Libro - Pierre Seel y Jean Le Bitoux - Pierre Seel - Deportado Homosexual
Libro - Pierre Seel y Jean Le Bitoux - Pierre Seel - Deportado Homosexual
Libro - Pierre Seel y Jean Le Bitoux - Pierre Seel - Deportado Homosexual
1 0
1 1
de 1 978 excluye Ia homosexualidad de Ia denostada l ey y
Ia orden aparece publ i cada en el BOE de 1 1 de enero de
1 979. Tras una i ntensa batalla y una ampl i a ol a de sol i
daridad oci al , el movi mi ento de gays y l esbi anas alcan
zo asi su primera gran victoria en Espana.
En I a actualidad quiza el mas grave fenomeno de per
secuci on y ej ecuci on de homosexuales no solamente sea
I a condena a pena de muerte por sodomi a que todavia
mantienen paises como Afganistan, Arabi a Saudita, Che
chenia, Emi ratos
A
rabes Unidos, Iran, Mauritani a, Pakis
tan, Sudan y Yemen. Segun el i nforme anual de I a Aso
ci aci on lnternaci onal de Lesbianas y Gays (ILGA) se han
registrado ejecuciones reci entes en Afganistan, Arabi a
Saudi e Iran. Los asesi natos de odi o por homofobi a, con
cruel sana, se suceden dia tras dia en America Latina. En
1 999 fueron 26 l as victimas en Mexi co y 1 30 en Brasil
durante el ano 2000. Ci fras aterradoras que jamas apare
cen en los i nformativos de nuestras televi si ones y que sa
l en a I a luz gracias al esforzado trabajo de l as respectivas
comi si ones de segui miento y documentaci on en ambos
paises. Mi mas admi rado reconoci miento a I a l abor del
periodista Arturo Diaz en Mexico, y del antropologo Lui z
Mott en Brasil, que con su arriesgada l abor se suman al
conci erto mundial de los Derechos Humanos para reivin
di car a las victimas de I a homofobi a. Esta es tambien Ia
fnalidad del l ibro que nos ocupa, recuperar Ia memoria
de ayer, de un pasado de represi on que ha de consolidar
las l i bertades hoy ganadas. Sin ani mo de vi cti mi smo,
pero con entera resolucion de apel ar a Ia justi cia y a Ia re
paraci on, Pi erre See! nos habla de una historia humana,
tan real y veridica como el derecho de amar conculcado,
I a obl igada doble vida y I a l iberaci on de I a verdad. A ve
ces I a musica de l os DJ o las manos tiernas de nuestras
pareja nos hacen sonar y creer que todo fe siempre igual.
Falso, del todo falso y aparente.
Jordi Petit
1 2
Capitulo 1
Una familia burguesa como las demas
Yo teni a di eci si ete afos y sabi a que me arriesgaba fre
cuentando aquel parque si tuado entre el i nstituto y l a
casa fami l l i ar. Nos reuni amos alii unos cuantos ami gos
despues de las clases. Para charlar entre nosotros. Y tam
bi en para esperar al desconoci do que supi era seducirnos.
Aquel di a, entre los brazos de un l adr6n, note como el
rel oj abandonaba mi mufeca. Grite, pero el ya habi a
hui do. Yo i gnoraba que ese i nci dente banal i ba a tras
tornar y ani qui l ar mi vi da.
Yo era un j oven el egante, a l a moda zazou. No
eramos muchos l os zazous en Mulhouse. Nos vestiamos
con mas refnami ento que i nsolenci a. Nuestras corbatas
sofsti cadas y nuestros chalecos con ribetes exigian mu
chas gesti ones. Para encontrarl os teni amos que frecuen
tar algunas ti endas muy concretas del centro de l a ci u
dad, como l a sucursal de l a Mode de Pari s, que reci bi a
de vez en cuando prendas de l a capi tal. Nuestros cabe
l l os teni an que ser muy l argos, estar pegados al craneo
con gomina a l o Ti no Rossi y despues juntarse a l a al
tura de l a nuca en ampl i as capas col ocadas una sobre
otra. Y muy pocos peluqueros seguian l as i nstrucci ones
como era debi do. Aquel l a moda era bastante rui nosa,
pero podi a permitirmel o. Por las cal l es de l a ci udad, l os
vi andantes nos seguian con l a mi rada, i ntrigados o re
probadores. Ser zazou tambi en si gni fi caba una sospe
chosa tendencia a l a coqueteria. Se trataba de asumi rl o.
1 3
1 4
1 5
1
6
1 8
1 9
20
2 1
Capitulo 2
Sch i rmeck-VorbrUch
Estabamos en 1 939, unos meses antes de Ia declaraci6n
de guerra con Alemania. AI otro lado del Rin, Hitler rei
naba como duefo y senor desde bacia ya seis afos.2 No
taba que en las conversaciones publicas Ia palabra judio
aparecia con mas frecuencia que antes, pronunciada in
tencionadamente y con gravedad. En las calles de Mul
house, los Cruces de Fuego desflaban con regularidad y
ostentaci6n, dedicandose despues a Ia violencia colecti
va. Aquellos dias, mis padres cerraban los postigos de Ia
pasteleria y ponian colchones en las ventanas para pro
tegerlas de los proyectiles.
Despues, se declar6 Ia guerra a Alemania. Mis her
manos fueron movilizados uno tras otro en las levas 34,
3 5, 3 7 y 39. Empez6 Ia guerra boba. Nuestro orgullo
era Ia linea Maginot. A los mas j6venes de Mulhouse les
encantaba coger sus bicis para acercarse a observar Ia
dejadez de los soldados. Estabamos convencidos de que
no podria haber enfrentamiento. Aunque Alsacia estaba
amenazada por Ia ambici6n y el deseo de revancha del
Reich, no asumia el peligro. El ruido de sables y las fan
farronadas de los oradores sobre Ia insolencia de Fran
cia, a Ia que habria que cargarse, no provocaban entre
nosotros mas que comentarios sarcasticos y divertidos.
Los caricaturistas se burlaban. Nuestros amigos judios se
inquietaban mas. Familias enteras empezaron a dejar
Alsacia para alejarse de Ia peligrosa proximidad del
2
3
2
4
26
27
28
29
3 1
al si ti o que se me cedi a. Era el peor: el agua rezumaba
del muro y acabo de hel arme. La acogi da del reci en l l e
gado al rincon menos hospitalario daba Ia medi da de I a
capaci dad de sol i daridad de l os hombres. Me deci a que,
vi cti mas de l as mi smas monstruosi dades, nada nos im
pedia crear tambi en I a excl usi on entre nosotros. No
consegui dormi r basta que no me derrumbe, agotado.
Vivi di eci ocho dias y di eci ocho noches en aquel es
paci o exiguo y en medi o de aquel l a cruel dad. Cada de
teni do teni a su drama particular. Nuestra comuni caci on
fue sumari a, porque rei naba I a desconfanza y cada uno
se replegaba en su i ncomuni cabl e sufri mi ento. La priva
ci on de l i bertad es una monstruosi dad cuyo unico equi
valente es I a tortura.
Uno de mi s hermanos vi no a verme a! l ocutorio. In
quieta por mi desapari ci on, a! di a siguiente de mi cita
cion habi a i do con mi padre para ver que sucedi a en Ia
Gestapo.8 Asi habi an sabido que estaba en l a carcel de I a
ci udad. El SS habi a aiadi do que, de todos modos, yo no
era mas que un Schwei nhund, i nfame i nsul to de I a
l engua al emana que fue perfectamente comprendi do. Y
fue asi , de Ia manera mas humi l l ante, como mi fami l i a
supo de mi homosexual i dad. Horribl e herida, tanto para
el l os como para mi. Por otra parte, mi hermano me ad
vi rti o que, como I a Gestapo teni a su propi a l ey, l os abo
gados consul tados no podi an i nterveni r. Estaba defni ti
vamente sol o.
AI amanecer del 1 3 de mayo de 1 941 me metieron
en un furgon de I a policia que cerraron con candado por
fuera. Estabamos alii una decena. El vehi cul o dej o el
centro y despues l os arrabal es de Mul house. lAdonde
i bamos? Mirando por l as ventanas, al gunos aseguraron
que estabamos en I a carretera de Bel for. Lo que hubie
ra si gni fcado el trasl ado a I a frontera y I a expul si on a
l a zona l i bre, es deci r, Ia sol uci on mas fel iz. Pero bubo
que rendi rse a I a evi denci a: de hecho, i bamos por I a ca
rretera del norte, en di recci on a Col mar y Estrasburgo o,
32
33
35
36
37
39
di as de
suerte, para
cocer al gim al i mento encontrado
por azar y
que nos
di strai a el hambre. En el barrac6n se
habi an
constitui do grupos segun l as diversas afnidades,
pol itica
s a veces, l o que ami noraba algo el aisl amiento y
Ia dureza de Ia coti di ani dad. Yo no formaba parte de
ni nguno de l os grupos de sol i daridad. Con mi cinta azul,
npi damente descifrada por mis compaferos de i nfortu
nio, no tenia nada que esperar de el l os : el delito sexual
es una carga adi ci onal en I a identidad carcel ari a. Lo
pude verifi car cuando, tiempo despues, visite una pri
si6n en Rwn. En el universo de los deteni dos yo era un
el emento compl etamente despreci abl e, una mi nuci a sin
alma, amenazada en todo momento con ser sacrifi cada
segun l as exi genci as al eatorias de nuestros guardianes.
AI fn de I a jornada, despues de nuestros sufri mien
tos fisi cos y psi qui cos, nos bundiamos en nuestros j er
gones, bambrientos y agotados. Cada barrac6n, i ni ci al
mente previsto para cuarenta y ci nco deteni dos, l l eg6 a
amontonar basta ciento cuarenta personas. Los catres de
madera tuvieron pri mero dos y despues tres pisos. Dis
puestos sobre l i stones, nuestros j ergones eran si mpl es
sacos de paja que producian una consi derabl e polvareda
que sufria el que dormi a debajo. Las pl azas mas altas y
mas cercanas a Ia estufa eran evi dentemente las mas co
diciadas. Frecuentemente, nuestros carceleros, buscando
eventuales escondites, l anzaban todo a tierra o i ncl uso
nos cambi aban de barrac6n si n ni nguna expl icaci6n. Y
cada vez volvia a empezar Ia batal l a por las camas. Era
violenta, porque nuestra situaci 6n baci a preciosas nues
tras escasas boras de suefo.
Tuve un ti empo debaj o de mi a un j oven que respi
raba muy fuerte por Ia nocbe y que era presa de fre
cuentes crisis de asma. La enfermeria le babi a provisto
de ci garri l l os de eucaliptos para aliviar su i nsufi ci enci a
respi ratoria, pero algunos deteni dos se l os babi an roba
do. No se atrevi 6 a quejarse y sus crisis nocturnas se
agravaron i mpi di endo dormir a mas detenidos. La desdi-
40
41
por ej empl o, de dos checos, si n duda una antigua pare
j a, que conseguian de vez en cuando intercambi ar unas
pal abras poni endose frente a una ventana de nuestro
barracon. Se poni an de espal das a los demas y vi gi l a
ban en el refejo del crista! si al guien les mi raba. 1 4 Pero
la promiscuidad y l as denunci as dej aban poco sitio para
cual qui er gesto de humani dad. Hubo al gun trafi co de
tabaco y col i l l as, pero ser sorprendido en posesion de ta
baco costaba veinti ci nco l atigazos y qui nce di as de ca
l abozo.
Intentabamos resistir a l a degradaci on a l a que se
nos someti a con una cruel dad excepci onal . Lo que nos
servia para l a hi gi ene se resumi a en un hi l i l l o de agua
hel ada en el exteri or de nuestro barracon. En el interi or,
l os parasitos habi an i nfestado l as camas. Los deteni dos
heridos por l os sufri mi entos y casti gos fisicos se haci an
vendas i mprovisadas que i nfectaban l as heri das. Pero
eso no i nteresaba a nadi e. 1 5 Solo l a vi ol enci a era un va
l or. Pegar era l a pri nci pal activi dad de los SS. Una vez
comenzaron unas represal i as que concernian al conjun
to del campo [ j tuvieron que parar en el cuarto barra
con, j adeantes y agotados !
Padeci rapi damente disenteria y reumati smos agu
dos en l as manos. La correa del rodi l l o compresor que
servia para nivelar l as aveni das del campo me produci a
vi ol entos dol ores de vientre ; en cuanto a mi s piernas, al
haberl as forzado demasiado, se l asti maron para siempre.
Me sucede aun que debo quedarme durante dias i nmo
vi l i zado en l a cama con l as pi ernas ensangrentadas.
