La Hechicera de Castilla - Scholem Asch
La Hechicera de Castilla - Scholem Asch
La Hechicera de Castilla - Scholem Asch
Durante el reinado del Papa Paulo IV , entre 1555 y 1559, la Inquisicin domin Europa, a caballo de un papa famoso por su odio a los judos. Asch es un escritor polaco cuyas novelas histricas suelen pintar las persecuciones al judasmo a travs de los siglos.
PREFACIO
En las cercanas de la Ciudad Antigua, junto al Tber, all donde terminaba la Va Apia, junto a los templos de Venus y Apolo y del Arco de Triunfo de Csar y Tito, se encontraba el "ghetto" cercado por altos y slidos muros. Por encima de la entrada, enclavada bajo el arco de Augusto penda, por orden del Papa, una cruz de hierro amplia y aguzada debajo de la cual se lea
en caracteres hebreos las siguientes palabras del profeta Isaas: "Paraschti et iadai Kol haiom al am sorer"[1]. Pero este pueblo rebelde contra Dios no haba tenido casi en cuenta la orden que inscribiera la Santa Iglesia. Por eso, cuando los judos salan y entraban tarde y maana por la puerta del "ghetto", no hacan ms que inclinar la cabeza para no ver las sagradas palabras del profeta que resaltaban de la cruz, en
la sangrienta vergenza de su dorada luminosidad. En aquel barrio, a orillas del Tber donde se encontraba el "ghetto" venan viviendo los judos desde la poca del Segundo Templo. Pareca que los judos no queran abandonar a sus viejos enemigos, ni alejarse de los templos de Apolo y de Venus, con cuyos dioses competa su Dios; ni tampoco de los Arcos de Triunfo dedicados a sus hroes. Adosado estaba el "ghetto" a la Ciudad
Antigua, perdido y olvidado en medio de sus ruinas, como cubierto de vergenza ante las altas torres levantadas por encima de las colinas de Roma en homenaje a Cristo, el nuevo Dios. Desde tiempo atrs, a travs de largos perodos y generaciones, desde la antigua y clsica Roma hasta bien entrada la poca del Renacimiento, habitaban ya los judos a orillas del Tber, en aquellos lugares hmedos y mugrientos. Pero durante el Papado de Alejandro, Julio,
Clemente y Pablo III que fueron ms bien apstoles de los dioses paganos de la vieja Roma, que de Cristo, comenzaron los judos a afluir en grandes masas a Roma, llegando de todas partes del mundo cristiano, donde eran perseguidos por la Iglesia y la inquisicin. Y en Roma, bajo el dominio de aquellos Papas, encontraban mejor refugio que en los dems pases cristianos. Se fundaron asociaciones y se construyeron sinagogas. Tambin los judos de Espaa acudieron a
vivir a esa ciudad, a pesar de las vergonzosas maniobras de sus hermanos de raza, que ofrecieron dinero al Papa para que les fuese prohibida la entrada. Los judos de Castilla formaron su comunidad aparte. Los judos de Francia desempearon altos puestos en los palacios del Papa y de los cardenales, fueron mdicos y banqueros; hasta de Alemania llegaron tambin, establecindose en todos los puntos de la ciudad y construyeron all sinagogas. Pero el
Papa Pablo IV los encerr nuevamente dentro de los muros del "ghetto", levant an ms altas murallas, indicando un pequeo lugar para que esos miles y miles de desdichados con sus familias, pudiesen vivir y multiplicarse... Y renovando los viejos oprobios rescriptos de los Papas precedentes, agreg otros nuevos. Los judos se inclinaban dolorosamente bajo el yugo impuesto por el representante de Cristo en Roma.
En aquel barrio hmedo y sucio, Israel se multiplicaba y desarrollaba, y, no pudiendo extenderse a lo ancho del "ghetto", tena que hacerlo a lo alto, construyendo sus viviendas una encima de la otra haciendo puentes por sobre los angostos callejones, levantaban encima de esos puentes una nueva ciudad: casas, torres, etc. De esta manera emergan por sobre los muros del "ghetto", una casa levantada por encima de la otra, una torre erguida por encima de la otra.
Esto agrad muy poco al Papa, que orden que todo aquello se demoliera. Entonces los judos se vieron obligados a cavar la tierra, a hacer viviendas subterrneas que albergaban a muchas familias, y que se comunicaban por medio de largos tneles. Amontonados en las lbregas cuevas del "ghetto", los judos oan trabajosamente el toque de la trompeta, cuando les daba la seal para que lo abandonaran y salieran a comerciar fuera de su permetro.
A pesar de que el Papa tena estrictamente prohibido bajo pena de excomunin el comercio con los cristianos, se sobornaba a los inspectores del Santo Padre, y se burlaban as todas las prohibiciones. Las gentes acudan de todas partes a las puertas del "ghetto" a comprar mercancas a los judos; los mejores damascos, mltiples variedades de gneros orientales, especias, perfumes diversos, llegaban hasta all trados por los judos, a travs de rutas
secretas, desde la libre Repblica de Venecia, adonde llegaban con los barcos de Constantinopla, Esmirna y otros puntos del Asia Menor. Entre las altas murallas del "ghetto" se hunda, en la humedad y la mugre, el esplendor y la gloria de Israel. Los templos de Venus y Apolo, convertidos en ruinas, y los Arcos de Triunfo que fueron levantados en honor y recuerdo de los vencedores de los judos, Tito y Csar, Augusto y Constantino, eran
cosas ya olvidadas. Los dioses que emergan del lodo pisoteados por los transentes, fueron recogidos por Miguel ngel para enriquecer el museo del Vaticano. Sacaba las piedras de mrmol de los antiguos templos y construa con ellas iglesias de Cristo. El Arco de Triunfo de Augusto se transform en una muralla para el "ghetto"; los nios judos hacan saltar a pedradas los relieve, del Arco de Tito, y sobre las ruinas de los templos de Afrodita los ambulantes
judos exhiban sus telas; se sacaron las placas de mrmol de los templos derrumbados y se colocaron encima las especias orientales, mientras que, sobre las piedras de los Arcos de Triunfo de Tito, los pescadores vendan la pesca del Tber. Desde muchos siglos atrs resonaban las carcajadas de los ambulantes judos sobre las ruinas de los viejos dioses, y era como si se vengaran de sus vencedores, pensando ms o menos en esta
forma: "As como nosotros vendemos ahora pescados y especias sobre las ruinas de los Templos de Venus y Apolo, nuestros hijos exhibirn algn da sus mercancas sobre las ruinas de los templos cristianos que hoy miran hacia el mundo romano con tanta soberbia..."
notablemente melanclico. Sus cabellos recios, cados sobre los hombros, denotaban el descuido en que el maestro los tena. Sus mejillas, cubiertas de una barba hirsuta, le prestaban un aspecto an ms triste. Como no llevaba rumbo determinado se encontr de casualidad en el "ghetto". Haba llegado hasta all, vagando por las sucias callejuelas que conducan al Tber, a cuyas mrgenes medraban desde haca tiempo, los ladrones y las prostitutas. Llambanle la
atencin las calles angostas, las casas superpuestas, las torres y los puentes sobre los cuales se construan ms casas an, y que iban a perderse en lo alto. Le intrigaba aquel espectculo extrao y desconocido; los judos, algunos con tnicas amarillas y con parches del mismo color en forma de "o" sobre el pecho[2], iban con los birretes habituales y las manos descarnadas y exanges; las mujeres con el rostro embolado llevaban dos seales celestes
estampadas que testimoniaban su origen; la cantidad de brillantes y piedras preciosas que lucan en sus cabellos; los largos sacos de terciopelo, que llevaban algunos de los transentes denotaba en ellos a una clase ms rica y respetable, algo as como los Dux de Venecia; los nios llevaban sobre sus tnicas amarillas pequeos mantos sagrados con encajes dorados y celestes, y los "tzitzot"[3] se agitaban en el aire fustigndoles el rostro. Toda aquella compra y
venta, todo aquel regateo, todo aquel trfico callejero de vestimentas de color, cortes de lana, de seda y terciopelo, todo aquello lo atraa. Se sinti fuertemente subyugado por lo desconocido y precioso que se descubra ante su vista. Le pareca que se encontraba perdido en una ciudad del lejano Oriente, en una feria de Arabia, en el reino del Sultn del cual tanto oa contar a los mercaderes y marineros que hacan viajes al Oriente,
llevando sus mercancas de Turqua a Venecia. Su mirada se detuvo en una persona sentada en el umbral de una puerta. Era un judo delgado y fino, de rostro alargado, barba puntiaguda, prolongada y amplia frente. Aquel rostro que asomaba bajo el gran birrete semejaba el de un santo de aquellos que se ven en ciertos cuadros de Bizancio que frecuentemente se encontraban en las viejas iglesias de Italia.
Pastillo, sorprendido, se dirigi hacia esa persona, y cuanto ms se acercaba, la figura pareca identificarse ms an con la de un santo bizantino. Los ojos del judo, redondos y celestes, permanecan fijos en sus rbitas, debajo de las cejas arqueadas. El umbral donde estaba sentado no era un umbral; en realidad, poda decirse que era ms bien el escaparate de un negocio, abierto hasta la mitad, que le serva de mesa. El judo, sentado sobre ella, tena a su alrededor un gran
surtido de gneros, viejos y nuevos; mantos multicolores, tnicas pintadas, gneros de seda brillantes y matizados de rojo, y otros que, al plegarse, parecan descomponer la luz en infinidad de matices, reluciendo como las escamas de los peces o las alas de las mariposas. Estaban amontonados en gran desorden, pero cuando el judo vio que el apuesto seor se le acercaba, recogi las mercaderas y los gneros debajo de los anchos y largos faldones de su manto.
Se le saluda, mi seor dijo el judo, inclinndose ante el pintor. Buenos das, judo contestole Pastillo, y antes de que ste tuviera tiempo de pronunciar palabra, continu diciendo: No tienes por qu esconder tus mercancas; no soy ningn representante del Tesoro del Papa, ningn inspector de la Santa Iglesia, ni vengo tampoco a investigar tu conducta. Soy un pintor de la ciudad de Venecia y sbdito de la Repblica Veneciana, servidor de
Su Santidad el Cardenal de Venecia; he venido al "ghetto" para comprar las mejores sedas; quiero adornar con ellas a los modelos de los frescos que pinto para la Iglesia del "Sagrado Corazn". Mustrame tus gneros, judo, y yo te pagar por ellos con los ms caros ducados de oro. Y al decir esto agitaba una bolsa de cuero, repleta de monedas, que le colgaba del cinto. El judo, al or la palabra "Venecia", sinti una gran simpata
hacia aquel extranjero, porque Venecia era un lugar de amparo para todos aquellos judos y marranos[4] a que haban sido oprimidos por el Papado. A pesar de ello, tuvo cierta prevencin, porque las leyes que prohiban las relaciones y el comercio entre judos y cristianos eran muy rigurosas. Oh, caro seor! Perdname por lo que te diga. El seor sabe muy bien que el Santo Padre, Pablo IV , a quien Dios bendiga, le d
muchos aos de vida y lo haga vencedor de todos sus enemigos, nos prohibi comerciar con cristianos. Por qu quieres tentar a un pobre judo? T sabes que el dinero tiene su atractivo, y por aadidura, tratndose de ducados de oro venecianos, que son aceptados en todo el reino del Sultn agreg, queriendo adivinar en esa forma lo que aqul tena en su bolso. Has adivinado; puros
ducados venecianos contest el pintor, mientras haca sonar las monedas en su bolso. No son nqueles como los que nuestro Santo Padre obliga a sus sbditos a aceptar como moneda verdadera rea el pintor. No temas, judo; vndeme tus gneros, que son para el cardenal de Venecia; los venecianos sabemos guardar un secreto aadi, haciendo un guio. Y, adems, como t sabes, nuestro Santo Padre prohibi slo
al plebeyo negociar con los judos, pero no a los cardenales, contra los que no se sancionan leyes. Oh! Para el Cardenal de Venecia? Quin se atrevera a rehusar los tesoros de Su santidad? El seor se sirva pasar. Tengo riquezas con las cuales se podra adornar el palacio del Sultn de toda la Turqua. Se levant y desapareci en el interior, para sacar de nuevo la cabeza por una pequea puerta que se vea a travs de la vidriera semiabierta, e hizo
pasar al pintor hacia el interior. Ya adentro, Pastillo se qued asombrado. All todo estaba oscuro. Una viga baja, hexagonal, atravesaba por sobre su cabeza; no se distinguan las paredes; slo aqu y all se descubra un rincn alumbrado por la leve luz de una pequea buja que flotaba en un recipiente de aceite. Gracias a esa luz pudo apreciar cmo brillaban y relucan las distintas telas. El terciopelo rojo semejaba una llama que se retorca formando pliegues,
en cuyas sinuosidades atesoraba vivsimas coloraciones. Ms all refulga otro y otro ms. Cuando el judo introdujo un arcn, y lo abri luego, el pintor se qued admirado viendo los tesoros que aparecieron ante su vista. El arcn estaba repleto de sedas, de diferentes clases de velvet y brocados, de tejidos italianos y orientales que irradiaban una luminosidad policroma. El judo fue sacando del arca un corte de seda tras otro, y acercndolos a
la pequea ventana de reja, cruzada por gruesas barras de hierro, a travs de la cual se infiltraban leves rayos de luz, a fin de que Pastillo pudiese apreciar mejor la calidad y el brillo de los colores. El pintor veneciano, familiarizado con los colores de las sedas, que tanto abundaban en su patria, no retiraba la vista de encima. Su brillo dorado tena tal riqueza de matices, que lo embriagaba como un vino de cepa antigua. Haba sedas de Persia, que
brillaban como sierpes relucientes; otras, que irradiaban destellos como si estuvieran cuajadas de piedras preciosas; otras, que guardaban en s el delicado atractivo femenino de las perlas finas. Haba adems, terciopelo color de azabache, tan negro como la profunda oscuridad de la noche, y mil otros ms. Cuando el judo los exhiba ante la luz de la pequea ventana, entonces pareca que los rayos del sol se plasmaban en la seda e iban deslizndose sobre su
pulida superficie como si el mercader hubiera tenido en sus manos un crepsculo mgico. La luz del da se proyectaba tambin escasamente sobre la barba blanca y larga, sobre el plido rostro del judo atareado con sus sedas junto a la ventanilla. Pastillo estaba subyugado tanto por las sedas como por el aspecto de santidad del anciano. La apariencia del judo lo impresionaba tanto y estimulaba de tal manera su genio artstico, que hasta lleg a olvidar
el objeto que lo atraa. Haca que el judo le mostrara sus gneros para tener tiempo de observar su rostro con ms detenimiento. Meditaba, como todo artista, en la manera cmo podra emplear la cara del judo para uno de sus cuadros sagrados, pero record que el rostro aqul era de un hereje, y como buen devoto que era, renunci inmediatamente a esa idea... Durante todo el tiempo que permaneci en el stano, oy el pintor una voz que resonaba all,
como si llegara desde muy lejos, atravesando gruesos muros. La voz era de mujer. Una mezcla de msica armoniosa, de quejidos y ruegos a Dios. A pesar de tan lejana y confusa, percibi palabras extraas e ininteligibles. A Pastillo le intrigaba el trmolo de aquella voz y su misterio. Haca ya rato que observaba una ventanilla, situada en uno de esos rincones perdidos, a travs de la cual llegaban algunos rayos de luz. Comprendi que detrs de aquella ventanilla se
encontraban los habitantes de la vivienda del judo, y que de all llegaba la melodiosa voz de mujer. Sinti curiosidad de mirar por la ventanilla y ver lo que all pasaba. Pero no tuvo oportunidad de acercarse a aquel rincn. El judo lo mantena cerca de la ventanilla que daba hacia la calle, y le segua mostrando sus gneros, pero a Pastillo haca ya rato que haban dejado de interesarle las sedas. La insistencia obsesionante de aquella voz era ya toda su preocupacin. Al
principio le prest escasa atencin, pero cada vez se empeaba en escucharla mejor; se iba adentrando ms en l, a pesar de lo incomprensible y extrao que le resultaba tanto la letra como la msica aquella. Pero de su temblor, de su profundidad tranquila, emanaba una casta delicadeza que lo conmova cada vez ms. Al fin, en un instante dado, cuando el judo comenz a abrir otro arcn de solas, y mientras estaba ocupado en
sacar los gruesos arcos de hierro que lo aseguraban, Pastillo se acerc a la ventana y mir al interior, quedando asomado a ella. A la luz de una lamparilla vio a un anciano envuelto en un manto, y a una muchacha, sentada a sus pies sobre un banquillo, cantando algo de un libro. El anciano deba ser ciego; tena los ojos cerrados y su rostro estaba surcado por un sinfn de arrugas. Algunos cabellos grises de su barba agitbanse sobre su pecho. Al principio no pudo notar
el rostro de la muchacha, inclinada sobre el libro abierto en sus rodillas; vio solamente los pliegues del terciopelo celeste que caan de sus hombros redondos. La luz de la lamparilla, que penda de una gruesa viga sobre su cabeza, irradiaba sobre ella un surtidor luminoso. El brillo de su cabellera resplandeca con el mismo brillo perlado del terciopelo que llevaba sobre los hombros, como si estuviera ntegramente cubierta de gotas de roco. De pronto, volvi la
cabeza, un tanto asustada, como buscando a alguien; todava no haba visto al pintor en la ventanilla, y ste dispuso de un instante para observarla. Una emocin sutil colm su corazn; aparecieron lgrimas en sus ojos y se llen de fervor religioso. Se le antojaba una extraordinaria aparicin, un milagro divino. Poco despus lo miraron dos ojos melanclicos y apagados.
Nunca haba visto en su vida ojos tan tristes. Eran alargados como los de los egipcios, y los prpados descendan temblorosos sobre un par de largas pestaas arqueadas en una expresin de paloma que reclama dolorosa compasin. Pero en su mirada ella no reflejaba compasin alguna; slo una honda tristeza, la tristeza de un dolor desvinculado del mundo. Su frente combada y alta se prolongaba desmesuradamente hacia arriba, como la frente de la Santa Ana de
Leonardo da Vinci. Era tan amplia como la de su padre, pero al descender cada vez ms para ir a perderse en las sienes, hacia atrs, le asignaba la prestancia de un joven y noble ciervo. El hondo dolor y la tristeza incomprensible que expresaba su rostro radicaba especialmente en la expresin de su boca. En realidad, no era una boca, sino un tajo vvido en su cara, extremadamente pequeo, as como si los labios se hubieran confundido y no
fuera sino un pequeo corte. Pero haba all tanto amor y ternura, como si la mano de un maestro lo hubiera retocado cuidadosamente, imprimiendo unos labios como dos ptalos de un botn de flor. Esa boca volva a cerrarse como se cierra una flor salpicada del roco de la noche, tan fresca le pareca; y cuando miraba, le pareca al pintor que la muchacha vea ms con los labios que con los mismos ojos... Pastillo senta que iba invadindole la suave melancola,
la uncin que irradiaba de aquellos ojos y de aquella boca entreabierta. No crea en la realidad de lo que estaba viendo; aquello no poda ser ms que una visin. A la luz de la buja, el brillo de las sedas y de los metales que resplandecan en los ngulos sombros de la habitacin, lo aprisionaban como en una neblina, acometindole una extraa sensacin de embriaguez. Ella no se atemoriz al notar aquel rostro extrao que miraba a
travs de la ventana. No hubo la menor reaccin de asombro en sus pupilas; slo atin a levantarse de su asiento. Pastillo vio cmo su pesada capa de terciopelo le caa de los hombros, oyndose el suave rumor de los encajes. La cabellera ensortijada caa bellamente sobre su vestido, confundindose con el tono del terciopelo. Se levant, y acercndose al anciano, psole sobre el hombro sus manos esculpidas y finas. Luego, repentinamente, desapareci
todo como una ilusin. Ante los ojos del pintor relampaguearon rayos dorados y celestes. V olvise, y vio entonces que el judo a quien compraba los gneros haba echado un corte por encima de la ventanilla, haciendo desaparecer la visin. Damasco legtimo de Florencia dijo, ensendole un gnero bordado en oro y prpura.
Resultaba imposible reconocer que all haba existido alguna vez una puerta con cortinas. La casa permaneca silenciosa. Las pequeas ventanas que se divisaban desde lo alto aparecan hermticamente cerradas detrs de sus gruesas rejas de hierro, de tal modo que el pintor no pudo saber si all dentro an moraba alguien. En la banderilla de hierro que oscilaba sobre el poste pudo reconocer, un tanto borrosas, las insignias de la vieja Castilla; interrogando a los
vecinos que de vez en cuando cruzaban rpidamente la plaza, nada pudo obtener. Los judos parecan temerle y trataban de esquivarlo. Al fin logr saber que al judo que viva en aquella casa lo llamaban "el Mercader de Castilla", era hombre adinerado y representaba a la famosa firma de la rica marrana doa Gracia de Mendoza, madre de los marranos, que se radic finalmente en Constantinopla para extender desde all sus negocios por todos los pases.
Pastillo se encontr una vez ms en la plaza del "ghetto". Deba ser sbado, porque se extra del silencia que reinaba a su alrededor. Todas las casas permanecan cerradas. Raramente se vea cruzar a alguien la plaza o asomarse a alguna ventana. De pronto oy un clamoreo, y luego vio que de distintas casas sacaban a viva fuerza, los inspectores del Papado y los soldados de la Iglesia, a doncellas y adolescentes, llevndolos a un lugar que l
desconoca. Tal hecho produca un coro de lamentaciones y las lgrimas paternales, que parecan ordenar algo en un idioma desconocido para l. Pastillo se qued sorprendido; no daba crdito a sus propios ojos; en la casa de Castilla, donde viva el mercader judo, que siempre encontraba cerrada y desierta, se abri repentinamente la vieja puerta que le era conocida, cuyo umbral descenda en escalones hacia la calle; luego oy un crujir de
terciopelo y apareci la muchacha a quien viera aquella vez por la ventana, llevada por dos alabarderos papales. No pudo ver su rostro, pues iba cubierto con un velo verde, seal de su condicin de doncella juda. Pero s pudo notar cmo inclinaba la cabeza, esa testa pequea y esculpida que emerga del velo como una manzana pequea y lozana. Detrs la segua el judo, que inclinaba tambin la cabeza, sin prestar atencin al pintor, a pesar de haber notado su
presencia. Pastillo sigui los pasos de la muchacha. A la entrada del "ghetto" estaba la iglesia de Sant'Angelo, all donde el portal de entrada al "ghetto" ostentaba, debajo del gran crucifijo, la inscripcin hebraica de la clebre admonicin del profeta Isaas: "Paraschti et iadai kol haiom al am sorer." Aquella iglesia haba sido edificada especialmente para los judos, y un viejo decreto papal los obligaba a concurrir a ella
todos los sbados por la tarde y escuchar los sermones de los sacerdotes cristianos. Pero los judos no cumplieron nunca esta prescripcin. La eludieron por medio del soborno, valindose de unos diez torpes que eximan a los dems de asistir. De esta manera cumpla toda la poblacin con la orden del papa; por otra parte, estas personas se eligieron entre los ms sordos. Como adems les tapaban los odos, evitaban de ese modo la influencia que hubieran
podido ejercer sobre ellos las exhortaciones de los representantes de la Iglesia. En los tiempos de Clemente VII, cuando Salomn Malco[5] estuvo en Roma y aprovech su ascendiente mstico sobre el Pontfice para favorecer a los marranos, caduc definitivamente la vieja ordenanza papal y la Iglesia del "ghetto" permaneci cerrada. Pero al advenimiento del "Papa Amn", como los judos denominaban a Pablo IV , esa
imposicin se renov con mayor rigor. El Papa design sacerdote de aquella Iglesia al judo converso Yosef Mara. Este sacerdote obligaba a todos los judos del "ghetto" a que asistieran regularmente todos los sbados a los oficios divinos. Los judos teman por la juventud, porque Yosef Mara posea grandes facultades oratorias y era considerado el mejor predicador de toda Italia. Los padres de familia, por natural prevencin, ocultaban a
sus hijos y concurran solos a la iglesia. Al tratarse de ellos no poda haber peligro. Pero el sacerdote quiso sobre todo tener en su auditorio a los inocentes corazones y a los odos puros y limpios. Todos los sbados enviaba a los soldados de la Iglesia a los hogares judos, para que trajeran de cualquier modo a los jvenes al templo. Cuando Pastillo entr en la iglesia, siguiendo al mercader de Castilla y su hija, la encontr llena
de mujeres y hombres, doncellas, muchachos y nios, con sus correspondientes "arpa kanfoth"[6]. La iglesia pareca una sinagoga; por todas partes se lean inscripciones hebraicas de frases clebres de los profetas, que predijeron el advenimiento de la fe cristiana. En el extremo oriental haba un tabernculo regiamente esculpido, encima del cual apareca una gran cruz de plata. Grandes velas de cera carmes ardan en un candelabro judo de
plata, colocado delante de la Sagrada Efigie, y Yosef Mara, envuelto en el "taleth"[7], de pie en el altar delante del tabernculo, sosteniendo en una mano el rollo sagrado y en la otra una cruz, hablaba a los sefarditas. Hablbales en su idioma, en castellano, citando captulos de la "Torah"[8] de los profetas, mencionando pasajes del [9] "Midrasch" y del "'Talmud" e intentando demostraciones cabalsticas. Los amenazaba con el
infierno y les prometa el ciclo, describiendo con sombros colores las penurias y sufrimientos del primero, y pintndoles, en cambio, con vividas luces las delicias del paraso. Y dnde est El, vuestro Dios? preguntaba. Y dnde El, vuestro Mesas? Por qu no se hace or? Por qu no da seal de su existencia? Es que sois vosotros inferiores a los dems? Por qu os habis convertido en blanco de la burla y
de la persecucin? Y extendiendo hacia ellos el rollo de la Biblia y la cruz, les rogaba: Venid, venid y colocaos bajo la proteccin que os brindan estos smbolos excelsos! Y sus acentos tenan una resonancia metlica que produca una extraa sensacin de temor que aterrorizaba a sus oyentes. Su mirada era llameante, y su rostro, plido y triste. Cerca de l se encontraba
sentado el notario del Papa con una pluma de pavo real en la mano y un largo rollo de pergamino. Cualquier juda que se acercaba al altar e inclinaba la cabeza, dejndose rociar con el agua bendita, reciba inmediatamente de aqul una credencial que le otorgaba todos los derechos de ciudadano de Roma y lo institua nico heredero de sus padres, devolvindole al mismo tiempo todos sus bienes que se encontraran fuera del "ghetto" y que el Papa haba confiscado.
