Globalismo y Pluralismo Barbero

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Jesus Martn-Barbero

Departamento de Estudios Socioculturales ITESO, Guadalajara MXICO

La globalizacin en clave cultural: una mirada latinoamericana

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2002 BOGUES
GLOBALISME ET PLURALISME
Colloque international Montreal 22-27 de abril, 2002

La globalizacin en clave cultural: una mirada latinoamericana


Jesus Martn-Barbero
Departamento de Estudios Socioculturales ITESO, Guadalajara, Mxico

Introduccin
Ahora vivimos en un mundo pendular multidireccional. Ya no oscila slo entre Oriente y Occidente, entre capitalismo y socialismo, entre norte y sur. Ms que pasar de un periodo de paz a otro de guerra, transitamos de una guerra contenida, con focos delimitados, a un tiempo de guerra explcita y mundializada. Tal vez lo que ms cuesta pensar es que dejamos una etapa en que esas distintas confrontaciones podan experimentarse en forma relativamente separada y entramos a un periodo en que todas 1 las disputas, las que mencion y muchas otras, se cruzan y potencian . N.Garca Canclini Imposible dejar este texto como estaba escrito antes del 11-Septiembre: no slo los acontecimientos de esa fecha sino el curso que ha tomado el mundo despues de ella han introducido procesos que amenazan aun ms el ya oscuro horizonte de los pueblos latinoamericanos. Empujadas al desenraizamiento cultural y la recesin econmica por la implacable lgica de la globalizacin mercantil, muchas naciones padecen adems, desde el negro martes 11 de septiembre, la ms arcaica peste del miedo que fundamentaliza la

seguridad convirtiendo todas las fronteras y las vias de comunicacin -terrestres y areas, fsicas y virtuales- en lugares de legitimacin de la desconfianza como mtodo y la violacin de los derechos a la privacidad y la libertard civil como comportamiento oficial de las autoridades, con el consiguiente afianzamiento de los prejuicios raciales, los apartheid etnicos y los fanatismos religiosos. Al fluir tan deprisa como las transacciones financieras los virus imaginarios amenzan ahora al orden global que reacciona rearmando las fronteras y tornando cada dia ms sospechoso de enemigo de ese orden al flujo migratorio de las muchedumbres que l mismo empuja desde las periferias pauperizadas hacia los paises del prospero, pero ahora, desconcertado centro. Al mismo tiempo, las figuras nacionales de nuestros paises se emborronan hasta desfigurarse. Ah est la Argentina, pasando de la destruccin sistemtica de la memoria nacional poltico-cultural y sus instituciones por las dictaduras militares de mediados de los aos 70, a la hiperinflacin de los ochenta que desquici de sus mnimos ejes tanto la vida personal como colectiva, y al neoliberalismo mas puro y duro en los 90 que desmont los ltimos resduos del Estado social precipitando al pas en la ms brutal depresin econmica y la ms honda desmoralizacin. Entretejido a esa deblacle est el paso de una identidad nacional argentina configurada, segn B.Sarlo, por el ser alfabetizado, ser ciudadano, y tener trabajo, al desmantelamiento poltico y cultural de esa identidad, con las implicaciones morales y polticas que entraa esa implosin de lo social en la que se disuelven la razones de pertenencia a una sociedad nacional, la idea de responsabilidad que, aun precariamente, tejia la trama de los muchos hilos que sostiene a una comunidad2.

Pero no es slo lo sucedido a partir del septiembre pasado en los Estados Unidos, sino tambien lo acontecido en ese, cada dia ms significativo territorio del perifrico sur, que es Porto Alegre, lo que me ha obligado a rehacer mi reflexin para este encuentro. El segundo Foro Social Mundial en Porto Alegre3 se ha convertido en ese extrao escenario en el que, frente al tramposo y excluyente mundo de la economa finaciera, hace su aparicin en la escena global el mundo de la poltica, o mejor, la utopa poltica de un mundo de los

ciudadanos y los pueblos.Y en el que justamente este ao tanto la comunicacin como la educacin han pasado a tener una presencia no meramente temtica sino articuladora, estratgica. Convergen ah, en esa otra mundializacin posible, esfuerzos que venan de las grandes reuniones de los aos 90 Rio, Beijing- la generalizacin de una educacin polivalente y los avances de la informacin y la comunicacin communitaria tanto territorial como virtual. Bsquedas y propuestas que fueron ah confrontadas a las tendencias y recomendaciones dominantes emanadas de los organismos econmicos mundiales -OMC, FMI, BM- que someten a la lgica globalizadora del mercado la cultura, la educacin y la comunicacin. Si la educacin debe, segn esa lgica, ser concebida y organizada en funcin del mercado de trabajo -ya que lo que en ella cuenta es la acumulacin de capital humano medido en trminos de costo/beneficio como cualquier otro capital, la comunicacin es planteada en

Porto Alegre como lugar de una doble perversin. Primera, la que proviene de la conformacin de unas megacorporaciones globales ya son slo siete las que dominan el mercado mundial: AOL-Time Warner, Disney, Sony, News Corporation, Viacom y Bertelsmann- cuya concentracin econmica se traduce en un poder cada dia ms inatajable de fusin de los dos componentes estratgicos, los vehculos y los contenidos, con la consiguiente capacidad de control de la opinin pblica mundial y la imposicin de moldes estticos cada dia ms baratos; segunda, la que han introducido los acontecimientos del 11 S enrareciendo de controles y amenazas las libertades de informacin y expresin hasta el punto de poner en serios riesgos los ms elementales derechos civiles en este campo, a la vez que se legitiman por imperativos de la seguridad las ms burdas y descaradas formas de manipulacin y distorsin informativas. Pero la comunicacin aparece tambien en Porto Alegre como logar de dos estratgicas oportunidades: primera, la que abre la digitalizacin posibilitando la puesta en un lenguaje comun de datos, textos, sonidos, imgenes, videos, desmontando la hegemona racionalista del dualismo que hasta ahora oponia lo inteligible a lo sensible y lo emocional, la razn a la imaginacin, la ciencia al arte, y tambin la cultura a la tcnica y el libro a los medios audiovisuales; segunda: la configuracin de un nuevo espacio pblico y de ciudadana en y desde las redes de movimientos sociales y de medios comunitarios, como el espacio y la

