Seymour Martin Lipset - Reflexiones en Torno A Las Condiciones Del Cambio Social y Democratico

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ENSAYO

REFLEXIONES EN TORNO A
LAS CONDICIONES DEL ORDEN
DEMOCRÁTICO Y EL CAMBIO SOCIAL*

Seymour Martin Lipset**

El presente ensayo contiene una reflexión acerca de los factores


que favorecerían hoy el establecimiento de regímenes demo-
cráticos en las sociedades en desarrollo, así como sobre los
obstáculos que existirían en tal sentido.
Junto con advertir que en las sociedades del Tercer Mundo no
son reproducibles muchas de las condiciones políticas, sociales
y económicas que facilitaron el surgimiento de sistemas demo-
cráticos en Occidente, el autor plantea que la historia política
de esos países sugeriría que la concentración en el gobierno de
las fuentes de poder, posición social y riqueza hacen muy
difícil la institucionalización de la democracia. Por consiguien-
te, se argumenta, la democracia tiene mayores posibilidades de
establecerse cuando la "interacción entre política y economía
es limitada".

*Texto traducido de la conferencia dictada por el autor con motivo de


la celebración de los cuarenta años de la Comisión Fulbright para el
Intercambio Educacional entre Chile y los EE. UU., en 1987.

**Profesor de ciencia política y sociología de la Universidad de


Stanford e investigador sénior de la Hoover Institution. Autor de numerosos
ensayos, artículos y libros, entre los cuales cabe destacar Political Man. The
Social Bases of Politics, segunda edición (The Johns Hopkins University
Press, 1981).
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La experiencia norteamericana subrayaría, a su vez, la impor-


tancia que tiene para la instauración y estabilidad de la demo-
cracia la existencia de una cultura favorable a la limitación y a
las restricciones del poder político; en lo institucional desta-
carían la descentralización del poder político y la existencia de
un complejo sistema de controles y contrapesos.
Las múltiples y urgentes demandas de la población; las tensio-
nes impuestas por los movimientos revolucionarios interna-
cionales; el estatismo y la carencia de legitimidad tradicional
-especialmente de los regímenes posrrevolucionarios- serían
algunos de los principales obstáculos para el establecimiento y
consolidación de la libertad política en las sociedades en
desarrollo.

L a inquietud intelectual respecto de los requisitos sociales, fac-


tores correlativos o condiciones que favorecen los diversos tipos de regí-
menes políticos se remonta, por lo menos, a la Grecia Antigua. Tal como
lo menciono en Political Man1 (El hombre político), Aristóteles distinguió
diferentes formas de gobierno: democracia, oligarquía y tiranía. Sostenía que
la primera existe con mayor probabilidad cuando los estratos medios son
numerosos, las otras dos, cuando son limitados y la población es
extremadamente pobre. Maquiavelo atribuyó también similar importancia a
la distribución de las clases cuando especificó los fundamentos de los
diversos sistemas políticos. Con todo, la distinción de Aristóteles entre
oligarquía y tiranía tiene significación moderna. La oligarquía es el gobier-
no de élites tradicionales, basado en la costumbre y la legitimidad histórica,
como ocurre en los regímenes aristocráticos y monárquicos. Marruecos y
otros reinos árabes constituyen ejemplos contemporáneos. La tiranía es una
dictadura que atrae a las masas, como el populismo al estilo de Perón, el
fascismo o el comunismo.
En épocas más modernas este tipo de discusiones se ha hecho
común. Los padres fundadores de la nación norteamericana conocían bien las
obras de Hobbes, Locke y de algunos de los enciclopedistas franceses, como
Montesquieu, quien ejerció gran influencia sobre los revolucionarios galos.
Para explicar el fracaso de los gobiernos democráticos o republicanos -que
no es lo mismo- y la intensificación de la autocracia bajo un gobierno
monárquico, recurrieron a la historia a partir de Grecia y Roma y a la

1
Seymour Martin Lipset, Political Man. The Social Bases of Politics
(The Johns Hopkins University Press, 1959).
REFLEXIONES EN TORNO AL ORDEN DEMOCRÁTICO 221

experiencia de diferentes regímenes europeos, especialmente de Italia y Gran


Bretaña. El énfasis en la división institucionalizada de los poderes, que
surgió en los Estados Unidos, se planteó primero en términos teóricos.
Montesquieu hizo notar el carácter fundamental de los mecanismos de
control y equilibrio. Los fundadores norteamericanos comprendieron la
necesidad de restringir el poder estatal, puesto que siempre se tendería a
abusar del poder ilimitado. En Europa, algunas iglesias minoritarias,
aristócratas y otros que participaban en los gobiernos locales también bus-
caron reducir el poder de la monarquía.
El advenimiento del análisis sociológico comparativo en el siglo
XIX, según el ejemplo de Tocqueville y Marx, modificó el énfasis asignado
al rol de las instituciones políticas formales y al Estado como factor
determinante de los grupos de significación política y del comportamiento
de las masas. En un intento por institucionalizar el imperio de la ley y la
libertad personal, y por qué no la democracia, Tocqueville, particularmente
sensible a los fracasos de la Revolución Francesa, centró su interés en
Norteamérica con el fin de descubrir allí cuáles eran los factores necesarios
para limitar el poder del Estado. Como se sabe, otorgó gran importancia a
la existencia en los Estados Unidos de organizaciones voluntarias, por la
función que éstas cumplían como instituciones mediadoras y como fuerzas
que contrarrestaban las facultades del gobierno central. También le
impresionó la división del poder político entre las autoridades federales
centrales y las locales. Además de destacar la gran influencia de las
asociaciones voluntarias, Tocqueville puso de relieve otras condiciones
sociales favorables para la participación política, tales como una mayor
igualdad de clases y el respeto mutuo entre las personas de diferentes
estratos. Al igual que Jefferson, Tocqueville y otros pensaban que una
sociedad con una gran clase media independiente tenía más posibilidades de
ser democrática y de inhibir el poder del Estado que una sociedad en la que
existiesen diferencias jerárquicas extremas.
Quienes subrayaban la relación entre la economía y la forma de
gobierno como una manera de explicar los orígenes de la libertad política,
ya fueran los discípulos del laissez faire de Adam Smith o los marxistas,
también llamaron la atención sobre el papel de la clase media económica, es
decir aquella fuerza intermedia entre la vieja aristocracia y la corte y los
campesinos y trabajadores menos privilegiados, como otra forma de
fomentar la libertad y la democracia. A la naciente burguesía urbana y a los
agricultores independientes les interesaba una forma de gobierno caracteri-
zada por un Estado débil, por el imperio de la ley y por la capacidad que
tienen de influir en las decisiones políticas aquellos que están fuera del
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gobierno; y sus ideologías liberales (libertarias) eran un fiel reflejo de tales


