Curanderismo
Curanderismo
UN ENFOQUE PSICOANALITICO
Pero si los conceptos de enfermedad y salud se han ven seriamente cuestionados desde la
sociología del conocimiento y desde la antropología cultural, la intervención de las ciencias
psicológicas y, más en particular del psicoanálisis, ha venido a acrecentar aún más la sospecha
sobre lo que podemos denominar sano o enfermo y, más aún todavía, sobre los modos en los que
el enfermar o sanar pueden llegar a efectuarse.
Si los progresos en la medicina hasta finales del siglo XIX se circunscribieron al ámbito
de lo puramente somático, algunas figuras eminentes de la psiquiatría mostraron, desde su campo
específico, que la enfermedad podía también acaecer por determinaciones psíquicas, susceptibles,
en principio, de una explicación tan científica como las orgánicas y que, por tanto, no tenían que
ser adjudicadas a causaciones de orden mágico o sobrenatural. A partir de J. B. Charcot, P. Janet,
J. Breuer y, sobre todo, S. Freud se evidenció, en efecto, la determinación psíquica de muchos
problemas de salud y, a partir de ahí, la necesidad de replantear la investigación y los tratamientos
que se habían que seguir.
El concepto de psicoterapia, introducido por Hack Tuke a finales del siglo XIX, se abre
paso en el campo de la ciencia médica entendido como la cura del cuerpo por medio de las
funciones psíquicas del propio sujeto, o, como la redefine el médico y poeta holandés Frederick
van Eeden, la cura del cuerpo por la mente, ayudada por el impulso de una mente sobre otra.
Definición ésta que acoge el factor primario de la interrelación médico-paciente como un
elemento imprescindible para comprender su naturaleza1.
Pero a partir de este nuevo modo de considerar los problemas psiquiátricos, fue la
1 Cf. H. F. ELLENBERGER, El descubrimiento del inconsciente. Historia y evolución de la psiquiatría dinámica, Gredos,
Madrid 1976, 857.
2 En otro trabajo anterior hemos debatido sobre estas complejas relaciones entre antropología y
psicoanálisis. Cf. Psicoanálisis y antropología de la religión en Andalucía, en P. GÓMEZ (ED.), Fiesta y religión
en la cultura popular andaluza, Universidad de Granada, Granada 1992, 141-192.
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medicina entera la que vino a recibir de modo importante el impacto del psicoanálisis. A partir de
un determinado momento, lo psíquico vino ya a representarse no sólo como agente de los
problemas mentales específicos, sino también como una fuente primordial de muchos desórdenes
que la medicina general había tratado hasta entonces como causados exclusivamente por
elementos dañinos extraños al organismo. El campo de la medicina psicosomática nació y se
expandió de un modo sorprendente en un proceso aun inacabado y del que aún no podemos
siquiera aventurar todas sus últimas consecuencias3.
Desde ese nuevo enfoque nos hemos visto obligados a cuestionar -y ello va a constituir
un eje central de nuestra exposición- que el efecto terapéutico que la medicina ejerce de modo
tan incuestionable en el seno de nuestras sociedades occidentales de hoy sea de hecho la
expresión, la consecuencia y, por tanto, la verificación de su propio cuerpo doctrinal y técnico.
Los replanteamientos sobre la salud y la enfermedad a los que nos conducen las nuevas
disciplinas psicológicas y los evidentes resultados terapéuticos que, de hecho, se nos ofrecen
desde los diversos ángulos de las llamadas medicinas alternativas, nos fuerzan a concluir que si el
efecto de la curación es en muchos casos incuestionable, no lo son tanto las causas sobre las que
éste efecto pretende fundarse, por más que nos aparezcan revestidas de todo el prestigio y la
autoridad que concedemos a la actividad «científica». La variable psíquica e interrelacional,
generalmente obviada en su método y actuación, se presenta bajo esta nueva luz como un factor
de cambio y transformación global del organismo que interactúa siempre pero, a veces del modo
más decisivo, en la causación de la salud y también de la enfermedad.
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institución5.
Será importante, pues, dilucidar convenientemente cuáles son esas condiciones y estados
psíquicos favorables a la cura que, según Freud, practicaron siempre los médicos en el ejercicio
de su profesión, siendo o no conscientes de ello. Quizás en razón de que las actuales
instituciones hospitalarias descuiden de modo tan importante esas condiciones psíquicas, hayan
experimentado hoy día tal auge las medicinas alternativas. Probablemente en ellas se ha prestado
atención a esos estados psíquicos aun sin saber muy bien por qué mecanismos se crean y por qué
son realmente eficientes. Quizás terapeutas alternativos y curanderos practicaron sabiamente la
necesaria psicoterapia ineludible en la curación de muchas afecciones psíquicas y orgánicas.
La transferencia.
5 Freud señala, por ejemplo, que la abolición de la libre elección del médico elimina una importante precondición de
la influencia psíquica sobre el enfermo: Cf. ib., 1021.
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El concepto de transferencia, en su sentido psicoanalítico, es un concepto originariamente
freudiano. Pero la transferencia psicoanalítica tiene también una significativa prehistoria que
enlaza muy claramente con métodos de la medicina que hoy día llamamos «alternativa».
Sin embargo, siendo tan antigua como la medicina misma, la transferencia parece rondar
el trabajo médico de un modo particularmente persistente desde finales del siglo XVIII. De tal
manera que pareciera estar aspirando, sin resultado, a decir algo de lo que es su propia esencia y
naturaleza. Toda una serie de mecanismos de interacción personal comienzan, en efecto, a ser
puestos en juego en la labor terapéutica como una primera aproximación para el entendimiento
del fenómeno interrelacional en el ámbito médico.
Entre ellos, sin duda, el que adquiere mayor relevancia y significación fue el que a finales
del siglo XVIII fue llamado por su mismo creador Franz Anton Mesmer, como «magnetismo
animal» y que llegó a conmocionar a toda la sociedad europea.
Su teoría afirmaba que los astros ejercen una influencia sobre los cuerpos terrestres y que,
a través de ella, los mismos humanos emiten unas partículas que pueden influir sobre los demás.
Con el fin de aplicar su método Mesmer creó un extraño artefacto denominado Baqueta (Baquet)
que consistía en una gran tina de roble en la que se colocaban una serie de botellas con agua
previamente «magnetizadas», así como una serie de varillas metálicas móviles que se podían
aplicar con facilidad a cualquier parte del cuerpo del paciente. Estos3 se sentaban en círculo, cada
uno de ellos con su varilla metálica. Mediante una cuerda que pasaba en torno a cada sujeto se
formaba una cadena entre todos ellos. En su momento, Mesmer hacía aparición ataviado con una
túnica lila, varilla magnética en mano y acompañado de sus asistentes, jóvenes fuertes y bien
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parecidos, que paseaban por la habitación aplicando sus manos o las varitas metálicas sobre el
cuerpo de los pacientes. El efecto era fulminante: La «corriente animal» del magnetizador entraba
en acción conjunta con la de la cuba provocando generalmente una gran excitación en los
enfermos: los ojos se desorbitaban, se producían gritos, risas, llantos, hipo. Se caía en éxtasis o en
«secretos ardores». Después se sucedían los movimientos convulsivos, las contracciones y
temblores. El maestro, entonces, tocaba la armónica (porque «la música ayuda al magnetismo») y
mientras penetraba con su mirada aguda y profunda a los enfermos les cogía las manos o pasaba
las suyas sobre las partes más agitadas7.
La cura, a través de la interacción personal, parecía haber sido intuida, por más que no se
acertara a explicar cómo ni porqué. Faltaría aún un tiempo para que Freud lograra dar sentido a
la experiencia de Mesmer; ya que si bien, la influencia directa y material del hombre sobre el
hombre fue descartada, las circunstancias que presidían el efecto de dicha influencia fueron de
algún modo mantenidas por él.
A partir de Mesmer, los fenómenos engendrados por el magnetismo van a orientarse hacia
una subjetivación cada vez mayor. El Abate Faria, discípulo de Mesmer, se separa de éste para
afirmar que la causa del sonambulismo no reside en ninguna fuerza material externa, sino en el
mundo interno del sujeto. En línea parecida, Chastenet de Puységur y el general Noizet van
interiorizando y psicologizando progresivamente la teoría del magnetismo animal. Su influencia
llega hasta Gran Bretaña, donde el médico James Braid estudia el mesmerismo y se percata de los
factores subjetivos involucrados en el fenómeno. En la nueva explicación que ofrece Braid se
introduce el término hipnotismo, así como el de hipnotizar, para referirse al método de inducir la
dormición sirviéndose de un objeto que situado a unos 30 cms. el sujeto debía mirar fijamente
concentrando en él toda su atención8.
Poco más tarde y siguiendo una línea parecida de investigación, Berheim, de la escuela
francesa de Nancy, publica en 1884 su obra De la suggestion, conocida por Freud durante su
estancia en la ciudad francesa y traducida por él mismo al alemán9. La curación, a través del
influjo interpersonal va adquiriendo un papel fundamental en el campo del saber médico.
