Las Iniciales de La Tierra
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Las Iniciales de La Tierra
Jess Daz
Jess Daz Las iniciales de la tierra ISBN: 843390010450 Edicin Digital Febrero 2006 Correccin de rosalayna
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Este libro es un viaje inolvidable al interior de la revolucin cubana. Carlos Prez Cifredo se enfrenta al cuentametuvida, la planilla en blanco que deber rellenar para que sus compaeros decidan en asamblea si merece o no la condicin de trabajador ejemplar.A travs de una extraordinaria fusin de lenguajes coloquiales, musicales, cinematogrficos, polticos e incluso los correspondientes al cmic, el lector acompaar al protagonista en la rememoracin de sus peripecias a veces hilarantes, otras dolorosas, pero siempre intenssimas, que culminan en la asamblea donde su existencia ser juzgada. Esta primera novela de Jess Daz estuvo prohibida por las autoridades cubanas durante doce aos. Cuando finalmente lleg a publicarse en Madrid y La Habana, en 1987, fue aclamada como la gran novela crtica de la revolucin cubana, mereci varias reediciones, se tradujo al alemn, francs, sueco y griego, y consagr de inmediato a su autor. Un libro sorprendente, slido, apasionante, que se lee con una mezcla de fascinacin y vrtigo (Rafael Conte, El Pas). Las iniciales de la tierra es una novela llena de invenciones verbales, de colores y de msicas: con un dominio perfecto del matiz, gracias al cual las palabras, las cosas y las gentes son miradas a la vez por dentro y por fuera (Franoise Barthmy, Le Monde Diplomatique). Apasionada, blasfema, satrica. Una gran tormenta literaria (Erich Hackl, Die Zeit). Jess Daz (La Habana, 1941) es uno de los grandes escritores de la Cuba de hoy. En 1966 gan el Premio Casa de las Amricas con el libro de relatos Los aos duros. Fund y dirigi el magazine cultural El Caimn Barbudo. Fue profesor en el Departamento de Filosofa de la Universidad de La Habana y coeditor de la revista de ciencias sociales Pensamiento Crtico, hasta que ambas instituciones fueron acusadas de diversionismo ideolgico y clausuradas por las autoridades cubanas en 1971. Escribi y dirigi varios filmes en Cuba. Ha trabajado como guionista en Mxico, Colombia, Alemania y Espaa. En 1992 dio a conocer en Zurich el ensayo Los anillos de la serpiente, reproducido en muchos peridicos de Europa y Amrica, que le vali una carta brutal del ministro cubano de cultura condenndolo al exilio. En la actualidad reside en Madrid, donde trabaja como guionista de cine, es profesor en la Escuela de Letras, y director de la revista
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Encuentro de la cultura cubana. Sus libros han sido traducidos al alemn, francs, sueco, holands, griego y ruso. Anagrama ha publicado tambin sus otras dos novelas Las palabras perdidas y La piel y la mscara.
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... pero en la empuadura de su arma de cristal humedecido las iniciales de la tierra estaban escritas. Neruda
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Dej de leer, con la oscura certeza de estar atrapado en un laberinto, y en eso Gisela regres de la guardia muerta de cansancio, dijo, y se inclin sobre la planilla, el simple cuntametuvida frente al que Carlos haba pasado la noche tratando de reconstruir su pasado y preguntndose por qu haba hecho esto y no aquello, por qu casi nunca logr lo que quiso sino lo que dispuso la casualidad, o el destino, o vaya ust a saber, como si la vida fuera una torpeza irreversible de la que uno siempre se diera cuenta demasiado tarde y lo acusara ahora, desde aquella planilla an en blanco, interrogante y muda ante el asombro de Gisela, que lo animaba con un beso cmplice en la mejilla y segua hacia el bao mientras l volva a las preguntas, a la obsesin y a la desesperanza, hasta sentir el siseo de la orina como un llamado en el silencio de la noche con la extraa certidumbre de haber vivido ya ese instante. Pero no, entonces era Iraida y las cosas podan haber ocurrido de otro modo: si, por ejemplo, no se hubiera acostado con ella, tampoco habra sido separado de la Juventud, ni acosado a Gisela, ni sufrido el tormento de los das ciegos que lo cercaron despus; pero de dnde, sino de aquella desesperacin, sac fuerzas para irse a la zafra? No haba vuelta que darle, todo conduca al laberinto; incluso que el siseo cesara y se abriera la ducha, remitindolo, no saba por qu, a lo de Jos Antonio, quiz el mayor de los errores que haba cometido en su vida, aquella trayectoria zigzagueante que ahora le machacaba la memoria y que por momentos le resultaba indescifrable. Qu le preguntaran en la asamblea?, que le criticaran? l, que haba querido ser un hroe y todava aspiraba a ser ejemplar, qu era, en realidad? Haba coreado los mismos himnos, bebido en los mismos jarros, llorado a los mismos muertos que todos los dems; no tena un solo mrito que pudiera llamar suyo y no de todos o de las circunstancias. Era uno entre millones, se dijo, pero esta certeza, que tuvo la virtud de reconciliarlo consigo mismo, tambin lo hizo temer al fracaso: tal vez aspiraba a ms de lo que mereca, tal vez deba detenerse all mismo, dejar la planilla en blanco para siempre y, haciendo uso de su derecho, negarse al debate. Pero, entonces, cmo mirar su rostro en el espejo? Se estremeci al darse cuenta que el ruido de la ducha haba cesado y tom uno de los cinco lpices de punta afiladsima que tena a la derecha: deba decidirse, concentrarse en cada una de aquellas preguntas, que lo desconcertaban por su simplicidad. La ltima palabra si era o no trabajador ejemplar, si poda aspirar o no a la militancia la diran sus compaeros dentro de pocas horas. Aqulla era la incgnita, la pregunta de la verdad, y por ms vueltas que le daba no lograba imaginar la respuesta, aunque para enfrentarla haba regresado a La Habana, a su antiguo trabajo y a aquella habitacin oscura, llena de fuegos y fantasmas, que ahora Gisela iluminaba con su cuerpo desnudo, hacindolo preguntarse cmo era posible que alguna vez hubiera deseado matarla, mientras volva a sufrir la desazn del laberinto, le devolva la sonrisa e intentaba acoplar de una vez sus huesos, sus recuerdos macerados. Haba un tiempo de hacer y un tiempo de pasar balance: tena trentin aos, ningn oficio,
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una hija y una mujer con la que haba vuelto desafiando las miserias de la memoria, confiando en que todo tiempo futuro tena que ser mejor, siempre que no se le escapara de las manos y se volviera contra l, como tantas veces haba hecho el pasado, puesto que lo vivido estaba dentro y nadie poda cambiar un solo gesto ni una sola palabra, ni siquiera Gisela, que tanto haba luchado por lograrlo y ahora lo apremiaba porque faltaban menos de dos horas, mi amor, y an deba baarse y afeitarse, mientras l asenta mirando aquella piel hmeda, iluminada por el sol incierto del amanecer como por los fuegos de su infancia, y luego la planilla vaca, donde tendra que dejar hueso a hueso su esqueleto, como el leopardo extraviado en la cima de la montaa.
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Desde las nieves del Kilimanjaro Carlos mir la jungla y grit tres veces, Tarmanganiii!, pero ni el elefante Tantor, ni la mona Chita, ni los malditos pigmeos respondieron a su llamado; se sinti invadido por el aburrimiento y dese tener all un Monopolio, el juego en que se haba enviciado desde que descubri la tctica ganadora: comprarlo todo, el Agua, la Luz, los Ferrocarriles, Vermont, Illinois, Kentucky, donde edificara casas y hoteles en los que caeran sus contrarios, que no podran pagarle la renta e iran a la ruina, al crack, mientras l lanzaba estentreas carcajadas que interrumpi de pronto, al descubrir a una apache mirndole desde la palma. Decidi impresionarla y mont en Diablo, su caballo, que era negro, con la crin blanca y una estrella blanca en la frente. Lo hizo de un salto, por la grupa, como Robert Taylor en Una vida por otra; de lado, como Alan Ladd en Shane, el desconocido; desde un rbol, como el Kid Durango en los Episodios del Kid, y se lanz a galope tendido sobre el precipicio, el despeadero tantas veces teido por la sangre de hombres y bestias. Estaba en el aire, envuelto en una manta, un sombrero y una sbana de niebla, disparando su Winchester, soltando las bridas y saltando as sobre el abismo, mejor que Shane, cuando la oy rerse. Fren el caballo en el aire y lo dirigi hacia aquella navaja burlona que acababa de firmar su sentencia de muerte. Pero la india ech a correr, se perdi en las orillas del Amazonas y le sac la lengua desde la otra ribera antes de adentrarse en la terrible selva africana. Era imposible cruzar el Nilo a nado, los huesos descarnados de un gran antlope de las praderas delataban la existencia de piraas, y l no tena una maldita vaca herida para echarla de cebo y alejarlas, como hubiera hecho John Wayne. Descubri una gran piedra blanca y la arrastr hasta la orilla del Misisip, sudando como un condenado. Pesaba demasiado para tirarla al agua y usarla como puente sobre el ro Kwai. Se sent pensando armar una Kontiki con yaguas de palma, pero no haba yaguas en el suelo. No quedaba otra solucin, meti el pulgar de la mano derecha entre el anular y el meique, uni los dedos de la mano izquierda y comenz a saltar alrededor de la piedra cantando Pao Wao the indian boy. Eso le dara fuerzas. Cuando hubo dado siete saltos, carg la piedra e intent tirarla, pero casi le cay sobre un pie. Slo entonces comprendi que lo haban traicionado, la piedra era de kriptonita. Subi al jagey y puso voz de noticiero NoDo para narrar el panorama: Estamos en el centro del frica. Nuestra expedicin marcha por la jungla. Caracoles!, qu vemos? Elefantes por aqu, elefantes por all! Salta, perico, salta!, Mientras el perico saltaba, se dio cuenta de que la manada de elefantes estaba dirigida por Tantor. Grit otra vez, Tarmanganiii!, pero el estpido elefante estaba sordo. Busc una liana gruesa y, balancendose por encima del encrespado Amazonas, fue a caer de pie en la otra orilla del Orinoco. Entonces volvi a ver a la sioux, que result ser una impostora. Usaba unos ridiculsimos zapatos de varn, como si l no supiera que
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los indios no usaban zapatos. Decidi darle su merecido por burlarse de l, un hombre blanco. Corri hacia las caabravas, pero al llegar ya ella no estaba all. Husme el aire, nada. Palp el polvo del camino, nada. Aplic el odo a tierra, nada. La risa lleg desde el ro cuando l estaba entre las caabravas, desde la palma cuando lleg al ro, desde el aroma cuando alcanz la palma. Grit, Tambochas, huyan todos, vienen las tambochas!, pero la Estpida de los Zapatos de Varn no sali de su escondite a pesar de que l le haba advertido la invasin de las terribles hormigas homicidas. Se sent bajo el jagey y all estall, por tercera vez, la risa malvada de la cochise. No la persigui. Haba decidido cazarla como lo que era, una indgena. Sac su cuchilla. La abri tomndola por la punta. Le dio un beso. La lanz hacia la palma y se qued mirndola girar en el aire, de punta, de cabo, de punta, de cabo, de punta contra el tronco, clavada. Camin hacia la palma. Desclav la cuchilla. Se volvi lentamente y vio a la india parada junto al naranjo, uyuya, como deca el abuelo lvaro que era su yegua. Contuvo los deseos de correr hacia all. Le mostr la cuchilla, y ella se acerc muy despacio, desconfiada. Cuando la tuvo cerca pens en lo fcil que sera clavrsela en la aorta y despus chupar, como el murcilago de sus pesadillas. Le mostr la cuchilla preguntndole, Quieres?, y cuando ella dijo que s le agarr la mueca, le dobl el brazo sobre la espalda gritando, Kriga! Bundole! Mata!, y le puso la cuchilla en el cuello. La tuvo as unos minutos, murmurando, Estpida de la Barba Negra! Ests en manos de Saquiri el Malayo, nada menos que de Saquiri el Malayo! y la retuvo todava para que sintiera el terror de hallarse a merced de un ser tan sanguinario. Entonces la solt, pero ella cometi el error de intentar escaparse. Le puso una zancadilla y le cay encima blandiendo la navaja con la risa malvada del asesino, Ja, ja, ja, pensabas escaparte de Saquiri, oh t, Estpida de los Zapatos de Varn?. Ella lo escupi en la cara y l le hinc las rodillas en los hombros para mantenerla inmvil y poder limpiarse el rostro mancillado. Ah, canalla, le grit, tendrs tu merecido! En ese momento descubri que ella lloraba unas lgrimas tristes como las del Pas de Nunca Jams y empez a soltarla poco a poco dicindole, T, Juana; yo, Trazan, sonrindole y dndole en el pecho golpecitos suaves y tmidos mientras repeta, T Juana, y se golpeaba ms fuerte al decir, Yo, Trazan. Pero ella no sonri; sigui llorando an despus que l la dej libre, le mostr la cuchilla y murmur, Toma, te la doy. Entonces ella se puso de pie lentamente, seal hacia un rbol y advirti con una voz lejana y seca: Debajo de la seiba te est esperando el dao. Despus ech a correr. No logr encontrarla en toda la tarde, y en la noche volvi a sentir la mordida tristsima de la nostalgia y se dijo que si su abuelo lvaro estuviese vivo la finca sera la mejor del mundo, l estara sentado en sus rodillas preguntando qu hora es, su abuelo respondiendo que las siete y l volviendo a preguntar que cundo era la una, diciendo que quera ver la una. Si su abuelo lvaro estuviese vivo mandara a Chava al pueblo para que le trajera azcar cande, y le contara cmo Chava estaba igualito desde que lo conoci haca setenta aos. Tena mucho ms de cien aos Chava, y era amigo del abuelo y haba sido esclavo del bisabuelo y nunca se iba a morir Chava. Para eso eran las fiestas que daban de
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noche en el barracn viejo, donde vivan los esclavos antes de la Guerra Grande, cuando se fueron a la manigua con el bisabuelo, contra Espaa; para eso las gallinas blancas, los gallos degollados y los quilos prietos que aparecan incluso cuando Weyler decret la reconcentracin y se pas ms hambre que en tiempo de Machado; para eso los trapos rojos, la comida a los santos, el maz quemado, el aguardiente de caa, el reclamo montono de los tambores, la carne de chivo crudo y los gijes de ojos lquidos que salan de la laguna a espantar al eque; para eso, para que Chava no se muriera, porque ese negro tiene asunto con el diablo. Carlos escondera entonces la cabeza en el pecho de su abuelo y ste le dira que no, Chava era un negro decente y un negro decente no se metera nunca con un nio. Chava era un negro decente, haba sido un buen mamb, y cuando termin la Guerra Grande regres a lo que quedaba de la finca a trabajar por la comida. Vio nacer al abuelo, lo ense a montar y a enlazar, a cazar y a sembrar, pero era respetuoso, no le ense nunca sus cosas de negro. Con Chava y con el bisabuelo se fue el abuelo a la manigua cuando la Guerra de Independencia, y estuvieron tres aos peleando en la tropa de Mximo Gmez. A Carlos le gustaba que su abuelo pronunciara aquel nombre, Mximo Gmez, porque lo hacia con una voz profunda y orgullosa, y luego gritaba, La tea, carajo, la tea!, al recordar los incendios inmensos que convirtieron en da la noche de la Isla, alegrndose como un nio que cabalga en un taburete mientras le contaba, jadeando, los combates feroces con que lucharon por una independencia tan canija. Entonces se pona triste, el bisabuelo muri en la guerra de un disparo contra el que nada pudieron las yerbas de Chava. Junto a Chava regres el abuelo a lo que quedaba de lo que haba quedado de la finca, un yerbazal abandonado, porque su madre y su hermana fueron reconcentradas en el pueblo, acusadas de alimentar bandoleros, y all murieron de fiebres o de hambre. Si su abuelo lvaro estuviese vivo le volveran a entrar ganas de irse a la guerra, lo montara a caballo, y l gritara, La tea, carajo, la tea!, para que el abuelo se pusiera otra vez contento, picara espuelas y lo llevara al galope a travs de los caaverales incendiados de su memoria hasta la talanquera de lo que fue la casa seorial del Marqus de Santacecilia. Divisaran las paredes derruidas, siempre hmedas, tapizadas de un musgo mojado por las lgrimas de todas las mujeres y todas las hijas y todas las hijas de las hijas de la estirpe bendita del Marqus que lo perdi todo en la Guerra Grande, y volvi a pelear en la Chiquita y en la de Independencia, y jur todava otra guerra contra la repblica canija, acabada de nacer, porque haba demasiados muertos reclamndola. El caballo estara intranquilo, sudoroso, y el abuelo lo hara tascar el freno prometindole a Don Antonio Santacecilia que alguna vez, carajo, los fuegos volveran a convertir la noche en da y entonces Cuba sera libre para siempre. Si el abuelo lvaro estuviese vivo despertara a Carlos frotndole el bigote en la mejilla, e indicndole con un dedo que se callara lo llevara cargado hasta el patio, y en medio de aquella luz blanqusima que bajaba desde el cielo al jagey y luego a su camisa, le dira, Es la una, ahora mismo. l se quedara quieto mirando los encajes de luces y sombras, oyendo al abuelo decir, Es luna de
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muerto, asombrado de que la luna de muerto fuera tan linda y la una tan radiante y sombra. Pero el abuelo no estaba, haba muerto de calenturas, y la finca sin l era tan aburrida como una tarde de domingo. Carlos deba pasar all las vacaciones porque su padre segua ahorrando y trabajando como un endemoniado para comprar la nueva casa y los haba dejado, a Jorge con to Manolo y a l aqu, preguntndole por qu lloraba si siempre le haba gustado la finca. Carlos intent explicarle que quien le gustaba era el abuelo lvaro, pero su padre se fue sin entender, dejndolo en aquellos potreros donde no pasaba nada. Extra La Habana, all se diverta de lo lindo jugando a los Cowboys, a los Halcones Negros o a los Policas y Ladrones; all poda hablar con ngelo, el negrito que saba cantos, cuentos y hacer muecos para quemarlos vivos la noche de San Juan, el que llev al barrio el murcilago y le explic que era un Vampiro, un Chupasangre, un bicho que volaba de noche para morder el cuello de los blancos. Carlos lo crey, y el Vampiro se instal a vivir en sus pesadillas como un espanto cotidiano; pero ahora prefera aquel miedo a este aburrimiento y entenda por fin la respuesta de su padre y su to cuando Chava les pregunt si pensaban volver a vivir en la finca. Para finca, la calle Galiano dijeron, para pueblo de campo, La Habana, y para vianda, la carne de puerco. Chava qued triste, murmurando que el nio lvaro tena la culpa por haber separado a sus hijos de la tierra, y Carlos no entendi por qu su padre se negaba a vivir en la finca, tan bonita, ni por qu Chava le deca nio al abuelo, tan viejo, encerrado en aquella caja gris de la que no se levantara ms, segn le haba dicho su madre. Se dijo que el abuelo estaba dormido y no muerto, y cuando lo condujeron a la sala se escurri hacia el patio buscando aquella luz blanqusima en las ramas del jagey. Es la una, dijo. El abuelo no vino y l, volviendo al atad, se inclin sobre su rostro dormido, murmurando, Es la una, abuelo, pero ya Chava, a sus espaldas, lo alzaba en vilo para llevarlo al patio y sentarlo en sus piernas y dejarlo llorar. Se sinti mejor porque estar en las piernas de Chava era casi como estar con su abuelo. Por qu no hablaba su abuelo? Chava mir a la blanqusima luna de muerto y le dijo que el alma del nio lvaro se haba ido al cielo de su Seor, desde donde vigilara si el nio Carlos era bueno y patriota. Quiso hacerle muchas preguntas a Chava pero slo pronunci una: Los muertos vigilan? Vigilan respondi Chava, y estarn siempre vigilando porque los vivos traicionaron su sangre. Le gust que su abuelo lo estuviera vigilando, cuidando, y dese tocarlo como tocaba a Chava, que nunca se iba a morir, verdad? Verdad, dijo Chava, un da se iba a ir como el nio lvaro, pero sus dioses no eran del cielo sino de la tierra, y su espritu renacera en un maj o en una seiba y desde all vigilara a los vivos como los estaba vigilando el nio lvaro desde el cielo de su Seor. Chava se haba ido, se haba apagado poco despus de la muerte del abuelo, y su espritu sera una seiba o un maj, y el del abuelo una estrella o la luna, y Carlos se senta perdido en aquella finca que su padre y su to haban dado
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en arriendo a Pancho Jos, un guajiro que slo tena tiempo para el trabajo y que ahora roncaba como un bendito, mientras l luchaba por no sumirse en el sueo en cuyo fondo aleteaba el murcilago, que a pesar de todo se prendi de su sangre hasta que el ruido de una ua raspando la ventana lo devolvi a la luz. Y all estaba ella, con sus viejos zapatos de varn, su vestidito de color hervido, sus extraos ojos grises. Dijo llamarse Toa y venir de por ah, quiso saber quines eran Saquiri el Malayo, Juana y Tarzn, si eran de La Habana, qu quera decir Kriga y Bundolo, para qu l arrastraba una piedra tan grande, por qu brincaba cantando, qu cantaba, de qu se rea tanto cuando estaba encaramado en el jagey. Carlos no pudo evitar que una mezcla de rabia y vergenza lo hiciera huir, dejndola con una nueva pregunta en la boca. Mont en Diablo y galop despotricando contra la Estpida de los Zapatos de Varn hasta llegar a los caaverales, donde el deseo de verla comenz a dolerle. Volvi grupas pensando respuestas para Toa, pero ella no estaba en el ro. Empez a recorrer la finca y sus alrededores, sinti que Diablo era muy lento y decidi tomar el Batimvil, que hizo un enorme ROARRR! antes de partir a escape desde la Baticueva. Anduvo todas las guardarrayas de los caaverales, se atrevi a llegar hasta las ruinas de la casa del Marqus de Santacecilia, donde lo asalt otra vez la nostalgia del abuelo, pero no encontr a Toa. Entonces se llen de valor y arrostr el peligro de buscarla por caaverales desconocidos, donde podan estar acechando soldados espaoles. Estaba muy cansado cuando descubri la enorme pesa de hierro al lado de la lnea del tren, en medio de una explanada solitaria; una cadena batida por el viento golpeaba la estructura metlica del triste trasbordador vaco, y por primera vez entendi por qu los mayores llamaban tiempo muerto a aquellos largos meses sin zafra. Pens mucho en los muertos durante las horas interminables en que Toa estuvo sin aparecer, y les pidi al abuelo lvaro y a Chava que lo ayudaran a encontrarla. No lo hicieron, tal vez porque haban visto desde su vigilia cmo l le haba pegado, y les prometi que la tratara como Supermn a Luisa Lane y an mejor, porque Supermn engaaba a Luisa, al no revelarle su verdadera identidad, y l no iba a engaar nunca a Toa, sino a tratarla como Tarzn a Juana o como Rodolfo Villalobos a su novia. Sus muertos escucharon el ruego y la promesa, porque Toa apareci en el mismo lugar donde la haba perdido, repitiendo sus preguntas y gestos con tal fidelidad que l no supo si el tiempo haba pasado realmente o si slo haba soado su castigo. No ces de remover con un palito el fango de la orilla mientras Toa preguntaba, pero de pronto ella termin y l no saba cmo empezar. El discurso que haba preparado se le enredaba en la mente, y sin embargo tena que decir algo para que Toa dejara de mirarlo con cara de jueza. Habl sobre Tarzn y Juana, sobre Saquiri el Malayo y sobre Chava, sobre las cosas que le deca el abuelo y sobre lo grandes que eran la tierra y el mar; dijo que haba muchas formas de andar en el mundo, batimviles, barcos, aviones, submarinos y acorazados, haba el frica, el Oeste y la Estratsfera, piraas, rinocerontes y dinosaurios, Tantor y Chita, Supermn y Rico Mac Pato, Tony Curtis de ojos verdes, Rock Hudson de ojos negros, Doris Day de ojos azules, y haba gentes que no tenan ojos porque hablaban por radio y nada ms se les vea la voz, como
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Rafles, el Ladrn de las Manos de Seda; haba idiomas, el espaol que ellos hablaban, el ingls que se hablaba en las pelculas, y el idioma de los muequitos que slo se hablaba en los muequitos, donde las cosas se rompan, CRASH!, las mquinas corran, ROARR!, los terremotos destruan, rumble rumble!, las pistolas disparaban, BANG!, las ametralladoras rafagueaban, RATATATA!, los tipos caan heridos, ARRGH!, se ponan bravos, !GRRR!, lloraban, SNIF SNIF!, y se dorman, ZZZ soando con un serrucho que cortaba un tronco para despertar ante nios africanos, negritos con huesos en la cabeza y la nariz, que decan DUPA BUPA UMT TOTA! Entenda? Ella neg, desconcertada, y l tuvo que contener un golpe de impaciencia para seguir explicando, en el mundo haba Buenos y Malos, Supermn y Luthor, los Villalobos y Saquiri el Malayo, Mambises y Espaoles. Poda pasar cualquier cosa, haba que cuidarse y por eso l no se desprenda de su cuchilla. Slo se poda estar confiado en el Pas de Nunca Jams, pero en el mundo, no. Nadie saba quin era nadie. Ella, por ejemplo, podra haber tenido kriptonita en los zapatos, por eso l se haba defendido con la cuchilla, que ahora le iba a regalar, por qu no la coga? Toa no mir siquiera la cuchilla, fue l quien mir desconcertado aquellos ojos que seguan interrogndole, exigindole una respuesta que l ya no saba cmo dar. Le pregunt si ella no iba mucho al cine. Toa continu mirndolo en silencio, y l grit, !Nunca has ledo muequitos?!. Ella neg con la cabeza, asustada, y l volvi a contener su impaciencia recordando la promesa hecha al abuelo y a Chava, y la manera dulce en que Tarzn le explicaba las cosas a Juana. Recogi su palito y dibuj con mucha calma un cuadrado en el fango. Intent pintar dentro a Supermn, pero nunca haba sido bueno dibujando, as que tuvo que conformarse con unas rayas, una boca y un globo en el que escribi:
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Ella volvi a decir que no, y l la dej ir porque esta vez no tuvo fuerzas para retenerla. No saba leer. No era posible. Todo el mundo saba leer, incluso ngelo. Cmo se poda vivir as, sin cine, sin radio y sin muequitos? Haba huido porque le daba pena, pero no deba avergonzarse con l, no se lo dira a nadie, lo juraba. La llam varias veces y de pronto hizo silencio porque comprendi que ella slo vendra cuando quisiera, y que l no poda hacer otra cosa que esperarla a la sombra del jagey, pidindole perdn a sus muertos, explicndoles que no lo haba hecho por malo, que se portara bien si ella volva. Llevaba tres das dicindose que no mereca aquel castigo cuando vio la imagen de Toa reflejada en el agua y no se atrevi a volver la cabeza, por miedo a romper la ilusin, hasta que la tuvo al lado, preguntndole sobre el mar. Cerr los ojos para recordarlo y le dijo que el mar era de agua, un agua salada tan grande como todos los ros del mundo. Era lindo, azul, azul prusia, azul turqu o verde, verde botella, verde esmeralda, verde limn o verde mar. Se pona bravo con el viento y saltaba en unas olas grandes como dos o tres palmas. Era peor que los ros crecidos, muchsimo peor, agarraba a los barcos y los parta, KRAAK!, los hunda, ZUM!, los barrdondea, ZAS! Quedaban los nufragos, que mandaban mensajes en botellas desde islas lejanas donde vivan durante aos sin agua ni comida, y no se moran porque al final el muchacho reciba el mensaje y los salvaba. El muchacho era el Bueno. En todas las pelculas haba un muchacho que era fuerte y valiente y bueno y ganaba al final y se llevaba a la muchacha. Afrontaba todos los peligros de la tierra y del mar, que eran peores, porque en el mar haba tiburones hasta de quince metros de largo con tres hileras de dientes envenenados que chocaban as, CHASHHH!. Haba ballenas capaces de tragarse un barco completo y dejar la tripulacin viviendo en su barriga durante aos, porque las ballenas echan un chorro de agua dulce por el lomo. Pero lo ms importante del mar eran los tesoros, millones de cajas con monedas de oro y piedras preciosas que los piratas les haban robado a las flotas espaolas. Haba muchsimos piratas, los de las Molucas con sus cimitarras, el Pirata Hidalgo, igualito a Burt Lancaster, el Corsario Negro, que era una mujer disfrazada, y sobre todo Sir Francis de Sores, el Olons, un pirata noruego nieto de Leif Erickson, hijo de Eriko el Rojo, hermano del rey Arturo, dueo de la espada Excalibur, Caballero de la Mesa Redonda y jefe mayor y principal de los Vikingos. Al avistar a un enemigo en alta mar gritaba, Baaarco a la vista! Sueeelten la vela de mesanaaa! Todo a babor, timonel, todo a babor!. Embesta al otro barco por el centro con el espoln de proa y ordenaba, Al abordajeee!. Sus hombres saltaban como fieras sobre la cubierta del barco enemigo y lo destrozaban todo. El Olons se bata siempre con el Capitn de los Malos, el otro con su espada y l con su garfio, Shan sha shan!, batindose y batindose y batindose coooo, amenazando al Malo, Rndete, canalla, o tu maldito cuerpo ser pasto de los tiburones!. Tatn tatn! Pero el otro segua peleando y arrinconaba al Olons junto al Castillo de Popa, gritando, Ahora terminarn tus fechoras!. Pareca que el Bueno iba a morir, ya nada en el mundo poda salvarlo, coooo, y entonces el Olons pona su pata de palo en el pecho del Malo, lo empujaba, Ahhh!, se
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lanzaba sobre l, irs al infierno, alimaa!, le clavaba el garfio en el cuello y el otro sufra, Arrgh!, hasta que el Olons lo alzaba en vilo y lo lanzaba a los tiburones para que no siguiera sufriendo. Era as, el barco del Olons se poda batir con una flota, con un ejrcito y con el mundo entero. Contra todas las banderas menos con la del Buque Fantasma, que era un barco negro, grande como los que fondeaban en la baha de La Habana y hasta ms grande, y estaba a la vez en todos los mares y ocanos, en el Pacfico, en el Atlntico y en el Canal de Panam; en el Mar Rojo, en el Azul y el Amarillo; en el ocano Glacial rtico, en el lgubre Mar Muerto y en el terrible Mar de los Zargazos. Llevaba consigo la tuberculosis y el beriberi, la lepra y el clera, la sfilis y el escorbuto, y todos sus marineros estaban muertos desde siempre, y muertos manejaban el espantoso barco que era tan malo como el dao. Ella le dijo que no debera hablar as. El dao era distinto a todas las cosas. Ms malo que todas las cosas, y estaba cerca, oyendo, en la laguna y en la siguaraya, en el rompesaragey y en el abrecaminos, en el marab y en el mastuerzo, en la seiba y en el galn de noche, en los toros cebes y en las yeguas en celo que pastaban junto al cementerio, en las auras tiosas y los gusanos que coman la carne de los muertos, en las flores y frutas, pjaros y yerbas, bestias y lugares del mundo aquel, lindo unas veces como el mismsimo Paraso, y otras extrao y horrible como el fondo del Infierno, donde el que se atreviera a dar doce vueltas a una seiba a las doce de la noche sera convertido en un nima en pena, condenada a vagar y a vagar por el borde de los cementerios. Carlos la mir entre aterrado e incrdulo, y ella le prometi llevarlo a ver el fuego eterno de las nimas penitentes que se calcinaban en el camposanto, los jinetes sin cabeza que deban desandar eternamente los caminos, y los gijes, negritos cabezones que salan de los ros saludando, SALAM ALEKUM, a lo que haba que responder, ALEKUM SALAM si uno no quera ser arrastrado a las profundidades para siempre. Carlos se le hizo difcil repetir aquella extraa jerigonza y se empe en que tambin se les poda responder, DUPA BUPA UMT TOTA!, porque todos los negritos africanos hablaban as, y si ella insista en decirle que no se atreviera a hablar as ante el gije, era porque no saba leer. l se atrevera a todo, le dara doce vueltas a la seiba a las doce de la noche y no le iba a pasar nada porque en el momento indicado gritara, SHAZAN!, para escapar volando de los espritus. Toa ech a caminar de pronto y l la sigui en silencio y en silencio vagaron por las veredas de la finca. Carlos pens que ella se diriga a su casa, o a uno de los escondites donde sola refugiarse, pero se dio cuenta de que caminaban sin rumbo fijo. La invit a montar en el Batimvil y ella no quiso, pens obligarla y se detuvo ante la posibilidad de que su viejo vestido hiciera un RIIIIP! irremediable. Entonces vio al toro, un ceb de largos cuernos curvos que piafaba ante ellos. Se escondi detrs de Toa, que se ech a rer de sus sudores y del grito que dej escapar cuando el toro lanz aquel bramido aterrador y emprendi la carrera que l contempl espantado, esperando una cornada mortal, pero la bestia pas junto a ellos en una polvoreda y l se volvi y descubri la vaca que esperaba firme la embestida, y sinti un mareo ante la imagen de los animales humeando de sudor, como si la presencia de tanta fuerza lo hubiese debilitado de
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pronto, hacindolo caer sobre la yerba donde sinti en el pecho el golpe brutal de la monta y el bramido, y la brbara belleza de las bestias ayuntndose. De pronto todo fue otra vez tranquilo, y en medio de un silencio de animales que pastaban reson altsima la risa de Toa, que le produjo rabia y le devolvi las fuerzas para pararse gritndole, Bruta!, mientras ella segua burlndose y l echaba a caminar, odiando a la Estpida de los Zapatos de Varn con la que se encar en el cruce de la guardarraya, No sabes leer, bruta!, y de quien se alej a toda carrera sin dejar de insultarla. Senta vergenza y ansiedad, curiosidad y rabia en aquella tierra donde los machos cabros berreaban, los toros bramaban, los caballos relinchaban, corran, saltaban enfurecidos provocndole aquel golpe de sangre en el rostro al ver a las chivas, las vacas, las yeguas esperando a sus machos con la misma ansiedad con que Evarista se abra para Pancho Jos en las madrugadas, emitiendo el jadeo ronco que l no quera escuchar ni dejar de escuchar. Se escondi en la casa deseando que Toa apareciera para castigarla con su indiferencia, y no respondi a los lamentos de Evarista, aquel muchacho la iba a matar del corazn, siempre perdido, ganas de que se lo llevaran, carajo. Pero Toa no apareci, y l se neg a almorzar y a comer, y Evarista lo oblig a tomar un cocimiento de yerbabuena dicindole que padeca de pasin de nimo. Agradeci que Pancho Jos le prohibiera volver a salir de la casa porque aquella decisin lo ayudara a encontrar las fuerzas que le faltaban para mantener su plan. Slo que Toa amaneci jugando a la pata coja junto a la ventana, ms linda que el sol, con unas flores blancas en el pelo, silbando como un sinsonte para l. Tuvo que esperar a que Pancho Jos saliera para escaparse, pero entonces ella no estaba y la busc por lugares lejanos dicindose que no quera verla, e informndole a Dick Tracy por el radiopatrulla que se encontraba en una operacin de rutina. La descubri sentada junto a la laguna, de espaldas, y us la telepata para informarle a Dick que el objetivo estaba comiendo flores amarillas. Subi a una seiba para castigar a la canbal con su indiferencia, y desde all la vio peinarse en las aguas, la escuch silbar como todos los pjaros del paraso y ya no pudo resistir el tenerla tan lejos. Empez a descolgarse, despacio y en silencio, para darle por lo menos un susto, pero ella dej de silbar y dijo, sin volverse: Esa rama se parte. El golpe fue en el hombro. Toa le empez a desabrochar la camisa y l intent impedirlo, porque se iba sintiendo como desnudo, pero ella dijo, Quita, se puso a horcajadas sobre l y comenz a frotarle el hombro con el fango hmedo y clido de los bordes de la laguna, producindole una ebriedad animal e inaudita, un temor jubiloso y distinto, una sensacin soberana de ser como los gallos, los toros, los caballos febriles de la sabana. Tendidos sobre la yerba, relajados, estuvieron mucho rato mirando el cielo hasta que Carlos le dijo que as mismo era el mar, cmo era el dao? Ella no logr concretarlo en una imagen, en un mueco, en una voz, y l le dijo que entonces el dao no exista. Toa se par asustada, rogndole silencio, y Carlos le pregunt si acaso el dao sera como los muertos. Tampoco era como los muertos, respondi ella, el dao estaba en los muertos, sobre todo en algunos muertos, y era simplemente como el dao, por eso no se poda ver en cualquier
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momento sino cuando l quisiera, lo que suceda a veces en noches estrelladas y tranquilas y otras en noches de tormenta. Para buscarlo haba que tener valor y sentir respeto, se atreva a ir con ella al cementerio esa noche? Carlos sinti un escalofro en la columna vertebral al decir s, y lo volvi a sentir durante el da cada vez que record el compromiso, y lo sinti con mayor fuerza en la noche, cuando Toa ara la madera de la ventana. Tuvo que repetirse varias veces que l era hombrehombrehombre y que hombrehombre no toma sopa ni le tiene miedo al susto, para controlar los deseos de orinar y escaparse en silencio aprovechando el sueo de Pancho Jos. Lo confort la luz blanqusima y le infundi valor el recuerdo del abuelo lvaro, que estara cuidndolo desde el mundo de los muertos. La luz se hizo espectral en la sabana abierta. Recortaba la silueta de los rboles, creaba extraas sombras curvas, se haca una cavidad sin borde para los imprevisibles ruidos de la noche. Carlos sinti que el valor lo abandonaba al llegar a la arboleda, y se apart para aliviar al menos el dolor de la vejiga. Haba comenzado a liberarse cuando Toa exclam: No se orina en la seiba. Desvi el chorro, avergonzado de que ella lo estuviera mirando y de haber profanado aquel rbol majestuoso donde quiz haba reencarnado el espritu de Chava. Pidi perdn antes de entrar en la arboleda, pero aun as slo logr hacerlo despus de tomar la mano de Toa y dejarse guiar como un ciego por aquella jungla donde las sobrecogedoras sombras de los rboles se cerraban sobre l como la muerte contra la que se deshizo su humilde intento de invocar a Tarzn. El HombreMono no vino a ayudarlo, qued refugiado en el fondo de su memoria, negado a salir a las sombras de una selva ajena, haciendo que el formidable Tarmanganiii!, con el que pens vencer el miedo, se convirtiera en el tmido tar tar tar de un triste tartamudo. En las guardarrayas de los caaverales, donde el polvo an conservaba las huellas del abuelo, se sinti ms seguro. Lleg incluso a trotar sonrindole a los espritus del abuelo y de Chava, que estaran contentos de su valor, en el ms all, y continu trotando por guardarrayas desconocidas hasta que lo sorprendi un casero desvahdo, impreciso, irreal en medio de la neblina lavada por la luna. Toa tom por una callejuela, se detuvo junto a la tapia del cementerio y all le dijo que si se atreva a saltar, vera al dao en forma de fuego haciendo penar el alma de los muertos, y que si no se atreva la esperara, ella volvera enseguida. La sigui por miedo a quedar solo, asombrado de la habilidad con que Toa salv la tapia que l sinti hmeda, mojada, segn ella, por el llanto de las nimas malditas. Cay junto a una tumba, volvi a sentir el sbito escalofro que se convirti en temblor al pisar la tierra de los muertos y que lo llev al borde del pnico cuando descubri, sobre el polvo, los fuegos lvidos donde se consuman para siempre los condenados. Quiso echar a correr pero Toa lo detuvo, y en el abrazo cayeron a tierra, y all ella le rog temblando que por favor no huyera porque, entonces, el dao los confundira con los ladrones de tumbas, esos que robaban los dientes de oro de los cadveres, y los condenara a la tortura de las nimas desdentadas; morder espinas hasta el fin de los tiempos.
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Soport la visin del fuego por las almas del abuelo y de Chava hasta que Toa decidi que ya podan saludar al dao inclinando la cabeza, as, tres veces, y que ese gesto de respeto los autorizaba a irse. Cuando estuvo del otro lado de la tapia ech a correr como si escapara del demonio. Atraves la noche de las guardarrayas y la arboleda sospechando que el dao lo acechaba en cada vuelta del camino, que se estaba condenando con aquella carrera enloquecida que no fue capaz de detener hasta refugiarse en su camastro. Pero all tambin sinti miedo, algo vaco, irremediable, oscuro, de lo que no lograra escapar porque estaba en su alma como el dao en la de los muertos condenados, y fue sumindose en sudores, lgrimas, orines, hasta dormirse en medio de un charco de terror para soar con el fuego blanco de los cementerios donde chillaba el murcilago de sus pesadillas. Se despert a media maana oyendo los eternos gruidos de Evarista, tan grande y mendose en la cama, se lo acabaran de llevar, carajo, y fue a baarse al Orinoco pensando encontrar a Toa. Los colores del campo le produjeron una alegra que decidi compartir con los Halcones Negros. Salud al francs Andr, que asombrado como l ante tanta belleza no cesaba de repetir Mondieu mientras el sueco Olaf se rea del chino Chopchop, quien como siempre gimoteaba, Da aciago. El chino era un sapo, no haba que hacerle mucho caso, el da era verdaderamente formidable, perfecto para volar bajito sobre la suave sabana verde y la arboleda llena de jiques, banos, majaguas, jageyes, seibas, donde descubri de pronto el Laboratorio Secreto del malvado Doctor Strogloff. Era necesario actuar con rapidez y sangre fra. El malvado Doctor Strogloff era un genio del mal, trabajaba para una potencia asesina, semiasitica, que pretenda esclavizar a la humanidad chantajendola con el ARMA PLUTNICA, una bomba que pondra al Mundo Libre a sus pies porque, de estallar, acabara con todo. Como una muestra ms de su ingenio, el malvado Doctor Strogloff haba ubicado el Laboratorio Secreto en Occidente y amenazaba a la Civilizacin con borrarla del mapa si era descubierto. Por eso aquella misin tan riesgosa haba sido encomendada a los Halcones Negros, nicos seres capaces de salvar al planeta. Nadie saba si el malvado Doctor Strogloff haba concluido su engendro satnico, de modo que el episodio anterior termin con preguntas terribles, lograr el malvado Doctor Strogloff sus siniestros propsitos?, podrn los Halcones cortar las garras del mal?, desaparecer la Civilizacin de la faz de la tierra? Y ahora los Halcones se acercaban sigilosamente al Laboratorio Secreto del malvado Doctor Strogloff, protegido por una siniestra cohorte de esbirros tapados, vestidos de cuero negro, que golpeaban a un grupo de enflaquecidos esclavos condenados a trabajar en medio de ayes espantosos. Entretanto, el malvado Doctor Strogloff rea, JA, JA, JA!, inclinado sobre la retorta donde estaba dando fin a su engendro fatdico. Quedaban slo unos minutos para que muriera la Libertad sobre la tierra. Esclavos!, rea el malvado Doctor Strogloff. Todos sern esclavos! Entonces fue cuando se escuch el esperado grito salvador, HALCOOONEEES!, y la heroica escuadra de Guardianes de la Libertad asalt la guarida del Mal entablando desigual combate contra los sicarios rapados. El Halcn saba que su verdadero enemigo era el malvado Doctor Strogloff, que verta febrilmente lquidos diablicos en la retorta, y se dirigi resueltamente
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hacia l. Pero un sanguinario oso amaestrado por el malvado Doctor Strogloff le sali al paso. Era el guardin de la guardia! El Halcn comenz a debatirse entre los mortales abrazos de la bestia. El malvado Doctor Strogloff apresur su diablica obra. Le quedaban segundos a la humanidad y el Halcn slo poda sufrir, ARGH!. Entonces descubri la magra figura del bondadoso doctor Walter, y sonri. El bondadoso doctor Walter estaba vivo! Ahora lo entenda todo. El malvado Strogloff era un impostor. Haba robado los conocimientos al bondadoso doctor Walter, que sufra amarrado a una tabla junto a la retorta. Era necesario salvarlo! Pero aquel oso maldito lo impeda con su abrazo bestial. El malvado Strogloff puso en movimiento una sierra gigantesca, que avanzaba hacia el pecho del bondadoso doctor Walter, y grit, Por ltima vez, Walter, qu elemento falta?. Son una msica. La filosa hoja de acero continu su avance inexorable. Pareca que el episodio iba a terminar con nuevas preguntas, hablar el bondadoso doctor Walter?, morir el Halcn entre las garras del oso?, lograr el malvado Strogloff hacer estallar el ARMA PLUTNICA? Pero el bondadoso doctor Walter hizo gala de un extraordinario herosmo: Jams te lo dir, canalla! Mtame si as lo deseas! Entonces el malvado Strogloff volvi a rer, No! Eres demasiado valioso. Matar a tu hija, estpido!. El Halcn llor al verla. La bella hija del bondadoso doctor Walter haba sufrido mucho a manos del malvado Strogloff. Llevaba unos zapatos de varn y un vestidito de color hervido. La haba esclavizado! El Halcn no pudo resistir tamaa injusticia. Escuch a la doncella murmurar, Oh padre mo, cunto sufres! Habla o morir de dolor!, y le hirvi la sangre en las venas ante la bajeza del malvado Strogloff. El bondadoso doctor Walter estaba a punto de hablar para ahorrarle sufrimientos a su bella hija! El Halcn sac fuerzas de flaqueza y logr empujar lejos de s al oso asesino un segundo antes de que el bondadoso doctor Walter revelara su precioso secreto. Entonces corri a enfrentarse al malvado Strogloff. Le asest un terrible golpe, SOC!, otro, POW!, atenaz el sucio cuello grasiento y lo coloc en el camino de la sierra, que hizo justicia cercenando la malvada cabeza. Entonces se volvi hacia la bella hija del bondadoso doctor Walter. Hemos salvado al mundo exclam. La bella hija del bondadoso doctor Walter lo mir gravemente. Chico, a m a veces me parece que t ests loco dijo. Carlos se sent en silencio sobre un tronco, sintindose triste como la desgracia. No se poda jugar con aquella Estpida, nunca entenda nada. No era justo, le dijo, que l creyera en el dao y ella no creyera en los muequitos. Toa se defendi, no saba nada de los tales muequitos, apenas lo haba visto a l saltando como un loco y gritando unas veces con voz ronca y otras con voz de pito, como si estuviese posedo por espritus distintos, los muequitos eran espritus? l sinti que la impaciencia lo carcoma y tuvo que con tenerse para responder que no, los muequitos eran muequitos como el dao era el dao. Toa le record que no debera compararlos, el dao era algo muy grande, los muequitos no eran nada, y Carlos estall de ira gritando que el dao s era nada, un fueguito ah que a lo mejor ella misma encendi con papeles
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viejos y hojas secas antes de llevarlo. Entonces sinti a Toa lejana, ajena, retadora, preguntndole si quera ver esa noche cmo el dao entraba en el nima de un difunto hacindolo desgraciado para siempre. Al responder que s volvi a sentir un escalofro en las vrtebras y pens en alguna enfermedad repentina que lo librara del compromiso. Pero en la noche, cuando escuch el dedo de Toa raspando la ventana, sinti una curiosidad avasallante por conocer el final de aquel episodio, y sali al campo. Esta vez el miedo no provino slo de la luna y las sombras, sino tambin del cuento que Toa le haca en voz baja y entrecortada. Los ruidos que estaban oyendo eran las voces de los muertos daados, a las que se unira esta noche la de Fermn Prndez, degollado por Jos Mara Malo, en la gallera, con las mismas cuchillas de afeitar con que Fermn le trampe a su giro las espuelas. Su hermano, el Nene Prndez, haba matado de trece machetazos a Pepe Mara, y los iban a velar a la misma hora, y Toa aseguraba que si Fermn iba a levantarse esta noche de la caja, si iba a salir, si estaba condenado a andar siempre por el borde de los cementerios convertido en una llama y un lamento, era porque los Malo le haban echado el dao y el dao prende bien en las nimas de los muertos tramposos. Carlos anduvo todo el tiempo en silencio, escuchando, con los ojos tan abiertos como los de Fermn cuando sinti el herrumbroso borde de la cuchilla en el cuello, y con aquellos ojos, hechos a la medida de los muertos que caminan, se escondi tras la seiba y mir el interior de la casa que fue de Fermn Prndez. Desde all vea bien a las viejas llorando, a la mujer que colaba el caf y lo reparta a los hombres, sentados en los taburetes alrededor del muerto, tranquilo en su basta caja de madera sin pulir, tan distinta a la del abuelo, que tena cristal y todo. Poco a poco el miedo fue cediendo y Carlos aburrindose, mientras Toa continuaba aferrada a los nudos de la seiba. l estaba pensando sentarse y no mirar ms, total, mentira todo, cuando Fermn Prndez se incorpor desde la nada en la caja y abri los ojos con la mirada inagotable y sedienta de la muerte. Huy del cadver y de los gritos dando alaridos que le persiguieron incluso cuando le falt el aire, porque Toa estaba gritando tambin mientras corra a su lado, gritando, rompiendo el lgubre silencio con unos ayes desesperados a los que l responda corriendo sin rumbo en medio de la noche poblada de nimas en pena, jinetes sin cabeza, gijes, sombras de ahorcados mecindose en las ramas de las seibas, fuegos perpetuos, dao a lo largo de aquella vereda desconocida que los condujo al socavn oscuro donde los muertos condenados a desandar las lomas reproducan sus voces por barrancos y torrenteras, obligndolos a gritar, a llorar y a volver a gritar en una lucha intil por segar los alaridos nocturnos de la muerte que los estaba buscando con sus fuegos, llamndolos, cercndolos, obligndolos a unirse en un abrazo ltimo en el que se gritaron al odo hasta quedar sordos, sin voz ni fuerzas para defenderse de aquel vaco irremediable en el que al fin cayeron. Despert en medio de un hervor infernal frente al rostro sudado de Evarista, que le aplicaba una compresa caliente en el cuello. Quiso gritar, pero slo logr emitir un quejido ronco mientras Pancho Jos lo besaba como a quien regresa de la tumba. Respir el calor del campesino y lo abraz, llorando lentamente la resaca de su miedo. Tranquilo, dijo Pancho Jos con el cario con que le
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hablaba a sus bestias, ya todo haba pasado, su padre vendra a buscarlo dentro de poco y lo llevara al mdico en La Habana, Dios saba que por all no haba ninguno, pero se pondra bien gracias al Altsimo, si descansaba. Llevaba dos das hirviendo en fiebre, dijo Evarista, y le hizo beber un cocimiento de limn y miel de abejas, para que se durmiera con el estmago caliente. Fue un sueo largusimo y diverso. Durante horas flotaba desmadejado en una especie de niebla trrida, tras la que vea a Evarista afanndose con compresas, cocimientos y rezos al Seor por la salud del enfermo. En esos momentos deliraba, vea miles de cocacolas heladas en un inmenso tanque lleno de hielo frapp, esperando slo que l lograra vencer las fiebres tenaces que lo hacan una sopa de calor bajo las mantas. Se desvaneca flotando en aquel caldo insoportable de sudores hirvientes para despertar horas despus mordido por un fro punzante en los huesos. Volva a dormirse y lo sorprenda el rostro del nima de Fermn Prndez, incorporndose desde la nada, y la imagen de Toa huyendo de sus alaridos. Tres das despus amaneci sin fiebres, despejado, y prob su voz preguntando por Toa. Pancho Jos lo mand a callar, molesto; Evarista le pidi a Dios que se la llevara el Diablo; Pancho Jos le cont cmo haba estado una noche entera buscndolo con los monteros, desesperado, hasta encontrarlo tirado en el socavn, tiritando junto a aquella perdida, a quien slo lloraba un abuelo viejo; Evarista le revel que haba pasado todas las fiebres llamando a la desvergonzada que le haba echado ajo en el alma nada menos que a l, hijo del patrn; Pancho Jos le hizo jurar que no dira nada a su padre sobre cmo entr el dao en el nima de Fermn Prndez, sas eran verdades de guajiros brutos como ellos, nadie ms las entenda, el patrn podra ponerse bravo y botarlos al camino, qu desgracia; Evarista le rog que no hablara ms nunca con Toa, porque esa nia saba ms que una vieja, y eso haca dao. Carlos jur, prometi, tom un hirviente caldo de gallina y sali a buscarla. Se senta muy dbil y agot su memoria buscando un hroe que alguna vez hubiera estado enfermo, pero no encontr ninguno. Entristecido, se conform con Supermn, que si bien nunca haba estado enfermo, se senta dbil a cada rato, como ahora, por ejemplo, ante la kriptonita de que estaba hecha la finca. No poda usar la supervista, el superodo, ni siquiera volar, de modo que se puso los espejuelos porque en realidad era el estpido de Clark Kent encaminndose lentamente hacia la redaccin de El Planeta. Al ver a Luisa Lane las rodillas le temblaron como si tambin ella estuviese hecha de kriptonita. Se dej caer mintindole que haba estado enfermo, porque de revelarle el feroz combate sostenido contra Luthor, descubrira su verdadera identidad. Como siempre, Luisa se hizo la tonta y le pregunt si los bejucos que llevaba en la frente eran un remedio contra la fiebre. Vamos, Luisa, soy Clark respondi irritado. Sabes demasiado bien que stos son mis espejuelos. Toa lanz una carcajada cristalina y Carlos no logr evitar que su debilidad le produjera un golpe de llanto. Estuvo mucho rato llorando a pesar de que ella le pidi varias veces perdn, le rog que jugaran a los muequitos y soport en silencio las ofensas ms brutales, bruta, rebruta, analfabeta, perdida,
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desvergonzada, vieja, que slo terminaron cuando l qued sin lgrimas y sin rencor. Entonces ella le volvi a rogar que jugaran a los muequitos y l le explic con una calma hecha de desesperanza que para eso haba que saber leer. Ensame, pidi Toa, y Carlos sonri al intuir que haban descubierto un juego fascinante. Tom un palito y escribi sobre el fango MAM. Le cost un rato convencerla de que aunque no tuviera mam, haba que empezar por ah, porque abuelo viejo era muy complicado. Al principio tuvo que apelar a la memoria de lvaro y de Chava para que le dieran paciencia, pero despus de mucho insistir Toa pudo empezar a leer Mi mam me ama, y l sigui en un temblor el esfuerzo de los msculos de su cara, la tensa concentracin de sus ojos, el leve latido de sus labios, el llanto de su victoria al descifrar la frase. Tena que premiar a su alumna y como no encontr nada mejor le regal una guayaba que tom del suelo. Comenz a comer l tambin hasta que las semillas, metidas entre los dientes, le molestaron demasiado. Entonces dijo que era una bobera comer guayabas duras con semillas cuando se poda comer helado de guayaba que sabe a guayaba, es blando, est fro, no tiene cscara y tampoco tiene semillas, t no crees? Toa tir su guayaba al ro y Carlos tuvo la certeza de haberse equivocado una vez ms. Ella nunca haba comido helados. Qued en silencio mirando los centenares de guayabas regadas en el suelo, pensando que el suyo haba sido en verdad un pobre premio para una alumna tan aplicada. Algo grande sera llevarla al cine del pueblo para proporcionarle la felicidad de mirar cara a cara a los hroes, e invitarla a comer helado de chocolate a la salida. Para eso le haca falta dinero, se dijo registrndose los bolsillos vacos. Volvi a pensar en el cine y de pronto grit Eureka!, recordando el anuncio que proyectaban en la pantalla del Maravillas: Este teatro se limpia con insecticida Eureka. La solucin estaba en las guayabas. Era tan fcil como llenar un saco y venderlas en el pueblo. Al principio Toa se entusiasm con la idea, consigui el saco y lo ayud a llenarlo de guayabas; pero despus, cuando l haba logrado echrselo al hombro y le anticipaba lo buena que iba a estar la pelcula, cuando, sin acordarse del trabajo que le haba dado cargarlo, lo dej caer para despedirse a lo Alan Ladd, Doris Day le dijo, No te vayas. Slo eso. No llor. No opuso ninguna razn a las explicaciones de Alan hasta que l volvi a cargar el saco lleno del oro de la mina. Entonces le confes llorando que ella cambiara todos los helados y los cines del mundo por los helados y los cines que l era capaz de contarle, y Carlos sinti pena y dese quedarse junto a Toa, pero como hroe tena un problema gravsimo porque los hroes eran tipos duros, que no se ablandaban ante los ruegos de la muchacha. Cudate le dijo. Denunciar la mina y volver a buscarte. Recuerda que ahora somos ricos. Lleg al pueblo muerto de cansancio, porque los lingotes pesaban demasiado y en el camino, para comer, haba tenido que matar a la maldita mula. Dio varias vueltas por las calles sin encontrar compradores para el oro. Slo haba bandidos que fingieron no interesarse en la mercanca, ocultando as su malvado designio de robarle. Lo peor era que no le quedaba ni una bala en el Winchester, de modo que decidi no entrar al Saloon a pesar de que senta sed y hambre. Se
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sent en la plaza y las campanadas de la iglesia le recordaron que estaba en un miserable pueblo de la frontera lleno de mejicanos asquerosos y prfidos. Se sinti mejor al ver acercarse a un agente de la ley. Hola, Sheriff le dijo. Pero el maldito prob estar vendido al enemigo preguntndole qu llevaba en el saco. Guayabas le minti. El Sheriff revis el cargamento, crey el embuste, y le pidi nombre y direccin. l decidi seguir engandolo. Carlos Prez dijo para hacerse pasar por mejicano, y le ocult cuidadosamente que en la finca Dionisia haba una mina de oro. Acompame le orden el Sheriff. Avanz hacia la crcel preocupado porque el tipo haba descubierto su verdadera identidad y lo chantajeaba dicindole que no entenda cmo un jovencito blanco, de buena familia, andaba en esa facha por el pueblo, qu buscaba? Carlos se encogi de hombros y continu caminando en silencio hasta que llegaron al Sptimo de Caballera. Se sinti orondo al penetrar al recinto de aquella tropa cubierta de gloria en las guerras contra indios y mejicanos. El Sheriff le entreg a dos nmeros que montaban formidables caballos para que le condujeran a la Dionisia: Cudenme al muchacho. Sonri porque incluso el Sheriff haba reconocido que, a pesar de sus ropas, l era el muchacho, y lo ratific ante el Sptimo de Caballera, al despedirlo. Adis, muchacho! Era un lindsimo final. No poda despreciarlo. Enton una musiquita emocionante y al orla, los miembros de su escolta sonrieron, como debe ocurrir antes de un buen The End. La pelcula le haba quedado chvere, pero ahora empezaba otra en la que deba conseguir dinero para llevar al cine a Toa, y no saba cmo lograrlo estando prisionero de los dos espaoles que trotaban en silencio por los campos de la Cuba insurrecta. Su situacin era desesperada: el enemigo haba localizado el hospital de sangre llamado en clave La Dionisia por los mambises, y all haba slo heridos, mujeres y nios, que seran fcil presa de la vesania de Weyler en caso de ser sorprendidos. Lo ms irritante era que le estaban usando a l, Teniente Coronel mamb Carlos Prez Cifredo, para enmascarar sus innobles propsitos. Pero no se prestara a la farsa, prefera la muerte a la ignominia. Haba urdido un plan perfecto. Al aproximarse al hospital avisara a gritos a los suyos, aunque eso le costara la vida. De modo que avanz tranquilo por la guardarraya de aquel vasto caaveral que haba de ser presa de la tea justiciera, decidido a inmolarse en aras de la libertad como un verdadero mamb. Slo que algo muy raro estaba pasando en el hospital. Haba all un viejo Ford que l conoca demasiado bien. Seguramente se trataba de la Intervencin para imponer la repblica canija contra la que el Marqus de Santacecilia estaba llamando a la guerra. Desde la talanquera descubri a Mster Leonardo Wood dando rdenes y se dijo que l no las acatara, para algo haba combatido tan denodadamente por la libertad. Como era de esperar, los soldados espaoles se
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plegaron a los deseos del advenedizo, que les gritaba horrores a los campesinos cubanos Evarista y Pancho Jos, por haber permitido que el muchacho se perdiera. Pero ni siquiera el hecho sensacional de que tambin Mster Wood reconociera que l era el muchacho logr rescatarlo de su tristeza. Presinti que llegara al final sin cumplir su cometido, que se lo llevaran sin permitirle siquiera decir adis a la muchacha, y se ech a llorar de rabia. Los hombres no lloran. Vamos. No hizo caso de las palabras de su padre y llor con ms fuerza, gritando Toa, Toa, Toa! mientras lo arrastraban hacia el automvil, que de pronto ech a andar saltando en los baches de la guardarraya, en medio de una gran nube de polvo.
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Al quinto da de encierro su padre hizo traer un aparato para vencer el miedo. Vena enfundado en una especie de gamuza azul y deba ser muy delicado, porque Jos Mara no dejaba que nadie lo tocara. Carlos, Jorge y Josefa lo vieron arrodillarse como ante un altar, meter las manos bajo la gamuza para operar algn secreto mecanismo y ponerse de pie como un mago que mostrara el milagro de la pantalla iluminada, desde donde un seor muy elegante adverta: Usted s puede tener un Buick! Se abrazaron, boquiabiertos ante la magia del primer televisor, y luego se fueron sentando sin separar los ojos de la maravilla que les permita cambiar el miedo de la vida por el delicioso escalofro de Tensin en el canal 6. Pero eso ocurri despus, cuando el terror campe por su respeto en los alrededores de la nueva casa. Estaba situada en el Vedado, frente a un templo protestante en cuyo frontis se lea: Yo soy el camino, la verdad y la vida . En la calle, bordeada de parkisonias y flamboyanes, haba jardines con prncipes negros y galanes de noche, y en ciertos meses del ao, como aqul, la zona pareca estallar en un torbellino de colores. Detrs de la casa haba una furnia, un crter que se extenda a lo largo de la cuadra como una carie inexplicable en medio de la perfecta dentadura formada por las edificaciones del barrio. No les permitan bajar, y Carlos y Jorge pasaban horas mirando, acodados en la cerca que su padre haba puesto en el patio por consejo de la Asociacin de Propietarios y Vecinos. Desde all vean poco, apenas los techos de yaguas o de zinc de alguna covacha, chivos, gallos, gatos y, a veces, gentes que jams respondan a su saludo esperanzado. La madre protestaba, no les hablaran, los negros eran el diablo, no oan cmo de noche sonaba el Bemb? Ellos jugaban a asustarla, El Bemb, el Bemb, corre, que viene el Bemb!, y ella hua para reaparecer tras la ventana de la cocina con la sonrisa ms bella de la tierra. Cuando escucharon por primera vez la palabra pensaron que el Bemb era una persona, un negro viejo y zarrapastroso, con muletas, rodeado de perros que le laman las llagas, muy parecido al que sala de la furnia en las tardes, con una sucia lata en las manos sarmentosas, pidiendo comida. Slo que el Bemb sera mucho ms grande, inmenso, y sus perros le lameran las pstulas con fuego, y la madre jams se atrevera a compadecerlo, ni a darle limosnas ni sobras, ni mucho menos a decir que se pareca a San Lzaro. Desde el otro lado del patio vean las puertas del templo y el ltimo tramo de la escalera por donde suban los fieles, hombres con trajes oscuros, mujeres con vestidos de cuello alto y muchos botones. Su madre tampoco los dejaba entrar al templo porque, aunque era de Dios, era de un Dios equivocado. Pero una vez lograron escurrirse hasta la puerta y all escucharon sobrecogidos los formidables anatemas del pastor contra el pecado, y temblaron ante la idea del
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Juicio Final, y aprendieron que el Bemb no era un hombre sino el mismsimo espritu de Satans. Desde entonces no hubo terror comparable al de las noches en que haba culto en el Templo y el Bemb sonaba en lo profundo de la furnia. Abajo no haba luz elctrica, los negros iluminaban su fiesta con fuego, y ellos, desde la ventana, vean sombras deformes bailando entre las llamas. El miedo los obligaba a correr al cuarto del padre; all, sintindose seguros, espiaban en un temblor por los postigos. Desde la calle llegaba el sonsonete histrico del templo, Hay vida, hay vida, hay vida en Jess!, desde la furnia suba el poderoso clamor de los santeros, Shola Anguengue, Anguengue Shola!, y la madre, aterrada, rezaba y los obligaba a rezar, Santa Mara, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores!, y el repiqueteo bronco de los tambores y el canto del Bemb luchaban en el aire de la noche contra la tensa plegaria protestante, y la imploracin de la madre sonaba humilde y desvalida, y ellos la secundaban recordando la profeca terrible del pastor: los negros bailaran siempre entre las llamas y jams se quemaran, porque eran el demonio, y un da subiran con su fuego por la ladera de la furnia para arrasar el mundo de los blancos, y eso sera el da del Juicio Final, y ay de aquel que no se hubiese arrepentido. Durante aquellas noches Carlos no dorma. La guerra entre el infierno voraz de la furnia y el cielo frentico del templo le produca un temor horrible y fascinante y haca renacer miedos, misterios que crea resueltos y olvidados. Los fuegos de la furnia eran ms rojos que los fuegos lvidos del dao, y el canto del Bemb, Shola Anguengue, no era el mismo con el que Toa saludaba a los gijes para que no se la llevaran? Abajo habra murcilagos, gijes, daos y nimas penitentes, y l luchaba por prolongar la vigilia porque el sueo era la cueva sombra donde las alimaas caeran sobre su alma, trayendo a Fermn Prndez desde el ms all para que lo aterrara con la mirada inagotable y sedienta de la muerte. Entonces recordaba con alivio la explicacin que le dio su padre para ahuyentar las pesadillas cuando l no pudo ms y le cont el suceso. Fermn Prndez no haba vuelto del ms all, seguramente los Malo le pagaron a alguien para que le amarrara un cuje mojado de las piernas al pecho, y cuando el cuje se sec, fue encogindose e hizo que el pobre muerto se sentara en la caja. Eso era lo que haban visto l y aquella nia, entenda?, s?, pues entonces a dormir como un hombre, que los muertos no salen. El miedo fue desapareciendo, Carlos lleg a pensar que se haba ido e incluso logr contarle a Jorge la verdadera historia del muerto que se sentaba. Pero en la nueva casa descubri que el miedo estaba durmiendo en su alma, que los cantos del Culto y los fuegos del Bemb lo atraan y que la explicacin de su padre no lograba alejarlo. Entonces se refugiaba en el abuelo lvaro y en Chava, que estaran cuidndolo desde la muerte, Chava en la tierra junto a los negros y el fuego, su abuelo en el cielo sobre los blancos y el templo, y se dorma prometindoles ser bueno y patriota, dicindose que Fermn Prndez no podra aparecrsele si l cumpla con sus muertos. En las maanas, felices y claras, el templo amaneca abierto. Lo limpiaba una negra peleona. Les gustaba otear desde la acera la nave de paredes blancas con dos simples cruces de madera. Dentro, el aire era levemente rosado por el
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efecto de los vitrales, las parkisonias y los flamboyanes rojos atravesados por el sol. Sobre la puerta, la leyenda que se habituaron a repetir llamaba a la calma: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Pero el fondo de la furnia segua siendo un misterio. Por eso saltaron de alegra y de miedo el da de Nochebuena, cuando el to Manolo los invit a bajar. Haba venido con toda la familia a la comelata que su hermano organizaba para celebrar la adquisicin de la nueva casa y el nacimiento de nuestro seor Jesucristo, y llevaba horas burlndose de los temores de su cuada, quien no cesaba de advertir que esa noche habra Culto y Bemb y que la comida familiar sera un desastre. Para ellos, el barrio era mucho mejor ahora porque Pablo se haba mudado cerca, y Pablo saba tanto de trucos como el negrito ngelo, y ninguna fiesta poda quedar mala si estaba Pablo. Las parkisonias haban comenzado a perder sus flores y los flamboyanes sus hojas, pero haba flores de Pascua y un gran rbol de Navidad lleno de bolas y guirnaldas de colores. En la base tena un Nacimiento con pesebre y nio Jess, mucho algodn que era la nieve, e hileras de cabello de ngel que eran el hielo y la escarcha. En la punta, con un bombillito, brillaba serena la estrella de Beln. Bajaron a la furnia temprano, con su primo Julin, pegados a los talones del to Manolo. Arriba, en el patio, qued la prima Rosalina, llorando. De pronto, el paisaje empez a transformarse. El sendero culebreaba, la casa se perda de vista y slo se divisaba en lo alto la cruz del templo. El trillo estaba rodeado de guizasos que se prendan a las medias y de matas de aroma con espinas blancas como pas. Bajo los esculidos arbustos se vean, a veces, rocas que en otros tiempos fueron muy trabajadas por el mar, llenas de oquedades. Carlos sinti que el miedo lo invada y comenz a cantar en voz muy baja: Esta noche es Nochebuena vamos al bosque, hermanito... El villancico le produjo una calma inefable, pero su to lo mand a callar. Tena un aspecto algo bestial Manolo, haba sido matarife y conservaba la fiereza y el cuchillo matavacas de la profesin. Era alto, con una panza llena, segn l, de cerveza, y sus brazos eran musculosos como los cuartos traseros de un toro. El padre se los pona siempre de ejemplo: se fijaran, de matarife a dueo de matadero, para l no haba negocio que tuviera secretos. Cuando llegaron al extremo de la furnia, Carlos y Jorge se ocultaron tras su espalda. Manolo se volvi rugiendo, eran hombres o ratones?, como siguieran con pendejadas iba a buscar dos negritos para que les partieran las narices, aprendieran con Julin, que s era macho. Carlos pens que Julin era ms grande y, sobre todo, que ni l ni el to Manolo haban odo nunca el Bemb y no saban que estaban en casa del demonio. El casero, hecho de latas herrumbrosas, maderas podridas, pasquines electorales y yaguas, tena una vaga forma semicircular. En el centro haba candela en un fogn de lea. Carlos se acerc, fascinado, seguro de que era all donde bailaban las siniestras sombras de la noche. El platanal estaba metido tras las casas. All cagan dijo Manolo.
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A la izquierda haba una punta de yuca y varios animales. No se vea un alma. Manolo dio unos pasos hacia el fogn y grit: Ey, la gente! Se escuch un ruido. Al volverse, alcanzaron a ver a un negrito desnudo que hua hacia una covacha. Tiene ms miedo que ustedes, ri Manolo. Carlos pens que era verdad: los ojos del nio estaban desorbitados, rojizos. Se atrevi a acercarse al fogn; en el caldero renegrido slo haba agua hirviendo. Volvi a or ruido. Una negra gorda, vestida de blanco, sali al claro rascndose la cabeza. Detrs sali otra, ms joven, arrastrando el bastidor de un camastro. Buenos das tengan sus mercs dijo la vieja. Buenos repiti Manolo. La joven avanz hacia el fogn. Carlos fue a unirse a Jorge sin dejar de mirarla. Estaba descalza, con un pauelo amarillo en la cabeza y la piel llena de pstulas, como el viejo de la lata. Comenz a regar el bastidor con agua del caldero y se produjo un sonido crepitante sobre los alambres. Un muchacho lleg al claro, jugando con un chivo. Muchas chinches? pregunt Manolo. Muchas dijo la joven. El muchacho emprendi una carrera y salt por sobre el chivo limpiamente, apoyndose apenas en la mano izquierda. A la cholandengue! exclam Jorge. La vieja se volvi, asombrada: Nio blanco hablando lengua? Manolo, molesto, se dirigi a Julin: Salta le orden. Julin se escupi las manos e hizo unas flexiones. Era ms grande y ms fuerte que el otro, y por eso mismo ms pesado. Ech a correr hacia el chivo y salt por el costado apoyando las manos sobre el lomo. Rojo de orgullo, regres junto a Manolo, que le frot jovialmente el pelo. El chivo haba empezado a trotar hacia una covacha con puerta de doble batiente: el derecho construido con un herrumbroso anuncio de CocaCola, la pausa que refresca, y el izquierdo con pasquines electorales, desteidos por el sol y las lluvias. Tienen toque hoy? pregunt Manolo. Es el da del Seor dijo la vieja. Carlos la mir, extraado por la respuesta. En la puerta de la covacha el muchacho luchaba por sacar al chivo. Como rompas el radio, te quemo los ojos dijo la joven. Carlos se volvi hacia el muchacho, que ech a correr de nuevo y salt sobre el animal sin tocarlo, como un gato. A la cholandengue! grit Jorge. Vers lo que es ser macho, carajo dijo Manolo. Julin orden: salta! Julin volvi a escupirse la palma de las manos, tom distancia, emprendi una carrera indecisa. En el punto en que el otro haba iniciado su cabriola perdi velocidad, no intent el salto y se detuvo jadeando frente al animal. La vieja abanic al aire con las manos.
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Es que tienes zapatos dijo. Y ste anda encuero y es un panperdo murmur la joven. Salta! orden Manolo. La orden fue tan tajante que no hubo ms comentarios. Julin se persign antes de escupirse. Ech a correr con los ojos cerrados, salt antes de tiempo, sus pies tropezaron con el lomo del chivo y cay de bruces sobre un orinal herrumbroso que haba en el suelo. El animal, asustado, gir en redondo. Julin se incorpor llorando, con los pantalones desgarrados en las rodillas y una herida sobre la ceja izquierda, y se dirigi hacia el lugar donde haba dejado a su padre. Pero Manolo ya no estaba all. Desde el momento mismo de la cada haba comenzado a moverse taimadamente hacia el animal. Ahora lo tena acorralado frente a la covacha y le hablaba despacio, como a un perro. El chivo, calmado, lo dej llegar. Manolo le pas la mano derecha por el lomo, le coloc la izquierda junto a los ojos y el chivo le lami los dedos mientras la mano derecha pasaba del lomo a la cabeza, la izquierda de la lengua al matavacas, y ellos apenas tenan tiempo de unir su grito al berrido ltimo del chivo, que cay degollado. Carlos se aferr a las faldas de la negra como si no pudiera resistir la mirada dulcsima del animal, ni el chorro de sangre que le brotaba del cuello, ni la suave cada de sus patas delanteras en el charco viscoso que ya se formaba en la tierra. El muchacho corri hacia Manolo y comenz a golpearlo violentamente en el vientre. La joven desapareci dando gritos. En segundos, decenas de hombres y mujeres salieron de las covachas, comenzaron a rodearlos en medio de una gritera endemoniada. Manolo, en el centro, resista los golpes riendo. Cuando el crculo empez a cerrarse, tir el cuchillo ensangrentado al agua hirviente del caldero y grit, Cunto?. Redobl la fuerza de su risa al sacar un rollo de billetes del bolsillo. El avance se detuvo para no reanudarse ms, y Carlos emprendi corriendo el camino de regreso, solo, seguro de que el odio feroz de la mirada del muchacho y el odio y la codicia de las miradas de los otros estallaran en el Bemb de la noche del Seor para arrasar el mundo de los blancos. Manolo regres de buen humor, contando a carcajadas su hazaa. Carlos, la curiosidad pudo ms que el miedo y que el asco se arrastr hasta la sala para escucharlo. Su madre, la ta Carmelina y la ta Ernesta se enredaron en una discusin mientras curaban a Julin y mandaban a callar a la prima Rosalina, que no paraba de burlarse. Jorge vino tambin y se sent junto a su padre, que escuchaba embobado. Manolo se limpiaba las uas con la punta del matavacas y hablaba sin parar; si Jos Mara hubiera visto, los par con dinero, les compr el chivo, luego les pag para que lo adobaran; por la noche, adems de puerco, comeran un buen chilindrn. Si Jos Mara hubiera visto, se babeaban con los billetes, les haca falta dinero a esos negros, qu le pareca prestarles, eh?, al garrote, eh?, al 20 por 100, eh? Jos Mara clam por dos cervezas, no sera muy arriesgado? Manolo lanz una carcajada al agarrar su botella, bebi la mitad de un golpe, crea que haba ido a pasear all abajo?, se limpi los labios con el dorso de la mano e hizo espacio para que Julin se sentara a su lado, si Jos Mara hubiera visto, hasta radio tenan esos negros, pensaba pasarse la vida con su sueldo de cigarrero?, un sueldo, aunque fuera bueno, era un sueldo, por qu no se decida?, iban al
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50 por 100, eh?, empezaban con doscientos pesos de capital, cien cada uno? Jos Mara bebi su cerveza y grit por otras dos, qu carajo pasaba en aquella casa?, luego apart a Jorge, se ech hacia adelante, y si se negaban a pagar?, si queran darles la brava?, quin les cobraba a esos negros? Manolo golpe los muslos de Julin y se palp el cuchillo, l era hombre a todo, Jos Mara, tena un matavacas que tambin poda ser un matanegros, tena un matadero chiquito, con algunos empleados bravos, y en un final la polica estaba para algo, no? Jos Mara empez a sonrer, bebi ms cerveza y choc botellas con Manolo, vean?, aprendieran, to era un bicho, as, del aire, le haba inventado un negocio. Los de la furnia subieron el chivo al filo de las siete. Carlos y Jorge, ansiosos y aterrados, se haban pasado la tarde contndoles a Pablo y Rosalina sus peripecias, asociadas a las profecas del pastor. Ahora, la imagen de aquella hilera de negros trayendo al chivo en una parihuela, sobre grandes hojas de pltano, era para ellos como una procesin o un entierro. Un entierro raro, porque los negros venan cantando. Desde que logr distinguir las primeras caras, Carlos supo que no haba llegado an la hora de la venganza. Eran alegres, amistosas, y pareca un prodigio que el chivo no se despeara ladera abajo con los saltos. Al entrar al patio los negros hicieron silencio, colocaron la parihuela en el suelo como una ofrenda, se retiraron hasta la cerca, respetuosos. Carlos se acerc a observarlos. Aquella expresin de azoro en los ojos, sera miedo? Manolo se meti entre ellos con tres botellas de ron en las manos. Tom de una, al pico, las entreg despus a los recin llegados, y empez a arrancar y repartir trozos de carne, a mano limpia, exclamando, Arriba, caballeros, chivo que rompe tambor con su pellejo paga. Entonces Jos Mara se uni al grupo y aquello fue una fiesta. Las mujeres se mantuvieron aparte, dentro de la casa. Slo la prima Rosalina se qued espiando por los postigos desde donde Carlos y Jorge solan ver el fuego del Bemb ardiendo en el vientre de la noche. Ellos se negaron a probar carne de chivo, pero bebieron cerveza, comieron puerco frito y advirtieron que el azoro iba desapareciendo de la mirada de los negros, que de pronto empezaron a hablar de dinero e intereses con Manolo y con Jos Mara. Los planes deban ir bien porque hubo risas, abrazos, brindis, hasta que los invitados dijeron que se iban, que se haca tarde y abajo tenan toque. Manolo les pidi que cantaran algo antes, en castilla, no en lengua, para no quedarse en blanco, y ellos que abairimo, cantaran por el camino, pusieran oreja los fies, el guaguanc iba a ser un regalo para ellos. Partieron barranca abajo quinteando en las botellas, con la cabeza del chivo delante, como un estandarte. Carlos, Jorge y Julin pegaron las caras a la cerca y muy pronto ascendi desde la furnia un canto que hablaba de sus personajes ms queridos: Y esto es lo ltimo, esto es lo ltimo en los muequitos. Anita, la huerfanita. Jorge el piloto, llamado Manteca. Andamos buscando al Fantasma y ahora viene Dick Tracy para investigar.
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Haba entrado otra vez el quinteo cristalino de las monedas sobre las botellas cuando su padre y su to los llevaron al cuarto. Aquello que haban visto era un negocio de hombres, pero los blancos no se deban reunir con negros, si no era para eso, nunca. Carlos y Jorge saban lo que deca el pastor: los negros eran el demonio. Nunca, jams, los queran ver jugando con negritos, era una vergenza que en un barrio como aqul hubiera esa furnia, El padre termin su sermn y su botella. Abajo, el guaguanc volvi a sonar, lejano: Y esto es lo ltimo, esto es lo ltimo en los muequitos... Se interrumpi para dar paso al inconfundible sonido de los tambores que anunciaban el toque. Carlos se asom a los postigos y vio encenderse las primeras antorchas y record la mirada dulcsima del chivo, sus cuencas vacas sobre la parihuela y el fervor con que los negros se haban llevado la cabeza, y pens que en aquel negocio incomprensible haba misterio. Entonces el prembulo del toque dej de escucharse porque Carmelina puso el tocadiscos y la voz de Barbarito Diez llen la casa: Virgen de Regla, compadcete de m, de m... Ernesta llam a comer en la mesa grande, con dos tablas auxiliares para que cupieran el lechn, el chivo, el arroz, los frijoles negros, la yuca con mojo, los rabanitos y la cerveza. Se sentaron con el final del danzn, y en el tiempo que duraron seis canciones Manolo se comi un cuarto de lechn y otro de chivo, se bebi quince cervezas, y ahora bailaba con su mujer, cantando: Ay, a llorar a Pap Montero zumba! canalla y rumbero... Siguieron canciones de Barbarito y la orquesta de Antonio Mara Romeu, apenas interrumpidas por una visita de la familia de Pablo, que vino a ponerse de acuerdo para ir juntos a la Misa del Gallo. Manolo bailaba con Carmelina, Jos Mara con Josefa, y Ernesta no bailaba porque era viuda, pero dejaba bailar a Rosalina con los muchachos, que tambin lo hacan solos, rodeando y empujando a todo el que bailara con la prima. No los dejaban tomar ron, pero cerveza s, toda la que quisieran, y se fueron alegrando, mareando, emborrachando, sin darse cuenta de que en el templo haba empezado el Culto y en el fondo de la furnia resonaba muy alto el fuego del Bemb. Cerca de las doce estaban todos abrazados, coreando en medio de la sala: Y si vas al Cobre quiero que me traigas una virgencita
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de la Caridad...
Entonces fue cuando el claxon son insistente en la calle y los mayores salieron, sin dejar de cantar, para ir a la Misa del Gallo. La madre no se fue sin hacerles una retahla de recomendaciones, cerraran bien las puertas, apagaran las luces, no se pusieran a mirar por las ventanas, no tomaran ms cerveza, se acostaran a dormir enseguida. Manolo grit desde el portal, estaba bueno ya, Josefa, acaso no eran hombres y mujeres? El claxon volvi a sonar y la madre se persign antes de cerrar la puerta de la calle. La seal de la cruz y el golpe de la puerta tuvieron algo de misterio porque de inmediato, sobre el silencio profundo de la sala, entr el rugido enemigo de los cantos del templo y de la furnia, y con ellos el miedo. Decidieron acostarse enseguida, con la esperanza de que el vrtigo del alcohol y del baile los hiciera sumirse en el sopor, huir de la amenaza del castigo y del fuego. Julin fue con ellos, Rosalina se dirigi al cuarto de criados. En cuanto se quitaron las ropas y pegaron las cabezas a la almohada se dieron cuenta de que dormir era imposible. El techo cobraba un vertiginoso movimiento circular, pareca que iba a estallarles en la cara. En el espejo de la cmoda se reflejaban las llamas del Bemb. Afuera, Rosalina golpeaba febrilmente la puerta. Carlos busc el pantaln, pero ya Julin haba abierto y Rosalina corri a zambullirse con ellos en la cama. Temblaba como una poseda, aseguraba haber visto una sombra, la sombra de un hombre inmenso, con alas, que quera mecerse en su cuarto. Jorge le indic las luces reflejadas en el espejo, eran la candela de los ojos del diablo. Rosalina dio un grito, espantada, y durante un segundo logr alejar la guerra de cantos en la noche del Seor. Pero las msicas volvieron enseguida, Shola Anguengue, Anguengue Shola!, Hay vida, hay vida, hay vida en Jess!, y Jorge sigui diciendo que eran las voces del Diablo y de Dios, el anuncio de que vendran juntos a cobrar con sangre la muerte del chivo. Entonces fue Julin quien grit, mientras Jorge segua diciendo se fijaran cmo crecan y crecan los ojos del diablo en el espejo. Carlos sinti de pronto un calor hmedo, pens en la sangre saliendo a borbotones y en la mirada dulcsima del chivo, y dio tambin un grito desgarrado. Pero no era sangre. Hubo slo un siseo, un alarido de Jorge; Rosalina se estaba orinando. Haba quedado estupefacta, mirando el lquido fluir a travs de su pantaloncito hasta formar un breve charco dorado entre sus piernas abiertas. Todos sintieron dolorosos deseos de orinar y decidieron ir juntos al bao. Rosalina no quiso esperarlos tras la puerta. Dentro, se volvi de espaldas a ellos, que comenzaron a orinar a la vez, ruidosamente, con mucha espuma. Jorge les susurr que se fijaran, Rosalina estaba mirando. No lograron saber si era cierto; aunque tena el rostro vuelto hacia ellos, su mirada era irreal, perdida, el color de su piel bilioso, y su mandbula inferior se abri de pronto hacia adelante en una arqueada que apenas logr dirigir sobre el lavabo. Qued muy dbil despus del vmito, lvida, y tuvieron que llevarla hasta el cuarto cargada, como los negros al chivo. Julin dijo que necesitaba aire, abri la ventana y un chorro de luces proyect en el espejo un verdadero incendio atizado por el canto del Bemb y por la letana del templo, que retumbaron en la
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habitacin como si voces y tambores estuvieran debajo de la cama. Jorge cambi la sbana y reinici su historia, transfigurado; ahora vendra el final, ya los ojos del diablo en el espejo eran casi del tamao de los ojos del Diablo, la prima Rosalina necesitaba aire, aire. Comenz a zafarle la blusa del piyama mientras ella lo ayudaba entre espasmos repitiendo, Aire, aire. Carlos mir abismado los pechitos, los oscuros pezones de Rosalina y el modo obsesivo con que Jorge los sobaba mientras Rosalina se revolva jadeando, dejndose hacer, buscando algo con la mano crispada hasta que hall la de Julin que estaba metida entre sus piernas. Carlos salt de la cama. Se peg a la pared y sinti que sta vibraba con cada golpe de tambor. Entonces comenz a rezar, estaba asistiendo a la forma suprema del pecado, deba tener ya el dao adentro porque dej que su voz recorriera implorante la gama de oraciones de todos los cielos e infiernos, Dios te salve Mara hay vida en Jess Anguengue Shola!. Deba tener ya el dao adentro porque obedeci dcilmente al grito de Jorge, todos tenan que tocar, todos tenan que tocar el camino de la verdad y de la vida, todos tenan que tocarle la cholandengue a la prima Rosalina. Cuando comenz estaba ansioso, la prima Rosalina tena los pechos tensos y duros, y jadeaba, Ay Dios mo, ay Dios mo, ay Dios mo!, qu es esto, Dios mo?. Deba tener ya el dao adentro porque los cantos se le mezclaron de una forma nueva en los odos, Hay vida Shola hay vida Anguengue hay vida Anguengue Shola en Jess!. La prima Rosalina se arqueaba al ritmo del tambor y de los cantos, y en sus ojos se reflejaban las llamas del espejo con una felicidad fiera y total, diablica, y Carlos no pudo resistir la tentacin de llevar la mano a aquella cholandengue ardiente, hmeda, ni de gritar su canto cruzado, que se mezcl en el aire con el jadeo de Rosalina, Ay Dios hay vida Shola ay Dios mo hay vida Anguengue ay Dios qu es esto Anguengue? hay vida Shola en Jess Dios mo!, y vibr durante un segundo en la noche del Seor, como el alegato ltimo de un condenado en el da del Juicio Final. No se produjo ningn castigo. Rosalina, sola, sollozante, se dirigi al cuarto de criados sin aceptar ayuda, a pesar de que el Culto y el Bemb seguan sonando. Carlos mir durante largo rato los ojos del diablo en el espejo y al ver que no crecan y que por la ladera de la furnia no suban el fuego ni los negros, se durmi, rendido de cansancio, antes de que llegaran sus padres. Desde entonces fue dejando de creer en las terribles profecas del pastor. Los negros que negociaban con su padre se hicieron una presencia casi permanente en el patio del fondo; a veces, cuando Jos Mara estaba de buenas, Carlos les peda que cantaran el guaguanc de los muequitos. A la cholandengue se convirti en una frase ritual para los nios blancos del barrio; dejar libre el manubrio de la bicicleta en una pendiente, dar un fuerte batazo en el bisbol, sacar buena nota en un examen, todo era actuar a la cholandengue. Slo en las noches en que coincidan el Bemb y el Culto volva algo del antiguo temor, mezclado cada vez ms con el turbio placer de evocar la noche de la prima Rosalina. Y cuando el fuego atvico del miedo se aviv de pronto con la fuerza avasallante de los primeros das, hubo, al menos, cuatro causas para explicar el
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cambio. Una tena que ver con los objetos de oro que los negros comenzaron a entregar a su padre en pago de los prstamos: cadenas, relojes, sortijas, manillas, medallas talladas con nombres y extraos smbolos mgicos. A Carlos le gustaba mirarlos, amontonados en la gaveta superior del escaparate; las piedras rubes, aguamarinas cruzaban sus reflejos azules y prpuras, los relojes marcaban cualquier hora, los pulsos y cadenas enviaban un mensaje de amor ya para nadie, los amuletos, las medallas de santos, conservaran algn poder all, encerrados? La terrible respuesta les fue dada por su madre el da en que Jorge, para alardear, sali a la calle con un cadenn y una sortija con un rub engastado. Josefa sufri una crisis de llanto, se los arranc del cuello y de los dedos, y por primera y nica vez en su vida se atrevi a levantarle la voz a su marido. Se los iban a matar, Jos Mara, le iban a matar a los hijos, y l tendra la culpa, acaso no conoca a los negros? Acaso no saba que esas piedras y ese oro eran de brujos? Se estaba dedicando a oficios de pecar, robndoles, y ese oficio se pagaba caro. El da menos pensado iban a entrar, borrachos, por el patio, para degollarlos a todos y volverse a llevar sus santos y su oro y sus piedras embrujadas; o iban a secuestrar a uno de los nios en la calle y lo iban a arrastrar, all, al fondo de la furnia, para matarlos en noche de Bemb; o le iban a hacer un amarre a una prenda y entonces tendran al Diablo metido en la casa, sin saberlo. Jos Mara sud fro esa maana, pudieron verle el miedo reflejado en el rostro. Despus de una violenta discusin con Manolo, las piedras desaparecieron de la casa, los negros no volvieron ms al patio. Pero no abandon el negocio, daba mucha plata, les explic, as que haba conseguido un localcito y un empleado, nada tenan que temer, lo haca por ellos, por el futuro de ellos, porque pudieran ingresar en la universidad el da de maana. La madre pareci resignarse, pero no tard en anunciar que iba a despedir a la criada, una mujer negra y laboriosa como una hormiga, con un extrao dije de hierro atado al tobillo del pie izquierdo. Se llamaba Mercedes y haba empezado a trabajar sin sueldo para rescatar un cadenn y una medalla de la Virgen de la Caridad empeados por su marido. Se qued porque trabajaba mucho y bien, y porque slo pidi a cambio las sobras de la comida para ella y sus cuatro hijos, alguna ropa vieja de los muchachos, nada ms, y cualquier cosa que a Jos Mara se le ocurriera regalarle a fin de mes. Lleg a hacerlo todo en la casa, por nada, y si la madre decidi despedirla, aunque llorando por los hijos de Mercedes, fue debido a que la negra haba sido otra de las causas del renacimiento del miedo. Carlos cobr una abismal sensacin de culpa en esos das, porque haba sido l el primero en gritar, delante de Mercedes, A la cholandengue!. Ella se volvi con la misma expresin de asombro con que la vieja haba mirado a Jorge cuando lo escuch en la furnia. Luego le mostr un cadenn, seal la imagen de la Virgen de la Caridad, labrada en oro dentro de la medalla: mirara bien, Ella era Shola Anguengue, Madre del Agua. Carlos sinti que el primero del milln de misterios de la furnia se haba develado y pregunt y Mercedes le dijo la verdad: el San Francisco de Ass que la madre tena sobre la cabecera de su cama no era otro que Kisimba; la Santa Brbara que el padre de Pablo tena en la repisa de la sala era Insancio, Siete
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Rayos, dios terrible del trueno; el negro de las muletas, San Lzaro, era Asuano, el viejo Luleno, dios de los enfermos; ella misma, Mercedes, era hija de Tiembla Tierra, la guerrera, diosa de rompe y raja. Carlos sali corriendo, asustado, para contar a Jorge y a Pablo que sus casas estaban tomadas por los dioses terribles de la furnia. En la tarde, cuando interrogaba de nuevo a Mercedes, el padre de Pablo le cont a su madre y ella decidi despedirla. Lo hizo casi en silencio, llorando; le dio un gran bulto de ropa vieja, la cadena, la medalla y algn dinero. Carlos se pregunt si aquello sera bondad o una horrible precaucin de su madre. Le sugiri que quitara el San Francisco de Ass y ella, por toda respuesta, los llev a confesar ante Dios todos los pecados que los negros les haban metido en el alma. Era algo extraordinario, porque hasta entonces el catolicismo de la casa se haba limitado al recorrido de las estaciones en Semana Santa y a la Misa del Gallo en Nochebuena. Carlos y Jorge decidieron esconder el pecado cometido con la prima Rosalina, pero el acto de comulgar y las palabras del sacerdote se convirtieron en la tercera causa del miedo. El cura habl de un modo extraamente similar al del pastor, pero la iglesia era mayor que el templo, ms oscura, iluminada apenas por la luz mortecina de los cirios. En los altares, conocedores de sus pecados, estaban San Francisco de Ass, Santa Brbara, la Virgen de las Mercedes, San Lzaro. Y quin saba si tambin, ocultos en las mismas imgenes, acechaban los espritus malignos de Kisimba, Siete Rayos, el Viejo Luleno y Tiembla Tierra. Del pastor se poda huir, se poda pensar que hablaba en nombre de otro Dios, no del verdadero, pero el cura la voz enronquecida, los ojos abiertos de espanto ante el infierno que evocaba era la voz de Nuestro Seor anunciando el da del Juicio Final. En febrero del cincuentids, cuando la resaca del miedo ruga en mitad de la noche ms alto que el Bemb, comenzaron los preparativos de la guerra. La Asociacin de Propietarios y Vecinos empez a promover una campaa de desalojo de la furnia enarbolando las consignas de defensa de la familia, la moral y la religin. Proponan llegar a un acuerdo colectivo con los habitantes de la furnia, a quienes empezaron a llamar la furrumalla, compensndolos para que fueran voluntariamente a vivir a otros barrios: Las yaguas Llegaipn, la Cueva del Humo. En el hueco, despus, quiz se hara un parque para que jugaran sin peligro los nios. Carlos, Jorge y Josefa se sorprendieron al ver que Jos Mara se opona rabiosamente a la idea: perdera los negros y el negocio, y adems, la furrumalla no se iba a dejar botar as, tan fcilmente, los barrios que le proponan eran basureros, saba de buena tinta que si se atrevan contra ellos habra guerra. La Asociacin de Propietarios y Vecinos empez a atreverse, hizo gestiones en el Municipio, en el Gobierno Provincial, en el Precinto de la demarcacin. La furnia articul rgidamente su defensa: pronto se hizo pblico que ni siquiera la polica poda atreverse a bajar. La guerra, inminente, fue la cuarta causa del miedo. Empezaron a correr rumores de que los negros atacaran raptando blanquitos para ofrendar sus tiernos corazones a los brbaros dioses del fuego, de que violaran a las blancas en los aquelarres del Bemb. Las madres, aterradas, recogan a sus hijos temprano, decretando en el barrio un virtual toque de queda. Las noches se hicieron un espacio inmenso donde el miedo campeaba por su
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respeto. Eran negras como la furrumalla que habra de subir impulsada por sus dioses, como haban advertido el Cura y el Pastor, para no dejar ttere con cabeza. Pasaron cinco siniestras noches de encierro, y entonces fue que Jos Mara hizo traer el televisor para vencer el miedo. La noticia corri por el barrio como plvora y a la noche siguiente la sala de la casa pareca un teatro: los muchachos, sentados en el suelo, los mayores en sillas, sillones y butacas, y todos rieron con La taberna de Pedro, lloraron con Divorciadas, se indignaron con los crmenes cometidos por los comunistas en Corea, denunciados en As va el mundo. A la segunda noche no recordaban ya el toque de queda. Estaban vibrando con un programa estremecedor, Luuuchaaa Liiibreee!, que el locutor defina como el choque del Bien contra el Mal, el terreno donde las ms bajas pasiones entablaban fiero combate contra las mayores virtudes. El locutor hizo silencio, la expectacin creci y entonces se vio al fin aquella mole humana: Doscientas veinte libras, el terror del ring, el hombre ms fuerte y traicionero que ha combatido nunca, Rooompehuesos, la Amenaza Roja! Un tremendo abucheo sigui a la presentacin del monstruo, que escupi de rabia a los televidentes. Estaba enfundado en una horrible mscara, que ustedes ven negra, dijo el locutor, pero que en realidad es roja, como el Mal. Pidi silencio y, en la otra esquina, el Caballero del Ring, el luchador ms tcnico que han conocido los cuadrilteros del mundo, el hombre que ha venido a nuestra isla para enfrentar aqu el reto del asesino internacional. Nuestro invitado, un gladiador que no necesita mscara ni seudnimo porque no tiene nada que ocultar. Ante ustedes, seores televidentes, especialmente presentado por la cubansima cerveza Hatuey, con ciento ochenta libras, de Italia, Antonino Rocca!. Atronadores aplausos, un comercial y, de pronto, el seor Joaqun Souza que sealaba hacia fuera gritando, Miren!. Quedaron petrificados por el miedo: las ventanas estaban taponadas de negros. En la oscuridad de la noche slo se vean los globos de sus ojos. Las madres comenzaron a gritar, abrazando a sus hijos. Souza clam por un cuchillo, un machete, un revlver, y los negros, al orlo, se dispersaron y salieron corriendo. Entonces los blancos se asomaron al jardn, descubriendo plantas holladas, orines, peste, y decidieron meter en cintura a la furrumalla, como estaba hacindolo Antonino Rocca con la Amenaza Roja. El barrio amaneci hirviendo en murmuraciones. Se deca que la furrumalla haba intentado asaltar la casa de Prez Meneses, que los negros haban llegado a mear en la sala delante de las seoras, que slo gracias al valor de los seores se haba evitado una tragedia. Los muchachos organizaban pandillas, hablaban de bajar a la furnia en caballos blancos como el de Kid Durango, en un avin como el de los Halcones Negros, volando como Supermn, estirndose como el Hombre Goma, en batimviles como Batman y Robin y tirando patadas voladoras como Antonino Rocca para arrasar a la cholandengue con la furrumalla. Carlos y Jorge no podan participar en las pandillas porque su padre mantena sus negocios con los negros. Cuando los blancos atacaron y comenz la guerra fueron considerados traidores y cobardes. Jorge sufra con aquella situacin, pero Carlos la agradeca en silencio porque le permita permanecer en paz con la memoria de Chava. Las hostilidades se desarrollaron con una velocidad imprevisible. Tcitamente surgi entre ambos bandos un simple cdigo de guerra:
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el enemigo en desventaja sera golpeado hasta que se viera sangre. Los muchachos del barrio no se atrevan a bajar, se dedicaban a acechar y a cazar a los de la furnia, que tenan que subir todos los das, inevitablemente, a hacer recados, compras y encargos. Los del hueco compensaron esta desventaja inicial con una habilidad felina, escurrindose como culebras entre los matorrales, y si en los primeros das de la Guerra de las Pandillas que precedi a la Guerra Sorda fueron atrapados en desventaja varias veces, y en el local de la Asociacin los Propietarios y Vecinos pudieron alardear de que sus hijos haban vapuleado a los negritos, muy pronto la situacin se nivel y la sangre salt por ambos lados, cuando los furrumallos adoptaron la tctica de salir en grupo, armados de piedras y palos. Y como haba viejas deudas de sangre las cobraron enviando seuelos mientras el grueso de la tropa acechaba, tendido en la ladera. Cuando los blanquitos se lanzaban al ataque, la furrumalla caa sobre ellos maldiciendo en lengua y en castilla, clamando por Tiembla Tierra y por Shazn, tirando patadas voladoras, golpeando hasta ver sangre. Entonces las pandillas del barrio se unieron para cazar a los seuelos y resistir el contraataque. Se volvi a un equilibrio inestable hasta que los negritos desarrollaron nuevas armas, hondas y tirapiedras, y comenzaron los ataques individuales a distancia; gozaban de una ventaja natural, su territorio tena miles de accidentes, eran prcticamente invisibles desde arriba, podan cazar a mansalva a los que se atrevieran a montar bicicleta o jugar pelota en la calle. La gran pandilla del barrio, ahogada, plane la contraofensiva: el sbado se replegaran, y cuando los negritos subieran en grupo a hacer sus compras, caeran sobre ellos por sorpresa y los destrozaran en la batalla final. Carlos asista al instituto en las maanas, se informaba del curso de las hostilidades en las tardes y vea televisin en las noches. Pero haban llegado otros aparatos al barrio, ningn amigo los visitaba, tenindolos por cobardes y traidores, y Jorge se pasaba las noches protestando. Por eso Carlos se alegr cuando la actitud de su padre hacia el desalojo vari radicalmente, unos das antes de la batalla decisiva. Manolo haba venido a verlo, Jos Mara era bobo?, el terreno!, la asociacin quera el terreno! Daba grandes zancadas por la sala, sus ojos brillaban como los de un gato, sus manos se movan como zarpas, un parque?, quin iba a pensar en un parque con lo caro que estaba el metro cuadrado?, un edificio!, rellenar, buscar financiamiento y construir un edificio!, no lo pensara ms, apoyar el desalojo, meterse en el negocio de cabeza. Jos Mara farfull humildemente, Es que quera cambiar el carro, Manuel, comprarme un Buick, y Manolo se ech a rer como ante el mejor chiste de la noche diciendo, un Buick, as que un Buick, para despus ponerse otra vez como una fiera, invertir, comemierda! Jos Mara lo miraba avergonzado, Est bien, Manuel, pero, cmo vamos a meternos si no nos han llamado?. Manolo se dej caer en el sof abriendo los brazos con un estupor infinito, pero por Dios, hermano mo, quines controlaban las deudas de los negros? Esa noche Carlos y Jorge se enrolaron en la Gran Pandilla, que haba decidido echar el resto: comenzara con un asalto formidable, nada menos que quince bicicletas se apostaran detrs del gran camin de la ESSO que el padre de Jimmy acostumbraba a parquear frente a la casa; dejaran que la chusma saliera
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en masa de su cueva, le daran confianza, durante media cuadra los negritos no veran a nadie; de pronto, las bicicletas saldran embaladas cuesta abajo, rugiendo como los tanques en las pelculas de guerra: los tanquistas no tendran compasin, la nica defensa del enemigo eran las piedras, pero slo disponan de fracciones de segundo para usarlas, as que haba que pegarse al manubrio en la bajada para burlar la artillera de los negros y ponerles a merced de los tanques, que los embestiran y arrollaran hacindolos correr como conejos. Los tanquistas tendran que apresurarse porque dos minutos despus del choque iba a entrar en accin la fusilera. Nueve rifleros de Bengala, cuatro escopetas de pelets, tres de municiones, dos con marca U, estaran apostados en los portales. Cuando Celso Henrquez disparara su marca U: fuego graneado contra la furrumalla! Recordaran los rifleros, la orden era tirar a matar. Despus saldran todos con rifles, piedras, bicicletas, palos, para arrollarlos, apedrearlos, fusilarlos, destriparlos, ensearles con sangre, a la cholandengue, de verdad, a todastodas, de quin coo era el barrio. Carlos volvi a su casa agitado, los santos de uno y otro bando permitiran aquello? Mientras disfrutaba de la tregua haba pensado muchas veces que era el capitn de las acciones militares, se haba imaginado guiando a los suyos a la victoria y recibiendo la rendicin de la furnia de manos del negrito del chivo, que murmurara cabizbajo, DUPA BUPA UNT TOTA!, a lo que l respondera ceremonioso, CHOLA ANDENGUE!, para que los negros y blancos corearan ANDENGUE CHOLA!, reconociendo as al Capitn Carlos Prez Cifredo como Rey del Barrio. Antes, haba ordenado que no se mataran negritos en aquellos combates, por respeto a Chava. Pero ahora la Gran Pandilla estaba preparando una masacre que ni el abuelo? lvaro ni Chava perdonaran nunca. No hubo combate. Los padres desataron una requisa ejemplar en la madrugada. No qued en manos de los muchachos una bicicleta, un rifle, una bala. Jos Mara grit como nunca, aquello sera como tocarle los gevos al tigre, porque entonces vendra la ley de la selva y en la selva, quin aguantaba a la furrumalla? Ellos eran la selva, acaso no vean cmo se revolcaban all abajo?, no saban que estaban contra la civilizacin, contra el progreso, contra el edificio?, no haban odo al cura, al pastor, a su madre?, no se daban cuenta de que pelear con ellos era tratarlos como iguales? Por eso expulsaran a los negros del barrio para siempre antes de que acabaran trepando a la calle y tiznndolo todo. Desde ese da, el control de las hostilidades qued en manos de la Asociacin, no se les permiti a los muchachos iniciativa alguna. La furrumalla lo entendi como una tregua y dej de atacar. Entonces, los propietarios desataron la Guerra Sorda: todas las negras que trabajaban en el barrio como criadas, lavanderas y manejadoras fueron despedidas; no se permiti a ningn hombre de la furnia pintar una casa, limpiar un automvil, construir un mueble; no se les compr a los vendedores ambulantes ni un solo mamey, pia o pltano, ni un billete de lotera, ni un crocante de man; no hubo para las familias furrumallas un centavo de crdito en las bodegas del barrio. Slo un hombre de la furnia no fue molestado, y cuando el pastor bram contra l en el templo, un temblor de espanto inconfesado vibr en el vecindario. Nadie se atrevi a negar sobras de
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comida al Viejo de las Muletas, que ahora recorra el barrio tres veces al da con un carretn tirado por un chivo y dos muchachos, y se pareca cada vez ms a San Lzaro, Asuano, al Viejo Luleno, santo de los enfermos, remedio del hambre de la furnia. La Guerra Sorda estaba en su apogeo cuando una noticia mayor conmovi al barrio: el Mulato haba dado un golpe. Carlos pens durante unas horas que a lo mejor Kisimba, o quin saba si Siete Rayos, haba logrado el milagro para la furrumalla. Ahora haba un mulato presidente; los negros, ahora, tenan el mazo. Todo el miedo acumulado desde las Joyas, la Confesin, Tiembla Tierra, los Sacrificios de nios, las Violaciones de blancas, la Guerra de las Pandillas y la Guerra Sorda estall en aquellas horas de zozobra, hacindole pedir a Chava, por Dios, que perdonara. Pero su padre regres radiante, deca Manolo que con slo apretar un poco ms todo estara resuelto, Batista era el hombre. Das despus los de la Asociacin rieron afirmando que de aquellas palabras les vino la idea: apretar la llave maestra que controlaba la nica tubera de la furnia; sin agua, los negros no podran resistir. En medio de los cantos de victoria el miedo volvi a vibrar en el barrio: el Viejo de las Muletas no subi ms a pedir comida; en la noche, all abajo, se oan aullar sus perros. La madre cay enferma, temblaba de fiebre y de llanto, deca que el agua no se le negaba ni a los animales, que estaban en pecado mortal y tenan que disponerse a sufrir el castigo justo y terrible del Seor. Ahora no caba duda para Carlos, su madre haba aceptado, el Viejo de las Muletas era algo: Santo o Demonio, Luleno o San Lzaro, Dios o Diablo, era algo sobrenatural, justo y despiadado, y los odiaba con razn, y su venganza subira desde lo hondo de la furnia, horrible como la peste que sacaba el sol al medioda, profunda como el ladrido de los perros en la noche. El milagro pareci llegar, pero no en forma de venganza, sino testificando la infinita bondad del santo de los enfermos. Los aguaceros de mayo comenzaron a caer en abril, torrenciales, y por primera vez en mucho tiempo hubo Bemb en la furnia. Fue una fiesta terrible para el barrio, surgida de lo oscuro, con el sonido de los cantos mezclado a la montona msica del agua, como una accin de gracias, una prueba de los poderes del Demonio sobre el Cielo. Ellos no se atemorizaron porque la madre estaba alegre, ponindole velas al bueno de San Francisco de Ass, canturreando: Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, hasta que al tercer da cambi el canto y la expresin del rostro, como si la creciente humedad hubiera hecho estallar la flora morada de su tristeza. Ahora le peda a San Isidro que quitara el agua y pusiera el sol, pero San Isidro no la escuch. La lluvia duraba cuatro das con cinco noches cuando los primeros habitantes de la furnia comenzaron a pedir clemencia. Subieron por la ladera, resbalando en el fango, sin una sola llama, un solo grito de guerra o de venganza, y se sentaron en las aceras como pollos mojados. Abajo, el agua y el viento haban arrasado el platanal, levantado los zines y las yaguas de los techos, podrido los cartones y maderas de paredes y puertas, ahogado a los animales. El fondo de la furnia se haba convertido en una laguna color chocolate donde flotaban los restos del naufragio. Todava lloviznaba cuando Carlos y Jorge salieron a ver a los damnificados, como los llam la Asociacin. All estaban todos sus conocidos: el muchacho del chivo,
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la vieja gorda, la joven de las llagas, los cantantes que negociaron con su padre, Mercedes. Haban logrado salvar pocas cosas, dos radios, algunos muebles y animales, pero conservaban todos sus santos. El Viejo de las Muletas, aterido, febril, tendido en un catre, miraba aquella singular corte de los milagros como un dios derrotado. Los peridicos y los televisores reprodujeron las declaraciones del presidente de la Asociacin: haba sido una lamentable desgracia natural, quiz un designio divino. La asociacin estaba gestionando el traslado de aquellos infelices a un barrio adecuado, luego se construira all un parque, o tal vez un edificio, no haba nada seguro. Por lo pronto, la Asociacin de Damas Catlicas del barrio haba iniciado una colecta de ayuda a los damnificados, ropa, comida, medicinas, todo era necesario en aquella hora de dolor; la Asociacin de Propietarios y Vecinos haba iniciado una suscripcin en metlico y pensaba organizar una rifa, o quizs un gran bingo, no haba nada seguro. Eso era cuanto tena que decir, seores, hicieran el favor de seguirlo. Para los vecinos fue algo sensacional aparecer en la televisin, como si hubieran sido tocados por el don de la ubicuidad: estaban sentados en la sala de sus casas y a la vez parados en los jardines, ante los ojos de todo el pas, y se golpeaban las rodillas sin salir de su asombro, Cosa ms grande, caballeros!. Carlos sinti un golpe de alegra al descubrir su rostro en la pantalla iluminada, sonriente como el de un locutor o un artista, y atesor aquel instante de alegra junto a sus recuerdos ms preciados. Si algo desluci el programa, en opinin de los vecinos, fue que los negros no pudieron o no quisieron controlar a los negritos y stos se pasaron todo el tiempo robando cmara, empujndose y saludando como si la televisin fuera para ellos. Pero el presidente de los propietarios y vecinos ley sus declaraciones sin tartamudear, y las ropas, medicinas y alimentos de la ayuda acabaron formando un montculo, porque durante la emisin varios anunciantes se unieron a la campaa humanitaria aportando donaciones que convirtieron el programa en un gran xito del barrio. La ltima imagen fue interpretada por todos como una alegora de la paz: a la izquierda, la presidenta de las Damas Catlicas; a la derecha, el presidente de la Asociacin de Propietarios y Vecinos; detrs, los alimentos, medicinas y ropas apiladas; en el centro, con todo y sus perros, el Viejo de las Muletas, smbolo de la rendicin de la furnia. El programa se retransmiti en la tarde. Como una prueba ms del espritu de concordia, los negros fueron invitados a mirar la televisin por las ventanas y por primera vez Carlos acept que se haban rendido: al verse, Cosa ms grande, caballeros!, reaccionaban exactamente igual que los blancos. La paz fue apenas una tregua. Con la escampada, los negros comenzaron a regresar a la furnia, ajenos al torrente de ofensas y amenazas que cay sobre ellos con una fuerza mayor que la de los aguaceros. Al da siguiente todas las medidas de la Guerra Sorda fueron reinstauradas. Las Damas Catlicas suspendieron la ayuda, los anunciantes rescataron sus contribuciones, la Asociacin transfiri los fondos de la colecta y del gran bingo al capital inicial para la construccin del nuevo edificio. La llave maestra se mantuvo cerrada. En pocos das, un hedor penetrante resurgi desde el fondo. En el barrio ya no se hablaba slo de asesinatos y violaciones, sino tambin de epidemias y contagios.
