Dos Principios Dos Al Modo de Vivir. Watchman Nee

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DOS PRINCIPIOS

RELACIONADOS CON EL MODO DE VIVIR:

VIVIR SEGUN LA VIDA


O SEGUN EL BIEN Y EL MAL
Watchman Nee
“Porque por fe andamos, no por vista” (2 Co. 5:7).

“Y he aquí se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con El” (Mt. 17:3).

“Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo” (v. 8).

“A El oíd” (v. 5b).

“Yo en muy poco tengo el ser examinado por vosotros, o por tribunal humano; y
ni aun yo me examino a mí mismo. Porque no estoy consciente de nada en
contra mía, pero no por eso soy justificado; pero el que me examina es el Señor”
(1 Co. 4:3-4).

“El árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal”
(Gn. 2:9b).

“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás
comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día
que de él comieres, ciertamente morirás” (vs. 16-17). (La expresión del bien y del
mal conlleva el significado de lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo, con
respecto a la conducta.)

Cuando Dios creó al hombre, tuvo en cuenta que éste necesitaría alimentarse.
Darle vida fue sólo el comienzo; ahora, debía sustentar esa vida a base de
alimentos. Puesto que el hombre era un ser vivo, Dios tenía que proveerle algún
medio para su subsistencia. El hombre no sólo necesita vida, sino también un
modo de sustentar esa vida. Dios deseaba que el hombre llegase a depender de
El para su subsistencia, de la misma manera en que dependería de los
alimentos. “Porque en El vivimos, y nos movemos, y somos” (Hch. 17:28). Por
esta razón, Dios nos habla usando una parábola, la de los dos árboles: el árbol
de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Estos dos árboles nos
muestran en figura que el hombre puede vivir por dos tipos de alimento: o por
la vida, o por el conocimiento del bien y el mal. Muchas personas han leído
acerca de los dos árboles en Génesis 2, pero quisiéramos recalcar que estos dos
árboles fueron colocados allí para mostrarnos que los hombres, y en particular
los cristianos, pueden vivir regidos por dos principios diferentes, a saber: el
principio del bien y del mal, o el principio de la vida divina. Algunos cristianos
toman el conocimiento de lo bueno y lo malo como la norma de su vida,
mientras que otros toman como su norma la vida divina.

Quisiéramos examinar delante de Dios estos dos principios que rigen la vida del
hombre. ¿Qué significa que una persona viva según el principio del bien y del
mal? ¿En qué consiste vivir conforme a la vida divina? Muchas personas sólo
son gobernadas por el principio del árbol del conocimiento del bien y el mal,
otras se guían por el principio del árbol de la vida, y aun otras viven regidas por
ambos principios. La Palabra de Dios nos dice que el que coma del árbol del
conocimiento del bien y del mal ciertamente morirá, y que el que coma del árbol
de la vida vivirá. Dios también nos muestra que todo el que viva por el
conocimiento del bien y del mal, no podrá vivir delante de El. Si alguien quiere
vivir siempre delante de Dios, entonces necesita saber lo que significa comer del
fruto del árbol de la vida.

DOS PRINCIPIOS RELACIONADOS


CON LA VIDA CRISTIANA

Quisiera añadir otro principio relacionado con el modo de vivir: el principio del
pecado. Podemos decir que todos los seres humanos viven conforme a
cualquiera de estos tres principios: viven gobernados por el pecado, o viven
gobernados por el conocimiento de lo bueno y lo malo, o viven guiados por la
vida divina.

¿Qué significa esto? Es muy sencillo. Muchas personas viven en la tierra


siguiendo la concupiscencia de su carne. Son hijos de ira, llevados por la
corriente de este mundo, y viven y se conducen según los espíritus malignos que
operan en su corazón. Por lo tanto, el principio por el cual viven es el principio
del pecado (Ef. 2:1-3). En esta ocasión no hablaremos de este principio, porque
creo que ya muchos entre nosotros lo hemos dejado. Lo que estudiaremos hoy
no está relacionado con el principio del pecado. Los dos árboles representan dos
principios que rigen la manera en que vivimos. Hay algunas personas que,
después de llegar a ser cristianas, se rigen por el principio de escoger entre lo
bueno y lo malo, mientras que otras son gobernadas por el principio de la vida.

Al hablar de este asunto, doy por sentado que ya hemos dejado atrás el principio
del pecado y que ahora andamos delante de Dios. Si examinamos un poco este
asunto, nos daremos cuenta de que hay personas que viven según el principio
del bien y del mal, es decir, según lo que es bueno o malo con respecto a la
conducta. Recordemos que la vida cristiana no consiste en saber escoger entre el
bien y el mal, ni en conducirse según ciertas normas de conducta, sino en ser
guiados por la vida divina. El cristianismo se relaciona con la vida de Dios, no
con el bien y el mal; y se centra en dicha vida, no en discernir entre lo bueno y lo
malo. Tenemos muchos hermanos y hermanas jóvenes entre nosotros. Cuando
ustedes aceptaron al Señor Jesús y recibieron una vida nueva, obtuvieron algo
maravilloso en su interior. Recibieron otro principio que gobernaría el modo en
que ustedes vivirían. Sin embargo, si ustedes ignoran este principio, en lugar de
ser regidos por la vida divina, vivirán según el principio del bien y del mal.