7 Cf. G. ZILBOORG, Historia de la psicología médica, Psiqué, Buenos Aires 1968, 338-352; S.T. STRONG-CH.D.
CLAIBORN, ib., 21-23.
8 Cf. W.S. SAHAKIAN, Historia y sistemas de la Psicología, Tecnos, Madrid 1982, 340-342.
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La figura de Charcot, tan sólida como científico, pero tan sugestiva y seductora también
como la muchos curanderos, dio entrada oficial en el campo de la medicina al fenómeno del
hipnotismo, y, algo hipnotizado por él, Freud, en una auténtica transferencia decisiva para la
historia de la medicina, intuyó que lo que se jugaba detrás de la hipnosis podía desvelar otra
significación más profunda y más decisiva en sus repercusiones.
Por la espalda le llegó a Freud en uno de sus más afamados casos clínicos, el de Dora,
joven histérica de 18 años con quien fracasó rotundamente en el tratamiento debido,
precisamente, al olvido de la dinámica transferencial. Tan sólo entonces, pudo comprender lo que
la transferencia es y significa. Y fue en el epílogo de este caso, como ese momento segundo de
reflexión en el que tan sólo se hace posible la captación de su significado, cuando Freud nos pudo
9 La influencia de la Escuela de Nancy en Freud es mayor de lo que él mismo parece reconocer: "no comparto los
conceptos de Berheim, que me parecen unilaterales", le dice a W. Fliess en carta del 29 de agosto de 1988 (Los orígenes
del psicoanálisis, O.C., III, 3472-3473). Sin embargo, aunque Berheim fuera excesivamente tributario de las
asignaciones anatómicas, la idea del inconsciente estaba ya claramente flotando en sus reflexiones.
10 El concepto, a pesar de hacer aparición temprana en textos freudianos (lo encontramos ya 1895), no será explicitado
y plenamente comprendido hasta mucho más tarde (a partir tan solo de 1905).
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ofrecer la definición más completa de ella. Son -nos dice- reediciones o productos ulteriores de
los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos conscientes durante el desarrollo
del análisis y que entrañan como singular característica de su especie la sustitución de una
persona anterior por la persona del médico11.
Así, pues, la transferencia supone una actualización de los antiguos amores y odios que
no llegaron a concientizarse. Son, pues, como unas especies de «clisés» que se van constituyendo
a lo largo de nuestra vida a partir, sobre todo, de las primeras relaciones que marcaron nuestro
encuentro con la existencia12. Esos clisés o esquemas «a priori» de relación interpersonal
constituyen un lugar necesario desde el que enfocamos todo tipo de relación con los otros. Las
primeras relaciones parentales fueron particularmente resaltadas por Freud como configurantes
básicas de esos esquemas de relación; y fue Melanie Klein quien nos ha insistido también sobre la
fuerza que poseen las primitivas relaciones del bebé con la madre a la hora de determinar las
modalidades de la transferencia13.
Existe, pues, un claro carácter repetitivo en esa actualización de los antiguos modos de
relación. En ello insistirá particularmente Freud en un texto titulado Recuerdo, repetición y
elaboración (1914), que quizás haya que considerar como su más importante reflexión sobre este
tema. Quien no recuerda su historia está condenado a repetirla, vendría a ser la idea básica de este
texto, parafraseando la célebre fórmula de Santayana. El analizado -nos dice Freud- no recuerda
nada de lo olvidado o reprimido, sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo,
sino como acto14. De ese modo los elementos del conflicto psíquico van ingresando
paulatinamente en el campo de trabajo analítico. La transferencia se convierte así en el campo
básico sobre el que ha de recaer toda la acción terapéutica15.
11
Análisis fragmentario de una histeria, 1905, O.C., I, 998.
12 Transferencia, designa en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan
sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación
analítica Así se define en el Diccionario de psicoanálisis de J. LAPLANCHE - J.B. PONTALIS, Barcelona 1971, s.v.
Transferencia.
13 Cf. M. KLEIN, Principios psicológicos del análisis infantil, 1926, O.C., Buenos Aires 1974, Vol. 2, 127-136; H.
SEGAL, Introducción a la obra de Melanie Klein en M. KLEIN, O.C., vol. 1, 15-124; C. GEET, Melanie Klein, París 1971 y
M. NEYRAUT, ib., 179-182 Y 229-235.
15 Freud llega a firmar en ese mismo texto que se trata de sustituir la neurosis que padece el sujeto que viene al análi -
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Para ello será absolutamente necesario que el analista sepa detectar esas antiguas
demandas de amor, de odio, de culpa o de exculpación, evitando a toda costa responder a tales
demandas, precisamente para que ellas puedan llegar a objetivarse y modificarse. Ello supone un
trabajo muy delicado por parte del analista porque, evidentemente, sus propias temáticas
personales pueden muy bien entrar en juego confundiéndose con las del paciente16. Se toca de
este modo una cuestión fundamental de la técnica psicoanalítica que es la de la llamada «contra-
transferencia»; es decir, el conjunto de reacciones transferenciales despertadas también en el
analista a través de la personalidad y de las demandas del analizante. La obligatoriedad y
necesidad de que el terapéuta haya pasado previamente por la experiencia de un largo «análisis
didáctico» se pone de relieve desde esta delicada problemática que consideramos17.
Esos antiguos amores y odios actualizados en la situación analítica poseen sin duda un
carácter revelador18. Por ello, la transferencia dejó de ser considerada por Freud como un
obstáculo que se interponía en el trabajo de investigación del inconsciente, para considerarla por
el contrario como una manifestación privilegiada de los contenidos de ese inconsciente19. Por otra
sis por una "neurosis de transferencia", de la cual puede ser curado mediante la acción del terapeuta: La transferencia
crea así una zona entre la enfermedad y la vida, y a través de esta zona va teniendo efecto la transición de la primera
a la segunda: O.C., II, 1687.
16 Sobre el manejo de la transferencia en la relación terapéutica, Cf. O. FENICHEL, Problemas de técnica psicoanalíti-
ca, Buenos Aires 1957; H. RACKER, Estudios sobre técnica psicoanalítica, Buenos Aires 1979, 74-110; J. CODERCH,
Teoría y técnica de la psicoterapia psicoanalítica, Barcelona 1987, 206-213; H. THOMÄ -H. KÄCHELLE, Teoría y práctica
del psicoanálisis, Barcelona 1990, Vol. 1, 65-98 y 99-120, así como la bella y sugerente obra del malogrado L. MARTÍN-
SANTOS, Libertad, temporalidad y transferencia en el psicoanálisis existencial, Barcelona 1975.
17 Sobre estos puntos descendió Freud en un trabajo titulado Observaciones sobre el amor de transferencia, 1915,
O.C., II, 1689-1696.
El "análisis didáctico" es la experiencia misma del psicoanálisis que todo futuro analista debe atravesar como
condición para acceder a su trabajo de terapéuta. Con razón se ha expresado el carácter en cierta medida defensivo que
puede comportar el término "didáctico", pues aunque ese carácter preside unos de los objetivos de dicho análisis, sin
embargo, la experiencia misma de diván no deja de ser la misma que para todo sujeto que intente acceder a sus palabras
no dichas.
18 Ellos incluyen tanto los componentes amorosos como también los hostiles que marcaron nuestros encuentros y que
no se llegaron nunca a decir. Por ello Freud hará una distinción que adquirirá la categoría de clásica entre una
transferencia "positiva", marcada por sentimientos de carácter cariñoso y una transferencia "negativa", marcada por
sentimientos hostiles. Cf. La dinámica de la transferencia, 1912, O.C., II, 1651-1652. A este respecto el Dr. D. Lagache
expresa la dificultad que entrañan estos términos, en cuanto que una transferencia llamada "positiva" puede ser en
determinado momento perjudicial en el tratamiento, mientras que otra denominada "negativa" puede y quizás deba tener
su lugar en el mismo tratamiento. De ahí, que él proponga hablar más bien de "efectos positivos y negativos de la
transferencia". Cf. D. LAGACHE, La teoría de la transferencia, Buenos Aires 1975.
19 Algunos autores parecen, sin embargo, negarse a conceder a la transferencia este carácter positivo. "Toda
transferencia es esencialmente negativa, porque requiere y mantiene una persistente deformación del terapeuta" dice, por
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parte, la transferencia -han señalado también otros autores- supone una actitud de búsqueda que
parece revelar no sólo aquello que ha sido, sino también aquello que debía o podría haber sido20.
20 Cf. S. NACHT, Curar con Freud, Madrid 1972, 56 y La presencia del psicoanalista, Buenos Aires 1967, 56-72, así
como E.A. LÉVI-VALENSI, Le dialogue psychanalytique, París 1972, 72.
21 Así se ha expresado F. ALEXANDER en su obra La psiquiatría dinámica, Buenos Aires 1962. Cf. también del mismo
autor junto con SH.T. SELESNICK, Historia de la psiquiatría, Barcelona 1970, en particular 239-240 y 386-387. Hay que
afirmar, no obstante, que las ideas de Alexander sobre la transferencia han sido muy discutidas. Cf. S. NACHT, ib., 61-62,
D. LAGACHE, El psicoanálisis, Buenos Aires 1973, 111-113.
22 Particularmente I. MACALPINE suscitó una intensa polémica al afirmar que la transferencia es resultado exclusivo de
la situación analítica. Cf. The development of the transference en "The psychoanalytic Quarteley" XIX (1950) 501-539.
