La Confesión Oral en La Iglesia Primitiva JOSE ANTONIO IÑIGUEZ HERRERO

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3.

COMUNICACIONES
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA
EN LA PRIMITIVA IGLESIA
-Bosquejo de una investigacin-
JOS E ANTONIO IAIGUEZ HERRERO
Referida a los primeros siglos de la vida de la Iglesia, poseemos
una amplia historiografa que se cie al S. 1. -los Cuatro Evangelios
y las Actas de los Apstoles-, un vaco que ocupa algo ms de dos
siglos y medio, hasta las redacciones de la Historia Eclesistica y las
Glorias de Constantino, ambas, como es sabido, de Eusebio de Cesa-
rea. Las restantes fuentes que nos aportan noticias de cmo se
desarroll aquella vida son documentos, escritos ocasionales como
cartas, amonestaciones, consultas morales, jurdicas y litrgicas,
apuntes catequticos, defensas ante el Emperador, y una pequea
fantasa moralizante, hasta finales del siglo n; a todo esto hay que
aadir alltnticos tratados dogmticos, morales y ascticos, a partir
del siglo In 1.
En pocos documentos anteriores al S. nI aparece una referen-
cia al Sacramento de la Penitencia. Por ser el tema del mayor inte-
rs y constituir uno de los puntos esenciales de discrepancia entre
las Iglesias de la Reforma y la Catlica, han sido esas referencias
minuciosa y numerosamente analizadas, documento por documento,
intentando definir los lmites de aquello que expresan, muchas veces
-aunqu,e ciertamente no siempre- con una idea originaria restric-
tiva. Los motivos que han llevado a que esto sucediera as son ml-
tiples, y no es ste el lugar propio para examinarlos, pero s es inte-
resante recordar que uno de ellos, importante, es el peso que el
1. Sobre esta clasificacin de los datos en historiografa, bibliografa histrica y
documentos, cfr. Federico SUREZ, La historia y el mtodo de investigacin histrico,
Rialp, Madrid 1977, pp. 71 Y ss.
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.JaSE ANTONIO IIGUEZ
tratado De Pudicitia de Tertuliano, ya de la poca montanista, ha
tenido sobre estudiosos e investigadores 2.
En esta comunicacin al Simposio sobre la Penitencia que con-
voca la Facqltad de Teologa de la Universidad de Navarra en el
ao 1983, me propongo llamar la atencin sobre un hecho que me
parece importante. Se han analizado las voces, una a una, que ha-
blan de la penitencia -en sus posibles interpretaciones de virtud,
metanoia, sacramento, etc.- en la Iglesia naciente, y tal anlisis
ha impedido percibir aquello que quiz manifiesta la reunin de to-
das ellas: la atencin centrada en cada una ha impedido percibir la
armona del coro. En las lneas que sigqen intentar realizar esta
fusin, con todo el rigor de que sea capaz i'. Para ello ser preciso
comenzar por exponer el criterio de investigacin que puede condu-
cir a esta integracin de lo disperso.
Este criterio, o quiz mejor lnea directriz, puede muy bien re-
cibir, a falta de otra mejor, la denominacin de teora de la posesin
pacfica. En pocas palabras se describe as: cuando un grupo hu-
mano conoce o posee, como algo que le es natural -pacficamen-
te-, una costumbre, un modo de hacer, e incluso hasta un instru-
mento material, estas realidades aparecen slo ocasionalmente en su
literatura, mencionadas casi siempre simplemente por un verbo o un
nombre, sin ningn tipo de explicacin o de aclaraciones comple-
mentarias, innecesarias e intiles para quienes haban de leer el
texto, e impensables para quien lo redacta. Ser precisamente la
aparicin de la polmica sobre ese uso, qqe ya no se posee pacfica-
mente, o el paso del tiempo, que ha hecho anacrnico el empleo del
instrumento y desconocido para un buen nmero de lectores, las cir-
cunstancias que motivarn una mayor extensin en la exposicin
de los primeros y la descripcin de los segundos.
Este trabajo consistir, pues, en clasificar en el menor nmero
posible de grupos los textos en que aparecen las palabras recono-
'Cer , confesar -t1;op,oA,oyw-; pecado _1tap(bt"t'wp,l'J.-, y sus
afines, segn el sentido que exijan los contextos en los que se ha-
llen, y en escuchar, atentamente, lo que estos grupos digan; cada
uno de los datos acopiados ofrecer un campo ms o menos amplio
2. Cfr. J. MOYA, La disciplina penitencial en el siglo JII, Pro manuscripto,
Tesis presentada en la Facultad de Derecho Cannico de la Universidad de Na-
varra, 1982.
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* Publicamos un resumen de la Comunicacin presentada por el profesor Iiguez.
3. Cfr. F. SUREZ, O.C., pp. 177 Y 185.
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
de posibilidades de interpretacin; su superposicin eliminar los
valores incompatibles entre ellos, y delimitar una zona comn. En
esta zona se ha de encontrar la verdad de cmo sucedieron los
hechos 3, cuya precisin puede proceder de la concrecin de uno de
los datos o de la suma de datos imprecisos, siendo irrelevante, en
este ltimo sllpuesto, la ambigedad de cada uno de ellos, pues, lo
que importa, es la amplitud de concordancia, no olvidando, en pa-
labras de Surez Verdaguer, que la caracterstica de una fuente es
ser coetnea del hecho del cual da testimonio, y que su interpreta-
cin ha de tener muy en cuenta la intencin de quien escribe 4;
ciertamente, sin olvidar adems, que, en nuestro caso, se contempla
cmo nace y toma cuerpo, a partir de vocablos anteriores, todo un
nuevo lxico: el que corresponde a la teologa y a la liturgia sa-
cramental de la Iglesia naciente.
I. LAS PRIMERAS GENERA'CIONES CRISTIANAS
1. San Pablo escribe a los Corintios, probablemente en el ao
57, al narrar la institucin de la Eucarista:
27 De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere
el cliz del Seor indignamente, reo ser del cuerpo y de la
sangre del Seor. 28 Por tanto, examnese a s mismo el hom-
bre; y de esta suerte coma de aquel pan, y beba delc-
lizo 29 Porque quien come y bebe indignamente, se traga y
bebe su propia condenacin, por no discernir el cuer-
po. 30 De aqu es que hay entre vosotros muchos enfermos
y sin fuerzas, y muchos que duermen. 31 Que, si nosotros
entrsemos en cuentas con nosotros mismos, ciertamente no
seramos juzgados 5.
Esta prohibicin de recibir el Cuerpo y la Sangre del Seor sin
limpia conciencia adquiere an mayor fuerza al considerar el lugar
que ocupa en la totalidad de la carta: final de su primera parte, con
una larga lista de disposiciones morales y litrgicas contra los par-
tidismos que dividen aquella Iglesia, el incesto, los procesos ante
4. Cfr. id., O.C., p. 171. Cfr. prrafo 2.
5. 1 Cor XI, 23-31.
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los tribunales paganos y la fornicacin; la vocaClOn generlca cris-
tiana y la virginidad, doctrina sobre el uso de carnes sacrificadas a
los dolos y los modos diferentes de orar de hombres y mujeres.
Algunos meses ms tarde insiste el Apstol, dirigindose a la
misma Iglesia, en la necesidad de examinar la conciencia para bus-
car la perfeccin que se pide al cristiano:
5 Examinaos a vosotros mismos para ver si mantenis la fe;
haced prueba de vosotros. Por ventura no conocis en voso-
tros mismos que Cristo Jess est en vosotros? A no ser
que quiz hayis decado. 6 Mas yo espero que reconoceris
que, por lo que toca a nosotros, no hemos decado. 7 Y ro-
gamos a Dios que no cometis mal alguno, no para que
nosotros aparezcamos probos, sino para 'que obris el bien
aun cuando nosotros parezcamos como descalificados 6.
y unos aos antes, entre el 50 y el 51, escriba a los Glatas:
3 Porque, si alguno, no siendo nada, piensa ser algo, se en-
gaa a s mismo. 4 Por tanto, examine cada uno sus propias
obras, y as tendr motivos para gloriarse a s mismo y no
respecto a otro. 5 Porque cada cual cargar con su propio
fardo ... 7 No os engais: de Dios nadie se burla 7.
El valor universal de la predicacin de S. Pablo y la rpida di-
fusin de sus cartas estn fuera de discusin, hasta poderse afirmar
que la doctrina paulina es fiel reflejo de todo el pensamiento cat-
lico del primer siglo de la Iglesia. Los fragmentos transcritos atesti-
guan que desde la ms temprana catequesis -pues el testimonio es-
crito es de unos 25 aos despus de la muerte del Seor, en el caso
de la Epstola a los Glatas slo 17- la comunidad cristiana, for-
mada por hombres contemporneos de la predicacin de Cristo, re-
conoce la necesidad del examen frecuente de conciencia, en espe-
cial para decidir si puede o no recibir la Eucarista.
