202 1984 (Esp)
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1.El supremo arte teolgico: saber hablar de la cruz y de la muerte La piedad y la homiltica usuales son un vivo ejemplo del peligro de manipulacin ideolgica de estos temas, reducindolos a una justificacin de la humillacin o a un dolorismo, desmovilizadores en la lucha contra los mecanismos productores del dolor y de la cruz. Esta ambigedad es inherente a la muerte y a la cruz. Pues, por una parte, la muerte es el final inocente de una creacin finita y mortal; pero por otra, es una maldicin y un castigo (Gn 2,17; Ga 3,13) como consecuencia del pecado (Rm 5,12; 1 Co 15,21-22). Igualmente es doble la perspectiva de la cruz. Por un lado es un suplicio propio de delincuentes polticos, que aplicado a un inocente, es un crimen autntico. Por otro, es el smbolo ms poderoso de la redencin de Cristo y de la bondad del padre. No es fcil hablar de la muerte y la cruz de forma que aparezca su doble carcter de negacin del proyecto de Dios y, a la vez, ,de precio a pagar por la realizacin de este proyecto en las condiciones de una historia corrompida. Aceptamos el desafo de elaborar los diversos niveles de sentido de la cruz y la muerte, articulndolos con claridad a fin de recuperar su significado de sacrificio y solidaridad. Habr que ser muy preciso en la expresin ya que la propia fe rechaza toda posible ambigedad en el uso del nombre de Dios o de los smbolos de su misericordia para legitimar situaciones que nieguen su voluntad o encubran el afn de dominio de los poderosos. Expondremos algunas proposiciones bsicas.
2. Cruz y muerte inocentes, afrontadas como la suprema expresin posible de lo humano La vida es ontolgicamente mortal. Es decir, la muerte no constituye su episodio final, sino que se instala en el mismo corazn de la existencia. Desgastamos las energas vitales ha sta el momento final. Morimos no porque alguien nos mate sino porque la muerte es husped de nuestra estructura. Esta condicin se manifiesta en la finitud de
LEONARDO BOFF todas las expectativas humanas que se traduce en un sentimiento de angustia como patrimonio de la comn condicin humana. Esta mortalidad natural se transforma en cruz existencial cuando se experimenta lo limitado de las realizaciones frente a lo ilimitado del deseo. El misterio de la vida consiste en el desequilibrio ontolgico de sentirse llamado al infinito dentro de una estructura finita. Jess particip de esta estructura humana: "muri no slo porque los hombres matamos, sino porque los hombres morimos". Predicar la cruz a este nivel significa animar a asumir libremente la propia existencia mortal sin amargura y renunciar a toda prepotencia o dogmatismo. Dios nos quiso as. Hay que tener paciencia histrica, la alegra de lo provisorio, una cierta actitud de despedida de las cosas, porque nada hay absoluto en el tiempo, excepto Dios mismo. El ltimo momento es el de la soledad suprema con nosotros y con Dios. El proceso de la muerte nos saca de nosotros mismos y nos lleva al corazn de Dios. Es un acto supremo de amor y de libertad que ofrece la oportunidad mxima de la hominizacin. Vivir no es pues caminar hacia la muerte sino peregrinar hacia Dios. No se puede, pues, predicar la cruz y la muerte como un fracaso biolgico o un drama personal. Hay que acentuar el futuro que se abre al fin de la vida. Como decan los antiguos: el hombre nunca muere, nace dos veces. Nace cuando abandona el claustro materno y recibe a los dems compaeros de viaje, las estrellas y el mundo. Y nace cuando deja esta placenta csmica y se abre a la eternidad. La muerte no es la tragedia de la prdida de lo que queda atrs sino una bendicin: ganar una vida ms plena y vigorosa.