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Las auras comenzaron a sobrevolar la Guerra de Pandillas, reaparecieron las escopetas requisadas y al menos tres muchachos de la furnia fueron heridos con balines. El ltimo Bemb son como una declaracin de guerra a muerte. El contrataque furrumallo empez lejos, donde nadie lo hubiera esperado. En un solo da cinco blanquitos, sorprendidos al salir de la escuela, fueron marcados con navajas. El Noticiero de Televisin arm un escndalo. En la maana del ltimo domingo de abril el hueco amaneci cercado por la polica. Agentes blancos, negros y mulatos bajaron aullando como fieras, destrozaron las chozas apenas reconstruidas sobre el fango e hicieron subir, a golpes, a los pobladores del fondo. A golpes los hacinaron en camiones sin permitirlos llevar un catre, un radio, un santo. Carlos, atnito, vio cmo pisoteaban la imagen de Shola Anguengue, pateaban la de Kisimba, rasgaban la de Tiembla Tierra. Vio a los negros intentar una defensa desesperada, y a la polica partir a palos las bocas y cabezas de los hombres, culatear a las mujeres, patear a los nios, destrozar contra el contn de la acera las muletas del viejo, tirotear a sus perros, lanzar al viejo sobre la cama del camin, como si fuera un saco. Se volvi hacia su madre, que rezaba Santa Mara, madre de Dios..., sinti un calor intenso, un humo pestilente y viscoso, y corri hacia la cerca del patio para ver cmo el fuego arrasaba los despojos de la furnia, animado por el furioso viento de Cuaresma.
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Tal vez si el Mai no hubiera dicho, El que no vaya es maricn, Carlos no hubiera ido. Pero el Mai lo dijo, se puso el revlver a la cintura y fij en ellos sus ojos grandes y claros, que miraban como los de Antonio Guiteras en el retrato que siempre llevaba en el bolsillo. Los curiosos se escurrieron desde el zagun del instituto hacia la calle y la charadita rpida que los Cabrones de la Vida tiraban en el patio se deshizo, dejando un acertijo sobre la pizarra: Del ratn al mono est sentado en el trono. Carlos baj la cabeza, era una lata que la manifestacin fuera a ser justamente aquella maana. Para la tarde haban armado una sesin de la Sociedad Parasicolgica en la que le tocaba hacer de carnada y ya tena montado su chou. A lo mejor lograra tocar teticas, haban inventado la sociedad para tocar teticas, estaba loco por tocar teticas, y se haba pasado das ensayando la cara de carnero degollado, muerto a la orilla del mar, que deba poner cuando Juanito el Crimen lo hipnotizara frente a las pepillas. Ests dormido le susurrara el Crimen, imprimindole un movimiento pendular al reloj de su abuelo. Mralo, ests dormido. l se dejara llevar pensando en pezones, e incorporara el estado letrgico, catalptico, que asombrara a las pepillas. Es nuestro musitara el Crimen, al apagar las luces. Entonces se escucharan risitas de nias en celo, y Juanito, para darle ms realismo al asunto, le ordenara que dijera una frase en la lengua de sus antepasados. In hoc signo vinces murmurara l, con la voz de Saquiri el Malayo. Bajo este signo vencers traducira el Crimen, y las pepillas estaran impresionadsimas cuando les ordenara: Llvenle la mano a vuestro corazn, no siente nada. Ah vendra el chance y el rollo, el corazn estaba detrs de las teticas y las pepillas no tendran otro remedio que dejarse tocar. Pero l tendra que estar piano, le haba dicho el Crimen, alelado hasta que las pepillas fueran cogiendo confianza en la ciencia, as, algn da podran tocar tambin muslitos y nalguitas. Se haba pasado horas intentando imaginar cmo sera estar hipnotizado y de pronto descubra que era como sentirse arrastrado por el Mai al orle decir que iba a haber tiros y que quizs alguno tendra la suerte de no regresar vivo. Qu iba a hacer?, por comemierda se haba metido en algo. Recordaba ntidamente el da en que Hctor lo abord en el bao. Ve vendiendo esto dijo, le dio unos bonos rojinegros con la leyenda: No zafra con Batista. Libertad o Muerte! M267, y se fue pidindole que se cuidara. No pudo negarse, Hctor era su carnal, su ambia, su compaero de batera en el equipo de bisbol del instituto, y con l haba hablado mucha mierda de
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Batista en el dogout, durante el ltimo juego. Al salir del bao sinti una sensacin de peligro que no le fue del todo desagradable. Desde entonces empez a caminar como Joseph Cotten despus del robo del banco en La ciudad desnuda. Sonrea paternalmente a sus compaeros deseando que no se dieran cuenta de nada y que a la vez advirtieran que l tambin estaba metido en algo. Logr inquietar a Pablo, que se le acerc: Cul es tu berenjena, consorte? y qued aterrado al ver los bonos sobre su pupitre. Tas loco, asere! Mira que por eso matan a uno! Sonri fascinado, casi no poda creer que de verdad estaba jugndose la vida; pero no intent vender los bonos por temor a un chivatazo. Los escondi en el ltimo rincn de su cuarto, junto a los libritos de relajo y a los folletos de la Sociedad Parasicolgica Mexicana. Estuvo dos meses sin gastarse un quilo en el Casino, reuni los seis pesos y se los entreg a Hctor, dicindole con su mejor voz clandestina: Misin cumplida, mulato. Hctor le entreg mas bonos. Los recibi en silencio, decidido a mantener su abstinencia. Poco despus, cegado por los destellos del pelo de Gipsy, pens en gastarse el dinero con ella y traicionar a Hctor. Pero no fue posible. Gipsy desapareci apenas llegada, como las hadas de los cuentos, dejando slo una promesa y un recuerdo que ahora l intentaba revivir. Se senta perdido: quizs nunca volvera a ver los vellos rubios en las axilas de Gipsy, aquella pelusa suave y excitante como un sexo, porque ahora caminaba hacia la manifestacin y nadie podra decir si tendra la suerte de no regresar vivo. Se sinti desconcertado en la Universidad. Haba aprendido, desde nio, a identificar aquel sitio con el objetivo ltimo de su existencia; su padre sola llevarlos a l y a Jorge hasta la base de la escalinata y desde all anunciar, con voz grave: Alguna vez entrarn ah, por eso lucho. Y ahora Jorge estudiaba comercio y tena el valor de negarse a las locuras, mientras l entraba en son de guerra, dicindose que a lo mejor tendra tiempo ms tarde para tocar teticas, y se senta pequeo y desorientado en la Plaza Cadenas, rodeada de edificios severos y distantes, atravesada en todas direcciones por grupos de estudiantes que parecan saber exactamente qu hacer en aquella fra maana de noviembre. San Lzaro y L se juntaban al pie de la colina formando una placita donde empezaba la escalinata por la que bajaran, le deca ahora Hctor, en busca de la libertad o de la gloria. Carlos aspir el aire heroico de la maana y se sinti con valor suficiente para bajar al frente de los suyos, sirvindoles de jefe y ejemplo por la manera resuelta en que enfrentara, a puo limpio y pecho descubierto, los ataques de los esbirros. Y si mora en el empeo, qu importaba? Su nombre se unira a los de aquellos que iluminaban el altar de la patria, desde Carlos Verdugo hasta Rubn Batista, generaciones enteras de estudiantes que haban preferido ser mrtires a ser esclavos y que por eso haban alcanzado la gloria. Ah estn dijo Hctor. l separ la vista de las nubes y sigui el ndice de su amigo. En San Lzaro e Infanta, dos cuadras ms all de la escalinata, los esbirros bloqueaban el camino con perseguidoras y carros de bombero. Tuvo una intensa sudoracin al recordar el desalojo de la furnia, pens que la polica los iba a tratar como a
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negros, e incluso peor, y se dijo que l no era un negro ni un loco y no era justo que traicionara las ilusiones de su padre muriendo tan joven, por tan poca cosa, con tan poca gloria. Regres a la Plaza Cadenas. Se sent en un banco para aliviar la repentina debilidad de sus piernas e intent relajarse interrogando los nombres inscritos en el frontis de la Facultad de Ciencias. Despus de todo, los cientficos tambin eran hroes, sera mejor jugarse la vida para salvar a la humanidad de un flagelo, como Finlay con la fiebre amarilla. Pens en escapar. Se detuvo recordando el desprecio con que abuelo lvaro pronunciaba la palabra huido al referirse a los desertores y a los gallos cobardes, y descubri de pronto que era el mono, el dictador, el mulato asesino Quien estaba sentado en el trono. En eso lleg el Mai. Acaba de llegar Jos Antonio dijo. Vamos. El Saln de los Mrtires estaba repleto y haba comenzado el pase de lista. Jos Antonio deca los nombres de los hroes y todos respondan al unsono: Presente! Carlos qued junto a una foto en la que Trejo apareca muy joven, con un bigotico aos treinta, y se uni al coro pensando que aquel hombre pudo haber sido su padre. Poco a poco se fue dejando ganar por la continuidad invisible que flotaba en el aire. Al salir del saln, el miedo haba desaparecido de su alma. El grupo empez a concentrarse en lo alto de la escalinata mientras Jos Antonio, Juan Pedro y Fructuoso desplegaban una gran tela con la consigna: ABAJO LA TIRANA!-FEU Los de la vanguardia alzaron una bandera, una corona y un sarcfago, e iniciaron la marcha. Carlos quiso retroceder un poco, pero la multitud enardecida lo empuj hacia adelante, donde volvi a sentirse indefenso. Muchos estaban preparados para el choque, vestan capas de agua o gruesos abrigos. En cambio, l slo llevaba puesta una camisita. De pronto, Hctor lo arrastr hacia el centro. No te me separes, dijo. Las campanas de la iglesia del Carmen empezaron a llamar a misa y Carlos not, turbado, que en los edificios cercanos se cerraban algunas ventanas. En eso escuch el himno. Empez a cantar para darse fuerzas, se hizo parte del coro que converta su canto en un grito de guerra. Al llegar a San Lzaro la vanguardia agit la bandera. La polica empez a moverse lentamente calle arriba y las voces del coro se desbordaron. Dos escuadras de esbirros se adelantaron lanzando chorros de agua contra el grupo que llevaba la corona, deshacindola: durante un segundo, flores lilas, rojas y amarillas se sostuvieron en el aire contrastando con el blanco neblinoso de las columnas de agua, abiertas en abanico por las rfagas de aire, dirigidas ahora contra el pecho de los que llevaban la tela. La manifestacin se detuvo cuando la polica concentr el ataque en las piernas y logr derribar a los que iban delante. Entonces alguien grit, Ahora!. Racimos de estudiantes se desprendieron hacia ambos lados de la calle, y desde los umbrales, los oscuros zaguanes y las azoteas de los edificios colindantes la emprendieron a pedradas contra la polica. Hctor dej a Carlos y ech a correr junto al Mai y a Benjamn para unirse a un grupo que luchaba por mantener en alto la bandera. Carlos fue alcanzado por un golpe de agua. Desde el suelo, sin aire, obnubilado por la cortina de agua, por la mancha lila, roja, amarilla
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de los desechos de las flores y por el violento, brillante negro del asfalto, logr ver al grupo sosteniendo el asta bajo los chorros y a la bandera flotando, pese a todo, en el aire. Bajo ese signo, pens, bajo ese signo, bajo ese signo... Entonces distingui una mancha azul a la derecha, una escuadra de esbirros tratando de rodear al grupo y de arrebatarles la bandera. Hctor y el Mai se adelantaron a organizar la defensa y l se incorpor y corri hacia ellos: Cuidado, cuidado, cuidado! Vio cmo Hctor caa al suelo con la cabeza rota, cmo el Mai golpeaba a un polica con el puo; cmo otro polica le descargaba el bichoebuey en la espalda, arrinconaba al Mai, lo revolcaba en el suelo, empezaba a patearlo. Agarr al esbirro por la espalda, apenas lo logr un instante: otro polica lo empuj a l contra la pared, le cruz la cara de un vergajazo, volvi a levantar el bichoebuey y cay de pronto, con la cabeza rota por una pedrada. Un flaco de espejuelos dej caer la piedra manchada de sangre, levant a Hctor por los hombros y le grit a Carlos que lo ayudara. Corrieron por San Lzaro con Hctor a cuestas y lo sentaron en la Plaza Mella, junto a la base de la escalinata. All estaba el Moro, inconsciente. Ahora los recogen, dijo el flaco, hay ms heridos, vamos. Pero Carlos no se movi. La bandera, hmeda, apenas flotaba a lo lejos, el flaco se haba vuelto a meter en el barullo y l segua inmvil, mirando cmo el coronel Salas Caizares apuntaba contra los manifestantes una Thompson que escupa pequeos gargajos amarillos. Qued hipnotizado como un bicho ante la quemante luz de la muerte, y de pronto huy, sintindose un blanco perfecto para las rfagas que no cesaban de sonar a sus espaldas. Atraves la Plaza Cadenas. Frente al hospital Calixto Garca le falt el aire, pero all haba un enjambre de ambulancias trasegando heridos, y eso lo hizo seguir. En la avenida de Rancho Boyeros la carrera se convirti en una marcha lenta, terca, ansiosa, y en cierto momento los colores de la maana se hicieron negros y giraron cada vez ms rpido. En el suelo sinti que le arda la cara y que estaba empapado de sangre, agua, orina, sudor. Logr sentarse, vio esculpidos en el frontis de la Biblioteca Nacional los nombres familiares de la patria y murmur, Presente. Pero ahora era distinto, porque el Mai no vendra a decirle que Jos Antonio haba llegado.
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A eso de las tres de la madrugada los Bacilos recalaron en el Kuman, que estaba en el barrio de La Victoria, a media cuadra de la casa de Otto, donde segn Pablo trabajaba un unicornio. Carlos gritaba que no, explicaba que all haba slo hotentotes, ni siquiera un miserable coat, pero los dems no le hacan mucho caso. Berto mster Cuba la emprenda a rugidos contra el tigre que mostraba sus zarpas y colmillos desde el anuncio, gritndole que se bajara de all, maricn, si se atreva; Dopico invitaba a Jorge a que le dijera si aquel tigre era amarillo con rayas negras o negro con rayas amarillas, y Pablo decida retar a Dopico para que definiera si era tigre o tigra, porque no se le vean los gevos ni la raja. Entonces Jorge empez a cantar el tema y los cuatro entraron al Kuman como los pistoleros a las tabernas en las pelculas del Oeste. Dentro estaba oscuro y fro, slo algunos spots creaban una vaga atmsfera lila tras la barra. ico Membiela maldeca en un disco a alguna perjura, ingrata y traidora, y Pablo afirmaba que cualquier mujer tena derecho a tarrear a un tipo que cantara tan mal, y Berto le explicaba que el hombrn cantaba mal porque la mujer lo haba tarreado antes, y Dopico deca vacilaran, por favor, al ornitorrinco enfermo. Encaonaron con la vista a la cajera, una mulata con el peine pasado y el pelo liso y duro como sus muslos, con un foquito de guirnalda verde encendido sobre la cintura y nada bajo la saya, por lo que Dopico deca vacilaran la frutabomba, la pulpa de la frutabomba, y estuvieron mirando, penetrando, comindose a la cajera con los ojos, y se sentaron enfrente sin dejar de mirar hasta que Pablo pregunt si no se daban cuenta que aquello era un anuncio y entonces pidieron tres Espaaen-llamas y una Polar. La cerveza era para Carlos. Los dems Bacilos volvan a vacilar a la mulata a travs de los vasos, de la mezcla dorada de sidra y coac que haba en los vasos, y Carlos miraba el reloj calculando que tena que retenerlos all por lo menos una hora, maldiciendo el momento en que le revel a Pablo la existencia de Fanny el unicornio, gritndole que no era hombre ni amigo y pensando que matara al cabrn que se atreviera a meterse con ella. Llevaba seis meses gastndose con Fanny el aumento de la asignacin que padre acumul tercamente, tentadoramente, en la misma alcanca que l haba utilizado para reunir el dinero de los bonos y peridicos de Hctor. Mientras tanto, Fanny cambi cuatro veces de barrio, de casa, de nombre y de precio, y Carlos la sigui, obcecado, del bay de Juana la Polaca, en el barrio de San Isidro, al de los Azulejos en el barrio de Coln, al Ta Nena en el barrio de Los Sitios, al de Otto en el barrio de La Victoria, y le pag sin protestar uno cincuenta, dos, dos cincuenta y tres pesos, y la llam Estefana la Nueva, la Caliente, Madame Fannie, Fanny, y se revolc con ella en su cubil srdido y pequeo, en un cuartucho sucio y opresivo, en un cuarto clido y rosado, y vio sus imgenes estremecidas repetirse hasta el infinito en la mgica combinacin de espejos circulares de la habitacin
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nupcial de la casa de Otto, y ocult su pasin a los Bacilos como si se tratara de un delito. Pero esa maldita noche de borrachera haba tenido la debilidad de contarle a Pablo, y el muy cabrn le haba contado a Jorge, y Jorge al grupo, y desde entonces l, Carlos, sufri el zigzaguear que haba ido acercando a los Bacilos, cada vez ms, al bay de Otto. Tratando de explicarse cmo pudo ser tan comemierda lleg a la conclusin de que si el cine haba sido la causa de su felicidad, tambin lo estaba siendo de su desgracia. Desde que Gipsy se march, con la incierta promesa de regresar, l qued obsesionado, sin saber qu hacer, hasta que vio Vrtigo. All estaba la solucin a sus angustias, deba redescubrir a Gipsy, como James Stewart a Kim Novack. Se dedic a perseguir mujeres parecidas a su obsesin, pero ninguna le hizo caso; ms de una vez lo amenazaron con la polica, tildndolo de loco. Estaba en el clmax del delirio cuando descubri, en un msero burdel de San Isidro, a una muchacha asustada como un animalito. Estefana la Nueva se pareca vagamente a Gipsy. Era joven y tena las mismas piernas largas, delgadas y torneadas; pero su pelo era castao claro y su piel demasiado blanca, casi lechosa. Los ojos tambin eran verdes o azules, pero no variaban segn el color del pao de los billares o la superficie de las aguas, sino segn la intensidad de los gritos de lechuza de Juana la Polaca o el nmero de hombres que lograra despachar en una noche. Carlos se neg a darle el nivel de dromedario, que era el que casi le corresponda en ese tiempo, y tuvo que reconocer que Estefana la Nueva jams sera un unicornio. En honor a sus ojos la calific de cervatillo y la llam Bamby en el momento del orgasmo. En aquella poca l odiaba intensamente al asqueroso cubil del barrio de San Isidro donde Juana la Polaca dejaba entrar incluso negros; pero ahora estaba seguro de que no olvidara jams los lunes de diciembre en que el recinto estaba casi vaco, y Estefana la Nueva le contaba que era de Santa Clara o de San Juan de los Remedios, hija de un cesante o campesino, seducida por un montero o vendedor ambulante, madre de un hijo rubio llamado Esteban de quien slo conservaba esta foto, y bueno, le pusiera el uno cincuenta en la mesita porque si no, Juana... En la sombra de los srdidos cuartos de altsimos puntales, la Caliente se pareca un poco ms a Gipsy porque era rubia, pero bajo la dbil luz de las lmparas de noche se pareca un poco menos, porque la claridad delataba las races castaas bajo el tinte. Por aquella poca adopt el hbito de cantar entre sollozos corridos mexicanos, lo que a Carlos le pona la carne de gallina. La Casa de los Azulejos era la ms famosa del barrio de Coln, y la Caliente, que lleg a ser la hembra ms famosa de la Casa, le permita a veces visitarla en la tarde para evitarle la humillacin de la cola, y le haca pensar, mientras escuchaba sus historias mltiples y tristes, que entre l y ella haba algo ms que la vergonzante relacin de punto a puta. Era de Santiago de Cuba o de San Juan de Puerto Rico, su madrastra la haba obligado a colocarse en casa del gobernador o del alcalde, y con aquel principal tena un hijo rubio llamado Juan o Santiago de quien slo conservaba esta foto. Una tarde termin la historia llorando, Carlos trat de consolarla y la Caliente comenz a decirle obscenidades al odo. Desde entonces dej de llamarla Bamby en el momento del orgasmo.
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La Ta Nena era francesa. Lleg a Cuba, como otras muchas oficiantes, atrada por la msica celestial de la Danza de los Millones, y a su ritmo movi furiosamente la cintura durante la dcada mgica que termin un da del ao diecinueve. Fue amante de Yarini y junto a l particip en la sangrienta Guerra de los Guayabitos que liquid definitivamente el dominio de los chulos franceses sobre el barrio de San Isidro. Asisti al entierro del Gallo llevada por el presidente de la Repblica, y las malas lenguas comentaron que en realidad haba sido tambin amante y agente de Lotot, el jefe de los franceses derrotados. La polica siempre estuvo segura de que ella presenci el asesinato de Rachel de Keirgester, su ntima amiga, pero jams logr probarlo. Ya por aquel entonces se haba hecho famosa gracias a su dominio del fellatio, arte bucal que practic con desafuero y transmiti a sus discpulas hasta lograr incorporarlo definitivamente a la ertica criolla. Jams haba vuelto a Francia, pero se jactaba de que su casa era como un caf de Montparnasse. En aquella falsa boite de la calle Trocadero donde slo se escuchaba msica francesa tocada por un violinista albino, la Ta Nena presentaba a su aventajada alumna, Madame Fannie, que rea mucho al dar vueltas alrededor de su tutora, levantaba la falda, mostraba el pop, tarareaba Pigalle y Mademoiselle de Pars, usaba cintas y lazos de colores, cobraba dos cincuenta y no reciba por las tardes. Era descendienta de franceses que haban venido a Cuba haca un pioln de tiempo desde Nueva Orleans, la Luisiana o Hait, y un to o primo la haba iniciado en la vida a los doce aos. Con l tena un hijo rubio llamado Jacques que su familia haba mandado a Francia y de quien slo conservaba esta foto. Carlos la hubiese calificado de ornitorrinco de no ser porque su virtuosismo lingstico le sugera una serpiente de cascabel. Cuando vio por primera vez a Fanny bailando en el bar de la casa de Otto pens que estaba ante Gipsy. Aquella mujer tan increblemente rubia, con la piel canela, tostada como las capas de un pastel de hojaldre, los ojos azules como la deslumbrante luz del spot que caa sobre ella, o verdes como la superficie de la menta con la que se emborrachaba, aquella mujer era definitivamente un unicornio. Andaba con un blmer bikini de gasa verde y una blusa de lam, y le gustaba repetir el Rip it up de Little Richard en la vitrola, bailarlo hasta parecer exhausta y luego poner el Rock around the clock de Bill Halley para acabar de acelerar a los puntos antes de despacharlos en lnea. Carlos odiaba desesperadamente aquella cola y le rogaba a Fanny que le permitiera venir por las tardes, pero no poda ser, mi nio, porque sta es una casa americana y tain is moni, no? l se consolaba pensando que acostarse con Fanny entre los espejos de la cmara nupcial era un viaje circularmente multiplicado al infinito que costaba slo tres pesos. Era de Miami o Cayo Hueso y se ganaba la vida como cantante o camarera en el bar del ferry Floridita hasta que un mafioso o el capitn la enred en un asunto de trfico de narcticos o trata de blancas y la expulsaron o deportaron de Estados Unidos. All tena un hijo rubio llamado John de quien slo conservaba esta foto. Una noche Carlos le pregunt por el retrato que estaba sobre el velador y Fanny le dedic por cinco pesos uno igual donde apareca sola, desnuda y triste. Le cont a Pablo aquella historia slo por darse el gusto de decir que l era el James Stewart de Cubita bella, pero el muy pendejo repiti el cuento entre
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risitas y los ojos de Jorge brillaron como los de un gato al decir que esa noche todos los Bacilos vacilaran a Fanny, para que Carlos aprendiera a no enamorarse de una puta. La amenaza se fue disolviendo en alcohol y Carlos hubiera dejado de sufrir, de no ser porque los bares que visitaban estaban cada vez ms cerca de la casa de Otto. Ahora llevaban un buen rato en el Kuman y haban entrado en un peligroso bache de silencio, en un vaco, en el momento en que todo el alcohol y el humo consumidos volvan en una gran resaca de cansancio, y era posible que a Jorge le diera otra vez por provocarlo, as que Carlos decidi ganar tiempo. Entonces, por fin, maana te vas pal carajo le dijo. Jorge estuvo mucho rato sonriendo antes de decir que pal carajo no, pala Yunai. Dopico le dijo a la cajera que su broder se iba para el Norte, y la mulata, abriendo un poco ms las piernas, le pidi que la llevara. Esta mora s entiende todo de la vida coment Dopico. Vacila eso, eh, por qu no la llevas, consorte? Un vaciln la mulata en la Yunai. La mulata sonri y abri, cerr y abri las piernas, s, la llevara, ella saba con qu ganarse la vida. Pablo que si con lo que tena puesto en el banco, y la mulata: Qu va, mijo, con la navaja, mira. Y se pas la yema del ndice por entre los muslos como si se diera un tajo hasta el ombligo. Vayan llevando, pepillos, que esto va por la casa. De pronto Dopico se puso blanco, amarillento, y mir a la mulata con una sonrisa estpida. Vamos dijo Jorge. Adnde? pregunt Carlos. Afuera haba un calor pegajoso y hmedo y un borracho sentado en la acera, hablando solo. Al verlos intent incorporarse, pero resbal suavemente hacia el contn. Adversidad dijo, uno a uno me los voy a echar a todos. Adnde vamos? insisti Carlos. Jorge no respondi. A lo lejos se vean las rampas grises del Mercado nuevo de Carlos III, enorme, ordenado y asptico como una gran farmacia. A ambos lados de la calle, por cuadras y cuadras, se alineaban los bayuses del barrio de La Victoria. Carlos quiso pensar que existan an docenas de oportunidades para que los Bacilos fallaran, y se mantuvo en silencio. A mitad de la segunda cuadra Jorge empuj, como por casualidad, una gran puerta roja: haban llegado a casa de Otto. Las nenas estaban en el patio, al fondo, y Dopico llam con voz atiplada, muchachitas, saln, que llegaron los americanos, hasta que algunas se fueron acercando con todo el cansancio de la noche reflejado en el rostro. Desde all Carlos pudo ver a Fanny levantarse de una de las altas banquetas del bar y comenzar a bailar Love me tender con un punto. Pablo le pregunt cul era. Aqulla dijo, sintiendo que se pona rojo al sealarla. Unicornio aprob Pablo. Carlos sonri, molesto. El punto se enredaba en Fanny como una culebra y l crey sentir su aliento agrio en el cuello. Haba visto mil veces aquella escena, pero nunca le haba irritado como ahora, delante de sus socios.
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Consorte pidi con una voz tensa, no te acuestes con esa jeva. Pablo comenz a arreglarse maquinalmente el nudo de la corbata y a decirle estaba bien, asere, pero antes tena que confesarle una cosa, estaba metido con esa puta, palabra que estaba enamorado como un perro de esa puta. Jorge se uni al grupo con un trago en la mano y dijo de esa puta no, Nariz, la tratara bien, que esa jeva era la novia de su hermano. Pablo estuvo de acuerdo, haba que tratarla bien, dej la corbata, llev el dedo hasta la nariz de Carlos y pidi le confesara si estaba enamorado de esa putasunovia. En un final, eso es de hombres dijo Carlos. Jorge le dio una palmada en la espalda y empez a cantar Lgrimas de hombre. Carlos se escurri hacia el sof donde Dopico estaba inventando extraas figuras con una negra joven, dcil y esbelta. En el bar, la cancin haba terminado, pero Fanny y el punto seguan sobndose bajo la luz del spot. Pablo haba comenzado a hacerle el segundo a Jorge y ahora berreaban a todo pecho, lgrimas de hombre que son ms amargas por estar condenadas a nunca brotar! Otto, el matrn, irrumpi en la sala con los brazos en jarras, dispuesto a imponer silencio, pero qued como alucinado al ver a Berto. Ay, pero quin es este nio, Dios mo? Berto retrocedi instintivamente y Otto lo desnud con la vista. El matrn era un mulato bajo y corpulento, con las pasas planchadas, brillantes, grasientas y con un intenso olor a perfume. Tena fama de belicoso, morfinmano e ntimo del capitn de polica de la demarcacin. Es el mismitico mster Cuba en persona, que yo lo vi en una revista dijo una pelirroja que no se haba separado de Berto ni un minuto. Las dems se arremolinaron alrededor de Berto, armando un guirigay, pidindole que se quitara el saco. Fanny lleg, atrada por los gritos, seguida del punto; reconoci a Carlos, dio un pequeo grito de alegra y le ech los brazos al cuello. Cmo anda mi perseguidorita linda? Ah dijo Carlos besndola en la mejilla sin dejar de mirar al punto, que avanzaba hacia ellos desafiante: Oye, oye, oye! Djala o te boto! orden Otto con un gesto de tigresa. Djame ver a este muchacho! El punto se detuvo, confundido, regres sobre sus pasos, se recost a la pared y se qued mirndolos. Berto se haba quitado el saco ante la terca y sostenida admiracin de las nenas, pero se negaba a quitarse la camisa. Te reto a un pulso dijo Otto. Va lo que t quieras. Si pierdo, pago doble. Berto sac el pecho en una reaccin casi automtica. Era mucho ms alto que Otto y tena los msculos mejor definidos. Mtele dijo Dopico desde el fondo de su negra, te haces. Berto record que no tena dinero. Dopico le prest cinco pesos y Jorge otros cinco, iran a la mitad. Se aceptan apuestas dijo Otto. Van veinte monedas dijo el punto desde la sombra. Por m o por l? pregunt Otto.
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Siempre voy al macho dijo el punto. Al que est con tu mujer ahora? pregunt Otto, sealando a Carlos, que tena a Fanny sentada en las piernas. El punto dirigi otra vez la vista hacia ellos. Tena la mirada torva, desvahda e imprecisa de los borrachos. Veinte monedas al macho repiti. Pasaron a la saleta, apenas iluminada por un resplandor rojizo. Las nenas colocaron una pequea mesa negra bajo el altar de Santa Brbara, Chang, Siete Rayos, diosa de la espada y el trueno. Las velas ofrendadas a la santa estaban metidas en vasitos color rojo sangre, casi vino, y daban una luz oscilante y demonaca. Dinero dijo Otto. Berto coloc sus dos billetes de cinco sobre la mesa y Otto puso dos de diez. El punto avanz tambalendose y dej caer un montn de billetes de a peso, sucios y arrugados. Ochentinueve dijo. No son veinte monedas replic Otto. Faltan once pesos. El punto se volte los bolsillos. Cayeron una llave y algunos centavos. Luego, con mucho trabajo, se agach a recogerlos. Era para ella dijo sealando a Fanny, al dinero, y sonriendo por primera vez. Tena los dientes engastados en oro. Otto cont los billetes, estirndolos, antes de poner los suyos sobre la mesa. Berto recont el total lentamente. Falta un peso. Da igual dijo Otto. Cunto? Dos nueve seis respondi Berto. Que suma diecisiete dijo la pelirroja, San Lzaro. Otto se quit la camisa amarillocanario con decenas de botoncitos de ncar en la pechera. Se unt el torso con una pomada hedionda y brillante. Manteca de maj dijo, ofrecindole a Berto. ste neg con la cabeza. Se inclin sobre la pared e hizo una serie de ejercicios apoyndose en las puntas de los dedos, luego se los estir hacindolos traquear. Ya dijo. Otto traz, con una tiza roja, una raya recta en mitad de la mesa. Se sentaron, colocaron los codos, abrieron las manos, agarraron en firme. Ya vale dijo Berto. Al principio hubo un equilibrio moroso y estable. La presin apenas produjo un ligero cambio de color en las uas de Berto, que no cesaba de mirar las manos entrampadas. Las uas de Otto estaban cubiertas por una capa de esmalte rosa y brillaban bajo la luz vino de las velas. Lenta, tercamente, Berto se fue contrayendo. Su bceps brot bajo la camisa, que pareca a punto de estallar. Gan un milmetro. Emiti algo parecido a una sonrisa, y por primera vez separ la vista de las manos para espiar el dinero. Otto no haba mirado en ningn momento el pulso ni el dinero: desde el principio haba estado acechndole los ojos a Berto, buscando sostenidamente un encuentro que Berto pareca rehuir.
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Los brazos se movieron a favor de Otto uno, dos milmetros, y el punto dej escapar una exclamacin sorda y agnica, pero pronto se inici un contraataque y Berto acab recuperando el terreno perdido. Ahora volva el equilibrio. El brazo de Berto pareca el de una estatua, blanco, y el de Otto un tronco slido y pulido, ocre. Berto empezaba a reflejar una cierta estupefaccin en el rostro, como si no fuera posible que nadie le resistiera tanto tiempo. Mir fijamente la mueca de Otto, mucho ms ancha que la suya, y luego, por primera vez, a su enemigo. Qued encandilado. Hizo un esfuerzo pattico por desviar la mirada, pero no pudo. Otto lo estaba desnudando otra vez, frente a frente ahora, y Berto perdi fuerzas, cedi aterrado ante la carcajada de Otto como ante la risa del diablo y, de pronto, ech a correr. Dnselo dijo el matrn, tirando el dinero. Es un alma gemela. Parado bajo el altar de Chang pareca un pequeo dolo de grasa. Pepilla llam. Una mulata consumida por los aos, apenas una breve armazn de huesos y pellejo vestida de blanco desde los zapatos hasta el pauelo de cabeza, sali desde un cuarto y se coloc a su lado. Muchacho blanco dijo Otto con voz infantil y temblorosa. Trampa! grit el punto como si acabara de salir de un trance. Voy a ver a Berto dijo Pablo de pronto, echando a correr. Trampa! repiti el punto. Se callan! orden la vieja. Su voz era profunda y cavernosa. El punto no se atrevi a abrir la boca. La vieja tom a Otto de la mano y lo llev hacia el cuarto, despacio, como un lazarillo conduciendo a un ciego. Se acab la noche dijo la pelirroja. Se quedan los matrimonios. Dopico ech a andar hacia el cuarto seguido de la negra, gritando que l era un buquetanque, un petrolero griego de cien mil toneladas, Aristteles Scrates Onassis. Jorge tom el dinero que Otto haba dejado sobre la mesa con un gesto furtivo, de ladrn. El punto meti una de sus ltimas monedas en la victrola y se oy la diana de un guaguanc: Si en esta, si en esta, si en esta preciosa Habana, Len, donde yo la conoc... Te vas a ocupar? pregunt Fanny. Carlos no respondi. Le agradaba aquella vaga modorra color vino, tener simplemente a Fanny sentada sobre las piernas, sin apuro, sin temor a que entrara ningn punto nuevo, como si fuera de verdad una novia. Te vas a ocupar? insisti Fanny. Le molest el tecnicismo. l no era un punto cualquiera para ocuparse con ella. Putaminovia dijo, y empez a seguir el guaguanc. Putamichulo dijo Fanny, y le meti la lengua dentro del odo. Cuando se levantaron empezaba la rumba, el momento en que el guaguanc crece y se hace intenso, repetido y obsesivo, y los buenos bailadores responden al canto y al contracanto del quinto intensificando el asedio sexual hasta lograr el vacunao, ese gesto violento y definitivo dirigido hacia el sexo de la hembra. Pero aquel guaguanc era una grabacin, duraba tres minutos, y careca,
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en la rumba, del ritmo y el sabor de los toques que slo se logran en un giro, y Fanny estaba con el anca estirada, esperando, porque Carlos no haba hecho el vacunao y la msica acababa de desaparecer de pronto bajo sus pies, cuando Jorge se le acerc con la cara lvida por el alcohol y el cansancio y le dijo, oye puta, dejara a su broder saba?, estaba bueno ya, que en un final ella nada ms era una perra bien. Es mi hermano Jorge explic Carlos. Est borracho. Fanny se volvi hacia Jorge, dio un largo paso de pantera, como si avanzara por sobre la armona de la trompeta en un solo son, lo atrajo por el pelo fingiendo que iba a decirle un secreto al odo y le movi la lengua dentro como una serpiente. Es una perra! chill el punto. Carlos sinti un olor a coac y a sidra en el aliento de Jorge y lo empuj suavemente, dejando a Fanny con la lengua en el aire. Jorge retrocedi trastrabillando, era una perra, broder, choc con la pared, no se daba cuenta?, resbal lentamente hacia el suelo, quera que se lo demostrara? Demustraselo bien dijo el punto. A usted nadie le dio vela en este entierro replic Carlos. Se dirigi hacia Jorge, que se llevaba el ndice a los labios, pidiendo al punto un silencio cmplice. Vamos, chico dijo, ayudndolo a incorporarse, tienes una nota del carajo. Volvi a sentir el insoportable olor a coac, sudor y sidra porque Jorge perdi el equilibrio y se le ech encima; si quera se iba, pero si no, le probaba que esa puta era una perra, quera? No dijo Carlos. Vmonos pal carajo. Jorge se encogi de hombros en un gesto de derrota y comenz a decir adis con la mano derecha, como un nio educado. Esprate dijo Fanny, y si yo quiero? Carlos se movi hacia ella, luego hacia Jorge, y qued al fin junto a Pablo, que acababa de regresar. Yoyi dijo. Pero Jorge se diriga a Fanny, oyera bien lo que le iba a decir, ese que estaba ah era su broder, saba lo que era broder? Hermano en ingls respondi Fanny, burlona. Jorge sonri satisfecho, aquella jeva saba un mundo, pues no haba nada, se enterara, no haba nada que pudiera joder ms a su broder que l se acostara con ella, no era as, asere? Carlos articul mi herma con los labios, pero no emiti ningn sonido. El punto lanz una carcajada. Vamos dijo Fanny. Se esperara, perrita, llam Jorge. Cumpliera con su deber all, agreg bajndose el zper de la portauela. Fanny sonri, se puso a gatas y avanz hacia la entrepierna de Jorge. Ladra dijo el punto.
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Carlos se abalanz sobre ellos, pero Pablo lo detuvo y lo arrastr hacia la salida, no se fuera a desgraciar con su hermano, esa jeva era una perra bien, no lo vea? Berto estaba en el auto, tena la piel color ceniza y una reminiscencia de miedo en la mirada. Carlos se senta mal?, mejor que vomitara, era un tiro; mirara: as, metindose el dedo hasta la garganta. Carlos llam a Pablo y se sentaron en el borde de la acera. Frente, el anuncio del Kuman estaba apagado. Explcame, mulato, anda. Pablo le pas un pauelo, no le hiciera coco a eso, chico, era la vida, qu quera? Hablaba sin perder de vista el pauelo, que era de hilo y tena un ribete azul. Le pasaba por verra, por enamorarse de una puta. Y si yo la mato, qu pasa? pregunt Carlos, limpindose los mocos. Te salas. Le meto un cuchillo en la garganta dijo, y comenz a darse cabezazos en la rodilla. Le meto un matavaca. De pronto tuvo una arqueada y un vmito ruidoso y abundante. Pablo le quit el pauelo, pero no logr evitar que lo manchara. Le puso la mano en la frente para sostenerle la cabeza, as, mulato, abriera las piernas, tuviera cuidado con el pantaln, suave, se senta mejor? Carlos volvi a vomitar y ech una mirada bovina al hilo de baba que le bajaba desde la boca hasta el vmito, disuelto en el remolino de la alcantarilla. Luego se limpi los labios con el dorso de la mano y se incorpor. A lo mejor la mato dijo. Si me da la gana. Berto sac la cabeza por la ventanilla, a quin iba a matar? A tu madre dijo Pablo. Dame un cigarro, anda. Berto neg con el ndice, no fumaba, mulato, por eso estaba strong. Pablo se inclin sobre la acera y recogi un cabo; me salv, dijo, como Pancho Vivo, el de los muequitos. Eres un cochino murmur Carlos. La luz del farol de la esquina azule con el humo. De pronto se produjo un estampido seco y breve, y luego el ruido de cristales al astillarse. Una bomba dijo Carlos. Pablo lo tom por el brazo, sonriendo, candela al jarro, Flaco, hasta que soltara el fondo. Se escuch el aullido de las sirenas de dos perseguidoras. A zona dos. A zona dos. A zona dos repiti Carlos. Esquina de Toyo, esquina de Toyo, esquina de Toyo. Berto baj del auto, por qu no se iban, caballeros? La cosa estaba de yuca y ame, por qu no se iban a buscar a esa gente? Ve t dijo Pablo tirando el cabo, al sentir que se quemaba los dedos. Berto no respondi de inmediato, luego cerr los puos y dijo que no quera volver a ver a ese maricn en su vida ni por un milln de pesos, tena unos ojos horribles ese tipo. La mato dijo Carlos. Le doy un nalgavajazo. Pablo le pidi silencio, se estaba poniendo pesado, mulato, dejara eso. Berto se pregunt qu habran tirado en la charada y empez a repetir gato, culo, muerto.
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Con mi propio hermano suspir Carlos. Dos sombras doblaron por la esquina y avanzaron haciendo eses por el centro de la calle. Eran esa gente, dijo Berto, le daban una mano? Por m, que se jodan dijo Carlos. Pablo apoy a Dopico, Berto casi carg a Jorge y lo introdujo en el auto, diciendo que no poda manejar, que estaba medio muerto. Yo manejo dijo Carlos. Fue hacia Jorge, que emita extraos sonidos guturales. Comenz a registrarle los bolsillos buscando las llaves y las encontr junto al dinero. Se guard los billetes rpidamente. Perra, puta y comemierda dijo con rabia. Haba mantenido la ilusin de que el mvil de Fanny podra haber sido el robo. Pero al palpar la plata se dio cuenta de que estaba completa, y pens que Fanny lo haba hecho pura y simplemente por nada, por joder, igual que Jorge, aquel cabrn que segua oliendo a sidra, sudor, coac, vmito, y que ahora iba a oler tambin a saliva, a la pastosa saliva que le estaba dejando caer en la cara. Sinti un violento tirn en el hombro y se encontr de pronto revolcado en el asiento. Pablo lo aguantaba, eso no mulato, eso s que no, ese hombre estaba borracho y era su hermano y escupirlo era una mierda, aqu y en Japn. Sultame dijo Carlos. Berto mster Cuba comenz a limpiarle la saliva a Jorge con un pauelo, se lo iba a decir, Charlichaplin, oa?, se lo iba a decir para que le cayera a patadas, qu era eso de estar escupiendo al hermano de uno? Lo dejaran, deca Dopico, tena rabia porque Jorge le peg un tarrito con su perrita. El que se jodi fue Berto replic Carlos, arrancando el carro, y no yo. Dopico, mirando a Berto, haba empezado a cantar Caballito de San Vicente, tiene la carga y no la siente, cuando el barquinazo le hizo decirle a Carlos se esperara, se esperara, mulato, l tena cartera? S minti Carlos, acelerando. Berto trataba de mantener la cabeza de Jorge junto a la ventanilla para que le diera el aire, por qu coo deca que l se haba jodido? Por lo que perdiste, casi trescientas caas. Berto sonri, no fuera verra, a lo ms, a lo ms, haba perdido diecisiete pesos en las maquinitas y ahora iba a recuperarlos, iban a la plaza, a ver qu haba tirado Castillo? Carlos asinti con un gesto al doblar por Carlos III. Dopico comenz a cantar, imitando a Barroso, qu tir Castillo?/qu tir Campanario?/qu tir La China?/qu sali?... Se interrumpi de pronto dando un salto, se esperara, se esperara mulato, quin haba cogido la plata que el maricn le mand a Berto? Se esperara, coo! Carlos fren frente a la embotelladora PepsiCola, desde donde sala un ruido sordo y constante. No s dijo. Creo que fue Jorge. Mira a ver. Berto se volvi hacia Dopico, qu plata?, pero ste registraba febrilmente a Jorge. La puta! dijo. Aqu slo hay menudo. Pablo se arrodill en el asiento, registrara el otro bolsillo, asere, por su madre.
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quilo.
No coman ms mierda dijo Carlos. Ya yo registr. No queda un cabrn Dopico se dio un golpe en la rodilla, la puta, repiti; ladrona de mierda, haba que ir a buscarla y arrastrarla, hija de puta, arrancara para all, Flaco, por qu no habl antes? No duerme all dijo Carlos. Quin coo sabe dnde est ahora? Berto empez a preguntar qu plata era sa cuando escucharon el frenazo. Las puertas de la perseguidora se abrieron y tres policas avanzaron hacia el auto, encaonndolos. Saliendo! orden el sargento. Carlos, Berto y Dopico obedecieron, Pablo intent sacar a Jorge. Con las manos arriba! grit un polica, moviendo la pistola. Qu le pasa a se? pregunt el sargento. Pablo intent una explicacin, pero el sargento lo empuj hacia la acera. Las manos en la pared dijo. Las piernas separadas. De espaldas, con los dedos afincados al muro, escucharon la cada del cuerpo de Jorge sobre el asfalto. Carlos se volvi automticamente y el tercer polica le meti la pistola entre las costillas. ste est herido, jefe inform un polica. Est borracho dijo Dopico. Otro polica agarr a Dopico por el pelo y le dio un cabezazo contra el muro. Escucharon el chasquido de una Thompson por sobre el ruido montono de la embotelladora. La perseguidora maniobr hasta enfocarlos con las luces. A una orden del sargento, los policas empezaron a hurgarlos, violenta y rpidamente, desde los tobillos hasta el pelo. Las luces creaban un crculo enorme y amarillo contra el muro, que vibraba al ritmo de las maquinarias de la fbrica. Mirando para ac! orden el sargento. Al volverse, la violenta claridad los oblig a cerrar los ojos, y la imagen de los policas, los carros y Jorge fue slo una confusa mancha negra. Carlos sinti una sed intensa y un doloroso deseo de orinar. Borracho como un perro, jefe. Registren el carro. Escucharon una arqueada, Carlos abri los ojos y durante un segundo vio a Jorge vomitando en medio de la avenida y al polica que registraba el carro y al que los apuntaba con la Thompson, y cerr los ojos porque no resisti la luz ni la idea de que aquellas manchas negras fueran a ser el anuncio de su muerte. De pronto sinti un gran alivio, un siseo, una humedad y slo entonces se dio cuenta de que haba empezado a orinarse. Los ruidos del registro se aceleraron. El lquido se enfri rpidamente y la pierna del pantaln se le peg a la piel. Sinti un deseo enorme de zafarse la corbata, como si se estuviera ahogando, pero no se atrevi a moverse. Nada, jefe, ni una cuchillita. Salgan de ah! orden el sargento. Avanzaron sin atreverse a bajar los brazos. Al salir del crculo de luz fueron recobrando la vista dolorosamente. Dopico tena ennegrecido el pmulo derecho,
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como un boxeador vapuleado. Jorge, sentado en plena calle, miraba la escena en silencio, con ojos de idiota. Se mearon como unos perros ri el sargento. Bajo el crculo de luz la orina haba formado un charco. Carlos se mir las piernas del pantaln, mojadas, y al alzar la vista dio con la de un polica que dijo, con fingido acento mexicano. Afusilmosles, mi jefecito. Pos afusilmosles no ms ri el sargento. Son putos, mi jefe dijo el que haba registrado a Jorge, mire esto. Entreg al sargento el retrato donde Fanny apareca sola, desnuda y triste. Carlos hizo un gesto que el sargento alcanz a ver. T la conoces? pregunt, mostrndoselo. S dijo. Es una perra. El sargento le indic que bajara las manos. Carlos sinti un ligero calambre en los dedos. Dame la licencia dijo el sargento. No tengo murmur Carlos. Yo... l estaba borracho. Di que viva Batista! le grit un polica a Berto. Que viva Batista! Arranquen dijo el sargento. Un da va y nos vemos y me pagan un trago, okey? Montaron sin mirar hacia atrs, con tanta precaucin como si los bordes del carro estuviesen electrificados. Jorge subi solo, preguntando en voz baja qu haba pasado. No hubo respuesta. Carlos sigui por la calle en que la perseguidora los haba encajonado, muy despacio. Hicieron el resto del viaje en silencio, repitiendo maquinalmente, cada vez que se bajaba uno, Maana en el aeropuerto, mulato. Media hora ms tarde se qued Pablo, el ltimo, en la calle bordeada de parkisonias y flamboyanes, y Carlos meti el auto en el garaje. Su padre estaba durmiendo, lo delataban los ronquidos; pero la luz del velador haca intiles los zapatos en las manos, la cautela. Hijos dijo la madre, y ellos vieron su sombra al pasar frente al cuarto. Son ms de las cinco. Los alcanz en la cocina. Jorge estaba tomando agua y Carlos leche, directamente del pomo. Usa un vaso. Dnde estaban? Es casi de da, qu tienes aqu, Jorge? No fastidies, mam protest Jorge, empujndola suavemente. Carlos se sent para ocultar la marca del orine. La cocina, de un blanco esmaltado, ola a limpio. Slo se destacaba la roja superficie de la mesa del pantry. La pasaron bien? pregunt la madre con el rostro ajado por el insomnio, yendo hacia Carlos y acaricindole la cabeza. Brbaro dijo l. Una noche buensima. Freme un bist, anda.
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Entonces su madre le empez a gritar que se haba vuelto loco y l, abriendo ms la puerta, t tambin, y ella, s, loca, y no era para menos, la iba a matar del corazn el da que vinieran a decirle que lo haban encontrado por ah, como a esos pobres infelices, con dos tiros en la cabeza. Pero qu culpa tengo yo? pregunt l. La misma que ellos grit su madre. Ser joven. Andar por ah, de noche. Cmo hacerle entender que no soportaba ms aquel encierro? Ella volva machaconamente a sus viejas gastadas preguntas, y s, mam, lo saba, pero esas torturas y esos muertos no tenan nada que ver con l, le haba jurado una y mil veces que no estaba metido en nada, por lo ms sagrado, slo quera llegarse hasta el Casino a or un poco de msica, otra msica, saba?, porque ya estaba harto de aquella cantaleta. No poda ocultarse a s mismo que salir era una traicin y una locura; pero tena una furiosa necesidad de ver a Gipsy, la remota esperanza de encontrarla en aquel otoo trrido y siniestro y de encerrarse con ella a hacer el amor, a escuchar jazz y a fumar mariguana. Se prometa insospechables placeres si Gipsy estuviera esperndolo junto al oleaje del Casino, si hubiera recibido aquel mensaje desenfrenado que l nunca supo dnde enviarle, si al cruzar una calle desierta de su pueblo hubiera sentido que slo ella poda redimirlo de la angustia. Entonces volvera a ser feliz, como en aquel verano del cincuentisis, en que Gipsy haba aparecido descalza, dorada y dominante en el billar, ordenndole, Ensame. Sinti un odio intenso hacia ella porque era bonita y lo saba y daba rdenes como si todos fueran sus sirvientes; por eso sigui practicando la combinacin del cinco y el quince, depurando el inslito tiro que inclua un fino y una banda y bola y veinte puntos de salida; por eso y porque, de taquear los dos, tendran que pagar la mesa y no le daba la real gana de rebajarse a explicarle que todo el dinero que tena y el que poda rapiar, conseguir, mendigar, deba dedicarlo a la alcanca que llenaba para pagarle a Hctor los bonos y los peridicos. De modo que sigui taqueando sin responder, sintiendo deslizarse aquellos pies sobre el suelo, viendo cmo los sucios pies desnudos, las nalgas, la espalda y el pelo rubio de Gipsy se perdan a lo lejos. Desde entonces se dedic a acecharla en silencio, como un gato. La vio jugar tenis, blanca, gil sobre la cancha de arcilla, y se alegr cuando perda porque entonces era una pequea bestia caprichosa vomitando obscenidades en ingls, y aquella imagen lo excitaba casi tanto como los vellos rubios de sus axilas; la vio en la cancha verde de squash, corriendo entre los tres inmensos paredones de la cancha verde de squash, persiguiendo como una perra la pelota en medio del eco enfurecido de los gritos de los jugadores y los puntos en la cancha verde de squash, y la sigui luego por el muro que rodeaba el mar, y tuvo la certeza de que sus ojos eran verdes como el pao de las mesas de los billares, y azules como las aguas limpias y calmas del Caribe en verano; la vio dar tres
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vueltas desde el trampoln mayor de la piscina y pens que su trusa era tan azul y tan pequea como una gota de agua entre sus pechos y sus muslos, y la sigui, ansioso, hasta el pie de la escalera que llevaba al solrium, y la imagin total, perfecta, plena y absolutamente desnuda bajo el sol, como una diosa emputecida. Aquel ejercicio tenso, agradable y frustrante como una masturbacin duraba meses, y Carlos estaba seguro de que los Bacilos lo saban y se burlaban, y de que Gispy jugaba con l como una gata con un guayabito, y se prometa una y otra vez abandonarla o abordarla, y la promesa duraba hasta que la volva a ver, siempre descalza y agresiva, y no poda evitar seguirla como un perro. Se senta as, solo, despreciado, enamorado como un perro, cuando el penltimo domingo de septiembre del cincuentisis ella apareci por primera vez en la noche. El t bailable estaba suave, la orquesta de los Hermanos Castro tocaba BoomshiBoom y l trataba de trancar con Florita, luchaba por vencer la frrea resistencia almidonada de las mltiples sayas de paradera de Florida cuando Pablo anunci que haba llegado la polica, y Berto y Jorge y Dopico preguntaron y Pablo seal al vaco, hacia lo que para Carlos era en ese momento el vaco, diciendo que miraran, por favor, un ornitorrinco delirante, y Carlos presion a Florita hasta lograr una vuelta contra el ritmo y all estaba ella: un vestido blanco, de seda, y los vellos rubios sin afeitar en las axilas, y la piel cobre, canela, tostada como las capas de un pastel de hojaldre. Decidi no intentar nada, resistir a pie firme aquel ataque a traicin, aquella violenta ruptura de las delicadas reglas de la cacera que haba ido elaborando durante meses, soportar el bonche de los Bacilos que Pablo comenzaba al decirle, ahora, car, no fuera pendex, le metiera, y Jorge continuaba, solita la nia, era hombre o ratn?, y Dopico y Rosendo y Berto mster Cuba se atrevan a decirle a Florita no fuera sapa, le diera un chance a Charlichaplin, all estaba el amor de su vida. Florita se pona nerviosa, eran unos pesados, los dejaran tranquilos, y l la mandaba a callar con un gesto y un pellizco dirigido mentalmente contra Gipsy, pero que le sacaba las lgrimas a Florita y la obligaba a morderse el labio inferior mientras Gipsy segua sola, marcando un lento blue, obligndolo a inventar nuevas justificaciones para su miedo. No era posible abordarla con la tcnica Casino, sealarla, sealarse y agitar el ndice en el aire, como quien bate un cubalibre, no entendera nada y a l no le daba la real gana de rebajarse a explicarle que no podra invitarla a un trago porque todo el dinero que tena y el que poda rapiar, conseguir, mendigar, era para la alcanca con que deba pagarle a Hctor la segunda camada de bonos y peridicos. As que no hizo nada nada. Sigui mirndola y odindola hasta que lleg la Sensacin y la voz borracha de Barroso prob por qu Barroso era, sera, ser siempre Abelardo Barroso en Cubita bella, y les record a todos que desde mil novecientos veinte vena pulsando la lira, luchando con los sonoros, negra, y ninguno le hizo na. Entonces fue que se arm la Rueda. Ahora Carlos estaba en su elemento, Gipsy segua marcando sola y l entr en el crculo del borde exterior pensando que ella sabra dar tres vueltas en el trampoln de la piscina, pero era incapaz de dar una en el granito de la pista, y si se equivocaba, si se atreva a entrar en la Rueda, si por casualidad colaba en el centro del triple crculo de parejas, se iba a joder, porque
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all l era rey y estaba dispuesto a girarla, derrotarla y humillarla delante de Barroso y los Bacilos. La Rueda estaba bestial aquella noche, las sesenta parejas se haban dividido en tres crculos concntricos diez en el primero, veinte en el segundo, treinta en el tercero y el crculo pequeo giraba hacia la derecha y el del centro hacia la izquierda y el exterior hacia la derecha y haba que bailar sin mirar a los lados para no marearse porque ahora entraba el bikini, que era un pasillo rico como un helado de mamey, entraba el bikini y el bikini doble y haba que dar una vuelta sobre s mismo y marcar y entrar y salir y entrar, ya no con Florita sino con Beb, y adivinar los bellos pechos de Beb antes de soltarla y entrar con Maggie Snchez y con Mayra y con Nydia y con todas las que haban sido novias o lo eran o lo seran, como si se bailara a la vez en el espacio y en el tiempo sobre el montuno suave y sinuoso del son que devolva la imagen de Gipsy, aquel unicornio excitado que marchaba hacia el centro exhibiendo sus dientes y su piel contra las estrellas, como si hubiera alguien capaz de soportar aquella imagen sin odiarla. Berto dijo, Kim Novack, consorte, y empez a tararear Moonglow, pero quin coo poda sostener el tarareo de Moonglow cuando Juan Pablo Miranda estaba creando ambrosa con su flauta, ambrosa y nctar y pura pulpa de tamarindo con su flauta, y alguien tena que aceptar el doble reto del sol y de aquella mujer que se haba metido no saba dnde, y Carlos dijo, Voy, consorte!, dijo, Djenmela!, grit, A la cholandengue!, y sali como un gallo al centro de la pista. Los Bacilos se llevaron el bonche, aguantaron el ritmo de la Rueda para propiciar el sacrificio, y agruparon a todas las parejas en un gran crculo que aprobaba rugiendo la manera en que Carlos empez a girar alrededor de Gipsy, rico hasta la tabla, apoyado en la voz de cuero caliente de Barroso, para que el coro y la orquesta y las sesenta parejas llamaran, Ay, mira, mamacita de mi vida!, y Barroso volviera a entrar, a pedir, a rogar, a exigir, Reme, mam!, mientras Carlos la rua suave, la rua sucio, la rua como un gato callejero y joven y excitado por el canto caliente del coro, Apritame, por Dios!, la rua proponindole un cruzado, un cuadrado, una esquina, un papalote y un timbal de pasillos a los que Gipsy no saba cmo responder, la rua seguro de que ella no podra irse porque del centro de la rueda Casino no sala nadie hasta que Barroso o Faz o el Benny dijeran, y Barroso no iba a decir, Barroso estaba bien aquella noche, levemente borracho, suave, metido hasta los huesos en la atmsfera cada vez ms lbrica, jugando con el doble sentido de la frase que tena uno slo para los sueos de todos los presentes, Ay, mama, mama, mama, mamacita de mi vida!, mientras ella resista marcando apenas, impaciente, esperando quiz la ocasin de escabullirse, la misma que Carlos no pensaba darle porque ahora era el final y haba que marcarla con la espalda, que atacar de frente, jugando, persiguiendo, fornicando en el aire hasta llevar al clmax el coro que cantaba enfebrecido, Mam, mam, mam!, para que l humillara y pisara a una Gipsy que ripostaba de pronto, agreda, cantaba Mam, mam, mam!, como una ms de aquella vasta tribu delirante; invitaba, atraa, entreabra los muslos, encajaba, machihembraba, mostraba el vello aquel, rubio, sudado, obsceno, que lo llev, lo
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llevara siempre a un delirio profundo, pleno, marcado por el sonoro golpe de la tumbadora al cerrar el cuadrado perfecto del son. Ella sonri por primera vez contra l, no contra las estrellas, y se fue, y l recibi feliz el saludo emocionado de la tribu y se uni a la conga que sala del club cantando Mamelmamelmammelavarropaconfab. En la calle, los Bacilos lo cargaron y se retiraron vencedores mientras Pablo le deca, Asere, si viene el domingo, la ligaste, asere, y Jorge, No viene, lo hizo por calentarte, y Dopico, Viene, y Berto, No viene, y Roberto Correa deslizaba, Yo creo que el que se vino fue ste, y todos soltaban una carcajada y avanzaban hacia la Quinta Avenida coreando el tema: Somos los tuberculosos, los que ms nos divertimos, los que ms sangre escupimos, los que menos trabajamos, y, produciendo la ruidosa onomatopeya de un gargajo, El bacilo de Koch Koch Koch, el bacilo de Koch Koch Koch, que se riega por nuestros pulmones. El otro domingo, ltimo de septiembre, Carlos lleg al club sintiendo miedo: si ella estaba all y no la ligaba hara el ridculo. Decidi abandonarse pasivamente a su suerte. Los Bacilos estaban reunidos junto a la piscina, Pablo quera saber cmo tena Berto el bceps, lo sacara, se acercaba un dromedario. Berto fue hasta el borde de la piscina, se dej caer de lado, coloc el brazo en tringulo contra el muro y la frente, e hizo presin hasta que el msculo se infl bajo la piel y empez a moverse de un modo espasmdico e incontrolado. El dromedario, una muchacha nueva, bajita, formada como una botella de CocaCola, sonri cuando Pablo le dijo, Bella, por favor, mire a la bestia, y sigui su camino. Entonces Berto dijo que tena diecinueve, y Pablo decidi seguir divirtindose, le pidi que sacara los dorsales y empez a gritar alrededor de la piscina: O arribato Zampan, el tipo ms bruto del mundo! En eso llegaron Beb Jimnez y Maggie Snchez y empezaron a chillar que Berto estaba bestial, brbaro, hecho un monstruo, y Berto, prpura por el esfuerzo, sonri complacido. Dopico propuso ir hasta las canchas, porque detrs haba una puerta que daba a un pasillo que daba a otra puerta que daba a otro pasillo que daba al foro del escenario del Blanquita, donde a lo mejor estaban ensayando las coristas del Follies Bergre en cueros. Pablo estuvo de acuerdo, todas esas francesas deban ser ornitorrincos y unicornios, y Berto aclar que no, haba tambin algunos dromedarios. Rosendo y Jorge se compraron la idea, mundiales esas mujeres, y Carlos no, prefera quedarse por si vena Florita. Los Bacilos no lo creyeron, estaba buscando a la rubia, y l, que no, caballeros, de verdad, y Pablo, Segn el chiquito, la rubia se acuesta, segn el anular, la rubia no se acuesta, segn el del medio, la rubia se acuesta, segn el ndice, la rubia no se acuesta, segn el
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gordo: la rubia se acuesta, asere!. Entonces lo dejaran, concedi Berto echando a correr por el muro seguido de Jorge, Dopico, Rosendo y Pablo, que gritaba, Se acuesta, asere, me lo dijo el gordo!. Los vio alejarse deseando seguirlos, imaginando ser lo suficientemente fatal como para que lo de las francesas en cueros fuera verdad. Haba dejado de ir no porque esperara a la rubia, sino precisamente porque tema encontrarla en las canchas, delante de los Bacilos. Tuvo una imperiosa necesidad de movimiento, fue hasta el borde del muro, afinc los dedos de los pies, flexion las rodillas y salt al vaco. Tir un salto del ngel, y en el aire, mientras se arqueaba, abra los brazos y se vea envuelto en un azul limpio, profundo, ilimitado, record fugazmente el momento en que el polica golpe a Nelson, y l tuvo miedo, y dese que la muerte fuera la repeticin exacta e infinita de un instante feliz, pleno como aquel en que su cuerpo penetraba en el mar buscando fondo, embriagado por el desdibujarse de su pelo y de las piernas de alguna mujer que andaba all, ms arriba. Ascendi pateando lentamente, suavemente, busc la escalera y se sent en el muro pensando en no pensar, luchando por alejar la imagen de Hctor y la conciencia de que estaba al borde de cometer una traicin, porque aquel unicornio en bikini que avanzaba por el muro era ella, y l se supo definitivamente incapaz de seguir ahorrando y se maldijo por no haber trado la plata de la alcanca. Te tiras bien dijo ella, bastante bien. Se tendi a su lado y l no supo qu responder y se respiraron un rato en silencio. Ella tena un furioso olor a algo muy limpio y muy claro, l no pudo eludir la imagen que lo obsesionaba: deba tener el sexo rubio, jams haba visto una mujer de sexo rubio. Sigui con la vista la lnea de sus pensamientos y calcul que si mova un poco ms la cabeza podra quizs ver el pezn, y crey adivinar un borde oscuro, una especie de cereza morada, pero no poda saber dnde terminaba su imaginacin y comenzaban las manchas que el golpe deslumbrante del sol le haca ver a cada momento. En el vientre, algo combado, comenzaba una suave lnea de vellos que iba a morir, a nacer, all donde la trusa se abultaba un poco, junto a los fuertes muslos apretados, bronceados, tostados, brillantes de gotas de sudor o cristales de sal. Entonces crey distinguir un suave, provocador, pequeo movimiento que lo oblig a deslizar la vista hacia las piernas para contener el imperioso deseo de morderla. Ya? Ella sonrea con un gesto que era exactamente el punto medio entre la provocacin y la burla, y l pens que lo correcto hubiese sido decirle, Faltan los pies, pero supo que no sera capaz de articular palabra. Deseaba cerrar los ojos, tirar un salto del ngel hacia ella y hundirse. Con los ojos abiertos. Ahora era una orden, una fabulosa orden que empez a cumplir, demudado, pensando que la muerte no poda ser otra cosa que la repeticin exacta e infinita del instante en que la besara. Est prohibido. No entendi al principio. Detuvo el gesto, que no era posible ya despus de aquella grotesca intervencin, y mir hacia arriba con el odio del que busca a
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quien le ha pegado a traicin un garrotazo. Parado frente a ellos estaba el sargento de la polica del club, una especie de gorila rojo en uniforme. Detrs, un grupo de baistas observaba la escena. Est prohibido por el reglamento besarse en el rea del club inform el sargento; luego mir obscenamente a Gipsy y sigui su camino. Djalo dijo ella aguantando a Carlos, que intentaba pararse, aqu siempre es as. Y dnde no? pregunt l, mirando tristemente al mar abierto. All. Ella seal hacia el norte. Puedes hacer lo que te de la gana, nadie se mete en tu vida. Eso dice mi hermano. Tu hermano ha estado all? Abri una pitillera de plstico. Son Kool, quieres? Acept en silencio, se acerc a encender, y el sol cre una aguja de luz al dar contra la fosforera. No, habla por hablar. Y t? Yo tampoco. Qu raro. Carlos arranc una astilla de cemento que las olas haban aflojado en el muro y la tir al mar. T vas mucho? Yo vivo all respondi ella, aspirando el humo con un gesto que a l se le antoj masculino. Mi padre trabaja all y aqu, en negocios de aviacin, Aerovas Q, en Fort Lauderdale. Mi madre es americana. Te ver solamente los veranos. Carlos repiti mentalmente aquella especie de orden, pero no se atrevi a expresar su fastidio. Ella se dio vuelta para exponer la espalda al sol. Quiero ponerme prieta dijo. Ests prieta coment l. Negra dijo ella, vengo aqu a ponerme negra. Carlos se volvi tambin, sus rostros quedaron muy juntos, imantndose, y l mir el azul del mar en los ojos de Gipsy, que de pronto brillaron con un destello prohibido. T has hecho eso con negras? Qu? Eso insisti ella. No respondi l, nunca. Gipsy esboz una sonrisa desencantada, tir el cigarro y cerr los ojos. Quiero dormir dijo. Volvi la cabeza. Carlos pens en marcharse, pero ahora tena la rubia cabellera de Gipsy como una llamarada ante sus ojos y poda, con slo apoyarse en el codo, mirar la espalda que se estrechaba en la cintura y se alzaba en unas nalgas rotundas. Tiene culo de negra, pens. Estuvo mirndola durante un rato y soaba que la posea cuando ella se sent con un limpio movimiento de gimnasta.
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Tengo que ir a ver a Helen dijo, tiene disnea. A quin? A Helen, mi madre. Tiene qu? pregunt l, sentndose y alzando una rodilla para disimular el bulto en su entrepierna. Nada. Inventa enfermedades porque no le gusta aqu. Odia el calor, la humedad, el idioma, los negros. Y a ti, te gusta? So so respondi ella, incorporndose. Qued con las piernas abiertas, el ombligo junto al rostro de Carlos, mientras le imprima un suave movimiento de rotacin a las caderas y se morda los labios. Te veo en el baile dijo. By. l cerr los ojos, dej caer el cigarro, bes el vaco y escuch un coro de voces aflautadas silabeando Flacohijodeputa!. Reconoci las de Dopico, Pablo y Berto. Siempre es as aqu dijo. Se incorpor pensando que no tena un cabrn quilo para invitar a Gipsy esa noche y de pronto se sinti en el aire. Los Bacilos lo haban cargado y corran con l a cuestas por el muro para lanzarlo al agua. No tuvo tiempo de girar en el aire y se dio un ardiente golpe en el costado. Arriba, los Bacilos cantaban: Vendemos tibores Vendemos tibores Vendemos tibores Y damos un bono en colores en colores en colores pascual!
Le dola la cabeza cuando volvi a verla porque no haba almorzado ni comido para ahorrar el peso que tena en el bolsillo. Ahora se saba un traidor. Rompera la alcanca y no le pagara a Hctor los bonos ni los peridicos, y todo el dinero que pudiera conseguir, rapiar, mendigar, lo dedicara a aquella mujer que estaba en medio del gran saln, detenida sobre el noreste de la rosa de los vientos, con un vestido beige tan semejante a su piel que la haca parecer desnuda. Cuando se le uni, los Bacilos entonaron el himno, y l no tuvo defensa mejor que llevarla a bailar lejos de la orquesta. Entonces se dio cuenta que el largo lamento que estaba hendiendo el aire era el acorde inicial de You and you alone, y era ella vocalizando en un ingls lento, fluido y algo ronco, jugando despacio contra la orquesta, deslizndole la mano izquierda tras la nuca y encajndose clidamente en su cuerpo. Hasta ah estuvo genial como el blue, pero entonces la orquesta rompi con Naricita fra, un gran chachach para banda que jugaba hasta el fondo con las posibilidades explosivas de los metales, y se arm la Rueda y ella quiso entrar y l tuvo que negarse. Se lo jug todo a una baraja porque Gipsy era bastante ms explosiva que los metales de la orquesta, pero no hubiese habido nada peor que atreverse. La Rueda era una cofrada, una secta, una especie de religin del baile en la que slo podan participar los cardenales, o alguna vctima propiciatoria, alguna hembra
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desquiciada que se arriesgara a meterse en el carnaval donde sera llevada al sacrificio, hincada, violada, quemada, calimbada con el hierro flamgero del son. Se haba ido formando casualmente, en los alrededores del rea de la orquesta, una glorieta que penetraba en el borde oeste del gran saln como la proa de un pequeo navo. Domingo tras domingo se reuni all una cofrada de fundadores que imitaba, al bailar y al caminar, ciertos gestos lbricos, elegantes y rtmicos de los negros habaneros. Poco a poco fueron inventando un modo que no era ya el de los negros, que no era tan libre y espontneo y fresco como el de los negros de las verbenas de La Tropical, pero que era tambin hermoso, un poco espectacular, coreogrfico, concertado y a su manera bello, sensual y sabroso como el son. Cuando las cuatro horas del t les resultaron insuficientes empezaron a darse cita alrededor de la victrola que estaba detrs del saln billares; primero iban los sbados, despus los jueves y sbados, ms tarde los martes, jueves y sbados. Los viejos pasillos del chachach el yerro y el tirapaqu- se les hicieron obsoletos. Comenzaron a marcar doble, manteniendo la estructura bsica de los tres golpes de danza, pero marcando dos en cada uno, con lo que lograban un ajuste perfecto, clido y sensual al ritmo. Produjeron un nuevo pasillo centro, el cuadrao, que tena ida y vuelta y permita que la pareja se abriera por el saln persiguindose a travs del contrapunto del ritmo y la armona, como gatos en celo. Cuando alguien les preguntaba qu modo de bailar era se, respondan invariablemente: estilo Casino. Los domingos tenan su pblico, los primeros aplausos incitaron a la emulacin y varios grupos de parejas comenzaron a combinar sus esfuerzos para producir figuras. Una noche se unieron doce y empezaron a inventar; esa noche cantaba el Benny. El Benny estaba chvere, sumergido en alcohol, dijo, sin dientes, dijo, y estir su saco largo y ancho, de chuchero, y pareca un pjaro dorado cuando la banda gigante son la primera y l dijo Ah! y se dio cuenta de que en la pista haba un piquete que serva y empez a apretar a su tribu, a darle y a pedirle ms a los bailadores, a llevarlos volando con el son hasta el icuiriuiricui, dijo, ms alto en cada pieza, hasta llegar a Castellanos y a Mi son Maracaibo, que salieron brillantes, calientes como el centro del sol, del son que l, el mismsimo Benny Mor en persona diriga, bailaba, cantaba con aquella voz suave, de cristal y de acero y de cobre, obligando al piquete a guiarse con l, por la tumba, por la trompa, a soltarse girando, jugando, inventando pasillos que despus se llamaran bikini, bikini doble, sultalaynolasueltes, pero que entonces eran slo gestos de Benny, respuestas de los bailadores, aquel cuerpo nico, sudado, sabio, delirante y feliz hasta el momento en que la tumba dio el ltimo sonido del son y la tribu del Benny empez a recoger los hierros. Aquella noche naci la Rueda. Carlos, Jorge y Pablo la llamaron durante un tiempo el Toque, porque les record desde el principio las noches llameantes de la furnia. A veces se transportaban a aquellos das, y les gustaba repetir en la victrola una pieza de la Aragn: Oh, divino Ser, Tiembla Tierra,
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ruega por los dos.
Pero aquello les recordaba tambin la polica y el miedo, y otros opinaron que Toque sonaba mucho a negros, y la Rueda sigui siendo la Rueda, una escala superior y envidiada de la religin de la danza a la que los iniciados podan aspirar slo si dominaban los siete secretos del estilo Casino y asistan puntualmente a las misas bailables de martes, jueves y sbados, el alambique musical donde destilaban semana tras semana las pcimas para sorprender el domingo. All se inventaron los crculos cuando la Rueda creci tanto que amenaz con estallar, y surgi la decisin colectiva y universalmente acatada de poner el tope en sesenta parejas. A partir de entonces la Rueda creci en profundidad, no en extensin: el que se equivocara un domingo deba aceptar el infamante castigo de ser expulsado delante de todos y ceder su lugar a una pareja de aspirantes. Carlos no poda sufrir ese desastre; bastante haba hecho con retirarse a ensear a Gipsy, actitud que se poda dar el lujo de imponer, pese al recelo de la Rueda, en su carcter de miembro de la poderosa cofrada de los Bacilos. Aquel problema no le preocupaba demasiado porque Gipsy bailaba bien, Gipsy era la msica, y en dos, a lo sumo tres meses se dara el gusto de regresar a la Rueda del brazo de un unicornio dorado. Ahora estaban aparte, bailaban Cicuta tibia, viajaban por los cuatro puntos cardinales, recalaban en los protegidos puertos de la rosa de los vientos y salan otra vez al mar de aquel danzn, de aquel sabio veneno musical de Ernesto Duarte cuando alguien, una mujer, hizo a Gipsy un gesto desde la puerta y ella grit, Go to hell, y lo arrastr por la mueca hacia el muro. l intuy que no deba preguntar nada. Quedaron mucho rato en silencio, mirando la larga lnea de la costa, las lentas luces de las playas del este que insinuaban el nacimiento de otra ciudad, all, en el Coney Island. Ella comenz a cantar un lamento, un ruego, una suerte de misa terrenal que narraba una historia nocturna, tierna, dolorosa y alegre. Qu es? El Summertime de Ella; el tiempo de verano. El mar estaba oscuro y en calma. Un arenero se arrastraba lentamente, bordeando la costa. A la luz de la bombilla, dentro de la destartalada caseta de madera, se vea al patrn, solo. Cmo se llamar ese hombre? pregunt Carlos. Quin es? Ella lo atrajo sin responder y lo bes. Bscame el prximo dijo, antes de echar a correr. Carlos necesit muchos domingos para convencerse de que el prximo era el prximo verano, el ao prximo. Crey entonces fijar por primera vez la nocin del tiempo y de la ambigedad de las palabras: prximo significaba en realidad algo inconmensurablemente lejano. En ese tiempo se meti ms en la lucha, pero un buen da los tiros, los palos y el miedo que sinti en una manifestacin estudiantil lo alejaron de todo y se encerr en s mismo. Despus descubri, tuvo y perdi a Fanny, y entonces rumi su ruina frente al mar morado del invierno, preparado para esperar hasta mayo o hasta nunca, como pensaba a veces, cuando se pona triste y el club le pareca doloroso y sombro. Todo iba mal. Los Bacilos casi no existan. Jorge haba partido.
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Su padre le haba impedido regresar a clases. Hctor estaba preso, y el Mai clandestino, quizs alzado. Fanny era una perra de cuyo asqueroso recuerdo, sin embargo, no lograba despegarse. Lo nico que le sobraba era dinero. El edificio estaba rindiendo y entre el aumento de la asignacin y la plata de Berto tena ms de doscientos cincuenta pesos que guardaba celosamente para gastarlos con Gipsy. Un domingo de marzo del cincuentisiete iba caminando por el muro con lo que quedaba de los Bacilos, cuando vio que en direccin contraria se acercaban dos muchachas; detrs, vena ella. Sonrea como si lo hubiera estado siguiendo en silencio desde que entr a la playa. l ech a correr, olvidando el musgo que forma el mar sobre el cemento, y resbal. Pudo escuchar su risa antes de caer de espaldas al agua, hundirse y salir, mareado, con un spero sabor a sal en la garganta, dudando hasta que volvi a verla, todava riendo, recortando contra la luz del sol la imagen misma de la felicidad. Se le perdi de pronto y reapareci en el aire y se sumergi como una diosa y sali a flote con unas yerbas del fondo en las manos. Hndete orden. Psame entre las piernas. Bajo el agua, mientras se orientaba hacia aquel cuerpo ondulante, Carlos pens en el tiempo que haba dedicado a encontrar un saludo adecuado y simple, como hi, por ejemplo, slo para que no le sirviera de nada frente a Gipsy. Ahora tocaba los bordes desdibujados de sus piernas e hizo una ligera presin para arquearlas y deslizarse entre ellas, pero cuando lo hubo conseguido Gipsy las apret, obligndolo a presionarle el sexo con la cabeza y los muslos con los codos. La tenaza fue abrindose y Carlos entendi que poda, que deba girar sobre s mismo, que ella deseaba tan intensamente como l que su cuerpo diese aquella vuelta que haba comenzado a dar, que estaba dando, que terminaba cuando ella volva a atraparlo y no haba otro modo de salir que apretarle las nalgas para impulsarse, restregarle el pecho en el sexo, el sexo en el sexo, hasta que ella lo tom por el pelo y lo sac a la superficie. Arriba, el sargento golpe el borde del muro con su palo. Carlos quiso ir nadando hacia el oeste para evadir al polica, pero Gipsy insisti en subir por la escala e ir por el muro. Denme el carn, los dos dijo el sargento. What are you talking about, you dirty cop? mascull ella, sin mirarle. Recogi su cigarrera, su radio, su bata, sus espejuelos, y ech a caminar seguida de Carlos. Al principio el sargento qued clavado en el lugar, luego ensay un gesto, un grotesco movimiento mezcla de reverencia y cortesa, como para ayudarla, pero ella lo par en seco: Go to hell, bastard. Leave me alone, will you? Y luego, mientras se tenda en una silla de extensin: As es como hay que tratarlos aqu. Y all? pregunt Carlos, imitndola. All no se meten contigo, si eres blanco. Mi hermano est all. S? pregunt ella muy alegre. Cuntame. Nada dijo l. Se fue. Gipsy encendi el radio, un pequeo Zenith con una antena muy larga.
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Dnde est? En Nueva York. Yo soy del sur coment, sin dejar de mover el dial. El radio emita un pitido agudo y taladrante. Qu hiciste este ao? Ella tom un cigarro. La pitillera era nueva, de plata, tena un encendedor en la punta. En la radio, Vicentico Valds comenz a cantar Mambo suave. Helen no quera venir, dice que este pas est revuelto, tuve que obligarla. Carlos tuvo un estremecimiento breve y le tom la mano. Inventa enfermedades aadi ella, no s cmo no se muere. l llev la mano a los labios y la bes. Estuvieron un rato en silencio. Frente, el bote del Biltmore practicaba, los remeros mantenan una boga igual, obsesiva. Orlando Vallejo empez a cantar Serenata en Batanga. Mierda! grit ella de pronto, retirando la mano y apagando el radio. No es mierda replic l. Es msica. Msica es jazz dijo Gipsy rpidamente. T conoces jazz? T has odo a Satchmo, a Ella, a Bessie, a Duke, a Charlie the bird? Los he odo dijo l vagamente, un poco. Bueno, pues eso es la msica. Benny Mor tambin es la msica. Chano Pozo es la msica dijo ella con vehemencia, como si Carlos hubiese afirmado lo contrario. Chano Pozo fue el nico de aqu que cambi un poco el jazz. Prez Prado es la msica! grit Carlos. Gipsy se movi confundida en la silla de extensin. Bueno concedi, mambo. Los remeros levantaron la boga y el bote se hizo un punto negro en el horizonte. Carlos le tom otra vez la mano y se la llev a la cara. Yo estuve preso murmur. Me torturaron. Ella lo mir aterrada. Me apagaron cigarros en la espalda aadi con una sonrisa amarga. Me sacaron las uas. Sonri al verla conmovida, indecisa, iniciando un gesto hacia su espalda, otro hacia sus manos, unindosele al fin tiernamente. Ahora eres mo dijo, ahora ests conmigo. Y empez a hablarle de la nieve, que a veces era sucia, otras azul o dorada, nunca se saba, haba que verla. Un da iran juntos desde Fort Lauderdale hasta el norte, hasta el mismo ro San Lorenzo, sin Helen. l estaba siguiendo sus palabras, viendo la nieve azul, dorada, blanca, viajando desde el calor hacia el ro, con ella, en un convertible, cuando le descubri en la cara un odio intenso al mencionar a Helen; tena que ir a verla, se buscaran luego, en la noche, by. Apareci caminando por el pequeo malecn que rodeaba la piscina natural. La orquesta de los Hermanos Castro repeta Hasta la reina Isabel baila el danzn y la Rueda haba empezado a moler, pero ellos no queran acercarse a la pista. Quedaron junto al mar, iluminado por la luna llena y plida.
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En qu pensabas cuando te estaban torturando? En no hablar, en los compaeros. Mejor olvidarse de eso. Se recost a la baranda y le pas una caja de chiclets Adams con sabor a menta. Ella tom cinco pastillas. Me gusta ms el Double-Bounce coment. Como fumabas Kool... murmur l, un poco cortado. Ella hizo un globo, que estall cubrindole los labios como una membrana. Qutamela dijo. l comenz a absorberla como si le fumara los labios, y entonces se la pas y volvi a recibirla depurada de todo sabor que no fuera el que estaba inventando. La Sensacin haba empezado su tanda y la voz de Barroso se abra como una cueva, una lechuza, un tren, una bandera contra el borde de la noche: Pint a Matanzas confusa, la cueva de Bellamar, Es lindo aqu dijo ella. pero me falt pintar el nido de la lechuza. En Cuba? Dilo. Yo pint por donde cruza un lindo ferrocarril, Es lindo en Cuba. un machete y un fusil y una lancha caonera, Reptelo. no pint la bandera por la que voy a morir. Cuba dijo ella sobre sus labios, y estuvieron mucho besndose, lamindose, mordindose, inspirados por la repeticin obsesiva del montuno, Chupa la caa, negra!, y por el coro excitado de la Rueda que llegaba hasta el mar como una orden: Chpala! Chpala! Chpala! De pronto, ella se separ y se qued mirndolo. T mataste a alguien? S respondi l con una voz sobrecogidamente fra. Mat. Algunas veces yo quisiera matar a Helen. Quiere irse. Cuando volvieron a besarse Gipsy estaba llorando, y el beso fue largo, hmedo y salado, y sus ojos azules y cercanos eran la imagen ideal de la muerte
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hacia la que Carlos se sinti descender, estremecido, cuando ella le presion el sexo sobre el pantaln, y l lo sinti moverse y vomitar como un animal fiero y agnico. Llvame a beber orden ella. Quiero beber ron. Estuvo una semana recordando la nota intensa que cogieron, el modo fuerte en que beba Gipsy, su negativa sistemtica a verlo en otro lugar que no fuera el Casino, su terca repeticin de que l no conoca a Helen, no saba de lo que era capaz Helen, no saba con quin andaba Helen, y sobre todo, su certeza siniestra de que acabara matndola. Cuando termin el t ella estaba plida por el alcohol, desencajada, y l no saba qu hacer porque ella se negaba a darle su direccin. Se encamin hacia la puerta seguido por los consejos de Dopico, no tena plata?, entonces la llevara a un hotel; las protestas de Pablo; quin aguantaba a Jos Mara si ste no iba a dormir a la casa?; las sugerencias de Berto, la metiera en una posada, le echara dos, y le dejara una nota al carpetero: Se llama Gipsy. Es americana. Est borracha. Favor de cuidarla. Lleg a la puerta sintindose en medio de un desastre, con ella a cuestas, y de pronto un hombre joven y elegante coment, en tono aburrido, Otra vez? y le pidi que, por favor, la llevara a la mquina; sealaba a un Triumph TR2 azul. Ahora recordaba cmo haba obedecido sin preguntar, porque era obvio que aquel hombre tena algo que ver con Gipsy. Pero hoy volva a ser domingo, las cinco de la tarde, y ella no haba aparecido. l vagaba por la playa como un zombie, sintiendo una sombra sensacin de derrota. Haba otra Gipsy, ignorada, ajena y, por tanto, enemiga, en cuyo mundo l no entrara jams. Se sorprendi pensando en un modo infalible de matar a Helen y al tipo de la mquina y al padre para poder estar solos, siempre juntos: ella apareca en el centro del gran saln entregada a algn juego, a alguna operacin complicada y extraa, con la vista fija en el punto donde ahora el sol, el cielo, el mar, las nubes eran altas, intensas, profundamente rojas. Entonces, l la rodeara por detrs, a distancia, en silencio, mientras ella avanzara bajo el cielo escarlata del verano, saltara de un punto a otro de la gran rosa de los vientos, navegara entre los signos, salvara escollos, tempestades, y de pronto se detuviera bajo el nico, ltimo, tenue, rojizo rayo de sol, y lo llamara a emprender juntos el viaje bajeando lentamente los largos arrecifes de coral, desplegando slo ciertas velas cuyos colores deberan semejar inexorablemente el fondo de las aguas que rodeaban aquel lejano islote del noreste donde viviran, por siempre jams. T eres Carlos? Asinti, sorprendido y confuso. El tipo le tendi un papel. Era el mismo que haba recibido a Gipsy el domingo anterior. Dice que vayas dijo retirndose. Media hora ms tarde Carlos se detuvo frente a la puerta de un apartamento en Miramar. Gipsy abri antes de que tocara el timbre, como si lo hubiera estado espiando. Le tom la mano, le susurr, Helen est aqu, y l crey sorprenderle la sonrisa de quien est preparando una broma macabra. Se dej llevar; de pronto se contrajo al ver frente a s dos confusas figuras. Despus casi se re, eran ellos mismos reflejados en el enorme espejo sepia de la sala. Estaban inmersos en la penumbra de la tarde y Carlos apenas logr distinguir el
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piso de granito verde. Al fondo se adivinaba una terraza y ms all la presencia de los pinos de la avenida y el silbido del viento en las ramas y el ruido montono del mar. Gipsy le condujo hacia una breve escalera lateral que daba a un corredor flanqueado de puertas. Entraron por la ltima. La penumbra del cuarto era rasgada por las luces que se filtraban a travs de la cristalera de otra terraza e iban a reflejarse en un espejo lateral. La puerta de un closet, pens l mientras se pegaba a la pared automticamente, como si buscara proteccin. Ella era ahora una sombra ovillada en la cama. Por qu lo hicieron? Qu? pregunt l. Qu hicimos? Lo de Palacio dijo ella. Ahora Helen quiere irse, ahora Helen se va. Carlos avanz hacia la cama al murmurar: Y t? Helen me lleva, Helen me tiene presa. Le busc el rostro intentando descifrar si lloraba, pero ella rehuy su mano. Despus avanz sobre el colchn como nadando, hasta llegar al velador y encender la luz. No lloraba, tena una mirada fiera. No fue mi grupo dijo l. Sobre la mesita de noche haba una botella de Johnny Walker Etiqueta negra, un vaso, un plato con restos de filete de anchoa y un blmer. Ella se sirvi tres dedos y los bebi de un trago. Al inclinar la cabeza, el pelo le cubri la cara y ella se lo alis, descubriendo sus axilas sin afeitar. Helen est all abajo dijo, con una sonrisa rencorosa. l mir automticamente hacia la puerta. Sobre el pomo haba un bluejean sucio. En la pared, la foto de un desconocido. No vendr? Est en la luna. Le dimos un viaje. Un viaje? Gipsy se subi la saya hasta el muslo, imit un pinchazo, un breve instante de dolor, un intenso masaje y una sensacin de placer brutal y desmedido. Helen se inyecta dijo. Carlos le pidi un trago y el sabor seco y caliente del wisky le ayud a esconder su estupor. Pap se la esconde y Helen se vuelve loca y le da por romperlo todo. John y yo averiguamos el escondite, ahora nos deja tranquilos si le damos un viaje. T te inyectas? Me da miedo confes ella, volviendo a beber. Una vez me inyect agua, pero doparme no, me da miedo. A ti no te da miedo? Yo fumo. Marijuana? Guana. Mariguana. Ella avanz de rodillas sobre la cama. Su rostro reflejaba el mismo inters que cuando l le habl de torturas. Lleg hasta el borde y se sent al estilo asitico, con las nalgas sobre los pies.