ciudadana que ha hecho posible, sostiene y conforma el Foro Mundial mismo. Es obvio que se trata de embriones de una nueva ciudadania y un nuevo espacio pblico, configurados por una enorme pluralidad de actores y de lecturas crticas que convergen sobre un compromiso emancipador y una cultura poltica en la que la resistencia es al mismo tiempo forjadora de alternativas. En un libro de Michel Serres, recientemente aparecido4, se apunta, a propsito de la filosofa, algo que sucede tambien con buena parte de lo que se escribe sobre la globlalizacin: que, demasiado embebida en su pasado piensa lo nuevo como si fuera viejo, tornndose incapaz de ayudar a construir un mundo-hogar para las nuevas generaciones. Y lo que as no resulta pensable es precisamente lo que hoy ms necesitamos pensar: que la globalizacin no es un mero avatar del mundo de la economa poltica sino la presencia de mutaciones en las condiciones en que el hombre habita el mundo. Con lo que ellas entraan, como en otros momentos epocales, de posibilidades de emancipacin a la vez que de catstrofe planetaria. Lo que diferencia al momento que vivimos, es segun Serres la inmersin de nuestro cuerpo en un espacio y tiempo realmente nuevos en la medida en que ya no derivan de la darwiniana evolucin selectiva sino que estn siendo introducidos por la mutacin producida por la tcnica del hombre, tanto en la biologa gentica como en la comunicacin-tejido de la socialidad. De lo que se desprende la urgencia de otro tipo de conocimiento y aprendizaje que nos permita a los humanos descifrar, junto al mapa del genoma que traza los avatares y resultados de nuestra evolucin biolgica, ese otro mapa que dibuja junto a nuestros sueos/pesadillas de inmortalidad individual y colectiva el de nuestra utopia de comunidad solidaria, ahora

contradictoria como nunca antes, ya que junto a su creciente capacidad de erradicar, a escala mundial, las discriminaciones que nos desgarran, lo que hoy proyecta es un mayor cmulo de violencias y exclusiones hasta hacer/dejar morir, de hambre y otras crueles miserias, a tres cuartos de la humanidad.

1. Comunicacin y cultura en la sociedad global


Pensar la relacin comunicacin/cultura exige hoy ir bastante ms all de la denuncia por la desublimacin del arte simulando, en la figura de la industria cultural, su reconciliacin con la vida, como pensaban los de Francfurt. Pues a lo que asistimos ahora es a la

abrumadora emergencia de una razon comunicacional cuyos dispositivos -la fragmentacin que disloca y descentra, el flujo que globaliza y comprime, la conexin que desmaterializa e hibridaagencian el devenir mercado de la sociedad. Frente al consenso dialogal en que Habermas ve emerger la razn comunicativa , descargada de la opacidad discursiva y poltica que introducen

la mediacin tecnolgica y mercantil, lo que necesitamos pensar hoy es la hegemonia comunicacional del mercado en la sociedad : la comunicacin convertida en el ms eficaz motor del desenganche e insercin de las culturas tnicas, nacionales o locales- en el

espacio/tiempo del mercado y las tecnologias globales. Si la revolucin tecnolgica ha dejado de ser una cuestin de medios, para pasar a ser decididamente una cuestin de fines, es porque estamos ante la configuracin de un ecosistema comunicativo conformado no slo por nuevas mquinas o medios, sino por nuevos lenguajes, sensibilidades, saberes y escrituras, por la hegemona de la experiencia audiovisual sobre la tipogrfica, y por la reintegracin de la imagen al campo de la produccin del conocimiento. Todo lo cual est incidiendo tanto sobre lo que entendemos por comunicar como sobre las figuras del convivir y el sentido de lazo social. Que es adonde apunta la reflexin de Zigmun Bauman, cuando escribe globalizacin significa que todos dependemos ya unos de otros. Las distancias cada vez importan menos, lo que suceda en cualquier lugar, puede tener consecuencias en cualquier otro lugar del mundo. Hemos dejado de poder protegernos tanto a nosotros como a los que sufren las consecuencias de nuestras acciones en esta red mundial de interdependencias5. Pues asi como el estado nacin fue una ruptura con las anteriores formas de organizacin poltica, econmica, y cultural, un quiebre en lnea de continuidad entre la tradicional comunidad orgnica de las culturas locales y la moderna

sociedad del Estado-Nacin, lo global no hace tanpoco continuidad con lo internacional pues, como lo ha venido planteando el gran gegrafo brasileo Milton Santos: ante lo que estamos no es una mera forma de integracin de las naciones-estado sino la emergencia de otro tipo de nexo histricosocial que es el mundo, constituido en la nueva realidad a pensar, y en la nueva categora central de las ciencias sociales6. Ligado a sus dimensiones tecno-econmicas, la globalizacin pone en marcha un proceso de interconexin a nivel mundial, que conecta todo lo que instrumentalmente vale empresas, instituciones, individuos- al mismo tiempo que desconecta todo lo que no vale para esa razn. Este proceso de inclusin/exclusin a escala planetaria est convirtiendo a la cultura en espacio estratgico de compresin de las tensiones que desgarran y recomponen el estar juntos, y en lugar de anudamiento de todas sus crisis polticas, econmicas, religiosas, tnicas, estticas y sexuales. De ah que sea desde la diversidad cultural de las historias y los territorios, dedesde las experiencias y las memorias, desde donde no slo se resiste sino se negocia e interacta con la globalizacin, y desde donde se acabar por transformarla. Lo que galvaniza hoy a las identidades como motor de lucha es inseparable de la demanda de

reconocimiento y de sentido7. Y ni el uno ni el otro son

formulables en meros trminos

econmicos o polticos, pues ambos se hallan referidos al ncleo mismo de la cultura en cuanto mundo del pertenecer a y del compartir con. Razn por la cual la identidad se constituye hoy en la fuerza ms capaz de introducir contradicciones en la hegemona de la razn instrumental. Y de ah tambien la estratgica necesidad de diferenciar, por ms intrincadas que se hallen, las lgicas unificantes de la globlalizacin econmica de las que mundializan la cultura. Pues la mundializacin cultural no opera desde afuera sobre esferas dotadas de autnomia como lo nacional o lo local. La mundializacin es un proceso que se hace y deshace incesantemente. Y en ese sentido sera impropio hablar de una cultura global cuyo nivel jerquico se situaria por encima de las culturas nacionales o locales. El proceso de mundializacin es un fenmeno social total, que para existir se debe localizar, enraizarse en las prcticas cotidianas de los pueblos y los hombres8. La mundializacin no puede confundirse con la estandarizacin de los diferentes mbitos de la vida que fue lo que produjo la industrializacin, incluido el mbito de la industria cultural. Ahora nos encontramos ante otro tipo de proceso, que se expresa en la cultura de la modernidad-mundo, que es una nueva manera de estar en el mundo. De la que hablan los hondos cambios producidos en el mundo de la vida: en el trabajo, la pareja, la comida, el ocio. Es porque la jornada continua ha hecho imposible para millones de personas almorzar en casa, y porque cada dia ms mujeres trabajan fuera de ella, y porque los hijos se autonomizan de los padres muy tempranamente, y porque la figura patriarcal se devaluado tanto como se ha valorizado el trabajo de la mujer, que la comida ha dejado de ser un ritual que congrega a la familia, y desimbolizada la comida diaria ha encontrado su forma en el fast-food. De ah que el xito de McDonalds o de Pizza Hut hable, ms que de la imposicin de la comida norteamericana, de los profundos cambios en la vida cotidiana de la gente, cambios que esos productos sin duda expresan y rentabilizan. Pues desincronizada de los tiempos rituales de antao y de los lugares que simbolizaban la convocatoria familiar y el respeto a la autoridad patriarcal, los nuevos modos y productos de la alimentacin pierden la rigidez de los territorios y las costumbres convirtindose en informaciones ajustadas a la polisemia de los contextos9. Reconocer eso no significa desconocer la creciente monopolizacin de la distribucin, o la descentralizacin que

