Literatura Y Revolucion de Victor Serge PDF

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Literatura y revolucin

Victor Serge

Literatura y revolucin

por Victor Serge fecha de publicacin febrero de 1932 Resumen Victor Serge plantea la cuestin del papel de los escritores en la sociedad, a quin deben servir? A los poderosos o a los oprimidos? Est claro que si se ponen al servicio de los primeros podrn llevar una vida material mucho mejor que lo hacen al servicio de los oprimidos. Ese es el dilema de los escritores. Los escritores deberan escribir sobre los problemas que afectan a la mayora de la poblacin, sin que por ello se dejaran de escribir libros, novelas, agradables a la lectura. No toda literatura proletaria debe ser rida. Es necesario que la literatura sirva tambin a pasar un rato agradable. De una buena novela se puede aprender mucho. El autor se queja de que en la URSS se intenta imponer un tipo de literatura que entre dentro de una ortodoxia ideolgica, no permitiendo adems que libros, y en concreto novelas de autores occidentales, entren en la URSS. No se puede impedir que la clase trabajadora lea de todo, es en el debate en donde se puede formar y afianzar en sus opiniones socialistas, en la necesidad de la Revolucin y en su compromiso en ella.
Publicado por Matxingune taldea en 2011

Tabla de contenidos
Advertencia al lector ........................................................................................................... iv 1. La condicin del escritor .................................................................................................... 1 2. Y hay treinta millones de proletarios .................................................................................... 3 3. Cambio de tono ................................................................................................................ 5 4. El callejn sin salida .......................................................................................................... 6 5. Hora es de reparar en la revolucin ...................................................................................... 7 6. Funcin ideolgica del escritor ............................................................................................ 9 7. Pensar en los hombres ...................................................................................................... 11 8. Las crceles del alma ....................................................................................................... 12 9. Nuestra crisis .................................................................................................................. 14 10. En torno a una teora obrerista ......................................................................................... 15 11. Es posible una cultura proletaria? .................................................................................... 16 12. La poltica literaria del Partido Comunista de la URSS ...................................................... 18 13. Esquemas ..................................................................................................................... 20 14. Del esquema a la idea falsa ............................................................................................. 22 15. Escritores y proletarios ................................................................................................... 24 16. El pensamiento proletario y el miedo al error ...................................................................... 25 17. El problema de los intercambios intelectuales ...................................................................... 27 18. Respuestas al lector malicioso .......................................................................................... 28 19. El doble deber ............................................................................................................... 29 20. La tradicin revolucionaria francesa .................................................................................. 31 21. La novela de la produccin. Hamp .................................................................................... 32 22. El humanismo proletario ................................................................................................. 33

iii

Advertencia al lector
El tema de este ensayo es limitado slo a primera vista. La literatura no es sino uno de los diversos elementos que constituyen la cultura general. Por eso habra que plantear todo el problema de la cultura y la revolucin, estudiar el papel de los intelectuales en la lucha de clases y tratar ampliamente el movimiento obrero. Mas, por difcil y delicado que ello sea, no nos queda otro remedio que abordar un trabajo limitado. Aun as, no he dudado en salirme de los limites si de ese modo lo abarcaba mejor. Me ha parecido interesante ocuparme de algunas obras recientes, al objeto de incorporar ms fcilmente el presente trabajo a una serie de investigaciones y ensayos que van marcando poco a poco los perfiles de la nueva literatura. Lamentndolo mucho, me ha resultado imposible hacerme con diferentes obras que me habran sido de provecho: aun cuando sus autores o algunos amigos abnegados me los envan, no siempre llegan los libros a mi poder. De ah los fallos, a veces bien claros, de mi documentacin. Leningrado, febrero de 1932

iv

Captulo 1. La condicin del escritor


Sera muy curioso llevar a cabo un estudio sobre la condicin del literato a lo largo de diferentes pocas de la Historia. No hace falta remontarse muy lejos; en el Siglo de las Luces la misin principal de los hombres de letras era servir a la Corte de diversin algo ms refinada que la que eran capaces de ofrecer los bufones. En vsperas de la Revolucin francesa, segn una vieja tradicin, una Corte haba de contar con hbiles retricos que supieran agradar con su conversacin brillante e ilustrar al prncipe que los mantena; de esta suerte formaban parte del boato de que ha de hacer gala toda persona acaudalada. Georges Sorel, a quien pertenecen las anteriores lneas, se refiere en algunas pginas notables al humillante papel de los enciclopedistas, de Diderot o de Voltaire en las distintas cortes del siglo XVIII. No cabe duda de que por eso, entre otras razones, pasaron a la Historia. El enemigo de la Iglesia, el autor de Cndido, o el defensor del Caballero de La Barre, perduran en Voltaire por encima del adulador de Catalina II. Mas todos ellos fueron Voltaire. Haba que comer. Los escritores de la ascendente burguesa -mucho ms poderosa entonces de lo que es hoy el proletariado en las cinco sextas partes del mundo-, no se libraban, a pesar de la misin revolucionaria que llevaban a cabo, del papel -en toda poca reservado a los artistas- de animadores de los poderosos. Al tiempo que entretenan a una aristocracia sentenciada (y que bien lo saba), ponan sus ideas al servicio del tercer estado en movimiento, conciencindolo, dotndolo de armas intelectuales y de ideologas. Y de ah su grandeza1. Ha cambiado mucho la condicin del escritor en un siglo y medio? Hoy en da ste depende del pblico con el que se comunica por mediacin de la librera. El ente pblico, en cuanto se le examina con un poco de detalle, se materializa en dos formas diferentes: tenemos el pblico que lee y el pblico que compra. Se ha establecido inclusive la costumbre de editar las obras predilectas de este tipo de publico en ediciones lujosas, con excelentes beneficios tanto para el autor como para el editor, pero en realidad tan poco destinadas a la lectura que la mayora de las veces tienen un formato de lo ms incmodo. El biblifilo, personaje providencial para el literato de moda, no es necesariamente un gran lector; es un coleccionista de obras maestras... cuyas pginas estn an sin rasgar. Qu pblico es el que compra el libro nuevo? El precio normal del mismo en Francia es el equivalente aproximado a una media jornada de salario de un obrero cualificado. Es todava ms caro en Alemania, en Inglaterra y en los Estados Unidos. Este simple hecho viene a probarnos que va dirigido a las clases medias y a la burguesa; todo un amplio pblico lector -sin el beneplcito del cual no se puede ser escritor popular, pero que, no obstante, no puede adquirir el libro nuevo-, se agolpa en bibliotecas y salas de lectura. Son las preferencias del pblico comprador las que crean -dicindolo con una palabra de moda- el clima literario. El escritor que no goce de la atencin de tal pblico no llegar -o lo har con extrema dificultadhasta el pblico lector de las clases pobres, que, a diferencia del otro, no ejerce la menor influencia sobre la prensa y las revistas2. La literatura tiende a una serie de clasificaciones que hacen depender en gran medida la reputacin literaria -condicin de la propia existencia del escritor- del juicio de crculos restringidos, aunque ricos o por lo menos acomodados. Claudel y Valry, Duhamenl y Giraudoux, Margueritte y Barbusse, con una difusin diferente cada uno, dependen de unos tipos de pblico entre los que no hay unas delimitaciones netas, pero que no por ello dejan de diferenciarse socialmente; y la propia independencia que lograron se explica por su compenetracin profunda con determinadas clases sociales. Incluso el escritor que es bien acogido por el pblico comprador -es decir, por determinados crculos de las clases poseedoras-, la mayor parte de las veces no puede vivir de su pluma. El xito de un Remarque viene constituyendo tal vez cada diez aos la excepcin a esta regla, confirmada con ms fuerza todava por otros ms discretos que podemos calificar como de librera. Entonces la literatura se convierte -horrible palabra- en objeto literario. El editor, que no se amilana ante los gastos de una publicacin americana, lanza un libro como Babbitt un nuevo dentfrico. Un buen tcnico en publicidad debe llegar al siguiente clculo sin mayor problema: con determinada cantidad para publicidad, determinados trucos y concursos, tendremos tal tirada y xito. Nos topamos as con el mundo de los negocios y tenemos entonces al escritor evaluado como si se tratara de un pura sangre o de un boxeador. Una manera de vivir de su oficio que supone la negacin de su misin.
1

Georges SOREL (Les Illusions du progrs, pp. 124 y ss.) tiende a quitar importancia a este papel de los enciclopedistas; Lenin les hizo ms justicia. 2 La falta total de inters e incluso de curiosidad de que dan muestra las grandes revistas burguesas tales como La Nouvelle Revue Franaise, en relacin con el lector perteneciente a las clases inferiores de la sociedad, tiene algo de estupefaciente y hasta de torpe. Es evidente que dichas revistas consideran la literatura como monopolio de una pequea lite privilegiada; de ello se resiente hasta su propio lenguaje.

La condicin del escritor

Las ms de las veces el escritor debe recurrir a un segundo trabajo, que cuanto ms emparentado est con la literatura, ms inmediata har la dependencia del que lo realiza con respecto a los fabricantes de papel impreso. El periodismo hace depender al novelista de un patrono, que no es sino un capitalista al servicio de las clases poseedoras. Desde ese momento, el escritor debe hacer gala de un color o por lo menos de una tonalidad poltica que no desentone de la del patrono; y si no que se vaya a otra parte a buscar el sustento. La influencia del medio hace lo dems; se tienen las convicciones que dictan los intereses propios. Todo esto es archisabido. Que un editor reciba al mismo tiempo dos manuscritos de igual valor literario (en principio, para nosotros, su autntico valor no podra ser nunca el mismo). Que nos encontrramos en uno de ellos con el Seor, la Dama y el Amante, con palacios, cafs, amoros rodeados de lujo y la agudeza (custica, por supuesto, pero al tiempo bienpensante) del parisiense inteligente que tiene la panza bien llena. Y en el otro con la lucha por la supervivencia, con el mundo del trabajo, con el amor hecho aicos, con las casas sombras de la zona de la Charonne, con la vida hacinada de la masa o con la subversiva inspiracin de un Valls, para quien todos los chalecos son demasiado grandes. Cul de los dos sera elegido o resultara mejor visto? Cul de los dos, una vez editado, se vendera mejor? Cual de los dos gozara de las alabanzas de los crticos, del incienso de los peridicos y de los galardones de los jurados? Sin lugar a dudas, el menos humano de los dos, aqul que resultara halagador para los gustos del pblico acomodado; el que, como es costumbre inveterada, hubiera sido concebido para entretener a los ricos. Cul de los dos escritores podr desenvolverse mejor? Sin duda alguna, el que sirva de distraccin a los ricos. Y este es el problema. El callejn sin salida.

Captulo 2. Y hay treinta millones de proletarios


Una estadstica que nos hara temblar, sin que con ello nos diera una idea precisa de la mentalidad de la poca, sera la de las novelas francesas publicadas desde hace veinte aos y que traten del amor entre la gente de mundo; que nos diese el nmero de marquesas, vizcondes, burgueses y rufianes; que redujese a cifras los los sentimentales de antes de la guerra y las perversiones de despus; que calculase la cantidad de agua de bidet que contiene esta literatura, en metros cbicos, con fuerza de corrientes, etc. Estara bien compararlas con otras cifras. Francia cuenta en la actualidad con 14 millones de proletarios, que son 30 si incluimos sus respectivas familias. 14 millones de hombres que se ganan el pan, conforme a la ley bblica -la nica ley divina aplicada al pie de la letra desde la creacin del mundo-, con el sudor de su frente1. La simple exhibicin de estas cifras nos hace comprender la palabra masas, terrible donde las haya. Acto seguido nos preguntaramos: cuntos libros han sido escritos para estos millones de seres humanos, para narrar su existencia, para analizar su vida interior -pues alguna tendrn, despus de todo- para que se descubran a s mismos, para ilustrarles y para distraerles?2 S, para distraerles de otra manera que no sea contndoles cmo se encama la mundana seora con el apuesto bailarn brasileo. Cuntas obras se han escrito sobre los mineros desde que apareci Germinal, en 1885? Francia cuenta con 500.000 mineros, que en algo contribuirn tambin a la famosa grandeza de su patria. Los novelistas suelen ir en pos de exotismo y aventuras a Papeit, al Chad, a Siam, al ro Amor entre los papes, los tupinambaes, al Caribe, o a la mismsima luna. Mas ignoran la existencia de los parias de Amiens, el trabajo en sus fbricas textiles y el de las mujeres que se dedican a asistir por casas particulares, etc. Ignoran a los pescadores de Bretaa -a pesar de tan bello marco- o a los cargadores de los muelles -que no hay tan slo bares en los puertos. Sin mayor esfuerzo, se podran gestar as novelas inspiradas en millones de almas que sufren desprecio tal; novelas de amor, novelas de aventuras y otras muchas novelas que tocasen el amor o la aventura junto a otros muchos temas. Habra material para surtir todos los gneros, acabar con todos los spleens, terminar con todos los viejos y tpicos clichs, despertar el sentimiento trgico de la vida y descubrir nuevas razones para vivir. Nada se ha hecho. Por qu? Me remito a lo dicho. Con tales descubrimientos, el editor pronto ira a la ruina. El pblico comprador -estara bueno!- no paga para que se le hable de cosas ms bien desagradables de saber, habiendo cosas bonitas. Acaso no se lee para olvidar las calamidades? 30 millones de trabajadores ocupan menos espacio en la literatura francesa que el faubourg (barrio) Saint Germain. Los treinta mil muertos de la Comuna, cuyo recuerdo vivo desempe un extraordinario papel en la revolucin rusa, tan slo sirvieron a los escritores franceses de inspiracin para unas pocas obras, casi imposibles de encontrar hoy en da3. La literatura sabe ms de pederastas que de obreros. Hace falta un

El censo de 1921 ha permitido la elaboracin del siguiente cuadro con respecto a la composicin social de la poblacin francesa.

Poblacin activa (incluidos los extranjeros)..................................................... 20.000.000 Burguesa ... 1.500.000 Clases medias (pequea burguesa, campesinado, funcionarios y otros) 4.500.000 Proletarios (obreros, empleados modestos, artesanos y campesinos pobres) 14.000.000 2 Ilustrarlos, distraerles... Toda la obra de Paul Bourget es claramente didctica, Paul Morand, en sus mejores pginas, est movido evidentemente por el deseo de divertir al lector. En un sentido un tanto distinto, se puede decir que Gide y Proust ilustran al lector al tiempo que le amplan su experiencia intelectual. 3 Tres son las que conozco: L'Insurg de Valls, La Commune de P. y V. Margueritte (1904) e I.N.R.I. de Len Caludel, recientemente editada por la Librairie Valois. Sealemos que la obra de un Valls no ha sido reeditada desde hace muchos aos. Hay que decir que la mentalidad burguesa de los libreros impide que ni siquiera los editores progresistas reediten al comunero, lo que, sin embargo podra resultar un pinge negocio. Pero habra mucho que hablar sobre esta cuestin. Los partidos obreros tienen en Francia varios millones de electores; las centrales sindicales cuentas con un milln de miembros aproximadamente; el partido socialista, el comunista y los grupos sindicalistas y libertarios agrupan muy bien en total a unos cien mil militantes. Y yo pienso que el militante obrero, por su naturaleza curiosa, su carcter independiente, su temperamento activo, combativo incluso, y su realismo, es un tipo humano de gran valor. Detrs de estas formaciones estn las masas propiamente dichas, cantera humana tan vasta como el ocano. Que existe ah un publico literario al quite, para el que se debe trabajar, escribir, editar... todo un pblico de sobra capacitado, al que slo hay que saber interesar por esta literatura, es algo que me parece indiscutible. Si los

Y hay treinta millones de proletarios

automvil y ser rentista para tener carta de ciudadana en la novela tradicional; la nica excepcin a esta regla la constituye el personal femenino que sirve de objeto de placer a quienes andan en automvil.

editores no se han interesado an por el mismo, es sin duda debido en primer lugar a las presiones que sobre ellos ejercen los libreros burgueses, muy recelosos con respecto a cualquier revolucionismo real. Las dificultades de supervivencia de libreras obreras, tales como la heroica Librera del Trabajo, son debidas a la falta inicial de recursos y, acaso ms, a la funesta mentalidad sectaria de las organizaciones obreras. El xito permanente de una Zola viene a demostrar la posibilidades que tiene una literatura popular en el sentido proletario de la palabra.

