RAMPA LOBSANG - La Caverna de Los Antepasados
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Prlogo
ste es un libro que trata de lo Oculto y de los poderes del hombre. Es
un libro sencillo que no contiene palabras extraas, ni snscrito, ni nin-
guna lengua muerta. El lector medio siente el deseo de CONOCER las co-
sas sin necesidad de tener que adivinarlas a travs de palabras que apenas
comprende el propio autor. Si un autor domina su oficio, puede permitirse
escribir en ingls sin pretender ocultar las lagunas de su conocimiento me -
diante la utilizacin de un idioma extrao.
Hay muchas personas que se sienten desorientadas ante esas confusio-
nes de lenguaje. Las Normas de la Vida son realmente simples. No es pre-
ciso aplicarles el disfraz de los cultos msticos o de las pseudo-religiones.
Tampoco es preciso recurrir al alegato de las revelaciones divinas. TO-
DOS LOS SERES HUMANOS pueden tener idnticas revelaciones si se
esfuerzan por conseguirlas.
Nadie ser condenado eternamente porque haya entrado en una iglesia
sin quitarse el sombrero en lugar de hacerlo descalzo. En las puertas de las
lamaseras del Tibet puede leerse la siguiente inscripcin: Mil monjes, mil
religiones. Independientemente de las creencias de cada uno, el que con-
vierta en su norma de conducta el precepto de trata a los dems como t
quisieras ser tratado, ser bien tratado cuando llegue el juicio Final.
Aseguran algunos que el Conocimiento Interior puede ser obtenido
mediante la adhesin a un culto determinado y, naturalmente, contribuyen-
do sustancialmente al mantenimiento de ese culto. Las Leyes de la Vida di-
cen: Busca y encontrars.
Este libro es fruto de una larga vida consagrada a seleccionar las ense-
anzas de las grandes lamaseras del Tibet y los poderes conseguidos a tra-
vs de una estricta identificacin con las Leyes. Se trata de una ciencia que
ensearon los viejos Antepasados y que est grabada en las Pirmides de
Egipto, en los Elevados Templos de los Andes y en el mayor depsito de
Conocimiento Oculto que existe en el mundo: El Tibet.
T. LOBSANG RAMPA
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Capitulo primero.
La tarde era clida, deliciosa; inusitadamente clida para la poca del
ao. La suave fragancia del incienso, elevndose dulcemente en la atmsfe-
ra quieta, llenaba nuestro espritu de calma. Envuelto en una gloriosa au-
reola, el sol se ocultaba en la lejana, tras las altas cimas del Himalaya, de-
jando teidos de prpura, como un presagio de la sangre que salpicara el
Tibet en los das futuros, los picachos llenos de nieve.
Las sombras se acentuaban poco a poco deslizndose hasta la ciudad
de Lhasa desde las cumbres gemelas de Potala y de nuestro Chakpori. Bajo
nosotros, hacia la derecha, una tarda caravana de mercaderes de la India
recorra lentamente su camino hacia Pargo Kaling, la Puerta de Occidente.
El ltimo de aquellos devotos peregrinos, lleno de una premura increble,
se apresuraba con el deseo de recorrer su camino hasta Lingkor Road, co-
mo si sintiera el temor de verse envuelto en la oscuridad aterciopelada de la
noche, ya muy cercana.
El Kyi Chu, o Ro Venturoso, discurra feliz en su interminable viaje
hacia el mar, lanzando ntidos destellos de luz como un tributo al da que
agonizaba. La ciudad de Lhasa brillaba con el dorado resplandor de las
lmparas de grasa. Desde el cercano Po tala se escuch el sonido de una
trompa anunciando el ocaso y sus notas volaron y se multiplicaron con el
eco por todo el Valle, chocando contra la superficie de las rocas y regre-
sando hasta nosotros con una cadencia distinta.
Yo contempl la escena familiar, el Potala, centenares de ventanas
iluminadas como si los monjes de todos los grados estuvieran atendiendo
sus postreras tareas del da. En la parte superior del inmenso edificio, junto
a las Tumbas Doradas, una figura solitaria, aislada y remota, pareca estar
observndolo todo. Cuando los dbiles rayos del sol se ocultaron detrs de
la muralla de montaas, son de nuevo una trompa y el profundo rumor de
un cntico brot desde el templo. Los ltimos vestigios de luz se desvane-
cieron rpidamente y, rpidamente, las estrellas del cielo se trocaron en un
resplandor de joyas brillando sobre un marco de prpura. Un meteoro cruz
el cielo relampagueando, convirtindose despus en un estallido postrero
de gloria, antes de caer sobre la tierra extinguindose en un puado de
humo y de cenizas.
-Hermosa noche, Lobsang! -dijo una voz querida.
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-Realmente es una hermosa noche -respond, ponindome en pie rpi-
damente para saludar al Lama Mingyar Dondup.
Se sent junto a un muro y me invit a sentarme a su lado. Sealando
hacia arriba, me dijo
-Te has dado cuenta de que las personas, t y yo, tenemos cierta se-
mejanza con todo eso?
Le contempl silencioso sin comprender qu semejanza poda existir
entre nosotros y las estrellas. El Lama era alto, bien parecido y con una no-
ble cabeza. A pesar de todo no encontraba ningn parecido entre l y las
estrellas! l sonri ante mi expresin perpleja.
-Como siempre, eres literal, Lobsang, literal. Quise decirte que las co-
sas no son necesariamente lo que parecen ser. Si escri bes: Om!, ma-ni
pad-me Hum
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en caracteres tan enormes que a las personas que pueblan el
Valle de Lhasa les resulte imposible leerlos, su propia grandiosidad imp e-
dir que stas puedan captarlos.
Se interrumpi y me mir para asegurarse de que era capaz de seguir
sus explicaciones. Despus continu:
-Lo mismo sucede con las estrellas. Son tan grandes que no pode-
mos comprender lo que forman entre todas.
Le mir como a alguien que de pronto ha perdido la razn. Las estre-
llas formando algo? Las estrellas eran -eso- estrellas! Despus pens
en la posibilidad de escribir con caracteres tan grandes como para llenar to-
do el Valle, hasta el punto de que su propio tamao los hiciera ilegibles. l
sigui hablando con su voz suave.
-Piensa que t mismo disminuyes y disminuyes de tamao hasta llegar
a ser tan pequeo como un grano de arena. Cmo podra verte yo enton-
ces? Imagina que an te haces ms pequeo, tan pequeo que incluso el
grano de arena fuera para ti tan grande como un mundo. En ese caso, qu
alcanzaras a ver de mi persona? -Se interrumpi y me observ con su mi-
rada penetrante-. Bien? -pregunt-, qu es lo que podras llegar a ver?
Me sent asombrado, con el cerebro vaco de todo pensamiento, bo-
quiabierto como un pez al que acabaran de pescar.
-Lo nico que veras, Lobsang -dijo el Lama -, es un grupo inmenso de
mundos dispersos que ruedan en la oscuridad. Porque, como consecuencia
de tu pequeez fsica, percibiras las molculas de mi cuerpo como mundos
aislados, separados unos de otros por espacios enormes. Veras mundos gi-
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Frmula sagrada, iniciada con la slaba mgica, que debe repetirse intermitentemente
hasta conseguir el vaco mental y la unin con la divinidad. (N. del T.)
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rando unos en torno a otros. Veras soles que seran en realidad las mol-
culas de ciertos centros psquicos. Veras un universo!
Mi cerebro estallaba. Hubiera jurado que la maquinaria que est so-
bre mis cejas se estremeca convulsivamente bajo el esfuerzo que me vea
obligado a hacer para alcanzar tan extrao, tan excitante conocimiento.
Mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, se inclin hacia m y, suave-
mente, me hizo alzar la cabeza.
-Lobsang! -murmur riendo-. Tus ojos se estn extraviando en un es-
fuerzo por seguirme. -Se sent, inclinndose hacia atrs, riendo, conce-
dindome unos instantes para que me recuperara un poco de mi turbacin.
Despus me dijo-: Mira el tejido de tu manto. Plpalo!
As lo hice y me sent como un estpido al tener conciencia de mis
viejas y andrajosas vestiduras. Dijo entonces el Lama:
-Es tela. Suave al tacto. No es posible ver a travs de ella. Pero imagi-
na que la ves a travs de un cristal de aumento que la muestra diez veces
mayor de lo que tus ojos te dicen. Piensa en las hebras de la lana de yak e
imagina que ves cada hebra aumentada diez veces. Sin duda alguna veras
la luz entre las hebras. Pero multiplica sus dimensiones por un milln y po-
drs cabalgar sobre ellas, a no ser que su inmensidad te impida abarcarlas!
Ante esas explicaciones, empezaba a comprender el sentido de sus pa-
labras. Asent pensativo, mientras el Lama prosegua:
-Como si fueras una mujer vieja y decrpita!
-Seor! -respond al fin-. En ese caso, la vida entera no es ms que
una gran extensin de espacio acribillado de mundos.
-La cosa no es tan sencilla -respondi-, pero ponte cmodo y te co-
municar algunos de los conocimientos que hemos podido descubrir en la
Caverna de los Antepasados.
-La Caverna de los Antepasados! -exclam lleno de avidez y curiosi-
dad-. Vais a hablarme acerca de esas cosas y de la Expedicin!
-S! S! -murmur-. Pienso hacerlo; pero en primer lugar, es preciso
que hablemos del Hombre y de la Vida, tal como los conceban los Antepa-
sados en la poca de la Atlntida.
Yo senta dentro de mi espritu el mayor inters por la Ca verna de los
Antepasados, descubierta por una expedicin de grandes lamas y que cons-
titua un depsito fabuloso de ciencia y de mquinas procedentes de una
poca en que la Tierra era todava joven. Como conoca a mi Maestro,
comprenda que era intil abrigar la esperanza de que me relatara esa histo-
ria hasta que l lo considerara oportuno, y ese momento no pareca haber
llegado todava. Las estrellas brillaban sobre nosotros en todo su esplendor,
levemente mitigado por el aire extrao y puro del Tibet. Las luces iban
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apagndose una tras otra en los Templos y en las Lamaseras. El aire noc-
turno transportaba, desde la lejana, el gemido lastimero de un perro y los
ladridos con que le respondan los perros de la aldea de Sh, situada sobre
nosotros. La noche estaba serena, incluso plcida, y ninguna nube oscure-
ca el rostro recin aparecido de la Luna. Las cintas de oraciones pendan,
lacias e inanimadas, de sus mstiles. Hasta nosotros llegaba el dbil repi-
queteo de un Molino de Plegarias al que algn monje piadoso, dominado
por la supersticin e incapaz de tener conciencia de la Realidad, haca girar,
con la esperanza intil de conseguir los favores de los Dioses.
Escuchando aquel ruido, el Lama, mi Maestro, dijo sonriendo:
-Cada cual acta de acuerdo con sus creencias y con sus necesidades.
Las galas de las ceremonias religiosas sirven a muchos de consuelo y noso-
tros no debemos condenar a aquellos que todava no han sido capaces de
recorrer un trecho suficiente del Camino o que no pueden sostenerse en pie
sin muletas. Lobsang, quiero hablarte ahora de la naturaleza del Hombre.
Yo me senta muy cerca de aquel hombre, el nico que haba mos-
trado, en muchas ocasiones, consideracin y amo r hacia m. Le escuch
atentamente con el deseo de no defraudar la fe que en m tena. Debo decir,
sin embargo, que as fue al principio, pero en seguida me di cuenta de que
el tema era fascinante y entonces le escuch con una avidez realmente irre-
primible.
-La totalidad del mundo est constituida por una masa de vibraciones.
Toda la vida y todo lo imaginado tiene su origen en esas vibraciones. Hasta
los poderosos Himalayas -dijo el Lama- son solamente un conjunto de par-
tculas aisladas en el espacio que no pueden llegar a tocarse unas a otras. El
mundo, el Universo, est compuesto por esas diminutas partculas en torno
a las cuales dan vuelta sin cesar otras partculas semejantes. Todo cuanto
existe est compuesto de torbellinos de mundos que giran unos en torno a
otros, de la misma manera que el Sol est circundado de mundos que,
siempre a la misma distancia, sin llegar a tocarse nunca, giran alrededor de
l.
Se interrumpi y me mir, tal vez preguntndose si comprenda sus
explicaciones, que yo segua fcilmente.
-Los espritus que nosotros, los videntes, vemos en el templo -
prosigui- son personas, personas vivas, que han abandonado este mundo,
pasando a un estado en el que sus molculas se mantienen tan ampliamente
separadas que el espritu puede atravesar el muro ms compacto sin ro-
zar una sola molcula de las que componen la materia.
-Honorable maestro -pregunt yo entonces -, por qu, cuando un es-
pritu pasa junto a nosotros rozndonos, nos sentimos desasosegados?
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-Cada molcula, cada partcula de este sistema solar y planetario es-
t cargada de electricidad, de una electricidad distinta a la que el Hombre
es capaz de producir con sus mquinas, de una electricidad ms sutil. Es la
electricidad que, algunas noches, podemos observar en el cielo. De la mis-
ma manera que la Tierra tiene las Luces Septentrionales o Auroras Borea-
les, temblando en los Polos, la menor partcula de materia tiene sus Luces
Septentrionales. Si un espritu se acerca demasiado a nosotros, produce un
leve temblor en nuestra aura psquica y sa es la causa de que sintamos ese
desasosiego.
Nos envolva la noche silenciosa, cuya calma no era turbada por la
menor rfaga de viento. Solamente en pases como el Tibet existe esta clase
de silencio.
-Entonces, el aura psquica que podemos ver en ocasiones, es una
carga elctrica? -le pregunt.
-S -respondi mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup-. Fuera del Ti-
bet, en otros pases donde los cables elctricos de alto voltaje llenan todas
sus regiones, los especialistas de la industria elctrica han podido observar
y reconocer la existencia de un halo luminoso. Como consecuencia de
este halo luminoso, los cables parecen estar circundados por un anillo o
aura de luz azulada. En la oscuridad, en las noches hmedas, se puede dis-
tinguir con mayor claridad, pero, naturalmente, aquellos que tienen la fa-
cultad de verlo saben que est all noche y da.
Me mir con aire reflexivo.
-Cuando vayas a Chungking para estudiar medicina podrs utilizar un
aparato detector de las ondas elctricas del cerebro. Toda la Vida, todo
cuanto existe est compuesto de electricidad y vibraciones.
-Me siento perplejo! -le respond-, porque cmo puede ser la Vida
vibracin y electricidad? Soy capaz de comprender uno de estos conceptos,
pero me es imposible comprender los dos.
-Pero mi querido Lobsang! -replic el Lama riendo-. No puede haber
electricidad sin vibracin, sin movimiento! Puesto que es el movimiento
el que genera la electricidad, ambos estn ntimamente vinculados. -
Observ mi gesto de perplejidad y, gracias a su poder teleptico, pudo leer
mis pensamientos-. No -dijo-, no podr generarla cualquier vibracin!
Vas a permi tirme que te exponga las cosas de la siguiente forma: Imagnate
un teclado realmente gigantesco que se extienda hasta el infinito. La vibra-
cin que nosotros consideramos como slida estar re presentada por una de
las notas del teclado. La siguiente podra representar el sonido y la siguien-
te a sta la visin. Las dems notas indicaran los sentimientos, los senti-
dos, los designios que no podremos comprender mientras permanezcamos
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sobre la Tierra. Un perro tiene la capacidad de escuchar notas ms altas que
los seres humanos y un ser humano puede escuchar notas ms bajas que un
perro. Cabe la posibilidad de hablar a un perro en un tono tan alto que l
oye perfectamente, pero que los seres humanos no pueden or. De idntica
manera, los seres del llamado Mundo Espiritual pueden comunicarse con
los que todava estn en esta Tierra, si los terrcolas poseen el don especial
de la clariaudicin.
El Lama hizo una breve pausa y sonri lentamente.
-Te estoy privando de tu sueo, Lobsang, pero podrs descansar por la
maana. -Seal las estrellas que brillaban intensamente en medio del aire
limpio de la noche-. Desde que tuve la oportunidad de visitar la Caverna de
los Antepasados y de probar los maravillosos instrumentos que se han man-
tenido all, intactos, desde la poca de la Atlntida, me complazco a veces
en dejar volar mi imaginacin con ciertas ironas. Ima gino que existen dos
criaturas inteligentes, pero an ms pequeas que el ms pequeo de los in-
fusorios. No importa la forma que tengan. Basta con suponer que poseen
inteligencia e instrumentos insuperables. Imagnalas erguidas sobre un es-
pacio abierto de su propio universo infinitesimal, lo mismo que nosotros
en este momento! Ah, qu hermosa noche!, exclam Ay, contemplando
el cielo ansiosamente. S, respondi Beh, nos incita a interrogarnos so-
bre el sentido de la Vida, sobre lo que somos y hacia dnde vamos. Ay,
reflexivo, segua contemplando las estrellas que atravesaban el cielo en una
ronda interminable. Los mundos infinitos. Millones, billones de mundos.
Siento curiosidad por saber cuntos podrn estar habitados. Qu tont e-
ra! Tus pensamientos son sacrlegos y ridculos!, farfull Beh. Sabes
perfectamente que solamente existe vida en nuestro mundo. Acaso no nos
han dicho los sacerdotes que estamos hechos a Imagen de Dios? Entonces,
cmo puede existir otra vida a no ser que sea exactamente igual a la nues-
tra? No, es imposible. Ests perdiendo la ra zn! Ay, malhumorado, mien-
tras se alejaba, murmur como hablando consigo mismo: Pueden estar
equivocados!, sabes? Pueden estar equivocados!.
El Lama Mingyar Dondup me sonri y aadi:
-Tengo una segunda parte de esta historia. Escchala:
En algn laboratorio remoto, fruto de una ciencia que nosotros no
hemos podido ni soar, dotado de unos microscopios de un poder increble,
hay dos cientficos. Uno de ellos est sentado ante su mesa de trabajo; con
los ojos pegados a un supermicroscopio observa atentamente. Se sobresalta
de pronto y, con gran estrpito, empuja su silla sobre el piso encerado.
Mira, Chan!, grita llamando a su Ayudante. Ven y mira esto! Chan
se levanta de un salto y acude rpidamente al lado de su excitado jefe, sen-
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tndose ante el microscopio. Tengo la millonsima parte de un gramo de
sulfuro de plomo en la platina, dice el jefe. Obsrvalo. Chan se adapta
los controles y lanza un silbido de admira cin. Ah!, exclama. Es lo
mismo que contemplar el universo a travs de un telescopio. Un sol res-
plandeciente! rbitas de planetas...! El jefe habla pensativo. Me gusta-
ra saber si podre mos conseguir los aumentos necesarios para alcanzar a
ver un mundo de individuos. Me pregunto si "ah" habr "vida"! Tonte-
ras!, dice Chan bruscamente. No cabe duda de que "ah" no hay vida
consciente. No "puede haberla". Los sacerdotes nos han dicho que nosotros
estamos hechos a Imagen de Dios. Cmo, entonces, puede existir "ah"
Vida inteligente?
Las estrellas recorran sus rbitas infinitas, eternas, sobre nosotros. El
Lama Mingyar Dondup, sonriendo, busc entre sus vestiduras y sac una
caja de cerillas, un autntico tesoro que haba sido trado de la India lejana.
Parsimoniosamente, extrajo una cerilla y la sostuvo entre sus dedos.
-Voy a mostrarte la Creacin, Lobsang! -dijo jovialmente.
Despus frot la cerilla sobre la parte de la caja destinada al efecto y
me la mostr, convertida en una llamarada, entrando en la vida llena de
fulgores. Entonces sopl sobre ella y la apag.
-Creacin y disolucin -dijo-. La cerilla encendida emite millares de
partculas que estallan y se alejan unas de otras. Cada una de ellas es un
mundo aislado y la totalidad de esos mundos constituye el Universo. Y el
Universo muere cuando la llama se extingue. Puedes acaso asegurarme
que en esos mundos la vida no existe? -Le mir vacilante, sin saber qu
responderle-. Si esos mundos existieran, Lobsang, y hubiese vida en ellos,
para esa Vida, la duracin de esos mundos habra sido de millones de aos.
Somos nosotros solamente una cerilla que prende de pronto? Estamos
aqu viviendo con nuestras alegras y nuestras tristezas (sobre todo, triste-
zas!) imaginando que este mundo no terminar nunca? Reflexiona todo
cuanto te he dicho y maana seguiremos hablando.
Se puso en pie y se alej de mi lado. Al atravesar la terraza, tropec y
tuve que buscar a tientas la parte alta de la escalera que conduca abajo.
Nuestras escaleras son distintas a las que se utilizan en el mundo occiden-
tal, ya que estn hechas con un tronco en el que se han practicado diversas
ranuras. Por fin encontr la primera ranura, la segunda y la tercera. Des-
pus, mi pie resbal porque alguien haba derramado la grasa de la lmp a-
ra. Ca junto a un montn de cosas, viendo ms estrellas de las que haba
en el cielo, provocando con ello la protesta de los monjes que ya dorman.
Una mano, surgiendo de la oscuridad, me asest un puetazo que hizo que
mis odos se llenaran de repiques de campanas. Me levant con presteza,
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alejndome en busca de refugio en la oscuridad protectora. Con el mayor
cuidado, busqu un lugar donde poder dormir, me envolv en mi manto y
me abandon a la inconsciencia del sueo. Nada me molestaba ni interrum-
pa mi reposo. Ni el rumor de los pasos apresurados, ni el ruido de las
trompas, ni el sonido de las campanas de plata.
La maana estaba ya bastante avanzada, cuando fui despertado por al-
guien que, con gran entusiasmo, me asestaba un puntapi tras otro. Medio
dormido todava, pude ver la cara de un tosco chela.
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Despierta! Des-
pierta! Por la Daga Sagrada, eres un perro perezoso! Me dio otra patada
con fuerza. Yo cog su pie con gran rapidez y se lo retorc. Cay al suelo y
sus huesos crujie ron, mientras gritaba: El Superior! El Superior! Desea
verte, estpido!. Asestndole otro puntapi para desquitarme de los mu-
chos que l me estaba propinando a m, me ajust el manto y me apresur.
Sin comer nada! Sin desayunar! -murmur -. Por qu me mandan llamar
precisamente en el momento de la comida? Recorr rpidamente los in-
terminables corredores, torciendo veloz las esquinas y estuve casi a punto
de provocar un ataque cardaco a algunos monjes con los que me cruc, pe-
ro consegu llegar a la habitacin del Superior en muy poco tiempo. Lleno
de precipitacin, entr, me arrodill ante l y le hice los saludos de rigor.
El Superior estaba leyendo cuidadosamente mi expediente, cuando, de
pronto, escuch su risa a duras penas contenida.
-Bien! -dijo-. Un joven salvaje que se cae de las rocas, engrasa la ba-
se de los zancos y produce ms conmociones que los dems discpulos. -Se
interrumpi y me mir severamente-. Pero has estudiado bien, extraordina-
riamente bien. Tus dotes metafsicas son tan elevadas y ests tan avanzado
en las enseanzas, que voy a hacer que recibas, especial e individualmente,
la instruccin del Gran Lama Mingyar Dondup. Ello presupone la conce-
sin de una oportunidad sin precedentes, gracias a las rdenes expresas del
Gran Santo. Presntate ahora a tu Maestro, el Lama.
Me despidi con un gesto de su mano y volvi a enfrascarse en sus
papeles. Me sent aliviado al pensar que ninguno de mis innumerables pe-
cados haba sido descubierto y me apresur de nuevo. Mi Maestro, el La-
ma Mingyar Dondup, me estaba esperando. Cuando entr, me observ
atentamente.
-Has desayunado ya? -me pregunt.
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Discpulo bajo la direccin de un guru, o maestro. (N. del T.)
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-No, seor -respond-. El Superior me orden que compareciera ante
l cuando an estaba durmiendo. Tengo hambre! El sonri y me dijo:
-Ah!, creo que tienes un aspecto lamentable, como si estuvieras en-
fermo y cansado. Vete a desayunar y vuelve luego.
No fue preciso que insistiera. Estaba hambriento y eso me resultaba
muy molesto. Poco poda sospechar yo entonces, a pesar de que ya me lo
haban advertido, que el hambre me perseguira implacablemente durante
muchos aos.
Me repuse con un abundante desayuno, sintiendo mi espritu ms li m-
pio ante la perspectiva de un trabajo difcil, y regres nuevamente con el
Lama Mingyar Dondup. Cuando entr, l se puso en pie.
-Ven -me dijo-. Vamos a pasar una semana en el Potala. Le segu has-
ta el vestbulo y salimos a un lugar donde un monje sirviente nos estaba es-
perando con dos caballos. Observ, con aire lgubre, la bestia que me haba
tocado en suerte. El caballo pareci observarme con un aire an ms lgu-
bre, segn todos los indicios, pensando de m cosas peores que las que yo
haba pensado de l. Mont con el presentimiento de que mi fin era inmi-
nente. Los caballos eran unas criaturas horribles, inseguras, temperamenta-
les y sin control. Montar era la ms difcil de las habilidades para m.
Trotando sin prisas, descendimos por el sendero agreste que parte de
Chakpori. Despus de atravesar el camino de Mani Lakhang, dejamos el
Pargo Kaling a nuestra derecha y alcanzamos, muy pronto, el pueblo de
Sh, donde mi Maestro decidi hacer una breve parada. Despus ascendi-
mos con dificultad por los speros escalones del Potala. Subir esos escalo-
nes a caballo constituye una penosa experiencia. Mi mayor preocupacin
era evitar una cada! Una incesante multitud de monjes, lamas y visitantes
suba y bajaba por la Escalera. Algunos se detenan para poder admirar el
paisaje. Otros, que haban conseguido ser recibidos por el Dala Lama en
persona, meditaban tan slo sobre esa entrevista. Al final de la Escalera nos
detuvimos y yo, agradecido pero sin la menor gracia, me baj del caballo.
Y el caballo, pobrecillo, lanz un relincho de disgusto y me volvi la gru-
pa!
Seguimos ascendiendo, escaln tras escaln, hasta alcanzar el elevado
lugar del Potala donde el Lama Mingyar Dondup tena, permanentemente,
unas habitaciones reservadas cerca del Saln de las Ciencias.
El Saln de las Ciencias estaba lleno de aparatos extraos procedentes
de todos los pases del mundo, pero los aparatos ms extraos eran preci-
samente los que procedan del ms remoto pasado. Por fin, alcanzamos
nuestro punto de destino y, por algn tiempo, tom posesin de la que en-
tonces iba a ser mi habitacin.
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Desde mi ventana, situada en las alturas del Potala, solamente un piso
ms abajo que el que ocupaba el Dalai Lama, poda contemplar la ciudad
de Lhasa sobre el Valle. En la lejana apareca la Gran Catedral (Jo Kang)
con sus techos dorados y resplandecientes. El Camino Circular o Lingkor
se estrechaba a lo lejos, circundando completamente la ciudad de Lhasa.
Era recorrido por los piadosos peregrinos que llegaban all para postrarse
ante el altar del conocimiento oculto ms grande del mundo. Yo me senta
sorprendido ante la buena suerte de tener un maestro tan maravilloso como
el Lama Mingyar Dondup. Sin l, yo hubiera sido un chela vulgar, un
simple discpulo viviendo en un oscuro dormitorio, en lugar de hallarme
casi en el techo del mundo. De pronto, tan sbitamente que no pude evitar
un grito de sorpresa, me sent cogido por unos brazos vigorosos que me le-
vantaron en el aire. Escuch una voz profunda que me deca:
-No est mal! Todo lo que se te ocurre pensar de tu Maestro es que te
ha trado a lo alto del Potala y que te permite comer esos repugnantes dul-
ces amasados y trados desde la India.
Ante mis disculpas se rea y yo estaba demasiado ciego, o tal vez me
senta demasiado desconcertado para comprender que l conoca mi pen-
samiento. Por fin, me dijo:
-Estamos vinculados los dos. Nos conocimos muy bien en el curso de
una vida anterior. T posees todos los conocimientos acumulados en esa
vida y slo necesitas que te ayuden a recordarlos. Ahora vamos a trabajar.
Ven a mi habitacin.
Me ajust el manto y recog y guard nuevamente mi plato, que se me
haba cado mientras l me levantaba por los aires. Despus me apresur a
ir a la habitacin de mi Maestro. l me invit a sentarme y, cuando me vio
acomodado, me dijo:
-Has reflexionado ya sobre el tema de la Vida, despus de nuestra
conversacin de anoche?
-Seor -respond, inclinando mi cabeza lleno de desaliento-, senta ne-
cesidad de dormir. Despus, el Superior me mand lla mar. Luego me man-
dasteis llamar vos. A continuacin, fui a desayunar y, finalmente, volv de
nuevo con vos. En todo el da no he tenido tiempo para pensar en nada.
-Ms tarde hablaremos de los efectos de la alimentacin -me dijo son-
riendo-. Pero, en primer lugar, vamos a resumir nuestras conclusiones acer-
ca de la Vida.
Guard silencio unos instantes y cogi un libro escrito en algn idio-
ma extranjero. Ahora s que era ingls. Volvi sus pginas y, por fin, en-
contr lo que buscaba. Me entreg el libro, abierto en una pgina ilustrada.
-Sabes lo que es esto? -me pregunt.
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Contempl las imgenes y, considerndolas muy corrientes, intent
leer las palabras que haba escritas debajo. Carecan de todo significado pa-
ra m. Le devolv el libro y le dije en tono de reproche:
-El Honorable Lama sabe que soy incapaz de leerlo!
-Pero reconoces esas imgenes? -insisti.
-Bueno, eso s! Es tan slo un Espritu de la Naturaleza que no se di-
ferencia en nada de los que hay aqu.
A cada momento me senta ms sorprendido. Qu es lo que pretenda
con todo aquello? El Lama abri el libro de nuevo y me dijo:
-Ms all de los mares hay un pas lejano donde se ha extinguido la
capacidad general para ver a los Espritus de la Naturaleza. Si alguien cree
ver un espritu, es objeto de las burlas de los dems e incluso es acusado de
tener alucinaciones. Los occidentales no creen en las cosas a no ser que
puedan desmenuzarlas, o tocarlas con sus manos o encerrarlas en una jaula.
Los occidentales llaman duendes o hadas a los Espritus de la Naturaleza y,
en Occidente, nadie cree en los Cuentos de Hadas y de Duendes.
Sus palabras me causaron asombro infinito. Yo era capaz en todo
momento de ver a los Espritus, cosa que consideraba absolutamente natu-
ral. Sacud mi cabeza como si quisiera disipar las tinieblas que la oscure-
can.
-Como te dije la pasada noche exclam Mingyar Dondup-, toda la Vi-
da no es ms que un conjunto de rpidas vibraciones de la materia que ge-
neran cargas elctricas, porque la electricidad es la Vida de la Materia. De
la misma manera que la msica tiene distintas octavas, imagina que el
hombre medio de la calle vibra en una escala determinada. Ello quiere de-
cir que los Espritus de la Naturaleza y las Almas vibrarn en una escala
ms elevada. Pero el Hombre Medio vive, piensa y cree en una octava sola-
mente, los seres que vibran en las otras escalas resultan invisibles para l!
Yo palpaba mi manto reflexionando cuanto me deca. Y todo aquello
careca para m de sentido. Yo tena la facultad de ver las Almas y los Esp-
ritus de la Naturaleza y de este hecho deduca que todas las personas po-
dan verlas lo mismo que yo.
-T puedes ver el aura psquica de los seres humanos -me respondi el
Lama, leyendo mi pensamiento-. Pero la mayor parte de los seres humanos
no pueden. T ves los espritus de la Naturaleza y las almas. Pero tampoco
pueden verlos la mayor parte de los seres humanos. Los nios pequeos
tambin ven esas cosas porque su juventud les hace ms receptivos. Pero
cuando los nios crecen, las preocupaciones de la vida van disminuyendo
la agudeza de sus percepciones. En Occidente los nios que cuentan a sus
padres que han estado jugando con los Espritus, que han tenido a los Esp-
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ritus como Compaeros de juego, son castigados por mentirosos o se con-
vierten en el blanco de las burlas de los dems, que les atribuyen una ima-
ginacin demasiado viva. Y el nio queda resentido ante el trato que le
dan los mayores y, con el tiempo, termina convencindose a s mismo de
que todo fue fruto de su imaginacin! Gracias a las enseanzas especiales
que has recibido, t puedes ver a los Espritus de la Naturaleza y a las Al-
mas. Y podrs seguir vindolos siempre, lo mismo que siempre podrs ver
el aura psquica de los humanos.
-Entonces -le pregunt-, los Espritus de la Naturaleza que cuidan de
las flores, son idnticos a nosotros?
-S -replic-, son idnticos a nosotros, aunque con la pequea diferen-
cia de que vibran con mayor rapidez que nosotros y de que las partculas de
materia que los componen estn ms separadas. sa es la razn de que te
sea posible pasar tu mano a travs de ellos de la misma manera que puedes
pasarla a travs de un rayo de sol.
-Habis tocado..., quiero decir, habis cogido alguna vez un es-
pritu? -le pregunt.
-S, lo he hecho -me respondi-. Es posible hacerlo si podemos incre-
mentar el ritmo de nuestras propias vibraciones. Voy a explicrtelo.
Mi Maestro hizo sonar la campanilla de plata que le haba regalado el
Superior de una de las ms notables lamaseras del Tibet. El monje sirvien-
te, que nos conoca bien, no nos trajo tsampa, sino t de la India y esos
panecillos dulces trados expresamente para el Sagrado Dala i Lama atrave-
sando las altas cadenas montaosas, y que yo, un pobre chela, sabore
encantado. Una merecida recompensa por haberte esforzado tanto en tus
estudios, como el Dalai Lama sola decir muy a menudo. El Lama Ming-
yar Dondup haba recorrido el mundo entero, tanto en el plano fsico como
en el astral. Su predileccin por el t de la India constitua una de sus pocas
debilidades. Y era sta una debilidad que yo comparta de buena gana!
Nos sentamos los dos cmodamente y, cuando termin mis panecillos, mi
Maestro me dijo:
-Hace ya muchos aos, cuando yo era joven, sola escaparme del Pota-
la, lo mismo que t acostumbras a hacer ahora! Una de esas veces, cuando
llegaba retrasado a los Servicios Religiosos, con verdadero horror vi que un
corpulento Superior me cerraba el paso. l pareca tener tambin mucha
prisa! Era imposible evitar el encuentro. Cuando estaba pensando en las
excusas que iba a darle, me tropec con l. l pareci estar tan preocupado
como yo. Sin embargo, yo senta tanto miedo que segu corriendo y conse-
gu no llegar tarde, bueno, no demasiado tarde.
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Yo rea imaginndome al digno Lama Mingyar Dondup intentando
escabullirse. l sonri y prosigui su historia:
-Poco despus, aquella noche, reflexion mucho. Me pregunt por
qu no poda tocar un espritu. Cuanto ms pensaba en ello, ms decidido
me senta a intentar tocar uno. Hice mis planes cuidadosamente y le
cuanto decan los Escritos antiguos acerca de esta cuestin. Llegu incluso
a consultar a un hombre muy, muy culto que viva en una cueva situada en
lo alto de la montaa. l fue el que me explic muchas cosas y me mostr
el camino adecuado. Y voy a contrtelo todo porque est directamente rela-
cionado con tu pregunta acerca de la posibilidad de tocar un fantasma.
Se sirvi otro sorbo de t y se lo bebi antes de continuar:
-Como ya te he dicho, la Vida est compuesta por una masa de part -
culas, de pequeos mundos que recorren sus rbitas alrededor de pequeos
soles. El movimiento origina una sustancia que, a falta de un trmino ms
adecuado, llamaremos electricidad. Si nos alimentamos racionalmente,
podremos incrementar el ritmo de nuestras vibraciones. Una dieta eficaz,
libre del lastre de las ideas nocivas, sirve para mejorar nuestro estado de s a-
lud, aumentando nuestro ritmo bsico de vibraciones. Con ello nos acerca-
mos al ritmo de vibracin del Espritu.
Se interrumpi y encendi una varilla fresca de incienso. Al compro-
bar que arda normalmente, pareci satisfecho y centr su atencin sobre
m nuevamente.
-El nico objetivo del incienso es incrementar el ritmo de vibracin
del sector en que ste arde y el ritmo de vibracin de los que se hallan en
este sector. Mediante la utilizacin del incienso adecuado, ya que cada cla-
se de incienso tiene una vibracin determinada, podemos conseguir los re-
sultados apetecidos. Durante una semana, me somet a una rgida dieta que
me ayud a aumentar el ritmo o la frecuencia de mi vibracin. Tambin
esa misma semana hice que en mi habitacin ardiera continuamente el in-
cienso apropiado. Al finalizar ese perodo de tiempo, casi haba conseguido
salir de m mismo. Senta que, ms que caminar, flotaba y, al mismo
tiempo, experimentaba cierta dificultad en mantener mi doble astral dentro
de mi cuerpo fsico. -Me mir y aadi sonriendo-: T nunca te hubieras
sometido a una dieta tan rgida! (No -pensaba yo-. Yo hubiera preferido
tocar una buena comida que tocar un buen espritu.)
Al finalizar la semana -prosigui el Lama, mi Maestro-, descend
hasta el Santuario Interior y quem an ms incienso, rogando para que un
espritu viniera a m y me tocara. De pronto, sent sobre mi hombro el calor
de una mano de amigo. Al volverme para ver quin era el que turbaba mi
meditacin, sent que mi cuerpo temblaba de asombro dentro de mi manto,
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porque me di cuenta de que me haba tocado el espritu de un hombre
muerto haca ya ms de un ao.
El Lama Mingyar Dondup dej de hablar de pronto y lanz una ruido-
sa carcajada recordando aquella experiencia vivida en un pasado ya remo-
to.
-Lobsang! -dijo por fin-, el viejo Lama muerto se burl de m, pre-
guntndome cul haba sido la causa de mis inquietudes de entonces, cuan-
do, en realidad, para conseguir alcanzar los mismos objetivos me hubiera
bastado con introducirme en lo astral. Reconozco que me sent profunda-
mente humillado pensando que no se me haba ocurrido una solucin tan
sencilla. En la actualidad, como t sabes perfectamente, nos introducimos
en lo astral para poder hablar con los espritus y con todos los seres de la
Naturaleza.
-Naturalmente, hablasteis con l por telepata -observ-, pero yo des-
conozco qu explicacin se puede dar a la telepata. S que puedo hacerlo,
pero cmo lo hago?
-Me planteas las cuestiones ms difciles, Lobsang! -dijo mi Maestro
rindose-. Las cosas ms sencillas son las que se explican con mayor difi-
cultad. Dime cmo podras explicar el simple proceso de la respiracin. T
respiras. Tambin lo hacemos todos, pero cmo explicar ese proceso?
Asent de mala gana. Yo saba que me pasaba la vida haciendo pre-
guntas, pero sta era la nica forma de poder comprender las cosas que
desconoca. La mayor parte de los chelas estaban libres de tales preocu-
paciones y, mientras no les faltaba su ali mento diario y poco trabajo que
hacer, se sentan satisfechos. Pero yo deseaba algo ms, aspiraba a saber.
-El cerebro -dijo el Lama - es como un aparato de radio, como el in-
vento que utilizaba aquel hombre llamado Marconi para enviar mensajes
sobre los ocanos. El complejo de partculas y cargas elctricas que com-
ponen un ser humano est dotado de un impulso elctrico, semejante al de
la radio, mediante el cual el cerebro determina los actos en cada momento.
Si una persona piensa en mover un rgano, las corrientes elctricas circulan
a travs de los nervios correspondientes con el objeto de galvanizar los
msculos para que lleven a cabo la accin deseada. Lo mismo sucede
cuando una persona piensa: el cerebro (hoy sabemos que su origen est en
la parte superior del espectro magntico) emite ondas elctricas y hertzia-
nas. Existen instrumentos detectores de esas radiaciones que pueden inclu-
so clasificarlas en lo que los cientficos occidentales llaman rayos alpha,
beta, delta y gamma.
Asent parsimoniosamente. Yo haba odo hablar de ello a los mdicos
lamas.
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-Pues bien -prosigui mi Maestro-, las personas sensibles son capaces
de captar esas radiaciones y de comprenderlas tambin. Yo leo tus pensa-
mientos y, si t lo intentas, podrs leer los mos. Cuanto mayor es la simp a-
ta y la armona existente entre dos personas, ms fcil es para cada una de
ellas leer los pensamientos de la otra, porque los pensamientos son tan slo
radiaciones cerebrales. De esa forma conseguimos la telepata. Los herma-
nos mellizos estn a menudo completamente comunicados entre s telepti-
camente. Los hermanos gemelos, en que el cerebro de cada uno de ellos
constituye una rplica exacta del cerebro del otro, estn tan vinculados en-
tre s telepticamente que muy a menudo es difcil determinar cul de los
dos es el que ha sido la causa de cada pensamiento.
-Respetado Maestro -le dije-, como vos sabis, soy capaz de leer la
mayora de las mentes. Cul es la razn de ese poder? Es acaso un poder
concedido a muchas personas?
-Lobsang -respondi mi Maestro- t ests especialmente dotado y has
sido adiestrado para poder hacerlo. Tus poderes han sido fomentados por
todos los mtodos a nuestro alcance, porque tienes asignada una misin di-
fcil que tendrs que cumplir en el futuro. -Inclin su cabeza solemnemen-
te-. Se trata de una tarea realmente ardua. En los tiempos antiguos, Lob-
sang, la Humanidad tena el poder de comunicarse telepticamente con el
mundo animal. En el futuro, cuando la Humanidad comprenda que la gue-
rra es una locura, ese poder ser recuperado. Entonces el Hombre y el
Animal caminarn en paz, juntos de nuevo, sin sentir el deseo de daarse
uno a otro.
Un gong reson varias veces debajo de nosotros. Despus escuchamos
el toque de trompas y el Lama Mingyar se puso en pie rpidamente y me
dijo:
-Debemos apresurarnos, Lobsang. Los Servicios del Templo estn
empezando y el Sagrado Dala Lama en persona estar all.
Yo tambin me levant inmediatamente, me ajust el manto y segu
presuroso a mi Maestro, que se alejaba por el corredor a toda prisa, hasta
tal punto que casi ya haba desaparecido.
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Captulo segundo
El Gran Templo pareca estar vivo. Desde mi lugar privilegiado, en la
parte ms alta del edificio, poda mirar hacia abajo y contemplarlo en toda
su extensin. A primera hora de la maana, mi Maestro, el Lama Mingyar
y yo lo habamos visitado en una mi sin especial. En aquellos momentos,
el Lama estaba encerrado con un alto dignatario y yo -libre para vagabun-
dear- haba descubierto aquel lugar de observacin de los sacerdotes, entre
las poderosas vigas que soportaban el peso del techo. Deambulando por el
corredor que conduca a la terraza, descubr la puerta y me haba atrevido a
empujarla y a abrirla. Como no escuch ningn grito de protesta despus de
hacerlo, decid echar una mirada al interior. No haba nadie. Por eso entr.
Era una pequea habitacin de roca, una especie de celda construida en la
piedra de los muros del Templo. Detrs de m, estaba la pequea puerta de
madera; a ambos lados, muros de piedra y, ante m, un anaquel tambin de
piedra, de unos tres pies de altura.
Avanc silenciosamente y me arrodill de tal forma que solamente mi
cabeza sobresala del anaquel. Al contemplar la sombra oscuridad del
Templo all abajo, me sent como un Dios contemplando desde los Cielos a
los viles mortales. Fuera del Templo, el crepsculo de prpura se trocaba
poco a poco en oscuridad. Los rayos postreros del sol poniente iban dis i-
pndose detrs de las montaas nevadas, lanzando iridiscentes rfagas de
luz sobre los perpetuos copos de nieve que caan desde los picachos ms al-
tos.
La oscuridad del Templo se desvaneci en algunos lugares, acentun-
dose en otros, gracias a centenares de vacilantes lmparas de grasa. Las
lmparas brillaban como puntos de luz dorada, esparciendo su resplandor
en torno a s mismas. Me pareca que las estrellas estaban debajo de m en
lugar de brillar sobre mi cabeza. Unas sombras fantsticas se deslizaban si-
lenciosas entre las poderosas columnas. Sombras que eran a veces finas y
alargadas y, otras, pequeas y como agazapadas, pero siempre grotescas y
extraas, como consecuencia de esa iluminacin irregular que confiere apa-
riencia sobrenatural a lo natural y convierte lo extrao en algo indescripti-
ble.
Al mirar hacia abajo, sent la sensacin de hallarme en un extrao pla-
no astral donde se confundan los testimonios de mi vista y de mi imagina-
cin. Sobre el suelo del Templo flotaban las nubes azules del incienso, ele-
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vndose sucesivamente y obligndome a imaginar, an con mayor fuerza,
el trono de un Dios que contemplara, all abajo, la Tierra rodeada de nubes.
Las nubes de incienso ascendan en suaves y concretos torbellinos desde
los incensarios que agitaban los chelas, jvenes y piadosos. En silencio y
con el rostro impasible, recorran el Templo en todas direcciones. Siguien-
do sus idas y venidas, un milln de puntos luminosos brotaban de los in-
censarios dorados, lanzando brillantes torrentes de luz. Desde mi privile-
giado puesto de observacin, poda mirar hacia abajo y contemplar el ful-
gor rojizo del incienso, mecido por la brisa que, en algunos momentos, pa-
reca estallar en llamaradas ms intensas, agonizando en lluvias cente-
lleantes y purpreas de ceniza. Como revitalizado, el humo ascenda des-
pus en compactas columnas azules abriendo senderos de niebla en torno a
los chelas. Prosegua su ascensin y formaba nubes cambiantes y nuevas
en el interior del Templo. Se arremolinaba y giraba, mecido por las sutiles
corrientes de aire que generaba el movimiento de los monjes. Y tena una
apariencia de ser viviente, de criatura apenas entrevista que respiraba y se
agitaba en el sueo. Durante unos instantes, lo contemplaba todo como
hipnotizado, con la sensacin de hallarme dentro de un ser vivo, de cuyos
rganos perciba las sacudidas y las oscila ciones, escuchando los latidos de
su cuerpo y de su propia vida.
A travs de las tinieblas, a travs de las nubes formadas por el humo
de incienso, vea las apretadas filas de los lamas, de los ascetas y de los
chelas. Con las piernas cruzadas, sentados en el suelo, se agolpaban en
hileras interminables hasta desaparecer por completo en la oscuridad de los
ltimos rincones del Templo. Con sus mantos, correspondientes a todos los
rdenes,
c
onstituan una tnica viviente y ondulante bordada con los co-
lores acostumbrados. Oro, azafrn, rojo, marrn y algunos puntos aislados
de gris plido. Todos los colores parecan estar vivos, mezclndose unos
con otros de acuerdo con los movimientos que hacan los que los vestan.
En la parte ms avanzada del Templo estaba sentado el Sagrado, el Profun-
do, la Decimotercera Encarnacin del Dalai Lama, la Persona ms venera-
da del mundo budista.
Durante unos instantes, lo observ todo, escuchando el cntico de los
lamas a cuyas voces serva de contrapunto la voz aguda y joven de los
chelas. Vi que las nubes de incienso vibraban al unsono con otras vibra-
ciones ms profundas. Las luces palidecan a ratos en la oscuridad, reani-
mndose luego, y el incienso se extingua y surga nuevamente trocndose
en una lluvia de chispas rojizas. El servicio religioso segua su curso y yo,
all arrodillado, lo contemplaba todo. Observaba la danza de las sombras
que crecan y moran proyectadas sobre los muros y miraba los tembloro-
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sos puntos de luz hasta que casi perda la conciencia del lugar donde me
hallaba y de lo que all estaba haciendo.
Un lama anciano, encorvado por el peso de los aos que sobrepasaban
en mucho los lmites normales de la edad de los hombres, se agitaba parsi-
moniosamente ante sus hermanos de Orden. En torno suyo, con varillas de
incienso y lmparas porttiles, se movan, atentos, los ascetas. Despus de
inclinarse ante el Profundo, volvindose con lentitud para hacer su saludo
ritual a los Cuatro Rincones de la Tierra, se enfrent con la multitud de los
monjes congregados en el Templo. Con una voz sorprendentemente vigo-
rosa en un hombre tan anciano, enton el siguiente canto:
Escucha la Voz de nuestros Espritus.
ste es el mundo de la Ilusin.
