Feldman

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Revista internacional de ciencias sociales

Marzo 2003

175

Blancos mviles

Adn y Eva expulsados del Edn, detalle de una ilustracin para una edicin de Bocaccio realizada en Pars hacia 1420. Biblioteca nacional de Francia, departamento de manuscritos

Tema del nmero Este nmero (175) : Blancos mviles


Asesores editoriales: Shelley Feldman, Charles Geisler y Louise Silberling El desplazamiento est en la raz de la reestructuracin de los Estados y de los sectores de la economa, de las formas innovadoras de empleo y subsistencia econmica y de la construccin de infraestructura moderna o proyectos gigantescos, como represas o carreteras. Al trastocar y desarraigar comunidades y solidaridades, el desplazamiento es el causante de que las nociones de pertenencia, residencia, identidad, ciudadana y derechos adquieran nuevos sentidos. Es, pues, crucial para comprender los procesos de desarrollo, de (re)integracin mundial y de cambio econmico en el siglo XXI. A

pesar de ello, los problemas de lugar y de espacio no se han explorado an adecuadamente desde la perspectiva de las ciencias sociales. La movilidad de las personas expresa y conforma la relacin en constante mutacin existente entre desplazamiento, desarrollo y empobrecimiento, modifica Estados y naciones y sus pautas concomitantes, as como las relaciones de exclusin e integracin. Los artculos de este nmero examinan las maneras en que las personas pierden el control o el acceso a la propiedad, los recursos, los lugares de residencia, las redes sociales, las relaciones familiares y diversos bienes materiales, y las formas en que resuelven sus problemas de identidad y se pertrechan contra la prdida, la vulnerabilidad, la inseguridad personal y las amenazas a la propia individualidad. Vistas las cosas con el prisma del desplazamiento, existen sobradas razones para poner en tela de juicio el desarrollo y los procesos mediante los cuales las estrategias e intereses de las personas, colectividades, Estados y organismos internacionales controlan y alteran las relaciones sociales. Los artculos atraen, pues, la atencin sobre las consecuencias ocultas de las guerras y los desastres naturales, la intervencin de las nuevas tecnologas y los proyectos de gran envergadura, adems de las polticas pblicas que transforman el sentido de la identidad tnica, del lenguaje y del lugar.

Nmero anterior (174): La violencia extrema Asesor editorial: Jacques Smelin Prximo nmero (176): Movilidad sostenible Asesora editorial: Liana Giorgi

Una mujer expulsada ilegalmente de su edificio, con sus objetos personales, en Sao Bernardo dos Campos cerca de Sao Paolo, Brasil, febrero de 1998. Marie Hyppenmeyer / AFP.

Objetivos mviles: desarraigo, empobrecimiento y desarrollo Shelley Feldman, Charles Geisler y Louise Silberling
Afirmar que el anlisis de los problemas del desarraigo es esencial para entender los mecanismos de la (re)integracin global y las transformaciones econmicas del siglo XXI, tal vez sea una verdad de Perogrullo. Sabemos, por ejemplo, que los procesos de desarraigo caracterizan la reestructuracin de los Estados y los sectores econmicos, las nuevas modalidades de empleo y de subsistencia econmica, y la construccin de modernas infraestructuras o de megaproyectos que no se limitan a las represas y las autopistas. Tampoco ignoramos que las disquisiciones en torno al desarrollo reflejan un inters cada vez mayor por el desarraigo en la conceptualizacin de la modernidad y la territorializacin, y en la comprensin de las estructuras econmicas, polticas y sociales, y las intervenciones que suscitan. No es de extraar, pues, que al examinar la situacin de los Estados poscoloniales, la mundializacin de los complejos militares e industriales, los planes en materia de reasentamiento y los proyectos de infraestructura, o las consecuencias de la guerra y la aparicin de refugiados, veamos que los lazos comunitarios y de solidaridad se deshacen, de tal modo que la ruptura da nuevos significados a los conceptos de pertenencia, hogar, identidad, ciudadana y derechos. Estas transformaciones hacen del desarraigo un aspecto crucial de la experiencia contempornea. Con algunas excepciones notables, los problemas relativos a la ubicacin y el desarraigo slo han sido explorados recientemente por las ciencias sociales1. En los enfoques precedentes, los vnculos con el punto de residencia y los desplazamientos fuera de ste, y las interacciones existentes entre las negociaciones complejas y la ubicacin se daban, aunque no siempre, por sentados. Lo que significa que el trmino lugar se empleaba ms como elemento descriptivo que como concepto analtico, y que por lo general slo se le conceda una importancia terica secundaria. Tambin significa que los aspectos ligados a los procesos de negociacin y a la capacidad de eleccin de los afectados en lo relativo al desplazamiento, a menudo se dejaban de lado. Buen ejemplo de esto es el trabajo de los demgrafos, que suelen hacer hincapi en las tendencias de los cambios de poblacin en cuanto a tiempo y lugar, en vez de concentrarse en el mbito espacial con un enfoque a la vez contextual y analtico. Sin embargo, las ciencias sociales empiezan a cobrar conciencia no slo de la importancia del lugar, el asentamiento y el movimiento, sino tambin de la obligatoriedad de permanencia, del reasentamiento forzoso y de la emigracin involuntaria. El estudio de Thomas Gieryn titulado A Space for Place in Sociology (2000) (Un espacio para el lugar en la sociologa), ocupa el cuarto puesto en la lista de artculos ms ledos de esta disciplina, y Goodchild et al. (2000) identifican debidamente el anlisis del espacio y el lugar como un componente cada vez ms importante de la investigacin en la materia. Tambin los demgrafos han empezado a interrogarse acerca de la compleja dinmica del mantenimiento de vnculos por las comunidades ya establecidas y las emergentes con sus lugares de origen, as como la forma en que construyen redes en los nuevos lugares de residencia. Los gegrafos y los estudiosos de temas urbanos, inspirados por los anlisis feministas, han sealado las nuevas configuraciones de las comunidades urbanas y el uso y el significado del espacio y el lugar. Los antroplogos culturales han identificado nuevos mbitos tericos que permiten romper con el significado esttico de la ubicacin y replantear las relaciones de los individuos con la nacin, el Estado, la identidad y la transnacionalidad. El vnculo

entre desarraigo y transnacionalidad tambin ha llegado a ser un prisma para interpretar la experiencia personal como concrecin y crtica de la mundializacin, destacando la prdida del hogar y de las races y dando al problema del espacio un alcance que nunca antes se haba imaginado. Los mltiples sentidos de la mundializacin nos obligan a examinar la experiencia de los emigrantes, los nmadas, los misioneros y los militares, as como de las comunidades de exiliados (pos)modernas. La experiencia del exilio ha suscitado tambin interrogantes fundamentales acerca del lugar. No es sorprendente, pues, que haya sido el estudio de las comunidades de emigrantes y de los escritos contemporneos sobre las cuestiones de raza, clase y desigualdad tnica en sociedades plurales y multiculturales el que haya despertado inters por el lugar y por la tarea de hacer sitio. Estos estudios emplean metforas espaciales, basadas en reivindicaciones territoriales nuevas y tradicionales, a fin de examinar cuestiones relativas a la soberana nacional y a las corrientes de poblacin a travs de las fronteras nacionales, entre las comunidades locales y en el interior de los grupos sociales. Estas formulaciones tericas acerca del lugar han servido de piedra angular a las investigaciones sobre el desarraigo y el reasentamiento, y se han reflejado en la forma en que diferenciamos la condicin posmoderna de la moderna, en especial en lo que atae a los temas de la ciudadana y los derechos. La mundializacin es tambin otra ventana que permite asomarse a los temas del lugar y el desarraigo. Para algunos, al menos, tiene que ver con la destruccin de las prerrogativas de las naciones, los Estados y las comunidades en esta poca de integracin creciente de los mercados. Esta destruccin se produce tambin en un contexto poscolonial que transforma el sentido de la identidad, los significados del hogar, la pertenencia y los derechos, de modo tal que remodela las fronteras entre las naciones y las comunidades, as como los intercambios y las conexiones entre los Estados. En esta perspectiva, el desarraigo, que es una forma particular de movimiento, remite a un cambio del ser corporal, que pasa a ocupar un nuevo lugar/espacio social. Pero, lo que tambin es importante, tiene que ver adems con expectativas y represiones cambiantes, oportunidades y exclusiones entre los que se trasladan y los que se ven desplazados de sus posiciones de seguridad fsica, social, poltica, econmica y personal. Esto quiere decir que el desarraigo entraa anhelos normativos de raigambre histrica, que consagran y a la vez limitan los significados del concepto de pertenencia, mediante sistemas de regulacin jurdicos y morales. Los anlisis sobre el desarraigo tambin aparecen en la sociologa y la antropologa aplicadas del desarrollo, en la evaluacin de los proyectos de desarrollo y en los resultados de su puesta en prctica. Parte de stos son los megaproyectos que suponen reasentamientos en gran escala. Entre los temas que preocupan tanto a los ejecutantes como a los tericos est la relacin entre los proyectos de desarrollo y los factores determinantes de desigualdad y pobreza. Por ejemplo, el balance negativo de los megaproyectos y los dispositivos de reasentamiento constituye un criterio esencial de la elaboracin de los baremos de compensacin para atender los intereses de las personas desplazadas. Pero este criterio soslaya a menudo toda una gama de perjuicios, como la prdida de los lazos sociales y de parentesco, del espritu y la confianza empresariales implantados en determinados lugares o la privacin de las ganancias previstas al invertir en una residencia o un empleo, antes de decidirse el reasentamiento. Frente a la incapacidad de evaluar tales perjuicios, el alcance de la indemnizacin se desplaza hacia los temas de la pobreza y de su reduccin. Algunos sostienen que la pobreza ha aumentado en trminos relativos, pero que en trminos absolutos ha disminuido a raz de las iniciativas de desarrollo del capitalismo moderno.

Otros asumen una postura diferente en este aspecto, pero reconocen que la preocupacin por la reduccin de la pobreza y las cuestiones que plantea la distribucin del ingreso son hoy parte integrante de la ecuacin econmica, y no un apndice que debe examinarse una vez lograda la eficiencia (Kanbur y Lustig, 1999: 288). Este renovado inters por la reduccin de la pobreza tiene consecuencias importantes para la interpretacin de los factores determinantes de la desigualdad y su evaluacin, y para la elaboracin de baremos de compensacin capaces de paliar los perjuicios concretos que sufren las personas sujetas al reasentamiento forzoso. Pese a los progresos notables en el anlisis del origen y la reduccin de la pobreza, en realidad poco se ha estudiado la transformacin de sta como condicin o categora social de los individuos, las comunidades o las naciones (en especial en las economas perifricas del sistema mundial) en una pobreza como proceso social, vinculado al desarrollo y al desarraigo. Sin embargo, el desarraigo da un indicio del empobrecimiento como proceso histrico peculiar, ligado a determinados dispositivos polticos e institucionales, e interpretado con enfoques tericos especficos. Tras la pista del desarraigo y el desarrollo Aunque para algunas personas el mundo de hoy parezca un pauelo, en la medida en que es posible recorrerlo con una facilidad y rapidez que hace un cuarto de siglo eran inimaginables, para la mayora de los habitantes del planeta esa situacin ideal sigue siendo inconcebible. Se calcula que cada ao ms de 10 millones de personas son vctimas del desarraigo. Las formas ms evidentes del fenmeno y de las que ms suele hablarseimplican el desplazamiento fsico que aleja a la persona de su hogar, su regin o su pas. Estos traslados involuntarios o forzosos suelen ser consecuencia de las guerras, las hambrunas, los grandes proyectos de desarrollo de infraestructuras o la recuperacin, por las autoridades, de terrenos destinados a espacios pblicos. Estos desplazamientos entraan una prdida de medios de subsistencia y una ruptura de vnculos comunitarios, y es posible que traigan consigo tanto un reasentamiento en zonas aledaas como una reubicacin en el extranjero. Pueden ser temporales, pero lo ms probable es que resulten permanentes, sobre todo si el lugar de origen de los afectados deja de ser habitable o se dedica a una finalidad diferente. Surge entonces un desplazamiento ulterior -ligado al peligro en que se encuentran quienes viven en las zonas de acogida- fenmeno que sin embargo apenas conmueve a la opinin pblica. Los adversarios de los planes de emigracin forzada de poblaciones suelen subrayar la escasa atencin que se brinda al proceso de reasentamiento. Esta insistencia ha provocado una intensificacin de las intervenciones econmicas normativas destinadas a ayudar a las personas que han de reubicarse. Sin embargo, como sealan Cernea (1995) y Downing (1996), la aplicacin exclusiva de medidas econmicas pasa por alto toda una gama de connotaciones sociales y culturales inherentes al desarraigo, que son cruciales para construir un hogar en el sitio de acogida. Desde el punto de vista que ambos autores comparten, la pobreza es mucho ms que el despojo de bienes, la prdida del empleo o la privacin de ingresos, por esenciales que stos resulten. Esos planteamientos crticos presuponen que slo la mejora de los planes de reasentamiento y la ampliacin de las oportunidades ofrecidas permitirn realzar la condicin de los pobres. Entre quienes tratan de humanizar el reasentamiento, pocos caen en la cuenta de que las vctimas de esas medidas experimentan mltiples desarticulaciones, de modo simultneo o sucesivo. Tampoco suelen impugnar los motivos especficos de la actuacin oficial (en los casos de las obras de infraestructura) ni

discuten las versiones consagradas acerca de las causas naturales del desarraigo (por ejemplo, las hambrunas o las inundaciones). Con frecuencia, el desarraigo agudiza, en vez de atenuar, la inseguridad econmica y la alienacin frente a la comunidad, los derechos a la tierra y a otras formas de propiedad privada o comunitaria. Por ejemplo, aunque la movilidad fsica sea voluntaria y vaya acompaada de seguridad econmica, los estudios sobre el desarraigo indican que esos movimientos de poblacin entraan interrogantes acerca de la identidad, la inseguridad personal, y la privacin de los derechos que normalmente otorga la condicin de ciudadano. Para quienes padecen inseguridad econmica, la diferencia entre reubicacin voluntaria e involuntaria puede ser discutible, y los plazos de iniciacin y conclusin del proceso resultar aleatorios. Pero lo que s saben con certeza es que en el curso de ese desplazamiento pueden perder el acceso a los vnculos de parentesco existentes que representan el contexto habitual de sus actividades sociales, su identidad colectiva y las ayudas que les permiten salir adelante en los periodos ms difciles. Del mismo modo, la sensacin de pertenencia o de arraigo a un lugar, que proporciona seguridad en cuanto a la integracin, los recursos y los sentimientos, se ve a menudo reemplazada por la sensacin de aislamiento y alienacin que experimentan en su nuevo domicilio. Incluso sin que exista un traslado fsico, las personas pueden experimentar un desarraigo in situ. Esta sensacin que sufren sin moverse del lugar donde se encuentran es tambin un proceso continuo, pero difiere conceptualmente del que conduce a alguien a una nueva posicin en la escala social. El desarraigo in situ depende ms bien de las relaciones de exclusin que fijan nuevos lmites a los movimientos fsicos y sociales de las personas. Entre los ejemplos patentes de este fenmeno cabe citar la prdida de los beneficios de la seguridad social y otras garantas, la discriminacin o el ostracismo, y la suspensin de los derechos civiles o de propiedad. En el presente conjunto de ensayos, todas estas formas de desarraigo se consideran vinculadas de diversas maneras a los caprichos de la bsqueda del desarrollo. A nuestro juicio, el desarrollo no es ni el producto final de una escala ascendente de indicadores de crecimiento econmico, ni tampoco tiene que ver con la carencia de ciertos recursos en determinados lugares, carencia que ha de suplirse antes de que sus habitantes puedan disfrutar de la modernidad (premisa dominante en el pensamiento euroestadounidense). Antes bien, el desarrollo, como la mundializacin, es un proceso histrico de integracin capitalista en expansin, que lleva consigo planteamientos normativos acerca del crecimiento y el progreso. Es un proceso impuesto como cosa natural por intereses que se han vuelto hegemnicos y que de ese modo se reproducen gracias a la accin de sus beneficiarios y de quienes han llegado a creer en sus metas. El pensamiento crtico del tema abarca los esquemas razonados y el examen del desarraigo como fenmeno inherente al desarrollo, aunque se exprese en formas muy diferentes. Nuestro propsito es identificar las condiciones y las relaciones determinantes del proyecto de desarrollo causante a su vez de una alteracin de la sensacin de seguridad y de una transgresin de los derechos. Los anlisis de esta ndole se centran cada vez ms en la construccin social del propio ser y de los dems, la proyeccin de la identificacin tnica y la polivalencia de las identidades y subjetividades emergentes, aun cuando, en estos mbitos, los fenmenos del desarraigo y el alejamiento no son objeto de tratamiento terico. El replanteamiento del desarrollo como proyecto social y el estudio del desarraigo voluntario e involuntario mediante el examen de la identidad, la identificacin y la

pertenencia, contribuyen a que entendamos mejor los complejos procesos de negociacin individual y colectiva que entraa el desarraigo. Una nueva formulacin de esta ndole depende de que se reconozca la importancia del elemento determinante en el anlisis del desarrollo, al tiempo que se presta atencin a la ubicuidad de las relaciones de poder en las negociaciones entre los Estados y las comunidades. Esta evaluacin de la capacidad de ese elemento enriquece la opinin corriente, que considera al desplazado como una vctima. La definicin del desarrollo como proyecto social da prioridad a su carcter de construccin cultural, se concentra en las relaciones dinmicas de desigualdad que caracterizan a la economa mundial y dirige la atencin del observador hacia la multiplicidad de instituciones, colectividades, recursos, estrategias, intereses y prcticas que forman la trama de las relaciones globales.

Moiss contempla la tierra prometida, gravado de Matthus Merian el Viejo (1593-1650), extrado de la Biblia publicada en Estrasburgo en 1630. AKG

Objetivos mviles La frase objetivos mviles2 en el ttulo de este nmero, refleja tanto la movilidad de las personas como la relacin en constante mutacin entre el desarraigo, el desarrollo y el empobrecimiento. Estos procesos de cambio profundamente implantados alteran la geografa de las naciones y los Estados, as como sus esquemas y relaciones concomitantes de exclusin e integracin. En este conjunto de ensayos nos interrogamos acerca de cmo las personas pierden el control o el acceso respecto de la propiedad, determinados recursos, sus lugares de residencia, las redes sociales, los vnculos de parentesco y diversos bienes materiales, y tambin sobre cmo negocian su identidad y se protegen de los despojos, la vulnerabilidad,

la inseguridad personal y las amenazas contra la propia individualidad. El desarraigo sirve de prisma para que los autores pongan en tela de juicio el desarrollo y la mecnica gracias a la cual ciertos individuos, as como las polticas aplicadas y los intereses estatales y de clase, controlan y modifican las relaciones sociales. En este contexto, destacan las consecuencias ocultas de las guerras y las catstrofes naturales, el impacto de las nuevas tecnologas y los megaproyectos, y las polticas estatales que alteran el significado de la etnicidad, el lenguaje y el lugar. Estos ensayos responden a un conjunto de interrogantes que los autores intercambiaron recientemente en la Universidad de Cornell. Entre las principales preguntas que dinamizaron el debate, cabe citar las siguientes: Cmo pueden los movimientos de poblacin -transfronterizos, nacionales o in situ- ayudarnos a tener una visin diferente de los factores determinantes y las experiencias del empobrecimiento? En qu medida la mecnica del desplazamiento genera cambios en materia de solvencia econmica y de integridad cultural, al privar a las personas de acceso a los recursos materiales necesarios para el diario vivir y la preservacin de su entorno social y natural? Estos ensayos se han dispuesto de forma que favorezcan el dilogo entre sus autores. El primer grupo, compuesto por Paul Gellert y Barbara Lynch, Ravi Kanbur, Michael Cernea y Peter Vandergeest, comienza con los interrogantes previsibles en una coleccin que trata del desarraigo y de su relacin con el desarrollo y el empobrecimiento. Slo que en vez de presentar un enfoque estrecho basado en los megaproyectos y el tema de las compensaciones, ponen en tela de juicio esta relacin y los remedios que suelen prescribirse. Por ejemplo, Gellert y Lynch sostienen que los megaproyectos desplazan tanto a la naturaleza como a la sociedad humana, que el desplazamiento asume formas primarias y secundarias, y que la prosecucin del fenmeno se remonta a la teora de la modernizacin. Kanbur ofrece un enfoque histrico de la ingrata cuestin de la indemnizacin a los desplazados, tal como se analiza en las obras de los economistas, mientras Cernea nos invita a reflexionar sobre ese aspecto desde una perspectiva que incluye la totalidad de los costos sociales de reasentamiento y a programar una nueva economa de la reubicacin. Vandergeest completa estos esfuerzos al abordar las relaciones previsibles entre desarraigo y desarrollo, y sostiene que incluso los esfuerzos redistributivos simblicos, como la reforma agraria de Laos, arrojan un saldo neto de desarraigo. A continuacin, el texto de Gaim Kibreab aade las dimensiones fundamentales de la ciudadana y las limitaciones que su ausencia impone a los desplazados. Como teln de fondo, las polticas estatales aparecen obstaculizando la acogida que la gente recibe en sus comunidades de destino, los esfuerzos de los inmigrantes por crear nuevas condiciones de vida y la forma en que los derechos de ciudadana otorgados a los refugiados contribuyen a la seguridad poltica y econmica de los pases anfitriones. Tal como hace Vandergeest, las contribuciones de Charles Geisler y Anke Wessels abren nuevas perspectivas al anlisis de la intervencin del Estado en otras direcciones. Ambos subrayan en qu medida las reformas en los planos de la conservacin y de la seguridad social generan nuevas modalidades a veces subrepticias- de desarraigo y empobrecimiento. En ambos casos, las polticas aplicadas y los discursos en la materia ocultan las consecuencias que el desarraigo entraa para amplios sectores de la poblacin. Geisler presenta un enfoque mundial, al tiempo que Wessels se limita al examen de un solo condado, en la parte norte del Estado de Nueva York. Ambos muestran cmo la perspectiva del desarraigo acarrea consecuencias que contradicen las que habitualmente se consideran formas benficas de intervencin estatal.

Sumndose a la preocupacin de Geisler por la conservacin del medio rural, Amita Baviskar nos permite observar la actuacin de ciertos movimientos ecologistas supuestamente progresistas, en el marco urbano de Nueva Delhi, en la India. Su trabajo destaca el costo que entraan las polticas ecologistas para los pobres de las ciudades en vas de modernizacin, y hace hincapi en las medidas culturales de planificacin y sus efectos excluyentes. El estudio de Andew Willford acerca de Kuala Lumpur, en Malasia, otro escenario urbano, nos introduce en el mundo de la creacin esttica y su apoyo en tradiciones que el Estado invoca y que forman parte de la imaginacin colectiva. En la produccin de esas creaciones, cuya expresin se encuentra no slo en los rituales comunitarios sino tambin en la arquitectura y el trazado de los espacios pblicos, se incluye a ciertos grupos tnicos en la ampliacin del espacio, mientras que a otros se les niega voz y voto en los mbitos urbanos que consideran su hogar. Shelley Feldman utiliza el marco coyuntural de la particin de la India en 1947 para iniciar el debate sobre la nacin, el Estado y la gnesis del ciudadano. Su texto dedica especial atencin a las contradicciones en la formulacin de las diferencias entre personas que tienen una misma historia, as como un idioma y frmulas culturales comunes. El desarraigo es un proceso social que convierte la pertenencia en diferencia, en el contexto de la construccin del Estado y del oportunismo de las postrimetras del rgimen colonial. Los conceptos relativos a la exclusin intratnica reciben un trato distinto en el trabajo de Angela Gonzales sobre los juegos de azar y los casinos en las reservas indias. Aunque a menudo se le considera una gran ayuda al desarrollo, el juego puede verse como otra forma de desarraigo para los indgenas estadounidenses, como ocurre cuando la pertenencia tribal se redefine y se vuelve excluyente, y cuando se censuran las opiniones disidentes en la tribu. Ajantha Subramanian, Louise Silberling y Arturo Escobar indagan en sus ensayos respectivos sobre los conceptos de nacin, derechos y ciudadana. La resistencia de los pescadores y la exigencia del derecho a la ciudadana en la costa sur de la India constituyen el eje del trabajo de Subramanian, que estudia cmo la existencia de las diferencias tnicas o religiosas es impuesta por otros y luego invocada por las minoras como recurso de autodefensa. Esas peticiones dirigidas al Estado a fin de que defienda los derechos, cuando el acceso a la tierra y a los recursos est en peligro, puede ser tanto una fuente de mayor poder como entraar un riesgo, segn explica Silberling en el caso de los quilombos afrobrasileos. La defensa del propio lugar trasciende la nostalgia: puede convertirse en un instrumento de liberacin y de realizacin, en la medida en que surgen modernidades alternativas en respuesta a la mundializacin. El ensayo de Escobar acerca de las comunidades afrocolombianas de la regin del Pacfico desarrolla el tema de las modernidades alternativas, examinando las posibilidades de ejercer la resistencia pacfica en el marco de una nacin multitnica que durante largo tiempo ha padecido diversas oleadas de desplazamiento violento. Traducido del ingls Notas * La preparacin de estos trabajos fue posible gracias al generoso apoyo financiero de la Population Inequality and Development Initiative (Iniciativa sobre desarrollo y desigualdad demogrfica) y del Polson Institute of Global Development (Instituto Polson de Desarrollo Mundial), ambos de la Universidad de Cornell. Tras la realizacin de un taller internacional, Shelley Feldman y Charles Geisler dirigen ahora

un Grupo de Trabajo vinculado al Instituto Polson con miras a la organizacin de diversos coloquios sobre el tema del desarraigo. Entre los participantes se cuentan catedrticos, estudiantes de posgrado y profesores invitados. Si desea ms informacin, le invitamos a ponerse en contacto con nosotros en la Universidad de Cornell o por medio del correo electrnico: [email protected] o bien en [email protected]. 1. Algunas excepciones importantes se encuentran en Marx, Polanyi (1944) y Arendt, que combinan el anlisis sobre el desarraigo y el empobrecimiento con la expansin del desarrollo capitalista. 2. Cf. Appadurai y Breckenridge (1989) para un uso algo diferente del concepto de objetivos mviles. Referencias

APPADURAI, A. y C. BRECKENRIDGE C. 1989. "On moving targets: Editors introduction, Public Culture 2(1), i-iv. ARENDT, H. 1973. Los orgenes del totalitarismo. CERNEA, M. M. 1995. "Understanding and preventing impoverishment from displacement: Reflections on the state of knowledge". Journal of Refugee Studies 8, 245164. DOWNING, T. 1996. "Mitigating social impoverishment when people are involuntarily displaced", en McDowell, C. (ed.), Understanding Impoverishment: The Consequences of Development-Induced Displacement. Providence and Oxford: Berghahn Books, 33-48. GIERYN, T. F. 2000. "A space for place in sociology". Annual Review of Sociology 26, 463-496. GOODCHILD, M. F., ANSELIN, L., APPLELBAUM, R. P., y HERR-HARTHORN, B. 2000. "Towards a spatially integrated social science". International Regional Science Review 23, 139-159. KANBUR, R., y LUSTIG, N. 1999. "Why is inequality back on the agenda?" en Annual World Bank Conference on Development Economics. The International Bank for Reconstruction and Development. The World Bank, 285-306. MARX, K. 1972. El Capital, Volumen I. POLANYI, K. 1944. The Great Transformation. New York and Toronto: Farrar & Rinehart, Inc.

Los megaproyectos como desplazamientos Paul K. Gellert y Barbara Lynch

Nota biogrphica Paul K. Gellert es Profesor Ayudante del Departamento de Sociologa Rural y del Programa de Asia Sudoriental de la Universidad de Cornell. Ha realizado investigaciones sobre la economa poltica y la ecologa de la industria maderera de Indonesia. Su artculo titulado "Renegociating a Timber Commodity Chain: Lessons from Indonesia on the Political Construction of Global Commodity Chains" aparecer prximamente en Sociological Forum. E-mail: pkgl @cornell.edu Barbara Lynch es Directora de Estudios Internacionales de Planeamiento y Profesora Visitante Asociada de Planeamiento Urbano y Regional de la Universidad de Cornell. Ha estudiado las polticas hdricas en el Per, la Repblica Dominicana y Cuba, y evaluado programas medioambientales para el Organismo de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, el International Water Management Institute y la Fundacin Ford. Entre sus publicaciones recientes, cabe mencionar "Instituies internacionais para a proteio ambiental", A durao das ciudades sustentabilidade e risco nas polticas urbanas, Henri Acselrad, ed., Rio de Janeiro: DP&A Editora2001; "Development and risk", en International Political Economy of the Environment, Dimitris Stevis y Valerie Assetto, eds, Captulo 8, Boulder CO: Lynne Reiner, 2001. E-mail: [email protected]

Introduccin Las presas, carreteras, puertos, ordenaciones urbanas, oleoductos y centrales petroqumicas, minas y vastas plantaciones industriales son un reflejo y a la vez constituyen ejemplos los proyectos sociales de mayor envergadura del colonialismo, el desarrollo y la globalizacin. Hacer hincapi en los megaproyectos nos ayuda a establecer la relacin existente entre esos procesos abstractos y la transformacin biogeofsica y social de determinados paisajes. Los megaproyectos estn situados en el espacio y el desplazamiento es inherente a ellos. Ampliando la acepcin dada al trmino por Schumpeter (1947), sostenemos que los megaproyectos entraan una "destruccin creativa" en un sentido material: transforman los paisajes de manera rpida y radical, desplazando las cumbres de las montaas, los ros, la flora y la fauna, as como a los seres humanos y sus comunidades. Afirmamos que el desplazamiento es caracterstico de la ejecucin de los megaproyectos y que ambos constituyen fenmenos socionaturales. Las ideologas que informan el desarrollo de los proyectos y que ayudan a explicar la persistencia del desplazamiento son

obra las comunidades epistmicas, de grupos selectos de actores de los rganos estatales, organismos internacionales de crdito y proveedoras de fondos, y del sector privado. Los miembros de esas comunidades estiman que el desplazamiento en los megaproyectos es un factor externo que ha de ser ignorado u objeto de paliativos, lo que causa viva consternacin a las coaliciones transnacionales de apoyo a los afectados. A fin de entender la forma en que se producen los desplazamientos en los megaproyectos y porqu persisten, definimos en primer trmino los megaproyectos y los desplazamientos que engendran. Describimos a continuacin una diversidad de desplazamientos socionaturales primarios y secundarios. En tercer lugar, sostenemos que las ideologas y tendencias culturales de las comunidades epistmicas configuran la ejecucin de los proyectos de un modo que favorece el desplazamiento. Concluimos mostrando para quin son creativos los megaproyectos y para quin resultan destructivos. Definicin de los megaproyectos, redefinicin del desplazamiento Las definiciones de megaproyecto difieren considerablemente. En su mayora son inexactas y se basan en determinados tipos de proyectos. A grandes rasgos, cabe definir los megaproyectos como los proyectos que transforman los paisajes con rapidez, deliberadamente y en profundidad de manera ostensible, y que exigen aplicaciones coordinadas de capital y de poder estatal. Utilizan equipo pesado y tecnologas complejas, a menudo importadas del Norte mundial y exigen movimientos coordinados de capital financiero internacional (Strassman and Wells 1988). Las empresas constructoras internacionales, los organismos internacionales de financiacin pblicos y privados, y las adminstraciones de obras pblicas de las comunidades epistmicas transnacionales ejercen una fuerte presin en favor de los megaproyectos, en particular en las naciones en desarrollo (Haas 1989; Goldman 2001). Los megaproyectos pueden clasificarse analticamente en cuatro tipos: i) infraestructura (por ejemplo, puertos, ferrocarriles, servicios urbanos de abastecimiento de agua y alcantarillado); ii) extraccin (por ejemplo, minerales, petrleo y gas); iii) produccin (por ejemplo, plantaciones industriales de rboles, zonas de elaboracin para la exportacin, y parques industriales; y iv) consumo (por ejemplo, instalaciones para turismo masivo, centros comerciales, parques con temas y desarrollo inmobiliario). Ahora bien, esos proyectos especficos a menudo se conjugan. Los ferrocarriles de los ingenios azucareros transportan caa para las refineras; los proyectos de construccin de presas exigen carreteras y lneas de transmisin de energa. Muchos promotores de megaproyectos construyen viviendas para los trabajadores, los beneficiarios de los proyectos o las personas desplazadas. Una actividad puede verse asociada con mltiples megaproyectos: un complejo de bauxita y aluminio, por ejemplo, incluye explotaciones mineras, carreteras, equipo ferroviario, centrales hidroelctricas para el suministro de energa destinada a la refinacin, y refineras (Barham, Bunker and O'Hearn 1994). Los colaboradores de este nmero procuran ampliar las definiciones economistas de desplazamiento, que en principio contemplan una compensacin proporcionada a las vctimas objetivamente definidas. Michael Cernea (2000), un crtico interno del Banco Mundial, enumera una serie de perjuicios econmicos y culturales como dimensiones del desplazamiento que acarrean un empobrecimiento. Vandergeest incluye en su definicin a las personas efectivamente desplazadas en contextos de opciones impuestas. Nosotros somos partidarios de una definicin de desplazamiento que abarque simultneamente las

dimensiones naturales o materiales y las dimensiones sociales. En segundo lugar, consideramos que el desplazamiento es un proceso dialctico progresivo. Para entender mejor cmo se desenvuelve este proceso en el tiempo y en el espacio establecemos una diferencia entre el desplazamiento primario (directo) y el secundario (indirecto). En tercer lugar, sostenemos que el anlisis del desplazamiento primario social debe ampliarse para abarcar a las poblaciones que se trasladan a fin de construir proyectos. En el cuadro 1 figuran las diversas dimensiones del desplazamiento en cuatro casillas. El cuadro muestra una dualidad entre lo social y lo natural, con un cierto valor heurstico para el anlisis del desplazamiento primario, que se rompe en cierto modo cuando examinamos el desplazamiento secundario (de ah la lnea de puntos que separa la dimensin biofsica de la social). Cuadro 1: Dimensiones del desplazamiento Biogeofsico - inundacin del embalse - Desviacin de las agues y otros cambios hidrolgicos - compresin y pavimentacin de los suelos - traslado de las cimas de las montaas y relleno de cauces (con desechos) - reduccin / agotamiento de determinados minerals y especies - deforestacin - creacin de barreras a la migracin de las especies - desprendimientos de tierra, inundaciones y terremotos (de las presas) - disminucin de la calidad del agua - salinizacin de los suelos - Prdida (o incremento) de las poblaciones de peces y de fauna y flora silvestres - Modificaciones de los ecosistemas que suscitan problemas de plagas o enfermedades - trastorno de los acuferos que causa problemas aguas abajo - prdida de especies de peces que provoca une prdida de especies de aves migratorias Social - expulsion y reasentamiento planificados - campamentos de trabajo - prdida de la base de recursos en la zona del proyecto a causa de la construccin y/o inundacin

Primario (directo)

Secundario (indirecto)

- perdida de acceso a los recursos (y a la propiedad) - desempleo al concluir el proyecto - tensiones psicosociales - creacin de nuevas identidades - urbanizacin al tornarse permanentes los campamentos de trabajo - agricultura insostenible en la zona de reasentamiento que conduce a la erosin de los suelos - conflicto tnico debido al reasentamiento

El desplazamiento como proceso socionatural Todos los megaproyectos desplazan inmundicias y substratos, alterando as considerablemente los atributos biolgicos, geolgicos y fsicos de los paisajes. Se trasladan cumbres de montaas para rellenar lechos fluviales, se aumenta la profundidad de los puertos y se protege a stos con muelles artificiales, el curso de los ros y acuferos se modifica, los terrenos se desbrozan y se nivelan y se plantan de hileras uniformes de rboles. La transformacin de las caractersticas de los suelos, de la configuracin de las tierras y del hbitat se traduce en cambios de la composicin de las especies con repercusiones econmicas, culturales y sanitarias a largo plazo. Por eso, cuando pensamos en el desplazamiento suscitado por los megaproyectos, debemos mirar ms all de la situacin de los seres humanos cuyo traslado ocasionan las carreteras, las minas y el aumento del nivel de las aguas de los embalses, a fin de abarcar 1) el desplazamiento de volmenes considerables de rocas y de tierra, 2) el desplazamiento de las estructuras hidrolgicas, 3) el desplazamiento de los habitats naturales y la creacin nuevos (por ejemplo, depsitos de aguas estancadas donde se cran mosquitos o campos abiertos de bases militares), 4) el desplazamiento de especies y plantas y de comunidades animales suscitado por el traslado de los nichos, y 5) el resultante de la desaparicin de oportunidades de ganarse el sustento para las comunidades dependientes de los recursos.

La vida en el 2001 en la ciudad china de Badong, en medio de su demolicin antes de ser destruida por la reserva de la presa de las Tres Gargantas. SINOPIX-REA

Los que imaginan, definen y transforman los paisajes provocan cambios materiales en el entorno biogeofsico, que influyen a su vez en la organizacin, los valores, los entendimientos y las acciones en el plano social. Un desafo esencial para los especialistas en ciencias sociales es elaborar un marco analtico capaz de definir esas interacciones en un entorno construido (como ejemplos, vase Freudenburg et al. 1995; Swyngedouw 1999; y Bunker 1985). Las actividades antropgenas implican cambios biogeofsicos inesperados, que pueden tener efectos secundarios imprevisibles en el medio ambiente "natural" y repercusiones de vasto alcance para la existencia y el sustento de los seres humanos. Las grandes transformaciones demogrficas y la imposicin de nuevas formas de asentamiento pueden remodelar an ms los paisajes. Utilizamos el trmino "socionatural" para referirnos a esos complejos procesos. Nuestro empleo de ese trmino (Gellert) se basa en el enfoque actor-red y en la obra de Swyngedouw (1999: 445) que afirma que "las condiciones y procesos naturales o ecolgicos no operan independientemente de los procesos sociales, y (...) que las condiciones socionaturales existentes siempre son el resultado de intrincadas transformaciones de configuraciones preexistentes que a su vez son intrnsecamente naturales y sociales". Estimar que la naturaleza y la sociedad estn constituidas conjuntamente nos permite reconocer ciertos elementos de la naturaleza como poderosos "actuantes" en la transformacin y el desplazamiento del paisaje. Por consiguiente, el desplazamiento tiene que ver con la forma en que los elementos humanos y biogeofsicos del paisaje interactan y cambian a medida que se introducen los megaproyectos. Desplazamiento primario y secundario El desplazamiento primario forma parte de la mecnica del proyecto. El desplazamiento secundario es una consecuencia indirecta de la ejecucin del mismo. Es menos inmediato temporal y/o espacialmente. Los desplazamientos primarios son ms predecibles; al menos, es posible estimar su magnitud. Por consiguiente, en principio, los planificadores de los proyectos pueden atenuar sus efectos ms negativos. El desplazamiento secundario est sujeto a una mayor incertidumbre. Uno y otro pueden ser geofsicos o sociales o, lo que es ms probable, una combinacin de ambos. El desplazamiento primario en virtud de la elevacin de las aguas y las autopistas est bien documentado (por ejemplo, McCully 1996; Dai Qing 1998; y Berman 1983). Sin embargo, los especialistas en ciencias sociales no suelen incluir en sus anlisis la destruccin de la flora, la fauna y el hbitat cuando se llenan los embalses, ni los efectos de la compresin y de la construccin de carreteras en los cursos de agua. Aunque, conceptualmente, el cambio socionatural se produce en esa etapa, numerosos efectos biolgicos, geolgicos e hidrolgicos no son inmediatos y es mejor tratarlos como desplazamiento secundario. El desplazamiento primario no slo se refiere al movimiento de personas "a las que se quita de en medio" con la ejecucin de proyectos, sino al movimiento de trabajadores dentro de las zonas en que la demanda de mano de obra para el proyecto sobrepasa la oferta local. Las grandes empresas constructoras han llegado a contratar 15.000 obreros para un solo proyecto (Linder 1994: 152). Estos vuelcos demogrficos de gran envergadura se producen en un contexto de desigualdad estructural. La decisin de los que pasan a trabajar en los proyectos obedece a una necesidad econmica, y no todos son libres de elegir. Trabajadores trasplantados no remunerados construyeron canales y carreteras y extrajeron el estao en el Per desde la poca precolonial hasta el siglo XX. En Egipto el canal de Suez se excav

gracias al trabajo forzado (Linder 1994); el ferrocarril transiberiano fue construido por presidiarios (Michaelsen 1899), como asimismo carreteras en el Sur de Estados Unidos; y tambin se sabe que el Myanmar contemporneo (Birmania) recurri al trabajo forzado para la construccin de oleoductos. Igualmente, fuerzas regulares y, cada vez ms, ejrcitos paramilitares y mercenarios se despliegan para proteger y al mismo tiempo para construir proyectos. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo son jerarquizadas, con una diferenciacin por categoras entre los trabajadores, reforzada por estereotipos tnicos, nacionales, de gnero y/o raciales. Esas relaciones desiguales se inscriben en la geografa de las ciudades y asentamientos de trabajadores de las empresas (Linder 1994; Finn 1998; Clark 1998; Lawless and Seccombe 1993). Algunos trabajadores emigrantes viven en asentamientos construidos por contratistas y segregados segn el tipo de trabajo y el origen tnico (Carstens 2001). Los reglamentos de los campamentos reproducen y a menudo acentan las desigualdades existentes en el pas de la casa matriz de las empresas. Otros emigrantes levantan campamentos precarios cerca del sitio del proyecto y viven en un limbo de ilegalidad, como las favelas brasileas, donde residen los que construyen carreteras urbanas, tneles y hoteles para turistas. La calidad socionatural del desplazamiento primario queda de manifiesto en los problemas de salud que padecen los trabajadores emigrantes. Los obreros que construan ferrocarriles en el Ecuador (y en otros lugares del trpico) caan enfermos al atravesar paisajes donde existan agentes patgenos endmicos (Clark 1998). La compresin de los suelos motivada por la construccin del Canal de Panam y la Carretera Panamericana cre pozas que sirvieron de hbitat a los mosquitos transmisores de la malaria y la fiebre amarilla. En tiempos ms recientes, los sitios de construccin en Brasil y Lesotho se convirtieron en focos de propagacin del VIH (McCully 1996). En un proceso que se refuerza mutuamente, los megaproyectos pueden crear medios propicios a la propagacin de enfermedades, y estas ltimas y los intentos de controlarlas modifican el entorno de los proyectos. Desplazamiento secundario El desplazamiento secundario puede considerarse como un efecto de rebote: las personas y los paisajes situados a distancias cada vez mayores del sitio del proyecto sufren sus consecuencias ms tardamente y de manera menos aguda y los riesgos de desplazamiento disminuyen con el correr del tiempo y la distancia. Pero no siempre es as. Por consiguiente, definimos el desplazamiento secundario como el producto de interacciones polticas y/o socionaturales que se traducen en fenmenos dependientes de la trayectoria y en que esta ltima y la intensidad de las perturbaciones causantes del desplazamiento rara vez son previsibles.4 Es un proceso socionatural progresivo que adopta innumerables formas. Puede producirse en las cercanas o sumamente lejos del sitio del proyecto. Est sujeto a una incertidumbre mucho mayor que el desplazamiento primario y es, por consiguiente, menos fcil de controlar. El denominado "maleficio de los recursos", o efecto perturbador de la fiebre de la extraccin en las economas nacionales, se complica cuando le aadimos el tributo biogeofsico efectivo del desarrollo del proyecto. A guisa de ejemplo, inicialmente la extraccin de oro constituy una fuente de riqueza en la regin que rodea Cotu, en la Repblica Dominicana. Pero a mediados de los aos 1990, el aumento de los desechos de la mina y la propagacin de los efectos txicos consiguientes, provocaron amargas quejas

de los pequeos agricultores por la inutilizacin de tierras y la contaminacin de las aguas. Del mismo modo, Yopal, una ciudad colombiana de campos petrolferos, aprovech inicialmente los abundantes beneficios de un megaproyecto petrolero. Su poblacin se triplic en cinco aos, y las compaas petroleras pavimentaron carreteras y llevaron la electricidad a la regin. Con el tiempo, el suministro de agua y los sistemas de alcantarillado del lugar resultaron insuficientes y aument la delincuencia y subieron los alquileres (TED 2002). Pensamos a menudo que los megaproyectos son beneficiosos para las ciudades a expensas del campo, pero lo cierto es que las posibilidades de desplazamiento son mucho ms complejas. Al igual que los proyectos rurales como las explotaciones mineras crean nuevos paisajes urbanos y periurbanos, los proyectos relativos al transporte, el agua y el saneamiento de las ciudades y tambin el desarrollo inmobiliario desplazan comunidades humanas, biota y caractersticas geogrficas. Los megaproyectos han provocado asimismo cambios geolgicos imprevistos que han dado lugar a desplazamientos. Cabe prever que la sedimentacin reducir la utilidad de las presas con el correr del tiempo, pero McCully (1996:114) menciona 70 ejemplos en que los embalses han tenido efectos ssmicos y cita la sismicidad provocada por stos como un factor del derrumbe de la presa de Konya en Maharashtra un accidente que cost la vida a 180 personas, arroj un saldo de 1.500 heridos y dej sin techo a varios miles de individuos. Los cambios biogeofsicos secundarios provocan un desplazamiento social tambin secundario: la salinizacin que torna incultivables las tierras regadas, a menudo genera una despoblacin. Y el desplazamiento secundario se produce en lugares bastante alejados del megaproyecto cuando se reinstala a la poblacin desplazada contra su voluntad en tierras ya utilizadas u ocupadas (Qing 1998). Incluso sin un reasentamiento fsico, se produce un desplazamiento de la fuente de sustento de las comunidades dependientes de los recursos locales cuando la biodiversidad disminuye a causa de los megaproyectos, como por ejemplo al talar los bosques y dedicar los terrenos obtenidos al monocultivo. Uno de los ltimos proyectos del ex Presidente Suharto, que apuntaba a convertir un milln de hectreas de cinagas turberas en arrozales en Kalimantn Meridional, Indonesia, despert la oposicin de activistas por la sencilla razn de que los posibles efectos del reciclado de nutrientes y las propiedades de control de las inundaciones de esas cinagas no se conocan. Los trabajadores de los proyectos pueden sufrir tambin los efectos empobrecedores del desplazamiento secundario. Al concluirse el proyecto, la demanda de mano de obra disminuye. La mayora de los ingenieros y profesionales se marchan cuando el proyecto se acaba. El funcionamiento de las minas, las plantaciones y los puertos antiguos pueden ofrecer un empleo abundante, pero las centrales hidroelctricas, los oleoductos o los puertos para contenedores requieren menos trabajadores. Algunos obreros desocupados se trasladan siguiendo a empresas constructoras para proyectos en otras regiones; pero los dems se quedan en el lugar en espera de constituir nuevas comunidades y encontrar un trabajo. Los obreros que construyeron Brasilia, por ejemplo, se instalaron en ciudades satlite y complicaron con su presencia la racionalidad de la planificacin urbana (Holston 1989). En resumen, aunque la magnitud y la incidencia de algunos tipos de desplazamientos ligados a los megaproyectos pueda medirse, no es posible evaluar objetivamente las consecuencias socioeconmicas ms graves del desarrollo de proyectos de esa ndole. En efecto, el impacto real del deterioro medioambiental es incalculable y las transformaciones

del paisaje y las crisis ecolgicas son imprevisibles. En ese contexto, las definiciones de desplazamiento pasan a ser temas de lucha poltica. El porqu del desplazamiento: ideologa y prctica El desplazamiento ha llegado a parecer inevitable en razn de las prcticas y las ideologas de modernizacin vinculadas con el colonialismo, el desarrollo (capitalista y socialista de Estado) y, en tiempos ms recientes, la globalizacin. Los megaproyectos sirven los intereses materiales de poderosos actores en el proceso: a saber, la acumulacin de capital, especialmente para los organismos financieros y las empresas constructoras, y las ambiciones de modernizacin y organizacin en forma territorial tratndose de los Estados. Tales intereses se reflejan en las ideologas de las comunidades de actores empeados en el desarrollo de proyectos y son tambin un reflejo de las mismas. Esas ideologas informan una cultura optimista de adopcin de decisiones favorable a la transformacin masiva y acelerada del paisaje y que priva a las poblaciones potencialmente afectadas de intervenir en dichas decisiones. Conjuntamente, esas ideologas y prcticas racionalizan algunas formas de desplazamiento y disfrazan otras. Ideologas de modernizacin y desplazamiento Si bien el objetivo material de los megaproyectos puede ser la alteracin de las relaciones de propiedad o en general su transformacin en mera mercanca, determinados proyectos se basan en ideologas de modernizacin. Tres elementos de esas ideologas comunes a las naciones coloniales, socialistas de Estado y capitalistas constituyen un estmulo directo al desplazamiento. Uno es la idea de que los individuos deben sacrificarse en aras del bien comn, que se basa en las nociones econmicas de utilidad media individual. Cernea (2000) reconoce que los megaproyectos provocan necesariamente un desplazamiento y afirma que no se justifican si no contribuyen apreciablemente a erradicar la pobreza. Sin embargo, invoca la nocin de bien comn para sostener que vale la pena emprender algunos grandes proyectos y afirma que su impacto negativo puede reducirse a un mnimo si se aplican medidas correctivas adecuadas. Un segundo elemento tiene que ver con la definicin del progreso como una "evolucin hacia la vida urbana". El desplazamiento provocado por el desarrollo que crea una emigracin del medio rural hacia el urbano y el trabajo "libre" procedente del campo es considerado deseable porque alienta a la poblacin a participar en mayor medida en la economa nacional o mundial (vase, por ejemplo, Goldman 2001). El tercero es una nocin de control racional de la naturaleza unida a la suposicin de que la tecnologa puede atenuar cuando no rectificar los peores efectos del desplazamiento, sean sociales o naturales. Tomados en conjunto, esos elementos de la ideologa de los megaproyectos interpretan la separacin real y ontolgica entre el "hombre" y la "naturaleza" como una evolucin progresista. Las formas flagrantes y sutiles de discriminacin racial y de otro tipo crean complicaciones a las ideologas de modernizacin: las poblaciones aborgenes, sus medios de subsistencia y sus valores en relacin con el paisaje se menosprecian sistemticamente, socavando los ideales de equidad y participacin. Por ejemplo, las ideas de modernizacin de igualdad y progreso abogaban por la liberacin de los campesinos del yugo de la servidumbre para convertirse en obreros industriales o de la construccin. Por otro lado, la ideologa racista permita que el Estado aplicara medidas coercitivas par impedir que los trabajadores

abandonaran los sitios de los proyectos (Clark 1998). Contradicciones similares entre progreso e igualdad, por un lado, y superioridad racial (y urbana), por otro, siguen inspirando el tratamiento a los trabajadores emigrantes (Carstens 2001) y a las poblaciones afectadas por la construccin de presas (Goldman 2001). Comunidades epistmicas y ejecucin de los proyectos Las combinaciones cambiantes de actores que emprenden y configuran los megaproyectos en determinados sectores e incluso en algunos que se oponen a ellos constituyen "comunidades epistmicas" (Haas 1989). Esas comunidades comparten una cultura de proyecto definida por los elementos ideolgicos enunciados anteriormente: el bien comn, el progreso, la racionalidad y los prejuicios raciales. La cultura de la comunidad epistmica inspira los valores de sus miembros y determina en gran medida lo que vern y lo que no vern en el paisaje socionatural. Entre los integrantes clave de la comunidad epistmica figuran los organismos de crdito multilaterales, estatales y privados; la industria de la construccin; los consultores y, cada vez ms, los que practican evaluaciones de impacto medioambiental (EIM); las burocracias estatales, y, en la periferia, las ONG y otros actores de la sociedad civil. El Banco Mundial es tal vez el ms conocido y observado de los organismos de crdito empeados en el desarrollo de megaproyectos. Sin embargo, como adopta una postura ms cautelosa frente a la inversin en proyectos de ese tipo, otros proveedores de prstamos pblicos y privados estn llenando ese vaco (Palmieri 1998). Una segunda y menos ostensible categora de actores representa a la industria de la construccin. Las empresas multinacionales son esenciales como "agentes de penetracin en el Tercer Mundo" y sus fortunas estn ligadas al crdito internacional para el desarrollo (Linder 1994). Desempean un papel decisivo en la transferencia de tecnologas de gran intensidad de capital a los pases en desarrollo, influyendo en el comportamiento del Estado, impulsando la emigracin de mano de obra, y definiendo las trayectorias del desarrollo econmico en los pases en que operan. Los Estados y sus servicios constituyen un tercer componente de las comunidades epistmicas. Tanto a nivel nacional como subnacional, las empresas multinacionales que se embarcan en el desarrollo de megaproyectos tienen un poderoso impacto en la gobernabilid. En el plano interno, los diversos actores del Estado defienden sus propios intereses y expectativas en cuanto a los megaproyectos, y su influencia vara considerablemente. No todos los rganos se dedican a la ejecucin de proyectos, pero los ministerios de obras publicas, de finanzas y, en materia de exportaciones, los responsables de los recursos naturales han sido sumamente poderosos en los pases en desarrollo, y vastos proyectos son encomendados a menudo a autoridades ejecutivas especiales no sometidas a un organismo superior y protegidas del control parlamentario. Con la proliferacin de los prstamos para ajuste estructural y la creciente privatizacin de los sectores de la energa y la infraestructura, los Estados cumplen cada vez ms una funcin de autorizacin ms que de direccin en la ejecucin de megaproyectos. Por ejemplo, tanto en el desarrollo de la energa hidroelctrica y el puerto en el Mekong, como en la construccin de un complejo petroqumico en Gujarat, los gobiernos de Laos y de la India aplicaron una poltica y crearon un entorno financiero favorables a la inversin extranjera. A menudo las comunidades epistmicas se dedican a un sector especfico y predominan en ellas los expertos procedentes de universidades, organismos de desarrollo, firmas de consultores y empresas de ingeniera del Norte del mundo que trabajan en todo el planeta.

Establecen relaciones de contrapartida con la administracin, los ingenieros y los cientficos del pas husped que, las ms de las veces, se han formado en las mismas universidades de Norte. Esos expertos asesoran a los representantes de los organismos bilaterales de asistencia, las fundaciones, el Banco Mundial y los rganos gubernamentales nacionales que tambin son integrantes de la comunidad epistmica. Algunos miembros han puesto su experiencia a disposicin de las comunidades locales o de grupos interesados en el medio ambiente, que tienen ms posibilidades de participar en el anlisis de los proyectos si pueden demostrar su credibilidad cientfica. Las comunidades epistmicas rara vez son igualitarias. En la comunidad de los proyectos de regado, por ejemplo, los ingenieros civiles gozan de mayor prestigio que sus colegas ingenieros agrnomos; y los varones tienen ms peso que las mujeres (Lynch 1993). Los especialistas en ciencias sociales y en medio ambiente suelen tener una posicin inferior a la de los ingenieros y economistas, aunque puede darse la situacin inversa. Por lo general, se ha dejado al margen a las ONG locales y a los grupos comunitarios. El poder que pueden ejercer los distintos miembros de la comunidad epistmica en las decisiones sobre los proyectos depende del momento en que se hayan incorporado al proceso respectivo. Los que se integran en primer lugar estn en mejores condiciones para plantear interrogantes sobre el valor del proyecto; pero la fase de gestacin es dominada por personal tcnico optimista, esencialmente ingenieros. Se recurre a los economistas para que practiquen anlisis de costos-beneficios que puedan servir para decidir entre proyectos competidores aunque similares, pero que ms a menudo se emplean para justificar un determinado proyecto. Slo cuando el compromiso poltico y financiero est asegurado se recurre a los especialistas en ciencias sociales y ciencias naturales par que efecten una evaluacin del impacto social y medioambiental. Si se integra a las ONG y a grupos comunitarios como "partes interesadas", ello se hace tradicionalmente cuando la ejecucin del proyecto est avanzada y sin darles verdadero poder. Sin embargo, como los activistas exigen una mayor participacin en la adopcin de decisiones y que se tengan debidamente en cuenta los impactos social y medioambiental, los organismos de crdito estn empezando a reaccionar invitando a las ONG y a los dirigentes comunitarios a pronunciarse sobre los proyectos en una etapa ms temprana del proceso.5 Riesgo, incertidumbre y mano oculta El poder y los intereses relativos de los distintos actores dentro de una comunidad epistmica pueden cambiar con el correr del tiempo, pero al margen de la orientacin ideolgica, su cultura presenta ciertas constantes hiptesis en cuanto a su papel que favorecen la accin incluso con riesgo de provocar un cierto desplazamiento. En primer lugar, dentro de un sector especfico y en un determinado momento histrico, los miembros tienden a creer que "conocen" la mejor forma de ejecutar los proyectos y a dar por descontado que, una vez concebido, un megaproyecto es inevitable, esto es que "si no lo realizamos nosotros, algn otro lo har" (Gray 1998). Dicho de otro modo, a medida que avanzan, los expertos pertenecientes a la comunidad epistmica estiman que se encuentran en mejores condiciones que los dems para reducir los riesgos a su mnima expresin. En segundo trmino cabe mencionar lo que el economista Albert O. Hirschman (1967) denominaba el principio de la Mano Oculta. Para l, si los ejecutantes del proyecto vislumbraran cun sinuoso es el camino por recorrer para llevar a cabo su empeo, un elemental principio de precaucin les hara renunciar al proyecto. A su juicio, el

desconocimiento de los obstculos es consubstancial al progreso. Lamentablemente, ese desconocimiento no slo puede generar un optimismo injustificado sobre la viabilidad del proyecto, sino tambin hacer perder de vista ciertos riesgos previsibles del desplazamiento y permitir que los ingenieros pasen por alto el principio de precaucin frente a las incertidumbres en cuanto a los fenmenos que suscitan desplazamientos. Lo grande es hermoso La fe en la tecnologa y la creencia en la capacidad de dominar la naturaleza, eje de la ideologa de la modernizacin, conducen fcilmente a los organismos internacionales de crdito, a las empresas constructoras y a los Estados monumentalistas a una postura concreta favorable a lo que se hace en gran escala. El equipo de mayor tamao, que Linder (1994) llama "capital mvil fijo", desplaza mayores cantidades de tierra con ms rapidez, acentuando la gravedad potencial de los desplazamientos secundarios. Por ejemplo, la enorme capacidad de los nuevos molinos de pulpa y de papel, cuyo costo es de aproximadamente mil millones de dlares, ha provocado la tala en Asia Sudoriental de vastas extensiones de bosques de los que dependen para su sustento otros grupos humanos (vase Sonnenfeld 2000). La preferencia por los proyectos en gran escala constituye un crculo vicioso. Primero, la acumulacin de capital y la lgica institucional de los organismos internacionales de crdito favorece los prstamos cuantiosos, incluso frente a las inquietudes por el medio ambiente, el desplazamiento, los derechos humanos, o la utilidad misma del proyecto. En segundo lugar, los organismos internacionales de crdito slo son partidarios de los proyectos susceptibles de participar en licitaciones internacionales, por lo que stos deben tener la envergadura suficiente para interesar a las empresas constructoras multinacionales. Como el proceso de gestacin del proyecto es prolongado, los costos de transaccin resultantes de la identificacin de ste, los estudios de viabilidad, los estudios econmicos y de ingeniera, as como los gastos de diseo y los que supone la aprobacin de la legislacin de habilitacin tienen poco que ver con la importancia del proyecto.6 Esas presiones para movilizar ingentes sumas hacia el exterior alimentan la expansin de las grandes empresas, que a su vez recurren al Estado y a la inversin internacional a fin de poder mantener en actividad sus existencias de equipo de gran envergadura y altamente especializado y trasladarlo con las debidas garantas de una obra a la siguiente. Algunos ven un porvenir incierto para los megaproyectos; a su juicio, la disminucin del nmero de proyectos de esa ndole debida a la importancia de la produccin flexible suscitada por la mundializacin, la protesta social, o el agotamiento de los posibles sitios indican que la tendencia a preferir la gran envergadura tal vez sea cosa del pasado. Sin embargo, pese a los obstculos y demoras, prosigue la ejecucin de los proyectos en el Narbada, Three Gorges y Bakun (Malasia), y las dimensiones de los puertos para contenedores, las instalaciones petroqumicas y los proyectos de urbanizacin no cesan de aumentar. La extraccin minera en las cumbres de los montes Apalaches y el "canal seco" programado, as como los proyectos de exportacin de energa en Centroamrica indican que la tendencia a la gran escala persistir en el futuro. Es probable que esa orientacin se mantenga tambin en el sector financiero: como los prstamos privados han pasado a ser la principal fuente de financiacin de megaproyectos (Palmieri 1998), la obtencin de un rpido rendimiento de la inversin se torna cada vez ms apremiante. Ello favorece la inversin en equipo de construccin en gran escala a fin de acelerar la marcha de los proyectos.

Los movimientos sociales se han declarado partidarios de proyectos ms reducidos y con efecto acumulativo, cuyas consecuencias en materia de desplazamiento sean ms fciles de controlar y remediar. Sin embargo, como no es posible una reduccin progresiva de los proyectos y el desplazamiento secundario resulta inevitable, slo la democratizacin de la comunidad epistmica puede dar a los ms susceptibles de sufrir el desplazamiento causado por los megaproyectos un control ms efectivo sobre la forma que adopten sus opciones para el futuro. En resumen, las ideologas de modernizacin que informan la prctica de los proyectos justifican el desplazamiento en nombre del "progreso", alejan a la poblacin de la naturaleza, y hacen que el proceso de planificacin se aparte del paisaje. Esas ideologas inspiran las culturas de las comunidades epistmicas de base sectorial, que encauzan el proceso de un modo que disfrace y racionalice los desplazamientos. Las comunidades jerrquicas aludidas comparten un cierto optimismo frente al riesgo, que las induce a llevar adelante los proyectos aunque puedan preverse efectos de desplazamiento. Tambin comparten una inclinacin por la gran envergadura, que es producto de la tecnologa y de las prcticas de los organismos internacionales de financiacin. Dicha orientacin conduce a una rpida y profunda transformacin del paisaje que trae consigo mltiples desplazamientos. Conclusin: la distribucin de los desplazamientos Hemos sostenido en el presente artculo que el desplazamiento es inherente al desarrollo de los megaproyectos, y que las poderosas fuerzas de la acumulacin de capital, los intereses estatales y la ideologa de modernizacin actan a travs de las comunidades epistmicas para respaldar la proliferacin de megaproyectos. Contrariamente a los que estiman que el desplazamiento es el punto de partida de estos ltimos y slo se interrogan sobre la forma de reducir sus efectos empobrecedores, abogamos por que se preste la atencin debida a las relaciones histricas, sociales y naturales ms amplias del desplazamiento y que se analice como cuestin previa la forma en que ste se produce. Abrimos un debate sobre cmo se generan los megaproyectos a partir de una combinacin de inters material y de prctica ideolgica y afirmamos que las comunidades epistmicas orientan el curso del proyecto hacia salidas que entraan desplazamientos y buscan la forma de que sus efectos se distribuyan de manera desigual. Esto nos mueve a volver a nuestro interrogante inicial: para quin es creativo el desplazamiento de los megaproyectos y para quin resulta destructivo? No es posible ignorar ciertas tendencias estructurales, aunque los ejemplos histricos variarn. Es probable que los Estados fuertes capaces de orientar la marcha del proyecto se beneficien ms que los Estados dbiles que se limitan a una funcin de habilitacin de los actores del sector privado. Del mismo modo, si todo lo dems va bien, es menos probable que el desplazamiento de los megaproyectos afecte a las comunidades ricas y a los miembros de los grupos tnicos dominantes. En cambio, las sociedades distantes de los centros de poder son ms susceptibles de sufrir desplazamientos primarios y secundarios, aunque el activismo de los grupos autctonos y las redes transnacionales de apoyo hayan contribuido a que superen las barreras del aislamiento fsico. Las tendencias favorables al progreso y a la liberacin del trabajo de la tierra, que son inherentes a la ideologa de modernizacin, sern perjudiciales para las sociedades ms dependientes de la situacin ecolgica actual para procurarse el sustento, condicin mirada como "primitiva", y para los individuos

menos capaces de salir adelante y de movilizarse. En definitiva, cuando incluimos a los trabajadores en nuestro anlisis, salta a la vista hasta qu punto el racismo ligado a la ideologa de modernizacin logra una vez ms que los efectos del desplazamiento se experimenten de manera desigual. Haciendo un balance, si tomamos en cuenta las dimensiones biogeofsicas del desplazamiento, posiblemente descubramos que todos los que se hallan dentro del paisaje reestructurado por el megaproyecto "salen perdiendo", mientras que a los que se encuentran "fuera" les es indiferente o tienen las de ganar. Ahora bien, el desarrollo de megaproyectos puede crear nuevas oportunidades econmicas y espacios sociales a la vez que cierra los antiguos, y es posible que las modificaciones del paisaje propias de los megaproyectos den origen a nuevas formas culturales e interacciones socionaturales. Los estudios empricos sobre el desplazamiento en contextos de megaproyectos especficos que tienen en cuenta su carcter socionatural y sus dimensiones primaria y secundaria pueden ayudarnos a identificar a los ganadores y a los perdedores. A un nivel ms amplio, el hecho de entender la historia y la lgica epistmica de los megaproyectos tal vez ayude a los especialistas en ciencias sociales a adquirir conciencia de la multiplicacin de desplazamientos y, con optimismo, a que otros tambin la adquieran. Traducido del ingls Notas * Agradecemos la valiosa colaboracin de Gilbert Levine, Cindy Caron, Chad Futrell y otros miembros del Landscape Transformations Working Group en Cornell. Una versin ms extensa y algo diferente del presente artculo puede obtenerse como documento de trabajo en la pgina web del grupo, http://www.einaudi.cornell.edu/about/workshops.asp?go=article4. Damos tambin las gracias a Chuck Geisler y a Shelley Feldman por sus comentarios sobre proyectos anteriores. 1. Por ejemplo, la ICOLD estima que son presas de gran tamao las superiores a 15 metros. Sin embargo, dada la diversidad de topografas fsicas y de sistemas hidrolgicos en los que las presas se han construido, las de menor altura se consideran de gran tamao si se ajustan a otros criterios como la longitud de la cresta, la capacidad de derrame y la capacidad del embalse (Palmieri 1998). 2. Nuestra insistencia en la transformacin del paisaje merece un breve comentario. La nocin europea de paisaje sita al observador fuera del objeto de su mirada. Los promotores de megaproyectos a menudo pretenden ejercer un control sobre el paisaje y tornarlo legible distancindose de l y apartando o desplazando a las poblaciones y las caractersticas humanas y no humanas de su lnea de mira. 3. Los tericos de la nocin de actor-red (por ejemplo, Latour, Callon) utilizan el termino "actuante" para lograr una "nivelacin" conceptual de los actores humanos y no humanos y para hacer hincapi en que el organismo es un "efecto de relacin" de las redes de las que determinados actuantes forman parte. 4. Esta definicin recurre a la explicacin estructural de Bunker (1985) de dos procesos entrelazados: el deterioro del medio ambiente en el Amazonas y el empobrecimiento progresivo de la regin.

5. Estas presiones condujeron a la creacin de la Comisin Mundial de Presas. Los programas del multifactico Plan Puebla Panam en Mxico y Centroamrica solicitan la celebracin de reuniones con ONG representativas. 6. Este problema se agudiza cuando los prstamos se otorgan ms a los gobiernos que a las autoridades de los proyectos. En tales casos los organismos de crdito basan sus decisiones en la solidez de la capacidad global de reembolso de sus deudas por el gobierno prestatario, ms que en la solidez fiscal del proyecto propiamente dicho. Referencias BARHHAM, B., BUNKER, S. y O'HEARN, D. (eds) 1994. States,Firms, and Raw Materials: The World Economy and Ecology of Aluminium. Madison, WI: The University of Wisconsin Press. BERMAN, M. 1983. All that is Solid Melts into Air: The Experience of Modernity. New Yok: Penguin. BUNKER, S. 1985. Underdeveloping the Amazon. Chicago, IL:TheUniversity of Chicago Press. CARSTENS, P. 2001. In the Company of Diamonds: De Beers, Kleinzee, and the Control of a Town. Athens, OH: Ohio University Press. CERNEA, M. M. 2000. "Risks, safeguards, and reconstruction: a model for population displacement and resettlement" en M. M. Cernea y C. McDowell (eds), Risks and Reconstruction: Experiences of Resettlers and Refugees. Washington, DC: World Bank, 1155. CLARK, A. 1998. The Redemptive Work: Railway and Nation in Ecuador, 18951930.Wilmington, DE: Scholarly Resources. FINN, J. 1998. Tracing the Veins: Of Copper, Culture, and Community from Butte to Chuquicamata. Berkeley, CA: University of California Press. FREUDENBURG, W., FRICKEL, S. y GRIMLING, R. 1995. "Beyond the nature/society divide: learning to think about a mountain". Sociological Forum 10(3), 361-392. GELLERT, P. 2002. "The socionature of transformation and the transformation of socionature. Trabajo presentado en el "Landscape Transformations" Workshop, Cornell University, marzo 8-10. GOLDMAN, M. 2001. "Constructing an environmental state: eco-governmentality and other transnational practices of a green World Bank". Social Problems 48(4), 499-523. GRAY, A. 1998. "Development policy-development protest: the World Bank, indigenous peoples, and NGOs" en J. A. Fox y L. D. Brown (eds), The Struggle for Accountability: The World Bank, NGOs, and Grassroots Movements. Cambridge, MA: MIT Press, 267-301

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La economa del desarrollo y el principio de compensacin Ravi Kanbur*


Nota biogrfica Ravi Kanbur es titular de la Ctedra T. H. Lee de Asuntos Mundiales y profesor de Economa de la Universidad de Cornell. Tras cursar estudios en Cambridge y Oxford, ha ejercido la docencia en varias universidades estadounidenses y britnicas. Tambin ha ocupado cargos en el Banco Mundial, entre ellos el de Economista en Jefe para frica. Email: [email protected] Introduccin Raro es el proyecto, poltica o proceso de desarrollo que genera slo beneficiarios. La cuestin del desplazamiento trae aparejada la de los perdedores, pues las iniciativas de desarrollo suelen dejar a su paso una u otra forma de desplazados. Los cambios tecnolgicos desplazan a quienes viven de actividades tradicionales; la construccin de una presa desplaza a las familias de sus hogares y pueblos y el contacto con el mundo exterior desplaza, o al menos amenaza con hacerlo, a culturas aejas. Los artculos de esta publicacin brindan elocuentes testimonios de todo lo que se pierde, o mejor dicho, todo lo que pierden quienes menos pueden permitrselo, en aras del desarrollo. En modo alguno cabra propugnar o poner en prctica un proyecto, una poltica o un proceso (en lo sucesivo, un proyecto) que no generara ms que perjuicios y ningn provecho. Si todas las prdidas recayeran en los pobres y vulnerables y todos los beneficios en los ricos y poderosos, sobraran motivos para intentar reparar esos efectos; cuando, en cambio, los perjuicios y beneficios se reparten de modo ms uniforme en todo el espectro socioeconmico (si algunos pobres ganan y otros pierden, por ejemplo), resulta ms delicado, desde un punto de vista terico, abogar por medidas compensatorias. Sin olvidar el enojoso dilema que se plantea sobre la conveniencia de seguir adelante con un proyecto cuando, una vez agotadas las posibles formas de reparacin, subsiste una proporcin considerable de perjudicados, aun cuando haya tambin otros tantos beneficiarios. Esta es una de las principales cuestiones de que deben ocuparse los anlisis y las polticas en materia de desarrollo: conviene poner en prctica un proyecto que genera tanto perdedores como ganadores aun tras haber intentado aplicar medidas compensatorias, que suelen destinarse a quienes resultan desplazados durante el proceso de desarrollo? Cmo abordan esta cuestin distintas disciplinas? En estas lneas refiero la historia de la dura pugna que mantuvo consigo misma la economa hasta encontrar una posicin al respecto. Aunque criticado a menudo desde otras disciplinas, el punto de vista de la economa es ms sutil y fruto de un trabajo intelectual ms profundo de lo que suele pensarse. Poniendo de relieve el combate que en su propio seno hubo de librar la economa hasta llegar a su

posicin actual, deseo tambin plantear implcitamente otra pregunta: cmo responderan otras disciplinas al mismo problema? La economa y las mejoras de Pareto En el debate sobre los perjuicios y beneficios, el concepto de referencia en economa lleva el nombre de Vilfredo Pareto. Una mejora de Pareto tiene lugar cuando, en comparacin con la situacin anterior, al menos un individuo sale ganando y nadie sale perdiendo a resultas del proyecto en cuestin. En el fondo del pensamiento econmico late pues la idea de proteger a los que perjudicara un proyecto y, a decir verdad, ninguno de los proyectos, polticas o procesos de los que tratan los artculos de este volumen habra superado la prueba del criterio de Pareto. Es interesante destacar que muchos economistas tildaron el criterio de Pareto de profundamente conservador en dos sentidos: en primer lugar, su aplicacin vetara cualquier proyecto de redistribucin de los ricos a los pobres, pues a su trmino algunas personas (es decir, los ricos) estaran peor que antes1. En segundo lugar, dado el nfimo nmero de proyectos que slo generan beneficiarios directos, ese criterio es un camino seguro hacia la parlisis poltica. Dicho de otro modo, no habra gran cosa que proponer o hacer si se aplicara estrictamente el criterio de Pareto. La solucin al segundo de esos inconvenientes pasa por sumar de algn modo los beneficios de los ganadores y los perjuicios de los perdedores. Con ello sera posible tratar el primer problema aplicando un mtodo de agregacin, por ejemplo con una ponderacin que otorgara una importancia relativa mucho mayor a los beneficios y los perjuicios de los pobres que a los de los ricos. Ambos elementos estn presentes por ejemplo en la lgica utilitarista de Bentham, que propuso sumar las ganancias y prdidas de utilidad a que d lugar un proyecto. El igualitarismo penetra en este sistema por la va de la funcin de utilidad, con arreglo a la cual la prdida o ganancia de un dlar significa mucho ms para un pobre que para un rico. Debe quedar claro, pues, que si nos apartamos del criterio de Pareto se plantean dos cuestiones: la necesidad de agregacin y el tipo de agregacin que se utilice. Mientras que la segunda admite discrepancias, en la medida en que algunas agregaciones son ms igualitarias que otras, la primera encierra un interrogante fundamental al que en modo alguno es posible sustraerse. Y en torno a l iba a girar uno de los grandes debates de la economa en los aos treinta y cuarenta. Pasos hacia el principio de compensacin Fue Lionel Robbins, con una obra que iba a hacer poca, The Nature and Significance of Economic Science (1932), quien abri la caja de los truenos al postular en aquel libro la imposibilidad de comparar las prdidas y ganancias de las personas y calificar ese proceder de acientfico. Para Robbins, el economista poda utilizar su saber profesional para dilucidar y exponer ordenadamente las consecuencias de un proyecto y presentar despus sus conclusiones al responsable poltico, mas, como tal economista, no estaba cualificado para dar el ltimo paso y formular una recomendacin atendiendo a la suma de beneficios y perjuicios (a menos por supuesto que slo hubiera beneficiarios, en cuyo caso poda invocarse el criterio de Pareto).