LO QUE SIGNIFICA SEGUIR EL PRINCIPIO DEL BIEN Y DEL MAL

¿En qué consiste el principio del bien y del mal? Si nuestra conducta es
gobernada por el principio del bien y del mal, entonces, cada vez que vayamos a
tomar una decisión, nos preguntaremos si lo que vamos a hacer es bueno o
malo. Por ejemplo, podríamos preguntarnos: “¿Está bien o mal que haga esto?”.
Cuando nos hacemos esta pregunta, en efecto nos preguntamos si tenemos
razón o no al hacerlo. Muchas personas entran en razonamientos tratando de
determinar si algo es bueno o malo. Examinan meticulosamente lo que van a
hacer para saber si les está permitido hacerlo. Se preguntan: “¿Es correcto que
haga esto?”. Como cristianos que son, ellos examinan cuidadosamente sus
acciones tratando de determinar si lo que van a hacer es bueno y justo; por
conducirse de esta manera, se consideran a sí mismos como buenos cristianos.

La Palabra de Dios dice: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). La
práctica que mencionamos anteriormente no es otra cosa que discernir entre el
bien y el mal; no es nada más que decidir hacer o no hacer ciertas cosas:
decidimos hacer lo bueno y rechazamos hacer lo malo. No obstante, esto es
ajeno a la vida cristiana. El cristianismo no tiene preceptos externos de lo que es
bueno y malo; no tiene normas establecidas. Aunque usted escoja lo bueno y
rechace lo malo, esto no tiene nada que ver con el cristianismo. Este tipo de
práctica pertenece al Antiguo Testamento, a la ley, a las religiones del mundo, a
las normas morales y a la ética humana, pero no al cristianismo.

EL CRISTIANISMO
SE BASA EN LA VIDA DIVINA

¿En qué consiste el cristianismo? Primeramente tiene que ver con la vida de
Dios, y no con el hecho de preguntarnos si algo es bueno o malo. La vida
cristiana consiste en consultar con la vida divina que está en nosotros cada vez
que vayamos a hacer algo. ¿Qué nos dice la nueva vida que Dios nos ha dado? Es
muy extraño que muchos sólo presten atención a una norma externa, la norma
de lo que es bueno y malo. Pero Dios no nos ha dado una norma externa. El
cristianismo no cuenta con otros Diez Mandamientos; no nos conduce a un
nuevo Sinaí ni nos da una nueva serie de reglas o preceptos de “harás esto” o “no
harás aquello”. La vida cristiana no nos exige que determinemos si lo que vamos
a hacer es bueno o malo. Antes bien, se trata de que en cualquier cosa que
vayamos a emprender, estemos atentos a la vida divina que está en nosotros, la
cual reacciona y nos habla interiormente. Si nos sentimos tranquilos en nuestro
interior, si sentimos que la vida de Dios está fluyendo internamente, si nos
sentimos firmes interiormente y percibimos la unción, entonces sabemos que
tenemos la aprobación de la vida divina. Muchas veces, cierta acción puede
parecer buena y loable ante los hombres, pero, contrario a lo que esperamos, la
vida en nuestro interior comienza a enfriarse y a retraerse.

Debemos recordar que la Palabra de Dios dice que la vida cristiana se basa en la
vida que reside en nuestro interior, y no en una norma externa que define lo que
es bueno o malo. Muchas personas mundanas, que aún no han sido salvas, viven
según la norma de vida más elevada que pueden alcanzar: el principio de
escoger entre lo bueno y lo malo. No obstante, si nosotros como cristianos
vivimos según este mismo principio, en nada nos diferenciamos de la gente del
mundo. Los cristianos y los incrédulos difieren en el sentido de que los
cristianos no se rigen por una norma ética ni por una ley externa. Lo que nos
preocupa no es la moralidad ni los conceptos del hombre. No tratamos de
determinar si algo es bueno o malo según el criterio y las opiniones humanas; en
lugar de ello, nos hacemos esta pregunta: “¿Qué dice al respecto la vida que
mora en mi interior?”. Si sentimos que la vida divina en nuestro interior se
fortalece y se activa, entonces podemos proceder; pero si percibimos que ésta se
enfría y se retrae, debemos detenernos. El principio por el cual nos regimos
opera dentro de nosotros, y no afuera. Éste es el único y verdadero principio por
el que debemos guiarnos; todo otro principio es falso. Quizás otros digan que es
correcto hacer ciertas cosas y tal vez yo también tenga el mismo parecer, pero
¿qué nos dice al respecto la vida en nuestro interior? Es posible que la vida
divina en nuestro interior no esté de acuerdo. Si aun así llevamos a cabo dicho
asunto, no recibiremos recompensa alguna, y si no lo hacemos, no debemos
sentirnos avergonzados, pues simplemente hemos dejado de acatar normas
externas a nosotros. Sólo podemos determinar que algo es correcto cuando el
Espíritu de Dios nos lo confirma en nuestro interior. Si sentimos que la vida
divina fluye en nuestro interior, sabemos que lo que vamos a hacer es correcto;
pero, si no tenemos este sentir, se trata de algo incorrecto. Lo que determina si
algo es bueno o malo, correcto o incorrecto, no es una norma externa a nosotros,
sino la vida que está en nuestro interior.

