico, Siglo XXI (original, 1965). (1990), Relaciones integrupales, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgs. 369-394, Barcelona, Ariel. (1995), Prejudice: Its social psychology, Oxford, Blackwell. Biowx, R. y Sxiru, A. (1989), Perceptions of an by minority groups: The case of women in academia, European Journal of Social Psychology, 19, 61-75. Biuxii, J. (1991), Actos del significado: Ms all de la revolucin cognitiva, Madrid, Alianza. Biuxii, J. y Goooxax, C. C. (1947), Value as need as organizing factors in per- ception, Journal of Abnormal and Social Psychology, 43, 33-44. Bi\ax, J. H. y Test, M. A. (1967), Modelos and helping: Naturalistic stu- dies in aiding behavior, Journal of Personality and Social Psychology, 6, 400-407. Bi\xax, A. (1988), Quantity and Quality in Social Research, Londres, Unwin- Hyman. Bi\xax, A. y Buiciss, R. G. (eds.) (1994), Analyzing Qualitative Data, Londres, Routledge. Bibliografa 463 Bucira, L. (1979), Introduccin histrica a la psicologa social, Barcelona, Vicens- Vives. Buoixova, E. A. (1984), On the history of social psychology in Russia, en L. H. Strickland (eds.), Directions in Soviet Social Psychology, Nueva York, Springer-Verlag. Buii, R. (1995), Handbook of psychology in legal contexts, Chichester, Wiley. Buxci, C. (1903), Nuestra Amrica: Ensayos de psicologa social, Buenos Aires, Moen (edicin de 1911). (1904), Ensayos de psicologa social e individual, Madrid, Jarro. Buicii, J. M. y Buixs, L. (1988), The illusion of unique invulnerability and the use of effective cotraception, Personality and Social Psychology Bulletin, 14, 264-270. Busuxax, B. J. y Giix, R. G. (1990), Role of cognitive-emotional mediators and individual differences in the effects of media violence on aggression, Journal of Personality of Social Psychology, 58, 156-163. Buss, A. (1961), The psychology of aggression, Nueva York, Wiley. B\ixi, D. (1971), The attraction paradigm, Nueva York, Academic Press. Canaiio, V. E. (1991), El entrenamiento en habilidades sociales, en V. E. Caba- llo (ed.), Manual de tcnicas de terapia y modificacin de conducta, Madrid, Siglo XXI. Caccioiio, J. T.; Ciainoix, C. D.; Pirr\, R. E. y Hiisacxii, M. (1991), General framework for the study of attitude change in psychotherapy, en C. R. Snyder y D. R. Forsyth (eds.), Handbook of social and clinical psychology, Nueva York, Pergamon. Caccioiio, J. T.; Pirr\, R. E. y Moiiis, K. J. (1983), Effects of need for cogni- tion on message evaluation, recall, and persuasion, Journal of Personality and Social Psychology, 45, 805-818. Caxiniii, D. T. (1957), Factors relevant to validity of experiments in social set- tings, Psychological Bulletin, 54, 297-312. (1975), On the conflict between biological and social evolution and between psychology and oral tradition, American Psychologist, 30, 1103-1126. Caxiniii, D. T. y Sraxii\, J. (1963), Diseos experimentales y cuasiexperimentales en la investigacin social, Buenos Aires, Amorrortu, 1982. Caxro, J. M. (1994), Psicologa social e influencia, Archidota (Mlaga), Aljibe. (1995), Modelos tericos de la persuasin, en L. Gmez y J. M. Canto, Psico- loga Social, pgs. 93-106, Madrid, Eudema. Caiiii, C. L. y Guriinocx, T. M. (1992), Visible colleges: The social and con- ceptual structure of sociology specialities, American Sociological Review, 57, 266-273. Caiiiiii, P. y Suiiii, P. D. (1991), The mising role of context in OB: The need for a mesolevel approach, Research Organizational Behavior, 13, 55-110. Caianaxa, J. y Laxo oe Esiixosa, E. (1978), La teora social del interaccionismo simblico: Anlisis y valoracin crtica, Revista Espaola de Investigaciones Sociolgicos, 1, 159-203. Caiii, L. L.; Coiuxno, J.; Dowiixc, S.; Kuiis, M. y Mixaica, C. (1990), Victim derogation as a function of hindsight and cognitive bolstering, ponencia presen- tada en la Convencin de la American Psychological Association. Caiii, L. L. y Lioxaio, J. B. (1989), The effects of hindsight of victim deroga- tion, Journal of Social and Clinical Psychology, 8, 331-343. Caiisxirh, J. M. y Gioss, A. E. (1969), Some effects of guilt on compliance, Journal of Personality and Social Psychology, 11, 240-244. 464 Anastasio Ovejero Bernal Caiisox, J. y Hariiiid, E. (1992), The psychology of emotion, Forth Worth, TX, Holt, Rinehart and Winston. Caixivaii, P. J. y Piuirr, D. G. (1992), Negotiation and mediation, Annual Review of Psychology, 43, 531-582. Cairwiicut, D. (1979), Contemporary social psychology in historical perspec- tive, Social Psychology Quarterly, 42, 82-93. Casas, F. y Cooixa, N. (1997), Infancia, adolescencia y ocio: Una experiencia comunitaria afrontando la exclusin social, en A. Martn (ed.), Psicologa Comunitaria, Fundamentos y aplicaciones, Madrid, Visor. Cassii, J. (1976), The contribution of the social environment to host resistance, American Journal of Epidemiology, 104, 107-123. Casrio, R. de (1997), Psicologa ambiental y conservacin del entorno: Retos y espacios de intervencin, Papeles del Psiclogo, 67, 39-43. Cuaiaxis, N. P. y Cuaiaxis, A. (1964), Cognitive dissonance: Five years later, Psychological Bulletin, 61, 1-22. Cuaioix, T. de (1965), El fenmeno humano, Madrid, Taurus. Cuiii\, F. (1995), The subborn particulars of social psychology: Essays on the research process, Londres, Routledge. Cuiisrii, R. y Giis, F. (1970), Studies in Machiavellianism, Nueva York, Academic Press. Ciaioixi, R. B. (1990), Influencia: Ciencia y prctica, Madrid, Prodilu. (1991), Altruism or egoism? That is (still) the question, Psychological Inquiry, 2, 124-126. (1995), Principles and techniques of social influence, en A. Tesser (ed.), Advanced Social Psychology, Nueva York, McGraw-Hill. Ciaioixi, R. B.; Boioix, R. J.; Tuoixi, A.; Waixii, M. R.; Fiiixax, S. y Sioax, L. R. (1976), Basking in reflected glory: Three (football) field studies, Jour- nal of Personality and Social Psychology, 39, 406-415. Ciaioixi, R. B.; Caccioiio, J. T.; Bassirr, R. y Miiiii, J. A. (1978), Low-ball procedure for producing compliance: Commitment then cost, Journal of Per- sonality and Social Psychology, 36, 463-476. Ciaioixi, R. B. e Ixsxo, Ch. (1980), El reforzamiento verbal de la actitud como una funcin de la consistencia de la informacin, Una prueba adicional de la teora de los dos factores, en Ch. Insko y A. Schopler, Psicologa Social, pgs. 65-79, Mxico, Trillas (original, 1969). Ciaioixi, R. B. y Scuioioii, D. A. (1976), Increasing compliance by legitimizing paltry contributions, when even a penny helps, Journal of Personality and Social Psychology, 34, 599-604. Ciaioixi, R. B.; Vixcixr, J. E.; Liwis, S. K.; Caraiax, J.; Wuiiiii, D. y Dainy, B. L. (1975), Reciprocal consessions procedure for inducing com- pliance: The door-in-the-face technique, Journal of Personality and Social Psy- chology, 31, 206-215. Ciiiciiaxo, G. F. J. y Viiiaviioi, A. (1966), Dinmica de grupos y educacin, Bue- nos Aires, Humanitas. Ciaix, K. y Ciaix, M. (1947), Racial identification and preference in Negro chil- dren, en T. M. Newcomb y E. L. Hartley (eds.), Readings in social psychology, Nueva York, Holt. Ciaix, M. S. (1991), Prosocial behavior, Newbury Park, CA, Sage. Ciixax, J. F.; Biaxi, R. R. y Mourox, J. S. (1958), Task difficulty and conformity pressures, Journal of Abnormal and Social Psychology, 57, 120-122. Ciixixri, M. (ed.) (1995), Fundamentos de Psicologa Jurdica, Madrid, Pirmide. Bibliografa 465 Ciixixri, M. y Mairx, A. M. (1990), Las agendas ocultas de la psicologa jur- dica, II Congreso Nacional de Psicologa Social: Libro de Ponencias, pgs. 100- 116, Santiago, Trculo. Ciiiioio, M. M. y Waisrii, E. H. (1973), The effect of physical attractiveness on teacher expectation, Sociology of Education, 46, 248-258. Cooixa, N. (1996), Infancia y autodireccin del comportamiento en el ocio, Revista Infancia, 36, 2-3. Couix, C. E. (1977), Cognitive basis of stereotyping, comunicacin presentada en la Reunin Anual de la American Psychological Society, San Francisco. Couix, B.; Waucu, G. y Piaci, K. (1989), At the movies: An unobtrusive study of arousal attraction, Journal of Social Psychology, 129, 691-693. Coiiiii, G.; Mixrox, H. L. y Ri\xoios, G. (1996), Escenarios y tendencias de la psicologa social, Madrid, Tecnos (original, 1991). Coox, K. S. y Howaio, J. A. (1992), Recent theoretical advances and social psy- chology: Progress and promises, Social Psychology Quartely, 55, 87-93. Coox, T. D. y Riicuaior, Ch. S. (1986), Mtodos cualitativos y cuantitativos en investigacin evaluativa, Madrid, Morata (original, 1982). Cooii\, C. H. (1956), Human nature and the social order, Nueva York, Free Press. Cooiii, J. y Cio\ii, R. T. (1984), Attitudes and attitude change, Annual Review of Psychology, 35, 395-426. Coixiiius, R. R. (1991), Gregorio Marans two-factor theory of emotion, Per- sonality and Social Psychology Bulletin, 17, 65-69. Coiiaci, J. (1980), Les communications non verbales, Pars, P.U.F. Coiiaiiza, J. A. (1997), La Psicologa Ambiental y los problemas medioambien- tales, Papeles del Psiclogo, 67, 26-30. Coiiaiiza, J. A. y Giixairx, M. A. (1996), Psicologa Social Ambiental: Ideas y contextos de intervencin, en J. L. lvaro, S. Ramrez y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 409-428, Madrid, McGraw-Hill. Couiox, A. (1988), La etnometodologa, Madrid, Ctedra (original, 1987). Cousixs, N. (1989), Head furst: The biology of hope, Nueva York, Dutton. Ciaxo, W. D. y Biiwii, M. (1973), Fundamentos de la investigacin en psicologa social, Mxico, El Manual Moderno (original ingls, 1973). Cioxo, W. D. y Biiwii, M. (1986), Principles and methods of social research, Bos- ton, Allyn and Bacon. Ciawioio, M. (1995), Talking difference: On gender and language, Londres, Sage. Ciisio, E. (1991), Lenguaje y accin: El anlisis del discurso, Interaccin Social, 1, 89-101. (1993), De la percepcin a la lectura: El conocimiento como prctica social, Psicothema, 5 (Suplemento), 83-90. (1995), Introduccin a la psicologa social, Madrid, Editorial Universitas. Ciocxii, J. y Luuraxix, R. (1990), Collective self-esteem and ingroup bias, Journal of Personality and Social Psychology, 58, 60-67. Ciocxii, J. y McGiaw, K. M. (1984), Whats good for the goose is not good for the gender: Solo status as an obstacle to occupational achievement for males and females, American Behavioral Scientist, 27, 357-370. Cioxnacu, L. J. (1981), Las dos disciplinas de la psicologa cientfica, en F. Alvira, M. D. Avia, R. Calvo y J. F. Morales, Los dos mtodos de las ciencias sociales, Madrid, C.I.S. Ciosn\, F.; Bioxii\, S. y Saxi, L. (1980), Recent unobstrusive studies of black and white discrimination and prejudice: A literature review: Psychological Bulletin, 87, 546-563. 466 Anastasio Ovejero Bernal Ciurcuiiiio, R. S. (1955), Conformity and character, American Psychologist, 10, 191-198. Cuiris, J. H. (1962), Psicologa Social, Barcelona, Ed. Martnez Roca. Cvirxivicu, S. R. (1984), Social psychology: Contemporary perspectives on people, Nueva York, Holt, Rinehart and Winston. Daxx, G.; Nasu, D. y Piaici, P. (1988), Methodology in tourism research, Annals of Tourism Research, 15, 1-28. Daxzicii, K. (1997), Naming the mind: How psychology found its language, Lon- dres, Sage. Daiii\, J. M. y Barsox, C. D. (1973), From Jerusalem to Jericho: A study of situational and dispositional variables in helping behavior, Journal of Persona- lity and Social Psychology, 27, 100-108. Daiii\, J. M. y Laraxi, B. (1968), Bystander intervention in emergencies: Diffu- sion of responsability, Journal of Personality and Social Psychology, 8, 377-383. Daiiixcrox, R. B. y Macxii, C. F. (1966), Displacement of guilt-produced altruistic behavior, Journal of Personality and Social Psychology, 4, 442-443. Daviis, G.; Lio\o-Bosrocx, S.; McMuiiax, M. y Wiisox, C. (eds.) (1996), Psy- chology, Law, and Criminal Justice, Berln, Walter de Gruyter. Dawxixs, R. (1976), The selfish gene, Oxford, Oxford University Press (existe tra- duccin castellana, El gen egosta, Barcelona, Labor; y en ingls una edicin revisada, 1989). Diax, A. y Lix, N. (1977), The stress-buffering role of social support: Problems and prospects for systematic investigation, Journal of Nervous and Mental disease, 165, 403-417. Diaux, K. y Wiicursxax, L. S. (1984), Social Psychology in the 80, Monterey, Calif., Broks/Cole Publishing Co. Diuisa, G. de la (1995), Ciencia y racismo, Claves de Razn Prctica, 57, 52-61. Diiciaux, I. (1985), El mtodo, en J. F. Morales (ed.), Metodologa y teora de la psicologa, pgs. 57-76. Madrid, UNED. Di Lix, P. H.; Fiaxx, R. G. y Wiooixc, D. (1995), Health psychology and public policy: The political process, Health Psychology, 14, 493-499. Diiiuii, D. (1972), La psicologa: Mito cientfico, Barcelona, Anagrama. Dixzix, N. K. (1970), The methodologies of symbolic interaction: A critical review of research technique, en Stone and Farberman (eds.), Social Psycho- logy through symbolic interaction, Walham, Mass., Serox College Publish. Dixzix, N. K. y Lixcoix, Y. S. (eds.) (1994), Handbook of Qualitative Research, Londres, Sage. Di Pai, P. (1996), El Tribunal del Jurado desde la Psicologa Social, Madrid, Siglo XXI. Di Pauio, B. M.; Kixx\, D. A.; Hoovii, C. W.; Winn, W. y Oiivii, P. V. (1987), Accuracy of person perception: Do people know what kinds of impressions they convey?, Journal of Personality and Social Psychology, 52, 303-315. Discuaxis, J. C. y Divos, T. (1996), Relaciones entre identidad social e identi- dad personal, en J. F. Moiaiis y cols. (eds.), Identidad social, pgs. 39-55. Valencia, Promolibro. Disioicis, D. M.; Loio, C. G.; Raxsi\, S. L.; Masox, J. A.; Vax Liuwix, M. D. y cols. (1991), Effects of structured cooperative contact on changing negative attitudes toward stigmatized social groups, Journal of Personality and Social Psychology, 60, 531-544. Diurscu, M. (1983), Qu es la Psicologa Poltica?, Revista Internacional de Ciencias Sociales, 2, 239-256. Bibliografa 467 Diurscu, M. y Coiiixs, M. M. (1951), Interracial housing: A psychological evalua- tion of a social experiment, Minneapolis, University of Minnesota Press. Diurscu, M. y Giiaio, H. B. (1955), A study of normative and informational influence upon individual judgmente, Journal of Abnormal and Social Psycho- logy, 51, 629-636. Diurscu, M. y Kiauss, R. M. (1970), Teoras en psicologa social, Buenos Aires, Paids. Diurscu, F. M. (1990), Status, sex, and smiling: The effect of role on smiling in men and women, Personality and Social Psychology Bulletin, 16, 531-540. Divixi, P. G. (1995), Prejudice and outgroup perception, en A. Tesser (ed.), Advances Social Psychology, pgs. 467-524, Nueva York, Mc Graw-Hill. Daz, P. y Liciias, D. (1996), La creacin de empleo y la mejora de la compe- tencia, El Pas, 7 de mayo, pg. 56. Diixii, E. y Waiinox, M. (1976), Effects of self-awareness on antinormative behavior, Journal of Research in Personality, 10, 107-111. Diiiaio, J. P.; Huxrii, J. E. y Buicoox, M. (1984), Sequential-request persua- sive strategies: Metaanalysis of foot-in-the-door and door-in-the-face, Human Communication Research, 10, 461-488. Diirui\, W. (1883), Introduccin a las ciencias del espritu, Mxico, FCE, 1949. DiMarrio, M. R. (1979), A social psychological analysis of patient-physician rap- port: Toward a science of the art of medicine, Journal of Social Issues, 35, 34- 59. Diox, K. L. y Diox, K. K. (1973), Correlates of romantic love, Journal of Con- sulting and Clinical Psychology, 41, 51-56. (1988), Romantic love, Individual and cultural perspectives, en R. J. Stern- berg y M. L. Barnes (eds.), The psychology of love, New Haven, Conn., Yale University Press. Diox, K. L.; Biiscuiio, E. y Waisrii, E. H. (1972), What is beautiful is good, Journal of Personality and Social Psychology, 24, 285-290. Di Tioccuio, F. (1995), Las mentiras de la ciencia: Por qu y cmo engaan los cientficos?, Madrid, Alianza (original, 1993). Donsox, A. (1997), Pensamiento poltico verde: Una nueva ideologa para el siglo XXI, Barcelona, Paids. Doisi, W. (1980), Levels of explanation in the European Journal of Social Psy- chology, European Journal of Social Psychology, 10, 213-231. (1982), Lexplication en Psychologie Sociale, Pars, PUF. (1992), Tensiones y explicaciones en psicologa social experimental, en D. Pez y cols. (eds.), Teora y mtodo en psicologa social, pgs. 66-106, Bar- celona, Anthropos. Doisi, W.; Discuaxis, J. C. y Mucx\, G. (1980), Psicologa Social, Barcelona, Ed. Hispano-Europea. Doiiaio, J.; Doon, L.; Miiiii, N. E.; Mowiii, O. H. y Siais, R. R. (1939), Frus- tration and agression, New Haven, Yale University Press. Doxs, M. y Vax Aviixair, E. (1982), The conformity effect: A timeless pheno- menon, Bulletin of the British Society, 35, 383-385. Doxs, M. y Moscovici, S. (1985), Innovacin e influencia de las minoras, en S. Moscovici Psicologa Social, pgs. 71-116, Barcelona, Paids. Doon, L. (1947), The behavior of attitudes, Psychological Review, 54, 135-156. Dor\, R. M.; Piriisox, B. E. y Wixrii, D. G. (1991), Threat and authoritaria- nism in the United States, 1978-1987, Journal of Personality and Social Psy- chology, 61, 629-640. 