La vida terrena es solamente un sueo
que, comparado con la Vida Eterna, no es ms que un parpadeo.
Escuchad la Voz de nuestros Espritus,
vosotros, todos los que os sents abandonados.
Esta vida de Tinieblas y de Sufrimientos se terminar
y la Gloria de la Vida Eterna seguir iluminando a los justos.
-Que enciendan la primera mecha de incienso para que su luz pueda
orientar a un Espritu solitario.
Un asceta avanz unos pasos e hizo una reverencia ante el Profundo.
Despus, lentamente, salud tambin a los Cuatro Rincones de la Tierra.
Encendi una varilla de incienso y, volvindose de nuevo, la mostr a los
Cuatro Rincones. Las voces profundas prorrumpieron otra vez en un cnti-
co, apagndose luego, junto con las voces agudas de los chelas. Un gi-
gantesco lama recit algunos Pasajes, marcndolos solemnemente me diante
el taido de una Campana de Plata, con un vigor inusitado que, sin ningn
gnero de duda, estaba determinado por la presencia del Profundo. Al que-
dar todo en silencio, mir atentamente en torno suyo para comprobar si su
actuacin haba conseguido la aprobacin de todos.
El lama anciano se adelant de nuevo y se inclin ante el Profundo y
ante las Estaciones. Otro asceta, dominado por una enorme ansiedad, cau-
sada sin duda por la presencia del jefe del Estado y de la Religin, pidi a
los all reunidos que prestaran la mayor atencin. El lama anciano enton
otro cntico.
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Escucha la Voz de nuestros Espritus.
ste es el mundo de la Ilusin.
La Vida de la Tierra constituye una Prueba
destinada a purificarnos de nuestras miserias
y de nuestras desmesuradas ambiciones.
Vosotros, todos los que dudi s,
escuchad la Voz de vuestras almas.
Muy pronto se desvanecer el recuerdo de la Vida sobre la Tierra y
entonces, alcanzaremos la Paz y terminarn nuestros sufrimientos.
-Que enciendan la segunda varilla de incienso para que su luz pueda
orientar a los Espritus sumidos en la duda.
Debajo de m, el cntico de los monjes volvi a sonar de nuevo, extin-
guindose despus, mientras el asceta encenda la segunda varilla y practi-
caba sus reverencias rituales ante el Profundo y en direccin a los Cuatro
Rincones. Los muros del Templo parecan alentar y vibrar al unsono con
los cnticos. En torno al lama anciano se agrupaban las formas fantasmag-
ricas de los que haban abandonado esta vida, haca poco tiempo, sin la de-
bida preparacin, vindose por ello obligados a caminar errantes, solos y
sin nadie que guiara sus pasos.
Las sombras tenebrosas se agitaban y se retorcan como almas en pe-
na. Mi propia conciencia, lo mismo que mis percepciones e incluso mis
sentimientos, fluctuaba entre dos mundos. En uno de ellos segua con una
atencin exttica los Servicios Religiosos que estaban celebrando abajo en
el Templo. En el otro contemplaba los mundos tangenciales donde las
almas de los que haban muerto recientemente temblaban de temor ante el
milagro de lo Desconocido. Espritus aislados, dominados por la angustia,
perdidos en las tinieblas, lloraban de terror y de soledad. Separadas unas de
otras, separadas de las dems como consecuencia de su escepticismo, se
haban quedado paralizadas como un yak atrapado en una inmensa cinaga.
Y el cntico del lama anciano, su Invitacin, llegaba hasta los mundos
tangenciales, cuya impenetrable oscuridad quedaba atenuada levemente
por la azulada luz de los Espritus de los muertos.
Escucha la Voz de nuestro Espritu.
ste es el mundo de la Ilusin.
De igual manera que el Hombre muere
en la Gran Realidad para poder nacer sobre la Tierra,
el Hombre debe tambin morir sobre la Tierra
para poder nacer nuevamente en la Gran Realidad.
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No existe la Muerte sino tan slo el Nacimiento.
Los dolores de la Muerte son los tormentos del Alumbramiento.
-Que se encienda la tercera varilla de incienso con el objeto de que
pueda orientar a una alma atormentada.
Una orden teleptica alcanz mi conciencia. -Dnde ests, Lobsang?
Ven inmediatamente!
Haciendo un gran esfuerzo, consegu regresar a este mundo. Mis
pies estaban entumecidos. Me levant un tanto vacilante, y atraves la
puerta a toda prisa. Envi un mensaje mental a mi Maestro: Ya voy, Res-
petado Seor. Pas, restregndome los ojos, por el Templo lleno de calor
y de humo y, despus, me sent refrescado con el aire nocturno y segu ca-
minando, subiendo hasta la habitacin contigua a la puerta principal, donde
mi Maestro me esperaba. l sonri al verme.
-Pero Lobsang! -exclam-. Parece que hayas visto un fantasma!
-He visto varios, seor -le respond.
-Esta noche nos quedaremos aqu, Lobsang -dije el Lama -. Y maana
iremos a consultar el Orculo del Estado. La experiencia te resultar intere-
sante. Pero ahora debemos comer primero y despus dormir.
Com lleno de preocupacin, pensando en lo que haba visto en el
Templo, preguntndome por qu era ste el Mundo de la Ilusin.
Termin rpidamente mi cena y me retir a la habitacin que me haban
asignado. Me envolv en mi manto, me acost y me dorm en seguida. Du-
rante toda la noche, mi sueo estuvo plagado de pesadillas e impresiones
extraas.
So que estaba despierto, sentado y que llegaban hasta m, como el
polvo de una tormenta, grandes esferas de algo desconocido. Aparecie-
ron a lo lejos como pequeas manchas y fueren creciendo poco a poco has-
ta convertirse en globos de todos los colores. Cuando alcanzaron el tamao
de una cabeza humana, se acercaron, alejndose despus precipitadamente.
En mi sueo -si es que fue realmente un sueo!- me resultaba imposible
volver la cabeza para ver hacia dnde haban ido. Slo vea esas esferas
que nunca terminaban, que surgan de algn lugar desconocido y que cru-
zaban velozmente junte a m, hacia... alguna parte? Me sorprendi extra-
ordinariamente que ninguna de aquellas esferas chocara con mi cuerpo.
Tenan una apariencia slida aunque, a mi juicio, carecan de sustancia. De
pronto, de una forma tan horriblemente repentina que me despert sobresal-
tado, escuch una vez que dijo a mis espaldas:
-Acabas de ver los muros firmes y slidos del Templo como los ven
los Espritus.
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Sent un estremecimiento de terror. Acaso estaba muert o? Me
haba muerto mientras dorma? Pero por qu preocuparse ante la muer-
te? Yo saba que le que llambamos muerte era tan slo un renacimiento.
Me acost otra vez y el sueo se apoder de m nuevamente.
El mundo entero temblaba, cruja y se desplomaba dominado por la
locura. Asustado, me incorpor creyendo que el Templo se estaba derrum-
bando. Era una noche lbrega, iluminada tan slo por el brillo fantasmal de
las estrellas que lanzaban desde lo alto dbiles simulacros de luz. Mir fi-
jamente ante m y el miedo eriz mis cabellos. Estaba paralizado. Me resul-
taba imposible mover un solo dedo y lo ms terrible era que el mundo cre-
ca vertiginosamente. Las suaves piedras de los muros adquirieron una apa-
riencia tosca y se convirtieron en rocas porosas como las de los volcanes
extinguidos. Se agigantaban los orificios de las piedras y pude darme cuen-
ta de que estaban pobladas por criaturas de pesadilla, como las que haba
visto con el gran microscopio alemn del Lama Mingyar Dondup.
El mundo segua creciendo y aquellas horribles criaturas adquirieron
un tamao inmenso, alcanzando por fin tan vastas dimensiones que hasta
poda distinguir sus poros. Y mientras el mundo creca y creca incesan-
temente, comprenda que, al mismo tiempo, yo disminua y disminua de
tamao. Me di cuenta de que se haba desencadenado una tempestad de
arena. Detrs de m ruga el viento, sin embargo ni un solo grano de arena
lleg a tocarme. Rpidamente, tambin las arenas empeza ron a crecer. Al-
gunas alcanzaron el tamao de una cabeza humana, otras las dimensiones
del Himalaya. Pero ninguna me roz siquiera. Y siguieron creciendo y cre-
ciendo hasta que perd el sentido del tamao, hasta que perd el sentido del
tiempo. En sueos, me pareca flotar entre las estrellas, fro e inmvil,
mientras las galaxias pasaban a mi lado vertiginosamente y se desvanecan
a le lejos. Nunca sabr cunto tiempo permanec as. Me pareca toda una
eternidad. Al cabo de un largo, muy largo, perodo de tiempo, una galaxia
inmensa, un grupo infinito de Universos se precipitaron directamente co-
ntra m. Todo se ha terminado!, pens caticamente conforme aquella
multitud de mundos se me iba acercando, preados de amenazas.
-Lobsang! Lobsang! Te has marchado a las Praderas del Cielo? -La
Voz sonaba retumbando por todo el Universo, rebotando de mundo en
mundo... y multiplicndose en ecos sobre los muros de piedra de mi cuarto.
Abr los ojos con dificultad e intent abarcarlo todo en el campo de mi vi-
sin. Sobre m haba un enjambre de brillantes estrellas a las que cre reco-
nocer. Y aquellas estrellas fueron desvanecindose poco a poco hasta ser
sustituidas por completo por el rostro bondadoso del Lama Mingyar Don-
dup. Suavemente me sacuda. La clara luz del sol ilumin mi habitacin.
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En uno de sus rayos, el polvo flotaba tenuemente y se vesta con todos los
colores del arco iris.
-La maana est muy avanzada, Lobsang. Te he permitido que dur-
mieras, pero ahora es preciso que comas algo. Luego proseguiremos.
Me levant con dificultad. Aquella maana me senta fuera de m.
Me pareca que mi cabeza era desmesuradamente grande en comparacin
con el resto del cuerpo y mi mente segua an agitada con los sueos de
la noche. Envolv en la parte delantera de mi manto mis exiguas propieda-
des y abandon mi habitacin en busca de nuestro alimento bsico, el
tsampa. Descend la escalera, agarrndome al mstil con todas mis fuer-
zas para no caerme. Abajo, los monjes cocineros haraganeaban ociosos.
-He venido para que me deis algo de comida -dije con la mayor suavi-
dad.
-Comida? A estas horas de la maana? Vete de aqu! -vocifer el
jefe de los cocineros.
Me agarr, pero cuando iba a golpearme, otro de los monjes le susurr
al odo:
-Es el que est con el Lama Mingyar Dondup!
El jefe de los cocineros dio un salto, lo mismo que si hubiera recibido
el picotazo de un tbano, dirigindose despus a su ayudante.
-Bien! Qu esperas? Sirve su desayuno al seor!
En circunstancias normales hubiera tenido una cantidad suficiente de
cebada en mi bolsa de cuero. Todos los monjes la lle vaban siempre con-
sigo, pero, como ramos visitantes, todas mis reservas se haban agotado.
Los monjes, independientemente de que fueran chelas, ascetas o lamas,
llevaban siempre la bolsa de cuero y la escudilla donde poder comerla. La
comida principal del Tibet estaba compuesta de tsampa, t y manteca. Si
en las lamaseras tibetanas existieran mens impresos, figurara solamente
una palabra: tsampa!.
Levemente reconfortado despus de la comida, volv de nuevo junto al
Lama Mingyar Dondup y nos dirigimos a caballo hacia la lamasera del
Orculo del Estado. No hablamos durante todo el trayecto y mi caballo tro-
taba de una forma tan especial que necesitaba concentrar toda mi atencin
sobre l para no caerme. A nuestro paso por Lingkor Road, los peregrinos,
dndose cuenta del alto grado de mi Maestro por sus vestiduras, le pedan
que los bendijera. Cuando reciban su bendicin, seguan su camino por el
Circuito Sagrado, convencidos de que se hallaban ya a mitad del camino de
su salvacin. Nuestros caballos nos llevaron pronto a travs del Bosque de
los Sauces y, despus, siguieron trotando a lo largo del camino de rocas
que conduca a la Mansin del Orculo. Ya en el patio, los monjes sirvien-
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tes se hicieron cargo de los animales y yo, lleno de satisfaccin, pude poner
mis pies sobre la tierra nuevamente.
El lugar estaba abarrotado de gente. Para asistir al acto, los lamas ms
importantes haban acudido desde todos los rincones del pas. El Orculo
iba a ponerse en comunicacin con los Poderes que rigen el mundo. Por
decisin especial del Profundo, siguiendo sus rdenes expresas, yo tambin
deba estar presente. Nos mostraron el lugar que nos haban asignado para
dormir. Yo tena que hacerlo junto al Lama Mingyar Dondup, y no en el
dormitorio comn de los chelas. Al pasar cerca de un pequeo templo,
situado dentro del edificio principal, escuch las siguientes palabras:
Escucha la Voz de nuestros Espritus.
ste es el Mundo de la Ilusin.
-Seor -pregunt a mi Maestro cuando nos quedamos solos-. Qu
significa eso del Mundo de la Ilusin?
-Vers -respondi, mirndome sonriente-. Qu es lo real? Si tocas
este muro, tus dedos no pueden atravesar la pared. De ello deduces que el
muro es algo slido que no puede ser penetrado. En el exterior, la muralla
de montaas del Himalaya es tan slida como si fuera la columna vertebral
de la Tierra. Pero un Espritu, o t mismo, si te introduces en lo astral, pue-
des moverte libremente, con la misma facilidad con que te mueves en el
espacio, a travs de las rocas de las montaas.
-Pero cmo es esa ilusin? -le pregunt-. La pasada noche tuve un
sueo que era realmente una ilusin. Slo al recordarlo siento que me
pongo lvido!
Mi Maestro, con infinita paciencia, me escuch. Y cuando termin de
relatarle mi sueo, me dijo:
-Voy a hablarte del Mundo de la Ilusin. Pero todava no, porque aho-
ra debemos visitar al Orculo.
El Orculo del Estado era un hombre extraordinariamente joven, del-
gado, de aspecto enfermizo. Fui presentado a l y su mi rada penetrante pa-
reci introducirse dentro de m mientras mi columna vertebral vibraba co-
mo recorrida por un temblor de miedo.
-S, eres t -dijo-. Te he reconocido en seguida. Ests dotado del poder
interior y alcanzars tambin la sabidura. Ms tarde, hablar contigo.
Mi querido amigo, el Lama Mingyar Dondup, pareci estar satisfecho
de m.
-Siempre sales airoso de todas las pruebas a que te sometemos, Lob-
sang -me dijo-. Ven conmigo. Nos retiraremos al Santuario de los Dioses.
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Tenemos que hablar. -Me sonrea mientras nos alejbamos-. Lobsang -
aadi-, trataremos acerca del Mundo de la Ilusin.
El Santuario estaba desierto, como ya me haba advertido mi Maestro.
Las lmparas ardan temblorosas ante las Imgenes Sagradas confiriendo
movimiento a sus sombras que parecan agitarse y saltar en una danza ex-
tica. El humo del incienso se alzaba en espirales sobre nosotros. Nos sen-
tamos, uno al lado del otro, junto al atril donde el lector recitara los pasajes
de los libros sagrados. Adoptamos una actitud de contemplacin, cruzando
nuestras piernas y entrelazando nuestros dedos.
-ste es el Mundo de la Ilusin -dijo mi Maestro-. Y si invocamos a
los Espritus para que nos escuchen es porque sabemos que ellos se sienten
solitarios en el Mundo de la Realidad. T sabes perfectamente que deci-
mos: Escucha la Voz de nuestros Espritus, en lugar de decir: Escucha la
Voz de nuestros Cuerpos.
Ahora bien, atiende a lo que voy a decirte sin interrumpirme porque
ello es el fundamento de nuestra Creencia ntima. Como te explicar des-
pus, las personas que no han evolucionado suficientemente deben tener
ante todo una fe que les sostenga, que les ayude a creer que un Padre o una
Madre vela por ellos. Tan slo cuando se alcanza un grado adecuado de de-
sarrollo espiritual es posible aceptar lo que voy a revelarte.
Contempl a mi Maestro pensando que l era para m el mundo entero
y dese fervientemente que pudiramos permanecer siempre juntos.
-Nosotros somos -dijo- criaturas del Espritu. Somos cargas elctricas
con inteligencia. Este mundo, esta vida es el Infierno, un lugar de prueba
donde nuestro Espritu se va purificando poco a poco a travs del dolor de
aprender a controlar la grosera carne que compone nuestro cuerpo. Nuestro
cuerpo carnal es dirigido por unos cables elctricos que tienen su origen en
la parte superior de nosotros mismos, en nuestro Espritu, de la misma ma-
nera que un ttere es controlado por los cables que el titiritero maneja
hbilmente. Un titiritero bien adiestrado puede proporcionar la ilusin de
que los muecos que l mueve estn dotados de vida y voluntad propia pa-
ra determinar sus actos. De idntica manera, hasta que no conseguimos co-
nocer exactamente la esencia de las cosas, nosotros tenemos cierta ten-
dencia a creer que nuestro cuerpo carnal es lo nico que tiene realmente
importancia. La atmsfera de la Tierra estrangula el Espritu y, por ello, ol-
vidamos nuestra Alma, que es la que en realidad nos controla. Pensamos,
entonces, que actuamos libremente, en virtud de nuestra voluntad conscien-
te. Y de esa forma, Lobsang, nos vemos atrapados por nuestra primera Ilu-
sin que es la que nos induce a creer que lo ms importante para nosotros
es el ttere de nuestro cuerpo de carne. -se interrumpi al darse cuenta de
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mi gesto de perplejidad-. Bueno -me pregunt-, qu es lo que te sucede
ahora?
Seor -le respond-. Dnde estn mis cables elctricos? Yo no veo
nada que me vincule a mi Ser Superior!
-Acaso puedes ver el aire, Lobsang? -respondi sonrindome-. No
puedes, a no ser que salgas de tu envoltura carnal.
Se inclin hacia m y cogi mi manto.
Contemplando sus ojos penetrantes, sent que la vida me abandonaba.
-Lobsang! -me dijo lleno de severidad-, acaso tu cerebro se ha eva-
porado por completo? Crees acaso que ests compuesto solamente de
materia? Has olvidado la existencia del Cordn de Plata, de esa serie de
lneas electromagnticas que (aqu en la Tierra) te mantienen unido a tu
Espritu? Ests realmente en el Mundo de la Ilusin, Lobsang!
Me di cuenta de que me haba ruborizado. Naturalmente, conoca la
existencia del Cordn de Plata, esa lnea de luz azu lada que vincula lo fs i-
co a lo espiritual. En muchas ocasiones, cuando me senta transportado a lo
astral, lo haba visto vibrar y fulgurar lleno de luz y de vida. Era semejante
al cordn umbilical que mantiene unido al recin nacido con su madre, pe-
ro con la particularidad de que ese nio que se llamaba cuerpo fsico no
poda existir ni un solo instante si el Cordn de Plata era cortado.
Observ a mi Maestro que pareca dispuesto a proseguir sus explica-
ciones.
-Cuando nos hallamos en el mundo fsico, estamos dominados por la
tendencia a pensar tan slo en los aspectos de ese mundo. En realidad
ello constituye una de las medidas de seguridad del Ser, porque si furamos
capaces de recordar el Mundo del Espritu con todas sus dichas, slo me-
diante un poderoso esfuerzo de nuestra voluntad podramos permanecer
aqu. Si pudiramos recordar nuestras vidas pasadas en el curso de las cua-
les ramos, tal vez, ms importantes que en nuestra vida presente, nos re-
sultara difcil ser humildes. Vamos a pedir un poco de t y, despus, te
contar cmo es la vida de un chino desde su muerte hasta su renacimiento
en una nueva existencia.
El Lama iba a hacer sonar la campanilla de plata para que viniera un
sirviente, pero al ver mi expresin se detuvo.
-Bien -pregunt-, qu es lo que quieres preguntarme?
-Seor -le respond-. Por qu la de un chino? Por qu no la de un ti-
betano?
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-Porque si te hubiera dicho de un tibetano asociaras esa palabra con
algunas de las personas que conoces y el resultado de mis explicaciones no
sera correcto.
Hizo sonar la campana y un monje sirviente nos trajo t. Mi Maestro
me mir con aire pensativo.
-Has pensado que al beber este t nos estamos tragando mi llones de
mundos? -me pregunt-. Aunque los fluidos tienen un contenido molecular
ms diluido, si vieras aumentados los tomos de este t creeras estar vien-
do una multitud de granos de arena que se agitan en un lago turbulento. Lo
mismo sucede con los cuerpos gaseosos. Hasta el aire est compuesto de
molculas, de diminutas partculas. Pero nos estamos apartando del tema.
bamos a tratar de la vida y de la muerte de un chino.
El maestro bebi su t y esper a que yo terminara de beber el mo.
-Haba un viejo mandarn llamado Seng -dijo mi Maestro-. Su vida
haba sido siempre dichosa y al llegar al ocaso de su existencia se senta
muy satisfecho. Su familia era muy numerosa y tena muchas concubinas y
esclavos. Hasta el propio Emperador de la China le haba hecho objeto de
sus favores. Sus ojos ya gastados podan ver un poco de espacio a travs de
la ventana de su habitacin, aunque apenas distingua sus hermosos jardi-
nes donde merodeaban los pavos reales. Los trinos de los pjaros, que po-
blaban los rboles al terminar el da, llegaban dbilmente a sus fatigados
odos. Seng permaneca tendido, relajado sobre sus almohadones. Senta
dentro de s los araazos de la Muerte cortando sus vnculos con la vida. El
sol, teido de sangre crepuscular, se ocultaba lentamente detrs de la anti-
gua pagoda. El anciano Seng, tambin lentamente, se desplom sobre sus
almo hadones, mientras su respiracin entrecortada silbaba entre sus dien-
tes. La luz solar se desvaneci por completo y las lamparillas de su habit a-
cin empezaron a arder, pero el anciano Seng ya se haba ido, se haba ido
con los ltimos rayos del sol agonizante.
Mi Maestro me observ, como para comprobar que le estaba escu-
chando. Despus prosigui:
-El anciano Seng permaneca derrumbado sobre sus almohadones y
los latidos de su cuerpo se diluan levemente en el silencio. La sangre ya no
circulaba por sus arterias y sus venas y los fluidos de su cuerpo se haban
extinguido. El cuerpo del anciano Seng haba muerto, haba terminado, ya
no serva para nada. Pero si all hubiera estado presente algn clarividente,
podra haber observado un halo luminoso, azulado, rodeando el cuerpo del
anciano Seng, una figura que se separaba del cuerpo y flotaba sobre l,
unido a su envoltura carnal solamente por el sutil Cordn de Plata. Poco a
poco, el Cordn de Plata fue estrechndose y, al fin, se parti. El Espritu
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del anciano Seng flot en el espacio, como una nube de incienso arrastrada
por el viento, desvanecindose despus suavemente a travs de los muros.
El Lama llen su taza nuevamente y, tras comprobar que la ma tena
t todava, prosigui:
-El Espritu atraves reinos y dimensiones incomprensibles para los
espritus materialistas. Al fin, lleg a un maravilloso jardn, lleno de in-
mensos edificios, detenindose en uno de ellos, donde lo que haba sido el
Alma del anciano Seng entr abrindose camino entre una cascada de lu-
ces. En su mundo, Lobsang, un Alma es tan concreta como t puedas serlo
en tu mundo. En el mundo del espritu, los espritus pueden quedar confi-
nados entre cuatro paredes y caminar sobre el suelo. El espritu tiene all
unas posibilidades y unos dones muy diferentes a los que nosotros posee-
mos aqu, sobre la Tierra. Aquel Espritu deambul durante algn tiempo, y
despus, entr en una pequea habitacin. Se sent y contempl los muros
que le rodeaban. Sbitamente los muros se desvanecieron y, en su lugar,
aparecieron muchas escenas de su vida pasada. Contempl lo que nosotros
llamamos el Archivo Krmico que contiene todo lo que ha sucedido en el
tiempo y que puede ser observado con una rapidez increble por todos
aquellos que han sido especialmente preparados para ello. Tambin es ob-
servable por todos los que hacen el trnsito de la vida terrestre a la vida
del ms all, puesto que el Hombre contempla el balance de sus xitos y de
sus fracasos. De esa forma el Hombre puede ver su pasado y juzgarse a s
mismo! No hay un juez ms severo para sus propios actos que el mismo
hombre que los ha realizado. No es preciso comparecer tembloroso ante un
Dios. Nosotros mismos presenciamos lo que hicimos y lo que intentamos
hacer.
Yo le escuchaba silencioso. Sus palabras me apasionaban; me fascina-
ban. Me hubiera gustado orle durante horas y horas, en lugar de tener que
someterme a la rigurosa monotona de las lecciones cotidianas.
El Espritu del que en vida haba sido el anciano Seng, el Mandarn
Chino, contempl nuevamente toda esa vida que nosotros, sobre la Tierra,
hubiramos calificado de dichosa -prosigui mi Maestro-. Vio los muchos
errores que haba cometido y se arrepinti de ellos. Despus se levant y
abandon aquella habitacin, dirigindose a un gran saln donde le espera-
ban los hombres y las mujeres del mundo del espritu. Silenciosos, son-
riendo comprensivos y llenos de compasin, le vieron cmo se acercaba
para pedirles que le orientaran. Se sent junto a ellos, les confes sus erro-
res y les cont las cosas que haba hecho, las que intent hacer y las cosas
que pens hacer pero que no hizo.
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-Pero -dije yo rpidamente-, creo haberle odo decir que no lo juzgaba
nadie, que era l el que se juzgaba a s mismo.
-Y as es, Lobsang -respondi mi Maestro-. Despus de contemplar su
pasado con todos sus errores, se acerc a aquellos Consejeros Celestes para
que stos le sugirieran lo que creyeran oportuno... Pero, por favor, no me
interrumpas. Limtate a escuchar y guarda tus preguntas para ms tarde...
Como te iba diciendo -prosigui-, el Alma se sent entre los Consejeros y
les confes sus fracasos y les habl de las virtudes que, a su juicio, necesi-
taba para poder seguir su evolucin espiritual. En primer lugar, tena que
regresar a la Tierra para ver nuevamente su cuerpo. Luego, descansara du-
rante varios aos o varios siglos y despus le ayudaran a hallar las cuali-
dades esenciales para continuar su progreso en el futuro. Su Alma volvi a
la Tierra para contemplar por ltima vez su propio cuerpo, muerto, dispues-
to ya para ser enterrado. Entonces, aquel Espritu, que haba dejado de ser
el espritu del anciano Seng para empezar a ser tan slo un espritu destina-
do al reposo, regres al Pas del Ms All. Du rante un perodo de tiempo
indeterminado, descans y se recuper, aprendiendo las lecciones de sus
vidas anteriores, preparndose para la vida futura. All, en su existencia ul-
traterrena, los elementos y las sustancias tenan la misma solidez que hab-
an tenido sobre la Tierra. Descans hasta que lleg el tiempo propicio y se
cumplieron las condiciones previstas a su llegada.
-Me gusta este relato! -exclam-. Me parece realmente interesante.
Mi Maestro sonri y prosigui su historia.
-Al llegar el momento establecido previamente, el Espritu en estado
de Espera fue requerido y enviado de nuevo al Mundo Humano por uno de
los espritus encargados de esa misin. Invisibles para los seres de carne y
hueso, se detuvieron a contemplar a los que estaban destinados a ser sus
padres. Vieron la que sera su casa y analizaron las posibilidades que ofre-
ca aquella casa para facilitarle el aprendizaje de las lecciones futuras. Se
retiraron satisfechos. Algunos meses despus, la mujer que tena que ser su
madre sinti de pronto en su interior un extrao latido y el Espritu se in-
trodujo en ella y el Nio adquiri vida. A su debido tiempo, el nio naci
en el mundo de los hombres. El Espritu que en otra vida anim el cuerpo
del anciano Seng se agitaba ahora entre los complicados nervios y el cere-
bro del nio Lee Wong, en un hogar humilde de una aldea de pescadores
chinos. Las elevadas vibraciones de un Espritu haban sido aprisionadas,
una vez ms, en la mezquina octava de vibraciones de un cuerpo de carne y
hueso.
Medit las palabras de mi Maestro. Despus, las segu meditando an
durante algunos instantes.
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-Honorable Lama -le dije al fin-. Si las cosas son como vos decs, si la
muerte es tan slo una liberacin de las angustias de la Tierra, por qu los
seres humanos le temen tanto?
-Tu pregunta es muy inteligente -respondi mi Maestro-. Si furamos
capaces de recordar las dichas del otro mundo, la mayor parte de nosotros
no podramos soportar las miserias de ste. Por ello, nos ha sido inculcado
el temor a la muerte. A mu chos de nosotros -me advirti mirndome de re-
ojo- no nos gusta ir a la escuela, nos molesta la disciplina, tan necesaria pa-
ra que nuestros estudios sean provechosos. Pero conforme vamos ha-
cindonos mayores y convirtindonos en hombres, comprendemos el bien
que nos ha hecho esa disciplina escolar. Nadie debera creer que es posible
avanzar por el camino del conocimiento sin necesidad de asistir a las cla-
ses, de la misma manera que nadie debera quitarse la vida antes de que
suene la hora que nos ha sido sealada para abandonar la existencia terrena.
Sus palabras me sumieron en profundas reflexiones porque, pocos das
antes, un monje viejo, enfermo e inculto, se haba suicidado arrojndose
desde lo alto de una ermita. Siempre haba sido un viejo hurao, con una
clara predisposicin a rechazar la ayuda que los dems le ofrecan. S, era
mejor que el viejo Jigme se hubiera suicidado, haba pensado yo. Mejor pa-
ra l y para los dems.
-Seor -le pregunt-, cometi, entonces, un error el viejo Jigme al
poner fin a su vida?
-S, Lobsang -respondi mi Maestro-. Cometi un grave error. Cada
ser humano tiene asignado un perodo determinado de tiempo que debe pa-
sar en la Tierra. Si pone fin a su vida antes de que se cumpla ese plazo, en-
tonces se ve obligado a regresar cas i inmediatamente al mundo. sa es la
razn de que haya nios que nacen y viven tan slo unos meses. Son las
almas de los suicidas que vuelven para reencarnarse en un cuerpo y vivir el
tiempo que les faltaba y que debieron haber vivido antes. El suicidio nun-
ca est justificado. Constituye una grave injuria contra uno mismo, contra
el propio ser.
-Pero, Seor -respond-. Qu sucede entonces con los nobles japone-
ses que cometen suicidios rituales para identificarse con las desgracias de
sus familiares? El que procede de ese modo debe ser, sin duda alguna, un
hombre valiente.
-Te equivocas -dijo enfticamente mi Maestro-. Te equivocas, Lob-
sang. La valenta no consiste en morir sino en vivir haciendo frente a las di-
ficultades de la vida, enfrentndose con el sufrimiento. Morir es sencillo,
pero vivir... sa es la verdadera valenta! Ni siquiera las teatrales cere-
monias del suicidio ritual pueden liberar a este acto de su inicuidad in-
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trnseca. Venimos al mundo para aprender y solamente podremos aprender
viviendo aqu la totalidad de nuestra vida natural. El suicidio nunca est
justificado!
Volv a pensar en el viejo Jigme. Cuando se quit la vida era ya muy
anciano. Por esa causa, cuando tuviera que regresar, pens, lo hara para
vivir un breve perodo de tiempo.
-Honorable Lama -le pregunt-. Cul es el objetivo del miedo? Por
qu nos hace sufrir tanto? He observado que las cosas que ms temo no su-
ceden nunca y, sin embargo, sigo temindolas!
-Eso es lo que nos sucede a todos -dijo el Lama riendo-. Sentimos el
temor de lo Desconocido. Pero el temor es necesario. Nos estimula. Sin l
nos dominara la pereza. Gracias al miedo se incrementa nuestra fuerza y
podemos evitar males mayores. El miedo nos obliga a superar nuestra pre-
disposicin a la holgazanera. No estudiaras tus lecciones ni haras tus ta-
reas escolares si no temieras al maestro o si no sintieras el temor a pa-
recer un estpido ante tus condiscpulos.
Los monjes empezaban a entrar en el Santuario. Los chelas se afa-
naban en torno a las lmparas y encendan varillas de incienso. Nos pusi-
mos en pie y salimos. La tarde estaba fresca. Una brisa ligera meca las
hojas de los sauces. A lo lejos, sonaron las trompas del Potala y sus ecos se
multiplicaron suavemente en los muros de la lamasera del Orculo del Es-
tado.
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Capitulo tercero
La lamasera del Orculo del Estado era pequea, estaba aislada y
condensada en un reducido espacio. Algunos chelas jugaban despreocu-
padamente. No haba grupos de monjes ociosos deambulando por el patio
soleado o perdiendo el tiempo en conversaciones intiles. La mayora de
los ancianos -incluso los lamas ancianos!- residan all. Canosos, curvados
bajo el peso de los aos, realizaban su labor lentamente. Era el Hogar de
los Adivinos. Los viejos lamas y el propio Orculo tenan a su cargo las ta-
reas de la Adivinacin y de la Profeca. Ningn visitante poda entrar sin
invitacin. Ningn viajero perdido acuda all en busca de reposo o comida.
Se trataba de un lugar ante el que todos sentan miedo y que a todos estaba
prohibido, a no ser que fuesen invitados muy especialmente. Mi Maestro, el
Lama Mingyar Dondup, constitua una excepcin a la regla, ya que poda
entrar y salir a su antojo y era siempre un visitante bien recibido.
Un delicioso conjunto de rboles protega la lamasera de las miradas
indiscretas. Los altos muros de piedra ocultaban sus edificios a los eventua-
les curiosos, suponiendo que alguno se atreviera, con su curiosidad, a susci-
tar las iras del poderoso Lama del Orculo. Siempre haba unas habitacio-
nes reservadas para el Profundo, el Sagrado Dala i Lama, que visitaba con
frecuencia este Templo de la Sabidura. Su atmsfera era sosegada y su as -
pecto exterior tranquilo, con esa clara quietud que emanan los hombres ca-
paces de realizar plcidamente las ms importantes tareas.
Era imposible que un intruso pudiera promover alboroto. El lugar es-
taba vigilado por los fuertes hombres de Kham, muchos de los cuales me-
dian ms de siete pies de estatura y tenan un peso superior a las doscientas
cincuenta libras. Eran utilizados en todo el Tibet como monjes policas y se
encargaban de la tarea de mantener el orden en las comunidades, que algu-
nas veces congregaban a miles de monjes. Se mantenan constantemente en
estado de alerta, permanentemente vigilantes. Con sus poderosas armaduras
de madera, constituan un espectculo realmente aterrador para todos aque-
llos que no tenan la conciencia tranquila. Y como el hbito no hace nece-
sariamente al monje, y en todas las comunidades hay seres culpables y pe-
rezosos, los hombres de Kham tenan siempre trabajo.
Los edificios que ocupaban los lamas estaban tambin ocultos por la
misma razn. No eran altos ni tenan escaleras verticales de madera, para
no fatigar a los ancianos que haban perdido la elasticidad de la juventud y
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tenan el cuerpo cansado y frgil. La entrada a los corredores no era nada
difcil y los ms ancianos vivan en la planta baja. El Orculo del Estado
tena tambin sus habitaciones en la planta baja junto al Templo de los Au-
gurios. En torno a l se alojaban los ms ancianos, los ms sabios y los j-
venes monjes policas de Kham.
-Haremos una visita al Orculo del Estado, Lobsang -dijo mi Maestro-
Se interes mucho por ti y parece dispuesto a dedicarte mucho tiempo.
Aquella invitacin, que en realidad era una orden, me llen de una an-
gustia infinita ya que, en el pasado, todas mis visitas a los astrlogos y a los
adivinos haban constituido una confirma cin de malos augurios, de
nuevos sufrimientos, de nuevas dificultades futuras. Normalmente, me vea
obligado tambin a colocarme mi mejor manto, y a sentarme, tieso como
un palo, para escuchar a algn viejo tedioso decir largas estrofas de vulga-
ridades que no valan la pena. Le mir desconfiado. El Lama intentaba sin
xito ocultar una sonrisa burlona. Sin duda alguna, pensaba yo, ha ledo ya
mi pensamiento.
-No es necesario que te cambies de ropa -me dijo al fin, lanzando una
ruidosa carcajada-. Lo que pueda decirte el Orculo no estar determinado
por el manto que lleves. Te conoce mejor que t mismo!
Sus palabras aumentaron mi tristeza. Qu es lo que tendr que escu-
char, entonces?, me preguntaba. Descendimos por el corredor y salimos al
patio interior. Contempl las cimas de los montes que asomaban sobre los
edificios y me sent como un condenado a muerte. Un desagradable monje
polica, como una montaa viviente, se acerc a nosotros. Al reconocer a
mi Maestro, se deshizo en sonrisas de bienvenida y exageradas reverencias.
-Me postro ante tus Pies de Loto, Lama Sagrado -dijo-. Concdeme el
honor de conducirte ante Su Reverencia, el Orculo del Estado.
Empez a caminar delante de nosotros, mostrndonos el camino, y a
m me pareci que sus pasos hacan temblar la tierra.
Junto a la puerta del Orculo haba no dos monjes guardianes sino dos
lamas que, al vernos, se apartaron para cedernos el paso.
-El Sagrado os espera -dijo uno de ellos a mi Maestro con una sonrisa.
-Est esperando tu visita, seor Mingyar -dijo el otro.
Entramos. Era una pequea habitacin tenuemente ilu minada.
Durante unos instantes, apenas me fue posible distinguir nada. Mis
ojos estaban deslumbrados por la brillante luz del patio, inundado de sol.
Poco a poco, conforme mis pupilas fueron adaptndose a la penumbra, me
di cuenta de que me hallaba en una habit acin desnuda. Dos tapices ador-
naban las paredes. Y en un rincn, un pequeo brasero de incienso humea-
ba. En el centro, sentado sobre una pequea almohada, haba un hombre jo-
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ven, delgado y de frgil aspecto. Mi sorpresa fue enorme al darme cuenta
de que aqul era el Orculo del Estado del Tibet. Sus ojos brillantes me
contemplaban fijamente y penetraban en mi interior. Sent la sensacin de
que no estaba viendo mi cuerpo sino mi alma.
Mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, y yo nos postramos ante l y
le hicimos la reverencia prescrita por nuestras tradiciones. Despus, nos le-
vantamos de nuevo, esperando. Y por fin, cuando el silencio empezaba ya a
resultar realmente desagradable, el Orculo dijo:
-Bienvenido, seor Mingyar! Bienvenido, Lobsang!
Su voz era varonil, aunque no demasiado poderosa. Pareca llegar
desde muy lejos. Durante unos instantes, el Orculo y mi Maestro trataron
de diversas cuestiones de inters general. Despus, el Lama Mingyar Don-
dup le hizo una reverencia, nos volvi la espalda y sali de la habitacin. El
Orculo me mir fija mente durante unos instantes y por fin dijo:
-Trae una almohada y sintate junto a m, Lobsang.
As lo hice. Durante un rato, me contempl en medio de un embarazo-
so silencio, pero cuando su minucioso examen empezaba a resultarme in-
cmodo habl.
-De modo que t eres Lobsang Rampa -dijo-. En otra vida nos cono-
cimos muy bien. Ahora, siguiendo las rdenes del Profundo, debo hablarte
de las dificultades y las pruebas que te esperan en el futuro.
-Seor! -excla m-. Debo de haber hecho cosas terribles en mis vidas
pasadas para merecer tantos sufrimientos en sta. Mi Karma, mi Destino
parece ser ms doloroso que el de las dems personas.
-No es as -replic-. Las personas suelen cometer el error de creer que
los sufrimientos que padecen en esta vida son consecuencia necesaria de
las faltas que cometieron en sus vidas pasadas. Si colocas algn metal en el
fuego, lo haces para castigarle por sus errores o, por el contrario, para dar-
le temple y mejorar su calidad? -Me mir fijamente y aadi-: En todo ca-
so, tu Maestro, el Lama Mingyar Dondup, ya te explicar todas estas cosas.
Yo debo limitarme a hablarte del futuro.
Agit una campanilla de plata y un sirviente entr silencioso. Sigilo-
samente, coloc una mesa muy baja entre nosotros dos y, sobre la mesa,
puso un brasero de plata, aparentemente adornado como si estuviera hecho
de porcelana. En su interior haba algunas brasas que aumentaban su fulgor
rojizo conforme el monje sirviente lo balanceaba en el espacio. Despus lo
coloc ante el Orculo. Murmurando palabras cuyo significado no llegu a
comprender, coloc junto al brasero una caja de madera, profusamente la-
brada, y se march tan silenciosamente como haba llegado. Yo segua sen-
tado y me encontraba incmodo, preguntndome por qu razn me tenan
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que suceder a m siempre aquellas cosas. Todo el mundo me adverta
que mi vida estara llena de grandes dificultades. Parecan complacerse en
ello. Las dificultades eran dificultades, aun en el caso de que no fueran el
precio que tena que pagar por los errores de alguna de mis pasadas exis -
tencias. Lentamente, el Orculo se inclin hacia adelante y abri la caja.
Con una cucharilla de oro extrajo un poco de polvo que derram sobre las
brasas.
La habitacin se llen de un azulado brillo. Me di cuenta de que mi
vista se nublaba y de que fallaban mis sentidos. Me pareci escuchar el ta-
ido de una gran campana que llegaba hasta m desde una inconmensurable
lejana. El sonido se acercaba poco a poco y su intensidad fue aumentando
hasta tal punto que cre que mi cabeza iba a estallar. Se desenturbi mi mi-
rada y pude contemplar atentamente la columna de humo surgiendo inter-
minablemente del brasero. El humo empez a agitarse y a agitarse, se acer-
c a m y yo, yo, me sent identificado con l. Desde algn lugar misterioso
que mi razn no poda alcanzar, lleg hasta mis odos la voz del Orculo
del Estado y reson dentro de mi espritu. Pero yo no necesitaba escuchar-
la. Estaba contemplando el pasado y el futuro, y los vea tan reales como
si fueran mi pre sente. Arrastrado por el torbellino del Tiempo iba contem-
plando, en calidad de simple espectador, los acontecimientos de mi vida
como si se tratara de una simple pelcula. Mi temprana niez, sucesos que
se haban desvanecido de mi memoria, la severidad de mi padre. Lo volv a
ver todo con la mayor nitidez. Volva a estar sentado frente a la gran lama-
sera de Chakpori. De nuevo senta la dureza de las rocas de la Montaa de
Hierro despus de que el viento se abatiera sobre m, sobre el tejado de la
lamasera, y me arrojara contra la ladera, con una fuerza capaz de romper-
me todos los huesos. El humo se convirti en un torbellino y las imgenes
(lo que nosotros llamamos el Archivo Krmico) siguieron transformndose.
Volv a ver de nuevo mi iniciacin, las ceremonias secretas envueltas en
nubes de incienso, presenciadas antes de ser iniciado. Y me vi haciendo un
largo y solitario viaje hacia Chungking, en la China.
Una mquina extraa se estremeci y pareci estallar en el aire preci-
pitndose velozmente sobre los escarpados acantilados de Chungking.
Yo... yo... controlaba aquella mquina! Despus, vi volar muchas mqui-
nas idnticas, que llevaban en sus alas el Sol Naciente del Japn. Arrojaban
manchas negras que caan sobre la tierra convirtindose en estallidos, en
fuego y en humo. Los cuerpos saltaban hechos trizas y, durante algn tiem-
po, una extraa lluvia de sangre y de restos humanos pareca caer desde el
cielo. Luego, presenci cmo los japoneses me torturaban y me sent ma-
reado y enfermo. Contempl mi vida, vi las dificultades que me esperaban,
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sent la amargura de mi futuro. Pero lo que me produjo mayor tristeza fue
la maldad y la falsedad de algunos seres humanos pertenecientes al Mundo
Occidental que, segn pude comprobar, ansiaban la destruccin de muchas
cosas buenas, impulsados tan slo por la envidia. Las imgenes seguan pa-
sando ante mis sentidos y pude darme cuenta de cul sera mi destino y la
vida que me esperaba en el futuro.
Como ya me haban dicho, las posibilidades pueden predecirse con
gran exactitud. Solamente los detalles secundarios varan en algunas oca-
siones. Las previsiones astrolgicas determi nan los lmites de lo que puede
ser y de lo que puede soportar cada persona, de la misma manera que el
conductor conoce las velocidades mxima y mnima del vehculo que diri-
ge. Me espera una vida difcil! -pens-. De acuerdo! Luego me levant
de un salto. Sent que una mano se apoyaba en mi hombro. Me volv y vi el
rostro del Orculo del Estado, que estaba detrs de m. Me miraba lleno de
compasin, como lamentando las dificultades que me esperaban.
-Tienes grandes dotes psquicas, Lobsang -me dijo-. Generalmente,
me veo obligado a explicar esas imgenes a los que las contemplan. Como
era de esperar, el Profundo no se ha equivocado en sus predicciones.
-Lo nico que deseo -le respond- es permanecer aqu, en paz. Qu
necesidad tengo de visitar el Mundo Occidental, donde predican las reli-
giones tan apasionadamente... y luego, si pueden, se apualan por la espal-
da?
-Tienes una misin que cumplir, amigo mo -dijo el Orculo-. T
puedes realizarla a pesar de todas las dificultades. sa es la razn de que
hayas sido objeto de un adiestramiento especial realmente difcil.
De nuevo, me hablaban de dificultades y de tareas que llevar a cabo y
ello me llen de pesimismo. Yo deseaba tan slo un poco de paz y de calma
y, de vez en cuando, algunas diversiones inofensivas.
-Ahora debes regresar con tu Maestro -dijo el Orculo-. Te est espe-
rando. Tiene que revelarte muchas cosas.
Me puse en pie, me inclin ante l respetuosamente y sal de la habita-
cin. El gigantesco monje polica me estaba esperando en el exterior para
acompaarme junto a mi Maestro, el Lama Min gyar Dondup. Mientras ca-
minbamos uno junto al otro pens en la imagen que haba visto en un libro
y que representaba un elefante y una hormiga caminando juntos por uno de
los senderos de la jungla.
-Bueno, Lobsang -me dijo mi Maestro al verme entrar en su habita-
cin-, espero que lo que has vis to no te haya deprimido demasiado. -
Sonriendo, me invit a sentarme-. Pero, es necesario alimentar el cuerpo,
Lobsang. Despus, el Espritu.
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Agitaba riendo la campana de plata para llamar al monje sirviente. Iba
a pedir t. Sin duda alguna, haba llegado el momento oportuno. Las Reglas
de la lamasera prohiban mirar alrededor durante las comidas e incluso mi-
rar de soslayo. Era preciso prestar atencin solamente a la Voz del Lector.
Pero en la habitacin del Lama Mingyar Dondup no haba ningn Lector
que nos recitara los libros Sagrados en voz alta, con el objeto de mantener
nuestro pensamiento alejado de una cosa tan vulgar como la comida. Tam-
poco haba ningn severo Vigilante dispuesto a precipitarse sobre nosotros
a la ms leve infraccin de las Reglas. A travs de la ventana, contempl
ante m el Himalaya infinito, pensando que muy pronto llegara el tiempo
en que ya no podra volver a contemplarlo. Me haba asomado al futuro -a
mi futuro- y lo que ms tema eran las cosas que no haba podido ver cla-
ramente por estar envueltas en la niebla.
-Has visto muchas cosas, Lobsang -dijo mi Maestro-. Pero son muchas
ms las cosas que no te han sido mostradas. Si crees que no puedes enfren-
tarte con tu Futuro, an sintindolo mu cho, aceptaremos tu decisin y po-
drs seguir en el Tibet.
-Seor -le respond-, una vez me dijisteis que el hombre que se aparta
de los Senderos de la Vida y, vacilando, vuelve la espalda a su destino, no
es un autntico hombre. Aunque s que me esperan muchas dificultades,
deseo seguir adelante.
-No esperaba menos de ti -me dijo asintiendo sonriente-. Y s que al-
canzars al fin la meta que te has propuesto.