LA NORMA DE LA VIDA DIVINA


ES MAS ELEVADA QUE LA NORMA
DE PROCURAR HACER EL BIEN
Una vez que tengamos claro este asunto, nos daremos cuenta de que no sólo
debemos repudiar todo lo malo, sino también todo aquello que aparentemente
sea bueno; los cristianos sólo deben hacer lo que provenga de la vida divina. Así
que, podemos ver que existen cosas malas, cosas buenas y también cosas que
provienen de la vida divina. No estamos diciendo que los cristianos sólo deban
hacer lo bueno y todo lo que provenga de la vida divina, sino que ellos no deben
hacer cosas buenas ni malas. Dios dijo: “Mas del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.
Observemos que el bien y el mal se presentan aquí como un solo camino,
mientras que la vida se presenta como otro camino. Por consiguiente, los
cristianos no sólo deben rechazar el mal, sino que también deben rechazar el
bien, ya que existe una norma que está muy por encima de la norma del bien, a
saber: la norma de la vida divina.

Aunque ya he contado esta experiencia a muchos hermanos jóvenes, quisiera


contarla de nuevo. Cuando empecé a servir al Señor, procuraba diligentemente
evitar todo lo malo y hacer todo lo que fuera bueno. A los ojos de los hombres,
parecía gozar de un progreso espléndido en lo tocante a evitar el mal y hacer el
bien. Sin embargo, surgió un problema. Puesto que yo me había propuesto
hacer lo bueno y evitar lo malo, quería tener claro si algo era correcto o
incorrecto antes de actuar. En ese entonces servía con otro hermano que era dos
años mayor que yo, con quien siempre estaba en desacuerdo. Las diferencias
que había entre nosotros no tenían que ver con asuntos personales, sino con
asuntos relacionados con la obra, y nuestras discusiones eran públicas. Con
frecuencia me decía a mí mismo: “Lo que propone hacer ese hermano está mal;
si él insiste en hacerlo así, protestaré”. Sin embargo, no importa cuánto
protestara yo, él nunca accedía. Su único argumento consistía en que él era dos
años mayor que yo. Este era un hecho que no podía refutar; si bien no podía
refutar este argumento, interiormente seguía en desacuerdo. Le presenté mi
caso a una hermana anciana que tenía mucha experiencia en asuntos
espirituales, y le pedí que juzgara la situación. Le pregunté: “¿Quién tiene la
razón, él o yo?”. En lugar de contestar si era él o era yo quien tenía la razón, me
respondió mirándome fijamente a los ojos: “Debes hacer lo que él te diga”. Yo
quedé bastante insatisfecho con su respuesta y pensé: “Si yo tengo razón, ¿por
qué no puede reconocer ella que es así? Y si estoy equivocado, ¿por qué no me lo
dice? ¿Por qué me dice que haga lo que él dice?”. Así que le pedí que me diera
una explicación. Ella respondió: “Porque en el Señor, el menor debe someterse
al mayor”. Le dije: “Pero en el Señor, si el menor tiene la razón y el mayor está
equivocado, ¿debe el menor aún someterse al mayor?”. En aquel entonces yo era
estudiante de secundaria y, como no había aprendido nada en cuanto a la
disciplina, di rienda suelta a mi enojo. Ella simplemente sonrió y me dijo
nuevamente: “Es mejor que hagas lo que él dice”.
En otra ocasión, algunas personas querían ser bautizadas, y tres hermanos
estuvimos encargados de este servicio. Yo era el menor de los tres, luego seguía
el hermano que era dos años mayor que yo, y por último, el hermano Wu, que
era siete años mayor que el segundo. Entonces pensé: “Tú eres dos años mayor
que yo, y por eso siempre me ha tocado someterme a ti. Ahora quiero ver si te
someterás al hermano Wu, quien es mayor que tú”. Consideramos lo que
íbamos a hacer, pero él rehusó aceptar cualquier sugerencia que hiciera el
hermano Wu. En cada actividad que planeábamos, él insistía en que se hicieran
las cosas como él quería. Finalmente, nos dijo: “Ustedes dos déjenme las cosas a
mí; yo haré todo solo”. Así que pensé: “¿Qué clase de lógica es ésta? El insiste en
que siempre le obedezca por ser mayor que yo, pero no está dispuesto a
obedecer al que es mayor que él”. Inmediatamente acudí a aquella hermana y le
expliqué lo sucedido. Como no prestó atención a quién tenía razón y quién no,
me molesté, y entonces ella, poniéndose en pie, me preguntó: “¿Acaso no te has
dado cuenta en qué consiste la vida de Cristo? Estos últimos meses me has dicho
que tú tienes la razón y que tu hermano está equivocado. ¿Acaso no conoces el
significado de la cruz? A ti sólo te interesa saber quién está en lo correcto, pero
yo debo insistir en la vida de la cruz”. Yo había estado insistiendo solamente en
lo que era correcto o errado, pero no había visto lo que era la vida divina ni la
cruz. Así que ella me preguntó: “¿Crees tú que estás obrando correctamente al
hacer esto? ¿Piensas que has tenido la razón al hablar como lo has estado
haciendo? ¿Te parece bien venir a contarme todo esto? Conforme a la razón,
estás en lo correcto, pero quisiera saber cómo te sientes interiormente. ¿Cuál es
tu sentir interior?”. Tuve que admitir que aunque yo tenía la razón desde el
punto de vista humano, estaba equivocado desde la perspectiva de la vida
interior.

