Gruner Eduardo - La Astucia Del León y La Fuerza Del Zorro
Gruner Eduardo - La Astucia Del León y La Fuerza Del Zorro
Gruner Eduardo - La Astucia Del León y La Fuerza Del Zorro
- Eduardo Grner
Por esto, todos los profetas armados tuvieron acierto,
y
explicacin de la obra de experiencia de lectu ra que el estudioso de la filosofa poltica recibe al abrir El Prncipe, los Discur sos o el Arte de la Guerra. Y, ciertamente, nadie podra "explicarlo" mejor de lo
to lector pretendiendo que lo que sigue es una Maquiavelo. Nada puede sustituir la impresionante
ara empezar con una nota abrupta, digamos que no engaaremos al incier
que se explica l: son las ventajas de alguien que se atreve, como Maquiavelo, a en los vericuetos sinuosos de una mediocre ideologa mistificadora como la que suele hacer los plcemes de ciertas (as llamadas) AcademiaS. Lo que sigue puede ser tomado, en todo caso, como testimonio de mirar a la Medusa de frente y a los ojos, sin escamotear tmidamente su mirada
no necesariamente la mejor, de esas experiencias de lectura. Y de la lectura de otras experiencias que esa experiencia provoc. Pero, sea lo que sea, hay que po plemente, para aprobar exmenes de Teora Poltica. Es alguien que sirve para ner el acento en el trmino experiencia:: Maquiavelo no es alguien que sirve, sim
una ms,
vir "polticamente".
vi
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La astucia del len y la fuerza del zorro Ley, Justicia, Constitucin o Contrato. La burguesa, ya a partir del siglo XVIII pero mucho ms luego de la afirmacin de su poder con la Revolucin Industrial, preferir despachar al incmodo Maquiavelo (y a Hobbes) y retener al moderado y ponderado Locke (y a Montesquieu), que le proporciona un justificativo mucho ms tranquilizador, ms idealizado y elegante, para su Repblica de Propietarios: es decir, para su dominacin de clase. Maquiavelo (nuevamente: como Hobbes, a su manera) tiene el inconveniente de que, justamente por estar situado en la eta pa de transicin que da origen al poder burgus, puede darse el lujo -e incluso es t obligado- a decir claramente lo que los posteriores idelogos de la burguesa consolidada tienen que callar prolijamente: que la poltica es ante todo, nos gus te o no, dominacin; que las estrategias de obtencin tanto como las de conserva cin del poder de dominar suponen necesariamente una
es slo alguien que dijo cosas interesantes hace uno, cinco o veinte siglos: ese es
antiguo. Un clsico es alguien que sigue hablando en nuestro desga hoy (un clsico tiene siempre contem cla
rrado presente; que sigue hablando, es decir, formulando preguntas que nica mente nosotros, sus contemporneos de porneos) podemos responder. Es lgico que la cultura dominante -la de las
ses dominantes, dira otro clsico-, puesto que no puede vencerlo, haya renun
ciado a combatirlo. Y, apelando a una estrategia ms astuta, haya optado por ha
economa de la violencia
con la que muy poco tienen que ver las declaraciones de amor a Dios y a la Hu manidad abstracta, o las lgrimas de cocodrilo vertidas por el sufrimiento de las vctimas, o la hipocresa de los victimarios que, mientras pretenden hacer el Bien sin mirar a quien, aplastan a sangre y fuego a quienes tienen opiniones divergen tes sobre
cerlo olvidar, con ese recurso insidioso del olvido que consiste en recordarnos
permanentemente que l "ya fue". Que pertenece al pasado, que es (as, con ma yscula) Historia. Y revelando, de paso, la interesada concepcin de la Historia que defiende la cultura (de las clases) dominante(s): la Historia es puro y cerrado pretrito, nada tiene que ver con nuestro presente ni mucho menos con el futuro. Si se pensara de otra manera, se podra ver que la verdadera poltica que est de
que creysemos la clase dominante- hacer poltica no tiene un cuerno que ver con la bsqueda del Inters General, y mucho con la decisin de a quin (a qu cla ses, a qu grupos sociales, a qu perspectivas ideales y materiales de construccin de la polis ) se va a beneficiar, y a quin se va a perjudicar. Y que, una vez toma da la decisin y definido el objetivo, es necesario tencia para que la
la poltica de la clausura del fu turo en un eterno presente donde las cosas ya no pueden ser distintas. Un clsi co -un autntico clsico- es aqul que viene a recordamos que en cada genera
cin las preguntas que l se plante pueden y deben ser reformuladas, que cada generacin tiene abiertas las puertas de la construccin de su futuro. En el caso de un clsico del pensamiento poltico, no se trata, adems, de una construccin cualquiera: se trata nada ms y nada menos que de la construccin de la polis: de la Ciudad Humana como tal, de la trama social, econmica, poltica, cultural y hasta subjetiva que redefine en cada momento histrico la relacin dominadores
tre dominadores y dominados, entonces es antes el reino del conflicto que el del consenso, consenso que no es sino el efecto de la correlacin de fuerzas- nos sea favorable.
