Enrique Molina - Poemas
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Enrique Molina
Adis
Un da ms, slo un minuto ms, para estar v iv o y despedirme de cuanto am. Para decir adis a las cosas que v i y toqu mientras mora desde el instante mismo en que nac. Y v ino el nio con el premio que sac en el colegio por su sabidura, y el ala de la gav iota golpeando en lo infinito con su v uelo, v ino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa mujer que estuv o a mi lado, en el lecho, sin que y o lo supiera, y el ro con su lenta corriente musculosa a trav s de cada mueble, cada objeto y cada gesto de quien me v e parir, oh Dios mo! Un instante ms an en el suelo que pis, en el aire de mi respiracin sofocada por el amor, en los v estigios de la pasin, con cuanto -mosca o sol- me deslumbr en este ex trao planeta, donde perdure ao tras ao, presintiendo este lmite de espumas, este rev uelto torbellino de la despedida, y o, que tanto fui deslumbrado por centelleante atraccin de la tierra, por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo es mi destino. As, pues, despidindome de los caballos, de la canoa, los pjaros, el gato y sus costumbres. Djame una v ez ms mirar las flores y la lluv ia. Es ste el trgico instante en que uno descubre el delirio misterioso de las cosas, sus races secretas, el instante supremo de decir adis. a cuanto se ador en esta v ida.
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Enrique Molina
Salido de lugares inciertos, de trpicos y lluv ias, v oraz como fuego, intruso, la huella de sus dientes y sus besos en la manzana. De quin es ese rostro desconocido entrev isto donde se pierde? Es incierto y ansioso ex trav iado en la fbula oscura de mi v ida. Adis, sombra ma.
Alta marea
Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan se y ergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo la errnea marav illa de sus noches de amor las constelaciones pasionales los arrebatos de su indmito v iaje sus risas a trav s de las piedras sus plegarias y cleras sus dramas de secretas injurias enterradas sus maquinaciones perv ersas las caceras y disputas el oscuro relmpago humano que aprision un instante el furor de sus cuerpos con el lazo fulmneo de las antpodas los lechos a la deriv a en el oleaje de gasa de los sueos la mirada de pulpo de la memoria los estremecimientos de una v ieja ley enda cubierta de pronto con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono dos o tres libros y una camisa en una maleta lluev e y el tren desliza un espejo frentico por los rieles de la tormenta el hotel da al mar tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca tanto trajn de gentes circulando con objetos intiles o enfundadas en ropas polv orientas pasan cementerios de pjaros cabezas actitudes montaas alcoholes y contrabandos informes cada noche cuando te desv estas la sombra de tu cuerpo desnudo creca sobre los muros hasta el techo los enormes roperos crujan en las habitaciones inundadas puertas desconocidas rostros v rgenes los desastres imprecisos los deslumbramientos de la av entura siempre a punto de partir siempre esperando el desenlace la cabeza sobre el tajo el corazn hechizado por la amenaza tantlica del mundo Y ese reguero de sangre un continente sumergido en cuy a boca an hierv e la espuma de los das indefensos bajo el soplo del sol
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el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas insaciables esos labios besados en otro pas en otra raza en otro planeta en otro cielo en otro infierno regresaba en un barco una ciudad se aprox imaba a la borda con su peso de sal como un enorme galpago todav a las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo martimo con el desplomado trono de las olas y el rbol de la hlice que pasaba justamente bajo mi cucheta ste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo el mundo desesperado como una fiesta en su huracn de estrellas pero no hay piedad para m ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos ni la sabidura de la noche a la que oigo cantar por la boca de las aguas y de los campos con las v iolencias de este planeta que nos pertenece y se nos escapa entonces t estabas al final esperando en el muelle mientras el v iento me dev olv a a tus brazos como un pjaro en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta y el cabo de Manila fue recogido todo termina los v iajes y el amor nada termina ni v iajes ni amor ni olv ido ni av idez todo despierta nuev amente con la tensin mortal de la bestia que acecha en el sol de su instinto todo v uelv e a su crimen como un alma encadenada a su dicha y a sus muertos todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la play a unos labios lav ados por el diluv io y queda atrs el halo de la lmpara el dormitorio arrasado por la v ehemencia del v erano y el remolino de las hojas sobre las sbanas v acas y una v ez ms una zarpa de fuego se apoy a en el corazn de su presa en este Nuev o Mundo confuso abierto en todas direcciones donde la furia y la pasin se mezclan al polen del Paraso y otra v ez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta y sin races cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan.