Captulo 3. Cambio de tono


La literatura de antes de la guerra era de un tono ms avanzado que la actual. El radicalismo predominaba tanto en la mentalidad como en los ministerios. Y ello por idnticas razones. Desde 1871, Europa disfrutaba de la paz capitalista; a lo largo de cuarenta y tres aos, tan slo en Espaa (una revolucin democrtica fenecida en 1874) y en Rusia (otra, con la que se termin en 1905) se registraron convulsiones sociales. La crisis del boulangerismo y la del affaire Dreyfus, lejos de dar al traste con ella, slo sirvieron para consolidar a la Tercera Repblica, mediante la victoria de la burguesa y de la pequea burguesa republicana frente a la reaccin agraria y a la aristocrtica. Desde la sangra infligida en mayo de 1871 al proletariado parisiense -segunda vez que las barriadas obreras fueron diezmadas en menos de veinticinco aos1-, la burguesa se sinti segura. El desarrollo del maquinismo, coincidente con la expansin colonial y el impulso del comercio internacional, inauguraba una etapa de prosperidad. La burguesa tena fe en su destino. El darwinismo haca de la competencia una ley natural; el positivismo y su heredero el cientifismo proporcionaban un cuerpo de doctrina tranquilizador al progreso. El propio socialismo, convertido al parlamentarismo, al reformismo y al pacifismo, mutilando los textos de Marx para olvidar la dictadura del proletariado, repudiando la accin violenta y reemplazando la revolucin por la evolucin, desarmaba totalmente al socialismo; para ser ms exactos, desarmaba al proletariado justamente cuando las siderurgias de Essen y Creusot fundan el hierro para los caones de la Gran Guerra, cosa que saba de sobra por otra parte. La literatura del momento, manejada en suma por los representante ms excelsos de la sociedad cultivada, poda permitirse aspiraciones generosas y drselas de buclica. Los tiranos inteligentes nunca impiden que a su mesa canten los poetas a la libertad. La propia fuerzas del movimiento obrero -y estoy pensando en el ejemplar sindicalismo de combate de Griffuelhes, de Pouget de Pataud o de Yvetot-, lejos de constituir una amenaza para el rgimen en aquel entonces, ms bien serva de estmulo a la vitalidad del mismo, cosa de la que muy bien supo percatarse Sorel. Zola y Anatole France siguen siendo los escritores ms representativos de la poca. El tono general de la literatura de hoy es muy otro. Paul Morand -Rien que la terre! [Slo la tierra]- recorre las costas de Italia y la imagen del fascismo la devuelve las esperanzas, pues se encontraba lleno de dudas acerca de Francia, de Europa, del orbe entero y de s mismo: Cuatro aos fueron suficientes para que renazca [la Italia de Mussolini], renovada, moderna, unida, prefiriendo los actos a las palabras (...) Escucho la voz de Paul Valery dicindome: los griegos y los romanos han demostrado cmo tratar a los monstruos de Asia. Est la cosa bastante clara? Paul Morand no es el nico. Otros muchos escritores se dan tambin cuenta de la necesidad de una movilizacin de los espritus en defensa del capitalismo. Drieu La Rochelle suea con una derecha joven. Montherlant le escribe afectuosamente a Romain Rolland, al cual admira: No hace falta un gran esfuerzo para imaginarse unas circunstancias que pusieran en mis manos la decisin de hacerlo a Vd. fusilar (...). Sobradas razones justificaran tal acto (Europe de 15 de febrero de 1926). Reaccin y pesimismo2 de los unos; desesperacin, planteamiento de suicidio y -por esta va en absoluto proletaria- adhesin final (final?) a la revolucin de los otros: el grupo surrealista.

Endurecimiento por parte de la -segunda Repblica: jornadas de junio de 1948. Endurecimiento por parte de la Tercera Semana sangrienta de mayo de 1871. 2 An de Paul Morand y de la misma obra son las siguientes lneas: Un da no lejano (...) la raza amarilla y la negra se aduearn de nuestras tierras frtiles; habr una lucha interracial para disputarse los mejores climas, igual que hay una lucha de clases por la posesin de las riquezas. Si de aqu a entonces no se inventan sustancias qumicas propagadoras de pestes y sistemas de inundacin artificial, tendremos que esperar innumerables guerras csmicas (...). Slo quedar el recurso de meterse a trapense.

Captulo 4. El callejn sin salida


La literatura se encuentra en el mismo impasse que las ciencias sociales, cuyo desarrollo se ha producido contrariamente a los intereses de las clases dirigentes. Por lo que respecta a la economa poltica, Marx lo pona de manifiesto en 1872, en el segundo prlogo de El Capital: En la medida en que se aburguesa, es decir, en cuanto que ve en la organizacin capitalista el modelo final y absoluto de la produccin y no un estadio pasajero de la evolucin histrica, la economa poltica no puede seguir siendo una ciencia ms que si la lucha de clases permanece latente o se manifiesta tan slo en fenmenos aislados. En cuanto la lucha de clases se hace ms enconada, la investigacin desinteresada se trueca en polmica a sueldo y el trabajo imparcial deja paso a la mala conciencia y a la apologtica.... Una literatura que planteara los grandes problemas de la vida moderna, interesndose por la suerte del mundo, en especial el del trabajo y los trabajadores -lo que supondra descubrir a un noventa por ciento de la sociedad hasta ahora ignorado-, que no se contentase con describir el mundo, sino que pensara tambin a veces en transformarlo, que, en resumen, fuera activa y no pasiva, que recurriera a todas las facultades del hombre, respondiendo a todas sus necesidades espirituales, en vez de limitarse a distraer a los ricos..., una literatura de este tipo, deca, habra de ser algo -inclusive al margen de los intenciones de sus autores- profundamente revolucionario. El desarrollo de la misma sera, desde ese momento, contrario a los intereses de las clases poseedoras. Por tal motivo esa literatura aparece tan difcilmente y con tanto desfase en relacin con los acontecimientos; los dispersos elementos que podran impulsarla vegetan las ms de las veces en destartalados invernaderos, a la temperatura precisa para lograr los difciles brotes de las planteas enanas que sirven para ornamentar interiores... Desde el da 2 de agosto de 1914, sin embargo, los cristales del viejo invernadero se han visto repetidamente bombardeados por pedruscos de cierto calibre. El francs medio ya no ignora que la cotizacin de las acciones en Wall Street, la puesta en marcha del plan quinquenal en la URSS, la cada de la libra inglesa o la agitacin racista en Alemania -entre otros muchos factores igualmente distantes, en apariencia, de su cuarto de estar- ejercen sobre su vida personal una sensible influencia, demasiado sensible a veces. Va a consentir indefinidamente que se le sirva una y otra vez la sempiterna novela de la parejita1 o del seor rico que se aburre, o de la bella dama que no sabe lo que quiere, o del sutil caballero que se analiza y pregunta por qu no sabe lo que quiere? Hay indicios que denotan en l otras aspiraciones. A partir de la guerra, los escritores han iniciado una perseverante investigacin sobre el mundo. El cosmopolitismo, los viajes o las traducciones en boga, corresponden a una serie de cambios profundos acaecidos en la psicologa del pblico, al que otra serie de sucesos catastrficos le han hecho percatarse sbitamente de la interdependencia de todos los hombres y del carcter universal de la civilizacin. El auge de las biografas noveladas -a pesar de cuanto de malo se pueda decir acerca de un gnero hbrido en el que la invencin literaria, obstaculizada por la bsqueda de la verdad histrica, obstaculiza a sta a su vez- no deja de ser significativo, pues da prueba de un anhelo, difuso todava, por reencontrar la vida, las luchas y los verdaderos problemas, a travs de los hombres de accin. En ambos casos se trata de reemplazar las ficciones alicadas por realidades casi documentales. Ya tiene que estar de capa cada el arte para que el lector llegue a pedir al literato que le novele una gua Baedeker o la vida de Thiers. Pero a este lector no le falta razn.

No es mi intencin hablar mal de las novelas de amor, basadas en un tema eterno, pero creo que es preciso que dicho tema vuelva a ocupar sin ms el lugar que le corresponde entre otros muchos ms densos; tanto el hombre como la mujer dependen en todo instante de su vida, de su entorno social; la literatura burguesa, cuando finge ignorar dicha dependencia, est falseando y empobreciendo la imagen que nos ofrece de la realidad, reemplazando el mundo real por otro tan convencional como un decorado de opereta. La literatura rusa, por otro lado, tampoco tiene por qu enorgullecerse de no haber dado en diez aos ni una sola novela de amor, ni siquiera la ms discreta; eso slo prueba que no est respondiendo a todas las necesidades de la sociedad.

Captulo 5. Hora es de reparar en la revolucin


Quince aos hace ya que la revolucin ha venido a trastocar el mundo. Tres imperios se van a pique entre 1917 y 1918: el ruso, el alemn y el austriaco. De 1918 a 1923 se sofocan cuatro revoluciones: en Finlandia, Hungra, Alemania y Bulgaria. Una contrarrevolucin preventiva triunfa en Italia frente a una revolucin fallida. Se aborta en Austria una revolucin socialista y una dictadura militar termina lastimosamente en Espaa. Y he aqu que ya hace ms de catorce aos que la dictadura del proletariado se mantiene en la URSS, Revolucin china, fermento revolucionario en la India e inestabilidad poltica en Amrica latina. Crisis general, por ltimo, en los pases capitalistas ms slidos. Cierto es que Francia constituye en este universo enfermo una especie de oasis; mas ello no puede ser ni tranquilizador ni duradero, pues los fros vientos de la crisis llegan hasta el oasis. La idea de que el rgimen precisa de una transformacin radical arraiga hasta en la propia burguesa. Balcanizada, en la bancarrota, asolada por el paro y gobernada por financieros, politicastros, policas y condottieri, Europa multiplica ante la inseguridad los pactos militares, los convenios de seguridad, las negociaciones para el desarme e invierte el grueso de sus presupuestos en la fabricacin de gases, aviones, submarinos, supertanques y fusiles ametralladores extra rpidos. Hay que ver a dnde conduce todo esto. La peor traicin de los intelectuales es probable que no sea la narrada por Julien Benda. A lo largo de veinte aos stos han dado pruebas de una miopa exasperante: ante la guerra mundial, de 1914 a 1918, cuando la excepcin la constituan tan slo unos pocos hombres en torno a Romain Rolland, a fin de elevar las protestas de la intelligentzia europea contra el imperialismo; de 1917 a 1920, por su incomprensin hacia la revolucin proletaria; en nuestros das, por su desconcierto ante la crisis, por su desconocimiento sobre la revolucin y por su incapacidad -aun en los casos en que se adhiere a ella- para comprender las contradicciones. Tales fallos obedecen sin duda a la situacin social de las clases medias, condenadas a oscilaciones permanentes entre la burguesa y el proletariado. Obedecen asimismo a la debilidad actual del proletariado revolucionario. En tres grandes pases al menos -Inglaterra, Alemania y Espaa-, si ste se hallara a la altura de su misin, debera prepararse actualmente para la toma del poder. Nada hay de eso. La reaccin lleva la delantera. La democracia est estancada, retrocede incluso y por inconsciencia, debilidad o inters, llega hasta a servir a menudo estpidamente a la reaccin. Forzada a elegir entre el riesgo de una revolucin obrera y la amenaza de la reaccin, la socialdemocracia alemana no parece haber albergado jams la menor duda. Cuando su deber era fusilar a Ludendorff, dej asesinar a Liebknecht. Y sigue con este peligroso juego. El da de maana sabremos probablemente si es capaz de seguirlo hasta el final, es decir, hasta el propio suicidio. Los intelectuales burgueses y pequeo burgueses, a quienes la comprensin terica de la totalidad del proceso histrico habra de predisponer para sumarse al proletariado revolucionario1, bien participan de los errores de esta democracia indecisa o bien, no viendo apoyo en parte alguna, buscan su camino como francotiradores en un aislamiento tanto ms triste y desmoralizador por cuanto, si se quiere sobrevivir as, habr que plegarse siempre ante el rgimen. Los tcnicos constituyen los cuadros de la produccin capitalista; con la excepcin de un personal pobre y subalterno que los revolucionarios no pueden subestimar, las profesiones liberales se encuentran vinculadas por multitud de lazos a la burguesa; la Universidad cumple una funcin al servicio de sta ntidamente marcada: conservar en todas sus formas especficas la tradicin de la cultura burguesa. La especializacin reduce ampliamente el horizonte de cada profesin. El ingeniero, el abogado, el entomlogo o el matemtico encuentran normal -al margen de su profesin especfica- compartir las ideas de todo el mundo, es decir, esa pacotilla de ideas tan borrosas como las viejas monedas en circulacin despus de mucho tiempo. Grandes cambios son precisos para quitrselas de encima, como ha venido a probar la revolucin rusa. Los escritores constituyen en este sentido una categora privilegiada de intelectuales, mucho ms capaces que los dems de ponerse al servicio del proletariado o de hacerse aliados suyos. No pertenecen a las grandes familias de la industria, no han adquirido una especializacin rgida y de cortas miras y, en menor medida, se ven libres del espritu del colegio profesional y del mandarinato universitario; si as lo desean, pueden tener un contacto ms directo con las masas a cuyas inquietudes respondan sus mensajes. Estas les piden opiniones, ideas, ejemplos, consejos inclusive y esperan de ellos que expresen todo aquello que ellas no saben expresar. El
1

Al igual que antao una parte de la nobleza se pas a la burguesa (K.Marx-F.Engels, El manifiesto comunista).

Hora es de reparar en la revolucin

gran escritor de toda una poca o el gran escritor del momento hablan para millones de hombres sin voz y a travs de ellos hablan stos. No olvido, en efecto, ni el snobismo, ni las modas literarias, ni la fatuidad bufonesca propia de muchos hombres-de-letras; pero hemos llegado al punto en el que el escritor ha de decidirse, al momento de la eleccin; desde ahora tan slo nos interesarn quienes opten por ponerse al servicio de algo ms importante que sus propias personas.