3. Cruz y, muerte angustiosas, sufridas como estigma de pecado A pesar de ser estructura de la vida, no se vive la muerte con naturalidad, sino como una opresin a la naturaleza. La muerte adquiere el rostro de un fantasma amenazador de nuestro proyecto vital y la angustia ontolgica se transforma en miedo y pavor. San Pablo afirma que esta muerte fue introducida por el pecado (Rm 5,12). El pecado no slo corta el cordn umbilical que vincula el hombre a Dios, sino que le escinde y afecta a su identidad interior. Jess de Nazaret comparti esta situacin. Enfrent la muerte entre "clamores y lgrimas" (Hb 5,7) y lleg a sudar "como gruesas gotas de sangre" (Lc . 22,44). La asuncin por parte de Jess de nuestra humanidad rota, le vincula a nuestras angustias. La reflexin neotestamentaria afirma que carg "como un cordero, el pecado del mundo" (Jn 1,29) y Pablo radicaliza esa solidaridad al decir provocativamente que Jess "fue hecho pecado" (2 Co 5,21) e incluso "maldicin" (Ga 3,13). La soledad natural de la muerte que es paso al encuentro con la fuente de la vida, se convierte en abandono y desamparo abismal. Por eso Jess exclama en la cruz en solidaridad con los pecadores: "Dios mo, Dios mo, por qu me has abandonado?" (Mc 15,34). La angustia de la muerte puede ser superada por la fe y el seguimiento de Jess, que asimila de tal manera el proyecto de Dios que exorciza a la muerte y su horror. La
LEONARDO BOFF muerte se convierte en hermana que nos introduce la vida eterna. Tambin en esta va de fe y confianza Jess fue modelo cumplido. En su angustia mortal proclama "Abba, Padre... no se cumpla mi voluntad, sino la tuya" (Mc 14,36) y expresa confiado: "Padre, en tus manos entrego mi espritu" (Lc 23,46). La predicacin de la muerte y la cruz han de subrayar la realidad de la condicin pecadora que en ellas revela su trgico rostro de abandono y soledad. Acoger esta situacin histrica con la conciencia de la apertura a la misericordia divina nos asocia a los pecadores de la historia, nos incorpora al acto de solidaridad de Cristo y nos ayuda a la redencin del propio pecado. En compaa de la soledad de Cristo, el silencio de Dios para los creyentes deja de ser el silencio del abandono. Por otra parte no podemos predicar la muerte y la cruz como si su aspecto maldito fuera la palabra definitiva sobre la vida. La fe, al alumbrar un hombre nuevo, integra a la muerte en el fenmeno ms poderoso de la vida. Pablo, en la carta a los Romanos, articula genialmente los dos regmenes: pecado- gracia; muerte-vida, subrayando siempre la subordinacin del pecado a la gracia y de la muerte a la vida en apertura a la confianza: "donde abund el pecado, sobreabund la gracia; as lo mismo que el pecado rein en la muerte, as tambin reinar la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Seor" (Rm 5,20-21).
4. Cruz y muerte, como crimen a ser denunciado y condenado La presencia y la fuerza destructora del pecado se manifiestan en las mil cruces que los hombres levantan para sus hermanos y que son abominables a los ojos de Dios. Existen las cruces persistentes de las culturas dominadas de los negros o los indgenas latinoamericanos que significaron autnticas hecatombes demogrficas. Existen millones de cruces de los salarios de hambre, de las condiciones laborales inicuas, de las discriminaciones raciales, sexuales, ideolgicas y de cualquier forma de marginacin. Jess en su prctica y en sus palabras privilegi a todos estos excluidos. La liberacin del Reino empieza por los oprimidos, los enfermos, los amenazados (Lc 4,17-21; Mt 11,2-6). El Jess histrico opt preferencialmente por los ms necesitados, y se enfrent a las injusticias del mundo que contradicen los designios de Dios y al vencerlas ofreci una seal de la implantacin del Reino entre los hombres. Por eso ataca a los responsables. Su accin se orienta a robustecer las bases de la liberacin estableciendo unas relaciones sociales no fundadas en los intereses o el poder, sino en la acogida de todos, incluso de los enemigos (Lc 6,35-36). En este contexto, predicar la cruz significa un anuncio y una denuncia. Un anuncio del juicio de Dios sobre el orden y el equilibrio social presente como dominacin y abuso del poder, incluso del estado, cont ra las clases dominadas. Una denuncia de la riqueza como acumulacin sustrada a amplias capas y de la pobreza como proceso de despojo. A veces los cristianos han de ser ms profetas que pastores. El pastor tiende a la medicin, al equilibrio de tensiones, a socorrer a los golpeados y a procurar que el fuerte no aplaste al dbil. El profeta vive de dos fidelidades radicales: a Dios, en nombre