468 Anastasio Ovejero Bernal Dovioio, J. F. (1991), The empathy-altruism hypothesis: Paradigm and promise, Psychological Inquiry, 2, 126-128. Diiscoii, R.; Davis, K. E. y Liiirz, M. E. (1974), Parental interference and romantic love, Journal of Personality and Social Psychology, 24, 1-10. Dun\, G. y Piiior, M. (eds.) (1994), Historia de las mujeres, 5 vols. Barcelona, Crculo de Lectores. Duxcax, B. (1976), Differential perception and attribution of intergroup vio- lence, Journal of Personality and Social Psychology, 34, 590-598. Duxioi, J. (1993), Lessons from Environmental Education in industrialised coun- tries, en H. Schneider (ed.), Environmental Education: An approach to sustai- nable development, Pars, OECD. Duiuy, J. P. y Roniir, J. (1979), La traicin de la opulencia, Barcelona, Gedisa. Duixix, K. (1990), La naturaleza social del desarrollo social, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgs. 54-72, Barcelona, Ariel. Durrox, D. G. y Aiox, A. P. (1974), Some evidence for heightened sexual attrac- tion under conditions of high anxiety, Journal of Personality and Social Psy- chology, 30, 510-517. (1989), Romantic attraction and generalized liking for others who are sources of conflict-based arousal, Canadian Journal of Behavioural Science, 21, 246- 257. Eaci\, A. H. (1992), Uneven progress, Social Psychology and the study of attitu- des, Journal of Personality and Social Psychology, 63, 693-710. Eaci\, A. H. y Cuaixix, S. (1993), The psychology of attitudes, Nueva York, Har- court Brace Jovanovich. Eaci\, A. H. y Ciowii\, M. (1986), Gender and helping behavior: A meta-analy- tic review of the social psychological literature, Psychological Bulletin, 100, 283-308. Eaciy, A. H. y Hixxiiiain, S. (1978), Attitudes and Opinions, Annual Review of Psychology, 29, 517-554. Eniiii, T. S. (1993), Social psychology and the sociology of knowledge, Revista de Psicologa Social, 8, 5-13. Ecuivaiia, A. (1991), Psicologa social sociocognitiva, Bilbao, Descle de Brouwer. Ecuivaiia, A.; Gaiaicoioonii, M. T.; Goxzaiiz, J. L. y Viiiaiiiai, M. (1995), Psicologa Social del prejuicio y del racismo, Madrid, CEURA. Ecuinaiia, A. y Paiz, D. (1989), Emociones: Perspectivas psicosociales, Madrid, Fundamentos. Eowaios, A. L. y Kiiiariicx, F. P. (1978), Una tcnica para elaborar escalas de actitudes, en G. Summers, Medicin de actitudes, pgs. 262-271, Mxico, Tri- llas (original, 1948). Eowaios, D. (1996), Discourse and cognition, Londres, Sage. Eowaios, D. y Porrii, J. (1992), Discursive psychology, Londres, Sage. Eowaios, J. (1997), El buen uso de Sneca, El Pas, Sbado 22 de marzo de 1997 (Suplemento cultural Babelia). Eiiax, M. G. (1974), The effect of physical apprearance on the judgment of guilt, interpersonal attraction, and severity of recommended punishment in a simulated jury task, Journal of Research in Personality, 8, 45-54. Eisixniic, N.; Fanis, R. A.; Scuaiiii, M.; Miiiii, P.; Caiio, G.; Pouiix, R.; Suia, C. y Suiii, R. (1991), Personality and socialization correlates of vica- rious emotional responding, Journal of Personality and Social Psychology, 61, 459-470. Bibliografa 469 Eisixniic, P. y Lazaisiiio, P. (1938), The psychological effects of unemploy- ment, Psychological Bulletin, 35, 358-390. Exxax, P. (1992), An argument for basic emotions, Cognition and Emotion, 6, 169-200). Exxax, P. y Daviosox, R. (eds.) (1994), Fundamental questions about emotions, Nueva York, Oxford University Press. Exxax, P. y Fiiisix, W. V. (1969), The repertoire of non verbal behavior, Semitica, 1, 49-98. Eiiswoiru, P. C.; Caiisxiru, J. M. y Hixsox, A. (1972), The stare as stimulus to flight in human subjects, Journal of Personality and Social Psychology, 212, 302-311. Exxis, J. G. (1992), The social organization of sociological knowledge: Modeling the intersection of specialities, American Sociological Review, 57, 259-265. Euiiicu, D.; Gurrxax, I.; Scuoxnacu, P. y Miiis, J. (1957), Post-decision expo- sure to relevant information, Journal of Abnormal and Social Psychology, 54, 98-102. Eiox, L. D. (1987), The development of aggressive behavior from the perspective of a developing behaviorism, American Psychologist, 42, 425-442. Eiox, L. D. y Huisxaxx, L. R. (1980), Adolescent aggression and television, Annals of the New York Academy of Sciences, 347, 319-331. Eiox, L. D. y Huisxaxx, L. R. (1984), The control of aggressive behavior by changes in attitudes, values, and the conditions of learning, en R. J. Blanchard y C. Blanchard (eds.), Advances in the study of aggression, vol. 1, Orlando, Fla, Academic Press. Eiox, L. D. y Huisxaxx, L. R. (1985), The role of television in the development of prosocial and antisocial behavior, en D. Olweus, M. Radke-Yarrow y J. Block (eds.), Development of antisocial and prosocial behavior, Orlando, Fla, Academic Press. Eiox, L. D.; Waioii, L. O. y Liixowirz, M. M. (1971), Learning of aggression in children, Boston, Little Brown. Faii, R. M. (1986), Las representaciones sociales, en S. Moscovici (ed.), Psico- loga Social, vol. 2, pgs. 495-506, Barcelona, Paids. Faii, R. (1991), The long past and the sort history of social psychology, Euro- pean Journal of Social Psychology, 21, 371-380. (1996), The roots of modern social psychology, Oxford, Blackwell. Faiiixcrox, D. P. (1996), Psychosocial influences on the development of antiso- cial personality, en G. Davies, S. Lloyd-Bostock, M. McMurran y C. Wilson (eds.), Psychology, Law and Criminal Justice, Berln, Walter de Gruyter. Faucuiux, C. (1976), Cross-cultural research in Experimental Social Psychology, European Journal of Social Psychology, 6, 269-322. Faucuiux, C. y Moscovici, S. (1967), Le style de comportement dune minorit et son influence sur les rponses dune majorit, Bulletin du CERP, 16, 337- 360. Fazio, R. H.; Zaxxa, M. P. y Cooiir, J. (1977), Dissonance and self-perception, An integrative view of each theorys proper domain of application, Journal of Experimental Social Psychology, 13, 464-479. Fiiiianixo, I. y Fiiiianixo, R. (1968), Conflict, crisis, and collision: A study of international stability, Psychology Today, 26-32 y 69-70. (1972), Systemic conditions of political aggression: An application of frustra- tion-aggresion theory, en I. K. Reierabend, R. L. Feierabend y T. R. Gurr (eds.), Anger, violence, and politics, Theories and research, Englewood Cliffs, NJ, Prentice Hall. 470 Anastasio Ovejero Bernal Fiixcoio, A. (1990), Gender differences in effects of physical attractiveness on romantic attraction: A comparison across five research paradigms, Journal of Personality and Social Psychology, 59, 981-993. Fiixcoio, A. (1991), Sex differences in the effects of similarity and physical attractiveness on opposite-sex attraction, Basic and Applied Social Psychology, 12, 357-367. Fiixaxoiz oii Vaiii, J. (1996), Evaluacin ecopsicolgica de los estilos de vida, en G. Buela-Cassal, V. E. Caballo y J. C. Sierra (eds.), Manual de eva- luacin en Psicologa Clnica y de la Salud, Madrid, Siglo XXI. Fiixaxoiz Dois, J. M. (1980), Obediencia institucional en el laboratorio, Estu- dios de Psicologa, 2, 56-63. (1990), Patrones para el diseo de la psicologa social, Madrid, Morata. (1992), On the concept of emotion: A methodological proposal, Revista de Psicologa Social, 7, 125-134. (1994), Emociones, en J. F. Morales y cols., Psicologa Social, cap. 12. Ma- drid, McGraw-Hill. Fiixaxoiz-Raxaoa, A. (1995), Los muchos rostros de la ciencia, Oviedo, Nobel. Fiiiarii Moia, J. (1976), Diccionario de filosofa abreviado, Barcelona, Edhasa. Fisunacu, N. y Fisunacu, S. (1982), Empathy training and the regulation of aggresion: Potentialities and limitations, Academic Psychology Bulletin, 4, 399- 413. Fisunacu, S. y Zacioozxa, J. (eds.) (1997), Aggression: Biological, developmental, and social perspectives, Nueva York, Plenum Publishing Corporation. Fisrixcii, L. (1950), Informal social communication, Psychological Review, 57, 271-282. (1953), An analysis of compliant behavior, en Sherif y Wilson (eds.), Group relations at the crossroads, Nueva York, Harper. (1954), A theory of social comparison processes, Human Relations, 7, 117- 140. (1975), Teora de la disonancia cognoscitiva, Madrid, Instituto de la Opinin Pblica (original, 1957). (1980), Looking backward, en L. Festinger (ed.), Retrospections on Social Psychology, pgs. 236-254, Nueva York, Oxford University Press. (1983), The human legacy, Nueva York, Columbia University Press. Fisrixcir, L. y Caiisxiru, J. M. (1959), Cognitive consequences of forced com- pliance, Journal of Abnormal and Social Psychology, 58, 203-210. Fisrixcii, L.; Riicxix, H. y Scuacurii, S. (1956), When prophecy fails, Monnea- plis, University of Minessota Press. Fisrixcii, L.; Scuacurii, S. y Bacx, K. (1950), Social pressures in informal groups: A study of human factors in housing, Nueva York, Harper and Bros. Firiianixo, P. K. (1976), Against Method, Nueva York, Humanities Press. Fuaxii, G. y Haxi, M. (1979), Seat belts, Opinion effects of law-induced use, Journal of Applied Psychology, 64, 205-212. Fiioiii, K. (1991), The tricky nature of skewed frequency tables: An information loss account of distinctiveness-bassed illusory correlations, Journal of Persona- lity and Social Psychology, 60, 24-36. Fisu, R. y Daxiii, H. D. (1982), Research and publication trends in Experimen- tal Social Psychology, 1971-1980, European Journal of Social Psychology, 12, 395-412. Fisuniin, M. y A;zix, I. (1975), Belief, attitude, intention, and behavior: An intro- duction to theory and research, Reading, Mass., Addison-Wesley. Bibliografa 471 Fisuii, S. y Lunix, A. (1958), Distance as a determinat or influence in a two-per- son social interaction situation, Journal of Abnormal and Social Psychology, 56, 230-238. Fisxi, S. T. (1992), Thinking is for doing: Portraits of social cognition from daguerrotype to laserphoto, Journal of Personality and Social Psychology, 63, 877-889. (1993), Social cognition and social perception, Annual Review of Psychology, 44, 155-194. Fisxi, S. T. y Ruscuii, J. B. (1993), Negative interdependence and prejudice, Whence the affect?, en D. M. Mackie y D. L. Hamilton (eds.), Affect, cogni- tion, and stereotyping, Interactive processes in group perception, San Diego, CA, Academic Press. Fisxi, S. Y. y Ta\ior, S. E. (1991), Social Cognition, Nueva York, McGraw-Hill. Fiaxixr, C. (1959a), Ambigit du stimulus, incertitude de la rponse et preces- sus dinfluence sociale, Anne Psychologique, 59, 73-91. (1959b), Modle stratgique des processus dinfluence sociale sur les juge- ments perceptivs, Psychologie Franaise, 4, 91-101. Fiax, J. (1987), Postmodernism and gender relationships in feminist theory, Signs, 12, 621-643. Foa, E. B. y Foa, U. G. (1980), Resource theory: Interpersonal behavior as exchange, en K. J. Gergen (ed.), Social exchange: Advances in theory and rese- arch, pgs. 77-94, Nueva York, Plenum Press. Foxra, E. (1995), El tiempo libre y la infancia, La intervencin preventiva en situa- ciones de riesgo psicosocial, Tesis Doctoral, Barcelona, Universidad de Barce- lona. Foicas, J. P. (1992), Affect and social perception, Research evidence and integra- tive theory, European Review of Social Psychology, 3, 183-223. Foicas, J. P. y Mo\iax, S. J. (1987), After the movies: The effects of transient mood states on social judgements, Personality and Social Psychology Bulletin, 13, 478-489. Foucauir, M. (1978), Historia de la sexualidad, Madrid, Siglo XXI (original, 1976). (1988), La arqueologa del saber, Mxico, Siglo XXI (original, 1969). Fiaxcis, J. (1979), Sex differences in nonverbal behavior, Sex Roles, 5, 519-535. Fiaxx, J. (1982), Therapeutic components shared by all psychotherapies, en J. H. Harvey y M. M. Parks (eds.), The master lecture series, vol. 1. Psychothe- rapy research and behavior change, Washington, DC, American Psychological Association. Fiaxx, M. G. y Giiovicu, T. (1988), The dark side of self and social perception: Black uniforms and aggression in professional sports, Journal of Personality and Social Psychology, 54, 74-85. Fiiioxax, J. L. (1988), Television violence and aggression: What the evidence shows, en S. Oskamp (ed.), Television as a social issue: Applied social psycho- logy annual, vol. 8, Newbury Park, CA, Sage. Fiiioxax, J. L. y Fiasii, S. (1966), The foot in the door technique, Journal of Personality and Social Psychology, 4, 195-202. Fiiioxax, J. L.; Waiiixcioio, S. y Biiss, E. (1967), Compliance without pressure: The effect of guilt, Journal of Personality and Social Psychology, 7, 117-124. Fiiizi, I. H.; Oisox, J. E. y Russiii, J. (1991), Attractiveness and income for men and women in management, Journal of Applied Social Psychology, 21, 1039-1057. 472 Anastasio Ovejero Bernal Fioxx, E. (1941), El miedo a la libertad, Buenos Aires, Paids, 1976. Fuiiris, A. (1993), Enamoramiento y amor en la adolescencia y la vida adulta, en M. J. Ortiz y S. Yrnoz (eds.), Teora del apego y relaciones afectivas, Bilbao, Servicio Editorial de la Universidad del Pas Vasco. Fuirz, J.; Barsox, C. D.; Foirixnacu, V. A., McCairu\, P. M. y Vaixi\, L. L. (1986), Social evaluation and the empathy-altruism hypothesis, Journal of Personality and Social Psychology, 50, 761-769. Fuirz, J. y Ciaioixi, R. B. (1995), Determinantes situacionales y de personalidad de la cantidad y la calidad de la ayuda, en R. A. Hinde y J. Groebel (1995), Cooperacin y conducta prosocial, Madrid, Visor, pgs. 157-168. Fuiir, F. (1995), El pasado de una ilusin: Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, Mxico, F.C.E. Fuixuax, A. y Guxrii, B. (1984), Just world beliefs and attitudes towards the poor, British Journal of Social Psychology, 23, 265-269. Gaiirxii, S. L.; Maxx, J. A.; Dovioio, J. F.; Muiiiii, A. J., y Poxaii, M. (1990), How does cooperation reduce intergroup bias?, Journal of Personality and Social Psychology, 59, 692-704. Gaica, J. (1995), Los prejuicios del interaccionismo: Espacio, modernidad y ambivalencia, Revista Espaola de Investigaciones Sociolgicas, 71/72, 201-223. Gaica, Caivo, A. (1994), Progreso por ferrocarril, regreso por carretera, Archi- pilago, 18/19, 43-50. Gaica Misicuii, A. (1984), Lenguaje y discriminacin sexual, Barcelona, ed. Montesinos. Gaica Miia, R. (1997), Evaluacin ambiental y psicologa, Papeles del Psic- logo, 67, 44-48. Gaica Miia, R.; Sanucioo, J. M. y Aici, C. (1996), Evaluacin de la calidad ambiental urbana, Revista de Psicologa Social, 11, 235-252. Gaiiixxii, H. (1964), Studies of the routine grounds of everyday activities, Social Problems, 11, 225-250. Gaiiioo, A. (1992), Consecuencias psicosociales de las transiciones de los jvenes a la vida activa, Madrid, Editorial Complutense. Gaiiioo, E. (1982), La psicologa social, cronista cientfico, Revista de Psicolo- ga General y Aplicada, 37, 569-583. (1993), La psicologa de las sentencias judiciales en delitos sexuales, en M. Garca (ed.), Psicologa social aplicada en los procesos jurdicos y polticos, pgs. 15-31, Sevilla, Eudema. Gaiiioo, E. y Hiiiiio, C. (1995), Fiscales y jueces: Concordancia entre percep- cin y realidad, en E. Garrido y C. Herrero (eds.), Psicologa poltica, jurdica y ambiental, pgs. 269-281, Salamanca, Eudema. Gaizx, A. (1985a), Psicologa Judicial, Valencia, temas Monogrficos del Boletn de Psicologa, nm. 1. (1985b), Psicologa social e intervencin social, Revista de Investigacin Psi- colgica, 3, 47-83. (1988), Psicohistoria y psicologa poltica, en J. Seoane y A. Rodrguez Gon- zlez (eds.), Psicologa Poltica, pgs. 179-305, Madrid, Pirmide. Gaizx, A. y Sioaxi, J. (1988), Dimensiones polticas en psicologa judicial, en J. Seoane y A. Rodrguez Gonzlez (eds.), Psicologa Poltica, pgs. 306-330, Madrid, Pirmide. Gaviiia, M. (1994), Elogio de la sensualidad y eficacia de la bicicleta, Archipi- lago, 18/19, 109-113. Gazzaxica, M. S. (1993), El cerebro social, Madrid, Alianza (original, 1985). Bibliografa 473 Giix, R. G. y Tuoxas, S. L. (1986), The inmediate effects of media violence on behavior, Journal of Social Issues, 42, 7-28. Gioicouoi, M. (1983), Modern dialectics in social psychology: A reappraisal, European Journal of Social Psychology, 13, 77-93. Gioicouoi, M. y Rosxow, R. L. (1985a), Notes toward a contextualist unders- tanding of social psychology, Journal of Communication, 1, 5-22. (1985b), The emergence of contextualism, Journal of Communication, 35, 76-88. Giiaio, H. B.; Wiiuiix\, R. A. y Coxxoiii\, E. S. (1968), Conformity and group size, Journal of Personality and Social Psychology, 8, 79-82. Giinxii, G.; Cioss, L.; Moicax, M. y Sicxoiiiii, N. (1980), The mainstreaming of America, Vilence profile nm. 11, Journal of Communciation, 30, 10-29. Giicix, K. J. (1973), Social psychology as history, Journal of Personality and Social Psychology, 26, 309-320. (1982), Toward transformation in social knowledge, Nueva York, Springer. (1984), Aggression as discourse, en Y. Mummendey (ed.), Social psychology of aggression, pgs. 51-68, Nueva York, Springer Verlag. (1985a), Social pragmatics and the origin of psychological discourse, en K. J. Gergen y K. J. Davis (eds.), The social construction of the person, Nueva York, Springer Verlag. (1985b), The social constructionist mouvement in modern psychology, Ame- rican Psychologist, 40, 266-275. (1989), La psicologa posmoderna y la retrica de la realidad, en T. Ibez (ed.), El conocimiento de la realidad social, Barcelona, Sendai. (1992a), El yo saturado, Barcelona, Paids (original, 1991). (1992b), Toward a postmodern psychology, en S. Kvale (ed.), Psychology and postmodernism, Londres, Sage. (1996), Realidades y relaciones: Aproximaciones a la construccin social, Barce- lona, Paids (original, 1994). Giicix, K. J. y Davis, K. A. (eds.) (1985), The social construction of person, Nueva York, Springer-Verlag. Giicix, K. J. y Giicix, M. M. (eds.) (1984), Historical Social Psychology, Hills- dale, N. J., LEA. Giixaxi, G. (1971), Estudios sobre sociologa y psicologa social, Buenos Aires, Pai- ds. Girziis, J. W. (1969), A social psychology of education, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), Handbook of social psychology, 2. ed., vol. 5, Addison-Wes- ley, Reading Mass. Giooixs, A. (1987), Las nuevas reglas del mtodo sociolgico, Buenos Aires, Amo- rrortu (original, 1967). (1993), Las consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza (original, 1990). (1995a), Modernidad e identidad del yo: El yo y la sociedad en la poca contem- pornea, Madrid, Pennsula. (1995b), La transformacin de la intimidad, Madrid, Ctedra. Gii, F.; Lix, J. M. y Jaiaxa, L. (eds.), Habilidades sociales y salud, Madrid, Eudema. Giiniir, D. T. y Hixox, J. G. (1991), The trouble of thinking: Activation and application of stereotypic beliefs Journal of Personality and Social Psychology, 60, 509-517. Giiis, H. y Ronixsox, W. P. (1990), Handbook of language and social psychology, Nueva York, John Wiley and Sons. 474 Anastasio Ovejero Bernal Giixoui, R. y Ducx, S. (1986), The emerging field of personal relationships, Hills- dale, N. J., Erlbaum. Giiovicu, T. (1991), How we know what isnt so: The fallability of human reason in everyday life, Nueva York, Free Press. Gixixiz, A. (1995), Lenguaje, en L. Gmez Jacinto y J. M. Canto Ortiz (eds.), Psicologa Social, Madrid, Eudema. Gixsnuic, G. P.; Biixxii, M. y Vox Ciaxacu, M. (eds.) (1985), Discovery strate- gies in the psychology of action, Londres, Academic Press. Giioux, H. A. (1992), La pedagoga de los lmites y la poltica del posmoder- nismo, en H. A. Giroux y R. Flecha, Igualdad educativa y diferencia cultural, pgs. 131-163, Barcelona, El Roure Editorial. (1993), Curriculum discourse as postmodernism critical practice, Geelong, Victo- ria, Deakin University (original, 1990). Giiisox, D. y Exnix, M. (1976), Meaning in context: Notes toward a critique of ethnometodology, British Journal of Sociology, 27, 474-483. Giicx, D.; Gorrisxax, D. y Joirox, J. (1989), The fault is not in the stars: Sus- ceptibility of skeptics and believers in astrology to the Barnum effect, Perso- nality and Social Psychology Bulletin, 15, 572-583. Gonixiau, A. de (1854), Essai sur lingalit de races humaines, Pars, Firmin- Didot Imprimeurs-Editeurs. Goiruais, G. R.; Missicx, D. M. y Aiiisox, S. T. (1991), The uniqueness bias; Studies of constructive social comparison, en J. Suls y T. A. Wills (eds.), Social comparison: Contemporary theory and research, Hillsdale, N. J., Erlbaum. Goirz, J. P. y LiCoxiri, M. D. (1988), Etnografa y diseo cualitativo en investi- giacin educativa, Madrid, Morata (original, 1984). Goiixax, E. (1970a), Estigma, Buenos Aires, Amorrortu. (1970b), Internados, Buenos Aires, Amorrortu. (1971a), La presentacin de la personas en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amo- rrortu. (1971b), Ritual de la interaccin, Buenos Aires, ed. Tiempo Contemporneo. (1979), Relaciones en pblico: Microestudios de orden pblico, Madrid, Alianza. Goiixax, D. (1996), La inteligencia