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Trajiste? No. Cmo es? l record el modo en que haba visto fumar a los tacos del billar del Arco, frente al instituto; tom un cigarro con las yemas del ndice y el pulgar de la mano izquierda, de modo que quedase cubierto por la palma y el resto de los dedos, lo llev a los labios y dio una cachada. Despus se lo pasan dijo, pasndoselo. Ella repiti la operacin con una habilidad impresionante. El cristal del closet devolva sus imgenes y Carlos pens en la cmara de los espejos circulares y en Fanny. Qu se siente? Como si te besara dijo l. Cuando se fuma de verdad, se siente como si te besara. Oyendo jazz record ella. Te voy a ensear jazz. Cuando se tir de la cama para buscar los discos, l logr ver el blmer azul y una mancha oscura, pens que all estaba su obsesin y le pidi que cantara Love me tender. Ella empez a cantar y el canto era una llamada, un lento aullido de deseo que se mantuvo mientras l avanzaba midiendo las imgenes en los espejos de modo que cuando empezaron a bailar, a arrancarse las ropas y a hacer el amor de un modo primario e inmediato, se vean repetidos hasta el infinito, como si fueran todas las parejas del mundo. Terminaron tendidos sobre el fro suelo de granito. El aire aullaba a veces por la juntura de la puerta de cristales, como una fiera. Aydame a matarla pidi ella. John tiene miedo. Es fcil. Cmo? Le doy ms y ms droga y... quin se entera? La mir aterrado. Bajo la tenue luz del velador su rostro tena una inocencia siniestra. Quin es John? El amigo de Helen. T lo conoces. Quieres verla? Se neg, pensando que se trataba de bajar y ver a Helen drogada, pero ya Gipsy regresaba de la mesita mostrndole dos postales. Helen era Gipsy con veinte aos ms, y era an muy bella, un poco ms gruesa quiz, ms alta, y estaba completamente desnuda en ambas fotos. Dame otro trago pidi Carlos. Gipsy rea al entregarle la botella, se carcajeaba al verlo simular frialdad ante las fotos, y l decidi beber un trago largo, demorado, y luego dedicarse a mirarlas con calma. En la primera Helen apareca ms bien de lado, recreando un falso gesto de asombro, con los labios en forma de o, los dedos cubriendo los pezones y la pierna izquierda en escuadra, tapando el sexo. En la segunda estaba de frente, en cuclillas, con los brazos, las piernas y el sexo obscenamente abiertos ante la cmara. Gipsy lanz una risita breve e histrica. Te gustan? pregunt antes de pasar a una sonora carcajada. Se parece a ti respondi Carlos. Tuyas no tienes?
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No dijo. Todava no me he dejado. Eres igual que Fanny murmur l. La mir avanzar hacia el tocadiscos. Su piel tena el clido color tostado de ciertas maderas; puso Star dust, y la meloda pareci ceirle lentamente las nalgas. Fanny es negra? No, es igual que t. A John le gustan las negras. Se va con negras y Helen no lo soporta y tengo que inyectarla. Ah dijo Carlos. John dice que parezco una negra dijo ella, empinando el vaso. Generaba un olor excitante, vagamente agrio, y sus axilas, y seguramente tambin sus entrepiernas, estaban sudadas, y ahora la meloda haba estallado y el piano le cea los pechos y la trompeta le penetraba el sexo, aquella gran llamarada amarilla hacia la que lo oblig a descender y sumergirse en medio de las ms obscenas, delicadas, bestiales palabras de amor. Luego se produjo una larga modorra y un sueo y l despert mareado. La aguja del tocadiscos rayaba una y otra vez la placa y el reloj marcaba las tres de la madrugada. Intent despertarla dndole palmaditas en las mejillas, y ella murmur, Oh, John, John, go to hell, y se volvi de espaldas. El viento aullaba sobre las ramas de los pinos. Crey escuchar un ruido en la planta baja. Qued inmvil, acechando, pero el ruido no se repiti. Seran sus nervios? Pasaron dos, tres autos por la avenida y siempre confundi sus motores con el del Triumph de John. Decidi escapar. Dej una nota: Nos vemos el domingo, o el prximo. Carlos. Pero el verano del cincuentiocho fue devorado por el miedo. Gipsy no vino y Carlos se fue sumiendo en el perpetuo sobresalto de un horror totalmente distinto al de su infancia y su adolescencia, sin una gota de magia o de misterio, tan primario y brutal como que te apresaran por tener menos de treinta aos, por ser culpable o inocente, y por eso mismo te sacaran las uas, te arrancaran los ojos, te cortaran los gevos y te tiraran en un solar yermo. Para protegerse o para protestar, nunca lo supo bien, dej de asistir a clases, cumpli rigurosa consigna de Cero Tres Ce cero compras, cero cine, cero cabar, se fue encerrando en s mismo hasta enloquecer con el recuerdo de Gipsy en medio de una insoportable sensacin de asfixia que decidi romper, a pesar de la obstinada oposicin de su madre y de que lo saba una traicin y una locura, aquella trrida noche de octubre en que recorri el Casino slo para comprobar que los Bacilos no existan, que ya no se bailaba la Rueda, que Gipsy no haba recibido el mensaje que nunca le envi a Fort Lauderdale. Rumiaba su frustracin y su miedo, al salir, cuando un automvil se detuvo a su espalda. Pens en correr, pero se sinti dbil de pronto, como de estopa. Tuvo el plpito de que le haba llegado el fin, de que Hctor o el Mai, molidos en una sala de torturas, haban pronunciado su nombre. Carlos. Casi llora de alegra al reconocer la voz de su padre diciendo que no pasaba nada, que montara. Pero pasaba algo. Su madre estaba adentro y se aferraba a
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l, temblando como una hojita. Avanzaron en silencio hasta el tnel de Lnea, con el miedo instalado en el carro como un cuarto pasajero. Entonces su padre dijo: Tiraron a un muchacho frente al edificio. Muerto murmur su madre. Hablaba sin nfasis, y eso hizo ms terrible para l aquella revelacin que por primera vez lo tocaba tan de cerca y que dio inicio a la fase final de su encierro. Pero ni siquiera metido en la casa logr escapar al dominio del miedo. Cierta noche despert al sentir una presencia en su cuarto y vio a sus padres atisbando por la ventana. Frente a la casa de Pablo estaban parqueadas dos perseguidoras. Tres esbirros conversaban en voz baja, inaudible. La puerta estaba abierta. Hay que avisarles, murmur l, e hizo silencio al darse cuenta de que haba dicho una estupidez: los dems esbirros ya estaran adentro, registrando. Pasaron casi una hora inmviles, su madre murmurando oraciones, ellos con la secreta esperanza de que aquella interminable plegaria pudiera ayudar en algo a los amigos en desgracia. De pronto, Carlos empez a sudar fro: los bonos y los peridicos de Hctor estaban en la mesita de noche. No se atrevi siquiera a separarse de la ventana, cualquier ruidito poda atraer la atencin de los perros de presa. Empez a rezar por s mismo hasta que el padre de Pablo sali al portal, rodeado por cuatro policas, seguido por su mujer y su hijo, y mont en el asiento trasero de una perseguidora que parti sin el menor ruido, deslizndose por la pendiente. Entonces su padre cruz la calle y minutos despus volvi con Pablo y su mam, mientras Carlos, encerrado en el bao, quemaba los bonos y peridicos de Hctor. Fueron tiempos oscuros, el negocio de su padre entr en picada, pero l no acept jams un centavo a Rosario, que dej a Pablo con ellos para dedicarse a peregrinar por precintos y crceles. Pablo estaba terriblemente deprimido y, para Carlos, los dueos de la noche siguieron siendo el miedo, la aoranza de Gipsy y una tristeza quebrada apenas por el estallido de las bombas que estremecan la ciudad y el aliento de Radio Rebelde y de aquel anuncio que Consuelito Vidal repeta noche tras noche en la televisin: Hay que tener fe, que todo llega!. Llegaron unas pascuas sangrientas. Por primera vez, desde que Carlos tena memoria, no hubo fiesta en la casa. La familia se reuni en un ritual sombro. Su padre inform que iba a volver a su antiguo empleo de vendedor de cigarros, el negocio no daba, nadie poda pagar las deudas, estaba pensando... Hizo silencio, mir a la madre con una ternura inusual y luego, dirigindose a l, mandarte al Norte con tu hermano porque hoy por hoy, en este maldito pas, ser joven es una desgracia. Carlos salt de alegra pensando que al fin podra ver a Gipsy, acostarse con Gipsy, resucitar con Gipsy; pero cmo?, pens de pronto, si aquel pas era tan grande y a lo mejor Fort Lauderdale...? Diez minutos despus estaba inclinado sobre un mapa buscando aquel pueblo sagrado, ahora tan prximo, calculando en pulgadas a qu distancia estara de Nueva York, dicindose que Jorge le ayudara, sobresaltndose cuando sonaron tres bombazos y Rosario, como era su costumbre, se persign dando gracias a Dios. La pobre mujer tena los nervios hechos trizas, despotricaba en la calle contra el gobierno y terminaba dando vivas a Fidel, incluso al ver acercarse
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policas que, por alguna oscura razn que haca pensar a Carlos en el Viejo de las Muletas, seguan siempre de largo limitndose a tildarla de loca, como l mismo estuvo a punto de hacerlo cuando abri los ojos, aquella maana de Ao Nuevo, y la vio envuelta en la bandera, valseando, tarareando y riendo entre sollozos incontrolables mientras l repeta, Qu pasa, Rosario?, seguro de que la angustia y el miedo haban concluido su obra, de que llevaban demasiado tiempo en el horror como para que una mujer tan frgil no acabara quebrndose. Y en eso entraron sus padres y Pablo, transfigurados, y l se pregunt si lo imposible habra sucedido, si al fin podra ser feliz junto a Gipsy, si se habran librado definitivamente del miedo, y de tanto desearlo no poda creerlo, y grit No!. S, muchacho, s, exclam su padre, y Rosario abri la ventana y se asom a la calle, Abajo Batistaaaaaa!, y sus padres y Pablo, a voz en cuello, Abajooooooo!, y entonces l supo que s, que era cierto. Y fue como si todo el mundo se hubiera vuelto loco, o como si Rosario hubiera estado cuerda desde siempre, desde los das trgicos y ya increblemente lejanos en que daba vivas a Fidel en plena calle. Ahora todos lo hacan, se abrazaban y besaban dondequiera, aprendan a cantar el Himno del 26 y rodeaban al padre de Pablo que regres flaco como un alambre, frescas an las huellas de las torturas, para asegurar, compaeros, que desde hoy todo cambiara en Cuba para siempre. Carlos debi esperar todava un mes interminable antes de que el Casino ofreciera el Gran T Bailable de la Libertad, y entonces se dirigi al club preparndose para no hallar a Gipsy, dicindose que tendra que esperar hasta el verano. Pero ahora, cuando la Banda Gigante empezaba su ensayo y se escuchaban las voces de los saxos altos y bajos tenores, y el trombn de vara muga, bramaba suavemente, y las trompetas sajaban el aire tenue y fro de la noche, y ya era seguro que tan slo unos minutos ms tarde, cuando los fuegos artificiales quemaran la noche, Bartolo, Belisario Mor, el Benny le dira a una mujer, le cantara suavemente al odo, vidaaaaaaa..., ahora precisamente Carlos volva a soar con Gipsy, le tomaba la palabra al Benny para rezarle a Gipsy, desde que te conoc no existe un ser igual que t; ahora, cuando el cabezn de don Roberto Faz pasaba bajo la marquesina y Pablo y Berto y Dopico salan del auto y encontraban un carajal de amigos y conocidos y todos maldecan aquel maldito ao 58 y en un dos por tres armaban un coro descomunal en plena calle dando vivas al 26 de Julio y a Cuba Libre; ahora slo faltaba verla all, esperndolo, para que el mundo, su mundo, estuviera completo. Todo prometa ser igual que antes y an mejor, porque haba desaparecido el miedo, ser joven era una credencial y su padre no le podra impedir que pasara las noches fuera. Desde la calle se vea el saln empavesado de banderas y Carlos corri hacia adentro saludando con palmadas, gritos y sonrisas a amigos y conocidos. Recorri los salones, la piscina, las canchas, el billar, el muro, y se detuvo frente al mar morado del invierno llorando como un converso. Respir su olor y se volvi temblando, sin tiempo para pensar en alucinaciones porque ella tambin, Gipsy tambin estaba all, riendo, besndolo, arrastrndolo al saln y diciendo atropelladamente que Helen was fine, que Castro era very nice y Cuba a many splendored thing, y que ahora s, ahora s que se iban a divertir de lo lindo.
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Cuando llegaron al gran saln, Lpez, el administrador, terminaba de presentar el T de la Libertad en medio de una cascada de fuegos artificiales y una ola de aplausos que creci hasta la locura cuando Faz entr al estrado y, moviendo el cabezn, salud y atac La sitiera. Los aplausos fueron un homenaje al Sonerito, a las veces que el Sonerito los haba llevado con su voz hasta las puertas mismas de la gloria. Los Bacilos insinuaron una Rueda simple y relajada, y Carlos marc muy cerca para que Gipsy fuera llevando cartas y estuvo seguro de que all comenzaba otra historia. Dentro de poco ella podra participar en la Rueda y as l vacilara domingo tras domingo con la gente que ms quera en la vida, su socio Pablo y su hermano Jorge, cuando regresara. Tena dinero, todo el que haba ahorrado en dos aos. Si aquello no era la felicidad, no haba felicidad sobre la tierra. Ahora Faz haba pasado a Castellanos cambindole la letra, burlndose de s mismo con un Roberto Faz, qu malo canta usted que parodiaba el sabor de la banda del Benny obligando a los bailadores a reaccionar, a ripostar, a formar la Rueda grande, crecida, Robertsimo Faz y su Conjunto dndoles rico al son, en las mismas costuras, y una trompeta sonando como un gran falo de oro y el Benny llamado por la msica, reconociendo en el acto el homenaje, porque Castellanos era una pieza donde el Benny deca Benny Mor, qu bueno canta usted, y Roberto estaba jugando con ella, llamndolo, y el Benny responda con un segundo sutil, sabio y distinto, que iba creciendo como una fina corriente para desbordarse sobre aquel Faz que entenda, saludaba, iba quedando atrs, segundo, contento de estar all, junto al Benny, poseyendo con sus voces la noche. El do haba terminado y la Banda estaba calentando cuando el Baby Snchez le pidi a los Bacilos que lo acompaaran, haba unos tipos tratando de colarse, iban a malear el t. Lo siguieron corriendo, indignados, y en el camino hacia la puerta se unieron a otros grupos dispuestos tambin a defender su derecho a divertirse en paz. La discusin se haba armado bajo la marquesina, en una callejuela en forma de herradura. El zagun estaba repleto y desde all no se poda saber exactamente qu estaba pasando. Carlos se abri paso a codazos y Gipsy y el Baby y los Bacilos lo siguieron hasta llegar al borde de la media luna que formaba la multitud. Del otro lado haba una situacin extraa. Sobre el asfalto, frente a frente, estaban el administrador y un capitn rebelde. Detrs, la escuadra de policas del club; alrededor del capitn, una docena de soldados. Se quieren colar inform el Baby. El capitn tena una larga barba rubia, a su lado haba un teniente negro, de barba enmaraada. La mayora de los soldados eran mulatos de pasas revueltas, rojizas. Dentro, el Benny haba empezado Pero qu bonito y sabroso y la msica llegaba ntida a la entrada, donde el capitn y el administrador seguan discutiendo. No est dentro de mis atribuciones deca Lpez. Mande llamar a quien las tenga ordenaba el capitn. Lpez, pequeo y arrugado como un corcho, dej caer los brazos sobre el abdomen y dijo algo al jefe de la polica del club, que entr al edificio. Las gentes seguan acudiendo, la media luna comenz a desbordarse por los lados.
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Ante la presin de las filas traseras, los Bacilos se echaron a la calle quedando en el borde anterior del semicrculo. El capitn retrocedi unos pasos y mir varias veces hacia atrs hasta asegurarse de que conservaba las espaldas libres. Compaero, qu pasa? pregunt Dopico. Omos al Benny y queremos mirar y no dejan dijo un Rebelde. Dejan al capitn, pero a nosotros no, y el capitn dice que todos o ninguno. Por qu no los dejan? pregunt Pablo. El Rebelde se frot el dorso de la mano con el ndice y Carlos grit que aquello era una mierda. Pablo asegur tener una idea, llam a Florita, le dijo algo al odo y Florita respondi que s, que con los Rebeldes todo, y sali caminando hacia otro Rebelde que marcaba por su cuenta unos pasillos, y le pregunt algo. Qu pasa? dijo Gipsy. Que son negros explic Berto. No los dejan entrar porque son negros. Eso es una mariconada! dijo Carlos. Qu cosa? pregunt Maggie Snchez. Que los dejen dijo Berto. Florita haba empezado a bailar con el Rebelde. Lo haca algo incmoda, tensa, sus estilos no encajaban bien. Era la mejor bailadora de Casino, la reina de la Rueda, y giraba en una onda coreogrfica, ripostaba a la orquesta en el ms puro estilo del club, pareca decir, Mrenme, miren por Dios qu rico bailo, y el Rebelde no entenda aquello y se dejaba llevar suave por el son, sin esfuerzo, como si la msica fuera una ola y l un pez, alguien que hubiese vivido siempre all y que pensaba que era realmente bueno, realmente bonito y sabroso, y pareca decir, pero qu rico es, santsimo, gcelo, compay, y estaba tan ido que casi no se dio cuenta del momento en que Berto separ a Florita y qued ante el grupo con un odio cetril en la mirada. Pablo salt hacia donde estaban el administrador y el capitn y empez a decir, ahogado por la rabia, que pareca mentira, compaeros, lo que estaban viendo era, era, era, no tenan sangre en las venas?, cmo se atrevan a permitir?, all estaban los compaeros, hroes all los compaeros, hroes, coo!, a entrar al club, carajo!, veinte mil cubanos no haban muerto para que las cosas siguieran como antes!, a entrar al club con los compaeros! Parti hacia la puerta, pero el capitn lo detuvo. El Baby Snchez sac una pistola, un rebelde arm su garand, parte de la multitud se repleg chillando, otros bloquearon la puerta y el resto se uni a los rebeldes que rodeaban al capitn y obedecan su orden: Bajen las armas, coo! Carlos haba intentado dirigirse al grupo que rode a los rebeldes, pero se detuvo estupefacto al sentir que Gispy lo aguantaba, diciendo: Si te vas con ellos, no me ves ms la cara. Cmo?, pregunt, y ella, Lo que oste. El Baby haba quedado junto a la puerta con la pistola en alto gritando, Ningn negro va a bailar aqu!, y de pronto una voz terca y entraable dijo, Ningn blanco va a bailar con mi Conjunto, y Roberto Faz sali del club y Berto le pregunt por qu, si l era blanco, y el Benny que vena detrs dijo que se iba a cantar a la calle porque l era blanco como el capitn y negro como el teniente y mulato y libre como Belisario Mor en Cuba Libre, y el administrador dijo,
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Cubanos, cubanos, cubanos, y le pidi calma al capitn, le dijo que podan entrar, mirar un poco, con orden, por favor, seores, compaeros. Carlos dese con toda su alma que el capitn entrara y la paz volviera a su mundo, pero el capitn le dio las gracias al administrador, se podan comer su club envuelto en celofn, ellos se iban, y ya el Benny estaba cantando en la calle Pa que t lo bailes, mi son Maracaibo, y la multitud empez a dividirse, unos al son y otros al club, y Carlos sinti de un lado a Pablo y al Benny, y de otro el clido aliento hmedo de Gipsy, y qued inmvil, como si aquellos pedazos suyos que se iban lo estuvieran rajando definitivamente en dos.
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Play it again, Sam dijo Pablo, y Carlos reley rebajan los alquileres en un 50%, mientras Pablo tarareaba Casablanca y el vendedor segua voceando, Vaya, se salvaron los de abajo, ahora s, y una pareja discuta violentamente la nueva ley en el vestbulo del cine. Carlos sinti una sbita sensacin de alegra que se interrumpi de pronto al pensar en su padre, a quien sin duda ahora s le dara un infarto. La primera amenaza haba tenido lugar dos meses antes, dos meses que parecan aos, porque haban pasado tantas cosas que el tiempo cobraba la extraa propiedad de hacerse inmediatamente lejano, superado por acontecimientos nuevos, imprevisibles, fulminantes; de modo que los tiempos remotos que ahora evocaba correspondan en realidad a la noche, todava tan prxima, en que vieron a Fidel por televisin en su casa, sentados cmodamente en el sof, admirados de su franqueza y totalmente impreparados para la frase que pronunci con un nfasis tranquilo. No le pague al garrotero. Jos Mara tard quiz un minuto en reaccionar, el ojo izquierdo le pestae espasmdicamente dos, tres veces, y de pronto salt de su asiento y apag el televisor. Carlos se incorpor con intencin de protestar y encontr el rostro de su padre, prpura, la gran vena de la frente latindole como una serpiente azul. Ahora Pablo era verde bailando bajo la luz de la marquesina del Capri, con Lauren Bacal, deca, bacn, deca, a lo Junfri Bogar, y Carlos lo invit a ir hacia el Parque Central pensando en el color de los recuerdos. Los que correspondan a su casa eran grises como el rostro enfermo de su padre y como el rostro de ratn del mdico de la familia cuando dijo: No lo contradiga. Un infarto sera fatal. Usted es responsable. Era evidente que el mdico estaba gris porque tena miedo, un miedo incontrolable que se expresaba en la sudoracin viscosa de las manos y en el tartamudeo con que les informaba que se ira del pas. Los Rebeldes eran melones, verdes por fuera y rojos por dentro, aquello era comunismo, comunis mo, repeta abriendo los ojos para ilustrar la enormidad del hecho; cmo explicar, si no, los choques con los americanos, el paredn, los constantes atropellos al capital? Al capital!, subrayaba antes de narrar la trgica odisea de sus padres, que huyeron de la barbarie a travs de media Europa perseguidos siempre por el fantasma, como lo calificara el mismsimo Karl Marx: rampante en el sombro Mosc del temible Lenine, renacido en la Budapest horrenda del execrable Bela Kun, acechante en el Berln convulso de la juda Rosa de Luxemburgo, ululando por las calles de Rostock, enrojecidas por el insaciable Karl Liebnichk, dos de sus padres lograron al fin embarcar en un paquebote sin destino que los trajo sabra Dios cmo a las playas de este paraso que dentro de poco, lo oyeran bien, sera un infierno. Carlos se estremeci con aquel escalofriante recuento, pero el pronstico le pareca absurdo, no se corresponda con lo que estaba ocurriendo. Su padre era
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garrotero, y l recordaba con demasiada claridad aquel negocio, y saba que la revolucin haba liberado a los pobres de la presin del garrote, despus de haber quemado La Cueva del Humo con el fuego de la justicia y entregado a sus habitantes una nueva ciudad, casi un balneario, llena de sol y espuma. Estaba claro, concluy, que aquello no poda ser comunismo. Pero era poltica, y esa simple palabra bastaba para provocar en su padre un vmito de bilis. Qu sacas t metindote en toda esa mierda? deca. Qu ganas, eh? T no sabes que en las revoluciones siempre salen ganando los vivos y perdiendo los bobos? T no sabes que mi abuelo se fue a la guerra en el sesentiocho y mi padre en el noventicinco, y que yo fui abecedario en el treinta, y lo perdimos todo y no se cumpli una sola de aquellas malditas promesas? T no sabes que la revolucin es un negocio de vividores?, que en este pas el que no puede ser mdico, ni abogado, ni alcalde, ni senador, se pone a tirar tiros para hacer negocio con los muertos? T no ests viendo que lo nico que hacen los polticos es aprovecharse de los comemierdas como t para pegarse al jamn? A ver, dime, qu hizo Batista en el trenticuatro, y Grau en el cuarenticuatro, y Pro en el cuarentiocho, y Batista otra vez en el cincuentids? No ves?, te callas. Esta cabrona isla no se ha hundido porque es de corcho, carajo, que si no, ya estaramos todos comidos por los tiburones! El recuerdo de su casa lo paralizaba, segua siendo gris porque el mdico orden cerrarla a cal y canto, diciendo que Jos Mara haba sido especialmente lcido al apagar el televisor, deban prevenir a las amistades y no comprar peridicos ni escuchar la radio, cualquier noticia proveniente del exterior poda elevarle la presin a niveles intolerables y provocar un desenlace fatal. Ahora la noticia estaba dada, y lo peor es que era justa, demasiado justa como para no llegar a su padre por alguna va. La condonacin de las deudas por usura le haba hecho perder casi cinco mil pesos y el negocio, pero la renta del edificio permiti capear la situacin sin necesidad de recurrir a los ahorros guardados en la caja de caudales que haba hecho trasladar, siguiendo una su gerencia de Manolo, de la Casa de Empeos a su cuarto. Ahora, de pronto, la renta se reduca a la mitad y esto no podran ocultrselo. Nada impedira el desastre, salvo la llegada de Jorge. Su padre la esperaba ansioso y Carlos tambin, seguro de que Jorge lo ayudara a hacerle entender al viejo que con la cada del tirano naca aquel pas distinto que con tanto entusiasmo saludaba en sus cartas desde Nueva York. Lo invadi una envidia triste al pensar que el padre de Pablo, condueo del edificio, apoyaba a la revolucin, y Pablo poda alegrarse sin reservas mientras l prefera ocultarse en el cine. All se haba refugiado para olvidar a Gipsy y haba terminado habitundose como un alcohlico. Tuvo un romance tumultuoso con Marilyn, se vio con ella en cines exclusivos y en teatruchos srdidos, extasiado ante sus piernas, sus pechos, su sonrisa, odiando la luz que siempre vena a frustrar sus ilusiones hasta que rob de la cartelera de un cine de barrio la foto que la mostraba con la saya levantada por un golpe de aire, las piernas abiertas, exhibiendo un gesto de asombro ingenuo y malvado ante el que se masturb decenas de veces hasta que la foto estuvo amarilla y la mirada verde de Kim Novak lo arrastr de nuevo al recuerdo de Fanny.
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No podra decir cundo logr liberarse de aquella nostalgia, ni cmo la dulzura de Roxana fue entrando en su alma hasta hacerse una costumbre. Haba empezado a estudiar con ella para recuperar el tiempo perdido en el cincuentiocho e insensiblemente fue habitundose a su compaa, su inteligencia y sus sueos. Les gustaba ver salir los barcos y decirse que estaban en cubierta, despidindose, hasta que un da decidieron partir, despus de casarse. Sera, soaba ella, una boda regia, con ring boy y flower girl y Ave Mara de Schubert y muchas, muchsimas fotos en la Crnica Social del Diario de la Marina y honey moon in Mexico. Carlos lleg a participar de aquella ilusin, a verse a s mismo de frac en la iglesia del Carmen con una sonrisa chic, a lo Gary Grant, mientras Roxana esperaba en el atrio, anhelante, al estilo de Elizabeth Taylor. Pero muy pronto el Diario de la Marina ense la oreja y l le dijo a Roxana que prefera morir antes que verse retratado en aquel peridico oligrquico, una palabrita de moda que le sonaba a manicomio, y all mismo se trenzaron en una discusin que result ser el principio del fin. Desde entonces se pelearon y reconciliaron varias veces, sin recuperar jams la dulzura de los das iniciales, hasta que la vida los sumergi en el torbellino y Carlos volvi a hundir su soledad en el cine. Ahora estaba con Lauren Bacall, se estaba dando una verdadera bacanal de Bacall en la retrospectiva del Capri, y us las claves para obligar a Pablo a cambiar de tema dicindole, High Sierra, consorte, que tengo The big sep, a lo que Pablo respondi que eso le pasaba por comerse un Maltese Falcon en un restorn de Casablanca, y Carlos tarare el tema que haba sustituido al de los Bacilos para continuar con aquellos galimatas y retrucanos que les permitan estar horas comunicndose con ttulos, msicas, frases de pelculas. Pero slo logr que Pablo le dijera que ahora hasta a Casablanca le haban rebajado el alquiler, Sam, e intentara seguir por esa va, hasta a la Casa de Usher, Sam, interpretando el silencio de Carlos como una capitulacin cuando era en realidad la vuelta de la tristeza ante el problema que intentaba eludir, metido ahora en el santuario que su socio profanaba aadiendo que hasta los casamientos y los cazadores y el mismsimo Padre de las Casas y las pelculas de Elia Kazan y los poemas de Vctor Casaus y las atrocidades de Kasabubu y las obras de Alejandro Casona y las actuaciones de Martnez Casado, y hasta las cosas en la cafetera Kasalta seran baratas, Sam, aunque no para los casatenientes, que presentaran casusticos recursos de casacin, pero los jueces los mandaran pa. en casa. el carajo, la que tambin, desde luego, estara rebajada al cincuenta por ciento, y qu le pasaba con sus escasas casas que casi no le haca caso? Todava no era High Naon, coment Carlos al azar, y Pablo respondi OK gozando su limpia estocada, Corral, dijo indicando el Parque Central, que ya estaba lleno de estudiantes, esta noche habra all tremendo gunfight. Antes de cruzar Prado, Pablo seal el lumnico que estaba sobre la Manzana de Gmez, lo suyo era Misin imposible, Sam, hasta la muequita del anuncio se lanzaba de cabeza al agua. En ese momento la muequita tocaba la ola de nen, encima rutilaba Jantzen y luego la muequita se desclavaba, volva al trampoln con unos salticos cmicos que a Carlos no le produjeron risa. Pens que Pablo tena razn, haba que lanzarse al agua de cabeza, sin guardar la ropa, confundindose con el ro de la revolucin, pero lo paralizaba el recuerdo de su
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padre y el no saber adnde coo ira a desembocar la corriente. Desde que regres al instituto, avergonzado ante los hroes del clandestinaje, se haba metido en un torbellino de discusiones que le hicieron olvidar las clases y que empezaban a competir peligrosamente con el cine, pero no haba sacado nada en limpio. Al principio fueron una gran familia, ni Hctor ni el Mai le reprocharon nunca su cobarda y l se hizo la ilusin de que haba continuado peleando. Pero muy pronto comenzaron ardientes polmicas sobre temas demasiado abstractos como para permitirle tomar partido. Todos estaban con la revolucin, pero se di vidan en izquierdas y derechas, y se subdividan, como amebas, las izquierdas en Ventisis, Directorio y PSP, las derechas en autnticos y catlicos, los catlicos en progresistas y reaccionarios. Cada subgrupo estaba a su vez subdividido por sordas sutilezas o cuestiones de jefatura, salvo, y sa era para Carlos su nica, inquietante virtud, los comunistas. En la derecha le atraan los catlicos progresistas, pero no soportaba a los reaccionarios, en la izquierda le gustaba el Ventisis, pero tema a los comunistas. Estaba literalmente en el centro o, peor an, en la cerca. Llegaron a la zona del parque donde se producan los debates y Pablo le dijo que se fijara, consorte, vena El tren de las tres y diez a Yuma con el Mai de maquinista para encaramarse en El rbol de la horca. Mir en silencio cmo el Mai suba al banco de la izquierda para clavar un cartel en el rbol. El da anterior Nelson Cano haba clavado el primero sobre el banco de la derecha, y ahora el Mai traa la respuesta, la extenda despus de haber fijado el borde superior, con una puntilla, y saltaba hacia atrs. Hubo un sordo murmullo de asombro, los carteles parecan exactamente iguales. Ambos tenan en el centro la foto de un nio, el mismo nio, peinadito e ingenuo; debajo, leyendas. En la derecha: ESTE NIO SER CREYENTE O ATEO? DECIDE T, CUBANO! En la izquierda: ESTE NIO SER PATRIOTA O TRAIDOR? DECIDE T, CUBANO! Carlos no logr saber en qu momento la gritera sustituy al murmullo, ni quin dijo primero, A ustedes los paga el Vaticano!, o se es el oro de Mosc!, ni cmo las dems palabras se esfumaron y quedaron slo Mosc!, Vaticano!, Vaticano!, Mosc!, lanzadas por ambos bandos como las peores ofensas mientras l y otro grupo se dirigan a un tercer banco hacia el que se volvieron de pronto los otros dos, conminndolos a que tomaran partido, hasta que Roberto Menchaca respondi por ellos. Esto es un banco neutral, Tierra de Nadie. Se senta terriblemente confuso, Roxana lo llamaba desde el Vaticano, Hctor le diriga una triste mirada comprensiva desde Mosc y el pistolero
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Roberto Menchaca alardeaba en voz alta sobre la Tierra de Nadie. Pens en huir, aunque todos se volvieran contra l, pero la curiosidad lo retuvo. Aquella noche izquierdas y derechas pondran en prctica el nico acuerdo logrado, la inauguracin del Crculo de Proyecciones Intelectuales Jos Mara Heredia, con la intencin declarada de convertir las discusiones del parque en un dilogo serio y constructivo. Carlos saba y por eso estaba interesado en el asunto que el objetivo real de estos debates era el de medir fuerzas y lograr adeptos para las prximas elecciones a la Asociacin de Estudiantes, donde se definira quin iba a controlar el instituto. All los escuchara a todos, sin broncas ni griteras, pensara mucho, solo, y decidira por quin votar. Los lderes salieron del parque arrastrando sus grupos. Pablo le pregunt, por fin dnde iba a ser el gunfight, consorte?, y empez a tararear la msica de Duelo de titanes. Carlos se encogi de hombros, cualquier cosa que respondiera, sera La mentira maldita. Record el largo cabildeo sobre la sede, porque ninguna organizacin quera aceptar locales propuestos por otra. Ahora parecan haberse puesto de acuerdo, pero sin informar a nadie. En el camino los grupitos se haban ido disolviendo, izquierdas y derechas hablaban entre s con una cortesa ms bien tensa. Carlos cedi a su deseo de buscar a Roxana y fue sorprendido por un irnico, Hola, Tierra de Nadie, que le hizo replicar, Qu tal, Vaticana?, mientras miraba a otro sitio. Decidi decirle algo amable y de pronto lo detuvo el asombro: estaban entrando al Capitolio Nacional. Avanzaron en silencio por los largos pasillos en penumbra y se detuvieron ante las seis puertas del Saln de sesiones del Senado, pasmados por el espectculo. La iluminacin pareca provenir de los vitrales, verdes, rojos, con flores de cristal amarillo, y elevarse serenamente hacia el techo donde se podan distinguir varias escalas. En el borde exterior una historia de vago sabor griego con figuras color oro mate, luego un festn de oro, un arco en oro y mrmol negro, grandes oropeles sobre un fondo azul, y hacia el centro rectngulos lilas que enmarcaban rosetas de oro sobre un fondo rojo, iluminado. Los lderes entraron en medio de un ceremonioso silencio. Carlos sigui a Roxana hasta descubrir que las huestes volvan a dividirse y que el asiento que ella le ofreca estaba a la derecha. Se hizo el distrado y se sent junto a Pablo, que estaba a la derecha de la izquierda y a la izquierda de la derecha, exactamente en el centro, en el quieto vrtice de aquel cicln soterrado. Reconoci el lugar, preguntndose cmo habran logrado autorizacin para usarlo. Tena dos pisos: arriba, los palcos formaban un semicrculo sostenido por columnas de mrmol, flanqueado por cortinajes rojos y oro, iluminado por pesadas lmparas de bronce; abajo, las cmodas butacas verdes se alineaban ante espejeantes mesas de caoba. Vio cmo Roberto Menchaca sacaba la pistola y la pona sobre la mesa, y cmo los de la derecha, la izquierda y hasta el centro lo imitaban, desafiantes. Pablo frunci los labios antes de decirle, asere, pareca que el gunfight iba en serio y ellos no tenan ni un Winchester setentitrs, pero Fernndez Bulnes propuso una cuestin de orden a nombre de la Juventud Socialista: retirar las armas. Nelson Cano estuvo de acuerdo como vocero de la Asociacin de Estudiantes Catlicos, y, puesto que los extremos coincidan, el problema qued resuelto. El gordo Len Morales, catlico progresista, recolect
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las armas y se sent solo, con el arsenal enfrente. La izquierda cedi la palabra como prueba de buena voluntad y Juan Jorge Dopico se par en la derecha para abrir el debate. Dopico habl bonito, con calma y nfasis de tribuno, y Carlos sonri contento de que su compinche del Casino se estuviera convirtiendo en un orador de recursos sorpresivos como el que despleg al decir que esperaba no ver interrumpidos los debates por la intolerancia de quienes tenan miedo a las ideas. Benjamn el Rubio lo interrrumpi, Con quin es eso?, y Dopico no perdi la tabla, se volvi hacia Benjamn diciendo que eso era justamente con quienes tenan miedo a las ideas, lo que provoc una ola de aplausos en la derecha, a la que Carlos se uni entusiasmado por el alfilerazo contra los comunistas. Despus Dopico dijo que aquella noche deban elegir democrticamente al presidente de la sesin y seleccionar el tema de debates, y dio las gracias. El Mai se puso de pie y respondi en nombre de la izquierda. Record a Heredia, el poeta a cuya sombra estaban reunidos, quien dijo que en Cuba se unan las bellezas del fsico mundo con los horrores del mundo moral, horrores, compaeros, que la revolucin estaba desterrando. La izquierda empez el aplauso al que se unieron, por contagio o compromiso, el centro y la derecha. El Mai alz la voz y propuso a un poeta para presidir los debates, a un poeta hroe de nuestra lucha clandestina, el compaero Hctor. Dopico estuvo en contra y propuso a Nelson Cano, Benjamn estuvo en contra y propuso a Fernndez Bulnes, Len Morales estuvo en contra y propuso a Dopico, Fernndez Bulnes estuvo en contra y volvi a proponer a Hctor, y Hctor estuvo en contra de s mismo, con lo que desembocaron en un silencio expectante. Todo el mundo saba que l era de izquierda, dijo, lo importante era encontrar a un compaero imparcial y con prestigio, por lo que propona al compaero Carlos, que levantaran la mano los que estuvieran de acuerdo. Carlos protest tartamudeando, l no saba, compaeros, nunca haba hecho aquello, le era imposible aceptar..., pero nadie pareca hacerle caso. Se haba creado una zona de silencio atravesada de guios, codazos, cabeceos, noticias circulantes, y tras las manos de los lderes se levantaron todas las dems. Pablo le dio una palmada en el hombro, ahora era El hombre del brazo de oro, consorte, y empez a tararear el tema de la pelcula, mientras Carlos bajaba la escalera que conduca a la mesa central del hemiciclo en medio de una salva de aplausos. Se hundi en el silln de cuero rojo rematado por el escudo de la Repblica en relieves dorados, y lo sinti extraordinariamente fro. Al acercar el micrfono not que haba dejado impresas en la base huellas de sudor. Bueno, dijo, su voz son exageradamente alta, por un momento le pareci que las cortinas o las lmparas se haban movido, ahora hay que elegir al..., pero se contuvo a tiempo porque iba a decir un disparate: el presidente era l. Sinti un fogaje en el rostro y qued en silencio hasta que la fina voz de Roxana vino en su ayuda soplndole, el tema. El tema, repiti agradecido, el tema de los debates. No haba concluido la frase cuando vio alzarse las manos de Dopico y el Mai. Quin haba sido el primero? No le era posible determinarlo. Haba que ser imparcial y definir rpido. Volvi a mirar la suave sonrisa de Roxana, iluminada
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por el candelabro situado ante la puerta de madera negra, y se sorprendi al orse decir: Dopico. Roberto Menchaca grit trampa y hubo un amago de desorden en la izquierda, que el Mai cort acatando, El presidente decide. Dopico esper con una calma estudiada y luego propuso: Conciencia comunista contra conciencia cristiana. Rubn Permuy se par de un salto, sa era una proposicin divisionista y contrerrevolucionaria. Qu estaba diciendo?, manote Nelson, qu estaba diciendo?, lo probaba o la AEC se retiraba del debate. Dopico desautoriz a Nelson, la AEC no se iba a retirar porque un comunista... Y quin era comunista?, grit Permuy, quin? Benjamn orden que se callaran, coo, y Juanito el Crimen exigi respeto, all haba compaeras, mientras Hctor impona su voz por sobre el escndalo exigiendo al presidente que impusiera orden. Carlos aprovech el silencio para pedir silencio, descubri su rostro reflejado en la pulida superficie de la mesa y le pareci el de un extrao que preguntaba por l quin quera la palabra. Juanito el Crimen pidi que Nelson retirara la acusacin de comunista que le haba hecho a Permuy. Dopico exigi que Permuy retirara la de contrarrevolucionario que le haba hecho a Nelson. Benjamn grit que la proposicin de Juanito era imposible, ya que ser comunista era un honor, y Carlos se sorprendi adelantndose a Hctor al dar un golpe en la mesa, sio! Que se votara la proposicin de Dopico, compaeros, dijo el negro Soria aprovechando el silencio. Fernndez Bulnes pidi una cuestin de orden y habl en contra de la proposicin de Soria: escoger un tema sin ms alternativa no era correcto, dijo, propona que la derecha fundamentara su idea y la izquierda expusiera y fundamentara la suya, despus se buscara el consenso, de no haberlo decidira la presidencia, de acuerdo? Todos aprobaron y Carlos dio la palabra a Nelson Cano deseando no tener que decidir nada. Nelson argument que la necesidad de discutir el tema conciencia comunista contra conciencia cristiana vena dada por el imperativo del momento. Rubn Permuy, por ejemplo, deca que era un tema divisionista, pero l sostena que era unitario, el tema de la unidad de la revolucin en Cristo. Quin all no crea en Cristo rey? Pues bien, dentro de un tiempo tendran elecciones, se veran las caras la cruz y la hoz, Cuba contra Rusia, y todos deberan saber que cometera apostasa aquel que colaborara con los comunistas en la campaa. Termin arrancando fuertes aplausos en la derecha, mientras la izquierda protestaba con un sonsonete, encontra, encontra, encontra. Carlos impuso silencio y le dio la palabra al Mai. Cristo, comenz el Mai, era un carpintero, y dijo que ms pronto entrara un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Qued en silencio, mirando con calma a Nelson Cano, que pestae al preguntar, qu le quera decir con eso? El Mai continu, sin dejar de mirarlo, lo que estaba oyendo, que la mayora, comunistas incluidos, estaban de acuerdo con el Cristo de verdad, con el que bot de su casa a los mercaderes, a palo limpio. A latigazos acot Nelson, incmodo del templo.
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Mejor, continu el Mai sin inmutarse, entonces era divisionismo oponer a los comunistas y a ese cristo. Los aplausos de la izquierda y el centro incluyeron a parte de la derecha. El Mai pidi silencio, iba a proponer, compaeros, un tema unitario para discutir. El imperialismo y la revolucin. Los aplausos crecieron, la derecha qued desconcertada, Nelson, Dopico y Roxana empezaron a cuchichear y de pronto Nelson estuvo de acuerdo y pidi la palabra para reabrir el debate. Felicit la idea del Mai, el imperialismo era un rico tema a discutir, tanto que se necesitaran aos para agotarlo, pues desde que el mundo era mundo haba imperialismos: asirios, babilonios, caldeos, griegos, mayas, romanos, etruscos, aztecas, espaoles, franceses, holandeses, ingleses y etctera, por lo que propona discutir sobre uno solo, el imperialismo ms voraz, el que representaba una amenaza mayor para la revolucin cubana, o sea, compaeros, el imperialismo ruso. Logr invertir la situacin, los aplausos incluyeron ahora al centro y a un sector de la izquierda. Carlos estaba pensando en aquel fantasma que recorra pases devorndolo todo, cuando recibi una nota de Pablo, Yo fui comunista para el FBI, y pens que el muy cabrn nunca dejara de joder. Pero l no poda dedicarse a responderle, Fernndez Bulnes haba pedido la palabra. Los criterios de Nelson, comenz diciendo, cultos en la forma, haban sido profundamente falsos en el contenido. Casi ningn ejemplo de los que haba puesto se refera al imperialismo sino al colonialismo. De ah en adelante Carlos no logr entender su rido razonamiento acerca de la exportacin de capitales, que concluy con una idea explosiva: el imperialismo ruso se pareca a Dios. En qu? grit Nelson, incorporndose. Fernndez Bulnes no levant la voz al responder: En que ninguno de los dos existe, compaero. Se produjo un caos que Carlos no pudo controlar. Recibi una nota de Roxana, Se estn burlando. Ests con nosotros o no? Nos vemos en la Cmara. R. Le dirigi una sonrisa y dej el papelito junto al de Pablo, porque Hctor haba dicho que estaba en contra de las palabras de Fernndez Bulnes logrando as, por segunda vez, un silencio expectante: ahora la izquierda estaba pblicamente dividida. Carlos se entusiasm porque alguien expresara al fin su ideal poltico: el Ventisis sin curas y sin comunistas. Hctor empez bajito, sin retrica y con malas palabras, diciendo que le interesaba un pito discutir la existencia de Dios o del imperialismo ruso, ya que ni uno ni otro tena un carajo que ver con este pas en este momento, y que le perdonaran los creyentes de ambos bandos, y tambin el Mai, dijo, pero el tema el imperialismo y la revolucin era insuficiente, haba que precisar qu revolucin, exclam dejando la pregunta en el aire y repitiendo despus, en voz alta, el murmullo que se extendi por la sala, eso, la cubana; pero no pregunt qu imperialismo, sino quin coo se haba meado sobre la estatua de Mart, y cuando oy gritar: Un yanki, dijo equelecu, El imperialismo yanki y la revolucin cubana, se era el tema, compaeros, ese era el tema aqu y ahora, lo dems era paja.
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Carlos se uni a la salva de aplausos pensando que el punto haba sido decidido por aclamacin, pero Nelson, Dopico y Soria dejaron caer las manos a lo largo del cuerpo logrando acallar a casi toda la derecha y a una pequea parte del centro. Entonces Carlos dej de aplaudir y reasumi sus funciones. Ahora los comunistas y el Ventisis estaban otra vez unidos, y su socio Dopico lo pona a l en la picota. Corresponde al presidente decidir si ruso o yanki. Hubo un minuto de desconcierto en la izquierda, pero Hctor se compr la decisin sin consultar. De acuerdo dijo, y Carlos qued como suspendido en el aire, sabiendo que izquierdas y derechas estaban seguras de que decidira a su favor, que ahora estaba obligado a tirarse de la cerca, a salir para siempre del centro con una frase que de pronto le pareci la nica posible, por lo que dijo con una voz inesperadamente serena: Se discutir el imperialismo yanki.
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Se van a tirar dijo el Maia las doce. El grupo que estaba en el saln del antiguo Senado se agit al recibir la noticia: la guerra entre Washington y Mosc era inevitable. Roberto Menchaca solt la cuchilla con que tallaba una figura de mujer en la mesa de caoba y tom su Luger. Cmo se enteraron? dijo. El Mai sonri. Era bajito y rubio, tena unos ojos grandes y azules y no ces de mirar la pistola de Roberto Menchaca mientras sacaba su revlver, un bulldog calibre trentiocho. Nos enteramos dijo. Roberto Menchaca separ lentamente la mano de la Luger, escribi una nota y se la pas al moro Azeff evitando que Carlos sirviera de intermediario. Ahora vamos a ver quin es de izquierda en la izquierda dijo Hctor. Carlos presion el resorte que haca girar el cenicero de plata adosado a su butaca, y se pregunt si deba participar en un choque entre dos bandos con los que no se senta identificado. Estaba en la izquierda, pero haba aclarado una y mil veces que no era un moscovita. Qu hacer entonces cuando la derecha intentara destruir la corona de flores que Mikoyn colocara ante la estatua de Mart? Tendra razn Hctor al afirmar que aqul no era un problema de Rusia ni de comunismo, sino un ataque de los reaccionarios a la revolucin?; el Moro al replicarle que se era un asunto de ngaras y calambucos y que quien fuera all sera un simple instrumento?; Fernndez Bulnes al decir que todos los problemas del mundo moderno eran en el fondo entre comunistas y anticomunistas y que quien no participara estaba participando de todas maneras? No hubo consenso, y Carlos sali del Capitolio sin saber qu hara. Sigui con el grupo de Mai y Hctor por el Arco del Pasaje, un srdido pasillo que una Prado con Zulueta, en cuyo centro haba una tela de la Izquierda Unida: LA REFORMA AGRARIA VA! VOTA MOVIMIENTO ESTUDIANTIL REVOLUCIONARIO! A medio camino los sorprendi el sonido de unos altavoces. El Bloque Estudiantil Unido haba empezado a trasmitir. Cabrones! dijo el Mai, consultando su reloj. Se adelantaron tres minutos. La arenga les llegaba con estridencia desde un amplificador situado sobre el saln de billares. Estudiante, no te dejes confundir! Por una libertad con pan, por un pan sin terror... Es Nelson Cano dijo Rubn Permuy, el blanquisucio ese. ... Vota Bloque Estudiantil Unido, BEU!
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Carlos se qued rezagado escuchando aquella voz deformada por la amplificacin, que gritaba exactamente lo contrario de lo que l gritara media hora despus. Juan Jorge Dopico, presidente! Nelson Cano, secretario general! Ellos darn una orientacin cristiana a nuestros destinos! Hctor se detuvo a esperarlo en los portales de Zulueta y cuando Carlos lleg junto a l, le puso una mano en el hombro. Qu te pareci la reunin? Nada dijo, mirndose la punta de los zapatos. Hay un carajal de cosas que no entiendo. Contra el comunismo: vota BEU! Pero vas, no? Por la familia, la patria, la libre empresa y la Constitucin del cuarenta... Tengo que pensarlo. ... vota BEU! Pensar qu? Salvar a Cuba o hundirla: se es el dilema! Dios o el Diablo! Marx o Mart! Todo dijo, encogindose de hombros y mirando distradamente hacia el instituto. Una larga fila de alumnos esperaba su turno para votar. Estudiante: no te dejes confundir por los criptocomunistas, los protocomunistas, los filocomunistas! Est bien dijo Hctor, pinsalo, chao. Chao murmur Carlos. Por un bloque cristiano: Dopico y Cano! Por un bloque cubano: Dopico y Cano! Estudiante... Carlos cruz la calle como un autmata. En la esquina de Zulueta, y San Jos la metlica voz de Nelson Cano era apenas un zumbido. Dos estudiantes que salan de la cafetera Payret empezaron a provocarlo. Traidor! Traidor! Traidor! Traidora ser tu madre! grit, llevndose la mano a la cintura, bajo la camisa, como si fuese a sacar una pistola. Los muchachos, asustados, cambiaron de rumbo y se dirigieron a Prado. Desisti de seguirlos, cruz San Jos y se sent en La Habana. Frente a l, Washington estaba vaco. En el parque descansaban varios ancianos. No haba nada que declarara la inminencia del combate. Se dijo que no estaba obligado a participar y experiment una suave sensacin de libertad que se le revel casi de inmediato como una puerta falsa, un nudo, un acertijo, un alto muro gris. No le daba la real gana de ir con Washington ni con Mosc, pero de todos modos algo definitivo ocurrira hoy, maana el mundo sera irremediablemente otro, y si no iba, quin sera l en ese mundo? Sigui el vuelo de un gorrin hasta encontrar el cartel, clavado como una insignia en el rbol que daba sombra a Washington: CUBA ES, Y DE DERECHO DEBE SER
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Y repiti, en un murmullo, la rplica clavada por La Habana en el rbol que estaba a su espalda: VIV EN EL MONSTRUO Y LE CONOZCO LAS ENTRAAS Y MI HONDA ES LA DE DAVID Aquellos carteles haban sido el punto ms alto de las discusiones entre izquierda y derecha, el eje del reagrupamiento de fuerzas y del origen de nuevos nombres para los grupos en pugna. Hasta el da en que Nelson Cano clav el de la Resolucin Conjunta, el banco de la derecha se haba llamado el Vaticano y el de la izquierda Mosc, pero cuando Hctor vio el nuevo cartel les grit a los derechistas que aquello era increble, que eran sencillamente agentes declarados y descarados de Washington; y Nelson le replic que a mucha honra, porque a Washington se deba la libertad de Cuba, como probaba el texto de la Joint Resolution que haba clavado bien alto para que el pueblo no olvidara. Poda estar tranquilo, tranquilito, tranquilito, remach Hctor, el pueblo no iba a olvidar jams la Enmienda Platt, ni la base de Guantnamo, ni el apoyo yanki a Batista; no iba a olvidar que Mart los llam imperialistas porque vivi en el monstruo y le conoci las entraas, ni que un marine se haba meado sobre la estatua del Apstol. A partir de aquel da el banco de la derecha empez a llamarse Washington y el de la izquierda La Habana. Pero el Vaticano y Mosc siguieron vivos en la constante actividad de la Asociacin de Estudiantes Catlicos y de la Juventud Socialista, que eligieron otros bancos donde desarrollar sus concilibulos antes de participar en los debates generales. Todo aquel revolico estaba vinculado en cierta forma a la decisin que Carlos tom como presidente de la primera y nica sesin del Crculo, pero los grupos en porfa vieron en aquel gesto significados que iban mucho ms all de sus intenciones. Para el Vaticano era un traidor, para Mosc un compaero de viaje. Se pregunt qu sera, qu era en realidad, y un torbellino de palabras le estall en la cabeza: Mart, Marx, Cristo, Lenin, Dios, Diablo, Washington, Mosc, Vaticano, La Habana, Creyente, Ateo, Patriota, Traidor. Record a Pablo, que seguramente habra tirado sus angustias a relajo si no estuviera en plena Sierra, de maestro voluntario, sirviendo a la revolucin en algo necesario, concreto y cierto, mientras l, Carlos, se haba quedado en La Habana, como un intil porque el infarto segua rondando a su padre. Desesperaba aguardando el regreso de Jorge, cuya influencia tal vez contribuira a ventilar aquella casa donde la palabra revolucin no poda siquiera mencionarse, prohibida por el mdico, quien se mantuvo en sus trece incluso el da en que Manolo lleg echando espuma por la boca y les dijo, con lgrimas en los ojos, que los comunistas les haban robado la Dionisia para regalrsela al malagradecido de Pancho Jos, y que ahora ellos no tenan ni un pedazo de tierra donde caerse
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muertos. Carlos disfrut el llanto furioso de Manolo, su voz rajada mientras clamaba al cielo contra tanta injusticia y deca que si su padre estuviera vivo se habra vuelto a morir de rabia o de vergenza. Pero Carlos saba que si el abuelo lvaro hubiera estado vivo sera capitn del Ejrcito Rebelde, y tambin que la Reforma Agraria alcanzaba una finquita como la Dionisia porque su padre y su ta haban explotado durante aos a Pancho Jos, violando el principio de que la tierra es de quien la trabaja. Eso haba dicho en la discusin, donde los voceros de Washington lo acusaron de comunista, como Manolo haba acusado a su madre; ella se persign dos veces, pero sigui negada a darle ese disgusto a su marido, no le dira nada, ya se las arreglaran, dijo, total, ellos haban nacido desnudos. Este nio ser patriota o traidor? Carlos dio un salto y sonri al ver que Roxana se sentaba a su lado. Tena puesta la saya color vino y la blusa blanca del uniforme, y el monograma con las iniciales IH bordadas en rojo le caa justamente sobre el seno izquierdo. Vamos a ver el mar dijo. Sobre sus rodillas se iniciaba una lnea de vellos suaves y sedosos; el borde inferior del muslo derecho, algo descubierto, era blanco y duro, y la cinta rosada del sostn dejaba en su piel una marca sutil que l miraba por la bocamanga preguntndose qu andara buscando aquella mujer as, de pronto. No respondi. No embarco a mi gente. Ella le tom las manos. Carlos dijo. T eres comunista? Primero muerto respondi l, devolvindole la mirada. Ests... haciendo un trabajo? S. Le roz la mejilla con los labios y ella se dej hacer y de pronto se separ asustada. Fue como si se hubiesen ido metiendo en Una campana neumtica hasta quedar aislados del mundo, y ahora el mundo entrara de pronto con el claxon de una ruta ventisiete, los gritos de un vendedor de peridicos, el aleteo de una bandada de gorriones. Te quiero dijo ella, y confo en ti... despus de todo esto nos vemos. Se incorpor en silencio, mir a ambos lados. Ten cuidado con Soria murmur. Chao y le tir un beso. Carlos qued alelado. La vio cruzar la calle y la sigui mirando hasta que slo fue un puntico negro en los portales del Centro Asturiano. Se levant tarareando Amor bajo cero con una sensacin de euforia clara y dulce como una naranja. De pronto hizo silencio. Soria? Por qu Roxana lo haba mencionado? Qu tena l que ver con ese negro traidor? Se golpe la frente, Soria no era un negro traidor, era un negro confundido, un negro vaticano; daba risa, pero se pareca a l, un blanco confundido, interesado a su pesar en una vaticana que haba llegado a considerarlo un moscovita. Regres por los portales del Payret pensando cmo convencer a Roxana de que l era a la vez anticomunista y antiimperialista. En el cuartucho que el MER haba alquilado en el hotel Pasaje, frente al instituto, haba un viejo olor a sudor, a cabos de cigarro y a restos de caf. Cuando Carlos entr los Cabrones de la Vida estaban tirando una charadita rpida: De la monja al pescao grande, nadie lo
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quiere por la noche. Se detuvo a traducir, del cinco al diez, para que los giles apostaran al ocho, muerto; pero Chicho el Bemba no era tan noble como para regalarse as, y si la revolucin no hubiera prohibido el juego, l, Carlos, le apostara a la jicotea o al elefante, que no servan para nada por la noche. No se puede jugar aqu dijo. El Bemba protest, qu iban a hacer entonces? Era un negro bajito, gordo y jaranero, cuyas ocupaciones principales, casi nicas, eran tocar tumbadora y jugar al prohibido. Durante las elecciones haba guiado la conga del MER, pero hoy, el da decisivo, estaba de reserva porque el pacto con el BEU impeda la salida de los msicos. Leer dijo Carlos. Lanz hacia los Cabrones la pila de libros que estaba sobre una mesita: La fbula del tiburn y la sardina, El manifiesto comunista, La gran estafa y La nueva clase. Juanito el Crimen recibi la avalancha de polvo y papel diciendo que all tenan curtura, ilnorantes, pero Emiliano Mateo se explot: Washington transmita con nueve altavoces, tres carros y una planta RCA. S coment Carlos, la voz de su amo. Claro dijo Emiliano, pero nosotros tenemos nada ms que tres altavoces y un equipo de mierda, y arriba de eso, eh?, nos han robado como media hora de transmisin. Por qu no empezamos ahora mismo y recuperamos cinco minutos? Carlos sali al balcn sin responder. Se agarr al guardavecino, una clave de sol fundida en hierro, e hizo una barra. Ganar cinco minutos implicaba tambin romper el pacto, pero ni Hctor ni el Mai estaban all para consultarlos y l no poda decidir solo. Regres al cuarto con las manos manchadas de xido. Los Cabrones intercambiaban libros donde seguramente haban anotado nmeros y versos. Iba a llamarles la atencin cuando Roberto Menchaca entr corriendo, con los faldones de la camisa abiertos para mostrar la Luger. Arrastr hacia el balcn a Carlos, que lo sigui contrado, sin quitarle la vista de las manos, dispuesto a golpear primero. Asere dijo, y su voz le result a Carlos ms desagradable que de costumbre. Cudate. Estn encarnados en tu caravela. Te siguen. Carlos capt la direccin de la mirada de Roberto Menchaca y se volvi en el momento exacto en que ste le dijo que no lo hiciera. El negro Soria estaba en la acera de enfrente, mirndolo. Ests como pescao en tarima dijo Roberto. Cmo? Con los ojos abiertos y sin ver nada, asere. Cuidado con Soria. Abarimo. Roberto sali corriendo. Carlos dio una patada sobre la chapa que cubra el borde del balcn y produjo un sonido estridente. No entenda un carajo. Conecten dijo al entrar. Juanito el Crimen le pregunt sonriendo si iban a romper el pacto, pero Carlos no respondi. Necesitaba ruido. Tom el micrfono, dijo unounounouno y empez a leer. Compaero estudiante! Blanco, negro, chino, judo, cubano revolucionario! No te dejes confundir por las maniobras de la ms turbia reaccin! Catlico, librepensador, protestante! No prestes... Dej de hablar
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porque una palabra invadi el cuarto, amplificada por el aparato del BEU, Me ln!, Meln!, Meln!. Entonces grit, tratando de lograr un equilibrio. No prestes odo a los enemigos de la Patria! Meln! Meln! Meln! La maldita acusacin ahog su llamado a la unidad, interfiri su rplica improvisada y lo llev a decir, sin siquiera cerrar el audio: Se jodieron, vamos a dar la tngana. Baj las escaleras a saltos seguido por los Cabrones, que iban armados de tumbadoras y cencerros, y tajoneaban, repicaban, cantaban Aaa los yankis, para que Chicho el Bemba los guiara, Se les caen los pantalones. Fue como un llamado, muchos estudiantes se unieron al coro, Aaa los yankis, se tiraron a la calle y siguieron a Chicho, que suba por Zulueta, Pues no tienen condiciones, en una larga conga que daba la vuelta, Aaa los yanquis, se enroscaba sobre s misma, Les tumbamos los aviones hasta rodear el carro del BEU y repicar en la carrocera, Aaa los yankis. En eso Nelson Cano reaccion, Es la traicin comunista!, la conga redobl su canto, No les damos vacaciones, Nelson vocifer, Melones, verdes por fuera, rojos por dentro!, y los sonidos metlicos de los altoparlantes se trenzaron en un duelo con las voces de cuero de la conga, Aaa los yanquis, No nos hacemos responsables del caos que la traicin comunista.... Les caemos a gaznatones, ...traiga a nuestro instituto, Aaa los yanquis, Traicin baja y artera..., Les rompemos sus traiciones, ...que prueba quines son..., Aaa los yanquis, ...los responsables del difcil momento..., Son tremendos maricones, ... por el que hoy atraviesa... Aaa los yanquis, ...nuestro desdichado pas, grit Nelson, y el director del instituto le arrebat el micrfono y dijo, Se acab lo que se daba!. Lo que ms molest a Carlos en la reunin que sostuvo el MER despus del dilogo con el director y el BEU, fue la desconfianza del Mai al preguntarle por qu haba roto, sin consulta previa, un pacto que beneficiaba a la izquierda. Era evidente que su decisin dejaba al MER en desventaja: roto el pacto que estableca quince minutos alternos de transmisin por candidatura, el BEU impondra el poder de sus equipos. Pero haba algo oculto en la reticencia con que el Mai aplaz la discusin del problema para despus de la bronca con Washington. Digo, t vas, no? Carlos se sinti acosado, mir al Mai sabiendo que de su respuesta dependa la inclinacin de aquella extraa balanza en la que estaba siendo pesado su prestigio, y dijo: No. Desde entonces se sinti mejor. Si no les bastaba su antiimperialismo, demostrado en el Crculo, ni su participacin en la candidatura de la izquierda, peor para ellos. No les dara ms. No era comunista ni lo sera nunca. Tema a aquellos tipos fastidiosos, metdicos y tercos, a quienes la derecha acusaba de estar pagados por el oro de Mosc, aunque la verdad era que nunca tenan un centavo y andaban pidiendo, siempre pidiendo; pero delante de ellos no se poda tocar a Rusia ni con el ptalo de una rosa y ahora queran imponer en Cuba una ideologa extica, asitica, antilibertaria... El himno de la Rusia bolchevique interrumpi sus reflexiones. Se asom a la ventana. En el Parque Central, el OK Corral de sus juegos con Pablo, el acto haba
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comenzado. Mikoyn avanz hasta la base de la estatua de Mart y coloc una corona de flores. De pronto empez a escucharse un duelo de gritos: Abajo Rusia! alternaba con Abajo el imperialismo yanki! a un ritmo acelerado. Se sinti de acuerdo con ambas consignas y golpe con rabia la pared; estar de parte de los dos bandos en una guerra era cosa de locos. Washington sali delante en el combate, unos cien tipos de la Universidad de Villanueva avanzaron desde Neptuno y la dirigencia del BEU lo hizo desde San Jos. Muller gritaba, La Reforma Agraria?, y su gente responda, No va!, ante los flashes de los fotgrafos. La izquierda haba situado un grupito alrededor de la corona, y era evidente que la derecha iba a rodearla, cuando decenas y decenas de personas salieron de portales, comercios y cafeteras al grito de Y va!. Durante unos segundos hubo tres crculos concntricos que hicieron recordar a Carlos la rueda de Casino. De pronto alguien lanz una trompada y los dos crculos mayores se liaron en una descomunal golpiza salpicada de improperios y ayes. Pero Carlos perciba apenas confusos movimientos y palabras imperialismo, abajo, Reforma Agraria, Rusia, hasta que lleg la polica y puso fin al choque. Poco despus el Mai entr con el bulldog en la mano preguntando si alguien haba llamado. Detrs vena Hctor. Nadie respondi Carlos sonriendo, para ocultar su nerviosismo, y entonces se dio cuenta de que Hctor estaba herido en la frente. Okey dijo el Mai. Vamos a aclararlo todo. Qu pas con Roxana? Qued boquiabierto. El ataque haba empezado por un flanco nuevo, inesperado, incomprensible. Busc apoyo en Hctor, pero ste secund al Mai. Estaba contigo, en el parque dijo, en tono neutro. Qu te propuso? No supo qu responder. No le sala del alma rebajarse a explicarles su historia con Roxana. Le pareca increble que sus socios del Ventisis le hubieran estado espiando. Nada dijo. Lee replic el Mai, para que se te aclare la memoria. Tom el papelito y reconoci la letra de Roxana: Se estn burlando. Ests con nosotros o no? Nos vemos en la Cmara. R. Te lo mand ella? pregunt Hctor, mientras el Mai le extenda un segundo papelito. S dijo antes de leer: Yo fui comunista para el FBI. sa fue tu respuesta murmur el Mai. Eres un chiva. Una ira burbujeante y espesa le impidi hablar. Quin le haba robado aquellos papeles? Cundo? Cmo era posible que Hctor creyera aquella locura? Sonaron tres golpes en la puerta, el timbre, y otra vez tres golpes. Una figura se dibuj tras el cristal nevado. El Mai tom el bulldog antes de abrir. Rubn Permuy entr diciendo: Los gnsters del BEU le cayeron a golpes a Soria. Vamos a la guerra? No decidi el Mai. Toquen a un gnster, a uno slo, y traigan a Soria. Rubn Permuy sali sin despedirse. Tienen un chiva infiltrado entre nosotros dijo el Mai, y yo creo que eres t.
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Y Soria? grit Carlos. Es nuestro inform Hctor. Y Roberto Menchaca? Nuestro dijo el Mai. Carlos hizo un esfuerzo por concentrar la atencin en las moscas posadas sobre el cordn del ventilador, pero no logr evitar un estallido, estaba bueno ya, qu coo se crean?, l era hombre a todo, primero muerto que chiva, a l la revolucin s le haba costado el dinero de su padre, y la finca de su padre, y el edificio de su padre y la salud de su padre; estaba en la izquierda porque le sala de los cojones, pero no era comunista ni iba a explicar un carajo sobre los papelitos, y si lo crean, bien, y si no, tambin. Sintate le pidi Hctor. No lo hizo, y Hctor continu calmadamente. Tienes que hacer un esfuerzo, Flaco; primero, perdimos el pacto por tu culpa; segundo, no fuiste a la bronca contra Washington; tercero, sigues empatado con una vaticana; cuarto, los papelitos; quinto, la derecha descubri a Soria. Djame terminar, Flaco, no he dicho que seas un chiva. Y entonces? pregunt el Mai. El plan de la derecha con el Flaco es otro dijo Hctor, palpndose la cabeza como si le doliera. Usar a Roxana para que renuncie. Te das cuenta? El da de las elecciones la voz del MER acusa a La Habana de estar controlada por Mosc. Puede ser murmur el Mai. Puede ser, pinga! grit Carlos dando un cabezazo en la pared. Son el toqueconsigna, Hctor abri y Soria entr apoyado en Rubn Permuy y en Juanito el Crimen. El Negro arrastraba una pierna, tena la boca partida y los ojos casi cerrados por los golpes. Hctor le ayud a sentarse. Habla dijo el Mai. A ella la mandaron para ganrselo murmur Soria muy lentamente. Mover los labios hinchados le costaba trabajo. Di nombres! grit Carlos encimndosele, pero Soria continu su esfuerzo como si no lo hubiera escuchado. Ella dice que l dice que est haciendo un trabajo levant la cabeza para mirar al Mai, pero no pude comprobarlo, me jodieron antes. Sigue dijo el Mai. La Juventud Catlica les dio mil pesos y tienen un plan... hizo silencio e indic a Carlos, pero el Mai lo invit a que continuara... para robarse las urnas esta noche, si pierden. Ah tienes dijo el Mai. De pronto, Carlos se sinti muy cansado y fue hacia la puerta, que haba sido bloqueada por Rubn Permuy. Djalo orden el Mai. Salir al tipo? murmur asombrado Rubn. Fjate dijo el Mai, y Carlos se volvi, porque senta necesidad de escucharlo mirndolo a los ojos, si la derecha se entera de que sabemos lo de las urnas, t eres el chiva. Vete a la mierda dijo Carlos.
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Baj las escaleras lentamente. Se senta muy dbil. Atraves el parque sin saber adnde dirigirse. La corona comunista estaba al pie de la estatua, no haba nadie en Washington ni en La Habana. En San Jos se escuchaba la guerra de proclamas dominada por la potencia del BEU. Tuvo que hacer un esfuerzo para distinguir quin transmita por el MER y al fin reconoci la voz de Benjamn el Rubio: haban escogido a un comunista para sustituirlo. Por qu? Hasta entonces los comunistas se haban mantenido al margen de aquel enredo, a menos que lo estuvieran manejando bajo cuerda. Pero quin coo poda manejar al Mai? Tena que ver a Roxana. Entr a la Cmara y revis rpidamente los pullmans. Roxana no estaba. Decidi esperar cinco minutos, si no llegaba ira a buscarla al mismsimo local del BEU. Tena que aclarar la situacin. Si Roxana lograba convencerlo de que aquella historia de conspiraciones era una farsa, renunciara maana, cuando el resultado de las elecciones fuera pblico y su accin no pudiera hacerle dao al MER. Hubiera deseado pedir un batido, pero el dinero no le alcanzaba y se tuvo que conformar con una CocaCola. El sonido metlico de un carroaltoparlante invadi el local advirtiendo a los estudiantes que no se dejaran engaar por los criptocomunistas, los filocomunistas, los protocomunistas. Carlos empez a burlarse del estilo didctico de Fernndez Bulnes, el secretario de la Juventud Socialista. De dnde, compaeros se pregunt, viene la plata para pagar esos carros, esas imprentas, esos pistoleros? Viene, compaeros, de los siquitrillados, de los latifundistas, de los gefagos... T habla solo, chico. Jos, el dependiente chino, estaba a su lado. Carlos le sonri torpemente y se ech a rer de pronto, recordando la rplica de Rubn Permuy a Fernndez Bulnes, Gefago yo, compadre, que me he pasado la vida comiendo tierra. Carlos, t eres MER del? El muchacho era bajito, aindiado, musculoso; un Cabroncito de la Vida que tecleaba la mesa con el ndice esperando el s que Carlos pronunci con desgano. Renunciaste t? Carlos se par de un salto gritando qu coo, y el Cabroncito se ech hacia atrs y dijo: Mndame Mai el. Pues dile al Mai que no soy un penco! grit, y el Cabroncito ech a correr. Seguan pasando cosas raras. Fernndez Bulnes las explicara como manifestaciones de la lucha de clases, pero qu coo era una clase? La Guerra de las Pandillas haba sido una lucha de clases? Los Bacilos fueron una clase? De pronto empez a tararear en voz baja: El bacilo de Koch, Koch, Koch... T canta solo, chico, t habla solo, te le solo, t ta. loco, chico. Intentaba sonrerle a Jos cuando Nelson, Dopico y la ganga del BEU entraron a la Cmara y se dirigieron a su mesa. Hola dijo Nelson. Quiay respondi l. Y Roxana?
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Viene ahorita. Nelson se pas los dedos por las cejas, en un gesto de cansancio. Pero lo sabemos todo, los ngaras han estado jugando sucio contigo. S acept Carlos. Quin se lo dijo? Alguien dijo Nelson moviendo las manos como si intentara alejar el humo de un cigarro. Deberas renunciar. Quizs murmur Carlos. Quizs maana. Maana no sirve argument Nelson. Tienes que renunciar hoy. No dijo Carlos e intent salir. Pero la ganga haba bloqueado el pullman. Qu coo es esto? pregunt. Clmate, Flaco le pidi Dopico. Clmate y piensa, t no eres ngara, pero los ngaras te estn usando. Tienes que renunciar, compadre. Me voy dijo Carlos. No respondi Nelson, no te vas. Si t ests loco, yo estoy cuerdo, ya nosotros anunciamos tu renuncia. Carlos empuj a un miembro de la ganga, recibi un golpe en el estmago y cay sentado en el pullman. All! grit alguien, y Carlos reconoci al Cabroncito. Vena guiando a un grupo hacia la mesa. El Mai pas entre la ganga y se sent a su lado. Por fin qu? pregunt. Es mentira dijo Carlos. Esta gente... Esta gente se va ahora mismo decidi el Mai, acariciando el bulldog que acababa de poner sobre la mesa. Tranquilos, este perro es nervioso y adems tenemos ms de setenta muchachos all afuera. Nelson Cano se puso de pie y dijo, mirando a Carlos: T decidiste, t mismo decidiste. E inici la retirada sin dar la espalda. Bueno, quin es el chiva? pregunt Carlos. No s murmur el Mai, sostenindole la mirada. Perdona, chico, a veces la poltica es as. Carlos se mordi los labios sin sospechar entonces que algo semejante le dira Roxana dos horas despus, enfurecida en los portales del Centro Asturiano, cuando decidi no verlo ms.
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El atad no pesaba tanto, pero era incmodo llevarlo al hombro y seguir el ritmo de la conga de los Cabrones de la Vida y del ro de muchachos que desemboc en el remolino del Parque Central. Se molest al descubrir un segundo atad porque estaba orgulloso de la idea que haba propuesto como secretario de Prensa y Propaganda de la Asociacin de Estudiantes del Instituto, y esperaba dar un palo nico arrollando por las calles con aquella caja negra cuya rplica vea ahora en hombros de los tabaqueros de la fbrica Romeo y Julieta. En el extremo del parque vio un tercero, un cuarto, y dej de contar porque los atades se multiplicaban como los panes y los peces, hacindolo dudar acerca de si la idea haba sido suya, o si respondi a una consigna que nadie orient nunca y que l tom, como los dems, del aire de fiesta en que los atades se mecan al ritmo de los cantos, bailando con los muecones que giraban sobre la multitud atrada por la ricura de la conga: Oye, colega, no te asustes cuando veas, oye, colega, no te asustes cuando veas, al alacrn jodiendo al yanki, al alacrn jodiendo al yanki. Costumbres de mi pas, mi hermano... La gente se mont en el montuno, S, s, jodiendo al yanki, y un muecn que representaba al To Sam llorando sac a bailar al atad del instituto, y Carlos y Rubn empezaron a marcar, a responder al tipo del muecn, un tipo que congueaba bien, guarachaba con sabor y mova a ritmo los hilos de su mueco, que se remeneaba como un esqueleto rumbero mientras una enorme lgrima le suba y bajaba desde la mejilla hasta el pecho, donde tena escrito: Se acab! Mientras bailaba Carlos logr olvidar el problema que lo tena angustiado, pero cuando el muecn se fue con su msica a otra parte crey ver a Jorge y escondi la cara tras el atad. Espi desde all hasta comprobar que se trataba de una confusin, pero no pudo volver a empatarse con el ritmo de la conga y cedi su puesto bajo el atad a Benjamn el Rubio. Se sinti abatido en medio de aquella inmensa bachata, como si no lograra desprenderse de la atmsfera de desastre que reinaba en su casa, donde su padre contaba el dinero tres veces al da, lo meta despus en la caja de caudales y se quedaba velando aquellos malditos papeles, como a un nio muerto. Carlos le fue tomando una lstima creciente a su amarga figura derrotada, cada vez ms sola. El mundo que haba logrado construir se haba hecho trizas, l haba rechazado brutalmente a sus amigos fidelistas, como el padre de Pablo, y los gusanos que venan a la casa a comentar la ltima se haban ido retrayendo, huyendo, y ahora mandaban postales desde Miami donde le contaban sus impresionantes xitos financieros. El ltimo en irse fue el mdico. Visit la casa el
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mismo da de la partida, dej un plan que inclua todas las medidas posibles contra la enfermedad y aprovech el momento en que Jos Mara recontaba sus dineros para hablar con Carlos y con su madre. Era flaco y sanguneo y estaba especialmente excitado aquella tarde en que comenz diciendo que haba llegado el fin, estaban ante el cumplimiento de la profeca milenarista; Fidel, sin saberlo, era el Mensajero de los Postreros Das, se acercaba un holocausto que los cristianos llamaban el Da del Juicio Final y los Testigos de Jehov el Armagedn; deban salvar su alma y huir hacia la Tierra Prometida antes de que la clera del Ignoto se desencadenara sobre la Isla Maldita. Carlos sonri al descubrir que al tipo le gustaba escucharse, y record las palabras que le dijo Manolo antes de irse, sabiendo que encerraban la clave de toda la verborrea del mdico. Manolo era asquerosamente terrenal y su nica virtud fue la de no ocultarlo nunca, por eso le confes que iba echando, sobrino, los yankis no iban a permitir revolucioncitas aqu y ahora haba que estar all, para despus volver con los vencedores. Carlos recordaba especialmente su ltima risotada, Yo le apuesto siempre al macho, sobrino, y el macho, en esta pelea, es el yanki. En aquellos meses, Carlos haba descubierto una inesperada independencia de criterio en su madre, e intuy que tras su terco silencio y su obstinada voluntad de esperar a Jorge antes de tomar cualquier decisin, alentaba la secreta esperanza de convencer a su marido de que la revolucin estaba convirtiendo en leyes los preceptos bsicos del sencillo cristianismo que constitua la verdad ltima de su alma. Por eso, sin hacer ninguna referencia al hecho inquietante de que Jorge haba dejado de escribirles, amaneci como una flor de pascua la maana en que fueron a esperarlo al aeropuerto. Carlos se sinti invadido por una sbita ternura al reconocer en aquel rostro sufrido una sonrisa igual a la que ilumin sus escasos momentos de felicidad, cuando jugaba a esconderse y ellos le decan, El Bemb, el bemb, corre, que viene el bemb!, para que ella reapareciera en la ventana de la cocina con la sonrisa ms bella de la tierra. Estaba observndola cuando ella cerr los ojos y empez a hablar de s misma. l cedi al impulso de cerrar tambin los suyos para no ver las calles por las que se desplazaba el automvil: acababa de descubrir, casi con horror, que no haba escuchado nunca a su madre; que quiz nadie la haba escuchado jams, que se haban habituado a que ella les curara las heridas y les enjugara las lgrimas en silencio, les tuviera listos el bao y la comida en silencio, limpias la casa y las ropas en silencio, como un mecanismo automtico que haba cedido a la sencilla necesidad de hablar hacindolo sentirse culpable y deseoso de redimirse, como ante una revelacin o un milagro. Ella recordaba su infancia en el central azucarero, deca que era muy doloroso saber que la madre haba muerto en su parto. Tuvo miedo de tenerlo a l porque padeca del mismo mal. No haba sido tanto el miedo de morir, le juraba, sino de dejarlos solos a l, a Jorge y a Jos Mara. Qued en silencio y de pronto dijo, Lata, como si recordara algo muy preciado. Lata, repiti acariciando la palabra. Cuando su padre la quera ensear a leer mam, ella deca lata, record riendo de una manera lastimosa. Y su padre, qu iba a hacer su
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pobre padre, que en gloria est, un carpintero solo con dos hijas, sino repartirlas con la esperanza de volver a buscarlas algn da, de unir a la familia? Repiti la ltima frase y Carlos le acarici las manos, suaves e inesperadamente fras, mientras ella murmuraba, No se uni nunca, nunca, y recordaba cmo fue dando tumbos de una casa en otra, separada de Ernesta, esperando al padre que iba, cuando poda, a llevarle un puado de azcar cande. Su voz son levemente aterrada al preguntar, como por el destino de alguien muy querido, qu se haba hecho, Dios, el azcar cande? Carlos la mir, sollozaba, los labios temblorosos por el recuerdo de esa dulzura perdida en la memoria, la mano en la frente como si le doliera mucho la cabeza. No se atrevi a interrumpir el plcido silencio en que qued sumida, se limit a pensarle su ternura: mam, l entenda por qu haba soportado y seguido a pap, a pesar del garrote y del to Manolo, a quien no haba llegado siquiera a odiar; l saba, mam, que ella estaba incapacitada para odiar; la quera tanto que haba aprendido a entender sus silencios; admiraba, mam, su manera callada de querer la revolucin y de no herir a pap dicindolo; quera decirle que si era revolucionario lo deba sobre todo al sentido de justicia que ella le haba inculcado con sus actos; pero no se preocupara, no iba a herir a pap, lo juraba por el amor que le tena: la familia se mantendra unida, slo deseaba que ella fuera feliz alguna vez. Ya en el aeropuerto pens muchas veces en aquel juramento y lo convirti en un compromiso. All haba decenas de familias despidindose en una lacerante exhibicin de ansiedades, amarguras, miserias, llantos e incomprensiones, reproches y renuncias, y l no pudo evitar que su madre asistiera a la tragedia porque ella se empe en recorrer los salones acercndose a los que discutan, lloraban o se besaban por ltima vez, con una curiosidad obstinada, casi irrespetuosa, absolutamente improbable en una persona tan tmida. Carlos la segua, solcito, y sinti que la situacin llegaba al extremo cuando ella se acerc a una muchacha hermosa y sola que lloraba desconsolada junto a una columna, y le pas la mano por el rostro hmedo preguntndole qu le pasaba. No viene, respondi la muchacha mirando al vaco, l no va a venir. Bscalo, le aconsej la madre, no te vayas t, y le dio un beso antes de seguir su camino. Carlos reuna fuerzas y argumentos para hacerla sentar cuando ella se meti virtualmente en el centro de una discusin: un nio gritaba que no quera irse y lloraba por regresar a casa de su abuela mientras una mujer lo halaba por el brazo. El nio logr soltarse, se refugi casualmente en brazos de la intrusa y ella comenz a acariciarle la cabeza dicindole a la mujer que pareca mentira. Carlos tuvo que interponerse para evitar que la mujer le pegara a su madre, pidi excusas, dijo, Mam, por favor, mientras una voz asptica informaba, Pan American anuncia la salida de su vuelo cuatro cuatro tres con destino a Miami. Puerta de salida nmero dos, y su madre contemplaba impotente cmo la mujer arrastraba al nio mientras la muchacha de la columna, mirando hacia atrs, se diriga a la puerta de salida nmero dos, y ella se apoyaba en l, derrotada. Los acompaantes se retiraron cabizbajos. Ellos fueron hacia un banco en silencio. En ese momento, Carlos se reproch no haber tenido valor para decirle su ternura. Ella estaba triste porque en la sala, casi vaca, flotaba un aura trgica
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que no acababa de desvanecerse; estaba nerviosa a la espera de Jorge, no cesaba de estrujar entre sus dedos un breve pauelito de hilo. Faltaba el halo mgico que hubo en el carro, y l pens que podra crearlo si se atreva a preguntarle algo muy importante, y dijo de pronto, Usted lo quiso alguna vez, a pap?. Se sinti violento consigo mismo porque en el momento preciso algn oscuro mecanismo le impidi preguntarle si lo haba amado, como si amar, esa palabra preciosa, tuviera algo de obscena entre sus padres. Ella lo mir con temor antes de murmurar, Claro, muchacho, qu pregunta es sa?, y l supo que en el miedo de su madre y en su propia incapacidad para formular la pregunta verdadera estaba la respuesta que buscaba: nunca le fue dado amar a un hombre, tuvo que conformarse con servirlo. Sinti una mezcla de rabia y de lstima, y luch por pensar en otra cosa porque de pronto se sorprendi concluyendo que su madre jams haba gozado, y se sinti metido en un terreno por el que no tena derecho a transitar. Se concentr en los que esperaban como ellos, identificndolos de inmediato como miembros de otra clase. Era evidente, por ejemplo, que los recin salidos eran los ricos, representaban la burguesa; y los que estaban por llegar eran trabajadores emigrantes a quienes la revolucin les daba oportunidad de repatriarse. De pronto se hizo una pregunta, Jorge era parte del proletariado? Se respondi que no, y no supo dnde encasillarlo. Un hijo de garrotero, de usurero, sera parte de la pequea burguesa? Estaba pensando los pro y los contra cuando su madre le estrech la mano, exactamente unos segundos antes de que Cubana anunciara el arribo de su vuelo trestrentinueve procedente de Nueva York y Miami, como si hubiera presentido el momento exacto en que Jorge tocaba tierra. Lo divisaron enseguida, entre los primeros que bajaban, resuelto y elegante. Ella no le solt la mano a Carlos durante todo el tiempo que duraron las formalidades, como si temiera caerse. Miraba a Jorge saludando brevemente con la cabeza, hasta que lo tuvo junto a s y empez a reconocerle el rostro con las manos, como una ciega, de la misma manera y en el mismo lugar en que lo haba despedido dos aos antes. Carlos supo que lo atraera a l tambin sin soltar a Jorge, y los unira, los estaba uniendo bajo sus alas, estrechndolos con una fuerza inesperada, luchando por postergar la pregunta que Jorge pronunci con ansiedad, y mi padre?, mientras Carlos recordaba a Fanny, la charada, los policas de aquella noche frentica que precedi a la partida, y abrazaba a su hermano dispuesto a revelarle la verdad sobre aquel dinero, a amarlo y a explicarle la distancia abismal que separaba aquellos tiempos del mundo nuevo que estaban empezando a construir. Pero Jorge no le permiti organizar sus palabras. Vena muy excitado y saltaba de una pregunta sobre la revolucin a un cuento sobre sus xitos en el Norte y a una duda sobre el estado de salud de su padre. Durante unas horas el caos les impidi discernir que estaban discutiendo; despus acordaron tcitamente mantener la paz en pblico y, por ltimo, se encerraron en el cuarto, con una botella de wisky sobre la mesita. Bebieron fuerte desde el principio brindando por los Bacilos, por las grandes jodederas de los viejos tiempos, recordando las jevas, la msica y los chistes que los hacan morirse, mearse,
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doblarse literalmente de la risa antes de volver a chocar los vasos e ir sintindose suaves, cariosos, felices de estar all, cojones, hermanos, coo, por sobre todas las cosas de esta tierra, dijo Jorge, y de la otra, apunt Carlos, y Jorge acept, de la otra, se acordaba del chiste aquel? Empez a hacer el chiste, que era realmente bueno, buensimo, dijo Carlos llorando de la risa, mirando a su hermano a travs de la leve neblina de las lgrimas, sintiendo que lo quera mucho, tanto como aquella carcajada inevitable tras la que fluan nuevas lgrimas que seguan brotando solas, incontenibles, consoladoras por qu no, coo, Yoyi, no estaba triste, quera decirle algo, coo, gritaba sabiendo que haba encontrado, al fin, las palabras para desnudarse ante su hermano, para contarle cmo le haba sacado el dinero del bolsillo la noche de su despedida y cmo haba escupido despus aquel rostro que ahora no cesaba de mirar pidindole que lo escupiera a l si quera, sintiendo una dulce calma en la humillacin, como quien se confiesa. Jorge empez a limpiarle las lgrimas, cuntas veces le iba a decir que los hombres no lloran?, y se le qued mirando con tanto amor como el que Carlos senta en s mismo mientras escuchaba decir a su hermano que eso no importaba, eso estaba out, y lo vea extender un brazo en el aire al repetir out, como un rbitro de bisbol expulsando a un jugador del terreno con aquella mano que de pronto cay sobre su hombro estrechndolo con cario, haba hecho bien, haba hecho bien en escupirlo, porque en un final l se acost con aquella puta que Carlos quera tanto, pero saba por qu lo hizo, eh?, saba por qu lo hizo? No esper a que Carlos respondiera para decir que por joderlo, pura y simplemente por joderlo y demostrarle que era demasiado bueno, demasiado comemierda, demasiado idealista en la vida, y en la vida no se poda ser idealista, porque la vida shit, dijo con fuerza, shit, repiti, shit, shit, shit!, grit con tal obstinacin que Carlos olvid su deseo de replicarle aun antes de que Jorge concluyera, mierda!, lo entenda?, se metiera eso en la cabeza, hermano, en la vida no se poda ser verraco! Volvieron a beber en silencio, lentamente, con la conciencia inconfesada de que las cartas viejas se haban acabado y no quedaba ms remedio que jugar tan fuerte como la mirada que se dirigieron de pronto, antes de bajar la cabeza avergonzados de aquella distancia metida entre el amor, de aquella lejana capaz de hacer intil el discurso sobre las virtudes de la revolucin que Carlos haba preparado durante tanto tiempo para callar ahora, cuando se dio cuenta de que el tema verdadero era el que Jorge propona con una brutalidad apenas velada por el cansancio, cunto dinero quedaba? Volvi a chasquear los dedos mientras Carlos cobraba fuerzas para responder, Casi nada, siguiendo con desesperacin el estupor de Jorge, Casi nada?, que de pronto se ech a rer como un idiota, repitiendo casi nada, nothing, finished, y segua rindose cuando Carlos, animado, empezaba a contarle lo ocurrido y se atreva a incluir en su historia comentarios sobre la justicia de la revolucin, que haba suprimido las deudas del garrote, rebajado los alquileres y realizado la reforma agraria en beneficio de los pobres, de los desheredados, casi gritaba, porque Jorge lo haba interrumpido, Y la finca?, y l no poda responder as como as, necesitaba hablar de la pobreza, del desamparo de Pancho Jos sin dejar de mirar a su hermano, que repeta, Y
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la finca?, y reciba una atropellada explicacin sobre el verdadero ideario del abuelo lvaro, ahogada por el grito, Te estoy preguntando por la finca, coo!, mientras Carlos trataba de contarle lo de Toa, la guajirita analfabeta que ahora empezara a vivir como una, una..., asfixindose, porque Jorge lo haba cogido por el cuello y se lo apretaba, La fincaaa, cojones!, para desplomarse cuando Carlos murmur, Perdida, y luego encimrsele suavemente, escupirle la cara y darle un cabezazo en la boca que Carlos recibi como una penitencia mientras se limpiaba la sangre y la saliva diciendo con dolor y alegra que ahora estaban a ventinueve iguales, y sintindose con derecho a devolver el golpe que Jorge le lanzaba. Se pegaron hablndose, jurndose que los padres no se iban a enterar y desendose la muerte mientras golpeaban cada vez ms lentamente, con menos fuerza, hasta que la madre los sorprendi al amanecer, dormidos y abrazados. Ese da empezaron una lucha intil por olvidar e hicieron delante de los padres los cuentos esperados. Estaban contentos de haber podido ocultar tanto rencor y quedaron estupefactos cuando su madre los sent preguntndoles qu haba pasado. Despus de los primeros balbuceos comprendieron que era intil seguir mintiendo, porque de una manera extraa y profunda ella lo saba todo. Entonces comenzaron los alegatos para convencerla de sus respectivas verdades. Jorge, de que la revolucin era un infierno y el nico destino posible era irse en cuanto su padre pudiera viajar; Carlos, de que le dijera a Jorge la verdad, su verdad, que ella era revolucionaria, que saba que las leyes revolucionarias eran justas y que el nico destino posible era quedarse y convencer juntos al padre. Ella escuchaba con ansiedad y cuando empezaron a repetirse los mand a callar con una autoridad que satisfizo a Carlos y sorprendi a Jorge, a quien dijo que la oyera bien, aquel viejo que contaba un dinero intocable en el otro cuarto era su padre, y estaba enfermo, y ella no lo iba a llevar a morir a una tierra extraa. En ese momento se le quebr levemente la voz, y Carlos le acarici la mano, seguro de que ella le dira a Jorge toda la verdad, le hablara de su infancia en el central, de la miseria que padeci y estaba siendo barrida de esta tierra; por eso le sorprendi que se dirigiera a l ordenndole que no se hablara ms de poltica entre aquellas cuatro paredes, y la mir asombrado tratando de hallar algn mensaje oculto en sus ojos, pero slo encontr una fuerza terrible en la amenaza: el que divida la familia no tendr nunca mi perdn. Desde entonces Carlos se sinti cada vez ms deprimido y termin abandonando sus actividades polticas. Vea a su madre sufrir por l, pero se deca que ella misma era la culpable de aquel sufrimiento. Encontraba un oscuro placer en no levantarse de la cama, soando con el momento en que todos se dieran cuenta de aquella gran injusticia y se agruparan alrededor de su lecho para decirle levntate y anda. Mientras tanto, recordaba la brbara explosin de los muelles, la bronca que tuvo contra Nelson Cano, donde venci a pesar de todo, y la discusin con Hctor y el Mai, donde a pesar de todo fue derrotado. Desde que la derecha intent falsificar su proclama y la izquierda venci en las elecciones, Nelson Cano no haba dejado de provocarlo. Al principio, el MER se opuso a la pelea porque la izquierda gobernaba y deba hacerlo responsablemente, sin broncas, pero a los letreros de Carlitos meloncito, que haban aparecido en todos los baos, se agreg de pronto un Mariconcito que ya no fue posible
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tolerar. Incluso los comunistas, abanderados de la coexistencia, estuvieron de acuerdo en que era necesario dar un escarmiento. Hctor se ofreci para enfrentar a Nelson, porque consideraba un abuso que un tipo tan matrero peleara contra Carlos, pero el Mai no estuvo de acuerdo, era el afectado quien deba dejar clara su condicin de hombre. Nelson Cano tena casi el mismo peso y tamao de Carlos, pero era famoso por su agresividad y sus conocimientos de boxeo. Por eso, los Cabrones de la Vida estuvieron en desacuerdo con el Mai, la pelea parecera pareja, dijo Rubn Permuy, pero Carlos se iba a apendejar cuando lo tocaran con limn y eso sera un desprestigio para la izquierda. Desprestigio, pinga!, grit Carlos antes de salir a buscar a su rival. Senta una urgente necesidad de pasar el trance que saba inevitable desde meses atrs, como si el instituto se hubiera convertido en un pueblo del Oeste demasiado pequeo para l y su contrario. Hasta ese momento se haba escudado en la oposicin del MER para rehuir el encuentro, pero ahora las palabras del Mai y de Rubn lo haban enceguecido hacindolo saltar sobre su miedo, y entr al Instituto dispuesto a que lo desbarataran con tal de no bajar ms la cabeza. Sigui hacia el patio de Educacin Fsica, porque Nelson no estaba en el zagun. Lo vio en un extremo, de espaldas a las paralelas, como para madurarlo por sorpresa. Pero pegar a traicin no era de hombres. Nelson Cano, grit, me cago en el recontracosimoetumadre! Nelson se volvi despectivamente, seguro de que Carlos no atacara, y recibi un golpe que le parti los labios. Izquierda, izquierda, izquierda siempre izquierda!, gritaron decenas de estudiantes, estimulando a Carlos, que volvi a pegar y sinti un golpe corto e inesperado en el estmago. Dio un paso atrs mientras escuchaba el grito enemigo, A la derecha!. Tir un izquierdazo que Nelson acept para poder pegarle abajo mientras deca, Perro ngara. Carlos no pudo soportar aquella ofensa, solt la derecha y el rostro de Nelson se estremeci. Pero l recibi a cambio dos ganchos en el estmago.Mtalo!, grit Dopico, Cocinal! Sinti que haba perdido aire. Cbrete!, le grit el Mai. A la derech!, gritaron los enemigos y de inmediato los suyos replicaron, Izquierda, siempre izquierda! Nelson no se apuraba, se mova dicindole ngara y entraba a pegar abajo, dejando descubierta la cara sobre la que Carlos concentr su ataque antes de recibir un gancho en el estmago que lo hizo retroceder entre gritos de A la derech!. Entonces avanz con un remolino de golpes que desconcert a Nelson, y oy el Izquierda, siempre izquierda!, mientras Nelson ripostaba con una combinacin de jabs y ganchos, y los gritos se fundan en una consigna nica y absurda, Izquierda a la derech! Se senta mareado, apenas vea el rostro del otro, que continuaba cocinndolo por abajo en el momento en que l propin un golpe seco en la quijada que hizo retroceder a Nelson, y se agarr en un clinch buscando aire mientras oa a Hctor, Boxeando la pierdes, Flaco, lucha!, y en un traspi arrastr a Nelson y ambos se revolcaron por el piso, el coro gritando izquierda, derech, y de pronto son una explosin descomunal, ensordecedora, que hizo a los estudiantes correr hacia las puertas mientras ellos quedaron abrazados, inmviles, hasta que, sin ponerse de acuerdo, se soltaron y fueron a ver qu haba pasado.
