Pensar La Colonia Desde La Colonia

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JUAN

DE
LA

SOLRZANO

PEREIRA:

PENSAR

COLONIA DESDE LA COLONIA

ESTUDIOS

INTERDISCIPLINARIOS

SOBRE LA CONQUISTA Y LA COLONIA DE

AMRICA

2
Pocos eventos han condicionado de una manera tan profunda y permanente nuestra historia como la conquista y la colonia de Amrica. En efecto, se trata de acontecimientos cuyas implicaciones se siguen manifestando y que exigen reelaboraciones continuas para poder afirmar, configurar, complementar, corregir o alterar la propia comprensin general del presente. Este volumen est dedicado al estudio de la obra de Juan de Solrzano y Pereira (1575-1655), oidor de la Audiencia de Lima, gobernador de las minas de Huancavelica, juez de contrabando del Callao y consejero de Indias. Comit Editorial: Diana Bonnett, Felipe Castaeda, Enriqueta Quiroz y Jrg Alejandro Tellkamp.

JUAN

DE

SOLRZANO
COLONIA

PEREIRA:
COLONIA

PENSAR

LA

DESDE LA

DIANA BONNETT / FELIPE CASTAEDA EDITORES

Heraclio Bonilla < Rafael Daz Martha Herrera < Jorge Augusto Gamboa Mauricio Novoa < Enriqueta Quiroz Paolo Vignolo

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES BOGOT, 2006

Juan de Solrzano y Pereira: Pensar la Colonia desde la Colonia / Diana Bonnett, Felipe Castaeda, compiladores. Bogot: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, Ediciones Uniandes, 2006. pp. 284; 14,5x21,5 cm. Autores: Heraclio Bonilla, Diana Bonnett, Felipe Castaeda, Rafael Daz, Martha Herrera, Jorge Augusto Gamboa, Mauricio Novoa, Enriqueta Quiroz, Paolo Vignolo. ISBN 958-695-218-5 1. Solrzano y Pereira, Juan de, 1575-1655 - Crtica e interpretacin 2. Amrica - Descubrimiento y exploraciones - Espaoles 3. Amrica - Historia - Hasta 1810 I. Bonnett Vlez, Diana, comp. II. Castaeda Salamanca, Felipe, comp. III. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Historia. CDD 980.01 SBUA

Primera edicin, mayo de 2006 Diana Bonnett V. / Felipe Castaeda Universidad de los Andes. Facultad de Ciencias Sociales, Departamentos de Historia y de Filosofa. 2006 Telfonos: 3394949 / 3394999. Ext. 2530/2501 Ediciones Uniandes Carrera 1 N 19-27. Edificio AU 6 Apartado Areo 4976 Bogot D.C., Colombia Telfonos: 3394949 - 3394999. Ext. 2181/ 2071 / 2099. Fax: ext. 2158 Correo electrnico: [email protected] / [email protected] ISBN: 958-695-218-5 Diagramacin electrnica y diseo de cubierta: diter Estrategias Educativas Ltda. Bogot, tel. 3205119. [email protected] Impresin: Corcas Editores Ltda. Revisin de estilo: Santiago Jara Ramrez Ilustracin de portada: Hernn Cortes, Historia de Nueva Espaa, tomo 2, Carvajal SA, Santander de Quilichao, 1989 Ilustracin de contraportada: Emblemata centum, Madrid (s.n, 1651?) Impreso en Colombia / Printed in Colombia Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o trasmitida por un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma o por ningn otro medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de los editores.

NDICE
P RESENTACIN NUESTROS
ANTPODAS Y AMERICANOS:
IX

SOLRZANO
1 1 5 10 14 20 24 29 33 38 43

Y LA LEGITIMIDAD DEL

IMPERIO

Paolo Vignolo
I. DE INDIARUM IURE: UNA OBRA-MUNDO II. MS ALL DE LA ZONA TRRIDA III. QUAESTIO DE ANTIPODIBUS IV. EL POBLAMIENTO DEL NUEVO MUNDO V. MUNDUS INVERSUS ET PERVERSUS VI. ENDEREZANDO UN MUNDO AL REVS VII. EL MITO DEL IMPERIO UNIVERSAL VIII. CARLOS V Y EL RETORNO DEL DISEO IMPERIAL IX. LA REPARTICIN DEL MUNDO X. DE LAS ANTPODAS AL GLOBO REUNIDO

OBRA

DE

IMPERIO:

COLONIALIDAD, HECHO IMPERIAL INDIANA

Y EUROCENTRISMO EN LA

POLTICA Rafael Antonio Daz Daz

47 47 51 59 63 66 71 76

I. II. III. IV. V.

INTRODUCCIN AMRICA: CONTINENTE SIN CONTENIDO GUERRA JUSTA, JUSTICIA DIVINA E IMPERIO PROVIDENCIAL FRICA: FUENTE DE LA ESCLAVITUD LA SOCIEDAD COLONIAL DUAL: PUROS E IMPUROS O LA RETRICA
SOBRE LA LEGITIMIDAD E ILEGITIMIDAD

VI. CONSIDERACIONES FINALES FUENTES Y BIBLIOGRAFA

PRESENTACIN NDICE

LOS

PIES DE LA REPBLICA CRISTIANA: LA POSICIN DEL

INDGENA AMERICANO EN

SOLRZANO

PEREIRA

79 79 83 94 100 104

Martha Herrera ngel


I. INTRODUCCIN II. LOS HOMBRES, LAS BESTIAS Y LAS CIUDADES III. LA CIUDAD, EL ARCA DE NO Y EL CUERPO DE LA REPBLICA IV. CONCLUSIONES BIBLIOGRAFA

EL
EN

DERECHO DE RETENCIN DEL

SOLRZANO

DEL

NUEVO MUNDO PEREIRA COMO SUPERACIN IUS AD BELLUM DE LA CONQUISTA Felipe Castaeda
Y

109 109 112 113 115 119 121 124

I. II. III. IV. V. VI. VII.

EL ASUNTO EL DERECHO DE POSESIN FRENTE AL DE ADQUISICIN LA COSTUMBRE FUNDAMENTA LA LEY LA RETENCIN POR PRESCRIPCIN Y POR USUCAPIN LO JUSTO PUEDE SER ENEMIGO DE LO BUENO EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS OBSERVACIONES CONCLUSIVAS

LA LA

PRCTICA JUDICIAL Y SU INFLUENCIA EN AUDIENCIA DE

SOLRZANO:
127 148

LIMA Y LOS A INICIOS DEL SIGLO XVII Mauricio Novoa


APNDICE BIBLIOGRFICO

PRIVILEGIOS DE INDIOS

LOS

CACIQUES EN LA LEGISLACIN INDIANA: UNA REFLEXIN

SOBRE LA CONDICIN JURDICA DE LAS AUTORIDADES INDGENAS EN EL SIGLO

XVI Jorge Augusto Gamboa M.


I. LOS INDIOS AMERICANOS Y SU CAPACIDAD DE AUTOGOBIERNO II. LA PROTECCIN DEL CACICAZGO EN LA LEGISLACIN INDIANA III. LOS LMITES DE LA AUTORIDAD DE LOS CACIQUES IV. ALGUNAS REFLEXIONES FINALES BIBLIOGRAFA vi

153 154 165 177 186 188

PRESENTACIN NDICE

JUAN DE SOLRZANO Enriqueta Quiroz


I. II. III. IV.

PEREIRA

Y LA POLTICA FISCAL

191 194 200 203 215 220

FISCALIDAD Y POLTICA IMPERIAL: A MODO DE CONTEXTO LA LABOR DE SOLRZANO ESTRUCTURA DEL LIBRO VI LA CONTINUIDAD DE LA OBRA DE SOLRZANO:
A MODO DE CONCLUSIN

BIBLIOGRAFA

SOLRZANO Y PEREIRA Heraclio Bonilla

EN LA

GUATAVITA

DE

1644

223 223 232 239 242

I. LA DOCTRINA DE SOLRZANO Y PEREIRA II. LAS CUENTAS DE GUATAVITA III. CONSIDERACIONES FINALES BIBLIOGRAFA

JUAN

DE

SOLRZANO

PEREIRA,

EL SERVICIO PERSONAL

Y LA SERVIDUMBRE INDGENA

245 248 252 255 260 262 263 265

Diana Bonnett Vlez


I. II. III. DE SERVIDORES DEL ESTADO A SIRVIENTES DOMSTICOS SOBRE LA LEY: QUE CADA UNO HAGA DE S LO QUE QUISIERE MANTENER O QUITAR LA SERVIDUMBRE? HOMBRES DE ESTAO Y ORO EL PULPO MUDA COLORES SEGN EL LUGAR A DONDE SE PEGA CONSIDERACIONES FINALES

IV. V. BIBLIOGRAFA

INDICACIONES

BIOGRFICAS

vii

PRESENTACIN

PRESENTACIN

La extensa obra de Juan Solrzano y Pereira1, producida en Amrica y Espaa durante la primera mitad del siglo XVII, encierra mltiples posibilidades investigativas. Por una parte, permite observar el vasto entramado de relaciones polticas, sociales y jurdicas conformadas por la corona espaola para administrar el Nuevo Mundo; por otra, refleja aspectos destacables de la tradicin intelectual europea para intentar fundamentar ese proyecto colonial. Sin embargo, vale la pena subrayar, ante todo, que se trata no slo de un intento, tanto reflexivo como omnicomprensivo, de dar cuenta de todo ese complejo fenmeno de generacin, mantenimiento, implementacin y crtica de la Colonia, sino de un esfuerzo que se adelanta y se propone por alguien imbudo, comprometido e inmerso en el mundo colonial mismo. En efecto, en la persona de Solrzano se conjugan no slo la experiencia del funcionario indiano, sino la del relativamente prestante consejero de Indias. Se trata de alguien que vivi suficiente tiempo en el Nuevo Mundo como para tomar distancia del Viejo y hasta para
1 El conjunto de sus obras comprende: Poltica Indiana. Sacada en lengua castellana de los dos tomos del Derecho y Govierno Municipal de las Indias Occidentales (publicada en Madrid en 1648, reimpresa en Amberes en 1703); De Indiarum iure, sive de Iusta Indiarum Occidentalium Inquisitione, Acquisitione, et Retentiones Tribus Libris Comprehensam (1629); Memorial y Discurso de las razones que se ofrecen para que el Real y Supremo Consejo de las Indias deba preceder en todos los actos pblicos al que llaman de Flandes (1629); Decem conclusionum manus in augustissimo totius orbis terrarum Salmanticensis Scholae Teatro (publicadas en Salamanca en 1607); De Parricidii Crimene Disputatio. Duobus Libris comprensa (1605); El Doctor Ioan de Solorzano Pereira, Fiscal del Real Consejo de las Indias. Con los bienes y herederos del Governador don Francisco Venegas, cabo que fue de las galeras de Cartagena. Sobre si se pueden seguir, y sentenciar contra ellos los cargos en que quedaron hechos al dicho don Francisco, aunque el aya muerto pendiente este pleito. Y generalmente sobre todos los casos en que se puede inquirir y proceder contra los juezes, y ministros difuntos, en visitas, demandas y residencias (publicado en Madrid en 1629); Discurso y Alegacion en Dere-

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PRESENTACIN

entrar en conflictos con l, pero que, a la vez, pudo generar un pensamiento sobre esta Amrica desde el punto de vista del hombre de Estado maduro que se ocupa de las Indias desde la misma Espaa. As, a su obra no la anima ni la ptica del espaol no indiano que nunca ha puesto un pie allende la mar ocano, ni la del indiano que ya no encuentra propiamente apoyo ni reflejo ni reconocimiento en Espaa, sino la de alguien que de una u otra manera logra sintetizar, obviamente a su manera, lo que significa ser, a la vez, el que coloniza desde el Nuevo Mundo colonizado y desde la Espaa colonizadora. En pocas palabras y para proponer un hilo conductor y una hiptesis de trabajo, que tan slo se pretende dejar mencionada, en su obra se concreta una propuesta de pensar la Colonia desde la Colonia. Y esto es algo que un muy somero recorrido histrico de la vida de Solrzano puede ayudar a confirmar. Graduado en Salamanca, universidad a la que ingresa en 1587 y donde se familiariz con el derecho civil y cannico, posteriormente se dedic algunos aos a
cho, sobre la culpa que resulta contra el General Don Iuan de Benavides Baan, y Almirante Don Iuan de Leoz, Cavallero del Orden de Santhiago, y otros consortes, en razon de haver desamparado la flota de su cargo, que el ao pasado de 1628 venia a estos reinos de la Provincia de Nueva Espaa, dexandola sin hazer defensa, ni resistencia alguna, en manos del corssario olands, en el puerto y bahia de Matana, donde se podero dell y de su tesoro (publicado en Madrid en 1631); Por el Fiscal del Real Consejo de las Indias. En el pleyto con Geronimo de Fonseca sobre que se declaren por perdidas las treze barras de plata y dos trozos de otra, que se le tomaron y embargaron por descaminadas y sin registro, sin fecha memorial o discurso informativo iuridico, historico, politico de los derechos, honores, preeminencias, y otras cosas, que se deven dar, y guardar a los consejeros honorarios y jubilados y en particular si se le deve la pitana que llaman de la Candelaria (publicado en Madrid en 1642); Relacion del pleyto y causa que en Govierno Iusticia se sigue por los interesados, y dueos de barras del Peru, y en particular por Gregorio de Ibarra, y don Juan Fermin de Izu, cuyo derecho coadyuva el seor Fiscal, con los compradores de oro y plata de Sevilla Iuan de Olarte, Lope de Olloqui, Luis Rodriguez de Medina, Andres de Arriola, y Bernardo de Valdes sobre la apelacion y renovacion de tres autos proveidos por el Presidente y Iuezes Letrados de la Casa de la Contratacin (en l se encuentra un parecer de Solrzano fechado el 6 de julio de 1636); Emblemata Centum, Regio Politica (publicados en Madrid en 1653, Obras Varias); Recopilacion de diversos tratados, memoriales, y papeles, escritos en algunas causas fiscales, y llenos todos de mucha enseana, y erudicin (publicadas en Madrid en 1676). Muchas de stas fueron publicadas en Obras Varias Pstumas, publicadas en Madrid en 1676 y reeditadas en la misma villa en 1776. Vase al respecto http://www.solorzano.cl/biografia.htm.

PRESENTACIN

actividades docentes, antes de ocuparse de lleno en asuntos relacionados con el servicio a la monarqua. En efecto, fue nombrado oidor de la Audiencia de Lima, con el encargo especfico de comenzar a adelantar una recopilacin general de las leyes de las Indias. As, viaja al Per en 1610. Siete aos despus fue nombrado gobernador y visitador de las minas de azogue de Huancavelica, donde permaneci un par de aos que le permitieron tener contacto directo con el trabajo y la condicin de los indios, pero tambin, con la importancia decisiva de la produccin minera. Ms adelante fue nombrado juez de contrabando en el Callao. Estas nuevas obligaciones le mostraron cuan difciles y complicadas podan ser las relaciones entre Amrica y la Madre Patria, y lo motivaron a preparar y a acelerar su regreso a Espaa, que efectivamente se dio en 1627 tras 17 aos de experiencia y de bagaje indianos. Empero, sus actividades pblicas se mantuvieron: fue designado fiscal del Consejo de Hacienda hasta llegar al cargo de consejero de Indias. Aproximadamente treinta aos despus, dedicados al ejercicio profesional e intelectual, muri en Madrid en 1655. Los trabajos que se presentan en este libro giran alrededor de tpicos que contribuyen al conocimiento de la poca, las instituciones, los hombres y los espacios estudiados por Solrzano. Si bien estos aportes no alcanzan a abarcar la totalidad del amplio espectro de asuntos abordados por el jurista, son una aproximacin a aspectos nodales de su obra. Paolo Vignolo dedica su texto Nuestros antpodas y americanos: Solrzano y la legitimidad del Imperio al tema de la constitucin del imaginario propuesto por nuestro oidor de Lima para darle sentido al Nuevo Mundo como colonia, a partir de un estudio centrado principalmente en el primer libro del De Indiarum iure sobre el descubrimiento de las Indias. En efecto, Amrica no se deja asimilar meramente como un lugar geogrfico, que a medida que se va descubriendo, conviene ir conquistando, para as asentar las bases de su dominacin. Esa otra realidad contrapuesta y complementaria es tambin algo generado por una mentalidad. As, su sentido y su existencia dependen tambin de la manera cmo se la logre inscribir e idear en funcin no slo de una historia universal,
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PRESENTACIN

sino de una concepcin integrada del orbe como un todo ordenado, en la que Espaa aspira a consolidar un papel predominante tanto en el mbito poltico como religioso. Rafael Daz, en su artculo Obra de Imperio: colonialidad, hecho imperial y eurocentrismo en la Poltica indiana, fija su mirada en tres puntos que en Solrzano determinan y anudan el proyecto colonial, mediante la relacin entre lo religioso y lo secular: una colonialidad entendida en trminos de dependencia jerrquica entre pueblos; el hecho imperial basado en la necesidad de disolver las diferencias; y el eurocentrismo, producto de la hegemona dominante. Martha Herrera, en su escrito Los pies de la repblica cristiana: la posicin del indgena americano en Solrzano y Pereira, centra su estudio en la Poltica Indiana para encontrar en ella la concepcin de Solrzano acerca de los hombres, particularmente de los indgenas, en contraposicin a las bestias. Su inters se enfoca en la comparacin del pensamiento de Solrzano con algunas expresiones del pensamiento amerindio, particularmente el de los grupos ette (chimila), con el fin de cuestionar presupuestos implcitos de la tradicin hispnica. Herrera afirma que la forma de legitimidad del ordenamiento de la sociedad colonial se basa en la afinidad que Solrzano encuentra en la trada cuerpociudadrepblica y que los pies de la Repblica, es decir los indgenas, permitieron a los espaoles apropiarse de los recursos del territorio americano. Continuando con el tema de la fundamentacin la legitimidad del dominio espaol en Amrica, Solrzano propone, por otro lado, algunos ttulos de retencin del Nuevo Mundo que no resultan compatibles con el derecho clsico a la guerra justa, del que tambin se podra haber desprendido una justificacin de la Colonia. En efecto, sus argumentos al respecto tienden a presuponer una concepcin positivista y realista del derecho, desde la cul deja de importar si la adquisicin blica de Amrica fue justa o injusta, si durante la guerra se respetaron los preceptos bsicos del ius in bello, a la vez que se cuestiona seriamente que tenga algn sentido debatir sobre el asunto. As, el derecho de retencin de la Colonia se puede entender como una superacin del derecho a la
xii

PRESENTACIN

guerra de corte ius naturalista de la Conquista, representado por pensadores como Francisco de Vitoria y Juan Gins de Seplveda. ste es el tema que trabaja Felipe Castaeda en su texto. El trabajo de Mauricio Novoa analiza las ideas de Solrzano en torno a la condicin jurdica del indgena americano, particularmente los privilegios procesales que les fueron otorgados a stos y que haban sido usados en el virreinato del Per y en la Audiencia de Lima desde finales del siglo XVI. El trabajo seala dos privilegios procesales incluidos en Poltica indiana a raz de la condicin miserable de los indgenas. Esta condicin miserable era derivada del estado de gentilidad y pobreza en que stos vivan; los privilegios fueron la restitutio in integrum y la autorizacin de contratos por el protector de indios. Novoa tambin se preocupa por examinar la significacin de estos privilegios en el contexto del pensamiento jurdico de inicios del siglo XVII. Jorge Gamboa, en Los caciques en la legislacin indiana: una reflexin sobre la condicin jurdica de las autoridades indgenas en el siglo XVI, se propone dilucidar los tipos de gobierno tradicional legitimados y reconocidos por la Corona para administrar las comunidades indgenas. El autor se pregunta por la incidencia de estas autoridades en el nuevo orden social instaurado, estableciendo los resquicios a travs de los que lograron encontrar las oportunidades que el sistema les brindaba, para concluir que las condicion(es) jurdica(s) de los caciques (...) fueron similares a las de los encomenderos. La contribucin de Solrzano para explicar y sealar las bases de la administracin y gobierno de la Real Hacienda en Amrica, es el centro de la investigacin de Enriqueta Quiroz, titulada Juan de Solrzano y Pereira y la poltica fiscal. Su estudio permite comprender las continuidades en poltica fiscal desde la Casa de los Austrias hasta la de los Borbones. Para Quiroz, en contrava de lo que ha dicho la historiografa sobre el siglo XVII, la poltica estatal desde aquella centuria se propuso tomar crecientes medidas de control y afianzamiento del poder imperial, con el objeto de definir una nica poltica estatal en Hispanoamrica.
xiii

PRESENTACIN

Heraclio Bonilla se propone contrastar el texto de la Poltica Indiana y sus referencias a la encomienda, al trabajo de la poblacin indgena y al tributo, en el contexto de lo ocurrido en Guatavita, es decir, en un caso particular contemporneo a la escritura y a la difusin de la obra de Solrzano. De esta manera, el artculo se propone encontrar la distancia entre la norma y la realidad colonial de la Nueva Granada, marcando, a partir de las diferencias regionales, los matices de la legislacin. Juan de Solrzano y Pereira, el servicio personal y la servidumbre indgena, es el ttulo del artculo de Diana Bonnett Vlez. Como su nombre lo indica, el hilo conductor de su texto es el recorrido histrico por el trabajo servil indgena y los tipos de argumentacin usados por Solrzano para entender las razones en que se basaron sus transformaciones. La autora hace referencia a los diferentes tipos de trabajo coactivo vigentes en la poca de Solrzano, a sus caractersticas y a las percepciones que ste tena de cada uno de los tipos de pobladores en las colonias, desde la perspectiva de su relacin con la servidumbre.

LOS EDITORES

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NUESTROS ANTPODAS Y AMERICANOS: SOLRZANO Y LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO


Paolo Vignolo

I. DE INDIARUM

IURE: UNA OBRA-MUNDO

De Indiarum iure, de Juan de Solrzano y Pereira, se nos presenta, ante todo, como un intento grandioso de afianzar el dominio espaol en el Nuevo Mundo, a travs de la puesta en marcha de una poltica indiana, como lo recuerda el ttulo con el que la obra, adaptada y traducida al castellano, ha circulado por siglos en el mundo hispnico. Esta obra, culmen de un conjunto de reflexiones tericas y doctrinales que se venan gestando desde el Medioevo tardo y, al mismo tiempo, herramienta poltico-legal para manejar los asuntos del reino, tuvo como fin explcito, segn lo admite el autor mismo: poder descubrir y adquirir y, una vez adquiridas, retener las provincias occidentales y meridionales de este as llamado Nuevo Mundo y sus reinos de dimensiones amplsimas.1 Las discusiones alrededor del esfuerzo monumental de organizacin de un espacio colonial en tierras de ultramar han vuelto clebre este texto y han despertado mayor inters entre sus lectores, desde su publicacin en 1629 hasta nuestros das. El De Indiarum iure escribe Muldoon fue sobre todo un tratado legal que lidiaba con el derecho de los castellanos de conquistar y retener pose1 Juan de Solrzano y Pereira, De Indiarum iure (Libro I: De inquisitione Indiarum), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, 2001, I, 1-5, p. 45.

PAOLO VIGNOLO

siones en las Amricas. Era, en otras palabras, la aplicacin del pensamiento tradicional sobre la naturaleza de la guerra justa a la situacin en la cual se encontraba Castilla, a raz del descubrimiento de las Amricas.2 La fama de esta obra (hoy en da materia exclusiva de pocos especialistas) entre juristas, funcionarios, polticos e historiadores no se restringi a la temperie cultural del humanismo del siglo diecisis. Por el contrario, como nos recuerda Gngora, goz de un prestigio sin rivales en los crculos oficiales y legales en las Indias a lo largo de un siglo y medio.3 Gracias tambin a la publicacin de la Poltica indiana, que tiene un estilo jurdico por su contenido, barroco por su tiempo, clsico por su impecable castellano 4, el pensamiento de Solrzano ha sido un punto de referencia imprescindible para todos aquellos que, a los lados del Atlntico, se han interesado por el debate sobre el gobierno de las posesiones ibricas en el Nuevo Mundo. La obra ha llegado, incluso, a desbordar las fronteras nacionales: el trabajo de Solrzano sigui siendo una referencia obligada para resolver problemas de gobernabilidad imperial hasta el comienzo del siglo XIX, cuando abogados en los Estados Unidos lo citaban en casos que surgieron a partir de la adquisicin de la Florida por parte de Espaa entre 1810 y 1818.5 Desde esta perspectiva, podra parecer, a primera vista, que el primer libro del De Indiarum iure (cuyos lineamientos generales ocupan los primeros ocho captulos del primer tomo de la Poltica indiana) no es ms que un pretencioso excursus erudito cuya finalidad es simplemente introducir, con un nfasis completamente barroco, el verdadero corpus de la obra. En otras palabras, esta
2 James Muldoon, The Americas in the Spanish World Order. The Justification for Conquest in the Seventeenth Century, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1994, p. 15 (traduccin del autor). Mario Gngora, Studies in the Colonial History of Spanish America, Cambridge, Cambridge University Press, 1975, p. 62 (traduccin del autor). Francisco Toms y Valiente, Prlogo, en Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana (tomo I), Madrid, Castro, 1996, p. XXIII. Muldoon, op. cit., p. 9 (traduccin del autor).

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NUESTROS

ANTPODAS Y AMERICANOS:

SOLRZANO Y

LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO

primera parte (la menos conocida y comentada) sera un mero ejercicio retrico, un prlogo prolijo previo a las argumentaciones jurdicas necesarias para poner en marcha una profunda reorganizacin del Nuevo Mundo. Sin embargo, otra lectura de este primer libro nos permite abrir interesantes horizontes en la interpretacin del trabajo de Solrzano. Detrs del scholar-bureaucrat6, obsesionado por el rigor argumentativo y la eficacia pragmtica de sus aserciones, es posible divisar el Solrzano hombre de letras consciente de la importancia de los artificios del lenguaje y de la persuasin retrica en el arte de gobernar. l mismo sugiere al lector prestarle atencin a los que, a primera vista, parecen simples adornos estilsticos:
Y si por el contrario en algunos puntos hallares algo del ornato de buenas letras, no debes asimismo notarlos o despreciarlos como superfluos, pues el propio dote y fin de los rboles es llevar fruto, y vemos que quiso la naturaleza que ste se acompae con hojas y flores, y lo mismo han de tener los estudios en sentencia de Justo Lipsio.7

Si por un momento abandonamos el hilo de Ariadna de los razonamientos jurdicos y nos entregamos al laberinto de citas clsicas, medievales y contemporneas que comprenden, de manera aparentemente disparatada, antiguas leyendas sobre un Oriente fabuloso y recetas para apreciar las virtudes del chocolate, eventos milagrosos y acontecimientos militares, querellas diplomticas y disputas teolgicas, lo que va apareciendo, poco a poco, es, en la mejor tradicin humanista, una obra-mundo. La de Solrzano se nos presenta entonces como una visin grandiosa del orbe terrqueo, en particular del Novus Orbis, capaz de movilizar un imaginario sedimentado a lo largo de siglos en funcin de los intereses de la Corona:
no puede con razn juzgarse grande un libro que abraza la inmensidad del grande y espacioso orbe o mundo que llaman nuevo, y en que se pretende principalmente descubrir y ensear al
6 7 La expresin scholar-bureaucrat es de Muldoon, op. cit., p. 8. Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana, t. 1, Madrid, Biblioteca de Autores Espaoles, 1972, (Al lector), p. 19.

PAOLO VIGNOLO

antiguo no tanto su fertilidad y riquezas, como los fundamentos de la fe, piedad, religin, justicia y gobierno cristiano poltico que en l se ha entablado.8

Tras las lneas de un tratado poltico-legal, podemos divisar la superficie historiada de un planisferio renacentista que con el pasar de los captulos se anima con rutas hormigueantes de soldados, mercaderes, misioneros... As como las obras maestras de Ariosto, Shakespeare, Cervantes, Rabelais, Burton o Bodin, el De Indiarum iure acta como un teatro de la memoria en el que se proyectan imgenes de la historia de la humanidad entera, desde No hasta el siglo XVII.9 Hombre de erudicin impresionante, Solrzano logr generar un consenso amplio sobre sus tesis entre las esferas ms influyentes del mundo catlico, movindose en un doble registro. Por un lado, gracias a su desbordante conocimiento prctico y terico, madurado durante sus aos de servicio a la corte espaola en Per, erigi una poderosa defensa jurdica en contra de los enemigos internos y sobre todo externos que atentaban contra la seguridad del Estado espaol, y por el otro, aliment una ideologa imperial de gran impacto en el imaginario colectivo de la clase dirigente espaola que tema una resaca despus de casi un siglo y medio de embriagantes triunfos a escala planetaria. Como poltico y hombre de estado, Solrzano saba que no era posible manejar los asuntos econmicos, administrativos y jurdicos del imperio espaol sin anclarlos en un slido pasado mticohistrico que estuviera bien arraigado en el relato bblico y en la tradicin clsica del humanismo.10 Como jurista, era consciente de que se necesitaba rigor argumentativo y gran habilidad retrica
8 9 Ibid., (Al rey), p. 8. Vase Frances A. Yates, Lart de la mmoire, traduccin de D. Arasse, Pars, Gallimard, 1975.

1 0 Algo parecido haba hecho, pocos aos antes, Francis Bacon en la Nueva Atlntida. La nueva ciencia, la obra de uno de sus mximos padres fundadores, se encuentra fundamentada en el primer gran mito de la modernidad, el mito de Utopa, alimentada de reminiscencias platnicas y de milagros cristianos. As mismo, all se expone la nueva concepcin britnica de Imperio, en sus relaciones con las potencias

NUESTROS

ANTPODAS Y AMERICANOS:

SOLRZANO Y

LA LEGITIMIDAD DEL IMPERIO

para archivar de una vez por todas el debate sobre la legitimidad de la Conquista, que poda debilitar a Espaa frente a las pretensiones de las potencias rivales. Pero Solrzano era, primero que todo, heredero de la gran tradicin humanista del Renacimiento. Por eso buscaba, tanto en la autoridad de los antiguos como en la experiencia de los modernos, los motivos imaginarios, las tcnicas estilsticas y los recursos literarios para rechazar la leyenda negra que amenazaba con arrebatar el monopolio de Espaa en las Indias y para reafirmar los derechos de la Corona sobre el Nuevo Mundo.

II. MS

ALL DE LA ZONA

TRRIDA

El meollo mtico de toda la estrategia narrativa de Solrzano est en la idea de imperio universal que se fundamenta en una imago mundi an anclada en la tradicin. El De Indiarum iure nos recuerda Muldoon aunque escrito en el siglo XVII, puede ser considerado la ms plena expresin de una concepcin cristianomedieval de un orden religioso y social.11 Las largas disquisiciones geo-polticas del primer libro son, en este sentido, los fundamentos sobre los que se apoy todo el edificio jurdico construido en el resto de la obra. La metfora arquitectnica no es arbitraria ni gratuita: en la dedicatoria al rey, el autor compara su trabajo con esos tantos templos no menos magnficamente fabricados que con largueza dotados y enriquecidos, en donde las leyes y costumbres son sus ms seguras murallas.12

rivales y en su manejo del conocimiento cientfico y tecnolgico: los mercaderes de luz. Vase Francis Bacon, Nova Atlantide. Nova Atlantis. New Atlantis, Miln, 1995. 1 1 Muldoon, op. cit., p. 11 (traduccin del autor). Al respecto vase tambin Jaime Borja, Los indios medievales de fray Pedro de Aguado. Construccin de idolatra y escritura de la historia en una crnica del siglo XVI, Bogot, Ceja, 2002. 1 2 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., (Al rey), p. 85.

PAOLO VIGNOLO

En el interior de esta grandiosa construccin, el autor dibuja un gran fresco de la poca en alabanza y gloria de una monarqua cristiana que tena como centro de accin la pennsula ibrica y se extenda hasta el ms recndito rincn del globo. En efecto, a lo largo de la obra, el planeta entero es el escenario ideal para el desarrollo de la empresa expansionista: entre los ddalos y los meandros de las complejas estructuras del derecho y de la ley, se pone en escena el gran espectculo barroco de la conquista del mundo por parte de los soberanos ibricos. Solrzano es consciente de la necesidad, para reformar el Nuevo Mundo, de moldear las representaciones de estas tierras en el imaginario colectivo de su tiempo: es a las veces muestra de mayor artificio encubrir o aflojar algo los preceptos del arte y acomodarse a lo que pide o puede llevar el gusto del vulgo, haciendo que con estas sombras campe ms la luz de la pintura.13 El De Indiarum iure arranca con un excursus geogrfico de respiro csmico.14 Para describir el globo terrqueo, forjado a imagen y semejanza divina, Solrzano privilegia la mirada area, el vuelo ascensional, segn una consolidada tradicin que fue desde Eratstenes hasta Macrobius, pasando por el Somnius Scipio de Cicern:
si el nombre de mundo lo restringimos a los elementos inferiores, a saber, el agua y la tierra, que juntas forman un solo cuerpo esfrico y que llamamos orbe terrqueo, consta que los antiguos lo dividieron ms comnmente en tres partes, a saber, Europa, frica y Asia 15

1 3 Ibid., (Al lector), p. 17. 1 4 En la Poltica indiana el espacio dedicado a descripciones geogrficas es ms reducido, pero el ritmo de la narracin gana en vigor. Vase sobre todo ibid., I, I. 1 5 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, I, 23, p. 53. Sobre el tema del vuelo alado vase tambin Paolo Vignolo, Clavileo y el Hipogrifo. Imaginarios geogrficos en el Quijote y en el Orlando Furioso, Universidad de Salamanca en Amrica (en preparacin).

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Sin embargo, desde las primeras pginas, junto con la descripcin de la ecoumene tripartita de la tradicin antigua, se anuncia la presencia de un hemisferio Austral:
Habindose despus hallado sta que vulgarmente llaman Amrica, la comenzaron a contar por cuarta y a llamarla Nuevo Orbe o Nuevo Hemisferio con mucha razn por la inmensa grandeza de sus provincias, que aun con faltar tantas por descubrir, sobrepujan las ya descubiertas a las de las otras tres partes juntas del mundo. Y por la diversidad de las costumbres y ritos de sus habitadores, diferencias de los animales, rboles y plantas que en ellas se hallaron tampoco parecidas a las de Europa.16

Nos encontramos frente a una ekfrasis, una representacin textual de un mapamundi del Renacimiento tardo, que divide el mundo en dos hemisferios separados y opuestos el uno al otro. Para describir el primero, Solrzano se remite a un espacio geogrfico de origen clsico en el que se ponen en escena tanto las fatigas de Hrcules, Ofiris y Baco, como las hazaas de macedonios, romanos y portugueses o las historias edificantes de apstoles y misioneros en Oriente. En los confines del Viejo Mundo hay tierras an pobladas por los seres fabulosos del imaginario antiguo y medieval. Gigantes y pigmeos, canbales y brahmanes, tierras paradisiacas y tesoros fabulosos siguen siendo los rastros propios de esos marginalia que, sin embargo, tienden a desbordarse en un segundo planisferio, todava vaco en gran parte, donde se mezclan con elementos propiamente americanos en una asombrosa visin barroca.17 Sin embargo, el nfasis ac ya no es, como en Mandeville, en lo monstruoso pliniano ni en las exorbitantes posibilidades de comercio de las riquezas de Oriente de los viajes de Marco Polo; Solrzano quera subrayar, ms bien, las posibilidades de expansin del Estado espaol y de su misin civilizadora y evangelizadora que haba sido desarrollada por tantos arzobispos, obispos,

1 6 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, III, p. 35. 1 7 Sobre el brroco de Indias agradezco a Francisco Ortega haberme facilitado su brillante escrito Ayer se fue; maana no ha llegado. Returns of the Barroque or the History of a Phantom (en va de publicacin).

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prebendados y beneficiados de ellos, tantos sacerdotes seculares y regulares diputados para la doctrina y catecismo de los indios y sus misiones y conversiones , adems de todos sus ministros, virreyes, presidentes, gobernadores, corregidores, contadores y otros innumerables cargos .18 Nos encontramos frente a una multitud de clrigos y funcionarios que circulan en los dos mundos: es casi una dedicatoria del autor a los probables lectores de su obra. Este mapamundi mental en el que se mova Solrzano, tanto en sus viajes como en sus especulaciones geopolticas, est moldeado por la teora de las zonas, piedra angular de la ciencia cosmogrfica helenstica. Pocos paradigmas cientficos han logrado gozar de tan larga fortuna y duracin: presente desde la tradicin homrica, la teora de las zonas entr a jugar un papel importante en el sistema aristotlico desde el que se perfecciona y se difunde a lo largo de ms de dos mil aos, durante los cuales campea sin rivales como la doctrina ms acreditada en el campo de la geografa.19 En trminos contemporneos, se trata de un modelo que trata de establecer relaciones entre territorio, clima y poblacin. La Tierra es representada con cinco bandas horizontales: dos polares, donde el fro intenso impide cualquier tipo de asentamiento humano; una ecuatorial, tampoco habitable a causa del calor trrido; y dos intermedias, de clima templado, aptas para el desarrollo de pueblos y civilizaciones. El conjunto de tierras conocidas se encuentra en la zona septentrional, mientras que la otra banda habitable designada con el trmino antichtone o antpodas, en el hemisferio meridional. En la visin antigua y medieval sta se considera inalcanzable, a causa de la presencia en la zona Trrida de barreras naturales infranqueables como mares tempestuosos y desiertos extensos.20

1 8 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., (Al rey), pp. 9-12. 1 9 Gabriela Moretti, Gli antipodi. Avventure letterarie di un mito scientifico, Parma, 1994. 2 0 Vase Paolo Vignolo, Nuevo Mundo: Un mundo al revs? Los antpodas en el imaginario del Renacimiento, en Diana Bonnett y Felipe Castaeda (eds.), El Nuevo Mundo. Problemas y debates, EICCA I, Bogot, Uniandes, 2003, pp. 23-60.

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A lo largo de toda la obra de Solrzano, cuya escritura est embebida de humanismo, los referentes a esta subdivisin del globo son innumerables. En el captulo XI, por ejemplo, el autor cita al respecto a muchas auctoritas, entre otras a Plinio quien, despus de describir bellsimamente la separacin de dichas zonas, aade estas palabras: Solamente hay dos que estn atemperadas entre las abrasadas y las rgidas y ellas mismas no son transitables entre s por el incendio del astro.21 El hallazgo de la geografa de Tolomeo, en la mitad del siglo XV, confirm a los ojos de los hombres del Renacimiento esta visin de la Tierra. En esos mismos aos, sin embargo, se produjo un acontecimiento de gran trascendencia para la poca: los portugueses, en sus viajes por las costas occidentales de frica, se abrieron paso a travs de la zona Trrida y descubrieron que era habitable y que, de hecho, estaba habitada.22 As, el camino hacia las antpodas se abri:
Pues las muchas y seguras experiencias habidas en este ltimo siglo evidencian que existen los antpodas y que todas las regiones del mundo, tanto las que pertenecen a las zonas glaciales como a la trrida, no slo son habitables, sino que de hecho estn pobladas por el gnero humano y que incluso en muchos lugares, sobre todo precisamente bajo la zona equinoccial se

2 1 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, XI, 33-36, p. 395. Tambin tngase en cuenta: Unos autores antiguos admitan, sin embargo, que jams ha sido posible conocer dichos antpodas, y la situacin de las tierras que habitaban y pensaban que eran de otra estirpe de mortales, no de la nuestra: porque, a causa del calor de la zona media interpuesta, que llamaron Trrida, ninguno de los nuestros ha podido llegarse hasta ellos o ninguno de ellos hasta nosotros. As lo expres claramente Cicern al decir que los que habitan una y otra parte del mundo estn separados de tal manera, que nada entre ellos puede pasar de unos a otros . Lo mismo ensea en otro lugar cuando dice: El globo de la Tierra, que emerge del mar y est fijo en el lugar cntrico del universo mundo, es habitable y est poblado en los dos hemisferios alejados entre s (ibid., I, XI, 33-36, p. 393). 2 2 Solrzano, como siempre, tiende a destacar las hazaas de los espaoles: Los nuestros [los espaoles capitaneados por Vasco Nez de Balboa] iniciaron la navegacin por l y lleg un momento en que, al cruzar la lnea equinoccial y bajar al otro hemisferio, perdieron de vista las estrellas del septentrin y el polo rtico y en su lugar dieron alcance al antrtico, que suele recibir tambin la denominacin de Austral por el viento Austro (ibid., I, VIII, 27, p. 287).

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hallan regiones llenas de riquezas y muy agradables y del todo accesibles para ser pobladas y arribar a ellas. Slo, pues, una mente del todo trastocada y loca puede poner en duda estos datos y dar ms crdito a las razones filosficas, con frecuencia engaosas, que a nuestros ojos... 23

El cambio de perspectiva tendra consecuencias revolucionarias en el proceso de expansin europea, a pesar de que la teora de las zonas, a falta de una alternativa epistemolgica creble, no fue derrumbada de inmediato y estuvo sujeta a replanteamientos sucesivos.24 El trabajo de Solrzano se inscribi precisamente en este proceso fatigoso de bsqueda de un nuevo orden global. Siguiendo a Acosta, que a finales del siglo XVI haba hecho una contribucin decisiva a la tarea, afirma:
Con toda seguridad lo descubierto hasta ahora debe bastarnos para comprender que por esta otra parte se extiende una porcin del orbe terrqueo no menor que el conjunto de Europa, frica y Asia y que ambos hemisferios los antiguos pudieron impunemente negar o poner en duda. Y prueba lo mismo la afirmacin de Toms Bozio: Estas regiones de los antpodas recientemente descubiertas abarcan la mitad de todo el orbe terrqueo y de todos los seres que Dios ha creado para los hombres.25

III. QUAESTIO

DE ANTIPODIBUS

La cuestin relativa a las antpodas, lejos de ser una simple muestra de erudicin humanista, juega un papel crucial en la argumentacin de Solrzano. Desde Platn inventor del trmino anti-podos que quiere decir, literalmente, anti-pies las especulaciones sobre tierras y pueblos al otro lado del mundo se movieron en un doble riel. Por un lado, eran el fruto de las especulaciones
2 3 Ibid., XI, 39-44, p. 397. 2 4 A este propsito vase Paul Zumthor, La medida del mundo. Representacin del espacio en la Edad Media, Madrid, Ctedra, 1994, sobre todo los captulos XI y XVI. 2 5 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IV, 55, p. 161.

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terico-deductivas de la geografa griega: si la tierra es esfrica, es posible designar un punto opuesto al del observador que est pies al revs con respecto a nosotros.26 Por el otro, la imagen de una gente cabeza abajo y patas arriba contiene, en germen, las caractersticas de inversin simblica y de subversin del sentido comn que estuvieron en la base de su fortuna literaria.27 Solrzano, de igual manera que los grandes pensadores antiguos y medievales, explot ambos filones para poner la quaestio de antipodibus al servicio de la ideologa de la corona espaola. Sus conocimientos enciclopdicos le permitan moverse con agilidad entre Tolomeo y Lucrecio, Cicern y San Isidoro, en busca de argumentos para legitimar la conquista; pero los antpodas son mucho ms que un topos potico, un motivo literario o una hiptesis cientfica; se trataba ms bien de un poderoso dispositivo retrico que permita generar mundos posibles a partir de un sistema con dos caractersticas cruciales: un conjunto bien rodado de reglas de inversin basado en la tradicin aristotlico-tomstica y una gran reserva de imaginario social.28 Punto de conjuncin entre el vasto imaginario del mundo al revs medieval, del cual no constituyen sino una parte, y las fabulaciones sobre los confines remotos del mundo, las antpodas fueron, desde la antigedad, un recurso para justificar la expansin imperial y a la vez un peligroso elemento de subversin del orden constitui-

2 6 Vignolo, Nuevo Mundo: Un mundo al revs? Los antpodas en el imaginario del Renacimiento, op. cit., p. 23. 2 7 La utilizacin del vocablo como adjetivo aclara Moretti parece preceder de todas maneras su empleo como nombre propio: en efecto, en el Timeo no se habla de las antpodas ni como continente, ni como pueblo, sino como un lugar geomtricamente opuesto en el globo terrestre. Por otra parte, es cierto que en la obra platnica en su conjunto se encuentra una cantidad de sugestiones cosmolgicogeogrficas que van a influenciar profundamente la cultura posterior, y que establecen unas conexiones ms o menos directas con el motivo de los antpodas (Moretti, op. cit., p. 17-18 traduccin del autor). Vase tambin Genevieve Droz, Les mythes platoniciens, Paris, Editions du Seuil, 1992, pp. 175-185. En la obra platnica vase Timeo 24d-25d y Critias 120e-121c. 2 8 Esta hiptesis tiene muchas analogas con la de capital mimtico de Stephen Greenblatt, Marvelous Possessions. The Wonder of the New World , Oxford, Clarendon Press, 1991. Vase sobre todo la introduccin.

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do. En otras palabras, se trataba de una herramienta formidable, capaz de moldear, subvertir y trastocar las representaciones sociales a partir de un vasto repertorio de mitos, leyendas y creencias sedimentado durante siglos. Sus misteriosos habitantes, considerados inalcanzables hasta la mitad del siglo XV, se presentaban, al mismo tiempo, como parecidos y opuestos a nosotros: por razones de simetra, se consideraba que en ese otro hemisferio la vida se daba en un contexto natural y climtico parecido, lo que haca razonable considerar los semejantes a sus pobladores; por vivir cabeza abajo, se los vea como gente estrafalaria con costumbres trastocadas, inversas y perversas. Esta descripcin sera el modelo narrativo a partir del cual se establecera el estatus del indio americano.29 La doctrina de las antpodas gener una serie de problemas exegticos de ardua solucin para adaptar la geografa grecorromana al relato bblico que se impuso a partir de San Agustn sobre la elaboracin del cosmos. La posible presencia de gentes al otro lado del mundo amenazaba los fundamentos mismos de la doctrina cristiana, que estaban basados sobre las categoras fundamentales del pecado original y de la redencin.30 Tanto el origen comn de Adn como el alcance universal de la palabra de Cristo eran incompatibles con la idea de barreras naturales insuperables entre el hemisferio Boreal y el hemisferio Austral. San Agustn y otros Padres de la Iglesia no admitieron los antpodas, porque juzgaron
2 9 Giuliano Gliozzi, Adam et le Nouveau Monde. La naissance de lanthropologie comme idologie coloniale: des gnalogies bibliques aux thories raciales, 15001700, trad. A. Estve et P. Gabellone, prf. F. Lestringant, Thtte, Lecques, 2000. 3 0 Piero Camporesi escribe: Ubicado en una posicin intermedia entre lo alto y lo bajo, entre los dos extremos del bien y el mal, de la felicidad y de la abyeccin, entre el apogeo de la dicha y el abismo de la perdicin, el mundo mediano, el orbis terrarum, lugar de refugio temporneo por los vivos y centro de paso para las almas de los difuntos, depende de esta posicin particular escogida por la insondable Providencia (La casa delleternit, Milano, Garzanti, 1987, p. 15 traduccin del autor). Esta concepcin deja poco espacio para una polarizacin de la Tierra en dos hemisferios habitados e incomunicables. Las oposiciones fundamentales se orientan en un plano ms metafsico que geogrfico, en el triplex habitaculum del gran edificio construido por Dios.

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imposible que los descendientes de Adn hubieran pasado por el Ocano a estas regiones.31 A pesar de aceptar la idea de la esfericidad de la Tierra y la teora de las zonas, San Agustn se haba negado a avalar la hiptesis proveniente, a su juicio, de un razonamiento deductivo carente de prueba de un hemisferio habitable opuesto y especular al nuestro. Para l, la existencia, en un continente inalcanzable, de seres humanos excluidos de la descendencia de Adn y absolutamente ignorantes de la noticia de los Evangelios, pona en tela de juicio la vocacin ecumnica del Cristianismo. Por el contrario, la presencia de monstruos y mirabilia en el remoto ms all no era incompatible con los dogmas de la Iglesia de Roma. Sin embargo, las exploraciones europeas de los ltimos dos siglos desmintieron, a los ojos de los contemporneos de Solrzano, la doctrina agustiniana: en las antpodas se encontraban pueblos, ciudades e imperios, y los viajeros haban aprendido a navegar hasta all. Cmo conciliar las auctoritas antiguas con la experiencia de los modernos? Solrzano procedi de manera inexorable, primero demostrando (tarea fcil) lo absurdo de pensar la tierra como no esfrica y luego, disculpando el encumbrado ingenio de San Agustn por su error de creer que los antpodas tenan que ser monstruos y no hombres racionales, verdaderos descendientes de Adn:
Pero entre nosotros, los que profesamos la fe catlica, es absolutamente cierto y de todos sabido que todo el linaje de los mortales, por cualesquiera partes del mundo en que se halle extendido, se ha propagado por descendencia de nuestro primer padre Adn, a quien Dios form del barro de la tierra, para que fuera el padre de las tierras del orbe entero y recibiera el poder de todo lo que haba sobre la tierra. () Agustn concluye que todo lo que algunos autores publican sobre gentes monstruosas carece de todo fundamento: Si las hay, no son hombres; y si son hombres, son de Adn.32

3 1 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, XI, 48, p. 379; I, XI, 22-24, p. 391. 3 2 Ibid., I, IX, 1-5, p. 321.

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Como ya haba indicado Lpez de Gomara, San Agustn se equivoc porque segua asumiendo la zona Trrida como insuperable, a pesar de estar en lo correcto, desde el punto de vista doctrinal, por no transigir sobre la descendencia comn de Adn, dogma central en la visin monogentica cristiana.33

IV. EL

POBLAMIENTO DEL

NUEVO MUNDO

Si el otro hemisferio exista y era alcanzable, era imprescindible darle un nombre apropiado. Desde el primer captulo, que designa propiamente el nombre de Indias, la cuestin parece obsesionar a nuestro autor. La etimologa, para un humanista de la talla de Solrzano, era un elemento revelador de la apropiacin simblica de las nuevas tierras de ultramar. As como el bautizo para los hombres, y el requerimiento para las tierras prcticas a las cuales el autor dedica varias reflexiones, el acto de ponerle nombre a las provincias y pueblos de las antpodas de Europa era, de por s, una forma de dominio que permita defender los derechos de la Corona en las cortes, consejos, foros y tribunales. De entrada descart tanto el falso e impropio nombre de Indias, como el de Amrica, fruto, a su pareceer, de las astucias maquiavlicas de Vespucio; pero tampoco resultaron convincentes otras propuestas fantasiosas, como la de llamar las nuevas tierras Antilianas, Amazonias, Orellanas, o de la Santa Cruz, a pesar de haber sido respaldadas por figuras prestigiosas como Acosta, Ortelio o incluso el mismsimo Tolomeo. Si acrsticos como Ferisablicas o Pizarrinas, aunque polticamente correctos, resultaban tediosos y poco sugestivos, expresiones como Islas Atlnticas o Atlntidas no soportaban un juicio riguroso, ya que ste implicara dar por buenas las fbulas de Platn.
3 3 La condena de la creencia en la doctrina de las antpodas, nos recuerda Solrzano, condujo al lamentable accidente de la condena de Virgilio, obispo de Salzburgo. Se trata de todas maneras de un error persistente, pues incluso el mismsimo Pico de la Mirandola, clebre por su erudicin, sigui condenndola frente a Alejandro VI.

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Ni hablar de un trmino como Francia Antrtica, acuado para acreditar las pretensiones ilegtimas de los hugonotes franceses en Brasil. Ms preciso habra sido algo como Colonia o Columbonia que por lo menos aludan a la hazaa realizada por Coln mientras estaba al servicio de los soberanos espaoles. El trmino Orbe Carolino tambin habra podido ser adecuado, de no ser por su poca difusin. A raz de estas motivaciones el nombre ms conveniente, en definitiva, fue Nuevo Mundo o Novus Orbis, Nuevo Hemisferio:
Entre los nombres que hasta hoy se han dado a nuestras Indias Occidentales, ninguno hallo ms conveniente y significante de su grandeza que el de Nuevo Mundo, en latn Novus Orbis. No porque yo crea ni siga la opinin de los que dijeron que haba muchos mundos, sino porque los antiguos dividieron en tres partes todo lo que conocan del ya descubierto, conviene a saber, frica, Europa y Asia, como lo dije en el captulo primero . 34

Aunque se afana en precisar, las palabras, como las monedas, dependen de su valor de uso:
stas son las indagaciones cuidadosas que, entre otros, hemos podido hacer sobre la verdadera y apropiada denominacin de estas regiones, que en el transcurso de esta obra no tendremos inconveniente en sealar con el nombre corriente y ms conocido de Indias Occidentales o Amrica. La razn est en que, si hacemos caso a Quintiliano, se tiene que usar la palabra, como una moneda, que posee una configuracin pblica y el uso corriente del habla es ms poderoso que la propiedad de las palabras 35

Toda la argumentacin etimolgica, que en el De Indiarum iure llena ms de diez pginas, se construye alrededor de exigencias geopolticas. En primer lugar hay que celebrar las hazaas de los hombres al servicio de la Corona (Coln, Nez de Balboa, Corts, Magallanes) y desacreditar a quienes, como el florentino Ves3 4 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, III, 1, p. 35. 3 5 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IV, 58-60, p. 163.

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pucio, podran usurpar sus mritos, con el fin de asegurar que otras potencias europeas no se insertaran en el juego colonial y amenazaran el monopolio ibrico. En segundo lugar, se insiste en el cambio de imagen del mundo comprobada por la expansin, ms all de las columnas de Hrcules, de los territorios portugueses y espaoles. Nos encontramos con uno de los artificios ms frecuentemente usados por Solrzano en su meticulosa justificacin de la Conquista: la emulacin de los antiguos por parte de los modernos que ha llevado a los reinos cristianos, gracias a la Providencia Divina y al progreso tcnico, a superar a los grandes campeones del pasado. Las fatigas de Hrcules, Baco y Ofiris, as como las hazaas de los ejrcitos de Alejandro Magno y de los emperadores romanos, preconizan las empresas de conquistadores como Corts y Pizarro que Solrzano relata con acentos picos propios de los libros de caballera.36 As mismo, la actividad evangelizadora de los apstoles Bartolom y Toms en las Indias Orientales representaba la vanguardia de la gran empresa misionera de la Espaa de la poca, que seal al jesuita Francisco Javier como hroe y mrtir ejemplar. En fin, el proceso de conquista se celebraba por haber construido una imagen global del orbe, en toda su redondez. As como el viaje mtico de los argonautas haba abierto las vas a la navegacin y al comercio, marcando el fin de la Aurea Aetatis y el comienzo de la historia propiamente dicha, los navos ibricos lograron ir plus ultra, rompiendo, de esta manera, las fronteras del mundo clsico y abriendo paso a una nueva poca en la que el cristianismo triunfante estaba a punto de envolver al mundo entero. De Magallanes, por ejemplo, Solrzano escribe:
una de sus naves, de que Sebastin Cano iba por piloto, llamada Victoria, dio vuelta a todo el mundo, mereciendo que a l se le diese su globo por armas con una letra, que deca: T fuiste el

3 6 Vase Borja, op. cit., sobre todo la introduccin y el primer captulo.

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primero que me rodeaste. Y a ella hayan celebrado los escritores ms que a la Argos.37

Una vez aclarada la cuestin del nombre, el autor resea el asunto del origen de los pueblos descubiertos en las regiones del Nuevo Mundo, [preguntndose,] cmo pudieron pasar a ellas?. Aunque admite la existencia de las antpodas, queda por comprender cmo se poblaron de plantas, animales y, sobre todo, de seres humanos:
Con razn, pues, personas doctsimas suelen poner en duda cul sea el origen de estos indios occidentales y meridionales y de qu manera, por qu camino, bajo qu gua han podido llegar pueblos tan numerosos a estas provincias separadas de las otras por casi todo el ocano y, al parecer, totalmente ignoradas de los antiguos. En efecto, como dice admirablemente Jos de Acosta, no podemos pensar que haya llegado ac una segunda arca de No ni que algn ngel haya transportado volando por los aires a los progenitores de los pueblos indianos 38

Solrzano revisa las hiptesis principales al respecto. No se puede confiar, en absoluto, en las fbulas de los indios sobre sus propios orgenes, ya que son simples sueos y delirios de enfermos39 de gentes brbaras que no tienen escritura. Las especulaciones filosficas sobre la Atlntida tampoco parecen dignas de confianza: esa narracin de Platn es pura patraa.40 Adems, rechaza y condena, con vehemencia, la no menos estpida y errnea opinin, basada en la doctrina de Avicenna, de que los primeros naturales de estas regiones pudieron haberse generado de la tierra o de alguna materia ptrida mediante el calor del sol.41

3 7 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, II, 6, p. 29. En una nota Solrzano cita: Occeanum reserans Navis-Victoria totum, Hispanum Imperium clausit utroque Polo, (ibid., nota 46, p. 14). 3 8 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IX, 14-15, p. 323 s. 3 9 Ibid., I, IX, 21, p. 327. 4 0 Ibid., I, IX, 55-56, p. 341. 4 1 Ibid., I, IX, 37, p. 331.

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Esta idea, subversiva a toda luz, fomenta la opinin necia, impa, y hertica42 de quien piensa que se pueda generar y formar un hombre verdadero por arte de alquimia. As mismo, carecen de todo fundamento las argumentaciones de quienes buscan los orgenes de los indios del Nuevo Mundo en las diez tribus perdidas de Israel, o en los fenicios o cartagineses, o en los romanos o italianos, o en los trtaros y chinos.43 Si bien acepta que se trata de un problema de difcil solucin, para el que ms fcil es reprobar opiniones ajenas que proponer alguna propia que satisfaga44, Solrzano propende por otra va de salida moldeada a partir de la teora de las migraciones sucesivas del jesuita Jos de Acosta:
Ms parece que se llegan a la razn y verdad los que dicen que los primeros habitadores de estas provincias pasaran a ellas con naves fabricadas para este intento, como ahora lo hacemos los espaoles y lo han hecho siempre los que han pretendido mudarse de unas regiones a otras transmarinas. O que cuando no intentasen pasar a l de propsito, pudo ser que navegando para sus comercios u otros fines a provincias vecinas se derrotasen con tormentas y arrojados por el ocano, arribasen a algunas de las islas de estas Indias, y all, poco a poco, fuesen poblando las otras; la cual opinin tiene por probable el padre Acosta y la siguen muchos autores.45

La teora de las migraciones sucesivas de Acosta logr generar, a partir de a finales del siglo XVI, un amplio consenso sobre un asunto trascendental: La fe catlica mantiene la paternidad de Adn sobre todo el gnero humano; y ah se obtiene () una garanta de la unidad y universalidad del hombre.46 Se cierran de esta manera decenios de debates speros e incertidumbre generalizada.

4 2 Ibid., I, IX, 40-41, p. 333. 4 3 Ibid., I, IX, 55-56 p. 339. 4 4 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, V, 7, p. 53. 4 5 Ibid., I, V, 18, p. 55. 4 6 F. Javier de Ayala, Ideas polticas de Juan de Solrzano, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-americanos, 1946, p. 108.

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La idea de que los pobladores del Nuevo Mundo llegaron por el estrecho de Boering o por otros puntos donde las tierras emergidas casi se tocan, para luego difundirse por todo el continente, sigue siendo todava una de las teoras ms acreditadas en el campo cientfico. Su xito en el siglo XVII se debi, en gran parte, al hecho de que permita solucionar, al mismo tiempo, muchos problemas. Los telogos y las jerarquas eclesisticas abrazaron con entusiasmo la idea por ser una eficaz herramienta terica en contra de la peligrosa propagacin de teoras poligenstas. Los filsofos naturales encontraron en ella una hiptesis creble, a partir de la cual era posible emprender un estudio sistemtico de la fauna y de la flora del Novus Orbis. Los sostenedores de la Corona, como Solrzano, por otra parte, no tardaron en considerar plausible la idea por motivos polticos, es decir, para demostrar la validez de la sujecin de los indios a Castilla. Los habitantes del Nuevo Mundo, en sus vagabundeos migratorios entre un continente y otro, se volvieron nmadas, degenerando, as, sus costumbres, desarrollando prcticas incivilizadas, vulgares e inhumanas47: canibalismo, incesto, idolatra. Vistos a la luz del modelo aristotlico nos seala Muldoon las gentes de las Amricas han cado lejos de su original forma de vivir en comunidades organizadas.48 No se puede olvidar que la historia de la humanidad, en la concepcin cristiana, es ante todo la historia de una cada: slo a partir de la llegada de Dios, hecho carne, a la Tierra, se abre la posibilidad de la redencin. Sin embargo, los pueblos americanos siguieron cayendo desde que fueron echados del Paraso Terrenal, y slo en tiempos recientes la actividad misionera de los ibricos ha logrado llevar hasta all la palabra salvadora de Cristo. La prolongada dispersin por la faz de la Tierra y la cada a lo largo de todos esos siglos explica la degeneracin de los habitantes del Nuevo Mundo, pero tambin abre las puertas de su salvacin.
4 7 Muldoon, op. cit., p. 71 (traduccin del autor). Vase tambin Anthony Padgen, The Fall of Natural Man: the American Indian and the Origins of Comparative Ethnology, Cambridge, Cambridge University Press, 1982. 4 8 Muldoon, op. cit., p. 71 (traduccin del autor).

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V. MUNDUS

INVERSUS ET PERVERSUS

Solrzano razonaba desde la ptica contrarreformista de la poca: se haba restaurado, en toda su vigencia y con nuevos impulsos, el dogma del pecado original y la servidumbre y grandeza de la naturaleza cada, la necesidad de las obras para la justificacin, el valor de la voluntad en la tarea de su destino trascendente.49 Los indios, en su historia de desplazamientos, tomaron un camino torcido que hay que corregir. Esta visin molde no solo la imagen de los pobladores, sino tambin la de las tierras americanas. En la descripcin de la Naturaleza y excelencia del Nuevo Mundo se distingue el funcionamiento de lo que podramos llamar el dispositivo antipdico. Citando a Gomara y Acosta, entre otros, Solrzano describe tierras paradisacas donde se perpeta una eterna primavera, huerta de deleite, alabanza del Temple, que hace recordar tanto el Edn perdido de los cristianos, como los Campos Elseos y las Islas Atlnticas o Fortunadas de los paganos. Para los europeos, lo que se encontraron era un mundo de los orgenes an no purgado por la intervencin divina, un paraso perdido que deba ser rescatado: [Cristbal Coln] vino casi a pensar que en ellas poda haber estado el paraso terrenal que muchos dicen estuvo plantado debajo de la equinoccial.50 Ese mundo podra ser mejor que el conocido, tan slo si la civilizacin europea pudiera trabajar esa tierra inculta para volverla una via del Seor, extirpando sus pecados abominables y recogiendo sus frutos: Verdaderamente hay autores que se la conceden [la ventaja respecto al Viejo Continente], y yo los siguiera si este nuevo orbe estuviera tan cultivado, poblado y habitado como el antiguo.51

4 9 Ayala, op. cit., p. 108. 5 0 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, IV, 3, p. 42. 5 1 Ibid., I, IV, 5, p. 42.

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La insistencia en sus maravillas y riquezas, pero tambin en los frecuentes terremotos y montaas de fuego que lo sacuden, se volvi un argumento en favor de la colonizacin y evangelizacin que se llevaba a cabo en medio de innumerables dificultades. El imaginario relacionado con ese mundo al revs permiti presentar el mundo precolombino como catico y confuso: de all se desprendi la motivacin moral para el despliegue de las fuerzas civilizadoras. Una vez aclarado el asunto del origen y llegada de los indios y de la naturaleza del Nuevo Mundo, nos encontramos frente al eje de la construccin argumentativa: la prioridad del descubrimiento. Solrzano, como de costumbre, lo enfrenta desde su oficio de jurista, al comenzar por enumerar los argumentos ab contrario: son muchos, y muy graves los autores que, o porque as de verdad lo sintieron, o por quitar esta gloria a los espaoles, quieren persuadir que hubo noticia de l y su grandeza, que aunque no tan distinta como la que despus habemos tenido.52 Solrzano procede a exponer las ms variadas hiptesis de viajes ultraocenicos de la Antigedad, para luego demolerlas una a una. A pesar de su valenta y poder, los antiguos no conocan la navegacin en mar abierto, ni la aguja de marear, ni el imn, ni el astrolabio, ni la plvora o la artillera, ni el origen del Nilo; problemas tcnicos impidieron a griegos, tiros, fenicios, cartagineses y romanos semejante hazaa. Por eso no tenan semejante noticia [de un Nuevo Mundo], o por lo menos prctica, ya que alguno o algunos filosofando la tuviesen especulativa.53 Pero Solrzano saba que en los foros de los tribunales y en las audiencias pblicas se ganaban las causas y se convence al pblico y al jurado no slo filosofando, sino sobre todo con hechos prcticos: No hay que dar a los argumentos filosficos ms crdito que a los ojos.54 Y desmontar los dbiles hechos que demostra5 2 Ibid., I, VI, 2, p. 61. 5 3 Ibid., I, VI, 8, p. 63. 5 4 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, XI, 42, p. 379.

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ran la llegada de los romanos al Nuevo Mundo no resulta en absoluto complicado. Tanto el hallazgo de una moneda romana en Nueva Espaa, como la presencia de escudos con el guila imperial en Chile dos supuestas pruebas de la presencia romana en el otro hemisferio podran bien ser considerados falsos, como se haba demostrado en un caso de impostura parecido, develado por los portugueses en las Indias Orientales. En cuanto a la improbable asociacin de la tierra bblica de Ofir con Per (donde Solrzano vivi dieciocho aos), es probable que se trate ms bien de Taprobana. Una vez expuestos los argumentos de la contraparte, el autor expresa su tesis: las supuestas llegadas de otros exploradores antes de Coln deben ser reputadas como inventadas ms por amor de novedad que de verdad:
tengo por mucho ms cierto que no se tuvo ni halla en la antigedad rastro alguno que muestre ni pruebe que en ella se alcanz ni aun pequea o remota noticia del orbe de que tratamos; opinin que ha sido seguida por muchos ms autores y no menos graves que la pasada, as espaoles como extranjeros.55

Por lo que concierne al anuncio de la palabra de Cristo en el Nuevo Mundo, en cambio, no hay que descartar la posibilidad de que las Sagradas Escrituras hayan anunciado o profetizado el descubrimiento, aunque con tal cubrimiento y oscuridad de palabras que muchas veces no se entienden hasta que las vemos cumplidas.56 La cuatro extremidades de la Tierra, sostiene Solrzano siguiendo a San Jernimo, parecen preconizar las cuatro partes del mundo, as como ciertas oscuras profecas de Isaas. El mismo San Pablo, cuando refiere que el nombre de Jess llegara a ser adorado entre todos los del cielo, tierra e infiernos, podra estar refirindose al Nuevo Mundo, ya que con la palabra infiernos pudo haber querido significar nuestros antpodas y americanos que estaban
5 5 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, VI, 7, p. 63. 5 6 Ibid., I, VII, 1, p. 71.

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escondidos o sepultados en lo ms bajo de tales abismos de mares y tierras que respecto a las nuestras, en toda propiedad, se llaman infernas.57 Ac, Solrzano contaba con una consolidada tradicin literaria que l, sin lugar a duda, conoca bien: ya Servio, comentador de Virgilio, afirmaba:
se puede llegar navegando a los antpodas, que estn debajo de nosotros [inferi] como nosotros debajo de ellos. Por eso llamamos infiernos a lo que est bajo la tierra. Tiberiano dice tambin que los antpodas nos enviaron trada por el viento una carta con esa inscripcin: Los de arriba saludan a los de abajo.58

Superi inferis salutem: ellos son los de arriba, a sus ojos los inferiores somos nosotros. La misteriosa misiva, que pone en marcha una tpica inversin antipdica, haba tenido cierta fortuna literaria en ambientes humanistas, gracias sobre todo a Petrarca. A partir de esta vaga alusin de San Pablo a la palabra de Cristo que llegara hasta los infiernos, Solrzano logr establecer un puente entre la visin virgiliana del otro hemisferio como morada de los difuntos y las exigencias de establecer unas pautas jurdicas sobre el trato a los indios. Con elegancia formal y gran despliegue retrico, sigue trazando poco a poco el retrato de nuestros antpodas y americanos. En el Nuevo Mundo no se encuentra lo mismo que hay en el Trtaro ni en los Campos Elseos de los antiguos, sino seres vivos, racionales y aptos para ser convertidos en sbditos de la Corona de Castilla y en buenos cristianos de la Iglesia de Roma. Y sin embargo hay algo infernal en los moradores de esas tierras. El diablo, prncipe de este mundo, parece haber reinado sin rivales en el otro, hasta la llegada de los cristianos. Es por eso que las naves aladas de los ngeles y las palomas de Isaas que preconizan el nombre de Coln (Colombo, quiere decir paloma en ita5 7 Ibid., I, VI, 6, p. 90. 5 8 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IX, 39-44, p. 397. Vase tambin en este mismo volumen Rafael Daz, Obra de Imperio: colonialidad, hecho imperial y eurocentrismo en la Poltica indiana y Gliozzi, op. cit.

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liano) bien pueden ser consideradas profecas de los triunfos espaoles, aunque se trate de hiprboles poticas y no de descripciones factuales. En cuanto a los testimonios de testigos que se refieren a la costumbre de ciertos indios de vestirse como clrigos o al hallazgo de cruces en la Nueva Espaa, es necesario, una vez ms, tomarlos con cuidado: podran ser imposturas de los indios o incluso artimaas del demonio, simio de Cristo. En el siglo XVII, el simio ya reemplaza a los monstruos plinianos en la representacin de lo extico lejano. El diablo imita a Dios, como el simio imita al hombre: no es casual que en el Nuevo Mundo, poblado de simios, de demonios y de seres salvajes y bestiales, prolifere la idolatra, es decir, la veneracin de falsas imgenes, de imitaciones demoniacas de lo sagrado.59 Los antpodas remiten entonces a un mundo invertido a merced del demonio que, vale la pena recordarlo, se presenta ante todo como portador de falsas verdades y dedicado a disfrazar y pervertir rituales, hbitos y sermones autnticamente cristianos. S, porque ese Nuevo Mundo al revs est hecho a imagen y semejanza del Antiguo, pero est trastocado por el podero del Seor de las tinieblas: slo en tiempos recientes, la luz del Evangelio est empezando a lacerar la oscuridad del pecado en que viven sus habitantes.

