JM Lustre - Feromonas
JM Lustre - Feromonas
JM Lustre - Feromonas
FEROMONAS HUMANAS: ASPECTOS NEUROENDOCRINOS Y ETOLÓGICOS
José Manuel Lustre Rodríguez
Comunicación Neuroendocrinología, Palma de Mallorca, a 11 de diciembre de 2008
Introducción
La conducta sexual en los seres humanos depende de una gran variedad de factores y, a
diferencia de lo que ocurre en mamíferos inferiores, podría pensarse que es independiente
de los cambios hormonales. En el caso de la mujer, ésta puede copular en cualquier fase de
su ciclo menstrual, la conducta maternal puede desarrollarse aun en ausencia de embarazo y
parto. Normalmente se afirma que los seres humanos, como todos los animales, están
dotados de un sistema olfativo, sólo que pobremente desarrollado. En la tercera edición del
libro Neuroanatomía de A. Brodal, publicado en el año 1981, el neuroanatomista empieza el
capítulo sobre el sistema límbico diciendo: “El sentido del husmeo es de relativamente
poca importancia en la vida normal de un hombre civilizado”. Sin embargo, ante esta
aseveración cabría la siguiente pregunta: ¿por qué las naciones más civilizadas gastan
cantidades millonarias en la industria de la perfumería si se trata de una modalidad sensorial
poco desarrollada? El mismo Sigmund Freüd se refiere al sistema olfativo, como una
modalidad sensorial que perdió su eficacia desde el momento que el hombre abandonó la
posición cuadrúpeda y se irguió, de tal manera que la nariz dejó de estar en contacto con el
suelo.
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que los olores más fuertes y menos placenteros, correspondían a los hombres, y los menos
intensos y más placenteros a las mujeres. En un trabajo publicado en la revista Nature en
1976, Russell mostró que el 75% de los sujetos que habían usado una camiseta todo el día,
al final podían reconocerla a través del olor. En este mismo estudio, los hombres
informaron que el olor proveniente de las mujeres en etapa fértil, les era más atractivo que
el proveniente de los hombres o mujeres fuera de ella. En un trabajo reciente, Navarrete-
Palacios y colaboradores en el año 2003, estudiaron un grupo de habitantes de la ciudad de
México e informaron que las mujeres en su etapa reproductiva, entre los 15 y los 45 años,
presentaban un menor umbral olfativo al acetato de amilo durante la fase ovulatoria y
mayor en la fase menstrual.
Es más, estos mismos autores informan de una correlación muy significativa entre el
epitelio vaginal y el epitelio olfatorio, lo cual nos está diciendo que los cambios hormonales
que presentan las mujeres a lo largo del ciclo menstrual, repercuten en los dos tipos de
epitelios.
Por el contrario, niños y hombres no mostraron diferencias significativas entre ellos. Estos
resultados, permitieron concluir, que los seres humanos generan señales olfatorias desde
sus propios cuerpos, y que son capaces de reconocer su propio olor.
Olfacción humana
La importancia del olfato humano siempre se ha relativizado. Mucha gente cree que la
agudeza y la especificidad del olfato humano están deterioradas. Normalmente, Los otros
mamíferos son considerados animales macrosmáticos (es decir, con un olfato más
desarrollado), porque su mucosa nasal dispone de un mayor número de células receptoras
olfativas. Por ejemplo, los perros tienen alrededor de 230 millones de células receptoras
olfativas, mientras que los humanos tienen alrededor de 10 millones. Por el contrario, los
humanos y otros primates son considerados animales microsmáticos (es decir, con un
olfato menos desarrollado) y se tiende a destacar que están dotados con una potente visión,
por lo que habitualmente se les dedica el apelativo de “animales visuales”. Sin embargo,
conforme a muchos estudios recientes en los que se ha puesto de relieve el importante
papel que tiene la olfacción en la biología reproductiva humana y, por tanto, en el
comportamiento humano, este concepto quizás debería someterse a revisión.
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La hipótesis de la primacía afectiva, formulada en 1980 por Robert Zajonc, defiende que las
reacciones afectivas positivas y negativas pueden evocarse con un número mínimo de
estímulos sensoriales y virtualmente sin que medie proceso cognitivo consciente alguno.
Parece que las señales olfativas inducen reacciones emocionales, tanto si hay consciencia
del estímulo percibido como si no la hay. La importancia de las señales no verbales en el ser
humano se basa en la información que se procesa en el sistema límbico, sin que medie
ningún juicio cognitivo, es decir, cortical. Las reacciones afectivas no requieren por tanto
una interpretación consciente del contenido de una señal química. La idea subyacente es
que, cuando intervienen ciertas señales químicas, las reacciones afectivas dominan la
interacción social o, dicho de otro modo, las emociones son la divisa imperante en lo
relativo a las interacciones sociales.