Amantes antpodas
Itinerarios Tu cuerpo y el lazo de seda rstica que conduce a las plantaciones de la costa al sudor de tu cabellera quemada por las nubes a los instantes inolv idables -tantas mutaciones de nmada y de clandestinidad
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tantos homenajes a una belleza salv aje que ex ige el desordenoh raza de labios de abandono hechizada por la v ehemencia! y nuestra fuerza de profundos besos y tormentas para el infierno de los amantes hasta v olv er a su placer fantasma a su ola de hierro de ay er detrs del mundo! Aquellos hoteles... Todas las rampas de la v ida cambiante la v elocidad del amor el mgico filtro de la ex comunin la hambrienta luz del desencuentro en nuestras v enas de azote cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos y el solitario frenes de las palmeras cuando en la ausencia creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me dev uelv e de golpe todas nuestras caricias el nudo furioso de la pasin en las negras argollas del tiempo aquellos moblajes de desv alijamiento y de lluv ias luz de senos en el mar y sus gav iotas y msicas sobre un altar de desunin con grandes lunas fascinantes sin ms pradera que tus ojos pas incorruptible pas narctico con risas del alcohol del v iento y tu pelo sobre mi cara y las clidas bestias doradas por el trpico y el jadeo abrasador de la ola que v uelca en tu corazn su grito de espasmo y de cada y de nuev o esos lugares intactos para el sol y de nuev o esos cuerpos ilesos para el amor en medio del perezoso meteoro del da lev antando hacia el alma aquel esplendor los parox ismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos en marcha y las tareas de los amantes mientras la llamarada de la muerte brillaba alrededor de sus cuerpos como un afrodisaco av iv ando el deseo el hambre aquella furia de ay er detrs del mundo!
Despedida
Adis pjaro definitiv o! Continuars tu v uelo en mi alma sin entenderme, pero conmigo.
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Es tan bello este da inv ernal, hay tanta distancia en tus alas: lo que v uela contigo es el cielo. Qu podra decir de m? Qu podra decir en sueos? Casa pintada de rojo, con un gato, la ropa tendida en la azotea: quin abrir la puerta si desapareci con sus flores, lmparas y muebles, los amigos que la frecuentaban, conv ersaciones, una historia melanclica y un poco imprecisa. Cundo termin? Quin sabe nunca lo que ha amado? Hay como un resplandor en torno. Adis pjaro ms profundo que el cielo!
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la costa, la noche, zonas esplndidas y asesinas, slo el v iento, el v iento con sus garras equv ocas.
Elega
Esos cuerpos que alguna v ez latieron en mis brazos cuando el sol era un lento rev erbero en su piel, cuando sus cabelleras se v olcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia, ahora perduran slo como una v ibracin o una angustia indeleble en el fondo del alma mientras v a la gav iota por las play as. Relucen y a tan lejos llenos de tentaciones desesperadas, se irisan en la espuma del mar, llaman con el recuerdo de su piel y su aliento y v uelv en a hechizarnos como lagos dormidos o tibias sombras prisioneras de la tierra. Fueron cuanto tuv imos de ms ardiente y hondo -los dones ms intensos de este mundo-, arrasaron al corazn con las ms altas llamas hasta dejarnos en un ciego abandono a orillas de su huella de brasas inv isibles. Cuerpos enamorados que una v ez fueron mos, palpitando con sus tiernas rev erberaciones, con la inolv idable tersura de sus espaldas y sus bocas ansiosas, sus muslos de esplendor y medioda. As abrieron de par en par el mundo, llamaron a la tormenta y al relmpago, se deslizaron por todos los rituales de la pasin, y fueron arrastrados por la v orgine de los das hasta perderse silenciosamente como todos los dones ms altos de esta v ida en el v oraz horizonte donde nos ex trav iamos como nios errantes, como todas las ddiv as para siempre fugaces que el azar y el destino nos dieron un instante.
