Ensayo Sobre La Cultura y El Sentido de La Patria

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Ensayo sobre la cultura / EL SENTIDO DE LA PATRIA

Por: Jos Luis Herrera Arce

Los nacionalismos son invenciones de los ltimos siglos; despus del 18 19 se comenzaron a conformar y el romanticismo les dio todo su valor sentimental; sirvi para dar un sentido de pertenencia que se derivaba de vivir en un lugar determinado en un tiempo determinado. Se comparti una historia; un moverse hacia alguna parte con un fin determinado. Tal vez los nacionalismos sean la continuacin del sentimiento religioso de ser un pueblo elegido, donde existe un pacto general que te conecta con lo divino y te permite soportar las adversidades por existir una promesa que augura que al final de cuentas sers el vencedor. Cuando conocemos la historia patria nos damos cuenta del camino recorrido para llegar a la situacin en la que nos encontramos y podemos imaginar que esto es slo un camino; estamos a la mitad, debe de haber un sentido de este camino, una direccin que imprimirle, un final tal vez desconocido ahora pero que debemos definir, o que alguien debe definir, como en tiempos anteriores se ha definido para bien o para mal. El sentido de recordar a los hroes y las fechas que han sido un hito en nuestra historia es eso; darle importancia a este camino que se ha recorrido y a estas personas que influyeron para que se recorriera. Tambin recordamos a los antihroes para borrarles de la vista o recordar sus nombres son signos negativos intentando evitar el depsito de nuestra confianza en alguien como ellos. La educacin cvica nos ensea rendirle honores a la bandera y a nuestros smbolos patrios. Algunos, por decepcin o por no comprender lo que significa la palabra smbolo, intentan quitarle la importancia a ello dando como resultado la prdida del valor patritico. Dicho en otras

palabras, dando como resultado el sentimiento de ser una persona social que debe de velar por el bien de todos, derivando a actitud egosta, personalista, eglatra que puede definirse con: los dems no existen slo importo yo. Nadie se detiene un poco para intentar explicar en qu consiste un smbolo. Se piensa que se honra al smbolo por el smbolo mismo pero no es eso. Se honra al smbolo como una forma de materializar a lo que representa. El smbolo por s mismo no vale nada, su valor lo obtiene por su relacin con lo representado. La bandera no es el material con el que se hace ese objeto sino es la historia que pasa frente a nuestros ojos y que nos trae al aqu y al ahora. Honramos a todos y cada uno de los hombres que nos dieron patria y que nos la siguen dando. Lo mismo el Himno Nacional, influye en nuestro espritu para promover este sentimiento que nos hace sentirnos unificados a los que nos antecedieron y a los que vendrn despus de nosotros. Esto es sentir importante nuestra historia. No honramos a una cancin o a una tela, les estamos agradeciendo a los hombres que en un momento dado supieron defender nuestro territorio, nuestras costumbres, nuestros valores y gracias a los cuales seguimos subsistiendo y tenemos un lugar entre las otras naciones. Si valoramos nuestra independencia, entonces, por qu no agradecer a aqullos que no las dieron. Si valoramos nuestras costumbres, entonces por qu no agradecer a aqullos que nos la promovieron. Si valoramos los momentos difciles que en el pasado tuvieron que pasar algunos para defender la integridad de la patria y que murieron por ello, entonces por qu no honrar su memoria. A los jvenes les puede sonar hueco estas cosas porque les hemos enseado a vivir en un egocentrismo donde todo se les da y lo nico que importa son ellos. Poco saben de que las instituciones alguien las sostiene y alguien las mantiene. Hay alguien que provee hasta que el

hombre sea capaz de autoabastecerse. En el futuro ellos tendrn que pagar con una moneda similar. El sentir la patria es comprender ese compromiso social que tenemos con los otros porque es un compromiso que tenemos con nosotros mismos. Nadie puede sobrevivir solo. Si nicamente se piensa en la propia sobrevivencia entonces se acaba con la sociedad. A corto y largo plazo se destruye lo construido se derrumba la civilizacin que nos mantiene. Desgraciadamente eso es lo que est pasando. Los egosmos personales nos destruyen. La inseguridad que todo mundo siente es eso, no podemos confiar en nadie, los que no rodean ya no recorren el mismo camino, se bifurcan los intereses, nos aprovechamos los unos de los otros , sacamos nuestro beneficio personal de las situaciones y acabamos con la patria. Nos vendemos, nos corrompemos, utilizamos la fuerza para arrasar con las esperanzas de que la historia tiene algn sentido. Hoy parece que la historia deja de tener sentido y simplemente nos defendemos para subsistir. Ya no queda lugar para los sueos. Nuestras cabezas estn perdidas. Las fuerzas que nos protegen corrompidas y son antagnicas entre ellas mismas. Basta recordar lo que pas en el Siglo 19 antes de Jurez, las luchas constantes entre escoceses y yorkinos, una patria a la deriva en manos de un dictadorcito de comedia, Santa Ana, en la que perdimos la mitad del territorio y murieron tantos intilmente. La patria es el recuerdo de la historia. Alguien sabe a dnde vamos?