El primer banco, delante del altar, donde estaba el sacerdote, apareca ocupado pon los diez "batlonim";[10] dos de ellos, Jaime Adoini y Marcos Alfi, los ms tontos del "ghetto", representaban en todas las fiestas y casamientos la "danza de la muerte" y eran los llamados a escuchar la "tojaj"[11]. Tenan tambin la misin de representar a la comunidad juda ante la Iglesia en Roma. Jaime Adoini, de juvenil apariencia, deba tener la mejilla
inflamada a causa de las muelas, pues llevaba la cara casi cubierta con un pedazo de gnero de lana que hubiese podido alcanzar para hacer todo un vestido; como debe suponerse, no se vea ni vestigios de las orejas. La voz del sacerdote, por ms metlica que fuera, no hubiera atravesado su vendaje. Ni an el estampido del can hubiese llegado a sus odos. Su colega, simulando dolor de caliza, atose con una larga toalla, aplicndose unas rodajas de limn, de modo que
a sus odos tampoco poda llegar el sermn del sacerdote. Este enrojeci de clera, baj del altar, se acerc al banco, aproxim la cruz que llevaba en la mano a la cara de los tontos y les oblig a que la miraran. Arranc el trapo de la cara de uno y la toalla de la cabeza del otro y orden que besaran la cruz. Los "tontos" gritaron a su vez tan escandalosamente, quejndose de sus respectivos dolores, que tuvieron que ser expulsados de la iglesia.
Yosef Mara se diriga a los padres de los jvenes con su voz metlica, tratando de infundirles temor. Tened compasin! Tened compasin por vuestros pobres hijos, a los que educis en la vergenza y en el desprecio, injuriados y perseguidos por todos! Dadles la proteccin de esta cruz! rogaba el converso. Pero los jvenes se acurrucaban junto a sus padres, mientras de odo a odo, de padre a
hijo y de madre a hija recorra el murmullo de una sola palabra: "Schmah Israel"[12]. Y era como si esta palabra poseyera un mgico poder. Palpitaban vivamente los corazones. Se oan voces de generaciones pasadas. Aparecan visiones flamgeras ante los ojos. Cuerpos humanos que ardan, grandes ojos horrorizados, voces temblorosas: "Schmah Israel." De pie, jvenes y viejos, grandes y pequeos inclinaban las
cabezas y retumbaban con entonaciones extrahumanas las palabras "Schmah Israel!" Al escuchar esas voces, Yosef Mara se qued enmudecido y atemorizado. Un raro temblor agitbale el pecho, su sangre apresuraba su curso a travs de sus venas y tambin los acompaaba murmurando: "Schmah Israel!" En un ngulo de la iglesia se encontraba Pastillo. Le impresionaba hondamente aquel espectculo, extrao y
sublime a la vez. Admiraba a los nios que inclinaban las cabezas, manteniendo una rigidez tal, que no movan un solo msculo del cuerpo; ningn movimiento, ninguna mirada hacia la cruz que el sacerdote tena en la diestra extendida hacia ellos, la cruz que significaba la salvacin para este mundo y para el otro... No comprenda por qu se empecinaban en repudiar el nuevo credo que pondra fin a todos sus sufrimientos y que era el nico y verdadero. Por qu?... Por qu?
Mirando al mercader de Castilla y a su hija, se le agitaba el corazn. Crey que ella extendera la mano hacia la cruz. Pero no; inclin la cabeza como los dems, y permaneci inmvil, murmurando algo. No pareca ella tan cristiana, tan divina, pura y casta? Acaso no se pareca a la Santa Virgen? No se pareca acaso a aquella santa doncella con quien Dios celebr su alianza? Slo en ese instante pudo
observar su cabeza inclinada, y el dolor, ese dolor inigualable impreso alrededor de su boca infantil. Era como si el dolor del mundo entero hubiera estado vivo en su rostro. Sus ojos parecan el refugio de la tristeza, y en su alta frente airosa brillaba la fe misma. Pastillo sinti el deseo de arrodillarse ante ella, de levantar hacia ella las manos y rogarle: "Santa Mara Pursima, t, alma la ms pura de las almas puras, t, que llevas en ti el dolor
del mundo, ten compasin, ten compasin!..." Desde el instante que la haba visto por primera vez pens servirse de ella para pintar una Santa Mara, la Madre de Dios, tanto se pareca a la Virgen, a aquella ante quien se mostr el Seor, la que deba haber tenido los ojos tristes, y la expresin de un gran dolor en los labios. En su rostro deba estar grabado el grito, el grito ahogado del sufrimiento y de la piedad infinita.
Ante este rostro tendran que arrodillarse las gentes; hacia su imagen extenderan las manos y rogaran, y los ojos divinos infiltraran en los corazones un suave dolor de pasin y un amor puro y silencioso hacia todos, un perdn sin lmites y una honda piedad para todo el mundo, as como ella lo infiltraba en el suyo... Era veneciano en cuerpo y alma. Odiaba a Roma, a la Roma triunfadora, satisfecha y dominante. Odiaba su arte, y ms que todo a
Rafael, su joven dios pintor, que haba ya vencido al mundo cristiano con la belleza de sus cuerpos de mujeres. Oh, Venecia, traficada por los veleros de todos los ros y mares! Oh, Venecia, que parece una visin del cielo, esculpida en mrmol blanco! Oh, Venecia, la ciudad de los templos y palacios que parecen tener alas y agitarse en el aire! Adoraba sobre corlo a los pintores venecianos. Sus maestros eran Tintoretto,
Giorgione, Bellini, y con preferencia el viejo Fray Anglico, cuyas "Sagradas Madres" vio en Florencia, el mismo Fray Anglico que haca descender del cielo las figuras inefables, vistindolas de infantil inocencia. Pero Roma fue conquistada por Rafael, que cruz la tierra como un relmpago. Toda Roma, todo el mundo cristiano se arrodillaba para rezar ante sus madonas, pintarlas segn el modelo de su amada, la hija del panadero. Someti y
esclaviz a su pincel y a su paleta a todos los artistas que vinieron despus de l. Toda madona deba parecerse a la amada de Rafael, la hija del panadero de Roma; en caso de no ser as, no tena ninguna probabilidad de ser aceptada en la Iglesia, y el artista mora en la mayor indigencia. Pero Pastillo, como otros artistas jvenes, ya levantaba entonces la protesta contra el dominio de Rafael. No, se deca: la mujer que Dios eligi para que
revelara el dolor del Universo no deba poseer solamente la belleza humana perfecta y el incomparable amor materno, no; esa mujer deba ser ms profunda, deba trocar el amor materno en un ideal ms elevado, en un amor infinito hacia toda la humanidad. Su rostro debera poseer una belleza mstica tal, que al mirarla nos hiciera olvidar la belleza del amor terreno y nos anegara en un amor elevado, extrahumano, incomprensible e infinito...
Y todo eso lo expresaba el aspecto de la muchacha juda, la hija del mercader de Castilla. En su rostro vea el pintor aquella misteriosa belleza que le descubra lo ms ntimo de un mundo que tanto tiempo vena anhelando. El rebao rogara ante ella con mayor uncin; rogaranle con otras invocaciones, con corazones puros y no para mendigar un poco de felicidad humana, como se haca con la madona de Rafael. Sera una oracin distinta, completamente
distinta, despojada de todo anhelo personal, de toda pequea felicidad. Las gentes pondran en esa oracin todas las ansias de una emancipacin ms elevada, de una felicidad casi inasible. Pero cmo? Cmo podra l, tan buen cristiano, servirse de la hija de un hereje para lograr una concepcin semejante a la Madre de Dios? Cmo podran arrodillarse los verdaderos cristianos ante una imagen inspirada en el rostro de una hereje?
Sbitamente record la leyenda de Cristo; entonces se pregunt: Acaso Dios mismo no ungi con su divina predileccin a una hija de este pueblo? Ella misma, la eterna virginidad, la Madre de Dios, no perteneca acaso a este pueblo? Aqu reside lo incomparable, lo elevado y lo mstico que posee este pueblo elegido de Dios, para que de l salga la salvacin del mundo. Esperaba al padre y a la hija
en el atrio de la iglesia, de modo que, cuando salieron, el pintor se puso de rodillas ante ella. Oh, madona! T, que tienes un rostro que inspira fe y ternura en el corazn humano, no tienes el derecho de guardarlo slo para ti. Dios te lo ha dado para que despiertes en las gentes el sentimiento de la belleza inmarcesible. Quiero tomarte de modelo para la Santa Virgen destinada a la Iglesia del Sagrado Corazn. Las gentes vern tu rostro,
se arrodillarn y rogarn con el corazn purificado. Oh, madona! Djame crear la obra de Dios, para gloria y santidad de su nombre! La muchacha callaba e inclinaba la cabeza, as como lo habra hecho en la Iglesia ante el sacerdote; lo escuchaba con temeroso respeto; despus, a paso menudo, se alej siguiendo a su padre. El pintor permaneci arrodillado sobre una sola pierna
en el mismo lugar.
sobre todo a los de Italia. Haca ya muchos aos que los marranos de Portugal y Espaa haban abandonado sus hogares, envueltos en fuego y en sangre, para dirigirse a las amadas y libres Repblicas de Italia, donde en aquellos tiempos reinaba el espritu de progreso, de cultura y de humanidad. Los Papas Clemente II, Pablo III y Julio III, permitieron a los marranos fugitivos de la Inquisicin, volver abiertamente al judasmo, adoptar nuevamente sus
nombres judos, y hacer vida judaica. En la libre Repblica de Venecia fueron recibidos con los brazos abiertos. Iniciaron all las relaciones comerciales con sus hermanos que se encontraban en los pases del Sultn, contribuyendo as al desarrollo y enriquecimiento de la Repblica. Enviando a estas Repblicas, y queriendo atraer a los marranos de Venecia a sus pases, para enriquecer, por su intermedio, sus puertos con el comercio de Oriente,
los ducados de Ferrara les aseguraban una infinidad de derechos, permitindoles edificar sinagogas, instalar imprentas judas hecho que significaba en aquellos tiempos el exponente ms avanzado de la tolerancia religiosa y dar a sus hijos la educacin de sus padres. En Ferrara, aquel paraso en miniatura, donde los duques congregaban a su alrededor poetas y pintores y en cuyas residencias se discuta ms
sobre Virgilio y Dante que sobre asuntos de Estado, desempeaban los marranos el papel ms importante. Eran los ministros de Comercio y finanzas y ocupaban los ms altos puestos en la vida social y poltica. En el ao 1543, Pablo III, por delacin de Yosef Mara, hizo quemar pblicamente en Roma todos los libros judos, exceptuando el "Zohar"[13]. Por esta razn, los judos de Roma y de otras ciudades de Italia enviaron clandestinamente sus libros sagrados a Ferrara y
Ravena, a fin de que los marranos los guardaran debidamente, e impidieran su desaparicin. Pero durante el dominio de Pablo IV , termin todo; por un decreto privado, todos los marranos del puerto de Ancona fueron arrojados a los stanos inquisitoriales de tormento. Muchos de ellos eran sbditos turcos que haban venido por un corto tiempo a negociar en Ancona. Algunos de ellos se salvaron a ltimo momento, huyendo a los otros pequeos
ducados de Italia, fuera de la jurisdiccin del Papa. Pero la mayora muri bajo la barbarie de los inquisidores, muchos fueron enviados a las islas, y veintisis sufrieron pblicamente el tormento de la hoguera. Podra decirse que ste fue el primer fuego que encendi la Inquisicin en tierra de Italia, y provoc el pnico, tanto entre los judos como entre los marranos. En la casa de don Jos Pinsi, el mercader de Castilla, como se le
llamaba en el "ghetto", los marranos se reunan ocultamente, para orar y hacerse mutuas consultas. A los judos tambin, a pesar de no haberles sido prohibido an profesar la fe judaica, les clausuraron todas las sinagogas, dejndoles abierta una sola; comenzaron entonces, tanto ellos como los marranos, a usar un viejo sistema que haban practicado en Espaa y Portugal: el de reunirse en stanos secretos para cumplir los oficios divinos y realizar all sus
asambleas. Jos Pinsi era en Roma representante de doa Gracia de Mendoza, la que ya entonces, con su yerno Jos Nasi y otros judos y marranos, que contaban en total unos quinientos, haban huido de Ferrara a Constantinopla para colocarse ellos mismos y colocar sus riquezas bajo la proteccin del Sultn. Muchos de sus bienes fueron confiscados por el rey de Francia, por el Papa y por otros pequeos reinos, a quienes doa Gracia
facilitaba dinero prestado. A pesar de eso, segua manteniendo comercio clandestino con los puertos de Italia, adonde enviaba sus barcos cargados de mercancas de Constantinopla, en combinacin con los agentes que tena en todas partes. Estos eran al propio tiempo los embajadores de los marranos; tenan a doa Gracia siempre informada de las cuestiones pertinentes y facilitaban la huida de los perseguidos hasta ponerlos en las tierras del Sultn.
En el stano profundo y abovedado donde encontramos por primera vez al pintor, se encontraban reunidos los judos de Roma. Era una noche de verano, despus de un da bochornoso, y casi toda la poblacin de Roma descansaba a orillas del Tber. Las callejuelas, oscuras y tortuosas, eran como negras fauces, y las casas, altas y silenciosas, semejaban sombras gigantescas animadas de extraos movimientos.
Por las callejuelas del "ghetto" se deslizaban junto a las paredes sombras solitarias, que desaparecan por una entrada secreta que conduca al stano de Jos Pinsi. El stano estaba alumbrado nico lugar que se encontraba as en toda Roma. En un gran candelabro de plata ardan lamparillas de aceite. Junto a las negras paredes, aqu y all, se agrupaban sombras de jvenes y viejos que cuchicheaban entre s.
Sus abrigos y sombreros negros proyectaban sombras espectrales sobre los muros del stano. De pronto todo qued en silencio, mientras la reunin se concentraba en un mismo lugar. Cuando poco despus se abri una puerta, apareci el viejo judo ciego, cuyos ojos muertos brillaban, no obstante, en sus amplias rbitas con tal destello de vida, como si vieran, no las vanidades de este mundo, sino la verdadera luz de un mundo justiciero... Llegaba
conducido por la muchacha, por la hija del mercader de Castilla. El nombre de ella era Ifatah. Pero, en realidad, no era hija de aquel comerciante, sino nieta del anciano ciego, que se llamaba Reb Jacob Mediga, de la familia de los Abarbanel; se consideraba como miembro de aquella familia y as tambin lo consideraban los marranos y los judos de Roma. Su autoridad era reconocida por todos los judos espaoles de aquella ciudad. Su familia habase perdido
a causa de sus continuas peregrinaciones por el mundo. Muchos de los suyos haban sido secuestrados en el mar por los piratas y vendidos como esclavos; muchos nios haban sido cristianizados a viva fuerza y contra la voluntad de sus padres. De toda la familia slo quedaba, pues, el anciano con su nieta, que vivan en la casa de Jos Pinsi, el agente de la rica doa Gracia. Con el ciego entraron dos emisarios enviados a los judos de Roma, uno de ellos
huido de Ancona, y el segundo, de Constantinopla. En realidad este ltimo era un enviado del Sultn Solimn ante el Papa, y llevaba la misin de interceder por los sbditos turcos. Sin embargo, llevaba tambin una misin clandestina de la opulenta doa Gracia ante los judos de Roma. En el stano rein un profundo silencio, y slo se oa el chisporroteo de las mechas. Inmviles quedaron tambin las sombras sobre las paredes, como
inmviles los cuerpos de los judos en el stano. El viejo Reb Jacob se arrellan en una honda poltrona. Y, como de costumbre entre los judos de Espaa y los marranos, desfilaron ante el patriarca y le besaron la mano, uno despus de otro. El anciano colocaba la diestra sobre sus cabezas, y, murmurando algo, los bendeca. Despus se acerc el dueo del stano, don Jos Pinsi, a un lugar secreto, y dio repetidos golpes en la pared que comunicaba con la calle. Afuera
estaban haciendo de centinelas, en todas las esquinas, algunos jvenes marranos que deban tener cuidado de los inspectores de la Inquisicin. Ellos le contestaron, por medio de una seal convenida, que todo estaba tranquilo. Corri una cortina disimulada hasta entonces, y apareci el tabernculo; los asistentes comenzaron la oracin de "Marev".[14] Todos callaban; slo se oa el murmullo del cantor a quien los dems seguan palabra por palabra.
Al terminar la "Schmonah [15] Asarah" el anciano extendi la mano en seal de que se guardara silencio. Todos enmudecieron. El enviado de Ancona se puso entonces de pie, se acerc al tabernculo y comenz a contar lo que all ocurra. Contaba cmo un sbado por la tarde, inesperadamente, tomaron por asalto las sinagogas y arrastraron a todos los marranos con sus mujeres e hijos a los stanos de la Inquisicin, donde
fueron torturados en las formas ms atroces. Los haban amarrado a grandes ruedas trituradoras. Muchos perecieron en estas torturas; los sobrevivientes haban tenido la fe cristiana. As fueron esposados y mandados a la isla de Malta; pero veintisis que se mantuvieron firmes en la creencia de sus padres fueron llevados, al son de cnticos religiosos y bajo los estandartes de la Iglesia, hacia las hogueras que los esperaban en la plaza de la ciudad. La vieja doa
Maiara infundales fidelidad y valenta en su credo con la exaltada vehemencia de su "Schmah Israel", y as fueron todos quemados. Un silencio religioso reinaba en el stano; cada cual, con la cabeza gacha sobre el pecho, se imaginaba el momento en que le llegara su turno... De pronto, levantose el viejo Reb Jacob, estir sus delgadas manos, como si viera a alguien, y con voz trmula exclam: Consagrados a Dios!
Consagrados a Dios! Todos contestaron a la vez: Consagrados a Dios! De mltiples bocas se oa: Exaltado y santificado sea el nombre de Dios! Exaltado y santificado sea! Cuando volvi a reinar el silencio, levantose el enviado de Constantinopla y dijo: Respecto a los marranos desterrados a Malta, puedo comunicarles que todos se encuentran actualmente bajo la
proteccin del bondadoso Sultn Solimn, bendito sea su nombre, y sirven al nico Dios existente, sin que nadie pueda impedirles. Y cmo? Cmo? preguntaron algunas voces. La bondadosa dama doa Gracia de Mendoza, joya para nuestro pueblo, con su yerno el generoso duque don Jos Nasi, llegaron a presencia del Sultn y se arrojaron a sus pies, solicitando compasin para sus hermanos. El Sultn atendi su solicitud,
conmovido por sus lgrimas, y as pudo ella enviar uno de sus buques y embarcar a todos los marranos de la Isla con destino a la capital de su gran Imperio. El nombre de Dios sea loado en todas partes y por siempre! exclam el anciano, levantando las manos al cielo. Todos contestaron: Amn! Y yo he sido enviado a vosotros por la bondadosa duquesa Gracia y por el duque don Jos
Nasi, para advertiros que ninguno de vosotros debe anclar sus barcos en Ancona. Que nadie venda all sus mercaderas. Entre el principado de Ravena, enemigo del Papa y amigo de los marranas, y los judos de las tierras del Sultn, se ha pactado para siempre que, desde hoy en adelante, todos los barcos que lleguen de Oriente eviten el puerto de Ancona y tiren anclas en Ravena. Que Psaro, el puerto de Ravena, se haga el centro del comercio judo. Que all proyecten
su sombra las velas de los barcos de Oriente y, bajo su refugio, descansen en paz los marranos. Despus de l, levantose nuevamente el anciano, dirigindose a los asistentes: Hijos de Israel: por la memoria de los sacrificados y purificados, od el verbo divino; od a vuestro Dios. En nombre de los sacrificados, en nombre de la sangre juda que fue derramada y de los huesos judos que fueron devorados por el fuego, declaro la
excomunin flamgera de Ancona, el pas enemigo regado por la sangre de nuestros hermanos. Maldito ser aquel que anclare sus buques en los puertos del Papa. Maldito aquel que ofreciere el pan a nuestro enemigo, aquel que ayudare su comercio y que enriqueciere su tierra. Desierta y olvidada quede Ancona sobre la faz de la Tierra. Excomulgada sea! Excomulgada sea! Y un murmullo circul por toda la reunin:
Excomulgada sea! Excomulgada sea! No duerme ni descansa el protector de Israel deca Reb Jacob, y sus manos temblaban. Dios tuvo piedad de su pueblo y le envi un Salvador y un defensor en la persona del Sultn Solimn. Que Dios lo fortifique ante sus enemigos! Oh! No se derramar ya ms en vano la sangre juda en Italia. Ya no ardern ms los cuerpos de inocentes judos en las hogueras. Dios est junto a nosotros
de da y de noche. Y en cada generacin nos enva su Salvador. Digamos nuestra alabanza a Dios por la justicia que nos otorga. Nadie saba lo que el anciano Jacob quiso expresar con estas palabras, pero entendieron que algo importante haba sucedido. Entonces levantaron sus manos al ciclo, como l lo haca, y agradecieron a Dios. Al da siguiente, todos los judos de Roma, en la misma forma que los propios romanos, se quedaron sorprendidos,
asombrados por las noticias que recorran toda la ciudad. Un enviado especial haba manifestado al Papa, en nombre de su Majestad Solimn, que los marranos de Italia haban sido declarados por su voluntad sbditos turcos, y que por cada marrano que lucra torturado en los stanos de la Inquisicin, ordenara el Sultn torturar a un cristiano, y por cada marrano que fuera quemado en las hogueras de Italia, se hara lo mismo con un cristiano, ante su
propio palacio. A raz de esa gestin se abrieron los stanos de la Inquisicin y todos los marranos, sbditos turcos, fueron puestos en libertad por orden del Papa.
su fanatismo y el poder de las torturas inquisitoriales, mantuviese el poder papal, que comenzaba a debilitarse sensiblemente, debido a la enorme influencia de los reformadores, Lutero en Alemania, y Calvino en Ginebra. Pablo IV , al sentirse ya demasiado dbil para ahogar el movimiento protestante, que se desarrollaba inconteniblemente en toda Alemania, arroj los dardos de su clera contra los herejes de su reino; contra los judos, los moros y
los marranos. En la cmara de su templo, arreglado a lo jesutico, arriba, por encima de los departamentos del Vaticano, sentada en un asiento duro, la alta figura del Papa se mostraba sumida en melanclica congoja. Su rostro, surcado profundamente de arrugas, semejaba un mar revuelto. La spera pelambre de su tupida y blanca barba se mova con una rigidez de alambre, pero entre las arrugas de su cara y por debajo de
las pesadas cejas que casi cubran los prpados, asomaba un par de pequeos ojos celestes, casi infantiles, mortecinos e inmviles como dos ascuas a punto de extinguirse. Desde cundo se rige el trono de Pedro por la voluntad del Sultn y los herejes? preguntbale el Papa al menudo y tranquilo cardenal Alejandro Farnesio, quien diriga la poltica externa del Vaticano. El judo Jos Nasi se gan
la simpata del Sultn, y es ahora su consejero. Nosotros, a la ver, debemos ganar su amistad. El fuego de Ancona nos cost el comercio con el Oriente repeta quedamente el cardenal. El Sultn podr acaso ordenar al representante de Cristo cmo tiene que conducirse con los reformadores y enemigos del cristianismo? volvi a preguntar el Papa. Roma no es tan slo la sede de la Iglesia cristiana; lo es tambin
del reino romano. Los otros reinos de Italia se enriquecieron con el comercio de Oriente, gracias a los judos. Venecia, Ferrara y Ravena conquistaron la amistad de los consejeros judos del Sultn. Y hasta Espaa, la ms acrrima enemiga de los judos, trata ahora de relacionarse con el ministro judo Jos Nasi, y ha ordenado a su Embajador en Constantinopla que entre en tratos secretos con l. As nos comunican de fuente fidedigna. El Papa, al or la palabra
Espaa, mont en clera; su cara enrojeci y sus ojos perdieron su quietud, porque por poco que quisiera a los judos y marranos, odiaba mucho ms a los espaoles, que le conducan incesantemente a la guerra. Mostrar al Sultn de todos los musulmanes, a los judos, espaoles y otros reformadores, que en Roma se encuentra todava el representante de Cristo exclam el Papa, incorporndose. Ve y llmame a mi primo, el
Gobernador de Roma. En la noche, cuando el cardenal Farnesio asista a la cena que ofreca la famosa cortesana Imperio, festejando un gran acontecimiento, es decir, el hecho de que su papagayo africano haba aprendido a declamar unos versos de Virgilio, entr en la villa junto al Tber, en el momento de los bailes de adolescentes y doncellas, desnudos, un hombre enmascarado, que solicit hablar con el cardenal. Y cuando ste le pregunt lo que
quera, el desconocido le dijo al odo: El Papa acaba de ordenar al Gobernador de Roma que incendie el "ghetto" por los cuatro costados, y que cuide que ningn judo se salve del fuego. El cardenal, palideciendo, pregunt: Cmo lo sabes? Soy de la casa del cardenal de Venecia le contest el desconocido. El cardenal no hizo ms
preguntas, pues bien saba que el cardenal de Venecia estaba mejor que nadie informado de todos los secretos, y que no slo era representante de la Iglesia, sino, ante todo, Embajador de la Repblica de Venecia. Y por otra parte, saba que los sabuesos de quienes se serva el cardenal saban antes y mejor que los mismos cardenales lo que suceda en el Palacio del Papa; por lo tanto, poda confiar en sus palabras. No s quin eres, joven,
pero lo cierto es que has favorecido en mucho a la Iglesia con tu mensaje le dijo. Recibe mi agradecimiento. Un favor con otro favor se paga; quiero que en cambio me enteris de todos los males que amenazan al "ghetto" de Roma. Cmo? Un amigo de los judos? No, un amigo de la Iglesia! El joven se retir la mscara, y el cardenal reconoci al pintor Pastillo.
Pastillo, el pintor de Venecia! exclam asombrado el cardenal. Qu tienes que hacer t en el "ghetto"? All se extravi m corazn! Y el ojo vigila siempre all donde el corazn descansa! afirm sonriendo el cardenal. Y sin importarle nada que la bella Imperio coqueteara con sus ojos de zafiro sin par, segn se afirmaba en todo el reino de Italia, invit al joven para que se quedara
hasta el momento en que su papagayo fuera introducido en una jaula de oro, y declamara a Virgilio, luego se excus de tener que retirarse, porque comprendi que la vida de miles de almas era ms importante que el papagayo. A pesar de que no lo hizo por los miles de almas, ni tampoco en homenaje a la fe cristiana, y slo contemplando los intereses bastardos de la Iglesia. Despus de media hora yaca a los pies del Papa, en su dormitorio,
rogndole: Santo Padre, la Iglesia est en peligro. De Alemania recibimos noticias de que las teoras herejes de Lutero, el reformador, se propagan por el pas como una epidemia. Tambin Inglaterra se nos va de las manos. En Francia se divulgan las ideas ateas. Incendian pblicamente en las plazas las bulas del Papa. La silla de San Pedro tambalea. Los reformadores ganan cada vez ms adeptos. Y ahora, si llegara a saberse en todo
el mundo que han perecido quemadas miles de personas, nadie dudar de que el autor de esas muertes fue el Vaticano, y como los judos tienen en todas partes sus agentes, y en todas las cortes hay mdicos y financistas judos, aprovecharn la coyuntura para luchar contra la Iglesia, y esto dar ms nimo a los reformadores en sus ataques contra la iglesia y nos restarn pueblos enteros. El Papa cerr lentamente los prpados, como si se durmiera, y
call. En un rincn, cerca de la puerta, estaba el Gobernador de Roma con el decreto en la mano, esperando la refrendacin del Santo Padre. Y cunto te pagaron los judos para que hagas esta gestin? pregunt finalmente el Papa. El cardenal call un momento; se levant de su sitio, se persign y dijo: Dios es testigo de que lo hago slo en inters de la Iglesia.