La norma de la vida cristiana emite su veredicto no sólo sobre lo malo, sino


también sobre lo que es bueno y correcto. Muchas cosas son buenas según el
criterio humano, pero la norma divina las declara incorrectas porque carecen de
la vida divina. En aquella ocasión, recibí esta luz por primera vez. Desde
entonces comencé a preguntarme si la vida que llevaba delante de Dios estaba
regida por el principio de la vida o por el principio de elegir entre lo bueno y lo
malo. Comencé a preguntarme: “¿Estoy haciendo esto simplemente porque es
correcto?”. La clave de todo lo que hemos venido diciendo es la siguiente:
aunque los demás digan que algo está bien y aunque nosotros mismos pensemos
que es correcto, debemos preguntarnos, ¿se hace más fuerte el sentir de la vida
del Señor en nosotros o se desvanece? Al comenzar a llevar a cabo dicha acción,
¿sentimos la unción o nos sentimos oprimidos? Mientras realizamos tal acción,
¿tenemos un sentir cada vez más definido de que estamos avanzando en la
debida dirección o hay algo que nos dice que nos estamos desviando?
Recuerden que la vida divina no actúa basándose en normas externas de lo que
es bueno o malo. Debemos tomar nuestras decisiones basándonos en el sentir
de vida o muerte que tengamos. Debemos prestar atención a si la vida divina
dentro de nosotros aumenta o disminuye. Ningún cristiano debe hacer algo
simplemente porque sea bueno y correcto. Debemos consultar con el Señor,
quien mora en nosotros. ¿Cuál es el sentir que El nos da? ¿Nos sentimos gozosos
interiormente al hacer aquello? ¿Tenemos el gozo y la paz que provienen del
Espíritu? Esto es lo que ha de determinar el rumbo que hemos de seguir en
nuestra senda espiritual.

Mientras estuve de visita en Honor Oak, un hermano que se hospedaba allí


conmigo criticaba constantemente todo lo que se hacía en ese lugar. El había
sido pastor y era un buen predicador, y sabía que Honor Oak tenía mucho que
ofrecer espiritualmente; sin embargo, estaba en desacuerdo con muchas cosas.
Cada vez que nos encontrábamos, me decía que el lugar de donde él venía era
mucho mejor que Honor Oak. Durante los dos o tres meses que estuvimos allí,
sus criticas sobrepasaron las de todos los demás. Un día se excedió y entonces le
pregunté: “Si le parece que Honor Oak no es un buen lugar, ¿no sería mejor que
se fuera? ¿Por qué sigue aquí?”. El, entonces, señalando su corazón, dijo: “La
razón yace aquí; mi corazón no quiere irse. Cada vez que me dispongo a
marcharme, pierdo la paz en mi corazón. En cierta ocasión me ausenté por dos
semanas, pero tuve que pedir que me permitieran regresar”. Le dije: “Hermano,
¿ha visto que hay dos líneas de conducta, una determinada por la vida y la otra
por lo que considera bueno o malo?”. El respondió: “He tratado de abandonar
este lugar ya tres veces, pero cada vez que intento irme, algo me lo impide
interiormente. Siento en mi interior que las cosas no se hacen bien aquí, pero
también siento que no es correcto que me vaya”. Dios le había mostrado que si
él había de recibir ayuda espiritual, tenía que quedarse en ese lugar para tener
un encuentro con Dios. Este caso nos permite ver que no se trata de lo que
nosotros podamos concebir como bueno o malo. Al contrario, Dios usa Su vida
para dirigir a Sus hijos.

