Christian Ferrer

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El rostro de la Medusa y el cuerno de la abundancia: Exuberancia y copiosidad del cuerpo pornogrfico

Christian Ferrer

Quien remonte el viaje evolutivo realizado por la especie humana hasta hoy llegar a las puertas del Paraso. Para desandar ese camino sera imprescindible demorarse en cada uno de los breves y urgentes acontecimientos con que los antecesores, dueos de su voluntad o sin quererlo, dieron gestacin a nuestra existencia. Son los momentos animales de la vida humana. El celo, el cortejo, la captura, el forzamiento, la lucha, la entrega, el desprendimiento, el grito, la gula uterina al fin satisfecha, el inicio de la germinacin. Una pizca de lumbre en la panza. Toda preez remite a una anterior y as sucesivamente. Hemos dependido, para existir, de la excitacin y el anhelo de parientes desconocidos cuyo linaje comenz con el primero de todos los ombligos. La supervivencia posterior al nacimiento es lucha y cada persona persigue triunfos y trofeos. Pero al mirar hacia el origen vemos que cada uno de los hombres y mujeres que durante siglos engendraron vidas anteriores a las nuestras debieron ovillarse, abrazarse a s mismos en forma de ovalo, a fin de ser expelidos al mundo. As de pequea es la puerta que fuera forzada nueve meses antes y que haba garantizado cobijo y nutricin, al inevitable costo de anhelar amparo carnal perenne una vez que se ha puesto un pie, y lanzado un gemido, en la intemperie.

Cabezas de serpiente coronaban, a modo de cabellera, el rostro de la Medusa, cuya mirada poda petrificar en seco al hombre necio que se atreviera a sostenerla, e incluso al ms valiente. Eso crean los griegos en la antigedad. Y aunque jams nadie volvi triunfante de ese duelo desigual todos los hombres buscan abrirse paso hacia la imantada guarida de la medusa, velada por la seda o el algodn.

II

Donde la monogamia falla la pornografa prospera, puesto que el contrato social que ella propone a sus audiencias es el del harn, no el del hogar. Sin los medios masivos de comunicacin esa pulseada hubiera quedado indecisa. As fue hasta hace algunas dcadas, pero el maridaje de la revolucin sexual y el desenfado meditico dio a luz al cuerpo pornogrfico. Es una cra de la poca.

III

El radio de accin de las polticas de la vida incumbe a los millones que nacen, trajinan y sucumben con cada nuevo da, y a los que se administran raciones ponderadas de dolor y de salud. Por el contrario, hasta su revelacin pblica, no hace ms de veinte o treinta aos, la pornografa era un asunto clandestino, oscuro y pecaminoso. A ella se acceda no sin dificultad y vergenza. Hoy, la televisin codificada e Internet favorecen su diseminacin. Un salto tecnolgico acoplado a un flujo de libido largamente contenido, y todo eso en apenas un cuarto de siglo. Pero la innovacin tcnica no es la causa de la ubicua y prolfica presencia de la imagen pornogrfica. La causalidad tecnolgica es coadyuvante, no originaria, y acta ms bien en tiempo diferido. Fue, en la dcada de 1960, el reclamo juvenil del derecho al placer tan solo por haber sido trados a la Tierra la causa motora de la posterior exposicin de la pornografa a la luz pblica. Un gnero audiovisual cuyo nico fin es potenciar la lujuria encontr un aliado en la permisividad paternalista en cuestiones de atrevimiento sexual, en tanto y en cuanto la movilizacin de las energas afectivas de la poblacin desemboque en rutinas combinables con la mercanca. No es tan sorprendente, entonces, que el centro de gravedad de la pornografa sea la carne femenina para contento y solaz del punto de vista masculino: resulta ser un efecto lateral, no querido y no pensado, de las luchas por la emancipacin social de la mujer del ltimo medio siglo. Por otra parte, la escena pornogrfica es el ltimo refugio que le resta al hombre donde manipular hembras a gusto y placer.