VI. ENDEREZANDO

UN MUNDO AL REVS

Los antpodas tambin permitieron establecer una relacin metafrica entre cuerpo humano y cuerpo social, segn pautas simblicas bien arraigadas en la cultura de la poca. En el pensamiento del Renacimiento tardo, la concepcin de una monarqua universal como mxima aspiracin poltica se conjug con la idea de que haba un complejo sistema de correspondencias, analogas y simpatas entre micro y macrocosmos: el cuerpo social se deba gobernar
5 9 Vase Carmen Bernand y Serge Gruzinski, De lidoltrie: une archologie des sciences religieuses, Paris, Seuil, 1988 y Borja, op. cit.

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como se gobierna el cuerpo humano. Europa o, por translacin metonmica, una de sus regiones se representaba a s misma como cabeza, centro, caput mundi: una imagen recurrente en las alegoras manieristas, en las estampas populares, en la literatura, en los tratados polticos. El portugus Luis de Cames, slo para citar un ejemplo entre muchos, en las Lusiades escribe: Y apareci la nobre Espaa que es como la cabeza de toda Europa. La rueda fatal a menudo gira a favor de su imperio y de su gran gloria ....60 La lucha por la supremaca a escala mundial de los diferentes estados nacionales se traduce en una visin jerarquizada del espacio moldeada sobe la anatoma humana. La geografa moderna se construye a partir de un doble proceso: por un lado, se aplican categoras espaciales universales a lugares todava fuertemente impregnados de particularidades irreducibles a un modelo nico, y por el otro, se defienden pretensiones regionales en nombre de un idealismo universal. Derrida, al desarrollar las implicaciones etimolgicas de la raz cap, afirma:
En su geografa y en lo que se ha llamado a menudo, como en Husserl por ejemplo, su geografa espiritual, Europa se ha identificado como un cap, un punto de partida para el descubrimiento, la invencin y la colonizacin, bien sea como la avanzada extrema de un continente hacia el oeste y hacia el sur, bien sea como el centro mismo de este idioma en forma de cap, la Europa del medio, encerrada, recogida en su memoria.61 Segn esta lgica capital contina Derrida, criticando las pretensiones expansionistas del Viejo Continente lo que amenaza a la identidad europea no amenaza a Europa, sino a la universalidad a la cual ella responde, de la cual es la reserva, el capital o la capital.62

6 0 Citado en Yves Hersant y Fabienne Durand-Bogaert (eds.), Europes. De lAntiquit au XXe sicle, Anthologie critique et commente, Pars, Laffont, 2000, p. 88 (traduccin del autor). Cames tambin enmarca su descripcin potica de Europa en una visin de la teora de las zonas. 6 1 Jacques Derrida, L autre cap, en Hersant y Durand-Bogaert, op. cit., p. 517 (traduccin del autor). 6 2 Ibid., p. 525 (traduccin del autor).

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Desde los primeros tiempos de la conquista del Nuevo Mundo ya estaban en marcha las dramticas contradicciones entre expansin global y afirmacin local, entre dominio universal y fragmentacin particular. Al mismo tiempo es necesario enmarcar al nuevo hemisferio dentro de esta metfora organicista del podero europeo. En Solrzano, la organizacin jerrquica de la faz de la Tierra a partir de un modelo centro-periferia tomado de la medicina, encuentra su apogeo en la visin de los indios como pies de la repblica: si Espaa es destinada, por voluntad divina, a ser la cabeza del mundo, sus extensiones en el Nuevo Orbe no pueden ser sino las extremidades:
Porque segn la doctrina de Platn, Aristteles, Plutarco y los que le siguen, de todos estos oficios hace la Repblica un cuerpo compuesto de muchos hombres como de muchos miembros que se ayudan y sobrellevan unos a otros, entre los cuales, a los pastores, labradores, y otros oficiales mecnicos unos los llaman pies, y otros brazos, otros dedos de la misma Repblica, siendo todos en ella forzosos, y necesarios, cada uno en su ministerio, como grave y santamente da a entender el apstol san Pablo.63

Es por ende parte de las leyes naturales que:


... los indios, por ser vasallos y como pies de la Repblica, tengan obligacin de servir en los ministerios en comn tiles para ella.64 Los labradores son el hgado los pies, como dijo Plutarco escribiendo a Trajano, que sustentan todo el peso de la Repblica.65

La cabeza del Imperio est en la Corona que se apoya sobre el trabajo de los nuevos sbditos, mano (y pie) de obra destinada al trabajo manual en las minas y en las encomiendas. Marta Herrera escribe:
con la homologa cuerpo-ciudad-repblica lo que el autor busc fue legitimar un ordenamiento de la sociedad fundamentado en la desigualdad que, adems, no deba ser objeto de cuestiona6 3 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., II, VI, 6, p. 171. 6 4 Ibid., II, XVI, 7, p. 275. 6 5 Ibid., II, IX, 11, p. 205.

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miento alguno. Tal desigualdad, que se expresaba en dos niveles, el de la divisin del trabajo y el de la dicotoma gobernantesgobernados, identificaba a los indgenas como los pies del cuerpo social. De esta forma justific que fueran los responsables de sostener todo el peso del cuerpo social y, adems, de producir el mximo de recursos que, en ltimas, deberan engrosar las arcas de la cabeza de la repblica, es decir, de la Corona. () En la Poltica indiana, Juan de Solrzano y Pereira formul una estratificacin socio-racial de la poblacin del imperio espaol, en particular de la americana, que se articul con la concepcin que tena de Amrica como parte accesoria de la Corona, en la que sus vasallos establecan colonias y lugares de espaoles, para conformar un cuerpo, y un Reyno. Este proceso, segn el autor, dio como resultado que las dos Repblicas de los Espaoles, Indios, as en lo espiritual, como en lo temporal, se hallan oy unidas, y hacen un cuerpo en estas Provincias.66

Sin embargo, los que tendran que ser los pies de la Repblica se portan al revs, como antpodas, como anti-pies. El Nuevo Mundo, trastocado por el demonio, pone en peligro la salud misma del Estado. Hay que reorganizar la parte inferior del cuerpo social que no puede seguir cabeza abajo y patas arriba.67 Paraso perdido a causa de una cada prolongada, tierra trastocada por temblores y terremotos, reino del demonio simio de Dios, cuerpo al revs que no obedece a la voluntad de la cabeza coronada: el Nuevo Mundo, para Solrzano, se presenta como un mundus inversus et perversus, poblado por seres bestiales y salvajes que hay que educar y convertir a los preceptos cristianos. Hay que poner orden, tanto moral como legal, en este nuevo orbe trastocado por cataclismos nefastos y costumbres abominables. La tarea del profesor salmantino se presenta como desmesurada, ya que:
6 6 Martha Herrera, Los pies de la repblica cristiana: la posicin del indgena americano en Solrzano y Pereira, versin previa del texto publicado con modificaciones en este volumen. 6 7 Vase Edwin Muir, Fiesta y rito en la Europa moderna, Madrid, Complutense, 2001 y Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, Alianza, 1991.

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los repetidos intentos recopiladores que tanto en la Metrpoli como en las Indias se haban llevado a cabo, de modo oficial u oficioso, no haban tenido por el momento el xito que se esperaba, dejando en un estado semejante el caos legislativo y jurisprudencial que pareca ceirse sobre el Nuevo Mundo, como un mal cuya solucin era ms deseable que factible.68

El Nuevo Mundo se presenta como un orbe trastocado, no slo a causa de la diferencia abismal de la naturaleza exuberante y difcil de domesticar de sus tierras y de sus gentes, sino tambin por el desorden normativo y la falta de polica que presenta esa parte del Reino. La imagen de un mundo invertido a las antpodas de la civilizacin, encuentra una ulterior confirmacin emprica en el estado de sus leyes y de sus prcticas sociales. Solrzano se enfrenta a la tarea herclea de reformar radicalmente las falacias persistentes del gobierno de las Indias, a travs de una sistemtica [a]plicacin del realismo sociolgico a la problemtica del Derecho, mediante una amplificacin de la estructura formal de los dogmas tradicionales y una lenta labor de adaptacin de la realidad, prestando significacin jurdica a los principios vlidos de la experiencia.69 Si bien la parte ms consistente de su obra est consagrada a este esfuerzo, ste no sera posible sin una vehemente apologa del dominio espaol en las Amricas. Por eso, Solrzano dedic tantas energas al asunto de las antpodas antes de sumergirse en la cuestiones relacionadas con la encomienda, con la posesin de tierras y con las condiciones legales de los indios. Su propsito era incorporar los acontecimientos de la conquista del Nuevo Mundo en la historia del mundo tout court, mediante el esbozo de una teora del nuevo poder colonial, an rudimentaria pero extremamente eficaz y basada en la unidad poltica del imperio cristiano.

6 8 Ayala, op. cit., p. 45. 6 9 Ibid., p. 71.

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VII. EL

MITO DEL IMPERIO UNIVERSAL

De todas las grandes corrientes imaginarias que alimentaron el imaginario relacionado con las antpodas, Solrzano privilegi el mito del imperio universal. Es cierto que, a menudo, encontramos menciones a tierras paradisacas, a la aorada Edad del Oro e incluso sutiles referencias carnavalescas, como en la inscripcin del loco cartagins hallada cerca de las columnas de Hrcules.70 Sin embargo, Solrzano, funcionario imperial, vio a las antpodas sobre todo como una poderosa herramienta de propaganda oficial. Para que el imaginario relacionado con el otro hemisferio facilitara el gobierno de las Indias, era necesario depurarlo para eliminar el carcter subversivo, el trastoque del sentido comn y la inversin de los valores dominantes que lo haban caracterizado desde la Antigedad. El imperio universal, uno de los mitos polticos ms persistentes en la historia de Occidente, tena en cambio un impresionante potencial para moldear el imaginario de la poca en defensa del control de Castilla sobre sus dominios. Solrzano, familiarizado con esta tradicin literaria, va desarrollndola poco a poco a medida que teje cavilosas argumentaciones retricas y que desenreda intrincados nudos jurdicos. Las gestas de Alejandro Magno para la conquista de las tres partes del ecoumene, fueron un punto de referencia constante en los escritos de Solrzano. Se trataba del hito fundador de un nuevo horizonte expansionista cuya aspiracin era la conquista del mundo entero:
... si la apata y la insensatez de las tropas no hubiesen frenado sus proyectos, l [Alejandro] no habra retirado de all sus armas sin antes haber sometido todos los rincones a su Imperio.71
7 0 Solrzano transcribe un epitafio hallado supuestamente cerca de las columnas de Hrcules: Heliodoro, loco cartagins, en el extremo del mundo mand embalsamarme en este sarcfago con el testamento. Para ver si alguien ms loco que yo se llegaba hasta estos lugares para visitarme (De Indiarum iure, op. cit., I, XI, 61, p. 403). Una sugestin carnavalesca se encuentra tambin en ibid., I, XI, 27: Los que antao se rean de que hubiera antpodas, hoy son ellos dignos de risa. 7 1 Ibid., I, II, 16-22, p. 87.

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La figura de Alejandro se volvi, en los siglos venideros, un referente que trascenda el contexto poltico-militar: sus empresas abarcaron prcticamente todo campo del saber, desde la exploracin geogrfica hasta las especulaciones filosficas sobre el ms all, a travs un florilegio de leyendas, fbulas y cuentos que van forjando las an inciertas categoras mentales para una comprensin de lo que Borja llama el otro-all.72 A partir de Augusto, los emperadores romanos desarrollaron las extraordinarias potencialidades retricas del mito nacido alrededor del hroe macedonio.
En efecto el estado romano escribe Moretti en su progresiva expansin va realizando una comunicacin y una fusin entre los pueblos ms alejados y aparentemente separados para los fines tradicionales. El destino de los romanos es extender su imperium sine fine, sin lmites no slo de tiempo sino tambin de espacio; este imperio, como es profetizado en la Eneida, terminar por extenderse hasta las regiones ms remotas, ms all de los lmites marcados por Hrcules y llegar por ende hasta los antpodas.73

La idea de un poder universal que se expandiera ms all de los confines ltimos de la Tierra, se volvi parte de la ideologa oficial. Slo la hegemona incuestionable del guila imperial sobre la Tierra poda extender la pax romana a todos los pueblos para garantizar, de esta forma, un orden social duradero y justo.74 Como subraya Nicolet, en los panegricos de los escritores latinos de la poca imperial, el conocimiento geogrfico se encontraba subordinado a la expansin militar: los confines del orbe tendan a coincidir con las fronteras militares controladas por las legiones de Roma. El fenmeno se extiende al pueblo que se entera de la existencia de provincias y gentes desconocidas en la celebracin

7 2 Borja, op. cit., p. 31. 7 3 Moretti, op. cit., p. 56 (traduccin del autor). 7 4 Es el caso por ejemplo de Messala y de Claudio, celebrados como triunfadores de los dos hemisferios a raz de sus victorias sobre los bretones y la inminente expedicin a las antpodas. Al respecto vase ibid., p. 57.

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de los triunfos. En una muestra de podero, que es tambin una forma de pedagoga de masas, desfilan por la ciudad en fiesta, como botn de campaa y sujetados al carro del triunfador, objetos exticos, animales estrafalarios y guerreros en trajes brbaros. Ms all de las ltimas guarniciones se abra la tierra incgnita de las antpodas, que el emperador de turno estara a punto de invadir para culminar el proyecto expansionista de sus predecesores.75 La inminente reunificacin del conjunto del orbis terrestre bajo la dominacin de la urbis romana, aunque contradictoria con respecto a la misma teora de las zonas, es una extraordinaria arma retrica que gozara de inmensa fortuna en los siglos por venir. El mismo Solrzano, citando a Juan Voerthuf, retoma el topos al pie de la letra:
los portugueses, recorriendo una larga distancia desde los afros y numidas, avanzaron hasta las fuentes del Nilo y el mar Rojo y se metieron por un lado en el Ganges, por otro en el Eufrates, bajo la accin de Dios; como es de creer, e inspiracin del mismo cielo, para gloria grande de su nombre y de su fama. Oh reyes merecedores del favor de todos, merecedores de imperar sobre los antpodas y sobre [la parte] opuesta del orbe en toda su extensin.76

Roma, un siglo despus de su cada, segua siendo el punto de referencia de toda estructura estatal con vocacin imperial. A lo largo de la Edad Media, Carlos Magno, Otone I, Federico Barbaroja y Federico II, tomaron al Imperio como modelo poltico ideal. La idea de un emperador capaz, gracias a su autoridad sobre la humanidad entera, de generar condiciones de orden, estabilidad y prosperidad social no slo embebe a la propaganda oficial: las leyendas sobre Federico durmiente en la montaa son un ejemplo de cmo el imaginario popular tambin elabora el tema, en este caso con fuertes matices apocalptico-escatolgicos.77
7 5 Vase Claude Nicolet, Linventaire du Monde. Gographie et politique aux origines de lEmpire Roman, Pars, Fayard, 1988 y tambin Giuseppe De Matteis, Le metafore della terra: la geografia umana tra mito e scienza, Milano, Feltrinelli, 1985. 7 6 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, III, 4-5, p. 105. 7 7 Vase Norman Cohn, The Pursuit of the Millennium, 1961.

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Por su parte, el cristianismo medieval desarroll pretensiones universalistas (o de universalidad) a partir del establecimiento de semejanzas de carcter formal con las disertaciones sobre la idea de imperio de las auctoritas antiguas:
El cristianismo escribe Ayala tuvo como consecuencia una renovacin trascendental: tambin l predicaba un imperio universal, pero con races ms profundas y con horizontes de mayor ilimitacin. El Imperio de Cristo es absoluto y nico, porque nada hay ms all de lo infinito, y por tanto trasciende a todos los seres y a todos los hechos.78

Vocacin ecumnica y vocacin imperial se fundaban en una ideologa que tenda a modelar la visin del mundo en trminos etnocntricos. Si el centro geogrfico-simblico de la ecumne es Jerusaln, ombligo del mundo, su centro poltico es Roma, sede del vicario de Cristo. La palabra de Dios estaba destinada a propagarse desde all hasta los cuatro ngulos de la Tierra, gracias a la obra de evangelizacin de los apstoles y de sus continuadores, los misioneros.
El Imperio cristiano aparece ya bajo dos signos distintos, el guila transmitida por la tradicin histrica, y el signo de la Cruz. Aparece un dualismo de formidables consecuencias a lo largo de la Historia, porque la idea imperial excluye todo antagonismo interno.79

7 8 Ayala, op. cit., p. 142. 7 9 Eleuterio Elorduy, La idea de imperio en el pensamiento espaol y de otros pueblos, Madrid, 1944, p. 227.

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VIII. CARLOS V

Y EL RETORNO

DEL DISEO IMPERIAL

Luego de un largo perodo de eclipses, en el que haba sido un asunto limitado a las disputas entre prncipes germnicos, el mito del imperio universal resurgo con prepotencia, encarnado en la figura de Carlos V. En la poca de Solrzano se celebraba incesantemente su gloria que:
apoyada como estaba en piedad y valor slidos y Dios que favoreca su religiosidad, fue creciendo ms y ms cada da y alargndose hasta el imperio celeste, de suerte que pudo alguien dedicar a una estatua suya esta inscripcin: Divino Carlos V Emperador, Csar a quien, tras haber vencido a un mundo, otro segundo le ha nacido y ha vencido a ambos y al vencedor de ambos; no pudo ya el arrojo avanzar Plus Ultra: vivi entre los Dioses, antes de abandonar su existencia entre los hombres.80

La propaganda de la monarqua espaola rescat la idea clsica del retorno a una edad de paz y justicia bajo un slo soberano. Sin embargo, para la primera mitad del siglo XVII, el mito del imperio universal haba sufrido profundas modificaciones. Su re-interpretacin, por parte de un autor como Solrzano, se dio por lo menos en tres planos distintos: en primer lugar, Solrzano era bien consciente de las contingencias poltico-militares a las cuales tena que enfrentarse a diario desde sus cargos pblicos; en un segundo plano, estaba su formacin y oficio de jurista que lo mantena actualizado sobre el debate intelectual de su poca, en el cual participaba con creciente autoridad; y en un tercer plano, de importancia incalculable y no siempre tenido en cuenta, debe destacarse lo imaginario, cultivado por Solrzano a partir de su pasin desenfrenada por los libros. Vista desde la situacin geopoltica del siglo XVI, es evidente que la propuesta imperial surgida en 1519 ha demostrado ser poco ms que una monarqua virtual del mundo, sombra y espejismo de la anti8 0 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, IV, 50, p. 157.

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gua idea de imperio: un truco ilusorio basado sobre unas circunstancias afortunadas de polticas dinsticas, contingencias militares y juegos diplomticos.81 En la persona de Carlos V coincidieron, en un lapso de pocos aos, la monarqua espaola y la tradicin imperial del Rex christianus de la realeza germnica. A partir de ese entonces, el descenso de la idea de imperio, tanto en trminos territoriales como tericos, fue rpido y definitivo. Entre los jurisconsultos, la idea imperial tambin se haba desgastado:
El mantenimiento de las tesis imperialistas tal como se haba presentado despus del intento de Carlos I, era cuestin decididamente resuelta por la ciencia poltica. Desde el punto de vista de la pura doctrina teolgico-jurdica, Vitoria le haba asestado un golpe definitivo del que ya no poda reponerse.82

Las tesis de Victoria afirmaban el derecho de Espaa a proclamar sus conquistas en tanto reino autnomo y soberano, al precio de sustraer cualquier fundamento legal a la vigencia de una organizacin imperial de las posesiones espaolas. Sin embargo, es en el plano que podra denominarse meditico, en donde la propuesta imperial estaba destinada a ejercer una influencia creciente. Como subraya Yates, justo en el periodo en que vive su ltima estacin como proyecto poltico, el sueo imperial alimenta, inspira y orienta toda la retrica poltica de la primera modernidad. En los albores del proceso de globalizacin que llega hasta nuestros das, encontramos la antigua obsesin del dominio del mundo entero, conditio sine qua non para volver a establecer una nueva Edad del Oro en la Tierra. El uso sistemtico de una retrica imperial por parte de la casa reinante espaola, est a la base de la construccin del nuevo discurso patritico de los nacientes estados nacionales. A partir de Carlos V, papas, prn-

8 1 Frances A. Yates, Charles V et lide dEmpire, en Jean Jacquot (ed.), Les Ftes de la Renaissance, Pars, Centre Nationale de la Recherche Scientifique, 1960, vol. 2, pp. 57-97. 8 2 Ayala, op. cit., p. 147.

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cipes y soberanos retomaron el mito del imperio universal y su corolario, la conquista de los antpodas.83 La idea de imperio no es viable en trminos jurdicos; pero s, en trminos retricos. De ah la aparente ambigedad de Solrzano, que Javier de Ayala reconoce:
Por lo que se refiere al concepto de Imperio podemos notar las a veces, escasas simpatas en nuestro jurista; hay en su uso muchas reminiscencias clsicas y recuerdos del pensamiento medieval, o incluso en frecuentes ocasiones aparece usado simplemente como expresin de mando. En otras, cede Solrzano al peso del vocabulario poltico consagrado y antepone jerrquicamente el Imperio al Reino, si bien lo normal es la equiparacin, y as nos habla del Imperio o Monarqua de Espaa.84

El problema de fondo era una oposicin implcita entre la legitimidad de Espaa en cuanto imperio o en cuanto reino y una pluralidad de estados soberanos: el primero se caracterizaba por su carcter ilimitado, mientras que los segundos tenan un lmite territorial. En cuanto jurista, Solrzano saba que una doctrina de Imperio no era proponible ni ventajosa, ya que minara las bases de una slida teora del Estado espaol, al exponerlo a los vaivenes de la poltica alemana. Pero su frecuentacin de la Corte lo haca consciente de que era necesario defender las pretensiones imperiales del Reino y de que la nica modalidad viable era ideolgica y su nico campo de accin, territorial.

8 3 En los triunfos renacentistas, por ejemplo, en los que con gusto escuetamente humanista se mezclaban rituales cristianos y ceremonias romanas, teatro sagrado y sugestiones paganas, el rey es magnificado, al mismo tiempo, como Cristo que entra a la nueva Jerusaln, como Csar triunfador frente a los brbaros y como Hrcules que empuja sus conquistas ms all de Gibraltar. La misma reina Elizabeth se haca representar como una diosa griega entre las dos columnas hercleas, mientras los navos ingleses se dirigan hacia lejanas tierras de ultramar. Al respecto, vase Jacquot, op. cit., p. 17 y Vignolo, Nuevo Mundo: Un mundo al revs? Los antpodas en el imaginario del Renacimiento, op. cit., p. 36. 8 4 Ayala, op. cit., p. 162.

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La va de salida propuesta por Solrzano se articul en una doble estrategia argumentativa. Por un lado, construy su teora del estado a partir de una crtica cerrada a la idea de imperio; por el otro, desarroll una teora a toda luz imperialista, basada en tres elementos fundamentales: el arraigo de las pretensiones expansionistas ibricas en la tradicin romana; la sujecin a un monarca nico y universal como medio para alcanzar paz, justicia y prosperidad que no se logra con la pugna de prncipes plenamente soberanos; y la consagracin definitiva de un dominio de hecho. Si bien es claro en Solrzano que se deba privilegiar el fortalecimiento del Estado espaol sin dejarlo a los azares de las disputas entre prncipes alemanes alrededor la corona imperial, tambin es preciso subrayar cmo el substrato mtico de la idea imperial, en su versin cristianizada, segua siendo una poderosa arma retrica que no poda ser desaprovechada. La nueva monarqua universal hereda las ambiciones de extenderse hasta las ms alejadas provincias del orbe, pero sin tener que depender de la vieja y decadente institucin imperial, ni de la poltica romana:
Los Reyes de Espaa, hablando absolutamente, no son feudatarios de la Iglesia, y exceptuada causa de la fe y la religin, en lo temporal no reconocen como superior al Sumo Pontfice () y son ms independientes de ella que los emperadores. Porque los emperadores reciben la diadema del Sumo Pontfice y le prestan un especial juramento de fidelidad (), pero los Reyes de Espaa, Francia y otros que son libres, no otorgan este especial juramento, si bien es verdad que por su eximia piedad y religin, al tiempo que son coronados suelen prestar juramento de defender virilmente a la Iglesia.85

En otras palabras, Solrzano trata de conjugar una extrema defensa de la autonoma del Estado espaol con una visin imperialista de su expansin territorial. En el Memorial y Discurso, escrito en 1629 afirma categricamente que el Consejo de Indias, a diferencia del de Flandes:

8 5 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., III, I, 85, p. 294 s.

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tiene a su cargo no solo el govierno de un Condado, o Reino, sino el de un Imperio, que abraa en si tantos Reinos, y tan ricas, y poderosas Provincias. O por mejor dezir, de una Monarquia la mas estendida, y dilatada que se ha conocido en el Mundo, pues comprehende en efeto otro Mundo, muchas vezes mayor que el que antes se avia descubierto, y poblado en Europa, frica y Asia. Mediante el qual se puede oy dar por todo el Orbe una buelta en contorno, sin salir nunca de los terminos del feliz, y Augusto Imperio de V. M.86

En definitiva, Solrzano propone una concepcin espaola de imperio de carcter nacional, vocacin cristiana y bases estrictamente territoriales:
El Estado viene a aparecer entonces como unidad poltica independiente y como poseedor de una aprobacin tcita o expresa del Vicario de Cristo; puede por tanto, sobre sus propias bases, emprender la extensin de la soberana excluyendo de esta tarea toda otra competicin. No es ms que el imperio con todos sus rasgos y mtodos, pero con una modalidad distinta que, en adelante, figurar en la mdula de todo sistema imperialista: el principio de la expansin territorial ilimitada.87 A que ayuda el parecer que el mismo seor Emperador le quiso afectar, pues hizo tanta estimacin de esta conquista que aadi al escudo de sus armas las dos columnas de Hrcules con la inscripcin del Plus Ultra, como dando a entender que por el favor divino a su valor y fortuna no embarazaba, como a Hrcules, el ocano: antes ms all de sus trminos le descubra y ofreca nuevos mundos en que ensancharse, porque no se afligiese con la estrecha crcel de slo el antiguo, como dicen haberle acontecido al gran Alejandro.88

8 6 Juan de Solrzano y Pereira, Obras pstumas, p. 365. 8 7 Ayala, op. cit., p. 325. 8 8 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, II, 19, p. 33. La referencia es a los versos de Juvenales: Unus Peloeo juveni non sufficit Orbis. Aestuat infelix angusto limine Mundi (ibid., nota, p. 40).

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IX. LA

REPARTICIN DEL MUNDO

La importancia del mito imperial en Solrzano se manifiesta ante todo en su visin estratgica de un escenario mundial en tumultuosa transformacin. La insistencia en un mundo repartido en dos hemisferios muestra ac todas sus implicaciones. La trama subterrnea del texto nos da la clave para comprender el cambio radical de perspectiva que se est gestando. Para describir las Indias Orientales, Solrzano elige a los portugueses como protagonistas absolutos de la accin civilizadora del Viejo Mundo. En el tercer captulo del primer libro del De Indiarum iure cita, por ejemplo, una carta extraordinariamente hermosa y piadosa del rey de Portugal Juan III a su virrey en la India oriental:
La flota portuguesa nos ha abierto el comercio al mar ndico; ha doblado desde el ocano Atlntico el cabo ms lejano de Etiopa con enorme esperanza, de ah su nombre e inusitado ardimiento; con la compra masiva de perfumes ha extendido el mercado ms all de los vastsimos golfos Arbigo, Prsico y Gangtico hasta el Dorado Quersoneso y las ltimas costas de China.89

Luego, Solrzano analiza las Indias Occidentales, o ms bien el Nuevo Mundo, contadas a partir de las asombrosas exploraciones y de las triunfales campaas militares de los espaoles. Para cerrar la cuestin, aborda el tema crucial de la () lnea meridional con la que el Romano Pontfice Alejandro VI separ los viajes martimos de castellanos y portugueses:
[Alejandro VI] form y tir una lnea que comenzase a correr Norte Sur a poco ms de 300 leguas de las islas Hespridas, que hoy se dicen de Cabo Verde; y continundola por su meridiano atraves y dividi con ella el mundo por igual en dos partes, en tal forma que la que cae al oriente fuese de la Corona de Portugal, por la mayor antigedad que pretenda en este derecho, y la del occidente o poniente a la de Castilla () De suerte que, dividindose
8 9 Solrzano, De Indiarum iure, op. cit., I, III, 4-5, p. 105.

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como se divide el mundo en 360 grados, vinieron a caber a cada uno 180; y esta divisin fue causa de los nuevos pleitos que despus hubo sobre las islas Malucas 90

As, a partir del tratado de Tordesillas, el orbe qued repartido en dos grandes reas de influencia: las fronteras orientales del Viejo Mundo eran el campo de accin de los lusitanos, mientras que para Espaa estaba destinado el nuevo hemisferio occidental ms all del ocano. A pesar de que surgieron problemas en las lneas de confn, la reparticin del globo se mostr como un trato de inters mutuo; permiti, en efecto, dividirse los territorios del otro hemisferio y las rutas para llegar hasta all.91 La bula alejandrina est en el centro de la reflexin poltica y terica de Solrzano, por lo menos por dos razones contundentes: en primer lugar, como muchos comentadores han destacado, el autor remite al tratado el origen de la legitimidad de la Conquista. La bulas alejandrinas son fundamentales porque, segn Solrzano, destacan la potestad del Papa como principal justificacin del Imperio.
Una vez defendida por Solrzano la humanidad esencial de los indios y concluido que seguiran, bajo una gua apropiada, las mismas pautas del camino de los cristianos europeos hacia una forma de vida civilizada y cristiana, la nica posible justificacin de las posesiones espaolas en el Nuevo Mundo era asegurar la conversin religiosa de los indios. En trminos de los argumentos que l mismo haba apoyado, no haba un fundamento militar, econmico o poltico legitimo para justificar la Conquista. Los indios posean un derecho natural al dominium en tanto a propiedad y gobierno, y no significaban amenaza militar alguna para los europeos. Inocencio IV haba expresado muy claramente que esas gentes, aunque infieles y hundidos en la oscuridad espiritual, no

9 0 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., I, III, 13-14, p. 38. 9 1 Paolo Vignolo, Mapas de lo desconocido: ficciones cosmogrficas e imaginarios geogrficos entre Edad Media y Renacimiento, en Autores Varios, Actas del curso de Historia de la ciencia. Celebraciones de los 200 aos del Observatorio Astronmico Nacional, Bogot, Universidad Nacional de Colombia (en va de publicacin).

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podan ser sometidos a los gobernantes cristianos por la fuerza, a menos que el Papa lo considerase necesario para su salvacin.92

Es decir, slo con un permiso pontificio era posible adquirir la tierra de los infieles: de ah la importancia de la bula Inter caetera de 1493. La reparticin del control sobre las nuevas tierras a las antpodas, bajo forma de duopolio imperial, era la premisa indispensable para el triunfo de una monarqua cristiana universal que dejara por fuera de la empresa colonial a herejes y extranjeros. Sin embargo hay otra razn, ms sutil pero no menos importante, que hace de Tordesillas el eje de toda la obra de Solrzano: el tratado permiti, en efecto, operar un cambio de paradigma en la imago mundi de la poca. Poca atencin se ha prestado a su innovacin tcnica en la forma de repartir el mundo, a primera vista inexplicable: el uso de un meridiano y no de un paralelo en la separacin de las dos esferas de influencia. La verdadera novedad de la bula de 1493, en relacin con los acuerdos precedentes del mismo tipo, es precisamente la decisin de trazar la raya en sentido vertical y no horizontal, como haba venido siendo hecho hasta el momento. En el tratado de Alcves por ejemplo que en 1479 puso fin a la guerra entre Castilla y Portugal la lnea de demarcacin est establecida segn una separacin norte-sur para salvaguardar los intereses portugueses en Guinea.93 Los acuerdos sucesivos, como el de 1481, haban confirmado esencialmente esta divisin horizontal que considera espaolas a las Islas Canarias y bajo el dominio portugus todas las tierras y las islas descubiertas o por descubrir ms al sur. Entonces, por qu de golpe se empieza a aplicar una medicin en sentido vertical y no horizontal? A qu se debe un cambio tan repentino, considerando adems que el clculo del meridiano de referencia implica un nivel de incertidumbre y arbitrariedad mucho mayor?
92 93 Muldoon, op. cit., p. 96 (traduccin del autor). Miquel Battlori, The Papal Division of the World and its Consequences, en F. Chiappelli (ed.), First Images of America. The Impact of the New World on the Old, Berkley-Los Angeles-Londres, University of California Press, 1976.

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Se ha discutido mucho sobre el significado histrico de ese primer acto cosmogrfico del Renacimiento, pero tal vez no se ha insistido lo suficiente sobre la paradoja inherente al hecho de dividir un hemisferio desconocido con una lnea imaginaria que, adems, nadie tena idea de cmo trazar. Hay algo desconcertante en esta determinacin de Espaa y Portugal, que contaba con la bendicin del Papa, de dividir por medio de un instrumento todava inmanejable como el de la longitud, unas tierras completamente desconocidas.94 Lo que estaba en juego era la dominacin del Atlntico meridional, esencial para la poltica de expansin portuguesa en frica. En los medios diplomticos y polticos era inmediatamente claro que, desde la empresa de Coln, una nueva ruta comercial hacia las Indias se estaba abriendo hacia el ponente. Era entonces urgente establecer unos acuerdos para evitar una concurrencia descarnada, justo en el momento en que se trataba de consolidar los mercados y las rutas an eran frgiles. Una explicacin posible tendra que ver con la exigencia de ajustar el modelo cosmogrfico vigente hasta este momento con la desconcertante novedad de un nuevo orbe, que no encajaba con las especulaciones de las fuentes antiguas ni con las Sagradas Escrituras. Como vimos anteriormente, la cultura humanista dominante en los crculos de poder de la corte de Castilla, conceba el mundo segn la antigua representacin de un hemisferio septentrional, conocido desde tiempos remotos, y un hemisferio meridional, las antpodas, sobre las cuales no haba sino leyendas y vagas especulaciones. Sin embargo, la gran expansin europea en tierras de ultramar dio cuenta de una realidad distinta: a partir de la segunda mitad del siglo XV, los portugueses descubrieron que tanto frica como Asia desbordan en la zona Trrida hasta el hemisferio Meridional. Poco despus, a los espaoles se les apareci un mundo nuevo con forma de corazn que se extiende desde el
94 Ibid., pp. 211-212.

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extremo norte hasta el polo Antrtico. Si antes el problema haba sido dividirse unas islas ocenicas, ahora el problema era repartirse el mundo de acuerdo con dos rutas: hacia oriente, segn el rumbo abierto por Vasco de Gama hacia Calicut, y hacia occidente, como acababa de demostrar Coln. La decisin de trazar la raya longitudalmente permite hacer frente a las nuevas circunstancias, gracias, y no a pesar, a su indeterminacin.
El modelo reducido de la cosmografa o geografa universal escribe Lestringant apareca propicio tanto a los sueos de los navegantes, como a las especulaciones de los prncipes y los diplomticos que eran libres de cortar el ocano azul, de diseccionar, comps y escuadra en mano, el lmite de reas de influencia puramente tericas. Tordesillas, en este sentido, fue el primer acto cosmogrfico del Renacimiento. El Tratado, concluido el 7 de Julio de 1494 entre Portugal y Espaa y ratificado el 2 de Agosto por Isabel de Castilla y el 5 de Septiembre por Juan II, cort los dos imperios segn el meridiano, lnea directa trazada de polo a polo a 370 ligas al Oeste de las Azores. La cosmografa no se enreda con obstculos. En la altura donde se ubica, borra todo relieve y elimina cualquier accidente del terreno.95

El problema, solucionado en trminos prcticos en el siglo XVII, segua abierto a nivel geogrfico. Urga entonces encontrar una va de salida a tan flagrante contradiccin. Solrzano resolvi jugar en dos niveles, el del litigio legal y el de la ideologa, de la misma forma en que haba conciliado brillantemente la dualidad entre Estado e Imperio. Al tratarse de repartir las esferas de influencia y la legitimidad de los ttulos, invocaba pragmticamente la bula alejandrina y estableca la reparticin de las tierras de conquista entre Indias Orientales, de los portugueses, y Occidentales, de los espaoles, pagando el precio de amoldar de manera algo
95 Frank Lestringant, LAtelier du cosmographe ou lImage du monde la Renaissance, Paris, Albin Michel, 1991, p. 14 (traduccin del autor). Vase tambin Agustin Remesal, 1494: la raya de Tordesillas, Ciudad, Junta de Castilla y Lon, 1994, p. 146 y Bartolom Bennassar, Traits de Tordesillas, en Regis Debray, Christophe Colomb le visteur de laube, Pars, La difference, 1991, p. 97.

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arbitraria el asunto, como en el caso de Brasil.96 En cambio, en el momento de evocar la naturaleza del Nuevo Mundo y de sus habitantes, se refera a la antigua teora de las antpodas, basada en una dicotoma norte-sur. La divisin segn los meridianos, definida en Tordesillas, les serva para cartografiar meticulosamente las reas respectivas de influencia de los estados catlicos, mientras que la reparticin de la Tierra en bandas horizontales, basada en la teora de las zonas, les permita reivindicar la vocacin imperial de Espaa. En la fisura entre praxis poltica y disciplina geogrfica se iba insinuando una nueva visin del mundo que ambientara su propuesta de un nuevo orden global garante de la dominacin a escala planetaria de la monarqua catlica.

X. DE

LAS ANTPODAS AL GLOBO REUNIDO

En este punto el crculo se cierra. Antes de pasar al grueso del trabajo, dedicado a proponer las reformas necesarias en la encomienda, en las cosas eclesisticas y patronato real, en el gobierno secular y en la Hacienda Real de las Indias Occidentales, Solrzano concluye el primer libro del De Indiarum iure con una alabanza a la inmensa gloria y majestad que se han granjeado los reyes de Espaa y sus gentes por el descubrimiento, exploracin y conversin de este Nuevo Mundo. En el ltimo captulo, escribe:
[unos autores] comparan a los reyes espaoles con los chinos y prueban que los aventajan en el poder y majestad de su imperio,
96 No es casual que Brasil sea casi ausente en el texto de Solrzano: el viaje de Cabral est incluido en la descripcin de las expediciones portuguesas hacia las Indias Orientales ( De Indiarum iure, op. cit., I, III, 32, p. 110). Incluso el primer descubrimiento es atribuido a los espaoles: fue descubierta y se comenz a habitar y recorrer por los portugueses del modo y en las circunstancias que hemos dicho antes, si bien fueron Vicente Pinzn y Diego de Lepe quienes la habran descubierto anteriormente por mandato de los reyes Catlicos Fernando e Isabel (ibid., I, VI, 59, p. 227).

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sobre todo despus que se les ha acercado este Nuevo Mundo; lo comparan tambin con los romanos, cuya monarqua fue la ms extensa de cuantas jams existieron () y concluyen que la espaola es ms de veinte veces superior. Porque rodea y cie totalmente el orbe entero de tierras y se extiende desde el oriente hasta el occidente. De manera que puede uno navegar dando la vuelta al mundo tocando siempre tierras del imperio espaol.97

El rey de Espaa es comparado con un poderoso, altanero sol que no anochece ni con el ocaso., [p]orque el nuestro [imperio] pasa al otro ocano del Sur, nunca conocido por los antiguos, y da vuelta entera por todo lo que el sol gira.98 En sus posesiones no hay hora del da ni de la noche en la que no se estn diciendo y celebrando misas, cantando salmos y alabanzas a Dios para recordar que cuando en unas partes de las provincias catlicas amanece, en otras anochece o es hora de la tercia, la sexta, la nona, las vsperas o los maitines.99 Solrzano, cultor de la imagen y l mismo autor de una hemblemata, sella su primer libro con la imagen memorable de un orbe reunido, verdadero emblema de la primera globalizacin. Desde un punto de vista poltico, esta reiterada celebracin de un poder imperial puede sonar anacrnica: nostlgicas reminiscencias de un pasado glorioso que est a punto de ser borrado por los acontecimientos histricos. Tngase en cuenta que la Poltica indiana fue escrita en 1647. Un ao despus, la paz de Westfalia cerr definitivamente cualquier intencin (o posibilidad) de proyecto hegemnico: El Imperio encontr all su tumba y en su lugar se erigi una comunidad internacional integrada por naciones iguales en principio, pero siempre independientes de la doctrina dual de los poderes, propia de la Edad Media.100 De ah en adelante, sern las teoras mer-

97 98

Ibid., I, XVI, 51-54, p. 591. Solrzano cita los versos en italiano de Bautista Guarini y Tomaso Stigliano: possente, altero sole, acui ne anco quando annota il sol tramonta (Poltica indiana, op. cit., I, VIII, 10, p. 82 y I, VIII, 15, p. 83). Ibid., I, VIII, 19, p. 84.

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100 Ayala, op. cit., p. 321.

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cantilistas de Grotius y, ms adelante, de los pensadores liberales ingleses las que establecern las normas jurdicas internacionales para la afirmacin de los dominios coloniales europeos: pronto el mar clausum del monopolio ibrico dar paso al mar liberum de las compaas mercantiles.101 Pero a Solrzano no se le puede tildar de ingenuo: aunque tom partido a favor de una visin conservadora en materia de derecho y decididamente reaccionaria en poltica, su gran acierto estuvo en la capacidad de moldear los imaginarios de su poca. Paso a paso logr armar un discurso que est a la base de la legitimacin ideolgica de los nacientes estados naciones y cuyos efectos no cesan de manifestarse en nuestros das. Aprovechando las coordenadas simblicas ptolemicas, Solrzano se esforz por distinguir tajantemente entre un norte civilizado y un sur salvaje. La zona Trrida ya no impeda a los galeones ir y venir del Nuevo Mundo, pero todava se levantaba cual infranqueable barrera cultural entre los indios bestiales y los europeos armados de sus adelantos tcnico-cientficos, de su podero militar y de su fe en el Dios nico. Al mismo tiempo, jugando con la reparticin estratgica del mundo entre oriente y occidente, el autor plante las pautas a seguir en el proceso de apropiacin fsica y simblica del globo entre lusitanos y castellanos. El diseo expansionista de las nuevas potencias europeas encontr en su doctrina una justificacin slida para expandirse indefinidamente, ms all de toda columna de Hrcules. Se trata de una visin embebida de sugestiones utpicas, como lo demuestran las frecuentes citas de Toms Moro. A la par de su contemporneo ingls Robert Burton, Solrzano invoca un reformador radical que ponga orden, con la cruz y con la espada, en un nuevo mundo a la merced de esos vicios bestiales y monstruos del espritu.102 La empresa civili101 Ibid., p. 329. 102 We had need of some general visitor of our age, that should reform what is amiss; a just army of Rosy-cross men, for they will amend all matters (they say), religion, policy, manners, with arts, sciences, etc.; another Attila, Tamerlane, Hercules, to strive with Achelous, Augeae stabulum purgare [to cleanse the augean stables], to

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zadora de los espaoles para volver a enderezar ese mundus inversus et perversus, encuentra en Solrzano su vate y su ms decidido defensor. Ms an, su celebracin de un globo por fin reunido alrededor del Imperio, es una de las manifestaciones ms contundentes de lo que de Certeau, siguiendo las huellas de Heidegger, considera el proceso fundamental de los tiempos modernos: la conquista del mundo como imagen concebida.103 Su obra-mundo, piedra angular de la poltica oficial de la monarqua espaola, se vuelve un lugar de verdad, puesto que en l se produce un discurso que comprende un mundo.104

subdue tyrants, as he did Diomedes and Busiris: to expel thieves, as he did Hesione: to pass the Torrid zone, the deserts of Libya, and purge the world of monsters and Centaurs: or another Theban Crates to reform our manners, to compose quarrels and controversies, as in his time he did and was therefore adored for a God in Athens. As Hercules purged the world of monsters, and subdued them, so did he fight against envy, lust, anger, avarice, etc.; and all those feral vices and monsters of the mind. (Richard Burton, The Anatomy of Melancholy, London-Toronto, Holbrook Jackson, E.P. Dutton, 1932, p. 152). 103 Martin Heidegger, Chemins qui ne mnent en nulle part, Pars, 1962, pp. 81-85, citado en Michel de Certeau, Etno-grafia. La oralidad o el espacio del otro: Lry, en Francisco Ortega (ed.), La irrupcin de lo inpensado, Ctedra de estudios culturales Michel de Certeau, Cuadernos Pensar en Pblico, Bogot, Pontificia Universidad Javeriana, 2004, p. 180. 104 Certeau, op. cit., p. 168. De Certeau se refiere por supuesto al texto de Lry. Sobre el concepto de comprensin del Nuevo Mundo vase tambin Mauricio Nieto Olarte, La comprensin del Nuevo Mundo: geografa e historia natural en el siglo XVI, en Diana Bonnett y Felipe Castaeda (eds.), El Nuevo Mundo. Problemas y debates, EICCA 1, Bogot, Uniandes, 2003, pp. 1-21.

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OBRA DE IMPERIO: COLONIALIDAD,


HECHO IMPERIAL Y EUROCENTRISMO EN LA

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la confrontacin de la historia, esa Medusa del Nuevo Mundo. Poco deba importarle al Nuevo Mundo que el Viejo de nuevo se aprestara a volarse a s mismo en pedazos, pues la obsesin por el progreso no est en la psique de los recin esclavizados. He ah el amargo secreto de la manzana. La visin del progreso es la locura racional de la historia vista como tiempo secuencial, de un futuro sujeto a dominacin. Derek Walcott1, La musa de la historia

I. INTRODUCCIN
Si se pudiese referenciar un tratado o un compendio que, con creces, diera cuenta de las prcticas, los discursos y las representaciones de esa medusa de la historia, a la que alude Walcott, y que se manifest en el escenario de la confrontacin entre el Viejo y el Nuevo Mundo, as como en la constitucin discursiva y poltica de los imperios europeos de los siglos XVI y XVII, la Poltica indiana de Juan Solrzano y Pereira constituye, sin lugar a dudas, esa obra
1 Derek Walcott, La musa de la historia, en Fractal, ao 4, vol. IV, n 14, Mxico, julio-septiembre de 1999, pp. 33-66.

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magna de referencia, esa exgesis de consulta obligada y esa suma de tradiciones intelectuales e histricas propias de la historia europea, y en particular, de la hispnica o castellana por lo menos hasta los siglos XVI y XVII. Sumado a sus propiedades exegticas, el talante del discurso y su funcin poltica han conducido a denominarla Obra de Imperio2, como acertadamente la califica Ochoa Brun en el Estudio Preliminar para la edicin en cinco volmenes que en 1972 hizo la Biblioteca de Autores Espaoles. En la base de tal calificativo se encuentra el hecho de que para Ochoa Brun, Solrzano y Pereira es un jurista poltico al servicio de la poltica oficial de la Espaa de Felipe IV.3 Agregaramos adems que es un historiador compilador plegado rotundamente al proyecto ecumnico cristiano y a sus vertientes oficiales historiogrficas. No obstante, prima la apologa poltica del prncipe, imprimindole a su discurso y a sus posiciones jurdico-polticas un tinte marcadamente secular4 que le gener, incluso, problemas con las mximas jerarquas cristianas. Al respecto y a manera de ilustracin, Ochoa Brun refiere un episodio que nos llam poderosamente la atencin. Solrzano y Pereira, en su obra De Indiarum iure, estructur una fuerte defensa del Regio Patronato Indiano que rpidamente gener un conflicto entre la monarqua espaola y Roma. En efecto, sobre la obra recay una condena eclesistica, ingresando parcialmente al ndice de Libros Prohibidos de la Inquisicin. nicamente la intervencin real y de altos funcionarios de la corte castellana hizo posible que el incidente no pasara a mayores5, pero ste mismo dej en claro la tensin entre la Monarqua y Roma en el manejo y control de la actividad eclesistica en los escenarios im2 Ver el Estudio preliminar realizado por ngel Ochoa Brun, en Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana, Madrid, Compaa Iberoamericana de Publicaciones, Biblioteca de Autores Espaoles, 1972 (1648), I, p. xxxvi. Ibid., I, p. xli. Para Pagden, el imperio cristiano constituye, en esencia, una institucin secular que motiv un control real/monrquico sobre las instituciones eclesisticas. Ver, Anthony Pagden, Lords of all the World. Ideologies of Empire in Spain, Britain and France. 1500-1800, New Haven and London, Yale University Press, 1995, pp. 31-32. Solrzano y Pereira, op.cit., pp. xxxi-xxxiii.

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periales. Los principios de esa doble tensin se expresan cuando, de un lado, se expone como principio esencial la voluntad y disposicin Divina para ocupar Amrica, y de otro lado, el hecho de que los reyes de Espaa recibieran la concesin de dominar el Nuevo Orbe, fruto igualmente de tal disposicin Divina.6 Se ratifican estos principios cuando en la Dedicatoria 13 se alude a que la religin, culto y veneracin de las cosas Sagradas (son) el principal apoyo de los Imperios, por lo que la constitucin de una razn imperial y la incorporacin de nuevas poblaciones mediante el descubrimiento como base para los proyectos de predicacin y propagacin del santo Evangelio forman parte unvoca de la razn de Estado de la Iglesia.7 De todas maneras, es preciso establecer que la posicin de Solrzano, ratificada en la Poltica indiana, es la de una defensa vertical, sin concesiones, del Regio Patronato Indiano. Sin ambages, estipula claramente que no obstante la concesin establecida en las bulas alejandrinas, los reyes o prncipes catlicos de Espaa no estn ni quedaron sujetos a ningn tipo de sumisin feudataria o de vasallaje respecto de la autoridad del Sumo Pontfice. El descubrimiento de las Indias bien lo pudieran haber hecho por sola su autoridad, indicando que el prncipe no hubiera requerido o necesitado ninguna legitimidad procedente y necesaria del Papa.8 Como era de esperarse, los poderes imperiales y sus soportes o contradictores discursivos se trenzaron, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII en una discusin prolfica y exuberante que supera los lmites y objetivos de este texto.9 Al respecto queda claro que la posicin de Solrzano, como veremos, es de la mayor radicalidad, particularmente en lo que tiene que ver con una peculiar historia ecumnica eurocentrada y con la representacin de los pobladores del Nuevo Mundo, y que por lo tanto, se confronta desde la
6 7 8 9 Ibid., lib.1, cap. 8, n 9; lib.1, cap. 9, n 4. Ibid., Dedicatoria XIII, lib. 1, cap. 7, n 1. Ibid., lib. 1, cap. 11, n 38-40. Pagden, op. cit. En este texto se desarrollan y analizan, de manera sugerente y brillante, las ms relevantes connotaciones y confrontaciones argumentativas que tuvo tal discusin.

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otra orilla a los presupuestos de Las Casas o de Vitoria. Por aadidura, no hay que olvidar que la Poltica indiana se produjo y se edit en 1648, ms all del siglo largo que represent la Conquista y casi un siglo despus de haberse manifestado las discusiones de Valladolid, iniciadas en muchos sentidos por el famoso discurso del fraile Antn de Montesinos. Adems, hay que tener en cuenta tambin que este jurisconsulto castellano vivi y conoci la realidad colonial en el Per a lo largo de unos 17 aos, y que precisamente la Poltica indiana puede ser considerada como una de las ltimas, si no la ltima, de sus ms importantes obras. stos son factores que no se deben olvidar cuando se trata de asumir una obra tan vasta, donde seguramente nuestro jurisconsulto se muestra polifactico y recursivo de acuerdo con los miles de temas que aborda y para los cuales trata de sumariar la tradicin jurdica y all fijar su posicin, luego de poner en balanza los pro y los contra, por supuesto seleccionados por l. La radicalidad imperial adquiere as una impronta poltica y discursiva sin atenuantes, especialmente la revelada y asumida en los dos primeros libros. Para comprender la posicin radical de Solrzano, tomando en consideracin las variables antes enunciadas, echamos mano de la tesis de las dos modernidades fundacionales de la modernidad occidental esgrimida por Dussel. La primera modernidad (hispnica, humanstica y renacentista), propia del siglo XVI, cuestionaba los derechos de legitimidad del imperio espaol para conquistar y someter a Amrica y a los americanos. Por el contrario, la segunda modernidad anglo-germnica (Pars, Londres y msterdam), propia de los siglos XVII y XVIII, sencillamente ya no cuestionara tal legitimidad, sino que se preocupara por la eficiencia, mediante un proceso de simplificacin, en la administracin del sistema mundo.10 Sobre este modelo, nos parece procedente sugerir la hiptesis de que la Poltica indiana, al menos en el libro primero, ya corresponde a esa segunda modernidad, o que, por lo menos, empieza hacer trnsito de la primera a la segunda ya ms propia de la gnesis del capitalismo como tal.
1 0 Enrique Dussel, Ms all del eurocentrismo: el sistema-mundo y los lmites de la modernidad, en Santiago Castro-Gmez, scar Guardiola Rivera y Carmen Milln de Benavides (eds.), Pensar (en) los intersticios. Teora y prctica de la crtica poscolonial, Bogot, Centro Editorial Javeriano, Instituto Pensar, 1999, pp. 156157 (cursiva de Dussel).

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Pues bien, la discusin como tal confront los derechos de legitimidad imperial que podran llegar a tener una u otra monarqua en Amrica, y adems, puso en consideracin la validez o no del Papa en su labor de conceder determinadas reas de dominio sobre la base de la promulgacin de las bulas alejandrinas y, tema fundamental, asumi el asunto de la condicin humana o no de los habitantes americanos. Tales confrontaciones, que no eran otra cosa que una puja imperial y por lo tanto de estrategia poltica por controlar territorios, poblaciones y recursos, tenan, en nuestro criterio, un denominador comn en trminos de argumentacin bsica: la percepcin de que los naturales de Amrica, y an de frica, eran de calidad brbara y/o salvaje, habitantes de un inframundo dominado por el Demonio del cual slo podran ser redimidos o elevados de tales profundidades oscuras por la luz del cristianismo y por la accin religiosa cualquiera que ella fuera o civilizadora de Europa, la que indudablemente se eriga como paradigma insuperado e insuperable del Nuevo Orbe constituido. Es en este mbito en el que queremos detener o fijar nuestra mirada y lectura de la Poltica indiana, particularmente en el anlisis de sus dos primeros libros.

II. AMRICA:

CONTINENTE SIN CONTENIDO

La salvacin y la redencin de la humanidad constituyen axiomas transversales para comprender los procesos que configuran los discursos constitutivos del imperio ibrico o castellano, en cuya base se identifican postulados como la pertenencia a una comunidad ecumnica y la implementacin de procesos y prcticas de evangelizacin como mecanismos que precisamente deberan conducir, mediante proclamas teolgicas y teleolgicas, a la redencin y a la salvacin. No obstante, el enunciado que se hace respecto de las poblaciones naturales para que ingresen a la comunidad de Cristo es de carcter ausente y excluyente, especficamente cuando se hacen evidentes las complejidades culturales, sociales y polticas de las poblaciones americanas. Se aprecia de entrada la
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contradiccin, establecida desde la discusin sobre el origen de los naturales y de su arribo a Amrica, expresada en el hecho de que las calidades de inferioridad y de no-posibilidad, atribuidas por el discurso, constituyen a los indgenas lejos de la condicin de ser miembros originales del gnero humano instituido por Dios, esto es, no miembros de la comunidad ecumnica. Y como veremos, esas mismas calidades los hacen merecedores no de la redencin, sino del castigo y la pugnacidad. Como se supone, afirma Solrzano y Pereira, que No y sus descendientes no poblaron el Orbe Nuevo, entonces se pregunta y se cuestiona sobre el origen y la descendencia de sus poblaciones y gentes. Ni los ngeles, ni el aire los trajeron, entre otras cosas porque con el diluvio muri todo el gnero humano, salvo los moradores del arca. En consecuencia, sera hertico y contra las escrituras argir lo contrario, esto es, que los naturales quedaron a salvo en medio del diluvio.11 Rechaza o, mejor, descarta cualquier teora que pudiese dar razn de cmo llegaron estos naturales a sus tierras. Refiere el argumento de San Agustn para quien es absurdo suponer que algunos de sus descendientes pudiesen haber pasado ellas, atravesando la inmensidad del Ocano () no teniendo en aquellos rudimentos del Mundo modo, ni arte para poder navegarle.12 Califica de laberinto el origen de los naturales y su llegada a Amrica. Adems, de este laberinto tampoco se puede salir, ni aun indagndolo entre los indios, pues como ni tenan letras, ni otras formas, en que poder conservar sus antiguas memorias, cataloga de fabulosas y ridculas las noticias o tradiciones que ellos expresan sobre o acerca de sus orgenes.13 Amrica queda sin posibilidad de origen conocido, a excepcin del paradigma de la creacin y del linaje adnico14 que, por supuesto, son referentes fundacionales totalmen1 1 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 5, n 4-6. 1 2 Ibid,, lib. 1, cap. 5, n 9. 1 3 Ibid., lib. 1, cap. 5, n 10. 1 4 Para Solrzano y Pereira todos los que se hallaren en cualquier parte del Orbe, traen su origen, y descendencia de nuestro primer Padre Adn, a quien Dios cri y form del polvo de la tierra, (ibid., lib. 1, cap. 5, n 1).

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te ajenos y externos a una historia propia y particular de Amrica. Sus cosmogonas mticas caen bajo un manto de sospecha y son negadas. No es plausible, ni creble en gente tan brbara que hayan sido criados o nacidos en el suelo del Orbe Nuevo, que fueron hijos del Sol, salieron del Mar, de ciertas cuevas, lagunas, fuentes o peas. Todo esto, por proceder de versiones de gente tan brbara, cae bajo el postulado del error y la mentira, ya que sus sacerdotes o propagadores debieron de ser tan incultos y brbaros como los mismos Indios.15 Negando toda posibilidad de registro o memoria, si al Nuevo Mundo hubiesen llegado habitantes del antiguo, de todas maneras traeran olvidado lo ms, y despus el tiempo les borrara lo que restaba, dejando a sus descendientes casi sin rastro de discurso de hombres, y solo con el aspecto, y figura de tales () que parecen salvajes.16 Como si todo esto no bastara, reitera la maldicin bblica de No a su hijo Cam como el referente original que legitima la condicin servil de los naturales y en general de los pueblos infieles y salvajes, quienes incurrieron en la maldicin que (No) les ech, cuando (Cam) descubri su embriaguez, por lo que, en consecuencia, padecen ste, y otros trabajos, y servidumbres, y se han quedado por la mayor parte de mediana estatura.17 La formacin de una comunidad ecumnica con claros visos de exclusivismo teologal implic, en trminos de como aparece formulada en la Poltica indiana, legitimar desde los discursos ntimos y asociados a los poderes imperiales, la expansin geogrfica de Europa en un fenmeno tipificado por Mudimbe como una saga sagrada de proporciones mticas.18 Ello bien se puede ilustrar cuando
1 5 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 5, n 11-12. 1 6 Ibid., lib. 1, cap. 5, n 13. 1 7 Ibid., lib. 1, cap. 5, n 35. Nos parece sugerente sealar que para el caso de frica, Mudimbe refiere y analiza la representacin geogrfica griega acerca de la pequea estatura de los africanos asociada a los pigmeos como hormigas, y por lo tanto, ubicados en el fondo de la clasificacin humana antes de los simios. Mudimbe emplea para este propsito un referente iconogrfico donde se aprecia al gran y corpulento Hrcules molestado e incomodado, en medio de un apacible sueo, por una especie de ejrcito de pigmeos africanos asociado a pequeas hormigas negras que emergen del fondo de la tierra. Ver: V. I. Mudimbe, The Idea of Africa, Bloomington and Indianapolis, Indiana University Press, 1994, pp. 1, 5. 1 8 Ibid., p. xii.

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se indica que el Imperio y su religin ecumnica se propagan y se apropian de los confines de la gentilidad mediante saetas, y nubes volantes, ngeles veloces, rayos, caballos y coches apresurados.19 En una perspectiva de prepotencia imperial, o igualmente en la que Guido Barona ha designado como una geografa poltica de la sujecin20, se plantea la razn csmica de que las Sagradas Escrituras desde siempre haban anunciado el descubrimiento del Nuevo Orbe, como un hecho que se vincula ntimamente la razn de estado de la Iglesia, y la historia de la predicacin y propagacin del Santo Evangelio, por lo que, en consecuencia, los trminos de la Iglesia de Cristo corresponden a todos los del mundo, y sus Islas, Tierras y Mares.21 Se configura, adems, un cuerpo discursivo de dominacin ficticia, manipulacin de la realidad no conocida e inherente a este tipo de geografa imperial particularmente presente y constituida en el discurso del poder.22 En efecto, la Amrica sin contenido supone entonces, territorios desiertos e incultos, configurndose as una especie de libertad natural, correspondiendo su dominio al primero que los ocupe en premio de su industria.23 En la lgica del
1 9 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 7, n 18. 2 0 Guido Barona Becerra, Legitimidad y sujecin: los paradigmas de la invencin de Amrica, Bogot, Colcultura, 1993, p. 66. 2 1 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 7, n 1-2. 2 2 Es por lo dems increble y sorprendente, aunque comprensible en los trminos en que lo venimos exponiendo, que a siete meses de la llegada de Coln al Caribe haya sido expedida, por Alejandro VI, la bula papal (mayo 4 de 1493) concedindole a los soberanos de Castilla y Lisboa la concesin de jurisdiccin de unas tierras no conocidas, o ms propiamente, no dominadas ni fsica ni polticamente, en absoluto, por los europeos, en un espectro espacial que, no obstante su generalidad, no deja lugar a dudas en cuanto a su intencionalidad y manipulacin: ... que sea de todos los Seoros de las dichas tierras, Ciudades, Fortalezas, Villas, Derechos, Jurisdicciones, y todas sus pertenencias con libre, lleno, y absoluto poder, autoridad, y jurisdiccin (ibid., lib. 1, cap. 11, n 4). El texto completo de esta bula se encuentra en ibid., lib. 1, cap. 10, n 23-24. 2 3 Ibid., lib. 1, cap. 9, n. 18. El simple acto de ver con ojos imperiales, como reza el ttulo del libro de Mary Louise Pratt, constituye en esta representacin un hecho de connotacin imperial y poltica. Al respecto, Solrzano refiere que Nez de Balboa iba tomando posesin de lo que vea (ibid., lib. 1, cap. 2, n 4), lo que en s supone un acto de ilusionismo poltico y de realismo imperial si lo colocamos en la ptica del pblico lector europeo de este tipo de obras. Pratt dice que en los ojos imperiales estn presentes muchos elementos estndar del tropo imperial: la apropiacin del paisaje, los adjetivos estetizantes, el amplio panorama

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designio divino y de la concesin papal podemos suponer que el jurisconsulto est pensando en el imperio ibrico como el primero en ocupar tales tierras en recompensa por todos los esfuerzos desplegados para someter tierras y gentes, aadiendo as un factor ms en la lista de razones que legitiman el dominio en todos sus niveles. Las expresiones, en referencia a los indios americanos, de remotos, y olvidados infieles24 plantean una tensin y una contradiccin, ya que si todos los trminos del mundo corresponden a la Iglesia de Cristo, los pobladores ignotos, remotos y olvidados son infieles, colocndolos, mediante un procedimiento de negacin y exclusin, al margen, y como veremos, en el fondo sombro de la proclamada comunidad ecumnica. El nombre Santo de Jess, segn San Pablo, entraa que a aquel le adoraran, hincaran la rodilla todos los del Cielo, tierra e infiernos, correspondindole a los habitantes americanos la situacin, el lugar y la nominacin de escondidos o sepultados en lo ms bajo de tales abismos de mares y tierras, esto es, el sitio y la propiedad del infierno.25 Junto a su condicin de lugar en el infierno, las calidades de estas poblaciones son las de ser gente apartada, dilacerada, terrible, ollada, y que ha mucho que espera. Tales poblaciones ha mucho que esperan pues dado que viven y habitan en el inframundo del infierno, slo podran salir de su ostracismo mediante la luz, la luz de la Fe26 del Evangelio y as salir de su gentilismo o condicin de infidelidad.27 No existe ac ni un vaciamiento, ni un extraamiento. Se opera un no-origen y se niega cualquier posibilidad de condicin histrica o cultural en el ethos de las poblaciones nativas americanas. A
anclado en el contemplador, el veedor que se materializan en la figura del monarca de todo lo que veo. Ver: Mary Louise Pratt, Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturacin, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997, pp. 357-360. 2 4 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 7, n 3. 2 5 Ibid., lib. 1, cap. 7, n 6. 2 6 Ibid., lib. 1, cap. 8, n7. 2 7 Ibid., lib. 1, cap. 7, n 8.

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este propsito, Brading anota que para Solrzano y Pereira la historia de las Indias slo comienza con su incorporacin a la monarqua universal catlica hispana, por lo que antes de este suceso el pasado indgena no era ms que una triste historia de barbarie, supersticin y tirana.28 En efecto, en la Poltica indiana, por ejemplo, se pone en duda que los antiguos del Nuevo Orbe hayan conocido alguna noticia, creencia o prctica de Jesucristo, y si as fuera, estima que pudo el diablo sugerirlas estos brbaros para ms iludirlos y hacerse adorar de ellos con mezcla de muchos errores y supersticiones en figuras.29 Pareciera haber ac una lgica correspondencia entre el lugar del inframundo y la presencia del diablo como gobernante de esa esfera plagada de todos los vicios como la idolatra, los sacrificios, el canibalismo, la sodoma, el incesto, la embriaguez y la tirana.30 Ms abajo apreciaremos cmo la impureza atribuible y atribuida a los indgenas, a los africanos y a sus descendientes mestizos, proviene de estas propiedades negativas que, en todo caso, no son aplicadas por extensin a los criollos hijos de espaoles y nacidos en Amrica, cuando stos aparecen como progenitores de todas las ramas posibles de mestizos generados en Amrica. El resultado de una Amrica sin contenido y sin origen es que no posee sociedad civil, afianzando as el portento de la luz de la fe como principio y dogma para elevar a los antiguos a otras instancias: pues de ms de la luz de la Fe, que dimos a sus habitadores () les habemos puesto en vida sociable, y poltica, desterrando su barbarismo, trocando en humanas, sus costumbres ferinas.31 Y es precisamente sobre esta condicin de no-humanidad y de nocontenido que se fundamenta la necesidad y la legitimidad de
2 8 David A., Brading, Orbe Indiano. De la monarqua catlica a la repblica criolla, 1492-1867, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1991, p. 253. 2 9 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 7, n 19. 3 0 Ibid., lib. 1, cap. 9, n 32-36. 3 1 Ibid., lib. 1, cap. 8, n 7. Vase el anlisis crtico de Pagden acerca de la violencia consustancial entre los naturales frente a la violencia regulada de los europeos u occidentales: Anthony Pagden, La cada del hombre natural. El indio americano y los orgenes de la etnologa comparativa, Madrid, Alianza, Sociedad Quinto Centenario, 1988, p. 42.

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ocupar sus tierras, as como de emplear todos los medios posibles particularmente la guerra justa para hacerlos entrar en razn y abrirles las compuertas de la fe y la salvacin, haciendo posible su ingreso a una humanidad proclamada. Apoyndose en Santo Toms, dice ... que por sentencia, u ordenacin de la Iglesia, que tiene la autoridad, y veces de Dios, se puede quitar a los infieles su dominio, prelacin y gobierno, el cual con razn pierden por este delito, y se transfiere en los hijos de la Gracia.32 Se introduce ac la ambigedad de que para argumentar la ocupacin y el dominio cristiano ibrico se reconoce que los habitadores americanos posean dominio, prelacin y gobierno, si bien luego se iba a calificar este dominio poltico nativo como tirnico y dspota. La ambivalencia persiste y se ratifica cuando en otro lugar se concluye que en la mayor parte de los territorios americanos faltaban reyes y caciques que los gobernaran, y si as fuera, la mayor parte eran crueles y tiranos, sin dejar sucesin conocida. Por ello, concluye, los indios se allanaron al dominio de los espaoles.33 El sealamiento y la asociacin entre tirana poltica y ausencia de linaje no hacen ms, en nuestro criterio, sino consolidar la percepcin y la imagen de una Amrica sin sociedad civil y poltica. Ms adelante, sealaremos como el imperio cristiano, heredero de otros imperios, s contiene la posibilidad, la condicin y la propiedad de tirana perfecta, particularmente ante la doble percepcin del indio pasivo y rebelde. Ahora bien, la Gracia divina y ecumnica contra la animalidad y la irracionalidad constituyeron vectores discursivos definitorios que le dieron cuerpo al proyecto del sometimiento militar y a la implementacin de la esclavitud tanto en Amrica como en frica, reconociendo ac la herencia filosfica e intelectual de la teora aristotlica sobre la esclavitud. Al respecto, nos permitimos citar in extenso a nuestro jurisconsulto:
... los que se hallasen de condicin tan silvestre que no conviniese dejarlos en su libertad por carecer de razn, y discurso bastante
3 2 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 10, n 3. 3 3 Ibid., lib. 1, cap. 11, n 18 (cursivas nuestras).

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() como lo eran muchos en muchas partes. Por que los que llegan a ser tan brutos, y brbaros, son tenidos por bestias ms que por hombres () y en otras partes son comparados a los leos, y a las piedras. Y as segn la opinin de Aristteles () son siervos, y esclavos por naturaleza, y pueden ser forzados obedecer los ms prudentes: y es justa guerra que sobre esto se les hace. Y () se pueden cazar como fieras, si los que nacieron para obedecer lo rehsan, y perseveran contumaces en no querer admitir costumbres humanas.34

El Imperio se legitima por la no-humanidad del nativo, de los pobladores americanos,


por ser ellos tan brbaros, incultos y agrestes que apenas merecan el nombre de hombres y necesitaban de quien, tomando su gobierno amparo y enseanza, su cargo, los reduxese a vida humana, civil y sociable y poltica, para que con esto se hiciesen capaces de poder recibir la Fe y Religin Christiana.35

De ac se sigue a la ratificacin de la argumentacin propia de cronistas y escritores de Indias de todos los talantes, que consiste en asociar por oposicin la virtud y el herosmo de la conquista contra la tirana y el pecado de la resistencia u oposicin indgena. Pizarro es catalogado como hroe y el Inca Atahualpa como tirano.36 Por lo tanto, es pecado y peca quien evite o no haga nada pudiendo hacer por humanizar a los gentiles. Y es virtuoso, justo y piadoso quien se encomia y desvela por llevarlos a conocer la luz de la Fe por cualquier medio, incluida la guerra justa.37
3 4 Ibid., lib. 1, cap. 9, n 20 (cursivas nuestras). 3 5 Ibid., lib. 1, cap. 9, n 19 (cursivas nuestras). 3 6 Pizarro fue recibido y tratado benignsimamente y honrado con el Hbito de Santiago () y con otras mercedes para s y sus compaeros () concediendo Privilegios de Hidalgos a los que no lo fuesen. En tanto y en contrava se refiere al Inca como tirano y a sus territorios hechos despojos: Atahualpa Inca, que tiranizaba entonces aquellas provincias, en cuyos despojos, y en lo que despus el hizo traer y juntar para su rescate, obteniendo Pizarro as un enorme botn. Ver: Ibid., lib. 1, cap. 2, n 8. 3 7 Ibid., lib. 1, cap. 9, n 38.