LOS FACTORES EXTERNOS


NO DEBEN REGIR NUESTRAS DECISIONES

El más grave error que cometen los hijos de Dios es el de determinar si algo es
bueno o malo basándose en lo que ven. Muchas personas juzgan algo como
bueno o malo según la manera en que fueron criados o basándose en la
experiencia que han acumulado con los años y, por eso, no saben lo que es
verdaderamente bueno o malo. Recordemos que la vida cristiana se basa en la
vida divina que reside en nuestro interior. Muchas personas, al relacionarse con
Dios, solamente se guían por factores externos y, basándose en ellos,
determinan si algo está bien o mal. Sin embargo, ser guiados por la vida es algo
totalmente distinto. Sólo aquellos que viven por la vida divina saben lo que ésta
es.
Espero que todos podamos ver este asunto delante de Dios: ningún cristiano
debe intentar determinar si algo es bueno o malo independientemente de la vida
divina. Todo aquello que incremente la vida interior es correcto, y todo lo que la
haga disminuir es incorrecto. No debemos determinar si algo es bueno o malo
basándonos en normas externas.

Recuerdo haber ido a cierto lugar donde había un grupo de hermanos que
laboraba muy eficazmente. Dios verdaderamente los estaba usando. Si ustedes
me preguntaran si la obra que ellos realizaban era perfecta o no, yo respondería
que había muchas cosas que se podían mejorar. Un día, ellos me pidieron con
mucha humildad que les hiciera notar cualquier cosa que yo considerara
incorrecta, y entonces les hice algunas observaciones. En varias ocasiones me
pidieron que les ayudara de esta manera, pero no cambiaron nada. ¿Me molestó
esto? En absoluto. Sólo una persona insensata se molestaría, pero no alguien
que conoce a Dios. Yo sólo podía hacerles notar algunas cosas externas que
necesitaban mejorar, pero no podía ver lo que Dios estaba haciendo en su
interior. Yo no me atrevería a aconsejarle a Dios qué hacer en las vidas de ellos.

En otro lugar que visité, los hermanos no predicaban el evangelio. Ellos


comentaron este asunto conmigo y me preguntaron si yo pensaba que debían
hacerlo. Les respondí: “En términos doctrinales, ciertamente deberíamos
predicar el evangelio”. Ellos me informaron que estaban de acuerdo, pero que lo
sorprendente era que Dios no les había suministrado la vida para hacerlo.
Aquellos que conocen a Dios saben que lo único que pueden hacer es ponerse a
un lado y guardar silencio, ya que la senda que deben seguir es Su misma vida, y
no la senda de escoger entre lo bueno y lo malo. La diferencia entre estos dos
principios es enorme. Hermanos y hermanas, el contraste que vemos aquí es
muy marcado. A muchas personas sólo les interesa saber si lo que van a hacer es
bueno o malo. Pero nosotros no debemos actuar basándonos en si algo está bien
o mal. Lo único que debemos preguntarnos es si la vida divina que está en
nosotros crece o mengua. Esto es lo que debe llevarnos a determinar el camino
que debemos seguir. Todas nuestras decisiones debemos tomarlas según lo que
nos muestre nuestro corazón.

“A EL OID”

En el monte de la transfiguración estaban presentes Moisés, quien representaba


la norma moral externa, y Elías, quien representaba la norma humana externa
(Mt. 17:3). Todos sabemos que Moisés representa la ley y que Elías representa a
los profetas. Así que la norma de la ley estaba allí, y también la norma de los
profetas. En el Antiguo Testamento, la ley y los profetas fueron el medio que
Dios usó para hablar, pero aquí fueron silenciados por Dios. Dios le dijo a
Pedro: “Este es Mi Hijo, el Amado ... a El oíd” (v. 5). La norma que hoy rige la
vida cristiana ya no es la ley ni los profetas, sino Cristo mismo, el Cristo que
mora en nuestro interior. Por tanto, lo que importa no es si tenemos la razón o
no, sino que la vida divina nos dé o no su aprobación. A menudo, para nuestra
sorpresa, percibimos que la vida interior desaprueba lo que nosotros
aprobábamos. Cuando esto ocurre, no podemos seguir insistiendo en lo que a
nosotros nos parece bien.