Tomado de El Siglo de Torren.com.mex

ENSAYO SOBRE EL NACIONALISMO: LA TESIS ROMNTICA DE NACIN Aquella fe romntica en la bondad nativa de los hombres fue hermana mayor de la otra fe en la bondad nativa de los pueblos. "EI hombre ha nacido libre, y, sin embargo, por todas partes se encuentra encadenado", dijo Rousseau. Era, por consecuencia, ideal rousseauniano devolver al hombre su libertad e ingenuidad nativas; desmontar hasta el lmite posible toda la mquina social que para Rousseau haba operado de corruptora. Sobre la misma lnea llegaba a formularse, aos despus, la tesis romntica de las nacionalidades. Igual que la sociedad era cadena de los libres y buenos individuos, las arquitecturas histricas eran opresin de los pueblos espontneos y libres. Tanta prisa como libertar a los individuos corra libertar a los pueblos. Mirada de cerca, la tesis romntica iba encaminada a la descalificacin; esto es, a la supresin de todo lo aadido por el esfuerzo (Derecho e Historia) a las entidades primarias, individuo y pueblo. El Derecho haba transformado al individuo en persona; la Historia haba transformado al pueblo en polis, en rgimen de Estado. El individuo es, respecto de la persona, lo que el pueblo respecto de la sociedad poltica. Para la tesis romntica, urga regresar a lo primario, a lo espontneo, tanto en un caso como en el otro. EL INDIVIDUO Y LA PERSONA El Derecho necesita, como presupuesto de existencia, la pluralidad orgnica de los individuos. El nico habitante de una isla no es titular de ningn derecho ni sujeto de ninguna jurdica obligacin. Su actividad slo estar limitada por el alcance de sus propias fuerzas. Cuando ms, si acaso, por el sentido moral de que disponga. Pero en cuanto al derecho, no es ni siquiera imaginable en situacin as. El Derecho envuelve siempre la facultad de exigir algo; slo hay derecho frente a un deber correlativo; toda cuestin de derecho no es sino una cuestin de lmites entre las actividades de dos o varios sujetos. Por eso el Derecho presupone la convivencia; esto es, un sistema de normas condicionantes de la actividad vital de los individuos. De ah que el individuo, pura y simplemente, no sea el sujeto de las relaciones jurdicas; el individuo no es sino el substratum fsico, biolgico, con que el Derecho se encuentra para montar un sistema de relaciones reguladas. La verdadera unidad jurdica es la persona, esto es, el individuo, considerado, no en su calidad vital, sino como portador activo o pasivo de las relaciones sociales que el Derecho regula; como capaz de exigir, de ser compelido, de atacar y de transgredir.