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III. GUERRA

JUSTA, JUSTICIA DIVINA

E IMPERIO PROVIDENCIAL

Dado que los indios entorpecieron, atacaron o allanaron las labores y proyectos de conquista, se excusa la imperfeccin que pueda observarse en la constitucin del Imperio. En otros trminos, cuando los pueblos posedos no contradicen su conquista, entonces, la tirana se convierte en perfecta y legtima Monarqua y para ello Solrzano se remite al modelo del imperio romano y a otras monarquas mayores, hasta el punto de que tal prctica de poder y de constitucin de dominio pertenece al mbito del derecho comn.38 Para blindar al Imperio contra las crticas emanadas de los excesos cometidos por los espaoles o por sus violaciones a las leyes y normas, se sienta el axioma de que todas las leyes admiten mayor laxitud; y en causas, que an en s pueden recibir dudas, y variedad de opiniones, quieren que se siga la que favorece la posesin.39 La defensa del Imperio contra toda contingencia moral o legal, se complementa con la obligatoriedad que tiene como deber el prncipe de retener y no soltar los territorios posedos, a riesgo de cometer e incurrir en pecado, particularmente en el sentido de que tal dejacin ocasionara el retorno de los nativos a la idolatra y la apostasa, amn de que quedaran en situacin de desamparo moral, con lo que el prncipe se colocara en contrava de la misin ecumnica y evangelizadora que le fue prometida a la Iglesia.40 Se enfatiza de manera concluyente que incluso en los Reinos injustamente ocupados cesa la obligacin de restituirlos, con lo
3 8 Ibid., lib. 1, cap. 11, n 19 (cursivas nuestras). Alvaro Flix Bolaos elabora un anlisis sugerente, agudo y crtico sobre ste y otros fenmenos contenidos en la retrica de fray Pedro Simn referente a los indios pijaos (Barbarie y canibalismo en la retrica colonial. Los indios pijaos de fray Pedro Simn, Bogot, CEREC, 1994). 3 9 Ibid., lib. 1, cap. 11, n 20. Solrzano era perfectamente consciente de las contingencias y las violencias fruto de la Conquista. Siguiendo al padre Joseph de Acosta refiere la calidad negativa de los europeos e hispanos que han llegado a poblar Amrica, reclamndoles que echaran de s los grillos de la codicia, y otros desordenados deseos, con que suelen embarcarse (ibid., lib. 1, cap. 4, n 4). 4 0 Ibid., lib. 1, cap. 11, n 22.

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que Solrzano y Pereira cierra toda posibilidad de admitir las demandas en ese sentido, provenientes especialmente del padre Las Casas, a quien tilda de escrupuloso.41 El reconocimiento explcito que hace de los vejmenes, excesos y violencias que han cometido los espaoles en su afn de conquista lleva a Solrzano y Pereira a consolidar lo que hemos denominado el blindaje del Imperio y del prncipe contra todas las contingencias posibles. Nos parece que este blindaje se encuentra en estrecha intimidad con la constitucin del imperio ibrico como tirana perfecta. Igualmente, la guerra justa y el designio divino constituyen variables motrices que finalmente resuelven la tensin entre lo divino y lo humano o entre lo temporal y lo espiritual. Es pecado dudar, argumenta, de la justificacin de la guerra que Dios nos destina, pues en l no cabe injusticia.42 Tratando siempre de no inculpar al Prncipe y a la Monarqua, se indican los ordenamientos que preceptan sobre la necesidad de avenir a los naturales de manera pacfica y sin armas. No obstante, reconoce que los soldados excediendo los lmites de las instrucciones, hacen siempre grandes violencias, vejaciones, y demasas los Naturales.43 Tales quebrantos se deben a mltiples causas no atribuibles al prncipe, como el hecho que las provincias se encuentran tan remotas y apartadas de sus Reyes.44 Las violencias ejecutadas en aquellas tierras de nadie son atribuibles a la responsabilidad de los indios, quienes provocaron ser guerreados, y maltratados; o ya por sus bestiales, y fieras cos4 1 Ibid., lib. 1, cap. 11, n 23. No hay que olvidar, igualmente, la discusin que sostuvo Solrzano y Pereira con Vitoria, por ejemplo, siempre esgrimiendo una defensa frrea del prncipe, la monarqua y los correspondientes designios divinos. Sobre esto y otros aspectos relacionados, vase: Felipe Castaeda, Los milagros y la guerra justa en la Conquista del Nuevo Mundo. Aspectos de la crtica de Solrzano y Pereira a Vitoria, en Diana Bonnett y Felipe Castaeda (eds.). El Nuevo Mundo. Problemas y debates, EICCA 1, Bogot, Universidad de Los Andes, CESO, 2004, pp. 119-154. 4 2 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 9, n 9 (cursivas nuestras). 4 3 Ibid., lib. 1, cap. 12, n. 21. Ac Solrzano cita la Real Cdula del 5 de diciembre de 1608. 4 4 Ibid., lib. 1, cap. 12, n 25.

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tumbres, o por los graves excesos, y traiciones que cometan, adems de sus vicios, borracheras, terremotos, graves enfermedades y pestes repetidas de viruelas.45 La culpabilidad atribuida a los indgenas no solo es esgrimida para justificar la violencia desatada, sino que es empleada para reafirmar la legitimad del Imperio y, por lo tanto, la instauracin del dominio colonial. En efecto, plantea que la concesin papal de soberana imperial no debera ponerse en entredicho,46 no slo por el carcter divino y providencial de la misin evangelizadora, sino que, adems, los naturales americanos impidieron ostensiblemente la labor de los espaoles al:
... no querer muchos Indios recibir de paz a los nuestros, ni orles la predicacin y legacin Evanglica, que les llevaban; rebelarse contra ellos, y tratar de matarlos, despus que ya los haban recibido de paz, y estar muchos convertidos y bautizados; negarles el paso otras provincias () [a]liarse con los nuestros voluntariamente los Indios de algunas (Provincias) para que los ayudasen en las guerras.47

Los habitantes naturales de un continente sin contenido, deberan, por esta condicin, poseer una propiedad natural que permitiera una actitud o una voluntad igualmente sin contenido, esto es, una pasividad congnita ante la ocupacin de sus espacios, ante la violencia desplegada para tal fin, y ante la proclama de los nuevos y extraos dogmas. Si bien, precisamente, el reclamo de Solrzano contra los indios por sus acciones nos refiere la reaccin y/o la resistencia de los indgenas contra la invasin, lo sugerente es utilizar ese movimiento indgena como proclama de soberana y legitimidad hispnica en Amrica. Ms all de la rbita terrenal, paradjicamente, el jurisconsulto secular, defensor acrrimo del prncipe, del Imperio y de la Monarqua, recurre o echa mano de lo divino como categora explica-

4 5 Ibid., lib. 1, cap. 12, n 29-30. 4 6 Ibid., lib. 1, cap. 11, n 13. 4 7 Ibid., lib. 1, cap. 11, n 17.

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tiva no slo, como ya lo hemos dejado sealado, de la designacin providencial entregada al prncipe, sino del decurso propio de la Conquista y del establecimiento del dominio colonial.48 Los excesos y las violencias contra los nativos corresponden, en consecuencia, a un designio divino, entendido ms puntualmente bajo la forma de una ira y de un castigo emanado del cielo y dirigido contra los indgenas debido a sus pecados, tal como haba sucedido en tiempos pasados en Roma y Jerusaln:
Todo lo cual parece, que ms se puede, y debe atribuir ira, y castigo del Cielo que las tiranas, y vejaciones () [d]isponindolo Dios as quiz por sus graves pecados y antiguas, abominables, y pertinaces idolatras.49

Lo que se deja reafirmado en la Poltica indiana y en obras anteriores de Solrzano es la falta de consideracin o reparo tico de los medios utilizados en la Conquista y en la sujecin de los naturales, bajo la premisa de que colocar esas tierras en dominio y a sus habitantes en vasallaje forma parte del proyecto ecumnico de ampliar la comunidad de Cristo. Lo anterior supone traer la gentilidad al conocimiento de la fe y, por lo tanto, un esfuerzo de esa magnitud requiere el desarrollo de una guerra justa, entendida mejor como una guerra santa, la que adems de lo sealado posee una propiedad etrea y sagrada que es poner el descubrimiento y sus hechos de conquista bajo la aureola del milagro. La calidad del milagro, en correspondencia con los designios divinos, justifica de por s la vala de recurrir a todas las acciones y a todos los medios posibles en el proceso de develar y reducir a los indgenas.50 Cabe recordar ac el argumento segn el cual se cae en pecado cuando se pone en duda la legitimidad de la Conquista y de
4 8 Vase al respecto Brading, op. cit., p. 242. 4 9 Solrzano y Pereira, op. cit. lib. 1, cap. 12, n 32. Notas atrs Solrzano haba establecido otra premisa, sta de carcter tico y benevolente, para justificar los desmanes cometidos por los espaoles, y es la de que estos excesos no han podido, ni pueden viciar lo mucho, y bueno que en todas partes se ha obrado en la conversin, y enseanza de estos Infieles (ibid., lib. 1, cap. 12, n 10). 5 0 Vase, Felipe Castaeda, op. cit., para apreciar un anlisis en tensin entre los argumentos de Vitoria y los de Solrzano fijando su posicin en relacin con los milagros y la guerra justa.

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la necesidad de adelantar las guerras justas, debido en esencia a que esa misin es una tarea encomendada a los espaoles por Dios y en l no cabe injusticia.51 Posiblemente ello ayude a comprender, en alguna medida, porqu se construye la analoga del conquistador como un hroe virtuoso y la del conquistado como un tirano pecaminoso.

IV. FRICA:

FUENTE DE LA ESCLAVITUD

Solrzano y Pereira encuentra en frica o, por lo menos, en la idea que entonces se tena de ella, un ejemplo apropiado para ilustrar la justificacin de porqu los brbaros deben ser esclavizados y los argumentos expresados al respecto revelan ciertas representaciones externas y, diramos, hasta extranjeras sobre las poblaciones africanas. Los brbaros son esclavizados cuando los sabios y prudentes se encargan de mandar, gobernar, y corregir los ignorantes, indicndose en la Poltica indiana, entre otros ejemplos, el de los Negros Etopes, que se cogen, y transportan de la frica y otras partes las nuestras por los Portugueses.52 Se trata de reproducir, una vez ms, la concepcin de la misin educadora y civilizadora del imperio cristiano como la va que permitir humanizar a los pueblos salvajes e ignorantes. Por ejemplo, Bancroft, reconocido escritor norteamericano del siglo XIX quien disert sobre la esclavitud, propone la analoga entre esclavitud y redencin, aspecto que fue posible slo por los mritos atribuidos a los amos y esclavistas por haber civilizado y mejorado al negro. En esta misma direccin, la esclavitud, segn el mismo Bancroft, corresponde integralmente, desde el cono de la redencin, a una parte del plan providencial, 53 esto es, al igual que Solrzano, al designio divino que justifica la poltica y
5 1 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 9, n 9. 5 2 Ibid., lib. 2, cap. 1, n 2-3. 5 3 Citado por David Brion Davis, El problema de la esclavitud en la cultura occidental, presentacin de Jaime Jaramillo Uribe, 2 ed., Bogot, El ncora Editores, Ediciones Uniandes, 1996, p. 23.

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los medios que estn en la base de la construccin de los imperios, y por lo tanto, de su defensa moral. Ahora bien, acogindose a las tesis de Aristteles sobre la esclavitud, Solrzano vislumbra el trabajo y servicio de los esclavos como alternativa a la puesta en produccin de las minas y de otros sectores de la economa colonial. Para ese efecto, establece una concepcin y percepcin de los esclavos y la esclavitud an ms radical respecto de los derechos que los europeos o espaoles pueden tener sobre los indgenas:
Todava es mucho ms lleno el derecho que tenemos en los esclavos que el que podemos pretender en los Indios; y segn las disposiciones legales se juzgan por hacienda propia nuestra, y son comparados los muertos, a los animales, y con menor injuria podemos servirnos de ellos para nuestros aprovechamientos, y comodidades, aunque se expongan algn peligro; pues an hay quien diga, que podemos matarlos, y que de tal suerte estn necesitados obedecer que deben posponer su salud y vida la de sus amos.54

As, por un lado, la legitimidad sobre la dominacin de Amrica, la guerra justa para tales propsitos y la condicin humana de los indgenas suscitaron en su momento una fuerte controversia. De otra parte, los derechos y ttulos que europeos, musulmanes y africanos subsaharianos esgrimieron para esclavizar o para no legitimar derechos de esclavizacin en el continente africano, produjeron una larga controversia o batalla jurdica que se remonta probablemente al siglo X o antes, e igualmente propiciaron la convergencia de variados sistemas jurdicos en los escenarios de la dispora sur atlntica.55 En este sentido, la definicin de esclavo asumida por Solrzano es una de tantas posibles acepciones y matices frente a la esclavitud y los derechos de esclavizacin que, al parecer, guarda algn nivel de correspondencia, analoga o, incluso, herencia intelectual con determinadas tradiciones y con5 4 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 2, cap. 17, n 23 (cursivas nuestras). 5 5 Lauren Benton, Law and Colonial Cultures. Legal Regimes in World History, 1400-1900, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, pp. 49-59.

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cepciones musulmanas. Hacia 1378, el filsofo y cronista musulmn Ibn Jaldn dejaba sentada la doctrina que justificaba la esclavitud de los negros en los siguientes trminos, tanto o ms radicales que los propuestos en la Poltica indiana: Ciertamente que la mayora de los negros se resignan fcilmente a la esclavitud; mas tal disposicin resulta () de una inferioridad de organizacin que les aproxima a la condicin de los irracionales.56 De paso hay que advertir que en este tipo de discursos, trminos como indio o negro suponen un acto de reduccionismo y de degradacin de lo que de suyo es complejo y diverso, lo que evidentemente responde a la concepcin que Occidente y su versin radical eurocntrica han tenido respecto de la diversidad y la diferencia culturales como signos o manifestaciones de inferioridad cultural. Otras consideraciones y percepciones, como el libre albedro o la guerra justa, vuelven a aparecer en Solrzano para intentar explicar porqu se manifiesta la esclavitud en frica. As como blinda al prncipe en la cuestin del sometimiento de los pueblos americanos, provee una suerte de escudo moral sobre el involucramiento y la participacin, directa e indirecta, de espaoles y europeos en la esclavizacin de los africanos al aducir que en esto vamos con buena fe.57 El cuadro que apenas se dibuja sobre este fenmeno esta referenciando, indudablemente, una de las ms notorias preocupaciones historiogrficas sobre los procesos de esclavizacin y servidumbre en amplias regiones africanas
5 6 Ibn Jaldn, Introduccin a la historia universal. (Al-Muqaddimah), traduccin de Juan Feres; estudio preliminar, revisin y apndices de Elas Trabulse, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1987 (1378-1382), p. 310 (cursivas nuestras). Reputado en algunos crculos acadmicos como el padre de la historia social, Ibn Jaldn revela igualmente la estructuracin de un discurso que perfila al frica subsahariana particularmente la que se ubica al sur del Mahgreb como un subcontinente sin contenido habitado en esencia por pueblos irracionales. En efecto, al clasificar y caracterizar los climas y su incidencia en el temperamento de las gentes, ubica a los pueblos negros en climas cuyos habitantes, entre otros rasgos, poseen costumbres que ... se aproximan excesivamente a las de los irracionales. () los negros que pueblan el primer clima habitan las cavernas y las selvas pantanosas, se alimentan de hierbas, viviendo en un salvajismo cerrado y devorndose unos a otros. En fin, estos pueblos no conocen ningn principio espiritual; no tienen idea de ninguna instruccin, y, en todas sus condiciones, ms se asemejan a las bestias que a los seres humanos (ibid., p. 205). 5 7 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 2, cap. 1, n 26.

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que, entre otras dinmicas, tratan de establecer y comprender porqu tambin varios miles de musulmanes fueron esclavizados y conducidos a diversos lugares en las Amricas.58 El argumento por el cual en esto vamos con buena fe lo explicita o justifica Solrzano sealando que ellos (negros de Guinea, Cabo Verde y otras provincias y ros) se venden por su voluntad, tienen justas guerras entre s, en que se cautivan unos otros, y estos cautivos los venden despus los Portugueses, que nos los traen.59 Si bien esto puede sugerir errneamente un bajo perfil protagnico de los portugueses en los procesos esclavistas africanos o inducir una no-responsabilidad histrica europea en la trata, lo cierto es que revela un panorama complejo y sensible en torno a los procesos jurdicos, polticos, culturales y econmicos que estn en la base de la historia de la esclavitud en amplias regiones africanas.

V. LA

SOCIEDAD COLONIAL DUAL:

PUROS E IMPUROS O LA RETRICA SOBRE LA LEGITIMIDAD E ILEGITIMIDAD

El mundo colonial como tal empieza a ser abordado en la Poltica indiana a partir del segundo libro y lo que all se manifiesta es una continuidad retrica y discursiva con lo expresado en el libro primero, si bien se plantean nuevos argumentos frente a temas puntuales como los servicios personales. Ante los asuntos que nos ha interesado destacar en este artculo, la sociedad colonial empieza a configurarse en los discursos hegemnicos como el establecido en la Poltica indiana de manera dual y prcticamente irreductible entre calidades humanas puras e incorruptas y las propiamente impuras, corruptas y viciosas. Evidentemente, la propiedad humana inclume corresponde al blanco, espaol cristiano, en tanto
5 8 Sylviane A. Diouf, Servants of Allah. African Muslims Enslaved in the Americas, New York, New York University Press, 1998. La autora analiza de manera rigurosa la dispora musulmana a las Amricas y la manera cmo estos correligionarios de Al y Mahoma instituyeron otro tipo de religin monotesta en tierras americanas. 5 9 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 2, cap. 1, n 26.

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que la propiedad humana viciada de pecados y liviandades pertenece al no espaol, sea ste indgena o africano y sus correspondientes derivaciones mestizas. Para ilustrar estas configuraciones duales nos concentraremos, de manera breve, en dos temas especficos: los servicios personales y los criollos. En el escenario colonial y fruto de su posicin ante el tema de los servicios personales a que eran obligados los indgenas, Solrzano encuentra como alternativa recurrir al trabajo de un amplio espectro de sujetos coloniales empezando por los esclavos negros, pero incluyendo igualmente a negros libres, mestizos y mulatos. No deja de llamar la atencin el hecho de que involucre de igual manera, en tales alternativas laborales, a los espaoles. Sin embargo, en el fondo, su percepcin al respecto tiende ms a proyectar una sociedad colonial donde los ms rudos y fuertes, si bien con menos capacidades racionales, deben ocuparse de trabajar, en tanto que a los ms dotados de razn, es decir, los espaoles, les corresponde el arte de mandar, gobernar y legislar.60 Para morigerar la carga de los servicios personales en los indios propone, como ya advertimos, hacer uso de la mano de obra representada por negros, mestizos y mulatos, de que hay tanta canalla ociosa en las mismas provincias61 atribuyndoles de esta manera, por analoga, cualidades negativas o peyorativas que bien pueden tener el sentido de justificar y asignar un lugar en la sociedad y en la economa. Es de alguna manera conocida la preocupacin de Solrzano por la suerte de los indgenas compelidos a prestar servicios personales, como la mita, y a pagar tributos.62 No obstante, su pragmatismo imperial en bsqueda de una eficiencia colonial lo hace ver un tanto ambivalente, aunque definitivamente coherente. Si bien, por ejemplo, es partidario de abolir el servicio personal de los yanaconas, indica que si son detenidos fuera de sus repartimientos no quedan exentos de dejar de pagar el tributo.63 De todas mane6 0 Ibid., lib. 2, cap. 6, n 10-11. 6 1 Ibid., lib. 2, cap. 3, n 11 (cursivas nuestras). 6 2 Vase por ejemplo ibid., lib. 2, cap. 2 y 3. 6 3 Ibid., lib. 2, cap. 4, n. 36. Su idea de abolir el servicio de los yanaconas se encuentra en ibid., lib. 2, cap. 4, n 21.

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ras, la explotacin indgena en las colonias mediante los servicios personales y la mita se justifica y se legitima por constituir ello una razn de Estado del Imperio, aunque suceda que algunos (indios) enfermen mueran por causa de los servicios y la mita, reiterando la asociacin en el sentido que los trabajos duros les corresponde soportarlos a gentes rsticas como los indios y las bestias. A ello aade la calidad de intiles dado que andan permanentemente borrachos, llenos de vicios y ociosos, por lo que se precisa ocuparlos en cosas tiles.64 Por su parte, la obligatoriedad de la tributacin se les demanda a los indios por su calidad de vasallos, por cuya razn deben pagar tributos al rey y a los espaoles que han hecho merced de ellos por sus servicios llmense encomenderos o feudatarios.65 La opinin ambigua de Solrzano frente a los servicios personales se ratifica, en nuestro criterio, cuando se analiza cuidadosamente el captulo 6 del libro 2, donde definitivamente deja establecida la inconveniencia para la repblica de retirar, eliminar o prohibir los servicios personales, tipificando como un mal necesario los agravios e injusticias que por los mismos se producen en las personas y comunidades indgenas. De la misma manera, se deja sentada la doctrina por la cual indgenas, negros, mulatos y mestizos son redimidos de su ociosidad y de sus vicios a travs del trabajo y la ocupacin; en otros trminos, los mecanismos de explotacin colonial son manipulados retricamente para imbuirlos mejor como medios de civilizacin y redencin moral. Producto quiz de su experiencia peruana a lo largo de 17 aos, Solrzano desarroll una frrea defensa de la poblacin criolla, esto es, de los hijos de espaoles nacidos en suelo americano, particularmente en el tema crucial del derecho que, como tales, les asista para acceder a los ms variados cargos fueran estos civiles o religiosos. De la misma manera, dej entrever tal posibilidad para mestizos y mulatos, fijando una condicin tica que slo hace reafirmar su concepcin dual de la sociedad colonial entre dos polos legtimos e ilegtimos, versin poltica de la dualidad ideolgica puros e impuros. Es diciente que con este tema se cierre el libro 2, ya que se aborda un tema
6 4 Ibid., lib. 2, cap. 15, n 29, 38. 6 5 Ibid., lib. 2, cap. 19, n 1.

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capital y de extrema sensibilidad colonial como es el de la construccin y el acceso al poder tanto local como regional. En cuanto a los criollos asevera que no se puede dudar, que sean verdaderos Espaoles, y como tales hayan de gozar sus derechos, honras y privilegios, y ser juzgados por ellos, y establece que retienen y conservan todas las calidades de sus progenitores peninsulares. Resalta que en el pasado y en el presente se han destacado como insignes en armas, y letras, y lo que ms importa en lo slido de virtudes heroicas, ejemplares, y prudenciales.66 Refuta a quienes pretenden descalificarlos al rechazar que los criollos puedan degenerar en la tierra y en el cielo de las provincias americanas, llegando incluso a distanciarse de Acosta, su gua intelectual por excelencia, para quin, segn Solrzano, los criollos maman en la leche los vicios, lascivia de los indios, y de las Indias.67 Su distanciamiento de Acosta, en este punto, no es absoluto ya que cuando entra a calificar a mestizos y mulatos los percibe, en esencia, como seres defectuosos en los que concurre el siguiente conjunto de desviaciones:
Pero porque lo ms ordinario es que (mulatos y mestizos), nacen de adulterio, de otros ilcitos, y punibles ayuntamientos, porque pocos Espaoles de honra hay que casen con Indias o Negras, el cual defecto de los natales les hace infames, por lo menos infamia facti () sobre l cae la mancha del color vario, y otros vicios, que suelen ser como naturales, y mamados en la leche.68

La mcula del color vario y su nacimiento infame son razones suficientes, adems de los consabidos vicios y defectos, para postular el impedimento de que mestizos y mulatos puedan acceder a detentar cargos de alguna naturaleza e incluso que puedan ser reconocidos o contados como Ciudadanos de dichas provincias.69
6 6 Ibid., lib. 2, cap. 30, n 2-3, 14. 6 7 Ibid., lib. 2, cap. 30, n 9. 6 8 Ibid., lib. 2, cap. 30, n 21 (cursivas de Solrzano). 6 9 Ibid., lib. 2, cap. 30, n 20.

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Hay ac una falacia que se expresa en una clara manipulacin retrica, cuando se trata de ocultar el hecho de que espaoles y espaolas constituyeron agentes activos en la generacin de la progenie de mestizos y mulatos; por ello, Solrzano se cuida de no mencionar a los espaoles, sino al hombre blanco como aquel que se mezcla con indios y negros.70 No obstante, ac entra a calificar al mestizo, pero no al hombre blanco, alejando a ste de toda impureza posible. De todas maneras, se oculta la verdadera dimensin social y demogrfica del mestizaje, algo comprensible porque un reconocimiento en esta va hubiera significado el derrumbamiento discursivo de esa sociedad dual y antinmica. Adems, es de la mayor pertinencia advertir y recordar como lo ha analizado una copiosa historiografa que la cotidianidad de hombres y mujeres espaolas, as como de la familia hispnica, estaba plagada de adulterio, amancebamiento y concubinato. La ilegitimidad, en consecuencia, constituy una poderosa arma ideolgica de connotaciones polticas en manos de las lites coloniales, mxime si se tiene en cuenta que, como apunta Milhou, durante toda la poca colonial la tasa de nacimientos ilegtimos en Hispanoamrica fue, con diferencia, la ms elevada de toda la cristiandad, excepto Brasil.71 As las cosas, se constatan la estructuracin de una enorme perplejidad y de una grave contradiccin en el escenario de la tensin propia de las relaciones entre los sujetos coloniales: por un lado, espaoles y espaolas legtimos y puros que, al relacionarse con indgenas y negros ellos mismos ilegtimos e impuros, generaron un sector poblacional cada vez mayoritario de mestizos que cargan el lastre de la mcula del color vario pinto. A los progenitores blancos les queda la legitimidad y a sus hijos mestizos se les endilga la ilegitimidad y una herencia espuria. De otro lado, reafirmando esta sustancial ambivalencia, los mestizos ilegtimos van a alegar y a proclamar su progenie blanca y espaola con diferen7 0 Ibid., lib. 2, cap. 30, n 19. 7 1 Alain Milhou, Misin, represin, paternalismo e interiorizacin. Para un balance de un siglo de evangelizacin en Iberoamrica (1520-1620), en Heraclio Bonilla (comp.), Los Conquistados. 1492 y la poblacin indgena de las Amricas, Bogot, Tercer Mundo, FLACSO, Libri Mundi, 1992, p. 291.

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tes propsitos por ejemplo, para evadir la tributacin y mediante diversas estrategias jurdicas y discursivas. Tales tipologas duales y sus calidades o propiedades indicadas constrien a los sujetos colonizados en sus relaciones con los poderes coloniales. De nueva cuenta, Solrzano se ratifica en el argumento de la pertenencia virtuosa o de la exclusin va pecado a una comunidad o a una repblica, argumento heredado y en consonancia con el lugar del inframundo regentado por el Demonio habitado por los americanos en la comunidad ecumnica. De esta manera lo estableci casi al final del libro segundo:
no debe ser ms privilegiada la lujuria, que la castidad, sino antes por el contrario ms favorecidos y privilegiados los que nacen de legtimo matrimonio, que los ilegtimos, y bastardos () se debe tener por injusta y pecaminosa la ley, que no slo aventajase los ilegtimos los legtimos, pero que trate de querer, que fuesen iguales.72

La colonialidad del poder defina as las directrices ideolgicas, polticas y culturales ms determinantes en el proceso de mediatizar la pertenencia y el lugar de los colonizados en sociedades jerarquizadas, ambivalentes, polarizadas y en plena formacin.

VI. CONSIDERACIONES

FINALES

Hemos fijado nuestra mirada y concentrado nuestro anlisis en los dos primeros libros de la Poltica indiana. Sus argumentos, discursos y representaciones dejan entrever la constitucin de una especie de razn csmica superior y nica formada en Occidente y matizada en la corte de Castilla en el sentido de extrapolar un ecumenismo unilateral. En consecuencia, el nuevo paradigma de la historiografa cristiana, segn aduce Fontana, supone que existe un designio divino que determina por completo el curso de la
7 2 Solrzano y Pereira, op.cit.,lib. 2, cap. 30, n 29-30.

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historia. Se opera as una reduccin del decurso de la humanidad al proyecto ecumnico de la salvacin.73 Como, creo, lo dejamos establecido, el proyecto unignito de la salvacin adquiere la perspectiva y la connotacin de una condena unignita cuando ese eurocentrismo csmico pretende escribir sobre los seres humanos que habitan Amrica. De todas maneras, la auto-representacin superior de Occidente corresponde a un legado y una tradicin que, de muchas maneras, atraviesa la historia de Europa desde el mundo afroasitico y desde la cultura grecolatina. Hay all una conexin entre religiones que desembocaron en sus esencias monotestas y ecumnicas en el deber de soportar la constitucin de prcticas y ejercicios de poder que le dieron sustento a imperios de largo alcance y aliento. Religin y poltica se entrelazaron ntimamente con la perspectiva de explotar y poner a producir los espacios y las poblaciones mediante la constitucin de los territorios coloniales sujetos a la expoliacin, base finalmente del desarrollo del capitalismo desde sus fases tempranas. La genealoga de Occidente, o de su versin radical hegemnica que se designa ms comnmente como eurocentrismo, configura un campo de debate y de investigacin bastante sugerente. En el proceso acadmico que est en la base de la confeccin de este texto, hallamos interpretaciones reales o aparentemente en contrava, an complementarias, acerca de los linajes intelectuales y filosficos en las configuraciones histricas del eurocentrismo. Para Pagden, los discursos imperiales ibricos revelan una continuidad terica entre los imperios paganos y los Cristianos; en efecto, el imperio romano se eleva como un cono arquetpico, un paradigma de base poltica y mtica, construido, entre otras variables, a partir de la pietas que supone la combinacin de la piedad y de las armas guerra justa en el proceso de edificacin de una lealtad a la familia y a la comunidad, erigiendo las leyes religiosas de la comunidad como arquetipos morales que, fundamentalmente, no admiten la diferencia como expresin de la complejidad humana. La no admisin de la diferencia explica y sustenta la vi7 3 Josef Fontana, La historia de los hombres, Barcelona, Crtica, 2001, p. 53.

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sin, contenida en la Poltica indiana, de Amrica como un continente sin contenido. En la transformacin final de la toda la humanidad dentro de los seguidores de Cristo, comenta Pagden, era el imperio el que asegurara la disolucin de toda diferencia cultural, poltica y confesional.74 En otros trminos, la diferencia debera desvanecerse, desaparecer, diluirse y degradarse en funcin de la creacin del proclamado ecumenismo cristiano de la salvacin y para ello era preciso condenar y confinar a sus portadores a los territorios oscuros del inframundo. En esta misma direccin, Fontana puntualiza, bajo la premisa del espejo brbaro, que concebir la diversidad como inferioridad serva, adems, para justificar la esclavitud.75 Pero adems, Fontana seala otra caracterstica protuberante implicada en los procesos de expansin occidental y que tiene su origen en los griegos: la postergacin y la mediatizacin permanente de la libertad del otro sujeto de dominio. Momigliano, citado por Fontana, es enftico en afirmar que para los griegos en general la libertad no estuvo nunca ligada al respeto de la libertad ajena.76 Fontana, en La historia de los hombres, parece contravenir la tesis de la continuidad de Pagden entre el paganismo y el cristianismo, al suponer una ruptura entre la historiografa cristiana y la cultura respecto de la antigedad clsica de la que apenas si se salva la lengua alejada cada vez ms de los viejos modelos de la poca clsica. Introduce entonces, de manera significativa, la reflexin acerca de la necesidad de recuperar e integrar la historiografa musulmana como vector fundamental que, quizs hasta el siglo XVI, contribuy e incidi en la genealoga de Occidente y del eurocentrismo. Califica y encuentra que en la historiografa musulmana se desenvolvi la corriente ms rica e innovadora de la historiografa medieval, observando en los Al-Muqqadimah de Ibn Jaldn el punto ms alto de tal historiografa y al mismo tiempo el momento final de la evolucin del pensamiento historiogrfico musulmn.77 Cabe recordar
7 4 Pagden, op. cit., pp. 29-30 (cursivas nuestras). 7 5 Josef Fontana, Europa ante el espejo, Barcelona, Crtica, 1994, p. 12. 7 6 Idem. 7 7 Ibid., pp. 45-48.

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ac el discurso de Jaldn sobre los negros, su bestialidad, inferioridad e irracionalidad, para sugerir la hiptesis de una posible herencia discursiva y de pensamiento musulmanas en el mbito ibrico y castellano de la poca frente a la cuestin de cmo percibir y concebir a los pobladores y las culturas del Nuevo Mundo. Ms all de permanencias o rupturas en la evolucin del pensamiento occidental, la condicin de Europa, desde los siglos XV y XVI, administrando la centralidad78 del nuevo sistema mundo y configurando procesos de dominacin colonial de todo tipo, se puede apreciar que, por ejemplo, en el mbito de los rdenes jurdicos tan cruciales a la hora de definir o negociar disposiciones, lmites y espacios de los sujetos coloniales se manifiesta, como lo propone Lauren Benton, un proceso de convergencia y quiz tambin de divergencia de sistemas legales multicntricos en un vasto escenario de disporas y desplazamientos79 que atraviesan mltiples dinmicas histricas propias de la historia mundial desde el siglo XV, pero tambin seguramente desde mucho antes. El punto de referencia que, en el decurso genealgico de la escritura occidental, est significado en la Poltica indiana, hace alusin a un proceso original de funcionamiento, si bien heredado, de escritura y de delineamiento de discursos en los siglos XVI y XVII. Frente al otro ignoto y desconocido se opera, segn de Certeau, una colonizacin del cuerpo y se hace manifiesta una escritura conquistadora que va a utilizar al Nuevo Mundo como una pgina en blanco (salvaje) donde escribir el querer occidental.80 En consecuencia, estamos frente a una historiografa asociada al poder, a la corte81 y al proyecto del cristianismo universal unvoco. Para esa
7 8 El concepto lo tomo de Dussel, op. cit., p. 149. 7 9 Vase Benton, op. cit., p. 253. 8 0 Michel de Certeau, La escritura de la historia, 2 ed., Mxico, Universidad Iberoamericana, 1993, p. 11. 8 1 Pagden, op. cit., p. 32, califica como historiografa de corte (real) la historia oficial de Castilla sobre el Imperio, de la cual, consideramos, Solrzano y Pereira es un conspicuo representante. Aade Pagden que el historiador y el cosmgrafo se erigen en custodios o guardas de la imaginacin imperial. En una perspectiva similar, de Certeau, op. cit., p. 11, designa a esta historiografa como el discurso del poder.

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historiografa los habitantes de Indias se constituyen en su propio fantasma.82 Fantasmas que hay que develar, como lo aduce el mismo Solrzano83, esto es, que deben ser sacados e iluminados desde su lugar habitado en el inframundo. La comunidad constituida para la salvacin mediante la redencin del pecado original, representa para los indgenas, desde esta visin eurocntrica, una condena sin rostro, lo que les signific habitar lo que hemos calificado como un continente sin contenido. Pero, igualmente, este discurso opera una falacia sobre las complejidades americanas al no contener en sus prcticas discursivas los referentes de realidad necesarios para percibir o registrar al otro en su dimensin histrica y cultural. Esa condena y esa falacia, estructuradas a travs del arte de la manipulacin retrica de las realidades asombrosas, coadyuvaron desde una mezcla paradjica pero explicable de lo religioso y lo secular, a legitimar el dominio imperial y a justificar la constitucin de los dominios especficos en los espacios coloniales. Para este tipo de historiografa es evidente, siguiendo a de Certeau, que la ficcin se encuentra al final en el producto de la manipulacin y del anlisis.84 Esta escritura y su trasgresin de la alteridad mediante la manipulacin, la ficcin y la retrica imperial de poder, se explica por la constitucin de un ejercicio de escisin o separacin entre el saber que provoca el discurso y el cuerpo mudo que lo supone. Tal historiografa se ubica, adems, en un plano de lejana respecto de la tradicin y del cuerpo social () [y] se apoya como ltimo recurso en un poder que se distingue efectivamente del pasado y de la totalidad de la sociedad.85 En consecuencia, se vislumbra entonces un divorcio o una profunda ruptura entre discurso e historia o, para ser ms explcitos, entre una escritura eurocntrica y una historia universal descentrada de los paradigmas occidenta8 2 Certeau, op. cit., p. 16. Estos fantasmas son los sujetos tericos reconocidos por las corrientes subalternas y de los estudios culturales en trminos tales como los otros, la alteridad y los subalternos. 8 3 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. 1, cap. 10, n 4. 8 4 Certeau, op. cit., p. 23. Al tiempo, para el mismo de Certeau esta es una curiosa ficcin, que es a la vez el discurso del amo y del servidor (ibid., p. 22); 8 5 Ibid., pp. 17 y 20.

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les. La irreductibilidad manifiesta ac, la expresa Samir Amn al considerar que el capitalismo propone una homogenizacin del mundo que no puede realizar, en la medida en que la ideologa eurocntrica es un paradigma no universalista que bloquea las vas histricas ms significativas e indispensables para comprender de otra forma y de manera ms integral y objetiva la impronta de la historia humana.86 Acudir a una visin no eurocntrica del desenvolvimiento humano implica, entre otras opciones, pensar en la accin de los sujetos colonizados, los cuales a contracorriente del continente sin contenido, haran valer, abierta o subrepticiamente, sus tejidos sociales y culturales posibles, haciendo factible, en un cruce de caminos, que los conos ms conspicuos del Imperio fueran degradados y larvados producto de esa maraa impresionante y compleja que significaron los teatros coloniales.

FUENTES
Jaldn, Ibn. Introduccin a la historia universal. (Al-Muqaddimah), traduccin de Juan Feres; estudio preliminar, revisin y apndices de Elas Trabulse, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1987 (1378-1382). Solrzano y Pereira, Juan de. Poltica indiana, Madrid, Compaa Iberoamericana de Publicaciones, Biblioteca de Autores Espaoles, 1972 (1648), tomos I-V.

BIBLIOGRAFA
Amn, Samir. El eurocentrismo. Crtica de una ideologa, Mxico, Siglo XXI Editores, 1989. Barona Becerra, Guido. Legitimidad y sujecin: los paradigmas de la invencin de Amrica, Bogot, Colcultura, 1993. Benton, Lauren. Law and Colonial Cultures. Legal Regimes in World History, 14001900, Cambridge, Cambridge University Press, 2002. 8 6 Samir Amn, El eurocentrismo. Crtica de una ideologa, Mxico, Siglo XXI Editores, 1989, pp. 75-78.

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POLTICA

INDIANA

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LOS PIES DE LA REPBLICA CRISTIANA:


LA POSICIN DEL INDGENA AMERICANO EN

SOLRZANO Y PEREIRA1
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I. INTRODUCCIN
En la Poltica indiana, Juan de Solrzano y Pereira formul una estratificacin socio-racial de la poblacin del imperio espaol, en particular de la americana, que se articul con la concepcin que tena de Amrica como parte accesoria de la corona, en la que sus vasallos establecan colonias y lugares de espaoles, para conformar un cuerpo, y un Reyno.2 Este proceso, segn el autor, dio como resultado que las dos Repblicas de los Espaoles,
1 Una versin preliminar de este texto se present en el II Simposio Internacional Interdisciplinario de Colonialistas de las Amricas, celebrado en Bogot, en la Universidad Javeriana, entre agosto 8 y 11 de 2005. Para la elaboracin de este artculo me fueron de gran utilidad los comentarios y sugerencias de Csar Enrique Giraldo Herrera y de Rene Soulodre-La France. El texto tambin fue ledo y discutido por Mnica Hernndez, Jorge Luis Lzaro, Alexander Lozano, Juan Camilo Nio, Alexander Pereira, Marcela Riveros, Luis Gabriel Sanabria y Esteban Tello, integrantes del Taller Interdisciplinario de Formacin en Investigacin Social (UMBRA), quienes hicieron observaciones y sugerencias muy valiosas, que igualmente me fueron de gran utilidad. A todos ellos les estoy inmensamente agradecida. Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana (1648), 5 vols., Madrid, Buenos Aires, Compaa Ibero-Americana de Publicaciones, 1972, lib. II, cap. XXX, 17. Respecto a la idea que tena del Nuevo Mundo nombre que prefera dar a Amrica como parte accesoria de la corona vase ibid., lib. II, cap. XXX, 2. En cuanto a sus planteamientos sobre la poblacin, aunque a lo largo de la obra se encuentran anotaciones dispersas, el tema se trata especficamente en el segundo libro, en menor medida en el tercero, en los caps. XIX y XX del cuarto libro y en el cap. XIV del sexto libro.

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Indios, asi en lo espiritual, como en lo temporal, se hallan oy unidas, y hacen un cuerpo en estas Provincias ....3 Sobre esta base, parte de su esfuerzo doctrinal se dirigi a formular la estructura que deba servir de directriz para regular las relaciones entre los diferentes sectores de la sociedad hispanoamericana, tanto en el mbito social como poltico. Para desarrollar sus planteamientos, Solrzano utiliz ampliamente a los pensadores griegos, judeocristianos y, en particular, a los romanos, cuya experiencia imperial los haca particularmente tiles para dar sustento ideolgico a ese tipo de regmenes.4 Por su carcter doctrinal la formulacin de Solrzano no slo reflej, sino que incidi en el manejo que el Estado dio al territorio americano.5 Lo anterior hace que la obra proporcione una base importante para entender la estructura de relaciones y de poder que se busc implantar en el siglo XVII, especficamente respecto a la poblacin indgena, tema en el que se centra este artculo. Para su anlisis se ha considerado til contrastar las formulaciones de Solrzano con las de otras culturas, ya que permite cuestionar presupuestos implcitos de la tradicin hispnica. El ejercicio hace uso de reflexiones desarrolladas en el campo de la antropologa y de la sociologa segn las cuales los parmetros clasificatorios y las relaciones lgicas en que se basa el pensamiento de una cultura derivan de su propio orden social.6
3 4 5 Ibid., lib. II, cap. VI, 1. Vase tambin lib. II, cap. V, 1 y lib. II, cap. XVI, 55. Vase, Walter D. Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization, Michigan, The University of Michigan Press, 1995. Incluso en la documentacin del siglo XVIII son frecuentes las alusiones a los planteamientos de Solrzano, con el fin de respaldar determinadas posiciones utilizando la autoridad de este jurista o, en otros casos, explicar el alejamiento de sus posiciones, debido a los cambios que haban tenido lugar en el territorio americano. Vase, por ejemplo, la carta fechada en 1786 en Venero, provincia de Santa Marta, por fray Bartolom de Vinars (Archivo General de la Nacin [AGN], Bogot, Colonia, Caciques e Indios, 46, f. 387r.); la que escribi en Cartagena, en abril de 1775, el teniente auditor de guerra Antonio Joseph Vlez (AGN, Colonia, Criminales, 201, f. 377r.) y las alusiones que hace el oidor Arstegui y Escoto, a mediados del siglo XVIII, respecto a la segregacin de tierras en los resguardos indgenas en la provincia de Santaf y en la jurisdiccin de la ciudad de Tunja (AGN, Colonia, Visitas Cundinamarca, 8, ff. 788v. a 790v. y 794r. y v.). Bsicamente, Emile Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa (1912), Buenos Aires, Schapire, 1968; Mary Douglas, Implicit Meanings. Essays in

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El texto se divide en dos partes. La primera considera la forma cmo se percibe al ser humano y cmo se lo define en la Poltica indiana. Esta aproximacin se contrasta con la forma de concebir a los humanos dentro del pensamiento amerindio, tomando como ejemplo base de la comparacin a los ette (conocidos en la historiografa y en literatura antropolgica como chimilas), en un aspecto que es compartido con otras culturas del continente. Se observa que mientras para Solrzano el hombre se contrapone a las bestias, lo humano a lo animal, en otros contextos culturales se concibe a los animales como seres sociales que, conceptualmente, no se separan de los humanos. Pero, paralelamente, en el caso de los ette, los humanos se clasifican en dos grupos, los ette o gente, nombre con el que se identifican a s mismos, y los waacha, con el que denominan a los blancos. Ahora bien, en el caso de Solrzano, la caracterstica que diferencia a hombres de bestias es su pertenencia a un ordenamiento social implcito en el concepto de ciudad. En el caso de los ette, el elemento que los diferencia de los waacha radica en una facultad que los ette poseen y que, en ciertos aspectos, podra traducirse al espaol como pensamiento. Dada la importancia de la ciudad como caracterstica que diferencia lo humano de lo animal en la obra de Solrzano, la segunda parte del artculo se centra en el anlisis de la concepcin que se maneja de sta en la Poltica indiana. Se observa que, en principio, la ciudad no se concibe tanto como un espacio fsico, sino fundamentalmente como un ordenamiento social que se sacraliza. A pesar de esta formulacin, en la que sobresale el acatamiento a unas normas sociales, Solrzano la utiliza para justificar la poltica de reducciones o de concentracin de la poblacin nativa americana en asentamientos estructurados en forma de cuadrcula, traspasando as un ordenamiento social a un ordenamiento espacial. Esta poltica, que se adelant independientemente del tama-

Antropology (1975), 1 reimpresin, London, Routledge and Kegan Paul, 1978 y Natural Symbols. Explorations in Cosmology (1970), Middlesex, Penguin Books, 1973, y Claude Lvi-Strauss, El pensamiento salvaje (1962), 1 reimpresin en espaol, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1997.

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o y densidad de los asentamientos nativos, se entiende mejor si se tiene en cuenta que lo que se rechazaba era el ordenamiento espacial del otro, en la medida en que reflejaba e inculcaba otras creencias, otro ordenamiento social. Esta aproximacin se refuerza al considerar la identificacin metafrica que establece Solrzano entre la repblica, como ordenamiento poltico y en esa medida social, y el cuerpo humano. Con esta asociacin se buscaba legitimar, erigindolo como natural, un sistema poltico estructurado sobre la desigualdad, en dos niveles complementarios: gobernantes y gobernados, por una parte y, por otra, en trminos de oficios. Con base en los planteamientos que se hacen a lo largo del artculo, se concluye que buena parte de los esfuerzos doctrinales de Solrzano alrededor del problema indgena se dirigieron a estructurar ideolgicamente un sistema asimilable al de las castas. Dentro de ste, a los nativos americanos les corresponda el papel de pies de la repblica, sustentando todo el peso de sta con su trabajo y aceptando, sin cuestionar, la posicin de gobernados. El gobierno corresponda a la cabeza del cuerpo poltico, es decir a la Corona, as como la obtencin de los mayores beneficios. Era este orden el que configurara la ciudad de Dios, la ciudad perfecta, en la que los mandatos del Dios cristiano se identificaban con los intereses del monarca espaol. Este principio de integracin en funcin de los intereses de la cabeza tuvo por corolario la configuracin de una sociedad escindida, en el que la humanidad del otro difcilmente se reconoca.

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HOMBRES, LAS BESTIAS Y LAS CIUDADES

... el fundador (...) slo pudo fundar aquella ciudad (que no es otra cosa que una multitud de hombres unida entre s con cierto vnculo de sociedad)...7

Solrzano parte de una concepcin antropocntrica segn la cual: el hombre es la criatura ms digna de quantas Dios ha formado.8 Su superioridad frente a las bestias radica no slo en que es, por definicin, un animal racional, sino tambin porque es, segn las doctrinas de Aristteles, Cicern y otros, sociable, poltico civil.9 La ciudad, en consonancia con las ideas aristotlicas, constituye la perfecta congregacion de hombres10, es el tipo de orden que expresa y a la vez refleja en forma ms acabada su carcter humano: es la que lo hace social. Pero es precisamente al adicionar la ciudad y, en esta medida, un tipo de ordenamiento socio-cultural especfico, donde se aprecia que la definicin o el concepto de hombre, de ser humano que se maneja en la Poltica indiana, se fisura. Sobre este punto Solrzano cita a santo Toms: el solitario, ha de ser Dios, bestia.11 Queda as abierto el campo a la ambivalencia, a la relatividad de las clasificaciones. El hombre puede ser contado entre las bestias, puede ser silvestre y eso es lo que son aquellos que carecen de pueblos.12 Por su parte, el animal, la bestia, la fiera se puede amansar, domesticar.13 Segn esta idea, los indgenas no eran plenamente hombres, pero se les podra ensear que sepan ser hombres y vivir como tales, como se plante en el III Concilio Limense.14 Este objetivo se lograra a pesar de:

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Agustn de Hipona (San Agustn), La ciudad de Dios (ca. 417), Introduccin Francisco Montes de Oca, 7 edicin, Mxico, Porra, 1984, p. 339. Solrzano y Pereira, op. cit., lib. II, cap. XXIV/1. Ibid., lib. II, cap. XXIV, 2 (cursivas en el original).

1 0 Ibid., lib. II, cap. XXIV, 9 (cursivas en el original). 1 1 Idem. 1 2 Ibid., lib. II, cap. XXV, 1. 1 3 Ibid., lib. II, cap. XXX, 12. 1 4 Ibid., lib. II, cap. XXV, 4 (cursivas en el original).

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su rudeza y natural propension los vicios de que pretendemos desviarlos (...); porque (...), ms fieros son los Leones y otros animales, y vemos que el arte y uso los suele amansar y aun ensear cosas que exceden su esfera. Y de creer es, que la naturaleza el Autor de ella que los form y cri para racionales y politicos, gustar de darles su ayuda mediante la nuestra.15

De esta concepcin, afirma Solrzano, dimana ...la costumbre que tenemos de llamar bestias todos los hombres rudos, incultos y brbaros, y tratan quales antiguamente y quales hoy se comprehendan debaxo de este nombre de barbarismo.16 El hombre, animal superior en s y por s, puede dejar de serlo, puede tomar el carcter de su contrario, la bestia, lo silvestre, si su carcter social no se expresa en un ordenamiento de la sociedad implcito en el concepto de ciudad.17 Alrededor de este problema conviene resaltar que tanto el antropocentrismo, como las prcticas clasificatorias de lo humano, que excluyen del gnero a otras sociedades humanas, no constituyen una peculiaridad del eurocentrismo, de la tradicin grecorromana o judeocristiana, ni de esa poca en particular. Entre las culturas americanas esta prctica era y es relativamente comn y, con fre1 5 Ibid, lib. II, cap. XXV, 7. 1 6 Ibid., lib. II, cap. XXV, 2 (cursivas en el original). Sobre el barbarismo y la forma cmo este concepto fue entendido por varios idelogos espaoles del siglo XVI, vase Felipe Castaeda, El indio entre el brbaro y el cristiano. Ensayos sobre la filosofa de la Conquista en Las Casas, Seplveda y Acosta, Bogot, CESO, Departamento de Filosofa de la Universidad de los Andes y Alfaomega, 2002; Matthias Vollet, La vana europeizacin de los brbaros. El aspecto autoreferencial de la discusin espaola sobre la Conquista, en Felipe Castaeda y Matthias Vollet (eds.), Concepciones de la Conquista. Aproximaciones interdisciplinarias, Bogot, Ediciones Uniandes, 2001, pp. 119-133, y Otros mundos, otros hombres? Imgenes del hombre en los tiempos de descubrimiento y la conquista de Amrica por los espaoles en los siglos XV y XVI, en Diana Bonett y Felipe Castaeda (eds.), El Nuevo Mundo. Problemas y debates, EICCA 1, Bogot, Universidad de los Andes, 2004, pp. 99-118. 1 7 Son varias sus alusiones a este tema de trocar en humanas las costumbres ferinas (perteneciente a fieras, Real Academia Espaola, Diccionario de Autoridades (17261739), Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, edicin facsimilar, 3 vols. (divididos en 6 tomos), Madrid, Gredos, 1984, vol. II, tomo. III, pp. 736-7) de la poblacin del Nuevo Mundo (Solrzano y Pereira, op.cit., lib. I, cap. VIII, 7). Vase, por ejemplo, lib. II, cap. I, 1, 2 y 3.

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cuencia se incorpor dentro de la lgica del lenguaje. Por ejemplo, segn un Diccionario y Gramtica chibcha recopilado a principios del siglo XVII, muysca significaba hombre, gente.18 Al espaol se lo denominaba sue19, palabra que no conviene confundir con sua que se utilizaba para denominar al da y al sol.20 La palabra sue, por su parte, presenta mayor semejanza con la terminacin utilizada para denominar rganos animales, como en el caso de nymysue, que fue traducida como Coraon, parte de animal.21 Una mayor precisin a este respecto se dificulta ya que curiosamente en el Diccionario, que es bastante completo, no aparece entrada para las palabras animal o bestia. Lo que queda claro en todo caso es que la categora de hombre, de muysca, es distinta de la de sue, espaol, diferenciacin que se aplicaba para sus respectivos idiomas, danzas e incluso para el pan.22
1 8 Mara Stella Gonzlez de Prez (comp.), Diccionario y Gramtica chibcha. Manuscrito Annimo de la Biblioteca Nacional de Colombia (ca. 1605-1620), Bogot, Instituto Caro y Cuervo, 1987, pp. 266 y 271. 1 9 Ibid., p. 260. La prctica de considerar y denominar como verdaderos hombres slo a las personas del propio grupo es bastante comn no slo entre las poblaciones amerindias, sino tambin entre sociedades que habitan en otros continentes. Entre los makuna que habitan en el Vaups, por ejemplo, la gente, los seres humanos, se denominan masa. Esta categora excluye a la gente blanca, a los que denominan gawa (Kaj rhem, Ecosofa makuna, en Franois Correa (ed.), La selva humanizada. Ecologa alternativa en el trpico hmedo colombiano, 2 ed., Bogot, ICAN, Fondo FEN, CEREC, 1993, pp. 109-126, p. 111). Por su parte los cuna que habitan a lado y lado de la frontera colombo-panamea, se reconocen a s mismos como la gente propia, los tule, y utilizan otras denominaciones para los grupos a los que consideran diferentes: chichite para los negros y waga para los blancos (Jorge Morales, Fauna, trabajo y enfermedad entre los cuna, en Franois Correa, op. cit., pp. 171-191, p. 172). Vase el anlisis de esta prctica de nominacin, que slo clasifica como la verdadera gente a las personas pertenecientes al propio grupo, considerada en el contexto de la endogamia y exogamia, en Claude Lvi-Strauss, Las estructuras elementales del parentesco (1949), Barcelona, Paids, 1998, IV y analizada en trminos del etnocentrismo, aunque asumiendo posiciones de carcter eurocntrico, Raza e historia, en Antropologa estructural (1973), Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1979, pp. 304-339. Alrededor de esta ltima discusin, vase tambin Eduardo Viveiros de Castro, Cosmological Deixis and Amerindian Perspectivism, en The Journal of Anthropological Institute, vol. 4, n 3, Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, 1998, pp. 469-488, pp. 474-477. 2 0 Gonzlez de Prez, op. cit., pp. 240 y 320 (subrayado aadido). 2 1 Ibid., p. 220. 2 2 El idioma de los muyscas, de los hombres, era el Muysccubun, mientras que el de los espaoles era el Sucubun (ibid., p. 273). El pan de los hombres era el Iefun, su danza Bzahanasuca, mientras que los equivalentes para los espaoles eran Lanzar

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Ahora bien, lo que s resulta peculiar de una tradicin cultural y de una poca en particular son los parmetros de clasificacin y el sistema de relaciones lgicas a partir de las cuales un grupo social se interpreta a s mismo y a su entorno. Desde una perspectiva antropolgica esos parmetros clasificatorios y esas relaciones lgicas se derivan de su propio orden social: de una parte, their idea of nature is the product of their relations with one another23; de otra, la concepcin que los hombres se forjan de las relaciones entre naturaleza y cultura es funcin de la manera en que se modifican y podramos aadir, se estructuran sus propias relaciones sociales.24

En este orden de ideas, conviene ahondar en el anlisis de las categoras y de las relaciones que entre stas establece Solrzano y en las que fundamenta su propuesta jurdica sobre el orden poltico de las Indias. Para el efecto, resulta ilustrativo contrastar las formulaciones de Solrzano con las de otras culturas, lo que facilita cuestionar los presupuestos de tradicin hispnica implcitamente aceptados al interior de sociedades estructuradas a partir de distintas tradiciones culturales, pero que han asumido elementos de origen europeo como hegemnicos. Este ejercicio puede adems ayudar a entender el significado y la importancia de los criterios que dentro de una cultura en particular se seleccionan para definir lo humano. En este sentido, considerar el problema desde la perspectiva de las culturas amerindias ofrece una doble utilidad, ya que no slo contrastan con la que se refleja en el pensamiento de Solrzano, sino que se estructuran dentro de un marco conceptual que, en un nivel muy general, comparten sociedades nativas americanas25, cuyo sometimiento a los pabquysqua para el baile y Sufun para el pan. La palabra bquysqua se utilizaba tambin para significar darse a una determinada actividad, como comer, beber o dormir: Quyc ycuc bquysqua: darse a comer, Fapqua iohotuc bquysqua: darse a beber chicha o Quybuc bquysqua: darse a dormir (ibid., pp. 226-7 y 288). 2 3 Op. cit., p. XI. Vase tambin, Durkheim, pp. 20-22. 2 4 Lvi-Strauss, El pensamiento salvaje, op. cit., pp. 173-174. 2 5 Lvi-Strauss. La alfarera celosa (1985), Barcelona, Paids, 1986 y Thomas Lynch, The Earliest South American Lifeways, en Frank Salomon y Stuart B. Schwartz (eds.), The Cambridge History of the Native Peoples of the Americas , 3 vols.,

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rmetros e intereses europeos busc legitimar la obra de Solrzano. 26 El pensamiento actual de esas culturas no es, desde luego, el mismo que se dio al momento de la invasin europea del siglo XVI o en el siglo XVII cuando Solrzano escribi su texto. Las culturas amerindias, al igual que las dems culturas, se transforman permanentemente, pero su existencia como tales deriva del hecho de que tales transformaciones se estructuran en buena medida a partir de su propio sistema conceptual.27 Si bien para el caso que nos ocupa podra ser muy interesante contrastar el pensamiento de Solrzano con el vigente entre las culturas amerindias de su poca, las descripciones con que se cuenta no son lo suficientemente comprensivas como para desarrollar el ejercicio propuesto. Dado que el objetivo del contraste radica en cuestionar presupuestos implcitos en la tradicin hispana y no en analizar relaciones entre culturas, es viable tomar cualquier otra cultura y otra temporalidad sin que se afecten los resultados del ejercicio propuesto. Teniendo en cuenta la variedad, amplitud y complejidad del pensamiento amerindio, se ha optado por centrar la atencin en una cultura en particular, la de los ette tambin conocidos en la literatura antropolgica e histrica con la denominacin de chimila, tomando como eje un aspecto de su pensamiento que es comparCambridge, Cambridge University Press, 1999, vol. III, 1 parte, pp. 188-263, pp. 221-222. 2 6 Sobre este problema vanse las observaciones que hace James Muldoon, The Americas in the Spanish World Order. The Justification for Conquest in the Seventeenth Century, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1994, respecto a otro texto de Solrzano titulado De Indiarum iure. 2 7 Ann Osborn, Las cuatro estaciones. Mitologa y estructura social entre los wua, Bogot, Banco de la Repblica, 1995, p. 42. Vase tambin, Juan Javier Rivera Anda, La fiesta del ganado en el valle de Chancay (1969-2002). Ritual, religin y ganadera en los Andes, Lima, Pontificia Universidad Catlica del Per, 2003, pp. 29-34. Interrogantes interesantes sobre este problema se encuentran en Tatsuhiko Fujii, La cermica de chulucanas: el renacimiento de la tradicin de la alfarera prehispnica?, en Luis Millones, Hiroyasu Tomoeda y Tatsuhiko Fujii (eds.), Entre Dios y el Diablo. Magia y poder en la costa norte del Per, Lima, IFEA y Pontificia Universidad Catlica del Per, 2004, pp. 69-91.

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tido por otras culturas del continente.28 En efecto, dentro de varias culturas amerindias:
los animales son seres sociales que no han estado separados conceptualmente de los humanos. Ms an, los animales son los que les dan la humanidad y la cultura a los humanos. As mismo, los humanos se transforman en animales y los animales son humanos en un constante proceso de intercambio de cualidades, atributos e identidades.29
2 8 Sobre los ette vanse, entre otros, Gerardo Reichel-Dolmatoff, Mitos y cuentos de los indios chimila, en Boletn de Arqueologa, vol. 1, n 1, Bogot, Servicio Arqueolgico Nacional, 1945, pp. 4-30; Etnografa chimila, en Boletn de Arqueologa vol. 2, n 2, Bogot, Servicio Arqueolgico Nacional, 1946, pp. 95-155; Carlos Alberto Uribe, Un marco terico de referencia para el estudio de las relaciones intertnicas: anlisis del caso de los chimila, Bogot, Universidad de los Andes, tesis de grado para optar por la licenciatura en Antropologa, 1974; chimila, Instituto Colombiano de Antropologa, en Introduccin a la Colombia Amerindia, Bogot, Instituto Colombiano de Antropologa, 1987, pp. 51-62; La etnografa de la Sierra Nevada de Santa Marta y las tierras bajas adyacentes, en autores varios, Geografa humana de colombia. Nordeste indgena, Bogot, Instituto Colombiano de Cultura Hispnica, 1992, pp. 9-214; La rebelin chimila en la provincia de Santa Marta, Nuevo Reino de Granada, durante el siglo XVIII, en Estudios Andinos, ao 7, n 13, Revista de Ciencias Sociales en la Regin Andina, Lima, Centro de Investigaciones de la Universidad del Pacfico, 1977, pp. 113-165; We, the Elder Brothers: Continuity and Change among the Kggaba of the Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, Ph. D. Dissertation, University of Pittsburgh, 1990, pp. 85-114; Marianne Cardale de Schrimpff, Techniques of HandWeaving and Allied Arts in Colombia (with particular reference to indigenous methods and where possible, including dyeing, fibre preparation and related subjects), 2 vols., University of Oxford, Ph.D. Thesis, 1972, vol. I, pp. 122-182; Juan Camilo Nio Vargas, Cosmologa e interpretacin onrica entre los ette de las llanuras del Ariguan, Bogot, Universidad de los Andes, trabajo de grado para optar la Maestra en Antropologa, 2005; Mara Trillos Amaya, Ette Taara: del ocultamiento a la revitalizacin lingstica los chimila del Ariguan, en Marta Pabn Triana (coord.), Lenguas aborgenes de Colombia. Memorias 3, Bogot, Universidad de los Andes, 1995, pp. 75-89; Marta Herrera ngel, Ordenar para controlar. ordenamiento espacial y control poltico en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos, siglo XVIII, Bogot, Instituto Colombiano de Antropologa e Historia y Academia Colombiana de Historia, 2002; chimilas y espaoles: el manejo poltico de los estereotipos raciales en la sociedad neogranadina del siglo XVIII, en Memoria y Sociedad, vol. 7, n 13, Bogot, Pontificia Universidad Javeriana, noviembre del 2002, pp. 5-24 y Confrontacin territorial y reordenamiento espacial. chimilas y espaoles en la Provincia de Santa Marta, siglo XVIII, en Leovedis Martnez Durn y Hugues Snchez Meja (eds.), Indgenas, poblamiento, poltica y cultura en el departamento del Cesar, Valledupar, Ediciones Unicesar, 2002, pp. 29-106. 2 9 Astrid Ulloa (ed.), Rostros culturales de la fauna. Las relaciones entre los humanos y los animales en el contexto colombiano, Bogot, ICANH, 2002, p. 14.

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Actualmente entre los ette, que habitan al norte de Colombia, entre los ros Magdalena y Cesar, los animales, las plantas, los grupos de astros, los fenmenos atmosfricos y, en general, la mayora de las entidades de la naturaleza, son vistos como pertenecientes a sociedades con caractersticas humanas, que perciben el mundo como si fueran humanos: son gente. Sus agrupaciones replican el orden de la sociedad humana, cuentan con lenguaje, desarrollan actividades econmicas, rituales y, en general, poseen una vida organizada.30 Esta aproximacin al entorno no es nueva, Reichel-Dolmatoff la document a mediados del siglo XX: Los monos son gente. Por la maana, cuando van a la quebrada, cantan: Ho-ho, est bien el da! Vamos a montear! y as van monteando como nosotros (....). Los monos son gente y son como nosotros. As es.31 Cada agrupacin observa a las otras en funcin de su relacin con ellas: el cervatillo ver al hombre como el hombre ve al jaguar, es decir, como su predador o, al contrario, como su alimento.32 Los individuos de las diferentes sociedades, todas ellas humanizadas, slo en casos especiales trascienden su propia cosmovisin y ob-

3 0 Nio, op. cit., pp. 82-92. Sobre este tipo de aproximacin al entorno en otras culturas amerindias vase: Gerardo Reichel-Dolmatoff, Chamanes de la selva pluvial. Ensayos sobre los indios tukano del noroeste amaznico, Londres, Themis Books, 1997, pp. 79-108; Eduardo Viveiros de Castro, Cosmological Deixis y Perspectivismo y multinaturalismo en la Amrica indgena, en Alexandre Surralls y Pedro Garca Hierro (eds.), Tierradentro. Territorio indgena y percepcin del entorno, Copenhaguen, Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indgenas (Iwgia por sus siglas en ingls), 2004, pp. 37-80 y, en ese mismo libro, Philippe Descola, Las cosmologas indgenas de la Amazona, pp. 25-35. Tambin de Philippe Descola, La selva culta. Simbologa y praxis en la ecologa de los achuar (1986), Quito, Abya-Yala, 1989, pp. 131-144; Kaj rhem, Ecosofa makuna y Los makuna en la historia cultural del Amazonas, en Boletn Museo del Oro, n 30, Bogot, Banco de la Repblica, 1991, pp. 83-95, p. 90, y Kaj rhem, Luis Cayn, Gladys Angulo y Maximiliano Garca (comps.), Etnografa makuna. Tradiciones, relatos y saberes de la gente del agua, Bogot y Gtheborg, Suecia, Acta Universitatis Gothoburgensis e Instituto Colombiano de Antropologa e Historia, 2004, pp. 241-258 y 307-378. 3 1 Reichel-Dolmatoff, Mitos y cuentos..., op. cit., p. 14. 3 2 Entre los makuna, en el Vaups, las varias formas de vida se clasifican en tres clases, que se plantean en trminos de la cadena trfica: comedor: Yai comida/comedor: Masa comida: Way (rhem, Ecosofa makuna, op. cit., p. 111).

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servan el entorno desde una perspectiva ajena.33 Este movimiento entre diferentes perspectivas es, con frecuencia, una actividad propia de especialistas como, por ejemplo, los shamanes.34 La forma en que los ette o cualquier cultura se concibe a s misma y a las diferentes entidades y seres que integran su entorno, as como a las relaciones que se establecen al interior de cada grupo y entre unos y otros, puede verse como expresin de un tipo de lgica y de los modelos conceptuales que hacen inteligible el entorno.35 Dentro de la lgica ette no se presenta la oposicin cultura y naturaleza propia de otras culturas. Pero, en contraposicin con la homologacin que se establece en ese nivel, en el plano de las sociedades humanas los ette clasifican a la gente dentro de dos grupos, dirigidos por sus respectivas deidades tutelares:
... Jesucristo y Yaau no son la misma persona. Si fueran la misma persona todos seramos iguales. Pero la verdad es que somos diferentes. Hay waacha y hay ette. Tanto waacha como ette son diferentes. Por eso Jesucristo y Yaau son bien distintos. Ellos son hermanos. Jesucristo es el hermano mayor. Yaau es el hermano menor. Jesucristo vive en el cielo. Yaau vive en todas partes. Jesucristo tiene escopeta Yaau tiene arco y macana ...36

3 3 Nio, op. cit., caps. II y III. 3 4 Gerardo Reichel-Dolmatoff, El chaman y el jaguar: estudio de las drogas narcticas entre los indios de Colombia (1975), Mxico, Siglo XXI Editores, 1978, cap. 3 y Mitos y Cuentos, op. cit., p. 8. 3 5 Este tipo de interpretacin la hace respecto a otras culturas, varias de ellas amerindias, Lvi-Strauss, El pensamiento salvaje, op. cit., pp. 60-62. 3 6 Juan Camilo Nio (comp.), Yaau y Jesucristo (fragmento), relato mtico narrado por Carlos Snchez Purusu Takiassu Yaau en Narakajmanta en septiembre de 2004, mecanografiado. Agradezco a Juan Camilo haberme facilitado este mito y los que se incluyen a continuacin, varios de los cuales aparecen en su versin completa en los anexos de su tesis de Maestra en Antropologa, Cosmologa e interpretacin onrica entre los ette.

