La Megamáquina - Serge Latouche - 1998
La Megamáquina - Serge Latouche - 1998
La Megamáquina - Serge Latouche - 1998
La megamquina infernal Lewis Mumford, y an ms Cornelius Castoriadis, nos ensearon que la mquina ms extraordinaria inventada por el genio humano no es otra que la organizacin social misma. Despus de la metfora del organismo, la metfora de la mquina ha sido utilizada ad nauseam para referirse a la sociedad. Lo cierto es que, conforme a la visin cartesiana del animal mquina, las dos metforas remiten a una misma visin mecanicista de la sociedad. El proyecto de racionalizacin siempre ha apuntado en ltimo trmino, bien a travs del orden tcnico bien a travs del orden econmico, a la organizacin de la Ciudad. Frank Tinland seala, con razn, a propsito de la tecno-ciencia, que sta de hecho siempre tiene que ver con un tringulo tecno-econmico-cientfico [1]. La dinmica tecnoeconmica planetaria ha adquirido el aspecto de un macrosistema descentralizado bastante diferente de la megamquina centralizada (como el Estado faranico o la falange macedonia consideradas por Lewis Mumford), pero de buena gana la calificara de infernal. Algo que merece ser precisado. Se trata, por un lado, de identificar dicha mquina, de especificar sus caractersticas y, por otro, de mostrar qu es lo que puede justificar el calificativo de infernal.
La mquina humana El carcter maqunico del funcionamiento del mundo contemporneo se manifiesta por el ascenso de la sociedad tcnica y, al mismo tiempo, por el ascenso del sistema tcnico, pero tambin por el hecho de que los hombres mismos se han convertido en engranajes de un gigantesco mecanismo. Cada vez con mayor razn se puede hablar de una ciberntica social [2]. sta destaca, en un primer momento, por la emancipacin, con respecto a lo social, de la tcnica y de la economa y, ms adelante, por la absorcin de lo social por lo tecno-econmico.
La emancipacin y el desencadenamiento de la tcnica y de la economa Si la tcnica es, en su esencia abstracta y, como tal, insignificante, tan vieja como el mundo, la aparicin de una sociedad en la que la tcnica ya no es un simple medio al servicio de los objetivos y valores de la comunidad, sino que se convierte en el horizonte insuperable del sistema, en un fin en s misma, data del periodo de la emancipacin de las regulaciones sociales tradicionales, es decir, de la modernidad. No alcanza toda su amplitud ms que con el hundimiento del compromiso entre
La maquinizacin de lo social La emancipacin de lo tcnico y de lo econmico no significa que lo social se mantenga al margen de tales mecanismos, ni que conserve su autonoma, que la poltica, en particular, podra y debera utilizar tales mquinas en funcin de sus propios proyectos. Muy al contrario y como ya se ha sugerido, la autonomizacin de lo tcnico y de lo econmico, su desinsercin de lo social, vacan a este ltimo de toda substancia. La autonomizacin no puede producirse ms que al precio de una incorporacin y de una absorcin de lo social por las mquinas y, finalmente, del hundimiento de aqul. Los hombres, su voluntad, sus deseos, son captados, desviados, por la lgica del todo. Los ciudadanos son convertidos en usuarios. Ciertos aspectos de esta megamquina ya son bien conocidos y fueron analizados hace tiempo. Marx, en particular, analizaba el mundo moderno como un sistema cuyo ncleo, el modo de produccin capitalista, era una autntica mecnica. Marx habla incluso de un doble molinillo que reproduce a los proletarios como fuerza de trabajo siempre condenada a ser triturada por el capital y, al mismo tiempo, mediante el mismo mecanismo que reproduce al propio capital, siempre dispuesto a utilizar cada vez ms fuerza de trabajo. Adam Smith, con su mano invisible, es el gran profeta de la gran maquinaria moderna, gracias al esclarecimiento de los maravillosos automatismos del mercado. Los hombres de las Luces, fascinados por los autmatas, desearon conscientemente que lo social estuviese regulado de forma
El callejn sin salida La carrera por el progreso en la que estamos atrapados es, hablando con propiedad, delirante. La acumulacin ilimitada de capital, el crecimiento indefinido de las tcnicas, la produccin por la produccin, la tcnica por la tcnica, el progreso por el progreso, ese siempre ms que constituye la ley de las sociedades modernas no puede proseguir eternamente. Esta huida hacia delante, necesaria para el equilibrio dinmico del sistema, viene a chocar con la finitud relativa del mundo. Los lmites naturales estn cerca de ser franqueados, como testimonian la crisis ambiental y el ascenso de las preocupaciones ecolgicas. Acaso sea ms fundamental la pertinencia misma de esta tensin entre necesidad y escasez en el corazn mismo del sistema, que se alcanza cuando una tasa de crecimiento anual del nivel de vida del 10% durante un siglo multiplica este ltimo por 736. Podemos seguir mantenindonos ciegos de forma sostenible y no ver que lo mejor es el enemigo del bien? Entindase bien, no se trata de cultivar una nostalgia romntica por un universo pre-tcnico. En s mismas, las tcnicas actuales, incluso las ms audaces, como los proyectos de ciber-ntropos, los cyborgs, las mutaciones genticas, la colonizacin del espacio, no son ms delirantes, ni ms ni menos que la invencin de la rueda, del fuego, de la mquina de vapor o que el descubrimiento de Amrica. La inquietud nace de la inadecuacin entre el nivel tcnico alcanzado y la mquina humana encargada de fabricar socialmente a los ciudadanos. Podemos concebir la idea de fabricar socialmente personas sanas incorporando montones de prtesis en un mundo sano poblado de mquinas. Resulta angustioso ver tcnicas superpoderosas utilizables sin control por empresas que no tienen otra ley que el beneficio, a los seores de la guerra que slo suean con su control, a los burcratas que no buscan ms que la eficacia, en un mundo sin alma, sin coherencia y sin proyecto.