concentra poder y el desarraigo que empuja las culturas a hibridarse. Ligados estructuralmente a la globalizacin econmica pero sin agotarse en ella, se producen fenmenos de mundializacin de imaginarios ligados a msicas, a imgenes y personajes que representan estilos y valores desterritorializados y a los que corresponden tambien nueva figuras de la

memoria. Pero as como con el Estado-nacin no desaparecieron las culturas locales aunque cambiaron profundamente sus condiciones de existencia- tampoco con la globalizacin va a desaparecer la heterogeneidad cultural, es ms, lo que constatamos por ahora es su revival y su exasperacin fundamentalista! Entender esta transformacin en la cultura nos est exigiendo asumir que identidad significa e implica hoy dos dimensiones diametralmente distintas, y hasta ahora radicalmente opuestas. Hasta hace muy poco decir identidad era hablar de races, de raigambre, territorio, y de tiempo largo, de memoria simblicamente densa. De eso y solamente de eso estaba hecha la identidad. Pero decir identidad hoy implica tambien si no queremos condenarla al limbo de una tradicin desconectada de las mutaciones perceptivas y expresivas del presente- hablar de redes, y de flujos, de migraciones y movilidades, de instantaneidad y desanclaje. Antroplogos ingleses han expresado esa nueva identidad a travs de la esplndida imagen de moving roots, races mviles, o mejor de raices en movimiento. Para mucho del imaginario

subtancialista y dualista que todavia permea la antropologa, la sociologa y hasta la historia, esa metfora resultar inaceptable, y sin embargo en ella se vislumbra alguna de las realidades ms fecundamente desconcertantes del mundo que habitamos. Pues como afirma el antroplogo catalan, Eduard Delgado, sin raices no se puede vivir pero muchas raices impiden caminar. El nuevo imaginario relaciona la identidad mucho menos con mismidades y esencias y mucho ms con trayectorias y relatos. Para lo cual la polisemia en castellano del verbo contar es largamente significativa. Contar significa tanto narrar historias como ser tenidos en cuenta por los otros. Lo que entraa que para ser reconocidos necesitamos contar nuestro relato, pues no existe identidad sin narracin ya que sta no es slo expresiva sino constitutiva de lo que somos10. Para que la pluralidad de las culturas del mundo sea polticamente tenida en cuenta es indispensable que la diversidad de identidades pueda ser contada, narrada. Y ello tanto en cada uno de sus idiomas como en el lenguaje multimedial que hoy los atraviesa mediante el doble movimiento de las traducciones -de lo oral a lo escrito, a lo audivisual, a lo hipertextualy de las hibridaciones, esto es de una interculturalidad en la que las dinmicas de la economia y la cultura-mundo movilizan no slo la heterogenidad de los grupos y su readecuacin a las presiones de lo global sino la coexistencia al interior de una misma sociedad de cdigos y relatos muy diversos, conmocionando asi la experiencia que hasta ahora tenamos de identidad. Lo que la globalizacin pone en juego no es slo una mayor circulacin de productos sino una rearticulacin profunda de las relaciones entre culturas y entre paises, mediante una

des-centralizacin que concentra el poder econmico y una des-territorializacin que hibrida las culturas.

Si tanto individual como colectivamente las posibilidades de ser reconocidos,de ser tenidos en cuenta y contar en las decisiones que nos afectan, dependen de la expresividad y eficacia de los relatos en que contamos nuestras historias, ello es aun ms decisivo en este permanente laboratorio de identidades que es Amrica Latina. Trazare a mano alzada algunos trazos del mapa en que se sitan los principales cambios en el mapa de las identidades culturales: las formas de supervivencia de las culturas tradicionales, oscilaciones de urbanas. En lo que se refiere las culturas tradicionales -campesinas, indgenas y negrasde esas culturas, que responde no slo a la la intensificacin de su las

la identidad nacional y las aceleradas transformaciones de las culturas

estamos ante una profunda reconfiguracin

evolucin de los dispositivos de dominacin sino tambin a

comunicacin e interaccin con las otras culturas de cada pas y del mundo11. Desde dentro de las comunidades esos procesos de comunicacin son percibidos a la vez como otra forma de amenaza a la supervivencia de sus mundos la larga y densa experiencia de las trampas a

travs de las cuales han sido dominadas carga de recelo cualquier exposicin al otro- pero al mismo tiempo la comunicacin es vivida como una posibilidad de romper la exclusin, como experiencia de interaccin que si comporta riesgos tambin abre nuevas figuras de futuro. Ello esta posibilitando que la dinmica de las propias comunidades tradicionales desborde los marcos de comprensin elaborados por los antroplogos y los folkloristas: hay en esas comunidades menos complacencia nostlgica con las tradiciones y una mayor conciencia de la indispensable reelaboracin simblica que exige la construccin del futuro12. As lo demuestran la diversificacin y desarrollo de la produccin artesanal en una abierta interaccin con el diseo moderno y hasta con ciertas lgicas de las industrias culturales, el desarrollo de un derecho propio a las comunidades, la existencia creciente de emisoras de radio y televisin programadas y gestionadas por las propias comunidades, y hasta la presencia del movimiento Zapatista proclamando por Internet la utopa de los indgenas mexicanos de Chiapas13. A su vez esas culturas tradicionales cobran hoy para la sociedad moderna una vigencia estratgica en la medida en que nos ayudan a enfrentar el trasplante puramente mecnico de culturas, al tiempo que, en su diversidad, ellas representan un reto fundamental a la pretendida

universalidad deshistorizada de la globalizacin y su presin homogenizadora.

La identidad nacional se halla hoy doblemente des-ubicada: pues de un lado la globalizacin disminuye el peso de los territorios y los acontecimentos fundadores que telurizaban y esencializaban lo nacional, y de otro la revaloracin de lo local redefine de la idea misma de nacin. Mirada desde la cultura-mundo,la nacional aparece proviciana y cargada de lastres estatistas y paternalistas. Mirada desde la diversidad de las culturas locales, la nacional equivale a homogenizacin centralista y acartonamiento oficialista 14. De modo que es tanto la idea como la experiencia social de identidad la que desborda los marcos maniqueos de una antropologa de lo tradicional-autctono y una sociologa de lo moderno-universal. La identidad no puede entonces seguir siendo pensada como expresin de una sola cultura homognea perfectamente distinguible y coherente. El monolinguismo y la uniterritorialidad,que la primera modernizacin reasumio de la colonia, escondieron la densa multiculturalidad de que estaba hecha cada nacin y lo arbitrario de las demarcaciones que trazaron las fonteras de lo nacional. Hoy las identidades nacionales son cada dia ms multilingusticas y transterritoriales. Y se constituyen no slo de las diferencias entre culturas desarrolladas separadamente sino mediante las desiguales apropiaciones y combinaciones que los diversos grupos hacen de elementos de distintas sociedades y de la suya propia. A la revalorizacin de lo local se aade el estallido de la, hasta hace poco unificada, historia nacional por el reclamo que los movimientos tnicos, raciales, regionales, de gnero, hacen del derecho a su propia memoria 15, esto es a la construccin de sus narraciones y sus imgenes. Reclamo que adquiere rasgos mucho ms complejos en paises en los que, como no pocos en Amrica Latina, el Estado est aun hacindose nacin, y cuando la nacin no cuenta con una presencia activa del Estado en la totalidad de su territorio. Pero es en la ciudad, y en las culturas urbanas mucho ms que en el espacio del Estado, donde se encardinan las nuevas identidades: hechas de imagineras nacionales, tradiciones locales y flujos de informacin trasnacionales, y donde se configuran nuevos modos de representacin y participacin poltica, es decir nuevas modalidades de ciudadana. Que es a donde apuntan los nuevos modos de estar juntos -pandillas juveniles, comunidades

