El Hombre en Ruinas

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29 / I semestre / 2011, Quito ISSN: 1390-0102

la imaginacin, lo fantstico y la tica en El hombre de las ruinas... (1869), de francisco Javier Salazar Arboleda flOR MARA RODRGuEz-ARENAS
Colorado State University-Pueblo

RESuMEN Esta novela corta de Salazar Arboleda pertenece al Realismo en transicin hacia el Naturalismo; pero, a la vez, enlaza tanto con la novela gtica inglesa del siglo XVIII, como con el cuento fantstico prevalente en la primera mitad del siglo XIX en Francia y Alemania. El cambio de tipos narrativos dentro de la historia que se relata: novela histrica-novela psicolgica-novela fantstica-novela tica muestra la forma en que las literaturas europeas eran asimiladas, adaptadas e innovadas durante el siglo XIX en la narrativa ecuatoriana; pero tambin la manera en que la novela era un vehculo de difusin ideolgica. PALABRAS CLAVE: Naturalismo, novela psicolgica, novela tica, lo fantstico. SuMMARy This short novel by Salazar Arboleda fits right in between the transition from Realism toward Naturalism; but at the same time it ties in with the 18th century British Gothic novel, as well as the French and German fantastic tales prevalent during the first half of the 19th century. The exchange of narrative type within the narrated story: historical novel - psychological novel - fantastic novel - ethic novel shows the ways in which European literatures were assimilated, adapted and innovated during the 19th century in Ecuadorian narrative, and also the way in which the novel was a means to propagate ideology. KEY wORDS: Naturalism, Psicological Novel, Ethical Novel, The Fantastic.

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DURANTE EL SIGLO XIX, los intelectuales de Ecuador efectuaban una bsqueda de lo que los caracterizaba y defina como ecuatorianos. Entendan que para poder alcanzar lo que se proponan, deban lograr establecer los parmetros de un discurso regional, primero, y nacional, despus, para crear un imaginario cultural de identidad con el que se identificaran. De esta manera, representaron mediante la escritura los aspectos que marcaban y condicionaban la nacionalidad y aquellos que podran modificarla y modernizarla; comenzando a esclarecer de forma especfica las situaciones discursivas y sociales desde las cuales emerga, con todas sus complejidades y limitaciones, un espritu crtico independiente que instalaba de manera concreta, aunque embrionaria, nuevos lugares de enunciacin y de reconocimiento en los que configuraron el funcionamiento del campo literario ecuatoriano. En esa sociedad del siglo XIX de Ecuador, la poltica del momento mostraba formas de contacto y articulacin con la religin. Al reconocerse el territorio jurdicamente como Repblica, en la Constitucin de 1830, se dispuso que la religin catlica fuera la religin del Estado y el gobierno se comprometi a protegerla con exclusin de cualquier otra. Tal preponderancia alcanz esta situacin que en la Constitucin de 1869, en el artculo 10o. se exigi la condicin de ser catlico para poder ser ciudadano. Aunque la Iglesia, como institucin, control el espacio de la ideologa dominante en los pases hispanoamericanos hasta bien avanzado el siglo XIX, en el Ecuador esta realidad fue todava ms persistente que en otros lugares de Amrica.1 Adems, en 1869 haba comenzado la segunda presidencia de Gabriel Garca Moreno (1a. 1859-1865; 2a. 1869-1875). El perodo garciano se caracteriz por una fuerte intensificacin de los conflictos polticos; puesto que los lderes liberales y conservadores de avanzada formaron alianzas con destacados periodistas y hombres de letras y entablaron numerosas y agitadas polmicas sobre los problemas sociales que se vivan en el territorio. Garca Moreno es considerado como: la personalidad ms discutida de la historia ecuatoriana [...] constructor dinmico y por sobre todo vengador y mrtir del derecho cristiano ; del mismo modo, poseedor de un fanatismo religioso

1.

Enrique Ayala Mora, La relacin Iglesia-Estado en el Ecuador del siglo XIX, en Jorge Nez S., comp., Antologa de Historia, Quito, FLACSO, 2000, p. 66.

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exacerbado y con una inclinacin psicoptica a la represin, que le gan el calificativo de santo del patbulo.2 Para el ao 1869, Ecuador ya haba estado, durante la primera presidencia de Garca Moreno, siete aos bajo su control. El austriaco que fuera Ministro representante de Estados Unidos en Ecuador, durante el primer gobierno de Garca Moreno, Friedrich Hassaurek (1861-1865), afirm en 1868 que en el pas se encontraban conventos en lugar de imprentas y barracas militares en lugar de escuelas.3 Palabras que indican que la religin era uno de los componentes intrnsecos de la vida sociocultural del Ecuador de la poca. Pensando en circunstancias como estas, Michel de Certeau escribi:
Una perspectiva histrica debe tener en cuenta las sustituciones sucesivas de los cdigos de referencia y, por ejemplo, el hecho de que el cdigo teolgico desempeaba en el [pasado] el papel que puede desempear en nuestros das el cdigo sociolgico o el econmico. No deberamos considerar como insignificante la diferencia entre los cuadros de referencia en funcin de los cuales una sociedad organiza las acciones y los pensamientos. Reducir un cdigo a otro sera precisamente negar el trabajo de la historia.4

La novela objeto de este ensayo: El hombre de las ruinas, leyenda fundada en sucesos verdaderos acaecidos en el terremoto de 1868 (1869) de Francisco Javier Salazar Arboleda, es un texto que ha pasado completamente desapercibido para la historiografa ecuatoriana y el mundo acadmico, porque en el pas hasta ahora se reconoce la existencia de muy pocas novelas escritas durante el siglo XIX; tal vez las ms difundidas y aceptadas sean: La emancipada (publicada inicialmente en 1863, pero redescubierta nicamente hasta 1974) y Cumand (1879). Salazar Arboleda (Quito 1824-Guayaquil 1891), hijo de Jos Mara de Salazar y Dolores Arboleda; fue militar, abogado, escritor y poltico conserva-

2.

3. 4.

Enrique Ayala Mora, Gabriel Garca Moreno y la gestacin del Estado nacional en el Ecuador, en Crtica y Utopa. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, No. 5, Buenos Aires, septiembre, 1981, p. 2. Friedrich Hassaurek, Four Years Among Spanish-Americans, London, Sampson Low, Son, and Marston-Hurd and Houghton, 1868, p. 237. Michel de Certeau, The Writing of History [1975], trad. Tom Conley, New York, Columbia University Press, 1988, p. 120.