IV

En numerosas civilizaciones antiguas, en especial en la cuenca del Mediterrneo, se desarroll la costumbre de la prostitucin sagrada. Ritualmente, las mujeres ofrecan sus cuerpos a los hombres de la ciudad en cierto momento de sus vidas. Era una ceremonia de paso y existan diosas especficas que alentaban la entrega de la mitad de la poblacin a la otra mitad, segn la coaccin ancestral al intercambio de mujeres. En la pornografa se puede atisbar, an activo, un resto de aquel paganismo. Las innumerables situaciones y posiciones representadas resultan ser fotogramas evocatorios de aquella entrega ritual, pero revelados en laboratorios instalados por el orden patriarcal.

La invencin del traje de bao de dos piezas supuso un paso adelante en la fragmentacin del cuerpo femenino, en su atomizacin. Tambin los atolones se componen de mltiples partes separadas, como el as llamado Bikini, en la Micronesia, que motiv el apodo. La pronta extensin de su uso no fue otra cosa que un acto tolerable de strip-tease en pblico luego multiplicado en todas las costas arenosas del mundo. La censura perda una batalla, ya previamente escenificada en burlesques. La progresiva desnudez femenina principi hace cien aos poca en la cual se instalaron mquinas de peep-shows en las zonas comerciales de la ciudad con los tobillos y el escote, y al fin se difundi hacia los hombros, la espalda y el abdomen. En las playas, un bretel horizontal era ahora el solitario custodio del pudor. Al comienzo, no muchas mujeres descartaron el traje de bao enterizo: hacerlo implicaba arrancarse ms de un velo. Pero los tringulos simtricos pronto fueron aceptados por nuevas camadas generacionales cuyas expectativas exhibicionistas remedaban las poses de las admiradas estrellas de cine, que por su parte ya venan propagando la exposicin de zonas de la piel antes inaccesibles a la inspeccin visual. Eran chicas de tapa cuyo destino final era la decoracin de cuartos de

adolescentes o de paredes de vulcaneras. Quizs el tab mayor que fue necesario dejar atrs concerniera al ombligo, origen del mundo, cuya hondura anticipa la durmiente penumbra de la vulva. Es su maqueta a escala, su antesala tambin, y su ltima estribacin.

VI

Aunque grandilocuente como un bonsi y monotemtico como un cclope, el cuerno de la abundancia no da frutos sino en presencia de su musa inspiradora.

VII

La ley, la aversin y la vergenza dan la medida de la desnudez humana, pero no la de todas sus proporciones. El arte puede dar cuenta del esplendor de un cuerpo, pero es raro que no exponga tambin sus incomodidades y sus heridas. La imagen pornogrfica es, en cambio, idlica, atemporal. En ella el tiempo no deja mancha ni marchita. Otras visiones provienen de la resaca abandonada por los sueos, de lo susurrado en el confesionario o de lo informado luego de una primera noche de todas las noches: son relatos parciales de experiencias rememoradas como entre sombras. Slo el tacto registra los estremecimientos del pudor, y del impudor, sin los prejuicios que acarrea la vista. La precisin tctil es ciega y torpe, como lo es tambin el homenaje que la pornografa brinda a la belleza femenina.

VIII

A mitad del siglo XX el erotismo posible concerna a mujeres un poco sueltas de cuerpo, de estilo moderno, y en el rincn opuesto al vulnerador de la voluntad femenina a fuerza de arsenal lingstico. El cazador era viril y protector; la presa, tierna y dadivosa; y el lenguaje del cortejo amoroso ya estaba siendo liberado de constreimientos diplomticos. El aspecto esmirriado era, por entonces, confesin de enfermedad y miseria, de modo que

la silueta femenina resultaba ser ms pulposa, el ideal de pgina central de revista para hombres. Pronto llegara la as llamada revolucin sexual, que dio variados frutos: se potenci el feminismo, se resucit el discurso del amor libre de raigambre anarquista y se promovi la sinceridad relacional a rango de ideal en tanto se execraba la hipocresa matrimonial de las generaciones anteriores. No obstante, el espiral se mordi la cola: la apariencia corporal devino nuevamente en mercanca, en seuelo, en arma de fuego. Mujeres adiestradas por medio del capital simblico de que las dot un par de generaciones de padres comerciantes o profesionales, pero que ya no pueden garantizarles una posicin social, una postura, venden entonces la apostura de un modo socialmente aceptable. De all que las industrias de la carne se dediquen a compensar las desgracias del cuerpo imperfecto y que la sexologa haya devenido en psicoterapia y en asesora. Disfunciones mayores ya pasan al campo de la farmacopea. Y as como el proyecto genoma humano pretende llegar hasta el ltimo e infinitesimal tomo de clula del organismo, tambin la pornografa aspita a transparentar todos los detalles de la piel. En ambos casos, se oferta una ilusin de felicidad: el gen de la gordura encontrado y reducido, la disfuncin erctil al fin derrotada.