Roy Harrod se opuso a ese razonamiento2 en el nmero de 1938 del Economic Journal, sirvindose del ejemplo del gran debate sobre las Leyes de Granos (cereales) que haba sacudido la economa poltica inglesa en el siglo XIX: Considrese la revocacin de las Leyes de Granos, que tenda a reducir el valor de un factor de produccin concreto, la tierra. Sin duda cabe demostrar que los beneficios que obtuvo el conjunto de la comunidad fueron superiores al perjuicio que sufri el terrateniente, pero slo si todas las personas se consideran en pie de igualdad. De otro modo, cmo comparar las prdidas de algunos (y resulta innegable que algunos perdieron) con el beneficio general? Llevada hasta sus ltimas consecuencias, la idea de que no es posible comparar el grado de utilidad entre distintas personas condena al sinsentido no slo los preceptos de la economa del bienestar sino cualquier tipo de precepto. El economista pierde todo valor como asesor y ms valdra relegarlo al olvido, a menos que se considere que sus especulaciones tienen un carcter primordialmente esttico. Robbins no se amilan en su respuesta (1938: 636), en la que expuso de forma interesante el itinerario intelectual que haba dado origen a su pensamiento. Mi postura respecto a los problemas de la accin poltica se ha inscrito siempre en lo que podra llamarse utilitarismo provisional (...) Cuando abord el estudio de la economa era un ferviente partidario del anlisis utilitarista (...) Me fascinaba el delicado equilibrio entre ganancias y prdidas que se deriva del intrincado juego de causas y efectos de las polticas, y me atraa sobremanera la proposicin de que (...) los recientes hallazgos de la teora del valor demostraban la conveniencia de aliviar las desigualdades (...) Pero con el tiempo sucedieron cosas que empezaron a hacer tambalearse mis convicciones (...) No tengo claro cmo surgieron esas dudas en m, pero recuerdo muy bien que cristalizaron tras leer en alguna parte, creo que en las obras de Sir Henry Maine, la historia de un funcionario indio que intent explicar a un brahmn, miembro por lo tanto de la casta superior, las sanciones del sistema de Bentham. Pero esto, dijo el brahmn, no puede ser correcto. Mi aptitud para la felicidad es diez veces mayor que la de ese intocable de all. Aun sin sentir la menor simpata por el brahmn, no pude evitar la certidumbre de que (...) las diferencias entre nosotros no eran de aquellas que pueden resolverse por los mismos mtodos de demostracin aplicables en otros mbitos del raciocinio social. En el fragor de esa colisin entre la necesidad de obtener totales aplicando ponderaciones normalizadas para que el economista pudiera influir en la concepcin de polticas y la idea de que el economista como tal no estaba capacitado para elegir tales ponderaciones, Nicholas Kaldor (1939: 550) terci en el debate con una idea que iba a resultar importante en la ulterior evolucin del tema, comprendido el anlisis de la relacin costo-beneficio, y lo hizo situando de nuevo la cuestin en el contexto de la revocacin de las Leyes de Granos: Pero el Gobierno siempre puede hacer que se mantenga inclume la anterior distribucin de la renta, compensando a los terratenientes por cualquier prdida de ingresos y financiando esas compensaciones mediante un impuesto suplementario sobre aquellos cuyas rentas hayan aumentado. De esta manera todos conservan su posicin anterior (...) Por consiguiente, siempre que una poltica determinada se traduzca en un aumento (...) de la renta real agregada, no menoscaba los argumentos del economista en favor de esa poltica la cuestin de la comparabilidad de las satisfacciones individuales, porque siempre ser posible hacer que todo el mundo salga ganando, o por lo menos que unos cuantos ganen y nadie pierda. No es necesario que el economista demuestre que ningn miembro de la comunidad va a sufrir a consecuencia de la adopcin de una medida determinada, cosa que por lo dems nunca podra demostrar.

Este es el famoso pero quiz mal llamado principio de compensacin que, lejos de referirse a compensaciones que se hacen realmente efectivas, asevera que si en principio fuera posible abonarlas para que todo el mundo saliera ganando, el proyecto debera seguir adelante. Por ello compensacin en principio sera acaso una denominacin ms pertinente, pues principio de compensacin parece subrayar la obligatoriedad de abonar compensaciones por una cuestin de principios, lo que dista mucho de corresponder a la intencin del enunciado. Pese a ello, en las lneas que siguen me ceir a la terminologa consagrada por el uso. Una relacin de amor y odio entreverados Los economistas mantienen una relacin de amor y odio simultneos con el principio de compensacin. Lo detestan porque los constrie a pasar por una serie de aros lgicos que preferiran evitarse. Si se hace realmente efectiva la compensacin, de manera que nadie salga perdiendo y que algunos salgan ganando, se satisface el criterio de Pareto y no hay necesidad alguna del principio de compensacin. Pero si no se abona la compensacin, ese principio equivale en buena lgica a conceder una importancia pareja a todo el mundo y a sumar los beneficios y prdidas. La menor desviacin de esta pauta priva de fundamento al uso del principio como criterio de decisin. Y la mayora de los economistas deseara en principio alejarse de ella en aras de ponderaciones de carcter ms igualitario. Ahora bien, qu hacer cuando no es posible instituir compensaciones lo bastante exhaustivas como para que los perjudicados no salgan perdiendo? Qu hacer si no logran consensuarse las ponderaciones? No estaramos abocados a una completa parlisis en el terreno poltico? De ah que los economistas, mal que les pese, sigan gravitando en torno al principio de compensacin. En un famoso artculo de Hotelling (1938: 265) se advierten algunas de esas contradicciones, materializadas en la disyuntiva de llevar o no adelante una determinada inversin (por ejemplo, la construccin de una lnea frrea): Segn otro criterio menos conservador (...), el hecho de que sea posible distribuir la carga de manera tal que todos los afectados salgan ganando con la nueva inversin constituye a primera vista un argumento en favor de esa inversin, pero este razonamiento pasa por alto la viabilidad de esa distribucin de la carga. Emprender nuevas acciones aun cuando algunos salgan perdiendo ser a menudo una buena poltica social, siempre y cuando los beneficios de los ganadores sean lo bastante cuantiosos y generalizados (...) Sostener lo contrario equivaldra a tomar partido por los tejedores que intentaron destrozar los telares mecnicos que amenazaban su empleo. Pero no conviene aplicar esta regla con demasiado rigor. Cuando los perjudicados vayan a verse en graves apuros convendr instituir medidas compensatorias, o al menos ayudarles a cubrir sus necesidades bsicas de subsistencia (...) Si se lleva a cabo un gran nmero de mejoras cabe confiar en que la ley de los promedios acabe repartiendo los beneficios hasta cierto punto, aunque nunca por completo. Siempre ser necesario velar por aquellos a quienes el progreso deja en situacin de especial desamparo, y cuando no sea posible habremos de resignarnos a moderar el ritmo de nuestra progresin hacia la eficacia industrial. Durante los aos treinta, cuarenta y cincuenta los economistas iban a seguir rumiando esta cuestin y polemizando entre s. Ah tenemos a Henderson (1947: 230), preguntndose si la mejor frmula para financiar puentes son los impuestos o los peajes: La segunda objecin al recurso a impuestos generales estriba en que quiz quienes paguen los impuestos no obtengan beneficio alguno. La respuesta a esa objecin, presente en el pensamiento econmico desde los tiempos de Adam Smith, es que si todos los cambios que se efectan

benefician a unos ms de lo que perjudican a otros, a la postre todos saldrn ganando ms que perdiendo. Es probable que as sea, a condicin de que los cambios sean numerosos y los perjuicios y beneficios se distribuyan al azar dentro de la poblacin. Pero no tiene por qu ser as forzosamente (...) De ah la premisa de que una forma de financiacin que haga recaer todo el coste del puente en sus beneficiarios ser preferible a cualquier otra forma que imponga al erario la carga del dficit. Y as, hasta nuestros das, el principio de compensacin no ha dejado de causar quebraderos de cabeza. Vase a modo de ejemplo la siguiente disquisicin de Stiglitz (1999: 114) en un clsico libro de texto sobre economa pblica: Qu ocurre cuando en total la disposicin a pagar es superior a los costos totales, pero en cambio los fondos que deben aportar determinadas personas exceden su disposicin a pagar? Conviene en tal caso emprender el proyecto? Segn el principio de compensacin, un proyecto debe ver la luz cuando la disposicin a pagar total sea superior a los costos. La mayor parte de los economistas critican este principio porque soslaya la cuestin de la distribucin. Slo cuando se pague realmente la compensacin a los que salgan perjudicados tendremos la certeza de que el proyecto es deseable, pues en tal caso se verifica una mejora de Pareto (...) Si el beneficio neto total (...) es positivo, y si los pobres son beneficiarios netos y los ricos perjudicados netos, el proyecto acrecienta los niveles de eficacia y equidad y debe seguir adelante. Pero las cosas suelen ser ms complicadas. Por ejemplo, quiz los pobres y los ricos salgan perdiendo y las personas con un nivel medio de renta salgan ganando. Cmo evaluaremos ese cambio? (...) Aplicando ponderaciones a los beneficios netos de los distintos grupos, con el fin de obtener una nica cifra que resuma las consecuencias del proyecto (...) Por prurito de equidad, se asigna menor importancia relativa a las repercusiones del proyecto en los grupos de renta elevada. La argumentacin de Stiglitz nos devuelve al punto de partida del utilitarismo que Robbins (1932, 1938) rechazaba porque requera comparaciones y ponderaciones entre personas. Atrapado entre la parlisis poltica y la falta de lgica del principio de compensacin, y escptico respecto a la ley de los grandes nmeros, segn la cual un gran nmero de proyectos tender a anular los efectos de la distribucin, Stiglitz salva el obstculo tomando el camino que seguira la mayora de los economistas, al menos en teora: un anlisis de la relacin costo-beneficio en que las ganancias y prdidas se sumen con arreglo a una escala de ponderaciones de carcter igualitario. Pero no parece que este mtodo haya cuajado en la prctica, sobre todo en el mbito de los proyectos de desarrollo. Presas, desplazamiento y desarrollo La cuestin de las presas y los desplazamientos de poblacin se ve a menudo como la prueba de cargo por excelencia contra el anlisis de costos y beneficios y todos los males que ha trado consigo. La crtica de Michael Cernea (2000: 47) es una entre tantas: el anlisis de costos y beneficios presenta graves deficiencias porque no es ms que una herramienta macroeconmica, indiferente al modo en que los costos y beneficios se distribuyen entre las partes afectadas por un proyecto (...) Este mtodo justifica las inversiones en un proyecto siempre que la suma de sus beneficios supere por un margen aceptable la de sus costos. Antes de seguir adelante con este argumento, no estar de ms recordar un punto de vista que no interpreta el problema de las presas y los desplazamientos como demostracin de que el anlisis de costos y beneficios no puede tener debidamente en cuenta la cuestin de la

distribucin, o dicho de otro modo, como la resultante de aplicar ponderaciones distributivas inadecuadas a un proyecto que sin embargo tiene efectos sociales positivos. En lugar de ello, se postula que los grandes embalses son proyectos socialmente perniciosos que slo siguen adelante porque reportan beneficios a una serie de poderes fcticos. Arundhati Roy (1999: 3-4) expone la cuestin con la mordacidad que la caracteriza: Las grandes presas empezaron bien pero han acabado mal. Hubo un tiempo en que gustaban a todo el mundo (...) Pero ya no es as (...) Ya no cabe duda de que resultan ms dainas que provechosas (...) Echan a perder la tierra. Provocan inundaciones, sobresaturacin del suelo y salinidad, propagan enfermedades (...) La industria internacional de los embalses mueve 20.000 millones de dlares al ao. Si uno sigue la pista de las grandes presas del mundo, por dondequiera que vaya (...) oir la misma historia y conocer a los mismos personajes: el tringulo de hierro (en la jerga del ramo, las conexiones entre polticos, burcratas y empresas constructoras de embalses), los mafiosos que se llaman a s mismos consultores internacionales de medio ambiente (y que son filiales o empleados directos de las constructoras) y, con demasiada frecuencia, el solcito compaero de juegos que es el Banco Mundial (...) En 1994, los consultores britnicos ganaron 2.500 millones de dlares en contratos con el extranjero. La actividad ms lucrativa de ese mercado, inmediatamente despus de la gestin de proyectos, fue la redaccin de las llamadas evaluaciones de impacto ambiental. En el hampa del desarrollo las reglas son sencillas: si un gobierno te pide que estudies el impacto ambiental de un proyecto de presa y se te ocurre sealar un problema (...) puedes darte por acabado. Esas afirmaciones no dejan, pues, mucho margen a las reformulaciones sutiles, o incluso radicales, del anlisis de costos y beneficios para corregir sus defectos. Lo que Arundhati Roy denuncia es un problema estructural: este anlisis es un nuevo subterfugio. Si hacen falta frmulas matemticas que demuestren lo que se pide a los analistas que digan, se elaborarn las necesarias, pues es mucho lo que est en juego, entre otros para quienes estudian la relacin costo-beneficio y efectan otras formas de anlisis. La opinin de Cernea (2000: 12) parece a todas luces ms benevolente: Pese a todo, el desarrollo seguir exigiendo cambios en el uso de las tierras y el agua, lo que a veces har inevitable el traslado de poblaciones en medida diversa. Pero de ello no se sigue que la distribucin desigual de las ventajas e inconvenientes del desarrollo sea de por s inevitable o ticamente justificable (...) Tal vez no se pueda evitar todas y cada una de las consecuencias negativas, pero sin duda es posible instaurar conjuntos de procedimientos, acompaados de la correspondiente dotacin econmica, que repartan con ms equidad el peso de los perjuicios y el disfrute de los beneficios. Parece claro que esta indulgente concepcin no dista mucho de lo que defin como punto de llegada del anlisis econmico tras su largo recorrido de los ltimos cien aos. Al menos tericamente, la mayora de los economistas aceptaran la idea de un anlisis de costos y beneficios sensible a la distribucin. Y sin embargo la crtica de Cernea (2000), segn la cual este anlisis integra rara vez en la prctica el parmetro de la distribucin, resulta a todas luces atinada3. Qu es pues lo que ha fallado? Little y Mirrlees (1990: 359) presentan una curiosa versin del itinerario que ha seguido desde los aos sesenta hasta la fecha ese anlisis social de la relacin costo-beneficio, especialmente en su aplicacin a los proyectos de desarrollo: Los mtodos para aplicar el anlisis social de costos y beneficios a las inversiones en pases en desarrollo empezaron a proliferar a finales de los sesenta, y en la dcada siguiente arranc su aplicacin efectiva (...) En aquellos aos arreciaba en el Banco Mundial una virulenta polmica sobre la

conveniencia de utilizar precios sociales, de la que oficialmente sali vencedora la brigada de precios sociales, toda vez que en 1980 se incorporaron directrices sobre el uso de ponderaciones distributivas al Manual de operaciones del Banco. Pero sospechamos que en la prctica esas directrices no se aplicaron casi nunca, salvo a ttulo experimental en muy contadas ocasiones (...) Hoy se ha abandonado la idea de los precios sociales basados en el uso de ponderaciones distributivas (...) Cuando hay tanta presin por conseguir dinero, no es de extraar que las demandas de anlisis ms complejos sean recibidas con frialdad. Y lo que es peor, los analistas de proyectos no podran esperar ascenso alguno si se les obligara seriamente a emitir informes desfavorables sobre varios proyectos.

El agua comienza a inundar el pueblo francs de Tignes en 1952 despus de la construccin de una presa. Keystone

La ponencia de Little y Mirrlees se refiere a la situacin en los aos setenta y ochenta, pero sin duda una parte de esas presiones todava subsiste4. Los anlisis sutiles estn muy bien, pero pueden ser sacrificados en aras de otros intereses, aun cuando sean menos espurios que los que denuncia Roy (1999). Pero hay un aspecto del modelo de riesgos de empobrecimiento y reconstruccin de Cernea (2000) que remite directamente a las controversias de los economistas en los aos treinta y cuarenta. Algunos de los protagonistas de esos debates estaban convencidos de que incluir complejos mecanismos de compensacin en un proyecto, aunque tericamente deseable por su mayor conformidad al criterio de la mejora de Pareto, quiz resultara impracticable y demasiado oneroso (porque podra mermar el total de beneficios del proyecto), motivo por el cual se tenda a dar mucha importancia a la ley de los grandes nmeros (es decir, que si el nmero de proyectos es grande, los efectos de la distribucin se anularan, con lo que a la postre todo el mundo saldra ganando, a condicin de que se optara cada vez por la solucin que ofreciera mayores beneficios totales). Como qued patente en el curso del debate, ese postulado careca de fundamento lgico y era por tanto indefendible en el caso de proyectos de envergadura o cuando las prdidas y ganancias no se distribuyeran al azar dentro de la

poblacin, condiciones ambas que a todas luces cumplen los proyectos de grandes embalses, y la propia lgica del anlisis econmico lleva a secundar algo parecido al mtodo de Cernea (2000), ante todo para determinar la distribucin de los costos y beneficios y despus para elaborar mecanismos de compensacin. Ahora bien, existen mecanismos complementarios que puedan servir al planteamiento de Cernea (2000)? Redes de seguridad a escena! Sin duda alguna, dada su propia historia de debates y polmicas en torno a la evaluacin de proyectos, el anlisis econmico debera comprender mecanismos de compensacin especficos para cada proyecto en estudio, no slo por imperativo tico y por la endeblez lgica del principio de compensacin, sino tambin por razones de economa poltica, puesto que sin compensaciones a los desplazados y otros perjudicados el proyecto puede sufrir retrasos o incluso un parn definitivo, lo que frustrara las perspectivas de aumento de los beneficios totales5. Subsiste empero el interrogante de la factibilidad de elaborar mecanismos de compensacin hechos a medida para cada eventual proyecto, poltica o proceso. Y ah es donde entran en escena los mecanismos automticos de redistribucin y las redes de seguridad, capaces de complementar las medidas de compensacin de cada proyecto. Imaginemos un mundo en el que un sistema de redes de seguridad e instrumentos redistributivos garantizara automticamente que ninguna persona o familia pudiera caer en la indigencia por el motivo que fuere. Semejante mecanismo evitara, con ms razn si cabe, que alguien se encontrara en la miseria a resultas de un proyecto cuyas compensaciones no se hubieran hecho efectivas. Anlogamente, pensemos en mecanismos automticos de redistribucin que impidieran una excesiva agudizacin de las desigualdades. En semejante mundo, en principio, nada justificara la existencia de mecanismos de compensacin destinados a garantizar la distribucin equitativa de los perjuicios y beneficios de un proyecto determinado. En los aos sesenta y setenta, las redes de seguridad se granjearon mala reputacin en los pases en desarrollo, en parte porque lo que se estaba implantando con ese nombre (por ejemplo, planes de pensiones demasiado generosos para las elites profesionales urbanas) era en realidad lo contrario de lo que su enunciado daba a entender. Muchos de los sistemas aplicados tuvieron efectos muy dainos. Se tendi asimismo a instituir aparatosos mecanismos concebidos segn un modelo nico, en lugar de un sistema de intervenciones adaptadas a las circunstancias concretas de cada sector de la poblacin (pequeos campesinos, peones agrcolas, economa sumergida urbana, etc.). Lo que se requiere, en cambio, es un entramado de mecanismos que ofrezcan seguridad ante una eventual cada de los ingresos por el motivo que sea, cada uno de los cuales est pensado para responder adecuadamente a distintas situaciones. Hacia este concepto deben dirigirse en el futuro nuestros pasos, dejando atrs los fallidos intentos de hace tres dcadas y el nihilismo a que dieron origen aquellos fracasos6. Naturalmente, una red de seguridad perfecta o un mecanismo completamente automtico de redistribucin no resultan factibles. Pero la perfeccin tampoco existe en materia de compensaciones especficas por proyecto. Ms bien cabe esperar que el uso simultneo de ambos mtodos nos acerque ms al objetivo de ejecutar proyectos que incrementen los beneficios totales y que lo hagan de forma equitativa. De hecho, cuanto ms slido sea el sistema de redes de seguridad, menos complejas y completas debern ser las

compensaciones que acarreen los proyectos. Y teniendo en cuenta que esos complicados mecanismos compensatorios suelen considerarse demasiado onerosos, las redes de seguridad automticas (aunque no dejen de entraar gastos), al hacer menos necesarios tales mecanismos, aumentarn la aceptacin de proyectos que deparen beneficios netos totales. Queda ahora por construir una teora que articule las compensaciones especficas y la generalizacin de redes de seguridad automticas. Un dilema ineludible? Consideremos la relacin entre un mtodo de anlisis de costos y beneficios que tenga en cuenta la distribucin, como propugna Stiglitz (1999), y el modelo de riesgos de empobrecimiento y reconstruccin de Cernea (2000). En ausencia de compensaciones como las que prev este ltimo, el uso de las ponderaciones sensibles a la distribucin como las de Stiglitz podra llevar (sera de esperar que as fuera) al rechazo de un proyecto porque generase beneficios sociales negativos. Pero supongamos que, pese a todas sus disposiciones en sentido contrario, el mtodo de Cernea siga dejando a algunos pobres en peor situacin que antes. Las ponderaciones sensibles a la distribucin detectaran ese problema, pero, a menos que en ellas se concediera un peso infinito a los perjuicios sufridos por una sola persona, el proyecto podra muy bien satisfacer los criterios de Cernea (2000) y Stiglitz (1999). Y no obstante algunos pobres habrn salido perdiendo. Qu hacer en tal situacin, que seguramente va a presentarse en casi todos los proyectos de envergadura, aunque se haga lo imposible por replantearlos y reparar sus efectos negativos? Se trata de un dilema ineludible; el mismo, por supuesto, con el que tropezaron los economistas de los aos treinta y cuarenta y que no desaparece simplemente con la presencia de compensaciones, por muy ajustadas que sean, y que se plantear siempre que stas sean imperfectas, o dicho de otro modo, siempre que se incumpla el criterio de la mejora de Pareto. No basta adems con modificar el criterio de Pareto para que admita que los ricos salgan perdiendo, pues el problema surgir cada vez que un solo pobre vaya a peor, lo cual es inevitable. Renunciar al proyecto en este caso equivale a aceptar que los pobres que se habran beneficiado de l sigan siendo tan pobres como antes. Esta es la otra cara del dilema inevitable: a veces los proyectos de desarrollo no oponen los intereses de los ricos a los de los pobres sino los de un grupo de pobres a los de otro. Hasta aqu he dejado constancia de los vanos intentos de los economistas por conseguir la cuadratura del crculo y de los incmodos compromisos tericos a los que han llegado, cuya aplicacin prctica, por lo dems, deja mucho que desear. Ahora bien, tienen algo que decir otras disciplinas sobre este dilema? Aceptemos que los proyectos de desarrollo generan ganadores y perdedores. Aceptemos que el mero criterio de los beneficios netos totales no tiene en cuenta en modo alguno la distribucin de las consecuencias. Aceptemos igualmente la necesidad de complementar cada proyecto con compensaciones especficas y de instituir redes de seguridad social para que los ms frgiles no tengan que pagar los platos rotos de los proyectos, polticas o procesos de desarrollo. Pero supongamos, como ser con certeza el caso, que todo ello no impida que una serie de personas pobres y vulnerables salgan perdiendo. Cmo resolveran conceptualmente otras disciplinas la disyuntiva de llevar o no adelante esos proyectos? Conclusin

En un proceso de desarrollo concurren casi siempre, como fenmeno anexo o como secuela, desplazamientos fsicos o de cualquier otra ndole. Las prdidas que ello trae consigo pueden revestir diversas formas. Por un lado estn los inversores y los miembros con una posicin segura en la sociedad que obtienen del proceso de desarrollo menos beneficios de los esperados. Por el otro estn las graves consecuencias para las personas y comunidades que se ven obligadas a trasladarse, dejando atrs vivienda, redes de relaciones personales, empleo, capital social y vnculos afectivos con sus tierras. Un tpico recurrente sobre la economa, y en especial sobre el anlisis de costos y beneficios, le achaca una total indiferencia a esas prdidas. Este artculo examina retrospectivamente la praxis y el pensamiento econmicos sobre la forma de equilibrar los perjuicios y beneficios que se acumulan a resultas de los desplazamientos y, en trminos ms generales, de los procesos de desarrollo. Los economistas han pugnado por resolver la contradiccin entre el criterio bsico de la mejora de Pareto (que otorga a los individuos derechos infinitos sobre el nivel de vida que disfrutan en un momento dado) y sus consecuencias profundamente conservadoras (pues este criterio impide la redistribucin de los bienes de los ricos y, aplicado estrictamente, la realizacin prctica de la mayora de los proyectos). En este artculo describo la larga travesa de los economistas hasta llegar a un incmodo compromiso terico, basado en el uso de ponderaciones sensibles a la distribucin para evaluar las prdidas y ganancias asociadas a un proyecto. Pero en la prctica estas ponderaciones se aplican rara vez de modo sistemtico a la evaluacin o el anlisis de costos y beneficios de un proyecto. Adems de propugnar su aplicacin, con arreglo a la solucin terica a la que ha llegado la economa, tambin postulo que el uso de mecanismos especficos de compensacin y de redes de seguridad generalizadas ayudar a conciliar la proteccin de los colectivos vulnerables y el apoyo a proyectos que generen beneficios netos totales (incluso entre esos mismos colectivos). En la lnea de Cernea (2000), abogo sin reservas por que, al elaborar un proyecto de desarrollo, se tenga explcitamente en cuenta la cuestin de los desplazados y se prevean compensaciones sistemticas. Pero adems son necesarias redes de seguridad generalizadas para prestar ayuda a todos aquellos que el proyecto no alcance a proteger. Traducido del ingls Notas Al parecer, Amartya Sen observ una vez: Una sociedad puede ser ptima desde el punto de vista de Pareto y a la vez perfectamente repugnante. Con ocasin de su discurso de investidura como Presidente de la Seccin F de la British Association for the Advancement of Science [Asociacin britnica para el progreso cientfico]. En realidad, cabe afirmar que la crtica del anlisis costo-beneficio que formula Cernea (2000) tiene por objetivo ofrecer a los desplazados un mayor nivel de proteccin y compensaciones. En la bibliografa sobre lo que llamaron anlisis social de costos y beneficios, con utilizacin explcita de ponderaciones redistributivas, figuran su propia obra -Little y Mirrlees (1969)- y ONUDI (1972). Acerca de las disputas sobre distintas formas de aplicar con ecuanimidad esos anlisis de costos y beneficios sensibles a la distribucin, vase Sen (1972). En Kanbur (1990) se postula la conveniencia de tratar proyectos y polticas en un marco unificado.

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Vanse Kanbur y Lustig (2000) un examen detallado de la interaccin entre la distribucin desigual de los beneficios y las perspectivas del propio crecimiento econmico. 1. En la Parte IV (Seguridad) del Informe sobre el desarrollo mundial 2000-2001 del Banco Mundial (2000) se elabora un concepto de este tipo. Referencias BANCO MUNDIAL 2000. Informe sobre el desarrollo mundial 2000/2001, Lucha contra la pobreza. Madrid: Mundi-Prensa. CERNEA, M. M. 2000. Risks, safeguards, and reconstruction: a model for population displacement and resettlement, en M. M. Cernea y C. McDowell (comp.), Risks and Reconstruction: Experiences of Resettlers and Refugees. Washington: Banco Mundial. COWARD, E. W. 2001. Making and unmaking property in the Taos valleys: processes of displacement, impoverishment and development in the southern Rocky Mountains. Ponencia presentada en el seminario Moving Targets: Displacement, Impoverishment and Development, Universidad de Cornell, 9 y 10 de noviembre. HARROD, R. F. 1938. Scope and method of economics, The Economic Journal 48(191), 383-412. HENDERSON, A. 1947. The pricing of public utility undertakings, Manchester School of Economics and Social Studies 15, 223-250. HOTELLING, H. 1938. The general welfare in relation to problems of taxation and of railway and utility rates, Econometrica 6, 242-269. KALDOR, N. 1939. Welfare propositions of economics and interpersonal comparisons of utility, The Economic Journal 49(195), 549-552. KANBUR, R. 1990. Projects versus policy reform, en S. Fischer, D. de Tray y S. Shah (comp.), Actas de la Conferencia anual sobre economa del desarrollo del Banco Mundial, 1990. Washington: Banco Mundial, 397-413. KANBUR, R. y LUSTIG, N. 2000. Why is inequality back on the agenda?, en B. Pleskovic y J. E. Stiglitz (comp.), Conferencia anual sobre economa del desarrollo del Banco Mundial, 1999. Washington: Banco Mundial, 285-306. LITTLE, I. M. D. y MIRRLEES, J. A. 1969. Manual of Industrial Project Analysis in Developing Countries. Vol. II, Pars: OCDE. LITTLE, I. M. D. and MIRRLEES, J. A. 1990. Project Appraisal and Planning Twenty Years On, en S. Fischer, D. de Tray y S. Shah (comp.), Actas de la Conferencia anual sobre economa del desarrollo del Banco Mundial, 1990. Washington: Banco Mundial, 351-382. ONUDI. 1972. Pautas para la evaluacin de proyectos, Serie Formulacin y evaluacin de proyectos, N 2. Nueva York: Naciones Unidas. ROBBINS, L. 1932. The Nature and Significance of Economic Science. Londres: Macmillan. [En espaol: Ensayo sobre la naturaleza y significacin de la ciencia econmica, 2 ed. reimpr., Mxico DF: Fondo de Cultura Econmica, 1980]. ROBBINS, L. 1938. Interpersonal comparisons of utility: a comment, The Economic Journal 48(192), 635-641. ROY, A. 1999. The greater common good, http://www.narmada.org/gcg/gcg.html (pgina consultada el 1 de septiembre de 2001.) [En espaol en: El lgebra de la justicia infinita, Barcelona: Anagrama, 2002]. SEN, A. K. 1972. Control areas and accounting prices: an approach to economic evaluation, The Economic Journal 82(325), 486-501.

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Por una nueva economa de los reasentamientos: crtica sociolgica del principio de compensacin Michael M. Cernea

Nota biogrfica Michael M. Cernea es profesor investigador de Antropologa de la Universidad George Washington (Estados Unidos de Amrica). En 1974 se incorpor al Banco Mundial en calidad de primer socilogo y antroplogo y hasta 1997 ocup el cargo de Asesor Superior sobre Polticas Sociales del Banco donde se consagr al anlisis de proyectos, las investigaciones sociales y la definicin de polticas. Sus contribuciones antropolgicas a las polticas de desarrollo le valieron el Premio Kimball (1988) y el Premio Malinowski (1994). Email: [email protected]

El empobrecimiento de las personas desplazadas y las opciones para lograr que los reasentamientos no interrumpan el desarrollo son aspectos fundamentales de la antropologa social de los desplazamientos de poblaciones. Por qu los desplazamientos decididos en aras del desarrollo provocan un empobrecimiento? Cul es la naturaleza econmica y cultural de los reasentamientos involuntarios? Cmo se puede evitar el empobrecimiento de las personas reasentadas? Los desplazamientos, un efecto perverso del desarrollo Muchos proyectos de desarrollo con los que se busca reducir la pobreza mediante la creacin de nuevas infraestructuras, de industrias o de sistemas de regado o, incluso, de parques de estacionamiento y redes de carreteras, tambin originan desplazamientos forzosos de poblaciones porque necesitan terrenos y gozar del derecho de paso. Estos desplazamientos constituyen una de las patologas sociales ms perversas del desarrollo inducido. Con frecuencia desmantelan las bases econmicas y los medios de vida de las poblaciones desplazadas. Algunos de los desplazamientos provocados por proyectos podran evitarse si se mejorara la concepcin tcnica de stos. En otros casos, estn tan mal pensados (o se los ha ignorado) que sera preciso impedir su puesta en prctica. Pero incluso si -como sera lo ideal- se cancelara todos los proyectos mal elaborados y se pudiera evitar todos los desplazamientos evitables, an quedaran muchos programas que en general seran enormemente beneficiosos e incluso indispensables, pero que supondran algunos desplazamientos y reinstalaciones de poblaciones inevitables, con la consiguiente serie de consecuencias nefastas. Adems, esos proyectos seguirn siendo necesarios. Son una necesidad constante del desarrollo. A mi parecer, lo ms probable es que la frecuencia de los desplazamientos aumente, aunque se controlar mejor su amplitud. El crecimiento demogrfico, la urbanizacin y la falta de elasticidad de la tierra seguirn requiriendo cambios en los

modelos actuales de utilizacin de los terrenos, por lo que se puede asegurar que los problemas relacionados con los desplazamientos sern un elemento constante de los programas de desarrollo. Aunque es innegable la necesidad de algunos proyectos que entraan reasentamientos, se puede y se debe cambiar la teora econmica y las metodologas analticas que rigen actualmente la manera de abordar los efectos de los desplazamientos y la financiacin de los reasentamientos. Si no se entienden las consecuencias empobrecedoras de los desplazamientos, se amplificarn y perpetuarn las desigualdades entre quienes ganan y quienes pierden en esos proyectos: muchas de las personas desplazadas acabarn en peor situacin econmica, ms pobres que antes de que se encontraran en medio del proyecto. Los programas destinados a reducir una pobreza preexistente sern responsables de la aparicin de una nueva pobreza. Algunos analistas de las prcticas actuales relativas a los desplazamientos proponen un remedio impracticable y contraproducente: recomiendan que se renuncie a todos los proyectos de desarrollo que entraen reasentamientos, independientemente de los criterios de desarrollo y reduccin de la pobreza que los justifiquen o que puedan justificarlos. Es una proposicin conservadora e insostenible. Si no se ejecutaran, tampoco se alcanzar su objetivo: la reduccin de la pobreza. Por lo tanto, la difcil eleccin consiste en decidir si el costo de la reduccin de la pobreza de algunas personas debe pagarse con el empobrecimiento de otras. O, dicho de otro modo, es preciso determinar cmo podran reducirse los riesgos de empobrecimiento que entraan los desplazamientos. La compensacin de los activos perdidos es el remedio tradicional que se utiliza en los proyectos para reparar el desposeimiento, las dificultades econmicas y las prdidas de ingresos de las poblaciones reasentadas. Pero, a pesar de las virtudes de la compensacin, muchas de las personas reasentadas terminan en peor situacin econmica que antes y empobrecidas. Desgraciadamente, los tericos de la corriente dominante de la economa no revisan las ideas en que se basan la evaluacin de las prdidas y su resarcimiento. Los efectos del empobrecimiento siguen apareciendo. Crtica, convergencia y divergencia En dos obras recientes (Cernea, 1999 y 2000) he analizado este dilema y he invitado a mis colegas economistas, fundamentalmente a los del Banco Mundial, a que reexaminaran las ideas y la metodologa econmicas en que se basan las operaciones de reasentamiento de los proyectos. En esa crtica hice hincapi en los mltiples problemas de la teora y la prctica de la compensacin, la inadecuacin del anlisis de costos y beneficios y la inexistencia de un anlisis distribucional en los proyectos que entraan desplazamientos. Hasta ahora ha habido pocas reacciones y siguen imperando las mismas metodologas. Sin embargo, en este nmero de la RICS, un importante economista participa en el debate sobre estos problemas (Kanbur, 2003) y examina el principio de compensacin. Kanbur define con precisin el enojoso dilema: sta es una de las principales cuestiones de que deben ocuparse los anlisis y las polticas en materia de desarrollo: conviene poner en prctica un proyecto que genera tanto perdedores como ganadores aun tras haber intentado aplicar medidas compensatorias, que suelen destinarse a quienes resultan desplazados

durante el proceso de desarrollo?. Empieza recordndonos que la posicin de la economa sobre la compensacin ha sido criticad[a] a menudo desde otras disciplinas. A continuacin, Kanbur recorre respetuosamente la historia del pensamiento econmico y pone de relieve el combate que en su propio seno hubo de librar la economa hasta llegar a su posicin actual. El recorrido empieza por el principio de mejora de Pareto y termina en un debate reciente (1999) abierto por Stiglitz, quien es favorable al anlisis de costos y beneficios utilizando sumas ponderadas de las ganancias y prdidas en funcin de una escala igualitaria. Pero finalmente, a pesar de su fiel repaso histrico, Kanbur no se siente satisfecho y reconoce la ineficiencia de la posicin de la economa del desarrollo: Pero no parece que este mtodo haya cuajado en la prctica, sobre todo en el mbito de los proyectos de desarrollo (Kanbur 2003). Este mbito de los proyectos de desarrollo que acarrean desplazamientos es para m de inters primordial en este artculo. Kanbur recomienda que en esos proyectos se d un gran paso adelante, ms all de la corriente dominante de la economa del desarrollo: vistas las ineficacias del principio de compensacin, no slo propone que se refuerce el uso de ponderaciones en la evaluacin de los proyectos o en el anlisis de costos y beneficios, sino adems complementar los mecanismos de compensacin con la introduccin de medidas que constituyan una red de seguridad generalizada. Entre las crticas de la compensacin de Kanbur y las mas hay por lo menos tres puntos de convergencia importantes: en primer lugar, estamos totalmente de acuerdo en que los mecanismos de compensacin directa son necesarios, deben seguirse aplicando y mejorarse. La compensacin representa un papel positivo evidente cuando los proyectos ocasionan desplazamientos y sus consiguientes prdidas. En segundo lugar, coincidimos y estamos de acuerdo en que los mecanismos de compensacin son insuficientes, en que depender de ellos exclusivamente equivale a privar a las poblaciones desplazadas de parte de lo que les corresponde y en que es preciso introducir importantes correcciones (en las polticas y la prctica). En tercer lugar, ambos pensamos que tanto la falta de anlisis distribucional de los desplazamientos como la forma en que se aplican habitualmente las metodologas relativas a los costos y beneficios ocultan las desigualdades provocadas por los proyectos. Sin embargo, tambin hay varios puntos de divergencia entre mis argumentos y los de Kanbur. La crtica del principio de compensacin que hago es ms severa: sostengo que la compensacin es incapaz, desde un punto de vista estructural, de solucionar la tarea de restablecer los ingresos y los medios de vida al mismo nivel en que hubieran estado si no se hubiera producido un desplazamiento forzoso. Las insuficientes metodologas analticas de la economa impiden la financiacin realista de los reasentamientos: de manera implcita, no conducen a que se asignen recursos proporcionados a las necesidades de reconstruccin posterior al desplazamiento, facilitan una financiacin insuficiente y tienen por resultado un empobrecimiento inducido por el proyecto. Ms an, Kanbur slo examina la teora econmica de la compensacin; mi intencin consiste, en cambio, en llevar la crtica ms all de esa teora y en llevar la argumentacin ms lejos de la compensacin. Lo que est en juego es algo ms amplio que la compensacin. Es preciso elevar el debate al mbito ms vasto de la economa y de la financiacin de los reasentamientos. Es menester examinar el panorama global para afrontar la imperiosa necesidad de contener el aumento del empobrecimiento ocasionado por reinstalaciones mal concebidas. Ser necesario reconsiderar toda la economa de las operaciones de reasentamiento y pasar de una economa basada en la compensacin a otra

que se base en la mejora de los ingresos para lograr que los reasentamientos no detengan el desarrollo. A este respecto, tambin es preciso debatir sobre las consideraciones polticas. En las polticas relativas a los reasentamientos se definen los objetivos de las operaciones de reinstalacin. Pues bien, yo sostengo que actualmente nos encontramos ante un desequilibrio entre esos objetivos y las herramientas utilizadas para los reasentamientos que limita la aplicacin eficaz de las polticas. Los objetivos definidos en las polticas sobre los reasentamientos involuntarios -adoptados por entidades como el Banco Mundial, el Banco Asitico de Desarrollo, los organismos de asistencia de la OCDE y algunos gobiernos de pases en desarrollo- consisten en mejorar, o por lo menos restaurar1, los niveles de los ingresos y medios de vida de las personas desplazadas y reinstaladas. En las polticas se parte del supuesto generalizado de que la compensacin total por las prdidas ser suficiente para alcanzar este objetivo. Sostengo que esta arraigada suposicin ni tiene justificacin alguna, ni ha sido demostrada; antes bien, la contradicen tanto los anlisis lgicos e histricos (como los de Kanbur) como enormes cantidades de datos empricos. Debido a la incompatibilidad entre los objetivos y los medios, a menudo las metas consistentes en mejorar los ingresos y los medios de vida estn condenadas intrnsecamente a permanecer inalcanzables e inalcanzadas. Lo que a mi parecer es necesario -y es distinto de la compensacin y la supera- son inversiones financieras para ayudar a las personas desplazadas de manera forzosa a que alcancen medios de subsistencia superiores a los que tenan antes de que se iniciara el proyecto. Las inversiones orientadas al desarrollo deben utilizarse en calidad de complemento que se sume a los recursos consagrados a la compensacin. Ms adelante expondremos las razones de su necesidad y la diferencia de naturaleza entre la compensacin y las inversiones orientadas al desarrollo. La perspectiva sociolgica Insatisfecho con el compromiso conceptual de la economa del desarrollo acerca de la cuestin de las prdidas y ganancias provocadas por los desplazamientos, Kanbur plantea a su vez una pregunta estimulante: cmo reaccionaran otras disciplinas ante el mismo problema?. La sociologa y la antropologa son las dos disciplinas que han estudiado durante mayor tiempo los desplazamientos forzosos y sus conclusiones empricas han conducido a interpretaciones y teoras que han cambiado totalmente la perspectiva sobre los desplazamientos y permitido recomendar soluciones alternativas. La investigacin antropolgica de los desplazamientos involuntarios ocasionados por el desarrollo tiene un distinguido historial intelectual. Desde sus inicios, esta disciplina se interes por sitios ubicados tanto en pases desarrollados (Richardson, Herbert Gans y colaboradores) como en pases en desarrollo (Colson, Roy Burman, Scudder, Mahapatra, Fahim y colaboradores). Tras las primeras investigaciones, en las dcadas de 1980 y 1990 se produjo un espectacular auge (vanse las bibliografas de Guggenheim, 1994; RodrigoLin y Guggenheim, 2003). Socilogos de pases en desarrollo, en particular de la India, Egipto, el Brasil, China y Mxico, han realizado importantes aportaciones al estudio del

tema con sus informes sobre los efectos de desplazamiento de muchos proyectos de desarrollo y sus recomendaciones en materia de polticas. La conclusin preponderante, de mayor importancia y corroborada universalmente ha sido que, en los pases en desarrollo, un nmero enorme de personas desplazadas ha acabado en peor situacin econmica, ms pobre de lo que era antes de que lo desplazaran los proyectos de desarrollo, resultado que se opone a los discursos oficiales sobre el desarrollo. Acaso en ninguno de esos procesos de empobrecimiento se concedieron compensaciones? Todo lo contrario. Segn estas investigaciones la compensacin ha sido un remedio utilizado universalmente, pero tambin universalmente insuficiente y propenso intrnsecamente a distorsiones. Los riesgos de empobrecimiento que acarrean los desplazamientos La estructura especfica de los efectos empobrecedores de los desplazamientos2 es muy indicada para entender los problemas de las prdidas e injusticias que no resuelve la compensacin. Para aclararlo, me referir a mis propias investigaciones sobre las regularidades de los resultados de los desplazamientos. Elabor un modelo sobre los riesgos de empobrecimiento que acarrean los desplazamientos y las acciones destinadas a contrarrestar estos peligros bsicos a partir de anlisis comparados de las conclusiones empricas sobre las que informaron muchos investigadores de todo el mundo (Cernea, 2000). Desmont el proceso sincrtico y multifactico del empobrecimiento para llegar a sus componentes primarios. Las conclusiones ponen de manifiesto los siguientes riesgos recurrentes: a) prdida de la tierra, b) prdida del empleo, c) prdida del hogar, d) marginacin, e) aumento de las enfermedades y la mortalidad, f) prdida de la enseanza, g) inseguridad alimentaria, h) prdida de la propiedad colectiva, e i) desarticulacin social. Antes de que se inicie realmente un desplazamiento forzoso, estos riesgos slo pueden definirse como inminentes riesgos de prdida de la propiedad, de los derechos civiles y de la identidad. Pero si no se emprenden acciones preventivas o alternativas para contrarrestarlos, los peligros potenciales se transforman en prdidas reales y en las crueles realidades del empobrecimiento. El efecto acumulado de estos procesos es la descapitalizacin de las personas reasentadas, la rpida aparicin de un empobrecimiento multidimensional y la agravacin de la pobreza de quienes ya eran pobres. La magnitud de cada riesgo y la gravedad de sus consecuencias varan en funcin de las condiciones locales, las clases de proyecto, los sectores o los tipos de desplazamiento, pero en la mayora de los casos, la investigacin emprica constat un empobrecimiento incluso mucho tiempo despus de que se hubiese abonado una compensacin, y a pesar de ello. Esto revela -en un caso, y otro y otro ms- que la compensacin no sirvi para impedir el empobrecimiento. El hecho de que las personas reasentadas se encuentren en peor situacin econmica es, casi siempre, un indicador de que no se internaliz correctamente los costos del proyecto, que fueron transferidos a las personas desplazadas, las cuales terminaron ms pobres que antes del proyecto. Las prdidas de ingresos, bienes, derechos y posicin social son polifacticas econmicas, sociales, culturales, en efectivo y en especie, en oportunidades y en poder. La prdida de capital de las personas reasentadas no slo comprende el capital natural o material producido por los seres humanos, sino tambin el capital humano y social, conforme se desmantela las pautas de organizacin social. La prdida de bienes no consiste nicamente

en los ingresos en metlico, sino tambin en aportaciones de naturaleza psicolgica, comprendidos los beneficios culturales, la posicin social y la identidad. Los desplazamientos forzosos son el equivalente cultural y econmico de un gran terremoto: hacen aicos los sistemas de produccin y las redes sociales, socavan la identidad y hunden a los damnificados en la espiral descendente de la pobreza. Incontables estudios han reconstruido grficamente la manera en que los desplazamientos minan la confianza en s mismo y en la sociedad, vuelven obsoleto gran parte del capital humano y destrozan el capital social. Los efectos culturales, a los que se suma la confiscacin de los exiguos bienes inmuebles acumulados con el sudor de las generaciones anteriores representa, en la prctica, el asesinato de las empresas y del espritu empresarial. El desaliento destroza la capacidad humana de recuperacin. Estas heridas y prdidas sociales, culturales y psicolgicas, que las investigaciones sociolgicas interpretan como una mezcla mortal, significan un perjuicio a largo plazo para las personas reinstaladas que trasciende el valor comercial evaluable de los bienes materiales objeto de compensacin. Por lo tanto, llegamos a la conclusin de que la importancia y el alcance del empobrecimiento material e inmaterial de las personas desplazadas es mucho mayor que la capacidad de reparacin de las soluciones basadas en la compensacin. La insuficiencia del principio y de la prctica de la compensacin se hace evidente sobre el trasfondo de este proceso total de empobrecimiento provocado por el desplazamiento (y no slo de la prdida de bienes materiales comercializables). Muchos de los costos que asumen las personas reasentadas escapan al principio de compensacin porque carecen de un valor puramente econmico y los planificadores ni siquiera reconocen muchos de ellos porque no consideran que constituyan prdidas. Las normas del anlisis econmico no se ajustan al principio de compensacin comprendido en sentido lato y tampoco abarcan la totalidad de los costos de desplazamiento y reinstalacin, por lo que ocasionan la aparicin de una nueva pobreza (Downing, 2002). Las facetas de la compensacin insuficiente La investigacin emprica tambin ha proporcionado otra gran cantidad de conclusiones que revelan las limitaciones prcticas del principio de compensacin. La extremada vulnerabilidad a las distorsiones, tergiversaciones y trastornos administrativos limita enormemente los efectos del remedio de la compensacin. Las formas de compensacin ineficiente (y de la externalizacin de los costos implcita) que genera esa vulnerabilidad constatadas con ms frecuencia son: la omisin en inventarios de bienes confiscados por los cuales se debe una compensacin que, gracias a ello, no se abona; una subjetividad que desafa a las leyes del mercado al evaluar los bienes, con el consiguiente reemplazo parcial de los bienes perdidos (o la negativa a reemplazarlos); la dificultad para evaluar las prdidas intangibles y la imposibilidad de tomar en consideracin los ingresos y costos sin valor comercial; una compensacin ineficiente debida al desembolso tardo de la compensacin a quienes se han quedado sin bienes durante un tiempo inaceptable; la sustraccin por funcionarios corruptos de una parte del dinero destinado a la compensacin antes de que llegase a los legtimos destinatarios;

la compensacin insuficiente debida a la prdida del supervit del consumidor de los bienes existentes (Pearce, 1999); un aumento del valor de los bienes producida despus de la evaluacin de la compensacin, que disminuye el poder adquisitivo de los destinatarios de sta; y una utilizacin desafortunada del dinero de la compensacin por destinatarios que no tienen costumbre de manejar metlico y que, por consiguiente, se encuentran rpidamente sin bienes ni dinero. Es posible acusar a la teora econmica en que se basa el principio de compensacin de la forma distorsionada en que funcionarios negligentes o corruptos utilizan las herramientas de compensacin? Obviamente, la respuesta es negativa. Ahora bien, si una herramienta que tericamente parece poderosa, en la prctica resulta frgil y propensa a defectos crnicos, la teora no puede guardar distancias, indiferente a las informaciones obtenidas. Tiene la responsabilidad de buscar y recomendar alternativas. Cuando algunos pases recurren a remiendos para compensar los defectos de las compensaciones por desplazamientos, en la prctica se est reconociendo de manera implcita el carcter ineficaz e incompleto de la compensacin. Esos remiendos consisten en subsidios o prestaciones ad hoc, pagaderos a las personas desplazadas adems de la compensacin. Por ejemplo, en la India existe un subsidio solatium, cuyo nombre procede del latn solcium (consuelo), que se concede para ayudar a superar los trastornos y dificultades intangibles acarreados por el desplazamiento, pero se hace de manera irregular, con grandes diferencias subjetivas de un Estado a otro y de un proyecto a otro. A veces, la cuanta y el nmero de subsidios o prestaciones e, incluso, la evaluacin de los bienes para fijar los aranceles de compensacin, dependen de las negociaciones que se celebren entre las personas afectadas y las autoridades responsables del proyecto o del Estado. Sin embargo, puede que sean las comunidades ms frgiles, las que ms necesitan los subsidios, quienes obtengan menores cuantas porque su fragilidad reduce su capacidad de negociacin un fallo esencial de los sistemas de compensacin que la legislacin no reglamenta. El carcter fortuito de la atribucin de los subsidios se puede interpretar, a mi parecer, como una razn ms para apoyar la recomendacin de Kanbur de que se implante una red de seguridad generalizada. Entre la metodologa actual de la economa utilizada para fijar las compensaciones, por un lado, y las prdidas acumuladas incurridas en la vida real por las personas desplazadas a causa de las expropiaciones y sus efectos secundarios, por otro, hay una gran distancia de la que no se ocupa la metodologa econmica que se emplea en los proyectos, ni tampoco la legislacin, ni las polticas de proteccin de los derechos, la reglamentan, lo cual respalda mi posicin de que es necesario ir ms all de la compensacin, replantear toda la economa de los reasentamientos y rearticularla en torno a los objetivos polticos consistentes en restablecer y mejorar los ingresos y los medios de vida de las personas reasentadas. La justificacin de las inversiones: aunar los reasentamientos y el desarrollo Tal vez la crtica ms acertada de la insuficiencia del principio de compensacin, adems de las expuestas ms arriba, es que no toma en cuenta la dimensin temporal de los reasentamientos y la necesidad de financiar un esfuerzo de recuperacin con miras a un nuevo desarrollo. La investigacin social emprica y los anlisis secundarios han

documentado que los desplazamientos forzosos interrumpen el magro crecimiento que habran podido alcanzar las comunidades por su propia cuenta (Scudder, 1997; Mahapatra, 1999). Esas comunidades no slo pierden activos, sino que adems se ven privadas de un crecimiento que, de no haberse puesto en marcha el proyecto, podra haber continuado. Mientras los grupos afectados se retrasan, otras comunidades de los alrededores siguen la va del desarrollo autnomo.

Israel en Egipto (1867), pintura de Sir Edward John Poynter (1836-1919), de la Guildhall Art Gallery, Londres. Bridgeman Giraudon

Las personas desplazadas necesitan una recuperacin para restablecer el nivel de vida que hubieran tenido sin el proyecto, es decir, necesitan recuperar el tiempo perdido a causa de la interrupcin que el desplazamiento supone y para ello han de acelerar la cadencia del desarrollo, alcanzar un ritmo ms rpido, por ejemplo, que el de las comunidades aledaas. Pero eso exige un suplemento de inversiones. Sin embargo, en la compensacin slo se tomar a cargo el reemplazo de los bienes anteriores y no se prevern inversiones que puedan acelerar los avances necesarios para que las comunidades desplazadas recuperen el tiempo perdido. En sus anlisis de la curva de ingresos de las poblaciones reasentadas tras un desplazamiento, Pearce (1999), Cernea (1988, 1999) y Shi y Hu (1994) han demostrado que el reemplazo del capital por conducto de la compensacin (aunque fuera total, lo cual, como se sostiene en este artculo, nunca sucede) podra garantizar, en el mejor de los casos, el mismo ritmo de desarrollo que antes, pero no compensara el tiempo perdido y, por lo tanto, no se producira una recuperacin. Slo se conseguira que la ascensin de la cuesta del nuevo desarrollo fuese menos dura y se compensara el tiempo perdido respecto a otras comunidades de la zona recurriendo a inversiones adicionales (vase Pearce, 1999). Desgraciadamente, el principio de invertir recursos en reasentamientos concebidos de manera acertada an est muy lejos de estar asentado, tanto en la economa de los reasentamientos, como en la prctica. Vale la pena subrayar que la idea de propugnar la inversin de recursos (adems de la compensacin) destinados a las poblaciones desplazadas por los reasentamientos no es nueva, ni radical. Las inversiones de recursos pblicos han sido y siguen siendo una prctica habitual en todos y cada uno de los nuevos proyectos de colonizacin, en que las poblaciones reasentadas no son desplazadas de manera forzosa, sino meramente invitadas a instalarse en nuevas tierras que se pretende desarrollar. As se ha hecho, por ejemplo, en

todos los proyectos de colonizacin ejecutados con apoyo de los gobiernos en Asia y frica durante los ltimos 40 aos, muchos de los cuales contaron con la asistencia financiera del Banco Mundial o el BAD. Si es concebible encauzar recursos pblicos para el desarrollo de las poblaciones reasentadas a las cuales no se quitan, si no que ms bien se asignan, nuevos bienes no sera an ms lgico asignar medios financieros para un nuevo desarrollo de poblaciones desplazadas de manera forzosa y que deben sacrificarse en nombre del desarrollo? En realidad, la financiacin de inversiones constituye un principio bsico de todos los proyectos de desarrollo dirigidos a reducir la pobreza, no slo de los proyectos de colonizacin. Adems, en muchos casos, el argumento en favor de las inversiones para el desarrollo tambin se puede basar en la premisa de que quienes entregan sus tierras para un nuevo proyecto, en realidad, invierten su patrimonio en ese nuevo proyecto. En su calidad de inversores, tienen derecho a una parte de los beneficios. Las inversiones iniciales en su reasentamiento no son ms que un anticipo de dichos beneficios. Sin lugar a dudas, este problema es ms complejo y merecera un anlisis ms amplio que no nos es posible efectuar en el marco de este artculo. Habitualmente, los argumentos que se oponen a las inversiones adicionales a la compensacin en beneficio de las personas reasentadas son la escasez de recursos y que hay otras demandas relativas a stos. La escasez de recursos es una realidad innegable. La solucin que propugnan las ciencias econmicas desde hace tiempo (y Kanbur lo menciona) si, tal como sucede a menudo, algunas personas obtienen beneficios mientras que otras sufren prdidas con el proyecto, consiste en gravar los nuevos beneficios para obtener recursos que permitan reestablecer cierto equilibrio entre perdedores y ganadores. La instauracin de mecanismos especficos de estos proyectos que hagan compartir los beneficios de manera ms equitativa puede suministrar los recursos necesarios para complementar la mera compensacin con una mayor financiacin de inversiones. Este mtodo permitira, con toda seguridad, avanzar mucho ms hacia la mejora de la posicin econmica de las poblaciones reasentadas, que no se empobrecern ni se encontrarn en peor situacin econmica, y hacia el logro del reasentamiento conjugado con el desarrollo. Si se acepta la propuesta fundamental de Kanbur sobre la instauracin de una red de seguridad generalizada en los proyectos de reasentamiento, tambin sern necesarios recursos adicionales para complementar la compensacin. Como indica Kanbur, entran en escena los mecanismos automticos de redistribucin y las redes de seguridad, capaces de complementar las medidas de compensacin de cada proyecto [...] [que] evitara[n] que alguien se encontrara en la miseria a resultas de un proyecto cuyas compensaciones no se hubieran hecho efectivas (2003). Esta recomendacin puede resultar fundamental. Sera necesario y merecera que su autor la profundizara. El problema consiste en decidir cmo elaborar esos mecanismos, en saber si son factibles y practicables desde el punto de vista poltico y en determinar cmo se los podra integrar en las polticas de reasentamientos. Estoy totalmente de acuerdo con Kanbur cuando afirma que Queda ahora por construir una teora que articule las compensaciones especficas y la generalizacin de redes de seguridad automticas (2003). Hacia una nueva economa de los reasentamientos

A nuestro parecer, una nueva economa de los reasentamientos debe apoyarse, como mnimo, en dos pilares: los recursos destinados a la compensacin y las inversiones necesarias para financiar el desarrollo de las poblaciones reasentadas. Una nueva formulacin de la conceptualizacin econmica de los reasentamientos significa varias cosas: en primer lugar, hara falta efectuar investigaciones econmicas de los procesos de reasentamiento, que siten la compensacin en el marco econmico, cultural y financiero especfico de los procesos de desplazamiento y reasentamiento. Tambin ser preciso volver a examinar el conjunto de mtodos y tcnicas analticos que se emplean para calcular los aspectos econmico y financiero de las operaciones de reasentamiento de los proyectos de desarrollo, lo cual entraa tambin superar las limitaciones del anlisis de costos y beneficios y de analizar la distribucin de stos entre los distintos interesados directos en el proyecto (Cernea, 1999). Gracias a esta economa reformulada se podr conseguir que los medios econmicos y financieros sean coherentes con los objetivos de las polticas en materia de reasentamientos. En el caso de los reasentamientos debidos a actividades de desarrollo, el objetivo de las polticas no consiste, simplemente, en remediar o compensar prdidas especficas, sino que es ms amplio: se trata de hacer lo necesario para que las personas desplazadas y desarraigadas se reinstalen de manera productiva y mejoren sus medios de vida. La compensacin es uno de los medios para alcanzar este objetivo, pero no es suficiente por s sola. Si lo que realmente se persigue es un desarrollo acelerado, debern encauzarse inversiones orientadas al desarrollo, que se sumen a la compensacin de los bienes perdidos, para el reasentamiento de la poblacin. La economa del desarrollo y el planeamiento de los proyectos pocas veces lo toman en consideracin. Un breve examen de la evolucin de los objetivos de las polticas que rigen los reasentamientos, tal como se los describe en algunos de los documentos ms autorizados del Banco Mundial, nos ensea lo siguiente: 1) En 1980, cuando se dio a conocer la primera poltica sobre reasentamientos del Banco Mundial, se defini su objetivo de la siguiente manera: restaurar [al nivel anterior al proyecto] y, de ser posible, mejorar los niveles de ingresos y/o medios de vida de las poblaciones reasentadas (Banco Mundial, 1980). 2) En 1986, se fortaleci este objetivo de las polticas con el importante agregado de que deberan reconstruirse los sistemas de produccin desmantelados: todas las operaciones de reasentamiento involuntario debern concebirse y ejecutarse como programas de desarrollo (Banco Mundial, 1986). 3) En 1988, cuando el Banco Mundial public por primera vez sus orientaciones en materia de polticas, se defini de manera explcita el concepto de restauracin: se trataba de alcanzar niveles ms elevados que los existentes antes del proyecto; es decir, de alcanzar un nivel que incluyera el crecimiento que se hubiera producido sin el proyecto (Cernea, 1988). 4) En 1990, se volvi a mejorar el objetivo relativo a las polticas, al definirlo como mejorar, o por lo menos restaurar (en lugar de la formulacin anterior restaurar y, de ser posible, mejorar) los niveles de ingresos y los medios de vida de las poblaciones reasentadas (Banco Mundial, 1990). Dos elementos se destacan con claridad: en primer lugar, el objetivo de las polticas de reasentamiento nunca fue definido como el mero pago de una compensacin, sino como un proceso complejo de reconstruccin socioeconmica; en segundo lugar, se ha producido una

elevacin gradual del objetivo que se debe alcanzar en un reasentamiento, mas, a pesar de que entre 1980 y 2000 las exigencias relacionadas con las polticas aumentaron en el curso de distintas etapas, todava no se ha producido el cambio correspondiente de los instrumentos financieros destinados a apoyar estos objetivos ms elevados. Los medios movilizados para alcanzar esos objetivos ms rigurosos de las polticas siguen siendo los mismos. Se cre, pues, un mandato que carece de recursos financieros suficientes. En resumen, la justificacin de las inversiones como parte de la financiacin de cada uno de los componentes del reasentamiento, y que se suman a la compensacin, se basa en tres importantes elementos: en primer lugar, desde el punto de vista econmico, es preciso que las personas desplazadas de manera forzosa encuentren una va rpida para recuperar el crecimiento del que se han visto privadas. En segundo lugar, en lo relativo a la coherencia de las polticas, hay una profunda disparidad entre los objetivos elevados y los medios insuficientes de muchas polticas oficiales de reasentamiento, es decir, que los recursos destinados a la compensacin no son acordes a los objetivos de restauracin y nuevo desarrollo. En tercer lugar, en lo que se refiere a la reduccin de la pobreza, es inaceptable que proyectos destinados a reducir la pobreza existente puedan entraar la aparicin de una nueva pobreza. El marco de las polticas relativas a las inversiones en reasentamientos y a la ampliacin de las bases econmicas de las operaciones de reasentamiento se est fortaleciendo de manera gradual. Por ejemplo, en la poltica revisada sobre los reasentamientos, dada a conocer por el Banco Mundial en noviembre de 2001, se afirma sin ambages que: las actividades de reasentamiento deben concebirse y ejecutarse como programas de desarrollo sostenibles, que proporcionen recursos de inversin suficientes para ofrecer a los desplazados por el proyecto la posibilidad de participar en los beneficios de ste (Banco Mundial, 2001; el subrayado es mo). Sin embargo, en este documento revisado relativo a las polticas, apenas se dice nada acerca de los procedimientos y medidas necesarios para asignar y aplicar dichas inversiones ni sobre el reparto de los beneficios del proyecto. Se esperan precisiones explcitas sobre este punto. Ya se dispone de elementos importantes para conceptualizar la nueva base econmica de las operaciones de reasentamiento. Por ejemplo, se puede aprender mucho del progreso de la economa ambiental, de otras esferas de la economa del desarrollo, de las vastas investigaciones sobre la reduccin de la pobreza y la proteccin social y de los (an poco numerosos) estudios directos sobre la economa de los reasentamientos (por ejemplo, Pearce, 1999; Kanbur, 2003; Shi Guoqing y Hu, 1994; Downing, 2002). La bibliografa amplia y en aumento- sobre la economa de los desplazamientos, sus riesgos y efectos secundarios, producto de las investigaciones antropolgicas y sociolgicas, constituye una gran fuente de datos empricos, conocimientos y teoras. En resumen, el problema a que se enfrentan los economistas, socilogos y antroplogos -articular conjuntamente una nueva economa de los reasentamientos- no slo es importante y de vieja data, sino que ahora se puede solucionar. Traducido del ingls Notas 1. Restaurar y mejorar los medios de vida constituyen dos niveles distintos de los objetivos de las polticas. Evidentemente, restablecer el nivel existente antes del proyecto, cuando se trataba de un nivel de pobreza, representa un objetivo mnimo, e incluso esto no

siempre se logra en muchos reasentamientos. Mejorar supone una estrategia diferente y mayores recursos. 2. En este artculo no es posible reproducir el material emprico en que se basa nuestro modelo de riesgos de empobrecimiento y reconstruccin para el reasentamiento de poblaciones desplazadas. Se encontrar una presentacin detallada en Cernea (1997, 2000). Vase tambin Mahapatra (1999), Downing (2002) y Kibreab (2003). Referencias BANCO MUNDIAL 1980. Involuntary resettlement [Reasentamientos involuntarios]. Febrero, Declaracin del Manual Operativo 2.33, Washington: Banco Mundial. BANCO MUNDIAL 1986. Operations policy issues in the treatment of involuntary resettlement [Asuntos relativos a las polticas en el tratamiento de los reasentamientos involuntarios]. Poltica operativa Nota 10.08, Washington: Banco Mundial. BANCO MUNDIAL 1990. Directriz operativa 4.30: Reasentamiento involuntario. Washington: Banco Mundial. BANCO MUNDIAL 1996. Resettlement and Development: The Bankwide Review of Projects Involving Involuntary Resettlement 1986-1993 [Reasentamiento y desarrollo: revisin de todos los proyectos del Banco que comprendieron reasentamientos involuntarios 1986-1993]. 2a edicin. Washington: Banco Mundial. BANCO MUNDIAL 2001. Poltica operativa 4.12: Reasentamiento involuntario, Washington: Banco Mundial. CERNEA, M. M. 1988. Involuntary Resettlement in Development Projects, Policy Guidelines for World Bank Financed Projects [Los reasentamientos involuntarios en los proyectos de desarrollo. Normas relativas a las polticas de los proyectos financiados por el Banco Mundial], Documento tcnico N 80, Washington: Banco Mundial. CERNEA, M. M. 1997. El modelo de riesgos y reconstruccin para el reasentamiento de poblaciones desplazadas, Reasentamiento y estudios sociales, Seminario Internacional sobre Reasentamientos de Poblacin. Colombia. 1998. CERNEA, M. M. 1999. The need for economic analysis of resettlement: a sociologists view [La necesidad de un anlisis econmico de los reasentamientos: el punto de vista de un socilogo], en M. M. Cernea (comp.) The Economics of Involuntary Resettlement: Questions and Challenges [La economa de los reasentamientos involuntarios: interrogantes y dificultades], Washington: Banco Mundial. CERNEA, M.M. 2000. Risks, Safeguards, and Reconstruction: a model for population displacement and resettlement [Riesgos, dispositivos de seguridad y reconstruccin: modelo para los desplazamientos y reasentamientos de poblaciones], en M. M. Cernea y C. McDowell (comps.) Risks and Reconstruction: Experiences of Resettlers and Refugees [Riesgos y reconstruccin: experiencias de reasentados y refugiados]. Washington: Banco Mundial. DOWNING, T. E. 2002. Creando pobreza: la lgica econmica imperfecta del Banco Mundial revisa involuntariamente el reasentamiento econmico, Revista Migraciones Forzadas N 12. Oxford. Universidad de Oxford. Enero de 2002. GUGGENHEIM, S. E. 1994. Involuntary Resettlement: An Annotated Reference Bibliography for Development Research [Reasentamientos involuntarios: bibliografa comentada de referencia para investigaciones sobre el desarrollo]. Washington: Banco Mundial. KANBUR, R. 2003. La economa del desarrollo y el principio de compensacin Revista Internacional de Ciencias Sociales, 175.

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Tierras para labradores: desplazamientos impulsados por el desarrollo en la Repblica Democrtica Popular Lao Peter Vandergeest
Nota biogrfica Peter Vandergeest es profesor adjunto de sociologa y director del Centro de Investigaciones Asiticas de la Universidad York en el Canad. En los ltimos 10 aos se ha dedicado a escribir obras sobre cuestiones relacionadas con la tierra y el bosque en el Asia meridional. Email: [email protected]

Introduccin El desarrollo en todas sus formas es intrnsecamente una actividad espacial. Desde el megaproyecto ms grandioso que utiliza ejrcitos de expertos en desarrollo hasta el plan de gestin de los recursos a la escala ms reducida basado en la comunidad, todos los proyectos de desarrollo entraan una reorganizacin del significado y el control del espacio. Incluso la puesta a disposicin de una infraestructura bsica como una carretera, servicios de salud, escuelas o crdito es una actividad espacial, dado que algunas zonas adquieren acceso a esos servicios, pero no otras. En este sentido, las reorganizaciones masivas del espacio y de la vida humana que producen megaproyectos como los grandes embalses son nicamente los ejemplos ms evidentes de un proceso ms amplio de redefinicin del espacio que es innato al desarrollo. Como el desarrollo est fundamentalmente relacionado con la reorganizacin del espacio, toda forma de desarrollo tiene la capacidad potencial de provocar desplazamientos. La cuestin de saber qu constituye un desplazamiento de poblacin puede inducir a utilizar argumentos confusos acerca de si significa coercin, negligencia, factores de tira y afloja, etc. Para mis fines, definir el trmino en sentido amplio para incluir las formas de desplazamiento tanto directas como indirectas. Las ltimas no se producen cuando se obliga fsicamente a una poblacin a trasladarse, sino ms bien cuando la planificacin y las polticas de desarrollo socavan o restringen los medios de vida hasta el extremo de impulsar a la poblacin a trasladarse, aparentemente por su propia voluntad. Mas en un contexto ms amplio, las opciones relativas a su medio de vida estn circunscritas por las polticas de desarrollo. Esto puede suceder de mltiples maneras. Por ejemplo, las normas relativas a la distribucin en zonas pueden ubicar a una poblacin en regiones en las que el Estado no proporcionar la seguridad de tenencia de los recursos. O la infraestructura y los servicios pueden estar distribuidos de forma que una persona tenga que desplazarse para tener acceso a ellos. Si vinculamos estos criterios con el desarrollo y el desplazamiento conjuntamente, empezaremos a captar el amplio conjunto de maneras en que el desarrollo puede producir desplazamiento. Incluso en pequea escala, un desarrollo iniciado localmente puede

provocar desplazamientos en la medida en que implica la reorganizacin del significado y de la utilizacin del espacio. La documentacin sobre la propiedad colectiva, por ejemplo, ha puesto claramente de manifiesto que la exclusin es necesaria para que las instituciones de propiedad colectiva resulten eficaces. Y en realidad la imposicin de nuevas fronteras entre los bosques de las aldeas (con inclusin de algunos y la exclusin de otros) es uno de los problemas graves con que tropieza la aplicacin amplia de la ordenacin forestal basada en las comunidades. No obstante, en el presente documento me concentro en las categoras de desarrollo que aplican los organismos estatales y las grandes organizaciones de ayuda internacional y, concretamente, en los efectos de desplazamiento de lo que denomino el nuevo programa de reforma de la tenencia de la tierra. Ilustrar mis argumentos mediante una exposicin del Programa de Asignacin de Tierras y Bosques de Repblica Democrtica Popular Lao. Las polticas de tenencia de la tierra se entienden mejor como un aspecto de la territorialidad estatal. Los Estados modernos se determinan en parte por sus reivindicaciones de competencia sobre un territorio limitado. Esto supone no slo la creacin y el control policial de las fronteras territoriales externas, sino tambin la distribucin territorial interna (Vandergeest y Peluso 1995) por medio de proyectos de distribucin en zonas mltiples, superpuestas y disputadas. Entraa tambin la reivindicacin del derecho exclusivo a adjudicar el acceso a la tierra y a otros recursos, muy frecuentemente por medio de lo que los gobiernos describen como la asignacin de tierras a particulares y a familias de conformidad con las leyes territoriales. La distribucin en zonas y la asignacin de tierras suelen perseguir mltiples objetivos, que no cabe reducir a algo sencillo como el aumento del producto econmico o que pone de manifiesto las actividades individuales como una manera de realzar el poder del Estado (Scott 1998), aunque ambos aspectos tienen a menudo importancia. Lo principal es que todos los Estados en mayor o menor medida utilizan la distribucin en zonas y la poltica territorial para crear espacios polticos y regular cmo se utilizan esos espacios. Como son fundamentales para rehacer el espacio, las polticas de distribucin en zonas y de asignacin de tierras casi siempre producen efectos de desplazamiento. Este enfoque se puede aplicar para entender algunos de los mecanismos concretos por medio de los cuales el desarrollo est sistemticamente vinculado al desplazamiento. Los debates en torno al desarrollo y el desplazamiento raras veces abordan esos procesos ms sistemticos, concentrndose en cambio en el desplazamiento directo como una situacin excepcional que requiere una justificacin especial y medidas adecuadas para reconstruir las vidas. La excepcin a esta insistencia en el desplazamiento directo se da entre grupos de activistas y acadmicos que actualmente invocan con regularidad el trmino desplazamiento para criticar el efecto destructivo del comercio neoliberal, la determinacin de los precios y las polticas de privatizacin (v.gr., Via Campesina 2000). Las polticas examinadas aqu se pueden asimismo describir como neoliberales, pero mi inters se centra menos en el comercio y los mercados que en la forma en que las polticas de tenencia de la tierra contribuyen a la reorganizacin del espacio y los recursos. Las reformas de tenencia de la tierra son un buen ejemplo de la capacidad de desplazamiento innata en el desarrollo en el sentido de que a menudo se consideran impulsadas por objetivos que parecen contrarios a los que causan el desplazamiento, ya que son una manera de mejorar el acceso de los agricultores pobres a la tierra o, ms recientemente, una manera de facilitar la seguridad de la tenencia y las inversiones productivas mediante la dilucidacin de los derechos de propiedad (Banco Mundial 2001).