Las emociones evocadas por señales químicas pueden ocurrir sin una exhaustiva
codificación perceptiva o cognitiva. Además, con frecuencia se las confiere una importancia
mayor que a los juicios cognitivos y, en cualquier caso, siempre son anteriores a éstos. De
hecho, las señales químicas nos permiten seleccionar un compañero sentimental
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pituitario-gonadal del macho, de tal modo que imita la activación alcanzada tras la
exposición a la hembra. Pequeños tiempos de exposición a la hembra se asocian también
con incrementos en los niveles de testosterona en machos de ratas, ratones, conejos, toros,
carneros, monos y, entre otros, también humanos. Desde una perspectiva neuroendocrina,
dada la conexión entre la LH y la testosterona, en principio, las señales olorosas de la
hembra tienen la capacidad de condicionar las respuestas hormonales a otro tipo de señales
sensoriales no olfativas. Por tanto, las reacciones emocionales basadas en este hecho
biológico conectan el factor ambiental o social con la neuroendocrinología del
comportamiento y no requieren cognición.
Tras cortas exposiciones de una rata macho a una rata hembra fértil que emite señales
olfativas, la combinación de un olor neutro con el acceso a una rata hembra receptiva
resulta en una excitación sexual de la rata macho por esa hembra. Paud y Martini
encontraron que la excitación sexual en humanos puede ser condicionada de modo similar.
Lalumiere y Quinsey lo confirmaron cuando comprobaron que el interés sexual de los
machos humanos puede condicionarse de modo pavloviano. Parece probable que en los
mamíferos el condicionamiento inducido por el olor cause variaciones en la secreción de
LH a través de la secreción de GnRH, ocasionando cambios funcionales del sistema
neuroendocrino, sobre todo en la secreción de testosterona y estradiol, con o sin
consciencia visual o de cualquier otro tipo. El condicionamiento olfativo de una respuesta
neuroendocrina dirigida por la GnRH puede provocar un cambio a nivel de hormonas
sexuales esteroideas (testosterona y estradiol) que acabe reflejándose en el comportamiento
sexual. Al menos, este punto de unión entre las señales química procedentes del ambiente
social y la neuroendocrinología de la reproducción parece excluir cualquier participación de
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Olor corporal
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cutánea que se establece en las diferentes áreas corporales. Las áreas húmedas del cuerpo,
como la boca, las axilas, los genitales y los pies, alojan mayor diversidad y densidad
microbiana. La flora microbiana saprófita produce una gran variedad de sustancias
odoríferas a partir de las secreciones glandulares.
Sistemas quimiosensoriales
Los estímulos quimiosensoriales pueden ser detectados por tres diferentes sistemas: el
olfativo, el vomeronasal y el trigeminal. ¿De qué depende que se active uno u otro sistema?
De la calidad del estímulo olfatorio; por ejemplo, el olor a la vainilla es detectado por el
sistema olfativo, pero una feromona sólo puede ser detectada por el órgano vomeronasal
(OVN). El ácido propiónico, lo mismo que el mentol, es un irritante y activa al sistema
trigeminal.
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indican que cada gen del receptor de un olor, se expresa en tan sólo un 0.1% de las
neuronas olfatorias, lo que probablemente significa que cada neurona sólo maneja un tipo
de receptor, a un olor preciso. También es probable, que cada neurona transmita al cerebro
la información procedente de un solo tipo de receptor.
Existen algunas evidencias experimentales que apuntan a que el sentido del olfato es más
agudo en la mujer que en el hombre, y que alcanza su máxima agudeza durante el tiempo
de ovulación.
Órgano vomeronasal
El órgano vomeronasal (OVN), así denominado por su ubicación entre los huesos vómer y
nasales, fue descrito por primera vez en el ser humano por el cirujano alemán Frederik
Ruysch en 1703 y redescubierto en otros mamíferos por el médico danés Ludvig Jacobson
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El OVN es una parte especial del sistema olfatorio y puede encontrarse en la mayoría de
los tetrápodos, por lo menos en los estadios embrionarios. En la mayoría de los mamíferos,
se localiza sobre el paladar duro a ambos lados del septo nasal y consiste en un par de
conductos tubulares ciegos que se comunican con la cavidad nasal. Sólo en algunos
mamíferos, el OVN se comunica con la cavidad oral por el ducto nasopalatino. En el caso
de los mamíferos, las células receptoras, localizadas en el epitelio del OVN, no están
equipadas con cilios y sus axones se extienden hacia un bulbo olfatorio accesorio que se
proyecta directamente hacia el sistema límbico, pasando por el tálamo, con su
correspondiente integración cortical de las señales olfatorias. En consecuencia, el OVN
representa un sistema olfatorio accesorio que traduce directamente las señales olfatorias en
respuestas neuroendocrinas.