23 Cf. v.gr. Transfert et introjection, O.C., París 1968, vol. 1, 93-125; Le concept d'introjection, O.C., Vol. 1, 196-
198; Symtômes transitories au cour d'une analyse, O.C., Vol. 1, 199-209; La technique psychanalytique, O.C., Vol. 2,
327-337; Prolongements de la "technique active" en psychanalyse, O.C., Vol. 3, 117-132 y La psychanalyse au service
de l'omnipraticien, O.C., III, 205-215. Por la importancia de este autor en el tema que tratamos, M. NEYRAUT le dedica
todo un capítulo en su obra citada, 155-182.
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facilita indirectamente su curación24. Los médicos, pues, deberían, en el parecer de Ferenczi,
adquirir una experiencia en el campo psicológico con lo que tendrían más posibilidades de éxito
que si se limitan exclusivamente a la adquisición de conocimientos de patología y farmacología.
Me hubiera evitado muchos esfuerzos y sufrimientos si, durante mis estudios, se me hubiera
enseñado el arte de manejar la transferencia y la resistencia. Envidio al médico del futuro que
conocerá esto. Así se expresaba Ferenczi (ingenuamente tenemos que pensar si miramos a
nuestro alrededor 60 años después) en un texto sobre La influencia de Freud sobre la medicina
(1933)25.
26 Cf. J. LACAN, Intervención sobre la transferencia en su obra Escritos, México 1971, vol. 1, 46-47 y Le Transfert
et la pulsión en Les quatres concepts fondamentaux de la psychanalyse, París 1973, 113-184; E.A. LÉVI-VALENSI, ib., S.
NACHT, ib., y M. NEYRAUT, ib.
27 Ib., 98.
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la que nos ocupará a continuación a propósito de la relación del enfermo con el médico, el
terapeuta alternativo o el curandero.
La relación médico-enfermo.
M. Balint ha insistido con razón en que la reacción que tiene el médico ante las
sugestiones del paciente, o ante los síntomas ofrecidos, constituye un factor concurrente de
extraordinaria importancia para el desenlvolvimiento concreto de la enfermedad o del proceso de
curación. El médico dispone de un poder terapéutico, pero también tiene un poder patoplástico.
La enfermedad, especialmente en sus inicios, es hasta cierto punto moldeable. Como señala J. Rof
Carballo, unas palabras imprudentes, un fruncir el ceño... modelan a veces para toda la vida la
enfermedad. El médico organiza la enfermedad. Puede convertir molestias funcionales en
orgánicas30.
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de sus sistemas defensivos propios31.
Por lo pronto, el proceso somático que se opera en el órgano afectado por la enfermedad
sustrae una dosis considerable de su energía psíquica, de su atención, interés y preocupación. Sus
demás intereses vitales se ven por ello debilitados en una medida u otra. Ello explica el hecho,
afirmado tempranamente por Freud, de que el estar enfermo hace narcisista a las personas 32. Hay
un incremento notable de la autoobservación y del interés hacia sí mismo.
Desde esta situación regresiva a la que invita la enfermedad y desde las fantasías
inconscientes de castigo o de abandono por parte de esos poderes parentales que son Dios o el
destino, el enfermo moviliza de modo importante sus necesidades de protección y de cuidado
providente. Desde su debilidad reclama omnipotencia y desde su indefensión tiende a investir al
terapeuta con todos los rasgos de sus representaciones imaginarias infantiles34.
31 Cf. O. FENICHEL, Teoría psicoanalítica de las neurosis, Buenos aires 1966, 295-300.
33 Con frecuencia se utiliza el término estar "malo" para referirse a la enfermedad, poniendo así de manifiesto la
impregnación moral que la enfermedad posee. La idea de la enfermedad como castigo o como prueba que Dios manda
está muy presenta en la mentalidad popular. Cf. Y. GUIO CEREZO, Salud, enfermedad y medicina popular en Extremadura.
Un acercamiento desde el americanismo, Universidad Complutense, Madrid 1991, 902-956.
34 Tal dependencia será tanto mayor en la medida en la que ese paciente se encuentre socialmente aislado o privado de
relaciones estrechas con los miembros de su familia y con otros pacientes. Cf. BURLING y otros, The Give and Take in
Hospital: A Study of Human Organization in Hospital, Putnam, New York, 1956.
Sobre el concepto psicoanalítico de omnipotencia Cf. nuestro estudio dentro de la obra El psicoanálisis
freudiano de la religión, Ed. Paulinas, 1991, 387-398.
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El médico, como el brujo, el curandero o el sacerdote, es investido por ello de una
representación parental sobre el que proyecta todos los elementos fundamentales de su
narcisismo infantil, ahora maltrecho y herido por la enfermedad. Como cuando de niño fue
cuidado y salvado por aquellos magníficos poderes que fueron para él sus padres. Si ahora no
puede remediar su mal, el terapeuta se representará con todos los rasgos del conocimiento y la
fuerza necesaria para sacarle de la situación de impotencia que él experimenta. Todo ello, por lo
demás opera a un nivel emocional que generalmente no se traduce en las palabras que el enfermo
dirige al terapeuta. Pero es ese nivel esencialmente afectivo y emocional, el que fundamenta la
facultad básica que el enfermo concede a su terapeuta. Como señala Freud los pacientes suelen
reconocer la autoridad de acuerdo con su transferencia positiva, y la posesión de un diploma
médico no les causa, ni mucho menos, la impresión que los médicos suponen35.
El enfermo, tal como ha insistido en ello Rof Carballo 36 suscita movimientos profundos en
el ánimo del médico. Con una intencionalidad generalmente inconsciente, emite sus mensajes que
conciernen a las ansiedades más profundas del terapeuta. Exige, por ejemplo, a veces de modo
frío e indirecto, una ayuda maternal. Pero esto es lo que el médico, generalmente, no está
dispuesto a aceptar. Considera lógico defender su intimidad del asalto que le hacen. Y, habría que
añadir que tiene todo su derecho a ello con tal que esa defensa de su intimidad no la efectúe a un
nivel inconsciente, poniendo en marcha para ello mecanismos reactivos que jueguen en contra de
sus propios objetivos terapéuticos.
37 Es un hecho comprobado que muchas de las decisiones clínicas de un médico dependen en buena medida de sus
propias raíces étnicas, familiares y sociales, así como de las relaciones que establece dentro de la profesión médica y de la
comunidad lega más amplia. Cf. W. A. GLASER, Asistencia médica: aspectos sociales, en Enciclopedia Internacional de
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Si el terapeuta es reclamado como padre omnipotente, el médico puede muy bien entrar en
complicidad con esa demanda para satisfacer sus propias necesidades narcisista y encubrir sus
propias inseguridades. Como M. Balint ha puesto de manifiesto, con frecuencia el médico se ve
inducido a adoptar ante el enfermo una actitud cuasi religiosa, «apostólica» la denomina Balint38.
Parece como si, en efecto, estuviera en posición de un conocimiento revelado y se encontrara
obligado a convertir a todos los incrédulos e ignorantes entre sus paciente a esa verdad, a la que
debe acomodarse todo sujeto enfermo. El objetivo del médico parece situarse entonces en
convertir a su enfermo a la teoría y a la práctica de su propia fe. De algún modo, el médico está
intentando en esta situación salvarse a sí mismo mediante esa labor «apostólica», conversiva, con
el paciente.
Todo ello tiene directamente que ver con el estado de ansiedad que tiene que enfrentar
todo profesional de la medicina en el ejercicio de su profesión. El paciente, todo paciente,
moviliza, en un grado u otro, un conjunto de emociones que, muchas veces, por lo demás, ni
siquiera será capaz de reconocer. Por una parte, el enfermo mueve en el médico toda una serie de
afectos relacionados con lo que la enfermedad supone de debilidad, de impotencia y, a un nivel
más hondo, lo enfrenta cotidianamente con lo que la enfermedad tiene de anuncio o revelación de
la muerte, herida narcisista suprema, que ambos, médico y enfermo, se ven compelidos a
exorcizar39.
Pero de otro lado, el enfermo está delante del médico como un reto a su competencia
profesional, desafiando su capacidad para curar y, con ello, poniendo en solfa la imagen que de sí
mismo ha ido laboriosamente construyendo a lo largo de su dilatado trayecto profesional y en la
que, probablemente, apoya buena parte de su seguridad personal de conjunto. Como afirma M.
Balint, un aspecto importante de la «función apostólica» radica justamente en la necesidad que
experimenta el médico de probar al paciente, al mundo entero, y, sobre todo, a sí mismo, que es
buen médico, un profesional bondadoso, digno de confianza y capaz de ayudar.
39 PH. ARIES ha insistido particularmente en este esfuerzo por negar la muerte que preside a nuestra cultura occidental,
después de su exaltación en el período del romanticismo. Cf. Essais sur l'historie de la mort en Occident du moyen âge
à nos jour, Ed. du Seuil, París 1975.