Cmo puede la reforma de la tenencia de la tierra causar desplazamientos? Los programas de reforma de la tenencia de la tierra no se deben considerar como proyectos aislados para la asignacin de tierras o la concesin de ttulos sobre las tierras, sino como parte de un proyecto ms amplio que abarca tambin la consolidacin del control del Estado sobre la tierra y el intento de obligar a los agricultores a que sustituyan la agricultura de tierra quemada y subsistencia por la agricultura permanente y comercial. Este proyecto ms amplio produce evidentes efectos de desplazamiento, no slo en el caso de las polticas lao de asignacin de tierras, sino tambin en muchos otros proyectos de reforma de la tenencia de la tierra que reorganizan el acceso al espacio y su control. El nuevo contexto de la reforma agraria Desde el decenio de 1970 el programa de reforma de la tenencia de la tierra en el Asia sudoriental continental ha pasado de la reforma agraria en cuanto redistribucin de las tierras de los grandes propietarios entre los campesinos con escasas tierras a una reforma agraria como aclaracin de los derechos de propiedad. Ambos programas se han justificado en parte en funcin de sus posibilidades de reducir la pobreza. Esta redefinicin de la reforma agraria es anloga a la de muchos otros pases, y existen asimismo similitudes en la documentacin ms amplia relativa a la tenencia de la tierra (Banco Mundial 2001; Chirapanda 2000). En la Repblica Democrtica Popular Lao las campaas de colectivizacin iniciadas en 1978 se supona que redistribuiran el acceso a las tierras agrcolas y que daran a los agricultores la posibilidad de ser ms productivos (Evans 1995). Pero la mayora de los propietarios de tierras no estaban entusiasmados con la transferencia de parte de su riqueza a los aldeanos con escasez de tierras mediante la participacin en esas cooperativas. La colectivizacin no fue nunca obligatoria y a mediados de los aos ochenta menos del 40% de los agricultores se haban incorporado a cooperativas. Adems, muchas cooperativas, por no decir la mayora de ellas, slo existan de nombre (Evans 1995: 58-63). El Gobierno perdi gradualmente su adhesin a la colectivizacin y para fines del decenio de 1980 todas las cooperativas se haban disuelto, y las familias que originariamente eran las propietarias mantuvieron el control de sus tierras familiares. Durante los decenios de 1980 y 1990 surgi un nuevo planteamiento, que quit importancia a la redistribucin de tierras en favor de la aclaracin de los derechos de propiedad y la seguridad de tenencia. En los aos ochenta, la mayora de los cultivadores del pas no posean ningn documento oficial sobre tenencia de la tierra en absoluto, ya que en 1975, despus de la guerra, haban quedado destruidos (Banco Mundial 2001: 37). Desde el punto de vista legal todas las tierras eran propiedad del Estado, mientras que la distribucin de los derechos de usufructo se basaba en instituciones aldeanas no oficiales. Ha habido dos componentes principales en las polticas actuales de reforma de la tenencia de la tierra: primeramente, la prolongacin de los ttulos sobre las tierras y, en segundo lugar, la asignacin de tierras del Estado a familias o colectivos de aldea. El programa lao de otorgamiento de ttulos sobre la tierra se elabor hacia mediados de los aos noventa y tom como modelo el programa tailands (Banco Mundial 2001: 38). Cuenta con el apoyo del Banco Mundial y hasta ahora slo se ha extendido a las zonas urbanas y periurbanas. La intencin a largo plazo es ampliarlo a todo el pas, una vez que quede completado el Programa de Asignacin de Tierras y Bosques (en adelante designado con la sigla LFAP), que se examina ms adelante. Los programas acelerados de

otorgamiento de ttulos sobre las tierras en todo el mundo se han justificado con las investigaciones realizadas en Tailandia (Feder et al. 1988), que pretenden aportar un apoyo emprico a la idea de que unos derechos sobre la tierra seguros y patentes inducirn a los cultivadores a hacer inversiones productivas en esos terrenos (Banco Mundial 2001: 12-13). Segn el estudio de Maxwell y Wiebe (1999: 831), sin embargo, las pruebas que respaldan esta conexin al margen de las investigaciones muy citadas de Tailandia resultan ambiguas, mientras que otros estudios han mostrado que el otorgamiento de ttulos sobre la tierra puede no ser, de hecho, tan importante para incrementar la productividad o la seguridad alimentaria. Publicaciones recientes del Banco Mundial (p.ej., 2001) han aceptado la argumentacin de que la seguridad necesaria para estimular la inversin se puede proporcionar por medio de diversos mecanismos relativos a la tenencia, entre ellos la tenencia consuetudinaria y, de hecho, el programa lao de asignacin de tierras se puede considerar desde este punto de vista como un ejemplo de un programa que utiliza los derechos de propiedad colectiva o comn para alcanzar esos objetivos.

Pueblo Katou en Laos.C. Sapo / TOP

El otorgamiento de ttulos sobre la tierra ha sido ampliamente criticado por la forma en que los ttulos pueden desembocar en una prdida del control local de las tierras y un aumento de las desigualdades de clase al verse los pequeos agricultores obligados a vender sus tierras debido a las deudas. No obstante, no es evidente que la venta de tierras a compradores no locales motive, de hecho, el empobrecimiento o el desplazamiento. Rigg (2001), por ejemplo, que cita investigaciones llevadas a cabo en aldeas cercanas a Chiangmai en Tailandia, aduce que el acceso al trabajo no agrcola y los niveles de instruccin han pasado a ser mucho ms importantes que la tierra en la determinacin de la diferenciacin rural. Rigg llega a sugerir que los que se beneficiaron de la inflacin de los precios de la tierra por la venta de sus terrenos pueden figurar entre los nuevos aldeanos ricos.

Las repercusiones ms importantes del otorgamiento de ttulos sobre las tierras en el desplazamiento pueden estribar menos en la manera en la que facilita la venta de tierras que en el modo en que redefine el significado y el control del espacio. Esos efectos se pueden producir por lo menos de dos formas. En primer lugar, las escrituras de propiedad de tierras aclaran y protegen los derechos de propiedad individuales o privados dentro de los lmites espaciales delineados por medio de los mapas catastrales, pero no establecen disposiciones para la proteccin de los recursos de propiedad comunes fuera de esos lmites. Incluso en las zonas de agricultura intensiva existen muchos recursos de propiedad colectiva importantes en los que puede repercutir el uso de tierras de propiedad privada, por ejemplo, las aguas de superficie y subterrneas, la vida animal, el aire o las tierras colectivamente controladas como los cotos forestales de las aldeas. La segunda forma en que el otorgamiento de ttulos sobre las tierras podra contribuir indirectamente al desplazamiento es menos visible, pero en muchos lugares ms importante. El otorgamiento de ttulos suele formar parte de los procesos ms amplios de distribucin en zonas que dividen las tierras entre las que son adecuadas y las que no son adecuadas para la agricultura. Los terrenos no idneos para la agricultura suelen depender de organismos estatales, siendo el ms comn de ellos el departamento forestal. En la Repblica Democrtica Popular Lao esta conexin es explcita, ya que el proyecto de otorgamiento de ttulos se supone que se aplicar una vez que quede completado el Programa de Asignacin de Tierras y Bosques (LFAP), que constituye actualmente el medio ms importante para aplicar este tipo de divisin en zonas. Un examen de ese Programa ilustrar de qu modo esas polticas pueden producir un desplazamiento masivo. Distribucin de tierras y desplazamiento En todo el Asia sudoriental un gran nmero de agricultores ocupa tierras que estn clasificadas como no agrcolas o no arables y que son reclamadas por organismos estatales, los ms importantes de los cuales son los respectivos departamentos forestales. En estas zonas el esclarecimiento de los derechos de propiedad ha supuesto la solucin de esas reivindicaciones contradictorias sobre la tierra y los recursos forestales. En muchos sentidos el sistema lao se parece al modelo promovido por las organizaciones populares de desarrollo, los promotores de la silvicultura comunitaria y los tericos de la buena gobernanza. El LFAP otorga a los aldeanos derechos colectivos sobre los bosques as como sobre las tierras agrcolas. La distribucin de bosques colectivos se compara favorablemente con la de otros gobiernos de la regin que a menudo reivindican que los llamados bosques naturales constituyen una reserva exclusiva de los organismos de ordenacin estatal. El proceso de distribucin de ocho etapas utilizado desde 1996 se elabor por conducto del Programa de Silvicultura Lao-Sueco (2001) y adopta lo que sobre el papel parece un enfoque altamente participativo para negociar los lmites de las aldeas y su distribucin en zonas. El Plan de Accin Ambiental Nacional indica que para 1999 se haban concertado acuerdos con unas 6.900 aldeas, cifra que representa el 50% de todas las aldeas del pas. Los objetivos de este programa comprenden no slo el esclarecimiento de los derechos de propiedad, sino tambin la reduccin de la pobreza por medio de actividades de extensin, y la promocin de una ordenacin forestal basada en la comunidad, la conservacin de los bosques y la llamada estabilizacin de la agricultura de tierra quemada. La importancia esencial de esta ltima meta, no obstante, viene indicada por el otro nombre del programa, a

saber: el Programa de Estabilizacin del Cultivo Itinerante, utilizado por el Departamento Forestal y por el proyecto piloto del Banco Asitico de Desarrollo (BAD), que se supone constituye la base para renovar el proceso de distribucin con el fin de que resulte an ms holstico y participativo (Banco Asitico de Desarrollo 1998; vase su sitio en la web). La Unin Mundial para la Conservacin de la Naturaleza y sus Recursos (UICN) est utilizando tambin el LFAP para frenar la agricultura de quema en las 20 zonas nacionales de proteccin de la biodiversidad declaradas en 1993, que ocupan alrededor del 14% del territorio nacional (Galt et al. 2000: 50). Antes de pasar a examinar los efectos de desplazamiento, quiero destacar que el LFAP es verdaderamente ejemplar en muchos sentidos. Las reglamentaciones sobre la utilizacin de los bosques aldeanos que se aplican simultneamente al proceso de divisin en zonas y distribucin de tierras son mucho menos restrictivas, por ejemplo, que las normas incluidas en el proyecto de ley sobre silvicultura comunitaria apoyado por organizaciones no gubernamentales, acadmicos y movimientos populares en la vecina Tailandia. El proceso por medio del cual se demarcan los lmites de las aldeas y se procede a la divisin en zonas se supone que entraa delicadas negociaciones entre los aldeanos y los funcionarios pblicos locales, y los resultados se basan por lo general en las costumbres vigentes que no estn en contradiccin con los reglamentos conexos (como los relativos a la agricultura de tierra quemada). Existe un extenso apoyo a un programa de este tipo entre un amplio espectro de funcionarios, organizaciones de ayuda al desarrollo, ONG y acadmicos, todos los cuales citan la necesidad de resolver la ambigedad y los conflictos con respecto a la tenencia de los recursos y fundan asimismo la gestin de los recursos en las necesidades e instituciones de las aldeas (IDRC, sin fecha (en adelante, s.f.), Pravongviengkham s.f.). Varios procesos econmicos y demogrficos han suscitado conflictos con respecto al acceso a los recursos y en algunas zonas han provocado una rpida degradacin de los recursos. Entre esos procesos cabe mencionar la creciente integracin de las zonas rurales del pas en una economa de mercado, el aumento de las demandas de valiosos recursos forestales e hdricos de Tailandia, el reasentamiento de personas desplazadas por la guerra y la migracin interna estimulada por polticas estatales para concentrar a la poblacin rural en focos de desarrollo (Pravongviengkham s.f., Goudineau s.f.). La solucin de los conflictos por el acceso a la tierra y a los recursos que han surgido desde la guerra no se podr lograr sin que algunos interesados renuncien a sus reivindicaciones por lo menos sobre algunos recursos. Cierto volumen de desplazamiento indirecto del acceso a los medios de vida, en otras palabras, puede resultar inevitable y justificado, especialmente en los lugares en los que la demarcacin de los lmites de las aldeas se efecta por medio de negociaciones celebradas en cada aldea y el consentimiento mutuo. El LFAP ha sido asimismo acogido positivamente por muchos agricultores. La sensacin de seguridad de la tenencia derivada de la documentacin de los territorios de la aldea es muy importante en un pas que ha sufrido una gran inestabilidad en los ltimos 50 aos. Por ejemplo, los aldeanos de la nica aldea tnica lao incluida en la investigacin de la Universidad Nacional de la Repblica Democrtica Popular Lao (NUOL) han perdido en dos ocasiones arrozales debido a la construccin de presas sin indemnizacin (IDRC, n.f.), y esos aldeanos confiaban en que el proceso de distribucin de tierras impedira nuevas prdidas no indemnizadas. Adems, crean que las restricciones introducidas por el programa de agricultura de tierra quemada practicada por la aldea vecina Hmong mejorara los suministros de agua a sus arrozales encharcados. En general, los agricultores con acceso

a tierras idneas para la agricultura permanente se han beneficiado del programa mediante el mejoramiento de la seguridad de la tenencia y el reconocimiento oficial de los bosques aldeanos. Pese a las caractersticas ejemplares del LFAP, cada vez hay ms indicios de que constituye al mismo tiempo la causa principal del desplazamiento y el empobrecimiento en el pas, en un grado que supera con creces al necesario para resolver reivindicaciones opuestas sobre tierras y recursos e instituir unos derechos de propiedad comunes sobre los bosques de las aldeas. Aunque es imposible determinar el nmero de personas que se han desplazado totalmente o en parte debido al programa de distribucin de tierras, probablemente ese nmero hace parecer pequeo al de las personas desplazadas debido a unas presas discutidas e internacionalmente rechazadas. En estudios basados en las aldeas efectuados por investigadores de la Universidad Nacional en los que he participado, los datos preliminares mostraban una emigracin sustancial despus de la distribucin de tierras y bosques desde los dos sitios en los que los aldeanos practicaban la agricultura de tierra quemada ((Sannhavong et al. 2001; Silakone et al. 2001). En una aldea hmong,1 por ejemplo, ms de la tercera parte de las familias aldeanas abandonaron la aldea despus del proceso de distribucin (Sannhavong et al. 2001). La investigacin de la Universidad Nacional sugiere igualmente que la demarcacin de los lmites de las aldeas se llev a cabo apresuradamente y no se efectu por medio de un mutuo consentimiento, por lo que los conflictos por los recursos no se resolvieron con el proceso. Los informes sobre otros sitios del pas confirman esos resultados. La documentacin ms convincente hasta la fecha es una evaluacin participativa de la pobreza en 90 aldeas realizada por conducto del Comit de Planificacin del Estado (2000). En esa evaluacin se puso de manifiesto que la causa ms comnmente citada de la pobreza eran los problemas relacionados con la tierra, en su mayor parte atribuibles al LFAP. El informe describe, por medio de citas y ejemplos, de qu manera el proceso de distribucin oblig a los aldeanos a acortar los ciclos de barbecho, lo que provoc el agotamiento del suelo y disminuy las cosechas de arroz con los mismos insumos de mano de obra (Comit de Planificacin del Estado, 2000: 7, 8 y 12). En un estudio de la UNESCO y el PNUD se sugieren ms indicios indirectos de los efectos de desplazamiento y empobrecimiento del programa (Goudineau s.f.) de las aldeas reasentadas en la Repblica Democrtica Popular Lao. Segn este estudio, la tercera parte de todas las aldeas se han desplazado debido a presiones directas e indirectas para que se reasienten y para poner fin a la agricultura de tierra quemada, aunque el desplazamiento llega a ser del 50% al 85% en algunas zonas (Goudineau s.f.:20). En muchos casos esta presin se ejerci por medio de las restricciones introducidas por la distribucin de tierras. Adems, el reasentamiento no siempre elimin la agricultura de tierra quemada, dado que en muchos lugares no se dispona de tierras idneas para la agricultura permanente. La capacidad de los aldeanos para seguir produciendo alimentos se vio de ese modo seriamente comprometida: la presin de las polticas estatales, unida a la concentracin de la poblacin, oblig a los aldeanos a trabajar con perodos cortos de barbecho; hubo una escasez de animales de tiro despus del traslado, en parte debido a que hubo que vender animales para comprar arroz en los primeros aos despus del traslado; los aldeanos no posean conocimientos suficientes acerca de la explotacin agrcola en sus nuevos entornos ecolgicos; y la salud y capacidad para trabajar de los aldeanos se vio a menudo gravemente afectada por el traslado. Los estudios de la Universidad Nacional, junto con otros estudios (Comit de Planificacin del Estado, 2000) muestran que los grupos tnicos no lao, que constituyen alrededor del

45% de la poblacin, estn ms en peligro de desplazamiento y empobrecimiento, mientras que los lao es ms probable que se beneficien del programa. Los grupos tnicos no lao es ms probable que hayan vivido en tierras altas en el pasado y que hayan sido sensibles a la presin estatal para que se trasladen a tierras bajas. Cuando llegaron a estos nuevos lugares, a menudo descubrieron que existan residentes a menudo lao que ya controlaban la mayor parte de las tierras idneas para el cultivo permanente. Se vieron as forzados a depender de la agricultura de tierra quemada, la ganadera y la recogida de productos forestales (Hirsch 1997; IDRC s.f.). Para muchas minoras tnicas, por tanto, el proceso de distribucin de tierras y bosques no les aport la seguridad de la tenencia, sino nuevas inseguridades dado que sus prcticas agrcolas se declararon ilegales. As sucedi en la aldea hmong en el estudio de la Universidad Nacional de la R. D. P. Lao, la cual, cuando se estableci a principios de los aos ochenta en atencin a las solicitudes del Estado de que se trasladaran a una zona de tierras bajas (IDRC s.f.), descubrieron que la mayor parte de los mejores arrozales ya estaban ocupados por aldeanos lao. Cmo puede tener un programa de reforma de la tenencia de la tierra que parece incorporar tantos enfoques actualmente populares al desarrollo en la base y a la ordenacin de los recursos basada en la comunidad un nmero tan elevado de efectos nocivos? Para entender esto, es preciso situarse en el contexto de la intensificacin de los esfuerzos del Estado por reorganizar el uso del espacio en el pas. El LFAP no slo distribuye tierras a los agricultores, sino que crea asimismo grandes superficies de tierras forestales estatales fuera de los territorios de las nuevas aldeas, aunque gran parte de esos terrenos los viene utilizando desde hace tiempo la poblacin rural. Actualmente el programa est justificado por medio de formas gerenciales de conocimientos ambientales producidos por (o ms exactamente, reciclados por) organismos de desarrollo interesados desde hace poco en la proteccin de la naturaleza como el Banco Mundial (Goldman 2001) y el BAD. Mas el impulso a reorganizar el espacio de esta manera no tuvo su origen en los organismos internacionales de ayuda; fue parte de las polticas del Pathet Lao casi desde el momento en que pudieron controlar el territorio (Evans 1999: 127-8). El resultado neto de esta reorganizacin del espacio se supone que es una concentracin de la poblacin en tierras bajas claramente demarcadas y a lo largo de rutas de transporte importantes, dejando la mayor parte del espacio deshabitado, cubierto por bosques y administrado por organismos estatales. Estas polticas se basan en evaluaciones de las posibilidades de la tierra que revelan que la mayora de los terrenos del pas no son adecuados para la agricultura y deben mantenerse como bosques o convertidos en bosques. Por ejemplo, segn la UICN, slo el 3,3% de la superficie de la Repblica Democrtica Popular Lao es arable, en comparacin con el 34,3% en Tailandia (Chape 1996). El Censo Agrcola Lao de 1998/9 arroja un total de superficie arable equivalente al 3,7% del territorio nacional, mientras que la Visin Estratgica del Sector Agropecuario utiliza criterios como la pendiente y la fertilidad del suelo para llegar a una cifra del 15% al 32%. En todos estos casos las cifras se deducen principalmente de las investigaciones y los conocimientos producidos por organismos de desarrollo no lao como el Banco Mundial, el BAD o la FAO (Organizacin de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentacin). El LFAP se supone que contribuye al objetivo de eliminar la agricultura en las tierras no arables, que representan del 68% al 96% de todas las tierras, segn los estudios que se aceptan. Los dispositivos principales para hacerlo han sido la demarcacin de los lmites de las aldeas, la distribucin en zonas de las tierras aldeanas para que la quema se permita

nicamente en terrenos sin una cubierta forestal secundaria o primaria y, lo que es sumamente polmico, imponiendo un perodo de rotacin mximo de tres aos. Segn una entrevista organizada con el jefe de la Oficina de Estabilizacin de los Cultivos Itinerantes del Ministerio de Agricultura y Silvicultura, el objetivo es eliminar totalmente la quema para el ao 2010. Se pide a los funcionarios locales que den a conocer la superficie sometida a una agricultura de tierra quemada sobre una base anual; los funcionarios que no comunican una disminucin o el cumplimiento de las metas es posible que modifiquen sus cifras para que la apariencia de xito se mantenga (comunicaciones personales). El efecto absoluto es que se transige con un proceso participativo con normas muy restrictivas y la necesidad de alcanzar metas, con el fin de imponer la nueva organizacin del espacio basada en criterios de ordenacin ambiental. Este ataque contra la agricultura de tierras quemadas se basa en una serie de supuestos, todos los cuales han sido impugnados por las investigaciones realizadas en el pas y por la documentacin ms amplia relativa a este tipo de agricultura. Estos supuestos son que la quema (1) causa pobreza, (2) se est haciendo insostenible debido al aumento de las densidades de poblacin, (3) destruye los bosques y (4) reduce la disponibilidad de agua para la agricultura de tierras bajas. En primer lugar, con respecto a la pobreza y la tcnica de tierras quemadas, los estudios que he estado citando indican que la relacin de causalidad debe invertirse: los agricultores queman los campos porque carecen de acceso a tierras idneas para los cultivos permanentes. En segundo lugar, mi interpretacin de la documentacin sobre el desarrollo en la Repblica Democrtica Popular Lao que se puede obtener tanto en forma publicada como en documentos sobre los proyectos hace pensar que la repercusin del aumento de la poblacin en los cultivos de tierra quemada frecuentemente se exagera. Los datos relativos a la disminucin del perodo de barbecho y a la reduccin de las cosechas en las tierras quemadas a menudo relativizan el sentido de que esos cambios son el resultado de restricciones estatales a la agricultura de tierras quemadas, atribuyndolos en cambio a un aumento de la densidad demogrfica (verbigracia, Roder 1997). Ms importantes son los indicios que apuntan a la presin sobre los recursos debida a la concentracin de la poblacin y a las demandas externas sobre los recursos por medio de la construccin de presas y la saca de rboles ms que a los aumentos de la densidad global demogrfica (p. ej., Thapa 1998; Pravongviengkham s.f.; Goudineau s.f.; IDRC s.f.; Annimo 2000). La densidad demogrfica global de la R. D. P. Lao es slo de unas 22 personas por kilmetro cuadrado (en comparacin con unas 250 en Tailandia y 1000 en Viet Nam), muchas de las cuales son ciudadanos urbanos o se dedican al cultivo de arrozales encharcados ms que a la agricultura de tierra quemada. Segn el censo agrcola de 1998/99, la superficie total de tierras dedicada a la agricultura, con inclusin de las tierras quemadas de barbecho era de slo 10.000 km2 de una superficie total de tierras de 236.800 km2, es decir, aproximadamente el 4,2% del territorio nacional. Aunque existen pruebas considerables de la degradacin de los recursos debido a la concentracin de la poblacin y a las restricciones impuestas en el LFAP, existen escasos indicios en apoyo del argumento de que la densidad demogrfica global es demasiado elevada para soportar el cultivo de tierras quemadas por los campesinos que carecen de acceso a tierras idneas para el cultivo permanente. En tercer lugar, existe una amplia documentacin internacional que afirma que la quema puede transformar o a regular los bosques, pero no forzosamente destruirlos. Fox

(verbigracia, Fox et al. 2000), por ejemplo, deduce de trabajos sobre el terreno realizados en diferentes lugares continentales del Asia sudoriental en los que las densidades de poblacin son muy superiores a las de la R. D. P. Lao, para afirmar que la agricultura de tierra quemada puede a menudo ser la mejor manera de preservar la biodiversidad forestal y puede resultar la utilizacin ms adecuada de las tierras para satisfacer las necesidades de las comunidades locales. Con respecto a este pas, tanto estudios monogrficos locales (Thapa 1998; Fujisaka 1991) como anlisis de todo el pas (Annimo 2000) sugieren que la saca de rboles comercial, ms que la quema de tierras, ha sido la principal causa de la deforestacin. La investigacin de casos aporta asimismo numerosos ejemplos de situaciones en las que la quema no ha tenido un gran impacto en la cubierta forestal (verbigracia, Thapa 1998; Sandewall et al. 2001). En cuarto lugar, la idea de que la deforestacin o la agricultura de tierra quemada reduce invariablemente los suministros de agua en las tierras bajas recibe escaso apoyo de los investigadores que han estudiado los efectos hidrolgicos de diferentes sistemas de utilizacin de la tierra (Forsyth 1996). Esta hiptesis impregna, no obstante, los debates sobre los beneficios del programa, desde los documentos oficiales hasta las negociaciones a nivel de aldea. En los centros de investigacin de la Universidad Nacional de la Repblica Democrtica Popular Lao, por ejemplo, los funcionarios de distrito recurren a la promesa de un aumento del suministro de agua para la agricultura de tierras bajas como una forma de convencer a los aldeanos de que accedan a restringir la quema de tierras. El informe preparatorio del proyecto piloto del BAD (BAD 1998) es particularmente indicativo de cmo esta hiptesis justifica la reorganizacin del espacio y de los medios de vida, incluso frente a pruebas en contrario recogidas en el mismo informe. Segn el anexo 4 dedicado a la silvicultura del informe del BAD, la mejora de la proteccin y gestin de las divisorias de aguas forestales en las provincias beneficiarias del proyecto debera posibilitar el riego del 92% de los arrozales de tierras bajas que no son todava de regado, y generar ms energa hidroelctrica. Estos son supuestos asombrosos, que se contradicen en el prrafo siguiente del documento, que seala que los barbechos en la zona del proyecto se regeneran en bosques leosos; que el paisaje montaoso no es, como resultado de ello, una gran superficie abierta, sino un mosaico de claros cultivados rodeados por amplios terrenos de barbechos forestales; y que en esta situacin no se han producido repercusiones ecolgicas adversas. Sorprendentemente, el informe llega a continuacin a la conclusin optimista de que ello har innecesario proceder a una reforestacin costosa de viejos terrenos quemados, siempre y cuando los agricultores reduzcan o detengan sus actividades de tala y quema. Otra conclusin evidente que el cultivo de tierra quemada en esta zona es una forma de cultivo ecolgicamente benigna o incluso beneficiosa (Fox et al. 2000) no se analiza en el informe. Los redactores del informe tampoco manifiestan ninguna inquietud de que esto pueda significar que la reduccin de la quema podra no tener el efecto previsto de crear grandes masas de nuevos recursos hdricos para usos en tierras bajas. Los problemas que plantea el actual LFAP se reconocen ahora ampliamente y algunos funcionarios estatales y organizaciones de ayuda al desarrollo estn buscando como alternativa un proceso ms flexible (Pravongviengkham s.f.). Entre otros ejemplos cabe mencionar el proyecto del BAD y los informes preparados para el Programa de Silvicultura Lao-Sueco antes de que concluya en 2001. Con todo, el proyecto del BAD sigue consagrado a los objetivos generales de estabilizar la agricultura itinerante y de reorganizar el espacio en zonas agrcolas y forestales separadas. Las polticas se han hecho ms flexibles, por lo

menos en algunas esferas. Segn Pravongviengkham (s.f.: 80), quien es el jefe lao del proyecto piloto del BAD, el Ministerio de Agricultura y Silvicultura ya no sigue aplicando estrictamente restricciones a la agricultura de tierra quemada cuando no se dispone de terrenos suficientes para la agricultura permanente. Como ya he dejado escrito, no est claro si esta liberalizacin del programa se reflejar en un cambio fundamental, que abandone las metas de eliminar la quema de tierras sobre la base de metas anuales en favor de una poltica que reconozca que la quema de tierras es un sistema de gestin de recursos viable y sostenible. Reforma de la tenencia de la tierra sin desplazamientos La poblacin de todas las zonas montaosas del Asia sudoriental continental han mostrado desde hace tiempo unos elevados niveles de movilidad, debido a las guerras, la busca de entornos ms productivos, la evasin fiscal, etc. (Goudineau s.f.). Lo que distingue a las reformas de la tenencia de la tierra y a los programas de reasentamiento conexos de los ltimos decenios es que son el resultado de polticas de desarrollo que tratan de reorganizar el espacio en mesetas cubiertas de bosques, utilizando sea la saca o la conservacin, y en tierras bajas caracterizadas por una agricultura sedentaria, intensiva y comercial. Esto ha entraado el desplazamiento de poblaciones desde espacios ecolgicos a los que estaban muy acostumbradas hacia espacios a los que era poco probable que se trasladaran por su propia iniciativa. El carcter dramtico de estas polticas es particularmente patente en el caso de la Repblica Democrtica Popular Lao. Las repercusiones en forma de desplazamiento de las nuevas polticas de reforma de la tenencia de la tierra se deben en gran parte a la forma en que las polticas refuerzan esta reorganizacin del espacio. No estoy afirmando que los programas de reforma de tenencia de la tierra se deben suspender. He puesto sumo cuidado en sealar en este documento que muchas personas se benefician de estos programas: concretamente, los beneficiarios obtienen el reconocimiento legal de los derechos sobre los recursos en situaciones en las que anteriormente haban sido objeto de expropiaciones sin indemnizacin; pueden utilizar los derechos sobre la tierra como garanta para obtener crditos; obtienen mejores precios por sus tierras, etc. Estos beneficios son importantes y pueden constituir una justificacin adecuada para proseguir estas polticas, si estuvieran sometidos a cambios importantes. El principal motivo de que las polticas de reforma de la tenencia de la tierra provoquen el desplazamiento y el empobrecimiento es la forma en que esos programas se incorporan a las polticas nacionales de utilizacin de la tierra que establecen cercados en torno a recursos como propiedad estatal y tratan de reorganizar el espacio de manera que se priva a algunas personas de su capacidad para ganarse la vida. Es posible corregir estos problemas, pero slo con cambios significativos de las hiptesis que orientan las reformas actuales de tenencia de la tierra. Con respecto a la distribucin de tierras, las polticas encaminadas a eliminar la quema de tierras y a reorganizar el espacio en zonas forestales y agrcolas separadas deben ser reconsideradas. Es perfectamente posible imaginar un proceso de distribucin de tierras que no trate de reorganizar el espacio en zonas agrcolas y forestales mutuamente excluyentes, y que acepte que la agricultura de tierra quemada es una prctica de uso de la tierra viable y sostenible. En lo que concierne a la cuestin ms amplia del desarrollo y el desplazamiento, este documento representa en parte un argumento en defensa de que la atencin que prestamos a los efectos del desarrollo sobre el desplazamiento debe ampliarse ms all de los debates

sobre ingentes proyectos como grandes presas, para analizar de qu manera cualquier tipo de desarrollo contiene en s la capacidad potencial de provocar desplazamientos. Al vincular las reformas de tenencia de la tierra con la distribucin en zonas de uso de las tierras, he elegido lo que ha resultado ser un ejemplo bastante evidente de cmo el desarrollo entraa la reorganizacin espacial de la poblacin y de lo que hace. El enfoque bsico podra extenderse a muchas otras formas de actividades relacionadas con el desarrollo, dado que todo desarrollo implica la reorganizacin del espacio y el desplazamiento de algunas actividades destinadas a garantizar el sustento. Como este estudio monogrfico tambin sugiere, esto no lleva necesariamente a la conclusin de que todas las actividades de desarrollo tienen que suspenderse ante el desplazamiento y empobrecimiento inevitables. Las intervenciones encaminadas al desarrollo pueden a menudo justificarse incluso cuando puedan crear desplazamientos. Esto tampoco significa que los profesionales del desarrollo pueden simplemente justificar los desplazamientos como necesarios y cuando los beneficios son superiores a los costos, y pasar a continuacin a la cuestin de las prcticas ms idneas para reconstituir las vidas despus del desplazamiento. Al contrario, sugiere que todas las polticas y programas de desarrollo deben evaluarse meticulosamente en lo que se refiere a sus posibles impactos indirectos en el desplazamiento y a las formas de evitar esos impactos. El aumento del inters por los desplazamientos indirectos podra desplazar nuestra atencin hacia el descubrimiento de las formas de evitar los desplazamientos o, cuando esos efectos son inevitables, de reducirlos al mnimo hasta que las vidas y los medios de sustento de la poblacin no queden destruidos. Podra decirse que es preferible un mtodo preventivo a un mtodo curativo. En el caso aqu examinado, he indicado que existen enfoques alternativos a la distribucin de tierras y bosques que podran evitar o minimizar la mayor parte de los efectos de desplazamiento del LFAP (vase tambin Pravongviengkham s.f.). Incluso en el caso de megaproyectos, no obstante, una mayor atencin a los desplazamientos indirectos hara ms difcil justificar estos proyectos por razones tanto humanas como econmicas, e impulsara a las polticas de desarrollo a abandonar estos tipos de proyectos para sustituirlos por sistemas que puedan atenuar la pobreza, aumentar al mximo las consultas y la participacin y reducir al mnimo los desplazamientos y las repercusiones no previstas en el empobrecimiento. Todo esto es posible que no elimine los fastidiosos dilemas que acompaan a un desarrollo que aporta claros beneficios o que hace frente a problemas apremiantes a costa de un desplazamiento inevitable (vase el artculo de Cernea publicado en este nmero), pero puede contribuir mucho a que resulten menos engorrosos y sugerir mejores procedimientos para abordarlos. Traducido del ingls Notas * La informacin sobre la Repblica Democrtica Popular Lao presentada en este documento se recopil gracias a mi participacin en el programa de capacitacin financiado por el IDRC en la Universidad Nacional Lao. Doy las gracias a los participantes en este programa, y especialmente a Yayoi Fujita, quien me aport una valiosa asistencia para conocer las polticas agrcola y forestal del pas. Parte de la investigacin fue asimismo financiada por una donacin del Social Sciences and Humanities Research Council del Canad.

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Desplazamientos, polticas de los gobiernos de acogida y limitaciones a la creacin de medios de vida sostenibles Gaim Kibreab

Nota biogrfica Gaim Kibreab es profesor titular de la South Bank University de Londres (Reino Unido). Sus ltimas publicaciones son las siguientes: Common Property Institutions, State Intervention, and the Environment in Sudan, 1898-1998 (2002), When Refugees Come Home: the Relationship between Returnees and Stayee Populations in Post-Conflict Eritrea, Journal of Contemporary African Studies (2002), Protecting Environmental Resources and Preventing Land Degradation, en E. Wayne Nafziger y Raimo Vyrynen (comps.), Prevention of Humanitarian Emergencies (2002). Email: [email protected]

Introduccin En el presente artculo se examinan los factores estructurales e institucionales que imposibilitan la puesta en prctica de estrategias de prevencin de riesgos y de rehabilitacin de las vctimas ms conocidas de los desplazamientos, los refugiados. Aunque cada vez estn ms generalizadas en todo el mundo las polticas restrictivas en materia de refugiados (Frelick, 2001; Goodwin-Gill, 1999), mi tesis, basada en las experiencias de refugiados en muchos pases en desarrollo, es que esta condicin raramente conduce a la adquisicin de la nacionalidad o de los derechos de los residentes extranjeros1, y que los derechos y los medios de vida bsicos para ahuyentar la pobreza slo estn al alcance de los ciudadanos del pas. La no pertenencia a una comunidad delimitada en el espacio o a una entidad geopoltica es el principal factor que impide formular y ejecutar programas de desarrollo a largo plazo que permitan a los refugiados recuperar lo perdido como consecuencia de su desplazamiento y procurarse unos medios de vida sostenibles en los pases de asilo. Los refugiados son personas que huyen de sus hogares contra su voluntad porque temen por sus vidas. Cuando lo hacen, sufren inmensas prdidas de recursos en que se funda su existencia: sus redes de apoyo social, sus vecinos, amigos, parientes, tierras cultivables y de pastoreo, ganado, puestos de trabajo, casas y acceso a recursos de propiedad comn, como los productos forestales, las aguas de la superficie, los frutos silvestres, las races y la fauna. En la mayora de las sociedades rurales, existe un arraigado sentimiento de que entre la persona, o sus ancestros, y la tierra con la que tradicionalmente se los asocia hay una estrecha interdependencia. En algunas de estas comunidades la tierra no es ni divisible ni enajenable: se posee a perpetuidad. En estas sociedades, el eje de los sistemas culturales es la tierra, cuyo concepto abarca las gentes, las tradiciones, las costumbres, los valores, las creencias, las instituciones, el suelo, la vegetacin, el agua y los animales. Se considera que la posesin de tierra o de vivienda en el lugar de donde se es originario no slo es un

recurso que crea riqueza y proporciona un medio de subsistencia, sino tambin la base de la posicin social y de la identidad. En estas sociedades es necesario pertenecer a un lugar determinado para tener un arraigo y, por consiguiente, adquirir tierras. Los fundamentos de la pertenencia Uno de los aspectos ms controvertidos de los estudios sobre los refugiados es el del apego a determinados lugares, esto es, a un hogar o patria chica. Algunos analistas defienden que la necesidad de pertenecer a una comunidad o a un Estado geopoltico en particular posee un valor intrnseco propio, pero en este artculo analizar el aspecto instrumentalista de esa pertenencia en lugar de su aspecto intrnseco. (Sobre el aspecto intrnseco de la pertenencia, vase Coles, 1985. Para una lectura crtica de este anlisis, vase Kibreab, 1999.) Me baso en tres hiptesis. En primer lugar, que pertenecer a una comunidad delimitada en el espacio es indispensable para gozar de los derechos civiles, econmicos y polticos fundamentales. En segundo lugar, que la nacionalidad es necesaria para disfrutar de derechos como la libertad de movimiento y de residencia; de trabajo, incluido el empleo en rgimen de autnomo y otras actividades lucrativas, y de propiedad o usufructo de recursos renovables que sustentan la vida. En tercer lugar, que la ciudadana y la nacionalidad estn relacionadas inextricablemente y que, en consecuencia, a los refugiados y a los extranjeros se les deniegan los derechos de que gozan los ciudadanos. En la mayora de los pases generadores y receptores de refugiados, la forma predominante de ciudadana es el modelo de nacionalidad y ciudadana, que vincula ambos conceptos, en lugar del nuevo modelo de ciudadana, que los separa (Gardner, en Close 1995: 73). Los derechos de los ciudadanos en el modelo de nacionalidad y ciudadana slo estn al alcance de los nacionales; en tanto que extranjeros, los refugiados quedan excluidos de ellos. En la mayor parte de los pases en desarrollo, de donde procede la mayora de los refugiados y en donde se encuentran tambin acogidos en su mayora2, la base para gozar de los derechos es la nacionalidad, no la residencia. A los extranjeros, en particular los refugiados, se les deniega muchos de los derechos civiles, econmicos, polticos y sociales de que disfrutan los nacionales. Por consiguiente, viven marginados y apartados de la vida poltica, social, econmica y cultural de las sociedades de acogida. Normalmente, una persona tiene y puede disfrutar sus derechos naturales en su pas de origen, pero no fuera de l. Como observa mordazmente Coles (1985: 185): La pertenencia, en sentido pleno es ... condicin previa indispensable para gozar de los derechos en general, ya que el ciudadano exiliado o el ciudadano privado de toda proteccin nacional normalmente slo posee en un pas extranjero los mnimos derechos otorgados a los refugiados o extranjeros. Estas palabras describen cabalmente la situacin de los refugiados en los pases en desarrollo. El desplazamiento como experiencia empobrecedora y enriquecedora Si bien el desplazamiento suele ser una experiencia que empobrece, los cambios que conlleva pueden, en condiciones favorables, propiciar las transformaciones y el desarrollo social. De los estudios que he realizado a lo largo de dos decenios entre refugiados y retornados en el Cuerno de frica se desprende que, en un entorno propicio (o al menos en uno en que no existan polticas opresivas y estrategias de recepcin y asentamiento), las

prdidas y los sufrimientos de los refugiados pueden liberar nuevas fuentes de energa y creatividad. El derrumbamiento o el debilitamiento de los antiguos valores culturales, relaciones de poder, posiciones sociales del hombre y la mujer y alianzas entre clanes que provoca el desplazamiento, pueden favorecer el cambio y una adaptacin innovadora (Keller, 1975; Kibreab, 1996b). Estos cambios, unidos a una privacin y pobreza graves, pueden liberar a los refugiados de las cadenas de la tradicin, las funciones sociales determinadas culturalmente y los sistemas de valores y las normas predominantes. Sin embargo, en la mayora de los pases en desarrollo, los refugiados ven malogrados sus recursos por las polticas adversas de los pases de acogida, que con frecuencia tienden a frustrar su capacidad para liberar la energa y la creatividad necesarias para procurarse unos medios de vida sostenibles. Una de las teoras ms perspicaces respecto de las medidas correctivas que los gobiernos de acogida pueden aplicar para impedir el empobrecimiento de los refugiados es el modelo de riesgos y reconstruccin de Michael Cernea (2000) para el reasentamiento de poblaciones desplazadas. Cernea afirma que el riesgo de empobrecimiento es intrnseco al desplazamiento, con independencia de sus causas. Lo ms difcil es organizar la prevencin de los riesgos y proporcionar salvaguardias (2000: 13). Con estas medidas, los pases de acogida pueden reducir las prdidas que sufren los refugiados cuando huyen repentinamente de sus hogares en busca de proteccin internacional. En entornos estructurales y polticos favorables, los refugiados constituyen un recurso en vez de un lastre. A continuacin, se analizan empricamente los factores que impiden a los refugiados recuperar sus prdidas y (re)constituir unos medios de vida sostenibles en los pases de asilo, as como las condiciones que perpetan la pobreza, la vulnerabilidad y la marginacin. Se trata de: 1) la percepcin por los pases de acogida de la condicin de refugiado como fenmeno transitorio y la escasa proteccin concedida a los refugiados; 2) la falta de libertad de movimientos y de residencia; 3) la falta de seguridad fsica; 4) la falta del derecho al trabajo y al autoempleo; y 5) la falta del derecho a la propiedad. Otros factores importantes, omitidos en esta relacin por falta de espacio, son el carcter subdesarrollado de las economas de los pases de acogida y la lentitud de los donantes en responder a los programas de desarrollo a largo plazo en zonas en que se producen movimientos de refugiados. Percepciones de la condicin de refugiado En casi todos los pases en desarrollo, se considera a los refugiados invitados temporales que no tienen ninguna posibilidad de naturalizarse, independientemente del tiempo que permanezcan en el exilio, y que volvern a sus pases de origen cuando desaparezcan las condiciones que les empujaron a huir. Por ejemplo, los refugiados palestinos han estado viviendo en el Lbano ms de medio siglo y todava se les considera invitados temporales que se marcharn cuando les sea posible volver a su tierra natal o asentarse en otros lugares. Como observa Arzt (1997: 47): Diversos funcionarios libaneses han expresado en ms de una ocasin su intencin de expulsar cuanto antes a todos los palestinos, que en su mayora son musulmanes sunnes, aduciendo que su integracin en el pas podra quebrantar el delicado equilibrio del pas, donde la comunidad chita es ligeramente mayor que la de los cristianos menonitas, cuyo nmero va en disminucin. Las polticas de casi todos los pases que acogen refugiados tienen por objeto impedir, en vez de promover, la integracin de los refugiados. Por ejemplo, Karadawi (1985: 25 y 26),

ex Comisionado Adjunto para los Refugiados en el Sudn, declar que la estrategia de lo que los organismos de ayuda llaman integracin es una importacin europea que no tiene en cuenta los procesos locales que han llevado a los refugiados al Sudn. El Sr. Attiya (1988), ex Comisionado para los Refugiados en el Sudn, observ asimismo que si por integracin se entiende una forma de naturalizacin, es una idea totalmente rechazada en el Sudn ... No creo que ser refugiado en un pas durante 20, 30 100 aos, le haga perder a nadie su propia nacionalidad y sus propios orgenes... Por ello en el Sudn se oye hablar ... de esta poltica de asentamientos locales, y no de integracin local. ... a los refugiados se les debe asignar un lugar donde vivir, donde seguir manteniendo el tipo de relaciones que tienen con su gente [no con los sudaneses], donde no olviden su pas, porque no nos interesa que lo olviden; tienen que volver. No queremos ms habitantes en este pas. Estas declaraciones resumen los principios generales sobre los que se asienta la mayora de las polticas aplicadas por los gobiernos de acogida de los pases en desarrollo. En el mundo en desarrollo, el nivel de proteccin concedida a los refugiados es muy bajo. Por ejemplo, en su estudio, Ferris (1984: 369) demuestra que los refugiados de Amrica Central carecan prcticamente de proteccin legal y, por consiguiente, vivan en estado de constante inseguridad. Era corriente que las autoridades mexicanas deportaran entre 600 y 1.000 inmigrantes ilegales por semana, sin distinguir los refugiados de los migrantes econmicos (Ibd.). En el estudio efectuado por Stepputat (1992: 91) en Campeche (Mxico), tambin se pone de manifiesto que los refugiados guatemaltecos que vivan fuera de los campamentos carecan completamente de proteccin legal. La calidad de la proteccin otorgada a los refugiados por el Gobierno de Costa Rica constituye asimismo una burla del rgimen de proteccin internacional. Por ejemplo, en virtud de cambios introducidos en 1980, los solicitantes de asilo deban presentar un pasaporte vlido y un certificado de antecedentes penales de su pas de origen para que se examinara su peticin (Larson, 1992: 332). Habida cuenta de que los refugiados huyen clandestinamente, uno se pregunta para qu, si pudiesen conseguir ese certificado de la polica, iban a necesitar proteccin. A partir de 1981, se exigi adems a los inmigrantes, incluidos los solicitantes de asilo, que demostraran ante las autoridades nacionales de migracin que contaban con medios suficientes para vivir (Decreto ejecutivo 12432-S citado en Ibd.). Cuando en 1982 aument el nmero de refugiados nicaragenses, se oblig asimismo a los refugiados a poseer un billete de vuelta a su pas de origen (ibd.). En 1987, Tanzania expuls a los refugiados de Burundi, pese a que no se haban eliminado los factores que haban provocado su huida. Esta situacin se repiti cuando cerr sus fronteras con Burundi en 1993 y con Rwanda tras el genocidio de 1994 (Rutinwa, 1996). A los cierres de fronteras se sum la expulsin en masa de los refugiados que haban solicitado asilo en el pas en los tres ltimos decenios. Rutinwa afirma que Ms recientemente, ... Tanzania ha detenido a rwandeses y burundianos que llegaron a este pas hace aos y los ha devuelto a sus respectivos pases (1996: 7). Falta de libertad de movimientos y residencia En frica los refugiados slo pueden ser reconocidos como tales mientras permanecen en los asentamientos rurales o regiones asignados al efecto. Por consiguiente, si intentaran ejercer su derecho a la libertad de movimientos, podran perder su condicin de refugiados. Correran incluso el riesgo de ser arrestados y detenidos por el personal de seguridad (Lawyers Committee for Human Rights, 1995: 41). Como veremos ms adelante, esta

situacin es corriente en todos los pases en desarrollo. La libertad de movimientos y residencia est garantizada por el Artculo 26 de la Convencin de las Naciones Unidas. Aunque los gobiernos de acogida formulen reservas y asignen lugares de residencia a los refugiados, las rigurosas restricciones impuestas con frecuencia a los movimientos y la residencia de los refugiados fuera de los campamentos y los asentamientos son contrarias al abanico de restricciones tolerables (Lawyers Committee, 1995: 31). En 1990, el Comit Ejecutivo del ACNUR estableci una norma mnima para los casos de llegada masiva de refugiados: no se impondrn ms restricciones al movimiento de los refugiados que las necesarias en inters de la salud y el orden pblicos3. En casi todos los pases del hemisferio Sur donde viven refugiados se mantiene a stos en lugares aparte con escasa libertad de movimientos y residencia. Los objetivos de esta poltica de segregacin espacial en los pases de asilo son los siguientes: 1. evitar la integracin de los refugiados en las sociedades de acogida reduciendo al mnimo o impidiendo sus relaciones econmicas, sociales y culturales con los nacionales; 2. prevenir o reducir en lo posible los riesgos que se consideran que podran suponer para la seguridad nacional y de la sociedad, controlando los movimientos y las actividades de los refugiados; 3. evitar o reducir en lo posible la competencia respecto de recursos escasos como la tierra, los pastos, el agua, los productos forestales, las viviendas, las escuelas, los transportes, y las posibilidades de empleo en los sectores estructurado y no estructurado de la economa; 4. evitar o reducir en lo posible los desequilibrios tnicos o religiosos en las zonas fronterizas que podran provocar tensiones e inestabilidad polticas a nivel local; y, lo ms importante de todo, 5. permitir a los gobiernos de acogida transferir indefinidamente la responsabilidad a la comunidad internacional de donantes. Los refugiados indochinos en pases como Tailandia, Hong Kong e Indonesia eran recluidos en centros donde carecan de libertad de movimientos y del derecho a administrar sus asuntos familiares (Pongsapitch y Chongwatana, 1988). En Hong Kong, los refugiados eran mantenidos en centros de detencin que dependan del Departamento de Servicios Penitenciarios, el servicio de prisiones de la colonia (Davis, 1988). A su llegada, se entregaba a los refugiados una nota que deca: Si no abandona Hong Kong ahora, se le trasladar a un centro donde permanecer detenido por un tiempo indefinido. Mientras permanezca en Hong Kong no se le autorizar a salir de dicho centro (citado en Davis, 1988). La descripcin de la vida en estos campamentos y los cambios que experimentaban los refugiados recuerdan a los campamentos de refugiados de la poca inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hitchcox (tambin citado en Davis, 1988: 163 y 164) afirma: Convertirse en refugiado comporta renunciar a la libertad de pensamiento y de movimientos. Es entrar en un estado liminal que se halla entre las dos culturas de lo antiguo y lo nuevo. Al entrar en el campamento, el individuo sufre un cambio fundamental de condicin que le sita en una categora anmala ... el refugiado no slo queda desvalido fsicamente en lo que se refiere a la libertad de movimientos, sino tambin psicolgicamente cuando descubre que las antiguas capacidades y conductas ya no sirven y no parece que adquirir otras nuevas le ayudar a salir de su difcil situacin .

Las condiciones en que vivan los refugiados salvadoreos en Honduras eran similares. En un informe elaborado por Morsh (1987: 9), miembro de un grupo con sede en los Estados Unidos que trabajaba en el mbito de las polticas de refugiados, se puso de relieve que, tras vivir en campos cerrados entre cinco y siete aos, los refugiados se iban hastiando de la situacin por la falta de libertad de movimientos o la imposibilidad de trabajar fuera de los campamentos. Los soldados apostados en torno a Colomoncagua tenan orden de disparar a matar sobre cualquiera que abandonara el campamento despus de las cinco de la tarde (ibd.). Aunque en El Salvador subsistan las condiciones que les haban empujado a huir de su pas, 4.000 refugiados del campamento de Mesa Grande solicitaron su repatriacin en diciembre de 1986 ante las deplorables condiciones existentes en los campamentos4. En opinin de Hammond (1993: 109), uno los objetivos de la poltica del Gobierno hondureo era evitar que los refugiados salvadoreos y nicaragenses consideraran sus campamentos como hogares permanentes .... Las conclusiones de Basok (1990: 293) tambin muestran que el Gobierno de Honduras incit firmemente a los refugiados a que volvieran a su pas aunque no se haban eliminado los factores que haban motivado su desplazamiento. La finalidad de las Leyes de Control de los Refugiados promulgadas por Zambia en 1970 y Botswana en 1976 era controlar la entrada, los movimientos, la residencia y las actividades de los refugiados. La Ley de Control de los Refugiados de Tanzania de 1966 fue revocada por la Ley de Refugiados de 1998, y aunque en sus disposiciones ya no se emplea la palabra control, en su contenido y espritu la nueva legislacin es tan draconiana o ms en cuanto a las restricciones que impone a los refugiados y a los solicitantes de asilo. Hubo un tiempo en que la poltica de refugiados del pas fue alabada por su generosidad; sin embargo, un examen detenido parece llevar a otra conclusin. Con arreglo a la ley de 1998, los solicitantes de asilo y los refugiados son recluidos en lugares especiales donde carecen de libertad de movimientos o de residencia (Artculo 17 [5] de la ley de 1998). La salida sin autorizacin de las zonas especiales se considera delito (Artculo 17 [6]). De conformidad con la normativa de la Ley de Asilo de 1974, los refugiados en el Sudn son trasladados a lugares especiales por las autoridades competentes. El incumplimiento de esta medida acarrea pena de crcel (Artculo 10 [2] de la normativa de la Ley de Asilo [1974]. En Cte d'Ivoire, los liberianos slo pueden gozar de la condicin de refugiados si permanecen dentro de las zonas especiales de acogida, o zones d'accueil (Lawyers Committee for Human Rights, 1995: 49). En Amrica Central, no se consideraba refugiada a una persona hasta que no entrase en los campamentos, y el ACNUR no poda librarla del acoso o la deportacin (Ferris, 1987: 101). Falta de seguridad fsica En el Sudn, aunque la poltica gubernamental establece claramente que todos los refugiados deben ser llevados a zonas especiales, el gran nmero de refugiados, la limitada capacidad administrativa y la escasez de terreno impidieron aplicar esta medida, lo cual no obst para que las autoridades acosaran a quienes no se haba asignado a ninguna zona especial. Muchos refugiados procedan de zonas urbanas, por lo que intentaban evitar que se les destinara a asentamientos ubicados en zonas rurales aisladas. Quienes se haban asentado por su cuenta eran con frecuencia objeto de actos de acoso, intimidacin, extorsin y detencin arbitraria (vase Kibreab, 1996b; Karadawi, 1999). Por ejemplo, el 6 de junio de 1978, el Director de Seguridad Pblica decidi evacuar a los refugiados de Jartum. El 20 de junio de 1978, la polica y los servicios de seguridad detuvieron arbitrariamente a los refugiados para evacuarlos. El Dr. Ahmed Karadawi (en 1999: 104 y 105), ya fallecido, que

fue testigo de los excesos, declar: La manera en que la polica trataba a los refugiados provocaba amargura incluso a veces entre los propios funcionarios. Los 700 refugiados arrestados fueron llevados a la comisara de la zona Este de Jartum, donde permanecieron sin comida ni agua y sin una idea clara de lo que iba a ser de ellos. En 1987, a los refugiados que se haban asentado por su cuenta en Tanzania se les detuvo brutalmente y se les oblig por la fuerza a retornar en masa a Burundi. Ni siquiera los que posean tarjetas de identidad expedidas por el Gobierno de Tanzania se libraron de esa expulsin. De hecho, el diario burundiano Le Renouveau du Burundi inform el 14 de abril de 1987 de que ms de la mitad de cuantos llegaron declararon ser tanzanianos (citado en Malkki, 1995: 265; las cursivas son del original). En 1997-1998, Tanzania detuvo de nuevo a los refugiados que haban buscado por s mismos lugar donde asentarse para reubicarlos a la fuerza en zonas especiales, incluidos aquellos a quienes se haba concedido el asilo haca decenios. Segn un informe de Human Rights Watch (1999: 14), basado en un extenso trabajo de campo en Tanzania, a los refugiados ... se les ofreca la posibilidad de ser confinados en campamentos de refugiados del ACNUR o de volver a sus pases de origen con independencia de cundo o por qu haban llegado a Tanzania. En una encuesta realizada por un organismo de las Naciones Unidas en el distrito de Ngara se puso de manifiesto que, el 25% de los detenidos haban vivido en Tanzania ms de 20 aos, el 60% ms de 10 y el 12% ms de siete. El 96% eran agricultores rurales de subsistencia que posean tierra, vivienda y ganado, y el 69% fueron separados de sus familias durante la campaa (citado en ibd.: 15). Incluso las esposas de solicitantes de asilo o de refugiados originarias de Tanzania fueron trasladadas a los campamentos. Los funcionarios de los asentamientos pueden tambin detener a un solicitante de asilo o a un refugiado sin mandamiento judicial (Artculo 25 [1] de la Ley de Refugiados de 1998) y pueden usar la fuerza para obligar a los solicitantes de asilo o refugiados, a obedecer cualquier orden o instruccin, sea sta oral o est formulada por escrito ... (Ibd.., Artculo 26). La situacin es la misma en Zambia y Botswana (vase Lawyers Committee for Human Rights, 1995). En el Sudn, a partir de septiembre de 1979, se deneg a los refugiados en edad escolar el derecho a proseguir sus estudios una vez cursada la enseanza primaria (Karadawi, 1999: 95). En Tanzania, la ley de 1998 prohbe las reuniones de ms de cinco solicitantes de asilo o refugiados, en pblico o en privado (Artculo 20 [2]). Los refugiados o solicitantes de asilo que infrinjan esta norma pueden incurrir en penas de prisin de hasta cinco aos (Artculo 20 [3]). En el Lbano, los palestinos tienen tambin prohibida la entrada en los hospitales pblicos y el ingreso en los establecimientos de enseanza secundaria (Arzt, 1997: 46). Con frecuencia, se supone errneamente que cuando los refugiados cruzan una frontera internacional en busca de proteccin entran en un mundo de seguridad y dignidad. Nada ms lejos de la realidad. Los refugiados son a menudo objeto de violaciones y otras formas de malos tratos sexuales en los pases de asilo (Lawyers Committee for Human Rights, 1995: 61). Por ejemplo, en Bangladesh, los miembros del BDR y la polica abusaban de las refugiadas birmanas recluidas en albergues temporales. Segn Khandker y Haider (2000: 59), varios peridicos se hicieron eco de esta situacin. Aunque el Gobierno de Bangladesh velaba por la ley y el orden, stos no abarcaban la proteccin contra la violacin: la violacin no se tiene en cuenta por considerarse un incidente ocasional. Una vez ms, las jvenes refugiadas se convirtieron en rehenes de las fuerzas encargadas de aplicar la ley, en

esta ocasin de funcionarios del BDR y de la polica. Por temor a las represalias y a futuros actos de violencia, muchas rohingya [refugiadas birmanas] no denunciaban oficialmente los hechos ante las autoridades competentes. Como inmigrantes ilegales no podan presentar reclamaciones o interponer demandas hasta que su condicin jurdica no fuera determinada en el pas de acogida... Un buen nmero de mujeres jvenes y adolescentes desaparecieron de los campamentos, cuyos guardianes abusaron de algunas de ellas. Los refugiados no tenan acceso a las instituciones judiciales por lo que ninguno de estos guardias fue llevado ante los tribunales por violacin y abuso de mujeres rohingya (Khandker y Haider, 2000: 60). La coercin sexual es frecuente en los campamentos de refugiados de todo el mundo, por ejemplo en pases como Malawi, Sudn, Kenya y Tanzania (vase Lawyers Committee for Human Rights, 1995; Human Rights Watch, 1999). En su informe sobre la violencia ejercida contra las refugiadas en Tanzania, Human Rights Watch (1999) lleg a la siguiente conclusin: Cuando las mujeres de Burundi huyeron del conflicto que viva su pas, esperaban hallar seguridad y proteccin en los campamentos de refugiados. Lo que ocurri en realidad fue que escaparon a un tipo de violencia en Burundi para enfrentarse a otras formas de malos tratos en los campamentos de refugiados de Tanzania. En el informe, se indica adems que, en mayo de 1999, unas 50 mujeres o ms refugiadas de Burundi fueron violadas en el distrito de Kasulu, por ms de 100 tanzanianos, de los cuales slo fueron detenidos 11 en noviembre de 1999. Pese a que fueron encarcelados en la prisin de Kasulu y llevados ante la justicia el 15 de diciembre de 1999, el juez desestim el caso por el mero retraso del fiscal. Dado el estigma que la violacin acarrea, muchas refugiadas pueden preferir permanecer en silencio por temor a que caiga sobre ellas la vergenza y la humillacin o a ser culpadas por sus familiares y comunidades (ibd.). Tambin se las disuade directamente de que informen sobre sus verdugos. Por ejemplo, en el Sudn, a las mujeres que denunciaban abusos sexuales se les peda que presentaran al menos dos testigos varones que confirmasen que el acto denunciado haba tenido realmente lugar (Lawyers Committee for Human Rights, 1995: 63 y 64). Falta de derechos para participar en los mercados laborales y en actividades lucrativas Con arreglo al Artculo 17 de la Convencin de las Naciones Unidas, los refugiados tienen igual derecho que los nacionales a trabajar para obtener ingresos. Las medidas restrictivas impuestas por los gobiernos a la contratacin de extranjeros no son aplicables a los refugiados (Lawyers Committee for Human Rights, 1995: 26). Sin embargo, en muchos pases en desarrollo se les prohbe trabajar tanto por cuenta ajena como por cuenta propia. En Indochina, no se permita a los refugiados realizar actividades lucrativas por el temor del Gobierno a que ello propiciara su integracin. Pongsapitch y Chongwatana (1988: 45) observan que: La poltica de empleo de los campos de refugiados prohbe a stos trabajar por dinero. La medida est destinada a impedir la circulacin de efectivo en el campo a fin de mantener estos lugares como hogares provisionales mientras los refugiados esperan su reasentamiento o repatriacin. Los abogados e ingenieros palestinos asilados en el Lbano no estn autorizados a ejercer su profesin, y los mdicos y farmacuticos slo pueden hacerlo en las clnicas de la Sociedad Palestina de la Media Luna Roja. En consecuencia, los palestinos trabajan ilegalmente en ocupaciones serviles, como las de limpieza domstica, cobrando salarios muy por debajo de los mnimos oficiales y sin prestaciones

(Arzt, 1997: 46). En 1969, slo 3.362 de los cientos de miles de palestinos que vivan en el Lbano tenan permisos de trabajo oficiales (Brynen, 1990: 25). En su estudio sobre Campeche (Mxico), Stepputat (1992: 91) muestra cmo los refugiados estaban sujetos a numerosas restricciones de su seguridad, movilidad y oportunidades econmicas. Deban obtener un permiso (FM3) para realizar trabajos remunerados bajo ciertas restricciones. Si trabajaban fuera de Campeche renunciaban a toda proteccin legal. Las autoridades de inmigracin tambin podan denegarles la renovacin de su visado FM3 y deportarlos a Guatemala a capricho. Los refugiados salvadoreos acogidos en Costa Rica estaban igualmente excluidos del mercado laboral y slo podan trabajar en actividades autogestionadas y financiadas por el ACNUR (Basok, 1993: 33).

El campamento de refugiados vietnamitas en Hei Ling Chau, Hong Kong, 1987. Jos Mayans /CIRIC

En muchos pases en desarrollo en la que la Administracin es el principal empleador, los refugiados no pueden trabajar en el sector pblico; en otros, como Egipto y Djibouti, no estn autorizados a aceptar empleos retribuidos (Wallace, 1985). Brydon y Gould (1984: 4) resumen sucintamente la poltica aplicada por muchos gobiernos africanos a los refugiados calificados profesionalmente y originarios de ciudades: La experiencia demuestra que los refugiados calificados tienen especiales dificultades para encontrar trabajo e integrarse en la sociedad de acogida. Las polticas de empleo de la mayora de los pases africanos han sido radicalmente nacionalistas ... en particular respecto de los trabajadores calificados. Puede que los refugiados urbanos sean el grupo ms olvidado y en situacin ms precaria de los pases en desarrollo. No pueden acogerse a ningn tipo de asistencia internacional y, con frecuencia, las fuerzas de seguridad de los pases que los acogen violan flagrantemente sus derechos humanos fundamentales. Una vez, un refugiado eritreo en Jartum me dijo: Mi padre naci en Asmara, la capital de Eritrea, al igual que yo. Nunca viv o trabaj en un pueblo. Soy licenciado en economa. Si el Gobierno del Sudn descubre mi presencia en Jartum me trasladarn por la fuerza a uno de sus horribles campamentos. Nunca se lo

permitir. He visto uno de esos campamentos y es un verdadero infierno. Como soy residente ilegal en Jartum, no puedo dirigirme a la oficina del ACNUR para pedir ayuda. No puedo acudir a la unidad de casos individuales del COR5 para solicitar un permiso de trabajo porque nunca me autorizaron a vivir en Jartum. A nadie se le autoriza oficialmente a vivir en Jartum, salvo a un puado de estudiantes. El Gobierno ha decidido mantener la ciudad limpia de refugiados. Se nos considera basura. La polica est deteniendo a los refugiados eritreos y etopes para realojarlos por la fuerza en campamentos sin preparacin alguna. Trato de hacerme invisible cambiando continuamente de lugar. A veces es imposible. Es entonces cuando odio mi cuerpo; sin l podra haberme vuelto totalmente invisible. Como soy un ilegal, no puedo desplazarme. Si no puedo desplazarme, no puedo ganar dinero. Si no gano dinero, no como. Si no como, me muero. S de varias personas que se recluyeron para evitar que les encontraran y algunas han muerto por hambre y enfermedad. Cuando se tiene hambre, el cuerpo se debilita y sucumbe a las enfermedades. En estas circunstancias, incluso las enfermedades curables se vuelven letales. se es el destino que nos aguarda a la mayora de nosotros. No hay personas all fuera que crean en el carcter sagrado de la vida humana? Por qu no les hablan de nuestra penosa situacin? (entrevista personal, 15 de febrero de 1987). Este sobrecogedor testimonio resume la situacin de la mayora de los refugiados urbanos de muchas ciudades del mundo en desarrollo. La mayora (cerca del 60%) de los 376.542 refugiados palestinos registrados como tales en el Lbano, la mayora viven por debajo del umbral de pobreza establecido por las Naciones Unidas y constituyen las comunidades ms desfavorecidas de la rbita del OOPS (Arzt, 1997: 46). En 1964, los palestinos fueron designados oficialmente extranjeros de tercera categora6), lo que significa que, en el mercado laboral, los ciudadanos libaneses y los trabajadores extranjeros de Siria y Asia tienen prioridad sobre ellos. El trabajo es un importante instrumento de integracin. Al impedir trabajar a los refugiados, los gobiernos pueden perpetuar su condicin de refugiados. Segn Marshall (1950: 16), el derecho de un ciudadano en el terreno econmico se refiere al derecho a trabajar, esto es, el derecho a realizar la actividad laboral que uno elija en el lugar que uno elija.... Este derecho no puede ejercerse sin el derecho de libertad de movimientos y de residencia. Falta de propiedades y posesiones seguras En muchos pases en desarrollo, la tierra es un recurso bsico del que depende el sustento de la mayora de la poblacin. Los refugiados la pierden cuando huyen de sus hogares y casi nunca pueden recuperarla porque las leyes oficiales y extraoficiales que regulan los derechos de propiedad y usufructo de tierras en los pases de asilo no les permiten ni su posesin ni tan siquiera su utilizacin. Algunos pases, entre ellos, Tanzania, Zambia, Uganda y Sudn, a veces asignan a los refugiados tierras cultivables y de pastoreo en los confines de zonas especiales, lo cual no significa que los refugiados sean propietarios de esa tierra que, adems, suele ser de pobre calidad y proclive a la degradacin. Por ejemplo, en el Sudn el Gobierno asign a los refugiados de los asentamientos entre 1,25 y 2,5 hectreas de tierra para que la trabajaran; sin embargo, esta tierra est en su mayor parte situada en zonas de bajas precipitaciones (Kibreab, 1987), por lo que las cosechas suelen ser malas. De hecho, la mayora de los refugiados ni siquiera se molestan en cultivarla porque el rendimiento previsto es inferior a los costos de produccin (vase Kibreab 1987, 1996a). Incluso los refugiados que viven en el Sudn oriental, donde las

precipitaciones son ms frecuentes, han visto declinar considerablemente su produccin por el empobrecimiento del suelo y la proliferacin de las malas hierbas que provoca la explotacin excesiva. Los refugiados tienen prohibido legalmente sembrar nuevas tierras cultivables fuera de las zonas especiales ya sea como consecuencia del aumento de la poblacin o del agotamiento del suelo. Desde mediados del decenio de 1960, el Gobierno no ha realizado nuevas asignaciones, por lo que las parcelas han sido fragmentadas en exceso para acomodar a las familias recientemente establecidas. La mayora de los agricultores han cultivado sus parcelas durante ms de 30 aos sin periodos de barbecho ni utilizacin de fertilizantes (vase Kibreab, 1996a). El Gobierno libans aprob recientemente una ley por la que se prohiba a los refugiados palestinos tener casas en propiedad o, para los que ya poseyesen una, dejarlas en herencia a sus esposas o parientes ms cercanos. As pues, como indica Fisk (2001: 9), A partir de ahora, el destino que espera a las afligidas viudas palestinas es la expulsin de sus hogares familiares, que por ley, deben venderse a ciudadanos libaneses. Para stos, se trata de un paso ms en la expulsin de los palestinos de su pas, de una nueva vuelta de tuerca social con la que se pretende que cualquier palestino que tenga la posibilidad de vivir en otro pas de exilio decida tomar la ruta del aeropuerto de Beirut. Fisk da inquietantes ejemplos de flagrante discriminacin contra los refugiados palestinos. Por ejemplo, a una viuda palestina, cuyo marido era un funcionario de las Naciones Unidas que se haba jubilado en 2001 con una pensin de 70.000 dlares y haba fallecido poco despus en un accidente de trfico, se le impidi cobrar las sumas que le correspondan ... porque era palestina. La pensin se consider propiedad, que, en virtud de la nueva ley, no poda heredar de su marido palestino (Fisk, 2001: 9). En Tanzania, las autoridades estn facultadas por la Ley de Refugiados de 1998 a guardar el ganado perteneciente a los solicitantes de asilo o refugiados en lugares especiales o deshacerse de l sacrificndolo o de otra forma (Ley de Refugiados, Artculo 13(1-2). Las sumas recaudadas se abonan al propietario (previa deduccin de los gastos) o se depositan en un fondo especial en beneficio de los refugiados. Esta medida se aplica sin el consentimiento del dueo, a instancias del jefe del campamento, el cual est asimismo autorizado a confiscar cualquier vehculo importado por un refugiado y destinarlo al traslado de los solicitantes de asilo o refugiados o los pertrechos o el equipo para su utilizacin (ibd., Artculo 14). Esto ocurre sin el consentimiento del propietario, que no tiene derecho a compensacin ni a interponer demanda contra las personas que actuaron en el cumplimiento de su deber en virtud de esta Ley, porque dichas personas no incurren en forma alguna en responsabilidad personal (ibd., artculo 29[1]). Conclusin Mi tesis es que el principal factor que impide a los refugiados de los pases en desarrollo recuperar lo perdido y procurarse unos medios de subsistencia duraderos es su no pertenencia a comunidades delimitadas en el espacio o a entidades estatales geopolticas. En estas regiones, esta pertenencia es fundamental para disfrutar de los derechos fundamentales. Las desfavorables polticas en materia de refugiados y estrategias de asentamiento que aplican los gobiernos de acogida responden, en gran medida, a la consideracin de los refugiados como invitados temporales que necesitan auxilio y un abrigo seguro hasta que cambien las condiciones que les llevaron a huir de su pas. Al adoptar estas polticas, los gobiernos no slo sofocan la capacidad de los refugiados para

buscar soluciones a sus problemas, sino que tambin se privan de los beneficios que puede reportar el acoger a personas de recursos: los refugiados. Traducido del ingls Notas Esto es, el extranjero que goza de los derechos inherentes a los ciudadanos de un pas sin estar naturalizado (Hammar, 1990: 13). 2 A finales de 2000, a juicio del ACNUR era inquietante la situacin de 21, 8 millones de personas, el 44,6% de las cuales viva en Asia, el 30% en frica, el 19,3% en Europa, el 5,2%, el 0,6% en Oceana, el 0,3% en Amrica Latina y el Caribe. Otro 10% se encuentra en Oriente Medio. 3 Comit Ejecutivo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, 1990. Conclusin N 22 (XXXII), Proteccin de las personas que buscan asilo en situaciones de afluencia en gran escala, Ginebra, ACNUR. 4 Ferris (1987) ha constatado condiciones de vida similares entre los refugiados salvadoreos y nicaragenses en Costa Rica. 5 Oficina del Comisionado para los Refugiados en el Sudn. 6 De conformidad con la Decisin N 319 del Ministerio de Interior libans, de 2 de agosto de 1962, citada por Arzt (1997).
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Las expulsiones en el Paraso Terrenal: un nuevo tipo de problema Charles Geisler


Nota biogrfica Charles Geisler es profesor de sociologa rural de la Universidad de Cornell y se interesa particularmente por el estudio comparado de los regmenes y derechos de propiedad y por los procesos de desposeimiento. Entre sus obras ms recientes, cabe citar Property and Values (Propiedad y valores) (Island Press 2000) y Biological Diversity: Balancing Interests through Adaptive Collaborative Management (La diversidad biolgica: el equilibrio de intereses gracias a una ordenacin flexible y en colaboracin) (CRC Press 2001). Email: [email protected].