Joven desierto
Cuando llega la noche y solitario torno a mi grisceo lecho, como a una madriguera donde, cual una amante fiel, la desesperanza contra mi pecho sube con guirnaldas de meses calcinados,
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lloro, entre mi esplndida y v ana anatoma, como una rama balanceada por un triste v iento, apenas v erdadera entre lujuria y olv ido y la luz que desprenden los contornos del da, cuy a flgida barca tanto ha costado despedir una v ez ms, una v ez ms, entre los hombres. Oh, armona, oh juv entud necesaria para el aire! Solo, entre las sombras que se persiguen como pjaros, y el son distante del v iento en los tejados. Y a el tiempo es ev idente, y en l beben mis v enas, con milenaria sed, a grandes sorbos, sin amparo.
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como el que suea que la sombra entra en l y su adorable carne se lica a un son lento y dulzn, poblado de flotantes animales y neblinas, y pasa la y ema de sus dedos por sus cejas, comprueba de nuev o sus labios y mira una v ez ms sus desiertas rodillas, acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secreto, mientras corren los grandes das sobre la tierra inmutable.
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Nada de nostalgia
El que pueda llegar que llegue Esta es la sal de las partidas Una perla de amor insomne Entre manos desconocidas Lechos de plumas en el v iento Slo dormimos en los mdanos Thi la gitana del desierto En la noche del Aduanero La gitana con una ctara Un len la huele como a una flor Es el sueo feroz y tierno El olfato de la pasin Alas de nunca y de inconstancia A trav s del cielo se filtran implacables cuerpos amantes con sus terribles marav illas. Todas las llav es abren la muerte Pero la v ida nunca se cierra Todas las llav es abren la puerta Del puro incendio de la tierra!
Pasiones terrestres
A V ahine (pintada por Gauguin) Negra V ahne, tu oscura trenza hacia tus pechos tibios baja con su perfume de amapolas, con su tallo que nutre la luz fosforescente, y miras melanclica cmo el clima te cubre de antiguas hojas, cuy o rey es slo un soplo de la estacin dormida en medio del v iento, donde y aces ahora, inmv il como el cielo, mientras sostienes una flor sin nombre, un testimonio de la desamparada primav era en que moras. Conserv ar la sombra de tus labios el beso de Gauguin, como una terca gota de salmuera corroy endo hasta el fondo de tu infierno la inocencia -el obstinado y ciego afn de tu ser-; y a errante en la centella de los muertos, lejana criatura del ocano...? Dnde labra tu tumba
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el cido marino? Oh V ahne, dnde ex istes y a slo como piedra sobre arenas azules, como techo de paja batido por el trpico, como una fruta, un cntaro, una seta que pueblan los espritus del fuego, picada por los pjaros, pura en la antologa de la muerte...? No una guirnalda de sonrisas, no un espejuelo de melosas luces, sino una ley furiosa, una radiante ofensa al peso de los das era lo que l buscaba, junto a tu piel, junto a tus chatas fuentes de madera, entre los grandes rboles, cuando la soledad, la rebelda, azuzaban en su alma la apasionada fuga de las cosas. Porque qu ansa un hombre sino sobrepujar una costumbre llena de polv o y tedio? Ahora, V ahne, me contemplas sola, a trav s de una niebla azotada por el v uelo de tantas inv isibles av es muertas. Y oy es mi v ida que a tus pies se esparce como una ola, un trmino de espumas ex traamente lejos de tu orilla.