Inventad para los judos toda clase de torturas. Pero castigadlos de modo que no sea la mano de la Iglesia. Los judos se han conquistado al Sultn. Reyes y prncipes buscan su amistad. Estn dispersos por todo el mundo y pueden ser una gran ayuda para nuestros enemigos. Que los reyes y prncipes busquen la amistad del judo y del Sultn, pero eso no lo har nunca el Papa de la fe cristiana; con los enemigos de
Cristo no tengo nada que ver afirm el Papa con tono enrgico. El Gobernador de Roma intercedi entonces: Santo Padre, si no podis castigarlos con fuego, hacedlo con agua. Qu quieres decir con ello? pregunt el Papa. El Gobernador mir al cardenal. El Papa hizo una sea con la mano, y el cardenal sali del aposento del Santo Padre,
dejndolo a solas con el Gobernador. Las aguas del Tber salen todos los aos de su lecho e inundan el "ghetto" dijo el Gobernador, y cuando vos obligasteis a los judos a que levantaran los muros, ellos aprovecharon en una forma tan inteligente, que aseguraron las orillas del ro haciendo altas murallas para que el agua del Tber no penetre en sus viviendas. En setiembre esperamos una nueva
inundacin del Tber; ordenad, y nosotros desharemos secretamente las fuertes barreras, y cuando las aguas alcancen su ms alto nivel, se introducirn en el "ghetto" e inundarn todo lo que se encuentra en aquellos stanos aadi el Gobernador con voz apagada. Y t orden el Papa pon en guardia a mis fieles soldados alemanes y suizos, para que no permitan, hasta despus de veinticuatro horas de la inundacin, que ninguna alma abandone el
"ghetto". Seris obedecido e inclinose ante Su Santidad. Y ahora, llmame a ese Judas, el cardenal. Cuando el cardenal Farnesio hubo entrado, el Papa le dijo con voz melosa, levantando los ojos al cielo. No por amor a los infieles lo hemos hecho, ni por la necesidad material de nuestra vida en este mundo, sino slo por la Santa Iglesia, que nos ensea a amar a nuestros enemigos.
Y al decir estas palabras, el Santo Padre tom el decreto de manos del Gobernador y lo ech al fuego del hogar. Pero el cardenal descubri en el fondo de los celestes ojos del Papa una centella oculta.
CAPITULO V LA INUNDACION
El 15 de setiembre de 1557 Roma despert con la sensacional noticia de que las aguas del Tber haban inundado el "ghetto". La poblacin de Roma, fiel a la tradicin de sus juegos y exaltaciones, abandon sus labores cotidianas y, presurosa, baj en masa al lugar del siniestro con un entusiasmo desenfrenado,
impaciente por presenciar el gran juego donde miles de personas estaran luchando con la muerte. Las callejuelas estrechas y tortuosas de los alrededores del "ghetto", se encontraban hacia horas atestadas de muchedumbre que iba y vena entusiasta de contemplar el espectculo; todas las gentes estaban acaloradas, con caras sudorosas, ojos brillantes y sonrientes, comunicndose unas a otras la gran noticia. El Papa prohibi abrir las puertas del
"ghetto" hasta que el agua cubriese la plaza de Judea, exceptuando a aquellos que extendiesen las manos hacia la cruz y quisieran colocarse bajo las alas protectoras de la Iglesia, para gloria de la Iglesia y regocijo de los cristianos. Los respetables patricios romanos iban vestidos con ricas tnicas de color, envueltos en mantos de terciopelo celeste, acompaados de una infinidad de sirvientes y esclavos, que llevaban almohadones para que sus amos se
acomodasen sobre los muros del "ghetto"; para colmo del boato, llevaban tambin los ms ricos tapices, y aun sombrillas para preservarse de los rayos solares. Canastos con frutos, vinos, dulces y confites llevaban tras de ellos para refrescarse mientras presenciaban el gran juego. Iban tambin jornaleros, semidesnudos y descalzos, que llevaban sus hijos sobre sus cabezas, con semblantes esculidos de hambre y ojos afiebrados de sed, vidos de juego,
de diversiones y de emociones excitantes... Iban tambin mozos de labranza, soldados suizos que servan en el ejrcito del Papa, con sus vestimentas fantsticas, pantalones coloreados, y cada pie envuelto en un pao distinto. Iban frailes de distintas rdenes, franciscanos, dominicos, en sus hbitos pesados y grises, con las capas tiradas por encima de la cabeza, descalzos; grupos de monjas vestidas de negro, en procesin, llevando los estandartes
de la Iglesia y entonando cantos religiosos. Tambin iban, prostitutas, las ms bellas cortesanas de Roma, universalmente reconocidas, y las hermosas mantenidas de la aristocracia romana; los sirvientes llevaban, delante de ellas, loros en jaulas de oro, que acreditaban su profesin, constituyendo para ellas un orgullo mostrarse en pblico con tales atributos... Iban acompaadas por un cortejo de jvenes hombres y mujeres ricamente
vestidos el orgullo de Roma. Estos eran los rendidos admiradores de su belleza, prisioneros de sus atractivos, el botn de su victoria; cuanto ms numeroso era el cortejo de sus enamorados, tanto ms orgullosa e imponente balancebase la cortesana en el silln, sobre los hombros de sus esclavos... Como un torrente de distintos colores que arde en una fantstica puesta de sol, aflua todo aquello para presenciar la inundacin.
Los muros del "ghetto" estaban invadidos ya por gentes de distinta clase, sexo y edad. Algunos esclavos rean para conseguir la mejor ubicacin para sus amos; otros desplegaban los ms ricos tapices y almohadones de distintos colores sobre los anchos muros, para mayor comodidad de sus seores y amas, los dueos de sus vidas y muertes. Los muros del "ghetto" desaparecan debajo de los distintos colores de gneros, sedas, terciopelos multicolores con los
que se adornaba la aristocracia romana, concurriendo con su profunda opulencia a las puertas del barrio judo... Se agitaban al sol los diseos y paisajes de los ms caros tapices orientales, con dibujos de diversas frutas y animales. Ruga como el oleaje furioso de un ro desbordado la gente del pueblo que se enracimaba sobre los muros, y, de vez en cuando, estallaba un trueno de risas y alegres exclamaciones que traducan el entusiasmo por el gran juego. Era la
danza de la muerte de hombres agonizantes, la que se presentaba ante su vista, en el interior del "ghetto"... Aquella danza de la muerte se inici as: de noche, oyeron los que, debido a la escasez del lugar habitaban los stanos del "ghetto", un salvaje rugir y golpear en las paredes de sus viviendas, como si un enemigo pugnase por llegar hasta ellos. Los habitantes del "ghetto" como ya se ha dicho, obligados por prohibicin del Papa a no
ensanchar los muros, se vean en la premiosa necesidad de buscarse un lugar donde vivir; entonces cavaron cuevas como las vizcachas, haciendo subterrneamente sus viviendas. Los habitantes de los stanos saban ya lo que significaban aquellos extraos ruidos en las paredes de sus viviendas, y quin era el enemigo que avanzaba contra ellos. Bajaron de sus lechos como sorprendidos por un incendio, se llevaron a sus nios, a sus enfermos y ancianos, y
quien poda y an tena tiempo, llev consigo lo que tena a mano, aprestndose a subir a lo alto de las construcciones. Por medio de golpes en las pared, se comunicaban unos a otros que se acercaba un enemigo rpido y poderoso: "El agua llega!". Esta exclamacin, "El agua llega!", se transmiti como un fruido terrorfico, de una casa a otra, y despert de su profundo sueo a todos los habitantes del "ghetto". Pero el agua llegaba an ms
rpidamente que el miedo. Los abrazaba ms rpidamente que el fuego. De pronto vieron que el agua comenz a cubrir la planta bala de las casas; algunos se hundieron con sus camas y dems enseres domsticos antes que atinasen a huir. El suelo hmedo comenz a hundirse bajo sus pies. Pareca como si la tierra desapareciese tras los pasos de los desesperados. El nivel del agua suba bruscamente, aumentando ms y ms su profundidad en una forma terrible...
Cuando los judos vieron que el agua creca sin pausa y sin tregua, corrieron en masa clamando socorro, llevando sobre los hombros a los nios y ancianos, y pequeas bolsas con lo poco que podan salvar de sus bienes, dirigindose a las salidas del "ghetto". Pero intiles fueron los ruegos e intiles los golpes en las puertas. Afuera slo se oan los pasos silenciosos de los centinelas que vigilaban la entrada, armados de alabardas y caminando de un
lado para otro. En nombre de Dios, abridnos las puertas, que nos ahogamos! gritaban, golpeando. No tenemos orden para hacerlo contestaban las voces de afuera, y volvan a orse pasos tranquilos. La gente anciana lo tomaba por bien, y esperaba un milagro; fueron los primeros en ponerse a salvo en los altillos de las casas; en los jvenes, la vida en flor y la sangre nueva los acuciaba en procura de
salvacin y buscaban un lugar donde pudieran substraerse al peligro; muchos de ellos lograron salvarse momentneamente trepndose a los muros, pero inmediatamente aparecieron los guardianes y les golpearon las manos con las alabardas, obligndoles a descender. Entonces no les qued otro recurso que subir a lo alto de las casas, esperando el milagro de su salvacin. Cuando la poblacin romana acuda, agolpndose alrededor de
los muros, se encontr con que el agua dominaba ya majestuosamente la superficie del recinto. La plaza de Judea estaba totalmente cubierta; slo el canto de la fuente emerga an en medio de ella. Y en la Piaza di Temple tampoco se vea nada, pero el agua chocaba contra las macizas paredes de las casas, cuyas puertas y ventanas se hallaban hermticamente cerradas, buscando alguna grieta o hendidura por donde hacer irrupcin. En las ventanas ms altas de las casas, en los techos
y puentes que comunicaban una casa con otra, en todas las aberturas aparecan gentes de rostro despavorido, extendidas en alto las manos exanges. Uno empujaba al otro, una cabeza se ergua sobre la otra, un rostro se asomaba encima de otro, y las manos se alzaban unas por encima de otras, implorando socorro a los espectadores. Algunas madres levantaron sus criaturas por encima de sus cabezas, mostrndolas a travs de las ventanas para que los romanos
salvasen por lo menos a sus hijos. Los jvenes cedieron sus lugares en las ventanas a los viejos, que solicitaban quejumbrosamente ayuda a los que los observaban desde los muros. Pero el ruego de los ancianos, las lgrimas de las madres y los ojos atemorizados de las criaturas provocaban cada vez ms la algazara, el desenfreno y la libre diversin, aumentando a su vez ms y ms el desprecio y la burla. Enseadles la cruz! Que se
prosternen! Que la besen! Los frailes, dominicos y franciscanos levantaban en todas partes sus cruces, mostrndolas ante los rostros asomados a las ventanas. En el otro extremo, un grupo de monjas exhibi un cuadro sagrado, hacindoles entender por medio de seales que solo su Dios, Jesucristo, era el que poda ayudarlos. Pero apenas vieron los judos las cruces, los cuadros sagrados y los estandartes, tornaron las
cabezas, los ancianos cerraron los ojos y se cubrieron los rostros con las manos para no ver; las mujeres escondieron de nuevo a sus hijos y los envolvieron en sus tnicas, para que no viesen los dioses ajenos. Pueblo terco! Cmo cierra los ojos ante las insignias de Dios! Cun enceguecido est, como dicen las Santas Escrituras! referale un fraile a otro. Todo eso lo hace Satans, que no les deja ver el Divino Rostro. Desde la hora en que
torturaron a nuestro Seor, Satans se les meti en el alma, por eso cuando ven Su Efigie, llora en ellos el ngel maligno y no les permite mirarle. Esto se debe a que los maldijo Santa Mara, cuando descendieron a su Hijo de la cruz. Al ver las heridas de sus manos, lanz su maldicin para que jams les fuera dado mirar su rostro bienaventurado. El sol los tortura y ellos no pueden fijar sus ojos en El sin avergonzarse.
Habra que echarlos al agua! Ahogarlos como ratas! Como ratas! Como ratas! gritaba el populacho, excitndose cada vez ms. No les bastaba solazarse en el terror de sus vctimas sitiadas en los techos y torres del "ghetto" y en las ventanas de las casas. Queran verlas luchar realmente con la muerte. Se impacientaban con la montona corriente de agua; an no haban visto ahogarse a nadie. Arrojadlos de los techos!.
Como a las ratas, como a las ratas! segua gritando el pueblo. Pero su sed aviesa no tard mucho en calmarse; desde los stanos abiertos y de los subterrneos comenz el agua a arrastrar los enseres; sobre las aguas flotaban mesas, sillas, cajones de mercaderas, trozos de telas, libros y jirones de pergaminos y otros utensilios, animales y aves domsticas ahogadas. El pueblo, en expectativa, se exaltaba, y cada
mueble, cada vestido u otro objeto que apareca sobre el agua provocaba de nuevo el vocero y las manifestaciones de loca alegra. Pronto aparecieron tambin cuerpos humanos, de nios y ancianos; la visin de los cadveres hizo arder la sangre del pueblo romano. Por encima de los muros se oa tanto gritero, exclamaciones tales, como si el pueblo tuviera ante s a su salvador, a su hroe, o a su libertador. El mar de faran! Dios ha
lanzado sobre los judos el mar de faran! Lleg el da de la venganza divina contra sus enemigos! deca otro. Viva el Santo Padre, Pablo IV , el fiel servidor de Dios, que cuida de su prestigio! La sangre de Dios ha sido vengada! Aqu y all, monjes y frailes se arrodillaron, levantando los ojos al ciclo, y rezaron rogando por las pobres almas que se iban, para que
Dios tuviese compasin de ellas y les permitiese la entrada en el reino de los cielos. Despus extendieron las cruces sobre el agua donde flotaban los cuerpos. A lo lejos se oa el montono doblar de las campanas de la Iglesia; el pueblo inclin rpidamente la cabeza, las monjas se arrodillaron y entonaron cantos religiosos. En un instante dado apareci sobre los muros, en una silla de mano, el Santo Padre, vestido de
rojo, acompaado de un gran cortejo de cardenales y otros altos funcionarios de la Iglesia. Sobre la muralla haba sido especialmente engalanado de brocados y otras telas riqusimas, un sitial para que el Santo Padre pudiese contemplar cmodamente el espectculo. El pueblo call a la sola mirada del Papa, y todos esperaron agitada y curiosamente lo que iba a suceder. Los judos encaramados en las torres, en las ventanas y en las puertas,
viendo al Santo Pontfice, comenzaron a gritar y llorar desesperadamente, sacaron por las ventanillas los rollos de la ley; las madres le ensearon sus criaturas y comenzaron a rogarle: En nombre de Dios, slvanos, slvanos! Abrid las puertas! Nos estamos ahogando con nuestras familias! Todas las miradas se concentraron en el Papa, cuyo rostro cambi de color y cuyas
arrugas se movieron como un ocano agitado. Los ojos del Santo Padre parecan adormilados: tan hundidos se vean entre las arrugas de su rostro entenebrecido.
CAPITULO VI EL MILAGRO
Poco despus el pueblo de Roma consigui lo que tanto esperaba. Los judos, sea porque fueran arrastrados por las aguas, sea porque tuvieran la esperanza de que la presencia del Santo Padre los salvara, salieron de pronto de sus casas, saltaron desde las ventanas al agua, y levantando a las criaturas y a los ancianos por
encima de sus cabezas, empezaron a caminar. El agua les llegaba a algunos hasta la cintura, a otros hasta el cuello, pero todos marchaban. Iban madres con los hijos sobre sus cabezas; padres que llevaban a sus retoos en alto. Algunos judos que enarbolaban los rollos de las Sagradas Escrituras, y se acercaban al sitial del Papa, rogaron en un instante dado con desesperada vehemencia: Abre las puertas del "ghetto", que nos ahogamos!
En nombre de Dios, slvanos! Somos todos ciudadanos de Roma! Los Papas siempre nos han protegido!... El Papa escuch los ruegos de las vctimas, e hizo seas al gobernador de Roma, que formaba parte de su cortejo, para que los tranquilizara. El gobernador se levant de su asiento, y dijo dirigindose a los judos: Nuestro Santo Padre no puede permanecer impasible,
sabiendo la gran desgracia que ocurre en el "ghetto", y ha venido a ayudaros; no porque lo merezcis, sino porque Dios nos obliga a querer a nuestros enemigos dijo el gobernador. Sabamos que el Santo Padre nos tendra compasin exclamaron los judos desde el agua, con gritos de alegra. No podemos abrir las puertas del "ghetto" prosigui el gobernador, porque el agua inundara las calles cercanas y
podra producir averas en la Santa Iglesia de Santa Anglica. Y entonces? Ten piedad de nuestros hijos, Santo Padre! Que nos ahogamos! No os ahogareis, no os ahogaris repeta con cierto acento de burla el gobernador, avivando as ms la alegra y las risas de los espectadores, con su retumbar horrsono, que iba a repetirse en un eco salvaje. El Santo Padre ya ha dado sus rdenes, y quinientos soldados
cristianos trabajan para vosotros, malditos judos, asegurando nuevamente los diques que el agua destruy. Dentro de unas dos horas esperamos que comenzar el descenso de las aguas. Pero hasta que llegue ese instante nos ahogaremos lloraban los pobres. No os ahogaris insista el gobernador burlonamente, mientras la boca monstruosa de la canalla vomitaba la pestilencia de su mofa.
Inmediatamente comenzaron los soldados suizos a arrojar a los judas con las alabardas. Los desdichados levantaron los ojos al ciclo, sin saber qu hacer. All se encontraban judos de distintas edades, hombres y mujeres, hundidos en el agua y semidesnudos; pechos velludos, espaldas encorvadas, cabezas gachas y ojos llenos de temor a la muerte. Las caras barbudas que asomaban del agua excitaban la
risa, y el pueblo explotaba el contraste de su diversin en las fisonomas cmicas y llorosas, hartndose de gozo. Algunas vctimas, sobre todos las mujeres, no podan ya mantenerse en pie y eran arrastradas por la corriente como astillas; las vestiduras se arrancaban a jirones y aparecan los cuerpos desnudos. Los senos flccidos de las ancianas, los cuerpos menudos y delgados de los viejos que an resistan con aliento tantas penurias, despertaban la
burla y el desprecio popular; esa debilidad y ese desamparo de las gentes maniatadas de impotencia, slo provoc, en lugar de compasin, la burla que suscita todo lo cmico y lo despreciable. En el pueblo volvieron a repetirse los goces delirantes de los juegos. Perdido todo sentimiento de humanidad, la compasin estaba proscripta de su espritu de masa entregado a los bajos apetitos. Esas gentes vean solamente, en las
figuras cmicas que se agitaban en el agua con ojos de terror, un estmulo de risa, como si hubiesen sido perros, gatos o ratas que se ahogasen en el agua. Y esa risa contagiaba a todos, ricos y pobres, plebe y aristocracia. Rean cardenales y artesanos, frailes y soldados, monjas y prostitutas; todos; todos estaban enajenados por el entusiasmo del juego cruento. Todos, desde el Santo Padre hasta el ltimo esclavo, regocijbanse desenfrenadamente; rean en el
vrtigo de la danza de la muerte que Satans bailaba para fiesta de sus ojos. Los rostros excitados se acaloraban; los ojos refulgan como ascuas, y rean desenfrenadamente, agitando las manos. Los seores con sus mantos, las amas con sus mantones, los monjes con sus hbitos, los esclavos con sus lanzas; todo rea, rea, rea... Ved all aquel pimentn con su barba roja; ved su rojo y velludo pecho; mirad, mirad, cmo se tambalea como un borracho!
Borracho de agua! Ha tomado suficiente por hoy! Venerada, t, bella diosa! Tienes que pedirle al Papa que te lo regale. Lo hars el dios Pan de tus hermosos jardines; t sers la nica Venerada, que tenga un rojo Pan. Los dioses te envidiarn deca el cardenal Farnesio a la bella cortesana Imperio, que dominaba con su cortejo de enamorados y enamoradas uno de los lugares privilegiados de las murallas del "ghetto".
No le deseada a este judo la suerte de estar en los jardines de la Venerada y contemplarla todos los das entre el ramaje, cuando toma su bao en los manantiales de las "aguas del amor". Oh! Estara dispuesto a cambiarme inmediatamente por l decale el Embajador de Florencia a la bella Imperio. La cortesana le permiti entonces, en gracia del requiebro, besar la ua minscula de su dedo meique... Mirad, mirad aquel
barrign que tambalea sobre sus pies! Aguardad un minuto ms, y veris cmo su cabeza calva desaparece bajo el agua como una luna llena deca un espectador mientras sealaba con la mano a otro de un grupo cercano. Qu lstima, que un cuerpo tan adiposo tenga que perderse! reta un segundo. Qu puedes acaso hacer con l? Sera buena carnada para la pesca!
Y un trueno de risas retumb sobre las aguas. Mirad, mirad, un instante! Ved, ved! Quin nada all? Qu es eso? Qu es eso? Las risas comenzaron a apagarse poco a poco, y un temor a lo incomprensible ocup su lugar. Las gentes que se encontraban sobre los muros, azoradas ante el prodigio que se desplazaba ante su vista quedaron atnitas y amedrentadas. Saliendo de un callejn,
apareci, sobre una tabla o trozo de mueble que arrastraba la corriente, una mujer joven. A sus pies, sobre un jirn de tela, yaca un anciano canoso. La mujer apareca casi desnuda; la delgada tnica amarilla que cubra su cuerpo se deslizaba de sus espaldas, descubriendo la tentadora redondez de un hombro, que descenda suavemente perfilado como un arco de agua cristalina. En su espalda bien modelada se reflejaban los rayos del sol como una llamarada, jugueteando con sus
msculos y disponindose en visajes y sonrisas; su tupida cabellera, negra y brillante como el azabache, caa graciosamente sobre su cuerpo, cubriendo sus senos redondeados e incipientes y dejando ver solamente pequeos claros nacarados como rayos de sol a travs de un tupido follaje... No rogaba, no levantaba las manos al cielo pidiendo ayuda como sus hermanos. Como si estuviera avergonzada por su desnudez, llevaba la cabeza inclinada, y
miraba de rodillas, compasivamente, al anciano que yaca como un sacrificado a sus pies. Y su rostro, su figura, todo expresaba tanta lstima, tanto sufrimiento y tan hondo dolor, que el pueblo se avergonz de s mismo, de todo ese juego y de todo lo que all pasaba. Poco a poco fueron apagndose los gritos, las risas, los murmullos y un amplio silencio domin el ambiente. El pueblo romano, habituado a ver siempre en lo bello lo sagrado,
crea que la aparicin de esa doncella era una visin celestial. Le pareca que ya la haban visto en alguna parte. Muchos sintieron la impresin de algo ultraterreno, sobrenatural. Creyeron que algo extraordinario haba aparecido ante su vista. La desnudez de la muchacha, su mirada llena de sufrimiento, su cuerpo flexible y su rostro, en el que afloraba una casta sonrisa, parecan inspirar un sentimiento de devocin y de arrepentimiento. Ya
no vean tambalearse pesadamente a los judos. Ya no rean de las mujeres desnudas en el agua. Por el contrario, el cuadro de los judos con los rollos de la ley, la afliccin de las ancianas con los nios en brazos, sus lamentos, sus ruegos, gracias al sortilegio de la doncella desnuda, despertaron en el nimo de los concurrentes una reaccin distinta, y aquello pareca la visin de un cuadro bblico, de un grupo de santos que cruzase el mar, precedido por la Santa Madre, la
Madre de la Misericordia. Por todas partes se oy el cuchicheo del pueblo, que se extenda como el murmullo de un viento suave. Salvadlos! Las gentes se ahogan! Es una vergenza ante Dios! Pecado! Pecado! Inesperadamente apareci alguien en el agua, hundido hasta el cuello; pareca de alta estatura; apareci por un callejn y
acercndose a la tabla que flotaba en el agua, encima de la cual se hallaba la muchacha semidesnuda con el anciano, sac debajo del agua un gran crucifijo, y levantndolo en alto, por encima de las cabezas de los judos, lo mostr al pueblo... Un temor inusitado se apoder de la masa espectadora. Aqu y all, grupos de monjes se arrodillaron, y seguidamente se enton una cancin sagrada que reson en las murallas, en el agua,
en todo el "ghetto" y tambin por toda Roma: La santa madre flota! La Virgen de la Misericordia! Pueblo cristiano! Mirad, mirad! La Madre de Dios flota! D todas partes miraron hacia el sitial del Santo Padre y su cortejo. Pablo IV cubriose el rostro con su manto rojo, para no ver. De pronto estall una tormenta de alarmas, sealando cada cual a Pablo IV. Salvadlos!