emocional, Barcelona, Kairs. Gxiz Jacixro, L. (1995), Psicologa social del turismo, en M. T. Vega y M. C. Tabernero (eds.), Psicologa Social de la educacin y de la cultura, ocio, deporte y turismo, pgs. 245-272, Salamanca, Eudema. Goxzaiiz, L. (1993), La agresividad humana como fenmeno sobredeterminado: Teoras biolgicas y psicosociales, en L. Gonzlez y cols., Signos y cultura de la violencia: Una investigacin en el aula, pgs. 13-134, Crdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Crdoba. Goxzaiiz Bioo\a, J. (1989), Perelman y la retrica filosfica, en C. Perelman y Olbrechts-Tyteca (eds.), Tratado de la argumentacin, Madrid, Gredos. Gooo\, E. (1995), El aprendizaje de la conducta prosocial en sociedades igualita- rias pequeas desde un punto de vista antropolgico, en R. A. Hinde y J. Groebel (1995), Cooperacin y conducta pro social, Madrid, Visor, pgi- nas 125-147. Goioiiio, M. V. (1996), Desarrollo del altruismo en la infancia y la adolescencia. Una alternativa al modelo de Kohlberg, Madrid, Ministerio de Educacin y Ciencia, CIDE. Gouioxii, A. (1960), The norm of reciprocity: A preliminary statement, Ameri- can Sociological Review, 25, 161-178. Giacia, E.; Musiru, G. y Hiiiiio, J. (1993), La comunicacin desde la teora de Bibliografa 475 sistemas, en G. Musitu (ed.), Psicologa de la comunicacin humana, pgs. 39- 60, Buenos Aires, Lumen. Giacia, F.; Raxos, J. y Piii, J. M. (1996), Aspectos temporales del trabajo, en J. M. Peir y F. Prieto (eds.), Tratado de Psicologa del Trabajo. I: La actividad laboral y su contexto, Madrid, Sntesis. Giauxaxx, C. F. (1988), From knowledge to cognition, en D. Bar-Tal y A. Kru- glanski (eds.), The social psychology of knowledge, Cambridge, Cambridge Uni- versity Press. (1990), Introduccin a una historia de la psicologa social, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgi- nas 21-35, Barcelona, Ariel. (1995), History of social psychology, en ASR, Manstead y M. Hewstone (eds.), The Blackwell Encyclopaedia of Social Psychology, pgs. 301-306. Oxford, Blackwell. Gia\, C.; Russiii, P. y Biocxi\, S. (1991), The effects upon helping behaviour of wearing pro-gay identification, British Journal of Social Psychology, 30, 171- 178. Gia\, J. D. y Siivii, R. C. (1990), Opposite sides of the same coin: Former spou- ses divergent perspectives in coping with their divorce, Journal of Personality and Social Psychology, 59, 1180-1191. Giiix, C. D. (1992), Is unified positivism the answer to psychologys disunity?, American Psychologist, 47, 1057-1058. Giiixniic, M. S. (1980), A theory of indebtedness, en K. J. Gergen (ed.), Social exchange, Advances in theory and research, pgs. 3-26, Nueva York, Ple- num Press. Giiixniic, J.; P\szcz\xsxi, T.; Soioxox, S.; Rosixniarr, A.; Viioii, M.; Kii- xiaxo, S. y L\ox, D. (1990), Evidence for terror management theory. II: The effects of mortality salience on reactions to those who threaten or bolster the cultural worldview, Journal of Personality and Social Psychology, 58, 308-318. Giiixwaio, A. G. (1968), Cognitive learning, cognitive response to persuasion, and attitude change, en A. G. Greenwald, T. C. Brock y T. M. Ostrom (eds.), Psychological foundations of attitudes, Nueva York, Academic Press. Giiixwaio, A. G. (1990), What cognitive representation underlie prejudice?, pre- sentacin ante la Convencin de la American Psychological Association. Giiixwaio, A. G.; Caixor, C. G.; Biacu, R. y Youxc, B. (1987), Increasing voting behavior by asking people if they expect to vote, Journal of Applied Psychology, 72, 315-318. Giissiz, J. (1977), Mtodos de la psicologa social, Madrid, Morata (original, 1975). Giou, D. (1986), Collective behavior from the 17th to the 20th Century, Change of phenomena, change of perception, or no change at all? Some preliminary reflections, en G. F. Graumann y S. Moscovici (eds.), Changing conceptions of crowd mind and behavior, pgs. 143-162, Nueva York, Springer-Verlag. Gioss, G. (1983), Seleccin artificial en N. Armistead (ed.), La reconstruccin de la psicologa social, pgs. 41-50, Barcelona, ed. Hora (original, 1974). Giovi, J. R.; Haxiauax, S. J. y McIxxax, A. (1991), Success/failure bias in attri- butions across involvement categories in sport, Personality and Social Psycho- logy Bulletin, 17, 93-97. Giuxax, J. C. y Sioxa, R. P. (1983), Disease as justice: Perceptions of the victims of physical illness, Basic and Applied Social Psychology, 4, 39-46. Guua, R. y Mairxiz-Aiiii, J. (1997), Varieties of environmentalism: Essays North and South, Londres, Earthscan. 476 Anastasio Ovejero Bernal Guii, A. y cols. (1992), La interaccin social en educacin: Una introduccin a la Psicologa Social de la Educacin, Sevilla, Sedal. (ed.)(1997), Psicologa social de las organizaciones educativas, Sevilla, Kronos. Guixoxo, S. y Toucas, F. (1996), Sentimientos de injusticia y acciones colectivas: La privacin relativa, en R. Y. Bourhis y J. P. Leyens (eds.), Estereotipos, dis- criminacin y relaciones entre grupos, pgs. 171-193, Madrid, McGraw-Hill. Guruiii, E. R. (1946), Psychological facts and psychological theory, Psychologi- cal Bulletin, 43, 1-19. Gurrxax, L. (1950), The basis for scalogram analysis, en S. A. Stouffer y cols. (eds.), Measurement and prediction, Nueva Jersey, Princeton University Press. Haniixas, J. (1982), Conocimiento e inters, Madrid, Taurus (original, 1968). (1987), Teora de la accin comunicativa, Madrid, Taurus (2 vols.). (1991), El discurso filosfico de la modernidad, Madrid, Taurus. Hacxii, F. (1973), Agresin, Barcelona-Mxico, Grijalbo. Haii, C. S. y Lixozi\, G. (1968), The relevance of Freudian psychology and rela- ted viewpoints for the social sciences, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), Handbood of Social Psychology, vol. 1, pgs. 245-319, Massachussets, Addison- Wesley. Haii, J. A. (1985), Male and female nonverbal behavior, en A. W. Siegman y S. Feldstein (ed.), Multichannel integrations on nonverbal behavior, Hillsdale, NJ, Lawrence Erlbaum. Haxiirox, W. D. (1964), The genetical evolution of social behavior, I and II, Journal of Theoretical Biology, 7, 1-52. Haxxiisii\, M. y Arxixsox, P. (1994), Etnografa, Mtodos de investigacin, Bar- celona, Paids (original, 1983). (1995), Ethnography: Principles in practice (2. ed.), Londres, Routledge. Haxsniic, O. (1996), La diversidad de las emociones, Mxico, FCE. Haiiros-Farouios, M. (1988), The official torturer: A learning model for obe- dience to the authority of violence, Journal of Applied Social Psychology, 18, 1107-1120. Haiii, R. (1982), El ser social, Madrid, Alianza (original, 1979). (ed.)(1986), The social construction of emotions, Oxford, Basil Blackwell. Haiii, R. y Sicoio, P. F. (1972), The explanation of social behavior, Oxford, Basil Blackwell. Haiii, R. y Sriaixs, P. (eds.) (1995), Discursive psychology in practice, Londres, Sage. Haivi\, D. (1990), The condition of postmodernity, Oxfgord y Cambridge, MA, Blackwell. Haivi\, J. H.; Towx, J. P. y Yaixix, K. L. (1981), How fundamental is the fun- damental attribution error?, Journal of Personality and Social Psychology, 40, 346-349. Hariiiio, E. y Waisrii, G. M. (1981), A new look at love, Reading, Addison- Wesley. Ha\is, N. J. (1995), Psychology in perspective, Basingstoke, Mcmillan. (ed.)(1997), Doing qualitative analysis in psychology, Hove (Sussex), Erl- baum. Hiai, J. (1995), Altruismo, en R. A. Hinde y J. Groebel (1995), Cooperacin y conducta prosocial, Madrid, Visor, pgs. 181-193. Hiaioio, S. (1986), A synthesis of 1943 effects of television on social behavior, en G. Comstock (ed.), Public communication and behavior, vol. 1, Orlando, Fi, Academia Press. Bibliografa 477 Hiioii, F. (1946), Attitudes and cognitive organization, Journal of Psychology, 21, 107-112, (1958), The psychology of interpersonal relations, Nueva York, Wiley. Hiixz, P. (1968), Los prejuicios sociales, Madrid, Tecnos (original, 1957). Hiisixniic, W. (1957), La imagen de la naturaleza en la fsica actual, Barcelona, Seix Barral. Hixoiicx, C. y Hixoiicx, S. (1993), Romantic Love, Newbury Park, CA, Sage. Hixii\, N. M. (1977), Body politics: Power, sex, and nonverbal communication, Nueva York, Englewood Cliffs, Prentice-Hall. Hixxicax, K. M.; Dii Rosaiio, M. L.; Hiairu, L.; Coox, T. D.; Wuairox, J. D. y Caioii, B. J. (1982), Impact of the introduction of television on crime in the United States: Empirical findings and theoretical implications, Journal of Personality and Social Psychology, 42, 461-477. Hiiwoiru, J. T. y Wisr, S. G. (1988), Lynchings and the economy: A time-series reanalysis of Hovland and Sears (1940), Journal of Personality and Social Psy- chology, 55, 239-247. Hiixaxoiz, B. (1997), Psicologa ambiental: La relacin persona-medio ambiente, Revista de Psicologa Social Aplicada, 7, 5-13. Hiixaxoiz, B.; Mairxiz, J. y Suaiiz, E. (1994), Psicologa Ambiental y responsa- bilidad ecolgica, Las Palmas, Universidad de Las Palmas. Hiixaxoiz, B.; Suaiiz, E. y Mairxiz, J. (1997), Actitudes y creencias sobre el medio ambiente en la conducta ecolgica responsable, Papeles del Psiclogo, 67, 48-54. Hiss, R. D.; Siirzii, L. F. y Suiiix, A. (1965), Pupil response of hetero and homosexual males to pictures of men and women: A pilot study, Journal of Abnormal and Social Psychology, 70, 165-168. Hiwsroxi, M. (1992), La atribucin causal: Del proceso cognitivo a las creencias cognitivas, Buenos Aires, Paids. Hiwsroxi, M.; Srioini, W.; Coooi, J. P. y Sriiuixsox, G. M. (eds.) (1990), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, Barcelona, Ariel (original, 1988). Hiccixs, E. T. y Baicu, J. A. (1987), Social cognition and social perception, Annual Review of Psychology, 38, 369-425. Hicunii, K. L.; Miiiaio, R. J. y Foixxax, J. R. (1982), Social psychology re- search during the 1970s: Predominance of experimentation and college stu- dents, Personality and Social Psychology Bulletin, 8, 180-183. Hicunii, K. L. y Wiiis, M. G. (1972), Some research trends in social psychology during the 1960s, American Psychologist, 27, 963-966. Hiii, C. T.; Runix, Z. y Piiiau, L. A. (1976), Breakups before marriage: The end of 103 affairs, Journal of Social Issues, 32, 147-168. Hiirox, J. L. y Daiii\, J. M. (1991), The effects of interaction goals on person perception, en M. P. Zanna (ed.), Advances in Experimental Social Psychology, vol. 24, Nueva York, Academic. Hixoi, R. A. (1990), Etologa y psicologa social, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgs. 36-53, Barce- lona, Ariel. Hixoi, R. A. y Gioinii, J. (1995), Cooperacin y conducta prosocial, Madrid, Visor. Hixxii, S.; Biowx, R. y Ei\, P. G. (1992), Procesos en la teora de la identidad social: Limitaciones y condiciones restrictivas, Revista de Psicologa Social, nm. monogrfico, pgs. 73-86. 478 Anastasio Ovejero Bernal Hixxii, S. W. y Ta\ioi, L. A. (1996), Identidad social y aspectos de la creatividad social: Cambios a nuevas dimensiones de comparacin intergrupal, en J. F. Morales y cols. (eds.), Identidad social, pgs. 199-219,Valencia, Promolibro. Hiir, E. R. (1990), Do I see only what I expect? Evidence for an expectancy-gui- ded retrieval model, Journal of Personality and Social Psychology, 58, 937-951. Honsnawx, E. J. (1975), The age of capital, 1848-1875, Londres, Weidenfeld and Nicholson. Hoiiixc, C. K.; Biorzxax, E.; Daii\xiii, S.; Giavis, N. y Piiici, C. M. (1966), An experimental study in nurse-physician relationships, Journal of Nervous and Mental Disease, 143, 171-180. Hoisrioi, G. (1980), Cultures consequences: International differences in workrela- ted values, Beverly Hills, CA, Sage. Hoiiixcii, R. (1994), Postmodernism and the Social Sciences, California, Sage. Hoixniic, D. y Hoixis, J. G. (1992), Reconstruction of relationship memories: A mental models approach, en N. Schwarz y S. Sudman (eds.), Autobiograp- hical memory and the validity of retrospective reports, Nueva York, Springer- Verlag. Hoxaxs, G. C. (1961), Social behavior: Its elementary forms, Nueva York, Har- court, Brace and World. Housi, J. S. (1991), Sociology, psychology and social psychology (and social science), en C. W. Stephan, W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (eds.), The future of social psychology, pgs. 45-60, Nueva York, Springer-Verlag. Hoviaxo, C. I.; Haivi\, O. J. y Suiiii, M. (1957), Assimilation and contrast effects in reactions to communication and attitude change, Journal of Abnor- mal and Social Psychology, 55, 244-252. Hoviaxo, C. I.; Jaxis, I. y Kiiii\, H. (1953), Communication and persuasion, New Haven, Yale University Press. Hoviaxo, C. I.; Luxsoaixi, A. A. y Suiiiiiio, F. D. (1949), Experiments on mass communication, Princeton University Press. Hoviaxo, C. I. y Siais, R. (1940), Minor studies of aggression: Correlation of lynchings with economic indices, Journal of Psychology, 9, 301-310. Hoviaxo, C. I. y Wiiss, W. (1951), The influence of source credibility on com- munication effectiveness, Public Opinion Quarterly, 15, 635-650. Huici, C. (1984), The individual and social functions of sex role stereotypes, en H. Tajfel (ed.), The social dimension, pgs. 579-602, Cambridge, Cambridge University Press. Huxr, M. (1990), The compassionate beast: What science is discovering about the humane side of human kind, Nueva York, William Morrow. Hu\six, A. (1990), Mapping the postmodern, en L. J. Nicholson (ed.), Femi- nism/postmodernism, pgs. 234-277, Nueva York, Routledge (original, 1984). Inaxiz, J. (1985), Del algoritmo al sujeto, Madrid, Siglo XXI. Inaxiz, T. (1982), Aspectos del problema de la explicacin en psicologa social, Revista de Psicologa General y Aplicada, 37, 161-171. (1982b), Poder y libertad, Barcelona, ed. Hora. (1985), New Look en Psicologa Social: Teora de la accin y autoorganizacin, Universidad Autnoma de Barcelona (Serie Monografas, nm. 1). (1986), La teora como fuente de realidad, Actas de I Congreso Nacional de Psicologa Social, pgs. 645-652. Granada. (1987a), Pouvoir, conversion et changement social, en S. Moscovici y G. Mugny (eds.), Psychologie de la conversion, pgs. 219-237, Cousset (Fri- bourg), ed. Delval. Bibliografa 479 Inaxiz, T. (1987b), Por una psicologa social del derecho, Boletn de Psicolo- ga, 15, 13-21. (1988a), Ideologas de la vida cotidiana, Barcelona, Sendai. (1988b), Representaciones sociales: Teora y mtodo, en T. Ibez (ed.), Las ideologas de la vida cotidiana, Barcelona, Sendai. (1990), Aproximaciones a la psicologa social, Barcelona, Sendai. (1991), Naturaleza del conocimiento psicosocial construido por las revistas estndar de la disciplina, Interaccin Social, 1, 45-64. (1992a), La tensin esencial en psicologa social, en D. Pez y cols., Teora y mtodo en psicologa social, Barcelona, Anthropos. (1992b), Cmo se puede no ser construccionista hoy en da?, Revista de Psi- coterapia, 3, 17-27. (1994a), La psicologa social crtica: Discursos y prctica despus de la modernidad, Psique y Sociedad (Nicaragua, Managua), 1, 6-11. (1994b), Los paradigmas emergentes en psicologa de las organizaciones, en A. Rodrguez Fernndez (ed.), Las organizaciones a debate: Una perspectiva psi- cosociolgica, Granada, Universidad de Granada. (1996), Construccionismo y psicologa, en A. Juan Gordo Lpez y J. L. Linaza (eds.) (1996), Psicologas, discursos y poder, pgs. 325-338, Madrid, Visor. Inaxiz, T. e xicuiz, L. (1996), Aspectos metodolgicos de la psicologa social aplicada, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 57-82, Madrid, McGraw-Hill. (eds.) (1997), Social Critical Psychology, Londres, Sage. Icxis, W. y Tuixii, M. (1983), On the social advantage of having an older, oppo- site-sex sibling: Birth order influences in mexed-sex dyads, Journal of Perso- nality and Social Psychology, 45, 210-222. Iiiicu, I. (1974), Energa y equidad, Barcelona, Seix Barral. Ixsxo, Ch. (1967), Theories of attitude change, Nueva York, Appleton Century. Ixsxo, Ch. y Schopler, J. (1980), Psicologa Social, Mxico, Trillas. xicuiz, L. (1995), Mtodos cualitativos en psicologa social, Revista de Psicolo- ga Social Aplicada, 1/2, 5-26. xicuiz, L. y Axraxi, C. (1994), El anlisis del discurso en psicologa social, Boletn de Psicologa, 44, 57-75. xicuiz, L. y Vivas, J. (1997), Reflexiones terico-metodolgicas sobre la inter- vencin medio-ambiental, Papeles del Psiclogo, 67, 19-25. Isiaii, J. (1972), Stipulations and construction in the social sciences, en J. Israel y H. Tajfel (eds.), The context of social psychology, Londres, Academic Press. I\ixcai, S. (1993), An overview of the field of Political Psychology, en S. Iyen- gar y W. J. McGuire (eds.), Explorations in Political Psychology, Duke Univer- sity Press. I\ixcai, S. y McGuiii, W. J. (1993), Explorations in Political Psychology, Duke University Press. Javai\, F.; Bicuixi, A. y Coixi;o, J. M. (1990), Espaa vista desde Catalua: Este- reotipos tnicos en una comunidad plural, Barcelona, PPU. Jacxxax, M. R. y Sixrii, M. S. (1981), Beliefs about race, gender, and social class different, therefore unequal: Beliefs about trait differences between groups of unequal status, en D. J. Traiman y R. V. Robinson (eds.), Research in stratification and mobility, vol. 2, Greenwich, Conn., JAI Press. Jacons, M. (1996), La economa verde: Medio ambiente, desarrollo sostenible y la poltica del futuro, Madrid, Fuhem-Icaria. 480 Anastasio Ovejero Bernal Jauooa, M.; Lazaisiiio, P. F. y Ziisii, H. (1972), Marienthal: The sociography of an unemployed community, Londres, Tavistock (original, 1933). Jaxis, J. (1951), A preliminary study of the size determinant in small group inte- raction, American Sociological Review, 16, 474-477. Jaxis, W. (1890), The principles of psychology, Nueva York, Dover Publications. Jaxis, I. y Fisunacu, S. (1953), Effects of fear-arousing communications, Journal of Abnormal and Social Psychology, 48, 78-92. Jasiais, J. (1986), Forum and focus: A personal view of European social psycho- logy, European Journal of Social Psychology, 16, 3-15. Jiiaiiax, E. y Miiiii, A. G. (1984), The perseverance of beliefs: Conceptual perspectives and research developments, Journal of Social and Clinical Psycho- logy, 2, 25-56. Jixxiss, A. (1932), The role of discussion in changing opinion regarding a mat- ter of fact, Journal of Abnormal and Social Psychology, 27, 649-658. Jixsix, K. B. y Jaxxowsxi, N. W. (eds.) (1993), Metodologas cualitativas de inves- tigacin en comunicacin de masas, Masas, Bosch Casa Editorial. Jixixiz Buiiiio, F. (1976), Psicologa social en Espaa, Revista de Psicologa General y Aplicada, 31, 235-284. (1977), Sobre algunas cuestiones de la psicologa social actual, Revista Espa- ola de la Opinin Pblica, 47, 139-146. (1980), Conductismo y psicologa social, Anlisis y Modificacin de Conducta, 11/12, 207-211. (1981a), Psicologa Social, Madrid, UNED. (Ed.)