pentecostales, ghetos sexuales- desde los que los habitantes de la ciudad responden a unos salvajes procesos de urbanizacin, emparentados sin embargo con los imaginarios de una modernidad identificada con la velocidad de los trficos y la fragmentariedad de los lenguajes de la informacin. Vivimos en unas ciudades desbordadas no slo por el crecimiento de los flujos informticos sino por esos otros flujos que sigue produciendo la pauperizacin y emigracin de los campesinos, produciendo la gran paradoja de que mientras lo urbano

desborda la ciudad permeando crecientemente el mundo rural, nuestras ciudades viven un

proceso de des-urbanizacin16 que nombra al mismo tiempo dos hechos: la ruralizacin de la ciudad devolviendo vigencia a viejas formas de supervivencia que vienen a insertar, en los aprendizajes y apropiaciones de la modernidad urbana, saberes, sentires y relatos fuertemente rurales; y la reduccin progresiva de la ciudad que es realmente usada por los ciudadanos, pues perdidos los referentes culturales, insegura y desconfiada, la gente restringe los espacios en que se mueve, los territorios en que se reconoce, tendiendo a desconocer la mayor parte de una ciudad que es slo atravesada por los trayectos inevitables. Los nuevos modos urbanos de estar juntos se producen especialmente entre las generaciones de los ms jvenes, convertidos hoy en indgenas de culturas densamente mestizas en los modos de hablar y de vestirse, en la msica que hacen u oyen y en las grupalidades que conforman, incluyendo las que posibilita la tecnologa informacional. Es lo que nos des-cubren a lo largo y ancho de Amrica Latina las investigaciones sobre las tribus de la noche en Buenos Aires, los chavos-banda en Guadalajara o las pandillas juveniles de las comunas nororientales de Medelln17. Lo complicado de la estructura narrativa de las identidades es que hoy da ellas se hallan trenzadas y entretejidas a una diversidad de lenguajes, cdigos y medios que, si de un lado son hegemonizados, funcionalizados y rentabilizados por lgicas de mercado, de otro lado abren posibilidades de subvertir esas mismas lgicas desde las dinmicas y los usos sociales del arte y de la tcnica movilizando las contradicciones que tensionan las nuevas redes intermediales. Por ms que los apocalpticos del ltimo Popper a Sartori- atronen con sus lgubres trompetas nuestros ya fatigados oidos, ni la densidad de las visualidades y

sonoridades de las redes son slo mercado y decadencia moral, son tambin el lugar de emergencia de un nuevo tejido social, y un nuevo espacio pblico, de un nuevo tejido de la socialidad18. Desde la contradiccin que ha convertido a los perversos videos de Montesinos en la ms mortal trampa para l y sus secuaces, y en un colosal instrumento de lucha contra la corrupcin en Peru, hasta la resonancia y legitimidad mundial que la presencia en la red del comandante Marcos ha generado para su utopia zapatista. Ah est el Foro Social-Mundial de Porto Alegre subvirtiendo el sentido que el mercado capitalista quiere dar a internet, y contndonos por esa misma red los extremos a que est llegando la desigualdad en el mundo, el crecimiento de la pobreza y la injusticia que la orientacin neoliberal de la globalizacin est produciendo especialmente en nuestros pases. Mientras Microsoft y otros buscan monopolizar las redes, montones de gente, que son a la vez una minora estadstica para la poblacin del planeta, son tambien una voz disidente con presencia mundial cada dia ms incmoda al

sistema y ms aglutinante de luchas y bsquedas sociales, de puesta en comun de experiencias sociales, polticas y artisticas . Entonces,tanto o ms que objetos necesitados de polticas, la comunicacin y la cultura son tornadas por la globalizacin en un campo primordial de batalla poltica: el estratgico escenario que le exige a la poltica densificar su dimensin simblica, su capacidad de convocar y construir ciudadanos, para enfrentar la erosin que sufre el orden colectivo. Que es lo que no puede hacer el mercado 19 por ms eficaz que sea su simulacro. Pues el mercado no puede sedimentar tradiciones ya que todo lo que produce se evapora en el aire dada su tendencia estructural a una obsolescencia acelerada y generalizada, no slo de las cosas sino tambin de las formas y las instituciones. El mercado no puede crear vnculos societales, esto es verdaderos lazos entre sujetos, pues estos se constituyen en conflictivos procesos de comunicacin de sentido, y el mercado opera annimamente mediante lgicas de valor que implican intercambios puramente formales, asocaciones y promesas evanescentes que slo engendran satisfacciones o frustraciones pero nunca sentido. El mercado no puede en ltimas engendrar innovacin social pues sta presupone diferencias y solidaridades no funcionales, resistencias y subversiones, ah lo nico que pude hacer el mercado es lo que l sabe: cooptar la innovacin y rentabilizarla. Ah se sita justamente, la reflexin de Arjun Appadurai, para quien los flujos financieros, culturales o de derechos humanos, se producen en un movimiento de vectores que hasta ahora fueron convergentes por su articulacin en el estado nacional pero que en el espacio de lo global son vectores de disyuncin. Es decir que, aunque son coetneos e isomorfos en cierto sentido, esos movimientos potencian hoy sus diversas temporalidades con los muy diversos ritmos que los cruzan en muy diferentes direcciones. Lo que constituye un desafo colosal para unas ciencias sociales que siguen todavia siendo profundamente monotestas, creyendo que hay un principio organizador y compresivo de todas dimensiones y procesos de la historia. Claro que entre esos movimientos hay articulaciones estructurales pero la globalizacin no es ni un paradigma ni un proceso sino multiplicidad de procesos que se cruzan y se articulan entre s pero que no caminan todos en la misma direccin. Lo que se convierte para Appadurai en la exigencia de construir, pero a escala del mundo, una globalizacin desde abajo: que es el esfuerzo por articular la significacin de esos procesos justamente desde sus conflictos, articulacin que ya se est produciendo en la imaginacin colectiva actuante en lo que l llama las formas sociales emergentes desde el mbito ecolgico al laboral, y desde los derechos civiles a las ciudadanas culturales. Esfuerzo en el

que juega un papel estratgico la imaginacin social, pues la imaginacin ha dejado de ser un asunto de genio individual, un modo de escape a la inercia de la vida cotidiana o una mera posibilidad esttica, para convertirse en una facultad de la gente del comn que le permite pensar en emigrar, en resistir a la violencia estatal, en buscar reparacin social, en disear nuevos modos de asociacin, nuevas colaboraciones cvicas que cada vez ms trascienden las fronteras nacionales. Appadurai escribe textualmente: Si es a travs de la imaginacin que hoy el capitalismo disciplina y controla a los ciudadanos contemporneos, sobre todo a travs de los medios de comunicacin, es tambin la imaginacin la facultad a travs de la cual emergen nuevos patrones colectivos de disenso, de desafeccin y cuestionamiento de los patrones impuestos a la vida cotidiana. A travs de la cual vemos emerger formas sociales nuevas, no predatorias como las del capital,formas constructoras de nuevas convivencias humanas20.