Consideremos ahora un hecho concreto que, con seguridad, se
dio con harta frecuencia. Un cristiano peca y se reconoce pecador.
Qu ha de hacer? La respuesta se enctientra en la doctrina apos-
tlica, recogida en textos contemporneos a los anteriores, pues se
apartan de ellos unos pocos aos, que dan fe de su conocimiento del
6. 2 Cor XIII, 5-10.
7. Gal VI, 3-5,7.
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valor del pecado, aun del interno 8. El Seor haba dicho a los Doce,
despus de afirmar que haba venido a salvar 10 que se haba per-
dido:
18 Os empeo mi palabra, que todo lo que atareis sobre la tie-
rra, ser eso mismo atado en el cielo; y todo lo que desata-
reis sobre la tierra, ser eso mismo desatado en el cielo 9,
en confirmacin de las palabras que dirigi a Pedro, despus de re-
conocer el discpulo la divinidad de Jess:
19 y a ti te dar las llaves del Reino de los Cielos. Y todo
lo que atares sobre la tierra ser tambin atado en los
cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra ser tam-
bin desatado en los cielos 10.
y San Juan describe otra ocasin en que Cristo vuelve a insis-
tir sobre ese poder que entrega a sus Apstoles, al final de su Evan-
gelio, escrito hacia el ao 92.
21 Jess les volvi a decir: 'La paz sea con vosotros. Como
el Padre me envi as tambin os envo yo'. 22 Despus de
decir esto, sopl sobre ellos y les dijo: 23 'Recibid el Esp-
ritu Santo. A quienes perdonis los pecados, perdonados les
sern, y a quienes se los retengis, retenidos les sern' 11
texto importante, de primera mano, que confirma el sentido de los
anteriores.
Nuestro cristiano sabe el camino para alcanzar el perdn de
Dios y hacerse digno de recibir la Eucarista: la Iglesia tiene poder
para otorgrselo en su nombre por medio de aqullos a quienes J e-
sucristo concedi tal potestad.
Merece la pena detenerse en el examen de este grupo tan pri-
mitivo de documentos, avalado por el testimonio de San Juan 12. En
8. Pero yo os digo ms: quienquiera que tome 0Jertza a su hermano compa-
recer ante el tribuna1. .. (Mt V, 22). Pero yo os digo ms, quienquiera que
mirara a una mujer desendola, ya fornic con ella en su corazn (Mt V, 28).
Tienen los ojos llenos de adulterio (1 Pet III, 14). Porque de dentro del
corazn del hombre proceden los malos pensamientos, los adulterios ... (Mc VII,
21; cfr. Mt VI, 23; XX, 15).
9. Mt XVIII, 15-18.
10. Mt XVI, 17-19.
11. Jn XX, 19-23.
12. El valor teolgico de palabra revelada que poseen, ciertamente el mas Im-
portante para un cristiano, no se considera en este estudio, que pretende ceirse
al problema histrico. Tampoco se considera la interpretacin de la expresin atar
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ellos se habla de atar y desatar, de perdonar y retener. Es claro que
Jesucristo concedi a los Apstoles, junto con la facultad de absolver,
la de negar la absolucin. Tres consecuencias inmediatas se des-
prenden de ello. Primera: si el apstol -o su sucesor, como vere-
mos ms adelante- niega el perdn, el pecado permanece. Segun-
da: la razn de este negar no es el capricho, ha de obedecer a un
motivo razonable. Tal motivo no puede ser otro que el conocimiento
de las disposiciones internas de quien solicita el perdn por quien
debe decidir si perdona o retiene: gravedad del pecado cometido y
arrepentimiento suficiente. Tercera: esta forma de alcanzar el per-
dn es nica, pues, en caso contrario, carecera de sentido la dis-
yuntiva atar o desatar, al existir otro medio ms cmodo -por as
decir- de conseguirlo o de desatar lo atado.
La profundidad de pensamiento de las cartas de los Apstoles
y del libro de los Hechos de San Lucas es incompatible con la ig-
norancia de esta doctrina por los fieles. Se menciona solamente la
institucin del sacramento por el Seor -el dato importante- pre-
cisamente por considerarse el resto conocido.
En este ambiente se han de interpretar los textos que siguen,
pues encajan plenamente en l.
Como exclusin de cualquier rito de purificacin legal y externa
de ascendiente judo o pagano, es interesante citar, a ttulo de pin-
celada colorista, pero no despreciable, el Agrapha 31, escrito proba-
blemente el ao 70 13:
Si alguno comulga el cuerpo del Seor y usa de purifica-
ciones, ser maldito, como dijo el Seor.
2. La Didach o Doctrina de los Apstoles, escrita hacia el
ao 90 -modernamente se piensa en la posibilidad de retrasar
la fecha de su composicin a los aos comprendidos entre el 50 Y el
70- fue el libro no cannico ms difundido en la Iglesia primitiva.
Comienza describiendo el camino de la vida y de la muerte, en for-
ma de mandamientos concisos y perentorios. El ltimo de ellos es
como sigue:
y desatar como forma hebrea u oriental de manifestar el fallo de un proceso.
Coincide con la consideracin directa que estamos haciendo.
13. Coleccin de sentencias que se atribuyeron al Seor nunca tenidas como
cannicas pero s muy difundidas. Aurela de SANTOS, Los Evangelios Apcrifos,
Madrid 1963, p. 117.
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LA CONFESJON ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
En la reunin de los fieles, confesars tus pecados y no te
acercars a la oracin con conciencia mala. Este es el camino
de la vida 14.
Describe a continuacin el rito de la Eucarista, que consta de:
a) Antecomunin. b) Oracin por la Iglesia. c) Prohibicin de co-
mulgar a los no bautizados. d) Postcomunin. Termina con la si-
guiente advertencia:
Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de
David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea,
que haga penitencia. Maranatha! Amn 15.
Al final, trata de la celebracin del da del Seor. Comienza as:
Reunidos cada da del Seor, romped el pan y dad gracias,
despus de haber confesado vuestros pecados, a fin de que
vuestro sacrificio sea puro 16.
Textos en evidente conexin con la carta de Santiago, situada
alrededor del ao 60, en la que se escribe poco antes de terminar:
14 Est enfermo alguno entre vosotros?, llame a los pres-
bteros de la Iglesia y oren por l, ungindole con el leo
en el nombre del Seor; 15 y la oracin de la fe salvar al
enfermo, y el Seor le aliviar, y, si se halla con pecados,
se le perdonarn. 16 Confesad, pues, vuestros pecados uno
a otro y orad los unos por los otros para que seis salvos;
porque mucho vale la oracin perseverante del justo 17.
3. Primera Carta de Clemente a los Corintios
Incluimos en este grupo la carta de San Clemente Romano,
papa, a los Corintios. Es un verdadero resumen de la doctrina cris-
tiana que la iglesia de Roma enva a la de Corinto animndola a
seguir firme en la fe, ante la persecucin de Dominicano. Fue es-
crita en el perodo de tiempo comprendido entre los aos 95 - 96
y de ella son los fragmentos siguientes:
14. F. X. FUNK, Patres Apostolici, 1, Tubingae 1901, p. 14.
15. FUNK, a.c., 1, 22; X, 6.
16. FUNK, a.c., 1, 32; XIV, 1.
17. Sant V, 14-16.
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VII. ( ... ) 2. Demos, por tanto, de mano a nuestras vacuas
y vanas preocupaciones y volvamos a la gloriosa y veneran-
da regla de nuestra tradicin. 3. Y veamos qu es lo bue-
no, qu lo agradable, qu lo acepto a la presencia de nuestro
creador. 4. Fijemos nuestra mirada en la sangre de Cristo,
y conozcamos cun preciosa es a los ojos del Dios y Padre
suyo, PQes, derramada por nuestra salvacin, alcanz gracia
de penitencia para todo el mundo 18.
Sigue con ejemplos del A. T. en qlle Dios exhorta a la peniten-
cia al pueblo elegido para demostrar la voluntad salvfica de Yav,
que perdona al que se aleja del pecado, pero no habla de ningn
merecimiento en esta forma de penitencia de la Antigua Ley, en
contraposicin con el texto anterior. Despus de tratar una serie
de temas, prosigue con la misma idea de la salvacin:
LI. 1. Roguemos, pues, nos sean perdonadas cuantas fal-
tas y pecados hayamos cometido por asechanzas de nuestro
adversario ... (habla de los sediciosos y contina). 3. Ms le
vale a un hombre confesar sus cadas que no endurecer su
corazn, a la manera que se endureci el corazn de los que
se sllblevaron contra el siervo de Dios Moiss, cuya condena-
cin fue patente.19.
y ms adelante:
LVI. 1. Supliquemos, pues, tambin nosotros por los
que se hallan en algn pecado, que se les conceda modestia y
humildad, a fin de que se sometan, no a nosotros, sino a la
voluntad de Dios, pues de esta manera les ser fructuoso el
recuerdo que en lstima hacemos de ellos ante Dios y los
santos ... Recibamos la correccin por la qQe nadie, carsi-
mos, ha de irritarse. La reprensin que mutuamente nos
dirigimos es buena y sobremanera provechosa, pues ella nos
une con la voluntad de Dios 20.