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dor. Obtuvo el ttulo de Bachiller en el Colegio San Fernando en 1842; para cuando se recibi de abogado, ya era militar. En 1856, enviado por el Gobierno viaj a Alemania para perfeccionar su educacin militar. En 1860, particip en la batalla de Guayaquil y en la toma de la ciudad. En 1869, fue Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores y en 1875, Ministro de Guerra y Marina. Vivi en Lima, Per por varios aos y regres a Ecuador en 1882. Fue nombrado Director de Guerra y particip en una nueva batalla y toma de Guayaquil en julio de 1883; ese mismo ao fue Diputado por Pichincha es la Convencin Nacional que se reuni en Quito y fue elegido Presidente de dicha Asamblea. Posteriormente, fue Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno del Per. Entre 1888-1889, se le encarg el Ministerio del Interior y de Relaciones Exteriores. En 1891, por segunda vez se propuso su candidatura a la Presidencia de la Repblica, pero muri sorpresivamente en Guayaquil el 21 de septiembre de ese mismo ao. Durante su vida fue miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, la Academia Nacional Cientfica y Literaria de Quito, la de Historia de Madrid y la de Buenas Letras de Sevilla, el Ateneo de Lima, la Sociedad de Ciencias de Londres, entre otras asociaciones.5 Public textos dedicados a facilitar la instruccin tcnica de las fuerzas militares como: Tctica de artillera, Tomo I (1869), Tomo II (1872); Instruccin de tiro (1870), Quito (1884); Tctica de infantera (Guayaquil, 1871); Informacin sobre la integracin del batalln sobre la nueva tctica de Infantera (1872); Instruccin de Esgrima a la bayoneta; Instruccin de guerrilla y del Prontuario militar para el uso de los cuerpos de la guardia nacional (1878). Adems del Informe sobre las maniobras del 5o. cuerpo del ejrcito alemn ejecutadas en la Alsacia y la Lorena en 1873; Las batallas de Chorrillos y Miraflores y el arte de la guerra (1882); el Tratado del servicio de campaa en la guerra moderna segn la teora alemana ajustado a los principios de la legislacin militar dominantes en las repblicas sud-americanas (1894). En cuestiones penales escribi: Sistema de correccin penal y Reglamento de la penitenciara. Entre los diversos discursos producidos sobresale el Discurso ledo en el acto de instalacin del Comit encargado de llevar a efecto la ereccin de una estatua de Bolvar en la ciudad de Guayaquil. Tambin public: Rasgos descriptivos de varias poblaciones y sitios de la Repblica del Ecuador (1871). Garca Moreno

5.

Cfr. Efrn Avils Pino, Francisco Javier Salazar, en Diccionario del Ecuador, Guayaquil, FILANBANCO [s.f.].

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(1884). Una excursin a Baos. Sobre pedagoga se hallan: El mtodo productivo de enseanza primaria, aplicado a las escuelas de la Repblica del Ecuador (1869); Breves observaciones sobre ciertas palabras usadas en el lenguaje militar; Pronunciacin del lenguaje castellano en el Ecuador. Mientras que escribi solo una obra de ficcin: El hombre de las ruinas, leyenda fundada en sucesos verdaderos acaecidos en el terremoto de 1868 (1869).6 Ahora, en el siglo XVIII en Espaa, por confusiones entre tratadistas de retrica y potica, la novela en todas sus formas dej de tener fuerza narrativa.7
Lo que hoy significamos con tales conceptos [cuento, novela corta, novela] no se corresponde con lo que dichas palabras designaban durante el siglo XVIII. Desde el punto de vista de la preceptiva, literatura era lo escrito en verso; la prosa no tena valor. La novela, desde ese mismo punto de vista, no exista porque no tena consideracin literaria: estaba escrita en prosa.8

Durante el siglo XIX, la novela careca de una concreta definicin (oscilando entre historia fingida, ficcin posible, romance o poema pico romancesco;9 adems, el gnero careca de un total prestigio: la opinin negativa sobre la novela era comn en Espaa a fines del siglo XVIII.10
La distincin entre el romanzo y la novella, que en italiano, como en francs (roman y nouvelle) y en alemn (roman y novelle), se presenta mediante el empleo de dos sustantivos distintos, se expresa en espaol solo mediante la ayuda de un adjetivo. As, a la novela (en el sentido de romanzo) opone la novela corta. La palabra novela, importada del italiano en los siglos XIV-XV, sirvi en castellano tanto para designar el relato breve (como en la famosa obra cervantina Novelas ejemplares), como el

6.

Cfr. Vicente Pallares P. y J. Trajano Mera, La Revista Ecuatoriana, vol. III, Quito, Imprenta de la Universidad, 1891, pp. 374-375; y Miguel A. Puga, Francisco Javier Salazar, en La gente ilustre de Quito, Quito, Delta/Sociedad de Amigos de la Genealoga, 1994, pp. 235-239. 7. Cfr. Juan Ignacio Ferraras, Los orgenes de la novela decimonnica (1800-1830), Madrid, Taurus, 1973. 8. Joaqun lvarez Barrientos, La novela del siglo XVIII, Madrid, Ediciones Jcar, 1991, pp. 11-12. 9. Jos Checa Beltrn, Razones de buen gusto, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, 1998, pp. 260-274. 10. Felipe Gonzlez Alczar, Teoras sobre la novela en los preceptistas espaoles del siglo XIX, en Dicenda, Cuadernos de Filologa Hispnica, No. 23, 2005, p. 112.

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ms amplio. Para el cual no pudo emplear el castellano la denominacin romance, ya que esta se aplicaba ya a otro tipo de relato, un gnero potico tradicional. Tambin el ingls presenta un uso de los trminos romance y novel que difiere sensiblemente de sus denotaciones en francs y en italiano. Es interesante que en esta lengua ambos vocablos se hayan utilizado para aplicarlos al relato amplio, distinguiendo en l dos tipos: el relato romntico idealizante y el ms realista moderno.11

Este desconcierto retrico narrativo entr a Hispanoamrica donde la novela comenz a producirse con mpetu aos despus de las guerras de independencia y se mantuvo hasta finales del siglo XIX. De este modo, durante ese siglo, en los diferentes pases hispanoamericanos se produjeron numerosas muestras de relatos que conformaron una amalgama de tradicin, cuadro costumbrista, leyenda, relato, cuento, cuento largo, novela corta y novela; todos ellos con variadas denominaciones. En ningn momento sus autores definieron los lmites de la extensin para clasificar sus obras, sino hasta pasado el siglo e incluso con variaciones y ambigedades. As que desde la perspectiva imperante en el siglo XIX, El hombre de las ruinas, leyenda fundada en sucesos verdaderos acaecidos en el terremoto de 1868 es una novela. Su estudio ilustra la forma en que su autor, Francisco Javier Salazar Arboleda, entendi en aquellos momentos las labores literaria e ideolgica y la manera en que las implement efectuando un aporte a la literatura de su tierra. Como autor conservador, partidario del gobierno de Garca Moreno, la religin representaba un baluarte contra las ideas liberales y contra el trastorno social que se sufra en muchas reas el pas. Este texto basa su referente en el hecho histrico de la devastacin que asol el rea de la zona norte de Ecuador, incluida Ibarra, el 16 de agosto de 1868. Terremoto que fue parte de una serie de fuertes sacudimientos telricos que sucedieron entre el 13 y el 16 de agosto de ese ao y que destruyeron ciudades y pueblos tanto en Ecuador como en Per; sismos que se sintieron desde Colombia hasta Chile; hecho sobre el que se inform:
El 16 de agosto a las 11 y media de la tarde, sigui al terremoto del da precedente, la horrorosa catstrofe que asol toda la provincia de Imbabura. La capital Ibarra, Otavalo y varios pueblos florecientes se convirtieron

11. Carlos Garca Gual, Relaciones entre la novela corta y la novella en la literatura griega y latina, en Faventia, Revista de Filologia Clssica, No. 1, Fasc. 2, 1979, p. 135.