LA VIDA DIVINA DEBE SER SATISFECHA

Recuerdo el caso de dos hermanos, ambos cristianos, que tenían un arrozal. Los
arrozales requieren mucha agua. El terreno de ellos estaba en una colina, y
había otros cultivos en un nivel más bajo. En el calor del día ellos acarreaban
agua para regar sus cultivos, y en la noche se iban a descansar. Una noche
mientras dormían, el vecino que tenía su campo contiguo al de ellos en la parte
baja, cavó una hoyo en el canal de irrigación de estos hermanos para que el agua
drenara a su campo. A la mañana siguiente, los hermanos vieron lo sucedido,
pero no dijeron nada. Nuevamente llenaron de agua sus canales de riego, y a la
mañana siguiente vieron que se había drenado otra vez el agua de su campo.
Aun así, no hubo ninguna protesta. Como eran cristianos, ellos pensaban que
debían sufrir el agravio en silencio. El ardid de los vecinos se repitió siete
noches consecutivas. Algunos les sugirieron que vigilaran su campo por la noche
para prender al ladrón y golpearlo. Ellos no respondieron una palabra al
respecto y simplemente siguieron soportando el agravio debido a que eran
cristianos.

Uno pensaría que un cristiano que permita ser ultrajado así sin pronunciar
queja alguna, debería estar rebosando de gozo, sintiéndose muy alegre y
victorioso, incluso después de haber acarreado el agua cada día para que más
tarde se la robaran. Lo extraño es que a pesar de haber acarreado el agua
durante el día y de haber guardado silencio mientras otros la robaban, estos dos
hermanos no tenían paz en su corazón. Así que fueron a presentar el caso a un
hermano que tenía experiencia en la obra del Señor, y le dijeron: “No
entendemos por qué no tenemos paz, aun después de haber estado sufriendo
este agravio durante siete u ocho días. Se supone que los cristianos deben
soportar el maltrato y permitir que otros les roben. Sin embargo, aún no
tenemos paz en nuestro corazón”. Este hermano, que tenía mucha experiencia,
les respondió: “La razón es que no han hecho todo lo que deben hacer, ni han
soportado todo lo que deben soportar. Deben regar primero los campos de la
persona que les ha hurtado el agua y después regar el de ustedes. Vayan a casa y
hagan esto, luego miren si su corazón halla reposo”. Ellos estuvieron de acuerdo
y se marcharon. Al día siguiente madrugaron más que de costumbre y, antes de
regar sus propios cultivos, abastecieron de agua el campo del vecino que les
quitaba el agua. Lo extraño fue que mientras acarreaban el agua para su vecino,
comenzaron a experimentar cada vez más gozo. Cuando comenzaron a traer el
agua para su propio campo, sus corazones estaban en perfecta paz. Ni siquiera
la posibilidad de que sus vecinos les siguieran robando el agua les quitaba la
paz. Después de ver esto por dos o tres días, el vecino que les había hurtado el
agua vino a ofrecer disculpas, y después añadió: “Si en esto consiste el
cristianismo, quiero saber más al respecto”.

Si solamente nos guiáramos por lo bueno y lo malo, lo correcto en este caso


sería perseverar. ¿Qué más se le podía pedir a alguien en semejantes
circunstancias? Estos hermanos habían pasado todo el día acarreando agua, y
no en un clima agradable sino bajo un intenso calor. No eran personas
educadas, sino simples campesinos. Habían hecho lo correcto al sufrir el
agravio. ¿Qué más podía uno pedirles que hicieran? Sin embargo, no tenían paz
en su interior. Este ejemplo nos muestra qué es el camino de la vida. Este es el
camino que debemos tomar. El camino de discernir entre lo bueno y lo malo es
un camino diferente. El hombre considera que basta con hacer lo bueno, pero
Dios nos dice que solamente la vida divina alcanza Su norma. Por lo tanto, no
debemos detenernos hasta que sintamos paz y gozo en nuestro interior. En esto
radica la diferencia entre ser guiados por la vida y ser guiados por lo que nos
parece bueno o malo. Pareciera que basta con hacer el bien y rechazar el mal,
pero Dios no está satisfecho si simplemente hacemos el bien. El exige que
satisfagamos la norma de la vida divina.

¿Qué nos enseña el sermón del monte en Mateo 5—7? Nos enseña que no es
suficiente hacer el bien. Debemos proceder de tal manera que satisfagamos las
exigencias de la vida que Dios nos ha dado. Este es el contenido de Mateo 5—7,
el sermón del monte. Este sermón no nos dice que todo estará bien siempre y
cuando hagamos lo que es correcto. Las personas se preguntan por qué tienen
que poner la otra mejilla cuando alguien los golpea. Se preguntan: “¿Acaso no es
suficiente quedarse callado cuando alguien lo golpea a uno? ¿No es maravilloso
que no reprendamos a quien nos abofetea y que contengamos nuestro enojo? No
obstante, Dios dice que no es suficiente agachar la cabeza y retirarnos cuando
alguien nos golpea, pues esto no satisface los requisitos de la vida que mora en
nuestro interior. Es preciso que también pongamos la otra mejilla al que nos
abofetea. Al hacer esto, demostramos que no guardamos ningún resentimiento
en nuestro corazón. Es debido a que no estamos enojados que podemos sufrir el
mismo agravio por segunda vez. La vida divina es humilde y perfectamente
capaz de poner la otra mejilla. Este es el camino que corresponde a la vida.