2. Globalidad y tecnicidad: reconfiguraciones del poder y la propiedad


El lugar de la cultura en la sociedad cambia cuando la mediacin tecnolgica de la comunicacin deja de ser meramente instrumental para espesarse, densificarse y convertirse en estructural: la que tecnologa moviliza y cataliza hoy no es tanto la novedad de unos aparatos sino nuevos modos de percepcin y de lenguaje, nuevas sensibilidades y escrituras. Radicalizando la experiencia de des-anclaje producida por la modernidad, la tecnologa deslocaliza los saberes modificando tanto el estatuto cognitivo como institucional de las condiciones del saber y de las figuras de la razon. Lo que est conduciendo a un fuerte emborronamiento de las fronteras entre razn e imaginacin, saber e informacin, naturaleza y artificio, arte y ciencia, saber experto y experiencia profana. Un nuevo modo de producir, inextricablemente asociado a un nuevo modo de comunicar, convierte al conocimiento en una fuerza productiva directa: lo que ha cambiado no es el tipo de actividades en las que participa la humanidad sino su capacidad tecnolgica de utilizar como fuerza productiva lo que distingue a nuestra especie como rareza biolgica, su capacidad para procesar smbolos21,afirma M. Castells. La sociedad de la informacin no es entoces slo aquella en la que la materia prima ms costosa es el conocimiento sino tambien aquella en la que el desarrollo econmico, social y poltico, se hallan estrechamente ligados a la innovacin, que es el nuevo nombre de la creatividad social. Pero esas transformaciones se realizan siguiendo el ms que nunca hegemnico movimiento del mercado, sin apenas intervencin del Estado, o ms aun minando el sentido y las posibilidades de esa intervencin, esto es dejando sin piso real al espacio y al servicio

pblico, y acrecentando las concentraciones monoplicas. Ya a mediados de los aos 80 empezamos a comprender que el lugar de juego del actor transnacional no se hallaba slo en el mbito econmico la devaluacin de los Estados en su capacidad de decisin sobre las formas propias de desarrollo y las reas prioritarias de inversin- sino en la hegemonia de una racionalidad desocializadora del Estado y legitimadora de la disolucin de lo pblico. El Estado habia comenzado a dejar de ser garante de la colectividad nacional, en cuanto sujeto poltico, y a convertirse en gerente de los intereses privados transnacionales. Las llamadas entonces nuevas tecnologias de comunicacin entraban a constutituirse en un dispositivo estructurante de la redefinicin y remodelacin del Estado: a hacer fuerte a un Estado al que refuerzan en sus posibilidades/tentaciones de control, mientras lo debilitan al desligarlo de sus funciones pblicas. A la vez que perdian capacidad mediadora los medios ganaban fuerza como nuevo espacio tecnolgico de reconversin industrial. En gran medida la conversin de los medios en grandes empresas industriales se halla hoy ligada a dos movimientos convergentes: la importancia estratgica que el sector de las telecomunicaciones ocupa en la poltica de modernizacin y apertura neoliberal de la economia, y la presin que ejercen las transformaciones tecnolgicas hacia la des-regulacin del

funcionamiento empresarial de los medios. Dos son las tendencias ms notorias en este plano. Una, la conversin de los grandes medios en empresas o corporaciones multimedia, ya sea por desarrollo o fusin de los propios medios de prensa, radio o televisin, o por la absorcin de los medios de comunicacin de la parte de grandes conglomerados econmicos; y dos, la des-bicacin y reconfiguraciones de la propiedad. La primera, tiene en su base la convergencia tecnolgica entre el sector de las telecomunicaciones (servicios pblicos en acelerado proceso de privatizacin) y el de los medios de comunicacin, y se hizo especialmente visible a escala mundial en la fusin de la empresa de medios impresos TIME con la WARNER de cine, a la que entra posteriormente la japonesa Tosihiba, y a la que se unir despues CNN, el primer canal internacional de noticias; o en la compra de la Columbia Pictures por la SONY. En Amrica Latina 22, a la combinacin de empresas de prensa con las de televisin, o viceversa, ademas de radio y discografa, O Globo y Televisa le han aadido ultimamente las de televisin satelital. Ambas participan en la empresa conformada por News Corporation Limited, propiedad de Robert Murdoch, y Telecommunication Incorporeid, que es el consorcio de televisin por cable ms grande del mundo. Televisa y O Globo ya no estan solos, otros dos grupos, el uno argentino y el otro brasileo, se han sumado a las grandes corporaciones multimedia. El grupo Clarin que, partiendo de un diario, edita hoy revistas y libros, es dueo de la red Mitre de radio, del Canal 13 de TV, de la ms grande red de TVCable que cubre la ciudad capital y el interior,

Multicanal,

y de la mayor agencia nacional de noticias, ademas de su participacin en

empresas productoras de cine y de papel. Y en Brasil el grupo Abril que, a partir de la industria de revistas y libros, se ha expandido a las empresas de tVcable y de video, y que hace parte del macrogrupo DIRECTV, en el que participan Hughes Communications, uno de los ms grandes consorcios constructor de satlites, y el grupo venezolano Cisneros, el otro grande de la televisin en Latinoamrica.

En un nivel de menor capacidad econmica pero no menos significativo se hallan varias empresas de prensa que se han expandido en los ltimos aos al sector audiovisual. Asi El Tiempo, de Bogota, que est ya en tVcable, acaba de inaugurar el canal local para Bogot CitiTV y construye actualmente un conjunto multisalas de cine; el grupo periodstico El Mercurio, de Santiago de Chile, dueo de la red de tVcable Intercom; el grupo Vigil, argentino, que partiendo de la editorial Atlntida posee hoy el Canal Telef y una red de tVcable que opera no slo en Argentina sino en Brasil y Chile. De esa tendencia hace parte tambien la desaparicin, o al menos la flexibilizacin, de los topes de participacin de capital extranjero en las empresas latinoamericanas de medios. Tanto Televisa como el grupo Cisneros hacen ya parte de empresas de televisin en varios paises de Suramerica; en el grupo Clarin hay fuertes inversiones de las norteamericanas GTE y AT&T; Rupert Murdoch tiene inversiones en O Globo; el grupo Abril se ha asociado con las compaias de Disney, Cisneros y Muiltivisn con Hughes, etc. En conjunto, lo que esa