-Seor -le pregunt-, por qu las personas no llegan a este mundo re-
cordando lo que fueron en sus vidas pasadas, conscientes de lo que se espe-
ra que hagan en esta vida? Por qu existe eso que llamis el Conocimien-
to Oculto? Por qu no podemos conocer todas esas cosas?
-No cabe duda de que tu sed de saber es infinita -dijo el Lama Ming-
yar Dondup siempre sonriendo-. Pero tambin es cierto que te falla la me-
moria porque, no hace mucho, te dije que normalmente no recordamos
nuestras vidas anteriores porque ello servira tan slo para aumentar nues-
tro dolor en este mundo. Por eso decimos: La Rueda de la Vida da vueltas
incesantes , proporcionando a unos riqueza y a otros pobreza. El mendigo
de hoy puede ser un prncipe maana. Si no conocemos cmo fueron
nuestras vidas pasadas, podemos empezar nuevamente a vivir sin intentar
especular con lo que fuimos en nuestra ltima exis tencia.
-Pero qu podis decirme del Conocimiento Oculto? -le pregunt-. Si
las personas poseyeran ese conocimiento, todas seran mejores y nuestro
progreso sera ms acelerado.
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-Las cosas no son tan sencillas como t crees! -respondi mi Maestro
con una sonrisa. Guard silencio durante unos instantes y, luego, prosigui-
: Dentro de nosotros hay poderes controlados por nuestro Ser, que son muy
superiores a todos los que el Hombre puede poseer en el mundo material,
en el mundo fsico. Sin duda alguna, el Homb re Occidental hara un uso in-
adecuado de esos poderes que nosotros somos capaces de controlar, porque
lo nico que preocupa a los occidentales es el dinero. Los occidentales vi-
ven condicionados solamente por dos preguntas: Puedes probarme esto?
y Qu es lo que puedo conseguir si hago tal o cual cosa?. Encuentro
muy divertidos -dijo riendo como un nio- todas esas mquinas y aparatos
que el Hombre utiliza para enviar sobre los ocanos sus mensajes de tele-
grafa sin hilos. Esta denominacin es la ltima que deberan utilizar, por-
que esos aparatos estn fabricados con miles y miles de hilos. Nuestros la-
mas, aqu, en el Tibet, pueden enviar sus mensajes telepticos sin necesidad
de usar ningn aparato. Nos introducimos en lo astral y viajamos a travs
del espacio y el tiempo, visitando todos los lugares del mundo e incluso
otros mundos. Dominamos la levitacin. Levantamos pesos inmensos utili-
zando poderes que casi nadie conoce. No todos los hombres son puros,
Lobsang, ni el hbito hace necesariamente al monje. Un malvado puede vi-
vir en una lamasera y un santo puede estar recluido en una crcel.
Le contempl perplejo.
-Pero si todos los hombres poseyeran ese conocimiento -le pregunt-,
acaso no seran mejores?
-Si mantenemos oculto el Conocimiento Secreto -me dijo el Lama lle-
no de tristeza- es tan slo para proteger a la Humanidad. La mayora de los
hombres, especialmente los que pueblan Occidente, estn dominados por el
deseo del dinero y del poder. Como ya te advirtieron el Orculo y tus maes-
tros, nuestro pas ser invadido y conquistado fsicamente por un culto ex-
trao, que no concede la menor importancia a los hombres y cuyo objetivo
no es otro que agigantar hasta el mximo el poder de los dic tadores que
conseguirn someter a la esclavitud la mitad de la Tierra. Algunos lamas
han sido torturados hasta la muerte por los rusos por haberse negado a di-
vulgar la ciencia prohibida. El hombre normal que pudiera adquirir de
pronto esa ciencia actuara de la forma siguiente: En primer lugar, sentira
miedo ante el poder recin adquirido. Despus, empezara a pensar que te-
na en sus manos un medio para alcanzar una riqueza muy superior a la que
nunca haba soado. Y, entonces, utilizara esa ciencia para conseguir dine-
ro. Y conforme incrementara su riqueza y su poder deseara mayor poder y
mayor riqueza. Un millonario nunca se siente satisfecho con un milln.
Quiere muchos millones. Se ha dicho que el poder absoluto corrompe a los
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seres poco evolucionados. Y el Conocimiento Oculto proporciona el poder
absoluto.
La luz se hizo dentro de m. De pronto comprenda cmo poda ser
salvado el Tibet!
-Entonces, el Tibet est salvado! -dije saltando de excitacin-. El Co-
nocimiento Oculto es el que nos librar de la invasin.
Mi Maestro me mir lleno de compasin y de tristeza.
-No, Lobsang -me dijo-. No queremos utilizar los Poderes para eso. El
Tibet sufrir persecuciones y ser casi aniquilado, pero en el futuro resurgi-
r de nuevo, ms grande, ms puro que antes. El pas se limpiar de su po-
dredumbre a travs del fuego de la guerra y lo mismo suceder con el mu n-
do entero. Las guerras son necesarias, Lobsang -dijo el Lama lleno de
calma-. Si no hubiera guerras, la poblacin del mundo crecera desmesura-
damente. Y, en ese caso, tendra que haber epidemias. Las guerras y las en-
fermedades son las grandes reguladoras de la poblacin mundial y propor-
cionan a los seres humanos (y a los seres de los otros mundos) la oportuni-
dad de hacer el bien a sus seme jantes. Mientras la poblacin del mundo no
pueda ser regulada por otros medios, siempre habr guerra.
Sonaron los gongs, llamndonos al servicio nocturno. Mi Maestro, el
Lama Mingyar Dondup, se puso en pie.
-Vamos, Lobsang -dijo-. Somos huspedes y debemos mostrarnos res-
petuosos asistiendo al servicio.
Salimos al patio. Los gongs seguan sonando insistentemente y sus to-
ques se prolongaban durante mucho ms tiempo que los de Chakpori. Fui-
mos hacia el Templo caminando despacio. Nuestra lentitud me asombraba.
Mir a mi alrededor y vi muchos ancianos achacosos que atravesaban el pa-
tio cojeando.
-Sera muy corts por tu parte, Lobsang -me susurr mi Maestro-, que
te sentaras entre los chelas.
Inclin la cabeza en seal de asentimiento y, dando un rodeo, me
acerqu al lugar que ocupaban los chelas de la lamasera del Orculo del
Estado. Cuando me sent entre ellos, me contempla ron llenos de curiosi-
dad. Y en los momentos en que los Vigilantes no miraban, se iban acercan-
do a m poco a poco hasta rodearme casi por completo.
-De dnde eres? -me pregunt un muchacho que pareca ser el jefe
del grupo.
-De Chakpori -musit.
-Eres el chico que envi el Profundo? -me pregunt otro.
-S -susurr-. He visitado al Orculo y me ha dicho...
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-Silencio! -grit una voz poderosa detrs de nosotros-. No quiero
volver a oros!
El corpulento Vigilante se alej.
-Bah! -dijo uno de los muchachos-. No le hagas caso. Ladra, pero no
muerde.
Aparecieron entonces el Orculo del Estado y un Superior, saliendo
por una de las pequeas puertas laterales, y se inici al servicio.
Poco despus corretebamos libremente por el patio. Fui con los de-
ms a la cocina y llen de cebada mi bolsa de cuero, consiguiendo tambin
un poco de t. No tuvimos ocasin de hablar. Los monjes de todos los gra-
dos paseaban y mantenan las ltimas discusiones del da, antes de retirarse
a descansar. Me dirig a la habitacin que me haban asignado, me envolv
en mi manto e intent dormirme. El sueo tardaba en apoderarse de m. Me
entretuve contemplando la penumbra purprea constelada por las pequeas
chispas doradas de las lmparas. En la lejana, el eterno Himalaya alzaba
hacia el firmamento sus gigantescos dedos de piedra convertidos en una
muda plegaria a los Dioses del Mundo. Los rayos blanquecinos de la luna
desaparecan y volvan a surgir mientras el astro de la noche se elevaba en
el cielo. No soplaba la menor brisa nocturna. Las cintas de oraciones caan
inmviles desde lo alto de sus mstiles. El insignificante ji rn de una nube
flotaba indolentemente sobre la ciudad de Lhasa. Me volv y dorm con un
sueo sin sueos.
Me despert sobresaltado y lleno de angustia a primera hora de la ma-
ana. Haba dormido ms de la cuenta y llegara retra sado a los servicios
matutinos. Me levant de un salto, ajust mi manto precipitadamente y sal
con toda rapidez atravesando los corredores desiertos. Al salir al patio...,
me tropec con uno de los hombres de Kham.
-Adnde vas? -me pregunt, sujetndome con su mano de hierro.
-Al servicio matutino -le respond-. Me he dormido.
-Ah! -dijo rindose, mientras me dejaba libre-. Eres un visitante.
Aqu no tenemos servicio matutino. Vulvete a dormir.
-No hay servicio matutino? -le pregunt-. Por qu? En todas par-
tes hay ese servicio!
El monje polica que, sin duda alguna, estaba de buen humor, me res-
pondi amablemente:
-Aqu hay muchos ancianos y algunos estn enfermos. sa es la razn
de que hayamos prescindido de ese servicio. Vuelve a tu cuarto y durmete
tranquilo.
Me golpe en la cabeza de una forma que a l debi parecerle cariosa
y que a m me pareci un trueno, y me oblig a entrar en el corredor. Des-
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pus prosigui su ronda, pisando el suelo con pasos poderosos, que en el
patio sonaban con un ruido de bong!, bong! y tung!, tung!, segn
por donde pasaba. Recorr, tambin con toda rapidez, los corredores y, a los
pocos minutos, volva a dormir profundamente.
Ms tarde, aquel mismo da, fui presentado al Superior y a dos de sus
lamas ms allegados. Me interrogaron durante mucho tiempo sobre ciertos
pormenores de mi vida familiar, sobre los recuerdos que conservaba de mis
vidas pasadas y sobre mis rela ciones con mi Maestro, el Lama Mingyar
Dondup. Finalmente, se levantaron los tres y, tambalendose, se dirigieron
hacia la puerta.
-Ven -dijo el ltimo de ellos, antes de salir, sealndome con el dedo.
Les segu desconcertado, silencioso y humilde. Salieron despacio,
arrastrando los pies dificultosamente, casi letrgicamente, a lo largo del co-
rredor. Yo les segu a pasos cortos, haciendo un esfuerzo para caminar con
la lentitud necesaria para mantenerme junto a ellos. Lentamente, muy len-
tamente, cruzamos ante las habitaciones abiertas, desde donde los ascetas y
los chelas contemplaban curiosos nuestro paso. Sent mis mejillas en-
cendidas de rubor. Me resultaba sumamente desagradable ir detrs de aquel
lento cortejo, al frente del cual marchaba el Superior apoyado en sus basto-
nes, arrastrando los pies. Le seguan los dos lamas, tan decrpitos y acha-
cosos que les resultaba difcil mantenerse junto a l. Y al final caminaba
yo, realizando grandes esfuerzos para hacerlo con la lentitud adecuada.
Despus de mucho tiempo -o al menos a m me pareci mu cho tiem-
po- llegamos a una pequea puerta abierta en un muro apartado. All nos
detuvimos mientras el Superior, murmurando en voz baja, manejaba tor-
pemente la llave. Con la ayuda de uno de los lamas, consigui por fin abrir
la puerta, cuyos goznes chirriaron desagradablemente. Entr el Superior,
seguido por ambos lamas. Como ninguno de ellos me hizo ninguna adver-
tencia en contra, yo tambin entr. Uno de los lamas cerr la puerta detrs
de nosotros. Ante m, vi una gran mesa llena de objetos antiguos y cubier-
tos de polvo. Ropajes viejos, Molinos de Plegarias deteriorados, tazones
antiguos y un gran surtido de rosarios. En medio de aquel desorden, pude
ver tambin algunos talismanes y otros objetos cuya identificacin me era
imposible a primera vista.
-Hummm! Hummmm! Acrcate, muchacho -me orden el Superior.
Con desgana, me acerqu a l. Y l me cogi del brazo izquierdo con
sus manos huesudas, mientras yo tena la sensacin de que me haba aga-
rrado un esqueleto.
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-Hummmm! Hummmm! Observa con atencin, muchacho! Crees
que entre estos objetos hay alguno que te perteneciera en tu anterior exis-
tencia? -Me llev ante la mesa y aadi-: Bien! Si crees que alguno de es-
tos objetos te perteneci..., hummmm!, cgelo y dmelo.
Se sent con gran dificultad y pareci desinteresarse por completo de
m. Los dos lamas se sentaron junto a l sin aadir una sola palabra.
Bueno -pens yo-, parece que los tres ancianos quieren jugar un po-
co. De acuerdo, vamos a jugar.
La psicometra es, naturalmente, una de las cosas ms sencillas del
mundo. Con la palma de mi mano derecha extendida hacia abajo fui reco-
rriendo los diversos objetos. Al tocar algunos de ellos senta en mi mano
como un pinchazo, un latido y mi brazo era recorrido por un leve temblor.
Cog un molino de plegarias, un tazn viejo y resquebrajado y un ro-
sario. Luego volv a hacer mi recorrido a lo largo de la gran mesa. Esta vez,
solamente uno de los objetos estremeci mi mano y mi brazo. Un manto
viejo y andrajoso que ya no serva para nada. Haba pertenecido a un alto
dignatario. Era de color de azafrn y estaba desvado por el tiempo. Sus te-
jidos, secos y podridos, se desintegraban al tocarlos. Temiendo que pudiera
deshacerse por completo, lo levant con el mayor cuidado. Y, con el mayor
cuidado, lo deposit a los pies del Superior y volv en busca de los otros
tres objetos que haba elegido. El Superior y los dems lamas lo examina-
ron todo en silencio y compararon sus marcas y sus signos secretos con los
grabados en un libro negro y antiguo. Durante mucho rato, se consultaron,
mirndose unos a otros, con las cabezas inclinadas y sus viejos cerebros ca-
si crujiendo como consecuencia de los esfuerzos a que sus pensamientos
los tenan sometidos.
-Ah! -murmur el Superior, resoplando como un yak fatiga do-.
Hummmm! Es l, sin duda alguna! Hummmm! Ha tenido una brillante
actuacin! Vete en busca de tu Maestro, el Lama Mingyar Dondup, mucha-
cho y, hummmm!, dile que tenga a bien honrarnos con su presencia.
Hummmm!
Sal corriendo de la habitacin, satisfecho de sentirme libre de aque-
llas momias vivientes cuyo aspecto seco y remoto las haca tan distintas a
la tibia humanidad del Lama Mingyar Dondup. Al doblar una esquina, me
tropec con mi Maestro.
-No te alarmes, hombre! -me dijo sonriendo-. Yo tambin recib el
mensaje.
Me golpe la espalda cariosamente y aceler el paso, dirigindose a
la habitacin donde le esperaban el Superior y los dos lamas. Yo me dedi-
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qu a vagabundear por el patio, ocioso, dando indolentes puntapis a las
piedras.
-Eres t el muchacho a quien estn haciendo un Reconocimiento de
Reencarnacin? -pregunt una voz junto a m.
Me volv y pude ver a un chela que me observaba atentamente.
-Ignoro lo que estn haciendo -respond-. Todo cuanto puedo decirte
es que me han hecho que les siga por los corredores para ver si reconoca
algunas de mis antiguas cosas. Eso lo puede hacer cualquiera!
-Vosotros, los hombres de Chakpori, sabis lo que queris -me dijo
sonriendo alegremente-. De no ser as, no habrais venido a esta lamasera.
He odo decir que t fuiste alguien grande en una de tus pasadas existen-
cias y debes haberlo sido realmente, de lo contrario no te hubiera dedi-
cado media jornada el Orculo. -Con un gesto de miedo, encogindose de
hombros, aadi-: Debes andar con cuidado. Antes de que te hayas dado
cuenta de lo que te est sucediendo, te habrn reconocido y te converti-
rn en Superior. Y entonces, ya no podrs volver a jugar nuevamente con
tus compaeros en Chakpori.
Mi Maestro apareci en la puerta que se abra al final del patio. Avan-
z hacia nosotros rpidamente. El chela que haba estado charlando
conmigo se inclin ante l en una profunda reverencia. El Lama le sonri y
se dirigi a m, con la amabilidad que le caracterizaba.
-Tenemos que marcharnos ya, Lobsang -me dijo-. La noche se exten-
der pronto sobre la Tierra y no debemos montar nuestros caballos en la
oscuridad.
Nos dirigimos a los establos, donde un monje sirviente nos estaba pre-
parando las monturas. De mala gana, sub a mi caballo y segu a mi Maes-
tro por el sendero que atravesaba el bosquecillo de los sauces. Trotbamos
en silencio. Siempre me ha sido imposible conversar cuando monto a caba-
llo, porque me veo obligado a concentrarme con todas mis fuerzas para no
caerme. Me sorprendi enormemente el hecho de que no regresramos al
Chakpori sino nuevamente al Potala. Recorrimos con lentitud las Es caleras
mientras, all abajo, el Valle se desvaneca en las sombras de la noche.
Lleno de satisfaccin, abandon mi caballo en los establos y corr por los
patios del Potala, cuyos lugares me resultaban ya familiares, en busca de
comida.
Cuando regres a mi habitacin despus de la cena, mi Maestro me es-
taba esperando.
-Ven conmigo, Lobsang -dijo, y yo me sent a su lado-. Bueno -
aadi-, supongo que te habrs preguntado qu signifi can todas estas idas y
venidas.
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-Creo que intentan Reconocer mi Reencarnacin -respond algo irrita-
do-. Es lo que estaba hablando con uno de los chelas de la lamasera del
Estado, cuando t viniste a buscarme para re gresar.
-Bien -dijo el Lama Mingyar Dondup-, todo eso es una buena cosa pa-
ra ti. Ahora debemos analizarlo todo con cuidado durante algn tiempo. No
es preciso que asistas a los servicios nocturnos. Sintate cmodamente y
escchame con atencin y, sobre todo, no me interrumpas.
La mayora de las personas vienen a este mundo para aprender algo -
dijo para empezar mi Maestro-. Otros vienen con el objeto de prestar ayuda
a los que la necesitan o para realizar alguna misin extraordinariamente
importante. -Me mir fijamente como para convencerse de que comprenda
sus palabras, y luego prosigui-: Muchas religiones mantienen la creencia
en un Infierno, donde los hombres son castigados por sus pecados. Pero el
Infierno est "aqu", en este mundo. Nuestra vida real est, sin embargo, en
el Otro Mundo. Venimos aqu para aprender, para pagar las equivocaciones
de nuestras vidas anteriores o (como acabo de decirte) para llevar a cabo
alguna misin especial. La misin que te ha sido asignada est relacionada
estrechamente con el poder psquico del hombre. Tus "instrumentos de tra-
bajo" sern una capacidad de percepcin psquica extraordinaria, un enor-
me poder para percibir las auras humanas y el cono cimiento de las ciencias
ocultas que nosotros te proporcionaremos. El Profundo ha ordenado que se
pongan a tu disposicin todos los medios capaces de intensificar tus dotes y
tu sabidura. Para ello, para que puedas adquirir todo el saber posible en el
plazo ms breve, utilizaremos la enseanza directa, las experiencias ms
recientes, el hipnotismo.
-De acuerdo. Vais a sumirme en el Infierno -exclam lgubremente.
-Pero este Infierno -respondi mi Maestro sonriendo ante mis pala-
bras- es solamente el punto de partida hacia una vida mejor. Aqu nos es
posible limpiarnos de algunas de nuestras faltas ms importantes. En el
curso de algunos aos de vida terrena, nos libramos de faltas que podran
atormentarnos en el Otro Mundo durante muchos siglos. Toda la vida de
este mundo no es ms que un parpadeo comparada con la Otra Vida. La
mayora de los occidentales creen que cuando uno muere es transportado
a las nubes, donde se dedica a tocar el arpa. Otros estn convencidos de que
cuando abandonamos este mundo, nos sumergimos en un estado mstico de
anonadamiento y esa perspectiva les complace. -Lanz una carcajada y
continu-: Si furamos capaces de conseguir que se dieran cuenta de que
la vida ultraterrena es ms real que la vida terrena! Todas las cosas de este
mundo son solamente vibraciones. Y este mundo -y todo cuanto en l exis-
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te- puede ser comparado a la Otra Orilla de la Muerte, donde alcanzamos
una escala ms elevada.
Se interrumpi, asi mi mano y me oblig a golpear el piso con mis
nudillos.
-Esto es piedra, Lobsang -dijo-, una vibracin que nosotros llamamos
piedra.
Asi nuevamente mi mano e hizo que mis dedos rozaran mi manto.
-sta es la vibracin que nosotros llamamos lana. Aunque recorramos
completamente la escala de las vibraciones, seguimos percibiendo los
grados relativos de suavidad y de dureza. Por ello, en la Vida que nos espe-
ra despus de la Muerte, en la verdadera Vida, las cosas estn a nuestro
alcance igual que aqu abajo. Comprendes lo que quiero decirte? -me pre-
gunt.
Evidentemente, le comprenda. Haca ya mucho tiempo que compren-
da estas cosas. El Lama penetr de nuevo en mi pensamiento.
-S, ya s que todo esto es algo que aqu todo el mundo conoce, pero si
hablamos de esos conocimientos inefables, los fijaremos con mayor
claridad en tu mente. Ms adelante tendrs que visitar los pases del Mundo
Occidental. Las religiones occidentales te plantearn serias dificultades. -
Sonri burln y aadi-: Los Cristianos nos consideran paganos. La Biblia
dice que Cristo recorra los desiertos. Pero nuestros archivos revelan
que Cristo recorri la India, estudiando nuestras religiones, y que estuvo en
Lhasa y estudi en Jo Kang, bajo la direccin de los sacerdotes ms desta-
cados de la poca. Cristo cre una buena religin, pero el Cristianismo
que se practica hoy no es la religin que l cre. -Mi Maestro me mir se-
veramente y me dijo-: S que te aburres con todo esto porque crees que son
slo palabras; pero yo he visitado el Mundo Occidental y mi deber es ad-
vertirte acerca de las cosas que te esperan. Para ello, lo primero que debo
hacer es hablarte de sus religiones, porque no ignoro que posees una me-
moria capaz de deducir lo esencial de los simples fenmenos.
Me sonroj! Haba estado pensando excesivamente en palabras!
Por los corredores pasaban los monjes arrastrando los pies. Se dirigan
al Templo para asistir a los servicios nocturnos. Sobre las terrazas, los
trompeteros, contemplando el Valle, lanzaban los ltimos toques del da.
Mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, sigui hablndome.
-Dos son las religiones fundamentales de Occidente, pero sus sectas
son muy numerosas. La Religin juda es antigua y tolerante. Los judos no
te ocasionarn dificultades. Durante siglos han sido perseguidos y ello les
ha hecho comprensivos con los dems. Pero los Cristianos ya no son tan t o-
lerantes, excepto los domingos. No te dir nada acerca de las creencias in-
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dividuales. Ya conocers esas cosas por los libros. Lo que s quiero relatar-
te es el origen de las re ligiones. Cuando iniciaron la vida sobre la Tierra -
dijo el Lama- los hombres vivan en pequeos grupos, se reunan en pe-
queas tribus. No tenan leyes ni cdigo de conducta. No exista otra ley
que la de la fuerza. Las tribus ms fuertes y feroces hacan la guerra a las
ms dbiles. Con el tiempo, apareci un hombre ms evolucionado y ms
inteligente que comprendi que su tribu poda ser la ms fuerte si se orga-
nizaba. Por ello, fund una religin y un cdigo de conducta. Sed fe-
cundos y multiplicaos, les orden, porque saba que el poder de su tribu
dependa de los nios que nacieran. Honra a tu padre y a tu madre, les
orden, porque se dio cuenta de que si conceda a los padres autoridad so-
bre los hijos, l tendra autoridad sobre los padres. Tambin se dio cuenta
de que si era capaz de convencer a los hijos de que tenan deberes para con
sus padres, sera ms fcil imponerles una disciplina. No cometers adul-
terio, orden amenazador el Profeta de aquellos tiempos. Pero lo que or-
denaba realmente era que la tribu no se adulterara con la sangre de los
miembros de las otras tribus, ya que en ese caso la lealtad de sus hombres
se diversificara en dos direcciones distintas. El tiempo sigui pasando y
los sacerdotes descubrieron que haba algunas personas que no se sometan
en todo momento a los mandatos religiosos. Tras pensarlo y discutirlo mu-
cho, los sacerdotes consiguieron crear un mecanismo de castigos y de re-
compensas. Cielo, Paraso, Valhalla (o dale el nombre que prefie-
ras) para los que obedecieran a los sacerdotes, y el fuego del Infierno y
las torturas interminables para los que les desobedecieran.
-Quieres decirme con ello que repudias enteramente las reli giones
occidentales? -le pregunt.
-No, nada de eso -respondi mi Maestro-. Hay muchas personas que
se sienten desvalidas si no pueden pensar o imaginar un Padre omnipotente
que vela por ellos, con un ngel Contable, dispuesto a tomar nota de sus
buenas y sus malas acciones. Nosotros somos el dios de las criaturas mi-
croscpicas que habitan nuestro cuerpo y de los seres, todava ms peque-
os, que habitan sus molculas. En lo que a las plegarias se refiere, Lob-
sang, t habrs escuchado muchas veces las plegarias de esas criaturas que
viven en ti.
-Sin embargo, me habis enseado que la oracin es eficaz -repliqu
asombrado.
-S, Lobsang, la oracin es muy eficaz si dirigimos nuestra plegaria a
nuestro propio espritu, a la parte ms autntica de nuestro ser, situada en
el otro mundo, a la parte que controla nuestros cables de tteres. La ora-
cin es muy eficaz si obedecemos las normas sencillas y naturales que la
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regulan. -Me sonri y prosigui-: El hombre es una simple partcula de un
mundo turbulento. Solamente se encuentra a gusto cuando siente la se-
guridad de un abrazo maternal. Para el hombre de Occidente, poco dies-
tro en el arte de morir, el ltimo pensamiento es siempre el mismo: Madre!
Si se siente inseguro, intentar aparentar confianza en s mismo chupando
un cigarro o un cigarrillo, lo mismo que los nios se aferran a su chupete.
Los psiclogos coinciden en la creencia de que el hbito de fumar constitu-
ye tan slo una simple regresin a los rasgos de la primera infancia en que
los nios extraan alimento y seguridad de sus madres. La religin con-
suela a los afligidos. Pero el conocimiento de la verdad de la vida (y de la
muerte) es un consuelo mucho mayor todava. Sobre la Tierra somos como
el agua. Cuando realizamos el trnsito de la muerte nos convertimos en
vapor. Y volvemos a ser como el agua cuando renacemos de nuevo en este
mundo.
-Seor -exclam -, creis acaso que los hijos no deberan honrar a sus
padres?
Mi Maestro me contempl sorprendido.
-Qu cosas dices, Lobsang! Es evidente que los hijos deben honrar a
sus padres, siempre que sus padres sean merecedores de ello. Los padres
dominantes no tiene el menor derecho a arruinar a sus hijos, y los nios
adultos son responsables de sus actos ante sus cnyuges. Los padres no
deben tratar tirnicamente a sus hijos mayores, ya que ello constituye un
grave atentado no so lamente contra sus hijos, sino tambin contra s mis-
mos. Y es un error que debern pagar en otra vida.
Record a mi padre, severo y duro, que en realidad no fue nunca un
padre para m. Y a mi madre, que no tena otra preocupacin que la vida
social. Despus pens en el Lama Mingyar Dondup que haba sido para m
ms que un padre y una madre y, sin duda alguna, la nica persona que me
haba mostrado en todo momento amabilidad y amor.
Un monje mensajero entr precipitadamente.
-Honorable Mingyar -dijo haciendo una profunda reverencia. He sido
encargado de transmitiros el saludo y la consideracin del Profundo, ro-
gndoos que tengis a bien comparecer ante l. Puedo conduciros ante su
presencia, seor?
Mi Maestro se puso en pie y sali con l.
Yo sub a la terraza del Potala. A lo lejos, en medio de la oscuridad de
la noche, brillaban las luces de la lamasera mdica de Chakpori. Junto a
m, una Cinta de Plegarias ondeaba levemente a lo largo de su mstil. Cer-
ca de all, de pie ante la ventana, un viejo monje haca girar afanosamente
su Molino de Oraciones, turbando con su clac-clac el silencio nocturno.
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Las estrellas rodaban en el cielo en un interminable viaje. Y yo me pregun-
t: Tendremos nosotros apariencia de estrellas para los seres de otras
dimensiones?
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Captulo cuarto
Era la poca de Lobsar, el Ao Nuevo tibetano. Los chelas -y tam-
bin los ascetas - habamos estado, durante algn tiempo, muy atareados
haciendo figurillas de cera. El ao anterior nos descuidamos, produciendo
mala impresin. Los de las dems lamaseras quedaron convencidos -y
con razn!- de que los de Chakpori carecamos de tiempo y de inters por
aquellas obras infantiles. Por ello, al ao siguiente, por orden expresa del
Profundo, nos vimos obligados a hacer figurillas de cera y a tomar parte en
la competicin. Nuestra obra fue, sin embargo, muy modesta en compara-
cin con la de las otras lamaseras. Sobre un marco de madera de unos
veinte pies de alto por treinta de ancho moldeamos varias escenas de las
Sagradas Escrituras en cera de colores. Hicimos nuestras figuras tridimen-
sionales y abrigbamos la esperanza de que, al ser vistas a la luz vacilante
de las lmparas de grasa, produciran la impresin de estar en movimiento.
El Profundo en persona y los lamas de mayor categora exami naban
todos los aos la exposicin y elogiaban a los que se haban esforzado por
realizarla. Terminada la poca de Lobsar, la cera era derretida y se utilizaba
para las lmparas durante el resto del ao. Mientras realizaba mi trabajo -
era bastante hbil modelando-, record las muchas cosas que haba apren-
dido en los ltimos meses. Todava me senta desconcertado ante algunas
cuestiones religiosas y, por ello, haba decidido interrogar a mi Maestro, el
Lama Mingyar Dondup, sobre ellas, en la primera ocasin que se me pre-
sentara, pero, de momento, tena que dedicarme a modelar. Me inclin y
tom un puado de cera del color de la carne y, con gran precaucin, sub
al andamio para poder dar la forma adecuada a una oreja de Buda. A mi de-
recha, dos jvenes chelas se arrojaban uno a otro pelotas de cera. Toma-
ban un puado, la moldeaban groseramente dndole forma esfrica y lan-
zaban aquel sucio proyectil al enemigo. Se estaban divirtiendo mucho.
Pero, desgraciadamente, apareci un monje vigilante detrs de una colum-
na con el deseo de conocer las causas de aquel alboroto. Sin que una sola
palabra saliera de sus labios, agarr a los dos nios, uno con cada mano, y
los arrojo dentro de una gran caldera de cera caliente!
Me di la vuelta y prosegu mi trabajo. Mezcl la cera con el holln de
las lmparas y dibuj unas cejas realmente aceptables. La figura daba ya la
impresin de tener vida. Al fin y al cabo -pens- ste es el Mundo de la
Ilusin. Descend del andamio y me alej lo suficiente para obtener una
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impresin de conjunto de mi trabajo. El Maestro de Arte sonrea. Posible-
mente era yo su discpulo favorito, ya que senta gran aficin por la pintura
y el modelado, y trabajaba con gran inters para aprovechar sus ense-
anzas.
-Estamos trabajando con eficacia, Lobsang -dijo complacido-. Parece
que los Dioses tengan vida.
Nos alejamos los dos, con el objeto de que l me indicara qu correc-
ciones era preciso introducir en otras partes de la escena. Parece que los
Dioses es tn vivos, pens. Pero existen los Dioses? Y si no existen,
por qu nos hablan de ellos? Tengo que preguntrselo a mi Maestro?
Pensativo, limpi mis manos de la cera que tenan adherida.
Los dos chelas que haban sido arrojados a la cera caliente, en un
rincn, con gesto de estpidos, intentaban tambin limpiarse frotando sus
cuerpos con arena fina y oscura. Sonre burln y me dispuse a salir. Un
chela regordete caminaba junto a m.
-Hasta los propios Dioses deben de haberse redo! -me dijo.
Hasta los Dioses... Hasta los Dioses... Hasta los Dioses... Esas pala-
bras sonaban en mi mente al comps de mis pasos. Los Dioses! Existan
los Dioses? Me dirig al Templo y esper a que comenzara el acostumbrado
servicio nocturno.
Escuchad la Voz de nuestros espritus,
todos los que caminis errantes.
ste es el Mundo de la Ilusin. La vida es un sueo solamente.
Todo lo que naci debe morir.
La voz del sacerdote segua resonando, recitando aquellas palabras tan
conocidas que, de pronto, inexplicablemente, despertaban mi curiosidad.
-Que se encienda la tercera varilla de incienso para que pueda orientar
a los espritus errantes.
No son los Dioses los que le ayudan -pens- sino sus semejantes. Pe-
ro por qu no los Dioses? Por qu dirigimos las plegarias a nuestro pro-
pio Espritu y no a los Dioses?
El resto del servicio careci para m de atractivo y de significacin.
Fui violentamente arrancado de mis meditaciones por un codo que se hun-
di con fuerza en mi costado.
-Lobsang! Lobsang! Qu es lo que te sucede? Ests muerto?
Levntate! El servicio ha terminado ya!
Vacilante, me puse en pie y sal del Templo con los dems. Algunas
horas despus, dije a mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup:
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-Seor! Seor! Existe Dios? Existen los Dioses?
El me mir y me dijo:
-Vamos a la terraza, Lobsang. Aqu hay demasiada gente para que po-
damos hablar.
Camin, delante de m, por el corredor cruzando ante las habitaciones
de los lamas. Llegamos a la terraza trepando por la escalera vertical de ma-
dera. Durante unos instantes, contemplamos el amado paisaje. La inmensa
muralla de las montaas. Las aguas luminosas del Kyi Chu y el crculo ro-
jizo del Kaling Chu. Bajo nuestros ojos, el Norbu Linga, o Parque de las
joyas, surga como una masa viva de verdor. Mi Maestro me lo seal todo.
-Crees que todo esto es fruto de la casualidad, Lobsang? Natu-
ralmente, Dios existe!
Nos dirigimos a la parte superior de la terraza y, all, nos sentamos.
-Tu pensamiento est confuso, Lobsang -me dijo-. Existe Dios. Exis-
ten los Dioses. Pero mientras permanezcamos sobre la Tierra, nunca po-
dremos comprender la Forma y Naturaleza de Dios. Vivimos en lo que po-
dramos llamar el mundo tridimensional. Dios habita en un mundo tan re-
moto que el cerebro humano, mientras permanezca en la Tierra, es inca-
paz de elaborar un concepto necesario de Dios y, por ello, el hombre se ve
obligado a forzar su razn. Se supone que Dios es algo humano o, si pre-
fieres este otro trmino, sobrehumano, pero el hombre, de acuerdo con
sus categoras mentales, tiene tendencia a creer que ha sido hecho a Ima-
gen de Dios! Tambin cree que, en los otros mundos, no existe la vida. Si
el Hombre est hecho a Imagen de Dios y los seres de los otros mundos de
acuerdo con otros moldes diferentes, qu podemos pensar de nuestras
concepciones, segn las cuales solamente el Hombre es Imagen de Dios?
El Lama me observ atentamente intentando comprobar si segua sus
razonamientos. Sin ningn gnero de dudas, yo lo comprenda perfecta-
mente. Sus palabras me parecan del todo evidentes.
-Todos los mundos y todos los pases de todos los mundos tienen su
propio Dios o ngel Tutelar. Nosotros llamamos Man al Dios que tiene el
mundo a su cargo. Es un Espritu altamente evolucionado, un ser humano
que, tras numerosas reencarnaciones, qued purificado de todas sus esco-
rias. Existe una vinculacin entre todos los Seres Superiores y stos, algu-
nas veces, cuando es necesario, vuelven a la Tierra para mostrar a los mo r-
tales que, si quieren, pueden elevarse sobre el barro de los deseos terrenos.
Asent con la cabeza. Lo saba. No ignoraba que Buda, Moiss, Cristo
y muchos otros hombres pertenecan a ese orden de Seres Superiores.
Tampoco ignoraba que Maitreya, segn afirman las Escrituras Budistas,
vendr al mundo 5.656 mi llones de aos despus de Buda o Gautama,
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como debera en realidad ser lla mado. Todo ello, y muchas cosas ms,
formaba parte de nuestras enseanzas religiosas corrientes, lo mismo que la
certeza de que todas las personas buenas tenan las mismas oportunida-
des de evolucionar, independientemente del nombre que se diera a sus
creencias religiosas. Nosotros nunca hemos credo que solamente puedan
alcanzar el Cielo los que pertenecan a una secta religiosa determinada y
que todos los dems eran precipitados en el infierno para servir de diver-
sin a algunos demonios sanguinarios.
-Nosotros conocemos la existencia de Man -prosigui mi Maestro-,
el Ser Altamente Evolucionado que controla los destinos del mundo. Exis-
ten Mans menores que son los que controlan el destino de cada pas. Du-
rante muchos aos, el Mundo de los Mans estar en movimiento intermi-
nablemente y, por fin, cuando est adecuadamente preparado para ello, re-
correr el ltimo paso de su evolucin y dominar la Tierra.
-Entonces -exclam con cierto aire triunfal- no todos los Mans son
buenos! El Man de Rusia permite a los rusos que atenten contra nuestra
dicha. El Man de China permite a los chinos que atraviesen nuestras fron-
teras y asesinen a nuestro pueblo.
El Lama sonri.
-Lobsang -me respondi-, te olvidas de que este mundo es el Infierno
y de que estamos aqu slo para aprender. Si sufrimos es para que nuestro
espritu pueda seguir su evolucin. Las difi cultades y el dolor nos sirven
de enseanza, pero la vida fcil y la consideracin del mundo no nos ense-
an nada. Si hay guerras es para que los hombres puedan mostrar su valen-
ta en los campos de batalla y -lo mismo que el hierro en la fragua- se tem-
plen y endurezcan en el fuego de los combates. Nuestra envoltura carnal
carece de importancia, Lobsang. Es solamente un mueco prisionero del
tiempo. El Alma, el Espritu, el Ser (dale el nombre que prefieras) es lo
nico que importa. Ciegos sobre la Tie rra, creemos que lo ms importante
es el cuerpo. El miedo a los posibles sufrimientos de nuestro cuerpo entur-
bia nuestro raciocinio y paraliza nuestro juicio. Sin embargo, debemos ac-
tuar pensando siempre en nuestro bien espiritual y prestando, en todo mo-
mento, ayuda a los dems. Los que obedecen ciegamente los dictados tir-
nicos de sus padres se daan a s mismos y daan a sus padres. Los que si-
guen fanticamente los principios de cualquier religin dogmtica tambin
atentan contra su evolucin.
-Honorable Lama -le interrump-, puedo aadir dos observaciones?
-S, puedes hacerlo -dijo mi Maestro.
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-Me habis dicho que nuestro aprendizaje es ms acelerado cuando las
condiciones son adversas. Yo creo que sera preferible un poco ms de
suavidad. Creo que me sera posible tambin aprender esas condiciones.
Me contempl pensativo.
-Crees que te sera posible? -me pregunt-. Crees que aprenderas
las Sagradas Escrituras si no temieras a tus maestros? Haras tu trabajo en
la cocina si no temieras recibir el castigo que se aplica a los holgazanes?
Crees que lo haras?
Inclin la cabeza. Tena razn. Solamente trabajaba en la cocina cuan-
do me lo ordenaban. Estudiaba las Sagradas Escrituras slo porque tema
las consecuencias de un eventual fracaso.
-Cul es tu segunda pregunta? -inquiri el Lama.
-Veris, Seor, cmo puede una religin dogmtica atentar contra
nuestra propia evolucin?
-Te pondr dos ejemplos -respondi mi Maestro-. Los chinos estaban
convencidos de que lo que hicieran en esta vida careca de importancia,
puesto que podan reparar sus faltas y errores cuando se reencarnaran. Ello
les condujo a adoptar una postura de indolencia mental. Su religin se con-
virti para ellos en una especie de opio que les arrastr a la pereza espiri-
tual. Vivan solamente pensando en su prxima existencia y ello determin
la decadencia de su arte y de su ciencia. Entonces China se convirti en un
pas de tercera categora en el que los bandidos, transformados en seores
de la guerra, implantaron el reinado del terror y del saqueo.
Yo me haba dado cuenta de que los chinos que residan en Lhasa eran
innecesariamente brutales y estaban dominados por el ms absoluto fata-
lismo. Para ellos la muerte no pareca tener ms importancia que el mu-
darse de casa! Yo no tema la muerte ni mucho menos, pero deseaba fer-
vientemente poder finalizar mi tarea en el curso de una sola vida en lugar
de diferirla, vindome obligado a volver otras muchas veces a este mundo.
Me aterraba tener que vivir nuevamente todo el proceso de nacer, ser un
nio desamparado y tener que ir de nuevo a la escuela. Deseaba que mi vi-
da actual fuera la ltima que viviera sobre la Tierra. Los chinos haban rea-
lizado maravillosas invenciones, maravillosas obras de arte, y haban crea-
do una maravillosa cultura. Pero ahora, despus de haberse sometido ser-
vilmente a una creencia religiosa, el pueblo chino estaba en plena decaden-
cia y haba sido una presa fcil para el Comunismo. En otra poca, la an-
cianidad y la sabidura eran en todo momento profundamente respetadas en
China, pero ahora ya no eran honradas como me recan. Y lo nico que im-
peraba era la violencia, el lucro personal y el egosmo.
La voz del Lama Mingyar Dondup interrumpi mis refle xiones.
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-Lobsang! Hemos analizado una religin que predicaba la inaccin,
cuyas enseanzas aseguraban que nadie deba intentar influir en los dems,
con el objeto de no aadir nada a su propio Karma, en virtud del cual las
consecuencias de nuestros actos en la vida se pagan en las vidas sucesivas.
Contempl la ciudad de Lhasa y nuestro pacfico valle. Despus se
volvi hacia m de nuevo.
-Las religiones de Occidente tienen una acentuada tendencia a ser
exageradamente militantes. Los occidentales no se conforman con creer lo
que desean creer, sino que necesitan asesinar a los dems intentando
convencerles de que deben creer lo mismo.
-No comprendo cmo matar a una persona puede ser considerado
como una forma de religiosidad.
-No, Lobsang -me respondi-, pero en tiempos de la Inquisicin espa-
ola, los cristianos de un grupo persiguieron a los que pertenecan a los
dems grupos con la intencin de convertirlos y salvarlos. Las personas
eran torturadas en los potros y quema das en las hogueras para obligarlas a
cambiar de creencias! In cluso en la actualidad, esa gente enva sus misione-
ros que intentan por todos los medios conseguir que otros pueblos se con-
viertan. Todo parece indicar que no tienen mucha seguridad en su propia
creencia y necesitan que los dems den su aprobacin y se muestren de
acuerdo con su religin, como si la salvacin dependiera de simples cifras
estadsticas!
-Seor -le pregunt-, creis que las personas deben pertenecer nece-
sariamente a alguna religin?
-Claro! Si ellos lo desean, naturalmente que s! -replic el Lama
Mingyar Dondup-. Si no han alcanzado todava el grado de perfeccin ne-
cesario para identificarse con su propio ser y con el Man del Mundo, sin
duda alguna ser un gran consuelo para ellos adherirse a algn sistema reli-
gioso formal. Es una disciplina mental y espiritual y, gracias a ella, algunas
personas se sienten vinculadas a un grupo familiar, donde un Padre bonda-
doso vela por ellos y una Madre compasiva est siempre dispuesta a inter-
ceder en su beneficio ante el Padre. No cabe la menor duda de que ese tipo
de religin es saludable para los que no se hallan suficientemente evolucio-
nados. Pero si esas personas son capaces de darse cuenta de que deben diri-
gir sus plegarias a su propio Espritu, podrn progresar con mucha mayor
rapidez. Nos preguntan a menudo la razn de que tengamos imgenes sa-
gradas en nuestros Templos, e incluso la razn de que tengamos Templos.
La respuesta a esa pregunta es bien simple. Esas imgenes sirven para re-
cordarnos que debemos evolucionar y que podemos convertirnos en eleva-
dos seres espirituales. En cuanto a nuestros Templos, hay que tener en
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cuenta que son lugares donde se pueden congregar las personas que poseen
mentes idnticas, con el objeto de estimularse recprocamente en la tarea de
alcanzar cada uno su propio Ser. Mediante la oracin, an en el caso de que
sta no est debidamente orientada, es posible alcanzar un grado ms ele-
vado de vibracin. La meditacin y la contemplacin son igual de benefi-
ciosas si se hacen en un Templo como en una Sinagoga o en una Iglesia.
Sus palabras me hicieron reflexionar. All abajo, resplandeca el Ka-
ling Chu, deslizndose cada vez ms rpido conforme su cauce se estrecha-
ba y se converta en remolinos de espuma bajo el Puente de Lingkor Road.
Hacia el sur, en la lejana, un grupo de hombres esperaban al barquero del
Kyi Chu. Los mercaderes haban llegado al despuntar el da y haban trado
a mi Maestro diarios y revistas de la India y de otros remotos pases. El
Lama Mingyar Dondup haba viajado mucho y muy frecuentemente y se
mantena en estrecho contacto con los acontecimientos que se producan
ms all del Tibet. Diarios. Revistas. Un pensamiento daba vueltas en mi
cabeza. Haba sido determinado por nuestra conversacin. Diarios? De
pronto, salt como impulsado por un resorte! Era algo que yo haba visto,
no en los diarios, sino en una revista, pero de qu se trataba? Lo record
de repente! Lo vea todo claro! Contempl varias pginas sin comprender
lo que decan aquellos idiomas extranjeros. Esperaba encontrar alguna fo-
tografa. Una pgina ilustrada apareci ante mis ojos. Una fotografa de una
mquina voladora atravesando las nubes, cubriendo con su sombra un en-
sangrentado campo de batalla. Mi Maestro, a quien mostr mi descubri-
miento, me tradujo el texto.
-Honorable Lama! -exclam excitado-. Esta maana me hablasteis de
esa visin a la que llamasteis el ngel de Mons y que algunas personas pre-
tenden haber visto en el campo de batalla. Es Dios acaso?
-No, Lobsang -respondi mi Maestro-. Son muchos los hombres que,
en un momento de desesperacin, pretenden haber visto la figura de un
ngel o de un Santo, como dicen ellos. Su estado de urgente necesidad y
las intensas emociones vividas en el campo de batalla estimulan sus pen-
samientos, sus deseos, y dan intensidad a sus plegarias. Con ello, como ya
te dije, crean una forma mental a la que poder aferrarse. Cuando aparece el
primer trazo espiritual de una visin, los pensamientos y las plegarias del
hombre que, inconscientemente, la determinan, se van intensificando y, po-
co a poco, la visin adquiere durante algn tiempo mayor fuerza, mayor so-
lidez. Nosotros hacemos lo mis mo, en el Tibet, cuando emitimos formas
mentales en el Templo Interior... Pero marchmonos ya, Lobsang, porque
es bastante tarde y todava no se han terminado las ceremonias del Lobsar.
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Recorrimos los corredores y nos dirigimos a los lugares donde, en la
poca de la Celebracin, se agrupaba la comunidad de la lamasera. El
Maestro de Arte vino a buscarme porque quera que un muchacho, pequeo
y ligero como yo, subiera al andamio para introducir algunas modificacio-
nes en la parte superior de la cabeza de una de las figuras. Muy satisfecho,
le segu hacia la habitacin donde modelbamos. Me puse un viejo manto,
cubierto por completo de manchas de cera de todos los colores, enroll a mi
cintura una cuerda para poder subir luego los materiales y trep al andamio.
Como el Maestro de Arte me haba advertido, una parte de la cabeza se
haba despegado del marco de madera. Con ayuda de la cuerda ped un cu-
bo de cera que necesitaba para realizar mi trabajo. Y durante varias horas
me afan por colocar la cabeza en su lugar, mediante unas tablillas que cla-
v en el marco que serva de fondo a la escena. Despus, el Maestro de Ar-
te contempl mi labor con ojos de entendido y me dijo que es. taba satisfe-
cho. Lentamente, entumecido, descend del andamio. Me cambi de ropa y,
lleno de satisfaccin, me apresur a salir.