LEONARDO BOFF de quien anuncia y denuncia, y a los pobres, a quienes presta su voz. El profeta lucha con los lobos, denuncia sus engaos aunque escueza como la sal en una herida abierta. Los obispos no son slo pastores sino tambin profetas. No han de limitarse a anunciar slo la verdad de Dios, de Cristo, de la iglesia y de los hombres, sino tambin la verdad de la pobreza, de la expoliacin de muchos y de la impostura de los regmenes autoritarios y represores. Hay que denunciar las cruces de los pequeos porque Dios las abomina, Cristo lucha contra ellas y la sensibilidad humana las rechaza. Al predicar la cruz y la muerte hay que evitar el fatalismo, que las presenta, a veces involuntariamente, como realidades inevitables e ineludibles. El entramado de la historia estara tejido por sufrimiento y muerte. La perversidad del fatalismo reside en su abstraccin e insensibilidad, en no distinguir las derivadas de la finitud de las evitables y en circunscribir la historia a la repeticin montona y reiterada de un esfuerzo impotente. Generalmente los poderosos alientan esta concepcin porque perpeta una situacin que les favorece e impide que los pobres se conviertan en actores de un destino ms digno. Otra expresin legitimadora de la cruz y la muerte que hay que evitar es el cinismo. El cnico es duro de corazn y enemigo de su propia humanidad. A diferencia del pesimista que no cree posible superar las formas inhumanas de relacin, el cnico se burla de quien lo cree. Tergiversa incluso el sentido de frases bblicas para desarmar los mpetus liberadores. Una sentencia como la de Juan "pobres los tendris siempre con vosotros" (Jn 12,8), que manifiesta un reto perpetuo de inters por el necesitado, se convierte en sus labios en freno de toda liberacin. Finalmente no deja de prestarse al equvoco la exaltacin de la muerte y la cruz como fuentes de vida. Se repite sin matizar "sin efusi n de sangre no hay redencin" (Hb 9,22); que la muerte es necesaria para la vida; que el sufrimiento es agradable a Dios; o que el Padre en su designio eterno decret la muerte de Jess (Lc 24,26; Jn 19,7.14-16): Tales expresiones, vlidas en s mismas como luego veremos, acaban por justificar un dolorismo nefasto y por perpetuar la cruz de los ejecutados. La muerte y la cruz no son directamente queridas por Dios. Al contrario, son el ments de su proyecto y del sentido de la creacin.
5. Cruz y muerte, abrazadas como precio para su destruccin Ningn profeta, individual o colectivo, conoci ni conoce la muerte natural, si denuncia las cruces injustas producidas por los agentes de pecado. La iglesia de Medelln y Puebla, al denunciar como antievanglica la pobreza de millones de latinoamericanos, reconoce serenamente la persecucin de las clases dirigentes y de los propios estados de "seguridad nacional". Cuando anlisis ms, precisos de las causas del subdesarrollo apuntan a los mecanismos de explotacin y se buscan proyectos alternativos al capitalismo perifrico y elitista vigente, caen implacables las acusaciones de marxismo y de subversin contra quienes
LEONARDO BOFF se unen a los pobres en el camino de bsqueda. Su salario es la persecucin, la muerte o la "desaparicin" por amenazar el bien comn. Hay, pues, una cruz y una muerte que son fruto del empeo de descargar las espaldas de los crucificados o de limitar, al menos, la matanza de inocentes. Este tipo de cruces son un autntico crimen. Y los gritos de los condenados llegan al corazn de Dios (Lc 11,50). Sufrir y morir de esta forma es digno y honroso y la bienaventuranza de las persecuciones se refiere a estas gentes (Mt 5,10). F. Kafka, con motivo del encarcelamiento de Gandhi en 1922, escribi estas palabras significativas: "Es evidente que desde ahora el movimiento de Gandhi vencer... Sin mrtires cualquier movimiento degenera en contubernio de intereses de personas que especulan con su xito. El ro deviene charco, en que se pudren todas las ideas de futuro. Pues las ideas, como todo lo que en este mundo tiene un valor supranacional, slo viven de sacrificios personales". La cruz y el asesinato de Jess deben entenderse como consecuencia de un mensaje y una prctica histricas de liberacin que incomodaron a los poderes religiosos, polticos y sociales de su tiempo. Jess fue sometido a un doble proceso: religioso, por blasfemia, y poltico como subversivo. Ante este- rechazo Jess no poda ms que aceptar la persecucin y la muerte, cosa que confirman los textos evanglicos: "tena que morir" (Jn 19,7.14-16); "era necesario que padeciera" (Lc 24,26). Pero se trata de una necesidad histrica, no trascendente ni de un designio extrao de Dios, si quera seguir siendo fiel al Padre, a s mismo y a los hombres en quienes haba suscitado la esperanza del reino. Dios no quiere la muerte de