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La anterior narracin insiste en la diferencia. Aunque Yaau y Jesucristo sean hermanos, son distintos, al igual que sus hijos los ette y los waacha, respectivamente. Pero ms all de la insistencia de los ette en diferenciarse de gente que maneja otra perspectiva del mundo, al igual que lo haca Solrzano, lo interesante y peculiar es el esquema de valores a partir del cual se establece la diferencia. Para los ette el padre de los waacha es el hermano mayor, recluido en el cielo y poseedor de escopeta, en contraposicin, el padre de los ette es el menor, vive en todas partes y cuenta con arco y macana. Pero stas son apenas algunas de las diferencias:
Yaau siempre pensaba bien, pensaba de la manera correcta. Jesucristo no era as. l era terco, pensaba mal, pensaba cosas que no servan.37

Aparece ya en este texto la valoracin de lo que se considera tener en contraposicin al otro. Si dentro del esquema conceptual que se expresa en la obra de Solrzano es el problema de la ciudad el que en ltimas define lo humano, para los ette, un elemento central en su diferenciacin frente a los waacha radica en el pensamiento. Yaau, el padre de los ette, pensaba de la manera correcta, en contraposicin a Jesucristo, padre de los waacha que era terco y pensaba mal. Este elemento se repite y ampla en otras narraciones:
... Yaau ette era menor Pero tena ms poder. l tena pensamiento. Pensaba mucho. Al principio les toc repartirse la gente. Vino Yaau y empez a hablar con Jesucristo. Hay que poner una diferencia para ette y waacha. Algo tiene que haber. Entonces los dos estaban frente a frente. Yaau ette cogi a Yaau waacha y lo volteo as.
3 7 Juan Camilo Nio (comp.) El ette taara (fragmento) relato mtico narrado por Carlos Snchez Purusu Takiassu Yaau en Narakajmanta en septiembre de 2004. Entre los ette la facultad que se traduce al espaol como pensamiento posee unas peculiaridades cuya explicacin excede los lmites de este artculo. Sobre este tema vase Nio, Cosmologa e interpretacin onrica, op. cit., pp. 136-143.

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Jesucristo qued con la cabeza por la espalda. La lengua se la volte y le sopl mascada de tabaco en los odos. A sus hijos les pas lo mismo. Entonces waacha no pudo entender la lengua. No la pudo pronunciar. Le controlaron el pensamiento. Desde ese tiempo waacha no puede entender. Esa es la diferencia entre waacha y ette. Yaau les tapo los odos y les torci la lengua para que no entiendan. Por eso son diferentes ...38

Si desde la ptica que expresa Solrzano, es el ser gregario y sociable lo que establece la diferencia entre hombres y bestias, para los ette actuales es el pensamiento, es el entendimiento lo que los hace superiores a otra agrupacin humana. Yaau, a pesar de ser menor, coloc a Jesucristo en una situacin tal que le permiti soplarle mascada de tabaco en los odos de forma que no pudo entender el idioma de los ette y, de esta forma, Le controlaron el pensamiento. Es el pensamiento, en su asociacin con el idioma y la capacidad de entender, lo que para los ette marca la diferencia con los waacha, a los que, en una de las narraciones, consideran como primos.39 Para los efectos de este artculo, ms all del inters que muestran diversas culturas por marcar diferencias y, por esa va, colocar al otro en una posicin de inferioridad, el caso de los ette dirige la atencin a la importancia que dentro de la respectiva cultura tiene el elemento diferenciador seleccionado. Para los ette contemporneos el pensamiento correcto se erige como el valor cultural central; no en vano Yaau, la entidad sobrenatural ms importante en el pensamiento ette, se constituye en el pensador por antonomasia.40 Para los espaoles del siglo XVII, es la ciudad, el sometimiento a la polica (en el sentido que se le daba en la poca) el valor que se erige como eje cultural.41
3 8 Nio, Cosmologa e interpretacin onrica, op. cit,. p. 278. 3 9 Nio, Yaau y Jesucristo, op. cit. 4 0 Nio, Cosmologa e interpretacin onrica, op. cit., p. 142. 4 1 El Diccionario de Autoridades, de principios del siglo XVIII define polica como: La buena orden que se observa y guarda en las Ciudades y Repblicas, cumpliendo

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Dado el nfasis que la sociedad colonial y luego la republicana ha colocado en la valoracin positiva de la ciudad, no es una simple casualidad que para algunos ette, lo que sera algo como el equivalente de las almas de los waachas que mueren, se vaya a los pueblos y ciudades.42 Tampoco lo es que a Jesucristo se lo considere viviendo en el cielo y que dentro de la narrativa cristiana la ciudad se haya utilizado como una categora alegrica, de la que parten mltiples asociaciones. Sobre este punto llama la atencin a Le Goff la contraposicin entre el Jardn de la Creacin y el Paraso del Fin de los Tiempos que se establece dentro de las concepciones judeocristianas. Al ideal naturalista, ecolgico primitivo de la edad de oro tradicional, estas religiones [judeocristianas] le oponen una visin urbana de la edad de oro futura.43 Sugiere esta contraposicin entre el paraso original y el final, la visin de la historia humana como un proceso de separacin de lo natural que culmina en la ciudad. Incluso en las fbulas que confrontan el ascetismo cristiano, pero que, en esa medida, se derivan de l, la ciudad juega su papel. En el medioevo, a mediados del siglo XIII, el pas de la Cucaa es una ciudad, todava con el sabor campestre, pero hormigueante de oficios.44 Este juego entre la ciudad y lo campestre al interior de la tradicin judeocristiana estuvo permanentemente mediado por las contradicciones, los cambios y las visiones alternativas del paraso final, segn los conflictos que se enfrentaran y que no entraremos a detallar aqu. Lo que interesa es entrar a precisar el concepto de ciudad que maneja Solrzano, para lo cual resulta til considerar rpidamente los planteamientos de Agustn de Hipona al respecto.

las leyes ordenanzas, establcidas para su mejor gobierno; Vale tambin cortesa, buena crianza y urbanidad, en el trato y costumbres y Se toma assimismo por seo, limpieza, curiosidd y pulidz (Real Academia Espaola, Diccionario de Autoridades (17261739), vol. III, tomo. V, pp. 311-312). 4 2 Nio, Cosmologa e interpretacin onrica, op. cit., p. 135. 4 3 Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario (1977), 1 edicin en espaol, Barcelona, Paids, 1991, p. 33. 4 4 Ibid., p. 39.

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III. LA

CIUDAD, EL ARCA DE DE LA

NO

Y EL CUERPO

REPBLICA

Un aspecto fundamental del concepto de ciudad que se maneja, es que sta, en principio, no se concibe tanto como un ordenamiento del espacio fsico, sino ms bien, como un ordenamiento social que se sacraliza. Tal concepcin se aprecia claramente en Agustn de Hipona. Para l la ciudad (que no es otra cosa que una multitud de hombres unida entre s con cierto vnculo de ciudad)45, es tambin la morada de Dios, que habita en medio de ella.46 Es, adems, la Iglesia, comunidad de fieles, peregrina por la tierra47, como el Arca de No, la cual:
... es, sin duda, una figura representativa de la Ciudad de Dios, que peregrina en este siglo, esto es, de la Iglesia, que se va salvando y llega al puerto deseado por el leo en que estuvo suspenso el Mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jess, porque an las mismas medidas (del Arca de No) y el tamao de su longitud, altura y anchura significan el cuerpo humano ...48

Estas mltiples asociaciones que Agustn establece a partir de la ciudad indican su importancia dentro de la tradicin judeocristiana, donde a la deidad suprema se la ubica en una ciudad. Pero sta no siempre se piensa como un espacio fsico, sino fundamentalmente como una agrupacin humana, unida por un inters en comn. Aqu, al igual que en la definicin de hombre que maneja Solrzano, predomina la ambivalencia. La ciudad puede ser tanto un espacio fsico especfico, como mltiples espacios, mltiples cuerpos, no necesariamente contiguos entre s, pero unidos por un inters comn. Siguiendo este orden de ideas, Solrzano asimila al mundo como una gran Ciudad donde habitan todos los hombres.49 Esta gran ciudad se divide en otras menores, en las que, a su vez, los que
4 5 Agustn de Hipona (San Agustn), La Ciudad de Dios, lib. XV, cap. VIII. 4 6 Ibid., lib. XI, cap. I. 4 7 Ibid., lib. XV, cap. XVIII. 4 8 Ibid., lib. XV, cap. XXVI. 4 9 Solrzano y Pereira, op.cit., lib. II, cap. XXIV, 8.

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son de naciones distintas: all viven su modo, guardan y establecen las costumbres y leyes particulares que juzgan por convenientes.50 De all se deriva la autoridad real para ... mandar, obligar y forzar qualesquiera Vasallos suyos que viven esparcidos, y sin forma poltica en los montes y campos, que se reduzcan poblaciones sacndolos as de su barbarismo rusticidad. 51 Se traslapa aqu una concepcin de ciudad en la que lo fundamental es el acatamiento de unas normas, a una en la que esta subordinacin se expresa en un determinado ordenamiento del espacio. De esta manera se justifica la poltica adelantada por los reyes espaoles para que los Indios, que en muchas partes vivian como bestias en los campos, sin rastro ni conocimiento bastante de vida sociable y poltica, fueran reducidos a poblaciones, para que comenzasen vivir como hombres, deponiendo sus antiguas y fieras costumbres.52 Este planteamiento de Solrzano remite a una muy interesante aunque dramtica paradoja que se observa al considerar, por una parte, la abundancia y magnitud de los asentamientos nucleados existentes en el continente americano al momento de la invasin europea del siglo XVI y, por otra, la poltica de concentracin de indios en asentamientos estructurados en forma de cuadrcula que se adelant a mediados de ese siglo entre la poblacin sobreviviente. El avance de las investigaciones arqueolgicas ha permitido confirmar en varios casos que las apreciaciones de los cronistas sobre el tamao, la densidad y abundancia de los asentamientos nucleados no eran exageradas.53 Sobre la base de esta informa5 0 Idem. 5 1 Ibid., lib. II, cap. XXIV, 10. 5 2 Ibid.,11. Este argumento se repite en varias partes de la obra. Vase, por ejemplo, lib. I, cap. IX, 25 y 31. 5 3 A manera de ejemplo, sobre la Sierra Nevada de Santa Marta, vase: Margarita Serje de la Ossa, Las ciudades de piedra, en Autores Varios, La Sierra Nevada de Santa Marta, Bogot, Corporacin Nacional de Turismo, 1985, pp. 76-111; Organizacin urbana en Ciudad Perdida, en Cuadernos de Arquitectura Escala, Bogot, Escala, 1984, pp. 1-22; Alvaro Soto Holgun, La ciudad perdida de los tayrona. Historia de su hallazgo y descubrimiento, Bogot, Gente Nueva, 1988; Gilberto Cadavid Camargo y Luisa Fernanda Herrera de Turbay, Manifestaciones culturales en el rea tairona (Prospecciones arqueolgicas en la Sierra Nevada de Santa

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cin, sorprende que a mediados del siglo XVI se hubiera ordenado el juntar y poblar de los Yndios naturales.54 La contradiccin entre una y otra informacin ha llevado a pensar a varios investigadores que el problema derivaba de la dispersin en que vivan estos pobladores.55 Como ya se ha visto, para Solrzano, de la idea sobre su dispersin se deriva la de su barbarie. Ahora bien, dentro de la tradicin cristiana, ya en el siglo VI y hasta finales del siglo XV, el concepto de brbaro se asociara con el de pagano, paganus que originalmente significaba, hombre de campo debido, posiblemente, al violento rechazo del campo al cristianismo.56 Sugiere este sealamiento que la dicotoma campo-ciudad estaba fundada en la reafirmacin de unas pautas culturales, de unas creencias, que se oponan a las de otro que, al no compartirlas, entrara a ser
Marta 1973-1976), en Informes antropolgicos, 1, Bogot, Instituto Colombiano de Antropologa, 1985, pp. 5-54; Ana Mara Groot de Mahecha, La Costa Atlntica, en Colombia prehispnica. Regiones arqueolgicas, Instituto Colombiano de Antropologa, Bogot, 1989, pp. 17-52. Sobre el alto ro Calima, en el actual departamento del Valle del Cauca, vase lo que observa Leonor Herrera ngel en el artculo El perodo sonso tardo y la conquista espaola, en Marianne Cardale Schrimpff, Bray Warwick, Theres Ghwiler-Walder y Leonor Herrera, Calima. Diez mil aos de historia en el suroccidente de Colombia, Bogot, Fundacin Pro Calima, 1992, pp. 151-177, p. 177, nota 7. En otras partes del continente, como por ejemplo en Mxico y en Mesoamrica, la evidencia sobre densos y numerosos asentamientos nucleados es menos discutible. A manera de ejemplo, vase Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio espaol (1974), 2.a ed., Mxico, Siglo XXI Editores, 1975 y Jeff Karl Kowalski (ed.), Mesoamerican Architecture as a Cultural Symbol, New York, Oxford, Oxford University Press, 1999. 5 4 A.G.N. (Bogot), Colonia, Caciques e indios, 49, f. 752r. El documento refiere a la orden de juntar o congregar a los indios de la jurisdiccin de la ciudad de Santaf (Bogot) en pueblos, pero la medida fue general para los territorios americanos sometidos a la corona espaola. 5 5 Sobre la disparidad entre esas percepciones y la evidencia documental y arqueolgica existente al respecto, vase Marta Herrera ngel, Ordenamiento espacial de los pueblos de indios: dominacin y resistencia en la sociedad colonial, en Revista Fronteras, vol. II, n 2, Bogot, Instituto Colombiano de Cultura Hispnica, 1998, pp. 93-128; Desaparicin de poblados caribeos en el siglo XVI, en Revista Colombiana de Antropologa, vol. 34, Bogot, Instituto Colombiano de Antropologa, enero-diciembre de 1998, pp. 124-165, y Hermes Tovar et al. El espacio tnico y el espacio provincial, en Territorio, poblacin y trabajo indgena. Provincia de Pamplona siglo XVI, Bogot, Centro de Investigaciones de Historia Colonial y Fondo Mixto de Promocin de la Cultura y las Artes del Norte de Santander, 1998, pp. 13-52. 5 6 Anthony Pagden, La cada del hombre. El indio americano y los orgenes de la etnologa comparativa (1982), Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 41, nota 23.

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clasificado como brbaro, como no humano. El ordenamiento espacial del otro, que a la vez que reflejaba, inculcaba otras creencias, difcilmente sera aceptado como civil y poltico, como ciudad. El problema no estara dado entonces en trminos de conceptos claros y universalmente definibles, sino que surgira de la necesidad de identificar lo propio como lo aceptable, lo que debe ser, lo civilizado, lo culto, lo urbano, mientras que al otro se lo descalifica como brbaro, incivilizado, inculto, rudo, rstico. Lo citadino en oposicin a lo campechano; lo mo en contraposicin a lo del otro. Pero adems, el Arca de No, representativa de la Ciudad de Dios, significa tambin el cuerpo humano y es este cuerpo del que se sirve Solrzano para explicar su concepcin sobre el funcionamiento de la repblica. En efecto, en la Poltica indiana frecuentemente se establece la relacin metafrica entre la repblica y el cuerpo humano, sustentada doctrinalmente en la tradicin griega, romana y medieval: Porque segn la doctrina de Platn, Aristteles, Plutarco y los que le siguen, de todos estos oficios hace la Repblica un cuerpo, compuesto de muchos miembros, que se ayudan, y sobrellevan unos otros .... Lneas despus Solrzano hace referencia a lo que sobre el particular plantea Santo Toms y aade que este autor se vale tambin ...del egemplo, argumento del cuerpo humano, que en tdos Autores es frequentsimo para el mstico, poltico de la Repblica.57 Tal como lo deja en claro el autor, el uso metafrico del cuerpo humano para explicar el funcionamiento de la repblica fue bastante comn en la antigedad y lo sigue siendo hoy en da, aunque el sentido de la representacin desde la cual se establece la metfora vara significativamente. Por ejemplo, tanto el cuerpo, como la estructura socio-poltica, pueden representarse en trminos de un mecanismo, con lo que se plantea la existencia de leyes vitales similares en la naturaleza y en la sociedad, al tiempo que se resalta la regularidad y eficiencia del mecanismo. Por otra parte, la metfora orgnica, que asimila el cuerpo poltico con el cuerpo humano, ofrece una aproximacin

5 7 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. II, cap. VI, 6 y 8.

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al sistema poltico que lo muestra funcionando en concordancia con las leyes naturales.58 Se resalta con esta metfora el carcter incuestionable del ordenamiento poltico, en la medida en que se ajusta al orden natural de las cosas, al tiempo que enmascara su carcter de construccin social y, en esa medida, arbitrario. Pero adems, la metfora orgnica resalta la unicidad del sistema y la interdependencia de sus partes. Es as como, sobre la base de la metfora orgnica, Solrzano plante que para la buena concertacin de ese cuerpo se:
... requiere, que sus ciudadanos se apliquen, y repartan diferentes oficios, ministerios, y ocupaciones: entendiendo unos en las labores del campo, otros en la mercadera, y negociacin, otros en las artes liberales, y mecnicas, y otros en los tribunales juzgar, defender las causas, y pleitos.59

Es de todos estos oficios que la Repblica hace un cuerpo, que se compone de muchos hombres, como de muchos miembros que se ayudan, y sobrellevan unos otros.60 Se plantea as el problema de la divisin del trabajo al interior de la sociedad que, metafricamente, lleva a asimilar ciertos rganos del cuerpo humano, con los oficios a desempear: ... los pastores, labradores, y otros oficiales mecnicos, unos los llaman pies, y otros brazos, otros dedos de la misma Repblica, siendo tdos en ella forzosos, y necesarios, cada uno en su ministerio.61 Para su cabal funcionamiento este cuerpo requiere, adems: ... que segn la disposicin de su estado, y naturaleza, unos sirvan, que son ms aptos para el traba5 8 Giuseppa Saccaro-Battisti, Changing Metaphors of Political Structures, en Journal of the History of Ideas, vol. 44, n 1, 1983, pp. 31-54, pp. 33-4; Anthony Synott, Tomb, Temple, Machine and Self: The Social Construction of the Body, en The British Journal of Sociology, vol. 43, n 1, 1992, pp. 79-110, pp. 84-5; Jagendorf Zvi, Coriolanus: Body Politic and Private Parts, en Shakespeare Quarterly , vol. 41, n 4, 1990, pp. 455-469; Brian Turner, More on The Government of the Body: A Reply to Noami Aronson, en The British Journal of Sociology, vol. 36, n 2, 1985, pp. 151-154; Francoise Jaquen y Benjamin Semple, Editors Preface: The Body Into Text, en Yale French Studies, n 86, 1994, pp. 1-4. 5 9 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. II, cap. VI, 5. 6 0 Ibid., 6. 6 1 Idem .

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jo, y otros goviernen, y manden en quienes se halle ms razon, y capacidad para ello.62 As, por su naturaleza, las aptitudes humanas difieren. Las de unos los califican para el trabajo, por lo que deben servir a otros, dotados supuestamente de mayor razn y, por tanto, ms capaces para gobernar. Se legitima as la desigualdad social y la divisin de la sociedad entre gobernantes y gobernados. Esta divisin entre servidores y gobernantes y entre distintos oficios, deba llevarse a cabo:
Ayudndose empero unos otros, y acudiendo cada qual sin emulacin, escusa, contienda, lo que le toca segn su suerte, especialmente en aquellas cosas, que se enderezan al comn provecho de todos, y sin las quales no puede pasar, ni conservarse la vida humana.63

Ese papel, que se deriva de la suerte que a cada uno ha tocado, debe ser asumido sin objeciones y sin realizar esfuerzos para cambiarlo, en particular, segn Solrzano, cuando es en provecho de todos. Y es precisamente cuando todos cumplan con su parte, que:
estar una Ciudad perfecta, y bien governada, quando los Ciudadanos entre s se ayudaren veces, y cumpliere cada uno pronta, y cumplidamente con lo que le tocare, valindose tambin para esto del egemplo, argumento del cuerpo humano, que en todos Autores es frequentsimo para el mstico, poltico de la Repblica. 64

Reaparece aqu la figura de la ciudad, que hace de las bestias, hombres. En esta concepcin no es la imagen de la ciudad como espacio fsico la que sobresale, sino como un ordenamiento social, basado en la desigualdad en dos niveles. De una parte, el cuerpo est integrado por partes distintas, a las que les corresponden dis-

6 2 Ibid., 5. 6 3 Idem. 6 4 Ibid., 8.

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tintas labores. De otra, a unas de esas partes les corresponde servir y a otras gobernar. La estructura de dominacin quedaba as establecida como principio del orden social que caracterizaba la ciudad de Dios. En esa ciudad de Dios, adicionalmente, la cabeza del cuerpo mstico no era Cristo, sino el rey, lo que expresaba y a la vez legitimaba la posicin del bando imperial, rodeando a la corona con una aureola sagrada.65

IV. CONCLUSIONES
Como se puede apreciar, la aproximacin de Solrzano contrasta con la que comparten varias culturas americanas y, en particular, los ette. Dentro de esas concepciones, son las especies animales, vegetales e incluso algunos objetos, los que se utilizan para pensar el orden social. Se refleja en tales aproximaciones el inters en los recursos que proporciona el entorno y la importancia de las relaciones que con ste establecen las comunidades. Esto no quiere decir que dentro del sistema de pensamiento americano slo se consideren las especies o artefactos tiles. Como lo ha sealado LviStrauss, las especies o artefactos no se seleccionan por su utilidad como alimentos, sino porque son tiles para pensar.66 Habra que aadir, sin embargo, que su utilidad para pensar deriva, al menos en parte, de su importancia en trminos de la vida cotidiana.

6 5 El sentido poltico legitimador de la alegora orgnica, dependiendo de si la cabeza del cuerpo mstico es Cristo o el monarca, ha sido sealada por Otto von Gierke, Teoras polticas de la Edad Media (edicin de F. W. Maitland), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995, pp. 118-9 y 131. En 1302, el papa Bonifacio VIII elev a dogma la doctrina corporativa de la Iglesia, segn la cual la Iglesia representaba el cuerpo mstico, cuya cabeza era Cristo, con el objeto de contrarrestar la incipiente autonoma de los poderes seculares. Vase al respecto, Ernst Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teologa poltica medieval (1957), Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 189. 6 6 Claude Lvi-Strauss, El totemismo en la actualidad (1962), 1 reimpresin, Bogot, Fondo de Cultura Econmica, 1997, p. 131. Vase tambin, de este mismo autor, El pensamiento salvaje, op. cit., pp. 152-161.

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Por el contrario, en el planteamiento de Solrzano sobresale la utilizacin de la metfora del cuerpo humano para explicar su idea sobre el funcionamiento del orden social. Esta metfora, bastante comn entre los idelogos de los que retoma sus planteamientos, sugiere que el inters del Estado, cuyo pensamiento refleja la obra de Solrzano, se centraba en el control de personas y no especficamente de su entorno. Son esas personas, los indgenas, que va a asociar con los pies de la Repblica, los que le permitirn apropiarse de los recursos de ese entorno. Es factible que esta actitud en caso de ser generalizada explique, al menos en parte, la tendencia, que se observa en la documentacin y en las crnicas coloniales, de colocar en segundo plano la informacin relativa a lo espacial. Con frecuencia documentos de variada ndole, como por ejemplo las visitas, las denuncias sobre abusos contra los indgenas o las descripciones e informes relativos a enfrentamientos contra ellos, difcilmente permiten formarse una idea de la ubicacin de los lugares en los que tuvieron lugar los hechos. En algunos casos se tiene la sensacin de que el espacio, el lugar y el entorno en que tienen lugar las acciones que se describen, carecieran de importancia para el narrador. Se trata de un problema que amerita un estudio sistemtico y profundo, pero sobre el cual una aproximacin de este tipo que se centre en la vinculacin entre los parmetros de clasificacin comunes dentro del pensamiento de los nativos europeos y las relaciones que entre ellos establecan puede suministrar claves para su comprensin. De otra parte, la metfora del cuerpo tambin refleja el carcter conservador de la obra de Solrzano. Un siglo despus de la Conquista, el Estado espaol ya haba logrado una relativa consolidacin de la dominacin en el territorio americano. Sobre esa base, la obra de Solrzano se diriga a sistematizar y justificar ese orden. Sus planteamientos reflejan una gran erudicin, pero no son ni novedosos, ni originales, en buena medida porque el objetivo de sus escritos no es el de desarrollar las estrategias de un nuevo orden, sino consolidar y legitimar el existente. Aqu es donde la metfora orgnica juega un papel central. Con su uso se busca mostrar el orden establecido en las Indias como el orden natural de las cosas, un orden que se deriva de las normas de la naturaleza y, por ende, de la deidad.
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Por otra parte, la homologa con el cuerpo humano, que adems se concibe como integrado por distintos rganos, cada uno con una funcin definida que debe cumplir para la supervivencia del conjunto, insina uno de los rasgos caractersticos de un sistema de castas. Dentro de este sistema, en trminos de LviStrauss, cada grupo ejerce una funcin especializada, indispensable a la colectividad en conjunto y complementaria en las funciones atribuidas a los otros grupos.67 Este principio se ve claramente reflejado en los planteamientos de Solrzano segn los cuales el cuerpo social configura una unidad, una repblica, que se estructura a partir de rganos diferenciados, cada uno de los cuales debe cumplir su funcin segn su naturaleza, para que opere como una ciudad perfecta y bien gobernada.68 En ese orden de ideas son los indgenas los que deben ser forzados a servir de pies a la Repblica, porque son ms numerosos y por sus condiciones naturales. Ellos, segn Solrzano, deberan ser considerados entre las personas que el derecho llama miserables, es decir, aquellas de quien naturalmente nos compadecemos por su estado, calidad, y trabajos69, y lo son por su humilde, servil y rendida condicion.70 Adicionalmente, deberan ser considerados como miserables por el hecho de ser recin convertidos la F.71 Por su servil condicin entonces, al indgena se lo poda forzar a la labor de los campos, que parece tan proprio suyo, y se conforma tanto con su naturaleza.72 Su papel corresponda al de

6 7 Lvi-Strauss, El pensamiento salvaje, op. cit., p. 168. Vase tambin Louis Dumont, Homo hierarchicus. Ensayo sobre el sistema de castas (1967), Madrid, Aguilar, 1970, p. 27. 6 8 Dado que el problema de las castas no slo tiene que ver con la divisin de labores al interior de la sociedad, sino tambin con los intercambios matrimoniales, un mayor avance sobre este tema requerira adelantar un estudio detenido sobre la forma en que se daban, en la prctica, estos intercambios, que excede los lmites de este artculo. 6 9 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. II, cap. XXVIII, 1. 7 0 Idem . 7 1 Ibid., 3. 7 2 Ibid., lib. II, cap. IX, 5.

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los labradores que son el higado los pies, (...), que sustentan tdo el peso de la Repblica73. Algunas de las consecuencias de la imposicin del ordenamiento social y poltico que Solrzano sustent doctrinalmente y que, sostenemos, presenta similitudes con el de las castas, se vislumbran en el funcionamiento del sistema poltico europeo que se buscaba traspasar a las colonias. Tocqueville las formula con gran claridad en su anlisis del pueblo aristocrtico:
Cuando los hombres estn colocados de una manera irrevocable segn su profesin, sus bienes y su nacimiento en el seno de una sociedad aristocrtica, los miembros de cada clase se consideran todos como hijos de la misma familia, y esperimentan los unos por los otros una continua y activa simpata (...). Pero no sucede lo mismo con las diversas clases entre s. En un pueblo aristocrtico cada casta tiene sus opiniones, sus sentimientos, sus derechos, sus costumbres y hasta su existencia aparte. As, los hombres que la componen no se parecen los otros, ni tienen el mismo modo de pensar y de sentir, y apnas creen que hacen parte de la misma humanidad ...74

Paradjicamente entonces, la metfora del cuerpo, que en principio implicara la integracin de los miembros de la Repblica, lleva a una escisin tan profunda, que la humanidad del otro difcilmente se reconoce:
Cuando los cronistas de la edad media, que pertenecan todos por su nacimiento por sus hbitos la aristocracia, refieren el fin trgico de un noble, lo hacen con mucho dolor; ms nos cuentan

7 3 Ibid., 11. Vase tambin lib. II, cap. XVI, 7 y cap. XXVIII, 21. En el Medioevo, la comparacin con el cuerpo humano se utiliz para establecer diversas analogas, en las que el papel de los pies corresponda casi que invariablemente al estrato ms numeroso y, a un tiempo, menos poderoso. En el caso de la Iglesia, los pies podan corresponder al clero parroquial; en el del Estado, a los campesinos, artesanos y, en general, a los hombres activos (Gierke, op. cit., pp. 121-132). 7 4 Alejo de Tocqueville, De la democracia en Amrica (1835-1840), traducida al espaol por Leopoldo Borda, Pars, Librera de D. Vicente Salv, 1842, parte tercera, cap. I.

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la matanza y los tormentos de las gentes del pueblo sin emocin y sin ningn episodio.75

Esta actitud, que en buena medida deriva de la objetivacin del otro, de percibirlo como si se tratara de un objeto, encuentra su sentido en los intereses que subyacen a la relacin. Al considerar el problema desde esta perspectiva, la asimilacin metafrica del indgena con los pies de la Repblica no slo se hace ms burda cuando se considera el vestido, sino que permite apreciar con claridad los intereses que estaban en la base de la reflexin. Opina Solrzano que es conveniente obligar a los indgenas a vestir al modo de los espaoles, tanto porque juntamente con el Idioma, dieron sus trages y costumbres los vencedores los vencidos, como siguiendo a Matienzo porque asi seran ms amigos nuestros, y ms polticos, y les sacarmos mayor cantidad de Oro y Plata, en la que nos han de dr necesariamente, comprando y usando este gnero de vestidos.76 As, para este jurista, los indgenas no slo deban sostener todo el peso de la repblica, sino que convena expoliarlos al mximo, sacarles todo el oro y la plata que fuera posible. En ese orden social que defiende Solrzano, se deba asegurar que las sociedades americanas adoptaran, sin protesta alguna el papel de pies de una repblica, cuyos recursos deberan dirigirse fundamentalmente a engrosar las arcas de la cabeza del cuerpo social, es decir, de la corona. Slo as se configurara la ciudad perfecta, la ciudad de Dios, del Dios cristiano.

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7 5 Idem . 7 6 Solrzano y Pereira, op. cit., lib. II, cap. XXVI, 41.

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EL DERECHO DE RETENCIN DEL NUEVO MUNDO EN SOLRZANO Y PEREIRA COMO SUPERACIN DEL IUS AD BELLUM DE LA CONQUISTA
Felipe Castaeda

I. EL

ASUNTO

Los planteamientos espaoles de la guerra justa del siglo XVI relacionados con la conquista de Amrica, son en buena medida compatibles con un proyecto colonial. En efecto, suponen que si se adelant una guerra justa exitosa, el vencido puede ser lcitamente sometido, mientras se logra conjurar la causa que justific y motiv el conflicto.1 Ahora bien, como se contemplaron justas cau1 Ver, por ejemplo, Francisco de Vitoria, Relectio de iure belli, Madrid, CSIC, 1981, p. 201: No puede negarse que algunas veces pueden darse causas legtimas para cambiar el rgimen poltico y a sus gobernantes. Esto puede ocurrir (...) sobre todo cuando de otra suerte no puede lograrse la paz y seguridad de parte de los enemigos y amenazase peligro grave a la repblica, de no hacerse. De manera ms notable se trata de algo que inspira en buena medida la argumentacin general de la parte que trata acerca De los ttulos legtimos por los cules pudieran venir los brbaros a poder de los espaoles de la Primera releccin sobre los indios. Una muestra: ... si se niegan [los indios a abandonar sus costumbres de sacrificar humanos y de eventualmente comrselos], ya hay causa para declararles la guerra y emplear contra ellos todos los derechos de guerra. Y si la sacrlega costumbre no puede abolirse de otro modo, pudese destituir a los jefes y constituir un nuevo principado (Francisco de Vitoria. Obras de Francisco de Vitoria, Madrid, BAC, 1960, p. 721). El punto tambin es claro para autores como Juan Gins de Seplveda: ... a los brbaros y a los que tienen poca discrecin y humanidad les conviene el dominio heril (...) y esto lo fundan [los filsofos y los telogos] en dos razones; o en que son siervos por naturaleza (...) o en que por la depravacin de sus costumbres o por otra causa, no pueden ser contenidos de otro modo dentro de los trminos del deber (Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, Mxico, FCE, 1996, p. 171 y ss).

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sas de guerra que estaban relacionadas, o bien con la condicin de infieles de los indios en la medida en que se resistan violentamente a la evangelizacin, o bien con su estado brbaro, o con contravenciones a la ley natural, se hace claro que una vez sujetos al dominio espaol, ste poda prolongarse lo necesario para adelantar un proceso de humanizacin, civilizacin y conversin religiosa. Solrzano y Pereira no fue ajeno a este tipo de argumentaciones.2 En pocas palabras, para l, si una guerra era legtimamente adelantada y, si las causales de la misma implicaban la conveniencia de la retencin de los vencidos, as como de sus bienes y tierras, entonces la permanencia de los espaoles en Amrica se justificaba adecuadamente.3 Sin embargo, en la tercera parte de su libro Sobre el derecho de las Indias, escrito hacia los inicios del siglo XVII y dedicado precisamente al tema de las justificaciones para la retencin espaola del Nuevo Mundo, analiza y acepta como vlidos otro tipo de argumentos que tienen precisamente el inters de evitar cualquier tipo de discusin acerca de si la conquista de Amrica fue justa o no fue justa en absoluto. Y esto es algo bastante llamativo: si es posible llegar a legitimar la Colonia independientemente de las causales de guerra que pudieron haber dado lugar a la Conquista, entonces las pretensiones de validez de las teoras de la guerra justa quedan cuestionadas o, en el mejor de los casos, fuertemente condicionadas a un derecho que prevalece sobre ellas, el de retencin. En consecuencia, sobre el ius ad bellum
2 Una exposicin panormica del tema se encuentra en Alberto de la Hera, El dominio espaol en Indias. Cap. V: La cuestin de los justos ttulos, en Ismael Snchez et al. Historia del derecho indiano (coleccin Relaciones entre Espaa y Amrica), Madrid, Mapfre, 1992, pp. 120-144. De manera ms especfica en Carlos Baciero, Estudio preliminar. Fundamentacin filosfica de la defensa de la Corona ante Europa, en Juan de Solrzano y Pereira, De Indiarum iure, Lib. III: De retentione Indiarum, Madrid, CSIC, 1994, pp. 63-109. ... nuestros cristiansimos Reyes retienen sin sombra de duda unas provincias en las que los indios no han querido recibir ni escuchar la fe que se les ha anunciado pacficamente y con suficiencia, o una vez recibida la han abandonado (...) o han hostilizado a los espaoles que llegaban a ellos para predicarles y comerciar con ellos o en trnsito pacfico (...). Por tanto, si en estos casos justa y legtimamente se puede declarar la guerra a los no cristianos (...), mucho ms justamente se retendr lo adquirido en tal guerra o se podr ir a la guerra de nuevo, si fuera necesario, para conservarlo y retenerlo ... (Solrzano, op. cit., p. 323).

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estara el ius ad retentionem o, si se quiere, sin importar el asunto de la legitimidad o ilegitimidad de la guerra que hizo posible y fue el principio de la Colonia, sta se podra justificar de suyo. De esta manera, no tendra sentido intentar apelar a las eventuales injurias, atrocidades o a cualquier tipo de pretensin injusta, adelantadas durante la Conquista, que supuestamente pudiesen cuestionar la obediencia de los nuevos sbditos indios al gobierno espaol o que pudiesen llevar legtimamente a cualquier otro Estado a forzar su abandono del Nuevo Mundo. Adems, si el derecho de retencin llegara a primar sobre el derecho a la guerra, ya que la retencin implica no slo que uno de los bandos gan la guerra sino que tuvo suficiente poder o fortuna para mantenerse en posesin de lo conquistado, esta circunstancia tambin podra indicar que sobre la justicia que eventualmente pueda mover a una determinada guerra, es decir, del derecho fundamentado en alguna idea del deber, prima el de la fuerza o el de los hechos, es decir, el que tiene por fundamento el reconocimiento de la necesidad que se desprende de lo dado, de la realidad social y de la circunstancia que se constata.4 La exposicin seguir el orden siguiente: primero se plantear la prevalencia de los derechos de posesin de un territorio sobre los de adquisicin del mismo; en segundo lugar, se discutir sobre la costumbre como fundamento principal en la interpretacin de la ley; en tercer lugar, se tratar sobre la legitimidad de la retencin por prescripcin o por usucapin; en cuarto lugar, se tocar el argumento de la utilidad pblica; en quinto lugar, se discurrir acerca del principio del xito de una empresa como criterio de su licitud, y, finalmente, se propondrn algunas conclusiones acerca de la relacin entre el derecho clsico a la guerra y el derecho de retencin propuesto por Solrzano.

En trminos de Norberto Bobbio se podra decir, para el caso en cuestin, que los planteamientos de Solrzano implican una posicin tendiente a alguna suerte de realismo jurdico, en oposicin a inclinaciones ms de cuo ius naturalista (Teora general del derecho, Bogot, Temis, 2002, pp. 27-38).

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II. EL

DERECHO DE POSESIN FRENTE AL DE ADQUISICIN

... aunque sea verdadera y comn esa regla del derecho que nos ensea que en materias dudosas que surgen de hecho o de derecho hay que seguir la parte ms segura, sin embargo, sta se ha de entender aplicable antes del hecho. Quiero decir: no se puede hacer aquello de que se duda si est prohibido, sino que hay que abstenerse. Porque despus del hecho, a nadie, en caso de duda, se debe despojar o privar de la cosa poseda, ni ha de ser hacer ningn acto positivo, cuya obligatoriedad no consta.5

El derecho a la guerra supone no pecar por ignorancia vencible. ste es un principio de la teora de la guerra justa plenamente aceptado por autores tan diferentes como Vitoria6 y Seplveda7. En efecto, antes de emprender cualquier accin blica se debe tener plena conciencia de su licitud; es decir, se debe tener la mayor certeza prctica posible acerca del conocimiento de las causas que, en principio, parecen justificar la empresa y que se pueden constituir como injurias a las que hay que responder con la fuerza. As, si se presentara la eventualidad de una duda razonable acerca de la licitud de la guerra, habra que abstenerse de adelantarla, so pena de caer en una situacin de pecado por ignorancia vencible. Sin embargo, la posesin de un territorio, segn Solrzano, no requiere de conocimiento pleno sobre su legitimidad. Es una consideracin muy llamativa, ya que implica que la defensa de un
5 6 Solrzano, op. cit., p. 217 y ss. En todas estas acciones [en las que cabe duda razonable, implicando tambin adelantar una guerra], si alguno antes de deliberar y asegurarse legtimamente de su licitud las ejecutase, pecar sin duda, aunque la cosa de suyo fuera quiz lcita, y no le excusara la ignorancia, puesto que bien claro est que no sera invencible, ya que l no puso lo que estuvo de su parte para conocer la licitud o la ilicitud (Primera releccin sobre los indios, en Obras de Francisco de Vitoria, op. cit., p. 644).

7 Si la ignorancia del derecho u obligacin fuese beneficiosa y borrase el pecado, nadie jams pecara, pues todo malvado (...) ignora lo que conviene hacer y evitar, pero no toda ignorancia libra al ignorante de culpa, sino solamente aquella que anula la voluntad ... (Demcrates Segundo, en Juan Gins de Seplveda, Obras Completas III, Salamanca, Ayuntamiento de Pozoblanco, 1997, p. 117) y por una causa dudosa no se debe emprender la guerra (ibid, p. 126).

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reino, o para hablar en trminos ms actuales, de un Estado, siempre es justificable, aunque haya cuestionamientos acerca de la forma de su adquisicin o de su establecimiento. Tan slo se requiere tener un mero conocimiento probable acerca de su rectitud. As las cosas, siempre que un reino pretende atacar a otro con un conocimiento probable de la legitimidad de su causa, tiene menos derecho de su parte que el que lo defiende en condiciones semejantes de incertidumbre; pero no slo esto: siempre que un Estado defiende su derecho a continuar existiendo de por s, parece estar legitimado por una causa justa. Y esto tiene que ser de esta manera porque difcilmente se podr encontrar algn reino que no encuentre o que no disponga de algn tipo de justificacin probable de su propia constitucin o fundacin. En consecuencia, si se supone que la posesin de un determinado reino fue fruto de una accin blica, entonces poco importa que efectivamente la legitimacin de la misma haya obedecido a razones evidentes o no, puesto que el hecho mismo de la existencia del reino de por s limpiara cualquier duda sobre su origen.8 As las cosas, [e]s claro, efectivamente, que es ms fcil retener algo que conseguirlo de nuevo y que en los comienzos se prohben muchas cosas que, cuando ya estn hechas, suelen mantenerse y tolerarse.9

III. LA

COSTUMBRE FUNDAMENTA LA LEY

Segn Solrzano, la costumbre es interpretativa de las leyes, privilegios y escrituras.10 Y de manera ms explcita: ... la costumbre confiere tal fuerza de interpretacin a una ley dudosa, que no
8 La diferencia con Vitoria es notable. Aunque acepta que [e]n los casos dudosos prevalece el derecho del poseedor (Victoria, Relectio de iure belli, op. cit., p. 147), considera, sin embargo, que [e]l que duda de su derecho, aun cuando est en pacfica posesin, est obligado a examinar sus ttulos diligentemente y a or pacficamente las razones de la parte contraria, para ver si puede llegar a una certeza, bien a su favor o a favor del otro (ibid., p. 149). Solrzano, op. cit., p. 215.

1 0 Ibid., p. 223.

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es lcito desviarse de dicha costumbre, aunque despus resulte que el sentido de la ley era otro.11 Este tipo de planteamientos asume que la costumbre es fundamento de la ley, en la medida en que es un criterio bsico de interpretacin de la misma. En consecuencia, una ley que vaya expresamente en contra de lo habitual, de lo socialmente instituido, deja de ser propiamente ley. Esto es equivalente a afirmar que la ley debe reflejar lo acostumbrado, puesto que su contenido se define en funcin de este ltimo. De esta forma, si se da el hecho de la posesin espaola del Nuevo Mundo y si sta se quiere mantener, entonces eso ser la ley. Y si la ley no lo dice expresamente, entonces habra que atribuirle ese sentido. Ahora bien, la teora clsica de la guerra justa propone como criterio que una empresa blica slo puede ser lcita si tiene por objetivo la paz12 y si se adelanta bajo el presupuesto de injurias cometidas13, entendidas, en trminos generales, como infracciones al derecho de gentes. Por lo tanto, la guerra justa siempre parece obedecer al logro de propsitos especficos, a saber, vengar las injurias, es decir, reestablecer el estado de justicia perdido y que ocasiona el conflicto14, as como buscar, mantener o defender la paz. Sin embargo, si las costumbres son las que determinan el contenido de la ley, entonces los propsitos de la guerra justa deben subordinarse a los principios sociales vigentes. En consecuencia, sobre los fines de una guerra justa y exitosa prevalecen aquellos que terminen imponin1 1 Ibid., p. 269. 1 2 ... se requiere [para que una guerra pueda ser justa] que sea recta la intencin de los combatientes: que se intente o se promueva el bien o que se evite el mal. Por lo cual, dice San Agustn: Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacficas, pues se mueven por deseo de la paz, no por codicia o crueldad (...) (Toms de Aquino, Suma teolgica, Madrid, BAC, 1959, T. VII, II-II, q. 40., a. 1, p. 1076). El fin de la guerra es la paz y la seguridad de la repblica ... (Vitoria, Relectio de iure belli, op. cit., p. 107). 1 3 Se requiere en segundo lugar [para que una guerra sea lcita,] justa causa, a saber, que quienes son impugnados merezcan por alguna culpa esa impugnacin. Por eso dice San Agustn: Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias ... (Toms de Aquino, op. cit., p. 1076). 1 4 No hay ms que una causa justa de guerra: la injuria recibida (Vitoria, Relectio de iure belli, op. cit., p. 127).

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dose efectivamente en el reino vencido y conquistado, sin importar si los ltimos corresponden o no con los primeros; pero no slo esto: si se acepta que la posesin o el uso interpreta el contenido de la concesin15, entonces no tiene mayor sentido pretender deslegitimar el gobierno colonial argumentando que sus fines no son compatibles o que son, eventualmente, opuestos a los que justificaron en su momento la guerra de conquista. Por lo tanto, parece que el sistema colonial se puede justificar de suyo porque su propia vigencia social fundamenta la ley que al reconocerlo lo legitima, independientemente de lo que haya motivado o no la empresa de la conquista que lo origin.

IV. LA

RETENCIN POR PRESCRIPCIN Y POR USUCAPIN

Plantear que la costumbre es el fundamento de la interpretacin de la ley y que el hecho de la posesin puede descansar sobre ttulos meramente probables, supone que de una u otra manera y de antemano se da una situacin socialmente consolidada, bien sea de dominio real y efectivo de un territorio o, de prcticas y conductas habituales, regulares y esperables. De esta manera, la consideracin del factor tiempo se hace esencial, ya que no tiene sentido hablar de usos o costumbres que no presentan suficiente duracin y permanencia, as como tampoco de una posesin real cuando todava no se ha superado propiamente la situacin de guerra de adquisicin. Hacia esta consideracin del asunto apuntaron precisamente el ttulo de posesin del Nuevo Mundo por prescripcin16 y por
1 5 Solrzano, op. cit., p. 223. 1 6 Desde el punto de vista del derecho romano, J. Arias Ramos explica las praescriptiones de la siguiente manera: Haba prescripciones a favor del demandante (pro actore) y del demandado (pro reo). Ejemplo de la primera es aquella que (...) advierte que la demanda no versa sobre todo el contenido de la estipulacin, sino que se refiere nicamente a las prestaciones ya vencidas y que no han sido pagadas (...). [En la segunda,] el magistrado adverta al iudex que, antes de entrar en el fondo del asunto, examinase si haba trascurrido ya el tiempo concedido para poder ejecutar la accin, y en tal caso, no pasase adelante (praescriptio longi temporis) (Derecho Romano I, Madrid, Editorial Revista de Derecho Romano, 1966, p. 191 y ss).

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usucapin17. En efecto, se habla de prescripcin para referirse al vencimiento del trmino temporal para que una demanda legal pueda ser instaurada. Segn Solrzano, el dominio espaol en Amrica ya se haba prolongado por ms de cien aos; tiempo suficiente no slo para demostrar que realmente se trataba de un dominio consolidado, sino tambin para que cualquier demanda sobre su eventual ilegitimidad dejara de tener piso jurdico. Por otro lado, se trataba de un lapso de tiempo tan prolongado como para que no tuviera sentido negar que exista de hecho una situacin en la que lo normal y esperable, lo habitual, era el dominio colonial vigente espaol y que, por lo tanto, no poda ser razonable pretender negar el derecho espaol de tomar y de hacer uso pleno de los dominios adquiridos: derecho de usucapin. Solrzano plantea el punto as18:
... el Derecho Civil afirma que la usucapin ha sido introducida para el bien pblico, para que los dominios de las cosas no queden en la ambigedad y se ponga de alguna manera fin a los litigios.19 Si alguien, por temeraria novedad doctrinal, arranca la fuerza y efecto de la prescripcin, no har otra cosa que arrojar en el orbe la semilla de las guerras en que arder el mundo entero.20

Adems,
[El dominio espaol del Nuevo Mundo] ha superado ya la prescripcin centenaria, despus de la cual todo vicio queda diluido y
1 7 Explica J. Arias Ramos: Consiste en la adquisicin de propiedad por la posesin continuada del objeto por un cierto tiempo en las condiciones que seala la ley. Los romanos la definieron: adiecto dominii per continuationem possessionis temporis lege definiti (Modestino: D., 41, 3, 3). Los modernos la llaman tambin prescripcin adquisitiva (op. cit., p. 256). Segn Eduardo lvarez Correa, La usucapin (usucapio), derivada de usar y sujetar, significa adquirir una cosa por uso continuo. En el derecho arcaico la mancipacin no transfera la propiedad; por tanto era necesario adquirir la propiedad despus de un perodo de uso (Curso de derecho romano, Bogot, Pluma, 1979, p. 302). 1 8 Para una ampliacin expositiva sobre el tema vase Javier de Ayala. Ideas polticas de Juan de Solrzano, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-americanos de Sevilla,1946, p. 459 y ss. 1 9 Solrzano, op. cit., p. 285. 2 0 Ibid., p. 291.

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se paraliza absolutamente cualquier accin o reclamacin procesal ...21

Las dos primeras referencias permiten ir a los argumentos que soportan tanto el derecho de usucapin como el de prescripcin. La ltima permite avanzar en la bsqueda de las consecuencias que estos derechos hayan podido tener sobre los de la guerra justa. Sobre lo primero: si no hay certeza en relacin con el derecho de posesin de un determinado bien, no es posible hacer un uso efectivo de l, ya que siempre est presente la amenaza de perderlo, lo que imposibilita o, por lo menos, dificulta seriamente adelantar empresas a mediano o a largo plazo. Por otro lado, el desgaste continuo en querellas jurdicas tampoco redunda, a la larga, en una situacin de bienestar. Desde este punto de vista, con el nimo de que los bienes efectivamente puedan cumplir una funcin social y privada, es conveniente que la duda sobre el derecho de posesin no se dilate indefinidamente en el tiempo, sino que en un momento dado se reconozca una posesin plena. Un razonamiento de este tipo sera aplicable al Nuevo Mundo. La empresa humanizadora y evangelizadora que como objetivo ltimo estara soportando la retencin espaola de Amrica, pero tambin, el vnculo orgnico entre la colonia y Espaa, no se compadece con una situacin de ambigedad permanente sobre la legitimidad de la posesin de lo ya conquistado. En consecuencia, en un determinado momento es necesario pasar la pgina, y es justo que as sea, con el fin de que el Nuevo Mundo pueda rendir plenamente como un bien. Obviamente, se trata de un argumento de carcter utilitarista o, cuando menos, pragmtico: el problema no es slo que la justicia llegue, sino que lo haga a tiempo; la justicia que tarda se hace injusta. En relacin con la prescripcin, el argumento que menciona Solrzano tambin tiene un tinte considerablemente prctico: si no hay prescripcin, nunca se podra llegar a una situacin de fallos
2 1 Ibid., p. 273.

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jurdicos definitivos. En efecto, si siempre es posible revivir lo juzgado, o si se quiere, cuestionar jurdicamente lo dado, no slo no es posible contar con seguridad, sino que siempre se podra estar en una situacin de conflicto. Se debe pensar que difcilmente se encuentra un Estado sobre cuyo origen no quepa algn tipo de duda razonable en relacin con su legitimidad. De esta manera, si no se acepta que este tipo de causas tienen que prescribir en un momento dado, la posibilidad de guerras justas interminables no sera evitable y, por otro lado, no habra ningn reino que no quedara bajo estado de amenaza latente. Las conclusiones en relacin con la legitimidad del dominio espaol en Amrica son claras: ya han pasado ms de cien aos de posesin; no tiene sentido, por lo tanto, pensar que todava es razonable instaurar debates jurdicos sobre el asunto pues cualquier causa de este tipo ya prescribi. En consecuencia, todo vicio queda diluido, es decir, deja de interesar en general cualquier tipo de consideracin sobre la legitimidad de la empresa de la Conquista, independientemente de lo que all se haya cometido. El punto es claro: las causales de guerra justa tan slo se aceptan mientras se las pueda considerar vigentes, es decir, en la medida en que no hayan prescrito. Esto es algo que vale la pena resaltar, ya que no est contemplado, por lo menos de manera explcita ni en Toms de Aquino ni en Francisco de Vitoria.22

2 2 A modo de hiptesis se puede sugerir que difcilmente un ius naturalista de corte clsico puede contemplar la posibilidad de la prescripcin en relacin con causas lcitas de guerra, ya que estas causas normalmente hacen referencia a infracciones del derecho de gentes, y como ste se entiende como una ampliacin derivativa de la ley natural, entonces sus normas tienen que concebirse como de vigencia indefinida y no limitable. De esta manera, si un reino usurpa ilcitamente territorio a otro, la injuria no desaparece junto con el pasar del tiempo, sino que siempre parece lcitamente posible tratar de vengarla. Sin embargo, ac parece haber un problema de discusin: hasta qu punto puede ser consecuente pretender derivar directamente de la ley natural alguna suerte de potestad para determinar prescripcin en la vigencia de justas causas de guerra? Cmo se determina desde el derecho de gentes la identidad y la permanencia de la persona del Estado o del Reino, que de una u otra manera demanda sus derechos? Cundo un reino se convierte en otro si es posible que se traspasen sus derechos y obligaciones?

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V. LO

JUSTO PUEDE SER ENEMIGO DE LO BUENO

... aunque fallasen todas las razones anteriores, hoy en da, (...) con el correr de los aos la religin y la comunidad de espaoles e indios est siendo ya una sola y constituida bajo la proteccin y gobierno de un mismo y comn Rey espaol. Y la situacin, fuerzas y nervios de uno y otro reino estn tan imbricados y trabados, que no se puede separar el uno del otro sin grande y evidente peligro y perjuicio de ambos. Por eso es cierta y se ha generalizado la doctrina de los ms prestigiosos autores, segn los cuales un rey, aunque sea injusto poseedor, est excusado de la obligacin de restituir ...23

El principio bsico de la ley natural, segn Toms de Aquino, expresa que hay que buscar el bien y que hay que evitar el mal.24 Por consiguiente, si se supone que es posible hablar de grados tanto en el bien como en el mal, esta mxima prctica tambin afirma que hay que buscar y preferir el bien mayor frente al menor, as como tolerar el mal menor frente al mayor en caso de necesidad. Algo de esta argumentacin se encuentra en Solrzano. De hecho, la eventual restitucin de los reinos conquistados o el mero abandono espaol del Nuevo Mundo a su suerte, se concibe como un gran mal.25 Se tratara de una situacin de alto perjuicio tanto para indios como para indianos. Para los primeros, porque se truncara el proceso de evangelizacin y de humanizacin, dado que todava no se haba superado su condicin de brbaros, ni se haban cortado completamente sus tendencias a la idolatra; y para
2 3 Solrzano, op. cit., p. 357 y ss. 2 4 ... el primer principio de la razn prctica es el que se funda sobre la nocin de bien, y se formula as: el bien es lo que todos apetecen. En consecuencia, el primer precepto de la ley es ste: El bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de evitarse. Y sobre ste se fundan todos los dems preceptos de la ley natural ... (Toms de Aquino, op. cit., I-II, q. 94, a. 2. p. 732). 2 5 Solrzano (cf. RI, op. cit,. p. 349 y ss.), se apoya considerablemente en Jos de Acosta para justificar el punto. Para una ampliacin del tema vase Felipe Castaeda, El cierre del debate acerca de la Conquista y el inicio filosfico de la Colonia en Jos de Acosta, en El indio: entre el brbaro y el cristiano. Ensayos sobre filosofa de la Conquista en las Casas, Seplveda y Acosta, Bogot, Alfaomega y Uniandes, 2002, pp. 135-151.

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los segundos, no slo por las relaciones de dependencia recproca entre Espaa y Amrica, sino porque ya haba una comunidad de indianos, es decir, de personas de ascendencia espaola que, sin embargo, no tenan sitio en ultramar. Ahora bien, lo peculiar de este punto de vista no consiste en que se apoye, o en que parezca apoyarse en el mencionado principio fundamental, sino en que haga prevalecer la bsqueda del bien o la tolerancia del mal menor an sobre los dictmenes de la justicia. En otras palabras, se estara suponiendo que el criterio de justicia tiene que ordenarse a cierta idea de bien, o si se quiere, que el deber se ha de determinar en funcin de algn concepto de bienestar. Por lo tanto, la ejecucin de la ley se condiciona al clculo de los costos y beneficios que podra tener su eventual aplicacin, de tal manera que si el ejercicio de la justicia implica o conlleva una situacin generalizada de mal mayor, su aplicacin debe ser evitada para conjurar precisamente que lo justo devenga injusto. Por otro lado, el punto de vista de Solrzano indica que la mera existencia de un reino dado es ya de por s un bien lo suficientemente mayor como para que cualquier duda sobre su legitimidad quede cancelada. En otras palabras, la realidad de un determinado Estado de por s legitimara plenamente su existencia, pues no parece haber ley que pueda estar por encima del mismo para juzgarlo. Esto parece tener que ser as porque difcilmente se podra encontrar un reino que se juzgue a s mismo como un mal mayor tal que sea ms conveniente su autocancelacin. Como ya se dijo, siempre se puede legitimar una posesin con base en la apelacin a ttulos meramente probables y, por otro lado, como Solrzano acepta, la costumbre es fundamento de la ley. En consecuencia, la interpretacin de la ley, de lo justo, siempre se adelantar en funcin de la defensa de la situacin social dada y de los valores que en principio promueve. As las cosas, la posibilidad de aplicacin real del derecho a la guerra justa frente a un reino ya consolidado queda bastante limitada. Si se debe evitar el mal mayor frente al menor, y si toda guerra de por s implica cualquier tipo de penurias y de inconvenientes, dif120

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cilmente se podrn encontrar causales de guerra justa lo suficientemente fuertes para justificar cualquier guerra, a no ser que sea evidente que la empresa blica como acto de ejecucin de la justicia conlleve un bien claramente mayor que el de la existencia del reino por combatir. Pero, como ya se dijo, aun en estos casos, el Estado satanizado siempre podr encontrar buenos argumentos para legitimar su defensa. En otras palabras, estas consideraciones de Solrzano parecen implicar una defensa a ultranza de un statu quo internacional. Los reinos estn bien como estn, y el asunto debe dejarse as; en especial, el sistema colonial espaol. 26

VI. EL

FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS

Desde el punto de vista de la tradicin escolstica, es una ley natural derivada que lo necesario para adelantar algo debido sea, a su vez, lcito. De hecho, no se puede exigir algo si no se legitiman tambin los medios que lo hacen posible, es decir, aquellos sin los cuales no se podra adelantar, ya que en caso contrario se estara obligando lo imposible.27 Sin embargo, este principio no implica criterios de eficiencia, sino meramente de posibilidad prctica. En consecuencia, no legitima cualquier medio que pueda llevar a un determinado fin, sino aquellos sin los cules no sea factible adelantar lo propuesto. Ahora bien, Solrzano parece estar ms all de este tipo de planteamientos: ... ms que en el modo que conduce al fin lo que se considera es el fin de la obra, y, como

2 6 La conservacin de lo posedo en concordia con los dems pases es la ambicin terica de Juan de Solrzano, terico del imperio espaol y defensor de la posicin privilegiada de Espaa en el mundo. Propugnaba en la doctrina lo que en las realidades era difcil de mantener (Ayala, op. cit., p. 492). 2 7 Para el caso de una guerra justa, Vitoria plantea el asunto as: ... el fin de la guerra es la paz y la seguridad, como dice San Agustn; por lo tanto, desde el momento en que es lcito a los espaoles aceptar la guerra o declararla, ya les son lcitas tambin todas aquellas medidas necesarias para el fin de la guerra, esto es, para obtener la paz y la seguridad (Primera releccin sobre los indios, en Obras de Francisco de Vitoria, op. cit., p. 713).

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vulgarmente se suele decir, logrado el efecto, poco se nos da del modo.28 Segn esto, Solrzano parece aceptar que el fin justifica cualquier medio que resulte til. As las cosas, si el fin es justo, poco importa la consideracin acerca de la licitud de aquello que haya hecho posible su realizacin. Obviamente se est rebasando considerablemente lo permitido por la ley natural antes mencionada, ya que de una u otra manera el criterio de eficacia del medio estara por encima y subordinara al de su licitud. Sin embargo, conviene acotar la validez de la posicin de Solrzano: l est hablando de aquello a lo que llev la guerra de conquista, es decir, a la Colonia misma. De esta manera, parece que esta mxima prctica tiene validez cuando se piensa en las decisiones y procedimientos que determina un gobernante y no necesariamente en el mbito de la vida privada o de los particulares. Como sea, en todo caso supone que las decisiones de un Estado se deben regir ms por el rasero de los resultados que por su compatibilidad con la ley natural. En consecuencia, un reino no podra ser juzgado a la larga por ninguna instancia, ya que si se logra mantener y defender, su propia existencia es suficiente garanta que de por s cumple con el criterio de efectividad. En caso contrario, es decir, si no se logra sostener, estara tendiendo de por s a su propia desaparicin, por lo que ya no habra ni siquiera a quin juzgar. Sin embargo, el inters de Solrzano se centra en la justificacin de la retencin espaola del Nuevo Mundo y no tanto en el hecho de proponer alguna suerte de teora hobbesiana del Estado. Y si se acepta esta forma de argumentacin, parece patente la confirmacin de su objetivo:
Cuando esto se ha alcanzado [los muchos y cualitativos progresos que ha logrado en estos territorios la religin cristiana] y se ha llevado a efecto el fin recto y santo que se pretenda, poco daa a su justicia y provecho que haya habido algn exceso en sus comienzos o en la disposicin y ejecucin de los medios por causa de la lascivia, avaricia o altanera de la gente armada.29

2 8 Solrzano, op. cit., p. 405. 2 9 Idem.

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En efecto, no tiene mayor sentido cuestionar el dominio espaol americano con base en apelaciones a infracciones al derecho durante la guerra si stas, por el camino que haya sido, a la larga resultaron tiles para poder concretar la empresa evangelizadora, fin ste que a los ojos de Solrzano es de por s santo, querido y avalado por Dios30 y, por lo tanto, incuestionable31. En sus palabras y de manera bastante sucinta: (...) incluso los malos suelen encontrarse entre los ministros de Dios (...).32 Ahora bien, este maquiavelismo teolgico implica una considerable negacin de la teora de la guerra justa de carcter ius naturalista. Segn sta, y como se ha venido mencionando, el fin de cualquier guerra que pretenda ser justa, no puede ser otro que el de reestablecer una situacin de justicia perdida por alguna injuria cometida. Pero como la justicia no se reestablece sino por medios que a su vez sean justos, es un contrasentido afirmar que la guerra se puede adelantar por cualquier medio.33 En otras palabras, tiene que respetarse algn ius in bello. El punto es claro: si durante la guerra no se respetan las normas de derecho que en principio deberan regir los conflictos blicos, se generan nuevas causales de guerra, lo que hara los enfrentamientos interminables e imposible el logro de la paz. No sobra recordar que pensadores bien conocidos por Solrzano, como Vitoria, ya haban planteado que durante una guerra no se deben asesinar inocentes, que debe haber proporcionalidad entre la injuria cometida y los castigos

3 0 Ver Felipe Castaeda, Los milagros y la guerra justa en la conquista del Nuevo Mundo. Aspectos de la crtica de Solrzano Pereira a Vitoria, en Felipe Castaeda y Diana Bonnett (eds.), El Nuevo Mundo: problemas y debates, EICCA 1, Bogot, Uniandes, pp. 119-154. 3 1 La idea providencialista le hace incurrir [a Solrzano] en un grave error (...)[:] el creer que las guerras justas no pueden tener nunca mal xito, por encuadrarse en los planes de gobierno de la Providencia divina, con lo cual se concluye en interpretar las guerras con cierto signo de pragmatismo religioso ... (Ayala, op. cit., p. 484). 3 2 Solrzano, op. cit., p. 407. 3 3 Puede suceder que, siendo legtima la autoridad que declara la guerra y la causa justa, sin embargo, por la intencin prava se vuelva ilcita. As dice San Agustn: El deseo de daar, la crueldad de vengarse, el nimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasin de dominar, etc., son cosas en justicia culpadas en las guerras (Toms de Aquino, op. cit., II-II, q. 40, a. 1, p. 1076).

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infringidos, que no se deben envenenar las fuentes de agua, etc.34 De tal manera que si no se respeta este derecho, se podra generar el deber de restitucin de lo ganado a los vencidos, aunque las causales que llevaron a la agresin hubiesen sido lcitas.

VII. OBSERVACIONES

CONCLUSIVAS

Los planteamientos de Solrzano en relacin con la legitimacin de la retencin espaola del Nuevo Mundo, indican un vuelco considerable en la manera de entender la justicia y la ley, cuando se los compara con los fundamentos propios de la teora de la guerra justa de la primera mitad del siglo XVI, que se utiliz como marco para intentar justificar la Conquista. En efecto, esta ltima reconoce que el fundamento de la ley humana radica en la ley natural, entendida como la participacin de la ley eterna en la racionalidad humana. Por lo tanto, ya que la ley natural cubre al gnero humano como un todo, y ya que la ley eterna prima sobre toda ley humana, entonces la ley natural funge como criterio bsico de justicia, de tal manera que la ley humana que no es compatible con la ley natural no parece ser ley.35 Solrzano propone justificar la retencin de Amrica a partir de criterios y de principios que apuntan al reconocimiento de lo social dado como fundamento de la ley y de la justicia. De esta manera, el concepto de deber se tiene que poner en funcin de las necesidades, posibilidades y valores implcitos en las situaciones vigentes. Dicho de
3 4 Vase, por ejemplo, en Vitoria, el desarrollo de la cuestin cuarta, parte II de su Relectio de iure belli. Para el caso de Seplveda, afirmaciones como la siguiente: En la guerra, como en las dems cosas, se ha de atender tambin al modo; de suerte que, a ser posible, no se haga injuria a los inocentes, ni se maltrate a los embajadores, a los extranjeros ni a los clrigos, y se respeten las cosas sagradas y no se ofenda a los enemigos ms de lo justo ... (Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, op. cit., p. 73). 3 5 ... en los asuntos humanos se dice que una cosa es justa cuando es recta en funcin de la regla de la razn. Mas la primera regla de la razn es la ley natural (...). Luego la ley positiva humana en tanto tiene fuerza de ley en cuanto deriva de la ley natural. Y si en algo est en desacuerdo con la ley natural, ya no es ley, sino corrupcin de la ley. (Toms de Aquino, op. cit., I-II, q. 95, a. 2, p. 742).

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otra manera, la ley no tendra por funcin intentar alterar y moldear las conductas de tal forma que cada vez se acerquen ms a un determinado ideal de justicia an por realizar o, por lo menos, por defender, sino que tendra por tarea garantizar el mantenimiento de lo dado, como algo que representa un valor superior, que no se cuestiona y que termina determinando hasta el contenido de la ley misma. En consecuencia, la Colonia no se tratar de justificar en la medida en que indique un paso conveniente hacia la realizacin de algn ideal necesario de justicia universal, es decir, como algo originado justamente y que se orienta tambin a lo que se considera justo desde la ley natural. Ms bien y por el contrario, el dominio espaol se concebir como algo que de por s constituye una realidad apta para determinar qu deba ser lo justo, no tanto porque lo encarne, sino porque lo decide de por s. Ahora bien, si hubiese que pensar en una teora de la guerra justa compatible con estas posiciones de Solrzano, la teora ius naturalista no resulta un buen candidato. En efecto, su marco terico se apoya ms bien en el ideal de ajustar la realidad a una concepcin predeterminada del deber ser. Ella parece suponer que la humanidad est todava en vas de realizacin y que sta slo se podr llevar a cabo de una manera conveniente si se respeta una ley que en principio todos los pueblos deberan seguir, es decir, si se castigan y corrigen las conductas que la violen, as sea con la guerra misma. Desde Solrzano, parecera que la guerra se justifica principalmente en funcin de su eficiencia, es decir, si se la puede entender y asumir como un medio til en la preservacin o en la constitucin de aquello que se considere como conveniente desde la situacin real dada. As, y en pocas palabras, una guerra resultar justa si es exitosa. Para terminar, conviene acotar lo que se ha venido afirmando en el siguiente sentido: primero, tan slo se mencionaron argumentos de Solrzano que efectivamente implican, de una u otra manera, no slo diferencias marcadas con los presupuestos de la teora ius naturalista de la guerra justa, sino tambin alguna suerte de superacin de la misma; segundo, Solrzano no se preocupa tanto, en sus ejercicios de legitimacin de la retencin, por proponer
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argumentos que sean mutuamente compatibles, sino que echa mano, por decirlo as, de cualquier razonamiento que le parezca plausible. En otras palabras, si se mira el conjunto de los principios a los que apela, su sistema argumentativo se tiene que considerar como eclctico y pragmtico. Como l mismo afirma, ... a nadie se prohbe hacer usos de numerosos remedios y defensas, si se orientan y dirigen a un mismo fin.36 Todo esto indica que, aunque se puedan encontrar en su pensamiento puntos de vista que suponen un cuestionamiento interesante de la ley natural como fundamento de la justicia, as como intentos novedosos en la justificacin de la Colonia, tambin hay otros que resultan plenamente compatibles con la teora de la guerra justa clsica y que presentan el dominio espaol del Nuevo Mundo como su consecuencia lgica. Obviamente, esto puede hacer todava ms interesante su estudio, ya que su vasta produccin se puede entender como un lugar de confluencia terica de todo tipo de posiciones que podan ser razonables y vigentes a comienzos del siglo XVII.

3 6 Solrzano, op. cit., p. 237.

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LA PRCTICA JUDICIAL Y SU INFLUENCIA EN SOLRZANO: LA AUDIENCIA DE LIMA Y LOS


PRIVILEGIOS DE INDIOS A INICIOS DEL SIGLO

XVII

Mauricio Novoa

Es un hecho bien conocido que Juan de Solrzano y Pereira fue enviado a las Indias no slo para desempearse como magistrado sino para que atendiese y escribiese todo lo que juzgase concerniente y conveniente a su derecho y gobierno. Sin embargo, y pese a lo ambicioso del proyecto, permanecera nicamente en la audiencia de Lima en donde sirvi como oidor entre 1610 y 1627. Este trabajo analizar las ideas de Solrzano en torno a la condicin jurdica del indgena americano y estar centrado en los privilegios procesales otorgados a stos. En particular, pretende sealar que al menos dos privilegios procesales incluidos en Poltica indiana, se venan aplicando en la audiencia de Lima desde finales del siglo XVI. Examinar, asimismo, la significacin de dichos privilegios en el contexto del pensamiento jurdico de inicios del siglo XVII.