LO NATIVO Y LA NACIN De anloga manera, el pueblo, en su forma espontnea, no es sino el substratum de la sociedad poltica. Desde aqu, para entenderse, conviene usar ya la palabra nacin, significando con ella precisamente eso: la sociedad poltica capaz de hallar en el Estado su mquina operante. Y con ello queda precisado el tema del presente trabajo: esclarecer qu es la nacin: si la realidad espontnea de un pueblo, como piensan los nacionalistas romnticos, o si algo que no se determina por los caracteres nativos. El romanticismo era afecto a la naturalidad. La vuelta a la Naturaleza fue su consigna. Con esto, la nacin vino a identificarse como lo nativo. Lo que determinaba una nacin eran los caracteres tnicos, lingsticos, tipogrficos, climatolgicos. En ltimo extremo, la comunidad de usos, costumbres y tradicin; pero tomada la tradicin poco ms que como el recuerdo de los mismos usos reiterados, no como referencia a un proceso histrico que fuera como una situacin de partida hacia un punto de llegada tal vez inasequible. Los nacionalismos ms peligrosos, por lo disgregadores, son los que han entendido la nacin de esta manera. Como se acepte que la nacin est determinada por lo espontneo, los nacionalismos particularistas ganan una posicin inexpugnable. No cabe duda de que lo espontneo les da la razn. As es tan fcil de sentir el patriotismo local. As se encienden tan pronto los pueblos en el frenes jubiloso de sus cantos, de sus fiestas, de su tierra. Hay en todo eso como una llamada sensual, que se percibe hasta en el aroma del suelo: una corriente fsica, primitiva y encandilante, algo parecido a la embriaguez y a la plenitud de las plantas en la poca de la fecundacin. TORPE POLTICA A esa condicin rstica y primaria deben los nacionalismos de tipo romntico su extremada vidriosidad. Nada irrita ms a los hombres y a los pueblos que el ver estorbos en el camino de sus movimientos elementales: el hambre y el celo apetitos de anloga jerarqua a la llamada oscura de la tierra son capaces, contrariados, de desencadenar las tragedias ms graves. Por eso es torpe sobremanera oponer a los nacionalismos romnticos actitudes romnticas, suscitar sentimientos contra sentimientos. En el terreno afectivo, nada es tan fuerte como el nacionalismo local, precisamente por ser el ms primario y asequible a todas las sensibilidades. Y, en cambio, cualquier tendencia a combatirlo por el camino del sentimiento envuelve el peligro de herir las fibras ms profundas por ms elementales del espritu popular, y encrespar reacciones violentas contra aquello mismo que pretendi hacerse querer. De esto tenemos ejemplo en Espaa. Los nacionalismos locales, hbilmente, han

puesto en juego resortes primarios de los pueblos donde se han producido: la tierra, la msica, la lengua, los viejos usos campesinos, el recuerdo familiar de los mayores... Una actitud perfectamente inhbil ha querido cortar el exclusivismo nacionalista, hiriendo esos mismos resortes; algunos han acudido, por ejemplo, a la burla contra aquellas manifestaciones elementales; as los que han ridiculizado por brusca la lengua catalana. No es posible imaginar poltica ms tosca: cuando se ofende uno de esos sentimientos primarios instalados en lo profundo de la espontaneidad de un pueblo, la reaccin elemental en contra es inevitable, aun por parte de los menos ganados por el espritu nacionalista. Casi se trata de un fenmeno biolgico. Pero no es mucho ms aguda la actitud de los que se han esforzado en despertar directamente, frente al sentimiento patritico localista, el mero sentimiento patritico unitario. Sentimiento por sentimiento, el ms simple puede en todo caso ms. Descender con el patriotismo unitario al terreno de lo afectivo es prestarse a llevar las de perder, porque el tirn de la tierra, perceptible por una sensibilidad casi vegetal, es ms intenso cuanto ms prximo. EL DESTINO EN LO UNIVERSAL Cmo, pues, revivificar el patriotismo de las grandes unidades heterogneas? Nada menos que revisando el concepto de "nacin", para construirlo sobre otras bases. Y aqu puede servirnos de pauta para lo que se dijo respecto de la diferencia entre "individuo" y "persona". As como la persona es el individuo considerado en funcin de sociedad, la nacin es el pueblo considerado en funcin de universalidad. La persona no lo es en tanto rubia o morena, alta o baja, dotada de esta lengua o de la otra, sino en cuanto portadora de tales o cuales relaciones sociales reguladas. No se es persona sino en cuanto se es otro; es decir: uno frente a los otros, posible acreedor o deudor respecto de otros, titular de posiciones que no son las de los otros. La personalidad, pues, no se determina desde dentro, por ser agregado de clulas, sino desde fuera, por ser portador de relaciones. Del mismo modo, un pueblo no es nacin por ninguna suerte de justificaciones fsicas, colores o sabores locales, sino por ser otro en lo universal; es decir: por tener un destino que no es el de las otras naciones. As, no todo pueblo ni todo agregado de pueblo es una nacin, sino slo aquellos que cumplen un destino histrico diferenciado en lo universal. De aqu que sea superfluo poner en claro si en una nacin se dan los requisitos de unidad de geografa, de raza o de lengua; lo importante es esclarecer si existe, en lo universal, la unidad de destino histrico. Los tiempos clsicos vieron esto con su claridad acostumbrada. Por eso no usaron