Introduccin El presente estudio versa acerca de cmo los espacios creados para preservar la naturaleza pueden a la vez atentar contra las comunidades humanas que residen en ellos, a cuyos miembros designaremos con el nombre de refugiados a causa de actividades de conservacin, es decir personas que se ven privadas involuntariamente de sus medios de subsistencia en sitios reservados para la proteccin de la naturaleza. No se pone en duda aqu la importancia de esta proteccin para el bienestar humano. Sin embargo, se est despojando a comunidades humanas de sus hbitats cada vez con ms frecuencia y virulencia para crear parques y reas protegidas y expulsando a poblaciones consideradas como amenazas en zonas sensibles de diversidad biolgica. Suele tratarse de personas pobres cuya pobreza agudizan an ms las expulsiones. Hoy en da, la depuracin tnica es considerada un crimen contra la humanidad, que solamente el genocidio total supera en atrocidad; igualmente deplorable es la depuracin de grupos multitnicos en aras de la conservacin, aunque es un hecho poco reconocido. Representa un nuevo tipo de problema que debemos encarar. A algunos lectores les ser familiar la descripcin hecha por Karl Marx de la desaparicin de los ejidos en Gran Bretaa a raz de la legislacin sobre los cercamientos, que dej va libre a la cra generalizada de ganado ovino y a la expulsin de pobladores de los campos. Es menos conocida su descripcin de cmo, particularmente en la regin escocesa de las Highlands, las tierras altas, los soldados britnicos expulsaron a la gente para crear cotos de caza de venados exclusivamente para provecho y esparcimiento de la aristocracia rural. En el Volumen I de El Capital, Captulo 24, Marx cita el artculo publicado en 1848 en The Times de Londres por el economista Robert Somers: las zonas boscosas se han expandido mucho La transformacin de sus tierras en pasturas de ovejas empuj a los galicos hacia tierras estriles. Ahora, el venado comienza a sustituir a la oveja y empuja a aqullos a una miseria an ms anonadante... Los bosques de venados y el pueblo no pueden coexistir. Uno de los dos, inevitablemente, ha de ceder la plaza. Si en el prximo cuarto de siglo dejamos que los cotos de caza sigan creciendo en nmero y tamao como durante los

ltimos 25 aos, pronto no ser posible encontrar a ningn montas de Escocia en su suelo natal. Los estudiosos de los cercamientos y despejamientos de tierras en Inglaterra han hecho hincapi en la cra ovina, obviando la importancia del venado. Pero no fue el precio de la lana lo nico que motiv el desplazamiento de comunidades y culturas locales en la campia inglesa; tambin fue producto del valor que a los espacios abiertos atribuan los ricos y se trataba, claro est, de una retribucin generosa por la lealtad hacia los Estuardos entre los clanes de las Highlands. Cabe aclarar que los cotos de venados eran fincas de gran riqueza biolgica donde las especies silvestres proliferaban en detrimento de las domsticas y de sus cuidadores humanos. Al hablar de la proliferacin de estos cotos, Marx [Ibd, pg. 155] cita al profesor L. Levi: "En las Highlands, un cambio frecuente era el de que un bosque de venados remplazara a una pradera para ovinos. Bestias salvajes [...] desplazaban a las ovejas, as como antes se haba desplazado a los hombres para hacer lugar a stas... En muchos de esos bosques se han aclimatado el zorro, el gato salvaje, la marta, el turn, la comadreja y la liebre alpina... Enormes fajas de terreno... estn excluidas actualmente de todo cultivo y de toda mejora, y se las dedica nicamente al placer cinegtico de unas pocas personas durante un breve perodo del ao". Hoy en da, la conservacin ya no es exclusivamente un pasatiempo de la aristocracia terrateniente. Han aumentado los conocimientos que los ciudadanos tienen de los procesos y relaciones de los ecosistemas, al igual que las demandas de que el sector pblico cree ms reas protegidas. Este desplazamiento de la conservacin del sector privado al pblico justifica y olvida la imagen de la expropiacin de terrenos comunales por las elites para crear cotos de venados, en cuyo lugar aparece la conservacin como un bien pblico consistente en comunidades naturales y humanas. En manos de funcionarios pblicos ilustrados, la conservacin se convierte en una alternativa importante a la modernidad capitalista. Me opongo a esta visin y quisiera hablar de la inquietante realidad de los actuales refugiados a causa de actividades de conservacin. En este artculo, presentar tres nociones corrientes que considero errneas. En primer lugar, es comn la creencia, incluso entre quienes se ocupan de los refugiados y personas desplazadas internamente, de que los desalojos de reas protegidas ocurren con escasa frecuencia y apenas tienen importancia. En segundo trmino, aun quienes estn enterados de su existencia suelen propugnar polticas de indemnizacin, con las cuales suponen que el problema quedar resuelto. Los defensores de la conservacin tienden incluso a aceptar algunas prdidas en cuanto a medios de subsistencia y a derechos humanos por mor de un bien mayor, el de las poblaciones no locales, y las generaciones futuras o el pblico en general. A fin de cuentas, los parques y las reas protegidas ofrecen un muy necesario plan de recuperacin frente a la disfuncin biofsica, la contaminacin, el agotamiento de recursos y la huella insostenible de la cultura urbana e industrial. La tercera concepcin errnea es la de suponer que la conservacin -en particular, la de reas protegidas- es un antdoto contra el desarrollo y un baluarte contra sus externalidades, ya se trate de fallos o de xitos del mercado. Despus de documentar brevemente la proliferacin reciente de parques y reas protegidas con la sancin de las autoridades y de formular algunas hiptesis sobre sus consecuencias indirectas respecto de los refugiados, abordaremos ciertas afinidades (ms que las diferencias) entre la conservacin y el desarrollo. Expondr cmo, a mi parecer, las polticas en materia de reas protegidas constituyen muchas veces una estrategia de desarrollo en s mismas, y cmo solamente a partir de esto se puede entender el fenmeno de los refugiados procedentes de esas zonas. Una de las razones para adoptar esta perspectiva es la pobreza

que el desalojo de reas protegidas produce en comunidades humanas, comprendidas algunas que ya se hallan en una situacin lmite. Se trata aqu de temas que tocan a la justicia ambiental. A guisa de conclusin, se plantea una pregunta que podra servir de introduccin a trabajos posteriores: cmo se definen las relaciones cambiantes entre la conservacin de reas protegidas y el desarrollo capitalista a largo plazo y qu auguran para los refugiados a causa de actividades de conservacin? La proliferacin de reas protegidas y su potencial de desplazamiento Los desplazamientos humanos vinculados con proyectos de conservacin en gran escala suscitan cada vez ms inters. Albert (1994) los denomina expropiaciones ecolgicas. Black (1998) cita casos de frica, Asia y Amrica Latina, al igual que los autores de las obras dirigidas por West y Brechin (1991), Hulme y Murphree (2001) y Brechin y West (2003). En otra parte hemos afirmado que esa expropiacin genera la existencia de refugiados (Geisler y de Sousa, 2001) y comparado esas a personas desplazadas con los refugiados polticos y con los llamados refugiados ecolgicos. La distincin entre estos ltimos y los refugiados a causa de actividades de conservacin es considerable. Los primeros son vctimas de desastres naturales que normalemente escapan al control de los seres humanos; los segundos lo son de intervenciones humanas planificadas en el paisaje, una forma de macrozonificacin que (como la ms conocida microzonificacin) determina qu actividades humanas son permisibles legalmente y dnde pueden desarrollarse. Las cifras oficiales sobre los refugiados a causa de actividades de conservacin no abundan. Para suplir esta carencia, podemos calcular la superficie de terreno objeto de medidas de conservacin y multiplicarla por las cifras de densidad demogrfica correspondientes a zonas rurales marginales. Segn la Unin Mundial para la Naturaleza (UICN), con sede en Suiza, existen actualmente casi 29.000 reas protegidas que abarcan 8,5 millones de km2 de tierras donde estn vedadas la habitacin humana y la explotacin econmica cotidiana1. Aunque en el plano mundial constituye una superficie pequea, equivale aproximadamente al tamao de la parte continental de los Estados Unidos ms la mitad de Alaska (Geisler y de Sousa, 2001). Adems, la mayora de estas iniciativas de proteccin se han llevado a cabo en un plazo breve, concediendo a los pobladores locales poco tiempo para adaptarse y hacer reconocer su condicin de refugiados. En 1950, haba menos de mil reas protegidas en el mundo. En 1985, el nmero aument a 3.500 y lleg a 9.800 en 1995, antes de la explosin que dio lugar a las 29.000 actuales. Segn la UICN, se podra duplicar este nmero en nombre del inters pblico, y algunos conservacionistas quisieran multiplicarlo por varias veces ms (Inamdar et al., 1999). Esta superficie conservada de 8,5 millones de km2 se puede multiplicar por una cifra aproximada de la densidad demogrfica. Se suele considerar que la proporcin de 1 a 16 habitantes por km2 constituye una densidad baja. Suponiendo la expulsin de todas las comunidades humanas y calculando por lo bajo el nmero de refugiados, se obtiene la cifra de 8,5 a 136 millones de personas. (A ttulo comparativo, existen actualmente un poco menos de 20 millones de refugiados polticos reconocidos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.) Aunque esta estimacin pueda parecer alta, resulta relativamente baja comparada con los clculos de Cincotta y Engelman (2000), segn los cuales en 1995 la quinta parte de la poblacin mundial (1.100 millones de personas) viva en las 25 zonas sensibles de alta diversidad biolgica ms importantes del planeta. Esto da una idea somera del nmero de sitios que, idealmente, los conservacionistas desearan ver convertidos en reas de conservacin, y al que posiblemente se llegue en el futuro. Otro

parmetro para medir la proteccin forzada de los 8,5 millones km2 de territorio es el costo que representa en trminos de oportunidad social el hecho de impedir que estas tierras se destinen a otros usos. Se trata de aproximadamente la mitad de la superficie de las tierras cultivadas del planeta, y debe tenerse presente que la agricultura es la fuente de empleo de casi la mitad de los trabajadores del mundo2. Resumiendo, la mayora de los partidarios de la conservacin tienen una idea muy vaga del nmero de vctimas, reales o en potencia, que puede ocasionar la proliferacin de reas protegidas. De hecho, muchos de ellos siguen considerando que los seres humanos particularmente los agricultores de subsistencia y los usuarios de los bosques- son una amenaza para la naturaleza que hay que frenar3. Sin embargo, pocos conservacionistas, incluidos los que se oponen a las consecuencias indirectas del desarrollo o los que se consideran activistas contra el desarrollo, conciben los parques y las reas protegidas como otro tipo ms de megaproyecto o de desarrollo regional. Los conservacionistas en el pas de las maravillas El hecho de que el desarrollo provoque desplazamientos de muchas maneras y con diferentes caractersticas no debe sorprender a nadie. Segn clculos recientes, unos 10 millones de personas son vctimas cada ao de desplazamientos involuntarios (Cernea, 1995) y esta cifra no comprende el desplazamiento in situ (con una prdida significativa de derechos, de condicin social o de seguridad sin expulsin), las numerosas formas de carencia de vivienda temporal pero traumtica, ni los desplazamientos originados por programas de conservacin en gran escala. Se seguir disociando el aumento de las reas protegidas del desplazamiento de los seres humanos mientras los observadores no vean un vnculo entre este crecimiento y el paradigma tradicional del desarrollo4. Los megaproyectos, la renovacin urbana, las obras pblicas y privadas, el crecimiento urbano, la difusin de la energa, la agricultura industrializada, las zonas industriales y las bases militares son ejemplos corrientes, cuando no smbolos, de ese desarrollo. Pero tambin lo son los parques y las reas protegidas, como ha sido demostrado por diversos investigadores. La correlacin estrecha entre la conservacin y el desarrollo continuo del capitalismo industrial en el ltimo siglo ha sido documentada exhaustivamente por Samuel Hays (1971) en su historia de la poltica ecolgica empresarial en Amrica del Norte. Por medio de numerosos ejemplos, Hays ilustra la poltica del sector privado consistente en integrar los programas de conservacin oficiales para salvaguardar reservas de recursos naturales vitales y beneficiarse de las correspondientes y valiosas subvenciones. A menudo, esta integracin inclua la expansin de tierras pblicas para obtener derechos a explotar el agua, la madera y el pastoreo, as como minerales imprevistos, adems de valiosas concesiones en y alrededor de los parques nacionales. En su poca, Marx tambin detect un doble sentido en la idea de la conservacin y al respecto recogi (1993: 195) las siguientes frases de Somers: Este movimiento [de creacin de cotos de venado] entre los propietarios de las Highlands, escribi Marx, se debe en parte a la moda, a los pruritos aristocrticos y a las aficiones venatorias, etc. [...], pero en parte practican el negocio de la caza exclusivamente con el ojo puesto en la ganancia. Es un hecho, en efecto, que un pedazo de montaa, arreglado como vedado de caza, en muchos casos es incomparablemente ms lucrativo que como pradera para ovejas.

Hoy en da, sigue existiendo un vnculo entre las reas protegidas y la planificacin del desarrollo, con la consiguiente confusin de fronteras divisorias, como puede verse, por ejemplo, en el anlisis perspicaz efectuado por Moyo (2000) del uso de las tierras en Zimbabwe. En dcadas recientes, dice este autor, los factores microeconmicos (tamao de las granjas, aspectos del bienestar domstico, etc.) han dado paso a criterios macroeconmicos como los ingresos de divisas extranjeras y el rendimiento de las inversiones y los beneficios medioambientales como elementos determinantes de la planificacin del uso de la tierra. En los aos noventa, en Zimbabwe lleg a ser creencia general que la agricultura y la cra de ganado generaban menos ingresos que las actividades relacionadas con la fauna y la flora silvestres y con el turismo, particularmente en zonas de escasas precipitaciones. El poder del grupo de presin favorable al turismo es tal que las reas protegidas (ya sean pblicas o privadas) se han expandido a pesar de saberse que se obtendra un mayor rendimiento con la agricultura colectiva en tierras marginales (Moyo, 2000: 26-35). Los costos de oportunidad social de la conservacin como forma de desarrollo pueden ser elevados5. Abundan otros ejemplos de conservacin y de desarrollo entremezclados. La fuente principal de financiacin federal para la adquisicin y el mantenimiento de tierras federales en los Estados Unidos, por ejemplo, es el Land and Water Conservation Fund, cuyo capital procede de las regalas del petrleo y el gas extrados de plataformas marinas (National Research Council, 1993). En la regin de las Grandes Llanuras, se est estudiando la creacin de una serie de parques [un Serengeti americano en el que viven ahora unas 60.000 personas (Licht, 1997)] y de un vasto ejido de bfalos para invertir su decadencia econmica (Popper y Popper, 1993). En Texas, muchos rancheros consideran que el arrendamiento de tierras para la caza de venados, antlopes y otros animales de caza mayor importados constituye una alternativa lucrativa a la ganadera normal. El mayor terrateniente de los Estados Unidos, Ted Turner, est eliminando la infraestructura de las aproximadamente 810.000 hectreas que posee en el sudeste del pas y reemplazando el ganado por bfalos, alces, antlopes, ciervos, pumas y osos (es actualmente propietario de la manada comercial de bfalos ms grande del pas). Los buscadores de trofeos pagan hasta 12.000 dlares por cazar durante una semana en compaa de un gua (Massey, 2000). Esta tendencia a ver la conservacin como alternativa al desarrollo resulta adems desmentida por los ingresos procedentes del turismo, que en muchos pases se estn convirtiendo en la fuente fundamental de los ingresos regionales y nacionales. Por otra parte, quienes juzgan que los parques y las reas protegidas representan proyectos de desarrollo someten cada vez ms su creacin y proliferacin a una evaluacin de su impacto social. Como he sealado en otro lugar, los esfuerzos de conservacin, restauracin y/o proteccin en gran escala deben ser tenidos por actividades de desarrollo en y por s mismos -un desarrollo adaptado a las regiones del mundo que poseen ventajas comparativas en cuanto a diversidad biolgica, belleza de los paisajes y singularidad de hbitats o ecosistemas. Adems, el desarrollo de reas protegidas por entidades oficiales y no gubernamentales requiere prstamos y movilizacin de capitales, planificacin en gran escala y nuevas infraestructuras, ms expectativas de ingresos y/o beneficios no comerciales para las generaciones presentes y futuras. Este tipo de desarrollo puede parecer menos dinmico que el desarrollo regional consistente en construir pantanos hidroelctricos, carreteras o zonas industriales, pero su potencial de perturbar la cultura, desalojar a personas y modificar el valor de los bienes y las pautas de la propiedad exige sin duda una labor innovadora de evaluacin del impacto social (Geisler, 1994: 25-26).

Resumiendo, el desarrollo de reas protegidas tiene por objeto administrar la diversidad biolgica, mas a la vez es un bien de exportacin que atrae divisas, infraestructuras e inversiones en cantidades significativas que forman parte del paradigma clsico del desarrollo. El desplazamiento de personas, componente frecuente del desarrollo, es tambin un costo social de esta variante del desarrollo, cuya magnitud se subestima. En la medida en que los prestamistas y donantes internacionales supeditan la concesin de recursos al desarrollo de reas protegidas y que esto ocasiona desplazamientos, la conservacin podra ser considerada incluso como un ajuste estructural con un tinte ecologista. Proteccin y empobrecimiento o escasean los estudios de casos en los que se examina el costo humano del desarrollo de reas protegidas (por ejemplo, Gadgil y Guha, 1995; Neumann, 1998; Saberwal, Rangarajan y Kothari, 2000; Geisler, 2003). En stas y otras investigaciones se plantean algunas cuestiones fundamentales relativas a la equidad ambiental que los responsables de ese desarrollo suelen pasar por alto. En ellas se establecen diferentes tipos de vnculos entre la conservacin y el paradigma ms general del desarrollo y, al menos implcitamente, se plantea la hiptesis de que si los refugiados a causa de actividades de conservacin no fueran inicialmente pobres, no se los vera como amenazas para la naturaleza ni seran objeto de desalojos. Antes de examinar esta forma de pobreza doblemente peligrosa, nos referiremos brevemente a un trabajo importante sobre la relacin entre el desplazamiento y la pobreza. Cernea (2000) ha elaborado un modelo que muestra cmo los megaproyectos provocan frecuentemente la expulsin de los pobladores del lugar y, a menos que el presupuesto del proyecto incluya medidas compensatorias, los llevan a una espiral descendente de pobreza. La lista que establece de los mayores riesgos y prdidas resulta til para el caso general, vale decir para megaproyectos infraestructurales como represas centrales elctricas y carreteras, pero se aplica menos a formas de desplazamiento que no se toman en consideracin en el discurso sobre el desarrollo. Los fracasos humanos a que dan lugar las expulsiones de parques y reas protegidas no se toman en cuenta por dos razones, a una de las cuales nos hemos referido: el contradiscurso de la proteccin como anttesis del desarrollo, cuya estrecha vinculacin al inters pblico se plasma en la siguiente pregunta retrica: cmo puede algo bueno contribuir a algo malo? La otra razn es la tendencia a considerar que son los propios refugiados a causa de actividades de conservacin los culpables de su infortunio. Para los planificadores de la conservacin, las comunidades de subsistencia existentes en y alrededor de las reas protegidas representan otras tantas amenazas para la biodiversidad, y su expulsin es un beneficio, no un costo, en lo que respecta al bien comn (tal como lo entienden todos menos las propias vctimas). Dado que, para empezar, la red de proteccin de estas comunidades suele ser frgil, su presencia en el rea protegida resulta ilegal y, al encontrarse los pobladores en situacin delictiva, esta situacin sirve de excusa para justificar su expulsin forzosa y la agravacin de su empobrecimiento. Aunque tericamente el modelo descrito por Cernea podra ser utilizado para rehabilitar a los refugiados de este tipo, slo podr influir en la prctica si se reconoce la existencia de estos desplazamientos, y aun hacindolo, sigue pendiente el problema de que este modelo, al igual que otros ms que denuncian los costos sociales externalizados del desarrollo, rara vez articulan la relacin entre el empobrecimiento y la generacin de riqueza. Marx no examin la aparicin de los costos de venados en Gran Bretaa en un estudio sobre la

pobreza en las Highlands escocesas, ni tampoco en una etnografa sobre los clanes en vas de extincin, aunque ambas cuestiones ofrecan inters; antes bien, intent dilucidar lo que denomin el proceso de acumulacin primitiva en el desarrollo capitalista, cuya premisa era el despojamiento generalizado de los agricultores precapitalistas de sus medios de produccin, comprendidas sus tierras y su base de recursos, de parte de las cuales se apropiaron para la transformacin en mercancas de espacios abiertos, la naturaleza y las actividades recreativas para los empresarios convertidos en terratenientes. Por consiguiente, el empobrecimiento es un proceso estrechamente relacionado con el desplazamiento, bajo formas muy conocidas o no tanto. Las vctimas sufren prdidas de activos de todo tipo: vivienda, redes sociales, identidad, medios de subsistencia, derechos, y esa forma de seguridad social indefinida, pero importante, llamada lugar. Ahora bien, la relacin entre el desarrollo y el empobrecimiento puede tambin cobrar tintes totalmente diferentes, como indica el desarrollo de reas protegidas. Algunas de stas, social y econmicamente marginales, recurren a la conservacin como fuente de ingresos, de empleo e, indirectamente, de rentas fiscales6. Si se estima que los pobres de la regin representan una amenaza para esas iniciativas de conservacin, es probable que se los desplace involuntariamente de la zona o que se restrinja grandemente sus actividades. Como ya hemos dicho, la pobreza se convierte en una justificacin para crear infraestructuras de conservacin que, mediante desplazamientos, agravan la pobreza de los ms vulnerables. Un posible ejemplo de este fenmeno a escala continental es el de frica, donde, segn la UICN, en 1985 existan 443 reas protegidas (886.620 km2), o sea, el 3% de su masa continental. Actualmente, hay ms de mil reas protegidas, lo cual representa casi 1.540.430 km2, el 5,2% de las tierras (Geisler y de Sousa, 2001). Comparando los datos recabados en 1985 y en 1999 sobre 38 pases africanos, se observa que el aumento de reas protegidas fue mayor en los pases ms pobres, vale decir, los situados en la mitad inferior de una lista de pases elaborada conforme al ndice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Grfico 1)7. En 1999, se constat que en siete de estos 19 pases africanos -Nger, Mozambique, Chad, Tanzania, Zambia, Mauritania y la Repblica Centroafricana- la superficie de las reas protegidas superaba la superficie cultivada. Durante los aos noventa, la superficie de las reas protegidas del Chad aument del 0,1 al 9,1% de la superficie nacional continental, y en Mozambique pas del 0,01 al 6,1%. Se inducira a error si se dijera que los promotores de las reas protegidas son indiferentes a las repercusiones de sus iniciativas sobre la pobreza. De hecho, se llevan a cabo numerosas investigaciones sobre cmo mitigar sus costos para las comunidades locales y adyacentes (por ejemplo, Western y Western, 1994; Hulme y Murphree, 2001). Sin embargo, sigue siendo fuente de inquietud y polmicas el hecho de que estos esfuerzos para combatir la pobreza (microprstamos, microempresas, reasentamientos, alternativas consistentes en trabajo asalariado, ecoturismo local y servicios de gua, indemnizaciones por la prestacin de servicios al ecosistema y planes de gestin conjunta y de ordenacin de los recursos naturales en el marco de la comunidad) puedan resultar infructuosos tanto para la conservacin como para el bienestar humano (Barrett et al., 2001), mas, aunque se demostrara que as es, se podra argumentar que los conservacionistas niegan la existencia de los refugiados a causa de actividades de conservacin y que estn mal informados en cuanto a la pobreza que tantas veces causan esas expulsiones de refugiados. Dado el carcter inusual de mi argumentacin, expondr una vez ms sus puntos esenciales. Las reas protegidas con aspiraciones a una ordenacin excluyente se estn multiplicando

rpidamente a escala mundial. Si bien este fenmeno conlleva importantes beneficios ecolgicos, existe tambin una serie de costos humanos no tomados en consideracin, entre los cuales se cuentan el desplazamiento y el empobrecimiento. Este empobrecimiento resulta doblemente significativo por cuanto los conservacionistas tienen tendencia a proteger reas

Grafico 1 : : la variacin del crecimiento en reas protegidas entre los pases ricos y pobres de Africa, 1985 y 1997.

Fuente: WRI/UNDP.UNEP, 1986. World Resources 1985-86.Nueva York: Oxford University Press. (Nota: Datas are for IUCN categories I-V and include 38 African Countries , where available

de gran diversidad biolgica y amenazadas por la presencia de pobres. Cuando se crea un parque nacional u otro recinto excluyente y se lleva a cabo una expropiacin ecolgica, los pobres se encuentran privados de una importante red de proteccin. A mi juicio, se pasa por alto la proliferacin de refugiados a causa de actividades de conservacin porque slo se comprende parcialmente la relacin entre las reas protegidas y el desarrollo. Cuando se piensa que estas zonas son alternativas al desarrollo benficas para el inters pblico, las externalidades humanas quedan completamente descartadas. En cambio, donde las reas protegidas son consideradas como una parte intrnseca de megaproyectos, los refugiados que causan se convierten en un costo social considerable del desarrollo, y merecen por consiguiente reconocimiento, justicia ambiental y el pleno resarcimiento de los daos y perjuicios que han sufrido.

Conclusin Al replantear la conservacin como intervencin afn al desarrollo, esperamos volver ms conscientes a los planificadores del medio natural y aadir dimensiones crticas al uso a veces superficial que le dan a la expresin inters pblico. De manera similar, confiamos en que las discusiones en torno a la justicia ambiental se puedan volver ms realistas. Los ecologistas denuncian inmediatamente las injusticias ambientales de las zonas urbanas, donde la incineracin de desechos, la contaminacin del agua y la contaminacin industrial afectan de manera desproporcionada a los barrios habitados por personas pertenecientes a minoras y de bajos ingresos. Estos conservacionistas en el pas de las maravillas muestran mucha menos curiosidad por las injusticias ambientales que provocan las polticas de proteccin en zonas sensibles de diversidad biolgica. Los refugiados a causa de actividades de conservacin constituyen un ejemplo notable de esta falta de inters. Aunque este planteamiento nuevo es til para comprender el fenmeno de la expropiacin ambiental, deja sin responder varias preguntas clave. Por ejemplo, qu significa el estrecho parentesco con el desarrollo o la intervencin afn a l? La enorme semejanza entre el desarrollo de reas protegidas y otros megaproyectos de desarrollo es nuestra conclusin final, o hay algn otro elemento que merezca reflexin? Ms sencillamente, es la conservacin una parte integrante del desarrollo de manera ms sistemtica y sostenida? Si la respuesta es afirmativa, es probable que en este breve artculo no estemos sino empezando a vislumbrar la combinacin histrica de fuerzas y relaciones que ocasionan la existencia de refugiados a causa de actividades de conservacin. Para concluir, propongo diversas hiptesis para responder a esta pregunta final. Hasta ahora, el mensaje resulta fundamentalmente incompleto. No arroja luz sobre la naturaleza de las relaciones entre la conservacin y el desarrollo y resta importancia al hecho de que el desarrollo tal como he empleado la palabra es una manera cmoda de referirse al desarrollo capitalista en expansin. En la medida en que el capitalismo no slo se ha expandido, sino que ha cambiado radicalmente en los ltimos siglos, es de esperar que la relacin entre la conservacin y el capitalismo tambin haya evolucionado. Una manera provisional de formular observaciones sobre este cambio podra ser la de considerar diversos procesos de racionalizacin entre la gente, el espacio y el capital a lo largo del tiempo. En las primeras fases del capitalismo, haba muchas fronteras y relativamente pocos ncleos de poblacin. La densidad demogrfica era baja y es probable que la necesidad de proteger las fronteras se le ocurriera solamente a algn prncipe (cotos de caza) o sacerdote (arboledas sagradas). La expulsin de los pobladores de los primeros cotos de venados por ejemplo, de las aldeas sajonas bajo los reyes normandos dio origen a figuras legendarias de forajidos como Robin Hood. El capitalismo fue cobrando lentamente amplitud a la sombra de la acumulacin primitiva y el cercamiento (la apropiacin de tierras y reservas de recursos en zonas fronterizas, algunas de las cuales ya estaban consagradas a la agricultura). Los terratenientes racionaban los recursos segn su conveniencia, usando ejrcitos y controles civiles para almacenar reservas con las que capitalizar los circuitos de comercio y la industria naciente. No tardaran en aparecer las grandes compaas semisoberanas, y con ellas el imperio moderno. Las colonias de las potencias europeas cumplan la funcin de reservas de recursos y de mano de obra en ultramar. Las tierras altas de Nueva Guinea y Guatemala se distinguan poco de las de Escocia.

La despedida a Lochaber (1883), pintura de John Watson Nicol (1856-1926), Fundacin artstica Fleming-Wyfold. Bridgeman Giraudon

Los procesos de racionalizacin de la produccin y la acumulacin del capitalismo maduro contenan una nueva circunspeccin. Nos referimos al capitalismo progresista descrito por Hays, movido por intereses personales encubiertos por el inters pblico. En esta etapa del capitalismo, se racionalizaron los flujos de materias primas y el espacio destinado a la produccin con la complicidad de Estados activos e intervencionistas. La legitimidad alcanz cotas nuevas. Los parques y los bosques nacionales proliferaron para proteger la

riqueza mineral, las fuentes de agua, la madera, las lucrativas concesiones tursticas y los hbitats de diferentes especies (domsticas o silvestres) que haban de ser escogidas como recursos renovables. La actual proteccin de los genes y tejidos de estas especies no es ms que la razn ltima de su proteccin y racionalizacin con fines productivos. Mientras que en el capitalismo temprano los parques y cotos constituan anexiones involuntarias de territorios ricos en recursos, ms adelante la conservacin se ha asimilado a un fideicomiso pblico de hecho. Se propugnaron doctrinas de uso polivalente que vedaban la presencia de algunos, pero no de todos, usuarios de las tierras pblicas y se protegan peridicamente los derechos de propiedad frente a su confiscacin ilegal. Se redujo as la generacin de refugiados a causa de actividades de conservacin en ese periodo temprano y ms adelante. Qu sucede actualmente con la proliferacin acelerada de parques y reas protegidas? Esta manera de racionalizar el espacio puede, a escala mundial, distraer de los enorme costos que para los seres humanos y los ecosistemas entraa el desarrollo capitalista ms reciente. El derroche de recursos naturales, las agresiones contra la diversidad biolgica, la desarticulacin de sistemas naturales, la destruccin de las tierras comunales y de saberes autctonos de valor inestimable ante el avance del mercado libre y del capitalismo de Estado son ahora hechos bien conocidos por todos, incluso los escolares. Aunque los capitalistas temen un consumo insuficiente, es el exceso de consumo lo que preocupa a la clase media mundial que aspira a un nivel de vida elevado y a la vez a disfrutar de servicios pblicos en el mbito de la naturaleza. Los parques y las reas protegidas racionalizan esta situacin contradictoria al hacernos creer que podemos compensar enormes sacrificios en ciertos sitios (aproximadamente el 90% de las tierras del planeta) mediante la proteccin de otros (10%). El exceso de consumo o el aprovechamiento indebido del aire, la tierra, el agua, la flora y la fauna en general queda excusado gracias a la proteccin ulterior de hbitats de diversidad biolgica, de servicios al ecosistema y de patrimonios naturales. Quienes se oponen a la modernidad capitalista han convertido la seguridad ambiental en algo as como un derecho humano, mientras se respeta cada vez menos otros derechos, particularmente entre los pobres del mundo. En otras palabras, las relaciones entre la conservacin y el desarrollo capitalista son tan estrechas como complejas. No por presentar un anlisis ms detallado mejorar la suerte de los refugiados a causa de actividades de conservacin, pero sin dicho anlisis, su nmero no har ms que aumentar. Es indudable que comprenderemos mejor los procesos de empobrecimiento que se producen en lugares remotos gracias a este anlisis ms profundo, y que se ampliar nuestra percepcin de por qu los ms pobres se empobrecen cada vez ms a medida que avanza la apropiacin ecolgica. En ltima instancia, la justicia ambiental, en manos de los refugiados a causa de actividades de conservacin o de sus defensores, debe ser compatible con la ecologa poltica de creacin y proliferacin de reas protegidas si se quiere impedir este nuevo tipo de problema. Traducido del ingls Notas * El autor, que present una versin anterior de este artculo ante el Programa de Estudios Agrarios de la Universidad de Yale el 14 de septiembre de 2001, agradece a los asistentes sus contribuciones, y particularmente a Rachel Schurman, Shelley Feldman, Louise Silberling y Gayatri Menon su valiosa ayuda. 1. Segn la Unin Mundial para la Naturaleza (UICN), un rea protegida es una porcin de tierra y/o mar consagrada especialmente a la proteccin y el mantenimiento de la

diversidad biolgica y de los correspondientes recursos naturales y culturales, administrados por medios jurdicos o de otra ndole. Cada ao, la UICN rene datos sobre ocho categoras de reas protegidas, en las tres primeras de las cuales se impone severas restricciones al poblamiento y el uso por los seres humanos; en las tres ltimas no existe ninguna limitacin (Reservas de Biosfera, Sitios del Patrimonio Mundial, Humedales de Importancia Internacional), y en las otras dos existen intervenciones administrativas que limitan al menos parcialmente su uso por las personas. Las cifras que recogemos se refieren nicamente a la superficie de las cinco primeras categoras y excluyen las zonas de menos de 10 km2. 2. Aunque en la mayora de los pases industrializados el promedio de trabajadores del sector agrcola es del 9% (desde el 5,2% de la Unin Europea al 20% de Europa del Este), este porcentaje es de casi el 50% en el mundo. Las mayores concentraciones de trabajadores agrcolas se encuentran en los pases en desarrollo: 25% en Amrica Latina, 63% en frica y 62% en Asia (OIT, 1997). 3. Los lectores interesados pueden consultar la bibliografa referente a las amenazas contra las reservas. Por lo general, no se suele considerar a las poblaciones autctonas amenazas a causa de su evolucin simultnea con los sistemas naturales correspondientes. 4. Para una perspectiva interesante sobre el desarrollo, vase Watts (2000). 5. Algunos autores defienden con elocuencia las iniciativas de distribucin de los beneficios generados por los planes pblicos y privados de conservacin en Zimbabwe (vase Hulme y Murphree, 2001). 6. Suele darse una relacin inversa entre la diversidad biolgica y la fertilidad del suelo (Houston, 1993), lo cual significa que las personas que intentan sobrevivir en reas de elevada diversidad biolgica muchas veces recurren a la agricultura itinerante y a otras estrategias que aumentan la fertilidad a corto plazo pero pueden resultar insostenibles, e incluso sumamente nocivas, a la larga si van acompaadas de gran crecimiento demogrfico. 2. El IDH combina los factores de longevidad, instruccin y nivel de vida a escala nacional. El ndice inverso puede utilizarse como una medida de la pobreza o de las carencias; lo empleamos aqu porque no existen otros ndices de las Naciones Unidas de la pobreza para el perodo de 14 aos examinado. Referencias ALBERT, B. 1994. Indian lands, environmental policy and military geopolitics in the development of the Brazilian Amazon: the case of the Yanomami. Development and Change 23, 35-70. BARRETT, C., BRANDON, K., GIBSON, G. y GJERTSEN, H. 2001. Conserving tropical biodiversity amid weak institutions. BioScience 51, 497-502. BLACK, R. 1998. Refugees, Environment and Development, Nueva York: Longmann. BRECHIN, S., WILSHUSEN, P. R., FORTWANGLER, C. L. y WEST, P. (comp.). En prensa. Contested Nature: Power, Protected Areas and the Dispossessed, Albany, NY: SUNY Press. CERNEA, M. 1995. Social integration and population displacement: the contribution of social science. International Social Science Journal 143, 91-112. CERNEA, M. 2000. Risks, safeguards and reconstruction: a model for population displacement and resettlement, in M. Cernea y C. McDowell (comp.), Risks and Reconstruction: Experiences of Resettlers and Refugees, Washington: Banco Mundial. CINCOTTA, R. P. y ENGELMAN, R. 2000. Natures Place, Washington: Population Action International.

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Las madres, marginadas del empleo y de la asistencia social Anke Wessels

Nota biogrfica Anke Wessels es directora ejecutiva del Centro para la Religin, la tica y la Poltica Social, una organizacin no confesional, militante, educativa y sin fines de lucro, asociada a la Universidad de Cornell. El Centro desarrolla diversas actividades en pro de la justicia social y del cambio social. Sitio Internet: www.sas.cornell.edu/CRESP. Sus esfuerzos en favor de la justicia econmica se centran en la educacin local y en la accin poltica a travs de su participacin en campaas que propugnan la reforma del sistema de asistencia social y la instauracin del salario mnimo vital. Email: [email protected].

Introduccin En el mundo entero, la maternidad comporta para una mujer una mayor probabilidad de ser pobre. Se admite generalmente que el papel del Estado providente consiste en modificar las fuerzas sociales, culturales o econmicas que agravan esa vulnerabilidad. La Declaracin Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas reconoce el derecho social de todos a un nivel de vida digno, y por consiguiente el derecho de las madres a una atencin y a una asistencia particulares por parte de los Estados miembros. Ahora bien, en los Estados Unidos las relaciones de poder impregnadas de discriminacin sexual y racial han producido una poltica de desarrollo econmico que tiende a reducir la asistencia del Estado a las madres pobres. En lugar de la asistencia pblica consistente en subsidios monetarios, se establecen normas e incentivos nuevos para que las madres pobres pasen rpidamente a ocupar un empleo. Pero el trabajo remunerado es, en la inmensa mayora de los casos, inconciliable con las servidumbres de la atencin a los nios que los progenitores deben asumir. Una cultura de antiguo arraigo, fundada en un modelo de sostn de la familia segn el cual el trabajador no es el principal encargado del hogar, juega en contra de las madres solteras pobres que intentan ser, a la vez, madres solcitas y mujeres econmicamente autnomas. Aunque la nueva poltica estadounidense en materia de asistencia social aspira a fomentar la autosuficiencia y la responsabilidad personal a travs del trabajo remunerado, tiene por consecuencia en muchos casos un riesgo mayor de empobrecimiento, de inestabilidad y de dependencia, si no con respecto al Estado, s con respecto a la familia o a la buena voluntad de la sociedad civil. El enfoque analtico de la marginacin es particularmente esclarecedor para comprender la mayor inseguridad econmica que experimentan las mujeres cuando llegan a ser madres, pues nos lleva a considerar la pobreza y la vulnerabilidad, no ya como un mero efecto de la maternidad, sino como una resultante, social y polticamente construida, de las relaciones de poder que configuran la poltica de desarrollo econmico y la cultura del mundo del trabajo. Comprobamos que cuando las madres realizan un trabajo remunerado y dependen de la asistencia social, no se valora su maternidad y, por lo tanto, sus esfuerzos por ser a la vez

madres solcitas y agentes econmicos producen una fractura en los paisajes poltico y econmico. Aunque las mujeres pobres no se ven obligadas a desplazarse fsicamente cuando asumen los cuidados maternales, intervienen las normas y barreras socialmente construidas excluyndolas, in situ, de los recursos pblicos de que disponen las dems mujeres para conseguir la estabilidad econmica. El presente artculo pone de relieve las normas y las limitaciones construidas socialmente a travs de las relaciones de poder operantes en el mundo del trabajo estadounidense y en la nueva poltica nacional de asistencia social, que marginan a las madres pobres en lugar de protegerlas. Nuestro anlisis tratar de responder a tres interrogantes vinculados entre s: qu modelos de maternidad tienen apoyo social y para quines se propugnan? el trabajo de quines es valorizado y defendido? y por dnde se traza la lnea divisoria entre la responsabilidad social y la privada en materia de bienestar de la familia y de la infancia? En los aos noventa, los polticos de los dos principales partidos estadounidenses, demcratas y republicanos, explotaron los estereotipos de las madres pobres, y especialmente de las madres afroamericanas pobres, para conseguir el apoyo de los ciudadanos a cambios drsticos de la poltica de asistencia social. Aunque durante muchos aos las madres afroamericanas y las blancas han estado representadas prcticamente por igual en los registros de la asistencia social (Neubeck y Cazenave, 2001), los estereotipos de madres afroamericanas irresponsables, reacias a aprovechar las ofertas de empleo, propulsaron los proyectos polticos de reducir drsticamente la asistencia pblica. La Ley de Conciliacin de la Responsabilidad Personal con las Oportunidades de Trabajo (Personal Responsibility and Work Opportunity Reconciliation Act, PRWORA), promulgada en 1996, puso trmino al reconocimiento federal del derecho a la ayuda pblica, imponiendo un lmite de cinco aos a la ayuda a las familias menesterosas. En cuanto instrumento de la poltica de desarrollo econmico, el principal designio de dicha ley consiste en acabar con la dependencia de los subsidios, promoviendo la aceptacin inmediata de un empleo, sin tener en cuenta su calidad, por considerar que es el medio ms eficaz para constituir un historial profesional y progresar en el mercado laboral. Como el 93% de las familias asistidas estn a cargo de un cabeza de familia soltero, y habida cuenta de que la gran mayora de stos son mujeres (Pear, 1998), esta poltica ha sido concebida especficamente para llevar a las madres solteras pobres a trabajar, sea cual fuere la edad de sus hijos (los Estados pueden exigir a una madre que trabaje desde que su criatura haya cumplido tres meses). En consecuencia, las madres solteras ingresaron en masa en el mercado del trabajo. Mientras que en 1994 la proporcin de las madres de familia casadas que ejercan un empleo era superior a la de las madres solteras (64,7% frente a 57,1%), la situacin cambi sensiblemente en 1999 (67,1% y 68,4%). El vuelco ha sido an mayor por lo que hace a las madres solteras pobres, con un 59% de empleos remunerados entre las madres de familia solteras que disponen de ingresos inferiores al 200% del umbral de pobreza, frente al 43% entre las madres casadas de este mismo nivel de ingresos (Greenberg, 2001: 2). (El umbral de pobreza federal es tan bajo que habitualmente se considera pobres a quienes ganan hasta el 200% del mismo.) Gracias a la PROWRA, el nmero de madres solteras que reciben dinero de la asistencia social se redujo de 5 millones en 1994 a 2,1 millones en 2001 (Fuller y colaboradores, 2002).

En virtud de una disposicin nacional, las madres pobres deben combinar los cuidados maternales y el trabajo remunerado para poder obtener ayuda pblica, ya se trate de formacin para obtener empleo, de asistencia en el cuidado de su prole o de cupones de alimentacin. A juicio de los ciudadanos o de los estudiosos que han analizado el tema, la exigencia de ser una supermam implcita en esa combinacin, plantea ante todo el problema de la existencia de guarderas en cantidad suficiente y econmicas. De no haberlas, se produce un ndice elevado de rotacin de personal y de retorno a los subsidios de la asistencia social. Por ejemplo, un estudio realizado en 2001 con datos relativos a 44.000 hogares revel que el 25,5% de las madres que renunciaron a la asistencia social para trabajar volvi a depender de sta al cabo de dos aos. De las que no haban vuelto a acogerse a la asistencia social, un 31,7% carecan de empleo (Loprest, 2001: 11-12). Los principales obstculos para trabajar que adujeron las madres que dejaron de hacerlo eran, en primer lugar, la escasez de guarderas estables, asequibles y accesibles y, en segundo y tercer trmino, pero en proporcin mucho menor, la inexistencia de medios de transporte y de competencias o de instruccin (Childrens Defence Fund, 2000: 14). El anlisis de la marginacin ayuda a discernir en qu medida esos obstculos no son meramente caractersticas de las exigencias del empleo, sino producto de una rgida cultura del trabajo patriarcal y capitalista, fundamentalmente rgida, configurada para ignorar las competencias y las sujeciones de las madres. El presente artculo pone de relieve el efecto de estas fuerzas marginadoras, describiendo la marginacin in situ de que son objeto las mujeres pobres cuando asumen la responsabilidad de ocuparse de los seres ms vulnerables de nuestra sociedad, esto es, de los nios. El examen de los modelos de igualitarismo en el centro de trabajo, del valor de los cuidados maternales y de los supuestos acerca de la organizacin de la atencin al nio incorporados en las empresas y en la poltica social de los Estados Unidos, revela cmo se excluye a las madres pobres de la seguridad del empleo y de la ayuda pblica. Marginadas a causa de la maternidad La remuneracin del trabajo de las mujeres sin hijos representa actualmente en Estados Unidos un 90% de la de los hombres, pero las madres ganan slo un 75% de lo que ganan los padres (Holcomb, 1998: 130). Gladys Parker Foster (1994: 130) describe sin ambages esta situacin: Es un hecho que la igualdad de oportunidades en la empresa no existe para quienes tienen la principal responsabilidad de la reproduccin de la especie humana. Qu relaciones de poder formulan las normas y definen los lmites de la cultura laboral estadounidense que rehsan la igualdad de oportunidades a quienes asumen la responsabilidad de la reproduccin de la familia y de la ciudadana? Los empleos, especialmente los escasamente remunerados, estn todava enteramente segregados en funcin del sexo, en parte a causa de las fuerzas sociales que actan para llevar a las mujeres a desempear trabajos femeninos escasamente remunerados y a la discriminacin sexual que practican los empleadores en la contratacin y en la atribucin de empleos (Christopher y colaboradores, 1999). En segundo lugar, los administradores suelen tener una opinin negativa de las adaptaciones de los empleos a la situacin de los progenitores, por ejemplo, los horarios flexibles, las guarderas infantiles de empresa, el puesto de trabajo compartido y el cambio temporario de tareas porque las consideran favores onerosos otorgados a trabajadores que no se ajustan al modelo normal. Los empresarios suelen considerar que la paternidad o la maternidad son opciones personales, como un hobby entre otros, que no deben interferir con el trabajo (Crittenden, 2001;

Holcomb, 1998). Incluso cuando los administradores proponen adaptaciones, las madres empleadas pueden vacilar en aprovecharlas, en virtud de un justificado temor a parecer poco apegadas a su trabajo o a carecer de inters por progresar profesionalmente (Holcomb, 1998). El resultado es que tener hijos reduce la remuneracin de las mujeres, pero no la de los hombres. Si su situacin econmica se lo permite, las mujeres que despus de tener un hijo siguen desempeando un empleo remunerado muchas veces reducen sus horas de trabajo o aceptan empleos peor pagados y con menores obligaciones, a fin de asumir su doble responsabilidad. Cuando estas madres retoman un empleo a tiempo completo deben allanarse a ganar menos, por haber perdido antigedad y experiencia. Los hombres, en cambio, rara vez modifican su plan de carrera cuando llegan a ser padres (Moen y Yu, 2000). Citemos nuevamente a Gladys Parker Foster (1994: 130): En una sociedad que proclama la igualdad de hombres y mujeres, una mujer ha de poder decir libremente que su capacidad de dar a luz no debe determinar su situacin social, poltica y econmica. De hecho, sin embargo, la capacidad de una mujer para dar a luz determina su situacin social, poltica y econmica, precisamente porque la principal expresin de la igualdad entre los sexos en nuestra cultura laboral traduce la idea de que todos los trabajadores deben ser tratados de la misma manera. Por lo tanto -se alega-, las mujeres deben recibir la misma remuneracin que los varones por un mismo trabajo. La empresa tambin da por supuesto que, como los varones, estn exentas de tareas de custodia absorbentes y que cumplen su principal obligacin familiar ganndose un salario. Este simulacro de igualitarismo propone una forma de no discriminacin entre los sexos, segn la cual hombres y mujeres deben ser tratados de igual modo, mas, en la prctica, da lugar a una situacin sesgada contra las madres que trabajan, quienes asumen la carga de los cuidados maternales, tengan o no marido. Son ellas quienes toman las disposiciones necesarias para el cuidado del nio, dejando su trabajo a las 17 h en punto para recuperar a sus hijos de la guardera, obteniendo permiso para interrumpir su trabajo a fin de informarse sobre los resultados escolares de su prole o llevar a uno de sus hijos al dentista, o sacrificando un permiso por enfermedad para permanecer en casa cuidando a un hijo enfermo. Para cumplir sus obligaciones laborales, las madres que trabajan deben hacer frente a sujeciones mucho mayores que los padres que trabajan, en razn de sus variadas responsabilidades con respecto a su progenie. Por consiguiente, todo igualitarismo de este tipo en el centro de trabajo, supuestamente neutral entre los sexos, desconoce los diversos papeles que desempean las madres y los diversos quehaceres que condicionan sus opciones en el mercado laboral. Las trabajadoras cuyo tipo de vida es el que tradicionalmente corresponde a los varones, esto es, exento de las responsabilidades de una atencin absorbente, son, evidentemente, unas privilegiadas. Para colmo, de modo totalmente abusivo, se invocan la neutralidad y la equidad con respecto a los sexos para justificar la resistencia a todo cambio de la cultura de la empresa que diese facilidades a los trabajadores que deben atender a sus hijos. As, por ejemplo, incluso los empresarios comprensivos deben hacer frente al reproche de que es injusto para con el empleado normal desviar recursos en beneficio de un subgrupo del personal, en este caso las madres, brindndoles horarios flexibles, das extraordinarios de licencia por las enfermedades de los hijos, guarderas infantiles de empresa o subsidios de maternidad. Una poltica favorable a la familia, que permite que las madres falten al trabajo mientras que los empleados sin hijos trabajan ininterrumpidamente, puede engendrar resentimiento. La Childfree Network (Red de Personas sin Hijos), una organizacin nacional integrada por ms de 5.000 trabajadores sin hijos, se cre para ensear a los

trabajadores sin hijos a defender sus derechos y luchar contra la discriminacin positiva que conllevan las polticas favorables a la familia (Kirkpatrick, 1997). En cambio, no se tachan de injustas las polticas y los escalafones que exigen un compromiso que rebasa la jornada laboral (de 9 h a 17 h) o la aceptacin de cambios variables de turno de trabajo, pues, contrariamente a lo que indica la realidad (en los Estados Unidos slo el 25% de los trabajadores tienen un cnyuge que no trabaja), la cultura del mundo del trabajo da por descontado que el trabajador tpico est exento de responsabilidades importantes ajenas a su empleo. Por consiguiente, se estima normal, en funcin de su futura carrera, que un joven empleado trabaje entre 60 y 80 horas por semana y sacrifique a la empresa o a la universidad sus noches y sus fines de semana. Asimismo, los empleadores que ofrecen empleos escasamente remunerados esperan que el personal acepte cambios de turno semanales, cuando no diarios, como requisito para tener un empleo. En realidad, las condiciones de empleo suelen depender de la disponibilidad y de la flexibilidad del empleado. El director de personal de una gran empresa que practica bajos salarios ha explicado que slo pueden acceder a un empleo a tiempo completo los empleados que pueden trabajar en cualquier turno, a lo largo de las 24 horas del da y de los siete das de la semana. En consecuencia, las madres solteras quedan prcticamente descalificadas para lograr el nivel mnimo de seguridad financiera que representa un empleo a tiempo completo. No es de extraar, pues, que las relativamente pocas madres con bajos ingresos entrevistadas por m que se declaraban completamente satisfechas de su situacin trabajaran para empresas que les ofrecan vacaciones, prestaciones mdicas y flexibilidad de los horarios de trabajo diarios o semanales y que admitan la posibilidad poco frecuente de la presencia de un nio en el lugar de trabajo debido a una enfermedad o a una interrupcin imprevista del funcionamiento de la guardera. En este sentido, sus experiencias se semejan mucho a las mencionadas en un estudio reciente de parejas en las que ambos miembros trabajan (Moen y colaboradores, 1999), segn el cual la calidad de vida de las personas interrogadas que respondieron estaba positivamente asociada al apoyo de los supervisores, a la flexibilidad de los horarios y calendarios de trabajo y a una carga de trabajo moderada. Una ponencia importante acerca de cmo mejorar las posibilidades de empleo de las mujeres que dejan de depender de la asistencia social se refiere a varios estudios que demuestran la existencia de un vnculo entre prestaciones como las vacaciones pagadas o el seguro de enfermedad y la probabilidad de que una madre mantenga un empleo remunerado (Strawn y colaboradores, 2001: 8), pero no menciona, en cambio, el papel que desempean en el mantenimiento en el empleo la flexibilidad de la empresa con respecto a los horarios de trabajo o la actitud de los administradores ante las irregularidades del funcionamiento de la guardera que deben afrontar las madres que trabajan. Segn estos autores, los empleos escasamente remunerados no son propicios a polticas de horarios flexibles conciliables con la atencin a los hijos, de las cuales, tericamente, se benefician, en cambio, las madres de las clases media y alta. Permitir que la recepcionista interrumpa su trabajo para ir a buscar a un nio a la guardera significa que otros empleados deben responder al telfono o acoger a los visitantes. A la larga, esta situacin resulta insostenible, y ciertamente injusta para aquellos que no interrumpen su trabajo. Los autores no contemplan la posibilidad de que la rigidez de los empleos escasamente remunerados est construida socialmente como un medio gracias al cual la direccin puede ejercer un control. Incluso los administradores se sienten impotentes para cambiar la estructura del empleo.

Con respecto a los empleos con bajos salarios, es notorio que el valor real de los salarios est disminuyendo. A pesar de la mejora general de la coyuntura econmica y del enrarecimiento de la mano de obra durante la dcada de los noventa, la remuneracin de los empleos escasamente retribuidos sigue bajando. Segn el Childrens Defence Fund (Fondo de Proteccin de la Infancia), entre 1979 y 2000 el valor medio del salario semanal de los trabajadores a tiempo completo que no haban terminado los estudios secundarios descendi en un 26% (tomando en cuenta la inflacin). Los salarios de los empleados que nicamente tenan un certificado de estudios secundarios disminuyeron en un 13%, y en un 9% los de quienes haban cursado entre uno y tres aos de estudios superiores (Childrens Defence Fund, 2000: 2). La disminucin del valor real del salario mnimo federal est provocada directamente por el menosprecio cada vez mayor en que lo tienen los dirigentes polticos. Instituido durante el New Deal de Franklin D. Roosevelt, se consideraba entonces un instrumento de justicia econmica, un medio que aseguraba a todos los trabajadores el mnimo necesario para vivir dignamente. Pero cuando se hizo cargo de la presidencia Ronald Reagan, la nocin de justicia econmica haba sido reformulada socialmente as: ms empleos, gracias a menores remuneraciones. La obra de los economistas neoclsicos Milton Friedman y George Stigler en los aos ochenta apuntal la creencia comn de que el salario mnimo constitua un freno importante para la creacin de empleos. Actualmente, los miembros de la elite del poder siguen arguyendo que el salario mnimo es una rmora para el mercado libre. Hablando recientemente ante el Congreso, Alan Greenspan ha declarado que, de poder hacerlo, suprimira el salario mnimo (Wartzman, 2001). De modo que cuando las madres solteras pobres son eliminadas de los registros de la asistencia social porque la sociedad no les reconoce el derecho a la ayuda estatal, ingresan en un mercado de trabajo que no tiene ninguna obligacin de suministrarles un salario mnimo vital. Las madres que se dan de baja en la asistencia social y que apenas han recibido instruccin escolar ingresan en el mundo laboral en el nivel ms bajo, no obstante la rica panoplia de competencias que despliegan la mayora de ellas en materia de gestin de su presupuesto y de su tiempo, de organizacin, consejo, arbitraje, primeros auxilios, programacin de las comidas, preparacin de los alimentos y realizacin de faenas domsticas. Sus aos de experiencia como madres no cuentan para nada: esas competencias no son apreciadas por una sociedad que durante largo tiempo ha considerado improductiva al ama de casa (Crittenden, 2001: 45-64). El hecho de que las madres inscritas en la asistencia social estatal se vean obligadas a renunciar a ella para buscar un trabajo escasamente remunerado demuestra cun poco valor atribuye la sociedad a la tarea que representan los cuidados maternales. En 2002, el valor medio del salario de las madres no casadas que dejaban la asistencia social para tomar un empleo era apenas inferior a 8 dlares estadounidenses por hora, y muchas de ellas cambiaban frecuentemente de empleo (Edelman, 2002). Adems, varios estudios llegan a la conclusin de que los salarios aumentan muy mdicamente -al ritmo de un 1% anual- en el caso de las mujeres que han recibido prestaciones de la asistencia social, incluso cuando trabajan de modo ininterrumpido (Strawn y colaboradores, 2001: 5). Segn un informe acerca de las madres dadas de baja por la asistencia social en Florida y California, sus ingresos anuales medios eran de 13.000 dlares estadounidenses, por debajo del umbral de pobreza, en la mayora de las familias estudiadas (Fuller y colaboradores, 2002). No es sorprendente que, una vez pagados los gastos de guardera y de transporte

antes innecesarios, y tomando en cuenta la reduccin de los cupones de alimentacin, la disminucin de los subsidios federales para vivienda y la prdida de las ventajas del seguro mdico gratuito de quienes dependen de la asistencia social, muchas madres que dejan sta para trabajar declaren pasar mayores aprietos materiales que las que reciben ayuda estatal (Jencks, 1997). De modo congruente con lo anterior, un programa nacional de banco de alimentos informa que en los ltimos cinco aos se ha registrado en nuestro pas un aumento sensible del nmero de personas que pasan hambre o que estn expuestas a pasarla. A pesar del vigor de la economa nacional durante los ltimos cinco a ocho aos, la familia que pasa de las prestaciones de ayuda social al trabajo remunerado descubre demasiado a menudo que debe reducir su presupuesto alimentario o pedir ayuda a una entidad de beneficencia local (Second Harvest, 2002). La alianza del Estado y del capital para mantener los salarios bajos menoscaba el derecho fundamental de todos a ganar su sustento y el de su familia trabajando 40 horas por semana. El nmero de trabajadores que cobran el salario mnimo y que son el principal sostn de sus hogares no es insignificante. Por ejemplo, el 70% de los trabajadores neoyorquinos que desempean empleos retribuidos con el salario mnimo federal (5,15 dlares estadounidenses por hora) son los asalariados principales en sus familias. La agravacin de la insuficiencia de los salarios bajos es producto de una cultura del trabajo rgida que estructura las condiciones de empleo, remuneracin y promocin basndose en los supuestos de un igualitarismo neutral con respecto al sexo, que configura la idea de igual paga por trabajo igual y las reglas para tener xito en la empresa. Esos supuestos son especialmente abrumadores para los trabajadores que perciben bajos salarios, que rara vez quedan compensados por una poltica laboral favorable a la familia. En consecuencia, cuando una mujer asume al mismo tiempo la responsabilidad de prodigar sus cuidados maternales y de un trabajo remunerado, queda de hecho excluida aun de los empleos y de la seguridad econmica mnimos que estaban a su alcance antes de ser madre. Marginadas de la proteccin social La PRWORA de 1996 es una poltica de desarrollo econmico que instaura una serie de dispositivos encaminados a hacer pasar a las personas de la asistencia social al mercado del trabajo en un plazo de cinco aos a fin de reducir su dependencia econmica con respecto al Estado. Su ptica, que se resume en el lema El trabajo ante todo, suministra la lgica que permite alcanzar este objetivo. El trabajo ante todo se funda en la creencia de que la mejor manera de progresar es estando en el mercado laboral y constituyndose un historial laboral, motivo por el cual se impone aceptar inmediatamente un empleo, cualquiera que sea su calidad. La enseanza y la formacin profesionales antes de obtener un empleo slo se financia durante 12 meses: cabe seguir adquiriendo mayores competencias una vez que la persona ha empezado a trabajar, aunque la financiacin correspondiente depende de estrictos criterios de idoneidad (Strawn y colaboradores, 2001: 2). Tambin est determinada por criterios rigurosos la cantidad de horas semanales que debe trabajar una persona dada de baja por la asistencia social. Quienes no cumplen estos requisitos se exponen a perder el acceso a la ayuda pblica en el futuro. Sorprendentemente, los principios de esta poltica, que est destinada a las madres solteras, han sido plasmados segn el modelo del asalariado independiente de sexo masculino. Los trabajadores varones pueden arriesgarse a cambiar de empleo para conseguir un asidero ms firme en su escalada hacia una mejor remuneracin, mayores prestaciones y mayor seguridad. En cambio, es difcil que una madre soltera que ha debido compaginar

laboriosamente los cuidados a su progenie y el transporte para poder trabajar 8 horas diarias eche todo por la borda para tomar un empleo mejor que el que desempea. Despus de una tarde pasada cocinando la cena, haciendo la limpieza, lavando la ropa en la lavandera automtica, ayudando a hacer las tareas de la escuela y ocupndose de baar a los nios, de contarles un cuento y de acostarlos, le quedan pocas energas para buscar un empleo mejor o adquirir nuevas competencias. Adems, dado lo incierto del resultado, parece aventurado privarse de ingresos pagando a alguien que se ocupe de los hijos, a fin de aprovechar la posibilidad de mejorar su instruccin o su formacin profesional. En un estudio reciente de ms de 700 madres con hijos pequeos que dejaban la asistencia social para trabajar en California, Connecticut y Florida, el 30% de las madres que respondieron al cuestionario haban decidido no tomar un empleo o no seguir un programa de formacin, debido a su preocupacin por sus opciones con respecto a la atencin de los nios (Fuller y colaboradores, 2002). La falta de congruencia entre las esperanzas cifradas en la reforma de la asistencia social y la situacin real de las madres pobres arroja dudas sobre la solidez de la justificacin econmica de la reforma.

En la fila de espera del centro de ayuda social, Estados Unidos, 1995. James Leynse/ SABA-REA

Como ocurre con la mayora de las polticas de desarrollo econmico, slo una parte de la legitimidad y de la popularidad de la reforma de la asistencia social se debe a las posibilidades que puede ofrecer de mejora econmica. A fin de cuentas, la proteccin social no slo atae a la pobreza, sino tambin a las mujeres. En realidad, la adhesin casi unnime de los dos partidos polticos a la PRWORA proviene en gran medida de las

ideologas culturales y polticas que esta ley encarna y del modo en que enfoca la problemtica de la reproduccin, de la familia y de los cuidados a la infancia. Segn la Administration for Children and Families Fact Sheet (2001: 1), los objetivos de la PRWORA de 1996 son ayudar a las familias menesterosas de modo que los nios puedan ser atendidos en sus propios hogares; reducir la dependencia al promover la preparacin para el empleo, el trabajo y el matrimonio; evitar los embarazos extramatrimoniales y alentar la formacin y el mantenimiento de familias biparentales. Los valores en que se funda esta ley estn generalmente desfasados con respecto a la realidad de la vida de las madres solteras pobres. Para empezar, el enunciado del objetivo de que los nios sean atendidos en el hogar es desconcertante. Cul es su sentido? Ciertamente, las madres solteras pobres no estn en condiciones de contratar a nieras a domicilio para que se ocupen de sus hijos mientras ellas trabajan. Acaso el propsito sea ayudar a las madres a mantener a sus hijos fuera del sistema de hogares de acogida. De ser as, puede interpretarse como una amenaza no muy sutil: Si usted no se atiene a las normas, le quitaremos los hijos. La horrible realidad es que aun cuando las madres cumplen esas normas, dejando la asistencia social y tomando un trabajo remunerado, sus salarios insuficientes las obligan muchas veces a dejar de pagar el alquiler y los servicios pblicos, exponiendo as a sus hijos, de todas maneras, al riesgo de ser colocados en un hogar de acogida. Si el Estado providente quisiera realmente ayudar a las familias menesterosas, de modo que sus hijos pudieran ser debidamente atendidos en sus hogares, los responsables polticos vacilaran en incitar a salir del hogar a la persona a cuyo cuidado principal estn los nios, en lugar de apresurarse a hacerlo, como ahora sucede. En segundo lugar, conservadores y progresistas comparten la creencia de que hay que reducir la dependencia indefinida con respecto al Estado. Los conservadores hacen hincapi en los intereses de los contribuyentes, proclamando la injusticia social que supone el usar el dinero duramente ganado por el contribuyente para apoyar comportamientos moralmente desastrosos y socialmente destructivos como el que consiste en tener hijos fuera del matrimonio y en situacin de pobreza. Por su lado, los progresistas arguyen que es injusto hacia las madres pobres mantener su dependencia con respecto a una limosna del Estado y querran que tambin se hicieran extensivas a ellas la liberacin duramente conquistada y la concomitante autonoma de que gozan las mujeres de la clase media que trabajan fuera del hogar. Ahora bien, para la madre soltera pobre, la dependencia de una asistencia social estatal suficiente no es necesariamente inhabilitante; antes bien, le permite desempear airosamente su papel maternal con sus hijos pequeos. Eva Feder Kittay (1999: 191) explica: Vernos obligadas a dejar a nuestros hijos en manos extraas o sin ninguna atencin y aceptar cualquier empleo que se nos ofrezca es otra forma de subordinacin, no una liberacin; adems, devala las tareas que la mujer ha asumido tradicionalmente. Por lo general, desgraciadamente, las feministas no han criticado el dogma central de la radiacin del sistema de asistencia social, que las madres solteras pobres deban ser excluidas de sus prestaciones (Mink, 1999). Pocas defienden el derecho de la madre pobre a criar a sus hijos o impugnan la proposicin segn la cual las madres solteras pobres tienen que trabajar fuera del hogar, esto es, deben ser obligadas por la ley a hacerlo (Ibd: 183; las palabras en bastardilla figuran as en el original). En tercer lugar, se propugna la familia biparental como la mejor solucin para acceder a la seguridad personal y financiera, pues en ella se pueden compartir las tareas de criar a los

hijos y de velar por ellos. Sin embargo, para la madre soltera pobre, la perspectiva de casarse con un hombre muy probablemente tan pobre como ella no augura mucho de bueno para una mayor estabilidad de la familia. En el mejor de los casos, el matrimonio representa un trabajo considerable y la situacin econmica precaria no facilita las cosas. Habrselas con otra relacin ms que consume tiempo y energas puede empeorar una situacin ya delicada. No es de extraar que estudios recientes hayan mostrado que las madres tienden a separarse de sus parejas masculinas tan pronto como logran algn aumento, por mdico que sea, de sus ingresos y de su autonoma (Fuller y colaboradores, 2002). Estas tendencias refutan el argumento del Gobierno del presidente Bush de que los programas de promocin del matrimonio mejorarn notablemente la situacin de las beneficiarias de la asistencia social, incluso si responden a los incentivos para que trabajen. En cuarto lugar, los aspectos compulsivos de la averiguacin de paternidad y de la obligacin legal de los padres de contribuir al mantenimiento de los hijos, conforme a las normas de la Asistencia Temporal a las Familias Menesterosas (TANF, Temporary Assistance to Needy Families), reflejan la creencia feminista de que el padre debe asumir una responsabilidad financiera con respecto a sus hijos. Obligar por va judicial al padre biolgico a hacerlo puede ser una buena poltica pblica, pero peligrosa para las madres pobres y para sus hijos. Acosar a un padre iracundo y abusivo para conseguir el pago de una pensin alimenticia puede reavivar viejas animosidades y poner en peligro la seguridad de la madre y de su familia (Mink, 1999; Jencks, 1997). En quinto lugar, la decisin de traer hijos al mundo, perfectamente legtima en una mujer de clase media, se considera un comportamiento patolgico en el caso de la madre soltera pobre, que va a depender de la ayuda estatal para poder atender convenientemente a sus hijos, tenga o no un empleo remunerado (Solinger, 1999: 28). En realidad, se reconoce que lograr que las mujeres pobres no procreen es una de las metas de la reforma de la asistencia social que gozan de mayor aceptacin. La lgica racista segn la cual el modelo cultural afroamericano de la madre soltera es especialmente disfuncional y socialmente destructivo influye notablemente en la demanda de programas financiados por el Estado federal de control de los embarazos y fomento del matrimonio (Neubeck y Cazenave, 2001). Para las madres solteras pobres, y en especial para las de color, esto significa que el Estado cuestiona el derecho mismo a tener una familia. En sexto lugar, progresistas y conservadores parten del supuesto de que un progenitor pobre que trabaja acta responsablemente y, por lo tanto, representa para los hijos un modelo mejor que la madre en el hogar. La feminista tpica alega que la dependencia de la asistencia social degrada a la madre pobre, mientras que el trabajo remunerado le confiere autonoma. El respeto de s misma que consigue al sumarse a las dems madres que trabajan fuera del hogar es ejemplar para sus hijos (Mink, 1999). Por su lado, los conservadores creen que slo se podr abolir la mentalidad de dependencia de la asistencia social cuando los hijos reconozcan las virtudes del trabajo ejemplificadas por sus padres. La creencia de que un progenitor que trabaja induce en el nio un sentido de responsabilidad personal y de respeto de s est tan arraigada que los investigadores quedaron atnitos ante los resultados sorprendentes de un estudio reciente de tres programas de paso de la asistencia social al trabajo, de otras tantas zonas geogrficas. La investigacin revel que los hijos adolescentes de madres que participaban en los programas de transicin de la proteccin social al trabajo tenan ms problemas de comportamiento y resultados escolares peores que los hijos de hogares dependientes de la asistencia social

(Lewin, 2001). Por qu la buena conducta de la madre no se refleja en sus hijos? Aparentemente, las madres trabajadoras, para ahorrar tiempo y gastos, haban transferido sus responsabilidades de custodia a sus hijos adolescentes. Aunque los autores no proponen ninguna explicacin precisa del hecho de que los programas tengan efectos negativos en los adolescentes, formulan las hiptesis de que, posiblemente, las madres que participan en ellos disponen de menos tiempo y de menos energas para vigilar el comportamiento de sus hijos adolescentes una vez que estn empleadas; de que a causa de la tensin del trabajo hayan podido adoptar estilos de crianza ms expeditivos; o de que las mayores responsabilidades que asumen los adolescentes en el hogar cuando sus padres trabajan les hayan resultado demasiado gravosas (Ibd.: 16). Este ejemplo muestra con claridad meridiana cmo los analistas del sistema de proteccin social slo descubren la carga que representan los cuidados maternales cuando, por falta de ella, surgen problemas. Gwendolyn Mink (1999) y Eva Feder Kittay (1999) sostienen que es precisamente esta ceguera ante el verdadero valor de la contribucin de las madres pobres cuando se ocupan de sus hijos lo que impide una autntica reforma del rgimen de asistencia social; una reforma que juegue en favor de la mujer reconociendo y apoyando la realidad de su vida. La atencin de los hijos es trabajo. Al dar la prioridad a los cuidados maternales, las madres solteras demuestran su sentido de responsabilidad. Aunque la mayora de ellas preferira la independencia econmica, no comparten la flexibilidad del varn independiente asalariado, que dispone de tiempo incluso cuando trabaja y que puede cambiar de empleo con mayor facilidad. Tambin puede ser conveniente que las mujeres compartan con su pareja la tarea de criar una familia, pero una mala pareja puede empeorar una situacin ya precaria. Una ley que obliga a las madres solteras pobres a dejar a sus hijos en manos de otros para desempear un empleo demasiado mal remunerado para satisfacer sus necesidades vitales, que considera las limitaciones del tiempo de la mujer como un ndice de escaso rendimiento y que incita a las mujeres a casarse al par que desalienta el embarazo, menosprecia su quehacer maternal, su derecho a tener una familia, su contribucin econmica y el imperativo de liberarse, llegado el caso, de relaciones abusivas. Lo ms importante es que, para disociar la ocupacin maternal de la definicin de un ciudadano responsable, se apoya en premisas androcntricas sobre la primaca de proveer a la propia subsistencia y a la de otros mediante un empleo remunerado. Esta concepcin de la responsabilidad, de la ciudadana y del xito econmico deja a la madre soltera pobre, en virtud de su maternidad, al margen de la ayuda del Estado y del mnimo de seguridad econmica que le aporta. Indudablemente, la reforma del sistema de proteccin social debe defender el derecho de la madre soltera pobre a criar hijos, vacilar en sacarla del hogar mientras sus hijos sean menores y hacer que la empresa que la emplea reconozca y acepte sus responsabilidades maternales. Una autntica reforma debe definir al ciudadano responsable como aquel que no transfiere a otros la carga de atender a sus hijos a fin de quedar enteramente disponible para ejercer un empleo remunerado. Al contrario: un ciudadano responsable, mujer o varn, es alguien que combina los cuidados a sus hijos y el trabajo remunerado, que se gana el pan y se ocupa de su progenie. Conclusin Analizando la marginacin hemos podido discernir las consecuencias social y polticamente fabricadas de un conjunto de relaciones de poder que definen las reglas, normas y

limitaciones, tanto de la PRWORA como del mundo del trabajo en Estados Unidos. En vez de admitir que la mayor pobreza y vulnerabilidad es un riesgo inherente a la maternidad, hemos examinado cmo se recurre a supuestos androcntricos para excluir a las madres de las posibilidades de estabilidad econmica y hemos mostrado que hay que cambiar esos artefactos sociales para proteger a las madres de la inseguridad econmica. El anlisis de estos supuestos muestra tambin cmo construyen definiciones ampliamente aceptadas del xito econmico y el significado de la nocin de ciudadana responsable. Aun cuando la cultura del mundo del trabajo profesa la neutralidad con respecto a los sexos al proteger el derecho de la mujer a una paga igual por el mismo trabajo, las polticas de empleo y de promocin fundadas en el modelo del asalariado independiente de sexo masculino ofician de barreras para impedir los cambios estructurales que podran tener ms en cuenta las sujeciones a que estn sometidas las madres que trabajan. Tambin resulta que la retirada de la ayuda monetaria a las madres que dependen de la asistencia social se funda en el supuesto de que las madres pobres son irresponsables si no trabajan fuera del hogar. La PRWORA tiene por finalidad obligar a la mujer a trabajar fuera del hogar, para que sienta orgullo por ganarse un salario. Los programas encaminados a alentar el matrimonio y a desalentar el embarazo pretenden apoyarlas en este proceso de acceder al respeto de s por medio de la solvencia econmica. Pero nuestro anlisis muestra que este objetivo excluye las tareas que representan los cuidados maternales de una definicin de las actividades socialmente responsables. Cuando la mujer intenta ser a la vez una madre solcita y un agente econmico produce una ruptura en los paisajes poltico y econmico. De modo que, si bien no se obliga a las mujeres pobres a desplazarse fsicamente cuando toman a su cargo los cuidados maternales, las normas y restricciones vigentes juegan para desalojarlas in situ de un acceso equitativo al mercado laboral. Concluimos, pues, que la misin del Estado consiste en elaborar polticas econmicas que desmonten, en lugar de reforzarlas, las premisas androcntricas que estructuran las posibilidades de xito econmico. Una reforma de la poltica oficial relativa al trabajo y a la familia podra incluir horarios y calendarios flexibles como la semana de trabajo de cuatro das y medio, mayores inversiones en atencin preescolar y en educacin inicial, licencias con goce de sueldo por maternidad, por paternidad y para criar a los hijos y permisos por enfermedad sin prdida de salario para atender a un miembro de la familia. Acaso cuando se hayan implantado estructuras orientadas a alentar a los varones a organizar su vida de modo que tambin abarque la atencin a los hijos, como han hecho tradicionalmente las mujeres, un autntico igualitarismo en el centro de trabajo redundar en una igualdad de oportunidades para aqullas que tienen la principal responsabilidad de la reproduccin de la especie humana. Traducido del ingls

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Entre violencia y deseo: espacio, poder e identidad en la formacin del rea metropolitana de Delhi Amita Baviskar

Nota biogrfica Amita Baviskar es sociloga y ensea en la Universidad de Delhi (India). Sus investigaciones giran en torno a los aspectos culturales de la poltica ambiental y de desarrollo. Entre sus publicaciones figura el libro: In the Belly of the River: Tribal Conflicts over Development in the Narmada Valley (Delhi: Oxford University Press, 1995). Email: [email protected]

Introduccin Amaneca el 30 de enero de 1995, y Delhi se despertaba a un nuevo de da de invierno. En el prspero vecindario de Ashok Vihar, los madrugadores salan a dar un paseo matutino, algunos de ellos acompaados por su perro. Al entrar en el parque de la zona, nico espacio abierto de la localidad, uno de esos residentes vio a un joven pobremente vestido que se alejaba con una botella vaca en la mano. Indignado, el paseante atrap al muchacho y llam a sus vecinos y a la polica. Un grupo de propietarios colricos y dos agentes de polica se abalanzaron sobre el muchacho y, en cuestin de minutos, lo golpearon hasta la muerte. La vctima se llamaba Dilip y tena dieciocho aos. Haba llegado a Delhi para presenciar el desfile del Da de la Repblica en las calles de la capital. Se alojaba con su to en una jhuggi (chabola) situada junto a las vas de ferrocarril que flanquean Ashok Vihar. Su to trabajaba en una zona industrial de los alrededores, carente, como todos los polgonos industriales planificados de Delhi, de reas de vivienda destinadas a sus empleados. Los habitantes de las ms de 10.000 chabolas que formaban el campamento compartan tres baos pblicos, dotado cada uno de ocho letrinas, lo que supone un retrete por cada 2.083 personas. De ah que para la mayora de esas personas cualquier espacio abierto de tamao suficiente pudiera constituir, al amparo de la oscuridad, un sitio adecuado para defecar. Pero al utilizar el parque para esos menesteres se granjearon las iras de los residentes acomodados de la zona, que financiaron la construccin de un muro que separara sus residencias de la fealdad e inmundicia de las jhuggis. Al poco tiempo, sin embargo, el muro estaba agujereado, dando acceso tanto a los empleados domsticos que vivan en las chabolas pero se ocupaban de la limpieza de los hogares y coches de los ricos, lavando su ropa y cuidando de sus hijos, como a los delincuentes defecadores. La muerte de Dilip fue por tanto la culminacin de un prolongado enfrentamiento por dominar un espacio en disputa, que para numerosos habitantes materializaba el ideal de vida urbana elegante, un sitio con rboles y csped dedicado al ocio y el esparcimiento, y para otros era el nico lugar cercano que poda hacer las veces de inodoro. Es probable que Dilip, de haber estado al corriente y sabido que la situacin era explosiva, hubiera salido corriendo al ser interpelado, y quiz todava siguiera con vida1.