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en un minuto en montones de escombros, y millares de seres humanos quedaron aplastados debajo de las ruinas. Desde el terremoto de Riobamba, en 1797, la historia del pas no conoce un cataclismo igual, y en cuanto a las vctimas humanas, este ltimo, sin duda, fue mucho ms funesto que aquel. No existe un censo exacto de los muertos; Garca Moreno, que en aquella ocasin organiz y dirigi la comisin salvadora, calcul el nmero de los cadveres entre 15.000 y 20.000.12 Terremoto destructor en Quito. El epicentro de este temblor parece que est en la provincia de Imbabura al norte de Quito. Las poblaciones de Otavalo, Cotacachi, Atuntaqui e Ibarra fueron destruidas. Del 13 al 16 en Guayaquil y en otras regiones de la repblica ecuatoriana se repitieron los temblores. El 16, una sacudida en Popayn. El 17 se repiti en Ibarra y se sintieron otros durante varias horas. El 28 en Otavalo hubo dos fuertes y largos terremotos y as diariamente se sintieron algunos en la provincia de Imbabura.13

Por tanto, la novela de Salazar Arboleda ofrece una narracin que, a partir de su ttulo: El hombre de las ruinas, leyenda fundada en sucesos verdaderos acaecidos en el terremoto de 1868, expresa un nivel de ambigedad entre realidad y ficcin, donde lo extratextual histrico gua la recepcin desde un definido marco cultural de destruccin fsica, que pas a la historia como uno de los peores desastres que sufri el pas durante el siglo XIX; hechos que sirvieron para crear un mundo ficticio, donde especficas situaciones sociales que afectaban a las diferentes comunidades sirvieron bien de referente o bien de motivacin para la narrativa. Dividido en 9 captulos, el mundo referido de la novela abre en el primero con el despliegue de una voz que emplea la narracin en tercera persona para describir el estado del lugar mediante un discurso apocalptico con el que emite juicios morales y ticos.14 La historia comienza con una descripcin

12. Jess Emilio Ramrez, Historia de los terremotos en Colombia, Bogot, Instituto Geogrfico Agustn Codazzi, Subdireccin de Investigaciones y Divulgacin Geogrfica, 1975, 2a. ed., p. 148. 13. Ibd., pp. 148-149. 14. Lo tico se ha identificado cada vez ms con lo moral, y la tica ha llegado a significar propiamente la ciencia que se ocupa de los objetos morales en todas sus formas, la filosofa moral, en Jos Ferrater Mora, Diccionario de filosofa, t. I (A-K), Buenos Aires, Sudamericana, 1965, 5a. ed., p. 595.

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casi paradisaca: En medio de un ameno valle de color esmeralda do serpean cristalinos arroyos, en cuyas floridas mrgenes sacuden sus verdes coronas los encumbrados sauces, se halla un espacioso campo [].15 Aper tura narrativa que rpidamente pasa a destacar aspectos de la catstrofe que acababa de ocurrir: Es lo que poco ha se llamaba Ibarra, ciudad apacible y risuea que arrullaba en su seno unas diez mil personas;16 aseveracin que va acompaada de comentarios que comienzan a guiar ticamente el rumbo de la lectura:
La ira del Dios de los ejrcitos no ha dejado all piedra sobre piedra; las casas de los hombres se han convertido en oscuras cuevas de hambrientos perros, los jardines en depsito de podredumbre, las rectas y bien empedradas calles, en montones de pesados fragmentos de adobes confundidos con cados tejados, desprendidas puertas, rotos muebles y empolvados jirones de las telas, toscas o primorosas, con que antes se cubra la humilde indigencia del pobre, o la altiva vanidad del rico propietario.17

Este inicio apocalptico expresa ideas ticas en las que subyace una actitud humana que comienza a indicar cdigos o pautas morales que se han puesto en prctica en esa especfica sociedad histrica; situacin que lleva a percibir la ntima conexin de la dimensin tica con la religiosa en ese mundo social representado. Casi inmediatamente, los comentarios sobre la destruccin de la estructura socioeconmica del lugar pasan de ser ticos y morales a reproducir lo ttrico del destino y de la realidad explicitada:
El sepulcral silencio que all dominaba no era de vez en cuando interrumpido sino por el siniestro aullar de uno que otro can, repleto de carne humana, hallado debajo de las ruinas, o por el repentino bramido del viento que en rfagas impetuosas sacuda los rboles y cubra el espacio de torbellinos de polvo, levantado en inmensas espirales de entre los escombros sacudidos por el terremoto.18

15. Francisco Javier Salazar, El hombre de las ruinas: leyenda fundada en sucesos verdaderos acaecidos en el terremoto de 1868, Quito, Imprenta de El Debate; 2a. ed.: Lima, Imprenta Torres, 1889, p. 3. 16. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, p. 3. 17. Ibd., p. 4. 18. Ibd., p. 5.

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Hasta este momento, la historia ofrece una sntesis heterognea de referentes de la realidad que combinan elementos dispersos en el espacio y en el tiempo; pero en un lapso breve, se pasa de la destruccin dejada por la catstrofe, a esbozar con toda desnudez la crudeza de una situacin que prontamente se convierte en macabra; ideas de hecatombe y consternacin que son un arma persuasiva poderosa, puesto que a travs de las imgenes invocadas por la lectura, en la mente del lector se produce un estado de absorcin dentro del mundo relatado que ejerce diversos tipos de influencia, segn sea la fuerza convincente de dicho relato. Establecido el trasfondo del ambiente, la voz se convierte en un narrador representado que es a la vez narrador y personaje (homodiegtico-intradigtico) de ese universo ficcional.19 Se hace presente en la tragedia para dar testimonio de la desolacin y el malestar que le produce lo que ve y para mostrar a travs de sus ojos, de sus acciones y de sus palabras, los hechos subsecuentes que conforman lo relatado. Mediante la memoria y la nostalgia por el pasado ya inexistente, la voz del narrador expresa ideas religiosas y ticas sobre lo efmero de la existencia y sobre la fragilidad del ser humano; pensamientos interrumpidos al observar la siguiente escena:
[D]e repente hube de sorprenderme en gran manera al ver sobre el ceniciento techo de una pequea habitacin venida al suelo desde los cimientos, un hombre de alba y escasa cabellera, rostro enjuto y requemado, ojos hundidos y boca entreabierta, vaca de dientes, sentado en un grueso madero, con la mano a la mejilla, sin desprender la vista del punto en que descansaban sus pies, uno de los cuales estaba envuelto en un blanco pauelo empapado en sangre. Por lo pronto juzgu que la fuerza del dolor le haba como petrificado, y quise dirigirle la palabra para llorar con l; mas al acercarme, arque las cejas, apret los labios y me dirigi una mirada feroz, cosas que me hicieron desistir de tal propsito, y seguir mi camino.20

La representacin del anciano tiene un poder de referencia respecto a lo que lo rodea. Los rpidos y subsecuentes rasgos fsicos lo describen con marcas de carencia [escasa, enjuto, vaca] y de negatividad [requemado, hundidos], pero sin llegar a ser completamente desfavorables. Lo que co-

19. Gerald Genette, Figuras III, trad. Carlos Manzano, Barcelona, Lumen, 1989, pp. 283289. 20. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, pp. 5-6.

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mienza a ofrecer una seal de que existe algo discordante es la reaccin fsica que se expresa en su rostro y con la que responde al intento de ayuda del narrador; actitud que explicita el cariz de lo que suceda en su interior. Es un retrato ligero, sinttico pero sugestivo, que indica que existe una reciprocidad entre este personaje y el ambiente a su alrededor.
Las palabras y la retirada del narrador ponen en escena la presencia de lo extrao inquietante (unheimlich) de Freud, quien intent dar una explicacin a lo irracional. En espaol, unheimlich se ha traducido, entre otras formas, como: siniestro, ominoso, aciago, fortuito, funesto, azaroso, de mal agero, desgraciado, abominable; denominaciones que tienen en comn que algo perturbador va a incidir en la psicologa del implicado, en este caso, el narrador. Este no puede entender por qu alguien en las circunstancias en las que se encuentra el anciano puede rechazar con tal aspereza la posibilidad de una ayuda ofrecida desinteresadamente y en su beneficio. Se aleja, pero ya la duda ha quedado establecida en su nimo sobre la actuacin del hombre que acaba de encontrar.21