nunca las palabras "patria" y "nacin" en el sentido romntico, ni clavaron las anclas del patriotismo en el oscuro amor a la tierra. Antes bien, prefirieron las expresiones como "Imperio" o "servicio del rey"; es decir, las expresiones alusivas al "instrumento histrico". La palabra "Espaa", que es por s misma enunciado de una empresa, siempre tendr mucho ms sentido que la frase "nacin espaola". Y en Inglaterra, que es acaso el pas de patriotismo ms clsico, no slo existe el vocablo "patria", sino que muy pocos son capaces de separar la palabra king (rey), smbolo de la unidad operante en la Historia, de la palabra country, referencia al soporte territorial de la unidad misma. LO ESPONTNEO Y LO DIFCIL Llegamos al final del camino. Slo el nacionalismo de la nacin entendida as puede superar el efecto disgregador de los nacionalismos locales. Hay que reconocer todo lo que stos tienen de autnticos; pero hay que suscitar frente a ellos un movimiento enrgico, de aspiracin al nacionalismo misional, el que concibe a la Patria como unidad histrica del destino. Claro est que esta suerte de patriotismo es ms difcil de sentir; pero en su dificultad est su grandeza. Toda existencia humana de individuo o de pueblo es una pugna trgica entre lo espontneo y lo difcil. Por lo mismo que el patriotismo de la tierra nativa se siente sin esfuerzo, y hasta con una sensualidad venenosa, es bella empresa humana desenlazarse de l y superarlo en el patriotismo de la misin inteligente y dura. Tal ser la tarea de un nuevo nacionalismo: reemplazar el dbil intento de combatir movimientos romnticos con armas romnticas, por la firmeza de levantar contra desbordamientos romnticos firmes reductos clsicos, inexpugnables. Emplazad los soportes del patriotismo no en lo afectivo, sino en lo intelectual. Hacer del patriotismo no un vago sentimiento, que cualquiera veleidad marchita, sino una verdad tan inconmovible como las verdades matemticas. No por ello se quedar el patriotismo en rido producto intelectual. Las posiciones espirituales ganadas as, en lucha heroica contra lo espontneo, son las que luego se instalan ms hondamente en nuestra autenticidad. Por ejemplo, el amor a los padres, cuando ya hemos pasado de la edad en que los necesitamos, es, probablemente, de origen artificial. conquista de una rudimentaria cultura sobre la barbarie originaria. En estado de pura animalidad, la relacin paternofilial no existe desde que los hijos pueden valerse. Las costumbres de muchos pueblos primitivos autorizaban a que los hijos matasen a los padres cuanto stos ya eran, por viejos, pura carga econmica. Sin embargo, ahora, la veneracin a los padres est tan clavada en nosotros que nos parece como si fuera el ms espontneo de los afectos. Tal es, entre otras, la dulce recompensa que se gana con el esfuerzo por mejorar; si se pierden goces elementales, se encuentran, al final del camino, otros tan caros y tan intensos que hasta invaden el mbito de los viejos afectos, extirpados al comenzar la empresa superadora. El corazn tiene sus razones, que la razn no entiende. Pero tambin la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazn. (Revista JONS, nm. 16, abril de 1934)

AUTOR: JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA

Carta circulada clandestinamente donde se refleja el alto espritu moral de una de las ms brillantes figuras de la intelectualidad dominicana frente a la tirana, y que la Librera Dominicana se complace en reproducir para conocimiento general y como homenaje a su autor, el doctor Amrico Lugo. Ciudad Trujillo, Distrito de Santo Domingo, 13 de Febrero de 1936 Generalsimo Rafael L. Trujillo. Presidente de la Repblica. CIUDAD Honorable Presidente: En el discurso pronunciado por Ud. el 26 de Enero ltimo al inaugurar el acueducto y el mercado de Esperanza, hace Ud. una afirmacin que no puedo dejar pasar por alto, relativa al encargo que, a iniciativa de Ud. me fu propuesto por el gobierno dominicano y que, aceptado por m, di ocasin al contrato celebrado entre ste y yo en fecha 18 de julio de 1935, y en virtud del cual me he comprometido a escribir una nueva Historia de la Isla de Santo Domingo. Dicha afirmacin es la siguiente: "Que Ud. me ha confiado el encargo de escribir, en calidad de Historiador Oficial, la historia del pasado y del presente". Me veo en la necesidad de ocupar su elevada atencin para manifestarle que no me considero historiador oficial ni obligado a escribir la historia de lo presente. No me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza de toda idea de subordinacin y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia. No recibo rdenes de nadie y escribo en un rincn de mi casa. Tampoco me considero historiador del presente, porque, por el contrario, la clusula primera de mi contrato con el Gobierno Dominicano excluye de manera expresa el escribir la historia del