Aquel incidente me dej sobrecogida. En el curso de mis investigaciones en el centro de la India, escenario de disturbios motivados por los desplazamientos a que obligaba algn proyecto de embalse o de intervencin forestal, as como de procesos de empobrecimiento (no por graduales menos impresionantes) debidos a la incertidumbre en la propiedad de las tierras, haba presenciado muy a menudo la violencia con que el Estado intentaba pisotear las aspiraciones de los sectores desfavorecidos que luchaban por niveles mnimos de subsistencia y dignidad (Baviskar, 2001). Esta vez estaba asistiendo a una disputa similar por el espacio, pero en mi propio patio trasero. Anteriormente haba analizado otros conflictos ligados al medio ambiente en zonas rurales de la India, pero lo que ahora suscitaba mi inters era la forma en que se negocian en un contexto urbano los diversos significados que entran en juego en las luchas por las condiciones del entorno, y cmo esa negociacin se opera a travs de una serie de proyectos y comportamientos. Mi inters ha ido en aumento en los ltimos dos aos, a raz de la iniciacin de dos procedimientos que constituyen poderosas tentativas de reconstruir el paisaje urbano de Delhi. Por un lado, mediante una serie de mandatos judiciales, el Tribunal Supremo de la India ha decretado el cierre de todas las industrias contaminantes de la ciudad que incumplan la reglamentacin vigente, dejando sin trabajo a aproximadamente 2 millones de personas empleadas en unos 98.000 establecimientos industriales o sus empresas subsidiarias. Por otro lado, el Tribunal Superior de Delhi ha ordenado la demolicin y el traslado de todos los campamentos de chabolas situados en terrenos de propiedad del Estado, medida que dejar sin vivienda a ms de 3 millones de personas. En una ciudad de 12 millones de habitantes, la enormidad de tales cambios resulta apenas imaginable. Ambos procesos, desencadenados por una demanda judicial en nombre del inters pblico presentada por grupos ecologistas y de defensa de los consumidores, sealan el nacimiento en Delhi del ecologismo burgus2 como fuerza organizada, y evidencian que las preocupaciones de la clase alta por la esttica, el ocio, la seguridad y la salud empiezan a influir notablemente en la configuracin de los espacios urbanos. Ese ecologismo burgus se conjuga con el autoritarismo del Estado y su inters por crear espacios legibles y ciudadanos dciles (Scott, 1998). Segn Alonso (1994: 382), las formas modernas de vigilancia y control de poblaciones por la autoridad pblica y de organizacin y disciplina laborales por el capitalismo presuponen la homogeneizacin, racionalizacin y compartimentalizacin del espacio. La singular situacin y notoriedad de Delhi como capital de la India no ha hecho ms que exacerbar el afn del Estado de ocuparse de los espacios urbanos: la ciudad de Delhi es importante porque gente muy importante vive en ella o la visita; Delhi es el espejo del Estado-nacin. Como smbolo de las ambiciones modernizadoras de la India, la capital viene siendo objeto de una diligente planificacin desde 1962, ao en que se elabor el primer Plan Maestro con asistencia tcnica norteamericana, concretamente de la Fundacin Ford. El Plan Maestro iba a ordenar el paisaje de Delhi y transformarlo en el ideal del socialismo de Nehru, a medida que la batuta esclarecida del Estado orquestaba la segregacin funcional, conservando por prurito histrico unos pocos resquicios aspticos en forma de monumentos considerados de inters arqueolgico (Khilnani, 1997). Tras la adquisicin de vastos terrenos agrcolas de las aldeas cercanas a la ciudad, se pusieron a disposicin del Organismo de Desarrollo de Delhi (Delhi Development Authority: DDA)3, que tena el monopolio de la transformacin de esos espacios en las zonas que requiere una capital moderna: centros comerciales, sectores institucionales, complejos deportivos, reas verdes, barrios residenciales y polgonos industriales. Esos designios eran tanto ms urgentes cuanto que haba en la ciudad unos 450.000 refugiados hindes y sijs4, llegados masivamente a Delhi desde el nuevo Pakistn e

instalados en asentamientos perifricos, cuyas aguas residuales haban contaminado el suministro de agua potable de la ciudad y causado la muerte por ictericia de 700 personas en 1955 (Saajha Manch, 2001: 5). La preocupacin por el bienestar fsico y social de poblaciones hacinadas se concret en el deseo de planificar la ciudad, que en ese punto converga con el afn modernizador de los nacionalistas. Satisfacer ese deseo pareca incumbir sobre todo al Estado5: la legitimidad de un gobierno nacional aureolado por el prestigio de la lucha de liberacin aada un poder renovado al vetusto rgimen de desarrollo creado por el capitalismo colonial (Luden, 1992), que otorgaba primaca al Estado en la misin de impulsar la civilizacin y el progreso. La lgica de la ciudad planificada Los topgrafos del Organismo de Desarrollo de Delhi no penetraban en territorio vaco sino palpitante de vida y costumbres arraigadas. Seguan coexistiendo las dos Delhis imperiales (Shahjehanabad y Nueva Delhi; Gupta, 1981), a las que se agregaban las nuevas aldeas urbanas cuyas tierras haba adquirido el DDA. Shahjehanabad, la ciudad mogola amurallada, construida en el siglo XVI y reconstruida una y otra vez desde entonces, era un abigarrado mosaico de usos mixtos donde proliferaban en desorden casas, lugares de trabajo, bazares, sitios de culto y dependencias administrativas. Desde el punto de vista colonial, era preciso poner coto a esa aparente anarqua para impedir que germinaran ideas o actos de sedicin. Despus del motn indio de 1857, o primera guerra de independencia, el estado colonial demoli grandes reas de Shahjehanabad y perfor sus entraas con un tendido ferroviario. La ciudad se despobl y reconstituy tnicamente a raz de la Particin de 1947, cuando su nutrida poblacin musulmana huy hacia el nuevo Estado del Pakistn. En 1918 los britnicos haban construido Nueva Delhi en un emplazamiento elevado al Sur de Shahjehanabad, desplazando as de Calcuta a Delhi el epicentro imperial en el subcontinente. El trazado de la ciudad era el reflejo cartogrfico del poder colonial, con lugares como Central Vista, donde el Palacio del Virrey dominaba desde las alturas el Parlamento, el edificio ministerial y los palacios de los mandatarios locales. Las anchas avenidas de Nueva Delhi segregaban al dominador blanco del babus moreno, en una jerarqua perfectamente calibrada de estamentos sociales cuyo signo visible era el tamao de los bungalows, y a la vez ofrecan lugares como oficinas y zonas comerciales donde los poderosos y los nativos podan hacer negocios sometidos a cierto control. La construccin de Nueva Delhi trajo consigo el desplazamiento de los intocables que vivan en la zona Sur de Shahjehanabad, y que desde entonces quedaron confinados a la periferia occidental de la nueva ciudad6. La construccin de la capital de la India independiente empez pues abarcando tanto Shahjehanabad como Nueva Delhi y absorbiendo las tierras de muchas aldeas circundantes. La existencia de esas aldeas urbanas, con sus asentamientos espontneos y la suspensin del derecho de utilizacin de las tierras agrcolas, sigue siendo una anomala y una contradiccin viviente con la lgica de una ciudad planificada. En el proceso de planificacin se plantearon desde el principio ideas muy dispares sobre lo que haba de ser la ciudad en el futuro. Por un lado estaba el modelo de Shahjehanabad, que privilegiaba los usos mixtos del suelo, reconociendo y amoldndose a la complejidad de una sociedad formada por mltiples etnias y clases sociales y caracterizada por la superposicin espacial de distintas funciones. Entre los profesionales del urbanismo haba una corriente que abogaba por este modelo, representada por Patrick Geddes, que haba viajado mucho por la India y diseado los planos de varias ciudades del pas (Geddes, 1915). Por otro lado estaba el modelo modernista, que preconizaba la segregacin espacial de poblaciones y funciones. Los urbanistas no sopesaron los pros y contras de estos y otros modelos para

escoger con conocimiento de causa el que mejor respondiera a las necesidades previstas de Delhi. Aunque a primera vista sea un proceso cientfico y racional, libre por lo tanto de servidumbres polticas, el urbanismo siempre ha girado en torno al poder. Tambin en el caso del Plan Maestro de Delhi, el afn de moldear y controlar ciudadanos y espacios, de marcado cariz autoritario, iba a pesar en el proceso de compartimentalizacin de la ciudad. Para que el proyecto de ejercer un control efectivo tuviera xito era indispensable obtener informacin: el empadronamiento de los habitantes por el censo decenal se complement con su clasificacin en varias categoras econmicas, a las que despus se asignaron zonas separadas en el plano de la ciudad, dividido asimismo en reas de trabajo, residencia, industria, comercio, educacin, administracin y esparcimiento. Mediante sistemas de regulacin como la concesin de licencias, la recaudacin de impuestos o las inspecciones laborales y ambientales, entre otras, se intentaba llevar la contabilidad de la pujante economa de Delhi. El Plan Maestro imaginaba una ciudad modelo, prspera, higinica y ordenada, pero sus autores no entendieron que tal objetivo requera forzosamente el trabajo de una abundante mano de obra de las clases ms modestas para la que los planes no contenan disposicin alguna. De ah que la construccin de la Delhi planificada se acompaara paso a paso, como un reflejo, del crecimiento anrquico de la Delhi espontnea. En los intersticios de las zonas definidas por el Plan Maestro, en los espacios adyacentes a las vas frreas y en los terrenos baldos adquiridos por el DDA empezaron a proliferar campamentos de chabolas erigidos por obreros de la construccin, vendedores y artesanos callejeros y un sinnmero de trabajadores de cuya prosaica existencia no se haban dignado ocuparse los planes. El crecimiento de esas miserables barriadas, por consiguiente, no infringa el Plan Maestro sino que era ms bien su acompaamiento indispensable, su hermano siams. La geografa legal (Sundar, 2001) instituida por el Plan coloc en situacin ilegal a vastos sectores de la clase obrera de la ciudad, agregando un factor ms de vulnerabilidad a su existencia. Mientras tanto el chabolismo se iba perpetuando gracias a un conjunto de transacciones paralelas, concretadas en el soborno sistemtico de funcionarios municipales y en la intervencin de polticos locales. La tentativa urbanstica de instituir una geografa legal inflexible se convirti en un recurso que aprovecharon funcionarios pblicos y aventureros polticos para medrar, intercediendo en tratos que hacan posible la persistencia de las chabolas. Los urbanistas lamentaban la ausencia de voluntad poltica y la aparente impotencia de las autoridades municipales para imponer la ley, sin entender que ellos mismos haban contribuido a crear una situacin que alimentaba los manejos ilcitos. El hecho de borrar (por su situacin de ilegalidad) la necesaria presencia de la clase trabajadora no obedeca pues a un descuido sino ms bien a una voluntad inherente al proyecto de generar y reproducir profundas desigualdades. Se trataba de una ceguera deliberada y sistemtica, una estrategia organizada y amparada por las instituciones para elaborar ficciones sinceras y reproducir as relaciones de poder entre el Estado, el espacio y los ciudadanos (Bourdieu,1977: 171). La ciudad oficial pudo crecer gracias a la presencia de ese mercado de trabajo barato, aunque su proximidad evocara el espectro de la mugre, la enfermedad y el crimen, un monstruo que amenazaba el orden establecido y que desde entonces los poderes pblicos han tratado intilmente de contener. En el proyecto de disciplinar a los pobres confluyeron por lo tanto las mecnicas contradictorias de las dispares soluciones que propugnaban, por su parte, los urbanistas, los polticos y los funcionarios municipales. Segn las circunstancias histricas de cada momento, la situacin se prestaba sea a la negociacin y la adaptacin o bien a la represin y la violencia. Una coyuntura que dio alas a las ambiciones totalitarias de los urbanistas fue

la declaracin del estado de emergencia (1975-1977), periodo en que el gobierno de la Primera Ministra Indira Gandhi suspendi las libertades civiles a fin de mantenerse en el poder7. Con participacin activa del hijo de Gandhi, Sanjay Gandhi (que detentaba el poder real e inconstitucional detrs del trono), Jagmohan, Vicegobernador de Delhi8, proyect y supervis la destruccin de chabolas situadas en el centro de la ciudad amurallada y el traslado de sus habitantes a las cinagas del extremo oriental de Delhi. El estudio de Emma Tarlo sobre Seelampuri (2002), uno de aquellos reasentamientos, califica el estado de emergencia de acontecimiento clave (Das, 1995), revelador de la violencia estructural que vinculaba al espacio el control ejercido sobre personas definidas por su funcin sexual y su pertenencia comunitaria. Las virulentas crticas a que dieron lugar tales excesos despus del estado de emergencia aplacaron la tentacin autoritaria durante dos dcadas. A finales de los aos setenta el sector de la construccin experiment renovados bros en la capital, impulsado por el objetivo inmediato de construir las instalaciones que iban a acoger los Juegos Asiticos de 1982. Ese proyecto, presentado como un envite de prestigio nacional, brind al DDA un pretexto para contravenir su propio Plan Maestro y suspender las normas de procedimiento a fin de cerrar dudosos tratos con empresas constructoras. La edificacin de grandes edificios, instalaciones deportivas y apartamentos de lujo (para albergar a los atletas participantes, aunque posteriormente se han convertido en residencias de funcionarios de alto rango) atrajeron a la ciudad a cerca de un milln de trabajadores de otros estados, que una vez concluidas las obras se quedaron en Delhi en busca de un nuevo empleo, instalndose a menudo en barrios de chabolas a la sombra de las moles de hormign que ellos mismos haban construido. A principios de los ochenta algunos polticos locales toleraban e incluso alentaban su presencia, facilitndoles tomas de agua potable y cartillas de racionamiento para comprar productos subvencionados. Los gobiernos populistas del municipio estaban dispuestos a ocuparse de los inmigrantes, pero slo hasta cierto punto. Si bien sus preocupaciones no pasaban de ofrecerles vivienda barata o servicios pblicos como saneamiento, suministro elctrico, escuelas y dispensarios, ello dio a los obreros un momentneo respiro en su batalla por encontrar donde vivir alrededor de sus lugares de trabajo. Pero a finales de los ochenta, al ver peligrar su monopolio a causa de las nuevas polticas de liberalizacin econmica, el DDA empez a buscarse un nuevo cometido en asociacin con constructoras privadas. Uno de los pasos que dio en esa direccin fue la transferencia de tierras en arriendo a cooperativas inmobiliarias, generalmente constituidas por urbanistas, que construyeron sus propios complejos de apartamentos en el Este y el Noroeste de Delhi. Otras familias ms acomodadas se trasladaron a los nuevos barrios que estaban levantando inmobiliarias privadas en el extremo suroccidental de la ciudad. Este sector social deseaba nuevas viviendas y espacios dedicados al recreo y el comercio (dos actividades amalgamadas en la idea de hacer compras como forma de esparcimiento). Esa demanda no satisfecha hizo aumentar el valor de la propiedad raz en la ciudad, lo que incit al DDA y el gobierno de Delhi a acelerar sus planes de desarrollo urbano con objeto de obtener mayores beneficios (tanto legales como ilegales). La urgencia de urbanizar los solares a fin de acomodar en ellos actividades comerciales y una serie de proyectos urbanos gigantescos (autopistas, pasos elevados, promocin inmobiliaria de las mrgenes del ro, etc.) exigan la desaparicin de los barrios de chabolas asentados en terrenos de propiedad del Estado. Una vez ms, el Plan Maestro del DDA pretenda orquestar una transformacin que hiciera de Delhi un espacio urbano ideal, regido por el proyecto de gobierno, o lo que es lo mismo,

por el capital nacional (en trminos tanto materiales como simblicos). Pero el deseo de los urbanistas de instaurar el cambio de forma controlada y ordenada se ha visto continuamente frustrado por la indisciplina intrnseca de las personas y los lugares. Pronto quedaron patentes las limitaciones de las modernas tcnicas de poder que eran esenciales para practicar la planificacin. Result imposible generar datos numricos con la exactitud requerida hoy en da por toda iniciativa poltica (por ejemplo estimaciones y proyecciones de las distintas categoras de poblacin y de sus modalidades de produccin y consumo), debido a la magnitud, el dinamismo y la complejidad de los fenmenos de los que pretendan dar cuenta esas cifras. Appadurai (1993: 317) explic que los sistemas de recuento eran fundamentales para crear la ilusin de que la administracin dominaba la situacin y para sostener una imagen colonial en la que las abstracciones cuantificables relativas a la poblacin y los recursos, de cualquier ndole y con todo tipo de fines, engendraban la sensacin de una realidad autctona controlable. Aunque tener datos que esgrimir sigue siendo un recurso interesante para justificar intervenciones, su dudosa exactitud y el hecho de que nunca deparen los resultados previstos convierten esos datos en un arma de doble filo. As, por ejemplo, el Tribunal Supremo reproch hace poco al gobierno de Delhi que ofreciera estimaciones diversas y contradictorias del nmero de establecimientos industriales existentes en la ciudad y que no pudiera aportar informacin precisa sobre sus actividades productivas. Por si fuera poco, los elevados niveles de contaminacin atmosfrica e hdrica en la ciudad dejaban a todas luces patente su incapacidad para controlar a esas industrias. Al igual que las actividades econmicas desbordan y subvierten las taxonomas creadas por los poderes pblicos para regular la vida de las poblaciones urbanas (la categora industria familiar, por ejemplo, permite una combinacin de trabajo familiar y personas contratadas, con niveles de cualificacin y condiciones de empleo variables), la divisin cartogrfica del suelo urbano en usos funcionales concretos se desvirta ante un cmulo de actuaciones ilegtimas: trabajadores sin vivienda (ni medios para pagarse los costos de transporte) que se aglomeran en torno a sus lugares de trabajo; mafias que negocian arreglos entre las autoridades municipales y quienes disponen de capital para adquirir y utilizar terrenos ilegalmente; y dirigentes polticos que alientan la ocupacin ilegal de tierras con la idea de conquistar futuros votos entre sus desamparados ocupantes. Negociar las contradicciones La dependencia recproca entre los ocupantes ilegales y sus padrinos polticos o entre intermediarios especuladores y quienes andan en busca de terrenos, sin olvidar al burcrata de bajo nivel que se beneficia cerrando los ojos a las infracciones, da lugar a una sucesin de complicidades que se oponen al sueo burgus de rehacer la ciudad. El Plan Maestro del Estado se resquebraja ante las resistencias tanto internas como externas. Los desplazamientos necesarios para crear una Delhi verde y limpia se han visto frenados por las delicadas ecuaciones polticas de las que pende la legitimidad del Estado. El control ordenado de poblaciones y lugares no puede descansar exclusivamente en la fuerza bruta, aunque el proceso de aplicacin de las decisiones del Tribunal Supremo se haya visto salpicado por varios enfrentamientos violentos. Personalidades de todo el espectro poltico de la ciudad reconocen que su destino electoral depende del apoyo de los capitalistas pero tambin de los sectores ms desfavorecidos, habida cuenta de su peso numrico. Obligada a negociar las contradicciones que plantea tan dispar electorado, la administracin municipal ha hecho gala de gran versatilidad ante las resoluciones judiciales: desde ganar tiempo o pedir que se cambie la reglamentacin hasta apaciguar a los jueces con nuevos planes,

apresurndose a la vez a garantizar a los colectivos amenazados que defender sus intereses. La fragmentacin del poder poltico (consecuencia en parte de que Delhi sea no slo una ciudad sino tambin la capital de la India) ayuda a crear intersticios de ambigedad y actuaciones irregulares (espacios de jurisdiccin imprecisa) en los que un nmero pasmoso de autoridades pueden ir pasndose el muerto de una a otra sin que se adopte medida alguna.

Una mujer busca sus pertenencias en las ruinas de un tugurio demolido en el Centro de Nueva Delhi en junio del 2000. Arko Datta / AFP

Como caba esperar de un colectivo heterogneo, los industriales de la ciudad han reaccionado de forma muy variable. Para una minora de grandes empresarios, dueos de fbricas situadas en el centro de la ciudad, esta crisis es la oportunidad de obtener pinges beneficios reconvirtiendo sus terrenos en espacios comerciales o de oficinas. Otros se han trasladado a una nueva periferia, los polgonos industriales del vecino Rajastn, donde probablemente seguirn contaminando a placer. Muchos propietarios de pequeas empresas alegan que la implantacin de aparatos de control de la contaminacin o la adopcin de tecnologas no contaminantes har econmicamente imposible su funcionamiento; o en otras palabras, que sus beneficios dependen de la explotacin del medio ambiente. Es bastante probable que algunos fabricantes y pequeos productores simplemente cierren su negocio, dando paso con ello a tecnologas que requieren una cuantiosa inversin de capital. La capacidad de salir airoso de un desplazamiento depende del capital material y simblico del que uno disponga. El Tribunal Supremo emiti instrucciones destinadas a indemnizar tanto a los fabricantes como a sus empleados. Sin embargo, los derechos de los trabajadores estn supeditados a su reconocimiento como tales, o dicho de otro modo: tendr derechos quien figure oficialmente en la nmina del personal. Ahora bien, la misma lgica de ahorro que lleva a los fabricantes a no cumplir las leyes contra la contaminacin los incita a recurrir a trabajadores que no aparezcan en la nmina. El ddalo de procedimientos de contratacin y subcontratacin del trabajo, concebidos para reducir al mnimo los costos laborales y afianzar el dominio de los capitalistas, impide que buena parte de los trabajadores accedan a la condicin de desplazados y tengan as derecho a percibir compensaciones de una determinada empresa. Este proceso de reestructuracin de la economa urbana deja en situacin de total desamparo a los obreros contratados por horas, que no tienen la menor estabilidad laboral y forman el colectivo ms frgil de entre los grupos ms modestos de la ciudad. La precariedad y volubilidad de sus condiciones de trabajo, adems de impedir que se organicen polticamente, cubre con un tupido velo la violencia ejercida contra esos trabajadores. Libre, en el sentido doblemente irnico de Marx, de vender su fuerza de trabajo donde le plazca sin poseer capital alguno, la clase obrera de Delhi vive mayoritariamente el desplazamiento como una constante de su existencia. Los sindicatos que representan a la minora de obreros industriales registrados oficialmente han recurrido a los tribunales y convocado manifestaciones multitudinarias9 para protestar contra el cierre de establecimientos industriales y el desplazamiento de trabajadores. Sus argumentos oponen las preocupaciones medioambientales a los intereses de la clase obrera. Una acusacin frecuente es que shahar ko sundar banane ke liye ameer log mazdoor ke pet par laat maar rahe hain (para embellecer la ciudad, los ricos estn pateando a los pobres en el vientre). Pero sta es una explicacin parcial del complejo itinerario poltico que conduce a los desplazamientos, pues al ecologismo burgus y los planes generales se suman otros procesos de reestructuracin capitalista y promocin inmobiliaria. Por lo dems, el programa ecologista no est reido con los intereses de la clase trabajadora, que al fin y al cabo suele ser la ms expuesta a condiciones de vida y de trabajo peligrosas desde el punto de vista ambiental. La obligacin econmica de trabajar en situacin de riesgo y la impotencia poltica resultante de la falta de organizacin, aunadas a la inoperancia de los poderes pblicos a la hora de aplicar la reglamentacin laboral y medioambiental, dan la impresin de que en los conflictos existe antagonismo entre puestos de trabajo y medio ambiente. Delhi es una ciudad donde una gran mayora pugna por conquistar un modesto terreno en la lucha por el espacio y el empleo, y centra sus aspiraciones domsticas en conseguir servicios de saneamiento, agua potable y electricidad en los esculidos

asentamientos donde habita. Dada la absoluta incertidumbre laboral en que viven esos individuos, resulta inconcebible que se permitan hacer preguntas sobre las condiciones de trabajo, el salario, la seguridad o los riesgos ambientales. Por regla general, las organizaciones de trabajadores no han sabido explicar que la seguridad y el saneamiento del entorno vital y laboral es tambin un objetivo prioritario de los trabajadores. Como observa Ravindran (2000: 116), Cuatro dcadas de urbanismo en Delhi, que han marginado progresivamente a los ms humildes y al medio ambiente urbano, sirven para simular ahora un encuentro entre ambos. Medio ambiente para quin? El deseo burgus de lograr una Delhi verde y limpia ha hecho causa comn con el capital comercial y el Estado para negar a los pobres su derecho a un medio ambiente sano. Aunque quienes penan por ganarse el sustento lo consideren un artculo de lujo, al prestar atencin a las luchas por el empleo y la vivienda entendemos lo que el medio ambiente significa para los distintos grupos a medida que pasa el tiempo y que se van constituyendo en torno a las protestas ligadas a la creacin de espacios. La proliferacin de campamentos de chabolas en deplorables condiciones y la situacin de ilegalidad de la humilde clase trabajadora que los habita son consecuencia directa de procesos de desplazamiento previstos en el Plan Maestro. El monopolio del Estado sobre el suelo urbano, combinado con su desidia a la hora de construir o propiciar la construccin de viviendas baratas legales, hace del chabolismo la nica salida posible. Aunque para los burgueses la invasin de terrenos desfigure el paisaje, las jhuggis representan para sus habitantes una enorme inversin de trabajo y capital a fin de convertirlas en lugares habitables: coordinarse con otros vecinos, determinar la ubicacin de calles y parcelas, instalar desages, mejorar los materiales de construccin, negociar con las autoridades municipales y solicitar letrinas, escuelas y dispensarios. La ostensible diferencia que hay entre los campamentos de chabolas relativamente nuevos y los que tienen ya unos aos demuestra a las claras el carcter progresivo de los esfuerzos que se dedican a la creacin de viviendas y barrios habitables. Con el tiempo las chozas de plstico y tejado de bamb dan paso a viviendas ms slidas de yeso y ladrillo, se procede el trazado de calles y desages y ante la puerta de cada casa aparecen hileras de tiestos de plstico reciclado con rosas y plantas sagradas de albahaca, que dan testimonio de una vacilante esperanza de continuidad. Esa esperanza no es una quimera insensata. Los habitantes de las chabolas saben que, si superan las dificultades y peligros inherentes a su situacin de ilegalidad, el hecho consumado de la ocupacin de terrenos puede ser un poderoso argumento en favor de su reconocimiento oficial como residentes. Con el paso del tiempo sus demandas de regularizacin se van tornando ms convincentes, y el Estado legaliza las viviendas o les propone emplazamientos alternativos en reas de reasentamiento en la periferia de la ciudad. Habiendo aprendido a anticipar esta secuencia de conflicto y solucin pactada, los pobladores precarios y sus valedores polticos colaboran gustosos en las iniciativas de invasin de terrenos, asumiendo el riesgo de desplazamiento con la esperanza de conseguir en el futuro el reconocimiento oficial y la propiedad de la tierra. Las chabolas, al igual que las industrias contaminantes o ilegales que a ojos del Tribunal Supremo constituyen una violacin de la ley, son para sus habitantes la materializacin de largos aos de componendas, perpetuadas con la plena complicidad de las instituciones responsables de aplicar la ley. Esas relaciones de conflicto y negociacin, forjadas a expensas de los sueos y esperanzas de un futuro mejor que alimenta la clase trabajadora, hunden sus races en una profunda violencia estructural. Con su promesa de facilitar pequeas reas de vivienda en

zonas de reasentamiento, el Estado sabotea los esfuerzos colectivos de los residentes de las chabolas que se han movilizado para mejorar y defender sus humildes moradas, haciendo frente a equipos de demolicin y reconstruyendo obstinadamente sobre los escombros. Movidos por el deseo de conseguir una vivienda legal y un slido asidero en la economa incierta de la ciudad, esos habitantes abandonan la lucha colectiva en aras del beneficio individual. Cuando llegan los camiones municipales para llevar a la gente a las inhspitas zonas de reasentamiento de los suburbios y los funcionarios empiezan a agitar los papelitos que prometen una parcela en esos eriales, se produce una enorme barahnda y todos corren a desmantelar la casa que pacientemente construyeron ladrillo a ladrillo durante aos para poder ser los primeros en subirse al camin. Al llegar a las zonas de reasentamiento, meras extensiones de tierra sin servicios de ningn tipo, los nuevos pobladores acometen una vez ms la titnica empresa de imaginar y construir lugares habitables. As, con el trabajo de los ms desfavorecidos, con su sangre, sudor, lgrimas y anhelos, se cumple la misin civilizadora y de progreso del Estado. El modo en que se forma la clase obrera de Delhi tambin perpeta necesariamente su identidad de poblacin inmigrante, que entraa pertenencia a algn otro lugar e impide por lo tanto que sus integrantes sean reconocidos oficialmente como habitantes de Delhi de pleno derecho, acreedores por ello al conjunto de derechos civiles y oportunidades sociales que ese estatuto confiere. Pese a la historia de Delhi como ciudad de inmigracin, cuyos habitantes son en su inmensa mayora inmigrantes de primera o segunda generacin, el origen forneo se utiliza selectivamente para estigmatizar a determinados grupos sociales. Nadie discute la legitimidad de los intentos de los burgueses por construirse una genealoga que explique su presencia en Delhi, pero en modo alguno se admiten tales pretensiones en los desheredados. Ver a los ms humildes como inmigrantes y advenedizos recin incorporados al estilo de vida urbano es una estrategia para privarlos de la condicin de ciudadanos. Semejante mecanismo acta tambin sobre las identificaciones colectivas. Entre 1996 y 1999, cuando el municipio y el estado de Delhi estaban en manos del BJP (partido nacionalista hind), se elimin de los registros electorales el nombre de miles de musulmanes que vivan en chabolas, aduciendo que se trataba de inmigrantes ilegales originarios de Bangladesh. Se aprovech la presencia de musulmanes de habla bengal (supuestamente bangladeshes) para privar del derecho de voto a todos los musulmanes, en un contexto en el que no haba pruebas fehacientes de su nacionalidad. Para impedir que Delhi reciba una avalancha de inmigrantes, el BJP se ha apresurado a implantar un sistema de vigilancia basado en cdulas de identidad, que podra muy bien convertirse en un modo de favorecer a determinados grupos sociales y excluir y estigmatizar otras identidades culturales. Los dispositivos de "cerrojo" de este tipo explotan la intranquilidad de la burguesa ante la perspectiva de una infraestructura urbana devastada y sus temores por la escasez de agua y electricidad, el aumento de la criminalidad e insalubridad y la proliferacin de lugares e individuos al margen de la ley. Conclusin: reformar o transformar Delhi? En Delhi, los sectores desfavorecidos han respondido a esas tentativas autoritarias adoptando diversas estrategias de iniciativa, negociacin y resistencia. Han ejercido su derecho de voto (los bancos de votantes que la burguesa desdea), utilizado redes de parentesco, entablado regateos desiguales con polticos y empresarios, lanzado movilizaciones colectivas a travs de asociaciones de vecinos y, ltimamente, intentado crear una coalicin que agrupe a organizaciones de chabolistas, sindicatos y organizaciones no gubernamentales. Desde hace tres aos, esta coalicin, llamada Saajha Manch (Foro

conjunto), viene criticando con dureza el Plan Maestro de Delhi, censurando la ausencia de procesos participativos en su concepcin e insistiendo en las profundas desigualdades que existen en el aprovechamiento de los recursos urbanos. Esas variadas acciones, a la vez sociales y espaciales, aspiran a democratizar el desarrollo urbano, aun cuando para ello tengan que subvertir los planteamientos en boga sobre la cuestin del medio ambiente y el desarrollo. Este artculo demuestra que el desarrollo urbano planificado, al igual que otros mecanismos de formacin del Estado, aspira a transformar las relaciones entre espacios y habitantes, desplazando y empobreciendo por el camino a vastos sectores de la poblacin. En el caso de Delhi, ese proceso de creacin no consiste nicamente en reproducir el Estado a escala nacional e internacional y obtener recursos para operar la reestructuracin capitalista, sino que conlleva tambin intervenciones destinadas a mejorar la calidad del entorno urbano, y por ende la calidad de vida, de la burguesa de Delhi. Para sta, como para los inmigrantes pobres, los procesos por los que crea un espacio llevan la doble impronta de la violencia y el deseo (Malkki, 1992: 24), en la medida en que los desplazamientos chocan frontalmente con el sueo de una vida mejor. Las estrategias de estas personas para conseguir vivienda y empleo, ejes fundamentales del ser social y la identidad, descansan en la negociacin de parcelas de poder mltiples y cambiantes (Moore, 1998). Ms que interpretar la habilitacin del espacio como proyecto de gobierno, he intentado centrarme en la aplicacin prctica de ese gobierno (Li, 1999), es decir, las contradicciones y concesiones que transforman radicalmente ese proyecto. Con tal anlisis pretendo desentraar y entender los complejos factores que determinan el ejercicio del urbanismo por parte del personal subalterno cuando intenta intervenir en los desiguales procesos de creacin de espacios e identidades que son inherentes al proyecto de desarrollo urbano. Traducido del ingls Notas 1. La violencia no acab aqu. Cuando un grupo de habitantes de las chabolas se congreg para protestar por aquel asesinato, la polica abri fuego y dio muerte a otras cuatro personas (PUDR, 1995). 2. Utilizo los trminos burgus y clase alta para referirme al grupo social que en Delhi se reconoce instantneamente por su atuendo, comportamiento y lenguaje. Se trata de profesionales padhe-likhe (instruidos) y adinerados o de personas que pertenecen al mundo de los negocios, dueos en conjunto del capital, tanto material como simblico. 3. El Organismo de Desarrollo de Delhi (Delhi Development Authority: DDA) fue creado por ley aprobada por el Parlamento en 1957, con el objetivo de contener el crecimiento catico e improvisado de Delhi. 4. En 1941 la ciudad contaba con 917.000 habitantes. En 1951 su poblacin haba aumentado en ms de un 50% debido a la afluencia de refugiados. 5. Aunque la intervencin del Estado se daba por descontada, se debati hasta cierto punto el alcance de esa intervencin, cosa que demuestra la correspondencia entre Nehru y Gandhi sobre la planificacin centralizada o la industrializacin de iniciativa pblica como alternativa al populismo agrario.

6. La circunscripcin electoral de Karol Bagh, situada al oeste de Delhi, est reservada an hoy a los candidatos de castas catalogadas, cuyos miembros siguen siendo muy numerosos en la zona. 7. Aduciendo irregularidades de procedimiento, el Tribunal Superior de Allahabad haba anulado la eleccin de Indira Gandhi como parlamentaria, y el gobierno de sta haca frente a una oleada creciente de protestas sindicales y estudiantiles. 8. Tras pasar una temporada en el exilio cuando el partido del Congreso perdi el poder al trmino del estado de emergencia, Jagmohan vio renacer su carrera poltica al ser nombrado Gobernador de Jammu y Cachemira en el momento lgido de la insurgencia en ese estado. Tras cambiar de bando y sumarse a las filas del BJP, fue designado Ministro de Desarrollo Urbano de la Unin, y desde ese cargo sigui impulsando los proyectos de limpieza urbana que l mismo haba iniciado durante el estado de emergencia, aplicando estrictamente las resoluciones judiciales que decretaban el cierre de industrias y el traslado de los campamentos de chabolas. Aunque sus desvelos merecieron el aplauso de la burguesa, los polticos del BJP en Delhi, inquietos por las consecuencias de tanto celo sobre sus resultados electorales, lograron que fuera alejado de su cargo en septiembre de 2001. 9. Esas manifestaciones se han visto limitadas por las estrictas medidas que regulan el uso de los espacios pblicos en Delhi. Durante varios aos no se han autorizado actos de protesta a menos de cierta distancia del Parlamento ni en zonas de la ciudad donde realmente pudieran influir en la conciencia pblica. Encerradas en el permetro de espacios autorizados, como los terrenos que hay detrs del Fuerte Rojo, las compactas multitudes de manifestantes tienen dificultades para hacerse ver y or, lo que resta notoriedad a su causa. Referencias ALONSO, A. M., 1994. The politics of space, time and substance: state formation, nationalism and ethnicity, Annual Review of Anthropology, 23, 379-405. APPADURAI, A,. 1993. Number in the colonial imagination, en C. Breckenridge y P. van der Veer (comp.), Orientalism and the Postcolonial Predicament, Filadelfia: University of Pennsylvania Press. BAVISKAR, A., 2001. Written on the body, written on the land: violence and environmental struggles in central India, en N. Peluso y M. Watts (comp.), Violent Environments, Ithaca, Nueva York: Cornell University Press, 354-379. BOURDIEU, P., 1977. Outline of a Theory of Practice, Cambridge (Reino Unido): Cambridge University Press. DAS, V., 1995. Critical Events: An Anthropological Perspective on Contemporary India, Delhi: Oxford University Press. ESCOBAR, A., 1995. Encountering Development: The Making and Unmaking of the Third World, Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press.

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Posesin y desplazamiento en el paisaje tnico de Kuala Lumpur

Andrew Willford

Nota biogrfica Andrew Willford es Profesor Ayudante de Antropologa en la Universidad de Cornell (Estados Unidos). Entre sus publicaciones ms recientes, cabe mencionar: "Weapons of the meek: ecstatic ritualism and strategic ecumenism among Tamil Hindus in Malaysia", Identities, 9(2), 2002; y "Anthropology (and nationalism)", en The Encyclopaedia of Nationalism, vol. 1, Alexander Motyl (ed.), 2001. Email: [email protected]

La ideologa del desarrollo del Estado malayo se materializa en su capital, Kuala Lumpur, donde la elite poltica dirigente ha configurado una ciudad que fusiona, en su horizonte en transformacin, un alto grado de modernismo con motivos del Islam. Configurar una ciudad iconogrfica como seal visible de una promesa de modernidad es un aspecto esencial de la ideologa nacional del Estado. Este esquema de desarrollo urbano, junto con generar riqueza y poder para algunos, tambin apunta a impresionar a un observador extranjero y a crear una temtica tnica nacional. El hecho de construir la identidad malayo-islmica como elemento moderno de la nacin no slo ha desplazado a la minora tamil ("indios") en los planos cultural, espacial y poltico sino que ha acentuado tambin la ambivalencia entre los malayos en cuanto a sus propias identidades culturales, lo que supone otra forma de desplazamiento. Una consecuencia de este discurso moralizador del desarrollo ha sido la aparicin de una conciencia tnica ms aguda. En el presente artculo, sugiero que un fetichismo represivo por la modernidad malayo-islmica suscita una extraa reaccin no moderna, tal como la encarna el espacio tamil-hind y la alteridad que representa frente a la ideologa nacional Los tamiles desvirtan el estigma que marca cada vez ms su cultura dentro del enclave urbano a travs de afirmaciones de valor espiritual. Al investigar la revitalizacin tamil y la inversin tnica que entraa, exploro la ambivalencia de la resistencia cultural centrndome en las prcticas rituales y en las divisiones que generan entre los seres y las comunidades. Aunque haya numerosas formas de desplazamiento (como se demuestra en el presente nmero), sugiero que investiguemos tambin el modo en que las identidades surgidas socialmente poseen a los sujetos que las han producido, generando simultneamente atentados contra la trascendencia simblica y un reconocimiento de la dependencia y los poderes (y la propia identidad) concedidos slo a travs de la sumisin. En esta "oscilacin insensata" sumamente contradictoria (Hegel 1999: 34), en la que el ser resiste al espejo alienante de s mismo que es el Otro, sin embargo termina por negar el ser al tratar de superar la dualidad de su existencia, y es, como lo entenda Hegel, una "conciencia infeliz" y compulsiva.

Al igual que en la lucha dialctica entre amo y esclavo, esta condicin existencial es exacerbada dentro de la imagen interpolada de s mismo de un grupo subordinado y cuando intenta destruir el trauma de la significacin, los poderes de la resistencia son circunscritos no slo por el poder material, sino tambin por la compulsin inexorable a significar y, por ende, a negar y trascender una identidad prohibida o herida, cuya repeticin ubicua es alimentada por su propia imposibilidad (Freud). El Islam modernista realizado: Kuala Lumpur La islamizacin malaya del espacio urbano en el pas ha sido y sigue siendo uno de los objetivos primordiales del gobierno de Malasia. La importancia econmica dada a la industrializacin y, en una poca ms reciente, a la tecnologa avanzada, con la consiguiente afluencia de capital extranjero a travs de las empresas multinacionales, ha hecho que cundan sus detractores tanto entre los malayos de los medios rurales y como entre los educados de las ciudades. Un movimiento islmico, as como la fuerza creciente del ABIM (Movimiento Juvenil Islmico), dieron pbulo a la formulacin de un modelo alternativo de desarrollo nacional opuesto a la estrategia procapitalista del gobierno, estigmatizada cada vez ms como una forma de "elitismo" occidentalizado ( Khoo 1995; Ackerman and Lee 1988). Para desvirtuar las crticas islamistas, el gobierno, dirigido por el Primer Ministro Mahathir Mohammad, ofreci su propio programa de islamizacin. Propuso soluciones a la pobreza del pas, que incluan, entre otras cosas, la asistencia econmica del gobierno y cuotas especiales, as como la necesidad de proceder a una mayor institucionalizacin del malayo como lengua nacional. Tras calificar a los malayos de lentos, perezosos y culturalmente atrasados, se les diriga el siguiente discurso modernista: la clave de la justicia econmica y social reside en una interpretacin y una aplicacin correctas del Corn. La razn de ser de la aceleracin de la industrializacin y del progreso cientfico estriba en su congruencia con el Islam. Adems de buenas palabras, se necesitaban actos para ganar terreno a los islamistas. Se dio entonces prioridad a los resultados, en forma de ventajas econmicas tangibles para los malayos, as como a la aplicacin de la legislacin islmica y a la subvencin de la educacin. Se limitaron los derechos y actividades de los no malayos y de los no musulmanes en aras de la "Unidad Nacional" y de la preservacin de la alianza entre la UMNO (Organizacin Nacional Malaya Unida), la MCA (Asociacin China de Malasia) y el MIC (Congreso Indio de Malasia). Segn de Certeau (1984: 95), la ciudad islmico-modernista responde a una estrategia razonada dirigida a fortalecer el amor propio malayo, a la vez que sirve de "hito totalizador y casi mtico de las estrategias socioeconmicas y polticas..." Este autor afirma que la ciudad misma se convierte en un "tema universal y annimo" dentro de una narrativa estatal. La "Utopa" del Islam, la ciencia y la prosperidad son la apoteosis de la Vision 2000 de Mahathir programa de accin para que Malasia alcance la condicin de "nacin plenamente desarrollada". Para que Kuala Lumpur adquiera una identidad malayo-islmica bien definida se necesita, irnicamente, una enorme contribucin de capital extranjero y de capital chino local, as como mano de obra india. Sin embargo, la ciudad hace las veces actualmente de texto ideolgico primordial para la nacin moderna. No slo posee los edificios ms altos del mundo, las Torres Petronas, sino que ostenta tambin varios nuevos

rascacielos que exaltan motivos arquitectnicos islmicos. La transformacin del espacio simboliza la recin constituida nacin malaya: una nacin moderna y prspera que rememora y promueve el Islam. El perfil de la ciudad en el horizonte y todo lo que simboliza llega a los hogares del resto del pas a travs de imgenes y cantos patriticos difundidos por la televisin varias veces al da. Pese a las consecuencias sociales "negativas" provocadas por la rapidez de la transformacin urbana, muchos malayos me expresaron su respaldo al programa del Primer Ministro. Y reiteradamente o decir que ello "prueba" al mundo cun grande puede ser la sociedad musulmana, refutando los prejuicios de los medios de comunicacin occidentales contra el Islam tema que destaca tambin la prensa malaya. El Primer Ministro sostiene que "retirarse del progreso" (posiblemente el programa de la oposicin islmica), significara someterse la "hegemona de Estados Unidos". Por consiguiente, el gobierno tiene la obligacin de impulsar el "discurso utpico y urbanista" y, como afirma de Certeau (1984: 94), "reprimir todas las contaminaciones fsicas, mentales y polticas que lo comprometeran". Esas contaminaciones son extraas en un sentido freudiano justamente porque exigen la represin de los llamados elementos culturales malayos con influencia india. Por ejemplo, el Pusat Islam (Centro Islmico), que funciona como un ulim nacional (intrprete del Islam), ataca los aspectos no islmicos de la cultura malaya, que son considerados "hindes" o "animistas" (en su retrica a menudo se les confunde o, en el mejor de los casos, se estima que el primero es ligeramente ms "avanzado" que el segundo en esa teologa). Los malayos que practican formas del Islam consideradas no agmicas corren el riesgo de ser acusados de apostasa. Y reiteradamente las prcticas culturales malayas que se sospecha arrancan de fuentes indias hinduistas han sido objeto de reformas o simplemente extirpadas. El propio Mahathir (1986: 19, citado por Khoo 1995: 52) escriba: "El hinduismo y el animismo....haban moldeado y controlado la psique malaya antes del advenimiento del Islam... Para que los malayos se convirtiesen en musulmanes, era preciso borrar esas antiguas doctrinas y reemplazarlas por una fe islmica profunda y clara." Suele afirmarse que el hinduismo encuentra eco en buena parte de la cultura de Malasia y en las creencias inconscientes de muchos de sus nacionales. Un miembro de los crculos acadmicos me explicaba que el gobierno ha de suprimir el hinduismo porque se encuentra muy "cerca de la superficie" de la conciencia malaya. Un nuevo foco de alteridad dentro del modernismo malayo-islmico, la identidad del "indio", slo puede entenderse a la luz de las posturas coloniales y raciales y de la poltica de representacin tnica de la Malasia postcolonial, que superan el mbito del presente artculo (Kessler 1991: Hirschman 1986). No obstante, el afn apremiante de definir y de aislar al "autntico malayo" de la influencia "hind" desmiente la insignificancia y la incertidumbre de su impronta en el sujeto malayo perteneciente a la emergente clase media. Por cierto que una amenaza india "real" no producira la ansiedad que embarga y posee a los sujetos tnicos. Ms bien, su inestabilidad y vacuidad constituyen el alarmante vaco que ha de llenarse con significacin. Como afirma Heidegger (1993: 101): "...en el malestar de la ansiedad tratamos a menudo de romper la inmovilidad vacante con una charla compulsiva que slo demuestra la presencia de la nada". Pero la ideologa en s es esencial en la prctica cotidiana. La transformacin de Kuala Lumpur ha desplazado, entre otros elementos, a muchos de sus antiguos residentes. Los barrios obreros, habitados mayoritariamente por no malayos,

suelen ser el blanco de los proyectos de renovacin urbana. Los conglomerados (muchos de ellas de indios) han sido y siguen siendo rasadas por excavadoras, con una compensacin miserable para los afectados. Y las concentraciones urbanas de esa ndole que subsisten acusan elevados ndices de pobreza y desempleo (INSAN 1989). Los tamiles como no modernos A menudo los "indios" (tamiles) son sindicados en Malasia de vagos, sucios y deshonestos. Se acusa injustamente a los varones de aficin a la bebida, mal trato a sus esposas y fanfarronera, a la vez que se caracteriza a las mujeres como vctimas pasivas de la violencia conyugal los que, debo sealar, suelen ser autoestereotipos recogidos en anlisis periodsticos entre los propios tamiles. Ello indica que los estigmas se han interiorizado. Los no indios con frecuencia me previnieron contra los "indios", y una personalidad muy respetada de la elite de esa comunidad lleg a afirmar que "indios se estn convirtiendo rpidamente en los negros de Malasia", refirindose tanto a la connotacin racista del trmino en Estados Unidos como a las nociones de atraso debido a la raza tcitamente admitidas en Malasia. Aadi: "Los tamiles desbrozaron la tierra y enriquecieron a los malayos... Estos ltimos y el Dr. Mahathir no tienen nada de qu vanagloriarse... Los malayos acaudalados de la alta sociedad prosperan en agudo contraste con los tamiles miserables y sucios de las chabolas". Es evidente que tales estereotipos no slo son un resabio de actitudes coloniales, sino que se basan en interpretaciones tendenciosas de las prcticas culturales contemporneas de los tamiles. Tales prcticas son ms ostensibles en los enclaves urbanos. A veces algunos indios de clase media me manifestaron temores ante los riesgos que podan correr en los sectores habitados por tamiles de extraccin obrera. Un estudiante universitario, activo participante en las organizaciones reformistas hindes, lo confirm declarando sin rodeos: "Algo muy malo sucede all abajo". Otro indio perteneciente a la elite hizo tambin su comentario: "Los tamiles son la peor raza...Usted ha elegido para su estudio al ms deleznable de los pueblos". Tales actitudes reflejan tanto los problemas socioeconmicos evidentes que aquejan a los tamiles pobres, como las nociones de superioridad cultural que suscitan discriminaciones espaciales y culturales. A su vez, una sensacin de crisis impregna la atmsfera de los enclaves tamiles, que se suma a la competencia y a la envidia, as como al grado de desesperacin que viven muchos de ellos. El alto nivel de inseguridad existente entre los tamiles queda de manifiesto en la alarmante proporcin de suicidios, y la idea de que el alcoholismo y la delincuencia son endmicos en los enclaves donde stos residen (Gopal 1995). Procesin y posesin Las angustias que padecen los tamiles desfavorecidos se evidencian tambin en la creciente popularidad de los ritos colectivos de posesin de los espritus. El rito y peregrinacin tamil ms importante en Malasia es el Thaipusam. El festival se caracteriza por sus formas extravagantes de penitencia. La prctica ms popular consiste en el transporte de un kavadi, que es un palanqun esmeradamente decorado que carga la imagen del dios Murugan. Est fijado en las carnes de los fieles con pequeos garfios o, lo que es ms impresionante, con pas largas y aguzadas. Segn las informaciones existentes, en 1995 y 1996 los festivales del Thaipusam atrajeron respectivamente a alrededor de un milln de individuos, en su mayora obreros tamiles (Willford 2002a). Tambin se han

apoderado del festival los polticos malayos indios, que rivalizan por obtener dividendos electorales para sus partidos (Lee 1989; Collins 1997). Otro festival cuya popularidad va en aumento entre los malayos hindes es el Adi Puram. Por no tener una proyeccin nacional ni destacarse en los medios de comunicacin como el Thaipusam, arroja una luz ms localizada sobre el ritualismo tamil. Su significado aqu se debe al papel que cumple en la demarcacin del espacio "indio" dentro de una topografa tnica. Durante el mes de Adi (julio-agosto), cuando la estrella de Puram se sita en una determinada trayectoria, existe la creencia de que Sakti, consorte del dios Siva, desciende a la tierra. El festival honra su fertilidad, y ha estado tradicionalmente vinculado con la fecundidad de la diosa. Un culto especial ha de celebrarse en su honor en todos los templos de Sakti. La vspera, se pasea la imagen de la diosa por el patio del templo o las calles adyacentes. Esto se conoce como el urvalam o el ratham la procesin que reconoce el reino de la divinidad (Hart 1975). El cortejo sigue un recorrido circular en torno al templo a fin de que la deidad mire en todas direcciones. Esta accin de "mirar" permite que los que ven queden benditos y, a gracias a la contemplacin simblica de la divinidad, la bendicin llega a los confines de la tierra. Representa tambin la aspiracin territorial a contar con un soberano divino, reproduciendo los ritos de las procesiones que exaltan la majestad real en Asia Meridional, en los que se reclaman territorios y el espacio est impregnado de espiritualidad. Tal vez esto resulte significativo en Malasia, donde los enclaves urbanos indios sufren las presiones del desarrollo. El da del festival se procede a una inmersin ceremonial de la imagen de Sakti, seguida de un bao ritual de los fieles. Algunos, que han formulado un voto y se han preparado espiritualmente a menudo mediante una dieta especial vegetariana, ayuno y abstinencia, empuan el kavadi como una ofrenda a la diosa, o Sakti, y su manifestacin como Kalimman y Mariamman. Presenci las festividades del Adi Puram en dos oportunidades en Kuala Lumpur, en un barrio conocido por la presencia de ocupantes ilegales, viviendas modestas y albergues colectivos adyacentes al enclave indio.4 La vspera del festival, cientos de devotos se reunieron en uno de los dos templos entre lo cuales tendra lugar la procesin. Tras la ofrenda de la puja (devocin) a Kalimman, el palanqun del templo que transportaba a Kali adornada con guirnaldas se dirigi en procesin hacia otro templo de Sakti, dedicado a Mariamman, a unos dos kilmetros de distancia. Al atravesar un campo y penetrar en un pequeo kampung (pueblo), unos doscientos fieles cantaron "Om Sakti, Jaya Sakti" (diosa Sakti, victoriosa Sakti). Un grupo de nios encabezaba la procesin de devotos. Enarbolaban banderas malayas de material plstico. Me pregunt que tena que ver con la diosa ese despliegue patritico fuera de que su festival se produce en una fecha prxima al da de la independencia de Malasia. Pero, a medida que entrbamos en el kampung, fui observando que en su mayora los espectadores eran malayos o trabajadores emigrantes indonesios. Mis informantes indios me haban explicado que los malayos no se sienten cmodos en los festivales y santuarios hindes, pues creen que esas celebraciones y lugares de culto atraen y albergan "espritus malficos". Sin embargo, penetramos en lo que pareca ser un kampung malayo,

trasportando una imagen de Sakti y salmodiando a voz en cuello "Jaya Sakti" frase que los malayos entienden, ya que Jaya es tambin el trmino utilizado en su idioma para designar la victoria o el xito. Sospechaba que los alardes de patriotismo tal vez fuesen dirigidos a contrarrestar cualquier reaccin negativa durante la procesin. Cuando menos, quizs el aspecto provocador de la afirmacin ritual era acallado por las banderas. Retrospectivamente, sin embargo, la procesin y su despliegue de la bandera, interpretados segn la lgica del soberano divino hind, afirman una presencia y reclaman un espacio dentro de la nacin y del territorio urbano de su capital. En todo caso, una docena de policas haban acudido para "mantener el orden". Pero no hubo incidentes, pese a lo cual percib cierta tensin en el ambiente durante la procesin cuando la mirada de los malayos se posaba en los participantes hindes. Esa aldea era un sector de reasentamiento de ocupantes ilegales. Numerosos malayos y trabajadores indonesios, inmigrantes recientes, se instalaron en el borde del camino para ver pasar la procesin. Parecan mirar con un desasosiego mezclado de fascinacin. Por fin llegamos a algunas casa indias. La procesin se detuvo en cada una de ellas y los Pusaris (sacerdotes) bendijeron a los bebs y a los nios. Las familias presentaron bandejas de plata con frutas como ofrenda a la divinidad. Los fieles se encontraron nuevamente en el templo de Kali a las siete de la maana del da siguiente. All se prepararon tranquilamente par los ritos del kavadi y del pal kudam (pote de leche). Tras media hora de marcha hasta el otro Templo de Satki, se ofrendaron los kavadis en una puja en la que una llama de arati se agitaba ante ellos. Despus del bao ritual, las devotas mujeres deshicieron sus trenzas y se soltaron la cabellera. Se estima que ello permite que su "poder" circule libremente, ya que el cabello es un depositario importante de la potencia en la cultura tamil (Hart 1975). A medida que los msicos hacan resonar los tambores a una cadencia hipntica, los fieles empezaban a tambalearse y a caer en trance. Despus de respirar varias veces profundamente, inmovilizaban sus lenguas y bailaban de manera frentica aunque estilizada. Sacaban la lengua, indicando la presencia de Kali mediante la invocacin de su postura despiadada ms famosa la de destructora sedienta de sangre de los hombres autosatisfechos. Varias mujeres sollozaban sin control, y otras parecan agitadas. Cuando los sacerdotes lo consideraron "necesario", liberaron a algunas del trance untndoles la frente con vibhuti (ceniza sagrada) y recitando mantras. Dos de los sacerdotes se burlaron de la conducta bruscamente desinhibida de las mujeres indias habitualmente reservadas. Frente a esa actitud, una de ellas los trat de "sucios". Dos mujeres me explicaron que los sacerdotes no tenan necesariamente "buena reputacin", y que disfrutaban contemplando a las jvenes en trance. Sin embargo, son considerados importantes pues ellos, y slo ellos, conocen las mantirams (mantras) indispensables. La mayor parte de las mujeres en trance y que llevan potes de leche son jvenes y solteras. Una razn frecuente de que formulen un voto, a veces presionadas por su familia, es obtener suficientes bendiciones de la diosa para encontrar un buen marido y fundar una familia. Una mujer me dijo: "Los Pusaris estiman que deben dar una leccin a las muchachas si stas se agitan demasiado". El hecho de que ellos, los sacerdotes, todos varones, puedan poner trmino a un estado de trance aplicando vibhuti es un signo de autoridad espiritual, de jerarqua del gnero y de control de las peligrosas fuerzas "femeninas". Algunas mujeres en trance ofrecieron sus lenguas a los sacerdotes y a los hombres de la muchedumbre (imitando a Kali). Y entonces los sacerdotes les perforaron la lengua con un

Vel (lanza). As se unen simblicamente Sakti y Siva (principios femenino y masculino). Esta representacin iconogrfica completa el proceso de transformacin en una manifestacin cabal de Sakti, la divina consorte de Siva. Al mismo tiempo, es el Vel el que simboliza a Sakti, o el poder en Siva. Sin embargo, los poderes incontrolables y peligrosos asociados con las mujeres (Sakti) se aplacan gracias a este acto de unin y de sumisin a la "lanza invencible" (Vel) del dios.

El festival Thaipusam en Kuala Lumpur, Malasia. Patrick Ward / NETWORK

La posesin por Sakti es uno de los idiomas codificados del reconocimiento de derechos a las mujeres. La idea se expresa claramente en las pelculas tamiles, fuente primordial de modelos culturales al alcance de los tamiles malayos de la clase obrera. Esa representacin es la adaptacin moderna de relatos mitolgicos en los que Sakti desempea el papel de destructora de los machos demonacos (Fuller 1992; O'Flaherty 1975). Como Sakti/Kali, encarnan una diversidad de diosas opuestas a la vanidad masculina en la sociedad patriarcal. El hecho de mostrar la lengua y de danzar sin inhibiciones con la cabellera al viento es una "antiestructura" coherente con la mitologa. Las mujeres bailaban, reaccionaban violentamente contra los sacerdotes y dems varones, gritaban, rean a mandbula batiente y sollozaban. Algunas muchachas golpeaban a otras mujeres de ms edad, a sus maridos y a sus hermanos. Existe la creencia de que el comportamiento mostrado durante el trance no "pertenece a la persona". De ah que sea posible expresar y hacer lo indecible. Sin embargo, que ese fenmeno pueda interpretarse como una "implosin hermenutica" (Dirks 1994) de la jerarqua de los gneros sera mucho decir, pues la complicacin reside en que las protestas se sitan en el marco de los modelos culturales disponibles. Por otra parte, el culto y la posesin por Sakti representan tambin un contradiscurso crtico una evocacin irnica de la sumisin. Esto es, que los ms duramente agraviados son a la postre reconocidos por la diosa, independientemente de su clase, gnero y posicin. Esta interpretacin se presta para deducir que el auge de la posesin y el ritualismo ligados a Sakti en Malasia ha llegado a constituir un signo fluctuante dirigido alternativamente contra la presencia paternalista del Estado con su narrativa de modernismo islmico y contra los valores indios patriarcales. Respondiendo a mis preguntas, la mayora de los fieles sealaron que el "renacimiento" del ritual era una respuesta directa a la invasin que supone la presencia urbana de los malayos islamistas. El signo fluctuante, o sntoma, en el sentido que le da Lacan, es un indicio de la calidad fetichista del deseo, un reconocimiento parcial de su fuente ambivalente y, por ende, un sometimiento compulsivo a lo espiritual encarnado en el sujeto disociado que ocupa una posicin de subordinacin, en sentido material como simblico. Cuando se preparaban para cargar el kavadi, los hombres permanecan tranquilamente sentados en taburetes o con las piernas cruzadas en el suelo. Los sacerdotes los untaban con vibhuti (ceniza) antes de ceir los garfios de metal en las espaldas y el pecho de los devotos. Algunos tambin llevaban Vels clavados en la lengua o incluso en las mejillas. Otros varones portaban tambin frutas o pequeos potes de leche colgados en el cuerpo como una ofrenda a la diosa. Los hombres tenan una actitud ms solemne que las mujeres. Bajo el sol de medioda, los kavadis y pal kudams iniciaron su largo recorrido hacia el templo de donde la procesin haba partido ms temprano. Alejndose del templo, y despus de atravesar de da el kampung, los malayos y los indios salieron de sus casas para observar el ritual. Dirigindose del pueblo hacia la Autopista Federal de Kuala Lumpur, la procesin avanz por el borde de la carretera mientras los coches y motocicletas disminuan la velocidad o se detenan para contemplar el espectculo. Una vez ms, una buena proporcin de los que miraban con vivo inters eran malayos. A medida que los kavadis llegaban uno tras otro al templo, los potes de leche eran ofrendados a la diosa derramndolos sobre su imagen. Dentro del santuario del templo, las mujeres bailaban con abandono al son de cantos piadosos a medida que anocheca. Muchas se encontraban an en trance profundo o haban vuelto a sumirse en ese estado. Numerosos fieles participaron en una demostracin de marcha sobre el fuego al caer la noche. Como esto ocurra junto a una plataforma al margen de la autopista, una gran

multitud de espectadores malayos miraban desde la orilla o encaramados en sus motocicletas, que se haban apiado a lo largo de la carretera. Un muchacho indio me dijo que los malayos "caan en trance con mucha facilidad" por lo que les sera difcil observar el ritual mucho tiempo. Cit un comentario reciente del Pusat Islam (Centro Islmico) que criticaba la "danza del caballo", un baile malayo del estado de Johor que provocaba trance, como una prueba de que el "trance" era algo "muy natural para los malayos". A su vez, el poder de los dioses hindes era tan grande, aadi, que ningn malayo podra resistrsele. Dados los interrogantes que plantea el presente artculo, cabe ahora preguntarnos qu se produce gracias a ese ritual. Son numerosos los aspectos que valdra la pena analizar; sin embargo, el poder, la ambivalencia y la constitucin de jerarquas intratnicas y basadas en el gnero, as como las fronteras intertnicas (espaciales y simblicas), sern objeto de anlisis en esta seccin de conclusiones. Vista desde ese ngulo, la cuestin de la resistencia como un texto "oculto" que sirve de forma incipiente de movilizacin poltica (Scott 1990) constituye un problema. Casi todos los devotos con los que habl insistieron en que la razn de su participacin resida en el "poder" aterrador con que la diosa poda intervenir de manera tangible en sus vidas. Una anciana sin domicilio, desgreada, llamada por algunos "nagamudi" (pelo de serpiente), con dotes de mdium, se haba sometido al poder de Kali porque su nico hijo estaba encarcelado en la antesala de la muerte por trfico de drogas. La esperanza y la desesperacin se mezclaban en sus esfuerzos por trascender sus padecimientos mediante una comunin exttica con la divinidad. La clera que le provocaba su desventura se objetivaba en ella a travs de la diosa iracunda. Manifestaba, a su vez, su ambivalencia frente a otros tamiles gracias al personaje furioso y despreciativo que demostraba ser cuando caa en trance. Su desprecio se diriga especialmente contra los hombres. Cabe afirmar que el trance y el culto ligados a Kali suponen una inversin y una crtica de la jerarqua y la opresin resultantes del gnero. Pero ello asume una forma alienada y ambivalente en este rito, tanto en la teologa del hinduismo tamil como en su materializacin a partir de un enclave social sumamente marginal que la genera. Examinemos el trance en s un espacio controlado en que los sacerdotes varones deciden los puntos de entrada y salida de ese estado a travs de prcticas rituales. En tal sentido, el ritual reinscribe tambin la jerarqua al generar esferas de control masculino del desorden y el furor femeninos. Se reconstituyen las relaciones entre los gneros, aunque de manera ambivalente, al concluir el rito. Por consiguiente, este ejemplo puede desmentir la sugerencia de Dirks (1994) de que el desorden dentro del trance es siempre subversivo y una amenaza al orden simblico. En el lenguaje de Barthes, podra afirmarse que los signos denotativos de la imagen ritual, a medida que poseen a los participantes, "naturalizan el sistema del mensaje connotativo". O, de acuerdo con la lectura que Zizek hace de Lacan (1989), podra afirmarse que la fantasa es un tipo de sumisin al orden simblico (incluso en su transgresin) y que por ende "excluye" el trauma real generador de la fantasa. Otra participante, "Padma", me confi que haba tenido la esperanza de que la diosa la ayudara a encontrar marido. A los 27 aos de edad, como obrera en una fbrica y con estudios secundarios solamente, tena escasas posibilidades de atraer a un consorte. Adems, haba prestado recientemente la totalidad de sus modestos ahorros a un novio que, despus de ofrecerle matrimonio, haba desaparecido. Triste y desilusionada, se haba convertido en ferviente devota de Kali, impulsada por una ta soltera, que era a su vez mdium. Ambas expresaban para m una actitud de ambivalencia ante los "varones

indios". Los amigos y parientes de la ta tenan que sujetarla durante el rito debido al desenfreno que provocaba en ella el trance. La ms joven se someti al rito tranquilamente, pero cuando las dems a su alrededor cayeron en trance, bruscamente se manifest en ella el estado de posesin. Ms tarde, mientras descansaba despus del rito, se sinti sumamente avergonzada cuando sus primos, sobrinos y sobrinas se burlaron de ella por "haber tenido el Amman" (ser poseda por la diosa). Al relatarme su experiencia, me expres, por un lado, su pavor ante la capacidad de Kali de apoderarse de ella de ese modo, y, por otro, la esperanza de que no volvera a ser presa de semejante "marbo" (locura). Sin embargo, como saba que su ta, por ser mdium, ocupaba una posicin marginal en la comunidad tamil, senta temores de que le esperara un destino semejante. Junto con declararse confiada en que no sera poseda sistemticamente, finalmente un ao despus sigui los pasos de su ta. Su marginalidad, como la de los dems en esa zona tamil de clase obrera, produca y concretaba expresiones de poder espiritual a travs del ritual. El poder de la diosa de enderezar la situacin de desamparo de una comunidad ayuda a reconstruir el encalve tamil, invistindolo de inmanencia espiritual, pero reconstituyendo a la vez, con ambivalencia, la identidad del individuo (espiritualmente poderosa, aunque estigmatizada) y la inversin psquica en la identidad "india". Y, lo que es interesante, numerosos tamiles (como el mencionado anteriormente en el ritual), me dijeron que los dioses hindes inspiraban temor a los malayos en particular Kali y que el vigoroso renacimiento del Adi Puram y su celebracin audaz era desconcertante para ellos. Por esa razn, me explic otro tamil, la polica tena que poner orden para impedir que los malayos desvirtuaran el hinduismo. En este caso el estigma de hinduismo en el discurso pblico malayo-islmico se transformaba gracias al ritual en la base del "poder" tamil. Aunque uno pudiese interpretar esta negacin simblica como una subversin o "transcripcin oculta" en un sentido, yo creo que, al observarla a travs de una premisa fenomenolgica informada por prcticas materiales y espaciales, surge un cuadro ms complejo y decididamente "desdichado". Como sealbamos ms arriba, las zonas urbanas donde vive la clase obrera india estn en vas de transformacin. Se trata de sectores codiciados, prximos al corazn de la ciudad. Los obreros indios, adems de padecer la inseguridad econmica, han de hacer frente al desalojo y a la destruccin lisa y llana de sus comunidades a fin de liberar los terrenos exigidos por el gobierno en el marco de los proyectos que considera indispensables para la modernizacin de Malasia (Willford 2002b). Los enclaves indios, a la inversa de sus equivalentes chino y malayo, disponen de menos influencia poltica ejercida a travs de sus representantes elegidos. Sin embargo, es esencial para dichos enclaves contar con apoyo de esa ndole a fin de asegurar su supervivencia. Adems, la orientacin decididamente "india" de esos barrios constituye una calamidad urbana para los planificadores islmicos modernistas de la ciudad. Los trabajadores indios ven la situacin de modo muy diferente. La afluencia de emigrantes malayos a la ciudad, unida a la llegada en los aos 1980 de miles de emigrantes internos e inmigrantes indonesios a esos mismos espacios, han generado una inseguridad que adquiere ribetes tnicos y religiosos. Un hinduismo dogmtico y el resurgimiento de ritos de posesin en las zonas marginales traen consigo una agudizacin de la conciencia tnica. Adems, el MIC saca partido de la inseguridad tnica erigindose en campen de de los templos y escuelas tamiles en esos enclaves. Numerosos tamiles temen que, sin en apoyo del MIC, la transformacin del espacio urbano prosiga sin

contrapeso. De hecho, el MIC ha hecho un esfuerzo para fomentar el hinduismo y registrar legalmente los templos de ocupantes ilegales (muchos de los cuales estn condenados a ser destruidos en Kuala Lumpur), as como para obtener autorizacin para la celebracin de ritos. Las tensiones entre los ocupantes ilegales malayo-indonesios e indios benefician tanto a los partidos polticos indios como a los malayos, que tratan de actuar como mediadores, pero que en definitiva rompen lanzas por los intereses de su comunidad. El conglomerado descrito en este estudio, por ejemplo, termin por ser representado por la UMNO y no por el MIC, como ocurra con anterioridad. Como consecuencia de este cambio, uno de los templos descritos anteriormente fue demolido y otro tanto sucedi con el albergue colectivo del lugar. Ms elocuente, para nuestros objetivos, fue la forma en que esta dinmica poltica exacerb la conciencia tnica y provoc un nuevo trazado de las fronteras entre las etnias. En ese sentido, la realizacin de ritos es tambin una manifestacin de etnicidad que marca una separacin espacial y cultural. Resistencia y desplazamiento La resistencia tnica est tambin cargada de ambivalencia. Aunque un estigma se invierte mediante el ritualismo, la inversin es parcial, y es as como hemos visto la aparicin de jerarquas basadas en el gnero dentro del propio ritual. Adems, la reproduccin cultural del espacio indio es tanto seal como fuente de estereotipos, muchos de los cuales han sido parcialmente interiorizados y resistidos por los que moran en su seno (por ejemplo, los varones violentos, el atraso, la irracionalidad, el peligro). Con un enfoque ms amplio, la creacin de enclaves indios, y los ritos extticos que se practican dentro de ellos, son un sntoma de atraso para la ideologa del modernismo islmico. Como resultado de lo cual las elites indias hacen todo lo posible por no confundirse con la cultura de la clase trabajadora y su presentacin dramtica de los ritos. La posesin en ese espacio, expresin y sntoma de desplazamiento, fomenta, en virtud de su negacin, no slo la aversin y la separacin recprocas entre las fronteras tnicas, sino tambin formas de diferenciacin basadas en la posicin y la clase social. Desde este punto de vista, cuando James Scott (1990) habla de "transcripcin oculta" para referirse a la poltica disfrazada de los dbiles, debemos aadir ciertas calificaciones. Scott sostiene que la transcripcin oculta es una zona potencial de resistencia al margen de la mirada y el control directos de los que dictan los trminos de la transcripcin pblica, o ideologa dominante. Sita en los ritos de reversin, la deferencia exagerada, los cantos, el chismorreo y el discurso oral, una exploracin de los lmites de la "infrapoltica" que, a su juicio, pueden constituir formas incipientes de revolucin. Un problema evidente que plantea esta formulacin de resistencia es que supone un anlisis en dos niveles de la sociedad los dominantes y los dominados. Por cierto que lo que Scott puede calificar de "infrapoltica" al ser expresado por los tamiles en el ritual debe tambin interpretarse como intrapoltica es decir, como constitutivo de una jerarqua interna a travs del propio ritual, y que provoca el desprecio entre los tamiles de la clase media que, a su vez, estn subordinados, polticamente hablando, a los malayos. Dicho en trminos sencillos, el problema del "medio" est lisa y llanamente ausente del anlisis de Scott. La psicologa de la subordinacin, el sometimiento y el desplazamiento no est debidamente desarrollada, como tampoco las numerosas formas que adopta la complicidad en las sociedades multitnicas regidas por un sistema tnico de separacin. Esto es, su interpretacin de la hegemona es estrictamente ideolgica en un sentido no dialctico, y por consiguiente implcitamente emplea el sujeto racional que el presente artculo pretende negar. Es efectivo que los tamiles en mi ejemplo no concuerdan con la ideologa del modernismo islmico

patrocinada por el Estado, ni tampoco aceptan conscientemente el estigma o el racismo que padecen en los estereotipos de todos los das, pero ello no significa que la poltica de identidad no acte de manera hegemnica y fetichista. El ritual del Adi Puram, como he sealado, no slo ha reproducido jerarquas basadas en el gnero, sino que ha desempeado tambin un papel en la reproduccin de las fronteras tnicas espaciales e ideolgicas en vez de impulsar la cooperacin intertnica entre ocupantes ilegales. En este clima de revitalizacin tnica y religiosa, el nico partido socialista realmente multitnico el Partai Rakyat Malaysia, ha visto declinar su popularidad entre los ocupantes ilegales y los sectores desfavorecidos de las ciudades. Como lo demostrara Lacan (1977), la produccin de un ser social est siempre cargada de ambivalencia y dualidad. La "imagen" es interiorizada parcialmente y produce un sujeto necesariamente dividido. Las expectativas de los dems los estereotipos pasan a formar parte de nuestra imagen de nosotros mismos. Es decir, leyendo esto con una perspectiva prctica, la dialctica entre el Yo y el Otro exige la mediacin del poder, la clase, la posicin y el peso poltico que se les atribuye. Por consiguiente, el papel del estado-nacin, un divulgador y generador clave de ideologas culturales, es esencial en la produccin de identidades sociales. Por ejemplo, los indios experimentan una sensacin aguda de ambivalencia cultural en razn del discurso del modernismo islmico patrocinado por el Estado. Como son "indios", producen tambin su identidad "india" en el reflejo del estigma que afecta a la cultura tamil de la clase obrera (y viceversa). Dicho en trminos sencillos, las categoras tnicas generan ambivalencias. El ingrato y tautolgico problema de la etnicidad es desastroso para el futuro poltico de Malasia y la fuente de su sometimiento patolgico en la actualidad a las ideologas tnicas. Esas ideologas, aunque en la actualidad sirvan los intereses de los polticos de la elite y de sus protectores, siguen siendo inestables y reconocidas parcialmente como vacuas y factor de ansiedad, ya que los sujetos se ven posedos por su peligroso potencial sea abiertamente, lo que supone una amenaza de clase contra el nacionalismo "ilegtimo" fomentado por la elite; o insidiosamente, lo que conduce a los delirios etnocidas de lugares como Burundi o Bosnia (Appadurai 2000). El reconocimiento parcial de este "real" vacuo alimenta la compulsin a significar aunque sea para silenciar parcialmente los espectros de la violencia y la agitacin de clase. Podramos relacionar este fetichismo frente a la etnicidad con la visin que ofrece Freud de la proyeccin y el desplazamiento represivos hacia el Otro de lo extrao y deseado a la vez, aunque slo sea para la catarsis del dominio neurtico de s mismo. Es concebible y, como ya he dicho, probable que ritos semejantes a los que la ideologa islmica fomentada por el Estado les pide que extirpen de su cultura y su psique despierten en los malayos rechazo al mismo tiempo que incomodidad y fascinacin; y que el tab, unido al reconocimiento de la malayidad de los indios, sea una fuente de deseo. Pero este tipo de interpretacin es insuficiente si no se determinan las condiciones sociales de su aparicin. Parte de esa tendencia, he afirmado, debe inspirarse en el sistema de representacin y patrocinio polticos en Malasia. Gracias a una inversin prctica en formas tnicas de educacin, instituciones religiosas y atribucin de puestos de trabajo, la frontera cotidiana de la etnicidad se torna en parte natural. Sin embargo, si se ignora la dimensin psquica, como suelen hacerlo ciertos especialistas en economa poltica, es imposible entender los placeres y la culpabilidad compulsivos que dan a los fetiches su calidad corprea, aunque no reconocida como trascendente. En ese sentido, Freud puede prestar ayuda a una crtica marxista de la ideologa. En efecto, afirmar la indianidad implica una inversin psquica y material en formas tnicas de representacin y patrocinio polticos que, a la postre,

contribuyen a encauzar el problema del sufrimiento de clase de los pobres de las ciudades hacia el comunitarismo y el fetichismo tnico. Traducido del ingls Notas * La labor de terreno realizada en Malasia, entre junio de 1994 y diciembre de 1996, fue financiada por la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Research, el Consejo para el Sudeste Asitico de la Asociacin de Estudios sobre el Asia, y la Universidad de California (San Diego, Estados Unidos). Vayan mis agradecimientos a Jim Siegel, Suzanne Brenner, F. G. Bailey, Shelley Feldman, Chuck Geisler y Louise Silberling por sus atinadas observaciones, su entusiasmo y su estmulo. 1. Los tamiles representan menos del 10% de la poblacin de Malasia. Dentro de la comunidad tamil, ms del 80% son hindes (Rajakrishnan and Daniel 1984). De acuerdo con lo sealado en un informe (INSAN 1989), ms del 90% pertenecen a la clase obrera. 2. Para conocer con ms detalle la ideologa del desarrollo de Mahathir Mohammad, vase Khoo (1995). 3. Muchos integrantes de la elite no malaya estiman que al gobierno no le queda ms remedio que "aplacar a los fanticos". De ah que estuviesen dispuestos a renunciar a su posicin social privilegiada siempre que siguiera aplicndose una poltica de liberalismo a la actividad privada. 4. El gobierno acoge en albergues a algunas familias cuyas viviendas ocupadas ilegalmente han sido destruidas. Normalmente, las familias que han residido muchos aos (veinte o ms) en la misma casa, y han recibido facturas por consumo de agua y electricidad durante cierto tiempo, tienen derecho a alojamiento en los albergues. Referencias ACKERMAN, S. and LEE R. 1988. Heaven in Transition: Non-Muslim Religious Innovation and Ethnic Identity in Malaysia. Honolulu, HI: University of Hawaii Press. APPADURAI, A. 2000."Dead certainty: ethnic violence in the era of globalisation" in Meyer, B. and Geschiere, P. (eds), Globalisation and Identity: Dialectics of Flow and Closure, 305-324, Reino Unido: Blackwell. BARTHES, R. 1977. Image, Music. Text. New York: Hill and Wang. COLLINS, E. F. 1997. Pierced by Murugan's Lance: Ritual, Power, and Moral Redemption Among Malaysian Hindus. DeKalb, IL: Northern Illinois University Press. DE CERTEAU, M. 1984. The Practice of Everyday Life. Berkeley. CA: University of California Press. DIRKS, N. 1994. "Ritual and resistance: subversion as a social fact" in Dirks, N. B., Eley, G. and Ortner, S. B. (eds), Culture/Power/History: A Reader in Contemporary Social Theory. 483-503, Princeton, NJ: Princeton University Press. FREUD SIGMUND. Ms all del Principio del Placer. Obras Completas. Tomo II.