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Desde la misma enfermedad que remite a una impotencia y, en última instancia a la
impotencia suma de la muerte, y desde la interpelación que lleva a cabo el paciente sobre la
competencia profesional del médico, éste se ve necesariamente cuestionado en su narcisismo y en
los sentimientos de omnipotencia con él asociados.
Para que todo resulte así, lo primero que con frecuencia recibe el paciente de parte del
médico es confortamiento y apoyo. Un confortamiento, que en el contexto de lo que hablamos,
hay que comprender como esencialmente movido desde la propia ansiedad despertada en el
médico y cuyo objetivo fundamental es el de aliviarla.
40 Tendríamos que recordar las palabras de Marañon a este propósito: La idea de que la enfermedad es, siempre, un
enemigo que debemos, siempre, aniquilar, pertenece al pasado. Un cierto grado de enfermedad es, a veces,
repitámoslo, el único modo de prolongar la vida. El aprensivo, concluye Marañon, suele ser lo bastante listo como para
no dejarse curar del todo. Cf. G. MARAÑON, Crítica de la medicina dogmática, Espasa Calpe, Madrid 1950. 70.
41 Cf. P. MARTY, Los movimientos individuales de vida y de muerte, Ed. Toray, Barcelona 1984. Este autor, figura
clave de la investigación psicosomática actual, nos hace caer en la cuenta de qué modo las reacciones del enfermo ante la
enfermedad y ante la terapéutica se olvidan impulsados por el entusiasmo de los descubrimientos cuantitativos de la
investigación.
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justificación. En realidad, es también la gran coartada para eludir ansiedades que la enfermedad
despierta y que la relación interpersonal con el enfermo ponen en juego. La institución médica
oficial brinda en este sentido el mejor de los apoyos.
La omnipotencia institucional.
La crítica de dicha institución médica ha sido efectuada en nuestros días desde ángulos
muy diversos. Pero destaca entre ellos, por la lucidez de sus análisis y por la fuerza de su
denuncia, la que Ivan Illich protagonizó con su obra Némesis médica42. La ciencia médica oficial
ha ido progresivamente detentando un poder que ha conducido hasta el ejercicio de una auténtica
tiranía en el seno de nuestras sociedades occidentales. La función moral de alivio del dolor que
los médicos desempeñaron en otro tiempo ha sido sustituida por la del ejercicio de la ciencia y el
poder sobre el enfermo y los suyos, en una posición que cada vez más le aleja de la muerte. Ya no
se trata de esa relación inmediata del sufrimiento con lo que le alivia. Como acertadamente afirmó
M. de Foucault, desde la misma aparición de la escritura y el secreto, se hurtó ese saber a la
comunidad y se depositó en un grupo privilegiado43.
Desde esa posición de poder la medicina ha llegado en convertirse, con una terrible
paradoja, en una de los mayores peligros para esa salud que tan despiadadamente pretende
imponernos a todos. Es lo que Illich denominó la medicalización de la vida, que origina una
humillante situación de dependencia respecto de la atención clínica y de los medicamentos, que
conduce finalmente a una auténtica apropiación por el médico de la globalidad de la vida, desde la
misma situación prenatal hasta la muerte44.
El paso del ejercicio de un saber al del oficio de magos o sacerdotes se efectúa sin la
43 M. DE FOUCAULT, El nacimiento de la clínica. La arqueología de la mirada médica, Siglo XXI, México 1963,
especialmente el cap. 4: Antigüedad de la clínica, 85-96.
44 Se olvida lo que tan atinadamente afirmaba nuestro sabio médico G. Marañon: La idea de que la enfermedad es,
siempre, una enemigo que debemos, siempre, aniquilar, pertenece al pasado. Un cierto grado de enfermedad es, a
veces, repitámoslo, el único modo de prolongar la vida...Hay gordos -añadía- que se desbaratan cuando se empeñan
en dejar de serlo y el aprensivo muestra ser lo bastante listo como para no dejarse curar del todo. Cf. G. MARAÑON,
Crítica de la medicina dogmática, Espasa Calpe, Madrid 1950, 68.
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menor dificultad. La entronización de la «racionalidad burocrática», que emerge de las ruinas de
las tiranías monárquicas y sacerdotales, le facilita el impulso suficiente para esa transformación.
Ella supo crear, por lo demás, una docilidad servil a la información de los técnicos y peritos y a su
astuta propaganda45. A los médicos - afirma I. Illich- ya no les interesa el arte práctico de curar lo
curable, sino la salvación de la humanidad de las cadenas de la enfermedad, la invalidez e incluso
la necesidad de morir. Desde comienzos de siglo, el cuerpo médico se ha convertido así en una
auténtica iglesia establecida que ha hecho una teología de los principios técnicos y que dispone de
los tecnólogos como acólitos46. La asistencia a la salud se ha convertido en una religión
monolítica mundial47. En ella se dictamina qué es enfermedad y qué no lo es, así como su
tratamiento correcto. Como la religión y el derecho, crea unos criterios normativos para
seleccionar los comportamientos correctos o desviados. El médico se convierte así en un
«empresario moral», que objetiva los valores dominantes de la sociedad en la creación de
enfermedades y el enfermo es inducido a sentirse como un pecador que ha transgredido las
sagradas normas de la higiene48.
El dogmatismo marca el talante esencial de la medicina moderna con sus dos lacras
fundamentales: una práctica, el profesionalismo, y otra, teórica, el cientificismo. Estos son -en el
decir de Gregorio Marañon- los nuevos ricos de las fases de auge de la Medicina49. Un
dogmatismo -añade nuestro autor- que supera todos los conocidos en la gravedad de su pecado
esencial, que es la pretensión de dar categoría de infalible a lo que no lo es. Los grandes logros y
los resultados ya obtenidos parecen prohibir, a priori, toda crítica a los límites de su concepción.
Las consecuencias prácticas que se derivan de tal estado de cosas son importantes en el
45 Cf. en este sentido J. ROF CARBALLO , Teoría y práctica psicosomática, Desclée, Bilbao 1984, 594; así como el
importante y sugerente estudio del psicoanalista P. LEGENDRE, L'amour du censeur. Essai sur ordre dogmatique, Ed. du
Seuil, París 1974.
47 Cf. también en esta misma línea de pensamiento la obra coordinada por A. GODIN, Mort et presence. Études de
psychologie, Ed. Lumen Vitae, Bruxelle 1971.
48 Cf. ELIOT FREIDSON, la profesión médica, Península, Barcelona 1978, 250-4 y GONZÁLEZ ANLEO, J., Sociología del
dolor, en A. Dou, El dolor, Madrid 1992. Ed. UPCO, 329-366.
49 Cf. G. MARAÑON, ib. 30. Esa medicina, afirma en otra página, sería una actividad adorable, hecha a partes iguales
de ciencia, de arte y de oficio. Pero el afán de quererla convertir en una ciencia integral, antes sacerdotal y
enigmática, ahora exacta e infalible, la hace tropezar con mil piedras cada día y la pone, de vez en cuando, en trance
de extraordinario compromiso, cuando no de mortal gravedad. 15-16.
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ámbito de la salud. Señalemos tan sólo al paso las falsas ilusiones que despierta, con el consi-
guiente peso de frustración y de agresividad que ésta, a su vez, genera. Por no hablar de los
terribles efectos yatrogénicos que ya nadie pone en cuestión50.
Hay algo sin embargo, que nos interesa resaltar en el contexto de las relaciones
interpersonales que centra el núcleo de nuestra reflexión. Desde ese estado de dogmatismo y
sacralidad que caracteriza a la medicina oficial, los sentimientos de omnipotencia infantil que se
movilizan en el médico desde la demanda del paciente y desde su propia estructuración personal
quedan, por decir así, multiplicados. Esos sentimientos de omnipotencia encuentran un templo
grandioso y sobrecogedor como escenario para sus rituales.
50 Cf. I. ILLICH, ib., en especial 22-28; P. MARTY, Los movimientos individuales de vida y de muerte, Ed. Toray,
Barcelona 1984, 56. No resistimos transcribir el texto que, con tanta lucidez y gracia, nos ofrece G. Marañon a propósito
de esos tratamientos de choque que proponen verdaderas baterías de inyecciones y drogas, por todas las vías
imaginables, asestadas cada veinticuatro horas sobre el organismo infeliz: Yo declaro, bajo mi palabra de honor -nos
dice- que este invierno he visto a un paciente que, habiendo sido diagnosticado de neurosis vegetativa que equivale a
una patente de sanidad, había recibido como tratamiento, además de varias píldoras y cucharadas, doce, doce
inyecciones diferentes en el trascurso de cada veinticuatro horas. Este robusto ciudadano, a pesar de las doce
inyecciones, vino a mi casa por su pie. ib., 61-63. Entre otras consecuencias derivadas también de este estado de cosas,
habría que señalar la que M. Balint llama complicidad en el anonimato. La constelación de especialistas, en efecto, que
intervienen en la solución de un problema, trae consigo que se adopten decisiones que, a veces son vitales, sin que nadie
asuma la responsabilidad de las mismas. A nadie se puede atribuir el gobierno o desgobierno de la situación. Cf. M.