Maquiavelo objetivamente favoreci) y no la mediocre declaracin de principios ahistricos y moralinas vagamente catequsticas tendientes a esconder lo que
tica (la que no requiere de maysculas porque se practica en los hechos y no en la solemnidad vaca de los enunciados pomposos) es precisamente la de Maquia velo, y la de todos aqullos que como l no vacilan en decir las cosas tal cual ellos consideran que
negndose a ese artificio fetichista por excelencia que consiste -en el mejor de 255
hecho por Maquiavelo -sa que con interesado sim hacer poltica, y no simple
plismo suele presentarse como la del "fin" j ustificando los "medios"- no consis te sino en el coraje, por parte de aqul dispuesto a mente a hablar de ella, de entonces mo de las causas de lo que hace? Una vez ms: no es extrao ni en modo alguno misterioso el destino de ma lentendidos, infundios, incomprensiones o difamaciones que le ha tocado a Ma quiavelo. Pero tal vez haya en ese destino -por una de esas paradojas en que es prdiga la historia- un beneficio secundario:
rialmente potente que sea, no alcanza para conquistar el poder, y menos para mantenerlo), conduce -a travs de la analoga entre el Individuo-Prncipe de la era renacentista y el Colectivo-Partido Revolucionario de la era moderna como respectivos mediadores entre "sociedad poltica" y "sociedad civil"- a nociones decisivas para la teora poltica contempornea como son las de de la distincin entre guerra de movimientos y extradas de una lectura
renegado por los "pensadores" de la clase de la cual fue su pensador originario, pudo ser rescatado y comprendido en toda su gigantesca dimensin por los pen sadores ms agudos que proclamaron
lamente constituyen una slida alternativa a la teora poltica burguesa (con su distincin ideolgica, cimentada ya a partir de Hobbes pero sobre todo de Locke, entre lo "poltico" y lo "social-econmico", distincin tendiente a ocultar las mu tuas determ inaciones entre ambos planos, y que se traduce en una prctica feti chista de la "representacin" poltica por la cual de hecho la decisin poltica tan to como la econmica-social queda en manos de las clases dominantes, mientras el resto de la sociedad se limita a sufrirla pasivamente), sino que son una. antici pacin genial de la importancia que los factores ideolgico-culturales generado res de "consenso" -y por lo tanto de su estatuto de "campo de batalla" de las he gemonas y contrahegemonas- tendran en toda la poltica del siglo XX, ya sea que queramos reconocerlo o no. Pero si esta "genialidad" se debe sin duda al "ge nio" de Gramsci, no es menos cierto que encontr en Maquiavelo, y en nadie ms (aparte, obviamente, de sus casi contemporneos Marx y Lenin) el ra su hallazgo. Gramsci fue, pues, un verdadero pionero en la lectura marxista crtica de.Ma quiavelo. Pero estuvo lejos de ser el nico. A Louis Althusser le debemos la pos tulacin del tndem Maquiavelo 1 Spinoza como sustitucin
negaba de ese su profeta insoportable, y que ahora deba ser "profeta desarmado", y en lo posible, "desterrado". Len Trotsky y, sobre todo, Antonio Gramsci, tras las huellas del propio Carlos Marx, fueron los primeros en movilizar todos sus re ' cursos de tericos militantes de la izquierda crtica y revolucionarla, para demos trar que las lecciones que Maquiavelo haba dado a la burguesa naciente (aunque fuera bajo la apariencia de destinacin ms simblica que real de los cipes florentinos), podan ser estrictamente
dux y Prn historizadas, en el autntico sentido tradas al presente para ser "le