inquietudes. En gran parte de Europa y América, los liberales burgueses
luchaban por un gobierno con poder limitado en contra de la monarquía
absolutista y de los conservadores estatistas que favorecían a Inglaterra.
La democracia política y el imperio de la ley, como sabemos,
estaban institucionalizados en Norteamérica, Australasia y el norte de
Europa. En estas tierras la burguesía era más poderosa, la educación estaba
más difundida y el Estado central era más débil. "Sin burgués no hay
democracia" reza la expresiva frase de Barrington Moore, con la que resume
la historia de estas organizaciones políticas o las lecciones que dejaron.
El marxismo tradicional, tal como lo enunciara Marx y al cual
adhirieron casi todos sus seguidores, incluido el Lenin anterior a 1917,
postulaba que una sociedad industrial, capitalista y avanzada, que hubiera
acabado con la escasez económica y contara con una clase trabajadora
mayoritaria, era una condición previa para la revolución de la clase
trabajadora y el socialismo. Marx sostenía que de no mediar estas condi-
ciones cualquier intento de tomar el poder en nombre del socialismo era
utópico y produciría un fracaso sociológico, puesto que cualquier sociedad
menos desarrollada, agrícola principalmente, adolecía, por naturaleza, de
graves problemas de desigualdad.
La democracia, como forma política, aun cuando sufriera frecuentes
embates, se experimentó como sistema político en el sur y centro de
Europa a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, y se extendió por
períodos variables desde Portugal y el sur de Italia hasta Alemania y
Austria-Hungría en el centro y este, logrando diferentes grados de éxito.
Antes que la democracia pudiera institucionalizarse como forma de gobier-
no, surgieron amenazas organizadas al poder establecido, bajo la forma de
sindicatos militantes, partidos socialistas y grandes movimientos anarquis-
tas, las que no sólo atemorizaron a las viejas élites aristocráticas, a los
terratenientes, a la iglesia y a las fuerzas armadas, sino que también intimi-
daron a la burguesía liberal, partidaria de un Estado débil. Debido a ello,
ciertos sectores de la burguesía se volvieron reaccionarios y se aliaron con
las fuerzas oligárquicas, empañándose así las perspectivas de democracia.
Algunos marxistas comenzaron a darse cuenta de que su esquema
revolucionario —que preveía el reemplazo del orden monárquico aristocrá-
tico en coexistencia con la industrialización capitalista por el gobierno
burgués- podría no ser válido para quienes recién ingresaban al escenario
industrial. León Trotsky, en particular, argumentó contra casi todos los
liberales rusos y contra la mayoría de los marxistas, tales como Lenin, que
el paradigma marxista del fracaso del feudalismo, seguido por el desarrollo
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capitalista y la democracia, no sería válido en la Rusia zarista. Sostenía que


en los países menos desarrollados la burguesía ya no era capaz de asumir el
poder, ni de reformar el sistema político ni de crear las condiciones
necesarias para un desarrollo industrial rápido. Según Trotsky, el proletaria-
do, es decir, el partido marxista, debía apropiarse del poder para llevar a cabo
las tareas de desarrollo económico que la teoría marxista había asignado
anteriormente a la burguesía. Trotsky predijo que una revuelta socialista en
Rusia sería el factor catalítico que estimularía la revolución en el Occidente
industrial. Luego, esos países tomarían la delantera y construirían
sociedades socialistas libres, y Rusia, otrora atrasada, seguiría sus pasos y
recibiría su ayuda.
Después de la Revolución Rusa, los izquierdistas olvidaron o
ignoraron el análisis marxista de las condiciones estructurales previas para
el socialismo. No obstante, la degeneración del comunismo en estalinismo
y la aparición del fascismo, el nazismo y las dictaduras derechistas en un
sinnúmero de países durante los años comprendidos entre las dos guerras,
parecieron confirmar las hipótesis de Marx y Trotsky. Allí donde el poder
burgués y la industrialización eran débiles, la dictadura triunfaba sobre los
intentos de construir democracias liberales. Los países menos desarrollados
e independientes de América Latina tampoco fueron capaces de crear insti-
tuciones democráticas, ni siquiera instituciones políticas estables. En la
década de 1930 surgieron autocracias populistas en Argentina, Brasil y
México, de las cuales sólo la última perduró.
La derrota de los poderes fascistas y la victoria de los países
democráticos y de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial invir-
tieron el pesimismo respecto de la democracia y las instituciones libres
causado por los acontecimientos de los años 20 y 30. La democracia se
impuso en Alemania, Italia y Japón. En forma generalizada, numerosas
naciones nuevas que habían sido colonias de los países occidentales
democráticos (de Bélgica, Gran Bretaña, Francia, los Países Bajos y los
Estados Unidos) aseguraron su independencia e iniciaron una nueva vida en
virtud de constituciones y procedimientos electorales basados en los de sus
gobernantes imperialistas anteriores. Como consecuencia, en medio del
vivo entusiasmo democrático de posguerra, se ignoró u olvidó gran parte de
los análisis sobre las condiciones estructurales previas para la democracia o
el socialismo.
Los dentistas sociales, entre ellos muchos norteamericanos, comen-
zaron a investigar y a estudiar la forma en que varios países menos
desarrollados estaban creando instituciones políticas nuevas e independien-
tes, en las que como regla general destacaban la necesidad de industrializar la
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economía y modernizar la sociedad. Sin embargo, a medida que se hizo