18. PG 1, 224; VII, 14.
19. PG 1, 333; LI, 1-3.
20. LVI, 1-2, p. 228. S. Clemente emplea tambin el verbo con
el sentido de hacer profesin de fe en Dios, en XXVI, 2 (cita del Ps. XXVII, 7
o quiz LXXXVII, 11), XLVIII, 2 (cita del Ps. CXVII, 19, 20), LXI, 3, LII, 1,
LII, 2 (cita del Ps. LXIII, 31-33), imprecisin terminolgica que perdura hasta hoy
en el lenguaje teolgico de todos los idiomas.
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LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
Lo primero que sorprende en este perodo, cuya amplitud es de
treinta aos como mximo, es la insistencia sobre la necesidad de con-
fesar los pecados, ya sea para participar en la oracin comn o en la
Eucarista. Los textos no definen cmo se realizaba esta confesin
-bien lo saban quienes haban de leerlos- 21, pero s podemos
afirmar que no era algo fcil, como un simple reconocimiento general
de haber pecado ante la reunin de los fieles o el sacerdote, o el sim-
ple rezo de una oracin semejante a nuestro confiteor. No se jus-
tificara tal insistencia, ni su tono solemne, ni la doctrina de poseer
los obispos o presbteros -para nuestro tema es irrelevante la dis-
tincin, ampliamente debatida por la crtica- el poder de perdonar,
segn la declaracin evanglica 22.
Un segundo dato muy importante es que la Didach ya distingue
expresamente la confesin de la penitencia, entre y
J.l,E'!civow.. Aunque los textos aducidos parecen reclamar para la pri-
mera un acto externo, no lln simple cambio de criterio o conciencia,
no puede afirmarse todava como evidente. Sin embargo, la idea de
sacramento, de algo necesario que se realiza en la Iglesia para el per-
dn de los pecados, es patente en ellos.
De momento, y siguiendo un orden estrictamente cronolgico de
aparicin -lo que supone su convivencia a partir del ao cien, se-
tenta y cinco despus del drama del Glgota, presente an la gene-
racin que protagoniz el primer cristianismo-, pueden resumirse
los textos de la forma siguiente:
1. Evangelio de S. Mateo con el poder de las llaves. 2. Carta
de S. Pablo con el precepto sobre la comllnin. 3. Carta de Santia-
go, en que la confesin de los pecados se relaciona con la Extrema
Uncin. 4. Evangelio de S. Juan, con la afirmacin rotunda de po-
der absolver o retener. 5. Los preceptos de la Didach. 6. La carta
de S. Clemente, que hace depender el perdn de la muerte en cruz de
Cristo, de confesar las cadas no endureciendo el corazn y sometin-
dose con modestia y humildad, no a capricho de hombre, sino a la
voluntad de Dios 23
21. Disclpese la insistencia. Es muy importante no perder ni un momento de
vista el ambiente en que se escriba cada documento.
22. Cfr. Juan ARIAS, La pena cannica en la Iglesia primitiva, Pamplona 1975.
Aunque trate slo de la pena cannica, sus razonamientos son aplicables a nuestro
tema. De gran inters, p. 71.
23. Alguno de los textos evanglicos, o sus lugares paralelos, no han sido cita-
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JOSE ANTONIO IIGUEZ
JI. LA SEGUNDA GENERACIN
1. La epstola de Bernab
Pasemos al estudio de la generacin siguiente. La carta, atribuida
falsamente a S. Bernab apstol por toda la tradicin, incluidos Euse-
bio de Cesarea y S. Jernimo, que la excluyen, sin embargo, de la lista
de los libros cannicos, debi ser escrita hacia el ao 130, comienzo
de la construcin en Jerusaln de la nueva Elio Capitalina. Esta es la
opinin ms probable -as piensa Harnack-, si no ha de llevarse a
la poca de Nerva, del 96 al 98 -teora avalada por Hilgenfeld, Funk
y Bredenhewer- 24.
En dos lugares del escrito aparece la palabra confesar: en VI,
16 (27), en cita de Is. XLIX, 5; y en XIX, 12
25
:
No formars bandos, sino que guardars la paz, tratando de
reconciliar a los que luchan. Confesars tus pecados. No te
acercars a la oracin con conciencia mala 26,
en clara dependencia de la Didach. En cambio, emplear solamente
la palabra perdn al referirse, con toda evidencia, al bautismo, en
XVI, 8:
... Atender a que el templo del Seor se edifique gloriosa-
mente, de qu manera? Aprended10. Despus de recibir el
perdn de los pecados y por nuestra esperanza en el Nom-
bre, fuimos hechos nuevos, creados otra vez desde el princi-
pio. Por 10 cual, Dios habita verdaderamente en nosotros, en
la morada de nuestro corazn 27.
2. Aproximadamente del ao 150 es la carta pseudoclementina
-denominada JI Carta de C1emente-, escrita en Roma por un autor
desconocido, con seguridad obispo o presbtero, y enviada a Corinto.
En realidad, es una homila sobre la vida cristiana, de la que trans-
cribimos:
dos por parecer innecesario, y porque la acumulacin de citas podra dificultar la
comprensin de la argumentacin principal.
24. Daniel Rurz BUENO, Padres Apostlicos, BAC, Madrid 1950, pp. 753-756.
25. PG 2,741.
26. XIX, 12. PG 2,780.
27. XVI, 8. PG 2,780.
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LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
VIII. Ahora bien, mientras estamos sobre la tierra, arre-
pintmonos. 2. Somos, en efecto, como un pedazo de ba-
rro en manos del artfice. Porque a la manera que un alfa-
rero cuando fabrica un vaso, si se le tuerce o rompe mien-
tras lo tiene en las manos, 10 vuelve a modelar; pero una
vez que 10 meti en el horno, ya no le puede hacer nada; as
tambin nosotros, mientras estamos en este mundo, arre-
pintmonos de todo corazn de los pecados que cometimos
en la carne, a fin de ser salvados por el Seor mientras tene-
mos tiempo de penitencia. 3. Porque una vez que hubi-
ramos salido de este mundo, ya no podemos en el otro con-
fesarnos ni hacer penitencia.
En una estricta versin podra traducirse: no podemos mani-
festar el pecado ni cambiar de vida. A quin se manifiesta el peca-
do? No cabe pensar en otro que en quien tiene el poder de perdonar,
segn la doctrina evanglica. Pero la misma carta del Pseudoc1emente
aade, un poco despus:
En conclusin, hermanos, pues hemos hallado no pequea
ocasin de hacer penitencia, ya que tenemos tiempo, convir-
tmonos a Dios que nos ha llamado) mientras todava tene-
mos a quien nos recibe 28.
En otras palabras: al salir el hombre de este mundo por la muer-
te, ha quedado en l quien poda perdonarle. No es Dios el que re-
cibe; la frase no dice que despus de la muerte, Dios ya no perdona,
sino que ya no hay relacin entre el pecador y el que posee la ca-
pacidad de perdonar; en masculino singular en el texto griego, no
se refiere a la Iglesia en general, sino a 1.lll0 de sus ministros. Queda
an ms explcita la diferencia entre penitencia, arrepentimiento y
forma sacramental. Es interesante adems la expresin an tenemos
a quien nos recibe, quiz la primera vez que la absolucin aparece
representada por este verbo recibir. Ms adelante ser la forma
comn de indicar el acto por el cual se concede el perdn, despus de
la penitencia pblica decretada por la autoridad eclesistica, para al-
gunos pecados especialmente graves 29.
Y no deja de poseer el mayor inters comparar esta formulacin
28. PG 1, 342; VIII, 1-2.
29. Cfr. Jos M. GONZLEZ DEL VALLE) El sacramento de la Penitencia, Pam-
plona 1972.
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JOSE ANTONIO IIGUEZ
con la del simple perdn del pecador por Dios, que aporta S. Poli-
carpo de Esmirna en su carta a los Filipenses, texto escrito quiz en
el mismo ao que el que venimos examinando:
Mira bien, si al Seor le rogamos que nos perdone, tambin
nosotros debemos perdonar 30.