BALINT, ib., 105-111.
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Pero fracasos también o agravación del problema desde el sistema oficial, cuando en
tantos momentos el enfermo se siente impotente, agredido o, simplemente, cuando se resiste,
consciente o inconscientemente, a entrar en una estructura simbólica (racional, técnica e
impersonal) que no encaja ni cuadra con sus demandas y aspiraciones más profundas. La magia
blanca se transforma en ese momento en auténtica magia negra. La transferencia en sus vertientes
más negativas juega su importante papel. Entonces, nos encontramos con los que necesitan otra
medicina, de un orden simbólico diferente, con otros rituales y otro tipo de omnipotencia puesta
en marcha.
51 Cf. R. ORTEGA REINOSO, Salud y enfermedad. Conceptos evolutivos, en Estudios antropológicos y sociedad
española, Instituto de Sociología aplicada, Madrid 1989, 145-166; Y. GUIO CEREZO, ib., J. DE MIGUEL, El teorema de
Watson del sector sanitario: hacia una teoría sociológica de la seguridad social en España, en: Papers 10 (1979) 115-
145.
52 De la misma manera se ha señalado que las diferencias de clase entre doctor y paciente afectan al buen éxito de la
relación profesional. Dado que el paciente que tiene menos cultura dispone de menos capacidad para comunicarse con el
médico en el vocabulario de este, se le piden y se le dan menos explicaciones y recibe menos instrucciones que el paciente
de clase superior. Cf. FREEMAN y otros Handbook of Medical Sociology, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, New Jersey
1963.
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infecciosas que realmente padecía, para desencadenar una auténtica neurosis de angustia53. El
«todo marcha bien» de muchos médicos no es, en efecto, respuesta a la profunda necesidad del
paciente por encontrar un nombre para su dolencia que se siente, de ese modo, rechazado,
imposibilitado de explicar y aceptar sus dolores, temores y privaciones.
El apoyo y confortamiento del paciente, como afirma Balint, no tiene en sí nada de malo.
Pero resulta extraordinariamente negativo cuando se administra al por mayor, sin evaluar
apropiadamente su probable efecto en cada caso particular. Ese intento angustiado que,
paradójicamente, pretende eliminar la angustia raramente tranquiliza a un neurótico, aunque
pueda tener efecto en un paciente físicamente enfermo54.
La omnipotencia alternativa.
55 Se ha calculado, por ejemplo, que la farmacopea no occidental es empíricamente eficaz del 25 al 50%. Muchos
medicamentos moderna, por otra parte, provienen de la experiencia de los llamados pueblos "primitivos", así ha ocurrido
con el uso de opio, hachis, coca, quina, eucaliptus, zarzaparilla, acacia, couzo, así como con muchos tranquilizantes y
psicotropos usados actualmente en psiquiatría. Cf. CH. C. HUGUES, Etnomedicina, en Enciclopedia Internacional de las
Ciencias Sociales, Aguilar, Madrid, 1968. CH. J. ERASMUS, por su parte, sostiene que la estructura espistemológica
inductiva de la medicina primitiva es esencialmente análoga a la de la medicina científica moderna, esta difiere de aquella
tan sólo por su tendencia a la generalización y por el grado de acierto en el pronóstico. Cf. Changing Folk Belifs and the
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embargo, seguirá centrado ahora también en los aspectos interrelacionales y afectivos que juegan
de modo tan decisivo tanto en su gestión como en sus resultados.
Lo hemos considerado una y otra vez en los trabajos presentados a lo largo de estos días:
la relación entre la religión, la medicina y la magia ha sido siempre íntima y su ejercicio tampoco
se encuentra netamente diferenciado en nuestros días58. Sacerdote, médico, mago y curandero
58 Cf. G. ZILBOORG, Historia de la psicología médica, Ed. Psiqué. Buenos Aires 1968, en especial, 625; R. PANIKKAR,
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ejercen en buenas porciones de terrenos común no delimitado por fronteras claras ni precisas.
Todos ellos, considerados desde una óptica psicoanalítica, poseen un elemento común: su
vinculación íntima con los sentimientos de omnipotencia infantil que se suscitan con nostalgia
regresiva ante el pecado, la enfermedad o la indefensión existencial. Y todos ellos, si logran que el
sujeto se acomode a sus respectiva normatividad, ofrecerán su amor y protección omnipotente.
Sus recursos, inscritos en sistemas simbólicos tan diversos, le harán, de algún modo, semejantes a
Dios. Y en la medida en la que la fe sea mayor (induciendo en el sujeto paciente actitudes de
dependencia y sumisión) más soberano será el poder que ejerzan.
Son otros los sistemas simbólicos que utilizan los curanderos para escenificar y potenciar
su poder. Entre ellos, a diferencia de nuestra aséptica y neutra medicina científica, destaca el
religioso, poniendo así de manifiesto la relación intermedia que esta terapéutica desempeña entre
la ciencia y la religión. Con mucha frecuencia como sabemos, el poder de curar, la «gracia»,
procede directamente de Dios o de las fuerzas sobrenaturales59. La imaginería religiosa que
preside su encuadre terapéutico recuerda al paciente la etiología de su poder. Los rezos y
ensalmos de «santos» y «rezadores», propician la intervención de los sobrenatural60. En definitiva,
el poder terapéutico de buena parte de los curanderos, particularmente en las zonas donde el
influjo religioso es mayor, se encuentra íntimamente asociado a la suma representación del poder.
59 Cf. M. MAUSS, Sociología y antropología, Tecnos, Madrid 1971, donde se analiza la fuerza mágica por excelencia,
el maná, y su virtud salutífera o mortal (123-124). Cf. asimismo la introducción a la obra realizada por CL. LÉVI-STRAUSS.
Cf. asimismo, J. CARO BAROJA, Vidas mágicas e inquisición, Taurus, Madrid 1967 y Meditaciones antropológicas: De
nuevo sobre la mentalidad mágica, Madrid, Taurus 1974; Y. GUIO CEREZO,ib. 902-956; de modo un tanto simplista el
tema es abordado por J. DE MIGUEL, Introducción al campo de la antropología médica, en M. KENNY - J.M. DE MIGUEL
(Comp.), La antropología Médica en España, Anagrama, Barcelona 1980.
60 Cf. a todo este propósito los excelentes estudios realizados sobre los "santos" y curanderos de la Sierra Sur de Jaén
por M. AMEZCUA, La ruta de los milagros, Ed. Interolivos, Granada 1993; Prácticas y creencias de los "santos" y
curanderos en la sierra Sur (Jaén), en Gaceta de Antropología 9 (1992) 99-109.
Sobre el poder de la palabra nos ha ofrecido estos días P. Sanchiz una rica y abundante información. Freud
estableció en sus últimos escritos una relación entre la omnipotencia de las ideas y el nacimiento del lenguaje. La
omnipotencia del pensamiento -nos dice- expresó el orgullo de la humanidad por el desarrollo del lenguaje. Se abrió con
ello, según apunta Freud, una nueva dimensión de la existencia: el reino de la espiritualidad, en el que lograron
preeminencia las ideas, los recuerdo y los procesos de raciocinio, en oposición a las actividades psíquicas inferiores
cuyos contenidos son las percepciones inmediatas de los órganos sensoriales. Si la conquista del lenguaje exalta
el narcisismo, el pensamiento, que sólo con el lenguaje se hizo posible, se impregna también de una desmesurada
autoestima y libidiniza y exalta con los caracteres de la omnipotencia. Cf. S. FREUD, Moisés y la religión monoteísta,
1938, O.C., III, 3309. Sobre la fuerza mágica de la palabra como expresión del orgullo por haber conquistado el lenguaje
se expresa Freud también en Nuevas Lecciones introductorias al psicoanálisis, 1933, Lección XXXV, El problema de la
Concepción del Universo, O.C., III, 3195.
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Desde un punto de vista psicodinámico, resulta significativo también el hecho de que, con
tanta frecuencia, el curandero haya adquirido su poder terapéutico y protector tras haber
experimentado en sus propias carnes la dureza de la enfermedad y del sufrimiento. La enfermedad
es, como lo puso de relieve M. Eliade, una vía privilegiada de iniciación al chamanismo 61. Es la
«enfermedad vocación», que espléndidamente nos ilustra el estudio de R. Briones62.
61 Cf. M. ELIADE, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Fondo de Cultura económica, México 1986 (2º),
45.
63 El proceso, con características muy análogas, tiene lugar en muchos casos de conversión religiosa, encontrado en
este caso una salida a los sentimientos mórbidos de culpabilidad más o menos inconscientes.
64
Cf. a este respecto los datos que aporta en esta línesa el antropólogo y psicoanalista G. ROHEIM en su obra Magia y
esquizofrenia, Paidós, Barcelona 1982, 54-62.
65 En esos sentimientos de omnipotencia infantil, proyectados sobre los padres en la infancia y sobre las
representaciones sagradas en la vida adulta, hemos encontrado la clave interpretativo última de todo el psicoanálisis
freudiano de la religión. Cf.