Captulo 6. Funcin ideolgica del escritor


Los grandes escritores de una poca son siempre como predicadores, incluso a veces como apstoles. Sirva el ejemplo de Balzac, algunas de cuyas novelas revelan tesis de tamaa ingenuidad burguesa que nos resultan curiosamente satricas: lase Csar Birotteau o Le Martyr de la boutique [El mrtir de la tienda] o incluso Thse sur la probit du petit commerant [Tesis sobre la honradez del pequeo comerciante]. Balzac realizaba su obra con una conviccin apasionada, en una poca en que la burguesa transformaba el mundo a su imagen y semejanza. Por aquel entonces, ni las ms pequeas de las virtudes de la clase dominante tena el menor ribete de ridiculez. Tendr que dar nombres? Whithan, Zola, Tolstoi o Romain Rolland son cuatro escritores que tienen algo de apstoles y es acaso esto lo que les da su envergadura. Hay algo de moralistas y de predicadores en Anatole France, en Barrs, en Gide, en Barbusse y en realidad en todo escritor de peso. El escritor cumple una funcin ideolgica. Se podra decir que hay dos tipos de escritores: los entretenedores de ricos y los portavoces de las multitudes1. En la realidad -siempre contradictoria- ambos no son con frecuencia sino uno mismo, mas entonces se hace indispensable que o el uno o el otro prevalezca. Nada ms falso que deducir de ello que toda obra se vea o deba verse animada de un trasfondo poltico; eso nos llevara casi de inmediato a la canonizacin de la obra de tesis. Dichas obras, en el sentido usual de la palabra tesis, son -por regla general y por definicin- de calidad inferior y por lo tanto en un plano de inferioridad en relacin con su funcin. La confusin entre la agitacin, la propaganda y la literatura resulta por igual funesta para estos tres tipos de actividad intelectual y de accin social (por ms que en casos concretos puedan darse eficazmente conjuntados de diversas maneras). El valor muy especial de la novela viene dado por cuanto sta sea capaz de presentarle al hombre algo ms que simples consignas polticas o determinadas reivindicaciones. Su validez viene dada por un saber exponer modos de sentimiento, de vida interior, de comprensin de los dems y de s mismo, de amar y de apasionarse. Obvio es decir que -repitmoslo- estas vivencias que, una vez analizadas, responden a una ideologa, corresponden necesariamente a los principios, escritos o no, de determinadas clases sociales; mas de una manera indirecta y remota -en apariencia frgile imperceptible para todo aqul que no proceda a su diseccin. Los rusos suelen decir, con palabras un poco simplistas pero efectivas: El escritor es un organizador de lo psquico. Mal organizador ser el que anuncie: Hale, voy a ensearles a pensar y a sentir. En primer lugar ser un tanto pretencioso y, en segundo, aun en el caso de que el lector no se sienta herido en su amor propio, ya tendr que carecer de espritu crtico para que tales intenciones no le merezcan la mayor desconfianza. Inferioridad de la literatura de tesis. Otro aspecto de dicha inferioridad se refiere al propio escritor. Este se ve dominado por su tesis, sabe a dnde quiere llegar y por tanto all tiene que llegar. No es dueo de dejar en libertad a sus facultades creativas y seguirlas con los ojos cerrados -cerrados ante, por ejemplo, las contingencias polticas del da-, pero abiertos, bien abiertos, prodigiosamente abiertos ante el vasto universo, como los ojos de un Rimbaud. Lejos estamos de conocer a la perfeccin los mecanismos de la creacin artstica. Cierto es que, en todo caso y para muchos artistas, el esfuerzo tendente a subordinar por entero la actividad creadora -en la que intervienen cantidad de factores de orden inconsciente y subconsciente- en una direccin rigurosamente consciente, no llevara sino a un indeseable empobrecimiento de la obra y de la personalidad de su autor. Lo que el libro iba a perder en espontaneidad, en complejidad humana, en sinceridad profunda o en positivas contradicciones, iba a ganarlo acaso por la claridad de las ideas? En algunos casos es posible. Pero el atractivo y la eficacia de la obra literaria provienen precisamente de un ntimo contacto entre el autor y el lector, de un contacto a unos niveles en los que ya no basta con el lenguaje puramente intelectual de las ideas, de una especie de compenetracin que tan slo se logra a travs de la obra de arte; mermando los procedimientos para llegar a aqulla se mermar todo. Yo no veo qu es lo que se pueda ganar de tal suerte, si bien comprendo perfectamente al poltico que, por encima de cualquier otra, se quede con las novelas que sigan al pie de la letra los puntos de su propio programa. Bien miope, sin embargo, habr de ser este poltico que se caracterice por su incapacidad para subordinar sus intereses a otros ms vastos y permanentes. Sin la menor vacilacin,
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Intencionadamente, no empleo aqu las expresiones masas o clases, que habran de parecer ms correctas a los partidarios del esquematismo pseudomarxista. Las relaciones entre los medios intelectuales y las categoras del modo de produccin estn lejos de ser lo directas que se imaginan los simplificadores que no encuentran nada mejor que eliminar dogmticamente las dificultades. Evidentemente, tal mtodo no tiene nada que ver con los anlisis marxistas.

Funcin ideolgica del escritor

yo lo contrastara con el poltico proletario para quien una obra vigorosa y viva, embebida de un espritu revolucionario -aun difuso-, una obra mancillada incluso por todo cuanto los doctrinarios baratos denuncian tan duramente como desviaciones ideolgicas, vale ms, resulta ms til que cualquier otra que responda a todas las exigencias propagandsticas, pero en la que se hallen ausentes esos elementos inexpresables e indefinibles, que nos conmueve, que nos emocionan hasta lo ms hondo y encienden en nuestros adentros la llama benfica de un sentimiento profundo2. Un ejemplo: la novela de Helene Grace Carlisle, Mother's Cry, traducida al francs por Magdeleine Paz con el ttulo Chair de ma chair [Carne de mi carne]. Pocas obras recientes conozco fraguadas con aleaciones ms nobles. Me trajo a la memoria ciertas patticas esculturas de bronce de Constantin Meunier. Cuando se ha seguido paso a paso -expresado con un lenguaje con tanta ms garra por cuento refleja todas las torpezas, todas las indigencias del autntico habla de una pobre mujer de Nueva York-, cuando se ha seguido hasta el final la trayectoria de su vida, sentimos sobre nuestras espaldas un algo de la mole inhumana de los rascacielos. Le dej este libro a un joven militante de esos que lamentablemente, todo lo politizan; en sntesis, su respuesta fue: Dese cuenta de que este libro responde a una mentalidad pequeo burguesa; en el mismo no se condena al capitalismo americano; el final est presidido por un tono de resignacin combinado de esperanza, seal de que el autor an alberga ilusiones sobre la democracia americana; ste, a imagen de sus personajes, no ha sabido descubrir el camino del partido..., etc. Se necesita ser corto de alcances para no darse cuenta de que precisamente al abstenerse de formular una condena explcita del capitalismo americano, al mostrar incluso que dicho sistema logra aduearse hasta tal punto del espritu del oprimido que ni siquiera le deja entrever nada al margen de lo que le envuelve, el escritor est ponindonos bien de relieve -tal vez a pesar de sus esperanzas muy reales en la democracia americana-, con una fuerza inigualable, la incidencia de la civilizacin americana sobre los explotados.

Habra que examinar aparte el punto de vista de la crtica. Una crtica incisiva y combativa, que no se contentara con destacar slo los mritos de la obra, tendra que insistir ampliamente en los fallos ideolgicos de la misma; este tipo de crtica me parece condicin indispensable para el desarrollo de una literatura revolucionaria.

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Captulo 7. Pensar en los hombres


As pues, qu hace falta para que el escritor hable a las masas, contribuya a la concienciacin de la gente y se comporte como un ciudadano de su tiempo? Dejarse de palabreras y tomar en consideracin la realidad de una civilizacin admirable por sus enormes posibilidades y escandalosa, repugnante y catastrfica por sus efectos. Ver al hombre vctima de las luchas sociales, de las guerras, de la falsa prosperidad, de las crisis, del hambre, del terror, de las dictaduras, de la carrera de armamentos; al hombre-hormiga a la sombra de las edificaciones-mole, al hombre-mascarilla elaborando los gases infernales de la prxima guerra; al hombre sin ms, an ms timado que los pobres salvajes por sus hechiceros, cuando abre cada maana su diario de informacin general; al hombre satisfecho a veces de poder comer hasta hartarse o de hacer el amor en esta enorme nave sin piloto que en ocasiones nos da la impresin de que va a irse a pique. Pensar en el hombre! Hacerse preguntas sobre las causas de las cosas, tomar partido, bajar al ruedo y no ver los toros desde la barrera. Digo bajar, mas qu significa eso? Bajar de dnde? De que podio de cartn-piedra? Mas bien dira ascender hasta la lucha, dejando atrs su triste papel anterior. Ello no significa convertirse necesariamente en un revolucionario; pero toda meditacin desinteresada sobre el destino del hombre de nuestro tiempo habr de aproximar ms o menos a quien la lleve a cabo a los revolucionarios, a menos que se parta de unas bases reaccionarias, en cuyo caso slo se obedecern los imperativos sociales de las clases conservadoras. Poco importa dnde se detenga el escritor en su bsqueda de una solucin al problema humano; si es honesto su empeo, slo con plantear el problema har ya una labor inmensamente til. Los revolucionarios habrn de echarle en cara con frecuencia que no sepa ver lo bastante claro, que sea juguete de las ilusiones mantenidas por las clases dirigentes o que en una medida ms o menos desagradable sea a la vez preso y guardin de la ideologa de aqullas; todo cierto. Habr quienes le vituperarn violentamente por sembrar la confusin en las ideas de la clase obrera, y no tambin sin razn, mas la cosa ser mucho menos grave de lo que se suele pretender si los revolucionarios saben estar en sus puestos. Hemos de tener menos miedo a la confusin en el mbito de las ideas que al vaco y a la esterilidad. La ideologa del proletariado es lo suficiente fuerte como para no tener nada que temer de los conflictos en el orden de las ideas, de la diversidad de errores, de la bsqueda, de las ilusiones y de las pruebas; pero es preciso que la gente se empape bien de ella, que arraigue con fuerza en su mente; por lo que respecta al escritor pequeo burgus -por emplear el trmino clsico que parece ya inevitable- hay que conformarse, y no poco es, con que, por ejemplo, se inspire en un autntico sentimiento de justicia, por ms que con este sentimiento, no obstante, en el terreno poltico no pudiera llegarse sino al socialismo idealista ms vaporoso. Las organizaciones proletarias no van a exigirle que sea foco de luz que se proyecte sobre la lucha de clases; los militantes no dejarn de sealar los puntos oscuros y los fallos de sus ideas, pero sin que por ello vayan a dejar tampoco de reconocer en l a un aliado valioso. De cuanto se escribe, a m tan slo me agrada lo que se escribe con la propia sangre, deca Nietzsche. Cuanto hay de romntico en esta peticin de sinceridad apasionada, no me parece fuera de lugar en una poca en que la necesidad de un romanticismo revolucionario se hace sentir cada vez ms. La sinceridad de las obras es una de las condiciones esenciales de su impacto. La literatura proletaria no surgir ni del empeo -aun perseverante- de las organizaciones burocrticas, ni de los congresos; las ms atractivas mociones, inspiradas en el espritu de la doctrina ms sana por los funcionarios ms ntegros de las comisiones de propaganda, jams darn lugar a un buen libro1, a menos que surja de por medio la sinceridad de la pasin. La literatura proletaria ser obra espontnea de escritores que se sumen al proletariado revolucionario. El tradicional divorcio entre la vida afectiva -constituida por la cultura, es decir por el pasado- y las convicciones tender a ser mnimo en su caso, a fin de conseguir esa plenitud en la expresin que resulta de la concordancia profunda entre las aspiraciones subconscientes, el sentimiento, todo cuanto origina la pasin y la conciencia. La obra proletaria no puede venir definida de este modo ms que por su calidad. Escritores habituados a ver el mundo a travs de la ideologa proletaria, incapaces de disociar a partir de entonces -sea cual sea su origen individual- sus propios intereses de los del proletariado, imbuidos de las tradiciones revolucionarias -ya bien ricas- de nuestro tiempo, ya no podrn -sea cual sea la temtica que traten, sea cual sea su estado de nimo y hasta sus variantes ideolgicas- crear sino obras proletarias, que lo sern en la medida en que sus propios autores sean revolucionarios proletarios.
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Les ser fcil, bien es cierto, contribuir a la aparicin de muchos malos, truncando al tiempo algunos buenos con un poco de suerte, pero est claro que lo uno no compensa lo otro.

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Captulo 8. Las crceles del alma


Lo ms grave es el alma prisionera del autor. Emmanuel Berl nos anuncia la muerte del pensamiento burgus. Eso es zanjar la cuestin demasiado rpido, pues mal muerto habr de estar quien tan bien puede matar. El panfleto admite exageraciones expresivas y a Berl no le falta razn al denunciar la endeblez de base de una literatura que se encuentra en un callejn sin salida, inferior con mucho en su conjunto al pensamiento burgus en sus manifestaciones fundamentales1. Sin desdear el panfleto, no podemos concebir que se proceda a enterrar verbalmente al adversario antes de haberlo abatido, sobre todo tratndose de un adversario que nos est acosando, deformando a los nuestros, imponindonos con su lenguaje propio hasta sus particulares maneras de sentir y pensar y dando pruebas todava de una extraordinaria energa. Vemos el mundo a travs de las categoras de un pensamiento moldeado por la cultura capitalista. El contacto no es directo entre el hombre y la realidad, no hay contacto directo del hombre consigo mismo, debido a que las citadas categoras se interponen. El hombre se ha perdido a s mismo (Marx). Las ciencias que tratan de las cuestiones ms alejadas del hombre -astronoma, fsica, matemticas- son las ms objetivas. En cuanto se acercan a l empieza a acusarse la deformacin, imperceptible en un principio; se da en el lenguaje y de la misma manera que existe toda una mitologa primitiva en las palabras y que al decir sopla el viento o la ola se alza seguimos usando expresiones que reflejan el animismo de nuestros antepasados, as tambin somos vctimas de la mitologa capitalista cuando formulamos hasta las ms simples ideas. He aqu las primeras lneas del Manifiesto del surrealismo, de Andr Breton. Primera: La creencia incide tanto en la vida que.... No profundicemos en el sentido de la palabra creer, tal como resulta para nosotros de nuestro pasado cristiano, no nos detengamos en la idea malsana de una creencia en la vida. Tercera lnea: El hombre, ese soador irremisible.... Puede darse otra mitologa ms rica que la que encierra la palabra soador, unida en este caso a irremisible, merced a una concepcin esttica y abstracta del hombre, tal como es del gusto del positivismo clsico del siglo XIX, o a una concepcin intelectual de las entidades que se toman por modelo? El escritor surrealista no dispone ms que de un conjunto de ideas y palabras originadas por una ideologa situada en las antpodas de la suya. Sus propios esfuerzos por liberar de la actual ideologa burguesa, de la que l mismo procede, que constituye su propio armazn, tienen algo de heroico y de ridculo a la vez2. Tmese al azar en cualquier otro libro cualesquiera frases; medtese un rato la terminologa y se descubrir -sin necesidad de recurrir a minuciosos anlisis- una serie de nociones claramente marcadas con diversas y sucesivas improntas, cual viejos sellos marcados por diferentes matasellos: la ms reciente sera la de la sociedad burguesa. Mediante una seleccin implacable y un modelado incesante, la sociedad, echando mano de todos los recursos, desde lo colectivo, lo individual, lo consciente y lo inconsciente, hasta la inhibicin, la sublimacin, la imitacin y la dialctica utilitarista, ha prefabricado todas nuestras ideas. Bergson puso de relieve que la inteligencia aspira ante todo a fabricar, apunta antes que nada a la accin del hombre sobre lo slido3, vinculando de esta manera el propio inicio de la misma al trabajo. Habra que citar aqu entero el precioso captulo de Marx4 sobre el fetichismo de la mercanca, con las apreciaciones que expone
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Resulta muy falaz reducir el pensamiento burgus a la literatura e incluso a la filosofa; no es ni mediante la una ni la otra con lo que la burguesa conserva su dominio, sino gracias a la accin ininterrumpida de la que deriva una ideologa flexible, ingeniosa y con inventiva, que se vuelve vida por la voluntad de poder que la entrevera. Quines han sido los que encarnaron la ideologa burguesa en la Alemania de posguerra? Los escritores Heinrich Mann, Thomas Mann, Dudwig, Von Unruh o Remarque? Los filsofos? Spengler? No sern ms bien un Hugo Stinnes, un Walter Rathenau, un Helferich, un Cuno, un Schacht o los Hugenberg, los Thyssen, los Kloeckner o los Krupp, a quienes no hay que considerar en este caso como individuos pensadores, sino como una clase pensante representada por individuos? Tiran de los hilos y hay una serie de idelogos que se ponen a hablar; y ese es slo uno de entre los medios de dominacin y no precisamente de los ms importantes. Tomo el ejemplo de Alemania, donde el retraso de la literatura burguesa ante las necesidades de la propia burguesa es manifiesto, sin que por ello se resienta la autntica ideologa burguesa. 2 A propsito de los surrealistas escriba yo un una revista sovitica en 1926: El error fundamental de los surrealistas es hablar con gran facilidad del hombre sin ms, identificndose a s mismo, jvenes intelectuales pertenecientes a una pequea burguesa machacada por la Historia en un pas capitalista desangrado, en una sociedad burguesa insegura y debilitada, con el hombre moderno. Egocentrismo muy fcilmente explicable, que sera ridculo si no fuera tan triste. El hombre frustrado para quien el suicidio es una solucin, el ensueo un supremo recurso y el delirio una obra de arte, no es en la Francia de nuestros das sino el producto de un medio social preciso. Es un hombre que no trabaja, mientras en el pas existen millones de trabajadores que sufren, a los que s les interesa la realidad, que no piensan ni mucho menos en el suicidio, que prefieren la accin a la ficcin y para los que la vida conserva todo su eterno gusto, pues saben de sobra o presienten al menos que se les ofrece plena a sus ojos, a la espera de que sepan conquistarla. 3 L'Evolution cratrice, pp. 166 y ss. 4 El Capital, ed. Fr. De Costes, t. I, p- 54.