La injusticia Finalmente, la dinmica de la mquina social planetaria es infernal por ser gravemente injusta. Programada para realizar la mayor felicidad para el mayor nmero, est en trance de realizar la infelicidad de la mayora, si no de todos, tras haber favorecido de
La uniformizacin / conformizacin Ya he descrito y analizado con amplitud el proceso de uniformizacin planetaria en La occidentalizacin del mundo [6]. La megamquina tecno-cientfica, la apisonadora occidental, aplasta culturas, lamina las diferencias y homogeniza el mundo en nombre de la Razn. Dicho proceso tiene efectos desculturizadores en el Sur y acarrea un peligro de conformismo para todos mediante al mundializacin de la cultura o de aquello que ocupa su lugar, mediante la prdida de referentes morales y su sustitucin por las modas y los sondeos. Estamos asistiendo a una universalizacin planetaria de los modos de vida y de consumo, al mismo tiempo que a una dictadura de la mediocridad, junto con la banalizacin de lo excepcional y la exaltacin de lo banal. Esto de nuevo no es ms que la realizacin del programa de la modernidad, en la medida en que la modernidad concibe a la humanidad como una coleccin abstracta de hombres idnticos, el hombre universal de las Luces. Ya no hay, pues, razn para comer, vestirse y consumir de forma diferente: todo el mundo lleva vaqueros y bebe Coca-Cola. Los acontecimientos culturales se convierten en acontecimientos mundiales (Dallas, los Juegos Olmpicos). La universalizacin cultural no excluye el surgimiento de rivalidades entre iguales, al contrario. Cuanto ms se asemejan los hombres, ms aparecen las hostilidades, ms persisten las diferencias en el seno de la identidad. En todo momento se observa que los conflictos se producen, no cuando las diferencias alcanzan su mximo, sino cuando las condiciones se aproximan (quebequeses y anglfonos en Canad; descomposicin del Imperio otomano; serbios, croatas y bosnios hoy en da).
El desarraigo La dinmica tecno-econmica mundial desarraiga a los pueblos y acarrea una desculturizacin dramtica de todas las sociedades tradicionales. La prdida de las identidades culturales, el desencantamiento del mundo y la exclusin econmica y social mediante la desvalorizacin de las competencias, la deslegitimacin de los estatus y el imposible acceso al nivel de vida americano, favorecen un desencadenamiento desesperado de explosiones identitarias, del que la ex Yugoslavia ofrece un trgico y lamentable ejemplo.
La destruccin de lo poltico La transformacin de los problemas por su dimensin y tecnicismo, la complejidad de las intermediaciones y la simplificacin meditica de las puestas en escena han desposedo a los electores, y a menudo a los elegidos, de la posibilidad de conocer y de poder decidir. La manipulacin combinada con la impotencia ha vaciado a la ciudadana de todo contenido. El propio funcionamiento de la megamquina implica dicha abdicacin por razones muy pedestres: la desposesin productiva y la ausencia del deseo de ciudadana.