Muchos dicen que lo que Mateo 5—7 presenta es muy difícil de practicar.
Reconozco que es cierto. De hecho, es imposible cumplir lo que dice Mateo 5—7.
Si tratamos de hacerlo, moriremos en el intento, pues somos absolutamente
incapaces de cumplir esta palabra. Sin embargo, tenemos otra vida en nosotros
que nos dice que no estaremos satisfechos hasta que hagamos todo lo que dice
dicho pasaje. No importa cuánto nos haya ofendido cierto hermano o hermana,
a menos que nos arrodillemos y oremos por dicha persona, no tendremos gozo
interiormente. Es muy loable sufrir el agravio en silencio, pero si no
practicamos lo que enseña el sermón del monte, no tendremos gozo en nuestro
interior. El sermón del monte enseña que tenemos que satisfacer las exigencias
de la vida de Dios que está en nuestro interior. Cuando cumplimos dichas
exigencias, la vida divina queda satisfecha, liberada, en paz y llena de gozo. En
esto se resume todo el asunto: ¿andamos por el camino que corresponde a la
vida o por el camino que corresponde a lo correcto y lo incorrecto? Si leemos la
Palabra de Dios, veremos claramente que es erróneo tomar decisiones según el
principio del bien y del mal, o vivir y comportarnos según nuestra propia vida.

DEBE HABER PLENITUD DE VIDA


EN NUESTRO INTERIOR

A veces algún hermano actúa de manera insensata. Lo correcto, en dado caso,


sería exhortarlo o reprenderle severamente. Tal vez nos digamos a nosotros
mismos que él necesita una buena reprimenda, y luego nos preparemos para
confrontarlo. Después vamos a su casa y llamamos a la puerta, pero justo en ese
momento surge en nosotros la pregunta de si lo que vamos a hacer está bien o
mal. Es obvio que él actuó neciamente, ¿qué más podríamos hacer, si no
exhortarlo? Sin embargo, mientras nos disponemos a tocar a la puerta, algo
interiormente nos detiene. Aunque estamos seguros de tener la razón en lo que
habíamos pensado hacer, nos damos cuenta de que no se trata de lo que es
bueno o malo, sino de lo que la vida de Dios nos permite hacer. Es posible que al
exhortar a un hermano, él reciba nuestra exhortación cortésmente y prometa
hacer lo que Dios dice. Sin embargo, cuanto más hablamos con él y le
predicamos, más secos nos sentimos interiormente. Finalmente, al volver a
casa, ¡tenemos que admitir que nos equivocamos al exhortar a ese hermano! Por
consiguiente, no se trata del bien o del mal, sino de ser llenos interiormente de
la vida divina.

Quisiera darles otro ejemplo. Hace unos días, me encontré con un hermano que
estaba pasando por dificultades económicas y necesitaba ayuda. Pensé que
debía ayudarlo, ya que él no tenía posibilidad de recibir ayuda de ninguna parte.
En ese momento el dinero no me sobraba, así que me era un gran sacrificio
ayudarlo. De hecho, esto estaba muy por encima de mis limitaciones. Lo más
apropiado en este caso era ayudarle, así que debería sentirme gozoso de poder
darle algún dinero. Sin embargo, por alguna razón que no lograba explicar, me
sentí seco interiormente cuando le di el dinero. Una voz interna me dijo: “Lo
que acabas de hacer fue simplemente una obra de caridad. No has actuado
conforme a la vida divina, sino según tu caballerosidad humana y bondad
natural. No obraste basándote en la vida divina, sino en tu yo”. Dios no me
había dicho que hiciera aquello. Este asunto me turbó por dos o tres semanas.
Así, pues, aunque le di el dinero al hermano, al regresar a casa tuve que
humillarme delante del Señor, confesarle mi pecado y pedirle perdón.