Poema tres
La mujer de los pechos oscilantes deja posar sobre ellos a las mariposas, al temblor de las hojas en la brisa, al aullido del gato nocturno. Sus dientes destilan un licor muy dulce, se producen tambin circunstancias incitadoras de fantasas y hay ms descripciones. Qu se ha v isto? Madonas inasibles y acentes en pantanos perfumados, sinfonas de lo profundo del ser en los ms hondos soles corporales, v estigios de la dicha cuy a llama se irisa en la mdula, un clamor en la concav idad desolada del da. Ella cubre sus muslos y sus brazos con jaleas salv ajes, aceite de palmera sobre la arena suav e, a sus espaldas el insondable paisaje del ocano,
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v endedora de choclos calientes y jugo de anan, inv oca la endemoniada dicha de v iv ir en un pas de la ribera de las moscas. Frutas agujereadas, amores inhspitos, deserciones, pasajeros que esperan en v ano que el tren se detenga mientras corre sin fin a trav s de los campos polv orientos.
Poema cuatro
La luna que tan dulcemente se dora en el campo es mi madre cuando tocaba el v ioln entre las lagunas y el pasto dormido, en un campo tan dilatado, rodeada de montes de naranjos y el terco, inv encible olor de los azahares. Lev antaba la lmpara en la noche cuando llegaban los ladrones, y el diablo que afilaba sus pezuas en el techo y a no poda pasar por las rendijas de las oraciones, entre los hierros del rosario. La v ea de pie, con un v estido blanco como el desierto, play a tierna del alma, env uelta en una msica del origen del mundo, con v enados rojos, duendes, tesoros, v iajes inmensos para los nios del asombro. Y la ondulante meloda se grababa con grandes corazones en la corteza de los eucaliptus. Tocaba el v ioln, daba rdenes al loro, a las nimas, a las lagunas, a las oscuras criollas de cocina de espesas trenzas donde dorma el relmpago.
Poema cinco
La lluv ia se desliza por las plumas del da, siempre inconclusa como una muchacha llena de astucias y caricias libre para conjurar
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lo ms hondo y furtiv o del deseo. Cmo saber, entre los laberintos de la sangre, en dnde est la clav e de ciertos momentos ex traamente adorables y crueles cuando las Esfinges disputan en nuestros corazones? El lecho se mece en la corriente hasta tornarse niebla, palabras a la deriv a, un plido hueco. Amanece, en las casas se enciende fuego, los elementos dispares del da inician su batalla, sus injurias, tales islas emergen a la miseria, al trnsito, los trabajos llegan con su capucha de tortura, pero an flota un gran esplendor, una delicia incierta en las constelaciones que an tiemblan en el cielo de los besos. Los amantes que juntos y acieron se separan bajo el trueno de la maana. Ahora saben que su v nculo es terrible con el ltimo embrujo de sus caricias.
Poema siete
Sobre el v iejo recolector de pedruscos se posa un pjaro, sobre el hombre de los tatuajes cristalizan las aguas de tantas trav esas, rudas orgas, ceremonias para partir, lujuria y av idez en un reino sin pausa. En v ano intenta v er su imagen: sentado junto al fuego? dormido en la cuev a? en donde est ese antro, esa promesa? en qu totalidad indecible de un sueo? Una mujer semidesnuda sale del monte, y el hombre a quien el mundo enardeci, con la arena, con la miga del pan, con la piel de las cosas deja un mensaje para nadie, penetra a su propia soledad, a su tormenta.
Poema diez
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Las estatuas de sal que tanto hemos amado tras el gemido de Sodoma y Gomorra, sus cuerpos se deshacen si las cien tus brazos. Amantes desoladas como un paisaje ciego, en cuy os pechos, recin salidos del ocano, naca la sed. Pero qu maldicin cay sobre ellas, sino la maldicin a las bodas de la carne y el sueo, cuerpos y ceremonias, cabelleras y susurros en los tibios secretos de la noche, deslumbramientos de la trav esa? Todo cuanto la urdimbre sombra del pecado condena: la pasin, la poesa, la lnea del amor grabada en la palma de la mano, el linaje de increbles amantes fundidos en su propio laberinto. Sin embargo, en la ms luminosa estela del corazn donde nada es mentira, perdura la gloria de esas paras mujeres orgullosas, blancas como la muerte, con rouge en los labios.