I
Una de las caractersticas ms sobresalientes de la Poltica indiana es su planteamiento de privilegios jurdicos para el indio americano en virtud de su condicin de persona miserable. El tema no se discute, por ejemplo, en los captulos sobre la situacin jurdica del indio como fundamento de la retencin de la Monarqua Hispnica del Nuevo Mundo del De Indiarum iure (1629-

MAURICIO NOVOA

1639)1, ni en el comentario al emblema LXV sobre la defensa de los pobres, a quienes el ius commne compar con los miserables, del Emblemata Centum (1651).2 Solrzano, al igual que numerosas cdulas reales de finales del siglo XVI, consideraba que la miserabilidad de los indgenas se derivaba del estado de gentilidad y pobreza en que stos vivan.3 En ese sentido, sostena que los indios deban ser reputados por miserables pues en ellos se ...cumplan a la letra todos aquellos epitetos de miserias, y desventuras, que el Evanglico Profeta Isaas d aquella gente que dice habita ms all de los rios de Etyopia. Pero aun si estos eptetos de miserias no se cumplieran en los indios su reciente conversin a la fe catlica bastaba para tenerlos por miserables.4 stas eran, sin embargo, dos de las mltiples causas a las cuales se encontraba asociada la miserabilidad. El Fuero Juzgo (c.681), por ejemplo, contemplaba medidas de proteccin contra la codicia de los prncipes, pues entenda que un reinado tirnico haca pobres e miseros a los hombres.5 Por su lado, el poeta Gonzalo de Berceo (c.1195-1264) la asociaba con la posesin diablica6, y el asceta fray Jernimo Gracin (1545-1614) la vincul con el atesmo.7 En suma,

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Juan de Solrzano y Pereira, De Indiarum iure (Lib. III: De retentione Indiarum), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, 1994. Pauperum Tutamen, Emblemata Centum Regio Politica, Madrid, Tipografa Regia, 1779, pp. 533-40. Richard Koneztke, Coleccin de documentos para la historia de la formacin social de Hispanoamrica, 1492-1810, vol. 1, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, 1953. Juan de Solrzano y Pereira, Politica indiana, Madrid, Castro, 1996, lib. 2, cap. 28, pp. 2-3. Fuero Juzgo 2.1.5, en Los Cdigos Espaoles. Puede verse tambin las Leyes de Estilo 4.5 y el Fuero Viejo de Castilla (1079), Ignacio Jordn de Asso y Miguel de Manuel (eds.) Madrid, 1771. La influencia posterior de esta idea en la teora poltica se encuentra en Rodrigo de Arvalo, Suma de la Poltica en Prosistas castellanos del siglo XV, Mario Penna, (ed.) BAE 116. Madrid, Atlas, 1959, p. 285. Todas estas femnas / eran demoniadas / viuen en gran miseria / eran muy lazradas (Gonzalo de Berceo, Vida de Santo Domingo de Silos, ed. Jos Antonio Fernndez Flrez, Burgos, Universidad de Burgos, 2000, verso 638). Fray Jernimo Gracin, Diez lamentaciones del miserable estado de los atestas de nuestros tiempos (1611), en Beatus vir: carne de hoguera, Emilia Navarro de Kelley (ed.), Madrid, Editora Nacional, 1977, pp. 270-272.

4 5

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el trmino fue entendido como una consecuencia del excesivo tributo, la rusticidad, la guerra, el crimen o la usura.8 Posiblemente esta situacin llevara a Solrzano a afirmar que, en ltimo trmino, era el arbitrio del juez que determinaba quines podan ser miserables para el derecho.9 Se trataba, por lo dems, de una idea expuesta por tratadistas contemporneos como Gabriel Alvarez de Velasco (1595-fl.1658)10, un oidor de la audiencia de Santa Fe, y Giovanni Maria Novario, un jurista napolitano del siglo XVII.11 Ambos autores fueron la fuente fundamental de Solrzano al tratar la miserabilidad del indio americano.12

II
Establecida la miserabilidad de los indgenas, el asunto central estuvo en discutir qu privilegios podan derivarse de dicha condicin. El privilegio ms significativo de los indios miserables en la prctica jurdica fue la capacidad de recurrir a la restitutio in integrum.13 Se trataba de un remedio procesal que tena su origen en el derecho romano y buscaba resarcir los efectos de actos jurdicos en donde hubiesen intervenido menores de edad. Lo haca restituyendo las cosas al estado que tenan antes de dichos actos.14 La
8 Carmen Lpez Alonso, La pobreza en la Espaa Medieval: estudio histrico social, Madrid, Centro de Publicaciones, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1986, pp. 211-3, 217-9, 230, 236. Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib. 2, cap. 28, p. 1.

1 0 Gabriel lvarez de Velasco, Tractatus de privilegiis pauperum et miserabilium personarum, 3 partes en 2 vols. Matriti, Apud Viduam Ildephonsi Martin, pp. 1630-36. Era casado con Francisco Zorrilla y Ospina (1649). Su testamento se encuentra en el Archivo General de la Nacin de Colombia, notara 3, protocolo 1658, fs. 207-18. 1 1 Giovanni Maria Novario, Praxis aurea priviligiorum miserabilium personarum, Neapoli, Ex typographia & expensis Dominici de Ferdinando Maccarani, 1623. Existen dos ediciones adicionales de 1637 y 1669 publicadas bajo el ttulo de Tractatus de miserabilium personarum privilegiis y tambin editadas en la tipografa de Maccarani en Npoles. 1 2 Sobre ste puede verse la nota bibliogrfica al final de este trabajo. 1 3 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib 2, cap. 8, p. 25. 1 4 Gayo, Instituciones, 4.57; D.4.4.16.1.

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restitutio in integrum poda, por ejemplo, rescindir lo actuado en un proceso judicial, o los efectos de contrato.15 Se trataba, sin embargo, de un remedio del derecho civil: no proceda para actos delictuosos pues en Roma la responsabilidad criminal poda ser aplicable, en ciertos casos, a menores de edad.16 Solrzano estimaba que los indios podan beneficiarse de la restitutio in integrum tanto en procesos judiciales como en transacciones contractuales. En el primer caso, sostuvo que no se aplicaba en los indios la contumacia judicial y que podan presentar testigos y pruebas en cualquier instancia del proceso. Este principio tambin poda invocarse en los juicios de residencia ya que los indios podan presentar demandas contra magistrados y funcionarios aun despus de concluido del proceso. En materia de contratos, Solrzano sealaba que los indios podan pedir la restitutio in integrum cuando disponen de bienes races o de otras cosas de precio y estimacin sin la intervencin y consentimiento del protector general de indios.17

III
Posiblemente el ejemplo ms conspicuo de la aplicacin de la restitutio in integrum contra los plazos procesales ocurri en la defensa de la nieta del XVI Inca Diego Sayri Tpac (1560), Ana Mara de Loyola Coya (1594-1630), ante la real audiencia de Lima.18 Sobrina nieta de San Ignacio, primera marquesa de Santiago de Oropesa (1614), y consorte de Juan Enrquez de Borja (1573-1634), Loyola Coya fue una de las personalidades ms importantes del

1 5 Digesto, 4.4.7.12. 1 6 Digesto, 4.4.37f. 1 7 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib. 2, cap. 28, pp. 25, 38, 42-43. 1 8 Leandro de Larrinaga Salazar et. al., Por el marqus de Oropesa, como marido de dona Maria de Loyola Coya. Sobre la satisfacion que pretende le haga su Majestad por los derechos y pretensiones en que viene informado por la Real Audiencia de Lima... (Lima?): s.e., (1616).

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virreinato peruano a inicios del siglo XVII.19 Su demanda contra la corona de Castilla fue por el pago de 340.000 pesos producto del incumplimiento de un acuerdo firmado entre Sayri Tpac y el virrey Andrs Hurtado de Mendoza (v.1556-60) en 1558. Pese a que no existe el expediente judicial sobre la demanda, se conoce la causa seguida ante la audiencia por el alegato a favor de los marqueses de Oropesa publicado alrededor de 1616 por un equipo de juristas liderado por Leandro de la Rynaga Salazar (c.1562-1624), un abogado de indios y profesor en la universidad de San Marcos.20 La base de la demanda era el asiento firmado entre Sayri Tpac y Hurtado de Mendoza, en virtud del cual se creaba a favor de los descendientes del Inca un mayorazgo y encomienda con una renta anual perpetua de 10.000 ducados derivada de los tributos pagados por los indios de cuatro pueblos en el valle de Yucay en Cuzco. En caso de que la encomienda no generase la renta pactada, se estableci que la Real Hacienda completara la diferencia, bien directamente o bien con la asignacin de una nueva merced. La marquesa alegaba que desde 1588 la recaudacin de sus tributarios no haba alcanzado los 10.000 pesos. La cifra reclamada, por lo tanto, era la acumulacin de lo faltante entre 1588 y 1614 (2, 18v). Para Rynaga, la simple constatacin de los notorios beneficios que haba trado a la corona dicho asiento bastaba para concluir que la marquesa haba sido vctima de una lesion enormissima (f.15).
1 9 Sobre los marqueses de Santiago de Oropesa puede verse Guillermo Lohmann Villena, El seoro de los Marqueses de Santiago de Oropesa, en Anuario de Historia del Derecho Espaol n 19, 1948-49, pp. 347-458, y Javier Gmez de Olea, Los marqueses de Santiago de Oropesa, en Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealgicas n20, 1994, pp. 129-39. 2 0 Leandro de la Rynaga fue abogado de indios (1601-21), regidor perpetuo del cabildo de Lima (1611-24) y rector de San Marcos en cinco oportunidades (1599, 1603, 1609, 1619, 1621). Sobre su trayectoria y la de su familia puede verse la relacin de servicios de su nieto Nicols Matas del Campo y de la Rynaga, Memorial y discurso informativo ... Representa los estudios, y ocupaciones propias en servicio de su Magestad; y las del Doctor Iuan Bautista del Campo y de la Rynaga, su hermano, cura rector de la Villa de Huancabelica ... Informa la nobleza, y servicio de sus padres, Madrid, Mateo de Espinoza y Arteaga, 1668. Un estudio genealgico sobre los Rynaga en los siglos XVI y XVII se encuentra en Guillermo Lohmann Villena, Amarilis Indiana: identificacin y semblanza, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Catlica del Per, 1993, pp. 329-42.

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No slo Felipe II (r.1556-98) haba ganado grandes sumas de oro y plata, sino el mismo imperio de los incas, del cual la marquesa era la legtima sucesora, haba sido agregado a la corona de Castilla. Adicionalmente, argument que Sayri Tpac haba entregado un reino en paz, sellando con ello la dificultad que podia aver de la guerra, y los daos e inconvenientes tan considerables. Con todo, los beneficios que haba recibido la marquesa eran mnimos si se comparaban con aquellos recibidos por los sucesores de Hernn Corts o Cristbal Coln quienes tenan, respectivamente, rentas anuales cercanas a los 60.000 ducados y 18.000 pesos (fs. 20-20v). Consciente de que cuestionaban un instrumento jurdico firmado hace ms de 50 aos, Rynaga y su equipo argumentaron ante la audiencia que por se menor la marquesa o no ha podido correr contra ella en su tiempo, o si ha corrido tiene restitucion (f. 21). Es posible que los argumentos de Rynaga dieran resultado. Pese a que la ausencia del expediente procesal no permite afirmar esto con exactitud, el silencio respecto del proceso en las instrucciones que dejaron los marqueses de Oropesa antes de viajar a Espaa en 1626, sugiere que ste se habra resuelto con anterioridad.21 Por lo dems, la quinta marquesa y ltima descendiente directa de Sayri Tpac, Mara de la Almudena Enrquez de Cabrera (1741), aun mantena las rentas producto de su encomienda de Yucay.22

IV
Tal como lo evidencia la disputa sobre el cacicazgo de la Huaranga de Quinti, una cabecera en la sierra norte de Lima, la restitutio in integrum como remedio a la contumacia procesal fue tambin aplicada por la real audiencia de Lima mientras Solrzano sirvi como
2 1 Razn de los papeles que quedaron en Yucay el ao de 1626 en que se volvieron a Espaa los seores marqueses de Oropesa, Biblioteca Nacional del Per (BNP) ms. B 239 (1626). 2 2 Peticin que formula el Duque de Medina para que se conduzcan los pleitos..., BNP, Archivo Astete Concha F 94. La ltima marquesa fue tambin X duquesa de Medina de Rioseco.

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oidor en ella. El 20 de agosto de 1621, Cipriano de Medina y Gmez (c.1559-1635)23, un profesor de San Marcos y segundo abogado de indios en la audiencia de Lima24, solicit ante dicho tribunal la ratificacin del cacicazgo a favor de Miguel de Guamanchata. El caso se sostena en el fallo favorable a este ltimo expedido por el corregidor de Huarochir, Antonio Barreto, en 14 de julio de ese ao (f.86). Barreto haba interrogado a ms de seis testigos indios (fs. 76-77v, 81-82v), analizado la ascendencia de los pretendientes y concluido que Guamanchata tena el mejor derecho. Su opinin fue ratificada en 15 de agosto por Jernimo de Samanez, protector general de indios, quien elogi el modo cmo Barreto haba conducido el proceso (86-86v). El pedido de Medina se limitaba, en suma, a hacer efectivo el fallo del corregidor.25 El 31 de agosto, sin embargo, otro distinguido acadmico, el doctor Juan del Campo y Godoy (1591-fl.1653), primer abogado de indios de la Audiencia, contest el pedido de Medina y las pretensiones de Guamanchata.26 Para ello utiliz documentacin genealgica que reconstrua la historia del cacicazgo en los ltimos
2 3 Medina fue catedrtico de Instituta y vsperas de Derecho Cannico en San Marcos, as como rector del Real Colegio Mayor de San Felipe y San Marcos (1604) y de la propia universidad (1605, 1617). Era casado con Sebastiana de Vega, hermana de Feliciano de Vega (1580-1640), catedrtico de prima de cnones y vspera de leyes en la universidad de San Marcos, obispo de Popayn y La Paz, y obispo electo de Mxico. Sobre Medina puede verse Mauricio Novoa, La biblioteca de Cipriano de Medina: rector de San Marcos y abogado de indios, ponencia presentada en el XIV Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, Lima, 23-16 de septiembre de 2003, y Luis Antonio Eguiguren, Diccionario histrico cronolgico de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos y sus colegios: crnica e investigacin, Lima, Imprenta Torres Aguirre, 1940-1951, vol. 1, pp. 385-90. 2 4 En 1608, el virrey Marqus de Montesclaros (v.1607-15) cre un segundo abogado de indios, un oficio creado en 1575 por el virrey Francisco de Toledo (v.1569-81) para la defensa de las causas indgenas en la audiencia de Lima. 2 5 Causas sobre el cacicazgo del pueblo de Quinti..., Lilly Library, Latin American mss. Per, 1596, Aug. 23 -1626, Mar. 13. 2 6 Sobre Campo, quien fue oidor en Quito (1647-52) y Charcas (1653), as como profesor de Instituta (1620), prima (1632) y vsperas (1636) de cnones, y rector de San Marcos (1630), pueden verse las relaciones de servicios de su hijo Nicols Matas del Campo y de la Rynaga, Memorial y discurso informativo, 27v-30v, y Relacin de los servicios del doctor Don Nicols Matas del Campo y de la Rynaga, abogado que ha sido de la Audiencia de Lima ([Madrid]: s.e., 1666?), [2v].

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50 aos y los testimonios de la visita realizada por Pedro de Herrasti a mediados del siglo XVI. En virtud a ellos sostuvo que Martn Vilcayauri era el legtimo heredero (fs.87-88). Como consecuencia de estos argumentos la Audiencia emiti una real provisin para que se llevaran a cabo nuevas probanzas en Quinti (f.90). Pese a esto, Campo y Vilcayauri no presentaron testigos en las audiencias pblicas realizadas por el corregidor Barreto entre el 21 de octubre y el 15 de noviembre de 1621 (fs.101-11). En su informe, el corregidor declar que Vicayauri no haba probado cossa alguna (121v). En consecuencia, el 22 de diciembre de 1621 la audiencia de Lima confiri el cacicazgo a Guamanchata (f.124). El 13 de septiembre de 1622, es decir, casi nueve meses despus de la sentencia de cosa juzgada, Campo present ante la audiencia a un nuevo candidato para el cacicazgo, el indio principal Martn Chuquisapiente (f.129). Los oidores admitieron el recurso y un ao despus, en diciembre de 1623, los doctores Campo y Medina presentaron nuevas probanzas (fs.172-76v, 150-71). El 7 de febrero de 1625, los oidores Juan Jimnez de Montalvo (1561-1629), Francisco de Alfaro (c.1551-fl.1629) y Blas de Torres Altamirano (1635), ratificaron a Guamanchata (f.215). Este revs, sin embargo, no detuvo a Campo quien en 15 de abril de 1625 pidi una restitutio in integrum por omissa probanza en virtud de que Chuquisapiente era indio miserable (f.226). Los oidores, entre los que ahora se sumaba el propio Solrzano, acordaron otorgar originalmente medio trmino, es decir slo 15 das, para la nueva probanza (fs.226v, 235), aunque luego accedieron a ampliar el plazo en 15 das (f.229) y posteriormente en 12 das ms (fs.230-30v). Los testimoniales se presentaron finalmente en 26 de mayo, pero el resultado final del litigio es desconocido (f.231). La restitutio in integrum contra los plazos procesales fue tambin otorgado en el litigio por el cacicazgo de San Juan de Begueta, un pueblo dentro del corregimiento de Chancay al norte de Lima, ocurrido entre 1621 y 1625. 27 En 4 de abril de 1623 dicho cacicazgo,
2 7 Causa de don Geronimo Polan, indio con Francisco Chancoy sobre el cacicazgo del pueblo de Begueta del distrito de la villa de Chancay, 1621, Oct. 26-1625, May 16, Lilly Library, Latin American mss. Peru.

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con el informe favorable del protector general de indios, haba sido ratificado por la audiencia en la persona de Jernimo Polan (20-20v, 46v). La sentencia, sin embargo, fue apelada por otro candidato, Francisco Chancoy, quien obtuvo una real provisin para llevar a cabo nuevas probanzas en el pueblo en disputa (f.47). En dicha provisin, emitida en 28 de abril de 1623, se estableci que Chancoy tena 20 das para realizar los testimoniales (f.50). Once meses despus, el 24 de marzo de 1624, el procurador general de indios, Francisco de Arriola, present un escrito pidiendo un nuevo plazo para realizar las probanzas. Argument que Chancoy, como persona miserable, tena el derecho a la restitutio in integrum contra el paso del t[iem]po y omissa probanza (f.5051v). Aunque Cipriano de Medina, abogado de la otra parte, protest contra el escrito (f.53), el 10 de enero de 1625 la Audiencia accedi a la peticin de restitutio in integrum contra los plazos procesales (f.53v). En una segunda provisin de 17 de enero la audiencia ratificaba lo anterior explicando que Chancoy, no avia podido ni avia hecho probanza alguna por lo cual habia quedado yndefenso y le competia el beneficio de la restituycion yn yntegrum contra el lapso del tiempo y omissa probanza por ser como hera yndio fraxil y persona miserable [sic] (f.57). Hacia el 18 de enero de ese ao, Arriola y Chancoy an no haban presentado dicha evidencia (f. 55).

V
Aunque Solrzano seala la existencia de cdulas de 1540, 1571 y 1572 disponiendo la intervencin de magistrados en transacciones de indgenas cuyo objeto fuesen bienes races o de otras cosas de precio y estimacin, las primeras evidencias de dicha intervencin son posteriores a 1575, fecha en que el virrey Francisco de Toledo (v.1569-81), instal un sistema de protectores y abogados de indios en la capital de la audiencia y los principales corregimientos del Per. Se sabe, por ejemplo, que en 1579 Antonio de Valera, protector de indios en Humanga, autoriz la venta de una
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parcela de tierra de propiedad de Lzaro y Andrs Guacros, caciques de Tanquigua. En el texto de dicha autorizacin el protector indicaba que deban darse 33 pregones en la plaza mayor de Humanga para la venta. Finalizados los pregones en 2 de marzo de 1579, los terrenos fueron vendidos en 13 de marzo en presencia tanto de Valera como del corregidor de Humanga.28 Fue la ausencia de dicha autorizacin, sin embargo, lo que motivaba la utilizacin de la restitutio in integrum en las cortes de justicia. Un buen ejemplo es el caso de Juana Snchez, una india, quien en 1593 inici una demanda contra Antonio de Bobadilla ante el teniente de corregidor Narvez de Valdelomar, por nulidad de contrato.29 Para ello, argument la existencia de engao en el precio de una casa que haba comprado a Bobadilla. Sostena que haba pagado 1.500 pesos por una propiedad cuyo valor real no superaba los 800 (f.1). El 1 de julio de ese ao, sin embargo, Narvez de Valdelomar fall a favor de Bobadilla estableciendo que no exista irregularidad en la venta (fs.2-11). La sentencia fue apelada ante la audiencia que orden la realizacin de probanzas testimoniales, las cuales se realizaron en enero de 1594 (fs. 48-55, 58-64). Poco despus de presentarse las probanzas, en marzo de 1594, Snchez busc los servicios de Leandro de la Rynaga Salazar para los alegatos finales. En un escrito del 28 de marzo de 1594, Rynaga argument que dicha transaccin haba sido realizada contradiciendo a las leyes de Indias que requeran la presencia del protector, o una autoridad similar, en todo contrato de envergadura firmado entre espaoles e indios. En consecuencia, la Audiencia deba declarar la nulidad el contrato en virtud de que Snchez era:
mujer e yndia e yncapaz para contratar especialmente contratos de cantidad e sobre bienes raices e ansi esta prohibido a los yndios
2 8 Testimonio de los autos que sigui el Protector de los Naturales del Partido de Huamanga en nombre de D. Lzaro y de D. Andrs Guacros, caciques del repartimiento de Tanquigua..., Archivo General de la Nacin de Per (AGNP), Derecho Indgena, leg.3, c.25 (1578), fs.1v-3v. 2 9 Expediente de la causa seguida entre Juana Snchez, india, y Antonio de Bobadilla sobre el engao en la venta de unas casas, Los Reyes, enero 1596, BNP ms. a 149, 89 fs.

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por ordenanzas deste reyno sin autoridad y licencia de la justicia e de su protector general que para esto esta nombrado y mandado nombrar por el rey nuestro seor (f.69).

Segn Rynaga, la razn para ello era la posibilidad de que los indios fuesen engaados en el precio y en el bien materia de contrato. Para evitar este dao, Snchez tena el derecho de alegar el veneficio [sic] de la restitucion (...) por ser reputados los yndios por menores (f.69). La defensa prob ser eficaz, pues en abril de 1594, los oidores Alonso Criado de Castilla (1608) y Diego Nez de Avendao (1606), revocaron la sentencia de primera instancia. En consecuencia, el pedido de restitutio in integrum planteado por Rynaga haba sido admitido y el contrato anulado. Esto, a su vez, permiti a Snchez devolver la propiedad, y oblig a Bobadilla a regresar el dinero pagado, incluyendo los 30 pesos de alcabala (f.86). Pese a que ste ltimo apel la sentencia en segunda suplicacin, los oidores confirmaron su decisin el 24 de agosto de 1594 (f.96). La restitutio in integrum se aplicaba nicamente en casos en donde interviniesen un indio y un espaol, mestizo, o mulato. Esta regla fue utilizada por el procurador de indios Jos Meja de Estela (c.1705) en un litigio entre dos partes indgenas sobre la propiedad de un inmueble en Piura, una ciudad al norte de Lima. En su alegato, Meja de Estela sostuvo ante la Real Audiencia que no poda alegarse la nulidad de este contrato por la va de restitucin, porque,
esto corre quando se venden los solares indios a espaoles mestizos o mulatos pero no quando venden sus sitios a otros indios porque en esto corre y se practica el vender sin oserbacion de solenidad alguna en cuios trminos aunque se omitiese a dichas solenidades sin embargo queda blido y corriente el contrato.30

3 0 Autos seguidos por Martn Limas, Francisca Isa y Baltasa Chuquimoro, indios de la jurisdiccin de Piura, contra Don Agustn de Saucedo, indio principal, sobre el derecho a una casa, AGNP Real Audiencia, Causas Civiles, leg. 285, c.1083, 1696, fs.33-33v.

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La intervencin de funcionarios reales en los contratos indgenas fue una prctica extendida en el virreinato peruano al menos hasta inicios del siglo XVIII. En uno de los pocos libros notariales que sobrevive con escrituras de indios realizadas en Lima, el notario Francisco Cayetano de Arredondo registraba en 1723 unos 41 contratos suscritos por indios, 33 de los cuales lo fueron con espaoles. De este nmero nicamente cinco no cont con la autorizacin de justicia al tratarse de obligaciones de montos pequeos. En cambio se sabe que el procurador de indios, que a inicios del siglo XVIII haba obtenido la facultad de autorizar transacciones legales de indgenas, intervino trece veces en la venta de bienes de importancia, incluyendo esclavos, y quince veces en transacciones con inmuebles y navos.31 En stas ltimas, adems del procurador, intervino la justicia mayor del Juzgado General de Indios.32 La necesidad de contar con la aprobacin de un magistrado adicional, por lo dems, haba sido sugerida por el propio Solrzano quien afirmaba que en caso de bienes races deba intervenir adems del protector, un miembro de la audiencia.33 Esta prctica se evidencia, por ejemplo, en la licencia concedida en 1625 por los oidores de la audiencia de Santiago para que los indios de Aconcagua pudiesen vender su potrero a un espaol. Dicha licencia, sin embargo, haba sido acordada habiendo visto la informacin de utilidad dada por el protector de los naturales de esta dicha ciudad.34

3 1 Ver AGNP, Protocolos Notariales s.XVIII, protocolo 61, Francisco Cayetano de Arredondo, 1722-1727. 3 2 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib. 2, cap. 28, p. 43. Sobre el juzgado pueden verse Woodrow Borah, Justice by Insurance: the General Indian Court of Colonial Mexico and the Legal Aides of the Half-Real, Berkeley and Los Angeles, University of California Press, 1983 y Juzgado general de indios del Per o juzgado particular de indios de el cercado de Lima, en Revista Chilena de Historia del Derecho, n 6, 1970, pp. 129-42. 3 3 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib. 2, cap. 28, p. 43. 3 4 El protector general de indios con Juan de Astorga sobre derecho de tierras en Aconcagua, Archivo Nacional de Chile, Fondo Real Audiencia, 1625-35, vol. 1930, pieza 3, fs. 226v-227.

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VI
La facultad de autorizar contratos privados de envergadura permiti a Solrzano comparar al protector de indios con el tutor del derecho civil.35 Esta afirmacin ilustra dos hechos significativos. En primer lugar, sugiere que Solrzano utiliz al minor uiginti quinque annis del derecho romano como modelo jurdico para su indio miserable.36 Si bien afirmaba que los indios gozaban de todos los favores y privilegios (...)[de] los menores, pobres, rsticos (...) as en lo judicial, como en lo extrajudicial, el hecho de que no pudiesen invocar la ignorancia del derecho en materia judicial, as como el derecho de ser admitidos al sacerdocio, dignidades eclesisticas, oficios pblicos y ordenes militares, demuestra que los indios no podan compararse a las mujeres. En cambio, al igual que el minor uiginti quinque annis, el indio tena plena capacidad para entrar en negocios jurdicos, entablar demandas y administrar sus bienes. Tal como se ha visto, slo en caso de que dichos negocios fuesen perjudiciales, ste poda beneficiarse del remedio de la restitutio in integrum. En ese sentido, la intervencin del protector fue enteramente opcional y no signific un lmite a la capacidad contractual del indgena. En cambio, se trat de un mecanismo que poda garantizar la inaplicabilidad de cualquier restitucin posterior.37 Pese a que las explcitas prohibiciones en las leyes de Castilla podran explicar la ausencia de referencias directas al Digesto por Solrzano38, la comparacin entre el menor y el indgena no pas desapercibida para Juan de Paz, regente de estudios de la Universidad de Santo Toms en Manila a finales del siglo XVII.39
3 5 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib. 2, cap. 28, p. 51. 3 6 Digesto, 4.4.1. 3 7 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib. 2, cap. 28, pp. 24-25, 32, 42, 45. 3 8 Siete Partidas, 3.6.1; Juan de Hevia Bolaos, Primera y segunda parte de la Curia Filipica, 2 tomos en 1 (1603) Madrid, Imprenta de Carlos Snchez, 1644, p. 33. 3 9 Sealaba, sin embargo, que dicha comparacin no era posible, pues el menor, a diferencia del indio, no tena la administracin de sus bienes, ni poda entablar demandas (Juan de Paz, Consultas y resoluciones varias, theologicas, juridicas, regulares, y morales( ...) nueva edicin emendada; en la qual se han aadido quince pareceres, cosas miscelaneas y postumas del autor sobre diferentes materias (1687), Amberes, Hermanos de Tournes, 1745, pp. 30-31).

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En el fondo, establecer un paralelo entre el indio y el menor permiti a Solrzano encasillar al indio miserable en una categora jurdica concreta. Ello, por lo dems, fue una prctica usual entre los juristas del ius commune europeo. Dos tratados publicados en Sajonia sobre personas miserables a finales del siglo XVII ilustran este hecho. Para Daniel Gehe existan doce categoras de personas, entre naturales y jurdicas, que podan ser consideradas como miserables en el derecho. Se trataba de (i) pupilos, menores y hurfanos; (ii) viudas; (iii) pobres; (iv) enfermos crticos; (v) ancianos decrpitos; (vi) cautivos y encarcelados; (vii) estudiantes; (viii) peregrinos y extranjeros; (ix) prdigos, locos, sordos y mudos; (x) inhabilitados fsicamente; (xi) la Iglesia; y (xii) aquellos que nos mueven a la compasin.40 Su contemporneo Georg Adam Struve (1619-92), un profesor de jurisprudencia en Jena y consejero de los Duques de Sajonia, sin embargo, no consideraba que pertenecan a las personas miserables ni los estudiantes, ni la Iglesia. En cambio, incluy a los melanclicos y los recin convertidos a la fe.41 Ambos, por lo dems, haban utilizado como referente central una disposicin promulgada en 334 por el emperador Constantino (r.306-37).42 En segundo lugar, la homologacin del tutor y el protector de indios ilustra hasta qu punto Solrzano fue receptivo a la transformacin que sufri esta ltima institucin en la audiencia de Lima. Como se sabe, la protectora de indios obtuvo su forma definitiva en virtud a una serie de ordenanzas promulgadas en 1575 por el virrey Francisco de Toledo (v.1569-81). Dichas ordenanzas establecieron un Protector General, un abogado y un procurador de indios residentes en la capital de la audiencia, as como protectores
4 0 Daniele Gehe, Tractatus de Juribus et Privilegiis miserabilium personarum, tam generalibus, quam specialibus, ad forum nostrum Sax. Maxime accomodatus..., Martisburgi, apud Christianum Forbergerum Halae Saxon Literis Salfeldianis, 1673, pp. 1-15. 4 1 Georgi Adami Struvii, Dissertatio Juridica de Jure Miserabilium, von Rechte der Armfeligen und Nothbetraegten, quam ss. unius triados & tern monados Fauentia, Illustrium atque; Magnificorum in Inclyto Athenaeo Salano Themidos Sacerdotium Indulgentia..., Jenae, Literis Samuelis Adolphi Mlleri, 1680, pars prima, cap. 1, aph. 1, IV. 4 2 Quando Imperator inter pupillos vel viduas vel miserabiles personas congnoscant et ne exhibeatur, Cdigo.3.14 = Cdigo.Teodosiano.1.22.2.

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en los principales corregimientos. Su propsito era hacer lo que conviniere al bien de los dichos indios y procurar que fuesen defendidos y amparados y desagraviados de cualesquier agravios que hubieren recibido.43 Como el virrey observaba en los indios una inclinacin natural hacia los procesos judiciales pese a los daos irreparables que stos causaban a su salud y hacienda, dispuso que una de las obligaciones ms importantes del protector general de indios fuese controlar el acceso a las cortes de justicia.44 En la prctica, sin embargo, esta norma no fue aplicada rigurosamente. De hecho, las causas civiles indgenas ventiladas en la real audiencia de Lima en 1576-1630 demuestran que, en la mayor parte de los casos, el protector de indios no realizaba ninguna intervencin.45 En ese mismo sentido, el virrey Conde de Chinchn (v.1629-39) afirmaba en 1639 que muchas demandas eran admitidas por los receptores de la audiencia indgenas sin contar con la aprobacin requerida por las ordenanzas toledanas.46 Frente a esta situacin el propio Solrzano habra reconocido que si bien la labor del protector consista en excusar que los indios no viniesen fcilmente de sus tierras y temples a los de las Audiencias, la incapacidad para contener a litigantes indgenas limit su labor a procurar por el breve despacho de sus causas judiciales. En buena medida esta situacin, sumada al hecho que los protectores generales no eran letrados, llev a Juan de la Rynaga Salazar (c.15884 3 Francisco de Toledo, Disposiciones gubernativas para el virreinato del Per, ed. Maria Justina Sarabia Viejo, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1986-89, vol. 2, pp. 101-112. Sobre el protector de indios puede verse la nota bibliogrfica al final de este trabajo. 4 4 Sobre los daos causados a los indios por los litigios puede verse, por ejemplo, la carta enviada por Toledo a Felipe II desde Cusco en 1 de marzo de 1572, en Roberto Levillier, Gobernantes del Per: Cartas y papeles, siglo XVI, 14 vols, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1921-26, vol. 4 p. 118. 4 5 Puede verse, por ejemplo, AGNP, Derecho Indgena, leg. 3, c. 25 (1578); leg. 3, c. 37 (1594); leg. 39, c.793 (1596). BNP ms. A 261 (1587); ms A 149 (1596); ms. A 353 (1599); ms. B 993 (1604); ms. B 1289 (1605); ms. B 1363 (1611). Lilly Library, Latin American mss, Peru, 1599 Feb. 13-1600, Aug. 21; Peru, 1600 Nov. 18-1602 Jan. 22; Peru, 1621 Oct.26-1625, May 16. 4 6 Testimonio de los autos seguidos por Don Antonio Berrosa, corregidor del cercado de Lima, contra el Alcalde Ordinario, sobre la jurisdiccin en el conocimiento de las causas de los indios..., AGNP GO-BI 5, leg. 139, c.100, fs.7-8.

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1635), un profesor de Decreto en San Marcos, a afirmar que el protector general de indios, era un protector slo de nombre. Para Rynaga Salazar, sus funciones se haban reducido nicamente a llevar a los indgenas a casa del abogado de indios, pues era ste quien verdaderamente les haze las peticiones y memoriales, encamina sus negocios, y defiende sus causas. En otras palabras, el abogado de indios, tal como lo demuestran los litigios indgenas analizados lneas arriba, se haba convertido en el elemento central de la protectora de indios diseada por Toledo. En virtud de ello, Rynaga Salazar, tomando como antecedente dos cdulas reales de 1614 y 1620, propuso eliminar el esquema toledano y reemplazar al protector general y abogado de indios por un fiscal-protector de indios con prerrogativas de ministro de la audiencia. Este magistrado se ocupara tanto de las funciones de proteccin y amparo de los indios, como de defender sus intereses en la audiencia.47 La propuesta de Rynaga Salazar no haca ms que ratificar lo que ya se observaba en la prctica jurdica: la transformacin de la protectora de indios en una institucin cada vez ms afianzada en la esfera privada de los intereses indgenas. Es decir, frente a la imposibilidad de mantener un control efectivo sobre la litigiosidad, la competencia de los protectores de indios se fue centrando en materias como la autorizacin de contratos y la defensa de sus causas judiciales. Ambas estaban relacionadas a las labores del tutor.

VII
La identificacin del protector de indios con el tutor y la propuesta de elevar dicho oficio a la dignidad de fiscal de la audiencia reflejaron, asimismo, la discusin sobre el tratamiento de personas miserables que existi en la teora poltica de la Monarqua
4 7 Solrzano, Poltica indiana, op. cit., lib. 2, cap. 28, pp. 46-48; Juan de la Rynaga Salazar, Memorial discursivo sobre el oficio de Protector General de los Indios del Piru, Madrid, imprenta Real, 1626, passim. Rynaga Salazar fue tambin alcalde ordinario de Lima, oidor en Panam, e hijo del abogado de indios Leandro de la Rynaga Salazar (vid. supra).

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Hispnica a inicios del siglo XVII. Un buen ejemplo de ello es el tratado publicado por Antonio de Escalante (fl.1628-38), un licenciado en leyes, sobre la relacin entre el rey de Castilla y las personas pobres y miserables.48 Para Escalante exista una estrecha relacin entre el soberano y los miserables. En ese sentido, y utilizando como base legal a las Siete Partidas49, afirmaba que los reyes, en tanto cabea, y vida de sus Reynos, tenan una obligacin especial de proteccin hacia sus vasallos ms dbiles (8v, 10v). Por ello, la miserable condicin del pobre y desvalido, no poda tener otro reparo humano que la proteccion, y amparo de su Rey, quien,
como vicedios en la tierra le defiende y libre, como su cabea le mire y remedie, como su tutor le administre y ampare, de la suerte que en ningun hombre del mundo sino es en el Principe se dan los atributos, que le constituyen en esta obligacion, assi no es posible, que de otra mano fuera de la suya y Supremo Consejo, que le represente (...) pueda recibir el socorro y amparo (13-13v).

El soberano se constitua, pues, en una suerte de tutor y juez natural de los miserables. Si bien esta idea haba sido tratada por otros autores como Pedro Fernndez de Navarrete (fl.1626)50, Escalante fue enftico en afirmar que dicha proteccin se haba establecido en virtud a la propia naturaleza de la potestad real. Por lo tanto, la condicin de persona miserable no estableca, en s misma, un fuero o privilegios especficos para aquellos que se encontraban en dicha situacin. De ser as dichos privilegios podan heredarse y los sucesores de los miserables y pobres de hoy, podran invocar los derechos de sus antecesores, aun si ellos mismos no fuesen miserables y pobres (34[25]).

4 8 Antonio de Escalante, Discurso breve a la magestad catolica del Rey Nuestro Seor don Felipe quarto(...)trata del Auxilio y Proteccin Real en favor de los pobres(...)[y] de la obligacin correspectiva de todos los vasallos al socorro de las necesidades del Patrimonio y Magestad Real, Madrid, Viuda de Juan Snchez, [1638]. 4 9 Siete partidas, 3.3.5; 3.18.41. 5 0 Resida pues la presencia del Rey en las miserias de los humildes, y har verdadero oficio de coraon: porque los afligidos son los que buscan el amparo Real (Pedro Fernndez de Navarrete, Conservacin de monarchias y discursos politicos sobre la gran consulta que el consejo hizo al seor rey don Felipe Tercero, Madrid, Imprenta Real, 1626, p. 148).

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En cambio, que el soberano tuviese una regala sobre los miserables permiti a Escalante proponer, por ejemplo, que las cancilleras reales tuviesen jurisdiccin exclusiva en sus causas (31-31v). Con esto, la proteccin real poda extenderse no slo a aquellos que eran inmediatamente vasallos y subditos, mas tambien quando lo son mediaticamente (19v). Alrededor de esta idea Escalante propuso una serie de privilegios adicionales. Entre ellos se encontraba el nombramiento de un procurador, un solicitador y un abogado de pobres para la defensa de los miserables ante los tribunales de justicia. El abogado de pobres, por lo dems, deba tener el mismo salario, aprovechamientos, y honores, que a los Fiscales del Rey (33v-34). Tanto Escalante como Solrzano coincidieron en el hecho de otorgar a la persona real el papel central en la proteccin de sus vasallos menos favorecidos. Ello explica, por ejemplo, la insistencia en que las causas de los miserables sean vistas en las audiencias o cancilleras reales, que eran los tribunales en donde se administraba el derecho real.51 Esta misma proyeccin de la persona real se evidencia en la creacin de fiscales especiales para la defender sus causas.52 No era vana retrica, pues el propio Solrzano afirmaba que las disposiciones dadas a favor de los indios demostraban la grande y continuada piedad de los monarcas de la Casa de Austria hacia sus sbditos americanos.53

5 1 El nfasis en las cancilleras reales adquiere mayor significacin en el caso de Escalante, pues en Espaa aun se mantenan diversas jurisdicciones. Aunque se haban hecho avances significativos con los decretos de Nueva Planta de 1707, la unificacin legal de la pennsula se consolid recin en 1839-41. Sobre este proceso de consolidacin en distintas pocas puede verse Mara Luz Alonso, La perduracin del Fueron Juzgo y el derecho de los castellanos de Toledo, en Anuario de Historia del Derecho Espaol, n 48, 1978; Jos Luis Bermejo, En torno a la aplicacin de las Partidas: Fragmentos del Espculo en una sentencia real de 1261, en Hispania, n 114, 1979; Bartolom Clavero, Notas sobre el derecho territorial castellano, 1367-1445, en Historia. Instituciones. Documentos, n 3, Sevilla, 1976; Alvaro Planas, Los problemas de la administracin de justicia en la Espaa del siglo XVIII segn un manuscrito indito de Lorenzo de Santayana y Bustillo (1761), en Ius Commune, n 23, 1996. 5 2 Solrzano, Poltica indiana, lib. 2, cap. 28, pp. 53-53. 5 3 Ibid., (Al rey), 14, 17.

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En un contexto ms amplio, sin embargo, el hecho de que la proteccin de los miserables fuese una prerrogativa exclusiva del rey, permiti la injerencia de la jurisdiccin real en una materia que tradicionalmente haba sido potestad de los tribunales eclesisticos. De hecho, la jurisdiccin de la Iglesia en las causas de los menos favorecidos, estaba reconocida tanto en la tradicin del ius commune, en virtud a dos constituciones imperiales 318 y 333,54 como en la Sagrada Escritura.55 Incluso Gaspar de Villarroel (15871665), un obispo de Santiago de Chile, en su afn de conciliar las jurisdicciones real y eclesistica, planteaba que los obispos, en determinadas circunstancias, podan escuchar las causas de los miserables.56 Para Escalante, sin embargo, la proteccin de los miserables deba ser una competencia exclusiva del rey. No en vano utilizara a Francisco Salgado de Somoza (1595-1665), un tratadista que defenda las potestades del Rey de Espaa para or las apelaciones hechas ante tribunales eclesisticos, como fuente central de su trabajo. Para Salgado de Somoza la intervencin del monarca en causas eclesisticas estaba basada en el hecho de que la proteccin contra los oprimidos era inseparable de la corona y de los deberes del monarca hacia sus vasallos.57 Aunque Solrzano no explica de manera especfica porqu las causas y la proteccin del miserable eran competencia de la justicia real, ello queda implcito en su posicin sobre el real patronato que ejercan los reyes de Castilla. Para Solrzano, el derecho de patronato real fue entendido como una de las regalas y bienes patrimoniales de la Corona del prncipe y, por lo tanto, justificaba el sometimiento general de lo eclesistico, en lo que tiene de temporal, a la jurisdiccin del rey.58 En suma, la idea de que la
5 4 Cdigo Teodosiano, 1.27.1. 5 5 I Corintios, 6.1; 5-6. 5 6 Gaspar de Villarroel, Gobierno Eclesiastico-pacifico, y union de los dos Cuchillos Pontificio, y Regio, 2 vols. (1656-57, Madrid, Antonio Marn, 1738, 2.14.3.43). 5 7 "[P]rotectio vi opresorum... est propia Principi regalis illi reservate in signum suprem potestatis, a corona inseparabilis et indisibilis atque imprescriptibilis etiam (Francisco Salgado de Somoza, Tractatus de Regia Protectione vi oppressorum appelantium causis & Iudicibus Ecclesiasticis, vol. 1, Lugduni, Sumptibus Ludovici Prost, Haeredis Rouille, 1626, 1.2.32). 5 8 Solrzano, Poltica indiana, lib. 4, cap. 3, p. 17.

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proteccin de los vasallos menos favorecidos corresponda de manera inalienable a la majestad real, se mantuvo en Espaa al menos hasta finales del siglo XVIII.59

VIII
Un examen de lo expuesto permite concluir que tanto la restitutio in integrum como la autorizacin de contratos por el protector de indios, dos privilegios jurdicos a favor de los indios americanos sealados en la Poltica indiana, venan siendo aplicados en el virreinato peruano desde finales del siglo XVI, es decir, mucho antes de la llegada de Solrzano a Lima. Si se considera que las disposiciones a favor del indio americano fueron instrumentales en su defensa de la Monarqua Hispnica frente a las calumnias de las naciones extranjeras, entonces la prctica judicial indiana se constituye en una fuente central de su obra. En particular, el extendido uso de restitutio in integrum evidencia tambin el grado de influencia alcanzado por las ctedras de derecho romano instituidas en la universidad de San Marcos en 1576. En ese sentido, es significativo que uno de los ms conspicuos promotores de este remedio procesal sea precisamente el doctor Rynaga, tradicionalmente consignado como el primer abogado peruano graduado de San Marcos.60 Puede decirse, igualmente, que la aplicacin de estos privilegios en la real audiencia de Lima demuestra que la miserabilidad fue entendida como una categora jurdica particular. Es decir, el concepto de miserabilidad de los profesionales del derecho de la audiencia de Lima fue distinto al que tuvieron los canonistas medievales. Para Huguccio (1210), un glosador del Decreto de Graciano, si bien la pobreza poda llevar a la elevacin del espritu, sta no era,
5 9 Ignacio Jordn de Asso y Miguel de Manuel Rodrguez, Instituciones del Derecho Civil de Castilla, 5ta ed., Madrid, 1792, pp. 6-7. 6 0 Vid. Enrique Torres Saldamando, El primer peruano abogado, en Revista del Foro, n 3, 1888, pp. 595-99.

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en s misma, una situacin que acarreara la virtud y, por lo tanto, no todos los pobres eran merecedores de la caridad ajena. De all que privilegios como gozar de la proteccin de los obispos, llevar litigios a tribunales eclesisticos, o tener asegurada la defensa con un abogado de oficio slo podan ser aplicables a los pobres virtuosos. Es decir, para Huguccio la miserabilidad no estaba necesariamente ligada a una condicin jurdica especfica.61 En cambio, los juristas indianos consideraron que los privilegios de los miserables podan ser aplicables a personas como la marquesa de Santiago de Oropesa nicamente en virtud a su condicin de indgena y pese a que en ella distaban de cumplirse los epitetos de miserias, y desventuras descritos por Solrzano. De la misma opinin fue Villarroel al considerar que las viudas ricas, siempre que fuesen honestas, deban ser reconocidas en todo momento como personas miserables, al punto que la propia reina de Inglaterra haba sido tenida por miserable en virtud a su viudez.62 Por ltimo, puede constatarse en la Poltica indiana el papel central del monarca en la proteccin de los indgenas. Ello se manifiesta de manera especfica a travs de la propuesta de crear fiscales-protectores, pues como lo sostena un manual de prctica forense, los fiscales no eran otra cosa que los abogados de Su Magestad.63 Este hecho, que reflejaba el pensamiento poltico del siglo XVII, representa el ensanchamiento del poder real. La injerencia que ste pudo tener en la jurisdiccin eclesistica, que tradicionalmente haba visto las causas de miserables, es un ejemplo de ello. Al mismo tiempo, la propuesta de transformar al protector en un fiscal de la audiencia puede entenderse tambin como parte de la estrategia criolla para acceder a mayores magistraturas indianas. Tal es el caso del tratado de Rynaga, quien propona
6 1 Brian Tierney, Medieval Poor Law: a Sketch of Canonical Theory and its Application in England, Berkeley and Los Angeles, University of California Press, 1959, pp. 11-15. 6 2 Villarroel, op. cit., p. 193. 6 3 Manuel Fernndez de Ayala Aulestia, Prctica y formulario de la Chancillera de Valladolid, recogido y compuesto por Manuel Fernndez de Ayala Aulestia, escrivano de S.M. y procurador de nmero de dicha Chancillera, Valladolid, Imprenta de Joseph de Rueda, 1667, p. 25.

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especficamente que el fiscal-protector fuese un natural del Per.64 El anlisis de esto ltimo, sin embargo, deber ser materia de otro trabajo.

APNDICE

BIBLIOGRFICO

Tal como se ha visto en este estudio, la condicin jurdica del indio estuvo vinculada a los conceptos de miserabilidad y de pobreza tal como fueron entendidos en la Europa medieval y moderna. Sobre este tema pueden verse los estudios fundamentales de Michel Mollat, The Poor in the Middle Ages: An Essay in Social History (1978; New Haven, 1986), Jean Louis Goglin, Les misrables dans lOccident Mdieval (Paris, 1976), y Bronislaw Geremek, Les fils de Can: Limage des pauvres et vagabonds dans la littrature europenne du XV au XVII sicle (1980; Pars, 1991); La potence et la piti: LEurope et les pauvres du Moyen Age a nos jours (1978; Pars, 1987) y Poverty: A History (Oxford, 1994); todos incluyen extensas bibliografas. En el caso de la pennsula ibrica estn Carmelo Vias y Mey, Notas sobre la asistencia social en Espaa de los siglos XVI y XVII (Madrid, 1971); Pobreza e a assistancia aos pobres na Peninsula Iberica durante media, Actas de las primeras jornadas luso-espaolas de historia medieval (IX-1972), 2 vols. (Lisboa, 1973), y Carmen Lpez Alonso, La pobreza en la Espaa Medieval: Estudio histrico social (Madrid, 1986). Para el caso de Castilla existen los estudios de Linda Martz, Poverty and Welfare in Habsburg Spain: The Example of Toledo (Cambridge, 1983); Jon Arrizabalaga, Poor Relief in Counter Reformation Castile: An Overview, en Healthcare and Relief in Counter-Reformation Europe, Peter Grell y Andrew Cunningham, eds. (London, 1999); Michel Cavillac, introduccin a Amparo de Pobres, por Cristbal Prez de Herrera (Madrid, 1975), y Jose Antonio Maravall, De la misericordia a la justicia social en la economa del trabajo: La obra de fray Juan de Robles, en Utopa y reformismo en la Espaa de los Austrias (Madrid, 1982). El tema tambin ha sido examinado para el caso de Catalua, como
6 4 Rynaga, Memorial, 11v.

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evidencia la compilacin de Manuel Riu, ed., Pobreza y asistencia a los pobres en la Catalunya medieval, Anuario de Estudios Medievales 9-11 (Barcelona, 1980-82). Por su lado, los trabajos sobre la condicin jurdica del indio americano tienen larga data, como lo demuestran Manuel Pedregal, El estado jurdico y social del indio, El Continente Americano 3 (Madrid, 1894), y Carmelo Vias, El estatuto del obrero indgena en la colonizacin espaola (Madrid, 1929). La historiografa moderna en este tema, sin embargo, se debe a los trabajos fundamentales de Lewis Hanke, Aristotle and the American Indians: A Study in Race and Prejudice in the Modern World (Chicago, 1959) y All Mankind Is One: a Study of the Disputation between Bartolom de las Casas and Juan Gins de Seplveda in 1550 on the Intelectual and Religious Capacity of the American Indians (reimp., DeKalb, 1974), as como a los aportes de Alberto de la Hera, Los derechos espirituales y temporales de los naturales del Nuevo Mundo, Anuario de Historia del Derecho Espaol 26 (1956) y Marta Norma Oliveros, La construccin jurdica del rgimen tutelar del indio, Revista del Instituto de Historia del Derecho Ricardo Levene 18 (1967). El erudito trabajo de Paulino Castaeda, La condicin miserable del indio y sus privilegios, Anuario de Estudios Americanos 28 (1971), contina siendo el estudio ms completo sobre la miserabilidad del indgena. Entre las recientes contribuciones se encuentran Ricardo Zorraqun, Los derechos indgenas, Revista de Historia del Derecho 14 (Buenos Aires, 1986); Bernardino Bravo Lira, Situacin jurdica de las tierras y habitantes de Amrica y Filipinas bajo la Monarqua Espaola, Revista de Estudios Histrico Jurdicos 11 (Valparaso, 1986); Rafael Snchez-Concha, De la miserable condicin de los indios en las reducciones, Revista Teolgica Limense 30 (1996), y Jess Mara Garca Aoveros, La idea, status, y funcin del indio en Juan de Solrzano y Pereira en De Indiarum iure (Liber III: De retentione Indiarum) por Juan de Solrzano, Corpus Hispanorum de Pace, 2da. ser., vol. 1 (Madrid, 1994). La influencia del derecho romano en la condicin jurdica del indio, con especfica referencia a la obra de Solrzano, ha sido tratado por Angela Cattn Atala, El Derecho Romano como
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derecho singular de los indios a travs de la Poltica indiana de Solrzano y Pereira, Ius Publicum 1 (Santiago, 1998) y Mauricio Novoa, El Derecho Romano y el Indio Americano en Juan de Solrzano, Boletn del Instituto Riva Agero 26 (Lima, 1999). Una aproximacin general a la influencia del derecho romano en Solrzano es el til, aunque antiguo, estudio de Carlos Lpez, El romanismo en la Poltica indiana, Anuario de Estudios Americanos 6 (1949). Ms recientemente el tema ha sido parcialmente abordado por Ana Mara Barrero Garca, La literatura jurdica del barroco europeo a travs de la obra de Solrzano Pereira, Revista Chilena de Historia del Derecho 15 (1989). En trminos generales, sin embargo, la influencia del ius commune europeo en el Derecho Indiano ha sido discutida por Bernardino Bravo Lira, Derecho Comn y Derecho Propio en el Nuevo Mundo (Santiago, 1989); Alejandro Guzmn, Mos latinoamericanus iura legendi, en Roma e America: diritto romano commune, vol. 1 (Roma, 1996); Javier Barrientos Grandon, Historia del Derecho Indiano: Del Descubrimiento colombino a la codificacin, vol. 1, Ius Commune- Ius Proprium en las Indias Occidentales (Roma, 2000); y Eduardo Martir, Algo ms sobre Derecho Indiano (entre el ius commune medieval y la modernidad), Anuario de Historia del Derecho Espaol 73 (2003). Una buena introduccin a la historia del protector de indios contina siendo el clsico estudio de Constantino Bayle, El protector de Indios (Sevilla, 1945). La labor del protector en las distintas audiencias americanas ha sido tratada en los valiosos trabajos de Charles R. Cutter, The protector de indios in Colonial New Mexico, 1659-1821 (Albuquerque, 1986); Carmen Ruigmez Gmez, Una poltica indigenista de los Habsburgo: el Protector de Indios en el Per (Madrid, 1988), y Diana Bonnett, El Protector de Naturales en la Audiencia de Quito, siglos XVII y XVIII (Quito, 1992). Todos ellos basados en el estudio de expedientes judiciales. Un panorama de la institucin hacia el final del perodo virreinal puede verse en Edeberto Oscar Acevedo, El protector de indios en el Alto Per (hacia fines del rgimen espaol), IX Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, Madrid 5-10 de febrero de 1990, Actas y Estudios, vol. 2 (Madrid, 1991) y Bernard Lavall, Presin colonial y reivindicacin indgena en Cajamarca
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segn el archivo del protector de Naturales, 1785-1820, Allpanchis 35-36 (Cusco, 1990). La naturaleza jurdica de la institucin ha sido minuciosamente estudiada por Francisco Cuena Boy en dos artculos: El Defensor Civitatis y el Protector de Indios: Breve ilustracin en paralelo, Ivs Fvgit 7 (1998) y Utilizacin pragmtica del derecho romano en dos memoriales indianos del siglo XVII sobre el protector de indios, Revista de Estudios Histrico Jurdicos 20 (Valparaso, 1998).

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LOS CACIQUES EN LA LEGISLACIN INDIANA: UNA


REFLEXIN SOBRE LA CONDICIN JURDICA DE LAS AUTORIDADES INDGENAS EN EL SIGLO

XVI1

Jorge Augusto Gamboa M.

La conquista de Amrica enfrent a la corona espaola con el reto de gobernar un imperio en el cual coexistan una gran variedad de culturas con sus propias formas de organizacin poltica. Como es bien sabido, las grandes estructuras imperiales prehispnicas fueron desarticuladas; pero las unidades locales y regionales sobrevivieron bajo el nuevo esquema de gobierno e, incluso, fueron fortalecidas por la implantacin del sistema de encomienda. De esta manera, los jefes tnicos, llamados caciques por los espaoles, mantuvieron su lugar dentro de las sociedades indgenas y lograron abrirse un espacio dentro del sistema colonial, para el cual resultaron muy tiles sobre todo durante los siglos XVI y XVII. En el presente ensayo se har un anlisis de la condicin jurdica de estos jefes tradicionales, con el fin de comprender la posicin que la corona espaola mantuvo frente a ellos y el lugar que les fue asignado por el Estado colonial dentro del esquema de la sociedad hispanoamericana. Para este anlisis se utilizar, principalmente, la legislacin de la poca que est consignada en la Recopilacin de Leyes de Indias, obra publicada en 1681 e iniciada
1 Este trabajo hace parte de una investigacin ms amplia titulada Autoridades locales del Nuevo Reino de Granada bajo el dominio espaol (siglos XVI-XIX), que se viene adelantando con el apoyo econmico del Centro de Estudios para Amrica Latina y la Cooperacin Internacional -Cealci- (antiguo Centro de Estudios Hispnicos e Iberoamericanos), de la Fundacin Carolina (Espaa) y del Instituto Colombiano de Antropologa e Historia ICANH (Colombia).

JORGE AUGUSTO GAMBOA M.

en las primeras dcadas del siglo XVII, en la que se recogen las normas ms importantes expedidas durante los siglos XVI y XVII. Igualmente, se trabajar la obra Poltica indiana, publicada en 1647, de Juan de Solrzano y Pereira, en la que dedica un captulo al comentario de la legislacin sobre los caciques indgenas, que aclara muchas de las razones que llevaron a las autoridades a tomar una u otra determinacin. Estas fuentes sern complementadas con algunos documentos que hacen referencia a las actuaciones de la real audiencia de Santaf en el Nuevo Reino de Granada. El nfasis en el caso de los caciques muisca del altiplano cundiboyacense de la actual Repblica de Colombia, se debe a que la mayora de los datos disponibles para ilustrar ejemplos concretos proviene de una investigacin que se viene adelantando sobre esta regin. El ensayo se ha dividido en tres partes. La primera consiste en una breve contextualizacin, basada en los debates que se dieron en el siglo XVI sobre la capacidad de los indgenas americanos para autogobernarse y la poltica que, finalmente, adopt el gobierno espaol. En una segunda parte se analizar la legislacin surgida de dicha poltica que se dirigi en dos sentidos: por un lado, protega a las entidades polticas prehispnicas a nivel local, al apoyar la figura del cacique y, por el otro, intentaba frenar los posibles abusos sobre la poblacin de los jefes, al limitar su campo de accin con su integracin al conjunto de las instituciones coloniales. El ensayo concluye con algunas observaciones que se desprenden de los temas analizados.

I. LOS

INDIOS AMERICANOS Y SU CAPACIDAD DE AUTOGOBIERNO

Los juristas y telogos espaoles de mediados del siglo XVI se plantearon, desde el comienzo de la conquista espaola, la cuestin de si era conveniente permitir que los indios siguieran siendo gobernados por sus jefes tradicionales, bajo la tutela de la corona espaola, o si era mejor que esta elite nativa fuera reemplazada por funcionarios nombrados por el Rey, que gobernaran en su
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nombre. Era un problema de mxima importancia, ya que no slo se trataba de un asunto de gobierno, sino que tena que ver con la forma en que se conceba la libertad de los indgenas y con el debate sobre la legitimidad de la Conquista, cuya mxima expresin se dio en la gran controversia que protagonizaron Juan Gins de Seplveda y fray Bartolom de Las Casas en 1550 y 1551.2 Los trminos de este debate y sus antecedentes intelectuales han sido estudiados en mltiples ocasiones.3 Aqu slo se van a tener en cuenta los aspectos que directamente ataen al tema que se viene tratando. El primero en presentar un conjunto de argumentos coherentes para defender la legitimidad de la Conquista fue Juan Lpez de Palacios Rubios, hacia 1512, en respuesta a las crticas de los dominicos representados por fray Antonio de Montesinos. Palacios Rubios se bas en el argumento del donativo papal y apel a la doctrina aristotlica para argumentar que los indios americanos eran brbaros que necesitaban ser educados y gobernados. Segn Aristteles, esta clase de hombres poda ser considerada como esclava por naturaleza. Como representante de las corrientes humanistas de su tiempo, consideraba que el espritu tena primaca sobre el cuerpo y argumentaba que en las sociedades indgenas se viva bajo los dictmenes del segundo, mientras que la sociedad europea era gobernada por la razn. Espaa representaba el reino de la libertad, mientras que Amrica era el reino de la tirana.4 Teniendo en cuenta esto, los sobera2 Para un anlisis de los grandes temas que se ventilaron en este debate ver: David Brading, Orbe Indiano. De la monarqua catlica a la repblica criolla, 14921867, Mxico, FCE, 1998, p. 98. Todas las referencias a Las Casas de este artculo son extradas de este texto. Ver, por ejemplo: Anthony Pagden, La cada del hombre natural: el indio americano y los orgenes de la etnologa comparativa, Madrid, Alianza, 1988 y Felipe Castaeda, El indio: entre el brbaro y el cristiano. Ensayos sobre la filosofa de la conquista en Las Casas, Seplveda y Acosta, Bogot, Ceso y Alfaomega, 2002 y Los milagros y la guerra justa en la conquista del Nuevo Mundo. Aspectos de la crtica de Solrzano y Pereira a Vitoria, en Diana Bonnett y Felipe Castaeda (eds.), El Nuevo Mundo. Problemas y debates, EICCA 1, Bogot, Universidad de los Andes, 2004, pp. 119-154. La tirana se defina, en la poca, como el gobierno que se hace bajo la voluntad del seor, sin justicia ni reglas. Aquel que gobernaba de esta manera era un tirano y tiranizar consista en usurpar con violencia lo que por derecho perteneca a

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nos infieles podan ser legtimamente desposedos por el Papa, quien, a su vez, haba traspasado su dominio a los Reyes Catlicos. Para el caso que nos ocupa, la conclusin que se sacaba era que los caciques y todas las instituciones autctonas de gobierno, en tanto eran formas brbaras y tirnicas de ejercicio del poder, deban ser reemplazados por funcionarios blancos y encomenderos. Pero esta posicin fue duramente criticada por el dominico Francisco de Vitoria en su Relectio de Indis (1539), a partir de la filosofa tomista del derecho natural. Vitoria parti de la frase de Santo Toms de Aquino que dice: La gracia no destruye la naturaleza, sino que la complementa. Segn su interpretacin, la naturaleza humana estaba guiada por la ley natural, es decir, un conjunto de ideas simples y claras implantadas por Dios en el hombre para permitirle distinguir el bien del mal y que compartan todos los seres humanos, independientemente de su cultura. sta fue la base de los primeros cdigos legales y de las instituciones de gobierno.5 El evangelio cristiano complementaba y perfeccionaba la virtud natural que se expresaba en la filosofa y en las entidades polticas paganas. Santo Toms, igualmente, opona la idea de repblica a la de tirana y las defina del siguiente modo: una repblica era toda organizacin humana regida por la justicia y basada en el derecho natural y positivo, mientras que una tirana se rega por las conveniencias del gobernante, quien ejerca su poder fuera de las limitaciones impuestas por la ley.6 En esta medida, tanto en Amrica como en Europa y tanto entre los cristianos como entre los paganos, se daban ambos tipos de gobierno. Vitoria sac de estas reflexiones algunas conclusiones fundamentales para el tema que nos ocupa. Por un lado, rechaz la idea de que los indgenas fueran esclavos por naturaleza, argumentando que los datos empricos mostraban que vivan en sociedades de enorme complejiotro. Todas son definiciones tomadas de: Real Academia Espaola, Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Espaola, reducido un tomo para su ms fcil uso, Madrid, Joaqun Ibarra, 1780, p. 881. 5 6 Pagden, op. cit., p. 94. Brading, op. cit., p. 103.

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dad y desarrollo. De acuerdo con el derecho natural, el hecho de que fueran idlatras no era motivo suficiente para despojarlos de sus dominios y propiedades. Por otro lado, se opuso a la idea de que el Papa fuera una especie de monarca universal, ya que el reino de Cristo no era una entidad temporal; en esa medida, no tena derecho a despojar a nadie de sus propiedades y mucho menos poda donar, a otros, territorios ya habitados y bajo el dominio de sus gobernantes legtimos, los seores naturales. Vitoria, sin embargo, deba encontrar una justificacin para la Conquista, que desarroll en la conocida doctrina del derecho de gentes. Para l, todos los pueblos del mundo, en cuanto seres humanos, tenan algunos derechos bsicos que, al ser violados, justificaban la guerra. Estos derechos eran: la comunicacin, el comercio, la prdica del Evangelio (para los cristianos) y la intervencin para suprimir prcticas abominables. Un gobernante extranjero poda intervenir por la fuerza en otro pas, si alguno de estos derechos era violado, pero slo de manera temporal mientras se correga la situacin. Sobre el derecho a la intervencin para prevenir atrocidades (que en la poca podan ser todas las prcticas catalogadas como nefandas o contra natura como el canibalismo, los sacrificios humanos o la homosexualidad), expresaba algunas reservas por considerar que la intervencin armada podra ocasionar males peores de los que se quera evitar. En cuanto a la conquista de Amrica, concluy que se justificaba en la medida en que los jefes indgenas impidieran la prdica del Evangelio en sus tierras o realizaran actos contra natura. Al mismo tiempo, la doctrina de Vitoria permita abrir una brecha para cuestionar esta legitimidad en los casos en que los jefes aceptaran de buena gana el Evangelio y no tuvieran costumbres que atentaran contra la sensibilidad espaola. Consciente de esto, el telogo dominico lleg a decir que de todas maneras no estaba plenamente comprobado que los indios americanos tuviesen leyes e instituciones acordes con la razn y la ley natural; su nivel de desarrollo poda ser comparado, a lo sumo, con el de los campesinos europeos de la poca.7 Vitoria abandon
7 Idem.

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la teora de la esclavitud natural de Aristteles, pero retom otro aspecto de su psicologa para argumentar que, aunque los nativos posean todas las capacidades racionales de cualquier ser humano, stas se encontraban an en una fase poco desarrollada; el nivel intelectual de los indgenas era semejante al de los nios o al de las personas rsticas y poco educadas de Europa. Las sociedades indgenas americanas se asemejaban a un pueblo que hubiera sido abandonado por los adultos y, por lo tanto, no podan gobernarse solas. Bajo esta concepcin, el indio pas de ser considerado un ser humano inferior, a ser visto como un hombre inacabado, imperfecto y en estado casi infantil, necesitado de la tutela de aquellos que podan ayudarlo a lograr su plena realizacin.8 Cuando Juan Gins de Seplveda entr al debate, en 1544, revivi el argumento de la naturaleza servil de los indios tomndolo de Palacios Rubios y otros autores; para fundamentar sus afirmaciones se bas en las crnicas de Gonzalo Fernndez de Oviedo.9 Seplveda comparta las ideas de los humanistas de su poca, pero sin el pacifismo de los erasmistas del norte de Europa, lo que lo llevaba a exaltar las virtudes de los guerreros y conquistadores. Sin embargo, sus argumentos, aunque eran muy populares entre los conquistadores y colonos americanos, no tuvieron mucha acogida en las altas esferas de la monarqua, donde fray Bartolom de Las Casas vena haciendo desde haca varios aos una amplia labor proselitista en pro de la causa indgena y se haba ganado el favor de los reyes. Las Casas no tuvo dificultades en usar los argumentos de Vitoria sobre el derecho natural de los indios al autogobierno, la propiedad y la libertad, en obras como la Historia de las Indias o la Apologtica Historia Sumaria. Sin embargo, la acogida que le brind la Corona se deba sobre todo a su defensa de los derechos imperiales, que se bas, curiosamente, en retomar el argumento del donativo papal en contra de lo expuesto por Vitoria. Para Las
8 9 Pagden, op. cit., p. 94. Gonzalo Fernndez de Oviedo y Valds, Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Ocano (15 tomos) [c. 1547], Asuncin, Guarania, 1944.

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Casas, era perfectamente lcito que el Papa suspendiera la autoridad de un gobernante si ste impeda la prdica del Evangelio. De este modo, se las ingeni para unir dos argumentos contradictorios: el donativo papal y el derecho al autogobierno, mediante un ingenioso malabarismo conceptual. Plante que el Papa haba creado con su donativo un imperio cristiano con los Reyes Catlicos a la cabeza, quienes gobernaban sobre otros reyes; estos gobernantes locales, sin embargo, podan mantener su jurisdiccin.10 Esta fue la idea que, en largo plazo, termin prevaleciendo y que la Corona adopt casi de manera oficial, como se ver en el anlisis de la legislacin. Sin embargo, debe recordarse que la posicin de Las Casas se radicaliz, en los aos posteriores al debate de 1550 y 1551, hasta llegar incluso a cuestionar la legitimidad del imperio espaol. En un texto de 1561, titulado Tesoros del Per, propuso la idea de que todo gobierno legtimo debe basarse en el libre consentimiento de los sbditos; como en el caso de la conquista de Amrica esta condicin no se haba cumplido, se trataba entonces de un acto de usurpacin. El Imperio era ilegtimo, los espaoles deban abandonar esas tierras y los jefes indgenas deban ser inmediatamente restituidos en sus dominios.11 Como se puede apreciar, ste fue un debate en el que se enfrentaron diversos intereses. En un principio, las discusiones giraron en torno al tema de la libertad del indio, lo cual se resolvi de un modo rpido y favorable; pero, luego, la polmica se centr en la capacidad de autogobierno que tenan, lo cual fue un poco ms complicado de solucionar. La posicin de la Corona oscil entre pretender una libertad vigilada y proponer una libertad absoluta. En el fondo se trataba de un enfrentamiento entre los que defendan los intereses de los conquistadores, como Palacios Rubios o Gins de Seplveda, y los que defendan los intereses de los indios, como Montesinos, Vitoria y Las Casas. Segn el historiador Miguel Gonzlez de San Segundo, durante los primeros aos de la Conquista prevaleci, en el gobierno metropolitano, la opinin de los primeros, lo cual implicaba que no se reconoca la autori1 0 Brading, op. cit., p. 115. 1 1 Ibid., pp. 117-118.