evidente que un buen número (con el tiempo la mayoría) de las naciones
nuevas, y muchos también de los antiguos estados de Latinoamérica, no
eran capaces de mantener las instituciones democráticas, las publicaciones
en el área de las ciencias sociales comenzaron a poner renovado énfasis, tal
como yo lo hiciera en Political Man,2 en anteriores teorías que asociaban la
democracia con la riqueza económica, con un elevado nivel de educación,
con una gran clase media y con instituciones mediadoras. Numerosos
estudios que correlacionaban datos estructurales globales con resultados
políticos parecían confirmar esas premisas.
Diferentes analistas, como Samuel Huntington en los Estados Uni-
dos, Guillermo O'Donell en Latinoamérica y los denominados teóricos de la
dependencia, estimulados por el trabajo de la CEPAL (Comisión Econó-
mica para América Latina), argumentaron que las instituciones políticas y
económicas occidentales tienen consecuencias disfuncionales para el Tercer
Mundo. Huntington y O'Donnell sostuvieron, con distinto énfasis, que los
países menos desarrollados no han seguido los modelos democráticos porque
ellos llevan a que la clase trabajadora y los pobres planteen exigencias
económicas sociales y de bienestar que de ser satisfechas impiden, gener-
almente, el crecimiento. En consecuencia, se producen los golpes militares
y los sistemas autoritarios burocráticos. Los teóricos de la dependencia
hacen hincapié en que las relaciones económicas tradicionales con países
avanzados y un mercado de inversiones libre son sinónimo de una falta de
recursos para el crecimiento, debido a que el capital pasa de los países
menos desarrollados a los más desarrollados y, por consiguiente, no está
disponible para el desarrollo industrial. Por lo tanto, es necesario realizar
esfuerzos para lograr el crecimiento no dependiente, con frecuencia
fomentado por un sistema autocratico burocrático.
Sin profundizar más allá en el análisis de estos distintos enfoques
teóricos, cabe mencionar que el renovado énfasis pesimista acerca de la
democracia ha vuelto a ser desafiado por los últimos acontecimientos
políticos. Durante casi cuatro décadas, las tres principales potencias del Eje,
Alemania, Italia y Japón, han conservado las instituciones democráticas
impuestas por los vencedores. Los años setenta y ochenta han sido testigos
de un resurgimiento de la democracia en numerosos sistemas autocráticos,
entre los que se incluye especialmente la caída de los regímenes oligárquicos
derechistas de Grecia, Portugal y España. En Latinoamérica han renacido las
instituciones democráticas en Argentina, Brasil y en otros países más

2
Ibídem.
REFLEXIONES EN TORNO AL ORDEN DEMOCRÁTICO 225

pequeños. Últimamente han fracasado las autocracias corruptas en Haití y en


Filipinas. India, el más grande de los países no desarrollados, con una
población que iguala a la de África y Latinoamérica, ha conservado sus
instituciones democráticas post-coloniales durante más de treinta y cinco
años, a pesar de crisis reiteradas y de importantes intentos de destruirlas.
También se ha demostrado que son injustificadas las hipótesis de que
la dependencia y un sistema de mercado mundial impidan el desarrollo
económico. Los países menos desarrollados han tenido un ritmo de
crecimiento cercano a un promedio de 5 por ciento anual. Algunos como
Malasia, Corea, Egipto, Taiwan, Singapur y la Costa de Marfil han
experimentado un crecimiento mucho mayor. Actualmente, Brasil crece a
un ritmo del 8 por ciento anual. Desde luego, estos aumentos se han
distribuido en forma muy desigual, pero lo mismo ocurrió en el siglo XIX
con el crecimiento occidental. De cualquier manera, Atun Kohli, en un
estudio reciente sobre la transformación económica en los países menos
desarrollados no comunistas, advierte un movimiento hacia la igualdad de
ingresos en aquellos con sistemas democráticos, y hacia una mayor desi-
gualdad en aquellos con gobiernos autoritarios. La economía de los países
petroleros ha caído bruscamente: muchos de ellos, así como también otros
países menos desarrollados, han sufrido grandes crisis económicas a causa
del mal empleo de los recursos y debido a un fuerte endeudamiento estatal,
es decir, por problemas no causados por la dependencia económica. Si algo
reflejó la adquisición de créditos a diestra y siniestra durante la década del
setenta fue la influencia de la teoría de la dependencia, que incentiva la
adquisición de grandes créditos por parte del Estado y no confía en los
mecanismos de mercado, es decir, en las inversiones extranjeras.
El surgimiento de la democracia en el sur de Europa y, en menor
grado, el desarrollo de Latinoamérica, son congruentes con los modelos de
transformación política basados en la modernización económica, y también
con las tesis que afirman que la autocracia puede contribuir a fomentar el
crecimiento y, de ese modo, facilitar las condiciones para la democracia. En
la mayoría de estos países la clase media aumentó considerablemente; quizás
España sea el ejemplo clásico. Fernando Cardoso también ha hecho notar,
sentidamente, que en Brasil la estabilidad brindada por el régimen militar
ayudó en gran medida a mejorar las condiciones para el desarrollo econó-
mico, y que éstas facilitaron, a su vez, la reinstauración de instituciones
democráticas.
Sería un error asignar a esas conclusiones más relevancia de la que
tienen puesto que los patrones son demasiado variados. India sigue siendo
un caso que se aparta de todas las teorías, con excepción tal vez de aquella de
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Tocqueville que atribuía importancia a la función de las instituciones