C. DOMÍNGUEZ MORANO, ib. y Creer después de Freud, Paulinas, Ed. paulinas, Madrid 1992.
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infantil puso en juego, los que se encuentran directamente implicados en esas imaginería religiosa
de muchos curanderos, «santos» y «rezadores. Por eso, quizás, no puedan escapar tampoco de la
oculta ambivalencia afectiva que esas mismas figuras parentales despertaron en la infancia y que
constituye uno de los resortes fundamentales descubiertos por la investigación psicoanalítica en el
seno de la experiencia religiosa. El poder del curandero es potente para proteger, pero también
puede serlo para perjudicar. Quien sabe curar un daño sabe cómo se hace66.
Pero como ya nos comentó Freud, los descreídos y secularizados de nuestra sociedad
moderna occidental no tienen por qué renunciar a los «milagreros seglares». Otras figuras de la
omnipotencia, de distinta simbología e imaginería, pero de idéntico origen desempeñan su
función. Lo religioso es sustituido y desplazado en los núcleos urbanos más secularizados por las
«energía positivas» o «negativas», vibraciones magnéticas (¡El mesmerismo que nunca muere!),
concentraciones mentales, o incluso por la acción de los extraterrestres67. Los sistemas de creen-
cias se diversifican, pero en sus núcleos, la aspiración a encontrar una fuerza omnipotente que
venga a salvar de la desprotección y el dolor siguen vigentes, quizás porque vigente es la
indefensión en la que tiene que desarrollarse la vida humana.
Sin duda, como afirma J. Rof Carballo, la institución médica, pese a sus inconvenientes, a
su burocratización, a sus demoras, etc., funciona también como instancia que proporciona al
enfermo un amparo parental. Lo que quizás sea más cuestionable es que ese amparo posea el
carácter materno que el mismo Rof Carballo le atribuye68. Más bien habría que pensar que, en la
mayoría de los casos, la institución despierta y moviliza en el enfermo un transfert de corte
esencialmente paterno, dado el conjunto de rasgos y la simbología particular que presiden su
quehacer.
El carácter frío e impersonal que rige en sus modos de establecer las relaciones, la alta
67 Cf. P. RODRÍGUEZ, Curanderos. Viaje hacia el milagro, Ed. Temas de Hoy, Madrid 1992, 231-256; 287-306.
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racionalidad científico-técnica que preside su labor, el volumen de su institucionalización y
burocratización, el encuadre aséptico en el que se suele efectuar su trabajo clínico, etc., inducen
ciertamente en el sujeto un tipo de representaciones psíquicas que se acercan preferentemente
hacia el polo paterno de su simbología parental. La proporción aplastante del sexo masculino en
el ejercicio de la Medicina hasta días muy recientes contribuye también, sin duda, a esa elicitación
de la figura paterna en la relación terapéutica. Sólo en un segundo plano del escenario, las figuras
de enfermeras y religiosas parecían encargadas de aligerar ese predominio del padre, aportando
un clima de cercanía y protección materno-filial al que, quizás, habría que atribuir, por ello
mismo, buena parte de los éxitos terapéuticos, apropiados, casi en exclusiva, por el saber y el
hacer de los médicos.
De otra parte, el médico, como hombre que observa y analiza el cuerpo, aparece muchas
veces también ligado a muchas fantasías inconscientes de carácter exhibicionista. Es el padre
«voyeur», con todo lo que de deseo y temor puede suscitar en determinada fantasías, según las
diversas estructuras libidinales. No es de extrañar que tantas mujeres, obligadas por la sociedad
represiva a mantener marginada su sexualidad o las que soportan una vida matrimonial
insatisfactoria, pretendan encontrar en las continuas visitas al médico un alivio a esos deseos
insatisfechos y no reconocidos. Para una personalidad femenina de configuración histérica,
mantener a una figura paterna pendiente de su corporalidad entraña, sin duda, una parte
importante de realización de deseos.
En cualquier caso, parece que la figura del médico, en el marco de nuestras instituciones
actuales, soporta preferentemente una configuración de marcado carácter paterno. Representa la
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razón, el poder y la normatividad. Es comprensible, entonces, que muchas personas encuentren
intensas resistencias para efectuar una transferencia de carácter positivo con dicha representación
social. La necesidad de un contacto, de una cercanía, de una posibilidad de expresión y
comunicación se ven seriamente impedidas por la estructura y la configuración de la asistencia
médica institucional. La necesidad inconsciente de proyectar sobre el médico la figura
omnipotente de un padre bondadoso o de una madre protectora permanece en buena parte
instisfecha. Hay una «carencia emocional» decisiva para alejar a muchas personas del marco
oficial de la medicina. Son entonces, los curanderos los que esencialmente recogen esa
importante demanda transferencial de omnipotencia que se encuadra en un marco de calidez,
atención y proximidad, mucho más cercano a la demanda de amor y protección materna, que de
saber y poder médico-paternal.
Sólo con ellos es posible establecer una comunicación porque, a diferencia de lo que
ocurre con el médico, el lenguaje que se utiliza es común, y, como afirma A. Rodríguez López, el
curandero vienen a representar un eslabón regresivo en el proceso evolutivo de la medicina, ese
elemento catalizador del enfermo con su cultura, que ha perdido en buena parte la medicina
científica69.
Pero de un modo muy fundamental hay que tener en cuenta que el curandero se presenta
ante el pueblo como una figura esencialmente amorosa, que transmite dadivosamente un don que
a su vez ha recibido. Su vida, muchas veces, está marcada por el sacrificio maternal en favor de
69 Cf. A. RODRÍGUEZ LÓPEZ, La depresión en la cultura y la medicina popular gallega, en Antropológica 5/6 (1989)
133-141.
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los pobres y desvalidos. Por lo general, se presentan como plenamente desinteresados respecto a
la fama y al dinero. Como una madre también, son capaces de renunciar a su propio descanso y
su vida privada. Tienen que vivir para los demás, para ofrecer su don recibido, de un modo que
parece dejar entrever la dimensión maníaca que presidió el proceso de su conversión en
curandero. Son, con frecuencia, «santos», que ejercen además como consejeros y confesores y
que, como tan sólo la madre saber hacer, encuentran su gozo en el amor gratuito en favor de los
demás. No es raro oirles decir que si lo que hacen, no lo hacen con amor, es poco probable que
los enfermos pudieran curarse, o, que sin emoción no podría desempeñar eficientemente su
trabajo con el enfermo70.
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Los rituales empleados poseen también con alta frecuencia elementos de significación oral
que remite, a veces de modo inequívoco, a la primera relación mantenida con la madre. No sólo
ya en ritos efectuados mediante la succión del mal (panacea casi universal de la medicina
tradicional) sino también (en este caso en una analogía total con los fármacos médicos) por la
ingesta recomendada de sustancias que se incorporan como objetos buenos. Como afirmó
atinadamente G. Roheim, la magia oral presente en muchas terapéuticas guarda una íntima
relación con lo que fue la primera cura de todas: la del pecho materno73.
74 El sentido en el que se desarrollan nuestras ideas obliga a pensar si los curanderos urbanos que recogen aspectos,
valores y funciones del curanderismo clásico, junto con otros del sistema médico dominante, no pretender articular esas
funciones paternas y maternas que hemos visto preferentemente representadas por unos y otros. Cf. a este respecto J.
GRANERO XIBERTA, El fenómeno del curanderismo urbano, en Jano 660 (1985) 64-ss.
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del psicoanálisis, ha puesto en evidencia75. Desde esa nueva perspectiva abierta, lo que realmente
queda cuestionado es la concepción científico natural de la medicina y la necesidad de una nueva
comprensión de la enfermedad, a partir de un enfoque adecuado de la realidad vital humana76. Si
el enfermo comienza a ser considerado como un sujeto viviente, tal hace el curandero, y no sólo
como un cuerpo, la concepción naturalista de la enfermedad entraría definitivamente en crisis. Lo
vivencial tendría que adquirir así un estatuto en pie de igualdad con lo biológico, dando paso a
una relativización de la teoría y terapia de la enfermedad corporal. Se hace necesario, como
afirma A. Mitscherlich, una antropología médica ampliada y una antropoterapia
correspondiente77.
En realidad la medicina toda tendría que ser psicosomática y no tan sólo una parte o
especialidad dentro de ella, porque la dualidad cuerpo mente que está en la base de su concepción
no deja de ser una trampa que entorpece su conocimiento y su praxis. Cuerpo y mente, lo
emocional y lo corporal no son sino dos aspectos del mismo proceso vital humano, que nos
tendría que conducir a un «monismo de doble aspecto» como lo denomina P. Guiraud78.
75 La medicina psicosomática surge esencialmente a partir del impulso del psicoanálisis en norteamérica, contando
con F. Alexander como una sus figuras paradigmáticas. La preocupación de los científicos a partir de Cannon, por la
expresión somática de las emociones fue otro factor importante en la extensión de esta perspectiva médica. Como afirma
LAIN ENTRALGO (Historia de la medicina, Salvat, Barcelona 1978), existe una tensión entre una tendencia americana más
empírica frente a otra más teórica en Alemania, representada esencialmente por Viktor Von Weizsäker y sus seguidores.