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dad de los caciques y se permita despojarlos de su gobierno.12 Sin embargo, a raz de las objeciones planteadas por los dominicos, se reconoci, a partir de 1513, que los indios podran ser capaces de gobernarse en el futuro y se permiti que aquellos caciques ladinos o mestizos que demostraran capacidades siguieran en sus cargos.13 La ofensiva lanzada por Las Casas y los dems juristas y telogos que se han mencionado, llev a que la Corona revisara su posicin y restituyera el derecho de los indios al autogobierno, al tiempo que trataba de limitar el poder de los encomenderos, mediante la expedicin de las famosas Leyes Nuevas de 1542.14 A partir de entonces, se permiti que los caciques fueran considerados seores naturales de sus pueblos y se prohibi que tribunales distintos a las audiencias actuaran en los pleitos sobre cacicazgos. Tambin se orden restituir a los jefes que hubieran sido despojados injustamente, sobre todo en los casos en que fueran cristianos, con el fin de que: sintieran que por ser cristianos no han perdido, sino ganado mucho, no solamente para sus nimas, pero para su vida y estado.15 Tambin se dieron instrucciones a los virreyes y audiencias para que se reconstituyeran los cacicazgos que haban sido desmembrados con el fin de repartirlos entre varios encomenderos y, desde 1561, se orden que, cuando fuera necesario dividir un cacicazgo entre varios conquistadores, se mantuviera slo un cacique para todos los indios repartidos. Gonzlez de San Segundo consider que, a pesar de todas las circunstancias, la organizacin seorial prehispnica logr subsistir y buena parte de sus elementos fueron incorporados al ordenamiento jurdico indiano. Hasta la dcada de 1540, la tesis de la incapacidad para autogobernarse prim en el gobierno espaol.
1 2 Miguel ngel Gonzlez de San Segundo, Pervivencia de la organizacin seorial aborigen (contribucin al estudio del cacicazgo y de su ordenacin por el derecho indiano), en Un mestizaje jurdico: el derecho indiano de los indgenas, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1995. 1 3 Ibid., p. 62. 1 4 Ibid., p. 87. 1 5 Ibid., pp. 92-93.

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Luego, los intereses de la misma Corona y la situacin de las colonias llevaron a que se impusiera la tesis de la plena capacidad, aunque bajo la vigilancia de la justicia real.16 Las investigaciones que se han hecho en la Amrica colonial, han mostrado que la Corona quiso ir mucho ms all en su poltica frente a las autoridades indgenas. Segn autores como Margarita Menegus, en la Nueva Espaa hubo un trnsito del seoro indgena a la repblica de indios que signific transformar la organizacin poltica tradicional de los nahua, para crear cabildos e instituciones municipales al estilo espaol. Esto tuvo que ver con las alianzas que la Corona estableci en diversos momentos con sectores de la poblacin indgena para llevar a cabo sus polticas y fortalecer su poder en esta colonia.17 Menegus argumenta que el gobierno metropolitano procur conservar el seoro indgena, durante la primera mitad del siglo XVI, para combatir el proyecto seorial de los encomenderos; esto implic una alianza con la nobleza indgena. Despus de 1560, se abandon este proyecto y se promovi, por diversas vas, la organizacin de los indios en repblicas.18 Se tomaron medidas para aumentar los ingresos y reorganizar el tributo que favorecan a los indios del comn y no a la nobleza. En este momento, segn la autora, confluyeron los intereses de la Corona y los de las comunidades en una nueva alianza. Los seores perdieron poder y se empobrecieron al ser despojados de su monopolio sobre la tierra, la mano de obra y los tributos. Los jefes tradicionales fueron desapareciendo en Mxico y la nueva sociedad qued representada por el cabildo indgena.19
1 6 Ibid., p. 102. 1 7 Margarita Menegus, La destruccin del seoro indgena y la formacin de la repblica de indios en la Nueva Espaa, en Heraclio Bonilla (ed.), El sistema colonial en la Amrica espaola, Barcelona, Crtica, 1991, pp. 17-49. 1 8 Ibid., p. 17. 1 9 Idem. Este proceso ha sido analizado por otros autores como Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio espaol (1519-1810), Mxico, Siglo XXI, 1967 y Las sociedades indias bajo el dominio espaol, en Leslie Bethell (ed.), Historia de Amrica Latina, Barcelona, Crtica, 1990, tomo 4, pp. 157-188, y James Lockhart, Los nahuas despus de la Conquista. Historia social y cultural de la poblacin indgena del Mxico central, siglos XVI-XVIII, Mxico, FCE, 1999.

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Por razones que an son objeto de controversia, en el virreinato del Per y en otras regiones de la Amrica colonial, los cabildos y las instituciones municipales espaolas no llegaron a arraigarse y el seoro indgena no slo sobrevivi, sino que se fortaleci con el paso del tiempo. Varios autores, como Gibson, Stern, Oberem y Saignes, han mostrado que, al caer el imperio inca, los caciques locales o kuraka adquirieron un poder renovado y lograron constituirse en una pieza clave dentro del andamiaje de la administracin colonial20; su prestigio y poder se prolongaron durante todo el periodo colonial gracias a que se convirtieron en mediadores entre los blancos y las comunidades indgenas. Los espaoles dependan de los kuraka para saber de qu recursos humanos y econmicos disponan las comunidades; tambin eran indispensables para organizar el trabajo y controlar y hacer obedecer a la poblacin.21 Por otro lado, en el caso de los muisca del Nuevo Reino de Granada, se vivi una situacin que podramos considerar intermedia entre la situacin peruana y la mexicana. Los caciques locales se mantuvieron durante el siglo XVI y comienzos del XVII, cuando el sistema de la encomienda tambin predominaba en la regin. Desde finales del siglo XVII, las autoridades tradicionales fueron desplazadas paulatinamente por una incipiente organizacin municipal de origen espaol, regida por tenientes, alcaldes, alguaciles y fiscales, que no lleg nunca a constituir cabildos propiamente dichos.22 En sntesis, la corona y los colonizadores vieron a los caciques indgenas como aliados valiosos en varios campos y procuraron mantenerlos en el poder, en la medida en que los intereses de ambos coincidieran. Los caciques, a su vez, procuraron adaptarse a las nuevas circunstancias, sacando provecho de las oportunida2 0 Gibson, Las sociedades indias bajo el dominio espaol, op. cit., Steve Stern. Los pueblos indgenas del Per y el desafo de la conquista espaola, Madrid, Alianza Amrica, 1986; Udo Oberem, Don Sancho Hacho, un cacique mayor del siglo XVI, Quito, Abya-Yala, 1993 y Thierry Saignes, Caciques, Tribute and Migration in the Southern Andes: Indian Society and the 17th Century Colonial Order, Londres, University of London, 1985. 2 1 Stern, op. cit., pp. 69-70. 2 2 Para un anlisis de este proceso ver: Martha Herrera ngel, Autoridades indgenas en la Provincia de Santaf, siglo XVIII, en Revista Colombiana de Antropologa, n 30, Bogot, 1993, pp. 7-35.

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des que se presentaban en la sociedad colonial. Para el Estado, las autoridades indgenas tradicionales representaban la posibilidad de lograr un control ms efectivo de las comunidades; por este motivo, les asign el papel de mediadores, sobre todo en asuntos tributarios y laborales. Los encomenderos y otros colonizadores los valoraron de la misma manera, aunque a veces les resultaban algo incmodos. Finalmente, la Iglesia tambin los estim como un aliado potencial en su labor evangelizadora y apoyada por las altas esferas del gobierno hizo muchos esfuerzos en este sentido. En Poltica indiana (1647), Solrzano consideraba que sta era una de las razones principales para mantener la figura del cacique en las colonias americanas. Por eso recomendaba a los religiosos convertirlos, en primer lugar, para que los dems indios lo hicieran animados por su ejemplo.23 Solrzano apoyaba su opinin en las disposiciones del Concilio Limense II (1567) en el que se hablaba de la necesidad de ganarse el afecto de los kuraka para facilitar la conversin de sus sujetos. Tambin mencionaba las palabras del padre Jos de Acosta, quien deca que: estos caciques para lo bueno y para lo malo, tienen absolutamente en su mano la voluntad de los indios comunes, que ganando aquellos lo estarn estos .24 La reflexin de Solrzano llegaba, incluso, a deplorar que se hubiera cometido el error de matar a Atawallpa porque pensaba que si l se hubiera bautizado, sus sbditos habran seguido el ejemplo y, as, se habra logrado la conversin de todo el Per. De hecho, la Corona no solamente termin respetando la institucin del cacicazgo, sino que dot a los caciques de ciertas prerrogativas para que se destacaran dentro de su comunidad. En un informe de 1563, del oidor Angulo de Castejn de la Real Audiencia, se recomendaba mantener la autoridad de los caciques hasta que se introdujeran las costumbres espaolas, aunque el poder que ejercan deba ser controlado. Segn el oidor, los caciques eran muy tiles para las tareas de gobierno, sobre todo para lograr la obediencia de sus sujetos y juntar los tributos.
2 3 Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana, 1647 (4 tomos), Madrid, Biblioteca Castro, 1996, tomo 1, p. 567. 2 4 Ibid., p. 569.

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Al respecto deca:
Conviene que el religioso y el encomendero cuenten con los dichos sus caciques y principales y ellos con sus sujetos e indios se podrn mejor doctrinar y gobernar con ms quietud, hasta que tengan ms entendimiento de nuestra orden y vida poltica. 25

La presencia de un cacique lleg a volverse, incluso, una necesidad en aquellos lugares donde no exista porque facilitaba la implantacin de las instituciones coloniales. Por ejemplo, en el Nuevo Reino de Granada durante la dcada de 1560, fueron sometidos al rgimen de la encomienda algunos grupos de la zona selvtica de la vertiente del ro Magdalena, denominados muzo, cuya organizacin poltica estaba basada en liderazgos coyunturales y consejos de ancianos y no tenan la figura del cacique hereditario. Al repartir a los muzo en encomiendas, los espaoles se vieron obligados a nombrar caciques, siguiendo el modelo de los muisca, para facilitar la dominacin. Estos caciques recin nombrados que asumieron las funciones de organizar a los indios para el trabajo y cobrar los tributos, tuvieron muchas dificultades para lograr el respeto de sus compaeros. Los encomenderos obligaban a los dems a obedecerles, darles tributos y hacerles labranzas; pero, an as, la aceptacin que tuvieron fue muy escasa, debido a la ausencia de esta forma de gobierno en su cultura tradicional. Fue necesario esperar hasta finales del siglo XVI y comienzos del XVII para que los caciques muzo se arraigaran en sus propias comunidades.26

2 5 AGI (Sevilla), Audiencia de Santaf 188, fol. 408 (citado en Juan Friede, Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada. (8 tomos), Bogot, Banco Popular, 1976, tomo 4, pp. 58-80). 2 6 Luis Enrique Rodrguez, Encomienda y vida diaria entre los indios de Muzo (15501620), Bogot, Instituto Colombiano de Cultura Hispnica, 1995, pp. 128-135.

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II. LA

PROTECCIN DEL CACICAZGO

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Un anlisis detallado de las principales cdulas reales que se recogieron en la Recopilacin de Leyes de Indias (1681) puede dar una idea ms precisa de la forma en que la Corona conceba su relacin con las autoridades indgenas americanas. Igualmente, la obra de Solrzano resulta una valiosa gua para comprender el pensamiento de los juristas y de las autoridades que disearon esta legislacin. En Poltica indiana (1647), Solrzano dedica todo un captulo al estudio de estas leyes: De los caciques o curacas de indios, su jurisdiccin y sucesin y del cuidado que se debe poner en la buena educacin y enseanza de sus hijos. 27 En ste, el autor explica que, aunque el dominio, gobierno y proteccin del Nuevo Orbe perteneca a la Corona, los monarcas haban querido mantener a reyezuelos o capitanejos y las formas de gobierno anterior a la Conquista por considerarlos tiles para el gobierno. Dichos reyezuelos o capitanejos se llamaban caciques en la isla Espaola y luego este nombre se populariz y se aplic a todos los jefes indgenas, aunque en cada regin se les conoca con un nombre distinto, de acuerdo a su lengua: kurakas en Per y tecles en Nueva Espaa. Su condicin era la de seores de vasallos, similar a la de los condes, duques o marqueses espaoles; es decir, eran asimilables a una especie de nobleza local reconocida por la Corona.28 El ttulo 7 del libro VI de la Recopilacin, denominado De los caciques, recoga una serie de normas emitidas por el Consejo de Indias entre 1535 y 1654, que podemos agrupar en dos grandes conjuntos29: en primer lugar, aquellas dirigidas a establecer el respeto hacia los cacicazgos y las prerrogativas de los caciques y, en
2 7 Solrzano, op. cit., tomo 1, p. 558. 2 8 Idem. 2 9 Recopilacion de leyes de los reynos de las Indias. Mandadas imprimir, y publicar por la majestad catlica del Rey Don Carlos II nuestro seor (4 tomos), Madrid, Julin de Paredes, 1681; Madrid, Cultura Hispnica, 1973 (edicin facsimilar), libro 1, fols. 219v-221v. En adelante se citar la Recopilacin teniendo en cuenta libro, ttulo y nmero de la ley a la que se hace referencia.

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segundo lugar, aquellas que ponan lmites al poder que se les asignaba. Examinemos el primer conjunto de estas normas. El respeto a los cacicazgos antiguos se ordenaba desde 1557 y haca nfasis en que este respeto se le deba, sobre todo, a aquellos jefes que hubieran aceptado la religin catlica. Tcitamente se daba a entender que la idolatra podra ser causa de despojo del cacicazgo, aunque en ninguna cdula se declaraba esto abiertamente. La cdula en cuestin deca:
Algunos naturales de las Indias eran en tiempos de su infidelidad caciques y seores de pueblos y porque despus de su conversin a nuestra santa fe catlica, es justo que conserven sus derechos, y el haber venido a nuestra obediencia no los haga de peor condicin 30

Acto seguido, se ordenaba que se restituyeran los derechos a los caciques que haban sido despojados.31 Este respeto a su forma de gobierno tradicional, tena como lmite los preceptos de la religin y las buenas costumbres. As se declaraba en una cdula del 1 de mayo de 1560, dirigida a la real audiencia del Nuevo Reino de Granada, en la que el Consejo de Indias deca que haba sido informado sobre el despojo de algunos caciques cristianos y ordenaba restituirlos, por no considerar conveniente: quitarles la manera de gobernarse que antes tenan, en cuanto no fuere contraria a nuestra santa fe catlica y buenos usos y costumbres.32 Los cacigazgos, despus de la Conquista, tuvieron que enfrentar el problema grave del desmembramiento que sufrieron al ser divididos y, luego, repartidos en encomiendas. Esto sucedi principalmente en Mxico y Per, donde existieron grandes unidades polticas que fueron desarticuladas de esta manera; pero tambin sucedi entre los muisca del Nuevo Reino de Granada. Uno de
3 0 Ibid., lib. 6, tt. 7, l. 1. 3 1 Ibid., l. 2. 3 2 Diego de Encinas, Cedulario indiano (4 tomos), Madrid, Imprenta Real, 1596; Madrid, Cultura Hispnica, 1946 (edicin facsimilar), tomo 4, p. 288.

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los cacicazgos ms grandes encontrado por los conquistadores, fue la confederacin de Bogot, encabezada por un jefe, denominado zipa, que tena una gran cantidad de caciques sujetos. Despus de varios aos de guerra y una vez establecida firmemente la dominacin espaola, esta confederacin fue desarticulada para poder recompensar equitativamente a los conquistadores. En 1547, Antonio de Olaya recibi una encomienda compuesta por el cacique de Bogot y algunos capitanes y sujetos; el resto fueron separados y entregados individualmente a varios conquistadores, con lo cual el zipa qued convertido en un cacique de mediano rango con el mismo nmero de indios que tenan a cargo quienes haban sido sus subordinados.33 Un proceso similar se dio en la provincia de Tunja, donde exista otra confederacin importante: en 1539, cuando se hizo la reparticin de encomiendas, Hernn Prez de Quesada se qued con el cacique de Tunja, algunos capitanes y sujetos, mientras que los jefes que servan al cacique fueron dados a otros conquistadores.34 En aos posteriores, el cacicazgo de Tunja tom el nombre de Ramiriqu y qued reducido, como en el caso anterior, a un pueblo de mediano tamao. Ni el cacique de Bogot ni el de Tunja llegaran a recuperar, en los aos siguientes, los sujetos perdidos. Procesos similares ocurrieron en las confederaciones de Guatavita, Sogamoso y Duitama. En una carta enviada al Consejo de Indias en 1548, Gonzalo Jimnez de Quesada se quejaba amargamente del gobernador del Nuevo Reino de ese entonces, Miguel Dez de Armendriz; lo acusaba de haber dado a unos los caciques y a otros los capitanes, despus de haber dividido las encomiendas, a la muerte de su titular. Segn Jimnez de Quesada, con esta prctica los indios totalmente se echaban a perder y se destruan 35 porque se iban de sus pueblos y dejaban de obedecer a sus jefes. Por lo tanto, propona que, cuando se presentara esta situacin, se dejaran los grandes cacicazgos en manos de slo un encomendero quien deba comprometerse a dar parte de los tributos a otros conquistadores
3 3 AGI (Sevilla), Justicia 1115. 3 4 AGI (Sevilla), Justicia 505, nm. 1, ramo 1. 3 5 AGI (Sevilla), Audiencia de Santaf 533, libro 1, fols. 75r-76v.

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que lo merecieran; el Consejo no acogi esta propuesta y se limit a ordenar una investigacin. En Per, para remediar stas y otras situaciones similares se orden, desde 1555, regresar los indios a sus antiguos caciques a medida que las encomiendas a las que pertenecan fueran quedando vacantes; con este proceso, segn Gonzlez de San Segundo, se fueron recomponiendo las antiguas estructuras prehispnicas. Aos ms tarde, los virreyes ordenaron que, si llegara a ser necesario repartir los indios entre varios encomenderos, se mantuviera slo un cacique para todos; lo ideal era que las unidades no se separaran y se entregaran cacicazgos completos en encomienda.36 Esta disposicin, de 1561, fue ratificada por Felipe II en 1568.37 Sin embargo, por lo menos en el Nuevo Reino de Granada, la recomposicin de las antiguas unidades polticas que haban sido desarticuladas por la reparticin de encomiendas no pudo hacerse plenamente, ya que los encomenderos y los caciques que haban logrado a travs de esta va su autonoma, se opusieron con mucho xito a cualquier tipo de modificacin de su situacin. Otro elemento de la poltica para el manejo de los caciques desarrollada por la Corona a mediados del siglo XVI, fue el respeto de sus costumbres, en la medida en que no chocaran abiertamente con la legislacin vigente o con los principios cristianos. En unas ordenanzas, analizadas por Fernando Mayorga, expedidas en 1563 y entradas en vigencia en 1568 en la audiencia de Santaf, se daban lineamientos para que los juicios donde se vieran involucrados caciques e indios se despacharan rpida y sumariamente guardando sus usos y costumbres, no siendo claramente injustos.38 Las normas de sucesin de los cacicazgos fueron una de las costumbres que la corona, en diversas ocasiones, orden respetar.39 Se estableci que el cacicazgo era un derecho hereditario
3 6 Gonzlez de San Segundo, op. cit., pp. 96-97. 3 7 Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 7. 3 8 Fernando Mayorga, La Audiencia de Santaf en los siglos XVI y XVII, Bogot, Instituto Colombiano de Cultura Hispnica, 1991, pp. 120 y 144. 3 9 Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 3. stas son cdulas de 1614 y 1628.

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que se transmita principalmente de padres a hijos y se aceptaron otras normas, como la sucesin matrilineal que operaba en el caso de los muisca. Segn Solrzano, la Corona orden, desde muy temprano, respetar la sucesin de los cacicazgos para impedir que las autoridades coloniales o los encomenderos eligieran jefes indgenas a su voluntad40; con esto, el jurista daba a entender que este cargo no era asimilable a un funcionario de libre nombramiento de la Corona ni a un mayordomo o administrador de los encomenderos. En 1603 y 1619, se haba ordenado al virrey del Per no elegir caciques a su gusto. Esta medida se tom porque los virreyes que venan de la Nueva Espaa pretendan convertir estos cargos en oficios de nombramiento, en contravencin de las ordenanzas redactadas por el virrey Toledo en 1575.41 Esas ordenanzas haban fijado unas pautas para establecer la sucesin de los caciques, que trataron de ser modificadas en 1601 por Luis de Velasco, quien escribi a la Corona para denunciar mltiples excesos, flojedad y otros vicios de los kuraka y proponer que se cambiara la forma de elegirlos. El Consejo de Indias le respondi, en 1602, que si haba algunos muy tiranos poda removerlos del gobierno y nombrar su reemplazo de acuerdo con las normas fijadas por Toledo. En esas ordenanzas, sealaba Solrzano, era evidente la influencia de las costumbres de los incas que, cuando deban remover a un kuraka y castigarlo por sus delitos, procuraban reemplazarlo con su hijo, hermano o pariente cercano ms digno, de manera que se pudiese entender que se continuaba en la sangre la sucesin.42 Segn el autor, el carcter hereditario de estos oficios no traa mayores inconvenientes para el buen gobierno, ya que tenan poco poder y jurisdiccin; an los ms grandes juristas y telogos opinaban que se poda permitir en los reinos ducados, marquesados y feudos, en los que haba en juego muchsima ms autoridad. Para poner un poco de orden en el asunto, propona que esta sucesin
4 0 Solrzano, op. cit., tomo 1, p. 562. 4 1 Ibid., p. 563. 4 2 Ibid., p. 564.

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hereditaria se regulara con base en las mismas normas de los mayorazgos en Espaa, mientras no hubiera conflictos con las ordenanzas y cdulas reales. Por ejemplo, segn las leyes de mayorazgo las mujeres podan heredar sin problemas un cacicazgo, de no haber parientes masculinos; pero en las ordenanzas de Toledo haba una clara preferencia por los hombres ya que a ellas no se les consideraba aptas para el cargo. Solrzano contaba que cuando haba sido oidor en la audiencia de Lima, muchas veces vio que se prefera a los varones con parentesco ms remoto sobre las mujeres. Slo en el caso de las provincias de tierra caliente de los llanos haba observado que se admitan mujeres como cacicas, sobre todo cuando se casaban con hombres con los que podan gobernar conjuntamente. En su opinin, se habra debido permitir a las mujeres ser cacicas, de la misma manera que en Europa reinos, estados, seoros, feudos y otras dignidades eran detentados por ellas sin ningn problema.43 Solrzano tambin menciona, en relacin con las sucesiones, la presencia alta de litigios; lo ms difcil en estos casos era probar quin era el descendiente legtimo: debido a la poca confiabilidad de los testigos indios, los jueces solan hallarse ante testimonios confusos y contradictorios. En esos casos, el virrey Toledo orden que, adems de las informaciones dadas por los litigantes, el corregidor deba hacer una informacin de oficio y enviarla con su parecer a la audiencia. Por lo general, se le haca ms caso a esta opinin aunque tambin a veces estos corregidores por diversos aspectos y afectos se dejaban inclinar ms a unas partes que a otras.44 Por esta razn, Solrzano prefera usar pruebas documentales, como listas y padrones antiguos, partidas de bautismo y otros documentos que se encontraban en los archivos, a pesar de que el derecho de la poca considerara que los testimonios orales tenan la misma validez que los escritos. Otro aspecto de la sucesin de los caciques que ocup a la audiencia del Nuevo Reino de Granada, durante la segunda mitad
4 3 Ibid., p. 565. 4 4 Ibid., p. 565.

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del siglo XVI, fue la conveniencia de seguirla haciendo por va matrilineal. Los muisca del altiplano cundiboyacense tenan la costumbre de heredar el cacicazgo al hijo de la hermana mayor45; este tipo de herencia era coherente con sus normas de parentesco, basadas en la filiacin matrilineal.46 Dichas normas fueron respetadas por las autoridades espaolas y se siguieron practicando a lo largo del siglo XVI; pero, en la dcada de 1570, comenzaron a surgir propuestas, provenientes de los caciques mismos, para cambiar las costumbres de manera que se adecuaran a las normas de herencia espaolas. Estas propuestas fueron lideradas por miembros de la nobleza indgena que se haban convertido al cristianismo, que haban adoptado las costumbres europeas y que queran que sus hijos, y no sus sobrinos, heredaran todos sus bienes, incluyendo los cacicazgos. Esta posicin los llev a enfrentarse con los sectores ms tradicionales de sus propias comunidades, que queran seguir manteniendo la sucesin matrilineal. Una de las primeras propuestas en este sentido la hizo el cacique mestizo don Alonso de Silva, quien desde 1571 hered el cacicazgo del pueblo de Tibasosa, en la provincia de Tunja. En 1572, pidi a la Corona que le permitieran a su hijo ser su sucesor y propuso que de ah en adelante se acabara con la sucesin de los sobrinos. El Consejo de Indias se abstuvo de tomar una determinacin y pidi su opinin a la real audiencia de Santaf 47; la audiencia respondi unos aos ms tarde, en 1576, a sta y otras peticiones similares. Por aquel entonces, los oidores consideraron que la peticin deba ser tenida en cuenta; decan que esta costumbre iba contra la ley natural (que para ellos era la herencia paterna) y se prestaba para mltiples inconvenientes y ofensas a Dios y que los
4 5 Para un estudio ms detallado de la organizacin social muisca se puede consultar: Carl Langebaek, Mercados, poblamiento e integracin tnica entre los Muiscas, siglo XVI, Bogot, Banco de la Repblica, 1987. 4 6 Para un estudio de las normas de parentesco del muisca se pueden consultar: Franois Correa Rubio, Anlisis formal del vocabulario de parentesco muisca, en Boletn del Museo del Oro, n 32-33, Bogot, 1992, pp. 149-177 y El sol del poder. Simbologa y poltica entre los muiscas del norte de los Andes, Bogot, Universidad Nacional de Colombia, 2004. 4 7 AGI (Sevilla), Audiencia de Santaf 534, lib. 3, fol. 402v (Citado en: Friede, op. cit., tomo 6, pp. 171-172).

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caciques prostituan a sus hermanas para tener herederos quienes eran sometidos a un periodo de preparacin de 5 aos, en los cuales practicaban ayunos y aprendan mltiples idolatras. Segn los oidores, aunque las razones no eran muy claras, al heredar los hijos, todo esto se acabara. Por otra parte, argumentaban que los recursos invertidos en la creacin de escuelas para los hijos de los caciques se perderan si seguan heredando los sobrinos. Adems, pensaban que si establecan como condicin para que heredaran los hijos que el cacique estuviera casado, estimularan a los dems a seguir su ejemplo. Por ltimo, cuestionaban otra costumbre muisca que causaba muchos inconvenientes y que tambin se relacionaba con la matrilinealidad: para ellos era necesario que la Corona tomara medidas para que los hijos de un matrimonio, al morir el padre, no regresaran a vivir al pueblo de su madre, con su to materno, ya que esto ocasionaba enfrentamientos entre los encomenderos quienes vean sus indios partir de un lugar a otro. En sntesis, por aquellos aos, la Audiencia estaba de acuerdo en que se siguiera el fuero y domicilio del padre48 en todos estos asuntos. Sin embargo, su posicin cambi aos ms tarde cuando los oidores y el presidente de la Audiencia fueron renovados. En 1583, una nueva peticin lleg al Consejo de Indias, dirigida en esta oportunidad por don Francisco, cacique de Ubaque, de la provincia de Santaf; de nuevo peda que se le permitiera heredar el cacicazgo a su hijo y que se derogara definitivamente la costumbre de heredar a los sobrinos. Para apoyar su peticin se presentaba como un cacique muy cristiano y muy empapado de la cultura europea, que saba leer y escribir y viva como espaol en la capital del Nuevo Reino. Se haba casado haca varios aos con doa Beatriz, una espaola pobre, con la cual tena un hijo que procuraba educar a la usanza de los blancos, ensendole las primeras letras y materias como latn y gramtica. Deca que como no tena sobrino que fuera su heredero legtimo y que la costumbre sealaba que los capitanes del pueblo deberan elegir un nuevo cacique cuando muriera, ste sera, probablemente, un indio chontal, es decir,
4 8 Ulises Rojas, El cacique de Turmequ y su poca, Tunja, Imprenta Departamental, 1965, pp. 19-21.

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que segua practicando su religin y sus costumbres antiguas. Don Francisco retom el argumento que haba planteado don Alonso de Silva en la dcada anterior: al permitir que los hijos de los caciques cristianos heredaran, se estimulara la conversin de los dems. El Consejo de Indias volvi a pedir su opinin a la Audiencia que en esta ocasin se mostr ms cautelosa y no apoy la propuesta, como antes haba hecho. Los oidores y el presidente respondieron, en 1585, que en ese momento no era conveniente atender la peticin de don Francisco. La costumbre de la sucesin de los sobrinos estaba muy arraigada en la poblacin indgena, aun entre los pocos caciques cristianos que haba, y si se cambiaba esta norma, se generaran descontento y muchos pleitos entre la poblacin.49 Durante la segunda mitad del siglo XVI, la real audiencia de Santaf no intervino activamente en el nombramiento de caciques. Las autoridades coloniales se limitaban a respetar la costumbre local y respaldaban a los que demostraban, de acuerdo a las normas tradicionales, ser legtimos herederos; solamente en caso de litigios hacan nombramientos directos, atenindose a lo que pedan las comunidades a travs de sus capitanes y representantes. Algunos cronistas, como Juan de Castellanos, llegaron a establecer la poca presencia estatal en la eleccin de los caciques como la causa de la prdida de respeto de los indios hacia sus autoridades, que el constat a finales de siglo (c. 1590). Segn este cronista, el zipa de Bogot, en tiempos prehispnicos, tena la facultad de confirmar a los caciques cundo heredaban su seoro. Al terminar su periodo de ayuno y preparacin, se haca una ceremonia en la que llevaban al zipa ofrendas y l, a su vez, los retribua con honores y regalos que confirmaban su autoridad. Despus de la Conquista, los indios mostraban que haban perdido, aparentemente, el respeto y el temor hacia sus jefes, al emigrar de sus pueblos y negarse a pagar los tributos; muchos fueron a parar a la crcel por deudas. Para remediar esta situacin, Castellanos propuso que la Real Audiencia ratificara a los caciques, como antes los zipas lo haban hecho, con algn tipo de ceremo4 9 AGI (Sevilla), Audiencia de Santaf 125, nm. 10, fols. 1-13.

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nia solemne que mostrara a todos los indios que el cacicazgo era avalado por la autoridad del Rey.50 Se ignora a partir de qu momento se hizo ms fuerte la presencia de la Real Audiencia en el proceso de sucesin de los cacicazgos muisca del altiplano cundiboyacense. Al respecto se ha documentado que, hacia finales del siglo XVII, cuando un cacique acceda al poder, se realizaba una ceremonia en la que estaban presentes la comunidad y las autoridades locales. La historiadora Martha Herrera encontr que en la dcada de 1680, cuando se iba a dar la posesin del cacicazgo, se haca una ceremonia llamada aclamacin: era un trmite en el que toda la comunidad y los herederos legtimos del cacicazgo estaban presentes, junto al cura del lugar y el corregidor de naturales, representantes de la justicia eclesistica y civil; los indios aclamaban a su nuevo cacique que quedaba oficialmente en posesin de su cargo. De este modo, la Corona, a travs de sus representantes, se limitaba a ratificar la voluntad del comn, basada en sus costumbres tradicionales. Segn Herrera, esta ceremonia tena un doble objetivo, aparentemente contradictorio: lograr la legitimidad interna y hacer a las autoridades indgenas ms dciles hacia las exigencias de los blancos.51 La legislacin espaola tambin estableci una serie de prebendas destinadas a que los caciques mantuvieran su lugar privilegiado dentro de la sociedad indgena y se abrieran un espacio dentro del ordenamiento colonial. Por ejemplo, se orden que ellos y sus hijos fueran exentos del pago de tributos52 y que no fueran molestados para cumplir con las cuotas de la mita en el Per53; en el Nuevo Reino de Granada, se expidieron normas como una cdula de 1581 que ordenaba al arzobispo no cortar el cabello de los indios al bautizarlos, pues cortarlo es una gran ofensa en esta tierra donde se usaba llevarlo hasta la cintura por tenerlo por principal
5 0 Juan de Castellanos, Elegas de varones ilustres de Indias [1590-1592?], Bucaramanga, Gerardo Rivas Moreno, 1997, p. 1167. 5 1 Martha Herrera ngel, Poder local, poblacin y ordenamiento territorial en la Nueva Granada siglo XVIII, Bogot, Archivo General de la Nacin, 1996, p. 131. 5 2 Recopilacin, lib. 6, tt. 5, l. 18. 5 3 Ibid., l. 11.

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y venerable ornato.54 Pero lo ms importante, tal vez, fue que se les dio un fuero especial, de manera que los delitos y los pleitos en que se vieran involucrados slo pudieran ser juzgados ante las reales audiencias, rganos mximos del gobierno, sin intervencin de las autoridades locales.55 A las audiencias se les recomendaba que impartieran justicia de manera rpida y eficiente para no causar gastos y dilaciones innecesarias. Slo ellas o los visitadores podan despojar a alguien de su cacicazgo, una vez vencido en juicio. 56 Segn Fernando Mayorga, desde 1557 se dio competencia exclusiva a la audiencia de Santaf en los pleitos sobre cacicazgos y se orden no privar a los indios de su seoro sin justa causa. En 1560, esta orden fue reiterada y matizada para referirse a los caciques cristianos. Luego, en las Ordenanzas de 1563, expedidas para las audiencias americanas, se reafirmaron estos principios y se orden a las justicias locales no entrometerse en los asuntos sobre cacicazgos.57 Los jueces ordinarios locales, como los gobernadores, corregidores, alcaldes mayores y alcaldes de cabildo, slo podan arrestar a los caciques cuando cometan delitos graves durante su mandato; es decir, no podan detenerlos por hechos sucedidos en tiempos en que an no ocupaban sus cargos. En este caso, solamente podan recoger testimonios, hacer informaciones y remitir el caso a la Audiencia. En sntesis, solamente las autoridades de ms alto rango en las colonias podan juzgarlos.58 Eventualmente se permiti que un cacique o un miembro de la nobleza indgena pudiera dirigirse directamente a la corte de Espaa o al Consejo de Indias, despus de haberle sido concedida una licencia especial; era preferible que hiciera sus informaciones ante la audiencia de cada provincia y que el caso se remitiera a Espaa solamente cuando lo ameritara.59
5 4 Encinas, op. cit., tomo 4, p. 360. 5 5 Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 2. 5 6 Ibid., l. 4. 5 7 Mayorga, op. cit., p. 144. 5 8 Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 12. 5 9 Ibid., l. 17.

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Todas estas disposiciones fueron complementadas con un proyecto educativo para fomentar la conversin al cristianismo y la adopcin de las costumbres europeas. En la Nueva Espaa, desde la primera mitad del siglo XVI, se hicieron esfuerzos notables para que los hijos de los nobles fueran instruidos en las costumbres y ciencias espaolas porque se consideraba que as gobernaran mejor a sus pueblos. Segn Menegus, se establecieron escuelas diferenciadas para nobles y plebeyos: en las primeras se aprendan materias como lgica, retrica, filosofa, teologa, latn, gramtica y algo de medicina; en las segundas solamente se daban clases de doctrina. El esfuerzo ms notable fue hecho por los franciscanos que establecieron el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco en el que se educaron cientos de muchachos en la dcada de 1530.60 En su obra, Solrzano alababa estos esfuerzos y consideraba que a travs de los colegios los caciques podran dar ejemplo a sus comunidades. Adems, consideraba que la comunidad religiosa ms adecuada para dirigir estas escuelas, a mediados del siglo XVII, era la Compaa de Jess.61 La Corona impuls decididamente esta poltica y expidi mltiples cdulas, entre 1535 y 1620, que ordenaban fundar escuelas para hijos de caciques en todas las provincias de Amrica. Se pretenda que estas escuelas funcionaran en las principales ciudades del Per, la Nueva Espaa y las dems colonias y que fueran favorecidas y costeadas por las autoridades locales. Ah deban llevarse nios pequeos para doctrinarlos en cristiandad, buenas costumbres, polica y lengua castellana.62 El Nuevo Reino de Granada no fue la excepcin y se sabe que por lo menos desde mediados de la dcada de 1560 se comenzaron a establecer algunas escuelas en Tunja y Santaf. En un acuerdo de la Real Audiencia del 3 de marzo de 1565 se dice que, aunque ya haban pasado ms de 30 aos desde la Conquista, muy pocos indios se haban hecho cristianos y la mayora segua en su gentilidad y perversas costum6 0 Menegus, op. cit., p. 27. 6 1 Solrzano, op. cit., tomo 1, p. 569. 6 2 Recopilacin, lib. 1, tt. 23, l. 9. Cdulas con el mismo contenido se expidieron en 1535, 1540, 1554, 1579, 1619 y 1620.

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bres. Los oidores mencionaban que a pesar de que la poblacin indgena de Mxico y Per era mucho ms numerosa, en esas regiones se haba avanzado mucho ms en la evangelizacin. En el Nuevo Reino, la negligencia de las autoridades en esta materia haba sido notable. Los seores principales ya estaban viejos y endurecidos en sus errores y, por lo tanto, consideraban que lo mejor era educar a los nios. Por eso ordenaban que los hijos, sobrinos y sucesores de los caciques fueran llevados a las escuelas que se haba ordenado fundar en los monasterios de Santo Domingo y San Francisco de Tunja y Santaf; ah se les enseara la doctrina, lectura, escritura y otras cosas necesarias:
porque est entendido que dems del provecho que de esto se seguir, los dichos naturales olvidarn y dejarn de aprender todo lo malo que de sus padres y agelos tenan y se irn desarraigando dellos los ritos y diablicas costumbres en que han vivido y viven, y su rstico entendimiento se ir reduciendo a buenas y santas inclinaciones, y habr lugar para que la palabra de Dios se vaya imprimiendo en sus corazones mediante su divina gracia.63

Las autoridades locales deban obligar a los caciques a que enviaran los nios a las escuelas; de no hacerlo, deban pagar multas y penas de prisin. Si bien se ignora el efecto real que esto tuvo a finales del siglo XVI entre los cacicazgos muisca del Nuevo Reino de Granada, todo parece indicar que su alcance fue muy limitado.

III. LOS

LMITES DE LA AUTORIDAD DE LOS CACIQUES

En sus comentarios a las Leyes de Indias, Solrzano sealaba que era muy frecuente que los caciques se aprovecharan del miedo que sus indios les tenan y del respeto que les deban, para cometer abusos e infinitas estafas, extorsiones y violencias.64 Su opi6 3 Enrique Ortega (ed.), Libro de acuerdo de la Audiencia Real del Nuevo Reino de Granada, Bogot, Archivo Nacional de Colombia, 1948, p. 291. 6 4 Solrzano, op. cit., tomo 1, p. 561.

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nin no era un caso aislado, sino la forma de pensar que prevaleca en las altas esferas de la administracin colonial. La corona espaola, al tiempo que promovi y respet a los seores naturales, quiso limitar su podero al favorecer a los indios del comn. As, quedaba claramente establecido que el monopolio de la justicia perteneca, en ese momento, a los reyes castellanos y que cualquier indio humilde poda acudir ante los tribunales reales para denunciar a su propio cacique, si consideraba que l abusaba de su poder. Los jefes tradicionales perdieron de este modo el monopolio de la justicia y se vieron asimilados, casi como funcionarios o representantes de la Corona, por el engranaje de la administracin colonial. Los funcionarios coloniales no cesaron de insistir en los abusos cometidos por los caciques, basndose en experiencias reales que exageraban para justificar las medidas de control que se tomaban. Al actuar de esta manera, buscaban hacer aparecer al Rey ante la poblacin indgena como un gobernante justo que velaba por sus sbditos ms humildes; fomentar la lealtad a la monarqua y consolidar la legitimidad del nuevo gobierno. Solrzano, a partir de su experiencia en el Consejo de Indias y como oidor en la audiencia de Lima, haba tenido que lidiar con mltiples casos y, por lo tanto, comparta plenamente esta forma de pensar. Para l, los kuraka haban sido verdaderos tiranos en tiempos prehispnicos, comparables con los strapas y mandarines de Oriente, y eran propensos a cometer abusos a cada momento si no se ejerca sobre ellos una estricta vigilancia. Para apoyar sus afirmaciones se vali de las opiniones, entre otras, de Juan de Matienzo y fray Bernardo de Crdenas, obispo de Paraguay, quienes proponan, incluso, eliminar estos kuraka para liberar a los indios de su opresin y destinar el dinero de sus salarios a obras pas y a la construccin de Iglesias. Segn Solrzano, esto demostraba la sabidura de la frase: Ningunos son peores para mandar que aquellos a quien la naturaleza cri para obedecer y servir.65 No deja de ser notable la influencia que se aprecia en estas afirmaciones, hechas casi un
6 5 Ibid., p. 562.

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siglo despus, de la doctrina de la naturaleza esclava de los indgenas formulada por Palacios Rubios y Gins de Seplveda. Para Solrzano, el hecho de que muchas cdulas se refirieran a los abusos cometidos por los caciques y a las rdenes emitidas por el Consejo de Indias para su reparacin y castigo, probaba que la Corona era consciente del grave problema que ellos representaban. Los reyes seguan conservando estos cargos a pesar de todo, porque tenan el objetivo de volver ms polticos a los indios, en cuanto lo permita su capacidad66. En 1594, se pensaba que en Per se deba hacer lo mismo que en Mxico, donde los jefes y gobernadores indgenas locales eran sometidos a un juicio de residencia. La Audiencia y el virrey, al ser consultados, no tomaron decisiones al respecto.67 Hay que aclarar que estos juicios consistan en una rendicin de cuentas que los funcionarios coloniales daban al final de su mandato para castigar los posibles abusos que hubieran cometido; pero solamente se practicaban a los ms altos cargos de la administracin y a los funcionarios que eran nombrados y removidos libremente. Si los caciques hubieran sido sometidos a estos controles, esto habra significado su asimilacin como burcratas del Estado colonial.68 Las autoridades consideraban que era necesario proteger a los indios de los posibles abusos de todos los dems sectores de la sociedad colonial, incluyendo a sus propios jefes. Recordemos la concepcin paternalista que en la poca se tena de ciertos grupos de la poblacin como los indgenas y las mujeres. Para Solrzano y los juristas de la poca, los indios deban ser catalogados dentro del grupo de gente que el derecho llamaba miserables, concepto que se defina de la siguiente manera: Miserables se reputan y llaman todos aquellos de quien naturalmente nos compadecemos por su estado, calidad y trabajos.69
6 6 Idem. 6 7 Idem. 6 8 Para un anlisis ms detallado de las caractersticas de los juicios de residencia en Amrica ver: Jos Mara Ots Capdequ, El Estado espaol en las Indias, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1975. 6 9 Solrzano, op. cit., tomo 1, p. 575.

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Los jueces deban ser benvolos con este tipo de personas y demostrar una gran compasin y comprensin. Sus pleitos deban ser rpidos y sin costo alguno, y se deban proteger de los ricos y poderosos. Por estos motivos, la Corona expidi un cmulo de cdulas dirigidas a las audiencias y virreinatos que ordenaban poner lmites, de manera rpida y eficaz, a los posibles abusos de los caciques sobre sus sujetos.70 Algunos de los abusos mencionados en las cdulas eran costumbres prehispnicas que se queran desarraigar. As, por ejemplo, se orden impedir la brbara costumbre de matar indios para enterrarlos con los caciques en los funerales y entregar hijas como parte de los tributos.71 En el Nuevo Reino de Granada, hacia 1558, se prohibi a los caciques y capitanes muiscas usar yerbas venenosas, bajo pena de muerte; su posesin slo se permita a las comunidades vecinas de los muzo, como una medida de defensa en contra de sus enemigos ancestrales.72 En cdulas expedidas entre 1538 y 1588 se prohiba que los caciques esclavizaran a sus sujetos; el castigo era la prdida de todos los bienes.73 Se ignora si esta prctica era muy frecuente en otros territorios americanos; pero en el Nuevo Reino de Granada varios indicios sealan que algunos caciques muiscas seguan teniendo esclavos a finales del siglo XVI, aunque no se trataba de sus sujetos, sino de prisioneros de guerra o de muchachos comprados a los grupos vecinos culturalmente diferentes.74 Por otro lado, la Corona pretenda que los caciques no obligaran a trabajar a sus sujetos para su provecho, sin reconocerles un salario75; no podan usarlos se-

7 0 Recopilacin, lib. 5, tt. 5, l. 24. En esta cdula de 1609, por ejemplo, se ordena a los corregidores y alcaldes mayores librar a los indios de las molestias de los caciques. 7 1 Ibid., lib. 6, tt. 7, ls. 14 y 15. 7 2 Ortega, op. cit., p. 94. 7 3 Recopilacin, lib. 6, tt. 2, l. 3. 7 4 Muchas menciones a esclavos de caciques se encuentran, entre otros, en un proceso adelantado en 1574 y 1575 contra el cacique de Tota y su encomendero, en la provincia de Tunja. Ver: AGN (Bogot), Visitas de Boyac 4, fols. 370-547 y Caciques e Indios 21, fols. 1-327. 7 5 Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 10.

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gn su voluntad ni obligarles a trabajar en exceso o tratarlos como si fueran sus sirvientes.76 Otros abusos eran de origen ms reciente y se daban por la posicin privilegiada que tenan los caciques dentro del sistema econmico y social de las colonias. Por ejemplo, se deca que los kuraka del Per, hacia 1640, cobraban un arancel de 10 pesos por viaje cuando repartan indios para los mercaderes y ordenaban que los salarios se pagaran directamente a los indios que se contrataban.77 En el Nuevo Reino de Granada y desde mediados del siglo XVI, era frecuente que los caciques firmaran contratos a nombre de sus indios cuando se les contrataba como cargueros para traer mercancas desde los puertos del ro Magdalena hasta las ciudades del interior; seguramente obtenan de esta actividad algunas ganancias.78 En otras cdulas se ordenaba castigar a los caciques que no hicieran bien los sorteos de los indios que eran enviados a la mita.79 Tambin se daban instrucciones a los jueces para que no castigaran a los caciques con multas, porque ese dinero lo terminaban pagando sus indios, sino con penas fsicas.80 El Consejo de Indias prohibi, a mediados de la dcada de 1570, la eleccin de caciques mestizos en el Nuevo Reino de Granada, a raz de un proceso jurdico de 1574 en el que se vieron involucrados don Diego de Torres y don Alonso de Silva, caciques de Turmequ y Tibasosa. Los dos eran hijos de conquistadores y de hermanas de caciques y, por lo tanto, eran herederos legtimos de los cacicazgos. Fueron criados en el ambiente de sus padres y, despus de morir sus antecesores y de llegar a la edad requerida, asumieron sus cargos. Ambos fueron caciques entre 1571 y 1574, sin
7 6 Ibid., l. 8. 7 7 Ibid., tt. 12, l. 18. 7 8 Por ejemplo, en 1559 y 1560 varios caciques de los pueblos cercanos a Tunja firmaron conciertos ante el notario de la ciudad para que sus indios fueran hasta los desembarcaderos por ropa y otras mercancas. Se les pagaba una cantidad variable de mantas por su trabajo (Archivo Histrico de Boyac, Notara Segunda de Tunja 2, fols. 53v-54r). 7 9 Recopilacin, lib. 6, tt. 12, l. 27. 8 0 Ibid., l. 41.

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que se presentara ninguna queja; pero, al final de su mandato, su relacin con los encomenderos se da, pues estos ltimos empezaron a hacer denuncias sobre malos tratos e interpusieron demandas para que el cacicazgo les fuera despojado. El argumento de los encomenderos era que la Corona haba prohibido la presencia de mestizos en los pueblos de indios por los mltiples inconvenientes que esto causaba. En esta poca, se consideraba que la poblacin mestiza estaba compuesta por personas vagabundas, ociosas y pendencieras que slo causaban desrdenes; la real audiencia de Santaf acogi estos argumentos y despoj a los dos mestizos del cacicazgo.81 Tras largos procesos que incluyeron dos viajes a Espaa del cacique de Turmequ, el Consejo de Indias decidi apoyar esta doctrina y elev a norma general la prohibicin de que los mestizos fueran caciques, en cdulas expedidas el 11 de enero y el 5 de marzo de 1576 que luego fueron incorporadas a las Leyes de Indias.82 Se trat de un caso muy especial debido a que los encomenderos del Nuevo Reino usaron los prejuicios que existan sobre los mestizos para deshacerse de dos caciques que les incomodaban. Su intencin, claramente, no iba ms all del mbito local, pero, debido al gran escndalo generado, el asunto lleg hasta las altas cortes que terminaron por adoptar una poltica de aplicacin general en las colonias americanas. Otro motivo de conflictos y abusos eran los tributos. Menegus seala que, en Mxico, los intentos del gobierno por controlar el monto que los indios daban al Estado y a los caciques gener mltiples problemas. Las retasas del perodo 1551-1553, dieron origen a muchas quejas contra los jefes porque se decia que, a pesar de que la Corona haba hecho rebajas, seguan cobrando lo mismo y se quedaban con la diferencia. Sin embargo, en estos casos las autoridades de la Nueva Espaa fueron benvolas y no los castigaron.83 En el Nuevo Reino de Granada, la Real Audiencia se preocup por controlar y regular el tributo que los indios pagaban a sus encomenderos, pero no se hizo el mismo esfuerzo para
8 1 Un anlisis de estos procesos se encuentra en: Rojas, op. cit. 8 2 Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 6. 8 3 Menegus, op. cit., p. 33.

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establecer el tributo que se deba dar a los caciques. Se establecieron lineamientos generales para evitar los abusos; pero se permiti que los indios siguieran manteniendo sus costumbres locales y que cada cacique recibiera lo que le quisieran darle o lo que pudiera obtener de sus sujetos. Los excesos se presentaban, realmente, en el cobro del tributo para el encomendero, que estaba a cargo de los caciques. En 1556, se denunci ante la Corona, que los caciques no haban informado a las comunidades sobre la tasacin para rebajar los tributos que se haba hecho el ao anterior y, sin embargo, seguan recogiendo para los encomenderos las mismas cantidades de mantas y otras cosas quedndose con la diferencia. Por esta razn, en 1561 se expidieron normas para que, al momento de tasar los tributos, se especificara claramente cunto le corresponda a la Corona, cunto al encomendero, cunto al cacique y cunto al doctrinero.84 Esto no signific que, en las tasaciones realizadas por los visitadores, se cumpliera con lo mandado, por lo menos hasta la dcada de 1570. Segn Germn Colmenares, en las modificaciones que la Real Audiencia introdujo, entre 1575 y 1577, a la tasa establecida en el perodo 1571-1572 por el oidor Juan Lpez de Cepeda, se incluy la obligacin de dar a los caciques algunas mantas de algodn y hacerles algunas labranzas de maz, papa y frjoles, segn las costumbres de cada lugar.85 sta fue una de las pocas veces en las que la Audiencia estableci explcitamente el monto de esta clase de tributos. La jurisdiccin de los caciques era limitada: podan actuar como jueces en sus comunidades, pero solamente en casos de importancia menor, y no podan imponer penas como la muerte, la mutilacin de miembros u otros castigos atroces.86 Segn Solrzano, la Corona dispuso desde 1538, que no se llamaran seores de los pueblos en que mandaban, sino gobernadores o principales. Aunque el autor no lo explica, esta designacin buscaba dar la
8 4 AGI (Sevilla), Audiencia de Santaf 533, lib. 2, fol. 229, (citado en: Friede, op. cit., tomo 4, pp. 232-233). 8 5 Germn Colmenares, La Provincia de Tunja en el Nuevo Reino de Granada, 15391800. Ensayo de historia social, Bogot, Tercer Mundo, 1997 [1970], p. 106. 8 6 Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 13.

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idea de que los indios del comn eran vasallos libres del Rey y no deban ser sujetos a servidumbre.87 Para resolver los pleitos importantes se destinaron corregidores de indios, funcionarios blancos nombrados por las audiencias para gobernar a los pueblos indgenas en nombre de la Corona, quienes tenan jurisdiccin sobre los caciques; a ellos deban remitir los pleitos civiles y criminales de importancia. As, se intentaba limitar las funciones de los jefes tradicionales al cobro de los tributos, que luego deban ser remitidos al corregidor y a la organizacin de los indios para el trabajo.88 En teora, los caciques deban recibir un salario, que se descontaba de los tributos por el ejercicio de estas funciones, y sus indios deban ayudarles con el servicio domstico, pero no se tiene informacin acerca del pago de estos salarios a los caciques, por lo menos en el caso de los muisca del Nuevo Reino de Granada. Adems de limitar el poder de los caciques americanos para impartir justicia, del que gozaban ampliamente en tiempos prehispnicos, la Corona intent, desde mediados del siglo XVI, introducir cargos e instituciones de justicia y gobierno de origen espaol en los pueblos de indios, con el fin de que fueran reemplazando a los jefes tradicionales. Desde 1549, se orden que entre los mismos indios se escogieran unos como jueces pedneos, regidores, alguaciles o escribanos, y otros como ministros de justicia; estos ltimos podan actuar de acuerdo con sus costumbres, pero slo en casos de menor cuanta.89 A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se dieron rdenes para crear otros oficios en las comunidades indgenas y se definieron sus funciones; el xito en la aplicacin de esta poltica debi variar de un lugar a otro. En la Recopilacin de Leyes de Indias aparecen cdulas de 1618 que ordenan la creacin de los cargos de fiscal, alcalde y regidor, aunque esto ya se
8 7 Sobre la ley que prohbe que los indios se llamen seores de sus pueblos existe una duda. Gonzlez de San Segundo, op. cit., p. 87, dice que esta norma expedida en Valladolid el 26 de febrero de 1538 se aboli en 1541, cuando la Corona cambi de parecer y decidi mantener el seoro indgena. Sin embargo, Solrzano la considera como una norma vigente en 1647 y se recoge en la Recopilacin, lib. 6, tt. 7, l. 5. 8 8 Solrzano, op. cit., tomo 1, p. 558. 8 9 Ibid., p. 562 y Recopilacin, lib. 6, tt. 3, ls. 15 y 16.

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vena haciendo en muchas partes desde el siglo anterior. Los fiscales indios tenan la funcin de ayudar al cura doctrinero a juntar la gente para que fuera a misa y a la doctrina; por cada pueblo menor de 100 habitantes poda elegirse un fiscal y cada pueblo de ms de 100 habitantes poda tener dos; su edad deba estar entre 50 y 60 aos. Los curas no podan ocuparlos en otras labores, y si lo hacan, deban pagarles un salario.90 Los alcaldes actuaban como jueces en pleitos sencillos; estaban facultados para hacer averiguaciones y detener y llevar a los delincuentes ante la justicia de los pueblos espaoles; podan aplicar castigos leves, como un da de prisin o entre 6 y 8 azotes por faltas como embriaguez, no asistir a misa en das de fiesta, etc, y tenan autoridad slo sobre la poblacin indgena, pero podan apresar, en caso de ausencia de autoridades blancas, a un negro o a un mestizo que cometiera un delito, hasta que apareciera un corregidor o una autoridad competente. Si el pueblo tena menos de 80 habitantes, haba un alcalde y de ah en adelante dos. Tambin era necesario elegir de dos a cuatro regidores que actuaban como un pequeo concejo municipal. Todos estos funcionarios deban elegirse anualmente y el da de Ao Nuevo, como lo hacan en los cabildos de los blancos. Al cacique se le reservaba lo concerniente a la reparticin de la mita y el cobro del tributo; pero en todo lo dems deban gobernar los alcaldes y los regidores.91 Como ya se ha visto, estos cargos tuvieron mucho xito entre los nahuas de Mxico, mientras que en el resto de Amrica fueron recibidos con menor entusiasmo. A pesar de esto, Solrzano comentaba que, en la dcada de 1570, el virrey Toledo haba puesto en prctica esta poltica en el Per con resultados exitosos: ms de 2.000 pleitos fueron arreglados sin necesidad de procesos largos, alegatos, perjurios u otros inconvenientes.92 Se tiene noticia de que en el Nuevo Reino de Granada, durante la dcada de 1580, algunos oficios como los de fiscal y alguacil, comenzaron a aparecer ligados a la labor de los curas. Sin embargo, fue necesario es9 0 Recopilacin, lib. 6, tt. 3, l. 7. 9 1 Ibid., ls. 7, 15, 16 y 17. 9 2 Solrzano, op. cit., tomo 1, p. 562.

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perar hasta 1594 para que, durante la visita del oidor Miguel de Ibarra, las autoridades introdujeran instituciones y oficios de gobierno de origen espaol en los pueblos muisca del altiplano cundiboyacense. En ese ao, el visitador redact unas ordenanzas que daban instrucciones precisas para el nombramiento de alcaldes, alguaciles y fiscales en los pueblos de indios: el primero de enero, la comunidad reunida deba dar su consentimiento para la eleccin, por un ao, de la persona para cada cargo. El procedimiento que deba seguirse era que el cacique juntara a sus sujetos cada primero de enero y se eligieran por un ao con el consentimiento de toda la comunidad.93 Se ignora si estas rdenes se cumplieron sistemticamente; pero se sabe que, a partir de estos aos, estas nuevas formas de autoridad empezaron a actuar en los pueblos de indios. De cualquier forma, no hubo una ruptura total porque muchos de estos cargos fueron otorgados a indios principales y capitanes de la nobleza tradicional.

IV. ALGUNAS

REFLEXIONES FINALES

Llegados a este punto es posible sacar algunas conclusiones a partir del anlisis que se ha hecho de la legislacin sobre caciques de la Amrica colonial espaola. Es necesario tener en cuenta que la Corona, despus de lgidos debates y cambios en la orientacin poltica, opt por permitir a las comunidades indgenas sometidas a su dominio un autogobierno limitado. En ese momento estaban en juego asuntos relacionados con la libertad de los indgenas, con su capacidad para la vida poltica e, incluso, con la legitimidad misma de la conquista y del imperio espaoles en Amrica. Al final de todas estas discusiones se reconocieron algunos derechos a la nobleza indgena y se integraron los jefes tradicionales al conjunto de instituciones creadas para gobernar las colonias. De este modo, se les dio un lugar en el nuevo orden social, que result muy til para todos.

9 3 Biblioteca Nacional (Bogot), Libros Raros y Curiosos, libro 181, pieza 4.

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El Estado colonial logr tener valiosos aliados que actuaron como mediadores de sus polticas frente a la poblacin indgena y facilitaron la administracin. Los encomenderos y otros colonos, a su vez, aprovecharon esta posicin de mediadores casi en el mismo sentido y resultaron muy beneficiados con el mantenimiento de los seoros indgenas. Los caciques cobraban los tributos y permitan el acceso a la mano de obra, aunque a veces con ciertas dificultades. De igual manera, la Iglesia result beneficiada y se vali de ellos en sus tareas de evangelizacin y establecimiento de parroquias, aunque aqu tambin se presentaron mltiples inconvenientes. Finalmente, las comunidades indgenas encontraron, en sus jefes tradicionales, unos representantes legtimos que ventilaban sus demandas ante las autoridades y los particulares. Para los indios del comn, mantener a los caciques tambin trajo notables beneficios. La nobleza indgena supo aprovechar esta posicin privilegiada para ganar un lugar destacado dentro de la sociedad colonial. Sin embargo, no es suficiente verlos como simples mediadores, ni como agentes pasivos de los colonizadores, ni como representantes de la resistencia nativa frente a la cultura espaola; ellos simplemente actuaron de acuerdo a las circunstancias y trataron de perseguir sus propios intereses en el nuevo orden. Fueron actores sociales que establecieron alianzas unos con otros, en la medida en que las circunstancias lo imponan. Finalmente, hay que destacar que tanto la condicin jurdica de los caciques, como la poltica de las autoridades coloniales frente a ellos, fueron similares a las de los encomenderos. En ambos casos, fueron asimilados a la pequea nobleza local de sus respectivos grupos sociales, les fueron reconocidos derechos y prebendas por su condicin de seores de vasallos, fueron exentos de tributos y otras obligaciones y tuvieron fueros especiales. Sin embargo, en ambos casos, la Corona trat de limitar su poder porque tema que llegaran a usurpar su soberana. Con tal fin dise una serie de medidas destinadas a impedir los abusos sobre la poblacin indgena y a recortar la jurisdiccin que ambos tenan sobre ellos. De hecho, a los encomenderos nunca les dieron funciones judiciales, mientras que los caciques fueron privados de la facultad de impartir justicia en casos importantes. Esto, sin embargo, no signi187

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fic que en la realidad se cumplieran las intenciones de la Corona; de hecho, en mltiples oportunidades, las leyes se convirtieron en letra muerta. En el caso especfico del Nuevo Reino de Granada, existi, adicionalmente, una relacin estrecha y de dependencia entre la encomienda y el cacicazgo, que explica la coincidencia de sus pocas de esplendor (1550-1650) y el paralelismo de sus procesos de decadencia. Cuando los caciques y capitanes muisca fueron reemplazados en sus funciones por tenientes, alcaldes o alguaciles, al estilo espaol, la poca de los encomenderos tambin haba llegado a su fin.

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JUAN DE SOLRZANO Y PEREIRA


Y LA POLTICA FISCAL

Enriqueta Quiroz

En su obra Poltica indiana, especficamente en el libro VI y ltimo, Juan de Solrzano y Pereira desarroll el anlisis de la Real Hacienda, justificando el sentido de ese organismo y de los gravmenes establecidos por la Corona. La sapiencia de su trabajo vino a ordenar las bases de la administracin y gobierno de la Real Hacienda en Amrica. Explic el origen de la legislacin fiscal existente hasta el siglo XVII con constantes referencias al derecho comn de los reinos de Espaa, al derecho romano, a las reales cdulas y ordenanzas del siglo XVI americano, con sus respectivas referencias a la Recopilacin de leyes de las Indias. En el anlisis de las mismas, se apoy muchas veces en autores clsicos, griegos, romanos, juristas medievales espaoles y los propios cronistas de las llamadas Indias. El anlisis de Solrzano es el de un hombre de letras, formado como jurista en la Universidad de Salamanca. Primero sus estudios y luego su propia experiencia como oidor de la Real Audiencia de Lima, le permitieron servir a la Corona en la tarea de compilar una multitud de ordenamientos jurdicos dados para las Indias en el siglo XVI y principios del XVII. Ciertamente sta no fue una mera compilacin, sino ms bien una labor que implicaba sustentar una poltica de Estado que intentaba superar la prctica jurdica hispnica donde la fuerza de la costumbre haba impedido en gran medida imponer una voluntad totalizadora por parte del Estado. Segn Franois Xavier Guerra, el rasgo fundamental de la monarqua hispnica era su carcter pactista, que se traduca en una relacin contractual, basada en derechos y deberes entre el

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rey y el reino y, a su vez, un respeto por los fueros, privilegios y libertades de las diferentes comunidades. No obstante, la monarqua, principalmente desde el siglo XVII y hasta el XVIII, tendi cada vez ms a imponerse como estructura global provista de una voluntad omnicomprensiva, con el fin de acentuar su autoridad bajo una concepcin absolutista.1 Ciertamente, en el siglo XVII la Corona pareca perder terreno en el control de Hispanoamrica, porque estaba tranzando con los poderes locales, ms afianzados y ricos, que comenzaron a ocupar mayores cargos en el gobierno. La venta de oficios es la clave para percibir aquellas dificultades.2 Sin embargo, la propia y aparente debilidad de la corona espaola en Amrica, nos lleva a observar crecientes medidas de control y afianzamiento del poder imperial. Una de ellas es el intento de definir una nica poltica estatal en Hispanoamrica, fijar lneas de uniformidad al grado de presentar un corpus jurdico que resumiera esos propsitos. En este sentido, la Poltica indiana, obra de Solrzano escrita en pleno siglo XVII, viene a ser expresin de aquella voluntad imperial. La uniformidad jurdica tambin se busc en el plano fiscal, lo que vino a sealar otro de los esquemas de aquella poltica de Estado: una recaudacin fiscal fuerte, dirigida directamente por el gobierno imperial y dependiente de ste, para recaudar y distribuir los ingresos. El problema era justificar aquella poltica que la haca distinta de la espaola, porque en la pennsula, para tomar cualquier decisin, an primaban el derecho comn y la apelacin a la costumbre. Solrzano emprendi la tarea de tratar de conciliar aquellas bases jurdicas tradicionales con las de un Estado fuerte que buscaba su consolidacin a travs de una ley escrita. En este sentido, las bases tericas de la Poltica indiana y en especial las del libro VI dedicado a la Real Hacienda, se podran definir en

1 2

Franois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispnicas, Mxico, FCE, 1997, p. 56. Vase M. Burkholder y D. S. Chandler, De la impotencia a la autoridad, Mxico, FCE, 1984.

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torno a tres aspectos bsicos que, a la vez, ya han sido identificados por los historiadores del derecho para este mismo perodo3: primero, el derecho comn, basado en la costumbre, es decir, en aquellas relaciones jurdicas nacidas de los negocios y tratos entre personas vivas; un derecho sin proyecciones territoriales particulares, sino que, ms bien, estaba fundado en valores que expresaban a la sociedad desde sus ms remotas races; segundo, el derecho romano, de cuyos textos se utiliz su fuerza legitimadora, tal como era para la poca la sacralidad de la obra de Justiniano I; tercero, la historia clsica greco-romana, tenida siempre en cuenta como la experiencia adquirida con el paso de los aos, como si fuese un complejo normativo procedente de una antigedad remota. Solrzano saba que para lograr una comprensin eficaz de las leyes, se deba conocer la historia interna de los reinos sobre los que haba que legislar. Por este motivo, no son meramente erudicin las citas de los ms variados cronistas de Indias que incluye en el libro VI, a travs de las noticias que plasma en su obra, da a conocer ciertos hechos o acontecimientos con el afn de entender cmo la Corona haba aplicado el derecho, que no slo era constitucional para ella, sino que tambin regulaba las relaciones jurdicas con sus vasallos. Solrzano, formado como jurista, saba que el carcter esencial del derecho era la historicidad, tal como hoy en da explica Grossi, respecto a tener presente el devenir histrico como mtodo para evaluar la propia experiencia jurdica.4 Ciertamente, Solrzano tambin haba adquirido en sus aos de oidor en la Audiencia de Lima y ms tarde en el propio Consejo de Indias, la habilidad para interpretar los textos, hacerlos ciencia jurdica y resolver el problema de la eficacia de los mismos, ya que entenda que las leyes deban ser tiles para resolver problemas. Especficamente, en este trabajo se pretende explicar la relevancia del anlisis de Solrzano, en cuanto fue de los primeros juristas que se abocaron a ordenar y dar cuerpo a la legislacin fiscal ame3 4 Paolo Grossi, El orden jurdico medieval, Madrid, Marcial Pons-Ediciones Jurdicas y Sociales, 1996. Ibid., p. 44.

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ricana de los siglos XVI y XVII. Tambin se propone demostrar que los escritos del autor sirvieron de base para estructurar posteriores obras en el siglo XVIII y principios del XIX, como la de Fabin de Fonseca y Carlos Urrutia y la de Jos de Limonta, quienes se dedicaron esencialmente a marcar las particularidades regionales de la Hacienda de la Nueva Espaa y de Caracas, respectivamente. Los mencionados autores pretendieron completar el trabajo de Solrzano ms abocado a la Hacienda del virreinato del Per en el siglo XVII. En definitiva, los objetivos propuestos son: estudiar las bases de la legislacin fiscal segn Solrzano; analizar la estructura del libro VI de la Poltica indiana y compararlo con la obra de Fonseca y Urrutia y otras redactadas en el siglo XVIII y principios del XIX; explicar el sentido poltico y fiscal de la Real Hacienda en Amrica durante el reinado de los Austrias y sealar sus diferencias si es que las hubo con el de los Borbones.

I. FISCALIDAD

Y POLTICA IMPERIAL:

A MODO DE CONTEXTO

Solrzano public en 1629 De Indiarum iure, y en 1639 dio a conocer su versin castellana. Javier Malagn y Jos Ots Capdequ sealan que dicho texto, publicado bajo el ttulo de Poltica indiana, no correspondi a una mera traduccin de la versin latina, porque en dicha obra, Solrzano habra agregado y rehecho partes; especialmente destacable fue el hecho de que escribi e incorpor todo un nuevo libro, el VI, referido a la Real Hacienda.5 Este hecho no puede ser interpretado como casual, sino que, ms bien, correspondi a una revisin de la poltica imperial, que buscaba constituir las bases de un Estado con el apoyo de la recaudacin fiscal. Idea que ciertamente haba sido impulsada desde el
5 Javier Malagn y Jos M. Ots Capdequ, Solrzano y la Poltica indiana, Mxico, FCE, 1983, p. 46.

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siglo XVI bajo los reinados de Carlos V y Felipe II, que intentaron sustentar su poltica con los propios medios y posesiones de la Corona. Desde un comienzo, la poltica imperial qued definida para Amrica a partir de un control directo de la Corona sobre todos los espaoles e indios como vasallos o sbditos reales.6 La carga tributaria pesara sobre la poblacin de Amrica como un signo de reciprocidad y dependencia con respecto a la Monarqua espaola. De ese modo se tratara de evitar la resistencia que haba padecido la Monarqua por parte de los reinos peninsulares, aquella generada en torno a la disputa sobre si los impuestos deban cobrarse con el consentimiento de los sbditos y slo recaudarse en provecho de los propios reinos, no como patrimonio privado de la monarqua.7 El problema se haba originado en Espaa porque en el sistema bajo medieval su legitimacin monrquica se generaba como dice Pietschmann a partir de la teora del contrato original entre el rey y el reino, ya que el poder de legislar resida siempre en el rey y el reino reunido en cortes, por lo que las leyes propiamente dichas slo podran emanar de una reunin de las cortes.8 Sin embargo, la Monarqua moderna espaola intent cada vez ms cambiar este sistema, especialmente en Amrica, donde se pretendi, desde un principio, que la potestad de legislar fuese absorbida cada vez ms por el propio rey. Esto, ciertamente, iba en contradiccin con el carcter poltico que se haba dado a los territorios americanos, porque es sabido que durante el gobierno de los Austrias, las Indias fueron consideradas reinos, es decir, lo que en el lenguaje de la poca significaba a diferencia de una colonia que aquellos gozaban de una constitucin y unas leyes

6 Para un anlisis sobre la imposicin de la autoridad imperial, vase Peggy Liss, Orgenes de la nacionalidad mexicana, 1521-1556. La formacin de una nueva sociedad, Mxico, FCE, 1986, p. 70. 7 8 Bartolom Yun, Marte contra Minerva. El precio del Imperio espaol, Barcelona, Crtica, 2004, pp. 255-264. Horst Pietschmann, El ejercicio y los conflictos del poder en Hispanoamrica, en (Alfredo Castillero Calvo y Allan Keuthe (dirs.), Consolidacin del orden colonial, vol. III (2) Historia General de Amrica Latina) Espaa, Unesco-Trotta, 2001, p. 672.