Esa decisin del narrador le permite descubrir, en medio de la destruccin que haba dejado el terremoto en la plaza donde estaban las ruinas del convento de Santo Domingo, un nuevo centro de inters y un posible lugar

21. Freud seal una serie de estadios que se manifiestan para que esta sensacin se produzca: 1. Algo debe evocar ese estado de nimo. 2. Cuando el ser humano se encuentra desconcertado, perdido, surge la incertidumbre intelectual, condicin bsica para que se d el sentimiento de lo siniestro. 3. La duda evoca vagas nociones de procesos automticos, que han permanecido ocultos. 4. Debe transcurrir un lapso de tiempo sin que se pueda solucionar la incertidumbre. 5. Esta duda, con el tiempo, se convierte en ansiedad; en algunos casos, lo angustioso es algo reprimido que retorna, y esto es lo siniestro. 6. De este estado anmico emerge el tema del doble o del otro yo, que puede ser una persona considerada idntica a otra, que sera el constante retorno de lo semejante, que remite a otro sentimiento causante de lo siniestro. 7. Tambin puede ser el desdoblamiento del Yo que se opone al resto del Yo que sirve a la auto-observacin y a la autocrtica y cumple una funcin de censura psquica. 8. Este impulso de repeticin produce presentimientos que llevan a la sugestin; esto es, la omnipotencia del pensamiento. 9. A la mirada se le asigna gran eficacia; se teme el propsito de hacer dao que puede ejecutarse con la visin y se supone que este tiene la fuerza de realizarse. 10. Muchos consideran siniestro todo lo que est relacionado con la muerte, con aparicin de muertos, con los espritus y los espectros. As, lo siniestro se mezcla con lo espeluznante; se ve al muerto como un adversario del vivo que quiere llevrselo al otro lado con l. En: Sigmund Freud, Lo siniestro, en Obras completas, III, trad. Luis Lpez Ballesteros y de Torres, Madrid, Biblioteca Nueva, 1996, pp. 2483-2505.

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para protegerse. Situacin que describe con minuciosidad: observ una pequea choza formada junto a una derrumbada tapia [] me acerqu con recelo y con no poco trabajo a la baja abertura hecha en uno de sus costados;22 palabras con las que destaca estrategias expresivas cuya finalidad es producir la persuasin narrativa, que adems de atrapar la atencin del lector, tiene como efecto provocar una impresin o una marca en las actitudes, creencias y comportamientos de los receptores. El narrador se acerca con previsin; no quiere encontrar una nueva sorpresa, pues aunque parece que la sensacin de extraeza se ha alejado, la turbacin que le produjo la presencia y la reaccin del anciano ha creado en l una confusin que se acenta ante lo desconocido que puede esperarlo dentro de la derruida estructura. As, inmerso en lo innombrado, en la posible amenaza que desde la sombra se le puede materializar, se aproxima. En su interior, la catica situacin externa comienza a confundirse con la azarosa sensacin interna que le ha surgido:
[E]l habitador del aquel improvisado tugurio era un venerable monje dominico, que hincado de rodillas delante de un Crucifijo pareca la estatua del penitente David, ofreciendo al Seor en medio del congojoso duelo, su corazn contrito y humillado. Sus ojos nublados con el llanto, estaban como clavados en la adorable imagen del Redentor del mundo, y sus manos puestas en ademn de splica; en su rostro, macerado por la penitencia, resplandeca la virtud; su espaciosa frente, desguarnecida de cabello, estaba como surcada por el dolor; y la barba blanca y tupida que le caa sobre el pecho manifestaba los largos aos que haba peregrinado en este valle de congoja y miseria [] A travs de su ennoblecida fisonoma, parece que con los ojos materiales se ve la espiritualidad de su alma y que an se palpa su eternal existencia. Al verle, el ateo ms pertinaz habra de reconocer en nosotros, mal de su grado, la imagen y semejanza de Dios.23

Al encontrar a un religioso ocupado en orar, el narrador regresa a lo familiar; de ah que efecte un retrato minucioso, mediante la presentacin de diversos rasgos fsicos y con una serie de caractersticas espirituales y morales, pintndolo en lo que ahora parece ser su marco habitual y en el desarrollo de una accin precisa: rezar. Es una tcnica de explicitacin de atributos yuxtapuestos y complementarios que estn ms bien tipificados que indivi-

22. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, p. 6. 23. Ibd., p. 6.

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dualizados, pero que proyectan armona y paz interna y acentan lo agradable del sujeto descrito. Los retratos que efecta del anciano y del clrigo, le permiten relacionar aspectos dispares como son los restos materiales dejados por el desastre natural, con las reacciones subjetivas y objetivas que se expresan en los personajes, las transformaciones que sufren y las que su imaginacin les atribuye. En sus palabras se observa un esfuerzo por restablecer parmetros entre lo conocido y lo inesperado; entre lo que se manifiesta como extrao o como familiar. Se halla dentro de una realidad espacial donde todo se repite continuamente adentro y afuera, y donde el tiempo se anula y en ltima instancia se reduce al espacio. De esta manera, sucesos experimentados se entreveran con escenarios intuidos o presentidos que le permiten al narrador emitir ideas ticas; divagaciones detenidas abruptamente por un nuevo y poderoso temblor:
Como por instinto volv la cara, ech una inquieta mirada a la muerta ciudad y alcanc a ver que su suelo, sembrado de arrasados edificios, se estremeca como el convulso pecho de un epilptico en toda la fuerza del accidente. Solo el hombre sentado sobre las ruinas permaneca inmvil en la misma situacin en que yo le haba dejado.24

La realidad exterior interrumpe la tranquilidad que empezaba a vivir el narrador, regresndolo a la inquietud, a lo ominoso. No obstante, en medio de la sensacin angustiosa que le produce el movimiento telrico, observa que la conmocin no afect al anciano de las ruinas, quien parece estar abstrado y ensimismado por algo ms potente que un sismo; impasibilidad que es la proyeccin de que en su interior existe una fuerza que condiciona su realidad. El temblor produjo un espantoso ruido subterrneo y fuertes sacudidas de tierra, que sobresaltaron al narrador y al clrigo, obligando a este a abandonar su acto de oracin e impulsndolo a salir de la estructura, lo que lo lleva a darse cuenta de que tiene compaa y a informar que ese nuevo temblor haba sido casi tan fuerte como el original que haba destruido la ciudad. De esta manera, su comportamiento es completamente inverso al del anciano. En la actuacin de estos personajes se expresa abiertamente una oposicin de actitudes y reacciones; mientras en el clrigo hay tensin y atencin, en el anciano persiste el desapego y la indiferencia.