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Nadie saba nada. En la calle Zulueta las gentes se abrazaban conmovidas presintiendo una desgracia enorme. A lo lejos sonaban sirenas de ambulancias. Un hombre pas gritando: El polvorn, estall el polvorn!, Cuando todos se miraban desconcertados el Mai grit, Viva Fidel! Abajo el imperialismo yanki!, y los gritos de Viva! y Abajo! aplastaron a la derecha que se retir temerosa porque haba un fuerte olor a venganza en el aire. El Mai abraz a Carlos e iba a decirle algo cuando otra explosin mayor an estremeci la calle desbaratando los cristales de tiendas y automviles. Muchos echaron a correr enloquecidos, sin direccin precisa. Otros se arracimaron alrededor del Mai exigindole ir a prestar ayuda, pero el Mai revent de rabia respondiendo que no saba dnde haba sido la desgracia. All!, grit Hctor. Una espesa columna de humo se alzaba por sobre los edificios en la direccin de Atars. Echaron a correr por Zulueta; al llegar a Monte, Carlos sinti que le faltaba el aire, porque los golpes de Nelson haban hecho su efecto, y fue quedndose a la zaga, perdido entre las miles de personas que acudan al lugar cruzndose con quienes regresaban y les advertan que no siguieran, no se poda pasar, haba ms de cien muertos, ms de mil heridos. Dnde?, grit Carlos, dnde? En los muelles, respondi una mujer que lloraba espasmdicamente en medio de la calle, explot un barco con armas y balas. A lo lejos sonaban rfagas interminables, como si miles de ametralladoras estuvieran disparando al mismo tiempo. Un hombre regresaba del siniestro gritando, Sangre, hay que donar sangre!. Carlos ech a correr hacia los muelles, pero a la altura de la Terminal de Ferrocarriles volvi a faltarle el aire. El humo, los disparos, los gritos, las sirenas y los claxons haban creado una confusin enloquecedora. Sigui hacia Egido y descubri a lo lejos, quebrados y negros, los hierros de lo que haba sido la estructura de un barco hundindose en el mar como la mano convulsa de un nufrago gigantesco. Se detuvo ante la imagen de aquella caprichosa escultura de la muerte, y un soldado rebelde lo empuj. Atrs, compaeros, puede haber otra explosin, compaeros! El Che! grit alguien. Carlos se volvi y vio al Che atravesando la barrera de seguridad rumbo al lugar donde estaban sacando pedazos de hombres destrozados, brazos, piernas, torsos que llenaban de vsceras, huesos y sangre la calle donde se sent, al borde del vmito. All escuch otra vez, por sobre sirenas, alaridos y disparos, la voz de Sangre, hace falta sangre!, y se incorpor para dirigirse a un hospital gritando: Sangre, a donar sangre! No logr darla, toda la ciudad pareca volcada sobre los hospitales en plan de donante, los empleados y activistas se desgaitaban, No hay capacidad, compaeros, vuelvan maana, compaeros, retrense, por favor, y decidi irse a la casa donde pas horas consolando a sus padres que lloraban por la desgracia, felices de que l estuviera sano y salvo. Al da siguiente asisti con el instituto al entierro de las vctimas de La Coubre, del detonador o la bomba de tiempo o el cido colocado entre las armas que nunca pudieron llegar a sus destinatarios, que el enemigo marc en un remoto puerto belga o francs con su signo de sangre. Y all, entre los cuerpos destrozados por la metralla, Fidel fundi la furia y la tristeza, los gritos y silencios del pueblo convirtindolos en una sola voz al
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entregar por vez primera la consigna que todos repitieron como gua y bandera de los mltiples combates por venir: Patria o Muerte! Esa noche Hctor y el Mai lo felicitaron por su valor durante la explosin y contra Nelson Cano, y le dijeron que se haba ganado el derecho a saber la verdad: en la lucha de la revolucin contra el imperialismo, la burguesa y los terratenientes, en la lucha de los pobres contra los ricos, en la dura lucha de la vida, a fuerza de pelear, estudiar y pensar, se haban hecho comunistas. Carlos dese que se lo tragara la tierra. Cmo era posible?, el comunismo era una doctrina extranjera, antilibertaria, rusa, que estaba contra la propiedad, la familia y la patria, amenazaba al mundo libre con armas secretas y haba ensangrentado pases enteros como la Rusia de Lenine, la Hungra de Bela Kun y la Alemania de Rosa Luxemburgo, cmo era posible? Hctor sonri entre comprensivo e irnico y le mostr una calcomana que llevaba pegada a la tapa de su carpeta. All, enmarcando el rostro de un indio, se lea: ES USTED SIBONEY? PORQUE EN LTIMA INSTANCIA LA TIERRA ES DE LOS SIBONEYES. Pero las ideologas no, caballo dijo Hctor. En un final los siboneyes no eran catlicos, ni el Papa vive en La Habana, los tanos no saban ni hostia de la propiedad privada, ni los hambrientos un carajo de la libertad. Hablaste cscara, ignorancia, y un ignorante se parece con cojones a un culpable. Termin casi gritando y Carlos rehuy su mirada porque no tena argumentos que oponer y no estaba dispuesto a aceptar el comunismo, cuyo solo nombre le segua produciendo un rechazo visceral. Tena que decir algo, Hctor y el Mai esperaban. Fidel no es comunista murmur. Y si lo fuera? pregunt el Mai. Evalu esa posibilidad y sonri por primera vez, como si acabara de descubrir lo que haba odo tantas veces en la calle. Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista. Toma, ve llevando cartas le dijo Hctor, y le extendi aquel librito que l cogi sintiendo que le quemaba las manos. Estuvo das sin atreverse a leerlo. Lo decidi un nuevo reto del Mai, Hombrehombre no tiene miedo. Su curiosidad se despert con la primera frase, Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Pens que el mdico haba dicho la verdad, el mismsimo Carlos Marx haba calificado al comunismo como un fantasma, y continu leyendo hasta descubrir la explicacin de la lucha de clases, donde se detuvo fascinado e incmodo porque sinti que el libro estaba hablando de ellos, de la tormenta en que se debatan su pas, su familia y su vida. Ese da abandon la lectura, temeroso de continuar despendose hacia el abismo. Pero le result inevitable recordar aquellas pginas al tratar de explicarse el continuo batallar de la calle, las posiciones expresas y ocultas de grupos y peridicos, la actitud de su padre, y volvi al libro en la noche sintiendo una mezcla inconfesable de alegra y temor, una excitacin tenaz que le impidi dormir y le hizo preguntarse muchas veces si l mismo, a su pesar, no se habra convertido en ngara. Desde entonces sinti una ambivalencia molesta porque polticamente segua considerndose no slo distinto, sino tambin distante de los comunistas,
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cuya disciplina casi militar lo irritaba. Pero cuando la depresin que sigui a la bronca con Jorge se convirti en hasto, comenz a extraar sus obligaciones, a sentir la modorra como una oscura forma de traicin, a pensar que quizs poda volver a la lucha sin que su familia se enterara. Por eso se alegr tanto cuando su madre le pidi que fuera a visitar a la ta Ernesta y a la prima Rosalina. Ellas eran revolucionarias, y l interpret el pedido como un mensaje en clave, una suerte de autorizacin secreta para que siguiera sintiendo como en el fondo, estaba seguro, tambin senta ella. El encuentro con su prima lo conmovi: pareca saberlo todo, sentirlo todo, haber estado en todas partes. Era delgada y ms bien pequea, pero creca al contarle cmo el pueblo se haba empinado ante los golpes de la contrarrevolucin, que haba quemado caaverales y tiendas, saba? Carlos callaba avergonzado de no saber, pero ella no le permita concentrarse en su vergenza, ahora rea, le contaba su quehacer en la milicia y rea de cmo llevaba el paso en las agobiantes marchas, un, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos, pasaba de la risa a la ira porque en la OEA se tramaba una maniobra contra Cuba y otra vez a la risa al contarle que Roa haba calificado al canciller yanki de concrecin viscosa de todas las excrecencias humanas. Se daba cuenta, mipri?, preguntaba tocndole el hombro, irritndose de nuevo porque las compaas americanas se negaron a procesar el petrleo sovitico, convencindolo del derecho que asista a la revolucin a nacionalizarlas, y ellos qu haban hecho?, cortar la cuota azucarera para ahogar a Cuba por hambre, ah, pero la revolucin iba a contratacar, y de qu manera!, ira al acto del estadio del Cerro donde Fidel iba a anunciar nuevas medidas, eh, ira? Carlos dijo que s, desde luego, sintindose estpido y emocionado ante su prima que ahora prevea el futuro, los yankis atacaran, faltaba slo precisar si con Eisenhower o despus de las elecciones, con el prximo gobierno, pero atacaran y se romperan los dientes contra los fusiles del pueblo. Durante el acto del estadio no se cans de agradecer el entusiasmo de Rosalina y el silencio cmplice de Ernesta. Gracias a ellas haba vuelto a la vida junto a los compaeros del instituto, que aceptaron su explicacin de la enfermedad sin preguntar demasiado, porque todo el tiempo era poco para escuchar al colombiano que guiaba con su acorden: Dicen los americanos que Fidel es comunista. Dicen los americanos que Fidel es comunista, y no dicen que Batista mat a veinte mil cubanos e incorporarse al coro de la multitud que llenaba el estadio: Cuba s, Cuba s Cuba s, yankis no
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sintiendo, al corear el estribillo, que era la tierra quien estaba cantando con la voz de una justicia antigua y necesaria como la vida, con la voz unnime que empez de pronto a repetir el nombre de quien se haba ganado el derecho de hablar por todos porque representaba la esperanza de todos, Fidel! Fidel! Fidel!, como un grito de victoria, una bandera que continuaba ondeando sobre el silencio de ese momento nico en que Fidel no pudo hablar y empez a hablar Ral antes de que se reanudara aquel discurso con el que la patria se hizo de todos para siempre. Y era tambin un canto en que Fidel deca, Cuban Telefn Compani, y no pronunciaba kiuban, sino cuban, ni deca tlefon, sino telefn, y la gente se la llevaba al vuelo e iba coreando Se amaba!, y el canto era alegre como un son, divertido y sabroso como un son en el que la multitud tomaba la frase mambisa y la converta en montuno, rescatando la voz de los hroes en la de Fidel que pona, Unite Fru Compani, y en la del pueblo que coreaba para siempre, Se amaba!. En esa atmsfera Carlos tuvo la idea de construir el atad para enterrar al imperialismo en la fiesta que se improvis esa noche y que continuaba todava, ms de veinte horas despus, en la rumba descomunal que avanzaba cantando por la Avenida de las Misiones: Y esto es lo ltimo, esto es lo ltimo en los muequitos, el fin del yanki se jodi Supermn. Los rumberos arrollaban con antorchas y muecones de los muequitos. Bajo las luces de los fuegos venan llorando Supermn, Dick Tracy, Tarzn y Juana, el Pato Donald, Batmn, KLisoKilowat y Tonito RinRin, un to Sam agonizante, nuevos atades, fuegos artificiales, cohetes y voladores que sonaban como un tiroteo gigantesco y cubran el cielo de luces rojas, verdes y amarillas bajo las que Carlos, por primera vez en mucho tiempo, se sinti feliz. Gozaba la rumbantela alegrndose de haber tenido valor para seguir desde el estadio hacia el instituto con Hctor y el Mai, quien le dijo que Juanito el Crimen haba sido el chiva infiltrado en la izquierda cuando las elecciones, y agreg, Lo hizo por dinero, pobre tipo. Sinti vergenza de ver a un dirigente tan duro como el Mai pidindole otra vez excusas y le dijo, No jodas, consorte, mientras se una a los que cortaban, clavaban, forraban, quinteaban y rumbeaban porque el atad estaba terminado y la conga de los Cabrones se abra paso hacia la calle arrastrando un ro de muchachos en cuya punta iba l, con el atad sobre los hombros. Pas el tiempo arrollando, a veces enloquecidamente alegre y otras sombro, casi apartado, como ahora, cuando lo asaltaba de nuevo la obsesin: Jorge esgrimira esas veintitantas horas fuera de la casa como prueba de que haba sido l quien rompiera el delicado equilibrio impuesto por la madre. En eso, una negra que vena rumbeando se detuvo, lo mir, lo tom por los brazos y empez a preguntarle si l no era el hijo de Jos Mara, sin esperar respuesta, porque estaba segura de que l era el hijo de Jos Mara, Pero no puedo creer,
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muchacho, que ests aqu con nosotros, cosa ms grande Tiembla Tierra, car, dijo sacando a Carlos de su asombro porque el nombre de la santa le dio de pronto las claves de aquel rostro que todava lo miraba asombrado, Mercedes!, dijo, y la negra respondi, La misma que viste y calza, en medio de una carcajada de alborozo, se acordaba, car, la familia bien?, Bien, deca l y le era casi imposible reconocer a la tmida criada de su casa que ahora lo invitaba a rumbear mientras se meneaba y deca lleva, lleeeva, cuando Carlos le responda a ritmo y ella soltaba las nalgas al son de la rumba, rea y lo abrazaba dicindole que estaba tan contenta de verlo del lado de la revolucin, pero tena que irse con su gente y se despeda, abarimo Tiembla Tierra, car, para incorporarse a la rumba y arrollar invocando a los dioses que invadan la memoria de Carlos envueltos en el remolino del enorme Bemb que pobl de miedo sus noches de infancia, atizado por los terrores del Pastor y del Cura, y que ahora era verdad, ahora suba desde las entraas de la miseria para arrasar con fuego el mundo de los ricos, y en l caban negros y blancos, San Francisco y Kisimba, lvaro y Chava, Luleno y San Lzaro, todo mezclado, Carlos, Toa y Mercedes que ya se perda en la multitud invocando a Tiembla Tierra mientras l senta cerca el ronco retumbar de los tambores y las voces que hacan verdad el nombre de la santa: la tierra estaba temblando bajo los pies de los rumberos y los fuegos de las antorchas iluminaban la noche hasta convertirla en da hacindolo recordar, La tea, carajo, la tea!, mientras entenda que estaban ganando, al fin, la guerra de su abuelo, que aqul era el verdadero Da del Juicio Final, y senta una alegra estremecedora y arrollaba como un posedo gritando, El Armagedn!, hasta escuchar cmo los Cabrones convertan su grito en una conga, El Armagedn, pucutn, el Armagedn, y volva a su puesto bajo el atad para responder al reto de Supermn que bailaba tratando de volar sin lograrlo, lo intentaba e iba al suelo mostrando un letrerito sobre las nalgas, Ay pobre de m!, mientras los tipos de la conga coreaban: Ya Cubita tiene kriptonita tienes kriptonita, mi linda Cubita, y empezaban a moverse hacia el mar donde comenzaba el fin de fiesta y el pueblo tiraba al agua a Tarzn y a Juana, al To Sam y a Dick Tracy, al pato Donald y al mismsimo Supermn, que vol por ltima vez antes de hundirse haciendo a Carlos gozar de lo lindo mientras gritaba, El Armagedn!, y ayudaba con todas sus fuerzas a lanzar al agua iluminada el primero de los centenares de atades que el Caribe comenz a desbaratar contra las rocas.
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Al llegar a la esquina sinti una timidez que lindaba con el miedo. No conoca a nadie all, ni haba asistido a las citaciones anteriores porque no era miliciano, y no estaba seguro de tener derecho a emprender la caminata. Antes de salir de casa de Ernesta se dijo y le dijeron que nadie se fijara en l, que se tratara simplemente de ponerse en fila y caminar, ganando con ello el derecho a empezar una nueva vida. Pero ahora imaginaba que todo poda ser peligrosamente distinto. Quiz le preguntaran quin era, qu haca all, cundo lo haban citado... Poda pasar algo peor, que algn antiguo miliciano del instituto lo reconociera y acusara de haber abandonado la lucha. Entonces lo expulsaran sin remedio gritndole Rajao!, Rajao!, Rajao!, como lo haca aquel extrao cuervo con quienes abandonaban la Sierra. Se detuvo a la entrada del campamento, bajo el letrero MRTIRES DE LA COUBRE, calculando las consecuencias del posible desastre. Al huir de su casa haba roto un encierro que lo ahog durante meses, llevndolo al borde de la locura. Rosalina le sugiri que se integrara a las Milicias, donde ahora admitan a todos los voluntarios capaces de probar su adhesin al proceso caminando sesentids kilmetros en una jornada, y l acept entusiasmado. Entonces todo lleg a parecerle fcil, pero ahora estaba aterrado ante la posibilidad del rechazo porque no tena dnde ir, y se saba capaz de cualquier locura con tal de no regresar a la locura de su encierro. As que se encomend a Dios y a Tiembla Tierra al entrar lentamente al campamento. Un puado de tenientes luchaba por organizar a miles de milicia nos en pelotones, compaas, batallones improvisados, y Carlos supuso que haba cometido un error irreparable al preguntar dnde se pona, en lugar de hacerlo en cualquier sitio. Durante un segundo imagin cmo se desencadenaba su expulsin, pero el joven teniente a quien se haba dirigido le grit una frase que luego se cansara de escuchar, Prenda chispa, miliciano!, y lo situ al frente de una escuadra teniendo en cuenta su estatura. Fue tan sencillo que le dio por rerse, aunque enseguida se call, temeroso de que el teniente malinterpretara su alegra. Taloco el cabo, dijo uno a sus espaldas, y l volvi a rer y continu riendo porque no slo era miliciano, era cabo de las Milicias, era alguien en la revolucin, as, de pronto, como por arte de magia. Se volvi hacia la escuadra para decir algo a los hombres bajo su mando, pero no encontr nada mejor que un saludo. Y qu? Aqu, le respondi un negro joven y sonriente de apellido Kindeln, en el tbiri tabarra, para despus volverse hacia su compaero y decirle, sealando a Carlos, Te digo que taloco. Le molest el bonche montado por Kindeln, que segua insistiendo con su compaero, a quien llamaba Carnal Marcelo, acerca de las desventajas de ir a la guerra mandados por un loco. Se dijo que deba hacer algo y le respondi, En un final, asere, cada loco con su tema, para dejar establecido, con la frase inicial y la contrasea del asere, que no era un blanquito bitongo. Tuvo xito, porque
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Kindeln le susurr de inmediato, Identificado, identificado, y empez a hacerle cuentos de locos. En unos minutos traz una imagen formidable de lo que llamaba su manicomio personal, a travs de decenas de cuentos en los que slo reinaba la lgica de hacerlos rer hasta el delirio en un carnaval de carcajadas que no se detuvo cuando comenz la marcha, sino cuando el loco de un cuento empez a quintear con la boca, a hacer una rica rumba con la boca, entonando: Fifitaaa, miliciana, por la maanita Fifita me llama. Carlos se uni al coro recordando la conga de los Cabrones, pensando que aquel tipo era tan buen rumbero como los Cabrones y preguntndose dnde carajo estaran. Volvi a rer, por primera vez en mucho tiempo senta deseos de ver a sus socios, sin que lo acosaran la vergenza y el miedo. Se senta parte de aquella multitud que caminaba en la noche por la carretera de Managua, seguro en su uniforme, con ganas de hacer la caminata que le dara un lugar definitivo en el mundo al que haba regresado, donde ahora le cantaban Taloco, pucutn, taloco, y un teniente interrumpa el canto, cosa era aquello, milicianos?, el ejrcito no era una rumba, a los cuarenta kilmetros tendran autorizacin para bailar, a ver quin se atreva. Kindeln le dijo que les quedaran veintids kilmetros para el giro y el teniente les regal aquella distancia y se fue a poner orden en la retaguardia. La marcha se haba ido desorganizando con el avance. Lo que contaba era llegar, los tenientes slo se preocupaban de que los hombres caminaran, no de la formacin, y Carlos reconoci con cierta tristeza que l mismo, al sumarse a la rumba, haba contribuido a desordenar su escuadra. No pudo rehacerla, Kindeln le dijo simplemente, Qu escuadra ni escuadra?, cuando le pidi ayuda, y l dio varias vueltas tratando de reconocer los rostros de los suyos hasta convencerse de que el rumbero tena razn, ya no haba escuadras, slo una largusima columna donde cada cual avanzaba con su propio ritmo. La noche le impidi incluso localizar a Kindeln. Despus de acercarse en vano a varios caminantes pens que en la oscuridad todos los negros eran iguales, y sigui solo su camino, cantando en voz baja el guaguanc de Fifita. El canto lo remiti a la rumba del Armagedn y a la coartada perfecta que invent para regresar a su casa sin que Jorge pudiera acusarlo de haber roto el pacto impuesto por la madre. No le tembl la voz al murmurar que se haba quedado a dormir en casa de Ernesta y Rosalina despus de ver la teve, pero la sonrisa de Jorge comenz a ponerlo nervioso. Estaba seguro del cuento porque haba ganado por telfono la complicidad de Ernesta, pero Jorge sigui sonriendo hasta que su madre no pudo ms y le pidi, Ensaselo. Baj la cabeza: era obvio que ella tena alguna prueba de su mentira, y no se senta capaz de sostenerle la mirada. Jorge le puso ante los ojos un ejemplar de Revolucin donde haba varias fotos de la fiesta. Sonri involuntariamente al reconocer a Supermn y al Pato Donald, para despus seguir el ndice de Jorge, que haba empezado a
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moverse lentamente por la plana hasta llegar a una foto donde reconoci su rostro, rumbeando bajo un atad. No haba nada que hacer. Mir la foto lamentando que su antiguo deseo de salir retratado en el peridico se cumpliera de aquel modo. Ley el pie, Desbordante alegra popular, y se sinti agobiado por el cansancio de tantas horas de rumba, triste, sin fuerzas siquiera para replicar a la brutal acometida de Jorge, Bailabas con el atad de tu padre, apenado ante la inagotable angustia de su madre. Estuve horas esperndote dijo ella. Se oan tiros, cohetes, voladores, gritos, cantos... Todo sonaba como un Bemb, y a tu padre le dio por decir que sa era la furrumalla, cobrndose el desalojo con fuego, y preguntaba por ti y yo lo engaaba con la misma mentira que acabas de decirme ahora, sabiendo que no estabas en casa de Ernesta, que estabas sabra Dios dnde, pero segura de que llegaras a dormir, como me habas prometido. Y no llegaste, nos pasamos toda la noche esperndote y no llegaste. Tuve que darle a tu padre pastillas para dormir antes de salir a buscarte con tu hermano. En la polica me dijeron que a quin se le ocurra buscar a nadie en una noche as, y tenan razn, por todas partes haba tambores, rumbas, muecos, atades... Casi me vuelvo loca y t, mientras tanto, jugando con la muerte. Djame llorar! Dame un beso. Come algo. Descansa. Y promteme que no lo vas a hacer ms. Miliciano!, no me oye, miliciano? Mir sorprendido al teniente que le zarandeaba el hombro. Ya dimos el de pie! Prenda la chispa! Se incorpor de un salto. Sinti la pierna derecha entumecida y trastrabill antes de recuperar el equilibrio e incorporarse a la columna. Dejaban atrs un pueblecito dormido. Algunos comenzaron a preguntar por la meta, pero los tenientes sonrean irnicos, la meta?, qu se crean, milicianos?, estaban empezando, ahora iban a saber lo que eran casquitos de dulce guayaba, cuero y candela, carajo, cuero y candela ah. Carlos se maldijo por haberse sentado durante el descanso contraviniendo las instrucciones de los tenientes, no se sentaran, el cuerpo se enfriaba, despus era ms difcil. Ahora comprobaba que tenan razn, senta un calambre en la pierna y decidi correr un poco para entrar en calor. Fue aumentando la velocidad insensiblemente hasta acercarse a la vanguardia, donde un teniente le aconsej, Caminando, miliciano, que esto es largo, laaargo. Se detuvo y entonces se dio cuenta de que las botas empezaban a molestarle, especialmente en el pie izquierdo, pero era cosa de nada, se dijo mirndolas, una bobera. Eran nuevas y todava brillantes, un regalo de Rosalina junto con la mochila, la cantimplora y el uniforme, que Carlos apreci como un smbolo al que Ernesta convirti en compromiso: Lo importante es que llegues. Eso no le preocupaba, se senta bien fsicamente, con una leve molestia en el pie izquierdo y mucho calor. No se mova una hoja en los rboles que bordeaban la cuneta. Abri la cantimplora y en seguida varios milicianos lo rodearon, vidos. La hizo circular despus de beber tres largos tragos y slo tuvo valor para reclamarla cuando se dio cuenta de que el tipo que beba llevaba una en la cintura. Un teniente pas aconsejando no tomaran agua, milicianos, se enjuagaran la boca y escupieran, despus era peor. El tipo le devolvi la cantimplora con una sonrisa de tejod que remiti a Carlos a las veces en que Jorge lo haba acusado de comemierda. Estaba casi vaca. Mejor, se dijo, as pesa menos.
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Despus de un rato de marcha la jornada le pareci mucho ms larga que las anteriores y se uni al rumor de protesta que comenzaba a extenderse en la columna, los tenientes estaban dormidos?, ya tocaba descanso, no?, qu pasaba?, el final, el final, se acercaba el final? Pero los tenientes respondan, silencio, milicianos, cuero y candela, el final estaba donde el diablo dio las tres voces. Sinti deseos de orinar. Decidi hacerlo antes del descanso porque ahora no estaba seguro de cundo pararan. Sali del camino y vio a un grupo compitiendo, a ver quin mojaba ms alto el tronco de una seiba. Orin en la cuneta, incapaz de hacerlo en el rbol, irritado por haber perdido su lugar en la vanguardia y por el calor que le pegaba la camisa a la espalda. Hizo un esfuerzo por regresar a su posicin. No quera caminar junto a los viejos, los gordos, los lentos agrupados espontneamente en la retaguardia. Pas junto a un asmtico que avanzaba en medio de un ataque: el rostro convulso, las manos luchando por mantener el atomizador junto a la boca abierta en un grito sordo, silencioso. Lo dej atrs tratando de olvidar aquella triste figura empeada en un esfuerzo que le pareci trgico; el asmtico saba, tena que saber que no llegara a la meta. Mantuvo el paso hasta alcanzar el centro de la columna y all tuvo que reducirlo para atenuar la molestia en el pie. Se llev las manos a la espalda buscando levantar la mochila y reducir el peso sobre los hombros, que haban empezado a arder. El gesto lo oblig a caminar con la cabeza gacha, mirando el asfalto. As lo sorprendi la voz de Alt que los tenientes gritaban haciendo funcionar la te como un latigazo. Se mantuvo de pie para evitar que el cuerpo se le enfriara. Dej caer la mochila, ech hacia atrs la cabeza para desentumecer la nuca y entonces, de pronto, descubri el cielo. Abri la boca en un gesto involuntario, estaba deslumbrado, senta vrtigo ante la serenidad del infinito, le pareca increble haberse dejado cegar durante tanto tiempo por las luces rastreras de la ciudad. Mir a su madre astral, la Luna, que brillaba como un gran crculo de azogue iluminndole el camino, y esto le pareci un buen augurio. Durante su encierro, deprimido, haba matado el tiempo con el monopolio y las damas chinas, que se le revelaron casi de inmediato como pasatiempos vacos. Se aficion al ajedrez, fascinado por el extrao desplazamiento de los alfiles, los saltos imprevisibles del caballo, los nombres de las defensas y aperturas: Siciliana, Espaola, India del Rey, que sugeran mujeres poderosas, traidoras y desnudas. Una noche, cansado de vencerse a s mismo, tom una revista abierta por azar en la seccin del Horscopo y sonri ante el subttulo: Las estrellas inclinan, pero no obligan. All ley que la presencia de Plutn en Libra durante los pasados aos haba sido la razn de drsticos cambios en la vida de los nacidos bajo su signo, Cncer, y luego se meti, intrigado, en el laberinto de las profecas. Todos los proyectos y las uniones que no se han concretado llegan a su final. Plutn es considerado como una especie de dios Shiva destructor de todo cimiento poco slido. Este ao Saturno se encuentra en el signo de Libra y har un cuadriltero con Cncer, por lo cual los prximos dos aos se habrn de caracterizar por una incansable labor, en la que sern probados todos los asuntos que conciernen a estos nativos. Lo que no ser vlido no sobrepasar las pruebas, y todo asunto que supere estos
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tiempos se desarrollar rpidamente y se convertir en un proyecto slido y duradero. Todo era oscuro y, al mismo tiempo, todo pareca tener sentido. Qu estaba llegando al final, su unin con la revolucin o con su familia?, qu cimientos estaba chivando Plutn?, cul sera la incansable labor?, cules las pruebas? Ley afiebradamente la breve definicin de su signo para ayudarse a aclarar el enigma: Los sentimentales hijos de la Luna fueron los creadores de la familia, del estar juntos, de las tradiciones, del patriotismo, del amor al sitio donde se nace, a la familia a la que se pertenece. El acertijo se hizo entonces an ms doloroso. Qu deba hacer un hijo de la Luna cuando la fidelidad al sitio donde se nace implicaba el abandono a la familia a que se pertenece? La pregunta lo obsesion durante mucho tiempo, aun cuando se repeta a s mismo que las estrellas inclinan, pero no obligan. Ahora reemprenda la marcha pidindole a su madre astral que continuara iluminndole el camino, acortndolo un poco, si poda; a las estrellas que lo inclinaran a seguir, dicindose que lo haban escuchado y que caminaba sobre la alfombra negra y suave del cielo, donde los pies no podan dolerle, en medio del fresco del cielo, donde no senta sed, ni calor, ni le molestaba aquel polvo de estrellas, Star dust, pens, evocando el sonido de la trompeta que tanto gustaba a Gipsy, porque era ella quien lo acompaaba ahora de astro en astro hasta el centro mismo de la rosa de los vientos, all donde no eran verdad el traspi, ni la cada, ni el Usted es bobo, compadre?, que le dirigi el miliciano con quien haba tropezado. Se levant de un salto, irritado por haber hecho el ridculo y por el Prenda la chispa, miliciano! que le grit un teniente. Al avanzar sinti un dolor en la rodilla derecha; se haba desgarrado el pantaln, cojeaba. Los primeros desertores se haban ido quedando en la cuneta y uno se dirigi a l, Qudate, cojo!, y le insisti, Cojo!, a lo que Carlos respondi, Nudo!, logrando que al tercer grito las palabras sonaran como una sola, Cojo!Nudo!, que lo ayud a continuar avanzando sin que el dolor de la rodilla cediera. Comenz a engaarse fijndose metas parciales. Miraba un rbol, una de las inmensas seibas que bordeaban la carretera, y pensaba que aquella planta misteriosa era el final, si llegaba a ella podra descansar junto a los grandes nudos de su tronco poderoso, bajo los gajos por los que se filtraba la limpia luz de la luna. Al llegar se deca que en realidad no era sa la seiba que haba fijado, sino aquella otra, mucho ms lejana, bajo la que se tendera a quitarse las botas y aliviar el dolor de los pies. Caminaba esperando que el final verdadero lo sorprendiera cuando empezaron a divisarse en la distancia las luces de un pueblo donde deba terminar aquella marcha infinita. Apur el paso para adaptarse al ritmo de la columna, que ahora avanzaba ms rpidamente, atrada por las luces del fin. El desaliento lleg desde la vanguardia y se esparci de inmediato a lo largo de la tropa, ratificado por las voces de los tenientes, qu se crean?, cuero y candela, no estaban ni en la mitad, faltaba lo mejor, el Terrapln de la Ruda. Lleg a aquel pueblo maldito que ya no era el final haciendo un esfuerzo doloroso por mantener el paso. Senta a sus espaldas la agnica respiracin del asmtico y no quera llegar tras ella. Se dej caer cuando dieron el alto y entonces escuch que lo
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llamaban, Taloco. Salud a Kindeln, admirado de que tuviera nimo todava para improvisar una rumbita, Orate, Orate, loco de remate. Cedi al deseo de tenderse de espaldas a pesar de las continuas advertencias de los tenientes, pero no logr concentrarse en los misterios del cielo. Por primera vez tena miedo de no llegar al fin, su madre astral le pareci una luna de muerto, sinti cmo le iban apareciendo nuevos dolores en cada msculo y cada hueso, y escuch a su pesar lo que alguien deca sobre el Terrapln de la Ruda, ms conocido como Cementerio de los Milicianos, porque all caan como moscas, sin fuerza o sin valor para vencer la caminata. El asmtico estaba cerca, de pie, con el pecho sonndole como un fuelle inservible. Carlos admir su imagen terca y angustiada. Sintese, le dijo, y el otro declin con un gesto, como si ahorrara fuerzas al no hablar. Ahora Kindeln contaba la historia de un miliciano loco que haba hecho la caminata tocndole trompeta a la luna, compadre, turur, turur, turur, y el cuento tena dos finales, en uno el loco se convirti en lobo y lleg corriendo a la meta, donde se hizo otra vez hombre, compadre, y fue el primero en llegar. En otro, el loco iba tocando turur, mirando la luna, turur, hasta que se cay, compadre, catapln bangn, y se qued sentado en el Cementerio de los Milicianos. Y ahora, cada vez que un hombre se queda en el cementerio, la voz del loco le grita, Catapln bangn. Carlos se sinti aludido por el segundo final, tan semejante al cuento de los pjaros de Pablo. Habra que inventar un tercer final, se dijo, porque l no iba a ser el primero, pero tampoco el ltimo. Los tenientes dieron el De pie!, y la idea de no ser el ltimo le ayud a hacer el esfuerzo obstinado que necesitaba para incorporarse. Le dola el cuerpo como si se lo hubiesen golpeado minuciosamente, sin dejarle un huesecillo, un tendoncito, una miserable clula indemne. Avanz lentamente, como un viejo, hasta incorporarse a la columna. Se siente mal, cabo? Tena a su lado a un hombre blanco en canas que debi haber formado parte de su antigua escuadra. Entero, le respondi molesto, y el hombre se confes hecho talco, pero tena que llegar, le dijo, porque su yerno haba llegado y l no se poda chotear con su hija. Cuero y candela, coment Carlos. Haba ido midiendo el Terrapln de la Ruda y no le pareca tan terrible, una estera de polvo blanco, llena de curvas, en medio de un campo irregular. Pero los dolores mordan, especialmente en la rodilla y el pie, y la continua chchara del viejo lo tena mareado. Apur el paso, obteniendo cierto placer en vencer al dolor, hasta unirse al grupito liderado por Kindeln. A pesar del esfuerzo que deba imponerse para mantener el ritmo, se senta mejor en aquel piquete de jodedores que se burlaban de todos y de todo, recordndole a los Bacilos y a los Cabrones. Se uni a Kindeln cuando ste interrog a un hombre despatarrado en la cuneta. Catapln bangn, demente? El tipo respondi, Yo no sigo, y Carlos le grit, Rajao!, con la misma voz de pito con que segn Pablo los pajarracos de la Sierra chillaban la palabra. Le hubiera gustado que Pablo lo viera avanzando por el Terrapln de la Ruda a pesar del peso de la mochila y de la sed, del calor y del polvo, del pie lastimado y la rodilla herida. Le hubiera gustado porque sospechaba que Pablo no lo crea capaz, y en su deseo haba tanto de gratitud como de reto. No olvidara jams que fue Pablo quien lo sac del sopor que sigui a la crisis con su madre,
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hecho de pasatiempos y augurios indescifrables. Aquella simple noticia, Pablo te busca, bast para hacerlo saltar de la cama y quedar alelado de admiracin y envidia ante las barbas y el uniforme del amigo que regresaba y ya no era el mismo a pesar del abrazo. Desde el principio sinti que los separaba una distancia tan grande como la que haba entre su pijama y aquel uniforme de Maestro Voluntario, entre su cuarto cerrado y la montaa. Esa sensacin fue creciendo durante el dilogo en que Pablo rechaz el ron porque ya no beba ni fumaba, y Carlos lo sinti puro y distante como un hroe. Ahora pensaba que quiz, cuando terminara la caminata, podran hablar de hombre a hombre, pero en aquel momento se perciba a s mismo como demasiado pequeo y miserable, y a Pablo demasiado seguro en el monlogo donde hablaba de los ros crecidos que haba cruzado bajo aguaceros inacabables, de las montaas con laderas de barrancos abisales que era necesario salvar atravesando pasos peligrossimos como el de los Monos o el de las Angustias, apenas una hilera de piedras entre dos abismos, tras la que se encontraba el Pico Turquino, donde haba grabado su nombre sobre un tronco, a punta de cuchillo. Se sinti peor cuando Pablo le cont que esa misin haba sido cumplida por miles, pues en la Sierra estaban no slo los Maestros Voluntarios, sino los reclutas del Ejrcito Rebelde, los Cadetes, y, sobre todo, los Cinco Picos, centenares de muchachitos, casi nios, que haban respondido al llamado de la Asociacin de Jvenes Rebeldes. Concluy con rabia que slo l estaba encerrado en su cuarto, slo l era un mierda, y sinti una urgente necesidad de hablar, de contar algo, cualquier cosa que lo redimiera ante Pablo, y empez a magnificar la historia del Armagedn que, sin embargo, le sala pobre, deslucida, raqutica sin aquel brillo de locura magnfica que tuvo realmente y que l era incapaz de transmitir, por lo que apel a la vieja fraternidad, a las antiguas claves, y dijo fue algo grande, Sam, algo bestial, Los diez das que estremecieron al mundo, Sam, y Pablo sonri, nostlgico, pero no continu el juego, sino que pregunt, y despus?, dejando a Carlos sin cuento que hacer, jodido, con una repentina necesidad de herir a quien saba perfectamente qu haba pasado despus, le deca, meses en aquel cuarto, sin hacer nada por la revolucin, oa?, encerrado leyendo el horscopo, se daba cuenta?, el horscopo!, porque era una mierda, y si eso es lo que quera que le dijera ya se lo haba dicho, l, Carlos Prez Cifredo, un mierda, as que ya se poda ir para su escuelita o para casa del carajo, lo mismo le daba. Hubiera preferido que Pablo le gritara, se fuera, cualquier cosa en lugar de aquella reaccin mesurada, tranquila, subrayada por la frasecita, Eres un inmaduro. Ri de rabia, era como si lo compararan con un pltano, y l no era un pltano, dijo, ni maduro ni verde. Pablo repiti la frasecita acompaada ahora de un no ves?, que le result definitivamente insoportable. Se tap la cabeza con la sbana para no aguantar la descarga y all otra frase lo golpe como una bofetada, Esto es ridculo. Pens que era verdad, estaba cometiendo una accin infantil, estpida. Se quit la sbana de la cabeza y encontr al Pablo adulto, que acababa de conocer aquel da, preguntndole, Qu te pasa, Carlos?. Sinti que si al menos le hubiese dicho ambia, asere, consorte, socio o Flaco le hubiera contado su tristeza, pero lo haba llamado Carlos, como sin duda hacen las
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personas maduras, y no le dio la real gana de franquearse con l. Por eso le respondi, A m? Nada. Sigue, sigue contando. Pablo accedi y Carlos sinti que lo estaba tratando como a un nio, o a un loco. Decidi no hacer mucho caso de aquella extraa historia que era la contrapartida de su Armagedn. Una contrapartida gris, pens con cierto desprecio, porque Pablo contaba que haba pasado la noche encerrado en un almacn en las afueras de La Habana, junto a decenas de Maestros Voluntarios, viendo el acto por televisin, ante lo que Carlos coment que se haba perdido lo mejor, por televisin no era nada, y Pablo continu diciendo desde luego, el encierro los tena encabronados porque no era justo que despus de estar tanto tiempo jodindose en la Sierra los tuvieran all sin saber por qu ni para qu, sin llevarlos siquiera al Estadio donde se estaba cambiando el curso de la historia. Ese encierro, dijo, haba generado una especie de competencia entre diversos grupos de maestros que decan saber el porqu; segn unos, se haba constituido con ellos una columna guerrillera que tendra la misin de ir a Santo Domingo a derrocar a Trujillo; segn otros, saldran hacia la Unin Sovitica para hacerse pilotos de Migs diecisiete; los dems decan que no comieran tanta mierda, ellos eran Maestros Voluntarios, a la maana siguiente les daran pase y despus iran a la montaa a ensear. Ninguno tuvo razn, aadi Pablo, se pasaron la noche discutiendo y ninguno tuvo razn, porque al amanecer lleg un comandante rebelde para informarles que la revolucin haba decidido poner en sus manos los bienes que el pueblo acababa de nacionalizar esa noche. Carlos no entendi y se sinti mejor cuando Pablo le dijo que l tampoco haba entendido, ni siquiera cuando el comandante pronunci su nombre. Aleaga, Pablo. Central Cunagua, Camagey, ex propiedad de la Tuinic Sugar Compani. Sales enseguida. Alguna pregunta? No dijo Pablo que le haba dicho, sorprendido, pero luego rectific. S, perdone comandante, qu tengo que hacer? Muchacho el comandante le haba puesto el ndice en el pecho, t eres el Administrador del central Cunagua! Ahora Pablo le preguntaba qu le pareca y Carlos deca, de pinga, y repeta, de pinga, ante el cuento de la manifestacin que dieron los obreros en el batey para recibir al administrador de Fidel y alertarlo sobre las maraas que preparaban los americanos, y senta irresponsable y ridcula su rumba del Armagedn comparada con la montaa de problemas que Pablo le contaba, absurda su crisis frente a la tarea inmensa de aquel que reviva el miedo y la ignorancia que estaba obligado a vencer cada da ante lo enorme y lo desconocido. Los americanos haban dejado millones de pesos en deudas contradas con los colonos, que ahora exigan el pago y reivindicaban su derecho a ciertas tierras que la administracin yanki les habra robado; los obreros pedan el establecimiento de los cuatro turnos de trabajo para combatir el desempleo, medida socialmente justa, pero econmicamente suicida; los macheteros se iban a las ciudades y pueblos buscando las nuevas fuentes de trabajo y huyndole a su tarea de esclavos, lo que era tambin justo, pero dejaba un hueco enorme en los caaverales; algunos tcnicos y empleados lameculos estaban conspirando e
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intentando sabotajes, y as y todo haba que hacer la zafra, y mantener el rendimiento histrico en azcar, y ponerse a estudiar a ver si se dominaba aquella tecnologa tan complicada donde la mayora de los trminos zarandas, pol en caa, pol en bagazo, agua de imbibicin le sonaban a chino. De inhibicin, murmur Carlos, nostlgico por haber logrado una buena frase para el juego de palabras que no iba a comenzar, porque las palabras no eran ya un juego para Pablo. Ahora eran algo tan serio como aquel mundo volcnico que evocaba, ms distante an de la aburrida estupidez de su cuarto que la propia montaa. Era increble, su socio Nariz, el putaero Nariz administrando un central inmenso en las legendarias llanuras del Camagey, hacia donde deba partir al da siguiente, bastante decado porque no tena mujer ni modo de conseguirla: trabajaba dieciocho o veinte horas al da, no le importaba eso, pero en las cuatro horas que pasaba en el albergue del central se senta mas solo que un perro. No habra nadie con quien salir esa noche?, un grillito, aunque fuera? Pablo estaba ahora derrumbado, implorante, y l sinti una oscura calma al verlo as, al no poder ayudarlo: tambin estaba solo, jodido, como poda ver. Pablo se mes las barbas en silencio y Carlos salt de la cama gritando, Rosalina!, y corri hacia el telfono alentado por su zona ms clara. Pablo y Rosalina, car, qu bien, se dijo despus que todo estuvo arreglado para la salida esa noche, y Pablo se mostr agradecido, curioso, s, recordaba algo, Rosalina?, y l le aclar que su prima era revolucionaria y flaca, pero con buenas nalgas. Pablo hizo traquear sus dedos, feliz, y le pidi a Carlos que le contara sus problemas. l habl conmovido, esperando que su amigo lo abrazara o le pusiera al menos una mano solidaria en el hombro. Pero Pablo estaba fro, distante, casi irritado, y habl sin referirse a la historia que acababa de escuchar, ni siquiera para acusarlo otra vez de inmaduro. En la Sierra dijo, apendejado por los aguaceros, las caminatas y el hambre, un tipo quiso irse. Intent fugarse en la oscuridad para no dar la cara. Los dems, de pronto, empezamos a escuchar unos graznidos rarsimos, fuimos a ver y encontramos al tipo en plena huida, seguido por una bandada de pjaros que chillaban algo que todos repetimos: Rajao!, Rajao!, Rajao! Desde esa noche todo el que quiso rajarse debi hacerlo de frente, a la luz del da... La moraleja era demasiado clara. Carlos sinti un odio feroz hacia Pablo, aquel cabrn incapaz de ayudar a un amigo en desgracia, y se maldijo por haberle conseguido la cita con su prima. Esa noche se tuvo una lstima dolorosa y dulce. Se sinti ms solo que Pablo en la soledad de su cuartucho del central, porque no tena nada que hacer al da siguiente, salvo seguir estando solo, y volvi a acariciar lentamente la idea del suicidio. Pero esa madrugada lo asaltaron por primera vez los gritos de los pjaros, se despert temblando y no logr conciliar el sueo hasta el amanecer. En la tarde siguiente, su madre lo despert con el almuerzo y la noticia: Rosalina y Pablo se casaban, as de pronto, sin fiesta y sin noviazgo, para irse a vivir a Cunagua, y Ernesta estaba de acuerdo y contenta; nada, que el mundo se haba vuelto loco. Carlos tard unos segundos en entender y luego tuvo un golpe de alegra, haran una linda pareja aquellos dos. De pronto se sinti oscuramente deprimido,
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Pablo haba matado la soledad de un tiro mientras que l seguira solo de solemnidad, como sola decir su madre, ms solo que el silencio del cuarto donde aguant la ofensa de aquel cabrn que no estaba siquiera enamorado de su prima. Fue a buscar caf mientras su madre hablaba de conseguir dinero para comprar un regalo. Jorge estaba en la cocina echndole alpiste a su canario. Pasaban semanas sin hablarse, Jorge dedicado a sus asuntos y l a su cama, por lo que cruz junto a su hermano sin saludarlo. Se estaba sirviendo el caf cuando le oy decir: Qu te parece la boda? No le respondi. El caf estaba fro y amargo, y empez a buscar azcar en el estante. Casarse con una puta murmur Jorge. No es una puta repuso l, feliz de llevarle la contraria. Tremenda puta insisti Jorge. Carlos tom el caf, que ahora estaba demasiado dulce, y se volvi para decirle a Jorge que se lavara la sucia boca con salfumn antes de hablar de Rosalina. Jorge no se irrit. En un final, a ti siempre te han gustado las putas dijo. Quieres que te diga por qu Rosalina es una puta? Carlos se le encim y pudo ver muy cerca la mueca de su hermano. Porque yo le toqu el culo y t le tocaste el culo! Le peg de frente, un golpe corto y contundente que tir a Jorge contra la pared, pero no logr evitar su grito, Julin tambin le toc el culo!, mientras avanzaba con un palo contra Carlos, que tom un cuchillo y lo solt de pronto, ante el rostro aterrado de su madre. No quiso explicarse, regres temblando a su cuarto y all estuvo horas, asaltado por el grito de los pjaros y por la turbia memoria de la Nochebuena en que tocaron a Rosalina, midiendo el instante que lo salv de acuchillar a Jorge, seguro de que lo matara si no lograba romper para siempre aquel encierro donde viva odiando como un perro de presa, desprecindose, separado de todo lo que le haba dado alguna vez un sentido a su vida. Slo lograba calmarse al soar que sala, que estaba fuera, libre, dejndose arrastrar por el ro de la revolucin, como Pablo. Pero aquella euforia se disolva de pronto: no tena un lugar en el proceso, lo haba perdido al traicionar a sus compaeros del instituto, abandonndolos en el momento ms difcil, negndose inclusive a recibirlos cuando fueron a visitarlo en los peores das de su depresin. Tena que irse. Y para integrarse a los Batallones de Combate tena ahora que vencer la prueba; slo despus podra volver a mirar sin sonrojo a sus antiguos compaeros. Pero el Cementerio de los Milicianos justificaba su nombre con creces: la irregularidad del terrapln haca la marcha tan penosa como una maniobra a campo traviesa, y slo lograba avanzar a tropezones por aquel infierno que no ofreca siquiera el consuelo de una seiba. Se deca que llegar no era una cuestin de fuerzas sino de cojones, porque haca demasiado rato ya que estaba exhausto y segua avanzando, magullados el pie izquierdo y la rodilla derecha, cojo de las dos piernas como San Lzaro, evocando al querido Luleno de sus das de infancia e imaginndose apoyado en sus muletas, venciendo las duras
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pruebas a que lo someta el hijoeputa de Saturno por andar confluyendo con Libra y formando cuadrilteros con Cncer; y se repeta que era un cojonudo capaz de llegar a la meta y de ganarse as un espacio propio desde donde reanudar sus reflexiones sobre la ideologa del proletariado. Slo que ahora no tena libros ni casa: haba decidido no regresar a la de Ernesta para evitar un encuentro con su madre, e incluso un eventual contacto con Rosalina o con Pablo, prometindose que lo volveran a ver nicamente cuando se hubiera hecho un hombre por su cuenta. Aquella decisin, tomada con aire de heroica soledad, lo hizo sentirse orgulloso de s mismo; pero ahora no cesaba de preguntarse adnde coo ira cuando terminara la caminata. El viento negro de la Ruda haba levantado una polvareda que le resec la garganta. No logr aliviar la sed con el chorrito de agua que le quedaba en la cantimplora. Se pas la lengua por los labios y le supo a tierra. La sinti spera, impregnada del polvo que segua batiendo el camino, metindosele en la boca, los ojos, la nariz, hacindolo maldecir en silencio y ver imgenes absurdas: ahora el negro Kindeln era blanco, como espolvoreado con harina, y pareca uno de esos blancos que se pintan con betn para hacer de negritos de teatro. Quiso decrselo, pero sinti que no tena saliva para articular ni una sola frase. La negramata de marab donde fij la nueva meta tambin era blanca, con el tronco doblado y los gajos aleteantes, como el cuerpo de un nufrago a quien deba salvar, porque si no, se dijo, el pobre tipo se ahogara, y el pobre tipo era l, avanzando contra el polvo en medio de la noche. Por primera vez aor su cama, evoc con una fuerza dolorosa la dulce estupidez en que sola sumirse durante semanas, el inefable placer de dormir catorce o quince horas, levantarse, baarse y volver a acostarse sobre sbanas limpias, frescas, recin planchadas, que lo arrullaban con la msica celestial producida por la levsima capa de almidn que su madre les pona. Ella, parada frente a la cama con la bandeja del desayuno, y l gritndole, No quiero! Djame dormir, me oyes?. Ella salmodindole, No duermas tanto, los huesos te van a criar babilla. Pero aquella marcha interminable no era un sueo, no estaba soando que caminaba, sino caminando tanto que crea estar soando, delirando, diluyndose en las blancas nubes de polvo y las formas torturadas de los marabuzales y los chillidos de los murcilagos y la infinita columna de sombras y el dolor y la sed y el hambre y el cansancio terrible que acabara vencindolo si no era capaz de llegar hasta esa mata al menos, un poco ms, aun despus del Alt de los tenientes y del taloco de Kindeln, hasta tocar el tronco del marab y dejarse caer exhausto, resollando, como en la arena de una playa. Pens en quitarse las botas, desisti por miedo a que no le entraran despus, e intent un masaje en la rodilla; la encontr inflamada, sensible incluso al contacto con los dedos. Separ suavemente la camisa de los hombros, liberados ahora del peso de la mochila, pero no logr reducir el ardor. Se pas la lengua por los labios cuarteados y volvi a sentirla spera, como un papel de lija. Se dej caer bocabajo, con la cara sobre la mochila, y all lo sorprendi el olor del pan con bist que le haba preparado Ernesta. Hizo un esfuerzo para sacarlo, le dio una mordida y tuvo la sensacin de estar mascando arena. El acceso de tos removi todos los dolores de su cuerpo. Toc la cantimplora, vaca. Dej caer el
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pan, cerr los ojos, y el fro de la tierra comunic a su cuerpo una vaga modorra en la que los dolores se le hicieron insoportablemente dulces. As lo sorprendi el de pie!, que escuch asordinado por la niebla de su modorra. Tuvo conciencia de que la columna haba reiniciado la marcha y no se movi. En un minuto se pondra de pie y se incorporara a filas. No, mejor en dos, en diez... Se senta incrustado a la tierra, haba logrado disolver los ruidos de la marcha de la columna en su cansancio y ahora era como si no estuviera pasando nada, salvo aquel sueo delicioso. Continu inmvil an despus del primer Rajao!, que fue rpidamente seguido por otros. Haca rato que no se escuchaba el grito, trado por l a aquella prueba, y ahora los milicianos lo repetan hacindolo pensar no en el cuento de Pablo, sino en el de Kindeln, que le son al odo un Catapln bangn? hacindolo sentarse sin querer, asustado y con un dolor atroz en la cintura: l era el loco Carlos, despatarrado para siempre en el Cementerio de los Milicianos. Entonces se aferr a las manos de Kindeln, que ahora eran blancas y lo halaron como una gra poniendo de pie la inservible suma de dolores que era su cuerpo. Caminaba rgido, sin mover apenas las articulaciones, como un robot oxidado. Kindeln se haba ido delante, a apoyar a su carnal Marcelo, dejndolo a l en la retaguardia, de la que no lograba despegarse. Pens que librarse de aquel tormento sera fcil, tan fcil como caminar cada vez ms lentamente, hasta dejar que la columna se fuera lejos, lejos, lejos... Entonces estara solo en el camino y nadie podra gritarle rajao; en realidad no se habra rajao, simplemente caminaba despacio, muy despacio, cada vez ms despacio, cuando el teniente jefe de retaguardia grit junto a l, No hay dios que resista esto!, y continu caminando a su lado, Cuero y candela, miliciano, usted es un cojo...? Nudo, susurr Carlos. El teniente se hizo el sordo. Grite, miliciano, un cojo...? Nudo, repiti Carlos. El teniente pareca insatisfecho, Gritar es gritar, miliciano, un cojo...? Nudo!, vocifer Carlos, para quitrselo de encima, y el grito tuvo el efecto de un duchazo en sus msculos y en el estado de nimo del teniente, que repiti con voz ronca y poderosa, Cojo!, para escuchar el eco, Nudo!, y as anduvieron hasta que el teniente pas el juego al plural y lo extendi a la retaguardia, desde donde gan toda la columna, que avanz gritando en la noche que eran eso, cojonudos. Carlos hizo un esfuerzo desesperado por despegarse de la retaguardia profunda y fue dejando atrs a los viejos, los gordos, los lentos. Continu hasta divisar al asmtico, que caminaba tercamente, con pasos cortos e iguales, a unos treinta metros de distancia. Se impuso una marcha ansiosa dicindose que era un cojonudo y viendo cmo se acercaba lentamente a las espaldas del asmtico, que no alter su ritmo ni siquiera cuando Carlos pas junto a l forzando el paso: el tipo caminaba sin mirar a nadie. Al alcanzar la punta de la retaguardia supo que haba cometido un error grave embarcndose en aquella competencia estpida donde malgast las fuerzas provenientes del grito que ahora no poda siquiera repetir. Dej de fijarse metas. Cada paso era una, y los daba sin saber si podra alcanzar la siguiente. Cmo era posible que a los veinte aos fuera ms dbil que hombres de cuarenta o de cincuenta, y an que los viejos, los gordos, los lentos de la cola? Llegar, se repiti, no es una cuestin de fuerzas, sino de
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cojones. Muchos jvenes haban quedado en el camino, mientras que otros, casi nios o casi ancianos, seguan en la brecha. Pero l estaba hecho polvo, destruido, y pens que su madre tena razn: los huesos le haban criado babilla. Babilla, cmo no se haba dado cuenta antes? La babilla era algo resbaladizo, esponjoso, que le pona el cuerpo como de estopa y le quitaba la fuerza y la decisin para moverse, aun cuando sintiera a sus espaldas la angustiosa respiracin del asmtico que lo pasaba como en un sueo del que no lograba despertar. Deseaba su cama, estaba en su cama soando que a su lado cruzaban sombras, sombras, sombras que pronto dejaran de pasar para dejarlo al fin dormir tranquilo. Dijo Eh?, y volvi a decir Eh?, cuando el teniente jefe de retaguardia lo empuj suavemente hacia delante: El campamento est ah, miliciano. Un esfuercito ms, cuero y candela. Era el ltimo hombre de la columna al llegar a Managua, el pueblecito que haban dejado atrs haca tantas horas, y comprendi que haban hecho un largo lazo en la caminata, un lazo de sesentids kilmetros capaz de coger al mundo por el cuello y ahogarlo. Una difuminada luz rosa envolva la columna que llegaba a la calle real del pueblecito donde esperaban los vecinos dando vivas a Fidel y a los milicianos, trayndoles agua y pan. Carlos descubri cun larga era la columna al verla tendida, cubriendo cuadras y cuadras. Divis a Kindeln e hizo un esfuerzo por acercarse a l, a medio camino se le doblaron las rodillas y empez a deslizarse hasta quedar a gatas y luego bocarriba, despatarrado en plena calle. Estaba destruido, pero haba llegado. De pronto una mano se desliz bajo su nuca y una mujer que poda ser su madre comenz a verterle un hilo de agua entre los labios, le dio un trozo de pan todava caliente y le dijo que tena que atender a otros milicianos. Carlos se sent, venciendo un dolor tenaz en la cintura, se comi el pan masticando lentamente, como un anciano, y cedi al deseo de quitarse las botas. Tena los pies hinchados y debi hacer un gran esfuerzo para sacarlas. Entonces hal las medias verdes que ahora eran negras y estaban rotas y adheridas a las ampollas. Luego volvi a tenderse y slo entonces advirti que haba dejado la mochila en el camino. Se encogi de hombros y movi los dedos de los pies con el placer infinito de sentirlos libres. Ya conseguira un saco donde llevar sus cosas a la escuela militar. Dud acerca de si dirigirse a aquella seora para pedirle que lo dejara pasar dos das en su casa hasta que lo llamaran para el curso, pero no tena nimo para incorporarse y, envuelto en una dolorosa somnolencia, escuch aquel grito imposible, De pie!. Pens que estaba sufriendo una alucinacin, una de sus pesadillas recurrentes, mientras los milicianos protestaban, no, no poda ser, haban caminado como cien kilmetros; y los tenientes, Sesenta, milicianos! Los sesentids se cumplen frente al campamento! De pie!, y en esa pesadilla entraban los murmullos, el trajn de los hombres levantndose, los gritos del jefe de retaguardia y la voz cada vez ms apremiante de Kindeln, Dale, Taloco!. Abri los ojos porque Kindeln no dejaba de zarandearlo, dijo, Zarandas, Pablo habl de zarandas, y balbuce, No puedo, acariciando sus pies, su rodilla tumefacta, mientras la vanguardia reanudaba la marcha y l se senta incapaz de volver a ponerse las botas y dar un paso con aquellos pies llagados. No era justo. No era justo que despus de un esfuerzo como aqul lo dejaran all, vencido, tragndose la rabia mientras vea
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alejarse a la vanguardia y escuchaba las frases de aliento de Kindeln. Sinti una ternura inmensa hacia el negro y murmur, Sigue solo, socio, lo que le provoc al Kinde un estallido de clera antes de levantar de un tirn el cuerpo de Carlos, incapaz de andar ahora, inmvil, rgido, recostado a Kindeln, que trastabilleaba con el peso gritando, Un hombre aqu, cojones!. Un miliciano rubio y trabado le pas el brazo a Carlos bajo el sobaco y sobre el hombro, haciendo palanca con Kindeln, que dijo, Guapo ah, Gallego; y Carlos sinti que lo hacan andar como a un San Lzaro con muletas humanas, como a un Cristo crucificado con dos ladrones amigos que haban logrado el milagro, y pens que no era justo con los otros, mientras el Kinde lo animaba, Anda, camina, y no tardaba en percibir el ritmo de guaracha escondido en la frase, con el que improvis una rumbita moribunda: Anda, camina / camina, Juan Pescao... Carlos sinti que el tumbato ayudaba y fue poniendo los pies sobre el asfalto, pisando firme a ratos, pero ochenta metros ms all no pudo soportar el ardor de las llagas y tuvo que colgarse otra vez de sus muletas, que ya se haban apodado mutuamente Gallego y Lumumba, sombras que slo yo veo, se dijo, pensando en sus dos abuelos, Chava y lvaro, en quienes tambin se apoyaba para avanzar. Kindeln haba dejado en el aire una adivinanza, por qu, en Cuba, el Gallego y el Negro eran hermanos desde antes de la revolucin? Fcil, dijo, porque tenan el mismo apellido: Negroe Mierda y Gallegoe Mierda. Carlos no se ri: estaba acumulando fuerzas para soltarse y seguir a rastras, si era necesario, cuando los alcanz la ltima fila, siete milicianos demacrados que avanzaban como ellos, apoyndose en sus fatigas recprocas y trasmitiendo el peso hacia los extremos, donde marchaban dos tenientes. Al sumarse a la cuerda, Carlos supo que estaba salvado. Ahora eran demasiado dbiles para no llegar, su dolor se apoyaba en los quejidos de los otros y en la respiracin irregular del asmtico que fue el primero en advertir la meta desde donde llegaban los gritos de victoria de la vanguardia y el centro. Aumentaron el ritmo, o quiz slo creyeron que lo hacan al moverse dando tumbos como borrachos, animados por las voces de aliento de quienes ya haban llegado, por los aplausos y los vivas con que los reciban, como hroes que slo se desploman en la meta. Carlos cay junto al Gallego y a Kindeln, quien haba recuperado su alegra y no cesaba de decirle, Taloco, tratando de convencerlo de que estar loco era un honor, pues solamente unos locos de remate eran capaces de hacer aquella barbaridad voluntariamente; su carnal Marcelo, por ejemplo, estaba cuerdo, por eso se haba quedado en el camino, pero ellos estaban dementes, kendys, quemados, discontinuos, fundidos, turulatos, con los cables cruzados y un pase a tierra, as estaban sus queridos loquitos, deca, sus oraticos, deca, provocando en Carlos una risa espasmdica que se vio interrumpida de pronto por el modo desconsiderado en que aquella muchacha Cruzroja empez a limpiarle el pie, hacindolo gritar como un loco, deca Kindeln, mientras la muchacha segua su trabajo sobre la sangre coagulada y el churre, arrancndole tiras de pellejo, rogndole que se callara, milicianito lindo, si no era para tanto, sesentids kilometricos nada ms, y dejndolo estupefacto ante el descaro con que hablaba de su hazaa, con que se rea de su dolor, con que le peda, burlona, la otra patica.
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Apoy el brazo izquierdo en el fango y levant la cabeza por sobre la yerba de guinea. Mir atrs, los hombres de su pelotn continuaban tendidos. Parecen fantasmas, pens al verlos cubiertos de lodo. Se dej caer de nuevo sobre la tierra viscosa y negra calculando que llevaran ms de media hora hundidos all. Estuvo un rato respirando su propio olor insoportable. Volvi a alzar la cabeza. El vasto pastizal pareca desierto. Nos van a joder, se dijo, escudriando las palmas que marcaban el fin visible del campo en la distancia. Enlace llam, enlace. El cuerpo gil y esmirriado de Remberto Davis se acerc chapoteando en el fango. Ordene dijo. Carlos acarici el cubrellamas del fusil. Me los corto si no estn en aquella arboleda. De pronto se escuch un silbido largo, tres cortos, y luego slo qued el soplo del aire sobre las puntas de las yerbas. Nos van a joder, murmur. Un grupo de auras sobrevolaba el campo, salpicando de manchas fugaces el cielo color pizarra. Va a seguir lloviendo dijo. O hay muerto coment Remberto Davis. Calcul la distancia. Era demasiado lejos, pero si lo lograba, el enemigo estaba frito. Dile a los cabos que arrastrndose hasta el palmar orden. Comenz a asegurarse el fusil con la correa. Remberto Davis segua a su lado, temeroso. Qu pasa? pregunt Carlos. Eso es ya! El enlace se llev instintivamente la mano derecha a la ceja y justific su apodo de Ardillaprieta al arrastrarse entre las yerbas. Los hombres comenzaron el avance protestando en voz baja. Carlos se apoy en el codo izquierdo para calcular la apertura del abanico. Se ven a la legua, pens, al divisar las caras sudorosas y enfungadas, o ser que yo s por dnde van? Doce metros a la izquierda las nalgas del gago Zacaras sobresalan claramente sobre el campo. Le tir una piedra, el gago hundi el culo por un momento, y volvi a sacarlo al continuar el avance. Carlos comenz a reptar. Ardillaprieta se le haba emparejado y avanzaba sin dejar de mirarlo. Mira otra cosa! le grit, pensando que a lo mejor Remberto Davis tena razn, atacar era una locura, pero l no poda resistir ms all, hundido en el fango como una puetera rana. Empez a llover y la sabana se convirti en un lodazal. De pronto, los gritos del cabo Heriberto Magaa se filtraron desde el campo enemigo por entre el ruido de la lluvia.
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Uno, tres, cinco, siete! Carlos se agazap instintivamente, preguntndose si los habran descubierto. Quince metros! grit ahora el cabo. Arm el fusil pensando que si el cabo los haba descubierto estaban fritos, pero si no, se iba a meter hasta el mismo centro del mando enemigo para joder a media humanidad. Los nmeros dos, cuatro y seis de la escuadra de Heriberto elevaron los fusiles por sobre la yerba para cubrir el avance de sus compaeros, mientras Carlos pensaba que all mismo se iba a decidir el combate. Al salto! orden el cabo, echando a correr. Sus cuatro hombres lo siguieron, desplegados, y pasaron por la izquierda del pelotn sin descubrirlo. Los jodimos, se dijo Carlos, arrastrndose a codazos sobre los charcos. El enemigo estaba desprevenido. A travs del aguacero poda ver el inmenso cuerpo azul del negro Tanganika. Veinte metros ms, dos minutos, y estara frito, a tiro de fusil. Dile al Kinde que por la izquierda orden sin detenerse. Ardillaprieta se desvi a cumplir la orden. Carlos indic al Barbero que moviera su escuadra por la derecha y asumi el mando de la del Gallego para atacar por el centro. No los salva ni Dios, se dijo, esperando desesperado a que los suyos terminaran el despliegue. Cuando estuvo seguro grit, Al salto!, y su pelotn emergi desde el fango corriendo hacia el mando enemigo. Se sinti inmenso al avanzar a campo traviesa oyendo sus propias rfagas. Ratatat! Ratatat! Ratatat! Saba que los suyos atacaban, era jefe de aquella tropa dura, fogueada, capaz de combatir bajo la lluvia sin importarle el fango ni los disparos de un enemigo que se haba dado cuenta demasiado tarde de la estratagema y ahora intentaba una defensa desesperada con armas cortas, Bang! Bang!, como si eso bastara para detener la marcha del pelotn que Carlos arrastraba gritando, Al ataqueee, mientras corra en zigzag para evitar el zumbido del plomo en sus sienes, ZINNNNG!, cada vez ms cerca, ZINNNG!, hasta que lleg donde Tanganika, conminndolo: Rndete, carajo! Hubo una gran confusin. Tanganika y su escuadra no aceptaban rendirse, Carlos y su pelotn se autoproclamaban vencedores, desde el otro lado del campo llegaban tambin gritos de victoria y protesta; entonces el teniente Aquiles Rondn grit, Aqu!, y todos corrieron hacia l formando un semicrculo para analizar el ejercicio. Carlos estaba excitadsimo por la habilidad con que haba logrado entrar a saco en el campamento enemigo, y por la negativa de Tanganika a rendirse, actitud que consideraba infantil y lo haba enfurecido, de modo que cuando el teniente pregunt quin haba ganado, respondi: Nosotros, teniente, los rojos. El Segundo orden sentarse y el teniente le grit un furioso De pie!. Hizo una figura ridcula y cay al intentar cumplir ambas rdenes. Se incorpor pensando que algo deba haber salido mal. El teniente report al Segundo y le pidi: Diga usted mismo la causa.
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Cristbal Surez mir al fango antes de responder, Atribuciones indebidas, y fij sus ojos en Carlos, que se sinti confuso ante la invitacin del teniente. Diga, dgale a sus compaeros cmo fue esa victoria. Sin duda, algo no haba funcionado bien, pero l no saba dnde estaba el fallo y para colmo estaba pensando otra vez en la pesadilla. Le comieron la lengua las hormigas, miliciano? Qued en silencio, con la boca abierta. Aquiles Rondn le puso un reporte por tibieza, y Carlos comenz a explicarse, se haba callado porque estaba reconstruyendo el ejercicio, ganaron cuando su pelotn atraves a rastras toda el rea y ocup el Puesto de Mando del grupo azul. Aquiles Rondn mir al campo, asintiendo lentamente con la cabeza. S? Y qu ms, miliciano? Carlos busc apoyo en los hombres de su pelotn, sorprendieron al enemigo, teniente, a unos veinte metros de su puesto se lanzaron al salto y les entraron a tiros, l mismo vaci el peine de su rifle... Silencio, miliciano! Qu dispararon, qu vaci, cmo se llama su arma? Carlos mir el gesto, la mano ancha, abierta, callosa y enfangada con que Aquiles Rondn haba subrayado las preguntas y se sinti abrumado, si le ponan otro reporte no habra Dios que le quitara una imaginaria. Pidi perdn maquinalmente y se explic, haban disparado cartuchos de guerra, vaciado el cargador, su arma se llamaba fusil y el error que acababa de cometer, terminologa inadecuada. Aquiles Rondn orden al Segundo que explicara su punto de vista sobre el ejercicio y Carlos se sinti libre del reporte pensando que efectivamente haban ganado. Pero el Segundo, jefe del grupo Rojo, estaba violento y lo acus a l, Sargento jefe del pelotn dos, de violar la orden recibida, proteger el Puesto de Mando Rojo, con lo que el enemigo Azul se haba impuesto por superioridad. Responda le orden Aquiles Rondn. Carlos intent dominarse y hablar lentamente, con precisin, pues en la respuesta le iba el reporte y la guardia: el problema haba sido, teniente, que pas ms de media hora hundido en el fango con su pelotn sin hacer nada, entonces tuvo la idea de atravesar el campo a rastras, dar un rodeo y sorprender el puesto enemigo por la retaguardia, cosa que logr bajo el aguacero, venciendo inobjetablemente por superioridad numrica; pero el enemigo, en una actitud que no quera calificar, se neg a rendirse. Aquiles Rondn lo escuchaba en un silencio tormentoso y de pronto se desat en imprecaciones. No quiso rendirse porque ya ustedes haban perdido! Lo dej para ver qu carajo iba a hacer! Y qu iba a hacer, qu haca, qu hizo? Correr en zigzag y disparar con la boca como en un juego de nios! Pero esto no es un juego, miliciano, esto es preparacin para la guerra! La guerra de verdad, miliciano, donde se mata y se muere! Los Azules entraron por el flanco que usted dej descubierto al incumplir, incumplir, miliciano, incumplir una orden! Tiene cuatro reportes: tibieza, terminologa inadecuada, indisciplina y pedir perdn; dle su nmero al teniente Permuy!
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Carlos respondi Oncecuarenticuatro, y sufri un acceso de tos. Temblaba, una imaginaria esa noche era ms de lo que sus nervios podan soportar. Se senta rabioso, puesto en ridculo, desautorizado, con deseos de renunciar a la jefatura del pelotn. Pero en la milicia no se poda renunciar, pedir perdn, moverse, ni hablar siquiera sin permiso, segn le qued claro desde el primer da del curso, cuando lleg desorientado, junto al Gallego y a Kindeln, al inmenso polgono donde las rdenes restallaban como ltigos. Buscando compaeros que hubiesen hecho la caminata junto a ellos descubri casualmente a Rubn Permuy. Le produjo un ataque de risa ver al mismsimo jefe de los Cabrones de la Vida vestido de teniente, dando rdenes como un general, y le tap los ojos con las manos, gritando. Adivina, mulato maricn! En ese momento apareci Aquiles Rondn hecho una furia. Qu es eso, miliciano? Carlos se dispuso a explicarle que estaba saludando a un socio, a un hijoeputa redomado, a un viejo amigo. Pero el teniente no le dej hablar, le orden que fuera corriendo hasta la puerta de la Escuela y regresara enseguida. Carlos pregunt por qu y a qu, y recibi una respuesta tajante. Es una orden, miliciano! Mientras corra escuch una carcajada de burla a sus espaldas. Se sinti irritado consigo mismo por no haber respondido como deba a aquel gritn. Decidi hacerlo al regreso, decirle, Oiga, teniente, no crea que me va a sopapear, sabe?, y entonces dirigirse a quienes se rieron, Ni ustedes tampoco, saben?, yo s me ripeo con cualquiera. Algo as les dira, el caso era dejar clara su condicin de hombre, no permitir que le cogieran la baja. A mitad del camino se sinti mejor, el cuerpo le estaba respondiendo, casi no senta las ampollas de la Caminata. Quiz no debera tratar tan duro al teniente, podra ser ms poltico, tener en cuenta que el tipo tena un nivel cultural bajo, explicarle, Fjese, compaero teniente, no debe dirigirse as a los milicianos, debe ganrselos con inteligencia, entiende?. Le gust esa manera de enfocar el asunto y pens en Rubn Permuy. sa s era noticia, el mulato jodedor, jugador, rumbero, haba sido enviado por el instituto a la Escuela de Responsables de Milicia y ahora era teniente. Haba cambiado mucho, ya no tena las motas de pasas sobre las orejas, ni las uas de los meiques largas, ni pintadas de esmalte, y la carencia de aquellos tres detalles lo hacan a la vez el mismo y otro. Carlos record que ya haba tenido esa sensacin frente a Mercedes y a Pablo, como si la lucha fuera cambiando incluso el aspecto de las gentes. Toc la puerta y regres caminando. Un grupo de milicianos que vena corriendo se cruz con l. Por qu? les pregunt. Por rernos, respondi uno; De ti, aadi otro. Le gust eso, el oficial haba sido bruto, pero justo, lo correcto sera darle una sencilla explicacin poltica. Se pregunt si el tipo le pedira excusas y se dijo que en ese caso deba aceptarlas con sencillez, para ir educndolo. En el polgono las rdenes seguan restallando. Se asombr al comprobar que en tan poco tiempo los oficiales hubiesen logrado organizar en escuadras, pelotones y compaas a aquella masa de milicianos que todava vagaba desorientada por el campo cuando l comenz la carrera. Le brot una
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carcajada al descubrir algo inaudito, cmico: los hombres haban comenzado a pelarse unos a otros. El viento arrastraba sobre la yerba mechones y mechones de pelo. An no haba dejado de rerse cuando lo sorprendi un grito, Prenda la chispa, miliciano! . Sigui caminando lentamente, a pesar de que era obvio que Aquiles Rondn se diriga a l. Corriendo, miliciano, dije corriendo! Ech a correr porque pens que ya era intolerable aguantar tanta gritera en pblico, y decidi cantarle las cuarenta al tenientico. Lleg hasta l diciendo, Oiga, no crea que va... y recibi un Silencio! que lo dej fro. El teniente estaba hecho una furia. Carlos le sostuvo la mirada, reconstruy su rabia y dijo, ...a abusar conmigo.... Pero Aquiles Rondn volvi a fulminarlo con la vista. Silencio, dije! La patria le quita el derecho a protestar, el derecho a discutir, el derecho a quejarse! La milicia no es un sindicato! Aqu las rdenes se cumplen y no se discuten! Entendido? No se discuten! Bien? Se cumplen y no se discuten! Queda claro? Carlos se mordi los labios al murmurar, Pero esto es voluntario, y Aquiles Rondn respondi: Voluntario es quedarse o irse, miliciano! Puede irse, si quiere! Se va? Carlos se sinti enrojecer de odio contra aquel abusador que lo insultaba en pblico utilizando su poder para chantajearlo, y se dijo que nunca abandonara la Milicia por culpa de un amargado que ahora volva a gritarle: Responda, miliciano!, se va? No murmur antes de escuchar otra orden. Grite, lo ms alto que pueda! Desfog su ira en un Nooo! estentreo e interminable que pareci gustarle al teniente, quien coment entusiasmado: Tiene buena voz, es cabeciduro. Bien, usted es el Jefe de pelotn que me faltaba. Sinti una extraa mezcla de rabia y gratitud. Todava estaba rojo de ira por los excesos del teniente, pero gracias a l era sargento, tena veinticuatro hombres bajo su mando. Sintese, sargento le pidi Kindeln, que haba sido nombrado cabo de escuadra y blanda alegremente una venerable maquinilla de pelar con la que lo tus a conciencia. Carlos, todava perplejo, pensaba en el incidente cuando comenz a sentir una extraa sensacin de frialdad en el crneo. Se toc la cabeza y comprob con horror que su pelo haba desaparecido casi totalmente. Iba a protestar cuando Rubn Permuy orden una guardia vieja, quera ver el rea limpia de pelos enseguida. Carlos le pidi un espejo y Rubn lo dej estupefacto. Espejo ni espejo, miliciano! Dirija a su pelotn, recoja pelos! Se agach rumiando su rabia contra Rubn, tambin se haba convertido en un gritn. Tom unos mechones y no supo qu hacer con ellos. Se senta feo, estpido, no haba ido a la milicia a recoger pelos. Aquiles Rondn pas junto a l. Prenda la chispa, miliciano, mande a sus hombres! Carlos mir al campo donde varios milicianos paseaban conversando y dict su primera orden:
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Pelotn, a recoger pelos! Recogieron montones, canas, pasas, mechones negros, rubios, rojos, los agruparon y les prendieron fuego. Al terminar, Carlos tena un molesto dolor de cintura. Iba a sentarse a descansar cuando Aquiles Rondn form la unidad para dirigirla a paso doble al lugar donde dormiran. Corri pensando que podra tirarse un rato en una cama, en un catre, o al menos en su hamaca. Comenz a llover. Sargento, le dijo Kindeln, la hija del diablo se est casando. Silencio!, grit Rubn Permuy, No se habla en formacin!. Carlos maldijo al comemierda de Rubn y a la estpida hija del diablo que haba propiciado la unin del sol y la lluvia, perfecta para producirle un catarro. Respondi de buen grado a la orden de apurar el paso, deseoso de llegar al rea para guarecerse en la barraca. El aguacero arreci, formando un denso muro gris en la distancia. De pronto, la formacin comenz a disolverse, los hombres se metan bajo los rboles, algunos intentaban cubrirse con nailons. Aquiles Rondn reaccion asombrado, cosa era aquello, milicianos?, la lluvia no haca dao, al camino, milicianos, corriendo. Regresaron en silencio, doblaron a la derecha y accedieron a un claro rodeado de rboles. Seores dijo Rubn Permuy, sta es su casa. Carlos qued inmvil, buscando intilmente un techo en el descampado. Taloco, aprate, Kindeln lo llamaba desde el sitio que correspondi al pelotn, donde ya tena reservadas dos parejas de rboles para colgar hamacas. Lleg murmurando, No hay techo aqu, pero nadie le hizo caso. Todos estaban empeados en armar el Manicomio, como dijo Kindeln, hablando solo. Amarr su hamaca antes de colocar el nailon que deba cubrirla, vio cmo la empapaban los goterones filtrados entre las hojas de los rboles, se sent pensando que total, ya estaba hecho, y se sinti caer lentamente al suelo de donde Kindeln lo levant, murmurando, Un ballestrinque, Taloco, un ballestrinque. Dos o tres se burlaron y Carlos, con la vergenza de su inutilidad, desvi la mirada, unindose a Kindeln en el trenzado de aquellos nudos incomprensibles que al fin dejaron listos el nailon y la hamaca donde se tendi, slo para ser sacudido por un sobresalto. De pie! Las hamacas no se cuelgan de da, milicianos! Recojan! Dos minutos para formar! Se empe en evitar que Kindeln lo ayudara. Lleg tarde a formacin, donde le asignaron un nmero que tuvo que repetir enseguida, Oncecuarenticuatro, porque le haban puesto dos reportes, uno por tibieza y otro por incorporarse sin pedir permiso. Pero eso no es justo protest. Aquiles Rondn le puso un tercero, por rplica, report a otros milicianos que llegaron tarde y llev la unidad a paso doble hasta el rea de clases, un nuevo descampado bordeado por una carreterita. El sol sucedi a la lluvia y la lluvia al sol mientras reciban Reglas y Procedimientos del Tiro, Tctica, Cortesa Militar e Infantera en una sesin interrumpida apenas por perodos de cinco minutos entre clases, que ahora acababan de terminar. Ya estaban otra vez marchando por la carreterita, muertos de cansancio, hacia la clase de Ingeniera de Combate que haba excitado la imaginacin de Carlos hacindolo pensar en
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clculos matemticos durante los cuales podra descansar su cuerpo atribulado y hacer trabajar su cabeza recalentada y hmeda en la que el extrao Arn, o, i, ara! Arn, o! con que Aquiles Rondn ritmaba el paso se mezclaba con los rudimentos recibidos en la tarde. Se entusiasm cuando el teniente desvi su pelotn para que fuera con l a buscar los instrumentos. Trabajaran en la creacin de un sistema defensivo muy eficiente, dijo, llamado Doble Delantal Francs. Carlos lleg al almacn, una vasta nave de tablas, pensando en teodolitos, compases, complejos mapas militares. Aqu estn murmur Aquiles Rondn, que se mova como un gato en la penumbra, son nuevecitos. Encendi la luz y les mostr un centenar de picos y palas tan pequeos que parecan hechos para enanos. Arriba orden, cuatro por cabeza. Cinco minutos despus Carlos estaba jadeando y maldiciendo aquel piquito de alpinista recubierto de una costra fangosa que tena que quitar una y otra vez, como si estuviera cavando con las uas. Sonri al pensar en Gisela. Ella se burlara de su dolor de cintura y su cabeza rapada, de su ilusin por la Ingeniera de Combate y su rabia contra aquel picoteo que le pareca un disparate, de sus deseos de pasar la Escuela y su perplejidad ante la disciplina, la lluvia, el sol, el fango, la falta de techo y cama, las rdenes y el correcorre permanente que lo tenan turulato, extraando la calma de su casa. Ella se burlara, como siempre; burlndose le haba curado los pies al final de la Caminata y lo haba apodado Ceniciento cuando l cometi la estupidez de decirle que haba perdido las botas en la marcha. Carlos estaba entonces quebrado de cansancio, incapaz de dar un paso, con los llagados pies, al aire, sin tener dnde meterse ni con quin compartir su victoria. Se lo dijo a Kindeln cuando ste fue a ayudarlo preguntndole dnde viva, pero no cont con que el Kinde estaba loco, con que se apenara muchsimo diciendo, Recrcholis!, contrariado de no poder darle una mano porque viva en un cuarto con su loca y sus cinco loquitos. Carlos estaba diciendo, No importa, hermano, cuando el otro se incorpor gritando, sta es una tarea para Superkinde!, y se dirigi a Gisela dicindole, Princesa, como poda ver, el Ceniciento haba perdido los zapatos de baile, y adems careca de palacio donde refugiarse, es decir, no tena gao. Carlos crey que iba a aadir que era un singao, pero Kindeln hizo algo peor al preguntar, invitaba al herido a su mansin? l comenz a protestar contra aquel atrevimiento y Gisela no le hizo caso, se rea de las locuras de Kindeln, llamaba a Carlos milicianito lindo y le ofreca su casa, de la que tambin se burlaba calificndola de pobre, pero honrada, y volva a rer mostrando los dientes con la gracia de una coneja, lo que provoc el sbito inters de Carlos y lo hizo aceptar la invitacin, pensando que a lo mejor aquella conejita podra endulzar su zanahoria. La ambulancia corra vertiginosamente sonando la sirena, con el foco del techo encendido, y Kindeln, tendido en la camilla junto a Carlos, se diverta horrores, le deca al chofer, As, asere, as, ust taloco!, e imitaba el sonido de la sirena, Aaaaaaaaaa!, cortndolo para gritar, Heridos de guerra! Heridos de guerra!, cuando se vean obligados a detenerse en un tranque o un semforo. Carlos soaba con que haba sido herido en combate y sonrea orgulloso ante las
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miradas de admiracin y las palabras de aliento que les dirigan los transentes o los choferes de otros carros al dejarles va libre, pero estaba molesto por el juego constante de Gisela con el chofer de la ambulancia. Unas cuadras despus, ella le pas la mano por el pelo preguntndole cmo se senta, y al llegar a la casa, Kindeln lo ayud a ponerse sobre sus pies en el portalito y se despidi de Gisela, que haba besado en la mejilla al chofer y ahora se acercaba llave en mano, abra la puerta, lo haca pasar y comenzaba a repartir besos entre la chiquillera que preguntaba, Ta, ta, quin es este soldado sin zapatos?. Detrs de los sobrinos salieron los hermanos, cuados, padres y abuelos, a quienes Gisela lo present como un amigo que pasara unos das en la casa hasta que empezara la Escuela Militar. Carlos dese que se lo tragara la tierra, pens en despedirse e ir a carenar a casa de Ernesta, pero tuvo vergenza de salir a la calle sin zapatos, miedo de que su madre lo viera en ese estado, y se dej ganar por el cansancio inmenso que la Caminata y la vida haban volcado sobre su espalda. Acept el bao, la comida y la cama que la madre de Gisela, una mulata gorda y prematuramente envejecida, le brind con una simple frase: sta es tu casa, mi hijo. Pas all tres das inolvidables y, sin embargo, nunca lleg a adaptarse a aquella familia numerosa y gritona, donde la burla era una forma de vida y no exista el ms mnimo sentido de la privacidad ni de la propiedad. Fue sorprendido varias veces en calzoncillos por Gisela o sus hermanas, que se burlaban de su vergenza o sus canillas sin darle a aquello ninguna importancia. Por momentos las confunda entre s, pues en aquella casa las ropas pertenecan a quien le sirvieran, y l mismo andaba con las mejores del padre o los hermanos. A veces surgan discusiones por una blusa o un pantaln, suban de tono, el ambiente se caldeaba, pareca que el mundo se iba a acabar, y de pronto todo volva a su nivel, como la leche hirviente cuando la quitan del fogn. Gisela le curaba los pies tres veces al da, en las maanas, despus de regresar de la Cruz Roja, y en las noches. Carlos nunca logr adaptarse a aquellas sesiones en las que ella se aplicaba a la tarea burlndose del tamao de sus dedos o la disposicin de su arco, mientras alguien bailaba con la msica del radio y los fies alborotaban ante el televisor con sendos platos de comida en las manos, haciendo caso omiso de la ta que los amenazaba sin dejar de rasguear su guitarra y responda al saludo de algn vecino que entraba sin llamar, con un alegre, Qu, caballero, cmo va la cosa?. Carlos soportaba el escndalo y las bromas en silencio, agradecido, deseando que llegara el momento de largarse, habituado a mirar a Gisela como a una amiga, una prima, una hermanita zumbona. Se sinti liberado de una presin indefinible cuando el Gallego y Kindeln llegaron a buscarlo. Andrs, el padre de Gisela, le haba regalado un equipo completo, uniforme, boina, botas, mochilas, hamaca, nailon, ropa interior y medias. Para que hagas algo por la patria, se haba burlado Gisela, y al partir, Carlos se dijo que atesorara en la memoria aquel instante, se despidi uno a uno de los miembros de la familia dicindoles que no saba, que no tena cmo agradecer. Cumpliendo, le respondi Andrs al abrazarlo, mientras Gisela lo halaba hasta el portalito y le daba un beso en la mejilla. No supo qu decir, senta una inmensa ternura hacia aquella hermanita mulata que lo haba salvado al borde mismo del fracaso. Se limit a acariciar levemente sus sienes, su hermoso
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pelo ensortijado. Ella se burl, T sabes escribir, milicianito?. Coneja, brome l, para ahuyentar un repentino deseo de besarla. Ella lo mir fijamente, Escrbeme, dijo. Y Carlos supo que por esta vez no se estaba burlando. Pero ahora aoraba justamente la burla, la capacidad de rer, el desenfado que lo ayudara a tirar a relajo el dolor punzante en los riones, el temblor en las piernas, la ardenta en las manos ampolladas, el recuerdo de su casa, la rabia contra aquella Escuela donde no haban visto siquiera un fusil, el rechazo a las rdenes que restallaban en el atardecer, Arribalemilitarr!, para que la Unidad no llegara atrasada a la retreta donde el Capitn Jefe peda informes y los tenientes respondan que la Plana Mayor, la Batera de Morteros, el Pelotn de Zapadores y la Primera, Segunda, Tercera y Cuarta Compaas Especiales de Infantera estaban como presentes, creando una atmsfera de poder y organizacin, de abrigo y fuerza sobre la que entraba el Himno de Bayamo e iba bajando la bandera de la estrella solitaria, recortada contra el sol rojo de la tarde, frente a la que Carlos prometa a su abuelo encontrar valor para endurecer la miserable madera de que estaba hecho y convertirse en un patriota digno de empuar las armas que, segn inform el Capitn, les seran entrega das inmediatamente despus de la comida. El comedor, como todo en la escuela, era un descampado. Algunos focos creaban breves zonas de luz mortecina, insuficientes para iluminar la comida servida en bandejas de lata, que ingeran de pie porque el suelo estaba hecho un fanguizal, con una cuchara de lata como nico cubierto. Al llegar al rea de la Tercera Compaa los tenientes distribuyeron nuevas tareas. Carlos reaccion entusiasmado, a pesar del dolor de cintura, porque correspondi a su pelotn acarrear las cajas de fusiles, mientras a los otros les asignaron trabajos que supuso ingratos e inexplicables, buscar piedras grandes como para fogones, traer lea seca, arrastrar bidones y llenarlos de agua. Ser para el bao, se dijo, al ocupar su puesto junto a una rastra cargada de cajas, en la punta de la cadena humana que trasladara las armas hasta el cuarto. Lo anim la idea de un bao caliente, tena encima un da entero de fango, sudor y polvo. Va!, gritaron desde arriba. Recibi y pas la primera caja pensando que a lo mejor en ella iba su fusil, el primer fusil de su vida, un fusil de verdad, limpio, nuevecito, aceitado, que le entregaran despus del bao. Va! Automatiz el movimiento de recibir y entregar. Las cajas eran pesadas, pero se dijo que no importaba, Va!, con tal de llevarlas rpidamente al cuarto, abrirlas, coger las armas, Va!, que le serviran para disparar, hacerse soldado, prepararse para la guerra necesaria, Va!, responder a las voces de sus muertos que slo entonces podran descansar en paz, Va!, no dejarse coger mansito, vender cara su vida, darla si era preciso, Va!, por la patria que le quitaba el derecho a protestar, el derecho a discutir, el derecho a quejarse, Va!, del dolor que le estaba reventando la cintura, los brazos, las piernas, Va!, al que tena que imponerse porque aquellas cajas eran exactamente iguales, Va!, a las que haba visto destrozadas en los muelles cuando, Va!, la explosin de La Coubre, Va!, y junto a ellas haba torsos, piernas, brazos que no podran ya empuar los fusiles, Va!, y l tena que seguir, porque sus brazos entumecidos estaban cargando por aqullos, Va!, los de abuelo, Chava, Toa, Mercedes y hasta por los,
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Va!, de su madre en la que prefera no pensar porque, Va!, no poda defraudarte, Gisela, se amaba, tena que, Va!, aguantar ah cojones patriaomuerte carajo que ya viene la ltima, Va!. Corri hacia el rea sin pensar en el cansancio, se haba ganado el fusil y esperaba recibirlo enseguida. Se detuvo ante los cinco fogones encendidos en el campo. Los fuegos iluminaban la noche, a su alrededor se movan sombras deformes de milicianos armados. A la izquierda, en una zona oscura donde haban colocado las cajas, Aquiles Rondn entregaba fusiles. Se acerc, sintiendo que las manos le sudaban, tembl al extenderlas, y dijo, Qu es esto?, al recibir el arma. Estaba resbalosa, sucia de fango, segn le pareci antes de reconocer la textura de la grasa, una grasa gorda que empavonaba el fusil de punta a cabo. Prenda la chispa!, grit el teniente. No saba qu hacer, pero se retir al intuir que una duda, una pregunta, una demora equivaldra a un nuevo reporte por tibieza y ste a una guardia de castigo, segn les haban explicado en la clase de Cortesa Militar. Se dirigi hacia el fuego tratando intilmente de quitar con las manos la grasa del fusil. Al acercarse sinti cmo el fro se converta de pronto en un vmito del infierno, se vio envuelto en una nube de humo y chispas que al saltar de la madera crepitante le chamuscaron los brazos. Retrocedi mirando cmo los hombres, baados por el resplandor de la fogata, tomaban por el cubrellamas los fusiles grasientos, los hundan en el agua hirviente, ennegrecida, los sacaban y les daban vuelta hasta tomarlos por la cantonera todava humeante y meterlos de punta para limpiarles el can; entonces los entregaban a otros que los secaban con estopa, les quitaban los restos de grasa y los dejaban relucientes junto a la fogata. Pens pedir estopa, dedicarse a la tarea ms fcil, pero el Gallego lo llam desde el otro extremo del infierno y l avanz hasta el latn con los ojos entornados para evitar el humo que de todas formas lo hizo lagrimear y toser. Hundi el fusil en el agua hirviente, lo sac chorreando y lo mir mientras daba tiempo a que escurriera, fascinado ante el culatn tipo pistola y el brillo de la cantonera, por donde lo tom para hundirlo de punta y limpiarle el can con fuego. Esta vez no lo dej escurrir, lo sac empundolo como si fuera a disparar, lo mantuvo firme a pesar de que el agua le quem los dedos todava grasientos, logr leer el nmero a la luz de las llamas, venticinco nueve cuarentiocho, y lo escondi junto al rbol. Dos horas ms tarde volvi por l, despus de haber limpiado decenas de fusiles, con los ojos enrojecidos por el humo y la falta de sueo, con los brazos chamuscados por las chispas y el agua, febril de tanto transitar del fro al fuego. Se dedic a limpiarlo lentamente, minuciosamente, hasta verlo brillar. Esa noche Aquiles Rondn felicit a la compaa y dej sin efecto los reportes puestos antes de las clases. Kindeln lo ayud a armar la hamaca, Carlos se sinti incapaz de dejar el fusil solo, colgado de un rbol, cogiendo sereno, y se durmi junto a l mirando las pavesas mientras pensaba que despus de todo haba valido la pena. La diana son a las cinco y quince, todava de noche. Todo estaba mojado por la lluvia o el roco, pero no haba agua para lavarse la cara ni la boca. El inodoro era una letrina cuya peste a perro muerto puso a Carlos al borde del vmito, hacindolo sentir miserable, incapaz de defecar de pie, hasta que desisti
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pensando que an deba anudarse las botas, meterse la camisa por dentro, zafar el maldito ballestrinque, correr a filas gritndole a sus hombres que lo siguieran para tener listo el pelotn, e informar entonces que el nmero dos estaba como presente. Rubn Permuy pas inspeccin y los reportes llovieron sobre los rezagados, los que se incorporaron despus de la orden sin pedir permiso o tuvieron un botn zafado en la camisa mugrienta. Despus fueron a paso doble hacia el comedor, donde tragaron de pie un jarro de leche ahumada y un pedazo de pan. Entonces continu el correcorre de las clases que no termin hasta la noche, salvo para los reportados, que fueron a hacer las imaginarias donde perderan dos de las seis malditas, insuficientes, imprescindibles horas de sueo. Al cuarto da, Carlos descubri que el cansancio no se acumulaba. Se senta ms fuerte despus de tanto trajn, su cintura era ms flexible y en las ampollas de las manos se le estaban formando callos que le permitan sostener el pico con seguridad. Recuper la rapidez de sus das de pelotero y esto le dio prestigio ante sus hombres. Logr hacer el ballestrinque, repetir de memoria el nombre de todas las piezas del FAL, armarlo y desarmarlo con los ojos vendados, dirigir la lnea de construccin de la trinchera. Pero le molestaban el polvo, la lluvia, el fango, el fro, la hamaca siempre arqueada, la letrina hedionda donde deba defecar de pie, la explanada del comedor donde deba comer de pie, la imposibilidad de baarse, de lavarse la boca en las maanas, y por el hueco de esa molestia comenz a filtrarse el recuerdo de su casa, la aoranza, la nostalgia del calor y los cuidados de su madre, la pena y el sentimiento de culpa por no haberle avisado siquiera dnde estara, la desesperacin de imaginarla buscndolo como la noche del Armagedn, reprochndole su desamor, sufrindolo, anegndose en la flora morada de su tristeza, imaginndolo arropado en su cama, donde l mismo imaginaba estar cuando escuch un grito que sala o se hunda en el fondo de su memoria, Rajao, Rajao, Rajao!. Aceptaba la disciplina como una imposicin irracional. Lo irritaba ser el Oncecuarenticuatro, un nmero, un elemento, un personal de FAL segn aquella jerga que era ms bien un nuevo idioma donde el rifle se llamaba fusil, las balas cartuchos, el gatillo disparador, y as se quebraban los hbitos, se formaba a fuego otra visin, un orden nuevo, donde todo esfuerzo pareca insuficiente y cualquier fallo implicaba un sobresalto, un reporte, una guardia, un encabronamiento. Se mantuvo distante de Rubn Permuy, a quien los hombres apodaron Ltigo, con la sospecha de que l y Aquiles Rondn le exigan ms que al resto, lo pinchaban, lo hacan ir siempre ms all de sus fuerzas. La confirm en una clase de Reglas y Procedimientos del Tiro, estaba enrabiscado en los momentos en que Aquiles Rondn, ante la pizarra, explicaba que era necesario apuntar al centro y borde inferior de la diana, y con la tiza divida en dos la circunferencia para concluir, vagamente, Esta rayita as. Carlos dijo, Se llama dimetro, y casi no haba terminado cuando Aquiles Rondn le estaba ordenando: De pie! Tiene un reporte por hablar sentado, otro por hacerlo sin permiso. Ahora diga, qu cosa es el dimetro? Respondi de inmediato para evitar un tercer reporte por tibieza. Es la mayor de las cuerdas, teniente.
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Cuerda! Con una cuerda lo voy a colgar a usted, miliciano! grit Aquiles Rondn. No se da cuenta que para estos hombres una cuerda es un pedazo de soga? Por la noche, durante la guardia de castigo, Carlos record las risas de sus compaeros. No los culpaba a ellos, sino a s mismo y al teniente. Comenz a llover. Se colg el fusil con el can hacia abajo y se tap como pudo con el nailon. Lo reventaba la humedad, aquella agua inasible que creaba una leve ptina verdosa sobre las botas y los calzoncillos, sobre el pantaln y la cuchara. Tuvo una necesidad urgente de tocar algo seco, pero no era posible, no haba un solo objeto seco en cien leguas a la redonda. Levant la vista: su pobre madre astral tambin se vea verdosa tras la lluvia. Sinti morria. Morria. Su abuelo haba usado alguna vez esa dulce palabra que ahora lo empujaba suavemente hacia el calor de su casa, hacia la blanca taza seca del inodoro de su casa, hacia las blancas sbanas secas de su cama, donde podra dormir maana con slo acumular valor para reconocer lo que ya era evidente, no soportaba ms, no poda con la disciplina, Aquiles Rondn, las guardias, la maldita humedad. Adems, no quera, sencillamente no quera. A la maana siguiente ira al Estado Mayor y pedira la baja. La unidad se enterara despus, como haba sucedido en los cuatro casos anteriores, y nadie podra gritarle rajao en su propia cara. De pronto se dio cuenta que antes de irse tendra que entregar el fusil, su venticinco nueve cuarentiocho, y automticamente lo arm, gozando con el sonido del cartucho al entrar en la recmara. Esa noche so que su padre haba muerto. El velorio era como el de abuelo lvaro, pero l, Carlos, no estaba. Su madre preguntaba sobre su paradero, nadie saba, y l la vea llorar y buscar, y vea a su padre muerto en el atad del Armagedn. Dio un alarido y despert tiritando, el nailon se haba corrido, la hamaca estaba completamente mojada. Se sent, temeroso de volver a dormirse. Salud a Asma, que tambin estaba despierto, envuelto en su cobija, luchando con el atomizador contra un ataque. Se puso las botas mohosas de humedad y fue hasta l, necesitaba algo? Asma esboz una sonrisa que se confundi con un nuevo gesto de ahogo, tena los ojos hundidos, de su triste figura emanaba una conformidad desesperada. Carlos regres a su hamaca, Asma slo necesitaba solidaridad y aire. Le haba dado la primera, lo segundo no estaba en sus manos. Asma deba seguir luchando solo con sus bronquios como l con sus pesadillas. Por qu estaba all aquel hombre?, se pregunt, por qu no regresaba a su casa?, de dnde sacaba fuerzas para afrontar, tras el esfuerzo brbaro de la Caminata, las pruebas permanentes que impona la Escuela?, cul era la fuente de su locura o de su terquedad? Record al Che avanzando hacia los hierros retorcidos en el muelle de La Coubre, los cuentos sobre sus ataques de asma durante la Invasin, y esa ltima palabra lo remiti al abuelo lvaro atravesando con Gmez y Maceo los caaverales en llamas para traer a Occidente la guerra necesaria. Sinti vergenza de sus pesadillas, de sus vacilaciones, y murmur, No soy un obrero, dicindose que quiz se trataba de una cuestin de clase, deseando que sa fuera la explicacin total del problema para sentirse relevado de su responsabilidad. Pero haba algo ms, porque dos de los cuatro rajados eran obreros, y si bien en
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la compaa casi todos lo eran, tambin haba desempleados, trabajadores por cuenta propia, oficinistas, estudiantes, tcnicos e incluso un profesional de renombre, el Dctor, un ingeniero que, segn Kindeln, era comunista. Y t?, le haba espetado Carlos la noche de la confesin. Kindeln se ri de la tensin implcita en la pregunta y le respondi que s, que l tambin era comunista porque los comunistas estaban locos, se imaginaba, querer cambiar el mundo?, querer acabar con la miseria, con el hambre y con la descojonacin?, locos de a viaje estaba. Carlos sonri mientras Kindeln segua hablando, todos en la Escuela eran comunistas, algunos lo saban y otros no, pero todos queran lo mismo, cambiar el mundo, que era una mierda, y adems cambiarlo de a timbales, por eso estaban locos, cmo, si no, aguantar la lluvia, el fro, la Caminata, las guardias y el carajo y la vela? Prepararse para qu?, para una guerra contra los yankis, el imperio ms hijoeputa del mundo, que adems estaba ah mismo, a la vuelta de la esquina? Locos de a viaje, hermano, no jodas. Ahora Carlos se deca que a lo mejor por ah andaba el lo, no estaba lo suficientemente loco, tena demasiado ajustados los tornillos por los meses de comodidad y de vagancia que mediaron entre el Armagedn y la Caminata. Mir dormir a sus hombres pensando en lo que diran si un da amanecan con la diana, bajo la lluvia, y se enteraban de que su jefe se haba rajado. Sinti un escalofro al imaginar la rabia y las ofensas, maricn, pendejo, gusano, y se conmovi ante la frase que Kindeln dira sin rer, Cuerdo, car, ese cabrn estaba cuerdo. Tuvo un acceso de tos. El aguacero se haba convertido en llovizna. Asma le sonri desde su hamaca, haba logrado controlar el ataque, pero no se acostaba, quiz por temor a que le repitiera. Tral, imaginaria, tral! Se volvi con el fusil en las manos, pero inmediatamente lo dej descansar sobre los muslos. Haba sido el Gago Zacaras, que tambin sufra pesadillas, daba gritos y pronunciaba frases en las noches, pero nunca gagueaba dormido. Era muy lento de cuerpo y de mente, y los hombres lo vacilaban en los brevsimos descansos. Zacaras se rea de s mismo cuando ya todos los dems lo haban hecho, y daba la impresin de no darse cuenta de nada. Al lado del Gago dorma Biblioteca, un obrero a quien todos respetaban porque le haba ganado una discusin al Dctor, que no pudo reprimir su desconcierto ante la andanada libresca lanzada por aquel mulato largo, levemente encorvado, que pareca saberlo todo sobre Vctor Hugo, Bakunin y Garibaldi. Usted es una biblioteca ambulante, le dijo el Dctor, y el mulato le explic que no era ms que un tabaquero que llevaba veinte aos en su oficio, oyendo leer todos los libros del mundo. Ms all, en el tringulo de flamboyanes, tenan colgadas las hamacas Asti y el chino Chang, entre quienes exista una guerra de ronquidos. Ms ac, junto al Gallego, viva Remberto Davis, Ardillaprieta, casi un nio, apenas un palmo ms alto que el FAL. Del otro lado de los rboles dorma el resto del pelotn. Veinticuatro hombres entre los que haba de todo, blancos, negros, chinos y mulatos; jvenes y viejos; musculosos y enclenques. Desde el Puesto de Mando lleg el sonido agudo de la diana. Los hombres se removieron en las hamacas en medio de sordas protestas, ronquidos, bostezos, y comenzaron a incorporarse en la noche, bajo la lluvia. No jodas se dijo mirndolos, locos de a viaje.