Con certeza, el primero habla de una accin sacramental, para la
que emplea palabras con nuevo sentido; el segundo, slo en la acep-
cin corriente de perdonar, la misma raz que la epstola de Bernab
al referirse al bautismo, citada algunas pginas antes, pero sta con
sentido sacramental.
3. El Pastor de Hermas
El Pastor, escrito en Roma entre los aos 141 y 155, es un li-
bro piadoso redactado en forma de cuento didctico. Un anciano con
zurrn y cayado -el Pastor-, ngeles, virtudes que aparecen como
doncellas, una mujer que rejuvenece en sucesivas entrevistas, etc., ha-
blan con Hermas y le comunican las verdades de la fe y la forma de
vida cristiana, todo bajo la alegora -que llegar a ser tradicional en
la Iglesia- de una torre que se debe construir. Al hablar de la peni-
tencia muestra una intencin clara: hacer resaltar que la posibilidad
de recibir el perdn de los pecados no delibita el deber de luchar con-
tra ellos.
Comienza el libro, sin otro prembulo, con la descripcin del pe-
cado interno:
580
1. 1. El amo que me cri me vendi en Roma a una se-
ora por nombre Roda. A sta, despus de muchos aos, la
volv a reconocer y empec a amarla como a una hermana.
2. Al cabo de algn tiempo, la vi lavndose en el ro Tber
y le tend la mano y la ayud a salir del agua. Viendo, pues,
su belleza, pens para mis adentros, dicindome: Qu feliz
hubiera sido teniendo una mujer como sta en belleza y ca-
rcter! Esto pens y nada ms 31.
Enseguida pasa a narrar la primera vsin. En camino hacia Cu-
30. Carta de S. Policarpo de Esmirna, VI, 2. PG 5,1009.
31. Lib. 1, visin 1, cap. 1. PG 2,891-893.
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
mas, cae en un sueo en el que hace oracin a Dios y confiesa ante
El sus pecados. Se le aparece aquella mujer y le acusa de haber pe-
cado contra ella. Hermas se sorprende, y la mujer le explica:
-A tu corazn subi el deseo de maldad. O es que no
crees t ser cosa mala para un hombre justo que el mal deseo
suba a su corazn? S, pecado es, y grande -dijo- 32.
Despus de una exhortacin a la penitencia, se retira la mujer.
Hermas qlleda triste.
2. 1. ... Porque me deca a m mismo:
-Si un pecado como ste se me tiene en cuenta, cmo po-
dr salvarme? O cmo lograr aplacar a Dios por mis peca-
dos consumados? O con qu palabras rogar al Seor que
me sea propicio? 33.
Corta el hilo de sus pensamientos una mujer anciana de vestido
brillante, sentada sobre un trono cubierto de lana blanca, que insiste
sobre la gravedad del pecado:
- j En manera alguna cosa tal dice con un siervo de Dios!
Sin embargo, cierto es que a tu corazn subi deseo de ella.
Ahora bien, semejante deseo acarrea pecado a los siervos de
Dios. Consejo malo, en efecto, y terrible es para un espritu
del todo santo y ya probado el desear una obra perversa ... 34.
Termina esta visin con el descubrimiento del enigma de la mu-
jer vieja: es la Iglesia, que aparece vieja porque es anterior a la crea-
cin, y motivo de lla 35.
El tema hay una segunda penitencia despus del bautismo lle-
ga a ser obsesivo a lo largo de todas las pginas que siguen 36. El frag-
mento ms importante corresponde al Mandamiento cuarto, a pro-
psito de la virtud de la castidad, y despus de afirmar de nuevo la
realidad del pecado interno:
32. Hermas, 1, visin 1, cap. 2. PAG. 2,894.
33. 1, visin 1, cap. 2. PG 2,894.
34. Hermas, 1, visin 11, 3-4; L. 1, cap. 2. PG 2,894.
35. L. 1, cap. 2. PG 2,894.
36. Cfr. 11, visin 2, 4-5, penitencia hasta un da prefijado, para los fieles;
hasta el ltimo, para los gentiles, 111 visin, 15, 6; 11, 1; III, 2; V, 4; VII, 1;
4 -con una clara alusin al purgatorio- XIII, 4, IV visin, 1, 3; II, 5; V
visin, 7-8 (tiene slo un apartado). La palabra empleada es siempre y
581
JOSE ANTONIO IIGUEZ
1. 1. -Te mando -me dijo-, que guardes la castidad
y no suba a tu corazn deseo alguno de mujer ajena ... 2.
Porque si este deseo subiese a tu corazn, pecars; y si otras
cosas igualmente malas, cometers pecado, pues tal deseo
es para un siervo de Dios pecado grave 37.
En respuesta a algunas cuestiones que propone Hermas, el Pas-
tor establece la doctrina sobre el adulterio: Ha de separarse el es-
poso de su mujer adltera. Hermas pregunta:
1. 7. -Ahora bien, Seor; si despus de haber sido re-
pudiada, la mujer hiciere penitencia y quisiere volver a su
marido, no habr de recibirla?
1. 8. -Antes bien -me contest-, si el marido no la
recibe, pecado, y grande por cierto, es el pecado que carga
sobre s. S, hay que recibir a quien pecare, pero si hace pe-
nitencia. Sin embargo, no muchas veces, pues slo una peni-
tencia se da a los siervos de Dios. As, pues, por la posibili-
dad de penitencia de la mujer, no debe casarse el hombre. Y
esta obligacin corre por igual para el hombre que para la
mujer.
1. 10. La razn de por qu se os ha ordenado permanecer
solos, trtese de hombre o mujer, es porque en tales pecado-
res queda posibilidad de penitencia. 1. 11. Ahora bien --con-
cluy-, yo no quiero dar pretexto para que este caso se lle-
ve a la prctica, sino que quiero que quien ha pecado no
vuelva a pecar ms. Mas, por lo que atae al pecado pasado,
hay quien pueda curarle: Aquel que tiene poder sobre todas
las cosas 38.
Con el mismo verbo -recibir, nrxprxoXOlJ,(X,L- que en la Pseudo-
clementina,la expresin hay que recibir a quien pecare va adqui-
riendo un tinte de paradigma, de frase hecha.
Un poco ms adelante, despus de explicar que la penitencia y
el arrepentimiento proceden de entender la verdad ms profundamen-
te, contina:
3. 1. ... Seor -le dije-, he odo decir de algunos doc-
precisamente aqu, al aparecer el Pastor, le llamar liyyEAoe; 'ti'je; J.E'trxvO[rxe;, el
Angel de la Penitencia, que entrega los preceptos a Hermas. II Mandamiento, 7.
37. Hermas, Mandamiento IV, I, 1-2. PG 2,981.
38. Hermas, Mandamiento IV, I, 4-8. PG 2,917-918.
582
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
tores que no hay otra penitencia fuera de aquella en que ba-
jamos al agua y recibimos la remisin de nuestros pecados
pasados.
3. 2. -Has odo -me contest- exactamente, pues as
es. El que, en efecto, recibi una vez el perdn de sus pe-
cados, no debiera volver a pecar ms, sino mantenerse en
pureza.
3. 3. Mas, pllesto que todo lo quieres saber puntualmen-
te, quiero declararte tambin esto, sin que con ello intente
dar pretexto para pecar a los que han de creer en lo venide-
ro, o poco ha creyeron en el Seor. Porque quienes poco ha
creyeron o en lo venidero han de creer, no tienen lugar a pe-
nitencia de sus pecados, sino que se les concede sola remi-
sin, por el bautismo, de sus pecados 39 pasados.
3. 4. Ahora bien, para los que fueron llamados antes de
estos das, el Seor ha establecido una penitencia. Porque
como sea el Seor conocedor de los corazones y previsor de
todas las cosas, conoci la flaqlleza de los hombres y que la
mltiple astucia del diablo haba de hacer algn dao a los
siervos de Dios, y que su maldad se ensaara con ellos.
3. 5. Siend, pues, el Seor misericordioso, tuvo lstima
de su propia hechura, y estableci esta penitencia, y a m me
fu dada la potestad sobre esta penitencia. 3. 6. Sin em-
bargo, yo te lo aseguro -me dijo-: si despus de aquel
llamamiento grande y santo, alguno tentado por el diablo,
pecare, slo tiene una penitencia; mas si a la continua peca-
re y quisiere hacer penitencia, sin provecho es para hombre
semejante, pues difcilmente vivir 40.
Hacer penitencia, segunda penitencia, se compara aqu con toda
claridad al sacramento del bautismo, posterior a l. Es algo definiti-
vo, realizado en un perodo de tiempo, con comienzo y fin. As ocu-
rre, por citar un fragmento transcrito, con la mujer adltera, que ha
de ser recibida por el marido inocente al final de su penitencia, dife-
renciada del arrepentimiento y del propsito de enmienda.