presente. Dicha clusula dice as: "El doctor Amrico Lugo se obliga frente al Gobierno Dominicano a escribir una obra intitulada Historia de la Isla de Santo Domingo, que constar de cuatro volmenes en octavo, de cuatrocientas pginas, ms o menos, cada volumen; la cual comprender el perodo comprendido entre los aos 1492 a 1899, o sea desde el descubrimiento de la isla basta la ltima administracin del Presidente Ulises Heureaux inclusive. A partir de esa fecha, el Dr. Lugo se obliga a hacer en su obra un recuento histrico de las dems administraciones". "Recuento" significa: Enurneracin, inventario". En consecuencia, recuento histrico significa una enumeracin de sucesos histricos; pero de ningn modo significa escribir la historia de dichos sucesos. Y un recuento es lo nico a que me he obligado, a contar de 1899 o sea de la ltima administracin del Presidente Heureaux. El ttulo de historiador oficial careca de sentido aplicado a un historiador del pasado. No podra referirse sino a la persona nombrada para escribir la historia de la administracin actual; y la historia de la administracin actual est excluida de mi Contrato, con el Gobierno Dominicano, como lo est la de todas las dems administraciones pblicas posteriores al 26 de julio de 1899. Yo manifest al enviado de Ud. que mi deseo era y haba sido siempre no escribir historia sino hasta el ao 1886 solamente. Se me arguy que mi historia quedara muy atrs para los estudiantes; y en obsequio de stos convine en alargarla hasta 1899 y en hacer un recuento o enumeracin de sucesos histricos a contar de esa fecha, pero nada ms. A Ud. no poda sorprenderle que yo me negase a traspasar en mi historia, los linderos del siglo XX. Ud. recordar que en Marzo de 1934 Ud. me ofreci una fuerte suma de dinero para que yo salvara mi casa, a cambio de que yo escribiera la Historia de la Dcada, lo cual era proponerme que fuese su historiador oficial; y Ud. recordar as mismo que prefer perder mi casa, como efectivamente la perd, contestando a Ud. en carta de fecha 4 de abril de 1934 lo siguiente: "Yo podra ser, aunque humilde, historiador, pero no historigrafo... Creo un error la resolucin de escribir la historia de la ltima dcada. Lo acontecido durante ella est todava demasiado palpitante. Los sucesos no son materia de la historia sino cuando son materia muerta. Lo presente ha menester ser depurado, y slo el tiempo destila el licor de verdad dulce y til para lo porvenir. Todo cuanto se escribe sobre lo actual o lo inmediatamente inactual, est fatalmente condenado a revisin.

La administracin del general Vsquez y la de Ud. slo podrn ser relatadas con imparcialidad en lo futuro. El juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que digan sus contemporneos; depende exclusivamente de uno mismo. Aparte de estas consideraciones decisivas, yo no podra escribir ese trozo de historia por dos razones: la primera, mi falta de salud; la segunda, mi falta de recursos. Recibir dinero por escribirla en mis presentes condiciones, tendra el aire de vender mi pluma, y sta no tiene precio". No cabe en lo posible que quin escribi a Ud. lo que precede, acepte, ahora ni nunca, el cargo de Historiador Oficial. Aunque Ud. hubiera de alcanzar y merecer todo lo que se propone y dice en su discurso, de lo cual yo me alegrara por el bien que reportara el pas, yo no sera su historigrafo. No puedo serlo de nadie. Un historigrafo o historiador oficial huele a palaciego y cortesano, y yo soy la anttesis de todo eso. No soy ni puedo ser sino un humilde historiador de lo pasado, y slo como tal me he obligado con el Gobierno. Un historiador oficial es un historigrafo, y la diferencia que hay entre simple historiador e historigrafo ha sido magistralmente expuesta por Voltaire en su "Diccionario Filosfico", vocablo "Historiografa", en donde dice: "Este ttulo es muy distinto del ttulo de historiador. Se llama historigrafo en Francia al hombre de letras que est pensionado. Es muy difcil que el historigrafo de un prncipe no sea embustero, el de una repblica adula menos, pero no dice todas las verdades. En China los historigrafos estn encargados de coleccionar todos los ttulos originales referentes a una dinasta... Cada soberano escoge su historigrafo. Luis XIV nombr para este cargo a Pellisson. . . " Tambin se debe a mi exclusiva iniciativa la clusula sptima del referido contrato del 18 de julio de 1935, clusula que se refiere a la cesin de 5.000 ejemplares al Gobierno Dominicano. Esta no me exigi nada; pero yo no hubiera aceptado su oferta de escribir una historia sino a condicin de ofrecer, a mi vez, la manera de reembolsar ampliamente la cantidad de dinero que costase escribirla y editarla. Es mi firme voluntad, sean cuales fueren las condiciones en que yo escriba mi Historia; poner desinteresadamente mi obra, por algn tiempo, a disposicin del Estado. He aceptado escribir una nueva historia de Santo Domingo a pesar de mi poca idoneidad por la razn capital expresada en 1932, en mi introduccin al curso oral sobre historia colonial, cuando digo: "El