24. Ibd., pp. 7-8.

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El movimiento telrico ofrece la oportunidad de que el narrador sepa de labios del monje lo que le haba sucedido haca una semana:
[Y]o no tuve tiempo para nada; las paredes cayeron sobre mi estancia y me dejaron sepultado en ella, pero sin causarme daos; resgneme a mi suerte, me encomend a la Virgen del Rosario, tom entre mis manos un crucifijo que siempre tengo al pecho, calme la capilla y me prepar a morir al rigor del hambre o con la cada de alguno de los fragmentos de cal y ladrillo pendientes sobre mi cabeza [...]. As permanec nueve horas, al cabo de las cuales, un terrible estremecimiento de tierra ech a un lado todo el material que estaba sobre m y me dej un claro suficiente para que pudiese salir; hcelo como Lzaro [...]. Cmplase, pues, su soberana voluntad [...]. Sin duda, Padre mo, para que no queden sin gua las almas que conducs al cielo por el camino de la virtud. Pero por qu permanecis en este sitio de muerte y horror donde todo pone miedo al corazn y angustia al alma? Por lo que veo sois militar y sabis que el centinela que abandona su puesto es castigado con pena de la vida. Si yo desamparase el mo merecera al infierno. No veis que bajo estos pesados escombros de mi iglesia estn los vasos sagrados [...]. Si yo no cuido de ellos vendrn los ladrones y los robarn. En cuanto a m, nada he perdido pues aqu est mi tesoro, y metindose la mano al pecho sac un hermoso crucifijo [...].25

En las palabras del clrigo se observa que las dimensiones mentales que expone se encuentran ligadas a un modelo tico cristiano. Para l existe la responsabilidad hacia algo y la responsabilidad ante alguien. Tiene el compromiso de cuidar los objetos que representan a Dios y en donde efectivamente se lo adora en los rituales: los vasos sagrados. Su custodia y su proteccin le han sido confiadas, por tanto, no puede abandonarlos, faltara a su obligacin; del mismo modo, ultrajara su responsabilidad ante la Iglesia como institucin y ante Dios mismo. En el compromiso que siente, existe una percepcin del valor de lo que se le ha confiado; es un deber ante el que olvida los intereses propios; por eso, no lo evade incluso a riesgo de su propia vida. Existencia que entiende que es importante porque tiene una funcin para los que lo rodean, como para la institucin a la que pertenece; de ah que al quedar libre de la prisin que lo haba atrapado en el terremoto, saliera de los escombros a la vida de responsabilidad que entenda y aceptaba. Acciones que concuerdan con una comprensin completa y desinteresada de su posicin clerical,

25. Ibd., pp. 8-9.

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como lo sealan las siguientes afirmaciones ticas: No es, pues, la vida cristiana, y con ello tampoco la tica cristiana, un cdigo de prescripciones legales, sino ms bien la toma de conciencia de la responsabilidad por aquellos bienes que de la ley vienen protegidos y que son confiados positivamente al hombre.26 Principios que para el clrigo son instancias decisivas, fundamentales y rectoras del pensamiento sobre lo que est bien o mal. De esta manera, el discurso novelstico ofrece un medio para sugerir preguntas a un nivel particular, al presentar detalles de la psicologa del hombre de las ruinas y del fraile en circunstancias especiales. Esta labor de comparacin y contraste abre posibilidades para emplear la novela como forma narrativa al servicio de la moral pblica, a la vez que permite ampliar la habilidad para meditar, imaginar e investigar posibles problemas ticos; es un vehculo difusor de especficas ideas religiosas que delimitan los comportamientos sociales. Como se sabe:
Las religiones son hechos histricos y sociales. [...] Un sistema religioso [...] tiene especficos modos expresivos de ndole simblica en los que, junto a las creencias y en relacin con ellas, incluye prescripciones de pautas rituales. Pero es innegable que contiene tambin prescripciones que no son ya rituales, sino que estn referidas a aspectos generales del comportamiento humano, sobre todo social. Tales pautas podran ser no sacrales, sino profanas; son de naturaleza tica, aunque en el sistema que es la religin estn afectadas de la sacralidad que lo caracteriza y entran as a formar parte de su conjunto.27

Pero no era nicamente el cuidado de los tesoros espirituales y materiales de la iglesia lo que se le haba confiado al fraile, sino tambin la realizacin de su deber de ayudar al prjimo. Esto es lo que haba intentado hacer con el anciano durante la semana transcurrida; auxilio que l haba rechazado repetida y obstinadamente:
Ocho das hace que acaeci el terremoto, y desde entonces all, sin moverse, ve pasar alternativamente por este valle la helada escarcha de la maana, el calor sofocante del medio da, la tarde acariciada por la brisa

26. Alberto Mestre, Robert Spaemann: tica de la responsabilidad cristiana, en Ecclesia XXI, No. 3, 2007, p. 374. 27. Jos Gmez Caffarena, Religin y tica, en Isegora [Consejo Superior de Investigaciones Cientficas (CSIC)], No. 15, 1997, p. 228.

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o maltratada por la tempestad, y la fra noche flotando sobre las tinieblas o sobre las nubes alumbradas por el plido resplandor de la luna. No deja aquella techumbre despedazada, sino para ir a los escombros de dos casas vecinas, quitar de ellas en ciertos puntos, no s con qu objeto, algunos adobes y [...].28

Esas acciones enfatizaban la incapacidad del hombre de las ruinas de pensar con claridad por alguna idea preconcebida o algn sentimiento vehemente que ocupaba su existencia; ya que ni la oscuridad, ni los cambios del tiempo y del clima, ni tampoco los movimientos telricos y menos su propia seguridad posean ms valor o vigencia que lo que lo obcecaba. Hechos con los que regresa lo extrao inquietante a la vida del narrador, crendose una situacin de desasosiego que se refuerza inmediatamente porque: Un fuerte temblor, seguido de un ruido espantoso, dej la palabra trunca en los labios del anciano y nos oblig a salir a la placeta a ver lo que pasaba. Una gran masa de tierra haba descendido de la vecina loma, llevndose consigo enormes piedras y peascos.29 Ya con estas situaciones externas repetidas y peligrosas, el regreso del narrador al lugar de donde haba llegado se hace imposible tanto por las aberturas de la tierra30 como por la oscuridad que se avecinaba; por eso, decide pasar la noche en el refugio del clrigo; pero para darle tiempo a que hiciera

28. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, p. 10. 29. Ibd., p. 10. 30. Este es un fragmento de una versin aportada de testigos y fuentes escritas oficiales en 1881 por un religioso alemn: Mucho peores fueron los inmediatos resultados del terremoto en el sur y oeste de la ciudad. Segn la expresin de Garca Moreno, en el territorio de San Pablo, Otavalo y Cotacachi, el suelo pareca haber estado en hirviente movimiento, resultado del fuerte sacudimiento de abajo a arriba. El suelo estaba destrozado totalmente por numerosas grietas grandes y pequeas; el que iba a caballo tena que apearse y buscarse paso con cuidado por el infinito caos de las resquebrajaduras. Garca Moreno encontr una abertura reciente de 8 metros de profundidad y 25 de anchura; una choza de indios se haba asentado completamente hasta el techo sin derrumbarse; []. Los caminos que llevaban a las empinadas faldas del monte en parte se haban hundido y en parte estaba cubiertos de montones de piedras y material flojo, de tal manera que no haba comunicacin entre los pueblos ni con Quito. [] Si el Imbabura presentaba tal vez los ms numerosos derrumbes, a causa de su configuracin escarpada, el Cotacachi, por la cantidad global de grietas, pareca haber tenido cerca de s el epicentro del terremoto, en Joseph Kolberg, Hacia el Ecuador. Relatos de viaje, Quito, Pontificia Universidad Catlica del Ecuador/Ediciones AbyaYala, 1996, p. 339.