Imprecisa es la figura del Pastor, ngel de la penitencia, que
otorga el perdn o, al menos, determina cundo se ha alcanzado. No
39. Esto es, a los nefitos, catecmenos y paganos, que en el futuro vengan
II la fe.
40. Hermas, Mandamiento IV, III, 1-7. PG 2,919.
583
JOSE ANTONIO IIGUEZ
es ni Dios Omnipotente ni Jesucristo 41. Hermas no declara este enig-
ma, como, en cambio, lo hace con la mujer anciana. Dadas las carac-
tersticas de pastor con zurrn y callado, a quien el autor ha sido
entregado para habitar con l todo el resto de los das de su vi-
da 42, lo ms lgico es pensar que representa al Obispo o al presbte-
ro. De ser ello as, la doctrina sobre la penitencia quedara muy clara.
No haremos uso de esta interpretacin en el presente estudio.
Baste concluir que Hermas reconoce la existencia del pecado interno
y una penitencia para todo tipo de pecado cometido despus del bau-
tismo, penitencia concreta y definida en el tiempo 43. Pero es intere-
sante recordar que en la poca en que se escribe El Pastor est pre-
sente ya la hereja montanista con sus pneumticos, espirituales,
que se oponen a todo lo que pueda suponer una organizacin jurdica,
una sucesin apostlica 44. Quiz el deseo de no enfrentarse con ellos
fue el motivo por el cual Hermas elige una forma tan velada de ex-
presin.
4. Tertuliano
Tertuliano, el gran africano, escribe hacia el ao 197, en su tra-
tado sobre la penitencia:
7. Oh Jesucristo, Seor mo! , concede a tus servidores
la gracia de conocer y aprender de mi boca la disciplina de la
penitencia, pero en tanto en cuanto les conviene para no pe-
car; con otras palabras, que despus (del bautismo) no ten-
gan que conocer la penitencia ni pedirla. Me repugna mencio-
nar aqu la segunda, o por mejor decir, en este caso la ltima
penitencia. Temo que al hablar de un remedio de penitencia
que se tiene en reserva, parezca sugerir que existe todava
un tiempo en que se puede pecar. No quiera Dios que nadie
interprete mal mi pensamiento, hacindonos decir que con
esta puerta abierta a la penitencia existe, por consiguiente,
ahora una puerta abierta al pecado, como si la sobreabundan-
cia de la misericordia del cielo implique un derecho para la
41. Se deduce de varios pasajes del libro. Vase, por ejemplo, Eplogo a lis
Mandamientos, XII Mandamiento, LlII, 2-IV, 4. PG 2,917-926.
42. V visin, 1-4. L. I1, Proemium. PG 2,914.
43. Cfr. nn. precedentes.
44. Cfr. nn. precedentes.
584
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
temeridad humana. Que nadie sea menos bueno porque Dios
10 es tanto, arrepintindose de su pecado tantas veces cuantas
alcanza el perdn! 45.
Algo antes expuso la crudeza de la penitencia pblica, a la que
aplica expresamente e! trmino de exomolgesis, en un texto que no
deja de ser contradictorio; puede abreviarse as lo que Tertuliano es-
cribe, aunque necesariamente la cita ha de ser extensa:
4. Pues para todos los delitos cometidos por la carne o
por el espritu, de hecho o por voluntad, quien destin un
castigo por e! juicio, l mismo prometi perdn por la peni-
tencia ( ... ). Pecador semejante a m (pero ciertamente menor,
pues reconozco mi preeminencia en los delitos) arrjate a
ella ( ... ). Ella te librar de sumergirte en e! oleaje de tus pe-
cados y te conducir al puerto de la divina clemencia ( ... ) 46.
6. Qu necio es no abrazarse a la penitencia y aplazar e!
perdn de los delitos y dejar escapar la merced. Porque el
Seor instituy el adjudicar el perdn a este precio. Con esta
compensacin de la penitencia ofrece ser redimido e! desen-
freno ( ... )>> 47.
E inmediatamente surge la primera contradiccin:
Proveyendo Dios a un veneno (e! de los demonios, segn
e! contexto), al quedar cerrada ya la puerta de la inocencia y
obstr1.1ida la cerradura de! bautismo, permiti que todava
quedara algo abierto. Coloc en el vestbulo la penitencia se-
gunda, la cual abre a los que llaman, pero una sola vez, en
verdad, la segunda; pero nada ms, porque la siguiente es sin
valor. No es la primera suficiente? Tienes 10 que ya no me-
recas: porque arrojaste lo que mereciste 48.
Cmo hacer compatible la primera exhortacin a arrojarse a la
penitencia, si slo es vlida una vez? Por qu dice q1.1e es necio apla-
45. PL 1, 1240.
46. PL 1, 1233: Omnibus ergo delictis, seu carne, seu spmtu, seu factu, seu
bus patefaciat; ut iam semel, quia iam secundo, ut amplius numquam, quia proxima
poenitentiam spopondit.
47. PL 1, 1237: Roe enim pretio Dominum veniam addicere instituit.
48. PL 1, 1241: Collocavit in vestibulo poenitentiam secundam, quae pulsanti-
bus patefaciat; ut iam semel, qua am secundo, ut amplius ,numquam, qua proxma
fustra.
585
JOSE ANTONIO IIGUEZ
zar el perdn? No ser, en este supuesto, precisamente lo prudente?
Se da cuenta Tertuliano de esta incoherencia e intenta subsanarla, casi
a rengln seguido. Escribe:
Ciertamente no ha de abolirse y destruirse continuamente el
nimo con la desesperacin, si alguien fuera deudor de la se-
gunda penitencia; sabiamente se arrepiente de pecar, pero
no se arrepienta de hacer penitencia; arrepintase de estar
de nuevo en peligro, pero no se arrepienta de ser liberado.
Nadie se avergence; cuantas veces se repita la enfermedad,
tantas veces ha de repetirse la medicina; nacers grato al Se-
or si no rehusas lo que el Seor te ofrece; ofendiste, pero
puedes todava reconciliarte. Tienes a quien satisfacer, que,
en verdad, te es propicio 49.
Afirma Tertuliano que el Seor ofrece el perdn despus de una
prctica penitencial ql.le ha de estar determinada, al menos en el
tiempo de su duracin, para que el nuevamente pecador tenga que
repetirla, y, aunque no lo diga, es obvio que esto slo puede determi-
narlo la Iglesia, ya sea a travs del obispo o del presbtero, o de una
doctrina general. Me parece que en todo el tratado De poenitentia
Tertuliano calla, por estar ya sumergido en los rigorismos qe le lle-
varn al montanismo, aqllello que se encuentra -como ;eremos-
reflejado en otros autores contemporneos: la manifestacin del pe-
cado y la absolucin sacramental. De ah esta alternancia incoherente
de prrafos. Ms adelante prosigue, dndonos la razn en nuestro su-
puesto de ser necesaria la delimitacin de los actos penitenciales, in-
terpretando, a su modo, la palabra griega exomolgesis, y encubrien-
do la accin sacramental:
8.-Cuanto ms estricta sea la necesidad de esta segunda y
nica penitencia, tanto ms laboriosa ha de ser la prueba,
para que no la ofrezca la sola conciencia, sino que sea admi-
nistrada en algn acto. Este acto se designa frecuentemente
con llna palabra griega, y es la exomolgesis, en el cual con-
fesamos a Dios nuestro pecado, no como desconocido, sino
porque la satisfaccin queda ordenada por la confesin, a tra-
49. PL 1, 1241-1242: Pigeat sane peccare rursus, ut rursus poenitere non
pigeat; pigeat iterum periclitari, sed non iterum liberari. Neminen puteat; iteratae
valetudinis iteranda mr.dicina est; gratus in Dominum exstiteris, si, quod tibi
Dominus offert, non recusaveris; offendisti, sed reconciliari adhuc potes .
.586
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
vs de la confesin nace la penitencia, y con la penitencia
queda Dios aplacado. La exomolgesis es pues el arte de hu-
millarse y rebajarse el hombre, y atrae juntamente la miseri-
cordia; regula su compostura externa y su alimentacin, man-
da que se acueste sobre saco y ceniza, que C 1 . ~ b r a su cuerpo
de harapos, que entregue el alma a una tristeza profunda,
que aquella que pec se transforme por medio de un trato
severo; por lo dems, que la comida y la bebida sean lo pu-
ramente necesario, es decir, no por halago del cuerpo, sino
para sostener la vida; nlltre adems la oracin con el ayuno;
gime, llora y lamntate de da y de noche ante el Seor tu
Dios; prostrnate ante los presbteros y arrodllate ante los
amigos de Dios, une tu plegaria a la de todos tus hermanos
como tus intercesores. Toda esta exomolgesis es necesaria
para dar valor a la penitencia, para honrar al Seor por el
temor del peligro, para que, hecha pblica, se extinga en el
pecador el motivo del enojo de Dios, para que, por medio de
la afliccin temporal, no podamos decir que burla los supli-
cios eternos, sino que los borra. Cuanto ms humilla al hom-
bre, ms le eleva; cuanto ms le viste sllciamente, le vuelve
ms limpio; cuanto le acusa, le excusa, cuanto le condena, le
absuelve. Cree que en tanto mirar Dios por ti en cuanto t
no tengas consideracin de ti mismo 50.