de ese trmino: es decir, no entendidas como polvorientas reliquias arqueolgicas (que es lo que la burguesa querra pensar) sino das" en el contexto de un momento histrico preado de la posibilidad de una transformacin todava ms gigantesca que la "revolucin burguesa" que Ma quiavelo empujaba, a sabiendas o no. Ellos advirtieron, en efecto, que Maquiave lo -por el realismo, la honestidad y la ausencia de hipocresa con la que haba in tentado decirlo
pre-texto pa
la actualidad un "profeta armado", y que sus armas -aunque forjadas en un mo mento histrico, un espacio geogrfico y poltico y un clima ideolgico-cultural precisos e irrepetibles- podan ser recuperadas y cargadas con la plvora de momento histrico,
alternativa al can
nico nombre de Hegel en tanto precedente filosfico-poltico de Marx. Se puede estar de acuerdo o no con esta idea, pero su originalidad y su poder de sugeren cia terica es indiscutible: ella pennite (al menos, le permite a Althusser y sus continuadores) sustentar la oposicin entre un marxismo abstractamente "huma nista" e "idealista", de cuo cuasi metafsico y acechado por tentaciones pararre ligiosas, y un marxismo "realista", decididamente materialista y
este
era un arma que poda ser utilizada contra sus antiguos "amigos", ahora obsesio nados por arrojarla lejos de sus manos sangrientas. Gramsci, en especial, fue particularmente profundo en su lectura: posible mente haya sido el primero en saludar en Maquiavelo al verdadero fundador, tres siglos y medio antes de Marx, de lo que el gran marxista italiano llamara .filoso
poltico, tan de
nunciador de las ilusiones moralizantes de origen burgus como en su momento lo fuera el descarnado discurso de Maquiavelo. La filiacin Maquiavelo-Spino za de Marx reaparece (ms cerca nuestro en el tiempo, pero siempre dentro de una ' joven tradicin de marxismo abierto, complejo y crtico) en autores como Etien ne Balibar o Jacques Ranciere, para quienes ese antecedente permite enriquecer los anlisis de Marx sobre los fetichismos de la "democracia" representativa bur guesa y su ocultamiento del carcter de
tiva y abierta entre teora y prctica, entre tica y poltica, entre el pensamiento
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mado "sistema poltico" en la sociedad capitalista. Para estos autores, en efecto, 257
ltimo, y el ms insidioso, de los trucos para desembarazarse de los rasgos ms inquietantes del "maquiavelismo", para neutralizar mediante alguna nueva ver sin del "justo medio" el carcter incmodamente extremo -es decir, "radical" y exento de concesiones y componendas- de un pensamiento que en s mismo no es ni "monrquico" ni "republicano" (esto no es ms que el anecdotario de las oportunidades histricas del hombre Maquiavelo), sino que, como un implacable cirujano que no vacila en el momento de la verdad, hunde su escalpelo en las mis mas races del Mal, y as se transforma en un relmpago de lucidez utilizable co mo potencial instrumento de anlisis crtico e insobornable de toda forma de do minacin, cualesquiera sean sus vestiduras (que no son, por supuesto, todas igua les). Esa es la manera en que lo ley la tradicin arriba citada de los marxistas cr ticos y heterodoxos, y esa es la manera en que lo leeremos nosotros, sin ninguna pretensin de "objetividad": una pretensin que no es ms que la engaifa de una "ciencia" poltica desesperada por olvidar lo ms rpidamente posible la leccin central de Maquiavelo (de Spinoza, de Marx), a saber, que la poltica es un arte , es decir es una prctica de la pasin y del compromiso , de una toma de "parti do" donde la nica "objetividad" posible y autntica es la de la explcita y fron tal eleccin de un bando .