IX

La explotacin del cuerpo de la mujer. La consigna es cierta considerada en general, pero se vuelve incierta a medida que se extiende y ramifica a travs de las nervaduras grupales hasta detenerse en los casos particulares. Los hilos que anudan deseo y poltica suelen ser de distinta extensin, color y grosor, sin contar las hilachas ocultas. En el gnero pornogrfico el placer es unidireccional se conjuga en masculino pero es inevitable que el cristal de las fantasas erticas personales est facetado, an a contrapelo, por el mundo tal cual ha sido hasta el momento. Por otra parte, el desconocimiento del mecanismo afectivo de la sexualidad femenina es el antecedente de la mirada masculina en la degustacin de pornografa. En ese mundo el hombre es autrquico, como lo sera un solipsista que fuera elevado al rango de jefe de la horda.

El consumo de pornografa no es precondicin necesaria de su adopcin pblica. En general se responde a su llamado porque se ha olfateado su almizcle en el aire de los tiempos. El gnero emite su furor genital para todos y para nadie, en forma radial, y para mesmerizacin de hombres y mujeres fuera de toda sospecha: el strip-tease se vuelve numerito obligado de las reuniones de ex-alumnos de escuelas secundarias y el baile de cao sustituye al juego de poner la cola al chancho en las fiestas de los geritricos y la confesin de los delitos del pene y la vagina se trompetea en el horario central de la programacin televisiva antes que en confesionarios por hora y en el tiempo que lleva dejar acharoladas la cocina y el saln comedor las amas de casa ensayan y actualizan acrobacias e histrionismos de cabaret. Todo esto es inocuo, apenas un grano de pimienta arrojado sobre el ajuar de bodas. El glamour del vicio es reconocible, s, pero est inmunizado contra eventuales intrusiones del mal.

XI

La meca del cine promueve el divismo, en tanto la industria pornogrfica lo hace con la categora simtrica de pornostar, y asimismo con la ms prolfica de actriz pornogrfica, a secas, que es similar a la figuracin en el reparto actoral y afn a los nmeros vivos de los bares de desnudistas, hasta desembocar en un caudal innumerable de maniqus animados en poses diversas que se corresponden con los elencos de extras de un film o, llegado el caso, con las performances conyugales atesoradas en formato de video. Pero son tantos, y tan variados, los cuerpos expuestos que casi toda mujer podra encontrar a su doble en alguno de los escaques de este tablado barroco. Qu esas mujeres exuberantes hayan pasado antes por el quirfano es una verdad que no las impugna, pues tambin las estrellas mismas confiesan haberse recostado alguna vez en ese lecho de Procusto. Y para no decir una palabra de menos, tambin lo han hecho, por pura vocacin, cientos de miles, quizs millones ya, de congneres femeninas.

XII

No es el dormitorio, en particular el lecho nupcial, el lugar exclusivo donde la pornografa anima a sus fantasmas. Y an cuando el lbrego stano o el altillo angelical convoquen figuras erticas a la imaginacin, quizs la mirada del porngrafo cupiese mejor en el ojo de la cerradura. Espera la bienvenida.