Abrid las puertas del "ghetto"! Salvadlos! Salvadlos! Pecador! vocifer un monje, sealando al Papa con la cruz. Anticristiano! Satans que usurpa el trono de Cristo! Anticristiano! Con sus alabardas y picas protegan los soldados suizos al Papa, abrindole paso por entre la masa revuelta, hasta que
desapareci de las murallas del "ghetto" seguido de su cortejo. As tambin desaparecieron, uno tras otro, los cardenales, los cortesanos, los seores, los altos funcionarios de la Iglesia, los personajes notables de Roma y del mundo entero, abandonando sus tapices multicolores que se agitaban, jaspeados por los rayos del sol. De pronto saltaron las puertas del "ghetto", para dar paso a una corriente que pareca abalanzarse para inundar toda Roma.
clandestinamente al "ghetto" e inspeccionaron minuciosamente todos los negocios y casas cerradas, quiz con la secreta esperanza de ver a aquella virgen ante quien se prosternaban, aquella divinidad en cuyas manos se encontraba la llave de este mundo y del otro, que haba aceptado ser hija del pueblo maldecido para ocultarse en l. Intiles resultaron las rdenes impartidas por los cardenales y obispos a los sacerdotes para que
advirtieran al pueblo desde el plpito, que slo se trataba de una hechicera que obraba con el poder de Satn para transfigurarse en la Santa Madre, con el designio de hacer caer en engao al pueblo cristiano. Haba tambin testigos que declararon haber visto a la mujer que flotaba en el agua provista de patas de cabra. Otros contaban que haban visto salir del "ghetto" a una mujer con cuernos. Pero el pueblo se encontraba ya sugestionado por el cuadro aquel, y
la leyenda de la "Santa Madre" se divulgaba rpidamente por toda Roma. Los romanos haban credo siempre que en el "ghetto" se encontraban hechiceras y brujas; que las mujeres judas haban hecho trato con Satans, y que este les daba el poder de permanecer siempre jvenes y mantener la frescura de sus cuerpos y su apariencia pber, y de teirse los cabellos con los colores de su preferencia; que podan, por medio
de brebajes especiales, inspirar amor en los corazones de los hombres y hacerlos sus esclavos. Cuentan las crnicas de entonces, que las ms hermosas cortesanas de Roma iban al "ghetto" para obtener de las mujeres judas el secreto de la eterna juventud, que stas reciban directamente de Satans. Sin embargo, el pueblo crea que Satans posea slo su poder sobre el hombre y todo lo que se relacionaba con l; sobre su felicidad, su grandeza, su dominio,
etc. Sobre todo eso poda el diablo ejercer su hegemona, pero de ningn modo sobre lo que es sagrado y divino; que jams podra Satans emular a Dios. Por ello resultaba intil el esfuerzo de la Iglesia para convencer a los creyentes de que haba sido Satans quien salv a los judos. El hecho de que la Santa Madre se mostrara en persona, justificaba la fe del pueblo; por eso la leyenda de la "Santa Madre" del "ghetto" se divulg entre la poblacin contra la
voluntad de los sacerdotes y el rencor impotente de la Iglesia... Hasta las mismas divinidades tienen sus debilidades humanas. Viendo, cmo torturaban a los suyos, vino a defenderlos comentaban las gentes en la Iglesia. No es de admirarse; la sangre no es agua, y la sangre que corre por las venas de Nuestra Santa Madre, se inclinar siempre a los suyos. Cada cual se inclina a lo suyo.
Y yo digo que hay que tener mucho cuidado con este pueblo "maldito". A pesar de tanta persecucin condenatoria tiene su fuerte adalid en el cielo. El mismo Crucificado, a pesar de ser hijo de Dios, es ante todo judo, y sufre al ver cmo los persiguen. Y ella, la juda, a pesar de que crucificaron a su hijo, an no puede librarse de ellos... As como una nuera en casa de su suegro, defiende siempre a sus hermanos... aadi una mujer.
La Iglesia, previendo un peligro en tales rumores, exigi de la Inquisicin que se buscase a la hechicera para quemarla pblicamente. La Inquisicin no quera otra cosa. Todas las tardes allanaban sus soldados el "ghetto". Arrastraban de viva fuerza a las mujeres, y por medio de torturas cruentas las obligaban a confesar sus relaciones con Satans. Quemaron en Roma a varias hechiceras, pero nunca pudieron dar con la verdadera. Y ni an as
pudieron librarse de la leyenda de la Santa Madre del "ghetto", que estaba en la boca y en el pensamiento del pueblo... El joven pintor veneciano Pastillo, que era, en realidad, el verdadero promotor de la salvacin de los judos, sac, mientras tanto del "ghetto", clandestinamente, al judo ciego con su linda nieta y los ocult en una iglesia desierta, donde l estaba pintando los frescos del Vieja y Nuevo Testamento para las monjas de la
Santa Orden de San Antonio. La Iglesia del "Sagrado Corazn" se hallaba perdida en un suburbio, rodeada de un enorme parque cerrada por altos muros. La capilla donde Pastillo pintaba sus frescas tena una entrada secreta de la cual l tena las llaves. All esconda su tesoro. Jos Pinsi, conciudadano y amigo de Reb Jacob, en cuya casa viva este ltimo con su nieta, volvi al "ghetto", pero aquel lugar ya no era seguro. Los judos, a quienes se les
haba hecho la vida imposible bajo la frula de Pablo IV , buscaron las medios de huir de Roma a Ravena, donde el Prncipe les invit a radicarse, para contrariar de esa manera al Papa. Pastillo prometi que llevara a Reb Jacob con su nieta a Venecia, y cuando se separaron de don Jos Pinsi, a quien en realidad consideraban como un hermano, combinaron un encuentro en Ancona, el puerto ms cercano de Roma. All conseguira un barco para trasladarlos a
Venecia, de donde seguiran ya en barco turco que perteneca a los judos y que se encontraba en constante comunicacin entre Constantinopla y Venecia, para entrar en las dominios del Sultn, donde los judos y los marranos vivan rodeados de riquezas y de honores, y donde su conciudadana y defensora, la rica doa Gracia de Mendoza, con su yerno Jos Nasi, conquistaron las ms altas posiciones en el palacio del Sultn. Jos Pinsi, el administrador y
agente de la casa Mendoza de Roma, posea muchas riquezas en sedas, oro, plata y piedras preciosas, que deban ser transportadas a Venecia. En aquellos tiempos no existan caminos en Roma, y el nico medio de comunicacin para transportar mercaderas era por agua o por medio de recuas acompaadas de cuidadores y jinetes, porque el trnsito era peligroso, y para un judo que llevara consigo sus riquezas supona una muerte segura.
A pesar de todo, Pinsi estaba forzado a transportar sus mercaderas en recuas, de Roma a Ancona. Y slo all corra el peligro de ser reconocido por la Inquisicin, y de ser, por consiguiente, muerto. Se vean obligados a hacer el viaje clandestinamente, bajo nombres supuestos de comerciantes venecianos; Pastillo prometi conseguirles vestimentas y documentos venecianos, para ponerlos bajo la proteccin de la
Repblica. En realidad, los judos no comprendan a qu razones obedeca la forma de conducirse de Pastillo, los riesgos que por ellos corra y todo lo que haca en su favor. A pesar de que por ese entonces no era raro ver, de vez en cuando, un cristiano que guardara relacin muy ntima con un judo, la solicitud del pintor le extraaba mucho a Reb Jacob, cuya nica felicidad la constitua su nieta Ifatah; el nico objeto de su vida
era preservar de todo mal a la hija de don Jos, su vstago ms querido, que fuera quemado en aras de la fe por el fuego de la Inquisicin, en Lisboa. El anciano viva temeroso de algo. En presencia del pintor, tomaba las blancas manos de su nieta con una mano y no quitaba la otra de su hombro. Pero la rectitud de Pastillo, el tono de su voz, la seriedad y honestidad de su comportamiento hacia ellos, y, sobre lodo, el hecho de haber
arriesgado su vida para salvarlos, inspiraron en el anciano Reb Jacob tanta fe y confianza hacia el extrao, que se entreg en sus manos. Por otra parte, no tena ms recurso que aceptar la ayuda de Pastillo. La Inquisicin haba producido revuelo en el "ghetto"; todas las tardes allanaban otras tantas casas judas, y sacaban de ellas a mujeres jvenes, de porte honesto y ojos inocentes que en algo podan recordar aquella figura
que hiciera su aparicin en el agua; las arrojaban a las stanos de la Inquisicin y, torturndolas cruelmente, las obligaban a contestar que haban adquirido la belleza de manos de Satans y la delicadeza por medio de hechiceras. Por ltimo, las quemaban pblicamente en las calles de Roma.
proyectaban a travs de los ojos de la Santa de un extremo a otro de la Iglesia, y que iban a perderse en el vaco, iluminaban en su trayecto con una luz extraa a los Patriarcas, los Profetas, los Apstoles y los Santos, que asomaban de las paredes en los frescos de Pastillo. En un ngulo de la triste capilla, en presencia de todos estos santos que, por el efecto de la luz, parecan adquirir movimiento de vida, se encontraba el anciano ciego Reb Jacob, que desde los sucesos del
"ghetto" estaba un tanto abochornado y no saba dnde se hallaba, permaneciendo constantemente inmvil en un rincn, y moviendo los labios sin separarse de su nieta. Sobre el andamiaje estaba sentado, trabajando, el pintor Pastillo. De vez en cuando, fijaba la mirada en el pequeo grupo ubicado en un ngulo de la nave. Los rayos luminosos que cruzaban el mbito del templo resplandecan en los cabellos de
lfatah, interesando la mitad de su rostro. El pintor observ sus rizos, que parecan de seda, cayndole armoniosamente sobre la nuca. Se detuvo en la contemplacin del cutis moreno y delicado, la sonrisa melanclica y la seductora castidad que trasuntaba su mirada. All, en el ambiente baado de luz dorada que se infiltraba a travs de los ventanales, en la intimidad de los ngulos oscuros, era las sombras que proyectaban las blancas columnas, en la compaa
de todos aquellos santos y patriarcas que parecan observar desde los muros, semejaba ella, la muchacha juda, ms que nunca la Divinidad misma. La pareja del judo ciego, con la barba rala griscea y la testa calva, que miraba sostenidamente como idiotizado, y la muchacha melanclica y confundida, produca una extraa sensacin de realidad, como si las figuras inmviles de uno de los frescos hubieran descendido, transformndose en
seres vivientes Ella pareca la Virgen Mara, hermana de los hombres, la mujer de quien Dios se enamor para hacerla supremo consuelo del mundo entero. As debi parecer la Virgen Mara aquella noche al ocultarse en la cabaa de los pastores, en los campos de Beln, para dar a luz al Hijo. As debi parecer en el camino, cuando huy con Jos a Egipto. As tambin debi parecer en el momento de la Suprema Exaltacin, cuando Dios se fij en
ella, y la ungi electa. Pastillo perteneca a la categora de aquellos pintores religiosos en quienes la admiracin por la Virgen Mara era una mezcla de amor divino y de amor profano. Siendo religioso, tanto por su educacin como por su temperamento, le asignaba a la Madre de Dios un sentido tal de la divinidad, como slo saben hacerlo aquellos temperamentos religiosos que llegan al ms sagrado xtasis. Pero cuanto ms intenso se haca
este sentimiento, tanto ms pecador se senta el pintor. Senta en el fluir de su sangre vehemencias de hombre, presencias demonacas y sugestiones de pecado. Al mirar su rostro, al levantar hacia ella sus brazos, al arrodillarse a sus divinos pies, le rogaba que le preservara de toda debilidad humana, que lo llevara por sobre su condicin y lo condujera a la pureza cristalina como slo se encuentra en el mundo celeste. Atrado por la fantstica obsesin de la pureza mxima y
celestial, se senta tan cerca de Ella, tan dominado por su amor y bondad, tan con Ella, que no saba si aquello era un pecado, un atentado contra la Divinidad o una distincin, una bondad especial que le conceda... Alucinaciones distintas lo perturbaban de noche: se imaginaba unido a la intimidad de su Diosa por vnculos de amor terreno, y vea flotar ante sus ojos la gloriosa divinidad de sus senos... As, su conciencia fue torturada por el arrepentimiento y la
aoranza... En la muchacha del "ghetto", en Ifatah, vio la reencarnacin de la Virgen Mara. Crea, como era creencia general por ese entonces, que la divinidad descenda a la tierra, corporizndose; estaba convencido que la Virgen Mara haba accedido, guiada por una razn desconocida, a mostrarse en aquella muchacha; el milagro que se produjo por su intermedio en la inundacin, a tal punto que todo el pueblo de Roma crey ver en ella a
la Virgen Mara, lo convenci an ms que un espritu Santo se haba posesionado de la muchacha. La diviniz, pues, no slo porque era tan parecida a la imagen que l se baha hecho de la Santa Madre, sino porque as lo impona la presencia de aquel cuadro vivo de carne palpitante en movimiento, que hablaba y que miraba; tambin la diviniz la bullente vehemencia de su deseo insaciado, que se le dilua en la sangre y le corra por las venas como fuego derretido; sus
convicciones religiosas refrenaban el mpetu de su fuerte atraccin, y este hecho le hizo silenciar su apasionamiento, impulsndolo a expresarlo en su cuadro de la Santa Madre, en que ella servira de modelo y que pintaba clandestinamente para las monjas de la Iglesia del "Sagrado Corazn".
CAPITULO IX EL CUADRO
El pintor traz un esquicio en la cabeza y el rostro de la muchacha. Traslad minuciosamente todas las alternativas de sus movimientos, mientras se encontr en la iglesia y pudo observarla. All arriba, sobre el andamiaje, tena Pastillo su lugar sagrado, donde cotidianamente,
como si practicara un rito, iba pintando el cuadro de la muchacha juda del "ghetto" representando a la Santa Madre. Esa labor era su plegaria, la modesta expresin de su amor, la limitada comprensin humana de lo infinito y el precario tributo que ofreca a Dios. Nunca baha podido concebir a la Virgen Mara, ni tampoco a la muchacha del "ghetto", en su condicin maternal. Por eso comprendi mejor a los primitivos bizantinos, que pintaron a la Virgen sola, y
cuando la representaban con el Hijo, este era un hombre de barba, una criatura con rostro de adulto. Tiene en el regazo, no a su hijo, sino al Hijo del Universo, al Hijo del Hombre. Por eso no pint a la muchacha juda representando, segn la vieja tradicin, a la Santa Madre como en uno de los cuadros "Con el hijo en el regazo" o "La Madre de la Misericordia", cuando llora sobre el cuerpo del hijo crucificado, sino que la pint a la manera de "La Concepcin
Purificada", innovacin pictrica preconizada por todos los pintores jvenes de la poca. De una nube que se eleva girando sobre la faz de la tierra asciende un cuerpo de doncella sin alas, suspendido en el espacio. De sus hombros cae a la tierra un manto de terciopelo celeste. Ofrenda a la Tierra lo ltimo que le resta de vida terrena, y ante el sol se descubre un joven y casto cuerpo de doncella, casi nia... Se la ve desnuda, apenas un instante, e
inmediatamente queda cubierto su cuerpo por sus largos cabellos, entre los cuales, aparecen, como rayos de sol entre las nubes, ciertas partes marfileas de su epidermis. Est desnuda. La Divinidad no conoce vestimenta, pero su cuerpo desnudo es infantil como la pint Fray Anglico, su ferviente adorador. Hay una extraa expresin de castidad, de inocencia, en la actitud indefensa de aquel tierno cuerpo infantil. Ella misma no pretende nada, no sabe
nada, pero se sacrifica a su Dios por entero, hasta la ltima gota de su sangre. As sube al cielo, como una novia, con la sangre que hierve en cada una de sus clulas y corre a travs de su cuerpo marfileo. Su ligero cuerpo asciende al cielo, pero su mirada se mantiene fija a la Tierra, a la que est ligada para siempre por la sangre, y de cuyo dolor es compasiva depositaria. Su mirada tiene el atributo de inquirir en lo invisible y lo oculto. Parece que los ojos ven
el destino que le est deparado y la suerte que debe acompaar a cada uno de los hombres. Ella ve las penurias y el dolor de nuestra vida pobre y mezquina, la inutilidad de nuestros das, y la intil prosecucin de nuestros esfuerzos por lo que est ms all de nuestras posibilidades; y porque sus ojos ven, se lamenta su boca. Cunto dolor y cunta compasin imprimi en el diseo suave y delicado de su boca! La misma tristeza de la divinidad y el arrepentimiento
humano, la misma bondad que expresara Miguel ngel en su "Madre de la Misericordia", con el hijo crucificado en los brazos, tiene tambin la muchacha juda del "ghetto". Pero el gesto de dolor no estaba plenamente realizado como en el cuadro de Miguel ngel; Pastillo lo hizo en los labios de su Virgen, una sonrisa incomprensible, como si poseyera el secreto de nuestra salvacin, el secreto de nuestros ltimos das, y presintiese la paz eterna y la tranquilidad
despus de nuestro transitorio ambular por el mundo... Ella conoce el camino. Es duea de la apacible certeza, del principio y del fin de las cosas, y sabe conducir a quien lo quiera hacia la celeste opulencia, hacia lo eterno, que existi antes y que existir despus de nosotros. Caa la noche, y la capilla se encontraba llena de sombras flotantes, movedizas, que iban lentamente de una columna a otra, a lo largo del templo. All arriba
estaba sentado el pintor y observaba, a la luz de una buja de cera, su obra recin terminada. De pronto olvid que l haba ejecutado aquel cuadro y que an estaban hmedos los pinceles. Se le antoj que no era l quien haba creado aquella obra, sino que el cuadro lo haba creado a l. Por eso no lograba darse cuenta de cmo lo haba realizado. Le pareca tambin que una visin haba aparecido sobre su tela, surgiendo de esferas desconocidas, para tranquilizar a la
humanidad y hacerla ms feliz. De aquel cuerpo infantil irradiaba una felicidad que alcanzaba a todos, y supuso que aquel cuerpo era el suyo concebido para l y por l, el cuerpo con quien se haba unido para siempre por alianza eterna, y en cuya compaa se elevaba sobre el mundo hacia las desconocidas esferas celestes. Crea que la mirada, el rostro, los ojos, la boca, todo era de l y para l. Por l haba aparecido aquello. Y as vea su vida, su destino, sus vanidades y
su condicin indefensa, y por l se lamentaba; Ella le tena lstima y haba venido a salvarlo de la estrechez de este mundo para llevarlo al otro. Por eso le sonrea prometindole todo, todo lo celeste y lo terreno, sin fin y sin lmite. Oh, felicidad celestial, t, que puedes satisfacer sin fin, prodigando las adorables riquezas del cielo! Bendita seas, porque has venido! Oh, djame agonizar en mi impotencia bajo tus senos alados! Llvame de este mundo al tuyo
misericordioso, sobre tus ligeras alas! Y Pastillo cay ante ella, desvanecido. El pintor descendi del andamio, con la buja en la mano y alumbr con su luz a la muchacha, que yaca un poco alejada de su anciano abuelo, en un rincn de la capilla, detrs de una columna, sobre un almohadn, rodeada de trapos. El manto de terciopelo celeste que en el cuadro de Pastillo cae artsticamente de sus hombros
cuando ella sube al cielo, la cubra en ese instante, dejando ver solamente los piececitos desnudos y el rostro sumido en el descanso. Pastillo crey por un instante que la Diosa de su cuadro haba descendido nuevamente del ciclo y permaneca a sus pies como un pjaro muerto. Pero bien pronto el cuadro se hizo ante l la verdadera muchacha, la viva, la hermana de los hombres. All se encontraba slo una pobre juda perseguida, que en su aposento se ocultaba de
los inspectores de la Inquisicin. Quiso retirarse, pero la luz de la buja volvi a iluminar su rostro, que de nuevo le hizo recordar a aquella ante quien haca poco tiempo se habla prosternado para rogarle que lo condujera a las riquezas del mundo celestial. Pero el rostro de la muchacha dormida expresaba el desamparo del mundo; sus ojos cerrados tenan una expresin tan inocente e inofensiva como los ojos de una paloma en el instante del sacrificio. En las cejas,
sobre los prpados caldos, se dibujaba la elocuencia de un amor pleno de humanidad que su diosa no posea. La madre de la felicidad celestial y terrena no se elevaba en lo alto hacia Dios, sino que estaba inmvil, como un pjaro muerto a los pies del cazador. Le entr un deseo poderoso e irreprimible de ver su cuerpo, el cuerpo palpitante de su Diosa; con el corazn agitado se acerc, tom con sus manos el abrigo celeste que
la cubra y lo retir levemente, descubriendo el cuerpo desnudo. El cuerpo se pareca al de su Diosa. El suyo tambin era adolescente como el que pintara Fray Anglico. Pero el cuerpo de la muchacha era humano y por eso ms sagrado... En los pliegues de su regazo y en los hoyuelos de su vientre, se condensaba el deseo y la redencin de los hombres en su eterno batallar. Pastillo crea que en ese cuerpo palpitante, ms que en su cuadro, se compendiaba, no
tanto la salvacin del hombre, como el principio de su vida. Se arrodill ante ese cuerpo desnudo, sin orar, pero besando apasionadamente los pliegues del abrigo celeste que la haban cubierto y que an conservaba el calor de su cuerpo. Subi nuevamente al andamio y se acerc al cuadro, para brindar al cuerpo de su Diosa, las riquezas de los cielos que poseen las hijas del Hombre...
pavor; otras, parecan rogar como voces de mujeres, finas y agudas; y otras an, como aisladas del tumulto, imploraban a su propio Dios con oraciones distintas. Cada campana pugnaba por aventajar a la otra, como queriendo ahogarla con sus taidos. Unas ordenaban y otras rogaban. Y en el mbito, por sobre las cabezas del pueblo; pareca orse el grito de bestias invisibles que se acercaban para saciar la sed de su enojo y se oan los lamentos y los ruegos de sus vctimas
exanges... Desde por la maana se haban iniciado las procesiones. De todas las iglesias salan cuadros y estandartes sagrados bajo doseles de tela roja, a la luz mortecina de las velas de cera, llevadas por largas filas de sacerdotes vestidos de blanco. Se oa el tintineo de las campanillas de plata, agitadas por los monjes que iban delante de la Sagrada Efigie. Los cardenales, con sus altos gorros carmeses y sus largos bculos, dirigan los
cortejos. Y entre el humo del incienso se elevaban figuras de santos, que iban sobre los hombros de los fieles, de leprosos, vencidos por el dolor, de seres desnudos, con puales hundidos en el cuerpo y gotas de sangre coagulada brotando de sus heridas abiertas; algunos mostraban, con los rostros compungidos, las hernias que an conservaban de las uas clavadas. Y detrs de ellos seguan, a lo largo de kilmetros, hileras de monjes,
con mscaras de muerte, cubiertos con sus negros hbitos, que llevaban una calavera bordada en blanco, y por los recortados ojos de la calavera mostraban sus extraos ojos de horror. Los disfrazados de esqueletos llevaban largas velas amarillas de cera, dando la sensacin de que los muertos haban salido de sus sepulcros y marchaban por las calles de Roma. Desde la madrugada se oy un canto, que no era tal, sino el extrao
grito de la muerte que corra por las calles de Roma, y que suma a toda la ciudad en un pnico precursor de algo desconocido que se avecinaba. Todas las procesiones se dirigan a las puertas de la Iglesia del "Sagrado Corazn"; una vez all, bajaron las banderas, las efigies sagradas y las figuras de yeso de los hombros, las llevaron a la capilla donde Pastillo haba terminado sus frescos y las depositaron ante el altar de la Santa Madre, donde se colocara el nuevo
cuadro de la Madre de Cristo, que deba surgir acto seguido en el espacio, mediante un procedimiento secreto inventado por un mecnico. La iglesia apareca rebosante de cardenales, obispos, sacerdotes, monjes y monjas. Todos, en sus hbitos, arrodillados en el suelo, esperaban el gran momento en que la "Santa Doncella" aparecera ante el altar. Sonaba el rgano y cantaba el coro de la iglesia, acompaado por el pueblo; hombres, mujeres y nios, como agitadas olas de un
ocano, se empujaban unos a otros en las puertas, pugnando por entrar. La iglesia estaba ya repleta, y millares de cabezas, como las aguas de un ro desbordado, cubran el csped de la plaza, alrededor de la iglesia; estos fieles slo podan ver las amarillas velas de cera, ardiendo en los altos candelabros de madera, como columnas encendidas, que se elevaban por encima de las cabezas de los sacerdotes de blancos hbitos y por encima de los monjes con mscaras
de calaveras; slo oan los cnticos que llegaban desde el templo, y permanecan en completo silencio. Resonaba el sonido de la campanilla, que recordaba a cada cristiano devoto los postreros momentos de su vida. Y todos los frailes y monjas se echaron al suelo, en un instante dado, hundiendo las cabezas, y permaneciendo mudos. Por encima de ellos se elevaba el humo espeso del incienso, y entre sus nubes surga milagrosamente el cuerpo
ligero de una doncella, que se elevaba por encima del pblico y quedaba fijo entre las efigies sagradas y las estatuas de yeso, ante el Sacramento del altar del "Sagrado Corazn". El Obispo de la Iglesia de San Marcos, que diriga la procesin, fue el primero que levant la testa calva, coronada, y lanz una mirada hacia la nueva deidad que se mostraba ante ellos, quedndose estupefacto ante el cuadro desconocido y extrao de la Santa Madre que se
descubra ante su vista: una doncella desnuda, que ms semejanza guardaba con una juda del "ghetto" que con cualquier cuadro conocido de la "Virgen Mara. De pronto, oyose un pequeo murmullo, seguido de un silencio, y nadie supo lo que iba a suceder. Los frailes y las monjas no podan reconocer en ella a la Divinidad, y se miraban extraados e inquietos. Pero, de pronto, uno de los frailes ms jvenes, que haba puesto los ojos en el nuevo retrato
de la Virgen, observ aquella sonrisa melanclica en sus finos labios y la mirada triste y profunda, y tuvo la impresin de que aquella doncella lo miraba, hablndole con la elocuencia de su mirada y de su sonrisa. Se sinti repentinamente posedo por algo divino que embriagaba su alma, producindole un extrao temblor... Levant hacia ella sus delgadas manos y su rostro iluminado, y exclam con una voz que no era humana, como si se hallara ante el espectculo de otro
mundo: Ave Mara! Santa madre, eterna pureza! Manantial sagrado! Soy tuyo! Soy tuyo!... Su voz contagi rpidamente a todos los espectadores, como si se hubiera tratado de una hechicera. Uno tras otro, comenzaron a fijarse en ella, los cardenales, los obispos, los sacerdotes y las monjas. Primeramente, lo sintieron los jvenes, luego las monjas y, finalmente, los viejos. Cada cual se senta objeto de aquella mirada
penetrante y viva. Cada cual sinti hasta qu punto impresionaba aquella sublime delicadeza de su cuerpo desnudo y palpitante, de su mirada cuajada de dolor, y de su sonrisa proftica. Y cada cual sinti hasta qu punto es susceptible de confundirse la felicidad celeste y la terrena. Su desnudo cuerpo de adolescente halagaba los sentidos como una bella manzana recin arrancada del rbol, en tanto que su rostro, sus ojos melanclicos y su dulce sonrisa, convertan la
excitacin en un goce celestial... La imagen pareca atraer hacia ella todo lo que existe en este mundo y en el de ms all, y todos se entregaron a adorarla en cuerpo y alma. As fue como uno tras otro levantaron las manos hacia ella: manos huesosas y esquelticas de pastores y monjas; manos gordas y velludas de los obispos; todos levantaron los rostros que irradiaban placer, y dirigindose a ella, comenzaron a exclamar en
coro, invocando su nombre: Ave Mara! El pueblo que se hallaba afuera, al or los gritos, los ruegos y el canto de los que se encontraban dentro de la iglesia, se sinti abrasado como por un fuego; y contagiado de la admiracin y el entusiasmo que vena de la repleta e iluminada capilla, comenz a penetrar en el interior cmo una ola furiosa, estirando las manos y los rostros hacia la luz. La iglesia se llen en tal forma, que se haca
imposible la respiracin; los ms fuertes trataban de contener la avalancha, pero fue intil. El pueblo que se aglomeraba afuera empez a invocar el nombre de Dios y a gritar: Mostradnos la Efigie Sagrada! Se ha realizado un milagro! Un milagro! gritaban de adentro. Tan luego como fue posible, los frailes sacaron del templo el cuadro con la efigie de la muchacha del "ghetto" y la llevaron sobre los
hombros. Delante de ella iban las divisas de la Iglesia y las efigies sagradas; ella sola, nica en su majestad, bajo un dosel de terciopelo rojo con encajes de oro, era conducida hacia el pueblo en medio de los poderosos de Roma, los cardenales y obispos. Tan luego como el pueblo vio la descubierta figura de la doncella que se agitaba en el aire con la atraccin de su sonrisa y la melancola de su mirada, una mirada que pareca dirigirse a cada cual en particular,
como si su ternura hubiese sido creada para recreo de todos los asistentes, no repar en las otras efigies sagradas. Las gentes no queran mirar ya hacia aquellos dioses crucificados de caras amargadas y doloridas. No queran detenerse ante aquellos santos con el pual hundido en el cuerpo y las heridas ensangrentadas. Todos tenan fijos los ojos en el desnudo cuerpo de la muchacha del "ghetto". Hacia ella levantaron los brazos y dirigieron las miradas; ante ella se
postraron en tierra, rogndole para que les concediera un poco de felicidad en esta vida y la dicha inmarcesible en el ms all. Ave Mara! Eterna belleza! Y era como si el pueblo de Roma hubiera colmado su sed de goces celestiales con la sola presencia de esa imagen pintada, de ese rostro angelical, de esa figura alada que se elevaba al cielo en una sempiterna promesa de felicidad. Los judos permanecieron
encerrados dentro de los muros del "ghetto" durante todo el tiempo que dur la procesin, temerosos de que el pueblo romano cometiera algn atentado de los que tantas veces se repetan durante las procesiones. La poblacin judaica tena la prohibicin de salir del "ghetto" durante las festividades religiosas. Slo podan or, pues, el extrao y fragoroso taido de los millares de campanas que resonaban en la judera desde todos los extremos de la ciudad, y que la obligaba a
buscar refugio en los rincones de sus viviendas, hermanos en el miedo y la angustia comn. Ms de uno crea or en esas campanadas su ltimo "Schmah Israel", con cuyos sonidos se confundan y elevaban desde el fuego de la Inquisicin, evocando a sus parientes. Esos redobles los obligaban a permanecer en sus casas, cerrando puertas y ventanas. Cada campanada era como un latigazo que sacuda sus cuerpos como un escalofro, hundindolos ms y ms
en los oscuros stanos, como las ratas en sus escondrijos. Y como siempre, durante las grandes fiestas de la Iglesia, que sembraban terror en la poblacin judaica, esta vez tambin se reunan en los stanos secretos donde tenan sus sinagogas, a decir los Salmos para que Dios los protegiera en el da de la fiesta de la Iglesia... Estos ritos, practicados clandestinamente por los judos en los das de las grandes procesiones, se realizaban ex profeso cuando los cristianos
conducan el fausto de sus dioses por las calles de Roma, para que los cielos se purificasen por medio de las oraciones hebreas. Esta vez, ms que otras, los judos estaban atemorizados por el poderoso redoble de las campanas que llegaba desde las afueras de los muros del "ghetto". Desconocan el significado y el motivo de esta fiesta; quizs estarase sacrificando en las plazas de Roma a algunos de sus hermanos, o incinerando los libros sagrados. Con el corazn
acongojado y los labios de palidez mortal, decan los judos esta vez los Salmos en el stano dbilmente alumbrado de Jos Pinsi, rogando por las almas de los sacrificados que estaran agonizando en las calles de Roma. Entre los que oraban se encontraba tambin el anciano ciego refugiado de Castilla y descendiente de la familia de los Abarbanel, con su nica nieta Ifatah, que haban regresado al "ghetto", abandonando la Iglesia del
"Sagrado Corazn" cuando hubo desaparecido el peligro que haba amenazado a las muchachas judas, entre las que se buscaba a la hechicera. Adems, no tenan donde ir, una vez que el cuadro se dio por terminado. Ellos, como todos los dems, no saban el porqu del redoble incesante. Y la muchacha, igual que las otras, peda a Dios que los protegiese en ese da de la gran fiesta cristiana. No saba que ella era la festejada, que para ella sonaban las campanas, que ante ella
se arrodillaban los ms poderosos de la ciudad, y que su cuerpo desnudo era adorado por todo el pueblo de Roma.