tendencia evidencia es que, mientras la audiencia se segmenta y diversifica, las empresas de medios se entrelazan y concentran constituyendo en el mbito de los medios de comunicacin algunos de los oligopolios ms grandes del mundo . Lo que no puede dejar de incidir sobre la conformacin de los contenidos, sometidos a creciente patrones de abaratamiento de la

calidad y fuertes, aunque muy diversificados modos, de uniformacin. La otra tendencia reubica al campo de los medios de comunicacin como uno de los mbitos en los que las modalidades de la propiedad presentan mayor movimiento. Es ste claramente uno de lo campos donde ms se manifiesta el llamado postfordismo: el paso de la produccin en serie a otra ms flexible, capaz de programar variaciones cuasi personalizadas para seguir el curso de los cambios en el mercado. Un modelo de produccin as, que responde a los ritmos del cambio tecnolgico y a una aceleracin en la variacin de las demandas, no puede menos que conducir a formas flexibles de propiedad. Nos encontramos ante verdaderos movimientos de des-ubicacin de la propiedad que, abandonando en parte la estabilidad que procuraba la acumulacin, recurre a alianzas y fusiones mviles que posibilitan una mayor

capacidad de adaptacin a las cambiantes formas del mercado comunicativo y cultural. Como afirma Castells no asistimos a la desaparicin de las grandes compaias pero s a la crisis de su modelo de organizacin tradicional (. . ) La estructura de las industrias de alta tecnologa en el mundo es una trama cada vez ms compleja de alianzas, acuerdos y agrupaciones temporales, en la que las empresas ms grandes se vinculan entre si23 y con otras medianas y hasta pequeas en una vasta red de subcontratacin. A esa red de vinculos operativos de relativa estabilidad corresponde una nueva cultura organizacional que pone el nfasis en la originalidad de los diseos, la diversificacin de las unidades de negocio y un cierto

fortalecimiento de los derechos de los consumidores. Lo que en esas reconfiguraciones de la propiedad est en juego no son slo movimientos del capital sino las nuevas formas que debe adoptar cualquier regulacin que busque la defensa de los intereses colectivos y la vigilancia sobre las prcticas monopolsticas.

Les queda entonces sentido a las polticas de comunicacin?. Si, a condicin de que esas polticas:

1. Superen la vieja concepcin excluyente de lo nacional y asuman que su espacio real es ms ancho y complejo: el de la diversidad de las culturas locales dentro de la nacin y el de la construccin del espacio cultural latinoamericano.

2. No sean pensadas slo desde los ministerios de Comunicaciones, como meras polticas de tecnolga o de medios, sino que hagan parte de las politicas culturales. No podemos pensar en cambiar la relacin del Estado con la cultura sin una poltica cultural integral, esto es que asuma en serio lo que los medios tienen de, y hacen con, la cultura cotidiana de la gente; del mismo modo que no podemos des-estatalizar lo pblico sin reubicarlo en el nuevo tejido

comunicativo de lo social, es decir sin polticas capaces de convocar y movilizar al conjunto de los actores sociales: instituciones, organizaciones y asociaciones; estatales, privadas e independientes; polticas, acadmicas y comunitarias;

3. Sean trazadas tanto para el ambito privado como pblico de los medios. En el privado, y en un tiempo en que la desregulacin es la norma, la intervencin del Estado en el mercado debe establecer unas mnimas reglas de juego que: exijan limpieza y compensacin en las concesiones, preserven el pluralismo en la informacin y la cultura, ordenen una cuota mnima de produccin nacional, fomenten la experimentacin y la creatividad, en especial protegiendo

la existencia de grupos de independientes de produccin. En el pblico, se trata ante todo de alentar -sostener, subsidiar e incentivar- medios y experiencias de comunicacin que amplien la democracia, la participacin ciudadana y la creacin/apropiacin cultural, y ello no slo en el plano nacional sino tambien en el regional y local. Si el Estado se ve hoy obligado desregular el funcionamiento de los medios comerciales debe entonces ser coherente permitiendo la existencia de multiples tipos de emisoras y canales que hagan realidad la democracia y el pluralismo que los canales comerciales poco propician. Asi como en el mbito del mercado la regulacin estatal se justifica por el innegable inters colectivo presente en toda actividad de comunicacin masiva, la existencia de medios pblicos se justifica en la necesidad de

posibilitar alternativas de comunicacin que den entrada a todas aquellas demandas culturales que no caben en los parmetros del mercado, ya sean provenientes de las mayorias o de las minorias.

4. Tengan proyeccin sobre el mundo de la educacin. Lo que tiene que ver menos con la presencia instrumental de medios en la escuela, o de la educacin en los medios, que con la cuestin estratgica de cmo insertar la educacin -desde la primaria a la universidad- en los complejos procesos de comunicacin de la sociedad actual, en el ecosistema comunicativo que conforma la trama de tecnologias y lenguajes, sensibilidades y escrituras. Se trata de la des-ubicacin y re-ubicacin de la educacin en el nuevo entorno difuso de informaciones, lenguajes y saberes, y descentrado por relacin a la escuela y el libro, ejes que organizan aun el sistema educativo.

3. Le queda sitio en el globo al espacio cultural latinoamericano?


Tensionado entre los discursos del Estado y la lgica del mercado, se oscurece y desgarra el significado de las siglas que multiplicada y compulsivamente dicen el deseo de integracin latinoamericana. Pues la integracin de los paises latinoamericanos pasa hoy ineludiblemente por su integracin a una economa-mundo regida por la ms pura y dura lgica del mercado. Lo que, al hacer prevalecer las exigencias de competitividad sobre las de cooperacin, est fracturando la solidaridad regional: los movimientos de integracin de un lado en la insercin excluyente24 de los grupos

econmica se traducen as,

subregionales (TLC, Mercosur) en los macrogupos del Norte y de Europa, y de otro en una apertura econmica que acelera la concentracin del ingreso, la reduccin del gasto social y el deterioro de la escena pblica.

De otro lado, la revolucin tecnolgica plantea claras exigencias de integracin al hacer del espacio nacional un marco cada dia ms insuficiente para aprovecharla o para defenderse de ella25, al mismo tiempo que refuerza y densifica la desigualdad del intercambio26. Es a nombre de una integracin globalizada que los gobiernos de nuestros paises justifican los enormes costos sociales que la apertura acarrea: esa modernizacin tecnoeconmica que amenaza otra vez con suplantar entre nosotros al proyecto poltico-cultural de la modernidad. Pues si hay un movimiento poderoso de integracin entendida sta como superacin de barreras y disolucin de fronteras- es el que pasa por las industrias culturales de los medios masivos y las tecnologas de informacin. Pero a la vez son esas mismas industrias y la

tecnologas las que ms fuertemente aceleran la integracin de nuestros pueblos, heterognea diferencia de sus culturas,en la indiferencia del mercado.