XIII

La ingesta de pornografa suscita la evocacin de escenarios personales previos y significativos, fenmeno que concierne menos al psiclogo que al orculo. El teatro de sombras de la memoria arrastra consigo el eco de lo dicho y lo escuchado, haya sido gorjeo o rugido, por cuanto el odo fue, en aqullas circunstancias, testigo y archivo a la vez. Si la sonoridad fuera esencial a la rememoracin, entonces todo ruido, por ms leve o breve, habra sido pertinente: el tintineo de copas, la risa, el frufr de la ropa, la batahola de msculos y encastres, el festejo. De igual manera, en el gnero pornogrfico, incluso el murmullo y la vibracin y los decibeles de los gemidos canoros adquieren personalidad y cuerpo por s mismos. Pero si se prescinde de la onda acstica, entonces lo importante es el ritmo. En un mundo silente, se privilegia la alternancia tanto como los intervalos, y tambin los pulsos, compases y acentuaciones de los movimientos corporales. Es la plenitud de la pantomima. Y si el paso del tiempo logra que en la reminiscencia se intensifique la silueta de la llama antes que su calor ya disipado, en el ahora del acto pornogrfico la cintica de movimiento perpetuo se impone por sobre la vocinglera al tiempo que los espectadores son transformados en estatuas de sal.

XIV

Los ya anacrnicos desnudos en blanco y negro eran las figuritas difciles de la educacin sexual de los varones de otros tiempos, previa a su desfloramiento. Bastaba la visin de una sola fotografa y un castillo de naipes de consistencia opicea se desplegaba en la imaginacin del adolescente, y en la del adulto tambin. Eran el brete ssamo, la postal del paraso al fin lmpida y correctamente enfocada. La subsiguiente leccin de anatoma quedaba a cargo de prostitutas: eran santas profanas. Pero la direccin instructiva de la pornografa actual se orienta menos hacia la imagen demonaca de la temporada en el infierno que hacia el catlogo ordenado de placeres, al menos los de inters masculino. La exposicin de la piel es asumida ya no por mujeres de la calle sino por las novias posibles de todo hombre que proyecte fundar un hogar modelo.

XV

Cien aos atrs, muy pocos, fuera del esposo, tenan acceso legtimo al ms angosto de todos los abismos. Slo mdicos, parteras y clientes de burdel. Pero la restriccin de la vista se acompaaba de la inevitable compulsin a ver. As tambin Orfeo quiso contemplar el rostro amado de Eurdice antes de ser ella reenviada al otro mundo. Courbet se adelant en mucho a su tiempo cuando pint El origen del mundo, la imagen detallada del secreto femenino en primer plano, y quizs con ello dio fin a una de las bsquedas de la pintura. En el siglo XIX, su exposicin pblica hubiera hecho evidente el punto de apoyo de los traumas burgueses. Pero hoy las volutas del pubis son accesibles: el cine pornogrfico las volvi su sello de calidad pero ya antes haban sido mostradas, y para todo pblico, en ocasin de la primera transmisin televisiva en vivo de un alumbramiento, all por la dcada de 1970, y tambin se ha recurrido a ellas aunque parezca imposible en carteles publicitarios. Del mismo modo, el habito ya habitual de documentar el nacimiento de un hijo en la sala de partos del hospital encuentra su inmediata genealoga en el plano-detalle con que comienzan, y acaban, las pelculas pornogrficas.

XVI

La costumbre de muchas parejas de filmarse a s mismas en posiciones comprometidas no supone solamente un ejercicio de narcisismo obsceno permitido y fomentado por los modos tecnolgicos actuales de la cosecha y el acopio de imgenes. Ni souvenir ni registro ni eventual afrodisaco: es el influjo de la pornografa sobre los camaradas de alcoba que activa en ellos la voluntad de mimesis. Pretenden ser, para la cmara impvida, la pareja sustituta de una actuacin original filmada en escenarios de cartn piedra. Hacen, por vocacin, lo que los otros proceden a hacer en forma profesional: son su parodia incompetente.

XVII

El despliegue de la industria pornogrfica esta remedando, a escala, el nacimiento y auge del sptimo arte en las antiguas barracas de madera de Hollywood. La cuestin del pudor, en un caso y en el otro, nunca dej de estar en la mira de los espectadores, y en la de los censores, y por lo tanto la historia del cinematgrafo resulta ser un registro documental y en tiempo real de la progresiva desnudez femenina. El strip-tease se elev del local de mala fama al palacio de cine, y aunque pasaran dcadas antes de que a esa danza de los siete velos se le permitiera desvestir legtimamente el origen del mundo, las actrices siempre estuvieron destinadas a ser desnudistas. En la poca heroica de los grandes estudios los elencos femeninos eran reclutados a la salida del teatro, el vaudeville y el cabaret, sin excluir al circo. Inmediatamente llegaran las aspirantes, muchas de ellas en fuga del tedio de pueblo chico, y no pocas pagaron el acceso a los escenarios de filmacin con libras de carne. De igual manera, la industria pornogrfica recoge mujeres en discotecas, en bares del camino o en producciones flmicas caseras de nulo presupuesto y nimo de farsa. Algunas vienen huyendo de una vida de miseria, otras tantas de la trata de blancas, no faltan las que se ilusionan con hallar el vellocino de oro, e incluso ms de una visita ese infierno a modo de plataforma estratgica apta para trascender hacia escenarios