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Las crceles del alma

por vez primera acerca de algunas de las ideas fundamentales del hombre moderno, en especial la idea de libertad. El pensamiento actual, moldeado por el capitalismo, suele tener siempre algo de profundamente antidialctico, en especial el pensamiento francs, nutrido de cartesianismo y de positivismo, tan prendado en la expresin de una claridad acaso incompatible con las contradicciones y la dinmica de lo real. De ah en cierta medida, sin duda, la impopularidad de Marx y de sus seguidores en Francia. El intelectual no podr evadirse de esta crcel del alma mas que en la medida en que sepa asimilar la ideologa del proletariado, unindose a la nica clase cuyos objetivos e influencia histrica aparecen marcados de manera tangible e irrevocable en sus propias condiciones de existencia, as como en toda la organizacin de la sociedad burguesa; la nica que puede y debe, liberndose a s misma, liberar al hombre. Adhesin extremadamente difcil. Cmo sacudirse de encima el yugo espiritual del viejo humanismo burgus cuando el propio socialismo lo padece tambin? La lucha de algunas mentes valerosas contra las ideas fantasmas arraigadas en su propio ser tiene un no s qu de trgico.

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Captulo 9. Nuestra crisis


La existencia de un potente movimiento obrero revolucionario vendra a facilitar mucho las cosas en orden a esta doble adhesin/evasin de los intelectuales. Estos podran mudar de piel al hombre antiguo ponindose al servicio del proletariado, servicio tanto ms provechoso por cuanto se asimilaran mejor a la clase revolucionaria y tanto ms indigno y peligroso por cuento quedasen ms enraizados en lo que hay de especficamente burgus en la cultura moderna. El sindicalismo revolucionario francs, presa de la corrupcin parlamentaria de antes de la guerra, incitaba a la clase obrera a desconfiar de los intelectuales; el bolchevismo no los mira tampoco con ojos muy distintos. Sin embargo, todo depende del movimiento obrero; si ste se halla en fase desarrollada, no habr razn para recelar de ciertas influencias ajenas; es ms, estara en condiciones de aprovecharse de sus aliados, aun de los vacilantes, de los compaeros de viaje, aun momentneos, y formara as a sus propios intelectuales, tendra su propia literatura. Hay que convenir que en este sentido la situacin no es buena. Dentro de la gran crisis del capitalismo se da tambin una crisis de la revolucin. En el momento de escribir estas lneas, lo que est en auge en Alemania no es todava la revolucin proletaria ms digna que se pueda concebir, sino la contrarrevolucin hitleriana. La clase obrera francesa an est por debajo del grado de combatividad que la caracteriz en los buenos tiempos del sindicalismo revolucionario de antes de la guerra. El noble movimiento sindicalista revolucionario de Espaa, trabado con sus viejas frmulas anarquizantes, no logr impedir la estabilizacin de una repblica burguesa en detrimento del proletariado; en ningn lugar de Occidente el comunismo parece haber hallado su camino, haberse abierto paso. El partido del proletariado, instrumento por excelencia de la revolucin, tal como Lenin lo concibi y lo supo forjar en Rusia, todava, a decir verdad, no ha sido constituido en los pases occidentales, exceptuando Alemania, donde por otra parte parece ser netamente inferior a su cometido histrico. En tales circunstancias muy bien pueden los intelectuales ejercer una influencia perniciosa sobre los obreros revolucionarios; la formacin de una intelligentzia revolucionaria se ve comprometida; la literatura revolucionaria abocada a no salirse del crculo vicioso de la ideologa de las clases medias; la gestacin de una literatura revolucionaria se vuelve as una empresa especialmente difcil. Mas no nos equivoquemos: nada ms ajeno al realismo proletario que el temor a contemplar las cosas cara a cara. No tenemos que renunciar a todo falso optimismo, pues nos mueve una confianza en el futuro que hasta en las ms negras horas nos permite salvar cuantos obstculos hace surgir el pesimismo. Los comunistas encarcelados por Mussolini encarnan a la perfeccin el herosmo del proletariado y la confianza del mismo en el futuro. Los Gramsci y los Terraccini saben que ellos no son prcticamente nada en estos momentos, que podrn ser asesinados maana mismo, que tal vez no vuelvan a ver la grata luz del sol; pero comprenden las leyes inexorables de la Historia y saben bien cmo terminarn las grandes paradas; al igual que los dems sabamos -cuando media Europa esperaba la salvacin de la marcha sobre Berln de los cosacos- que el Imperio ruso estaba ya condenado; al igual que Lenin y algunos otros, cuando en 1914 aseguraban que la guerra dejara paso a la revolucin; al igual que tanto otros perseguidos, derrotados y proscritos, vemos en la actual fuerza del capitalismo el germen de su propia descomposicin, de su propia muerte. Y en nuestra actual falta de consistencia vemos germinar nuestra fuerza del maana.

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Captulo 10. En torno a una teora obrerista


Los intelectuales pueden prestar grandes servicios al proletariado, de entre los cuales no ser el menos importante su participacin en la creacin de la literatura proletaria. En este punto manifiesto la necesidad de rechazar cierta concepcin obrerista procedente del sindicalismo revolucionario francs, debida a un natural recelo hacia los intelectuales pequeo burgueses; y asimismo del bolchevismo ruso en razn de la actitud de los intelectuales ante la revolucin proletaria entre 1917 y 1919. De los poetas, pensadores y artistas nada puede esperar el proletariado como colaboradores directos.... Los poetas, los pensadores, los artistas de la revolucin tan slo pueden surgir de entre el proletariado revolucionaria triunfante (Pierre Naville) 1. Lenin, a quien cito porque tiene razn y no por recurrir a su autoridad, era de la opinin contraria, pues constataba que por su posicin social, los fundadores del socialismo cientfico contemporneo, Marx y Engels, eran intelectuales burgueses. Era partidario de la propaganda y la agitacin comunista dirigida a todas las clases sociales e insista en la necesidad de saber sacar partido de la lite de las clases cultivadas que veamos acercarse a nosotros2. No olvidemos los grupos de grandes militantes que los intelectuales proporcionaron a la revolucin rusa. Por otro lado, el origen obrero de un intelectual reduce acaso su sujecin mental? Ms bien se dira que el autodidacta, en no pocos casos, es ms proclive que otros intelectuales a caer en las trampas de la cultura burguesa.

Les Intellectuels et la rvolution, Ed. Gallimard, 1927, p.128. Pienso que Pierre Naville se super a s mismo hace ya tiempo con respecto a esta obra. 2 Lenin, Que faire?, Librairie de l'Humanit, 1925, pp.32, 96 y ss.

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Captulo 11. Es posible una cultura proletaria?


Una ojeada a las experiencias de la revolucin rusa va a permitirnos plantear los principales problemas tcnicos relativos a esta cuestin. Bajo el antiguo rgimen, los intelectuales rusos pasan generalmente por revolucionarios. Su papel es muy importante en las primeras batallas contra la autocracia; sin embargo, tras la conquista del poder por el proletariado, se ponen frente a la revolucin junto a la mayora de las clases medias, cuyos ideales no rebasaban los de una democracia burguesa. Fueron estas clases medias las que sufragaron la mayor parte de los gastos de la guerra civil contra los soviets, las que defendieron encarnizadamente la causa de una burguesa que no saba defenderse a s misma. Algunos poetas son los primeros en adherirse al rgimen proletario. Tal adhesin resulta tanto ms difcil por cuanto no son bien recibidos por la revolucin que ellos mismos pusieron en peligro. Una intelligentsia sovitica de adictos y de jvenes no empieza a constituirse sino hasta despus de 1921, cuando la nueva poltica econmica, basada en las concesiones a la pequea burguesa, proporciona gracias a la paz un cierto bienestar y permite suponer a la larga el aburguesamiento del rgimen. En el plazo de dos aos (1921-1923) vemos como se va originando toda una joven literatura rica en talento y muy pronto rica en obras, confusamente revolucionaria y no socialista por lo dems: es la generacin de Pilniak, Fedin, Vsevodov Ivanov, Leonov y Gladkov, que an marcan la tnica a la literatura de la Rusia sovitica. Hubo comunistas que, en medio del entusiasmo de los primeros tiempos de la revolucin, soaron con crear una cultura proletaria. Lenin, por el contrario, insiste en la necesidad de asimilar el legado intelectual de la burguesa y de conseguir la preciosa ayuda de los intelectuales formados en el capitalismo. Trotsky plantea la cuestin en toda su amplitud: Tendr siquiera tiempo el proletariado de crear una cultura proletaria? A diferencia de los regmenes esclavistas, feudales o burgueses, el proletariado no concibe su dictadura ms que como un periodo transitorio de corta duracin. Cuando queremos rebatir algn punto de vista demasiado optimista en torno a la transicin al socialismo, manifestamos que la poca de la revolucin social habr de durar en el mundo no meses o aos sino decenas de aos. Decenas de aos, pero no siglos. En ese lapso de tiempo va a poder crear el proletariado su propia cultura? Las dudas al respecto son tanto ms explicables por cuanto que los aos de revolucin social habrn de ser aos de luchas de clase encarnizadas, en el transcurso de los cuales la destruccin prevalecer sobre la construccin. En cualquier caso, las principales energas del proletariado tendern a la conquista, a la defensa, a la consolidacin y a la utilizacin del poder.... Una vez conseguida la paz y segura la victoria, cuanto ms favorables sean las condiciones para la empresa de cultura general, ms a fondo se insertar el proletario en el seno de la comunidad socialista, perdiendo sus improntas de clase y dejando, en una palabra, de ser proletario. Dicho de otro modo, en la poca de dictadura, no se podra plantear la creacin de una nueva cultura, que sera tarea del mayor alcance histrico; y la empresa de construccin cultural -algo de una amplitud sin precedentes, que habr de iniciarse cuando desaparezca la necesidad de una dictadura frrea- ya no tendr un carcter de clase... 1. Tal es la propia concepcin de Marx: El proletariado no puede liberarse a s mismo sin eliminar sus propias condiciones de vida; si el proletariado se alza con la victoria, ello no significar en modo alguno que se haya convertido en el modelo absoluto de la sociedad, ya que slo triunfar con su propia desaparicin y con la de su contrario2. El proletariado victorioso construir una sociedad sin clases, la primera sociedad sencillamente humana de la historia. El arte de los periodos revolucionarios necesita una conciencia nueva. Inevitablemente tendr que reflejar todas las contradicciones de la sociedad en un periodo de transicin y por tal motivo no deber ser confundido con el arte socialista, cuyas bases an no existen3. Admitidas estas evidentes reservas, los trminos de literatura [o de cultura] proletaria (...) corresponden a una serie de necesidades del periodo de transicin y en notable medida a unos nuevos valores. Varias
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L. Trotsky, Littrature et Rvolution. Karl Marx, La Sainte Famille. Oeuvres philosophiques (La Sagrada Familia. Obras filosficas), Ed. Costes, t. II, p. 62. 3 L. Trotsky, Littrature et Rvolution.

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Es posible una cultura proletaria?

generaciones de trabajadores no conocern probablemente otros tiempos y tendrn que dedicarse a luchar sobre todo: mucho tendrn que destruir y que sufrir; hay que empezar a construir el mundo de nuevo. Pero, al igual que los ejrcitos del pasado, dispondrn de bardos, de juglares, de msicos y de filsofos. Ello es tanto ms cierto por cuanto que el proletariado, para conseguir la victoria, ha de ser conducido por autnticos jefes, pensadores y estrategas, que -al igual que Marx y Lenin- hayan sabido asimilar lo esencial de la cultura moderna; el proletariado precisa de grandes intelectuales propios. Tambin precisa de otros no tan grandes para empresas menores pero asimismo vitales. Lo esencial es que tanto lo unos como los otros sepan ponerse a su servicio. La obra que llevarn a cabo de esta manera poseer un valor cultural intrnseco. En este sentido histricamente restringido habr -se puede decir que hay ya- una cultura del proletariado militante4.

Vctor Serge, Une littrature proltarienne est-elle possible?, en Clart, n 72, 1 de marzo de 1925.