(1981b), Psicologa y medio ambiente, Madrid, MOPU. (1985), Alguna (Hipo)-tesis sobre la psicologa social, Boletn de Psicologa, 6, 75-79. (1986a), La Psicologa Poltica: Una contribucin marxiana, en AAVV, Cien aos despus de Marx, pgs. 487-499, Madrid, Akal. (1986b), La Psicologa Poltica, Papeles del Colegio Oficial de Psiclogos, 4, 4-7. (1991), Algunas consideraciones sobre la crisis de la psicologa social: Cau- sas, consecuencias y tendencias futuras, Intervencin Social, 1, 169-184. (1992a), La psicologa ante la guerra, en F. Moreno y F. Jimnez Burillo (eds.), La guerra, realidad y alternativas, pgs. 145-154, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense. (1992b), Perspectivas psicolgicas en el anlisis de los conflictos internaciona- les, en AAVV, Movimientos sociales y nacionalismo, pgs. 116-128, Vitoria, Instituto de Estudios. (1993), Freud y la poltica, Psicothema, 5 (Suplemento), 45-51. (1996a), Psicologa Poltica, en J. L. lvaro, S. Ramrez y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 219-252, Madrid, McGraw-Hill. (1996b), La socializacin poltica, Revista de Psicologa Social Aplicada, 6, 11-33. (1997), Notas sobre la fragmentacin de la razn (leccin inaugural del Curso Acadmico 1997-1998), Madrid, Universidad Complutense. Jixixiz Buiiiio, F. y Aiacoxis, J. I. (1986), Introduccin a la Psicologa Ambien- tal, Madrid, Alianza. Jixixiz Buiiiio, F. y Ciixixri, M. (eds.) (1986), Psicologa social y sistema penal, Madrid, Alianza. Jixixiz Buiiiio, F. y cols. (1983), Psicologa Poltica, Actas del III Encuentro Nacional de Psicologa Social, pgs. 1-9, Las Palmas. Bibliografa 481 Jixixiz Buiiiio, F.; Saxciaooi, J. L.; Baiix, A. y Di Paui, P. (1992), Anlisis interminable: Sobre la identidad de la Psicologa Social, Interaccin Social, 2, 11-44. Jooiiir, D. (1986), La representacin social: Fenmenos, concepto y teora, en S. Moscovici (ed.), Psicologa Social, vol. 2, pgs. 469-494, Barcelona, Paids. Jouxsox, D. W. y Jouxsox, R. (1982), Effects of cooperative and individualistic instruction on handicapped and nonhandicapped students, Journal of Social Psychology, 118, 257-268. Jouxsrox, L. y Hiwsroxi, M. (1992), Cognitive models of stereotype change: Subtyping and the perceived typically of disconfirming group members, Jour- nal of Experimental Social Psychology, 28, 360-386. Joxis, E. E. (1976), How do people perceive the causes of behavior?, American Scientist, 64, 300-305. (1985), Major developments in social psychology during the past four deca- des, en G. Lindzey y E. E. Aronson (eds.), The handbook of social psychology, Reading Mass., Addison Wesley (5 vols.). (1990), Interpersonal perception, Nueva York, Freeman. Joxis, E. E. y Davis, K. E. (1965), From acts to dispositions: The attribution pro- cess in person perception, en L. Berkowitz (ed.), Advances in experimental social psychology, vol. 2, Nueva York, Academic Press. Joxis, E. E. y Giiaio, H. (1967), Foundations of social psychology, Nueva York, Wiley. Joxis, E. E. y Nisnirr, R. E. (1971), The actor and the observer: Divergent percep- tion of the cases of behavior, Morristown, NJ, General Learning Press. Joxis, S. G. (ed.) (1994), Cibersociety: Computer-mediated communication and com- munity, Beverly-Hills, Cal., Sage. Josui, P. y Maicuaxo, P. P. (1984), La psychologie sociale applique: Porquoi et comment?, Revue Internationale de Psycholgie Applique, 33, 315-333. Jouii, R. V. (1986), Twenty five on: Yet another version of cognitive dissonance theory, European Journal of Social Psychology, 16, 65-78. Jouii, R. V. y Biauvois, J. L. (1987), Petit trait de manipulation lusage des honntes gens, Grenoble, Presses Universitaires de Grenoble. Juoo, C. M. y Park, B. (1988), Outgroup homogeneity: Judgments of variability at the individual and group levels, Journal of Personality of Social Psychology, 54, 778-788. Kauxixax, D. y Tviisx\, A. (1979), Intuitive prediction: Biases and corrective procedures, Management Science, 12, 313-327. Kaiix, R. (1982), The social significance of speech in medical, legal and occupa- tional settings, en E. B. Ryan y H. Giles (eds.), Attitudes towards language, Social and applied contexts, Londres, Edward Arnold. Kaxix, E. J.; Daviosox, K. R. y Scuicu, S. R. (1970), A research note on male- female differentials in the experience of heterosexual love, Journal of Sex Research, 6, 64-72. Kaiiax, M. F.; Waxsuuia, L. T. y Zaxxa, M. P. (1992), Time pressure and infor- mation integration in social judgment: The effect of need for structure, en O. Svixsox y J. Mauii (eds.), Time pressure and stress in human judgment and decision making, Cambridge, Cambridge University Press. Kaiiax, R. M. (1995), Health psychology and public policy, Health Psychology, 14, 491-492. Karo, P. S. y Runii, D. N. (1992), Toward an understanding of womens expe- rience of menstrual cycle symptoms, en V. Adesso, D. Reddy y R. Fleming 482 Anastasio Ovejero Bernal (eds.), Psychological perspectives on womens health, Washington, D C., Hemisphere. Karz, D. (1960), The functional approach to the study of attitudes, Public Opi- nion Quarterly, 24, 163-214 (trad. cast. en J. R. Torregrosa, 1974, pgs. 277- 295). Karz, D. y Biai\, K. (1933), Racial stereotypes in one hundred college students, Journal of Abnormal and Social Psychology, 28, 280-290. Karz, D. y Srorriaxo, E A. (1959), A preliminary statement to a theory of atti- tude structure and change, en S. Koch (ed.), Psychology: A study of science, vol. 3, pgs. 423-475, Nueva York, McGraw-Hill. Kauixaxx, H. (1977), Psicologa social, Mxico, Interamericana. Kauixaxx, J. y Ziciii, E. (1987), Do abused children become abusive parents?, American Journal of Orthopsychiatry, 57, 186-192. Kiiii\, H. H. (1967), Attribution theory in social psychology, en Levine (ed.), Nebraska symposium on motivation, University of Nebraska Press, Lincoln, 15, 192-238. (1992), Common-sense psychology and scientific psychology, Annual Review of Psychology, 43, 1-23. Kiiii\, H. H. y Laxn, T. W. (1957), Certainty of judgment and resistance to social influence, Journal of Abnormal and Social Psychology, 55, 137-139. Kiii\, P. K. (1997), Por un futuro alternativo, Barcelona, Paids. Kiixax, H. C. (1961), Processes of opinion change, Public Opinion Quarterly, 25, 57-58. (1967), La tromperie dans les expriences de psychologie, en G. Lemaine y J. M. Lemaine (eds.), Psychologie sociale et exprimentation, pgs. 311-318. Pars, Mouton. Kioo, R. F. y Saxs, M. J. (1980), What is applied social psychology? An intro- duction, en R. F. Kidd y M. J. Saks (eds.), Advances in Applied Social Psycho- logy, vol. 1, Hillsdale, NJ, LEA. Kiisiii, S. B., Coiiixs, B. y Miiiii, N. (1969), Attitude change: A critical analysis of theoretical approaches, Nueva York, Wiley. Kiisiii, S. B. y Kiisiii, S. B. (1969), Conformity, Reading, Mass., Addison- Wesley. Kixc, A. y Scuxiioii, B. (1992), La primera revolucin mundial: Informe al Club de Roma, Barcelona, Plaza y Jans (original, 1991). Kiixiniic, O. (1963), Psicologa Social, Mxico, FCE (original, 1940). Kxacxsrior, G. y Kiaixxi, Ch. L. (1992), Eye contact, gender and personality judgement, Journal of Social Psychology, 13, 303-304. Kxaii, M. L. (1944), A psychological of rumor, Public Opinion Quarterly, 8, 22- 37. (1985), La comunicacin no verbal: El cuerpo y el entorno, Barcelona, Paids. Kxox, R. E. e Ixsxii, J. A. (1968), Postdecision dissonance at post-time, Journal of Personality and Social Psychology, 8, 319-323. Kxursox, J. W. (ed.) (1973), Handbook of Political Psychology, San Francisco, Jos- sey Bass. Koirzova, V. (1991), Problema de la comunicacin en la psicologa sovitica, en C. F. Villanueva, J. R. Torregrosa, F. Jimnez Burillo y F. Munn (eds.), Cues- tiones de psicologa social, pgs. 137-144, Madrid, Editorial Complutense. Koxoiira, S. S. y Paixs, C. D. (1995), Interpersonal relations, Mixed-motive interaction, Annual Review of Psychology, 46, 183-207. Korriii, A. E. y Swairz, S. (1996), El anlisis de la conversacin, qu es?, Bibliografa 483 podemos usarlo los psiclogos?, en A. Gordo y J. Linaza (eds.), Psicologas, discursos y poder, pgs. 115-131, Madrid, Visor. Kiins, D. L. (1970), Altruism: An examination of the concept and a review of the literature, Psychological Bulletin, 73, 258-302. Kiins, D. L. y Miiiii, D. T. (1985), Altruism and aggression, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), The handbook of social psychology, Reading Mass., Addison Wesley (3. edicin). Kiicu, D. y Ciurcuiiiio, R. S. (1948), Theory and problems of social psychology, Nueva York, McGraw-Hill. Kiicu, D.; Ciurcuiiiio, R. S. y Baiiaci\, E. L. (1972), Psicologa Social, Madrid, Biblioteca Nueva (original, 1962). Kiixi, W. P. (1977), The anti-authoritarian personality, Oxford, Pergamon Press. Kiissii, N. J. (1989), Systemic barriers to progress in academic social psycho- logy, Journal of Social Psychology, 130, 5-27. Kiissii, N. J. (ed.) (1993), Political Psychology, Classic and contemporary readings, Nueva York, Paragon House. Kiuciaxsxi, A. W. y Winsrii, D. M. (1991), Group members reactions to opi- nion deviates and conformists at varying degrees of proximity to decision deadline and of environmental noise, Journal of Personality and Social Psycho- logy, 61, 212-225. Kuxai, K. (1978), The sociology of industrial and postindustrial society, Harmonds- worth, Penguin. Kuxoa, Z. (1990), The case for motivated reasoning, Psychological Bulletin, 108, 480-498. Kvaii, S. (ed.) (1992a), Psychology and postmodernism, Londres, Sage. (1992b), Introduccin, en S. Kvale (ed.), Psychology and postmodernism, pgs. 1-16, Londres, Sage. (1992c), Postmodern psychology: A contradiction in terms?, en S. Kvale (ed.), Psychology and postmodernism, Londres, Sage. Lanoiir, H. (1984), Mecanismos de agresividad, El Correo de la Unesco, Febre. Laiio, J. D. (1984), The real of facial response in the experience of emotion: A reply to Tourangeau and Ellsworth, and other, Journal of Personality and Social Psychology, 47, 909-917. Laii;ii, M.; Biowx, L. B. y Gixsnuic, G. P. (1984), Attitudes: Dispositions, behaviour or evaluation?, British Journal of Social Psychology, 23, 233-234. Laxai, P. A. (1979), College student common beliefs about psychology, Tea- ching of Psychlogy, 6, 155-158. Laxniiru, J. (1982), Psicologa social, Madrid, Pirmide (original, 1980). Laxi, S. (1982), Psicologa social: O homen em movimento, San Pablo, Brasiliense. Lasswiii, H. D. (1948), Power and Personality, Nueva York, Norton. (1960), Psychopathology and Politics, Nueva York, The Viking Press. Laraxi, B. y Nida, S. (1981), Ten years of research on group size and helping, Psychological Bulletin, 89, 308-324. Laraxi, B. y Nowax, A. (1994), Attitudes as catastrophes: From dimensions to categories with increasing involvement, en R. R. Vallacher y A. Nowak (eds.), Dynamical systems in social psychology, pgs. 219-249, San Diego, Academic. Laraxi, B. y Woii, S. (1981), The social impact of majorities and minorities, Psychological Review, 88, 438-453. Lax, W. D. (1996), El pensamiento posmoderno en una prctica clnica, en S. McNaxii y K. J. Gergen (eds.), La terapia como construccin social, pgi- nas 93-110, Barcelona, Paids (original, 1996). 484 Anastasio Ovejero Bernal Lazaisiiio, P. (1942), Effects of radio on public opinion, en D. Waples (ed.), Print, radio and film in a democracy, Chicago, University of Chicago Press. Liai\, M. R. (1982), Hindsight distortion and the 1980 presidential election, Personality and Social Psychology Bulletin, 8, 257-263. Liai\, M. R. y Kowaisxi, R. M. (1990), Impression management: A literature review and two-component model, Psychological Bulletin, 107, 34-47. Li Box, G. (1910), The Psychologie politique et la defense sociale, Pars, Flamma- rion. LiCoxiri, M. M.; Miiiio\, W. L. y Piiissii, J. (eds.) (1992), The Handbook of Qualitative Research in Education, Nueva York, Academic Press. Lioiiacu, J. P. (1985), Educar para la paz, Barcelona, Fontamara. LiDoux, J. E. (1995), Emotion: Clues from the brain, Annual Review of Psy- chology, 46, 209-235. Liuxax, D. R.; Eiiaio, J. H. y Woirxax, C. B. (1986), Social support for the bereaved: Recipients and providers perspectives on what is helpful, Journal of Consulting and Clinical Psychology, 54, 438-446. Liirii, K. (1980), A primer on ethnomethodology, Nueva York, Oxford University Press. Lixaixe, G.; Lascu, E. y Ricariau, P. (1971-1972), Linfluence sociale et les systmes daction: Les effects dattraction et de rpulsion dans une exprience de normalisation avec lallocintique, Bulletin de Psychologie, 25, 482-493. Lixc, R.; McCoxviiii, M. y Saxoiis, A. (1992), Researching the discretion to charge and to prosecute, en Downes (ed.), Unravelling criminal justice, Moundmills, Macmillan. Lix, J. C. (1995), La psicologa social comunitaria: Una perspectiva en la inter- vencin social, en J. A. Conde y A. I. Isidro (eds.), Psicologa comunitaria, salud y calidad de vida, pgs. 39-53, Salamanca, Eudema. Liixii, M. J. (1971), Justice, guilt, and veridical perception, Journal of Persona- lity and Social Psychology, 20, 127-135. (1974), Social psychology of justice and interpersonal attraction, en T. L. Huston (ed.), Foundations of interpersonal attraction, pgs. 331-351, Nueva York, Academic Press. (1980), The belief in a just world: A fundamental delusion, Nueva York, Ple- num. Liixii, M. J. y Miiiii, D. T. (1978), Just world research and the attribution process: Looking back and ahead, Psychological Bulletin, 85, 1030-1051. Liixii, M. J. y Sixxoxs, C. H. (1966), Observers reaction to the innocent vic- tim: Compassion or rejection?, Journal of Personality and Social Psychology, 4, 203-210. Livixruai, H. (1970), Findings and theory in the study of fear communications, en L. Berkowitz (ed.), Avances in Experimental Social Psychology, 5, 119-186. Livixruai, H.; Sixcii, R. P. y Joxis, S. (1965), Effects of fear and specificity of recommendations upon attitudes and behavior, Journal of Personaliy and Social Psychology, 2, 20-29. Livixi, J. M. y Paviicuax, M. A. (1986), Conformidad y obediencia, en S. Mos- covici (ed.), Psicologa Social, vol. 1, pgs. 41-70, Barcelona, Paids. Livixi, M., Toio, P. A. y Piixixs, D. V. (1993), Social and community interven- tions, Annual Review of Psychology, 44, 525-558. Liv\, R. I. (1973), The Tahitians, Chicago, University of Chicago Press. Liwicxi, P. (1982), Social psychology as views by its practitioners: Survey of Bibliografa 485 SESP members opinions, Personality and Social Psychological Bulletin, 8, 409- 416. (1985), Nonconscious biasing effects on single instances on subsequent judg- ments, Journal of Personality and Social Psychology, 48, 563-574. Liwix, K. (1943), Forces behind food habit and mothods of change, Bulletin of the National Research Council, 108, 35-65. (1978), La teora del campo en la ciencia social, Buenos Aires, Paids (original, 1952). Liwix, K.; Liiiirr, R. y Wuiri, R. K. (1939), Patterns of aggressive behavior in experimentally created social climates, J. of Social Psychology, 10, 271-299. Liwix, K.; Dixno, R.; Fisrixcii, L. y Siais, P. (1944), Level of aspiration, en J. McV. Hunt (ed.), Personality and the behavior disorders, vol. 1, pgs. 333- 378, Nueva York, Ronald Press. Li\ixs, J. P. (1982), Psicologa Social, Barcelona, Herder (original, 1979). (1987), Teoras implcitas de la personalidad y representaciones sociales, en D. Pez y cols. (eds.), Pensamiento, individuo y sociedad, Madrid, Funda- mentos. Li\ixs, J. P.; Yziin\r, V. y Scuaoiox, G. (1994), Stereotypes and Social Cognition, Londres, Sage. Liwicxi, P. (1983), Self-image bias in person perception, Journal of Personality and Social Psychology, 45, 384-393. Licurixniic, P. A. y McGiocax, A. (1989), Relocating elderly patients, Hospi- tal and Community Psychiatry, 40, 755. Liiniir, R. M., Niaii, J. M. y Daviosox, E. S. (1973), The early window: Effects of television on children and youth, Nueva York, Pergamon (trad. cast., La TV y los nios, Barcelona, Fontanella, 1976). Liii (1988), What we believe, pgs. 69-70. Lixiir, R. (1932), A technique for the measurement of attitudes, Archives of Psychology, 140, 44-45 (trad. cast. en G. G. Summers, 1978, pgs. 182-193). Liia, M. S, Musiru, G. y Hiiiiio, J. (1993), El espacio y la comunicacin, en G. Musitu (ed.), Psicologa de la comunicacin humana, pgs. 155-195, Buenos Aires, Lumen. Liixaxx, W. (1922), Public Opinion, Londres, Allen and Unwin. Lixviiii, P. W.; Giscuii, G. W. y Saiovi\, P. (1989), Perceived distributions of the characteristics of in-group and out-group members: Empirical evidence and a computer similation, Journal of Personality and Social Psychology, 57, 165-188. Liiovirsx\, G. (1987), La era del vaco: Ensayos sobre el individualismo contempo- rneo, Barcelona, Anagrama. Loirix, C.; McDowaii, D.; Wiisixa, B. y Corri\, T. J. (1991), Effects of res- trictive licensing of handguns on homicide and suicide in the District of Columbia, New England Journal of Medicine, 325, 1615-1620. Loxov, B. F. (1991), Psicologa sovitica. Su historia y su situacin actual, en C. F. Villanueva, J. R. Torregrosa, F. Jimnez Burillo y F. Munn (eds.), Cues- tiones de psicologa social, pgs. 35-62, Madrid, Editorial Complutense. Loxoox, P. (1970), The rescuers: Motivational hypotheses about Christians who saved Jews from the Nazis, en J. Macaulay y L. Berkowitz (eds.), Altruism and helping behavior, Nueva York, Academic Press. Loiis, L. L. (1991), The rhetoric of irrationality, Theory and Psychology, 1, 65- 82. Liiz Roic, S.; Tiioi, M. C. y Pasroi, M. A. (1993a), Impacto del funciona- 486 Anastasio Ovejero Bernal miento social en la calidad de vida de enfermos de cncer, en J. M. Len y S. Barriga (eds.), Psicologa de la salud, pgs. 155-160, Sevilla, Eudema. Liiz Roic, S.; Tiioi, M. C. y Pasroi, M. A. (1993b), Apoyo social, apreciacin de estrs y calidad de vida en cncer, en J. M. Len y S. Barriga (eds.), Psi- cologa de la salud, pgs. 161-166, Sevilla, Eudema. Loiixzi-Cioioi, F. y Doisi, W. (1996), Identidad social e identidad personal, en R. Y. Bourhis y J. P. Leyens (eds.), Estereotipos, discriminacin y relaciones entre grupos, pgs. 71-90, Madrid, McGraw-Hill. Lorr, A. J. y Lorr, B. E. (1974), The role of reward in the formation of positive interpersonal attitudes, en T. C. Huston (eds.), Foundations of interpersonal attraction, pgs. 171-192, Nueva York, Academic Press. Louw-Porciirii, J. (1988), The authoritiarian personality. An inadequate expla- nation for integroup conflict in South Africa, Journal of Social Psychology, 128, 75-87. Luiia, A. R. (1987), El desarrollo histrico de los procesos cognitivos, Madrid, Akal (original, 1976). Lurz, C. y Anu-Lucuoo, L. (eds.) (1990), Language and the politics of emotion, Cambridge, Cambridge University Press. L\ox, D. (1996), Postmodernidad, Madrid, Alianza. L\oraio, J. F. (1986), Defining the postmodern, Postmodernism ICA Documents, 4, 6-7. (1989), La condicin postmoderna, Madrid, Ctedra (original, 1979). Maass, A. y Ciaix, R. D. (1984), Hidden impact of minorities: Fifteen years of minority influence research Psychological Bulletin, 95, 428-450. Macauia\, J. R. y Biixowirz, L. (eds.) (1970), Altruism and helping behavior, Nueva York, Academic Press. Macx, D. y Raixi\, D. (1990), Female applicants grooming and personnel