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La construccin del Estado y la nacin bengales: una nueva mirada sobre la Particin y los desplazamientos Shelley Feldman*
Nota biogrfica Shelley Feldman ensea sociologa del desarrollo en la Universidad de Cornell. Entre sus publicaciones recientes sobre el Asia meridional figuran: Intersecting and contesting positions: world systems, postcolonial, and feminist theory, REVIEW 24(3), 2001, 343-371; Exploring theories of patriarchy: a perspective from contemporary Bangladesh, SIGNS 26(4), 2001, 1097-1127; y Metaphor and myth: gender and Islam in Bangladesh, en Rafiuddin Ahmed (comp.), Understanding the Bengal Muslims: interpretative essays, Oxford, Oxford University Press, 2001, 209235. Email: [email protected].

Las migraciones entre la India y el Pakistn subsiguientes a la Particin de 1947, con un volumen de desplazamientos transfronterizos estimado en 15 millones de personas, constituyen todava hoy uno de los mayores movimientos de poblacin de toda la historia. Tan extraordinario fenmeno suele explicarse como la respuesta lgica a la creacin de un Pakistn musulmn (compuesto por un sector oriental y uno occidental) y de una India predominantemente hind. Aquel periodo se caracteriz por enfrentamientos tnicos de una violencia inimaginable, junto a la traumtica experiencia de huidas aterradoras a travs de la frontera de un Penyab dividido y al flujo, ms pausado pero continuo, de hindes que abandonaban el Pakistn Oriental1 en direccin del Estado indio de Bengala Occidental. La particin de la India, legado del proyecto colonial, no responda a una lgica de paz y autodeterminacin, sino a la necesidad de los britnicos de retirarse a toda prisa del subcontinente (Kumar, 1997). El resultado final fue la creacin de dos Estados independientes y dos proyectos de desarrollo diferenciados, junto a la construccin de sendos imaginarios nacionales y a los correspondientes procesos de identificacin. Este artculo pasa brevemente revista a las ideas, conclusiones y cuestiones inditas que suscita la Particin de Bengala de 1947 al analizarla desde la ptica de los desplazamientos. La reflexin aqu expuesta se remite a los acontecimientos que rodearon la Particin, y a partir de ellos pone de relieve una serie de temas fundamentales que hasta ahora han ocupado un lugar insignificante en los debates sobre las formas particulares de migracin y reasentamiento que acompaan la escisin de las naciones. Esos temas plantean asimismo interrogantes que suelen soslayarse o recibir escasa atencin en los anlisis de las migraciones y los desplazamientos. Por ejemplo, la investigacin sobre las particiones se vincula a menudo a movimientos subnacionales ms centrados en la guerra o las incompatibilidades tnicas que en las vivencias resultantes de la migracin y la descomposicin de un Estado. Otras veces se reflexiona sobre las particiones u otras formas de desarticulacin territorial sobre todo porque ayudan a entender y resolver los problemas

inherentes a los reasentamientos y la integracin (vanse, por ejemplo, los artculos de Cernea y Kanbur en este mismo nmero). Pese al indudable inters de esos mbitos de investigacin, el anlisis desde la ptica de los desplazamientos nos lleva tambin a examinar los temas complementarios de la construccin de la identidad, el Estado y la nacin en un contexto postcolonial de modernidad mundializadora. En las circunstancias y el momento histrico en que tiene lugar la Particin, los postulados nacionalistas amenazan el imperio de la razn, introducen incongruencias y contradicciones en los procesos de creacin del Estado y la nacin y generan identidades antagnicas en los ciudadanos. A partir de Bretton Woods se va imponiendo la solucin de privilegiar la estabilidad de las fronteras y los Estados en el contexto del desarrollo. El anlisis de la Particin de Bengala arroja luz sobre esos procesos, cuestionando la interpretacin de la escisin de los Estados como producto o acto jurdico y vinculndola en cambio a las contradicciones de la modernidad y de los procesos de desplazamiento. El anlisis de los desplazamientos nos lleva adems a indagar en las tensiones resultantes de la Particin, pues pone en tela de juicio lo que viene considerndose un hecho probado tras el desastre de la primera Particin de Bengala en 1905: que Bengala era una e indivisible, con independencia de su pluralidad religiosa, idea que engendr la conviccin de que territorio y cultura estaban inextricablemente unidos en una suerte de historia natural de la nacin (Chatterjee, 1997: 37), una historia natural, para ms seas, forjada en el lenguaje de una India eminentemente hind, pero resultante de la asociacin fraternal entre hindes y musulmanes y ligada a un nacionalismo lingstico que entronizaba la unidad cultural de Bengala. El migrante hind bengal constituye as un elemento clave para entender la formacin del Estado, la nacin, el ciudadano y el sbdito. El presente artculo est organizado en torno a tres temas centrales. Empiezo con un breve resumen del significado y el teln de fondo de la Particin, lo que cabra denominar los antecedentes de los desplazamientos o las condiciones inmediatamente anteriores a la creacin de un Estado postcolonial. En la segunda parte me centro en una serie de conceptos fundamentales que el desplazamiento de hindes bengales desde lo que entonces era el Pakistn Oriental hacia Bengala Occidental, y en especial Calcuta, viene a poner en entredicho. Esta parte, de carcter terico, tiene por objeto elucidar el pensamiento convencional acerca de los desplazamientos, sobre todo en sus aspectos ligados a la formacin del Estado. En la tercera parte explico de qu forma la problemtica de los reasentamientos arroja nueva luz sobre los proyectos de construccin estatal y nacional. Ello cobra especial sentido a la hora de distinguir entre Estado y nacin, sabiendo que la idea de Estado nacional como entidad nica suele ocultar lo que tienen de caracterstico cada uno de esos dos proyectos sociales. En esta parte abordo tangencialmente cuestiones ligadas a las clases y la temporalidad, en la medida en que la experiencia de los migrantes de Bengala Oriental a Bengala Occidental deja al descubierto una serie de tensiones ligadas a la ciudadana, la identificacin y el sentimiento de pertenencia. No aspiro tanto a ofrecer datos nuevos sobre la comunidad de migrantes como a reformular las interpretaciones hoy vigentes de la Particin y los desplazamientos. Antecedentes y circunstancias de la Particin

La Particin fue contempornea de una lucha anticolonial contra los britnicos que dio lugar a una compleja y continua sensacin de desplazamiento incluso entre quienes tcnicamente no fueron obligados a cruzar la nueva frontera estatal. Ello se tradujo en un difcil proceso de (re)construccin de comunidades que dieran cabida tanto a los habitantes ya establecidos como a los migrantes que desembarcaban en las nuevas tierras tras ardua peregrinacin por el sistema interestatal del ordenamiento postcolonial. Esas migraciones y los procesos de desorganizacin in situ forman el contexto en que se negoci el lugar respectivo de los inmigrantes y de quienes se haban quedado en casa. En Bengala, la divisin entre el Este y el Oeste resulta especialmente interesante por la forma en que se imbrican la religin, la identificacin tnica y la geografa para complicar los proyectos de creacin del Estado y la nacin. En el caso de los bengales del Este que decidieron establecerse en el Oeste, su desplazamiento pone de relieve la singular confluencia de los distintos significados que reviste la "bengalinidad" y el inters de analizar desde ese punto de vista la transformacin de las comunidades nacionales por la cual, a partir de un patrimonio y una nacin comunes cuyo eptome sera el todos somos indios, llega a construirse la diferencia y por ende el extranjero, el Otro. Hasta la fecha, las interpretaciones ms corrientes de la Particin que escindi la India en 1947 la asimilan a una segregacin entre hindes y musulmanes ligada a una serie de relaciones que derivan bsicamente de lo acontecido en el Penyab. En esa regin, la Particin se caracteriza por las violaciones, los asesinatos masivos, los pillajes y los actos de cruel tortura realizados contra miembros del grupo tnico contrario (Aiyar, 1995; Moon, 1998). La historia se explica en clave de alta poltica (Jalal, 1985) o de intereses comerciales y oligrquicos (Chatterji, 1995) en las memorias de quienes vivieron lo ocurrido y en abundantes crnicas personales, poemas y novelas que dan testimonio de todo el horror y el dolor de aquellos acontecimientos (Sidhwa, 1988; Bhalla, 1994; Devi, 1995; Zaman, 1999). ltimamente, y con la distancia que suele dar el tiempo, las etnografas y crnicas familiares participan del punto de vista de las mujeres sobre cuyos cuerpos se forj a menudo el destino de la Particin (Menon y Bhasin, 1998; Butalia, 1998). Esos relatos, con frecuencia brillantes, traslucen la endeblez de la reflexin terica sobre las relaciones entre la India y el Pakistn, precisamente en torno al tema de la incorporacin de un gran nmero de migrantes a un nuevo pas, pese a que ello pueda ofrecer datos fundamentales sobre la experiencia directa de esas relaciones en pleno proceso de gestacin. Los debates sobre los elementos determinantes de la Particin, los informes de la Comisin de Lmites y los anlisis de las polticas y los programas que determinan las modalidades de reasentamiento e integracin tienden en todos los casos a obviar el estudio terico de las prcticas cotidianas de quienes pasaron de Bengala Oriental a Calcuta, otras partes de Bengala Occidental o cualquier otro lugar de la India2. Tambin suelen quedar olvidados los procesos de negociacin y compromiso a partir de los cuales se configuran las relaciones de incorporacin o exclusin de los recin llegados al pas. No es de extraar que muchos de los inmigrantes hindes bengales que llegaron a Calcuta y sus alrededores hubieran mantenido previamente y desde mucho tiempo antes relaciones con residentes e instituciones de la ciudad, pues para muchos habitantes de ciudades menores y zonas rurales, incluidas las de Bengala Oriental, Calcuta fue siempre el centro de irradiacin de la vida cultural y artstica y de prestacin de servicios mdicos y educativos. De ah que, sobre todo para los bhadralok (clase media ilustrada bengal) del Este, que se consideraban portadores de la cultura india y vehiculaban los valores de la reforma social, el progreso y la modernidad, la divisin entre el Pakistn Oriental y Bengala Occidental

significara a menudo la ruptura de una historia y una experiencia que compartan con gente muy allegada, as como la quiebra de una interdependencia institucional con quienes vivan fuera de la ciudad pero, hasta poco antes, en el mismo pas. Ciertamente, el 14 de agosto de 1947 una persona viva en una India indivisa y comparta con los dems indios determinada concepcin de un proyecto nacional al que todos se adheran, concretado en la lucha por la independencia. El 16 de agosto de 1947, en cambio, viva en la India o el Pakistn, distincin que para algunos rayaba en lo surrealista o descabellado, como relata magistralmente la obra de S. H. Manto Toba Tek Singh (1994). Quienes eligieron cambiar de lugar de residencia despus de esa fecha no estaban simplemente mudndose, como si fueran de una ciudad a otra en busca de empleo o educacin, sino arriesgndose a engrosar las filas de inmigrantes o refugiados en un lugar que hasta la vspera formaba parte de su espacio nacional, convertido en un hogar hecho trizas. Por aadidura, y dado que los postulados en favor de la Particin y su aplicacin prctica se haban basado en el concepto de diferencia religiosa, nada ms natural que la extendida impresin de que los hindes que emigraban del Este al Oeste de Bengala iban a instalarse en el lugar al que pertenecan. Y sin embargo, aquellos refugiados hindes se vieron privados en la prctica de esa nocin de pertenencia y de los derechos y privilegios que conlleva. El hecho de que esa idea de pertenencia y la de identificacin con un colectivo tnico y religioso no se verifiquen lleva a cuestionar el modo en que se construyen las naciones, entendidas como entes distintos de los Estados, pues no slo abre interrogantes jurdicos sobre la ciudadana (en los cinco primeros aos la frontera era permeable, no se exiga pasaporte para circular entre la India y el Pakistn y se obtena fcilmente la nacionalidad), sino que plantea tambin la cuestin del significado que tiene para la gente la identificacin con la comunidad y los derechos y reivindicaciones que trae consigo. En este terreno, las distinciones instituidas entre los hindes bengales del Este y los del Oeste dejan patente la heterogeneidad de lo que a primera vista parece un simple indicador de pertenencia a determinado colectivo, es decir la religin, y ponen de manifiesto el carcter transversal de los rasgos que confieren pertenencia a un grupo social determinado. Si un hind elega en cambio permanecer en el Este, pasaba a formar parte de una poblacin minoritaria cada vez ms dependiente de la idea de pluralismo (laicismo) para defender sus derechos y libertades como ciudadano. Esa nueva relacin con el lugar de residencia iba a modificar el paisaje poltico y social y a configurar nuevas relaciones de poder y jerarqua, aunque no de igual modo que si uno era considerado (in)migrante. Es interesante observar que la nueva condicin de minora poltica de los bhadralok en el Pakistn Oriental supone la exteriorizacin de relaciones de clase hasta entonces parcialmente ocultas, ms en el discurso que en la prctica, bajo el manto de la religin y de sus expresiones laicas y pluralistas. Descrita como el fruto de una relacin simbitica entre terratenientes, prestamistas y comerciantes por un lado y campesinos y aparceros por el otro, la Bengala Oriental anterior a la Particin era el granero de una gran parte de la economa regional, caracterizada cada vez ms por la monetizacin de su base agraria. La prolongada recesin de los aos treinta, la infame explotacin de los comerciantes de granos de 1943 y las diversas iniciativas de los partidos polticos para impulsar una reforma agraria ayudaron a modificar esas relaciones (Bose, 1986), que evolucionaron tambin a raz de los disturbios de Noakhali y Tripura de 1946 que, segn Bose (1986), pueden atribuirse a la situacin poltica del

momento y a la desigualdad econmica existente entre ambas comunidades en ciertas zonas, aunque tuvo buen cuidado en mencionar tambin la versin elaborada entonces, segn la cual dichos disturbios no han sido un alzamiento de una comunidad entera contra la otra (Bose, 1986: 227-229, citando The Statesman, 30 de octubre de 1946). Ese tipo de relaciones y los mencionados episodios provocaron sin embargo un giro del ideario nacionalista hacia un comunitarismo incipiente que iba a modificar el panorama justo antes del decreto de 1947. Comoquiera que fuera, no exista un foco de tensin permanente y arraigado entre dos grupos religiosos o sociales homogneos (Feldman, 2001)3. Fue tambin en ese periodo y despus de la Particin cuando el movimiento campesino populista Krishak Proja, encabezado por Fazlul Huq, cobr influencia poltica ayudando a reconvertir el Islam en un potente instrumento de solidaridad y justicia agrarias. En Bengala Oriental, la ausencia de vnculos orgnicos entre el Gobierno y el electorado contribuy tambin a alimentar esa dinmica. Como observa Chatterjee (1994: 259), es esta sensacin de alejamiento la que, al darse condiciones estructurales propicias en el sistema organizado de los conflictos entre sectores de las clases dirigentes, abre las puertas a la labor manipuladora del populismo y los polticos carismticos. La movilizacin campesina lleg poco despus de que Jinnah, en 1940, apelara a la unidad musulmana y propugnara la escisin de la India en dos naciones, justo cuando el Partido del Congreso se inspiraba cada vez ms en la tradicin hindoaria y en un nacionalismo lingstico que exaltaba la unidad cultural de Bengala. Este lenguaje religioso-poltico vino a configurar un discurso regional que cre el contexto propicio para alimentar un creciente sentimiento de inseguridad entre las comunidades religiosas minoritarias que vivan en el seno de poblaciones mayoritarias, y prepar la escena para el posterior desplazamiento de poblaciones entre la India y el Pakistn en 1947 (Chatterjee, 1997: 38-39). Los movimientos de poblacin y sus desencadenantes en el periodo postcolonial Se calcula que ms de 5 millones de personas pasaron de Bengala Oriental a Bengala Occidental entre 1947 y 1970 (Haque, 1995). En 1951, el 26,4% de la poblacin de Calcuta proceda del Pakistn Oriental (Chatterjee, 1990). Este desplazamiento masivo de hindes del Pakistn Oriental a Bengala Occidental iba a formar parte de un xodo constante, aunque episdico, de hindes hacia el Oeste, cuyos orgenes se remontan a enfrentamientos concretos u otros sucesos desencadenantes ocurridos justo antes de esas migraciones, ya fuera en el Pakistn o en la India. Esos episodios modificaron la comunidad imaginaria a la que se adscriban personas tanto del Este como del Oeste y truncaron para siempre relaciones de vecindad y parentesco. Para algunos, el catalizador del xodo fue la violencia que estall el Da de la Accin Directa en Calcuta y los disturbios que se produjeron en Noajali (Bengala Oriental) en 1946, aunque esos acontecimientos no provocaron la marcha de un nmero significativo de bengales orientales hacia el Oeste. El mayor movimiento migratorio, cifrado en ms de 2,5 millones de personas, se produjo entre 1948 y 1950 a raz de los enfrentamientos comunitarios que estallaron en Hyderabad, en la India, y Julna y Barisal, Pakistn Oriental (informe del Comit de Supervisin de las Labores de Integracin en Bengala Occidental, en Chatterji, 2001: 102-103). Lo llamativo de esos desencadenantes inmediatos es el hilo que conecta entre s las convulsiones en la India y en el Pakistn, sabiendo que generaban suficiente temor e inseguridad como para espolear las migraciones del Pakistn Oriental a Bengala Occidental. Pero tambin hubo quien emigr en reaccin a los cambios polticos, en particular la exigencia oficial de pasaporte y visado para viajar entre ambos pases,

medida que amenazaba la libre circulacin de personas de un lado a otro de la frontera (Gobierno de Bengala Occidental, en Chatterji, 2001: 103). Esos hechos se producan simultneamente a la lucha nacionalista contra los britnicos y a las maniobras polticas de alto nivel que culminaron con la decisin de dividir el pas y crear Estados y naciones independientes, dos procesos que respondan a lgicas encontradas y proyectos contradictorios. El primero, la lucha por la independencia, dependa sobremanera de la creacin de una conciencia nacionalista nica y sin fisuras y de la indisolubilidad territorial y cultural, principio que en la India qued recogido en el compromiso del Partido del Congreso en favor del pluralismo y la fraternidad (dentro de una jerarqua que englobaba tanto a los naturales como a los hindes bengales del Este denominados adoptivos (Mukhopadhyay, en Chatterjee, 1997). Buen ejemplo de la creacin de una conciencia nacionalista es el xito y alcance que conoci el movimiento Swadeshi bajo el impulso de Gandhi. El inters britnico por llevar adelante la particin, en cambio, responda al objetivo de quebrar esa unidad. Como observa Samaddar (1996: 1), la Particin era una forma particular de descolonizacin que perpetuara la existencia residual del modo colonial de poder, afianzar la influencia de la burguesa en la regin y mantener bajo control a las masas radicales anticolonialistas. H. H. Risley, a la sazn etngrafo y funcionario britnico, afirm algo parecido a propsito de la Particin de Bengala de 1905: una Bengala unida es una potencia. Una Bengala dividida se desgarrar en rumbos divergentes Uno de nuestros principales objetivos se cifra en dividir y as debilitar un slido conjunto de opositores a nuestra dominacin (Chatterjee, 1997: 36). Dicho de otro modo, la construccin de un movimiento anticolonial fuerte casa mal, e incluso puede ser contradictoria, con una nacin erigida sobre las incompatibilidades religiosas4, pues el xito de tal movimiento depende de la superacin poltica de las diferencias en aras de la lucha contra el Estado colonial. A la postre, sin embargo, la interseccin entre esas dos dinmicas, la lucha nacionalista y la Particin, vino a configurar y alimentar la divergencia religiosa en lugar de la fraternidad, y la animadversin en lugar de la solidaridad dentro de la diferencia. Entre bastidores operaba el inters britnico por el subcontinente en razn de su valor estratgico y militar. Al considerar el carcter contingente de esa suma de circunstancias se abren interesantes perspectivas de estudio de las relaciones a que dan lugar el desplazamiento y la secesin, un anlisis que pone en tela de juicio la supuesta existencia de una forma de Estado y de nacin exenta de problemas y que desmiente tanto las frecuentes interpretaciones basadas en la idea de un Estado preexistente como un cierto concepto coherente, si bien evolutivo, de la nacin y la nacionalidad. Este ngulo de anlisis tambin cuestiona la inmutabilidad del Estado, cuyos lmites coinciden supuestamente con los de la nacin, y nos lleva a examinar las prcticas que asociamos al Estado y a la nacin como sendos proyectos diferenciados. Al poner en tela de juicio la pretendida inmutabilidad del Estado nacional, el estudio conjunto de los desplazamientos y la particin lleva a examinar los significados y la experiencia del desplazamiento, ya sea forzoso o voluntario, que a su vez dependen de complejos procesos de negociacin en los que entran en juego identificaciones y derechos. En segundo lugar, y quiz ms pertinente de cara al tema que nos ocupa, se observa que esos imaginarios contradictorios complican la nocin de pertenencia y la categora de migrante o refugiado en un lugar como Bengala, donde se presupone que un bengal del Oeste es necesariamente hind5. Este supuesto no slo crea una categora para el Otro, que

en Calcuta es el hind bengal del Este, sino tambin para el otro Otro, el musulmn, que es la encarnacin del Pakistn y sirve as para distinguir a este pas de la nacin india, hindoaria por definicin. Nueva mirada sobre los desplazamientos Con la Particin, la adscripcin religiosa se convirti en el rasgo definitorio de los miembros de la comunidad, y a la vez en una pista interesante a la hora de investigar las construcciones de la pertenencia comunitaria. La religin ofrece una manera de formular interrogantes acerca de la insercin (de quin puede afirmarse que forma parte del Estado pakistan o indio) y la exclusin (los criterios invocados para denegar a alguien derechos dentro de un Estado concreto o para concederlos de forma discriminatoria a refugiados, exilados e inmigrantes). En el primer caso, la insercin abarca tanto a quienes pueden ingresar en la comunidad (ya se defina sta en funcin de una frontera controlada por el poder pblico o de un colectivo organizado en torno a reglas socialmente aceptadas) como a la relacin entre la pertenencia a esa comunidad y los derechos que ello confiere. Vistas as las cosas, la religin como indicador bsico de identidad o identificacin aclara el modo en que se elaboran poltica y socialmente los conceptos de Estado y nacin. Es importante, en consecuencia, dilucidar los mecanismos por los que la religin sirve de hecho para marcar la identidad de una persona o determinar sus procesos de identificacin. Ello, a su vez, puede revelar contradicciones incipientes entre los distintos significados que se atribuyen a conceptos como patria, ciudadana o derechos. En Bengala, la aplicacin de esta marca se ve complicada por la existencia de referentes espaciales y tnicos (el hecho de ser bengal) comunes. La experiencia del desplazamiento de hindes bengales del Este hacia Bengala Occidental se aprehende, por ejemplo, en la necesidad de reformular el conocido principio de somos bengales y compartimos una lengua y una tradicin y transformarlo de manera tal que afirme una serie de diferencias basadas en distinciones espaciales y culturales: urbano frente a rural o campesino, cultivado frente a rstico o atrasado, o clase baja frente a clase media o alta. Sin ir ms lejos, y aunque la frontera se delimitara siguiendo el criterio de la diferencia religiosa (en una suerte de demografa religiosa), no todos los hindes decidieron emigrar a Bengala Occidental y muchos de ellos permanecieron en el Pakistn Oriental, lo que complic el proceso de definicin del sbdito nacional como bengal hind. La Particin tampoco trajo consigo una neta separacin cultural, pues la cultura y la identidad bengales cruzaron la frontera. Este conjunto de circunstancias permite comprender el modo en que lo bengal entendido como etnicidad y prcticas culturales compartidas, los complejos significados de una religin compartida por migrantes y poblacin local y la historia de una lucha anticolonial que es patrimonio de todos convergen para formar, por vas contradictorias, la idea de sbdito nacional. As pues, aunque la cultura hindoaria asociada al Oeste era un elemento vertebrador del proyecto de configuracin como Otros de los habitantes del Este (distintos a su vez del musulmn pakistan), los desplazados no tenan fcil acomodo en esas coordenadas, y su diferencia, exteriorizada en parte por la imagen nostlgica de su anterior vida en el Este, es un factor bsico para que encuentren su lugar en el Oeste (Mitra, 1990; Chakrabarty, 1995). Todas esas circunstancias dan un nuevo sentido a los desplazamientos y la integracin, evidenciando los complicados procesos que intervienen en la construccin del sbdito (o lo que es lo mismo, la definicin de diferencias dentro del universo de lo conocido como paso necesario para constituir una nacin) y complementando los estudios existentes sobre los refugiados, centrados ante todo en los procesos de integracin y de asimilacin de las diferencias (Malkki, 1995).

Evacuacin de refugiados hindes partiendo de Torahimpur en Bengala Oriental en noviembre de 1946. Keystone

La elaboracin de la identidad y de la idea de sbdito adquieren as una mayor complejidad, que se concreta en tres rasgos de especial inters. El primero es el uso de la palabra desplazamiento para designar el hecho de hallarse en el lugar equivocado en el momento de la Particin. En otras palabras, el hecho de que uno hubiera nacido hind en el Pakistn Oriental lo converta automticamente en desplazado. Conviene subrayar que esta interpretacin emana del concepto de desplazamiento con respecto a la condicin de ser hind, como si ello fuera un atributo existencial tanto en Bengala Oriental como en cualquier otra parte (Ghosh, 1998: 33). Habida cuenta de la demostrada lentitud de las migraciones hacia el Oeste, cabe presumir que no todos los hindes vivieron el sentimiento de pertenencia en el Este como un desplazamiento o una amenaza a sus preferencias o prcticas religiosas, y que ello ms bien empez a ser as a raz de los disturbios y conflictos que iban a determinar los acontecimientos subsiguientes. Esta segunda versin presupone el carcter evolutivo de las relaciones de la gente con un lugar, las circunstancias que en l se den y los eventuales reajustes polticos que se produzcan, o lo que es lo mismo, con experiencias particulares y contingentes que pueden ser tanto causa como consecuencia de diversas formas de inseguridad psicolgica, material, econmica o social. El nfasis en la inseguridad por un lado y en el ser existencial por el otro difieren fundamentalmente de una tercera lgica, segn la cual el otro que no es nosotros, nuestro ms profundo nosotros, es nuestro otro nosotros, nuestro ser migrantes, nuestro ser refugiados (Minha-ha, en Soguk, 1999: 7). La segunda caracterstica que complica la cuestin concierne a los desplazamientos in situ, vinculados igualmente a las amenazas, el peligro, la inseguridad y a menudo las prdidas materiales. En Bengala se observan tres grandes tipos de desplazamiento in situ. El primero afecta a los que decidieron quedarse en el Pakistn Oriental pero perdieron categora social

y quiz oportunidades, aunque no el empleo ni el patrimonio. Ello poda deberse a la existencia de un mercado laboral ms competitivo, a medida que los musulmanes accedan a puestos de trabajo que antes tenan vedados y gozaban de ms derechos, o tambin a la prdida o la venta forzosa de bienes races. Semejante evolucin erosion el sentimiento de seguridad de las familias hindes que se haban quedado y provoc un vuelco en la pirmide social del pas. La segunda clase de desplazamiento in situ concierne al 33,2% de habitantes de Calcuta (en 1951) que haban nacido en la ciudad y que, al igual que sus homlogos del Este, tuvieron que hacer frente a una situacin ms precaria debido a la mayor demanda de recursos urbanos, en especial viviendas, al aumento de la densidad de poblacin y a la creciente competencia laboral, factores todos ellos que se conjugaron para crear un contexto poltico refractario al reconocimiento de los derechos de los inmigrantes. Para esos habitantes de Calcuta, el problema era que los refugiados bengales del Este pertenecan esencialmente a la clase media urbana: eran familias de la elite zamindar, universitarios o funcionarios, y se contaban entre los bengales del Este ms instruidos y por ello ms aptos para competir por los mejores empleos en cuanto se hubieran establecido en Calcuta. Muchos de ellos ya estaban vinculados desde antes con la ciudad y gozaban de numerosos contactos sociales y profesionales, as como de relaciones de parentesco, que podan facilitar su reasentamiento. De ah que en Calcuta no slo se encontraran desplazados los inmigrantes sino tambin los residentes, que aprovecharon la oportunidad y su situacin de privilegio para declinar la Otredad y la diferencia en un sentido particular. Adems, temerosos de que el flujo migratorio no amainara en mucho tiempo, y esperando disuadir a otros de intentar radicarse definitivamente en el Oeste, los residentes se esforzaron por minimizar y limitar el apoyo a los refugiados (Chatterjee, 1990). La prestacin de ayuda se consideraba una medida provisional, y la integracin permanente un objetivo innecesario. Tambin se hizo lo posible por convencer a las autoridades de Dhaka de que prestaran apoyo psicolgico a sus minoras hindes para devolverles la confianza y mitigar as el sentimiento de miedo que era el principal motor de las migraciones (Chatterji, 2001). Con el paso del tiempo la prestacin de apoyo estatal se fue reduciendo, tras la adopcin de medidas que imponan condiciones estrictas al reconocimiento de los inmigrantes como ciudadanos o residentes con derecho a ayudas, negaban stas a los hombres no discapacitados y exigan documentos de los que a menudo carecan quienes haban huido precipitadamente del Este o tenan pensado regresar a Bengala Oriental en el futuro. Un tercer tipo de desplazamiento in situ es el que vivieron los inmigrantes o refugiados a su llegada a Calcuta u otras partes de la India. Por ejemplo, los hindes bengales del Este que decidieron establecerse en Calcuta presuponiendo que les ligaba a la ciudad una identidad bengal y religiosa comn, as como una forma de vida eminentemente urbana, se encontraron situados varios peldaos por debajo de los hindes bengales locales en la escala social, aunque no hubieran perdido necesariamente poder adquisitivo, bienes o empleo. En realidad, muchos de los primeros inmigrantes haban vendido propiedades en Bengala Oriental y comprado otras en Calcuta o sus alrededores para compensar una eventual prdida de recursos materiales. Los miembros de este colectivo, pese a su triple condicin de bengales, hindes y originalmente bhadralok, clase que segn ellos encarnaba la cultura y la nacionalidad indias (Ghosh, 1998:33), fueron catalogados de inmediato como distintos y adscritos a la categora de los udbasti (carentes de hogar ancestral).

Paradjicamente, los bengales del Este que pensaron que, mudndose a Calcuta, estaran sanos y salvos, pues supuestamente pertenecan a ese lugar, acabaron convertidos en la expresin misma del refugiado. Esta creacin de la diferencia entre bangals (pakistanes del Este) y ghotis (bengales indios) pone de manifiesto que los procesos de adaptacin crean nuevas categoras que a la postre son determinantes para el acceso a los recursos y los derechos. En ltima instancia, esta marca de diferencia iba a revelarse en la forma en que los inmigrantes se integraron en la sociedad de Calcuta y se organizaron polticamente. Ese proceso tambin deja claro que los miembros de la nacin india (comprendida una poblacin bengal no dividida que acababa de librar una lucha por la independencia) tuvieron que renegociar su lugar como miembros de un nuevo Estado, independiente pero dividido. Y revela por ltimo que las relaciones de adaptacin y los nuevos regmenes normativos y de control (como los que siguieron a la institucionalizacin del pasaporte y al aumento de las sanciones a quienes no lo tuvieran) generaron un nuevo sentimiento de inseguridad en los hindes orientales, ya hubieran decidido quedarse en el Este o emigrar al Oeste (Feldman, 2001). En aquel momento, esta ltima forma de control constitua un elemento a la vez catalizador y disuasorio del xodo de hindes del Pakistn Oriental. Todo lo hasta aqu expuesto sobre la Particin de Bengala aclara los variados procesos temporales y espaciales de desplazamiento, al poner de relieve una serie de modalidades migratorias que quiz no respondan a un suceso nico y catastrfico pero que sin embargo influyen radicalmente en nuestra interpretacin de las consecuencias sociopolticas de la intervencin estatal y de las nuevas relaciones de exclusin. En esos casos, la intervencin del Estado no se limita a un decreto ni a una medida aislada (como ocurre con los reasentamientos forzosos provocados por un proyecto de gran envergadura), sino que se traduce ms bien en una serie de negociaciones que obligan o inducen a la gente a abandonar su lugar de residencia o la colocan en una situacin ms vulnerable si decide quedarse. Cabe interpretar esas negociaciones de pertenencia como la necesidad o el deseo de trasladarse debido a un sentimiento de zozobra, sea real o imaginaria, o a la prdida de la seguridad y proteccin fsica de que anteriormente se gozaba. Cabe decir que los dramticos y largos procesos de desplazamiento de hindes del Pakistn Oriental a Bengala Occidental se inscriben en todas y cada una de esas lgicas, a menudo simultneamente. Consolidacin de la creacin del Estado (y la nacin) en el periodo postcolonial Descrita como huida ignominiosa, la Particin de la India se hizo efectiva el 15 de agosto 1947, diez semanas despus de ser anunciada (Jalal 1985)6. El trmino huida alude tanto a las dramticas consecuencias de un llamamiento a la particin poco menos que improvisado como a un proceso de creacin de entidades estatales caracterizado por el reparto en dos Estados distintos de un aparato burocrtico hasta entonces nico. Irnicamente, como apunta Jalal (1995:10), el xito inicial del proyecto colonial britnico residi en su capacidad de negociar una unidad poltica bajo una soberana nica e indivisible () entre pueblos diversos que habitaban los dominios de gobernantes regionales prcticamente soberanos. La escisin dio origen en ambos pases a administraciones pblicas frgiles y sumidas en un mar de dudas con respecto a su personal (pues los funcionarios tenan la posibilidad de elegir su lugar de residencia), justo cuando el caos y los disturbios generalizados hacan ms necesaria que nunca una administracin polticamente coherente y capaz de garantizar el orden pblico. Ante esa situacin de fragilidad era indispensable crear un aparato completo y jerarquizado de cuadros dirigentes, racionalizar la asignacin

de recursos a los distintos ministerios y poner en marcha nuevas estructuras administrativas, entre ellas las que habran de encargarse de los procesos de reasentamiento e integracin. Es interesante destacar, como han sugerido algunos autores, que el Estado del Pakistn (Occidental) cobr carta de naturaleza bsicamente al recibir ese nombre en calidad de pas independiente. Lo que haca falta, sin embargo, era que ese pas se convirtiera en una nacin (Ali, 1993). En el caso del Pakistn Oriental, en cambio, y pese a su relacin colonial con el Pakistn Occidental, para que el Estado viera la luz era preciso crear un aparato institucional y racionalizar el aparato burocrtico, dotndole de cuadros dirigentes y profesionales y estableciendo mecanismos de representacin ante el gobierno central, y todo ello con un volumen nfimo de recursos. Hay tres rasgos sobresalientes que ayudan a explicar las diferencias entre los dos sectores pakistanes en cuanto al tema que nos ocupa, la situacin de los migrantes bengales del Este. El primero es la falta de recursos en Bengala, debida a la distancia que la separaba del Pakistn Occidental y a su caracterizacin como territorio atrasado. El Pakistn Oriental, granero de todo el Pakistn antes de la Particin, se encontr despus sin la menor base industrial y con escasa representacin en la Asamblea Constituyente. El segundo rasgo es la inexistencia de un aparato administrativo e institucional fuerte, debido a que Dhaka nunca recibi buena parte de los recursos que supuestamente deba repartirse con Calcuta y tambin a que muchos de los funcionarios prefirieron trasladarse a la India antes que permanecer en provincias. En tercer lugar, los bengales que hablaban la lengua y se identificaban con la cultura bengal en su sentido amplio, sintieron que los esfuerzos por construir un Estado pakistan y un proyecto nacional comn entraban en conflicto con su identificacin nacional. Ello suscit casi de inmediato un contencioso entre el Pakistn Oriental y el Occidental a propsito del idioma oficial del pas, y a la larga dio lugar a un movimiento de liberacin cuyos orgenes pueden detectarse con facilidad en esa temprana lucha por la identidad bengal (Harun-or-Rashid, 1987; Umar, 1992). Ello gener asimismo complicadas interpretaciones del significado de nacin bengal, junto a procesos de identificacin con Bengala y la bengalinidad. Otro aspecto de inters relativo a Bengala es la opinin de la mayora de los autores de que la frontera que idearon Sir Cyril Radcliffe y la Comisin de Lmites en 1947, trazada de forma que contuviera y distinguiera el Pakistn musulmn y la India hind, constituye una separacin arbitraria de comunidades, aldeas, familias, vnculos de parentesco y recursos econmicos (Hodson, 1985). Aun considerando que la lnea divisoria deba obedecer a la lgica de otorgar al Pakistn las zonas de predominio musulmn y mantener dentro de la India las reas hindes, las divisiones nunca son ntidas y han dado origen a continuas negociaciones polticas, como atestigua hoy en da el conflicto en torno a Cachemira. Cabe decir, pues, que esas relaciones y esos procesos de formacin del Estado y la nacin que arrancaron con la Particin ponen en tela de juicio la definicin de los Estados como entidades preexistentes ya constituidas o como meras resultantes de movimientos subnacionales. En lugar de ello, lo que hasta aqu hemos visto avala una concepcin que explica el Estado en funcin de los procesos de creacin de un aparato institucional, organizacin de la legitimidad del poder y elaboracin de un proyecto hegemnico que d una razn de ser al Estado. Dicho de otro modo, para analizar los procesos y relaciones que conducen a la formacin de un Estado hay que seguir el rastro de las intrincadas prcticas

sociales que se van instaurando con el tiempo para crear un aparato burocrtico y un sistema normativo. Desde este punto de vista, los Estados son la plasmacin de localizaciones espaciales nuevas y mutuamente excluyentes, unidades territorialmente delimitadas y encerradas en el interior de fronteras que vienen a materializar prcticas institucionales y formas de regulacin poltica, social y moral propias. Las naciones tambin son plasmaciones, productos contingentes de luchas por algn tipo de identificacin colectiva. Teniendo en cuenta, como observa Max Weber, que los lmites de la nacin no coinciden con los de la poblacin de un Estado, las naciones tambin son construcciones sociales que distinguen entre propios y ajenos, inventando tradiciones en un proceso (el nacionalismo) y un producto (la nacin-Estado) del poder y/o el gobierno (Hobsbawm y Ranger, 1983) que operan dentro de territorios heterogneos. Reflexiones finales En marcado contraste con los anlisis que parten de la idea de Estado como entidad creada por decreto y por las subsiguientes prcticas institucionales (planteamiento aplicado con frecuencia a la escisin del subcontinente indio en sendos Estados independientes, la India y el Pakistn), en estas lneas describo la formacin del Estado como un proceso configurado socialmente y afianzado histricamente, paralelo, pero no equivalente, a los procesos de creacin de la nacin. Para ello he utilizado el expediente de desvirtuar el Estado y analizar en detalle los desplazamientos para desentraar el modo en que discurren esos procesos. La Particin de la India de 1947, y sobre todo la divisin de Bengala en una parte oriental y otra occidental, constituye un material de especial inters para observar esos procesos, pues corresponden a una coyuntura nica en la historia de las migraciones en la regin y dependen ante todo de interpretaciones concretas sobre quin y qu forman tanto el Estado como la nacin. La relacin entre los hindes del Este y los del Oeste de Bengala brinda asimismo el material emprico necesario para indagar en las complejas y heterogneas identidades que determinan la pertenencia a la comunidad y configuran las relaciones de insercin y exclusin. En este artculo sostengo que la creacin de naciones y comunidades depende de determinada interpretacin de la experiencia de pertenecer, y que la idea de pertenencia no es una reivindicacin sino ms bien el corolario de relaciones histricamente contingentes, que se han ido fraguando en el plano tanto local como transnacional. La Particin, al generar y dar sentido a la condicin de migrante y refugiado, constituye una suerte de lupa con la que examinar este proceso de marcaje y pertenencia, y demuestra que la colocacin del (in)migrante depende de una serie de relaciones de poder y desigualdad que complican los procesos de formacin del Estado y los significados que vertebran la idea de nacin. En la Bengala no dividida, por ejemplo, se supona que la nacin bengal (compuesta por los territorios que ms tarde iban a ser Bengala y Bangladesh) comparta una serie de referentes culturales (entre otros un patrimonio lingstico, literario y potico), aunque fuera a travs de intrincadas relaciones que eran fruto de agrupaciones diversas por clase social, credo o etnia7. Como seala Samaddar (1997: 23), para mitigar el punzante dolor de la proximidad, hemos transformado categoras en anttesis: la migracin es infiltracin, el comercio fronterizo es contrabando, la empata es interferencia () la vecindad es el extranjero prximo.

Lo que da a entender esta forma de expresar la construccin del Otro es que, aunque la frontera se hubiera establecido con la idea de distinguir entre comunidades religiosas, las personas que emigraron a Bengala Occidental tuvieron que sufrir la exclusin resultante de una dinmica que generaba la diferencia cultural como mecanismo para apaciguar la ansiedad y no contrariar los deseos de los residentes ya establecidos. Esta construccin de la diferencia crea las condiciones en que operar la praxis poltica e institucional asociada a la adaptacin, la integracin y el reasentamiento de los migrantes en nuevas comunidades y enclaves. Sealemos para acabar que una interpretacin de la Particin que d cuenta de todos estos mecanismos de creacin de Estados, naciones y diferencias pone en tela de juicio la versin de las elites sobre aquel momento histrico (en tanto que suceso); sugiere que la acumulacin de versiones, incluso de actores secundarios, no basta para ofrecer una interpretacin ms exacta de ese periodo; tiene en cuenta las relaciones dentro de la ex colonia, y la forma en que siguen marcadas por la impronta del rgimen colonial; y postula, por ltimo, la necesidad de una explicacin que se centre en los procesos y las contingencias de la Particin y que entienda sta como un acontecimiento clave, cuyos ecos siguen resonando en la violencia tnica que sacude actualmente la India y en los interminables contenciosos que enfrentan al Estado indio y el pakistan. Traducido del ingls Notas * Este artculo se basa en un trabajo de campo realizado en Bangladesh en la primavera de 1999 con apoyo del American Institute of Bangladesh Studies. Especial gratitud merecen Chuck Geisler, Louise Silberling y los participantes en mi seminario universitario sobre teora del Estado y el seminario conjunto sobre los desplazamientos, por sus creativas reflexiones sobre el nacionalismo, la formacin del Estado y los desplazamientos. 1. El nombre de Pakistn Oriental designa el territorio que fue la Bengala Oriental antes de 1947 e iba a convertirse en el Bangladesh independiente en 1971. 2. Los trabajos de Chatterjee (1990) y Ghosh (1998) constituyen sendas excepciones a la regla. 3. Es esencial hacer hincapi en que el viraje del nacionalismo hacia posturas comunitaristas, esto es, hacia la diferencia comunitaria, se oper en primer lugar con la generalizacin a la comunidad entera de un conjunto de prcticas, lo que despus se esgrimi como argumento para apoyar los cambios institucionales. 4. Con ello no pretendo sugerir que esa contradiccin quedara resuelta con la creacin de dos naciones, proceso cuya lgica responda a la teora de las dos naciones de Jinnah, sino poner de relieve la legitimacin que obtuvo esa teora como solucin a la incompatibilidad supuestamente intrnseca entre dos religiones distintas. 5. En sus trabajos, Chatterji (1996) y Pandey (1999) examinan la relacin existente entre ser indio y ser hind. 6. Segn Radha Kumar, cabe considerar que la Particin es ms el teln de fondo de la guerra que su conclusin pacfica (Kumar, 1997: 26), en la medida en que engendra y prefigura los repetidos enfrentamientos que han caracterizado las relaciones entre la India y el Pakistn desde 1947 y la ulterior lucha de Bangladesh por su independencia del Pakistn (Occidental) en 1971. 7. Concepto ausente en gran medida de esta reflexin, pero esencial para entender la construccin de Estados y naciones y otras comunidades tribales, tnicas o religiosas de la regin, por ejemplo los shantal, magh y chakma, biharis o cristianos.

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Juego y desarraigo: Ganadores y perdedores en el establecimiento de casinos en las reservas indias de los Estados Unidos Angela A. Gonzales

Nota biogrfica Angela A. Gonzales es profesora adjunta del Departamento de Sociologa Rural de la Universidad de Cornell (EE.UU). Est empadronada como miembro de la tribu hopi de Arizona y fue directora de su Programa de Subvenciones y Becas. Su tesis doctoral vers sobre la economa poltica de la identidad india en los Estados Unidos y las fronteras entre los grupos tnicos (Universidad de Harvard, 2002). Sus investigaciones actuales estn consagradas a las repercusiones de la explotacin de los juegos de azar en las comunidades indias del Estado de Nueva York. Email: aag27@ cornell.edu Introduccin El fallo que dict en 1987 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en el caso California vs Cabazon Band of Mission Indians (480 U.S. 202) confirm el derecho de las tribus aborgenes de ese pas a proponer juegos de azar en el territorio de sus reservas. En los aos transcurridos desde entonces, los casinos han proliferado en las reservas indias por todo el pas, desde Maine hasta California. En la actualidad, 321 de las ms de 560 tribus reconocidas por el Gobierno federal administran casas de juego, de las que unas 225 son casinos similares a los de Las Vegas, Nevada, con mquinas tragamonedas y mesas de apuestas. Del ao 1989 al 2001, los ingresos tribales por este concepto aumentaron de 212 millones de dlares estadounidenses a 12.700 millones (segn datos facilitados en 2002 por la National Indian Gaming Association [Asociacin Nacional de Actividades de Juegos de Azar en los Territorios Indios]). Los partidarios de estas prcticas aplauden el juego, que consideran el "nuevo bisonte" de los indios estadounidenses y le atribuyen la regeneracin de las reservas, en otros tiempos carcomidas por la pobreza, el desempleo, la dependencia de la asistencia social y la total inexistencia de perspectivas. Dados los fracasos de otros proyectos de desarrollo y la escasez de opciones en este mbito, no resulta sorprendente que muchas tribus hayan visto en el juego una mina de oro y, al mismo tiempo, una modalidad de desarrollo muy necesaria, aunque polmica. Sin embargo, este cambio de fortuna sobrevenido tras generaciones de empobrecimiento, impotencia y discriminacin, se ha cobrado un precio en la disgregacin y el desarraigo que ha provocado, que pocos de sus partidarios estn dispuestos a reconocer: conflictos sociales, luchas en el interior de las tribus y antagonismos culturales. En trminos histricos, representa una nueva etapa en la prolongada secuencia de desarraigo y desarrollo que los indios estadounidenses han padecido, como consecuencia de oleadas sucesivas de desarraigo fsico, social y cultural, causado por la colonizacin, la expansin y el avance de los inmigrantes europeos en Amrica del Norte.

Al igual que ha ocurrido con proyectos anteriores de desarrollo, los casinos implantados en las reservas han hecho aparecer ganadores y perdedores. Si sus dividendos han enriquecido a algunos, al menos en dinero, tambin han provocado un tipo de desagregacin que ha excluido y empobrecido a otros miembros de las tribus. Aunque estas consecuencias no son exclusivas de este tipo de desarrollo tambin se aprecian en otros grandes proyectos que se ejecutan dentro y fuera de las reservas-, constituyen un giro interesante en una historia de larga data. El volumen de dinero sin precedentes que mueven estos proyectos incrementa enormemente la complejidad de quines saldrn ganadores y quines perdedores, as como del proceso que causa el desarraigo de estos ltimos. Esta dinmica se complica an ms por la historia de las tribus indias de los Estados Unidos y su condicin jurdica de naciones soberanas. Aunque los ingresos de los casinos han ayudado a reducir la pobreza absoluta en algunas reservas indias, tambin han generado polmicas considerables. En el presente ensayo, hago hincapi en una controversia especfica causada por estas iniciativas. A diferencia de los ganadores y perdedores analizados por Kanbur y Cernea en este nmero, en el caso de los casinos creados en las reservas los grandes beneficiarios han sido las propias tribus. Sin embargo, las ganancias que las tribus han obtenido por este medio a veces se han producido a expensas de los miembros de la comunidad. Incluso cuando los ingresos de los casinos han llenado las arcas comunitarias, tambin han causado disputas acerca de la pertenencia a la tribu y el derecho de sus miembros a compartir la consiguiente prosperidad. El eje de este trabajo es, pues, la exclusin involuntaria de miembros de la tribu ante el aumento sin precedentes de los ingresos de la comunidad. Antecedentes En lo que respecta a los indios estadounidenses, el desarraigo suele interpretarse en el sentido de su expulsin a lo largo de la historia de sus tierras natales. A medida que los Estados Unidos, impulsados por la doctrina del Destino Manifiesto, se expandieron hacia el oeste, absorbiendo tierras y recursos, las tribus indias llegaron a ser consideradas un estorbo para la expansin y el desarrollo de la civilizacin occidental. Era preciso solucionar el problema indio, como lleg a llamrsele, para garantizar la expansin y el desarrollo nacional hacia el oeste (Hoxie, 1984, y McDonnell, 1991). Las soluciones ensayadas a lo largo de los siglos fueron la expulsin de los indios de los territorios colonizados y su exterminio; la creacin de reservas en zonas remotas; la reorganizacin de los gobiernos tribales de corte tradicional segn el patrn del rgimen constitucional de los Estados Unidos y la disolucin de las tribus indias y el posterior traslado de sus miembros al marco general de la sociedad urbana (ver Cuadro 1). El proceso de desarraigo de los aborgenes americanos, que ha durado ms de 400 aos, comenz con la llegada de Cristbal Coln en 1492. Invocando el principio de descubrimiento y conquista -segn el cual, quienes descubren un territorio adquieren derecho de posesin sobre l-, Coln reivindic la totalidad de Norteamrica en nombre del Imperio espaol. Aunque a los aborgenes no se les despoj completamente de su derecho a la posesin de la tierra por su condicin de habitantes primigenios de ella, pronto fueron vctimas del desarraigo que acarre la colonizacin. En aquellos primeros tiempos, varios gobiernos coloniales negociaron con las tribus indias tratados que establecan la entrega de vastas extensiones de terreno a cambio de alimentos, herramientas y rentas anuales perpetuas. Sin embargo, los gobiernos no respetaron las clusulas de perpetuidad y violaron

los ms de 500 tratados suscritos por autoridades coloniales (y poscoloniales) con las tribus indias. Cuadro 1 Etapas de la poltica federal estadounidense hacia los indios y sus efectos de desarraigo y desagregacin Perodo Desplazamiento y reasentamiento (1778-1887) Reservas y parcelacin (1887-1934) Reorganizacin de las tribus (1934-1946) Liquidacin y traslado (1945-1961) Poltica del Gobierno federal Indian Removal Act (1830) Indian Appropriation Act (1854) Homestead Act (1862) Railroad Act (1862) Dawes Act (1887) Indian Citizenship Act (1924) Efecto de desarraigo y desagregacin Desarraigo forzoso de las tribus indias de los Estados del este hacia el oeste del ro Mississippi Desarraigo mediante parcelacin de tierras de propiedad tribal; aumento de la dependencia de la asistencia social; asimilacin forzosa Imposicin de formas constitucionales de gobierno que desplazaron los modos tradicionales de organizacin y liderazgo social y poltico de las tribus Anulacin de la relacin especial de fideicomiso del Gobierno federal con ciertas tribus y sus miembros y traslado de sus miembros a zonas urbanas, en busca de oportunidades de empleo y educacin Erradicacin de las formas ms coercitivas de desarraigo; libre determinacin de las tribus indias; apoyo oficial a los gobiernos tribales

Indian Reorganisation Act (1934) Indian Land Claims Commission Act (1946) House Concurrent Resolution 108 (1954) BIA Direct Employment Programme

Autodeterminacin (1961-hasta la fecha)

Indian Civil Rights Act (1968) Indian Self-Determination and Education Assistance Act (1975) Indian Gaming Regulatory Act (1988) Nota: Este cuadro es una modificacin del anlisis de Deloria y Lytle (1983) sobre las etapas de la poltica federal hacia los indios.

En 1830, la Indian Removal Act (Ley de traslado de los indios) aboli los derechos indgenas sobre las tierras situadas al este del ro Mississippi y oblig a los indios a desplazarse hacia el oeste, al territorio de Oklahoma, en lo que lleg a denominarse Pas de los Indios. Veinte aos despus, el Congreso Federal promulg una serie de leyes (la Indian Appropriation Act de 1854, la Homestead Act y la Railroads Act, ambas de 1862 [Leyes sobre la enajenacin de tierras, reasentamiento de las tribus y desarrollo del ferrocarril, respectivamente]) que fijaron las bases jurdicas de la creacin de las reservas indias y, al mismo tiempo, el desplazamiento involuntario de las tribus desde sus tierras nativas a dichas reservas. A mediados del decenio de 1880, las tribus que no se hallaban diezmadas por las enfermedades o la guerra se convirtieron en naciones cautivas, y quedaron confinadas en reservas, bajo la tutela del Gobierno. La segunda etapa del desarraigo sobrevino con la aprobacin de la Dawes Severalty Act de 1887 (conocida popularmente como la General Allotment Act o ley de parcelaciones). En el marco de los planes gubernamentales para propiciar la asimilacin de los indios, esta Ley

instauraba la parcelacin y enajenacin de las tierras de propiedad tribal, que habran de dividirse entre los miembros de las tribus: 160 acres para cada cabeza de familia, 80 acres para cada individuo soltero mayor de 18 aos, y otro tanto para cada hurfano menor de edad. Como consecuencia de esta poltica, entre 1887 y 1932 el total de las tierras de propiedad tribal se redujo de unos 560.000 km2 a aproximadamente 190.000 km2, y los terrenos excedentes pasaron a manos del Gobierno o fueron vendidos a colonos blancos (Otis, 1973). En muchos sentidos, la Dawes Act introdujo una modalidad de desarraigo mucho ms insidiosa que la impuesta en etapas previas. Al aplicar conceptos y valores europeos de individualismo y propiedad privada, provoc la desagregacin de las relaciones internas, el estilo de vida y los medios de subsistencia de las tribus y lleg a ser la piedra angular de la asimilacin y la integracin de los indios estadounidenses en la sociedad civilizada. Tras este perodo de 40 aos de desarraigo cultural y prdida de territorios, el Congreso Federal promulg en 1934 la Indian Reorganisation Act (Ley de reorganizacin de los indios, IRA), que marc el inicio de una nueva poltica federal orientada a fomentar la reorganizacin y la autodeterminacin de las comunidades indias. La IRA era la solucin que los estadounidenses de origen europeo daban al viejo problema indio y constitua, al mismo tiempo, una forma refinada de asimilacin en el mbito de la gobernacin. Entre otras medidas, la IRA puso fin a la parcelacin de las tierras, cre las condiciones necesarias para la restitucin de terrenos tribales, facilit fondos para el desarrollo econmico de las reservas y exhort a las tribus a organizarse en la debida forma en gobiernos comunitarios (Prucha, 1984). Pero al aplicarla a pueblos que no compartan su concepto de nacin, el Gobierno federal estadounidense les impuso una estructura poltica calcada de su propia frmula de gobierno constitucional, que les arrebat sus modos tradicionales de liderazgo, organizacin comunitaria y relaciones sociales (Wilkinson, 1987). Si bien la IRA marc el final del desplazamiento fsico de los indios, al menos por el momento, tambin propici el continuo desarraigo de las culturas, la organizacin poltica y las relaciones sociales tribales. Por ejemplo, a tenor de la IRA el Gobierno federal alent a las tribus a adoptar gobiernos constitucionales. Mas como se trataba de pueblos que no compartan su nocin de nacin, esta iniciativa hizo desaparecer las formas tradicionales de organizacin poltica, en beneficio del modelo constitucional estadounidense (Wilkinson, 1987). Donde antao las tribus se organizaban y se regan segn sistemas de parentesco, clanes y comunidades, ahora estn cada vez ms gobernadas por relaciones de mercado y normas estructuradas excluyentes, que regulan la pertenencia y la participacin poltica. En la seccin siguiente examinar de nuevo la cuestin de la pertenencia. La siguiente etapa del desarraigo comenz en 1953, cuando el Congreso Federal adopt la House Concurrent Resolution 108 (conocida popularmente como poltica de liquidacin). Esta resolucin peda que se anulara la categora poltica de las tribus y se abrogase su relacin privilegiada de fideicomiso con el Gobierno de los Estados Unidos. En consecuencia, de 1953 a 1968 ms de 100 tribus indias fueron disueltas legalmente y ms de 1.360.000 acres de tierras tribales pasaron al dominio pblico, para ser privatizadas y vendidas. Al mismo tiempo, la Bureau of Indian Affairs (Oficina de Asuntos Indios, BIA) utiliz su Programa de Empleo Directo (ms conocido como programa de traslados), para desplazar a los indios estadounidenses de las reservas rurales hacia las zonas urbanas donde se estimaba que haba mejores perspectivas de empleo. Entre 1953 y 1970, ms de 90.000

indios abandonaron las reservas para trasladarse a centros de reubicacin situados en las zonas metropolitanas de Chicago, Los ngeles, San Francisco, Denver y Minnepolis. Hacia la segunda mitad del siglo XX, la solucin del Gobierno federal al problema indio se haba replanteado en forma de apoyo financiero, programtico y administrativo constante. A fin de aliviar la desagregacin ocasionada por la etapa anterior, el presidente Richard Nixon se comprometi a reconocer el derecho de los indios a decidir y controlar su propio destino. Con la promulgacin, en 1975, de la Indian Self-Determination and Education Assistance Act (Ley de ayuda a la autodeterminacin y la educacin de los indios), las tribus obtuvieron considerable poder discrecional con respecto a la reasignacin de los fondos destinados para satisfacer lo mejor posible sus necesidades colectivas. En esta ltima etapa de la poltica estadounidense relativa a los indios, muchas tribus han comenzado a ejercer por primera vez una soberana de facto, al alcanzar cierto poder de decisin y control sobre la orientacin de la evolucin de sus comunidades. Este legado de desarraigo someti a los indios estadounidenses a muchos de los riesgos previstos por Cernea (2000) en su Modelo de Empobrecimiento, Riesgos y Reconstruccin: carencia de tierras, desempleo, falta de vivienda, marginacin, aumento de las tasas de morbilidad y mortalidad, inseguridad alimentaria, prdida de acceso a la propiedad colectiva y desarticulacin social. Segn los datos del censo de 1990, los indios que vivan en las reservas tenan una renta familiar media de 19.897 dlares, frente a 30.056 dlares el resto de la poblacin de los Estados Unidos. En la misma poca, el 31,6 % de los indios viva por debajo del nivel de pobreza, lo que duplicaba con creces el promedio nacional del 13%. En cifras que prueban el impacto de la pobreza sobre la morbilidad y la mortalidad, la tasa de diabetes de los indios era dos veces y media superior al promedio del pas y los bebs indios presentaban el sndrome de alcoholismo fetal con una frecuencia muy superior a la media nacional. Y lo que quiz resulte aun ms revelador: la tasa de suicidios de los nios indios (de 5 a 14 aos de edad) es el doble de la nacional, y la de los jvenes de 15 a 24 aos, el triple (Indian Health Service [Servicio de Salud Indio] 2000). Ante estos indicadores preocupantes, la decisin de 1987 del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de respaldar el derecho de los indios a explotar casas de juego, representaba una promesa de posibilidades inditas de desarrollo para las tribus y sus miembros. En los 15 aos transcurridos desde entonces, los juegos de azar han logrado lo que ningn otro programa de reduccin de la pobreza haba conseguido. En muchas tribus, los casinos han invertido el ciclo histrico de desarraigo, desagregacin y empobrecimiento, haciendo que surja la primera generacin que ha conocido una prosperidad duradera, desde los albores mismos de los Estados Unidos. El desarrollo de un nuevo bisonte para los indios norteamericanos Ninguno de los numerossimos programas o directrices polticas federales aplicados antes de 1987 con miras a solucionar el problema indio haba generado un crecimiento econmico duradero en las reservas. Siglos de asimilacin, parcelacin y reorganizacin, as como de corrupcin y mala gestin por parte de la Oficina de Asuntos Indios, haban convertido a los aborgenes de las reservas en la minora ms pobre del pas. En un esfuerzo por reducir las persistentes pobreza y dependencia de los recursos federales, a finales de la dcada de 1970 varias tribus crearon empresas dedicadas al negocio de los juegos de azar. En Florida, la tribu de los seminolas abri el primer saln de bingo en el que se poda obtener premios elevados en 1978 y, pocos aos despus, la Cabazon Band of Mission

Indians inaugur una instalacin similar cerca de San Diego, California. Cuando los gobiernos estatales amenazaron con clausurarlos, las tribus apelaron a los tribunales federales y ganaron el caso. Segn la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en la causa California versus Cabazon Band of Mission Indians, una vez que un Estado ha autorizado cualquier tipo de juego de azar, como la lotera o el bingo, las tribus indias de ese Estado tienen derecho a proponer la misma modalidad de juego sin ninguna restriccin administrativa.

Firma de un acuerdo comercial en junio del 2001, en el casino de Turning Point (Verona, Nueva York, Estados Unidos) : a la derecha el gobernador del estado mejicano de Morelos, a la izquierda el Presidente de la Nacin india Onelda. Stan Honda / AFP

Como reaccin al fallo del caso Cabazon, los funcionarios estatales y los intereses vinculados a los casinos de Nevada y New Jersey cabildearon ante el Congreso Federal, a fin de limitar los negocios de juego en territorio indio. En su empeo en equilibrar los derechos de los indios con los intereses de los Estados y de los empresarios del juego, el Congreso promulg en 1988 la Indian Gaming Regulatory Act (Ley que regula el juego en las reservas indias, IGRA)1. Si bien esa Ley permite que las tribus administren casas de juego, stas han de instalarse nicamente en las tierras en fideicomiso reconocidas por el Gobierno federal y para crearlas es necesaria la firma de un concierto con el Estado correspondiente, en el que se estipulan las modalidades de juegos que propondr, las dimensiones de las salas, el nmero de mquinas autorizadas, los lmites de las apuestas, las medidas de seguridad, etc. (Eadington, 1990). La IGRA contempla tres categoras de juegos. La categora I son los juegos de ndole social en los que se distribuyen premios de valor simblico o las formas tradicionales de juego que forman parte de las ceremonias o los festejos tribales; estas actividades estn sujetas exclusivamente a las normas de la tribu. La categora II comprende el bingo, la lotera y juegos de naipes anlogos, que no estn prohibidos por las leyes estatales. Por ltimo, la

categora III abarca todos los dems juegos, entre ellos las mquinas tragamonedas, las carreras de caballos y de perros, las apuestas mutuas, el blackjack, el bacar y el jai-alai. Esta categora slo se permite en los Estados donde estas modalidades de juegos de azar son legales, siempre y cuando la tribu haya firmado un concierto con las autoridades (Anders, 1998). En la prctica, un concierto equivale a un tratado, que impone a las tribus la obligacin de negociar con el Estado en el que pretendan organizar juegos de azar. Sus clusulas pueden incluir lmites al nmero de juegos permitidos (por ejemplo, cuando se trata de mquinas tragamonedas), como tambin prescribir el porcentaje de beneficios que se repartirn los rganos de gobierno del Estado y de la localidad. Por ejemplo, en Michigan, existe una clusula en virtud de la cual las tribus que firmasen un concierto con el Estado a partir de 1993 tenan que pagarle el 8% de los beneficios procedentes de las mquinas tragamonedas, y abonar el 2% de los mismos a las administraciones locales. En California, despus de una larga batalla jurdica, el Estado negoci un nuevo acuerdo con las tribus indias segn el cual toda reserva estaba autorizada a construir dos casinos y a instalar hasta 2.000 mquinas tragamonedas; el documento establece tambin la obligacin de las tribus de contribuir con 100 millones de dlares anuales a un fondo estatal de lucha contra la ludopata y de pagar 1,1 millones de dlares anuales a las tribus californianas que renuncien a ejercer su derecho a instalar casas de juego. Aunque muchos crticos han sostenido que la firma de estos conciertos con las autoridades estatales menoscaba la soberana de las tribus -ya que el derecho de stas a instalar casas de juego dimana de un reconocimiento de rango federal-, la posibilidad de obtener altos ingresos por esa va ha sido demasiado tentadora para que se paren en esas nimiedades las 201 tribus indias que los han suscrito en 29 Estados a fin de crear casinos en los que los jugadores pueden obtener premios elevados2. La IGRA fija tambin el destino que las tribus han de dar a los dividendos del juego, lo que muchos crticos consideran una mengua adicional de la soberana tribal. Segn esa Ley, los ingresos provenientes de estas actividades tienen que emplearse en financiar programas o actividades del gobierno tribal, sufragar el bienestar general de la tribu y de sus miembros, promover el desarrollo econmico y comunitario, financiar obras de caridad o ayudar a los rganos de la administracin local (US General Accounting Office [Oficina de la Contadura General de los Estados Unidos], 1998). Segn datos actualizados (2002) de la National Indian Gaming Association, aproximadamente las tres cuartas partes de los ingresos totales obtenidos del juego por las tribus se destinan a programas e iniciativas de desarrollo comunitario y econmico tribales. De las 201 tribus que explotan juegos de azar, apenas unas 50 tienen planes aprobados por el Secretario del Interior para la distribucin per cpita de dividendos a sus miembros. Los conflictos que causa la distribucin equitativa de los beneficios provenientes de los casinos han generado grandes polmicas en el seno de las tribus. Dada la miseria que prevalece en las reservas, la creacin de puestos de trabajo y los ingresos fiscales vinculados a los casinos han alterado considerablemente las condiciones de vida de los indios que residen en las mismas y de las personas ajenas a las tribus que viven en zonas aledaas. Segn la National Indian Gaming Association, el juego ha generado empleo, ha reducido la dependencia de la asistencia social y ha constituido una fuente adicional de ingresos fiscales para los Estados. En un estudio realizado por el Programa de Desarrollo Econmico de los Indios de Estados Unidos de la Universidad de Harvard, los investigadores (Cornell et al., 1998) descubrieron que antes de la firma de cualquier concierto entre un Estado y una tribu sobre los casinos bajo los auspicios de la IGRA, el

desempleo medio en las 214 tribus estudiadas era del 38%. Seis aos ms tarde, la tasa de paro haba bajado al 13% en las tribus que haban instalado casinos y se mantena inalterada en las que carecan de casas de juego. De ste y de otros estudios (Alesch, 1997; Carstensen et al., 2000; Cossetto, 1995; y Vinje, 1996), se desprende que los juegos de azar en territorio indio han tenido un impacto econmico favorable en tribus que, en su mayora, tras siglos de pobreza, discriminacin y desesperacin, conocen ahora por primera vez la prosperidad. Sin embargo, no todos los efectos del juego son positivos para las reservas. Entre muchos miembros de otras etnias que se oponen a esta frmula, se ha manifestado preocupaciones que se extienden desde el cuestionamiento del propio juego por razones morales hasta las repercusiones y la frecuencia de la ludopata, pasando por la amenaza que representa la delincuencia organizada. Al mismo tiempo que un nmero considerable de personas de otros orgenes tnicos se benefician directamente de esas actividades, ya sea porque encuentran empleo en los casinos o relacionado con stos o por la disminucin de las ayudas sociales y el correspondiente gasto pblico, muchos grupos cvicos, titulares de cargos pblicos por designacin popular y asociaciones empresariales se oponen a la creacin y expansin de los casinos en territorio indio. Esta oposicin ha suscitado el desagradable espectro del racismo, as como la organizacin y la movilizacin de tendencias antiindgenas en ciertos Estados, entre ellos Nueva York, Wisconsin y Washington. Tambin en las propias tribus surgen crticas e inquietudes que han provocado controversias y desacuerdos entre familias y clanes, tanto en funcin de criterios raciales (los de sangre totalmente india contra los mestizos), como de posturas ideolgicas (la tradicin contra el progreso), con respecto al ejercicio del poder y al control de los recursos colectivos. En la Seccin I que sigue a continuacin examinar uno de los modos en que la difusin de los juegos de azar ha generado conflictos internos en ciertas tribus, que giran en torno a la pertenencia al grupo y los derechos y privilegios que conlleva. Las riquezas derivadas del juego han causado grandes batallas en el seno de ciertas tribus, luchas en torno al poder y al control de las utilidades, que han puesto de manifiesto el lado sombro de la historia de enriquecimiento sbito basado en los juegos de azar en los territorios indios. Soberana, ciudadana y desarraigo El conflicto que el juego ha provocado en el interior de las tribus tiene muchas causas. Dos de las diversas leyes federales son particularmente relevantes para el tema que nos ocupa: la Dawes Act (Ley Dawes) de 1887 y la Indian Reorganisation Act (Ley de reorganizacin de los indios) de 1934, de las que nos ocuparemos. Al entrar en vigor en 1887, la Dawes Act estatuy la enajenacin de las tierras de propiedad tribal, pero sin determinar cmo ni a quin se entregaran los terrenos. Sin parar mientes en esta omisin congresual, los agentes federales se basaron en los criterios cientficos de la poca, que designaban la sangre como la portadora del material gentico y cultural que haba de servir para discernir la idoneidad tnica en lo tocante al reparto de tierras. Este principio llegara a conocerse popularmente como cuota sangunea [blood quantum]. Como piedra angular de la Dawes Act y mtodo con carcter oficial de definir la identidad indgena, la cuota sangunea se basaba en una abultada jurisprudencia, que por entonces ya tena dos siglos de antigedad, y en los principios del racismo biolgico que engendraron la segregacin racial en el sur de los Estados Unidos. Pero a diferencia de la regla de una sola gota, usada para catalogar como negro a quien tuviera aunque slo fuera un antecesor africano conocido, la Dawes Act exiga que la persona tuviera al menos un cuarto de sangre

india para reconocerle el derecho a recibir una parcela de tierra. Al efecto, la cuota sangunea se deduca de los supuestos antecedentes raciales de los padres: las personas cuyos padres fueran 100% indios, sera a su vez 100% indio, o, para usar el lxico de las directrices federales en la materia, tendra cuatro cuartos de sangre india. En caso de que, por ejemplo, el padre fuera blanco y la madre india, la cuota sera del 50%, o sea, de dos cuartos (Gonzales, 1998). El uso y la importancia de la cuota sangunea aumentaron con la aprobacin de la Indian Reorganisation Act de 1934. Como qued expuesto ms arriba, al mismo tiempo que la IRA otorg a las tribus la facultad de autogobierno, las alent a reorganizarse y a adoptar formas constitucionales de gobierno. Entre sus mltiples clusulas, la IRA concedi a las tribus el derecho a definir la filiacin tribal (o sea, quines eran sus miembros de pleno derecho), prerrogativa que el Tribunal Supremo de los EE.UU. ha reconocido y ratificado como uno de los atributos tribales bsicos (Canby, 1988). Tal como se emplea en el lxico de las directrices relativas a los indios, la filiacin tribal equivale a la ciudadana, en el sentido de que confiere al miembro de la tribu el derecho a votar en sus elecciones, a participar en el reparto per cpita de sus ingresos y recursos y a percibir las prestaciones de un sinfn de programas y servicios que gestiona la Oficina de Asuntos Indios. En la actualidad, las reglas establecidas en las constituciones tribales, merced a los poderes que les confirieron la Dawes Act y la IRA, son fuente de dificultades, debido a que la filiacin se limita a las personas capaces de probar documentalmente su descendencia de algn miembro inscrito en los archivos originales o de base de la tribu. Muchos de estos archivos tribales datan del decenio de 1890, cuando sirvieron de piedra angular de la Ley Dawes. Aunque los requisitos de filiacin varan mucho en cada una de las ms de 560 tribus que el Gobierno federal reconoce actualmente, la mayora de ellas exigen la descendencia lineal y un mnimo verificable de sangre india3. Como ejemplo cabe citar el artculo referente a la filiacin (Artculo 1, Seccin III) de la constitucin de la tribu de los saginaw chippewa, que limita la condicin de miembros a: 1) las personas cuyos nombres aparecen en uno o ms de los registros de parcelacin creados en 1883, 1885 y 1891; 2) todos los dems indios que residan en la reserva tribal al adoptarse la constitucin de 1937, y 3) todos quienes nazcan con, al menos, una cuarta parte de sangre india y sean hijos de un miembro de la tribu residente en la reserva en el momento del nacimiento. Como se indic anteriormente, la organizacin de las tribus en forma de gobiernos constitucionales ha impuesto conceptos de pertenencia tnica y de nacin que llevan implcitos principios occidentales de identidad individual y colectiva. Un aspecto fundamental de este anlisis son las normas y regulaciones formales que rigen actualmente la filiacin tribal. Con el paso del tiempo y como reaccin a los cambios de la coyuntura poltica, han surgido estructuras, alicientes y factores de disuasin que han inducido a las tribus a ampliar o restringir los requisitos que rigen la filiacin. En aos recientes los ingresos de muchos casinos tribales han potenciado la importancia de los asuntos relativos a la filiacin y el derecho subsecuente de los miembros a participar de los beneficios que proporcionan los juegos de azar. Por ejemplo, en la tribu de los saginaw chippewa de Michigan estall en 1998 un conflicto sobre la filiacin que an hoy amenaza con excluir de los archivos tribales al 10 por ciento de sus 2.800 miembros. En esta pugna estn en juego miles de millones de dlares, provenientes de los beneficios que obtiene el casino y centro turstico Soaring Eagle, propiedad de la tribu.