colores, de la carne, de los cabellos y de los ojos, palpitaba la vida. Las monjas de aquella iglesia contaban que esa imagen lloraba de noche y que sus lgrimas caan rodando al suelo. Las monjas bordaban pauelos para secarle las lgrimas todas las maanas, y enseaban las manchas que iban dejando al caer. Pero el pueblo no quera verla baada en llanto; mejor la quera en el esplendor regocijante de su virginidad y juventud. Le dieron el nombre de "Madona del Amor",
creyendo que haba venido a este mundo para inspirar el amor en el corazn humano, el amor que haba muerto desde haca mucho tiempo. Le atribuyeron un poder de reavivar en los corazones las llamas apagadas y devolver la juventud y la vida. Multitud de hombres y mujeres se aglomeraban en las puertas de la iglesia, y arrodillados ante ella, le pedan que reavivase sus corazones apagados y rejuveneciese la fuente de la vida y del goce... Hasta los mendigos
llenbanla de regalos con el producto de las limosnas. Venan hombres golpeados por la vida, mujeres que sufran de aoranzas, doncellas que no haban logrado marido; jvenes enamorados ardiendo en la inextinguible sed de amor; todos venan a pedir su ayuda, colmndola con las prendas ms caras de las arcas familiares; trayndole ricos brocados, damascos y sedas bordadas. Todo le fue obsequiado con amor, y ms
de una vez encontraron las monjas detrs del retrato, cajitas de polvo, lpices de color, aceites olorosos y otros cosmticos que las cortesanas de Roma le traan de sus ms ricas "toilettes", para que tuviera a la mano los recursos de la coquetera para borrar las huellas de las lgrimas que rodaban de sus ojos todas las noches. Pero sus principales admiradores fueron los romanos. Pobres y ricos de toda condicin la adoptaron como protectora, como
diosa suya, y venan para confesarse ante ella. Da tras da veanse hombres prosternados ante su retrato, devorando con sus ojos sedientos el color rosado de su piel desnuda. La sangre de su cuerpo pareca fluir en oleadas a travs de su sombreada piel marfilina, dando a su cuerpo un leve color perlado que le asignaba una sugestin de vida. Sus reproducciones se popularizaron por toda Roma, ms que la de cualquier otro Santo o las de Dios mismo. Los hombres, en
lugar de llevar sobre el pecho la cruz, que nada les deca al alma, llevaban esa imagen, que apretaban con pasin en las noches silenciosas. Los obispos, los cardenales y otros religiosos engarzaron su efigie en piedras preciosas dentro de sus cruces, y al besar la cruz, besaban a ella con pasin exaltada. Los hombres le traan presentes de joyas, como suele hacerse para festejar a las amadas; cada uno se esforzaba en ganar la
simpata de la "Madona del Amor", como si se tratara de ganar el amor de una clebre cortesana. Cada cual trataba de adelantarse al otro en su afn de conquistarla a fuerza de obsequios raros y valiosos. Las joyas que prefera, como decan las monjas de la Iglesia del "Sagrado Corazn", eran las perlas que fueran tan grandes y cristalinas como cada una de las lgrimas que se deslizaban sobre sus bellas mejillas. Los hombres comenzaron a comprar por eso perlas para la
"Madona del Amor". Los judos del "ghetto" les vendan las mejores. Los maridos robaban las perlas a sus mujeres, los enamorados no cumplan sus promesas con las cortesanas de Roma por llevar sus perlas preferidas al "Sagrado Corazn", donde adornaban a la "Madona del Amor" ensartadas en collares preciosos. Su cuerpo desnudo fue cubierto de perlas semejantes a grandes lgrimas congeladas, entre las cuales apareca su cuerpo rosado. Su piel
entonces pareca de ptalos de rosa, cubiertos de cristalinas gotas de roco. Las esposas y las cortesanas, las amadas y las novias, todas tuvieron celos de ella, como si hubiera sido un ser viviente qu les hubiese robado el amor de sus esposos, novios y amantes. Las mujeres de Roma, que se familiarizaron con su diosa, le dieron el nombre de "Santa Libertina". Y ms de una vez se vio que alguna celosa meretriz llegaba
a la iglesia y, mostrndole los puos a la Virgen, gritaba: Ramera de Dios! Te rasguar los ojos, te arrancar los cabellos, a ti, que me has robado a mi querido! No te basta con tu amante del cielo? Quieres an quitarnos nuestros hombres?... Por otra parte, el Papa Pablo IV expidi un decreto para que los judos presentasen tres collares de trescientas perlas cada uno, las cuales fueran tan grandes como los ojos de la Virgen: enteras, llenas,
redondas, y que tuviesen el color del arco iris que se mostr por primera vez ante los ojos de No, cuando Dios lo salv del Diluvio. As deban manifestar su agradecimiento por no haber perecido durante la ltima inundacin del "ghetto". Todo ello sera en obsequio a la nueva "Madona del Amor" de la Iglesia del "Sagrado Corazn". Cuando los judos de Roma tuvieron conocimiento del decreto, no supieron qu hacer, no tanto por
las perlas, sino por algo ms importante. No saban si el hecho de presentar las perlas a la "Madona" significara o no que ellos adoraban al Dios ajeno; en el caso afirmativo, era preferible entregarse al "Kidusch [16] Haschem" que profanar el nombre de su propio Dios. En Roma no se hallaban ms libros sagrados, porque en los tiempos de Pablo IV , como ya se ha dicho, no podan imprimirse libros hebreos, ni la "Guemara"[17], ni los
libros de Maimnides, excepto el "Zohar", cuya impresin permiti el mismo Papa, porque como lo dijeron algunos frailes, judos renegados, el "Zohar" no era un libro anticristiano ni contena ningn ataque contra las tres divinidades. Reb Jacob convoc a los judos de Castilla en el stano de don Jos Pinsi. All acudieron tambin representantes de otras comunidades, que se encontraban entonces en Roma, para deliberar
sobre la contestacin que deba darse al Papa. En la noche de "Hoschanah Rabah"[18], se realiz la gran reunin de todas las autoridades de la comunidad judaica que se hallaban en Roma, en el ya conocido stano de la casa de don Jos Pinsi. Se encendieron largas velas de cera. Slo haba contadas personas; los ancianos y los dirigentes de la comunidad, judos de frente alta, que llevaban impresas las huellas de las
persecuciones; ojos que brillaban con el ardor de la fe, de esa fe que vence al fuego de la muerte, barbas que de tanto padecer se hicieron ms blancas que la nieve apenas cada del ciclo, y largos mantos de seda y terciopelo, de color mbar verde, con anchos cinturones bordados en oro y las testas oscuras y respetables. Eran de distintas regiones; haba entre ellos judos fugitivos de Castilla, como Reb Jacob y don Jos y otros honorables seores;
judos franceses, de gran cultura, mdicos clebres, discpulos del famoso mdico judo Amatis Luzitanis, estudiantes de la Universidad de Padua; judos alemanes que introdujeron la "Torah" en Roma. Esta juventud permaneca en sus puestos de centinelas, en todas las esquinas, para llamar la atencin en caso de peligro. Cuando dio comienzo la reunin, el ciego Reb Jacob exclam:
Nos hemos quedado lamentablemente desprovistos de la "Torah", y andamos a ciegas. Como rebao sin pastor ha quedado la comunidad juda de Roma. Quin nos explicar la palabra de Dios y nos ensear su ciencia y lo que debemos hacer en caso de desgracia? Enviemos algunos mensajeros a don Jos Atalenghi, a Cremona, en la regin de Miln; l reuni a los judos y fund all una escuela para no echar al olvido la
palabra de Dios en toda Italia; a l le preguntaremos cmo tenemos que obrar opinaron algunos. Sera demasiado esperar! Los caminos son peligrosos para los judos. Adems, antes que nuestros mensajeros lleguen y regresen de Cremona, pasar el plazo que nos han dado, porque antes del Carnaval deben ser entregadas las perlas. Ha callado para nosotros la palabra de Dios? Acaso no se encuentran en la
gran comunidad juda de Roma hombres inteligentes, capaces de iluminar con la luz de la inteligencia la obscuridad en que nos encontramos? La palabra de Dios ha callado para nosotros desde hace mucho, desde el da en que nadie puede ver un libro hebreo. No podemos confiar a la memoria una cuestin tan importante, cuando se trata del peligro que corren nuestras vidas. El libro de Maimnides
contiene una ley al respecto, la recuerdo muy bien, pero no quiero confiar en mi memoria deca un anciano. Los libros del sapientsimo Maimnides, a quien nuestros hijos estudian desde nios, se queman en las calles de Roma quejbase otro anciano. No tiene nadie un libro, un "Iad Hajazakah"[19]. No hay en toda Roma una palabra hebrea escrita? Ser posible? Mientras tanto, Reb Jacob
dialogaba en voz baja con don Jos Pinsi. Despus de un largo rato, llam don Jos a dos ancianos y les dijo algo confidencialmente. Estos permanecieron estupefactos; luego se les acercaron otros y conversaron en voz baja. Por fin nombraron a algunos de ellos, seguramente los que conocan mejor los libros sagrados, quienes siguieron a don Jos Pinsi, que los introdujo en otro apartamento de aquel stano. De all siguieron por un largo y oscuro corredor secreto
que pareca un laberinto. Alumbrndose con la leve luz de una lmpara de aceite y de una vela de cera, llegaron as a un cuarto secreto cuya puerta abri don Jos como por encanto, porque no se haban visto ni seales de puerta ni de entrada; por medio de un resorte secreto corri una piedra de la pared, y todos se introdujeron en el cuarto oscuro. El cuarto estaba lleno de bales y cofres de hierro, atados con gruesas cadenas a las grises paredes de piedra. Jos Pinsi
abri ante ellos los amplios cofres, que no se encontraban repletos de oro y de piedras preciosas, sino de valiosos libros hebreos. Aqulla era la biblioteca secreta de Pinsi, el lugar donde guardaba los libros hebreos, la "Guemara", "Manuscritos", las primeras ediciones de Maimnides, oraciones, plegarias, narraciones en pergamino; manuscritos de leyes y costumbres del pueblo de Israel. All estaba escrita la persecucin de los judos en los distintos pases.
A veces eran narraciones que se referan al xodo de Espaa; otras eran relatos rimados de las vicisitudes de las almas judas que fueron sacrificadas en el fuego de la Inquisicin, poesas litrgicas y lamentaciones a los hroes cuyo martirologio alcanz alta celebridad. Esta biblioteca, formada pacientemente a travs de generaciones y conservada a costa de sacrificios, haba sido llevada desde Castilla a Italia y depositada en aquel oculto rincn del stano,
cundo Pablo orden quemar todos los libros de tal ndole. Los sabios revisaron los libros durante largo rato y encontraron en el libro de Maimnides aquello que necesitaban para dilucidar la cuestin que se les presentaba. Despus de la debida meditacin en dicho lugar, volvieron con la siguiente conclusin: Las perlas podran ser entregadas al Papa en calidad de multa, de contribucin, de rescate por sus vidas, por todo lo que l
quisiera. A su vez, l poda hacer con ellas lo que quisiese. Pero en ninguna forma deban entregar las perlas a la "Madona" como ofrenda de agradecimiento por haberlos salvado de la inundacin, lo cual implicara adorar a un Dios ajeno, en cuyo caso era preferible entregarse al "Kidusch Haschem" por voluntad de Dios. Las personas all reunidas escucharon la sentencia. Ninguna palabra se oa; un silencio profundo reinaba en la habitacin.
No diremos nada; entregaremos las perlas al Papa sin pronunciar palabra. Y si nos preguntaran algo? En ese caso, los engaaremos; total, no saben lo que hacen; obran como nios traviesos. Y de dnde sacaremos perlas tan grandes? pregunt alguien. Reb Jacob se puso de pie, llam a su nieta y le dijo: Hija ma, trae tus perlas y entrgalas a la comunidad de Roma.
No resulta justo que una hija de Israel se adorne con perlas, cuando los cristianos las emplean para adornar a sus dioses. La vivaz Ifatah sac entonces de un cofrecito de hierro sus perlas, patrimonio de largas generaciones, y las entreg para adornar con ellas a la inmvil Ifatah de la Iglesia del "Sagrado Corazn". Cuando la "Madona del Amor" ostent las perlas de Ifatah, lucieron en ella con la ms casta y pura belleza, incomparablemente mejor
que los otros collares de perlas que sus admiradores le haban regalado.
Las paredes de las casas desaparecan bajo la infinidad de colores de los preciosos terciopelos y de los tapices orientales. Los colores de los tapices brillaban al sol como piedras preciosas; las ventanas, puertas, balcones y terrazas llevaban florecientes ornamentos verdes. Las calles por donde pasaban las procesiones de Carnaval estaban adornadas con palmeras, mirtos, crisantemos y otras especies
orientales. Roma se haba convertido en una especie de parque magnificente de un prncipe oriental. Los habitantes de la ciudad no atinaban a darse cuenta del lugar donde se encontraban. Muchas casas se convirtieron en barcos provistos de grandes mstiles; semejaban buques perdidos, hechizados en un fantstico ocano multicolor. Algunas iglesias aparecan convertidas en templos de otros dioses, de Apolo y de Venus. Monumentos cristianos y
fuentes representaban a faunos salvajes y animales mitolgicos, Bacos ebrios, escanciando el vino de las copas desbordantes, y nios desnudos llevando racimos de uva en jarras de vino a paso de danza... Todas las cornisas y columnas de las calles romanas estaban adornadas con el verde de las hojas y el encendido carmn de las rosas rojas. Los santos de la Iglesia vestan togas romanas y pequeas coronas de hojas de laurel, e iban sentados
en los carros de triunfo, arrastrados por briosa cuadriga. Trastornaba todo aquello, como una mezcla de siglos, como un cambio de poca y perodos. Roma se sacuda el yug al cual la atara el Cordero; tambin se libraba de las leyes de la Iglesia y volva a ser lo que haba sido siempre, una servidora del viejo Pan. Retornaba al atesmo. Era una contribucin que la Iglesia pagaba a la vieja Roma pagana en el da de Carnaval. Esta festividad era la protesta de Roma contra el triste
Dios ajeno que la Iglesia le haba impuesto a fuerza de fuego y de espada. Roma extraaba los dioses paganos de sus antepasados; senta nostalgia por aquellos dioses radiantes en el sol de los tiempos pretritos. En estos das de Carnaval resucitaban una vez ms los viejos dioses de sus templos polvorientos y olvidados para entrar en la Iglesia de Roma; arrojaban al melanclico Cordero con sus heridas dolorosas y ensangrentadas, se sentaban sobre
su trono, y una vez ms el hombre adoraba al nico dios vivo que conoca, el dios de s mismo... Durante semanas enteras se preparaban para las grandes fiestas de Carnaval. Muchos iban y venan, disfrazados de viejos romanos con sus togas. Personalidades clebres de la historia romana, Csares y Augustos, anduvieron embriagndose en las tabernas de Roma... Algunos comerciantes persas y turcos arrastraban sus los de mercancas por las calles: Otros
se vestan como los indgenas de ciertas regiones salvajes que Coln descubriera en su supuesto viaje a las Indias, y que comenzaron a ser conocidos en el Viejo Mundo; esos atavos de los indios pintarrajeados de rojo y adornados con plumas aparecan muy a menudo en los corsos de Carnaval; solan llevar descomunales cigarros encendidos para recordar as la costumbre de fumar que se propag rpidamente por todo el mundo, cuando apenas emigr de Amrica. De esta manera
los indios se mezclaban con senadores romanos y se abrazaban como hermanos. Algunas mozas vestidas de diosas griegas, como las sacerdotisas del Templo de Vesta, y otras, vestidas de profetisas y sibilas iban del brazo de Bacos beodos, sobre cuyas testas bailoteaban coronas de rosas rojas. En los callejones apartados, faunos y stiros raptaban a jvenes sacerdotisas, para llevarlas a las casas alegres de pecaminoso esparcimiento y a los baos
pblicos... Mancebos alegres, ligeramente vestidos con unos sobrepellices de seda y con piernas y brazos al descubierto, acompaaban a sus viejos libertinos; filsofos griegos de cabelleras raleadas y largas barbas rizadas mantenan discusiones sobre Eratstenes en las plazas pblicas de Roma. Por la noche todo fue iluminado por fantsticos fuegos de artificio, que inundaban con su luz los edificios y
monumentos. Los esclavos llevaban antorchas que proyectaban su leve luminosidad sobre las mscaras fantsticas. Grupos de alegres muchachones y muchachas disfrazados, iluminaban su camino con extravagantes pantallas de pergamino veneciano, y linternas cuya luz les asignaba una rara prestancia de sombras chinescas. Bailando como sombras por las calles, desaparecan por los lugares apartados. Quedaba atrs el eco lejano de suaves canciones
apasionadas y el vaho de perfumes a la vez agradables y excitantes. Por las calles, flotaban densas nubecillas perfumadas que se elevaban del fuego de las antorchas que seguan a las mscaras. De las tabernas sala una luz desagradable, junto con las voces graves de los ebrios, y el olor a comidas fuertemente condimentadas, a especias y vinos agrios. El olor de aquellos potajes mezclados con los perfumes, y aquella luz con la de las linternas venecianas y con las
luces desagradables de otras tabernas y cafetines. Entremezclbanse gentes y cosas, la vida y la muerte se aliaban; todo se agitaba como un ocano tornasolado en medio de una neblina brillante y congelada que sobrenadaba. Slo un rincn de la ciudad se hallaba desprovisto de las luces fantsticas, y slo una calle estaba sumida en las tinieblas. La oscuridad de la noche caa pesadamente sobre el "ghetto". Las
lucecitas que antes se haban visto en las ventanas se haban apagado. Acurrucados con sus mujeres e hijos en los rincones de sus viviendas, los judos perciban desde lejos el tumulto que llegaba de las calles de Roma a travs de sus murallas. A veces caan algunos fuegos artificiales en el recinto mismo, e iluminaban el concentrado mutismo del ambiente. Entonces sobrevena el terror en el "ghetto", exacerbado por el salvaje bullicio que se oa en el interior de su
ciudadela. Atemorizados, se contemplaban unos a otros, y cada cual musitaba para sus adentros una oracin. Dios nuestro, ten compasin y protgenos en el da del Carnaval. Roma est sin Dios... Slo un stano estaba alumbrado: el de Jos Pinsi. All se reunan nuevamente los notables de la comunidad en vsperas de Carnaval. Era el nico lugar del "ghetto" donde tambin se hacan preparativos para dicha festividad.