Al da siguiente, estaba yo, con otros muchos chelas, en la llanura
de Lhasa a los pies del Potala, junto al pueblecito de Sho. Se supona que
estbamos contemplando las procesiones, los juegos, las carreras. Pero en
realidad, lo que hacamos era exhibirnos orgullosamente ante los humildes
peregrinos que recorran los senderos montaosos, recordndoles que deb-
an estar en Lhasa en la poca del Lobsar. Acudan a la Meca del Budismo
desde todo el mundo budista. Ancianos decrpitos, mujeres jvenes que
llevaban en brazos a sus hijos, todos llegaban convencidos de que reco-
rriendo el Crculo Sagrado de la Ciudad y subiendo al Potala se quedaban
limpios de sus pecados pasados y se aseguraban una buena reencarnacin
sobre la Tierra. Los adivinos llenaban el camino de Lingkor. Los viejos
mendigos pedan limosna gimoteando. Y los mercaderes, con sus bultos
sobre la espalda, iban en busca de clientes, abrindose paso entre la mult i-
tud. Muy pronto me sent cansado de aquel espectculo delirante, de la mu-
chedumbre bobalicona y de sus interminables y estpidas preguntas. Me
separ de mis compaeros y, lentamente, sub hasta la lamasera, que era
mi hogar, por el sendero montaoso.
En mi lugar preferido, sobre la terraza, todo era quietud. El sol pro-
porcionaba un agradable calorcillo. All abajo, en la lejana, se escuchaba
el rumor confuso de la muchedumbre que, poco a poco, me fue relajando
hasta que me adormeci en la vaga tibieza del medioda. Una figura indefi-
nida se materializ en los ltimos limites de mi campo visual. Medio dor-
mido, sacud mi cabeza, parpadeando varias veces. Pero la figura no des-
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apareca. Segua all, y pareca incrementar su nitidez y su densidad. Sent
que los cabellos de mi nuca se erizaban de temor.
-T no eres un espritu! -exclam-. Pero quin eres?
La Figura sonri levemente y me respondi.
-No, hijo mo, no soy un espritu. En otros tiempos, estudie tambin
aqu en Chakpori y, como t ests haciendo ahora, en esta terraza mis mo-
mentos de ocio. Deseaba yo entonces, sobre todas las cosas, liberarme lo
antes posible de los deseos terrenos. Por ello, decid encerrarme entre los
muros de aquella ermita.
Seal hacia arriba y yo segu con la mirada la direccin de su brazo
extendido; despus, me sigui hablando telepticamente.
-Y ahora, al cumplir el decimoprimer Lobsar, he conseguido realizar
mi deseo de entonces. Puedo dejar mi cuerpo seguro dentro de la celda de
mi ermita y vagar errante donde mi voluntad me lleva. Y es aqu adonde he
querido realizar mi primer viaje, para poder contemplar a la multitud de
nuevo y visitar, una vez ms, este lugar que tanto he recordado a lo largo
de mi vida. He conseguido la libertad, muchacho. La he conseguido.
Se desvaneci ante mis ojos como una nube de incienso que hubiera
dispersado la brisa nocturna.
Las ermitas! Nosotros, los chelas, habamos odo hablar mu cho de
ellas, pero cmo eran por dentro? Nos lo preguntbamos con frecuencia.
Por qu los hombres se encarcelaban voluntariamente en aquellas cmaras
de roca que asomaban peligrosamente en los bordes de la montaa? Tam-
bin nos habamos hecho esa pregunta! Decid interrogar a mi amado
Maestro. Record despus que, no muy lejos de donde yo me hallaba, viva
un viejo monje chino. El anciano Wu Hsi haba vivido una interesante exis-
tencia. Fue monje del Palacio de los Emperadores en Pekn, durante algu-
nos aos. Pero sintindose cansado de aquel gnero de vida, haba visitado
el Tibet en busca de la verdad. Lleg al Chakpori por casualidad y fue
aceptado. Despus de algn tiempo, se sinti tambin cansado de su nueva
vida y se refu gi en una ermita donde, durante siete aos, haba vivido soli-
tario. Sin embargo, despus regres al Chakpori y all viva esperando la
muerte. Decid visitarle. Corr por el pasillo y, acercndome a su celda, le
llam.
-Adelante! Adelante! -le o decir desde dentro, con voz temblorosa.
Entr y, por primera vez, me encontr en presencia de Wu Hsi, el
monje chino. Estaba sentado con las piernas cruzadas. A pesar de su edad,
su tronco estaba tieso como un joven bamb. Tena lo pmulos prominen-
tes y su piel era muy, muy amarilla y como apergaminada. Sus ojos eran
extraordinariamente negros y rasgados. Su barba era muy escasa y de su
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labio superior colgaban los pelos, mu y largos pero tambin escasos, de su
bigote. Sus ma., nos tenan un color amarillento oscuro y estaban llenas de
las manchas de la ancianidad. Sus venas se marcaban a travs de su piel
como las races de un rbol. Conforme me acercaba hacia l; segua a cie-
gas mis movimientos, sintiendo mi presencia pero sin llegar a verme.
-Hummmm! -dijo-. Por tu forma de andar creo que eres un mucha-
cho. Qu deseas, hijo?
-Seor -le dije-. Durante mucho tiempo vivisteis en una ermita. Po-
dis contrmelo, Sagrado Seor?
-Sintate, hijo -murmur, chupando las guas de su bigote--
,
Hace ya
mucho tiempo que no hablo del pasado, aunque pienso en l constantemen-
te... Cuando era nio -prosigui despus da una pausa- viaj mucho y visit
la India. All vi a los eremitas encerrados en sus cuevas y me pareci que
algunos de ellos haban alcanzado la verdad. -Agit la cabeza-. Las perso-
nas corrientes eran muy holgazanas y se pasaban el da sin hacer nada bajo
los rboles. Era triste! Muy triste!!
-Sagrado Seor -le interrump-. Preferira que me hablaseis de las er-
mitas del Tibet.
-Cmo? Qu dices? -exclam dbilmente-. Ah, s! Las ermitas del
Tibet. Cuando regres de la India me di cuenta de que la vida de mi ciudad
natal, Pekn, me aburra y no me proporcionaba la menor enseanza. Por
ello, tom nuevamente mi cayado y, durante varios meses, camin en di-
reccin a las fronteras del Tibet. -Yo suspir impaciente-. Despus de mu-
cho tiempo, tras haber recorrido muchas lamaseras, siempre en busca de la
verdad, llegu al Chakpori. Co mo en China era mdico, el Superior me
permiti que me quedara aqu. Yo estaba especializado en acupuntura. Du-
rante algunos aos viv satisfecho. Despus, sent el deseo de vivir en una
ermita.
Yo temblaba de impaciencia. Si el anciano se demoraba tanto; llegara
tarde a los cultos, y yo no poda faltar al servicio nocturno! Mientras me
perda en estas reflexiones, escuch la primera llamada de los gongs.
-Respetado Seor -le dije levantndome de mala gana-, preciso que
me vaya.
-No, hijo -me respondi el anciano rindose-. Puedes quedarte. Aca-
so no ests aqu recibiendo las enseanzas de un Hermano Mayor? No te
vayas. Ests dispensado del servicio nocturno.
Me sent de nuevo. Saba que era as. A pesar de que l no era un la-
ma sino un asceta, como consecuencia de su edad, sus viajes y su experien-
cia, era considerado como un Hermano Mayor.
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-Vamos a tomar t, hijo -exclam --. Vamos a tomar t porque mi
cuerpo est dbil y siento sobre m el peso de los aos. T para el joven y
para el viejo.
Respondiendo a su llamada, un monje sirviente nos trajo t y cebada.
Los mezclamos con nuestro tsampa y nos dispusimos, l a hablar y yo a
escucharle.
-El Superior me concedi autorizacin para abandonar Chakpori y
trasladarme a una ermita. Con un monje ayudante sal de aqu y sub a las
montaas. Despus de una marcha de cinco das, llegamos a un lugar que
puede verse desde la terraza, mirando hacia arriba.
Asent con la cabeza. Conoca el lugar. Era un pequeo edificio solita-
rio construido en un elevado paraje del Himalaya. El anciano prosigui su
relato.
-El lugar estaba vaco. Su ocupante haba muerto recientemente. Entre
el ayudante y yo lo limpiamos todo. Despus, por ltima vez, contempl
Lhasa, Chakpori y el Potala, y entr en la cmara interior. El ayudante tapi
la puerta slidamente y yo qued all solo.
-Pero, Seor! Cmo es el interior?
-Es un edificio de piedra -respondi el anciano Wu Hsi pausadamente,
mientras se rascaba la cabeza-. Sus muros son muy gruesos. La puerta que-
da cerrada por un tabique. En un rincn hay un orificio por el que no puede
entrar la luz y por el que el eremita recibe los alimentos. Se trata de un t-
nel oscuro que comunica la cmara interior con la habitacin que ocupa el
ayudante. Se vive completamente aislado. La oscuridad era tan espesa que
casi poda palparse. No entraba ni el menor destello de luz ni el menor rui-
do. Sentado en el suelo, inici mis meditaciones. Al principio, tuve aluci-
naciones y cre ver rayos y franjas luminosas. Luego me pareci que la os-
curidad me estrangulaba como si estuviera rodeado de barro. El tiempo de-
j de existir. Pronto sonaron en mi imaginacin cnticos y sonidos de cam-
panas y gongs. Y, despus, sintiendo que me ahogaba, me precipit contra
los muros de mi celda enloquecido, intentando salir. La diferencia entre el
da y la noche haba dejado de existir. La oscuridad y el silencio de las
tumbas lo dominaba todo. Poco a poco, sent que mi espritu se apaciguaba
y mi terror se desvaneca.
Yo intentaba visualizar la escena: el anciano Wu Hsi -entonces jo-
ven!- envuelto en la oscuridad viviente de su celda, abismado en el silencio
absoluto.
-Cada dos das -prosigui el anciano-, llegaba el ayudante y colocaba
ante el orificio un poco de tsampa. Se acercaba tan silencioso que nunca
le oa. La primera vez, cuando buscaba mi comida a tientas, en la oscuri-
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dad, le di un golpe y la coloqu fuera del alcance de mi mano. Al darme
cuenta de que me era imposible llegar hasta ella, llam al ayudante y grit,
pero mi voz no sali de mi celda. Por esta razn, me vi obligado a esperar
otros dos das.
-Seor -le pregunt-, qu sucede si un eremita cae enfermo o muere?
-Hijo mo -dijo Wu Hsi-, si un eremita cae enfermo, muere. El ayu-
dante le sigue llevando la comida cada dos das durante un perodo de ca-
torce das. Transcurrido ese tiempo, si el eremita no ha tocado los alimen-
tos, suben unos hombres, echan abajo el tabique que obstruye la puerta y
sacan su cuerpo.
Como ya he dicho, Wu Hsi haba sido eremita durante siete aos.
-Y qu ocurre en los casos en que, como sucedi con vos, el eremita
resiste todo el tiempo fijado previamente?
-Yo viv all durante los dos aos que me haba propuesto. Y despus
ampli ese plazo a siete aos. Cuando se fue acercando el momento de mi
salida, hicieron un diminuto orificio en el techo con objeto de permitir que
pasara un insignificante rayo de luz. Peridicamente fueron ampliando el
orificio para que entrara un poco ms de claridad. Hasta que por fin, al ca-
bo de algn tiempo, ya me fue posible resistir el sol sobre mis ojos. Si un
eremita es trasladado al exterior sbitamente en pleno da, se vuelve ciego
en el acto porque la oscuridad ha dilatado demasiado sus pupilas y stas
han perdido el hbito de contraerse. Cuando sal, mi piel era plida y blan-
ca y mis cabellos se haban puesto tan blancos como la nieve de las monta-
as. Me dieron masajes e hice ejercicio, porque la inmovilidad haba anqui-
losado mis msculos. Recobr mis fuerzas poco a poco y por fin, con el
auxilio de mi ayudante, pude bajar de la montaa y volver al Chakpori.
Yo meditaba sus palabras e intentaba imaginarme los interminables
aos de oscuridad, de silencio absoluto, vividos en la soledad. Y me senta
maravillado ante aquella proeza.
-Y cules fueron las enseanzas que obtuvisteis con ese sacrificio? -
le pregunt por fin-. Vali la pena hacerlo?
-S, hijo, s, vali la pena! -dijo el viejo monje-. Comprend el sentido
de la vida y la finalidad del cerebro. Me liber de mi cuerpo y consegu, lo
mismo que t ahora, introducir mi espritu en lo astral.
-Pero cmo sabis que no fue una simple ilusin de vuestros senti-
dos? Cmo sabis que no estabais loco? Por qu no podais, lo mismo
que yo ahora, introduciros en lo astral?
Wu Hsi empez a rer y sigui riendo hasta que las lgrimas resbala-
ron por sus arrugadas mejillas.
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-Preguntas! Preguntas! Preguntas! -dijo al fin-. Las mismas pre-
guntas que yo me haca...! Primero me domin al pnico y maldije el da en
que se me ocurri hacerme monje y el da en que entr en mi celda de ere-
mita. Pero poco a poco fui capaz de seguir las normas que regulan la respi-
racin y pude empezar a meditar. Como ya te he dicho, al principio tuve
alucinaciones y cre ver cosas que no existan. Pero el da que me liber de
mi cuerpo, la oscuridad dej de ser oscuridad para m. Vi mi propio cuerpo
sentado en el suelo en actitud meditativa. Vi mis ojos cie gos, fijos, desorbi-
tados. Vi la palidez de mi piel y la delgadez de mi carne. Me elev sobre m
mismo, atraves el techo de mi celda y vi a mis pies el Valle de Lhasa. Ob-
serv los cambios que se haban producido, contempl a los viejos amigos
y, al entrar en el Templo, convers telepticamente con un lama, que me
confirm que realmente haba conseguido mi liberacin. Recorr el pas en-
tero y visit pases extranjeros. Y cada dos das, regresaba de nuevo a mi
cuerpo, reanimndolo para que pudiese recoger la comida y alimentarse.
-Pero por qu no podais, sin necesidad de someteros a la vida erem-
tica, realizar esos viajes astrales? -le pregunt.
-La mayor parte de los humanos somos seres corrientes. Son muy po-
cos los que poseen los poderes especiales que te han sido entregados a ti
con el objeto de que puedas realizar tu misin. Ya s que has llegado muy
lejos en la dimensin astral. Pero ten en cuenta que hay muchas personas
que, como yo, deben templarse en la soledad y en el sacrificio para poder
liberar su espritu del yugo de la carne. T eres uno de los afortunados,
hijo. Muy afortunado! -Suspir y dijo en un susurro-: Vete ya. Tengo
que descansar. He hablado durante mucho tiempo. Vuelve a visitarme otra
vez. Siempre sers bien recibido... a pesar de tus preguntas.
Me volvi la espalda y yo, musitando palabras de gratitud, me puse en
pie, me inclin ante l respetuosamente y sal de su habitacin. Mis pensa-
mientos me tenan tan abstrado que anduve directamente hasta el muro de
enfrente y tropec con l de tal forma que falt muy poco para que mi esp-
ritu abandonara mi cuerpo. Camin lentamente por el corredor, frotndome
la cabeza dolorida, y me fui al Templo.
El servicio de medianoche estaba terminado. Los monjes se apresura-
ban, ansiosos, para tener unas horas de reposo y de sueo hasta el da si-
guiente. El anciano lector coloc la seal cuidadosamente entre las pginas
del libro y descendi, presuroso tambin, de su tribuna. Los ojos perspica-
ces de los vigilantes, siempre atentos para evitar los alborotos o para dar
alguna lla mada de atencin a los muchachos distrados, parecieron rela-
jarse. El servicio tocaba a su fin. Los pequeos chelas eran objeto de la
ltima inspeccin de la jornada y se escuchaba el susurro apenas reprimido
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de una gran reunin dispuesta a disgregarse. De pronto, un espantoso alari-
do pareci perforar nuestros odos. Una figura salvaje salt sobre las cabe-
zas de los monjes que permanecan en sus asientos e intent atacar a un jo-
ven asceta que sostena dos varillas de incienso. Todos nos levantamos sor-
prendidos. Ante nosotros, el salvaje se retorca convulsivamente, arrojando
espumarajos entre sus labios contrados y lanzando gri tos horribles desde
su garganta torturada. Durante unos instantes, todo se qued paralizado.
Los monjes policas permanecan inmviles, helados de asombro. Los sa-
cerdotes que oficiaban se haban quedado con los brazos alzados. Despus,
los vigilantes entraron en accin con violencia. Rodearon al loco y, con
gran rapidez, lo dominaron, atando su manto en torno a su cabeza para que
no se oyeran los juramentos que surgan como un torrente de su boca. Con
gran eficiencia y rapidez, lo sacaron del Templo.
El servicio termin. Nos levantamos y salimos rpidamente para poder
hablar del espectculo que acabbamos de presenciar, una vez que estuvi-
ramos afuera.
-Es Kenji Tekeuchi -dijo cerca de m un joven asceta-, un monje japo-
ns que ha viajado por todos los pases.
-S, eso dicen -dijo otro-. Se ha recorrido el mundo entero.
-Buscando la Verdad -dijo un tercero-, pero con la esperanza de poder
alcanzarla sin necesidad de tener que esforzarse dema siado.
Me march lleno de preocupaciones. Por qu la bsqueda de la
Verdad poda enloquecer a un hombre? La habitacin estaba fra y yo
temblaba. Me envolv en mi manto y me dispuse a dormir. Cuando los
gongs nos llamaron nuevamente al servicio, me pareci que acababa de
acostarme. Mir por la ventana y vi brillar los primeros rayos del sol des-
cendiendo desde lo alto de las montaas, con sus columnas de luz parecidas
a dedos gigantescos que se alzaran al cielo como para alcanzar las estrellas.
Suspir y atraves velozmente el corredor con la esperanza de no ser el l-
timo en llegar al Templo y librarme de las iras de los vigilantes.
-Pareces estar pensativo, Lobsang -dijo mi Maestro, el Lama Mingyar
Dondup, cuando fui a verle despus del servicio de me dioda.
Me invit a sentarme con un gesto.
-Viste al monje japons Kenji Tekeuchi en el Templo, verdad? -me
dijo-. Quiero hablarte de l, ya que vas a volver a verle.
Me sent con la mayor comodidad posible. Todo pareca indicar que
nuestra sesin no iba a ser breve. Me haba cazado para el resto del da!
Al ver mi expresin, el Lama se sonri.
-Quieres que tomemos un poco de t indio... y unos pasteles... para
endulzar la pldora, Lobsang? -Ante esa perspectiva me anim de pronto.
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El segua sonriendo-. El sirviente lo va a traer todo en seguida -aadi-. Te
estaba esperando!
Es cierto -pens, al ver que entraba el monje sirviente^ Dnde po-
dra yo encontrar un Maestro como ste? Los dulces de la India me com-
placan extraordinariamente. Y los ojos del Lama se desorbitaban, algunas
veces, sorprendidos al comprobar cuntos era capaz de liquidar!
-Kenji Tekeuchi -dijo mi maestro- es..., era... un hombre muy verstil.
Fue un gran viajero. Durante toda su vida (y ahora pasa ya de los setenta
aos), se ha recorrido el mundo entero buscando lo que l llama la Ve r-
dad. Sin embargo, aunque l no lo sabe, la verdad est en su interior. Pero
en lugar de buscarla dentro de s mismo, realiz interminables viajes. Estu-
di muchas religiones y ley, obsesionado, muchos libros de todos los pa-
ses de la Tierra, buscando, siempre buscando. Despus de mucho tiempo,
lleg hasta nosotros. Ha estudiado tantas teoras contrarias que su aura ps-
quica se halla contaminada. Ha ledo tanto, comprendido tan poco que casi
siempre est enajenado. Es como una esponja humana que absorbe todos
los conocimientos, pero es incapaz de asimilarlos.
-Entonces, Seor -le pregunt-, creis que el estudio de los libros es
intil?
-Nada de eso, Lobsang -replic el Lama -. Pero, como todoss los hom-
bres de criterio, me opongo a la lectura de folletos, panfletos y libros de
ocultismo y de cultos extraos. Los que leen esas obras envenenan su es-
pritu, se cierran a s mismos l senda de todo progreso futuro hasta que se
desprenden de esoss falsos conocimientos y se convierten en nios ignoran-
tes.
-Honorable Lama -le pregunt-. Cmo puede la lectura inadecuada
conducir, algunas veces, a la confusin y a la locura?
-Es una larga historia -me respondi el Lama Mingyar Dondup-. En
primer lugar, es necesario que analicemos algunas cosas esenciales. Ten
paciencia y escchame! Los humanos somos lo mismo que tteres sobre la
Tierra. Estamos hechos de molculas vibrtiles rodeadas de cargas de elec-
tricidad. Nuestro espritu tiene una escala de vibracin mucho ms elevada
que la de nuestro cuerpo, una carga elctrica mucho mayor. Entre nuestra
escala de vibracin y la escala de vibracin de nuestro Ser existe una rela-
cin perfectamente definida. El proceso de comunicacin entre nosotros, en
la Tierra, y nuestro Ser, en la dimensin donde ste se halle, puede ser
comparado con el proceso a travs del cual las ondas hertzianas pueden ser
transmitidas, a travs de los mares y de los continentes, a una persona de
algn pas remoto. Nuestros cerebros son lo mismo que receptores de radio
que reciben los mensajes de alta frecuencia, las rdenes y las instruccio-
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nes de nuestro propio Ser, para transformarlas en impulsos de baja frecuen-
cia capaces de controlar nuestras acciones. El cerebro es el instrumento
electro-qumico-mecnico que nos mueve sobre la Tierra. Pero las reaccio-
nes qumicas determinan un funcionamiento defectuoso de nuestro cerebro,
interfiriendo parte del mensaje, ya que es muy difcil, mientras permanez-
camos en la Tierra, recibir el mensaje exacto que nuestro Ser nos
transmite. Y ello es debido a que la Mente es capaz solamente de llevar a
cabo acciones limitadas, a no ser que se vincule al Ser. La mente puede
aceptar ciertas responsabilidades, formarse ciertas opiniones e intentar
colmar el abismo existente entre las condiciones ideales del Ser y las di-
ficultades vigentes sobre la Tierra.
-Pero aceptan los occidentales la teora de la electricidad cerebral? -le
pregunt.
-S -respondi mi Maestro-. En algunos hospitales se registran las on-
das cerebrales de los pacientes y han descubierto que algunos desrdenes
mentales tienen un diagrama cerebral caracterstico. De esta forma, a travs
del estudio de las ondas del cerebro es posible determinar si una persona
sufre alguna enferme dad o desorden mental. Sucede con frecuencia que
una dolencia fsica determinada produce en el cerebro ciertas sustancias
qumicas que contaminan sus ondas y producen algunos sntomas de locu-
ra.
-Es muy grave la locura del japons? -le pregunt.
-Vamos a verle ahora mismo. Est en uno de sus perodos de lucidez.
El Lama Mingyar Dondup se levant y sali presuroso de la habit a-
cin. Yo le segu rpidamente. Atravesamos varios corredores y llegamos
al lugar apartado donde eran alojados los que estaban sometidos a trata-
miento mdico. En un pequeo dorm, torio, desde cuya ventana se divis a-
ba el Khati Linga, el monje ja pons miraba a lo lejos sumido en profundas
reflexiones. Al acercarse el Lama Mingyar Dondup, se levant, le estrech
las manos y se inclin ante l con el mayor respeto.
-Sintate -dijo mi Maestro-. He trado a este joven para que escuche
tus palabras. Siguiendo rdenes del Profundo, est recibiendo una ensean-
za intensiva.
El Lama le salud, nos volvi la espalda y sali de la habitacin. El
japons me mir fijamente durante unos instantes. Despus, me invit a
sentarme. Y yo me sent, aunque a una distancia prudencial, ya que no sa-
ba si exista el riesgo de que sufriera otro ataque de violencia.
-No llenes tu cabeza de teoras sobre lo oculto, muchacho -me dijo-,
porque ello te producir una indigestin capaz de obstaculizar todo progre-
so espiritual. He estudiado todas las religiones todos los cultos metafsicos
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de que tuve noticia y ello me envenen, enturbi mi visin de las cosas y
me convenci de que yo
era un Elegido. Pero ahora mi cerebro est enfer-
mo y, en ocasiones, pierdo el control de m mismo y escapo en busca de mi
Espritu.
-Pero, seor -exclam-, es acaso posible aprender algo sin leer nin-
gn libro?; qu dao pueden causarnos las palabras impresas?
-Sin duda alguna, puedes leer, hijo -me respondi-, pero debes elegir
cuidadosamente tus lecturas, procurando comprendes con seguridad su
contenido. Las palabras impresas no entraan ningn peligro intrnseco, pe-
ro existe el peligro de los pensamientos que stas puedan determinar. No
es aconsejable comes todo lo que cae en nuestras manos, mezclando ali-
mentos incompatibles. Tampoco se deben leer libros que se contradigan
unos a otros o que prometan poderes ocultos, porque ello puede engendrar
Formas Mentales imposibles de controlar, como me sucedi a m, que nos
causan un gran dao.
-Has visitado todos los pases del mundo? -le pregunt.
El japons me mir y sus ojos se llenaron de una luz extraa. -Nac en
una pequea aldea del Japn -dijo-, y cuando alcanc la edad requerida pa-
ra ello ingres en el Servicio Sagrado.
Durante muchos aos, estudi religiones y practiqu el Ocultismo. Fue
entonces cuando mi Superior me orden que viajara, que visitara otros pa-
ses. Durante cincuenta aos, visit un pas tras otro, recorr todos los conti-
nentes, siempre estudiando. Pero mi pensamiento haba creado poderes que
yo no era capaz de controlar, poderes que residen en la dimensin astral y
que, algunas veces, afectan nocivamente mi Cordn de Plata. Tal vez ms
tarde me permitan volver a hablar contigo. Pero ahora me siento an muy
dbil despus de mi ltimo ataque y, por ello, tengo necesidad de descan-
sar. Si tu Maestro te lo permite, puedes visitarme otro da.
Le hice la reverencia de rigor y le dej solo en su dormitorio. Al ver-
me partir, un monje mdico se acerc a l solcito. Lleno de curiosidad, mi-
r a mi alrededor, a los ancianos que languidecan enfermos en aquella par-
te del Chakpori. Despus, recib una urgente llamada teleptica de mi
Maestro, el Lama Mingyar Dondup, y me apresur a ir a su encuentro.
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Captulo quinto
Atraves rpidamente los corredores, doblando las esquinas a toda ve-
locidad, poniendo en peligro la seguridad de aquellos que se cruzaban
conmigo. Un viejo monje me sujet al pasar, sacudindome con fuerza.
-No est bien que te dejes dominar por esa prisa, hijo -me advirti-. Es
indecorosa e impropia de un autntico budista.
Luego me mir a los ojos y reconoci en m al discpulo del Lama
Mingyar Dondup. Emitiendo un sonido inarticulado, que son como un
ulp!, me solt como si mi contacto le hubiera quemado y se march
rpidamente. Yo segu mi camino, ya ms reposado. Me detuve en el
umbral de la habitacin de mi Maestro tan sbitamente que estuve a punto
de caer al suelo. Mi conciencia me estaba jugando una mala pasada.
Qu era lo que haba hecho? O mejor dicho, cul de mis numerosas
faltas haba sido descubierta? Los Superiores no solan esperar a los mu-
chachos a no ser que fuera necesario comunicarles alguna mala noticia. Mis
piernas temblaban. Busqu en mi memoria intentando recordar algo que
pudiera determinar mi expulsin del Chakpori. Uno de los Superiores me
contempl, sonriendo con una cordialidad de iceberg. El otro me mir con
un rostro que pareca haber sido labrado en una roca del Himalaya.
Mi Maestro sonrea.
-Sin duda alguna, Lobsang, no tienes la conciencia tranquila -dijo, y
aadi riendo entre dientes -: Escucha! Estos Reverendos Hermanos Supe-
riores son tambin lamas telepticos.
Las miradas de los dos superiores estaban fijas en m. Con una voz de
terremoto, uno de ellos me dijo:
-Lobsang Rampa, como consecuencia de las investigaciones ordena-
das por el Profundo, se ha probado inequvocamente que eres la actual Re-
encarnacin de...
Mi cabeza se estaba convirtiendo en un torbellino de ideas. Me resul-
taba difcil seguir sus palabras y casi no comprend sus conclusiones.
-... y se te confiere el trato, rango y ttulo de Superior, que te ser ofi-
cialmente concedido en el curso de una ceremonia cuya fecha y lugar de
celebracin sern fijados a su debido tiempo.
Los lamas hicieron una solemne reverencia ante el Lama Mingyar
Dondup, inclinndose despus ante m, tambin solemnemente. Salieron y
el ruido de sus pisadas se fue apagando conforme se alejaban. Yo miraba
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fascinado hacia el corredor por donde ellos se haban ido. Una risa cordial
y un golpe carioso en mi espalda me hicieron regresar al presente.
-Bien. Ahora ya sabes lo que hay. Las pruebas a que te sometimos
confirmaron lo que todos sabamos desde hace ya mucho tiempo. Por ello
es preciso que nosotros dos lo celebremos muy especialmente. Por mi par-
te, debo comunicarte algo realmente interesante para ti.
Pasamos a otra habitacin, donde nos haban servido una autntica
comida india. No necesit insistir! Me sent inmediatamente!
Poco despus, cuando me resultaba ya imposible seguir comiendo,
cuando hasta el espectculo de los alimentos que haban quedado me pro-
duca cierto malestar, mi Maestro y yo regresamos a su habitacin.
-El Profundo me ha dado su autorizacin para que te hable de la Ca-
verna de los Antepasados... O mejor dicho, me ha sugerido que lo haga. -
Me mir con los ojos entornados y aadi susurrando: Dentro de unos das,
saldr una expedicin para all
La excitacin me dominaba. Senta la impresin incomprensible de
que tal vez iba a volver a mi hogar, a un lugar que haba conocido antes.
Mi Maestro me observaba fijamente. La intensidad de su mirada me oblig
a levantar la cabeza.
-Lo mismo que t, Lobsang -me dijo-, yo fui sometido a una prepara-
cin especial. Tambin me ofrecieron las mismas oportunidades excepcio-
nales. Mi propio Maestro fue un hombre que abandon esta vida hace ya
mucho tiempo y cuyas cenizas se conservan todava en la Cmara de las
Imgenes de Oro. Con l recorr el mundo entero. T tendrs que viajar so-
lo, Lobsang. Ahora escchame. Voy a hablarte del descubrimiento de la
Caverna de los Antepasados.
Me humedec los labios. Durante mucho tiempo, haba deseado que
me hablara de ello. En una lamasera, lo mismo que en todas las comunida-
des, los rumores se difunden muy a menudo con cierto carcter confiden-
cial. Algunos rumores eran, sin duda alguna, solamente rumores que ca-
recan de fundamento. Pero desde el primer momento, me pareci que los
rumores relativos a la Caverna de los Antepasados constituan algo muy
distinto y los cre ciertos.
-Yo era un lama muy joven, Lobsang -dijo mi Maestro iniciando su
relato-. Junto con mi Maestro y otros tres lamas jvenes, estbamos reali-
zando una exploracin en unas montaas lejanas. Pocas semanas antes,
habamos escuchado un terrible estruendo, al que sigui un enorme alud de
rocas. Salimos dispuestos a investigar la razn de aquel acontecimiento.
Durante varios das, exploramos la base de un enorme cmulo rocoso. Al
amanecer del quinto da, mi Maestro despert aunque, segn todos los in-
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dicios, no haba despertado del todo. Pareca estar absorto. Le hablbamos,
pero no nos responda. Yo me senta lleno de preocupacin ante la sospe-
cha de que pudiera estar enfermo. Pensaba en la forma adecuada para des-
cender con l varias millas de montaa con el objeto de intentar salvarle.
Lentamente, como si se hallara bajo el influjo de algn poder extrao, se
tambale, cay al suelo y, finalmente, se puso en pie de nuevo. Despus,
vacilante, empez a saltar sobre las rocas y a caminar como en trance. Le
seguimos, temblando de miedo. Escalamos una gran roca, sintiendo sobre
nosotros una lluvia de polvo y de piedras pequeas. Llegamos al fin a la
cima y observamos el terreno. Experiment un sentimiento de profundo
desencanto. Ante nosotros, haba un pequeo valle lleno de rocas. Sin duda
alguna era all donde se produjo el derrumbamiento cuyo estruendo ha-
blamos odo. Al parecer, fue provocado por algn temblor de tierra o por
algn fallo del terreno que se haba acentuado poco a poco. Las grandes
grietas y las piedras partidas haca poco tiempo reflejaban la luz del sol. El
musgo y los lquenes, privados de todo apoyo, colgaban llenos de tristeza.
Me di la vuelta disgustado. All no haba nada que llamara mi atencin, a
no ser un enorme montn de rocas. Me dispona a descender cuando escu-
ch que alguien susurraba mi nombre. Mingyar! Me d tuve. Uno de mis
compaeros me sealaba algo. Mi Maestro, sometido todava a extraas in-
fluencias, descenda por la ladera de la montaa.
Escuchando el relato de mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, estaba
completamente absorto.
El se interrumpi durante unos instantes y bebi unos sorbos de agua.
-Le observbamos desesperados -prosigui despus mi Maestro-. Len-
tamente segua descendiendo y acercndose al valle. No sin cierta descon-
fianza, le seguimos, temiendo despe fiarnos. Una vez abajo, mi Maestro,
sin vacilaciones pero con el mayor cuidado, camin entre las rocas inmen-
sas y alcanz otro extremo del valle. Con gran desesperacin por nuestra
parte, empez a trepar por la otra ladera apoyando sus pies: y sus manos en
los huecos y los salientes que nosotros, a cierta distancia de l, no poda-
mos ver. Le seguamos contra nuestro deseo. No tenamos otra alternativa.
No podamos regresar y decir a todos que el jefe de nuestra expedicin
haba trepado un lugar muy peligroso y que no nos habamos atrevido a se-
guirle. Yo fui el primero en imitarle, procurando elegir el camino ms sen-
cillo. El terreno era absolutamente rocoso. El aire estaba enrarecido. Muy
pronto, mi aliento empez a atravesar mi garganta con dificultad y mis
pulmones se llenaron como da un dolor seco y agudo. En una pequea grie-
ta, situada a unos quinientos pies de altura, me tend para tomar aliento.
Cuando dispuesto a seguir ascendiendo, mir hacia arriba, pude ver el man-
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to amarillo de mi Maestro que desapareca en lo alto. De mala gana, me en-
frent de nuevo con la montaa y segu subiendo sobre aquel precipicio.
Mis compaeros, tan disgustados como yo, tambin trepaban detrs de
nosotros. Habamos ya dejado abajo la proteccin de las otras montaas
que circundaban el valle. Y el viento, que soplaba con gran fuerza,
arremolinaba nuestros mantos en torno a nuestros cuerpos. El ascenso era
cada vez ms difcil y una lluvia de piedras pequeas caa sobre nosotros.
Mi Maestro interrumpi de nuevo su relato para beber otro sorbo de
agua y para comprobar si yo estaba interesado en sus palabras. Y en ver-
dad, yo senta un autntico inters por todo aquello!
-Por fin -prosigui mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup- mis manos
descubrieron un gran escaln de roca sobre m. Me as a l con fuerza y ad-
vert a mis compaeros que all haba un lugar donde podamos descansar.
Era una plataforma oblicua que se hunda en la montaa, por lo que era im-
posible verla desde la ladera del otro extremo del valle. Pareca tener unos
diez pies de ancho. No me quise entretener observando el lugar ms cuida-
dosamente. Me arrodill y ayud a los dems a subir hasta all. Pronto nos
reunimos todos. El viento nos azotaba y nosotros jadebamos como conse-
cuencia del esfuerzo. Era evidente que la cada de las rocas haba dejado al
descubierto aquel saliente. Lo observ todo atentamente y me di cuenta de
que habla una grieta en la montaa. Lo era realmente? Poda ser tambin
una mancha, una sombra o un poco de liquen oscuro. Desde donde estba-
mos no podamos distinguirlo con exactitud. Como movidos por el mismo
resorte, nos adelantamos todos a una. Era una grieta de unos dos pies y
seis pulgadas de ancho y casi cinco pies de alto. De mi Maestro no quedaba
el menor rastro.
Poda haber visualizado perfectamente la escena. Pero no era el mo-
mento oportuno para introspecciones. No quera perderme una sola pala-
bra! El Lama Mingyar Dondup prosigui su relato.
-Mir hacia arriba para ver si mi Maestro haba seguido subiendo, pe-
ro todo indicaba que no haba sido as. Lleno de miedo, mir hacia el inte-
rior de la grieta. Estaba tan oscuro como una tumba. Avanc pulgada a pul-
gada, con grandes difi cultades y fui entrando poco a poco. Recorr unos
quince metros ya dentro de la cueva y dobl varias esquinas, avanzando en
la oscuridad. Pero de pronto..., si el miedo no me hubiera mantenido parali-
zado habra lanzado un grito de sorpresa. All haba luz, una luz suave y
plateada, ms brillante que la de la luna. Yo nunca haba visto una luz co-
mo aqulla. Haba llegado a una caverna ms grande que las anteriores. Era
imposible comprobar la altura del techo, que se perda en la oscuridad. Uno
de mis compaeros me apart para poder verlo todo mejor y, despus, fue
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apartado por un tercero. Los cuatro permanecimos silenciosos atemoriza-
dos contemplando aquel fantstico espectculo que se nos ofreca. Un es-
pectculo que a cualquiera de nosotros, qua hubiera llegado all solo, le
hubiera obligado a pensar que haba perdido la razn. La caverna pareca
un saln inmenso que se iba estrechando a lo lejos, dando la sensacin de
que toda la montaa estaba hueca. La luz que lo iluminaba todo proceda de
numerosas esferas que parecan estar suspendidas en la oscuridad del techo
invisible. El lugar estaba lleno de aparatos extraos de mquinas que nunca
pudimos haber imaginado. Muchos de estos aparatos y mecanismos estaban
tambin suspendidos del techo. Con gran asombro, me di cuenta de que al-
gunos de ellos estaban recubiertos con un cristal extraordinariamente trans-
parente.
Mis ojos deban de estar desorbitados de sorpresa, porque el Lama
Mingyar Dondup sonri divertido, antes de proseguir su apasionante histo-
ria.
-Ante aquella inslita visin, nos habamos olvidado por completo de
nuestro Maestro, que apareci de pronto hacindonos dar un salto de mi e-
do. Sonri burln al ver nuestros ojos de sorpresa y nuestros rostros atemo-
rizados. Nos dimos cuenta entonces de que ya no estaba dominado por nin-
guna fuerza misteriosa y extraa. Juntos, lo recorrimos todo y observamos
aquellos extraos aparatos. Carecan de significado para nosotros. Consti-
tuan tan slo un conjunto de metal al que se le haba dado las formas ms
exticas. Mi Maestro se dirigi a una puerta negra construida, al parecer,
en los muros de roca de la caverna. Cuando iba a tocarla, inesperadamente,
se abri. Todos empezamos a creer que aquel lugar estaba hechizado y que
ramos la victima propiciatoria de alguna fuerza alucingena. Asustado, mi
Maestro retrocedi de un salto y la puerta se cerr de un golpe. Uno de mis
compaeros, dando muestras de una increble valenta, alarg su mano y la
puerta se abri de nuevo. Una fuerza irresistible pareca impulsarnos a con-
tinuar adelante. Intentando intilmente detener nuestros propios pasos,
atravesamos el umbral. El interior estaba tan oscuro como la celda de un
eremita. Dominados por un impulso increble, avanzamos algunos pies y
nos sentamos en el suelo. Durante unos instantes, permanecimos all tem-
blando de miedo. Poco a poco, al comprobar que no suceda nada anormal,
nos fuimos tranquilizando. Despus escuchamos una serie de extraos
clics, como si golpearan o se rasparan dos objetos de metal.
Escuchando el relato del Lama Mingyar Dondup, yo temblaba sin po-
der evitarlo. Estaba seguro de que si hubiera estado all, me habra muerto
de miedo! Mi Maestro prosigui:
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-Con una lentitud casi imperceptible, vimos cmo una nie bla luminosa
se iba extendiendo ante nosotros desvaneciendo la oscuridad. Al principio
pareca slo un pequeo germen de luz azulada, lo mismo que si un espritu
se estuviera materializando de pronto. La niebla luminosa se fue exten-
diendo e increment su brillo. Y entonces pudimos ver mquinas inveros-
miles lle nando por completo aquel saln inmenso, a excepcin del centro
del mismo, donde nosotros nos habamos sentado. La luz daba vueltas, se
agitaba, aumentaba y disminua de intensidad, hasta que por fin asumi una
forma esfrica. Yo tena la extraa, la inexplicable sensacin de hallarme
en presencia de alguna mquina antigua que chirriaba al ponerse en marcha
despus de muchos milenios de inmovilidad. Nosotros cinco estbamos
pasmados. A mi cerebro pareci llegar una llamada, como si fuese lanzada
por algn monje teleptico que de repente se hubiera vuelto loco. Pero des-
pus, aquella primera impresin se desvaneci y la llamada adquiri la ni-
tidez del lenguaje.
Mi Maestro carraspe para aclararse la garganta. Iba a beber agua de
nuevo, pero cambi de parecer.
-Vamos a tomarnos un t, Lobsang -dijo.
Agit la campanilla de plata. El monje sirviente, adivinando nuestro
deseo, lleg con el t... y con dulces!
-En el interior de la esfera luminosa vimos unas formas que se agit a-
ban -dijo el Lama Mingyar Dondup-. Al principio eran confusas, pero poco
a poco fueron adquiriendo nitidez y dejaron de ser simples formas. Y en-
tonces empezamos a contemplar antiguos acontecimientos.
-Pero, Honorable Lama -le pregunt lleno de impaciencia sin poder
contenerme por ms tiempo-, qu es lo que visteis?
El Lama se sirvi un poco ms de t. Pens que nunca le haba visto
comer ningn dulce indio. Tomaba mucho t, eso s, pero su alimentacin
era realmente sobria, moderada. Los gongs lla maron al servicio del Tem-
plo, pero el Lama no se movi Cuando el eco de los ltimos pasos de los
monjes se apag a lo lejos, suspir profundamente.
-Ahora ya podemos proseguir -dijo volviendo a su relato- Eso es lo
que vimos y omos. Lo mismo que t podrs ver y or dentro de poco. Hace
varios milenios, hubo sobre la Tierra una civilizacin floreciente. Los
hombres tenan mquinas voladoras capaces de vencer la ley de la grave-
dad. Haban inventado aparatos que podan proyectar pensamientos en el
cerebro de sus semejantes como si se tratara de una pelcula. Conocan la
fsica nuclear y consiguieron provocar una gigantesca explosin que estre-
meci todo el planeta, hundiendo continentes enteros en el ocano, mien-
tras surgan nuevos continentes de las aguas. El mundo qued destruido.
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Ese es el origen de la historia del Diluvio, que ha llegado a nosotros a tra-
vs de todas las religiones que existen hoy sobre la Tierra.
-Seor exclam impresionado por sus palabras-. En nuestro Archivo
Krmico podemos contemplar acontecimientos de esta naturaleza. Por qu
tenemos, entonces, que luchar con tan peligrosas montaas tan slo para
presenciar algo que podemos alcanzar ms fcilmente sin necesidad de
movernos de aqu?
-Lobsang -me respondi gravemente-, es cierto que en el Archivo
Krmico y en lo astral podemos ver todos los acontecimientos de la historia
humana. Pero lo cierto es que los vemos, pero no podemos tocarlos. A
travs de lo astral nos es posible visitar los ms increbles lugares, pero no
podemos tocar nada. -Sonri levemente-. Nos es imposible traer un solo
manto o una simple flor a nuestro regreso. En el Archivo Krmico vemos
esas cosas, pero nos resulta imposible analizarlas detalladamente. Por ello,
debemos escalar de nuevo las montaas. Nuestro objetivo es examinar cui-
dadosamente todos aquellos aparatos.
-Es extrao exclam - que solamente en nuestro pas hayan quedado
aparatos de este tipo!
-No, Lobsang! -respondi mi Maestro-. Te equivocas! En cierto lu-
gar de Egipto existe otro depsito similar. Y lo mismo sucede en una re-
gin de Sudamrica. Yo los he visto. S dnde estn. Estas cmaras secre-
tas fueron construidas por nuestros antepasados con el propsito de que las
descubrieran las generaciones futuras, cuando llegara el momento oportu-
no. Aquel temblor de tierra descubri casualmente la entrada del depsito
del Tibet y, gracias a que pudimos penetrar en l, nos fue posible conocer
la existencia de los otros depsitos. Pero la jornada est terminando. Dentro
de algunos das, una expedicin de siete hombres, entre los cuales estars
t, visitar de nuevo la Caverna de los Antepasados.
Los das que siguieron me sent dominado por la fiebre de la excita-
cin. Pero me vela obligado a mantener el secreto. Los dems deban creer
que nuestro viaje a las montaas tena por objetivo la recoleccin de hier-
bas medicinales. Hasta en un lugar tan recluido como Lhasa haba siempre
individuos dispuestos a aprovechar cualquier ocasin para enriquecerse.
Los representantes de pases como China, Rusia e Inglaterra, los mercade-
res que lle gaban desde la India e incluso algunos misioneros se mantenan
constantemente vigilantes con el propsito de descubrir dnde ocultbamos
nuestro oro y nuestras joyas o para aprovechar cualquier informacin que
les pudiera resultar lucrativa. Por esa ra zn nos veamos obligados a man-
tener en el mayor secreto el verdadero objetivo de nuestra expedicin.
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Un par de semanas despus de mi conversacin con el Lama Mingyar
Dondup, nos dispusimos a partir. Nos esperaba un largo viaje entre las
montaas, a travs de senderos rocosos y de oscuros abismos. Como en la
actualidad los comunistas han invadido el Tibet, la situacin de la Caverna
de los Antepasados se ha mantenido en secreto, ya que la posesin de sus
misterios y de sus mquinas les permitira conquistar el mundo entero. Por
ello, todo cuanto relato es autntico, y lo nico que me veo obligado a si-
lenciar es el lugar por donde pasa realmente el camino que conduce a la
Caverna. Los mapas y las indicaciones oportunas para determinar su situa-
cin exacta fueron depositados en un lugar secreto, con el objeto de que,
cuando llegue el momento fijado, las fuerzas de la libertad puedan dar
con ella.
Lentamente, descendimos por el sendero de la lamasera de Chakpori
y recorrimos el Kashya Linga, tras de lo cual llegamos hasta el ro, donde
nos esperaba el barquero, con su lancha rodeada de vejigas de yak, hincha-
das como globos, destinadas a asegurar la travesa. ramos siete en total.
Por ello, al atravesar el ro -el Kyi Chu- nos demoramos un poco, pero al
fin nos reunmos los siete en la otra orilla. Nos dirigimos hacia el sudoeste,
cargados con nuestros paquetes de ropas y alimentos, las cuerdas; algunas
herramientas y un manto de recambio para cada uno. Proseguimos nuestra
marcha hasta que el sol se puso y las sombras se agigantaron, impidindo-
nos continuar. Despus, envueltos en la oscuridad, hicimos una modesta
comida de tsampa y nos tendimos a dormir entre las rocas. El sueo me
venci en seguida. Muchos lamas tibetanos, siguiendo las prescripciones de
su estado, duermen sentados. Yo , y otros muchos, dormamos acostados,
pero, tambin de acuerdo con las reglas, solamente podamos dormir as, si
nos tendamos exclusivamente sobre el costado derecho. Lo ltimo que vi,
antes de quedarme dormido; fue la silueta del Lama Mingyar Dondup, re-
cortndose contra el oscuro cielo nocturno, lo mismo que si se tratara de
una estatua.