mediadoras y a la diversidad social. Este subcontinente enorme y multina-
cional, con una población en su gran mayoría aún pobre y rural, sigue
teniendo partidos libres, sindicatos independientes, elecciones competitivas
y una prensa libre. Ciertos países menos populosos del Tercer Mundo,
como Sri Lanka, Botswana, Jamaica, República Dominicana y Papua
Nueva Guinea, parecen desafiar también la premisa de que exista una
relación entre el nivel de desarrollo y la política democrática. Allí, los
acontecimientos políticos parecen sugerir que las poblaciones pequeñas
conducen a la democracia; sin embargo, ésta es una generalización que puede
rebatirse con el ejemplo de Singapur, cada vez más autocrático y un Estado-
ciudad próspero económicamente. Los países africanos subsaharianos y los
estados árabes todavía no han iniciado una marcha eficaz en pos de
instituciones políticas Ubres, si bien el más grande de ellos, Nigeria, oscila
inquietamente entre regímenes militares e infructuosos esfuerzos por
estabilizar ciertas formas de democracia.
Aun cuando el interés contemporáneo por las condiciones favorables
para la democracia se centra en los estados menos desarrollados o en los es-
tados nuevos, o en ambos, se puede aprender mucho de la historia de las de-
mocracias estables y económicamente desarrolladas en lo que respecta a las
condiciones necesarias para la libertad política. No es recomendable abocarse
al análisis del desarrollo económico y político de los estados del Tercer
Mundo contemporáneo sin remontarse a la historia de Europa, Norteamérica
y Australasia, regiones que otrora fueron sociedades agrícolas no indus-
triales, de bajos ingresos, desafiadas por un crecimiento acelerado de la po-
blación y gobernadas en forma autocrática. Muchas de ellas estuvieron en
algún momento de su historia divididas lingüísticamente, con fronteras
accidentales —como resultado de las guerras— e incluso tuvieron regímenes
que carecían de legitimidad tradicional como nuevos estados o sistemas
post-revolucionarios. El resto de mi exposición está dedicado a presentar
algunas conclusiones provisorias derivadas de las experiencias de dichas
regiones.

La Ventaja del Cambio Gradual y


el Poder Descentralizado

Durante el siglo XIX, Norteamérica y las naciones europeas


pudieron desarrollar en forma gradual tanto sus instituciones políticas
como económicas. Ello permitió que se redujesen las tensiones que
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enfrentan todas sociedades —como le ocurre a muchos de los países menos


desarrollados contemporáneos— cuyas políticas y economías requieren
cambios rápidos y donde el Estado y la economía están estrechamente
interrrelacionados. En el siglo XIX, el ritmo de crecimiento anual del
producto per cápita de las naciones en proceso de industrialización fluctuaba
entre un uno y un dos por ciento. Como ya se señaló, la mayoría de los
países en desarrollo del Tercer Mundo, a diferencia del empobrecido y
exclusivamente agrícola Cuarto Mundo, han tenido tasas de crecimiento
mucho más altas; algunos incluso han alcanzado una tasa del 10 por
ciento.
No obstante estas cifras, hace un siglo y medio los países en
desarrollo no tenían que reaccionar ante la existencia de niveles de consumo
mucho más altos en países mucho más ricos, con elaborados sistemas de
bienestar, derechos sindicales, educación superior masiva, etc. Sus po-
blaciones no exigían mejoras rápidas en las condiciones de vida ni tampoco
una industrialización acelerada. Por lo tanto, se ponía menos énfasis en el
papel del Estado como gestor del desarrollo económico del país.
Bajo esas circunstancias, la dependencia no era una desventaja. Los
riesgos económicos recaían en el capital privado, en gran parte extranjero, y
no en el Estado y el contribuyente. Los estados no europeos que alcanzaron
un alto grado de desarrollo, por ejemplo los Estados Unidos, Canadá y
Australia, alguna vez dependieron en medida importante de las inversiones
extranjeras, especialmente británicas. Sin embargo, como subrayara
Schumpeter, la dependencia de las inversiones que se produjo con el
capitalismo del siglo XIX ayudó a los países a acumular capital. Las
inversiones extranjeras se reducían en forma periódica o desaparecían como
resultado de recesiones económicas, mientras que los recursos adquiridos con
el capital importado, tales como ferrocarriles y fábricas, permanecían. Por
consiguiente, el Estado no se veía en la obligación de contraer grandes
deudas externas que debían pagarse a pesar de los reveses económicos.
El sistema político también evolucionó gradualmente, primero con
un sufragio limitado ligado a la propiedad o al grado de alfabetización.
Como Robert Dahl ha puesto de relieve, debido a que los partidos
constituidos para alcanzar una mayoría parlamentaria no estaban sometidos
a la presión de tener que obtener el respaldo de la masa electoral, como era
el caso de los liberales y conservadores de la Europa del siglo XIX, no se
vieron forzados a comprometerse con la demagogia populista.
La historia política de esos países sugiere que mientras más se con-
centran en el gobierno las fuentes de poder, la posición social y la riqueza,
más difícil resulta institucionalizar la democracia, puesto que en esas
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circunstancias la lucha política tiende a acercarse a un juego en el que el