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Para quien haya estado alguna vez en Florencia, le es prcticamente imposi ble discernir si la fascinacin irresistible de esa ciudad nica proviene de la lumi nosidad dorada, sin par en el mundo, que al atardecer se desprende de ese ro Ar no que refleja al mtico Pontevecchio en sus aguas quietas, o de las esculturas per fectas (quiz demasiado perfectas) de Michelangelo Buonarotti que exhiben los Ufizzi, o de la sorpresiva iglesia que de pronto asoma en una callejuela estrecha, y cuyo portn exquisitamente labrado en madera agot la vida entera de un solo artesano que trabaj en l durante medio siglo. Son dimensiones histricas y es tticas a las que nos hemos desacostumbrado, que exceden nuestra capacidad de
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tica, y a su vez sta es una condicin para el completamiento y estabilizacin de aqulla. El ordenamiento territorial-administrativo del mercado interno, del co mercio exterior y de la circulacin del dinero requiere un Estado fuerte, centrali zado, planificador, recaudador de impuestos, controlador de los flujos migrato rios, con poder de represin propio y polticamente al servicio de sus intereses (el "ejrcito nacional" profesionalizado ser una obsesin de Maquiavelo, en contra posicin a los "ejrcitos privados" de los seores feudales del perodo anterior), con una diplomacia reciamente defensora de esos mismos intereses: en definiti va, con una acabada
ble, en esas callejuelas, en ese puente, bajo esa luz. Hombre del Renacimiento si los hubo (filsofo y terico de la poltica de extrema originalidad, literato y escri tor de estilo inimitable, historiador erudito como pocos, conocedor de todas las artes) fue el pensador poltico de mayor lucidez de su tiempo, en su conciencia de las grandes
disputan la hegemona sobre los hombres del mundo de entonces. Para la Italia fragmentada y balcanizada del siglo XVI -aunque desde luego no slo para ella el poder que representa el principal obstculo para la conquista de la unidad bajo un Estado nacional que permita el desarrollo de las nuevas relaciones de produc cin emergentes es, como no poda ser de otra manera, el poder "globalizado" del Papado y la Iglesia Catlica: poder "espiritual" (lase: ideolgico-cultural) y
tareas histrico-polticas de la nueva poca cuyo nacimiento le toc praxis conformadora de la polis por un lado, y por otro la hete
presenciar. La secularizacin de la poltica -es decir, la separacin entre la espe cificidad de la ronoma teolgica y eclesistica a la cual la poltica estaba tradicionalmente so metida desde la cada del Imperio Romano- y la conformacin de los grandes Es tados nacionales centralizados -es decir, la ambigua forma poltica que adquiere la organizacin territorial, administrativa, militar y econmica de lo que Marx lla mara el incipiente proceso de acumulacin capitalista- son las ciclpeas deman das de la hora, cuya problemtica Maquiavelo se propuso explorar hasta las lti mas consecuencias (aunque obviamente no disponga de la terminologa muy pos terior que estamos utilizando), pero en el curso de cuya exploracin descubre ten denciales "leyes" de lo poltico que van mucho ms all de la coyuntura histri ca. Y aunque desconfiemos con razn de los rgidos determinismos, tampoco pa rece producto de un puro azar o de una contingencia indeterminada el que esas inquietudes se le hayan presentado con urgencia casi obsesiva a un miembro de la intelligentsia de las ciudades italianas de principios del siglo XVI. Muchos es tudiosos (Marx y Weber no estn entre los menores de ellos) han destacado el rol absolutamente decisivo jugado por esas pequeas ciudades-estado en aqul pro ceso de acumulacin, en virtud de su estatuto privilegiado de centros comercia les Y financieros situados estratgicamente en el paso entre Oriente y Occidente, hasta el punto de poder afirmar que fue all -en esas callejuelas estrechas y bajo esa luz dorada, metfora de la mezcla de luminosidad brillante y mezquindad sombra que signa a la nueva era- donde puede localizarse y hasta cierto punto