selec- tion, Journal of Social Behavior and Personality, 5, 399-407. Macxai, P. K. (1983), Teoras psicolgicas de la agresin, Madrid, Pirmide (origi- nal, 1979). Maooux, J. E. y Rociis, R. W. (1983), Protection motivation and self-efficacy: A revised theory of fear apeals and attitude change, Journal of Experimental Social Psychology, 19, 469-479. Maosix, P. (1992), Postmodernism and late capitalism. On terms and reali- ties, en S. Kvale (ed.), Psychology and postmodernism, pgs. 209-223, Londres, Sage. Maisoxxiuvi, J. (1974), Introduccin a la psicosociologa, Madrid, Morata (original, 1965). Maxriii, D. M. (1971), The potential for violence in Germany, Journal of Social Issues, 27, 101-112. Maiaxx, G. (1950), The psychology of gesture, The Journal of Nervous and Mental Disease, 112, 469-497. (1985), Contribucin al estudio de la accin emotiva de la adrenalina, Estu- dios de Psicologa, 21, 75-89 (publicado originalmente en 1924). Maiiir, F. (1977), Psicosociologa actual, Madrid, Villalar (original, 1975). Maixus, H. y Za;oxc, R. B. (1985), Cognitive theories in social psychology, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), Handbook of social psychology, Nueva York, Random House. Maisu, P.; Rossii, E. y Haiii, R. (1978), The rules of disorder, Londres, Rou- tledge and Kegan Paul. Mairx, A. (1992), La psicologa comunitaria en Espaa. Estado actual, contro- Bibliografa 487 versias y nuevos derroteros, Congreso Iberoamericano de Psicologa, Madrid (5-10 de julio). Mairix, L. L. y Ciaix, L. F. (1990), Social cognition: Exploring the mental pro- cesses involved in human social interaction, en M. W. Eysenck (ed.), Cogni- tive psychology: An international review, pgs. 266-310, Nueva York, Wiley and Sons. Mairx Bai, I. (1982), Un psiclogo social ante la Guerra Civil en El Salvador, Revista de la Asociacin Latinoamericana de Psicologa Social, 2, 91-111. Mairx Bai, I. (1983), Psicologa social desde Centroamrica: Accin e ideologa, San Salvador, UCA. (1989), Sistema, grupo y poder: Psicologa social desde Centroamrica, vol. II, El Salvador, UCA. Mairx Bai, I. (1991), Mtodos en psicologa poltica, en M. Montero (ed.), Accin y discurso: Problemas de la psicologa poltica en Amrica Latina, Cara- cas, Eduven. Mairxiz, C. (1996), Anlisis psicosocial del prejuicio, Madrid, Sntesis. Mairxiz, M. (ed.) (1993), Psicologa Comunitaria, Sevilla, Eudema. Mairxiz, M. C. (1990), De la crisis a la retrica. El enfoque de M. Billig, Bole- tn de Psicologa, 28, 79-98. Masiow, A. H. (1954), Motivation and personality, Nueva York, Harper and Row. Masiow, A. H. y Mixrz, N. L. (1956), Effects of esthetic surroundigns. I. Initial effects of three esthetic conditions upon perceiving energy and well-being in faces, Journal of Psychology, 41, 247-254. Maxwiii, M. (ed.) (191), The sociobiological imagination, Nueva York, The SUNY Press. McAiisrii, A.; Piii\, C.; Kiiiix, J.; Siixxaio, L. A. y Maccon\, N. (1980), Pilot study of smoking, alcohol and drug abuse prevention, American Jour- nal of Public Health, 70, 719-721. McCaiii\, M.; Eowaios, H. P. y Rozaiio, W. (1982), Ego-relevant feedback, affect, and self-serving attributional bias, Personality and Social Psychology Bulletin, 8, 189-194. McDoucaii, W. (1908), Introduccin to social psychology, Londres, Methuen. McFaiiaxo, C. y Ross, M. (1985), The relation between current impression and memories of self and dating partners (manuscrito sin publicar), University of Waterloo. McFaiiaxo, C.; Ross, M. y DiCouiviiii, N. (1989), Effect of positive feedbach on compliance following transgression, Psychonomic Science, 24, 59-61. McGuiii, W. J. (1964), Inducing resistance to persuasion. Some contemporary approaches, en L. Berkowitz (ed.), Advances en Experimental Social Psycholgy, vol. 1, Nueva York, Academic Press. (1985), Attitude and attitude change, en G. Londzey y E. Aronson (ed.), Handbook of Social Psychology, 3. ed., Nueva York, Random House. (1986), The myth of massive media impact, Savagings and salvagings, en G. Comstock (ed.), Public communication and behavior, vol. 1, Orlando, Fi, Academic Press. McLioo, J. (1997), Narrative and psychotherapy, Londres, Sage. McLioo, R. B. (1951), The place of phenomenological analysis in social psycho- logical theory, en J. H. Rohrer y M. Sherif (eds.), Social Psychology at the crossroads, pgs. 215-241, Nueva York, Harper. McNaii\, R. J. (1992), Disunity in psychology, Chaos or speciation?, American Psychologist, 47, 1054. 488 Anastasio Ovejero Bernal Miao, G. H. (1909), Social psychology as counterpart to physiological psycho- logy, Psychological Bulletin, 6, 401-408. (1969), On social psychology, Chicago, Chicago University Press. (1972), Espritu, persona y sociedad, Buenos Aires (original, 1934). Miao, M. (1935), Sex and temperament in three savage tribes, Nueva York, Morrow (trad. castellana en Barcelona, Ed. Laia). Miius, W. H. J. y Raai;xaxiis, Q. A. W. (1986), Administrative obedience, Carr- ying out orders to use psychological-administrative violence, European Journal of Social Psychology, 16, 311-324. Miuaniax, A. (1972), Nonverbal communication, Chicago, Aldine-Atherton. Miirzii, B. N.; Pirias, J. W. y Ri\xoios, L. (1975), Symbolic interactionism. Genesis varieties and criticism, Londres, Rouledge and Kegan Paul. Micuii, A. oi (1994), La sociedad espaola, 1992-1993, Madrid, Alianza. Miiis, R. E. y Ciiio, W. E. D. (1995), Organizational forms and managerial phi- losophies, en L. L. Cummings y B. M. Staw (eds.), Research in organizational behavior, vol. 17, pgs. 333-372, Greenwich, CT, JAI. Miiciax, S. (1981), Obediencia a la autoridad, Bilbao, Descle de Brouwer (origi- nal, 1974). Miiiii, A. (1990), For your own good: Hidden cruelty in child-rearing and the roots of violence, Nueva York, Noonday Press. Miiiii, G. A. (1969), Psychology as a means of promoting human welfare, American Psychologist, 24, 1063-1075. Miiiii, N. E. y Caxiniii, D. T. (1959), Recency and primary in persuasion as a function of the timing of speeches and measurements, Journal of Abnormal and Social Psychology, 59, 1-9. Miiiii, N. E. y Doiiaio, J. (1941), Social learning and imitation, New Haven, Yale University Press. Miiiii, P. A.; Biixzwiic, J.; Eisixniic, N. y Fanis, R. A. (1995), El desarrollo y la socializacin de la conducta prosocial, en R. A. Hinde y J. Groebel, Coo- peracin y conducta prosocial, Madrid, Visor, pgs. 71-94. Mixc, A. (1994), La nueva Edad Media: El gran vaco ideolgico, Madrid, Temas de Hoy. Miia, E. (1932), Psicologa jurdica, Barcelona, Salvat. Miiaxoa, F. S. B.; Canaiiiio, R. B.; Gxiz, M. N. G. y Zaxoiaxo, M. A. M. (1981), Obediencia a la autoridad, Psiquis, 2, 212-221. Misuax, E. J. (1971), Los costes del desarrollo, Barcelona, Oikos. Miixai, Z. (ed.) (1992), Globalization and territorial identities, Aldeshot (Hants), Avebury. Moxx, G.; Wixsoaii, J.; Ciocxir, K. y Eisrox, D. (eds.), Narrative The- rapy in Practice: The archaeology of hope, San Francisco, Jossey-Bass Publishers. Moxracu, A. (1973), Man and aggression, Oxford, Oxford University Press. (ed.) (1980), Sociobiology examined, Oxford, Oxford University Press. Moxriio, M. (1989), La psicologa social en Amrica Latina. Desarrollo y ten- dencias actuales, Revista de Psicologa Social, 4, 47-54. (1993), Evolucin y tendencias actuales de la psicologa social en Amrica Latina, Papeles del Psiclogo, poca 2 (55), 62-67. (1994a), Un paradigma para la psicologa social: Reflexiones desde el que- hacer en Amrica Latina, en M. Montero (ed.), Construccin y crtica de la psi- cologa social, pgs. 27-47, Barcelona, Anthropos. (1994b), La psicologa social en Amrica Latina, Anthropos, 156, 17-23. Bibliografa 489 (1986), Political Psychology in Latin America, en M. Hermann (ed.), Politi- cal Psychology, pgs. 414-433, San Francisco, Jossey Bass. (1987), Psicologa Poltica Latinoamericana, Cacaras, ed. Panapo. (1994b), Indefinicin y contradicciones de algunos conceptos bsicos en la psicologa social, en M. Montero (ed.), Construccin y crtica de la psicologa social, pgs. 109-126, Barcelona, Anthropos. (1994c), Psicologa Social Comunitaria, Guadalajara (Mxico), Universidad de Guadalajara. (1996), La identidad social negativa. Un concepto en busca de teora, en J. F. Morales y cols. (eds.), Identidad social, pgs. 395-415, Valencia, Promolibro. Moxrxoiiix, G. oi (1965), Influence des rponses dautrui sur les jugements perceptifs, Anne Psychologique, 65, 377-395. (1966a), Influence de la rponse dautrui et marges de vraisemblance, Psy- chologie Franaise, 11, 89-95. (1966b), Processus dinfluence sociale et modalits dinteraction, Psychologie Franaise, 11, 169-178. (1966c), Effet de la dispersion des informations sur les changements indivi- duelle dans un jugement perceptif, Anne Psychologique, 66, 111-129. (1967), Certitude subjective et influence sociale dans les jugements percep- tifs, Ane Psychologique, 67, 477-492. (1977), Linfluence sociale: Phenomnes, facteurs et theories, Paris, P.U.F. (1985), El cambio de actitud, en S. Moscovici (ed.), Psicologa Social, vol. 1, pgs. 117-174, Barcelona, Paids. Mooo\, K. (1980), Growing up on television: The TV effect, Nueva York, Times Books. Moiawsxi, J. B. (1979), The structure of social psychological communities. A fra- mework for examining the sociology of social psychology, en Ll. H. Stric- kland (ed.), Soviet and western perspectives in social psychology, pgs. 25-56. Londres, Pergamon Press. Moiixo, B. y Xixixiz, C. (1996), Evaluacin de la calidad de vida, en G. Buela-Casal, V. E. Caballo y J. C. Sierra (eds.), Manual de evaluacin en Psi- cologa Clnica y de la Salud, Madrid, Siglo XXI. Moiaiis, J. F. (1981a), Metodologa y teora de la psicologa, 2 vols., Madrid, UNED. (1981b), La conducta social como intercambio, Bilbao, Descle de Brouwer. (1984), Hacia un modelo integrado de Psicologa Social aplicada, en J. R. Torregrosa y E. Crespo (eds.), Estudios bsicos de Psicologa Social, pgs. 701- 723, Barcelona, ed. Hora. (1996), El prejuicio racial como actitud negativa, en J. F. Morales y S. Yubero (eds.), Del prejuicio al racismo: Perspectivas psicosociales, Cuenca, Universidad de Castilla- La Mancha. Moiaiis, J. F. y Uisa, N. (1992), Teora, metateora y problemas metodolgicos en psicologa social, en D. Pez, J. Valencia, J. F. Morales, B. Sarabia y N. Ursa (eds.), Teora y mtodo en psicologa social, Barcelona, Anthropos. Moiaiis, J. F. y Huici, C. (1994), Procesos grupales, en J. F. Morales y cols. (eds.), Psicologa Social, Madrid, McGraw-Hill. Moiaiis, J. F. y Liiz, M. (1993), Bases para la construccin de un sistema de indicadores sociales de estereotipia de gnero, Psicothema, 5 (Suplemento), 123-132. Moiaiis, J. F. y Mo\a, M. (1994), Procesos interpersonales, en J. F. Morales y cols., Psicologa Social, captulos 14-17, Madrid, McGraw-Hill. 490 Anastasio Ovejero Bernal (1996), Procesos bsicas, en J. M. Peir, J. F. Morales y J. M. Fernndez Dols, Tratado de Psicologa Social, vol. 1, Madrid, Sntesis. Moiaiis, J. F.; Paiz, D.; Discuaxis, J. C. y Woicuii, S. (eds.), Identidad social: Aproximaciones psicosociales a los grupos y a las relaciones entre grupos, Valen- cia, Promolibro. Moiixo, J. L. (1934), Who shall survive?, Nueva York, Beacon House (edicin de 1953). Moiixo, E. (1997), La cobertura legal del psiclogo ambiental, Papeles del Psi- clogo, 67, 31-38. Moicax, M. (1996), Qualitative research: A package deal?, The Psychologist, Bulletin of the British Psychological Society, 9, 31-32. Moiiis, W. N. y Miiiii, R. S. (1975), The effect of consensus-breaking and con- sensus-preempting partners on reduction of conformity, Journal of Experi- mental Social Psychology, 11, 215-223. Moiiisox, D. M. (1989), Predicting contraceptive efficacy: A discriminant analy- sis of three groups of adolescent women, Journal of Applied Social Psychology, 19, 1431-1452. Moirixsix, C. D. (1997), Miscommunication, Londres, Sage. Moscovici, S. (1961), La Psychanalyse, son image et son public, Pars, P.U.F. (1970), Prefacio a la obra de Jodelet, D., Viet, J. y Besnard, Ph. (eds.), La psicologie sociale: Une discipline en mouvement, Pars, Mouton. (1972), Society and theory in social psychology, en G. Israel y H. Tajfel (eds.), The context of social psychology, pgs. 17-68, Nueva York, Academic Press. (1976), Social influence and social change, Londres, Academic Press (trad. cast., en Madrid, Morata, 1981). (1979), El psicoanlisis, su imagen y su pblico, Buenos Aires, Huemal (original, 1961). (1980), Toward a theory of conversion behavior, en L. Berkowitz (ed.), Advances in Experimental Social Psychology, vol. 13, Nueva York, Academic Press. (1981a), Psicologa de las minoras activas, Madrid, Morata. (1981b), On social representations, en J. P. Forgas (ed.), Social Cognition, Londres, Academic Press. (1982), The coming era of social representations, en J. P. Codol y J. P. Leyens (eds.), Cognitive approaches to social behavior, La Haya, Nijhoff. (1984), The phenomenon of social representations, en R. M. Farr y S. Mos- covici (eds.), Social Representations, Cambridge, Cambridge University Press. (1986), The discovery of the masses, en G. F. Grauman y S. Moscovici (eds.), Changing conceptions of crowd mind and behavior, pgs. 5-25, Nueva York, Springer-Verlag. Moscovici, S. y Faucuiux, C. (1972), Social influence, conformity bias, and the study of active minorities, en L. Berkowitz (ed.), Advances in Experimental Social Psychology, vol. 6, Nueva York, Academic Press. Moscovici, S. y Laci, E. (1976), Studies in social influence. III: Majority versus minority influence in a group, European Journal of Social Psychology, 6, 149-174. Moscovici, S.; Laci, E. y Naiiiicuoux, M. (1969), Influence of a consistent minority on the responses of a majority in a colour perception task, Socio- metry, 32, 365-380. Moscovici, S. y Mucx\, G. (eds.) (1987), Psychologie de la conversion, Cousset (Fribourg), ed. Delval. Bibliografa 491 Moscovici, S. y Piisoxxaz, B. (1980), Studies in social influence. V: Minority influence and conversion behavior in a perceptual task, Journal of Experimen- tal Social Psychology, 16, 270-282. Moscovici, S. y Piox, M. (1968), Choix et autonomie du sujet. La thorie de la reactance psychologique, LAnne Psychologique, 2, 467-490. Moscovici, S. y Ricariau, P. (1972), Conformit, minorit et influence sociale, en S. Moscovici (ed.), Introduction la Psychologie Sociale, vol. 1, Pars, Larousse. Mow (1987), The meaning of working, Londres, Academic Press. Mowoa\, R. T. y Surrox, R. I. (1993), Organizational behavior: Linking indivi- duals and groups to organizational contexts, Annual Review of Psychology, 44, 195-229. Mo\a, M. (1994), Percepcin de personas, en J. F. Morales y cols., Psicologa social, captulo 4, Madrid, McGraw-Hill. Muccui-Faixa, A., Maass, A. y Voiiaro, C. (1991), Social influence. The role of originally, European Journal of Social Psychology, 21, 183-197. Mucx\, G. (1981), El poder de las minoras, Barcelona, Rol. (1985), Introduction, en S. Moscovici, G. Mugny y E. Van Avermaet (eds.), Perspectives on minority influence, pgs. 3-8, Cambridge, Cambridge University Press. Mucx\, G. y Paiasraxou, S. (1980), When ridigidy does not fail, European Journal of Social Psychology, 10, 43-61. (1982), Los estilos de comportamiento y su representacin social, en S. Mos- covici (ed.), Psicologa Social, vol. II, pgs. 507-534, Barcelona, Paids. Muiiix, B. (1991), Group composition, salience, and cognitive representations. The phenomenology of being in a group, Journal of Experimental Social Psy- chology, 27, 297-323. Muiiii, B. y Goiruais, G. R. (1990), Social projection, actual consensus and valence, British Journal of Social Psychology, 29, 279-282. Muiiix, B. y Hu, L. (1989), Perceptions of ingroup and outgroup variability. A meta-analysis integration, Basic and Applied Social Psychology, 10, 233-252. Muxxixoi\, A. (1990), Conducta agresiva, en M. Hewstone y cols. (eds.), Intro- duccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgs. 260-282, Barce- lona, Ariel. Muxxi, F. (1985), El desarrollo de la psicologa social en la Unin Sovitica, Revista de Historia de la Psicologa, 6, 19-46. (1986), La construccin de la psicologa social como ciencia terica, Barcelona, Alamex. (1989), Entre el individuo y la sociedad, Barcelona, P.P.U. (1993a), Pluralismo terico y comportamiento social, Psicothema, 5 (suple- mento), 53-64. (1993b), La comunicacin en la cultura de masas, Barcelona, PPU. Muxxi, F. y Cooixa, N. (1996), Psicologa social del ocio y el tiempo libre, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 429-448, Madrid, McGraw-Hill. Muxoz, L.; Ba\is, R. y Muxxi, F. (1980), Introduccin a la psicologa jurdica, Mxico, Trillas. Muicuisox, C. (Ed.)(1935), Handbook of Social Psychology, Worcester, Mass., Clark University Press. Muiia\, Ch. y Hiiisriix, R. (1994), The bell curve: Intelligence and class structure in American life, Nueva York, Free Press. 