Tambi en l a enfermeria me convocaba de vez en
cuando para proporcionarme algunos cuidados. El medi
co adjunto era muy amable conmigo. Era originario de l a
regi on y sin duda habi a sido reclutado a l a fuerza. En el
momento de tomarme l a tension, deslizaba discretamen
te en mi manga una pequefa tableta de chocol ate. Inten
te encontrarl e mas tarde, pero l os habitantes de su pue
blo no pudieron o no quisieron decirme nada. Quiza
-42-
deriv6 mas tarde a la col aboraci6n. 0 quiza su paso por
el campo fue juzgado como una infamia. Si tuvo probl e
mas tras l a liberaci 6n, l amento no haber podido testi fcar
sobre su amabilidad y sobre l os riesgos que asumi a por
permanecer humano en medio de tantas atroci dades.
Porque a su espalda, un SS vigilaba siempre.
Me aterrorizaba cada vez que los altavoces citaban
mi nombre, porque a veces era para practicar sobre mi
monstruosidades experimentales. 1 6 La mayor parte del
ti empo consistian en i nyecci ones muy dol orosas en l as
tetil las. Me acuerdo muy bi en de l as paredes bl ancas, de
l as batas bl ancas y de l as risas de l os enfermeros.
E
ra
mos una medi a docena, con el torso desnudo y al i nea
dos contra l a pared. Para real i zar sus i nyecci ones l es
gustaba l anzar sus j eringas en nuestra direcci 6n como
se l anzan dardos en l a feria. Un di a de sesi 6n de inyec
ci ones, mi infortunado vecino se derrumb6, perdiendo el
conoci miento. La jeringa l e habia alcanzado el coraz6n.
No l e volvimos a ver nunca.
Una de l as peores cosas coti di anas de l as que guar
do recuerdo es el hambre. Era cuidadosamente manteni
da por nuestros guardi anes y fue fuente de numerosas
pel eas. El hambre merodeaba y nos animal izaba, ha
ci endonos asumir consi derabl es riesgos. A veces, cuan
do estaba encargado de l a l i mpi eza de l as j aul as de l os
conej os, devoraba subrepticiamente algunas zanahorias.
Otras veces, en el curso del enesimo i nterrogatori o, el
ofi ci al SS nos acercaba una cuchara con mermel ada.
Bastaba que dij eramos l o que queria oi r y podri amos,
deci a, degustar esa deliciosa gol osi na. Recuerdo que, l i e
no de rabia y despecho al no poder veneer nuestra resis
tencia, hacia vol ar l a cuchara por l a habitaci 6n.
El hambre volvi6 l oco a al gunos de nosotros. Me
acuerdo de un detenido que estaba a menudo cerca de
l as l etri nas, consi stentes en al gunas pl anchas enci ma
de un aguj ero mal ol iente al que l os mas debil es se escu
rri an a veces.
E
l merodeaba si empre por alii, ya que era
43
44
que fue para mi el peor sufri mi ento, aunque paso en l as
pri meras semanas de mi internamiento en el campo.
Contribuy6 mas que cual qui er otra cosa a hacer de mi
una sombra obedi ente y si l enci osa como l as demas.
Un dia, l os altavoces nos convocaron a una sesi6n a
celebrar en la pl aza de l os recuentos. Gritos y l adridos hi
cieron que feramos todos rapidamente. Nos formaron y
nos pusieron frmes, vigil ados por l os SS como en el re
cuento de la mafana. El comandante del campo estaba
presente con todo su estado mayor. Yo imaginaba que nos
iba a reiterar su fe ciega en el Reich combinada con una
l ista de consignas, insul tos y amenazas, a i magen de l as
celebres vociferaciones de su gran jefe, Adol f Hitler. De
hecho, se trataba de una prueba mas penosa, de una con
dena a muerte. En el centro del cuadrado que formaba
mos condujeron, escoltado por dos SS, a un joven. Horro
rizado, reconoci a Jo, mi tierno amigo de dieciocho afos.
No l o habi a visto antes en el campo. lHabia llegado
antes o despues que yo? No nos habiamos visto en los
dias que habi an precedido a mi ci taci 6n por l a Gestapo.
Me petrifque de terror. Habi a rezado para que escapase
a sus redadas, a sus l istas, a sus humi l l aci ones. Y estaba
al i i , ante mis ojos i mpotentes que se anegaron de l agri
mas.
E
l no habi a, como yo, l l evado cartas pel igrosas,
arrancado carteles o frmado denuncias. Y, si n embargo,
habia sido deteni do e i ba a morir. Asi que l as l istas esta
ban compl etas. lQue l e habia pasado? lQue l e reprocha
ban esos monstruos? En mi dol or, no me entere en ab
soluto del conteni do de l a sentencia de muerte.
Despues, l os altavoces difundieron una vibrante mu
sica cl asica mi entras que l os SS l e desnudaban. Luego l e
col ocaron viol entamente en l a cabeza un cubo de hoj a
l ata. Azuzaron baci a el a l os feroces perros guardi anes
del campo, l os pastores al emanes, que l e mordieron pri
mero en el baj o vientre y en los muslos antes de devo
rarl e ante nuestros oj os. Sus gritos de dol or eran ampl i
fi cados y distorsi onados por el cubo dentro del que
45
segui a su
cabeza. Ri gido pero vacil ante, con l os oj os de
sorbit
ados por tanto horror y l as l agri mas corriendo por
mi s meji l l as, rogue fervientemente que perdiese el cono
ci miento con rapi dez.
Desde entonces, me sucede con frecuenci a que me
despi erto gritando por I a noche. Desde hace mas de ci n
cuenta aios esa escena pasa i ncansabl emente ante mi s
ojos. No olvidare jam as el barbaro asesi nato de mi am or.
Ante mis oj os, ante nuestros ojos, pues fui mos centena
res los testigos. lPor que todos se cal l an i ncluso hoy?
lHan muerto todos? Es verdad que estabamos entre los
mas jcvenes del campo y que ha pasado mucho tiempo,
pero pi enso que al gunos preferen cal l arse para si empre,
temi endo que se despi erten atroces recuerdos, como este
entre otros.
En cuanto a mi , despues de decadas de si l enci o, he
deci di do habl ar, testi fcar, acusar.
46
Capitul o 3
Di recci 6n Smol ensk
Noviembre de 1 941 . El ritmo i nfernal del campo, hecho
de jornadas repetitivas jal onadas con i ncesantes vej a
ci ones, se habi a instalado desde haci a mucho ti empo en
mi cuerpo y en mi cabeza. No pasaba nada si no era el
ci cl o de atroci dades tranqui l amente programadas por
l os SS. El otofo habi a sucedido al verano. El bosque de
nuestro al rededor tornasol aba. Mi rabamos al otro l ado
de l as al ambradas y l as torretas aquel l a natural eza os
tensibl emente tan bella y generosa. Me ocurria a menu
do, observando l as ci mas de l os Vosgos que comenzaban
a bl anquearse, que deseaba que al go ocurriera, no i m
porta que, aunque fuera l o peor, pero que cesara aquel
engranae y aquel envi l eci mi ento que me teni an entre
sus garras.
Como otros deteni dos, a veces miraba, cuando se di
si paban l as brumas matinales, una estatua de l a Virgen
sobre una de las torres al menadas del casti l l o del val l e,
en l a fal da de l a montana.
E
ramos vari os cuyas mi radas
convergi an en aquel l a di recci on. No deciamos nada,
pero se cual era nuestro uni co pensami ento, el uni co
que teni a aun al go de coherenci a: volver a casa, volver
a encontrar a l os que amabamos, l l egar a nuestra cama, a
nuestro cuarto. Volver a casa.
Un dia de novi embre de 1 941 , oi mi nombre por l os
altavoces. Seel Peter estaba convocado a l a Komman
datur. Unos di as antes, despues de haber rastri l l ado l a
47
grava de la entrada y de nuevo encargado de la l i mpie
za de l as conej eras, habia consegui do birl ar unas cuan
tas zanahorias desti nadas a l os conej os. ;Me habian vis
to y me habian denunci ado? Me jugaba l a horca. ;0 se
trataba de un nuevo i nterrogatori o? ;0 de nuevas i n
yecci ones? ;0 del trasl ado a otro campo? Como hace
ti empo que habi a perdi do l a i dea mi sma de cual qui er
ti po de resistenci a a sus deci si ones, fui baci a al i i con
aprensi on, pero tambi en con fatal i smo. En aquel i nfer
no, la esperanza se habi a convertido en una i dea abe
rrante.
Karl Buck estaba detnis de su escritori o. No parecia
especi al mente furi oso, todo l o mas, suspicaz. Contraria
mente a su costumbre, no grit6. El discurso fue ceremo
nioso y el tono grave. Por haber hecho observar por sus
esbi rros mi actitud en el campo, habia deci di do que mi
buena conducta me permitia dej arl o. Podia ser desde ese
momento un ci udadano aleman de pl eno derecho. Ten
dria i ncl uso el derecho a dej ar su despacho con el Hei l
Hitler reservado a l os hombres decentes del Rei ch. Fi r
mes del ante de el , si n dar credito a mi s oi dos, intentaba
adivinar l a trampa.
Una ultima formal i dad. Sobre su escritorio, ante mi ,
un documento verde con el agui l a al emana estampada
esperaba mi frma. Karl Buck prosigui 6 entonces, con un
tono mas amenazador: Entendamonos, si ti ene l a ten
tacion de decir cualquier cosa sobre l o que ha visto o ha
vivido en este campo, si decepci ona a l as autoridades
del Rei ch, evidentemente no tardara en volver a estar
entre al ambradas. Tranqui l a pero muy frmemente, me
exi gi a muti smo total . Yo estaba atonito ; no entendi a
nada. Pero obedeci y frme si n l eer. Buck cogi 6 el papel
y l o meti6 en su caj a fuerte.
;Que habia frmado? Esta pregunta me obsesi on6
mucho ti empo. Me aterroriz6 durante todo el ti empo en
el que fi ci udadano, y despues sol dado, al eman. Qui za
porque, en aquel momento, me acorde de l a historia de
48
Ia denunci a en I a comisaria de Mulbouse, dos afos an
tes ; al i i tambi en babi a frmado si n refexi onar, I o que
babi a si gni fcado el pri nci pi a de mi drama. Pero esta
vez, en el campo, no tenia otra sal i da que frmar. Era
una orden. Qui za esto era tambien una si ni estra farsa;
{i ban a dispararme en el momento en el que franquease
I a puera del campo?
Con el documento frmado, Karl Buck sigui6 si endo
el mi smo. La l oca esperanza de que I a proposi ci 6n fuera
bonesta me i nvadi 6 repenti namente como una boca
nada de ai re puro. Salude correctamente y me dirigi, se
gun sus 6rdenes, baci a el economato. Ali i me di eron
vesti menta civil. Abandone mi uni forme de deteni do, mi
gorro, mi cbaquet6n y mi pantal6n, usados y remenda
dos, y su terribl e ci nta de col or. Me dieron para que pu
di era coger un bil l ete de tren a Mul bouse. Despues, si n
volverme para l anzar una ul ti ma mi rada a mi s compa
ieros de i nfortuni o, me dirigi baci a Ia verj a de entrada.
Despavori do, I a franquee.
No me dispararon. En l as cal les de Scbi rmeck, I a ca
rretera de I a estaci 6n me pareci 6 i nmensamente l arga.
Rapado y esquel eti co, sentia I a mirada de Ia gente po
sarse en mi . Teni a di eci ocbo afos, pero no teni a edad.
Mi amor babi a muerto y l os nazi s babi an becbo de mi
un andrajo. Una bora antes, no l ej os de I a borca, aun es
taba baci endo gestos de automat a descerebrado en me
dio de los gritos, los perros, las metrall etas y las torres
de vigil anci a.
{Por que me babi an l iberado l os nazis? {Que i ban a
exi gi r abora de mi ? Todo era i ncreibl e. lY si deci di an
utilizarme como carne de cai6n? Me babi an di cbo que
teni a que presentarme cada manana en I a Gestapo de
Mulbouse: {con que fn? {Que era el documento que ba
bi a frmado? 1 9 {Mi compromi so de respetar el si l enci o?
{0 mi ci udadani a alemana?
AI dejar el tren en I a estaci 6n de Mulbouse, mi re es
tupi damente alrededor de mi como si mi fami l i a pudi ese
49
50
51
cai an sobre l os abetos nevados de l os Vosgos a l as pri
meras redes de resistencia.