Jess, porque es Dios de vida, pero s quiere su fidelidad extrema. Slo indirectamente admite la muerte en cuanto es expresin de fidelidad radical, de coherencia personal y de fe en la justicia y en la dignidad de su causa. Los cantos del siervo de Yahv del AT, que iluminaron probablemente el camino de Jess, manifiestan esta dialctica mortal de que quien viene a traer la justicia es aplastado por la saa de los injustos. La predicacin de la cruz y la muerte ha de subrayar que quienes desean proclamar el proyecto amoroso del Padre y orientar su vida segn los principios evanglicos han de saber que compartirn el destino del justo sufriente. Los insensibles a la voz de la justicia, los satisfechos, usarn la violencia contra los constructores de relaciones sociales ms justas. El bautismo cristiano como participacin en la muerte del Seor (Rm 6,3-4) no es una metfora sino una realidad brutal. El Reino se abre paso en lucha frontal contra el antiReino. Hay, pues, que evitar anunciar la cruz y la muerte como realidades fatales o como un juego suprahistrico entre Dios y el maligno, marginando las responsabilidades reales de los judos, de los fariseos, de Judas y de las autoridades que instruyeron el doble proceso. Las palabras bblicas sobre la necesidad de que el hijo del hombre padeciese y fuese rechazado (Mc 9,31) hay que entenderlas en el marco de las necesidades histricas y del conflicto que provoca el mensaje y la prctica de Jess. Hay momentos en que slo el martirio hace honor a la propia vida y a la fidelidad a la causa de Dios.
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6. Cruz y muerte, soportadas en favor de quienes las producen Caben diversas actitudes ante el sufrimiento o la cruz. La primera es la rebelda. Puede expresar un ltimo resto 'de dignidad humana que se resiste a ser mancillada y prefiere una muerte honesta a una vida infamante. Muchos son arrastrados hasta este extremo pero los responsables mximos son quienes les han arrinconado hasta ah. Sin embargo la rebelda no vence a la cruz; sucumbe ante ella. Otra actitud es la resignacin. Acepta con amargura lo que no puede evitar y aunque pueda conservar una cierta soberana interior es derrotada por la cruz que lacera su existencia. El resignado no tiene ni el coraje del rebelde ni la paciencia de Job; slo sobrevive a la derrota, pero la cruz triunfa una vez ms. La asuncin de la cruz y la muerte es la nica actitud verdaderamente digna y enriquecedora. Muerte y cruz no dejan de ser impuestas e inevitables, pero no se les deja la ltima palabra. Es posible acogerlas con espritu de amor y comunin con quien las produce. No se trata de un refinado masoquismo o de una venganza disfrazada porque es el amor y no el rencor lo que sustenta esta conducta. Se apoya en la firme conviccin de que slo el amor es capaz de dar sentido a la vida y de establecer la armona de la creacin incluso con aquellos que la rompen con su pecado, sus crmenes y sus cruces. El amor es ms fuerte que ningn pecado histrico. Al perdonar y asumir libremente las cruces impuestas se instaura una reconciliacin histrica que engloba, incluso, a los enemigos. En esta concepcin la cruz y la muerte son realidades repugnantes que se aceptan por amor al enemigo. Es magnfica expresi n de fe que busca el bien por el bien, sin atender a compensaciones y supera los niveles psicolgicos, pietistas e incluso edificantes. En vez de la reaccin rebelde se opta por la estructura que produce vida, perdn y acogida ms all de cualquier ruptura introducida por el pecado. Los textos del siervo sufriente de Isaas son testimonio de esta dimensin de perfecta libertad (Is 53,3-12). Tambin Jess vivi radicalmente esta actitud. No busc la muerte, sino el Reino y la conversin de los hombres. Cuando se la impusieron ni se rebel (1 P 2,23) ni se resign (1 P 2,24), la acept serenamente (Jn 10,18). Propiamente lo redentor en Jess no fue la cruz, ni la sangre, ni la muerte, sino su actitud de amor y perdn derramados a lo largo de toda su vida. La muerte ratificaba este servicio (Lc 22,27) y este amor hasta el extremo (Jn 13,1). En esta perspectiva predicar la cruz y la muerte es convencer a las personas de su capacidad de amar a costa incluso de los mayores sacrificios. Importa evitar la imposicin moralista que ignora u olvida el valor humano de percibir la bondad de una causa. As no se legitiman ni la cruz ni la muerte; son crmenes abominables, pero no se encierran a un posible significado positivo recluyndose en su sin sentido. La libertad invierte su dinmica: al asumirlos la vctima, el criminal se encuentra con los brazos abiertos de la reconciliacin y el perdn y se despeja una senda ms all de la injusticia.