Sobre la mesa se haba amontonado una cantidad de monedas, alhajas de oro y plata, joyas antiguas de todas partes del mundo, que los judos sacaron del stano de Jos Pinsi. Sobre el piso empedrado estaban apilados cortes de seda, ricos damascos y tapices orientales, cortes de terciopelo, regalos de novios, bienes hereditarios que haban pasado de generacin en generacin y que haban recogido en todos los hogares judos. Estos
objetos constituan la contribucin que los judos deban entregar en vsperas de Carnaval. En compensacin al hecho de que Judas vendi a Cristo por treinta dineros, los judos de Roma deban pagar todos los aos mil ciento treinta florines de oro en joyas y trabajos de orfebrera. Las hijas de Israel en Roma tenan la obligacin de adornar el Arco de Triunfo de Tito con tapices preciosos, sedas y terciopelos carsimos, en honor de la gran fiesta de Carnaval, cuando
la comisin compuesta por los rabinos y los ancianos de la comunidad esperaba con los rollos de la Sagrada Ley la llegada del Papa, que montaba su caballo blanco, dirigiendo la procesin de las Carnestolendas. Silenciosos y tristes pagaban los judos los florines de oro y los objetos preciosos valorados en oro, la multa de Judas, contribucin obligada a los gastos de Carnaval. Algunos de ellos miraban despreciativamente los ricos
tapices y las preciosas sedas con las que las hijas de Israel adornaran el Arco de Triunfo de Tito, de aquel hroe que les quit la libertad, arruin su pas e incendi su Templo. No pronunciaban palabra, y slo se oa el taido de alguna campana. Por otra parte, slo impresionaba la retina el brillo dorado de la pequea lmpara de aceite. Pero de vez en cuando se perciba el tumulto ruidoso que llegaba de las calles inflamadas de embriaguez, como el rugir de un
ocano tormentoso y agitado. Los tragaluces del stano se iluminaban en las intermitencias relampagueantes de los fuegos de artificio, que caan, de vez en cuando, en el oscuro "ghetto" de Roma. Entonces los judos palidecan, mirbanse los unos a los otros con el mismo pensamiento: Roma est sin Dios. En un rincn del stano apenas iluminado, estaban sentados los "corredores pedestres" y se untaban
las piernas con grasas y aceites, preparndose para la carrera del da siguiente. Eran Jaime Adoini y Marcos Alfi, los dos "tontos" del "ghetto" a quienes la comunidad pagaba todos los aos para que participasen en las "carreras", donde los judos deban tomar parte para diversin de los romanos... Por la Va Apia descenda una estrafalaria comitiva. Desde lejos, pareca como si un ro enfurecido, de color sangriento, se volcase sobre la calle. No se divisaba nada;
slo nubes coloradas de humo neblinoso se movan sobre las cabezas; entre el humo relampagueaban los fuegos artificiales, que arrojaban hacia el cielo puados de centellas. Cuatro briosos caballos emergieron imprevistamente de la neblina; iban uncidos a un carro de triunfo, llevando altos plumeros polcromos y cubiertos de ricos pellones de seda. Sobre el carro, cuatro heraldos de pie, dispuestos en la posicin de los cuatro puntos
cardinales, anunciaban con largas trompetas de plata que la marcha de Carnaval se haba iniciado. De acuerdo con las conclusiones del primer astrnomo de entonces que, segn el resultado de sus observaciones astrales, aconsejaba al Papa la manera de comenzar cada acto, la marcha de aquel Carnaval deba hacerse bajo el smbolo de la tierra y de sus cuatro elementos, los que estaban representados por seres humanos que se agitaban en el aire por medio
de un procedimiento mecnico. Despus seguan grupos que reproducan cuadros del Antiguo y del Nuevo Testamento, todos ellos recordatorios de la alegra y el placer de vivir. Abigail conduciendo un camello cargado de objetos preciosos de Oriente, y destinados a David; Lot con sus hijas. Despus aparecan muchos disfraces de la mitologa griega. Paris con las Tres Gracias. Tampoco faltaba Helena de Troya, por cuya causa guerrearon reyes y
pueblos; cuadros de la Odisea y de la Ilada; grupos que representaban a la gran familia de los dioses y diosas del Olimpo. All se vean tambin cuadros de carcter poltico, que advertan el peligro del poder de los Atamanes y el Sultn, enemigos de la Cristiandad; otro representando a Lutero con las siete cabezas de la Hidra; un cuadro representaba a los protestantes purgando sus penas en el infierno. ngeles y demonios, hechiceras y profetisas, sacerdotisas griegas e
idlatras, bailaban y cantaban, luciendo los bellos colores de sus mscaras y vestimentas. Sobre el agitado mar de colores se levantaba un trono, tapizado de telas suntuosas, en el cual se meca, vestido de escarlata intenso, el Papa Pablo IV , con la mirada de sus glaucos ojos mortecinos vagando sobre el pueblo, con su blanca barba temblorosa, que cubra su pecho, acompaado de su cortejo de cardenales y altos funcionarios de
la Iglesia. Un grupo de frailes vestidos de blanco, llevando candelabros de oro en los que ardan rojas velas de cera, alumbraban a Su santidad, al representante de Cristo en la Tierra, en la comitiva de Carnaval... A la entrada del "ghetto", bajo el Arco de Triunfo de Tito, la comisin de judos esperaba a Su Santidad. Adornado y embellecido con los ms lujosos tapices y mantones de seda bordados en oro, esperaba el Arco de Triunfo de
aqul que humill a Israel. Vestidos de blanco y cubiertos con los mantos sagrados se hallaban los notables del "ghetto". El ciego anciano Reb Jacob llevaba los rollos sagrados con los que se presentaban los judos todos los Carnavales. Iba rodeado por los ms ancianos y las personas respetables de la comunidad. Sobre una mesa ricamente cubierta haba varios bolsos de seda con los mil ciento treinta florines de oro a que ascenda el rescate de Judas. Un
poco ms lejos esperaban las muchachas hebreas, con flores y sedas bellamente bordadas, para cubrir con ellas el suelo donde tena que ubicarse el estrado del Papa. La procesin se detuvo. El Papa se adelant hasta el Arco de Triunfo de Tito, y all, instalado en su estrado, recibi a la comisin de judos. Intencionalmente desvi la mirada para no ver a los ancianos all presentes. Pero cuando las
muchachas judas comenzaron a extender ante su silla de mano los preciosos tapices, entonces los ancianos judos, siguiendo la antigua costumbre, avanzaron hacia el Sumo Pontfice. El ciego Reb Jacob le entreg los rollos sagrados y los rabinos pronunciaron su bendicin. A su vez, siguiendo tambin la costumbre, el Papa sac el pie de entre las sedas que lo cubran, y lo pos sobre la cabeza de Reb Jacob, mientras repeta el conocido dicho:
No os queremos, sino que os toleramos, porque Dios nos orden tolerar a nuestros enemigos. As termin la ceremonia de recibir de los judos el llamado "rescate de Judas". De pronto, los grupos de los distintos cuadros alegricos se disolvieron, entremezclndose. Trajes variados, mscaras, todo, todo se mezclaba en revuelta confusin. Los soldados del Papa, con sus fantsticas vestimentas, despejaron la Va Apia; y el
pueblo, apiado en una conglomeracin multicolor, se vio comprimido en las veredas, contra las casas. As tuvo que abrirse un espacio para las "carreras de postas", con las que siempre finalizaba el corso. En un trono escarlata que fue colocado frente al Arco de Tito, se sent el Papa en medio de su cortejo. Primero corran los jvenes romanos; como en otra poca, durante la dominacin romana, tambin esta vez en presencia del representante
de Cristo, estaban semidesnudos. Vestidos con cortas casacas de seda, como coronas sobre las cabezas, corran por la Va Apia. Toda Roma los segua con la vista y los estimulaba, con el entusiasmo de la sangre agitada y el revuelo de la diversin desenfrenada. Todos los ojos brillaban, los rostros congestionados de acaloramiento, ardientes de agitacin, las cabezas enracimadas. Desde los balcones, cubiertos de plantas y flores, las patricias agitaban sus pauelos
bordados, sus velos y sus abanicos. Las gentes apostaban a los corredores, poniendo en juego sus bienes y su misma libertad, y apenas alguno de stos alcanzaba la meta, los gritos, las alarmas, los aplausos y el agitar de las manos, mscaras y velos aturdan toda Roma. Luego, como en los antiguos juegos olmpicos, el ganador laureado era conducido en marcha triunfal por las calles de la ciudad. Las damas lo besaban y las cortesanas le arrojaban rosas desde
sus estrados; otras le enviaban misivas, y algunas, hasta las llaves de sus alcobas... Las carreras reavivaron la sed de diversin y exacerbaron la agitacin de los romanos. Despus de las carreras de los jvenes, segua la de los nios, a continuacin la de los mozos y, por ltimo, la carrera de la irrisin, que el Carnaval invent para los creyentes de Cristo: la carrera de los judos. Era vieja costumbre que para
Carnaval los judos deban presentar sus corredores, destinados, no a la lid deportiva, sino para servir de mofa. Elegan ex profeso a los ms ancianos y pesados, a los judos obesos de piernas combas, a los que cojeaban, para divertir con sus cmicas figuras al pueblo vido. La comunidad judaica de Roma ya haba preparado dos corredores especializados en ese juego. Antes de empezar les lean la "tojaj". Eran los "tontos" Jaime
Adoini y Marcos Alfi, que desempeaban tal papel en el "ghetto". Servan de "hazmerrer" y asistan con los odos tapados a los sermones obligatorios para todos los judos a quienes ellos reemplazaban. As como los cristianos se valan de "tontos" para divertirse, de igual manera los judos servanse de ellos, para regocijarse en los casamientos y banquetes. Estos dos retardados representaban en las casas judas la "dama de la muerte" y otras
fantochadas del mismo cariz. Durante las fiestas de "Simjat Torah" y "Purim"[20], divertan a las gentes con sus ocurrencias; en pago de ello reciban una pensin anual para que reemplazasen a los judos en las carreras de carnaval. Los dos "tontos" se identificaban de tal manera en sus papeles, que cuando llegaba el momento olvidbanse de la ficcin, y tanto se empeaban, que cada uno trataba de aventajar al otro y ganar la carrera. Se adiestraban para ello,
desempendose luego como verdaderos corredores. Los romanos esperaban con impaciencia. Apenas los vean pasar corriendo por la Va Apia con los pies torcidos y la respiracin agitada, un contagio de carcajadas burlonas se desplazaba sobre el agitado ocano de cabezas y rostros cubiertos. Eh, t, gil judo! Levanta un poco los pies, que resbalas!... Mira, mira; se tambalea, como si el diablo lo sacudiera!...
Y a ese le cuelga la cola! Yo mismo la he visto! Es igual que la del diablo! Mira su velluda cola, como la de mi "Fidel"! Ja! Ja!... Apuesto por l mi jardn, mi caballo, mi coraza! Apuesto que ganar el colorado! Salta como un mono! Miradlo! Eh, t, judo! Sacar los intestinos a tu mujer embarazada y le meter un gato en el vientre si me haces perder la apuesta! Juego a tu cabeza mi mejor caballo!...
De todas partes aflua el gritero. Los corredores se sentan azotados con las risas y azuzados con las ofensas y la amenaza de los puos que provenan de todas partes, para que uno sobrepujase al otro. Pero esta vez ya no se conform el pueblo con los "corredores oficiales" del "ghetto". Trastornados por la algaraba y vidos de nuevas diversiones, hacan correr bajo el Arco de Tito a los judos ms distinguidos que
integraban aquella representacin. Los judos devotos de Roma bajaron la cabeza avergonzados. Y para no mirar los rostros de sus opresores, acto que estaba prohibido por decreto, tapbanse los ojos. De repente fueron rodeados por todas partes y obligados a correr bajo una tempestad de gritos, denuestos, risas y burlas: Corred, judos, corred, corred! Estos miraron asustados y
palidecieron, sin comprender lo que queran de ellos, pero de todas partes mostrbanles los puos, profiriendo gritos amenazadores. De aqu y all reciban latigazos en los pies, empellones y denuestos. Corred, judos! Corred, corred! Algunos, asustados y trastornados, sin saber lo que queran de ellos, comenzaron instintivamente a correr. Envueltos en los amplios mantos sagrados, al correr, los "tritzot" se les enredaban
entre los pies, hacindolos caer. Otros se cubrieron el rostro con los mantos y se dejaron castigar. Corrieron unos pasos, se quedaron detenidos, volviendo los rostros aterrorizados, sin saber qu hacer. La indecisin de los judos, las cadas de unos encima de otros, su atolondramiento, exalt an ms el vocero. Aquello pareca un mar furioso. Por doquier resonaba el rugido de gritos salvajes, y cada vez se multiplicaba ms y ms la agitacin de las manos, de los
puos y de los ojos: Corred, judos! Corred, corred! En medio de sus compaeros se encontraba el ciego Reb Jacob. Empez a buscar algo con las manos, como si pisara sobre un terreno inseguro. Su rostro no expresaba miedo alguno; melanclico y tranquilo, como siempre, inclin an ms la cabeza con la luenga barba, que le llegaba a la cintura, sin moverse de su lugar. De pronto lo vieron las
alegres mscaras y quisieron acercrsele para burlarse de l. Pero al instante una muchacha de rostro cubierto con un velo, se abri paso a travs de la cadena de soldados suizos que custodiaban al Papa. Se introdujo en el grupo de judos, se acerc al anciano y lo tom de la mano. El ciego sobresaltose cuando se dio cuenta que era la mano de su nieta, la abraz y ambos trataron de alejarse rpidamente de aquel lugar para confundirse con la
muchedumbre. Pero fueron sorprendidos por la masa escandalosa. Se miraron uno a otro. Algunos se acercaron a ellos, pretendiendo separarlos. El anciano la sujetaba fuertemente para que los enmascarados no pudiesen arrebatrsela. Arrncale el velo del rostro! Mira si te conviene! dijo uno del pblico. Y una de las mscaras acept la invitacin. Entonces sucedi algo increble, que nadie pudo
comprender. Uno de los disfrazados, al ver el rostro descubierto de la muchacha, cay de rodillas, persignndose. Nadie saba lo que pasaba, pero al ver que la mscara se arrodillaba y haca la seal de la cruz ante una muchacha, empezaron a buscar a alguien entre la gente. De pronto, repararon en aquella que estaba al lado del anciano y que miraba con sus grandes ojos melanclicos y los labios contrados en un gesto de dolor y
compasin el salvaje desenfreno del pueblo, y alguien exclam: Ved, ved, quin est all! La Santa Madona! "La Madona del Amor"! Ved, ved!... Apareci la "Madona del Sagrado Corazn"! Ella, Ella misma en persona!... Oh, Madre Sagrada! Ten compasin! Y era como si un terror divino se abatiera sobre el pueblo. El miedo encresp las agitadas olas de
aquel ocano de hombres. Aqu y all, las gentes se arrancaban las mscaras, se quitaban los gorros fantsticos y las vestimentas paganas. Entre el mar de disfrazados, empezaron a descubrirse los rostros, por doquier las gentes dejronse caer de rodillas y levantaron las manos hacia la figura que se mostraba ante ellos. En las calles ms alejadas no se saba lo que all pasaba y an llegaba el eco de los alegres cantos carnavalescos y el rer de la gente;
resonaba el tumulto y la gritera proveniente de las lejanas calles hacia el lugar donde la gente, de rodillas, alzaba las manos al cielo, entonando el "Ave Mara". Como trastornados por un viento flamgero cado del cielo, se alejaban de ella, se apartaban de su camino, o se echaban al suelo ante ella, inclinaban las cabezas y levantaban las manos. La muchacha del "ghetto" tom de la mano al abuelo ciego y lo sac de entre el pueblo arrodillado
y cado que yaca a sus pies como un agua mansa, para desaparecer con l tras las puertas del "ghetto".
nunca. Gruesas y profundas arrugas surcbanle el rostro, entre cuyos pliegues se perdan sus ojos, apenas visibles; slo su boca amplia se ensanchaba desmesuradamente, y las hondas arrugas descendan de las comisuras. Su rostro expresaba una temerosa inquietud. Y tan sombros como su rostro estaban su espritu y su pensamiento. Con sus dedos largos y resecos tom el crucifijo y clav la mirada en l. Quines son aquellos de
quienes T desciendes? Acaso ests an ligado a ellos por el alma y por el cuerpo? Acaso no puedes dominarlos, que se atreven desde tanto tiempo y con tanta obstinacin a ignorarte? Acaso Dios, Tu Padre, te ha enviado solamente a nosotros, tus esclavos, reservndose su proteccin para ellos, sus hijos? O quiz por medio de una fuerza oculta han capturado ellos a tu Santa Madre, y te torturan en sus sinagogas, atraviesan tu corazn y extraen tu
sangre, y tienen a Tu Madre encadenada en sus templos para que haga milagros y los salve de nuestras manos, envindola a enrostrar por ellos el fuego y el agua? Di, di, di! Volvi a poner la cruz sobre la mesa. levantose pesadamente y sus pasos pesados retumbaron como martillazos en la amplia habitacin. En realidad, se imaginaba a la Santa Madre cautiva entre los judos, as como el pueblo de Roma
crea que los judos, por medio de una fuerza oculta, haban hecho jurar a la Santa Madre sobre los textos sagrados que permanecera en el "ghetto" para ayudarlos en sus peligros. Se imaginaba que Ella, el "Sagrado Corazn", la Virgen electa, la Madre del Nio Jess, yaca detrs de las puertas de las sinagogas, atada con gruesas cadenas. All los judos la torturaban y se mofaban de ella. Y toda vez que se encontraban en peligro la hacan salir disfrazada de
muchacha juda, para que apareciese ante los cristianos y los salvase; despus la conducan nuevamente a la sinagoga y volvan a encadenarla en uno de los cuartos secretos. Erizbasele la cabellera gris, mientras las arrugas de su rostro iban desplazndose, confundindose y apretndose como los anillos de una serpiente. Era tan supersticioso como su pueblo, y crea en la verdad de todo lo que imaginaba.
"Y por qu no? pensaba para s. Acaso no penetran ellos clandestinamente en nuestras iglesias, y no sacan del altar la hostia, el vino, el corazn de Cristo, para llevarlo todo a sus sinagogas y acuchillar la hostia, el Sagrado Corazn de Jess hasta extraerle la ltima gota de sangre con la que amasan su "matzot"?[21] Acaso la noche del "Psaj"[22] no ingieren con sus hijos el corazn y se embriagan con la sangre del pobre Jess?"
Sinti una gran lstima por el desdichado, a quien torturaban tanto. Se acerc a l y lo tom en la mano. Quiso ponerse de rodillas, pero no pudo... Quiso rogarle; tampoco pudo... Lo nico que senta era una compasin infinita por Aqul que tanto haba sufrido en la Crucifixin, por aqul a quien tanto haban torturado, arrancndole las uas, y cuya sangre beban los judos cada "Psaj"... Lo consolaba, lo acariciaba
con la pesada mano sobre el cuerpo torturado, lo tranquilizaba como se tranquiliza a un nio castigado, y le hablaba con suavidad, llorando compasivamente: Te vengaremos! Vengaremos todas tus culpas! Con la espada nos vengaremos! Pero no pudo hacer su ruego. Se senta ya ms fuerte que Dios, ms poderoso que El, porque poda atribuirse su venganza. Le pareca que l, Pablo IV , Papa de
todos los catlicos, y representante de Jess, era ya el propio Dios, y en sus manos estaba depositado el poder del mundo. El, slo l, poda castigar a los enemigos de Dios. Aqul que se encontraba sobre la mesa, era el nio torturado a quien los judos tenan prisionero en sus dominios para mortificarlo. Y l, el Dios Pablo IV , tomara venganza en su nombre. Estuvo a punto de caer de rodillas ante s mismo, de rogarse a s mismo, exaltarse a s mismo,
adorarse porque ya no reconoca otro Dios... Tir el cordn de la campanilla y orden que llamaran al cardenal Michaelo Ghislieri, el Gran Inquisidor. Cuando el cardenal entr con su rojo gorro inquisitorial y su manto de color rojo escarlata, el Papa le pregunt: Se confesaron? El inquisidor permaneci un minuto en silencio y luego dijo: An no.
Qu habis hecho con ellos? Los ancianos fueron puestos tres veces bajo la "rueda". Los fsicos aconsejan, sin embargo, que no continuemos por cuarta vez la tortura, porque no resistiran. Cuidad sus vidas dijo el Papa. La Iglesia no mata ocultamente en los stanos de las torturas. La Iglesia los quema pblicamente. Y los jvenes? volvi a preguntar. He puesto a dos de ellos
bajo la "cada de agua". Uno se ha vuelto loco. El otro an resiste. Entonces ninguno de ellos se ha confesado? Hasta ahora, ninguno. Y convertirse al catolicismo, tampoco? Son muy obstinados. Debemos convertir a algunos de ellos. La Iglesia tiene que vencer. Y con "ella", qu habis hecho? Lo que habais ordenado, Santo Padre. No nos
atrevemos a tocarla. Atemoriza con su parecido a la Madre de Dios, y nuestros hombres, los monjes, temen acercarse a ella. Se la observa? Est sentada junto a su anciano abuelo y toda la noche no hace ms que recitar los Salmos en su idioma maldito. Han intentado quitarle al anciano de su lado? Lo hemos intentado, pero cuando los monjes enmascarados entraron en su cmara y quisieron
tomar al anciano para sacarlo de all, ella s antepuso, y mir fijamente a los frailes. Estos reconocieron en ella el rostro de nuestra Santa Madre y se arrodillaron, persignndose. No ha tenido ninguno de los monjes el valor de cumplir la orden de la Iglesia? El pueblo cree que ella es la Santa Madre, a quien los judos obligan por medio de sus libros de hechiceras para que viva entre ellos y los salve de nuestras manos.
El Papa call un instante, mir al inquisidor y pregunt: Y t tambin crees que ella es la Santa Madre? El cardenal permaneci mudo. Por qu no contestas? Su rostro tiene un asombroso parecido al de Nuestra Seora, la bendita Madre de Nuestro Seor. Y los judos la tomaron prisionera? Es probable; los judos
pueden hacerlo por medio de sus libros herejes, de la misma manera que emplearon una fuerza oculta para que el cardenal Cristforo Madruzzi imprimiese sus libros, a pesar de vuestra prohibicin. Edita el cardenal Madruzzi libros hebreos? En Riva de Trento abri para ellos una imprenta, e imprimi su maldito libro, el "Mis chnah"[23], en dos ocasiones, y a pesar de que vos habais ordenado quemar tales libros.
Quemar! Que no quede ningn libro judo en tierras de Italia! Y el cardenal queda excomulgado! Y a "ella", tradmela; si realmente es la Santa Madre, Nuestra Seora Bendita, y est cautiva entre los judos a causa de sus malditos libros, un cristiano tiene que librarla de sus manos. V os, Santo Padre, en los stanos inquisitoriales? En las cmaras de torturas? Si vosotros tenis miedo de acercaros a ella, ir yo, yo mismo,
a librar a Nuestra Seora de manos de los extraos. Soy el representante de Dios en la tierra. Y el Papa, acompaado por el Gran Inquisidor, se dirigi a aquellos stanos, con el objeto de librar a la Santa Madre de su prisin.
abandono... En un ngulo, junto al muro, apelotonados, seres humanos se retorcan como gusanos, hundidos en charcos de sangre que manaba de sus heridas. En otro sitio se vea otras vctimas suspendidas de horcas de hierro, por los pies, sobre recipientes incandescentes. Debajo de grandes prensas aparecan cabezas humanas, de las que los monjes de mscaras negras, arrancaban el cabello con tenazas incandescentes. De todas partes se levantaban los gritos de dolor. El
mbito se llenaba de lamentos como mugidos de bueyes degollados. Pareca que los stanos de la iglesia de Santa Anglica se haban convertido en el teatro de una espantosa carnicera. El piso de piedra estaba hmedo, resbaladizo, de sangre humana. De la misma sangre estaban salpicadas las paredes... Bajo las prensas se atormentaba, apretando los rganos humanos en cajas de hierro. Haba gentes que geman en jaulas candentes, slo por haber sido
denunciados de cambiarse de camisa en la vspera del sbado. Era suficiente que un esclavo declarase que su ama acostumbraba tomar su bao los viernes, para que fuese llevada a los stanos de torturas de la Inquisicin, donde se la anotaba para arrancarle la confesin de que mantena relacin clandestina con la religin juda. Los judos eran mortificados en stanos separados de los de los cristianos, para que stos no viesen la obstinacin de los judos, para
que no se diesen cuenta de cmo estaba el judo ligado a su religin, para que no aprendieran la asombrosa entereza con que reciban el purgatorio de la Iglesia por su Dios y su fe. De all, de aquel stano, donde se los torturaba, no surgan gritos ni llantos, ni quejas de sufrimientos sobrehumanos. De all, de aquel stano, sala un cntico. Ese era el nico rincn de la gran iglesia de "Santa Anglica", la nica cmara de toda Roma Santa, de donde se
elevaba una alabanza y un ruego a Dios... Lo que la imaginacin ms fantstica puede concebir lo invent la Iglesia para torturar a los judos. La Inquisicin afirmaba que los rabinos, por medio de un sortilegio y del poder de sus libros, haban obligado a la santa Madre de Jess, que descenda de judos, a que viniese al "ghetto", donde la tenan encadenada en sus sinagogas, para obligarla a hacer milagros que los salvaran de las manos de los
cristianos. Cuando los judos de Roma supieron lo que la Iglesia exiga de ellos la devolucin de la "Santa Madre", creyeron en un principio que, tanto el Papa como los cardenales, haban perdido la razn. Pero comprendiendo luego que la Iglesia buscaba solamente un pretexto para hundirlos en los stanos de las torturas, contestaron a la acusacin de sus inquisidores, diciendo que no necesitaban de un ser, y, por aadidura, muerto, que
viniese a salvarlos de las manos de la Iglesia; que ellos se sentan protegidos por el nico Dios existente. La Inquisicin interpret estas palabras como una blasfemia contra Dios, y diez de los ms respetables ancianos del "ghetto" fueron encerrados en los stanos de la Inquisicin. El ciego Reb Jacoh con su nieta Ifatah se entregaron espontneamente en manos de la Iglesia, creyendo que con ello libraran a todos los judos de
aquella calumnia, porque la Iglesia se convencera de que ella, Ifatah, no era la "Santa Madre", sino una simple muchacha juda que viva con su abuelo en ese infierno de Roma, huyendo como toda hija de Israel, de los cristianos y de la Iglesia. Estupefacto qued el anciano, y ms an la nieta, al notar que todas las gentes les prodigaban atenciones como a seres extraordinarios. Los siervos de la Iglesia, los monjes y los sacerdotes,
teman acercrseles; se arrodillaban, se persignaban, levantaban los brazos y rogaban ante ella cada vez que la encontraban a su paso. Tenan a la muchacha con el abuelo en una cmara cerrada, y cuando los inquisidores, cubiertos con mscaras negras, llegaban all y queran quitarle el abuelo de su lado, era suficiente que Ifatah los mirase con sus grandes ojos para que se arrojasen de rodillas al suelo, retirndose luego
sigilosamente. En otras celdas cercanas se torturaba a los ancianos y a los rabinos con azotes infernales, para que confesasen haber hechizado a la "Santa Madre". A dos de ellos pusironlos bajo la "cada de agua". Este era el castigo ms temible, el que llevaba a las vctimas a la locura en el trmino de pocas horas. En un rincn del stano se vea a dos jvenes desnudos, sujetos a una barra de hierro. Por sobre sus cabezas colgaban dos grandes
vasijas llenas de agua fra, que dejaban pasar un par de gotas cada dos segundos a travs de un corcho perforado. Las gotas caan sobre las cabezas de las vctimas, afeitadas ex profeso. Las vasijas estaban colocadas de tal forma que las gotas cayesen sobre el occipital para resbalar a lo largo de toda la columna vertebral. Y cada vez que las gotas caan sobre la testa monda, un estremecimiento nervioso y crispante sacuda a la vctima desnuda. As iban cayendo
las gotas, da tras da y noche tras noche, sin pausa y sin tregua. Uno de ellos se haba vuelto ya loco; an segua amarrado a la barra, reaccionando cada vez que le caa una gota con una carcajada, que ya no era humana, la boca distendida mostrando los dientes, y los ojos saltones, que asustaban a los mismos inquisidores. En otro rincn aparecan tirados, como trapos, dos sujetos que apenas se movan y respiraban. Hacia ellos se arrastraba otro que
haba sido sacado de la prensa haca un instante, y que iba dejando sobre el piso de cemento huellas de sangre que manaba de su cuerpo deshecho. Los que se amontonaban en aquel rincn haban sido sometidos, uno tras otro, al tormento de la prensa, y ya torturaban a dos ms en aquellas mquinas diablicas. Los hombres fueron amarrados a largas barras de hierro remachadas. Aquella mquina haba sido tan bien calculada, que el reborde del
remache oprima todos los miembros del cuerpo. Los remaches, al ajustarse por medio de grandes prensas, compriman los huesos de los pies y manos, triturndolos. Cada uno de los torturados ya no podra servirse ms de sus extremidades en el resto de su vida. Los sufrimientos que producan tales prensas eran indescriptibles; sin embargo, los judos resistan. Sus dbiles gemidos se deban, ms que a los dolores fsicos, a la maldad humana
que se cebaba en ellos. De vez en cuando, un monje acercaba la cruz a los rostros de los torturados en las prensas, para que la besasen en seal de que acudan al ala protectora de la fe cristiana. Pero cada vez que el judo torturado as senta el olor del incienso y vea la cruz ante sus ojos, no haca ms que desviar la mirada. El judo que acababa de librarse de la mquina avanz arrastrndose como una serpiente
sobre el piso de piedra para acercarse a los otros. Estos intentaron extender las manos para ayudarle en el trance, pero los miembros ya no les obedecan. En ese instante no sentan ya ningn dolor. Les pareca que no tenan ya manos ni pies, ni los necesitaban ya ms porque ni cuerpo tenan; mirbanse los unos a los otros con ojos alucinados y se sentan ms que nunca unidos; vean a sus hermanos torturados, arrastrndose como gusanos, dejando tras s un
reguero de sangre de sus heridas. El hermano miraba al hermano, y las miradas los unan. As se consolaban mutuamente lo mejor que podan. Derrama tu ira sobre las gentes que no te conocen y sobre los reinos que no invocan tu nombre. Desde un rincn rogaban a Dios viendo al hermano ensangrentado que se arrastraba hacia ellos con su cuerpo deshecho, sin poder alcanzarlos. Jehov, Dios de las
venganzas, Dios de las venganzas, mustrate! exclamaba el torturado, hasta que se qued inmvil, sin poder llegar a sus hermanos. De pronto, como si aquellos judos agonizantes hubiesen recobrado repentinamente las fuerzas, como si hubieran adquirido alas para elevarse en los aires sobre las cabezas de los torturadores, los monjes, los diablos, reson en el stano donde se desangraban los torturados en las mquinas infernales, en las prensas
y horcas el siguiente cntico: No a nosotros, oh Jehov, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria; por tu misericordia, por tu verdad Por qu dirn las gentes: Dnde est ahora Dios? Y nuestro Dios est en los cielos; todo lo que quiso ha hecho. Sus dolos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablarn; Tienen ojos, mas no vern; Orejas tienen, ms no oirn; Tienen narices, mas no olern; Manos tienen, mas no palparn; Tienen
pies, mas no andarn; No hablarn con su garganta. Como ellos son los que los hacen, cualquiera que en ellos confa. Oh, Israel confa en Jehov; l es su ayuda y su escudo. Era una cancin irritante, una burla a su Dios, a su humano poder y a su vida toda. Sentan lstima de sus torturadores, que servan a Dioses paganos de madera y de piedra, y se rean de ellos. Los monjes enmascarados, con
sus picas, se detuvieron asustados por los judos que entonaban los Salmos. Parecan demonios, con sus instrumentos infernales, en aquellos stanos terrorficos. Suspendieron por un momento las torturas y pusironse a escuchar con temor el himno de los desdichados que cantaban las alabanzas a su Dios, bajo el espanto de las mquinas de tortura...