10. Con todo presumo que muchos esquivan esta accin o
la difieren de da en da, como si trataran de subastarse a s
mismos, teniendo ms presente Sll vergenza que su salva-
cin. Ciertamente ofrece grandes ventajas a la vergenza el
ocultar el pecado, pero pensamos que al sustraer algo al co-
nocimiento de los hombres, ]0 ocultamos tambin a Dios?
Acaso es mejor permanecer oculto y condenado que ser ab-
suelto pblicamente? 51.
Cmo pensar que estas prcticas han de verificarse repetidas ve-
ces en ]a vida de un hombre? No puede ser sta la prctica de la Igle-
sia, y no lo era. En el tratado De pudicitia, aos ms tarde (217-
223), no oculta ya Tertuliano Sll negacin de la absolucin sacramen-
tal: niega simplemente a la Iglesia este poder, y, dato interesante, no
hace alusiri en este texto a las duras prcticas penitenciales.
50. PL 1, 1243-1244.
51. PL 1, 1244-1245.
587
JOSE ANTONIO IIGUEZ
1. Digo tambin haber salido un edicto y, por cierto, pe-
rentorio. No menos que el Pontfice Mximo, es decir, el
obispo de los obispos, proclama: 'Yo perdono los pecados
de adulterio y fornicacin a los que han hecho penitencia' 52.
Testimonio de que el perdn, que niega pueda ser otorgado por
la Iglesia, sta no 10 juzgaba consecuencia de actos. penitenciales, por
muy duros que fueran, sino de la absolucin concedida por quien
posee este poder en la Iglesia, conocido el pecado, segn se des-
prende del mismo texto.
y aade en un argumento, bien pobre por cierto:
y deseo conocer tu pensamiento, saber qu fuente te aut.o-
riza a Qsurpar este derecho para la Iglesia. Si, porque el
Seor dijo a Pedro: 'Sobre esta piedra edificar mi Iglesia',
'a ti te he dado las llaves de los cielos', o bien 'Todo lo que
desatares sobre la tierra, ser desatado; todo 10 que atares
ser atado en el cielo' presumes que el poder de atar y desatar
ha llegado hasta ti, es decir, a toda la Iglesia que est en
comunin con Pedro, qu clase de hombre eres? Te atreves
a pervertir y cambiar totalmente la intencin manifiesta del
Seor, que no confiri este privilegio ms que a la persona
de Pedro. 'Sobre ti edificar mi Iglesia', le dijo El; 'a ti te
dar las llaves', no a la Iglesia. 'Todo lo que atares o desata-
res' etc. y no todo lo que ataren y desataren ... Por consi-
guiente el poder de atar o desatar, concedido a Pedro, no
tiene nada que ver con la remisin de los pecados capitales
cometidos por los fieles ... Este poder, en efecto, de aCQerdo
con la persona de Pedro, no deba pertenecer ms que a los
hombres espirituales, bien sea apstol, bien sea profeta 53.
Diatriba que da testimonio del uso de la Iglesia hasta este mo-
mento, concorde con la recomendacin a los obispos de la Didascalia
Apostolorum siriaca, aproximadamente de la misma fecha.
5. La Didascalia Apostolorum
Este texto fue escrito por un obispo, seguramente de origen ju-
52. PL 2, 980.
53. PL 2, 980.
588
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
ao, para el rgimen de una Iglesia siria, probablemente en los pri-
meros decenios del siglo III.
Puede decirse que la Didascalia comienza declarando la importan-
cia del pecado interno; despus de ordenar al fiel, en breves lneas,
que cumpla todo lo qqe Dios ha comunicado a los hombres, dice:
Abstente, por tanto, de toda avaricia y malicia, y no desees
nada con concupiscencia; porque est escrito en la ley: No
desears la mujer de tu prjimo, ni su esclavo ni su esclava,
porque todo lo que es tal pensamiento, es del maligno. Por-
que el que dese la mujer del prjimo, o a sq esclavo, o a su
esclava, ya es adltero o ladrn y juzgado como corruptor
por nuestro Seor y doctor Jesucristo, para el que es toda la
Gloria, por los siglos, amn 54.
Sigue el captulo segundo desarrollando la cita de Mat. V, 27 Y ss.,
-a que se refera en las lneas transcritas, enumerando qu.e es ladrn
quien desea la oveja, el asno, o el campo ajeno, es homicida quien an-
hela la muerte de un hombre, para pasar a una amplia lista de pecados
externos, entre los que se encuentra leer Libros gentiles 55.
Ciertamente la Didascalia no hace diferencia entre la penitencia
pblica y privada, limitndose a emplear. los verbos hacer peniten-
cia, admitiendo que todos los pecados se perdonan, excepto la falta
de arrepentimiento de la hereja. Ahora bien, si se tiene en cuenta que
habla de toda clase de pecados, incluso el interno de desear los bie-
nes del prjimo, no puede pensarse que se refiera con estos vocablos
exclusivamente a la exomolgesis pblica. Adems, el tono suave y
las constantes recomendaciones a los obispos de ser misericordiosos
no concordaran con este rigorismo 56.
La potestad de absolver de los obispos queda reflejada en varios
pasajes, siendo los siguientes los ms significativos:
As, pues, ha sido dicho por los apstoles a los obispos: El
que a vosotros oye, a m me oye, y el que a vosotros rechaza
a m me rechaza, y a aqul que me envi (Le. X, 16). De la
misma manera el obispo perdona con dulzura lo que est da-
54. Didascalia 1, edic. E. TIDNER, Didascalia Apostolorum canonum ecclesiasti-
corum traditionis Apostolicae versiones latinae, Berlin 1963, pp. 2-3.
55. Didascalia 111, E. TIDNER, p. 5. No se transcriben los textos, por conocerse
'slo la versin latina o siriaca, no el texto griego. Pero la observacin hecha es
rigurosamente cierta, al desprenderse de la observacin de todo el texto y el contexto.
56. Cfr. Didascalia XVI.
589
JOSE ANTONIO IIGUEZ
ado) llevando el rostro de Cristo. Por ti el Salvador dice a
stos que pecaron: Te son perdonados tus pecados! Tu fe
te ha salvado, vete en paz! (Mt. IX, 2; Lc. VII, 50; VIII,
48; XVII, 19; Mc. V, 54; X, 52). La paz ciertamente es
es la Iglesia benigna, en la cual se liberan aquellos que pe-
caron, los vuelve sanos, inmaculados, portando la buena es-
peranza, eficaces, dolientes en las obras, como el mdico pe-
rito y misericordioso sana a todos los que estn llagados por
los pecados. Porque no tienen necesidad de mdico aqu,e-
llos que estn sanos, sino los que estn enfermos (Mt. IX,
12). As) pues) como mdico constituido en la Iglesia) no
quiere dejar de ofrecer la medicina a aquellos que estn en-
fermos en el pecado) sino que de todas las maneras (posi-
bles) los cuida y sana y los vuelve ntegros a la Iglesia) para
que no incurras en aquellas palabras que dice el Seor: Los
dominabas con violencia y dureza (Ez. XXXIV, 4)>> 57.
Es interesante recordar todo el texto de Ezequiel, en que el Hijo
del hombre profetiza contra los pastores de Israel: No confortas-
teis a las flacas, no curasteis a las enfermas, no vendasteis a las he-
ridas, no redujisteis a las descarriadas, no buscasteis a las perdidas, si-
no que las redujisteis con violencia y con dureza, cuyo ltimo ver-
sculo cita la Didascalia, de m-1evo, ms adelante.
No quieras, ni austero, ni duro, ni insaciable, ni sin miseri-
cordia, maltratar al pueblo, que est ligado bajo ti, ocultn-
dole el lugar de la penitencia. Porque esto es lo que dice:
y las dominasteis con violencia y con dureza 58.