492 Anastasio Ovejero Bernal Muiia\, J. P. y Kiiiax, S. (1979), From the early window to the late night show. International trends in the study televisions impact on children and adults, en L. Berkowitz (ed.), Advances in Experimental Social Psychology, vol. 12, Nueva York, Academic Press. Musiru, G. (1993), Introduccin, en G. Musitu (ed.), Psicologa de la comunica- cin humana, pgs. 3-9, Buenos Aires, Lumen. Musiru, G. y Aiaxco, C. (1995), La psicologa comunitaria en Espaa: Pasado y presente, en J. A. Conde y A. I. Isidro (eds.), Psicologa comunitaria, salud y calidad de vida, pgs. 15-37, Salamanca, Eudema. Musiru, G. y Hiiiiio, J. (1993), La psicologa de la comunicacin: Anlisis y conceptualizacin, en G. Musitu (ed.), Psicologa de la comunicacin humana, pgs. 11-38, Buenos Aires, Lumen. Mussix, P y Eisixniic, N. (1977), Roots of caring: Sharing and Helping, San Fran- cisco, W. H. Freeman and Company. M\iis, D. G. (1992), The pursuit of happiness: Who es happy and why, Nueva York, William Morrow. (1995), Psicologa Social, Madrid, McGraw-Hill. Nacii, Th. (1997), Una visin de ningn lugar, Mxico, FEC (original ingls, 1985). Naiioo, J. M. y Saxcuiz, L. J. (1994), Las paradojas del automvil. Las cuentas del automvil desde el punto de vista del usuario, Archipilago, 18/19, 81-96. Niixi\ii, G. J.; MacNaii, R.; Miiziii, A. E. y Couicuaixi, K. (1991), Chan- ging personal beliefs. Effects of forewarning, argument quality, prior bias, and personal exploration, Journal of Social and Clinical Psychology, 10, 1-20. Nixiru, C. (1986), Differential contributions of majority and minority influence, Psychological Review, 93, 23-32. (1992), Minority dissent as a stimulant to group performance, en S. P. Wor- chel, W. Wood y J. L. Simpson (eds.), Group process and productivity, Newbury Park, CA, Sage. Niwcoxn, T. (1953), An approach to the study of communicative acts, Psycho- logical Review, 60, 393-404. (1961), The acquaintance process, Nueva York, Holt, Rinehart y Winston. (1966), The prediction of interpersonal attraction, en C. W. Backman y P. F. Secord (eds.), Problems in Social Psychology, pgs. 168-179, Nueva York, McGraw-Hill. Niiisix Mioia Risiaicu (1990), Report on television, resumido en American Enterprise, julio-agosto, pg. 98. Oaxis, P. J. (1989), Comentario a S. E. Taylor y cols., Bases contextuales y cate- goriales de la memoria de personas y de estereotipia, Revista de Psicologa Social, 4, 228-231. Oiiviia, J. y Oiiviia, A. (1995), La crisis de la modernidad y el advenimiento de la posmodernidad: El deporte y las prcticas fsicas alternativas en el tiempo libre del ocio activo, Apunts. Educaci Fsica i Sports, 41, 10-29. Oisox, J. M. y Zaxxa, M. P. (1993), Attitudes and atittude change, Annual Review of Psychology, 44, 117-154. Oiorow, S. (1990), Moral exclusion and injustice: An introduction, Journal of Social Issues, 46, 1-20. ORiiii\, C. A. (1991), Organizational behavior: Where were been, were going, Annual Review of Psychology, 42, 427-458. Oixi, H. T. (1962), On the social psychology of the psychological experiment: With particular reference to demand characteristics and their implications, American Psychology, 17, 776-783. Bibliografa 493 Oirica \ Gassir, J. (1962), Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente. (1971), Historia como sistema, Madrid, Espasa-Calpe (original, 1935). Osnoixi, J. W. (1995), Academics self-esteem and race: A look at the underlying assumptions of the desidentification hypothesis, Personality and Social Psycho- logy Bulletin, 21, 449-455. Oscooo, C. y Taxxixnaux, P. (1955), The principle of congruity in the predic- tion of attitude change, Psychological Review, 62, 42-55. Osxaxi, S. (1991), Attitudes and Opinions, Englewood Cliffs, Prentice Hall (2. ed.). Ossicixi, A. (1972), Kurt Lewin e la psicologia moderna, Roma, Armando Editore. Ovi;iio, A. (1981), El autoritarismo como variable de personalidad, Tesis Doctoral. Madrid, Editorial Complutense. (1982), La personalidad autoritaria, un enfoque psicolgico, El Basilisco, 13, 40-44. (1983), Un estudio sobre el autoritarismo en una muestra de la Universidad de Oviedo, Aula Abierta, 39, 215-238. (1984a), La crisis de la Psicologa Social, Actas del II Congreso de Teora y Metodologa de las Ciencias, Oviedo, Pentalfa, pgs. 517-524. (1984b), Crtica al experimento de laboratorio en Psicologa Social, Actas del II Congreso de Teora y Metodologa de las Ciencias, Oviedo, Pentalfa, pgs. 525-532. (1984c), Psicologa Social Cognitiva: Una nueva Psicologa Social?, Investi- gacin Psicolgica, 1, 67-98. (1985a), Tradicin cognitivista de la Psicologa Social, Estudios de Psicologa, 23/24, 166-185. (1985b), El dogmatismo, un concepto todava til en educacin, Aula Abierta, 43, 59-98. (1985c), Crisis econmica y personalidad autoritaria, Revista del Colegio de Psiclogos de Castilla y Len, Valladolid, nm. 0, 12-17. (1985d), Influencia social bajo una tarea perceptiva, Universitas Tarraconen- sis, VII (2), 207-218. (1986a), Psicologa Social y Educacin, Oviedo, I.C.E. (1986b), Diferencias entre hombres y mujeres en atribucin del xito/fracaso acadmico, Revista de Psic. General y Aplicada, 41, 771-795. (1987a y b), Procesos de influencia social: De los factores cognitivos al con- texto social, Revista de Psicologa (Universitas Tarraconensis), IX(1), 13-22; y IX(2), 203-214. (1987c), Psicologa social y salud, Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Uni- versidad de Oviedo. (1987d), Maquiavelismo y sociedad contempornea, Tabanque, 3, 95-107. (1987e), Un estudio sobre las actitudes autoritarias, dogmticas y maquiavli- cas en el distrito universitario de Oviedo, Aula Abierta, 50, 35-53. (1988a), Psicologa Social de la Educacin, Barcelona, Herder. (1988b), Psicologa social: Una disciplina en busca de su identidad, Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo. (1989a), Influye el paso por la Universidad en las actitudes autoritarias?, Boletn de Psicologa, 22, 41-57. (1989b), Cmo se origina el maquiaveslimo?, Magister, 7, 163-170. (1990a), El aprendizaje cooperativo: Una alternativa a la enseanza tradicional, Barcelona, PPU. (1990b), Relaciones entre el profesional de la salud y el enfermo, en 494 Anastasio Ovejero Bernal S. Barriga, J. M. Len, M. Martnez e I. Jimnez (eds.), Psicologa de la salud: Aportaciones desde la psicologa social, pgs. 135-158, Sevilla, Sendal. (1990c), Apoyo social y salud, en S. Barriga, J. M. Len, M. F. Martnez e I. F. Jimnez (eds.), Psicologa de la salud: Aportaciones desde la psicologa social, pgs. 135-158, Sevilla, Sedal. (1990d), Psicologa social de la educacin: Panormica general, en I. Quin- tanilla (ed.), Calidad de vida, educacin, deporte y medio ambiente, pgs. 177- 194, Barcelona, PPU. (1990e), Las habilidades sociales y su entrenamiento. Un enfoque necesaria- mente psicosocial, Psicothema, 2, 93-112. (1991a), Algunas consideraciones sobre la crisis de la Psicologa Social, cau- sas, consecuencias y tendencias futuras, Interaccin Social, 1, 169-184. (1991b), Estereotipos raciales/nacionales de los universitarios, 30 aos des- pus, Revista de Psicologa General y Aplicada, 44, 485-493. (1991c), Algunas consideraciones sobre la crisis de la psicologa social: Causas, consecuencias y tendencias futuras, Interaccin Social, 1, 169-184. (1992a), Algunas consideraciones sobre la psicosociologa de Ortega, Interac- cin Social, 2, 85-108. (1992b), Cooperative learning as an Innovation Educational Psychosociologi- cal Technic, International Conference on Innovation in Social Psychology, New Trends, Lisboa (1992c), Sobre la cuestin del autoritarismo de izquierdas, Psicologa Pol- tica, 5, 53-69. (1993a), Len Festinger y la Psicologa Social Experimental: La teora de la disonancia cognoscitiva 35 aos despus, Psicothema, 5, 185-206. (1993b), Aprendizaje cooperativo. Una eficaz aportacin de la Psicologa Social a la escuela del siglo XXI, Psicothema (Suplemento Especial dedicado a Psicologa Social, Septiembre de 1993), pgs. 373-391. (1993c), Necesidad de una perspectiva crtica en Psicologa Social de la Edu- cacin, en F. Loscertales y M. Marn (eds.), Las dimensiones psicosociales de la educacin y de la comunicacin, pgs. 87-94, Madrid, Eudema. (1993d), La adicin al tabaco, algunos aspectos psicosociales, Intervencin psicosocial, 5, 95-114. (1993e), Nuevas tendencias tericas y epistemolgicas en la psicologa social de fin de siglo, en B. Gonzlez Gabaldn y A. Guil (eds.), Psicologa Cultural, pgs. 323-332, Madrid, Eudema. (1994), Wilhelm Wundt, fundador de la psicologa experimental no social o de la psicologa social no experimental?, Revista de Historia de la Psicologa, 15, 123-150. (1995a), La actual psicologa social de la educacin, Comunicacin presentada al V Congreso Nacional de Psicologa Social, Salamanca. (1995b), El contexto de la educacin: El grupo y su dinmica, en S. Lemos, F. Martn, A. Ovejero y R. Rodrguez, Dimensiones psicolgicas en la educacin secundaria, Universidad de Oviedo, I.C.E. (1995c), Freud: Una vida de nuestro tiempo, Psicothema, 7, 453-460. (1995d), Breves reflexiones sobre las aportaciones de Benito J. Feijo a la Psi- cologa Espaola, Psicothema, 7. 219-231. (1996), Psicologa Social de la Educacin, en J. L. lvaro y cols. (eds.), Psi- cologa Social: Contextos de aplicacin, Madrid, Mc Graw-Hill. (1997a), El individuo en la masa: Psicologa del comportamiento colectivo, Oviedo, Nobel. Bibliografa 495 (1997b), Paulo Freire y la Psicopedagoga de la liberacin, Psicothema, 9, 671-688. (en prensa), Juan Luis Vives, Precursor de la moderna psicologa emprica, Revista de Psicologa General y Aplicada. (en prensa), Nuevas tecnologas y educacin en la actual sociedad posmo- derna. Una perspectiva psicosocial, Revista de Psicologa Social y Aplicada. Paiz, D. (1996), Introduccin, en C. San Juan (ed.), Intervencin psicosocial, pgs. 15-28, Barcelona, Anthropos. Paiz, D. y Biaxco, A. (1994), Psicologa social latinoamericana. Una visin crtica y plural, Barcelona, Anthropos. Paiz, D. y Cainoxiio, A. J. (1993), Afectividad, cognicin y conducta social, Psicothema, 5 (suplemento), 133-150. Paiz, D.; Maiquis, J. e Ixsa, P. (1994), Cognicin social, en J. F. Morales y cols., Psicologa Social, captulos 5, 6 y 7, Madrid, McGraw-Hill. Paiz, D.; Sax Juax, C.; Roxo, I. y Viicaia, A. (1991), SIDA: Imagen y prevencin, Madrid, Fundamentos. Paiz, D.; Vaiixcia, J.; Moiaiis, J. F.; Saiania, B. y Uisua, N. (1992), Teora y mtodo en psicologa social, Barcelona, Anthropos. Paicuiiii, G. y Moscovici, S. (1985), Conformidad simulada y conversin, en S. Moscovici (ed.), Psicologa Social, vol. I, pgs. 175-209, Barcelona, Paids. Pax\iiia, M. y Rooicuiz, L. (1984), La crisis en psicologa social: Elementos para la discusin epistemolgica del concepto de crisis, Cuadernos de Psicolo- ga, II, 89-100. Paixii, I. (1989), The crisis in modern social psychology-and how to end it, Lon- dres, Routledge. (1992), Discourse Analysis: Critical Analysis for Social and Individual Psychology, Londres, Roudledge. (1996), Discurso, cultura y poder en la vida cotidiana, en A. J. Gordo y J. L. Linaza (eds.), Psicologas, discursos y poder, pgs. 79-106, Madrid, Visor. (1997), Psychoanalytic Culture: Psychoanalytic discourse in western society, Lon- dres, Sage. (1998), Deconstructing Psychotherapy, Londres, Sage. Paixii, I. y Suorrii, J. (eds.) (1990), Deconstructing Social Psychology, Londres, Routledge. Paiior, W. G. (1992), Conceptos de emocin en la teora y en la vida cotidiana, Revista de Psicologa Social, 7, 115-123. Pasroi Raxos, G. (1994), Conducta interpersonal: Ensayo de psicologa social siste- mtica, Salamanca, Publicaciones de la Universidad Pontificia (1. edicin, 1978). Parriisox, G. R.; Lirrxax, R. A. y Biicxii, W. (1967), Assertive behavior in children: A step toward a theory of aggression, Monograph of the Society of Research in Child Development (Seria nm. 113), 32, pg. 5. Piaici, P. L. (1982), The social psychology of tourist behavior, Oxford, Pergamon Press. Piasi, A. (1995), El lenguaje del cuerpo: Cmo leer el pensamiento de los otros a travs de sus gestos, Barcelona, Ediciones Altaya. Piii, J. M. (1984), Psicologa de la organizacin, Madrid, UNED (2 vols.) (1989), Desempleo juvenil y socializacin para el trabajo, en J. R. Torregrosa, J. Bergre y J. L. lvaro (eds.), Juventud, trabajo y desempleo, pgs. 159-178, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. (1990), Organizaciones: Nuevas perspectivas psicosociolgicas, Barcelona, PPU. 496 Anastasio Ovejero Bernal Piii, J. M. (1996), Psicologa social de las organizaciones, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 155-197, Madrid, McGraw-Hill. Piiiau, L. A. y Goioox, S. L. (1985), Women and men in love: Gender diffe- rences in close heterosexual relationships, en V. E., R. K. Unger y B. S. Walls- ton (eds.), Women, gender, and social psychology, Hillsdale, N. J., Erlbaum. Piiiau, L. A. y Piiixax, D. (eds.) (1982), Loneliness: A sourcebook of current the- ory, research and therapy, Nueva York, Wiley-Interscience. Piiiau, L. A. y Ta\ioi, S. E. (1997), Sociocultural perspectives in social psychology: Current readings, New Jersey, Prentice-Hall. Piiiz, J. A. y Mucx\, G. (1988), Psicologa de la influencia social, Valencia, Pro- molibro. (1996), Categorizacin e influencia social, en J. F. Morales y cols. (eds.), Identidad social, pgs. 461-490, Valencia, Promolibro. Piiiz Siiiaxo, G. (1994), Investigacin cualitativa: Retos e interrogantes, Madrid, La Muralla. Piiiis, F. y Gxiz, L. (1995), Grupos de apoyo social y calidad de vida en dia- bticos jvenes, en J. A. Conde y A. I. Isidro de Pedro (ed.), Psicologa comu- nitaria, salud y calidad de vida, Salamanca, Eudema. Piiixax, D. (1984), Recent developments in personality and social psychology: A citation analysis, Personality and Social Psychology Bulletin, 10, 493-501. Piiixax, D. y Cozn\, P. C. (1985), Psicologa Social, Mxico, Interamericana (ori- ginal, 1983). Piiixax, D. y Ducx, S. (eds.) (1987), Intimate Relationships, Beverly Hills, N. J., Sage. Pirriciiw, T. F. y Miiirixs, R. W. (1991), Subtle racism: Its components and mea- surement, ponencia presentada en la Three Days on Racism Conference. Pars. (1995), Subtle and blatant prejudice in western Europe, European Journal of Social Psychology, 25, 57-75. Pirr\, R. E. y Kiosxicx, J. A. (eds.) (1995), Attitude strengh: Antecedents and con- sequences, Mahwah, NJ, Erlbaum. Pirr\, R. E. y Wicixii, D. T. (1997), Attitude change: Multiple roles for per- suasion variables, en D. Gilbert, S. Fiske y G. Lindzey (eds.), Handbook of Social Psychology, 4. edicin. Nueva York, McGraw-Hill. Pirr\, R. E.; Wicixii, D. T. y Faniicai, L. R. (1997), Atittudes and attitude change, Annual Review of Psychology, 48, 609-647. Piiiavix, I. M. y cols. (1969), Good samaritarism: An underground phenome- non?, Journal of Personality and Social Psychology, 13, 289-299. Piiiavix, J. A.; Dovioio, J. F.; Gaiirxii, S. L. y Ciaix, R. D. (1982), Responsive bystanders: The process of intervention, en V. J. Delega y J. Grzelak (eds). Cooperation and helping behavior, Nueva York, Academic Press. Pixazo, S. y Musiru, G. (1993), Aspectos interpersonales de la comunicacin no verbal, en G. Musitu (ed.), Psicologa de la comunicacin humana, pgs. 77- 112, Buenos Aires, Lumen. Pixiiios, J. L. (1960), Estereotipos raciales de universitarios espaoles, ingleses y norteamericanos, Revista de Psicologa General y Aplicada, 56, 777-797. (1965), La psychologie sociale en Espagne, Social Sciences, 2, 273-276. (1976), El Examen de ingenios, cuatro siglos despus, Revista de Psicolo- ga General y Aplicada, 31, 3-35. (1996), La mentalidad posmoderna, Psicothema, 8, 229-240. Bibliografa 497 (1997), El corazn del laberinto: Crnica del fin de una poca, Madrid, Espasa- Calpe. Piixii, P.; Hair; H., Koui, J. y Saaii, D. (1974), Compliance without pressure: Somme further data on the foot-in-the-door-technique, Journal of Experimen- tal Social Psychology, 10, 17-22. Poi, E. (1993), Environmental psychology in Europe: From architectural psychology to green psychology, Londres, Averbury. (1997), El desarrollo profesional de la Psicologa Ambiental, Papeles del Psi- clogo, 67, 62-69. Poiax\i, K. (1992), Sobre la fe en el determinismo econmico, Archipilago, 8, 72-80. Poixixcuoixi, D. E. (1992), Postmodern epistemology of practice, en S. Kvale (ed.), Psychology and postmodernism, pgs. 146-165, Londres, Sage. Porrii, J. (1996), Representing reality, Discourse, thetoric and social construction, Londres, Sage. (1997), Discourse and critical social psychology, en T. Ibez y L. iguez (eds.), Critical social psychology, pgs. 55-66, Londres, Sage. Porrii, J. y Wiruiiiii, M. (1987), Discourse and Social Psychology, Londres, Sage. Piocroi, R. N. (1991), Value-free science? Purity and power in modern knowledge, Boston, Harvard University Press. Piosuaxsx\, H. M. y Siioixniic, B. (1973), Estudios bsicos de psicologa social, Madrid, Tecnos (original, 1965). Piziciawsxi, K. (1993), Tourism as the subject of interdisciplinary research, en D. G. Pearce y R. W. Butler (eds.), Tourism research: Critiques and challenges, Londres, Routledge. Psaras, G. (1994), Conversation analysis: The study of talk-in-interaction, Londres, Sage. Purxax, H. (1981), Raison, verit et histoire, Pars, Minuit. Raxiiz, S. (1992), Hacia una psicologa social del nacionalismo, Madrid, Universi- dad Complutense. Rawiixcs, E. I. (1970), Reactive guilt and anticipatory guilt in altruistic beha- vior, en J. R. Macaulay y L. Berkowitz (eds.), Altruism and helping behavior, pgs. 163-177, Nueva York, Academic Press. Rinoiioso, E. (1987), Intervencin psicosocial en el marco escolar, logros y aspi- raciones, en S. Barriga y cols. (eds.), Intervencin psicosocial, Barcelona, Hora, pgs. 167-224. Rinoiioso, E. y Moiaiis, J. F. (1996), Evaluacin de programas y psicologa social, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 475-510, Madrid, McGraw-Hill. Riooxoo, S. (1994), El tratamiento de la delincuencia en Europa: Un estudio meta- analtico, Tesis Doctoral, Universidad de Barcelona. (1995), Evaluacin y tratamiento en prisiones, en M. Clemente (ed.), Funda- mentos de Psicologa Jurdica, Madrid, Pirmide. Riicu, W. (1973), La psicologa de masas del fascismo, Mxico, ed. Roca (original, 1933). Riicuaior, L. S. y Coox, T. D. (1981), Paradigms losts: Some thoughts on choosing methods in evaluation, Berverly Hills, Sage. Riicuii, S. (1988), Review Essay, British Journal of Social Psychology, 27, 283- 288. Riix, T. (1944), A psychologist looks at love, Nueva York, Rinehart. 