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Captulo 12. La poltica literaria del Partido Comunista de la URSS


El Comit Central del Partido Comunista de la URSS adoptaba el 1 de julio de 1925 una resolucin sobre la poltica literaria del partido, cuyo resumen es el siguiente: ...La dialctica materialista comienza a penetrar en mbitos totalmente nuevos (biologa, psicologa, ciencias naturales en general...). La conquista de posiciones en el terreno literario debe ser un hecho asimismo, antes o despus. Sin embargo, parece importante sealar que sa es una tarea infinitamente ms compleja que otras (...), teniendo en cuenta que el proletariado, bajo el rgimen capitalista, ha podido prepararse para un triunfo revolucionario, formar sus propios cuadros de combatientes y de dirigentes, forjndose as un arma ideolgica de admirable eficacia para la lucha poltica. Mas no ha podido profundizar en cuestiones tcnicas ni de ciencias naturales; como clase oprimida desde el punto de vista de la cultura general no ha podido crear su propia literatura ni su forma artstica ni su estilo particular. Una serie de criterios infalibles le permiten desde ahora juzgar el contenido social y poltico de cualquier obra literaria, pero carece por el momento de respuestas definitivas para todas las cuestiones relativas a la forma literaria. Por tales razones, la resolucin recomienda a los comunistas que consideren a los compaeros de viaje -es decir, a los escritores no proletarios ms o menos simpatizantes- como especialistas cualificados y que tengan en cuenta las tendencias de los mismos. Se esforzarn por facilitarles el paso a la ideologa comunista, lucharn contra las tendencias antiproletarias de aqullos (absolutamente insignificantes en estos momentos), ser combatida en las filas de los aliados la formacin de una ideologa de la nueva burguesa y habr que mostrarse tolerantes con las corrientes intermedias. De cualquier manera, el partido alentar a los autores proletarios, aunque no sin ponerlos en guardia contra la suficiencia comunista, que es el peor de los males. El partido, precisamente porque ve en ellos a los dirigentes ideolgicos del futuro, debe prevenirlos de todos modos contra el desprecio y la ligereza con respecto al viejo legado cultural y a los especialistas de la lengua literaria. Hay que reprobar asimismo la subestimacin de la lucha por la hegemona ideolgica por parte de los autores proletarios, por otro lado. El partido se alzar contra las tentativas de crear una literatura proletaria de laboratorio; de lo que se trata es de afrontar abiertamente los fenmenos en toda su complejidad, de no ceirse al reducto fabril, de no limitarse a pintar la vida en un taller, sino tambin la de una gran clase militante que comprende asimismo a millones de campesinos... Se invita a la crtica a hacer gala de intransigencia proletaria, a desvelar el significado social y objetivo de las obras y a denunciar sin ambages las manifestaciones de estados de espritu contrarrevolucionarios, aunque el mismo tiempo a dar pruebas tambin de la mayor tolerancia y discrecin frente a los medios literarios susceptibles de caminar junto al proletariado.... La crtica comunista deber proscribir el tono de ordeno y mando; tan slo tendr un profundo influjo educativo si proviene de una superioridad ideolgica; tendr que renunciar resueltamente a toda suficiencia comunista, pretenciosa, primaria y autosatisfecha; tendr que aprender. El partido se manifestaba a favor de la libre emulacin de las escuelas literarias, pues cualquier otra postura slo poda ser considerada como burocrtica. El partido se negaba a otorgar a un grupo, cualquiera que fuera, el monopolio de la edicin; conceder tal monopolio aunque fuera a la literatura ms proletaria por sus ideas supondra exterminar a esa misma literatura incluso. El partido proclamaba la necesidad de poner trmino a la intromisin administrativa, arbitraria e incompetente en la propia literatura. Por ltimo, el partido invitaba a los escritores a que rompiesen con los prejuicios aristocrticos y pusieran al alcance de las masas el legado de los grandes maestros. En suma, una excelente resolucin. La vida literaria ha padecido desde 1925 las repercusiones de todas las luchas sociales; para explicarlo tendramos que recordar la historia de la dictadura del proletariado a lo largo de los seis aos transcurridos

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La poltica literaria del Partido Comunista de la URSS

desde entonces. La prensa sovitica considera hoy en da la hegemona de la literatura proletaria como algo ya conseguido; los compaeros de viaje de otros tiempos seran todos, sin la menor excepcin, socialistas convencidos y sumisos a la lnea general del partido; y sin embargo la prensa denuncia cada semana el carcter antiproletario de nuevos libros, cuyos autores no tardan en negar la paternidad. En conjunto, han sido escasos los nombres nuevos que surgieron, no ha habido obras de relieve o en todo caso su nmero ha sido muy pequeo. Segn veremos, la literatura sovitica revela al observador -quiero decir al revolucionario proletario que se dedique a observarla- lagunas evidentes y determinados defectos lamentables, contra todo lo cual pona en guardia la resolucin del partido comunista. Pravda criticaba en el pasado mes de noviembre los fallos de la Asociacin de escritores proletarios de Rusia, que se olvid a menudo de que constituye una organizacin literaria y educativa y no estatal y administrativa1. La asociacin lo reconoci enseguida: conden tales desviaciones y puso en marcha una nueva lnea.

Pravda, 24 de noviembre de 1931.

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Captulo 13. Esquemas


La orientacin general dada en la actualidad a la literatura sovitica es hostil a la psicologa; se pretende una literatura social y no psicolgica, de accin y no de introspeccin, militante y no contemplativa o analtica, de propaganda y no de controversia, de afirmacin y no de bsqueda. Cuando un grupo de escritores sostuvo la necesidad de concebir y crear en todo hombre un hombre vivo, enseguida se vio en esta consigna una tentativa reaccionaria de olvidarse del espritu de clase; no se trata de comprender al enemigo -precisemos: al sacerdote, al campesino acomodado o rico, al profesor idealista...-, de lo que se trata es de luchar contra el mismo. Se pretende una literatura utilitaria e incluso especializada, de actualidad, dedicada a las grandes campaas polticas, el Ejrcito Rojo, a las Juventudes Comunistas o al colectivismo agrario: una literatura agitadora y propagandstica rigurosamente ortodoxa. Hay una tendencia muy fuerte a considerar que todo aqul que no est sin reservas con nosotros, est contra nosotros y es por ello un contrarrevolucionario. En la aplicacin a casos concretos es donde tales posturas muestran mejor su debilidad. Hace algunos aos se pudo ver una buena pelcula sovitica (El guila blanca) -la actuacin en la misma de Meyerhold hubiera debido servir para asegurarle el xito-, en la que se vea a un gobernador, un hombre bueno en su vida privada, que mandaba casi a pesar suyo disparar contra una manifestacin obrera y posteriormente experimentaba remordimiento de conciencia por ello. La crtica declar el film detestable. A su entender, el gobernador hubiera debido ser un animal con uniforme, evidentemente, que mandara abrir fuego alborozado y se regocijara luego al recordarlo. Ambo prototipos se dan en la naturaleza, quiero decir en la naturaleza de los gobernadores militares, pero, aparte de que es manifiestamente absurdo querer renunciar a toda psicologa para no describir mas que a odiosos burgueses a capricho, no resulta de una eficacia propagandstica mucho mayor, de mucha ms categora y ms susceptible de calar en mentalidades exigentes o simplemente espabiladas, si se presenta al hombre como una vctima de su propia funcin? Por ejemplo, al gobernador bueno, que no tiene otro remedio que someterse a pesar suyo a la baja servidumbre del rgimen. Podr objetarse que lo importante es inculcar a la masa de espectadores los odios de clase? El odio que se busca ha de ir dirigido contra el sistema; resulta fcil hacer recaer sobre las personas las responsabilidades del sistema, viejo truco de los conservadores a los que bastara con relevar a la gente. Al resto, ante que recurrir a sentimientos e instintos tal vez tiles en ciertos momentos de la lucha social, lo que nos importa es conseguir que los trabajadores accedan a un grado ms alto de conciencia de clase. Menos que cualquier otra -dice Marx-, mi concepcin, que contempla el desarrollo de la formacin econmica de la sociedad como un proceso natural, no puede hacer al individuo responsable de una situacin de la que es socialmente producto, por ms que considerando las cosas desde el lado subjetivo la supere con mucho. 1 En el mismo orden de ideas, un peridico de Leningrado reprochaba a un joven escritor que hubiese pintado con cierto atractivo a un personaje opuesto al comunismo. Era preciso acaso que fuera cojo, bizco, tartamudo y prfido? Tanta estupidez nos descorazona. El mismo peridico censuraba a Alexis Tolstoi por haber creado un personaje de una cheka sin pintar en l al autntico miembro de la checa bolchevique. Me recuerda a la prensa bien-pensante cuando le reprochaba a Barbusse y a Len Werth que en sus novelas de guerra no hubieran pintado al autntico y valeroso veterano francs. En ambos casos se trata de imponer al escritor unos esquemas utilitarios. Y si se me responde como se suele hacer a veces: Condenemos los esquemas favorables a la burguesa y adoptemos los que lo sean para el proletario, me parece que eso es precisamente seal de una mentalidad indeseable para el arte proletario. No puede darse una identidad de procedimientos para l y para el arte burgus, sobre todo en lo que respecta a sus expresiones utilitarias, es decir, las ms burguesas. No tenemos por qu recuperar todas la armas espirituales o falsamente espirituales de la burguesa. sta precisa de la mentira de los convencionalismos idiotizantes y de los cuentos chinos. Pues dejmoselos para ella! Nuestras necesidades son contrapuestas porque lo son asimismo nuestros fines y nuestra naturaleza. Ciertamente y recurriendo a cmodas simplificaciones, se pueden emplear trminos tales como el Obrero, el Bolchevique, el Miembro de la Cheka o el Soldado Rojo, a condicin de no hacer de ellos tipos abstractos que sirvan de modelos ideales; a condicin -esencial para la obra de arte- de no reemplazar con seres convencionales a los hombres de carne y hueso.
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El Capital prefacio a la primera edicin.

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Esquemas

No trato de negar a los esquemas utilitarios -de una utilidad limitada- todo valor literario. Las estampas de Epinal tienen tambin su encanto y un inters propagandstico que nadie les puede negar. Unas obras en las que se viera al Autntico-Proletario-Marxista que prevaleca frente a las dudas clsicas del IntelectualPequeoburgus-Individualista y se alzaba con la victoria en la pgina 250 -tras las convenientes peripeciasante el Gran-Burgus-Liberal-Reaccionario-y-Fascista (chistera, barriga y habano), podran resultar -a condicin de que los autores tuvieran autntico talento- grandes frescos simplistas con los rasgos resaltados, idealistas y caricaturescos a un tiempo, y de unos efectos positivos. Lo admito encantado, por ms que todas las tentativas en este sentido que conozco hasta la fecha disten mucho de ello. E incluso si lo consiguieran, tales obras no podran ser tenidas por las ms importantes de una literatura empeada en la transformacin social. Tendran tambin su sitio junto (o debajo) a otras obras diferentes y destinadas a interesar, a emocionar, a expresar, a revelar cosas, a entusiasmar a una serie de personas con unas necesidades ms complejas, con grandes anhelos de verdad, una gran pasin por la realidad y una enorme preocupacin por conocer al hombre como para no satisfacerles un simbolismo elemental e incluso rudimentario.

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Captulo 14. Del esquema a la idea falsa


Acabo de leer una narracin rusa cuyo protagonista es un chfer; quiero decir, el Chfer por excelencia: no vive mas que para el coche. No hay otros personajes mas que chferes buenos y malos; e incluso la mitad de stos se vuelven buenos al final. El autor nos dice que su personaje piensa en el socialismo. Bstenos su palabra. Un autor dramtico1 sostiene que no hay ms vida verdadera que la de la fbrica. Parntesis personal: nunca he visto obreros de este tipo en la URSS. Esto es la apoteosis de la trivialidad. Y por ende, de una trivialidad basada en una idea falsa, en absoluto socialista: la del productor para la produccin. La concepcin proletaria es algo diametralmente opuesto: es la de la produccin para el productor. Reducir al obrero a algo que no existe sino en funcin de la fbrica -aunque sta sea concebida como centro de una vida colectiva intensa e interesante (una vida colectiva en funcin de la produccin, una vez ms; pero aqu el problema se plantea de distinta manera)- es privarle de una gran parte de sus atributos de hombre social, suprimir aspectos esenciales de su vida individual: el amor, la familia, la paternidad... es, repito, crear un tipo de obrero inexistente y del que adems el socialismo no necesita para nada. El socialismo ansa trabajadores que sean hombres completos, con una vida satisfactoria, tanto en la fbrica como fuera de ella. Parece que esto es algo que todo el mundo tendra que saber; pero, entonces, para qu ese tipo de obras? A un joven obrero fatigado ya de tanta ideologa, que le escribe dicindole que quisiera distraerse un poco (Yo quisiera que el campesino, en vez de besar al tractor besara a una campesina; que los campos no se poblaran de clavos, sino de hierbas), el propio Gorki le responde: Distraerse? sa es la ms antigua consigna de los parasitos; Que trabajen los dems mientras nosotros nos distraemos! 2. Esta desconcertante respuesta a la solicitud ms natural deja entrever la idea subyacente del productor para la produccin. El contraste me trae a la memoria el delicioso librito de Lafargue, El derecho a la pereza, la mejor reivindicacin que se hizo nunca del derecho al ocio. La misin del socialismo es la de potenciar al hombre que hay en todo productor. A finales de verano de 1931, los escritores proletarios se impusieron la tarea de dar a conocer a los hroes del trabajo de la brigadas de choque. La Gazeta literaria public listas de autores perfectamente desconocidos en su mayora, destacados en las grandes fbricas para cantar la gloria de los hroes. Una serie de escultores modelaba en la misma poca las efigies de esta lite de trabajadores; los litgrafos reproducan su imagen en tarjetas postales. Nada ms justo que la concepcin del trabajo como un nuevo honor, segn la expresin de Pierre Hamp -justo incluso en el rgimen capitalista, pues para nosotros no hay en la sociedad moderna mayor figura que la del Trabajador-, nada ms interesante, a lo que parece, que en el ensayo-documento, en el relato o en la novela quede constancia de los caracteres de los autnticos hroes que hacen -con frecuencia a costa de las mayores privaciones- que los planes quinquenales sean una formidable realidad revolucionaria. Solo que el mtodo ya viene dado: nada de psicologa, no es eso? La idea general viene dada; los personajes principales tambin; el final est escrito de antemano: recepcin de la Orden de Lenin. Todo viene dado de antemano y de ah el desastroso resultado. De un producto elaborado de esta manera no podr esperarse la menor literatura viva, es decir, verdadera. Puede el protagonista ser un mal marido, hombre creyente, de la oposicin, un alcohlico o alguien que se gasta malas pulgas cuando tiene el da malo? Que se me cite un solo caso de entre todo lo publicado! No, no: tiene que ser un hroe del trabajo de los pies a la cabeza; y si no es del partido, que est a punto de entrar cuando menos. El ms insignificante personaje de Hamp o de Poulaille (El pan de cada da) resulta mil veces ms humano. En la obra de Nicols Nigitin, La lnea de fuego3, obra teatral bien hecha y mejor montada por Tairoff (1931), veamos aparecer en escena, en uno de los mejores teatros de Mosc, a un ingeniero saboteador, tan logrado como tal -desde las polainas hasta la perilla- que enseguida me vino a la mente el traidor de siniestras intenciones, siniestro papel, siniestro entrecejo y chaleco siniestro que algunas veces pude contemplar en ciertos melodramas de un teatro de Belleville. La lejana con la realidad en fcil de percibir; los autnticos saboteadores respondan tan poco a estas seas que durante aos gozaron de la mayor confianza por parte de los dirigentes ms competentes de la economa sovitica.
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Churkin, Las brigadas de choque. Pravda, 20 de diciembre de 1931. 3 A propsito de este ttulo, hay que sealar los inconvenientes y la falsedad de una concepcin militarista de la produccin, aunque slo sea insinuada en el lxico. La produccin no es la guerra; la industrializacin socialista no es la lnea de fuego (sera ms pasable si se tratara de la industrializacin capitalista, esa devoradora de hombres); el trabajador no es un soldado. El sistema de produccin y la guerra requieren distinta organizacin, distintos mtodos y actitudes humanas diferentes.

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Del esquema a la idea falsa

El gran peligro de estos esquemas es que destruyen la inteligencia y falsean las ideas. La imagen convencional grabada en la mente, impide, llegado el momento, la recta comprensin de lo real. El arte pierde la riqueza y la variedad de la vida. Evita los errores fecundos para caer en los infecundos. La propia dialctica de la vida, ese juego constante de las contradicciones que se confunden, se provocan y se utilizan entre s, se niegan, se anulan y renacen, todo esto lo ignora4.