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propias.9 Sin embargo, en el plano econmico, especficamente desde la poltica fiscal implementada por Felipe II, se increment paulatinamente en Amrica el inters de la Corona por obtener cada vez mayores ganancias en dichos territorios, tal como si stos fuesen colonias. El monarca, enfrentado a graves conflictos blicos con los turcos y los Pases Bajos en la dcada de 1560, percibi a las Indias como una importante fuente de ingresos para el imperio. En este sentido, su reinado se caracteriz por tratar de imponer en Amrica una poltica fuerte, basada en la desconfianza hacia sus ministros y funcionarios, al grado de entrar en pugna con las prcticas locales. Se produjo una disputa constante por lograr el control de los recursos econmicos, que se tradujo en la creacin, por parte del rey, de mecanismos frecuentes de fiscalizacin como visitas y residencias. Esto se puede percibir, por ejemplo, desde mediados del siglo XVI, con la visita de Jernimo de Valderrama a la Nueva Espaa, la cual arroj un informe detallado de las irregularidades en el funcionamiento de la Real Hacienda, que se calific como perdidsima. Lo ms grave de la denuncia de Valderrama fue que incluso puso en tela de juicio la integridad del virrey respecto al adecuado pago de los tributos y rentas fiscales.10 Tambin observ que la funcin fiscalizadora de los oidores era realmente ineficaz debido al desconocimiento tcnico de estos sobre los mecanismos de contabilidad fiscal. Al mismo tiempo, sealaba que los funcionarios asistan muy espordicamente a la toma de cuentas de los oficiales reales; deca: los oidores que asisten () van muy de cuando en cuando, y estando presentes, no hablan ms de lo que los oficiales dicen, ni tampoco lo entienden, porque no es su profesin.11 En definitiva, con el propsito de ir frenando la poltica pactista ejercida en la pennsula, caracterizada por la estrecha relacin del
9 Guerra, op. cit., pp. 62-63; Beatriz Rojas, Constitucin y ley: viejas palabras, nuevos conceptos, en Erika Pani y Alicia Salmern (coords.), Conceptualizar lo que se ve. Franois-Xavier Guerra historiador, homenaje, 2004, p. 293.

1 0 Eleanor Adams y France Scholes, Cartas del licenciado Jernimo de Valderrama y otros documentos sobre su visita al gobierno de Nueva Espaa, 1563-1565, Mxico, Porra, 1961, p. 140. 1 1 Carta del licenciado Valderrama a S. M., Mxico, 24 de junio de 1564, en Adams y Scholes, op. cit., p. 152.

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gobierno y las cortes, en el transcurso del siglo XVI hubo una particular preocupacin por que, especialmente en Hispanoamrica, se produjera un avance progresivo del absolutismo real, por el establecimiento de las estructuras administrativas imperiales y el perfeccionamiento del sistema fiscal, al menos hasta el siglo XVII con el reinado de Felipe III.12 El sistema fiscal implantado tuvo ciertas bases en el fiscal castellano, no obstante, como dice Snchez Bella, en Amrica se habra generado ms que su total consolidacin, ms bien un sistema original propio, que se traduca en
... la unidad del objeto, la centralizacin y la autonoma de las regiones administrativas, la actuacin colegiada, la homogeneidad del sistema y, por ltimo, su originalidad respecto a la organizacin castellana, especialmente en el sistema predominante de administracin (administracin directa por funcionarios reales en Indias; arrendamientos en Castilla).13

La Real Hacienda no era del Estado, sino del rey, es decir, la recaudacin americana, a diferencia de la peninsular, desde un principio fue concebida como propiedad de la corona de Castilla. De esta realidad resultaba, por una parte,
... un poder absoluto del rey en todo lo que se refiere al Fisco; por otra, una confusin entre el dinero recaudado por impuestos y los bienes privados del rey. La unidad del sistema se acentu al existir una sola organizacin para recaudar los impuestos y pagar los sueldos de los funcionarios, centralizada en manos de los oficiales reales.14

En Hispanoamrica, el establecimiento de gravmenes no requiri de la anuencia directa de ninguna corte, sino simplemente la emisin de una real cdula, que slo en ciertas ocasiones era emiti-

1 2 Pietschmann, op. cit., p. 691. 1 3 Ismael Snchez Bella, La organizacin financiera de las Indias. Siglo XVI, Mxico, Porra, 1990, p. 71. 1 4 Ibid., pp. 73-74.

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da bajo la asesora del Consejo de Indias.15 La Real Hacienda americana tuvo desde sus inicios como encargados a los oficiales reales, ciertamente de diversas categoras segn la funcin desempeada. Ellos fueron su base organizativa, que recaa esencialmente en tres encargados: el tesorero, el contador y el factor, aunque en ocasiones existi un cuarto oficial llamado veedor, especialmente en los comienzos de la administracin fiscal, que control la fundicin de metales preciosos y cumpli otras tareas de supervisin. Ellos se establecan en la Caja Real, instalada en cada ciudad capital de virreinato y presidencias, en asientos mineros o en zonas de alta concentracin indgena, con el propsito de recaudar el quinto o el tributo. Estas cajas reales mantenan entre s las conexiones necesarias para el funcionamiento adecuado de la administracin. Existan cajas matrices que reciban de otras llamadas sufragneas ciertos excedentes, luego de que estas haban cubierto los gastos autorizados, y as las primeras lograban redistribuir los fondos recaudados segn las necesidades del erario.16 Entre 1556 y 1562, la direccin de los asuntos hacendsticos pas al Consejo de Hacienda, creado tambin para el Per. Para la administracin financiera de cada unidad territorial se establecieron juntas superiores de Real Hacienda, primero en Per y luego en la Nueva Espaa, las que perduraron hasta mediados del siglo XVIII. Como se ha sealado, la base organizativa de la Real Hacienda en las Indias provena de la metrpoli. Sin embargo, los gobernantes territoriales indianos, especialmente virreyes, tenan importantes atribuciones en esta materia dentro de sus territorios, y con ellas realizaron una ingente labor. Se destacaron de manera especial, durante el siglo XVI, los virreyes Toledo, en Per y Mendoza y Velasco, en Nueva Espaa.
1 5 Luis Juregui, La Real Hacienda de Nueva Espaa. Su administracin en la poca de los intendentes, 1786-1821, Mxico, UNAM, 1999, p. 37. 1 6 Sonia Pinto, El financiamiento extraordinario de la Real Hacienda en el Virreinato peruano. Cuzco 1575-1650, Santiago, Centro de Estudios Humansticos de la Universidad de Chile, 1981 p. 13. Vase tambin Herbert Klein y John Tepaske, Ingresos y egresos de la Real Hacienda de Nueva Espaa, Mxico, Instituto Nacional de Antropologa e Historia, 1986, p. 13; y Guillermo Cspedes del Castillo, La organizacin institucional, en Alfredo Castillero (dir. del Vol). Historia General de Amrica Latina, vol. III Consolidacin del orden colonial, tomo 1, Espaa, Unesco-Trotta, 2000, p. 35.

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El virrey Toledo sane y cre las bases administrativas de la hacienda virreinal. Hizo revisar sus cuentas y residenci a algunos oficiales reales. Tambin les entreg instrucciones para usar adecuadamente sus oficios (en Huamanga, Huanuco, Cuzco, Lima y Potos).17 Asimismo se preocup de normar la toma de cuentas: Cada cuatro meses los Oficiales deberan entregar un tiento de cuenta al corregidor y al fin del ao daran las cuentas completas (cargo y data) en el lugar que se les hubiere sealado.18 Por su parte, a la llegada a Nueva Espaa del virrey Mendoza en 1535, la Real Hacienda fue puesta en orden, se aplicaron medidas severas para evitar los continuos fraudes. As tambin, Luis de Velasco (1550-1564) emprendi reformas, entre las que destac su instruccin para el buen recaudo de la Real Hacienda. Desde mediados del siglo XVI, algunas autoridades virreinales haban solicitado la creacin de un tribunal de cuentas. Tal vez acogiendo este llamado, el rey Felipe III cre el Tribunal de Cuentas en Indias en el ao 1605. El objetivo fue contar con un rgano intermedio para resguardar an ms la administracin de las cajas reales; sus funcionarios, los contadores mayores, deban realizar visitas anuales a las cajas de su jurisdiccin y adems revisar todas las cuentas antes de enviarlas a la Contadura Mayor del Consejo de Indias en Castilla.19 Especficamente se establecieron tribunales de cuentas en Lima, Ciudad de Mxico y Santa Fe de Bogot. Para Venezuela y Cuba, se nombraron Contadores Mayores, directamente comunicados con el Consejo de Indias. El rey Felipe III intent hacer an ms eficiente la Real Hacienda, y en este sentido son reconocidas las prescripciones que dict durante su reinado y que fueron integradas a la Recopilacin de Indias, libro IX, ttulos VIII y IX.20 En ellas se puede percibir claramente que el deseo de la corona espaola era lograr el perfec1 7 Pinto, op. cit., p. 14. 1 8 Snchez Bella, op. cit., pp. 31 y 34. 1 9 Pinto, op. cit. p. 13; vase tambin Klein y Tepaske, op. cit., p. 14; Juregui, op. cit., pp. 34-35, y Cspedes del Castillo, op. cit., p. 35. 2 0 Vase Antonio Len Pinelo, Recopilacin de las leyes de las Indias, vol. III, Mxico, Porra, 1992, pp. 2271-2289.

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cionamiento del sistema de administracin fiscal.21 La eficiencia de los cobros asegurara la tranquilidad y estabilidad del Estado, proporcionndole recursos para la paz y la guerra. En este sentido, se ha dicho que Felipe III estaba influenciado por las ideas de Juan Bodin, de quien recogi su clebre frase: Las finanzas son los nervios del Estado.22 Es decir, las ideas de generar una fiscalidad eficiente y suficientemente fuerte como para respaldar a la Monarqua con los recursos necesarios, vena desde el siglo XVI influyendo en las polticas de los monarcas espaoles. En ese sentido, en el siglo XVII se continu tomando medidas que reforzaran el desempeo fiscal de los reinos hispanoamericanos y para lograr aplicar una normatividad uniforme para todos ellos.

II. LA

LABOR DE

SOLRZANO

A comienzos del siglo XVII no exista en las llamadas Indias un cuerpo legislativo especfico escrito para los asuntos de la Real Hacienda. En la Recopilacin de Indias se encontraban las normativas dictadas, al igual que en el Cedulario Indiano, pero no haba una obra que hubiese sistematizado y explicado bajo una secuencia histrica el origen y sentido de los derechos fiscales para cobrar por la Corona. Solrzano, consciente de esa deficiencia y atento a la riqueza que se estaba generando en las nuevas tierras, puso nfasis en su obra respecto al cobro de ciertos gravmenes y a la administracin que se deba llevar de los fondos del erario. Hasta ese momento, la legislacin en las Indias se entenda no como un cuerpo de leyes en el sentido de reglamentos o normas universales, sino, ms bien, como la base de un orden justo, basado en la costumbre y en la constitucin histrica de los reinos.23 Las leyes en
2 1 Pietchmann, op. cit., p. 691. 2 2 Mario Briceo, El contador Limonta, Caracas, Imprenta Nacional, 1961. p. 78, nota 3. 2 3 Vase Jaime del Arenal, El discurso en torno a la ley: el agotamiento de lo privado como fuente del derecho en el Mxico del siglo XIX, en Brian Connaughton, Carlos Illanes y Sonia Prez Toledo (coords.), Construccin de la legitimidad pol-

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Amrica haban sido escritas ex profeso para estos reinos, tomando en cuenta la diversidad y diferencia de tierras y naciones, como estaba previsto en la ley 12, ttulo 2, libro II de la Recopilacin de Leyes de Indias.24 No es de extraar que Solrzano fuese enviado al virreinato del Per, no slo con el propsito de que se especializara en el gobierno y justicia de esos territorios, sino que tambin se preocupara de compilar sus cdulas y ordenanzas, para obtener la justa comprensin del conjunto. Bajo ese esquema, se intent, paulatinamente, ir reconstruyendo un cuerpo legal para todo el reino, con la particularidad de ser una doctrina escrita, tal como el corpus romano, con el fin de superar las fricciones que se originaban sobre la base de los derechos por costumbre. Por este motivo, la obra de Solrzano se ha caracterizado por un contenido general que intenta englobar las diversas disposiciones dictadas en los reinos americanos. Aunque, por esta misma razn, ha sido tal vez una de las cuestiones que ms se han criticado la Poltica indiana y tambin al Cedulario de Encinas y a la Recopilacin, porque slo reflejaran
... los principios bsicos de gobierno de determinados momentos y que la poltica sobre asuntos especficos slo puede captarse a travs del aluvin regular de cdulas reales, provisiones y pragmticas dictadas para las distintas regiones americanas.25

No obstante, esa era precisamente la labor de Solrzano: lograr conformar un cuerpo legislativo nico para Hispanoamrica, en pro de una idea de Estado absolutista en formacin. Sus vivencias personales capacitaron a Solrzano para dicha empresa. Es conocido que el autor fue nombrado en 1609 como oidor de la Real Audiencia de Lima. Vivi 18 aos en el Per, no slo

tica en Mxico, Mxico, El Colegio de Michoacn-UAM-UNAM-Colmex, 1999, pp. 30-306; tambin, Rojas, op. cit., pp. 306-307. 2 4 Rojas, op. cit., p. 311. 2 5 Pietschmann, op. cit, p. 685.

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en la capital virreinal, sino que entre 1616 y 1618 residi en Huancavelica, como gobernador, justicia mayor y juez visitador de las minas y funcionario de la Caja Real.26 Solrzano vivi los aos ms prsperos y ricos del virreinato del Per. Es sabido que, principalmente, el crecimiento extraordinario de la Real Hacienda de ese virreinato ocurri en el transcurso del siglo XVI, para alcanzar entre 1590 y 1630 los ms altos niveles de recaudacin, proceso que estuvo basado en la ms extraordinaria produccin de las minas de plata de Potos y posteriormente del conjunto de las minas de la Audiencia de Charcas.27 Las grandes tendencias estadsticas hacen marcar la prosperidad de ese virreinato, que durante los siglos XVI y XVII fue el reino ms prspero y productivo del imperio espaol. Por estas razones, las experiencias de Solrzano en el propio medio minero del virreinato e incluso como administrador fiscal, lo llevaron a valorar la riqueza y potencial de aquel reino, cuestin que destac en el anlisis de la poltica fiscal. Su interpretacin corresponde a esos momentos especficos, y la estructura del libro VI refleja, desde su inicio, la preocupacin por sealar la importancia de los gravmenes sobre la riqueza minera de las tierras americanas. Haba que buscar una boyante fuente de ingresos para hacer frente a los gastos del imperio, as como a la creciente administracin virreinal.28 La Poltica indiana tambin deba reglamentar las irregularidades en los cobros de la Real Hacienda, y determinar claramente el nmero de funcionarios reales encargados de la fiscalidad, hecho que de por s hablaba de la necesidad de controlar la venta de cargos oficiales, que se practicaba desde los aos seiscientos debido a la desesperada situacin financiera del imperio espaol. 29

2 6 Malagn y Ots Capdequ, op. cit., pp. 18 y 30. 2 7 Helbert Klein, Las finanzas americanas del Imperio espaol, 1680-1809, Mxico, Instituto Mora, 1999, pp. 134-135. 2 8 Juregui, op. cit., p. 38. 2 9 Al respecto, vase Burkholder y Chandler, op. cit.

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III. ESTRUCTURA

DEL LIBRO

VI

El Libro Sexto de la Poltica indiana, en que se trata de la Hacienda Real de las Indias, miembros de que se compone, del modo en que se administra, Oficiales Reales, Contadores Mayores y Casa de la Contratacin de Sevilla30, se inicia con los informes de Solrzano sobre la base de la riqueza de las Indias, la que a su juicio se centraba bsicamente en la minera. Las noticias histricas que da Solrzano sobre la riqueza mineral encontrada en las Indias son el modo de demostrar y constatar este hecho. Para ello, acude a famosos relatos de cronistas tales como Antonio Herrera, Pedro Mrtir de Anglera, Gonzalo de Oviedo, Pedro Meja, el padre Joseph Acosta, el Inca Garcilaso y Simn Mayolo. Su apreciacin fue categrica al sealar que la riqueza de Espaa quedaba opacada por la americana, y argument que si se pudiera labrar y beneficiar, toda aquella bastara para empedrar lo restante del mundo.31 As tambin, situ la importancia de las posesiones americanas dentro del espectro europeo, sealando que los galeones que llegaban de las Indias traan a nuestro Rey ms dineros que los que en diez aos les pueden rentar a los de Francia y Suecia todos sus reynos.32 Su conocimiento del espacio americano y en especial del virreinato del Per, lo ayudaron a sealar con erudicin cifras de produccin del cerro del Potos, lugar que conoca con certeza por experiencia personal.

LOS

DERECHOS MINEROS

Sus vivencias en los espacios mineros andinos lo llevaron a emprender toda una acabada argumentacin respecto a la naturaleza de los metales y si stos y las minas se deban contar entre los frutos de la tierra. A la vez, se sirvi de esa idea de los metales como frutos de la tierra para fundamentar el principio de las re3 0 Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana, Madrid, Imprenta Real de la Gaceta, 1776, pp. 423-519. 3 1 Ibid., libro VI, captulo I, p. 424. 3 2 Ibid., p. 426.

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galas, es decir, que a los reyes les pertenecen estas riquezas, como bienes de su patrimonio y corona real por derecho y costumbre, sin importar que se descubriesen en lugares pblicos o particulares. Hbilmente, recurre a la tesis de juristas latinos, tales como Peregrino, Barbosa, Calisto Ramrez, Borrelo, Farinacio, Rosental, Alfaro y don Juan del Castillo.33 As tambin justific jurdicamente la concesin de privilegios a quienes se dedicasen a la explotacin minera, acotando la utilidad de su trabajo para la Repblica y por el padecimiento de grandes esfuerzos en su explotacin. Para reforzar su argumento, recurri en su relato al derecho comn y del reino, los que especificaban que todo perteneca al fisco: las minas, las salinas, las pesqueras de perlas, etc. Solrzano remarc que el derecho creado en las Indias tenia su base en el derecho castellano:
... En la ley que hoy tenemos recopilada entre las de Castilla, se declara que todos los tesoros, en cualquier parte y forma que se hallaren, pertenecen al rey, y se manda que los manifieste luego el que los hallare ante sus Reales Justicias, y constando que hizo esta declaracin en verdad y llaneza, haya por galardn la cuarta parte de lo que as manifestare [aunque] en algunos antiguos ejemplares () no se manda dar al hallador la cuarta parte, sino la quinta.34

Solrzano reiter que a estas leyes se ajustan las cdulas que se han emitido en las Indias, especificando el pago de la quinta parte al Fisco. El pago de la figura fiscal del quinto en Amrica no deba parecer un cobro excesivo, y por ese motivo, Solrzano no olvid resaltar que en las leyes de Castilla y Len, la costumbre era otorgar la tercera parte de lo que sacasen los mineros y las otras dos quedasen aplicadas y reservadas a la real corona. No obstante, concluy que para las Indias, las normas fijadas en las reales cdulas, especialmente las de 1504 (dada en Medina del Campo, el 5 de febre3 3 Ibid., pp. 426-427. 3 4 Ibid., p. 447.

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ro) y de 1533 (Zaragoza, el 8 de agosto), en las que se estipul que los mineros deban pagar al rey la quinta parte de todos los metales que sacasen y beneficiasen y no pudieran usarlos hasta ser sellados con la marca real. De este modo, Solrzano histori la creacin del quinto real, hasta indicar su establecimiento en la Recopilacin de Indias, Libro I, ttulo 10, libro 8.35 Tambin especific la diferencia que exista en las Indias y en la pennsula: all se daban diferencias en la prctica, entre el derecho comn y el del reino, pero en los territorios americanos aquello no suceda, porque el quinto siempre se pagaba al rey de cualquier manera. En este sentido, pone de ejemplo las ordenanzas del virrey del Per Francisco Toledo de 1573 y tambin la real cdula dada en Madrid en febrero de 1613. Incluso, argumenta que las ordenanzas de Toledo fueron bien explicadas en la prctica por Francisco de Alfaro, Antonio de Len y Juan de Matienzo, al punto de que ellas haban sido recopiladas en las Leyes de Indias en el Libro II, ttulo 2 , libro 8.36 Pero tambin hizo hincapi en que en cada provincia deban guardarse las ordenanzas dictadas en torno al cobro de derechos mineros. Con todas estas argumentaciones, Solrzano, por un lado, justific la creacin del quinto real con bases histricas y jurdicas, y, por otro, consolid su reglamentacin y la sistematiz, un cuerpo legal escrito, a la costumbre. Demostr con ello un mayor apego a la ley escrita, lo que a su vez vendra a consolidar las bases para un Estado absolutista, que necesitaba fondos especialmente como los del quinto, uno de los derechos reales ms beneficiosos para el erario imperial. Ciertamente, se debe insistir en que el autor no legisl al respecto, sino que ms bien como se ha visto se encarg de compilar diversos argumentos fijados tanto en el derecho romano respecto a las regalas soberanas, como en las Partidas, Fuero y adems en las Recopilaciones de Indias. An durante el siglo XVIII, la base de este cobro continu siendo el principio de las regalas, tal como lo
3 5 Ibid., p. 427. 3 6 Ibid., p. 428.

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haba hecho notar Solrzano, y as lo reprodujeron Fonseca y Urrutia en su Historia General de la Real Hacienda para el reino de la Nueva Espaa. Ciertamente, ellos no destacaron la obra de Solrzano, pero se refirieron a las mismas bases que el autor del siglo XVII haba compilado para argumentar el cobro de este derecho. Slo sealaron que los intrpretes del derecho de todas clases, de gentes y acciones, que han escrito y que tocan la materia, ponen este punto tan fuera de duda, que sera superfluo quererle declarar ms.37

LOS TRIBUTOS
Sobre la base de las regalas, Solrzano tambin sustent el derecho del rey a imponer tributos a sus vasallos, basndose en autores del derecho comn y del reino y otras muchas leyes, en la idea de que como era su responsabilidad gobernarlos y defenderlos, era forzoso buscar medios de financiamiento, tales como el cobro de derechos fiscales, a su juicio unos de los principales nervios de la repblica, tal como lo haban sealado Felipe III y, mucho antes, Bodin. No es de extraar que un siglo despus, Fonseca y Urrutia, siguiendo a Solrzano, reconocieran el cobro del tributo por regala en la Nueva Espaa, aunque remarcaron la originalidad del virreinato al indicar lo singularsimo del derecho que se les haba concedido a los reyes catlicos por mandato del emperador Moctezuma, quin promulg que los tuviesen perpetuamente por seores naturales y soberanos, prestndoles obediencia, servicios y tributos, como a l le haban brindado sus vasallos.38

LAS

ALCABALAS

La sapiencia de Solrzano le sirve no para lucirse sino para fundamentar slidamente las figuras fiscales y relativizar la opinin de las cortes en aquellas materias; con ello, estaba cambiando la tra3 7 Fabin Fonseca y Carlos Urrutia, Historia General de la Real Hacienda, Mxico, Vicente G. Torres, 1845-1850, tomo I, p. 1. 3 8 Ibid., pp. 411-412.

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dicin fijada hasta ese momento; es decir, la legislacin estaba transformndose sustancialmente. De ese modo, los argumentos buscados cuidadosamente entre pasajes de autores griegos y romanos le sirven de recurso para justificar la pertinencia de la reglamentacin fiscal en Hispanoamrica. As, por ejemplo, qu ms convincente para la poca que recurrir a citas bblicas, donde aparecen de ejemplo las vivencias del rey Salomn un clsico reconocido por su sabidura que desde la antigedad haba fijado cobros en grandes cantidades a los comerciantes.39 Bajo esa lnea argumentativa, Solrzano se dio tambin a la tarea de justificar la aplicacin del derecho de la alcabala, afirmando que fue conocida desde antes de Cristo por los clsicos juristas helnicos y romanos. Ciertamente, aclaraba que en Espaa esa realidad no se haba presentado. No haba evidencia en las Partidas, ni fuero alguno; slo en 1342, bajo el reinado de Alfonso XI, se comenz a conceder este derecho con el propsito de solventar los gastos de la guerra de Algeciras contra los moros. Fue concedida por tres aos y mientras durase la guerra, fijando un cobro de no ms de la veinteava o treintava parte del monto de las ventas.40 No obstante, la concesin del cobro de este derecho fue otorgado al rey por la venia de las cortes, y no constitua un derecho propio del monarca. Hubo otras concesiones similares en Burgos en 1366, variando el monto del derecho a la dcima parte. Su aplicacin se mantuvo durante los reinados de Juan I y Enrque III.41 Es decir, como aclara el autor, la alcabala fue concedida a los reyes espaoles con el fin de financiar los gastos de la guerra contra los musulmanes; por esta razn, resultaba injustificable su aplicacin en Hispanoamrica, y a juicio de Solrzano, ello poda ser la base para que en las Indias se produjera cierta resistencia a dicha recaudacin.42
3 9 Solrzano, op. cit., libro VI, captulo VIII, pp. 461-462. 4 0 Ibid., p. 462. 4 1 Fonseca y Urrutia siguieron las mismas explicaciones histricas de Solrzano al referirse al origen de las alcabalas en Espaa. Vase Fonseca y Urrutia, op cit., tomo II, pp. 5-6. 4 2 Solrzano, op. cit. libro VI, captulo VIII, p. 463.

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Solrzano asumi la tarea de historiar ese descontento y describi el proceso paulatino de la aplicacin de aquel gravamen en Amrica. Como se seal al comienzo de este captulo, Felipe II fue el principal monarca que estuvo interesado en encontrar la forma de extraer ms dinero de sus colonias y con ello aumentar los ingresos de su malograda banca, prxima al desastre. Por ello busc entradas permanentes para su erario; as valor, como se vio ms arriba, la recaudacin de los quintos en el virreinato del Per y a la vez consider que la aplicacin de la alcabala en la Nueva Espaa poda acrecentar sus arcas. En 1574, se despach una real cdula dirigida al virrey Enrquez de Nueva Espaa, para que fuese introduciendo en todo el distrito de su virreinato la cobranza de este derecho, fijado en un 2%, aunque la fecha oficial en que realmente comenz a regir su cobro fue a partir de 1575.43 En las ordenanzas de 1574, se dej exentas de cobro algunas mercaderas44; adems se incluy con algunas franquicias, con el objetivo de no causar daos en las actividades ms requeridas de proteccin del virreinato. Enrquez liber de este gravamen a la plata de rescate, producida por los mineros ms pobres, y tampoco aplic la alcabala sobre la venta de carne hasta terminada la cuaresma de 1575. Tambin eximi a los mineros de la alcabala en los productos relacionados con el beneficio de la plata (hierro, cobre, greta, cendrada, plomo, trueques y ventas de minas).45 A travs de estas exenciones, el virrey pudo contener el malestar que este impuesto poda ocasionar entre la poblacin. A pesar de ello y de las justificaciones que se dieron en las que se sealaba la necesidad del monarca de contar con las contribuciones de sus sbditos para la lucha contra los infieles, el cabildo de

4 3 Vase Fonseca y Urrutia, op. cit., II, p. 6. Tambin Modesto Ulloa, La Hacienda Real de Castilla en el reinado de Felipe II, Roma, Librera Sforzini, 1963, p. 467. 4 4 Vase Ordenanza de 1574 sobre el cobro de la alcabala, en Diego de Encinas, Cedulario indiano, Madrid, Cultura Hispnica, 1946, III, f. 428. 4 5 Ibid. , ff. 430-435.

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Mxico manifest que este impuesto se bajara en cuanto fuera posible.46 En el transcurso de algunos aos los vecinos de esta ciudad, especialmente los grupos de mayor poder econmico como los comerciantes, parecieron inquietarse ante la perdurabilidad de la medida. Consideraban que la alcabala perjudicaba el crecimiento de sus negocios y de la economa regional.47 La aplicacin de la alcabala como se dijo tambin se orden en el virreinato del Per que permaneci exento de este gravamen hasta el ao 1591, fecha en que se despacharon dos cdulas, una al virrey Garca Hurtado de Mendoza y otra a la Audiencia de Charcas. En ese sentido, Solrzano se encarg de justificar dicha medida sealando: No parece justo que pagndose este derecho en la Nueva Espaa, y en otras provincias de las Indias, se hallasen exentas las del Per, porque sera de mal ejemplo.48 Adems de argumentar expresamente las grandes necesidades del erario y las razones de antao de la Espaa que luchaba contra los moros, Solrzano consideraba que Hispanoamrica deba contribuir en ese momento a paliar los gastos de las guerras en Europa contra enemigos de la fe y de la Corona de Espaa, y agravaba la situacin al indicar que estaban alcanzando no slo las costas de la pennsula, sino tambin las americanas; razones todas que parecan suficientes para apelar a la fidelidad de los reinos americanos, incluidos los andinos, que hasta ese momento haban permanecido exentos de dicho gravamen.49

4 6 Carta del 20 de octubre de 1574, en Mara Justina Sarabia y Enriqueta Vila, Cartas de cabildos hispanoamericanos. Audiencia de Mxico (siglos XVI y XVII), Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1985, p. 31. 4 7 Son constantes las solicitudes expuestas por el cabildo de Mxico respecto de la supresin de la alcabala a partir de 1579. Vase Sarabia y Vila, op. cit., pp. 31, 34, 35, 36 y 74. 4 8 Solrzano, op. cit., libro VI, captulo VIII, p. 465. 4 9 Ibid., p. 465.

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ALMOJARIFAZGOS
Otro derecho que Solrzano justifica como una regala son los almojarifazgos, que se pagaban por las mercaderas que entraban y salan de los puertos. El autor utiliz argumentos histricos que lo remontan al tiempo de los romanos y hebreos: Solrzano mostr que no slo el derecho romano lo inclua y seal su existencia por derecho comn y del reino, entre ellas las leyes de Partida y la que l llam la nueva recopilacin de Castilla. Sobre esa base se habra determinado el cobro del almojarifazgo en las Indias, lo que motiv, desde inicios del siglo XVI, el despacho de cdulas y ordenanzas para su justa ejecucin. Las cdulas que ordenaban el cobro del almojarifazgo fueron reiterativas en Indias; Solrzano se remonta a las de 1550, 1554, 1564, 1566 y 1570, las que gravaban a las exportaciones de productos americanos a Espaa con un almojarifazgo de 2,5%.50 Sin embargo, para autores como Fonseca y Urrutia, slo la premura de Felipe II por obtener mayores ingresos para el Estado, lo llev a dictar una real cdula el 29 de mayo de 1566, en la que ordenaba a la Casa de Contratacin aumentar el almojarifazgo del 2,5 al 5% y en aquellos puertos donde rega un 5% se incrementara al 10% y otro tanto en los puertos americanos.51 En la prctica, Solrzano saba de las irregularidades en su cobro, y explica que ellas fueron la razn para que se despachara, en 1591, una cdula donde se especificaba que las mercancas que circulaban entre los puertos locales, es decir, no slo los que viajaban a Espaa, pagasen almojarifazgo. Se fijaron normas sobre el comercio entre las provincias americanas, estableciendo un cobro de 2,5% en los puertos de salida y 5% en los de destino.52 En especial, las resistencias en la Nueva Espaa fueron fuertes porque la base impositiva del almojarifazgo, se deca, incida en los precios de mercado de los productos, lo que haca muy
5 0 Ibid., captulo IX, p. 469. 5 1 Vase Fonseca y Urrutia, op. cit., tomo I, p. 25. 5 2 Solrzano, op. cit., libro VI, captulo IX, pp. 468-469.

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pesada la carga sobre las importaciones de mercancas castellanas, pues en Nueva Espaa doblaban y triplicaban su valor de origen.53 Esta medida supona un importante incremento de las rentas reales, pero a la vez debera ir acompaada de la fiscalizacin de los tenientes reales en Veracruz. Los oficiales de Mxico desconocan por completo el valor de la renta del almojarifazgo, pues se desentendan de su administracin, dejndola en manos de los tenientes, quienes, como es sabido, administraban el dinero de las cajas con el de sus propios negocios.54 Para solucionar estas irregularidades se dictaron las ordenanzas de 1572, que obligaban a los oficiales a realizar un buen recaudo, a efectuar el cobro del almojarifazgo con pagos en efectivo y a establecer avalos adecuados sobre las mercaderas.55 El incremento de las tasas del almojarifazgo origin, en la Nueva Espaa, el descontento de los comerciantes, pues estos consideraban que slo perjudicara el trfico de las mercancas e incluso terminara por acabarlo completamente.56 El propio virrey Enrquez inst reiteradas veces al monarca para que favoreciera a los comerciantes y as recobraran la confianza y acrecentaran sus inversiones. Pero estas recomendaciones no fueron escuchadas, lo que origin nuevamente fraudes y evasiones. Solrzano tambin explica que esa orden gener resistencia de parte del virrey y de la Audiencia de Lima; sin embargo, les fue reiterada en la cdula del Pardo del 14 de noviembre de 1595. Tambin se remonta a la cdula de 1603, dada al virrey Luis de Velasco, a raz de las evasiones frecuentes en el pago del almojarifazgo en el puerto de El Callao. Es decir, el autor estaba consciente de las
5 3 Vase Antonio Garca Abasolo, Martn Enrquez y la Reforma de 1568 en Nueva Espaa, Sevilla, Artes Grficas Padura, 1983, p. 218. 5 4 Garca Abasolo considera comprensible el proceder de los tenientes debido a que no perciban sueldos y a cambio se les otorgaban corregimientos, medida que no se aplicaba de modo satisfactorio (ibid., p. 219). 5 5 Fonseca y Urrutia, op. cit., p. 44. 5 6 Vase Garca Abasolo, op. cit., p. 221.

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presiones y fuerzas locales que entraban en pugna con las disposiciones de la Corona; no obstante, su labor de compilador lo obliga a establecer un cuerpo general de leyes que ayudara a definir la poltica fiscal imperial.

LOS

COMISOS Y PENAS DE CMARA

Solrzano tambin insisti, en su obra, en la necesidad de sancionar el contrabando o comercio ilegal. Con la intencin de legitimar el cobro de los comisos como otra de las regalas propias de los soberanos, destac el descuido que operaba entre los peninsulares al dejar que esas prcticas operaran y remarc la responsabilidad moral que caba en cada funcionario; para ello, el autor recurri a citas bblicas, especialmente del Eclesiasts.57 As, las sanciones parecan ms que legtimas y propias del derecho natural, adems de sentar ciertos precedentes en el derecho comn y del reino. Adems, los cobros de impuestos explicaban la existencia legtima de la figura fiscal de los comisos que pasaron a constituirse en un ingreso fiscal de importancia. Tambin, el autor destaca la confiscacin de bienes por delitos de notoria gravedad y las otras penas pecuniarias llamadas penas de Cmara y las confiscaciones decretadas por la Santa Inquisicin, las que por concesin apostlica pertenecan a la Cmara Real.58 Aunque, curiosamente, Solrzano denuncia que esos importes quedaban en realidad en manos de los receptores de la Inquisicin para cubrir con ellos los gastos de sus tribunales y los salarios de ministros, a su juicio, los inquisidores no deban retener ms bienes que los necesarios para cubrir aquellos gastos, pero precisamente su denuncia apunta a que cuantiosas confiscaciones quedaban en sus manos y an cobraban sus salarios del fisco real lo que le pareca grave, especialmente si se consideraba lo exhausta que se encontraba la Hacienda de su Majestad.59
5 7 Solrzano, op. cit., libro VI, captulo X, p. 472. 5 8 Ibid., captulo XI, p. 479. 5 9 Ibid., p. 480.

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OFICIOS VENDIBLES Y RENUNCIABLES

As tambin denunci las irregularidades que se generaban a partir de la enajenacin en subasta pblica de los oficios vendibles y renunciables, muy especialmente en Hispanoamrica donde las personas nativas que compraban dichos cargos eran muy difciles de controlar debido a la lejana de la persona del rey y de sus ministros. No obstante, para no emitir un juicio directo sobre la situacin, se apoy en el anlisis de autores franceses y dijo:
Entre ellos Juan Filesasco, con ser francs, ponderando los grandes daos e inconvenientes que resultan de tales ventas, y lo que refiere Lampridio que sola decir el emperador Alexandro Severo, conviene a saber, que es forzoso, que venda quin compra, y que l no consentira en su imperio mercaderes de magistrados, ni se atrevera a castigarlos si los consintiese () Con quin contesta Salvino, que tambin era francs, y dice que de estas compras resulta la destruccin, y asolamiento de las ciudades, poniendo el ejemplo de lo que en su tiempo pasaba a Espaa. 60

A pesar de ello, Solrzano justific esta prctica como otra fuente de ingresos fiscales para la Corona y por las grandes necesidades de los reyes aunque aclar que la excepcin deba ser la venta de oficios que sean de administracin de justicia. Al mismo tiempo, remarc que era parte de la poltica imperial hacer concesiones a sus sbditos, en especial cuando llevaban la carga de otras imposiciones, pues de este modo se daba lugar al poder local; as, el autor seal que estas ventas iban no slo en beneficio del Fisco sino tambin en beneficio, y utilidad de los compradores de los dichos oficios.61 Las recomendaciones de Solrzano no fueron en vano, ya que en 1633, ante la imposibilidad de continuar financiando las guerras europeas, el conde duque de Olivares (16211643) se vio obligado a recurrir a la venta de cargos fiscales, especficamente los puestos de la tesorera y de los tribunales de la Contralora de Cuentas.62
6 0 Ibid., captulo XIII, p. 483. 6 1 Ibid., p. 484. 6 2 Juregui, op. cit., p. 39.

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LA

ADMINISTRACIN DEL COMERCIO Y LA

REAL HACIENDA

Respecto al comercio, estableci normas jurdicas para los mercaderes, tratantes de las Indias, de su consulado, refirindose en extenso a sus favores y privilegios, pero a la vez acept el rgimen monoplico comercial, sin oponer crtica al sistema.63 El libro VI de la Poltica indiana, dedicado, como se ha dicho, en su totalidad a la Real Hacienda, concluye con aspectos importantes sobre los modos de llevar la administracin de ese organismo y los oficiales reales, los tribunales de cuentas y la Casa de Contratacin de Sevilla. Las noticias que aport Solrzano sobre la direccin burocrtica del erario indiano constituyen las bases histricas de su desarrollo en los siglos XVI y XVII. Desde aquella poca y no slo con los Borbones ya se consideraba de utilidad tener a todo un cuerpo de funcionarios que fuesen capaces de velar por el cuidado y buen cobro de los impuestos. Tambin, el autor insisti en la necesidad de que aquellos fuesen capaces de aumentar o hacer ms efectiva la recaudacin, porque era necesario para el fisco lograr, adems, pedir rendimientos de cuenta sobre el dinero percibido, y recibir explicaciones de cmo se gastaba y se distribua. Con este sistema se pretenda superar la distancia que exista entre los reinos americanos y la pennsula. El autor dedic todo el captulo XVI del libro VI a la manera de llevar las cuentas tanto por los oficiales reales como despus por los tribunales de cuentas. Con el ms puro sentido comn, Solrzano seal que cualquiera que administra hacienda ajena est obligado a tener libro, y razn de ella, y dar su cuenta siempre que se pidiere.64 Las normativas que compil el autor se basan principalmente en la obra de Gaspar de Escalona Gazofilazio Real del Per65 y adems en la Recopilacin de Indias, ttulo 7, libro 8; por esta razn, sus explicaciones no superan la maestra de las anteriores. De todas formas, es til el esfuerzo de Solrzano por cuanto deja evidencia de que ya desde el siglo XVI y en el transcurso del XVII, exista la preocupa6 3 Solrzano, op. cit., libro VI, captulo XIV, pp. 494-502. 6 4 Ibid., captulo XVI, p. 513. 6 5 Biblioteca Bolivariana, Gazofilacio, 1941.

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cin por elaborar libros especficos de contabilidad, los llamados libros de cuentas, y tambin los inventarios de los oficiales reales sobre los movimientos de la Real Hacienda; es decir, sta no fue una preocupacin exclusiva de los Borbones en el siglo XVIII.

IV. LA

CONTINUIDAD DE LA OBRA DE A MODO DE CONCLUSIN

SOLRZANO:

Desde las prescripciones dictadas por Felipe III el 12 de junio de 1617 y las del 24 de abril de 161866, existi de parte del monarca la intencin de desarrollar una poltica de Estado basada en el crecimiento y buen recaudo de la Real Hacienda. Dicho monarca tal como lo hicieron los Borbones un siglo ms tarde orden a los virreyes y gobernadores que procuraran el beneficio y aumento de la fiscalidad imperial, dejando de manifiesto que la hacienda pblica era el nervio y espritu que daba ser al real Estado, es decir, que las finanzas eran las bases constitutivas del mismo. En ese contexto, se puede comprender el sentido del libro VI dentro de la Poltica indiana, porque Solrzano, al historiar las bases de la Real Hacienda en las Indias, estaba contribuyendo al fortalecimiento de una poltica fiscal en que la recaudacin deba nutrir a la monarqua con los fondos necesarios, y a la vez estaba fijando las bases de los principales derechos recaudados, que continuaran cobrndose en el siguiente siglo. En este sentido, la obra de Solrzano no parece diferir de los objetivos generales de las obras realizadas tanto por Fonseca y Urrutia como por Jos de Limonta, cuyos libros generales sobre la Real Hacienda fueron editados en el siglo XVIII y principios del XIX por iniciativa de los Borbones.67
6 6 Recopilacin de las Leyes de Indias, libro IX, ttulo VIII. Vase la Recopilacin de Len Pinelo, op. cit., vol. 3, p. 2271. 6 7 Vase Fonseca y Urrutia, op. cit., y Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Libro de la Razn General de la Real Hacienda del Departamento de Caracas. Lo escribi Don Jos de Limonta, Contador Mayor del Tribunal de Cuentas de su distrito, 1806, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1962.

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Evidentemente, estas obras contienen la descripcin de un nmero mayor de derechos y marcaron ciertas particularidades regionales entre la hacienda de la Nueva Espaa y del departamento de Caracas. Sin embargo, esto no quiere decir, que hubo un cambio en la poltica fiscal, sino ms bien, vendra a sealar, por un lado, un crecimiento de la recaudacin a raz de la propia dinmica econmica que se fue generando en las diversas regiones de Hispanoamrica y, por otro, una continuidad respecto a los objetivos fundamentales de la misma. En qu sentido se puede decir que la poltica fiscal de los Borbones no fue radicalmente distinta de la de los Austrias? A partir del anlisis comparativo de las obras de aquellos autores se puede percibir que sus objetivos generales no difieren de los de Solrzano; es decir, pretendan, en primer lugar, puntualizar el fundamento de todas las rentas reales; en segundo lugar, especificar las pocas de su establecimiento y justificar la existencia de una Real Hacienda de larga trayectoria; en tercer lugar, manifestar la necesidad de crear un aparato fiscal fuerte y bien administrado. Porque los mencionados autores concordaron en que era benfico para el Estado lograr una buena administracin fiscal sobre la base de la uniformidad en su direccin, una eficaz recaudacin y, a la vez, una distribucin del producto de sus rentas, tanto para los gastos de la Corona como de los reinos. Ni siquiera la real ordenanza para el establecimiento e instruccin de los intendentes de ejrcito y provincia en el reino de la Nueva Espaa, dictada el 4 de diciembre de 1786, vino realmente a modificar los propsitos originales que deba ejercer la Real Hacienda. Si bien la ordenanza cre la superintendencia que administrara los asuntos fiscales del virreinato, era ms bien y en definitiva una medida poltica con el objetivo de restar poder al virrey68 y no una modificacin sustancial a la poltica fiscal descrita por Solrzano desde el siglo XVII.

6 8 Juregui, op. cit., 1999.

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Aparte de la coincidencia en los objetivos generales sealados por los autores arriba mencionados, se puede ver claramente que en el siglo XVIII, Fonseca y Urrutia se encargaron de insistir en la misma idea que desarroll Solrzano en su Poltica indiana, aquella que se refera a la uniformidad fiscal en los distintos reinos, es decir, que las provincias hispanoamericanas deban gobernarse y regirse por unos mismos principios y establecimientos fiscales.69 A pesar de que hubo gravmenes como se ha dicho que marcaban las particularidades productivas de las regiones hispanoamericanas, como por ejemplo los cobros sobre ciertas bebidas alcohlicas, en Nueva Espaa la renta del pulque y en Caracas la del guarapo, ambas bebidas de alto consumo en las dos regiones. Tambin coincidieron en la preocupacin por nombrar funcionarios especializados en la contabilidad fiscal, con labores especficas que servan a la vez para fiscalizar sus acciones entre ellos. Los autores insistieron en la necesidad de crear, fijar y guardar normas especficas para llevar la contabilidad fiscal, tomando como base la obra de Gaspar de Escalona. Es decir, los oficiales reales deban llevar un libro borrador, donde se anotaba cada partida que entraba o sala de la Caja; de aquel se derivaban otros libros particulares, comn y general, todos llevados por cargo y data (ingresos y gastos). A pesar de ello, se puede pensar que desde fines del siglo XVIII, existi una diferencia radical en el sistema de contabilidad, descrito por Solrzano. Porque como se sabe, la instruccin del 27 de abril de 1784 oficializ el empleo del mtodo llamado de contabilidad doble.70 ste consisti en reducir el nmero de libros complementarios en la toma de cuentas fiscales, es decir, limitar el manejo de libros auxiliares y generales que se haban creado separadamente para cada producto, para cada ramo e incluso para cada caja, y se buscaba reemplazar las entradas y salidas llamadas tradicionalmente de cargo y data por las de debe y haber. Pero por sobre todo, se buscaba uniformar la base de la contabili6 9 Fonseca y Urrutia, op. cit., tomo II, p. 6. 7 0 Pedro Santos Martnez, Reforma a la contabilidad colonial en el siglo XVIII (el mtodo de partida doble), en Anuario de Estudios Americanos, tomo XVII, p. 530.

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dad empleada tanto por los comerciantes de la poca como por los oficiales reales, con el propsito de evitar la dualidad que se produca entre la contabilidad oficial o de Real Hacienda y, por otro lado, la de los particulares. Se pensaba que con el nuevo sistema los oficiales reales lograran controlar con eficacia los libros de contabilidad de los comerciantes, si el caso lo requera.71 Sin embargo, dicha reforma contable cre gran descontento y, en contra de sus propsitos, gener gran caos en la contabilidad. Por este motivo, la real orden del 25 de octubre de 1787 y ratificada el 18 de noviembre de 1789, resolva continuar con la antigua prctica de cuentas de cargo y data.72 Segn Tepaske y Klein, el descontento se haba generado especialmente en la Nueva Espaa, donde se dej de aplicar la contabilidad doble en 1789. Sin embargo, esta situacin, tampoco se puede generalizar porque en la Caja de Lima y otras partes de ese virreinato, la contabilidad de partida doble se hizo comn despus de 1786.73 De todas formas, el mayor legado de este sistema contable debi ser el manejo del ramo Real Hacienda en comn. Si este rubro se inclua en el lado del cargo, significaba las sumas disponibles de los varios ramos de la Real Hacienda una vez pagados los gastos; en cambio, en el lado de la data representaba los gastos para los cuales no exista ramo del lado del cargo, o desembolsos de un ramo mayores de los producido ese ao en ese mismo ramo.74 Del mismo modo, otra de las continuidades que se observan en los libros de Fonseca y Urrutia y de Limonta, respecto a la obra de Solrzano, corresponde a la idea de sustentar en el principio de regalas es decir, como derecho exclusivo del monarca toda la base de los impuestos cobrados en Hispanoamrica, tal como fue sealado reiteradamente en la Poltica indiana, respecto a los impuestos mineros, las alcabalas, los tributos, los almojarifazgos, los oficios vendibles, las penas de cmara, los comisos, etc.
7 1 Ibid., p. 532. 7 2 Ibid., p. 534. 7 3 Klein y Tepaske, op. cit., p. 21. 7 4 Idem .

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No obstante, el orden y significado de cada gravamen para el erario pudo variar en el tiempo y en cada regin fiscal. As como fue explicado ms arriba, dentro de la estructura del libro VI, Solrzano se refiri en tercer lugar al derecho de las alcabalas, luego de dar un lugar primordial a los impuestos mineros, porque su criterio era fundamentalmente que los quintos eran la principal fuente de recursos para la Corona. No obstante, la obra de Jos de Limonta comienza explicando la importancia del gravamen de la alcabala. Ciertamente, dicho autor aclara que eligi iniciar su trabajo con la alcabala no por su antigedad u otra prerrogativa, sino porque prim en l la racionalidad de un ndice para su obra75; del mismo modo, el orden de su libro estaba indicando diferencias en la jerarqua de las contribuciones, segn las particularidades econmicas de cada regin. Limonta, al contrario de Solrzano, destac por sobre todos los gravmenes la importancia de las alcabalas en el departamento de Caracas, al sealarlas como ...el plan de contribuciones menos complicado, el que ofrece ms facilidad para la exaccin, la mayor igualdad posible en su repartimiento, el menos dispendioso en la recaudacin y el que la hace imperceptible a los contribuyentes.76 Ciertas diferencias tambin pudieron darse en la justificacin del cobro de ciertos derechos; por ejemplo, respecto a los comisos, Fonseca y Urrutia, ms que remarcar la necesidad de poseer una conciencia recta por parte de los funcionarios para sancionar las transgresiones, tal como lo haba hecho Solrzano, insistieron en los perjuicios que se generaban dentro del reino en cuanto a su produccin y circulacin de moneda, a causa de defraudar los intereses del patrimonio real.77 Tal vez una de las mayores diferencias de los libros generales de la Real Hacienda escritos por Fonseca y Urrutia y por Limonta, respecto al de Solrzano, se refieren a la creacin ms compleja de un orden y clasificacin de los derechos segn su destino para los
7 5 Biblioteca de la Academia Nacional de Historia, op. cit., p. 29. 7 6 Ibid., p. 17. 7 7 Fonseca y Urrutia, op. cit., tomo II, p. 140.

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distintos fines del gobierno imperial y virreinal. Segn el destino de los recursos, los gravmenes fueron agrupados, en los libros de Urrutia y Fonseca y Limonta, en tres ramos: 1) Real Hacienda, que constituan el principal ingreso pblico, porque servan para pagar los gastos generales y los sueldos de los funcionarios en Indias; 2) ramos particulares, que eran para fines propios de la monarqua; 3) ramos ajenos, los que se destinaban para los gastos de ciertas instituciones u obras virreinales. Es decir, la fiscalidad del siglo XVIII cont con un registro contable claramente destinado para los gastos de manutencin y sostenimiento de distintos sectores econmicos del imperio hispnico, pero esto a su vez denotaba la madurez y el crecimiento de un sistema fiscal que ya tena tres siglos de aplicacin.

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SOLRZANO Y PEREIRA EN LA GUATAVITA DE 1644


Heraclio Bonilla

I. LA

DOCTRINA DE

SOLRZANO

PEREIRA

La gran obra de Solrzano y Pereira, Poltica indiana, fue publicada por primera vez en Madrid en 1648, luego de que l mismo concluyera la traduccin del original escrito en latn y publicado en 1639 con el ttulo De Indiarum iure disputatio sive de iusta Indiarum Occidentalium gubernatione, quinqui libris comprehensa. Empero, y a juicio de los expertos, no se trata de una simple traduccin de una obra voluminosa, sino que la versin castellana, a la vez que abrevia la controversia sobre los ttulos de Espaa sobre las Indias, aade, en palabras de Solrzano, (muchas cosas) que no estn en los tomos latinos, y en particular todo el libro sexto, que en diecisiete captulos trata de la Hacienda Real de las Indias.1 Se trata, y no es exageracin decirlo, de una obra fundamental y monumental, porque antes de la publicacin en 1680 de la Recopilacin de las Leyes de Indias, texto en el cual la contribucin de Solrzano fue igualmente decisiva, la Poltica rene de manera orgnica la inmensa y heterognea legislacin promulgada por la Corona para el gobierno de las Indias; una dimensin central puesto
1 Miguel Ochoa Brun, Estudio preliminar, en Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana, Madrid, Biblioteca de Autores Espaoles, tomo I, 1972, pp. XXXIV.

HERACLIO BONILLA

que para Espaa, gobernar era sobre todo legislar. Pero el libro no slo est nutrido de la inmensa cultura jurdica y humanista del autor, sino que sus argumentos se basan tambin en la experiencia directa que tuvo Solrzano como oidor en la Audiencia de Lima y como gobernador y visitador de las minas de azogue de Huancavelica, actividades a las que consagr diecisiete largusimos aos, entre 1610 y 1627. Por si fuera poco, a su retorno a Madrid fue nombrado, el 26 de febrero de 1628, fiscal del Consejo de Hacienda; el 7 de junio en la fiscala de Indias; el 18 de octubre de 1629 como consejero de Indias; y en 1633, fiscal del Consejo de Castilla. Una admirable experiencia, en suma, que hace de la Poltica indiana una lectura obligada para el conocimiento de esta experiencia singular como fue el control que Espaa ejerci sobre sus dominios ultramarinos. Por cierto que la visin de Solrzano no es ni imparcial ni objetiva, en el supuesto de que existan en este tipo de obras tales criterios. La defensa de la poltica de la Corona es intransigente y sin falla alguna, razn que incluso motiv la censura de Roma. Pero admitido este claro sesgo legalista, importa reconocer el esfuerzo de Solrzano en contextualizar las instituciones jurdicas, e incluso sugerir sus propias opiniones en las controversias nacidas de interpretaciones opuestas sobre situaciones especficas. Que la ley se acata pero no se cumple, era un adagio que el propio autor reconoca con plenitud, al mismo tiempo que no era posible fijar en el marco de una ley situaciones cambiantes como la del mundo americano. Pero ms all de estos sesgos y limitaciones, la obra de Solrzano permite contar con los parmetros absolutamente imprescindibles para un primer acercamiento de esa realidad. Es en este contexto en el que se inscribe el ejercicio que aqu se presenta, en el sentido de leer y contrastar la doctrina de Solrzano con la realidad de un mundo muy distante, el del corregimiento de Guatavita, captada a travs de las cuentas del capitn Andrs Prez de Pisa, alcalde y contador de las minas de Las Lajas, en Mariquita, en el ao de 1644, es decir, con una experiencia contempornea a la escritura y a la difusin de la Poltica indiana.
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SOLRZANO

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EN LA

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DE

1644

Estas cuentas provienen de la serie Contadura 1344A del Archivo General de Indias de Sevilla, las que incluyen no slo las correspondientes a Guatavita, sino las de otros pueblos cuyos indios fueron igualmente enviados como mitayos a los Reales de minas de Las Lajas.2 El contraste entre el texto (la Poltica) y el contexto (Guatavita) se har a partir de tres parmetros: la encomienda, el trabajo de la poblacin indgena y el tributo que tuvo que pagar la poblacin indgena como vasalla de la Corona. Para comenzar, en el apartado 1 del captulo III del tomo II de la Poltica, Solrzano ofrece una definicin precisa de la encomienda:
... un derecho concedido por merced Real a los benemritos de las Indias para percibir y cobrar para s los tributos de los Indios, que se les encomendaren por su vida, y la de un heredero, conforme la ley de la sucesin, con cargo de cuidar del bien de los Indios en lo espiritual y temporal y de habitar y defender las Provincias donde fueren encomendados, y hacer de cumplir de todo esto, omenaje, juramento particular.

En el apartado 3, de ese mismo captulo, aclara que por derecho de percibir los tributos por merced Real debe entenderse, ... que ni en los tributos, ni en los Indios, no tienen los Encomenderos derecho alguno en propiedad, ni por vasallaje, porque esto plena, original y directamente es de la Corona Real. No tienen sino el til dominio en estas Encomiendas, porque en el Rey queda y reside el directo, como escribe en el apartado 9 del captulo IV del tomo II. Para Solrzano, el establecimiento de las encomiendas obedece a tres justificaciones. Primero, porque ... huvo de obligar por este medio a los Encomenderos cuidar quanto puedan de la Doctrina Espiritual y defensa temporal de los Indios, cuyos tributos se les reparten (apartado 2, captulo II, tomo II). Luego, ... entretener con ellas a los primeros Conquistadores y pobladores, y otros
2 Heraclio, Bonilla La economa poltica de la conduccin de los indios a Mariquita. La experiencia de Bosa y Ubaque en el Nuevo Reino de Granada, en Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, n X, Bucaramanga, 2005.

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hombres nobles para que las poblasen, ennobleciesen y defendiesen (apartado 11, idem). Finalmente,
... el deseo y la obligacin en que nuestros gloriosos Reyes de Espaa se hallaron de premiar tantos Capitanes, Soldados y hombres benemritos, y de valor, que en aquellas conquistas y pacificaciones, y poblaciones, les havan servido gastando en ellas vidas y haciendas sin paga alguna (apartado 14, idem).

En su argumentacin para justificarlas, Solrzano acude no slo a los precedentes de la antigedad clsica y medieval, sino a la extensa jurisprudencia del derecho romano. Pero como igualmente lo reconoce, la limitacin del derecho de las encomiendas a dos vidas fue la revocatoria de las Leyes Nuevas de 1542 que las mandaron quitar, y cuya proclamacin haba provocado grandes contradicciones y reclamaciones. Se trata de una frase muy neutra que usa Solrzano para aludir al enfrentamiento entre los encomenderos del Per, que bajo el liderazgo de Gonzalo Pizarro, el hermano de Francisco, el conquistador, buscaron oponerse con las armas en la mano a la prohibiciones de las Leyes Nuevas, y cuya derrota precis los contornos del orden poltico colonial definidos poco ms tarde por el virrey Francisco de Toledo. En defensa de la encomienda, Solrzano argumenta que los abusos denunciados por Bartolom de las Casas, a quien no cita por su nombre sino como el Obispo de Chiapa, se hicieron sin conocimiento del Rey, quien los corrigi a tiempo, incluso antes de las Leyes de 1542. En apoyo de esta afirmacin acude a telogos y juristas como Josef de Acosta, Antonio de Herrera, Juan Matienzo, al licenciado Antonio de Len (Pinelo), y en particular al licenciado Antonio de Albornoz, de quien dice que estuvo varios aos en Nueva Espaa y que fue:
... satisfaciendo las objeciones del Obispo de Chiapa; y de camino dice quin fue este Obispo, y su modo de proceder, y con qun poca razn y fundamento llen el Mundo con quexas de los agravios y vejaciones, que en todas partes se hacan a los Indios, no habiendo l estado sino en las menos importantes de las Indias, y refiere los graves Varones que en aquel tiempo escribieron contra l, y si la guerra y conquista de los Indios, y estas
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encomiendas se pudieron hacer con Justicia (apartado 16, captulo I, Libro III).

Casi todo el tomo II de la Poltica est referido a la encomienda, y en l Solrzano combina el conocimiento de primera mano que tuvo como oidor de la Audiencia de Lima con la jurisprudencia, en torno a las mltiples situaciones que produjo su funcionamiento, sus mecanismos de sucesin, el papel de las mujeres, la obligacin de residencia de los titulares y las excepciones posibles. Todas estas consideraciones deben ser analizadas con profundidad para el conocimiento tanto de la institucin como del pensamiento del autor sobre ella, pero sa es una tarea que escapa a los objetivos ms especficos de este trabajo. Baste sealar que Solrzano era consciente del debilitamiento de la institucin como consecuencia del derrumbe de la poblacin nativa, del papel central que irn desplegando los corregidores, como mediadores entre los indios y la autoridad central, y de la presencia cada vez ms numerosa de espaoles que no podan acceder a los privilegios de las encomiendas. Para acomodar estas nuevas peticiones, evitando al mismo tiempo la desmembracin de las encomiendas, ya las Leyes Nuevas de 1542 haban restringido las rentas de la encomienda a dos mil pesos, destinndose el excedente, a ttulo de pensin, a otros beneficiarios, decisin que se reiter en 1566, 1584, 1595 y en la Recopilacin general. Como se sabe, luego del intenso debate suscitado en torno a la legitimidad de la Conquista y de las condiciones de la subordinacin colonial de la poblacin nativa, la esclavitud de los indios, primero, y el uso gratuito de la mano de obra de las encomiendas, despus, fueron explcitamente prohibidas. La mano de obra poda ser empleada, a condicin de que el compromiso por parte del indio fuera voluntario y mediado por el jornal. Precisamente, en la Poltica Solrzano dedica extensos pasajes a la discusin de esas circunstancias, sus alcances y sus lmites. Una de ellas, particularmente pertinente para el caso de Guatavita, tiene que ver con el trabajo indgena en los yacimientos mineros. El captulo XV del tomo I de la Poltica se abre con una declaracin a favor del trabajo indgena en las minas:
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... Y a favor de la afirmativa, conviene saber que sea justo y lcito dar Indios de mita para labrarlas, y beneficiar los metales que de ellas se sacan, y obligarles aunque ellos no quieran a este servicio, como se remuden en l, y que solo den la sptima parte, y sean bien tratados y pagados (apartado 2).

Las razones de esta justificacin, a juicio del autor, son las siguientes: En primer lugar, porque si en la agricultura:
... est permitido y se tiene por lcito que se den Indios de repartimiento (...) no parece se deben negar a la saca y beneficio de los metales que tomaron el nombre del cuidado mismo, que se ha de poner en buscarlos, y nos los d la madre naturaleza (porque) rinden tanta utilidad, y se juzgan por tan necesarios, como la agricultura, y sus frutos para el sustento y conservacin de estos, y aquellos Reynos, y de las dos Repblicas, que mezcladas y, constituyen Espaoles, Indios: las quales pereceran, por lo menos padeceran gran menoscabo, y los mismos Indios mucha quiebra en su doctrina espiritual, gobierno y amparo temporal, si en esta parte nos faltasen con su trabajo (apartado 3).

En el apartado 9 Solrzano aade:


... que si faltasen o menoscabasen considerablemente vendran en igual quiebra Tributos y Rentas Reales con que se sustentan y defienden las mismas Provincias, y las de los Arzobispos, Obispos, Doctrineros, Religiosos, Misioneros y otros Ministros que se ocupan en la conversin y enseanza de los Indios.

La tensin que encierra este enunciado la explica en el apartado siguiente cuando escribe que:
... el mismo Seor con su alta, inescrutable Sabidura quiso que su Oro y Plata, que suele ser el dao de otros mortales, ayudase a ocasionar el remedio, y conversin de estos. Para este trabajo, dice el apartado 13, los Indios son los mas aptos y necesarios: ensendonos la experiencia que ni Espaoles ni Negros no lo son para l, y que an quando pudieran durar en este trabajo, fuera ms su costa que su provecho.

A estas razones de necesidad material y de salvacin espiritual, el apartado 28 aade una de tradicin porque:
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... los mismos Incas, y Moctezumas, que antes de nosotros seorearon, tiranizaron estas Provincias del Per, y las de la Nueva-Espaa, tenan por costumbre ocupar en la labor de los minerales que conocieron de Oro, y Plata, y an en los de azogue, slo para pintarse embixarse con su bermelln, infinitos millares de Indios, usando de ellos en estos, y otros trabajos como de esclavos, y con voluntad y potestad absoluta.

En el apartado 37, del mismo captulo XV, Solrzano alude a las cdulas reales de 1551, 1573 y 1575 dirigidas a los virreyes Antonio de Mendoza, del Per, y al virrey y a la Audiencia de Mxico, pidindoles su opinin sobre el trabajo forzado en las minas y que entre tanto las proveyesen de Indios voluntarios, tasndoles competente salario, y las horas en que deban trabajar. Ante la respuesta de que hallarian pocos, ningunos Indios que voluntariamente se quisiesen conducir para este trabajo, Solrzano suscribe y aprueba la conclusin lgica: Que los Indios naturalmente son inclinados vicios, ociosidad y borracheras, cuyo remedio consiste en ocuparlos, y que sin ser compelidos ningn trabajo se aplican (apartado 38). Luego de sealar las justificaciones para la movilizacin compulsiva de la mano de obra indgena hacia el sector minero, en el captulo XVI del tomo I de la Poltica Indiana, Solrzano analiza las excepciones y los atenuantes. Seala, en particular, haber encontrado en el cronista Antonio de Herrera una provisin de 1529 de Carlos V:
... en que mando que s pena de confiscacin de bienes, y perdimiento de los Indios encomendados, que ningn Encomendero, otro que por cualquier camino los poseyese, los pudiese echar labrar minas, ni pescar perlas; y que si se hubiesen de servir de ellos, fuese en cosas fciles, y de poco trabajo (apartado 72), prohibicin reiterada en 1549 y en 1568 (apartado 76).

Aunque suscribe la sentencia de Tertuliano que la verdad debe ser imprescriptible, el eclecticismo de Solrzano esconde mal su contundente alegato a favor del trabajo forzado de los indios en las minas, obligacin que a su juicio:
... se hara ms facil y tolerable, si los que se aplicasen l se les diese exencin de tributos, y otros privilegios, como los Romanos
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lo hacan con los Metalarios y Colonos Tracenses (apartado 28, captulo XVII, tomo I); adems, que debiera ser una obligacin compartida por todos los que pueblan y habitan las Provincias de Indias aunque sean los Espaoles ms estirados, se apliquen a trabajar en ellas, y poner como dicen, el ombro la carga, y la mano al arado, sin esperarlo todo del trabajo, y sudor de los Indios (apartado 44).

En el captulo XVIII, Solrzano se refiere con aprobacin a la reglamentacin de Toledo sobre la mita de Potos, es decir, la asignacin anual de la sptima parte de 95 mil indios de 17 provincias, para trabajar de sol a sol por una semana, menos el lunes, dedicado al repartimiento, seguida de dos semanas de descanso, de tal manera que trabajasen diariamente 4.500 indios y 900 descansaban o se alquilaban voluntariamente. En sus clculos, puesto que estaban obligados a trabajar entre los 18 y 50 aos, slo le tocaban quatro aos y medio de mita, y de estos solo trabajaba ao y medio (apartado 64). Sin embargo, Solrzano reconoce la artificialidad de estas estimaciones, porque ante la cada constante de la poblacin mitaya, el coeficiente del reclutamiento tuvo que elevarse, ampliarse el radio de su reclutamiento e, incluso incorporar como mitayos a los Indios forasteros y anaconas (apartado 67). De un jornal semanal fijado por Toledo en 20 reales, y como consecuencia de las dificultades que presentaba el reclutamiento de los indios, el jornal se elev a cinco reales diarios, incluido el lunes y que se pagasen los Indios los dias de camino, ida y vuelta (apartado 71). En relacin al tributo pagado por los indios, finalmente, Solrzano argumenta que cumplan en hacerla en moneda corriente y usual, de cualquier gnero que sea, incluso ... lo que en las tasas les est cargado en trigo, maz, mantas, gallinas otras especies, estimndolas y aprecindolas, no por el precio que entonces se podra hallar en ellas, sino por el que en las mismas tasas se hallan apreciadas y estimadas (apartados 35 y 36, captulo XXI); pero donde las tasas se hallaren hechas y estimadas en dinero se concede a los indios que por su mayor comodidad cumplan en pagar en las dichas especies lo que les faltare en dinero, ser suya sin duda la eleccin de la paga (apartado 37), y as no podrn ser
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compelidos los Encomenderos recibirlas en dinero (apartado 38). Los encomenderos, concluye Solrzano,
... no pueden pedir, llevar ni recibir de sus Indios ms de los tributos que por las tasas les estn sealados (...) y as, ni les podrn pedir obras rsticas, ni otro gnero de servicios personales, ni muchachos para que sirvan sus mugeres de coser, texer guisar, ni gallinas, huevos, ni otras cosas tales para su comida (apartados 39 y 40, captulo XXVI, tomo II).

Los argumentos de Solrzano y Pereira sobre las encomiendas, el trabajo indgena en las minas y la naturaleza del tributo de los indios, como se ha advertido al inicio del trabajo, estn informados por la doctrina jurdica y por la extraordinaria experiencia que adquiriera en sus aos como oidor de la Audiencia de Lima. Pese a que combinan la sequedad de la jurisprudencia con la realidad de su tiempo, sus planteamientos se nutren en gran parte de lo actuado y observado en el Per; adems, incluso en este contexto, el funcionamiento concreto de las instituciones debi ser muy distinto respecto a sus juicios y recomendaciones. Y esas dificultades se hacen an ms visibles cuando se examina a la luz de su doctrina la situacin de regiones perifricas como la Nueva Granada, pese a que el autor menciona a los otros Reynos para sealar el carcter genrico de sus planteamientos. De las respuestas dadas por el cacique de Iguaque, don Martn, al visitador Lpez de Cepeda en 1572, as como de las dadas en 1583 por el cacique don Juan y dos capitanes del mismo pueblo al visitador Cristbal Chirino, puede constatarse que la renta a favor de los encomenderos comprenda, adems de moneda y especies, un conjunto de servicios claramente excluidos de las prescripciones de Solrzano.3 An ms: las ordenanzas de Minera promulgadas el 9 de marzo de 1612 por Juan de Borja (1920), capitn general del Nuevo Reino de Granada y Presidente de la Real Audiencia, y por el cual se instaur la mita a favor de los mineros de Mariquita a travs de la movilizacin compulsiva de 600 indios de Santaf y de Tunja, dista mucho de la
3 Heraclio Bonilla, La produccin de la renta en la esfera de la encomienda. El pueblo de Iguaque, del Nuevo Reino de Granada, en la fase de trnsito, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, n 31, Bogot, 2004, pp. 45-73.

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implantada por Toledo para Potos, y que mereciera los elogios del autor de la Poltica, para no mencionar el hecho de que tanto en Mariquita como en Potos la realidad de su funcionamiento contrastaba brutalmente con la elegancia de su formalizacin. Estos contrastes podrn verificarse con mayor rigor cuando se examinen las cuentas del contador Andrs Prez de Pisa sobre las demoras y el requinto pagados por los indios de Guatavita luego de ser enrolados como mineros en Mariquita.