Nos despertamos con las primeras luces del amanecer y tomamos un
ligero desayuno. Luego, cargamos de nuevo nuestros brtulos y prosegui-
mos la marcha. Caminamos as durante dos das. Despus de atravesar las
colinas, llegamos a las verdaderas montaas. Muy pronto nos vimos obli-
gados a atarnos unos a otros, en fila, enviando delante al hombre ms ligero
-yo!- con el objeto de que sujetara las sogas en las piedras ms seguras,
facilitando con ello el acceso de los dems. De esta forma, fuimos es-
calando la montaa, lenta, pero progresivamente. Por fin, cuando nos
hallbamos ante una inmensa roca casi desprovista de salientes donde po-
der apoyar los pies y las manos, mi Maestro dijo:
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-Debemos trepar a esta roca y, por el otro lado, descender hasta el va-
lle. En el otro extremo del valle, encontraremos la la dera donde est situada
la entrada de la Caverna.
Inspeccionamos la base de la roca buscando un lugar adecuado para
iniciar el ascenso. Todo pareca indicar que la erosin haba limado, duran-
te muchos aos, los salientes y las hendiduras.
Despus de haber perdido casi todo el da en la bsqueda, encon-
tramos un estrecho can, por el que pudimos trepar, apoyando las ma-
nos y los pies en las rocas de un muro y la espalda en el otro muro. Jadean-
do y respirando aquel aire enrare cido, trepamos hasta la cima y miramos
hacia abajo. Ante nosotros tenamos por fin el valle. Aunque observamos
con gran atencin la ladera del otro extremo, no nos fue posible percibir
ninguna cueva ni siquiera ninguna grieta en la suave superficie rocosa. El
valle estaba sembrado de piedras y -lo que es peor- estaba atravesado por
un veloz torrente.
Adoptando todas las precauciones necesarias, descendimos hasta el
valle y nos acercamos a las aguas embravecidas hasta llegar a un lugar
donde las rocas parecan facilitar el paso, si ramos capaces de dar un largo
salto. Yo, como era todava demasiado pequeo, no tena las piernas sufi-
cientemente largas para ello. Por esa razn, me vi sometido a la terrible
humillacin de tener que cruzar el torrente helado arrastrado materialmente
por una cuerda que haban atado a mi cintura y de la que tiraban los dems.
Tambin ayudaron a cruzar de la misma forma a un lama pequeo y regor-
dete, otro desdichado como yo, que no se sinti capaz de saltar sobre las
aguas. En un lugar apartado escurrimos nuestros mantos y nos los coloca-
mos de nuevo. La espuma que el viento levantaba nos haba empapado a
los siete.
Cruzamos el valle, sorteando las piedras, y llegamos a la otra ladera.
Mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, nos mostr una hendidura reciente
en la base de una gran roca.
-Mirad -nos dijo-. Alguna roca, cada desde arriba, ha derri bado el sa-
liente que nos sirvi a nosotros para iniciar el ascenso.
Nos retiramos unos pasos, para estudiar la forma en que podramos
llevar a cabo la escalada. El primer saliente estaba a unos doce pies del sue-
lo, pero constitua nuestra nica alternativa. El lama ms alto y ms fuerte
se irgui con los brazos extendidos hacia arriba, agarrndose a la roca, tras
de lo cual el lama ms ligero subi sobre sus hombros y se agarr tambin
a la roca. Finalmente, entre todos, me ayudaron a subir sobre ste, y yo,
con una cuerda atada a mi cintura, pude alcanzar el saliente con facilidad.
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Debajo de m, los monjes me daban instrucciones a gritos y yo, con
lentitud, casi muerto de miedo, iba ascendiendo. Por fin, consegu atar el
extremo de la cuerda en uno de los salientes. Me hice a un lado y, uno tras
otro, los lamas treparon, pasaron junto a m y siguieron ascendiendo. Por
fin, el ltimo de ellos rode su cintura con la soga y sigui a los dems. En
seguida vi el extremo de la cuerda balancendose ante mis ojos y escuch
cmo me ordenaban gritando que me atara por la cintura. Mi estatura era
insuficiente para poder trepar sin ayuda. Me sent levantado en el vaco y,
entre todos, me subieron hasta el lugar donde ellos estaban. Llenos de ama-
bilidad y consideracin hacia mi insignificante persona, me haban espera-
do con el objeto de que pudiramos entrar juntos en la Caverna de los An-
tepasados. Confieso que me sent conmovido ante su deferencia.
-Ya hemos subido a la Mascota -murmur uno de ellos-. Podemos se-
guir adelante.
-Es cierto -le respond-, pero el ms pequeo tuvo que iniciar el ascen-
so o, de lo contrario, vosotros no habrais podido llegar hasta aqu.
Acogieron mi respuesta con una carcajada. Despus, todos se volvie-
ron a contemplar la oculta entrada. Yo miraba asombrado. Al principio, me
resultaba imposible distinguir nada. Vea solamente una sombra oscura
que, ms que una grieta, pareca un cauce seco o una mancha producida por
pequeos lquenes. Despus, me di cuenta de que, realmente, las rocas es-
taban partidas. Uno de los lamas me empuj hacia adentro.
-Pasa t primero -dijo de buen humor-. As podrs ahuyentar a los
malos espritus y protegernos a todos!
As fue como yo, el ms joven y el menos importante del grupo, entr
antes que los otros en la Caverna de los Antepasados. Me arrastr a lo largo
del estrecho tnel de piedra. Detrs de m, poda escuchar la respiracin ja-
deante de los dems que me seguan. Sbitamente, apareci la luz ante mis
ojos y yo sent que el terror me paralizaba. Inmvil junto al muro rocoso,
contempl aquel fantstico espectculo. La Caverna me pareci de grandes
dimensiones. El doble que la Gran Catedral de Lhasa. Pero a diferencia de
la Catedral, envuelta perpetuamente en una oscuridad que las lmparas de
grasa trataban en vano de disipar, all la claridad era muy superior a la de
una noche de luna llena y sin nubes. Muy superior. De eso no caba la me-
nor duda. Contempl las esferas que producan aquella luz. Y los lamas,
detrs de m, tambin las contemplaban asombrados.
-Los archivos antiguos -dijo mi Maestro- indican que la ilu minacin
fue mucho ms intensa cuando fue instalada. Las lmparas se van agotando
a medida que pasan los milenios.
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Durante mucho rato, nos mantuvimos inmviles, silenciosos, como si
temiramos despertar a los que dorman all desde haca tanto tiempo. Des-
pus, como impulsados por una misma fuerza, avanzamos sobre el slido
piso de roca en direccin a la primera mquina que se ergua ante nosotros.
Nos agrupamos en torno a ella, temiendo tocarla, aunque llenos de curiosi-
dad por descubrir para qu serva. Pareca estar empaada como conse-
cuencia de un largo perodo de inaccin, pero daba la impresin de que es -
taba dispuesta para entrar inmediatamente en funcionamiento, suponiendo
que alguien hubiera sabido cmo se pona en marcha. Tambin nos llama-
ron la atencin otros aparatos, pero con el mismo resultado. Aquellas m-
quinas resultaban demasiado avanzadas para nosotros. Me dirig hacia una
pequea plataforma cuadrada de unos tres pies de lado, pegada a un muro y
rodeada por una barandilla. Un largo tubo de metal se extenda desde all
hasta el aparato ms cercano. Me acerqu preguntndome qu objeto ten-
dra aquella plataforma y por poco me muero del susto porque sta vibr y
se elev de pronto en el aire. Y en mi desesperacin, me agarr a ella con
fuerza, elevndome tambin.
Debajo de m, los seis lamas me contemplaban consternados. El tubo
se haba erguido y pareca empujar la plataforma hacia una de las esferas
luminosas. Asustado mir a mi alrededor. Estaba ya a unos treinta pies del
suelo y segua ascendiendo. Tema que aquel manantial de luz me incendia-
ra de pronto, igual que a una mariposa que se acerca a una llama. Se escu-
ch un clic y la plataforma qued inmvil en el aire. Alargu mi mano,
lleno de temor, y me di cuenta de que la esfera luminosa estaba fra como
el hielo. Ya me senta ms tranquilo. Observaba cuanto me rodeaba. De
pronto, me asalt un pensamiento terrible. Cmo iba a bajarme de all?
Me agit en todas direcciones intentando encontrar una salida, pero todo
fue intil. Intent alcanzar el tubo con el propsito de descender por l, pe-
ro estaba demasiado lejos. Cuando ya empezaba a desesperar, la plataforma
vibr nuevamente y empez a descender. Apenas toc el suelo salt y es-
cap! No poda correr el riesgo de que empezara a subir nuevamente!
Una gran estatua agazapada estaba apoyada contra el muro. Mirndola
sent que un escalofro me recorra la mdula. Tena el cuerpo de gato y la
cabeza y los hombros de mujer. Sus ojos parecan estar vivos. La expresin
de su rostro, torcido en una mueca entre burlona e inquisitiva, me aterr.
Uno de los lamas se haba arrodillado en el suelo y examinaba atenta-
mente unos signos extraos.
-Mirad -dijo-, este ideograma muestra a los hombres y a los gatos
conversando. Sin duda alguna representa a un espritu que abandona el
cuerpo y vaga errante por el inframundo.
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Arda en su propio celo cientfico inclinndose sobre las figuras del
suelo -a las que llamaba jeroglficos-, con la esperanza de que los dems
compartieran su entusiasmo. Era un hombre muy culto que haba aprendi-
do, sin la menor dificultad, los idiomas antiguos. Pero los otros seguan
afanndose en torno a aquellos extraos aparatos intentando descubrir para
qu servan. De pronto, un grito nos hizo volver el rostro aterrados. El lama
alto y delgado se hallaba en un extremo del muro y haba acercado su cara
a una oscura caja de metal, que la ocult casi por completo. Dos hombres
se precipitaron hacia l con el deseo de librarlo de aquella trampa. Pero
cuando consiguieron arrancarlo de all, solt un juramento y volvi otra vez
a colocarse en el mismo sitio.
Qu lugar tan extrao! -pens-. Hasta el ms tranquilo y culto de
los lamas pierde aqu la razn!
Cuando el lama alto y delgado se apart, le imit un segundo lama.
Me pareci entender que en aquella pantalla vean mquinas en movimien-
to. Al final mi Maestro, compadecindose de m, me alz y me ayud a
aproximarme a aquella caja, sin duda alguna, destinada a ser contempla-
da. Siguiendo sus instrucciones, mov los controles y, en su interior, pude
ver hombres y mquinas idnticas a las que haba all depositadas. Estaban
funcionando. Observ que la plataforma que me haba subido hasta la esfe-
ra luminosa poda ser controlada y movida a voluntad. Posteriormente, he
comprendido que la mayor parte de aquellos aparatos eran similares a los
que hoy se exhiben en todos los Museos Cientficos del mundo.
Nos acercamos a la puerta negra de la que el Lama Mingyar Dondup
me haba hablado ya en una ocasin. Ante nuestra proximidad se abri, chi-
rriando con tanta fuerza, en medio del silencio reinante en aquel lugar, que
todos nos sobresaltamos. En el interior dominaba la oscuridad ms absolu-
ta. Era como si estuviramos rodeados por un enjambre de nubes negras.
Nuestros pies seguan un pequeo canal excavado en el suelo, al final del
cual nos sentamos. Despus omos una serie de sonidos metlicos y, antes
de que pudiramos tener conciencia de lo que nos suceda, la luz desvane-
ci la oscuridad. Estbamos rodeados de m quinas extraas. Tambin
haba estatuas y figurillas metlicas. Sin darnos tiempo a contemplar nada,
la luz gir sobre s misma y se convirti en una esfera, colocndose en el
centro de la cmara, sobre nosotros. Una oleada de colores oscil catica-
mente y unas bandas luminosas, aparentemente desprovistas de toda signi-
ficacin, constelaron la esfera. Poco a poco, fueron surgiendo formas, con-
fusas al principio, que se concentraron rpidamente, cobrando vida y ex-
tendindose sobre las tres dimensiones fsicas. Y nosotros lo observbamos
todo, absortos...
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Era el Mundo de la Antigedad ms Remota, un mundo muy joven.
Donde ahora hay mares haba entonces montaas y las montaas actuales
eran playas en aquel tiempo. Su clima era clido y estaba poblado por ex-
traas criaturas. Era un mundo dominado por el progreso de la ciencia.
Mquinas inslitas volaban a pocas pulgadas de la superficie de la Tierra o
a una altura de muchas millas. Los grandes templos alzaban sus cpulas
hacia el firmamento como desafiando a las nubes. Los hombres y los ani-
males podan mantenerse unidos telepticamente. Pero no todo era dicha.
Los polticos se enfrentaban unos con otros. El mundo era un campo divi-
dido en el que cada bando codiciaba los territorios del otro. Los hombres
vivan a la sombra de los densos nubarrones del miedo y la sospecha. Los
sacerdotes de ambos bandos proclamaban orgullosamente que ellos eran
los nicos predilectos de los dioses. Vimos sacerdotes delirantes como
ahora-, predicando frenticos la salvacin de sus semejantes. y a qu pre-
cio! Los sacerdotes de cada secta aseguraban que matar al enemigo era un
deber sagrado. Sin embargo, con el mismo apasionamiento, afirmaban
tambin que todos los hombros eran hermanos. Y la ausencia absoluta de
lgica de sus teoras ni siquiera cruzaba por sus mentos.
Presenciamos las grandes batallas de aquel mundo. Y nos dimos cuen-
ta de que casi la totalidad de las vctimas pertenecan a la poblacin civil.
Las fuerzas armadas, protegidas gracias a sus dispositivos de defensa, so-
lan estar fuera de todo peligro. Los ancianos, las mujeres, los nios, todos
los que no podan luchar, eran quienes en realidad sufran los efectos de
la lucha. Vimos a los cientficos en sus laboratorios, buscando afanosamen-
te armas ms destructoras todava, bacterias ms terribles que pudieran ser
lanzadas contra el enemigo. Despus vimos a un grupo de hombres pensa-
tivos y preocupados que proyectaban la creacin de lo que ellos llamaban
una Cpsula do Tiempo -la que nosotros habamos llamado Caverna de
los Antepasados- con el objeto de transmitir a las generaciones futuras
unos modelos de sus aparatos y un archivo completo de pelculas relativas
a su cultura, con todas sus virtudes y todos sus errores. Las excavadoras gi-
gantescas abrieron la roca viva. Un verdadero ejrcito de hombres instala-
ron all mquinas de todos los tipos. Vimos como colocaban en su lugar las
esferas do luz fra, emanada por sustancias radiactivas inertes que tardaran
en extinguirse millones de aos. Eran inertes porque no daaban a los seres
humanos y activas porque su luz seguira brillando hasta que el Tiempo
terminara.
Nos dimos cuenta de que comprendamos su idioma y, por fin tuvimos
la certeza de que la explicacin a ese raro fenmeno era muy sencilla:
Captbamos sus conversaciones telepticamente! Haba otras Cpsulas
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de Tiempo ocultas bajo los desiertos de Egipto, bajo una pirmide de Su-
damrica y en un lugar escondido do Siberia. Cada uno de esos lugares es-
taba marcado con el smbolo de aquel tiempo: la Esfinge. El origen de la
Esfinge no era egipcio. Recibimos la explicacin de este animal quimrico.
En aquella poca remota, los hombros y los animales trabajaban juntos. Por
su fuerza o inteligencia, el gato estaba considerado como el animal ms
perfecto. El propio hombre es tambin un animal. Por ello, los seres huma-
nos de la Antigedad idearon aquella figura compuesta por un cuerpo de
gato, smbolo de la fuerza y de la resistencia, y un busto de mujer. La cabe-
za simbolizaba la inteligencia y la razn humana, mientras que los senos
significaban que los hombres y los animales podan proporcionarse rec-
procamente alimento mental y espiritual. En aquella poca, este smbolo
era tan corriente como el Buda, la Estrella de David o la Cruz en nuestra
poca.
Contemplamos los ocanos, llenos de ciudades flotantes, que iban de
un pas a otro. El cielo era tambin cruzado por grandes naves que volaban
silenciosas, capaces de detenerse en el aire y de partir de nuevo a gran ve-
locidad, casi instantneamente. Sobre la tierra, los vehculos corran ve-
lozmente, algunas pulgadas por encima del suelo, suspendidos en el espa-
cio por un procedimiento que no pudimos comprender. Las ciudades esta-
ban atravesadas en todas direcciones por puentes y lneas interminables de
cables. Un gran resplandor llen el firmamento y uno de los puentes ms
gigantescos se derrumb y qued convertido en un montn de ruinas. Des-
pus se produjo otro vivsimo relmpago y la mayor parte de la ciudad de-
sapareci en una llamarada de gas incandescente. Sobre las ruinas, flotaba
una nube diablica, ro jiza, que tena la forma de un hongo gigantesco.
Cuando se desvaneci aquella imagen, volvimos a ver a los hombres
que haban planeado las Cpsulas de Tiempo. Estaban convencidos de
quo ya haba llegado el momento de sellarlas. Contemplamos las cere-
monias y cmo colocaban los informes filmados en la mquina desde la
cual ahora lo estbamos presenciando todo. Escuchamos el discurso de des-
pedida que nos revelaba a nosotros los Hombres del Futuro -si alguna vez
volva a haber hombres sobre la Tierra!- que la Humanidad estaba a punto
de destruirse a s misma o que era muy posible que as fuera, advir-
tindonos que en aquellas cavernas quedaba constancia de sus invencio-
nes y locuras para que pudiera servir de experiencia y de enseanza a los
seres de una raza futura que tuvieran la inteligencia de descubrirlas y com-
prenderlas.
Despus, la voz teleptica enmudeci y la pantalla se qued sin luz.
En silencio, estupefactos ante lo que acabbamos de presenciar, nos sent a-
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mos en el suelo de nuevo. Y al momento la cmara volvi a iluminarse y
nos dimos cuenta de que, esta vez, la luz proceda de los muros.
Nos levantamos y nos dispusimos a inspeccionarlo todo. Haba tam-
bin numerosos aparatos y mquinas, maquetas de ciudades y de puentes,
construidos todos ellos con un material cuya naturaleza desconocamos.
Algunos de los objetos estaban recubiertos por una capa de materia absolu-
tamente transparente que nos intrig. No era cristal. Ignorbamos lo que
era. Nos dimos cuenta de que estaba destinado a evitar que pudiramos
tocar los modelos protegidos en su interior.
De repente, dimos un salto de terror. Un ojo rojo y malvado nos mira-
ba parpadeando. Me dispona a huir, cuando el Lama Mingyar Dondup se
acerc a aquella nueva mquina. Se inclin sobre ella, toc los controles y
el ojo rojo se desvaneci y fue sustituido por otra pequea pantalla que nos
mostraba otra habitacin contigua al Gran Saln. Nuestro cerebros captaron
un nuevo mensaje.
-Antes de irse, pasen a esta habitacin. All encontrarn material para
sellar de nuevo el lugar por donde hayan entrado. Si no han alcanzado el
estado de evolucin necesario para hacerse cargo de nuestras invenciones,
vuelvan a sellar la entrada y djenlo todo intacto para los que puedan venir
ms adelante.
En silencio, pasamos a la tercera habitacin, cuya puerta se abri au-
tomticamente al acercarnos. All, encontramos varias vasijas hermtica-
mente cerradas y una mquina de cine teleptico que explicaba la forma de
abrirlas y de sellar nuevamente la entrada.
-Maravilloso! Maravilloso! -dijo un lama.
-No hay en todo esto nada maravilloso -dije yo insolentemente-.
Hubiramos podido ver todas estas cosas en el Archivo Krmico. Por qu
no lo hacemos? De es a forma, podremos ver lo que sucedi despus de que
sellaron este lugar.
Los dems miraron, inquisitivos, al jefe de la expedicin, el Lama
Mingyar Dondup. El asinti levemente.
-Nuestro Lobsang da algunas veces muestras de inteligencia -dijo-.
Concentrmonos y veamos lo que sucedi, porque yo siento tanta curiosi-
dad como vosotros.
Nos sentamos en estrecho crculo, uniendo nuestros dedos de la forma
prescrita. Mi Maestro inici el ritmo de respiracin necesario y todos le
imitamos. Poco a poco nos despojamos de nuestras identidades terrenas y
nos deslizamos en el Ocano del Tiempo. Los que tienen el poder de intro-
ducirse en lo astral pueden ver todo lo sucedido en el pasado, regresando
despus a su estado normal enriquecidos con nuevos conocimientos. Todos
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los acontecimientos histricos, por remotos que sean, pueden ser contem-
plados como si estuvieran producindose entonces.
Record la primera vez que haba utilizado el Archivo Krmico. Mi
Maestro me haba hablado de ello y yo le haba dicho:
De acuerdo, pero qu "es"? Cmo funciona? Cmo es "posible"
ponerse en contacto con las cosas que han pasado ya, que ya han termina-
do, que ya se han ido para siempre? Lobsang -me respondi l-. Admiti-
rs que tienes una memoria. Puedes recordar perfectamente lo que sucedi
ayer y las cosas que sucedieron hace mucho tiempo. Si te esfuerzas y des a-
rrollas esa cualidad, puedes recordar todo cuanto te ha sucedido en la vida.
Y con un entrenamiento adecuado, te ser posible incluso recordar tu pro-
pio nacimiento. Tambin puedes conseguir lo que se llama una "evocacin
total' y ello hara que tu memoria se remontara a momentos "muy anterio-
res" a tu nacimiento. El Archivo Krmico no es otra cosa que la "memoria"
del mundo. Todo lo que ha sucedido sobre la Tierra puede ser "recordado",
de la misma manera que a ti te es posible recordar los acontecimientos de
tu pasado. No hay ninguna magia en todo esto. De la magia y del hipnotis-
mo, tan estrechamente relacionado con ella, ya hablare mos otro da.
Por ello, gracias a nuestro especial entrenamiento, nos resultaba real-
mente fcil situarnos en el momento del tiempo en que la mquina haba
interrumpido sus mensajes. Vimos nuevamente la gran muchedumbre de
hombres y mujeres, sin duda alguna muy conocidos en aquella poca. Es-
taban saliendo de la Caverna. Las grandes mquinas, con sus brazos gigan-
tescos, colocaron ante la entrada un enorme bloque de roca. Las grietas y
los orificios exteriores fueron cuidadosamente sellados y todos aquellos se-
res se marcharon. Las mquinas se alejaron tambin y durante algn tiem-
po, tal vez algunos meses, todo se mantuvo tranquilo. Despus vimos a un
sumo sacerdote, erguido sobre los escalones de una inmensa Pirmide, ex-
hortando a los fieles a la guerra. Las imgenes registradas en la Pelcula del
Tiempo siguieron desfilando ante nosotros y, por fin, vimos el campo de
batalla. Los jefes vociferaban furiosos. El tiempo segua su carrera. El fir-
mamento azul qued cruzado por numerosas estelas blancas y rectilneas.
Despus, los cielos se enrojecieron. Todo el Planeta tembl y se estreme-
ci.
Contemplando todo aquello, sentimos que el vrtigo se apoderaba de
nosotros. La oscuridad de la noche cay sobre el mundo. Las negras nubes
se incendiaron y giraron envueltas en llamas en torno a la Tierra. Sbita-
mente, las ciudades ardan y desaparecan por completo.
Los mares encrespados invadieron los continentes, barrindolo todo, y
una ola gigantesca, ms alta que el mayor edificio de aquella civilizacin,
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avanz rugiendo estruendosamente y arrastr consigo los ltimos vestigios
de una cultura muerta. Tembl la Tierra en su agona y se llen de abismos
enormes que lo engulleron todo y se cerraron luego como las fauces de un
gigante. Las montaas se quebraron como juncos en una tormenta y se
hundieron despus en la sima de los ocanos. Emergieron las nuevas tierras
del fondo de los mares y se convirtieron en montaas. La superficie del
planeta se estaba transformando a travs de las continuas conmociones. Al-
gunos supervivientes aislados subieron gritando, entre millones de cadve-
res, a las montaas recin aparecidas. Otros se salvaron milagrosamente en
sus barcos y se escondieron en los nuevos continentes. Y hasta el Planeta
qued inmvil, interrumpi su movimiento de rotacin y, desspus, empe-
z a rodar en direccin contraria. En un instante, las selvas quedaron redu-
cidas a cenizas. La superficie de la Tierra qued desolada, aniquilada, con-
vertida en una negra ruina. En lo ms hondo de las cuevas y en los tneles
de lava de los volcanes extinguidos, un escaso puado de seres humanos,
enloquecidos ante aquella catstrofe, temblaba y lloraba de t error.
Desde el negro firmamento cay una sustancia blanca, dulce, susten-
tadora de la vida.
En el curso de los siglos, la Tierra sigui cambiando. Donde antes
hubo mar ahora haba tierra, y las tierras antiguas dorman en el fondo de
los mares. Un valle interior se abri al empuje del ocano y fue invadido
por las aguas formando el mar Mediterr neo. Otro mar cercano se hundi
tambin en aquel valle y sus arenas quedaron secas convirtindose en el de-
sierto del Sahara. Las tribus salvajes recorran errantes el mundo y, a la luz
de sus hogueras, se transmitieron de padres a hijos las antiguas leyendas
del Diluvio, de Lemuria, de la Atlntida y de aquel da terrible en que el sol
qued inmvil en el cielo.
La Caverna de los Antepasados qued enterrada en un mundo medio
sumergido. Libre de intrusos, se conserv intacta, oculta bajo la superficie
de la Tierra. Con el paso del tiempo, los torrentes poderosos arrastraron el
lodo hasta el mar y dejaron limpias las rocas, que brillaron al sol nueva-
mente. Por fin, heladas de repente por una lluvia fra, en el momento en
que el sol las haba sometido a una elevada temperatura, las rocas se agrie-
taron y dejaron libre la entrada de la Caverna, permitindonos el paso.
Sacudimos nuestros msculos entumecidos y nos pusimos en pie con
gran dificultad. La experiencia haba sido demoledora. Era preciso comer y
descansar. Luego, volveramos a inspeccionarlo todo para ver si nos era
posible aprender algo nuevo. Despus, cuando considerramos que nuestra
misin haba sido cumplida, sellaramos nuevamente la entrada. La Caver-
na descansara en paz otra vez hasta que pudieran tener acceso a ella los
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hombres de buena voluntad y de inteligencia superior. Me acerqu hasta la
entrada de la Caverna y contempl, all abajo, el paisaje desolado y rocoso.
Y me pregunt qu pensara uno de aquellos hombres de la Antigedad si
pudiera levantarse de su tumba y estar all a mi lado.
Al regresar al interior, me sent sorprendido por un curioso contraste.
Un lama intentaba, con un pedernal y una mecha, hacer arder un poco de
estircol seco de yak que llevbamos con nosotros para ese fin. Nos rodea-
ban las mquinas y los aparatos de una poca remota, de una cultura desa
parecida. Nosotros -hombres modernos- calentbamos nuestra agua sobre
una hoguera de estircol, rodeados de maravillosos instrumentos que esca-
paban a nuestra comprensin. Suspirando, abandon mis pensamientos y
me concentr exclusivamente en la tarea de mezclar t con tsampa.
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Captulo sexto
El servicio de media maana haba terminado. Los nios corra mos a
nuestras clases forcejeando y empujndonos unos a otros para no ser los l-
timos en llegar. Y no lo hacamos por inters en aprender sino porque el
Maestro de aquella clase tena la horrible costumbre de golpear con su bas-
tn al ms rezagado. Yo, ms vivo que los otros, consegu llegar el prime-
ro, mereciendo por ello el honor de que el Maestro me sonriera satisfecho.
Con gestos de impaciencia, indic a los dems que deban apresurarse y, de
pie ante la puerta, dio algunas bofetadas a los ltimos que entraron. Por fin
nos sentamos todos sobre las alfombras diseminadas por toda la habitacin
y cruzamos nuestras piernas. Siguiendo la costumbre, nos colocamos de
espaldas al Maestro que, detrs de nosotros, nos vigilaba y, como no po-
damos ver dnde se encontraba en cada momento, nos veamos obliga-
dos a trabajar sin distraernos.
-Hoy trataremos de la similitud de las religiones -dijo con la voz cam-
panuda-. Ya hemos visto que la leyenda del Diluvio es comn a todas ellas.
Hoy nos centraremos en el tema de la Madre Virgen. Hasta el menos inteli-
gente -dijo mirndome fija mente-, sabe que nuestra Madre Virgen, la Dol-
ma Bendita, la Madre Virgen de la Gracia, equivale a la Madre Virgen de
algunas sectas cristianas.
Escuchamos unos pasos apresurados que se detenan en la entrada de
nuestra aula. Entr un monje mensajero, que hizo una profunda reverencia
ante el Maestro.
-Te saludo, Sabio -murmur-. El Lama Superior Mingyar Dondup te
ofrece sus respetos y te pide que permitas salir inme diatamente al nio
Martes
3
Lobsang Rampa. Le necesita con urgencia.
-Muchacho! -rugi el Maestro con el ceo fruncido-. Eres una moles-
tia y un estorbo en la clase. Mrchate!
Me levant con rapidez, salud al Maestro y segu al veloz mensajero.
-Qu sucede? -le pregunt jadeante.
3
El primer nombre que llevan los tibetanos corresponde, segn la tradicin, al da de la
semana en que nacieron. (N. del T.)
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-Lo ignoro -dijo-. Tambin a m me gustara saberlo. El Sagrado Lama
Mingyar Dondup tiene preparados los instrumentos quirrgicos y los caba-
llos.
Nos apresuramos.
-Vamos, Lobsang! Ya puedes darte prisa! -dijo mi Maestro, riendo al
verme llegar-. Nos vamos al pueblo de Sh, donde precisan nuestros servi-
cios mdicos.
Mont en su caballo y me invit a hacer lo mismo con el mo. Esa
operacin me resultaba siempre difcil. Los caballos y yo nunca estbamos
de acuerdo cuando me vea obligado a montarlos. Me acerqu al animal pe-
ro recul, caminando de costado. Me deslic al otro lado y, dando una pe-
quea carrera, lo mont de un salto antes de que se diera cuenta de lo que
suceda. Des pus trat de aferrarme a l como el liquen se aferra a las mo n-
taas. Resoplando con exasperada resignacin, dio la vuelta y, sin necesi-
dad de que yo le guiara, descendi por el sendero detrs de mi Maestro. Mi
caballo tena la horrible costumbre de detenerse en los lugares ms escar-
pados y, agitando la cabeza, asomarse a los precipicios. Estoy convencido
de que estaba dotado de un inadecuado sentido del humor y que, sin duda
alguna, tena conciencia del mal rato que me haca pasar. Seguimos des-
cendiendo por el sendero y, tras atravesar el Pargo Kaling, o Puerta Occi-
dental, llegamos al pueblo de Sh. Recorrimos las calles de la ciudad hasta
llegar al edificio de la prisin. Rpidamente, los guardas se hicieron cargo
de nuestros caballos. Recog las dos cajas de mi Maestro, el Lama Mingyar
Dondup, y las traslad a aquel sombro lugar. Sin duda alguna, aquello era
molesto, realmente horrible. Yo poda oler el miedo, ver las formas
mentales de los malvados pensamientos de los recluidos. La atmsfera de
aquel sitio me pona los pelos de punta.
Segu a mi Maestro hasta una habitacin relativamente grande. La luz
del sol se filtraba por las ventanas. Varios guardas esperaban en pie y el
Magistrado de Sh esperaba tambin para saludar al Lama Mingyar Don-
dup. Mientras hablaban, mir a mi alrededor. Deduje que era all donde se
juzgaba y sentenciaba a los criminales. En los muros haba archivos y li-
bros. En el suelo, una sombra gema cerca de nosotros. Mientras la obser-
vaba, escuch que el Magistrado deca a mi Maestro:
-Es un chino. Creo que debe de ser un espa, Honorable Lama. Estaba
intentando subir a la Montaa Sagrada. Al parecer se diriga al Potala. Res-
bal y cay. Tal vez de una altura de unos cien pies. Est grave.
Mi Maestro avanz hacia l y yo le segu. Un hombre le quit el man-
to con que le haban cubierto. Ante nosotros, tenamos a un chino de me-
diana edad. Era de pequea estatura. Pareca gil. Casi un acrbata, pen-
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s. Gema lleno de dolor, el sudor resbalaba por su rostro y su piel tena un
matiz verdoso y oscuro.
Estaba malherido. Sus dientes rechinaban. Estaba agonizando. El La-
ma Mingyar Dondup le mir lleno de lstima.
-Un espa. Un probable asesino... No importa lo que sea -dijo-. Debe-
mos hacer algo por l.
Se arrodill a su lado. Coloc sus manos sobre sus sienes doloridas y
le mir a los ojos. Al momento, el herido pareci relajarse, entreabri los
ojos y una vaga sonrisa apareci en sus labios. Mi Maestro apart el manto
un poco ms y le examin las piernas. Ante aquel espectculo cre ponerme
enfermo. Los huesos de sus piernas, completamente destrozadas, asomaban
entre los jirones de sus pantalones. Mi Maestro, con ayuda de un afilado
cuchillo, cort sus ropas. Todos los all presentes lanzaron un murmullo de
asombro. Los huesos estaban completamente astillados desde los pies hasta
los muslos. El Lama los palp suavemente. El herido no se movi, ni si-
quiera se estremeci. Estaba completamente hipnotizado. Mientras el Lama
le curaba, sus piernas crujan.
-Estn demasiado destrozadas. No es posible colocarlas de nuevo en
su sitio -dijo mi Maestro-. Puede decirse que las tiene completamente des-
hechas. Tendremos que amputrselas.
-Honorable Lama -pregunt el Magistrado-. Puedes conseguir que
nos confiese lo que estaba haciendo? Tememos que sea un asesino.
-Habr que amputrselas primero -respondi el Lama -. Luego po-
dremos interrogarle.
Se inclin sobre l y le mir fijamente a los ojos. El chino sigui rela-
jndose, sumido en un profundo sueo.
Yo lo haba ya preparado todo y el jugo de hierbas esterilizantes esta-
ba ya dispuesto en su tazn. En l hundi sus manos mi Maestro y las
humedeci. Los instrumentos le esperaban en otro tazn. Siguiendo sus in-
dicaciones, lav las piernas y el cuerpo del hombre. Al tocar sus huesos no-
t la sensacin de que todo estaba destrozado. Las piernas haban adqui-
rido un color azulado. Sus venas sobresalan como cuerdas oscuras. De
acuerdo con las instrucciones de mi Maestro, que segua limpiando sus ma-
nos, at la parte superior del muslo, cerca de la ingle, con una correa esteri-
lizada. Coloqu un palo debajo del nudo y le segu dando vueltas, compri-
miendo su carne hasta que la presin detuvo la circulacin. El Lama Ming-
yar Dondup, con gran destreza, cort la carne en forma de uve con un
afilado cuchillo. Luego aserr el hueso -lo que quedaba de l- y oprimi los
dos sectores de la uve hasta dejar oculto el extremo del hueso, que qued
protegido por una doble capa de carne. Le entregu el hilo de piel de yak
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esterilizado y l, diestramente, cosi el mun. Lentamente, con el mayor
cuidado, fui relajando la presin de la correa que aprisionaba el muslo, dis-
puesto a apretarla de nuevo en caso de hemorragia. Pero no sali sangre y
los puntos resistieron perfectamente. Cerca de nosotros, uno de los guardas
palideci y se desmay.
Mi Maestro le vend meticulosamente. Despus, volvi a de-
sinfectarse las manos.
Hicimos lo mismo con la otra pierna y, muy pronto, ambas estaban
amputadas.
Mi Maestro dijo a uno de los guardas que las envolviera en un pao.
-Debemos entregar sus piernas a la Legacin China -le advirti. De lo
contrario dirn que este hombre ha sido torturado. Pedir permiso al Pro-
fundo para devolverle a su pueblo. La mi sin que trajera no importa. Fraca-
s de la misma forma que fra casarn todas las misiones de este tipo.
-Pero Honorable Lama -dijo el Magistrado-, deberamos obligarle a
que nos dijera lo que estaba haciendo y con qu objeto.
Mi Maestro guard silencio. Se dio la vuelta y mir fijamente los ojos
del hombre, ahora abiertos, saliendo de la hipnosis.
-Qu hacas? -le pregunt.
El hombre suspir y cerr los ojos. Mi Maestro le interrog de nuevo.
-Qu ibas a hacer? Pensabas asesinar a algn Alto Dignatario del
Potala?
La boca del chino se llen de espuma. Despus, no sin cierta resisten-
cia, asinti con la cabeza.
-Habla! -le orden el Lama-. No basta con un gesto de asentimiento.
Lentamente, dolorosamente, la historia sali de sus labios. Un asesino
le entreg una cantidad para que cometiera crme nes y alterara el orden en
un pas tranquilo. Un asesino que haba fracasado en su empeo, como fra-
casaran todos porque no conocan nuestros dispositivos de seguridad.
-Ir a ver al Profundo, Lobsang -dijo el Lama Mingyar Dondup po-
nindose en pie-. Qudate t aqu y vigila a este hombre.
-Me mataris? -pregunt el hombre, gimiendo dbilmente.
-No! -le respond-. Nosotros no matamos a nadie!
Humedec sus labios y enjugu su frente. Pronto se tranquiliz. Se
durmi extenuado, despus de la difcil prueba que se haba visto obligado
a resistir. El Magistrado me mir con el ceo fruncido, pensando sin duda
que los monjes estbamos locos pretendiendo salvar a un presunto asesino.
El da transcurri lentamente. Los relevos de la guardia se sucedan.
Sent que mi estmago grua de hambre. Por fin, escuch los conocidos
pasos del Lama Mingyar Dondup y ste entr en la habitacin. Mir prime-
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ro al paciente para comprobar si estaba todo lo cmodo que las circunstan-
cias permitan y examin sus muones. No sangraban ya. Se levant diri-
gindose al oficial de guardia.
-En virtud de la autoridad que el Profundo ha delegado en m, te orde-
no que pongas a disposicin de este hombre dos cami llas con el objeto de
conducirle, a l y a sus piernas, a la Legacin China. T acompaars a es-
tos hombres -aadi dirigindose a m- y me informars en caso de que
cometan alguna brusquedad innecesaria al transportar al herido.
Me sent realmente desdichado. All estaba el asesino con sus piernas
amputadas... y mi estmago, vaco de comida, resonando continuamente
como el tambor de un templo. Mientras los hombres iban a recoger las ca-
millas, me apresur a correr hasta el lugar donde haba visto a los oficiales
bebiendo t. En un tono seguro, ped -y consegu- que me ayudaran a saciar
mi hambre . Tragu el tsampa velozmente y regres con la misma prisa.
Silenciosos, lgubres, los hombres entraron en la habitacin; llevando
dos camillas improvisadas con unos palos y un poco de ropa usada. Mur-
murando descontentos colocaron en una de ellas las piernas amputadas.
Sobre la otra colocaron al chino con el mayor cuidado, bajo la mirada vigi-
lante de mi Maestro. Cubrieron su cuerpo con una manta y la ataron por
debajo con el objeto de evitar los movimientos bruscos.
-Acompaa a estos hombres -dijo el Lama Mingyar Dondup al oficial
de guardia-, presenta mis respetos al Embajador de China y dile que le de-
volvemos a este sbdito chino.
Se volvi hacia m.
-T, Lobsang, los acompaars y me informars a tu regreso.
Sali. Despus, arrastrando los pies, salieron tambin los hombres con
las camillas, primero los que llevaban las piernas, luego los que llevaban al
chino. Yo caminaba a un lado y el oficial de guardia a otro. El aire era fro.
Yo temblaba bajo mi ligero manto. Descendimos hasta el Mani Lhakhar.
Doblamos a la derecha, atravesamos los dos parques y nos acercamos a la
Legacin China.
El Ro Venturoso estaba lleno de reflejos y mostraba, entre los rbo-
les, su brillante superficie. Llegamos a la Legacin. Los hombres dejaron
las dos camillas en el suelo. Murmuraban mo lestos y, mientras concedan
un breve reposo a sus msculos doloridos, contemplaban curiosos aquellos
muros. Los chinos eran personas muy agresivas con los que trataban de
entrar en sus propiedades. En varias ocasiones, por accidente, dispararon
contra unos nios y los mataron porque stos, jugando, haban entrado all.
Tras escupir en sus manos, los hombres levantaron de nuevo las camillas y
reanudaron la marcha. Doblamos a la izquierda, siguiendo el camino de
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Lingkor y, por fin, entramos en el territorio de la Legacin. Llenos de hos-
tilidad, unos hombres acudieron a la puerta.
-Tengo el honor de devolverles a uno de sus hombres que se aventur
a recorrer la Tierra Sagrada -dijo nuestro oficial de guardia-. Se despe y
ha sido necesario amputarle ambas piernas. Las traemos tambin con noso-
tros para que puedan comprobarlo.
Unos soldados, con el rostro tenso, introdujeron ambas cami llas den
tro del edificio. Entretanto, los dems nos apuntaron con el fusil, oblign-
donos a retroceder. Nos retiramos hacia el camino y yo me escond tras un
rbol, mientras los dems regresaban. Unos terribles alaridos acribillaron el
aire. Mir a mi alrededor y vi que no haba ningn soldado. Todos haban
entrado en la misin. Vencido por un loco impulso, abandon el dudoso re-
fugio que el rbol me ofreca y, procurando no hacer ruido, corr hacia la
ventana. Haban tendido al herido en el suelo. Un soldado estaba sentado
sobre su pecho. Otros dos en sus brazos. Otro le quemaba los muones con
la brasa de un cigarrillo. ste, de pronto, se irgui, desenfund su revlver
y le hizo un disparo entre los ojos.
Escuch un crujido detrs de m. Rpidamente me puse de rodillas y
me apart. Un soldado chino haba surgido de la oscuridad y apuntaba con
su rifle al lugar donde estaba antes mi cabeza. Como un rayo, me lanc en-
tre sus piernas y le hice perder el equilibrio, mientras el fusil se le escapaba
de las manos. Corr de rbol en rbol todo lo aprisa que pude. Las balas pa-
saban rozando las ramas bajas y, detrs de m, oa un ruido de pasos apre-
surados. La situacin me era favorable. Yo era muy rpido corriendo y los
chinos se vean obligados a detenerse para poder dispararme. Me precipit
hacia la parte trasera del jardn, ya que la puerta principal estaba vigilada.
Sub a un rbol y me deslic por una de sus ramas hasta que me fue posible
saltar al otro lado del muro. Pocos segundos despus me hallaba de nuevo
en presencia de mis compatriotas que haban transportado al herido. Cuan-
do oyeron mi historia, aceleraron el paso. No sentan el me nor deseo de
experimentar emociones. Lo nico que queran era evitarlo. Un soldado
chino salt al camino desde el muro y me mir desconfiado. Yo le mir
tambin a l con la mayor serenidad. Con gesto agrio, lanz un juramento
en el que mis padres eran mencionados y se dio media vuelta. Nosotros
seguimos nuestro camino con la mayor rapidez posible.
De regreso a Sh, los hombres me dejaron solo. Mirando hacia atrs
con cierto miedo, corr por el camino que conduca al Chakpori. Un viejo
monje, sentado al borde del camino, me llam.
-Qu te sucede, Lobsang? Parece que te persigan todos los espritus
malficos.
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Segu corriendo sin parar y entr jadeante en la habitacin de mi
Maestro, el Lama Mingyar Dondup. Durante unos instantes intent reco-
brar el aliento.
-Ay! -dije al fin-, los chinos asesinaron a aquel hombre. Lo mataron
de un tiro.
Atropelladamente, le cont lo sucedido. Mi Maestro guard silencio
durante unos instantes.
-Vers mucha violencia en tu vida, Lobsang -me dijo despus-. Por
ello, debes procurar no dejarte impresionar dema siado por este aconteci-
miento. Se trata tan slo de un sistema habitualmente utilizado en diploma-
cia. Asesinar a los que fracasan y abandonar a los espas que son captura-
dos. As se hace en todo el mundo, en todos los pases de la Tierra.
Sentado ante mi Maestro, mientras senta que me recobraba poco a
poco en la quieta tranquilidad de su presencia, pens en otra cosa que me
preocupaba.
-Seor -le pregunt-, cmo acta el hipnotismo?
-Cundo comiste la ltima vez? -me pregunt con una sonrisa en los
labios.
-Oh, hace unas doce horas! -le respond lleno de tristezas dndome
cuenta de mi apetito con mayor intensidad que hasta entonces.
-Entonces, vamos a comer ahora. Cuando nos sintamos repuestos, tra-
taremos del hipnotismo.
Me hizo seas para que guardara silencio y se sent en actitud medit a-
tiva. Yo capt el mensaje teleptico que enviaba a los sirvientes: Comida
y t. Capt tambin un mensaje teleptico dirigido a alguien del Potala pa-
ra que fuera a ver inmediatamente al Profundo con el objeto de informarle
de todo. Pero mi sintonizacin del mensaje telpatico fue interrump ida
por la entrada de un sirviente que nos traa comida y t!
Despus de comer me sent satisfecho, casi incmodamente saciado.
Haba pasado una jornada difcil. Durante muchas horas haba sentido
hambre, pero en mi interior se formaba un pensamiento torturante: tal vez
com demasiado, tal vez me haba excedido. Desconfiado mir a mi Maes-
tro y me di cuenta de que me miraba divertido.
-S, Lobsang -dijo-, has comido demasiado. Espero que sers capaz
de seguir mis explicaciones sobre el hipnotismo. -Observ mis mejillas cu-
biertas de rubor y su rostro pareci suavizarse-. Pobre Lobsang! Has teni-
do un da difcil. Vete a descansar. Ya hablaremos maana.
Abandon la habitacin. Yo sub a la ma, cayndome de sueo.
Dormir! Era lo nico que deseaba. Comer? Bah! Haba comido dema-
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siado. Me acost en un rincn y me envolv en mi manto. Mi sueo fue
muy agitado, lleno de pesadillas en las que unos chinos sin piernas me per-
seguan por el bosque y otros chinos armados saltaban a mis espaldas tra-
tando de matarme.
Pum! Me saltaban la cabeza. Un soldado chino me daba furiosos
puntapis. Pum! Mi cabeza saltaba de nuevo. Abr los ojos con dificul-
tad. Un chela me estaba sacudiendo con fuerza y me daba patada tras pa-
tada, intentando despertarme.
-Lobsang! -exclam al ver que mis ojos se haban abierto-. Lobsang!
Cre que estabas muerto. Has dormido toda la noche sin acudir a los Servi-
cios Nocturnos. Gracias a la intervencin de tu Maestro, el Lama Mingyar
Dondup, te salvaste de las iras de los vigilantes. Despierta! -me grit al
darse cuenta de que estaba a punto de dormirme de nuevo.
La lucidez volvi a m. A travs de la ventana, vi los primeros rayos
del sol de aquella jornada asomando sobre las cumbres del Himalaya y
alumbrando los edificios ms altos del Valle, los techos dorados del lejano
Sera y la parte superior del Pargo Kaling, El da anterior haba estado en el
pueblo de Sh. Ah, eso s que no haba sido un sueo! Y hoy, hoy espe-
raba librarme de algunas clases para recibir directamente las enseanzas
de mi amado Maestro Mingyar Dondup. Iba a hablarme acerca del hipno-
tismo. Termin en seguida mi desayuno y me dirig a clase, pero no para
quedarme all y recitar pasajes de los ciento ocho Libros Sagrados, sino
para explicar por qu no poda ir a clase!
-Seor! -dije en cuanto entr el Maestro-. Seor, hoy tengo que reci-
bir las enseanzas del Lama Mingyar Dondup. Te ruego que me permitas
marcharme.
-S, hijo mo -dijo el Maestro en un asombroso tono festivo-. Ya he
hablado con el Sagrado Lama, tu Maestro. Tuvo la amabilidad de darme las
gracias por los progresos que bajo mi direccin habas realizado. Confieso
que estoy muy satisfecho, muy satisfecho.
Con gran asombro por mi parte, alarg la mano y me dio unas palma-
das cariosas en el hombro, antes de entrar en clase.
Divertido, me dirig hacia el sector de los lamas, preguntndome qu
poda haberle sucedido.
Caminaba libre de preocupaciones. De pronto, me detuve al pasar por
una puerta entreabierta.
-Oh! -exclam asombrado-. Nueces en dulce!
Olan muy bien. En silencio, retroced y mir al interior. Un viejo
monje buscaba algo por el suelo. Murmuraba palabras que no eran preci-
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samente oraciones. Se lamentaba porque haba perdido una caja de nueces
en dulce que alguien le haba trado de la India.