498 Anastasio Ovejero Bernal Riixcix, P. H. (1982), Test of a list procedure for inducing compliance with a request to donate money, Journal of Applied Psychology, 67, 110-118. Risiii, H. y Wairox, P. (1983), En qu medida es social?, en N. Armistead (ed.), La reconstruccin de la psicologa social, pgs. 273-284, Barcelona, Hora (original, 1974). Ricoiui, P. (1986), Du text laction: Essais dhermneutique, II, Pars, Seuil. Rioii, D. oi y Scuiiuis, K. (1996), Coping, social support and chronic disease: A research agenda, Psychology, Health of Medicine, 1, 71-82. Riicxix, H. W. (1962), A program for research on experiments in social psycho- logy, en N. F. Washburne (ed.), Decisions, values and groups, vol. II, pgs. 25- 41, Nueva York, Pergamon Press. Riissxax, C. K. (1994), Narrative analysis, Londres, Sage. Riccixs, S. H. (ed.) (1997), The language and politics of exclusion: Others in dis- curse, Londres, Sage. Rixc, K. (1967), Experimental social psychology: Some sober questions about some frivolous values, Journal of Experimental Social Psychology, 3, 113-123. Rocui, R. (1995), Psicologa y Educacin para la prosocialidad, Bellaterra, Universi- tat Autnoma de Barcelona. Rooix, J. (1985), The application of social psychology, en G. Lindzey y E. Aron- son (eds.), Handbook of Social Psychology, vol. I, pgs. 805-881, Nueva York, Random House. Rooix, J.; Soioxox, S. y Mircaii, J. (1978), Role of control in mediating per- ception of density, Journal of Personality and Social Psychology, 36, 988-999. Rooiicuis, A. (1976), Psicologa Social, Mxico, Trillas (2. edicin, 1980). Rooicuiz Fiixaxoiz, A. (1990), El trabajo humano: Una revaluacin de su sig- nificado, III Congreso Nacional de Psicologa Social (Libro de Ponencias, pgi- nas 70-83), Santiago de Compostela, ed. Trculo. (1993), La cultura en las organizaciones pblicas y privadas, Psicothema, 5 (Suplemento), 237-260. (1994), Introduccin, en A. Rodrguez Fernndez (ed.), Las organizaciones a debate: Una perspectiva psicosociolgica, Granada, Universidad de Granada. (ed.) (1995), Los recursos humanos en las Administraciones Pblicas, Madrid, Tecnos. Rooicuiz Fiixaxoiz, A. y Aioio, C. (1996), Psicologa social y polticas pbli- cas, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 451-474, Madrid, McGraw-Hill. Rooicuiz Goxzaiiz, A. (1977), Psicologa social: Perspectivas despus de una crisis, Revista de Psicologa General y Aplicada, 32, 849-862. (1989), Interpretacin de las actitudes, en A. Rodrguez y J. Seoane (eds.), Tratado de Psicologa General, vol. 7, Creencias, actitudes y valores, pgs. 199- 314, Madrid, Alhambra. (1995), Contra racismo, en M. P. Gualda, J. F. Delgado y A. Rodrguez (eds.), Avances en poltica social, pgs. 513-520, Granada, Diputacin de Gra- nada. (1996), Psicologa social de los prejuicios, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa social aplicada, pgs. 295-315. Rooicuiz Goxzaiiz, A. y Sioaxi, J. (1988), Psicologa Poltica, Madrid, Pir- mide. Rooicuiz Maix, J. (1995), Psicologa social de la salud, Madrid, Sntesis. Rooicuiz Maix, J. y Gaica, J. A. (1995), Estilos de vida y salud, en J. M. Latorre (eds.), Ciencias Psicosociales Aplicadas II, Madrid, Sntesis. Bibliografa 499 Rooicuiz Maix, J. y Gaica, J. A. (1996), Psicologa social de la salud, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torregrosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 351-380. Rooicuiz Maix, J. Mairxiz, M. y Vaicaicii, P. (1990), Psicologa social y psicologa de la salud, en J. Rodrguez-Marn (ed.), Aspectos psicosociales de la salud y de la comunidad, Barcelona, PPU. Rooicuiz Piiiz, A. (1993), La imagen del ser humano en la psicologa social, Psicothema, 5 (suplemento), 65-79. Rooicuiz Saxaniia, F. (1963), Estereotipos regionales espaoles, Revista de Psi- cologa General y Aplicada, 68/69, 763-771. Rociis, C. (1951), Client-centered therapy, Boston, Houghton-Mifflin. (1987), Psicologa social de la enseanza, Madrid, Visor. Rociis, C. y Kurxicx, P. (1992), Individuos, grupos e intervenciones, en C. Rogers y P. Kutnick (eds.), Psicologa social de la escuela primaria, pgs. 271- 278, Barcelona, Paids. Rociis, R. W. y Miwnoix, C. R. (1976), Fear appeals and attitude change, Jour- nal of Personality and Social Psychology, 34, 54-61. Rociis, R. W. y Piixrice-Duxx, S. (1981), Deindividuation and anger-mediated interracial aggression: Unmasking regressive racism, Journal of Personality and Social Psychology, 41, 63-73. Roisii, M. (1997), Postmodernism, postmodernity and social psychology, en T. Ibez y L. iguez (eds.), Critical social psychology, pgs. 95-110, Londres, Sage. Ro;as Maicos, L. (1997), El poder de las palabras, El Pas Semanal, nm. 1.078, pg. 120. Roxiacu, M. (1967), Value survey. Sunnyvale, C. A., Halgren Tests. (1973), The nature of human values, Nueva York, Free Press. Roir\, R. (1982), Consequences of pragmatism, Success, The Harvester Press. (1983), La filosofa y el espejo de la naturaleza, Madrid, Ctedra (original, 1979). Ros, M. (1985), Las escalas de actitudes, en J. F. Morales (ed.), Metodologa y teora de las ciencias, vol. 2, pgs. 215-231, Madrid, UNED. Rosixniic, M. y Aniisox, R. (1960), An analysis of cognitive balancing, en R. Abelson y cols. (eds.), Theories of cognitive consistency: A sourcebook, pgs. 112-163. Chicago, Rand McNally. Rosixniic, M. J. y Hoviaxo, C. I. (1960), Cognitive, affective, and behavioral components of attitudes, en C. I. Hovland y M. J. Rosenberg (eds.), Attitude Organization and Change, New Haven, Yale University Press. Rosixruai, R. (1966), Experimental effects in behavioral research, Nueva York, Appleton-Century-Crofts. (1980), Pigmalin en la escuela, Madrid, Marova (original, 1968). Rosixruai, R. y Rosxow, R. L. (ed.) (1969), Artifact in behavioral research, Nueva York, Academic Press. Rosixzwiic, S. (1933), The experimental situation as a psychological problem, Psychological Review, 40, 337-354. Rosxow, R. y Gioicouoi, M. (1986), Contextualism and understanding in behario- ral science: Implications for research and theory, Nueva York, Praeger. Ross, E. A. (1908), Social Psychology, Nueva York, Macmillan. (1977), The intuitive psychologist and his shortcomings, distortionsin the attribution process, en L. Berkowitz (ed.), Advances in experimental social psychology, vol. 10, Nueva York, Academic Press. 500 Anastasio Ovejero Bernal Ross, L. D. y Nisnirr, R. E. (1991), The person and the situation: Perspectives of social psychology, Nueva York, McGraw-Hill. Rossi, L. (1994), Psicologa en Argentina: Captulos olvidados de una historia reciente, Buenos Aires, Tekn. Rosziii, P.; Kixxi\, D. y Giann, E. (1990), Physical attractiveness and income attaintment among Canadians, Journal of Psychology, 123, 547-559. Rorunair, M. y Biiiiii, P. (1977), Attitude and perception of faces, Journal of Research Personality, 11, 209-215. Rorunair, M. y Joux, O. P. (1985), Social categorization and behavioral episo- des: A cognitive analysis of the effects of intergroup contact, Journal of Social Issues, 41, 81-104. Rorunair, M. y Paix, B. (1986), On the confirmability and disconfirmability of trait concepts, Journal of Personality and Social Psychology, 50, 131-142. Roussiau, D. M. (1997), Organizational behavior in the new organizational era, Annual Review of Psychology, 48, 515-546. Runix, Z. (1970), Measurement of romantic love, Journal of Personality and Social Psychology, 16, 265-273. Ruii, B. G.; Bisaxz, G. L. y Koux, M. (1985), Anatomy of a persuasion schema: Targets, goals and strategies, Journal of Personality and Social Psychology, 48, 1127-1140. Rusurox, J. P. (1976), Socialization and the altruistic behavior of children, Psy- chological Bulletin, 83, 898-913. (1980), Altruism, socialization and society, New Jersey, Prentice-Hall. Rusurox, J. P. y Wiixii, J. (1975), Altruism and cognitive development chil- dren, British Journal of Social and Clinical Psychology, 14, 341-349. Russiii, J. A. (1992), En defensa de una aproximacin a los conceptos emocio- nales desde la perspectiva de los prototipos, Revista de Psicologa Social, 7, 75-95 (original, 1991). R\ax, Ch. (1991), Recreational tourism, Londres, Routledge. Sanixi, J. y Siivii, M. (1982), Moralities of everyday, Nueva York, Oxford Univer- sity Press. Sanucioo, J. M. (1996a), Psicologa Poltica, Madrid, Sntesis. (1996b), A modo de presentacin: Unas breves notas sobre la psicologa pol- tica, Revista de Psicologa Social Aplicada, 6, 5-10. Sanucioo, J. M.; DAoaxo, O. y Gaica Biauooux, V. (1997), Fundamentos de psicologa social, Madrid, Siglo XXI. Sanucioo, J. M. y Rooicuiz, M. (1997), Medios de comunicacin de masas y con- ducta poltica, Madrid, Biblioteca Nueva. Saiis, S. M. (1973), Threat as a factor in authoritarianism: An analysis of archival data, Journal of Personality and Social Psychology, 28, 44-57. Saiovii\, P.; Ma\ii, J. D. y Rosixuax, D. L. (1991), Mood and healing: Mood as a motivator of helping and helping as a regulator of mood, en M. S. Clark (ed.), Prosocial behavior, Newbury Park, CA, Sage. Saxisox, E. E. (1978), Scientific paradigms and social values: Wanted-A scienti- fic revolution, Journal of Personality and social Psychology, 36, 1332-1343. (1981), Cognitive psychology as ideology, American Psychologist, 36, 730- 743. (1991), Social worlds, personal lives: An introduction to social psychology, San Diego, Harcourt Brace Jouanovich. Sax Juax, C. (1996a), Intervencin psicosocial, Barcelona, Anthropos. (1996b), Intervencin psicosocial: Del individuo a la comunidad, en Bibliografa 501 C. San Juan (ed.), Intervencin psicosocial, pgs. 29-35, Barcelona, An- thropos. Saxcuiz, A. (1993), Programas de prevencin e intervencin comunitaria, Barce- lona, PPU. Saxcuiz, A. y Musiru, G. (1995), Intervencin comunitaria, Barcelona, PPU. Saxcuiz, F. M. y Caxro, J. M. (1995), Comunicacin no verbal, en L. Gmez Jacinto y J. M. Canto (eds.), Psicologa Social, Madrid, Eudema. Saxciaooi, J. L. (1981), Estereotipos de las nacionalidades y regiones de Espaa, Madrid, C.I.S. (1982), Interaccin humana y conducta social, Madrid, Salvat. (1985), Introduccin a la psicologa social de la educacin, en C. Huici (ed.), Estructura y procesos de grupo, vol. 2, pgs. 137-157, Madrid, UNED. (1990), Estereotipos sociales: Notas sobre sus rasgos definitorios, Actas del III Congreso Nacional de Psicologa Social, Libro de Simposios, pgs. 270-278, Santiago de Compostela. (1991a), Psicologa social y cognicin social, en C. Fernndez, J. M. Torre- grosa, F. Jimnez Burillo y F. Munn (eds.), Cuestiones de Psicologa Social, pgs. 115-134, Madrid, Universidad Complutense. (1991b), Estereotipos y cognicin social: Una perspectiva crtica, Interaccin Social, 1, 65-87. (1992), Interaccin humana y conducta social, Madrid, Salvat. (1993), Consideraciones psicosociales sobre el amor romntico, Psicothema, 5 (suplemento), 181-196. (1996), Identidades, actitudes y estereotipos en la Espaa de las autonomas, Madrid, C.I.S. Sax Mairx, J. E. (1997), Psicosociologa del ocio y el turismo, Archidona (Mlaga), Ediciones Algibe. Saiasox, I. G.; Saiasox, B. R.; Piiici, G. R.; Suiaiix, E. N. y Sa\iis, M. H. (1991), A social learning approach to increasing blood donations, Journal of Applied Social Psychology, 21, 896-918. Sainix, T. R. (1954), Role theory, en G. Lindzey (ed.), Handbook of social psy- chology (1. ed.), vol. 2, pgs. 223-258, Cambridge, Mass, Addison-Wesley. Sainix, T. R. y Aiiix, V. L. (1968), Role theory, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), Handbook of Social Psychology (2. ed.), pgs. 488-567, Cambridge, Mass., Addison-Wesley. Sauv\, A. (1968), Les 4 roues de la fortune: Essai sur lautomobile, Pars, Flamarion. Scuacurii, S. (1959), The psychology of affiliation, Stanford, Calif., Stanford Uni- versity Press. Scuacurii, S. y Sixcii, J. (1962), Cognitive, social and psychological determi- nants of emotional states, Psychological Review, 69, 379-399. Scuiiiixniic, J. A. (1981), Los fundadores de la psicologa social, Madrid, Alianza (original, 1978). Scuiixxii, B. R. (1976), Social psychology and science: Another look, Persona- lity and Social Psychology, 2, 384-390. Scuiiii, K. R. (1993), Two faces of social psychology: European and North- American perspecctives, Social Science Information, 32, 315-352. Scuiiiiix, D. (1994), Approaches to Discourse, Oxford, Blackwell. Scurz, A. (1972), Fenomenologa del mundo social, Buenos Aires, Paids. (1974), El problema de la realidad social, Buenos Aires, Amorrortu. (1977), La estructura del mundo de la vida, Buenos Aires, Amorrortu. Scuwairz, S. H. (1973), Normative explanations of helping behavior: A critique 502 Anastasio Ovejero Bernal proposal and empirical test, Journal of Experimental Social Psychology, 9, 349- 364. Scuaizwaio, J.; Bizxax, A. y Raz, M. (1983), The foot-in-the-door paradigm: Effects of second request size on donation probability and donor generosity, Personality and Social Psychology Bulletin, 9, 443-450. Siais, D. O.; Fiiioxax, J. L. y Piiiau, L. A. (1985), Social psychology, Engle- wood, Cliffs, NJ, Prentice-Hall (5. ed.). Sicoio, P. F. (1958), Facial features and interference processes in interpersonal perception, en R. Tagiuri y T. Petrullo (eds.), Person perception and interper- sonal behavior, pgs. 300-315, Sganford, Calif., Stanford University Press. Sicai, M. W. (1974), Alphabet and attraction: An obtrusive measure of the effect of propinquity in a field setting, Journal of Personality and Social Psychology, 30, 654-657. Siiicxax, M. E. P. (1975), Helplessness, San Francisco, Freeman (trad. cast., en Madrid, Debate, 1981). Sioaxi, J. (1996), El escenario posmoderno de la psicologa social, Boletn de Psicologa, 53, 31-48. Sioaxi, J. y Gaizx, A. (1996), Las formas democrticas de vida, Revista de Psicologa Social Aplicada, 6, 35-47. Sioaxi, J. y Rooicuiz Goxzaiiz, A. (1988), Psicologa Poltica, Madrid, Pir- mide. Siiixo, C. (1996), Identidad social y comparacin yo/otros: Puntos de vista inte- gradores sobre el continuo personal-social, en J. F. Morales y cols. (eds.), Identidad social, pgs. 167-198, Valencia, Promolibrol. Siiiaxo, G. (1996), Elogio de la negociacin, leccin inaugural del curso 1996- 1997, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago. Siiiaxo, G. y Caiiixo, M. (1993), La teora de Sternberg sobre el amor. Anli- sis emprico, Psicothema, 5 (suplemento), 151-167. Siiiaxo, G. y Rooicuiz, D. (1993), Negociacin en las organizaciones, Madrid, Eudema. Suaoisu, W. R. y Fuiiii, S. (1994), The social psychology of science, Nueva York, The Guilford Press. Suaxan, M. E. y Yau\a, K. A. (1978), A cross-cultural study of obedience, Bulle- tin of the Psychonomic Society, 11, 267-269. Suavirr, S. y Biocx, T. C. (eds.) (1994), Persuasion: Psychological insights and pers- pectives, Needham Heights, MA, Allyn-Bacon. Suaw, M. E. (1980), Dinmica de grupos, Barcelona, Herder. Suaw, M. E.; Roruscuiio, G. y STiicxiaxo, J. (1957), Decision process in com- munication networks, Journal of Abnormal and Social Psychology, 54, 323-330. Suiiii, M. (1935), A study of some factors in perception, Archives of Psycho- logy, 27, nm. 187. (1936), The psychology of social norms, Nueva York, Harper. (1967), Group conflict and cooperation: Their social psychology, Londres, Rou- tledge and Kegan Paul. Suiiii, M.; Haivi\, O. J.; Wuiri, B. J.; Hooo, W. R. y Suiiii, C. (1961), Inter- group conflict and cooperation: The robbers cave experiment, University of Okla- homa. Suiiii, M. y Hoviaxo, C. I. (1961), Social judgment, New Haven, Conn., Yale University Press. Suiiii, C.; Suiiii, M. y Niniicaii, R. (1965), Atittude and attitude change: The social judgment involvement approach, Philadelphia, Penn., Saunders. Bibliografa 503 Suinuraxi, T. (1971), Sociedad y personalidad: Una aproximacin interaccionista a la psicologa social, Buenos Aires, Paids (original, 1961). Sui;iiiiv, P. N. (1991), El papel de las representaciones colectivas en las relacio- nes intergrupales, en C. Fernndez Villanueva, J. R. Torregrosa, F. Jimnez Burillo y F. Munn (eds.), Cuestiones de psicologa social, pgs. 87-95, Madrid, Editorial Complutense. Suoio;ova, E. (1984), Resultados de investigaciones sociopsicolgicas, Ciencias Sociales, 3, 44-58. Suorrii, J. (1980), Action, joint action and intentionality, en M. Brenner (ed.), The structure of action, Oxford, Blackwell. (1991), Rhetoric and social construction of cognitivism, Theory and Psycho- logy, 1, 495-515. Suorrii, J. (1993), Cultural politics of everyday life: Social constructionism, rhetoric and knowledge of the third kind, Buckingham, Open University Press. Suwioii, R. A. (1991), Thinking through cualtures, Cambridge, Harvard Univer- sity Press. Siiiia Biavo, R. (1983), Tcnicas de investigacin social, Madrid, Paraninfo. Siiviixax, D. (1993), Interpreting Qualitative Data, Londres, Sage. (ed.) (1997), Qualitative research: Theory, method, and practice, Londres, Sage. Sixisox, J. A. (1987), The dissolution of romantic relationships: Factors involved in relationship stability and emotional distress, Journal of Personality and Social Psychology, 53, 683-692. Sioax, J. H.; Kiiiiixax, A. L.; Riav\, D. T.; Fiiiis, J. A.; Koiisiii, T.; Rivaia, F. P.; Rici, C.; Gia\, L. y LoGiiio, J. (1988), Handgun regulations, crime, assaults, and homicide: A tale of two cities, New England Journal of Medicine, 319, 1256-1261. Sxiru, D. S. y Sriuni, M. J. (1991), Self-protective tendencies as moderators of self-handicapping impressions, Basic and Applied Social Psychology, 12, 63-80. Sxiru, E. R. (1991), Illusory correlation in a simulated exemplar-based memory, Journal of Experimental Social Psychology, 27, 107-123. Sxiru, E. R. y Macxii, D. M. (1997), Psicologa social, Madrid, Panamericana. Sxiru, J. A.; Haiii, R. y Vax Laxcixuovi, L. (eds.) (1995), Rethinking psycho- logy, Londres, Sage. Sxiru, M. B. (1994), Selfhood at risk: Postmodern perils and perils of postmo- dernism, American Psychologist, 49, 405-411. Sxiru, P. B. y Boxo, M. H. (1994), Across cultures, Boston MA, Allyn and Bacon. Sxoociass, S. E. (1992), Further effects of role versus gender on interpersonal sensitivity, Journal of Personality and Social Psychology, 62, 154-158. Sx\oii, C. R. y Hiccixs, R. L. (1988), Excuses: Their effective role in the nego- tiation of reality, Psychological Bulletin, 104, 23-35. Sx\oii, M. e Icxis, W. (1985), Personality and social behavior, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), Handbook of social psychology, Nueva York, Random House (3. ed.). Sx\oii, M.; Taxxi, E. D. y Biiscuiio, E. (1977), Social perception and inter- personal behavior: On the self-fulfilling nature of social stereotypes, Journal of Personality and Social Psychology, 33, 656-666. Soniai, J. (1994), Presentacin, discurso y persuasin en testigos, Revista de Psi- cologa Social, 1, 13-18. (1996), Psicologa Social Jurdica, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torre- grosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 253-268, Madrid, McGraw-Hill. 504 Anastasio Ovejero Bernal Soniai, J. y Aici, R. (1990), La psicologa social en la sala de justicia, Barcelona, Paids. Soniai, J.; Aici, R. y Piiiro, A. (1994), Manual de Psicologa Jurdica, Barcelona, Paids. Soniai, J. y Piiiro, A. (193), Persuasin y testificacin: Una (re)visin social de la credibilidad profesional, Apuntes de Psicologa, 41/42, 145-155. Soxxii, R. (1969), Personal space, Nueva York, Prentice Hall. So\iaxo, A. J. (1994), Psychology as metaphor, Londres, Sage. Siixci, J. T.; Diaux, K. y Hiixiiicu, R. L. (1985), Sex roles in contemporary american society, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), Handbook of social psy- chology, pgs. 149-178, Nueva York, Random House (3. ed.). Sraars, A. W. y Sraars, C. K. (1958), Attitudes established by classical conditio- ning, Journal of Abnormal and Social Psychology, 57, 37-40. Srauiniic, D. y Fii\, D. (1990), Actitudes I: Estructura, medida y funciones, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspec- tiva europea, pgs. 149-170, Barcelona, Ariel. Sraun, E. (1990), Moral exclusion: Personal goal theory, and extreme destructive- ness, Journal of Social Issues, 46, 47-64. (1991), Altruistic and moral motivation for helping and their tranlation into action, Psychological Inquiry, 2, 150-153. Sriii, C. M. (1992), Race and the schooling of Black American, The Atlantic Monthly, 249, 68-78. Sriixii, I. D. (1974), Whatever happened to the group in social Psychology?, Journal of Experimental Social Psychology, 10, 94-108. (1986), Paradigms and groups, en L. Berkowitz (ed.), Advances in Exper- mental Social Psychology, vol. 19, pgs. 251-289, Nueva York, Academic Press. Sriiuax, C. W. y Sriiuax, W. G. (1985), Two Social Psychologies, Homewood, Ill., The Dorsey Press. (1991), Social psychology at the cross-roads, en C. W. Stephan, W. G. Step- han y T. F. Pettigrew (eds.), The future of social psychology, pgs. 29-43, Nueva York, Springer-Verlag. Sriiuixsox, G. M. (1990), Psicologa social aplicada, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la Psicologa Social: Una perspectiva europea, pgs. 397- 426, Barcelona, Ariel. (1992), The psychology of criminal justice, Oxford, Blackwell. Sriixniic, R. J. (1986), A triangular theory of love, Psychological Review, 93, 11-136. (1988), Triangulating love, en R. J. Sternberg y M. L. Barnes (eds.), The psy- chology of love, New Haven, Yale University Press. (1989), El tringulo del amor, Barcelona, Paids. Sriixniic, R. J. y Baixis, M. L. (eds.) (1988), The psychology of love, New Haven, Yale University Press. Sriiuax, C. W.; Sriiuax, W. G. y Pirriciiw, T. F. (eds.) (1991), The future of social