Fuera del campo, l as noti ci as no eran menos al ar
mantes. Desde mi estanci a en Schi rmeck, l as l eyes de
Vichy habian prohi bi do l a masoneria, autorizado l a de
tendon e internamiento admi nistrativo de personal i da
des consideradas como pel igrosas y procl amado el es
tatuto de los judi os. El del fi n de Petai n, el al mi rante
Darl an, habia ordenado que se fchase a todas l as perso
nas reacias a l a col aboracion mi entras que, propaganda
obl iga, l as ceni zas del Aguilucho habi an vuel to al Pan
teon. Pero Gran Bretafa segui a resisti endo y l a resisten
ci a i nteri or se organi zaba. Por fin, Estados Unidos aca
baba de entrar en guerra, alarmado por l a extensi on del
conficto por su costa oeste, en el Pacifi co. El confi cto
europeo se habi a mundializado. De golpe, Alemania ne
cesitaba aumentar sus fuerzas. Imposible que nos dej a
ran tranquil os.
El 21 de marzo, el pri mer di a de l a pri mavera de
1 942, me l l ego una hoj a de ruta al emana. Un mi l itar en
cargado del recl utami ento l a l l evo al domi ci l i o de mi s
padres. Habi a i ngresado en el RAD, el Rei ch Arbeits
dienst. Aquel higubre documento, l o mismo que mi cita
cion a l a Gestapo di ez meses antes, no auguraba nada
bueno. El capul l o fami l i ar es muy fgi l frente a l a vi o
l enci a de l os estados.
Intente, como otros, sustraerme a aquel sufri mi ento
suplementari o. Habia oi do decir que se podia conseguir
comi endo, hasta estar muy enfermo, sardinas con trozos
de aspirina triturados. El resultado producia una espuma
blanca en l os labios y un aliento espantoso a los que ha
bia que afadir al gunos espasmos teatrales. Algunos l o
habi an consegui do. Yo fracase. No me creyeron.
Asi pues, l a guerra, a l os di eci ocho afos y medi o, y
con uni forme al eman. No me acuerdo de mi sal i da de
Mulhouse ; y de l os tres afos siguientes, durante l os que
atravese Europa de parte a parte, muchos detalles, luga-
52
53
54
55
56
57
58
59
60
6 1
mi r y comer, y otra vez en mi acuartel ami ento berlines,
continue avaro de confdencias. En todo caso, tras aquel
extrafo viaje no hubo entrevistas ni tuvo consecuencias
pnicticas. No obstante, Ia vuelta a a Ia i mperativa di ana
matinal fue ruda. Los gritos no habian cesado, compren
didos l os que se proferian al reci tar I a l ista de l as orde
nes y l as consignas di arias.
Una manana, a comienzos del verano del 43, pi die
ron voluntarios que supieran leer y escribi r. Por una vez,
no se por que, l evante el dedo. A pesar de que mi padre
me habi a repeti do : No te ofrezcas nunca, os escogen
para tareas a veces horribl es. Te mordenis l os pufos.
Una vez, en el frente croata, habi an pedi do sei s hombres
para i r a buscar el pan. Los vol untarios habi an sido nu
merosos, pues esperaban sisar algunos mendrugos. Vol
vieron vacil antes y pal i dos: l es habi an uti l i zado para
servi r de pel oton de ejecuci on. Mas tarde, aquel dia de
1 943, oi por los altavoces que los subofci al es convoca
ban a Seel Peter. Me acuerdo que l amente mi audacia
y, como de costumbre, me invadio el mi edo haci endome
tembl ar l as rodi l l as.
No fue un verdadero engafo. Fui trasl adado al
Reichsbank de Berl in para reci bi r una formaci on acele
rada y luego desti nado a una brigada que, en l os trenes
de sol dados de permiso entre Bel grado y Sal oni ca, cam
bi aba l os marcos al emanes en dracmas y a I a inversa a
Ia vuelta. El cambi o tenia una cotizacion ofci al que nos
servia de referenda. Yo contaba el di nero. En cada ter
mi nal i ba al Rei chsbank. El di nero recogi do se l l evaba
en una caja de madera cerrada con candado y dos mi l i
tares me acompafaban. Despues, l i bre durante unas ho
ras sin vigil anci a, envi aba postales escritas en frances a
mi s fami l i ares, a pesar de Ia prohi bi ci on de uti l i zar el
idioma. Al gunas pasaron l a censura. Recientemente he
encontrado algunas.
Como el afo anterior, pase el invierno en las monta
fas yugoslavas. Viaj e cuarenta y dos veces seguidas en
62
63
64
6
7
iQm i ba a ser de mi ? Para intentar sobrevivi r a I a
nueva situaci on teni a que cambi ar de nuevo de identi
dad. iQuien era? iAlsaci ano? iFrances? iAl eman? iEra
un trai dor? iDeportado? iPrisionero? iDesertor? Por el
momento era al guien que intentaba escapar a l as bal as
de un conficto en el que no tenia sitio. Como todo ani
mal acosado, no refexi one mucho. Instintivamente, me
qui te y queme el uni forme y I a documentacion al emana,
comprendi dos l os de mi compafero. Memori ce si mpl e
mente su nombre y su di recci on. lba mi vida en el l o. No
guarde mas que el rosario negro de mi madre y al gunas
fotos de mi fami l i a. Desde ese momento, si tenia que en
contrar a l os alemanes, seria un aleman que intentaba
escapar a I a ofensiva rusa. Si eran l os rusos, seria un
frances evadi do de un campo, un deportado errante por
I a l l anura pol aca. Tumbado en I a gran cama, baj o un
grueso edredon de pl umas, al ! ado del fuego morteci no
y desgranando distrai damente el rosari o que si empre
l l evaba al cuel l o, encontre un poco de sereni dad.
El suefo fue profundo. AI al ba, l as vacas mugi an
cada vez mas. Vi I a I eche gotear de sus ubres, pero no
soy de campo y no sabi a como ordefarl as ; ademas, tam
bi en temi a sus coces. En I a casa hab
i
a una maqui na de
coser con su cani l l a de acei te. Me pei ne del ante de un
espej o y unt e mi cabel l o con el I i qui do graso, recupe
rando ridiculos gestos de coqueteri a. Sonrei. Aquel l a l i
bertad salvaje me restituia algunos trozos de mi mi smo.
AI atardecer di una vuel ta por l os alrededores. El paisa
je, pobre y muy l l ano, era mas bien pantanoso, con abe
dules y matorrales de hel echos, todo bajo I a ni eve y el
fri o. Estudi e el mapa de I a regi on cl avado en I a pared,
en el que encontre I a casa y sus cami nos cercanos : un
puebl o no estaba I ejos. Paso una segunda noche sin pro
bl emas, pero no podi a quedarme al i i , dado que ya no te
ni a nada mas para comer. Me puse I a ropa ci vi l del
guarda forestal . Espere a I a noche siguiente para tomar
el cami no sefal ado en el mapa. Avance. Vi humaredas
68
de vi vi endas al fonda. Como haci a tanto frio eran todas
espesas.
En I a Iinde del puebl o distingui a l os centi nel as, ar
madas, en medi a de Ia carretera. Oi un grito : (Qui en
va?, en ruso. Respondi l o mas fuerte que pude : i Fran
sousci ! . Mi s temporadas en Yugosl avia me habian dado
algunas noci ones sabre l as l enguas esl avas. No dispara
ron, pero cuatro o ci nco me cayeron enci ma. No opuse
resistenci a. Me l l evaron a una casa cuya habi taci 6n
pri nci pal estaba i l umi nada por numerosas l amparas de
petr61 eo. En aquel l a reuni on donde todos l os hombres
pareci an estar ya muy bebi dos, reconoci sin probl emas
al ofi ci al , por sus botones y sus gal ones, su mejor pi nta
en medi a de . l os demas y un porte menos derrengado.
Todos me observaban intri gados y desconfados. Pare
clan dudar de mi naci onal i dad, Yo seguia teni endo el
cabello engomi nado con el aceite de l a maquina de co
ser. Uno grit6 : i Espi a! .
;Era yo un espia? El ofcial hi zo que me desnudara.
Me cogieron el reloj. El miedo me subi a del vientre. El ro
sario de mi madre en el cuello les l l am6 la atenci6n. Otro
grit6 : j Cat61ico ! . Los ortodoxos no tienen rosari o. Pude
volver a vestirme. Intentaron avanzar en su interrogato
rio col ectivo, pero no podi a responder sin traductor. Yo
deci a: i De Gaull e! i Stalin! j Comunista ! i Frances ! . Por
fn vino el gesto que esperaba: el ofcial me ofreci6 su
vasa. Estaba admitido entre el l os. Brindamos por Francia
y por Rusia. Tuve que heber su elixir. Era alga asi como
al cohol cortado con combustibl e de tanque, un horror
que me emborrach6 inmediatamente. Se sucedieron los
brindis, cada vez mas i ncomprensibles. A l a vista de mi
delgadez, habi an debi do concluir que me habia evadi do
de un campo: Trebl i nka, como otros, no estaba l eos.
Tuve derecho a un trozo de pan. Estaba fel i z: eran mi s l i
beradores. De repente, todo habi a cambi ado. La noche fue
menos si lenciosa que l as anteri ores, porque todos ronca
ban; tambi en es verdad que olian. Pero estaba bi en asi.
-
69
-
AI di a siguiente, I a tropa prosiguio cami no baci a el
oeste. Aquel l os hombres tambien gritaban sus ordenes,
pero de manera di ferente a l os alemanes. Yo no me se
paraba ni un metro del ofi ci al , buscando discretamente
su protecci on, dado que, aunque mi estrategia se hubie
ra revel ado eficaz, I a situacion segui a si endo muy fgil.
Es ci erto que me seguian dando comida con I a que casi
saciaba el hambre y de vez en cuando alguna bebida ca
l i ente, pero temia encontrarme de nuevo en medio de
aquel l os hombres borrachos que, si n reconocerme ya,
podrian faci l mente pegarme un tiro de fusil 0 de revol
ver. Estaba muy l ejos de estar salvado.
Llegaba I a pri mavera del afo 1 945. Progresabamos
de puebl o en puebl o. Pero, ante mi s oj os, l os pai saj es de
guerra se sucedi an y se pareci an: marcha forzada, cer
cos, detenci ones, ej ecuciones. Por Ia noche, Ia casa me
jor era para l os ofi ci al es. Atravesabamos Polonia y nos
acercabamos a I a frontera al emana.
Un di a, dos mujeres ofci ales se unieron a nosotros.
Ll evaban con el i as un equipo compl eto de radio. Habl a
ban un poco de frances. Eran cultivadas y me gustaba
charl ar con elias durante I a comi da de I a noche, cuando
I a tropa descansaba. Un di a me hi ci eron oi r una radio
francesa. Al i i me entere de una noticia que me conmo
vio : Francia habi a sido l iberada. Con gran contento por
mi parte, cosieron un pequefo banderin azul , bl anco y
roj o en mi chaqueton. La Al emani a nazi estaba si endo
derrotada y, excepto al gunas bol sas de resistencia, l os
rusos avanzaban rapidamente. La di eta habi a mejorado
cl aramente y por entonces comiamos bol l os, mermelada
y alcohol de cerezas. El alcohol corria a raudales. Duran
te todo el tiempo en el que vivi con el ejercito sovietico
creo no haber dej ado de estar nunca borracho. Por Ia tar
de, embriagado y mirando el cielo con los ojos apagados,
me poni a a sonar que, a salvo de tantos horrores, mis
problemas habian termi nado y mi vuelta a Alsacia esta
ba por fn proxima. Me equivocaba totalmente.
70
Llegamos a un pueblo grande cuyo nombre he olvi
dado hace mucho ti empo si es que alguna vez l o supe.
Estaba compuesto pri nci pal mente de grandes edi fci os
al ej ados unos de otros. De madrugada, me despertaron
unos gritos. Todo el mundo corria gritando de aqui para
al i a. Entendi a que un capitan fal taba en el recuento.
Dormi a en una casa del puebl o enfrente de I a mi a. Le
encontraron atravesado en I a cama, asesi nado, bafado
en su sangre.
Las cosas fueron entonces muy deprisa. La tropa
reunio a todos l os habitantes del puebl o en I a pl aza cen
tral . Los hombres fueron al i neados a l o l argo de I a tapia
del cementeri o, comprendidos algunos escasos prisione
ros con uniforme al eman. Si empre al l ado de mi ofi ci al ,
medio despi erto, asisti a un altercado que me concerni a.
Un ofci al de I a seguridad mi l i tar queri a que me uniese
a l os hombres marcados : era tan sospechoso como los
demas. Tras una agitada expl i caci on, mi ofi ci al debi o
obedecer y me encontre con I a espal da contra el muro
en medi o de aquellos hombres j ovenes y menos j ovenes.