No me resisto a la tentacin de citar aqu algunas lneas de Romain Rolland: Sea cual sea la obra emprendida (...) slo hay dos formas de arte en el mundo: la que parte de la vida misma y la que parte de convencionalismos. Y tambin: En poltica se ha luchado valientemente por la verdad; pues en el arte no resulta menos necesario hacerlo tambin; la de aqulla y la de ste no son distintas. El principio de la justicia no es el corazn, el intil sentimiento, sino la inteligencia, la lcida inteligencia; por eso la buena salud de sta habr de tener una importancia mxima en orden a la accin y a la Revolucin (Le Poison idaliste [La ponzoa idealista], dirigido a Charles Pguy, julio de 1900, y reproducido en Europe, 15 de febrero de 1926).

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Captulo 15. Escritores y proletarios


Los ejemplos que he citado, lejos de ser excepcionales, son de una banalidad tpica. (Cuanto comento al respecto se puede leer por lo dems de la pluma de los dirigentes de las organizaciones literarias soviticas; lo repiten peridicamente sin resultados positivos: prueba de que el mal es profundo.) El mismo espritu esquemtico parece inspirar las recientes tentativas de obrerizar al literato. 1930 fue el ao de las brigadas de escritores. Grupos de escritores con salario mensual a cargo de empresas industriales, viajes pagados y contratos firmados con objeto de producir obras-documentos, recorrieron el pas en plan propagandstico. Millares de escritores participaron en este movimiento que debi de salir bastante caro y no produjo un solo libro de calidad; tan slo decepcin. Y sin embargo, haba de base una idea interesante en este caso: la de la tarea de los equipos de escritores en contacto inmediato con la produccin. Un poco ms tarde se inici otra campaa. Los obreros de las brigadas de choque fueron invitados a iniciarse en la literatura. Pertenecen a estas brigadas los trabajadores que se comprometen a realizar un trabajo especialmente a fondo. Aun admitiendo que tales brigadas representen una lite de trabajadores -cosa que no podra darse como regla general, dado que un buen obrero no tiene por qu comprometerse a un rendimiento especial para hacer cuanto est en su mano-, dichos obreros, los que dejan todas sus energas en la fbrica, los que disponen de menos fuerzas y de ratos de ocio, pueden pensar seriamente en hacerse escritores? Es decir, en tener que aprender, por si fuera poco, un nuevo oficio ms difcil que algunos otros, que exige una dedicacin tan a fondo como cualquier otro; aos de preparacin, una cultura general, tiempo y ratos libres, etc., por no hablar ya de dotes especiales. No resulta imprudente olvidarse de todo esto? Ciertos escritores rusos entusiasmados con la idea no tardaron en ver en los trabajadores de las brigadas de choque a los maestros de la literatura del maana. Incontinencia verbal de intelectuales demasiado ajenos an a la conciencia proletaria para poder hablar con conocimiento de causa. El minero, por ejemplo, sabe de sobra que no puede hacerse albail de un da para otro. (Cierto es que, una vez ms, se parte de una idea correcta: es innegable que la clase obrera alberga a un sinnmero de talentos que slo precisan para manifestarse cultura y oportunidades. Es deber de la sociedad proletaria descubrirlos y darles una y otras. La aplicacin mecnica de una idea correcta no lleva, sin embargo, mas que a unos actos caricaturescos. Ser preciso recordar qu escritores contemporneos surgieron del proletariado o incluso de ms abajo? Tenemos a los americanos O'Henry y Jack London, al ingls Joseph Conrad, al ruso Gorki, al francs Peter Hamp, al noruego Knut Hamsun o al rumano Istrati. Y slo menciono nombres de categora, de renombre universal. Conrad, de origen polaco, no aprendi ingls hasta los veinte aos y en los barcos britnicos; por su parte, tampoco Istrati aprendi francs -su medio de expresin escrita- hasta bastante tarde). De todo ello resulta un empobrecimiento innegable: la literatura va siempre retrasada respecto a la vida social, por ms que aqulla asegure constantemente, por medio de sus rganos de expresin, su voluntad de ir a la par. Ni una sola vez, que yo sepa, los escritores denunciaron males, abusos, errores o peligros, antes que los rganos oficiales (en cuanto a denunciarlos despus, nada ms fcil, claro est). Ni una sola vez dieron una solucin, una iniciativa, un proyecto de mejoras antes que los rganos oficiales (en cuanto a aprobarlos posteriormente, qu mrito puede haber en ello?). Acontecimientos histricos tales como la revolucin china de 1927 -no obstante ser mejor conocida por los rusos que por cualquier otro pueblo europeo- no sirvieron por nuestra parte para un equivalente de Les Conqurants de Malraux, por ms que los rusos hayan sido mucho ms numerosos en China que los franceses y estuvieran en mejores condiciones para entender los acontecimientos1. En este punto creo que estamos llegando a las races del mal: un tema muy espinoso por numerosas razones de orden ideolgico. Por idntico motivo ciertos escritores de talla prefieren dedicarse meramente a temas de historia pasada.

Aspectos diferentes, valores diferentes de un libro: los conqurants [conquistadores] que Malraux nos describe, dilettanti nietzscheanos que viven de una revolucin, no tienen casi nada en comn con los revolucionarios proletarios. No quiero decir con esto que los primeros no existan en las revoluciones; stas mezclan gentes de todo tipo y el papel de los aventureros no resulta desdeable. Pero el revolucionario de nuestros das es el revolucionario profesional de Lenin, el hombre del partido bolchevique, el militante de los pases latinos, por lo que Garin se encuentra a aos-luz de stos. Malraux est totalmente ajeno a la concepcin proletaria de la revolucin; si analizamos sus ideas resultaran tal vez las de un enemigo, claramente burguesas. Y, sin embargo, por las sensaciones que nos sabe dar de la calle en Cantn, por la descripcin que con cuatro lneas nos hace de las multitudes chinas -que tan bien sabe apreciar y transmitirnos- y por la profunda visin que nos da del drama cotidiano, su libro nos resulta valioso; y no hablo de sus valores puramente literarios, que quedan fuera de toda duda.

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Captulo 16. El pensamiento proletario y el miedo al error


Las razones de este estado de cosas estriban en algo ms profundo que una tutela administrativa, sin duda excesiva: son el resultado de una concepcin mucho ms angosta de la literatura y de un miedo a la heterodoxia que lleva al pavor ante cualquier variedad, ante cualquier variacin, frente a toda bsqueda e incluso a cualquier manera, por poco novedosa que sea, de formular las verdades de base o las ideas incuestionables. Tan peligroso resulta el error en los productos espirituales? Parece que la dialctica materialista debera ayudarnos a comprender que en la incesante bsqueda de la verdad cientfica, el error siempre aparece ms o menos ntimamente ligado a sta y no siempre desempea ese mismo papel funesto que se le quiere asignar despus. Por otro lado, tampoco se puede decir que haya error total. La ciencia no est completada, el marxismo no es un dogma, sino una directriz para la accin (gustan de repetir en Rusia, Qu razn tienen!). La propia actuacin de un partido proletario victorioso se halla necesariamente impregnada de empirismo, mancillada de errores, de titubeos y de fluctuaciones en diferentes sentidos; sera ridculo hacerse de esta cuestin una idea rgida y lineal. A fin de cuentas la verdad, verdad proletaria, no habr que hacerla con el esfuerzo de todos y cada uno, constantemente, mediante una emulacin fecunda, investigando, discutiendo y debatindose fraternalmente? Los congresos de nuestras organizaciones pueden decidir resueltamente acerca de cuestiones doctrinales referidas a la accin; as ha de ser si lo que nos interesa por encima de todo es la eficacia de la accin en orden a la transformacin del mundo. Sin embargo, no se les podran pedir iguales procedimientos cuando se trata de cuestiones filosficas, artsticas, histricas o de metodologa cientfica, sin caer en la tradicin dogmtica de los concilios de la Iglesia Romana. La mquina universal para fabricar la verdad no ha sido inventada todava y no seremos nosotros, los marxistas revolucionarios, lo que acariciemos tal sueo. Partiendo de ah, se le puede pedir a la literatura la imposible ortodoxia ideolgica en los mbitos cientfico y poltico? Un gran partido proletario tiene que defender sus ideas contra las influencias disgregadoras, conservar su equilibrio interno y combatir los signos corruptores que se puedan presentar en el mismo, en especial cuando ejerce el poder y el monopolio de ste; no cabe la menor duda al respecto. Mas, es conveniente aplicar a otros mbitos de la vida intelectual -a la ciencia, a las artes- los mtodos mediante los que se mantiene una sana intransigencia poltica (admitiendo que tales mtodos sean excelentes, ya que aqu no vamos a juzgarlos)? La validez de una doctrina no podra ser considerada de una manera absoluta, al margen de toda contingencia; no hay posesin de la verdad independientemente de la inteligencia, del talento, de la probidad y de la actuacin social o individual del poseedor; de lo contrario caeremos en el dogmatismo. Para algunos Padres de la Iglesia el ltimo de los cristianos vala ms que el ms notable de los paganos; para nosotros, revolucionarios del presente, un gran idealista, hombre de ciencia o escritor, lo suficientemente ajeno por su formacin espiritual al materialismo dialctico de Feuerbach, de Marx, de Engels y de Lenin -un Albert Einstein, un Nicolai, un Romain Rolland...- puede tener un valor infinitamente mayor que un mediocre materialista recin salido de la Escuela y, todo lo ms til para... la verdad es que no s para qu! La filosofa de este ltimo es en s misma superior al idealismo; pero el gran idealista, cuando se acerca al proletariado, vierte en la balanza un rico caudal de experiencia humana, de cultura, de saber y talento, cuantas riquezas han sido depositadas en l por el humanismo de su siglo; mientras que a nuestro mediocre materialista... El lector sabr disculparme por insistir en cosas tan evidentes, utilizando unas imgenes que resultan algo ofensivas para el sentido comn. Pero tengo que hacerlo, no me queda otro remedio; piense el lector que trato de hacerlo con la mayor morigeracin posible. Lenin escriba en una ocasin a Gorki: Pienso que un artista siempre puede sacar de cualquier filosofa cosas tiles para s mismo (...) y reconozco que cuando usted expresa al respecto [la creacin artstica] una serie de opiniones basadas en su experiencia artstica o en la filosofa, aunque sta sea idealista, llega a conclusiones que pueden prestar unos servicios extraordinarios al partido obrero1. No es menos cierto sin embargo que con excesiva frecuencia vemos que se atiende ms a la letra que al espritu, a la mediocridad escondida tras la repeticin de una serie de frmulas aprendidas que a la inteligencia recta e inquieta y por ello propensa a las desviaciones. Los peridicos acaban de afirmar una vez ms que no hay sitio en la URSS mas que para una crtica rigurosamente marxista. Tal crtica
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Carta del 25 de febrero de 1908.

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El pensamiento proletario y el miedo al error

es segn mi modo de ver la nica verdaderamente cientfica. Es sta una razn suficiente para preferir cualquier joven redactor de la seccin literaria de L'Humanit a un Saint-Beuve? En la revolucin, este joven y yo estaramos del mismo lado de las barricadas, mientras que el gran crtico estara probablemente del otro; y sin embargo, ms tarde, a ste y no a aqul habra que recurrir a la hora de comentar a Goethe. Por ltimo, la premisa Todos los que no son totalmente de nuestro parecer estn contra nosotros, cuyas consecuencias prcticas son profundas, es acaso justa? Es tan falsa como una perla de medio duro. Todos los revolucionarios lo saben bien, pues en la lucha han tenido que recurrir al apoyo de hombres muy distantes de ellos en tantos sentidos. Las cosas van desde una ayuda individual prestada por simpata al exiliado, hasta el trabajo de los especialistas en el Ejrcito Rojo y en la industrializacin. Se me responde que no se puede prescindir del ingeniero ni del artillero, mientras que es posible hacerlo con respecto al escritor pequeo burgus o al militante sindicalista? Yo arguyo que ni uno ni otro pueden ser eliminados sin que ello suponga un terrible empobrecimiento. Mucho menos que las desviaciones del pensamiento individual, el proletariado en el poder habr de temer el mimetismo de la mediocridad, el enmascaramiento o la adaptacin interesada a su lenguaje, a sus ideas, a sus costumbres; toda esa falsa imitacin fraudulenta de la cultura proletaria basada en el mnimo esfuerzo, el nada de cuentos, hay que bailar al son que tocan o el las cosas claras y el chocolate espeso. La bsqueda mecnica de la ortodoxia rigurosa slo conduce a una seleccin de lo malo. Tomemos dos autores: uno de ellos lleno de energas, entregado a la causa de la revolucin, que entiende a su modo, y artista autntico, se empea en defender en algunos puntos -indirectamente, como sucede por lo general en la novela- ciertas ideas tenidas por errneas (pongamos, para agravar su caso, que sea seguidor de Freud en el campo psicolgico, o de Bergson en el filosfico, o de Sorel en el sociolgico); el otro, carente de todo inters, no tiene nada que defender a no ser una insignificante situacin personal. Pues bien, quin puede no presentir que el segundo se adaptar mejor a cualquier exigencia, mientras que la intransigencia burocrtica terminar por eliminar al primero? La sociedad socialista en formacin debe recelar de esta adaptacin pasiva o interesada que, en las grandes luchas futuras, muy bien puede volverse en contra suya. Habr de inculcar a sus ciudadanos el valor cvico. El hombre que no sepa defender con energa o estoicismo, segn los casos, sus convicciones no ser nunca ni un autntico revolucionario, ni un escritor digno, ni un buen ciudadano de las Repblicas del Trabajo. Y ms que a los errores ideolgicos habr que temer a la esterilidad. Nuestra intransigencia de pensamiento slo puede vencer en la lucha, nunca en el vaco.