ms honorables o bien hacia un matrimonio conveniente y de buen tono. Es inevitable que el sistema de estrellato de esta industria, parodia del star system de Hollywood, sumada a su creciente aceptacin pblica, termine por atraer a princesas de los suburbios, a exhibicionistas vocacionales, y a novias y esposas osadas. Esta exhibicin de carne faenada no es desemejante a la mostrada en los concursos de belleza nacionales e internacionales, en los cules participan mujeres producidas en gimnasios, en clnicas dietticas y en quirfanos.

XVIII

La pornografa deja correr el lenguaje de la intimidad, que hasta el momento haba sido traducido para el gran pblico por la literatura sicalptica o de soltero, el folletn sensualista, la retrica festiva del teatro de revista o por telenovelas y pelculas apenas subidas de tono. Ese idioma estaba interdicto en pblico porque emanaba no tanto del fuelle labial como de vsceras crepitantes. As sucede cuando las cuerdas vocales son pellizcadas durante su mxima tensin. Es probable que Adn y Eva se trataran con cortesa parecida en un tiempo perfecto e irrecuperable: si esas palabras briosas no fueron proferidas espontneamente, entonces esos primeros enamorados debieron aprenderlas de los nicos seres que los observaban y acompaaban sin juzgarlos, los animales, sus semejantes.

XIX

La boca sonriente es omnipresente en la pornografa, como si fuera el pozo sin fondo de una mujer fatal o bien la invitacin a un mundo idlico en el cual la felicidad es una obligacin compartida. Los labios eluden el bostezo tanto como sobrepasan la sonrisa, que de por s ya es un ndice de aceptacin. Una vez tragado el pudor el grado de abertura bucal desplaza a los dems rasgos faciales y se transforma en centro de gravedad, se dira en ombligo del cuerpo. El lenguaje, ladeado hacia el secreteo, el ronroneo o el balbuceo, da rienda suelta a las zonas trridas del diccionario. Un babel de lenguas que progresan al

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ritmo del embate o al de la libacin, por cuanto el habla ntima no tiene porqu corresponderse con un lenguaje cvico. La incitacin riente ha sido entrenada por la falsa sonrisa de la publicidad, de la animacin televisiva, de la atencin al pblico y de la comedia de la seduccin; y todas imitan la mueca de la mueca inflable. De all que la actriz pornogrfica entone una vez ms la vieja cancin de las sirenas que antecede a todo naufragio: en la garganta del diablo se eclipsan todos los hombres.

XX

La soledad, a toda edad, se desvive por compaa. Pero la virgen a la que rezan los solitarios es una diosa hind de ocho brazos.

XXI

Muchos son los tonos con que puede ser dicho un nombre de mujer y tambin muchas las acentuaciones que pueden acompaarlo y asimismo numerosos los arrastres y dejos de la diccin que enfatizan o trastocan los sentidos de un nombrar, e incluso no escasean apcopes y sobrenombres que no dejan impoluto al capricho del lenguaje que desde siempre es el portavoz de s misma. Adems, la aceleracin y desaceleracin en el decir sus nombres necesariamente modifican la actitud y el resuello, y al fin hasta las tonadas regionales cuentan. Pero as como los nombres nos hacen evocar a personas, tambin lo hacen con las circunstancias sensoriales que nos engarzaron a ellas. La pornografa, que habla en todas las lenguas, permite la exploracin acstica de voces que se resisten a ser proferidas del todo. En otras pocas eso era tarea de la glosomancia.