Habi a escapado a I a tortura de I a Gestapo, al inter
namiento de Schi rmeck, a l os cuerpo a cuerpo de Croa
ci a, a l as bombas de Berlin y de Grecia, al ametral l a
mi ento de Smol ensk y a l as rafagas rusas durante mi
deserci on. ;Iba a acabar baj o l as bal as rusas, l as de l os
l i beradores de I a mitad de Europa, tan absurdamente?
;Iba a morir si n haber vuelto a ver a mis seres queridos
y a mi patria? Nadi e sabria que en una manana helada
de Polonia, en un fusi l ami ento de represal i as tras un
atentado inutil, habi a terminado mi vi da, una vida bam
bol eante entre dos confictos insensatos, en medio de los
desordenes de una historia que se habi a vuelto loca. Los
comunistas no eran mis enemigos, sino mis liberadores
de los nazis. ;Por que me iban a fusil ar?
;Qui en sabe que inspiracion repentina me paso por
I a cabeza? Me destaque de I a tapi a del cementerio con
tra I a que nos habi an empuj ado brutal mente, avance y
-7 1 -
entone L0 n |cln0C/ 0n0/. En el viento glacial del alba, mi
voz me pareci o poco segura. Pero enfrente, despues de
toda aquel l a agitaci on, se instalo un extrafo si l enci o,
cercano a I a estupefacci on. Despues se mani festo una
cierta desazon. Verosi mi l mente, el al cohol de I a vispera,
uni do a! dolor por I a perdida de su camarada, avivaban
su deseo de acabar y matar a l os rehenes, pero I a auda
ci a de aquel frances, con sus col ores naci onales en el
hombro, de aquel aliado ofi ci al , parecio hacerles vacilar
en su determi naci on. ;Podi a yo ser fusi l ado de manera
expeditiva como un vulgar rehen entre otros, mi entras
cantaba su hi mno sagrado?
Mientras que yo acababa, agotado, por tararear si m
pl emente eJ aire del celebre hi mno, del que sol o me Sa
bi a una estrofa, vi a dos ofci ales dar a I a vez I a orden a!
pel oton de ej ecuci on de que baj asen l as armas. Me hi
cieron sal i r de I a fil a. Corri haci a el l os, l oco de recono
ci miento e i ncapaz de contener mi emoci on.
El pel oton vol vi o a ponerse el arma en el hombro y
una decena de rehenes cayeron acribi l l ados. Los subof
ci al es se acercaron en seguida a l os que agoni zaban
para darles con su revolver el ti ro de graci a en I a nuca.
Despues, l os ofci al es rusos autori zaron a! resto de I a
tropa a coger de l os mueros el cal zado y I a ropa que
quisieran. Por ul ti mo, l as muj eres y l os ni fos fueron
autorizados a acercarse y pudi eron l l orar cerca de sus
hij os, de sus hermanos, de sus maridos o de sus padres.
En el cementeri o, I a tropa rusa se afanaba ya alrede
dor de un aguj ero para enterrar apresuradamente a su
ofci al , col ocado en una si mpl e pl ancha. Al gunos l l ora
ban. No me acuerdo si hici eron una salva de honor. Si n
embargo, me acuerdo muy bi en de que, tras haber esta
do tan cerca de I a muerte y con los nervios agarrotados,
yo tenia unas irrepri mi bl es y absurdas ganas de reir.
Al gunos di as mas tarde, despues de meses de vi da
en comun, nos separamos. Para l os rusos se trataba de
al canzar Berl i n l o mas rapi damente posi bl e para nego-
72
7
6
Hijo del embaj ador de Noruega en Paris, habi a si do de
portado con su fami l i a. A menudo nos bafabamos jun
tos y el mar Negro, tan salado, nos transportaba l argo
rato y sin esfuerzo. Vivia mal su bel l eza, que atrai a to
das l as mi radas. Buscaba a Di os y l o l l amaba al i i , en el
crepuscul o. LCrei a? Decia que era para el una referenda,
una sefal , una i mperi osa cita consigo mi smo cuando I a
desgracia I e visitaba.
Nos encontrabamos tambien todas l as tardes para
tener torpes di scusi ones, porque el habl aba mal el fran
ces. Comentabamos l os val ores de I a vi da y rehaci amos
muchas veces juntos I a escena de l os reencuentros con
nuestras fami l i as. Nos deci amos que despues de afos de
6rdenes recibidas en un universo cerrado donde todo es
taba arbitrari amente programado, i bamos a poder recu
perar Ia energia de nuestro l i bre albedrio, el compromi
so con nuestras responsabi l i dades y tantas situaci ones
que habi amos ol vi dado y que nos daban mi edo. Nues
tras conversaci ones estaban puntuadas por l argos silen
ci os. No he vuelto a encontrar nunca un muchacho de
una bel l eza tan nobl e.
El contrato de uprestamo-vi aje funci onaba desde
haci a afos. Desde I a ofensiva rusa, Gran Bretafa haci a
l l egar una ayuda materi al a l os rusos. Ese apoyo fue
ampl i ado a todos l os oponentes a l as potenci as del Ej e
y despues ofi ci al i zado por Estados Uni dos. En marzo de
1 941 se promul g6 una l ey i nspi rada por Roosevelt. AI
nivel del mar Negro en el verano de 1 945, todo eso se
traduci a en que haci a Odessa se encami naban viveres,
pero tambi en armas, aviones y pi ezas sueltas, ya que Ia
paz mundial no se habi a alcanzado todavia, los j apone
ses seguian resisti endo. A I a vuel ta, l os convoyes se l l e
vaban un conti ngen t e de pri si oneros ori gi nari os del
oeste de Europa. general Koeni g vi no a vi si tarnos,
mi entras que De Gaul l e, que teni a en el coraz6n nues
tro dol oroso y l argo exi l i o, fue reci bi do con gran pom
pa por Stal i n. Nosotros esperabamos nuestra repatri a-
77
ci on con una i mpaci enci a creciente. Pero l os embarques
se efectuaban con cuentagotas, los muel l es estaban
atestados y l as esperas eran intermi nabl es. Para que tu
vieramos paci enci a se nos obl i gaba a hacer exasperan
tes si mul aci ones de embarque con el cordon de identi
fcaci6n al cuel l o.
Despues, el prestamo-viaj e se acabo y nosotros se
guiamos al i i . Primero fue un rumor y despues una certi
dumbre. No habia barco para nosotros. Estaba aun mas
asustado porque en el campamento comenzaban a sur
gir el despecho y I a revuelta. Nos dij eron entonces que
i bamos a ser repatriados en seguida, pero en el otro sen
tido : en tren, por Rumani a, Al emani a, Holanda j Bel gi
ca. Mil kilometros de nuevo, y en el otro senti do.
Y eso es l o que paso. Recuerdo que en Hol anda nos
ofrecieron manzanas y en I a frontera francesa, en Bl anc
Misseron, un cuartil l o de vino tinto. Conforme nos acer
cabamos a nuestra queri da capital francesa l os controles
se iban haci endo mas severos. Nuevas detenci ones de
col aboraci onistas tuvieron Iugar ante nuestros ojos. De
nuevo, algunos murieron en esta travesi a.
Por fi n, Pari s. No habl are de mi emoci on cuando
pise el suelo pari si ense. El 7 de agosto de 1 945 nos en
viaron al i nstituto Mi chel et para l a actual i zaci on de
nuestra documentaci on y el establ eci mi ento de una f
cha medica. Tambi en me dieron una Carta de repatri ado.
Pude tel efonear a mi queri da madri na pari si en que me
creia ahogado en l os Dardanel os. Las autoridades me
permitieron pasar mi primera vel ada parisiense en su
casa. Llame a mi s padres, que tambi en me creian muer
to. Les dije que por fn no tardaria en reunirme con el l os
y estrecharles entre mis brazos.
De vuelta al di a siguiente al i nstituto Mi chel et me
i nformaron que parti a para Chal ons-sur- Saone, donde
habi a sido i nstalado un centro de control especial para
l os al sacianos y l oreneses con el fn de efectuar un ulti
mo recuento e identifcar a los ultimos col aboraci onistas
78
o a alemanes provistos de documentos falsos. Las auto
ridades de I a l i beraci 6n tenian efectivamente l istas i m
presi onantes de nombres y estrechaban de nuevo el cer
co alrededor de l os i nfltrados en l os ultimos convoyes.
Pero hacian falta secretari os para registrar tal marea
humana: entre otros, fui designado yo.
Desesperado, tomaba nota de l os que vol vi an a su
casa. Pero yo segui a estando al i i , padeci endo detras de
un escri tori o. Yo, que no aspi raba mas que a acabar
con aquel exi l i o de cuatro afos, conti nuaba enmohe
ci endome en aquel l a ofi ci na, tomando nota de l os res
catados con el rostro i l umi nado por sus pr6xi mos re
encuentros fami l i ares. Franci a era l ibre desde baci a un
afo. Todas l as tardes, desde el puesto mi l itar l l amaba a
mi s padres : j Ll ego, l l ego ! , l o que no l es tranqui l i zaba
nada : lPor que te reti enen? j No ti enen nada que re
procharte ! .
Volvi con l os ultimos a Alsaci a, por fn. En l a esta
ci6n de Mulhouse nos esperaba l a prensa. Respondi a
sus preguntas de manera muy l ac6ni ca, ya que, en mi
caso, no era cuesti 6n de deci rl o todo. Empezaba ya a
censurar mi s recuerdos y me di cuenta de que, a pesar
de mi s expectativas, a pesar de todo l o que habi a i magi
nado, de l a emoci 6n por el retorno tan esperado, l a ver
dadera l i beraci 6n era para l os demas.
79
Capitulo 4
Los aios de I a verguenza
Con i nmensa alegria pude por fn reencontrarme con mi
fami l i a. Despues de l os cuatro afos que se acaban de
l eer, festej amos mi vuelta al mi smo ti empo que mi vige
si mo segundo cumpl eafos ; pero yo volvia con el cuerpo
destrozado por tantas penurias y Ia cabeza devastada
por demasiados horrores.
Mi fami l i a tambi en habi a cambi ado, y cambi ado
mucho. Aparte del mayor, todos mi s hermanos habi an
vuelto ya de I a guerra y casi todos estaban casados.
Uno de el l os habi a estado en un hospital mi l itar al e
man. Habi a si do hecho pri si onero en I a batal l a de
Ami ens, en 1 940, durante I a ofensiva rel ampago de l os
al emanes, despues de haber si do seri amente heri do por
una bal a expl osi va. Se convi rti 6 en un inval i do de
guerra. Otro de mi s hermanos habi a teni do que donar
sangre varias veces en el hospital donde se encontraba,
en Renani a.
En cuanto a mi hermana, habi a partido en 1 942 con
el RAD de mujeres alsacianas, que si gui 6 al de l os hom
bres unos meses despues. Habi a trabaj ado en territorio
al eman, primero en una granja, ya que l os hombres es
taban movi l i zados, y despues en una fabri ca de piezas
de preci si on de donde I a l i beraron las fuerzas al i adas
durante su avance. Algunas de sus amigas habi an vivi
do durante meses en galerias subterraneas, al otro l ado
del Ri n. Durante mucho ti empo tuvi eron que l l evar ga-
8 1
fas, ya que, con l os oj os quemados, no podi an soportar
I a luminosidad del cielo.
La esposa de uno de mi s hermanos habi a si do dete
ni da, verosi mi l mente tras una del aci on, por haber ayu
dado a pasar los Vosgos a resistentes y avi adores al i a
dos. Fue encarcel ada en I a carcel de Mul house con su
padre y su hermano. Fue torturada y debio sufri r, entre
otros supl i ci os, el de I a baiera. Despues fue internada
durante seis meses en el campo de concentraci on de
Gaggenau, al otro ! ado del Ri n, basta que el pri mer ej er
cito frances I a li bero junto con el resto de deteni das.
Mi hermano mayor fue el ul ti mo en reunirse con no
sotros, dos semanas despues que yo. Era un musi co apa
si onado, organista y anti guo alumno de Albert Schweit
zer. En casa siempre habia soiado con crear con nosotros
un cuarteto. Prisi onero de guerra y encarcel ado en el
campo de Tambow, habi a organi zado una formaci on
musi cal . En resumen, mi l agrosamente, estabamos reuni
dos de nuevo.
Yo tambien, vuelto del i nfierno. Me habia faltado de
todo y soportado enormes supli ci os. Pero si bi en estaba
contento por haber reencontrado a mi fami l i a, que cele
bro I a vuelta del hermano pequeio rescatado de I a ma
tanza de Europa, un verdadero superviviente, estaba so
bre todo encantado por haber recuperado mi cama.