-Puedo ayudarle en algo, Reverendo Lama? -le pregunt cortsmente.
Se volvi furioso hacia m y me habl en un tono tan grosero que me
vi obligado a huir de all con toda la rapidez que pude. Cunto ruido por
unas nueces!, pens disgustado.
-Entra! -dijo mi Maestro cuando me acerqu a la puerta de su habita-
cin-. Cre que habas vuelto a dormirte.
-Seor -dije -, he venido para recibir vuestras enseanzas. Deseo ar-
dientemente que me expliquis la naturaleza del hipnotismo.
-Lobsang -me respondi-, es preciso que aprendas muchas cosas ms.
Primero debes poseer una base suficiente para comprender el hipnotismo.
De no ser as, no sabrs con exactitud lo que haces. Sintate.
Me sent en el suelo con las piernas cruzadas, y l se sent frente a
m. Pareca estar perdido en sus propias reflexiones.
-De momento, ya sabes que todo cuanto existe es vibracin, electric i-
dad. En la composicin del cuerpo intervienen diversas sustancias qumicas
que llegan al cerebro a travs del sistema circulatorio. Como ya te he dicho,
el cerebro est muy bien abastecido de sangre y de las sustancias qumicas
que sta arrastra consigo. Estas sustancias (potasio, manganeso, carbono y
otras muchas) forman los tejidos cerebrales, interrelacionados entre ellos, y
que dan lugar a una oscilacin peculiar de las molculas que nosotros de-
nominamos corriente elctrica. Cuando pensamos, ponemos en marcha
una cadena de reacciones que constituyen esa corriente elctrica y, con
ello, las ondas cerebrales.
Reflexion en todas aquellas cosas que no poda ver. Si mi cerebro es-
taba lleno de corrientes elctricas, por qu yo no senta el calambrazo?
Record que un nio que haca volar su cometa, en medio de una tormenta,
lo sinti. Un intenso resplandor azul descendi sbitamente por la cuerda
mojada y l -lo recuerdo con un escalofro- cay al suelo como un montn
de carne seca y quemada. Y yo tambin sent una vez uno de aquellos ca-
lambres cuando elevaba mi cometa. Una dbil descarga, comparada con la
que recibi mi amigo, pero lo suficientemente fuerte como para hacerme
dar un salto de unos doce pies.
-Honorable Lama -le respond-. Cmo puede haber electricidad en el
cerebro? Si fuera as, los hombres se moriran de dolor.
-Lobsang -dijo mi Maestro sonriendo-. Ese calambre que sentiste una
vez te ha dado una idea errnea de la electricidad. La cantidad de electrici-
dad con que est cargado el cerebro es pequea. Slo puede ser medida con
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instrumentos muy delicados que registran en sus diagramas las variaciones
producidas cuando se piensa o realiza alguna accin fsica.
La idea de que un hombre poda medir el voltaje del cerebro de otro
me resultaba increble. Por ello solt una carcajada. Mi Maestro se limit a
sonrer.
-Esta tarde -me dijo- iremos caminando al Potala. El Profundo tiene
unos aparatos que nos permitirn tratar con mayor claridad el problema de
la electricidad. Ahora ve a distraerte un poco. Despus de comer, colcate
tu mejor manto y ven a verme.
Le hice una reverencia y me march. Durante dos horas di vueltas al
acaso. Sub a la terraza y me entretuve arrojando piedrecillas a la cabeza de
los confiados monjes que pasaban debajo de m. Cuando me cans de esta
distraccin, me agach e introduje mi cabeza por una estrecha ventana que
daba a un corredor oscuro. Estaba a punto de entrar por all, cuando escu-
ch unos pasos que se acercaban. No pude ver quin era porque la ventana
estaba en un rincn. Saqu la lengua, puse una cara feroz y esper. Se acer-
c un anciano y, como no poda verme, tropez conmigo. Mi lengua hme-
da toc su mejilla. Lanz un agudo grito y tras dejar caer al suelo, con gran
estrpito, la bandeja que llevaba; huy con una rapidez increble en un
hombre de sus aos. Yo tambin me llev una sorpresa. Al tropezar conmi-
go, el anciano me hizo perder el equilibrio. Ca de espaldas en el corredor.
La ventana se cerr de golpe con un sonoro crash y una abundante canti-
dad de polvo cay sobre m. Me puse en pie, no sin cierta dificultad, y me
fui corriendo, en direccin contraria, todo lo r pido que pude.
Dolorido an como consecuencia del golpe, me camb i de manto y
com un poco. No estaba tan mal como para olvidarme de eso! Cuando los
objetos se quedaron sin sombra y lleg el me dioda, me present puntual-
mente ante mi Maestro. Al verme, hizo un esfuerzo para mostrarse severo
conmigo.
-Lobsang, un viejo monje jura que fue atacado por un espritu maligno
en un corredor del norte. Un grupo de tres lamas han ido all para pronun-
ciar los exorcismos destinados a alejarle. Sin duda alguna, representar un
importante papel en esta empresa si me llevo a ese espritu maligno (t) al
Potala, como convinimos. Vamos!
Sali de la habitacin y yo le segu. Me pareci estar rodeado de mi-
radas inquisitivas. Al fin y al cabo, nunca se saba lo que podra sucederme
mientras los lamas practicaban sus exorcismos.
Sent el temor de encontrarme de pronto volando por los aires con
rumbo a un destino desconocido y, probablemente, bastante incmodo.
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Salimos al aire libre. Los sirvientes nos haban preparado los caballos.
El Lama Mingyar Dondup mont y empez a descender el sendero de la
montaa lentamente. Me ayudaron a montar y uno de los sirvientes, bro-
meando, dio una palmada en la grupa de mi caballo. ste, sintindose tam-
bin juguetn, inclin su cabeza y levant sus patas traseras, arrojndome
al suelo. Mientras me levantaba, sacudindome el polvo, el sirviente suje-
taba al animal por las bridas. Luego mont de nuevo, vigilando cautelo-
samente a los sirvientes para que no me jugaran otra mala pasada.
El caballo saba que le haba montado un jinete inexperto. Arisco,
trotaba por los sitios ms peligrosos y se detena en los bordes de la monta-
a. Inclinando la cabeza sobre el vaco, contemplaba las rocas debajo de
nosotros. Me vi obligado a desmontar y descend caminando, llevndole
por las riendas detrs de m. Era ms rpido y ms seguro. Al pie de la
Montaa de Hie rro, mont nuevamente y segu a mi Maestro hasta el pue-
blo de Sh, donde nos detuvimos unos instantes porque l tena que hacer
unas cosas. Aquella pausa nos sirvi para recobrar el aliento y recuperar mi
aplomo. Luego, otra vez sobre los caballos, subimos los amplios escalones
del Potala. Lleno de alegra, entregu mi animal a los sirvientes que nos es-
peraban all. An ms alegre, segu hasta su alojamiento al Lama Mingyar
Dondup y, cuando me dijo que pasaramos all uno o dos das, mi dicha fue
inmensa.
Lleg la hora de asistir al servicio del Templo. Pens que all, en el
Potala, los servicios eran excesivamente formales y la disciplina demasiado
estricta. A pesar de la excitacin que me haba producido aquel da y de
ciertas contusiones, me port lo mejor que pude y el servicio transcurri sin
incidencias dignas de mencin. Se haba establecido que cuando mi Maes-
tro visitara el Potala, yo ocupara una habitacin contigua a la suya. Me re-
tir a mi cuarto dis puesto a esperar el curso normal de los acontecimientos,
ya que no ignoraba que el Lama Mingyar Dondup estaba tratando de asun-
tos de Estado con un alto funcionario que haba llegado recientemente de la
India. Me fascinaba mirar por la ventana y ver la ciudad de Lhasa a lo le-
jos. La perspectiva era de una extraordinaria belleza. Los sauces rodeaban
los lagos, el Jo Kang estaba lleno de dorados destellos y se escuchaba la al-
garabia de los peregrinos que, al pie de la Montaa Sagrada, clama ban con
la esperanza de ver al Profundo (que hallbase en su residencia) o, por lo
menos, a algunos de los altos dignatarios. Una interminable hilera de co-
merciantes caminaban con sus bestias bordeando sin prisas el Pargo Ka-
ling. Contempl sus exticas cargas por un momento, hasta que escuch a
mis espaldas unos pasos suaves.
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-Vamos a tomar un poco de t, Lobsang. Despus, seguiremos
hablando -dijo mi Maestro al entrar.
Le segu a su habitacin, donde haban servido una comida muy dife-
rente a la que se suele ofrecer a un pobre monje. T, como es lgico, pero
tambin dulces de la India. Era demasiado. Normalmente, los monjes no
hablan cuando comen porque ello se considera como una falta de respeto
hacia los alimentos. Sin embargo, en esta ocasin, mi Maestro me cont
que los rusos estaban intentando alterar el orden en el Tibet y trataban de
infiltrar a sus espas. Cuando terminamos de comer, nos encaminamos
hacia la habitacin donde el Dalai Lama guardaba extraos instrumentos
procedentes de lejanos pases. Durante unos instantes, nos limitamos a mi-
rar a nuestro alrededor. El Lama Mingyar Dondup me iba sealando cada
uno de aquellos objetos y me explicaba para qu servan. Por fin, se detuvo
en un rincn de la habitacin.
-Mira esto, Lobsang! -me dijo.
Me acerqu. Lo que me mostraba no me impresion en absoluto.
Frente a m, sobre una mesilla, haba una jarra de cristal en cuyo interior se
vean dos delicados hilos, cada uno de los cuales pareca sostener una pe-
quea bola de madera.
-Esto es importante! -dijo secamente mi Maestro al darse cuenta de
que no daba importancia a aquel objeto-. Lobsang, t piensas en la electri-
cidad solamente como algo que te produce calambres. Hay otro tipo, otra
manifestacin de la electricidad, que llamamos esttica. Observa!
Tom de la mesa una varilla oscura de unas doce a catorce pulgadas
de longitud. La frot rpidamente contra su manto y la acerc luego a la ja-
rra de cristal. Con gran sorpresa, vi cmo las dos varillas se separaban sbi-
tamente y seguan separadas cuando l retir la varilla.
-No pierdas detalle -me recomend mi Maestro.
Yo lo observaba todo atentamente. A los pocos minutos, siguiendo el
influjo natural de la gravedad, ambas bolas volvieron a descender lenta-
mente y los hilos quedaron de nuevo verticales, como antes del experimen-
to.
-Intntalo t -me orden el Lama tendindome la varilla.
-Por la Dolma Bendita! -exclam-. No quiero tocar esa cosa!
Al ver mi expresin aterrada, mi Maestro rea de buena gana.
-Intntalo, Lobsang -dijo-. Sabes perfectamente que nunca te he juga-
do una mala pasada.
-Es cierto -refunfu-, pero puede ser sta la primera.
Me entreg la varilla. Yo cog, desconfiado, aquel objeto terrible. A
regaadientes, lleno de ansiedad, esperando quedar electrocutado de repen-
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te, frot la varilla en mi manto. No sent ninguna sensacin de calambre, ni
siquiera hormigueo. Despus, la aproxim a la jarra y, maravilla de las
maravillas!..., las bolas se separaron de nuevo.
-Como puedes ver, Lobsang -observ mi Maestro-, la electricidad est
actuando aunque t no la sientas. As es la electricidad del cerebro. Ven
conmigo.
Nos acercamos a otra mesa sobre la que haba un aparato ms extrao.
Pareca ser una rueda en cuya superficie haba numerosas placas de metal.
Tena dos varillas dispuestas de forma que unos alambres colocados en la
extremidad de cada una de ellas rozaba levemente dos de aquellas placas.
Los alambres estaban unidos a dos bolas metlicas situadas aproximada-
mente a un pie de distancia. Aquel conjunto de cosas careca de toda signi-
ficacin para m. Un aparato diablico, pens. Y mi Maestro pareci
querer confirmar mi impresin con sus actos. Dio una vuelta brusca a una
manivela que sala de la rueda. Rugiendo y relampagueando, la rueda se
puso en movimiento. De las esferas de metal sali una luz azulada siseando
y crujiendo. Como si algo se estuviera quemando, el aire se llen de un ex-
trao olor. No pude contenerme. Sin duda alguna, aqul no era lugar pa-
ra m. Me escond debajo de la mesa ms grande y trat de huir, arrastrn-
dome hacia la puerta.
Cesaron los siseos y los crujidos para ser sustituidos por otro ruido
distinto. Contuve mi respiracin y escuch lleno de asombro. Era aqul,
acaso, el eco de una risa? No poda ser! Desde mi escondite, muy ner-
vioso, mir atentamente. Era el Lama Mingyar Dondup. Estaba rindose a
carcajadas. Sus ojos estaban llenos de lgrimas. Su cara, congestionada por
la risa. Jadeaba como si le faltara la respiracin.
-Oh, Lobsang! -dijo por fin-. Es la primera vez que veo a alguien
aterrorizado por la mquina de Wimshurst! Estos aparatos son de uso co-
rriente en muchos pases extranjeros. Sirven para demostrar las propiedades
de la electricidad.
Sal de mi escondite arrastrndome. Me senta ridculo. Me acerqu a
la extraa mquina para observarla de cerca.
-Voy a sujetar estos dos alambres, Lobsang -me dijo el La ma-. Y t da
vueltas a la manivela con toda tu fuerza. Me vers rodeado de chispas y de
rayos que no me causarn el menor dao. Vamos a intentarlo. Quin sabe?
A lo mejor tienes la oport unidad de rerte de m!
Tom los dos alambres, uno en cada mano, y me indic con un gesto
que poda empezar cuando quisiera. Ceudo, empu la manivela y la hice
girar con fuerza. Grit lleno de terror. Grandes franjas de luz purprea y
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violeta brillaban en las ma nos y el rostro de mi Maestro. Pero l se mante-
na impertrrito. Entretanto, volva a sentirse aquel olor extrao.
-Es ozono -dijo mi Maestro-. Completamente inofensivo.
Me convenci despus para que yo sujetara los alambres mientras l
daba vuelt as a la manivela. Los siseos y los crujidos eran realmente pavo-
rosos; pero en cuanto a la sensacin, era tan slo como una fresca brisa! El
Lama cogi de una caja varios recipientes de cristal y los conect, uno a
uno, a la m quina mediante unos alambres. Mientras l daba vueltas a la
manivela, pude ver una llama brillante ardiendo dentro de una de las bot e-
llas. En las otras botellas haba cruces y otras figuras de metal, incandes-
centes. Pero no sent un solo calambre. Con la mquina de Wimshurst, mi
Maestro me demostr que una persona, aun no poseyendo dotes de clarivi-
dencia, puede ver el aura psquica humana. Pero ms adelante insistir so-
bre este tema.
La tarde declinaba y la luz del da se desvaneca poco a poco.
Por ello, interrumpimos nuestros experimentos y regresamos a la habi-
tacin del Lama. Asistimos al servicio del atardecer. Nuestra vida en el Ti-
bet pareca estar totalmente circunscrita a las observancias religiosas. Des-
pus del servicio, volvimos a la habitacin del Lama, donde nos sentamos
con las piernas cruza das, como es habitual entre nosotros, a ambos lados de
una pequea mesa de madera de unas catorce pulgadas de alto.
-Lobsang -dijo mi Maestro-. Ahora podemos ocuparnos del tema del
hipnotismo. Pero primeramente es preciso que analicemos cmo funciona
el cerebro humano. Espero haberte demostrado que puede producirse el pa-
so de la corriente elctrica por el cuerpo sin experimentar el menor dolor o
malestar. Ahora quiero que pienses que es posible que cuando alguien
piensa genera una corriente elctrica. No es preciso que analicemos la for-
ma en que esa corriente estimula las fibras musculares y produce una reac-
cin. De momento, lo nico que nos interesa estudiar es la corriente elctri-
ca en s, las ondas cerebrales que la ciencia mdica de Occidente ha podido
medir y registrar tan inequvocamente.
Reconozco que todo aquello me interesaba en sumo grado porque, a
pesar de mi insignificancia, yo ya saba con certeza que el pensamiento te-
na poder. Recordaba aquel cilindro hueco que utilic varias veces en la
lamasera y al que yo poda imprimir un movimiento de rotacin slo con
la fuerza de mi voluntad.
-Ests distrado, Lobsang! -me dijo mi Maestro.
-Lo siento, Honorable Seor -le respond-. En realidad estaba pensan-
do en la naturaleza de las ondas mentales y recordaba cmo me divert con
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aquel cilindro que, hace algunos meses, me enseasteis a mover con el pen-
samiento.
Mi Maestro me mir y dijo:
-T eres una entidad, un individuo que tiene sus propios pen-
samientos. Puedes pensar en realizar una accin determinada como, por
ejemplo, levantar aquel rosario. Solamente con pensar en esa accin tu ce-
rebro hace que brote la electricidad de los elementos qumicos que lo cons-
tituyen y esa onda elctrica predis pone tus msculos para realizar la accin
proyectada. Si tu cerebro pudiera generar una fuerza elctrica mayor con-
traria, te veras imposibilitado para realizar tu deseo de levantar el rosario.
Es fcil comprender que si yo puedo convencerte de que no puedes realizar
esa accin, tu cerebro escapar a tu control inme diato y generar una onda
contraria a tu deseo. Y ello te impedir levantar el rosario o realizar la ac-
cin que habas pensado.
Le mir pensativo y me di cuenta de que sus palabras carecan de sen-
tido para m porque, cmo poda l influir en la electricidad que produjera
mi cerebro? Segu mirndole pensativo, preguntndome si deba exponerle
mis dudas. Pero, en todo caso, no fue necesario, porque adivin mis pen-
samientos y decidi tranquilizarme.
-Lobsang -me dijo-. Puedo demostrarte que mis afirmaciones consti-
tuyen un hecho comprobable. En cualquier pas occidental podramos pro-
barlo con una serie de aparatos que registraran las tres ondas bsicas del
cerebro. Sin embargo, aqu no tenemos esa posibilidad y debemos limitar-
nos a analizar este problema verbalmente. El cerebro produce electricidad,
genera ondas. Cuando decides levantar el brazo, tu cerebro emite las ondas
necesarias para que puedas hacerlo. Si yo soy capaz (y utilizar una termi-
nologa tcnica para explicrtelo) de introducir en tu cerebro una carga ne-
gativa, en ese caso t te vers imposibilitado de realizar tu proyecto. En
otras palabras, estars hipnotizado!
Aquello empezaba a tener sentido para m. Conoca la m quina de
Wimshurst. Haba asistido a varios experimentos. Y haba visto cmo era
posible invertir la polaridad de una corriente haciendo que fluyera en direc-
cin contraria.
-Honorable Lama -le pregunt-, cmo podis introducir una corriente
en mi cerebro? No podis levantar las paredes de mi crneo para meter all
electricidad. Cmo podis hacerlo, entonces?
-Mi querido Lobsang -dijo mi Maestro-. No necesito entrar en tu ca-
beza. No soy yo quien debe producir la electricidad para meterla dentro de
ti. Pero puedo influirte con las sugestiones adecuadas para que te conven-
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zas de la exactitud de mis afirmaciones y seas t mismo (involuntariamen-
te) quien genere tu propia corriente elctrica negativa.
Me mir atentamente y aadi:
-No soy partidario de hipnotizar a nadie contra su voluntad, a no ser
en caso necesario, por razones mdicas o quirrgicas. Pero creo que sera
una buena idea demostrar, con tu cooperacin, la realidad del hipnotismo.
-Oh, s! exclam rpidamente-. Me gustara hacer algn experimento
de hipnotismo!
Sonri un poco ante mi impetuosidad y me dijo:
-Bien, Lobsang, qu es lo que te disgusta hacer normalmente? Te lo
pregunto porque quiero hipnotizarte para que hagas algo en contra de tu
propia voluntad. De esa forma podrs estar personalmente seguro de que, al
hacerlo, ests actuando bajo la influencia de una fuerza independiente de tu
voluntad.
Reflexion unos instantes y no supe qu responder. Haba tantas co-
sas que me molestaba hacer! Mi Maestro me resolvi el problema de aque-
lla difcil opcin.
-Ya lo s! -dijo-. No sientes el menor deseo de leer aquel pasaje, ms
bien complicado, del quinto libro del Kangyur. Temas, a mi juicio, que al-
gunas de las palabras all utilizadas te traicionaran y pusieran de manifiesto
el hecho de que no habas estudiado la materia suficientemente.
Sus palabras me avergonzaron y confieso que mis mejillas se llenaron
de rubor. Era cierto. Uno de los pasajes del libro me re sultaba particular-
mente difcil. Sin embargo, mi inters por la ciencia me predispona a ser
persuadido para leerlo, aunque, en realidad, aquel pasaje me produca ver-
dadera fobia.
Mi Maestro sonri y dijo:
-El libro est junto a la ventana. Ve a traerlo, busca esa pgina y le-
mela en voz alta. Y si intentas no leerla, si tratas de equivocarte, entonces
ser an mayor el valor de la prueba.
Tom el libro de bastante mala gana y busqu la pgina indicada. Las
pginas de los libros tibetanos son mayores y ms pesadas que las de los li-
bros occidentales. Procur hacerlo lo peor posible y me demor todo lo que
pude. Sin embargo, al final, encontr aquel pasaje que, como consecuencia
de un incidente que haba tenido anteriormente con un tutor, me haca sen-
tir fsicamente enfermo.
Tena el libro ante m y, aunque lo intentaba, no consegua articular
sus palabras. Por muy extrao que parezca, el hecho de haber sido tratado
con violencia por un tutor incomprendido haba desarrollado en m un au-
tntico odio hacia todas aquellas fraded sagradas. Mi Maestro de limit a
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mirarme -nada ms- y de pronto me pareci que algo haba estallado dentro
de mi cabeza. Sorprendindome a m mismo, me di cuenta de que lo estaba
leyendo y que no solamente lo lea, sino que lo haca sin la menor vacila-
cin, fcilmente, con fluidez. Al terminar el prrafo, tuve una sensacin in-
explicable. Abandon el libro, me dirig al centro de la habitacin y, levan-
tando mis piernas, me sostuve sobre la cabeza. Estoy volvindome loco -
me dije-. Qu pensar de m mi Maestro si me comporto de una forma tan
estpida? Pero despus pens que l era quien determinaba mis actos, in-
fluyendo en m para que hiciera aquellas cosas. Rpidamente, me puse en
pie de nuevo y me di cuenta de que me sonra benvolo.
-Es la cosa ms fcil del mundo, Lobsang. Es realmente sencillo in-
fluir en una persona. No existe ninguna dificultad para poder hacerlo cuan-
do se dominan los conocimientos necesarios para ello. Me limit a pensar y
t captaste mis pensamientos telepticamente. Por ello, tu cerebro reaccio-
n de acuerdo con lo que te haba anticipado. Y ello hizo que se produjeran
en l ciertas fluctuaciones que dieron lugar a tan interesante resultado.
-Honorable Lama -dije-. Queris decir con ello que, si somos capaces
de introducir una corriente elctrica en el cerebro de una perdona, podemos
conseguir que haga cuanto nosotros deseamos?
-No, en absoluto -dijo mi Maestro-. Lo que realmente significa es que
si eres capaz de persuadir a una perdona para que lleve a cabo una accin
determinada y esta accin no es incompatible con sus convicciones, sin du-
da alguna la llevar a cabo, porque sus ondas cerebrales fueron alt eradas e,
independientemente de sus intenciones originales, actuar de acuerdo con
las sugestiones hipnticas. La mayor parte de las veces, las sugestiones se
reciben del hipnotizador pero la nica influencia que ste ejerce sobre el
sujeto agente es la de la sugestin. Con habilidad y la utilizacin de ciertos
recursos, el hipnotizador puede determinar a su vctima a realizar acciones
distintas a las que proyectaba hacer en un principio.
Me contempl con gran seriedad durante unos instantes y aadi:
-Naturalmente, t y yo poseemos un poder distinto. T sers capaz de
hipnotizar a una persona instantneamente, aun en contra de sus propios
deseos, ya que ese poder te ha sido concedido teniendo en cuenta la espe-
cial naturaleza de tu vida y las enormes dificultades a que tendrs que so-
meterte para realizar la excepcional misin que te ha sido asignada.
Me mir fijamente como para darse cuenta de si le haba com-
prendido. Al convencerse de que era as, continu:
-Ms adelante, todava no es el momento, te ensearn todo cuanto
debas saber sobre el hipnotismo y la forma ms rpida de hipnotizar. Y has
de saber que con ello incrementars tambin tus poderes telepticos, por-
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que cuando ests viajando por remo tos pases tendrs que mantenerte en
todo momento en estrecho contacto con nosotros y la forma ms rpida y
segura de conseguirlo es la telepata.
Todo aquello me entristeci. Todo pareca indicar que necesitara pa-
sarme aprendiendo cosas nuevas la vida entera. Pero cuantas ms cosas
aprenda, menos tiempo libre me quedaba. Procuraban por todos los medios
aumentar mis tareas, sin librarme de ninguna!
-Pero, Honorable Lama -le pregunt-, cmo acta la telepata? Todo
parece indicar que no ha sucedido nada especial entre vos y yo y, sin em-
bargo, sabis siempre lo que pienso, especialmente cuando tengo gran in-
ters en ocultarlo!
Mi Maestro me miraba sonriente.
-En realidad, la telepata es algo muy sencillo. Todo consiste en saber
controlar las ondas del cerebro. Te explicar. T sabes que tu cerebro gene-
ra corrientes elctricas que oscilan de acuerdo con las fluctuaciones de tu
pensamiento. Normalmente, stos activan tus msculos y hacen que tus
miembros puedan moverse. Tambin puedes pensar en algn objeto lejano.
En ambos casos, tu energa mental es transmitida, es decir, tu cerebro emite
fuerza -energa en todas direcciones. Si conocieras un mtodo adecuado pa-
ra concentrar tus pensamientos en una direccin determinada, stos seran
de una intensidad mucho mayor.
Record un pequeo experimento que l me haba enseado haca po-
co tiempo. Estbamos, como en aquel momento, en lo alto de la Cumbre,
como los tibetanos llamamos al Potala. El Lama, mi Maestro, haba encen-
dido una vela pequea que difunda dbilmente la luz a su alrededor. Colo-
c un cristal de aumento ante la vela y, ajustando adecuadamente la distan-
cia entre ambos objetos, proyect contra la pared una imagen de la llama
mucho ms intensa que la autntica. Para sacar mayor pro vecho de la lec-
cin, coloc una superficie brillante detrs de la vela de modo que su luz se
concentr ms todava y la imagen proyectada sobre la pared aument de
tamao.
Le record aquellas experiencias y l me dijo:
-Eso mismo! Tienes razn. Es posible, mediante distintos procedi-
mientos, concentrar el pensamiento y enviarlo en una direccin determina-
da. Todas las personas poseen lo que podramos llamar una longitud de on-
da, es decir, que el conjunto de la energa emitida por las ondas bsicas de
cada cerebro siguen un orden preciso de oscilacin. Si nos fuera posible
precisar el ritmo de oscilacin de las ondas bsicas cerebrales de las dems
personas y sintonizarlas, no hallaramos dificultad alguna para enviarles
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nuestros mensajes telepticos, independientemente de la distancia que nos
separa de ellas.
Me mir con firmeza y agreg:
-Grbate todo eso muy bien en tu cabeza, Lobsang. Para la telepata,
las distancias carecen de significado... porque la telepata puede abarcar
ocanos... y mundos!
Confieso que senta grandes des eos de realizar alguna nueva experien-
cia teleptica. Me imaginaba conversando con mis amigos de otras lamase-
ras, como Sera, o incluso de otros distritos lejanos. No obstante, tena el
convencimiento ntimo de que debera orientar todos mis esfuerzos en
aprender otras cosas que me pudieran ser tiles en el futuro, un futuro que,
segn todas las profecas, sera realmente desdichado.
Mi Maestro interrumpi de nuevo mis pensamientos.
-Ms adelante volveremos a tratar el tema de la telepata. Tra taremos
tambin extensamente el tema de la clarividencia, ya que te sern concedi-
dos extraordinarios poderes de clarividente y las cosas te resultarn ms f-
ciles si conoces su mecanismo y su proceso. Todo ello est estrechamente
relacionado con las ondas cerebrales, y con el Archivo Krmico. Pero ya se
ha hecho de noche y, de momento, debemos interrumpir nuestra convers a-
cin para descansar durante el sueo y prepararnos para el primer servicio
de maana.
Nos pusimos en pie. Le hice una respetuosa reverencia, deseando po-
der expresarle la profunda consideracin que me inspiraba.
Una fugaz sonrisa cruz por sus labios y, adelantndose hacia m,
oprimi su mano con ternura sobre mi hombro.
-Buenas noches, Lobsang -me dijo lleno de afecto-. No debernos de-
morarnos ms o, de lo contrario, maana tendremos la cabeza ms pesada y
no habr nadie capaz de despertarnos cuando llegue el momento de asistir a
nuestras devociones.
Ya en mi habitacin, estuve unos instantes de pie ante la ventana sin-
tiendo sobre m el aire fro de la noche. Contempl las lejanas luces de
Lhasa y pens en todo cuanto mi Maestro me haba enseado y sobre todo
en lo que todava tena que aprender. Para m resultaba evidente que con-
forme aumentaban mis conocimientos, aumentaban tambin las cosas que
ignoraba. Y yo me preguntaba cundo terminara aquel extrao proceso.
Suspirando, tal vez con un poco de desesperacin, me envolv en mi manto
y me ech a dormir en el suelo.
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Captulo sptimo
Un viento helado soplaba desde lo alto de las montaas.
El aire estaba saturado de polvo y de piedrecillas diminutas que caan
profusamente sobre nuestros cuerpos estremecidos. Los animales viejos,
llenos de experiencia, se mantenan en pie e inclinaban la cabeza ante el
viento para esquivarlo e impedir que su piel perdiera el calor de sus cuer-
pos. Doblamos el Kundu Ling y nos dirigimos hacia el Mani Lhakhang.
Una fuerte rfaga de viento, ms furiosa qu las anteriores, levant el man-
to de uno de mis compaeros que, dando un agudo grito de terror, atraves
los aires como una cometa. Le vimos elevarse, boquiabiertos y asustados.
Pareca volar hacia la ciudad, con los brazos extendidos. Sus vestiduras, in-
fladas por el viento, le daban un aspecto de gigante. Despus, volvi la
calma durante unos instantes y mi comp aero cay al Kaling Chu como
una piedra. Enloquecidos, corrimos hacia all temiendo que se ahogara. Al
llegar a la orilla, Yulgye -as se llamaba- tena el agua por las rodillas. El
huracn rugi de nuevo lleno de mpetu, gir en torno suyo y lo trajo de
nuevo hasta nosotros. Y lo ms sorprendente de todo fue que solamente se
haba mojado de rodillas para abajo. Nos apresuramos a seguir el camino,
sujetando nuestros mantos con fuerza para impedir que el viento tambin
nos arrastrara.
Bordeamos el Mani Lhakhang. Y nuestra marcha fue realmente dif-
cil! El huracn aullaba a nuestro alrededor. Todos nuestros esfuerzos esta-
ban destinados a mantenernos en posicin vertical. En el pueblo de Sh, un
grupo de damas de elevada condicin social iban en busca de un refugio.
Siempre me complaca intentar adivinar la identidad de las personas detrs
de las mscaras de cuero. Cuanto ms cara de joven tiene la mscara,
ms anciana es la mujer que la lleva. El Tibet es un pas cruel y duro. Sus
vientos llenan el espacio de rugidos y hacen caer de lo alto de las montaas
torrentes de arena y piedras. Los hombres y las mujeres se ven obligados a
llevar, como proteccin contra esas tormentas, unas mscaras de cuero que
tienen los orificios necesarios para los ojos y para respirar y cuyos rasgos
equivalen invariablemente a la opinin que cada persona tiene de s misma.
-Vamos a pasar por la Calle de los Comercios! -grit Timn con la
esperanza de hacerse or a travs de la tormenta.
-Perderemos el tiempo -dijo Yulgye-. Cuando sopla el huracn, echan
los cierres. De no hacerlo as, volaran todos los gneros.
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Nos apresuramos, casi duplicando la velocidad de nuestra marcha. Al
cruzar el Puente de la Turquesa, nos vimos obligados a sujetarnos unos a
otros para poder resistir la violencia del viento. Mir hacia atrs y vi que el
Potala y la Montaa de Hierro se hallaban cubiertos por una nube negra de
partculas de polvo y de pequeas piedrecillas, arrancadas del eterno Hima -
laya por la tormenta. Aceleramos nuestros pasos para evitar que nos cubrie-
ra tambin a nosotros y dejamos atrs la Morada de Doring, situada en el
exterior del Crculo Interno, cerca del in menso Jo Kang. La tormenta cay
rugiendo, azotando nuestras cabezas y nuestros rostros sin proteccin. Ins-
tintivamente, Timn levant sus manos con el propsito de protegerse los
ojos. El viento hinch su manto y lo levant sobre su cabeza, dejndolo tan
desnudo como un pltano pelado, precisamente delante de la Catedral de
Lhasa.
Por la calle, bajaban rodando piedras y guijarros que golpeaban y
hacan sangrar nuestras piernas. El cielo se oscureci an ms, ponindose
tan negro como la noche. Delante de nosotros, Timn avanzaba dando
tumbos, luchando con su manto, que se arremolinaba en torno a su cabeza.
Por fin, entramos todos atropelladamente en el Santuario del Lugar Sagra-
do. All haba paz, una paz profunda y tranquilizadora. Durante trece si-
glos, los fieles haban acudido a aquel lugar para hacer sus oraciones. El
edificio exhalaba santidad. El suelo de piedra estaba desgastado como con-
secuencia del paso de varias generaciones de peregrinos. Su atmsfera es-
taba viva. A lo largo del tiempo, se haba quemado all tanto incienso que
el lugar pareca tener conciencia.
Las columnas, ennegrecidas por el paso de los aos, se alzaban en
medio de una perpetua oscuridad. El deslustrado brillo de oro reflejaba la
luz de las velas y de las lmparas de grasa, sin conseguir disipar las tinie-
blas. Las llamas, pequeas y temblorosas, proyectaban sobre las paredes
del Templo las sombras de las Sagradas Imgenes en una danza grotesca. Y
mientras el interminable cortejo de los peregrinos cruzaba frente a las Im-
genes, el Dios y la Diosa se enlazaban en un infinito juego de luces y de
sombras.
De los grandes montones de joyas surgan brillos cambiantes de todos
los colores. Diamantes, topacios, aguamarinas, rubes y jades, reflejaban la
luz sobre sus superficies formando un calidoscopio cromtico. Las grandes
rejillas de hierro, con sus pequeos espacios libres, destinados a imp edir el
paso de posibles manos codiciosas, mantenan las joyas y el oro inaccesi-
bles a todos aquellos que pudieran sentir que su honradez ceda ante su
avaricia. Por todas partes, al otro lado de las rejillas de hierro, los ojos roji-
zos de los gatos del Templo brillaban en la oscuridad, probando as que es-
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taban siempre vigilantes. Incorruptibles, indmitos, sin temor al hombre ni
a las bestias, caminaban silenciosos con sus patas aterciopeladas. Pero si se
provocaba su ira, de sus suaves dedos surgan al instante uas afiladas co-
mo navajas. Su inteligencia era extraordinaria. Solamente necesitaban mi-
rar a las personas para penetrar en su pensamiento. Un simple movimiento
sospechoso hacia las joyas que guardaban y se convertan en autnticos
diablos. Siempre de dos en dos, uno se precipitara contra la garganta del
supuesto ladrn y el otro paralizara su brazo. A no ser que los monjes acu-
dieran rpidamente en su ayuda, solamente la muerte podra liberarle de sus
garras. Conmigo y con los que, como yo, queran a los gatos, stos se mo s-
traran cariosos permitindonos jugar con aquellos inestimables tesoros.
Jugar con ellos, pero no llevrnoslos. Completamente negros, con sus ar-
dientes ojos azules que emanaban un fulgor rojizo al reflejar la Luz, en los
dems pases eran conocidos bajo el nombre de gatos siameses. En el
fro Tibet todos los gatos eran negros, mientras en los trpicos, segn me
haban dicho, todos eran blancos.
Recorrimos el Templo rindiendo adoracin a las Imgenes de Oro. En
el exterior, la tormenta segua rugiendo llena de ira, arrastraba todos los ob-
jetos que no estaban seguros e imposibili taba el paso a los viajeros sor-
prendidos, a quienes sus negocios urgentes obligaban a recorrer los cami-
nos azotados por el viento. En el interior del Templo, sin embargo, todo es-
taba tranquilo. Slo se escuchaba el shus-shus de los pies de los peregri-
nos que hacan sus recorridos y el continuo clac-clac de los Molinos de
Plegarias que giraban incesantemente. Pero nosotros ya no los oamos. De
da y de noche llenaban el espacio con su clac-clac, clac-clac, que se
haba convertido ya en parte de nuestras exis tencias. No. No los oamos ya,
como no oamos los latidos de nuestro corazn o nuestra respiracin.
Pero haba adems otro ruido, un ronco y spero purr-purr y unos
golpes suaves contra las rejillas. Las golpeaba un viejo gato para recordar-
me que ramos viejos amigos. Pas mis dedos por los pequeos orificios
con cuidado y le rasqu la cabeza. l mordisque suavemente mis dedos
como saludndome y, luego, me los lami con su spera lengua casi arran-
cndome la piel! De pronto, se produjo un movimiento sospechoso en el
Templo y l, como un rayo, escap de mi lado para defender su propie-
dad.
-Me hubiera gustado ver las tiendas! -murmur Timn.
-Estpido! -le susurr Yulgye-. Sabes perfectamente que estn ce-
rradas durante las tormentas.
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-Silencio, muchachos! -dijo un adusto vigilante, surgiendo de las
sombras, mientras asestaba al pobre Timn un puetazo que le hizo perder
el equilibrio y rodar por el suelo.
Un monje cercano contemplaba la escena con gesto de desaprobacin
y haca girar su Molino de Plegarias. El enorme vigilante, que meda casi
siete pies de altura, se alzaba como una mole humana ante nosotros.
-Si volvis a alborotar -dijo- os descuartizo con mis manos y arrojo
vuestros pedazos a los perros callejeros. Ahora, guardad silencio!
Nos lanz una ltima mirada furibunda y, dndonos la espalda, se
hundi nuevamente en las sombras. Timn se levant con cuidado, temien-
do turbar el silencio con el crujido de sus ropas. Nos quitamos las sandalias
y nos dirigimos a la salida de puntillas. La tormenta segua rugiendo afuera.
Una cascada de nieve resplandeciente caa desde los picos de las montaas.
Desde las partes ms bajas , del Potala y del Chakpori, llegaban negras
nubes de polvo y de piedrecillas que el viento arrastraba hacia la Ciudad a
lo largo de los Caminos Sagrados.
El huracn bramaba y ululaba como si hasta los diablos se hubieran
vuelto locos y entonaran una cacofona sin sentido.
Apoyndonos unos en otros, nos dirigimos hacia el sur bordeando el
Jo Kang, en busca de un refugio en la fachada posterior del edificio del
Consejo. El viento enfurecido pareca querer arrancarnos del suelo y hacer-
nos saltar el muro del Monasterio de mujeres de Tsang Kung. Ante aquel
peligro, nos estremeca mos de miedo y nos apresurbamos. Una vez alcan-
zado nuestro refugio, nos tendimos en el suelo jadeantes, rendidos por el
esfuerzo que habamos tenido que hacer...
-... -dijo Timn-. Me gustara poder embrujar a ese ... de vigilan-
te! Tu Honorable Maestro podra hacerlo fcilmente, Lobsang. Tal vez
puedas convencerlo para que convierta a ese ... en un cerdo -aadi lleno
de esperanza.
-Estoy seguro de que no querr -le respond agitando negativamente la
cabeza-. El Lama Mingyar Dondup nunca quiere hacer dao a ningn
hombre ni a ningn animal. Sin embargo, no estara mal convertir al vi-
gilante en algo as. Era un fanfarrn!
La tormenta se estaba calmando. La furia del viento ya no resonaba
con tanta fuerza en los aleros. Tampoco el polvo se introduca ya en nues-
tros mantos. El Tibet es un pas alto, sin proteccin contra los elementos.
Los huracanes se van condensando detrs de las montaas y, llenos de fu-
ria, recorren los desfiladeros, empujando muy a menudo a los viajeros al
fondo de los barrancos y causndoles la muerte. El viento huracanado ba-
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rra los patios de las lamaseras, limpindolos de paja y de tierra, y sala
despus irrefrenable a los amplios espacios del Valle.
Se apag el clamor del huracn y rein nuevamente el silencio. Las l-
timas nubes tormentosas se fueron elevando en el firmamento, dejando la
infinita bveda del cielo limpia, teida de prpura. El intenso brillo del sol
cay sobre nosotros, deslumbrndonos con su luz despus de desvanecer
las tinieblas.
Cautelosamente, llenando el aire de chirridos, las puertas fueron
abrindose, mientras asomaban las cabezas de los vecinos para comprobar
los desperfectos. La pobre seora Raks, ya anciana, cerca de cuya casa nos
hallbamos, comprob afligida que el viento le haba arrancado las venta-
nas traseras, llevndoselas lejos, mientras que sus ventanas delanteras,
tambin arrancadas, haban sido violentamente introducidas en la casa.
En el Tibet, las ventanas estn hechas de un fino papel untado en grasa
de tal manera que, con un poco de esfuerzo, se puede incluso ver la calle.
El vidrio es verdaderamente raro en Lhasa, pero el papel, fabricado con los
juncos y los sauces tan abundantes all, resulta muy barato.
Nos dirigimos hacia nuestro hogar-el Chakpori-, detenindonos en los
lugares donde algo llamaba nuestra atencin.
-Lobsang -dijo Timn-, ahora s estarn las tiendas abiertas! Vamos
all! No nos entretendremos demasiado tiempo!
Mientras deca esto, torci a la derecha y empez a caminar r-
pidamente. Yulgye y yo le seguimos sin mostrarnos en absoluto reacios. Al
llegar a la Calle de los Comercios, lo contemplamos todo llenos de curiosi-
dad. Haba tantas cosas preciosas! El aroma del t llenaba la atmsfera.
Haba diversas clases de incienso procedentes de la India y de la China. Jo-
yas. Objetos fabri cados en Alemania, un pas tan remoto para nosotros que
careca de significado. Ms all, vendan pasteles, dulces pegajosos ado-
sados a unos palillos, tortas cubiertas de azcar y de almbar de colores. Lo
mirbamos todo llenos de deseo. Como ramos pobres chelas no tena-
mos dinero para comprar aquellas cosas. Pero nos conformbamos con mi-
rarlas.
Yulgye, asindome del brazo, susurr:
-Lobsang, no es ese grandulln aquel Tzu que te tena a su cargo?
Mir en la direccin que me sealaba. S, tena razn! Era Tzu. Tzu,
que tantas cosas me haba enseado, que haba sido tan riguroso conmigo.
Instintivamente, me acerqu a l.
-Tzu! -le dije sonriente-. Yo soy...!
l me mir con el ceo fruncido.
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-Marchaos, muchachos -dijo con un gruido-. No molestis a un hon-
rado ciudadano que est ocupado resolviendo los asuntos de su seor. No
debis pedirme limosna a m.
Bruscamente, se dio la vuelta y se alej a grandes zancadas.
Sent que mis ojos se humedecan y tem que iba a desacreditarme an-
te mis compaeros. No, no poda permitirme el lujo de llorar. Pero Tzu me
haba ignorado, fingiendo que no me conoca. Tzu, que haba sido mi
acompaante desde que nac. l haba intentado ensearme a ser un buen
jinete sobre el pony Nakkin. Me haba enseado a luchar. Y ahora, me ne-
gaba y me despreciaba. Desconsolado, inclin la cabeza y mi pie juguete
con la tierra. Mis dos compaeros, junto a m, guardaban silencio, identifi-
cados con mis pensamientos, sintiendo que tambin ellos haban sido des-
preciados.
Algo me llam la atencin. Un hind barbudo, de edad avanzada, to-
cado con un turbante, se acercaba lentamente a nosotros.
-Joven seor! -me dijo en tibetano, con un extrao acento extranjero-.
Lo he visto todo, pero creo que no debis juzgar mal a ese hombre. Muchas
personas olvidan su niez. Yo no he olvidado la ma. Venid conmigo.
Nos condujo a la tienda que habamos visto poco antes.
-Deja que estos muchachos elijan lo que gusten -dijo al pro pietario.
Tmidamente, cada uno de nosotros tom uno de aquellos apetitosos
dulces.
-No! No! -exclam -. No basta con uno. Tomad otro.
Hicimos lo que nos indicaba. l abon su importe al sonriente comer-
ciante.
-Seor! -le dije emocionado-. Que Buda te bendiga y te proteja!
Que tus dichas sean infinitas!
Nos sonri bondadosamente, nos hizo una leve reverencia y se march
para continuar con sus negocios.
Regresamos a nuestro hogar sin prisas. Tambin sin prisas, para que
nos duraran mucho tiempo, nos comimos nuestros dulces. Casi habamos
olvidado el sabor de aquellas cosas. Nos supieron mejor que las que
habamos comido en otras ocasiones por la bondad con que nos las haban
regalado. Mientras caminaba, record que, primero, mi padre me haba ig-
norado en una ocasin en las escaleras del Potala.
Ahora era Tzu el que haba fingido no reconocerme. Yulgye rompi el
silencio.
-Este mundo es curioso, Lobsang -dijo-. Ahora somos nios y, por
ello, nos ignoran y nos desprecian. Pero cuando seamos lamas, los Cabe-
zas Negras acudirn a nosotros para impetrar nuestros favores.
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En el Tibet, llamamos Cabezas Negras a los seglares porque, en lu-
gar de llevar la cabeza afeitada como los monjes, la llevan cubierta de pelo.
Aquella noche estuve muy atento en el servicio. Estaba decidido a tra-
bajar en serio para convertirme en un lama lo antes posible, con el objeto
de poder despreciar a los Cabezas Negras cuando pidieran mis servicios.
Estaba tan extraordinariamente atento que atraje la atencin de uno de los
vigilantes que me miraba receloso, pensando posiblemente que mi devo-
cin era completamente sospechosa.
Cuando termin el servicio, corr a mi habitacin porque saba que, al
da siguiente, el Lama Mingyar Dondup me tendra mu y ocupado. Me re-
sultaba difcil conciliar el sueo. Me agitaba constantemente y cambiaba de
postura, recordando el pasado y las dificultades que haba superado.
Me levant temprano, tom mi desayuno y cuando ya iba a abandonar
mi habitacin para dirigirme al Sector de los Lamas, un monje andrajoso
me detuvo.
-Eh, t! -dijo-. Esta maana vas a trabajar en la cocina... y limpiars
las piedras de moler!
-Pero, Seor! Mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, quiere verme -
le respond intentando seguir mi camino.
-No. T te vas a venir conmigo. No me importa quin quiera verte.
Te digo que vas a trabajar en la cocina.
Oprimi mi brazo con fuerza y me lo retorci para que no pudiera es-
caparme. Le segu a regaadientes, porque no tena otra alternativa. En el
Tibet, todos participamos en los trabajos ma nuales y domsticos. Nos
ensean a ser humildes!, decan algunos. Impiden que los muchachos se
vuelvan orgullosos!, decan otros. Y otros afirmaban: Terminan con las
diferencias de clases!. Slo por espritu de disciplina, los nios y los mo n-
jes realizaban las tareas que les eran asignadas. Naturalmente, exis ta el
grado de monjes menores, encargados de las tareas domsticas. Pero los
nios y los monjes de todos los grados se vean obligados peridicamen-
te a realizar las faenas ms bajas y ms desagradables, como una forma de
alcanzar el conocimiento. Sin embargo, a todos nos resultaba odiosa esa
misin porque los regulares -todos ellos hombres inferiores- nos trataban
como a esclavos, convencidos de que no nos quejaramos, ya que quejarnos
hubiera equivalido a admitir que aquello era difcil.
Descendimos por el corredor de piedra y, despus, por las escaleras
verticales de madera, hasta llegar a las grandes cocinas donde, en otra oca-
sin como aqulla, me haba producido en una pierna una gran quemadura.