En los ocho aos transcurridos desde la inauguracin de este casino, sus ingresos han transformado a los saginaw chippewa en una de las tribus ms acaudaladas de Estados Unidos. En el ao 2000, el casino obtuvo 350 millones de dlares de ganancia, con lo que se convirti en la casa de juego ms productiva de Michigan y la quinta en importancia de todo el pas. Esta comunidad es tambin una de las 47 que han aprobado planes de distribucin de los beneficios del juego, en forma de un pago per cpita a cada miembro de la tribu. Por ende, quienes corren el riesgo de perder la filiacin se exponen a dejar de percibir 52.000 dlares anuales de renta provenientes de esos fondos. Aunque esta modalidad de desarraigo interno es tpica del proceso de desarrollo y de muchos proyectos de esta ndole, no deja de ser una variante interesante de lo que suele considerarse un modo de desarraigo inducido por el desarrollo. En este caso, el desarrollo basado en juegos de azar ha generado un tipo de desarraigo y desagregacin, en el que la tribu, mediante el control de la filiacin, ejerce cierto poder de decisin sobre quines saldrn ganadores o perdedores. La fuente de este poder radica en la condicin poltica de las tribus indias en cuanto naciones soberanas con derecho a autogobernarse. Esta situacin es fruto de una etapa anterior en la que las potencias coloniales, entre ellas Francia y Gran Bretaa, entablaron negociaciones oficiales con las tribus, considerndolas naciones soberanas, y suscribieron tratados en los que las reconocan como tales (Prucha, 1984; Wilkinson, 1987). Al aceptarlas como entidades polticas soberanas, las potencias coloniales, y ms tarde los Estados Unidos, reconocieron los poderes inherentes (en lugar de delegados) de dichas tribus, en tanto que entidades polticas autnomas. Sin embargo, hoy en da las facultades soberanas inherentes a los gobiernos tribales estn limitadas y restringidas por el Congreso Federal. Como consecuencia de lo anterior, las tribus tienen derecho a determinar las normas y prescripciones que regulan la afiliacin, pero carecen de la facultad de proscribir o expulsar impunemente a sus miembros. En el caso de los saginaw chippewa, los dirigentes de la tribu sostienen que su investigacin y su reevaluacin de las personas incluidas en los archivos bsicos no responden a una motivacin poltica, sino que esta labor se realiza con miras a garantizar la precisin de dichos archivos. Asimismo sealan que la constitucin les confiere el poder de cancelar la filiacin de todo el que no sea capaz de demostrar que desciende de ancestros chippewa, criterio que no comparten los miembros amenazados de expulsin. Como qued patente en el caso de los saginaw chippewa, el debate acerca de la filiacin tribal puede tener enormes consecuencias, tanto para quienes han sido reconocidos legalmente como miembros de pleno derecho de una tribu como para los que corren el riesgo de perder esta condicin. Por desgracia, esta forma de desarraigo inducida por el desarrollo de los juegos de azar est lejos de ser la nica. Los indios tigua de Isleta del Sur, Texas, se enfrentaron a un conflicto anlogo en torno a la pertenencia a la tribu; la polmica culmin en 1998, cuando la polica de la tribu expuls a varios miembros. Para los tigua, el juego marc un hito de prosperidad, en comparacin con la generacin precedente, cuando muchos de sus miembros luchaban por la mera supervivencia, trabajaban como temporeros en la cosecha de algodn y vivan en remolques ruinosos y chozas de adobe, sin agua, electricidad ni servicios sanitarios. En 1992, la tribu inaugur el Speaking Rock Bingo and Entertainment Centre, y en la dcada siguiente el desfile de jugadores y buscadores de fortuna convirti a la reserva, antes empobrecida, en un verdadero emporio del oeste de Texas, cuyas instalaciones de juego generan cada ao, segn los clculos ms prudentes, 60 millones de dlares de beneficios exentos de impuestos (Colloff, 1999).

Entre los indios tigua, este vuelco de la fortuna ha acarreado un precio que casi nadie hubiera podido imaginar. Una vez superadas la pobreza y la discriminacin, la tribu padece ahora, como consecuencia directa del poder y la prosperidad recin adquiridos, un nuevo azote: las pugnas internas. Una comunidad antao unida por una urdimbre de parentesco y nexos entre los clanes es ahora escenario de una batalla fratricida. En Oklahoma, una disputa anloga enfrenta a los miembros de la tribu seminola, entre indios de pura raza y descendientes de los freedmen o libertos, los esclavos negros que en el pasado eran propiedad de los seminolas y que los acompaaron cuando fueron desterrados de Florida a Oklahoma. En el ao 2000, el consejo tribal despoj del derecho de voto a unos 2.000 seminolas negros. La exclusin de estos miembros sobrevino a raz de que el Congreso de los Estados Unidos otorgara una indemnizacin de 56 millones de dlares a la tribu, para compensarla por la prdida de territorio y el desarraigo que sufrieron al ser deportados del Estado de Florida en el decenio de 1820. Al examinar un plan para el reparto per cpita de la indemnizacin y de los millones de dlares que produce el casino de la tribu, el gobierno de sta decidi que slo los indios de sangre seminola recibiran las asignaciones per cpita y otras prestaciones conexas, entre ellas, asistencia mdica y formacin profesional (Glaberson, 2001). El caso de los seminolas refleja las singularidades que engendra la legislacin federal promulgada antes de que se concediera a las tribus el derecho soberano a decidir sobre la filiacin. Una de las consecuencias de dicha legislacin fue que numerosas personas carentes de ancestros en la tribu fueron definidas jurdicamente como indios e incorporadas a los archivos tribales. Cuando en 1866 los seminolas suscribieron un tratado con el Gobierno de los Estados Unidos, los libertos fueron censados como miembros de la tribu. Pero no todos los casos se debieron a trapaceras jurdicas o inepcias burocrticas. Por ejemplo, en 1894 la Oficina Federal del Censo descubri que ciertas demandas jurdicas y relativas a propiedades [indujeron] a personas que tenan muy poca sangre india, o que eran de origen exclusivamente blanco, a autodefinirse como indios (US Bureau of the Census, 1894: 131). Estos ejemplos muestran la pugna, a veces encubierta, en torno a la afiliacin tribal que, debido a las ganancias del juego y a las indemnizaciones federales por las tierras perdidas, constituye hoy la causa fundamental de una lucha en la que hay en juego poder y riquezas. Conclusin No cabe duda de que la explotacin de los juegos de azar ha tenido ms xito que cualquier otro programa previo de lucha contra la pobreza, tanto en creacin de empleo y reduccin de la dependencia de la asistencia social, como de la promesa de un futuro mejor para algunas tribus indgenas y sus miembros. Desde el punto de vista del desarrollo, los ingresos que proporcionan los casinos han elevado radicalmente el nivel de vida de muchas tribus y de sus miembros. Mayores ingresos, oportunidades de empleo, nuevas escuelas, abastecimiento de agua e instalaciones sanitarias, carreteras, centros de asistencia social y otros adelantos son hoy realidades que han superado los sueos ms delirantes de muchas comunidades indias de diversas regiones del pas. En la mayora de los casos, la opinin ms generalizada es que las ventajas econmicas superan con creces a los aspectos negativos, al menos a corto plazo. Desde el punto de vista cultural, el problema que muchas tribus afrontan ahora es si este crecimiento sbito de la riqueza no se traducir en un problema a largo plazo para ellas mismas y para sus miembros (Mika, 1995). Ms de uno ha manifestado ya preocupacin ante el materialismo que el juego fomenta, por considerarlo

incompatible con la cultura tribual y nocivo para los valores, prcticas y tradiciones culturales autctonos. Adems de estas formas de desarraigo que propician los juegos de azar, la perspectiva de obtener ganancias fabulosas mediante la instalacin de casinos ha eclipsado otras opciones de desarrollo en las reservas. Por ejemplo, los adversarios del juego en territorios indios, en particular los miembros de las tribus que ya poseen casinos, son vctimas de una especie de desarraigo in situ, ya que sus esfuerzos en pro de formas alternativas de desarrollo que sean ms afines a la cultura, el estilo de vida y la organizacin social tradicionales de la tribu, se ven socavados o silenciados por los partidarios del juego. Esto suscita la perturbadora cuestin de hasta qu punto las personas que viven en las reservas y se benefician del juego no son tambin vctimas del desarraigo cultural. La implantacin de casinos en las reservas entraa tambin otros efectos que slo podrn evaluarse en el futuro. A causa de los enormes intereses polticos y econmicos en juego, la exigencia jurdica de conciertos estatales y la creciente pugna jurdica entre las tribus y los Estados seguirn incrementando la importancia jurdica de la cuestin, tanto para las tribus como para los rganos de gobierno locales, estatales o federales. En algunos casos, gracias a los ingresos del juego los indios han pasado de ser el grupo ms pobre y desposedo de la comunidad a ser el ms acaudalado. De este modo, los juegos de azar han alterado las relaciones sociales vigentes y el equilibrio de poder y el control de los recursos en determinadas regiones. A la vista del ritmo de creacin y difusin de los casinos en las reservas, las consecuencias a largo plazo de estas tendencias estn preadas de incertidumbre, tanto para las tribus indias como para sus vecinos de otras etnias. Sin embargo, para la mayora de las tribus el juego es un mal necesario. John McCain, senador del Estado de Arizona y uno de los patrocinadores de la Indian Gaming Regulatory Act, ha lamentado que el juego parezca ser la nica esperanza de salvacin econmica para los indios estadounidenses: Una de las desgracias es que las empresas ms apropiadas se niegan a instalarse en territorio indio. Entonces, qu les queda a las reservas? Slo el juego y los basureros (citado en Johnson, 1992). A la vista de las opciones disponibles pobreza, impotencia y desesperanza-, no resulta sorprendente que muchas tribus hayan sentido la necesidad de aprovechar el juego como una forma imprescindible de desarrollo. A corto plazo, al menos algunas tribus han visto cmo esta actividad inverta el ciclo de desarraigo y empobrecimiento y cumpla su promesa de beneficios econmicos. En cambio, a largo plazo sigue siendo una incgnita su repercusin sobre la organizacin y las relaciones sociales y culturales, tanto en lo que respecta al conjunto de cada tribu como a sus miembros. Traducido del ingls Notas 1. La Indian Gaming Regulatory Act prescribe que uno de los objetivos principales de la poltica federal relativa a los indios consiste en promover el desarrollo econmico de las tribus y su autosuficiencia, as como propiciar gobiernos tribales fuertes; y las tribus indias tienen el derecho exclusivo de regular los juegos de azar en su territorio, si dichas actividades no estn prohibidas especficamente por las leyes federales y si se llevan a cabo en un Estado en cuyo Cdigo Penal o por razones de orden pblico no estn proscritas (25 U.S.C. Sec 2701).

2. La Office of Indian Gaming Management de la Oficina de Asuntos Indios lleva el registro de los nuevos conciertos y los publica peridicamente en el Diario Federal. La lista ms reciente data del 6 de julio de 2000. Puede consultarse en: http://www.doi.gov/bia/gaming/complist/gamingcmptindex.htm. 3. Aunque no todas las tribus exigen un mnimo de sangre india para validar la afiliacin tribal, casi dos de cada tres aplican este requisito, y la mayora de ellas han establecido una cuota sangunea mnima de un cuarto (Thornton, 1997). Hasta hace poco, era posible tambin afiliarse a una tribu mediante adopcin, en un proceso similar al que permite a un extranjero adquirir por naturalizacin la ciudadana estadounidense. Mas a raz de las demandas por ocupacin de tierras y de otros ingresos del desarrollo tribal, entre ellos el juego, cada vez son ms la tribus que reforman su constitucin a fin de restringir la filiacin a quienes puedan probar que descienden directamente de un miembro inscrito en los archivos originales o que posean el mnimo requerido de sangre india. Referencias ANDERS, G. C. 1998. Indian gaming: financial and regulatory issues. Annals of the American Association of Political and Social Science 556, 98-108. ALESCH, D. L. 1997. The impact of Indian casino gambling on metropolitan Green Bay. Wisconsin Policy Research Institute Report 10(6), 1-35. CANBY, W. C. Jr. 1988. American Indian Law in a Nutshell, St. Paul, Minnesota: West Publishing Company. CARSTENSEN, F., LOTT, W., MC MILLEN, S., ALIMOV, B., DAWSON, N. y RAY, T. 2000. The Economic Impact of the Mashantucket Pequot Tribal Nation Operations on Connecticut, Storrs, Connecticut: Universidad de Connecticut, Connecticut Centre for Economic Analysis. CERNEA, M. M. 2000. Impoverishment or social justice: a model for planning and resettlement, en M. M. Cernea y C. McDowell (eds.), Risks and Reconstruction: Experiences of Settlers and Refugees, Washington, DC: Banco Mundial. COLLOFF, P. 1999. The blood of the Tigua. Texas Monthly 27(8), 112-116. CORNELL, S., KALT, J., KREPPS, M. y TAYLOR, J. 1998. American Indian Gaming Policy and Its Socio-Economic Effects: A Report to the National Gambling Impact Study Commission, Cambridge, Massachusetts: The Economics Resource Group, Inc. COZZETTO, D. 1995. The economic and social implications of Indian gaming: the case of Minnesota. American Indian Culture and Research Journal (invierno), 119-132. DELORIA, V. y LYTLE, C. 1983. American Indians, American Justice, Austin, Texas: University of Texas Press. EADINGTON, W. R. 1990. Native American Gaming and the Law, Reno, Nevada: Universidad de Nevada, Institute for the Study of Gambling and Commercial Gaming.

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La modernidad abajo las bases: ciudadana local en la costa de India Meridional Ajantha Subramanian
Nota Biogrphica Ajantha Subramanian es Profesora Asociada de Antropologa Social y Estudios Sociales en Harvard. Obtuvo su doctorado en antropologa cultural en la Universidad Duke en 2000. Desde entonces trabaj, gracias a una beca postdoctoral en la Universidad de Carolina del Norte (Programa Chapel Hill sobre Creacin de un Sur transnacional (2000-2001); fue profesora visitante de la Facultad de Antropologa de la Universidad de Cornell (2001-2002) y titular de una beca para el Programa de Estudios Agrarios en la Universidad de Yale (2002). Email: [email protected]

En junio de 1997 los pescadores catlicos de una aldea del distrito costero meridional de Kanyakumari, en la India, tomaron sin precedentes de presentar una demanda contra la Iglesia. La decisin de los pescadores de valerse de la ley estatal contra sus autoridades religiosas era una reaccin frente a una sancin eclesistica que les prohiba pescar durante una semana. Haban provocado la ira del clero al atacar a los pescadores de arrastre locales, quebrantando la paz auspiciada por la Iglesia en el litoral. La acometida form parte de una serie de confrontaciones entre los pescadores artesanales, que utilizan embarcaciones y artes de pesca pasiva, y los pescadores de arrastre mecanizados del distrito de Kanyakumari,y mostr un recrudecimiento de la lucha de los artesanos contra la pesca de arrastre en las aguas costeras y el agotamiento de los recursos marinos. No obstante, a diferencia de otras ocasiones en que las sanciones religiosas contra la violencia entre catlicos del litoral haban sido acatadas, en esta oportunidad los pescadores artesanales acusaron a la Iglesia de abuso de autoridad. En lugar de someterse a la orden de la jerarqua eclesistica exigieron justicia ante los tribunales actuando como ciudadanos locales que combatan trabas inconstitucionales a su modo ganarse el sustento. En este ensayo, estimo que el desarrollismo del Estado indio es un proceso de exclusin y el activismo de los pescadores catlicos una exigencia restitucin de su plena ciudadana. En la costa meridional de la India, el Estado poscolonial ha sido un agente tanto de integracin como de diferenciacin. En su calidad de motor del desarrollo, el Estado consider a los pescadores artesanales como una comunidad econmica separada de la nacin en vas de industrializacin. Y, como autoridad secular, los trat como a una comunidad catlica al margen de la aplastante mayora hind. Estas dos formas de comunidad, que coinciden parcialmente y se distinguen una y otra por su diferencia respecto de la corriente econmica o cultural dominante restringieron la relacin de los pescadores catlicos con el Estado y les impidieron ejercer cabalmente sus derechos como ciudadanos. Ahora bien, como lo demostrar, en lugar de rechazar el Estado y exigir una autonoma cultural, los artesanos catlicos se apropiaron de las categoras estatales y las redefinieron de modos inesperados para reclamar justicia econmica y el pleno reconocimiento de la ciudadana. Reaccionaron

ante la exclusin impuesta por el desarrollismo laico, afirmando el lugar que legtimamente les corresponde como ciudadanos del Estado indio. La revolucin azul de Kanyakumari Situado en el extremo suroccidental del subcontinente indio en el estado de Tamilnadu, el distrito de Kanyakumari posee un litoral de 68 kilmetros de largo, en el que se suceden 44 aldeas cuya poblacin de pescadores catlicos que representa unos 150.000 habitantes. Con la expansin portuguesa en el siglo XVI, el catolicismo se propag por la costa occidental de la India, donde una proporcin apreciable de la poblacin del litoral, desde Bombay hasta Kanyakumari, se convirti en virtud de una serie de pactos entre la corona portuguesa y distintos autctonos (Schurhammer, 1977; Narchison y otros, 1983). A partir de entonces, en el litoral suroccidental la Iglesia fue terrateniente, recaudadora de impuestos y autoridad religiosa una imponente trinidad que cumpli la funcin de principal intermediario entre la comunidad pesquera y los gobiernos sucesivos. La geografa social de la costa es a la vez religiosa y civil: los lmites de las aldeas de pescadores coinciden con los de las parroquias, y el prroco es la autoridad moral del Consejo de la aldea. Ahora bien, esta interaccin de lo religioso y lo civil no ha dejado de crear tensiones. A lo largo de tres siglos han sido frecuentes las luchas de los pescadores por obtener mayores derechos para su casta dentro de la Iglesia, o una mayor autoridad laica sobre la costa (Kooiman, 1989; Ballhatchet, 1998). Este es el contexto cultural en que se estableci el desarrollismo oficial laico en los aos 1950. La mecanizacin de la actividad pesquera india fue uno de los rumbos del impulso nacional hacia la industrializacin iniciado durante el decenio posterior a la independencia. La Comisin de Planificacin Nacional propuso una transformacin drstica de la pesca de captura para complementar la Revolucin Verde aplicada por la India en la agricultura: las nuevas tcnicas mecanizadas potenciaran la pesca a niveles acordes con la supuesta riqueza de los ocanos, contribuiran al desarrollo econmico del pas y ayudaran a alimentar a su poblacin.en constante aumento Esta Revolucin Azul deba extenderse a toda la India, ser promovida por el Gobierno central y llevarse a cabo con variaciones en cada estado de la costa (Tamilnadu State Planning Comission, 1972; Somasundaram, 1981). La recomendacin de la Comisin de proceder a una rpida transformacin tecnolgica para atenuar la pobreza del litoral, mejorar el nivel de vida de los pescadores indios e incrementar la produccin obedeca a la idea de que la poblacin costera era vctima de un grave atraso social. La Comisin calific al sector pesquero existente de esencialmente primitivo, integrado por pescadores ignorantes, mal organizados y mal equipados. Sus tcnicas son rudimentarias, sus artes de pesca elementales, sus bienes de produccin escasos e ineficientes (Shah, 1948). Haba asimismo un componente cultural en esta evaluacin. La Comisin determin que la baja productividad de las tcnicas de pesca autctonas se deba en gran medida a la cultura del litoral, caracterizada por la indolencia, la falta de capacidad de ahorro, la resistencia al cambio y la violencia, y en s misma producto del aislamiento social. La incorporacin de la costa a un marco nacional de desarrollo deba conribuir a contrarrestar aquellos aspectos de la cultura del litoral poco propicios para el progreso social. Al mismo tiempo, y en consonancia con las ideas de Gandhi favorables a una repblica descentralizada compuesta por aldeas autnomas, la Comisin destac la necesidad de sustentar la solidaridad orgnica de la aldea de pescadores como fundamento para el

desarrollo. Por ltimo, decidi que el Desarrollo Comunitario, que utilizara la aldea de pescadores como unidad bsica del proceso de desarrollo, sera el instrumento ideal para que la transformacin de la costa se efectuara sin tropiezos. Al decidir que la comunidad fuera la unidad social bsica del desarrollo, la Comisin esperaba atenuar los trastornos provocados por el cambio. Cindose a la filosofa de Gandhi, asign a la aldea un papel esencial en el programa de Desarrollo Comunitario y promovi la edificacin de la nacin como un proceso que parta de las comunidades rurales de la India (Singh, 1969). En su expresin final, el Desarrollo Comunitario fue una combinacin peculiar de objetivos: invocaba la comunidad de la aldea como espacio orgnico de economa moral que sentara las bases de la nacin y procuraba reestructurar la aldea en funcin de las necesidades de la edificacin de la nacin. Por consiguiente, el programa tena metas contradictorias, consistentes en eliminar las fronteras de las economas tradicionales al integrarlas en un marco de desarrollo nacional y presentar a sus beneficiarios como comunidades renovadas uniformemente favorecidas por el proceso de desarrollo. Cmo se articul el Desarrollo Comunitario con el laicismo? Antes de abordar esta cuestin, presentar una breve sinopsis del laicismo del Estado indio. El laicismo estatal en la India se fund en dos dicotomas que coinciden parcialmente a saber, entre la mayora y la minora y entre el ciudadano y la comunidad. Si bien a mi juicio el laicismo es indispensable para garantizar la igualdad en materia de ciudadana a las minoras religiosas en una nacin multicultural, en la India la prctica del laicismo estatal ha tenido en realidad el efecto contrario de marginar las comunidades minoritarias y denegarles el derecho a la autodeterminacin. Aunque su propsito declarado era proteger las identidades y culturas minoritarias, el Estado laico parti de la hiptesis de que la mayora hind era ms laica y, por ende, estaba en mejores condiciones para ejercer la ciudadana que las minoras musulmana o cristiana. Esto fue en parte el resultado de las polticas de reforma religiosa aplicadas por el Estado inmediatamente despus de la independencia. En nombre de la proteccin de las minoras, el Estado limit su programa de reforma a los hindes. Se puede debatir el xito real de la reforma hind, pero la manera en que se plante la reforma cre una diferencia perceptible en la nacin entre una mayora hind laicizada y minoras comunitarias definidas por la religin. Para el Estado laico, en consecuencia, el hind pas a representar el ciudadano laico, mientras que el musulmn o el cristiano minoritarios eran ante todo miembros de una comunidad religiosa determinada. No obstante, la no intervencin en los asuntos religiosos de las minoras no signific la no integracin de stas. Al basarse en la hiptesis de que las minoras se definen principalmente en trminos religiosos, el Estado las integr en un marco nacional laico designado a las autoridades religiosas como sus dirigentes naturales, criterio que reforz an ms la idea de que las comunidades minoritarias eran entidades cerradas al margen de la nacin laica (Shaikh, 1989; Chatterjee, 1997). La prctica del Estado en la costa de Kanyakumari tambin corresponde a esta dinmica. Como quedar demostrado, el Estado indio trat siempre a los catlicos del litoral ante todo como miembros de una comunidad confesional y slo secundariamente de una comunidad nacional. Para suscitar la aprobacin de su programa de desarrollo, el Estado apel a las comunidades que componan el electorado indio. No se trataba de las comunidades de aldeas contempladas en el marco del Desarrollo Comunitario sino de las castas y entidades religiosas que constituan las unidades bsicas de la democracia representativa y de la

concepcin laica del Estado. En el contexto del litoral de Kanyakumari, poblado de pescadores catlicos, el Gobierno del estado de Tamilnadu procur legitimar su programa de desarrollo de la pesca solicitando el apoyo de la Iglesia Catlica y presentando el Desarrollo Comunitario como un progreso para las minoras religiosas. El Primer Ministro de Tamilnadu en ese entonces, el Sr. K. Kamaraj, recurri a la Iglesia Catlica por considerarla el dirigente natural de la costa, tanto para granjearse los votos de los pescadores como para apoyar el desarrollo de la pesca. Al designar a la Iglesia Catlica como la autoridad natural del litoral y hacer caso omiso de las perrogativas de los consejos de pescadores de las aldeas, el Estado redujo la compleja historia cultural de los pescadores de Kanyakumari a un nico referente de identidad que era fcilmente adaptable a las prioridades del desarrollo laico. A travs del proceso poltico convergieron las interpretaciones desarrollista y laica de comunidad haciendo coincidir parcialmente el colectivo de pescadores del programa de desarrollo y el colectivo religioso del programa laico. Deseoso de hacer participar a los catlicos en el proceso de desarrollo, el Primer Ministro Kamaraj design a la Sra. Lourdammal Simon, eminente personalidad miembro de la dicesis catlica de Kanyakumari, como Ministra Federal de la Pesca.1 Esta eleccin sin duda complaci a la Iglesia, aunque la jerarqua local ya estaba dispuesta a apoyar el programa. Para muchos sacerdotes que provenan de familias acomodadas de la costa, la tecnologa moderna significaba poner trmino a la miseria del litoral. Muchos de ellos haban abandonado el sector pesquero para llevar una vida eclesistica, y su formacin teolgica en seminarios distantes de la costa de Kanyakumari les haba dado una nueva visin de su tierra natal, segn la cual la vida de los catlicos del litoral era muy distinta de la de grupos que escalaban posiciones en el plan social. A su regreso a la costa en calidad de autoridades religiosas, constituan una clase media instruida que era originaria de la regin pero ya no pertenecientes del todo a ella. Cuando el Estado emprendi el programa de desarrollo, estos sacerdotes lo consideraron rpidamente como un catalizador muy necesario para la integracin de los pescadores en la principal corriente econmica y cultural del pas. El programa de desarrollo deba suprimir las anteriores jerarquas y brindar posibilidades de movilidad econmica y social a la minora catlica en su conjunto. Por consiguiente, el clero hizo suyo el programa, explic desde el plpito la necesidad de llevarlo a cabo e inst a sus feligreses a adoptar las nuevas tecnologas sin vacilaciones. Sostena que el programa de desarrollo era demostracin de que el Estado reconoca finalmente las necesidades de los catlicos de escasos recursos y el lugar que ocupaban legtimamente en una nacin en vas de modernizacin.2 La Ministra Simon empez a ejecutar el programa de mecanizacin en el estado de Tamilnadu prestando especial atencin a su distrito natal de Kanyakumari. Pero ya en los primeros aos, las prioridades del programa fueron evolucionando. Con la crisis alimentaria de fines del decenio de 1950, la meta original del desarrollo extensivo basado en la creacin de cooperativas y el fomento de la mecanizacin fue reemplazada por el desarrollo intensivo de unas pocas aldeas a ttulo experimental. En el distrito de Kanyakumari, la aldea de Colachel, un puerto natural circundado por una costa escarpada, fue el lugar escogido para poner a prueba las nueva tecnologas. Al mismo tiempo, era la aldea natal del esposo de la Ministra, el Sr. A. M. Simon, quien presida el consejo de la aldea. Durante los

primeros aos de la mecanizacin, ms del 70% de las embarcaciones subvencionadas se adjudicaron a Colachel, que se convirti en el centro de la pesca mecanizada y en un ejemplo el xito de la Revolucin Azul3 en pleno local. La concentracin de esas embarcaciones en una aldea puso en entredicho el significado del Desarrollo Comunitario. Pareca tratarse ms bien de un proceso de diferenciacin social y exclusin de los desfavorecidos ms que del progreso de la comunidad. Sin embargo, las primeras protestas contra el programa de desarrollo fueron acalladas con las promesas permanentes de promocin social gracias al cambio tecnolgico. Slo con la fiebre del camarn del decenio de 1960 se impuso la divisin del litoral y surgieron formas ms efectivas de oposicin al proyecto de desarrollo. El rumbo y el ritmo de la expansin de la pesca cambiaron profundamente a mediados de los aos 1960 con el aumento de la demanda de camarones en el mercado internacional. En Tamilnadu, la fiebre del oro rosa hizo que se dejara de lado el fomento de las cooperativas para el consumo interno en beneficio de la exportacin de camarones. Las anteriores metas de crear concepciones nuevas pero tradicionales y establecer entidades cooperativas fueron rpidamente reemplazadas por el afn de desarrollar la pesca de arrastre por un gobierno ansioso de ingresar divisas. En consecuencia, el Departamento de Pesca de Tamilnadu pas a dar preferencia a la distribucin acelerada de arrastreros subvencionados para la pesca de camarones. La fiebre del oro rosa reestructur la pesca nacional para convertirla en una mono produccin orientada hacia la exportacin (Kurien, 1978, 1993; Kurien y Mathew, 1982). La prioridad dada por el gobierno de Tamilnadu a la mecanizacin transform radicalmente el cdigo de conducta que rega el acceso a los recursos marinos y su aprovechamiento. Antes de la mecanizacin, la pesca obedeca a un cdigo de propiedad comn que comprenda restricciones al acceso. Los obstculos tcnicos, como la exigencia de poseer aptitudes especficas del oficio pesquero y de utilizar tecnologas aceptables para el colectivo de pescadores, y las barreras sociales, como el hecho de pertenecer a determinadas castas, impidieron la libre entrada de capitales y personas ajenas a la comunidad pesquera. Con la fiebre del camarn, e invocando la aprobacin de leyes y la creacin de instituciones, el Estado subvencion la transformacin de un sistema de propiedad comn en un sistema abierto que redund en beneficio de quienes estaban equipados con las tecnologas de pesca ms eficientes (Kurien, 1996). En definitiva, la fiebre del oro rosa fue perjudicial para la propia finalidad de la mecanizacin, esto es, equipar a los pescadores para adentrarse ms en el mar y reducir la captura de los recursos costeros. Teniendo en cuenta que los camarones abundan sobre todo en aguas poco profundas, los propietarios de arrastreros dotados de tecnologas onerosas que podan pescar en zonas ms alejadas de la costa preferan permanecer en las ms prximas para explotar este valioso producto. La excesiva presencia humana en el mar costero dio lugar a violentos enfrentamientos entre las tripulaciones de arrastreros y los pescadores artesanales por el acceso a las aguas cercanas al litoral y su utilizacin. Estos conflictos se intensificaron a partir de mediados del decenio de 1970, tras lo cual la capitalizacin excesiva de la pesca y la sobrepesca comenzaron a dar lugar a una disminucin de los desembarques totales de peces. Los pescadores artesanales empezaron entonces a competir en condiciones tcnicas desfavorables por un recurso que se estaba agotando (Kurien, 1993; Bavinck, 1997, 1998).

En otras zonas del litoral indio y del estado de Tamilnadu, la fiebre del camarn atrajo a empresarios ajenos al sector pesquero y cre una clase de comerciantes capitalistas no productivos, la mayora de los cuales hasta entonces nada haban tenido que ver con el mar. En Kanyakumari, empero, la evolucin fue diferente. All, la clase de los pescadores mecanizados se surgi dentro de la poblacin catlica de pescadores y, en consecuencia, gener un enfoque cultural singular en torno al acceso a los recursos naturales y a su aprovechamiento. El conflicto entre los pescadores mecanizados y artesanales de Kanyakumari dio lugar a una relacin triangular entre el Estado, la Iglesia y los pescadores. La disparidad de ingresos entre los dos grupos gener considerables tensiones. Las operaciones de los arrastreros en la zona costera a menudo causaban perjuicios a las embarcaciones y los aparejos de los artesanos, ya que el remolque de la red de arrastre desgarraba accidentalmente las redes utilizadas por los pescadores artesanales. Con la fiebre del oro rosa, la competencia en la zona martima ms prxima a la costa, en la que abundaban los camarones, no hizo ms que agravar las tensiones. A menudo estallaban enfrentamientos en el mar entre embarcaciones artesanales y mecanizadas, ocasionando prdidas de vidas y medios de subsistencia. Es significativo que a medida cunda la violencia en la costa de Kanyakumari, el gobierno del estado Tamilnadu se apoyaba cada vez ms en la autoridad religiosa de la Iglesia Catlica. Con suma frecuencia, los funcionarios empezaron a recurrir al clero para transformar un conflicto de clase en promocin social de la minora religiosa y no perder de vista la promesa original del Desarrollo Comunitario. Este preeminencia dada a la autoridad religiosa para arbitrar el conflicto fue un fenmeno estrictamente local. En otras zonas del litoral, el carcter hind o multirreligioso de la poblacin pesquera, y la incorporacin a la industria de capitalistas ajenos a la pesca, facilitaron la formacin de alianzas de clase que negociaron las condiciones directamente con el Estado. Estas negociaciones dieron lugar a acuerdos locales sobre los horarios y lugares en que podan faenar los pescadores de arrastre, cuya aplicacin fue luego controlada conjuntamente por el Estado y las asociaciones de pescadores artesanales (Bavinck 1998). En Kanyakumari, en cambio el hecho de que los pescadores fueran exclusivamente catlicos gener una dinmica distinta. El Estado colabor constantemente con la Iglesia para neutralizar las atribuciones de los consejos de aldeas para determinar la condiciones de acceso a los recursos marinos y su aprovechamiento. Tanto el Estado como la Iglesia recurrieron a la retrica de la comunidad para presentar la movilidad hacia mejores condiciones de vida de un sector de la poblacin pesquera catlica como un avance del conjunto de la comunidad minoritaria y, a su vez, vincular el ascenso de la comunidad minoritaria con el progreso nacional. Ambas instituciones utilizaron nociones laicas de solidaridad de las minoras religiosas y participacin en la nacin para presentar el progreso material de los propietarios de arrastreros de Colachel como la creacin de una clase media de pescadores representativa, y condenar la oposicin de los artesanos a la pesca de arrastre por corresponder a la reaccin aislacionista de una poblacin renuente al progreso. En su anlisis del primer Plan Quinquenal de la India, Richard Fox critic severamente el Desarrollo Comunitario. Opin que el primer gobierno posterior a la independencia se apropi abiertamente la filosofa de Gandhi para fomentar polticas totalmente incompatibles con la utopa del Mahatma (Fox, 1989: 182). Refirindose al primer Plan Quinquenal gubernamental, Fox afirma que en l no se contemplan los crculos de la democracia de la aldea de Gandhi sino la pirmide del poder estatal centralizado. El

Gobierno tendra tanta autoridad, de hecho, que podra incluso permitirse subvencionar la opcin gandhiana (ibid.: 182). A juicio de Fox, el planteamiento del Gobierno indio respecto del desarrollo rural sustraa de la concepcin de Gandhi todo contenido revolucionario convertindola en una mera arma ideolgica del Partido del Congreso en el poder.

Pescadores cristianos en Vizhinjam, Kerala, India. Brigitte Cavanagah / CIRIC

Segn Fox, el Desarrollo Comunitario es una redefinicin de la aldea en trminos establecidos por el Estado. En su opinin, la aldea de los Planes Quinquenales jams podra representar la aldea repblica descentralizada de Gandhi puesto que su principal finalidad era cumplir un cometido nacional. No obstante, el Desarrollo Comunitario no era solamente un medio para integrar las aldeas rurales en un marco de desarrollo nacional, sino que tambin contribuya a diferenciarlas de una corriente principal nacional. El desarrollo comunitario constaba de dos etapas: 1) reestructurar las economas tradicionales mediante el proceso de desarrollo moderno, y 2) mitigar las tensiones generadas por la distribucin de la tecnologa capitalista moderna solicitando el apoyo de las autoridades tradicionales al proceso de desarrollo y equiparando este ltimo con el progreso de la comunidad. As pues, el Desarrollo Comunitario tena metas contradictorias consistentes en suprimir las fronteras de las economas tradicionales al integrarlas en un marco de desarrollo nacional, y presentar a los beneficiarios de ste como comunidades separadas, uniformemente favorecidas por el proceso de desarrollo. En lugar de surgir de las complejidades de la vida social y econmica local, la comunidad en el marco del Desarrollo Comunitario era un derivado estratgico de aquellos aspectos de la realidad cultural local ms fcilmente adaptables al proyecto de desarrollo nacional. Esta doble meta de la integracin y la diferenciacin despoj a la comunidad de su sustancia, dejando en su lugar un envoltorio cultural vaco. Poltica de los pescadores en materia de ciudadana

Insisto en que este doble proceso de integracin y diferenciacin constituye una forma de exclusin. Las dos formas de identidad comunitaria -catlica y artesanal- provocadas por el desarrollismo laico contribuyeron a restringir las actividades y los derechos de los artesanos de Kanyakumari, denegndoles acceso al Estado y a la justicia econmica. Las quejas de los pescadores artesanales, an cuando se dirigen directamente al Estado, se remiten sistemticamente a la Iglesia. Es sintomtico que los propietarios de arrastreros de Colachel hayan logrado mucho mejor atraer la atencin del Estado. Aunque tambin ellos eran catlicos, su condicin social y sus mtodos de pesca les confirieron una autonoma representativa de la que no gozaban sus colegas artesanos. No solamente los pescadores mecanizados de Colachel conocan esta realidad, sino que elaboraron una poltica de modernidad que subrayaba su diferencia con el sector artesanal y su identificacin con una clase media nacional caracterizada por su adhesin al desarrollo. Muchos de los propietarios de arrastreros de Colachel han diversificado sus inversiones, comprando tierras adems de embarcaciones. La posesin de propiedades alejadas de la costa les ha facilitado un mayor contacto con los grupos agrarios y urbanos y acentuado su incorporacin a la clase media. Es interesante observar que han comenzado a referirse a su propio escala de nuevos valores utilizando el lenguaje basado en el primitivismo empleado por los funcionarios del Estado para diferenciar la cultura del litoral de la nacional. La capacidad de ahorrar dinero, fomentar una tica de la higiene, resolver los conflictos mediante el dilogo y no la fuerza y aceptar el cambio son algunos de los rasgos que caracterizan su transformacin cultural de pescadores primitivos en modernos. Sus pautas de consumo tambin han cambiado drsticamente. Grandes viviendas de hormign, motocicletas y automviles son ahora ms comunes en Colachel, al igual que el encarecimiento de las dotes. Estos indicadores de civilizacin han aislado aun ms a Colachel de otras aldeas de artesanos. Aun ms importante es el hecho de que los pescadores mecanizados de Colachel respondieron a la oposicin de los artesanos invocando su mayor contribucin al progreso de la nacin. A comienzos del decenio de 1990, la asociacin de pescadores de arrastre de Colachel emprendi una campaa de informacin distribuyendo panfletos en los que defenda su posicin en contra del sector artesanal. En algunos panfletos se destacaba la contribucin de los pescadores de arrastre a los ingresos de divisas de la India y se utilizaba un razonamiento cientfico para desvirtuar el argumento del sector artesanal sobre la insostenibilidad de la pesca de arrastre. En otros panfletos defendan su posicin sobre la base de identidades ms tradicionales. Denunciaban por ejemplo los valores no cristianos de los pescadores artesanales que slo practican la violencia mientras que los pescadores de arrastre multiplican los peces como lo hizo Jess. Contrariamente a estos malos pescadores, los propietarios de barcos de arrastre contribuyen financieramente a las fiestas catlicas y al mantenimiento de las iglesias parroquiales y han dado a los catlicos de Kanyakumari renombre nacional4. Mediante estas publicaciones, los pescadores mecanizados de Colachel pusieron de relieve que ellos contribuan en mayor medida que los artesanales a la construccin tanto de la Iglesia como de la nacin. Al fusionar retricamente el sector, la comunidad y la nacin, identificaron sus propios intereses con el inters nacional y su xito con el xito de la comunidad catlica. Por su parte, los pescadores artesanales de Kanyakumari adoptaron una poltica que haca coincidir la identidad con el territorio. No obstante, mientras el sector mecanizado se volc

hacia la nacin y la ciencia, ajustaron su identidad a su entorno inmediato y adoptaron un discurso ecolgico. Con estas opciones, los pescadores artesanales pusieron en entredicho los trminos del desarrollismo laico y formularon exigencias en cuanto a la responsabilidad del Estado y al pleno ejercicio de la ciudadana. En esta seccin final demostrar que los artesanos de Kanyakumari reaccionaron ante su exclusin de la comunidad debida a la preferencia concedida a una clase media de pescadores con movilidad social ascendente mediante la articulacin de nuevas formas de localismo y nuevas concepciones de la ciudadana. En respuesta a la crisis del litoral, los artesanos locales aprovecharon recientes iniciativas desarrollistas y polticas para constituirse en un colectivo de profesionales tradicionales. Esta nueva conciencia comunitaria consta de tres elementos esenciales: territorio, tecnologa y ecologa. Como se detalla a continuacin, cada uno de estos elementos tiene una larga historia. No obstante, en los ltimos veinte aos los pescadores artesanales redefinieron estos elementos y los combinaron para crear un sentimiento de pertenencia al lugar o, como lo he denominado, de ciudadana ecolgica. En esta ltima parte me referir a cada uno de estos elementos y mencionar el cambio de significado que contribuy a crear una conciencia comunitaria en los artesanos. Por ltimo, retomar la ancdota relatada al comienzo del presente artculo para analizar cmo esta nueva concepcin de la comunidad puso en tela de juicio la subordinacin de lo local a lo nacional y, de ese modo, modific las condiciones de la ciudadana. La nocin renovada de territorio en que se fund la conciencia comunitaria de los artesanos reflej un desplazamiento en el espacio, de la aldea a la zona. Anteriormente, los pescadores hacan valer su derecho al espacio costero y a los recursos marinos a travs de la aldea. Todos aquellos que echaban sus embarcaciones al agua desde la costa de una aldea o pescaban en las aguas adyacentes a sta deban respetar las normas de uilizacin o el cdigo de propiedad comn impuestos por esa aldea. A finales de los aos 1980, empero, la aldea fue sustituida por la zona como base principal de la identidad territorial. Es interesante comprobar que esta modificacin fue el resultado de una iniciativa estatal. En respuesta a los frecuentes ataques de los artesanos contra los pescadores de arrastre que barrieron la costa de Tamilnadu al final del decenio de 1970, el gobierno de Tamilnadu promulg la Ley de Regulacin Pesquera de 1983, que estableca una zona costera protegida para la pesca artesanal. De conformidad con la ley, los pescadores artesanales podan faenar en el mar hasta una distancia de tres millas de la costa, mientras que los arrastreros solamente podan operar ms all de ese lmite. La Ley obedeci principalmente a consideraciones de orden pblico: su finalidad esencial era separar a los pescadores adversarios reservndoles zonas distintas para conjurar los conflictos al tiempo que se segua promoviendo el desarrollo mediante la mecanizacin. Ahora bien, en la prctica la Ley exacerb las tensiones entre pescadores rivales. En Kanyakumari, los pescadores artesanales sacaron el mximo partido de la nueva Ley. El lmite en el mar sustituy por una frontera horizontal las verticales que separaban a las aldeas y se convirti en un indicador territorial de la hostilidad que divida a Colachel de las aldeas circundantes. A partir de entonces, los pescadores de arrastre fueron atacados no slo cuando causaban daos a las embarcaciones y los aparejos de los artesanos, o efectuaban grandes capturas, sino tambin cuando traspasaban la frontera a tres millas de la costa. Con cada enfrentamiento, la zona de tres millas se convirti en un smbolo an ms poderoso de la identidad de los artesanos. Asimismo, la redefinicin de la tecnologa por los pescadores artesanales obedeci a otra iniciativa de desarrollo, esta vez promovida por la Iglesia. Con la expansin del mbito del

desarrollo en los aos 1970 en el que se incorporaron agentes no estatales, la Iglesia Catlica tambin decidi intervenir. Diez aos despus del comienzo de la fiebre del camarn y los frecuentes enfrentamientos que ocasion, una parte del clero de Kanyakumari empez a poner en tela de juicio la posibilidad de que el programa de desarrollo del Estado propiciara la emancipacin y a reconsiderar su propia funcin de guardin moral de la costa. Inspirndose en la teologa de la liberacin latinoamericana y el movimiento comunista indio, los sacerdotes comenzaron a hablar de los derechos econmicos y culturales de los pobres y del modo de ampliar la autoridad natural de la Iglesia para colmar un vaco dejado por el Estado en materia de desarrollo. La consiguiente opcin a favor de los pobres fue patente en un proyecto de la Iglesia destinado a mecanizar las embarcaciones artesanales. El proyecto tena por objeto crear una tecnologa intermedia que, a su vez, dara lugar a una categora intermedia de pescadores mecanizados y ayudara a mitigar las discrepancias entre los pescadores artesanales y mecanizados. Tras muchos experimentos, una canoa motorizada con una velocidad igual a la de los arrastreros empez a funcionar en 1985, y en 1990 esas canoas se utilizaban cada vez ms en el distrito. En lugar de atenuar las tensiones sectoriales, empero, la multiplicacin de las canoas intensific la militancia poltica de los artesanos. Al ser la pesca de arrastre el nico enemigo real, la nueva tecnologa motorizada se integr en el antagonismo inicial entre ambos sectores. La presencia de motores en la categora de pescador artesanal reflej su flexibilidad y especificidad acrecentadas. Los pescadores artesanales podran entonces adoptar nuevas formas de tecnologa mientras no fueran pescadores de arrastre. No slo las canoas motorizadas fueron asimiladas, sino que tambin se convirtieron en un arma de vigilancia para el sector artesanal. Su velocidad permita ataques frontales contra los arrastreros en el mar y recrudeci la frecuencia de los enfrentamientos. Adems, con el despliegue de las canoas de vigilancia se revitalizaron los consejos de las aldeas de artesanos, cuya autoridad legislativa haba mermado debido a su incapacidad para limitar la pesca de arrastre. Por ltimo, los pescadores artesanales redefinieron la ecologa para expresar una nueva preocupacin por la sostenibilidad. La vida de los pescadores artesanales siempre se haba caracterizado por la imprevisibilidad de la captura. Si bien las variaciones estacionales y las aptitudes individuales influyen en el resultado de las actividades pesqueras, una gran parte queda liberada a la suerte. El mismo da, los grupos de pescadores que faenan en la misma zona utilizando embarcaciones similares e iguales artes pueden ser bendecidos con una red llena o maldecidos con una vaca. Los artesanos suelen comparar el carcter insondable del mar con el control del agricultor sobre la tierra. Flix, un anciano pescador y consejero de aldea, explic la funcin esencial que desempea kadal matha, la diosa del mar y encarnacin local de la Virgen Mara, en la vida de los pescadores: La tierra puede tener propietario y los agricultores pueden sembrar sabiendo exactamente lo que van a cosechar. Pero el mar no pertenece a nadie. Nunca sabemos realmente lo que nos dar nuestra kadal matha Aunque cause amargura, la divina providencia como explicacin de las redes vacas tiene cabida en el universo moral de los pescadores artesanales. Por ello es an ms inaceptable que simples seres humanos usurpen ese derecho divino en nombre de la capacidad tecnolgica. La indignacin de los artesanos ante esa manifestacin de arrogancia por parte de los pescadores de arrastre ha encontrado una nueva forma de expresin en el lenguaje de la sostenibilidad. La sostenibilidad como concepto entr en el lxico poltico de los artesanos locales gracias a la labor de movilizacin del Foro Nacional de Pescadores, que agrupa a las organizaciones de pescadores artesanales. En consonancia con las medidas de liberalizacin de la economa aplicadas actualmente, el Gobierno indio desreglament su Zona Econmica Exclusiva de 200 millas en 1991, autorizando las operaciones de barcos de pesca industriales extranjeros. En respuesta a esta medida, el Foro Nacional de Pescadores

emprendi una campaa de movilizacin en contra del desarrollismo estatal equiparando la pesca de arrastre con la destruccin y no con la produccin, y designando a la pesca artesanal como nica modalidad propicia para un futuro sostenible. La iniciativa del Foro congreg a los artesanos de Kanyakumari en torno a una causa poltica general que articulaba las luchas locales contra la exclusin de los artesanos pescadores impuesta por la modernizacin capitalista. Pero a medida que se integran en una poltica global de oposicin, los pecadores artesanales utilizaban cada vez ms el lenguaje de la providencia y la fe para oponerse a la agresin de los pescadores de arrastre. Al referirse a este tipo de pesca empezaron a calificarla no slo de manifestacin de codicia y distribucin desigual, sino tambin de orgullo desmedido ante la divinidad. El agotamiento de los recursos era una advertencia del cielo a quienes no respetaban la ddivas de la naturaleza. Es importane sealar que la naturaleza tambin inclua el talento para la pesca artesanal dado por Dios, con lo que el desperdicio de calificaciones causado por la pesca de arrastre mecanizada era una afrenta adicional a la naturaleza y a la divinidad. El nexo entre la pesca artesanal, la voluntad divina y el futuro sostenible de los recursos gener un nuevo sentimiento de religiosidad que transfiri la autoridad moral de la Iglesia a los pescadores artesanales; convirtindolos en guardianes del mar y rbitros morales de los conflictos locales. El territorio, la tecnologa y la ecologa cristalizaron conjuntamente en una nueva conciencia comuniaria que puso en tela de juicio las exclusiones impuestas por el desarrollismo laico. Con ese fin se reconstituy el colectivo de pescadores para excluir a los arrastreros y se trazaron nuevas fronteras del entorno inmediato para excluir a la Iglesia. Estas nuevas formas de identidad y localismo afianzaron un sentimiento de pertenencia al lugar en agudo contraste con la reivindicacin de ciudadana nacional de los propietarios de arrasteros. Arif Dirlik seal la importancia de lo local en el discurso poltico contemporneo. Al parecer, a comienzos de los aos 90, observ, los movimientos locales, o los movimientos favorables a salvar y reconstruir sociedades locales, han surgido como expresiones esenciales de la resistencia a la dominacin (Dirlik, 1996: 22). Si bien concuerdo con Dirlik en la trascendencia de la aparicin de lo local como categora territorial y tica, quisiera recalcar que el Estado conserva toda su relevancia para la resistencia local. Para los artesanos de Kanyakumari, la reivindicacin de la identidad local y de de derechos estaba estrechamente vinculada a la ciudadana y al ejercicio del poder del Estado. Esta ciudadana se basaba en la pertenencia no a la nacin sino a lo local. Era una adhesin a las llamadas identidades y prioridades locales y un rechazo de la exclusin impulsada por consideraciones nacionales. Sin embargo, no corresponda a una exigencia de autonoma local. Ms bien, los pescadores artesanales pedan una mayor intervencin del Estado y una integracin ms efectiva en el marco de ste para proteger su modo de produccin. Fue esta insistencia en la funcin decisiva del poder del Estado en la defensa de los derechos locales la que convirti la poltica de los artesanos en una poltica de ciudadana. Asimismo, los pescadores artesanales procuraron combatir su exclusin por el desarrollismo laico solicitando el reconocimiento del Estado en los.trminos por ellos planteados. Para ilustrar an ms este argumento, volver a la ancdota expuesta al comienzo del preente artculo. El ataque contra los arrastreros fue orquestado en la zona de tres millas por pescadores que utilizaban canoas motorizadas. Tras el ataque, el Consejo de Paz y Desarrollo convoc a una reunin de emergencia. Los dirigentes del Consejo empezaron por diferenciar las acciones de los dos grupos. Si bien reconocieron que ambas partes eran culpables, afirmaron que no se justificaba la magnitud del ataque ni las prdidas financieras

sufridas por los pescadores de arrastre. El clero concluy que los pescadores de arrastre haban cometido un kuttram (pecado), mientras que los artesanos se haban hecho culpables de un maha kuttram (pecado grave). Al cabo de varios das, las negociaciones fracasaron y los pescadores artesanales boicotearon al Consejo, provocando la prohibicin eclesistica de pescar durante una semana. Cuando los pescadores artesanales presentaron una demanda contra la Iglesia a causa de esa sancin, escogieron deliberadamente un espacio de poder estatal para formular su protesta. En su peticin, instaron al Estado a reconocer y proteger sus derechos de guardianes locales del mar y rechazaron la mediacin de la Iglesia. Significativamente, los consejeros de la aldea que redactaron la presentacin en nombre de 30 aldeas de pescadores artesanales tuvieron buen cuidado de establecer una clara distincin entre los funcionarios del distrito con quienes se haban encontrado en sus negociaciones con los propietarios de arrastreros y el Estado como federador moral, independiente de las vicisitudes de la poltica local. Uno de ellos, un pescador de unos 60 aos que haba sido consejero de aldea durante una dcada, afirm esta diferencia del modo ms tajante y vehemente: Vergenza deberan tener el recaudador y el Director de Pesqueras! En lugar de protegernos, han instaurado la corrupcin. como norma Han traicionado al Estado con su abandono inmoral de los ciudadanos ms humildes . Esta percepcin del Estado como benefactor de los pobres y patrono de los artesanos lo colocaba por encima de las instituciones que lo encarnaban y le confera una mayor autoridad moral. Lo que es ms importante, al reivindicar un vnculo privilegiado con ese Estado moral invocando su identidad local, los pescadores artesanales esperaban eludir el desarrollo calculado en un marco nacional que los desfavoreca frente a sus colegas mecanizados y les impeda ejercer cabalmente sus derechos de ciudadanos. De este modo, en efecto, desvinculaban el Estado de la nacin de clase media, manifestaban un sentimiento de pertenencia local y reclamaban su lugar legtimo como ciudadanos. Al articular lo que denomino la ciudadana ecolgica, los pescadores artesanales plantearon varios problemas. En primer lugar, sealaron el camino hacia una nueva concepcin de la ciudadana que no fuera la de pertenecer a una nacin. En segundo lugar, impugnaron las dicotomas propias del estatismo entre ciudadano y comunidad y entre nacin y minora, en las que se basa el desarrollismo laico, sin rechazar el marco de los derechos en su conjunto. Y, por ltimo, protestaron contra su exclusin por la modernizacin capitalista proponiendo una poltica que integr elementos desarrollistas en la redefinicin de lo local. Traducido del ingls Notas 1. Entrevistas con N. Dennis, diputado del Partido del Congreso Nacional Indio; M. C. Balan, ex representante de Dravida Munnetra Kazhagam en la Asamblea Legislativa; Lourdammal Simon, Ministra de Pesca, Gobierno de Tamildadu, 1958-1962. 2. Entrevistas con los padres Jacob Lpez, prroco, Colachel, Kanyakumari, 1957-1962; A. Dionysius, prroco, Colachel, 1996; M. J. Edwin, Director, Nala Oli Iyakkam y A. J. Joseph, prroco, Kanyakumari, 1948-1955. 3. Mechanisation scheme records, District Fisheries Department Office, Nagercoil, Kanyakumari. 4. Extractos de panfletos distribuidos por la Asociacin de Propietarios de Embarcaciones Mecanizadas del Distrito de Kanyakumari.

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Desarraigo y quilombos en Alcntara, Brasil: Modernidad, identidad y lugar Louise S. Silberling*

Nota biogrfica Louise Silberling es investigadora asociada de rango posdoctoral del programa de la Fundacin Rockefeller Race, Rights, and Resources (Raza, derechos y recursos) en el marco de los Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas (Austin). En 2002 defendi su tesis de doctorado en Sociologa del Desarrollo en la Universidad de Cornell. Actualmente trabaja con comunidades tradicionales en la Amazonia brasilea y en el resto de Brasil; previamente se haba ocupado de asuntos relativos a la conservacin, el desarrollo y la financiacin en el norte del Estado de Nueva York. Ha publicado un estudio sobre los caucheros y las reservas explotables. Email: [email protected]

Introduccin En las dos ltimas dcadas, los campesinos residentes en una pennsula del nordeste del Brasil han luchado para evitar que las autoridades los desalojen de sus tierras. Un rea de 155.000 acres (unos 620 kilmetros cuadrados, aproximadamente) en Alcntara, Estado de Maranhao, ha sido acotada, a fin de instalar all el CLA (Centro de Lanzamiento de Alcntara), una base de lanzamiento de cohetes espaciales. En los dos ltimos aos han recrudecido los esfuerzos para desplazar a la poblacin local, en previsin de la puesta en prctica del acuerdo bilateral (Technical Safeguards Agreement o Acuerdo de salvaguardias tcnicas) suscrito por Brasil y los Estados Unidos de Amrica en abril del 2000. Los residentes actuales de la pennsula son en su mayora pescadores de escasos recursos y pequeos agricultores, y muchas de las comunidades estn formadas por brasileos de ascendencia africana. Los antroplogos han dado a estas comunidades la denominacin de quilombos, utilizando el nombre que sus propios habitantes emplean. Los quilombos son comunidades tradicionales, con una identidad afrobrasilea, que tienen lazos histricos con el lugar donde viven. En los dos ltimos aos, en el marco de los proyectos gubernamentales, se han identificado ms de 700 quilombos en todo el pas (aunque menos de 50 de ellos han recibido oficialmente las tierras que ocupan). Las reivindicaciones territoriales de los quilombos se apoyan en el Artculo 68 (transitorio) de la Constitucin brasilea de 1988, promulgada durante la transicin del pas al rgimen democrtico conocida como la abertura. Lo que hace que el combate de los quilombos sea algo diferente de cualquier otro episodio de desplazamiento a causa de un megaproyecto es el hecho de que luchan contra el desalojo y el asentamiento basndose en la identidad tnica y las prcticas colectivas. En los quilombos viven los descendientes de esclavos afrobrasileos y su origen se remonta tanto a asentamientos de cimarrones como a comunidades de antiguos esclavos que permanecieron

en la regin al marcharse los terratenientes (latifundistas o hacendados) hace unos 100 aos, poca en que el algodn, el azcar y otros productos dejaron de ser rentables. El carcter tnico que ha adquirido la lucha actual de los quilombos en pro de la tierra opone a diversos elementos de la estructura estatal. El Estado brasileo carece de un enfoque monoltico hacia los quilombos y, en general, hacia los sectores desfavorecidos. Desde finales de la dcada de 1980, la atencin que los nuevos gobiernos democrticos brindan a los derechos humanos, a la situacin de las minoras y a otros aspectos relacionados con la equidad parece consolidarse, mediante la redaccin, promulgacin y aplicacin de algunos artculos de la nueva Constitucin. Esta tendencia encuentra apoyo en ciertos elementos progresistas del Tribunal Supremo de Brasil. En el caso de Alcntara, ese respaldo se traduce en tensiones con otros elementos del aparato estatal, que quisieran que el pas se afianzara como una de las mayores economas del mundo y se desempeara como un Estado-nacin moderno en la economa poltica internacional. Las preocupaciones por las minoras y los grupos de escasos recursos pueden eludirse en las polticas, los programas y los proyectos -como la creacin de instalaciones para el lanzamiento de cohetes- que atraen inversiones extranjeras y otorgan a Brasil la condicin de protagonista destacado de la escena mundial gracias a su participacin en tratados y acuerdos importantes. Lo esencial del asunto, en este caso, deriva en parte de posturas antagnicas en cuanto a la construccin del Estado y la territorializacin; y, en parte tambin de la complejidad inherente a la creacin y recreacin de identidades mediante vivencias relacionadas con el lugar, la memoria y la lucha, y las referencias a stas. Asimismo, el asunto concierne a la forma en que estos procesos de consolidacin del Estado, la nacin, la identidad y el lugar se conciben y se integran. Por ejemplo, la formulacin de la poltica estatal y la aplicacin de la reglamentacin siempre implican una simplificacin de las realidades locales, incluso la posible cosificacin de la definicin de quilombo y de su posible devenir. En otras palabras, el desarraigo puede producirse al iniciarse un megaproyecto, pero tambin puede sobrevenir a travs de luchas poltico-culturales en torno a las definiciones de identidad tnica y de tradicin. Ms concretamente, el caso de los quilombos nos permite entender cmo el reconocimiento puede lograrse gracias a reivindicaciones de derechos especficos, pero tambin hasta qu punto el empeo oficial de territorializar y definir los derechos de propiedad, las prcticas y la identidad de un grupo en particular puede llegar a fijar esta ltima. La expulsin de la tierra, en el caso del centro de lanzamiento de cohetes, replantea la cuestin de la identidad, en la medida en que permite poner en tela de juicio los vnculos entre el lugar (como una relacin) y la identidad (como otra relacin). Al afrontar la amenaza de expulsin y el reasentamiento, los quilombos de Alcntara han llegado a convertirse en un desafo al nexo histrico que vincula la identidad tnica con el apego tradicional al lugar de residencia. Si a los quilombos se les trasladara, seguiran siendo quilombos? Quin decide al respecto y sobre qu base? Al entrar en relacin con el Estado, los quilombos suscitan una formalizacin y codificacin que podra coartar su capacidad de transformacin y que, posiblemente, los obligara a definir y delimitar sus identidades. De no hacerlo as, podran perder sus derechos y tener que renunciar a sus reivindicaciones sobre la tierra o cualquier otro recurso por cuyo disfrute ellos, o algn otro grupo especial, luchan actualmente. Al aceptar un ideario comn y un conjunto de definiciones (con fines de codificacin jurdica) con los actores

principales, los grupos especiales pueden discutir cules son sus derechos, pero tambin pueden verse limitados por los trminos mismos del debate. La forma en que se organicen los trminos del debate en torno a los derechos humanos, civiles o a la tierra- tiene importantes consecuencias para la construccin de la nacin (en oposicin al Estado), en particular en el Brasil de hoy, con su flamante democracia postabertura. Sostengo que el movimiento de los quilombos, en vez de practicar una bsqueda nostlgica de races en la formulacin de sus reivindicaciones tnicas, en realidad est aquilatando las posibilidades de ciudadana que puede ofrecer un Estado multicultural y pluralizador. Para hacerlo, se vale de una ideologa de liberacin (en la que Zumbi de Palmares es una figura emblemtica) que trata de ampliar los derechos de los afrobrasileos desfavorecidos, y afirma sus propias modernidades alternativas (Cf. Appadurai, 1996a; Gilroy, 1993; Taylor, 1999). Las modernidades alternativas impugnan y redefinen el concepto de desarrollo (tanto material como en otros sentidos) cuando las comunidades luchan para construirlo por s mismas y socavan la modernizacin, impuesta por los Estados y las instituciones neoliberales (Wilmsen, 1996; Taylor, 1999). Considero que la creacin de modernidades alternativas es un esfuerzo de los movimientos sociales, como el movimento negro y el de los quilombos, para recuperar el proceso de construccin de la nacin y de la ciudadana ajustndolo a sus propios trminos. La constitucin de modernidades alternativas podra evitar a los quilombos las cosificaciones culturales inherentes a la dicotoma que opone lo tradicional a lo moderno. Estos temas ataen al anlisis del desarraigo en la medida en que nos ayudan a examinar las relaciones entre lugar, identidad, reconocimiento de derechos y construccin del Estado. El desplazamiento no es slo el traslado fsico forzado de un sitio a otro; es una vivencia, en trminos de acceso y de opciones, y una parte de esa experiencia depende de cmo se comprometen la comunidad y los elementos del Estado, y de qu resultados produce ese compromiso. De modo que los emigrantes, los no asentados y los reasentados pueden considerarse desarraigados si se toma en cuenta la forma en que experimentan la movilidad, la limitacin de las opciones (materiales o no) y las identidades (individuales y colectivas). Hegemona, alteridad y modernidades alternativas Encierro y liberacin en la tensin dialctica De qu modo contribuye este anlisis del desarraigo a la comprensin de las luchas de los residentes de Alcntara, sus aliados y adversarios, y cul es su futuro? Al examinar la manera en que el lugar como relacin est vinculado a la identidad como relacin, y al analizar la forma en que las identidades y los lugares cambian en funcin de la vinculacin de una colectividad con un movimiento social, es posible examinar el desarraigo de los residentes de Alcntara en todas sus dimensiones. La construccin de la identidad, la del lugar y la del Estado estn vinculadas, mediante la teora y la praxis, en las luchas en torno al desarraigo. Esta vinculacin puede interpretarse, ms que como una pugna entre tradicin y modernidad o un combate entre grupos dominantes y dominados, como un proceso en el que mltiples sectores entran en pugna acerca de las definiciones de lugar y de identidad. Si aplicamos el enfoque de Gramsci sobre la construccin de la hegemona como un proceso que nunca concluye, pero siempre constituido por la rivalidad y a travs de sta, alcanzamos a entender tambin cmo las pugnas en torno a las posturas ideolgicas han llevado a las comunidades rurales negras a adoptar la terminologa dominante (ciudadana,

derechos, beneficios sociales, igualdad) al tiempo que se le oponen, y al Estado (o las mltiples instancias que lo componen) tanto a buscar respuesta a esas reivindicaciones, como a combatirlas. Desde la perspectiva de Habermas, Wilmsen afirma que la esencia de la modernidad... es que postula condiciones de vida contingentes, no ordenadas; al ser contingentes, estas condiciones pueden adaptarse y ajustarse. Esto abre un espacio en el que pueden expresarse las particularidades y las potencialidades de individualizacin (Wilmsen, 1996: 19). Entonces, seala Wilmsen, la modernizacin (segn la acepcin habitual del trmino en la jerga del desarrollo) no es el instrumento de la modernidad, sino su subversin (ibid.: 20). Mediante esta importante distincin entre modernidad (como base de los derechos humanos y de la afirmacin de la diferencia y el poder de los sometidos) y modernizacin (como instrumento de las necesidades de los grupos dominantes), podemos definir el movimiento en pro de los derechos territoriales como una reivindicacin de modernidad, y la iniciativa de construir un centro de lanzamiento espacial como un empeo de modernizacin, es decir, una subversin de la modernidad. Appadurai (1996a) y Gilroy (1993) trascienden los trminos del anlisis de Habermas y otros pensadores occidentales en torno a la modernidad, y aluden a modernidades alternativas. Comaroff observa la aparicin de una nueva (o renovada) poltica de identidad, expresada no tanto en el lenguaje de la modernidad decimonnica europea sino en la retrica de las modernidades alternativas (1996: 167). A mi juicio, el concepto de modernidades alternativas facilita la reflexin sobre las polticas de alteridad, identidad, cultura, etnicidad y las formas en que los quilombolas1 (u otros grupos subalternos) emplean sus idearios y reivindican su identidad, y sus enfoques alternativos, para socavar, subvertir y desafiar la modernizacin. De este modo podemos entender el proyecto de modernizacin que llevan a cabo elementos del Estado, las empresas y el orden internacional, cuyas teoras, ideologas y proyectos procuran minar, subvertir e impugnar la heterogeneidad de la poblacin (en nombre del bien social, y en nombre de los beneficios del libre mercado, en el caso del Estado neoliberal y sus aliados empresariales), en especial de los pobres, mediante la homogeneizacin de las ideas de ciudadana, en un esfuerzo por hacer pasar por leyes naturales los derechos del Estado y el capital a determinar los principios que rigen la orientacin y la definicin de la mano de obra, la tierra y el capital, as como del lugar. El acto de desafiar la hegemona entraa el riesgo de aceptar las teoras, los valores y las prcticas dominantes (Hanchard, 1993; Roseberry, 1996; Gramsci, 1971); de ah la tensin que se manifiesta entre el potencial de liberacin y de servidumbre de la formacin de quilombos, tanto entre miembros del movimiento (vecinos, dirigentes y aliados) como en sus relaciones con el Estado y otros grupos. El concepto de modernidades alternativas, al compartir la raz mod- con el de modernizacin, expresa claramente la tensin de la dialctica de la hegemona, de los idearios compartidos, entre las dos modalidades opuestas. En la actualidad, existen en Brasil posturas antagnicas en torno al proceso de construccin del Estado: un Estado pluralista y democrtico, con beneficios sociales; un argumento soberanista utilizado ahora por la nueva izquierda poltica frente a las corrientes mundiales de capital y su regulacin; un Estado fuerte en el marco del sistema internacional, argumento empleado por elementos de las fuerzas armadas y neoliberales del Estado; y los argumentos de quienes tratan de insertar a la sociedad brasilea en el contexto internacional de los derechos humanos. Por supuesto, esto complica las nociones de formacin del Estado

que sostienen que la territorializacin -el derecho a trazar y hacer respetar fronteras y lmites- es uno de los objetivos principales del Estado-nacin. En contraste con las teoras estatales sobre la sociedad civil y la igualdad ante la ley, las teoras de la liberacin ejercen un poderoso impacto en el replanteamiento de la relacin entre los grupos subalternos y dominantes en la sociedad. El ideario de la liberacin -por ejemplo, el uso que el movimento negro y el movimiento de los quilombos hacen de la imagen de Zumbi de Palmares- apunta a emancipar a los sbditos de su condicin servil y de las formas de sujecin que pesan sobre su trabajo y las bases materiales de su reproduccin, as como a capacitarlos para autodefinirse como comunidad con sus prcticas cotidianas. Inicialmente, las comunidades de quilombos se formaron para liberar a sus miembros de los vnculos de servidumbre que les imponan las clases dominantes y el Estado; en la actualidad, los quilombos exigen al Estado que garantice sus derechos a la ciudadana y a los beneficios sociales. Perd a mi madre, a mis parientes y a mis amigos. Todos murieron en ataques de los grileiros2. Pido al Presidente de la Repblica que preste atencin a Saco das Almas, a todo el Brasil, a todos los negros que padecen, porque fueron los negros los que crearon y construyeron este pas (Claro Costa, de Saco das Almas Brejo, un quilombo de Maranhao; Encuentro Nacional, 1995). Esta construccin del Brasil tiene sus races en el campo, donde los esclavos africanos trabajaron en las plantaciones de algodn, caa de azcar y otros cultivos, que fueron en una poca las bases de la economa nacional. La idea de la construccin del Brasil gracias al trabajo esclavo y la de la liberacin de quienes opusieron resistencia a la economa de plantacin se conjugan en los argumentos de los quilombos, as como la conclusin de que el derecho a la propiedad de la tierra es una forma de reparacin por haber padecido la esclavitud. Las reivindicaciones del movimiento quilombeiro se organizan en el marco de la especificidad del momento histrico: el recrudecimiento de la reivindicacin de la tierra, tanto legal como ilegal, por mltiples protagonistas, desde los gobiernos estatales y las agencias de bienes races, hasta los grileiros. En la actualidad, se lleva a cabo en Brasil lo que se denomina una CPI da grilagem (investigacin a nivel nacional sobre las ocupaciones ilegales de tierras), como consecuencia de la prctica generalizada de ocupar terrenos utilizando medios ilegales, que comportan el empleo de la fuerza; esta situacin es un ndice de la pugna cada vez mayor respecto de la tierra, que forma parte de la lucha del movimiento de los quilombos. Tambin cabe sealar la ruptura de los lazos tradicionales de clientelismo, que se establecan cuando la comunidad se vinculaba a los personajes y terratenientes locales, quienes le garantizaban ciertas prestaciones sociales -escuelas, atencin mdica, alimentos- a cambio del control exclusivo sobre los bienes que produca y la tierra en la que resida. El movimiento quilombeiro y el movimento negro de Brasil Lo que en Brasil se conoce comnmente con el nombre de movimento negro tiene sus races ms recientes en la dcada de 1970, aunque desde la llegada de los primeros esclavos africanos al pas, en el siglo XVI, siempre existi una dialctica socio-estatal de protesta y lucha de los negros. De mediados a finales de los aos setenta, disminuy la represin ejercida por la dictadura militar (perodo de Geisel, 1974-1979), al tiempo que se hacan sentir las influencias del movimiento estadounidense de los derechos civiles y de las corrientes antiapartheid de Sudfrica. El movimento negro se inici en las grandes ciudades del pas y, hasta hoy, sigue siendo un fenmeno predominantemente urbano, con una gran

diversidad de participantes, que incluye grupos de servicios comunitarios y asociaciones polticas, folclrico-culturales y musicales. Hanchard (1993) sostiene que si bien los movimientos de los decenios de 1970 y 1980 lograron impregnar las prcticas y los smbolos culturales afrobrasileos de nuevos significados, tuvieron en cambio menos xito en la tarea de transformar su enfoque culturalista en una estrategia poltica de ms vasto alcance o en una orientacin ideolgica (1993: 59). Esto trajo consigo una carencia de praxis poltica: aunque los movimientos afrobrasileos de esos aos adoptaron los esquemas y los smbolos de otras luchas afrobrasileas, no dieron una expresin prctica a este ideario mediante acciones como el boicoteo, las sentadas de protesta, los actos de desobediencia civil o la lucha armada (1993: 79). De ah que ste funcionara ms como mito que como historia en el mbito general del pensamiento y el activismo afrobrasileos (ibid.). Por su parte, los marxistas y la izquierda poltica del Brasil suelen analizar la desigualdad y los fundamentos de la lucha con un enfoque clasista, que hace caso omiso del factor racial y de las consideraciones tnicas (ibid.). Hoy en da, el movimento negro del Brasil incorpora la figura histrica de Zumbi a una postura cultural y poltica de resistencia y liberacin, y Zumbi aparece, a su vez, vinculado a los quilombos. Ciertos dirigentes jvenes de grupos urbanos aseguran que se enteraron de la existencia de los quilombos gracias a la pelcula del mismo ttulo (Quilombo!), dirigida por Carlos Diegues en 1984. El filme narra la historia legendaria, aunque slo sea fantstica a medias, del quilombo de Palmares, un reino de cimarrones fundado en el estado de Alagoas en el siglo XVII, que en su momento de mayor auge lleg a tener probablemente ms de 20.000 habitantes, y que perdur durante casi un siglo. Los cimarrones de Palmares organizaban ataques contra las haciendas de la regin para liberar a los esclavos, pero en definitiva fueron derrotados por la mayor operacin militar del periodo colonial. La brutalidad de la captura y decapitacin de su jefe supremo, el Rey Zumbi, sigui evocndose en canciones y narraciones hasta principios del siglo XX. El aniversario de su muerte, el 20 de noviembre (de 1695), se ha convertido en Brasil en el Da Nacional de la Conciencia Negra. Aprovechando el tercer centenario de la muerte de Zumbi (el inmortal) en 1995, ao en que se celebraron ceremonias en su memoria en todo el pas, el movimiento quilombeiro organiz en Brasilia su primera conferencia nacional: el Encuentro Nacional de Comunidades Rurales Negras. El lema de la reunin fue: Tierra, Produccin y Ciudadana para los Quilombolas - 300 aos de Zumbi. De ese modo los temas de la exclusin histrica, la ciudadana, la tierra y la produccin se vincularon con la imagen emancipadora de Zumbi. En trminos histricos, a partir del siglo XVII proliferaron por todo Brasil quilombos de diversos orgenes y grados de vinculacin a la sociedad, que iban del aislamiento total a las relaciones comerciales limitadas con las ciudades y las haciendas (vastas fincas ganaderas) vecinas. Muchos quilombos son simplemente comunidades que permanecieron en sus tierras cuando las grandes haciendas algodoneras dejaron de explotarse en el siglo XIX. Tras la abolicin de la esclavitud (1888), el significado de los quilombos desapareci prcticamente de la conciencia de la sociedad brasilea, y su existencia cay en el olvido. Los quilombolas conservaron sus tierras y un cierto grado de autonoma aproximadamente hasta la dcada de 1940, cuando empezaron a hacerse sentir las presiones de los hacendados y latifundistas en pro de una renovada expansin de la frontera.