Hubiera querido dormi r di as, semanas y meses para po
ner entre mi s heri das y yo un gran vacio mental.
Volvi como un fantasma y como un fantasma se
gui a : no debi a todavi a haber torado conciencia de que
seguia vivo. Por I a noche me visitaban pesadi l l as y du
rante el di a practi caba el si l enci o. Queria olvidar todos
l os detalles y todos l os espantos de l os cuatro aios que
acababa de vivir. Estaba total mente exhausto por mis
multiples enfrentami entos con I a muerte y constataba
dol orosamente I a i mpotenci a que habi a sentido ante I a
muerte de l os otros. Una tristeza i nmensa se habi a apo
sentado en mi . Y no experimentaba ni ngun deseo.
82
83
86
co de sus hios que no se habia casado. Mi mayor dol or
-me deci a- es que te vas a quedar sol o con tu padre.
Pero no decia mas, y no me apremi aba a que me casara
a cualquier preci o.
Pasaron al gunas semanas. Di sponi a de muy poco
ti empo, entre mi trabao y l os cui dados que requeria el
estado de mi madre. Si n embargo, habi a conseguido or
ganizar una rel aci on con un joven de mi edad. Viviamos
en el mismo barri o, pero cada uno en casa de sus padres.
Nuestros encuentros eran regul ares, pero tenian que ser
muy discretos, no podi an apenas desarrol l arse y permi
tirme una verdadera fel i ci dad: aquel l a fgil i mprovisa
cion no podi a tomarse como proyecto de vida. Por otra
parte, a! cabo de al gunos meses, me anunci 6 que i ba a
casarse y que, por lo tanto, pronto tendri amos que dej ar
de frecuentarnos.
Mi madre fue I a unica de mi fami l i a que intent< en
vari as ocasiones que l e hiciera confdenci as para romper
mi silencio y aliviar mi tristeza. ;Que me habi an hecho
en Schi rmeck, por que volvi tan heri do, tan taciturno,
tan cambi ado? Pareci a que me arrastraba sin intentar
recuperar el gusto por I a vida. ;Por que no habl aba? Me
juraba que no diria nada a nadi e. Cada vez, yo volvia Ia
cara para ocultar l as l agri mas que me brotaban de l os
oj os y poni a l as manos del ante de I a boca para no sufrir
Ia tentaci on de responder a su i mpl oraci on.
Una noche, cuando acababa de apagar I a luz y de
desearl e l as buenas noches, acerc6 su mano a mi cama
y, desl i zando l os dedos entre mi s sabanas, me apreto el
hombro y me dij o: Pi erre, di me que paso. Qui ero saber
cuales fueron tus sufri mi entos. Sabes que no tengo para
mucho ti empo. Pi erre, no guardes ese secreto sol o para
ti , habl ame. Di me lo que te hi ci eron. Volvi a encender
I a luz en si l enci o. No se por que ni tampoco me acuer
do que pal abras uti l i ce, pero acabe por abandonarme a
Ia confdenci a. Lo que le dije, es lo que se ha l ei do aqui :
mi homosexual i dad, es a di ferenci a t an di fi ci l de vivir
87
88
89
9 1
al cal de. Emprendi entonces Ia tarea de borrar Ia homo
sexualidad de mi vida. lComo pude creer que l o conse
guiria? La experi enci a homosexual es i ndel ebl e y, mas
pronto o mas tarde, los que I a han conoci do, aunque
sol o sea una vez, vuelven a el l a.
Desde I a enfermedad de mi madre, las reuni ones fa
mi l i ares se habian desplazado a casa de mi s hermanos o
de sus suegros. Me poni an si empre al l ado de una joven,
bien fuera I a cufada de uno de mi s hermanos, I a amiga
de una de l as parej as o una compafera de tenis, l o que
me dej aba tanto mas i mperterrito cuanto que adivi naba
I a intenci on escondi da detras de tantas atenci ones. Em
pece a sonar en una vi da total mente di ferente. Tambi en
a desear que cesaran todas las mi radas intrigadas que
me espi aban al rededor de I a mesa o me seguian por Ia
call e.
Tuve ganas de fundar un hogar, de dar a mi vi da
una conti nuaci on honorable. Eso me permi ti a i maginar
una esperanza legiti ma: tener un di a hijos y mas tarde
ni etos. Asi, creo, tome I a extrafa deci si on de casarme.
Qui za l os ni fos sa bri an reconci l i arme con mi juventud
perdida y con Ia vida. Solo tenia veintiseis alos y, sin
embargo, me sentia muy viejo.
Tuve I a certi dumbre de que tenia que encontrar a mi
futura compafera l ej os de Mulhouse y de sus rumores
venenosos. Encontre Ia di recci on de una agencia matri
moni al en Paris. Escribi y envie mi foto y mis referen
cias. Deseaba encontrar una joven catolica, porque temia
un matri moni o mixto que hubi era compl i cado mas
aun I a situaci on. Fi nalmente, repetia l as mismas gestio
nes que habian hecho mi s padres para conocerse. AI
cabo de algun ti empo, con Ia foto de una bonita joven,
reci bi I a primera proposicion de cita.
Nos encontramos en Paris, en el cafe Notre-Dame, al
l ado de I a catedral . Llevaba un vel o, era bonita y me
gusto. En segui da me propuso presentarme a sus padres.
En I a comi da de presentaci on, en su casa de Sai nt-Ouen,
92
93
95
97
98
prosperar en mi profesi 6n, ya que en el mundo de I a
confecci 6n y I a moda hay muchos homosexuales. Un
di a, uno de ellos, di rector general de una celebre casa de
costura, me propuso un puesto muy i mportante a su
! ado. Dude : era evi dentemente una oferta i nesperada
que hubiera permi ti do vi vi r mejor a mi fami l i a. Tentado
de aceptar, decidi consultarlo con mi esposa. Ella recha
z6 I a propuesta. A pesar de I a innegable calidad profe
sional de aquel gran nombre de I a costura, su reputaci 6n
de homosexual l e desagradaba mucho. Nuestra di scu
si 6n fue muy corta. Resisti sin vi gor y l uego tuve mi edo,
porque senti que si no l e baci a caso y aceptaba el pues
to que me seducia, me arriesgaba a provocar una ruptu
ra. Ahora bi en, mi mayor temor era que no pudiese vol
ver a ver nunca a mi s hijos.
Se instaur6 una sensaci6n mas general de mal estar.
Paral izado por todas mis contradicciones, tenia Ia impre
si6n de que nuestro proyecto de fel icidad se nos escapaba
lentamente, se escurria poco a poco entre nuestros dedos.
El verano, en I a pl aya, miraba a nuestros tres hijos jugar
en I a arena, casi desengafado. Ni nguno tenia todavia
diez afos. A mi ! ado, mi mujer los vigilaba de lejos. Pare
cia haber renunciado a di rigirme Ia pal abra, como si un
reproche indecible abriese entre nosotros una distanci a
irremediable. Yo, bajo el sol de nuestras vacaciones, ni si
quiera podia ponerme en traje de bafo. Las secuelas de Ia
guerra y de I a deportaci6n en Schirmeck eran demasiado
visibles en mis piernas, en l as que l as venas habian esta
llado, como marcas vergonzantes que no me atrevia a ex
hibir: debia permanecer con pantal ones, como un viejo,
aunque no tenia todavia cuarenta afos.
Eran l os pri meros afos sesenta. Habia encontrado
un puesto de jefe de grupo en las Gal erias de Bl ois, don
de estabamos instal ados. Trabajo imiti l : en segui da me
trasl adaron a las Gal erias de Orleans donde me converti
en responsable de las compras del departamento de mer
ceri a. Volvieron l os trayectos cotidianos.
99
1 00
sagradabl e sensaci6n de vacui
dad. Est
abam
os
de vuelta
en Compi egne. En marzo de 1 968, br
us
cam
ente, m
e en
contre de
repente en el paro : Carre
four
aca
ba
ba d
e
comprar Ia red de grandes al macenes de mis patronos j
prol i feraron l as ol eadas de despi dos. Teni a cua
ren
ta j
ci nco afos, mis hijos di eci sei s y catorce y mi
hij a
once
afos.
Dos meses mas tarde, estallo mayo del 68. Como es
taba mas l i bre que los demas, fui delegado por l os pa
dres de alumnos para ir a Paris a ver que pasaba. Debi a
pasar despues por Toul ouse porque mi mujer habi a en
contrado al i i un trabaj o i mportante y me habi a pedi do
que me formara una opi ni on sobre I a vivi enda que l e
asi gnaban.
Llegue con mi coche del ante de l a Sorbona ocupada.
Me presente del ante del porti co. El sericio de orden,
desconfi ado, abrio l a guantera y registro el mal etero.
Luego di o orden de abrir el porti co. Entre asi en el patio
de l a Sorbona. Rei naba una atmosfera sobreexcitada.
Los anfteatros estaban atestados y grupos enteros dis
cutian en l as escal eras. Algunos dormian en las aulas y
otros haci an el amor si n pudor. Yo me deci a que si l a
pol i ci a entrase al asalto, aquel l o seri a una carniceria.
Encontre a uno de mi s sobri nos en el pabellon de los
maoistas. Mas tarde fue de l os que estuvieron muy afec
tados por I a muerte de Mao Zedong.
Rapi damente me i nqui ete : mi coche parecia haber
si do casi requi sado y no habi a posi bi li dad de volver a
sal i r. El telefono estaba cortado y no podi a l l amar a mi
esposa. Vivi asi tres di as con l os i nsurgentes en una
atmosfera de humo y de gases l acri mogenos. Tosi amos
mucho y muchas veces teni amos un pafuel o en l a boca.
Segui a l as discusi ones desde el anfiteatro. Estaba bi en
l ejos de comprender aquellos confusos debates ideologi
cos. Encontre a una juventud exaltada y generosa, apa
si onada por l a justicia y l a l i bertad, pero guardo tambien
el recuerdo de un i nmenso desorden, de un movimiento
1 01
ut6pi co
al borde de l a matanza. AI cuarto di a consegui
negociar mi sal i da.
Al ivi ado, tome el cami no de Toul ouse, donde pude
visitar nuestra futura vivi enda. Pero l os estudi antes de
provincias se habi an despertado despues que l os de Pa
ris y proseguian Ia agitaci 6n en las cal l es. El 1 2 de juni o
de 1 968, atrapado entre una barri cada y un cordon po
l i ci al , aparque en l a al ameda Jean-Jaures. AI sal i r del
coche sol o tuve ti empo para tirarme al suelo, porque l a
pol i ci a cargaba vi ol entamente. Me agarraron y me me
tieron en un coche celular que habi a conseguido escapar
de l os estudi antes armadas con cocteles Mol otov. Unas
horas mas tarde, i nterrogado si n ni ngun mi rami ento en
la comisaria, a causa de mi s cuarenta y cinco aios fui
un rato sospechoso de ser un agitador de Ia revue Ita ju
veni l . ;Que haci a en Toul ouse si era de Compi egne? A
pesar del enorme nervi osi smo de l os pol i ci as consegui,
si n embargo, hacer valer mi buena fe y fui l i berado sin
mas tropiezos.
Nos i nstal amos en Toul ouse, mi mujer, mis tres hijos
y yo, en 1 968. Graci as a l a nueva estabi l i dad geografi
ca, mi s hios consi gui eron termi nar sus estudi os secun
dari os y despues integrarse en prestigiosas escuelas,
como l a
E
col e Normale, de l a rue d' Ulm, para uno de mis
hijos. Pero l os diez aios que siguieron a nuestra i nstal a
cion en Toulouse fueron tambien l os de mi I ento decl ive
personal y l os de l a degradaci on de nuestra pareja. Creo
que l o que mas nos falto fue l a i nti ri dad.
Ya no era mi casa. Era l a casa de mi esposa. Habi a
aceptado un empl eo a jornada compl eta en l a Mai son
des Compagnons, rue des Pyrenees. Era madre de prac
ticas, l o que queria decir que se ocupaba con desvel o de
toda l a intendenci a de aquel austero caseron que alber
gaba a j ovenes que estaban aprendi endo un ofi ci o arte
sano de muy alto nivel . Mi entras l l evaban a cabo una
vuelta a Francia conforme su formaci on se perfecci ona
ba, l os compagnons trabaj aban duro. El l a debia asistir
- 1 0
2
-
a muchas reuni ones. Y de hecho, no era si qui era Ia casa
de mi esposa, era I a casa de l os compagnons : para l i e
gar a! apartamento de mi fami l i a, tenia que pasar por I a
pesada parte central del establ eci mi ento y recorrer i n
mensos pasi l l os. Todo el mundo podi a control ar nues
tras idas y veni das. Atravesaba lugares llenos de auste
ri dad y si l enci o. Me cruzaba con numerosos aprendices
que vivian al i i y que, el l os si, se sentian en su casa.