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Esa madrugada, durante el desayuno, el miliciano Jefe de Cocina les inform al Segundo y a los Jefes de Pelotones que al da siguiente la Tercera tendra derecho a usar el Correo Subterrneo, un sistema clandestino de comunicacin con el exterior formado por los milicianos choferes de abastecimiento. All mismo el Segundo les record que Aquiles Rondn cumplira aos durante el curso, segn les haba dicho una vez Ltigo Permuy, y propuso hacer una colecta para comprarle un regalo a travs del Subterrneo. Carlos no se entusiasm con la idea, pero la aprob ante la unanimidad del resto de los jefes. Kindeln, contento con la posibilidad de escribirle a su loca y sus loquitos, imit la pregunta de un programa radial al or la palabra cumpleaos, Quieres que te haga un keiii?. La broma concret la idea, el regalo seria un cake para el que los hombres contribuyeron de buena gana. En los descansos del da se dedicaron a escribir a sus familias y a comentar la leyenda de Aquiles Rondn, a quien haban empezado a llamar Panfilov por el legendario defensor de la carretera de Volokolamsk. Su historia les haba llegado de modo fragmentario, apcrifo, y as la fueron reinventando. Aquiles Rondn sera de Camagey, habra cortado caa con su padre y ocho hermanos desde los diez aos, y habra marchado durante el tiempo muerto a recoger caf a las montaas de Oriente. Su padre sera Aquilino Rondn, asesinado por la guardia rural durante la huelga por el diferencial azucarero en mil novecientos cincuenticuatro. Aquiles haba huido a la montaa y no habra regresado al llano hasta que las fuerzas del comandante Juan Almeida lo aceptaron como mensajero, a principios de mil novecientos cincuentiocho. Al triunfar la revolucin, tendra diecisiete aos y sera analfabeto. Pero su voluntad y su inteligencia natural le habran permitido superarse hasta llegar a ser el primer expediente de la primera Escuela de Cadetes del Ejrcito Rebelde. La cicatriz que exhiba al quitarse la camisa no sera el resultado de una operacin, sino de un disparo. Y quin podra decir los aos que haban pasado sin que le celebraran un cumpleaos? Era casi seguro que jams hubo una fiesta para el teniente Aquiles Rondn y pareca que nunca iba a apagar una velita, como no se levantara de la caja el da de su entierro. Al escuchar aquella historia Carlos imagin una similar para s mismo, mientras armaba la hmeda hamaca. l se habra enfrentado a las fuerzas de la tirana en la ciudad, junto a Hctor y el Mai, realizando formidables sabotajes que pusieron en jaque al tirano. A causa de una delacin habra sido herido y capturado despus de un desigual combate. Sometido a brutales torturas, no habra dicho una sola palabra. Despus de una fuga sensacional habra reaparecido en la Sierra para participar junto al Che en la Invasin. Ahora sera el Capitn Jefe de la Escuela y con sus esforzados milicianos salvara a la patria de un artero ataque enemigo ganndose as la felicitacin del Estado Mayor y la devocin de sus hombres, que llevaran un cake al hospital donde Gisela, emocionada, le estara curando las terribles heridas del combate. El recuerdo de Gisela interrumpi la ilusin. Deba escribirle? Haba pasado el da dudando acerca de si hacer o no una carta a su madre, y haba llegado a la triste conclusin de que no era posible. El Correo Subterrneo trabajaba de madrugada, sera funesto que un miliciano tocara en su casa a esas horas. Quizs Jorge
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recibira la carta, quizs se la en seara a su padre, quizs su padre ya estara muerto. Se recost en la hamaca. Todos sus compaeros terminaban las cartas y l no tena a quin escribir. Salvo a Gisela. Ella le haba puesto sobre, papel y lpiz en la mochila, y ahora l evocaba sus dientes de coneja, su pelo ensortijado y sus pechos, y senta una desesperada necesidad de que ella lo besara en los labios, le curara el catarro, lo quisiera. Tom el sobre, escribi la direccin y se detuvo ante el papel. Y si ella se burlaba?, y si le enseaba la carta a su familia?, si Andrs pensaba que era una falta de respeto? No, mejor no escribira. La decisin lo tranquiliz durante unos segundos, hasta que el enlace del Subterrneo comenz a recoger las cartas en el pelotn. Entonces volvi a sentirse solo, desgajado, y pens en hacerle una carta amistosa dndole las gracias por todo. Pero aquellas palabras le sonaron a final, a ruptura, y qued otra vez paralizado. El enlace lleg hasta su hamaca pidindole el sobre. Enseguida, dijo. Mir el papel y la mano del enlace. Entonces escribi: Te quiero. Patriaomuerte. Carlos, y lo entreg, sin darse cuenta de que estaba enviando su primera carta de amor. Las dudas renacieron enseguida, dese no haber hecho aquello, se dio cuenta de que no haba escrito siquiera el nombre de Gisela, y quiso a la vez que el tiempo corriera y no pasara, que nunca y ya llegara la noche siguiente para leer y no enterarse de la respuesta que ella le enviara. Corri hacia el centro del rea, donde Aquiles Rondn haba llamado a la formacin ritual antes del para retirarse, rompan filas, recordando un bolero, pidindole al reloj que no marcara las horas porque iba a enloquecer, dicindose que ella se ira para siempre cuando amaneciera otra vez, e informando como presente cuando lleg su turno, desesperado por regresar a la hamaca donde la sentira ronronear en su odo tuya soy porque t me enseaste a querer. Pero aquella noche no llegaron hasta las hamacas. Se detuvieron a mitad de camino, junto al algarrobo bajo el que estaba el pastel rosado, con un letrero de merengue azul que deca, Felicidades Teniente Aquiles! Lo tomaron y regresaron corriendo y cantando: Felicidades, teniente, en su da, que lo pase con sana alegra... Aquiles Rondn no reaccion de inmediato. Qued frente al pastel, rodeado por los hombres que continuaron cantando aun despus del toque de silencio. Los jefes de los pelotones tres y cuatro separaron las hojas adheridas al merengue. Ardillaprieta y Zacaras les pasaron la lengua antes de botarlas, despertando en Carlos la memoria de un sabor dulce y remoto, y Cristbal, el Segundo, explic que aqul era un sencillo homenaje, una muestra del afecto revolucionario de toda la unidad a su querido jefe. El cortante Silencio! que orden Aquiles Rondn quebr la salva de aplausos y vivas e hizo que los hombres se pusieran automticamente en atencin, presintiendo tormenta. Pero sta no estall de inmediato. Aquiles Rondn los mir con tristeza. No han aprendido, dijo. Despus, en el mismo tono suave, pregunt de quin haba sido la idea. Carlos saba que a esa calma seguira una explosin, un castigo, y mir con rabia al Segundo, pensando que era un lamebotas y un cobarde. Quin?, volvi a preguntar el teniente, dando grandes zancadas frente al pastel, que estaba cubrindose de hojas. Entonces el Segundo dijo, Yo, teniente, y Aquiles Rondn se cuadr frente a l dicindole que eso estaba feo, feo, feo, porque un cuadro de
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mando no se poda equivocar en ciertas cosas. Carlos admir a su pesar la reaccin del Segundo, pero no se uni a las voces dispersas que reclamaron la responsabilidad para todos sin que por ello Aquiles Rondn cediera en su criterio, eso era mucho peor, les dijo, mucho peor, mucho peor, mucho peor. No saban, no les haba explicado mil veces que un acuerdo tomado por ms de tres milicianos sin conocimiento del mando era tcnicamente una insubordinacin? Cmo haban metido eso en la Escuela? No saban acaso que el punto donde se encontraban era secreto militar? Correo cunto? Subterrneo? Cmo era, cmo funcionaba, desde cundo? Pero eso era grave, Segundo. Se daba cuenta? Grave, grave, grave. En principio tendran todos una guardia esa noche. Despus comunicara al mando. Carlos empez la nueva guardia rumiando su rabia, pensando que la falta de sueo s se acumulaba y que a ese ritmo no podra soportar. Lo obsesionaba adems la certeza de un desastre, el Correo Subterrneo sera clausurado, no podra recibir la respuesta de Gisela a la carta que quiz no debi enviar. Se preguntaba adnde ir, qu hacer cuando terminara el curso, y las respuestas lo conducan a estrellarse contra un muro de nuevas preguntas que resolva en sueos, padre estara vivo, Gisela le dira que s, Jorge habra cambiado, su madre estara orgullosa de l, no habra guerra, se casara con Gisela y se iran juntos a Cunagua. En ese punto se interrumpa el sueo, Gisela era mulata, y aun si padre estuviese vivo, Jorge cambiado y su madre orgullosa, nunca la aceptaran en la familia. De pronto sinti la punta de una bayoneta hincndole la espalda y una voz que le deca, Entrguese. No supo si estaba dormido o despierto, ni si se trataba de una broma o de un asalto, hasta que tuvo frente a s al teniente Aquiles Rondn. Duerme, miliciano? Respondi que no pensando que ahora s estaba jodido, aquella sorpresa pudo haber provenido del enemigo, su negligencia mereca la guardia extra que no podra soportar. Oncecuarenticuatro, dijo bajando la cabeza. Aquiles Rondn no anot el nmero, lo mir con calma antes de preguntar, Ests bien, miliciano?. S, teniente, le respondi sorprendido. Aquiles Rondn continu mirndolo mientras mova lentamente la cabeza y preguntaba quin poda estar bien bajo la lluvia, enfangado hasta los huesos, muerto de sueo y de cansancio, lejos de su casa y su familia, quin, miliciano? Nadie, respondi Carlos, llevado hacia sus sueos por el ritmo nostlgico de las preguntas. De pronto sospech que quizs haba cometido un error al dejarse arrastrar de aquella manera, pero ahora Aquiles Rondn asenta, nadie, y le pasaba la mano sobre el hombro al explicarse, nadie lo quera, ninguno de ellos lo quera y, sin embargo, se lo imponan a Cuba; era por ella, para defenderla a ella continu como si estuviera hablando de una mujerque tenan que soportarlo todo. La guerra vendra pronto, se daba cuenta? Carlos volvi a responder que s y Aquiles Rondn volvi a negar, no se daban cuenta, eran todava civiles que regalaban pasteles a sus jefes burlando el secreto militar. Dio una patada en el fango murmurando para s, Correo Subterrneo, y continu diciendo que quince das no eran suficientes, pero que los yankis no le daban tiempo para ms. A Cuba, murmur Carlos, mientras el teniente Aquiles Rondn, sin despedirse, se perda lentamente en la noche.
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El recuerdo de aquella conversacin se convirti en su escudo y acicate durante los momentos ms difciles de las jornadas que siguieron. Como esperaba, el Correo Subterrneo fue clausurado. Las respuestas a las cartas de la Tercera Compaa quedaron retenidas en el Estado Mayor, slo seran entregadas despus que terminara el curso. El pastel fue servido al da siguiente en el desayuno y no alcanz para la Tercera. Muchos hombres amanecieron con un humor de perros, murmurando crticas contra el teniente. Carlos lo defendi tenazmente, a pesar de que la clausura del Correo, al impedirle saber si podra regresar a casa de Gisela, y sobre todo a Gisela misma, lo llev otra vez al borde de la crisis. Entonces adopt el hbito de fijarse metas parciales, como haba hecho durante la Caminata. Lo entusiasmaban tres objetivos, el Ejercicio Prctico del Tiro, donde podra disparar al fin con un arma de verdad; el Campo de Infiltracin, por el que deba arrastrarse a lo largo de cien metros, eludiendo minas y sorteando alambradas, mientras a treinta pulgadas de su cabeza estaran zumbando rfagas de ametralladoras cargadas con cartuchos de guerra; y la Gran Prueba de Tctica, en la que los grupos Azul y Rojo, formados cada uno por tres pelotones, se enfrentaran en un ejercicio muy parecido a un combate. sa sera la ltima jornada del curso. Despus ya vera qu hacer con su vida y sus tragedias. Pero ahora estaban frente a l, ineludibles. La Gran Prueba de Tctica haba terminado con la derrota de su grupo, que Aquiles Rondn analizaba minuciosamente, desesperadamente casi, repitindoles una y otra vez que no eran todava soldados y tenan que entender, milicianos, entender que el imperialismo les impondra una guerra y deban prepararse para enfrentar el futuro, mientras Carlos se preguntaba qu hara l maana con el suyo, cuando se separara de aquellos compaeros que formaban bajo la lluvia, con quienes haba pasado quince das insoportables que empezaban a parecerle hermosos, ahora que el final lo llevaba otra vez al borde del vaco. Emprendi el camino de regreso con la ansiedad de recuperar el tiempo y sus seales. Pas junto al Sistema de Doble Delantal Francs, ya terminado, recordando los momentos en que el hueco de la trinchera fue tan profundo que los cubri completos, y sacar el fango del fondo con la palita devino una tarea interminable y dolorosa, que ahora evocaba con orgullo, aspirando el aire hmedo de la tarde, sin rastros del excitante olor a plvora que arda en su memoria al pasar frente al Campo de Tiro, donde se vio tendido, tratando de pegar los talones a la tierra, de afincar bien los codos, de evitar un estornudo y librarse de la maldita gota de sudor que le nublaba el ojo cuando lleg la orden: Con un cartucho de guerra: carguen! Haba contenido la respiracin y se preguntaba cmo sonara el disparo de un fusil de verdad; no sera BANG! porque as sonaban las armas cortas; ZINNNG!, sonara ZINNNG?. Entonces Aquiles Rondn pronunci la orden que lo haba sacado de dudas: Con un cartucho de guerra: rompan fuego!, y al presionar el disparador sinti de pronto el tronido indescriptible de cien fusiles disparando a la vez y una especie de patada en el hombro. Se maldijo por no haber ajustado correctamente el cilindro de los gases, as el FAL culateaba, pateaba como un caballo encabritado. Volvi a la brega pensando que tendra que soportar diez patadas, diez tronidos. Los soport y al
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final se puso de pie con el fusil en alto, marcado por el ruido de los disparos y el dolor en el hombro, feliz de haber obtenido cuatro sobre cinco en la prueba, embriagado con el olor de la plvora, cuya memoria lo pona ahora al borde del vmito: estaban pasando junto al Campo de Infiltracin y recordaba la muerte de Asma, su propio miedo al salir de la trinchera bajo las rfagas de las ametralladoras y la muerte de Asma, su deseo de huir del infierno de disparos, minas, alambradas, y, sobre todo, la muerte de Asma, asediado por los bronquios en pleno campo, luchando por respirar, incorporndose y recibiendo entonces el disparo que los llen de desesperacin, de impotencia y de rabia porque les haba arrancado al mejor compaero, como dira el Capitn Jefe de la Escuela cuando lo enterraron con honores de oficial muerto en campaa. Tena razn, a su humilde manera, Asma haba sido el mejor compaero y era justo que estuvieran dedicando a su memoria la ltima retreta, entregando a su viuda la boina verde y los libros que l haba ganado con sangre. Ahora los llamaban, el pelotn avanzaba en columna de hilera hacia la tribuna y Carlos guiaba el paso hasta cuadrarse frente a Aquiles Rondn y recibir su boina verde y sus libros, Los hombres de Panfilov y La carretera de Volokolamsk. La viuda le haba puesto la boina a su hijito, que sonrea como si hubiese recibido un juguete. Al dar la media vuelta, Carlos record a su padre, pens en la posible muerte de su padre y tuvo miedo de la soledad que lo esperaba en la guardia de esa noche, la ltima antes de enfrentar las respuestas que ya la vida le habra dado a sus preguntas. Ahora, en su sitio, se qued mirando al nio que sonrea, a la madre que luchaba por no llorar, a las hijas de Asma que lloraban bajo la consigna que presida la tarde: PATRIA O MUERTE! Entonces comenz el Himno de Bayamo, la mujer empez a cantar entre lgrimas, el batalln se uni formando un coro enorme y desigual, y l cant para Asma, para su marcha obstinada durante la Caminata, para su conmovedora figura en la madrugada de la guardia, para el golpe de su atad sobre la tierra, que le record de pronto al del abuelo y le hizo imaginar el que tal vez contena los restos de su padre, mientras terminaba de cantar, envidiando al nio que haba heredado aquella boina ganada con sangre.
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Se dijo que la solucin no estaba en que el psiquiatra lo hubiera autorizado a reintegrarse a la unidad, sino en saber cmo lo recibiran sus compaeros. Tena el nimo oscuro al esconderse tras un rbol frente al lomero donde estaban dislocadas las fuerzas de la Tercera Compaa. No se atreva a presentarse. Decidi vigilar desde all hasta ver a Kindeln y preguntarle qu pensaba la gente. Lo avergonzaba el escndalo que haba armado la noche de su ltima guardia disparando hasta que el cargador qued vaco y hubo que remitirlo al hospital y sedarlo con somnferos. Despert frente al psiquiatra, un tipo bajito y gordo, con grados de capitn, barba y sombrero, que se present como un detective chino. Soy Chan Lipo dijo. Cunteme todo, absolutamente todo. Le dio confianza la locura del loquero y le descarg los pormenores de su crisis. El mdico lo escuch mesndose las barbas, hacindole breves preguntas, con los ojos cerrados. Qued en silencio despus que Carlos termin, como si estuviera dormido. De pronto, dijo: Ponte el uniforme y vamos. Montaron en un Willys desvencijado al que el psiquiatra llamaba Gilberto, y dieron tumbos por estrechos caminos vecinales hasta llegar a un campamento militar. Sobre la puerta, un cartel: El Ejrcito Rebelde es el pueblo uniformado. Camilo. Carlos entr preguntndose qu iran a hacer all, por qu el soldado de guardia haba llamado al mdico Archimandrita y ste le haba respondido con la seal de la cruz. El mdico adivin sus pensamientos. Los engao dijo, no saben que soy Chan LiPo. Archimandrita! llam un teniente desde la jefatura. Tratamiento de choque respondi el mdico, haciendo la seal de la cruz sin detenerse. Carlos se contrajo al imaginar en qu consistira ese tratamiento. Llegaron a un cuartico detrs del campamento. A lo lejos, sobre una cerca, haba centenares de botellas. Ahora traen los instrumentos dijo el mdico. l pens en una fresadora de dentista, en un aparato de electroshok, en una enorme aguja hipodrmica, y mir sonrer enigmticamente al Archimandrita dicindose que no le aguantara ninguna locura. El teniente entr con sendos fusiles en las manos y le entreg uno. Estaba mirando el nmero cuando escuch una rfaga: el mdico haba abierto fuego contra las botellas. Sinti un escalofro ante el olor a plvora, el ruido, la imagen de los casquillos saltando, pero el mdico ya haba terminado y le deca, Dale, atrvete. Se acod en la ventana, arm el fusil y dispar, sintiendo que el FAL se mova en sus manos como algo vivo, capaz de hacerle recordar su locura mientras la haca saltar en pedazos como al cristal de las botellas.El ruido y la plvora empezaban a gustarle y el Archimandrita rea, le daba su fusil y rea, Tira, carajo, Tira!, y l descargaba su furia con aquellos disparos que lo iban
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relajando, sedando, permitindole guiar la cadencia de tiro, lograr rfagas de tres, cinco o siete cartuchos, segn su voluntad soberana, eufrico, jugando con el fusil como con una tumbadora, arrancndole un cinquillo, tan tan tan, tan tan, comprobando que aquella mierda no sonaba ZINNG!, ni BANG!, ni RATATA TA!, sino piquitip, a son, coo, a msica, cojones, como el cencerro o los cueros. Una semana, siete conversaciones y dos mil tiros despus, el mdico se apareci con un juego de barajas. Te voy a poner las cartas sobre la mesa dijo, y empez a voltearlas y a sealarlas con el dedo. ste es el oro que perdi tu padre, stos los bastonazos que te quiere dar, aqu est la amarga copa de la vida, y ahora viene, mrala, la espada de la Justicia. l mir las cartas, fascinado, y el mdico le pidi que fuera volteando otras. Llev la mano al paquete, tom una, y antes de que la volteara el mdico le pregunt cul era. La reina dijo. En la baraja espaola no existe coment el psiquiatra, como si hubiera confirmado algo. Hablas de tu madre, te quiere mantener bajo su saya. Voltea esa carta. Tembl al destaparla, como ante una apuesta decisiva, y se qued mirando al Caballero de Espadas. se eres t. Mir al psiquiatra: ahora deca que no hiciera demasiado caso de las cartas, que estaban arregladas, pero s de la vida, donde un paso poda conducir a otro que no tuviera arreglo. Oyera bien: haba averiguado que su padre estaba vivo, en un estado de salud estacionario; por otra parte, el pas entero estaba en pie de guerra esperando una invasin. Aqul era el momento de la verdad: poda regresar a su casa y encerrarse, o ir al batalln y combatir, qu decida? Carlos recordaba ahora el momento en que dijo, Al batalln, y tambin el abrazo del Archimandrita, que estaba seguro de que sus compaeros lo recibiran con gorros, pitos y matracas. Pero l no se atreva a presentarse y Kindeln no acababa de aparecer. Sinti un ruido y se escondi hasta reconocer a Remberto Davis. Enlace llam, enlace. Ardillaprieta corri hacia l y al verlo abri los brazos gritando: El Sargento, volvi el Sargento! Carlos respondi a su abrazo y le orden que se callara, buscara a Kindeln y lo trajera hasta all sin decir nada a nadie. Remberto Davis hizo un saludo militar al irse y otro al regresar con Kindeln, que no poda creer, Taloco, que ya estuviera otra vez con su gente, cooo, qu brbaro, dijo, abrazando a Carlos y entregndole una carta. l abri el sobre pensando me quiere, no me quiere, como haba hecho al arrancar las hojitas en la guardia, durante su locura, y cerr los ojos al sacar el papel. Lo desdobl a ciegas sintiendo que las manos le sudaban, agradeciendo el gesto de Kindeln que bien poda ser, sin embargo, portador de su desgracia. Meti el pulgar de la mano derecha entre el anular y el meique, uni los dedos de la mano izquierda, abri los ojos, ley: Yo tambin. Venceremos. Gisela, y sinti que los colores del mundo estaban cambiando: los verdes se hicieron vivos,
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voraces; los rojos estallaron como bengalas; los grises de la lluvia cobraron un brillo insospechado. Ahora su desgracia se poda ir al carajo, los yankis podan atacar, poda venir la guerra, no importaba. Carg a Kindeln para liberar la fuerza de su entusiasmo y comenz a dar vueltas, Me quiere, negro, me quiere!, mientras Kindeln rea, agitaba los brazos, dedicaba a Gisela su mayor elogio, Loca, asere, loca pal carajo!, y lo invitaba al fiestn que los jefes de pelotones haban armado en la Colina Veinticuatro para despedir el ao. Dej de girar y solt a Kindeln, asombrado de que fuera treintiuno de diciembre, de haber pasado la Navidad sin darse cuenta, de no estar con su familia. Pero ya Kindeln y Ardillaprieta caminaban dicindole que los hombres se iban a poner muy contentos, y l los segua con una furiosa nostalgia de la Pascua, respirando el olor amarillo de los tamales, el olor mbar de los buuelos, el olor a infancia de su madre friendo masas de puerco. De pronto, un chivo que bajaba berreando la ladera le hizo ver a Manolo cuchillo en mano y escuchar las palabras ansiosas de la prima Rosalina, que ahora estara en Cunagua esperando el ao junto a Pablo. Entr tenso al varaentierra del Puesto de Mando, pero sus compaeros lo saludaron con gestos y sonrisas, sin abandonar la tarea de colocar cuatro cabos de velas en los topes del camastro donde descansaba el Segundo con el rostro afilado por la lvida luz de los cirios, mientras el Dctor entonaba una letana coreada por aquella tropa donde todos parecan haberse vuelto locos, como Kindeln y el Archimandrita. Miliciano ejemplar. Ora pro nobis. Segundo buen socio. Ora pro nobis. Tipo del carajo. Ora pro nobis. Antiimperialista. Ora pro nobis. Y hasta comunista. Ora pro nobis. Tremendo marxista. Ora pro nobis. Tipo muy curtido. Ora pro nobis. Que est muy jodido. Ora pro nobis. Duro de roer. Ora pro nobis. Se nos va a romper. Ora pro nobis. El Dctor detuvo la letana con un gesto, levant la cabeza del Segundo y le dio una pastilla y un brebaje. El cuerpo hecho aspirina, la sangre hecha cocimiento te salvarn del diablico catarro. Vade retro, catarrs! Kindeln empez a quintear en el hierro del camastro y en el vidrio de la botella, inventando una escala propia para la rumba, El Segundo no camina, oora pro nobis, pues no tiene vitaminas, oora pro nobis, y al Segundo quin lo ampara, oora pro nobis, la cosa no se le para, oora pro nobis, y los hombres fueron saliendo uno a uno a bailar con las armas, a abrazarlas y besarlas mientras el Kinde segua inspirado, floreando con la voz nostlgica de ron que recordaba viejos guaguancs carcelarios para amores ausentes, Xiomara por qu, Xiomara por qu, Xiomara por qu t eres as..., creando un aura alegre y triste y desesperada como su msica que usaba slo el amor y las manos para clamar por aquella mujer, que ahora se llamaba Fifita porque estaban bailando milicianos y ellos la haban inventado, una y mltiple en la voz de Kindeln, aquella Fifita que los llamaba por la maanita para compaarlos en la soledad de las trincheras y en los fuegos del combate, Djalos que vengan a Cuba, adjalos que pongan un pie, les vamos a dar pepechazos, hasta virarlos al revs, y tambin a esperar el ao en el varaentierra, en cuyo centro Tanganika haca maravillas bailando una columbia, tocndose los gevos y el pecho con su Pepech y dejando libre la pista para que Carlos, con el fusil que el Gallego le entregaba, entrara cantando y
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dirigiendo el coro hacia un viaje a la semilla, una vuelta de la rumba a sus orgenes. El Segundo est cabrn, oora pro nobis, no le gusta el vaciln, oora pro nobis, y el Segundo no conoce, oora pro nobis, Seores ya son las doce!, gritaba Kindeln en el momento en que comenzaron a escucharse decenas, centenares, miles de disparos al aire que los hicieron salir del varaentierra a la noche cruzada por centellas amarillas de trazadoras disparadas por otros pelotones, compaas, batallones a los que ellos se unieron disparando tambin contra el cielo y cantando el Himno de Bayamo. A la maana siguiente el Jefe del Batalln, teniente Permuy, cit una reunin de Segundos y Jefes de pelotones a la que Carlos asisti junto a Kindeln, que insista en cederle el cargo. Permuy empez diciendo horrores del tiroteo y l pens que el mulato segua con el mando subido a la cabeza. Pero el teniente estaba tenso, casi desesperado ante la quiebra de la disciplina, lamentando que Aquiles Rondn se hubiese tenido que quedar en la Escuela a entrenar a otros hombres, gritando que pareca mentira, compaeros, haban gastado miles de cartuchos por nada, para matar dos vacas. Carlos se uni a la carcajada unnime que Permuy cort diciendo por favor, la cosa era seria, los hombres se escapaban a sus casas y regresaban cuando les vena en ganas, la construccin del sistema de trincheras no avanzaba, no se poda hablar siquiera de reportes, saludos ni voces de mando. Saba demasiado bien, compaeros, como saban todos, que se haba abierto paso una consigna negativa, Las rdenes se discuten y no se cumplen, y a qu guerra se poda ir con una tropa en ese estado? Pues bien, la guerra quizs llegara maana. Los haba citado para ordenarles, como jefes que eran del ejrcito del pueblo, que regresaran a sus unidades con la consigua de imponer la disciplina. Patriaomuerte, compaeros, podan retirarse. No es tan fcil, dijo Kindeln cuando Carlos coment durante el regreso que era necesario meter a la gente en cintura. En ese momento decidi retomar el mando del pelotn. No se explicaba el desaliento de Kindeln y el resto de los jefes, ni estaba de acuerdo con sus reflexiones acerca de que los hombres estaban cansados de dar pico y pala, de no ver a su familia, y de que se escapaban porque les haca falta. Estaba conmovido por la desesperacin de Permuy y por el ttulo Jefes del ejrcito del pueblo, que lo igualaba a los legendarios combatientes de Panfilov. Haba reledo el libro en el hospital, impresionado por la fuerza con que trataba el mismo drama que ellos vivan ahora: el de hacerse soldados. Si la indisciplina segua carcomiendo las bases del batalln, se dijo, tras ella entrara el General Miedo. Era necesario detenerla. Para eso estaba l, un jefe del ejrcito del pueblo tan duro como MomshUl. Ante la pasividad de los jefes de pelotones y la enfermedad del Segundo, decidi asumir el mando de la compaa. Durante un recorrido relmpago por el rea de la unidad prohibi las salidas, puso una fecha inmediata para que se terminara el sistema de trincheras, exigi que lo saludaran como corresponda. Al regresar le inform a Kindeln que todo estaba hecho, pero el Kinde continu escptico, dicindole que para modificar la situacin haca falta algo grande, una invasin yanki, por ejemplo, o verdaderos jefes como Aquiles Rondn. Carlos decidi darle una leccin silenciosa, bastaba con que alguien hubiese aprendido el ejemplo de Panfilov, con que surgiera un inflexible MomshUl para poner las
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cosas en su sitio, y ese MomshUl haba surgido, era l, ya se iran dando cuenta. Rectific la lnea del Sistema de Doble Delantal Francs y pas el da cavando, opuesto al razonamiento de que el rea del batalln estaba muy lejos del mar y en caso de ataque seran movilizados hacia la costa, por lo que no tena sentido matarse abriendo trincheras intiles. En la noche hizo una inspeccin sorpresiva, pero todos estaban en sus puestos. Salen por el da a resolver problemas, le inform Ardillaprieta. Decidi repetir el control en la maana y se dedic a recorrer las postas. No durmi esa noche, senta que no era posible abandonar el recorrido, la disciplina aprendida en la Escuela pareca borrada por la lluvia. Nadie daba tres veces el alto como era de rigor, al or un ruido gritaban simplemente Alto tres veces! y armaban el fusil, o, como decan olvidando tambin el vocabulario militar, ponan la bala en el directo. Algunos hacan la guardia sentados en las hamacas y se dorman. Carlos se dedic a poner reportes sin tener una idea precisa de cmo castigar despus a los infractores, las guardias no eran un recurso, porque all se hacan todas las noches, la prisin era ms bien un premio, significaba dormir bajo techo en el Puesto de Mando sin la obligacin de dar pico y pala. En eso pensaba cuando se recost en la hamaca al amanecer. Dos horas despus lo despert el sol. Remberto Davis estaba velndole el sueo con un jarro de leche en las manos, a lo lejos se escuchaba el montono golpear de los picos. Se sent extraando la ducha caliente del hospital. El uniforme que las enfermeras le haban lavado comenzaba a percudirse y la leche estaba ahumada. Mierda dijo. En el rea de trincheras los hombres trabajaban lentamente. Los cont tres veces con la vista sintiendo que ahora s tena algo grande entre las manos, faltaba el cabo Nemesio Martnez, alias el Barbero, que por ser jefe tendra una doble responsabilidad si se haba fugado. Dio media vuelta, decidido a informar al teniente Permuy para que diera un escarmiento. Se senta excitado al dirigirse al Puesto de Mando, llevaba la denuncia de una indisciplina flagrante, como la que Momsh Ul o Aquiles Rondn utilizaban para foguear a su tropa. Se volvi al sentir que alguien corra tras l. Qu pasa? le pregunt a Ardillaprieta. No diga nada le pidi Remberto Davis. Est en la carretera, pero no diga nada. Cambi de rumbo dicindose que era preferible sorprender al Barbero en el momento de escaparse. Subi y baj corriendo la colina que estaba frente a la carretera. Se escondi en un aromal, acosado por las espinas, e hizo un esfuerzo por no maldecir. El Barbero estaba en la cuneta, hablando con una mujer. Ya haba decidido salir y cantarle las cuarenta cuando dos nios que jugaban junto al aromal se acercaron a la mujer y le pidieron agua. Djenme hablar con su padre dijo ella, molesta. Los muchachos se perdieron entre las matas. Nemesio y la mujer discutan, ella deca que no poda ser y l gritaba que no poda ser, pero era evidente para Carlos que hablaban de cosas distintas. Pum! Te mat! grit uno de los nios a sus espaldas.
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Le indic silencio con el dedo, pero ya Nemesio se haba dado cuenta y avanzaba hacia l. Son mos dijo al llegar. Carlos acarici la cabeza del menor, que en ese momento le peda una bala. Estaban flacos, tenan cicatrices de cadas en las piernas. Estn pasando hambre coment con rabia la mujer. Me tengo que fugar, sargento dijo el Barbero, mirndolos. Les consigo comida y vuelvo. Carlos qued inmvil en la cuneta mientras el Barbero se alejaba con su familia. Qu hara MomshUl ante un problema como aqul? El Barbero era un trabajador por cuenta propia y no se beneficiaba de la ley que obligaba a pagar a todo miliciano en campaa su salario completo, tena que irse y l tena que dejarlo ir, lo haba dejado hacindose cmplice de una indisciplina. El cabrn de Kindeln tena razn, no era tan fcil. Regres al campamento pensando en su madre, espantado por haber pasado un mes sin verla. De pronto se sorprendi preguntndose, Y si me escapara tambin, como los otros?. Acarici la idea durante un segundo y la rechaz enseguida. Soy MomshUl, qu coo pasa?, murmur al doblarse sobre la trinchera. En la tarde estaba molido de sueo y de cansancio, pero continuaba luchando por mantener el ritmo mientras repeta un trabalenguas que haba inventado para darse nimo. En la compaa hay un MomshUl muy bien momishisulishado y aquel que lo desmomishisulishase un gran desmomishisulishador ser. Tas loco oy decir a sus espaldas. Se incorpor, casi no vea a Kindeln en el rojo contraluz del crepsculo. Una vez me lo dijo un chino respondi, mientras volva a contar a los hombres y abandonaba la tarea al ver regresar al Barbero, que lo salud con un gesto y ocup su lugar en la trinchera. En la noche Remberto Davis se empe en convencerlo de que durmiera, pero l insisti en hacer los recorridos. Sospechaba que haba algo anormal en la cosaca que hacan Zacaras, el Mago y Roberto el Enano. Le llev tres horas descubrir el truco de los relojes: Roberto y el Mago adelantaban los suyos y hacan hora y media de guardia, mientras Zacaras haca tres. Cuando llev al Gago a dormir al varaentierra y oblig a los otros a cubrir la guardia hasta el amanecer, sinti que haba logrado algo concreto y poda, por fin, irse a dormir. Camino de su hamaca pas por la posta de Kindeln, el Dctor y Biblioteca. Kindeln segua de guardia, el Dctor roncaba en su hamaca. Y Biblioteca? pregunt. La mujer est pariendo respondi sencillamente Kindeln y el Biblio fue al hospital. Y t lo dejaste? Mira dijo el Kinde, en el pelotn hay un Kindeln muy bien rekindelanizado y aquel que lo desrekindelanizare un gran desrekindelanizador ser, ta claro? No respondi. Le deba demasiado a Kindeln y no estaba ahora para desafos ni trabalenguas. Se desplom en su hamaca y pens tan intensamente
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en Gisela que termin soando: ella acercaba un seno a sus labios y l trataba intilmente de morder aquel pezn embrujado que se iba alejando y alejando hasta disolverse en una niebla. Al despertar pens de nuevo en fugarse, pero desisti: era Gisela quien tena la obligacin de ir a verlo, como hacan las mujeres de sus compaeros, como haban hecho siempre las mujeres. Ese da trabaj con desgano. Biblioteca no haba regresado, el Gallego se haba ido y l no saba qu hacer. Decidi consultar a Permuy. No le dara nombres, pero le explicara claramente las cosas. Quiz el mulato pudiera ayudarlo, no en balde haba sido su socio. Al llegar al Estado Mayor se cuadr ante Permuy, que le respondi con un saludo cansado, ms bien distante. Comenz a hablar de la disciplina y no tard en darse cuenta de que estaba repitiendo las palabras del otro, pero continu hasta llegar a Los hombres de Panfilov y a los ejemplos de MomshUl y de Aquiles Rondn. Permuy se haba ido relajando. Le confes que en la Escuela tuvo reservas con la actitud de Carlos y lleg a creer, inclusive, que los disparos de la ltima noche haban sido un truco para rajarse; por eso lo entusiasmaba orlo valorar tan altamente la actitud de comunistas como MomshUl y Aquiles Rondn, pero la situacin del acuartelamiento era distinta a la de la Escuela y la guerra. Los hombrs estaban cerca de sus casas, tenan necesidades, llevaban tiempo sin ver a sus familias. Lo significativo no era que se escaparan de vez en cuando, sino que regresaran voluntariamente. Sin embargo, las cosas iban mejorando, despus del treintiuno no haban vuelto a disparar, las trincheras eran ms hondas y, en fin, qu decirle? Que siguiera dando el ejemplo, se era el deber de los comunistas. Cuando las contradicciones con el imperialismo se recrudecieran la situacin de la disciplina se modificara radicalmente, de eso poda estar seguro. Carlos se despidi militarmente y regres a la unidad desencantado, incmodo por el vocabulario de Rubn: reservas, valorar tan altamente, significativo, contradicciones recrudecidas; as no haba hablado nunca Aquiles Rondn, que ahora tambin resultaba ser tan comunista como Kindeln y el Dctor, como Hctor y el Mai. Daba la impresin de que todo el mundo se estaba volviendo comunista, pero se no era ahora su problema: tena cosas ms urgentes en las que pensar. Fugarse, por ejemplo, reunir valor para fugarse al amanecer teniendo en cuenta que lo significativo era regresar voluntariamente. El nico problema era la ropa, no quera aparecerse en su casa vestido de miliciano, con el fusil a cuestas. Poda ir a casa de Gisela, verla y cambiarse, pero no le daba la real gana de ceder en ese punto; era ella quien deba averiguar dnde estaba el batalln y venir a verlo. Se tendi en la hamaca pensando iniciar el recorrido ms tarde. Acarici la idea de ver a su madre, se pregunt cmo estara su padre, si Jorge seguira odindolo, qu hacer cuando el acuartelamiento terminara, y se qued dormido en un mar de respuestas contradictorias. Lo despert el grito de Kindeln: Rompieron, Taloco! Meti la cabeza bajo la frazada porque tena demasiado sueo y le importaba un carajo que alguien hubiera roto algo, pero Kindeln sigui gritando Rompieron!, levant el nailon, la frazada, y lo hal con las manos hmedas, obligndolo a sentarse. Lo hizo maldiciendo el fro, la acidez, el sueo, y escupi antes de leer en el Revolucin que Kindeln haba desplegado ante su cara:
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mientras, el Dctor explicaba que el viejo cabrn de Eisenhower quera dar el zarpazo antes de que llegara Kennedy, porque los demcratas eran igualitos que los republicanos, replicaba Biblioteca, pero nadie les haca caso. Kindeln estaba cantando Djalos que vengan a Cuba, arrollando con la compaa hacia las trincheras, y Carlos se una a la conga pensando en la guerra que ahora supona inevitable, inminente, aunque incapaz de parar a esos orates que acometan rumbeando el trabajo de las trincheras, como si la situacin hubiera dado de pronto un sentido a la muerte de Asma, la Escuela y el acuartelamiento, al fro, la soledad y el cansancio. Pero l tena algo que hacer antes de que empezara la guerra y aquella atmsfera de eufrica locura lo paralizaba. Saba que el batalln no era capaz de movilizarse en menos de dos horas y ese tiempo bastaba para llegarse hasta su casa, donde tendran que aceptarlo armado o no volver a verlo. Haba decidido no buscar a Gisela, morira sin ella o regresara como un hroe solitario y no le perdonara jams haberlo abandonado. Pero qu decirle a sus hombres, cmo explicarles que MomshUl tena problemas personales, cmo fugarse en los momentos en que la disciplina regresaba, ante la inminencia de los combates. Tena slo una respuesta, quedarse, y entonces qu decirle a su madre, cmo explicarle que era ms responsable ante la patria que ante la familia, cmo no verla otra vez, y a su padre, y a Jorge, cmo no verlos justamente hoy, el ltimo da de la paz que poda ser tambin el ltimo da de la vida. Media hora despus estaba picando al ritmo feroz de sus compaeros cuando Remberto Davis le susurr al odo, Lo busca una jeva, sargento. Entreg el pico al enlace y el mando a Kindeln, ya volva, iba un momento hasta la carretera, y ech a correr con el fusil en bandolera. Slo una persona en el mundo poda estar buscndolo y empez a gritar su nombre desde que lleg al tope de la colina, y gritando corri hasta ella y la carg y empez a darle vueltas y besos mientras Gisela rea, Dios mo, mi novio es loco, y entonces la solt, Reptelo, y ella, Loco, y l, Novio, y ella, Loco, y as estuvieron hasta que ella empez a besarlo de un modo ingenuo y entregado, sin hacer caso de los gritos que les dirigan los pasajeros de los mnibus, ni del claxon que sigui sonando an despus que l volvi la cabeza hasta ver la ambulancia. Me tengo que ir, dijo ella, por qu no me dijiste dnde estabas? Carlos dio una patada contra un tronco y Gisela empez a explicarle que los yankis haban roto y el pas estaba en pie de guerra, que haba perdido mucho tiempo buscando el batalln y tena que regresar al hospital. l la escuchaba impaciente, saba o poda suponer todo aquello, pero no quera que se fuera, y ella dijo entonces, Tu padre est mal, y lo dej confuso y extraado y le pidi perdn por ser tan bruta, ahora le explicaba; haba buscado su telfono en la gua y le haba preguntado a su madre, eso era todo, y se volvi hacia el chofer de la ambulancia, que segua tocando el claxon. Le dio otro infarto, sabes? Est ingresado en el Calixto. Se ech a llorar
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de pronto en sus brazos, por Dios que no quera irse, por Dios que lo haba buscado durante horas... Por qu?, lo mir, dejando la frase inconclusa, como una nia que preguntara los porqu de todo lo terrible entre el cielo y la tierra, y l decidi en ese minuto ir a ver a su padre antes de que empezaran los combates, y la bes sin permitirle que volviera a preguntar, porque slo poda entregarle su amor como respuesta.
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Jos Mara Prez Meneses, dijo tamborileando en el mostrador de madera tras el que la empleada de Informacin se inclin sobre una especie de libro mayor en el que al Haber correspondan los nombres de los enfermos y los nmeros de las camas y al Debe los estados de salud, como si se tratara del estado de prdidas y ganancias de la muerte. Llevaba hora y media fugado, le era totalmente imposible regresar a la compaa a la hora prevista al escapar, y maldeca el lentsimo y vertiginoso transcurso del tiempo al mover una y otra vez el seguro del fusil mientras miraba el ndice de la empleada bajar por la columna del Haber y se preguntaba si su padre habra muerto, si los yankis habran atacado, si a esas alturas el batalln estara movilizndose y l sera considerado un desertor. Cuando Gisela lo llev hasta el Diezmero desviando la ambulancia pens que tendra tiempo para todo. Se demor incluso observando la calle: le pareca increble andar entre civiles que proseguan su vida como si no pasara nada. Pero casi de inmediato se dio cuenta de que era una impresin falsa, las gentes seguan su rutina y, sin embargo, un detalle mostraba que algo estaba pasando, y ese detalle era l con el FAL y doscientos tiros a cuestas, en traje de campaa, orgulloso ante las miradas de las muchachas, las palabras de aliento de las viejas, la fascinacin de los nios. Se dej admirar hasta que un vendedor de peridicos pas voceando, Vay que lleg la guerra!, mientras mostraba el peridico que Carlos haba visto al amanecer. Le pregunt qu ruta pasaba por el hospital Calixto Garca, y el vendedor, entre dos pregones, que desde all ninguna, tena que montarse en el muerto, tirarse en La Habana y preguntar. Le pareci una siniestra coincidencia que la ruta que deba llevarlo hasta su padre fuera la ocho: la charada se volva contra l como antes las cartas y el horscopo. Viaj en aquella muerte agotadoramente lenta dando vueltas intiles por callejuelas, calzadas, calles desconocidas, hasta descender, por fin, junto a un parque que alguna vez haba recorrido con los Bacilos, donde ahora una multitud coreaba: Fidel, seguro, a los yankis dales duro!, la oradora lo descubra, lo invitaba a decir unas palabras a las mujeres de la retaguardia y l comprenda que le era imposible negarse, miraba los rostros de aquellas novias, esposas, madres de combatientes y les aseguraba, compaeras, en nombre de todos los milicianos, que primero se hundira la isla en el mar antes que consintiramos en ser esclavos de nadie, y terminaba con el fusil en alto y un enfebrecido Patria o Muerte! al que las mujeres respondan Venceremos!, mientras l se iba a tomar el mnibus de una ruta menos maldita, ventitrs, vapor, que lo llevaba hacia la tierra conocida del Vedado y del Calixto Garca. Al fin, la empleada encontr el nombre y le tom la mano como si hubiese ocurrido algo irremediable. Dgame, murmur l en un tono sorpresivamente bajo, pensando que el augurio del ocho se haba cumplido. Pero la empleada le respondi, Muy grave, y l cerr los ojos murmurando Dios, mientras ella agregaba el nombre del pabelln y el nmero de la cama que result ser
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venticinco, piedrafina, y cre una cbala que lo remita a las piedras finas obtenidas por padre con el garrote, algo que hubiese preferido no recordar en ese momento. Entr casi corriendo y se sinti perdido en aquella ciudadela de vago estilo neoclsico, marcadamente municipal, silenciosa como un panten inmenso. Le pregunt a una enfermera que se empe en guiarlo, convencida de que iba a visitar a un compaero herido en campaa. Cuando llegaron, ella dijo de pronto, Y habr guerra?. l la mir con tristeza, la pregunta haba sido ingenua y juguetona. S, respondi, gracias. Al entrar al zagun lo sorprendi el mismo olor limpio y sombro del hospital donde haba reposado su locura. Evoc las cartas del Archimandrita, pero ahora el viejo rey de bastos estaba moribundo, sin fuerzas ya para pegar, y l saba que la reina de copas luchara con el inmenso poder de su ternura para limarle la espada y reunir bajo la saya los tres palos de su baraja: el oro no le interesaba y eso haca ms limpio su reclamo. Saba tambin que meter all la espada equivaldra a un suicidio, y empez a subir la empinada escalera con la conviccin de dirigirse a un juego donde se apostaba el destino. Comprenda el porqu de su oscuro rechazo a visitar la casa desde que haba escapado: tena miedo a colgar el arma y quedarse. Contra esa tentacin dispar la noche de la ltima guardia en la Escuela, y contra ella volva a luchar ahora dicindose que la Isla estaba sitiada y que su abuelo, el rey de espadas, lo vigilaba desde la muerte recordndole que el lugar de las armas era el combate. Se pregunt qu estrategia seguira Jorge, el as de bastos, record el momento desesperado en que estuvo al borde de matarlo y se dijo que esta vez bajara la guardia ante su hermano permitindole cantar las cuarenta y llevarse las diez de ltimas, porque la victoria de Jorge, botarlo, era tambin la suya, irse. De pronto descubri una figura marcial reflejada en el espejo del rellano. Nunca se haba visto as, y qued detenido ante aquella imagen entre lamentable y heroica, sucia, barbuda y aguerrida, con la boca levemente abierta por el asombro que senta al reconocerse distinto a como se recordaba. Soy otro, murmur intentando tocar el fusil en el espejo. Quiz no debi haber venido con aquella ropa, pero no tena otra alternativa que obligarlos a reconocer su verdadero rostro. Accedi a un saln rectangular, pintado de blanco, dividido por dos hileras de camas. All sinti que enfermos y acompaantes lo miraban con la misma admiracin con que lo haba mirado la gente en la calle, y le indicaban que siguiera avanzando como si supieran quin era, adnde se diriga. Durmi mejor anoche, le dijo el viejo de la cama trece, y l maldijo el nmero mientras se daba cuenta que lo reconocan por el aire de familia que su padre siempre sealaba orgulloso. Se detuvo al final del pasillo, frente al cubculo de la cama venticinco: su padre estaba cubierto hasta el pecho por una sbana de la que sobresala, plido, el pie derecho; Jorge miraba por la ventana hacia el vaco; su madre, que dorma en una butaca, levant de pronto el rostro como si lo hubiese presentido, murmurando, Hijo. Carlos le dio un beso en la frente y avanz hacia la cama. Su padre respiraba con dificultad, por la boca, le haban quitado los dientes y su rostro chupado prefiguraba una calavera. Est mejor, murmur ella, tomndole la mano. l se volvi para besarla, y por primera vez desde que estuvieron al borde de matarse se encontr frente a Jorge.
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La madre los empuj suavemente, Carlos abraz a su hermano y cedi al deseo de acariciarle el pelo y la espalda, y lo sinti llorar y decirle, Se nos muere, y llor tambin en silencio. Su madre le quit suavemente el fusil, como quien recoge el bastn de un visitante, y al hacerlo golpe con el can la pata de la cama produciendo un ruido metlico. Entonces su padre pregunt: Quin? El fusil estaba contra la pared, su madre inclinada junto al lecho, y l se arrodill desarmado ante su padre respondiendo, Tu hijo, mientras besaba el rostro consumido que pareca regresar desde la muerte para sonrerle. Carlos, dijo su padre con una dulzura inusual, abriendo los ojos. La luz le transfigur el rostro con la belleza de la vida, y l supo que el caballero de espadas haba hecho bien, y record con calma al nio de la boina sin desear para s otro padre que aquel viejo cascarrabias con quien nunca haba logrado entenderse. Ahora lo quera tanto como en los escasos momentos de su vida en que no le tuvo miedo, pensaba que era una lstima no haber crecido antes para encontrar con la madurez el valor de sentarse frente a l e invitarlo a recordar juntos la historia del abuelo. Quiz tendra tiempo an, si regresaba vivo de la guerra, para cuidarlo, convencerlo, o entregarle al menos la ternura que senta crecer ante su imagen derrotada. Haba una blanca paz en el cuarto, su padre le sonrea, Jorge le puso una mano en el hombro, su madre comenz a pasarle las canas por la mejilla mientras le salmodiaba suavemente que estaba sucio y flaco, que deba comer y baarse, y l sufra la dulzura del regreso, se dejaba sentar en la butaca sintiendo que perda la partida; los bastos y las copas lo acariciaban, el oro no haba sido mencionado. Record al rey de espadas para ganar fuerzas, pero el rey no estaba all, el abuelo lvaro no estaba para conjurar la triste mirada de su padre, que lo arrastraba hacia el vrtice inmvil del cicln. Poco despus lleg el mdico a pasar visita y ellos salieron al pasillo. Su madre tena un plan: iran Carlos y ella a la casa, l se baara y comera, descansara un poco y volveran al hospital a relevar a Jorge, que llevaba una semana junto a su padre casi sin dormir. Carlos mir el reloj, de sus dos horas iniciales quedaban slo once minutos. Dos, once: gallo y mariposa. El gallo convertido en mierda, pens. No, dijo, me tengo que ir en seguida. Se arrepinti de haber sido tan brusco, pero ya estaba hecho y ahora su madre lo torturaba recordndole las sagradas obligaciones de la familia. No encontr calma para razonar y casi grit que todas las familias del pas estaban amenazadas. Lo reconden la imperturbable voz de Jorge, No importa, mam, yo me quedo, e intent una explicacin desesperada acerca de la guerra inminente. En ese momento el mdico sala, su madre enrojeci, l no pudo saber si de vergenza o de rabia, porque ella haba vuelto el rostro hacia el mdico que pareca optimista, lo haba dejado dormido, completamente fuera de peligro, era mejor que descansara, deca, y se retiraba con una venia mientras ellos le daban atropelladamente las gracias. Vamos, dijo su madre dirigindose al cuarto. La sigui y tom el fusil. Al volverse vio a Jorge abstrado, mirando a travs de la ventana; su padre dorma y su madre lo miraba a l con un amor que por primera vez le pareci rencoroso. Cubri el pie derecho de su padre con la sbana y meti la cabeza entre los
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hombros, dispuesto a escapar. Ya haba llegado a la puerta cuando ella dijo: Ven. Se arrodill ante su madre, incapaz de soportar la tierna mirada endurecida, dej caer la cabeza en sus muslos y sinti sus manos, suaves e inesperadamente fras, acaricindole el cuello. De pronto supo que deba irse en ese instante o no sera capaz de hacerlo nunca, se apoy en el fusil para vencer la resistencia de aquel imn que lo atraa con una fuerza oscura, y escap hacia la luz.
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Ahora el cielo estaba despejado, rojizo, casi mbar, y l no cesaba de mirarlo desde la azotea del gran edificio de la Beca. Esperaba la guerra, saba que iba a estallar, haba estallado o estaba estallando aquella misma madrugada del diecisis de abril. Miraba el cielo con cierto sobresalto porque ahora ocultaba una amenaza latente y era raro en aquellos das verlo limpio, lavado, con las estrellas perdindose en la luz como cuchillos de hielo al disolverse. Haba descubierto la azotea apenas tres semanas atrs, una suerte de atalaya ideal desde donde, segn el Cochero, se podan ver desnudas todas las ninfas del Vedado. Sus logros fueron fugaces, escasos, lejanos e indescifrables, pero mantuvo el hbito porque redescubri la magia esplndida del juego de las nubes. De pronto era dueo de un barco, de un elefante o del fusil que haba perdido al abandonar el batalln, y sus posesiones eran azules, doradas, rojizas y etreas, y terminaban siempre disueltas por los vientos o tragadas en silencio por la insondable oscuridad de la noche. Entonces aparecan las estrellas y Roal Amundsen Pimentel Pinillos, ms conocido como el Indio Munse, les donaba con displicencia su saber, al que sola llamar galaxicologa. Carlos, para sus compaeros de la Universidad el Ruta, fue un rpido partcipe de su entusiasmo y conoci que existan no slo la Osa Mayor y la Menor, sino Jirafa, Lebreles, Camalen, Cuervo, Grulla, Tucn, todo un bestiario de constelaciones. El firmamento, Munse odiaba la palabra cielo, no se agotaba ni remotamente en aquellos animales. Haba constelaciones vegetales tan imprescindibles como las Hidras Hembra y Macho, hroes mitolgicos como Hrcules y Perseo y tambin mltiples constelacionesinstrumento: Microscopio, Brjula, Sextante. Aunque a simple vista lograban distinguir muy pocas, Munse hablaba siempre de las constelacionesindustrias, como el Horno Qumico o la Mquina Neumtica; Carlos, por su parte, senta una afiebrada inclinacin hacia la Cabellera de Berenice, el Caballete de Pintor y el Pjaro del Paraso. En pblico siempre decan preferir a Cochero slo para molestar a Osmundo Ballester que, debido a su fealdad antolgica, era llamado el Cochero de Frankestein. Francisco Urquiola, conocido por Pancho el Fantasma, gustaba agregar Triplefeo que su dueo y Osmundo se defenda, Triplefeo pero blanco, y declamaba unos versos aprendidos de labios de su padre: Ser blanco es una carrera, / mulato, una profesin, / negro, un saco de carbn / que se compra dondequiera. Y as andaban, amigos, irnicos, entusiastas, el da que Diosdado de Dios los sorprendi con la noticia: Los rusos pusieron un hombre en el cielo. No hallaron tiempo para explicarle a un tipo como Diosdado que no se deca rusos, sino soviticos, ni cielo, sino cosmos. Prefirieron correr a la atalaya a mirar el azul que guardaba las interrogantes inmemoriales de sus constelaciones, y regresaron en la tarde, al terminar las clases. Munse, conmovido, empez a explicar que el hombre haba coronado el sueo legendario que se expresara en
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los mitos alados de caro, Pegaso y Chulima, para dar inicio a una nueva etapa en la historia, la Era Csmica, mientras el Fantasma quinteaba sobre una caja de refrescos: Yuri Gagarn, Yuri Gagarn, Yo me voy pal cosmos montado en un patn. El Indio interrumpi su explicacin, cmo coo se atreva a burlarse de la Era Csmica. Porque estoy inventando la Era Cmica, asere, respondi el Fantasma, y rompieron a rer del cosmocmico y dejaron de hacerlo al ver el fuego que estall de pronto hacia el este, sobre El Encanto, y creci con una rapidez vertiginosa devorando la que ya iba dejando de ser la tienda ms hermosa de La Habana, barrindola y enrojeciendo el cielo en la distancia como si quemara el canto del Pjaro del Paraso. Veinticuatro horas despus empez el bombardeo. El cielo estall hacia el oeste en explosiones parecidas a los tipos de estrellas cuya existencia Munse haba explicado: errantes, binarias, triples, mltiples, fugaces, fijas, con un ruido ensordecedor y siniestro. El Cochero baj a buscar noticias y regres diciendo que aviones de procedencia desconocida estaban atacando las hangares de la Fuerza Area en Ciudad Libertad. Carlos se uni a los gritos de Patria o Muerte y pidi perdn para los invasores, con la certeza de que no se trataba de un amago como el ocurrido cuatro meses atrs: esta vez la guerra haba empezado. Intent reintegrarse a su antiguo batalln y le negaron el permiso. l era universitario, la Universidad decidira cundo y cmo movilizar sus unidades. Estaba pensando violar aquella disposicin absurda cuando les informaron que los compaeros muertos durante el bombardeo se velaran en el Rectorado y a ellos les correspondera mantener el orden. Al ver sellados los atades pens en La Coubre: ahora tambin los cuerpos estaran calcinados o destrozados. Record la advertencia de Chava, Los muertos vigilan, y se maldijo por haber abandonado el Batalln de Combate para becarse en la Universidad. Con ello haba logrado un lugar donde residir, venciendo el sobresalto en que viva desde que abandon su casa y se integr a las milicias. Pero ahora que la guerra iba a estallar, haba estallado, estaba estallando quiz en la noche, ahora que los novecientos compaeros de su batalln se jugaban el pellejo por la patria, pensaba que el costo de su decisin haba sido demasiado alto y reconoca haberla tomado bajo el impulso de la rabia que le produjo su sancin por haberse fugado. La vida en la Beca signific una vuelta al paraso perdido de la normalidad. En el gran edificio, tan parecido al que alguna vez posey su padre, comparta un cuarto con sus socios, tena cama, sbanas, toalla, un bao de azulejos con un inodoro azul, y adems reciba un estipendio. La primera tarde fue al cine con Gisela y al redescubrir el sueo de la vida en el juego de luces y sombras lleg a pensar que su vida en las milicias haba sido un sueo, y evoc el fro, la sed y el cansancio con la alegra de quien ha despertado. Desde all sigui hacia el hospital pretextando las rigurosas costumbres de su familia para no tener que
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llevar a Gisela, y cuando estuvo solo se sinti un miserable. El viejo Buick de su padre estaba frente al pabelln, Jorge haba pegado una calcomana en el parabrisas: SOY RELIGIOSO. EN CASO DE ACCIDENTE AVISE A UN SACERDOTE. La ley con una sonrisa amarga, pensando que podra pegarle al lado la respuesta que adornaba el carro del director de la Beca: SOY REVOLUCIONARIO, EN CASO DE ACCIDENTE AVISE A UN MDICO, o llevar a Gisela a la visita, plantrsela delante a Jorge y decirle, Mrala bien: mulata y miliciana. Sin embargo, la haba escondido, por pendejo, como si su hermoso pelo ensortijado fuese un estigma. Se seren al reencontrar a su familia. Jorge segua distante, pero su madre le agradeci con un beso la decisin de quedarse y cuidar de su padre, que sonrea contento de que sus dos ramas estuvieran all, junto al viejo tronco. Desde entonces vivi das intensamente felices y tristes. Gisela se ira dentro de poco a alfabetizar, pasara un ao lejos, entre los campesinos, y l estaba orgulloso de aquella decisin y la animaba contndole la historia de Toa; pero deseando, al mismo tiempo, que jams llegara el da de la partida. Solan ir al cine a soar que la funcin durara eternamente mientras descubran sus cuerpos en la penumbra. Al salir redescubran sus rostros en la luz del atardecer, y Carlos quebraba la felicidad inventando pretextos inverosmiles para no llevarla a la visita. Caminaba hacia el hospital rumiando su miseria, dicindose que al da siguiente terminara de una vez por todas con su hipocresa. Pero al mirar el rostro cada vez ms consumido de su padre pensaba que haba hecho bien, que no tena derecho a asegurar su propia felicidad adelantndole la muerte al presentarse all con una negra; porque para su padre los mulatos no existan. Las noches en que se quedaba a cuidarlo senta una confusa felicidad. Jorge no estaba y l no se vea obligado a inventar conversaciones amables sobre nada bajo la mirada tierna e inflexible de la madre. Su padre haba experimentado una leve mejora, hablaba en voz muy baja, peda las cosas por favor y no haca comentarios hirientes sobre poltica, como si la cercana de la muerte hubiese dulcificado su carcter. Carlos aprovechaba la paz del cuarto y de la noche para entregarle su ternura, atento a los orines, los excrementos o las escaras, descubriendo el cuerpo que lo haba engendrado como si descubriera el de su propio hijo. Le hubiese gustado baarlo y afeitarlo, pero no lo intent porque su madre jams cedera ese privilegio. Se contentaba con hacerle leves cosquillas en el pecho para verlo sonrer, orlo murmurar, No jodas, chico, sentirlo cercano, socio. Pero una noche su padre no respondi a las cosquillas, tom sobre el pecho la mano de Carlos y dijo, Tengo miedo. A qu?, pregunt l dispuesto a pedir ayuda. Su padre lo contuvo con una angustia tenaz, repitiendo la frase, y l sinti tambin algo vaco, irremediable, oscuro, de lo que no lograra escapar, porque estaba en su alma como el dao, y supo que aqul era el miedo inexplicable y final de los nios y de los moribundos, y se dijo que deba ser hombre y bes la frente de su padre murmurando, No jodas, chico, no jodas, antes de llamar a la enfermera, que se inclin sobre aquel vaco contra el que nada podran mdicos ni sacerdotes. Qued sumido en un estupor extrao, en una niebla parecida al sueo o al cansancio, sorprendido al no sentir deseos de llorar. Telefone a su madre, le dijo simplemente, Vengan, y ella respondi con un grito mutilado. Pero no llor al
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llegar, pidi permiso para estar cinco minutos sola junto al cadver, y Carlos se qued consolando a Jorge, que sollozaba como un nio en el pasillo. Se volvieron al escuchar el golpe de la puerta. Su madre haba salido vestida de negro, con un sufrimiento seco en las pupilas, dispuesta a ocuparse de todo. Durante aquellas horas Carlos admir como nunca su sentido prctico de la vida, su natural capacidad para el trabajo, y se dijo que all resida la fuente de su ajada belleza. Cuando llegaron a la funeraria haba amanecido, una extraa luz lila flotaba en el saln, no haban trado an el cuerpo. Poco a poco fueron llegando remotos amigos de la familia y de Jorge, que saludaban con un Mi ms sentido psame, o Lo acompao en sus sentimientos, que Carlos responda invariablemente con un Gracias apagado, mientras los vea arremolinarse junto a su madre o su hermano, y l se senta cada vez ms solo y se preguntaba si tendra derecho a llamar a Gisela; si su padre, tan comprensivo despus de haber visto el rostro de la muerte, la habra aceptado. Se respondi que no deba hacerlo sin consultar a su madre. Tema que Jorge le hiciera un desaire que no estaba dispuesto a soportar, prefera sufrir su soledad en silencio; pero entonces jams podra convencer a Gisela de su amor. Necesitaba un consejo, los socios de la Beca no acababan de llegar, Pablo estaba en Cunagua, los compaeros del batalln en el Escambray, su padre muerto. Lo despert un murmullo creciente. Jorge gesticulaba ante su madre, y Gisela, Pancho, Osmundo y Munse se haban detenido en el umbral de la capilla. Fue casi corriendo hacia su madre y logr escuchar el final de las palabras de Jorge, ?...Y esa gente?. Es mi novia respondi l, en un tono demasiado alto. Trela le pidi su madre, reteniendo a Jorge. Carlos se volvi hacia Gisela, que ahora estaba confundida en medio del saln, le dio un beso en la mejilla y la condujo hacia su madre, que le acarici suavemente el rostro, le bes la frente y le orden a Jorge: Saluda a tu cuada. Jorge extendi la mano sin poder dominar el rencor de su mirada, Gisela respondi al saludo con la cabeza gacha, murmurando Lo acompao en sus sentimientos, y un empleado de la funeraria se acerc a ellos. La seora Josefa Cifredo? Su madre movi la cabeza, asintiendo. Por favor dijo el empleado con voz grave. Quin va a vestir al difunto? Ella mir a Jorge con una triste desesperanza, luego a l, y respondi: Sus hijos. Carlos baj delante, en silencio, sintiendo un sbito escalofro que se convirti en temblor al llegar a la penumbra del pasillo cada vez ms oscuro. Entr a las sombras recordando una noche poblada de nimas en pena, dao a lo largo de aquella vereda desconocida que lo llev al socavn oscuro donde escuch por vez primera los ecos de la muerte, que ahora sonaban como sus propios pasos mientras se diriga hacia la lvida luz del final bajo la que su padre yaca desnudo, amarillento, pobre y capaz de situar el amor en el lugar del odio y del miedo, de hacerlo compartir con su hermano la tarea que cumplieron metdicamente, serenamente, sollozando en silencio.
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Y ahora, en el portaln del Rectorado, observaba a los familiares de las vctimas del bombardeo pensando que no les haba sido dado siquiera vestir a sus muertos, verlos envejecer ni cerrarles los ojos. Se senta parte del ancho mar humano que colmaba la escalinata y la calle clamando venganza. Frente al atad donde yaca su novio haba una muchacha que se neg a comer y sentarse; no lloraba, ni responda a los ruegos de sus familiares para que descansara; simplemente estaba all, mirando la madera. Carlos busc sus ojos para decirle en silencio que estaba con ella, pero cuando sus miradas se cruzaron sinti que era intil: la muchacha no poda verlo. Se pregunt dnde estara Gisela, en qu sitio perdido de Pinar del Ro, quiz all donde estara comenzando la guerra, donde otros milicianos la defenderan de la muerte como ella lo haba defendido a l de la soledad en que se hundi despus del entierro. Entonces haba abandonado el cementerio con el temor de que su madre reiniciara la batalla por encerrarlo junto a Jorge, sabiendo que justamente en ese momento le sera imposible negarse. Pero al llegar a la puerta de la casa ella lo mir como si quisiera aprender su rostro de memoria, antes de besarlo en la frente y decirle: Haz tu vida. Horas despus, al despertar en el cuarto de la Beca, se sinti desolado como un hurfano y corri en busca de Gisela. Caminaron en silencio por la Avenida de los Presidentes, bordearon el malecn y se sentaron en el muro, de espaldas al triste mar de marzo. Frente, en los jardines del Hotel Nacional, junto a los oxidados caones de los tiempos de Espaa, tres bateras antiareas cuidaban la tarde. Me voy maana dijo ella. Carlos no respondi, aquella partida encajaba perfectamente en su tristeza; todo el mundo se iba, a alfabetizar, al Escambray, a Cunagua o a la muerte. Quiero darte algo. l pens que nada resolvera un retrato o un mechn de pelos. S que no es el momento dijo ella, pero me voy maana. Carlos se volvi dispuesto a recibir lo que fuera forzando una sonrisa. Gisela estaba tensa, especialmente hermosa, recortada contra el cielo rojizo como la llama de un incendio. Si no quieres, no dijo, y l tard un instante en comprender que se estaba ofreciendo, as, por nada, y le dijo que no, amor, no, despus, cuando ella volviera, se casaran. Pero yo quiero ahora insisti Gisela como una nia. Yo te quiero ahora. El cuarto de la posada era gris. Gisela no saba qu hacer y Carlos reconoca con horror que l tampoco, que Fanny y Gipsy lo haban hecho todo, mientras buscaba una manera digna de quitarse el pantaln y luchaba por rechazar la idea de que no podra, de que aqul no era el lugar, ni el da, ni la hora, de que su miembro no iba a responderle porque l estaba cometiendo un sacrilegio. Gisela haba perdido su desenfado, su locura, se quitaba las ropas en silencio, cabizbaja, como quien cumple una condena; se sent junto a l en la cama, se volvi de espaldas y le pidi ayuda. l pens que no tena cmo, e iba a decirlo cuando se dio cuenta que se trataba de zafarle el sostn. Pero sus torpes dedos hmedos de sudor no daban con el misterio del cierre que no era broche ni botn,
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sino una suerte de enganche inexplicablemente complicado que ella liber de pronto, dndose vuelta para refugiarse en Carlos, que la bes sintiendo aletear los pequeos pechos en el suyo, escuchndola decir Ven mientras lo arrastraba hacia la cama y l senta arder su sexo al contacto con aquella piel clida, y lograban, la mano derecha de l y la izquierda de ella, sacar el pantaloncito y entonces dejarla abierta, esperando, y Carlos avanzaba hacia ella y la penetraba y senta su grito y aquellas contracciones de serpiente devorndolo y hacindolo derramarse en el principio mismo del placer. Ya?, pregunt ella y l se ech a llorar. Se sinti hurfano, culpable y fracasado, y llor el estupor del hospital, la tristeza de la funeraria y la soledad del golpe del atad de su padre sobre la tierra. Ella lo dej llorar sobre sus pechos, junto a su calor, respirar el olor de su pelo, escuchar el ritmo acompasado de su corazn, sentir correr en su entrepierna la mezcla nica de la savia y la sangre, albergar la duda maravillosa y terrible de si habra engendrado, l tambin, un hijo. As quiso recordarla al da siguiente, cuando la despidi junto al tren en medio de la algaraba de miles de alfabetizadores y familiares, y ella murmur despus de besarlo: T eres mi marido. Pero ahora, solo en su atalaya, mirando el cielo casi completamente azul, esperando la guerra que iba a estallar, haba estallado o estaba estallando precisamente en aquellos momentos, la recordaba sobre el vagn abierto, vestida de uniforme, con la mochila, la cartilla y el inmenso lpiz de cartn, en medio del bullicio de sus compaeros, radiante, mientras l trataba de abrirse paso entre la multitud de familiares, las comisiones de despedida, la banda de msica, los vendedores ambulantes, y sonaba el ronco resoplar de la locomotora, el pitazo de partida y el golpe vibrante de los platillos, y l gritaba adis intilmente y la vea perderse tras la nube de vapor cantando a coro con la multitud: Somos las brigadas Conrado Bentez somos la vanguardia de la Revolucin... Y ahora repeta maquinalmente el adis, en la azotea, desde la retaguardia, sintiendo que algo no andaba bien, porque en las pelculas, los libros, las canciones, haban sido siempre las mujeres quienes despedan a los hroes. Ruta, tu pura est daun. No necesit volverse para identificar al Fantasma, nadie en la Beca lograba hablar as, aunque muchos lo intentaran. Fue hacia el ascensor preguntndose qu querra su madre. Nunca haba venido a la Beca, era improbable que estuviese enferma. Despus de la muerte de su padre l la haba llevado al Archimandrita, que la encontr dura y flexible como una rama de cedro. Ella haba sonredo, complacida con el diagnstico y ms an con la receta. Las medicinas enferman, mi vieja. Tmese un cocimiento de flores de jazmn, azucena o azahar para que no le brinque ms el estmago. Haba quedado tranquila desde entonces, resignada, pidindole que le llevara la ropa sucia y fuera a comer ms a menudo a aquella casa que era tan suya como de su hermano, ofrecindole la mitad del dinero que su padre haba dejado en la caja fuerte. Carlos la complaca slo cuando Jorge no estaba, porque
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las discusiones con su hermano haban vuelto a centrarse en la poltica y era casi imposible que se hablaran sin gritar. Saba que Jorge se haba quedado con el carro y pretenda quedarse tambin con la casa y el dinero, argumentando que Carlos perdi todo derecho al abandonar la familia, pero no le importaba. Tena en la cartera un retrato de su padre, no necesitaba ms. Al descubrirla sentada en el extremo del comedor pens que el oscuro idioma del Fantasma poda ser claro como la maana: vestida de negro, inclinada suavemente sobre la mesa de bagazo prensado, iluminada a contraluz por el sol, su pobre madre era la imagen de la pureza. Avanz sin dejar de mirarla. Ella no haba notado su presencia: a travs de las paredes de cristal, miraba a su vez a la calle, donde algunos milicianos comenzaban a formar para dirigirse al entierro. Carlos crey entender el motivo de la visita, vena suponiendo que l ira a la guerra, y se dijo que el hecho de no ir, el formar parte de aquella estpida unidad de boinas negras y fusiles sin cartuchos, tendra al menos la ventaja de calmarla. Hola murmur dndole un beso en la mejilla. Ella se volvi sorprendida, le tom ansiosamente las manos. Tu hermano est preso dijo. Se lo advert murmur Carlos, bajando la cabeza. l no hizo nada dijo ella, convencida. Yo no lo s, mam, ni t tampoco. Ella se mordi el labio inferior, lo mir implorante. Habla con tus amigos dijo. l comenz a golpear el suelo con las botas preguntndose si su madre podra entender que no tena tales amigos, ni estaba dispuesto a interceder por Jorge, ni encontrara quien le hiciera caso. No puedo dijo. Hay guerra. Ella estruj una y otra vez su breve pauelito de hilo, como si repasara un rosario. El Cochero golpe el cristal con los nudillos, Carlos le pidi por seas que lo esperaran. Vas a ir? pregunt ella, con una ansiedad derrotada. No respondi Carlos, mirndola a los ojos. Su madre se incorpor, lo atrajo, le dio un beso en cada mejilla y murmur menos mal, mientras abra su inevitable cartera negra, con un broche dorado, de donde sac un cartucho manchado de grasa. Toma dijo. Te traje un bist.
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Tras las oscuras hojas de la palma cana se insinu en la neblina de la noche una inexplicable mole gris. Le apunt sobresaltado. Slo entonces, al pasarse la lengua por los labios y descubrir el sabor a tierra y a plvora, record que era un tanque quebrado en el camino. Cerr los ojos, pero sigui viendo la brutal explosin de la bomba y la carrera enloquecida de los milicianos: la imagen prendida a su retina como el cansancio a sus huesos, como el napalm a la piel de los que aullaban y corran, como el miedo a sus nervios y el odio a su corazn de combatiente; dej caer la cabeza sobre el pecho y la imagen de su madre se sobreimpuso a la del infierno aquel, como si su encorvada figura tuviera el poder de borrar el miedo, el dolor, la muerte, la rabia, antes de desaparecer tras los cristales de la Beca mientras l parta hacia el entierro de las vctimas a travs de calles galvanizadas por la ira, pensando que no ira a la guerra, sintindose fuera de aquel mecanismo descomunal que el Dctor llamaba la Rueda de la Historia, avergonzado al ver los Batallones de Combate. Cedi al deseo de buscar el suyo para saludar a los compaeros antes de que partieran, entreg el viejo fusil sin cartuchos a Munse y ech a caminar por Ventitrs entre oleadas de combatientes desconocidos; pas por Diez, pescao grande, y lleg a Doce, puta, desde donde vio el mar de milicianos fundirse con el Caribe tras la colina que descendi abatido hasta Ventiuno, maj, Diecinueve, lombriz, que continu bajando, irritado con la cbala rastrera, hasta divisar en el garaje de Diecisiete, luna, la joroba inconfundible de Biblioteca y correr seguro de que su madre astral lo ayudara, lo haba ayudado en aquella inesperada conjuncin de charada y horscopo; all estaban Ardillaprieta, el Barbero, Biblioteca y Kindeln, que fue el primero en verlo, Cooo, Taloco!, dando la alarma al pelotn que lo cerc con abrazos y preguntas, mientras l, a su vez, Y el Gallego y Zacaras?, y el alegrn se quebr de pronto en un silencio tumultuoso que lo hizo entender: el ms fuerte y el ms torpe haban muerto en la Limpia del Escambray mientras l, el ms pendejo, estudiaba en La Habana; no pudo reconstruir sus rostros ni cerrando los ojos y sinti el brazo de Kindeln sobre los hombros y pens en su otra muleta, aquel Gallego que haba muerto como un hombre, dijo Kindeln, echando plomo y gritando patriaomuerte, aadi estremecindolo: la frase haba funcionado como el conjuro que desatara el gigantesco viva con que los milicianos saludaron la llegada de Fidel a la tribuna haciendo a los tenientes dar la voz de ocupando sus puestos y dejndolo desconcertado, fuera de lugar: los milicianos haban corrido a filas y l qued en la acera como un estorbo; Kindeln y Ardillaprieta lo llamaban desde la formacin, pero no se atrevi, no tena fusil ni derecho; el teniente Permuy se acercaba cuidando la alineacin, lo descubri y se qued mirndolo como a un aparecido antes de gritarle, Qu hace ah, miliciano? Incorprese!, y l ocup el lugar de Zacaras pensando en la cbala: el tres de la tercera escuadra, marinero marinero lanzado al mar de los obreros, uncido a la noria de su memoria, recordando al torpe amigo muerto, alzando los brazos desarmados
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en medio de la ola de fusiles que se levant cuando Fidel dijo de una vez por todas que lo que no podan perdonarnos los imperialistas era que hubiramos hecho una revolucin socialista en sus propias narices, y el estallido de jbilo hizo a Carlos gritar patria o muerte y venceremos antes de subir a los camiones, al ritmo de un coro multitudinario: Marchando vamos hacia un ideal sabiendo que hemos de triunfar... Y se sinti digno de Gisela, heroico en el adis a las gentes que se arracimaban en todas las aceras de todas las calles de todas las ciudades, pueblos, caseros, bateyes, entronques que atravesaron despus de abandonar el campamento donde recuper el fusil y lo asalt la angustia: Zacaras era amuniciador de la sietepuntos y l no estaba habituado a las cajuelas que lo golpeaban los tobillos cuando la caravana entr en la carreterita serpeante a cuyos lados el polvo amortajaba las escasas palmas canas, las yagrumas y los negros mangles retorcidos que brotaban del suelo espectral de aquella cinaga llamada como la calle del cementerio, Zapata, Ventinueve, Ratn, murmur en la duermevela al darse cuenta que el cementerio estaba en la esquina del ratn y la puta, que la muerte es un ratn y una puta inolvidable cuando se le ha visto el rostro en la guerra: ahora regresaba a su memoria montada en el avin, con la sonrisa que debi dirigirles el artillero desde la carlinga de cola mientras ellos saludaban, confiados en las insignias de la nave que gir en redondo y pic sobre sus cabezas vomitando una lnea de luces blancas y amarillas que hicieron estallar la carretera obligndolo a tirarse en la cuneta, machacado por el ruido de los cohetes y por la explosin ciclnica de la bomba que an retumbaba en sus odos cuando la onda expansiva de una segunda lnea de cohetes anunci que la tercera estallara precisamente all, en el fango donde tena hundida la cara. Alz la vista, convencido de que sera la ltima vez: el cielo estaba vaco, azul, sin una nube, y slo entonces se dio cuenta que se haba orinado y que en la carretera estaban estallando la clera y la vida; ola a plvora y a fuego y el teniente exiga, Informen las bajas!, y haba pequeos crteres y Quin?, preguntaba el Segundo, Quin?, y la bomba haba desatado un incendio en el bosque cercano y, No mires, le dijo el Barbero, y mir los restos del cabo Heriberto Magaa, las entraas azules y rosadas del cabo Heriberto Magaa, que ahora volva a ver en la estridente pesadilla por la que descenda hacia un mar oscuro, dejando atrs el cadver de su padre, y despertaba agobiado de terror, contento de estar vivo, capaz de imaginar que Gisela le permita descansar en su regazo, respirar el olor de su piel, escuchar el ritmo acompasado de su corazn, deseando que ella estuviera embarazada, que le estuviera naciendo en el vientre un varn engendrado por l para no morir definitivamente de un bazucazo, un tiro, una granada o una bomba como la que logr borrar de su memoria con la voz cantarina de Gisela enseando a leer a una nia, mi mam me ama, sobre el mismo fango gelatinoso de la cinaga mordido por los morterazos que l no haba identificado hasta entonces, porque estaba metido en su miedo, recordando el desprecio con que el cabo Higinio Jimnez le puso las cajuelas de sietepuntos en las manos y le dijo, Agarra, te measte y las dejaste, pensando en los intestinos de Heriberto Magaa y en la muerte de Asma mientras esperaba otro avin, echaba a correr por contagio y slo despus de la primera explosin se daba cuenta que aquellos silbidos eran el descenso de los obuses de mortero que
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detuvieron en seco el yipi del Comandante obligndolo a saltar a la carretera, con sangre en el brazo izquierdo y en la cara, y a ordenar, Disparen, carajo! Despliguense!, mientras l se tiraba tras un raign, disparaba una rfaga y el FAL saltaba en sus manos como algo vivo: haba hecho blanco en la tierra, Higinio y su escuadra no aparecan por parte alguna, desde la carretera llegaba el estrpito de una columna de tanques, volvi a disparar y estaba cambiando el cargador cuando escuch que el Mago lo llamaba: tena una herida a sedal, una horrible desgarradura sanguinolenta en el centro, negra de plvora en los bordes destrozados de la camisa; la sietepuntos del Tanga haba entrado en accin con un sonido rtmico, ardiente y rico como los que el Mago saba sacar cuando quinteaba, pero el Mago boqueaba, imploraba coo por su madrecita que le echara en la quemadura el fango gelatinoso donde ahora la nia estaba leyendo mi mam me ama, Gisela observando en un temblor la tensa concentracin de sus ojos, el leve latido de sus labios al descifrar la frase, y ya l poda cubrir con fango la herida del Mago, escuchar su grito y la voz del teniente pidiendo una escuadra detrs de cada tanque, soar que Toa lo miraba a travs del tiempo y la distancia, Voy!, correr encorvado bajo las balas hasta la carretera para cubrirse tras un T34 desde donde dispar contra los crculos de luz de la Cincuenta, que sigui disparando hasta que el tanque se detuvo, la torreta gir sobre su eje, hizo dos, tres disparos y la ametralladora enemiga revent como un siquitraqui mientras el comandante gritaba, Ahora, milicianos! Patriaomuerte y cojones, milicianos!, y l avanzaba tras el Tanga, detenido ahora por el fuego de otra Cincuenta y pidiendo Parque!, Parque!, antes de que l le diera las cajuelas y se tirara en el hueco con un racimo de milicianos oyendo al teniente Teodoro Valds, En abanico, dije en abanico!, cuando una rfaga de Cincuenta lo parti en dos y el tanque desbarat la Cincuenta y un bazucazo par al tanque y se hizo de noche y las llamaradas del monte le permitieron ver la cara contrada del teniente, de la que intentaba escapar ahora llamando a su madre y al cabo que haba muerto sin combatir, mientras Asti le ofreca sus orines y el Barbero un lquido apenas menos denso que el fango, y l recordaba el murmullo de la marcha que lo haba sacado del sopor hacindolo moverse y tocar la cremallera del tanque destruido mientras escuchaba al comandante, emboscado en un cayo de monte, Dnde estn ahora?, Rajando, responda el Barbero, Y dnde van a estar maana?, En la resimbomb de su madre, gritaba el Metro, Y cul es la consigna?, Patriaomuerte y cojones, vociferaba Tanganika cuando Carlos, integrado a su escuadra, coga las cajuelas y todos seguan por el camino que los mercenarios cubrieron a media maana con el fuego cruzado de dos Treintas emplazadas entre los matorrales y su escuadra reciba la primera misin concreta en el combate: deca la Ardilla que deca el Segundo que deca el comandante que cubrieran a su escuadra, iba a emplazar por la derecha, en la lomita, para desalojar las Treintas; eso dijo la Ardilla antes de cruzar a saltos el terrapln y caer en la cuneta mientras ellos alternaban el FAL con los sietepuntos para tenerles siempre el plomo arriba a los pintos, y con el silbido de los morteros de la milicia el Segundo grit, Estn rajando, carajo!, y en el avance Carlos se detuvo junto a la Ardilla que estaba tendido, como durmiendo en la cuneta, y el comandante lo empuj, Adelante, miliciano! Hasta el mar, carajo, miliciano!, y
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l pens que ahora s, que con un empujn aplastaran a los mercenarios y entonces podra pensar de otro modo en Higinio, en las entraas de Heriberto y en la cabeza de clavo de la Ardilla, cuyas pasas, de un algodn negrsimo, flotaban ahora en aquel terreno situado entre el sueo, la imaginacin y la memoria sobre un cuerpo tan blando que tambin pareca de algodn, como si no tuviera huesos, y sin embargo tena acero, tal vez plata de luna, y lo estaba mirando, dicindole Sargento, llamando a Chava y al abuelo para que vieran lo bien que combata contra el tanque que los atac en el kilmetro quince con un ruido de espanto ante el que Carlos sinti un miedo tenaz, dominado por el Atrsnadie! del Barbero, el tableteo de su FAL y los golpes de la artillera que quebraron al Sherman dejndolo en medio del camino como una bestia agonizante mientras los flancos enemigos cedan y el comandante iniciaba la marcha hasta el kilmetro diecisiete, donde empez la preparacin artillera contra San Blas, y a ellos los pasaron a retaguardia y al fin comi, bebi, le mand a decir a su madre que haba quedado vivo y se desplom bajo una yagruma mientras todo volva a ocurrir en su memoria o en su sueo como una pelcula sin fin donde no alcanzaba a actuar como un hroe, el miedo regresando con la noche, volviendo al amanecer en el ruido del avin, un ruido real hasta lo inverosmil que le hizo abrir los ojos: el bicho estaba en el aire vomitando fuego y l mir durante un segundo la doble lnea de luces de la muerte con la certeza de que ya haba vivido ese momento, antes de echar a correr, confundido, sin encontrar dnde meterse hasta que sinti el tronar de la antiarea y corri hacia all: los cuatro tubos de las cuatrobocas soplando metralla contra el avin que responda con las ocho calibre cincuenta de sus alas intentando silenciar la ametralladora, mientras se apoderaba de l la sensacin de haberse equivocado de lugar, de estar en una ratonera queriendo huir y sin poder moverse, fascinado por la locura de los artilleros descamisados que echaban cojones y candela contra el bicho, cuyas descargas cada vez ms cercanas haban convertido la tierra en un infierno que los llevara a todos al carajo cuando el avin se acercara un poco ms, pero en ese momento empez a brotarle un humo negro del motor izquierdo y una llamarada naranja estall bajo sus alas y los artilleros siguieron echando cojones y candela y el bicho empez a perder altura y pas encendido sobre la antiarea que lo sigui castigando hasta que estuvo completamente fuera de su rea de tiro: entonces se hizo un silencio ansioso, artilleros e infantes siguiendo el descenso, la cada, la muerte del bicho en el fango de la cinaga, estallando en un abrazo mltiple, enloquecido, hecho de lgrimas, risas y del Pinga aqu!, que repiti tres veces, como un conjuro, el artillero a quien Carlos haba abrazado, un rubiecito tan joven como Ardillaprieta que ahora regresaba al pie de la antiarea mientras un capitn ordenaba al batalln que lo siguiera, haba rumores de un nuevo desembarco y ahora los pintos iban a saber lo que era amor de mulata, y Carlos volva al camino marcando en el puesto de Roberto el Enano que haba quedado atrs, con los heridos, y se preguntaba dnde coo se habran metido Permuy, Kindeln y el resto de los compaeros del pelotn especial para el que no fue seleccionado, cmo se habra portado con ellos la puta, si se habra llevado a muchos a la cama, y segua avanzando bajo el sol, las manos heridas por la agarradera de las cajuelas, el bpode empezndole a pesar en la espalda, el
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Tanga explicndole que no se preocupara si no saba cargar la mquina, dicindole que le diera cintas cuando hiciera falta y preguntndole dnde estara combatiendo Aquiles Rondn, sin recibir respuesta, porque Carlos no quera decir lo que haba pasado: Aquiles Rondn tena el halo de los hroes y los hroes mueren jvenes, como Ardillaprieta, slo que la Ardilla no tena aspecto de hroe, sino de nio, y Zacaras de torpe y Heriberto Magaa de viejo, Y Aquiles Rondn est vivo, dijo, y el Tanga lo mir extraado y sigui caminando en silencio bajo el sol ya caldeado que Carlos senta arder en los hombros, bajo los arreos del bpode, y en la frente anegada de sudor que no poda secar porque llevaba las malditas cajuelas: estaba haciendo la tarea de dos hombres y sinti una creciente irritacin contra el Tanga, un negro fuerte como un tronco de seiba que slo llevaba la sietepuntos y dos cintas de balas cruzadas sobre el pecho, y avanzaba sin dar cuartel ni preocuparse de que su amuniciador fuera cargado como un burro bajo el sol cenital que ahora lo obligaba a detenerse, a secarse el sudor antes de que sonaran los primeros disparos y l se tirara al suelo: el Tanga echando cojones por la falta de bpode, disparando de pie, enorme y casi invisible a contraluz hasta que lleg arrastrndose hasta l; emplazaron cubiertos por el FAL del Metro, y el Tanga le sac msica a la mquina: la cinta de cartuchos amarillos pasando vertiginosamente hacia los mecanismos, el can vibrando enrojecido por las llamas, el oscuro montecito de los mercenarios mordido por los plomos hasta que flot de pronto un calzoncillo en la punta de un palo y se oy el inapelable Alto al fuego! del capitn, tras el que se hizo silencio y aparecieron siete pintos con las manos en la nuca diciendo que tenan varios muertos y heridos, hacindole pensar que la cbala era justa, siete, culo, cuando el capitn decidi trasladar los heridos y prisioneros a la retaguardia dejando los muertos para luego, y tres milicianos aprovecharon para decirle adis a la metralla que sonaba a lo lejos, hacia el mar, y l pens que estaban asegurando el pellejo y Tanganika le puso el bpode en la espalda, las cajuelas en las manos y continu el avance sin permitirle optar por retirarse, devolvindolo a la sed y el escozor que le hicieron refugiarse en Gisela: ahora iba a su lado atenuando el suplicio de la marcha, suavizando el sol, acortando las distancias, haciendo respirable la polvareda y desapareciendo de pronto, como vino: el ruido haba aumentado en direccin al mar, el capitn orden redoblar el paso, la mugrienta columna comenz a avanzar cada vez ms rpido, casi corriendo ahora, atrada por los truenos de la costa donde se necesitaran refuerzos, y l luch por mantener el paso, las manos heridas por las anillas de las cajuelas, el bpode y el fusil golpendole la espalda, la sorpresa del Avin! que grit el capitn antes de que l se tirara de cabeza en la cuneta cuando el bicho pas sobre la columna rociando fuego y ya volva para descargar sus bombas y cohetes mientras l, otra vez con la cara en el fango, esperaba las explosiones que no se produjeron: el bicho segua rondando y descargando sus ocho ametralladoras contra un blanco nuevo y lejano que le permiti volverse bocarriba; ahora haba dos aviones, uno enorme y lento y otro pequeo y rpido, volando en sentidos opuestos como si fueran a chocar, el B26 vomitando fuego sobre el T33 que de pronto sali de la trayectoria del tiro, aceler e hizo un banqueo hacia la izquierda trepando, nivelando, volviendo, banquendose a noventa grados y abriendo fuego sobre el
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bicho que gir violentamente mientras el T33 pasaba a su lado como una tromba, trepaba, disminua potencia y volva al ataque, pequeo y tenaz como un pitirre, y Carlos se pona de pie, gritaba, Ahora, coo! Descojnalo, coo! cuando el T33 pic sobre el bicho, dispar, lo persigui como si quisiera morderlo antes del choque que ya pareca inevitable, y de pronto esquiv la descarga que estremeca el cielo, las trazadoras amarillas del bicho persiguindolo, el pitirre estabilizndose en lo alto mientras el B26 hua picando sobre el mar y la columna continuaba el avance gritndole a su gallito de pelea, y el Tanga aseguraba, Por mucho que el aura vuele, siempre el pitirre la pica y Carlos, La pica, cojones, la pica!, porque el T33 se haba montado otra vez sobre el B26 tocndolo con fuego, desprendindole la cabina, sacndole humo, mordindolo y picndolo hasta que la candela alcanz sus motores y el bicho se lade estallando en el aire, regando pedazos de planchas y hundindose en el mar bajo un gran crculo de fuego del que sacaron fuerzas para llegar hasta la costa y ver cmo los mercenarios intentaban reembarcarse en una arrebatia por alcanzar las lanchas, y a su avioncito y a la artillera costera bombardendolas, hundindolas, incendiando al buque de transporte, quebrndolo y obligando a los pintos a retroceder y entregarse a las mismas unidades que los haban empujado hasta la playa y que ya los conducan en fila india a los camiones mientras el capitn dispona que el batalln quedara de guardia hasta nueva orden y Carlos se desplomaba de cansancio frente al mar, que ahora estaba tranquilo, como corresponda a una tarde de primavera.