derrotado pierde todas las ganancias Mientras más importante sea el Estado
central como fuente de prestigio y ventaja, menos probable es que quienes
están en el poder, al igual que las fuerzas de oposición, acepten las reglas
del juego que institucionalizaron el conflicto de los partidos y que
concluyen en la rotación de los gobernantes. En consecuencia, las
posibilidades de que exista democracia son mayores cuando la interacción
entre la política y la economía es limitada, es decir, fragmentada, como
ocurrió en el primer período de los Estados Unidos y en menor grado en
otras naciones occidentales. El poder no era un juego político en que las
ganancias igualaban a las pérdidas. En el norte de Europa, la intensificación
de la democracia permitió a la monarquía y a la aristocracia conservar su
posición social, en tanto que redujo su poder.
Como pondré de relieve más adelante, en los Estados Unidos, durante
los primeros cincuenta años o más, el Estado central no fue la principal
fuente de privilegios, razón por la cual quienes ejercían funciones en ese
nivel podían fácilmente dejar sus cargos.
A fines del siglo XIX, Marx y Engels no podían entender por qué en
Gran Bretaña se permitía a la aristocracia y a la Cámara de los Lores retener
tanto poder, en circunstancias que se trataba de una de las sociedades
capitalistas más desarrolladas de esa época. Según Engels, él tomó
conciencia de este fenómeno cuando escuchó a un importante político y
hombre de negocios liberal describir cómo le avergonzaba en las recepciones
de la corte de Londres no saber francés, el idioma internacional que se usaba
en las reuniones sociales de la élite en aquel entonces. Súbitamente, Engels
comprendió que la burguesía, aunque superior en el aspecto económico, se
sentía socialmente inferior a la aristocracia.
En Europa, las clases políticas surgieron en el contexto de la lucha
por el sufragio universal o los derechos sindicales. Los estratos privile-
giados se resistieron, pero gradualmente cedieron, a menudo bajo el
liderazgo del partido más aristocrático, en busca de apoyo contra los
liberales burgueses. Allí donde las clases altas se negaron a ceder, como en
la Rusia zarista, los trabajadores y campesinos adoptaron actitudes
revolucionarias. La ideología de los socialdemócratas alemanes variaba
junto con las restricciones a la democracia en los diferentes estados dentro
del país. El partido era mucho más radical en Prusia, Estado que no contaba
con un sistema electoral democrático, que en los estados de Alemania
occidental, donde se había adoptado el sistema de "un hombre, un voto". A
nivel nacional, las leyes represivas anti-socialistas de la década de 1890
contribuyeron a que el partido se mantuviera marxista. Cabe señalar que
REFLEXIONES EN TORNO AL ORDEN DEMOCRÁTICO 229

Lenin sostuvo que la democracia inhibe el socialismo revolucionario y la


política de clases. En su opinión, el marxismo no tenía fuerza en Gran
Bretaña y Norteamérica, precisamente porque éstos eran los países más
democráticos.
El mismo patrón se aplicaba al modo de actuar de los sindicatos.
Allí donde la burguesía se oponía a los sindicatos, como en Francia y
generalmente en la franja del sur, las organizaciones laborales eran
revolucionarias. Allí donde se permitía que los sindicatos funcionaran y
donde se les aceptaba como socios en las negociaciones colectivas, como
sucedió en gran parte del norte de Europa, éstas eran moderadas.
Normalmente, los estados autoritarios del Tercer Mundo contem-
poráneo no han permitido la incorporación gradual al gobierno de los
grupos que están fuera de él, situación similar a la ocurrida anteriormente en
gran parte del norte de Europa y Norteamérica. Con todo, procesos similares
tuvieron lugar en la última década de la España de Franco y en los últimos
años de los regímenes militares en Argentina, Uruguay y Brasil, países
donde los partidos y los sindicatos pudieron funcionar antes del
restablecimiento de la democracia y las elecciones libres. Estas experiencias
fueron importantes como procesos de socialización, y facilitaron la
transición hacia la libertad política.

El Estado y la Legitimidad

La legitimidad del sistema, es decir, un poderoso "título para gober-


nar", es una condición necesaria para que exista un gobierno estable basado
en el respeto a la ley, a las reglas del juego que presuponen libertades
civiles y oposición institucionalizada. Los gobiernos cuya legitimidad es
débil deben ser muy eficientes o represivos.
La mayoría de los estados nuevos contemporáneos y los gobiernos
posrevolucionarios o posteriores a un golpe de Estado se caracterizan por
su escasa legitimidad. La fuerza no otorga un título para gobernar. En casi
todos los estados nuevos los gobiernos democráticos poscoloniales no sólo
tienen escasa legitimidad, sino que siguen modelos políticos extranjeros
que no guardan relación con las tradiciones indígenas. Estados Unidos tuvo
una ventaja excepcional al poseer estructuras de gobierno que emularon y
continuaron con los patrones coloniales a nivel estatal, a la vez que
adoptaron los modelos ingleses a escala nacional. Con todo, durante las
primeras ocho décadas de su historia como Estado independiente, su estruc-
tura democrática y su unidad nacional fueron atacadas reiteradamente, y sólo
230 ESTUDIOS PÚBLICOS

lograron legitimarse después de demostrar durante largo tiempo su


eficiencia, luego de una amarga guerra civil. No obstante, en el sur, la
autoridad nacional carecía de legitimidad y se basaba en la fuerza. Dicha
región no llegó a ser completamente democrática hasta después de la
Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, la mayoría de la naciones del norte
de Europa y de la Comunidad británica establecieron instituciones democrá-
ticas conservando al mismo tiempo la legitimidad tradicional, es decir,
mantuvieron la monarquía.
La historia francesa constituye un buen ejemplo europeo de la tesis
de que cuando la legitimidad es baja, la democracia es inestable. La Revo-
lución Francesa acabó con la legitimidad del régimen. Una alta proporción
de la población, la derecha clerical, no aceptó como legítimos los sistemas
bonapartistas y republicanos hasta que hubo finalizado la Segunda Guerra
Mundial. Desde 1789 hasta la guerra franco-prusiana, Francia tuvo por lo
menos siete regímenes de gobierno. La Tercera República estuvo dividida
entre los partidarios y los opositores de la Revolución. La derecha rechazaba
los lemas republicanos revolucionarios de la libertad, igualdad y fraternidad.
Vichy fue la venganza de la contrarrevolución, poniendo énfasis en la
familia, el orden y la religión.
Por último, la colaboración con el ocupador alemán durante la
Segunda Guerra Mundial acabó con las pretensiones de la derecha contrarre-
volucionaria francesa. Si bien la Quinta República nació de un golpe de
Estado, fue legitimada por el carisma de De Gaulle y por una prolongada y
demostrada eficiencia.
El colapso de la República de Weimar es otro ejemplo de las conse-
cuencias que un gobierno debe enfrentar cuando goza de poca legitimidad;
los monarquistas y la derecha en general nunca la aceptaron y no pudo
sobrevivir a la crisis de eficiencia producida por la Gran Depresión. Los
años treinta repercutieron más en las economías de los Estados Unidos y de
los Países Bajos que en la de Alemania, pero cuando comenzó la Depresión,
los primeros eran altamente legítimos y sus regímenes permanecieron
intactos.
Los sistemas democráticos de posguerra de aquellos estados ini-
cialmente fascistas, y que se habían establecido al amparo de los aliados,
evidentemente carecían de legitimidad en sus comienzos. Sin embargo,
fueron favorecidos por los "milagros económicos" que generaron puestos de
trabajo y un mejoramiento sostenido del estándar de vida, demostrando en
estas últimas décadas ser económicamente eficientes. La estabilidad de los
nuevos sistemas democráticos también está ligada al hecho de que las
fuerzas derechistas antidemocráticas se han desprestigiado por su
REFLEXIONES EN TORNO AL ORDEN DEMOCRÁTICO 231