Mis uni cos i nstantes semanal es de evasi on eran l os
viernes por I a tarde, cuando i ba en coche a una gran su
perfi ci e para hacer l as compras de l as que mi mujer ha
bia hecho I a l ista y previsto el coste. Se ocupaba, efecti
vamente, de l as cuentas de I a casa. Aunque si empre
dedi cado a mi fami l i a, me sentia i nexorabl emente en si
tuaci 6n de dependenci a e i nferi ori dad. A I a vuel ta, pa
saba por un paseo de Toulouse conoci do por su ambi en
te homosexual. Aparcaba y, protegido por I a oscuridad,
solaba observando l as mani obras en I a sombra. Esa
vi da me estaba prohi bi da, pero Lque valia I a que me es
taba autorizada? lOue bal ance que no fuera agobi ante
podia hacer por entonces? Volvia a I a casa mas si lenci o
so que nunca. Se i ncubaba una depresi 6n. Se anunci aba
mi decadenci a.
Cada verano pasabamos en Al saci a unas semanas en
I a propi edad de mi s di funtos abuelos, pero para mi , el
entorno de l as montalas de l os Vosgos era opresivo.
Schi rmeck no estaba mas que a unos ki 1 6metros de al i i .
Paseaba i nsomne por l as noches, bajo l os arbol es y re
cuperaba l as i mpresi ones terribles del verano del 41 . En
1 973 mi esposa organi z6 una gran festa para cel ebrar
mi s ci ncuenta alos. Teni a que sonreir a todos en aque
l l a excepci onal fi esta fami l i ar, pero de repente tuve un
si ncope y tuvieron que acostarme. Hubo sonrisas azora
das y pal abras de ani mo. Pero mi secreto estaba si empre
al i i , y me devoraba silenciosamente como un cancer. To
davia me i ba a aferrar a el durante ocho alos.
A I a vuelta de Al saci a, me prescribieron cal mantes
1 0
3
de todo tipo, que tome como una droga i mperativa, pero
que no me hicieron mas efecto que el de darme trompi
cones permanentemente. Mi medi co sabi a escucharme y
me prodi gaba atentos cui dados ; i ncl uso se convirti 6 en
un ami go. Pero ni si qui era a el tenia el valor de revelar
le Ia verdadera raz6n de mi angusti a. Habl abamos con
frecuenci a de I a deportaci 6n, pero si n comentar l as ra
zones de I a mi a. Recuerdo que falt6 poco, pero un apu
ro reciproco nos embargaba. No mej or6 verdaderamen
te nada.
La di recci 6n parisiense de l os compagnons propu
so a mi muj er I a di recci 6n general de su casa de Toul ou
se, l o que i mpl i caba para el l a asi sti r a todas sus reuni o
nes y compari r con el l os al menos una comi da di ari a.
Inquieta por l as crecientes responsabi l i dades queiban a
comprometer aun mas nuestra vi da fami l i ar, me consul
to. Pero yo no estaba en condi ci ones de hacerme una
i dea. Se reuni 6 un consejo de fami l i a que rechaz6 una
ni memente I a propuesta. La val i a de mi muj er estaba
fuera de toda duda, pero esa oferta correspondi a mas al
perfl de una mujer soltera, una vi uda o Ia mujer de un
compagnon. Asumi 6 el resultado de I a consulta fami
l i ar, present6 su di mi si 6n y fund6 val i entemente un ho
gar de I a tercera edad en Col omi ers, cerca de Toul ouse.
Pero nuestro apartamento se encontraba de nuevo en un
establ eci miento que i mpedi a cual qui er i nti mi dad.
Ya no nos habl abamos apenas. El si l enci o no se
rompi a mas que para esteriles tormentas y crueles y tor
pes disputas en l as que ni uno ni otro l l egabamos a ha
cernos entender o a comprender el punto de vista de I a
otra parte. Interpretabamos el fi nal de una parej a. Yo no
haci a caso a nadi e, si n duda estaba i nsoportable y, ade
mas, ya no me i nformaban de nada. Por l as noches, en
I a mesa, drogado por mi s tranqui l i zantes, sol i a ser presa
de crisis de sol l ozos o me quedaba dormi do en I a si l l a,
en pl ena comi da. A mi pesar, acumul e todos l os si gnos
vi si bl es de un padre i ndi gno. Habi a perdi do I a esperan-
1 04
1 05
1 07
Capitulo 5
El testimonio doloroso
Una semana despues del acceso de Franois Mitterrand a
la presidencia de la Republ i ca, el 27 de mayo de 1 98 1 , se
organizo un debate en Toulouse, en l a libreria Les Ombres
bl anches, en l a rue Gambetta. El debate trataba principal
mente de la deportacion de los homosexuales por los na
zis. No se como me informe de l a convocatoria. En cual
quier caso, fi a la pequefa sala de debates, en el sotano.
Me sente al fondo ; asi, a l a menor mani festacion de an
gustia podria huir tranquil amente. Teni a ci ncuenta y
ocho afos, trabaj aba desde enero de 1 969 empleado en
una compafia de seguros e intentaba una ulti ma reconci
liacion con mi esposa. No queria signifcarme demasiado.
Jean-Pi erre Joecker, el di rector y fundador de l a re
vista homosexual Masques, y su col aborador Jean-Ma
rie Combettes presentaban el l i bro de su nueva editorial :
Les Hommes au triangle rose, el di ario de un deportado
homosexual austri aco, victi ma tambien de l os nazis. 32
Extractos de ese testi moni o, ya edi tado en Al emani a,
habi an apareci do dos afos antes en el pri mer numero
del mensual Gai Pied.
Jean-Pi erre Joecker presento pri mero la revista y
despues el l i bro. Describi o la deportaci on de l os homo
sexual es y l eyo al gunas pagi nas del documento. Yo te
ni a escalofri os. Haci a cuarenta afos que no habi a oido
l o que oi a al i i . Encontre equival enci as en l a situaci on,
en l a descri pci on del mi smo dol or y de las mi smas bru-
1 09
talidades. Mi memori a an
qui l osada se reconstitui a a fa
ses. Pero todos pareci an ignorar que cosas parecidas ha
bi an ocurrido en Franci a. Teni a ganas de gritar desde el
fondo de l a sal a: i Yo tambi en he vivido cosas i denti
cas ! . Pero no era cuesti 6n de hacerl o, todavia mantenia
mi anoni mato.
Escuche l a conferenci a hasta su epi l ogo. Despues,
numerosas personas se rezagaron al rededor de l os ora
dores para l as di scusi ones mas personales. Espere mi
turno en si l enci o. Teni a prisa por habl arl es. Le dij e a
Jean-Pi erre Joecker:
-Senor, l o que ha cortado aqui yo l o he vivi do.
Se sobresalt6 :
-;En el mi smo campo?
-No, en Franci a. En el campo al saci ano de Schi r-
meck.
-i Pero si l l evamos mucho ti empo buscando un testi
go superviviente de l a deportaci 6n homosexual en Alsa
ci a y no hemos encontrado a nadi e nunca !
-Atenci 6n, seamos cl aros. Trabao y qui ero mante-
ner el anoni mato.
-No l e voy a soltar.
-Pero si podemos habl ar.
-Es preciso testi fcar. An6ni mamente, si usted quie-
re, no es un probl ema. Lo esenci al es deci rl o. Usted
guarda un secreto muy pesado y que conci erne tambi en
a muchos desapareci dos.
Teni a l a i mpresi 6n de ahogarme en aquel l a cueva,
pero, al mismo ti empo, me decia con una vi ol enci a in
crei bl e : i Ya esta, ya he sal i do ! . Luego nos intercam
bi amos nuestras di recci ones y concertamos una ci ta
para el di a siguiente, despues de mi trabaj o en el bar Le
Crista! , en el bul evar de Strasbourg.
AI dia siguiente fui mos puntuales a la cita. Por pri
mera vez desde hacia mas de treinta afos, desde que mi
madre estaba moribunda, me sorprendi pudi erdo hablar.
Sus preguntas reavivaban mi memori a. Habl aba l enta-
1 1
0
1 1 2
1 1 5
J udo. I
gnoro de que esta hecha esta devoci on respetuo
sa, pero canal i za mi angustia j protege mi i ntegri dad,
mi identidad.
Tras un paso fugaz por el PC, comprendi pronto que
se estaba organi zando un discurso pol itico alrededor de
l os excluidos j l as mi norias. La asoci aci on SOS Racismo
me gusto. Me i nforme e i ba a sus reuni ones. Uno de sus
fundadores en Toul ouse era el nieto de un celebre resis
tente de I a ci udad. Me gustaba esa juventud rebel de que
no soportaba el desprecio a l as mi norias, no se satisfa
cia con I a vida en barri adas sordi das j no cedia a I a ten
taci on de I a droga que merodeaba tan l adi namente.
Un dia de reuni on en I a sala de SOS Racismo acabe
por l evantarme j contar mi experi enci a del nazi smo j
mi deportaci on por homosexual i dad. Tambi en hi ce no
tar I a i ngratitud de I a historia, que borra l o que ofci al
mente no l e conviene. Emoci onado j agotado, vol vi a
sentarme. Todos me apl audi eron. Deci di eron hacer un
viaje a Alsacia. Fue programado y fnanci ado por el par
ti do soci al ista de Haute-Garonne.
El viaje, de Toul ouse a Al saci a, tuvo I ugar el 9 de
abril de 1 989. Fui mos albergados en el casti l l o de Sel es
tat, transformado en vasto espaci o de acogi da de j ove
nes, en medi o de un parque profunda y magnifi co. Fui
mos reci bi dos con un aperitivo de bienveni da en el
ayuntami ento de Estrasburgo y pude dar mi dossier a I a
alcaldesa. Luego visitamos el Parl amento Europeo, don
de l os europarl amentarios nos expl i caron l as mi si ones y
el funci onami ento de su hemi ci cl o. Por ulti mo, a unas
decenas de kil ometros a! oeste de Estrasburgo, visitamos
l os campos al saci anos bajo I a ocupaci on nazi, l os de
Schirmeck y Strthof.
En Schi rmeck, el 1 1 de abril de 1 989, no pude con
tar casi nada : ya no hay ni barracones, ni al ambradas,
ni torretas, ni horca. Todo ha si do destrui do. En I ugar
del campo de concentraci on, hermosos chalecitos fori
dos, fel ices resultados de una concentraci on parcelari a
1 1 6
muni ci pal , ocupan el terreno. En ni nguno de el l os po
dri a nunca pegar ojo. No subsiste mas que el portico de
entrada al campo, en hierro forj ado, que decora ahora
la entrada de la al cal di a. A su l ado, una pl aca recuerda
el hol ocausto nazi. A l a sal i da de l a estaci on, un monu
mento que muestra a un deteni do atrapado por un perro
a la llegada de un convoy ha si do erigido para refrescar
l a memori a de l os que l a han perdido.
La reali dad de lo que paso en aquel lugar ha sido hi
pocritamente transformada en una pl aca y una escultu
ra si mbol i cas, mi entras que el recuerdo de aquel espacio
cerrado nos atormenta todavia. En cuanto a l a sal a de
festas, aquel pastiche de opera donde Karl Buck voci
feraba sus discursos grandilocuentes y llenos de odi o, ha
sido destrui da recientemente. ;Por que? Hubiera debi do
tambi en ser conservada para l a memori a, porque ni ngu
no de l os que oyeron aquel l a voz pueden haber olvida
do l a sal a donde aquello se producia, justo encima de las
camaras de tortura. ;Y quien se indigna hoy porque Karl
Buck, que huyo en su todo-terreno negro ante el avance
de Lecl erc, haya podi do, tras algunos procesos chapuce
ros, termi nar su vi da con veintidos afos de apacible re
tiro en su lujosa propiedad de Rudesberg, cerca de Stutt
gart, donde murio en juni o de 1 977 a l a edad de ochenta
afos?
En el campo de Struthof, cuyo responsable fue juz
gado en el proceso de Nuremberg, l as cosas estan mejor
conservadas. Queda un espacio que permite el recogi
miento : algunos barracones, una exposi ci on y el homo
crematoria cuya chimenea enrojeci a hace mucho tiempo
las noches del val l e, en l os dias de matanza. Pero a al
gunos de los que i ntentan con regularidad i ncendi ar l os
barracones de madera les gustari a borrar l a historia.