San Agustn, de la "obtencin y conservacin" del poder poltico y econmico. Maquiavelo sabe perfectamente contra qu est luchando; ms an: en cier to sentido su argumentaCin toma algunas de sus principales armas tericas y re tricas, incluso algunas de sus metforas ms eficaces, de la propia prctica del poder papal, slo que para volverlas en su contra. Acaso no es el poder papal el ejemplo paradigmtico de esa combinacin del Zorro y el Len, de la astucia cal culadora y la fuerza bruta, que Maquiavelo reputa como indispensable al carcter del verdadero Prncipe? Acaso la Iglesia Catlica no es asimismo el ejemplo pa radigmtico de la articulacin entre coercin y consenso, entre temor y amor (el mayor consenso y el mayor "amor", por cierto, que ideologa alguna haya logra do en Occidente antes del capitalismo) que est en la base maquiaveliana de lo que Gramsci llamara
las monarquas absolutas no traduce la pretensin papal de ser el representante in falible de la voluntad de Dios en la Tierra? Acaso la Iglesia Catlica no ha sabi do aprovechar como ningn otro poder (otra vez, antes de la emergencia del ca pitalismo) los factores "objetivos" de lafortuna y los "subjetivos" de la virtu cu-
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de marxismo crtico -desde Gramsci o el "austromarxismo" al propio Althusser, pasando por Bakhtin, Lukcs, Sartre o la Escuela de Frankfurt- que ha puesto el acento en la importancia histrica y poltica de este factor que, lejos de ser una mera "superestructura" ornamental, es una fuerza la
guna "unidad" en el disperso paisaje poltico y econmico del modo de produc cin feudal-, ya en pocas de Maquiavelo haba sufrido un duro golpe divisionis ta en el corazn mismo de su "superestructura", con la Reforma de Lutero. Se sa be, por otra parte, la importancia de la tesis de Max Weber sobre el papel deter minante de la tica protestante en los orgenes del "espritu del capitalismo". Ello ha provocado en muchos comentaristas (muy notoriamente en Sheldon Wolin) la idea de una objetiva "complementariedad" entre Lutero y Maquiavelo, basada en su compartida oposicin al poder papal, si bien desde flancos opuestos: all don de Lutero "despolitiza la religin" -en tanto pretende eliminar la mediacin ins titucional, y por lo tanto poltica, de la Iglesia y as liberar la posibilidad de una relacin directa entre los fieles y la Palabra Sagrada-, Maquiavelo, en contrapar tida, "desteologiza la poltica" -en tanto opone el poder autnomo del Prncipe a los postulados eclesisticos de su sumisin a la autoridad papal-. Por vas distin
polis . Para nuestro caso, basta recordar que el movimiento reformista de Lu directo a la lectura de la Biblia -al menos, claro est, para
tero tambin fue posible, entre otras cosas, porque la invencin de la imprenta permita el acceso aqullos pocos alfabetizados de la poca- sin pasar por las manipulaciones de la traduccin del latn que haca la Iglesia. Maquiavelo, por su parte, recoge una tra dicin iniciada desde el escndalo provocado nada menos que por Dante Allig hieri al elegir el dialecto toscano (que a la larga se ira a transformar en el idioma oficial de la Italia unificada), y no el latn, para escribir su gigantesca obra litera ria. En ambos casos -explcitamente en Maquiavelo, como efecto no necesaria mente buscado en Lutero-, de lo que se trata entonces es de utilizar la
separacin entre teo loga (o moral religiosa) y poltica, que es una condicin sine qua non para el ul
tas pero convergentes, pues, el resultado es una potencial
lengua na cional (aunque la Nacin como tal todava no existiera en un sentido jurdico
-poltico estricto) como arma de combate por la construccin del Estado y con tra la elitista dominacin de un latn identificado con la hegemona global del pa pado. Resulta cruelmente irnico, de todos modos, que estos movimientos conver gentes o complementarios que sentaron las bases "ideales" para la construccin del Estado Nacional bajo el imperio creciente del modo de produccin capitalis ta, se hayan producido en territorios como los de Alemania e Italia, que fueron los
terior desarrollo de la sociedad "burguesa". La idea es ingeniosa y atractiva, pero merecera una discusin ms cuidado sa. Para empezar, no es tan seguro que haya en Lutero tal "despolitizacin" de lo religioso -salvo que por "religioso" se entienda exclusivamente al factor