Despegue en el lugar de lanzamiento de Alcntara, Brasil, Agencia espacial brasilea.

En las dcadas de 1970 y 1980, estas pugnas entre las comunidades negras y los granjeros se presentaron en la prensa y en los estudios sociales y polticos como un problema de tenencia de la tierra, ms que como conflictos en los que se conjugaban aspectos de clase, raza y condicin tnica. Muchos quilombos posean ttulos de dominio sobre los terrenos que ocupaban, pero les resultaba difcil probarlo, no lograban que los funcionarios locales los apoyasen, o eran expulsados violentamente de sus tierras por los nuevos latifundistas y los grileiros. Steil (1998: 95) explica cmo la condicin tnica se convirti en un marco de referencia fundamental del movimiento quilombeiro, lo que ocurri tambin con algunos movimientos en los aos ochenta y noventa en otros lugares. Los negros de las zonas rurales que al principio se consideraban ocupantes ilegales (posseiros), trabajadores agrcolas y familias humildes, pasaron a autodenominarse negros, quilombos y a referirse a s mismos en trminos de esclavitud/libertad.

Aunque en la Constitucin de 1988 se incorpor el artculo antes citado, que consagra los derechos especiales de los quilombos (gracias a las presiones de ciertos elementos del movimento negro y a los intelectuales aliados de aqullos), la reglamentacin necesaria para su aplicacin no se redact y aprob hasta 1995, poca en que el movimiento formul sus reivindicaciones en el Encuentro Nacional de Brasilia. En el contexto ideolgico favorable de la conmemoracin del sacrificio de Zumbi y de la Marcha de Zumbi en Brasilia, el Primer Encuentro Nacional de Comunidades Rurales Negras redact una carta con peticiones concretas inspiradas en la ideologa de la liberacin y la reivindicacin de derechos, y la entreg al Presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso. Inmediatamente el mandatario dict un decreto presidencial, en virtud del cual se constitua un grupo de trabajo interministerial encargado de coordinar las encuestas, los estudios, las polticas aplicadas y las relaciones con otros servicios gubernamentales para apoyar la creacin de quilombos y atender sus mltiples peticiones. Adems de las disposiciones relativas a los ttulos de dominio, el movimiento solicit otras modalidades de ayuda, como crditos, escuelas y asistencia tcnica para la agricultura. Algunas de esas peticiones eran alternativas por definicin, por ejemplo, la solicitud de que se desarrollasen otras fuentes de energa, como la solar y la microhidrulica; la de elaborar programas de carcter especficamente tnico, con temas educativos especialmente preparados para ajustarse a la realidad y la cultura de la poblacin rural negra; y la de concebir programas de salud que recogiesen prcticas mdicas basadas en los conocimientos tradicionales. Teora y contra-teora en Alcntara: la construccin del Estado versus la construccin del lugar Una vez descrito el contexto, permtaseme volver al megaproyecto que mencion al comienzo. En 1987, antes de iniciarse la transicin a la democracia, 372 familias fueron expulsadas de los terrenos destinados al centro de lanzamiento de cohetes. Estas familias fueron reubicadas en agrovilas, comunidades creadas especialmente que constaban de una zona destinada a viviendas y otra a parcelas cultivables. Las agrovilas dependen del INFRAER, entidad que administra el Centro de Lanzamiento de Alcntara (CLA). Los vecinos reasentados se quejaban sobre todo de las dificultades fsicas, como las grandes distancias que deban recorrer para llegar a las parcelas, no disponer de recursos y alimentos suficientes, y las limitaciones impuestas a sus derechos -la prohibicin de construir nuevas viviendas, por ejemplo, cuando sus hijos contraan matrimonio. Los vecinos de las agrovilas tienen que compartir los recursos existentes con los dems residentes de la zona, que ya estaba muy poblada antes del traslado, por lo que su llegada represent una presin adicional sobre el medio ambiente y la buena voluntad de la poblacin local. Los vecinos de las agrovilas evocan con nostalgia los hogares que tuvieron que abandonar: Yo preferira vivir en una casa sin agua ni electricidad, pero donde tuviera algo que comer. Si usted se da una vuelta por aqu a eso de las 11 o las 12 y entra en las casas, ver que en algunas no hay nada que comer. Si pudiera regresar a mi antiguo hogar, lo hara (Vitoria Barbosa, en la agrovila; Sakamoto 2001). No hay comparacin entre mi Camaraj (nombre del poblado sito en el emplazamiento actual del centro de lanzamiento) y esta agrovila. All estbamos en la orilla del ro. Mi marido echaba la red dos veces al da y pescaba algo. Tenamos suficiente buriti y suficiente juara en los huertos respectivos, y bastante agua para baarnos (ibid.). Muchas otras familias que no se mudaron a las agrovilas se instalaron en la periferia de la ciudad de Alcntara o en las favelas de Sao Luis, la capital del estado de Maranhao. Segn

la CONTAG (Confederacin Nacional de Trabajadores Agrcolas) los problemas sociales, entre los que se cuentan la prostitucin y los embarazos de adolescentes, aumentaron tras la instalacin del centro de lanzamiento en Alcntara (Comcincia, 2001). A consecuencia del aumento de las presiones, en 2002, para restringir el acceso a toda la regin destinada al CLA, otras familias tendrn que abandonar la zona (14 comunidades, con un total de 504 familias, o sea, aproximadamente 3.500 personas). Una vez concluida esta reubicacin, todava quedarn en el sitio unas 3.100 familias. Pero se prev que cuando se firme el Acuerdo con los Estados Unidos, la vigilancia y las restricciones de acceso a la zona sern muy rigurosas, lo que torna an ms aleatoria la permanencia de esas familias en sus hogares. Se ha debatido ampliamente en la prensa y las instancias jurdicas si estas comunidades (cuya existencia ha sido reconocida) son o no quilombos. Por un lado, el actual director general de la Agencia Espacial Brasilea (AEB), el brigadier Daniel Borges Netto, ha declarado pblicamente que las comunidades de la zona no son quilombos, citando al respecto al Ministerio de Cultura; pero el informe oficial de dicho Ministerio, redactado por el antroplogo Alfredo Wagner Berno de Almeida, afirma claramente que los asentamientos s lo son. De Almeida, que ha estudiado estas comunidades durante ms de 25 aos, asegura que se formaron durante el declive de las industrias algodonera y azucarera, que comenz a principios del siglo XIX (Berno de Almeida, 2001). La protesta de las comunidades ante su desalojo ha logrado el apoyo de la Unin de Trabajadores Rurales de Alcntara, del alcalde de la ciudad, de la Universidad Federal de Maranhao (FUMA), y de ONG como la Sociedad Maranhense de Derechos Humanos (SMDH), el Centro Cultural Negro de Maranhao (CCN), el Proyecto Vida Negra (PVN) y la Asociacin de Quilombos de Maranhao (ACONERUQ). El Estado brasileo y los Tribunales Supremos de mbito federal examinan actualmente el caso de Alcntara. La Asociacin Brasilea de Antropologa (ABA), que en el ao 2000 aprob una mocin de repudio contra el Acuerdo, apoya la investigacin del caso, que lleva a cabo actualmente el fiscal general. Algunos grupos expusieron la situacin de las comunidades de Alcntara ante el primer Foro Social Mundial, celebrado en 2001 en Porto Alegre, Brasil, as como en la Conferencia Internacional sobre el Racismo, que se realiz en Durban, Sudfrica, en 2001, y la Organizacin de los Estados Americanos (OEA) acept a trmite una peticin oficial de que se investigue el desplazamiento de los quilombos como violacin de los derechos humanos. El Comit de Derechos Humanos de la Asociacin Estadounidense de Antropologa ha establecido contacto con el Congreso de los Estados Unidos, el Departamento de Estado y las embajadas pertinentes, con miras a impugnar la participacin de ese pas en Alcntara, ya que puede existir una violacin de derechos humanos si los quilombos son desplazados contra la voluntad de sus habitantes. La construccin del Estado, las nuevas cartografas y las contraidentidades En la cartografa posnacional que ahora germina hay una gama de filiaciones translocales, entre las que cabe sealar las raciales y de dispora, por ejemplo, las interpretaciones de la conciencia afro-diasprica en Amrica Latina... que implican conceptos antihegemnicos de raza y de espacio. Ninguno obedece a la nocin de entidades territoriales separadas y delimitadas, que sirve de base a la actual cartografa del Estado-nacin. En su lugar, estas nuevas cartografas, contrahistorias y contraidentidades se usan para organizar mapas de lealtades y afiliaciones construidas en torno a corrientes histricas de mano de obra,

solidaridades raciales en ciernes y cartografas contranacionales (Appadurai, 1996b: 5051). Los quilombos representaron antao una expresin de desorden, al margen del Estado, un desafo a este ltimo. Ahora, siglos despus, se han convertido en agentes de reivindicaciones dirigidas al Estado, al tiempo que se han incorporado parcialmente a ste: al plantear sus exigencias, contribuyen a construirlo -o a deshacerlo. Y al afirmar una contraidentidad, contribuyen a edificar la nacin. Por ejemplo, Steil (1998: 107) interpreta el paso de una manifestacin de protesta de los quilombolas y sus aliados ante la Sede Central de la Polica de Brasilia, en 1993, como una forma de rehacer la memoria de una experiencia en la que el quilombo se asociaba histricamente con la fuga, la marginalidad y el desorden. Maranhao, uno de los estados del nordeste brasileo, es considerado a menudo como un bastin de las prcticas polticas de viejo cuo. Ciertas consecuencias de la abertura pueden constituir otras tantas oportunidades para que los grupos menos poderosos recurran al gobierno federal, prescindiendo de los gobiernos estatales y las estructuras polticas locales, en busca de proteccin y defensa de sus derechos. El caso de Alcntara pone de manifiesto un proceso ms complejo y estratificado en el que ciertas instancias del gobierno federal cumplen una funcin protectora y otras no. Lo que est en juego es cmo en la construccin del Estado se escogen las definiciones de ciudadana, en funcin de los fines de ste en cuanto entidad territorial y soberana establecida, que puede verse desafiada por identificaciones y procesos diaspricos y por posturas polticas. Soguk (1999) es uno de los crticos de la construccin Estado/nacin/ciudadano. Al situar a los ciudadanos como agente constitutivo y al Estado [como] agente representativo, las soluciones que se dan al problema de los refugiados reafirman el orden territorial normal (1999: 11). Pero, afirma Soguk, la identidad de quien no es refugiado -por ejemplo, el ciudadano- resulta siempre contingente, nunca est plenamente definida (1999: 7), y, adems, la identidad es siempre mvil y en proceso de transformacin, en parte una autoconstruccin, en parte una categorizacin hecha por los dems, en parte una condicin, un rango, una etiqueta, un arma, un escudo, un caudal de recuerdos... (Daniel y Knudsen, 1995: 6). Si aceptamos la afirmacin de Appadurai de que muchas comunidades estn ahora en un proceso de reterritorializacin (aunque el mundo se orienta ms bien en el sentido de la desterritorializacin), que recurre profusamente a los conceptos de ciudadana, democracia y derechos locales (1996b: 55), los quilombos de Alcntara podran obstaculizar el esfuerzo que el Estado brasileo realiza para reafirmar su integridad territorial, elemento esencial de las ideas de soberana propugnadas por el Estado (1996b: 49). El proceso de la construccin del Estado incluye tanto la formacin de los ciudadanos-sbditos (ante los cuales aqul es responsable y la definicin de los trminos en que esa responsabilidad se hace efectiva) como la territorializacin (la afirmacin de los derechos del Estado sobre su mbito geogrfico). Appadurai seala que el espacio nacional puede ser objeto de una valoracin diferente por parte del Estado y por parte del ciudadano-sbdito. Por lo general, el Estado se preocupa de asuntos como el rgimen fiscal, el orden pblico, la estabilidad y sedentariedad general, mientras que desde la perspectiva de los sbditos, el territorio, por regla general, implica derechos al movimiento, a la vivienda y al sustento (1996b: 46). Cuando se reasienta a los quilombolas: desarraigo y construccin del lugar en un mundo en mutacin Segn Appadurai, la creacin de una localidad es un reto al orden y la disciplina del Estado-nacin (1996b: 42). Qu sucede con las comunidades privadas del reconocimiento

oficial de su condicin de quilombos? El proceso de otorgamiento a stos de ttulos de dominio sobre las tierras que ocupan es sumamente lento -hasta ahora, menos de 50 han logrado la regularizacin. Al dictar la reglamentacin, el Estado brasileo crea y oficializa una definicin de quilombo, pero no crea la localidad ni su significado tal como lo entienden sus residentes. La realidad local es siempre ms compleja que las directrices oficiales. Las simplificaciones de la poltica se basan en las entelequias del gobierno, junto con las de las ONG, los antroplogos y otros expertos. Resulta inquietante esta preocupacin de que la identidad del quilombo sea genuina para que se le conceda reconocimiento oficial en los ttulos de dominio de la tierra. Cmo pueden la etnicidad o la identidad ser autnticas o inautnticas si las identidades no son cosas sino relaciones, por lo general de desigualdad y jerarqua, cuyo contenido es consecuencia de las peculiaridades de su permanente construccin histrica? (Comaroff, 1996). Y, cmo es posible pensar y disertar sobre la alteridad, sin definir sus rasgos esenciales? (Mudimbe, 1991: xi). Al fijar los procedimientos legtimos de identificacin de los quilombos, el Estado tambin establece el marco de referencia comn que le permite ejercer su hegemona (Roseberry, 1996: 81). Al plantearme si un quilombo sigue siendo un quilombo pese a haberse trasladado, corro el riesgo de caer en los conceptos de estabilidad/lugar/hogar/identidad como elementos fijos, o sea, en la identidad como rasgo estable en un lugar determinado. La capacidad de los individuos y las comunidades desarraigados de rehacer esos lazos (estables) de identidad (fija) vinculada a un lugar (arraigada) adquiere entonces una importancia fundamental (cf. Malkki, 1992). Sin embargo, si en vez de ver a una persona o comunidad desarraigada como un caso patolgico, estimamos que la identidad est en constante transformacin y que el desarraigado es capaz de convertirse en agente creativo en la construccin de su propia historia y de definir su expresin (Sorensen, 1997: 147) en una localidad que est en relacin con otras similares; y si consideramos la identidad como un sentido complejo de ser o de pertenencia que no procede de una sola estructura local, sino que se construye de manera activa y estratgica respecto de mltiples mbitos y con fines variados (Marcus, 1992; y Giddens, 1990, citados en Sorensen, 1997: 146), entonces podemos pensar que un quilombo (sus habitantes y dirigentes, su sentido colectivo y su ubicacin en el movimiento social) podra hacer del desarraigo a la vez un reto y una reafirmacin de su condicin, mediante las luchas en las que participa. Adems, el interrogante de Malkki (1992) acerca de la carencia de races (como un estado natural y que no plantea problemas) nos lleva nuevamente a intentar comprender los conceptos de hogar y de pertenencia como elaboraciones, ms que como algo natural -y desvirta la idea de que el quilombo est enraizado en un sitio determinado. Si examinamos las localidades (cf. Raffles, 1999) en vez de los sitios locales, comprendemos entonces que el lugar es un concepto que siempre ha de construirse en relacin con otros lugares. El enfoque de Rapport y Dawson (1998) sobre el hogar como un mbito que incluye hbitos, recuerdos y relatos, y como una entidad plurilocal que emigrantes y exiliados llevan consigo en un mundo en movimiento, es til para estudiar cmo los reasentados pueden reconstruir sus hogares en lugares que no son fijos y sin relaciones sociales estables (1998: 4-5). Es posible contrastar esto con la defensa del lugar, cada vez ms estentrea y a veces violenta, en un mundo donde cada da abundan ms los no lugares; y de identidades a menudo cosificadas, en un planeta donde las identidades fluyen cada vez ms globalmente. Estas tensiones entre las tendencias a la homogeneizacin

y las reivindicaciones heterogneas se examinan nuevamente en este trabajo, en el anlisis sobre la hegemona y la alteridad. Cmo es posible analizar las relaciones entre el lugar y la identidad si ambos conceptos estn en mutacin? Esas imgenes de los quilombos sern revisadas a su vez por las mismas comunidades, una vez reubicadas. El lugar es un concepto interesante desde el punto de vista social, porque adems de evocar un punto en el mapa (en una cartografa fsica) es un sitio de produccin; es donde uno est ubicado en el espacio, en relacin con los dems miembros de su comunidad y con las personas con las que mantiene lazos comerciales; el hogar es el mbito de la familia y de todos los elementos afectivos que uno vincula al lugar, as como de los significados religiosos que se le incorporan. Pero, lo que es aun ms importante: el lugar puede entenderse como una relacin ms que como un objeto, al igual que la identidad es una relacin y no una cosa. Es un producto social. El lugar y sus significados son construcciones mentales; de modo que un sitio puede tener mltiples significados para diferentes grupos e individuos, y cada uno de esos significados es susceptible de impugnacin. En la lucha en torno a Alcntara, la lucha misma y sus significados (as como sus resultados materiales) se transforman, y otro tanto acontece a los nexos con el lugar. Si se modifican la ubicacin fsica y la disposicin espacial de los quilombos, habr un cambio en el modo en que sus vecinos se relacionan entre s como miembros de una comunidad y de una colectividad. Al hacer y rehacer sus identidades -quines son frente a cada uno de los dems y frente al nuevo lugar (consideraciones espaciales, recuerdos vinculados al sitio y nexos afectivos), los residentes de Alcntara decidirn si son capaces de considerarse quilombolas que viven en un quilombo y cmo van a hacerlo. Esto reviste mucha importancia, puesto que al incorporarse al movimiento general de tales comunidades, los quilombos de Alcntara han constituido o reforzado su autoidentificacin como quilombos (o comunidades negras) y no simplemente como trabajadores agrcolas. La lucha misma ha reforzado u otorgado nuevos significados a su sentido de solidaridad comunitaria y a sus tradiciones. Aunque el desplazamiento modificar sus vnculos afectivos hacia esos terrenos y sus relaciones espaciales, la lucha misma (en contra del desplazamiento) forma parte de un proceso generador de un cambio en su autoidentificacin en el sentido de percibirse a s mismos como luchadores, como negros, como una colectividad y como quilombolas. Adems, su autoidentificacin como ciudadanos que plantean reivindicaciones al Estado, por muy poco receptivo que ste sea, compromete a los quilombolas, en un lenguaje comn, con los elementos dominantes de la economa poltica. El compromiso con el Estado y la consiguiente codificacin y cosificacin de lo que es un quilombo socava la capacidad de estas comunidades de definir y generar, en un proceso continuo, su propia alteridad; en esto consiste la dialctica de la hegemona. Conclusin: el desarraigo en nombre del desarrollo versus la recuperacin de la modernidad El papel del Estado en la proteccin y la concesin de beneficios sociales a los ciudadanos como particulares pierde importancia ante las restricciones ms amplias que impone la expansin del capitalismo mundial; en este contexto, el Estado asume nuevamente la funcin de disciplinar a sus ciudadanos (mantenindolos al margen de los sitios donde se implanta el capital mundial) y aplica medidas de exclusin -en nombre del desarrollo. Las expropiaciones que el Estado realiza en el caso de Alcntara pueden analizarse en el contexto de las que los Estados llevan a cabo en todas partes, en connivencia con los

intereses empresariales transnacionales o de alcance mundial. El complejo militar-industrial es un fenmeno ubicuo, parcialmente vinculado a los Estados-nacin, pero que opera entre y a travs de stos; el ejrcito brasileo, segn las teoras y configuraciones de la democracia vigentes en el plano internacional, debe subordinarse al aparato del Estado democrtico (legtimo, representativo y responsable ante la ciudadana), que a su vez puede expropiar legtimamente la tierra de sus ciudadanos. De ese modo, en Alcntara el desarrollo (y la modernizacin) se definen tanto en funcin de las prioridades geoestratgicas de las empresas internacionales y de otros Estados, como a la luz de las del Gobierno brasileo y las empresas de este pas. Con suma astucia, el movimiento de los quilombos ha trasladado su combate en torno al lugar al mbito internacional, adaptndolo a los temas de competencia de la OEA y de defensa de los derechos humanos, en un momento en que las luchas de la dispora africana cobran relieve en todo el mundo y los elementos progresistas del Tribunal Supremo de Brasil y la Oficina del Fiscal General se esfuerzan por ponderar equitativamente los intereses en conflicto y respetar la Constitucin. Silva (1996: 60) interpreta lo anterior en el sentido de que el Tribunal Supremo tiene la obligacin de garantizar que cada cual se cia a las reglas del juego fijadas por la Constitucin, en la construccin de una nacin en la que se acepta y respeta la diferencia. De modo que, por una parte, se usa la diferencia como base de legitimidad de los derechos en una democracia en ciernes; por otra, sin embargo, los requisitos aparentes de mantener la autenticidad de dicha diferencia plantean un reto a los quilombos. La imagen de los quilombos como un ente esttico, en relacin con su propia identidad y su lugar de asentamiento, slo sirve a la modernizacin como factor de desarrollo que, segn Wilmsen (1996), se opone en realidad a la modernidad, que reconoce la diferencia, los derechos humanos y la autonoma creativa de las personas. La modernidad es el sustrato que emerge... de toda la teora contempornea sobre la etnicidad (Wilmsen, 1996: 18). Es posible interpretar el movimento negro y el movimiento de los quilombos como una lucha por superar, resolver o subvertir los dualismos insatisfactorios (y debilitantes) de lo tradicional y lo moderno, mediante la elaboracin de sus propios trminos de debate: la afirmacin de su etnicidad como fundamento para reclamar un trato especial; la consolidacin de su derecho a adoptar nuevamente los smbolos africanos tradicionales; el afianzamiento de su condicin ciudadana y sus prerrogativas en el marco internacional de los derechos humanos; y la confirmacin de su derecho, como ciudadanos, a consolidar y definir su vnculo con el sitio donde viven. Al mismo tiempo, es importante estudiar de qu modo la adopcin de los smbolos culturales puede llevar a formulaciones culturalistas (o apolticas) de la lucha potencialmente restrictivas; cmo la participacin en debates acerca de la ciudadana puede tornarse contraproducente y cmo los lazos histricos con un lugar, al servir de base para hacer valer derechos (tnicos) sobre la tierra, pueden a la vez afianzar su confianza y constituir una limitacin. Las luchas en torno al centro de lanzamiento de cohetes espaciales de Alcntara representan un desafo para el movimiento quilombeiro y quiz, al mismo tiempo, le ayuden a recuperar la modernidad en sus propios trminos. Traducido del ingls Notas * La autora da las gracias, con las salvedades de costumbre, a Sandra Comstock y Alfredo Wagner Berno de Almeida por sus comentarios sobre las versiones precedentes de este trabajo. 1. Un quilombola es un habitante del quilombo

2. Los grileiros son los que se apoderan ilegalmente de las tierras, mediante una combinacin de violencia organizada y falsificacin de ttulos de dominio. Referencias APPADURAI, A. 1996(a). Modernity at Large: Cultural Dimensions of Globalization (La modernidad en general: Las dimensiones culturales de la mundializacin). Minneapolis: University of Minnesota Press. APPADURAI, A. 1996(b). Sovereignty without Territoriality: Notes for a Postnational Geography (Soberana sin territorialidad: Apuntes para una geografa posnacional), en Yaeger, P. (ed), The Geography of Identity (La geografa de la identidad). Ann Arbor: University of Michigan Press. BERNO DE ALMEIDA, A.W. 2001. Centro de Lanamentos de Alcntara Ameaa Territrio tnico (El Centro de Lanzamientos de Alcntara amenaza un territorio tnico), Comciencia, Sociedad Brasilea para el Progreso de la Ciencia, 10 de febrero. www.comciencia.br COMAROFF, J. 1996. Ethnicity, nationalism, and the politics of difference in an Age of Revolution (Etnicidad, nacionalismo y las polticas de la diferencia en la Era de la Revolucin), en Wilmsen y McAllister (1996). COMCINCIA. 2001. Centro de Alcntara Funciona Sem Licena Ambiental (El Centro de Alcntara funciona sin permiso medioambiental), Sociedad Brasilea para el Progreso de la Ciencia, 10 de febrero. www.comciencia.br DANIEL, E.V. y J.C. KNUDSEN (eds.) 1995. Mistrusting Refugees (Desconfiar de los refugiados. Berkeley: University of California Press. ENCONTRO NACIONAL DAS COMUNIDADES NEGRAS RURAIS. 1995. Terra, Produo, e Cidadania Para Os Quilombos: 300 Anos de Zumbi (Tierra, produccin y ciudadana para los quilombos: 300 aos de Zumbi), Brasilia, edicin mimeografiada. GIDDENS, A. 1990. The Consequences of Modernity (Las consecuencias de la modernidad). Cambridge: Polity Press. GILROY, P. 1993. The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness (El Atlntico negro: Modernidad y duplicidad de la conciencia). Cambridge: Harvard University Press. GRAMSCI, A. 1971. Selections from the Prison Notebooks (Selecciones de los cuadernos de prisin). Nueva York: International. HANCHARD, M. 1993. Culturalism Versus Cultural Politics: Movimento Negro in Rio de Janeiro & So Paulo, Brazil (Culturalismo versus polticas culturales: El Movimiento Negro en Ro de Janeiro y Sao Paulo, Brasil), en Warren K. (ed.), The Violence Within: Cultural and Political Opposition in Divided Nations (La violencia interior: Opresin poltica y cultural en las naciones divididas). Boulder and Oxford: Westview Press. MALKKI, L. 1992. National Geographic: The rooting of peoples and the territorialization of national identity among scholars and refugees (Geografa nacional: El enraizamiento de los pueblos y la territorializacin de la identidad nacional entre especialistas y refugiados). Cultural Anthropology 7 (1), 24-44. MARCUS, G. 1992. Past, present and emergent identities: Requirements for ethnographies of late twentieth-century modernity worldwide (Pasado, presente e identidades en ciernes: Requisitos para las etnografas de la modernidad a finales del siglo XX en todo el mundo), en Lash S. y Friedman J. (eds), Modernity and Identity (Modernidad e identidad). Oxford: Blackwell. MUDIMBE, V. 1991. Parables and Fables: Exegesis, Textuality, and Politics in Central Africa (Parbolas y fbulas: Exgesis, textualidad y polticas en frica Central). Madison: University of Wisconsin Press.

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Desplazamientos, desarrollo y modernidad en el Pacfico colombiano* Arturo Escobar


Nota biogrfica Arturo Escobar naci en Colombia, donde pas su infancia y su juventud. Curs estudios superiores en las universidades del Valle (Cali, Colombia), Cornell (Nueva York, Estados Unidos) y Berkeley (California, Estados Unidos), donde se doctor en 1987. Es autor de la obra Encountering Development: The Making and Unmaking of the Third World (1995). Desde 1993 trabaja en la regin del Pacfico colombiano en colaboracin con movimientos y organizaciones locales de ndole social. Su direccin actual es la siguiente: Department of Anthropology - University of North Carolina - CB 3115 - Chapel Hill - NC 27599 Estados Unidos de Amrica. Email: [email protected].

Una cosa sabemos a ciencia cierta y es que a la nocin imperante de desarrollo y a quienes la instrumentalizan en su beneficio les importa muy poco qu y cmo atropellan. El desplazamiento forzado interno -entendido como la mayor agresin que sufren los afrodescendientes en los ltimos 150 aos- no es una cosa aislada, sino un conjunto de acciones sistemticas, abiertas y deliberadas y, por lo tanto, inscritas y funcionales no slo a la dinmica de la Guerra, sino tambin a la concepcin de desarrollo [...]Desplazados inicialmente de frica y luego de haber reconstruido parte de su cultura y nuevos sentidos y pertenencias, el actual desplazamiento de los afrodescendientes hace recordar los tiempos de la esclavitud; vienen a la memoria colectiva el dolor de la fragmentacin familiar, la imposibilidad de poseer y conservar algn bien, el dolor y maltrato sufrido por las mujeres, la vinculacin de los hombres a una guerra ajena, el desconocimiento de las autoridades propias y la imposibilidad de autonoma sobre el territorio (Carlos Rosero, Proceso de Comunidades Negras, 2001). Los desplazamientos masivos se han convertido en un fenmeno tan innegablemente caracterstico de nuestra poca que es difcil no sucumbir a la tentacin de parafrasear as el primer prrafo del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels: Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del desplazamiento. Todas las fuerzas del Nuevo Orden Mundial se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma. Asimismo, uno se ve tentado de aadir lo siguiente, parafraseando una vez ms esa misma obra: Ya es hora de que los desplazados expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias; que opongan un manifiesto propio a la leyenda interesada y tecnocrtica del fantasma del desplazamiento difundida por los que estn en el poder. En este artculo se ofrece una explicacin provisional del papel destacado que han cobrado los desplazamientos en nuestros tiempos modernos, enmarcndolos en la experiencia histrica ms vasta de la modernidad y del desarrollo, y tambin se exponen los recientes debates sobre la modernidad, entremezclndolos con el anlisis del caso sobrecogedor del Pacfico colombiano. En Colombia, que es presuntamente el pas del mundo ms afectado por el problema de los refugiados internos (ms de dos millones), los desplazados estn empezando a organizarse y a proponer sus propios planteamientos, pese a todos los

obstculos con que tropiezan. En el presente artculo se destaca cun importante es basarse en esos planteamientos para lograr soluciones ms duraderas. En pocas palabras, en este artculo se sostiene que el desplazamiento forma parte integrante de la modernidad eurocntrica y de la manifestacin que sta ha revestido despus de la Segunda Guerra Mundial en Asia, frica y Amrica Latina, es decir: el desarrollo. Tanto la modernidad como el desarrollo son proyectos espaciales y culturales que exigen la conquista incesante de territorios y pueblos, as como su transformacin ecolgica y cultural en consonancia con un orden racional logocntrico.1 Los desplazamientos masivos que se observan hoy en da en el mundo entero ya sean relativamente voluntarios o forzosos son el desenlace de procesos culturales, sociales y econmicos que han desembocado en la consolidacin de la modernidad capitalista. Entiendo por modernidad una forma peculiar de organizacin social que naci con la conquista de Amrica y que cristaliz inicialmente en el norte de Europa Occidental en el siglo XVIII. En el plano social, la modernidad se caracteriza por la existencia de instituciones como el Estado Nacin y la burocratizacin de la vida cotidiana basada en el saber especializado; en el plano cultural, se singulariza por orientaciones como la creencia en el progreso continuo, la racionalizacin de la cultura y los principios de individuacin y universalizacin; y en el plano econmico, se particulariza por sus vnculos con diversas formas de capitalismo, comprendido el socialismo de Estado como forma de modernidad. La modernidad capitalista ha generado los desplazamientos masivos y el empobrecimiento de nuestra poca y, al mismo tiempo, se ve limitada por ambos fenmenos, en la medida en que sus propios instrumentos ya no parecen estar suficientemente a la altura de la tarea que exigen las circunstancias. El resultado de esto es que es cada vez mayor la discrepancia entre los factores de desplazamiento caractersticos de la modernidad y los mecanismos previstos para evitar que se produzcan. En muchos casos, es necesario meditar sobre lo medios alternativos que se pueden hallar para tratar esos problemas, reforzando la capacidad de las poblaciones para resistir in situ a los traumatismos de la modernidad desde la pobreza hasta la guerra , apoyndose en las luchas que llevan a cabo para defender sus localidades y culturas, y alentndolas a que cobren autonoma en el plano territorial y cultural. La seguridad alimentaria y los derechos culturales y territoriales son fundamentales para alcanzar ese objetivo. Las instituciones modernas (el Estado, el sistema de las Naciones Unidas y las organizaciones de ayuda humanitaria) tienen que desempear un papel importante, pero las relaciones con ellas se deben enfocar desde una posicin estratgica favorable. En ltima instancia, los esfuerzos para reorientar nuestra comprensin del desplazamiento se pueden conceptualizar en trminos de modernidades alternativas y de alternativas a la modernidad. Conflicto, desarrollo y desplazamiento en el Pacfico colombiano La vasta regin del Pacfico colombiano, que est cubierta en su mayor parte por bosques pluviales, tiene 900 kilmetros de longitud y una anchura que oscila entre los 50 y 180 kilmetros. Est situada entre el ramal occidental de la cordillera de los Andes y el Ocano Pacfico y limita al norte con Panam y al sur con Ecuador. Su poblacin alcanza casi un milln de habitantes, de los cuales el 90% son afrocolombianos y unos 50.000 pertenecen a varios grupos tnicos indgenas, siendo los ms numerosos los embera-wounan. Se considera que es la regin ms pobre de todo el pas y, si nos atenemos a los indicadores convencionales, no cabe duda que lo es. Olvidada y relativamente aislada durante mucho

tiempo, se convirti en los aos ochenta en un nuevo territorio de expansin econmica con proyectos de desarrollo a gran escala y nuevos medios de acumulacin de capital, como plantaciones de palma aceitera africana y criaderos industriales de camarones. Es tambin una de las regiones ms ricas del mundo por su diversidad biolgica, de ah que sea objeto de un gran inters por parte de las organizaciones ecolgicas. La nueva Constitucin colombiana, promulgada en 1991, otorg derechos territoriales colectivos a las comunidades negras (denominacin jurdica que algunos de sus portavoces rechazan por preferir el trmino afrocolombianos) de la regin; adems, la ley de derechos territoriales y culturales dio lugar al surgimiento de importantes movimientos negros como consecuencia de todas las transformaciones que la reforma constitucional haba posibilitado (Ley 70 de 1993). Junto con los movimientos indgenas de la regin, los movimientos negros hacen hincapi en la defensa de su diferencia cultural y el derecho a disponer de sus territorios. Desde 1996 aproximadamente, y con mayor intensidad a partir de 1998, se empezaron a producir desplazamientos masivos de poblacin cuando los grupos armados de guerrilleros izquierdistas y paramilitares derechistas penetraron en muchas zonas en la regin. Matanzas y desplazamientos masivos se han convertido en fenmenos cotidianos en la regin, a medida que se va intensificado la lucha por sus ricos recursos. Aunque hasta ahora no se disponga de estadsticas fiables sobre la proporcin de las minoras tnicas entre las poblaciones desplazadas, debe ser muy elevada teniendo en cuenta su distribucin (y en el caso de los grupos indgenas tiene que ser incluso mayor). Se considera que los indgenas representan un 2% de la poblacin nacional, estimada en unos 40 millones de habitantes, y el nmero de afrocolombianos oscila entre un 10% y un 26%, en funcin de los criterios que se adopten (muchas organizaciones negras se atienen a este ltimo porcentaje). En el plano nacional, los desplazamientos alcanzaron un primer punto culminante en 1988-1991 (unas 100.000 personas desplazadas anualmente), y desde 1996 fueron aumentando regularmente de manera espectacular (181.000 en 1996, 257.000 en 1997, 308.200 en 1998, 288.000 en 1999, 317.000 en 2000). Se estima que desde 1985 el nmero de personas desplazadas ha sido de 2,2 millones, lo cual hace de esta situacin una de las peores del mundo posiblemente la peor de todas , tal como lo ha reconocido el Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para los Desplazados Internos. El Grupo Temtico de Desplazamiento de las Naciones Unidas (GTD) sealaba en el ao 2000 que las fuerzas paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) haban provocado entre un 57% y un 63% de los desplazamientos recientes, las guerrillas entre un 12% y un 13%, y grupos no identificados y el Estado el resto. Segn la Red de Solidaridad Social y la Consultora para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES), en el primer semestre de 2001 se registr un aumento notable de los casos de desplazamiento. Tan slo en los tres primeros meses de ese mismo ao fueron desplazadas 44.500 personas. En el ao 2000, el promedio diario de personas desplazadas ascenda a 352 y en el primer trimestre de 2001 aument bruscamente a 495. En abril de 2001, la peor de las matanzas ocurridas hasta entonces a orillas de una de las reas fluviales de la regin del Pacfico, la del ro Naya, arroj el balance de 30 personas, como mnimo, brutalmente asesinadas a manos de los paramilitares y provoc el desplazamiento de muchos centenares de habitantes. Se estima que el 38% de los desplazados pertenecen a minoras tnicas y, en el primer trimestre de 2001, ese porcentaje aument en un 80% con respecto al ao anterior.2 Hasta hace algn tiempo, se consideraba que la regin del Pacfico era un laboratorio para la coexistencia pacfica y la solucin de conflictos. Esto empez a cambiar a principios de los

aos noventa, cuando los grupos guerrilleros, y ms concretamente las FARC, adoptaron una estrategia de control territorial que exiga una presencia ms intensa en zonas clave de la regin (Agudelo, 2000). De esta manera, la regin del Pacfico se convirti en un nuevo escenario de guerra y en un territorio que tratan de controlar militarmente las guerrillas, as como los paramilitares y el ejrcito, en la medida en que la expansin de las actividades guerrilleras ha trado consigo una mayor intervencin de estas dos ltimas fuerzas, y ms concretamente de los grupos paramilitares. La llegada de stos a partir de 1996 al Choc, por ejemplo al Bajo Atrato (Wouters, 2001), y a partir de 1999 a las zonas rurales del Pacfico meridional prximas a localidades como Buenaventura y Tumaco, aceler los enfrentamientos armados y desencaden el terror y la violencia contra la poblacin civil. En 2002, la situacin empeor al romperse las negociaciones oficiales de paz entre el gobierno y los guerrilleros de las FARC. Esta ruptura acarre un recrudecimiento de la guerra, provocando un aumento masivo del nmero de vctimas causadas por ambos grupos y un nuevo ciclo de desplazamientos. En la regin del Pacfico, el fenmeno del desplazamiento tiene un nexo evidente con el conflicto armado, y ms concretamente con las actividades de los grupos paramilitares y los guerrilleros, que aplican estrategias de terror, asesinan en masa a las poblaciones y las obligan a desplazarse para controlar no slo unos territorios ricos en biodiversidad y recursos naturales, sino tambin los grandes proyectos de desarrollo. Unos y otros estn incitando a los campesinos de determinadas regiones (por ejemplo, al extremo sur de la zona de Tumaco) a que cultiven la coca, y adems se estn disputando el control de algunos territorios para implantar ese cultivo. En la misma zona, algunos grupos paramilitares, vinculados a los capitalistas que explotan el aceite de palma, estn provocando desplazamientos de poblacin considerables para ampliar los lmites de las plantaciones de palma africana. En este contexto, muchas organizaciones negras e indgenas han optado por una poltica de neutralidad en el conflicto armado. Esta posicin cobr mayor consistencia cuando unas cuantas localidades se declararon comunidades de paz a finales de los aos noventa. En 1998, la Asociacin Campesina Integral del Atrato (ACIA), la organizacin negra ms importante del departamento del Choc, propuso que este departamento se declarase territorio de paz y pidi la partida de todos los protagonistas del conflicto armado (guerrilleros, ejrcito y grupos paramilitares), as como la elaboracin de un plan de accin que previese el mantenimiento de los ttulos colectivos sobre los territorios, la realizacin de reformas socioeconmicas y polticas, la adopcin de polticas etnoambientales y el reconocimiento de las autoridades tradicionales (Agudelo, 2000). El Proceso de Comunidades Negras (PCN) present otras propuestas a favor de los desplazados de los departamentos del Pacfico meridional Valle del Cauca, Cauca y Nario y esboz un plan para crear en la regin territorios de proteccin bajo la vigilancia y observacin de entidades internacionales. El objetivo de todas esas propuestas era impedir que se agravara la disgregacin cultural y ofrecer la perspectiva de convertir a toda la regin del Pacfico en un territorio de paz, bienestar y libertad sin violencia armada. Es evidente que el ascenso de las reivindicaciones de derechos tnicos y territoriales, as como el de los movimientos conexos que se fueron desarrollando en los aos 90, condujeron a las comunidades a encontrarse en la trayectoria del conflicto armado. El refugio de paz interno que fue la regin del Pacfico se ha convertido, por consiguiente, en otro campo de batalla ms en un pas que ya contaba con otros muchos ms (Wouters, 2001). La violencia armada apunta a: disgregar la integridad territorial, social y cultural de los grupos negros e indgenas, imposibilitndoles as el ejercicio de sus prcticas culturales;

acabar con sus formas de organizacin, expulsando sistemticamente a los militantes de sus movimientos o eliminndolos a veces; y apoderarse de los recursos naturales (madera, oro, plantaciones de palma africana) sin respeto alguno de la reglamentacin sobre el medio ambiente y los derechos de los habitantes. El objetivo ltimo de la violencia, en opinin de los militantes, es la eliminacin de la diferencia cultural de los grupos tnicos de la regin del Pacfico. La autonoma que esos grupos tnicos haban adquirido gracias a la Constitucin de 1991 y al proceso de organizacin de los aos noventa ha tropezado con una violencia contundente y brutal, que se caracteriza invariablemente por la supresin de las diferencias tnicas y culturales. Las medidas oficiales adoptadas en materia de desplazamientos suelen ser frgiles, efmeras y mal planeadas. A las personas desplazadas no se las suele acoger bien en las localidades previstas para recibirlas y, adems, los funcionarios locales poseen muy escasos conocimientos de la cultura, situacin o necesidades de los recin llegados. Pese a que las emigraciones y desplazamientos hayan sido parte integrante de la historia reciente de Colombia (por lo menos desde el periodo conocido por el nombre de la Violencia, que se extendi desde finales de los aos cuarenta hasta mediados de los sesenta), los funcionarios locales comprenden muy pocas veces la dinmica, ya antigua, de los asentamientos marginales en ciudades como Cali, Medelln y Bogot, a donde las personas recin desplazadas suelen dirigirse. Si bien es cierto que han mejorado los servicios de socorro de emergencia (suministrados principalmente por la Red de Solidaridad Social (RSS), instituciones catlicas, organismos multilaterales y organizaciones no gubernamentales financiadas por la Unin Europea, as como por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar), brillan prcticamente por su ausencia los servicios de ayuda posterior y de prevencin social. En el Informe 2001 del Programa Alimentario Mundial se seala que hasta los socorros alimentarios son insuficientes, pese a la importancia decisiva que revisten en las situaciones de emergencia creadas por los desplazamientos propiamente dichos. Asimismo, se ha sealado la lentitud, insuficiencia y precariedad del conjunto de servicios modernos en materia de vivienda, salud, alimentacin, educacin y acceso a la tierra o a un empleo, que se necesitan para lograr una estabilizacin socioeconmica a la hora del retorno o reasentamiento de los desplazados (GTD, 2001). En resumen, aunque sea la modernidad la que ha generado el desplazamiento, las instituciones modernas de desarrollo normales y corrientes no parecen poseer la capacidad necesaria ni la voluntad, en cierto modo para aportar soluciones eficientes, por lo menos en una situacin tan catastrfica como la de Colombia. La Asociacin de Afrocolombianos Desplazados (AFRODES) y las organizaciones indgenas y negras consideran que esta situacin obedece a la aplicacin de una estrategia racista, as como a la incapacidad del gobierno para proteger sus derechos tnicos y humanos, reconocidos sin embargo por los acuerdos internacionales y las propias leyes nacionales. Los afrocolombianos estiman que la situacin de desplazados que comparten con las poblaciones indgenas presenta cuatro caractersticas nicas en su gnero: el alejamiento del territorio al que estaban arraigados culturalmente; la relacin existente entre los grandes proyectos de desarrollo de la regin del Pacfico y la expulsin de los grupos tnicos que la habitan; las repercusiones nocivas del Plan Colombia en los territorios poblados por etnias; y la situacin ya antigua de discriminacin omnipresente contra los grupos tnicos. En suma, los factores principales que las organizaciones negras asocian al desplazamiento de su comunidad de la regin son tambin cuatro: la realizacin de grandes proyectos de

desarrollo en detrimento de los bosques y las explotaciones agrarias locales (por ejemplo, el proyecto de canal interocenico y la espectacular ampliacin de los lmites de las plantaciones de palma aceitera africana en la zona de Tumaco); el conflicto armado propiamente dicho; la existencia de ricos recursos naturales (oro, madera y sitios ideales para el turismo); y la propagacin de cultivos ilcitos en determinadas reas.

Habitantes de Quibd, Colombia, huyendo la violencia en mayo del 2002. Luis Acosta / AFP

La enumeracin de los factores del desplazamiento no acaba aqu. En efecto, el PCN formula, por ejemplo, las siguientes observaciones.3 El fenmeno del desplazamiento se ha intensificado cuando se empezaron a deslindar los territorios colectivos y atribuir los ttulos correspondientes a los mismos. De hecho, los desplazamientos en la regin del Pacfico se sitan en el contexto de una reaccin contra las conquistas culturales y territoriales de las comunidades tnicas en todo el subcontinente latinoamericano, desde las logradas por el movimiento zapatista hasta la resistencia los mapuches. Se podra ampliar este contexto subcontinental a escala mundial y establecer un nexo entre desplazamientos, guerras y racismo, desde frica hasta el Pacfico, pasando por los Balcanes. Los desplazamientos no son aleatorios, sino selectivos y planificados. Por ejemplo, los desplazamientos ms masivos se han producido en las zonas destinadas a la realizacin de grandes proyectos de desarrollo. El objetivo de las operaciones militares es controlar las vas de acceso, la introduccin de armas y la salida de los productos. Son los industriales del interior los que han concebido y financiado en gran medida esa estrategia, por ejemplo en el caso de la extensin de las plantaciones de palma africana. El terror y los desplazamientos tienen por finalidad desbaratar los proyectos de las comunidades, quebrantar su resistencia y, probablemente, lograr incluso su exterminio, lo cual se ve facilitado por la utilizacin cada vez mayor de armas de fuego. A este respecto, la

situacin se puede caracterizar con la frase atribuida al poeta salvadoreo Roque Daltn: la guerra es la continuacin de la economa por otros medios. Tambin se puede decir que el objetivo de los desplazamientos es reestructurar las relaciones entre las comunidades tnicas y la sociedad colombiana de tal manera que se logre borrar toda diferencia cultural. En otras palabras, el proyecto dominante tiende a reorganizar el territorio y la poblacin, lo cual hace casi impensable, o totalmente inimaginable, la existencia de una autonoma en el marco del Estado Nacin. Desde los aos cincuenta y sesenta, los desplazamientos han modificado los esquemas de inmigracin y emigracin imperantes en la regin del Pacfico, dificultando o impidiendo a las personas que retornen a las comunidades ribereas de las que son oriundas. Esto, en definitiva, acaba entraando una modificacin del uso de las tierras, de los sistemas de produccin tradicionales, de la distribucin espacial de la poblacin y de los recursos, etc. Los protagonistas del conflicto armado, y ms concretamente los grupos paramilitares, han fomentado reasentamientos selectivos y autoritarios en los territorios de las comunidades ribereas, desplazando a unos grupos y trayendo a otros con el deseo de que los recin llegados se plieguen a las pautas de conducta que se les impongan en el plano cultural, econmico y ecolgico. Es importante destacar que, desde el punto de vista de las organizaciones negras y de las asociaciones de personas desplazadas, todos los protagonistas externos guerrilleros, paramilitares, capitalistas y Estado tienen el mismo proyecto, a saber: apropiarse de los territorios para dar una configuracin radicalmente nueva a la regin del Pacfico, que se ajuste al proyecto de modernidad capitalista consistente en extraer y explotar los recursos naturales. Este proyecto no es conforme a los intereses ni a la situacin real de las comunidades negras e indgenas. En efecto, se trata de un proyecto planificado y no de un producto de la casualidad o una mera consecuencia de la guerra civil que afecta al pas. Adems, este proyecto se sita plenamente en la trayectoria histrica de la discriminacin ejercida contra los grupos tnicos, habida cuenta que es a los negros y a los indgenas a quienes perjudica ms seriamente. En otras palabras, a la regin del Pacfico colombiano, como a muchas otras del mundo antes que ella, se la est sometiendo a las exigencias territoriales y culturales del proyecto de modernidad capitalista. En ltima instancia, este proyecto se debe contemplar en su triple dimensin de transformacin simultnea en el plano econmico, ecolgico y cultural. Lo que est en juego en esta regin de Colombia es una remodelacin espectacular de sus paisajes biofsicos y culturales, que siguen conservando un aspecto nico en su gnero. Los ecologistas y los antroplogos se refieren a este carcter excepcional de la regin cuando utilizan la expresin sistemas de produccin tradicionales para describir el modo de vida de sus comunidades ribereas, que no son totalmente dependientes de la economa de mercado (un 40% de los habitantes del Pacfico colombiano sigue viviendo en asentamientos a orillas de los ros). Esos sistemas se caracterizan por una multiplicidad de actividades agricultura poco intensiva, pesca, caza, recoleccin, extraccin de oro a pequea escala y otras actividades extractivas para el mercado y se basan en modelos locales de relacin con la naturaleza, de utilizacin de los espacios en funcin de los sexos y de relaciones sociales fundadas en el parentesco, as como en todo un universo de representaciones y conocimientos que se puede caracterizar por su diferencia respecto del modelo euroandino predominante, tanto en el plano econmico como en el ecolgico y

cultural. Al basarse tambin en la diversidad, los sistemas de produccin tradicionales se adaptan mejor a la conservacin y la sostenibilidad, y adems no se orientan hacia la acumulacin, sino ms bien hacia la subsistencia. Toda esta constelacin de prcticas y paisajes es lo que defienden precisamente los militantes negros e indgenas.4 Merece especial mencin la presencia considerable de mujeres entre las poblaciones desplazadas. Adems de ser objeto de la discriminacin tnica, la mujer negra es vctima de formas de discriminacin sexistas, comprendidas las violencias sexuales. Como la mujer de las zonas rurales se pasa una gran parte de la vida en su aldea, el desplazamiento rompe sus vnculos con la localidad, es decir, los que la unen a su hogar y a su comunidad. La degradacin de la solidaridad suele producir entre las mujeres un sentimiento de prdida mayor que entre los hombres. Sin embargo, la reinstalacin en contextos urbanos suele ser ms ventajosa para las mujeres desplazadas que para los hombres porque tienen ms posibilidades de encontrar un empleo, por ejemplo como domsticas o vendedoras callejeras (vanse Meertens, 2000; y Grueso y Arroyo, 2002). La modernidad como proceso generador de desplazamientos Muchos especialistas definen el imperativo espacial y cultural de la modernidad en trminos exentos de ambigedad. Hay que reconocer a Marx el mrito de haber formulado la primera teora del desplazamiento en relacin con la historia de la modernidad capitalista. En efecto, una de las primeras exposiciones efectuadas sobre los desplazamientos masivos fue la que figura en su teora sobre la acumulacin primitiva, que exige el desplazamiento a gran escala de los campesinos, desarraigndolos de sus tierras. Tal como ha dicho Polanyi (1957), los europeos entraron en la modernidad por la puerta del pauperismo. La poltica de pauperizacin posibilit la conquista de vastos mbitos de la vida social gracias a discursos tcnicos vinculados a los aparatos administrativos del Estado (as cobr auge lo que se ha se ha convenido en llamar la cuestin social). No obstante, lo ms destacable en la obra de Polanyi es el hincapi que hace en el divorcio entre la economa y la vida social provocado por el advenimiento del mercado autorregulador. Con una ptica ms neutra, Giddens (1990) ha descrito como la quintaesencia de la modernidad este proceso caracterizado por: la importancia progresiva que van cobrando las relaciones de mutua ausencia en medio de los dems; el fraccionamiento del lugar y del espacio; y el desgajamiento de la vida social del contexto local y su consiguiente sometimiento a sistemas expertos translocales. Ms recientemente, Virilio (1990 y 1997) ha analizado la racionalidad del desplazamiento inherente al capitalismo de alta tecnicidad, que se apoya en tecnologas de la informacin y la comunicacin que funcionan con la velocidad de la luz. Lo que este autor denomina deslocalizacin global supone la prdida de toda pertinencia de la localidad y el triunfo de la lejana sobre la proximidad, es decir, de la ciberinteractividad sobre la presencia real. Virilio (1990, pg. 93) agrega lo siguiente: [La] deportacin se ha convertido en el pan nuestro de cada da, porque [...] a partir del momento en que nos desarraigamos de la localidad del lugar, hay algo o alguien que dispone de nuestra movilidad en nuestro lugar y utiliza el movimiento de nuestras vidas activas[...] Toda masa debe estar sometida permanentemente a la dictadura del movimiento. Para decirlo en trminos generales, el desarraigo de la localidad es un fenmeno que acompaa a la modernidad capitalista y desemboca en un proceso constante de desplazamiento, que ha cobrado las proporciones de una ola gigantesca. Para comprender plenamente por qu el desplazamiento es uno de los atributos intrnsecos de la modernidad y no una quiebra de sistemas que necesitan ser perfeccionados, no est de

ms recurrir a la crtica que la fenomenologa hace de la modernidad. Desde Platn, los fenomenlogos han considerado endmica y tradicional la indiferencia con respecto al lugar. La filosofa de la poca clsica parta del supuesto de que los lugares slo son subdivisiones momentneas de un espacio universal homogneo. Esta indiferencia por el lugar ha invadido las ciencias sociales y humanas, pese a que algunos fenomenlogos sostengan apasionadamente que es nuestra inevitable inmersin en un lugar lo que prevalece ontolgicamente en la generacin de la vida. Como dice el filsofo Edward Casey (1997), vivir significa vivir en un lugar, y saber significa ante todo saber en qu lugar se est. Desde una perspectiva antropolgica es importante destacar la implantacin local de las prcticas culturales, que se deriva del hecho de que la cultura la transportan cuerpos a lugares. Evidentemente, las localidades son el resultado de prcticas histricas. En vez de localidad, quizs fuese ms exacto hablar de personas-en-un-lugar y de personas-enredes, teniendo en cuenta que ningn lugar est vinculado a un escenario, y de que todos los lugares estn conectados entre s por redes de mltiples tipos. Hoy en da, ningn grupo social es estrictamente local, aunque las prcticas arraigadas localmente sigan siendo importantes en la poltica de muchos grupos subalternos y femeninos.5 La reaccin de la modernidad ante la deslocalizacin cada vez ms generalizada ha revestido formas muy diversas: planificacin demogrfica; ordenacin urbana y regional; planeamiento del desarrollo; reestructuracin de las ecologas humanas y biofsicas en funcin de esquemas y criterios jerrquicos especficos (por ejemplo, revolucin verde, ciudades regularizadas); creacin de normas y disciplinas destinadas a garantizar un funcionamiento ordenado del mundo (Foucault); colonizacin del mundo vivido (Habermas), es decir, apropiacin creciente de contextos culturales, evidentes de por s anteriormente, por parte de discursos tcnicos vinculados a la administracin del Estado; instauracin de una lgica de crecimiento y progreso perpetuos, as como de constante superacin del presente (Vattimo, 1991); y desterritorializacin y reterritorializacin continuas de la vida social por parte de los aparatos del Estado, del capital y del saber (Deleuze y Guattari, as como lo que Foucault llamaba gobernamentalidad). Lo ms importante es que en estos principios y aparatos se puede ver una lgica simultnea que crea e impide desplazamientos, o re-emplaza. Por su naturaleza misma, la modernidad capitalista desplaza, es decir, hace cambiar de lugar, a veces fsicamente y siempre culturalmente. Asimismo, trata de re-emplazar mediante los mecanismos mencionados anteriormente. Son precisamente esa lgica y esos mecanismos de re-emplazamiento los que dan la impresin de estar fallando, mientras que la lgica del desplazamiento parece que va cobrando mayor amplitud. La separacin entre estas dos lgicas de la modernidad, necesariamente complementarias, se va ahondando y, a este respecto, cabe preguntarse por qu este fenmeno se da ahora precisamente. Formularse esta pregunta es importante, porque est relacionada con la intensificacin actual de la modernidad capitalista provocada por la mundializacin neoliberal, en un contexto de acumulacin de capital cada vez ms acentuada y de una resistencia cultural y ecolgica creciente. Claro est que es importante no reducir todos los movimientos de poblaciones pasados y presentes a la misma categora o caso de lugar y desplazamiento. En la medida en que se sitan dentro de la poca histrica y de la configuracin cultural designadas con el nombre de modernidad capitalista, hay fundamentos para considerar que las principales formas de desplazamiento estn relacionadas con la lgica subyacente de deslocalizacin, desarraigo y conquista territorial y cultural que las caracteriza. Desde las deportaciones de los pueblos indgenas y africanos que trajeron consigo la conquista y colonizacin del Nuevo Mundo, hasta las oleadas de emigraciones masivas de campesinos, obreros y pobres que se

produjeron por todo el mundo en las etapas posteriores de la modernidad, las tendencias a los desplazamientos unas veces se han intensificado y otras se han frenado. Las tentativas logocntricas de neutralizarlos tambin han revestido alternativamente diversas formas, desde concesiones a los campesinos y las clases trabajadoras hasta la adopcin contempornea de modelos de reasentamiento en determinados casos de conquista territorial propiamente dicha, por ejemplo en la realizacin de algunos proyectos de desarrollo. En cierto modo, los proyectos de reasentamiento y los campos de refugiados slo son la parte visible de un fenmeno mucho ms complejo. De hecho, podran ser proyectos pilotos en las futuras crisis de desplazamientos de poblaciones. Cmo abordan la racionalidad y las instituciones modernas el problema del desplazamiento interno de 2,2 millones de personas en Colombia? Cmo podrn hacer frente al posible desplazamiento de varios millones de personas que podra provocar la actual guerra al terror que est librando la elite de los Estados Unidos? La respuesta es: de manera muy precaria, en el mejor de los casos. Un grupo de estudiosos latinoamericanos est elaborando una nueva interpretacin de la modernidad, que se aparta de los esquemas eurocntricos (vanse: Mignolo, 1999; Quijano, 2000; y Dussel, 1996). La conquista y el colonialismo han introducido en el continente americano el modelo local europeo, que ahora est tratando de crear un proyecto universal. Desde el principio, este proyecto tena una lgica territorial y cultural. Colonizar significaba poblar un territorio, lo cual entraaba un desplazamiento y un re-emplazamiento y en algunos casos la eliminacin de determinados grupos, indios y africanos. En algunos casos, el re-emplazamiento ha revestido la forma manifiesta de una proteccin dispensada a determinados grupos contra la brutalidad del desplazamiento, por ejemplo, con la creacin de los llamados resguardos de indios supuestamente destinados a proteger a los indios supervivientes de la barbarie de la conquista y de los malos tratos de los encomenderos. Despus de la independencia, las nuevas naciones se edificaron sobre la base de regmenes de representacin que repriman y excluan a indios, negros, mujeres y clases populares (Rojas 2002). Esos regmenes fueron el centro de localizacin de la violencia primigenia ejercida contra esos grupos, a los que se situ en el lado de la barbarie contraria a la civilizacin, de la irracionalidad opuesta a la racionalidad, etc. Este desplazamiento primigenio de esos grupos desempe un papel decisivo en los diversos desplazamientos y re-emplazamientos de que fueron objeto a lo largo de los siglos XIX y XX. Por ejemplo, el ordenamiento espacial de la distribucin de las poblaciones negras e indgenas de Colombia estaba claramente delimitado. Estos grupos trataron de crear asentamientos propios en algunos lugares y lo lograron en cierta medida, por ejemplo en la costa del Pacfico. Para estos tericos, es imposible comprender la modernidad si no se tiene en cuenta la diferencia colonial, o la colonialidad del poder que ha sido su sustrato inevitable. Estos conceptos expresan el doble proyecto de controlar econmica y culturalmente a los grupos subalternos y el saber subalterno que ha ido a la par con la implantacin de la modernidad en Amrica Latina, desde la independencia hasta nuestros das. El colonialismo era sinnimo del control de los recursos y de la mano de obra, y tambin de las culturas y los conocimientos propios de los subalternos. Por consiguiente, la modernidad debe entenderse siempre como un doble proceso de modernidad y colonialidad, de creacin de una diferencia colonial y de modernidades coloniales, de control simultneo de la mano de obra y de la cultura. En la mdula misma de ese doble proceso de modernidad y colonialidad reside, por lo tanto, la negacin de la alteridad que, imperante como proyecto local de la modernidad europea, se ha universalizado a travs de la hegemona y ha generado una concepcin mundial que ha englobado a las periferias. Las modernidades coloniales han

acarreado la produccin de rdenes espaciales y culturales de diferencia colonial esa misma diferencia que hoy parece afirmarse de manera positiva y con vigor perceptible contra los aparatos del desplazamiento, como ocurre con los movimientos negros e indgenas de la regin del Pacfico. Planteamientos del desplazamiento en las organizaciones afrocolombianas Cules son los planteamientos del desplazamiento en organizaciones como la AFRODES y el PCN, que trabajan en estrecha relacin con las poblaciones desplazadas? En octubre de 2000, se celebr Primer Encuentro Nacional de Afrocolombianos Desplazados, que hizo un llamamiento para crear una comisin nacional encargada de elaborar un plan de accin para los afrocolombianos desplazados, as como para revisar la poltica de las autoridades y los instrumentos jurdicos existentes. En esta reunin se adopt tambin el siguiente conjunto de orientaciones para nuevas polticas: 1. Un principio de retorno aplicable, en general, a todos los grupos tnicos del Pacfico, habida cuenta de su cultura peculiar y su relacin especial con el territorio. En la medida de lo posible, el reasentamiento no debe considerarse como una regla general ni como una medida permanente, sino como una excepcin y una solucin provisional. Adems, la aplicacin de todos los acuerdos debe ser objeto de una supervisin internacional. 2. La declaracin efectiva de la regin del Pacfico como territorio de paz, alegra y libertad, exento de todo tipo de violencia armada. Esto supone que los grupos armados concierten entre s acuerdos humanitarios para impedir violaciones de los derechos humanos y nuevos desplazamientos y que, adems, se garantice a las poblaciones locales proteccin y condiciones para un retorno seguro. 3. Un sistema eficaz de alerta temprana y de prevencin de los desplazamientos. Casi todos los desplazamientos anteriores se anunciaron con anticipacin ms que suficiente, sin que el Estado tomara medidas preventivas. Est comprobada la existencia de una correlacin entre la presencia de guerrilleros y la del ejrcito, que va seguida de una aparicin de grupos paramilitares que se encargan de ejecutar los desplazamientos anunciados.6 4. Ayuda humanitaria integral para las comunidades desplazadas y las que retornan a sus localidades, respetando sus caractersticas culturales. Esa ayuda no slo debe basarse en registros exactos de las personas desplazadas y efectuarse con la participacin de organizaciones comunitarias, sino que adems se debe extender a las comunidades que han resistido a los desplazamientos y se han mantenido en sus territorios ancestrales. En un plano ms general, el objetivo es lograr, como dice la RSS, una amplia estabilizacin socioeconmica, o sea conseguir que el Estado cumpla con su obligacin de garantizar a todas las comunidades el pleno ejercicio de sus derechos sociales, culturales y econmicos. El PCN ha planteado adems una serie de cuestiones de ndole poltica y cultural. En primer lugar, es imperativo que las comunidades negras sigan adelante con su proyecto histrico relativo a la identidad, el territorio y la autonoma. Desde 1993, el PCN ha venido haciendo hincapi en cuatro principios bsicos: derecho a la identidad, al territorio, a una cierta autonoma y a una visin propia del desarrollo (Grueso, Rosero y Escobar, 1998). En segundo lugar, esto exige que se fortalezca la organizacin social de las comunidades, comprendida la capacidad institucional de las personas desplazadas para negociar las condiciones de su retorno. En tercer lugar, quizs fuese posible pensar en invertir en cierta

medida la lgica del desarrollo, internndose ms adentro en la selva a fin de crear las condiciones mnimas para mantenerse en el territorio. Esto significara reforzar los sistemas y prcticas tradicionales de produccin, especialmente los que contribuyen a garantizar la seguridad alimentaria. Como ha declarado un jefe de la comunidad indgena nasa, toda estrategia de supervivencia debera tener el objetivo importante de desmundializar el estmago, es decir, fomentar la autonoma alimentaria. Por ltimo, la adopcin de una estrategia de resistencia y de retorno exige profundizar y ampliar las relaciones entre las localidades de la regin del Pacfico y las del resto del mundo que tambin estn resistiendo a la reconversin neoliberal (por ejemplo, participando efectivamente en movimientos mundiales en pro de la justicia como lo hace el PCN). Estos son los criterios generales para un proceso culturalmente especfico y autnomo de retorno y re-emplazamiento. Se apartan del concepto descontextualizado del reasentamiento y de los conjuntos de medidas normalizadas destinados a realizar la transicin a una localidad y una situacin nuevas (en realidad, es como si se tratase de un alto en el largo viaje de las comunidades hacia la modernidad capitalista). Sin embargo, no cabe duda de que los proyectos de desarrollo y la modernidad capitalista van a durar todava. A este respecto, es importante fomentar y estructurar lo que Arce y Long (2000) han denominado tendencias contrarias al desarrollo y la modernidad, es decir, la labor de oposicin que todos los grupos efectan necesariamente contra elementos del desarrollo y de la modernidad. El desarrollo y las polticas en materia de desplazamiento de poblaciones deben apoyarse en las tendencias de oposicin in situ que, en la prctica, ya se estn plasmando en las actividades de grupos locales que intentar dar una nueva orientacin por s mismos al desarrollo y a la modernidad. Al hacer hincapi en que la regin del Pacfico necesita apartarse del desarrollo convencional, los planteamientos adoptados por las organizaciones proclaman una modernidad alternativa. Al proponer un nuevo concepto basado en la diferencia cultural de la regin y ms concretamente, en lo que el esquema modernidad/colonialidad denominara sus conocimientos subalternos , esos planteamientos insinan que puede haber alternativas a la modernidad. En suma, la labor de oposicin creativa es un elemento importante de las estrategias de las organizaciones afrocolombianas para re-emplazar, resistir in situ y construir modernidades alternativas.7 Por ltimo, es tambin importante aunque se trate de un aspecto que slo vamos a esbozar en el presente artculo estudiar la triple serie de conflictos de distribucin que se produce en casos anlogos al del Pacfico colombiano: conflictos de distribucin econmica causados por las desigualdades de clase, las disparidades de ingresos y la deuda externa, es decir, conflictos que son temas de estudio de la economa poltica; conflictos de distribucin ecolgica planteados por el acceso a los recursos naturales, as como por su control, utilizacin y despilfarro, que han de contemplarse desde el ngulo de la ecologa poltica (vase Martnez-Alier, 2002); y conflictos de distribucin cultural todava no teorizados, que constituyen un objeto de estudio para anlisis culturales o para la propia ecologa poltica. Estos ltimos conflictos surgen de las diferencias de poder efectivo atribuidas a los distintos valores, prcticas y significados culturales (por ejemplo, la oposicin entre el concepto moderno de la naturaleza como recurso y las concepciones locales de la naturaleza existentes en la regin del Pacfico, que estn ms en consonancia con la proteccin del medio ambiente por estar arraigados en la vida social) y sensibilizan a la necesidad de una interculturalidad efectiva, definida como dilogo y mutua transformacin o interfecundacin, como dice Panikkar (1999) de las culturas en contextos de poder. Una estrategia de defensa del lugar y la cultura para atenuar las tendencias a los desplazamientos necesita abordar estos tres conflictos de distribucin, en la medida en que al menos, tal

como lo demuestra claramente el caso del Pacfico colombiano lo que est en juego con el fenmeno del desplazamiento es una intensificacin de la triple conquista y transformacin que la modernidad capitalista lleva a cabo en el plano econmico, ecolgico y cultural, es decir, una tentativa implacable de eliminacin de la diferencia econmica, ecolgica y cultural encarnada en las prcticas de las comunidades tnicas. Traducido del ingls Notas * Estas notas se basan en la labor etnogrfica realizada en el Pacfico colombiano desde 1993. Leal ha efectuado recientemente, en 1999, un estudio del conflicto (vase en las referencias bibliogrficas). Deseo dar gracias a la AFRODES por su amabilidad al facilitarme documentos. Asimismo, agradezco especialmente a Carlos Rosero y Libia Grueso del PCN las entrevistas que me concedieron para conversar sobre el esquema de desplazamiento elaborado por las organizaciones afrocolombianas (Bogot, octubre de 2001). En la redaccin de estas notas ha influido tambin la exposicin de fotografas de Sebastio Salgado titulada xodos (vase el catlogo editado por la Fundacin Retevisin, Madrid, 2000). Los trabajos realizados para el presente artculo han sido financiados en parte con una beca de investigacin del Global Security and Sustainability Program de la Fundacin MacArthur. 1. En consonancia con el material publicado sobre las cuestiones del medio ambiente, defino el logocentrismo como un proyecto cultural para ordenar del mundo en funcin de principios supuestamente racionales, en otras palabras, un proyecto para edificar un mundo ordenado, racional y previsible. En el presente contexto y en un plano ms tcnico, el logocentrismo es la idea metafsica de que la verdad lgica es el nico fundamento de una teora racional de un mundo integrado por objetos y temas cognoscibles que se pueden ordenar y controlar. 2. Acopio de informacin efectuado para el Primer Encuentro Nacional de Afrocolombianos Desplazados, convocado por la AFRODES y el PCN, que tuvo lugar del 13 al 15 de octubre de 2000. Las fuentes de las estadsticas son: la CODHES, la RSS, el Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos, el GTD de las Naciones Unidas y el Equipo Nizkor. Algunos de estos documentos se pueden consultar en el sitio Internet www.ilsa.org.co/. En ingls, se puede consultar Colombia Watch en ZNET (por ejemplo, el informe de J. Podur y M. Rosental en http://www.zmag.org/content/Colombia/podurrozental2.cfm). 3. Entrevista con Carlos Rosero y Libia Grueso, celebrada el 16 de octubre de 2001 en Bogot; documentacin de la AFRODES; y comunicacin de Rosero (2001). El PCN es una red de movimientos sociales de las comunidades negras del Pacfico colombiano. 4. Por lo que respecta a los estudios de sistemas de produccin tradicionales, vase el informe de Snchez (1998). Los modelos locales de naturaleza en la regin del Pacfico han sido objeto de un estudio de Restrepo y del Valle (1996) y de una tesis de Camacho (1998). 5. Para una fenomenologa de la localizacin, vase la obra de Casey (1997). Se puede encontrar un panorama de la bibliografa sobre la localizacin en el artculo de Escobar (2001). En el periodo 2000-2003, organic un proyecto sobre el tema Poder, localizacin y Justicia: Las mujeres y la poltica de la localizacin con Wendy Harcourt de la Sociedad

Internacional para el Desarrollo (SID) de Roma. Vase el nmero especial dedicado a esta cuestin en la revista de la SID, Development 45 (1), 2002, as como en el sitio Internet de esta organizacin (www.sidint.org). 6. La correlacin existente entre la presencia de guerrillas, fuerzas paramilitares y unidades del ejrcito, y ms especialmente entre estas dos ltimas, se ha demostrado reiteradamente en informes de Americas Watch y de las Naciones Unidas. En el Informe de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre su Misin de Observacin en el Medio Atrato, (Naciones Unidas, Bogot, mayo de 2002) figura un anlisis de la responsabilidad conjunta de estos tres protagonistas en la matanza perpetrada el mes de mayo de 2002, en la que fueron asesinadas ms de 100 personas, nios y mujeres en su mayora. 7. El concepto de labor de oposicin expuesto en la obra de Arce y Long (2000) comprende varios niveles: un tratamiento fenomenolgico colectivo de las intervenciones de desarrollo y modernidad que pasan al contexto cultural comn de la comunidad local; una reinsercin de las formas modernas en representaciones locales de la vida social; y, en general, un proceso endgeno y continuo de enfrentamiento con la modernidad y de transformacin de sta. Los resultados de todo ello son las denominadas modernidades mutantes o locales, modernidades de abajo, etc. La elaboracin de este concepto abre nuevas perspectivas de reflexin sobre el desarrollo. Referencias AGUDELO, C., 2000. El Pacfico Colombiano: de remanso de paz a escenario estratgico del conflicto armado. Comunicacin presentada en la conferencia internacional La societ prise en otage, stratgies individuelles et collectives face la violence Autour du cas colombien [La sociedad tomada como rehn - Estrategias individuales y colectivas ante la violencia El caso colombiano] , Marsella (Francia). ARCE, A. y LONG, N. (compiladores), 2000. Anthropology, Development, and Modernities [Antropologa, desarrollo y modernidades]. Londres (Reino Unido): Routledge. CAMACHO, J., 1998. Huertos de la costa pacfica chocoana: prcticas de manejo de plantas cultivadas por parte de mujeres negras. Tesis de doctorado en desarrollo sostenible de sistemas agrcolas, Universidad Javeriana, Bogot (Colombia). CASEY, E., 1997. The Fate of Place [El destino del lugar]. Berkeley, California (Estados Unidos de Amrica): University of California Press. DUSSEL, E., 1996. The Underside of Modernity [El sustrato de la modernidad]. Atlantic Highlands, Nueva Jersey (Estados Unidos de Amrica): Humanities Press. ESCOBAR, A., 2001. Culture sits in place: reflections on globalism and subaltern strategies of localisation [La cultura localizada: reflexiones sobre globalismo y estrategias subalternas de localizacin], Political Geography 20, pgs. 139-174. GIDDENS, A., 1990. The Consequences of Modernity [Las consecuencias de la modernidad]. Stanford, California (Estados Unidos de Amrica): Stanford University Press.

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