Dos muj eres me ayudaron a cruzar el umbral del
campo de Struthof. No aprecie su gesto sol icito, pero re
conozco que si no me hubieran sosteni do, seguramente
habria cai do. Cuando recobre el ani mo, pregunte a un
1 1
7
guarda si l os tri angul os rosas pasaron por el campo.
Me respondi 6 que si . 3 5 Yo, a algunos ki l 6metros de al i i ,
l l evaba una ci nta azul , pero l a raz6n era la mi sma.
Algunas personas de nuestra expedici6n se sintieron
mal durante l a visita. Es ci erto que de esos lugares ema
na, a pesar de su sobri o di dacti smo, una sensaci 6n de
horror, algo i nsosteni bl e. Un odi o obstinado, estructura
do, ci entifi camente regl amentado, de l os senores baci a
l os mas debi l es j l os di ferentes a el l os. Del ante del
homo crematori o, uno de nosotros perdi 6 el conoci
mi ento. Yo pise de nuevo un si ti o que conoci a por haber
contribui do a construi rl o cuando, pri si onero de l os na
zi s, me codeaba con l os muertos, l os torturados j l os
hambrientos.
El reconoci miento es todavia timido j poco ofi ci al .
Mi dossi er si gue en punto muerto en el Mi nisterio de
Antiguos Combatientes j Victimas de Guerra. En cuan
to al hecho general de I a deportaci 6n de l os homose
xual es, todavia es vi gorosamente i mpugnado : l as aso
ci aci ones que desde hace algunos afos quieren honrar a
sus muertos durante Ia Jomada Mundi al de Ia Deporta
ci6n son si empre rechazadas por el cortej o ofi ci al . In
cluso estal l aron graves i nci dentes en muchas ci udades
en 1 989, con ocasi6n de I a jomada mundi al que honra
ba a todas las victimas de I a barbarie nazi .
En Besam;on, entre l os que asisti an a I a ceremoni a
bubo qui en grit6 : i Los maricones al homo ! i Teni an que
volver a abrir los homos j meterl os dentro ! . La ofren
da de fores a l os deportados homosexuales fue pisotea
da, l o que provoc6 I a i ndi gnaci 6n de numerosas perso
nal i dades. 36 En Paris, el monumento a I a deportaci 6n, en
el presbiterio de I a catedral de Notre-Dame, en el extre
mo de Ia
h
e de Ia Cite, fue, a peti ci 6n del reverendo pa
dre Riquet j para evitar homenaj es i ndeseables, rodeado
de una verj a: I a delegaci 6n homosexual no esta actual
mente autorizada a depositar su ramo mas que despues
de I a ceremoni a ofi ci al . En Lille, en 1 992, el vicepresi-
1 1
8
1 1
9
otros deportados, i nmediatamente despues de Ia Libera
ci 6n? Sol o tengo desde hace dos afos un documento
que me hizo llegar el Mi nisterio de Justicia y que prueba
mi trasl ado de I a carcel de Mulhouse a! campo de Schir
meck. Pero para el l os es insufci ente.
En I a ultima carta que he reci bi do del Mi nisterio de
Antiguos Combati entes y Victimas de Guerra, fechada el
23 juni o de 1 993, el di rector del gabi nete, aun subra
yando de que I a comi si 6n ad hoc no se pl antea un re
chazo defnitivo a mi sol icitud de formar parte de l os
deteni dos pol iti cos, me invita a comuni car a sus servi
cios los testimoni os de dos testigos ocul ares que con
frmen que mi estanci a en Schirmeck duro a! menos no
venta di as. Si no, el estatuto de deporado pol iti co, el
que fue otorgado al resto de victimas de l os nazis, no me
puede ser adjudi cado.
i Asombrosa burocraci a ! Asi que, ci ncuenta afos
despues, alguien en una cal l e de Toulouse interrumpira
una tarde mi paseo desol ado y exclamara : i Pero si te
reconozco, estuviste en Schirmeck conmigo ! . iCon qui en
contactar? Respetuoso con esa exi genci a, envie cente
nares de caras a todos l os muni ci pi os del Baj o Ri n y re
dacte pequefos anunci os para Ia prensa l ocal alsaci ana.
iOue otra cosa podia hacer? iHan ol vi dado que con
nuestra ropa de deteni dos, con nuestro craneo rapado y
nuestros ai res famel i cos nos pareci amos todos y ademas
nos estaba prohi bi do comunicarnos? iHan olvidado que
I a mayor parte de l os archivos de Schi rmeck ardi6 du
rante el avance de I a 2. DB de Lecl erc y que l os de Ia
Gestapo de Estrasburgo volvieron a pasar el Ri n pocos
meses despues de I a l iberaci6n y son i nencontrables? i Y
a pesar de todo eso, tendria que encontrar a dos perso
nas que subitamente me reconoci eran ci ncuenta afos
despues !
Esa exigencia admi nistrativa, que es Ia de Ia l ey, pa
rece sacada de una novela de Kafa. Si n duda, debo aca
tarl a. Los testi moni os que han redactado mis hermanos
1 20
1 26
1 27
1 28
1 30
obra de Hei nri ch Hi mml er, que se sui ci d6 en 1 945 d u rante Ia deba
cl e nazi . El mi s mo decl a raba : Los que practi ca n Ia homosexual i dad
pri va n a Al ema n i a de l os h ij os q u e l e deben ( di scu rso del 26 de
enero de 1 938) . No ten i a mas que u n a obsesi 6n, l a sa ngre pura y su
feraz reprod ucci 6n. aTengo I a i ntenci 6n de busca r I a sa ngre ger ma
na en el mundo entero. Cogeremos a todo aquel que sea de buena
sa n gre ( . . . ) . l n c l uso robar emos sus h ij os y l os traeremos con noso
tros. ( Di scu rsos del 8 de novi embre de 1 938 y del 4 de octubre de
1 943. Ci tados por J ean Boi sson, op. ci t. ) .
26. Ci en mi l n i ios rubi os pol acos, seg u n l as esti maci ones del
gobi er no del pa i s, fu eron secuestrados por l os nazi s, i nforma ba e l
di ari o Zicie Warozawy de Va rsovi a e l 1 1 de j u n i o de 1 948.
27. Fue pa rti cul a r mente chocante pa ra mi el constata r que a
mi vuel ta de l os ca mpos, se me consi der6 como a u n cri mi n a l y, es
mas, un cri mi n a l de I a peor especi e: un mari ca. Nu nca me ocupe de
obtener una i ndemn i zaci 6n. Pa ra nosotros, ma ri cas, no habi a, a u n
que hubi esemos s i d o envi ados a l ca mpo de concentraci 6n s i n orden
de a rresto j udi ci al . Es una vi ol aci 6n del derecho, una conducta i n
d i g n a de u n Estad o consti tu ci ona l , a pa rta r s i n j usti fi caci 6n a u n
hombre de s u trabaj o, s u fa mi l i a y s u s re l aci ones, encarcel ar l o y
despues no permi t i rl e recupera r cua l qu i e r derecho, q u i tar l e e l de
ser escuchado y el de defenderse (testi moni o en Bent, p. 1 46).
28. uSe comprende que l os pocos homosexua l es que tuvi eron
I a suerte de esca pa r a I a demenci a vol u ntari a y asesi na de l os nazi s
haya n quedado desga rrados en el fondo de si mi smos una vez recu
peraron I a l i bertad, ya que era una l i bertad que ya no ten i a del todo
I a mi sma a mp l i tud que a ntes, puesto que conti nua ron pa ra si empre
presos de su ca l va ri a (Jean Boi sson, op. cit, p. 200) .
29. En su u l t i ma entrevi sta, el 23 de febrero de 1 980, se pl a n
teo a J ean- Pa u l Sa rtre I a cuesti 6n del s i l enci o de l os i nte l ectua l es
d u ra n te decadas sobre I a deportaci 6n de l os homosexua l es: l Por
que no hay n i u n a pa l abra en sus escri tos pol i ti cos sobre I a exter
mi naci 6n de l os homosexual es por Sta l i n y Hi tl er? -Porque i gnora
ba este ti po de mata nzas, si habi a n si do si stemati cas y a cua nta
gente ha bi a n afectado. No estaba seg u ro. Los hi stor i adores habl an
poco de el l o. Pod i a reprochar u n mont 6n de cosas a l os di ctadores,
pero esa no pod i a reprocha rsel a porque I a i gnoraba ( pa l a bras re
cog i das por Gi l l es Ba rbedette, Ca l ude Loch u y J ean Le Bi toux, en
Gai Pied, marzo de 1 980) .
30. El a l mi ra nte Fra noi s Da rl a n fue despl azado por Ia vuel ta
de Lava l . De hecho, su ti t ul o ofi ci al de u del fi n del ma ri sca l Peta i n
fue puesto seri a mente en pel i gro, l o que no l e i mpi di 6 redacta r, a I a
at enci 6n del gobi erno, el 1 4 de abr i l d e 1 942, I a nota s i gu i ente :
Me ha l l a mado Ia atenci 6n u n i mporta nte asu nto de homosexua
l i dad en el q u e esta ba n i mpl i cados mari nos y ci vi l es ( . . . ) . Las u n i cas
- 1 3 1 -
medi das de represi 6n act u a l mente en mi poder son l as sa nci ones
d i sci p l i na ri as contra l os mar i nas. La l egi sl aci 6n actua l no per mi te
efect uar n i n gu n a persecuci 6n contra l os ci vi l es ( . . . ). La i mp u n i dad
de I a que esta n seg u ros fomenta sus a rti manas. Preg u nto a l mi n i s
tro de J usti ci a si no ser i a oportu no pl a ntea r u n proced i mi ento y un
texto de l ey que permi ti era perseg u i r de I a mi sma manera a l os ci
vi l es.
La sanci 6n de l os aetas homosexu a l es por debaj o de l os vei n
t i u n a nos mi entras q u e I a mayori a heterosexual era a l os trece a nos
se trataba de u n a novedad desde 1 804, desde el c6d i go de Napol e
on, que dej 6 de perseg u i r pena l mente a l os SOdomi taS si g l o y me
d i a a n tes. Tres sema nas mas ta rde, el 8 de mayo de 1 942, u n pro
yecto de l ey en este senti do se encontraba sabre I a mesa del j efe de
Esta do. Y tres meses mas tarde, una l ey, I a n. 744 del 6 de agosto
de 1 942, publ i cada el 27 en el Journal officie/, esta ba fi r mada por
Peta i n , mari sca l de Fra nci a y j efe del Esta do fra nces, por Pi erre La
va l , mi n i stro de J ust i ci a y mi n i stro de Esta do pa ra Ia J u st i ci a, por
Joseph Bart hel emy, mi n i stro de Estado pa ra I a J ust i ci a, y por Abel
Ban n a rd, mi n i stro secreta r i o de Estado.
Dar l an fue a bati do, por moti vos muy controverti dos y no e l u
ci dados hasta a hara , p o r u n j oven de vei nt i un a n o s en e l pal aci o d e
vera no de Argel , en I a noche de Navi dad de d i ci embre de 1 942 (ve
ase a este respecto Ia obra de Al exi s Wassi l i eff, Un pavilion sans ta
che, Grasset, 1 986, asi como Le Figaro de l 24 de di ci embre de
1 986) .
Seg u n e l escri tor Mi chel Tou rni er : Esa l ey fue votada por
Vi chy baj o I a i nfl uenci a de l os a l ema nes al mi s mo t i empo que l as
l eyes a nti semi tas. Pa ra l os nazi s, j u d i os y homosexua l es, tanto
manta, manta ta nto. Tras I a Li beraci 6n, I a derecha fra ncesa n o de
seaba otra cosa que conserva r I a dobl e l ey, pero I a presenci a del
ej erci to a me ri ca na haci a i mposi bl e e l mante n i mi ento d e l as l eyes
a nti semi tas. Tuvi eron que renunci ar a el i as ( . . . ) . El nazi smo se defi
ne esenci a l mente por el odi o haci a el j u d i o y el homosexual ( . . . ). Por
otra parte, se habl a si empre del hol oca u sto de l os j u d i os, n o se h a
bl a n u nca del de l os homosexual es. Es cur i osa esa especi e de cen
s ura a u na pa rte de l a s vi cti mas d e l os ca mpos de concentraci 6n.
Hu bo ochoci entas mi l personas a sesi nadas por e l hecho de ser ho
mosexua l es ( Mi chel Tour ni er, Gai Pied, n. 23, febrero de 1 98 1 ) .