comienda, sin reservas ni miramientos de ninguna especie, arrasar a sangre y fue go con las rebeliones campesinas cortando todas las cabezas que fueran necesa rias (recomendacin que, de ms est decirlo, fue puntillosamente seguida por los seores alemanes), lo hace
co o de moral religiosa. Por otra parte, la firmeza de Maquiavelo en su lucha con tra el papado y su defensa de la especificidad de la culo para que la religin figure entre las "bellas mentiras" necesarias al Prncipe para el mantenimiento del orden y la generacin del consenso hegemnico. Es cierto, sin embargo, que de
dicho sea entre parntesis, que explica en alguna medida que haya sido precisa mente en esos pases retra<>ados en su "modernizacin" poltica donde hayan sur gido los dos ms poderosos movimientos reaccionarios del siglo XX, el nazismo y el fascismo). Pero hasta las ms crueles ironas pueden tener su explicacin: por mltiples y complejas razones histricas, Alemania e Italia no sufrieron un desa rrollo de sus relaciones de produccin capitalistas (y por lo tanto, de una clase "burguesa" con un proyecto poltico propio) lo suficientemente profundo y gene ralizado como para "empujar" la construccin del Estado nacional hasta mucho ms tarde. Y no son los nicos casos; vale la pena recordar aqu el caso de Espaa, la gran potencia colonial "global" de la poca, en buena medida responsable indi recta del propio nacimiento del capitalismo (ya que la afluencia inaudita de me tales preciosos de Amrica -ciertamente manchados por el sudor y la sangre de los "indios"- y la apertura de una nueva e inmensa red de vas comerciales -cu-
dujeron al menos una verosmil posibilidad de concebir aqulla separacin entre religin y poltica, y por lo tanto entre teologa y filosofa poltica. Pero tambin hay aqu en juego otro elemento a nuestro juicio de primera importancia, y que no obstante suele ser poco tenido en cuenta en los anlisis, Un elemento de orden cultural ms amplio pero decisivo como condicin de posibilidad de la propia existencia de lo que ahora llamaramos el "Estado-nacin": la lengua. En efecto: la
unidad lingstica , y por lo tanto cultural -unidad transmisora de lo que Alt husser llamara un ef ecto de reconocimiento de los sujetos como "ciudadanos"
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s haba logra
do trabajosamente su unidad poltica nacional bajo los reyes de Castilla y Aragn (Maquiavelo es un ferviente admirador de Fernando e Isabel, justamente por ha ber construido ese magno Estado) no obstante tampoco ha desarrollado una base social y econmica que le permita convertirse en la beneficiaria de esa posibili. dad histrica, y se transforma en la paradjica gran "perdedora" de la carrera mundial que ella haba contribuido, tan decisivamente, a lanzar. Es decir: ya fuese porque su mayor aunque todava insuficiente evolucin econmica y social no se traduca en un formato de representacin estatal fuerte y unificado que permitiera la liberacin de sus fuerzas productivas (Italia y Ale mania), o al revs, porque su gran Estado nacional unificado no era todava la ex presin de relaciones sociales y fuerzas productivas concomitantes (Espaa, y se cundariamente Portugal), la enorme paradoja de los orgenes del capitalismo es que aqullos pases donde, como dijimos, puede fecharse
"clsicos" del pensamiento poltico: porque su lugar fundador debe necesaria mente proyectarse y actualizarse a travs de los siglos, ya que en su propio siglo y en su propia sociedad no encontr eco en una "base material" que era una caja de resonancia insuficiente para su voz poderosa). Quiz pueda decirse de Ma quiavelo lo que ms tarde dira Marx del alemn Hegel: que en su cabeza se hi zo la revolucin que su sociedad no pudo hacer en lo real. Quiz en ese sentido pueda hablarse del "fracaso" de Maquiavelo. Pero qu fracaso magnfico: ya qui siramos muchos "fracasar" as. Ya quisiramos, en nuestro fracaso, haber acu ado ese puado de ideas, conceptos y categoras, pensamientos y reflexiones, discursos y pasiones polticas que -como decamos al empezar- todava son ca paces de incierto.