identificación con el fascismo y la derrota de las fuerzas armadas. Aun así,


hay ciertos indicios de que esas formas de gobierno todavía tienen
problemas de legitimidad, como lo muestran las encuestas de opinión. Entre
los países desarrollados, Alemania, Italia y Japón se ubican prácticamente
en el punto más bajo de la escala en términos de la proporción de la
población que en los sondeos de opinión dice estar orgullosa de su
nacionalidad ("me siento orgulloso de ser..."), o que estaría deseosa de
luchar por su país en una guerra futura.
Los regímenes que carecen de legitimidad tradicional deben ser
eficientes si desean sobrevivir. Para los países menos desarrollados ha sido
difícil satisfacer las múltiples exigencias fomentadas por los partidos
revolucionarios y por los grupos de referencia que traspasan las fronteras
nacionales. No tienen los recursos necesarios para conseguir la lealtad
popular y de la élite y, por consiguiente, los intentos por lograr un régimen
democrático fracasan una y otra vez. Con el fin de reducir la confianza en la
fuerza, sus sistemas autoritarios suelen intentar obtener legitimidad
carismática, fomentando el culto a la persona. Los regímenes comunistas
nuevos también son poco legítimos y, por lo tanto, pese a una ideología
que niega la importancia de los "grandes hombres" en la historia, y subraya
el papel del partido despersonalizado, también han debido recurrir a la
legitimidad carismática, al "culto a la persona", como Lenin, Stalin, Mao,
Tito, Castro y otros. Haciendo paréntesis, es interesante observar que los
cuatro regímenes comunistas que han sufrido una rebelión a gran escala,
Checoslovaquia, Alemania oriental, Hungría y Polonia, han tenido los
cultos a las personas más débiles. Más aún, el comunismo también ha
buscado atribuir al partido un carácter carismático, afirmando que es el
portador de la verdad histórica y que no puede equivocarse, al estilo de las
iglesias que se atribuyen el poder de la revelación, por ejemplo, la Iglesia
Católica y la Mormona.
India, la democracia vigente de más éxito del Tercer Mundo, ha
sobrevivido con una forma especial de carisma familiar. La cualidad
excepcional ha pasado de Mahatma Gandhi a su colega más próximo, Pandit
Nehru, a la hija de Nehru, Indira Gandhi, y a su hijo Rakiv Gandhi.
De cualquier manera, la legitimidad carismática es inestable por
naturaleza. Un sistema político funciona mejor cuando la fuente de
autoridad, la monarquía o la Constitución, está claramente separada de quien
la ejerce, el gobierno transitorio. Por ello, es más factible alcanzar la
legitimidad a través de la democracia que por medio del autoritarismo.
Estimula a los elementos descontentos a trabajar para cambiar el gobierno
pero manteniendo, al mismo tiempo, la lealtad al sistema.
232 ESTUDIOS PUBLICOS

El Ejemplo Norteamericano

Estados Unidos sigue siendo el principal ejemplo de Estado nuevo


post-revolucionario que se convirtió en una democracia estable y econó-
micamente próspera. El país presentaba muchas ventajas, entre las que se
incluyen la calidad de sus líderes, el contenido de su ideología formativa
igualitaria y antiestatista, la existencia de instituciones religiosas volun-
tarias que apoyaban la estructura excepcional que surgió de una "nueva
sociedad" fronteriza, y su geografía.
Luego del fracaso de los Artículos de la Confederación, George
Washington, brillante primer jefe de Estado, asumió el mando en virtud de
una nueva Constitución que limitaba el poder. Washington pertenecía a una
élite política muy sofisticada, entre los que se contaban Jefferson, Madison,
Monroe, Adams, Hamilton y otros, quienes debieron hacer frente a los
problemas de una nueva nación con legitimidad limitada y una autoridad
débil. El peligro del autoritarismo se redujo por el hecho de que la ideología
revolucionaria era antiestatista y porque la generación fundadora desconfiaba
del poder. Por tanto se estableció, en forma deliberada, un complejo sistema
de control y equilibrio de poderes para impedir el autoritarismo.
Washington desempeñó intencionalmente un papel semicarismático
para legitimar el débil sistema de autoridad. En el ámbito público se
mantuvo por encima de las luchas partidistas y sectarias. Si bien acaparaba
marcadas simpatías, dejó su cargo, aunque podría haber sido reelegido, y
ayudó así a institucionalizar las elecciones competitivas y la rotación
presidencial.
En la primitiva república norteamericana, la autoridad siguió
derivando legitimidad del liderazgo de sus padres fundadores, entre ellos,
John Adams, Jefferson, Madison y Monroe, cada uno de los cuales, cuando
fue Presidente, adhirió al precedente establecido por Washington de no
intentar permanecer en su cargo indefinidamente. El primer no fundador que
llegó a ser Presidente, John Quincy Adams, era hijo de un fundador.
A diferencia de lo que ocurre actualmente en muchos países del
Tercer Mundo, la política norteamericana de los primeros tiempos no era un
juego en el que las ganancias igualaran a las pérdidas, puesto que el Estado
no llegó a ser la principal fuente de poder, influencia y autoridad de la
sociedad. El gobierno central era menos importante que los estados. La
mayoría de los congresales renunciaba después de uno o dos períodos; no
querían vivir en Washington y no consideraban que sus cargos ofrecieran
ventajas especiales. El sector privado y los gobiernos estatales y locales
REFLEXIONES EN TORNO AL ORDEN DEMOCRÁTICO 233