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Presentadas en sociedad, las actrices pornogrficas carecen, sin embargo, de nombre. Tambin annimas son las mujeres desconocidas que nos resultan inmediatamente adorables o deseables, sin que sepamos cmo llamarlas. Dada la opcin a un nombre de fantasa, la X, simtrica como un mandala y llamativa como un cartel que advirtiera la cercana de un tab, es la letra del alfabeto que mejor se adecua al gnero. Equis de xenn, un elemento que existe en el aire en muy escasa proporcin. Las mujeres-espa disponen de doble y hasta de triple documento de identificacin; las mujeres de la calle optan por un alias que disfraza el santo y sea de origen; al fin, en la pornografa, se eligen sobrenombres que se vuelven, a veces, marcas registradas an cuando por lo general sean el chador de la identidad. En verdad, muchos de los apodos a que recurren las mujeres develan un doble fondo un bajo fondo y no son pocas las que resguardan un seudnimo cuidadosamente ocultado a los vnculos cercanos. Muy probablemente un nombre de guerra, puesto que la carne masculina es, en las pelculas pornogrficas, un objeto a destruir.

XXIII

Es la joven inocente o la mujer de mundo o la cautiva o la ninfmana, son los ogros de los cuentos de infancia, es la esclava del amor de las leyendas orientales, son los adoradores de la diosa de la fertilidad, es la sirena aislada en medio de la tripulacin, son cefalpodos desplazndose en desorden, es la soldadera de todas las guerras, son piratas de un solo ojo, es la novia mancillada por sus pretendientes, son suicidas en potencia, es una guillotina de hojas labiales, son un tropel, es una estatua mvil, son juguetes de madera que mienten por su genital, es la chica de sus sueos descompuesta en esquirlas afrodisacas que les incendian el nimo y la sangre, son monarcas derrocados luego de agitarse como entre pesadillas. Los seres de este mundo parecen haber escapado de una saturnal o de un pandemonio, o ms bien del ruedo donde la bestia y su matador ponen nuevamente en accin a la vieja teora de la lucha de los sexos, esta vez en versin simptica y con final empatado.

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XXIV

La repugnancia queda concernida, pero tambin el incesante anhelo de placer, que siempre parece introducirse en la quietud corporal a la manera de los intrusos. Algunos confirman su rechazo hacia los poderes del sexo y otros dejan crecer la curiosidad por la parte de animalidad del cuerpo humano. En ambos casos, se teme o se ansa la revelacin del doblez reprimido de cada poca. Es por eso que su proliferacin actual no es consecuencia nica de los avances en la libertad de expresin sino tambin de la voluntad general de echar un vistazo al harn de Lucifer. Quizs los eclesisticos que la acusan de promover el libertinaje y los bienintencionados que le atribuyen el rol de clase de anatoma para adolescentes estn ms cerca de la verdad. Y por cierto, el cuarteamiento del cuerpo en rganos removibles e injertables como resultado de los adelantos en la tcnica del transplante de rganos o de la ciruga esttica se corresponde con la fragmentacin cinematogrfica de la piel en zonas significativas. Ya en los procesos laborales modernos el cuerpo haba sido descompuesto en unidades tiles.

XXV

Las pelculas pornogrficas son siempre segundas partes. Y son, a fin de cuentas, estticas en su incesante ajetreo. Se parecen a las naturalezas muertas que cuelgan de las paredes de los museos, solo que los genitales y los adminculos erticos sustituyen a las frutas y al vino embotellado, y la pantalla de televisin o de computadora a las salas de exposicin, donde tambin suelen exhibirse desnudos. Lo que en un lado se degusta lentamente, a la manera de los connaisseurs, en el otro se deglute en tiempo de fastforward, como si ste fuera un mtodo amateur de lectura veloz para fotogramas.

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XXVI

Es, sin tapujos, la exposicin de la piel y los genitales, an cuando nada lmpido se extraiga de la imagen en el espejo salvo su deformacin. Eso no remite al grotesco ni a la representacin de la lujuria, sino al garabato o a la pintura inconclusa, incapaces ambas de capturar todas las dimensiones posibles del cuerpo, comenzando por el asombro ante la entrega y siguiendo por el reconocimiento estremecido de la carne efmera. Prima la comedia sobre el idilio, la audicin sobre el carnaval, la farsa sobre el juego y el baile de disfraces sobre la noche de bodas perenne. Consumado el desvestido, la desnudez no decepciona pero obnubila, como si una obstinada hoja de parra brotara incesantemente sobre el prpado oval repetido de mujer a mujer. El desnudo, en la escultura, nos despierta el anhelo de caricia y de consuelo, en tanto la pornografa incentiva, en sus audiencias, instintos venatorios y afn de manoseo y manipulacin. Pero los ojos no son rganos del tacto, sino de la admiracin y del espanto.