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respecto surge la pregunta ¿es cierto que en los seres humanos, este sistema procesa y
responde a las señales químicas emitidas por otros humanos?
Para que las señales químicas activen el OVN, es necesario un bombeo continuo de moco
para favorecer el contacto de la sustancia química con el receptor. La activación simpática
causa una constricción del tono vascular en la cápsula vomeronasal, lo que permite un
mayor flujo de moco hacia el OVN y ello favorece el proceso de transducción.
Es claro que los dos sistemas: el olfativo y el vomeronasal, son sistemas independientes.
Mientras que uno está relacionado con señales olfativas, el otro maneja señales
feromonales. Así, las señales que estimulan el epitelio olfativo por los nervios olfativos,
llegan al bulbo principal mientras que las señales del OVN alcanzan al bulbo olfativo
accesorio. En tanto, los glomérulos del bulbo olfativo accesorio reciben entradas de más de
una población de neuronas receptoras, lo que pone en evidencia el papel integrador de las
señales aferentes sensoriales a nivel del bulbo olfativo accesorio. Ahora surge la duda: ¿cuál
es el significado funcional de este poder de integración? Los receptores tendrán que
discriminar entre los diferentes compuestos activos que constituyen una feromona para
generar una conducta específica lo que es muy común entre los insectos y los peces. En el
caso de los mamíferos, no se conoce con precisión el mecanismo, pero sería posible admitir
que la especificidad de la respuesta conductual, dependería del reconocimiento de la
combinación de los compuestos que integran a las feromonas. Las fibras de salida de las
neuronas vomeronasales se proyectan a la amígdala y al hipotálamo ventromedial, que se
hallan estrechamente relacionados con las funciones reproductivas y la conducta de
agresión; es decir, son vías distintas y llevan información diferente. El OVN no proyecta
fibras a las estructuras corticales olfativas primarias ni al hipocampo, estructuras
relacionadas con los procesos cognitivos.
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Concepto de feromona
Las feromonas se pueden dividir en al menos dos clases, conforme a la duración del efecto
fisiológico que causan: feromonas de acción rápida y feromonas de acción lenta. Las
feromonas de acción rápida provocan cambios fisiológicos no duraderos, mediante la
liberación de neurotransmisores que pueden modificar directamente el comportamiento del
individuo receptor. Por ejemplo, Moss y Dudley han sugerido que una fracción de la
molécula de GnRH podría funcionar directamente como neurotransmisor en ratas para
provocar un efecto conductual, la lordosis. Las feromonas de acción lenta provocan
cambios fisiológicos duraderos, tanto a nivel organizativo como funcional, influyendo en el
eje hipotalámico-pituitario-gonadal. Ejercen su efecto alterando la secreción hipotalámica
de GnRH. La hormona hipotalámica GnRH desencadena la secreción de hormonas
gonadotróficas a nivel de pituitaria. A su vez, las hormonas gonadotróficas, es decir, la
hormona estimulante del folículo (FSH) y de la hormona luteinizante (LH), estimulan la
producción de hormonas sexuales. En la hembra, la FSH estimula la maduración del
folículo ovárico y la secreción de estrógenos, mientras que la LH promueve la producción
de andrógenos por las células de la teca ovárica que difunden hacia las células de la
granulosa del folículo ovárico, donde se convierten en estrógenos; además, la LH estimula
el crecimiento del cuerpo lúteo y la secreción de progesterona. En los machos, la FSH
estimula la espermatogénesis y probablemente afecta a la producción y secreción de
testosterona por acción indirecta sobre un receptor proteico todavía no identificado de las
células de Sertoli. En los machos, el ratio LH/FSH controla la producción de testosterona
por las células de Leyding en los testículos. Las hormonas sexuales esteroideas como la
testosterona y el estradiol alteran la neurotransmisión por sinaptogénesis, sinaptolisis y
apoptosis durante el desarrollo. La medición de los niveles de la LH y de la FSH y el
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cálculo del ratio LH/FSH constituyen una medida indirecta de la secreción pulsátil de
GnRH, así como de los niveles de testosterona y de estradiol. El efecto de las feromonas
de acción lenta sobre la GnRH y, por ende, sobre el ratio LH/FSH y sobre la producción
de testosterona y de estradiol, o dicho con otras palabras, sobre el eje hipotalámico-
pituitario-gonadal, provoca cambios conductuales mediante alteraciones neuroanatómicas y
neurotransmisoras.