II. LAS

CUENTAS DE

GUATAVITA

El corregimiento de Guatavita, comprenda, a mediados del siglo XVII, los pueblos de Machet e Itivirit, Guasca, Guatavita y Chocont, y su poblacin, al igual que la de muchos otros corregimientos de Santaf de Bogot y de Tunja, deba trabajar peridicamente en los Reales de Minas de Las Lajas en el entorno de Mariquita. El pueblo de Mariquita haba sido fundado en 1550 con el nombre de San Sebastin del Oro, y tres aos ms tarde fue trasladado a las faldas de una montaa.4 Como corregimiento, Mariquita comprenda los pueblos de Mariquita, Tocaima, Ibagu, Remedios y San Bartolom de Honda, pero su celebridad se deba a los importantes yacimientos de plata que albergaba, uno de los pocos del Nuevo Reino de Granada cuya produccin minera era fundamentalmente aurfera. Estos yacimientos de plata de Mariquita despertaron un exagerado optimismo inicial, porque se pensaba que su rendimiento por quintal de mineral (tres pesos de ocho reales) era incluso mucho ms importante que el de Potos5, pero ese entusiasmo muy pronto se desvaneci como consecuencia de las severas restricciones que representaban para los mineros el abastecimiento de mercurio
4 5 Julin Ruiz Rivera, La plata de Mariquita en el siglo XVII. Mita y produccin, en Cuadernos de Historia, Tunja, n 5, 1979. Heraclio Bonilla, Minera, mano de obra y circulacin monetaria en los Andes colombianos del siglo XVII, en Fronteras de la Historia, n 6, Bogot, 2001, pp. 121-134.

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y de la mano de obra. Sus propietarios eran demasiado pobres como para contar con el suministro regular de ese insumo desde Alemania, y como para pagar los 31.882 maraveds (85 ducados y 6 maraveds) que era el precio de cada quintal de azogue en Mariquita. Ese precio era el doble del que la Corona pagaba en Sevilla, como con-

Heraclio Bonilla, La poltica econmica de los Austrias como determinante del desempeo econmico: la experiencia del mercurio en Mariquita, en Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, n IX, Bucaramanga, 2004, pp. 33-47.

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secuencia del monopolio y de los elevados costos de transporte hasta Mariquita, y cuyas inflexiones ms importantes, por quintal y en maraveds, detalla el cuadro de la siguiente pgina. A los mineros de Mariquita les era an menos posible dotarse de un contingente importante de esclavos, cuyo precio unitario fluctuaba entre los 310 y 334 pesos entre 1620 y 16607, como lo hicieron sus colegas mineros que extraan oro en otras partes del reino. Por consiguiente, la explotacin de estos recursos mineros pudo ser posible a travs de la movilizacin compulsiva de mano de obra indgena a travs de un mecanismo formalmente similar a la clebre mita implementada para Potos por el virrey Francisco de Toledo. Slo que la resistencia ofrecida por la poblacin indgena del entorno, entre los cuales se encontraban los clebres pijaos, hizo necesario que esos indios fueran trasladados desde las tierras fras de Santaf y Tunja, lo cual era fuente de dificultades adicionales debido a la travesa y a sus problemas de adaptacin en tierra caliente. Esta situacin explica el uso combinado de esclavos negros y mitayos indios. En 1639, por ejemplo, de un total de 957 trabajadores en Santa Ana y Las Lajas, el 58,5% eran indios y el 39,6% restante, esclavos negros.8 El encuadramiento del trabajo compulsivo de los indios se debi al presidente de la Audiencia Juan de Borja, cuyas ordenanzas del 9 de marzo de 16129 establecieron los parmetros bsicos de su funcionamiento, aunque debieron ser alterados de cuando en cuando a fin de resolver dificultades coyunturales. El 13 de julio de 1644, por ejemplo, una junta general convocada por el presidente Martn de Saavedra para enfrentar una cada de la produccin, elev el jornal diario de los mitayos en un 50%, de real a real y medio, pero un mes ms tarde este incremento se redujo a un 25%.10 Las ordenanzas establecan la movilizacin forzada de 700
7 Carlos Valencia, Alma en boca y huesos en costal: una aproximacin a los contrastes socio-econmicos de la esclavitud. Santaf, Mariquita y Mompox, 1610-1660, Bogot, Instituto Colombiano de Antropologa e Historia, 2003, p. 58. Julin Ruiz Rivera, op. cit., pp. 38-39. Juan de Borja, Ordenanzas de minera, en Boletn de Historia y de Antigedades, ao XIII, n 146, Bogot, 1920 [1612].

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1 0 Julin Ruiz Rivera, op. cit., p. 42.

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indios tiles cada ao de Santaf y Tunja, es decir cerca del 2% de un total calculado en 30 mil indios, quienes deban trabajar ocho horas diarias, a cambio de un jornal diario de un tomn y un grano de oro de trece quilates. El pago de estos jornales deba ser al contado cada quincena, en oro y plata menuda marcada, prohibindose el pago en especies. Los indios deban destinar parte de su jornal al pago de las demoras, es decir, la renta, para el encomendero, al del requinto para la Corona, es decir, un 20% adicional calculado sobre el monto de la demora, mientras que el grano de oro era entregado al alcalde de minas a ttulo de salario. A estas obligaciones se aada el pago del salario del protector de naturales, en montos variables, el del corregidor, a razn de un tomn, los cuales no estaban contemplados en las ordenanzas de Borja. Estos pagos deban realizarse sin que se les quiten por junto sino como fueren ganando. Para facilitar el acomodo de los indios a sus nuevas condiciones de trabajo, las ordenanzas establecan que se hicieran dos sementeras de comunidad al ao, de por lo menos tres hanegas de sembradura en cada cosecha, y cuyos frutos deban ser repartidos entre todos los indios. La comparacin formal entre la mita de Mariquita y la de Potos revela diferencias muy claras. Es evidente que el contingente de trabajadores forzados involucrados en la primera, el 2%, es mucho menor que los 14.196 mitayos que en 1575 laboraban en Potos, contraste que tiene que ver con la obvia riqueza de las vetas de Potos frente a la penuria relativa de las minas de Mariquita, y tambin con el contraste demogrfico de la poblacin nativa de los Andes versus la de la Nueva Granada colonial. Paradjicamente, sin embargo, el coeficiente de explotacin impuesto sobre los trabajadores de Santaf y Tunja fue mucho mayor que en el caso de Potos, porque no existi nada similar a los perodos de huelga (una semana de trabajo por dos de descanso) que disfrutaron los ltimos, a la vez, que del ao de trabajo obligatorio, por lo menos ocho meses fueron contabilizados a ttulo del tiempo estimado en el desplazamiento, ida y regreso, de sus pueblos a Potos. Asimismo, el jornal de un real diario es mucho menor a los cuatro reales percibidos por los trabajadores de Potos, sin que por otra parte existiera la posibilidad de que los de Mariquita compensa235

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ran la reduccin de sus jornales por el pago del tributo con una institucin como la korpa, es decir, la extraccin de minerales en beneficio propio durante las semanas de descanso. Sobre todo, este coeficiente se eleva por el pago obligado en Mariquita del requinto, es decir un 20% adicional calculado sobre el monto de la demora, instituida por Felipe II el 1 de noviembre de 1591 para financiar la guerra contra Inglaterra, y que si bien fue al comienzo una obligacin general, fue suprimida despus en el Per y Mxico, pero no as en Nueva Granada. Pero es la institucin del requinto la que explica la riqueza y la importancia de la informacin contable sobre los indios de mita en Mariquita. Al tratarse de recursos apropiables por la Corona, era natural que su recaudo fuera controlado con la misma minucia con que sta calculaba las rentas que obtena de la extraccin de los minerales, cuidado traducido en la identificacin personal de los trabajadores, en el monto que pagaban, en los rezagos, y en la cuantificacin de los faltantes por huida o muerte de los indios obligados al trabajo minero. Una informacin, en suma, inexistente para Potos, y cuyo anlisis permite avanzar en el conocimiento del funcionamiento del trabajo obligatorio, de sus implicancias para sus protagonistas, y para la economa de los pueblos desde donde eran desplazados.

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En los dos tercios de San Juan y de Navidad de 1644 fueron desplazados a los Reales de Las Lajas 21 indios de estos pueblos por don Antonio de Masmela, corregidor del parido de Ubat, pero de este total uno no lleg, de tal manera que se le contabilizaron 20. Su tasa era de una manta, calculada en 3 patacones y 2 reales, y una gallina, estimada en un real y cuatro maraveds, de manera que cada uno de ellos deba pagar anualmente a ttulo de requinto 1 patacn, 2 reales y 29 maraveds, equivalente monetario de un tributo en especie fijado en mantas y gallinas. Los 21 indios conducidos, por consiguiente, deban pagar en el ao 28 pesos 2 reales y 31 maraveds. Pero de ese monto el contador Andrs Prez de Pisa ya se haba cargado 21 pesos, 4 reales y 14 maraveds, de tal modo
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que el saldo de la partida de 6 pesos, 6 reales y 13 maraveds debe cobrarse a los indios Felipe Ramrez, Andrs Quincha, Francisco Veatona, 1 peso, 2 reales y 29 maraveds a cada uno por haberse huido; y a Gregorio Choque, 6 reales y 12 maraveds por haber pagado de lo que gan 4 reales y 7 maraveds; a Antn Largo, 1 peso, 1 real y 10 maraveds por haber ya pagado 1 real y 10 maraveds; y a Diego Bahamn, 6 reales y 10 maraveds por haber cancelado 3 reales y 21 maraveds. De ese faltante de 6 pesos, 6 reales y 13 maraveds, finalmente, se destinan 7 reales y 23 maraveds para el jornal del protector de naturales.11

GUASCA
Este pueblo fue encomendado a la Corona antes de 156012, y por lo mismo, la autoridad real captaba no slo el requinto sino tambin la demora. Sus 300 indios estaban tasados en 320 mantas de lana a ttulo de lo primero, y 300 pesos de plata corriente, 300 mantas de algodn y 600 gallinas, por lo segundo. En 1644, se enviaron a los Reales de las Lajas 12 indios de Guasca, cada uno de los cuales deba pagar por ao, a ttulo de demora y requinto, ya que no era una encomienda privada, 7 pesos 5 reales y 6 maraveds, el equivalente monetario de la manta de algodn tasada en 26 reales, de la manta de lana en 14 reales y la gallina a 1 tomn. Por consiguiente, el valor total del tributo de los doce indios, por los dos tercios, era de 91 pesos, 6 reales y 4 maraveds. Otra vez el contador Andrs Prez de Pisa se carg 62 pesos, 4 reales y 1 maraved, monto rebajado en 1 real y 27 maraveds, porque las cuentas sealan que lo efectivamente cobrado de los indios era 62 pesos, 21 reales y 8 maraveds. El dficit, 29 pesos, 4 reales y 20 maraveds, se sac cargo a Cristbal Chama, Juan Titina,
1 1 A fin de uniformar las cifras en moneda de cuenta, la conversin utilizada es la siguiente: 1 peso (1 patacn)=8 reales; 1 real (tomn)=4 cuartillos; 1 cuartillo=3 granos. De otro lado, la equivalencia en maraveds es la siguiente: 1 peso=272 maraveds; 1 real=34 maraveds; 1 cuartillo=8,5 maraveds. 1 2 Juan Villamarn, Encomenderos and Indians in the Formation of Colonial Society in the Sabana de Bogot, Colombia, 1537 to 1740, Ph. D. Dissertation, Waltham, Massachusetts, Brandeis University, 1972. p. 36.

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a Jacinto y Feliciano, a un promedio de 7 pesos cada uno, por no haber cumplido con su pago. Cuando se procede a la revisin de las cuentas, el oficial encargado encuentra que las tasas de las mantas de algodn deban ser aumentadas en 2 maraveds y las de lana en 12, lo que indica la minuciosidad de su elaboracin.

G UATAVITA
Este pueblo estuvo encomendado a Gonzalo Jimnez de Quesada y a Hernn Venegas, en 1539 y en 1541.13 La tasa de la demora para cada indio por ao era 4 pesos de plata, 7 reales y 7 maraveds a cuenta del requinto. Se remitieron a los Reales 10 indios: tres de Guatavita, cuatro de Gachet y tres de Chipassa, pero los dos ltimos estaban reservados del pago del requinto. De los tres indios de Guatavita, los nicos por consiguiente que pagaban el requinto, el contador Prez de Pisa se carg 2 patacones, 7 reales y 10 maraveds, pero, segn el cuaderno de pagos, pareciera haber cobrado 2 patacones, 7 reales y un cuartillo, es decir 1,5 maraveds menos. Asuma tambin el pago de 4 reales y 3 cuartillos para el protector.

CHOCONT
Sus habitantes hacan parte de la encomienda de C. Ruiz Clavijo y A. Vzquez de Molina14, y la tasa anual por concepto de demora de cada indio fue de cuatro mantas de lana y cuatro gallinas, valorizadas las primeras en trece reales cada una y las segundas en un real. Se enviaron a los Reales 20 indios, pero se contabilizaron 19, y pagaron 16. El requinto pagado por cada uno de los que lo hicieron fue de 5 reales y 7 maraveds por cada tercio, mientras que el total del requinto de los 19 indios enumerados en los dos tercios de San Juan y Navidad de 1644 y al de San Juan de 1645 fue de 37 patacones, 3 quartillos. De esa suma, se carga al contador Prez de Pisa 32 patacones, 1 real y 30 maraveds por lo pagado por
1 3 Juan Villamarn, op. cit., p. 35. 1 4 Idem .

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los 16 indios, y el saldo se cobra a los indios Francisco Mazmique, Lzaro Bonunbrissa y Marcos Hierro de Lzaro a razn de 1 peso, 7 reales y 21 maraveds a cada uno por los tres tercios. El salario del protector de 1 peso, 4 reales est cargado a lo pagado por los 16 indios y se saca cargo de los tres indios huidos. En los ajustes de estas cuentas se seala que los indios conducidos paguen por cada manta 1 peso, 4 reales y 28 maraveds y las gallinas a un tomn de plata, de tal modo que el requinto por los tres tercios era de 2 pesos y 26 maraveds, pero el contador cobr por cada uno de los 16 que pagaron 1 peso, 7 reales y 21 maraveds por los tres tercios, es decir, 1 real y 5 maraveds menos por cada indio, lo que da un total de 2 pesos, 2 reales y 12 maraveds que son cargados a su cuenta. La revisin final de estas cuentas se realiz en Santaf el 8 de marzo de 1674, encontrndose que en 1644 el total de los tributos del corregimiento de Guatavita fue de 120 pesos y 2 reales y medio.

III. CONSIDERACIONES

FINALES

El lector, a estas alturas, podr preguntarse qu tiene que ver todo esto con Solrzano y Pereira y la Poltica indiana. La respuesta tiene dos dimensiones. En primer lugar, la argumentacin de Solrzano, a lo largo de los cinco tomos de la Poltica, se apoya en una vasta cultura jurdica, en el conocimiento de la historia antigua y medieval de Europa, y en la experiencia adquirida como oidor de la Audiencia de Lima y supervisor de los trabajos en las minas de mercurio de Huancavelica entre 1610 y 1627. Su presencia en las ms altas instancias de gobierno de Madrid le permiti conocer de primera mano los problemas que confrontaba el gobierno de las otras reas americanas sobre las cuales Espaa ejerca igualmente su control, y en particular Nueva Espaa, cuya situacin es permanentemente evocada en su texto, como contraste y como semejanza. No es el caso del Nuevo Reino de Granada, que es evocada slo en relacin a la media anata que pagan sus
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encomenderos, y a los impuestos vigentes en esa bisagra efectiva entre el nuevo y el viejo mundo que fue Cartagena. Seguramente, esta parquedad tiene que ver con el carcter marginal del Nuevo Reino frente a la centralidad de Mxico y del Per para el gobierno de Madrid en trminos de territorio, de poblacin, de economa. Pero la obra de Solrzano y Pereira no era la traduccin poltica de las diversas experiencias que resultaban de la administracin de los recursos y de los hombres en los dominios americanos del monarca. Es ms bien lo inverso, el encuadramiento jurdico de una realidad, y un ejemplo muy concreto de la visin de los Austrias de que gobernar era sobre todo legislar, bajo el mando de un prncipe cuya legitimidad estaba anclada en su justeza y en el pacto condicionado establecido con sus vasallos. Por consiguiente, el imperio de la ley es general, prima sobre situaciones particulares, y los casos especficos sientan una jurisprudencia que establece los matices de la legislacin. Por lo mismo, la Poltica indiana es el resultado de consideraciones meta-legislativas que sustentan la legitimidad de un gobierno con prescindencia de las condiciones cambiantes de su realidad, a la vez en el tiempo y en el espacio. No pretende ser, para decirlo de otra manera, la lectura de situaciones especficas, sino la racionalidad de las normas en las que la realidad americana, an reconociendo su diversidad, debe encuadrarse. Son esos parmetros los que permiten entender el funcionamiento de la encomienda, de la mita y de los tributos, en sus variantes locales de demora y de requinto, en el contexto del corregimiento de Guatavita. Como son esos mismos parmetros los que recprocamente permiten situar la distancia entre la norma y la realidad colonial de la Nueva Granada. Los encomenderos incluyeron como derechos, servicios explcitamente prohibidos, como enviar a sus indios a las minas e imponerles otros servicios personales; las mitas, incluso en las ordenanzas de minera promulgadas por Juan de Borja en 1612, distaban del modelo impuesto por Toledo para Potos y que mereciera los elogios de Solrzano y Pereira; mientras que el mantenimiento del requinto como sobrecarga tributaria para los indios
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de Nueva Granada, constituye uno de los rasgos especficos de esta realidad y que no fuera contemplada en sus argumentos. Pero entonces, y para volver a esta realidad, qu signific para los cuatro pueblos del corregimiento de Guatavita un drenaje de 120 pesos y 2 reales y medio a ttulo de requinto, adems de otros 600 pesos representados por la demora, para mencionar slo las punciones fiscales ms visiblemente contabilizadas que se impusieron a su poblacin nativa y slo en el ao de 1644? Y, de manera ms especfica, qu signific para cada una de las familias campesinas que cada mitayo conducido a Las Lajas haya tenido que pagar, entre demoras y requintos, un promedio de 8 pesos durante los dos tercios del ao? Las respuestas a estas cuestiones suponen contrastarlas con el producto de cada pueblo y el ingreso de cada unidad domstica, y sobre los cuales las evidencias son incompletas y contradictorias. En un trabajo indito, Mnica Contreras15 seala que el mitayo en Mariquita tuvo un ingreso anual promedio de 27 pesos y 4 reales, que descontados los 8 pesos que deba transferir a los poderes coloniales a ttulo de tributo, es decir demoras ms requintos, representa un excedente retenido de 19 pesos, cifra que se aproxima a las estimaciones, interesadas por cierto, de los propietarios de minas quienes argumentaban que los indios llegaban a ahorrar 21 pesos 5 reales por ao, para luego concluir que un real de jornal en Mariquita les generaba ms que los cuatro reales pagados en Potos. En la espera de evidencias ms contundentes, debe, no obstante oponerse a este optimismo dos situaciones distintas. En primer lugar, como lo indica tambin Contreras16, ocurre que el 41,3%, en 1633, y el 34%, en 1664, de este salario era muy peculiar, en el sentido de que representaba el valor monetario de productos entregados para el sostenimiento de los trabajadores en Mariquita, que les era luego descontado del jornal que perciban, a precios controlados por el abastecedor. En segundo lugar, en Mariquita la
1 5 Mnica Contreras, La mita de la plata. El trabajo de los indios mitayos en la minera argentfera neogranadina. Mariquita, siglo XVII, monografa de grado, Bogot, Universidad Nacional de Colombia, 2003. p. 151. 1 6 Ibid., p. 139.

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HERACLIO BONILLA

tasa de desercin de los mitayos de los cuatro pueblos analizados fue de una tercera parte del total de la conduccin, lo que dice sobre el carcter coactivo del desplazamiento. En tercer lugar, no existe evidencia alguna de trabajadores indios libres en el entorno de Mariquita, similar a los mingados de Potos, es decir que ese ahorro potencial no fue lo suficientemente convincente como para retenerlos. Las cuentas del contador Andrs Prez de Pisa contienen, por otra parte, indicios importantes para examinar tambin el problema del mercado y de la moneda en un contexto colonial. La situacin puede calificarse de manera breve como paradojal. Por una parte, como se ha mencionado, los jornales eran mixtos, como mixta era igualmente la fuerza de trabajo compuesta por esclavos e indios forzados. Pero tambin las tasas de las encomiendas eran fijadas en especie, de manera opuesta a la monetizacin casi completa de esta renta en los Andes meridionales. Pero en Mariquita, estas tasas en especie operaban como una suerte de moneda de cuenta, porque su equivalencia monetaria, sin duda fijada arbitrariamente por los aparatos de poder local, serva en un segundo momento para el descuento en moneda de las demoras y requintos que deban pagar los indios, sobre un jornal que, todo indica, era pagado igualmente en moneda, ms all de los incumplimientos y rezagos en el pago.

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SOLRZANO

PEREIRA

EN LA

GUATAVITA

DE

1644

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JUAN DE SOLRZANO Y PEREIRA, EL SERVICIO


PERSONAL Y LA SERVIDUMBRE INDGENA

Diana Bonnett Vlez

David Brading anota que un ao decisivo en la vida de Solrzano y Pereira fue el de 1609, cuando fue nombrado oidor de la Audiencia de Lima.1 Efectivamente, los 18 aos que Solrzano pas en el Per, desde sus 34 aos hasta los 52, le permitieron darse buena cuenta de la forma como se aplicaron las disposiciones emanadas en la metrpoli y de las tensiones en la Audiencia, provocadas por la ejecucin de estas medidas. Como oidor, Solrzano estuvo a cargo de la prctica judicial en la Audiencia 2, y como visitador, supervis personalmente la reestructuracin de la mina de azogue en Huancavelica. All, en el mayor socavn del mundo, como l mismo lo denominara3, presenci las condiciones en que se desarrollaba el trabajo en las minas, tanto por los mitayos designados oficialmente para completar las levas, como por los peones que trabajaban libremente como asalariados. Nacido en 1575, Solrzano conoci las polticas desarrolladas durante el gobierno de Felipe II (1556-1598) y particip activamente en las propuestas de Estado de Felipe III y de Felipe IV. Como afirma Thomas Calvo, el proyecto de Felipe II respecto al Nuevo Mundo estaba orientado a conocer[lo] mejor para gobernar[lo] mejor.4 Uno de
1 2 David Brading, Orbe indiano. De la monarqua catlica a la Repblica criolla, 1492-1867, Mxico, FCE, 1993, pp. 241-243. Al respecto, vase en esta misma obra el artculo de Mauricio Novoa, La prctica judicial y su influencia en Solrzano: la audiencia de Lima y los privilegios de indios a inicios del siglo XVII. Brading, op. cit., pp. 241-243. Thomas Calvo, Ibero Amrica 1570-1910, Barcelona, Pennsula, 1996, p. 63.

3 4

DIANA BONNETT VLEZ

los resultados de esta estrategia, que pretenda dominar polticamente las colonias, se cristaliz en figuras como el visitador Valderrama en Nueva Espaa y el virrey Toledo en el Per, quienes pusieron en ejecucin las polticas de Felipe II. Cuando Solrzano lleg a Lima, haca medio siglo que Toledo haba terminado de ensamblar toda la estructura administrativa en el virreinato del Per. Solrzano denomin a Toledo como el Soln del Per, debido a la institucionalizacin y codificacin que este virrey haba llevado a cabo.5 Toledo haba regulado el trabajo compulsivo indgena en las minas, los obrajes, la agricultura y las obras pblicas de pueblos y ciudades. A raz de la nueva organizacin y de la reglamentacin del trabajo coactivo, la poblacin indgena de inicios del siglo XVII haba disminuido sustancialmente, y se haba completado el colapso demogrfico iniciado un siglo antes. En el tiempo en que Solrzano fue nombrado en la Audiencia de Lima, la organizacin administrativa y los sistemas de trabajo compulsivo se mantenan, en trminos generales, tal cual los haba establecido Toledo, y con muy pocas reformas permanecieron hasta la llegada de los Borbones al poder.6 Prcticamente, no existe ningn estudio colonial que no haga alusin a la importancia acerca de la actividad que como jurista desempe Solrzano. La historiografa resalta su obra tanto por su obstinacin en lograr la primera recopilacin de las leyes de Indias, labor que desarroll desde el Per, como por el anlisis concienzudo de la cultura poltica espaola plasmada en el derecho indiano. Posteriormente se le conoci por las actividades que se le encomendaron a su regreso a Espaa, pues desde 1627 hasta su retiro de la vida pblica en 1644, se desempe como fiscal y consejero real.7

5 6

Brading, op. cit., pp. 241-243. Se haban introducido las principales instituciones administrativas y los instrumentos de control de los funcionarios americanos, tales como las visitas y los juicios de residencia. Juan de Solrzano y Pereira, Poltica indiana, tomo I, Madrid, Biblioteca de Autores Espaoles, vol. V, p. XXV, 1972, Estudio preliminar.

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Esta indicaciones sirven como marco general para introducir el tema por abordar: las formas de trabajo servil que Solrzano estudi en el tomo I, libro II de la Poltica indiana. Conocedor de la legislacin indiana, Solrzano ofrece en su texto un recorrido por cada una de las instrucciones, cdulas y provisiones reales que desde inicios del siglo XVI hacan referencia al tema, y por los estudios y reflexiones que los connotados de la poca hicieron alrededor de la servidumbre y, en especial, del servicio personal. Esta indagacin se justifica por lo siguiente:

El estudio cronolgico que hace Solrzano sobre las distintas formas del trabajo servil permite acercarse a las derivaciones y transformaciones que en el tiempo sufri cada una de estas formas de trabajo. La obra de Solrzano esclarece las diferentes modalidades de trabajo coactivo implementadas en las Indias, diferenciando unas de otras y mostrndolas por una parte como actividades separadas, pero tambin como un entramado de prcticas sociales que reflejan muy bien lo que en el momento se piensa del rey, de los funcionarios, de cada uno de los miembros que hacan parte de la sociedad; se puede decir que el sentido de vasallaje era el tronco comn del que pendan instituciones como el servicio personal, la encomienda y la mita, y tambin la demora y el tributo. Tambin se puede percibir que debido a los sistemas de organizacin y de obligaciones econmicas de las comunidades de indios, estas obligaciones se comenzaron a atar unas a otras, resultaron imbricadas, derivndose unas de otras hasta crearse cierta confusin en el establecimiento de sus lmites. La capacidad argumentativa de Solrzano facilita seguir la pista a los principios que tanto el Estado espaol como el propio Solrzano tenan sobre el trabajo y los pobladores de la colonias, tanto indios como espaoles y poblacin esclava, y sobre las afirmaciones y dubitaciones que gener la implementacin del trabajo servil. A travs de sus escritos y de la experiencia americana se puede apreciar el complejo pensamiento y las posiciones acerca de la
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libertad y los alcances de cada una de estas formas de trabajo servil. Las razones antes expuestas marcarn el derrotero de este escrito. Inicialmente se revisar el recorrido histrico a partir de la creacin de las Leyes Nuevas, respecto a las instituciones que contemplaban el trabajo servil y los tipos de argumentacin en que se basaron sus transformaciones, para concluir con algunas reflexiones sobre la forma de concebir el trabajo en los territorios americanos a principios del siglo XVII. Enseguida habr una aproximacin a los diferentes tipos de trabajo coactivo vigentes en la poca de Solrzano y sus aspectos diferenciales. El trabajo se referir a la concepcin que desde Solrzano se tena de cada uno de los pobladores en las colonias y su relacin con la servidumbre. Finalmente, se propone remitir a los conflictos y complejidades emanados de estas formas de trabajo servil.

I. DE

SERVIDORES DEL

ESTADO

A SIRVIENTES

DOMSTICOS

En el tomo I, libro II de la Poltica indiana, Solrzano hizo referencia al servicio personal.8 Para definirlo, acudi a los escritos de Fray Miguel de Agia9 y al padre Jos de Acosta, quienes haban dedicado parte de sus obras al estudio del servicio personal. Jos de Acosta lo defina como cualquier tipo de aprovechamiento que se sacaba de los indios en actividades domsticas o de servicio pblico, tales como la labranza de la tierra, crianza de animales, edificacin de casas o labores en las minas, obrajes, trajines de bestias y cargas de mercancas.10

8 9

Ibid., libro II, En que se trata de la libertad, estado, y condiciones de los indios y a qu servicios personales pueden ser compelidos por el bien pblico. Tratado que contiene tres pareceres graves (...) sobre el servicio personal y repartimientos de indios (1604), de Fray Miguel de Agia. (Ibid., libro II, captulo II, pp. 143144).

1 0 Ibid., p. 141.

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Como se puede ver por la definicin de Acosta, los servicios personales eran adicionales a las labores a las que se obligaban los indgenas a travs de la encomienda y a la carga tributaria. Es decir, si bien estos servicios deban ser remunerados, no contaban con la aceptacin previa del indgena; por lo tanto, eran obligatorios. Por esta razn haban sido prohibidos desde 1542 (parece que sin ningn resultado efectivo) cuando las Leyes Nuevas proscriban la realizacin de cualquier trabajo contra la voluntad de los propios indios.11 Paralelamente, el autor hizo alusin a otras instituciones que estaban muy atadas a su desarrollo.12 Adems de los llamados servicios personales, Solrzano se refiri a los mitayos de servicio, los yanaconas y los naboros.13 Estos trminos servan para definir a los indios o hombres serviciales o de servicio14 y desde su origen quechua y tano respondan a formas de trabajo domstico o de aparcera en casa o tierras del espaol. Algo semejante a los oficios domsticos actuales, pero viviendo permanentemente en las propiedades de los espaoles. En ltimas, estos trminos remitan a la adscripcin territorial y servil de los indgenas en los hogares espaoles. Las labores desempeadas por los indios para sus amos, en ambos casos, tenan que ver con las actividades realizadas, bien para ... el servicio de sus personas, y casas, o traerles agua, o lea, o cuidar de sus cocinas, y caballerizas () pagndoles un corto jornal.15 Los trabajos deberan de1 1 Ibid., p. 142. 1 2 Malagn y Ots Capdequ dicen al respecto: Los encomenderos no podan exigir de los indios de sus encomiendas al menos tericamente la prestacin de servicios personales trabajo forzoso y s slo el pago de un tributo previamente tasado por las autoridades de la Corona, en Solorzano y la Pilitica indiana, mexico, FCE, 1965, p. 16. 1 3 Solrzano, op. cit., libro II, captulo IV, p. 152. 1 4 Los yanaconas eran definidos como trabajadores que libremente haban decidido abandonar sus pueblos para trabajarles a los espaoles: () unos diciendo, que huidos de sus naturales asientos, se haban aquerenciado de tiempo antiguo en sus casas, heredades y posesiones, que all llaman chcaras, para servirles en ellas en lo que les mandasen, y ocupasen con buenos, y honestos partidos, doctrinndolos en la Fe y dndoles de vestir, y conveniente salario, y a veces algunos pedazos de tierra, que los labrasen por su cuenta, y para su mismo sustento (idem). 1 5 a los cuales en el Per llaman mitayos de servicio y violentndoles con este color a servicios graves y laboriosos, contra los que dispone el Derecho. (ibid., captulo III, p. 147).

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sarrollarse por semanas, das o meses, es decir, sin una temporalidad precisa. A diferencia de Toledo, Solrzano consideraba perniciosas ambas formas de servicio: yanaconaje y naboros, apelando al principio general de la libertad de movimiento y de eleccin que deban tener los naturales a la hora de escoger su trabajo; tambin, porque crea que para evitar enrarecer las relaciones entre los amos y trabajadores se les deba pagar un jornal por las actividades realizadas16 y, lo ms importante, que los indios entregaran su tributo en especie o en dinero, pero no se les canjeara esta obligacin por otro tipo de trabajos o servicios. En especial, Solrzano repudiaba el yanaconaje por tratarse de servicios a particulares y no de actividades para el beneficio del comn, o labores comunitarias, y porque en general estos eran requeridos por las autoridades de los mismos indios. Era comn, y as lo han mostrado los documentos de la poca, que tanto corregidores como curas y doctrineros, basados en su poder, abusaran de estos servicios.17 Tanto el servicio personal como los trabajos realizados por los indios yanaconas y naboros, eran de procedencia prehispnica. En cuanto a los yana, Laura Escobari alude a la controversia que ha generado entre los historiadores el carcter y alcance de sus obligaciones. Los historiadores, antroplogos y en general los investigadores que se han referido a los yanas y a los naboros los han definido de distintas maneras: como formas serviles de trabajo domstico, como formas de esclavitud, como una especie de artesanos o meramente como trabajadores de la tierra. Sin embargo, todo el debate ha permitido esclarecer, segn Escobari, que durante el perodo prehispnico los yanas actuaban como mano de obra
1 6 A los yanaconas se les manda que no se les obligue a servir contra su voluntad, sino es por su jornal, y donde quisieren (ibid., captulo V, p. 162). 1 7 Solrzano opinaba al contrario de Toledo, quien decret que los yanaconas residentes en tierras espaolas no podran ser expulsados ni tampoco eran libres de irse por su gusto, en contradiccin del principio general de la libertad indgena (Brading, op. cit., p. 243).

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especializada o calificada, entregados a distintas tareas y de diferente duracin18. Sin embargo, retomando a Peter Bakewell, Escobari indica que en el ao de 1560, el concepto de yanacona parece haber perdido todas las connotaciones incaicas y que en el ao de 1578 ya se consideraba como un sirviente domstico.19 Sobre la procedencia prehispnica del tributo y del servicio personal, Susan Ramrez observa que los relatos de los cronistas hacen hincapi en la diferencia existente entre la modalidad del tributo empleada entre los diferentes grupos, particularmente entre aztecas y los incas. Para los primeros, las obligaciones tributarias se hacan en bienes, mientras que en el mundo incaico el tributo fue calculado en trabajo o en tiempo. Adems de los servicios temporales, o servicios laborales rotativos denominados comnmente mita, se realizaban otros servicios en cultivos, construcciones y actividades guerreras; y en sus orgenes, los posteriormente denominados servicios personales estuvieron mediados por complejos rituales mediante los cuales se adjudicaba la mano de obra a ... un miembro de un grupo de parentesco, linaje y comunidad ms grande, y tal vez, indirectamente, para el estado imperial a travs de las personas del curaca y del Inca.20 Segn Ramrez, la comunidad entera no estaba sujeta al servicio personal; slo uno o dos de cada 100 servan al mismo tiempo el tributo y el servicio personal. Si bien Solrzano consider que este ltimo vulneraba la entera libertad y la voluntad de los naturales, slo aludi de manera tangencial a las formas iniciales de organizacin entre incas y aztecas, pero no hizo mencin al conocimiento que pudiera tener sobre el particular. Si hubiera conocido sus orgenes ms remotos y las diferencias en su conformacin en los diferentes
1 8 Laura Escobari, Caciques, yanaconas y extravagantes. La sociedad colonial en Charcas. S. XVI-XVIII, La Paz, Plural, 2001, p. 226. 1 9 Ibid., p. 229. 2 0 Susan Ramrez alude a la visita de Sebastin de la Gama a Jayana en 1540 y a la respuesta negativa del curaca ante la pregunta sobre la tributacin en bienes, como era la usanza entre los aztecas (El mundo al revs, Lima, Universidad Catlica de Lima, 2002, pp. 176 y 177).

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territorios prehispnicos, habra entendido las desiguales respuestas que obtuvieron las autoridades espaolas en cada una de las poblaciones y su reticencia a los trabajo asignados por los encomenderos. Desde la experiencia como oidor en Lima, pero tambin como espectador de las condiciones en que se llevaban a cabo estas actividades, Solrzano manej siempre una ambivalencia. sta se reflej en sus escritos cuando quiso mediar entre la necesidad de mantener los trabajos obligatorios de los indios, y en ocasiones no remunerados, con el fin de beneficiar al Imperio, pero al mismo tiempo reconoci la extrema carga inhumana que ello supona. Como justificacin apel a la necesidad de que los indios fuesen compelidos al trabajo ya que se trataba de gente sin ocupacin, de condicin servil, y ociosos.21 Por ello, Solrzano se propuso rastrear en el tomo I, libro II de la Poltica indiana lo que haba dicho la ley a partir de las primeras disposiciones en el siglo XVI, para establecer la naturaleza de los indios, su condicin como vasallos y las obligaciones a las que estaban compelidos. En seguida, ofreci los argumentos tanto de sus partidarios como de sus retractores y, finalmente, present las alternativas en las que consideraba factible el uso de los servicios personales.

II. SOBRE

LA LEY:

QUE

CADA UNO HAGA

DE S LO QUE QUISIERE

En cuanto a la prohibicin del servicio personal, Solrzano hizo un recuento general de lo establecido por las cdulas y disposiciones reales durante el siglo XVI. La primera que nombr fue la proscripcin de las Leyes Nuevas de 1542. sta se fundamentaba en que ninguna persona poda hacer ejercicio de los natu-

2 1 Solrzano, op. cit., libro II, captulo VI, p. 175.

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rales en contra de su voluntad22, es decir, apelaba a la entera libertad de la que deban gozar los naturales.23 Libertad que era entendida como la posibilidad de ... que cada uno haga de s lo que quisiere, exceptuando los casos en que las leyes y necesidades pblicas les obligaren al uso de la fuerza, compulsin y detencin de los Indios.24 Sobre este punto se volver ms adelante. La disposicin emitida en 1542 fue ratificada durante todo el siglo aduciendo la posibilidad en que se encontraban los naturales para obrar y proceder como libres. Fue as como esta argumentacin se repiti en sucesivas ocasiones aadiendo un elemento de corte diferente y por lo menos, visto desde hoy, contradictorio frente al sentido de la libertad, pero que serva de organizador en las relaciones entre los particulares y de stos con la misma Corona: la regulacin del tributo.25 Es decir, que tanto los caciques o curacas como los encomenderos, los corregidores26 y dems funcionarios de la Corona se deban limitar a recibir la tasa tributaria a la que estaban obligados los indios en dinero, o en otras cosas, y especies pero de ninguna manera en trabajo.27 La tasacin en dinero o en especie deba servir como recurso indirecto para terminar con el servicio personal, ya que imposibilitaba que los indios encomendados a la real corona o a particulares fueran
2 2 ninguna persona se pudiese servir de los Indios por va de Nabelta, ni Tapia, ni otro modo alguno contra su voluntad. (Solrzano, op. cit., captulo II, p. 142). 2 3 La disposicin a la que alude Solrzano es anterior a 1604, pero no establece una fecha (idem). 2 4 Ibid., captulo VI, p. 178. 2 5 La de Valladolid del 22 de febrero de 1549 y luego renovada en Monzn de Aragn en 1563, citada por Solrzano, op. cit., libro II, captulo II, p. 142. 2 6 Segn Lohmann, El corregidor percibira los tributos procurando desde luego que la cuanta de los mismos no excediera en equivalencia a lo que cada sbdito haba aportado en la poca prehispnica ( El corregidor de indios en el Per bajo los Austrias, Lima, Pontificia Universidad Catlica del Per, 2001, p. 315). 2 7 Deca la ley enunciada por Solrzano: fuesen puestos en su entera libertad, y se tasasen los tributos, que les debiesen pagar por razn de sus encomiendas, en dinero, o en otras cosas, y especies, y slo esas tuviesen obligacin a dar y pagar (op. cit., libro II, captulo II, p. 142). Esta disposicin, de la que Solrzano no indica la fecha exacta, es de antes de 1604.

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objeto de acuerdos personales con su encomendero, para obligarles a que sus deudas pecuniarias fueran reemplazadas por pago en trabajo.28 En este mismo sentido, en Nueva Espaa se estipul en 1555 que no se tasen sino en los frutos de la tierra, conforme a las provisiones, que estn dadas.29 Fue as como la administracin espaola fue reglamentando con precisin las tasas fijas que cada uno de los indios debera pagar al rey o a los encomenderos por su condicin de vasallos. Una de las condiciones para la adjudicacin de indios vacos a las nuevas encomiendas, consista en proveerlas siempre y cuando se cumpliera con estas disposiciones.30 El requisito para mantener las encomiendas tambin dependa de que sus encargados no hicieran uso del servicio personal. Tanto Toledo en el Per, como el licenciado Monzn en la Nueva Granada y el virrey Luis de Velasco en Nueva Espaa, recibieron instrucciones en cada uno de sus territorios para insistir en cuanto a que las nuevas encomiendas se entregaran siempre y cuando no se permitieran los servicios personales y tambin en que a cada pueblo de indios se le ajustara una tasa fija y cierta en el pago del tributo.31 Este tributo deba pagarse en dinero, o especies, segn fuera la voluntad de los encomendados.32 Se dispuso tambin que los encomenderos que incurrieran en el mantenimiento de estos servicios
2 8 Y se manda que esto no se consienta en lo de adelante; sino que as los que estuviesen encomendados a personas particulares, como los puestos en la Corona Real, cumplan con pagar el dinero, o especies, en que estuvieren tasados, y en lo dems los dexen obrar, y proceder como libres: Y que si algunos sirvieren a los espaoles, sea de su propia voluntad, y no de otra manera alguna (Solrzano, op. cit., libro II, captulo II, p. 143); (la de Valladolid del 22 de febrero de 1549 y luego renovada en Monzn de Aragn en 1563). 2 9 Idem . 3 0 Segn la cdula de Valladolid de 1601, El encomendero, que usare de ellos, y contraviniere a esto, por el mismo caso haya perdido, y pierda su encomienda: lo cual es mi voluntad, que as se cumpla, y execute, y que el tributo de los dichos servicios personales se conmute, y pague como se tasare, en frutos, de los que los mismos indios tuvieren, y cogieren en sus tierras, o en dinero, lo que de esto fuere para los indios ms cmodo, y de mayor alivio, y menos vexacin (ibid., pp. 143 y 144). 3 1 Deca Solrzano reduciendo a tasas fijas y ciertas lo que los indios huviesen de pagar al Rey, y a los encomenderos, y que del todo cesasen los dichos servicios (idem) . 3 2 Ibid., p. 143.

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perdieran su encomienda y fueran excomulgados quienes lo adoptaran como castigo por los delitos cometidos por los indios.33

III. MANTENER O QUITAR LA SERVIDUMBRE? HOMBRES DE ESTAO Y ORO


Estudiar las razones esgrimidas por Solrzano a favor y en contra del sostenimiento del servicio personal permite rastrear los aspectos esenciales para entender cmo pensaba el jurista acerca de los individuos, de la sociedad, de la figura del rey y de la costumbre. A estos aspectos se referirn los prrafos siguientes. En cuanto a la concepcin de los individuos, existan ciertas creencias y certezas por parte de Solrzano:

La primera, trada de la Grecia clsica, tena que ver con la abundancia de cierto tipo de poblacin que estaba hecha para la realizacin de los trabajos obligados. De acuerdo con lo analizado por Schfer, para Aristteles exista un amplio espectro de superioridades e inferioridades naturales que eran susceptibles de diferentes formas de dominio, siempre y cuando se apuntara a un fin comn orientado para el provecho en conjunto.34 Solrzano defini este tipo de poblacin como tosca, ruda y muy abundante o copiosa casi [en cantidad] como el nmero de animales.35 Solrzano estimaba que esta poblacin no slo estaba conformada por la poblacin indgena; all se incluan negros, mestizos, mulatos, zambaigos y espaoles pobres, segn se desarrollar en el siguiente punto. La mencin de que la condicin fsica del indgena favoreca el mantenimiento del trabajo servil fue muy frecuente en Solrza-

3 3 Cdula de 1634 citada por Solrzano (ibid., p. 145). 3 4 Christian Schfer, La poltica de Aristteles y el aristotelismo poltico de la Colonia, en Ideas y Valores, n 119, Bogot, Universidad Nacional de Colombia, 2002, p. 113. 3 5 Solrzano, op. cit., libro II, captulo VI, p. 172.

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no.36 Para el jurista, las caractersticas de superioridad fsica e inferioridad intelectual de cierto tipo de poblacin eran inherentes a su condicin, y tal como los sealaban las sentencias de Sneca y de Aristteles, se reafirmaba la necesidad de organizarlos segn los requerimientos del bien comn.37 Deca Solrzano que ... a quienes la naturaleza dio cuerpos ms robustos o vigorosos para el trabajo, y menos entendimiento o capacidad, infundindoles ms estao que de oro por esta va, son los que se han de emplear en l 38, mientras que a otros, a quienes se les dio mayor entendimiento, estaban hechos para su gobierno. Esta apreciacin de Solrzano deriv en varios puntos. El primero con respecto a la percepcin que se tena del cuerpo y su asociacin directa con el trabajo y con la estratificacin social. Aqu, Solrzano compar la capacidad intelectual de los hombres con el valor del oro y del cobre. Pero al mismo tiempo, su reflexin invoca una comprensin esttica e inmutable del individuo y de la sociedad, sustentada por la idea de que tanto la complexin fsica como la capacidad intelectual nacen con el individuo, de tal manera que estas condiciones determinan y justifican el mantenimiento de ciertas personas como servidoras o vasallos por naturaleza y de otras como aptas para mandar.

Pero adems de la condicin fsica, mantuvo la idea de que por la condicin, y naturaleza de los Indios seran muy pocos los que se alquilasen o mingasen de su voluntad39; es decir, existe toda una elaboracin mental de parte de Solrzano acerca del desgano y la abulia del indgena. Solrzano asumi como una propensin natural del indgena, casi como parte de su propia naturaleza, y no como signo de resistencia y rechazo al mantenimiento de las condiciones en que se desarrollaban las

3 6 En este punto, Solrzano se distanciaba de la doctrina aristotlica, en cuanto para el filsofo no existan caracteres hereditarios visibles o medibles que fueran causa de servidumbre o esclavitud. La posicin de Solrzano fue semejante a la de Seplveda quien, de acuerdo a lo analizado por Schfer, en sus escritos asumi la existencia de signos visibles de inferioridad en la poblacin indgena. Vase al respecto Schfer, op. cit., pp. 115 y 128. 3 7 Solrzano, op. cit., libro II, captulo VI, p. 175. 3 8 Ibid., p. 172. 3 9 Ibid., p. 176.

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relaciones de trabajo, entre individuos, su inclinacin a la pereza y el ocio. Pero al mismo tiempo rechazaba categricamente la vagancia y la pereza en cualquier otro miembro de la sociedad, fuera o no indgena, invocando para ello la cdula de 1601 sobre el servicio personal, en la que expresamente se mandaba: Que de la misma manera sean compelidos los espaoles de condicin servil, y ociosa, que huviere, y los Mestizos, Negros, Mulatos, y Zambigos libres y que no tengan otra ocupacin, ni oficio, para que todos trabajen, y se ocupen en el servicio de la repblica.40

La preeminencia y superioridad de los espaoles tambin aparece explcita en el texto de Solrzano. Esta afirmacin brota en el jurista como justificacin para el sostenimiento de los trabajos serviles y como mecanismo para reivindicar el carcter superior del pueblo espaol como realizador del proceso colonizador. A los espaoles los calificaba como aptos e industriosos y a los indios como sujetos de corta capacidad.41 La superioridad de la que hablaba tambin tena que ver con la profesin de la fe catlica y las virtudes que orientaban la vida de los primeros a diferencia de los segundos, que estaban signados por toda clase de vicios, por la ociosidad ya mencionada, y por las borracheras e idolatras que los caracterizaban. De tal manera que el jurista consideraba imprescindible la influencia que pudieran tener los espaoles, a travs de la enseanza, tanto en los sistemas de trabajo y en el manejo del tiempo y los oficios, como en la doctrina y la transmisin de las virtudes que pudieran propagar entre los indios42, concluyendo que el pago a estas enseanzas deberan ser los servicios personales.

4 0 Ibid., captulo II, p. 144. 4 1 Ibid., p. 175. 4 2 Porque nadie podr dudar, que con la direccin, y asistencia de los Espaoles en tan variados oficios, y ministerios, como los ejercen, se han hecho ms aptos, e industriosos en ellos porque no alcanzaba los ms su corta capacidad, y tambin se enriquecen y aprovechan con los salarios y jornales, que les dn, con que pagan sus tributos y tasas, y les queda algo para ayuda de su sustento. Y lo que importa sobre todo, son enseados en la Fe y confirmados en ella, y se les estorvan sus borracheras, idolatras, y otros vicios, a que de otra suerte se entregarn, si vivieran ociosos: y as no es mucho, ni puede causar extraeza, que en retorno de tales bienes hagan

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El reconocimiento al rey como autoridad suprema sobre cualquier otra autoridad cerraba la argumentacin de Solrzano. Ninguna otra autoridad en los reinos de Indias, ni civil ni eclesistica, poda contratar ni apelar al servicio de los indios, as fuera a cambio de un salario, si no era por voluntad del indio o por disposicin real. Quedaba, entonces, en manos de la autoridad real la posibilidad de decidir sobre el trabajo obligatorio de los indios. Era en el rey en quien el pueblo haba depositado toda la confianza, y de esta manera era al nico al que se deba obedecer:
Y slo reconocen al rey la sujecin y jurisdiccin, que como tales le deben reconocer, sin que contra su voluntad sean compelidos, ni llevados a ninguno de estos servicios, aunque se les pague cualquier competente, o aventajado salario, como lo vemos, y nos lo ensea la prctica, y experiencias de cada da.43

En cuanto a la vida social, la causa y utilidad pblica del servicio personal fue el primer argumento de Solrzano a favor de su mantenimiento. Bien saba Solrzano que varios gobernantes en el Per y en los otros reinos de Indias haban asumido sin restricciones la posibilidad de implementarlo en sus casas, haciendas o necesidades personales y de esta manera recibir el pago de la tributacin, de los derechos por encomienda o cualquier otra deuda que tuviesen los naturales a su cargo; sin embargo, Solrzano era partidario de asumirlo bajo ciertas limitaciones que facilitan comprender su percepcin acerca del trabajo y de unas ciertas normas que reglaran la vida en sociedad. Veamos:

En los casos de utilidad pblica, en especial la edificacin de iglesias, casas y obras pblicas, Solrzano era partidario de que las faenas de trabajo estuvieran a cargo de los indios, siempre y cuando se cumplieran determinadas condiciones: el pago de
ellos en aprovechamiento, y comodidad de aquellos, de quien lo reciben: pues es obligacin recproca, y general en todos hombre y naciones, que as como los sabios, slo por serlo, deben ensear dirigir y hacer mejores con su ciencia a los ignorantes: as estos en pago de esta enseanza les debe retornar lo que pudieren, segn su calidad y capacidad (ibid., captulo VI, p. 175).

4 3 Ibid., captulo V, p. 162.

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un jornal y la interrupcin mientras se llevara a cabo el servicio personal del pago del tributo y de obligaciones de la mita.44

No obstante la constante alusin a la poblacin indgena como principal protagonista de los trabajos serviles, el autor marc las diferencias existentes con otros miembros de la sociedad afirmando que los grupos ms ajustados para el desempeo de servicios personales eran los negros y los esclavos, aunque tampoco se deban excluir de los trabajos serviles a los espaoles y mestizos que por su flojedad y desdeo se hicieran merecedores a stos. En este punto fue enftico, particularmente cuando se trataba de tareas en extremo pesadas, como el trabajo en las vias, los ingenios, la recoleccin del ail y los trabajos que se desarrollaran en los olivares. En cambio, las restricciones que encontraba para el trabajo obligatorio de los indios en los cultivos de coca, de tabaco y de cacao fueron ms bien de orden moral y religioso.

4 4 no han faltado otros muchos igualmente graves, doctos y piadosos varones y profesores de teologa, y jurisprudencia, y muy entendidos, y versados en el Gobierno Poltico, que mirando de cerca, y con atencin la naturaleza de los indios, y de su tierra, el estado, y su disposicin, que de presente tienen en ella todas las cosas, son de contrario parecer, y seguramente se atreven a afirmar, que como estos servicios personales conciernen principalmente a la causa y utilidad pblica, no se pueden quitar sin notable prejuicio, y menoscabo de todo el Reyno, y de los mismos Indios; y que no desdicen de las reglas y razones del derecho, aunque por fuerza les compelan, y repartan a ellos, como se les paguen competentes jornales, y no los graven en sus personas y haciendas, y se truequen por veces o Mitas estos repartimientos: de manera, que se muden, y descansen de su trabajo y se guarden otros requisitos, de que har particular relacin en el captulo que se sigue (ibid., captulo II, p. 170).

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IV. EL

PULPO MUDA COLORES SEGN

EL LUGAR A DONDE SE PEGA

Otros tres argumentos que sirvieron a Solrzano para considerar el mantenimiento de los servicios personales, fueron el aprendizaje por imitacin, el sostenimiento de la costumbre y el contenido de lo que en el momento se denominaba la entera libertad de vasallos. En Solrzano, el aprendizaje por imitacin giraba alrededor de dos tpicos. El primero sorprende por haberse dado tan tempranamente y porque rompe con esquemas mentales muy acendrados en el mbito iberoamericano. Solrzano vea la necesidad de erradicar el prejuicio existente acerca del trabajo manual y agrario como formas de trabajo viles y bajos. Para eliminar este prejuicio, deca, haba que estimular el ejercicio de los espaoles en las labores del campo, en el trabajo de las minas y en las distintas actividades para el servicio pblico. De esa manera, y aqu se empata con el segundo tpico, los indgenas tendran un buen medio para que por imitacin pudieran aprender las enseanzas y destrezas necesarias para el desempeo de ciertos oficios. Implcitamente, el aprendizaje por imitacin confirmaba la superioridad de los espaoles. De otro lado, el respeto por la costumbre fue entendido como la necesidad de mantener, en ciertos entornos, disposiciones particulares que eran necesarias para el buen funcionamiento de los pueblos. Aqu se comprende y se pone de relieve tanto la llamada casustica como la necesidad de reglamentar y disponer leyes generales pero adaptndolas a cada entorno. Deca Solrzano: Y como el pulpo muda colores segn el lugar a donde se pega, as el legislador, que es atento y prudente, debe variar sus mandatos segn las regiones, a cuyo gobierno los encamina, y sta es su mejor ley.45 Esta idea provey a Solrzano de nuevas herramientas para comprender que en ciertos universos y bajo ciertas condiciones era necesario el sostenimiento de formas serviles de trabajo.
4 5 Ibid., p. 175.

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No slo eran las condiciones naturales de ciertos sujetos las que los hacan susceptibles para ser cargados con los servicios personales, sino que los requerimientos especiales de algunos territorios justificaban su mantenimiento. Sin embargo, era preciso que quitar[an] y castiga[ran] los delitos y excesos que se pudieran cometer en su aplicacin.46 Es aqu donde vuelve a surgir la consideracin sobre los lmites de la libertad, Libertad de los vasallos, como era denominada por Solrzano. Para entender este concepto, Solrzano apelaba al derecho argumentando dos principios: del mal, hay que escoger el menor47, y el principio sobre la necesidad de aplicar leyes diferentes a los casos particulares de cada territorio.48 Uno de los males menores era mantener el servicio forzado, dado que el carcter ocioso de los indios, su mala gana y la flojedad para los trabajos imposibilitaban que fuesen trabajadores voluntarios aun a cambio de una remuneracin.49 Al mismo tiempo, un buen gobierno autorizaba el trabajo obligatorio de sus ciudadanos sin por ello restringir su libertad, porque el principio general estaba encausado a cumplir con una justa causa y al logro del bien universal. Entendindolo de esta manera, la libertad ltima del individuo estaba mediada por las necesidades del rey y por las condiciones y actividades econmicas de los territorios. No obstante, las implicaciones sociales y la mentalidad sobre cada uno de los individuos y de los grupos pesaba ms que las anteriores consideraciones y pona mayores lmites para lograr extinguir todas las formas de trabajo servil. En el caso de Solrzano, tambin exista una atadura ms, y esta limitacin tena que ver con la actitud incondicional
4 6 Deca Solrzano: Parece que quitando, y castigando los delitos, y excesos, que esos nunca es justo que se prescriban, es de mucha ponderacin la observancia de tantos aos en la continuacin de dichos servicios, para que no se deban quitar fcilmente del todo ( ibid., pp. 173-175). 4 7 porque quando en alguna cosa se complican, o pueden recelar daos, males o inconvenientes, la vulgar regla o refrn del derecho nos ensea, que se ha de tolerar o escoger los menores (ibid., p. 175). 4 8 Que segn el lugar, conviene, que en unas partes hagamos esto, y en otras aquello (idem). 4 9 Ibid., p. 176.

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que mantena como funcionario de la Corona. Por ello, a pesar de su claridad sobre la condicin ignominiosa de estos servicios, mantuvo una posicin ambivalente.

V. CONSIDERACIONES

FINALES

Las pginas anteriores han querido poner de relieve los aspectos bsicos que sobre el servicio personal fueron sealados por Solrzano y Pereira en la Poltica indiana. El escrito ha cumplido con la tarea de resaltar una de las instituciones, que a diferencia de la mita y la encomienda ha sido menos tratada por los investigadores coloniales y cuyas caractersticas no haban sido suficientemente precisadas. Como en el caso de la encomienda, llama la atencin que siendo una institucin que desde la primera mitad del siglo XVI haba sido prohibida por la legislacin, cien aos despus segua siendo tema de debate y, en especial, se mantenan vivos su aplicacin y el estudio de sus posibilidades y limitaciones. Ms all de las conclusiones e implicaciones a las que llega Solrzano, la tarea de rastreo sobre lo dicho por sus antecesores acerca del servicio personal es encomiable, tanto por la profundidad de su estudio, como por la rigurosidad con que la desarroll. Es de tener en cuenta que la historia de la institucin slo la contempl desde lo legislado por la metrpoli y lo comentado por los funcionarios en Amrica, sin hacer mencin sobre el uso y las prcticas de la institucin tal como se haba desarrollado en el perodo prehispnico. El estudio de Solrzano recoge muy buena informacin sobre la primera mitad del siglo XVII, perodo sobre el que los historiadores tienen mucho que decir. Solrzano, a travs de sus impresiones en la Audiencia de Lima, permite indagar cules fueron los cambios y las permanencias con respecto al siglo anterior. Es significativa la importancia atribuida por el jurista a la tasa y retasa de tributos, como medio para aminorar los excesos cometidos por los encomenderos y, en general, por los funcionarios reales; por ejem262

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plo, la recomendacin hecha sobre el mantenimiento de la tributacin en especie permite inferir que, pese a los esfuerzos realizados en la segunda mitad del siglo XVI, an no se haba logrado la regularizacin del pago en metlico siendo normal que, de acuerdo con cada contexto colonial, permanecieran activas distintas formas de pago del tributo. Futuras investigaciones podrn profundizar acerca de temas que en este artculo slo han sido esbozados. Faltaran por desarrollar temas relacionados con el imaginario de la poca acerca del indgena, con el papel del rey, con el respeto por la costumbre, con los alcances del concepto de libertad y con las posiciones ante el trabajo manual. Sin embargo, la obra de Solrzano es un excelente recurso para comprender que, pese a la generalizada idea de que el siglo XVII fue un siglo de crisis y de gran autonoma para los territorios americanos, figuras como Solrzano y Pereira desplegaron un ejercicio intelectual que puso al descubierto temas de gran vigencia para entender cmo se viva en los territorios americanos.

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INDICACIONES BIOGRFICAS
HERACLIO BONILLA
Actualmente es profesor del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia y ha centrado su trabajo investigativo en la historia de la moneda y la historia del Per en el perodo de la Independencia y, en general, durante el siglo XIX. Publicaciones recientes: Metfora y realidad de la independencia en el Per, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2001. Editor, junto con Gustavo Montaz, de: Colombia y Panam. La metamorfosis de la nacin en el siglo XX, Bogot, Universidad Nacional de Colombia, 2004. El futuro del pasado. Las coordenadas de la configuracin de los Andes, 2 vols., Lima, Fondo Editorial del Pedaggico de San Marcos, 2005. El Per en la segunda mitad del siglo XX. La trayectoria del desencanto, Lima, en prensa. [email protected]

DIANA BONNETT
Es historiadora de la Universidad Javeriana y doctora en historia del Colegio de Mxico. Actualmente es directora y profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Centra su trabajo de investigacin en la historia colonial con nfasis en su aspecto agrario. Publicaciones por destacar: Tierra y Comunidad: un problema irresuelto. El caso del altiplano Cundiboyacense 1750-1800, Bogot, Universidad de los Andes, CESO, Instituto Colombiano de Antropologa e Historia, 2002. Las reformas en la poca toledana (1569-1581): economa, sociedad, poltica, cultura y mentalidades, en Proyecto Editorial Historia Andina, T. III, Quito, Universidad Simn Bolvar, 2003. Junto con Luz Adriana Maya (comp.), Balance y desafos de la Historia de Colombia a inicios del siglo XXI. Homenaje a Jaime Jaramillo Uribe, Bogot, CESOEdiciones Uniandes- Departamento de Historia, Octubre, 2003.

INDICACIONES

BIOGRFICAS

Junto con Felipe Castaeda (eds.), El Nuevo Mundo. Problemas y Debates, Estudios interdisciplinarios sobre la conquista y la colonia de Amrica 1, Bogot, Universidad de los Andes, 2004. Et al. (comps.), La Nueva Granada Colonial. Seleccin de textos histricos, Bogot, Uniandes, Universidad de los Andes, 2005. Lo pblico y lo privado desde la perspectiva histrica, en: Hacer visible lo visible: lo privado y lo pblico, Ignacio Abello (comp.), Razn en situacin 2, Universidad de los Andes, 2005. [email protected]

FELIPE CASTAEDA
Actualmente es director y profesor asociado del Departamento de Filosofa de la Universidad de los Andes. Centra su trabajo investigativo en la Filosofa de la Guerra del siglo XVI y en la Filosofa Medieval. Publicaciones recientes: La antropofagia en Francisco de Vitoria, en Ideas y Valores, n. 126, 2004, pp. 3-18. Interpretacin e imagen de mundo en Wittgenstein, en No hay hechos, slo interpretaciones, Carlos B. Gutirrez (ed.), Razn en Situacin 1, Ediciones Uniandes, Bogot, 2004, pp. 289-327. Frente al terrorismo: entre la guerra justa y la crisis de la guerra, en La misin de los pensadores y de la filosofa hoy desde nuestra Amrica, Sociedad Argentina de Filosofa, Coleccin Perspectivas, Tomo 10, Crdoba, 2004, pp. 79-95. La persona moral frente al Estado infalible: Lo pblico y lo privado desde el problema de la insubordinacin en Kant, en Kant: Defensa y lmites de la razn, Wilson Herrera y Camila de Gamboa (eds.), Bogot, Centro editorial Universidad del Rosario, 2005, pp. 231-273. El Tratado sobre la cada del demonio o el problema del origen y de la concepcin del mal en Anselmo de Canterbury, en Anselmo de Canterbury -Tratado de la cada del demonio, Bogot, Ediciones Uniandes, Universidad de los Andes, 2005, pp. 1-133. [email protected]

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INDICACIONES

BIOGRFICAS

RAFAEL DAZ
Actualmente es profesor asociado y director de la Maestra en Historia del Departamento de Historia y Geografa de la Facultad de Ciencias Sociales en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogot. Su trabajo investigativo se centra en las manifestaciones y las dinmicas de las culturas afrocoloniales en el Nuevo Reino de Granada. Publicaciones por resaltar: Esclavitud, regin y ciudad. El sistema esclavista urbano y urbano-regional en Santaf de Bogot, 1700-1750, Bogot, Centro Editorial Javeriano, 2001. Es posible la libertad en la esclavitud? A propsito de la tensin entre la libertad y la esclavitud en la Nueva Granada, en Historia Crtica, n 24, 2002, pp. 67-77. Matrices coloniales y disporas africanas: hacia una investigacin de las culturas negra y mulata en la Nueva Granada, en Memoria y sociedad, vol. VII, n 15, 2003, pp. 219228. Paipa: El Espacio. De los Paibas Muiscas al siglo XIX, en lvaro Oviedo Hernndez (ed.), Paipa: historia y memoria colectiva, Bogot, Alcalda de Paipa, Ediciones DVinni, 2003, pp. 29128. Entre demonios africanizados, cabildos y estticas corpreas: aproximaciones a las culturas negra y mulata en el Nuevo Reino de Granada, en Universitas Humanstica, n 60, 2005, pp. 29-37. [email protected]

MARTHA HERRERA
Actualmente es profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes de Bogot. Su trabajo investigativo se centra en la geografa histrica de los periodos precolombino y colonial, con nfasis en el ordenamiento espacial, el control poltico y la resistencia a la dominacin. Publicaciones por resaltar: Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control poltico en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales neogranadinos, siglo XVIII, Bogot, Instituto Colombiano de Antropologa e Historia y Academia Colombiana de Historia, 2002. Poder local, poblacin y ordenamiento territorial en la Nueva Granada siglo XVIII, Bogot, Archivo General de la Nacin, 1996. Calima as part of the Province of Popayn. The Prehispanic Legacy, en Marianne Cardale Schrimpff (ed.), Calima and Malagana. Art and
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BIOGRFICAS

Archaeology in Southwestern Colombia, Lausanne, Suiza, Fundacin Pro-Calima, 2005, pp. 258275. Muiscas y Cristianos: del Biohote a la Misa y el trnsito hacia una sociedad individualista, en Boletn de Historia y Antigedades, vol. XC, n 822, 2003, pp. 497531. Historia y geografa, tiempo y espacio, en Historia Crtica, n 27, 2004, pp. 169185. [email protected]

JORGE AUGUSTO GAMBOA


Actualmente es investigador del grupo de historia colonial del Instituto Colombiano de Antropologa e Historia. Su trabajo investigativo se centra en las sociedades indgenas del Nuevo Reino de Granada bajo el dominio espaol durante el siglo XVI. Publicaciones recientes: Los caciques muiscas y la transicin al rgimen colonial en el altiplano cundiboyacense durante el siglo XVI (1537-1560), en Ana Mara Gmez Londoo (eda.), Muiscas, representaciones, cartografas y etnopolticas de la memoria, Bogot, Pontificia Universidad Javeriana, 2005. La encomienda y las sociedades indgenas del Nuevo Reino de Granada: el caso de la provincia de Pamplona (1549-1650) en Revista de Indias, vol. 64, n. 232, 2004. pp. 749-770. El precio de un marido. El significado de la dote matrimonial en el Nuevo Reino de Granada. Pamplona (15701650), Bogot, Instituto Colombiano de Antropologa e Historia, 2003. El papel de la minera en la formacin de la economa y la sociedad colonial del Nuevo Reino de Granada, siglos XVI-XVIII, en Takw. Revista de Estudiantes de Historia, n 7, 2003, Guadalajara (Mxico), Universidad de Guadalajara. El rgimen de la encomienda en una zona minera de la Nueva Granada. Los indios de la Provincia de Pamplona a finales del siglo XVI (1549-1620), en Fronteras, n 3, Revista del Instituto Colombiano de Cultura Hispnica, Bogot, 1998. [email protected]

MAURICIO NOVOA
Es abogado graduado por la Universidad de Lima y M. Phil. por la Universidad de Cambridge, en donde fue William Senior Scholar en Comparative Law and Legal History. Actualmente es profesor y secretario general de la Universidad de Lima. Su trabajo investi268

INDICACIONES

BIOGRFICAS

gativo se centra en la historia del derecho y en el derecho constitucional. Es autor del libro Defensora del Pueblo: Aproximaciones a una institucin constitucional, Lima, Fondo Editorial Universidad de Lima, 2003. [email protected]

ENRIQUETA QUIROZ
Actualmente es profesora investigadora titular B, tiempo completo del Instituto Mora (Mxico). Su trabajo investigativo se centra en el mercado y la demanda alimentaria en la ciudad de Mxico, durante el perodo colonial. Publicaciones por resaltar: Entre el lujo y la subsistencia. Mercado, abastecimiento y precios de la carne, en la ciudad de Mxico 1750-1812, El Colegio de Mxico/Instituto Dr. Jos Mara Luis Mora, 2005. Del mercado a la cocina. Alimentacin en la ciudad de Mxico. Siglo XVIII, en Pilar Gonzalbo Aizpuru (coord.) Historia de la vida cotidiana en Mxico, El Colegio de Mxico/Fondo de Cultura Econmica, 2005. Del estanco a la libertad: el sistema de la venta de carne en la ciudad de Mxico (1700-1812), en Guillermina del Valle Pavn (coord.), Mercaderes y consulados novohispanos en el siglo XVIII, Instituto Dr. Jos Mara Luis Mora, 2003, pp.191-223. Mercado urbano y demanda alimentaria, 1790-1800, en Manuel Mio Grijalva y Sonia Prez Toledo (coords.) La poblacin de la Ciudad de Mxico en 1790. Estructura social, alimentacin y vivienda, UAM-Iztapalapa/El Colegio de Mxico/CONACYT, 2004, pp.193-225. Criterios alimentarios en el siglo XVIII novohispano, en Cuadernos de Nutricin, vol 19, n 3, Mayo-Junio, 1996, Mxico D.F., pp. 21-28. [email protected]/[email protected]

PAOLO VIGNOLO
Actualmente es profesor asociado del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogot. Es miembro co-fundador del grupo Historiografa cultural: prcticas, imaginarios y representaciones. Sus lneas de investigacin exploran prcticas, imaginarios y representaciones de mundos al revs (antpodas, carnaval). Publicaciones por destacar: Clavileo y el
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INDICACIONES

BIOGRFICAS

Hipgrifo: imaginarios geogrficos en el Quijote y en el Orlando Furioso, en Studia colombiana, vol. 4, El Quijote en Amrica: premios de ensayo de la Universidad de Salamanca, dic. 2005, pp. 110-134. Chair de notre chair. La reprsentation du cannibalisme dans la construction dune identit europenne, en: Anthropologie historique du corps, F. Duhart (editor), Paris, LHarmattan, 2006, pp. 187-227. Versin en espaol del mismo que est en va de publicacin: Hic sunt canibales. El canibalismo del Nuevo Mundo en el imaginario europeo, en Anuario colombiano de Historia Poltica y de la Cultura, n 32, 2005, Bogot. Nuevo Mundo: Un mundo al revs? Los antpodas en el imaginario del Renacimiento, en El Nuevo Mundo. Problemas y debates, Estudios interdisciplinarios sobre la conquista y la colonia de Amrica 1, Diana Bonnett y Felipe Castaeda, (eds.), 2003, pp. 23-60. Mapas de lo desconocido: ficciones cosmogrficas e imaginarios geogrficos entre Edad Media y Renacimiento, en Actas del curso de Historia de la Ciencia, Celebraciones de los 200 aos del Observatorio Astronmico Nacional, Universidad Nacional de Colombia, Bogot (en prensa). El pan y el circo: La experiencia ldica en una sociedad de mercado, Bogot, Tercer Mundo, 1996. [email protected]

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I SBN 958 - 695 - 218 - 5

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