XXVII

Lo diurno y lo nocturno condicionan la visin de rostros y cuerpos. La piel, sometida a la penumbra o al encandilamiento, queda en estado de empaamiento. Slo atisbos y planos nicos cegadores. Foco dirigido, claro de luna o luz de trasnoche: la imagen se vuelve negativo fotogrfico, o bien dobladillo. Los ambientes se difuminan hasta la alucinacin, hasta devenir hologramas, en cuyo centro los rasgos faciales y los frutos de la pasin, tanto cncavos como convexos, refulgen como apariciones, o como metamorfosis. Las variaciones en la iluminacin dejan entrever mscaras distintas: con luz atenuada son fantasmales; con la luz a pleno, semblantes de rehn o halos de recin confesada. Al enmascaramiento lumnico se superpone la mascarada, puesto que no hay pornografa sin disfraz y sin cosmtica. El afeite es requisito del oficio: el rouge, el rubor y la pasta oscura encubren a la vez que conceden brillo, espesor y carcter al rostro femenino, prisma donde la vista fija acaba descomponindose en delirio ocular. Realzada, ms bien enjaezada, la cara se eleva al estatuto de icono. El arte de maquillar, aprendido en la niez o

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en la adolescencia mediante la atenta observacin de los rituales de la madre o de otras mujeres experimentadas acumula el anhelo y el ansia de cientos y cientos de antepasados femeninos de todos los tiempos, y as hasta llegar a la mujer primognita en el Paraso y al sencillo follaje que disimulaba su ardor, y que en aquella poca feliz y pretrita resultaba ser frontera de la honestidad y zagun de la tentacin.

XXVIII

No es improbable que incluso las obscenidades mayores de esta poca sean vistas en el futuro como pornografa cndida, tal como nosotros lo hacemos con las viejas fotografas de inicios del siglo XX que mostraban mujeres rellenitas y con boquita tipo corazn, y que ya no abarrotan las bateas de los porno-shops sino las de los anticuarios. As tambin Babilonia rememoraba a Sodoma y Gomorra tanto como al Jardn del Edn, cuyo paradero sigue siendo desconocido hasta el da de hoy.

XXIX

El rostro iluminado de Cristo, las facciones resplandecientes de la estrella de cine, los rasgos faciales femeninos enfatizados por el maquillaje, los gestos de buena voluntad emitidos por las actrices pornogrficas: santidad, divismo, simulacin y entrega. Mara Magdalena, Afrodita, Cupido y Eros los alumbran, no menos que a la sonrisa de la madre reciente.

XXX

Luego de muchos aos y aos y aos apenas queda en pie una parva de huesos. La emocin a flor de piel, el corazn abierto en canal, la sangre a punto de hervir la luz, el

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amor, la desesperacin ya se han desvanecido de toda memoria. Por ms que la calavera gima y balbucee, no hay reciprocidad posible. Por dos veces la carne y el alma abandonaron el cuerpo del hombre, unidas en el soplo de semen enamorado arrojado al horno de fuego y en un breve chisporroteo de fsforo seo reluciendo para nadie en algn cementerio. Al primer abandono se le dice encarnarse en entraa de mujer; al ltimo, fuego fatuo. As dan la bienvenida la especie y la eternidad.

Referncias bibliogrficas

BRETON, Andr. Primer manifiesto surrealista. BO, Armando. Carne. Pelcula. CAPERUCITA roja y el lobo feroz. Cuanto tradicional para nios. COURBET. El origen del mundo. Pintura. GRAVES, Robert. Los dioses griegos. LAWRENCE, D. H. El amante de Lady Chatterley. NEWTON, Helmuth. Portafolio de desnudos femeninos. Fotografas.

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