psychology, Nueva York, Springer-Verlag. Sriwair, M. A.; R\ax, E. B. y Giiis, H. (1985), Accent and social class effects on status and solidarity evaluations, Personality and Social Psychology Bulletin, 11, 98-105. Sriii, J. B. (1994), Persuasive communication, Nueva York, Guilford. Sroirzii, J. (1966), Psicologa social, Alcoy, Marfil. Sroxois, D. y Jacon\, M. (1984), Traditional present oriented and futuristic modes of group-environment relations, en K. J. Gergen y M. M. Gergen (eds.), Historical Social Psychology, pgs. 303-324. Hillsdale, NJ, LEA. Bibliografa 505 Sriauss, A. (1945), The concept of attitude in social psychology, Journal of Psy- chology, 19, 329-339. Sriauss, M. A. y Giiiis, R. J. (1980), Behind closed doors: Violence in the Ameri- can family, Nueva York, Anchor/Doubleday. Sriixcir, P. (ed.) (1984), The social psychology of tourism, nmero especial de la revista Annals of Tourism Research. Srioini, W. y Joxas, K. (1990), Actitudes II: Estrategias de cambio de actitud, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspec- tiva europea, pgs. 171-197, Barcelona, Ariel. Srioini, W. y Srioini, M. S. (1984), When love dies, an integration of attraction and bereavement research, en H. Tajfel (ed.), The social dimension, pgs. 250- 281, Cambridge, Cambridge University Press. Srioxniic, R. R. (1990), Historia intelectual europea desde 1789, Madrid, Debate. Srioxc, S. R. (1978), Social psychological approach to psychotherapy research, en S. L. Garfield y A. E. Bergin (eds.), Handbook of psychotherapy and beha- vior change, (2. edicin), Nueva York, Wiley. Srioxc, S. R. (1991), Social influence and change in therapeutic relationship, en C. R. Snyder y D. R. Forsyth (eds.), Handbook of social and clinical psychology, Nueva York, Pergamon Press. Sri\xii, S. (1983), Tendencias tericas de la psicologa social: Hacia una psicolo- ga social interdisciplinar, en J. R. Torregrosa y B. Sarabia (eds.), Perspectivas y contextos de la psicologa social, Barcelona, Hispanoeuropea. (1991), Consequences of the gap between the two social psychologies, en C. W. Stephan y cols. (eds.), The future of social psychology, pgs. 83-97, Nueva York, Springer-Verlag. Sri\xii, S. y Sraruax, A. (1985), Symbolic interaction and role theory, en G. Lindzey y E. Aronson (eds.), Handbook of Social Psychology, Nueva York, Random House. Suxxiis, G. y Fiioxax, N. S. (1984), Blaming the victim versus blaming the perpetrator: An attributional analysis of spouse abuse, Journal of Social and Clinical Psychology, 2, 339-347. Suxosriox, E.; Biii, P. A.; Busn\, P. L. y Asxus, Ch. (1996a), Environmental Psychology problems, en P. Stringer (ed.), Confronting social issues, pgs. 7- 22, Londres, Academic Press. (1996b), Environmental Psychology, 1989-1994, Annual Review of Psycho- logy, 47, 485-512. S\xoxos, P. (1927), What is an attitude?, Psychological Bulletin, 24, 200-201. Swaxx, A. oi (1995), Widening circles of identification: Emotional concerns in sociogenetic perspective, Theory: Culture and Society, 12, 25-39. Swaxx, W. B., Jr. (1990), To be adored or to bi known? The interplay of self- enhancement and self-verification, en R. M. Sorrentino y E. T. Higgins (eds.), Foundations of social behavior, vol. 2. Nueva York, Guilford. Swai, W. C. (1977), Interpersonal attraction and repeated exposure to rewarders and punishers, Personality and Social Psychological Bulletin, 3, 248-251. Swixsix, C. H. (1972), The behavior of love, en H. A. Otto (ed.), Love today, pgs. 86-101, Nueva York, Dill. Ta;iii, H. (1969), Cognitive aspects of prejudice, Journal of Social Issues, 25, 79- 97. (1972), La catgorisation sociale, en S. Moscovici (ed.), Introduction la psy- chologie sociale, vol. 1, pgs. 272-302, Paris, Larouse. (1978a), Social categorization, social identity and social comparison, en 506 Anastasio Ovejero Bernal H. Tajfel (ed.), Differentiation between social grupos, Londres, Academic Press. (1978b), Intergroup behavior, en H. Tajfel y C. Fraser (eds.), Introducing social psychology, pgs. 423-446, Harmondsworth, Penguin. (1982), Social psychology of intergroup relations, Annual Review of Psycho- logy, 33, 1-39. Ta;iii, H. y Wiixis, A. L. (1963), Classification and quantitative judgement, British Journal of Psychology, 54, 101-114. Ta\ioi, Ch. (1985), Human agency and language: Philosophical papers, I, II. Cam- bridge, Cambridge University Press. (1997), Argumentos filosficos, Barcelona, Paids. Ta\ioi, S. E. (1981), The interface of cognitive and social psychology, en J. H. Harvey (ed.), Cognition, social behavior, and the environment, pgs. 189-214, Hillsdale, NJ, LEA. Ta\ioi, S. E.; Ciocxii, J.; Fisxi, S. T.; Siiixzix, M. y Wixxiii, J. D. (1979), The generalizability of salience effects, Journal of Personality and Social Psy- chology, 37, 357-368. Tioiscui, J.; Scuiixxii, B. y Boxoxa, T.(1971), Cognitive dissonance: Private ratiozination or public spectacle?, American Psychologist, 26, 685-695. Tiriocx, P. E. (1991), An alternative metaphor in the study of judgment and choice: People as politicians, Theorical Psychology, 1, 451-575. Tuinaur, J. W. y Kiiii\, H. H. (1959), The social psychology of groups, Nueva York, John Wiley and Sons. (1959), The social psychology of groups, Nueva York, Wiley. Tuoxas, W. y Zxaxiicxi, F. (1984), The polish peasant in Europe and America, Urbana, University of Illinois Press (original, 1918-1920). Tuoxisox, J. B. (1984), Studies in the theory of ideology, Cambridge, Polity Press. Toisca, Y. (1974), La sociometra en la educacin bsica, Madrid, Narcea. Tuoixoixi, W. (1976), Must we always think before we act?, Personality and Social Psychology Bulletin, 2, 31-35. Tuuisroxi, L. (1929), Theory of attitude measurement, Psychological Review, 36, 222-241. Tuuisroxi, L. y Cuavi, E. (1929), The measurement of atittudes, Chicago, Chi- cago University Press. Tici, D. M. (1991), Esteem protection or enhancement? Self-handicapping moti- ves and attributions differ by trait self-esteem, Journal of Personality and Social Psychology, 60, 711-725. Toiiiii, A. (1983), Avances y premisas, Barcelona, Plaza y Jans. Txxiis, F. (1887), Comunidad y asociacin, Barcelona, Pennsula, 1976. Toiiiciosa, J. R. (1969), Algunos datos y consideraciones sobre el autorita- rismo de las clases trabajadoras, Revista Espaola de la Opinin Pblica, 16, 33-46. (1974), Teora e investigacin en la psicologa social actual, Madrid, Instituto de la Opinin Pblica. (1981), Prlogo, en J. F. Morales, Teora del intercambio social, Bilbao, Des- cle de Brouwer. Toiiiciosa, J. R. (1982), Emociones, sentimientos y estructura social, en J. R. Torregrosa y E. Crespo (eds.), Estudios bsicos de psicologa social, Barcelona, Hora. (1985a), Ortega y la psicologa social histrica, Revista de Psicologa Social, O, 55-63. (1985b), Hacia una definicin psicosociolgica de los problemas sociales. El Bibliografa 507 problema de las relaciones entre teora y prctica en la psicologa social, Actas del I Congreso Nacional de Psicologa social, Granada. (1991), La psicologa social espaola. Perspectivas de futuro, en C. Fernn- dez Villanueva, J. R. Torregrosa, F. Jimnez Burillo y F. Munn (eds.), Cuestio- nes de psicologa social, pgs. 15-24, Madrid, Editorial Complutense. (1994), Reflexiones en torno a los elementos epistemolgicos e ideolgicos de la psicologa de las organizaciones, en A. Rodrguez Fernndez (ed.), Las organizaciones a debate: Una perspectiva psicosociolgica, Granada, Universidad de Granada. (1996a), Concepciones del aplicar, en J. L. lvaro, A. Garrido y J. R. Torre- grosa (eds.), Psicologa Social Aplicada, pgs. 39-56, Madrid, McGraw-Hill. (1996b), Introduccin, en A. J. Gordo y J. L. Linaza (eds.), Psicologas, dis- curso y poder, pgs. 39-44, Madrid, Visor. Toiiiciosa, J. R.; Biiciii, J. y ivaio, J. L. (1989), Juventud, Trabajo y Desem- pleo: Un anlisis psicosociolgico, Madrid, Ministerio de Trabajo. Toiiiciosa, J. R. y Ciisio, E. (eds.) (1984), Estudios bsicos de psicologa social, Barcelona, Hora. Toiiiciosa, J. R. y Fiixaxoiz Viiiaxuiva, C. (1984), La interiorizacin de la estructura social, en J. R. Torregrosa y E. Crespo (eds.), Estudios bsicos de Psicologa Social, pgs. 421-446, Barcelona, Hora. Toiiiciosa, J. R. y Jixixiz Buiiiio, F. (1991), Presentacin, Interaccin Social, 1, 3-4. Toiiiciosa, J. R. y Raxiiz, S. (1991), Identidades nacionales y estados plurina- cionales: Una perspectiva psicosociolgica, Interaccin Social, 1, 123-136. Touiaixi, A. (1970), La sociedad postindustrial, Barcelona, Ariel (original, 1969). (1993), Crtica de la modernidad, Madrid, Temas de Hoy. Tiiaxois, H. C. (1988), Collectivism vs. individualism, en G. Verma y C. Bagley (eds.), Cross-cultural studies of personality, attitudes and cognition, Londres, MacMillan. Tiiaxois, H. C. (1995), Diferencias interculturales entre asertividad/competicin y lealtad al grupo/cooperacin, en R. A. Hinde y J. Groebel (1995), Coopera- cin y conducta prosocial, Madrid, Visor, pgs. 95-105. Tiiaxois, H. C.; Duxxirri, M. y Houcu, L. M. (eds.) (1994), Handbook of indus- trial and organizational psychology (2. ed.), vol. 4, Palo Alto, CA, Consulting Psychologists Press. Tiiiiirr, N. (1898), The dynamogenic factors in pacemaking and competition, American Journal of Psychology, 9, 507-533. Tiiviis, R. L. (1971), The evolution of reciprocal altruism, Quarterly Review of Biology, 46, 35-57. Tuixii, C. W.; Hissi, B. W. y Piriisox-Liwis, S. (1986), Naturalistic studies of the long-term effects of television violence, Journal of Social Issues, 42, 51-74. Tuixii, J. C. (1990), Redescubrir el grupo social, Madrid, Morata. (1991), Social influence, Buckingham, Open University Press y Pacific Grove, Brooks/Cole. Tviisx\, A. y Kauxixax, D. (1973), Availability: A heuristic for judging fre- quency and probability, Cognitive Psychology, 5, 207-232. T\iii, T. R. y Lixo, E. A. (1990), Intrisic versus community-based justice models. When does group membership matter?, Journal of Social Issues, 46, 83-94. Uxniisox, D. y Hucuis, M. (1987), The impact of physical attrativeness on achievement and psychological well-being, Social Psychology Quarterly, 50, 227-236. 508 Anastasio Ovejero Bernal Usiai Piirii, A. (1997), Elogio del mestizaje, El Pas, sbado 12 de julio de 1997, pg. 12. Vaicaicii, A. (1997), La poltica de las mujeres, Madrid, Ctedra. Vaiixs, S. (1966), Cognitive effects of false heart-rate feedback, Journal of Per- sonality and Social Psychology, 4, 400-408. Vaiioxi, R. P.; Ross, L. y Liiiii, M. R. (1985), The hostile media phenome- non, Biased perception and perception of media bias in coverage of the Bei- rut Masacre, Journal of Personality and Social Psychology, 49, 577-585. Vax Aviixair, E. (1990), Influencia social en los grupos pequeos, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgs. 340-368, Barcelona, Ariel. Vax oix Biicui, P. L. (1991), Sociology, en M. Maxwell (ed.), The sociobiolo- gical imagination, pgs. 269-282, Albany, The SUNY Press. Vax Di;x, T. A. (ed.) (1997), Discourse studies: A multidisciplinary introduction (2 vols.), Londres, Sage. Vax Riiiaii, J. (1978), La agresividad humana, Barcelona, Herder (original, 1975). Vax Sraoix, F. J. (1987), White South Africans attitudes toward the desegrega- tion of public amenities, Journal of Social Psychology, 127, 163-173. Vaiiia, F. (1989), El crculo creativo: Esbozo histriconatural de la reflexividad. en P. Watzlawick (ed.), La realidad inventada, pgs. 251-263, Buenos Aires, Gedisa. Varrixo, G. (1987), El fin de la modernidad, Nihilismo y hermenutica en la cul- tura posmoderna, Barcelona, Gedisa (original italiano, 1985). (1990), La sociedad transparente, Barcelona, Paids (original italiano, 1989). Vica, P. (1994), Por una moratoria de las infraestructuras de transporte de gran capacidad, Archipilago, 18/19, pgs. 51-57. Viaaxoii, G. P. J. y Vax Rooi;ix, L. (1985), Independence and conformity in Holland: Aschs experiment three decades later, Gedrag, 13, 49-55. V\corsxi, L. (1973), Pensamiento y lenguaje, Buenos Aires, La Plyade. (1979), El desarrollo de los procesos psicolgicos superiores, Barcelona, Grijalbo. Waixii, M. B. (1977), The relative importance of verbal and non verbal cues in the expression of confidence, Australian Journal of Psychology, 29, 45-57. Waisrii, E.; Waisrii, G. W. y Biiscuiio, E. (1978), Equity: Theory and research. Boston, Mass., Allyn and Bacon. Waio, W. C. y Jixxixs, H. M. (1965), The display of information and the judg- ment of contingency, Canadian Journal of Psychology, 19, 231-241. Waii, P. y Jacxsox, P. (1987), Adapting to the unemployed role: A longitudinal investigation, Social Science and Medicine, 25, 1219-1224. Warsox, D. L. y cols. (1984), Social psychology: Science and application, Glen- view, Ill., Scott, Foresman and Co. Warziawicx, P. (ed.) (1989), La realidad inventada, Buenos Aires, Gedisa. Wiixii, B. (1985), An attributional theory of achievement, motivation and emo- tion, Psychological Review, 92, 548-573. Wiiis, G. L.; Wiicursxax, L. S. y Miixi, P. K. (1985), The timing of the defense opening statement: Dont wait until the evidence is in, Journal of Applied Social Psychology, 15, 758-772. Wisr, S. G.; Niwsox, J. T. y Faxaucur\, A. M. (1992), Publication trends in JPSP; Stability and change in topics, methods and theories across two deca- des, Personality and Social Psychology, 18, 473-484. Wiruiiiii, M. y Ma\nix, J. (1996), The distributed self: A social constructionist perspective, en R. Stevens (ed.), Understanding the self, pgs. 219-279, Lon- dres, Sage/Oxford University Press. Bibliografa 509 Wiruiiiii, M. y Porrii, J. (1996), El anlisis del discurso y la identificacin de los repertorios interpretativos, en A. J. Gordo y J. L. Linaza (eds.), Psicolo- gas, discursos y poder, pgs. 63-78, Madrid, Visor. Wixiii, P. (1983), Critical social psychology, Londres, Rotuledge and Kegan Paul. Wiioii, D. A. (1977), Perception of groups, size of opposition, and social influence, Journal of Experimental Social Psychology, 13, 253-268. (1981), Perceiving persons as a groupe: Categorization and intergroup rela- tions, en D. L. Hamilton (ed.), Cognitive processes in stereotyping and inter- group behavior, Hillsdale, N. J., Lawrence Erlbaum. Wuirii\, B. E., Jr. y Fiiizi, I. H. (1985), Childrens causal attributions for suc- cess and failure in achievement settings: A meta-analysis, Journal of Educatio- nal Psychology, 77, 608-616. Wicxii, A. (1969), Attitudes versus actions: The relationship of verbal and overt behavioral responses to attitudes objetcts, Journal of Social Issues, 25, 41-78. Wicxiuxo, R. y Biiux, J. (1976), Perspectives on cognitive dissonance, Hillsdale, Erlbaum. Wioox, C. S. (1989), Does violence beget violence? A critical examination of the literature, Psychological Bulletin, 106, 3-28. Wiixaxx, J. M. y Giiis, H. (1990), La comunicacin interpersonal, en M. Hewstone y cols. (eds.), Introduccin a la psicologa social: Una perspectiva europea, pgs. 201-221, Barcelona, Ariel. Wiixixsox, S. y Kirzixcii, C. (eds.) (1995), Feminism and discourse: Psychological perspectives, Londres, Sage. Wiiiiaxs, J. E. y Bisr, D. L. (1990a), Measuring sex estereotypes, A multination study, Newbury Park, Sage. (1990b), Sex and psyche: Gender and self viewed cross-culturally, Newbury Park, CA, Sage. Wiiiiir, B. (1995), Organizational behavior, Annual Review of Psychology, 46, 59-90. Wiisox, E. O. (1975), Sociobiology: The new systhesis, Cambridge, Harvard Uni- versity Press (trad. castellana, Sociobiologa, Barcelona, Omega, 1980). (1978), On human nature, Cambridge, Harvard University Press (trad. caste- llana, Sobre la naturaleza humana, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1980). Wirxix, H. A. y Goooixoucu, D. R. (1985), Estilos cognitivos, Madrid, Pirmide (original, 1981). Wooax, R. (ed.) (1997), Gender and discourse, Londres, Sage. Wooo, J. V. (1989), Theory and research concerning social comparisons of per- sonal attributes, Psychological Bulletin, 106, 231-248. Wooos, P. y Haxxiisii\, M. (1995), Gnero, cultura y etnia en la escuela: Infor- mes etnogrficos, Barcelona, Paids. Woicuii, S. (1996), Las estaciones de la vida grupal y su impacto en la conducta intergrupal, en J. F. Morales y cols. (eds.), Identidad social, pgs. 287-321, Valencia, Promolibro. Woicuii, S. y Axoiioii, V. M. (1978), Facilitation of social interaction through deindividuation of the target, Journal of Personality and Social Psychology, 36, 549-556. Woicuii, S. y Biiux, J. W. (1971), Direct and implied social restoration of fre- edom, Journal of Personality and Social Psychology, 18, 294-304. Woicuii, S. y Cooiii, J. (1983), Understanding social psychology, Homewood, Ill., The Dorsey Press. 510 Anastasio Ovejero Bernal Wiicur, D. (1971), The psychology of moral behavior, Londres, Penguin. Wiicursxax, L. S.; Niirzii, M. T. y Foiruxi, W. H. (1994), Psychology and the Legal System, Pacific Grove, Brooks/Cole Publishing. Youxc, L.; Giiis, H. y Piiisox, H. (1986), Sociopolitical change and vitality, International Journal of Intercultural Relations, 10, 459-469. Youxcii, J. C.; Waixii, L. y Aiiowooo, J. A. (1977), Postdecision dissonance at the fair, Personality and Social Psychology Bulletin, 3, 284-287. Yucurxax, E. (1976), Effects of social-psychological factors on subjective econo- mic welfare, en B. Strumpel (ed.), Economic means for human needs, Ann Arbor, Institute for Social Research, University of Michigan. Za;oxc, R. B. (1965), Social facilitation, Science, 149, 269-274. (1967), La psicologa social: Estudios experimentales, Alcoy, Marfil (original, 1966). (1968), Attitudinal effects of mere exposure, Journal of Personality and Social Psychology, 9, Monograph Suppl. nm. 2, parte 2. (1983), Discussion of Abelsons talk on Cartwrights founders day, Persona- lity and Social Psychological Bulletin, 9, 55-59. (1989), Styles of explanation in social psychology, European Journal of Social Psychology, 19, 345-368. Za;oxc, R. B. y Maixus, H. (1982), Affective and cognitive factors in preferen- ces, Journal Consumer Research, 9, 123-138. Zaxoii, A. (1979), The study of group behavior during four decades, Journal of Applied Behavioral Science, 15, 272-282. Zaxxa, M. P. y Fazio, R. H. (1982), The attitude-behavior relation: Moving toward a third generation of research, en M. P. Zanna, E. T. Higgins y C. P. Herman (eds.), Consistency in social behavior: The Ontario sumposium, vol. 2. Hillsdale, N. J., Erlbaum. Zaxxa, M. P.; Oisox, J. y Hiixax, C. (eds.) (1982), Consistency in social beha- vior (The Ontario Symposium, vol. 2), Hillsdale, Erlbaum. Ziniowirz-McAiruui, L. (1988), Person perception in cross-cultural perspec- tive, en M. H. Bond (ed.), The cross-cultural challenge to social psychology, Newbury Park, Ca., Sage. Zixnaioo, P. G. y Liiiii, M. R. (1991), The psychology of attitude change and social influence, Nueva York, McGraw-Hill. Ziviaxi, C. (1978), La psicologa social en Brasil, Boletn AVEPSO, 1, 18-22. Zuniii, X. (1986), Sobre el hombre, Madrid, Alianza. Bibliografa 511