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la oracin vespertina, resuelve espiar al incgnito viejo, con el fin de observar desde algn paraje oculto todos sus movimientos y acciones.31 La penumbra permite que el anciano se ponga en movimiento, lo que significa que hay algo turbio en sus acciones, ya que la oscuridad es una metfora del mal y de la muerte; mientras que, al narrador, la incertidumbre lo impulsa a transitar caminos oscuros para intentar revelar la incgnita que lo tiene en estado de ansiedad. Esa bsqueda implica una autoconfrontacin con lo que teme y con la posible realidad nefasta que pueda encontrarse; pero es una manera de solucionar el misterio.
Acerqume con paso cauteloso a un espeso nogal y, oculto por su tronco, vi que el incgnito que estaba cerca, sacaba del bolsillo una cuartilla de papel y la lea con avidez, pronunciando uno tras otros los nombres de varias personas, de las cuales algunas no me eran desconocidas. Despus, guardando su papel, dijo en alta voz: todos muertos! Y tomndose la cabeza con ambas manos, aadi: MI DINERO, mi dinero. Levantse enseguida, y andando con la precipitacin que le permita el pie lastimado, lleg a un techo no enteramente desbaratado, se descolg por l al recinto que cubra y desapareci.32

La indagacin lleva al narrador junto a un nogal, rbol que desde la tradicin griega y romana est ligado al don de la profeca.33 Esto es augurio de que se va a develar el porqu de la actuacin del anciano, lo cual sucede. Al hombre lo mueve la usura convertida en pasin que lo obceca y enceguece. El dinero perdido y los rditos que consegua con l es lo que obsesiona al hombre; preocupacin que lo lleva a buscar los cadveres de aquellos a los que se lo haba prestado, para recuperar de alguna forma el capital y los rditos que haba esperado obtener.
[V]i que el viejo andaba sobre sus manos y rodillas como un perro, trasegando los bales, cajones y despedazados roperos, como si buscara alguna cosa de suma importancia. Al fin [], se puso a ladear algunos de los adobes cados hacia adentro []. Al cabo de pocos instantes se descubrieron los yertos pies de una vctima del terremoto; el desconocido, fi-

31. Ibd., p. 11. 32. Ibd., p. 12. 33. Cfr. Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de smbolos, Barcelona, Herder, 1988, p. 754.

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jando en ellos los ojos, que en ese momento estaban como para saltarle de su rbita, dijo: no me ha engaado el olfato, aqu est; y sigui con ms ahnco en su tarea de quitar adobes y tierra hasta que logr exhumar en todo el cadver de un hombre como de treinta aos de edad []. El viejo le tom entonces la mano derecha y examinndole con mucha atencin un anillo que tena en el dedo ndice, no equivale a la suma que le prest, dijo desconsolado, pero al fin es algo, lo tomar. Quiso sacarlo valindose de sus largas uas, mas como no pudo conseguirlo, acomod el dedo entre las puntas de dos carcomidas muelas, y despus de ponerlas un buen rato en activo ejercicio, logr arrancarlo de la mano del muerto, se apoder del anillo y puso en el pecho del cadver el dedo tronchado y sangriento, diciendo: qudate con l que no lo necesito. Hecho esto, volvi, siempre en cuatro pies, con la boca ensangrentada, como un chacal, a buscar el agujero por donde haba entrado, y yo me apresur a emboscarme de nuevo en el mismo sitio en que antes estaba.34

En el hombre se ha producido la prdida del mundo natural y normal y se ha substituido por otro donde el dinero, su ganancia y su posesin lo son todo. En su mente existe una transvaloracin de todos los principios morales; para l lo importante es que la totalidad de lo existente tiene un precio por encima de lo justo y equitativo y que la ganancia que obtiene con la especulacin es su meta. El afn desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas se le ha convertido en una fijacin mental que aprisiona su existencia, que controla sus pensamientos y que constituye el deseo medular que domina su ser; de ah que en l haya una disminucin de percepcin del mundo exterior, que no le permite inmutarse ni por los movimientos telricos ni poseer una comprensin emptica hacia aquellos a los que alguna vez prest dinero. Lo nico que su mente tergiversada reconoce en el otro es el contrato que ha efectuado con l, y mientras no se cancele, ese ser se convierte en su propiedad, como se observa con el cadver que encuentra entre los escombros. Su naturaleza de usurero proviene de la codicia que lo posee, y estas pasiones: usura y avaricia, controlan su voluntad; emocionalmente se produce en l el deseo codicioso que puede ser sntoma de una profunda y arraigada inseguridad o de un afn de poder y control.35 Es tan fuerte el efecto de estas dos

34. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, pp. 13-14. 35 . Valerie A. Karras, Overcoming Greed: An Eastern Christian Perspective, en BuddhistChristian Studies, vol. 24, 2004, pp. 47-48.

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pasiones que en el catolicismo, ambas son pecado; la usura se equipara con el hurto y la avaricia es pecado capital. Pocos minutos despus de la escena anterior, el anciano observa que un perro grande y esforzado como un oso africano saca a tirones de las ruinas el cadver descompuesto de un hombre. Lugar al que va para competir con el can y los cuervos que despedazan los despojos. Cuando reconoce que el difunto ha sido uno de sus deudores:
[S]e arroj sobre el cuerpo como un lobo acosado del hambre, y se dio a buscarle los bolsillos de pecho con la una mano, tapndose con la otra la nariz. El perro, enfurecido con la osada del viejo, gru mostrndole los afilados dientes y mientras dur la rebusca no se cansaba de morderle reiteradas veces el brazo empleado en la operacin sin que su dueo lo retirase ni un instante, haciendo tanto caso de ello como de las heridas que a porfa le hacan con los fuertes picos los cuervos que revolaban sobre su cabeza []. La vista del despedazado cadver entregado a la voracidad de los animales carnvoros que le devoraban; el continuo revolar de las negras aves de rapia, sus picos ensangrentados y su desapacible graznido; el aspecto feroz del hambriento perro, que roa el crneo medio desnudo del hombre muerto, o daba desesperados mordiscos al hombre vivo; la siniestra fisonoma de este, la sangre que le corra por el brazo que asomaba a travs de la blanca chaqueta que cubra sus espaldas; lo ttrico de las ruinas sobre las que vena ya a sentarse la tenebrosa noche, todo, todo contribua a dar a la escena que yo estaba presenciando un carcter lgubre e infernal. / Retirse [...] Con algunos billetes de banco en la mano despedazada por los colmillos del rabioso animal [...] y los cont una y otra vez hasta que medio balbuciente dijo en voz desmayada: hay algo ms de lo que me deba; pase por la curacin de las mordeduras y heridas que por su causa he recibido.36

Es tal el estado anormal de su mente, que la obsesin que lo subyuga por el exceso de sus propias creaciones anula su campo sensorial, impidindole ver la irracionalidad de sus actos; pero la fuerza que lo mueve es tan poderosa que nada lo detiene. Es un ser vctima de sus propias circunstancias. El dinero posee para l un valor circulante que lo afianza en el poder sobre el prjimo; le sirve para ser importante y trepar socialmente, y para sentirse todopoderoso tanto durante la vida como despus de la muerte de sus acreedores.

36. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, pp. 14-15.

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Como personaje, el usurero es un sntoma de lo que se vive en esta sociedad donde el dinero y la acumulacin de capital empiezan a ser muy importantes. Su tendencia al enriquecimiento crea condiciones de desigualdad; pero su ambicin econmica deja de lado los problemas morales y los arrincona al mbito de lo ms privado y reducido. Esta situacin, a la larga, se ha convertido en un vicio que ha terminado por controlarlo totalmente. Es tan profunda la fuerza psicolgica que lo invade, que cuando posteriormente el fraile, al tratar de ayudarlo fsica y espiritualmente, le menciona los tesoros del cielo que reciben los que se arrepienten de las malas acciones cometidas, al anciano le brillan los ojos y se emociona con la idea de que hay tesoros en el cielo, pero rpidamente se desencanta cuando sabe que son los de las buenas obras.37 El fraile se aleja del lugar solo despus de que el hombre le promete que va a meditar en su situacin. Pasa el tiempo, cuando una meloda triste interrumpe la escena nocturna de ttrica desolacin; entra en escena un nio blanco, rubio y ciego, quien deja or los tristes y lastimeros sonidos de un rondador y de esta manera anuncia su presencia:
[U]n nio ciego de unos nueve aos de edad, rostro ovalado y hermoso, aunque muy plido, frente despejada, cabellos rubios pendientes en largos rizos sobre los hombros, y boca graciosa y expresiva, adornada de iguales y blanqusimos dientes. Con paso lento y vacilante se dirigi hacia el lugar en que estaba el anciano de las ruinas []. Dios os guarde, tengo necesidad de vos.38

El nio es la imagen de la inocencia y de la orfandad; para causar algn tipo de impresin favorable en el hombre le cuenta su historia en verso mediante una especie de yarav: Dadme una limosna/ Seor, que estoy ciego,/ y angustiado lloro/ sin pan ni consuelo./ En aquel recinto/de escombros cubierto/ mis amados padres/ yacen sin aliento/ [] Solo yo he quedado/ [] / Yo os pido por ello / deis una limosna/ a este infeliz ciego ( ).39 El anciano parece conmoverse, pero rpidamente rechaza al nio: (Qu quieres que te d, muchacho?)No ves que he quedado tan pobre como t?.40

37. 38. 39. 40.