NUESTRO VIVIR Y NUESTRAS ACCIONES DEBEN SER


DETERMINADAS
POR LA VIDA DIVINA

Hermanos y hermanas, mientras vivimos delante de Dios, nuestras acciones no


deben ser determinadas por el bien o el mal, sino por la vida que reside en
nuestro interior. Vale la pena hacer todo lo que esta vida nos pide que hagamos.
Cualquier acción que realicemos independientemente de la vida divina, por
buena que sea, nos traerá condenación. El cristiano no sólo debe arrepentirse
delante de Dios por los pecados que ha cometido; en muchas ocasiones deberá
también arrepentirse delante de Dios por sus buenas obras. El principio que
debe regir nuestro vivir no es el de discernir entre el bien y el mal. Tenemos que
acudir a Dios para poder discernir lo que proviene de la vida y lo que proviene
de la muerte. Si sentimos que la vida divina se activa dentro de nosotros y fluye,
entonces sabemos que estamos haciendo lo debido. Pero si ésta no se activa ni
sentimos la unción en nuestro interior, no nos debe importar lo correcto ni lo
incorrecto; más bien, debemos confesar nuestro pecado delante de Dios y
pedirle que nos perdone.

Pablo dijo que ni él mismo se examinaba a sí mismo, sino que Dios era su juez (1
Co. 4:3-4). Muchas personas no entienden este pasaje de 1 Corintios. En
realidad, la idea presentada aquí es muy sencilla, pero si no conocemos la vida
divina, es muy difícil entender estos versículos. Si nos regimos por la norma
externa del bien y del mal, es muy fácil juzgar si lo que vamos a hacer está bien o
mal. Puesto que Pablo no actuaba según dicha norma externa, lo único que
podía decir era: “Ni aun yo me examino a mí mismo. Porque no estoy consciente
de nada en contra mía, pero no por eso soy justificado; pero el que me examina
es el Señor”. El que nos examina ante el tribunal es el Señor, pero, además de
esto, tenemos la vida divina que nos guía interiormente. Por esta razón, Pablo
dijo en 2 Corintios 5:7: “Porque por fe andamos, no por vista”. Nosotros no
tomamos decisiones basándonos en una norma externa y visible, sino según la
dirección que el Señor nos da en nuestro interior.

Tenemos que aprender delante de Dios a no regirnos por la norma de lo bueno y


lo malo. No se trata de que esta norma sea mala; de hecho es buena, pero no es
lo suficientemente buena para un cristiano. La norma que rige a los cristianos
está muy por encima de la norma del bien y el mal. Por supuesto, es incorrecto
hacer lo malo, pero no siempre es correcto hacer lo bueno. Si actuamos según la
vida de Dios, El nos mostrará que Sus exigencias sobrepasan las de las leyes
humanas. Visto desde esta perspectiva, es más fácil vivir la vida cristiana. Cada
vez que busquemos a Dios y le pidamos que nos hable, la luz espontáneamente
resplandecerá en nuestro interior. Tengamos presente que nuestra regeneración
es un hecho. También es un hecho que Dios vive en nosotros por medio de
nuestro Señor Jesús. El Señor está expresándose continuamente desde nuestro
interior. Por consiguiente, esperamos que cada uno de nosotros pueda decirle a
Dios: “Concédeme Tu gracia para vivir según el árbol de vida, y no según el
árbol del conocimiento del bien y del mal. Quiero estar siempre atento a la vida
divina. En cada situación deseo preguntarme: ¿Cuál es el sentir que me
comunica Tu vida?”. Si éste es el principio que rige nuestro vivir, notaremos un
gran cambio en nuestra vida cristiana.

Muchos problemas surgen debido a que solamente nos guiamos por la norma
del bien y del mal. Muchos errores se cometen debido a que no somos
gobernados por la vida. Si procedemos según la norma de la vida divina, se
resolverán muchos problemas.

ORACION

Señor, estamos delante de Ti, suplicándote que nos hables una vez más.
Estamos vacíos interiormente y no podemos hacer nada. Sólo podemos pedirte
que Tu gracia abra nuestros ojos. Señor, cada vez que vayamos a decir algo o
estemos por tomar alguna decisión, haz que acudamos a Ti y consultemos
contigo si lo que vamos a hacer se basa en el bien y el mal o en el sentir que nos
da Tu vida. Señor, permítenos ver la diferencia entre lo espiritual y lo carnal.
Muéstranos la diferencia entre la luz que brilla interiormente y los
mandamientos externos. Señor, sálvanos de seguir el camino de la muerte.
Reconocemos que no debemos vivir regidos por lo que consideramos bueno o
malo. Haznos ver que discernir entre el bien y el mal no es otra cosa que pecado
y muerte, pues sólo los que viven en muerte actúan de esta manera. Los que
vivimos según la vida divina debemos ser guiados por esta vida. Permite que sea
la vida la que tome la iniciativa. Señor, te pedimos que nos muestres esto
claramente. Una vez más te suplicamos que Tu Palabra no sea hablada en vano.
Muéstranos la diferencia entre la vida y la ley. Bendice estas palabras. Ten
misericordia de nosotros y concédenos Tu gracia. Guíanos en este camino que
nos has mostrado. En el nombre del Señor Jesús. Amén.

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