Las feromonas contienen componentes volátiles que parecen ser los responsables de la
atracción sexual entre macho y hembra, y otro componente no volátil, que es responsable
de la conducta de monta en el macho. En los roedores, el volátil se ha identificado como el
dimetil sulfóxido y el no volátil, es una proteína denominada afrodisina. El mejor ejemplo
de un efecto feromonal es la conducta de monta en el hámster desencadenada por la
presencia de la secreción vaginal de la hembra. También lo es el aborto de la hembra al
percibir el olor de un macho diferente a aquél con el que copuló (efecto Bruce). Existen
evidencias que confirman de la participación de las feromonas en la conducta de roedores
pero, y en los humanos ¿tienen algún efecto?
Feromonas humanas
Por definición, las feromonas humanas inducen cambios fisiológicos y/o conductuales
entre individuos de la misma especie. Stern y McClintock demostraron que las feromonas
de unas mujeres pueden regular el ciclo ovulatorio de otras mujeres, alterando los niveles
de LH y FSH. El berlinés Monti-Bloch, junto a Jennings-White y Diaz-Sanchez, sugirió que
una feromona progesterónica puede alterar la secreción de LH en los hombres. Estos
estudios demuestran que las feromonas humanas inducen cambios hormonales, pero
¿provocan también cambios en el comportamiento?
De forma similar, Juette demostró que una mezcla acuosa de cinco ácidos grasos volátiles
procedentes de las secreciones ovulatorias causa un incremento del nivel de testosterona en
la saliva de los hombres; además, demostró que, a diferencia de los hombres del grupo
control, los hombres estimulados por la mezcla emiten juicios más favorables de las
fotografías de mujeres que se les muestra y de las grabaciones de las voces femeninas que
se les hace escuchar. En conclusión, el estado fisiológico (por ejemplo, la secreción de
testosterona salival) y el comportamiento (por ejemplo, la evaluación de fotografías y
voces) se ven afectados.
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Es importante recordar que las sustancias olorosas se generan sólo gracias a la actividad
metabólica de los microorganismos. Entre estos microorganismos se encuentra la bacteria
aeróbica Corynebacterium spp., que transforma los precursores inodoros androstadienol y
adrostadienona en el producto oloroso 5-α-androstenona. Si la superficie axilar se lava con
detergentes antibacterianos, la producción de androstenona disminuye significativamente.
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La influencia de las feromonas humanas sobre el comportamiento social puede ser una
minucia en comparación con la influencia que éstas ejercen sobre conducta sexual. Las
feromonas son esenciales en la vida de los mamíferos, sobre todo en lo tocante al
comportamiento sexual, aunque en la especie humana la influencia de las señales olfativas,
genera enorme controversia. Sin embargo, es un hecho contrastado que los individuos de la
especie humana son capaces de distinguir el sexo de otros individuos sólo a través del
sentido del olfato, probablemente debido a las diferencias sexuales en la composición de las
secreciones corporales, especialmente las secreciones axilares.
Las feromonas también ejercen su influencia sobre el ciclo menstrual de las mujeres.
McClintock encontró que las estudiantes de colegios femeninos que compartían habitación
y, por lo tanto, pasaban mucho tiempo juntas, sincronizaban su ciclo menstrual.
McClintock atribuyó este hecho a la influencia de las feromonas. Unos años más tarde, este
hallazgo fue avalado por otros estudios como el efectuado por Cutler. Diariamente se
tomaron muestras de sudor procedentes de 5 mujeres con ciclos regulares de 29 días. Estas
muestras de sudor se aplicaron sobre los labios superiores de las mujeres del estudio 3
veces por semana durante 4 meses. Al finalizar el período de prueba, las mujeres del
estudio menstruaban al mismo tiempo que las mujeres donantes de muestras; no sucedió lo
mismo con las mujeres del grupo control. Este estudio confirmó que la sincronía
menstrual, indicativa de la sincronía ovulatoria, está controlada por las feromonas. En un
estudio paralelo, se comprobó la influencia de los olores masculinos sobre el ciclo
menstrual. Esta vez se aplicaron secreciones axilares masculinas sobre los labios superiores
de las mujeres del estudio. Las mujeres que no eran sexualmente activas presentaban ciclos
menstruales irregulares al inicio del experimento. Transcurridos 4 meses, la duración media
del ciclo menstrual fue de 29,5 ± 3 días en la mayoría de las mujeres del estudio. Estas
experiencias sugieren que las feromonas femeninas y masculinas tienen un efecto regulador
sobre el ciclo menstrual. La sincronización del ciclo menstrual permitiría entrar en
competencia directa por un hombre a las mujeres que comparten durante un periodo de
tiempo prolongado un mismo espacio.
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Muchos autores han especulado acerca de los efectos que la androstenona y del
androstenol ejercen sobre las mujeres. Filsinger, Braun y Monte demostraron que la
aplicación de androstenona conduce a que las mujeres emitan juicios negativos de los
hombres mostrados, mientras que la aplicación de androstenol conduce a la opinión
contraria acerca de los mismos hombres. En sucesivas experiencias se ha comprobado que
las mujeres se sienten atraídas por el olor masculino a androstenol, llegando a experimentar
intensos estados de excitación sexual, mientras que el olor masculino a androsterona causa
el efecto contrario.