-Aqu -dijo el monje sin soltarme -. Limpia de paja las piedras de mo-
ler.
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Tom un gran punzn de metal, me sub a una de las grandes ruedas y
empec a limpiar las ranuras y los orificios de los restos de cebada. Se
haban descuidado durante mucho tiempo y en lu gar de moler el grano, lo
nico que hacan era estropearlo. Yo tena que alisar su superficie para
que quedara de nuevo afilada y limpia. El monje, junto a m, vigilaba mi
trabajo escarbando en sus dientes indolentemente con una paja.
-Eh! -grit alguien desde la puerta-. Martes Lobsang Rampa! Est
aqu Martes Lobsang Rampa? El Honorable Lama Mingyar Dondup quiere
verlo en el acto.
Instintivamente, interrump mi trabajo y salt al suelo.
-Aqu estoy! -respond.
El monje me asest un fuerte puetazo en la cabeza, derribndome al
suelo casi desvanecido.
-Te he dicho que vas a quedarte aqu para hacer tu trabajo -vocifer-.
Si alguien quiere verte, que venga personalmente a buscarte.
Me levant, agarrndome por el pescuezo, y me arroj sobre la piedra,
en uno de cuyos bordes se golpe mi cabeza. Antes de desvanecerme por
completo y de que el mundo desapareciera de mis sentidos, cre ver todas
las estrellas del firmamento.
Despus, tuve la sensacin extraa de que me levantaban horizon
talmente- y me obligaban a ponerme en pie. El sonido profundo de un
enorme gong, cuyo eco llegaba a mis odos desde algn lugar remoto, pare-
ca contar los segundos de la vida. Bong, bong-bong. Con su ltimo gol-
pe, mis ojos se llenaron de una luz azulada y el mundo de un fulgor extrao
que me permita ver con mayor claridad que de costumbre. Oh! -pens-.
Debo de estar fuera de mi cuerpo. Qu extrao es todo esto!
Yo tena una gran experiencia en viajes astrales. Haba llegado mucho
ms all de los confines de nuestra vieja Tierra y visitado muchas de las
grandes ciudades del planeta. Sin embargo, estaba viviendo por primera
vez la aventura de ser proyectado fuera de mi cuerpo. Me hallaba al pie
de la gran rueda de moler, contemplndome a m mismo, desnucado sobre
el suelo, envuelto en mi viejo y sucio manto. Observ cmo mi doble astral
estaba unido a mi exnime cuerpo fsico por un cordn azulado que vibraba
y pareca ondear en el espacio, encendindose y apagndose segundo tras
segundo. Despus me acerqu a mi cuerpo inmvil para poder observarlo
mejor y me qued perplejo al descubrir una profunda herida sobre mi sien
izquierda, de la que manaba sangre oscura. Salpicaba la piedra y se mez-
claba con los restos de cebada que no haba tenido tiempo de limpiar.
Una conmocin sbita atrajo mi atencin y, al volverme para averi-
guar lo que suceda, vi a mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, que entra-
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ba en la cocina lvido de ira. Avanz seguro y se par frente al mo nje jefe
de cocina, que me haba maltratado! De sus labios no sali una sola pala-
bra. El silencio pareci condensarse. Los penetrantes ojos de mi Maestro se
clavaron, con un terrible fulgor de relmpago, en los del monje. ste suspi-
r y, como un baln pinchado, se desplom en el suelo convertido en una
masa inerte. Dej de mirarlo y se volvi hacia mi cuerpo terreno que se re-
torca en los estertores de la agona.
Mir a mi alrededor. Me senta fascinado ante el pensamiento de que
poda abandonar mi cuerpo y separarme de l unos centmetros. Realizar
largos viajes en lo astral era sencillo. Siempre fui capaz de conseguirlo.
Sin embargo, aquella sensacin de estar libre de m mismo, contemplando
mi envoltura terrena, constitua para m una experiencia nueva e incitante.
Desentendindome de lo que suceda a mi alrededor en la cocina, me
elev y atraves el techo fcilmente. Oh!, dije involuntariamente al
hacerlo. En la habitacin superior haba un grupo de lamas contemplando
una esfera terrquea en la que aparecan los continentes y los pases, los
ocanos y los mares, fija en un ngulo que corresponda a la inclinacin de
la Tierra en el espacio. No quise detenerme all, porque aquello se pareca
demasiado a una leccin, y segu remontndome. Techo tras techo, recorr
varias habitaciones hasta llegar a la Cmara de las Tumbas! Me rodeaban
los muros dorados que guardaban los sepulcros de diversas reencarnaciones
del Dala Lama a travs de los siglos. Contemplndolo todo respetuosa-
mente, me detuve all unos momentos. Despus segu ascendiendo, ascen-
diendo hasta ver debajo de m el glorioso Potala con sus luces doradas,
purpreas y sus maravillosos muros blancos que parecan prolongarse en la
roca viva de la montaa.
A la derecha, vea la aldea de Sh y, a lo lejos, la ciudad de Lhasa so-
bre un fondo de montaas azules. Segua subiendo y contemplaba los an-
chos espacios de nuestro bello y amado pas, un pas que poda ser a veces
cruel y duro, en virtud de los raros caprichos de su clima inaudito, pero
que era mi hogar!
Me sent detenido por una fuerte sacudida y me di cuenta de que me
atraan desde abajo a travs de una cuerda invisible, como yo haba hecho
tan a menudo con las cometas que haca volar por el cielo. Poco a poco fui
descendiendo de nuevo hasta el Potala, atravesando otra vez los techos,
hasta llegar a mi lugar de destino, en la cocina, al lado de mi cuerpo.
El Lama Mingyar Dndup estaba lavando cuidadosamente mi sien iz-
quierda de la que sacaba algunas esquirlas. Dios mo! -pens profunda-
mente asombrado-. Tan dura es mi cabeza que he roto y he desmenuzado
la piedra! Pero entonces me di cuenta de que tena una pequea brecha y
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que lo que sacaba de mi herida eran pequeas briznas de paja y de tierra y
residuos de cebada molida. Yo lo observaba todo asombrado y -lo confieso
bastante divertido puesto que, por hallarme en mi cuerpo astral, fuera de mi
envoltura fsica, no senta dolores, ni molestias, sino solamente una paz ine
fable.
El Lama Mingyar Dondup dio por terminada su cura, coloc una
compresa sobre la herida y envolvi mi cabeza en una venda de seda. Des-
pus, hizo seas a los monjes que esperaban junto a nosotros con una cami-
lla y les rog que me levantaran con el mayor cuidado. Ellos, que eran
monjes de mi propia Orden, me alzaron suavemente y me colocaron en
ella, sacndome de la cocina, mientras el Lama Mingyar Dondup caminaba
a nuestro lado.
Mir en todas direcciones asombrado. La luz estaba debilitndose po-
co a poco. Haba pasado ya tanto tiempo? Se estaba acabando el da? An-
tes de tener tiempo de responderme a esas preguntas, comprend que yo
tambin me debilitaba. El azul y el amarillo de la luz espiritual perdan in-
tensidad rpidamente, Senta una imperiosa, absoluta, irresistible necesidad
de dormir y de no preocuparme de nada ni de nadie.
Durante algn tiempo, permanec inconsciente. Despus, el dolor en-
tr a rfagas en mi cabeza y me hizo ver grandes superficies rojas y azules,
verdes y amarillas. Tuve el convencimiento ntimo de que aquella intensa
agona acabara volvindome loco. Sent una mano fra sobre mi piel y es-
cuch una voz clida que me deca:
-Todo va bien, Lobsang. Todo va bien. Descansa. Duerme .
El mundo entero pareci convertirse en una almohada de oscuridad y
quietud, suave como las plumas de un cisne, en la que me sumerga lleno
de tranquilidad y calma, envolvindome en una dulce inconsciencia. Y mi
alma ascendi de nuevo por el espacio, mientras mi cuerpo herido reposaba
sobre la Tierra.
Deban de haber pasado muchas horas, cuando volv a tener concien-
cia de m mismo. Al despertar, encontr a mi Maestro ,: sentado a mi lado,
oprimiendo mi mano entre las suyas. Mis ojos se abrieron y se llenaron de
la luz de la tarde. Sonre dbilmente , y l me devolvi la sonrisa. Solt mis
manos y acerc a mis labio un tazn lleno de una infusin dulzona.
-Bbete esto -me dijo-. Te sentar bien.
As lo hice y sent que la vida volva a m nuevamente. Trat de incor-
porarme pero el esfuerzo era excesivo y me pareci que me golpeaban la
cabeza otra vez. Mi cabeza se constel de luces y tuve que desistir.
Las sombras del crepsculo se agigantaron y escuch un repique de
tambores anunciando el Servicio Nocturno.
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-Tengo que irme, Lobsang -me dijo mi Maestro-. Estar ausente una
media hora, porque el Profundo desea verme. Pero tus amigos Timn y
Yulgye cuidarn de ti en mi ausencia y me avisarn si es necesario.
Me estrech la mano, se levant y abandon la habitacin. Aparecie-
ron dos rostros familiares, algo asustados, llenos de excitacin. Mis dos
amigos se sentaron junto a m.
-Oh, Lobsang! -dijo Timn-. Ha sido el Cocinero Jefe el que te ha
herido!
-S -dijo el otro-. Y lo expulsarn de la lamasera por su brutalidad ex-
cesiva e innecesaria. En estos momentos lo estarn llevando afuera!
Ambos tartamudeaban de excitacin.
-Cre que estabas muerto, Lobsang -dijo Timn-. Sangrabas como un
yak degollado!
Yo sonrea escuchndolos. Sus voces revelaban su extraordinaria sen-
sibilidad ante cualquier estmulo capaz de romper la monotona de la vida
de la lamasera. No les reproch su alterado estado de nimo porque me
daba cuenta de que yo habra reaccionado igual en el caso de que le hubiera
sucedido algo parecido a uno de ellos. Les sonre y me sent dominado por
un terrible cansancio. Cerr los ojos con el deseo de descansar unos instan-
tes y me desvanec nuevamente.
Durante algn tiempo, tal vez seis o siete das, permanec acostado y
mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, cuid de m. Sin su ayuda no
hubiera sobrevivido, ya que la vida en una lama sera no es precisamente
fcil y agradable y en realidad slo sobrevive el ms apto. El Lama era un
hombre amable y lleno de ternura. Pero aunque no lo hubiera sido, existan
razones muy poderosas para intentar por todos los medios conservar mi vi-
da. Como ya he dicho, yo estaba destinado a llevar a cabo una misin ex-
cepcional y comprenda que todas las dificultades que haba tenido que so-
portar a lo largo de toda mi infancia tenan por objeto endurecerme y prepa-
rarme para resistir el sufrimiento y las adversidades, ya que todas las profe-
cas que haba escuchado (y haba escuchado ya muchas!) coincidan en
afirmar que mi vida estara llena de dolor y dificultades.
Pero de momento no todo eran sufrimientos. Conforme mi salud me-
joraba, tena ms ocasiones para conversar con mi Maestro. Hablbamos de
muchas cosas, de temas corrientes y de otro ms inslitos. Tratamos exten-
samente de los conocimiento ocultos.
-Honorable Lama -le dije en una ocasin-, debe de ser algo maravillo-
so ser bibliotecario y tener a nuestro alcance toda la ciencia del mundo. Me
gustara ser bibliotecario... en caso de no conocer todas esas profecas sobre
mi futuro.
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Mi Maestro sonri.
-Hay un proverbio chino que dice: Vale ms una imagen que mil pa-
labras. Y yo te digo, Lobsang, que el atesorar miles de libros y de imge-
nes nunca podr ser tan til como la experiencia prctica y el conocimien-
to.
Le observ para comprobar si hablaba seriamente y luego record al
monje japons Kenji Tekeuchi que, durante setenta aos, estudi todo g-
nero de libros sin conseguir practicar ni asimilar ninguna teora.
Mi Maestro ley mis pensamientos.
-S -dijo-, el pobre viejo no ha sido inteligente. l mismo se produjo
una indigestin mental por empearse en leer cuanto caa en sus manos sin
comprenderlo. Se cree un gran hombre, con una espiritualidad extraordina-
ria. Pero es tan slo un pobre necio que a nadie decepciona tanto como a s
mismo. -El Lama suspir lleno de tristeza y agreg-: Ha fracasado espiri-
tualmente. Cree saberlo todo, pero en realidad no sabe nada. La lectura in-
sensata, desordenada y arbitraria es siempre peligrosa. Ese hombre ha estu-
diado todas las religiones sin conseguir comprender ninguna de ellas. Y sin
embargo, lleg a considerarse a s mismo como el ms excepcional de los
hombres.
-Honorable Lama -dije-, si es tan peligroso tener libros, por qu exis-
ten entonces?
Durante unos instantes, mi Maestro me contempl como no sabiendo
qu responder. Vaya! -pens-. Esta pregunta s le ha desconcertado!
Pero mi Maestro sonrea.
-Oh, mi querido Lobsang! -repuso-. La respuesta es evidente! Lee,
lee cuanto quieras, pero no permitas que ningn libro embote tu sensibi-
lidad ni tu razn. Los libros tienen por objeto ensear, instruir e incluso en-
tretener. Pero no son un maestro al que se pueda seguir ciegamente y sin
ninguna reserva. Ninguna persona inteligente se dejar esclavizar por un li-
bro o por unas palabras.
Asent con la cabeza. S, tena razn. No obstante, en ese caso, por
qu preocuparse en leer ningn libro?
-Los libros, Lobsang? -dijo mi Maestro respondiendo a mi pensa-
miento-. Naturalmente tienen que existir! Las bibliotecas del mundo cons-
tituyen un depsito de todos los conocimientos de la Humanidad, pero so-
lamente a un estpido se le ocurrira pensar que la Humanidad es la esclava
de los libros. stos sirven nicamente de orientacin para los hombres y
pueden ser utilizados como materia de estudio. Es evidente que si no se
usan adecuadamente, pueden convertirse en una maldicin, porque pueden
inducir a los hombres a creerse ms importantes de lo que son realmente,
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desvindolos de los autnticos cami nos de la vida, si aqullos carecen de la
preparacin y de la in teligencia necesarias para recorrerlos hasta el final.
-Pero entonces, Honorable Lama -le pregunt insistente-, cul es la
utilidad de los libros?
Mi Maestro me mir gravemente.
-T no puedes estudiar en todos los pases del mundo bajo la direccin
de los maestros ms insignes, Lobsang -me respondi-. Pero las palabras
escritas (los libros) pueden proporcionarte sus enseanzas. No debes creer
todo cuanto leas y hasta los grandes maestros del pensamiento te dirn que
es necesario que utilices tu propio criterio y que consideres sus obras como
un punto de partida capaz de orientarte por el camino de tu propia verdad.
Puedo asegurarte que las personas que carecen de la preparacin suficiente
para estudiar una materia determinada, pueden perjudicarse con la lectura
indiscriminada de las obras que tratan de dicha materia, aunque lo hagan
con el propsito de acelerar su desarrollo krmico mediante el estudio de
las teoras ajenas. Puede darse el caso de que el lector sea un hombre poco
evolucionado y, entonces, al intentar comprender esas cosas sin la prepara-
cin suficiente para ello, en lugar de acelerar su desarrollo, lo que hace es
imposibilitar su evolucin espiritual. Yo he conocido muchos casos como
ste. El del ja pons es uno de ellos.
Mi Maestro pidi t, una ayuda necesaria en todas nuestras discusio-
nes! Cuando el monje sirviente lo trajo, continuamos.
-Lobsang -dijo mi Maestro-, vas a vivir una existencia realmente ex-
traordinaria. Toda tu educacin est orientada hacia esa meta. Por ello, tus
poderes telepticos estn siendo incrementados por todos los medios de que
disponemos. Debo decirte que precisamente ahora, con ayuda de la telepa-
ta y de la clarividencia, en unos pocos meses estudiars algunos de los li-
bros ms grandes que se han escrito, las obras maestras del pensamiento
humano. Y las podrs estudiar an sin conocer el idioma en que han sido
creadas.
Creo que le mir completamente perplejo. Cmo podra yo estudiar
los libros escritos en idiomas para m desconocidos? Esa posibilidad me
desconcertaba por completo. Mis dudas fueron desvanecidas en seguida.
-Cuando se agudicen tus poderes de telepata y clarividencia, cosa que
suceder muy pronto, te ser posible captar todos los pensamientos cont e-
nidos en un libro asimilndolos directamente del cerebro de una persona
que acabe de leerlo o que lo est leyendo en aquellos momentos. Esa es una
de las aplicacio nes menos conocidas de la telepata que, en esos casos, se
combina con la clarividencia. Las personas de otras partes del mundo no
son siempre admitidas en las bibliotecas pblicas o en los centros de ense-
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anza de un pas y, aunque consigan entrar en esos lugares, si no demues-
tran que estn matriculados como estudiantes ansiosos de aprender, no son
admitidos. T no tropezars con tales dificultades. Podrs viajar en lo astral
y estudiar durante todos los das de tu vida, gracias a ese sistema que sola-
mente deja rs de utilizar cuando abandones este mundo.
Me inform acerca de la prctica del Ocultismo. El abuso de los pode-
res ocultos, o el hecho de influir sobre los dems me diante esos poderes,
eran cosas terriblemente castigadas. La ciencia esotrica, las fuerzas meta-
fsicas y las percepciones extra sensoriales solamente deberan ser utilizadas
para hacer el bien, para ayudar a los dems, para incrementar el conjunto
total de los conocimientos existentes en el mundo.
-Pero Honorable Lama! -le dije imperiosamente-. Qu sucede enton-
ces con las personas que, a travs de la excitacin o de la curiosidad, consi-
guen salir de sus cuerpos? Y con los que se hallan de pronto fuera de sus
cuerpos y, al darse cuenta de ello, estn a punto de morirse de miedo? No
es posible hacer nada para advertirles de los peligros que les esperan?
Al or mis palabras, mi Maestro sonri lleno de tristeza.
-Lobsang -me dijo-. Es cierto que muchas personas se dedican a leer
esos libros y a hacer experimentos por su cuenta sin contar con la adecuada
orientacin de un Maestro. Son muchos los que consiguen trascenderse a s
mismos, a travs de la embriaguez alcohlica o de algn otro tipo de sobre-
excitacin o, tal vez, por un exceso de tolerancia hacia cosas que perjudi-
can sus espritus. Pero despus de conseguirlo, el pnico se apodera de
ellos. A lo largo de toda tu vida, podrs ayudar a esas personas advirtindo-
les que, en cuestiones ocultas, lo nico que hay que temer es el sentir te-
mor. El miedo genera pensamientos indeseables y nos impide poder domi-
narnos y controlarnos a nosotros mismos. Y t, Lobsang, debers repetirte
hasta la saciedad que no hay nada tan terrible como el propio temor. Si el
temor puede ser vencido, la humanidad incrementa su firmeza y su pureza.
El miedo es el verdadero causante de las guerras y de las disensiones del
mundo, lanzando a los hombres unos contra otros. l es nuestro gran ene-
migo, hasta tal punto que si los seres humanos fueran capaces de librarse
del temor, en realidad, ya no tendran nada que temer.
El miedo! Qu significaba toda aquella disertacin sobre el miedo?
Mir a mi Maestro y creo que l ley en mis ojos la pre gunta que todava
no le haba formulado, o quiz capt mi pensamiento por telepata.
-Te preguntas que por qu te hablo del miedo? -me dijo de pronto-.
Bueno, Lobsang, t eres joven e inocente.
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Yo pens: Oh, no tan inocente como creis!. El Lama sonri como
si hubiera odo mi secreta irona, an sin necesidad de que yo la exteriori-
zara. Despus dijo:
-El miedo es algo autnticamente real y tangible. T habrs odo
hablar muchas veces de personas que intentan entrar en contacto con los
espritus, pero que acaban volvindose locas. Todos ellos pretenden haber
visto seres muy curiosos. Cuando estn ebrios, creen ver elefantes verdes
con franjas rosadas y hasta criaturas mucho ms fantsticas. Y lo ms cu-
rioso del caso Lobsang, es que todas esas criaturas, que se consideran sim-
ple fruto de su imaginacin, existen realmente.
Las cosas estaban poco claras para m. Naturalmente, saba lo que el
temor significaba en su aspecto fsico. Pens en aquellos das en que me vi
obligado a permanecer perpetuamente inm vil, sentado ante la lamasera de
Chakpori, con el objeto de superar la prueba de resistencia necesaria para
ser aceptado como el ms humilde de los chelas.
-Honorable Lama -dije volvindome hacia mi Maestro-.Cul es el
significado del temor? He odo hablar algunas veces de las criaturas del in-
framundo astral, pero la realidad es que yo nunca he encontrado a ninguna
de ellas a lo largo de mis viajes astrales. Qu es el miedo?
Mi Maestro guard silencio unos instantes. Despus, como si hubiera
adoptado una decisin repentina, se puso en pie. -Ven! -me dijo.
Me levant tambin y le segu. Recorrimos un corredor de piedra tor-
ciendo unas veces a la derecha y otras a la izquierda. Por fin, entramos en
una habitacin sin luz y avanzamos a travs de la oscuridad. Mi Maestro,
delante de m, encendi una lmpara de grasa, dispuesta cerca de la puerta.
Despus me indic con un gesto que me tendiera en el suelo.
-Ya tienes edad suficiente para entrar en contacto con las entidades del
idades astral. Voy a ayudarte para que puedas ver a esos seres y para im-
pedir que te hagan dao, ya que no sera, conveniente que se mostraran an-
te ti si no te hallaras protegido y preparado adecuadamente. Apagar la luz.
T limtate a relajarte y a elevarte fuera de tu cuerpo fsico. Lo nico que
tienes que hacer es salir de ti mismo sin preocuparte de tu destino, sin nin-
guna intencin determinada. Abandona tu cuerpo y vaga como una brisa.
Apag la lmpara y cerr la puerta para que la luz no penetrara. No se
escuchaba ni siquiera su respiracin, pero yo poda sentir su presencia tibia
y tranquilizadora muy cerca de m.
Viajar en lo astral no era para m una experiencia nueva ya que haba
nacido con la capacidad de hacerlo y de recordar cuanto haba visto, a mi
regreso. Tendido en el suelo, con mi cabeza apoyada en mi manto enrolla-
do, cruc mis manos, junt mis pies e inici el proceso que me hara aban-
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donar mi cuerpo. Algo realmente sencillo para los que conocemos el siste-
ma para conseguirlo. Sent muy pronto la suave sacudida que anunciaba la
separacin de lo astral y lo fsico. Despus, se produjo en m la habitual in-
vasin de la luz. Me sent flotando en el extremo de mi Cordn de Plata.
Debajo de m, la habitacin que acababa de abandonar segua sumida en la
ms absoluta oscuridad, sin el menor resquicio de luz. Mir a mi alrededor
y me di cuenta de que aquel viaje astral no era distinto a los otros que haba
realizado. Pens elevarme sobre las cumbres de la Montaa de Hierro y, s-
lo con pensarlo, abandon la habitacin y me hall volando a unos trescien-
tos pies de las cumbres. De pronto, el Potala, la Montaa de Hierro, el Va-
lle de Lhasa y el Tibet desaparecieron de mi conciencia. Me invadi una
angustia infinita y vi cmo mi Cordn de Plata se estremeca violentamente
y que, llenndome de asombro, algunos de sus halos azul plateados se
tean de un desagradable color amarillo verdoso.
Me sorprendi una fuerte sacudida, un terrible tirn, la espantonsa
sensacin de que algn espritu enloquecido intentaba atraerme hacia s.
Mir hacia abajo instintivamente y el espectculo que se ofreca a mis ojos
era indescriptible.
Muy cerca de m, casi rodendome, se agitaba una mu ltitud de criatu-
ras extraas y detestables, como las que vean los borrachos. Ondulando en
el aire, se acerc a m la cosa ms espantosa que he visto en mi vida, algo
que pareca una gigantesca babosa, con un horrendo rostro humano de un
color que los rostros humanos nunca haban tenido. Las mejillas rojas, la
nariz y las orejas verdes. Los ojos parecan girar alocadamente dentro de
sus rbitas. Haba tambin otros seres a cual ms espantoso y nauseabundo.
Criaturas que no puede describir la palabra. Todas tenan sin embargo el
rasgo humano comn de la crueldad. Se acercaron a m como queriendo
atacarme y trataron de cortar mi Cordn. Otras descendieron e intentaron
arrancarlo de mi cuerpo, tirando de l con fuerza. El miedo! Esto es el
miedo! -pensaba yo estremecido-. Bien, en todo caso, no pueden hacerme
ningn dao. Estoy inmunizado contra sus manifestaciones y protegido
contra sus ataques! Y al pensar esto, aquellas inenarrables criaturas des-
aparecieron. El Cordn etreo que me una a mi cuerpo brillaba de nuevo
con sus colores normales. Me sent aliviado, libre, porque me daba cuenta
de que despus de superar esta prueba, ya nunca temera que pudiera suce-
derme algo malo en lo astral. Gracias a aquella experiencia comprend que
las cosas que teme mos solamente pueden daarnos si no somos capaces de
dejar de temerlas.
Una sbita sacudida de mi Cordn de Plata y yo mir hacia abajo sin
vacilar, sin el menor sentimiento de miedo. Un pequeo destello de luz
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ilumin la oscuridad y vi a mi Maestro, el La ma Mingyar Dondup, que en-
cenda la pequea lmpara de grasa, mientras mi cuerpo astral descenda.
Suavemente, atraves los techos del Chakpori hasta colocarme en forma
horizontal sobre mi cuerpo fsico. Despus, an con mayor suavidad, mis
cuerpos fsico y astral se unieron y formaron un solo cuerpo. Mi yo se
agit levemente y me incorpor.
Mi Maestro me contemplaba lleno de satisfaccin y de afecto
-Muy bien, Lobsang -dijo-. Has estado en posesin de un secreto muy
grande. Y lo has hecho mucho mejor de lo que yo lo hice cuando me fue
revelado. Estoy orgulloso de ti!
Pero yo no acababa de comprender del todo la naturaleza del miedo.
Por ello decid interrogarle de nuevo.
-Honorable Lama -le dije-. Entonces, qu es lo que en realidad de-
bemos temer?
Mi Maestro me respondi grave, casi con un aire sombro:,
-Has sido bueno a lo largo de tu vida, Lobsang, y por lo tanto no tie-
nes nada que temer. Pero hay otras personas que han cometido crmenes,
que han hecho dao a sus semejantes y que; cuando estn solos, sienten que
su conciencia les tortura. Los seres del inframundo astral se nutren de ese
temor que sienten los que no tienen limpia la conciencia. Esas personas
crean las formas mentales del mal. Tal vez en el futuro puedas alguna vez
visitar alguna de esas antiguas catedrales o templos construidos hace siglos.
En sus muros (como en nuestro Jo Kang) podrs percibir todas las cosas
buenas que se hicieron en su interior. Pero si despus visitas alguna antigua
crcel, escenario de incontables sufrimientos y persecuciones, sentirs una
sensacin completamente opuesta. Esto prueba que las personas que habi-
tan un lugar determinado emiten formas mentales que quedan para siempre
entre los muros del edificio que habitaron. Un edificio bueno est saturado
de formas mentales positivas que producen emanaciones positivas. Y los
lugares donde se ha hecho el mal estn poblados de formas mentales nega-
tivas de las que surgen emanaciones negativas. Y esos pensamientos y for-
mas mentales pueden ser percibidos por los clarividentes cuando se hallan
en la dimensin astral.
Mi Maestro reflexion un momento.
Luego aadi:
-Ya te dars cuenta ms adelante de que hay algunas veces en que los
monjes y otras personas se creen ms importantes de lo que son en reali-
dad. Con ello, producen una forma mental y sta, con el tiempo, determina
el aspecto de sus propios autores. Recuerdo un caso concreto: el de un viejo
monje birmano. Era un hombre realmente ignorante y (debo decirlo) muy
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rastrero y nada comprensivo. Sin embargo, como era hermano nuestro y
perteneca a nuestra Orden, nos veamos obligados a soportarle. Como mu-
chos de nosotros, viva una vida solitaria. Pero en lugar de dedicarse a la
meditacin, a la contemplacin y a fomentar sus virtudes, imaginaba ser el
hombre ms poderoso de Birmania. No quera admitir que era un pobre
monje que apenas haba empezado a recorrer el Camino de la Verdad sino
que, en la soledad de su celda, soaba que era un gran prncipe, con po-
derosos Estados y riquezas inagotables. Al principio, aquello era solamente
un entretenimiento intil, pero inofensivo. Evidentemente, nadie poda
condenarlo por sus sueos y deseos ociosos porque, como ya te he dicho,
careca de la voluntad y de la sabidura necesarias para dedicarse provecho-
samente a las tareas espirituales cotidianas. A lo largo de muchos aos,
siempre que estaba solo, se transformaba en el gran prncipe. Esto determi-
n un cambio de color en su aspecto y en sus modales y, con el tiempo, el
humilde monje pareci desvanecerse poco a poco convirtindose en un
hombre arrogante. El pobre desgraciado crey, al fin, que era solamente un
seor de Birmania y un da habl con un Superior como si lo estuviera
haciendo con su vasallo. Pero el Superior no era tan paciente como la ma-
yora de nosotros y (lamento tener que decirlo) aquel contacto con un pobre
monje que crea ser un prncipe, le hizo perder la calma producindole cier-
to desequilibrio mental... Pero, Lobsang, t no debes preocuparte por esas
cosas. Eres paciente, equilibrado y no tienes miedo. A ttulo de advertencia,
recuerda siempre que el miedo corroe el espritu. Las imaginaciones vanas
e intiles nos empujan a lo largo de caminos torcidos y, con el tiempo, los
sueos se convierten en realidad y las realidades desaparecen y ya no vuel-
ven a surgir en varias reencarnaciones. Sigue el Buen Camino y no permi-
tas que ningn deseo inconfesable ni ningn sueo deforme tu personali-
dad. ste es el Mundo de la Ilusin, pero para los que alcanzan el conoci-
miento ntimo de las cosas, la ilusin puede convertirse en realidad cuando
termina la vida en este mundo.
Reflexion sus palabras. Ya haba odo hablar de aquel monje que
crey ser un prncipe. Lo haba ledo en alguno de los libros de la bibliote-
ca de los lamas.
-Honorable Maestro -le dije-, cul es entonces la utilidad de los pode-
res ocultos?
El se cruz de brazos y me mir fijamente a los ojos.
-La utilidad del conocimiento oculto? -me respondi-. Ve rs, es bas-
tante fcil, Lobsang. Debemos ayudar a los que son dignos de nuestra ayu-
da. Pero no podemos ayudar a los que no la merecen o no estn dispuestos
a recibirla. No utilizamos nuestro poder oculto o nuestras extraordinarias
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dotes en nuestro propio beneficio material, esperando recompensas terre-
nas. El autntico objetivo de los poderes ocultos es acelerar nuestro propio
desarrollo personal, nuestra propia evolucin, y ayudar al mundo entero a
conseguirla, no slo al mundo de los seres humanos sino tambin al mundo
de los animales, a toda la naturaleza, a todas las cosas.
Interrumpimos nuestra conversacin cuando empezaba el servicio
nocturno en el Templo. Y como si seguir hablando, mientras los Dioses
eran objeto de culto tan cerca de nosotros, fuera una falta de respeto hacia
ellos, guardamos silencio y nos sentamos junto a la lmpara de grasa, cuya
llama brillaba ya muy dbilmente.
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Captulo octavo
Era realmente agradable tenderse sobre el csped, fresco y ju goso, al
pie del Pargo Kaling. Detrs de m, las viejas rocas se erguan hacia el cielo
y, desde mi punto de observacin sobre la Tierra, contemplaba la ms alta
de aquellas cumbres penetrando en las nubes. La Flor de Loto
4
' que for-
maba la cima pareca simbolizar el Espritu y sus ptalos constituan una
representacin concreta del Aire. Yo descansaba apaciblemente al pie de
aquella imagen ptrea de la Vida sobre la Tierra. Fuera del alcance de mi
vista -mientras permaneca tendido- estaba la Escalinata de las Conse-
cuencias. Bien, en todo caso, en aquellos momentos, yo estaba intentando
conseguir algo!
Era agradable estar all tendido, contemplando el paso cansino de los
mercaderes de la India, China y Birmania. Algunos cami naban junto a las
largas hileras de los animales cargados de gneros exticos procedentes de
los lugares ms remotos de la Tierra. Otros, los ms ancianos o tal vez los
ms cansados, arrastraban los pies con dificultad y miraban a su alrededor.
Saboreando mis instantes de ocio, intentaba adivinar el contenido de los
paquetes. Pero de pronto empec a burlarme de mis propios pensamientos.
Estaba all precisamente para eso! Mi objetivo era observar el aura ps-
quica de las personas que pasaban, para adivinar, mediante esa observa-
cin y tambin por telepata, lo que aquellos hombres hacan y pensaban,
penetrando en sus intenciones.
Frente a m, al otro lado del camino, haba un pobre mendigo ciego,
cubierto de suciedad. Harapiento y vulgar, estaba sentado en el suelo y di-
riga sus lamentos a los viajeros. Me sorprendi comprobar cmo gran par-
te de stos le arrojaban monedas y se complacan en mirarle mientras l las
buscaba a tientas, orientndose por el sonido que stas producan al caer en
la tierra o al chocar con alguna roca. Algunas veces, aunque muy raramen-
te, era incapaz de hallarlas y, entonces, era el propio viajero el que las re-
coga para arrojrselas de nuevo. Le mir atentamente y me invadi una
4
El Loto o Padma constituye el smbolo del espritu y sus pt alos varan en cada uno de
los siete Chakras (o plexos) fundamentales, a travs de los cuales el Kundalini asciende hasta
que el yogui alcanza el estado supremo de Samadhi (la superconciencia). Una de las posturas
fundamentales del yoga es el Palmasana (o postura del Loto) que es la postura para meditar y
alcanzar el mximo desarrollo espiritual. (N. del T.)
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perplejidad sin lmites. Su aura! Hasta ese momento, no me haba preocu-
pado en observarla. Pero al hacerlo al concentrar en ella mi atencin, me di
cuenta de que no era ciego. Era muy rico. Tena mucho dinero y muchos
bienes, guardados celosamente en un lugar oculto. Se finga ciego porque
sa era la forma ms fcil de ganarse la vida. No! Era imposible. Tena
que haber un error en mis apreciaciones. Tal vez me haba equivocado por
un exceso de confianza en m mismo. Posiblemente, mis poderes estaban
fallando. Preocupado ante semejante sospecha, me levant de mala gana y,
con el propsito de que l desvaneciera mis dudas, fui en busca de mi
Maestro, el Lama Mingyar Dondup, que se hallaba al otro lado del Kundu
Ling.
Pocas semanas antes, haba sido sometido a una operacin destinada a
abrir hasta el mximo mi Tercer Ojo. Mi extraordinario poder para ver el
aura de los cuerpos humanos, de los animales y de las plantas era innato.
La dolorosa intervencin quirrgica que me fue practicada haba incremen-
tado mis poderes en un grado muy superior al que el Lama Mingyar Don-
dup esperaba. Y en aquellos das, mi desarrollo se aceleraba a un ritmo in-
creble. Todo mi tiempo libre estaba destinado a recibir las enseanzas
ocultas. Me senta dominado por fuerzas poderosas y eran varios los lamas
que, por telepata o por otros sistemas secretos cuyo mecanismo estudiaba
entonces con gran inters, lanzaban conocimientos a mi cerebro. Por
qu asistir a clase cuando es posible aprenderlo todo por procedimientos t e-
lepticos? Por qu tratar de conocer por otros mtodos las intenciones de
un ser humano si es posible conocerlas con slo observar su aura? Sin em-
bargo, aquel ciego me haba llenado de preocupaciones!
-Dnde ests, Honorable Lama? -grit, atravesando el camino, presu-
roso, en busca de mi Maestro.
Al entrar al pequeo parque, lleno de precipitacin, resbal y estuve a
punto de caerme. All estaba mi Maestro, sonriente, lleno de calma, sentado
en el tronco de un rbol cado.
-Bien, bien, bien... Te sientes excitado porque has descubierto que
aquel ciego ve tan bien como t!
Me detuve ante l jadeante, indignado, sin aliento.
-S! -exclam -. Ese hombre es un tramposo, un ladrn porque roba a
los que tienen buen corazn. Debera estar en la crcel!
El Lama prorrumpi en ruidosas carcajadas contemplando mi rostro
rojo de indignacin.
-Pero Lobsang -me dijo suavemente-, por qu tanto ruido? Este hom-
bre est prestando un servicio, de la misma manera que presta un servicio
el vendedor de Molinos de Oraciones. Las personas le dan unas monedas
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insignificantes para convencerse a s mismas de su generosidad. Gracias a
eso, se creen buenos. Y durante un breve perodo de tiempo, ese sentimien-
to aumenta su ritmo de vibracin molecular y su espiritualidad... acercn-
dolos ms a los dioses. Ello les beneficia. Y en cuanto a las monedas que
regalan? Eso no es nada para ellos! Una insignificancia!
-Pero no es ciego! -dije lleno de exasperacin-. Es un ladrn!
-Lobsang -respondi mi Maestro-. Es completamente inofensivo. Se
limita a vender sus servicios. Ms adelante, cuando ests en el mundo occi-
dental, te dars cuenta de que los agentes de publicidad hacen el elogio de
muchas cosas que realmente son nocivas a la salud, deforman a los nios
incluso antes de su nacimiento y transforman a las personas normales en
verdaderos locos.
Golpe con el pie en el tronco sobre el que se hallaba sentado y me
invit a sentarme junto a l. Le obedec y, con mis talones, tamborile so-
bre la corteza del rbol.
-Debes practicar simultneamente la telepata y el anlisis de las auras
-dijo mi Maestro-. Si en lugar de utilizar ambos sistemas, te limitas tan slo
a uno de ellos, tus conclusiones pueden, como te ha sucedido en este caso,
ser inexactas. Es preciso utilizar al mismo tiempo todas nuestras facultades,
poner en marcha todos nuestros poderes, si queremos analizar eficazmente
todos los problemas o un problema determinado... En fin, esta tarde tendr
que marcharme. En mi ausencia, el gran Lama Mdico Chinrobnobo, del
Hospital de Menzekang, te hablar. Y t podrs hablar con l.
-Oh! -dije desolado-. Pero l nunca me dirige la palabra! Me ignora
por completo!
-Esta tarde cambiarn las cosas -dijo mi Maestro-. Ya lo vers. Ca m-
biarn de una u otra forma.
De una u otra forma!, pens. Las perspectivas no parecan ser de-
masiado propicias.
Regresamos juntos a la Montaa de Hierro, detenindonos de vez en
cuando para contemplar de nuevo las antiguas rocas, siempre llenas de
frescura y color. Ascendimos despus por el sendero montaoso.
-Este sendero es como la vida, Lobsang -me dijo el Lama-. La vida es
lo mismo que un sendero spero y pedregoso, rodeado de peligros e inson-
dables abismos. Pero el que persevera puede alcanzar la cumbre.
Al llegar a la parte alta del sendero, escuchamos la llamada para el
servicio religioso y cada uno de nosotros sigui su propio camino. l se di-
rigi al sector de los lamas de su rango y yo al de mis condiscpulos.
Cuando termin el servicio, hice una comida ligera. Despus vi que un
chela menor que yo se acercaba a m dando muestras de excitacin.
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-Martes Lobsang -me dijo con gran deferencia-. El Sagrado Lama
Mdico Chinrobnobo desea verte inmediatamente en la Escuela de Medici-
na.
Me ajust el manto, aspir profundamente el aire varias veces para que
mis nervios alterados se calmaran y, con la triste seguridad de que no lo
conseguira por mucho que lo intentara, me dirig a la Escuela de Medicina.
-Ah! -rugi cerca de m una voz poderosa que me recordaba el pro-
fundo sonido de las trompas del Templo.
Me detuve y me inclin ante l con el respeto debido a su alto rango.
Era un hombre alto, corpulento, de anchas espaldas, con un aspecto que
atemorizaba. Sent el convencimiento de que con slo asestarme un pue-
tazo podra arrancarme la cabeza de los hombros y lanzarla rodando mo n-
taa abajo. Pero en lugar de eso me rog que me sentara ante l, y lo hizo
tan cordialmente que casi me desmayo!
-Bien, muchacho -dijo con voz poderosa y profunda, como si un true-
no hubiera resonado en las montaas que cerraban el horizonte-. He odo
hablar mucho de ti. Tu Ilustre Maestro, el Lama Mingyar Dondup, asegura
que eres un prodigio, que tus dotes paranormales son inmensas. Vamos a
comprobarlo! -Me estremec al orlo-. Me ves? Qu es lo que ves? -me
pregunt.
Yo segua temblando cada vez ms. Y no se me ocurri otra cosa que
decirle lo primero que me pas por mi cabeza.
-Sagrado Lama Mdico -exclam -. Veo un hombre tan gigantesco que
cuando entr aqu me pareci que era una montaa.
Lanz una carcajada vigorosa acompaada de un autntico huracn
que sala de su boca y, segn me pareci, estuvo a punto de hacer volar mi
manto.
Mrame, muchacho! -me orden-. Observa mi aura y dime qu
ves! Dime cmo la ves y que significacin tiene para ti!
Le observ, pero no fijamente, no en forma directa, ya que ello puede
oscurecer el aura de las personas a causa de los vestidos que llevan. Mir
hacia l, pero no exactamente a l.
-Seor-dije-. En primer lugar, veo el contorno fsico de vuestro cuerpo
y lo veo oscuro como si no estuviera cubierto por el manto. Despus, muy
cerca de vos, veo una luz dbil, azulada, parecida al humo de una madera
fresca. A mi juicio, esto significa que habis estado trabajando demasiado,
que habis pasado noches sin conciliar el sueo y que vuestra energa et-
rea est debilitada.
Me mir con los ojos desmesurados de asombro y asinti satisfecho.
-Contina! -dijo.
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-Seor! -aad-. Vuestra aura tiene una extensin de unos nueve pies
en torno a vuestro cuerpo. Los colores estn repartidos en franjas horizon-
tales y verticales. Tenis el amarillo de la ele vada espiritualidad. En estos
momentos, estis asombrado de que un muchacho de mi edad os pueda de-
cir tantas cosas y habis pensado que, en realidad, el Lama Mingyar Don-
dup sabe lo que dice. Pensis tambin que tendris que pedirle disculpas
por haber dudado de lo que os cont acerca de mis dotes personales.
Me interrumpi con una carcajada.
-Tienes razn, muchacho! Tienes razn! -dijo divertido-. Contina!
-Seor! -le dije. Aquello era un juego de nios para m!-. Hace poco
tuvisteis un accidente que os produjo una afeccin heptica. Cuando res
demasiado fuerte os resents y pensis que tal vez deberais tomar una infu-
sin de hierbas anestsicas y, aprovechando sus efectos, someteros a va-
rias sesiones de masaje in terno. Y pensis tambin que ha sido el Destino el
que ha hecho que, entre ms de seis mil hierbas curativas, sea la anestsi-
ca la ms escasa y la ms difcil de encontrar.
Haba dejado de rer y me contemplaba sin intentar ocultar el respeto
que le inspiraba.
-Adems -aad-, en vuestra aura est claramente indicado que, en un
plazo muy breve, os convertiris en el Superior Mdico ms importante del
Tibet.
Me mir preocupado.
-Tienes grandes poderes, hijo -afirm -. Llegars muy lejos. Pero nun-
ca, nunca, abuses de esos poderes. Puede ser muy peli groso. Ahora analiza-
remos, como colegas, la cuestin del aura. Pero primero vamos a tomar un
poco de t.
Tom la pequea campanilla de plata agitndola con tal violencia que
tem que se le escapara de las manos. Al instante, un joven monje nos trajo
t y -oh, dicha entre las dichas!- algunos de los lujos que nos proporciona-
ba la Madre India. Mientras permanecamos all sentados, pens que los al-
tos lamas vivan todos con la mayor comodidad. Debajo de nosotros, vea
los grandes parques de Lhasa, el Dodpalf y el Khati, que parecan estar al
alcance de mi mano. Hacia la izquierda, el Kesar Lhakhang, la atalaya de
nuestra zona, se ergua como un centinela. Ms al norte, al otro lado del
camino, apareca mi lugar predilecto, el Pargo Kaling, la Puerta Occidental.
-Qu es lo que origina el aura, Seor? -le pregunt.
-Como ya te ha dicho tu respetado Maestro, el Lama Mingyar Dondup
-me respondi-, el cerebro recibe mensajes del Espritu Superior y genera
corrientes elctricas. La Vida es electricidad. El aura es una de sus manifes-
taciones. Como t sabes, nuestra cabeza est circundada por una aureola.
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Las pinturas antiguas muestran siempre a Dios y a los Santos con un nimbo
dorado que rodea la parte posterior de sus cabezas.
-Por qu son tan pocas las personas que pueden ver el aura, Seor? -
le pregunt.
-Hay muchas personas que, como no son capaces de verla, no creen en
su existencia. Pero olvidan que tampoco ven el aire y, sin embargo, si el
aire no existiera iban a pasarlo bastante mal! Algunas (muy pocas) pueden
ver el aura. Otras no pueden. Hay personas que pueden or frecuencias ms
altas o ms bajas que las que oyen sus semejantes. Eso no guarda ninguna
relacin con el grado de espiritualidad del observador, de la misma manera
que la habilidad para caminar sobre zancos no indica necesariamente que
una persona sea espiritual. Tambin yo -aadi sonriendo-, cuando era jo-
ven como t, sola utilizar los zancos. Pero ahora ya no puedo.
Yo tambin sonrea pensando que, en lugar de zancos, hubiera neces i-
tado un par de troncos de rbol.
-Cuando te sometimos a la operacin de Apertura del Tercer Ojo -me
dijo el Lama Mdico-, observamos tus circunvoluciones cerebrales fronta-
les y vimos que eran muy diferentes a las que existen normalmente, lo cual
nos llev a la conclusin de que tus poderes de clarividencia y de telepata
eran innatos. Esa es una de las razones que nos han inducido a someterte a
un entrenamiento tan intensivo y acelerado. Tendrs que permanecer aqu,
en la Escuela de Medicina, durante varios das -me dijo mirndome con
inmensa satisfaccin-. Vamos a observarte concienzudamente para descu-
brir la forma de incrementar hasta el mximo tus extraordinarias dotes.
Escuchamos una tos discreta al otro lado de la puerta y mi Maestro, el
Lama Mingyar Dondup, entr en la habitacin.
Me levant de un salto y le salud con una reverencia, lo mismo que el
Gran Chinrobnobo. Mi Maestro sonrea.
-Recib tu mensaje teleptico -dijo al Gran Lama Mdico-. y he venido
rpidamente para ver si puedo tener la satisfaccin de que confirmes mis
descubrimientos acerca de mi joven amigo.
Me sonri y tom asiento. Sonri tambin el Gran Lama Chinrobnobo
y le dijo:
-Respetado colega! Me inclino de buen grado ante tu alta sabidura y
acepto a este joven para estudiar su caso. Tu inteligencia, querido colega,
es inmensa. Eres un hombre realmente poli factico. Pero nunca habas en-
contrado a un muchacho como ste.
Ambos rean y el Lama Chinrobnobo se agach y sac de un mueble
que haba junto a l tres jarras de nueces en almbar! Sin duda alguna, se
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me puso cara de tonto porque ellos, al mirarme, lanzaron al unsono una
sonora carcajada.
-Lobsang, por qu no utilizas tus dotes telepticas? Si lo hubieras
hecho, te habras dado cuenta de que el Lama Mdico y yo hemos cedido a
nuestra debilidad humana para cruzar una apuesta. Llegamos al acuerdo de
que si t eras como yo afirmaba, l te dara estas tres jarras de nueces en
almbar. En caso de no haber tenido razn, me hubiera visto obligado a rea-
lizar un largo viaje y a llevar a cabo cierta intervencin quirrgica en nom-
bre de mi amigo.
Mi Maestro me sonri y aadi:
-Naturalmente, har ese viaje y ese trabajo de todas formas y t ven-
drs conmigo. Pero nos complaci apostar y hay que hacer bien las cosas.