constituían fuentes más importantes de privilegio y de una determinada


posición.
Los factores mencionados no son los únicos que favorecieron la
institucionalización de la democracia; es posible mencionar otros:

a) Como se señaló anteriormente, aun cuando la legitimidad nacional


fuese débil, los gobiernos estatales y locales tenían cierta legitimidad
derivada de sus cartas constitucionales coloniales y de su larga
historia como unidades con gobierno propio y gran libertad interna.

b) El hecho de que las políticas estatistas se identificaran con el


conservadurismo, la ideología de Gran Bretaña y la monarquía, hacía
que se las considerase reaccionarias y no progresistas. El primer
partido influyente, el de los Republicanos-Democráticos Jefferso-
nianos, se oponía a cualquier intento de utilizar los recursos públicos
para promover la industrialización y la urbanización, al igual que el
de los Demócratas Jacksonianos, que lo sucedió.

c) Estados Unidos ha sido el único país cuya población ha adherido


mayoritariamerite a sectas protestantes, congregaciones que nunca
fueron iglesias estatales. Estas fomentaban actitudes que estimulaban
el voluntariado y el individualismo. Tocqueville y Weber señalaron
que estas instituciones contribuyeron a crear condiciones favorables
para la democracia y el desarrollo económico.

d) Fuerzas militares de reducido tamaño, las que de ningún modo


constituían un camino al prestigio y al poder, como ocurre hoy día
con sus equivalentes en muchos países del Tercer Mundo. A la frágil
posición de las fuerzas armadas contribuyó la geografía, es decir, la
ausencia de vecinos poderosos.

e) La ausencia de un marco de referencia internacional que pudiese


sensibilizar a los norteamericanos ante la existencia de mayor
riqueza, más igualdad o utopías revolucionarias en otros lugares.

f) En su calidad de nueva sociedad colonizadora, los Estados Unidos


hicieron menos hincapié en los niveles formales de clase y tuvieron
menos conflictos de clase que en el siglo diecinueve y que en la
Europa de principios del siglo veinte o que en los países contem-
poráneos de menor desarrollado. Desde luego, el Sur era diferente.
234 ESTUDIOS PÚBLICOS

g) El ritmo del desarrollo económico fue relativamente lento pero


estable durante la mayor parte del siglo diecinueve; por consiguiente
las tensiones sociales producidas por el crecimiento rápido se
minimizaron.

h) Existía la posibilidad de conseguir inversión extranjera. El ambiente


económico internacional, después de la Revolución Francesa y de las
guerras napoleónicas, era propicio. La escasez de mano de obra dio
lugar a salarios altos, fenómeno que redujo las tensiones económicas
entre las clases.

i) Durante su primer siglo de vida independiente fue un país


predominantemente agrícola. Pero a diferencia de Europa en esa
época y de la mayoría de los países menos desarrollados de hoy, la
gran parte de los habitantes del país, aparte de los del Sur, eran
dueños de la tierra que trabajaban o bien la arrendaban con promesa
de compra. Una población rural que en su mayor parte trabaja por
cuenta propia constituye un verdadero bien democrático, tal como lo
ha subrayado Barrington Moore en sus análisis históricos
comparativos.

j) Los Estados Unidos tenían básicamente una lengua y una cultura


comunes, a pesar de ser una sociedad de inmigrantes con diferencias
étnicas considerables.

k) La comunicación y los medios de transporte eran lentos, factores que


redujeron la formación de movimientos de oposición o de cons-
piración.

1) La capital nacional, como se señaló anteriormente, no tenía gran


alcance en términos culturales, económicos y número de habitantes.
Existían varias ciudades mucho más importantes que Washington
D.C. En consecuencia, la élite no quería trabajar ni vivir en dicha
ciudad. La élite importante, la clase intelectual y los diferentes
estratos altos que manejaban la política y la economía estaban
separados geográficamente y casi no tenían contacto entre sí. Estos
factores, junto con aquellos analizados anteriormente, contribuyeron
a evitar que la política nacional se convirtiera en un juego de
"altibajos".
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m) Los sistemas electorales y parlamentarios que surgieron bajo una


forma de gobierno presidencial favorecieron la creación de dos
partidos de coalición carentes de disciplina y de una ideología muy
definida, y dificultaron la institucionalización de pequeños partidos
extremistas.

n) El sistema federal requería la creación de un poder judicial inde-


pendiente y capaz de limitar el poder del gobiernos.