La desposesin productiva La abundancia al ms bajo coste, condicin del mayor bienestar para el mayor nmero, supone que la mxima energa se despliega y capta en el manejo de las tcnicas, y gracias a stas. Al convertirse en trabajador, consumidor y usuario, el ciudadano se somete en cuerpo y alma a la mquina. Taylor tena el mrito de la claridad cnica. No se te pide que pienses; ya tenemos gente a la que pagamos para eso!, parece que le contest un da a un obrero. Al separar las tareas de concepcin de las tareas de ejecucin, el fordismo / taylorismo realiza la produccin de masas, condicin del consumo masivo, al precio de la reduccin del trabajador al estado de servidor ciego de la mquina. Devolvern las nuevas tecnologas la ciudadana en el interior de las empresas? Tal vez, pero a costa de una exclusin de la vida de la ciudad. En efecto, reclaman un compromiso activo de los trabajadores, una atencin voluntaria y, si es
La ausencia del deseo de ciudadana As, en la fbrica, en la oficina, en el mercado, en su vida cotidiana, el ciudadano, convertido en agente de produccin, consumidor pasivo, elector manipulado, usuario de servicios pblicos, es el simple engranaje de la gran mquina tecno-burocrtica. Incluso si su soberana no estuviera herida de impotencia por todos los mecanismos que hemos analizado, cmo podra tener todava el tiempo libre y el deseo de ejercerla? Al trmino de jornadas de trabajo o de ocupaciones que agotan los nervios, el ciudadano vuelve a casa para encontrarse con innumerables problemas que hay que solucionar, desde los estudios de los nios hasta los impresos de la Seguridad Social que es preciso rellenar, pasando por los impuestos que hay que pagar, etc. Slo piensa en relajarse y, para eso, prefiere los concursos a lo telediarios. Qu tiempo le queda, qu disponibilidad tiene para acercarse al gora o al forum e informarse de los asuntos de la ciudad, sopesar los argumentos, desmontar discursos retricos y entregarse a una prudente deliberacin para determinar su eleccin? La avalancha meditica de mensajes, cuya calidad no es momento de discutir ahora, conduce a una desinformacin de hecho. Y esto concierne tanto al alto responsable como al elector de base. He llevado a cabo en mi entorno una encuesta sobre el voto de la Ley sobre la Contribucin Social Generalizada (C. S. G.). Excepcionalmente, la cuestin haba suscitado un debate pblico en el Parlamento, la aparicin de numerosos artculos de prensa e incluso manifestaciones en la calle. Pregunt a mis estudiantes de Derecho pblico, as como a mis estudiantes de tercer ciclo, todos ellos electores: quin conoca los textos votados? Quin haba comprendido los mecanismos de deduccin? No apareci ms que uno [8]. Y sin embargo, la cuestin afecta a un punto sensible: el bolsillo. Las lgicas de la megamquina no incitan al ciudadano a cumplir con sus deberes ni a ejercer sus derechos. El hermoso proyecto de la democracia se ve privado as de toda substancia en beneficio de una tecnocracia annima; sta hace un uso moderado de un despotismo que consideramos ilustrado porque no es consciente de s misma y porque nos satisface desembarazarnos, con el menor gasto posible, de preocupaciones suplementarias.
Conclusin Quisiera suscitar tan slo dos problemas: los lmites de la megamquina y las perspectivas abiertas. - Los lmites
[1] Franck Tinland, Lautonomie technique, en La technoscience. Les fractures des discours, bajo la direccin de Jacques Prades, LHarmattan, 1992. [2] En cuanto proyecto, dicha ciberntica social en ninguna parte y en ningn lugar fue llevada tan lejos como en la ex URSS. El escritor comunista Lion Feuchtwanger, exiliado por los nazis y convertido en ayudante del fiscal en la URSS durante el segundo proceso de Mosc, escribe en su obra Mosc 1937 (publicada en msterdam en 1937) a propsito de los 17 encausados trotskistas del entorno de N. Bujarin despus de las deliberaciones: Los acusados no son verdaderos acusados, sino cientficos a los que se exige que expliquen sus errores tcnicos relativos a la teora cientfica que se est aplicando en la URSS. Jueces, fiscales y acusados estn unidos por un fin comn. Eran como ingenieros que tuviesen que someter a prueba alguna especie complicada de nueva maquinaria. Algunos de ellos, los acusados, haban deteriorado la mquina, no por maldad, sino por obstinarse en probar concepciones visiblemente falsas. Sus mtodos revelaron ser falsos; sta es la razn por la que haban sido condenados. Y puesto que para la mquina no son ms importantes que los jueces, tales cientficos aceptan su condena. sta es tambin la razn de que deliberen sinceramente con los otros. Lo que les hace solidarios a todos es el amor a la mquina, el amor a la mquina del Estado y su idolatra por la eficacia. [3] Paul Virilio, Entrevista en Le Monde, enero de 1992. [4] Franois Partant, Que la crise saggrave, Solin, 1978, p. 107. [5] Op. Cit., p. 77. [6] Serge Latouche, Loccidentalisation du monde, essai sur la signification, la porte et les limites de luniformisation plantaire, La dcouverte, Paris, l989.
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