CAPITULO XV EL TRIUNFO DE LA FE
Cuando el Papa Pablo IV penetr en las cmaras de la Inquisicin acompaado de su Gran Inquisidor, lleg a sus odos el cntico que los judos levantaban desde sus celdas de martirio; un cntico que se pareca al llanto y clamoreo de los mrtires cristianos. Aquel cntico inspiraba gran temor a los monjes y esbirros de la
Inquisicin, que no atinaban a hacer nada, ni saban cmo ahogarlo. El Papa detuvo sus pasos pesados ante el umbral de la cmara cerrada con portn de hierro, y prest atencin al cntico que suba por las escaleras frreas del stano. Mir al Gran Inquisidor, a los cardenales y monjes que lo acompaaban malhumorados sin pronunciar palabra, escuchando en silencio. Son esos judos, que dicen sus oraciones diablicas en su idioma maldito. Es un idioma de
hechicera que los preserva de las penurias y los insensibiliza al dolor de las torturas intent justificarse el Gran Inquisidor. El Papa no haca ms que observarlo insistentemente, con una mirada que se insinuaba a travs de sus prpados entrecerrados, entre la maraa de los pliegues de su rostro. Un ntimo temor se iba apoderando de l, enraizndose hondamente en su alma, porque asista personalmente al triunfo de la fe. Por un minuto dud de sus fuerzas,
y los plidos labios que se deformaban entre las arrugas de su semblante pronunciaron, como si fuese un bramido, las siguientes palabras: No; estn cantando los Salmos. Todos callaron. El Papa seal el portn de hierro. Lo abrieron; se detuvo en el umbral y ech una ojeada a la celda de los martirios. Vio el montn de huesos ensangrentados que yacan en un charco de sangre,
en un ngulo, junto al muro de piedra. Vio los cuerpos dispersos tirados por el suelo, arrastrndose el uno hacia el otro, sin poder alcanzarse. Vio los cuerpos que sobresalan de las cajas y jaulas candentes y de las prensas, y todo aquello cantaba. Las vctimas no le dirigan ni una mirada siquiera. Atemorizados y temblando quedaron los inquisidores y los monjes con las mscaras negras, ocupados en la sangrienta tarea; la
suspendieron por un minuto, y viendo al jefe de la Iglesia ante ellos, en el umbral de la entrada, cayeron de rodillas como los demonios ante un demonio superior. Los martirizados no dejaron ni por un instante de cantar las alabanzas a su Dios. Ni prestaron la menor atencin a aqul en cuyas manos estaba la suerte de sus vidas y de cuya palabra dependa la suspensin de sus torturas. Para ellos resultaba lo mismo que los martirizasen o no. Ellos no se
encontraban en aquellos stanos sangrientos. Eran sus cuerpos ensangrentados los que all estaban, pero sus almas elevbanse a Dios, con el ansia incontenible de extasiarse ante su presencia. Y era un ruego hecho canto: Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, as clama por ti, oh Dios, el alma ma. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: Cundo vendr, y perecer delante de Dios!
Y el representante de Cristo en la Tierra, el Jefe de los cristianos, Su Santidad el Papa Pablo IV , el tirano de la fe cristiana, comenz a dudar de s mismo, del Dios esculpido en plata que aprisionaba en la diestra. Miraba a los judos triunfantes y se preguntaba: En qu consiste su poder? Quin es aqul que los protege? Qu es lo que ven en sus ltimos instantes? Quin les da esa fuerza para resistir las penurias y dolores del tormento, y para entonar salmos
a su Dios desde las prensas de tortura? No, no es el poder del Demonio el que los afianza en la seguridad y la tranquilidad del triunfo... Es el poder de Dios... Tuvo la impresin de que el Dios a quien l representaba, el Dios de la efigie atormentada que llevaba sobre su hbito rojo, el Dios que adoraran sus antecesores, su Dios ya no tena ninguna fuerza, ningn poder sobre ellos. Y as como entonces se haban sobrepuesto a su resistencia fsica,
tampoco pudo prevalerse contra ellos, fuertes por sobre su fortaleza moral, fuertes por sobre su poder divino; l no poda prevalerse en su contra... Y mont en impotente clera. "Pero tengo el poder de torturarlos, as como ellos torturaron al Seor pensaba. Soy su representante en la tierra. A m me torturaron, a travs de las generaciones, a travs del tiempo, y yo tengo el poder de pagarles con la misma moneda por media de mi
mano frrea, con el brazo flamgero de la Iglesia, yo, Pablo IV , el representante de Dios en la tierra, el Papa de todos los catlicos, la suma autoridad de la Iglesia". Levant luego la cruz y la apret con amor apasionado contra su pecho, como si estrechase a un nio martirizado e indefenso; la bes, y levantndola por encima de los inquisidores y de los monjes de las mscaras negras, se dirigi a ellos en voz alta: Fieles de la Iglesia,
ejecutad la accin de la fe por la gloria de la Iglesia. Y los bendijo en nombre de la cruz. En otro cuarto, en una de las cmaras del stano, en una celda donde solan encerrar a los ms grandes infractores contra la Iglesia, estaba el ciego anciano Reb Jacob con su nieta Ifatah. La suprema aspiracin del anciano era merecer la muerte de un mrtir, considerada entre los cabalistas corifeos de Salomn Malco una
concesin que Dios dispensa a sus elegidos. Adems, desde la muerte de Salomn Malco, cuyos devotos entre los que se contaba tambin el ciego Reb Jacob crean que resucit tiempo despus de su muerte, y desde la aparicin del Santo Rab Jos Karu, en la santa ciudad de Tyfas, que ejerci su influencia sobre los cabalistas del mundo entero, esperaba el anciano el advenimiento del da en que Dios lo eligiera para morir por la gloria de su nombre... Desde que lo
encerraron en el stano de la Inquisicin, Reb Jacob se preparaba ya para el gran da. Purificaba su cuerpo. Casi no probaba bocado; mantenase slo con agua, para no incurrir en suicidio, accin sta que los judos consideraban pecado de los ms graves, cuya consumacin deparaba la prdida del cielo. Deca continuamente, en compaa de su nieta, versculos de los Salmos, hurgando en profundos problemas y mundos ocultos. El nico rasgo de
tristeza que se notaba en su gran alegra, era la preocupacin de que los cristianos haran de su nieta un Dios, un dolo. Tema que la dejaran vivir. Y muchas veces hablaba con ella al respecto. Tus antepasados, que alcanzaron el cielo dndose en holocausto por el nombre de Dios, no podrn permanecer tranquilos y se avergonzarn ante los dems consagrados y purificados. Ella miraba al abuelo con sus grandes ojos empapados en
lgrimas y besaba su mano delgada, sin decir palabra. El anciano la comprenda. Los antepasados en el Paraso se alegrarn contigo, hija ma. Y ambos, a la vez, volvan a cantar los Salmos: Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temer mal alguno porque T estars conmigo. Cuando anunciaron a Reb Jacob que el Santo Padre, el Papa en persona, vena a escucharlo y
que le ordenaba que saliera de la celda, el anciano no dej de cantar acompaado de su nieta; pareca como si ambos a la vez danzaran alegremente. Y tomndola de la mano, sali de la celda y se dirigi, conducido por ella, hacia el estrado del Papa, sin silenciar su canto en voz bien alta, acompaado por la voz de Ifatah: Jehov es mi luz y mi salvacin: de quin temer?
Jehov es la fortaleza de mi vida. de quin he de atemorizarme? En la cmara del tribunal de la Inquisicin estaba sentado sobre un trono escarlata el representante de Cristo, el Papa Pablo IV , con su alto birrete y su toga de terciopelo rojo, ante algunas velas encendidas, tambin rojas, en candelabros de oro, rodeado de su cortejo de cardenales, de altos funcionarios de la Iglesia y otras personalidades de la Inquisicin. Cerca del trono
apareca el alto y fuerte cardenal Michaelo Ghislieri, el Gran Inquisidor, envuelto en su manto de terciopelo escarlata, con su rojo gorro cardenalicio colocado sobre su testa prominente. A ambos lados del recinto se alineaban los clrigos y monjes que servan a la Inquisicin, vestidos de negro, con los capuchones oscuros sobre la cabeza y el rostro cubierto con antifaces, sosteniendo rojas velas encendidas. Muchos de ellos ostentaban, pintadas en blanco
sobre sus capas negras, calaveras que parecan haber saltado de la tumba con su aspecto terrorfico. Entre ambas filas caminaba el ciego Reb Jacob, guiado por su nieta Ifatah; sus pasos eran serenos, firmes e imponentes; tampoco pareca dar importancia ni a los monjes ni a las velas encendidas que llevaban, como si a nadie presintiera, como si nadie se encontrara en aquella sala del Tribunal. Y acompaado de la muchacha, cantaba con voz sonora
los pasajes de los Salmos. Aunque se asiente campo contra m, no temer mi corazn: Aunque contra m se levante guerra, yo en esto confo. Los monjes y sacerdotes vieron que ella, la que conocan tambin a travs del cuadro sagrado "La Madona del Amor", ante quien se arrodillaban, cuya efigie llevaban pendiente del cuello con cadenillas de oro y cuyo rostro besaban al pronunciar sus afiebradas oraciones al acostarse y
al levantarse, estaba all, con sus grandes ojos rogativos que miraban con dolor y amor, y su pequea boca contrada en un mohn de llanto; era ella misma, en su propia corporizacin divina, con su largo vestido celeste, descalza, y la larga cabellera despeinada, con la blanca y suave mano infantil aprisionada por la del abuelo anciano y ciego, de luenga y blanca barba y alta frente arrugada. No pareca acaso la "Madre de la Misericordia" que conduce con
la mano el dolor del mundo por el camino de la eternidad? All, baada por la luz rojiza, entre las filas de rojas velas encendidas, guiando silenciosa, cadenciosamente al anciano, recordaba ms an a la "Santa Madre" y a sus representacin pictrica. A su paso se atemorizaban los monjes, los clrigos y los frailes, posedos de una profunda devocin. Los monjes, sin poder dominarse, doblaron las cabezas y se arrodillaron ante ella,
persignndose con una profunda angustia de miedo. El mismo Papa, observando los semblantes de los cardenales, levant la cruz de plata, que colgaba de su pecho, llevndola sobre la cabeza de los cardenales, de los monjes y de todos los asistentes, como si ello hubiese querido disipar el temor de que estaban posedos. Pero Ifatah ni siquiera los miraba, caminando con pasos silenciosos, majestuosamente, como si ensayara una danza rtmica, sin
dejar de cantar los Salmos, acompaaba al abuelo ciego. Cuando se acercaron al trono del Papa, reinaba un profundo silencio en la sala del Tribunal. Quin eres, anciano, y cul es tu nombre? preguntole el Papa. Mi nombre es Jacob Meduga, y desciendo de la familia de los Abarbanel, que fue arrojada, juntamente con todos los judos, de Espaa, la patria de sus antepasados. Desde entonces peregrinaron y se dispersaron por
el mundo contestole el anciano. La sala estaba sumida en un silencio absoluto. Se oa solamente el chisporroteo de las velas y el correr de las plumas sobre el pergamino enrollado, donde los dos escribas del Santo Tribunal tomaban anotaciones de todo lo que deca el judo. Y quin es esta "Donna" que te acompaa en tu camino? volvi a preguntarle el Papa. El ciego extendi la mano para tomar la de Ifatah, y abriendo la
boca desdentada, contest: Es mi nieta Ifatah, hija de mi hijo Jos Meduga, a quien Dios ungi con la condicin de vctima predilecta y fue quemado por los inquisidores de Lisboa, por la gloria del Dios nico, Creador de los cielos y de la tierra, y por la exaltacin de nuestra fe, que es la fe de nuestro Dios nico y eterno. Los cardenales palidecieron, mirndose unos a otros; pero el Papa prosigui: Anciano, la Santa
Inquisicin te acusa de haber conjurarlo, junto con los rabinos, por medio de la fuerza del idioma oculto de vuestros libros hechiceros, conocidos slo por ti y los tuyos, al Santo Espritu de nuestra doncella, la Virgen Madre de Jess, para que ella, en su divina forma descienda de su trono celestial. V osotros la tenis, pues, en vuestro "ghetto", en un lugar apartado y seguro de la sinagoga, para que os proteja de los cristianos. Y t has obligado, por
medio de tu poder de hechicera, al Espritu de Nuestra Madre Bendita, la Virgen Madre de Jess, para que te salvara de la inundacin y de las manos de los cristianos en este ltimo Carnaval. Tambin ahora la obligas por la fuerza de tu brujera a que permanezca a tu lado y te proteja. Confiesas tu pecado, judo? Reb Jacob permaneci largo rato silencioso. Entreabri los ojos apagados, como si quisiera ver. Le impulsaba el deseo de decir la
misma oracin de Sansn: "Que slo una vez ms Dios concediera fuerza a sus ojos para ver, que slo una vez pudiera ver al Padre de todos los cristianos y mirarle bien en la cara." Pero sus ojos estaban ciegos para la luz del mundo. Esa vez slo vea en lo hondo de su ser la claridad celestial de la verdad que arda en su corazn, y la gran justicia de su causa; y de su corazn se levantaba una oracin a Dios, a aquel Dios nico y eterno por el cual estaba dispuesto a dejar esta
vida. Tom la mano de la nieta entre las suyas y comenz a cantar junto con ella, en voz alta: Jehov es mi luz y mi salvacin, de quin temer? Jehov es la fortaleza de mi vida: de quin he de atemorizarme? Judo, no me contestas? El Santo Tribunal espera tu respuesta, judo! Este es el pecado por el cual atormentas a aquellos inocentes en las cmaras de las
torturas? ruga el anciano. Ay, de vosotros! A quin rends culto? A un Dios a quien se puede hechizar? A quin se puede conjurar por medio de palabras? A quin se puede dominar? Abrid vuestros ojos y ved al Dios nico y eterno de la tierra y de los cielos! No, ste no es vuestro Dios indic el anciano, sealando a su nieta, es slo una pobre muchacha juda, perseguida y escarnecida como todos nosotros, por la nica fe de sus padres.
Nuevamente rein en la gran sala un prolongado silencio, y plidos, se miraron los cardenales unos a otros. Entonces, el Papa se levant del trono, tom la cruz, y dijo: Judo, por segunda vez has ofendido ya a la Iglesia y a sus dogmas sagrados, en presencia del Alto Tribunal. Pero la Iglesia es misericordiosa y paciente como una madre que abre ampliamente los brazos para recibir a sus hijos extraviados. Escucha el llamado de
nuestra madre, la Santa Iglesia deca el Papa, mientras descenda de su trono con la cruz en la mano y la aproximaba al rostro del judo. Delante de tus ojos ciegos, tengo en mi mano la claridad de todo el Universo, la cruz de Dios. Sintela en tu corazn, dobla tus rodillas, para que tu alma pecadora, que repudia a Dios, sea absuelta y recibida en el reino celeste. El judo sinti la cruz de plata cerca de su rostro, y el olor del incienso al respirar. Con viva
contrariedad apart la primera con las manos y exclam: Ante quin prosternarme? A quin rogar? A quin adorar? A un trozo de plata, fundido por el fuego y cincelado por el martillo de un platero, a un trozo de plata que se puede comprar por dinero, vender por dinero y hasta empearlo? Judo, te ordeno nuevamente que te arrodilles ante este smbolo, por los dolores que ha soportado por ti, por m, por nuestros pecados
y el Papa le acercaba nuevamente la cruz. Ante un hombre a quin crucificaron? Ante un hombre a quien torturaron? Ante l quieres que me arrodille? Puedo sentir por l solamente compasin, lamentar su suerte, pero, adorarlo? aadi el ciego con una sonrisa, en idioma de Castilla. El rostro del Papa enrojeci, sus arrugas se movan como un ocano agitado. Perdida ya la paciencia paternal con que haba
impresionado al tribunal, se dirigi con voz amenazadora: Judo, los brazos de la Iglesia alcanzan muy lejos y queman como tenazas candentes y acercaba nuevamente la cruz al rostro del judo. Est bien, Santo Padre! Ese es tu idioma. Pero di mejor: "adrame, arrodllate ante m, suplcame". T eres el Dios de todos los catlicos, porque eres ms poderoso que El, eres ms fuerte que El! T puedes aplastar a
aquellos que se rebelan contra ti! La cruz temblbale en las manos. El Papa enrojeci y los pliegues de su rostro se inflamaron. El judo haba expresado aquello que llevaba muy hondo en su corazn y que tema pensarlo. De pronto, golpe el rostro del judo con la cruz que esgrima en la diestra, ahogando su voz. Gotas de sangre rodaron entonces sobre su superficie y cayeron sobre la pequea imagen de Jess. Al ciego Reb Jacob se le
doblaron las rodillas, y pareci vacilar. Pero permaneci firme sobre sus pies. Y baada su cara de sangre, pronunci unas frases de los Salmos, silenciosamente: Porque por amor de ti he sufrido afrenta: Confusin ha cubierto mi rostro. Y cuando los monjes de la Inquisicin, a una seal del Gran Inquisidor, condujeron al anciano hacia las cmaras de las torturas, se oy un cantar: Jehov es mi luz y mi
salvacin: de quin temer? Jehov es la fortaleza de mi vida: de quin he de atemorizarme? Ifatah hizo un movimiento para seguir al abuelo. Extendi hacia l sus brazos, pero el Papa se interpuso en su camino. Acercndole la cruz, exclam: En nombre de Dios, del Hijo y el Espritu Santo, dime, quin eres? Ifatah permaneci mirndolo
fijamente. De sus ojos brotaron dos grandes lgrimas, semejantes a dos perlas, que quedaron suspensas sobre sus pestaas inferiores. El Papa no pudo soportar aquella mirada. El dolor que expresaba lo conmova. Acerc an ms la ensangrentada cruz a su rostro y exclam. Si t eres el espritu de Nuestra Seora, Madre de tu Hijo, arrodllate ante El, inclnate ante sus sufrimientos. Si no lo haces, ser seal de que has robado la
fisonoma de Nuestra Seora, y la llevas, valindote del poder impo de tu brujera, para engaar nuestros corazones. Las dos grandes lgrimas que haban quedado entre sus pestaas rodaron por sus mejillas y se detuvieron en las comisuras de su pequea boca. El crucifijo volvi a temblar en la mano del Papa. Su corazn se agitaba y no poda soportar aquella mirada. El fuego comprobar quin eres! Si eres nuestra Seora, el
fuego no dejar en tu cuerpo seal alguna, como en los santos; si la deja, significar que por medio de hechiceras te has investido de la figura de Nuestra Santa Madre djole el Papa. En los labios rogativos de Ifatah se insinu una leve sonrisa. Nadie supo lo que significaba. Pareca que lloraba con una sonrisa y que sonrea con lgrimas... En todas las iglesias de Roma se practicaban misas. De Roma se enviaban bulas a todo el mundo
catlico, disponiendo que el da de San Pablo se declarara feriado, y que se practicaran oraciones especiales de alabanzas y rogativas en tocas las iglesias. Adems se orden desde Roma que todos los templos se engalanasen con las divisas de la Iglesia y con los cuadros sagrados, y que se realizasen procesiones. Los escribas de la Iglesia anotaron en las crnicas de la Santa Iglesia, a fin de que se perpetuase a travs de las generaciones el gran milagro
que haba llevado a cabo el Papa Pablo IV , luchando con Satans, aparecido en la forma de la Santa Madre, hasta vencerlo despus de ardua lucha, con la sangre de Cristo, que apareci en la cruz que el Papa llevaba en la mano.
tiempo atrs se incineraban textos sagrados y almas judas, un gran "auto de fe". La temible hechicera de Castilla, la que por arte de la brujera tomara la figura de la Santa Madre, tal como aparece en el cuadro "La Madona del Amor", que se halla en la iglesia del "Sagrado Corazn", sera llevada pblicamente a la hoguera para comprobar por medio del fuego, si era, en verdad, la Santa Madre, o, como afirmaban los inquisidores, una hechicera.