A pesar de sus ventajas, en comparación con las formas de gobierno


modernas del Tercer Mundo, el sistema político norteamericano vivió
momentos agitados en sus primeros tres cuartos de siglo. Al igual que los
nuevos estados contemporáneos, al comienzo su legitimidad fue escasa y
sufrió graves tensiones fraccionarias. La mayor parte de la población era
pobre y, finalmente, el primer sistema político, basado en los Artículos de
la Confederación, fracasó.
La adopción de una nueva Constitución en 1789 no resolvió las
dificultades. Las Leyes de Extranjería y Sedición promulgadas por los fede-
ralistas a fines de la década de 1790 son muestra de los esfuerzos deliberados
por reprimir a la oposición. Los federalistas, ayudados por Aaron Burr,
trataron de robarle la elección de 1800 a Jefferson, intento que frustró su
enemigo encarnizado, Hamilton. Como Presidente, el mismo Jefferson no
se prestaría para apoyar una legislación creada con el objeto de restringir la
crítica de la prensa. El primer sistema bipartidista fracasó y a comienzos del
siglo XIX fue sucedido por otro muy influyente, prácticamente constituido
por un partido, que se mantuvo hasta 1830. Los Republicanos
Democráticos Jeffersonianos controlaban casi por completo la política
nacional. Aunque el partido era, desde luego, una agrupación indisciplinada
sin cohesión, no existía una oposición institucionalizada eficaz a nivel
nacional.
La lealtad a la nación, es decir, la legitimidad, era débil. La secesión
era una amenaza constante, como lo atestiguan los logros de la Convención
Hartford durante la guerra de 1812; la crisis producida en el gobierno de
Jackson en 1832 por la doctrina de que un Estado tiene derecho a no
obedecer una ley federal si estima que ella constituye una amenaza a su
soberanía; el llamado durante los años 1840 y 1850 de los abolicionistas
como Garrison a romper la unión con aquellos que deseaban conservar a los
esclavos y la eliminación de la Constitución inmoral que protegía la
esclavitud. Finalmente se produjo la secesión, seguida de una prolongada y
sangrienta guerra civil provocada por el problema de la esclavitud.
236 ESTUDIOS PÚBLICOS

Las instituciones sectarias protestantes más influyentes favorecieron


los conflictos moralistas, promovieron desacuerdos y contribuyeron a la
creación de sentimientos secesionistas y al estallido de la Guerra Civil, así
como fomentaron intensos movimientos de intolerancia en contra de los
inmigrantes y los católicos y, con el tiempo, de los negros y los judíos.
Después de la Guerra Civil, el Sur, al igual que Biafra, fue una
"provincia conquistada"; el régimen norteamericano no era legítimo bajo la
línea Mason-Dixon. Luego del restablecimiento del derecho a voto surgió
allí un sistema unipartidista, producto característico de "nacionalidades
minoritarias" mantenidas dentro de una unidad de gobierno más vasta por
fuerza y no por su legitimidad. Para mantener este mecanismo de defensa
regional, a los negros se les negaron los derechos políticos de los blancos
pobres.

Conclusión

Es evidente que este intento de formular generalizaciones sobre la


historia de Occidente, y en particular de los Estados Unidos, respecto de las
condiciones que facilitan la creación de sistemas democráticos estables, no
conlleva muchas recomendaciones específicas para los estados del Tercer
Mundo contemporáneo, puesto que muchas de las condiciones son irrepro-
ducibles. Los nuevos estados o regímenes posrevolucionarios no tienen
posibilidad alguna de gozar de los beneficios de la legitimidad tradicional.
En las sociedades pobres, las tensiones impuestas por los movimientos
revolucionarios internacionales o por un marco de referencia que traspasa las
fronteras nacionales como resultado de las redes de comunicación modernas,
no pueden combatirse mediante un crecimiento económico gradual. Estos
países contemporánes deben dedicar una proporción mayor de su PNB a
fines de bienestar que la que precisaban los países en desarrollo en el siglo
diecinueve.
Los economistas partidarios del libre mercado, como Friedrich Hayek
y Milton Friedman, han sostenido que para que haya democracia es nece-
sario que coexistan dos situaciones: un sistema de libre mercado y un
gobierno limitado. Esto es, mientras mayor sea el sector de la economía
controlado por el Estado, mayor capacidad tendrán quienes poseen el poder
político para anular la oposición y conservar el poder. En efecto, dichos
economistas opinan que el crecimiento del Estado hace que la competencia
política se transforme cada vez más en un juego en el que las ganancias
igualan a las pérdidas. Aunque el argumento de Hayek y Friedman es
REFLEXIONES EN TORNO AL ORDEN DEMOCRÁTICO 237

lógico, no parece ser válido para las democracias desarrolladas indus-


trialmente. Aquellos que están comprometidos con un estatismo en gran
escala parecen proteger tanto la libertad política como quienes postulan una
participación limitada del Estado en la economía. Sin embargo, la política
se asemeja a un juego en el que las ganancias igualan a la pérdidas en los
regímenes en que prevalecen la corrupción, el culto al patrimonio y las
relaciones de conveniencia. Por tanto, el estatismo se opone a la
democracia, especialmente en las sociedades en desarrollo que intentan
desbaratar los valores y las instituciones tradicionales.
La democracia, como Chester Finn ha puesto de relieve, requiere "un
gobierno con poderes limitados (un logro cultural extraordinario) y
gobernantes con facultades restringidas por el imperio de la ley (otro logro
cultural igualmente extraordinario)". En la actualidad, la mayoría de los
estados del mundo, los mismos que gobiernan a más de dos tercios de la
población, no son democráticos; sus ciudadanos no tienen derecho a elegir a
sus líderes. Aun así, casi todos los Estados autocráticos, tanto en el mundo
comunista como en muchos países menos desarrollados, postulan como
metas primordiales la democracia, la libertad y un Estado con poderes
limitados, procurando legitimar su derecho a gobernar en términos
populistas. Tales declaraciones pueden ser el tributo hipócrita que el vicio
paga a la virtud. Con todo, demuestran cierta clase de reconocimiento al
principio de que el gobierno debe servir los intereses de sus ciudadanos. En
principio, el derecho de los privilegiados a gobernar sin consultar a los
gobernados se mantiene y sigue siendo legítimo sólo en ciertos sectores del
mundo árabe.
Como señala Finn, la restricción del poder de los gobernantes to-
davía no constituye un rasgo cultural corriente. Sin embargo, el absolu-
tismo ha perdido su legitimidad. La mayoría de las sociedades autocráticas
se ven forzadas a ser represivas, no confían en sus ciudadanos. Es de esperar
que las reiteradas tensiones y crisis inherentes a los procesos de cambio en
la sociedad moderna y la consiguiente inestabilidad y alienación, derriben
finalmente a los principales regímenes comunistas. Si la transformación es
una característica propia de la sociedad industrial y posindustrial, hay
razones para predecir que Argentina y Filipinas, Hungría y Polonia son la
tendencia del futuro.

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