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Tom la cajita que estaba sobre la mesita de noche y cont los centavos que haba dentro. Cinco. Los dej caer con rabia, no era posible que en todo un fin de semana Roal Amundsen, Francisco y Osmundo hubiesen dicho solamente cinco malas palabras. Seguan siendo unos cabrones. Se detuvo en cabrones, no la haba pronunciado y no tena, por tanto, que pagar por ella, pero la haba pensado y eso era un indicio serio de descontrol. Deba cuidarse, no estara satisfecho hasta haber interiorizado una manera correcta, limpia, pura, absolutamente comunista de pensar. En ese caso, por ejemplo, deba haber pensado que sus compaeros (no sus socios, ni sus ambias, ni sus aseres, ni sus eco bios, ni sus moninas, ni sus consortes, ni sus compinches, ni mucho menos sus cmbilas) eran unos inmaduros. Tambin l lo era todava, en cierta medida. Durante el fin de semana, irritado ante las condiciones objetivas creadas por la conspiracin de Benjamn el Rubio, haba soltado seis palabrotas: tres coos, dos carajos y un maricn. Slo el hecho de que fuesen compaeros lo salv de decir tambin hijoeputa, con lo cual se libr de dos errores, puesto que la palabra no slo habra sido mala, sino tambin mal pronunciada. Lo correcto hubiese sido decir hijo de puta, aunque pensndolo bien, haba malas palabras correctas? Dej sin respuesta la inquietante pregunta. El misterio de los cinco centavos consista en que Roal Amundsen y Francisco, los compaeros ms lengisucios del cuarto, no haban hecho el depsito correspondiente. Seguan siendo unos inmaduros. Osmundo, en cambio, s haba adoptado la correcta manera de pensar, como lo probaban sus cinco centavos. No dejaba de ser irnico que Osmundo, pequeo burgus educado en los Maristas, fuese tan consecuente con las ideas revolucionarias, mientras que Francisco y Roal, de origen humilde, negro uno y mulato el otro, persistan en el relajo y la indisciplina. Relajo era una palabra correcta? En ese caso s, porque no significaba obscenidad, sino desorden. La explicacin podra consistir en que Osmundo haba ejercido la negacin de la negacin sobre s mismo, logrando convertir en positivos los valores religiosos, intrnsecamente negativos. Valores negativos? No encerraba esa frase una contradiccin interna? No, porque la palabra negativo borraba todo valor reduciendo la expresin a la nada. Y entonces, podra la nada negarse a s misma y convertirse en valor positivo? Volvi a dejar la pregunta en el aire, tena que estudiar ms, profundizar en esos intrincados problemas tericos. Pero ahora deba dedicarse a la prctica. Deposit seis centavos en la cajita e hizo el asiento en el libro de contabilidad. Los submayores coincidan. Debe: ciento ochentisiete malas palabras; Haber: ciento ochentisiete centavos. Con slo trece malas palabras ms podran comprar un nuevo libro. Pero en este caso la contradiccin interna era evidente, la adquisicin de libros dependera de pensamientos soeces. Pureza y suciedad seran polos de unidad y lucha de contrarios? Probablemente, y esa contradiccin deba ser superada para propiciar el desarrollo. Slo entonces podra aplicarse un nuevo
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estilo en la recoleccin de fondos. Ciento ochentisiete era una cantidad enorme para un trimestre y se trataba slo de media verdad, seguramente se haban pronunciado unas trescientas sesenticuatro malas palabras, lo que era pavoroso. A partir del da siguiente aplicara un nuevo mtodo, los asientos tendran que hacerse de modo individual, as nadie podra ocultar sus errores. Para descargar la tensin se dedic tenazmente a limpiar la pistola. La desarm con la habilidad que le haba granjeado tanta admiracin entre sus compaeros. Puli amorosamente cada pieza. Comprobaba el estado de las estras del can cuando Osmundo entr al cuarto y se detuvo sin atreverse a interrumpirlo. Carlos continu impvido su tarea; limpiar la pistola requera una concentracin plena, Osmundo esperara. Lo mir sin verlo a travs del can, en el que, por cierto, haba bastante polvo. Comenz a baquetear y de pronto suspendi el movimiento: meter y sacar la baqueta del hueco era un gesto profundamente obsceno. Pero no haba otra manera de limpiarlo, el objetivo justificaba los medios, la obscenidad era slo una apariencia fenomnica. Oye le dijo Osmundo. Lo mir extraado, con aquel leve gesto despectivo que dominaba a la perfeccin, hasta hacerlo bajar la cabeza. Entonces sigui baqueteando, el maldito polvo pareca estar incrustado. Osmundo era un buen compaero, precisamente por eso no poda permitirse hacia l la menor debilidad. Benjamn, Francisco o Roal se habran ido, pero Osmundo esperaba disciplinadamente, como deba ser. Slo cuando logr verlo a travs de un can impoluto murmur: Dime. Los Duros cambiaron el Testamento de Jos Antonio dijo Osmundo en voz baja y quebrada. Carlos tuvo que hacer un gran esfuerzo para dominarse. Era una noticia importantsima y si l, Presidente de la Asociacin de Estudiantes de la Escuela y Jefe de Piso en la Beca no la saba, Osmundo, su subordinado, tampoco tena por qu saberla. Estaba ante una nueva contradiccin: necesitaba informarse, pero no poda revelar que no estaba informado. Mantuvo la inmovilidad facial que tanto trabajo le haba costado disear para ocasiones como aqulla. Osmundo se movi inquieto, era evidente que no saba si Carlos saba. Le quitaron el nombre de Dios dijo, y se qued escrutndole el rostro. T lo sabas? Carlos asinti en silencio. Osmundo solt una risita de ratn. Entonces, me voy. Esprate! orden Carlos, mirndolo a los ojos grises y acuosos. No le era posible rebajarse a averiguar detalles, pero tena que asegurar su victoria. Recuerda que sa es una informacin clasificada dijo, top secret, okey? S, claro murmur Osmundo antes de salir. Dio una patada en el piso. Sabra Osmundo que l no saba? Hubo algo en sus ojos, en su sonrisa, algo como un fondo de burla? No, no era posible. Nada haba ocurrido, estaba muy sensible por que Benjamn conspiraba contra l y Roal y Francisco se negaban a aceptar su autoridad. Osmundo era distinto, no en balde
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le haba trado aquella noticia grave y clave. Modificar el Testamento de un hroe era correcto? No, los Duros haban ido demasiado lejos. Resultaba terrible alterar la ltima voluntad de alguien que haba muerto peleando y que no tena cmo defenderse. Pero la misma excepcionalidad de la decisin haca pensar que quienes la tomaron tenan razones muy poderosas para hacerlo. Aparte de las intenciones que hubiera tenido Jos Antonio en su momento, la mencin de Dios sera nociva para las nuevas generaciones y eso tambin era inaceptable. Entonces? Pensndolo bien, era el futuro, y no el pasado, el que deba servir de norte a las acciones; la arriesgada decisin de los Duros era una necesidad de la lucha y una lnea. Interpretada en el contexto del combate que mantena contra Benjamn, significaba una ratificacin y un desarrollo de su propio punto de vista. La apoyara con todo el peso de su prestigio, un halo virtualmente mitolgico, como afirm con rendida admiracin el Peruano al saber que Carlos caminaba por una carretera sin fin en medio de una noche extraa y neblinosa cuando el B26 pas sobre l quemando la oscuridad con las luces fosforescentes de la muerte: el ruido de los disparos, el estallido de los cohetes, la explosin ciclnica de la bomba, su alarido de hurfano y las manos heladas de Osmundo, despertndolo. Fue horrible dijo, y cont el horror. A la maana siguiente Osmundo quiso saber ms y Carlos descubri el placer de contar la guerra que ha pasado, la cercana de una muerte ya inofensiva. Por aquellos das la Beca era el reino del relajo, los atorrantes tupan los inodoros con papel higinico, coronaban las cabezas de los dormidos con pasta de dientes y a menudo robaban una sbana, un jabn, una toalla. Carlos no se inmiscua. Haba regresado de la guerra dispuesto a concentrarse en los estudios y mantena un altivo silencio, una rgida disciplina individual frente al caos. Pero a partir de la conversacin con Osmundo comenz a sentirse insatisfecho con su pasividad, ofendido por el desorden, y cuando estall la batalla de las botas decidi intervenir. La primera golpe la ventana que estaba sobre su cabeza, despertndolo. Tard unos segundos en darse cuenta que no haba sido un disparo, que no estaba otra vez soando con la guerra, que aquella inmensa bota frente a sus ojos no encerraba el pie de un enemigo ni de un compaero. La segunda golpe al Fantasma. Quin tir con tanto tino? Quin tir con tanta talla? Que a m me dio en el pepino y a su madre en la papaya?, voce el agredido antes de lanzar una bota contra los agresores, que respondieron con fuego graneado de botas en la noche. El Fantasma organiz la defensa ordenando a sus huestes usar los colchones como escudo y tomar la puerta del bao intercalado para ganar una salida al pasillo y sorprender al enemigo entre dos fuegos. La puerta del bao se convirti en la cabeza de playa donde golpeaban los botazos como bombas cuando Carlos encendi la luz. Los combatientes, tomados por sorpresa, quedaron inmviles como en una foto: los atacantes se haban pintado las caras, los negros de blanco, con pasta de dientes, y los blancos de negro, con betn; junto a la puerta de entrada al cuarto tenan un arsenal de botas y cubos de agua. Los defensores, ocultos tras sus colchones, tardaron segundos en sacar las cabezas. Entonces se empezaron a rer y contagiaron a los atacantes de rostros pintarrajeados, que gesticulaban como
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payasos hasta que Carlos grit que pareca mentira, coo, esa pasta, ese betn, esas botas, esos colchones los pagaba el pueblo, y desde hoy, compaeros, se acabara el bonche en la Beca. No se acab, y Carlos comenz a sentir que la impotencia lo carcoma. Cuando se produjo la asamblea para elegir candidatos a la presidencia de la Asociacin de Estudiantes no pensaba ni remotamente en ser propuesto; por eso habl a favor de Benjamn el Rubio, que era comunista desde el instituto, cuando todava yo, dijo, navegaba en un mar de profundas confusiones ideolgicas. Se sorprendi muchsimo al escuchar que el Cochero, como le deca a Osmundo entonces, lo propona a l, calificndolo de hroe. Aquella palabra le pareci totalmente desproporcionada e interrumpi al Cochero para rechazarla. Pero ste present el rechazo como una prueba de modestia y cont la saga de Carlos en los combates de Girn, donde se bati con los mercenarios cuerpo a cuerpo, compaeros. l, compaeros, que proceda de una familia pequeoburguesa, cuyo padre, muerto haca poco, no estuvo nunca integrado al proceso! Pero eso no fue bice para que l cumpliera su deber de hijo y de comunista. Por eso lo propongo, compaeros, porque es el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en el corazn de los estudiantes de Arquitectura! Una ovacin sigui a las palabras de Osmundo. Ante el reclamo de sus compaeros, Carlos tuvo que ponerse de pie, y al hacerlo se sinti flotando. Benjamn el Rubio retir su candidatura y apoy la del compaero Carlos que tambin, dijo, haba sido un combatiente contra la tirana y un esclarecido dirigente estudiantil durante el Bachillerato. La ola de aplausos resurgi y la sensacin de flotar se hizo realidad: Munse y el Fantasma lo haban cargado, lo conducan en andas hacia la tribuna. En el camino todos lo felicitaban, le daban vivas, queran tocarlo. Los dirigentes de la FEU lo abrazaban al llegar, los estudiantes corearon, Que hable! Que hable! Que hable! y l reclam silencio porque no se le ocurri otra cosa. Pero de pronto el silencio se hizo y sinti el placer aterrador de haberlo logrado con un simple gesto de la mano. Ahora tena que hablar, que ser digno de aquel honor inmerecido. Tendr que ser digno de este inmerecido honor dijo. Supo que haba acertado y prometi dedicar todas sus fuerzas al avance de la revolucin en la Escuela. En medio de la nueva salva de aplausos se escuch el grito del Fantasma: Tiene mend, asere! Qued confundido, no se hablaba as en pblico, haba perdido la concentracin, no saba qu decir. Lo siento, compaeros dijo. Estoy muy emocionado. La emocin se extendi por la sala en frenticos aplausos, sobre los que grit un Patria o Muerte! al que los estudiantes respondieron Venceremos! mientras la maestra de ceremonias se acercaba al micrfono para anunciar que con las notas del Himno Nacional se dara por concluida la asamblea. Al salir, los estudiantes lo rodearon para felicitarlo. El Peruano le pidi por favor que le contara los combates, la clandestinidad, tambin l tendra que pelear alguna vez, hermano, necesitaba experiencia. Carlos le dijo que lo vera ms tarde, en la Beca; una triguea de campeonato le haba pedido cinco minutos
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y quera hablar con ella. Pero le result muy difcil abordarla: en el breve trayecto los estudiantes le recordaron la necesidad de textos, de comedor para los no becados y la existencia de gusanos entre los profesores; le pidieron implementos deportivos, nuevas convocatorias para los exmenes, autgrafos... Cuando, por fin, lleg donde la triguea, se senta abrumado. T queras plantearme algn problema? No respondi ella, separndolo del grupo, quiero estar contigo, eso es todo. Me gustan los dirigentes. Bajaron la escalinata en silencio. Aquella mujer estara loca? Ahora le haba cogido la mano, le ronroneaba como una gata. No era correcto que anduviera as, engaando a Gisela, que estara pasando quin sabe qu trabajos con sus analfabetos. Pero aquella mujer, loca o cuerda, tena unas tetas prodigiosas y lo arrastraba por las turbulentas luces de La Rampa hasta meterlo en la oscuridad cmplice de La Zorra y el Cuervo, donde empez a besarlo con una voracidad enloquecida que lo llev al centro de la gozadera, deca ella, del vaciln, deca, mientras l meta la mano buscando aquel centro invisible, lo que ella impidi con un, No, que estoy mala, dejndolo frustrado antes de abrirle la bragueta. Porque no te creas que te voy a dejar as, dijo, y se zambull en la oscuridad para desatar una succin sincronizada con la msica lujuriosa del rock, hasta que levant la cabeza y lo mir con la ms inocente de sus sonrisas: Te gust, mi chini? Regres a la Beca con una persistente sensacin de incomodidad, casi como si lo hubieran violado. Al entrar al cuarto, el Peruano lo mir devotamente. Hermano le dijo, tu vida es casi mitolgica. Osmundo me ha contado: la clandestinidad, las torturas, la lucha ideolgica, la muerte de tu padre, la guerra... Eres como Eneas, hermano. Carlos lo mir, desconfiado. Eneas? Eneas era un personaje de los muequitos, el compaero de Benitn, un tipo alto, flaco y un poco encorvado como l. Le estara diciendo eso el Peruano? Se estara burlando? No lo crea capaz. Pero entonces, quin era el otro Eneas? Decidi no preguntar, un tipo casi mitolgico no poda ser un ignorante. De qu torturas habra hablado el Cochero? Todo eso es mentira dijo. Los ojos del Peruano se iluminaron al murmurar la palabra modestia. Perdname aadi Carlos, pero no te puedo atender, tengo guardia. Al entrar al cuarto para ponerse el uniforme escuch que el Peruano hablaba de sus ingentes sacrificios. Durante la guardia empez a abrigar la sospecha de estar envuelto en una confusin espantosa. Era como si la persona por la que sus compaeros haban votado no fuera l, sino alguien heroico, modesto, sacrificado y capaz. Deba renunciar?, dejar la Beca y la Escuela en manos de los irresponsables? Sera una cobarda imperdonable. Deba estudiar y trabajar, combatir, crecer hasta donde pudiera. Al da siguiente supo, gracias a un Pequeo Larousse, que Eneas era el protagonista de un poema pico donde se narraban los peligros, las tribulaciones, las hazaas realizadas por el hroe en su constante peregrinar desde la vencida
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Troya hasta las tierras de Roma. Se sinti deprimido, la comparacin del Peruano era tan hiperblica que resultaba absurda y poda esconder una burla. Lo consol saber que el otro Eneas, el de los muequitos, no apareca siquiera en el diccionario. Pero tena que estar a la viva con el Peruano; de Carlos Prez Cifredo, el Candidato, no se burlaba nadie. Las conversaciones con l lo convencieron de que su admiracin era real, slo que estaba basada en una confusin inmensa. Osmundo haba contado su vida de tal manera que el resultado era una leyenda. El propio Carlos se emocion tanto al escucharla que no fue capaz de explicarle al Peruano cules eran los lmites precisos de la verdad. Todo es mentira dijo desalentado, no lo repitas. Pero su prestigio continu creciendo y gan las elecciones con el noventids por ciento de los votos. Al da siguiente presidi su primera reunin en la FEU de la Escuela, de donde sali satisfecho y preocupado. Benjamn era un Vice formidable y Osmundo un Secretario eficientsimo, ambos con la virtud adicional de saber subordinarse. Pero las tareas urgentes formaban una montaa, l las asumi todas y a partir de aquella decisin se convirti en un galeote. Sus jornadas duraban entre dieciocho y veinte horas, no tena tiempo para visitar a su madre, ni para salir con la triguea, ni mucho menos para jugar con sus amigos a las nubes y las constelaciones. Aquella devocin laboral alent a Osmundo y al Peruano a contar una y otra vez su leyenda, que desde entonces fue repetida por un nmero cada vez mayor de estudiantes, quienes le aadan nuevas tribulaciones, peligros, hazaas. La verdad slo poda ser establecida en una asamblea general y eso era totalmente imposible. No poda acusar de mentiroso a Osmundo, que le haba hecho tanto bien, ni desencantar al Peruano, ni a los centenares de estudiantes que haban depositado su confianza en l. Estaba obligado a dejar que su leyenda siguiera creciendo, por el bien de los mismos que la crean. Durante varios das aquella situacin lo hizo sufrir; la soportaba dicindose que era el precio de la responsabilidad y que tena dos compensaciones decisivas: permitirle hacer bien a los dems y darle, con la certeza de ser una personalidad extraordinaria, los instrumentos para actuar. Cuando asisti al primer pleno de la FEU supo que poda servirle para cosas an ms importantes. La reunin lo confundi muchsimo, all haba tendencias. Una dura, inflexible, implacable, y otra suave, contradictoria, quiz demasiado reflexiva. Aunque de inmediato se sinti inclinado hacia los Duros, la existencia de aquella pugna sorda lo irrit. Las cosas eran muy claras para l: revolucincontrarrevolucin, buenosmalos, y punto. Al carajo. No haba espacio para aquellos matices y escarceos, en ese sentido hasta los Duros le parecieron blandos. Pero no intervino. Los lderes de ambas tendencias eran hbiles, tenan historia, saban muchsima filosofa y no se sentan impresionados por l. Para ellos, era todava una incgnita. No obstante, haban tomado posiciones: los Duros consideraban su presencia como una derrota, hubieran preferido a Benjamn el Rubio, comunista probado; los Reflexivos, en cambio, lo recibieron con agrado; era evidente que no tenan cuadros y les abran espacio a los nuevos con la esperanza de sumarlos. Ya se encargara de demostrarles que con l se haban equivocado; aunque pareciera lo contrario, era ms duro que los Duros, y no tena compromisos con nadie.
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Al salir, se dirigi a la librera del Habana Libre. Necesitaba estudiar filosofa; unas semanas atrs, recordando la formidable experiencia que haba tenido ya con El Manifiesto, ley la Crtica de la Filosofa del Derecho de Hegel; no entendi ni hostia y cuando pidi ayuda le dijeron que deba leer tambin una largusima serie de filsofos alemanes, economistas ingleses, socialistas franceses y pensadores de clasificacin diversa que terminaba, o empezaba en Demcrito, Anaximandro y Anaxmenes. Pero no tena tiempo ni cabeza para eso y compr cinco folletos de Mao que eran breves, bsicos y baratos. Se dirigi a su casa, lleg diciendo que deba irse enseguida, estaba apuradsimo, lo haban elegido Presidente. Su madre le salmodi unos reproches como si no lo hubiese odo, estaba flaco, nervioso, pareca enfermo, por qu no se quedaba a comer? Porque me eligieron Presidente insisti l. Est bien repuso ella, pero tengo tamales. Carlos golpe la mesa, irritado. No te das cuenta de que me eligieron Presidente? S dijo ella, invitndolo a que la siguiera a la cocina, por eso mismo tienes que comer. Destap la olla de los tamales y un olor dorado se esparci por la habitacin, hacindolo sentarse. Su madre sonri. Presidente de qu? l comenz a contarle las asambleas, los aplausos, las responsabilidades y los honores, y la vio asentir con su sonrisa tmida mientras trajinaba y cedi de pronto al deseo de darle un beso. Ella le acarici el rostro con la mano hmeda, olorosa a cebollas. Ya casi nunca vienes por aqu dijo. Y no le dio tiempo a justificarse, continu hablando y trajinando, la comida escaseaba, haba especulacin y bolsa negra. Son bolas, inventos dijo l. No replic ella, lo he visto con estos ojos que se han de comer la tierra. Carlos estuvo a punto de preguntarle si el cabrn de Jorge la haba hecho gusana. De pronto suspir, ahora su madre le peda a Fidel que acabara de imponer el racionamiento para que todos cogieran lo mismo, protestando y rezongando con aquella capacidad sorpresiva, para l un tanto irresponsable, de decir lo que le viniera a los labios. El Comit va a ayudar en eso concluy ella. Dan ganas de hacerse cederista. Carlos evoc a Jorge, su madre jams ingresara al CDR, para no herirlo, prefiriendo acallar a la fidelista que llevaba dentro y que ahora haba tomado la palabra y le preguntaba por su novia y por la Campaa de Alfabetizacin. Le cont la ltima carta de Gisela y se sinti sbitamente invadido por los olores de la cocina y por el recuerdo confuso de una palabra: lata. Lata?, se dijo, de dnde...? Pero en ese momento su madre se dio una palmada en la frente. Lo que te tena que decir, muchacho, Pablo y Rosalina se divorciaron! Carlos no lo quiso creer, una pareja tan linda, tan revolucionaria.
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Revolucionaria y todo dijo ella, mientras serva la mesa. Figrate esa pobre muchacha, divorciada y con un hijo. Sintate a comer, anda. La sazn de su madre le hizo olvidar la sorpresa. La comida era frugal, pero saba a los mejores recuerdos de su vida. Ella lo miraba comer anticipando sus deseos, agua, pan, sal, dicindole que estaba muy orgullosa de que lo hubieran elegido Presidente y quejndose de que no hubiera carne que brindarle. l cerr los ojos para concentrarse en el delicado sabor de los tamales y del mojo, e invent el juego de descubrir qu sabores haba, cules no. Estaba la tierna textura del maz y eso era bastante para su paladar habituado a los inspidos macarrones de la Beca, pero faltaba el cido precioso de las gotas de limn. En cambio, sinti el clido sabor de las cebollas y la excitacin de un dientecito de ajo tras el que no sigui, por desgracia, el crujiente pellejito de puerco. Estaba aorndolo, recrendolo, cuando sinti una tensin extraa. Abri los ojos y vio a Jorge detenido en el umbral. Su madre se haba puesto de pie mirndolos con una desesperacin que cedi solamente cuando l dijo, Hola y Jorge respondi Hola. No vea a su hermano desde el entierro de su padre, estaba ms flaco, tena una mirada amarga y nocturna. Pens preguntarle por la crcel, pero se contuvo, busc otro tema de conversacin, no lo hall y supo, de una manera oscura, que a Jorge le pasaba lo mismo. Se miraron sin hablar hasta que Jorge le dio la espalda y se meti en su cuarto. Termin de comer en silencio, a la carrera. Me tengo que ir dijo. Su madre comenz a acariciarle el brazo suavemente, poda venir cuando quisiera, murmur, aquella casa tambin era suya, y el dinero, y el Buick, por qu no lo usaba nunca? l mir las luces del edificio que se filtraban por la ventana de la cocina y repiti una frase escuchada haca poco. La propiedad es un robo. Dese no haberla dicho, su madre la haba entendido como una alusin personal a su padre. Intent explicarle que se estaba refiriendo a clases sociales, no a individuos, pero ella lo hizo callar con un beso en la frente. Vamos dijo, te acompao a la puerta. Durante el trayecto le hizo las recomendaciones previsibles y luego permaneci en el umbral, dicindole adis con la mano, como una nia. Carlos observ su imagen iluminada, borde el edificio, y el recuerdo de la furnia lo llev a pensar en la batalla de las botas. Los estudiantes se portaban como nios, slo que ahora no peleaban negros contra blancos. Pero esa diferencia capital era todava insuficiente; botar, robar, romper, jugar con los bienes del pueblo era un crimen y l no estaba dispuesto a permitirlo. Para ello presionara a Munse hasta que cumpliera con su deber de responsable de piso. Era una lstima haberse demorado tanto, si al menos tuviera el Buick de su padre podra desplazarse rpidamente hacia la Beca. Pero no poda ceder en un asunto de principios, aunque a su madre le doliera: la propiedad era un robo, por algo todos los grandes ladrones eran propietarios. Lleg a la una de la maana, torturado por la larga espera del mnibus y el lentsimo viaje. Munse estaba en el jardincito tocando en la guitarra una vieja
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cancin de Elvis Presley, rodeado por un grupo que le haca coro. Carlos se acerc indeciso, tendra derecho a interrumpirlo? Haban quedado en verse a las once de la noche y era l quien llegaba atrasado. Se sent en un murito a esperar que terminara la cancin. Perla, la triguea de pechos desafiantes, fue hasta su lado y le puso la mano en el muslo. La perla de Oriente improvis Munse. Y qu Perla! core el Fantasma. Carlos se sinti oprimido por las risas. Qu haca all perdiendo tiempo como si fuera uno ms? Era el Presidente, coo, y Munse saba muy bien que se era el da para preparar la ofensiva contra la indisciplina. Retir violentamente la mano de Perla, dispuesto a sacar de all a Munse. Indio dijo. Esprate, asere respondi Munse, y pas sin transicin del lento blue a un rock desaforado. You ain.t nothing but a hound dog, crying all the time. El coro chill de entusiasmo. Carlos golpe el muro con los folletos de Mao, no estaba dispuesto a seguir perdiendo tiempo y prestigio en aquel lugar donde para colmo se cantaba en ingls. Roal Amundsen insisti con voz autoritaria. Munse no lo mir siquiera, aporre la guitarra mandando al hound dog a otra parte con sus pulgas, y Carlos grit: yeme, cojones, te estoy hablando! Munse dej de tocar, abraz la guitarra como a una mujer y dijo: Ahora no, asere. Carlos intuy que haba cometido un error al rebajarse a discutir en pblico de t a t. Tena todas las de perder; aunque ganara la discusin o la bronca siempre podra decirse que el Presidente andaba por ah cayndose a piazos, echando cojones delante de las compaeras. Mir al grupo, esforzndose por transmitir con los ojos la certeza de la venganza. Est bien dijo. Ya en el cuarto desfog su ira con dos patadas a la pared. Cmo coo aquel comemierda se atreva a retarlo en pblico? Y cmo haba sido l tan imbcil de aceptar el reto? Tena que aprender, su mejor argumento hubiera sido el silencio, no el grito; el gesto, no la palabra. Deba recordar que no era un tipo comn, situarse siempre a la altura de su leyenda. Ahora, por ejemplo, estaba obligado a dominar su ira y continuar el plan de dormir solamente cuatro horas diarias. Tom una pastilla para vencer el sueo y se sent ante los folletos de Mao, su artillera china. De ella obtendra el conocimiento de las leyes ms generales que rigen la naturaleza, el pensamiento y la sociedad. Podra interpretarlo y preverlo todo cientficamente. Atrs haban quedado la charada, el horscopo y las barajas, instrumentos de ciegos; atrs los bembs y las creencias de su infancia, sucedneos de sordos. Y cuando ley la primera lnea de Sobre la contradiccin sinti sobrecogido que entraba al reino de la verdad. Al da siguiente hizo aprobar en asamblea un riguroso rgimen de trabajo voluntario, a fin de que los estudiantes contribuyeran a la rpida terminacin de las obras del comedor para los no becados. Despus de las primeras jornadas comenz a ser acusado de Duro en los corrillos de la Beca. La especie le lleg a
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travs del Cochero, porque los autores no tuvieron el coraje de hablarle cara a cara. Se esconden le dijo Osmundo porque te envidian. Carlos sabore la palabra Duro; era verdad, nadie, jams, podra acusarlo de blando. Por eso trabajaba como el primero en las obras, sacando ventaja de su experiencia en las milicias para ser el mejor con el pico y la pala, como lo era tambin en los estudios; y despus, cuando los dems perdan tiempo, hablaban boberas, dispersaban sus fuerzas con mujeres o familiares, l dedicaba su vida a hacer avanzar el proyecto de Reforma Universitaria, preparar expedientes para la depuracin, redondear la estrategia de lucha contra la indisciplina, crear condiciones para la impresin de libros de texto y aun, mientras viajaba en mnibus o coma, fortalecerse ideolgicamente repasando la artillera china. El primer libro que se imprimi en las nuevas condiciones tena un nombre simblico: Resistencia de materiales. Lo sac del taller en la noche y lo llev a la Beca como prueba del cumplimiento de una tarea que muchos consideraban imposible. Cuando lleg, Osmundo estaba contando lo que l, a su vez, haba tenido la debilidad de contarle: que Carlos haba renunciado al automvil y al dinero de su padre porque la propiedad era un robo. Lo mand a callar, mostr el libro, que al Peruano le pareci otra proeza digna de Eneas, y sinti un latigazo cuando el Fantasma dijo: Corre corre que se mea. Osmundo replic: sa es una falta de respeto, no te parece? Mientras ms me la maman, ms me crece rim el Fantasma. Carlos tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse, el dominio gestual era la parte ms difcil de su nueva personalidad, pero ya saba que no obtendra nada rebajndose al plano comn de los gritos y las malas palabras. De modo que mir al Fantasma despectivamente hasta hacerle bajar la cabeza y se sinti feliz de su triunfo sobre los dems y sobre s mismo. Esa madrugada, cuando termin de estudiar Acerca de la prctica, consider que se haba ganado el derecho a descansar unas horas. Sobre su litera encontr un papelito: Aqu tienen mucha autosuficiencia, pero no tienen autocrtica ni automvil. Cedi al rabioso deseo de hacerlo aicos, ahora que nadie lo estaba mirando. No lograba entender que sus esfuerzos produjeran ingratitud y burla en quienes haban sido sus socios. Pero ya la cosa pasaba de castao oscuro, las masas haban delegado en l la autoridad e iba a ejercerla. Si Munse y el Fantasma queran guerra, la tendran. Les dara una respuesta orgnica, completa, capaz de establecer institucionalmente el camino hacia la disciplina ms rigurosa, asumiendo la direccin del piso, aunque ello implicaba aumentar su cuota de sacrificio. Dos das despus, el Responsable de la Beca cit de improviso a una asamblea donde plante la necesidad de sustituir a Munse por su mal trabajo como Jefe de Piso, y obtuvo el apoyo de la mayora, convencida previamente por Carlos, Osmundo y el Peruano. Munse protest, cmo era que l no saba anda? Porque nunca quisiste reunirte conmigo, replic Carlos antes de solicitar proposiciones. El Peruano lo mencion a l con un argumento decisivo: cmo
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podra otro dirigir el lugar donde viva Carlos y, por tanto, dirigir a Carlos? Cuando el Responsable pidi nuevos nombres, Osmundo dijo que no era necesario, todos queran a Carlos. El Responsable no logr que surgiera otro candidato. La votacin se hizo a mano alzada para que nadie pudiera escudarse en un anonimato irresponsable. Carlos sonri al comprobar que un noventinueve punto nueve de los becarios votaba por l a cara descubierta. Slo Munse, llevado probablemente por un insano apego al cargo que perda, tuvo el descaro de votar en contra, el cinismo de mirarlo a la cara mientras lo haca, el atrevimiento inaudito de decir, una vez terminado el conteo: El Peruano es un comemierda, el Cochero un oportunista y t, Ruta, un ambicioso. Carlos contuvo los deseos de pegarle, aquel segundo reto pblico era su gran oportunidad. Deba dar la respuesta irrebatible que sus admiradores esperaban. La tena, la haba preparado por si Munse era tan irresponsable como para oponrsele. Era elemental y mortfera, una especie de jaque al descubierto en el terreno poltico. Pero deba tomarse su tiempo, revelar primero la autoridad en silencio; mir a ambos lados y luego a Munse, antes de decir categricamente: Prueba eso. Demustralo. Munse guard silencio, Lvido de rabia. Cuando todos entendieron que no tena ms argumentos que su terca conviccin, Osmundo grit que aquella irresponsabilidad deba ser severamente sancionada, pero Carlos decidi perdonar. Djenlo dijo. La prctica lo ensear a ser ms profundo. Entonces present a consideracin de la Asamblea el Proyecto de Reglamento de Orden Interior del Piso, explicando que se trataba de un pilotaje que se extendera despus a todo el edificio y aun, en sus partes pertinentes, a la propia Universidad. Lo haba escrito de un tirn una madrugada que se sinti especialmente ofendido al encontrar una expresin obscena ensuciando la pared del lujoso bao del piso. Bsicamente era una glosa del Reglamento que exista, aunque ms riguroso y preciso al definir incumplimientos, responsabilidades y sanciones. Llegaba a establecer la expulsin de la Universidad y de la Beca para los casos de robo, y responsabilizaba a los estudiantes de guardia con toda las irregularidades que no fueran capaces de evitar. Inclua, adems, un nuevo Por Cuanto: pensamiento y lenguaje forman una unidad indivisible, las expresiones obscenas, nombretes y afines son manifestaciones de un pensamiento impuro, incompatible con nuestra condicin de estudiantes revolucionarios; Por tanto: queda rigurosamente prohibido el uso pblico o privado, oral o escrito, de dichas expresiones, nombretes y afines, y aquel que incurra en dichas faltas debe abonar voluntariamente multas de un centavo (1) como reconocimiento de su error, si ste es oral, y de veinte (20), si es escrito. Los fondos as obtenidos se dedicarn a comprar libros para la biblioteca del piso. Alguien en contra?, pregunt al terminar la lectura. Nadie. Carlos mir el rostro desencajado de Pancho, a quien no se le dira ms Fantasma y que ahora tena institucionalmente prohibido decir versitos groseros; busc el de Roal Amundsen, pero ste ya no estaba en la sala. Dio por terminada la asamblea y mientras los dems se dirigan
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al comedor fue a su cuarto para recoger los documentos de una reunin urgente. Munse estaba en la cama, llorando. Qu te pasa? le pregunt. El Indio alz la cara, roja de rabia. Asere respondi sin dejar de llorar, yo lo que necesito es caerme a golpes contigo, asere, descojonarme a golpes contigo, asere. Carlos qued perplejo. Ahora Munse estaba en guardia, enloquecido, y l no senta deseos de pelear. Por qu? pregunt. Porque t eres un tipo duro y a la vez eres un mierda respondi Munse sin bajar la guardia. Carlos advirti la contradiccin interna, pero no tena tiempo de detenerse a pensar en ella. Ahora no puedo dijo consultando su reloj, tengo una reunin con el Decano. Por la tarde? pregunt ansiosamente Munse. Tenemos clases respondi Carlos, despus tengo trabajo voluntario, un contacto con la imprenta y una reunin sobre la Reforma... A la una de la maana te conviene? A cualquier hora dijo Munse, y luego, casi rogndole. No me embarques, asere. Durante el resto del da Carlos perdi capacidad de concentracin, no lograba explicarse las races de la locura de Munse. Necesit recordar que el Indio (a quien no deba seguir llamando as, ni tampoco Munse, sino Roal, Roal Amundsen) lo haba acusado en pblico de ambicioso, algo verdaderamente mezquino, para convencerse de que Osmundo tena razn: su mvil era la envidia. Entonces sinti ganas de partirle los cojones a ese Indio maricn y desagradecido. Se dio una palmada en la frente, haba pensado dos palabrotas. Luch por controlarse e imaginar expresiones correctas, pero el Ponte en guardia! que acudi a sus labios le pareci ridculo, intil para responder a las ofensas de que haba sido objeto. Acusarlo a l, a l, coo!, de ambicioso y autosuficiente era el colmo de la inquina y la envidia, en pocas palabras, era una mariconada. Y ahora tena pensamientos bajos porque estaba respondiendo a bajezas. Pero no se dejara arrastrar por la provocacin, le partira la cara a Roal Amundsen en silencio. Fue a buscarlo en la madrugada, excitado por un da de agobiante batallar en bien del colectivo, y cuando tuvo a su enemigo enfrente le brot del alma un Qu cojones te pasa? al que Roal respondi de una manera inesperada, los ojos desorbitados y febriles, los brazos cados a lo largo del cuerpo: Yo no puedo fajarme contigo, asere, yo, coo, t estuviste en Girn y eras mi socio. No logr contener un sollozo y se abraz a Carlos, que lo dej seguir, T eras bueno, asere, y ests equivocado hasta el forro, mientras luchaba porque Roal no notara que l tambin estaba llorando. Esa noche durmi mal. Se levant tarde, irritado contra la ternura de sus sueos, y sin permitirse el lujo de desayunar se dirigi a palear mezcla en las obras del comedor. Estaba dbil, tena alrededor de los ojos la oscura aureola del hambre y del insomnio, pero deba ofrecer un ejemplo a los que majaseaban en la
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sombra y a Roal, que se empe en trabajar de pareja con l y que, avergonzado quiz de su llanto de la vspera, paleaba como un condenado retndolo en un inaceptable alarde de soberbia. All estaban, patentes, las muestras del resentimiento y la inmadurez; Roal Amundsen haba trasladado al terreno del trabajo la discusin de la asamblea y la bronca que en ltima instancia no tuvo valor para echar, con la intencin de superarlo ridiculizndolo ante el colectivo. Pero se haba olvidado de que competa con l y que l no daba ni peda tregua. A media maana todos se haban dado cuenta de la emulacin, la seguan sin extraarse de que no pararan ni un segundo y aun formaban bandos (Roal apoyado por un ridculo squito de indisciplinados dirigidos por Francisco; l, con el calor de un crculo de compaeros que seguan a Osmundo; la ingrata mayora, neutral, expectante) ante los que obligara a su oponente a morder el polvo de la derrota. Slo que el polvo del cemento lo tena frito (el ventajista de Amundsen se haba enmascarado con un pauelo, pareca un cowboy asesino de indios; pero l no poda rebajarse a imitarlo), lo haca toser a cada instante estremecindolo, enervndolo, mientras el sol castigaba cruelmente su cara plida (Roal era mulato, cmo coo iba a parecer un cowboy?, en todo caso un indio, por algo le decan as), hacindole chorrear un sudor que le meta los ojos en salmuera (el mulato hijoeputa, mientras tanto, con otro pauelo en la frente y los ojos radiantes), y l obnubilado, sintiendo la visin borrosa, confusa, y el sol de pronto oscuro y las voces, Al Policlnico! Al Policlnico! y la broma macabra del Fantasma, Al Polinesio! Al Polinesio!. Al despertar, tena puesto un suero. El mdico le recet comidas balanceadas que deba ingerir siguiendo un horario riguroso, frecuentes viajes a la playa, prctica de deportes, un mnimo de ocho horas diarias de sueo, lecturas amenas, msica, bailes y una disminucin considerable de la carga de responsabilidades. En qu pas viva aquel hombre? Estaba loco o tena problemas ideolgicos? Fue a replicarle, pero el mdico le orden silencio y se retir dejndolo solo con la sbita conciencia de su derrota. El maricn de Munse haba logrado su objetivo: ponerlo en ridculo. Se tortur durante tres horas con esa idea y con el lentsimo gotear del suero. Cuando la enfermera lo acompa hasta la puerta, se senta deprimido, pero al abrirla sus ojos se empaaron con lgrimas de alegra: en el amplio saln del Policlnico lo esperaba la masa, casi tres decenas de compaeros que le dieron vivas cuando sali saludando, todava plido y tembloroso. Cmo poda el mdico no darse cuenta de que la virtud del sacrificio era la mejor medicina?, cmo haba sido capaz de recetarle la prdida de su precioso tiempo en diversiones frvolas?, cmo se haba atrevido a ordenarle que disminuyera la intensidad de su entrega a la causa? No, compaeros, no dira nada por modestia, pero podan estar seguros, ustedes que lo haban esperado y ahora lo seguan en el camino de regreso a la Beca, que su Presidente no les fallara, que seguira siendo implacable consigo mismo y desde la altura de esa moral sin tacha, implacable tambin con todo el que dudara. Ahora, por ejemplo, tendra el valor, la moral, la disciplina y la humildad de la autocrtica. Compaeros, dijo al llegar, en el da de ayer, da aciago, comet una serie de errores sobre una serie de problemas al discutir con Roal Amundsen sobre una serie de asuntos. Estuvimos a punto de pegarnos, compaeros. Viol el
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Reglamento al pronunciar y pensar una serie de expresiones obscenas, rezagos evidentes de un pasado que debemos superar. Me autocritico, pago veinte centavos de multa e invito a Roal Amundsen a hacer lo mismo como prueba de arrepentimiento. Das despus, cuando hubo en la cajita dinero suficiente para comprar el primer libro, pregunt democrticamente a los compaeros qu ttulo adquirir y Roal propuso El Quijote. Carlos se molest porque esperaba que la pregunta regresara a l para sugerir diez folletos de Mao. Pero a Roal le entusiasmaba la posibilidad de comprar el primer libro editado por la flamante Imprenta Nacional y haba logrado sumar el Peruano, que dijo solemnemente, Es la obra ms importante de la lengua, como si con eso su propia lengua se hiciera importante. Carlos valor la coyuntura, se trataba de una contradiccin secundaria que en modo alguno deba ser elevada a rango de principal, y acept en silencio la propuesta. Esa noche comprendi que haba cado en una trampa, Francisco y Roal lo esperaban muertos de risa mientras Osmundo estaba serio, ceudo. Se puso en guardia, aquello era mala seal, la risa tena siempre un trasfondo corrosivo que amenazaba el orden y restaba fuerzas para las grandes tareas. Qu pasa?, pregunt. Francisco le extendi el libro entre carcajadas. Pinta, consorte, pinta al Miguelito. Carlos tom el volumen; sus ojos, guiados por el ndice de Francisco, dieron con una palabra increble: hideputa. La ley como si recibiera un bofetn, como si aquella expresin incalificable hubiese sido dirigida contra su madre por el facineroso Francisco, que gritaba sin dejar de rer, Pero qu hideputa, el Miguelito!. Deba controlarse, los problemas polticos no podan ser reducidos a la esfera personal. Tienes una multa dijo. Pero si el que escribi hideputa fue Cervantes! replic Francisco. Era cierto, pero tena que hallar una respuesta a aquel reto a su prestigio. Francisco, envalentonado, aseguraba que Cervantes estuvo en Cuba y al or cmo hablbamos el espaol se qued Manco del Espanto. Todos rean cuando l encontr una respuesta: Quiz Cervantes escribi esa palabra obscena, pero nadie podra probarlo; t, sin embargo, la pronunciaste dos veces, as que paga. Francisco qued aplastado por la autoridad, pag, y la reunin se deshizo porque Carlos les estaba diciendo con la mirada que si queran perder su tiempo, all ellos, l tena que estudiar. Cuando todos estuvieron dormidos abandon los libros de texto y tom El Quijote. No pensaba leerlo completo, era demasiado largo y se trataba de una novela, no poda ensearle nada de la vida; simplemente necesitaba informarse para polemizar. Ley varios captulos salteados y qued sumido en una confusin creciente. El hroe resultaba ser un tipo feo, flaco, ridculo, que unas veces daba risa y otras lstima porque siempre estaba equivocado (en realidad no era un hroe, se las daba de hroe) y luchaba por la justicia sin conocer las leyes de la historia, ni tomar en cuenta a las masas, ni las condiciones objetivas y subjetivas, ni la correlacin de fuerzas entre explotados y explotadores, y confunda las
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contradicciones antagnicas con las no antagnicas, las principales con las secundarias, las internas con las externas, porque en el fondo no saba siquiera qu era la contradiccin y, por tanto, no poda comprender la inevitabilidad de los perodos de acumulacin de fuerzas, era incapaz de convertir los cambios cuantitativos en cualitativos, producir el salto y ejercer la negacin de la negacin sobre el proceso histrico para propiciar el desarrollo en espiral; era, en fin de cuentas, un pequeoburgus (farmacutico, o ms bien, boticario) que no haba logrado suicidarse como clase y conservaba su carcter anrquicoindividualista pretendiendo tomar la justicia por su mano. Se crea un hroe, pero no haba en l la ms mnima muestra de humildad, sencillez o espritu autocrtico. Tena hasta un criado! Todo ello se deba (segn confesaba ingenuamente el propio autor) a que una montaa de lecturas mal asimiladas lo haban enloquecido, y al final, cuando recobraba la cordura, el mismsimo Cervantes recomendaba prohibir aquellos libracos. Y el suyo? No poda tambin El Quijote hacer un dao incalculable a las nuevas generaciones? Pero, entonces, por qu se haban editado aqu ms de cien mil ejemplares? Haba slo una respuesta, las editoriales estaban minadas de viejos (o de gentes con viejos criterios, daba lo mismo), incapaces de entender que la tarea de la revolucin consista en arrasar con el pasado, en destruir los falsos dolos y valores y crear un mundo totalmente nuevo, proletarizado, puro. Excitado por esta idea abri el cajn de la artillera china y hurg entre la copiosa papelera donde atesoraba los reportes semanales de Xinhua y los folletos de Mao, hasta encontrar el librito sobre las conversaciones de Yenn. All estaba toda la verdad sobre el tema del arte expuesta en treinta pginas. Era esa capacidad de sntesis, esa habilidad para liquidar de una manera breve y sencilla los problemas ms complicados (o aparentemente complicados, pues los burgueses los enredaban para engaar al pueblo), lo que lo fascinaba de los tericos chinos. Deba ser muy tarde, pero el entusiasmo era tanto que estuvo estudiando hasta el amanecer. Despert a media maana, con la cabeza adolorida y sin tiempo para desayunar. Deba correr hacia el local de la Asociacin a dar el visto bueno a una exposicin de pintura que los Reflexivos pretendan montar en los salones de la Escuela. Los cuadros lo confundieron an ms que El Quijote. No entenda nada. Sincera, sencilla, honestamente no entenda nada. Rayas, manchas, mujeres con cuatro ojos. Qued un rato en silencio, luchando por encontrar el posible sentido de aquellos disparates, y no lo encontr. (Incluso un tipo tan dbil ideolgicamente como Francisco se burlaba, arriesgando una multa: Qu cara!, deca, Qu gesto! Qu carajo es esto?) Pero l no poda rerse, tena que decidir y decidi que la Asociacin no poda patrocinar aquella locura. El Secretario de Cultura y Prensa (un Reflexivo tan autosuficiente que tena el descaro de usar la palabra Comisario para designar su cargo en la exposicin) le dirigi una pregunta retadora: No te gusta ese cuadro? Carlos mir la tela sealada, era un adefesio, jams el futuro podra reflejarse de aquella manera. No dijo. Quin ha visto una mujer con cuatro ojos?
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Pero si eso no es una mujer, eso es un cuadro! grit el otro, antes de emplazarlo: T sabes que ests prohibiendo a Lam, a Portocarrero, a Antonia Eiriz? El grito atrajo a una decena de estudiantes, a los que Carlos mir con la confianza de la razn. Estoy prohibiendo el pasado dijo. Se sorprendi al saber que la FEU haba tomado un acuerdo (propuesto por los Reflexivos con la silenciosa complicidad de los Duros) criticndolo por haber prohibido la exposicin que, segn constaba en el propio acuerdo, se montara en el Rectorado como desagravio a las glorias de la cultura nacional. Intent presentar batalla desde la Asociacin, pero por primera vez Benjamn le llev la contraria, impidindole crear consenso. Tambin te envidia le susurr Osmundo al odo, mientras regresaban a la Beca. Cuando entraron al cuarto, Francisco empez a pregonar: Mira, lo que dice Al Mamarte! Multa! grit Osmundo. No! replic Francisco, dije Alma Marte, Marte, orisha romano de la guerra. Carlos le arrebat el ejemplar de Alma Mater y los bot del cuarto. En las pginas centrales del rgano de la FEU haba un comentario elogiossimo de la dichosa exposicin, ilustrado con unas fotos de los cuadros, ms horribles an que los originales. Se trataba de un problema ideolgico serio, y haba que hacerle frente; as que esa misma tarde, con la ayuda de Osmundo, coloc cargas de artillera china en puntos claves de la Universidad. En la noche presidi una reunin de la FEU de la Escuela e hizo un informe impresionante de la actividad desplegada: establecimiento de la disciplina en la Beca, impresin de dos decenas de libros de texto, impulso decisivo a las obras del comedor... Benjamn intent empequeecer su extraordinario esfuerzo recordando el atraso en el apoyo a la Reforma y en el proceso de depuracin, pero Carlos se defendi con una verdad evidente. Trabajo veinte horas diarias, casi no duermo ni como, qu ms quieres? Dirigir como se debe respondi Benjamn. Carlos sonri, el Rubio se haba desnudado. Osmundo aprovech la brecha y lo atac, apoyado por los restantes compaeros que elogiaron el informe dejando a Benjamn aislado, pequeito frente a la saga del hroe que Osmundo evocaba. Carlos tom la palabra, poda moler al Rubio, pero le resultaba evidente que estaba ante una contradiccin no antagnica y que se no era el mtodo correcto para resolverla. De modo que sac a votacin el informe. Fue aprobado con los votos en contra de Benjamn y Romualdo, el Secretario de Cultura. Pens de pronto que su condescendencia poda ser confundida con debilidad y decidi dejar una leve amenaza en el aire antes de retirarse. Bien dijo, har una pregunta que debe ser respondida en la prxima reunin: existen entre nosotros compaeros con problemas ideolgicos? Se dirigi a la Beca y recorri los cuartos del piso. Todos dorman. La aplicacin del Reglamento haba sido a tal punto exitosa que el Consejo haba
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decidido extenderla a todo el edificio. Los robos, el despilfarro y las roturas haban desaparecido despus de las primeras expulsiones. Slo el ndice de obscenidades continuaba siendo alarmantemente alto, aun cuando muchos no pagaban las multas. Decidi establecer un Libro Mayor para asentar los pagos y darle un vuelco radical a la situacin. Estaba agotado, pero se senta sin derecho a dormir. Faltaban apenas diez das para que Gisela regresara y l, agobiado por las responsabilidades, le haba escrito muy poco. Ella se quejaba amargamente, porque desconoca que ya su novio no era un estudiante comn. De modo que aqul era el momento oportuno para contrselo todo. Comenz a evocarla mientras redactaba y se dej ganar por una desesperada sensacin de soledad. Lleg a escribir que no podra continuar sin ella, que la necesitaba para fundir sus vidas en los grandes combates por venir, en los que moriran por la patria o arribaran juntos a la roja alborada del futuro. Amaneca cuando escribi al pie de la hoja: Patria o Muerte! Al da siguiente compr con su estipendio, acumulado durante meses, una pistola. Por primera vez en su vida no asisti a clases. Pas la tarde frente al espejo admirando lo bien que le quedaba en la cintura; rindiendo imaginarios informes sobre grandes batallas, graves infiltraciones y peligros inminentes; descubriendo a Gisela en medio de un mar de alfabetizadores o siendo descubierto por ella, herido, moribundo y feliz, luego de vencer en el ltimo combate sin soltar su pistola, ya vaca. Dos das despus era capaz de armarla y desarmarla con los ojos vendados, provocando la admiracin de sus compaeros y el pesadsimo versito del Fantasma: Ayer pas por tu casa y me tiraste un revlver / no te lo voy a devlver. Le puso la pistola en la cabeza, logrando as el milagro de que el negro se pusiera cenizo, casi blanco, Porque para chistes pesados, yo, dijo, mientras los dems rean. La obsesin con el trabajo y la pistola le hicieron tolerable, durante unos das, la espera de Gisela, pero su ansiedad fue creciendo mientras se acercaba la fecha decisiva y ahora no poda tranquilizarse en la estacin, abarrotada de jvenes que buscaban a sus familiares en el aire rojo de la tarde, donde crea verla y se equivocaba y se volva a equivocar, y se detena confundido al sentir aquellos dedos cubrindole los ojos, y dejaba escapar un grito que ella acall, besndolo. Los primeros das fueron una maravillosa sucesin de emociones que culminaron en el gigantesco acto en la Plaza de la Revolucin, donde Fidel iz la bandera con la leyenda que los hizo aplaudir y gritar enfebrecidos: CUBA: PRIMER TERRITORIO LIBRE DE ANALFABETISMO EN AMRICA Pero despus, cuando se sentaron en el malecn, vestidos ya de civiles, ella empez a reprocharle que no hubiera visitado a su familia en todo un ao; su padre, su madre y sus hermanos estaban trinando contra l, lo consideraban un insensible y un malagradecido y decan que no estaba enamorado de ella. Carlos reaccion molesto, si iba a ser su mujer deba saber desde ahora que l no tena
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ni tendra tiempo para detallitos. Su vida era una entrega total, plena, absoluta y definitiva a la revolucin. Podas haber ido un domingo dijo Gisela, una noche. Carlos suspir, con quin crea ella que estaba hablando?, no tena ni domingos, ni noches, y adems, para qu? Para perder el tiempo? Bastante haba hecho con faltar a su deber durante una semana por estar con ella. Se supone que tengo que agradecrtelo? Si quieres murmur l, desviando la mirada. Lo sorprendi el sonido desconsolado de los sollozos y cedi al deseo de abrazarla. Gisela se separ, le pasaba por boba, por estar enamorada como una boba, escribindole cartas que el nio ni siquiera se dignaba a responder. Su mam tena razn, coo, todos los hombres eran iguales, por comemierda le pasaba. Carlos contuvo el deseo de reprocharle las palabrotas, no haba recibido una carta firmada con sangre? Gisela neg con la cabeza, impresionada, y l aprovech para explicarse, la quera, la quera muchsimo, pero no se deba a l, no tena la culpa de tener tantas responsabilidades y tareas, ella deba entender que no estaba con una persona comn. Y con quin estoy? pregunt Gisela, entre ingenua y burlona. Carlos no supo cmo responder hasta que ella repiti la pregunta con un leve acento de reto. Entonces le empez a contar su leyenda, se fue animando y sintindose heroico, pas del prestigio del pasado a las responsabilidades del presente y a la imagen de un futuro cercano en que sera Presidente de la FEU y hablara en grandes concentraciones estudiantiles; inflamado por sus propias palabras, habl de su papel en el destino del pas, quin saba?, pero por lo pronto deba ser fiel a su tarea inmediata, a la confianza de las masas, a la sensacin indescriptible, que slo con ella comparta, de saberse un revolucionario ejemplar. La cantarina carcajada de Gisela le son a vidrios que se quebraban en su cabeza, qu coo se crea? Le dirigi su silencio ms poderoso, pero ella sigui doblndose de risa. Un qu? Carlos ech a caminar, la rabia le haba producido unos insoportables deseos de pegarle, que se resolvieron en impotencia. Ahora ella lo segua, Oye, hroe, esprame, pero l apur el paso, hubiera sido el colmo aceptar aquello. Presidente, Presi, repeta ella con la inflexin burlona que constitua el centro de su carcter y que l no estaba dispuesto a soportar. En dos momentos sinti la tentacin de esperarla, pero la memoria de la burla lo oblig a seguir caminando como si la arrastrara por las calles del Vedado, obligndola a pagar su ofensa. Cuando llegaron frente a la Beca, el tono de voz de Gisela vari de pronto, hacindose casi desesperado. Carlos dijo esprame. Pero l entr sin volverse, como un hombre. Esa noche supo de qu miserable materia estaba hecho, tuvo un sueo ertico con Gisela y se despert llamndola. Al da siguiente desatendi sus deberes y rond como un perro, como un pequeoburgus la casa de su amada. Tuvo al menos el valor, como hombre y revolucionario, de no rebajarse a pedir clemencia. Era ella quien haba fallado, a ella le corresponda venir a verlo y
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pedirle perdn. l mantendra su intransigencia sacando fuerzas y felicidad del trabajo. Pero desde su regreso a la Beca no logr siquiera levantarse de la cama. Se senta solo y traicionado, sin deseos de atender las decenas de asuntos que se acumulaban esperando solucin. Acept que Benjamn se ocupara de todo, escuch en silencio los versitos obscenos del Fantasma y supo, a travs de Osmundo, que sus enemigos se aprovechaban de su inercia para acusarlo de vago y capitn araa. Desesperado, se confes al amigo, que encontr una respuesta ideal al problema: dira a todos que Carlos estaba enfermo, atacado por una lcera sangrante, y que el dolor atroz era la causa de sus frecuentes crisis depresivas. Aquella idea genial fue como un blsamo en medio de su desgracia. Francisco dej de decir versitos, decenas de estudiantes desconocidos le trajeron leche y viandas, el Peruano le puso al da todas las libretas... Pero su depresin no cedi hasta la tarde en que Osmundo le sopl al odo: Est all abajo, esperndote. La felicidad le dio fuerzas para vestirse y bajar. Gisela lo esperaba en el comedor, tamborileando incesantemente sobre la mesa de bagazo prensado. Al verlo fue hacia l y lo abraz llorando. Yo te quiero, coo, vine porque te quiero. Ya respondi l, besndola en la frente, no llores. Salieron abrazados hacia la Avenida de los Presidentes y se sentaron en un banco. Gisela no ces de llorar mientras le contaba su soledad y su amor, sus desesperadas noches de insomnio y su tristeza. A lo mejor soy bruta, pero yo, yo te quiero, coo, y yo, yo hago lo que t quieras. Si yo... yo nada ms quera jugar un poco. Carlos le sec las lgrimas con los labios y le bes la boca en silencio, porque no deseaba siquiera escuchar su propia voz en ese instante. Volvi a sus tareas con una fuerza redoblada, protestando contra la maldita lcera que lo haba alejado del cumplimiento del deber. Entre los mltiples errores que se cometieron durante su ausencia hubo uno gravsimo, de principios: Benjamn pretenda llevar a cabo la depuracin con criterios conciliadores. Enmascaraba sus fines acudiendo a pretextos tales como cautela, tacto y delicadeza; propona un mtodo jurdico perteneciente al pasado, no aceptar la opinin comn (la opinin de las masas, nada menos) y atenerse a las pruebas; hablaba abiertamente de no lesionar a ciertos profesores y estudiantes, a quienes no consideraba revolucionarios ni gusanos (como si esa expresin poltica de su dualismo filosfico fuera posible en la vida); y llegaba al colmo de exigir que no se tocara a los religiosos ni a los homosexuales, ya que, deca, sos eran asuntos privados. Carlos comenz su rplica respondiendo la proftica pregunta que haba formulado semanas atrs. S, compaeros, hay entre nosotros una persona con graves problemas ideolgicos: Benjamn Cifuentes, alias el Rubio y continu con una crtica demoledora de la propuesta y de quien la haba realizado. Pero su lapidaria intervencin no obtuvo el efecto que esperaba. Benjamn el Zorro haba conspirado deslealmente durante su ausencia hasta crear una fraccin de Reflexivos que lo apoy contra viento y marea, critic a Carlos su
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absurda centralizacin, su miopa poltica y la prctica de distribuir propaganda china; logr una votacin dividida y tuvo la soberbia de anunciar, a travs de su jefe, que apelara ante el Consejo de Facultad. Quiere destronarte le dijo Osmundo al salir, te envidia. Carlos se mantuvo en silencio. Su enfermedad haba servido para poner a flote la miseria moral de sus enemigos. Osmundo tena razn, Benjamn lo envidiaba, lo haba envidiado desde que las masas lo prefirieron, y ahora el muy cabrn conspiraba, cegado por una turbia sed de poder. Bien, tendra guerra, tambin l saba conspirar, le revelara en secreto a los Duros de la FEU quin era quin en la Escuela de Arquitectura y apelara al Consejo Universitario cuando tuviera ganada la pelea bajo cuerda. No se detendra hasta lograr que se expulsara al Rubio de la Asociacin: sus enemigos actuales y futuros deban saber cul era el precio de su osada. Mientras amarraba el asunto continuara su actividad normal, distribuira propaganda china y albanesa, pero no criticara a Benjamn; sus enemigos pensaran que era tonto como un cordero, y cuando reconocieran al tigre sera demasiado tarde para ellos. Pero los Duros se mostraron cautelosos con sus planes, tomaron nota del problema de la depuracin, quedaron en responderle y le criticaron, ellos tambin!, que estuviera distribuyendo aquella propaganda. Tuvo un nuevo disgusto al llegar al cuarto: un grupo le haca coro a Francisco, que hojeaba con avidez un librito, Aventuras del soldado desconocido cubano. Carlos no pudo evitar acercarse y leer, guiado por el negro ndice del Fantasma, ...y le pegu tan terrible patada por los cojones.... Qued estupefacto; de pronto arranc el libro de las sucias manos de Francisco, gritando que estaba bueno ya, que all tena la prueba, que ahora s lo expulsara de la Beca. La prueba de qu? pregunt el Fantasma. Usted no sabe que ese libro lo escribi Pablo de la Torriente Brau? Carlos se atus el pelo, incrdulo, no era posible que un hroe, un comunista que haba muerto peleando en Espaa hubiera escrito aquella barbaridad. Y, sin embargo, lo era, en la portada de aquel librito obsceno estaba su nombre. Es un error! grit, sin saber exactamente a qu se refera, y sali dando un portazo, en medio de las carcajadas. Un minuto despus Osmundo lo alcanz en el pasillo y le sopl al odo que todo haba sido preparado por el Fantasma, quien, adems, estaba haciendo correr el chistecito de que Carlos era bugarrn porque persegua a los maricones, qu le pareca? Carlos pens en volver al cuarto y coger al Fantasma por el cuello, pero logr dominarse, tragndose la rabia. Le pareca una provocacin, dijo, y no iba a caer en ella; tena un plan para pasarles la cuenta en su momento. Transcurri ms de un mes sin que los Duros le dieran respuesta, tena tantas tareas que no daba abasto y Benjamn se empeaba en hacerle controles sistemticos para tener oportunidad de criticarlo. El Libro Mayor, puesto en funcionamiento desde principios de ao, no haba dado los resultados que esperaba (slo Osmundo y l cotizaban disciplinadamente, dando la impresin insoportable de ser los ms boquisucios del piso). La FEU tuvo el descaro de designar a otra persona para que hiciera el discurso de inauguracin del Comedor
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Universitario, y aunque era un Duro e hizo una intervencin bastante radical, no dejaba de ser ofensivo que el designado no hubiera sido l. Incluso Osmundo comenz a permitirse ciertas ironas. No le haba contado sus contrariedades a Gisela por temor a que reaccionara burlndose, pero lleg el momento en que no pudo ms y le narr de un tirn la difcil coyuntura en que estaba, las turbias conspiraciones de sus enemigos abiertos o embozados y la envidia que provocaba a cada paso su prestigio. Se sinti triste al comprobar que ni siquiera su novia le entenda y alberg en secreto la dolorosa sospecha de que quizs estaba equivocado. Pero dos das despus Osmundo le dio la noticia ms importante del ao: los Duros haban suprimido el nombre de Dios del Testamento de Jos Antonio. Era una triste, una conmovedora necesidad de la lucha que ni siquiera l hubiera tenido el valor de llevar a cabo. Quienes lo haban hecho sabran por qu, y le trazaban un camino. Las posiciones que hasta entonces haba defendido eran vlidas. Deba incluso hacerlas ms radicales, definitivas e intransigentes. Si la correcta manera de pensar no poda detenerse siquiera ante algunos aspectos del pensamiento de un hroe como Jos Antonio, cmo respetar entonces las vacilaciones de Benjamn, las dudas de los Reflexivos? Si la realidad era dura, ms duros tenan que ser los revolucionarios para transformarla. Se puso el uniforme y la pistola y se mir al espejo antes de partir hacia el acto del 13 de marzo al frente de los estudiantes de Arquitectura, la Escuela que alguna vez haba dirigido el propio Jos Antonio. Cuando lleg, la Escalinata estaba repleta. Se fue colando entre las gentes, junto a Osmundo, hasta situarse cerca de la tribuna. Fidel sabra lo del Testamento? S, claro, a quin se le ocurrira hacer algo as sin consultrselo? Se dio vuelta, la multitud cubra ahora la calle San Lzaro, ms all de la Escalinata, casi hasta el lugar donde chocaron con la polica seis aos antes. Entonces eran apenas un centenar, ahora eran un pueblo; y si l no hubiese huido, aguijoneado por el miedo, estara sentado en la tribuna como el Mai, a quien acababa de ver, hecho un dirigente nacional de los jvenes; o habra muerto y su retrato estara junto al de Jos Antonio, en el Saln de los Mrtires. Fidel empez refirindose a ellos, los becarios. Queremos acaso, dijo, una juventud que simplemente se limite a or y repetir? No! Queremos una juventud que piense. Carlos empez a aplaudir entusiasmado; estaba en la lnea correcta, la de pensar y aplicar sus conclusiones hasta las ltimas consecuencias. La multitud aplauda an cuando l dej de hacerlo, estupefacto, Fidel estaba leyendo por sobre los aplausos las palabras suprimidas en el Testamento! Confiamos en que la pureza de nuestras intenciones nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra patria. Estaba arremetiendo contra los censores, preguntndose si sera posible, compaeros, si seramos nosotros tan cobardes; si podra llamarse marxismo semejante manera de pensar, socialismo semejante fraude, comunismo semejante engao, y repitindose que no, mientras Carlos hua entre las gentes, jadeando como si se asfixiara. A veces la voz le llegaba de lejos, casi inaudible, y otras como si le estuviera preguntando al odo en qu se convertira la revolucin, en una escuela de domesticados? Cuando dijo que eso no era la revolucin, Carlos decidi asumir ante las palabras el valor que no tuvo una vez ante las balas, y regres para or a pie firme el resto
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del discurso. Luego le pidi a Osmundo que lo dejara solo y se qued sentado hasta la madrugada en la enorme escalinata vaca. La Asamblea General para discutir el discurso se hizo la noche siguiente en el anfiteatro de la facultad. Haba un aire de fiesta entre estudiantes y profesores, pero l se mantena callado como un zombie, sin nimo para responder a la pregunta de Regeiferos, el Reflexivo que diriga el debate a nombre de la FEU. Hubo en esta escuela manifestaciones de los errores sealados? Sinti la responsabilidad de romper desde la presidencia el largo silencio que se hizo en la sala. Pero se saba incapaz de hilvanar una autocrtica coherente en ese momento; no se entenda a s mismo, necesitaba tiempo y valor, de modo que sigui callado aun cuando advirti que Benjamn lo miraba a los ojos antes de decir: S, hubo. Entonces se sinti mejor. Al fin comenzara la venganza que le dara pie para asumir, pblicamente, la responsabilidad de los errores que seguramente haba cometido. Pero Benjamn lo confundi al pronunciar un discurso reflexivo, a veces vehemente y otras lento, casi triste, donde describi una situacin en la que l, Carlos, quedaba como un sectario trabajador, un autosuficiente esforzado, un compaero bsicamente bueno, cuyos enormes errores se deban a un mtodo de direccin personalista y a una ignorancia terica y poltica descomunal. Saba el compaero que el Testamento de Jos Antonio haba sido alterado? lo interrumpi el Decano. No respondi Benjamn, no lo saba. Debe el compaero proseguir al frente de la Asociacin? pregunt Regeiferos a la asamblea. Carlos mir a la multitud. Durante la intervencin de Benjamn se haba sentido indistintamente humillado, triste, agradecido o ausente, pero tuvo un salto en el estmago cuando Emilia Surez, una triguea delgadita en la que no haba reparado nunca, dijo: Bueno, yo creo que no, porque yo le tengo miedo hubo una oleada de risas y la muchacha se sent, casi asustada. Entonces Osmundo pidi la palabra y Carlos lo mir deseando decirle que no lo defendiera, que dejara correr las cosas, ya l pondra orden en su cabeza y hablara. No pudo hacerlo, Osmundo estaba muy lejos, en el centro de la sala, y desde all conmovi a la asamblea acusndolo de mentiroso, contando minuciosamente una historia segn la cual Carlos haba alterado su vida para presentarse como un hroe, inventando enfermedades como la famosa lcera y ocultando informaciones decisivas, porque s supo, compaeros, que el Testamento haba sido alterado, y estuvo de acuerdo con eso. Se produjo una oleada de murmullos que l sinti lejana, como si estuviera en el fondo de un pozo. Tienes algo que decir? le pregunt el Decano. Nada respondi. Se senta como anestesiado, los movimientos de la gente le parecan lentos, los rostros distantes. Vio a Munse levantarse como en una nube de niebla, como en una nube de niebla lo escuch gritar que no crea ni jota de lo dicho por el
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Cochero, porque el Cochero era un oportunista que hasta ayer estuvo de lameculo de Carlos, de lameculo, repiti, y Carlos, dijo, era un sectario y un autosuficiente pero era hombre, y esa hombra la demostr en la guerra, frente a las balas, y adems haba trabajado como loco para ellos, que ahora tenan comedor, libros y un ceremil de cosas ms gracias a un hombre que se desmay paleando mezcla antes que decirle no al trabajo, y por eso, porque crea que era un tipo equivocado, pero entero y capaz de rectificar, propona que siguiera de Presidente. La asamblea se dividi en aplausos y abucheos. Regeiferos impuso orden y se volvi hacia Carlos. Compaero dijo, vas a intervenir o votamos? No respondi l, con una voz casi inaudible. No voten, yo renuncio. A duras penas logr evitar un acceso de llanto y escap del anfiteatro sin pedir permiso, en medio de un silencio absoluto. Camin sin ver las calles, guindose por el instinto, hasta llegar a casa del Archimandrita, que lo hizo pasar a la biblioteca y escuch su torturada historia pidindole, por favor, que no olvidara un solo detalle. El abatimiento casi le impidi llegar a la desolada pregunta final. Qu me pasa, doctor? Qu me pasa? El Archimandrita le sirvi un trago de ron, encendi un tabaco y lo mir a los ojos mientras le explicaba con voz grave que estaba enfermo, padeca un mal infantil que entre los adultos sola tener consecuencias desastrosas. Y lo peor era que lo haba atacado en su variante china, desgraciadamente la ms virulenta y la que mayor ndice de morbilidad estaba causando entre nosotros. Sufra, dijo ponindole la mano velluda y algo regordeta sobre el hombro, el Sndrome del Izquierdismo, una enfermedad psquicopoltica comn, pero muy perniciosa; por suerte, en su caso no vena acompaada de ciertas manifestaciones parsitas como el oportunismo, aunque s de una fortsima incidencia egoltica que, por otra parte, no era lo peor. Todo joven soaba con ser un hroe, luego la vida haca su trabajo. Hizo una pausa y subray su conclusin apuntando a Carlos con el tabaco. Cuando digo que ests enfermo no uso una metfora. Ests enfermo y sufres, sufres fsicamente. Carlos se sec los ojos con el dorso de la mano. Doctor, qu hago? Dale tiempo al tiempo respondi el Archimandrita chupando lentamente su tabaco. No hay otro remedio.
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Estaban muertos de la risa con el Manicomio de Kindeln: locos nadadores lanzndose olmpicamente a piscinas vacas, locos pintores colgando de las brochas, locos periodistas que gozaban creyendo ser el peridico de hoy y sufran pensando que maana los diarreicos se limpiaran con ellos el culo; y de pronto el tipo que llega a la consulta y le pregunta a la secretaria, {era, el pesiquiatra est, y la secre, s, seor, pero fjese, la pe no se pronuncia, y el tipo, ah, no?, ues entonces dgale que a Edro Eres no se le ara la inga; y ah Gisela no pudo ms, se aguant del borde de la mesa para no caerse de la risa y pidi permiso para ir al pipinrn y Carlos, Un momentico, un momentico, cmo le dicen las brasileas a la inga?, y el Kinde, Cmo?, y Carlos, O Amado Nervo, y Gisela, Jelp, jelp, y Rosa y Ermelinda iban a acompaarla al bao, y el Archimandrita, Otro brasileo, otro brasileo, otro brasileo llega desesperado al confesionario, Padre, eu so canalla, he fornicato a meus amigas, a meus primas, a meus irmanas, y el sacerdote, Hijo!, a oscuras?, y el brasileo, S, a os curas, a os militares, a os camponeses, y cuando regresaron las mujeres el Archimandrita anunci cambio de onda, uno serio, filosfico, con tres moralejas, y Carlos se pregunt cmo coo podra haber un chiste serio. Eso es una contradiccin, dijo, pero el Archimandrita sigui con la descarga del pajarito que estaba a punto de morir de fro cuando una vaca le cag encima y el calor de la mierda lo reanim, empez a sacudirse y un gato, atrado por el movimiento mierdero, procedi a escarbar, descubri al pajarito, se lo comi y coloran colorao. Carlos y Kindeln se miraron, Cul era el chiste?, pero ya el Archimandrita sacuda un ndice, Primera moraleja: no todo el que te echa mierda encima te quiere joder; todos sonrieron en un comps de espera, reservndose para lo que vena, para lo que se vea venir, para lo que vino cuando el Archimandrita anunci, Segunda moraleja: no todo el que te quita la mierda de encima te quiere salvar, y alz la mano como un polica de trnsito para detener la risa y dar paso a la Tercera moraleja: el que tiene mierda encima no debe moverse mucho, y entonces dej caer la mano, dando va libre a la carcajada general mientras Carlos permaneca callado, pensando que el Archimandrita haba cuadrado el crculo haciendo un chiste serio con tres pares: Munse lo haba criticado para salvarle, el Cochero lo haba elogiado para joderlo y l no deba moverse mucho; entonces se dio un trago que result ser el bueno, el que lo relaj permitindole entrar en el relajo, pensar que aquello haba pasado haca mil aos y ver a su mujer y a sus socios sonriendo, vacilando la vida, y empez a rerse de lo requetecomemierda que haba sido, a carcajearse como uno de los locos de Kindeln, mientras los dems lo miraban sin entender ni hostia y el Kinde le preguntaba a Gisela, De qu se re tu marido, t?, y l, De m, me estoy riendo de m, y el Kinde, Baja, baja onda, y l, De que una vez yo quise, yo quise, yo quise, y las carcajadas le impedan explicar qu carajo haba querido, y Ermelinda, !!, ni Don Rafael del Junco, y ahora todos rean menos Gisela, que quera saber quin era el Don Rafael ese, y el Archimandrita, Un personaje de una
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novela egipcia sobre el derecho de Nasser al Canal de Suez, y Gisela, Ah no, a bonchar a su abuela, y el Kinde, Bueno, qu quisiste t?, y Carlos, Prohibir las malas palabras, chico, fjate si estaba loco loco loco pal carajo, y entonces empez el chou, se hizo un silencio sobre el que entr el primer acorde de la guitarra de Froiln y luego unos arpegios suaves que se quebraron de pronto, abruptamente, cortando en dos el aire, abrindolo como una cortina de cario para que entrara sonriendo la Seora, Elena Burke sonriendo a su gente y dicindoles La noche de anoche, pero a Kindeln le dio por vacilar y dijo, muy bajito, Por delante. Qu noche la de anoche!, cant Elena, y Kindeln, Por detrs. Gisela se mordi los labios para no interrumpir el contrapunto de Cuntas cosas de momento sucedieron!, Por delante, Que me confundieron!, Por detrs, Estoy aturdida, Por delante, Yo que estaba tan tranquila, Por detrs, Disfrutando de esa calma que nos deja un amor que ya pas, Por delante, y aunque Ermelinda le dio un pellizco, Kindeln no pudo resistir la tentacin, y en Qu t ests haciendo de m? murmur Por detrs, Que estoy sintiendo lo que nunca sent!, Por delante, Es tan profundo mi deseo de ti!, Por detrs, Te lo juro: todo es nuevo para m, pero entonces, inesperadamente, dijo Mentira, y Carlos tuvo que soltar una carcajada y Elena dijo, Cmo?, y vino hacia la mesa, muy seora y muy duea de la pista, suavemente vino, como si se desplazara por el aire de la msica o por la luz azul que la segua, y lleg y dijo, A ver, el manquito! Mi negro, t queras decirle algo al pblico?, y Kindeln, cenizo bajo la luz azul, doblado de la risa, De la pena, Elena, dijo, y Elena, Ay, pero si es poeta!, qu estamos celebrando por aqu?, y Kindeln seal a Carlos y a Gisela con su nico brazo, siniestro aunque era el derecho, acusador ahora, y dijo La boa, y Elena, Una serpiente?, y el Kinde, sa es buena, Elena, y Elena, No ven?, poeta, y el Kinde, No, un matrimonio, un ahorcamiento, vaya, y Elena y la luz se dirigieron hacia ellos, que de pronto estaban en el crculo azul tratando de contener la risa, y Elena, Pobrecita, si todava se re, tu nombre, mi amor?, y Gisela dijo Gisela Ja, y repiti Ja Ja Ja como si se estuviera burlando en cmara lenta y provoc una gran carcajada en el cabar, y Elena, Jajaj?, y Gisela, al fin, Ja Ja Juregui, y Elena, Nombre del verdugo?, y l, Carlos, Carlos Prez, y Elena, Preparado para el asalto, cosalinda? y Carlos, seguro, y Elena, S?, Procura que maana esta nia se levante cantando la noche de anoche, cant convirtiendo sin transicin el dilogo en msica, de espaldas a Froiln que entr a tiempo, increblemente, mgicamente a tiempo, como si todo aquello hubiera sido preparado para probarles que con los grandes no se juega. Y Elena era grande ahora, inmensa, puro bolero al decir Revelacin maravillosa, haciendo a Gisela susurrarle a Carlos que haba vivido, as nada ms, que haba vivido, Cmo?, preguntaba l, sabiendo que Elena respondera por ella como una diosa, Esperando por ti, y aceptara como una diosa los aplausos, y seguira cantando como una diosa, Si pudiera expresarte cmo es de inmenso con una voz alta y limpia y cristalina que pas de pronto a un tono bajo, gutural casi, clido, caliente casi, cercano y humano como el de una mujer de carne y hueso que fuera a la vez una inmensa cantante y estuviera mordiendo a su hombre con En el fondo de mi corazn, mi amor por ti, y ese amor fuera de verdad delirante y abrazara su alma y atormentara su corazn y Siempre t, deca Elena de pronto inventando un ritmo
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propio, improvisando, sorprendiendo, sobresaltando con su filin los odos habituados a las lentejuelas y no al bolero entero y verdadero, y dejando un comps de silencio que el Ronco no haba previsto en su cancin, un comps que Froiln aprovech para sacarle sabor a la guitarra y Gisela para decirle a Carlos, Siempre t, hacindolo sentir pleno y perfecto y dispuesto a beberse aquella voz que de pronto dej de cantar, ahora hablaba, deca Ests, deca Conmigo, con un dejo tranquilo, coloquial, tenue, desde el que empez a subir naturalmente, sin esfuerzo, suavemente hasta las mismas puntas de las palmas donde situ su tristeza, su alegra y su sufrir y los llev al lugar secreto, altsimo y azul donde guardaba las llaves del bolero, de su vida y su pasin y su dicha y su delirio y l la quera, y cuando los tuvo soando en pleno cielo, los baj de golpe al cabar murmurando, no cantando sino murmurando Tambin, y sonriendo y llevndose el bolero y los aplausos como si tal cosa. Ermelinda dijo Se acab el bolero, y el Archimandrita, Cierto gorrin, y empez a imitar el canto de un pjaro ms triste que el carajo, pero Carlos se dio un largo trago, Voy yo, dijo, Con mis boleros, dijo, Bolero del Juez. Nadie lo conoca, y Carlos cant, muy musical y muy borracho y muy solemne, Usted es la culpable, y ah se detuvo, acusando a Gisela con el ndice. El Archimandrita fue el primero en rerse, se puso rojo pidiendo Otro, otro, y Carlos hizo una venia antes de anunciar el Bolero del Antropfago y cantar Que como un nio. Kindeln roci a su mujer sin poder evitarlo, Se jama un chama, deca, y Carlos Co, Elena tena razn, ste es poeta, y ahora, para ustedes, Bolero de la Loca, dijo y cant con voz atiplada. No seas tan ingrata, Yaaamaaamee, y por sobre el coro de risas interpret llorando el Bolero del Suicida, Al abismo, no temo ir en desenfreno, y el Bolero del Impotente, Hoy que ya no separa, y pidi Otro, otro, otro cantante, y el Archimandrita, Yo, Bolero del Sordomudo, y sin mencionar nardos ni azucenas, con una voz de bajo increblemente desafinada, cant Silencio para cerrar con brocha de oro la bolerada, dijo, y Kindeln, Voy a Noeslomismiar; A noeslomisqu?, pregunt Gisela, Miar, aclar el Kinde, y Carlos, Mear, vas a mear?, y el Kinde, No, a noeslomismiar, que no es lo mismo ni se escribe igual, como no es lo mismo un nio jugando con el tubo que jugando con l tuvo un nio, tubrculo que ver tu culo, ni emeteriosecundinozacaraslaguardia que meterlasacarlasacudirlayguardarla. Mil puntos! grit el Archimandrita. Dselos a esa ninfa, dijo Kindeln sealando a una corista que rumbeaba sobre la pasarela, casi sobre la mesa, y el Archimandrita mir hacia arriba, Se me paran las barbas, dijo, y puso cara de converso y empez a pedirle a Dios que le permitiera redimir aquel culo sagrado, aquellas nalgas sacramentales, y de pronto no mir ms, No me interesan las mujeres, dijo. Cmo?, pregunt Carlos imitando el cmo de Elena, y entonces el Archimandrita concluy, Soy yo el que les intereso a ellas, y sigui filosofando, Todas las mujeres no son iguales, dijo, Por desgracia, aadi mirando a Rosa y luego a las coristas, sas son tan lindas que no me extraara que se gustaran unas a otras, dijo, y Rosa, Qu es eso? Sexo, dijo el Archimandrita, o sea, seso, es decir, dijo, El sexo es seso, y sonri, Templar es tan rico, dijo y dej la frase en el aire, con suspensivos, y se ri con ganas, como si la risa le estuviera saliendo de la barriga, porque eran carcajadas baritonales y profundas, Que hasta con la mujer de uno es bueno, hasta con esta gorda es
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bueno, dijo, y Rosa, Ah, yo crea, y el Archimandrita, Esta mujer era tan pero tan gorda que cuando nos casamos en vez de vestirse de largo tuvo que vestirse de ancho, y fue a sacar otro chiste de su chistera, pero Carlos se le interpuso con el del ro que era tan, pero tan estrecho que tena una sola orilla, y quiso imaginar un ro tan, pero tan estrecho que slo tuviera una orilla y todava estaba en eso, como diez tragos y una vacilable borrachera despus, cuando volvi a abrirse la cortina y el Archimandrita dijo que en el segundo chou Ral Chou Moreno iba a cantar Choug, Choug, Choug, pero una trompeta se present dibujando un crculo celeste, se present jugando, cuadrando, redondeando, conversando casi, llorando y sonriendo, vacilando, hasta que un largo relmpago dorado cort de pronto el crculo de msica como si un hachazo inexplicable hubiese cercenado la mismsima fuente de la virgen, y ya todos saban que el maestro Flix Chapottn acababa de ocupar la pista del Copa, y que el mulato chino que sonrea a su lado, tentaba el micrfono con un dedo y sonrea, era nada menos que el pinareo Miguelito Cun, y era pblico y notorio que entre los dos tenan una cuatratrepa con cuatro cuatratrepitos y que quien se atreviera a tocar un cuatratrepo se cuatratrepara todito, porque Chapottn y Cun coman candela. Ahora era casi obsceno quedarse sin bailar, sin la piel, la sonrisa, los senos por los que clamaba, bramaba la trompeta del Chappo como un toro en el silencio de la noche, sin el espacio magntico y sudado y vibrante desde donde descolgar la mano por la cintura sobre la cadera, desde donde dejarla caer, modelar, resbalar como lo haca el quimbomb con la yuca seca; ahora salieron al centro porque el son llamaba, haba comenzado despacio, suave, naturalmente libre como la voz de cana y de bano y de palma real de Miguelito, que estaba calentando, cocinando el quimbomb con harina y echndole camaroncitos secos y carne de gallina y gozando el guiso que Kindeln probaba, Que riico caballeros, Miguelito sonando, soneando, Kindeln y Ermelinda girando, demostrando, y Carlos y Gisela marcando en un ladrillo, apretando, y el Archimandrita y Rosa boncheando, vacilando, y Miguelito apurando un trago de son y pidiendo Cgelo Arturo, y Arturo entrando, deslizando sus grciles dedos mulatos sobre el piano, sobre las teclas blancas y negras del piano, salvando ciertos escollos en el viaje, atravesando la presa del Hanabanilla o el puente de Cumanayagua hasta entrar en el montuno donde tena fatalmente, inevitablemente que decir a Catalina que le comprara un guayo; pero Catalina no estaba, no haba llegado, no exista quizs, y Arturo se dedicaba a llamarla, a florearla, a inventarla sobre el teclado de tal modo que sus dedos se fundan, se confundan con el negro y el blanco del marfil y del bano y todo era mulato, mezclado, entreverado, y de pronto entraban el repique de la tumba y la llama de la trompa y el ritmo de las claves y el chacha del giro y el requinto del quinto y la voz de Miguelito y el coro de los bailadores, que ahora eran una tribu mandada por Kindeln, Miguelito llameando, llamando, Kindeln convirtiendo a su tribu en un tren que arrollaba por la pista Con la mano arriba, Con la mano abajo, Con la lengua afuera, como una locomotora insaciable, eufrica, enloquecida, capaz de quitarse y enarbolar sacos y zapatos tras su jefe, que alzaba el mun clamando, El onguito!, para dar paso al coro, El onguito!, y Kindeln converta de pronto el reclamo en Miguelito!, y Miguelito llamaba Catalina! y le peda coo por su madre que le
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comprara un guayo, que la yuca, ay, Catalina!... La tribu reciba eufrica el regalo porque el son estaba inventando a Catalina, de nalgas elsticas y duras como el cuero de la tumbadora, prietas como el cuero de la tumbadora, y de piernas largas y torneadas y ricas como el son, y ahora Miguelito la estaba desvistiendo con la voz, la desvesta hasta llegarle al sexo de caimito y la dejaba marcar despus, desnuda entre el quinto y las claves y la tumba, y la tribu dndole cintura, rayando el guayo, mi negra, todas Catalina y todos Miguelito, toda son, y entonces el Chappo entraba con su trompa de oro, certero como el sonero de Hameln, llamndola, y Catalina obedeca dcilmente, a ritmo, lujuriosamente obedeca, y se iba retirando, apagando, pero fulguraba de pronto para regresar al centro de la noche seguida por el Chappo, Miguelito, Arturo, el quinto, las claves, la tumba, la tribu, el negro, la blanca, el chino y la mulata, todo mezclado, Santa Mara, San Berenito, San Berenito, Santa Mara, y el son mandando: Catalina despatarrada en la pista, pidiendo baile, bonche, bachata, y el Chappo y Miguelito dando cuero y candela y embistiendo al unsono aquel sexo inviolable, embistiendo como una pareja de cebes cerreros, embistiendo y retirndose jactanciosos, jadeantes, derrotados y vencedores porque Catalina no exista ya, la fiesta estaba terminando y ahora se acab lo que se daba y se apagaran las luces, como todas las noches. Kindeln quera seguir la rumbantela pero Carlos y Gisela tenan prisa, tenan dentro el vapor de una caldera, y el Archimandrita No jodas, negro, a quin se le ocurre en su noche de bodas, y Gisela, sa es bonita, Archimandrita, y el Kinde, No me corras mquina, chica, no me corras mquina, y Carlos prometi el Bolero del Adis, y uni las manos en un rezo para cantar A Dios le pido, y el Archimandrita, Esa que es fuerte fuerte seprala, y el Kinde, De mejores lugares me han botado, y pas el mun sobre los hombros de Ermelinda y el brazo sobre los del Archimandrita, que hizo lo mismo con l y con Rosa y se fueron cantando Seor sereno, por qu me manda a dormir?, y Carlos, Adis, adis, testigos de mi noche, y ech a correr junto a Gisela lobby arriba hasta el elevador atestado de cabareteros solidarios y borrachos que les dieron paso, Please, Pachalsta, y ellos, Gracias, Zenqiu, Merc, y el ascensorista Piso?, y Carlos, Sexo, sexo piso, y el ascensorista marc el seis y ellos muertos de risa, de ganas de hacer el amor y de orinar, y llegaron al sexto y hubo nuevos Pleases y Pachalstas y Gracias y Zenqius y echaron a correr por el pasillo hasta la puerta seis dos nueve, que suma diecisiete, dijo Carlos, Luna, mi madre astral, dijo al abrir, Buena suerte, dijo cargando a Gisela, entrando y dejndola caer en la cama sobre la que se lanz despus rugiendo, El palo del tigre!, El palo del tigre! Pero Gisela ya no estaba all, corra hacia el bao y Carlos, Maldicin! Me traicionan!, y corra tras ella y se detena junto a la puerta. Abre, en nombre de la ley!, y Gisela, No, papi, me estoy desvistiendo, y Carlos, Abre o no respondo de m!, y Gisela No te atrevas, y Carlos entr y se qued petrificado, alucinado ante los muslos color cobre, y ante el hilo de miel que descenda desde el velln oscuro y que de pronto se cort, Porque as no puedo, t ves?, dijo ella, y l, Puedes, puedes, t vers, y empez a hacer shshshshshsh y shshshshshsh y shshshshshshsh, y ella, No!, no seas malo, y l shshshshshshsh y shshshshshsh hasta que ella dijo Ay!, y el hilo dorado volvi a bajar desde el velln y entonces fue l quien no pudo contenerse, y ella, Qu vas a hacer? No! Tas loco!, y l
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dejndose ir, liberndose al mirar la unin de sus aguas en un lquido hermoso, amarillo brillante que ella tambin miraba ahora sonriendo, riendo, diciendo Dios mo, me cas con un loco! Dios mo, qu rico!, mientras l volva a mirar los muslos color canela y el oscuro monte que naca en la planicie de piel, junto al ombligo, y ceda al deseo de regarlo y ella esparca suavemente el lquido dorado sobre sus vellos y l terminaba sintindose en la luna, y cuando iba a retirarse la senta atrayndolo, besndolo justamente all, y hacindolo sentir como nunca, mami, como nunca, dijo, y dej que ella entonara aquel bolero privado sobre su miembro, aquella cancin muda que le hizo escuchar las trompetas de la gloria mientras ella se untaba el rostro y los pechos, y se paraba de pronto y lo arrastraba hacia la baadera y abra la llave y l, Que estoy vestido!, y ella, Al agua, patos!, y l, hecho una sopa, Snif, snif, mi nico traje, y ella, Jdete, y l, Buu, mis mejores zapatos, y ella, Ahora aguanta, y l, Eso crees, canalla, Ja ja ja! Esto es un trabajo para Supercarlos!, y se quit las ropas y grit: Lo he perdido todo, menos mi honor y tu amor!, y cay de rodillas y la empez a lamer como un gatico, y ella, El telfono, y l, Ji?, e jiga, sin dejar de besarla, sin importarle que ella dijera Est sonando, y mucho menos que el telfono estuviera sonando, porque estaba sonando el muy puetero como un bicho lejano, insoportable, inexistente una vez que ella le entreg los labios y abri las piernas en el agua tibia y l la sent sobre s y disfrutaron bajo la luz, mirndose y aprendindose y recordando las veces que haban sido tan comemierdas como para hacerlo a oscuras, A os militares, a os camponeses, a os trabalhadores, dijo Carlos, y los pechos de Gisela temblaron de la risa y l mir el vientre donde su hijo tendra ahora dos meses y los haba casado, y dijo Varn, y Gisela, Hembra, y repiti Varn y Gisela Hembra y as siguieron, montados en un cachumbamb de locura. Despus ella lo ba a l y l a ella, y se contaron los lunares y se regalaron las barriguitas, las boquitas y los pipicitos, y l la llev en brazos hacia el cuarto cantando la Marcha Nupcial, Tan tan tatn, Tan tan tatn, y la tendi en la cama y se acost a su lado dicindole Mi crocante de man y Mi currucuc paloma, y el cabrn telfono volvi a sonar, Jalouuu?, respondi l, dispuesto a vacilar, Enteramente dedicado a labores propias de mi sexo, dijo, S, cmo no, dijo, Enseguida bajo, y colg. Era el Fantasma, dndoselas de chistoso, le explic a Gisela, dice que me presente de completo uniforme, que los yankis decretaron un bloqueo y nos amenazan con la atmica, y ella, Qu lindo, a estas horas con ese recado, y Tpate los ojos, papi. l los cerr, escuch un frufr de telas, una msica suave en la radio y el Ya! de Gisela que se haba puesto una deshabill blanca y bailaba una danza indefinible, entre clsica y moderna y ridcula, y entonces el cabrn telfono volvi a sonar. S, dijo l imitando la voz de Gisela, Cmo? No, si ya Carlitos se fue hace rato y me dej sola de solemnidad, dijo, y colg y llam a la pizarra, Seorita, le habla Tomasn Galindo, no me pase ms llamadas, estoy en un asunto de vida o muerte, dijo, y volvi a colgar. Ahora para siempre, amada ma!, declam avanzando hacia Gisela, abrazndola y dirigindose al balcn, y ella No, que ests en cueros!, y l, Pero con las manos en los bolsillos, y el aire era fro y se besaron y empezaron a escuchar y a mirar el mar que de pronto result iluminado por la luz clarsima y azul de dos inmensos reflectores: las olas rompiendo blancas contra el muro, inaudible ahora, el
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traqueteo poderoso de una columna militar avanzando por el malecn y cubriendo la noche. Papi, pasa algo, dijo ella, y l, congelado, S, y entraron y la radio estaba trasmitiendo un comunicado que escucharon sin respirar. Coosumadre!, dijo l, Dame la ropa rpido, pero Gisela no se movi, estaba derrumbada sobre la cama, sollozando. Dale!, dijo l, ponindose un calzoncillo, y ella convirti los sollozos en un llanto largo y desatado y l le acarici el pelo, Qu te pasa, mami?, y ella, sin volverse ni dejar de llorar, Que estos hijoeputas, coo, no la dejan ni casarse a una. Ni templar en paz la dejan a una, yankis de mierda, coo!, y l la volte y le dio un beso en la frente y le dijo Bueno, pero aprate, y ella, S, y le alcanz la ropa y se visti y empez a recoger, diligente y rabiosa, y cuando las maletas estuvieron hechas, l fue hasta el radio que trasmita otra vez el comunicado La nacin en pie de guerra y lo apag, mientras Gisela, ya en la puerta, paseaba la vista por la habitacin y preguntaba, No se queda nada?