efecto ms doloroso para nosotros de la decadencia de la isla ha sido que, desde entonces, la historia de sta qued enterrada en los archivos coloniales; y all est y estar hasta que la rescate de la nocin que la conciencia nacional va creando de s misma y tan poco a poco como lo requiere el hecho de que la formacin de la conciencia nacional depende del conocimiento de la historia patria". Cuando Ud. me propuso escribirla, envi a decirme que Ud. consideraba que prestara un servicio eminente a las generaciones futuras aportando su concurso para que yo la escribiera, y yo acept, por mi parte, el escribirla, con el nico pero elevado propsito de contribuir, siquiera modestamente, a la formacin de la conciencia nacional, que todava no existe pero acept teniendo cuidado en evitar, como se v en las clusulas primeras y sptima de mi contrato, que nadie pueda errneamente figurarse que pertenezco a la farndula que sigue a Ud. como sigue a todos los potentados de la tierra, tratando de medrar a cambio de lisonjas. Creo que, en honor a la verdad, si Ud. hubiera podido tener a mano y compulsar el contrato que he celebrado con el Gobierno Dominicano, no se habra expresado en la forma en que lo hizo, atribuyndome un cargo que no tengo y una obligacin que no me corresponde. Creo tambin que aunque Ud. me haya tratado muy poco, me conoce lo bastante, como me conoce todo el pas, para saber que yo no me puedo consentir en verme uncido a ningn carro triunfal. La virtud y la ambicin son en principio incompatibles. Los vencedores no tienen entrada franca en mi cristianizado espritu. Los que la tienen son los pobres y los humildes. "Los humildes sern ensalzados y de los pobres es el reino de los cielos", dice el Evangelio. En cuanto a los grandes triunfadores, stos pertenecen a la historia: ella se los entrega a la posteridad, y la posteridad ha de juzgarlos. No se puede formar Juicio histrico contemporneo sin violar la jurisdiccin de ese tribunal misterioso y supremo. Yo no tengo "una mentalidad erudita". Slo tengo ideas claras y rectitud de corazn. No he estudiado nunca por la simple curiosidad de saber, sino, conforme a Aristteles, para ser bueno y obrar bien. En este sentido creo que la lectura de la historia es una suprema leccin de moral. Es injustificado el desdn hacia la historia del pasado. No hay pasado obscuro. La obscuridad slo est en nosotros. Es del pasado de donde viene siempre la luz con que vemos hoy con el espritu las cosas, sencillamente porque no puede venir del porvenir. El porvenir sera tan obscuro como la muerte, si no fuera porque la luz de lo pasado es tan