El "jueves verde" apareci sobre el Tber un sol rojo y ardiente como un manojo de resina en combustin, y desde el amanecer daba un calor hmedo y pesado, que saturaba la atmsfera y produca un ambiente de bochorno en las calles de Roma, inflamando el espacio celeste. Desde la madrugada se oa un angustioso y horrsono taer de campanas en todas las iglesias. Aquello pareca como si las campanadas avivasen el ardor del sol y acrecentaran sus
llamaradas, azuzando las lenguas de fuego al punto de tornar asfixiante la atmsfera de Roma. Desde el amanecer, las calles, los lugares de reunin y las plazas pblicas banse llenando de gentes, de caballos, vacas y otras tantas criaturas vivientes. Desde cerca y desde lejos, desde todos los sitios donde se conoca la leyenda de la "Hechicera de Castilla", investida de la figura de la Santa Madre, venan las gentes para presenciar la gran fiesta del fuego, y ver cmo la
hechicera sala ilesa de la prueba. Llegaban por todos los caminos y empleaban todos los medios de locomocin: quin a caballo, quin en asno, quin en mula y quin a pie, desde Ferrara y Florencia. Los marineros de Alcani llegaban por el Tber, en veleros empavesados. Roma no tena espacio para ampararlos bajo techo; por eso permanecan con sus animales en las calles, levantaban carpas de colores en las plazas, ocupaban las blancas escalinatas de mrmol de
las iglesias, en la plaza de San Pedro, ante la iglesia del mismo nombre. Ante los estrados de mrmol que levantara Miguel ngel descansaban decenas de miles de hombres, con sus mujeres e hijos, con sus asnos y camellos, levantando all sus carpas. Roma se haba hecho tan estrecha, tan sucia e incmoda, que los aristcratas y los cortesanos abandonaron la ciudad durante el da de la gran fiesta, sin poder resistir el aire corrompido por las emanaciones del sudor y el
mal olor del populacho que la haba invadido. En el "Campo de Fiarra", donde tena que practicarse el auto de fe, haca varios das que se entablaban verdaderas luchas y querellas para ocupar cada cual el mejor lugar. En la maana del "jueves verde", la playa estaba de tal forma atestada de hombres, mujeres, nios, vehculos y carpas, que a duras penas pudieron los monjes de la Inquisicin colocar cerca de la pira sobre la cual deba
ser quemada la hechicera, dos palcos cubiertos con doseles de terciopelo rojo, uno de ellos destinado para el Papa con su cortejo y el otro para el Gran Inquisidor con el Alto Tribunal. Cada uno de los que se encontraban en la plaza, ante la pira, haba pasado varias noches sin dormir para cuidar sus lugares. Los monjes se vean obligados a emplear ltigos de alambre, picas y fustas, para castigar al populacho y preparar los sitios para el Papa y el
Alto Tribunal. La playa donde deba tener lugar la fogata se convirti en una feria anual. El pueblo, al permanecer en aquel lugar durante varios das y noches, necesitaba, naturalmente, proveerse de alimentos. Acudieron vendedores ambulantes, se instalaron restaurantes, cantinas, etctera. Por encima de las cabezas del pueblo se elevaba un humo denso que sala de las cocinas improvisadas, colocadas en pequeos vehculos, donde se
vendan alimentos calientes. Curanderos con sus altos gorros que ostentaban dibujos de signos astronmicos, y sus largos mantos con estrellas y cometas, parados sobre sus carretillas, pregonaban en rima la fuerza de su magia, que poda devolver con el agua hechizada a la mustia epidermis de una mujer, el vivo color rosa primitivo, que poda rejuvenecer a los ancianos, convertir, con pinturas, al morocho en rubio, en negro al blanco; extraer muelas
enfermas, curar el dolor de estmago y el mal de ojo. Fueron rodeados principalmente por mujeres morenas que se hacan rubias, siguiendo el capricho de la moda. Tampoco faltaron a esta gran fiesta de la fe, las rameras, que levantaron entre el populacho sus tiendas con la entrada de acceso engalanada con guirnaldas de rosas rojas y, como distintivo de su profesin, el retrato de Santa Magdalena, con sus rizos de oro despeinados, de la santa protectora
de las mujeres de mala vida, la prostituta oficial de la Iglesia... En medio del populacho turbulento y revuelto que apestaba de comidas picantes, de vino agrio, del perfume barato de las rameras, de flores deshechas y de transpiracin, haba un espacio cuadrado y cercado, para el tmulo donde sera quemada la hechicera de Castilla. Cerca del tmulo se haban colocado, como ya se ha dicho, los dos palcos con sus doseles de terciopelo rojo, uno de
ellos destinados para el Papa con su cortejo, y el otro para el Gran Inquisidor con su Alto Tribunal, que los monjes consiguieron ubicar a duras penas entre el pueblo apretujado. Todo aquello, los palcos y el tmulo, apareca repleto de pblico y guardado por los monjes cubiertos de negro de pies a cabeza. El tmulo estaba construido en forma de pirmide, que consista exclusivamente en textos y manuscritos judaicos... De todas las provincias de
Italia se recolectaron libros hebreos, se allanaron y requisaron las sinagogas, se secuestraron valiosas bibliotecas privadas, herencias de generaciones que les eran ms caras que todos sus tesoros; trajronlos de la Dispora espaola, de la Dispora portuguesa y de las libres y tolerantes provincias italianas de entonces, donde los judos se haban radicado; se allanaron las imprentas judas que tan pronto se haban propagado en las provincias
de Italia, imprimiendo libros hebreos; todo fue entregado a los inquisidores. En la fiesta del "auto de fe", la hechicera deba quemarse junto con los libros embrujados. Ms de una vez haban quemado libros hebreos, pero nunca la pira haba sido tan grande y tan valiosa como esa vez. A toda Italia, y especialmente a Roma, trajeron los judos sus tesoros, que consistan en raros manuscritos y valiosos incunables, para protegerlos del fuego de
Espaa y Portugal. En las ciudades de Ferrara y Mantua, donde se fundaron las primeras imprentas de libros hebreos, se encontraban los viejos y preciosos manuscritos, de los cuales se imprimieron los primeros ejemplares del "Gnesis" y de la "Guemara". Todo eso fue utilizado por la Inquisicin para levantar la pirmide de papel sobre la cual deba quemarse a la hechicera de Castilla. Haba en aquella pirmide de libros, manuscritos de la "Guemara" en
papiro; ejemplares que provenan de las Academias de Pamplona; ejemplares del "Gnesis", escritos por escribas judos para los notables de Babilonia; haba textos de Maimnides, escritos de su puo y letra; poesas y poemas de los poetas judos ms grandes de Espaa. Haba adems primeras ediciones de la "Guemara", de "Iad Jazokah", de tratados sobre la moral y otros textos de filosofa que editaron las imprentas primitivas fundadas por el sabio cristiano
Rose, en Mantua y en Ferrara; primeros ejemplares de la ltima edicin de lujo de la familia Chansina de Rmini; ejemplares de incomparable belleza de la famosa editorial del cristiano Daniel Bombery, de Venecia; ediciones de "Guemara" y libros de oraciones que imprima para los judos el Cardenal Madruzzi, asociado con el gran rabino Jos Atalenghi, en Riva de Trento; cartas en pergamino que escriban los notables de Babilonia a los judos de los pases eslavos,
los lejanos pases de los eslavos y los trtaros; lamentaciones, canciones litrgicas, poemas y canciones de los judos ribereos del Rhin sobre las primeras Cruzadas, tratados cientficos de matemticas, de astronoma, de medicina y de moral, y manuscritos cabalsticos, redactados por viejos judos espaoles, cuando su ciencia floreca bajo el dominio de la cultura rabe. Por las calles del "ghetto" no apareca ni un alma, y las puertas y
ventanas permanecan hermticamente cerradas. En las calles, cmaras y cuartos ocultos, yacan mayores y chicos, hombres y mujeres, y su llanto y su alarma elevbanse al cielo porque iban a sacrificar a un ser, iban a inmolar a una virgen junto con sus libros sagrados. A la hora sealada por el gran astrnomo de la Iglesia, de acuerdo con sus observaciones astrales, se diriga el cortejo de inquisidores conduciendo a la hechicera de
Castilla desde la Iglesia de Santa Anglica al "Campo de Fiarra", donde la pirmide de libros ya estaba preparada. La Iglesia exhibi ante el pueblo todo su brillo y su esplendor: la apoteosis de su triunfo y el poder de su fe, bajo el sol glorioso que presida la procesin. Una turba de fogoneros y deshollinadores, vestidos de negro, abrieron la marcha, privilegio que les corresponda por derecho propio, puesto que abastecan de
combustible para el fuego de la Inquisicin. Llevaban antorchas, con las cuales prenderan el tmulo. Tras ellos iban los dominicos, que haban sacado, una tras otra, las sagradas efigies de las iglesias de Roma, cuyos milagros eran famosos entre los fieles. Cada una de ellas tena su nombre y sus corifeos, como si se hubiera tratado de un gobernante vivo que tuviera sus favoritos; una protega exclusivamente a los comerciantes en vinos, otra a los tintoreros, la
tercera a las prostitutas, la cuarta a los panaderos, y cada vez que alguien divisaba la efigie que protega especialmente su profesin, caa de rodillas y exclamaba: "Que viva la fe!". Tras los monjes iban los penitentes, vestidos con sambenitos y cotas de malla cortonas. Eran ellos marranos y cristianos a quienes acusaban de practicar el judasmo, y no pudiendo soportar las penurias de las torturas inquisitoriales, confesaban su
pecado. La Iglesia los conden a encierro de pan y agua, durante muchos aos, en los hmedos stanos de la Inquisicin; all permanecieron solitarios, ayunando semanas enteras, e infirindose tormentos inauditos para purgar sus pecados. En oportunidad de las procesiones de la Inquisicin, solan sacarlos de los stanos y exhibirlos ante el mundo, como prueba del gran triunfo de la Iglesia. Iban uno tras otro, o eran
conducidos por los monjes en angarillas o sobre pequeos vehculos, porque sus rganos haban quedado deshechos por las prensas de tortura. Era la procesin de la Iglesia; sombras de gentes, de rostros martirizados y demacrados, vestidos, no como los dems, sino como demonios en sus largas tnicas de penitentes, los sambenitos. Sobre estas tnicas llevaban inscritos los pecados cometidos y dibujos de demonios, malos espritus y hechiceras, con
los que se deca que esa gente mantena relaciones. Llevaban velas encendidas, como si caminaran hacia un encuentro con la muerte. Algunos de ellos haban perdido la razn, a fuerza de tantas penurias y de largas soledades en los stanos oscuros. Iban atados con gruesas cadenas, de las cuales los conducan los monjes. Otros estaban ya idiotizados, y sonrean alegremente con sus ojos enfermos y salvajes, en medio de la confusin del pueblo multicolor que llenaba
las calles, las ventanas y balcones, por donde pasaba la procesin. Otros penitentes, con camisas que ostentaban fantsticos diseos, echaban a correr, salindose de las filas, y caan a los pies del pueblo para que ste los castigase por sus pecados. Los penitentes repetan este acto cada vez que se los sacaba de las prisiones y los mostraban ante el pueblo. Este los castigaba y los pisoteaba. Las mujeres les escupan en la cara y ellos, con sus miradas y sus sonrisas idiotizadas,
agradecan todo aquello. Otros iban indiferentes, rgidos como estatuas, altos y flacos, ataviados con los consabidos sambenitos, los pies ensangrentados, la cabellera hirsuta y revuelta y los fros ojos mortecinos. As iban, con velas encendidas, como si caminasen tranquilos hacia la muerte. Otros eran conducidos en atades abiertos, por dominicos ataviados de negro. Los penitentes iban as con los semblantes desencajados, llevando velas
encendidas. Gran temor inspiraban al pueblo aquellos cadveres vivientes. Algunos se arrodillaban, hacan la seal de la cruz y rogaban a Dios para que los protegiese y preservase de la tentacin de caer en el pecado de practicar la religin judaica. La marcha de los penitentes era un motivo de orgullo para la Iglesia. Era el triunfo de la cristiandad; las velas fnebres en manos de los penitentes, iluminaban la justicia y la verdad de la Iglesia
Catlica. Despus iba ella, Ifatah. Delante, las monjas de la Iglesia del "Sagrado Corazn" llevaban el cuadro de la "Madona del Amor"; inmediatamente las segua, con pasos firmes y majestuosos, en su vestido de terciopelo celeste, descalza, y los cabellos cados, la hechicera de Castilla. No poda saberse quin era la verdadera "Madona del Amor", si la del cuadro sagrado o la que lo segua. Ambas se parecan como dos gotas
de agua, con la sola diferencia que la "Madona del Amor" en el cuadro sagrado pareca elevarse en el aire por encima del globo terrestre, y su cuerpo desnudo y cristalino comenzaba a surgir, como el sol entre las nubes, del manto de terciopelo celeste que se iba deslizando de sus hombros; mientras que la otra iba envuelta en su vestido y slo dejaba ver sus pies desnudos; pero su caminar pareca tan etreo como la del cuadro. Pero el pueblo senta ms
temor y respeto por aquella "Santa Madre" en su vestidura, que por la desnuda de la pintura. El pueblo no pudo soportar su mirada, y rehuy, temerosamente, contemplarla de cerca. Su rostro, entre todos los cuadros sagrados, pareca ya ms divino, ms sagrado, ms celestial que la figura del cuadro. Miraba con tal sentimiento de misericordia, que pareca abrazar a toda la muchedumbre para estrecharla fuertemente contra su corazn. Pareca mirar a cada cual por
separado, conocer su suerte, afligirse y llorar por l. En un instante dado, parte del pueblo dejose caer de rodillas; con los rostros en tierra, muchos cristianos se persignaron, y oraron en la profundidad de sus corazones... Despus se comentaba que haba hechizado para el resto de sus das a todo aquel que la haba mirado. La vean ante sus ojos durante las operaciones, la adoraban y dedicbanle sus rezos
durante toda su existencia. Cuando la procesin lleg al "Campo de Fiarra", el Papa con su cortejo y el Gran Inquisidor con el Santo Tribunal estaban ya ubicados en los palcos, bajo los doseles rojos. El pueblo que llenaba la plaza permaneci temeroso y quieto, como si estuviera en presencia de la misma Divinidad. Los dominicos se colocaron con sus cuadros sagrados alrededor del Papa y el Santo tribunal; las monjas del "Sagrado Corazn" se
acercaron al tmulo con el cuadro "La Madona del Amor", y lo levantaron lo ms alto posible, para que el pueblo pudiese ver la figura de aquella que deba ser quemada inmediatamente. Pero el pueblo no quiso mirar a la hechicera inerte, sino a la viva, y se agitaba con cada movimiento de aquella imagen tan conocida y divinizada. El pueblo vea como un milagro, como una hechicera inexplicable, el hecho de que el cuadro vivo que segua al inanimado pudiese caminar,
moverse y respirar como todos los seres vivos. Ved, ved cmo camina, parece que no tocara la tierra con los pies! Esto lo hace con hechicera! Llora! Ved las lgrimas de sus ojos! No, sonre; sus ojos sonren con una sonrisa hmeda... Siempre se mueven sus labios en el cuadro! Ved cmo los labios de la "Santa Madre" se
mueven! Ves t cmo lloran los ojos de Nuestra Santa Madre? Igual que los ojos de Ella, y con todo sonren entre las lgrimas, exactamente como los ojos de sta. No la miris, que an puede hechizarnos! terci una mujer. Hace tanto bien la contemplacin de su rostro, y, sin embargo, su cuerpo ser pasto de las llamas! Es una lstima! El cuerpo, la cara, los
cabellos, que todo en conjunto se queme! Estis hechizados! Ella os ha hechizado, porque habis mirado demasiado tiempo su rostro. Ella hechizar a todos, aun a las mismas llamas. No ser acaso una visin celestial? Quizs una figura sobrehumana? Eso nos lo comprobarn las llamas; si es una visin celestial, no dejarn en su cuerpo seal alguna. Cuando Ifatah subi a la pira
de libros, se qued de pie sobre la cspide; ech la cabeza hacia atrs, y entonces aument ms an su semejanza con la figura del cuadro sagrado. Pareca no ver lo que pasaba a su derredor. Con su cabeza airosa, daba la impresin de que en un momento dado levantara los brazos, desplegndolos, y se elevara al cielo, dejando caer sobre el fuego su vestido de terciopelo celeste exactamente como en el cuadro. El pueblo, atemorizado, enmudeci como en la
iglesia durante la misa. De todas partes alzronse brazos, no al cuadro sagrado que las monjas mantenan en alto, sino a la verdadera, a la viva, a la que respiraba y se mova, a la "Santa Madre", que estaba sobre el tmulo de los libros sagrados, la cabeza echada hacia atrs, el rostro hacia el cielo, la mirada cargada de misericordia, envolviendo al mundo en su dolor. Pareca que el pueblo enfurecido iba a saltar de un
instante a otro para salvar de las llamas a la "Santa Madre". La muchedumbre, tranquilizada, permaneci en un silencio tal que se poda or su respiracin agitada, como de fiera enfurecida; levantose entonces de su palco el Gran Inquisidor y pas al del Papa; parose sobre el escabel de su estrado, extrajo el protocolo y ley los agravios de que la inculpaban y la sentencia del Santo Tribunal de la Inquisicin recada sobre la hechicera de Castilla,
como ya todos la llamaban. Escucha, ser mortal! dijo el cardenal dirigindose en voz alta y grave a Ifatah. El Santo Tribunal te acusa de que has tomado la figura de Nuestra Sagrada Seora, la Santa Madre, tal como aparece en el cuadro "La Madona del Amor" que se encuentra en la iglesia de las hijas pursimas del "Sagrado Corazn", valindote de la brujera de los impuros libros hebreos que sern quemados contigo por la gloria de
Dios y de su Iglesia. El Santo Tribunal te acusa de haber plasmado su divino rostro sobre tu semblante impuro, para descarriar a los fieles del cristianismo, y de haber aparecido en dos ocasiones con la figura de la Madre de Dios: el da de la inundacin del "ghetto" y el da del Carnaval, para salvar a tus infieles hermanos del furor justiciero del pueblo. Ahora tambin, en los ltimos instantes de tu vida hereje, te presentas como si fueras la "Santa Madre", para
inspirar temor al pueblo cristiano, y dejar sin cumplimiento tu merecida pena. El Alto Tribunal te condena, por lo tanto, a ser arrojada al fuego para que demuestres por este medio tu inocencia. Eres un ser sobrehumano? Mustranos en ese caso tu poder de desechar el fuego que se cierne a tu alrededor, as como lo hicieron los Santos de la Iglesia antes de ti. El cardenal dej de leer. El pueblo sigui mudo, mirando con angustia a Ifatah, que estaba all,
emergiendo prodigiosamente, como si volara por encima del tmulo. Slo su envoltura corporal estaba all, pero su espritu estaba en otra parte, muy lejos de all. Las monjas aproximronse ms an, y alzaron el cuadro sagrado por encima de sus cabezas, mostrndolo al pueblo. El cardenal Michaelo Ghislieri, el Gran Inquisidor, comenz en un instante dado a exclamar con voz temblorosa: Oh, pecadora, devulvenos
a Nuestra Santa Seora bendita, la Santa Madre y sealaba el cuadro que las monjas sostenan ante l; devulvenos su semblante que has robado con tu brujera, y que llevas sobre tu cuerpo impuro! Oh, pecadora, no martirices a la Santa Seora! Mira cmo sufre, cmo manan las lgrimas de sus ojos y volva a sealar el cuadro que sostenan las monjas, todo porque has robado su apariencia, y la llevas con el propsito de descarriar a las gentes
para hacerlas caer en la red del pecado! No martirices a nuestra Seora Bendita; despjate de su sagrado semblante, y djalo alzar el vuelo como un ngel; como una nube djala ascender hacia el cielo, hacia la morada del Hijo Bienamado, de Jess. Que no se queme junto a tu cuerpo impuro. Ten compasin y devuelve a la Santa Madre su figura... Las monjas enjugbanse las lgrimas con el forro de sus mangas negras, y con sus pauelos
bordados secbanle las "lgrimas" a la Santa Madre del cuadro. El pueblo se conmovi hasta el extremo de querer arrojarse sobre la pira, contra la hechicera, y "desvestirla" por la fuerza, de aquella figura, para devolverla al cuadro. Otros miraban ansiosamente, esperando con agitada impaciencia que cediese ante las splicas del Gran Inquisidor, "desvistindose" de la figura de la Santa Madre, que volara al cielo, apareciendo la
verdadera hechicera, de cuernos y con un solo ojo en la frente. Pero la hechicera permaneca sobre la pira, como si flotara sobre los textos sagrados que la rodeaban. Echada hacia atrs la cabeza, Ifatah tena los ojos cerrados, como era costumbre de todos los mrtires judos, para no ver el rostro de los malvados en los instantes de la muerte sagrada. As lo estatua un precepto riguroso; y as lo haban hecho todos aquellos que fueron sacrificados antes de ella por el
nombre de Dios. El pueblo, agitado, permaneca a la expectativa de lo que iba a ocurrir. En un instante dado se vio que el Papa se levantaba de su trono; luego descendi de l, apoyado en el hombro de los cardenales, y dos monjes vestidos de negro le alcanzaron dos negras antorchas encendidas. El Papa tomolas y acercose a la pirmide de libros; cuando se inflam la pira, el pueblo lanz
unnimemente un grito: Se quema la pira! Asustados y plidos, las aletas de la nariz temblorosas y el corazn agitado, aquella ola monstruosa de cabezas se convirti en una sola cabeza que observaba con temor lo que iba a pasar. A pesar de que el tmulo estaba empapado de resina y betn, el fuego iba tomando cuerpo lentamente y tardaba en propagarse. Y cuando ya los libros iban quemndose, aquellos cuyas hojas
eran de pergamino y cuyas encuadernaciones eran de hierro, de las ediciones antiguas, lucharon an con el fuego y no se rindieron. Una vez dominada toda la materia inflamable, se produjo un estallido como de fiera hambrienta arrojndose sobre su presa, y comenz a estirar desenfadadamente sus desnudas lenguas de fuego, a lo alto, hacia aquel ser de la hoguera. En ese instante un viento empez a soplar y alej las llamas de la vctima.
Durante un instante pareci que una mano oculta retuviese el fuego por su penacho flamgero como la melena encendida de un perro rabioso, y retirase sus rojas garras de aquel ser viviente. El pueblo, que observaba todo aquello con agitada vacilacin y temor en los ojos, se estremeci; palidecieron las monjas, atemorizronse los cardenales, y por todas partes se oyeron exclamaciones: "Un milagro! Un milagro! Pero, de pronto, el fuego dio
un chirrido, como un grito, domin la mano oculta que alejaba las llamas del cuerpo de la vctima, y el espectro de fuego qued libre. Al principio estir la roja lengua, y lami con pasin los descalzos pies de la virgen; un chasquido denot su intensa alegra. Inmediatamente despus lanzose sobre la muchacha, y profiriendo un grito, devor su vestido de terciopelo dejando al desnudo el cuerpo escultural y primoroso.
El fuego se detuvo por un instante, como si hubiera querido regodearse en la diafanidad de aquel cuerpo joven que iba a devorar. Y el pueblo, exaltado, uni su grito al grito del fuego, ante la presencia de aquel cuerpo desnudo. Entonces vise, por un momento, que aquel ser, vivo an, recobr con la mano su vestido envuelto en llamas y cubri su cuerpo. En ese instante se oy que Ifatah pronunciaba en voz muy alta las siguientes palabras:
Oye, Israel, el Seor, nuestro Dios, es uno! Despus se oy como el retumbar de un eco. Alguien entre los all presentes repiti: Oye, Israel, el Seor, nuestro Dios, es uno! Pero el pueblo no oa nada; estaba abstrado en aquel espectculo, y observaba todo aquello con un ronco jadeo y un brillo extrao en los ojos. El fuego jugueteaba con su vctima, como si lamentara devorar de una sola vez
un cuerpo tan tierno y hermoso; por eso se distraa en cada parte, lamindola con sus lenguas vidas. Despus inflam sus cabellos. El viento dispersolos, y durante un minuto pareci como si un sol ardiente se derritiese alrededor de su cabeza. Su cuerpo desnudo estaba rojo del fuego que lo abrasaba y un sol arda sobre su cabeza. Semejaba la criatura humana una figura fantstica descendida del cielo. Pero cuando de pronto manaron de sus venas
estallantes torrentes de sangre, como el zumo de una tierna fruta, el pueblo se levant enfurecido. La sangre que herva entre las llamas exacerb sus sentidos, embriag su sangre con pasin y, jadeantes, se empujaron unos a los otros, para acercarse ms a la hoguera. Y mientras el fuego chasqueaba de placer y satisfaccin, los espectadores lo acompaaban con idntico chasquido. Envidibanle al fuego su gran fiesta y ansiaban frenticamente tomar parte en ella;
se echaron sobre la hoguera y agarraron apresuradamente trozos del vestido ardiente, mechones de cabellos encendidos; otros tomaron partes candentes y ensangrentadas de ese mismo cuerpo. Hacan caso omiso de los golpes, de los latigazos, y aun de tos golpes de pica y alabarda que descargaban sobre ellos los monjes de la Inquisicin. El pueblo de Roma estaba ebrio de sangre y de fuego. Intil fue que las monjas levantaran cada vez ms el cuadro de Ifatah,
cantando alabanzas a Dios y ensalzando su nombre de rodillas. El pueblo adoraba ya a otro dios, y detestaba a aquella divinidad hiertica del cuadro. Haba vuelto a erigirse el antiguo dios Moloch, y Roma lo adoraba; junto con l bailaba sobre su vctima prodigndose en una alegra desenfrenada; junto con las bocas de la hoguera beba la sangre de la viva Ifatah; con aquellas lenguas de fuego lama los tiernos huesos de la doncella, y festejaba con un grito
unnime cada gota de sangre y cada parte del cuerpo que era devorado por ellas... Las monjas de la iglesia del "Sagrado Corazn" aun permanecieron extticas ante el cuadro de Ifatah, entonando de rodillas rogativas para su eterno descanso, mientras las llamas se cebaban en los ltimos restos de la santa doncella. De pronto, un joven enfurecido, de cara plida, atraves la compacta muchedumbre, lleg hasta el lugar donde las monjas
sostenan el cuadro sagrado, y hundi un pual que llevaba debajo de su capa negra en el corazn de la Santa que apareca en la pintura. Las monjas lanzaron entonces un grito de angustia y durante un segundo permanecieron en silencio; se arrojaron al suelo, ante el cuadro mutilado, y el pueblo enfurecido qued sobrecogido de temor. El joven plido, segua esgrimiendo el pual, y exclam con voz estentrea. Pueblo de Roma! Yo la
pinte con impureza, la cree incubando deseos pecaminosos! Ella es la impura! y sealaba el cuadro. La Santa se est quemando all, en el fuego! Miles de espectadores reunidos en el "Campo de Fiarra" juraron haber visto, y los escribas de la Iglesia anotaron en sus protocolos, para gobierno de las generaciones venideras, que cuando el pintor Pastillo hundi enloquecido su pual en el cuadro "La Madona del Amor", brot
sangre de la imagen. Las monjas de la iglesia del "Sagrado Corazn" ensean todava las dos gotas de sangre coaguladas sobre el seno, en el cuadro sagrado "La Madona del Amor", que se guarda celosamente en la iglesia, y que sigue considerndose como protectora de los enamorados.
[email protected] 28/02/2012
notes
[4] Marranos: Judos que, no pudiendo soportar las torturas de la Inquisicin, cedan finalmente, adoptando la fe cristiana, pero profesando en secreto la religin mosaica [5] Salomn Malco: Uno de los falsos Mesas, que aparece en la historia juda a principios del siglo XVI, cuyo verdadero nombre era Diego Pires. Se convierte al judasmo y adopta el nombre de Malco. Junto con David Rubeni se entrevista con el Papa, el cual, por
razones desconocidas, dispensa al con verso su favor. Trata de convencer al emperador de Alema nia. Carlos V , para que les facilite su ayuda en una posible guerra contra Turqua; guerra que se llevara a cabo por to dos los judos del mundo con el objeto de conquistar la Pa lestina, no obteniendo ningn resultado. Es entregado a manos de los inquisidores y quemado pblicamente en el ao 7533, por halar abandonado su propia fe.
[6] 6 Arba Kanfoth: Pequeo manto sagrado, que los judos creyentes llevan puesto permanentemente en seal del trata do de fidelidad a Jehov [7] Taleth: El manto sagrado que se lleva durante la oracin de la maana. [8] Torah: As se denomina la Santa Doctrina. [9] Talmud y Midrasch: Las enseanzas y ttulo de un gran nmero de libros y comentario sobre la Biblia y otros...
[10] Batlonim: Holgazanes, perezosos, despreocupados gene ralmente por su propio sosten, y mantenidos por la comunidad [11] Tojaj: significa reproche, castigo, reprensin. Se denomi na tambin con este trmino a dos pasajes del Viejo Testamento: el primero en el Tercer Libro (Levtico), cap. 26 vers. 14 al 44, y el otro en el Quinto Libro (Deuteronomio), cap. 28, vers. 15 al 61, donde Dios reprocha y predice a Israel el
castigo que le sobrevendr por su desobediencia a la palabra del Todopoderoso. Por eso, los sbados, al darse lectura al rollo sagrado y cuando tocaba esta parte, se llamaba a estos pobres sujetos, porque nadie quera ser aquel ante quien se leyeran aquellas reprensiones [12] Schmah Israel: "Oye, Israel, el Seor nuestro Dios, es uno, frase que se encuentra repetida varias veces en las oraciones judas [13] Zohar: Es el libro
principal de la Cbala, el que sirve hasta hoy como base de aquella ciencia oculta. El significado de la palabra "zohar" es brillo, y proviene de un versculo de un pasaje del libro de Daniel donde dice: "y los sabios brillarn como la luminosidad del cielo". Segn la leyenda, este libro lleg en la segunda mitad de la XV centuria a manos del mstico Moiss de Len, residente de Espaa, un manuscrito del sabio R. Simn ben Iojoai que viva en el sigo XI de la Era
Cristiana. Otros lo niegan y le otorgan la paternidad al primero. Se compone de una cantidad de enunciados de la Biblia, sus interpretaciones y comentarios. Pero esas inter pretaciones y comentarios parecen no tener a simple vista ninguna relacin con tales frases, y requieren profunda me ditacin: adems contiene poesa, filosofa, quiromancia, relatos sobre la creacin del mundo, meditaciones sobre Dios y lo divino, sobre los deberes del
buen judo y sobre los tiempos del Mesas. Ensea que el infinito es perfecto e inmulalde y lo nico que cambia y se perfecciona es la for ma. [14] Marev: Oracin de la tarde. [15] Schmonah Asarah: Oracin de las dieciocho bendiciones, que se repite diariamente tres veces, y que debe pronunciarse de pie y sin interrupcin [16] Kidush haschem:
sacrificarse en aras de la fe. [17] Guemara: Compilaciones de leyes judaicas y decisiones de Rabinos que forma parte del Talmud. Compuesto de seis tomos. [18] Hoschanah Rabah: nombre del sptimo da de la fiesta de Sucoth (fiesta de Tabernculos). [19] Iad Hajazakah: Nombre de una obra escrita por Maimni des (Rambam). [20] Simjait Torah: Se
denomina con este nombre a la fiesta solemne que se celebra el ;ltimo da de Sucoth; Purim a la que se celebra el 14 mes de Adar en conmemoracin de la salvacin de los israelitas por obra de la reina Esther [21] Matzot: Pan cimo, sin levadura, el cual reemplaza durante la fiesta de Pesaj al pan comn. [22] Psaj: Se denomina con esta palabra a la Pascua juda. [23] Mischnah: Estudio, especialmente de la ley tradicional,
ndice
SCHOLEM ASCH LA HECHICERA DE 3 CASTILLA PREFACIO 4 CAPITULO I TESOROS 18 OCULTOS CAPITULO II 50 SAGRADO SILENCIO CAPITULO III LA
EXCOMUNION CAPITULO IV FUEGO Y AGUA CAPITULO V LA INUNDACION CAPITULO VI EL MILAGRO CAPITULO VII LA LEYENDA CAPITULO VIII EL DOBLE CORAZN
CAPITULO IX EL 227 CUADRO CAPITULO X CUANDO TAEN LAS 245 CAMPANAS CAPITULO XI LAS PERLAS DE LA 272 VIRGEN CAPITULO XII EL CARNAVAL EN 302 ROMA CAPITULO XIII EL 354
DIOS CAUTIVO CAPITULO XIV EN LOS SOTANOS DE LA INQUISICION CAPITULO XV EL TRIUNFO DE LA FE CAPITULO XVI EL AUTO DE FE Notas a pie de pgina