Ibd., pp. 16-17. Ibd., p. 21. Ibd., pp. 21-23. Ibd., p. 23.

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Ante lo cual, el chico le responde: Sed feliz, caballero, y para ello no pongis vuestro corazn en los tesoros que son carcomidos por el orn o arrebatados por los ladrones.41 Estas palabras sealan que el chico es ciego, pero ha suplido con creces el conocimiento del mundo. La ceguera le permite conocer el ambiente fsico y social a pesar de no poder visualizarlo. La respuesta del anciano le indica que para l el dinero lo es todo, de ah que le anticipe que puede perder lo que atesora. As como l sabe que el hombre tiene medios econmicos, otros tambin estn al corriente. En esta representacin del anciano vidente y el nio ciego hay una fuerte contraposicin. El anciano, que por sus aos debera poseer sabidura, es, por sus pasiones malsanas, ms ciego que el mismo chico invidente que le pide ayuda; ha perdido el sentido de ciertas dimensiones y de ciertas relaciones. Mientras que el nio carente de vista posee una visin interior que le permite comprender su entorno. Dentro de esa oscuridad reinante y con el aire de maldad que impera alrededor del hombre, el nio parece ser un mensajero que llega al anciano para advertirle de su destino; es un ngel anunciador y premonitorio. En estas escenas, los mensajes ticos emitidos son portadores de sentido dentro de la cultura; mediante ellos se forman actitudes y valores que sirven para relacionar a los individuos y para orientar sus comportamientos. Pero estos mensajes y los anuncios que conllevan no son suficientes dentro del mundo narrativo; pronto lo representado comienza a ennegrecerse y a cambiar nefastamente:
Desde lo alto de las murallas destrozadas de La Compaa, el funesto graznido de la lechuza sobresaltaba a los canes enroscados entre las ruinas, los cuales manifestaban su espanto con ttricos aullidos. Los cerros circunvecinos aparecan en el horizonte como titanes vestidos de luto y las sombras caan en la ciudad desmoronada como un pao mortuorio sobre el lecho funeral de una virgen segada en la flor de su vida por la guadaa de la muerte.42

Este cambio sombro est cargado de premoniciones abiertas. La lechuza, en el simbolismo cristiano representa a Satn, Prncipe de las Tinie-

41. Ibd., p. 23. 42. Ibd., p. 24.

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blas,43 pero tradicionalmente simboliza la noche, la muerte, el fro y la pasividad.44 Mientras que los perros que allan indican la muerte, los infiernos, el mundo de abajo. La primera funcin mtica del perro, universalmente aceptada, es la de psicopompo, gua del hombre en la noche de la muerte.45 A esto se suman los titanes que simbolizan las fuerzas brutas de la tierra y, por tanto, los deseos terrenales en estado de sublevacin contra el espritu.46 Todos ellos, anuncio, llamado y proclamacin de aquello que hace presencia poco despus de un nuevo temblor:
[A]bierta la tierra [...] Dej salir de su seno uno como fantasma que, en pie sobre la planicie de Ibarra, exceda en tamao a la mole del Imbabura. Su horrible rostro surcado por el rayo, despeda ciertos destellos de luz sepulcral y siniestra que dejaban entrever una fisonoma marcada con el sello de la clera del Omnipotente irritado y anunciaba una inmortalidad desventurada y maldita.47

Aparicin que lamenta no haber recogido con el terremoto un buen nmero de almas para llevarse consigo, ya que ni siquiera el anciano de las ruinas haba muerto. Este, al or esas palabras, le responde con un tono altivo que se lo puede llevar siempre y cuando sus tesoros vayan con l. El espectro le comunica que eso no es posible, porque el fuego derrite todo lo material. Luego de una suerte de negociacin, en que el hombre no ceja de su idea de irse a cualquier mundo pero con lo atesorado, deseo ilimitado de dominio y sin obstculos, marca total de solipsismo que destaca un mundo sin profundidad para l; la aparicin le informa sobre el castigo que los avaros y los prdigos sufren en el infierno al darse eternamente furiosos e incesantes topetones entre s. Al or esto, el anciano siente una reaccin de terror, que hace que la aparicin satnica reniegue de l y desaparezca despus de golpear con el pie el suelo, estremecindolo con un nuevo temblor.48 La idea de tortura eterna lo regresa un poco a la realidad, finalmente el tiempo lo afecta y

43. 44. 45. 46. 47. 48.

J. A. Prez-Rioja, Diccionario de smbolos y mitos, Madrid, Tecnos, 1997, p. 268. Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de smbolos, Madrid, Siruela, 1997, p. 278. J. Chevalier y A. Gheerbrant, Diccionario de smbolos, p. 816. Ibd., p. 997. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, p. 24. La novela trae una nota que ofrece un fragmento de la Divina comedia, Infierno, Canto VII, Cuarto crculo, en el que se encuentran los avaros y prdigos. Cfr. F. J. Salazar, El hombre de las ruinas, p. 27.

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duda del compromiso que poco antes estaba decidido a hacer. De pronto, siente que al tener que rendir cuenta de sus actos en una forma dolorosa, el contrato ya no tiene aliciente; as, la opcin a la vez instantnea e irrevocable se aleja del placer y del deseo. La certeza del castigo eterno enunciada por la aparicin hace dudar al anciano; no obstante, por momentos puede ms la codicia que el futuro destino. As, en uno de esos instantes, el hombre se regocija de que su esposa e hijos hayan muerto en el terremoto para no tener que repartir su dinero con ellos; pero inmediatamente vuelve a surgir en l la duda, producto del tormento anunciado.
Sin embargo vacilo, no s qu hacerme: despegar mis afectos del oro que con tanto trabajo he adquirido sera para m tan doloroso como arrancarme del pecho a pedazos el corazn; continuar en la misma clase de vida que tengo, sera entregarme desde ahora a la voracidad del remordimiento y a los asaltos de un justo temor. Al terminar estas palabras cay como herido de un rayo, y con la frente en el suelo llor amargamente.49

En el anciano hay temor al futuro, pero no afn de corregir su forma de actuar y pensar. En l no existe un propsito moral y menos la conviccin de querer cambiar de vida. Sus emociones, a pesar del terror que le ha inspirado la aparicin, son calculadas. Habra asesinado a su familia para no compartir con ellos sus tesoros, del mismo modo que se habra ido gustosamente al infierno de haber podido lograr su deseo de poseer con l eternamente su oro y su dinero. Su ego est centrado en s mismo, no existe nada fuera de l. La decisin de abandonar la posesin del dinero, que se ha convertido en su razn de vivir, es imposible para l. La lucha para detener la imposibilidad del futuro y para controlar el tiempo y reducir el componente azaroso del porvenir es quimrica; de ese modo, tiene clara conciencia de que lo que est en juego es enorme y la toma de decisin, por un lado, o de aceptacin, por el otro, es inevitable. Se le pide que haga un pacto, bien con el diablo, bien con Dios. Contrato que es un vnculo con la vida o una sujecin total a la muerte. Por el lado que decida, es un pacto instantneo e inmutable que va encadenado al tiempo que ya no es humano y escapa de su voluntad. El