y localizarse esa si
miente (por la Reforma protestante, por la lucha contra el papado y por la unidad estatal-nacional, por el desarrollo comercial y financiero, por las consecuencias del descubrimiento de Amrica, etctera) son los que ms tardamente aprovecha rn.sus frutos. El eje del desarrollo capitalista, que en gran parte empieza por ubi carse en el Sur, se desplazar hacia el Norte, si bien saltendose a Alemania: en primer lugar Holanda, que a fines del siglo XVI lleva a cabo la tambin primera gran "revolucin burguesa" (simultneamente una "revolucin nacional" contra la potencia semifeudal ocupante, Espaa); en segundo lugar Inglaterra, que a me diados del siglo siguiente realiza la segunda -y, a los efectos del desarrollo mun dial del nuevo modo de produccin, determinante- gran "revolucin" de la bur guesa, y que se transformar hasta principios del siglo XX en la potencia lder del nuevo sistema. En ambas, las fuerzas productivas y las relaciones de produc cin, aunque todava en forma embrionaria, estn lo suficientemente maduras co mo para darse las formas poltico-estatales que mejor representen, garanticen y promuevan los intereses de la nueva clase dominante. En ambas, la produccin filosfico-poltica de sus mejores pensadores se expresa, en sus correspondientes contextos, en la polarizacin entre la primera gran teora moderna de una radica lizada democracia de masas que todava hoy no ha sido realizada (el holands Ba ruch de Spinoza) y la primera gran teora de un Estado "gendarme" fuerte basa do en ese individualismo competitivo que ser el carcter central del futuro capi talismo liberal, renovado y profundizado en nuestros propios das (el ingls Tho mas Hobbes). De ambos hombres, por lo tanto, puede decirse que son unos "adelantados", aunque su "adelanto" terico es el que corresponde al lugar de vanguardia del de sarrollo econmico, social y poltico de sus respectivos contextos nacionales. Pe ro un siglo y medio
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Es Maquiavelo o es Hobbes el verdadero iniciador de la moderna "ciencia" poltica (en el supuesto de que existiera tal entelequia)? Este es otro de esos de bates que nos parecen perfectamente intiles en su pomposidad bizantina. Sin du da l no se piensa a s mismo como "cientfico". Como buen hombre del Renaci miento -es decir, como hombre de la transicin entre el pensamiento "antiguo" y un pensamiento "moderno" que recurre a la cultura clsica para pensar su actua lidad-, no pretende romper con los clsicos sino continuarlos bajo nuevas formas
tra o la fsica: Aristteles o Tito Livio (a quienes el "ultramoderno" Hobbes tan sarcsticamente despreciar) antes que la certeza helada del clculo aritmtico que conduce a Hobbes (como antes a Platn) a una construccin poltica simtri ca y asfixiante en su lgica de hierro. La "pragmtica" teora maquiaveliana no hace ms que expresar su atencin a la maleabilidad de la "naturaleza" humana, a la hasta cierto punto imprevisible transformacin del "humor" de las masas, a la "psicologa colectiva", a la inestable articulacin entre las inviolables resisten cias de lo real y el voluntarismo transformador o elaborador de la materia social (entre la f ortuna y la
La filosofa poltica clsica mil en el desarrollo de las pasiones pblicas, a las a veces caprichosas y a veces controlables variaciones en la relacin de fuerzas, a las verdades que a veces son superfluas y las mentiras que a veces son tiles, a las duras realidades de la vio lencia y la dominacin, a las blandas facultades de la astucia, la sagacidad y la agudeza, al "pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad" que ce lebraba Gramsci. En una palabra: a la Historia
La
ta "ciencia" poltica "moderna" esconde su (intencional o no, poco importa) ser vidumbre a la globalizada ideologa dominante.