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Desde el principio supo que el yipi se estaba despeando y acert a gritar Frene, teniente, frene!, sintiendo que era intil, que seguiran ladera abajo y deba aferrarse a los hierros tratando de aminorar los golpes y prever si aquel cacharro se volcara reventndoles la cabeza contra una roca, si se estrellara contra los eucaliptos que pasaban vertiginosamente por su lado y se incendiara haciendo verdad el Bolero de la Bomba, o si sucedera lo imposible y caeran en el fango del ro que sonaba lejano en la noche y que amortiguara el trastazo y el miedo y suavizara el rostro demudado del teniente, que ahora haba abierto la puerta y le gritaba Trese, miliciano, tires!, mientras l se aferraba a los hierros entre el violento desplazarse de los rboles, las piedras, la tierra y la noche y escuchaba el grito desesperado del teniente y lo vea saltando, sumindose en lo oscuro, y se senta solo, indefenso, deseoso de que aquel suplicio terminara de cualquiera de las mil maneras posibles y terribles, terminara de una cabrona vez con el choque contra la noche que se le vino encima cuando el yipi salt en una hondonada y rod en el aire y golpe contra una piedra, ladendose y lanzndolo bocarriba sobre la tierra, bajo el cielo negrsimo y estrellado donde por un momento se sinti estpidamente feliz. Intent moverse y un dolor feroz lo detuvo, lo oblig a palparse, y entonces toc su sangre, clida y viscosa, tuvo una sudoracin fra e intensa, trat de incorporarse y el dolor lo mantuvo uncido a la tierra, gritando Aqu, teniente, aqu!, escuchando cmo las voces terribles del eco le devolvan su miedo en medio de la noche, que de pronto record poblada de nimas en pena, jinetes sin cabeza, gijes, sombras de ahorcados mecindose en las ramas de las seibas, fuegos perpetuos, dao a lo largo de aquella vereda desconocida que lo condujo al socavn oscuro donde los muertos reproducan sus voces por barrancos y torrenteras obligndolo a gritar, a llorar y a gritar en una lucha intil por sobreimponerse a los alaridos nocturnos de la muerte que lo estaba buscando con sus fuegos, cercndolo, llamndolo, dejndolo sordo al borde del vaco irremediable en que lo sumira si no lograba gritar como ahora, cuando el dolor altsimo lo detuvo, lo hizo pensar que la puta lo haba atrapado sobre aquel yerbazal remoto donde cualquier esfuerzo sera intil, donde era incluso agradable yacer si uno permaneca tranquilo, callado, esperndola. Lentamente el dolor y la confusin fueron cediendo. Las ruedas dejaron de girar, el yipi qued ladeado, con los faros encendidos, iluminando una palma y una seiba en cuyo tronco descomunal alentara quiz el alma de Chava. Carlos se palp la cabeza, slo sinti dolor bajo la presin de los dedos. No iba a morir, no necesitaba siquiera gritar, el teniente estara buscndolo y lo encontrara, guindose por los faros. Despus reiran juntos y l inventara el Bolero del Accidente como haba inventado el de la Bomba, para matar el tiempo, as era la vida de cabrona. Aquella maana, aburrido de buscar en el cielo el avin de la
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atmica que los mandara a todos al carajo, haba empezado a cantar boleros. Tuvo un xito espectacular, todas las dotaciones se agruparon alrededor de su can rindose como locos y llegaron al despelote cuando l anunci: Bolero del Sordomudo, y cant Silencio!, pero en eso el teniente lleg corriendo a la batera y orden Silencio!, y aquello fue el acabose. Los milicianos no podan evitar las carcajadas. El teniente se irrit de mala manera e iba a sancionar a media humanidad cuando Carlos se hizo responsable, Estaba cantando boleros cmicos, dijo. El teniente sigui con cara de berrinche y Carlos tuvo una iluminacin, Por ejemplo, dijo, Bolero de la Bomba Atmica, y cant, Slo cenizas hallars. El teniente tard un segundo en entender, de pronto estall en una carcajada y despus dijo, La bomba, cenizas, muy bueno, muy bueno, y sali corriendo para cantrselo al capitn. Esa noche les comunic que las tropas coheteriles haban derribado un avin yanki, un modernsimo U2, y que la guerra nuclear poda desatarse en cualquier momento: necesitaba un voluntario para que lo acompaara en una misin urgente. Toda la batera se ofreci, pero el teniente seleccion a Carlos para que le cantara boleros y no dormirse en el camino. Se divirtieron muchsimo en el terrapln lleno de pendientes y curvas endiabladas por las que el yipi corra como un cohete. El teniente dijo estar hecho talco, muerto de sueo y de cansancio, pero no poda parar ni aflojar, miliciano, porque el mensaje era urgentsimo. Carlos se senta bien, heroico en aquella misin especial, aunque tena la certeza de que al teniente le gustaba el peligro, le gustaba cuquear, jugar con el peligro mientras guiaba el yipi como un caballo pidindole ms en las cuestas, gritndole en las curvas, felicitndolo en los descensos vertiginosos, T eres bacn, coo, eres un yipicito bacn, corre, carajo, que los yankis nos quieren joder, y estallando de alegra en las rectas al lanzar el yipi contra el impenetrable muro de la noche, contagiando a Carlos que se senta ganado por el vrtigo, As, teniente, as!, mientras pensaba en sus compaeros muertos de envidia junto a los caones y soaba que el yipi competa con el avin de la bomba y vea de pronto la curva cerradsima y gritaba Frene, teniente, frene! sintiendo que era intil, tan intil como intentar moverse ahora. Deba tener paciencia, esperar a que el teniente llegara para cantarle el Bolero del Accidente, Fue la noche de mi muerte, murieron mis esperanzas, y aunque hubiese deseado caminar saba que no iba a lograrlo. Pero el teniente se demoraba demasiado, haba tenido tiempo para llegar diez veces desde el sitio donde se haba tirado hasta aquel en que Carlos yaca, rechazando la peregrina idea de que el oficial se hubiera destrozado contra una roca y de que l tambin estuviera condenado a morir. La verdad tena que ser distinta: el teniente habra subido hasta la carretera para buscar ayuda y no tardara en bajar con otros compaeros para salvarlo. Deba controlarse, resistir el dolor que haba vuelto en unos latigazos rtmicos sobre el rostro. Comenz a palparse y lo descubri hinchado, tal vez deforme, ennegrecido por las contusiones y la sangre. Se removi los dientes, sinti que cedan, escupi, cont tres sobre el cuenco de la mano y volvi a gritar. No llamaba a nadie, gritaba de horror mirando los dientes y escupiendo sangre, intentando incorporarse, sufriendo el dolor atroz que lo dej tendido sobre la yerba. Iba a morir; iba a morir perdido, desangrado, solo; iba a
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morir, mi madre, Dios mo; iba a morir, Gisela, sin haber visto siquiera nacer a su hijo, pensando por no haber cado en Girn de cara al enemigo, pensando que aquella muerte oscura y sin gloria era la justa para un tipo como l, que llevaba meses apartado de todo con el pretexto de su convalecencia por el Sndrome del Izquierdismo, y que slo ahora, en manos del ratn y la puta, era capaz de reconocer hasta dnde se llen de resentimiento y amargura al perder la presidencia de la Escuela, de recordar qu trabajo le cost vivir siendo un don nadie, cmo corri hacia el Malecn la noche que Munse rompi el libro para el control de las palabrotas, y le grit al mar todas las obscenidades que tena acumuladas en el alma. Haba sido un coyundero, un ignorante e incluso un miserable, s, un miserable, no haba otra palabra para calificar su apoyo a lo del Testamento ni el silencio culpable que guard ante la mentira de su leyenda. Ahora se reprochaba no haber encontrado valor para reconocer pblicamente esos errores y le peda a la vida otra oportunidad, un nuevo chance, un chancecito para hacer siquiera algunas de los millones de cosas que haban quedado debiendo: demostrar, por ejemplo, que ya tena el valor de disciplinarse y participar como soldado donde haba sido capitn. Munse lo haba acusado de no tenerlo, le haba dicho liberal, orgulloso y autosuficiente porque desbarraba contra el oportunismo en los pasillos y se negaba a colaborar con los nuevos dirigentes de la Asociacin, y Carlos le haba replicado con el cuento del alacrn que clav su ponzoa sobre el lomo de la rana mientras sta lo ayudaba a cruzar un ro. Pero ahora, con el rostro hmedo de lgrimas y sangre bajo la noche ltima, reconoca que su perversa respuesta daba a Munse toda la razn: no slo haba sido sectario, coyundero, miserable, resentido e ignorante, sino tambin orgulloso, autosuficiente, vanidoso y liberal, y prometa desde lo hondo del corazn no seguir sindolo, laborar oscuramente, humildemente, con el valor y la entrega del ms esforzado comunista si la vida le daba una oportunidad. De pronto oy un ruido, un ruidito, algo que poda provenir de la lejana presencia del teniente o de un campesino buscndolo. Sinti una alegra primaria, tuvo la certeza de que alguien llegara para devolverlo a la vida, y grit y grit hasta enronquecer, con el temor de haber escuchado en realidad los pasos escurridizos de la muerte. Entonces lo asalt la idea de que el abuelo lvaro podra estar vindolo llorar como un pendejo, y se trag los gritos, las lgrimas, la sangre, como lo hacan, sin duda, los mambises moribundos en el fondo de la manigua. As quera morir. Sus errores polticos haban tenido al menos una causa digna: el odio al oportunismo, y se sinti mejor al repetir frente a la muerte que seguira odindolo y morira odindolo y no transigira ante la actitud rastrera de tipos como Osmundo el Cochero, corchos habituados a flotar en cualquier corriente, camaleones capaces de cambiar de criterio como de camisa, pescadores en los ros revueltos de la poltica, pendejos. Se desesper al comprender ahora con una claridad quemante, que su hbito de atacarlos en los pasillos y de no asistir a asambleas ni a reuniones les haba abierto el camino. Deba haber colaborado con la Asociacin para denunciarlos adentro, organizadamente, sistemticamente, como haca Munse, hasta desenmascararlos y tronarlos; pero se haba jurado no participar en nada mientras Osmundo siguiera siendo Secretario de aquella mierda, asimismo se lo dijo a Gisela, de
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aquella mierda, una tarde que estaba al borde de reventar y ella lo calm con un masaje en los hombros y se sent en la cama de la posada, temblando como una nia, y le confes que se haba equivocado en la cuenta, que estaba en estado y que quera tenerlo, y se qued mirndolo con una ansiedad dolorosa, leyndole en los ojos la sorpresa, el temor y la duda, oyndolo decir, Mi amor, pero eso hay que pensarlo, y echndose a llorar, ovillada sobre s misma, mientras l pensaba que aquello era una locura y se le pasara, que no quera casarse tan joven, que no tenan dnde vivir ni cmo mantenerlo, y le pasaba la mano por el pelo dicindole, Ya, nia, ya. Entonces Gisela sac la cabeza de entre las piernas, como si estuviera naciendo de s misma, y le dijo: Lo voy a tener, quieras t o no quieras, y continu llorando mientras se acariciaba el vientre que l identificaba ahora con el sitio del amor y la vida, aquel donde haba prendido al fin su semilla, su credencial de hombre. Pero entonces quiso razonar que no era el momento y encontr en Gisela un muro de obstinacin; haba dejado de llorar y le deca que no iba a pedirle nada, que lo gestara y lo parira sola, lo amamantara y lo educara sola, y que l poda seguir su camino. Carlos ensay ser duro, le dijo Bueno y la vio desplomarse sobre l, quedar gimiendo en su pecho como una gata que de pronto lo bes con furia, excitndolo, ahorcajndose sobre su sexo, mirndolo con un brillo de locura y dicindole, No me vas a ver ms. Ofendido por la confianza demencial de la amenaza l grit, Cllate!. Ella se acarici lentamente el cuerpo con las manos abiertas, desde las rodillas hasta los pechos, y se pellizc suavemente los pezones mientras deca, Mrame bien, no me vas a ver ms. La abofete cegado por el odio y el amor, por el deseo, pero apenas tuvo tiempo de arrepentirse. El rostro enrojecido de Gisela se hundi en su cuello hacindole sentir el doloroso placer de una mordida que l devolvi en el hombro, y siguieron mordindose, besndose, entregndose las sangres, hacindolas una como los cuerpos que terminaron exhaustos. Entonces Carlos se dio vuelta y se durmi, y ahora pensaba que su desesperacin, su locura al despertar solo en la oscuridad de la posada haban sido casi tan grandes como la que senta frente a la muerte en la oscuridad de la noche; pero en aquel momento pudo correr a casa de Gisela y valerse de sus suegros para que intentaran sacarla del cuarto, de donde se negaba a salir a menos que l le mandara una respuesta que no poda dar sin afectar su condicin de hombre. Y entonces fue el desastre: el suegro se dio cuenta de que Gisela estaba en estado y bot a Carlos de la casa, acusndolo de abusador y sinvergenza, la suegra intent explicar que esas cosas pasaban entre los jvenes y el suegro arm un escndalo descomunal; y en ese preciso momento Gisela decidi salir del cuarto, dijo que se iba, que no la dejaban vivir, y su padre le fue arriba. Carlos se interpuso entre l y Gisela, la suegra entre su marido y Carlos, y todos gritaban a la vez mientras los muchachos lloraban, los vecinos acudan, el barrio entero se enteraba de que Gisela se casara el mes que viene, alguien traa una botella y Carlos soportaba el brindis como el peor momento de su vida. Y ahora, inmvil, desamparado, bendeca la locura por la cual su hijo alentaba en el vientre de Gisela, desde entonces la mujer ms feliz del planeta, que al fin destruy sus aprensiones a base de alegra, estuvo de acuerdo con que l siguiese viviendo en la Beca y slo lo contradijo en un punto: tendran una
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hembrita. Carlos no poda evitar una mueca cuando ella agregaba que, adems, sera puta como las gallinas, pero Gisela lo calmaba invitndolo a practicar los deportes nacionales: el jaibol, la nadacin, el vaciloncesto y el joder sobre el csped, y ahora l, jodido sobre el csped, se entregaba al recuerdo de las veces que haban hecho el amor en el Bosque de La Habana, y le peda a la suerte que su hijo fuera macho, varn, masculino, y escuchaba la suave voz de su madre dicindole: Las hembras quieren ms a los padres, y la vea, contenta por primera vez desde que Jorge volvi al exilio, cosiendo la canastilla de la nieta que iba a criar, deca, Porque hace falta un nio en esta casa. Hubo slo un momento de tensin, y fue cuando Gisela precis: Una mulatica. Su madre sigui cosiendo, suspir y dijo: Una mulatica, l tom conciencia por primera vez de que su hijo no sera blanco, y dese que por lo menos fuera adelantado, pareciera blanco, y sufri el temor de que saliera al bisabuelo de Gisela, negro prieto segn los recuerdos de la familia, para avergonzarse ahora ante la memoria vigilante de Chava, encarnada quiz en la seiba iluminada por los faros del yipi, y tener una miseria ms de qu arrepentirse ante la muerte. Slo poda decir a su favor que a pesar de todo haba aceptado tenerlo, mezclar la sangre que ahora se escapaba lentamente de sus venas en el ro de todas las sangres que le iban dando a los habitantes de la Isla el color nico y diverso, hermoso y resistente de la buena madera. Y lo haba hecho con la alegra, el amor y la esperanza que llenaron aquellos das felices en que la familia de Gisela, y sus amigos, guiados por Kindeln y el Archimandrita, consiguieron prodigiosas cantidades de comida y cerveza y organizaron la primera fiesta que se daba en su casa desde los tiempos remotos en que los negros suban por la ladera de la furnia a beber y empear sus prendas. De eso poda estar orgulloso, en su boda se haban mezclado blancos y negras y chinas y mulatos en una recholata gigantesca mientras ellos escapaban hacia el hotel con sus testigos, Kindeln y el Archimandrita, que estaba borracho y deca que su regalo, una semana en el Riviera, inclua noche en el cabar para los cnyuges con sus testculos, aquella noche memorable en que l y Gisela hicieron otomas que ahora recordaba perplejo, preguntndose si el desafuero no haba sido excesivo, si deba arrepentirse de haberla orinado y visto orinar, mientras la imagen de Gisela desnuda, plcidamente sentada sobre la taza, enloquecidamente feliz al recibir el clido duchazo de su orina, se iba imponiendo como la imagen de la belleza misma de la vida, reduca la pregunta a su simple condicin de estupidez y lo obligaba a reconocer que si de algo deba arrepentirse era de haber sido tan comemierda, tan moralista, de haber dividido los amores en puros e impuros dejando tanto placer, tanto locura, tanta vida encerrada en el oscuro compartimiento de lo prohibido slo para aorarla ahora, cuando ya no era posible vivirla y rabiaba contra la amenaza de ataque nuclear que lo haba interrumpido justamente cuando empezaba su delirio. Tambin poda estar orgulloso de su respuesta, de su desesperada carrera hacia la Beca, de su alegra al ver la hilera de camiones y los milicianos conversando en las aceras, y saber que los haba alcanzado, coo, los haba alcanzado y tendra tiempo para cambiarse de ropas y bromear un rato antes de partir, con rumbo desconocido, mientras perda de vista la inmensa valla con la
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imagen de Fidel perfilndose contra la montaa, fusil al hombro y mochila a la espalda: Comandante en Jefe: Ordene! Iban cantando, Soy comunista, toda la vida / o bela chao, bela chao, bela chao, chao chao... cuando se dio cuenta de que no podra cumplir el juramento porque la Unin de Jvenes Comunistas, recin constituida en la Escuela, haba considerado inconveniente analizar la posibilidad de otorgarle la militancia. T eres un comunista sin carn, le haba dicho el Archimandrita por aquellos das, y l se aferr ahora a la frase convencindose de que era cierta y preguntndose cmo morira un comunista. Luchando, se dijo, pero contra qu? De repente la idea de morir volvi a horrorizarlo y empez a palparse febrilmente el pecho; no tena all ninguna herida, los dolores provenan de la cara y las piernas. Y si se hiciera un torniquete para contener la sangre?, si ganara tiempo?; quiz alguien pasara por aquel sitio al amanecer y entonces, si lograba resistir, estara salvado. Comenz a arrastrarse de espaldas, apoyado en los codos, soportando un dolor intenssimo, hasta alcanzar la seiba; all acumul faenas para sentarse y se recost gimiendo contra el rbol sagrado al que no se le podan dar doce vueltas a las doce de la noche, donde no se orinaba. Sinti el clido aliento de la madera en la espalda como si fuera el latido de la sangre de Chava; se quit la camisa, intent romperla en tiras, no pudo y la torci para hacerse un torniquete en el muslo. El esfuerzo lo oblig a cerrar los ojos, mareado, aterido y sudoroso; despus mir al cielo para pedirle ayuda al abuelo lvaro y se sinti pequeo y perdido ante la oscuridad. Existira Dios?, los muertos vigilaran realmente?, tendra la vida algn sentido si uno se mora y ya? Descart las respuestas que daban sus libros, ahora no le servan para nada; pero se sinti doblemente perdido, flanqueado por el miedo de abandonar la terrible certeza del atesmo y por la repugnancia de encomendarse a un dios improbable, en una especie de oportunismo ltimo. Entonces vio las luces rojas de un avin brillando en el cielo negrsimo y tuvo el plpito de estar ante el destinado a lanzar la Bomba, el arma definitiva que habra de incinerar la Isla, el Mundo y los recuerdos convirtindolo todo en una nada oscura y sin sentido. Se sinti iluminado por la inminencia del final: los muertos existan, y tambin Dios, pero slo en la memoria, en los deseos en la imaginacin o en el horror de los vivos; el abuelo lvaro estaba en su alma como el deber o el dao, como los hroes, los mrtires, los grandes traidores y los dioses en el alma de todos. Sigui mirando el avin mientras se preguntaba cmo sera el ltimo instante e imaginaba una luz inmensa en la que palparan como ciegos antes de que desapareciera la tierra y, con ella, el cielo y el infierno; Slo cenizas hallars, pens, dndose cuenta que no quedara nadie para hallar nada, y que la segunda estrofa, de todo lo que fue, era el definitivo, implacable final de su ltimo bolero. Pero entonces el avin se perdi tras los penachos de las palmas, volvi el silencio y l se concentr en el horror de su pequea muerte. La reflexin sobre el holocausto le haba revelado de un modo brutal que su deseo de ser un hroe no slo estaba hecho de desinters y entrega, sino tambin de ansias de poder y de gloria, y aun de la oscura e instintiva necesidad de dejar una huella en la memoria de los otros. Nunca se lo haba confesado, tal vez nunca lo haba entendido con tanta claridad como ahora, desesperado, desnudo ante la nada, cuando la conciencia del fracaso haca ridcula su pretensin. All estaba muriendo nadie:
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Gisela lo recordara durante un ao, su hijo no llegara siquiera a conocerlo, su madre se ira pronto y el abuelo lvaro y Chava desapareceran con l cuando no tuvieran ya quien los evocara. Sinti una rabia amarga contra el destino que le haba impedido morir en Girn, darle a un hospital o a una escuela aquel nombre oscuro que comenz a tallar con la mirilla de su pistola sobre la raz de la seiba. Haba escrito Ca, cuando un respeto atvico lo detuvo: no deba seguir hiriendo a Chava. Acarici la slaba que poda continuarse como carlos carajo camarada caste, esboz una sonrisa dulce, vio cmo las luces del yipi se apagaban y pens que era cierto, que toda la gloria del mundo caba en un grano de maz.
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Cuando llevaba tres horas mirando vidrieras y pensando en dlares, los dolores de pies y de cabeza se le hicieron insoportables. Estaba cansado, aterido y hambriento, pero no poda invertir tiempo y dinero en sus propias necesidades. Partira al amanecer, no iba a regresar a la Isla sin regalos. Cmo se dira boticas? Drug store era botica, pero en singular, de farmacia. Aquel vestido estaba bonito para Gisela. Costaba? Veinticuatro, paloma. Imposible, tena solo veinte y quera llevarle algo a su madre, a su hija, a su mujer y a sus suegros. May I help you, sir? Dio un salto. La jerigonza haba sido rpida e inesperada y no entendi ni jota. El empleado lo miraba como a un bicho raro. Nouu atin a decir, y se alej rpidamente, sin mirar atrs. As no poda seguir. Tena que dominarse, atreverse a comprar. Una rfaga helada le hizo arder la cara y el cuello. Hundi la barbilla y se detuvo frente a otra tienda. Tom is a boy, murmur, and Mary is a girl. Su imagen se reflejaba en el cristal, junto a los elegantes maniqus, como en una extraa pecera. Tom is in the classroom and Mary is in the classroom too, le dijo a su reflejo, y se ech a rer. Era como si Tom y Mary, los viejos muequitos del libro de ingls, hubiesen crecido con l y ya no estuviesen in the classroom sino in the, cmo coo se dira vidriera, escaparate? Tom and Mary are in the, dijo y se qued en blanco. El abrigo que le haban prestado para el viaje era francamente horrible. Pareca un cura hablando solo. Podan tomarlo por un loco. Volvi a apurar el paso. Las manos le dolan del fro. Al meterlas en los bolsillos palp la plantilla de Mercedita. Cmo se dira? Zapatoes, como patatoes? Zapetious? Se detuvo ante la otra vidriera llena de Toms y Marys sonrientes que se miraban entre s, como si se estuvieran vacilando mutuamente los trajes. Quedaban cuarenta minutos para que cerraran las tiendas. Tena que entrar, Dios mo, tena que entrar. Se llen los pulmones de aire fro, atisb el interior iluminado, murmur Ahora, coo, y sigui como un tiro hasta la otra cuadra maldiciendo su cobarda. De pronto se ech a rer. All estaba, escrito frente a l, sobre un par de zapatos puntiagudos que se parecan muchsimo a los que haba usado su padre los domingos: Shoes. Choes? No, en ingls oe sonaba ou. Ou o uve? Uve o doble uve? No importaba. En ltima instancia podra salir, sealar con el dedo y pujar como los cromaones: U, u. Al entrar se sinti confundido. Desde el exterior la tienda pareca pequea, pero era enorme, con muchas secciones, y estaba brillantemente iluminada en comparacin con el cielo gris y encapotado. What can I do for you, sir? Era una dependienta alta, delgada, rubia y pecosa. Hablaba mostrando los dientes, blancos y parejos como en un anuncio. Tena los ojos de un azul limpsimo. Verdaderamente, una beautiful seorita. Carlos no entendi su pregunta, pero le devolvi la sonrisa y
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I one show dijo. I beg your pardon? La rubia estaba perpleja. l sinti que algo no haba funcionado bien. Quiz sus dientes postizos no se llevaban con el ingls, de modo que decidi esmerarse en la pronunciacin. I want show dijo. La rubia pestae como Betty Boop. Sorry, sir. I cant understand you. Qu, qu?... pregunt l automticamente, y aadi: What? La rubia repiti su frase muy lentamente. Carlos tradujo: Lo siento, yo no puedo entenderte, y se sinti estpido al pensar que pareca la letra de un bolero. Entonces decidi eliminar todas las palabras innecesarias. Show! grit. La rubia lo mir aterrada. Excuse me, sir dijo sin sonrer, y dio dos pasos atrs, cubrindose el collar con la mano derecha. Carlos decidi apelar al mtodo de los cromaones y se acerc a la rubia para conducirla hasta la vidriera. Don.t touch me! grit ella, retrocediendo. Estaba al borde de un ataque de histeria. Whats going on? pregunt un empleado que se acerc a socorrerla. This man is insane dijo la rubia echndose a llorar. Get out! grit el empleado. I want show explic Carlos tocndose un zapato. Entonces pens en el plural y rectific. Shows. Oh, shoes! dijo el empleado echndose a rer. You want shoes, don.t you? Yes ratific l con una mezcla de alegra, asombro, rabia y vergenza. Chus. Algunos clientes haban formado un grupo en torno a ellos. El empleado los mir sonriendo, acarici la cabeza de la rubia y le dijo: He wants shoes, thats all. This man is insane repiti ella mirando al suelo. Oh no, dear razon el empleado. He is just a foreigner. An insane, dirty, Latin foreigner dijo decidida la rubia. Tell him to leave me alone, will you? Okey, sweetheart dijo el empleado, dndole una palmadita en la mejilla. Y dirigindose a Carlos: Follow me, please. El grupo de curiosos se disolvi en silencio. Carlos pens que en Cuba todos hubiesen dicho algo. Pero all ni siquiera l se atrevi a hablar, porque el dilogo fue demasiado rpido y no entendi nada. Slo que haba dicho chou en vez de chus y la rubia comemierda se puso histrica. La intuicin lo hizo seguir al empleado. Necesitaba sus chus. Le dola horriblemente la cabeza. El hombre se detuvo en la seccin de caballeros con un giro teatral y elegante. You can choose here dijo.
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Por fin era chus o chuuus? Daba igual, no tena nada que hacer en aquella seccin. Nouu. Soun para my girl baby explic, meciendo los brazos como cuando acunaba a Mercedita. Oh, I see. Follow me, please volvi a decir el hombre, y l volvi a seguirlo y lo vio repetir el giro teatral y elegante en la seccin de canastillas y Nouu le dijo. El dependiente respir como si estuviera muy cansado. Lets see dijo. How old is your daughter? Waht? How... okey?.. old... okey?... is your daughter? repiti el hombre con una ansiedad apenas contenida. Carlos le pidi que esperara, alzando la mano izquierda, y se llev la derecha a la frente. How era cunto, okey era okey, old era viejo. Cunto viejo? Eso estaba okey. Y daughter... daughter?, daughter no era hija? Claro! Le haban preguntado cunto viejo es su hija. He is grandeicita dijo. He? pregunt confundido el empleado. Yes respondi Carlos. Is... okey?... grandeicita..., okey? El empleado dej caer la cabeza. Carlos se toc el muslo indicando la altura aproximada de Mercedita y vio que el hombre se quedaba mirando la suela de su zapato ortopdico. Entonces tuvo una iluminacin. Tri year dijo mostrando tres dedos. Tri. El empleado le condujo en silencio a la seccin de calzado infantil y puso unas boticas sobre el mostrador. Carlos sac la plantilla e intent introducirla en el zapato. Oh, my God! murmur el empleado. God? No era gud? La plantilla se dobl dentro de la botica. Por qu a Gisela se le habra ocurrido recortarla en papel, Dios mo, y no en cartn? Trag en seco e introdujo dos dedos en la botica, intentando extender la plantilla y precisar si aqul era el nmero adecuado. Okey? pregunt el dependiente. No respondi. Tena los dedos sudados y le resultaba muy difcil determinar al tacto si la plantilla llegaba al extremo del zapato, si se quedaba corta o si estaba todava doblada. Senta un calor insoportable, pero no se atreva a interrumpir la operacin para quitarse el abrigo. Is that it? insisti el dependiente. Cerr los ojos. Estara sintiendo en el mismo punto las puntas de sus dedos, de la plantilla y del zapato? No, pareca que no. Deba protegerse comprando un nmero mayor. Nouu god dijo. Bullshit! mascull el dependiente. Big pidi Carlos. El dependiente tir un par de botines sobre el mostrador y mordi sus palabras. Now, listen. We are about to close. Those ones or none, okey?
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Carlos no entendi, pero se senta sin fuerzas para volver a probar. Se guard la plantilla, le pidi a Dios que aquellos malditos botines le sirvieran a Mercedita y respondi: God. Gless you, bastard murmur el dependiente con una sonrisa, antes de conducirlo a la caja. Eight dollars, sir le inform la cajera. La mir confundido. Las boticas no tenan marcado en la suela un ocho, muerto, sino siete trenticinco, culo de araa. Por qu aquella mujer le peda eit? Lo quera joder a l, un jodedor? Nouu dijo, sealando el precio en el marchamo. Plus tax, sir. Eight dollars insisti tajante la cajera. Se senta sin fuerzas para discutir. Extendi sus veinte dlares y recibi el vuelto pensando que le haban hecho un nmero ocho. Se dirigi a la salida, exhausto. All se dio cuenta que el dependiente lo haba acompaado. Zenquiu le dijo. Goodbye, sir... le respondi el hombre volviendo a sonreir, and never again. Devolvi la sonrisa. A pesar de los pesares, el tipo lo haba atendido con paciencia. Tena las boticas. Pero tambin un cansancio, unos deseos de orinar, una sed y una desazn descomunales. Mir hacia la tienda, vio a la rubia y se sinti humillado. No comprara ms. Haba nacido desnudo. Al carajo las cosas. Despus de todo la mayora eran de plstico. La calle le result extrasima, ahora que haba dejado de mirar vidrieras. Era absurdo que a las cinco de la tarde fuera casi de noche. Se sinti deprimido por la falta de luz y de mar y por el cielo plomizo y por el cortante fro de otoo. Qu haca en Canad? Si sus enemigos tenan razn haba cado all por pura soberbia. Tan sencillo como eso. Pero, tenan razn? Fue acaso por soberbia que abandon los estudios para ir a dar de carambola, al cabo de tantas vueltas, a esa situacin estpida? Qu culpa tuvo l de que la Escuela se negara a examinarlo en el hospital y lo hiciera perder un ao? Qu culpa de que la Juventud, por segunda vez, no quisiera procesarlo, aduciendo errores que para l ya estaban superados? Qu culpa de que ante aquella obstinacin empezara a soar con irse a la guerrilla o de que Gisela, despus de haberlo cuidado como a un nio durante su convalecencia, lo pusiera entre la espada y la pared, a raz del nacimiento de Mercedita, conminndolo a dejar la beca, a conseguir trabajo, a asumir sus responsabilidades de marido y de padre? No, no haba sido la soberbia, sino la necesidad, la que lo llev a emplearse en el Centro de Estudios Internacionales. Y haba trabajado bien, tanto, que el Director del CEI lo llam workaholic cuando Carlos se atrevi a criticar sus mtodos. O sea, tradujo el Director, que era obsesivo trabajando, pero por vicio, no por comprensin de la tarea, y mientras el tipo se luca descargndole, Carlos sinti encenderse en su interior una lucecita de peligro. Le estaban avisando que no deba chocar con su jefe. No volvi a hacerlo. Se concentr en lo suyo. Se desviva por atender a los valerosos camaradas latinoamericanos que venan del centro del volcn o iban hacia all, a
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jugarse el pellejo, le fascinaba permanecer en la oficina hasta la madrugada leyendo, releyendo, escudriando recortes y traducciones de cuanta noticia, artculo o ensayo sobre el movimiento guerrillero en Amrica Latina se publicara en el mundo. Y en medio de las frecuentes discusiones con Gisela, que segua reprochndole su desinters: no le daba una mano en las tareas cotidianas, no haca una cola, no se ocupaba de su hija, no se haba hecho siquiera cederista, volvi a pensar que su sitio verdadero estaba en la Sierra de Falcn, en los bosques de Jujuy o en las montaas de Cundinamarca. Pero estaba en Canad. Qu coo haca all? Cuando le hablaron de un viaje pens en el Che, en la guerrilla, en algn enlace, contacto, riesgo. Nada de eso: deba asistir a un acto de solidaridad con Cuba en Winnipeg, junto a Felipe Martnez, y all estaba, mirando como un estpido aquel automvil que pareca ciego porque tena los faros cubiertos con unas piezas semejantes a pestaas. Desde nio se haba habituado a reconocer marcas y modelos de automviles, y ahora, despus de seis aos de bloqueo, confunda el Ford con el Buick. Los carros le resultaban tan ajenos como los anuncios y el idioma, era como si en cierto punto del camino el mundo en que naci hubiese tomado otro rumbo hacindole perder las claves de aquel en que se hallaba. Cmo coo se dira servicio? Por suerte los del Comit de Solidaridad con Cuba eran buena gente. Buensima, desinformadsima gente. Se pasaron todo el tiempo haciendo tmidas preguntas sobre la libertad de expresin y de prensa y la ausencia de elecciones y las relaciones con la Unin Sovitica. Por ms que les explic, no entendieron la democracia directa ni la dictadura del proletariado. Procubanos antisoviticos. El mundo era ms complicado que el carajo. Qu sera aquella estructura ferrovtrea tan llamativa? Dobl por James Street dirigindose al edificio de hierro y cristal y pensando en los tipos del Comit. No logr entenderse con ellos despus de todo. Se portaron maravillosamente bien hasta el da y hora en que dur la invitacin, y despus los dejaron solos, sin traductor. Sajones. Un cubano no hara eso. Pero estaban contra el bloqueo y defendan y queran a Cuba. Qu ms se les poda pedir? Se detuvo admirado frente al edificio de la terminal de ferrocarriles y record con tristeza su viejo plan de construir alguna vez la Ciudad del Futuro. Ya nunca lo hara. Haba aprendido que antes era necesario construir el Hombre del Futuro. Entr al enorme saln abovedado, all tena que haber un bao. Cmicos los tipos. En la ltima recepcin recogieron trescientos dlares y quisieron enviarlos a Cuba como ayuda. Cuando se neg a aceptarlos intentaron drselos como un regalo personal. No entendieron que tampoco los quisiera. El hombre del pasado tena un signo de pesos en la frente y reaccionaba confuso y desconfiado ante quien no llevara aquella marca. Junto a una escalera circular deca Gentlemen. Descendi siguiendo la flecha y ley en la puerta del bao Water closet. Agua cerrada? Y bien cerrada, la puertecita del servicio no cedi a sus esfuerzos. Tampoco haba mingitorios. Desisti de seguir tirando por miedo a romperla o a que sonara un timbre de algo. Estaba desesperado por la necesidad de hacer pis. Plis le dijo al empleado.
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Pero en eso un gordo deposit una moneda en la puertecita contigua y entr. Cobrar por mear. Increble. Le contara a Gisela. Meti un real en la ranura y la puerta cedi de inmediato. Dentro era blanco y limpio, con olor a perfume. Se abri la bragueta. Resisti los deseos para obtener mayor goce al liberarse y pens en Gisela. Slo cuando la tuvo desnuda frente a s se dej ir poco a poco, suavemente, dolorosamente, avariciosamente, ahorrando placer hasta que la orina fluy como de un cao formidable levantando ruido y espuma en el pequeo lago amarillo. Luego fueron gotas, gotas, gticas sobre el pantaln y una maravillosa sensacin de paz. Presion un botn y la espuma desapareci en un remolino blanco. altaba una hora para su encuentro con Felipe. Era un crimen tener que irse. Se senta demasiado bien en aquel lugar sagrado, cerrado, pagado. Colg el abrigo en el gancho de la puerta y se sent en la taza. Frente, bajo la manija, deca Closed. Se recost al tanque, estir las piernas y cerr los ojos. God! murmur. El dolor de cabeza fue cediendo. Senta los pies y las piernas placenteramente entumecidos y un agradable cosquilleo en los hombros liberados del peso del abrigo. Estaba pensando en el regreso, en que Gisela ira a esperarlo al aeropuerto y esa noche le estrenaran las boticas a Mercedita y despus haran el amor y jams volveran a discutir, cuando escuch la pregunta: Any trouble, sir? No saba si contestar yes o nouuu. Alguien golpe suavemente la puerta. Se dio cuenta de que sus pies sobresalan y los recogi. Sir? Decidi salir. Nunca se saba con aquella gente. Al incorporarse y ponerse el abrigo, volvi a sentir dolores en todo el cuerpo. Are you alright, sir? Asinti sin entender, fue hacia los lavabos y peg la boca a la pila. El agua era fra y abundante y le refrescaba la garganta y le corra por la cara y el cuello. Oh no, sir! grit el empleado. Dont do that! Abri ms la boca para tomar toda el agua posible antes de verse obligado a abandonar la pila. Reflejado en el espejo, el tipo haca gestos desesperados. Be careful, sir! You.ll get a disease! Otras dos personas se reflejaron, mirndolo con curiosidad. Record la cancin de los elefantes que se balanceaban sobre la tela de una araa. Cuando lleg el cuarto curioso, dej de beber. En el cntico haba infinitos elefantes. No estaba dispuesto a soportarlos. Regres al saln central, comprob que las boticas seguan en el bolsillo del abrigo y se dirigi a un banco. Aquel seor no era el amigo del traductor? Hi dijo mster Montalvo Montaner. Hola respondi, contentsimo de poder hablar con alguien. Haba visto un par de veces a aquel hombre gordito, bajito, cetrino, que aunque siempre saludaba en ingls hablaba un espaol correcto, con acento a desinfectante. Vagaba por aqu dijo vagamente mster Montalvo Montaner. Tomamos algo? Bueno asinti Carlos.
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La penumbra del bar era agradablemente clida. Tambin eso era distinto, en Cuba los bares no eran agradables si no eran fros. Dejaron los abrigos sobre una silla forrada de cuero. Qu deseas tomar? pregunt mster Montalvo Montaner, sentndose. Agua mineral sin gas. Pronuncias la ese. En general, los cubanos no la pronuncian, y sin querer hacen un chiste. Nada ms? Carlos neg con la cabeza. De dnde sera aquel hombre? En su larga experiencia con latinoamericanos no haba encontrado otra persona que hablara de manera tan plida. Scotch on the rocks, and tonic le dijo mster Montalvo Montaner al camarero, y se dirigi a Carlos. Qu tal el da libre? Mal. Muchos problemas con el ingls. Debes estudiarlo sentenci mster Montalvo Montaner. Una persona tan inteligente, es increble. No crea. No soy bueno para los idiomas. Pero yo no dije idiomas protest mster Montalvo Montaner. Dije ingls. Carlos aprovech la llegada del pedido para no responder. Bebi un sorbo de agua tnica. Le hall un sabor inesperado, ms bien desagradable. Podras obtener una beca sugiri mster Montalvo Montaner, y vaci el vaso de un trago. Estuve tres aos becado. Ahora no quiero. Mster Montalvo Montaner sonri comprensivo. Un wisky? dijo. Bueno acept Carlos. Mster Montalvo Montaner le habl al camarero en un ingls preciso y elegante, y ste regres con una botella de Chivas Regal y sirvi dos tragos. Por la amistad dijo mster Montalvo Montaner, alzando el vaso. Carlos brind y bebi. El wisky era excelente. Un suave, clido tnico de madera. Se sinti relajado, contento de poder hablar en espaol mientras esperaba a Felipe. Este encuentro fue una suerte dijo mster Montalvo Montaner. Carlos sonri. Haba encontrado la clave, el tipo careca de ritmo al hablar, no cantaba como todo el que pertenece a un sitio, de ah el sonido plstico de sus palabras. Pero era gentil, volva a servir, deca: Tena ganas de hablar contigo a solas. Carlos lo mir perplejo. Por qu a solas? Sera maricn mster Montalvo Montaner? Tu amigo Felipe no es muy inteligente. No tanto como usted, querr decir dijo Carlos. Mster Montalvo Montaner movi la cabeza como si lo hubieran golpeado. De pronto sonri. Touch dijo. Yo soy periodista. Cenaste? No. Formidable dijo con entusiasmo. Te propongo una cena cubana en regla, sin racionamiento, con un postre divino hecho con vino hizo una pausa
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para rer de lo que consideraba un chiste, y continu, y msica y amiguitas. Algo espectacular, terrific. Gracias, pero no puedo. No te convino el postre de vino divino? Si fuera en Regla se lo aceptara replic Carlos como si slo estuviera siguiendo la corriente de las bromas, y mster Montalvo Montaner solt una carcajada. Conoca Regla. Sera cubano? Un maricn cubano, gusano?. Pero aqu no puedo, me voy al amanecer. Lo s. Puedo llevarte yo mismo al aeropuerto. Cmo lo sabe? Mster Montalvo Montaner le rest importancia a la pregunta con un suave gesto de la mano derecha. S muchas cosas sobre ti. Vamos? No respondi secamente Carlos. Mster Montalvo Montaner se le encim, murmurando: Pinsalo, no hay prisa. Carlos sinti necesidad de beber. Lo hizo y pas los dedos sobre el cuero de la silla, dejando un rastro de sudor. Dije que no dijo. El tipo sera maricn o agente? Ahora lo miraba a los ojos como si quisiera hipnotizarlo. sta es tu oportunidad murmuraba. Pinsalo, eres inteligente. S acept Carlos, sostenindole la mirada. Y le digo que se vaya pal carajo. Se sinti seguro y liberado al hablar en cubano. Pero mster Montalvo Montaner no pareci ofendido. Hizo un leve gesto de desagrado, como si le perdonara aquel exabrupto. Despus sonri suavemente. Alguien te manda recuerdos dijo en voz muy baja. Quin cojones? Mster Montalvo Montaner conserv la calma. Llen los vasos, bebi y dijo: Jorge. El cootumadre! grit Carlos, ponindose de pie. Mster Montalvo Montaner se llev los dedos a los labios tranquilamente, como si aquella respuesta estuviera en sus clculos. Est aqu dijo. Quiere verte. Carlos le golpe en la boca con el dorso de la mano. Mster Montalvo Montaner no intent defenderse. Qued desconcertado, limpindose una y otra vez la sangre con los dedos. Carlos cogi su abrigo y sali al saln preguntndose si aqu sera la ciudad o el bar, si su hermano habra estado mirndolo todo el tiempo desde el fondo de la barra, si habra sido capaz de resistir los deseos de abrazarlo que l sufra ahora, al recordar la foto en que aparecan juntos y que su madre conservaba sobre la mesita de noche como una reliquia. En James Street las luces de nen haban creado una claridad turbia. Se subi el cuello del abrigo y mir hacia atrs. Mster Mierda no lo segua. El encuentro tuvo un desenlace estpido, no logr averiguar siquiera si el tipo era maricn o agente o las dos cosas, si conoca realmente a Jorge, si su hermano se
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haba prestado a aquella canallada. Todo eran conjeturas, rabia, fro y ganas de regresar a casa. En la esquina de Main y James se detuvo a esperar a Felipe. All haba visto la manifestacin de jvenes peludos y barbudos contra quienes sinti tanto rechazo hasta que logr descifrar el significado de sus gritos y su tela. STOP U.S. BOMBING IN VIET NAM NOW! El mundo era ms complicado que el carajo. Haba rechazado a los muchachos por su apariencia extravagante y aceptado el dilogo con Mster Mierda por su apariencia normal. De pronto mir a ambos lados y se peg a la pared para cuidarse la espalda. El punzante amarillo de un anuncio le hizo volver la cabeza hacia arriba. Estaba bajo la inmensa foto de una mujer semidesnuda que anunciaba el desodorante Mun. Desde su perspectiva, la axila pareca un sexo femenino y el tubo de desodorante un pene. Casi como en Sweedish perversities, la primera pelcula porno de su vida, un pacto de sangre y de silencio entre Felipe y l, porque los comunistas no deban ver esas cosas, pero tenan que hacerlo, se dijeron, para comprobar hasta dnde estaba podrido el capitalismo. Aunque la verdad era que tambin l estaba medio podrido. Increbles las locuras que hacan aquellas mujeres en pantalla. Despus de todo, fue una suerte no haber podido tocarlas y salir del cine con aquella sucia sensacin de culpa. En eso sinti algo punzndole el estmago y recul, chocando con la pared. Frente a l, Felipe sonrea. No jodas dijo Carlos. Qu boln? Viento. Felipe hizo una pausa y le silb a una rubia, que no se dio por enterada. Tutankamen tambin bien? Norberto dijo l mirando hacia los lados. Tuve bronca con un hachep. Cirilo? Y estabas solano, asere, co. Conversa. Echaron a caminar y Carlos cont en detalle el encuentro con mster Montalvo Montaner. Hacia el final del cuento percibi detrs un tipo raro, que usaba gorra de chivato y tena los dientes botados. Les estara siguiendo o iba por el mismo camino? Ahora se recortaba contra la luz rojiza e intermitente de un anuncio: Have a Coke. The real thing! Estaba bien que la vieja CocaCola se hubiese cambiado el nombre, pero, por qu the real thing? La cosa real? La nica cosa real era que el tipo haba doblado la esquina tras ellos y ahora tena a la espalda la luz ocre que silueteaba a unos vaqueros y sus caballos: Come to where the flavor is, come to Marlboro country. Carlos alert a Felipe. Dieron la vuelta en redondo y avanzaron hacia el tipo, que les dirigi una mirada confusa, casi culpable, se detuvo ante una vidriera cubriendo momentneamente la K lejana y amarilla del Kentucky fried chicken hacia el que ellos haban estado caminando, y casi de inmediato volvi a seguirlos. Carlos sinti una alegra salvaje. Aquel cabrn iba a pagarlas por todos, por Jorge y por mster Mierda, por el fro y por el ingls. Refren sus impulsos de golpearlo all mismo y se dijo que la vida le haba puesto en la mano una oportunidad nica. Tena detrs un agente de la CIA, no se trataba de pegarle,
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matando la gallina de los huevos de oro, sino de obtener informacin, quiz de llevarle secuestrado al hotel y aun a Cuba. De pronto, el viaje tonto se haba vuelto esplndido. Doblaron por un pasillo lleno de tiendas y el tipo sigui tras ellos y se reflej en los ltimos cristales. Carlos le comunic sus intenciones a Felipe como si estuviera hablando de camisas. Salieron a Parker Street, una calle secundaria, oscura, desierta, al llegar a la primera esquina, Carlos se detuvo. Aqu lo maduramos dijo. Se apostaron. Los pasos del tipo resonaban solitarios. Carlos se sec el sudor de las manos en el abrigo. Ya no senta fro. Iba a averiguar quin era mster Mierda y qu carajo quera la CIA y qu tena que ver Jorge con aquello. Se pregunt qu pasara si el tipo vena armado o si lo apoyaban desde un auto. Pero no tuvo tiempo de responderse. El tipo lleg junto a ellos. Felipe sali de su escondite y le dobl los brazos, inmovilizndole, y l le atenaz el cuello y le grit: Quincooetumadretere? Lo solt y empez a cachearlo sin esperar respuesta. El tipo estaba desarmado, demudado, tembloroso. Carlos le volvi a apretar el cuello. Felipe aument la presin sobre los brazos. Dejatenvolvensia y habla le dijo. Soltadme gimi el tipo, a duras penas. No os he hecho nada. No os entiendo. Carlos lo sacudi por el cuello del abrigo, le golpe la cabeza contra la pared, peg su cara a la del tipo y lo vio bizquear de miedo. Quin... okey?... cooetumadre... okey?... t eres? Soy espaol respondi aterrado el hombre. Quines sois vosotros? Carlos sinti un fortsimo aliento a cebollas y volvi a golpearle la cabeza contra la pared, produciendo un sonido sordo. No iba a dejar que aquel hijoeputa lo engaara. Pregunto yo, cachoemaricn le dijo. Por qu nos seguas? Quera hablar espaol explic el tipo en un ruego. Os o de lejos, pens que hablbais espaol y nada, eso, que quise hablaros. Mentira! grit Carlos, dndole un rodillazo en la entrepierna. El tipo fue a doblarse, pero Felipe lo oblig a permanecer derecho. Respiraba pesadamente, sus ojos azules se enturbiaron. Llevo tres meses sin hablar dijo. Por qu? pregunt Carlos. Porque no s ingls respondi jadeando el tipo. Porque vine de burro a trabajar a este pas de la pueta y no s ingls. Mentira! volvi a gritar Carlo Y alz la mano, pero el hombre hizo un gesto de tan absoluto desamparo que no se atrevi a pegarle, y golpe la pared para desfogar su rabia. T conoces a mster Montalvo Montaner afirm, y a Jorge. No dijo el hombre, con una conviccin asombrada e ingenua. Carlos mir sus ojos azules, muy abiertos, enturbiados todava por el dolor y el miedo. Lo peor era que pareca decir verdad. Le solt el abrigo y se dirigi a Felipe. Qu t crees?
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Es un gil. Soltadme pidi suavemente el gallego. No tengo ni una perra gorda. Felipe se ech a rer. Ta kimbao dijo. A veces no os entiendo coment el gallego. Carlos sinti que su rabia se haba disuelto en una extraa tristeza. Volvi a sentir fro. Que ests loco dijo. Hablando de perros. Quin habl de perros? pregunt el gallego. Sultalo orden Carlos. Arranca, Gallego dijo Felipe empujndolo. El hombre trastrabill y volvi junto a ellos como un perro apaleado, pero fiel. Quiero hablar dijo. Carlos lo mir sin odio y se sorprendi pensando que el habla, como el agua, no se le niega a nadie. Vosotros hablis la mar de raro dijo el gallego. T pareces moro. Hablo rabe afirm, Felipe. Pues no es verdad. Ahora el gallego estaba divertido como un nio que hubiese encontrado amigos en la noche. Carlos sinti vergenza por haberle pegado y decidi aceptar el juego. Es verdad dijo. Felipe, di: mujer comiendo. La jeba jama la jama. El gallego se ech a rer. Sus carcajadas altas y escandalosas contagiaron a Felipe, y Carlos goz en silencio aquellas risas capaces de quebrar por un momento el silencio y el fro. ste habla japons afirm Felipe. Quvablar dijo el gallego. Que no? lo ret Felipe, y mir a Carlos. Dile comemierda. Sekome sukaka. Hostia! aplaudi el gallego. Pero eso no es japons, ni rabe, ni nio muerto. Sois unos cachondos. Cachoequ? pregunt Felipe. Cachondos, que os gusta bromear, vamos. Dnde? dijo Felipe. Dnde qu? pregunt el gallego. Vamos. Que no habl de ir. Digo que os gusta bromear, vamos. Dnde? Joder! A quin? Lo que es yo, a la mujer que no tengo. Nosotros jodemos a cualquiera. Pues cada cual coment el gallego con aprensin tiene sus gustos, digo yo.
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De pronto Carlos se sinti muy cansado. Haca fro y tena que hacer la maleta y aquel dilogo careca de sentido. Chico, tenemos que irnos dijo y le pareci poco, y aadi, y perdona los golpes, hermano. El rostro del gallego se ensombreci ms an que cuando le pegaron, le cost trabajo encontrar palabras. No os vayis rog al fin. Los golpes... fueron cosa de nada. Hablemos. Lo de la perra gorda, vamos, pues era de mentirijillas, os invito a una caa. Retuvo a Carlos y bloque el camino a Felipe. Estaba ansioso, casi desesperado. Carlos record la compra de las boticas y se sinti invadido por una sbita ternura. Vamos dijo. El gallego los condujo a un caf y emple tres dedos y una palabra para que les sirvieran coac. Despus estuvo una hora contando su historia. Se llamaba Paco, no tena trabajo, mujer ni hijos en Espaa, y haba aceptado venir a este puetero pas, y s, ganaba sus dlares, pero el cabrn ingls no se le daba, y sufra morrias, y estos burros de aqu, maldita sea su madre, no entendan ni jota de castellano, Dios los maldiga, ningn otro paisano haba venido y all estaba l, de bestia, extraando a su ta, su aldea y su vino, y recogiendo basura con unos negros de la pueta, cago en Dios! Para Carlos aquello era una revelacin. El gallego no tena dnde caerse muerto y adems lo haban convertido en sordomudo y estaba al reventar de la rabia. Pero era un tipo embistiendo un muro. Si alguien le diera una luz dejara de ser un pobre diablo, su rabia tendra sentido, podra hacer todo lo que a l, a Carlos, le estaba vedado por ser cubano y deberse a una disciplina. Mir a Paco con un inters renovado: la suerte le haba puesto un guerrillero entre las manos, en la puetera noche canadiense. Gallego le dijo de pronto, por qu no te alzas? Paco le dirigi la mirada tonta de quien no entiende una broma. Alzarme? En la montaa lo ayud Carlos. En los Andes, la Sierra Maestra de Amrica. Suramrica? murmur Paco, con el inters de quien empieza a entender. S terci Felipe. Latinoamrica. Hombre dijo Paco ya interesadsimo, y all hay trabajo? Felipe solt una carcajada. Paco lo secund como quien no sabe de qu se re. Carlos orden silencio, el gallego no haba entendido pero iba por buen camino. No le dijo, hay desempleo, hambre, miseria. Una situacin de pinga. Pija, querrs decir precis Paco. Y entonces qu? Carlos trat de controlar su ansiedad y hablar despacio y claro. Alzarte contra eso explic. Irte a la guerra en la montaa. Paco estaba apurando el coac. Empez a toser, la piel blanqusima de su rostro se puso roja. Pues a m, las guerras... dijo, como que, que no me interesan, vamos.
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Pero sta es una guerra distinta, popular! insisti Carlos. Ser, pero es guerra. Felipe toc a Carlos con el codo. Vndele dijo. No lleva cartas. Cartas un carajo respondi Carlos, y volvi a dirigirse a Paco. La dirige el Che. No conozco a ese to dijo Paco, como quien se liberara de toda responsabilidad, y no me interesan las guerras. Carlos bebi el coac, desconcertado. Sera posible que aquel bruto pusiera mansamente el cuello ante el cuchillo, que a fuerza de golpes lo hubieran convertido en un buey? Gallego le dijo, para qu t te rompes el alma?, a qu t aspiras? Paco cerr los ojos y habl como en un sueo. A ahorrar, a regresar, a comprar tierras, a encontrar una moza, casarme y tener hijos que no tengan la vida de perro de su padre. Y a nada ms? Paco regres del sueo casi al borde del llanto. Os parece poco? pregunt lentamente. Si creo que nunca voy a poder conseguirlo! Y el mundo? dijo Carlos, otra vez ansioso. No te gustara que el mundo fuera distinto, ms justo, mejor? No te gustara cambiarlo? Pues s murmur Paco, pero el mundo..., al mundo no hay Dios que lo cambie. Gallego, t sabes lo que es el comunismo? Claro, todo el mundo lo sabe, es... un infierno, vamos dijo Paco, mirndolo como si presintiera una broma. Carlos sonri tristemente. Paco lo imit y Felipe solt una carcajada resonante que arrastr a Paco. Carlos lo vio doblarse de risa y cuando estaban a punto de terminar empez a rer l, sin saber de qu, y mir los dientes botados y la cara contrada y los ojos azules del gallego, tristes aun cuando rea, y record a su amigo el Gallego, muerto en el Escambray, y a su hermano, y sinti que la risa se le quebraba entre los labios. Ahora s nos vamos, Gallego dijo de pronto. Llam al camarero chasqueando los dedos. Paco dej de rer y se llev la mano al bolsillo. Deja dijo Carlos. Os he invitado protest Paco. Pero Felipe le retuvo el brazo, y Carlos pag. Se dirigieron lentamente a la salida. En la calle, el viento aullaba como un perro perdido en la noche. Galifa dijo Felipe, pasars por la vida sin saber que pasaste. Pues s acept Paco. No tengo suerte. Se estrecharon las manos. Paco retuvo la de Carlos y pregunt: Puedo veros maana? No, maana no estaremos aqu. Ya dijo Paco. Y dnde puedo veros? No puedes explic Carlos, nos vamos para Cuba. La cara de Paco se ensombreci como ante una desgracia.
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Entonces, no os ver ms? Ahora era otra vez un nio que estaba al borde de perder sus amigos y quedarse solo en lo oscuro. Carlos cedi al impulso de darle un abrazo y sinti las manazas de Paco palmendole la espalda, y atrayendo a Felipe. Durante un rato estuvieron unidos. Cuando se separaron, Paco estaba llorando. Adis, Gallego dijo Carlos. Buena suerte. Y ech a caminar en silencio, con un nudo de rabia en la garganta.
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De pronto se qued desconcertado por la sensacin de no saber dnde se hallaba. Palp a su izquierda y no encontr a Gisela, mir hacia el otro lado buscando a Mercedita y slo vio la pared desnuda. Volvi a cerrar los ojos deseando no haberse despertado. Ahora poda recordar con precisin aquel cuarto, el mismo donde haba vivido parte de su infancia y casi toda la juventud, del que haba escapado hacia el torbellino y al que se haba visto obligado a regresar, con la voluntad anulada por los golpes, para convertirlo en hospital y crcel. Llevaba das casi sin moverse de la cama, sin abrir las ventanas ni encender la luz, dejndose mimar por aquella madre infatigable que ahora entraba con el desayuno, como cada maana, mientras l continuaba entregado al turbio placer de reconstruir la historia de su desgracia, la conjuncin de casualidades, miedos y traiciones que propiciaron el desastre. Empleaba horas y horas en comparar su imagen cojo, desdentado, sin mujer, militancia ni trabajo con la del hroe que quiso ser, la del arquitecto que quiso ser, la del guerrillero que quiso ser. Pero no lograba desentraar por qu ni cundo se haban distanciado tan brutalmente la realidad y el deseo. No era cobarde, ni vago, ni bruto, y sin embargo yaca en la nada mientras el Mai, por ejemplo, estaba peleando en algn lugar del mundo, segn le haba dicho Hctor al encontrarlo casualmente en la calle, entero l mismo, campana, pinchando, muy contento de enterarse que Carlos era Secretario del Comit de Base de la Juventud y jefe de Seccin en el Centro de Estudios Internacionales, le dijo y lo abraz y se fue sonriendo, tal y como reapareci meses despus, en la foto de Granma, sobre la noticia de que haba muerto combatiendo por la libertad en algn lugar de Amrica. Hasta ese momento los hroes haban sido inmensos, distantes, inaccesibles, pero Hctor era Hctor, su compaero de juegos y de estudios, su igual, su socio, y ahora, de pronto, dejaba de tener su misma edad y se haca joven para siempre. Entonces Carlos abrigaba la esperanza de ganarse el derecho a combatir, de encontrar el camino hacia los Andes, y con la muerte de Hctor redobl su entrega a la vorgine que de alguna manera lo condujo a la desgracia. Sufrindola, empez a decirse que Hctor y l estaban hechos de maderas distintas, que se parecan pero no eran iguales. El reconocimiento de su inferioridad lo hunda en un pozo de amargura del que slo lograba escapar imaginando fabulosos combates que resultaban decididos por su valor y su audacia. Y entonces, desde la cima de la exaltacin, volva a hundirse. Pensaba en Kindeln, un hroe annimo: haba perdido un brazo en Girn, se haba quedado viudo, pero segua viviendo sin quejarse; en Pablo, que no era hroe pero s dirigente de la Industria Azucarera; en Munse, arquitecto reconocido, autor de un gran proyecto de viviendas econmicas; en el Cochero, oportunista redomado, burcrata empedernido, Subdirector de Inversiones en algn Ministerio; y otra vez en l mismo, ni hroe ni burcrata, ni dirigente ni tcnico,
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separado indefinidamente de la Juventud, suspenso de empleo y sueldo y rechazado hasta por su mujer. Durante los primeros das tuvo al menos a Mercedita y a Gisela en el hogar enloquecido de sus suegros que, por obra y gracia del matrimonio, era tambin el suyo. No hall valor para decirle la verdad a su mujer porque su error era demasiado humillante para ella y no se senta capaz de afrontar el riesgo de perderla y renunciar a su nico refugio. Intent actuar como si nada hubiese ocurrido, cometiendo un nuevo error que el tiempo hara irreparable. En las maanas deca que iba al trabajo, se diriga a cualquier parque y all pasaba el da, atando cabos. Si, por ejemplo, no hubiera odiado tanto el oportunismo; si se hubiera negado de plano a dedicarle cuarentiocho horas seguidas a aquel maldito Informe; si Gisela no hubiera estado haciendo el internado de Medicina; si hubieran tenido al menos un apartamento y en las rarsimas ocasiones en que coincidan despiertos no se hubiesen visto obligados a hacer el amor a medias, en silencio y con la luz apagada; si Gisela hubiese aceptado mudarse a casa de su madre; si su madre no hubiera vuelto a tratarlo como a un nio; si no hubieran surgido entre ambas aquellos celos irracionales; si l no hubiera tenido aquella dedicacin obsesiva al trabajo; si hubiera tenido el valor de lavar sus calzoncillos, de despertarse alguna vez en las noches para atender a Mercedita, de aceptar y aplicar la Declaracin de Derechos de Gisela (que ella le propuso, entre bromas y veras, al tercer ao de matrimonio); si no hubieran discutido hasta el cansancio; si la hubiese amado y deseado siempre con la intensidad que ahora senta o si, por lo menos, hubiera tenido un poco de suerte, las cosas seran distintas y no estara desahuciado en aquel parque, esperando la hora de sacar a Mercedita del Crculo Infantil, con la humilde esperanza de que Gisela nunca supiera la verdad. Pero las cosas fueron como fueron, el Director le pidi de improviso el Informe de Balance y Perspectivas, y le dio cuarentiocho horas para entregarlo. Era prcticamente imposible hacer un buen trabajo en ese tiempo, pero el Director insisti pretextando orientaciones superiores. Todo lo que poda darle, dijo, era una oficina, una secretaria y un termo de caf. Carlos sinti la tentacin de lanzarse solo a aquella empresa imposible, como en sus tiempos de dirigente estudiantil. La refren porque ahora saba que se no era el mtodo, para un empeo as necesitaba la ayuda del Comit de Base, donde se haba criticado la gestin del Director y la estructura del Organismo. Convoc a una reunin urgente y el criterio fue que alguna instancia superior habra solicitado el Informe; el Director estaba en un aprieto y pretenda utilizarlos a ellos, nica organizacin poltica del CEI, para continuar en el cargo. Tenan tres alternativas: el error, la cautela o la victoria. Podan equivocarse si elaboraban apresuradamente un Informe radical que despus no lograra soportar el anlisis de las instancias superiores; ser inteligentes y elaborar un texto cauteloso, que dejara entrever problemas sujetos a futuros debates; u obtener la victoria poltica mediante un trabajo exhaustivo, demoledor e irrefutable. Despus de largas disquisiciones sobre el oportunismo y la irresponsabilidad, le aconsejaron cautela; un dirigente maduro, deca el acuerdo, slo poda lanzarse a fondo si estaba seguro de no caer en errores que lo condujeran a una situacin insostenible.
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Carlos acept la orientacin porque le daba margen para maniobrar, aunque esta palabra, utilizada en el debate por Felipe Martnez, le molestaba como una viga en el ojo. En realidad, llevaba meses maniobrando para no conducir a sus compaeros a un enfrentamiento con el Director. Pero saba que en la elaboracin de aquella tctica haba estado presente, adems de inteligencia poltica, el deseo de ser promovido a Jefe de Departamento, lo que hara ms cercana la posibilidad de unirse alguna vez a la guerrilla y le permitira, de entrada, disponer de un automvil. En cierto sentido, todo dependa ahora de aquel maldito Informe, y entr a la oficina preguntndose cules seran los lmites entre el oportunismo y la cautela, entre el valor y la irresponsabilidad. El Director haba engrasado la trampa al designar a Iraida, su secretaria personal, para que lo ayudara. Era una triguea bajita, atildada, que esperaba con las rodillas unidas bajo el satlite de la mquina de escribir como si estuviera de guardia. Pero desde el principio Carlos sinti que estaba espindolo, deseando su fracaso, que tras aquel rostro amable, bonito inclusive, cuidadosamente maquillado, se esconda una sonrisa de burla y complacencia cada vez que l desgarraba una cuartilla y la tiraba al cesto. Saba algo de ella, tena veintin aos, haba sido electa Joven ejemplar y no se le haba otorgado la militancia porque careca de suficientes mritos: casi nunca iba al trabajo agrcola, pretextando encontrarse en labores urgentes de la Direccin. De pronto dej de mirarla y golpe la mesa, qu coo haca pensando en aquella soplona, su tarea era otra. Le dije que saliera si quera, no estaba habituado a dictar, la llamara ms tarde; pero ella se neg, estara all todo el tiempo necesario, compaero, hasta cumplir. Carlos le dirigi una mirada irnica, molesto por la formulita, y decidi ignorarla. Su propsito de honesta cautela inclua romper la lgica implacable y hueca de los informes tradicionales. Pero esto no era fcil, al cabo de tres horas febriles se vio obligado a reconocer que estaba haciendo un texto peligrosamente tradicional. Rompi las diez cuartillas escritas con tanto entusiasmo y se sinti interrumpido por un siseo familiar e inesperado. Levant la cabeza, Iraida haba salido. El ruidito provena del bao de la oficina. Era el colmo, oyndola orinar jams lograra concentrarse. Media hora despus no haba logrado formular una lnea coherente y el cesto estaba lleno de pape les estrujados. Quizs se estaba calentando demasiado la cabeza. En fin de cuentas, existan frmulas para todo y si las usaba nadie podra reprochrselo. Movi la mano buscando el termo e Iraida, solcita, le sirvi una taza de caf. Mientras beba decidi abordar el trabajo de la manera ms hbil y menos riesgosa posible. Este enfoque le pareci mejor que el de la honesta cautela. Se limitara a hacer una versin de los informes presentados en aos anteriores. Al rato sinti de nuevo un ruido familiar. Esta vez, Iraida estaba sirviendo el almuerzo. Eran dos simples pizzas, pero ella las dispona sobre los platos de cartn como si fueran langostas. Mientras coman, Carlos se dedic a observarla. Haba algo tmido, limpio y elegante en la muchacha. De las frmulas de cortesa fueron pasando a un dilogo familiar y se mostraron las fotos de sus hijos. Cuando Carlos sugiri que Tony podra 1925#V ser un buen partido para Mercedita, Iraida sonri por primera vez y l repar en la imprecisa tristeza de sus ojos. Le dijo que poda irse y volver por la noche, pero ella insisti en quedarse hasta cumplir. Entretanto, poda ir adelantando otros trabajos. l
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volvi a su tarea, sigui escribiendo sin encontrar apenas resistencia. Cuatro horas despus haba terminado un balance que pareca perfecto y se tom un descanso para aliviar la mano antes de abordar las perspectivas. Entonces Iraida le pidi permiso para ir a buscar a Tony al Crculo, baarlo, darle de comer y acostarlo. Volvi a las once, avergonzada por la tardanza, explicando que Tony estaba insoportable, no la dejaba irse, lo senta tanto. l la calm dicindole que an no haba terminado y le agradeci muchsimo el pan con tortilla que ella le entreg, apenada de que fuera tan poco. Mientras coma se sinti obligado a interesarse por su vida y se enter que el esposo era dibujante, que tampoco tenan casa, que el padre haba matado a la madre, a pualadas, cuando ella era nia. Qued sobrecogido, especialmente porque Iraida lo haba dicho como si con ella no fuera, con la naturalidad de quien est habituada a la desgracia. Cedi a la necesidad de compartir algn recuerdo triste y empez a contar la muerte de su padre. Al terminar sinti una extraa paz, como si se hubiese liberado sbitamente de algunas sombras. Dos horas despus termin las perspectivas, le entreg el Informe a Iraida y se tir a dormir en el sof, hasta que estuviera la copia. Estaba felizmente molido, lo haba logrado en menos de veinticuatro horas. Las piernas de Iraida quedaron en lnea recta con sus ojos, se excit al descubrir que tena unas lindas rodillas, cosa rara, y sigui el dibujo de los muslos que se abran de pronto en unas caderas rotundas e insinuaban las nalgas llenas como lunas. Inesperadamente, Iraida se estir la saya y Carlos interpret el gesto como un mensaje en clave: la estaba ofendiendo, era tan tmida que no se atreva a cambiar el satlite de posicin, l deba volverse, por favor. Lo hizo, y un tiempo incalculable despus sinti que lo llamaban. No tuvo fuerzas para responder, pero una delicadsima caricia en la frente le hizo parpadear ante aquel rostro que deca, Duermes tan intranquilo. La mir de tal modo que ella retrocedi, levemente asustada. Slo entonces l record a Iraida y al trabajo y se levant para ir al bao. All encontr una toalla con olor a ella, orin tratando de no hacer ruido y regres a la oficina. El Informe estaba sobre el bur, junto a una taza de caf caliente. Le dijo a Iraida que se fuera a la casa; pero ella respondi que no tena sentido irse a las cinco para volver a las ocho, mejor descansara un poquito en el sof. l se sumi enseguida en la lectura para no ofenderla con la vista mientras se acostaba. Al poco rato alguien asom la cabeza y se excus al verlo, estaba de guardia, dijo el recin llegado, haba visto luces. Carlos no le hizo caso. El Informe cumpla escrupulosamente las formas, pareca intachable y por eso mismo era un desastre. Se sinti abrumado por el sbito deseo de romperlo. Por qu, si ya lo tena, si detrs de l tintineaban las llaves del carro, si nadie podra probar que se haba excedido en la cautela? Lo reley con una sonrisa amarga; se estaba poniendo viejo, camajn, saba tanto que haba logrado hacer invisible el trnsito de la precaucin al oportunismo, movindose entre ambos con una habilidad asombrosa, sin dejar huellas, como si hubiera trabajado con guantes. Pero exista al menos una persona en el mundo a quien no podra engaar y la llevaba dentro. Empez a dar pasetos por el saln, si tuviera valor podra atreverse a revelar los vnculos entre el mal funcionamiento del Centro y el estilo de trabajo del Director,
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burocrtico, supercentralizado y sin vnculo alguno con la base. Conoca bien ese estilo, haba sido el suyo cuando fue dirigente en Arquitectura. Conoca al dedillo a los oportunistas que medraban a su sombra, y saba que el tipo estaba comprometido con ellos por haber celebrado los quince de su hija desviando recursos del Estado. Aquella fiesta, especialmente indignante por haberse producido en plena zafra, durante la quincena de homenaje a la Victoria de Girn, cuando todo el mundo se rompa el alma en los caaverales, produjo una violenta ola de crticas en el Comit de Base que entonces l no se atrevi a canalizar, esperando el momento ms favorable. Pero pasaron meses, la ocasin no se present, se fue resignando y ahora, de pronto, la tena en el puo porque el Director se haba visto obligado a emplazarlo. Y si se atreviera a mencionar errores y responsables vinculndolos con las crisis de estructura, mtodo y estilo de trabajo impuestos en el Centro? Si se la jugara? Se sinti eufrico, tena una bomba entre las manos y estaba dispuesto a detonarla. Cuando regresaba al bur, repar en Iraida. Dorma de lado, la rodilla izquierda ligeramente doblada le haba corrido la saya dejando ver los muslos blancos, llenos, cubiertos por una mnima vellosidad que empezaba sobre las corvas, el punto exacto donde dejaba de afeitarse, se extenda hasta el borde de las nalgas y quedaba cubierta por una pantaleta rosada. Se sent en un brazo del sof, pasmado ante tanta belleza, conteniendo el furioso deseo de poseerla y escucharla gritar de placer al despertar penetrada. La ereccin le hizo cerrar los ojos. Regres al bur caminando a tientas, como un ciego, y rompi el Informe. Pero no pudo volver a concentrarse hasta que Iraida se levant una hora despus, ces el torturante siseo en el bao y la tuvo enfrente, con la saya en su sitio, preguntndole por qu iba a rehacer el trabajo. No le respondi; desgraciadamente, ella no podra entenderlo. Se someti otra vez al insoportable proceso de emborronar y romper cuartillas pensando que si se trataba de hablar sera fcil. Con la sinhueso era brillante estableciendo hechos, causas, consecuencias y el copn bendito, pero la escritura era caprichosa como carajo, a menudo descubra que lo escrito tena una significacin distinta e incluso opuesta a lo pensado. Slo haba un camino fcil, repetir lo hecho, lo seguro, y no poda transitarlo simplemente porque haba decidido decir algo nuevo. Decidi correr tambin el riesgo de una expresin torpe u oscura de la que pudiera sacar siquiera una onza de verdad. Lentamente, tercamente, trabajosamente fue articulando frases, perodos, prrafos, y sinti que el haberse atrevido se converta en una fuente de audacia y a veces de sorpresiva e inesperada belleza. Cuando Iraida le ofreci el almuerzo, le pidi por favor que no lo molestara, y no respondi a los compaeros que se asomaron para preguntar cmo iba la cosa, y apenas asinti con la cabeza cuando Iraida le puso la notica en el bur pidiendo permiso para ir a recoger a Tony y dems, y a las diez, cuando ella regres excusndose, segua empeado en la tarea que termin a las doce enfebrecido, entusiasmado, exhausto. Iraida le trajo croquetas de pescado, tocinillo del cielo y caf acabado de colar; le pregunt si tena ropa limpia y lo rega suavemente porque no, porque la oficina estaba sucia y porque no haba almorzado. Carlos le tir un beso, haba que trabajar, dijo, despus tendra tiempo de comer y baarse, ahora iba a
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dictarle, con el cansancio la letra se le haba vuelto incomprensible. Empez muy despacio, pero Iraida trabajaba profesionalmente, limpiamente, calladamente, y l gan confianza y admir sus manos pequeas, de uas muy recortadas, y su amor artesanal al trabajo. Casi sin darse cuenta fue hablando ms alto y ms rpido mientras miraba aquellos dedos volar como sobre las teclas de un piano. En un cambio de pgina mir al suelo y descubri sus pies desnudos, desamparados, ntimos, y record sus muslos y sus nalgas. De pronto la sinti tamborilear con las uas sobre el satlite, alz la cabeza, la vio mordindose el labio inferior, ruborizada, y slo entonces se dio cuenta de la ereccin que le converta la portauela, como cuando era adolescente, en una pequea carpa de circo. Casi le dio la espalda, avergonzado, pero sigui dictando. Entraba ahora en el meollo del asunto y eso lo ayud a concentrarse. Fue enumerando los errores con nombres y apellidos hasta llegar al Director, e inesperadamente para Iraida, a l mismo. Ahora improvisaba, senta el tecleo de la mquina como una caja de resonancia que percuta en sus sienes con la msica celestial de la verdad, comprenda que no tena derecho a lanzar la primera piedra si no reservaba para s la ltima, y el cansancio y la tensin se resolvan en aquella impasible denuncia al compaero Carlos Prez Cifredo como cmplice de los errares cometidos, puesto que en su carcter de dirigente poltico, de joven comunista, no se opuso a ellos con suficiente firmeza, no acudi a la base ni a los niveles superiores, y actu as por miedo, compaeros, miedo a no ser promovido a Jefe de Departamento, miedo a la responsabilidad poltica y miedo a la verdad, compaeros, a la verdad que al fin haba dicho. El tecleo de la mquina sobre su silencio fue como un anticlmax. Se sinti invadido por una sbita inquietud. Qu haba hecho? No tuvo tiempo de responderse. Iraida se puso de pie, avanz hacia l, lo abraz temblando y le dijo que nunca, nunca, nunca haba conocido a nadie tan valiente. Carlos sonri turbado, el perfume de Iraida le haba hecho sentir como una ofensa su agrio olor a sudor. Pero ella mantuvo el abrazo para decirle otra vez nunca, y lo mir a los ojos. Se trenzaron en un beso mientras l ceda a la tentacin de tocar aquellos muslos que tena grabados en la memoria y que eran llenos y duros como imaginaba. Iraida dio un paso atrs e intent soltarse, pero dej abiertas las piernas y Carlos le acarici el sexo hmedo y la arrastr al sof, le hizo saltar los botones de la blusa y el broche del sostn, le bes los pechos mientras ella peda por Dios que la dejara y lo ayudaba a sacarle las pantaletas, se ahorcajaba dicindole que no, que eso no, que ahora no, que all no, y l la penetraba suavemente, profundamente, y la senta gritar, morder, hundirse hasta la vida preguntndole a Dios qu era aquello en el mismo momento en que alguien abra la puerta. En medio de la ola de comentarios que conmovi al Centro algunos dijeron que Carlos haba cado en una trampa urdida por el Director, que era un comemierda e Iraida una cabrona. Pero l saba que Iraida era una muchacha limpia y triste y que la trampa no se la haba tendido el Director sino la vida. Lo nico cierto, pensaba en los parques donde el tiempo apenas transcurra, es que era un comemierda y que deba cambiar. Por eso decidi ocultarle la verdad a Gisela. Al principio logr fingir con una facilidad inesperada, como si el impacto
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del desastre le impidiera medirlo. Durmi veinticuatro horas seguidas, escuchando su depresin en el cansancio. Lo despert el telfono, la voz neutra del Subdirector administrativo informndole burocrticamente que estaba suspenso de empleo y sueldo debido a su escandaloso comportamiento. Atnito, le dio las gracias; Gisela le pregunt maquinalmente si eran buenas noticias y l respondi que s. Se visti como para ir al trabajo y se dirigi a un parque donde record obsesivamente una frase aprendida en la infancia: Yo soy el camino, la verdad y la vida, y se hundi en un mar de preguntas acerca del Informe, Iraida, el Director, el oportunismo y la suerte. Esa noche sufri un insomnio agobiante, hecho de las mismas preguntas sin respuesta. Cuando Gisela regres de la guardia an estaba despierto, esperndola, minti mientras la vea desnudarse a la luz del velador. Hicieron el amor de una manera intensa, tan distinta a la inspida rutina semanal en que lo haban ido convirtiendo, que ella le pregunt qu bicho lo haba picado. Ninguno, minti l, te quiero. Entonces descubri que la ltima frase haba vuelto a ser profundamente, inesperadamente cierta y pens decirle la verdad, contarle su situacin desesperada, invitarla al Riviera para revivir la inolvidable locura de su noche de bodas y desentraar por qu se les haba ido muriendo el amor entre las manos; pero le tuvo miedo al camino de la verdad o de la vida, al que lo condujo al Informe que gener la exaltacin que produjo el abrazo que lo llev al desastre, y forz una sonrisa y cerr los ojos, pensando que era mejor as. Al da siguiente el Comit de Base cit a una reunin para examinar el caso. Asisti preguntndose si an tendra defensa, si el haberse atrevido a poner por escrito lo que otros susurraban le servira de algo, si la verdad poda ser tambin un escudo. Pero desde el principio se dio cuenta de que su autodefensa era una falacia. Haba violado el acuerdo de una manera literal, su error puso en crisis el prestigio de la Organizacin, la hizo vulnerable a los ataques del Director, no quedaba otro remedio que proceder de una manera drstica, ejemplarizante, dijo Margarita Villabrille, la del Frente Ideolgico, y pidi su separacin indefinida. Entonces su socio Felipe Martnez inici la defensa, el compaero Carlos, cuyos mritos ante la Juventud no podan olvidarse, haba cado en una trampa, Iraida Meneses fue situada en esa tarea para que lo sedujera, y el hombre, compaeros, siempre es hombre y tiene que dejar clara su condicin de hombre, mucho ms si es comunista, y por tanto peda que se sancionara a Carlos con una crtica pblica por haberse equivocado de lugar, y se pasara a la discusin del Informe, que era lo ms importante. El debate se acalor cuando Marta Hernndez, despus de reconocer los mritos de Carlos, pregunt qu habra pasado en caso de que una mujer, una militante casada y con hijos hubiese cometido ese error, cul hubiera sido entonces la actitud de la Organizacin, cul la actitud del compaero Felipe o la del propio Carlos, cuyas mujeres tambin eran militantes, qu, a ver, quera saberlo, dijo, qu habra pasado en caso de ser ellas y no ellos quienes estuvieran en el banquillo de los acusados. Carlos vio palidecer a Felipe y se sinti palidecer l mismo al pensar que Gisela hubiese podido, en el hospital, durante las guardias, donde haba incluso camas..., y se identific con la violenta respuesta de su socio, que no iba a permitir de ningn modo, pero ni por un momento, deca, que se pusiera en duda la moral de sus esposas, y en general, para dar luz
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sobre el asunto, para que la compaerita Marta ganara claridad, quera aclararle que la mujer era muy pero que muy distinta al hombre, mucho ms si se trataba de mujeres comunistas que tenan que ser ejemplo de moral y de decencia. Marta se encresp, el compaero Felipe sostena la existencia de dos morales, poda admitirse all, entre jvenes comunistas, aquel criterio caverncola?, no se daba cuenta el propio compaero Carlos que si la Organizacin no se atreva a sancionarlo, el Informe perdera toda fuerza moral?, no se daban cuenta, compaeros? Rubn Surez, el Organizador, pidi la palabra, era obvio, dijo, que deba haber una sola moral para hombres y mujeres, que el Informe perdera fuerza si la Juventud apaaba un error de su Secretario General, pero era obvio tambin que el gran atenuante del compaero Carlos, adems de sus mritos y su trabajo, sera el haber sido objeto de una provocacin; creeran en su palabra de comunista, Carlos, era cierto que Iraida Meneses haba provocado el incidente? Carlos pidi que le repitieran la pregunta para ganar tiempo, y pens que todo era ms fcil cuando se trataba simplemente de ocultar la verdad, pero ahora el asunto era mentir descaradamente, manchando a un ser tan indefenso como Iraida, que ni siquiera se haba atrevido a volver al trabajo. No, respondi al fin, soy el nico responsable. Entonces Rubn sac a votacin la propuesta de Margarita: solicitar del Comit Municipal la separacin indefinida, y para ayudar a Carlos pidi que empezaran votando los que estaban en contra. Carlos fue el primero en levantar la mano y al hacerlo se dio cuenta de que estaba cometiendo un error, si haba aceptado su responsabilidad debi haber ido hasta el final o al menos abstenerse. Nadie habl, pero una atmsfera de reprobacin se extendi en la sala. La propuesta fue aprobada diez votos contra dos. Ahora empezara la discusin del Informe, pero Carlos pidi permiso para retirarse. Al atravesar la puerta se sinti asaltado por la idea inslita de que ya no era comunista. Palp su cuerpo como si buscara alguna herida. Se qued parado en la acera, presa de un estupor indefinible. Intent buscar refugio en el concepto de comunistasincarn con que una vez lo haba salvado el Archimandrita, pero ahora el Archimandrita estaba de viaje y l saba demasiado para contentarse con tan poco. Saba que un comunista no puede existir sin su organizacin, como Cuba no poda existir sin ese mar hacia el que se dirigi para medir la dimensin de su impotencia. No le haba sido fcil, el abuelo lvaro y Chava saban que no le haba sido fcil ganar la militancia, saban que hubo tanta fuerza en su alma como en aquel oleaje, y que como ese mar, l tambin termin agotado, lamiendo las orillas; a ellos se diriga ahora para que le dijeran si haba justicia sobre la tierra. Sus sueos de guerrillero se haban destrozado como las olas, pero las olas volvan, el mar recomenzaba siempre, la oscura masa de agua se haca azul y luego verde y despus blanca, una y otra vez, limpiando y removiendo el aire que tragaba a bocanadas porque contradeca su tristeza. Es obvio que Gisela lo esperaba con la ilusin de repetir la experiencia de la noche anterior. Pero l estaba demasiado abatido como para seguir callando, y ms decidido que nunca a no arriesgar su nico refugio. Cuando ella le pregunt qu le pasaba, l empez a hilar frases, a inventar una historia que fue ganando coherencia a medida que reconoca estar contando una verdad posible. Le pasaba la vida, cario, el Director era un oportunista y un aprovechado, pero era un tipo
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hbil. Le haba pedido un Informe sobre el Centro, insinundole que si callaba los errores lo promovera a Jefe de Departamento. Quiso comprarlo el muy hijoeputa. l haba aceptado hacer el Informe en un tiempo brevsimo por conviccin revolucionaria. Pero cumpli con su deber: critic los problemas de estructura y las actitudes personales del cabrn: viva con la secretaria, haba celebrado los quince de la hija a todo trapo, con recursos del Estado, practicaba el amiguismo, dispona de tres automviles, siempre pareca estar ocupado, pero en realidad trabajaba poco y mal. Puso todo aquello en blanco y negro, contando con el apoyo de ciertos compaeros que se haban comprometido a ir hasta el final; pero a la hora del cuajo los tipos se apendejaron, lo dejaron solo y cuando el Director los apret, empezaron a tartamudear. l no tena otra prueba que su conviccin moral, estaba encabronado, acorralado, y cometi varios errores en la discusin. El Director lo suspendi de empleo y sueldo y la Juventud pidi su separacin indefinida. Eso era lo que le pasaba. Pero tienes que apelar, dijo ella, y se ofreci a ayudarlo. Redactaran cartas, solicitudes, informes, visitaran cuanta oficina hubiera en este mundo o en el otro hasta establecer la verdad. Carlos qued sorprendido, varios aos de relacin rutinaria le haban impedido advertir cunto haba cambiado Gisela; siempre la haba considerado un ser levemente inferior en el terreno poltico, una mujer, y ahora estaba ante un cuadro que le daba lecciones sobre deberes y derechos de los militantes, citaba de memoria los estatutos, le aplauda el haber hecho el Informe, le criticaba el no seguir hasta el final, enrojeca de rabia al pensar en la maraa que le estaban haciendo y le ofreca consejos y ayuda. Reaccion contra ella con una violencia inesperada, le hiciera el cabrn favor de no darle lecciones y de no moverle el dedito en la cara; todo, oyera bien, todo cuanto ella haba dicho lo saba l de memoria; necesitaba comprensin, no teques; quera hablar con una mujer, con su mujer, no con un cuadro. Ests alterado, replic Gisela, y Carlos dio un grito que conmovi la casa: Alterado piiingaaa! Vio cmo el rostro de Gisela se transformaba en un gesto de miedo y de lstima, percibi confusamente que su suegro pretenda entrar al cuarto; estaba al borde de mandarlo al carajo para acabar con todo de una vez cuando Mercedita se despert llorando. El rostro aterrado de su hija le revel la fiera que llevaba dentro. Fue hacia ella, le dijo, Duerme, y estuvo acaricindola hasta que la vio sonrer en el sueo. Entonces regres a la cama, puso la mano sobre el vientre de Gisela y le pidi perdn. Se refugi en su hija, el nico ser sobre la tierra que le entregaba felicidad a cambio de nada. Descubri cunto y cunto haba perdido por no haberse entregado antes a aquella personita de preguntas imprevisibles. Sufri la vergenza de recordar cmo su desilusin haba neutralizado su ternura cuando la vio recin nacida, hembra y casi negra. Pero Mercedita siempre lo prefiri, fue horadando su frialdad a fuerza de inocencia, se convirti en una presencia imprescindible en sus maanas. l nunca tuvo tiempo suficiente para ella porque estaba entregado a las exigencias del trabajo y la poltica, lo nico que le pareca importante. Y ahora, cuando no tena qu hacer ni crea posible encontrar reposo, empez a redescubrir en los ojos de su hija que una lata herrumbrosa poda ser algo importantsimo, con ngulos imprevisibles y rugosidades carmelitas que
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permitan, claro, compararla con un mono. Pero no, no era eso, pap, la oyera bien, se fijara, la lata era un mono. Y l reaprenda a imaginar, a mirar fijamente, a romper con la lgica que lo haba aprisionado quin recordaba cundo, y a ver al mono con el que acababan rindose muchsimo y que de pronto resultaba padre de otros monos y monas y monitos. Estaban en el centro del frica, frente a ellos corra el poderoso Amazonas, tenan que cruzar el inmenso Misisip porque ms all del Nilo estaba Toa, una nia que haba cado en manos del terrible Saquiri el Malayo. Haba que cuidarse, Saquiri era malsimo y traicionero y no dejaba que Toa fuera a la escuela, ni le compraba ropas, ni le daba comida. No, no era cosa de llorar, sino de hacer algo por Toa. El llanto los dejara sin fuerzas para unirse a la guerrilla que derrotara a Saquiri en lucha sin cuartel. Rpido, a tomar aquel nido de ametralladoras! BANG! RATATATA! RATATATA! BANG! BANG! Cuidado, pap, los atacaban por la espalda! S, pero no importaba, les dara soc!, un piazo, POW!, otro, y al combate corred bayameses. Al combate, Pap, Venceremos! Venceremos, Mercedita! SOC! RATATATA! POW! BANG! BAROOOM! GRASH! Canta, canta mi amor, ya vencimos! Y ahora qu, pap? Bueno, ahora yo defiendo al frica y t enseas a leer a Toa. Pap, y si ella me pregunta por qu Mart muri en dos ros a la vez, qu le digo? Por las noches se divertan muchsimo contndole a Gisela sus aventuras. Hubo momentos en que Carlos agradeci aquellas vacaciones forzosas; por eso qued atontado cuando Gisela le puso sobre la cama una maleta con sus ropas y le pidi, por favor, que se fuera. Alguien haba hecho el favor de llamarla por telfono y contarle: lo haban cogido en cueros en la oficina, acostado en el sof con una puta. Gisela dijo aquello con un odio fro y controlado, pero de pronto la voz le empez a temblar, lo que ms le dola era la mentira, lo que ms le dola era haberle credo el cuento, lo que ms le dola era estar casada con un miserable. Haba terminado en un grito y rompi a llorar descontrolada. Carlos intent explicarse, estaban enredados en una confusin del carajo, lo del Informe, lo de las crticas al Director, lo de la separacin de la Juventud era cierto, lo juraba por su madre, todo era cierto. Lo de la puta?, pregunt Gisela. Mentira, dijo l, e intent acariciarle el pelo. Pero ella se peg a la pared, no quera verlo ni orlo ms, le tena asco, entenda?, asco. Carlos cogi la maleta en un arranque de rabia, decidido a jugar fuerte, cuando ella lo viera en la puerta pronunciara su nombre y entonces l concedera un dilogo de aclaraciones y terminaran como otras veces, llorando, riendo y recordando. Camin lentamente sin que ella pronunciara palabra. Deba volverse, romper la regla de oro de no rebajarse ante una mujer implorndole el dilogo? Cuando lleg al umbral Gisela segua muda y l sinti que no quera irse ni poda quedarse y se volvi sin saber exactamente a qu. Por un momento pens en pedir perdn, pero un furor atvico lo llev a retarla: oyera bien, Gisela Juregui, si se iba ahora sera para siempre. Lo que ms le doli en ese momento y despus, en casa de su madre, fue que ella lo dej ir con un chiste amargo: Nadie te est aguantando, Carlos Prez. Esa frase dio comienzo a la locura, a la persecucin desesperada que empez al da siguiente, cuando visit la casa para decirle la verdad: la haba engaado, pero no con una puta sino con una muchacha decente y desvalida. No
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era la primera vez, lo haba hecho antes, los hombres, ella deba entenderlo, tenan sus necesidades, eso era una cosa y la familia, la casa, los hijos, otra completamente distinta; quera volver, se lo estaba rogando. Gisela tena que irse al hospital, estaba muy cansada, no era el momento, dijo, y l sinti el gesto y las palabras como una bofetada y le atenaz el brazo, coo, se lo estaba rogando, qu ms quera. Entonces advirti que ella soportaba el dolor con una resignacin decidida, como si alimentara con ello la distancia. La solt, lo perdonara, estaba desesperado, podran hablar despus, por favor? S, no, quizs, no s, murmur ella; y por la madrugada l la estaba esperando a la salida del hospital para decirle, mientras se dirigan a la casa, que haba fallado, haba fallado y se lo reconoca abiertamente y estaba dispuesto a cambiar, a serle fiel, a lavar los calzoncillos y fregar la loza, pero no poda dejarlo, coo, porque la quera demasiado y sin ella no podra vivir. Hasta ahora haba podido, respondi Gisela, y ya era tarde, las cosas se haban ido enfriando con el tiempo, la perdonara pero senta como si algo se le hubiera muerto dentro. No era posible, dijo l, intent de pronto asumir una postura digna y cuando llegaron a la casa la mir con todo su amor y le pidi que lo dejara entrar. Ella murmur que no, que hoy no, necesitaba tiempo para pensarlo. Carlos crey que el tiempo podra ser su aliado. Cuando pasaran dos o tres das sera ella quien querra volver, quien odiara al miserable de la llamada annima como lo odiaba l al preguntarse cmo, por qu, quin hallara placer destruyendo as las vidas de los otros. Setentids horas despus la abord en un parque cercano al hospital, qu haba decidido? Terminar, respondi Gisela con una voz neutra, y baj la cabeza al aadir: Estuve con otra persona. Carlos se ech a rer como si hubiera escuchado el mejor chiste de su vida, y, sin embargo, desde el principio supo que era cierto, que alguien, probablemente un mdico, haba besado los labios, tocado los senos, penetrado el sexo de su mujer, volcando all su sucia esperma y haciendo imposible todo arreglo entre ellos. No senta furia, sino odio baboso, creciente, que se revolva en el deseo obsceno de humillarla, preguntando detalles: con quin, dnde, cundo y cmo haba sido; s, le dijera, tambin tena derecho a saber eso, era su ltimo derecho de marido, su ltimo deseo, le haba gustado?, respondiera, cojones!, le haba gustado ms que con l? No, no se echara a llorar ahora, si haba actuado como una puta deba responder como una puta. Se iba?, crea que la dejara ir as?; pues, no, caminara con ella, correra tras ella, no pensaba dejarla hasta decirle que eso le haba pasado por casarse con una negra, porque ella era negra, lo saba?, y puta, lo saba?, y s, estaba loco y qu cojones, loco y dispuesto a matarla, a rajarla en dos y a salarse; no, no lo iba a hacer por respeto a su hija, pero quera que supiera que la odiaba y que la hara llorar lgrimas de sangre, que iba a vengarse dicindole a Mercedita, Tu madre es una puta, por eso la he dejado. Cuando Gisela le tir la puerta en la cara, Carlos sinti de pronto la magnitud del odio en que se estaba revolcando. Una sbita debilidad lo oblig a sentarse en la acera y romper a llorar. No era posible que hubiese hecho todo aquello, dicho todo aquello, encontrado un oscuro placer en volcar sobre Gisela las babas del monstruo asqueroso que se agitaba en su cabeza. Hubiera sido mejor matarse o cortarse la lengua. Matarse era una buena idea, una idea dulce
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de la que emanaba la promesa del sosiego. Slo la muerte lo salvara de los recuerdos (con un mdico, en una posada, la noche del quince de setiembre), lo liberara del deseo de saber ms, lo redimira con su oscura venganza: ya vea a Gisela llorando de remordimiento sobre su atad, Gisela llorando, pagando, arrepintindose. Se dirigi a su casa enceguecido, en busca de la pistola. A medio camino se detuvo. Recordaba bien?, le haba dicho negra a Gisela como una ofensa?, haba escupido sobre la memoria de Chava haciendo temblar de vergenza las seibas del mundo? Dio la vuelta y ech a correr. Tena que pedirle perdn, implorarle de rodillas, por el amor de Dios, que lo olvidara todo. Jadeaba cuando entr a la casa. Su suegra lo acompa hasta el cuarto dicindole, Quiremela, hijo, cudamela, y l cerr la puerta tras s e hizo un gesto de desamparo al ver el miedo reflejado en el rostro de Gisela. Vena a implorarle que lo perdonara, a rogarle por lo que ms quisiera que lo dejara quedarse all, junto a ella y su hija; l lo haba comprendido todo, lo haba perdonado todo, lo haba olvidado todo. No, no le dijera que era imposible, no haba imposibles. Por amor l poda incluso aceptar, si no haba otra salida, si ella no estaba dispuesta a renunciar a nada, l poda incluso aceptar la existencia de otro. Gisela le tap la boca con la mano y Carlos empez a besrsela, se arrodill y la mir desde el suelo: no iba a pararse hasta que respondiera. Ella se sent en la cama, le tom la barbilla y lo mir entre lgrimas, lo haba querido tanto, tanto, que no lo reconoca as, dnde estaba, Dios, dnde estaba su amor? Carlos se sinti invadido por una dulce ternura y empez a besarle las lgrimas y el rostro tembloroso y febril y le busc los labios; pero ella cerr la boca. Entonces l le pidi por piedad una ltima vez, le prometi que despus se ira, y ella respondi que el amor no se haca por piedad sino por deseo y tambin por odio, como iba a hacerlo ahora, para que l nunca pudiera olvidar que su hembra fue una negra puta. En aquel acoplamiento agnico, lento a veces y otras desesperado, se fueron contando cara a cara sus traiciones, sus pequeas miserias, sus rencores, y sintieron cmo el asco los elevaba de pronto al infinito resplandor donde vivan sus memorias mejores, aquellas que juraron salvar del olvido mientras se mordan a conciencia, se marcaban con dientes y saliva sintiendo que placer y dolor, asco y pureza, amor y odio se fundan en la tristeza insondable del final. Terminaron rendidos, silenciosos, exanges, y se fueron durmiendo lentamente. Carlos se hundi en una pesadilla: corra desnudo por las calles provocando risas como un payaso, llegaba a casa de Gisela e intentaba entrar, pero la puerta estaba cerrada y las risas se redoblaban ante sus contorsiones y su llanto. Despert sudoroso, ahogando un grito. Gisela yaca a su lado, desnuda; la rojiza luz del atardecer que se filtraba por los visillos haca brillar su piel cobriza, canela, quemada como las capas de un pastel de hojaldre. Y si la matara?, si atenazara aquel cuello querido, fino y esbelto como el de una garza hasta darle el descanso eterno para seguirla despus hacia la nada? Ella no sufrira, entrara a la muerte dormida, deslizndose como en una canal. El crimen sera un acto de amor, una entrega sin lmites hacia aquel cuello que haba sido besado por otro. Nadie podra despus rerse de sus cuerpos yertos y desnudos. Se incorpor sin hacer ruido y qued sentado junto a ella. Dios, qu hermosa era! Le alz suavemente la
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cabeza hasta hacerla descansar sobre la almohada. Ahora haba espacio suficiente para sus dedos alrededor del cuello. Gisela dorma como una nia, por qu lo haba hecho?, por qu haba permitido que otro macho viera su cuerpo desnudo?, su cuerpecito tit, mi amor, su cuerpecito, cmo podra l seguir viviendo?, cmo mirar la cara de sus socios?, no se daba cuenta que lo haba dejado desnudo ante las gentes, hecho un payaso?, no se daba cuenta, cario, que si era hombre tena que matarla? Le rode amorosamente el cuello con los dedos, sinti una delicada sensacin de placer y supo que se excitara cuando la matara, que se excitara como nunca, con un espanto sublime. Empez a apretar, Gisela hizo un gesto idntico al de Mercedita cuando la besaban dormida, sus rostros se parecieron tanto en ese instante que Carlos se detuvo aterrado, salt de la cama, se visti y sali huyendo sin mirar atrs. Cuando lleg a su casa senta fro febril, pas en silencio frente a la mirada consumida de su madre y se encerr en el cuarto a preguntarse qu haba hecho la noche del quince de setiembre. No logr recordarlo. Por primera vez bram contra los tiempos, antes de la Revolucin las mujeres se quedaban en la casa, se daban su lugar, su madre nunca habra pensado exigirle a su padre que lavara o fregara, hubiera preferido morir antes que estar con otro porque las cosas eran claras, fijas, cada quien tena su sitio y no haba lugar para este caos que inevitablemente desembocaba en el engao. Los habran visto?, conocera alguien su vergenza?, habra corrido ya el chisme por el Organismo, convirtindolo en blanco de burlas para el Director y su claque? Empez a dar vueltas por el cuarto como si as pudiera escapar a la obsesin. Se estaran burlando, a esa hora estaran muertos de risa. Se oprimi las sienes y golpe la pared con la cabeza; all estaban la imaginacin y la memoria; hacerla saltar, el nico escape era hacerla saltar. Se dirigi hacia la mesita de noche, tom la pistola, vio el telfono y sinti una alegra diablica cuando pens en llamar a Gisela para hacerle escuchar el disparo. Logr ver su propio velorio con toda claridad, la desesperacin se convirti en ternura ante su rostro sereno, intacto, porque habra disparado hacia donde apuntaba: bajo la tetilla izquierda, en pleno corazn. Entonces, desde la perspectiva de la muerte, descubri a su hija golpeando el cristal del atad, llamndolo como l haba llamado una vez al abuelo lvaro, y baj el arma. La puso en la mesa, sac de la cartera el retrato de Mercedita y lo coloc sobre la culata. Ella sera su Santa, su Seora de las Mercedes, su Tiembla Tierra, lo protegera de la muerte como haba protegido antes a su madre. Pero nunca hara algo parecido, verdad?, nunca le hara eso a un macho. La palabra le revolvi el alma al asociarla con su hija. Mercedita no haba nacido para lavar calzoncillos ni para aguantarle tarros a nadie. Tiembla Tierra era nombre de diosa, lo haba aprendido en aquel mismo cuarto haca muchos, muchsimos aos, y en pago, castigo y homenaje haba bautizado con l a su nia. Y si en aquellos tiempos oscuros Mercedes, la criada de su casa, haba tenido que defender su condicin desde la sombra, si haba lavado los calzoncillos cagados de sus amos y de los machos de su propia familia, si haba aguantado tarros y borracheras, golpes y hambre, haba alentado tambin la esperanza de que alguna vez bajara desde lo alto un ro de fuego para barrer aquel mundo de mierda. Y el ro haba bajado con aguas revueltas de gentes y alegra, muecos y
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atades, arrastrndolo todo al ritmo de la conga descomunal donde la descubri rumbeando, feliz como una diosa liberada y entregndole, sin que l ni ella lo supieran entonces, el nombre de su hija, Mercedes, Tiembla Tierra, nombre de negra caliente y orgullosa que l pronunci a medio camino entre la desilusin y la ternura cuando la vio en el hospital, pegada a la teta de Gisela, hembra, prieta, adorable e indefensa como una gatica. La tierra tembl bajo los pies de los rumberos y la noche se hizo da en la remota rumba de Mercedes, y volvi a temblar en Girn, a caonazos, mientras la oscuridad brillaba con el furor terrible de la plvora, y estuvo a punto de desaparecer en el estertor y la claridad definitiva del hongo atmico durante la Crisis de Octubre. Pero ya entonces la vida alentaba en el vientre de Gisela, y ahora su hija tena el poder de darle una lucidez dolorosa e inconmovible. El ro de la justicia desbordada no era perfecto ni puro, arrastraba aguas albaales, escoria, lastres pesadsimos, hbitos monstruosos que generaban sus propias pestilencias. Saba eso demasiado bien, sospechaba que incluso l tena mucha mierda adentro, pero reaccion horrorizado al comprender, ante la foto, que haba estado al borde de matar a Gisela y suicidarse por un sentimiento tan bochornoso como el egosmo. No haba vuelta que darle: si quera que el futuro fuera otro, que su nia viviera en un mundo ms limpio, si quera ser ms revolucionario estaba en la obligacin de aceptar que Gisela tena tanto derecho como l a acostarse con quien quisiera. Se desplom en la cama como si hubiera llegado al lmite de sus fuerzas. Se habra vuelto loco?, cmo concebir un revolucionario cornudo y contento? Ser revolucionario era ser hombre a todo, macho, varn, masculino, ping hasta la muerte. Volvi a mirar la pistola y la foto. S, se haba vuelto loco, un hombrehombre, un macho a quien le roncaran en serio, matara a Gisela y al mdico y se jactara de su hazaa diciendo asere, losombre nuncamente se dan guiso pol una pelda, y subira pa.l talego mientras sus ecobios cantaban un guaguanc sobre el honor lavado con sangre de ramera. Y qu coo tena que ver con la revolucin esa moral de vertedero?, qu tena que ver la suya propia, hecha de vacilaciones y mentiras? Acarici suavemente la foto preguntndose si la moral de un revolucionario no consistira en quebrar aquellas normas miserables y aceptar de una cabrona vez que la mujer era una igual, dentro y fuera de la cama, aunque eso le doliera en la vida y le partiera el alma. As haba actuado Gisela, como una igual, y haba tenido, adems, los santos ovarios de decrselo en su propia cara. Ahora la verdad era tan concreta y cercana que poda asirla: actuar de acuerdo con ella era la nica forma de recuperar a su mujer y a su hija. Se atrevera? Jur por su madre que s, cerr los ojos y sinti que al fin se iba quedando dormido. Cuando su madre lo despert doce horas despus, dicindole que Felipe Martnez estaba en la sala, Carlos tard en entender y recordar, y entonces todo le pareci ms difcil. Se neg a desayunar y a baarse y recibi a su socio en la cama. Felipe entr como una tromba, tremendsimas noticias le traa, asere, pero tremendsimas tremendsimas! Carlos se incorpor a medias en el lecho y le pregunt si haba visto a Gisela. Felipe lo mir confundido, qu Gisela ni qu carajo, el Informe, consorte! El Comit de Base lo haba aprobado y elevado, pasaron unos das y ran, se cre una Comisin de alto nivel para estudiar el asunto y quin le dice a Carlos que
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pan, la Comisin baj y comprob, y chan, decidi sustituir al Director, caballo, tronarlo! Qu bueno, coment Carlos forzando una sonrisa. Felipe se le encim hasta tomarlo por los hombros, cmo bueno, mulato?, era de piinga!, y era una victoria suya, suya, suya, suya, no se alegraba, consorte? S, dijo Carlos, y Felipe le solt los hombros y se sent a su lado, tena una mejor, el Comit Municipal le haba rebajado la sancin a un ao, y se haba enterado que si apelaba al Provincial, podan dejrsela en seis meses, oficial de Katanga, iba a apelar? No s, respondi Carlos. Felipe se puso de pie y empez a recorrer la habitacin a grandes trancos, as no se poda, caballo, as s que no se poda, iba a ponerle la ultimilla a ver si se paraba: le haba resuelto pincha; un trabajito bacn, butin en firme, Jefe de Personal en una Empresa de Construccin donde tendra pup y secretaria; caera para arriba, mulato, y su padre siempre le haba dicho que era muchsimo mejor ser jefe que subordinado, chvere, no? Chvere, musit tristemente Carlos, y por primera vez Felipe cambi su actitud y con voz sigilosa le pregunt qu le pasaba, negro, le dijera de a hombre. Gisela me peg los tarros, dijo Carlos, y not que el semblante de su amigo se ensombreca como si hubiera recibido la noticia de una muerte. Felipe era un hermano, el nico quiz a quien poda pedirle el favor que necesitaba como el aire, Dile que venga, le dijo, cuntale cmo estoy y dile que la necesito y la perdono. Felipe pareca haber recibido una bofetada, qu coo estaba diciendo?, se haba vuelto loco o qu carajo?, Carlitos, car, al llegar, la pura le haba dicho que estaba mal mal mal, pero nunca pens que fuera tan penco, se daba cuenta de lo que estaba diciendo? Que la quiero, confes Carlos, y Felipe replic que eso era una maricon y enrojeci al gritar, Primero muerto que tarr, cojones!. Sus palabras fueron el latigazo que venci las ltimas fuerzas de Carlos y lo dej inerte, mudo, asintiendo a la filpica de su socio sobre la moral del hombrehombre. Cuando Felipe se retir una hora despus, prometiendo volver, Carlos saba que estaba obligado a divorciarse. Imagin a Gisela engandolo tantas veces como l la haba engaado a ella, o peor an, hacindolo y dicindoselo, y pens por un instante que se haba acostado con un negro o con un extranjero y sinti un fortsimo dolor en el pecho. No, no le sala de los mismsimos verocos aguantar eso porque, gracias a Dios, haba nacido macho, blanco y cubano, y por lo mismo tampoco iba a serle fiel a ninguna mujer. A cada buena hembra que se le pusiera a tiro, china, negra o blanca le dara jan, pero la suya, su esposa, tendra que andar al hilo, derechita derechita. l no era el hombre nuevo ni un carajo para aceptar ese igualitarismo que cualquiera poda confundir con mariconera. Aceptara aquella jefatura, se hara socio del nuevo Director, vacilara el carro, tallara hasta conseguir apartamento, comera como una bestia y ligara miles de nias con quienes bebera ron del bueno y bailara son del bueno, y que nadie viniera a sermonearlo: una cosa era vivir y otra saber vivir. Al incorporarse sinti un mareo, pero sac fuerzas del proyecto para pedirle a su madre el bao y la comida. Ella lo trat a cuerpo de rey y l advirti que su plan haba empezado a funcionar. Ya no ms colas en el minsculo baito de sus suegros, ni en la pizzera, ni en la bodega; ya no ms huevos fritos en el almuerzo y en la comida; ahora, en lugar de cederle su cuota de carne a Mercedita, recibira
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la de su madre, que estaba contentsima del dilogo con Felipe y echaba chispas contra Gisela, esa loca que se haba atrevido a engaar a su hijo. Despus de hartarse, sudando todava el potaje de frijoles negros en el vapor incierto de principios de octubre, volvi a meterse en la cama. Aos de trabajos nocturnos y de guardias le haban creado la sensacin de estar siempre con sueo y su plan inclua resarcirse de aquel gasto que no le haba reportado el menor beneficio. Las sbanas estaban limpsimas, frescas, almidonadas como jams estuvieron en casa de Gisela. Senta una plcida molicie, buena para dedicar horas y horas a la invencin del brillante futuro cuya asquerosidad lo atraa como un remolino. La Habana entera hablara de l, se hara rey de la dolce vita, aquella existencia secreta, fcil, que los comemierdas ignoraban. Alternara todas las noches con la gente del Wakamba, el piquete de jodedores ms fabuloso de cuantos haba azotado la ciudad. Simpticos borrachos, funcionarios tronados, filsofos de doble filo que se pasaban la vida bebiendo y templando en la Emulacin de la Jodedera, guiados por su biblia, el Manual del Socialismo Musical, cuyo primer versculo, El hombre e un ser sersual siempre y bajo cualquiera circunstancia..., era a la vez su Declogo. Y tena su onda, monina, tena su onda, explicaban los jodedores a quien quisiera escucharlos en las madrugadas del Wakamba, donde caan despus de protagonizar escndalos divertidsimos. Carlos sola recalar tambin all, porque era el mejor lugar del Vedado para comer algo despus de las tres de la maana. Conoca a Mong, el pintor cuya obra maestra, segn haba declarado a la Prensa, una amiguita suya que haba estado encana, era un acento amarillo como un girasol sobre una enorme O, un acento emblemtico, porque l mismo no se llamaba Mongo, sino Mong, como Vang; a Johnny Fucker, primo de Walker, que recitaba emocionado su poema sin palabras, Nmeros; y a su cuasi tocayo Juan Carlos Leo, el Destripador, quien se deca porngrafo profesional, filsofo aficionado y catecmeno por vocacin, y sola explicar al parroquiano de su izquierda, porque era izquierdista, que la esencia del socialismo musical no era el trabajo, ni mucho menos el sacrificio, los mritos o el esfuerzo, sino la onda; se trataba, ilustrsimo dipsmano sentado a su siniestra, de estar en onda, y ella, la maga, atraera ninfas, astromviles, sones, elxires y algo para masticar, con lo que uno arribara al estadio o etapa o fase superior de la vida: el Komunismo musical. El errorrr de nuestra poltica, gritaba entonces el Destripador moviendo rpidamente sus manazas, consista en no habernos dado cuenta de que este pas era el mayor productor de culos por metro cuadrado en todo el orbe; culos, s, culos, al seor no le gustaban?, s?, equelecu, quindi, en la divisin internacional del trabajo ramos por definicin el pas de la jodedera, quera inscribirse en la emulacin que se estaba organizando? La primera vez que Carlos escuch la descarga se divirti muchsimo y pidi que le explicaran las claves de la pizarra colgada en una pared de la cafetera. El Destripador le hizo el honor de inmediato: bajo la P se inscriban los nombres de los participantes en la emulacin; JL significaba jebas ligadas, y BC, balance de curdas o borracheras cogidas; los reportes se hacan diariamente ante l, el notario, que se encargaba de comprobar escrupulosamente tanto la calidad de las curdas como el hecho de que la carne poseda fuera distinta cada vez, y de asignar puntos adicionales por la concurrencia de circunstancias atenuantes: premeditacin, nocturnidad,
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alevosa, escalamiento y ventaja; a fin de mes se seleccionaba al ganador, monarca de la wakamba, rey de la dolce vita, y se le pagaban tantos tragos como fuera capaz de sonarse. Carlos consider aquello una forma de locura y lleg a sentir lstima por ellos; pero ahora, recordando las nias que los wakambosos se haban wakambeado, senta una envidia brutal, unos deseos crecientes de entrar en el wakambeo, y se preguntaba dnde residira el atractivo de los jodedores; andaban borrachos, mal vestidos, y trataban a las wakambitas como a perras, pero el horror pareca ejercer una fascinacin incontrolable sobre cierto tipo de mujeres. l podra hacerlo, lo hara, bebera hasta ser capaz de exhibir su cojera y sus encas peladas, Y qu onda, Destripador? Lleg Charli el Kin, dira mientras una wakambita pelirroja lo esperaba con los pechos moteados de chupones. En el umbral del sueo logr tenerla, exhibirla delante de sus sociales, y se durmi borracho de felicidad. Pero de pronto los wakambosos se le rean en la cara y l echaba a correr, desnudo y desdentado, y ante la casa de Gisela volva a sufrir el horror del payaso. Despert en un grito y el cuarto, oscuro, le pareci una extensin de la pesadilla. Se par ante el espejo: era aquella sombra que quiso ser un hroe que quiso ser un arquitecto que quiso ser un guerrillero; eso era, alguien que quiso ser. Cuando Felipe volvi, tres das despus, Carlos segua en cama repasando los hitos de su desgracia, imaginando combates decisivos, preguntndose qu habra sido de la pobre Iraida, deseando que algo sucediera en su vida. Sonri al ver al socio, quiz hoy lo llevara a la Empresa, quiz maana empezara a trabajar. Pero Felipe vena mustio, cabizbajo, y Carlos estaba pensando que no habra trabajo para l cuando su amigo se detuvo junto a la cama y dijo: Dicen que mataron al Che. Carlos se par, sintiendo que acostado no era posible hablar de aquella mentira, porque era mentira, verdad?, era mentira, dijo, y se agarr de su amigo para disimular la consternacin y el mareo. No s, respondi Felipe extendindole el Granma, ojal. Carlos tom el peridico, avanz a tientas hacia la ventana, la abri y qued cegado por la luz. Cuando volvi a mirar, el cuarto haba perdido su tristeza. Granma no deca que el Che hubiese muerto, aclaraba incluso que careca de noticias confiables, se limitaba a publicar unos cuantos cables fechados en Bolivia que afirmaban aquel disparate. Felipe esperaba su opinin, siempre la haba esperado, y l sinti que su cerebro se despejaba y recuperaba la facultad de especular, el Che no poda estar muerto, por tanto, estaba vivo, evidentemente, ms vivo que nunca; Granma haba publicado los cables por razones tcticas, para confundir al enemigo hacindole creer que dbamos por cierta su mentira; cuando el desembarco del Granma se haba dicho lo mismo de Fidel. Felipe sonri al fin, coo, compadre, le daba una alegra del car, y se acerc a Carlos, que haba desplegado un Atlas sobre la cama y pasaba febrilmente las pginas hasta detenerse en el mapa de Bolivia, sobre el que empez a marcar los puntos mencionados en los cables mientras improvisaba una larga reflexin acerca de la teora del foco, de la guerrilla rural como partido y no como simple brazo armado de una organizacin urbana, y de la guerra popular prolongada al estilo vietnamita, hacia la cual tendera inevitablemente el proceso de liberacin latinoamericano. Felipe estuvo de acuerdo, como siempre, pero desgraciadamente tena que irse, se llegaban
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maana a la Empresa? Carlos se neg, pretextando razones familiares; sera en otro momento. La falsa noticia y su elucubracin poltica le haban revelado que no estaba hecho para tareas administrativas. Acompa a Felipe hasta la puerta y lo calm, no se preocupara, ni loco volvera con Gisela, su problema, ahora, era tratar de entender en profundidad la operacin Bolivia. Al da siguiente, Granma public nuevos cables que parecan confirmar la noticia, pero Carlos se reafirm en la teora de las razones tcticas, y dedic todo su tiempo a dibujar un gran mapa de Amrica Latina para marcar las zonas de actividad guerrillera e intentar definir cul era, all, el eslabn ms dbil de la cadena imperialista. Se senta responsable personal de los acontecimientos, trabajaba como si su conclusin fuera urgentsima. Pero no haba avanzado mucho cuando ley en el Granma que fuentes oficiales de Argentina confirmaban el desastre. Volvi a su tarea y de pronto se sinti asaltado por la conviccin de que lo imposible haba sucedido: el Che estaba muerto; y, sin embargo, segua teniendo razn: all estaban los volcanes de donde, en la hora de los hornos, saldra el fuego para hacer temblar la tierra y cambiar el rostro de Amrica. Era as, sin dudas, pero el Che estaba muerto, ancahuaz, Vado del Yeso, Quebrada del Yuro haban entrado en su vocabulario y en la historia, y l no poda seguir encerrado en aquel cuarto. Al pasar por la sala le dijo a su madre que s, que era cierto y que no deba llorar, pero en la calle se sinti desconcertado. No tena adnde ir, nadie necesitaba su opinin ni su presencia. Caminaba sin rumbo cuando record que deba hacer algo importantsimo: explicarle a Mercedita. Ech a correr hacia la casa de Gisela sabiendo que sera mejor esperar un mnibus, pero que no tendra paciencia para ello. Baj por Veintisiete aprovechando el declive, cruz Infanta, dej atrs el Vedado y al internarse en Cayo Hueso sinti el silencio, aquel silencio inaudito. Era un barrio de casas viejas y solares populosos, y ahora las calles estaban llenas como siempre, pero nadie gritaba, ni cantaba, ni tocaba una rumba de cajn. Al llamar a la puerta lo asalt el temor de tener que enfrentarse a Gisela, pero ella estaba en el trabajo y l tom a Mercedita de la mano y camin hasta el Parque de Trillo preguntndose cmo se explicara la Muerte. No, le dijo a su hija, el Che no estaba en el cielo sino en la memoria, se acordaba de l?, pues all viva, vigilando. Est de guardia, siempre?, pregunt ella, y l le respondi que s, sonri al orla decir, Pobrecito, y le explic que el Che sufra cada vez que un nio se portaba mal, cada vez que un hombre o una mujer olvidaban sus deberes. Al pronunciar esas palabras no supuso que habra de recordarlas despus, al ver el Granma que confirmaba la tragedia y la foto de los combatientes de Girn con los fusiles en alto. En aquel mar de puos haban estado los suyos, ahora distendidos, incapaces de tomar el relevo. Consternado, rabioso, volvi a pensar en eso durante la Velada Solemne, exaltado al ver las palabras del poema; un caballo de fuego sosteniendo aquella escultura guerrillera, entre el viento y las nubes de la Sierra, y se escuch repetir: Espranos. Partimos contigo, pero al final, por primera vez las palabras de Fidel no provocaron aplausos sino un silencio sobrecogedor, se vio asaltado por la angustia, preguntndose qu hacer para lograr el imposible de parecerse remotamente a aquel modelo. Ahora no le bastaba con refugiarse en el viejo truco de imaginar que combata y lograba la victoria: necesitaba hacer algo, y pronto.