Maiworm también halló que las mujeres perciben positivamente al macho bajo la influencia
del androstenol y negativamente bajo la influencia de la androstenona. El hallazgo de que el
estado emocional de las mujeres se ve más afectado por el androstenol y la androstenona
que por una serie de sustancias olorosas control, como el agua de rosas, refuerza la
hipótesis de que ambas feromonas son típicamente masculinas. Como ya se ha
mencionado, el papel del androstenol consiste en favorecer la atracción sexual entre
hombres y mujeres. Sin embargo, los problemas surgen cuando se trata de dilucidar la
función de la androstenona, que induce reacciones femeninas de rechazo hacia los
hombres, dado que el olor de la androstenona es el más prominente y prevalece sobre el
olor de sudor fresco del androstenol que desaparece rápidamente.
Cuesta entender qué ventaja tiene un hombre que emite tales señales olorosas si el olor del
androstenol inevitablemente queda eclipsado por el de la repelente androstenona. Si el
hombre induce reacciones de rechazo entre las mujeres, la hipótesis evolutiva de la
promiscuidad masculina carecería de sentido. Además, los hombres menos olorosos
tendrían un acceso más favorable a las féminas, ahorrándose tiempo y energía, y se
reproducirían más que el resto de los hombres. Esta hipótesis sólo se sostiene si la
desventaja que conlleva la producción de androstenona es superior al beneficio de producir
androstenol. El androstenol producido se oxida y se transforma en androstenona,
convirtiéndose así una señal atrayente en otra repelente. Esta reacción de oxidación ocurre
en el plazo de 20 minutos. Por tanto, en principio parece que un hombre menos oloroso
tendría más éxito que un hombre más oloroso, ya que a la larga el olor repelente de la
androstenona es el predominante. Sin embargo, si la androstenona es, a pesar de todo, una
señal conservada durante el proceso evolutivo, entonces ¿qué ventaja tienen los hombres
más olorosos?
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inversión total de ambos sexos, gracias a la aportación masculina de recursos. Por otra
parte, los hombres intentan copular frecuentemente con tantas mujeres fértiles como sea
posible, asegurándose un gran número de descendientes, mientras que las mujeres tratan de
copular con un hombre físicamente más atractivo y saludable que el escogido para el
mantenimiento de la prole, asegurándose una descendencia sana y saludable con mayor
probabilidad de esparcir sus genes en la siguiente generación. Para no alterar la relación de
pareja, beneficiosa para la prole, ambos sexos echan mano de toda una serie de
comportamientos evolutivamente bien adaptados para engañar al compañero.
Según esta teoría, el desarrollo de los mecanismos de cognición hacia la selección de pareja
tendría un gran valor adaptivo para ambos sexos. La selección del compañero es una tarea
informática y la evolución favorece a los individuos capaces de almacenar y procesar rápida
y óptimamente la información proveniente de los candidatos. Por consiguiente, es de
esperar que los mecanismos cognitivos, bien adaptados para la selección de pareja,
conduzcan a la óptima toma de decisiones a partir de un amplio espectro de datos
socioeconómicos y biológicos. Las diferencias sexuales específicas entre hombres y mujeres
en cuanto a los criterios de selección del compañero son ubiquitarias y lo atestigua el modo
en que los mecanismos de cognición se hallan adaptados. Por ejemplo, ni los hombres ni
las mujeres perciben deliberadamente la ovulación y, dado que ésta se asocia a un gran
número de cambios fisiológicos y conductuales, resulta sorprendente que así sea. Sin
embargo, la percepción olfativa es un mecanismo inconsciente que se asocia tanto a
cambios fisiológicos como conductuales. Alexander y Noonan y también Symons han
argumentado que el desarrollo oculto de la ovulación permite a las mujeres engañar a los
hombres para crear un vínculo de unión basado en la obligación. Los hombres no son
conscientes del ciclo ovulatorio y por tanto de la fertilidad de las mujeres, por lo que se ven
obligados a ejercer la paternidad por temor a ser engañados con otros hombres. Las
mujeres que proporcionan pistas sobre su estado ovulatorio ponen en peligro la inversión
paterna, debido a la incertidumbre del compañero con el que mantiene interacciones
reproductivas habituales. En el marco de esta hipótesis el miedo masculino a que la mujer
mantenga relaciones sexuales con otros hombres se puede entender como una presión
evolutiva. El resultado evolutivo de la ovulación oculta sería la capacidad de la mujer para
asegurar y reforzar el cuidado paterno y la inversión de recursos, obligando al compañero a
dedicar más tiempo a la relación por temor a ser engañado con otros hombres.