76 Una concepción naturalista que entra en contradicción con lo que de hecho es su modo de funcionar, tan ligado a
dimensiones mágicas y, por tanto, de orden irracional.
77 Cf. A. MISTCHERLICH, La enfermedad como conflicto, Ed. Sur, Buenos Aires, 1971, 170-188.
78 Cf. P. GUIRAUD, Psychiatrie clinique, Ed. le François, París 1969. Una lúcida crítica del biologismo imperante en
Psico(pato)logía y en psiquiatría la encontramos también en la obra de C. CASTILLA DEL PINO, cuarenta años de
psiquiatría, Ed. Alianza, Madrid 1987.
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inferioridad respecto a las ciencias naturales79. Los fenómenos físicos son mucho más simples que
los psicológicos o sociales y, sobre todo, es estudio está exento de movilizar ansiedades
personales en los investigadores. De aquí deriva en gran parte el hecho de que la psiquiatría no
cuente en muchas ocasiones con una justificación teórica de sus actividades. Procede
simplemente por razones empíricas, exactamente como los llamados «primitivos» al cuando
administran pelos de oso para provocar un aborto, pensando que son flechas que atacan a los
seres vivos.
Se puede crear así, y todos sabemos que efectivamente se crean, auténticas complicidades
entre los pacientes y los médicos. Son muchos los enfermos que se cuidan, incluso, de seleccionar
hábilmente al médico que sepa dar respuesta a sus demandas más o menos latentes para lograr
esta complicidad.
79 Cf. G. DEVEREUX, Etnopsicoanálisis complementarista, Amorrortu, Buenos Aires, 1975, particularmente las
páginas 252-273.
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universal de todos los órganos en los cuales la neurosis puede manifestar sus síntomas81.
Desde esta situación de ignorancia sobre los elementos psíquicos actuantes, lo que ocurre
es que el enigma que plantea el enfermo con la presentación de sus síntomas, es falsamente
descifrado mediante un diagnóstico que esconde, tras un problema físico, otro mayor que no
posee ese carácter orgánico, sino que responde más bien a toda una problemática personal
compleja82. Como lo ha formulado la gran figura de la psicosomática Viktor von Weizsäcker, el
cuerpo es un ente con el cual también toma la palabra lo humano que representa el
psicoanálisis, participa en lo que dice, miente y engaña, también ayuda a revelar cosas
verdaderas y a sentir lo auténtico; el cuerpo coopera. Por lo demás, deben adjudicársele
cualidades, capacidades que no poseía en el fisicalismo y en el quimismo83
Pero el problema es también que el paciente ha sido educado para aceptar el examen
clínico de rutina, sin que se entre en discusión sobre sus problemas vitales de importancia. Es
más, parece que en este contexto, queda absolutamente prohibido hablar, por ejemplo, de un
fracaso debido a conflicto personales. Es como una especie de tabú cultural, que ni médico ni
enfermo se atreven a transgredir84. Ambos mostrarán su total coincidencia, complicidad, para
poner en juego un único modelo de enfermedad: el que se atiene exclusivamente a los procesos
orgánicos.
Ese modelo que pretende ajustarse en extremo a una objetividad científica olvida, a veces
con mala fe, que ese ideal de objetividad no es más que eso, un ideal que nunca se podrá ver
cumplido; en la medida en que tanto en la etiología de la enfermedad como en la relación
82 Como acertadamente ha puesto de manifiesto A. RODRÍGUEZ LÓPEZ, el paciente propone al médico un acertijo
existencial para que sea descifrado. Los síntomas no son sino una parte de ese enigma que presenta. Cf. La depresión en
la cultura y la medicina popular gallega, en "Antropológica" 5/6 (1989) 133-141.
84 Como afirma Mitscherlich, parece que no se puede hablar de un fracaso debido a conflictos personales, menos aún
con los pacientes procedentes de las clases elevadas. El médico, por lo demás, que pretenda con su actitud transgredir el
esquema que funciona de este modo, quedará inmovilizado por el sistema. Todo lo que sabemos ya de la úlcera, el asma,
la hipertonía esencial, la artritis reumatoides, etc. no es tenido en cuenta en la práctica médica. Los prejuicios colectivos
subsisten de una manera inconmovible.
Recientemente la prensa (Cf. El País del 24 de enero de 1994) nos informaba de un estudio financiado por la
Comunidad Europea, realizado sobre una población de 16.000 pacientes. Dicha investigación pone de manifiesto que el
50% de pacientes hospitalarios sufre algún tipo de malestar psíquico.
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terapéutica establecida, intervienen siempre, incluso en los casos en los que la enfermedad esté
originada por agentes puramente externos85, una serie de elementos importantes que ponen en
juego toda una dinámica vital y relacional, donde los elementos subjetivos desempeñan un
poderoso papel.
Se puede enfermar por muchos motivos, aparte de las causaciones habidas bajo el influjo
de agentes externos. La misma resistencia a esos agentes exteriores puede depender también, en
buena medida, de elementos intrasubjetivos. Muchas personas, en efecto, intentan resolver
algunos de sus problemas existenciales mediante el recurso de enfermar. Ya Freud nos hizo caer
en la cuenta de un hecho sorprendente: hay neurosis que desaparecen cuando surge un
padecimiento cualquiera. En algunos casos parece -nos dice el mismo Freud- como si se tratase
de conservar cierta medida de dolor86 y se hallara satisfacción en la enfermedad como castigo87.
La comprensión, pues, de las vías para la somatización del conflicto pueden contribuir en
buena medida al esclarecimiento de los mecanismos del enfermar, así como sobre los que rigen en
las terapias instituicionales y en las diversas prácticas de las medicinas alternativas.
85 Hemos podido comprobar en el caso de una sujeto en psicoterapia que pueden darse muy buenos motivos en un
momentos determinado de la vida para fracturarse "descuidadamente" una pierna.
88 M. BALINT nos informa que un tercio, por lo menos, de madres que acuden a la consulta a causa de las
enfermedades de su hijo, el niño podría ser considerado como el síntoma cristalizado de la enfermedad de la madre. Cf.
ib., 57.
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significación clínica que, sin embargo, encuentran una enorme resistencia a la hora de ser incor-
porados en la teoría y, sobre todo, en la práctica médica general.
Conviene aclarar, sin embargo, tal como lo ha hecho el bioquímico y psicoanalista A.I.
Mirsky, que psicosomático no equivale a decir psicógeno. Tampoco significa negar la presencia
de un determinante hereditario. Únicamente quiere indicar que, para la evolución de una
enfermedad, un factor que procede de la vivencia es condición esencial, aunque no siempre
decisiva89
89 Cf. A.I. MIRSKY, Körperliche, seelische und sociale Faktoren bei psuchosomatischen Störungen, en: Psyche 1 15
(1961/62) 26.
90 Cf. J. FONT - R. ARMENGOL, Una concepción antropológica del dolor y el sufrimiento desde el psicoanálisis, en A.
DOU, El dolor, Ed. UPCO, Madrid 1992. En este excelente trabajo los autores diferencian los niveles neurótico, psicótico
y psicosomático según la capacidad existente para efectuar diferenciaciones convenientes entre lo mental y corporal y
entre el yo y el objeto. El nivel psicosomático es el que experimenta la mayor dificultad para efectuar una conveniente
diferenciación.
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descubrir las condiciones previas, a su vez corporales, de acción mecánica, que corresponden a
las formas conmocionales físicas del síntoma, sino de encontrar la configuración anímico-
corporal total de una conmoción, que en sí misma tenga relación con el objeto y con el yo, vale
decir que tenga sentido91.
Asímismo, una determinada commoción afectiva, que por sus vinculaciones inconscientes
pudiera movilizar reminiscencias traumáticas, puede muy bien sustituirse por una commoción de
orden somático, como una ataque de asma, o un tipo determinado de afección alérgica. De ese
modo el afecto no queda impedido, pero sí su intolerable concientización traumática.
Existe lo que se ha llamado una «circularidad psicosomática» que explica, en esa doble
dirección mente-cuerpo, que la corporalidad pueda ser utilizada como representante de un
conflicto mental, particularmente, cuando el sufrimiento resulta mentalmente doloroso en
exceso93. Ello dependerá, en buena medida, de la capacidad individual que se haya podido
adquirir durante el desarrollo para elaborar a nivel psíquico los propios conflictos.
92 Cf. ib., 36-37; F. ALEXANDER, Psychosomatic Medicine, Norton, New York, 1950; Correlación psicosomática, en
TH. ADORNO - W. DIRKS, Freud en la actualidad, Barral, Barcelona 1971, 333-366.
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diferidas94. No deberíamos olvidar, en este sentido, que el predominio del pensar constituye una
conquista tardía y que, en cierto modo, la neurosis es un lujo que sólo es posible en tanto existe
una capacidad para desomatizar una tensión interna95.