Ahora nuestro honor est a salvo. -Seal las tres jarras y aadi-: Quda-
telas, Lobsang. Y cuando te vayas, puedes llevrtelas porque es el premio
del vencedor y, en este caso, el vencedor eres t.
Yo me senta realmente confundido. Evidentemente, yo no poda utili-
zar mis poderes telepticos con aquellos dos Altos La mas. Slo con pensar-
lo, un gran escalofro recorra mi columna vertebral. Senta gran afecto por
mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, y un profundo respeto por la sabi-
dura y la ciencia del Gran Lama Chinrobnobo. Intentar espiarles -incluso
por procedimientos telepticos- hubiera sido un insulto, una imperdonable
descortesa. El Lama Chinrobnobo interrumpi mis pensamientos.
-Muy bien, hijo. Tus sentimientos te honran. Estoy realmente satisfe-
cho de haberte conocido y de poder tenerte entre nosotros.
Te ayudaremos para acelerar tu desarrollo.
-Ahora, Logbsang -dijo mi Maestro-, tendrs que permanecer aqu tal
vez durante una semana con el objeto de que puedas aprender muchas co-
sas relacionadas con el aura... Si, s aadi interpretando mi mirada-, s
perfectamente que crees que ya no puedes aprender nada nuevo sobre el au-
ra. Puedes verla. Sabes interpretarla. Pero es necesario que conozcas su g-
nesis y su mecanismo interno. Debes aprender todo lo que casi nadie sabe
de ella. Y ahora, tengo que dejarte. Pero maana te ver de nuevo.
Se levant y, naturalmente, yo le imit. Se despidi y abandon la
habitacin. El Lama Chinrobnobo se volvi a mirarme y exclam:
-No ests nervioso, Lobsang. No te va a suceder nada. Vamos a inten-
tar solamente acelerar tu desarrollo. En primer lugar, conversaremos un po-
co sobre el aura. Naturalmente, t la ves con la mayor claridad y la com-
prendes a la perfeccin. Pero ima gnate por un momento que carecieras de
esa facultad, como el 99,90 por ciento (o tal vez ms) de la poblacin mu n-
dial...
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De nuevo agit la campanilla violentamente y el sirviente acudi pre-
suroso con el t y, como es lgico y necesario, las otras cosas que tanto
me gustaban para acompaar al t. Creo que puede ser interesante recordar
que, en el Tibet, algunos das tomamos ms de sesenta tazas. Como todo el
mundo sabe, el Tibet es un pas muy fro y el t caliente nos entona. Hay
que tener en cuenta que nosotros no podemos, como los occidentales, salir
a tomar unos tragos y nos vemos obligados a limitarnos al t y al tsampa,
a no ser que alguna persona de buena voluntad nos traiga de otros pases,
como por ejemplo de la India, todas aquellas cosas de que carecemos en
nuestro pas.
-Ya hemos hablado del origen del aura -dijo el Lama Chinrobnobo-.
Es la fuerza vital del cuerpo humano. Supongamos por un momento que t
no puedes verla y que no sabes nada de ella. Es preciso que partamos de
esa hiptesis para que comprendas lo que normalmente ven las personas y
lo que no ven.
Asent con la cabeza para indicar que haba comprendido. Na-
turalmente, mis facultades para percibir el aura y otras cosas semejantes
eran innatas. Y esas facultades se haban incrementado despus de que me
practicaron la operacin del Tercer Ojo. Antes de conocer todas esas cosas,
en muchas ocasiones me haba descubierto a m mismo, inconscientemente,
al decir lo que vela, porque ignoraba que la mayora de las personas eran
incapaces de ver esas cosas. Recuerdo que en una ocasin dije que una per-
sona estaba viva todava. Era un hombre que el viejo Tzu y yo habamos
encontrado tendido al borde de un camino. El viejo Tzu me asegur que es-
taba equivocado y que aquel hombre estaba muerto. Yo haba dicho: Pero
Tzu, sus luces siguen encendidas!. Afortunadamente, el viento impidi
que mis palabras se oyeran claramente y el viejo Tzu no lleg a darse cuen-
ta de lo que significaban. Sin embargo, siguiendo un raro impulso, exa min
al pobre hombre ms detenidamente y descubri que an viva! Pero estoy
apartndome de mi relato.
-Lobsang -me dijo el Lama Mdico-, la mayor parte de los hombres y
mujeres son incapaces de ver el aura humana. Algunos estn realmente
convencidos de que sta no existe. Siguiendo ese mismo razonamiento l-
gico podran asegurar tambin que no existe el aire, puesto que no pueden
verlo.
El Lama Mdico me mir como para comprobar si le escuchaba en lu-
gar de pensar en las nueces. Mi aspecto, que sin duda reflejaba claramente
mi atencin, le tranquiliz. Sacudi la cabeza satisfecho y prosigui:
-Mientras el cuerpo tiene vida, el aura puede ser vista por aquellos que
tienen ese poder, ese don, esa facultad o llmale como quieras. Es preciso
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que sepas, Lobsang, que, para ver el aura con mayor claridad, la persona
observada debe hallarse desnuda. Ms adelante te explicar la razn de este
hecho. Para analizar una lectura normal basta con mirar a la persona, aun-
que vaya vestida. Pero cuando se trata de formular algn diagnstico es
preciso que el paciente est desnudo totalmente. Bien. La envoltura etrea
rodea el cuerpo por completo y se extiende sobre una superficie que mide
de un octavo de pulgada a tres o cuatro pulgadas a partir del cuerpo. Es una
especie de niebla gris azu lada, aunque no es exactamente una niebla, por-
que es posible ver claramente a travs de ella. Esta envoltura etrea consti-
tuye una emanacin puramente animal, que procede de la vitalidad fs ica.
Por ello, una persona que goce de buena salud tendr una envoltura etrea
de tres o cuatro pulgadas. Solamente las personas con grandes dotes, Lob-
sang, sern capaces de ver la tercera envoltura, porque debes saber que, en-
tre el aura propiamente dicha y la envoltura etrea, existe otra envoltura de
unas tres pulgadas de ancho. Para poder percibir sus colores se requieren
dotes realmente extraordinarias. Reconozco que yo lo nico que puedo ver
all es un espacio vaco.
Lleno de tristeza, me apresur a confesarle que yo s era capaz de ver
los colores de ese espacio.
-S, s, Lobsang. Lo s -me dijo-. S que puedes verlos porque eres
una de las personas ms dotadas que he conocido. Pero yo parta de la
hiptesis de que no podas ver nada de eso, porque as lo convinimos al
principio para que yo pudiera explicarte la razn de este fenmeno.
El Lama Mdico me mir severamente, como reprochndome que
hubiera interrumpido el curso de sus explicaciones. Cuando crey que mi
humillacin era ya suficiente para impedirme cualquier nueva interrupcin,
continu la exposicin de la teora.
-Tenemos, entonces, en primer lugar la envoltura etrea. Despus, esa
segunda zona que la mayor parte de nosotros somos incapaces de distin-
guir, a no ser como un simple espacio vaco. Y a continuacin, el aura, que
depende ms de la vitalidad espiritual que de la animal. Est compuesta de
franjas y de estras oscilantes que contienen todos los colores del espectro
visible. Es decir, un nmero de colores muy superior al que pueden percibir
los ojos, ya que el aura no se ve con los ojos sino con otros sentidos. Cada
rgano del cuerpo humano enva sus propias irradiaciones que varan y
fluctan de acuerdo con el pensamiento de la persona. Algunas de estas
irradiaciones se ponen de relieve muy acusadamente en la zona etrea y en
el siguiente espacio. Cuando se observa el cuerpo desnudo, el aura refleja
las seales de salud y de enfermedad. Por ello, los que poseen una clarivi-
dencia suficiente pueden diagnosticar con seguridad en todo momento.
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Yo ya saba todo aquello. Para m era como un juego de nios. Lo ve-
na practicando desde que me abrieron el Tercer Ojo. Saba que los grupos
de Lamas Mdicos se colocaban en torno a los enfermos y examinaban su
cuerpo desnudo para determinar la forma en que stos deban ser curados.
Supuse que tal vez pensaban prepararme para realizar un trabajo de este ti-
po.
-Ahora -dijo el Lama Mdico- recibirs una enseanza especial, una
enseanza realmente excepcional. Y esperamos que, cuando visites ese
gran mundo occidental que existe ms all de nuestras fronteras, inventars
un aparato destinado a que los que carecen en absoluto de poderes ocultos
puedan ver el aura y, de esa forma, curar muchas enfermedades. Ms ade-
lante, volveremos a tratar de esta cuestin. Ya s que todo esto te resulta fa-
tigoso. S que ya conocas muchas de las cosas que te he dicho. Te resulta
tal vez montono porque t eres clarividente por naturaleza. Pero es muy
probable que nunca hayas pensado en el mecanismo de esos fenmenos
que para ti son tan normales. Y eso es algo que debes conocer irremedia-
blemente, porque quien conoce las cosas a medias est tambin preparado a
medias solamente, y por consiguiente, su utilidad no es completa. Y t tie-
nes que ser realmente til! Pero por hoy vamos a terminar, Lobsang. Reti-
rmonos a descansar a nuestras habitaciones. La tuya est ya dispuesta para
ti. Cuando descansemos, volveremos a tratar de todas estas cuestiones que
hoy hemos analizado tan sucintamente. Durante esta semana no necesitars
asistir a ningn servicio religioso ya que el Profundo ha ordenado que todas
tus energas y todas tus devociones estn orientadas exclusivamente a al-
canzar el dominio ms absoluto de las cuestiones que yo y mis colegas te
expondremos en das sucesivos.
Nos levantamos. Agit de nuevo la campanilla de plata entre sus ma-
nos poderosas y lo hizo con tanta energa que me pareci que iba a saltar
hecha pedazos. El monje sirviente acudi presuroso a su llamada.
-Te encargars de atender a Martes Lobsang Rampa -dijo el Lama
Mdico Chinrobnobo-. Ya sabes que es un husped de honor. Dale el mis-
mo trato que daras a un monje de alto rango.
Se volvi hacia m. Nos saludamos inclinando nuestras cabezas. Des-
pus, el sirviente me invit, con un gesto, a seguirle.
-Detnte! -grit el Lama Chinrobnobo-. Te has olvidado de tus nue-
ces!
Tom aquellas tres preciosas jarras, sonriendo un poco desconcertado,
y sal rpidamente al corredor, donde el sirviente me esperaba.
Mi acompaante me condujo a una hermosa habitacin. Al otro lado
de la ventana se vea el desembarcadero del Ro Venturoso.
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-Mi deber es atenderte, Seor -dijo el sirviente-. Ah tienes la camp a-
nilla por si me necesitas. Utilzala siempre que quieras.
Sali. Yo me acerqu a la ventana. Me sent hechizado ante la pers-
pectiva del Valle Sagrado. La barca, rodeada de vejigas hinchadas de yak,
se alejaba de la orilla y el barquero hunda los remos en las agitadas aguas
del ro. En la otra orilla esperaban tres o cuatro hombres. Por sus mantos,
deduje que deban ser personajes importantes. Esta impresin me fue con-
firmada por la forma obsequiosa con que el barquero los acoga. Durante
unos minutos, lo contempl todo desde la ventana. Despus, de repente, me
sent lleno de inesperado cansancio. Me sent en el suelo sin preocuparme
en buscar los almohadones que tenan que servirme de lecho y, casi sin
darme cuenta de nada, ca hacia atrs y me qued dormido al instante.
Pasaron las horas mecidas por el montono ruido de los Molinos de
Plegarias. De pronto, me incorpor temblando de miedo. El Servicio! Se
me haba pasado el tiempo y llegara tarde. Es cuch atentamente. Alguien
cantaba una salmodia a lo lejos. Era suficiente. Me puse en pie y corr hacia
la puerta de mi habitacin. Pero la puerta no estaba all! Choqu contra la
pared y escuch el crujido de mis huesos. Despus, ca al suelo de espaldas.
Mi cabeza pareca estar llena de luces azules y blancas que giraban vertigi-
nosamente. Cuando me repuse del golpe, me levant de nuevo. Lleno de t e-
rror ante la inevitable perspectiva de mi re traso, corr desesperado dando
vueltas por la habitacin, sin conseguir hallar ninguna puerta. Y lo que es
peor, tampoco hallaba ninguna ventana!
-Lobsang -dijo una voz desde la oscuridad-. Te sientes mal?
Reconoc la voz del sirviente y volv a la realidad como si hubieran
echado un cubo de agua helada sobre mi cabeza.
-Oh! -dije aturdido-. Cre que llegaba tarde al servicio. Me haba ol-
vidado de que tengo dispensa.
Una risa apenas contenida acogi mis palabras. Despus, la voz dijo:
-Voy a encender la lmpara porque esta noche es una noche muy os-
cura.
Un pequeo resplandor lleg hasta m desde la puerta -que estaba si-
tuada en el lugar ms insospechado -y vi como el sirviente se acercaba.
-Ha sido realmente divertido -me dijo-. Al principio cre que se trataba
de una manada de yaks que se haban escapado y estaban aqu dentro.
La sonrisa quitaba a sus palabras cualquier intencin ofensiva. Me
acost de nuevo y el sirviente se retir con la lmpara. En el marco leve-
mente iluminado de la ventana vi correr una estrello fugaz que pona fin de
pronto a un largo viaje de incontables millas a travs del espacio. Me en-
volv en mi manto y me dorm de nuevo.
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El desayuno consisti, como siempre, en tsampa y t. Alimenticio,
reconfortante, pero nada sabroso. Cuando termin de tomarlo, entr el sir-
viente.
- Honorable seor -me dijo-, si ya ests preparado, debo conducirte a
otro lugar.
Me levant y sal con l de la habitacin. Seguimos una direccin dis-
tinta a la del da anterior. Nos dirigimos a una zona del Chakpori cuya exis-
tencia yo desconoca por completo. Descendamos por un largo corredor
que pareca introducirse en las entra as de la Montaa de Hierro. No haba
all ms luz que la de nuestras lmparas. Al final, el sirviente se detuvo y
seal un lugar frente a nosotros.
-Sigue adelante, todo recto y, despus, entra en la habitacin que
hallars a la izquierda.
Me hizo una inclinacin de cabeza y se march por donde habamos
venido. Yo avanc, mientras me preguntaba: Y ahora qu hago?. La
habitacin de la izquierda estaba frente a m. En tr y me detuve lleno de
asombro. En medio de la habitacin haba un Molino de Oraciones. Slo
me dio tiempo a mirarlo muy fugazmente, pero me pareci que era muy ex-
trao.
Alguien pronunci mi nombre.
-Bien, Lobsang! Nos alegramos mucho de que hayas venido.
All estaba mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, acompaado del
Gran Lama Mdico Chinrobnobo y de un Gran Lama hind de aspecto dis-
tinguido llamado Marfata. ste haba estudiado medicina occidental en una
universidad alemana, que segn intu era la de Heidelberg. Despus se
haba hecho monje budista, un lama, ya que hay que tener en cuenta que
monje es un trmino genrico.
El hind me mir tan agudamente, con unos ojos tan penetrantes, que
me pareci que atravesaba mi cuerpo de parte a parte. Sin embargo, en esta
ocasin, yo no tena la menor sensacin de culpabilidad en mi conciencia y
resist fcilmente su mi rada. Al fin y al cabo, por qu no iba a hacerlo? Yo
era tan bueno como l, ya que estaba recibiendo las enseanzas de los la-
mas Mingyar Dondup y Chinrobnobo.
Una sonrisa pareci abrir con dificultad sus labios rgidos como si s-
lo le fuera posible rer gracias a un doloroso esfuerzo.
-S -dijo asintiendo con la cabeza a mi Maestro-. Estoy satis fecho de
que el muchacho sea como me dijisteis.
Mi Maestro tambin sonri. Pero su sonrisa no era forzada, sino natu-
ral, espontnea y clida.
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-Lobsang -dijo el Gran Lama Mdico-, te hemos trado a esta habit a-
cin secreta para mostrarte y explicarte algunas cosas. Tu Maestro y yo es-
tamos realmente satisfechos de los exmenes a que te hemos sometido. Tus
poderes son extraordinarios y vamos a desarrollarlos an ms. Nuestro co-
lega hind Marfata no poda creer que en el Tibet existiera un prodigio se-
mejante. Esperamos que t confirmes cuanto le hemos dicho sobre ti.
Es un hombre que tiene una elevada opinin sobre s mismo, pens
yo observando a Marfata. Me volv hacia el Lama Chinrobnobo.
-Respetado Seor -le dije-. El Profundo, que me ha honrado recibin-
dome en varias ocasiones, me advirti muy especialmente para que procu-
rara no probar mis poderes, ya que esas pruebas carecen de utilidad casi
siempre. Los que desean que se les pruebe algo, suelen ser incapaces de
aceptar la verdad de una prueba por muy autntica que sta sea.
La carcajada que lanz el Lama Chinrobnobo estuvo a punto de
hacerme volar por los aires. Mi Maestro tambin rea. Ambos contempla-
ban al hind Marfata, que me miraba con cierta hostilidad.
-Hablas muy bien, muchacho! -dijo el hind-. Pero, como t mismo
has dicho, las palabras no prueban nada. Ahora, mrame y dime qu es lo
que ves en m.
Sent cierta inquietud ante la perspectiva de tener que hacerlo, porque
muchas de las cosas que vea no me gustaban.
-Ilustre Seor! -le dije-. Me temo que si os digo todo lo que
veo, os vais a enfadar conmigo. Tal vez pensis que, en lugar de responder
a vuestra pregunta, intento insolentarme tan slo.
Mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, asinti con la cabeza y sobre
el rostro del Lama Chinrobnobo apareci una sonrisa amplia, resplande-
ciente como una luna llena.
-Di lo que quieras, muchacho -dijo el hind-. No estamos aqu para
perder el tiempo en charlas intrascendentes.
Contempl al hind durante unos instantes, hasta que me di cuenta de
que se estremeca levemente ante la intensidad de mi mirada.
-Ilustre Seor! -le dije al fin-. Me habis ordenado que os diga todo
cuanto veo y comprendo que mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, y el
Gran Lama Mdico Chinrobnobo esperan que hable con sinceridad. Pues
bien, os dir lo que veo: Nunca os haba visto antes, pero vuestra aura y
vuestros pensamientos me revelan que sois un hombre que ha viajado mu-
cho y ha navegado por todos los ocanos del planeta. Estuvisteis en esa pe-
quea isla cuyo nombre no conozco, donde todas las personas son de raza
blanca y que tiene a su lado una isla an ms pequea, como si fueran una
yegua y su potrillo. Erais enemigo de esas personas, y all todos estaban
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deseando poder emprender alguna accin contra vos, como consecuencia
de algo que estaba relacionado con...
Al llegar a este punto vacil. Las cosas se me aparecan especialmente
embrolladas, ya que se referan a cuestiones y conocimientos de los que yo
no tena ni la menor idea.
-Se trata de algo relacionado con un ciudad india que, segn deduzco
de vuestros pensamientos, debe tratarse de Calcuta -le dije-. Y tambin veo
que todo ello est vinculado a un negro abismo donde los habitantes de
aquella isla se encontraban sumamente molestos e inquietos... En cierto
modo, pensaban que debais haberles librado de todas esas dificultades en
lugar de causarlas.
El Gran Lama Chinrobnobo rea de nuevo y su risa me tranquiliz y
me hizo suponer que haba acertado. Mi Maestro no deca ni haca nada,
pero el hind se agitaba desconcertado.
-Fuisteis despus a otro pas -prosegu-. En vuestra mente puedo leer
con toda claridad una palabra: Heidelberg. All estudiasteis medicina de
acuerdo con los brbaros sistemas de rajar, cortar y coser, tan diferentes a
los que utilizamos en el Tibet. Despus, os hicieron entrega de un papel
muy grande lleno de firmas y de sellos... Tambin veo en vuestra aura que
estis enfermo...
Respir profundamente, con cierto temor. Ignoraba qu reaccin pod-
an causarle las palabras que iba a decir despus.
-Vuestra enfermedad es incurable -dije-. Es una de esas enfermedades
en que las clulas del cuerpo proliferan desordenadamente y, como las
hierbas venenosas, se niegan a llevar a cabo un crecimiento armnico, ex-
tendindose en todas direcciones de una forma anrquica, obstruyendo y
cegando los rganos vitales del cuerpo... Seor: Os estis destruyendo a
vos mismo. Os matan poco a poco vuestros propios pensamientos porque
sois incapaz de admitir que pueda haber bondad alguna en el espritu de
vuestros semejantes.
Durante unos instantes -a m me parecieron aos!- todo permaneci
en silencio. Despus el Lama Chinrobnobo dijo:
-Tienes razn, Lobsang! Has acertado por completo!
El hind le interrumpi.
-Tal vez advertisteis al muchacho lo que tena que decir cuando estu-
viera en mi presencia -dijo desconfiado.
-Es posible -dijo mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup-. Hubiramos
podido hacerlo. Pero debes tener en cuenta que muchas de las cosas que ha
dicho son completamente nuevas hasta para nosotros, ya que no hemos
analizado tu aura ni tu mente porque t no nos invitaste a hacerlo. Sin em-
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bargo, creo que aqu lo que realmente interesa es el hecho de que Martes
Lobsang Rampa tiene realmente unos extraordinarios poderes y que noso-
tros vamos a desarrollrselos hasta el mximo. No hay tiempo para discutir.
Es necesario que realicemos nuestra tarea concienzudamente. Ven conmi-
go! -dijo dirigindose a m.
Se levant y me llev hacia el gran Molino de Plegarias que haba
en el centro de la habitacin.
Yo observ aquel objeto extrao y me di cuenta de que no se trataba
de un Molino de Plegarias, sino de un aparato de unos cuatro pies de alto
por cinco pies de ancho. En uno de sus lados tena dos pequeas ventanitas
cubiertas de cristal. Al otro lado tena dos ventanas algo mayores y, en el
centro, una gran manivela. Para m, constitua un objeto misterioso. Yo no
tena la menor idea de lo que poda ser.
-Lobsang -dijo el Lama Mdico-, ste es un aparato destinado a que
las personas no clarividentes puedan ver el aura humana. El Gran Lama
hind Marfata vino a consultarnos, pero no nos explic la naturaleza de su
enfermedad alegando que si en reali dad conocamos la medicina esotrica,
seramos capaces de descubrirla sin necesidad de que l nos dijera nada. Lo
hicimos conducir aqu con objeto de examinarlo con la mquina. Ahora, si
lo permites, va a quitarse el manto. T le vas a examinar primero para de-
cirnos cul es, a tu juicio, su problema. Despus lo haremos nosotros, con
ayuda de esta mquina, y veremos si nuestro diagnstico coincide con el
que t obtengas.
Mi Maestro seal al hind un rincn oscuro y l se desnud all. Su
oscura silueta se recortaba contra la pared.
-Lobsang- dijo mi Maestro-, obsrvalo con cuidado y dinos lo que ves.
No mir al hind directamente. Mir su contorno con una mi rada obli-
cua, ya que sa es la mejor forma de ver el aura. No utilic la visin bino-
cular, que es la normal, sino que mir aislando e independizando la visin
de cada ojo. Es algo realmente difcil de explicar, pero consiste simplemen-
te en mirar con los ojos torcidos y ste es un juego que, sin duda alguna,
puede aprender cualquiera.
Mir al hind. Su aura brillaba y oscilaba. Me di cuenta de que era
realmente un gran hombre, un hombre altamente dotado intelectualmente,
pero, por desgracia, su aspecto haba sido deformado por aquella misteriosa
enfermedad que le dominaba. Yo le observaba con gran atencin y expre-
saba mis pensamientos en voz alta. Y no me daba cuenta de la enorme an-
siedad con que mi Maestro y el Lama Mdico seguan mis palabras.
-Es evidente que la enfermedad ha sido provocada por las numerosas
tensiones fsicas. El Gran Lama hind se ha sentido insatisfecho y frustra-
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do, lo cual ha afectado su salud, haciendo que las clulas de su cuerpo in-
tentaran salvajemente evadirse en la direccin del Espritu. Esa es la razn
de que su hgado haya enfermado. Y como es un hombre acusadamente
temperamental, su enfermedad se agrava cada vez que tiene algn estallido
de clera. Su aura indica claramente que si fuera capaz de mantener la cal-
ma, si se mostrara ms plcido en sus reacciones, como mi Maestro, el La-
ma Mingyar Dondup, podra permanecer ms tiempo sobre la Tierra y rea-
lizar la mayor parte de la tarea que tiene asignada, sin necesidad de reen-
carnarse.
Guardamos silencio nuevamente y me complaci observar que el La-
ma hind agitaba la cabeza asintiendo, como si estuviera totalmente de
acuerdo con mi diagnstico. El Lama Mdico Chinrobnobo se acerc a
aquella extraa mquina y mir por una de sus ventanillas. Mi Maestro dio
vueltas a la manivela, incrementando el ritmo poco a poco hasta que el
Lama Mdico le indic que mantuviera el ritmo constante. Durante unos
instantes, el Lama Mdico observ a travs del aparato. Despus se separ
y, sin decir una sola palabra, el Lama Min gyar Dondup ocup su lugar,
mientras l se encargaba de la manivela. Cuando terminaron su examen,
permanecieron en pie unos momentos sin hablar, sin duda alguna conver-
sando telepticamente. No hice el menor intento por captar sus pensa-
mientos, porque ello hubiera sido una terrible falta de educacin y de res-
peto. Por fin, volvindose hacia el Lama hind, le hablaron.
-Todo cuanto ha dicho Martes Lobsang Rampa es exacto. Hemos ob-
servado atentamente tu aura y hemos llegado a la conclusin de que tienes
un cncer de hgado. Estamos convencidos de que ste ha sido motivado
por tu inestabilidad temperamental. Sin embargo, creemos que si llevas una
vida tranquila vivirs todava los aos suficientes para realizar tu tarea. Es-
tamos dispuestos a hacer las gestiones necesarias para que puedas quedarte
aqu en Chakpori, si as lo deseas.
El Lama discuti algunas cosas y despus abandon la habitacin con
el Lama Chinrobnobo.
Mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup, me golpe en la espalda cari-
osamente.
-Lo has hecho muy bien, Lobsang! -dijo-. Muy bien! Ahora quiero
mostrarte ese aparato.
Nos acercamos, levantamos su tapa superior, y lo examinamos aten-
tamente. El aparato vibraba. En su interior vi una serie de radios que par-
tan de un eje central. En el extremo de cada uno de ellos haba un prisma
de cristal. Sus colores variaban. Rojo, azul, amarillo y blanco. Cuando se
haca girar la manivela, los radios giraban mediante un sistema de poleas
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que pona el eje en movimiento. Y al girar, los prismas pasaban alternati-
vamente ante las lentes exteriores. Mi Maestro me explic su funciona-
miento. Despus me dijo:
-Naturalmente, este aparato est sin perfeccionar y su manejo es dif-
cil. Lo utilizamos para llevar a cabo nuestros experimentos y esperamos
que, algn da, podremos fabricar un modelo ms pequeo. T, Lobsang,
nunca tendrs la necesidad de utilizarlo, Son muy pocos los que pueden ver
el aura con tanta nitidez como t. Cuando llegue el momento oportuno, te
explicar s mecanismo detalladamente. Pero de una manera sucinta, pue-
do anticiparte que est basado en una ley ptica en virtud de la cual los
prismas de colores, al girar rpidamente, interrumpen la lnea de visin,
desvaneciendo la imagen normal del cuerpo humano e intensificando la
luz, mucho ms dbil, del aura.
Cerr la tapa de nuevo y se dirigi a otro aparato que se hay liaba en
un rincn sobre una mesa. En aquel momento, el Lama Chinrobnobo entr
en la habitacin de nuevo para reunirse con nosotros.
-Bien! -dijo acercndose-. De modo que vas a probar su fuerza men-
tal? Bien! Me alegro de haber llegado a tiempo para presenciarlo!
Mi Maestro me seal un curioso cilindro que pareca fabricado con
un papel spero.
-Esto, Lobsang, es un papel duro, grosero. Como puedes ver, se han
hecho en l numerosos agujeros con ayuda de un punzn grueso, para que
quede lleno de salientes por una de sus caras. Despus, se le da la forma de
un cilindro, procurando que todos los salientes queden en el exterior. Lo
atravesamos con una paja, aprovechando uno de los orificios, que sirve de
eje. Y finalmente, con una aguja afilada, lo fijamos en una plataforma. De
ese modo, el cilindro puede dar vueltas casi sin friccin. Bueno! Ahora f-
jate bien!
Coloc sus manos en torno al cilindro, sin tocarlo, a una dis tancia de
una pulgada o pulgada y media. Muy pronto, el cilindro empez a girar
despacio, adquiriendo poco a poco una velocidad considerable. Entonces
mi Maestro lo toc y lo detuvo. Coloc las manos en direccin contraria.
Sus dedos, que antes se extendan hacia afuera, se extendan ahora hacia su
cuerpo. Y el cilin dro empez a girar en sentido contrario.
-Estis soplando sobre l! -le dije.
-Eso es lo que cree todo el mundo! -dijo el Lama Chinrobnobo-. Pero
se equivocan por completo.
El Gran Lama se dirigi a uno de los huecos del muro y trajo una
gruesa lmina de cristal. El Lama Mingyar Dondup detuvo nuevamente el
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cilindro. El Lama Chinrobnobo coloc aquella lmina en el espacio com-
prendido entre el cilindro y mi Maestro.
-Piensa que va a empezar a girar! -le orden.
Mi Maestro le obedeci y el cilindro empez su rotacin de nuevo. El
cristal impeda por completo que ninguno de nosotros pudiera impulsarlo
con su aliento.
-Hazlo t ahora, Lobsang! -dijo mi Maestro levantndose.
Me sent y coloqu mis manos de la misma forma. El Lama Chinrob-
nobo segua sujetando el cristal ante nosotros para impedir que nuestra res-
piracin pudiera influir en la rotacin del cilindro. Yo estaba convencido de
que no conseguira nada. Y al parecer, el cilindro se dio cuenta de ello por-
que no se movi.
-Piensa que vas a hacerlo girar, Lobsang! -dijo mi Maestro.
Hice lo que me deca y el cilindro se puso en movimiento. Por un
momento, estuve a punto de tirarlo todo y salir corriendo. Aquello era cosa
de brujera! Pero prevaleci la razn (aunque ignoro qu clase de razn!) y
permanec sentado.
-Este aparato, Lobsang -dijo mi Maestro-, se mueve por la fuerza del
aura humana. T piensas que va a girar y el aura genera la fuerza necesaria
para que tu pensamiento se realice. Es interesante que sepas que en todos
los pases del mundo se han hecho experimentos con aparatos de este tipo.
Todos los grandes cientficos han tratado de dar una explicacin a este fe-
nmeno. Pero, naturalmente, los occidentales no creen en la fuerza etrea y
se ven obligados a inventar explicaciones que resultan an ms incompren-
sibles que la fuerza real de lo etreo.
-Estoy hambriento, Mingyar Dondup -dijo el Gran Lama Mdico-.
Creo que ya es hora de que nos retiremos a nuestras habitaciones para co-
mer algo y descansar. No debemos poner a prueba la capacidad y la resis-
tencia del muchacho porque ya tendr en el futuro muchas ocasiones para
hacerlo.
Regresamos al edificio central del Chakpori. Pronto estuve en mi
habitacin con mi Maestro, el Lama Mingyar Dondup. Y en seguida (qu
felicidad!) pude comer algo y me sent realmente satisfecho.
-Come, Lobsang, come -dijo mi Maestro-. Ms tarde volvere mos a reu
nirnos y trataremos de otros temas.
Descans en mi habitacin durante una hora, asomado a la ventana.
Siempre me gustaron los lugares altos. Me encantaba ver a la gente agitn-
dose debajo de m y a los comerciantes atravesando lentamente la Puerta
Occidental, reflejando en sus rostros la satisfaccin de haber llegado al fi-
nal de su largo y penoso viaje a travs de los estrechos senderos montao-
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sos. Algunos de aquellos comerciantes me haban hablado de la maravillo-
sa perspectiva que se divisaba desde una de las cimas por donde pasaba el
camino de la India. Entre las montaas, mirando hacia aba
j
o, poda verse la
Ciudad Sagrada con sus techos dorados lanzando destellos y, al otro lado,
la blanca mole del Montn de Arroz,) que pareca de veras un montn de
arroz derramndose generosamente por las laderas. Me pareca hermoso
contemplar el barquero que cruzaba el Ro Venturoso y nunca perda la es-
peranza de que las vejigas de yak de su barca se desinflaran de pronto. Me
hubiera gustado mucho presenciar cmo se hunda poco a poco hasta el
cuello, asomando slo la cabeza sobre la superficie del; agua. Pero nunca
tuve la suerte de poder ser testigo de semejante espectculo. El barquero
llegaba siempre a la otra orilla, recoga su carga y regresaba al embarcade-
ro.
Poco despus, volv a aquella habitacin subterrnea con los dos la-
mas.
-Lobsang! -dijo el Lama Mdico-. Cuando vayas a examinar a un pa-
ciente, hombre o mujer, debes tener la ms completa seguridad de que po-
drs ayudarle a desnudarse.
-Honorable Lama Mdico!- dije desconcertado-. No creo que sea pre-
ciso obligar a nadie a desnudarse con este fro tan horrible. Puedo percibir
con la mayor claridad su aura sin necesidad de que se quite una sola pren-
da... Y, oh, respetable Lama Mdico!, cmo voy a pedir a una mujer que
se desnude?
Slo de pensarlo, mis ojos se extraviaron de horror. Mi rostro debi
parecerle realmente cmico porque los dos lamas empeza ron a rerse de m.
Sus carcajadas eran estrepitosas. Yo me sent ridculo y aturdido. Poda ver
cualquier aura perfectamente, sin la menor dificultad y no hallaba ninguna
razn para adoptar un sistema distinto al que haba seguido hasta entonces.
-Lobsang! -dijo el Lama Mdico-. T eres extraordinario, clarividen-
te, pero hay muchas cosas que todava no has visto. Con el Lama hind nos
hiciste una magnfica demostracin de tus facultades para interpretar el au-
ra humana, pero nunca habras podido diagnosticar su afeccin heptica si
l no se hubiera quitado sus ropas.
Medit sus palabras y me vi obligado a admitir que tena ra zn. Ya
haba observado atentamente al Lama hind antes de que se desnudara y,
aunque me di cuenta en seguida de los rasgos fundamentales de su carcter
y de su personalidad, no haba sospechado siquiera que su hgado estuviera
enfermo.
-Tenis razn, Honorable Lama Mdico -le dije-. Creo que necesito
que sigis instruyndome.
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-Cuando miras el aura de una persona -dijo mi Maestro, el Lama
Mingyar Dondup-, lo nico que deseas es ver su aura. No te interesan los
pensamientos de la oveja que produjo la lana de que est hecho tu manto.
Todas las auras estn incluidas por los objetos que interfieren sus irradia-
ciones. Aqu tienes una lmina de cristal. Afectar necesariamente cuanto
veas a travs de ella. Aunque sea transparente, alterar la luz, o mejor di-
cho, el color de la luz que lo atraviese. Por ello, si miras a travs de un cris -
tal de un color determinado, este color alterar todas las vibraciones de los
objetos que veas, no solamente en sus matices cromticos, sino tambin en
la intensidad de sus ritmos. Por ello, si una persona est vestida, su aura su-
frir ciertas alteraciones aparenciales determinadas por las ropas o por los
adornos que lleve esta persona.
Medit sus palabras y comprend que cuanto me deca tena que ser
cierto.
-Otra cosa muy importante -aadi-. Cada rgano del cuerpo proyecta
su propia imagen (su propio estado de salud o de enfermedad) a lo etreo.
Y cuando el aura est libre de la influencia de las ropas, magnifica e inten-
sifica su brillo autntico. Con ello, te habrs convencido de que si tienes
que examinar a una persona, lo mismo si est sana como si est enferma,
debers indicarle que debe desnudarse. Y si hace fro, Lobsang -aadi son.
riendo-, debers llevarla a un lugar ms abrigado.
-Honorable Lama -le dije -. Segn me contasteis hace tiempo; estis
trabajando para crear un aparato que nos permitir curar las enfermedades a
travs del aura.
-As es, Lobsang -respondi mi Maestro-. La enfermedad es slo una
discordancia de las vibraciones fsicas. Si un rgano tiene su ritmo de vi-
bracin molecular alterado, se considera que est enfermo. Si pudiramos
medir con exactitud la diferencia de vibracin existente entre un rgano en-
fermo y uno sano, nos se
,
ra fcil proceder a la curacin del rgano afecta-
do restableciendo su ritmo normal de vibracin. En los casos de tras tornos
mentales, el cerebro recibe los habituales mensajes del Espritu; pero no los
interpreta correctamente. Por esa razn, las acciones resultantes difieren de
las que suelen considerarse como norma les en un ser humano. Si una per-
sona no puede razonar o actuar normalmente, se dice que padece desequili-
brio mental. Si podemos medir la magnitud del infraestmulo, tambin po-
dremos ayudar a la persona que lo sufre a recuperar su equilibrio. Corno
consecuencia de un infraestmulo, las vibraciones pueden ser ms bajas o
ms altas de lo normal y se manifiestan a travs de ciertos desvaros. Cual-
quier enfermedad que haya sido medida por este sistema puede ser curada
por l.
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El Gran Lama Mdico intervino en ese momento.
-A propsito -dijo-. El Lama Marfata discuti conmigo este problema
y me asegur que en algunos lugares de la India, en ciertos monasterios ais-
lados, estaban llevando a cabo experimen tos con un aparato de alta tensin
llamado... -vacil un mo mento y aadi-: generador de Graaf.
No tena mucha seguridad en cuanto a los trminos que utili zaba, pe-
ro, sin duda alguna, estaba realizando un poderoso esfuerzo para informar-
se con exactitud.
-Este generador desarrolla al parecer un voltaje extraordinariamente
elevado con una corriente muy pequea... Y aplicndolo al cuerpo de una
forma determinada incrementa considerablemente la intensidad del aura,
hasta tal punto, que incluso los menos clarividentes pueden verla. Tambin
me dijo que, aprovechando este sistema, los fotgrafos haban conseguido
tomar fotografas del aura.
-S -dijo mi Maestro asintiendo solemnemente-. Tambin es posible
ver el aura mediante un tinte especial, un lquido que se coloca entre dos
lminas de cristal. Parece ser que muchas personas pueden verla utilizando
una iluminacin y un fondo adecuado y mirando el cuerpo humano desnu-
do a travs de esa pantalla.
Yo les interrump en sus especulaciones.
-Pero Honorables Seores! Acaso es necesario utilizar todos esos
trucos? Yo puedo ver el aura. Por qu ellos no?
Mis dos maestros rieron nuevamente y esta vez no creyeron que fuera
preciso explicarme la diferencia que exista entre las enseanzas que yo
haba recibido y las que reciban la mayor parte de los hombres y mujeres
del mundo.
-Caminamos a ciegas todava -dijo el Lama Mdico-. Curamos a nues-
tros pacientes con hierbas, pldoras, pociones e intervenciones quirrgicas.
Somos lo mismo que ciegos que tratan de encontrar un alfiler en un montn
de arena. Quisiera poseer un aparato que permitiera a cualquier persona ver
el aura humana con todos sus fallos, con el objeto de poder eliminar esos
fallos que constituyen la causa real de las enfermedades.
El resto de la semana lo dedicaron a incrementar mis conocimientos
por medio del hipnotismo y de la telepata. Aumentaron y perfeccionaron
mis poderes y conversamos interminablemente sobre los mejores sistemas
para percibir el aura y sobre las posibilidades de construir un aparato que
permitiera verla. Y la ltima noche que pas en el Chakpori, asomado a la
ventana de mi habitacin, pens que al da siguiente regresara a nuestra
lamasera y me vera obligado a pasar de nuevo la noche en el dormitorio
colectivo, en compaa de todos los dems monjes.
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Las luces del Valle vibraban a lo lejos. Los ltimos rayos del sol po-
niente se filtraban entre las grietas de las montaas y descendan sobre los
techos dorados como dedos de luz que refleja ban todos los colores del es-
pectro. Azules, amarillos, rojos, verdes. Sus matices se iban oscureciendo
poco a poco conforme avanzaban las sombras. Todo el Valle se visti de un
terciopelo azulado, violceo, purpreo, que casi se palpaba. Desde mi ven-
tana, abierta a la noche, llegaba hasta m el aroma de los sauces y el perfu-
me de las plantas del jardn de la lamasera. Y la brisa errante llen mis
sentidos de un delicioso olor a polen y a flores que se abran.
El sol se ocult por completo y los dedos de luz desaparecieron detrs
de las cumbres de las montaas, reflejndose leve mente en el cielo cada
vez ms oscuro y en las nubes bajas, que quedaron teidas de una leve pr-
pura. La noche increment su negrura mientras el astro rey se alejaba ms y
ms de nosotros. Las tinieblas rojizas del firmamento se fueron llenando de
remotos puntos de luz. Saturno. Venus. Marte. Y despus apareci la luna
menguante, con sus cicatrices de piedra. Y una nube perezosa cruz frente
a ella. Y me pareci que era una mujer que se estaba vistiendo, despus de
haberse quedado completamente desnuda para mostrar su aura. Volv la es-
palda a la ventana y me promet a m mismo no regatear ningn esfuerzo
para seguir aumentando mis conocimientos a toda costa y para ayudar a to-
dos los millones de seres humanos que sufran en el mundo. Me acost so-
bre el suelo de piedra, apoy mi cabeza en mi manto enrollado y me qued
dormido en el acto.
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Captulo noveno
El silencio era profundo. La atmsfera, concentrada, intensa. De vez
en cuando se escuchaba un susurro casi inaudible que turbaba slo un ins-
tante la quietud absoluta de la Biblioteca. Contempl, a mi alrededor, la
larga hilera de figuras inmviles, envueltas en sus mantos, sentadas en el
suelo en actitud rgida. Eran hombres sumidos en hondas meditaciones,
concentrados en los acontecimientos del mundo exterior, ms interesados
en ese mundo exterior que en nuestro mundo! Mis ojos lo observaban
todo atentamente, recorriendo, una tras otra, aquellas fi guras augustas.
Aqu, un Superior procedente de un distrito remoto. All, un lama vestido
pobremente, humildemente, que haba descendido de las montaas. Incons-
cientemente, apart una de las mesas bajas con objeto de tener ms espacio.
El silencio pesaba como si estuviera vivo. Pareca imposible que un grupo
tan numeroso de hombres pudiera mantenerse tan silencioso.
Crash! El silencio fue turbado de pronto. Intent levantarme y, en
aquel momento, alguien cay junto a m. Era uno de los sirvientes de la Bi-
blioteca. Haba rodado por el suelo. Los gruesos libros, con sus cubiertas
de madera, cayeron con l produciendo un ruido estrepitoso. Entr en la
habitacin con su precioso cargamento y tropez en la mesa que yo haba
cambiado de lugar y cuya altura era tan slo de unas dieciocho pulgadas.
Los monjes, solcitos, se apresuraron a recoger los libros, sacudiendo
el polvo que haba quedado adherido a sus cubiertas. En el Tibet, los libros
son un objeto de veneracin porque constituyen un depsito de conoci-
mientos. Nunca son maltratados ni manejados irreverentemente. Por ello,
los monjes se ocupaban cuidadosamente de ellos y no del hombre que se
haba cado. Apart la mesa. Fue un milagro! Nadie pens que yo era el
culpable de todo! El bibliotecario, aturdido, se rascaba la cabeza tratando
de descubrir la razn de su cada. Como yo no estaba cerca de l, era imp o-
sible que hubiera tropezado conmigo. Sali nuevamente de la habitacin
sacudiendo la cabeza asombrado. La calma qued restablecida y los lamas
prosiguieron su lectura.
Durante los das que trabaj en la cocina me desacredit abso-
lutamente para ese tipo de actividades. Por ello me haban excluido por
completo de ellas. Y sa era la razn de que cuando tena que dedicarme a
tareas serviles, me enviaran a la Biblioteca con el encargo de quitar el
polvo a las cubiertas de madera y mantenerlo todo limpio. Los libros tibe-
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tanos son grandes y pesados. Sus estuches estn llenos de complicadas ta-
llas con el ttulo y algunas figuras. El trabajo era duro. Era preciso levantar-
los y lle varlos, sin hacer ruido, a mi mesa para devolverlos de nuevo a sus
estanteras, una vez limpios. El bibliotecario era muy meticuloso. Lo exa-
minaba todo escrupulosamente para comprobar si los haba limpiado bien.
Alguno de los estuches de madera contenan revistas y diarios de otros pa-
ses. A pesar de que no com prenda una sola palabra, me resultaba real-
mente agradable contemplarlos. Algunos de aquellos viejos peridicos ex-
tranjeros tenan fotografas y, siempre que poda, les echaba una mirada.
Mi curiosidad por ellas aumentaba cada vez que el bibliotecario me prohi-
ba mirarlos y yo aprovechaba su ausencia para hacerlo.
Las fotografas de vehculos de ruedas me fascinaban. Naturalmente,
en el Tibet no exista aquel tipo de vehculos. Nuestras Profecas asegura-
ban que el principio del fin llegara cuando las ruedas se apoderaran del
Tibet porque entonces nuestro pas sera invadido y dominado por una
fuerza malfica que se extendera por todo el planeta como un cncer. A
pesar de las Profecas, tenamos la esperanza de que las grandes naciones -
tan poderosas!- no se sintieran interesadas por nuestro pequeo pas, libre
de ambiciones territoriales y de intenciones blicas.
Lo contemplaba todo fascinado. En una de aquellas revistas (natural-
mente, no recuerdo su nombre) vi una serie de fotografas que mostraban
cmo se impriman los peridicos. Grandes mquinas rotativas. Engrana-
jes. Los hombres trabajaban como si se hubieran vuelto locos. En el Tibet
era complemente distinto. Trabajbamos por amor a nuestro oficio, por el
simple placer de realizar bien nuestro trabajo. Ningn pensamiento comer-
cial mova las manos de nuestros artesanos. Nosotros hacamos las cosas de
otra forma.
Imprimamos los libros en la aldea de Sh. Los monjes grabadores,
con gran habilidad, con la lentitud necesaria para conseguir la mxima
exactitud y perfeccin, tallaban los caracteres tibetanos en madera fina.
Una vez realizado ese delicado trabajo, las tallas eran pulidas hasta quedar
completamente limpias de asperezas. Despus, se comprobaba la fidelidad
del texto para evitar posibles errores. El tiempo no importaba. Slo impor-
taba la seguridad y la precisin.
Luego, las planchas de madera, talladas, limpias y comprobadas, eran
entregadas a los monjes impresores que impregnaban de tinta los huecos de
las letras y de las figuras. Naturalmente, el texto haba sido grabado al re-
vs, con las palabras invertidas para que al ser impresas resultaran inteligi-
bles. Tras comprobar que todos los relieves haban quedado recubiertos de
tinta, se colocaba sobre las planchas una hoja de papel grueso parecido a
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los papiros de Egipto. Se pasaba un rodillo sobre la parte posterior de la
hoja, presionando suavemente, y despus, rpidamente, se separaba el pa-
pel de la plancha de madera. Los monjes inspectores examinaban y com-
probaban la pgina cuidadosamente con el objeto de descubrir los posibles
errores o defectos. En caso de ser as, el papel era empaquetado y guarda-
do, pero nunca raspado para enmendar sus posibles faltas, ni tampoco
quemado.
Las palabras impresas tienen un carcter casi sagrado en el Tibet y se
considera un insulto a la ciencia destruir por cualquier medio los papeles
donde se han escrito textos cientficos o religiosos. Por esta razn, a lo lar-
go de muchos aos se han acumu lado en el Tibet grandes paquetes de hojas
de papel que contienen a veces imperfecciones insignificantes.
Cuando se considera que la impresin es satisfactoria, los impresores
reciben la orden de seguir adelante. Entonces siguen imprimiendo nue-
vas hojas y cada una de ellas es sometida al mismo proceso minucioso de
comprobacin. Yo les observaba trabajar a menudo. Y en el curso de mis
estudios tuve que hacer algunas veces aquellas tareas. Y haba aprendido a
tallar, pulir