Sigue insistiendo en la obligacin que tiene el obispo de recibir a
penitencia y perdonar toda clase de pecados, citando, en el captu-
lo XX, a Is. LIX, 7-8, las palabras del Seor: Perdonad y seris
perdonados (Lc. VI, 37; Mt. VI, 14), la oracin dominical (Mt. VI,
12), refirindose ahora claramente a la expulsin de la Iglesia, a la
que califica, si el pecador estuviera arrepentido, de crimen mayor que
el homicidio, para terminar transcribiendo entera la oracin de Ma-
nass (IV Reg. IX, 1-14; II Par. XXXIII, 1-10), Y recordando otros
pasajes del Antiguo Testamento, hasta concluir:
58. Didascalia XIX, E. TIDNER, p. 32.
57. Didascalia XVII-XIX, E. TIDNER, pp. 30-31.
590
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
De la misma manera, oh Obispo! , cuida, todo cuanto pue-
das, a aqullos que no pecaron, para que permanezcan sin pe-
cado. Pero si no recibes al penitente 59, porque no tienes mi-
sericordia, pecars en el Seor Dios, porque no ests conven-
cido si existe Dios Salvador Nuestro, para hacer, como l hi-
zo con aquella mujer, que haba pecado, cuando los ancianos
la pusieron ante l, y dejando en l el juicio, se marcharon.
El conocedor de los corazones le pregunt, si la haban con-
denado los ancianos. Y como dijese: 'no', le dijo 'Marcha,
tampoco yo te condeno' (lo VIII, 3, 9-11). Conviene, oh
Obispos! , que en esto tengis como ejemplo al rey y salvador
nuestro, y seis mansos, suaves, sin extraezas, misericordio-
sos, pacficos ... 60,
terminando el captulo con una larga enumeracin de las virtudes
episcopales, todas en torno a la moderacin. Es evidente la ausencia
de penitencia pblica en la recomendacin anterior, y la acusacin del
pecador.
En resumen, la Didascalia afirma la gravedad del pecado interno,
y que todos, internos y externos, reciben el perdn del obispo, quien
debe mostrarse misericordioso y amable con los pecadores; perdn
que constituye una verdadera absoll!cin en el sentido teolgico ac-
tual de la palabra, accin realizada en nombre de Cristo. Puede afir-
marse que habla solamente de penitencia sacramental, sin diferenciar
en pblica o privada, aunque s trata, en algn caso, de la expulsin
de la Iglesia, de la excomunin.
6. Hiplito de Roma
En el ao 215 fue escrita en Roma la Tradicin apostlica, muy
posiblemente por S. Hiplito. En la oracin ql!e ha de recitarse so-
bre el Obispo en su ordenacin, dice:
Dios y padre de Nuestro Seor Jesucristo, padre de las mi-
sericordias y Dios de toda consolacin, que habitas en lo ex-
celso y recibes lo humilde ... efunde aquel poder, que proce-
de Ti, que diste a tu amado hijo Jesucristo, el cual lo dio a
59. Quasten traduce: a los que se arrepienten. Cfr. Johannes QUASTEN, Patro-
loga, 1, Madrid 1961, p. 440.
60. Didascalia, XXIV, E. TIDNER, pp. 39-40.
591
JOSE ANTONIO IIGUEZ
los santos Apstoles ... Da, Padre, conocedor del corazn, so-
bre este siervo tuyo, que elegiste para el episcopado, apa-
centar tu grey santa y mostrarle el primado del sacerdocio ...
tener con el espritu primero del sacerdocio la potestad de
perdonar los pecados segn tu mandato, que distribuya las
partes segn tu precepto, y de desatar toda atadura, segn la
potestad que diste a los Apstoles, ofrecindote el aroma de
suavidad, por tu hijo Jesucristo, por quien (es) para ti la glo- '
ria y el poder y el honor, Padre e Hijo con el Espritu San-
to, ahora y por los siglos de los siglos. Amn 61.
Es una clara exposicin de la potestad y el deber que corresponde
al obispo de perdonar los pecados, recibidos una y otro de Jesucristo,
a travs de los Apstoles.
7. Orgenes
Unos diez aos ms tarde, hacia el 225, escriba Orgenes en sus
homilas, autntico ejemplo de la predicacin sencilla al pueblo de su
dudad:
. .. dura y laboriosa es la remisin de los pecados por la pe-
nitencia, lavando con lgrimas el pecador su lecho, sus l-
grimas son su alimento da y noche y no avergonzndose de
decir su pecado al sacerdote del Seor y pedir la medicina 62.
Es interesante observar que estas frases las escribe Orgenes des-
pus de aportar una lista de acciones que comportan el perdn: el
bautismo como la primera; la pasin de los mrtires, la limosna, el
perdn de las ofensas inferidas por el prjimo; el consejo de quien
convierte al pecador, la abundancia de la caridad, y, por ltimo, ce-
rrando la lista, como la abri el bautismo, la penitencia, en el prrafo
transcrito, en cuyo favor cita la Epstola de Jacobo (V, 4). Algo ms
adelante escribe:
Oye 10 que manda el orden de la Ley: 'si pec', dice alguno
de ellos, diga el pecado 'que pec' (Lev V, 5). Algn mara-
61. Traditio Apostlica (en continuacin, aun en enumeracin de captulos, de
la Didascalia, LXVIII, 12 - LXIX, 13), E. TIDNER, pp. 119-123.
62. In Lev. Hom., II, 4. PG 12,417. No se transcriben los textos conservados
slo en las traducciones latinas de Rufino o S. Jernimo. Cfr. nota 55.
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LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
villoso secreto se halla en este mandar decir el pecado. Cier-
tamente han de ser dichos en pblico y proferidos todos los
que hicimos. Aquello que hicimos en oculto o cometimos
slo en el secreto del pensamiento, ser todo publicado y re-
velado por aquel que es instigador y acusador del pecado. El
mismo nos instiga ahora para que pequemos, y l mismos nos
acusar si pecamos. Pero si en la vida nos anticipamos a l, y
nos volvemos acusadores de nosotros mismos, escapamos de
las maldades del demonio, nuestro enemigo y aCl!sador ... Ve,
por ello, cmo al decir el pecado se merece la remisin del
pecado 63.
Sigamos con la predicacin de Orgenes. Despus del ao 244
escribe:
Mira, pues, lo que nos ensea la Escritura divina, porque
no conviene ocultar el pecado interiormente. Porque, qui-
z como aquellos que tienen dentro encerrada comida indi-
gesta... si vomitare, se alivia as, en los que pecaron, si
oculta y retiene dentro de s el pecado, es urgido desde
dentro, y del mismo modo sofocado por las flemas y los hu-
mores del pecado. Pero si se hace acusador de s mismo,
cuando se acusa a s mismo y se confiesa, de la misma mane-
ra vomita el delito, y desaparece la causa de la enfermedad.
Observa con cuidado a quin confiesas tus pecados," pon a
prueba el mdico para saber si es dbil con los dbiles y si
llora con los que lloran. Si l creyera necesario que tu mal sea
conocido y curado en presencia de la asamblea reunida, sigue
el consejo del mdico experto 64.
El pecado es -o puede ser-, por tanto, slo conocido por el
pecador. Ha de manifestarlo al sacerdote -o al obispo, no estudia-
mos ahora este tema- y a este ltimo es a quien compete si ha de
pasar a penitencia pblica, o es absuelto en privado, por tanto, con
una penitencia que no le aparta de la asistencia a las reuniones litr-
gicas ni de la comunin.
Un poco antes, hacia el 233, dira Orgenes:
Si pecsemos, debemos decir: 'Te confesar mi pecado y no
63. In Lev. Ham., I1, 3, 4. PG 12,429.
64. In Lev. Ham., I1, 4. PG 12,417.
593
JOSE ANTONIO IIGUEZ
ocultar mi falta. Dije: confesar al Seor contra m mis
delitos' (Ps. 32, 5). Si hicisemos esto y revelsemos nues-
tros pecados no slo a Dios, sino a aqullos que pueden re-
mediar nuestras heridas y pecados, sern borrados por aqul
que dice: 'He borrado como una nuebe tus delitos, y como
niebla tus pecados' (Is. 44, 22)>> 65.
Textos cuya correspondencia es absoluta con los anteriores.
Es interesante no pasar por alto que tal nitidez coincide con su
gnero literario, la homila. Los dems, hasta ahora transcritos, fue-
ron cartas -en que tanto se da por supuesto y por sabido-, res-
menes teolgico-litrgicos, oraciones e incluso fantasas didcticas con
deseos de apocalipsis, este ltimo de doctrina dudosa por cierto. To-
dos ellos aportan noticias histricas, pero deben interpretarse, en 10
que dicen y en 10 que callan, segn su gnero, y la homila, la ense-
anza sencilla a los fieles, sorprende casi siempre, cuando se encuen-
tra, por su diccin directa.