Poema trece
Bien s cmo es ella, secreta y perv ersa como un ngel del bosque, se hunde en mi sangre, canta en la noche como un ro que corre debajo de las piedras. Pero lo que inv oca, lo que rescata, est ms all de la piedad de sus besos, v asto como el sueo, tormentoso como su cuerpo lasciv o. Lo que se alcanza de sus confesiones desnuda los deseos, splicas, un v uelo hacia cuerpos solares en un cielo mortal. El v iento es tibio en sus cabellos, en su garganta herida. Todo en ella es insomne como su latido desdeoso, consagrado a las grandes singladuras de Ahab. Nunca llegar donde la esperas, en una quemadura, en un altar demente de memorias perdidas o av es migratorias. Nunca llegar. Cuando trae la bebida de los nufragos. Se escurre entre los grandes secretos de su sueo.
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Enrique Molina
Piedras llev adas por el v iento, con la misteriosa cancin de los muertos retumban contra mi corazn, y la antigua pasin del furor de partir sopla de nuev o, murmura besos, calendarios de lo desposedo, sangre de la lejana, sangre de la lejana. Esa dicha fue a la v ez unnime y transitoria, tantos pases de antao, dev oradores, se fren lejos y rechinan, irrumpen con una belleza implacable, con bocas hmedas del roco de los sueos, y de pronto un rostro de hurfana brilla de nuev o al sol. Acabas de grabar un bisonte en la cav erna, acabas de resucitar una llamarada de la distancia, algunas historias para instalarte en un infierno propio donde y a la gente no canta ni penetra a sus casas, para llegar slo al establo roto, al suelo desfondado, con placeres como nov ias arrojadas por la escalera. Todo aquello al fin ser la luz, el grito de la lluv ia, la pisada de un cuerpo fantasma en las orillas fulgurantes del mundo. Ciertas criaturas de frontera, ciertos x tasis, alguna v ez amamos en el altiplano, montaa, buitres, el andar femenino de las llamas, tales delirios desde las grandes fiestas al olv ido en medio de v iajes y caminos que se cruzan, risotadas de esas gentes con rostros de plumas o de cuero, en el fro, entre los cidos cactus erizados por el zapateo y la embriaguez de los indios, dichosos de una grandeza tan humilde. En una posada, junto a la mesa, con una olla de hierro, surgi una mujer desde el fondo de un pozo de fuego, con ojos de una ternura v iciosa, taciturna mujer de serv icio con triple falda y la pesada trenza negra donde naca la tormenta, para que el camino se hundiera y la roja franja de sus labios brillara a la intemperie, hasta que la inmensa msica de su latido llegara hasta mi pecho como una galax ia sex ual en lo ms profundo del cielo, como si nada pudiera ir ms all de su sangre y de su ensoacin. De todo eso un gran pjaro v uela, sus alas atruenan en la div ersidad del mundo.
Un oscuro mensaje
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Enrique Molina
Criatura enigmtica, con el anillo v erde del reino v egetal y su respiracin de silenciosa sombra, sin pasiones, una div inidad indescifrable. Con su lenta ex plosin el rbol me v igila enfrente a mi v entana, espa mis menores mov imientos a v eces con un pjaro, con un gemido solitario, con un hilo de lluv ia, atento a mi presencia sin que pueda acallar su interrogante. Algo ex ige de m, algo que debo hacer pero que ignoro, algo que debo olv idar o quizs recordar toda la v ida, tal v ez un nombre, la luz de cierta noche o tal v ez el instante en que algo amado desaparece tambin con un susurro. Algo que pugna por surgir como la mano del que se hunde en el mar, algo impreciso an, sin duda v inculado al amor, a los astros, y que por ltimo me ser rev elado en su raz. Quizs tan slo sea una nube, una brisa, la misma ardiente msica del mundo oda siempre y siempre y siempre.
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