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Captulo 17. El problema de los intercambios intelectuales


Al igual que toda la vida intelectual, la literatura tiende cada vez ms a internacionalizarse. El gran escritor es aqul cuya influencia irradia en el mundo. Un libro que causa impacto es un libro que se traduce. La literatura instaura un constante intercambio de mensajes entre generaciones, clases, pases, razas y continentes, intercambio que an no es todo lo amplio que sera de desear, pero que a pesar de todo va siendo cada vez mayor. Un papel primordial tendr que corresponderle a la nueva literatura, a aqulla de inspiracin revolucionaria y proletaria. No le corresponder acaso proclamar, por encima de las fronteras tendidas con alambradas de pas, el espritu europeo, la fraternidad interracial o el internacionalismo obrero, la nica forma rematada del espritu europeo? No es concebible que dicha literatura pueda perdurar sin unos intercambios internacionales muy activos. Pero tambin en este sentido, y en un aspecto de capital importancia, la situacin es mala; y es la literatura sovitica la que sufre las mayores consecuencias. Sus comunicaciones con el resto del mundo son extremadamente dbiles y escasas, ignorando casi por completo la vida literaria del extranjero. No hay en todo el territorio sovitico una sola librera que venda libros recientes en idiomas extranjeros, ni una sola biblioteca que disponga de las colecciones completas de las principales revistas de fuera. Ni una sola publicacin, al margen de algunos boletines espordicos destinados a un reducido pblico de funcionarios, que siga realmente los movimientos literarios internacionales. Desde hace algunos aos1, los autores extranjeros no son traducidos mas que excepcionalmente y la crisis de papel no es la nica causa de tal estado de cosas. Hay una tendencia a considerar intil -si no perniciosa- la literatura burguesa o pequeo burguesa -aplicndose este ltimo calificativo a los escritores vanguardistasdel mundo capitalista. El esquematismo de crticos simplistas, carentes de la debida talla y que despachan a un autor en dos lneas con una suficiencia divertidsima, hace el resto2. No creo que haga falta demostrar hasta qu punto es desagradable esta tendencia: a m se me antoja como el miedo malsano al error -inflado, encima- y el pavor -apenas ms justificado- al influjo intelectual de las clases ricas del extranjero. En el mbito menos vasto de la cultura proletaria la situacin es an peor, pues es all donde el miedo al error da los frutos ms amargos. Los intercambios intelectuales, sean del tipo que sean, son completamente imposibles; los rganos oficiales de los partidos comunistas son las nicas publicaciones admitidas en la Unin Sovitica. As pues, ninguna comunicacin directa puede establecerse entre la literatura proletaria sovitica y las numerosas agrupaciones obreras de diversas tendencias que constituyen desde siempre en todo el mundo focos de cultura proletaria, laboratorios donde se elaboran ideas y tcticas y reciben formacin los militantes. Focos llenos de contradicciones, fragilidad e incluso fallos, errores... pues s!, pero ncleos vitales irremplazables asimismo. Se cierran los ojos ante ellos y se les ignora por prejuicios, lo que slo sirve para desmoralizarlos. Si a todo esto aadimos las dificultades a menudo insuperables de los viajes, podemos hacernos una idea ms o menos precisa de la enorme dificultad de los intercambios intelectuales entre la literatura de la URSS y la nueva literatura de los restantes partidos del mundo. El problema es grave; no hago mas que esbozarlo a grandes rasgos.

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Al contrario de los que ocurra en el periodo anterior; se tradujo muchsimo hasta 1928. Incidentalmente, un crtico calificaba -en la Gaceta literaria de Mosc (26 de febrero de 1932)- a Jean Giono como idelogo de los kulaks (campesinos ricos) (!), lo que le dispensaba de cualquier demostracin.

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Captulo 18. Respuestas al lector malicioso


Es tan grande la fecundidad de una revolucin socialista (y la de las experiencias humanas que supone para el escritor, al que saca con su fuerza viril de la contemplacin del yo, de los tics de escuelas, de la competencia en premios literarios, etc.) que la produccin artstica en las dos ramas ms necesarias para las masas de nuestros das -el cine y la literatura- conoci en un principio una expansin prodigiosa en la URSS en cuestin de unos pocos aos. El gusto de la vida, la calidad de la energa vital, la visin de la sociedad, las ideas sobre la vida, la muerte, el futuro, el individuo o la colectividad: todo ellos se ha modificado ms o menos. En relacin con la literatura de Occidente, enriquecida por la experiencia de la guerra -aunque en un grado infinitamente menor, pues la guerra ha sido como un cataclismo y no el inicio de una renovacin social; una terrible prueba para los distintos pueblos y no una convocatoria titnica a las energas de las masas-, la literatura sovitica en sus comienzos hace un gran papel a pesar de una cierta imperfeccin formal, bastante acorde por lo dems con la tradicin rusa, Dostoievski y Tolstoi, atendiendo de preferencia a las ideas, descuidaron a menudo la forma. Es tal la diferencia de tono entre Occidente y la URSS, que ciertos escritores tachados aqu casi de contrarrevolucionarios pasan por revolucionarios en otras partes; es el caso de Pilniak. Opiniones viciadas en ambas partes por criterios contrapuestos. Los males que he sealado no se agravaron sino durante los ltimos aos, pero se hacen ya manifiestos en la proyeccin de la literatura sovitica. Casi todos los escritores rusos que se traducen actualmente pertenecen a la generacin de 1922-1924; casi todas las obras conocidas en el exterior datan de hace unos cuantos aos. Estamos en el cuarto y ltimo ao del plan quinquenal y esta fase grandiosa de la revolucin se nos muestra curiosamente pobre en obras literarias1. Para quienes pudieran caer en la tentacin de explotar en contra del comunismo estas apreciaciones crticas, ah va mi respuesta: La burguesa necesit siglos para constituirse como tal, crecer, conquistar el poder y crear su propia civilizacin. Y no lo logr sin hacer correr juntas la sangre de los reyes y la de la plebe. Antes de aprender a gobernarse por s sola, tuvo que ver a sus repblicas morir por asfixia a manos de improvisados soldados que clausuraban sus parlamentos y la sometan a humillantes dictaduras inexpertas. La historia de su prensa y de su literatura exhibe gran nmero de pginas tan poco gloriosas como para que sus apologistas puedan permitirse seriamente sacar punta a las dificultades que el desarrollo de una nueva literatura encuentra en la primera repblica de trabajadores. El observador de buena fe no puede olvidar en ningn momento que nos hallamos ante la experiencia especialmente valiente de una clase joven, an insegura de su propia victoria y abrumada encima por una pesada herencia.

No voy a sealar, a ttulo de ejemplo, ms que tres obras interesantes sobre la industrializacin: Sed, de Leonid Leonov, El Volga desemboca en el Caspio, de Boris Pilniak y La central hidrulica, de Marieta Chaguinian.

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Captulo 19. El doble deber


Al estudiar estas cuestiones he tenido presente una regla que juzgo esencial para cualquiera que pretenda servir a la causa revolucionaria: la regla del doble deber. Si en nuestros das la literatura quiere cumplir plenamente su misin, no puede cerrar los ojos ante los problemas internos de la revolucin. Vencedora o vencida, avanzando o en retroceso, problema para las vanguardias obreras o latente en el espritu de las masas, la revolucin est presente por doquier en nuestros das; sus problemas, all donde surjan, son nuestros problemas. Por eso, es preciso defenderla al mismo tiempo de sus enemigos de fuera y de dentro, es decir, de los grmenes destructivos que alberga en su seno. Grande es la dificultad de dicha tarea y al llevarla a cabo parece que se corre el riesgo de proporcionar un arma a la reaccin, desanimando a los indecisos, admitmoslo. Yo veo el riesgo contrario: el de los cuentos chinos involuntarios y el de la creacin de un conformismo revolucionario tan convencional y falso como cualquier otro, por cuanto que es ms delicado. Los obreros que se levantan contra una repblica burguesa producen la satisfaccin al principio -aunque no por mucho tiempo, bien es cierto- de la gente de extrema derecha. Los individuos enrgicos que -pongamos por ejemplo en la Comuna asediada- se permitiesen censurar la incapacidad del mando no dejaran de verse acusados de seguir el juego a los versalleses. Pero lo cierto es que, sin duda alguna, lo seguan menos que el propio mando incapaz. Tomemos la resolucin viril, la nica digna del proletariado: la verdad por delante. Pues bien, hay que profundizar en la idea de revolucin; y si se dice s firme, sin tibiezas ni reticencias. En determinados periodos -los ms terribles- la revolucin proletaria tiene que ser defendida en bloque; es entonces precisamente cuando uno cree verla cometer los errores ms palpables y cuando los excesos de todo tipo, la violencia popular y el terror le confieren un rostro espantoso; son horas de peligro mortal, de los mayores arranques de energa, horas sin duda despiadadas. Pero el deber es sencillo entonces, al menos para los espritus libres y los revolucionarios de los dems pases; mas en el propio pas, el deber tiene siempre dos caras, por ms que una de ellas prevalezca como mucho sobre la otra; la aceptacin de todas las responsabilidades no reduce jams la imperiosa obligacin de luchar cada da contra los males que aquejan a la revolucin, eso es precisamente lo que hace la intensa actividad de millones de hombres, que constituye en definitiva la revolucin en s: cada cual, dentro de la gran accin comn, hace cada da por su propia iniciativa todo cuanto puede en relacin con una enormidad de puntos. Yo me doblego ante cualquier decisin capital de un congreso, aunque la encuentre lamentable, dado que la disciplina es ms necesaria para la buena marcha de las cosas colectivas que mi accin crtica. Pero en la fbrica, en la residencia, en el batalln o en el comit es preciso a cada momento reaccionar contra la ignorancia, la estupidez, la brutalidad, la rienda suelta a los instintos o la falta de honradez interesada. De modo que en la propia accin el deber es siempre doble, pero sus dos aspectos -defensa general e incesante rectificacin interna- varan tanto en importancia como en amplitud. Una vez llegado el tiempo de paz, cuando la revolucin emprenda su tarea constructiva, la lucha por la rectificacin interna tendr que adquirir obviamente una importancia cada vez mayor. Como consecuencia de estas contradicciones internas se produce cierto fenmeno. Sorel escribe a propsito de la Revolucin francesa: La Revolucin iba a liquidar muy pronto al antiguo rgimen, imitando muy a menudo los procedimientos del mismo... 1. Una revolucin utiliza necesariamente contra el antiguo rgimen las propias armas que le arrebata. En alguna manera lo prolonga en sentido inverso, recogiendo en el campo de batalla armas que no ha fabricado en absoluto y que con frecuencia son contrarias a sus principios. De ello se derivan una gran cantidad de contradicciones inevitables. Y as vemos a socialistas -opuestos en principio a la pena de muerte- recurrir al terror; a antimilitaristas, formar los ejrcitos rojos; a militantes ansiosos de llevar el Estado a su desaparicin, convertirse en hombres de Estado; a presos polticos del rgimen anterior, cuya mayor alegra sera eliminar las prisiones, defender apasionadamente las rejas... Hay que tener la insondable torpeza del pequeo burgus, atiborrado de ideas comunes reducidas por otra parte a simples asociaciones de palabras, para llegar a la conclusin de que, puesto que la revolucin se lleva a efecto nicamente con unos mtodos vetustos, eso la descalifica y slo sirve para recomenzar un viejo ciclo de la Historia. Tales contradicciones, no obstante, estn llenas de peligros. Robert Louzon sealaba no hace mucho en La Rvolution proltarienne hasta qu punto las tradiciones de la historia de Rusia pesaban en la Repblica de los soviets. En este punto -tal observacin es absolutamente cierta- nos encontramos ante una serie de males inevitables que hay que combatir con tanta ms energa por cuanto el nuevo rgimen slo
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Les Illusions du progrs, p. 118.

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El doble deber

podr considerarse victorioso si logra acabar con ellas. Los diez das que estremecieron al mundo en octubre de 1917 y los catorce aos que les han seguido estn precedidos en la Historia por tres siglos de despotismo. Una revolucin no constituye un proceso homogneo, nico, comparable a la cascada de un torrente: es ms bien la suma de una multitud de movimientos variados, entre los cuales los hay afortunados y funestos, revolucionarios, en el autntico sentido de la palabra y reaccionarios, sanos y malsanos. De ah la imposibilidad de un conformismo revolucionario, de ah el doble deber. No quiero decir con ello que un conformismo pseudorrevolucionario no pueda tratar de imponerse, pero estara en contradiccin con la naturaleza profunda de la revolucin obrera y slo conseguira prevalecer en detrimento de sta. Cuando Julien Benda escribe: Sin embargo, habra que comprender que la idea revolucionaria, desde el momento en que se ha realizado ha dejado de ser revolucionaria, al igual que la lava desde el momento en que se petrifica deja de ser lava2, est usando una metfora bastante falaz al comparar el desarrollo de la vida misma con la petrificacin de la lava. Pero es que Benda maneja unas ideas tpicamente burguesas acerca de la revolucin. Para la burguesa, una vez alcanzado el poder y garantizado el orden, slo queda dejar que se petrifiquen las lavas populares. Terminada su obra, el Seor descansa. La sociedad burguesa queda creada para toda la eternidad. Los idelogos del Estado llano no podran imaginar las cosas de otra manera, pues la burguesa, en sus pocas de esplendor no piensa nunca en la sucesin. Muy otra es la dialctica proletaria; el proletariado slo vence para extinguirse; su dictadura no aspira a ser eterna, sino que se sabe algo transitorio y busca su propio fin para llevar a la humanidad del rgimen de la necesidad al de la libertad. Vemos bien claramente en qu desemboca la revolucin burguesa, mientras la revolucin proletaria no termina, sino que quiere ser permanente, segn la expresin de Marx3, hasta que se llegue a establecer una sociedad sin clases, sin Estado y sin fronteras: es, pues, una lava ardiente que prosigue su camino. Y si llegara a suceder que esta lava se petrificara, eso seor Benda, sera sntoma de que la revolucin no se habra realizado, sino que habra sido derrotada. Los intelectuales que, en su ansia de servir a la revolucin, se quedan en una especie de conformismo revolucionario, estn faltando en realidad a un deber esencial para con aqulla, dando pruebas de las dificultades que experimentan para entenderla y demostrando que an la siguen viendo desde fuera, como espectadores simpatizantes y no desde dentro, como protagonistas. Estn as por debajo de sus posibilidades y carecen de penetracin o de valor cvico segn los casos. Lo que menos se le puede tolerar a la revolucin es que ponga en peligro por s misma su propio destino. La situacin de los dems, por el contrario, puede no ser optimista en ciertos momentos. El cumplimiento del doble deber puede colocarlos entre la espada y la pared. Qu hacer entonces? Pues cumplir con su deber! Se me puede objetar que los intelectuales estn tan slo a favor de cierto inconformismo anarquizante, individualista y contrario al esfuerzo de pensar conjuntamente con millones de trabajadores, reacios a la disciplina proletaria que exige la accin, a la firmeza de los juicios de clase y a la nitidez flexible pero rigurosa del marxismo. Este espritu de fronda pequeo burgus no encuentra un contrapeso decisivo mas que en una escrupulosa adhesin al marxismo.

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Scholis, La Nouvelle Revue franaise, 1 de noviembre de 1929. Karl Marx, Comunicado al comit central de la regin de los comunistas, 1850.