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hombres. Supuestamente, las mujeres tienden a engañar a su pareja durante la fase fértil del
ciclo menstrual, asegurándose siempre la inversión masculina de recursos y, por tanto, el
mantenimiento óptimo de la prole. Además, la ovulación críptica permite a las mujeres
monopolizar la reproducción y, como consecuencia directa, fuerza a los hombres a buscar
estrategias reproductivas para ganar el acceso a las hembras fértiles.
Es razonable esperar que se hayan desarrollado estrategias masculinas contrarias frente a las
tentativas engañosas femeninas, dada la naturaleza críptica de la fase ovulatoria. Grammer
descubrió una de estas estrategias: el sistema androstenona-androstenol. En un estudio con
290 mujeres se evaluó el olor de la androstenona. Se encontraron criterios distintos
dependiendo de la fase del ciclo menstrual. En la fase ovulatoria, las mujeres consideraron
el olor de la androstenona, predominante en la región axilar masculina, más agradable que
en el resto de fases del ciclo menstrual. Estos resultados sugieren que la evaluación de los
hombres está sujeta a cambios emocionales provocados por la androstenona y que dichos
cambios dependen de la fase del ciclo menstrual. Este hallazgo refuerza la tesis de
Maiworm. El olor corporal masculino, por lo general, es percibido por las mujeres como
poco atractivo e incluso desagradable, salvo cuando se hallan preparadas para la
procreación. Probablemente, las mujeres desarrollan anosmia frete a la androstenona
durante la fase ovulatoria.
Los cambios en la eficacia de la percepción del olor masculino durante el ciclo menstrual
modificarían la actitud femenina hacia los hombres. Algunos autores han sugerido la
posibilidad de que en los hombres exista un mecanismo regulador que permita la secreción
de más cantidades de androstenol de las habituales, aumentando la probabilidad de que
ellas se sientan atraídas. Sin embargo, la situación sigue siendo aun así complicada, ya que
cuanto más androstenol se produzca, inevitablemente mayor será también la cantidad de
androstenona. La ventaja de producir más androstenol rápidamente quedaría eclipsada por
la oxidación de esta sustancia a androstenona. En cambio un hombre que no produjera
androstenol ni androstenona tendría la ventaja de no ser rechazado por ellas debido su olor
corporal. Los hombres no olorosos presentarían una ventaja evolutiva sobre los olorosos y
la selección natural tendería a eliminar la producción de estas feromonas. Por tanto, tal vez,
la función de atrayente oloroso de las feromonas axilares masculinas no sea la principal. Sin
embargo, el hecho de que las mujeres en fase ovulatoria evalúen más favorablemente el
olor corporal de los hombres sugiere que el sistema androstenol-androstenona podría
actuar como una especie de ‘’radar pasivo’’ que permite a los hombres detectar qué mujeres
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se hallan en la fase ovulatoria, dado que éstas desarrollan cierta tolerancia al olor axilar
masculino y tienden a no evitarlos. El concepto de ‘’radar pasivo de la ovulación’’ encaja en
la hipótesis sobre las relaciones afectivas. Así, las feromonas masculinas inducen cambios
en el sistema hormonal femenino. Sin embargo, las mujeres no son conscientes de este
cambio, incluso aunque éste afecte a su comportamiento. De este modo, las mujeres se
enfrentan a una estrategia masculina desarrollada para descubrir la ovulación críptica.
Del mismo modo, las feromonas femeninas inducen cambios en el sistema hormonal
masculino que afectan al comportamiento de los hombres. En otros mamíferos, incluyendo
los primates no humanos, especialmente los monos Rhesus, los machos perciben el estado
de salud reproductiva y la fase ovulatoria, correlacionados ambos con el nivel de
estrógenos, de las hembras mediante la olfacción. Aunque normalmente motivados para
copular, cuando a un grupo de machos se los trató para que desarrollaran anosmia dejaron
de mostrar la más remota motivación sexual, a pesar de la fuerte señal visual que las
hembras proporcionan (la hinchazón y coloración de los genitales). Además, los machos
Rhesus no muestran ningún interés por hembras ovariohisterectomizadas, ya que éstas
pierden la capacidad de emitir el característico olor corporal que normalmente emiten
cuando los niveles de estrógeno son más altos, es decir, durante la ovulación. Los machos
recuperan el interés por la cópula cuando las secreciones vaginales de las hembras intactas
se aplican sobre los genitales de las hembras ovariohisterectomizadas. Estudios de la
composición en ácidos grasos de los fluidos vaginales humanos durante el ciclo menstrual
demuestran la existencia de sustancias químicas derivadas del estrógeno, similares a las de
las hembras de los monos Rhesus, que podrían inducir un comportamiento similar en los
machos de nuestra especie. Tales sustancias se denominan copulinas. Son cinco ácidos
grasos volátiles de cadena corta: ácido propanoico, ácido butanoico, ácido metilpropanoico,
ácido metilbutírico y ácido metilpentanoico. Todas estas copulinas se hallan presentes en
las secreciones vaginales humanas, aunque en distinta proporción, según la fase del ciclo
menstrual. Petri y Huggins confirmaron este hecho. Cowley, Johnson y Brooksbank
hallaron que la composición en copulinas de las secreciones vaginales de las hembras
Rhesus cambia en función de la fase del ciclo menstrual y que tiende a favorecer la entrada
de las hembras en los nuevos grupos sociales que se establecen.