Las contradicciones latinoamericanas que atraviesan y sostienen su globalizada integracin desembocan as decisivamente en la pregunta por el peso que las industrias del audiovisual estn teniendo en ese proceso, ya que esas industrias juegan en el terreno estratgico de las imgenes que de s mismos se hacen estos pueblos y con las que se hacen reconocer de los dems. Ah estn el cine y la televisin indicndonos los contradictorios derroteros que marca la globalizacin comunicacional. Mientras en Europa pasa al primer plano la excepcin cultural con que se busca defender los derechos de las culturas -

incluidas las de las naciones sin Estado, esas identidades diluidas o subvaloradas en el proceso de integracin de los Estados nacionales- impulsando para ello un fortalecimiento pblico de su capacidad de produccin audiovisual27- la integracin latinoamericana por el contrario, al obedecer casi nicamente al inters privado, est llevando su produccin

audiovisual a un movimiento creciente de neutralizacin y borramiento de las seas de identidad regionales y locales28. El cine se halla acosado entre la retirada del apoyo estatal29 a las empresas

productoras -que hizo descender a menos de la mitad la produccin anual en los pases con mayor tradicin como Mxico y Brasil - y la disminucin de expectadores que, por ejemplo en Mxico signific en los aos 80 la caida de 123 a 61 millones de espectadores y en Argentina de 45 a 22 millones, debatindose entre una propuesta comercial slo rentable en la medida en que pueda superar el mbito nacional,y una propuesta cultural slo viable en la medida en que sea capaz de insertar los temas locales en la sensibilidad y la esttica de la cultura-mundo. Lo que oblig al cine a subordinarse al video en cuanto tecnologa de

distribucin, circulacin y consumo: ya en 1990 haba en Amrica Latina diez millones de videograbadoras, doce mil videoclubes de alquiler de cintas y trescientos cuarenta millones de cintas alquiladas al ao. Esa tendencia ha comenzado a cambiar significativamente en los ltimos aos30. Del lado de la produccin, la desaparicin del cine nacional que pareca inatajable -la destruccin neoliberal de las instituciones que desde el Estado apoyaban ese cine as lo aseguraba- se ve frenado por la forma explcita o velada, esto es con menor capacidad econmica pero con mayor capacidad de negociacin con la industria televisiva e incluso con algunos conglomerados econmicos multimediales, en que esas instituciones reaparecen actualmente en Brasil, Argentina o Colombia. Lo que est significando para el cine la recuperacin de la capacidad de experimentar estticamente y de expresar culturalmente la pluralidad de historias y de memorias de que estn hechas tanto las naciones como Latinoamrica en su conjunto. Y tambien del otro lado, el de las formas de consumo, el cine experimenta actualmente cambios importantes. Al cierre acelerado de salas de cine para dedicarlas en buena parte a templos evanglicos!- le ha sucedido la aparicin de los conjuntos multisalas, que reducen drsticamente el nmero de sillas por sala pero multiplican la oferta de filmes. Al mismo tiempo la composicin de los pblicos habituales de cine tambin sufre un cambio notable: las generaciones ms jvenes a la vez que devoran videoclips en la televisin- parecen estarse reencontrando con el cine en su lugar de origen :las salas pblicas. Ello nos coloca ante una profunda diversificacin de los pblicos de cine31, que reabre las posibilidades a un cine capaz de interpelar culturalmente, esto es de poner a comunicar a las culturas y sus pueblos. Tanto en la produccin como en su consumo esos nuevos desarrollos del cine exigen una presencia de los Estados y los organismos internacionales capaz de concertar con las empresas y los grupos independientes unas polticas culturales mnimas de reconstruccin del espacio pblico y defensa de los intereses colectivos. En lo que atae a la televisin, como en ningun otro medio en ella se hacen presentes las contradicciones de la globalizada modernizacin latinoamericana: la desproporcin del

espacio social que ese medio ocupa tanto en el tiempo que las mayorias le dedican como en la importancia que adquiere lo que en l aparece- es sin embargo proporcional a la ausencia de espacios polticos de expresin y negociacin de los conflictos y a la no representacin, en el discurso de la cultura oficial, de la diversidad de las identidades culturales. Son los largos empantanamientos polticos, la debilidad de nuestras sociedades civiles, y una profunda

esquizofrenia cultural en las elites, los que recargan cotidianamente la desmesurada capacidad

de representacin que ha adquirido la televisin. Desde Mxico hasta la Patagonia argentina la televisin convoca hoy a las gentes como ningun otro medio, pero el rostro que de nuestros pases aparece en la televisin es un rostro contrahecho y deformado por la trama de los intereses econmicos y polticos que sostienen y moldean a ese medio. De modo que la capacidad de interpelacin que presenta la televisin no pude ser confundida con los ratings de audiencia. No porque la cantidad de tiempo dedicado a la televisin no cuente sino porque el peso poltico o cultural de la televisin no es medible en el contacto directo e inmediato, slo puede ser evaluado en trminos de la mediacin social que logran sus imgenes. Y esa capacidad de mediacin proviene menos del desarrollo tecnolgico del medio, o de la modernizacin de sus formatos, que de lo que de l espera la gente, y de lo que le pide. Esto significa que es imposible saber lo que la televisin hace con la gente si desconocemos las demandas sociales y culturales que la gente le hace a la televisin. Demandas que se alimentan de, y se proyectan sobre, los dispositivos y modalidades de reconocimiento sociocultural que la televisin ofrece. Es por eso que en Latinoamrica el gnero meditico que ms densos entrecruces presenta de las matrices culturales populares con los formatos

industriales es sin duda la telenovela. Hasta mediados de los aos setenta las series norteamericanas dominaban en forma aplastante la programacin de ficcin en los canales latinoamericanos de televisin. Lo que, de una parte significaba que el promedio de programas importados de los EE.UU -en su mayora comedias y series melodramticas o policacas- ocupaba cerca del 40 % de la programacin32; y de otra parte, esos programas ocupaban los horarios ms rentables,tanto los nocturnos entre semana como a lo largo de todo el dia los fines de semana. A finales de los setentas la situacin comienza a cambiar y durante los aos 80 la produccin nacional crecer y entrar a disputar a los seriados norteamercanos los horarios nobles. En un proceso sumamente rpido la telenovela nacional en varios paises -Mxico,Brasil,Venezuela,Colombia, Argentina- y en los otros la telenovela brasilea, mexicana o venezolana, desplazan por completo a la produccin norteamericana33. A partir de ese momento, y hasta inicios de los aos noventa, no slo en Brasil, Mxico y Venezuela, principales paises exportadores, tambin en

