Este documento discute la importancia de la fundamentación y motivación de los actos de autoridad en México según el artículo 16 de la Constitución. Explica que la fundamentación requiere que la autoridad cite las leyes en las que se basa su decisión, mientras que la motivación implica expresar las razones y disposiciones legales aplicables. También advierte sobre los riesgos de que las autoridades justifiquen el uso excesivo de la fuerza bajo la excusa de combatir la delincuencia y socavar las garantías constitucionales de los ciudadanos
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Este documento discute la importancia de la fundamentación y motivación de los actos de autoridad en México según el artículo 16 de la Constitución. Explica que la fundamentación requiere que la autoridad cite las leyes en las que se basa su decisión, mientras que la motivación implica expresar las razones y disposiciones legales aplicables. También advierte sobre los riesgos de que las autoridades justifiquen el uso excesivo de la fuerza bajo la excusa de combatir la delincuencia y socavar las garantías constitucionales de los ciudadanos
Este documento discute la importancia de la fundamentación y motivación de los actos de autoridad en México según el artículo 16 de la Constitución. Explica que la fundamentación requiere que la autoridad cite las leyes en las que se basa su decisión, mientras que la motivación implica expresar las razones y disposiciones legales aplicables. También advierte sobre los riesgos de que las autoridades justifiquen el uso excesivo de la fuerza bajo la excusa de combatir la delincuencia y socavar las garantías constitucionales de los ciudadanos
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Este documento discute la importancia de la fundamentación y motivación de los actos de autoridad en México según el artículo 16 de la Constitución. Explica que la fundamentación requiere que la autoridad cite las leyes en las que se basa su decisión, mientras que la motivación implica expresar las razones y disposiciones legales aplicables. También advierte sobre los riesgos de que las autoridades justifiquen el uso excesivo de la fuerza bajo la excusa de combatir la delincuencia y socavar las garantías constitucionales de los ciudadanos
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LA MOTIVACIÓN DE LOS ACTOS DE AUTORIDAD
EN MÉXICO.
LIC. JORGE ARTURO MATA AGUILAR.
ENSAYO JURÍDICO. En torno al artículo 16 de la Constitución.
1. INTRODUCCIÓN AL TEMA.
El artículo 16 de la Constitución Política de México, establece en su primer
párrafo: “Nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento.” Por su parte la Ley Federal del Procedimiento Administrativo, dice: “Artículo 3.- Son elementos y requisitos del acto administrativo: “I. Ser expedido por órgano competente… “IV. Hacer constar por escrito y con la firma autógrafa de la autoridad que lo expida... “V. Estar fundado y motivado;..”
Ésta es la llamada “garantía de legalidad”, que se ha extendido a todo acto
de autoridad. La autoridad política que de alguna forma pretende ejecutar cualquier acto de molestia o afectar a la persona, bienes o documentos de los particulares, está obligada legalmente por principio, a que su orden conste por escrito, “debidamente fundada y motivada”, y que la misma derive de una causa legal.
Sobre la fundamentación y motivación se han generado un buen número de
tesis y jurisprudencias de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Se ha hecho una distinción en lo que consiste la fundamentación, y lo que consiste la motivación. La primera se delimita como la obligación de la autoridad para que cite en su orden exactamente los artículos y leyes en que funda su determinación, para que el ciudadano conozca las leyes que le permiten a la autoridad emitir su orden. No pide su transcripción a la letra, pero sí la cita. Estimo que ante el cúmulo de leyes que agobian a los ciudadanos, ahora será necesario que la autoridad transcriba a la letra el texto de la ley, pues es imposible que mantengamos ese viejo apotegma antigarantista y autoritario que reza “el desconocimiento de la ley (por parte, obviamente, del ciudadano), no excusa su cumplimiento”.
La fundamentación cumple una función muy importante, en atención al
principio de que las autoridades sólo pueden hacer lo que las leyes les permitan. Ninguna autoridad puede molestar a un ciudadano si no justifica su acto, ya sea administrativo o judicial, sin que lo descanse en una ley que le otorga la competencia y facultades para decretar cualquier orden. El uso de las llamadas facultades discrecionales de las autoridades administrativas se limita en base a la ley. El poder coactivo del Estado necesariamente tiene que estar controlado, en beneficio de los ciudadanos, como respuesta a su tendencia expansiva de lo que se llama “el monopolio de la fuerza”, privilegio que goza el Estado. Es prolija la práctica de la autoridad ejecutiva en el abuso de su poder, en detrimento de la seguridad de los ciudadanos. Ahora mismo, en razón de lo que la autoridad llama “combate a la delincuencia”, los cuerpos represores del Estado han justificado en muchas ocasiones sus actos rutinarios de desvío de poder y violación de las garantías de libre tránsito, seguridad jurídica y otras, por su denominada “combate a la delincuencia”. Se corre un grave riesgo cuando las autoridades deciden transitar en la ideología de lo que ha sido denominado por Gunther Jakobs “El derecho penal del enemigo”, en detrimento del derecho penal del ciudadano. Cuando el Estado considera a los delincuentes como “enemigos”, y les otorga tal denominación, existe un claro propósito para tratar de justificar el uso de una fuerza fuera de lo común, expansiva, violenta, cada vez más incontrolada, que le justifique hacer uso de las fuerzas armadas y policiales, primero, y luego, imponiendo un discurso de amenaza a la población, como si de una invasión se tratara, para provocar un consenso que justifique el despliegue de ésta fuerza y lo peor, el la paulatina y rutinaria disminución de las garantías de la población. La suspensión de garantías constitucionales no es declarada en términos que marca la constitución, pero de manera subrepticia, cada acto de la autoridad dirigido a contener a los delincuentes, es un acto violatoria del régimen constitucional de garantías. La autoridad política, ante el cúmulo de problemas que es incapaz de dar cauce, pero sobre todo, ante su incapacidad de otorgar seguridad a los ciudadanos, se ve compelida a mostrarse “firme”, determinada a mostrar resultados, activa un mecanismo de defensa que justifique su ineptitud para procesar a los delincuentes en los términos de la Constitución y leyes penales, introduciendo un elemento muy peligroso porque disuelve poco a poco las defensas del ciudadano frente al poder público.