49. Ibd., 30.

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uno le pide abandonar lo que ama (los tesoros) y vivir eternamente al arrepentirse; el otro le impide llevarlos consigo, pero adems le anuncia un sufrimiento eterno. Con ambos pierde todo lo que ha trabajado y atesorado. Est encerrado en la inmutabilidad de los trminos e imposibilitado de atravesar el tiempo, en cualquier direccin, sin ser afectado en la vida que ha establecido y que desea mantener. La concepcin religiosa presente en el zenbudismo y en el cristianismo de prestar atencin, concentrndose en las necesidades e intereses de todos, y especialmente de los ms necesitados, exige autocontrol, disciplina y descentramiento de uno mismo. Esto impide la avaricia y la distraccin colectiva de las sociedades modernas, ya que uno de sus efectos es el enfocarse en el dinero. Esto es lo que explicita la narracin en estas escenas, proyectando una funcin fundamental para la actitud moral bsica, que requiere una vida responsable socialmente. Mientras tanto, el narrador, habiendo querido descubrir el misterio que guardaba el anciano, se encontr como testigo de todo lo anterior; as: Lleno de confusin y terror abandon[] en este estado aquel terrible sitio y fu[] a pasar el resto de la noche en la choza del dominico, a quien hall[] durmiendo el tranquilo sueo de los justos.50 A travs de la mirada haba observado cun bajo poda llegar la miseria humana y cun profundo y oscuro poda ser el destino escogido por el hombre. As, el narrador, al indagar sobre qu era lo que compona el misterio, haba encontrado lo terriblemente siniestro, que era la muerte infinita y la imposibilidad de conciliacin o de retroceso cuando las pasiones han arrastrado tan profundamente al ser humano. Haba visto no solo la muerte de las esperanzas sino el espectro en el que la vida se converta ante el dominio de la oscuridad eterna; haba llegado a ver la espeluznante visin diablica que con eficacia ganaba terreno ante la debilidad humana. Con todos estos hechos, en el narrador se haba completado el ciclo de lo siniestro; de ah que, el desconcierto y el terror se hubieran apoderado de l. La situacin le cre una serie de reacciones que asoci con el concepto de religiosidad propio y el que impera socialmente. Afortunadamente para l, siente alivio y la calma regresa cuando al volver a la vivienda derruida del fraile lo encuentra tranquilo y descansando. Posteriormente, el narrador debe retornar al lugar de donde haba llegado.

50. Ibd., p. 30.

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La historia cierra cuando el narrador recibe una carta del fraile escrita ocho das despus, donde le informa que el da de su partida el anciano haba enloquecido porque una banda de forajidos le haba robado sus tesoros y lo haba dejado maniatado. Su estado era tal, que vagaba desvariando por el lugar con la ropa destrozada y recogiendo cuanta piedrecilla y guijarro vea, creyendo que eran parte de sus tesoros que los ladrones haban dejado caer. En ese lamentable estado, el nio a quien l le haba negado ayuda, al compartir con l las limosnas que recoga, era el que le proporcionaba un poco de sustento. Casi al terminar la misiva, el fraile le informa que el anciano acababa de morir: con los ojos abiertos y los puos cerrados,51 y su tumba permanece abandonada. Al ser controlado por el pecado de la codicia, y no poder dejar el camino que haba tomado, el anciano debe recibir un castigo ejemplar, que sirva como leccin para los receptores de lo relatado. Pierde todo: el dinero, la salud, la cordura y la vida; y el final perpetuo que le haba causado terror fue su presente eterno e ineludible. De esta manera, el mensaje tico que se transmite gua hacia formas de vida solidaria, de respeto y de mutuo reconocimiento e igualdad; adems de la defensa de los vulnerados y dbiles. De ah que el nio le haya profetizado el final que iba a sufrir; pero, a su vez, en la postrera parte de la vida del anciano fuera el nico que lo haba ayudado. Mediante los signos profticos y las pequeas acciones y ejemplos realizados por el nio, se explicita la funcin simblica de la ideologa religiosa que divulga lo relatado. La fuerza de representacin de las escenas crudas y violentas, cargadas de tremendismo, que se presentan en la narracin, muestra la manera en que la narrativa va evolucionando en Ecuador. En esta novela existe un avance del realismo descarnado a un comienzo de naturalismo abierto; situacin que indica una voluntad de romper los moldes y las convenciones de la literatura tradicional. Las desnudas y nauseabundas escenas destacadas estn representadas con un vigor impresionante y con muchos detalles que sirven para producir la persuasin narrativa sobre lo relatado. Del mismo modo, utilizar lo sobrenatural como estrategia narrativa responde a circunstancias culturales especficas, que destacan aspectos de la mentalidad colectiva. Este rompimiento con lo real produce lo fantstico, abundante

51. Ibd., p. 32.

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en la oralidad de la poca en los relatos de aparecidos y fantasmas que solan contarse para entretener, educar, moralizar, asustar, etc., y que formaban parte del acervo de tradiciones de la poca. Pero, a la vez, esta narracin enlaza tanto con la novela gtica inglesa del siglo XVIII, como con el cuento fantstico prevalente en la primera mitad del siglo XIX en Francia y Alemania, que tiene como base la relacin entre la realidad y la interioridad del ser humano. El cambio de tipos narrativos dentro de la historia que se relata: novela histrica-novela psicolgica, novela fantstica-novela tica muestra la forma en que las literaturas europeas eran asimiladas, adaptadas e innovadas durante el siglo XIX en la narrativa ecuatoriana; pero tambin la manera en que la novela era un vehculo de difusin ideolgica. As, se puede concluir que la novela es una forma de comunicacin dentro de la sociedad que adems de dejar memoria de los sucesos histricos ocurridos, funcionando como un mecanismo de circulacin de la informacin, reemplaza al sermn, convirtindose en una forma de literatura religiosa para la edificacin moral que est destinada a influir sobre las formas de sociabilidad y de sensibilidad colectivas y que muy posiblemente contara con un apoyo en la distribucin que sera la transmisin oral del contenido. La funcin de este tipo de novelas en la sociedad ecuatoriana del siglo XIX era la de ser agentes para la educacin tica del lector, quien deba deducir la enseanza mediante el acto de lectura. El mensaje emitido funcionaba como una forma de teora moral, puesto que la reflexin tica que se ofreca en la novela no era menos vlida por hallarse imbricada en la ficcin y proporcionaba un entendimiento moral al lector, quien, mediante estrategias narrativas, se converta en el elemento crucial de la comprensin de la influencia de la novela como un discurso moral. La literatura representa cdigos morales que pueden funcionar como una forma de teora moral. La ms profunda diferencia entre leer una novela por su valor tico y percibir una novela como tica es el compromiso hermenutico con el lector. De esta manera, la ficcin cuenta una historia y, en cierto nivel, la historia se vuelve parte de la realidad gracias a la capacidad de la ficcin, de proporcionar formas especficas de imaginar cmo los aspectos morales del comportamiento humano se pueden vincular con el bienestar o con la desdicha y la manera en que estas conductas se relacionan con la sociedad.
Fecha de recepcin: 10 enero 2011 Fecha de aceptacin: 30 marzo 2011

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