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Captulo 20. La tradicin revolucionaria francesa


Me quedan por precisar las caractersticas principales de la literatura en gestacin, bastante bien definida por Henry Poulaille como la de la Edad Nueva. Su amplia gama va, mediante gradaciones a menudo insensibles desde el humanismo burgus hasta el humanismo proletario; de la literatura avanzada a la literatura proletaria. Absurdo sera intentar clasificar a hombres y obras en compartimentos etiquetados. Los escritores del viejo grupo de Abbaye, Duhamel, Romains, Arcos, Durtain y Vildrac distan mucho de ser revolucionarios, pero no les debemos acaso el haber dado pruebas de unos sentimientos humanos de innegable calidad y de profundo alcance revolucionario? No hemos de agradecerles el haber sido los primeros en afirmar ese sentido de la vida colectiva que todo hombre tiene, aunque todo un siglo de individualismo feroz haya terminado por anular, habiendo tenido que venir los poetas a despertarlo de nuevo? No olvidemos por ltimo que en una sociedad dividida en clases, el humanista est forzosamente a favor de las clases oprimidas; no va a descubrir la vala del hombre de las clases dirigentes, de suyo ya bien valorada, cara a los dems, sino la dignidad humana de quienes tantas veces sus amos quisieran olvidar que son hombres igual que ellos. Poulaille ha resaltado muy bien cules son las necesidades que mueven a la literatura a la renovacin y en qu sentido debe efectuarse la misma, poniendo de relieve el papel que juega en ella el cine y la radio. Hace un inventario somero de veteranos y noveles, de pioneros y de nuevos equipos. Yo le reprochara el haberse ceido demasiado al tema, lo que conlleva cierta ignorancia de los factores sociales (ideologa y poltica), cuya influencia resulta esencial en el desarrollo de la literatura1. Francia tiene toda una cultura revolucionaria, toda una tradicin espiritual viva y valiosa, si no despreciamos la importancia de haber sabido inspirar a un gran movimiento literario. Hay que redescubrir a Proudhon, releer a Sorel y leer a Edouard Berth, ese sorprendente activador de ideas proletarias. Redescubrir asimismo al Guesde de las pginas afortunadas o al panfletario Lafargue. Conocer a Reclus, ese pensamiento lmpido, esa ciencia firme, ese estilo tan lmpido como el pensamiento, esa pasin revolucionaria. Remontarnos a las fuentes de la energa obrera: a Babeuf, a Blanqui, a Varlin, a los sublevados de Lyon, del suburbio de Saint-Antoine o de la Comuna. Remontarse a las fuentes de la literatura proletaria en lengua francesa en Valls, rescatar del olvido a un Coeurderoy, no dejar que caiga en l a un Darien o a un Zo d'Axa; estudiar a un Pre Peinard o comprender a un Albert Thierry. Una antologa del periodismo revolucionario francs que echara mano de las pginas olvidadas de socialistas, anarquista, sindicalistas y comunistas de primera hora no carecera de valor literario. Intencionadamente y sin temor de poner en relacin a una serie de elementos contradictorios entre s, hago aqu referencia nicamente a representantes de un pensamiento obrerista neto, netamente revolucionario, cuyo horizonte se ampliara quizs de manera desmesurada si recordramos a Zola, Jaurs o Verhaeren, con unas concepciones menos tajantes. Esta tradicin revolucionaria francesa padece las consecuencias desde hace quince aos de su conflicto con el marxismo; por su parte el comunismo, por haber dado muestras de miopa con respecto a esta tradicin, an no ha dado en Francia con aquello que precisa para conquistar a las masas; un lenguaje y un estilo. La mayor parte de los escritos de los comunistas franceses, aun originales, tienen algo de esa inevitable rigidez de las traducciones, lo que contribuye en no pequea medida a reducir su eficacia. Yo no pienso que esta tradicin sea bsicamente hostil al marxismo, del que ha tomado muchas cosas; mi opinin es que los comunistas franceses, cuando no aprecian la importancia de la misma -y eso se debe a menudo a no haber podido afrontarla- se privan del apoyo de una gran fuerza intelectual histrica y cometen un grave error de base; nosotros no venimos a quitar el puesto a quienes nos han precedido, sino a proseguir su labor, a ampliarla, sintindonos los herederos naturales de cuantos han pensado, luchado y actuado en favor y al lado de la clase obrera. Fecundada por la experiencia de alemanes y rusos, esta tradicin supondra la originalidad cultural para los revolucionarios franceses. Se trata naturalmente de una asimilacin y de una continuacin crticas y no pasivas.
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Henry Poulaille, Nouvel Age littraire. Uno de los mritos de este libro es el de reunir -en relacin con el tema que nos interesa- una gran cantidad de textos difciles de encontrar, si no imposible, algunos de los cuales son interesantes. Tal es el caso de las pginas que Martinet escribe acerca del arte de clase.

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Captulo 21. La novela de la produccin. Hamp


La produccin est llamada sin duda a ocupar en la literatura el lugar preponderante que ya ocupa en la poltica, en la sociologa y hasta en la propia filosofa. El hombre moderno reconoce que en ella est la base de toda vida social. Esto constituye ya toda una revolucin en el pensamiento. Pierre Hamp, ms que Zola -que se interesaba por los mineros, pero no por la mina-, incorpora la produccin a la novela1. Hamp, salido de la clase obrera, toma como tema novelesco una materia prima: el pescado, capturado al principio en Mare frache y consumido en un gran restaurante en las pginas finales; los perfumes en Le cantique des cantiques o Le Lin, la laine. El vocabulario tcnico, el habla de los distintos gremios, los razonamientos de los hombres de negocios, los precios de coste o los clculos de beneficios ponen de pronto a la lengua literaria en contacto pleno con la vida. La mquina -la mquina que estruja al hombre para sacar oro de su esfuerzo- ocupa con todo derecho en estas novelas el lugar reservado en la novela clsica al nima contemplativa. Estas innovaciones nos descubren sbitamente una nueva esttica. Hamp ha conseguido en su mbito lo que con tanto trabajo se est intentando actualmente en la URSS. Nos resulta tanto ms fcil hacer justicia a esta obra slida en tantos aspectos por cuanto sus fallos surgen estrepitosamente. La evolucin de Pierre Hamp ha perjudicado considerablemente a su talento. Desde Le Rail hasta sus ltimas obras vamos viendo poco a poco cmo las fuerzas obreras van retrocediendo -La Peine des hommes- ante el poder patronal. Hasta el propio lenguaje del escritor se modifica desgraciadamente. Los militantes sindicales que describe en Le Rail con motivo de la huelga de los trabajadores de ferrocarril en 1910 son hombres serios, juiciosos por el duro trabajo, cuyo hbito de mucho reflexionar les daba un hablar lento. En Le cantique des cantiques, que se sita en la posguerra, un cabecilla sindicalista que cantaba La Internacional se nos presenta en los siguientes trminos: Vociferaba como vocalista de cabaret al interpretar el fnebre himno socialista. Habr que pensar que el autor debi de enriquecerse en el tiempo que va de uno a otro libro. Al no ver -al no poder ver- cmo surga y se consolidaba la conciencia de clase de los trabajadores, Hamp la reemplaza por la conciencia profesional, viejo y reducido concepto gestado por el artesanado y que a los patronos les interesa propagar. En realidad, la conciencia de clase tritura hasta tal punto la conciencia profesional que ha dado origen a la idea de sabotaje entre los sindicalistas franceses y americanos... y entre los capitalistas rusos y alemanes durante las crisis sociales de 1918 a 1923. Hamp admira sin reservas los engranajes capitalistas, se siente cautivo por ellos. Resulta sorprendente ver que un escritor, que en ocasiones sabe hacer hablar a los obreros con un espritu de clase tan verdico, pueda dejarse deslumbrar tan complacido por las apoteosis del dinero: La iglesia rebosaba millones (la escena final de la boda de un rico, en Le Lin). No obstante, algunas bellas pginas de su obra pertenecen sin lugar a dudas a la literatura proletaria. De qu adolece para no haber podido ser en la actualidad su ms notorio representante? De estar respaldado por la tradicin que ya he mencionado. Sus trabajadores viven para el capitalismo, mientras que stos en la realidad quieren vivir para s mismos. Algo esencial resulta falseado.

Sealemos una fecha al respecto. J.M. Gayau escriba en 1897: Segn algunos especialistas en esttica, tales como Ruskin y SullyPrudhomme, la industria humana se har cada vez ms incompatible con el arte. Y luego algunas reflexiones sobre lo que hay de antiesttico en los ferrocarriles, llamados por los dems railways... (Les problmes de l'esthtique contemporaine).

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Captulo 22. El humanismo proletario


Estos elemento se encuentran en distinta medida en la obra de muchos escritores; por elementos entiendo el conjunto de sentimientos e ideas que deriven de una concepcin proletaria de la vida, tal como sucede en el movimiento obrero, en las luchas revolucionarias, en la URSS o entre los intelectuales, dirigentes y militantes del proletariado. Y se trata sin duda de un humanismo nuevo, notablemente unido a una nueva concepcin del hombre y del mundo, en la que el hombre es el valor esencial, sin nada inamovible o definitivo por el momento en la misma; una concepcin destinada a evolucionar con la clase obrera y a padecer las consecuencias de los fracasos y de los logros de sta. As pues, slo podemos intentar extraer empricamente las caractersticas fundamentales, que me parecen las siguientes: - Preocupacin por el devenir social; conciencia -ya que el destino del mundo est en juego- de que todos los problemas se plantean ante el hombre en trminos ineludibles, de que el capitalismo est dando las ltimas boqueadas y la revolucin es ya una realidad. - Una concepcin de las relaciones entre el hombre y la tcnica (entre el hombre y la mquina) tendente a una modificacin total de las mismas: los trabajadores estn actualmente sometidos a la mquina; se trata de que la sojuzguen, a fin de que quede de una vez al servicio del hombre1; en consecuencia, una idea nueva, socialista, del lugar que ocupan en la vida el trabajo y los trabajadores. De esta manera, ciertas obras populistas, cuyos autores no ven en el pueblo mas que materia novelable ms o menos naturalista pueden corresponder a la parte ms decadente de la vieja literatura; hoy en da no se puede describir a los obreros nicamente desde fuera, sin poner en juego la nocin socialista de trabajo, como si se tratara de una tribu canaca. De donde otras nociones esenciales: - La de las relaciones entre el individuo y la colectividad. - La antinomia entre individuo y sociedad -tan frecuentemente explotada por los filsofos burgueses- tiende a resolverse: hay un sentimiento de vida colectiva que va tomando cuerpo, dilatando enriqueciendo y multiplicando al individuo2. - Barruntamos un futuro en el que la colectividad, en vez de mutilar al individuo, le garantizar un desarrollo completo, que ser la condicin de su propia grandeza. - El espritu obrerista, con todo lo que de subversivo comporta, de sentido crtico, de temple de caracteres, de espritu de organizacin (dedicacin al sindicato y al partido), de predisposicin para la solidaridad, de internacionalismo..., presenta en resumen, todos los elementos precisos para una tica y una justicia nuevas3. El naciente humanismo proletario recoge la herencia del humanismo burgus, desechando lo que ste comprende de utopa, de falsas ilusiones sobre el hombre y la sociedad, de pacifismo abstracto y debilitador o de idealismo absoluto, casi infantil; no podemos fiarnos de un progreso que vendra por s solo, pues el maana es demasiado negro todava; ni creer en la buena voluntad de las clases dirigentes pues sabemos de sobra que la propia evolucin de las leyes las deja atrs; ni admitir el pacifismo en la poca de las grandes luchas de clases, lo nico que nos permite confiar en el fin de la lucha suicida del capitalismo y el restablecimiento de la paz con el triunfo de la revolucin; ni confundir libertad y cultura humana; ni profesar el culto -muy noble, pero ineficaz- al espritu, como si existiera un espritu incorporal que volara por encima de los conflictos y de las miserias de los hombres; ni fiarnos de la subversin de la conciencia, que
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Reparemos en los sentimientos en que se inspiran libros tales como el de Georges Duhamel, Scnes de la vie future; advierto en el mismo, ms que la protesta del viejo humanismo contra el americanismo, el apogeo del maquinismo capitalista. Me ha gustado mucho una novela de Luc Durtain, Ma Kimbell, porque las relaciones entre el hombre y la mquina se nos presentan de la manera ms feliz: simplemente se nos muestra el placer que una moto puede proporcionar a quien va sentado en ella; hasta qu punto la mquina puede aumentar las posibilidades del hombre, con qu fuerza y con qu fidelidad se pone al servicio de ste y por qu hay que saber comprenderla. 2 Walt Whitman es en este sentido un precursor magnfico. Creo haber mencionado ya la obra de los unanimistas. El librito de Dominique Braga, titulado 5.000, me impresion hace algunos aos por el vigor al descubrir en la emulacin una asociacin y por la comunidad vital que revelaba entre el campen, sus rivales y la muchedumbre del estadio. 3 Ejemplos: La Pain quotidien, de Henry Poulaille, es una obra autnticamente proletaria, no ciertamente a causa de la cuidadosa reproduccin de la forma de hablar de los obreros o del tema, referido enteramente a un momento de la vida de algunas familias obreras (se podra tratar este mismo tema, con el mismo lenguaje y de una manera totalmente burguesa), sino en razn del carcter del carpintero de obras, Magneux. Otro tanto podra decirse del Collignon de Tristan Rmy (A l'Ancien Tonnelier). Las novelas de Panait Istrati, que exaltan la insurreccin y la amistad, las hacemos nuestras por esa misma razn. Creo advertir en una novela poco conocida de Louis Hmon, Battling Malone, pugiliste, unos sentimientos de clase expresados con fuerza inusitada.

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El humanismo proletario

nada significa mientras no tome cuerpo en millones y millones de hombres... Mas queremos comprender al hombre -a cualquier hombre- a fondo, concienciarle de su vala, luchar por desvincular a la civilizacin moderna de la barbarie capitalista e ir hacia el futuro por caminos autnticos. El humanismo proletario, ms amplio que el tradicional4, es real, viril, innovador y heroico. Las luchas en el seno de la sociedad, sin embargo, y sobre todo en el terreno de las ideas, no suelen ser lo sencillas que se piensa normalmente. Toda lucha supone siempre asociacin -incluso colaboracin-, interpretacin y enriquecimiento mutuo. As, los dos humanismos contrapuestos se confunden a veces en un mismo mbito y en la mente de un mismo hombre. Esta interpretacin no deja de tener sus peligros para nosotros, pues, como ya vimos, somos los ms dbiles en muchos aspectos. ...Si queremos aportar al mundo una serie de principios revitalizadores capaces de llevar a cabo la reconstruccin de la Ciudad en plena podredumbre, al igual que los cristianos tendremos que tratar de que tanto la ideologa como la accin socialista conserven su carcter de intransigencia absoluta, rechazando categricamente toda invitacin a contemporizar. ...este proletariado heroico y revolucionario (...) no podr cumplir su misin histrica, poniendo en marcha una civilizacin original y autnticamente proletaria, a no ser que se provea de una filosofa que est a la altura de la gran transformacin que ha de efectuar. Suscribo enteramente estas palabras de Edouard Berth5, siempre y cuando se entienda por civilizacin proletaria la de los productores libres, humanos -en el ms amplio sentido de esta palabra- y por la que lucha la clase obrera cuando se bate por la supresin de las clases. Todos estos problemas parecen ms complejos de lo que son en realidad. Igual sucede en la vida real: siempre se pueden ver las cosas claras si se pone empeo en ello. Cada cual puede comprobarlo; no hace falta mucho esfuerzo para distinguir entre lo que es justo y lo que no lo es, entre lo verdadero y lo falso, entre el deber y el inters o entre el valor y la cobarda. Las ms viejas virtudes siguen hoy vigentes para quienes comprenden que el mundo en plena transformacin precisa de hombres valerosos. Para ellos (y los dems qu nos importa?) no es cuestin de sueos ni de intereses, sino de sentirse tiles, tanto en los oficios literarios como en cualesquiera otros, en sus respectivos campos y para la revolucin que se avecina o que se lleva a cabo por encima de todo. Muchas cosas en el presente ya slo pertenecen al pasado; incluso en lo nuevo muchas cosas conservan an la impronta del peor pasado. Indefendibles tanto unas como otras. Para hablar de ellas hace falta tener mentalidad de leador. Toda sinceridad es til, con tal que no haya blandengueras ni tibiezas. Nuestro tiempo exige espritus viriles; su literatura tiende a identificarse con la vida: quiere obras que sean accin o justificacin de la accin, testimonio, llamamiento, ejemplo... El escritor ocupa su puesto al lado de millones de hombres en movimiento. Algunos de estos, los ms afortunados por cuanto que hayan sido los ms decididos, transmitirn a los proletarios, vanguardia de estas masas, una literatura de combatientes apasionados. Leningrado, febrero de 1932

El humanismo burgus sigue siendo el de la raza blanca. Sus representantes ms progresistas son los nicos que manifiestan, con respecto a las razas de color, cierta simpata comprensiva. Se les puede tomar como una seal de evolucin hacia el humanismo proletario? 5 Guerre des Etats ou Guerre des classes, pp. 155 y 160.

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