Argentina,Colombia,Chile y Per la telenovela ocupa un lugar determinante en la capacidad nacional de produccin televisiva34, esto es en la consolidacin de la industria televisiva, en

la modernizacin de sus procesos e infraestructuras -tanto tcnicas como financieras- y en la especializacin de sus recursos: libretistas, directores, camargrafos, sonidistas, escengrafos, editores. La produccin de telenovelas signific a su vez una cierta apropiacin del gnero por cada pas: su nacionalizacin. Pues si bien el gnero telenovela implica rgidos

estereotipos en su esquema dramtico,y fuertes condicionantes en su gramtica visual reforzados por la lgica estandarizadora del mercado televisivo- tambin lo es que cada pas ha hecho de la telenovela un particular lugar de cruces entre la televisin y otros campos culturales como la literatura,el cine,el teatro. La telenovela se convirti entonces en un conflictivo pero fecundo terreno de redefiniciones poltico-culturales: mientras en pases como Brasil se incorporaban a la produccin de telenovelas valiosos actores de teatro,directores de cine, prestigiosos escritores de izquierda, en otros pases la televisin en general y la

telenovela en particular eran rechazadas por los artistas y escritores como la ms peligrosa de las trampas y el ms degradante de los mbitos profesionales. Poco a poco, sin embargo, la crisis del cine por un lado, y la superacin de los extremismos ideolgicos por otro, han ido incorporando a la televisin,sobre todo a travs de la telenovela, a muchos artistas,escritores, actores que aportan temticas y estilos por los que pasan dimensiones claves de la vida y las culturas nacionales y locales. En el momento de su mayor creatividad, la telenovela latinoamericana atestigua las dinmicas internas de una identidad cultural plural35. Pero ser justamente esa heterogeneidad de narraciones, que haca visible la diversidad cultural de lo latinoamericano, la que la globalizacin ha ido reduciendo progesivamente. El xito de la telenovela, que fue el trampoln hacia su internacionalizacin, y que responda a un movimiento de activacin y reconocimiento de lo latinoamricano en los paises de la regin, va a marcar tambin, paradgicamente, el inicio de un movimiento de uniformacin de los formatos y borramiento de las seas de aquella identidad plural. Pero hasta qu punto la globalizacin de los mercados significa la disolucin de toda verdadera diferencia cultural o su reduccin a recetarios de congelados folklorismos?. Ese mismo mercado tambin est reclamando la puesta en marcha de procesos de experimentacin e innovacin que permitan insertar en los lenguajes de una tecnicidad

mundializada la diversidad de narrativas, gestualidades e imaginarios en que se expresa la riqueza de nuestros pueblos. Es lo que estn evidenciando ciertas producciones brasileas, y lo que acaba de ejemplarizar el xito mundial de la telenovela colombiana Caf, y algunas nuevas series latinoamericanas. La relacin entre medios y culturas, sobre todo en el campo audiovisual, se ha tornado en los aos noventa especialmente compleja. Como demostr, en la ltima reunin del Gatt ahora Organizacin Mundial de Comercio-, el debate entre la Unin Europea y los Estados Unidos sobre la excepcin cultural, la produccin y circulacin de las industrias culturales exige una mnima puesta en comun de decisiones polticas. En Amrica Latina ese mnimo de

polticas culturales comunes ha sido imposible de lograr hasta ahora. En primer lugar por las exigencias y presiones del patrn neoliberal que ha acelerado el proceso de privatizacin del conjunto de las telecomunicaciones y desmontado las pocas normas que en algun modo

regulaban la expansin de la propiedad. A lo que ahora asistimos es a la conformacin y reforzamiento de poderosos conglemerados multimediales que manejan a su antojo y conveniencia, en unos casos la defensa interesada del proteccionismo sobre la produccin cultural nacional, y en otros la apologa de los flujos transnacionales. En los dos grandes acuerdos de integracin subregional -la entrada de Mxico al TLC (Tratado de Libre

Comercio) entre EE. UU. y Canada, y la creacin del Mercosur entre Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay- la presencia del tema cultural es hasta ahora netamente marginal:objeto slo de anexos o acuerdos paralelos 36. Los objetivos directa e inmeditamente econmicos desarrollo de los mercados, aceleracin de los flujos de capital- obturan la posibilidad de plantearse un mnimo de polticas acerca de la concentracin financiera y el ahondamiento de la divisin social entre los inforricos y los infopobres. La otra razn de fondo, que impide integrar un mnimo las polticas sobre industrias culturales en los acuerdos de integracin latinoamericana, estriba en el divorcio entre el predominio de una concepcin populista de la identidad nacional y un pragmatismo radical de los Estados a la hora de insertarse en los procesos de

globalizacin econmica y tecnolgica. Concentradas en preservar patrimonios y promover las artes de elite, las polticas culturales de los Estados han desconocido por completo el papel decisivo de las industrias audiovisuales en la cultura cotidiana de las mayoras. Ancladas en una concepcin bsicamente preservacionista de la identidad,y en una prctica desarticulacin con respecto a lo que hacen las empresas y los grupos independientes,ese tercer sector cada dia mas denso, las polticas pblicas estn siendo en gran medida responsables de la desigual segmentacin de los consumos y del empobrecimiento de la produccin endgena. Y ello en momentos en que la heterogeneidad y la multiculturalidad no pueden ser ms vistas como un problema sino como la base de la renovacin de la democracia.Y cuando el liberalismo, al expandir la desregulacin hasta el mundo de la cultura, est exigiendo de los Estados un mnimo de presencia en la preservacin y recreacin de las identidades colectivas. Pero si del lado de los Estados la integracin cultural sufre de los obstculos que acabamos de enumerar, existen otras dinmicas que movilizan hacia la integracin el escenario audiovisual latinoamericano. En primer lugar el desarrollo de nuevos actores y formas de comunicacin desde los que se estn recreando las identidades culturales. Me refiero a las radioemisoras y televisoras regionales, municipales y comunitarias, y a los inumerables grupos de produccin de video popular que estn constituyendo un espacio pblico en gestacin,

representante de un impulso local hacia arriba, destinado a convivir con los medios globales. Convivencia que constituye quiz la tendencia ms clara de las industrias culturales de punta en la regin37. Sin ser de los ms avanzados en ese terreno, Colombia por ejemplo cuenta ya con 546 emisoras de radio comunitaria y con cerca de 400 experiencias de televisin local y comunitaria. Todas ellas hacen parte de esas redes informales que, desde aldeas y barriadas via los encadenamientos posibilitados por el TV-cable y las antenas parablicas- ponen a comunicar, mestizndolas, sus propias configuraciones culturales con la diversidad de las culturas del mundo que, aun descontextualizadas y esquematizadas, se asoman por las redes globales. Tambin entre las grandes industrias del rock pasan hoy movimientos de comunicacin e integracin cultural nada despreciables. El movimiento del rock latino despierta creatividades insospechadas de mestizajes e hibridaciones de las estticas transnacionales con los sones y ritmos ms locales. En tanto afirmacin de un lugar y un territorio, este rock es a la vez propuesta esttica y poltica. Uno de los lugares donde se construye la unidad simblica de Amrica Latina, como lo ha hecho la salsa de Ruben Blades, las canciones de Mercedes Sosa y de la Nueva Trova Cubana, lugares desde donde se miran y se construyen los bordes de lo latinoamericano afirma una joven investigadora colombiana38. Que se trata de modos de recreacin de lo latinoamericano como un lugar de pertenencia cultural y de enunciacin especfico, lo prueba la existencia del canal latino de MTV, en el que se hace presente, junto a la musical, la creatividad audivisual en ese gnero hbrido, global y joven por excelencia que es el videoclip.

notas
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____________________________________ Guadalajara, Mxico, abril del 2002

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