Pero, insistimos: a una Historia cuyas lecciones para el presente son el insumo
para la creacin del futuro . Lo otro -la "razn instrumental" hobbesiana, sin du
da fascinante por su inteligencia frreamente calculadora- es la eterna repeticin
de las figuras lgicas, desencarnadas, ahistricas y, en el lmite, completamente ajenas a otra poltica que no sea la del Soberano, que es la poltica de la inmovi lidad por definicin. Las flexibles lecciones de Maquiavelo, en cambio -otra vez: ms all de la coyuntural dedicatoria de El Prncipe por ejemplo-, pueden en principio ser aprendidas por cualquiera : he all por qu, hoy, son tan temidas
,
No nos preguntaremos, entonces, si nuestro Maquiavelo es o no un "cient fico", si es "autoritario" o "democrtico", si es de derecha, de izquierda o de cen tro (de extremo centro, como est de moda ser ahora) . Nos limitaremos a inten tar hacemos merecedores de su principal ensea nza: que la Historia y la Poltica es una zona de y en conflicto, en perpetuo proces o de redefinicin en la lucha por la refundacin permanente de la polis , una lucha que compete y compromete a todos y cada uno de los sujetos sociales y poltic os, y que se desarrolla en la pra xis cotidiana, "dentro" o "fuera" de las "instituciones" y de la cultura en su sen tido ms amplio. La conclusin que se despre nde de esta enseanza slo puede ser una. El "clsico" Maquiavelo todava no es esto, aqullo o lo de ms all: Maquiavelo es un campo de batalla. -
, pues, para decirlo con la bella expresin de Pascal. Un artista antes que un cientifico , agregbamos. Pe
ro, un "moderno"? Hasta los tutanos: es lo que hemos venido intentando mos trar. Lo muestra esa perspicaz e incisiva atencin a los cambios histricos, socia les, psicolgicos de la que acabamos de hablar, y que -con las necesarias "adap taciones"- lo transforman en una herramienta maleable, siempre a la mano de los diferentes grupos, clases, partidos o individuos que de ella quieran aprovecharse. Lo muestra su concepcin de la construccin del Estado y la
polis
-esa mixtura
de coercin y consenso asentada sobre la unidad poltica, geogrf ica, cultural, y defendida por el ejrcito nacional- que con cuatro siglos de anticipacin respon de puntualmente a la definicin del Estado moderno cannicamente pergeada por Weber: la pretensin exitosa de legitimidad del ejercicio del monopolio de la fuerza sobre un territorio determinado. Lo muestra su modernsima, casi diramos
Discursos sobre la Primera Dcada de Tito Livio (Alian za Editorial) Del Arte de la Guerra (Tecnos)
l . 2. De lectura (altam ente) recomendab le:
protomarxista y protofoucaultiana nocin del Poder como una relacin social y un dispositivo de interpelacin ideolgica generador de hegemona -para el gru po dominante que sea o para el que le dispute el poder- en los intrincados inters
ticios de la "sociedad civil" (para qu si no esa obsesin con la compleja dialc tica entre el "amor" y el "temor"?) antes que como una institucin esttica desti nada a "representar" los intereses "generales" (los actuales "institucionalistas", "neocontractualistas" y "neoliberales" de toda laya deben hacer esfuerzos real mente hercleos para
Lo muestra finalmente, y a riesgo de repetirnos, la lcida disposicin a no ocultar ni ocultarse la estructura la Poltica, atravesada por la lucha de clases y en general por el conflicto social del cual, como hemos visto, el florentino era perfectamente conciente, y despro vista de las consolaciones facilongas y las mascaradas hipcritas con las que tan266
La filosofa poltica clsica Gramsci, Antonio: Notas sobre Maquiavelo, la Poltica y el Estado Mo derno (varias ediciones) Horkheimer, Max: Kofler, Leo:
Contribucin a la Historia de la Sociedad Burguesa , Bs. As., Le Travail de l' oeuvre Machiavel , Pars, Gallimard, 1972
Amorrortu, 1 97 1 , cap. 6: "Aportes para la interpretacin de Maquiavelo" Lefort, Claude: Macek, Josef: lia, 1980 Mansfield, Harvey C.: Maquiavelo y los Principios de la Poltica Moder na , Mexico, FCE, 1983 Merleau-Ponty, Maurice: Negri, Antonio:
"Virtud y Fortuna, el paradigma maquiavlico" Sfez, Grald: "Machiavel, la raison des humeurs", en
Thoughts on Macchiavelli , Illinois, The Free Press, 1958 Maquiavelo y la Pasin del Poder , Madrid, Guada
rrama, 1969
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