potente que permite prever ciertos acontecimientos de un futuro prximo. Y la ciencia difcil del mando es la eminencia sobre la cual la historia proyecta con ms claridad la luz. Aunque la marcha de la humanidad sea progresiva, el hombre de Estado debe abismarse en la contemplacin de lo pasado, porque ste es raz, tronco y savia de los frutos del presente, sin los cuales ste se marchitara y se secara como rama arrancada del rbol. Antes de elaborar sucesos histricos es indispensable estudiar los sucesos realizados por las generaciones anteriores. Ellos son la experiencia de la vida; ellos suministran las reglas y modelos. Y de modo singular necesita el poltico el conocimiento del pasado de su pueblo, porque ese pasado es la cantera de los materiales apropiados para la fbrica de una obra poltica verdaderamente nacional. La ndole de un pueblo no puede estudiarse slo en su generacin viviente. En poltica ninguna solucin es fcil; ningn error es terico. Las disposiciones legislativas de un pueblo, aunque sean cientficas; son perturbadoras cuando no respondan a sus necesidades, a su situacin, opiniones y creencias. Lo que se llama reconstruccin nacional debe hacerse de acuerdo con lo pasado: la reconstruccin contra el pasado es pura ideologa; es lo mismo que si para reparar un edificio, se prescindiese de l. Los ms grandes, guiadores de sociedades y de ejrcitos han medido sus pasos por la leccin de la historia y acuado sus hazaas en este acerado y finsimo troquel. Los mejores reyes y capitanes de Grecia y Roma y del mundo se criaron y formaron en el regazo de la historia, y an algunos magistralmente la escribieron. La almohada de Alejandro era la Iliada junto con su espada; Csar puso al lado de la suya sus admirables Comentarios; y Napolen, en sus reflexiones sobre la campaa del Magno Macedonio, nos revela su atento y profundo estudio de lo pasado. El rey Alfonso el Sabio, el hombre ms culto del siglo XIII, escribi la Historia de Espaa para ensear al pueblo espaol sus orgenes; tambin escribi la del suyo el profeta Moiss, mientras lo guiaba a la tierra prometida; y Mahomet el Conquistador lea y fundaba escuelas mientras combata. La excelsitud no se improvisa. Las grandes acciones exigen poderoso y cultivado entendimiento, y necesitan ser puestas, antes de ser realizadas con audacia, bajo el signo de la prudencia, virtud suprema del que manda y rige pueblos y que slo se acendra en la leccin atenta de la historia.

La actual generacin dominicana es precisamente, en mi pobre concepto, la ms desgraciada de cuantas han hollado con su planta el suelo de la isla sagrada de Amrica. Dbese sto a la Ocupacin Americana, que fu escuela de cobarda y envilecimiento, debilidad y corrupcin, y cuya accin depresiva y deletrea destruy la energa del carcter, la seriedad de la palabra, la vergenza en el obrar, dejando, a la hora de la Desocupacin, un pueblo muelle, despreocupado y descredo sobre esta tierra de accin y de f, que fu almciga de hroes desde los primeros tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo y que di a ste, en el siglo XIX, un prncipe de la libertad en Francisco del Rosario Snchez. Los poderes pblicos deben estimular en nuestra juventud el florecimiento de aquellas energas de que dieron alta prueba Merio frente a Santana, Lupern frente a Espaa, Emiliano Tejera frente a Bez, Luis Tejera frente a la tentativa filibustera de 1905, y, frente al desembarco de los norteamericanos en San Pedro de Macors, Gregorio Urbano Gilbert. Es menester buscar al historiador dominicano que ms se asemeje a Tucdides, para que evoque en toda su pica belleza el proceso glorioso de esta repblica nuestra durante la Anexin y riegue con la corriente y declaracin de los sucesos antiguos los modernos, a fin de vigorizar la debilitada cepa del presente. Mi creencia, cada vez ms arraigada, de que el pueblo dominicano no constituye nacin, me ha vedado en absoluto ser poltico militante. No he sido, dentro de los trminos de mi pas, ni siquiera alcalde pedneo. En una serie de artculos publicados en 1899 y reproducidos luego en "A Punto Largo", he escrito lo siguiente: "Gobernar es Amar". "Son, a mi ver, ms compulsivos para el poltico que para el sacerdote los deberes de humanidad, dulzura, piedad y tolerancia, porque lo ms grave de la ley es como afirma San Mateo. el juicio, la misericordia y la f. Para m la cuestin no es dispensar el bien y el mal como las divinidades antiguas, sino hacer el bien; es no adoptar resoluciones que no estn cimentadas en la rectitud del corazn, es dar al pueblo toda su personalidad enrgica y viril, fortificando diariamente su espritu en el rudo ejercicio de la libertad, que es el nico que produce los caracteres enrgicos que forman las naciones y mantienen independiente al estado de toda dominacin extranjera; es proporcionar, no la educacin meramente intelectual que slo sirve para aumentar las filas de los peores auxiliares del poder, sino la que fecundiza, extiende y vivifica la libertad jurdica, hasta el punto de producir la libertad