La facultad sacramental de perdonar los pecados que posee el sacer-
dote es explicada por Orgenes, unos treinta aos despus de que Ter-
tuliano escribiera su De Poenitentia, en su tratado Sobre la Ora-
cin, escrito hacia el ao 231:
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Lo qlle dice San Lucas 'perdn anos nuestros pecados' -ya
que los pecados se originan al no pagar 10 que debemos-,
eso mismo 10 dice San Mateo, que no parece referirse a
quien slo quiere perdonar a los deudores arrepentidos, ya que
aduce la descripcin del Salvador por la cual hemos de aa-
dir a la oracin 'puesto que nosotros perdonamos a todos
nuestros deudores'. Todos, por tanto, tenemos la facultad de
perdonar los pecados qlle van dirigidos contra nosotros, como
parece claro de la expresin 'as como nosotros perdonamos
a todos nuestros deudores'. Ms aqul sobre quien Jess so-
pl como sobre los Apstoles, y que puede por sus frutos ma-
nifestar que ha recibido el Espritu Santo y que se ha hecho
espiritual, porque se conduce por el Espritu de Dios al modo
del Hijo de Dios en todo 10 que razonablemente se ha de ha-
cer, ste perdona lo que perdonara Dios y retiene los peca-
dos incurables sirviendo -igual que los profetas servan a
Dios expresando, no sus palabras propias, sino las que Dios
65. In Lucam Homiliae, 17. PG 13,1846.
LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
quera- sirviendo, digo, tambin l al nico que tiene po-
testad de perdonar que es Dios 66.
El sabor montanista de este prrafo desaparece en el siguiente.
Este hombre que se ha hecho espiritual es el sacerdote de la Nueva
Ley:
Estas son las palabras que en el Evangelio de San Juan nos
hablan del perdn que han de otorgar los Apstoles: 'Recibid
el Espritu Santo; a quien perdonareis los pecados les sern
perdonados y a quien se los retuviereis les sern retenidos'
(lo. XX, 23). Si estas palabras se reciben sin ponderarlas, se
acusara a los Apstoles de no perdonar a todos en una especie
de amnista general y de retener a algunos sus pecados, con
lo que a causa de ellos tambin se los retiene 67.
El primer grupo de los documentos estudiados OCl.l,pa los ochenta
y cinco aos siguientes a la muerte del Salvador. Todos ellos siguen
vivos y vigentes en el perodo que se acaba de describir, un poco ms
largo, del 110 al 235. Puede resumirse as, reanlldando la numeracin
entonces interrumpida:
8. Epstola de Bernab, unos treinta y cinco aos posterior a la
de San Ignacio. Distingue confesin y penitencia, como los textos an-
teriores. 9. Carta II de Clemente o pseudoclementina, quince aos
ms tarde, en la que se habla de arrepentimiento, penitencia y con-
fesin antes de la muerte, mientras tenemos a quien nos recibe.
10. El Pastor de Hermas, de la misma fecha, con el precepto de re-
cibir a qllien pecare y ha hecho penitencia, razn por la que el esposo
o la esposa inocente tiene que esperar sin contraer nuevo matrimonio
a la parte infiel. 11. Tertuliano, hacia el ao 200, escandalizado del
poder de perdonar y retener de los obispos que, segn l, es propiedad
de los espirituales, y de la declaracin de Pontfice Mximo de poder
perdonar el adulterio y la fornicacin -que, por tanto, ha de cono-
cer-. Y, casi contemporneas, 12. La Didascalia Apostolorum que
recomienda a los obispos la clemencia, para no escandalizarse de la
gravedad de los pecados. 13. La oracin recogida por Hiplito de
Roma, recitada en la consagracin de un obispo, en que se impetra de
Dios sobre l el poder de perdonar. 14. Por ltimo, hacia el ao 230,
66. ORGENES, Libellus de oratione, XVIII, 28. PG 11,527-528.
67. ORGENES, Libellus de oratione, XVIII, 28. PG 11,527-528.
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unos diez aos ms tarde, las homilas de Orgenes, en que la nece-
sidad de ser confesado el pecado por el penitente al sacerdote aparece
formulada de manera absolutamente inequvoca.
Desde la predicacin de Pedro en Pentecosts hasta las homilas
de Orgenes transcurren unos doscientos aos, pero no permitamos
que los ceros de la cifra produzcan en nosotros una falsa idea: este
tiempo es mu.y corto. Si suponemos una transmisin de la doctrina de
padres a hijos, en que un padre de treinta aos comienza la instruc-
cin de su hijo cuando ste alcanza los diez, el nmero de transmisio-
nes es de seis. Y ello se da no en una sola lnea, sino en muchas pa-
ralelas que comienzan en momentos y lugares distintos. Esto justifica
el nombre de generaciones que se ha dado a los epgrafes.
Los documentos de este poca emplean normalmente las pala-
bras confesar, confesemos, en un contexto que exige como in-
terpretacin primera y ms lgica la de confesar el pecado al sacerdo-
te o al obispo. Cqalquier otra interpretacin es rebuscada, y, salvo en
el caso del Pastor, no corresponde con la naturaleza del mismo
escrito. Puede adems aadirse que, si en cada documento cabe la po-
sibilidad, aun como menos probable, de otra interpretacin, es im-
posible en el conjunto de ellos. Por ltimo, los textos de Orgenes,
que no ofrecen ninguna duda respecto a su significado, no motiva-
ron ninguna polmica, cosa que se hubiera producido con toda se-
guridad de no haber sido la confesin oral qn uso pacficamente admi-
tido y ejercitado en la Iglesia desde la misma predicacin apostlica.
III. CONCLUSIONES
La expOS1ClOn, muy sucinta segn la naturaleza de este trabajo,
de las reflexiones que se originan en la lectura de las anteriores p-
ginas y del examen de los textos aportados, junto con algunas adver-
tencias para un futuro desarrollo del mismo, puede resumirse en los
siguientes puntos:
1. Habida cuenta de la realidad de una cristiandad pecadora que
conoce la doctrina evanglica de la gravedad del pecado, incluso del
interno, no se entienden los textos si no suponen, de manera ms o
menos implcita, la penitencia privada, con la manifestacin secreta
de la culpa al sacerdote o al obispo, y la recepcin de la absolucin
y de la satisfaccin.
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LA CONFESION ORAL DEL PECADO Y LA PENITENCIA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
2. La superposicin de los textos obliga a traducir
por manifestacin del pecado, coincidiendo con la significacin pri-
maria del vocablo griego, inserto ahora en la vida cristiana. El con-
texto de cada documento terminar de precisar su sentido. No hay
ninguna razn para restringir este significado a penitencia pblica, a
pesar de la explicacin de Tertuliano. El hacerlo as, tomando como
norma lo qlle precisamente es nota discordante en las citas aducidas,
procedente, adems, de un autor cuya ortodoxia es dudosa en el
tiempo en que escribe esas lneas, lleva -ha llevado de hecho- a
negar la penitencia privada como prctica de la Iglesia, retrasndola
hasta el S. VII, y obliga a forzar, de forma absolutamente inadmisi-
ble, los escritos de los Padres -s. IV al VI-, no examinados aqu,
pero del mayor inters, pues corroboran en absoluto la anterior tesis.
3. De la misma forma, IJ.E'tavow tiene la acepcin primaria de
arrepen tirse.
4. Para los dos anteriores, y para el resto de los trminos que
se hayan de estudiar, no puede olvidarse que asistimos al nacimiento
de una terminologa cristiana realizada sobre vocablos viejos. El in-
tento de asignarles lln significado rgido conduce necesariamente a
errores de interpretacin, que se evitan, precisamente, no sacndoles
de su contexto histrico, segn se manifest en 1.
5. Como conclusin final, no puede dudarse de la prctica de
la penitencia privada, con manifestacin de los pecados por el peni-
tente a la persona que tiene el poder de absolver, en los cuatro pri-
meros siglos de la Iglesia.
Pasemos a las advertencias:
6. Por la naturaleza breve de esta comunicacin, he tenido que
reducir al mximo el nmero de textos recopilados, eligiendo los que
me han parecido ms representativos.
7. En este momento estoy realizando un trabajo de revisin de
documentos an no analizados, inchwendo la Patrstica hasta el S. VI,
y clasificando los textos en cinco grupos:
A) Afirman la existencia de la penitencia privada.
B) No se entienden sin suponer la existencia de la penitencia
privada.
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C) Se entienden mejor suponiendo la existencia de la penitencia
privada.
D) No necesitan, para su comprensin, de la existencia de la
penitencia privada.
E) Niegan la penitencia privada.
8. Me parece que de este estudio, necesariamente lento, podr
extraerse una valoracin cuantitativa que pondr an ms de relieve
la prctica privada de la penitencia sacramental en los siglos en es-
tudio. Puedo decir que, por ahora, todo corrobora la veracidad de
la descripcin aqu hecha.
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