Esta ideología del derecho penal expansivo, y por antonomasia, incontrolado;
socava las garantías del ciudadano, que ante los éxitos iniciales de contención de la delincuencia, mediante la exposición diaria que de las “presas” cobradas se hace exhibición en la “sala de trofeos” de los noticieros nocturnos. Sentado, otorgando su asentimiento tácito, pero incapaz de reconocer que tal uso y abuso de poder al poco tiempo podrá revertirse en su contra, cuando esté frente a un policía o soldado imbuido de semejante ideología de ver a los ciudadanos como “sus enemigos”.
Las autoridades políticas pretenden justificar su fracaso en contener la
delincuencia por la obligación que tienen de “fundar y motivar” sus actos. Condicionan el cumplimiento de éste deber esencial del Estado, a la exigencia de mayores facultades represivas y autoritarias, pero sobre todo, a la disminución de garantías constitucionales. Éstas garantías son la justificación de todo Estado Constitucional, si el Estado disminuye su cumplimiento y lo justifica, ya no podrá ser llamado constitucional. Como mejor ejemplo tenemos que las dictaduras políticas son las que mejor otorgan seguridad pública al ciudadano, pues su poder es incontestable y represor, no toleran a los disidentes, los hacen huir o los eliminan: “el mejor delincuente es el que ejecutamos”, “mátalos en caliente”. En éste caso, el panorama empeora: el monopolio de la fuerza es exclusiva del Estado, quien la autoriza sin ataduras y de manera discrecional, primero eliminando a los “enemigos del régimen”, y luego eliminando a los delincuentes. La única delincuencia permitida es la de los poderosos, la que el régimen tolera o genera. La mejor forma de garantizar y asegurar el Estado de Derecho es obligando a cualquier autoridad a observar, acatar, cumplir y hacer cumplir la ley, aún tratándose de los delincuentes. El principio de legalidad es fundamental en el Estado de Derecho. Cuando una autoridad emite cualquier acto en ausencia de una ley donde pueda ser enmarcado, o que rebasa o contraviene una ley, su acto es ilegal y arbitrario, viola la garantía de legalidad del ciudadano.
El concepto de la motivación. La motivación es un concepto que ha sido
conceptuado por la jurisprudencia en muy diversos modos. En México se carece de una delimitación precisa de la misma: “Consiste en la expresión de razones y disposiciones legales que se consideran aplicables, y respecto al fondo, en que los motivos invocados sean reales, ciertos y bastantes para producir el acto de autoridad, conforme a los preceptos aplicables”1. Es “la manifestación de los razonamientos que llevaron a la autoridad a la conclusión de que el acto concreto de que se trate, encuadre en la hipótesis prevista en dicho precepto”, y que por consiguiente “no basta que en el derecho positivo exista un precepto que pueda sustentar el acto de la autoridad, ni un motivo para que ésta actúe en consecuencia, sino que es indispensable que se hagan saber al afectado los fundamentos y motivos del procedimiento respectivo, ya que sólo así estarán en aptitud de defenderse como estime pertinente”.
Determinando que la “estricta” fundamentación es la cita de los preceptos de la
ley que la autoridad toma en cuenta para emitir su acto; se puede colegir que la motivación es un silogismo, es el juicio de subsunción que toda autoridad está obligada a realizar para justificar su acto. Se justifica la resolución de un acto de autoridad que afecta la persona o bienes de un ciudadano cuando realiza un fijación cierta y verdadera de los hechos acaecidos, los califica jurídicamente como trascendentes, hace elección de las normas legales que aplicará, decide la hipótesis normativa que será su premisa mayor, la aplica a la premisa menor, que son los hechos acaecidos en la realidad, y concluye el silogismo con la orden de molestia. Esa es la motivación. La motivación es la exigencia de justificación del acto, la explicitación de las razones que la autoridad tomó en cuenta para la emisión de su acto, sus elecciones y la formulación de la decisión final.
Hay que distinguir la motivación de las resoluciones administrativas y las
judiciales, pero sobre todo, las que deriven de un procedimiento y las que no. Como ya lo expuse, por así quedar establecido en la Constitución a nivel de derecho fundamental y garantía, todo acto de decisión de cualquier autoridad, ya sea que tenga su origen en el poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial, debe estar motivado, justificado. Esto en razón que dichos actos se originan en cuanto fines determinados, y es un deber democrático que éstos fines sean explicitados para poder ser contrastados y verificados con el régimen constitucional del Estado. Los fines de los actos de todo poder público tienen como fin último el cumplimiento de la ley suprema, la Constitución Política. Se distinguen tres funciones: la legislativa, la administrativa y la jurisdiccional.
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