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Sin embargo, no es necesario ver estas ‘’batallas’’ o ‘’guerras’’ sólo desde la perspectiva de la
teoría de la inversión paternal. Las feromonas de los mamíferos intervienen en el
comportamiento sexual y reproductivo de muchas especies y no debería sorprender a nadie
que en la especie humana ocurra exactamente lo mismo. Si se examina lo que se conoce
sobre la interacción entre las feromonas y nuestro sistema neuroendocrino, se hallan
pruebas suficientes que avalan esta tesis. Por ejemplo, Persky, Lief, O’Brien, Straus y Miller
registraron incrementos del nivel de testosterona masculina cuando un hombre percibe una
mujer en fase ovulatoria, viéndose incrementado el deseo de copular, tal y como ocurre en
los monos Rhesus. Morris, Udry, Khan-Dawood y Dawood reprodujeron este estudio y
confirmaron el hallazgo. Aunque ninguno de estos estudios menciona específicamente si
las feromonas humanas están implicadas, éstas son la causa más probable de las emociones
evocadas tanto en el hombre como en la mujer. Singh y Bronstad observaron que los
hombres encontraban más atractivo el olor corporal femenino durante la fase ovulatoria en
comparación con las otras fases del ciclo menstrual. El comportamiento hedónico de los
hombres, que se hallaban más motivados para copular, se correspondía con un incremento
del nivel de testosterona. Los autores concluyeron que la importancia de las feromonas es,
al menos, tan relevante como la de las visuales en la génesis de las emociones y, en
consecuencia, en el comportamiento sexual y reproductivo.
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Dado que la actividad sexual no se limita a la fase ovulatoria del ciclo menstrual, el
comportamiento sexual humano es más complejo que en otros mamíferos. Además de las
señales químicas, hay otras señales implicadas. Sin embargo, en contra de la opinión
mayoritaria, en nuestra especie, las señales químicas podrían jugar un papel igual de
relevante o incluso mayor que las visuales y, en cualquier caso, no puede negarse la
influencia que ejercen sobre el comportamiento humano.
Al igual que otro tipo de señales, las feromonas podrían representar un elemento
importante en la selección de pareja y, por lo tanto, en la eficacia reproductiva. Varios
estudios señalan que la simetría corporal y facial representa un importante criterio de
selección de pareja. La simetría se podría interpretar como una señal visual indicativa de un
desarrollo vital saludable, permitiendo a priori descartar pertubaciones genéticas e incluso
ambientales. El olor corporal humano, dependiente del metabolismo de las hormonas
esteroideas, podría transmitir información olfativa sobre la fortaleza y salud del desarrollo
de un individuo. Puesto que las señales olfativas y las visuales siguen rutas fisiológicas
distintas, la información proveniente de ambas podría reducir considerablemente errores de
interpretación, permitiendo así tomar decisiones más fiables y seleccionar al compañero
adecuado.
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FEROMONAS HUMANAS: ASPECTOS NEUROENDOCRINOS Y ETOLÓGICOS
En la especie humana, así como en otras especies de mamíferos, las preferencias olfativas
femeninas parecen inducir el apareamiento asortativo, es decir, entre dos individuos con
fenotipos distintos, para los componentes del complejo mayor de histocompatibilidad
(CMH). En otras palabras, las señales olfativas podrían reflejar, al menos en parte, el
genoma del individuo emisor y, puesto que el olor corporal parece influir en la selección de
pareja, la mujer podría seleccionar al compañero que posea los componentes adecuados del
sistema inmunitario CMH-dependiente. Simplificando, la mujer en fase ovulatoria parece
preferir “el olor de la diversidad genética’’. Las relaciones endogámicas tienden a ser
descartadas. Las mujeres que no toman anticonceptivos orales, durante la fase ovulatoria,
tenderían a rechazar a aquellos hombres cuyo olor corporal, genéticamente
predeterminado, resulta similar al suyo. Sin embargo, la industria de la perfumería
proporciona la posibilidad tanto de potenciar el olor corporal propio como de
enmascararlo, favoreciendo determinadas tendencias selectivas femeninas o dificultándolas.