Así, por ejemplo, en nuestros días se ha podido comprobar que las disposiciones afectivas
juegan un papel importante a la hora de que un portador de anticuerpos del SIDA llegue efectiva-
mente a desencadenar la enfermedad. Como afirma P. Marty, si el agente infeccioso explica la
naturaleza de una infección, no da cuenta de la aparición de esa afección en un individuo
determinado. En un ambiente contaminado por el bacilo de Koch, no se sabe por qué en un sujeto
95 Cf. M. SCHUR, Drives Affects, Behavior, Vol. 1 y 2, International University Press, New York 1965.
97 Marty nos recuerda las indicaciones de W.R. Bion sobre la cercanía de lo psíquico con lo somático a nivel de los
"procesos primarios" que rigen a nivel inconsciente.
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se desarrolla una tuberculosis pulmonar y en otro no99.
Existen movimientos de vida y de muerte que subyacen tanto al enfermar como al curar,
movimientos que no poseen localizaciones precisas ni aclaradas suficientemente por la medicina.
En determinados momentos de la vida, un individuo puede efectuar una regresión hacia etapas
anteriores, en el que sus pulsiones de vida cedan su lugar a las de muerte. No en cualquier
momento dejamos que se desarrolle en nosotros un tumor, ni en cualquier momento o situación
permitimos que se nos cure100.
Todo lo anterior, pues, plantea el problema del enfermar y el curar en otros términos muy
diferentes a los habituales.
Desde aquí, la comprensión de las curaciones en el ámbito de las medicinas alternativas pueden
aparecer bajo una nueva luz.
Las enfermedades psicosomáticas (habría que preguntarse tras lo dicho que cuáles no lo
son) hablan de una dificultad especial para la elaboración de las propias tensiones vitales. Son los
casos en los que el organismo, dejándose llevar de un proceso contraevolutivo, ha resomatizado
el afecto. La resolución del conflicto, entonces, sólo será posible mediante una situación que
logre colocar al enfermo en aquellas circunstancias contraevolutivas a las que regresó y le
procure, desde ahí, la capacidad para desbloquear la coagulación producida en su mundo
afectivo.
100 Cf. a este respecto, además de la obra citada de P. Marty, GONZÁLEZ DE RIVERA Y REVUELTA, Psicosomática, en J.L.G.
DE RIVERA - A. VELA - J. ARANA, Manual de Psiquiatría, Ed. Karpos, Madrid 1980, 765-854.
101 Cf. J. ROF CARBALLO, nos informa en la excelente obra ya citada con anterioridad, de la praxis psicosomática
llevadas a cabo en algunas instituciones centroeuropeas. Cf. ib., 571-585.
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transferencial. Tal como proponía Sandor Ferenczi, se trata, particularmente en estos casos, de
que el analista se brinde como objeto al analizado, desempeñando una función que,
esencialmente, podríamos denominar de sustento materno. De este modo, el paciente, que se
había «cortado» de su mundo psíquico, puede descubrir las conexiones con sus afectos. Sólo si el
enfermo consigue relacionar sus reacciones somáticas con sus fantasías oral-captativas, puede
iniciar sus primeros pasos en el proceso de crear sus identificaciones constituyentes, afirma
Stephanos102.
Se trata, insiste Rof Carballo, en que a través de la cercanía dosificada que vive con su
terapeuta, el paciente adquiera la seguridad de ser y logre un estado de bienestar sosegado 103.
Sólo en esa situación será posible desbloquear el conflicto hacia su polo psíquico. Ese cuidado
esencialmente maternal (Taking care) plantea, desde luego, serios problemas contratransfe-
renciales. Pero la mayoría de los autores insisten en su conveniencia como única vía para llevar a
cabo el análisis de la situación de neurosis transferencial de este modo inducida104.
A la luz de lo visto, se hace necesario, pues, volver la vista a la actividad del curandero y
a la especial activación de la transferencia materna que, según hemos analizado, ellos saben
acertadamente poner en juego. Los elementos tendentes a crear una situación de corte cuasi
fusional mediante el contacto físico y ritual, la amorosa disposición en favor del enfermo, el ritual
y la escenografía y que le vehicula con la omnipotencia materna, la movilización afectiva y
emocional que, a diferencia de la hospitalaria, se pone habitualmente en marcha, todo parece
facilitar una regresión que, en muchos casos, será la más oportuna para facilitar el desbloqueo de
afectos originante de la afección orgánica. El curandero, hombre o mujer, se conducen, en
principio, como esa madre primera, imaginaria, total, que proporciona la seguridad básica, o,
como el terapeuta que procura un ambiente facilitador mediante la práctica del «Taking care».
P. Marty nos informa de casos en los que algunos individuos, a partir de determinadas
situaciones vitales positivas, son capaces de hacer remitir una afección maligna. Más de un
102
Citado por J. ROF CARBALLO, ib., 577.
104 Cf. Y POINSO - R. GORI, Diccionario práctico de psicopatología, Herder, Barcelona 1976, s.v., Psicosomática, 231-
233.
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enfermo grave ha curado, antes de la existencia de los antibióticos, por idénticas razones. El
cáncer, una leucemia, es susceptible de remisión espontánea. Afecciones inflamatorias pueden
igualmente remitir por sí mismas105. Todo depende del conjunto de circunstancias vitales que
faciliten la progresión o la regresión, los movimientos de vida o de muerte.
Sabemos que la actividad de muchos terapeutas alternativos puede muy bien provocar
una presión emocional de tal calado que hagan emerger los conflictos latentes y que acierte a
liberar tensiones autocurativas. Como Claude Lévi-Strauss ha señalado, el chamanismo
desempeña una labor que, en principio, es análoga a la de los psicoterapéutas modernos106.
También los chamanes pueden activar los mecanismos psicofisológicos que reajustan la
homeostasis del sujeto enfermo. Es la «eficacia simbólica» que garantiza la armonía del parale-
lismo entre mito y operaciones. Que la mitología del chamán no corresponde a una realidad
objetiva carece de importancia: la enfermedad cree en esa realidad, y es miembro de una
sociedad que también cree en ella107. El chamán proporciona un lenguaje en el cual puede
expresar estados informulados e informulables por otro camino. Y es el pasaje a esta expresión
verbal lo que provoca el desbloqueo del proceso fisiológico, es decir la reorganización, en un
sentido favorable, de la secuencia cuyo desenvolvimiento sufre el enfermo108.
Ante esta comparación entre la actividad del chamán o el curandero y la del psicoanalista
cabe, sin embargo, plantear una interrogación con la que finalizamos nuestra exposición. ¿Qué es
realmente curar y cuál es la curación que pueden ofertar psicoanalista o curandero?. La simple
actuación de la transferencia, con lo que ella puede comportar de desbloqueo afectivo no
garantiza, desde luego, la resolución del conflicto que está en la base del síntoma. La estructura
simbólica puesta en juego, la movilización de la omnipotencia proyectada en las figuras
parentales, pueden desencadenar una reestructuración del conflicto que evite el padecimiento,
pero que, sin embargo, deje intacta sus causas.
106 Cf. CL. LÉVI-STRAUSS, Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires 1968, 138-185; P. GÓMEZ, La
antropología estructural de Claude Lévi-Strauss, Tecnos, Madrid 1981, 124-126, así como el trabajo presente en este
mismo volumen.
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Freud, consciente el poder de la sugestión como factor terapéutico 109 procuró
progresivamente diferenciarla del trabajo analítico llevado a cabo mediante el análisis de la
transferencia y su posterior resolución110. Con el uso de la mera sugestión, los síntomas
desaparecen, pero tan sólo momentáneamente111. Basta que el sujeto salga de la situación emotiva
que los eliminó para que emerjan de nuevo o se sustituyan por otra modalidad, quizás menos
dolorosa o conflictiva, pero igualmente expresiva del problema de fondo. La enfermedad también
puede muy bien quedar por siempre desplazada sobre la dependencia transferencial que se creó
con el terapéuta o curandero112.
Evidentemente, todo esto se puede afirmar a propósito de las curaciones que tien lugar en
el seno de la medicina tradicional, como también de las efectuadas a partir de muchas técnicas de
psicoterapia contemporáneas, como las de autosugestión de E. Coué, la del «entrenamiento
autógeno» de J. H. Schultz, o las de «Inhibición Recíproca» de J. Wolpe. Si el enfermar es un
proceso oscuro y complejo, igualmente problemático y oscuro es el de curar.
Ya sabemos que el mismo Freud, en sus últimos días113, y a partir de una prolongada
experiencia psicoanalítica, dejó por mucho tiempo problematizada la cuestión de lo que significa
enfermar y, sobre todo, de lo que significa curar.
109 Cf. La dinámica de la transferencia, 1912, O.C., II, 1652; Autobiografía, 1924, O.C., III, 2781-2782;
Psicoanálisis y medicina, 1926, O.C., III, 2937.
110 Cf. Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico, 1912, O.C., II, 1658.
112 A este propósito posee un enorme interés psicológico y antropológico la obra de ARTHUR KLEIMAN, Patients and
Healers in the Context of Culture. An Exploration of the Borderlands betweens Anthropology, Medicine and Psychiatry,
Ed. University of California Press. Berkely. Los Angeles - London, 1980.
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