Di cha j u ri sd i cci 6n sobrevi vi 6 a Ia l i mpi eza del c6d i go pena l de
l as escori as col aboraci on i stas y anti semi tas hecha por el gobi er no
del genera l De Ga ul l e tr as I a Li beraci 6n. La d i sposi ci 6n se convi rti 6
e n el apartado 3 del a rti cu l o 331 y e l cast i go era de sei s meses a
tres a n os de encarcel ami ento. Fue i ncl uso agravada baj o su presi
denci a, en 1 962, establ eci endose p e n a s de pr i si 6n y mu l tas dobl es
en rel aci 6n a un del i to heterosexua l i gua l . La homosexu a l i dad era
1 32
consi derada como una pl aga soci a l j u nto a Ia tubercul osi s y el a l
cohol i smo.
Hubo que espera r para que Fra noi s Mi tterra nd, baj o I a pre
si on de l os medi os de comu n i caci 6n y l as asoci aci ones, decl a rase :
a la homosexual i dad debe dej ar de ser u n del i to. l mpu l sada por
Dar l an en 1 942 via el ma ri sca l Peta i n , I a d i sposi ci 6n no fue abol i da
hasta e l 4 de agosto de 1 982 por el Pa r l amento y e l Senado, mer
ced a l i mpu l so de Robert Bad i nter, mi n i stro de J ust i ci a en e l pri mer
septenato de Fra noi s Mi tterra nd, qui en decl are en I a tri buna del
Senado: Fra nci a debe dej ar de i gnora r todo l o que debe a l os ho
mosexual es.
3 1 . Jea n - Loui s Bory, que reci bi 6 tras I a Li beraci 6n, el 8 de d i
ci embre de 1 945, el premi o Goncou rt p or Mon village 0/ 'heure alle
mande, escri bi 6 mas ta rde: A traves de esos ca mpos soci a l es re
presi vos, como si fu era n otros ta ntos ca mpos de mi nas, es por
donde el homosexu a l , que se reconoce y se acepta, debe ma n i obra r
pa ra vi vi r s u homosexua l i dad, e s deci r, pa ra vi vi r s i n mas. E s en fu n
ci on de l os obsta cul os a sa l va r, a fra nquear o a esq u i va r, como se
di buj a n l as fronteras de l o qu e l os soci 61 ogos l l a ma n , u n ta nto
pomposa mente, el u n i verso homosexual (J ea n- Loui s Bory, op. cit. ,
p. 88) .
32. Guy Hocquenghem: Heger rompe e l si l enci o despues de
mas de trei nta a nos. Se atreve por fi n a conta r su detenci 6n -j oven
estudi a nte en Vi ena-, l os meses de pr i si 6n y su deportaci 6n, pri me
ro a Sachsenha usen y despues a Fl ossenburg. Es qu i za esto ser ho
mosexua l todavi a hoy, saber que se esta afectado por u n genoci di o
por el que no se ha reci bi do n i ngu n a repa raci 6n ( prefaci o fra nces
a I a obra de Hans Heger, Les Hommes au triangle rose, 1 981 ) .
l nspi rado p o r este testi moni o sobre I a vi da de u n homosexua l
en u n ca mpo de concentraci 6n, I a obra de teatro Bent, escri ta por
el d ra mat urgo br i ta ni co Ma rt i n Sherma n n , fue estrenada en el Ro
ya l Cou rt Theatre de Lond res ( Consi deraba esenci a l , si endo j udi o y
homosexua l , escri bi r u n a obra que habl ase de l as tortu ras soporta
das por l as dos mi nori as) .
33. Pi erre Seel , ca rta abi erta a monsenor Ei chi nger : He deci
di do ofrecer mi tota l a poyo a l as n u merosas voces de todos aque
l l os y aquel l as que se han sent i do ofend i dos por su decl araci 6n del
8 de abri l de 1 982. Como vi cti ma d e l nazi smo, denunci o pu bl i ca
mente con todas mi s fuerzas que ta l es di scursos han favoreci do y
j usti fi cado Ia extermi naci 6n de mi l l ones de enfermos por razones
pol i ti cas, rel i gi osas, raci al es o de comporta mi ento sexual .
Yo n o soy u n enfermo y no estoy aquej ado por ni nguna enfer
medad. No tengos ganas de vol ver a l as enfermeri as donde se cur6
mi homosexua l i dad, preci sa mente en u n I ugar no l ej a no a Ia ca p i
ta l a l saci ana. F u e en 1 941 . No ten i a ma s que d i eci ocho a nos. Dete-
1 33
ni do, tortu ra do, gol peado, encarcel ado e i nter nado fu era de cua l
q u i e r j u ri sdi cci 6n, s i n n i nguna defensa, proceso o j u i ci o.
Estoy demasi ado fati gado esta noche pa ra rel ata r l e todas l as
tortu ras mora l es y fi si cas y l os i ndescri pti bl es e i ndeci bl es sufri
mi entos que soporte entonces. Desde entonces, toda mi vi da ha
si do vi vi da con un terri bl e dol or comparti do con mi fa mi l i a a con
secuenci a de a quel l a detenci 6n a rbi trar i a.
Su decl a raci 6n del 8 de abr i l de 1 982 ha despertado en mi re
cuerdos atroces y, a l os ci ncuenta y n u eve a i os, he deci di do sa l i r
d e l a n on i mato. En toda mi vi da y hasta hoy, no he conoci do el odi o
haci a a l g u i en. Y, s i n embargo, al sufri r e l profu nda desasosi ego en
el que nos sume I a homofobi a si empre presente, t i embl o pensando
en todos l os homosexua l es desa pa reci dos y en todos l os q u e en el
mu ndo s on, desg raci adamente, todavi a tortu rados o extermi nados,
con ta ntas otras mi nori as (fechada el 1 8 de novi embre de 1 982,
esta ca rta abi erta apareci 6 el 1 1 de d i ci embre de 1 982 en Gai Pied
Hebda, n. 0 47) .
34. Vl ad i mi r J a n kel evi tch : tt EI a nti semi ti smo se d i ri ge a otro
i mpercepti bl emente otro : expresa I a i n qu i etud que el no j u di o pa
dece ante ese otro casi i nd i scern i bl e de si mi smo, e l ma l esta r del
semej a nte fre nte a l cas i semej a nte. L a proxi mi dad l ej ana donde
evol uci ona pa ra nosotros qui en no es n i del t odo e l mi smo n i del
todo otro es I a zona fronteri za mas escabrosa , I a zona de tensi on
pas i onal por excel enci a ; es I a zona donde cohabi ta n l os puebl os
her ma nos y l os peores enemi gos. El j u di o es el hermano enemi go. Y
de a h i vi ene Ia nat ura l eza a mbi va l ente de l os senti mi entos que i ns
pi ra : el j u di o es di ferente, pero a penas y se l e qui ere ambi guamen
t e por ese ma l ent endi do ( ci tado por Gera rd Bach l gnasse por I a s i
mi l i tud de estas refl exi ones con e l estatuto soci al de l os
homosexual es, en Homosexualite: Ia reconnnaisance?, Ed. Espace
Nu i t, 1 988, p. 60) .
35. u Nu nca ha si do posi bl e sa ber el nu mero exacto de homo
sexua l es desa pa reci dos en l os ca mpos de concentraci 6n hi t l er i anos.
No conocemos de manera segu ra mas que l as estad i sti cas de proce
sos l ega l es en Al emani a, pero esca pa n a cua l qui er censo l as ej ecu
ci ones s umari as, l as redadas d i rectas en todos l os pa i ses eu ropeos y
l os envi es si n j u i ci o, ta m bi en en Al ema ni a, de homosexua l es d i rec
ta mente enca mi nados haci a l os ca mpos. Ademas, l os a rch i ves de
l os ca mpos fu eron en mu chas ocasi ones destru i dos d u ra nte e l
ava nce de l as tropas a l i adas ( Guy Hocquenghem, op. cit. , p. 1 37) .
36. Pi erre Vi da i - Naq uet: Encuentro absol uta mente l egi t i me
que l os homosexua l es recuer den I a deportaci 6n de I a q u e fueron
vi cti mas. Una de l as g ra ndes d i fi cul tades para l os su pervi vi entes es
que se escri ba objeti va mente I a h i stor i a. ( . . . ) Lo que ta mbi en es ver
dad es que l os homosexua l es era n e l gr upo soci al mas despreci ado
1 34
en l os ca mpos. Andre Gl ucksma n n : ( . . . ) Si el rencor entre l as d i fe
rentes categor i as de deten i dos exi ste todavi a , es Ia pr ueba de qu e
a l go permanece de I a estructu ra tota l i ta ri a de l o que era n l os ca m
pos de concentraci 6n ( Gai Pied, 1 1 de mayo de 1 985) .
37. E l mu n i ci pi o de La Haya ha i n a u gu a rado u n monu mento
q u e s i mbol i za I a l u cha contra I a opresi 6n y I a persecuci 6n de l os
homosexual es. E l monu me nto, una especi e de ci nta azu l en su base
y rosa en l o a l to, se el eva a si ete metros de a l t ura y se des pl i ega en
vol utas. La Haya es I a seg unda ci udad hol andesa en eri g i r u n mo
n u mento en honor de l os gays. Amsterdam posee desde 1 987 u n
podi o tri a n g u l a r de marmol rosa en homenaj e a l os homosexua l es.
38. Al emani a esper6 hasta 1 988 pa ra reconocer I a deporta
ci 6n de u n sol o homosexua l a l e ma n . Despues, a i n i ci ati va de Los
Verdes y del SPD, l os pa r l amenta ri os acepta ron crea r un fondo de
i ndemn i zaci ones para l as u u l t i mas vi cti mas de l os nazi s, qu e con
ci er ne a l os homosexua l es, l os gi ta n os, l os esteri l i zados forzosos y
l os descendi entes de l as vi ct i mas de Ia euta nasi a (vease Gai lnfas,
agosto de 1 989, y Gai Pied Hebdo, del 1 6 de mayo de 1 987) .
1 3 5
d
mIvm m mvmv
M
k 0 : h a u e e n
le W m mru
Y
lie aaolpl aaplm S1cHI.lq, ce zm
Z3V mM M 4 w 0Mm m IIBm,WaB
l11 4ea 1J,,,19 M w llo....
0e M W W 4 mu mm, d , ,_
W y # W mWm W3V wv M w
WW B W M w, 0w e$e% W
wtvaw:: q seiol Z1 t ttl1ch u ,
v.
, . ... )/ "
W M
tormtt@2twt
8Iueaw JOl8
8 `
WWM8
f
W wBM VW 0JovgMM@
*B
f
W& qB WD 6MW v=
u f wewn
8wmw
4 we8tm vgMvUngu
WWB W 0 0 W W M mv 8w Oww
-
Me M W g tob wt -
= 0 B B 80g p W M M-01M8 M W@
f L8g6lM80N
ff
H
aups urmfOhrer
/
Agradeci mi entos
En pri mer Iugar tengo que dar las gracias a Jean Le Bi
toux, si n el que este l i bro no hubi era podi do exi sti r nun
ca. Agradecerle tambien por todas l as obras que ha con
sultado y que, graci as a sus autores, nos han permitido
veri fcar hechos y fechas.
Para I a el aboraci 6n de este l ibro, mi memori a ha
si do duramente puesta a prueba. Y contar estos dol oro
sos epi sodi os no habra podi do, en el caso de al gunos
l ectores, mas que despertar evocaci ones si mi l ares y, por
I o tanto, higubres. Que me perdonen, pero esta obra es
tambi en una Hamada urgente a testigos e histori adores.
Cuantas obras fal tan sobre este tema. Para que yo dej e
de estar s ol o testi fcando sobre I a deportaci 6n de homo
sexual es por l os nazi s.
Mi agradeci mi ento va asimismo para l os peri odistas
que me han sabi do escuchar, y para Stephane Mul l er y
Brigitte. Mi agradeci mi ento tambi en tanto para mi fami
l i a de Alsacia como para I a que i ntente torpemente fun
dar, por su paci enci a y su comprensi 6n. Doy l as gracias
a todos los que me han escrito y testi moni ado su apoyo
desde que testifi co, hace mas de diez afos.
Y un agradeci mi ento con todo mi coraz6n a qui en
me ayuda a sobrevivir en mi bl oque de vivi endas.
-
1 3
9
-
lndice
Pro l ogo
1 . Una fami l i a burguesa como l as demas
2. Schi rmeck-Vorbrich
3. Di recci 6n
4. Los afos de I a vergienza
5. El testi moni o dol oroso
Notas j documentos
Agradeci mi entos
9
1 3
23
47
81
109
1 23
1 3 9