Johnston, Hagel, Franklin, Fink y Grammer propusieron la teoría de que el atractivo facial
masculino está mediado por hormonas. La calificación de ciertos rasgos faciales como
atractivos dependería de la interacción entre determinados marcadores visuales
dependientes del estado hormonal del observado y del estado hormonal del observador. Sin
embargo, no existe una ruta biológica que una directamente las señales visuales con la
función neuroendocrina ni con el estado hormonal del observador; además, los sistemas
visuales masculino y femenino no son dimórficos. En consecuencia, los mecanismos
biológicos mediante los cuales los rasgos faciales dimórficos que dependen del estado
hormonal se percibirían como atractivos no quedan detallados. Sin embargo, la ruta de las
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FEROMONAS HUMANAS: ASPECTOS NEUROENDOCRINOS Y ETOLÓGICOS
señales olfativas del emisor sí que está unida estado hormonal del receptor, mediante
señales químicas de elevada eficacia reproductiva y, además, se correlacionan bien con el
grado de dependencia hormonal de los rasgos faciales sexualmente dimórficos del emisor.
Por ejemplo, unos niveles de testosterona muy elevados se corresponden con una
mandíbula inferior muy prominente. La interacción de los marcadores hormonales que se
manifiestan visualmente -por ejemplo, la mandíbula inferior prominente-, y repercuten en
la eficacia reproductiva, así como los efectos que las hormonas – por ejemplo, la
testosterona- tienen en la producción y distribución de las feromonas, sugiere que la
influencia de las feromonas sobre la función neuroendocrina podría proporcionar un punto
de unión entre los rasgos faciales dependientes del estado hormonal del observado y del
estado hormonal del observador.
El concepto del ICiCa se debe al psicólogo evolucionista Devendra Singh, quién lo publicó
en 1993. Diversos estudios ponen de manifiesto la importancia de este índice en el juicio
del atractivo femenino. Las mujeres con un índice de 0,7 usualmente son consideradas más
atractivas por los hombres europeos y norteamericanos. Iconos femeninos de la categoría
de Jessica Alba, Audrey Hepburn, Marilyn Monroe, Sophia Loren Mónica Bellucci, e
incluso la Venus del Nilo, de peso y altura tan diferentes, poseen índices de alrededor de
0,7. En China se prefieren índices de 0,6 y en Sudamérica y África índices de 0,8 o 0,9.
Además se han documentado divergencias basadas en la identidad étnica.
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mujeres tras la etapa puberal. Sin embargo, los mecanismos conscientes o inconscientes
vinculados con la percepción del ICiCa y su significación fisiológica como parámetro de
atracción sexual están todavía por desgranar. Aunque existen ligeras variaciones culturales
respecto al valor del “índice ideal”, el hecho de que el ICiCa se perciba visualmente como
una característica física atractiva que, además, podría guardar una importante relación con
las señales químicas dependientes de las hormonas esteroideas, parece ser una explicación
muy probable de porque tanto hombres como mujeres procuran mantener un peso
proporcional a su altura para resultar atractivos.
La pregunta que subyace tras todos los aspectos del juego de atracción sexual mencionados
es cómo la especie humana percibe los rasgos que por su simetría, diversidad genética,
funcionalidad endocrina e índice cintura-cadera se perciben como atractivos. La respuesta
más simplista es que se perciben visualmente y se procesan conscientemente, de modo que
la selección de pareja depende exclusivamente de juicios bien deliberados. Sin embargo, los
otros mamíferos no deliberan sobre si un determinado rasgo resulta atractivo o no y
tampoco están sujetos a convencionalismos socioculturales y, a pesar de todo, no se
aparean de forma indiscriminada, sino que son capaces de seleccionar inconscientemente
rasgos genéticos y hormonales de eficacia reproductiva.
En otros mamíferos, los vínculos entre la especificidad y sensibilidad olfativa, los olores
corporales genéticamente determinados, las hormonas sexuales y la producción de
feromonas proporcionan claros ejemplos de primacía afectiva, como las señales químicas
que inciden en el sistema límbico a través del sistema neuroendocrino. La influencia de las
feromonas sobre las hormonas proporciona respuestas rápidas y exactas a problemas que
no requieren procesos cognitivos. Así, por ejemplo, las feromonas percibidas
inconscientemente guardan relación con la diversidad genética y otros aspectos relevantes
mediados por hormonas para la selección de pareja. La primacía afectiva es la mejor
explicación a la sensibilidad y especificidad de las capacidades olfativas de los mamíferos,
incluida la especie humana. La importancia de las señales visuales palidece cuando se la
compara con la de las señales feromonales.
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