poltica, que es la verdadera libertad; es poner fuera. de todo alcance los derechos del ciudadano y reducir al mnimum necesario los de los poderes pblicos, es finalmente, consagrarse al bien pblico con perfecto desinters material e inmaterial, amar la pobreza y practicarla, despreciar el aplauso en absoluto, adoptar slo los medios que justifiquen la nobleza de los fines y acuar la paz en las palabras, en las medallas, en los actos y en las almas. Suplico a Ud. dispensarme por haberle distrado de sus importantes ocupaciones, y espero que Ud. no tendr inconveniente en reconocer, como es de estricta verdad y justicia, que no estoy encargado de escribir la historia del presente, sino la del pasado hasta el 26 de Julio de 1899, y que lo nico a que estoy obligado, respecto del presente es a hacer una enumeracin de los sucesos histricos a contar de 1899, todo de conformidad a mi contrato con el Gobierno Dominicano, de fecha 18 de julio de 1935; y que es conforme a este criterio que debo continuar escribiendo la Historia de la Isla de Santo Domingo. Soy de Ud. Honorable Presidente, con sentimientos de la consideracin ms distinguida. AMERICO LUGO

Amrico Lugo
En vspera de este 4 de abril del 2008, aniversario del nacimiento de Amrico Lugo, urge la puesta en relieve de este apstol de la dignidad intelectual dominicana.
Sin reparos ante su salud y el rescate de su casa, Lugo reneg a los cargos pblicos que le ofreci Trujillo en 1934, supeditados a que escribiera una historiografa acomodaticia al imberbe rgimen totalitario. En su famosa carta al presidente (1936), evoc ese hecho, recurriendo a conceptos de Voltaire: -Unhistorigrafo
o historiador soy la anttesis de todo eso oficial huele a palaciego y cortesano, y yo

-Es muy difcil que el historigrafo de un prncipe no sea embustero, el de una repblica adula menos, pero no dice todas las verdades.

Al fin y al cabo, esa historiografa titulada La Repblica Dominicana la escribi Ramn Marrero Aristy, 20 aos despus. Como paradoja del destino, ste fue asesinado durante un ataque de ira de Su Jefe, en pleno Palacio Nacional. Lugo, discpulo de Hostos, fue un extraordinario abogado, ensayista, crtico literario, pionero en la investigacin de fuentes histricas, maestro de generaciones, pensador y periodista. Pero ms que nada, es un prcer de la lucha contra la ocupacin militar norteamericana de 1916, a la que dio fundamento conceptual. Su peridico Patria y su propio hogar, inclusive, estuvieron en forma muy activa al servicio de su postura nacionalista. Debido a esos hechos fue un prisionero poltico de la Gobernacin Militar extranjera, a cuyo tribunal no le reconoci jurisdiccin para uzgarle. Afirma el pragmtico Pea Batlle que: Es innegable que aquella inflexible actitud ideolgica de Amrico Lugo fue la sal de toda la campaa nacionalista que al fin desemboc en la restauracin de la Repblica en 1924. Andrs L. Mateo cuando escribe, parece iluminado por ese gran maestro. Por eso no es casual que fuera el autor de la obra La deuda de una generacin con don Amrico Lugo, Biblioteca La Trinitaria, 1996. La consolidacin de la nacionalidad y el Estado dominicano fue una preocupacin permanente en este icono del intelectual criollo. Antes de que se pusiera en boga la frase estado fallido, ya Lugo adverta que la sociedad dominicana pareca una caricatura o parodia de un Estado verdadero. La juventud de Lugo transcurri completamente bajo el rgimen de los 14 aos de Lils. Fue testigo de la traicin a Lupern, de la inauguracin del Ferrocarril Central Dominicano, de los emprstitos espurios Westendorp-San Domingo Improvement, del soborno a los opositores del partido rojo, de las falsas electorales, de las papeletas inorgnicas de Lils y de los cientos de crmenes horrendos que se atribuyen a este dspota, hijo legtimo del pragmatismo afrancesado.

El caudillismo mesinico, el abuso de poder, la prevaricacin, el soborno, la corrupcin, la chapucera anti institucional y el relajo de la constitucin, concurrentes o no, parecen los ejes transversales de la historia dominicana.

Santana, Bez, Lils, La Gobernacin Militar Norteamericana, Trujillo y Balaguer abarcan 104 aos de vida republicana, concatenados en una misma razn histrica, amamantados y justificados por la propaganda de un destino manifiesto. En vspera de este 4 de abril del 2008, aniversario del nacimiento de Lugo, urge la puesta en relieve de este apstol de la dignidad intelectual. Y como tal, la evocacin de Amrico Lugo es crucial en este contexto contemporneo, cuando la nacin est en el umbral de una especie de totalitarismo incruento del siglo XXI que como eslabn de un perverso hado histrico se constituye en rmora confesa de Santana, Bez, Lils, Trujillo y Balaguer.

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