LEONARDO BOFF 7. Cruz y muerte, asumidas en solidaridad con los crucificados de la historia Hay una ltima forma de conferir sentido a la cruz y a la muerte: unir solidariamente el propio destino, no amenazado, al de los perseguidos y crucificados de nuestra historia. Son millares los cristianos y no cristianos que abrazan cruces en este intento y mueren, an antes de fenecer, en la selva amaznica, en las leproseras, en los suburbios de favelas. El sufrimiento no es bueno para nadie; la cruz mata. Pero hay grandeza humana y religiosa en este gesto solidario. La opcin preferencial por los pobres se inscribe en este marco: quien no es pobre se sita junto a ellos en la direccin de la justicia y la fraternidad. El siervo sufriente no dej de contemplar esta perspectiva (Is 53,4 y 53,11). La encarnacin de Dios como cumplimiento inesperado de la alianza revela su afecto hacia la humanidad pervertida. Dios hace propia esta antirealidad que es el pecado y sus consecuencias trgicas y la aume por pura gratuidad (Rm 5, 10.15) hacindose crucificado con los crucificados y maldito con los malditos. Sin eliminar las causas histricas de la muerte de Jess, es cierto que el Hijo acept la condena como solidaridad con los condenados en testimonio de un amor ms fuerte que cualquier odio de la historia. Y no por una simpata momentnea o puntual, sino que el juez supremo se hace definitivamente hambriento con los hambrientos, desnudo con los desnudos y prisionero con los prisioneros (Mt 25,31-46). Esta solidaridad implica reciprocidad. Y el seguimiento de Jess como forma ms plena de vivir el cristianismo halla ah su fundamento. Los sufrientes se unen a quien ms sufre, Cristo Jess. Los Cristos dolientes de la piedad popular muestran la solidaridad y la reciprocidad: por una parte, Cristo se identifica con los condenados; por otra, el pueblo sufriente se ve representado en Cristo crucificado y muerto. El pueblo marginado puede ser entendido como la prolongacin del siervo sufriente cuya pasin inicua reclama redencin. Y en la medida en que este pueblo asume su pasin, no por su valor, sino por amor a Cristo que tambin padeci, se transforma en el siervo sufriente histrico en el que Cristo sigue penando hasta el fin de la historia del anti-Reino. En este aspecto predicar la cruz y la muerte significa convocar a los hombres a este amor solidario con los sufrientes para combatir los mecanismos productores de cruces.
8.Cruz y muerte, como lugar y momento de resurreccin y de victoria sobre ellas Teolgicamente la resurreccin no ha de entenderse como la irrupcin de una vida que sucede a la muerte. En realidad la opcin de asumir serenamente la temporalidad, de compartir la suerte de los condenados, de abrazar las consecuencias de la lucha contra el mal y de mantener la comunin del perdn con los verdugos, tienen tal calidad de vida que la muerte no es capaz de eliminarla. Con razn el evangelista Juan ve la "hora" de Jess tanto en la cruz como en la resurreccin. El momento en que Jess se vaca de s y se entrega confiadamente al Padre, es el de la plena culminacin de su vida. La resurreccin desvela el sentido oculto de una vida entregada por los dems y la engendra en su expresin suprema. Juan lo insina con una frase de pretendida ambigedad: Jess "inclinando la cabeza, entreg el espritu" (Jn 19,30), es decir, muere y entrega el Espritu, o sea, la fuente de
LEONARDO BOFF la autntica vida que es el Espritu Santo. De esta manera muerte y cruz se desdramatizan totalmente y se transforman en manantial de la redencin y del hombre nuevo. Tradujo y condens: JOSE M. ROCAFIGUERA
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