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Al llegar al extremo de Paseo not una fortsima asincrona entre su desesperacin y la calma concentrada de los cientos de miles de personas que abandonaban silenciosas la Plaza. Se detuvo al sentir que una fuerza tranquila lo invada, era uno entre los millones que maana volveran al trabajo, sin dejar morir del todo a sus muertos. Pero l no tendra adnde ir, no estaba dispuesto a aceptar el cmodo destino burocrtico propuesto por Felipe. Y si se fuera lejos, bien lejos de Gisela y de s mismo, a hacer la zafra como machetero en Camagey? Rechaz aquella idea que lo separara de Mercedita, de su madre y, sobre todo, de la posibilidad de recuperar a Gisela. No haba invertido aos de su vida formndose como cuadro poltico para terminar junto a un plantn de caa; su cojera le impedira soportar una zafra completa, bajo el sol feroz de los caaverales. De pronto, esas mismas razones comenzaron a funcionar a favor de la idea, se le hizo claro que partir, aceptar el reto, vencer sus miserias le permitiran pensar en el Che sin sonrojo, como un soldado annimo de su tropa, y ech a caminar con un paso tranquilo, ajustado al de la multitud. Tuvo que sacar fuerzas de aquella decisin una semana despus, cuando el nuevo Director lo cit a su despacho, lo felicit por la valenta mostrada en el Informe y se excus por no poder reintegrarlo de inmediato al CEI; no sera tctico, le dijo, se haba armado mucho brete alrededor del asunto y era mejor que las aguas cogieran su nivel; quera informarle que los compaeros del Comit de Base se haban dirigido a l, pidindole que reconsiderara el problema; le dola mucho prescindir de un cuadro tan capaz como Carlos, pero se trataba de una decisin temporal; en seis meses, en un ao a lo sumo, estara otra vez con ellos; pero ahora, aceptara una plaza de analista en el Ministerio de Comercio Exterior? Carlos pens que all estaba la solucin de su problema, pero ya no tena tiempo ni moral para aceptarla. Gisela, Mercedita, su madre, Felipe y los compaeros del contingente saban que haba decidido irse; estaba comprometido con ellos, consigo mismo y con la memoria del Che. No, dijo, no acepto. La manera brusca con que habl dio lugar a una confusin que le oblig a explicarse, su negativa no era consecuencia del resentimiento ni del orgullo, era consciente de que haba cometido un error, de que ste tena su costo y precisamente por ello necesitaba probarse en otro terreno. El nuevo Director sonri suavemente y le mostr las manos, demasiado grandes para su cuerpo. Fjate qu cosa, dijo, desde los once aos me la pas cortando caa y despus vino la guerra y ahora estoy aqu, y t, con esas manos de oficinista... Carlos qued en silencio, mirando las manazas del Director, hasta que ste dijo: Ok, cuando termine la zafra vuelves con nosotros, de acuerdo? Iraida?... se atrevi a preguntar l, y el Director le dijo que no se preocupara, estaba bien, de secretaria del Pocho Fornet en la Biblioteca Municipal, fichando libros, y ya en la puerta lo despidi con un abrazo. Carlos estuvo tranquilo, con la certeza de haber actuado bien, hasta la tarde que firm su sentencia de divorcio como un acta de defuncin, y volvi a sentir deseos de suicidarse en la notara polvorienta y desolada de la que sali con Gisela, cabizbajo. Intua un sentido secreto en que su ruptura y su partida hubiesen coincidido, y le costaba trabajo avanzar con la maleta de madera golpendole la rodilla y la mocha bajo el brazo. Hasta ese momento Gisela haba
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estado tensa, como urgida por una imperiosa necesidad de terminar, pero ahora caminaba en silencio mientras l buscaba qu decir, recordaba su primera carta de amor y miraba a hurtadillas aquellas manos que esta vez no le curaran las llagas. Al llegar a la Terminal de Ferrocarriles se detuvo bajo la tela que saludaba a los heroicos macheteros del contingente Che Guevara y pregunt, Te acuerdas?. Me acuerdo, dijo ella. Una locomotora resoplaba en el patio, los altavoces transmitan el Himno del Guerrillero, las gentes se despedan a gritos y la algaraba acentuaba el silencio que volvi a crecer entre ellos. Carlos baj la cabeza repitiendo entre dientes: Guerrillero, guerrillero, guerrillero adelante, adelante... De pronto dej de murmurar y dijo: Hblale de m a la nia. S, musit Gisela. Despus de unos lentsimos segundos se miraron a los ojos y coincidieron casualmente al decir, Bueno... Gisela empez a sonrer y la sonrisa se le deshizo en los labios. Carlos supo que poda besarla e intent hacerlo, pero al acercarse le golpe las piernas con la maleta, se detuvo, puso la maleta en el suelo, y cuando volvi a mirar a Gisela algo indefinible haba cambiado. De verdad que fue bueno, dijo ella entonces, a pesar de todo. Carlos mir hacia los andenes: Puedo escribirte? Claro, dijo ella, y l encontr en su tono una esperanza, y acarici la idea de rodearle la cintura e intentar el regreso a casa, pero al mirarla supo que de atreverse todo se derrumbara, que deba partir, y dijo Adis y la escuch gritar Cudate! mientras l avanzaba hacia el tren y la maleta volva a golpearle la rodilla. A su lado, la gente cantaba.
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Pero desde la primera carta, Gisela, le prohibiste hablar de amor, usar centenares de palabras; escribir, por ejemplo, la noche est estrellada, aunque le gustaba tenderse a mirar las estrellas y la luna color oro viejo, y pensar en ti e imaginar el regreso. Cuando se sent y puso la fecha no saba de qu hablar salvo de su desesperacin por verte, y se qued en blanco frente al papel hasta que escribi tu nombre, Gisela, con aquella letra temblorosa y desigual, como de nio. Entonces, en su primera carta no de amor, te habl de sus manos. Se le haban hinchado tanto que parecan de otro cuerpo. Tena segundas y terceras falanges de la derecha. Durante la primera hora de corte le salieron ampollas de un agua pegajosa y quemante que despus estallaron en una llaga rojiza. Lo ms doloroso era cerrar al coger la mocha o la pluma. En cambio, la izquierda tard ms en sufrir, la usaba para despejar los plantones y poco a poco se le fue llenando de rasguos, heridas, mnimas desgarraduras por las que se meta la pajilla ardiendo como mil alfilerazos. Aun as, estaba bastante mejor que su hermana. Si hubiese sido zurdo, ahora tendra una letra bonita, pero de la derecha no le quedaba ya ni la lnea de la vida. En la siguiente te habl del resto de su cuerpo y del tiempo. Las horas ms duras eran el amanecer, cuando lo despertaba el De pieee! en medio de un fro hmedo y azul que pareca encajado en el centro mismo de sus huesos; el medioda, en que una llamarada lo aplastaba contra el caaveral, hacindole sentir los bordes del sombrero como una corona de espinas; y las dos de la tarde, cuando era necesario todo el valor del mundo para regresar al campo despus de la molicie de la siesta. Los brazos y las piernas le temblaban por el esfuerzo, la cabeza le estallaba bajo el sol y el sombrero, y el pie del que cojeaba sola doblrsele al malmedir la altura siempre incierta de los camellones. Pero el centro del dolor estaba en la cintura. Era all donde rabiaba al ponerse de pie, al inclinarse sobre los plantones, al girar sobre s mismo para tirar las caas a la tonga, e incluso al sentarse a escribir. Slo hallaba sosiego en las noches, cuando se tenda en la hamaca y contaba sus dolores como si fueran virtudes o monedas. Termin as la carta porque era entonces, en las noches, cuando se acariciaba el sexo con las manos llagadas soando que haca el amor contigo y se torturaba con aquellos celos enloquecedores. Y de eso no poda hablarte, Gisela. Das despus, con el cuerpo casi habituado a la faena, te escribi sobre los inventos. Noches atrs haba salido de la barraca a orinar y en el camino encontr el Acana recostado a un jagey, mirando la luna llena. Quiay le dijo. Acana lo agarr por el brazo y sin dejar de mirar hacia arriba coment: Estaba pensando, asere, que si sembrramos la caa en la luna no habra que alzarla ni transportarla; corta y tira, corta y tira, y las caas vendran al basculador solitas, volando.
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Cuando lo cont, Gisela, los inventos se pusieron de moda. Vender la caa en pie; decirles, por ejemplo, a los japoneses: desde aqu hasta el mar toda esa caa es de ustedes, vale tanto y punto. Despus, que la tumbaran ellos, que la tumbara el viento o que la tumbara Lola con su movimiento. Hubo ideas ms elaboradas, como la de sembrar la caa en esteras, de modo que ellas mismas vinieran a dar contra una cuchilla situada al extremo. Pero el invento que obtuvo la aprobacin unnime fue el de sembrar rboles de azcar, que la dieran ya refinada y ensacada. No le podas negar que era una idea tan linda como la de estar en casa. Sola pensar en los inventos durante las horas ms duras de la faena y en eso estaba cuando la vio en el horizonte. Demasiado grande para ser una alzadora, demasiado alta para ser un camin, avanzaba a contraluz de modo que se vea negra en la distancia, seguida por tres yipis que parecan pulgas a su lado. Se encasquet el sombrero para burlar el sol y asegurarse que no eran visiones; que aquellas lneas verdinegras que la mquina pareca arrancar de la tierra, partir en el aire y entongar en una carreta eran caas y no una ilusin ptica. Cuando estuvo seguro, Gisela, no supo si se haba vuelto loco o si la locura de los inventos se haba hecho realidad. Daba lo mismo, te escribi esa noche, el caso fue que los compaeros saltaron a su lado y l tambin salt y grit y agit en el aire la mocha y el sombrero y corri dando vivas, mientras la mquina avanzaba como un mastodonte capaz de hacer la tarea de cuarenta hombres sin una sola ampolla y sin dolor de huesos. Cuando llegaron junto a ella, el operador la detuvo y salud: Sdrsbuitie, tavrichi! Le hizo gracia or hablar ruso en un caaveral y lo apen el modo atroz con que el calor castigaba al sovitico, que pareca a punto de disolverse en sudores. Entonces escuch aplausos y vivas, pero no hizo caso porque se haba acercado a la mquina, pintada de amarillo y rojo, que brillaba en el campo como un escudo. Quera tocarla, pensaba que le traera buena suerte y se inclin para acariciarle las cuchillas. En ese momento alguien le pas el brazo sobre los hombros, preguntndole qu le pareca. La voz le son conocida, volvi la cabeza y por poco se cae redondito. Fidel estaba inclinado junto a l, Gisela, mirando las cuchillas. Cuando logr recuperarse, pens que deba hacer un saludo militar o algo parecido, pero era imposible porque Fidel mantuvo el brazo sobre sus hombros y le repiti la pregunta. Perfecta, Comandante respondi del modo ms solemne que pudo. No, chico le dijo Fidel. Las cuchillas son muy altas, fjate en el tramo que dejan sin cortar... No es ah donde se concentra la mayor parte del azcar? Las manos sealaban ahora el tocn de la caa. Eran inesperadamente finas, Gisela, quiz algo pequeas para la estatura de Fidel, y mostraban tambin las huellas de la mocha. Probablemente fue el modo familiar en que Fidel lo contradijo el que lo impuls a decir: S, Comandante, pero no. Aqu la tierra se hunde, as que es lgico que las cuchillas piquen ms arriba.
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La preparacin de la tierra es un factor admiti Fidel, palpando el declive, pero la altura de las cuchillas es otra cosa, porque cuando la tierra se hunde la mquina tambin baja, no es as?, y adems, en terreno plano nos pasa lo mismo. Qu creen ustedes? pregunt, dirigindose al grupo que lo rodeaba. Enseguida se arm un debate sobre las virtudes y defectos de la mquina: la potencia del motor, el tipo de acero, la altura de las cuchillas, los terrenos pedregosos, la caa quemada, los rendimientos en azcar... Fidel desvi sus infinitas preguntas hacia los asesores e ingenieros soviticos y cubanos que debatan y tomaban notas incesantemente. Cuando todos opinaron, se volvi otra vez hacia l. Se har como yo diga sentenci. Qu tal por aqu? Muy bien, Comandante. Perfecto. Chico dijo Fidel, para ti todo es perfecto? Se sinti enrojecer, Gisela, con la carcajada que sigui al comentario, pero el propio Comandante vino en su ayuda. Dejen al compaero dijo, volviendo a pasarle el brazo por los hombros. Cortar caa es una tarea tan dura que hay que entrarle as, con entusiasmo. Lo que pasa es que yo soy curioso. A ver, ustedes, cmo estn por aqu? Las primeras respuestas concretas provocaron nuevas preguntas, enfiladas ahora a los detalles, desde el promedio de corte hasta la calidad del albergue y la comida, y entonces Fidel prometi hablar con los compaeros del Partido Municipal a ver si era posible mejorar el suministro de botas, limas, guantes y la frecuencia en el envo del peridico. Aquella mquina, les dijo, era una realidad gracias a la colaboracin de los compaeros soviticos, pero todava pasaran muchos aos antes de que se lograra mecanizar completamente el corte; mientras tanto, las divisas de la nacin dependeran de los macheteros, del esfuerzo, el sudor y la conciencia de ellos. Entonces, Gisela, cuando l se dio cuenta de que Fidel ya se iba, trat de explicarle que la mquina le haba parecido perfecta porque de alguna manera la haban soado, y le cont los inventos. Fidel se ech a rer, elogi sobre todo la ocurrencia de sembrar caa en la luna porque revelaba sensibilidad, dijo, y porque propona un reto. Sembrar caa en la luna era un smbolo de lo aparentemente imposible, pero tareas as tenan que vencer los pueblos para terminar, al fin, con la prehistoria de la sociedad humana. Se despidi uno a uno de los macheteros, dndoles la mano, y se dirigi hacia el yipi. Haba abierto la portezuela cuando se volvi para preguntar qu era la revolucin, compaeros, si no una lucha permanente contra lo imposible. Esa noche, Gisela, te escribi la carta ms intensa de su vida. Estaba feliz, haba hecho bien al venir a Camagey y deseaba que t lo admiraras un poquito, aunque no te lo dijo. Lleg a pensar incluso que ganar otra vez tu amor, vencer los celos, sera su victoria personal sobre lo imposible. El encuentro de la brigada con Fidel, te escribi das despus, se cont y recont por la zona hasta alcanzar las proporciones del mito. Los suministros mejoraron molestando al resto de las brigadas, que se pusieron horriblemente celosas. Para calmarlas, el Comit Municipal del Partido los design a ellos para que derribaran unos campos de
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demolicin a los que otros grupos les sacaban el cuerpo. Los hombres aceptaron de mala gana no por miedo al esfuerzo, Gisela, sino porque meterse en el caguazo les hara bajar el promedio de corte y las posibilidades de ganar la emulacin regional. Salieron del albergue todava de noche, haciendo bromas, pero cuando llegaron al campo se les cay el nimo, pareca un yerbazal donde se perdan las caas PPQK, aquellas Pepecucas cuyas nicas virtudes eran su enorme resistencia a las plagas y su fecundidad, demostradas en tiempos en que no haba fertilizantes ni pesticidas. En cambio, eran muy difciles de picar, caa larga, flaca, arrastrada y dura como el hierro, caguazo puro. Mirndola, pens que deban negarse y te lo confes despus, avergonzado; pero en aquel momento Heberto Orozco, el Jefe de Brigada, alz la mocha y dijo una tontera: Caballeros, a sembrar la luna. Desde el principio adopt el hbito de ofender a aquella caa maldita mientras la picaba. Como la muy puetera sola arrastrarse y haba que buscar el plantn entre las yerbas, la llamaba maj, jubo, serpiente venenosa, cascabel, pin, boa constrictor, y de tanto pensar que estaba matando vboras lleg a verlas de verdad, Gisela, en las horas en que el sol lo enloqueca. Entonces ofenda a Pepe, a Cuca y a toda su parentela de hijos bastardos, abuelos borrachos y primos contrabandistas. Cuando Orozco dijo que haba que terminar el treintiuno de diciembre, pens que se haba vuelto loco, porque quedaba demasiado caa en pie, pero qu se iba a hacer, Orozco era de los locos que ponan la mocha por delante. Al amanecer del treintiuno quedaba caa para dos brigadas. l estaba seguro de la derrota y sugiri que pidieran refuerzos. Orozco, Gisela, era un hombre alto, fuerte, orgulloso como una seiba y blanco como un gallego: el sol lo castigaba ms que a nadie. Sin embargo, siempre era el primero en entrar y el ltimo en salir del campo. No respondi siquiera a la sugerencia, mir su mocha, sus brazos, y entr al caaveral como si estuviera dispuesto a comrselo l solo. Tena la virtud de mandar con actos y otra vez lo siguieron y trabajaron, de verdad, como nunca. Pero cada vez se haca ms claro que no podran terminar la tarea. Bajo el atardecer llameante y triste como un incendio picaron ferozmente y cuando oscureci bajaron las mochas con la calma de quien ha hecho todo lo posible. Entonces Orozco demostr que estaba totalmente loco y mand a traer mechones. Cumplieron la orden, Gisela, por respeto a aquel terco delirio. Las vacilantes luces, lo saban de antemano, no fueron suficientes para iluminar el campo. Pero siguieron picando, lentamente ahora, a riesgo de cercenarse una pierna. Parecan fantasmas, sombras de macheteros muertos, condenados a cortar caa para siempre. A eso de las nueve, las nubes que ocultaban la luna se movieron y una luz espectral cubri el campo. Como ya no los molestaba el calor, aumentaron el ritmo. A las diez empezaron a decirse que quizs fuera posible, y a las once estaban seguros de que si no descansaban ni un minuto, si concentraban en el trabajo aquella fuerza inmensa que slo poda nacer de la locura, lograran cantar el himno antes de las doce, como lo cantaron, Gisela, sobre el campo limpio, iluminado por la luna. El Partido Municipal les dio un homenaje y los situ en un campo de Puerto Rico Nueve Ochenta, una caa limpia, hermosa y esbelta como una muchacha,
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para que pudieran recuperar las arrobas perdidas y optar por la victoria en la emulacin. Jams hubiera credo, Gisela, que Heberto Orozco, el jefe a quien admiraba como a su padre, fuera a ser la causa de su momento ms amargo en la zafra. Trabaj, lo juraba, hasta morirse. Pero cuando se hizo el chequeo trimestral, su brigada perdi por setenticinco arrobas y se hizo evidente que l, el machetero ms corto, era la causa y Orozco se lo ech en cara, descompuesto. Esa noche, Gisela, se prometi que jams volvera a ocurrir algo as. Record que la velocidad de la guerrilla era igual a la de su hombre ms lento y decidi extender su jornada para alcanzar el promedio. Al da siguiente sali una hora antes para el corte y trabaj solo, en la noche sin luna, a la luz de un mechoncito. Cuando la brigada lleg, Orozco no lo salud siquiera. Pocas veces, Gisela, haba sentido tanta rabia contra una persona. Noches despus los sorprendi el fuego. Te escriba con las manos chamuscadas, hubo un momento en que pens que nunca podra hacerlo. Estaba durmiendo cuando escuch los gritos y no se tir enseguida de la litera porque crey que era una broma de las muchas que los macheteros hacan para matar la nostalgia. Reaccion con el trajn de la gente vistindose y empez a hacerlo tambin, atontado todava por el sueo. Cuando sali del albergue vio a lo lejos, ardiendo, los campos de Puerto Rico Nueve Ochenta. Una densa nube de humo se elevaba hasta el cielo enrojecido. Orozco, desesperado, llamaba a los hombres desde el camin golpeando el techo de la cabina con la mocha. l subi por la rueda y segundos despus el camin, levantando una nube de polvo sobre el terrapln, dobl en la primera guardarraya y sigui campo arriba dando tumbos. A lo lejos el incendio haba crecido, sobre el ruido del motor se escuchaba el sordo crepitar de las caas chamuscadas. El camin avanzaba a saltos por la guardarraya desigual, hacindolo pensar que no llegaran nunca. En eso cambi la direccin del viento y el fuego empez a avanzar hacia ellos. Vieron, en un cruce de guardarrayas, otra brigada apindose en una carreta tirada por un tractor y las sombras de un cordn de macheteros abriendo trocha. Eh, los del camin! grit una sombra. De pronto, un hombre salt hacia el estribo, choc contra la puerta y estuvo a punto de resbalar y caer bajo las ruedas. Usted es comemierda? grit l. El hombre meti la cabeza ennegrecida por el humo dentro de la cabina y dijo: Atrs, carijo, atrs! El humo sofocante y denso lleg hasta ellos, nublndoles la vista. El camin fren de golpe y el hombre cay al camino. Detrs, la candela salt la guardarraya, el incendio se elevaba ahora a ambos lados. El camin inici la torturante maniobra de doblar en U. Orozco se tir para ayudar al hombre a incorporarse. Abordaron el camin en movimiento, por el estribo, cuando terminaba de dar la vuelta y enfilaba hacia el fuego. Sunalo! grit Orozco. Sunalo, cojones! En primera, pisado hasta la tabla, el camin salt hacia el borde derecho de la guardarraya, donde la candela no haba prendido an en firme, y pas volando junto a las llamas. Nacimos hoy, santsimo! grit el hombre.
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Pararon a quinientos metros y saltaron al camino, mocha en mano. Un grupo de campesinos vino a su encuentro. Por belceb! dijo Sandalio Oduardo. Es Orozco! Qu hacemos? Lo que usted diga respondi Heberto. Sandalio se volvi hacia el campo incendiado y dijo sin levantar la voz: Ya salt una guardarraya, si brinca el terrapln y pega en el fomento de Medialuna, se vira el mundo pal carajo. Bueno, qu hacemos entonces? pregunt el Acana. Sandalio no pareci escucharlo. Sigui mirando el campo como queriendo medir las distancias, la direccin del viento y la voracidad del fuego. Orozco dijo, hay que abrir otra trocha aqu mismo. Tan lejos? No es lejos respondi Sandalio. La candela es mujer, si uno se achanta lo rodea y lo fre. Y el terrapln? Yo me ocupo dijo, y se fue dando un rodeo, seguido por cinco campesinos. Trocha aqu! grit Orozco. El cordn de macheteros se aline a picar. Al principio la relativa lejana de las llamas y el fresco de la noche les permitieron trabajar con rapidez, y l se pregunt, Gisela, qu iba a hacer Sandalio contra el fuego con slo cinco macheteros. Despus, el humo y el calor convirtieron la trocha en un infierno, las pavesas comenzaron a sobrevolar el campo como estrellas fugaces y nacieron los conjuros, los gritos de odio, Chispa tu madre, eh!, Mata la conden!, y los hombres se aplicaron a defender la trocha que haban abierto desde una guardarraya matando el fuego sobre el polvo, atajando las rojas lengetas del dragn en que se haba convertido el campo vecino, apagando a pisotones las pajas encendidas en medio de la trocha, arrastrando hacia las llamas los plantones ardientes para que el fuego consumiera al fuego, sudando, ardiendo en un cuerpo a cuerpo con la candela, jadeantes, exhaustos, vieron cmo un remolino de viento haca girar las llamas hacia el terrapln que daba a los inmensos campos de Medialuna. Para, cabrona; para, viento! Ahora, del lado de la trocha slo saltaban chispas, y Orozco orden: Diez aqu, los dems conmigo! Lo sigui, Gisela, corriendo por la trocha hacia el campo donde las llamas se haban levantado como nunca, incendiando el cielo, y se pregunt despus cuntas veces tendra la noche que convertirse en da para que este pas pudiera trabajar tranquilo. Sandalio, dnde ests, coo? grit Orozco. Para, cabrona; para, viento! grit l. Pero estaba claro que ni el reto, ni el conjuro, ni el mismo Dios que bajara del cielo podran evitar que el fuego saltara el terrapln, pegara en el fomento de Medialuna, virara el mundo, achicharrara a Sandalio y a su gente y llegara al batey de Tumbasiete, devorando. Cuando Orozco se detuvo lo imit,
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desconcertado. Saba que la brigada no podra contra un fuego como aqul, pero le pareci una mariconada abandonar a los guajiros a su suerte. Qu pasa? dijo. Mira! grit Orozco. Otra candelada se haba levantado en los bordes del terrapln. La mir estupefacto, pens que ahora las proporciones del desastre bastaran para aplastar el nimo de cualquiera, incluso de Orozco, y se sinti sin fuerzas. Entonces sucedi: candela y contracandela chocaron en el aire, se alzaron, se enlazaron en un torbellino rugiente, y el fuego comi fuego hasta desaparecer como si se lo hubiese tragado el mismsimo infierno. Fue un espectculo hermoso y terrible, Gisela, todava estaban llenos de odio cuando mearon sobre las cenizas para coronar su victoria. Orozco decidi picar aquella caa esa misma maana y se arm una tngana. Los dems jefes de brigada haban concedido todo el da de descanso. Por primera vez, los hombres de la Surez Gayol amenazaron en voz alta con no cumplir una orden. Orozco mand a traer el desayuno al campo y despus de tomar un vaso de leche ahumada y comer una hogaza de pan, les dijo: Flojos, carajo y entr solo al caaveral. El jefe divida a los hombres en flojos y cojonuses. No haba, en la brigada, peor estigma que el de caer en el primer grupo. Pero esta vez pareca que varios, lidereados por el Acana, estaban dispuestos a correr el riesgo. La tensin poda tocarse con los dedos, Gisela, si los hombres no entraban al campo Orozco tendra que renunciar como jefe. l fue el primero en seguirlo, rompiendo el equilibrio, y slo a ti se atrevera a confesarte que, ms all del odio acumulado, senta una necesidad obsesiva de ganarse el respeto de aquel hombre. Imagin que lo haba logrado, aunque no lo supo a ciencia cierta, Orozco hablaba poco. Pero muchos no lo entendieron y aquel da, especialmente aquel da, fue muy duro, hasta que la Surez Gayol salt espectacularmente en su promedio y se puso a la cabeza de la emulacin por el volumen de caa quemada que esa misma tarde meti al basculador. El problema ms grave que a l, personalmente, le dej aquella victoria, fue la ropa sucia. La caa quemada, sin paja, es fcil de picar, pero tizna como la pena del poeta cuando estalla, y la resina lo va cubriendo a uno con una costra grasienta. Por mucho que lav el pantaln y la camisa, nunca recuperaron su color original. Febrero entr muy fro, Gisela, pero fue, con marzo, la mejor etapa de la zafra. Sus manos, te lo comunic como una gran noticia, haban criado callos, callos redondos y amarillos que le permitieron alcanzar el promedio del grueso de la brigada, vencer los complejos y participar de las bromas, casi siempre ingenuas, que se hacan en la barraca y las guardarrayas. Hubo una tan chvere que no resista la tentacin de contrtela. Fue sobre un machetero apodado el Gallo, porque era el primero en despertarse y le gustaba dar el depi con un kikirik ensordecedor antes de irse a embromar a la brigada vecina. Tena su gallo propio, un despertador antiguo y redondo que sonaba invariablemente a las cinco menos cuarto. Aquella noche, mientras dorma, los chivadores se lo pusieron para las tres. Y a las tres, con el primer timbrazo, el Gallo se tir de la litera con el rostro hinchado por el sueo.
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De pieee! grit. Kikirikii! cant. Y sali como siempre a orinar, a lavarse la cara y a joder al prjimo. En la brigada vecina casi lo matan, Gisela, hubo incluso quien acert a darle un planazo. Mientras tanto, en el albergue, los chivadores atrasaron todos los relojes, alisaron las frazadas, pusieron cara de noctmbulos y armaron una timba de domin. Cuando el Gallo regres corriendo a su corral, se qued pasmado. Qu hora es? pregunt. Las doce dijo Sueltaelpollo como si tal cosa, y agreg, me doblo. El Gallo mir la hora en silencio y la comprob en vano: eran las doce en todos los relojes. Yo hubiera jurado... empez a decir, cuando una carcajada espectacular lo dej con la boca abierta. Probablemente esa misma noche concibi su venganza. Dos das despus amaneci ahorcado. Fue una impresin terrible, Gisela, verlo guindando de una soga bajo la viga mayor de la barraca. Orozco reaccion instantneamente cortando la cuerda de un tajo, y el Gallo cay sobre sus pies. Kikirikii, a todos los jodii! cant a voz en cuello. S, febrero y marzo fueron, como te digo, los mejores meses de la zafra. En abril lleg el agua. Peor que el fuego, Gisela, la lluvia. El fuego anunciaba su presencia a gritos, pero la lluvia era una zorra: apareca con un sordo rumor que estimulaba el sueo y alegraba a las gentes, al dispensarlas del trabajo. Pero si duraba, como estaba durando, traa con ella el gorrin, un pjaro tristsimo que anidaba en el pecho de los macheteros durante las maanas grises, los atardeceres cenicientos y las noches sin luna y sin estrellas. Se acostumbr a mirar el ro de nostalgia que se derramaba sobre el campo, y a recordar. Cuando crey que iba a volverse loco, una mancha color borravino naci en la pared, junto a su litera, y para huir del ro y los recuerdos se dedic a estudiarla. Al principio era algo indefinido, pero con las horas fue adquiriendo la forma de un nio en el vientre de una mujer y a la maana siguiente era una nube. Le puso Mercedes a aquella nubecita que con el tiempo se hizo un barco para navegar por las oscuras aguas del recuerdo. No tena manera de evitarlo. La humedad lo haba cubierto todo, la pared y las sbanas, el piso y la memoria. Se acercaba el final, Gisela, y se senta mejor. En sta quera confesarte un orgullito. El quince de abril Orozco reuni a la brigada siguiendo orientaciones del Comit Municipal del Partido, y pregunt si por casualidad haba all alguien que hubiese combatido en Girn. Cuando levant la mocha, se produjo un segundo de silencio y despus un aplauso. Orozco le pidi que dijera unas palabras y l, al principio, no supo qu decir. La mayora de sus compaeros no esperaba que el ms lento, el ms torpe de los das iniciales fuera tambin un excombatiente. As era la vida. Antes de abrir la boca sinti miedo. Su trabajo lo haba habituado a dar charlas, a meter teques, y conoca lo suficiente a aquellos hombres como para saber que no soportaran eso. Estaba en blanco cuando el Acana dijo: Cuenta, caballo, cuenta. Entonces entendi que sa era su onda, que estaba all para contar la historia. No recordaba en detalle lo que dijo. Empez mezclndolo todo, tal como lo encontraba en la memoria, y as sigui, sin pausas ni nfasis, dndole el mismo
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valor al bombardeo que a su miedo, a la sed que al avance, al polvo del camino que al de los obuses, atendiendo slo a los ritmos incontrolables de la memoria hasta llegar al mar, al fin. Entonces no hubo aplausos. El Gallo dijo coo, Orozco lo abraz y l estuvo seguro de que esa vez, sin pretenderlo, haba ganado su respeto. Terminaba, adis, segua lloviendo. Probablemente fueron la lluvia y el gorrin, Gisela, los que lo llevaron a meterse en un rollo que casi desbarata la brigada. Te lo iba a contar completico porque an no saba si haba actuado bien, y t, aunque no lo creyeras, eras su juez, su Pepe Grillo, su conciencia. Como bien sabas, haban venido a Camagey por seis meses y una vez aqu renunciaron voluntariamente al pase. Como tambin sabas, abril era el mes ms cruel, casi perdido por las lluvias. Mayo empez igual. El gorrin creci hasta convertirse en un pjaro inmenso. No poda ni escribir, estaba tan triste que le hubiera resultado imposible respetar cierto compromiso. Se ilusion con llegar a La Habana el segundo domingo de mayo y regalarle el regreso a su madre. El mircoles anterior, ltimo da de corte segn el plan, hizo la maleta y se tir a soar con el viaje. Al rato, Orozco, que vena del Partido Municipal, entr en la barraca y dijo: Tremendo rollo, seguimos en zafra. Enseguida se arm una tngana en la que l no particip porque se senta ajeno a todo. Se haba ido emocionalmente de la zafra, y estaba decidido a irse fsicamente al otro da, aunque llovieran rales de punta. De modo que cerr los ojos y se durmi en medio del escndalo, pensando que seis meses de caa era ms de lo que se poda pedir a nadie. Pero el campamento amaneci encrespado. Muchos hombres haban hecho los bultos y a la hora del desayuno se form una asamblea espontnea. Orozco recibi una orden del Partido dijo el Gallo. Mientras haya caa, hay zafra. Brigada que se raje no tiene derecho a la emulacin, a los refrigeradores, a los televisores ni a las motocicletas. Ustedes, coo, no se dan cuenta de lo que perdemos? Le respondi un vocero. Muchos intentaron hablar a la vez y nadie lograba explicarse. l, Gisela, sigui en silencio, como si estuviera ausente. Ya no le interesaban premios ni medallas. Slo quera comprobar, aunque nunca te lo dijo, si haba vuelto a ganar tu amor. Para m grit Orozco imponindose, nada de eso es importante. Lo ms importante es no rajarse, seguir siendo un cojon! Haba lanzado al ruedo su argumento esencial, quiz su nico argumento. Siempre, despus de hacerlo, daba la espalda y se diriga al campo confiando en arrastrar a los dems. Pero ahora la situacin era tan tensa que se qued parado en medio de la barraca, y de pronto se volvi hacia l, sealndolo con la mocha: No es verdad, combatiente? Fue un momento duro, Gisela. Pero no le qued ms remedio que responder, como si disparara: No. Heberto Orozco lo mir con una expresin herida, baj lentamente la mocha y la cabeza, y se fue dejando tras s un silencio amargo. Desde entonces nadie supo qu hacer. Los que haban decidido quedarse no salieron al campo y los que
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se iban permanecieron cabizbajos, evitando mirarse a la cara. A media maana lleg Sebastin Despaignes, del Comit Municipal del Partido, y reuni a la brigada. Era un negro retinto, casi azul, parsimonioso, que arrastraba levemente la erre. Qu pas? dijo. Discutir con Despaignes era difcil, y eso, y el mar de fondo que haba dejado la partida de Orozco, inhibi a los hombres. Pero l, Gisela, tena necesidad de irse, y como estaba seguro de que era justo no tema polemizar con nadie. Que ya cumplimos respondi. Que ya estuvimos seis meses en zafra y cumplimos, y cada quien aqu tiene compromisos en La Habana, mujeres, hijos en La Habana, y queremos verlos. Eso es lo que pasa. Un murmullo de aprobacin sigui a sus palabras. El propio Despaignes, asinti con la cabeza. El compaero tiene su razn dijo. Alguien ms? Ahora vendra el contraataque, Gisela, Despaignes pareca manso pero era un bicho. l no poda permitir que se le montara encima, por eso recalc: Y ahora, el ltimo da, cuando la gente ya ha hecho la maleta y los familiares los estn esperando, se aparece el Partido, o usted, que es lo mismo, con la orden de quedarse. Eso es una cabeza de caballo mundial. Despaignes no respondi. Encendi parsimoniosamente un tabaco y desde ese momento l se dio cuenta que perda terreno, que estaba demasiado excitado y Despaignes demasiado tranquilo, y luch por calmarse prometindose ganar aquella discusin de todas maneras. El Partido no da rdenes, ustedes lo saben dijo al fin Despaignes, consultando su reloj. Son las diez, dentro de una hora, si quieren, estar aqu el transporte para llevarlos al tren. Ustedes tienen su razn, me dejan exponer la ma, la del Partido? No le iba a decir que no. Pero de todos modos, Despaignes se tomaba su tiempo. Compaeros dijo, hemos cometido un error al informar tan tarde esta decisin. Provincia tambin decidi tarde y no nos dej otra alternativa. Ahora, fjense, con la caa de doble corte, la que tenamos como quedaba, con suerte y poca lluvia, podemos hacer todava entre diez y quince mil toneladas ms en el central. Una tonelada son, cuntas libras?... Dos mil respondi l automticamente, y ah mismo se dio cuenta que Despaignes lo haba atrapado. Anj, dos mil libras dijo Despaignes y le pidi: Ve sacando las cuentas. A cmo est la libra de azcar en el mercado mundial? A nueve centavos, no? Dos mil por nueve son... Usted sabe respondi l secamente. Yo s acept Despaignes. Claro, yo s, digamos que ciento ochenta dlares verdes por tonelada, correcto? Y lo mir con toda la calma del mundo, Gisela, hasta que l tuvo que asentir con la cabeza. Bien aadi, ciento ochenta por diez mil son, deja ver, cinco ceritos... Un milln ochocientosmil dijo l, sin poder contenerse.
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Dlares remat Despaignes. Qu dices? Baj la cabeza, Gisela, porque estaba atrapado en aquella lgica tranquila e irrebatible, y pregunt por Orozco. Renunci dijo Despaignes. La noticia golpe a la brigada como una derrota y l, slo a ti lo confesaba, se sinti un traidor. Vamos a buscarlo propuso el Gallo. Fueron, Gisela. Orozco acept volver slo cuando la Surez Gayol en pleno se comprometi a ganar la emulacin. Entonces salud a los hombres uno a uno, menos a l, que desde ese momento andaba como enfermo y as se despeda por hoy, sintindolo mucho. Junio fue un mes brutal y formidable. Terraplenes y guardarrayas se convirtieron en espantosos barrizales donde se atascaban camiones, tractores y carretas, de donde nicamente lograban salir los tercos bueyes trgicos arrastrando las rastras, unas cuas triangulares y sin ruedas, en las que caba muy poca caa. La Medialuna, mojada, era traicionera; su cscara resbaladiza poda desviar la mocha, produciendo heridas en brazos o piernas. El fango les cubra las ropas y la piel. Blancos, negros y mulatos eran lo mismo, del color de la tierra. Y en medio de ese infierno anduvieron Orozco y l evitndose como enemigos, hasta el da en que amaneci con gripe, abord el camin tiritando y Orozco le pidi que se quedara en el albergue. No pudo aceptar, faltaba solamente una semana para el cmputo final de la emulacin y esa vez, Gisela, las setenticinco arrobas no esperaran por l. Se sinti contento porque logr vencerse a pesar del catarro y porque, al terminar, Orozco le dijo: Combatiente, car, soy ms bruto que un arado. Y ust... No joda respondi l. No haca falta ms, Gisela, Orozco hablaba poco. En la recta final se sinti renacer y aquel esfuerzo brbaro se le hizo hermoso, quiz porque lo llev al lmite de la entrega. Era, no sabra explicarlo de otro modo, como si sacara fuerzas de la tierra. Lo mejor sucedi en el cine de Santa Mara de Sola, cuando Despaignes proclam a la Surez Gayol ganadora absoluta de la emulacin y los macheteros del Contingente Che Guevara empezaron a corear: Orozco! Orozco! Orozco! Orozco salud desde su luneta. Pero los gritos crecieron, Gisela, porque los hombres queran verlo subir a la tribuna. Sali al pasillo temblando como un nio y cuando lleg arriba los gritos aumentaron hasta el delirio. Se movi confundido a un lado y otro del escenario. Despaignes lo condujo al podio y se hizo un silencio que Orozco no logr romper. Estallaron los aplausos. Entonces Orozco levant el puo y grit: Patria o Muerte! Ahora s que la zafra haba terminado, Gisela, y cuando lleg a la barraca, el Gallo cant por ltima vez y l mir por ltima vez su mancha color borravino, que ahora era un pjaro con las alas extendidas, y por ltima vez se despidi de ti, Gisela, hasta muy pronto, sin atreverse a pedirte que fueras a esperarlo, porque lo necesitaba demasiado.
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Cuando dieron el ltimo brochazo y a lo largo de la imponente chimenea pudo leerse Amrica Latina, la sirena del central pit tres veces como la de un barco inmenso que zarpara. Desde la cspide, adonde haba cometido el error de subir presionado por los inslitos gallegos, Carlos mir el ocano de caa y las grises estructuras de la fbrica y sinti un miedo atroz. A su lado, sobre el estrechsimo redondel de la punta, los gallegos haban terminado de asar un puerquito en medio de equilibrios delirantes. Ahora coman, beban a pico de botella, cantaban Una noite na eira do trigo con toda la morria del mundo. Carlos cerr los ojos imaginando que sufra una pesadilla, pero ya Manuel, el Jefe de Brigada, le brindaba una masa y una botella de cerveza mientras cantaba Pbilu, pbilu, pbilu y zapateaba en el borde de la torre, a ms de cien metros del suelo. Carlos no tuvo ms remedio que comer y beber, y encontr el puerco caliente y la cerveza helada. Aquel delirio era tan real como que l haba sido nombrado administrador del Amrica Latina. Para ganarse a los obreros haba aceptado el reto de los gallegos constructores de torres que, por tradicin, festejaban el trmino de cada nueva chimenea con una fiesta en la cspide, y ahora estaba batido por el viento, enjorquetado en una nube, flanqueado por un vaco de luz a la izquierda y otro de oscuridad a la derecha, prometindose que besara tres veces la tierra si lograba volver a pisarla sano y salvo. No pudo hacerlo porque cuando lleg abajo, mareado y tembloroso, los gallegos lo alzaron en andas y empezaron a pasearlo por el batey al son de sus msicas. Feliz de estar vivo y de haber probado su valor, fue saludando a los obreros que festejaban la conclusin de las obras cantando puntos guajiros. Los sonidos de tiples, giros y bandurrias se mezclaban con los de las gaitas, y las voces entrecruzadas creaban variaciones inslitas: Una noite na Guacanayara, ay, Palmarito do trigo. Gallegos y guajiros se unieron en una manifestacin que de pronto fue atravesada por sonidos de banjos y un himno desafiante, We shall overcome, we shall overcome, we shall overcome someday, coreado por los norteamericanos de la brigada Venceremos que se arremolinaban junto a la administracin esperando a los vietnamitas de la Ho Chi Minh, diez combatientes venidos de la guerra a la zafra con sombreritos de lona y sus cantos grciles como juncos. Tras ellos se alzaban las banderas rojas de la Konsomol Leninista, aires de balalaikas y un coro dominado por los bajos, Kalinka, Kalinka, Kalinka may, jey! Desde el otro lado entr un dragnlenguadefuego y la msica extraa, atonal y fascinante de la brigada coreana Jinetes de Chullima. Y entonces se escuch una tumbadora, vena guiando la rumba de los constructores, A, a, a los constructores, que nos quitamos el nombre o hacemos los diez millones, y fue arrastrando al paso a las dems brigadas hacia el central, mientras el repicar de los cueros de chivo se funda en el aire de la tarde con el sonido de los cornetines, tiples, gaitas, bandurrias, bajos y balalaikas en una baranda de locura que hizo salir a los tcnicos ingleses y franceses, los
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envolvi en la bachata como una bola de candela, incorpor sus himnos al aquelarre, Una noite we shall enfants de la patrie god save los diez millones Kalinka Guacanayara a, mientras Carlos coreaba a toda voz a! porque el mundo se haba reunido en Amrica Latina, un sitio perdido en las llanuras de Camagey, para celebrar el inicio de la zafra ms grande de la historia. Pero en la noche, cuando las Brigadas Internacionales se retiraron para incorporarse al corte y estuvo solo frente a la inmensa mole iluminada del central, sinti un miedo comparable al vrtigo. Haba aceptado capitanear aquella nave en su travesa ms difcil pero no saba cmo coo guiarla. En ese momento haba graves problemas en el rea de tndems y l vagaba por los alrededores como una sombra, porque no tena ni la ms puta idea de lo que deba hacer. Su nombramiento fue un acuerdo, un pacto de leones entre el Negro Despaignes, del Comit Regional, y Pablo Fernndez, su socio Nariz, ahora Delegado Provincial de la Industria Azucarera. Se haban pasado das rechazando sus respectivas propuestas hasta que una noche, con la zafra a punto de empezar y sus direcciones exigindoles un acuerdo, Pablo dijo: Nombra a tu ayudante. Carlos sonri tratando de seguirle la corriente y se puso serio cuando vio que el Negro lo miraba. Se haban hecho amigos durante la zafra del sesentinueve, cuando l trabaj como jefe de las brigadas regionales, promovido por el propio Despaignes, que ahora pareca preguntarle a quin se subordinara en caso de ser nombrado administrador del Amrica Latina. Tampoco te atreves? ironiz Pablo. S dijo de pronto el Negro, y se dirigi a Carlos. Felicidades, administrador. Carlos volvi a sonrer y dijo que aquello era un disparate, una locura, pero Pablo y Despaignes estaban eufricos por haber llegado a un acuerdo y le garantizaron el apoyo del Minaz y del Partido, tendra un segundo capacitadsimo, aunque polticamente errtico, y deba sentirse orgulloso, porque la Zafra de los Diez Millones iba a ser una guerra y lo estaban nombrando capitn. El Amrica Latina era el central ms grande del pas, o sea, del mundo, se daba cuenta?, y estaba recibiendo tremendas inversiones que lo convertiran en una pieza clave dentro del esfuerzo descomunal con que la Isla le partira, por fin, el espinazo a la miseria. Adems, despus de tres aos en zafra, l saba algo de azcar, no?, y no se hablara ms del asunto, administrador, que lo dems era una simple cuestin de cojones y de suerte. Y ahora, al dirigirse a los tndems, se dijo que al menos esta noche la solucin pareca corresponder a la suerte. El problema era tan grave que lo liberaba de responsabilidad, aunque no de angustias. Todo estaba dispuesto para que el Amrica Latina hiciera la prueba de sus inversiones capitales al da siguiente, pero los tcnicos ingleses no lograban arrancar los nuevos tndems elctricos. Los viejos equipos de vapor ya haban sido desmontados para enviarlos al Argentina; si los ingleses no daban pie con bola, el Amrica Latina no podra operar, y sin aquel coloso, programado para moler un milln trescientasmil arrobas diarias, sera totalmente imposible lograr los diez millones de toneladas con que estaban comprometidos el honor y el futuro del pas. Los fabricantes
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ingleses, que se jugaban el dinero y el prestigio, iban revisando el enorme mecanismo con una meticulosidad desesperante. Carlos subi por una escalerita de hierro y se detuvo en el puente junto a Pablo, sobre las grandes mazas de la desmenuzadora. No le habl, todo el mundo estaba de psimo humor aquella noche. A la altura del quinto molino el capitn Monteagudo, Coordinador provincial de Zafra, iba y vena incesantemente discutiendo con el Ingeniero Prez Pea, Delegado del Ministro del Azcar; detrs, cabizbajos, estaban el Negro Despaignes y Ortiz Quintana, del Grupo Nacional de Construcciones. Los obreros permanecan en sus puestos, cruzados de brazos. Carlos miraba hipnotizado el doble juego de imanes que anteceda a la picadora, cuando alguien lo hal por el hombro. Se volvi sobresaltado y sonri al ver a Alegre, la mascota del batey, un joven luntico que usaba siempre una gorra azul con un alacrn en el frente. Administrador dijo Alegre, yo lo arreglo. Ah, car, saca al bobo de aqu protest Pablo. Bobo no, loco aclar Alegre. Carlos le pas el brazo por los hombros flaqusimos y puntiagudos y lo llev suavemente hasta el basculador. Alegre tena la virtud de hacerlo sentir bien porque casi siempre estaba as, hacindole honor a su apodo. Era hijo de un obrero que haba muerto electrocutado y de una loca que se suicid a raz del accidente. Desde entonces vivi con su abuela en un viejo bajareque, asisti poco a la escuela; la gente deca que llevaba en la sangre la electricidad que haba matado a su padre. Ve con tu abuela dijo Carlos, anda. Yo lo arreglo insisti Alegre. Junto al enorme basculador recin terminado esperaba una hilera de carros de caa. Maana murmur Carlos mirando al tren, y regres a la fbrica. Nada haba cambiado all. La nueva maquinaria brillaba como en una exposicin intil. De pinga dijo Pablo. Un desastre. Vio que Pepe Lpez vena acercndose y se acod sobre la barandilla, de espaldas al puente. Lpez pas junto a l en silencio, como si no lo hubiera visto, y salud a Pablo. Qu hubo? Esperando por ti dijo Pablo con irona. Cuando Lpez sigui su camino, se dirigi a Carlos. Tienes que saludar, caballo. Ese tipo es un hijoeputa dijo l. Puede ser, pero es el Jefe de la Construccin aqu, y los cuadros tienen que hablarse. Esto no es un juego de... Coo, mira eso! Alegre estaba hablndoles al Negro Despaignes y a Ortiz Quintana. El Capitn Monteagudo y el Ingeniero Prez Pea caminaban hacia el grupo. Carlos se ech a correr, tratando de impedir que el loco llegara a interrumpirlos. A medio camino se contuvo, el Capitn y el Ingeniero, metidos en su discusin, se haban detenido. Cuando pas junto a ellos, Monteagudo estaba diciendo, Yo no le puedo decir a Fidel que... Hubiera querido seguir escuchando, pero no se atrevi. Un poco ms all, Despaignes daba pataditas sobre el entejado.
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Yo lo arreglo deca Alegre. Perdonen terci l, agarrndolo suavemente por el brazo. Desaparcelo le orden Ortiz Quintana. Volvi a pasar el brazo sobre los hombros de Alegre y lo llev hasta el basculador, preguntndose si debera acudir a la abuela para que lo encerrara. Decidi no hacerlo, era demasiado cruel. La vieja, desesperada por la permanente e imprevisible movilidad que llevaba al loco a escapar a otros bateyes, y a veces a otras provincias, sola prenderle al tobillo derecho un grillete de esclavo, con cadena y bola de hierro. Vete con tu abuela le dijo. Alegre lo mir con una limpia obstinacin. Yo lo arreglo insisti. Me voy a poner bravo lo amenaz Carlos, y grit: Grillete! Alegre sacudi la cabeza y los brazos, como atacado por el mal de San Vito; el miedo enturbi sus ojos y se perdi corriendo en la oscuridad. Carlos regres a su puesto, cabizbajo. Quizs haba sido demasiado duro, pero no tuvo otro remedio. La administracin del central implicaba una suerte de autoridad civil sobre el batey y estaba obligado a ejercerla. Tres horas ms tarde, y sin que nada hubiese cambiado en el rea de tndems, se maldijo por haber sido tan dbil. El desastre estaba ante su vista, Pablo lo llamaba comemierda, Pepe Lpez rea, el Negro Despaignes se llevaba las manos a la cabeza y Alegre, sin que nadie pudiese evitarlo, interrumpa el dilogo entre el Capitn Monteagudo y el Ingeniero Prez Pea. Qu es esto? pregunt asombrado el Capitn. Yo lo arreglo dijo Alegre. Lo nico que nos faltaba coment Prez Pea: Un bobo. Loco aclar Alegre. Perdonen dijo Carlos, y volvi a arrastrarlo por el brazo, esta vez hacia dos obreros que deban entregrselo a la abuela. Por suerte, el Capitn y el Ingeniero seguan discutiendo, como si con ellos no fuera. Pero Carlos tuvo que soportar las descargas de Pablo y Despaignes, hasta que los ingleses dejaron su tarea en los controles y subieron al puente. Todos siguieron a distancia el dilogo entre Monteagudo, Prez Pea y los tcnicos, como si se tratara de una pelcula muda y llegaron a la conclusin de que haba ocurrido una catstrofe. El Capitn estaba hecho una furia cuando cit a los cuadros para una reunin urgentsima. Dicen los ingleses inform en la oficina que ellos no tienen solucin para el problema. Quieren consultar y esa consulta les lleva un mes. Nosotros, compaeros, no podemos esperar ese tiempo. Quin, aqu, tiene una idea para salir del atolladero? Dej la pregunta en el aire y mir uno a uno a los cuadros. Nadie? Bien dijo entonces, dirigindose a Carlos. Administrador, busque al loco, infrmese de su plan y trigame la respuesta enseguida. Carlos esboz una sonrisa, como si no hubiese entendido la clave del chiste. Pero Monteagudo los miraba seriamente, retadoramente. Me parece intil, Capitn replic el Ingeniero Prez Pea. Intil y... eso, intil.
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Ren Monteagudo permaneci en silencio. Carlos ech hacia atrs la silla y el ruido de la madera contra el piso le son a un sacrilegio. Se dirigi lentamente hacia la puerta, esperando en vano que el Capitn le ordenara quedarse. Celso Couzo, el jefe de maquinarias, sali con l. Era un hombre de carcter impredecible, que conoca cada tuerca del central desde los tiempos en que se llamaba Sola, y ahora andaba turulato con las inversiones. Usted?... empez a preguntarle Carlos. S, yo lo interrumpi Couzo. Usted, qu? Que tambin. Que tambin qu? Me estoy volviendo loco, chico. Carlos sigui su camino bajo los algarrobos que bordeaban la calle real, preguntndose si Monteagudo estara pinchando el honor de los azucareros para obligarlos a resolver el problema, o si la desesperacin lo habra llevado a confiar de verdad en la locura. Empezaron a atravesar el barrio de los americanos que haban sido dueos del central, palacetes que ahora eran un hospital, un crculo infantil, una escuela, y que le recordaban Tara, Los doce robles, la pelcula Lo que el viento se llev. Se dijo que la vida en el central debi haber sido terrible antes del viento. El batey estaba construido con una perfeccin siniestra. Las clases, capas y estamentos tenan prefijados para siempre sus oficios, sus clubes, sus lugares de compra, el tamao, la ubicacin y hasta el color de sus casas en aquel lugar aislado totalmente del resto del mundo por mares de caa. Los americanos usaban un avin para salir volando; pero los trabajadores no tenan otra alternativa que los trenes de la Sola Sugar Company, y esto, salvo excepciones que por lo escasas haban pasado a integrar la mitologa del batey, estaba estrictamente prohibido. Imaginando aquella uniformidad desoladora, Carlos bendijo el viento que engendr el desorden donde estaba metido. A partir de la nacionalizacin cada quien pint su casa del color que le vino en ganas, se construy una carretera por la que muchos realizaron su sueo de escapar a las ciudades y se cambi el nombre del central. Pero algo de la inmovilidad de aquellos tiempos debi haber quedado en esos aos en que todava, sobre los sacos de azcar, se inscriba el letrero Amrica Latina Sola. El viento grande lleg con la remodelacin del central para la Zafra de los Diez Millones. Miles de constructores; millones de rublos, dlares, libras esterlinas y francos en equipos y piezas; decenas de edificios, albergues y comedores; tcnicos e internacionalistas de las ms diversas latitudes se juntaron en Sola para reconstruir el Amrica Latina, en apenas un ao, introduciendo un movimiento vertiginoso y haciendo de aqul un sitio tan delirante y alegre como el loco a cuya casucha haban llegado, finalmente. Pero Alegre, ahora, estaba triste, melanclico como siempre que le ponan el grillete. Carlos calm a la abuela, le pidi la llave y se abri paso por entre la intrincada maraa de cables, condensadores, radios, planchas, timbres, telfonos y televisores inservibles que los vecinos del batey le haban ido regalando a Alegre para calmar su insaciable voracidad de desperdicios elctricos. El loco estaba sentado sobre la herrumbrosa estructura de un refrigerador como un rey
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prisionero en su trono. Carlos se hinc ante l, lo liber del hierro y le acarici las llagas del tobillo. Qu hacemos? le dijo. Los ojos de Alegre fulguraron en cuanto empez a hablar. Carlos no entenda nada, pero una vez ms, se sinti bien. Desde el da en que lo nombraron administrador, Pablo y el Negro insistieron en que deba ocupar parte de su tiempo en atender a la gente del batey, y de esta obligacin naci su hbito de escuchar y proteger a Alegre, que ahora hablaba inspirado de campos, diodos y curtientes alternas mientras dibujaba esquemas sobre un papel de estraza. Cuando termin, Carlos le dio las gracias y entreg los dibujos a Couzo. Lo van a hacer? pregunt Alegre, con ansiedad. Claro dijo l, mientras caminaba haciendo equilibrio sobre la chatarra. Lo amarro? pregunt la abuela, junto a la puerta de madera renegrida. Carlos mir a Alegre, que haba metido la cabeza dentro del caparazn de un televisor y le sacaba la lengua. No dijo, y se dirigi al loco. No te muevas hasta que suene la sirena. Alegre imit el pito del central. La puerta chirri al abrirse. En la calle, Carlos se ech a rer. Entendiste algo? suspir. No s una papa de electricidad respondi Couzo. Mientras regresaba a la oficina, pens que ya deba haber aparecido una solucin inglesa o cubana y nadie le preguntara siquiera qu haba dicho el loco. Pero al llegar encontr una fortsima tensin entre Monteagudo y Prez Pea, que lleg al extremo cuando el Ingeniero se neg a evaluar el proyecto de Alegre diciendo que jams se rebajara a trabajar con locos, y se aferr a la tesis de cobrarle una multa a los ingleses y esperar. Entonces Monteagudo cort por lo sano, ordenndole a Carlos que copiara los esquemas de Alegre en papel alba y se los presentara a los ingleses, porque, qu se perda con probar? Los britnicos eran conocidos como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Sus hbitos de trabajo chocaban de tal manera con el desorden imperante que siempre creaban una tensin especial. Nunca alzaban la voz, beban en calma su ginebra y slo los culos de las negras lograban sacarlos de quicio. Cuando Carlos le entreg la carpeta al jefe del grupo, bautizado en Sola como Prfido Albin, pens que los Jinetes iban a relinchar de rabia ante la burla. Pero Prfido mantuvo la calma, examin tranquilamente los esquemas y pregunt: Quin hizo esto? Bueno... dijo Carlos. Es absurdo coment Prfido. No hay un clculo bien hecho, una proporcin correctamente establecida. Resulta prcticamente imposible acumular tantos errores en un solo plano. Olvdelo murmur Carlos extendiendo la mano para tomar la carpeta. Prfido Albin sigui mirando los esquemas sin hacerle caso. Tpico de ustedes dijo al fin. Una idea brillante, plagada de barbaridades. Carlos se pregunt si habra odo bien, pero no se atrevi a interrumpir a Prfido que ahora, inclinado sobre los planos y hablando en su jerga con los
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dems Jinetes, inscriba cifras y signos junto a los esquemas. Aunque al parecer trabajaban mecnicamente, se notaba en ellos una excitacin inusual. Cuando terminaron, media hora despus, Prfido Albin le entreg ceremoniosamente la carpeta. Constryanlo as dijo. And God save the tandems. A pesar de que Carlos sigui las rigurosas instrucciones del Capitn Monteagudo y orden a los operarios del taller de electricidad que trabajaran en el ms estricto secreto, toda Amrica Latina supo que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis haban mandado a construir un proyecto de Alegre para arrancar los tndems. Centenares de obreros y vecinos se agolparon junto a las cercas del taller y Carlos tuvo que acudir a los Bomberos Voluntarios para que los controlaran. La Directora de la Escuela Primaria protest formalmente ante l por el psimo ejemplo que estaba dando a sus alumnos, quienes ahora queran ser locos e inventores y se escapaban de clases para correr junto a la cerca como en un manicomio. El Cura itinerante, un belga polglota que atenda las iglesias de cinco centrales en su flamante VW Brasilia, previno desde el plpito contra las consecuencias del fanatismo. La secta de los Adventistas del Sptimo Da augur que un holocausto, una muerte de Armagedn local barrera a Amrica Latina por haberse atrevido a retar los designios del Seor, y arrastr a sus escasos fieles a vivir en las afueras del batey en improvisadas tiendas de campaa. Casi nadie logr ver el pequeo equipo construido gracias a la delirante imaginacin de Alegre y a los fros clculos britnicos. Pero casi toda la poblacin de Amrica Latina esperaba los resultados de la prueba, concentrada en las afueras del central. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis dirigieron el montaje con una meticulosidad abrumadora. Cuando todo estuvo listo Carlos se peg a las espaldas de Prfido Albin para no perderse un detalle de aquel momento histrico. El largo, flaco, pecoso dedo del ingls se detuvo como si dudara ante el ancho botn rojo. Carlos trag en seco pensando en Alegre, en el abuelo lvaro, en Chava y en Kindeln. Monteagudo cerr los ojos. Prfido presion el botn. Un suave ronroneo de motores llen el aire, y todos estallaron de alegra mientras las primeras caas caan estrepitosamente sobre la estera, los hierros las picaban, las desmenuzaban, les extraan el guarapo y la sirena anunciaba al mundo que el Amrica Latina haba comenzado la molienda. El loco! grit el Capitn en medio del escndalo. Carlos ech a correr tras l. En los basculadores los envolvi una nube de polvo y paja, el estrpito de un carrojaula al voltearse contra los topes, y los agudos gritos de los gancheros. Carlos se sinti exaltado por el sonido y la furia de la zafra, y los ojos se le humedecieron de gratitud al pensar en el loco. La muchedumbre que estaba en la explanada haba improvisado una fiesta, decenas y decenas de parejas bailaban al son de un rgano manzanillero que alguien haba trado en una carreta de bueyes. Para eludir a los bailarines corrieron en zigzag y fueron a dar junto a un coro. Se excusaron de cantar y siguieron corriendo por las calles desiertas hasta llegar a la casucha de Alegre, donde la abuela los recibi llorando. Se fue les dijo. tena miedo.
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Carlos no titube. Conoca el sitio donde Alegre sola esconderse en sus accesos de terror e invit al Capitn a regresar al central para tomar un yipi. Volvieron a acercarse a la fbrica iluminada, rodearon la fiesta y subieron al carro de Monteagudo, que arranc haciendo chirriar las gomas y gan una velocidad vertiginosa, mientras Carlos recordaba al simpatiqusimo teniente que se mat y estuvo a punto de matarlo a l durante la Crisis de Octubre. Pero se trag el miedo. Monteagudo era macizo, bajito, aindiado, tena fama de haber hecho la guerra combatiendo de pie y l no era quin para pedirle cordura. Cuando llegaron a la salida de Esclavo Ahorcao empez a llover. El Capitn aminor la marcha y lo mir, cantando Cuatro caminos hay en mi vida, cul de los cuatro ser el mejooorrr? Carlos indic la carretera que una a Amrica Latina con el mundo, preguntndose si sera cierto que el Capitn diriga, adems de la zafra, una orquesta de msica mejicana. Monteagudo embisti el talud de la va frrea y el yipi salt sobre los rieles y volvi a ganar el asfalto. A la derecha, el viento haba echado a volar las tiendas de los Adventistas. Carlos grit El Armagedn!, y el Capitn empez a cantar La cama de piedra con una emocin levemente desesperada. Entraron en Marverde, el inagotable ocano de caa que rodeaba Amrica Latina, y con el ltimo Ayyayai! se detuvieron junto al muro gris de la trocha. Tanta sangre murmur Monteagudo, acariciando las piedras renegridas. Alegreee! grit Carlos. El loco no respondi. Empezaron a buscarlo en las brechas del muro. El aguacero haba amainado, pero un aire fro cortaba el caaveral. De pronto, en una garita derruida, dos ojitos azules brillaron como los de un gato. Alegre, con una calavera en las manos, tiritaba. Baj la cabeza y se repleg contra el muro pidiendo perdn, diciendo que no saba, que nunca haba pensado, que no le pusieran el grillete. El Capitn se tendi de bruces, con el odo sobre la tierra. Durante un segundo Carlos lo mir, perplejo, pero tuvo el plpito de que deba imitarlo. A ras de suelo haba un fortsimo olor a estircol. Alegre se tendi tambin, cautelosamente. La tierra tiembla dijo entonces el Capitn en voz muy queda. Es el central. Carlos asisti fascinado a la transfiguracin del rostro del loco, que pas del miedo a la duda y a la alegra y a la paz, y le sonri a la calavera y la puso de lado sobre el suelo. Es tu amigo? pregunt el Capitn. Alegre asinti. Sus ojitos se achicaron cuando le sonri a la calavera. Oyes? Lo hicimos dijo. A Carlos le pareci que la cara del loco y la del muerto tenan un aire de familia, mir intensamente las cuencas vacas y la risa perpetua, y pens en su abuelo y en su padre al sentir que la tierra transmita latidos regulares como los de un clido corazn palpitante. De regreso al central, el Capitn decidi que Alegre deba ir a La Habana para que psiclogos e ingenieros de la Universidad estudiaran el caso, y el loco design a Carlos como custodio de su calavera. Hblale de noche le dijo. Ella entiende.
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No se atrevi a desairarlo y escondi la calavera en el escaparatico del desnudo cuarto del hotel donde viva. Esa tarde la Comisin, presidida por Monteagudo y Prez Pea, decidi que el estado de las inversiones capitales del Amrica Latina le permitan continuar en zafra, y sigui su gira de inspeccin dirigindose al Per. Carlos llevaba ms de setentids horas sin dormir, pero el central lo atraa como un hijo enfermo. En la Sala de Control y en el Laboratorio le informaron que todo marchaba a las mil maravillas, la caa era fresca y bastante limpia y la fbrica andaba al quilo, aunque, desde luego, estaban trabajando para una norma muy baja, apenas doscientas cincuentamil arrobas. Molidas altas dijo. De inmediato se dio cuenta de que aquella consigna, orientada por la Comisin, sera puro bagazo si no decida algo concreto, y pregunt qu pasara si apretaban las clavijas y duplicaban o triplicaban el ritmo. Jacinto Amzaga, su segundo, se opuso de plano porque haba demasiadas cosas por probar en la fbrica. La Comisin, dijo, se haba precipitado al decidir que continuaran moliendo. Couzo estuvo a favor de triplicar: el Bicho, opinaba, respondera como un rel, pero aun si no lo haca era mejor que los problemas salieran ahora, cuando haba tiempo para todo. Carlos los mir en silencio, el punto de vista de Amzaga era ms seguro, si lo aplicaba nadie podra reprochrselo, pero los Diez Millones no se lograran cuidndose tanto. No en balde Lenin haba dicho aquello de audacia, audacia y ms audacia. Pnchenlo orden. Setecientas cincuentamil arrobas, que lo que sea, sonar. Los Jinetes del Apocalipsis saludaron la decisin con todo el entusiasmo que eran capaces de expresar, porque les permitira probar los tndems a la mitad de sus posibilidades. Prfido Albin oper personalmente los equipos, que respondieron como Couzo haba previsto. Cuando las grandes mazas aumentaron su velocidad de rotacin y el arroyito de guarapo creci en las canales hasta convertirse en un ro de oro, Carlos se sinti un verdadero capitn en el puente de mando, y orden que se comunicara a la provincia y al pas que el Amrica Latina, haba triplicado su ritmo. Entonces se sinti mareado del cansancio y no tuvo otro remedio que irse a dormir. El hotelito que la Sola Sugar Company haba construido para los tcnicos solteros lo deprima terriblemente. Era de madera, estaba pintado del ocre color de la tierra, la psima iluminacin sugera frustraciones y miserias. En su cuartico haba una angosta cama de hierro, una mesita de noche despintada, una jarra y el escaparatico. Al abrirlo para colgar la camisa vio la calavera. El colmo murmur, vivir aqu con sta. Se qued dormido sin terminar de quitarse las botas y al rato se sumi en una pesadilla. El central estaba sin energa elctrica, l, Couzo, Amzaga y los Jinetes vagaban por las naves oscuras como almas en pena. Empez a gritar e intuy que soaba, pero nadie vino a despertarlo. Cuando logr abrir los ojos, estaba ronco y desconcertado, y salt hacia la ventana. No logr ver nada. El bagacillo haba estado cayendo durante aos sobre la tela metlica como una inclemente lluvia de cenizas. Sali al pasillo, baj a saltos los treintinueve escalones y se ech a rer: el central estaba iluminado.
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Al regresar al cuarto, sintiendo el lgubre sonido de sus propios pasos en la vieja madera polvorienta, lo gan la tristeza. Se tendi bocarriba, desesperado por ver a Gisela. De pronto decidi escribirle, decirle cunto la quera y pedirle, por favor, que alguna vez, si le era posible, viniera a visitarlo. Entre los mltiples fracasos de su vida, ella era el mayor. Nunca, desde el divorcio, haban vuelto a entenderse. Cuando la tena lejos se senta capaz de las mayores renuncias, pero al verla volva a los reproches, como si recitara contra su voluntad un papel aprendido. As ocurri al terminar la zafra del sesentiocho, cuando ella fuera a esperarlo a la estacin y l no supo si tena derecho a besarla hasta que estuvieron frente a frente y se miraron y ella rompi a llorar. l pens entonces que todo estaba resuelto, y despus, en la casa, no logr entender que ella tuviera miedo y le pidiera, por favor, que lo pensara bien, porque ya haban sufrido demasiado. Y como lo haba pensado meses enteros, durante la zafra, la mir humildemente a los ojos al preguntarle si poda quedarse, para siempre. Con el dinero ahorrado se fueron al Riviera, repitieron las locuras de su noche de bodas e inventaron otras sin que esta vez los yankis los interrumpieran. Carlos lleg incluso a hacer un chiste: ellos tenan dos Crisis de Octubre, una histrica y otra personal. Por las maanas, su suegra les llevaba a Mercedita y l la enseaba a nadar en la piscina, le haca cuentos de la zafra, la escuchaba rer. Pero una noche Gisela salud a un mdico en el elevador y al llegar al cuarto Carlos le pregunt si haba sido se. Ese qu? dijo ella. El que se acost contigo respondi l, tranquilamente. Meses despus, en plena zafra del sesentinueve, mientras sufra como un perro su soledad, se asombr al recordar la calma siniestra con que logr uncirla a la lgica de su locura. Deban hablar civilizadamente, como adultos, le haba dicho, volver significaba saberlo todo acerca del otro, estar de acuerdo en ciertos puntos bsicos, por ejemplo, ella lo haba engaado, correcto? Gisela quiso eludir aquel dilogo, pero l la fue cercando durante semanas, como a un ratoncito, no, amor, no quera discutir, slo conversar racionalmente, a ver, por qu tena miedo a hablar de eso? Cuando ella acept el reto y le dijo que no lo haba engaado, que el incidente haba ocurrido despus de la separacin, l sinti que la cara le arda como ante una apuesta fascinante, por favor, amorcito, llamarle incidente a eso, si cuando ocurri el divorcio no estaba firmado. Un papel era un papel, lloraba ella, l tambin estuvo con aquella muchacha, qu quera, qu estaba persiguiendo. Nada, deca l atrincherndose en un silencio que duraba das, hasta que ella se rebajaba a acariciarlo y l volva a su juego, la cercaba, la haca contradecirse y llorar y le sorba las lgrimas y la excitaba y la posea de un modo turbio y luminoso. La noche que obtuvo la victoria hacindola reconocer que s, que lo haba engaado, sinti un amargo sabor a cenizas porque la odi y la quiso ms que nunca. Y cuando ella advirti su desesperacin, o un minuto despus, cuando le dijo que l era el hombre de su vida y le rog por lo que ms quisiera que volvieran a casarse, Carlos le confes que una vez haba estado a punto de matarla. Y aquel lunes, sin pensarlo dos veces, escap hacia la zafra donde iba a rumiar su soledad hasta el delirio. No fue capaz de confesar la razn de su
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amargura a Orozco, ni al Acana, ni al Gallo. Cuando Despaignes lo promovi a Jefe de Fuerza de Trabajo lleg a amar los interminables terraplenes donde desmontaba el mecanismo de su locura mientras iba de campamento en campamento. Slo quera otra oportunidad, otro par de meses para demostrar a Gisela que haba olvidado. Pero el pas estaba en el Ao del Esfuerzo Decisivo, casi no hubo transicin entre aquellas dos zafras y a duras penas obtuvo siete das de pase. Utiliz tres para llegar de Camagey a La Habana viajando de favor en carretas, camiones, yupis y en aquel tren, lentsimo y oscuro como la tristeza, que se detena en todos los apeaderos y en todos los chuchos. Cuando lleg a casa, Gisela no estaba. Se haba ido a servir, le inform su suegra, con el campamento caero Amanecer, de Unin de Reyes. Carlos llev a Mercedita al zoolgico aquella maana, y en la tarde reanud su odisea. Bajo aquel agosto calcinante, La Habana pareca un cementerio. En las puertas cerradas de barberas, bares, oficinas, talleres y restoranes haba cartelitos: Estamos en Zafra. Las calles estaban tan desiertas como los polvorientos terraplenes de Sola. Pero la Terminal de mnibus era un hormiguero, cientos de personas pululaban por los andenes luchando por embarcarse y otras tantas esperaban sentadas en el piso, sobre papeles de peridico. Cuando Carlos pidi un pasaje para Unin de Reyes el empleado de Informacin se le ech a rer en la cara y le dijo que llegara ms pronto a pie, tena setecientas sesentids personas por delante, en la lista de espera, y la prxima guagua an estaba reparndose. En eso un mulato de dientes de oro se ofreci a llevarlo por doscientas cincuenta caas. Era el sueldo de un mes. Carlos estuvo a punto de pegarle o de cagarse en su madre, pero lo pens mejor, y ahora, semidormido en el camastro de su hotel, sufra por momentos la pesadilla de estar otra vez en la sofocante carretera, atravesando pueblos extraos como Bolondrn y Alacranes, o desorientado en las rojizas calles de Unin de Reyes en las que nadie pareca saber dnde quedaba el cabrn Amanecer ni nada que se le pareciera. La angustia dur poco, porque ahora iba en pos de Gisela montado en un carro de abono, llegaba al campamento donde la vea bromeando con un tipo y no le haca la estpida escena de celos que le hizo en la noche, junto al jagey donde se amaron y ella le ratific que s, que por desgracia l era el hombre de su vida, an en aquel breve encuentro que l recordaba obsesivamente ahora que se iba quedando dormido, a ver si tena la suerte de soarlo. No la tuvo. Se despert de mal humor y al sentarse en la cama vio bajo la puerta un ejemplar de Granma. Lo tom maquinalmente y sinti que el pulso se le aceleraba: Triplica el Amrica Latina su ritmo de molida. Debajo haba un artculo donde se felicitaba a los cuadros de Sola por su agresividad y se les pona de ejemplo; al final, su secretaria haba presillado una nota: un periodista lo estaba esperando en la oficina. Se ba cantando y cantando se dirigi hacia el edificio donde lo esperaba aquel joven rechoncho que quera hacerle una entrevista. Sonri halagado; cierta vez, de nio, haba aparecido en la televisin, y en otra oportunidad, siendo muy jovencito, Revolucin haba publicado su foto cargando un atad. Pero ambas haban sido casualidades, mientras que ahora se trataba de una entrevista personal sobre la actividad ms importante del pas.
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Sonri al pensar que su nombre en el peridico sera, adems, un mensaje en clave para Gisela. Bien, compaero dijo. El corresponsal carraspe mientras se limpiaba las manos sudorosas con un pauelo ya marcado por la tierra. Compaero administrador dijo en un tono demasiado alto para su estatura, es indudable que ustedes, los heroicos hombres del azcar aqu en Amrica Latina, han logrado una hazaa productiva al poner en marcha la fbrica y triplicar el ritmo de molida en un plazo tan breve. Quisiramos saber cmo lo han hecho y qu obstculos han tenido que vencer en la consecucin de tan altas metas. Cuando Carlos se dispona a responder, Jacinto Amzaga entr en la oficina, se dirigi al bur y le murmur al odo: Caballo, quedan tres horas para que el Bicho se pare. Que qu? exclam l. Pasa algo? pregunt el corresponsal. No dijo Jacinto. Asuntos internos. Carlos le pidi al corresponsal que lo excusara unos minutos y entonces Jacinto le explic que estaba pasando algo ridculo, sin precedentes en la historia de la industria azucarera: el central se parara por saturacin de la Casa de Bagazo, pues no haba correspondencia entre el ritmo de los nuevos tndems y el tamao de la casa vieja. Solucin? pregunt Carlos. Disminuir a cien mil arrobas durante tres das, hasta que se termine la casa nueva. Mene la cabeza mientras escuchaba la disertacin de Jacinto sobre los terribles daos que sufrira el central si permita que se tupiera el sistema de distribucin de bagazo. Su segundo tena razn, sera un desastre, pero l no poda permitirse el lujo de disminuir el ritmo y desconcertar al pas despus de haberlo estimulado; tena que haber otra solucin. No insisti Jacinto, disminuir ahora o parar despus, quin sabe hasta cundo. Sinti que el sudor le haba pegado la camisa a la espalda. Estaba a punto de hacer su primer gran ridculo como administrador, quiz tambin el ltimo. La lnea de responsabilidad era tan clara que seguramente sera sustituido en cuanto el central parara o disminuyera. De pronto dese que el desastre ya hubiera ocurrido y estar otra vez picando caa, sin ms responsabilidad que la de levantar el brazo y descargarlo sobre el plantn inerme. Sera fcil propiciar aquella suerte de suicidio civil esperando que el tiempo pasara como quien espera el efecto de un veneno. Pero tambin sera una pendejada. Era necesario intentar algo, aunque no tuviera ni la ms puta idea de qu hacer. Vamos dijo. Jacinto lo sigui como un autmata. El corresponsal estaba recostado a una columna en el portaln de la oficina. Puedo ir con ustedes? pregunt. No respondi tajantemente Carlos.
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Pero compaeros, los lectores... Carlos sigui su camino. Le importaban un carajo los lectores. Aquel comemierda no poda haber escogido peor momento para meter sus narices en el central, haba que mantenerlo a raya. Por suerte la fbrica mola normalmente y un furioso olor a miel flotaba en la Calle de los Hornos, por la que avanzaron hasta la Casa de Bagazo. Se detuvieron silenciosos en la frontera del desastre; el local, un tosco galpn de madera, estaba a punto de reventar. Carlos pregunt qu ocurrira s destruan a hachazos la pared anterior y dejaban que el bagazo se acumulara en la calle. Jacinto se llev las manos a la cabeza, sera una locura, dijo, el bagazo era abrasivo y combustible, por una parte el aire lo arrastrara hacia el interior de la fbrica y all podra daar muchos equipos, por otra, regado en la calle y seco, sera una invitacin al sabotaje; la nica forma de resolver el problema era compactndolo. Entonces Carlos concibi una solucin desesperada: pedirle una motoniveladora a Pepe Lpez. Tuvo que vencer muchos escrpulos para rebajarse a llamarlo, porque sus diferencias con l abarcaban un enorme inventario de problemas y tocaban toda la estructura social del batey. Sola fue durante ms de medio siglo una comunidad cerrada de obreros azucareros, pero desde haca meses estaba conmovida por miles de constructores provenientes de ciudades remotas, cuya simple presencia era un reto a la tradicin y un semillero de problemas. Sobre aquel abejeo de incomprensin cotidiana se eriga la lucha tcnica entre constructores e inversionistas, y al frente de ambas huestes estaban justamente Pepe Lpez y l, en guerra. Con la mano sobre el telfono pens que seguramente el muy cabrn se negara pretextando cualquier cosa, e inmediatamente se desdijo, a pasar de todo el tipo era revolucionario y deba entender, tena que entender, iba a entender que el rollo era parte de la lucha comn por los Diez Millones. Y si no lo haca? Porque Pepe Lpez era un hijoeputa, a eso no haba vuelta que darle. Pero se poda ser a la vez revolucionario e hijoeputa, hijoepulucionario, vaya? Lo lgico era comprobar, llamar a Pepe, plantearle sin reservas que l tambin era responsable del lo por haberse atrasado en la terminacin de la nueva Casa de Bagazo. Lo hizo y se sinti esperanzado porque Pepe Lpez lo escuch sin alterarse, estuvo de acuerdo con l en que deban entenderse como compaeros, pero al final le dijo que no poda prestarle el equipo justamente debido a que el bagazo era abrasivo y se lo poda inutilizar, e insensiblemente Carlos pas de las razones a los gritos y cuando vino a ver Pepe haba colgado dejndolo lleno de argumentos y de rabia hasta que sali corriendo hacia el yipi, mientras Jacinto le preguntaba qu coo haba pasado. Dobl la esquina, haciendo chirriar las gomas, entr como un tiro al terreno de pelota que el Grupo de Construccin le haba robado a los obreros del Minaz para convertirlo en parqueo de equipos, y fren sobre la lnea de tercera, junto a una flamante motoniveladora Komatzu. Arranca para la Casa de Bagazo dijo. El operador se neg alegando que slo cumpla rdenes de la Construccin y Carlos sac la pistola, se la puso en las costillas mascullando, Vas a ir, hermano, vas a Ir, y el tipo se qued lvido y arranc. Atravesaron el batey en aquel aparato tan alto como un tronco y llegaron a la Casa de Bagazo, donde
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Carlos le orden que entrara desbaratando las tablas y fuera compactando el bagazo. As, hermano, as, otra vez, otra vez, hasta que las lomas rizadas de virutas amarillas quedaron convertidas en pacas y hubo lugar para seguir recibiendo bagazo durante tres das, por lo menos. Entonces regres a la oficina preguntndose qu coo haba hecho. Ahora Pepe Lpez tendra pruebas para lograr que lo tronaran y demostrar que el hijoeputa era l, Carlos, que no tendra defensa alguna frente a Monteagudo y hara quedar mal a sus socios Pablo y Despaignes. Sin embargo, el central no haba parado, era todo cuanto poda decir. Pero eso sera ms adelante. El problema, ahora, era ese periodista empeado en hablar de logros, obstculos y metas. Qu decirle?, que Alegre, y la pistola, y el hijoeputa aquel y la Casa de Bagazo...? No, ni loco; sos, como bien haba dicho Jacinto, eran asuntos internos. Lo importante era el esfuerzo heroico que estaban haciendo; los logros, compaero, se haban obtenido trabajando noche y da; s, haba obstculos, dificultades, era cierto, cmo no iba a haberlos en una tarea de aquella magnitud; pero quera decirle, compaero periodista, que no habra problema, barrera, obstculo tcnico o natural que los obreros y los cuadros del azcar no fueran capaces de vencer en aquella batalla decisiva contra el subdesarrollo; y ahora, por favor, lo perdonara, tena obligaciones urgentes que cumplir, si se le ofreca algo ms, viera a su secretaria. El corresponsal termin de anotar, cerr su libretica y lo mir con una mezcla de admiracin y desencanto. Carlos le sostuvo la mirada, aunque ya no lo vea: ahora su problema era defenderse a la riposta, porque ignoraba cundo, cmo y por dnde lo atacara Pepe Lpez. Dedic cuatro noches a controlar los incumplimientos de los constructores y aunque lleg a elaborar un expediente voluminoso y detallado sinti un corrientazo en la espina dorsal cuando le dijeron que lo llamaban urgentemente del Ministerio. Jams haba pensado que Pepe atacara tan alto, probablemente haba conseguido apoyo a nivel nacional y el lo sera tremendo. Al responder not que el sudor de sus manos haba empapado el telfono. Cudate le susurr una voz. Porque te voy a joder. Qued estupefacto, pensando que sos no eran mtodos para tratar a un cuadro. Cocmo? balbuce. Que ahora estoy arriba dijo la voz. Y te conozco bien. Entonces reconoci a Alegre y se ech a rer, aliviado, qu coo haca usando aquel telfono? El loco le cont que estaba visitando todos los lugares lindos de La Habana y que la Sala Nacional de Control de Zafra era de lo ms bonita, con computadoras elctricas y telfonos rojos; volvera pronto a Sola con un cajn de fotografas para que nadie pudiera decirle mentiroso, se lo avisara a su abuela? Claro, dijo Carlos, y dej que el loco le contara la visita a la Universidad mientras l volva a sumirse en su problema. Pepe Lpez atac a fondo el veintitrs de diciembre, en una reunin presidida por el Capitn. Mientras escuchaba las acusaciones de abusador, ladrn y bandolero, Carlos se dio cuenta de que su contrario haba escogido un mal da. A las once y diez de la maana, seis horas antes de lo planificado, recibieron la noticia de que el pas haba producido el primer milln de toneladas e
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interrumpieron la reunin para unirse al estallido de jbilo de los obreros y colocar un gigantesco nmero uno bajo la inmensa tela rojinegra colgada a la entrada del central: LOS DIEZ MILLONES VAN! Carlos intuy que el Capitn Monteagudo no estaba para querellas internas, y cuando reanudaron la reunin y le lleg su turno se limit a decir que l estaba all para mantener el central moliendo y as lo haba hecho. Nunca haba producido tanto efecto con tan pocas palabras. Monteagudo asinti, satisfecho, mir a Pepe Lpez y lo conmin a resolver fraternalmente sus diferencias con el Minaz. Y ya podan pasar al punto ms importante: la necesidad de crear condiciones para lo que calific de asalto al segundo milln. Fue como si a Pablo y a Despaignes les hubiesen prendido una mecha; llevaban las contradicciones entre la industria y la agricultura a flor de piel. El Amrica Latina, deba moler desde el da siguiente para un milln doscientasmil arrobas, y Pablo y Despaignes no coincidan en los estimados de cantidad de caa, ni en los de estructuras de cepas y variedades, ni en la programacin de corte, ni en los ndices de rendimiento planificados para el central. Cuando Carlos se vio obligado a terciar en la polmica lo hizo desde el punto de vista de la agricultura, porque era el nico que conoca, y entonces Pablo lo atac con una violencia inaudita, le pregunt si estaba con el len o con el cazador, y lo acus de irresponsable y cobarde por haber permitido que Despaignes le movilizara veinticinco hombres para el corte. Carlos golpe la mesa gritando que lo de cobarde no se lo aceptaba a Pablo ni a nadie, l era el administrador, era responsable y si no le permitan decidir ya podan ir quitndolo. Monteagudo hizo un llamado a la calma, logr una conciliacin en el programa de corte, dijo que la vida se encargara de probar la verdad de los estimados y aadi que tanto los ndices de rendimiento como la norma de molida eran inalterables, porque de ellos dependa el aporte del Amrica Latina a los Diez Millones. Carlos saba que su prestigio como cuadro dependa de las molidas millonarias y que Despaignes por mucho que tratara, no le enviara caa suficiente para lograrlas. Semanas despus, presionado porque el Amrica Latina era el nico entre los colosos del pas que no haba rebasado siquiera una vez los seis ceros, tom la decisin de disminuir el ritmo de molida y acumular caa sobre carros para intentar una jornada espectacular. Ese da tuvo una cida discusin con Jacinto y al fin logr entender por qu Despaignes lo haba calificado de polticamente errtico. Jacinto se opona a toda decisin arriesgada sobre la base de un concepto tan conservador como el de la estabilidad de la molida, sin valorar el efecto psicolgico que un rcord tendra sobre las masas. Carlos no tuvo otra alternativa que desconocer el criterio de su segundo y asumir personalmente la direccin del proceso. Estuvo cuarentiocho horas sin salir del central, seguido de una Comisin de Embullo integrada por miembros del Partido, la Juventud y el Sindicato, visitando en cada turno todos los puestos de trabajo, desde el Basculador hasta el Piso de Azcar e imbuyendo a los obreros de su responsabilidad mediante repetidos mtines relmpago. Cuando todo estuvo listo
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y la hilera de carrosjaula lleg prcticamente hasta el entronque de Esclavo Ahorcao y son la sirena y el Amrica Latina empez a moler al tope, no pudo irse a dormir. Tena la certeza de que su presencia en la fbrica era crucial, de que haba una extraa, oscura, imprescindible conexin entre su mirada y la buena marcha de los acontecimientos. Liber a la Comisin, cuyos miembros estaban exhaustos, y continu su permanente peregrinar de los Tndems a los Tachos y del Basculador a los Cudruples. Se haca informar cada media hora de la cantidad de arrobas molidas, pero cuando el central lleg a las ochocientasmil redujo el tiempo de informacin a diez minutos, y cienmil arrobas despus se meti en la Sala de Control a seguir el crecimiento de la cifra con la ansiedad de un viejo avaro. Faltaban apenas cinco mil arrobas cuando se dirigi al acto que la Familia Comunista haba citado en la entrada del central. Calcul la velocidad de sus pasos y apareci frente a la multitud justamente en el momento en que la sirena empez a sonar y la Radio Base, luego de un toque de corneta, inform que el Amrica Latina haba molido por primera vez en la zafra un milln de arrobas de caa en menos de veinticuatro horas. Se sinti en la gloria cuando los muchachos de la Juventud lo llevaron en andas hasta la tribuna desde donde dijo que no habra problema, barrera, obstculo tcnico o natural que los obreros y los cuadros del azcar no fueran capaces de vencer en aquella lucha titnica por producir los Diez Millones. Cuando concluy el acto sinti que el tiempo de Jacinto Amzaga haba empezado a correr. Su segundo le haba pronosticado problemas serios despus de aquel alarde, y l estaba molido de cansancio, pero se senta incapaz de abandonar la fbrica. Pensaba que si segua all, con el ojo puesto en los equipos, pidindole al abuelo lvaro y a Chava que lo ayudaran en aquella batalla que era, esta vez s, la ltima que deba librar la Isla para alcanzar la felicidad y la riqueza, no podra ocurrir percance alguno porque, ms all del sueo y el cansancio, la obsesin por el triunfo acumulada en su alma se convertira en una fuerza material capaz de imponerse a todos los obstculos. De modo que reinici el recorrido del Basculador a los Tndems, de la Casa de Calderas al Piso de Azcar. En la fresca oscuridad del almacn haba una extraa paz; los ruidos de la fbrica llegaban asordinados, regulares, y el suelo temblaba levemente, casi como haba temblado la tierra en la Trocha, como temblara un barco a toda mquina en un mar tranquilo. Se tendi sobre los sacos dispuesto a levantarse en quince minutos. Dos horas despus lo despert la trgica certeza de que el suelo haba dejado de temblar. Ech a correr por la fbrica muerta y oscura como en una pesadilla, dicindose que deba calmarse, que soaba, pero los obreros que vagaban atnitos por las sombras naves le decan lo mismo: el central se haba quedado sin corriente, no se saba cmo ni por qu. En la Planta Elctrica, encontr a Jacinto, al Ingeniero Jefe y a los Jinetes del Apocalipsis totalmente desconcertados, buscando la causa del desastre en el incierto amanecer, y se dijo que el responsable haba sido l por haberse quedado dormido. Pero de inmediato tuvo que atender a una Comisin formada por miembros del Poder Local, los CDR, la Federacin de Mujeres y los administradores de la Pasteurizadora, el Hospital, la Panadera y la Fbrica de Hielo. Lo senta muchsimo, dijo, tambin estaba desesperado, era una tragedia que fueran a
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perderse miles de litros de leche, de libras de pan, de quintales de hielo, era angustioso saber que haba un mdico parteando con linternas, pero qu poda hacerse, le dijeran. Alguien respondi que Alegre ya haba regresado al Batey y Carlos orden que lo llevaran corriendo a la Planta Elctrica, con la esperanza de que el loco volviera a sacar los del apuro. Prfido Albin esboz una sonrisa despectiva cuando vio a Alegre revisando el Panel de Controles a la luz de una chismosa. Carlos le perdon ese gesto porque la imagen del loco, desdibujada por la temblorosa luz del mechero, era realmente grotesca. La gorra azul del alacrn, los pmulos salientes, los ojitos hundidos y la nariz ganchuda hacan pensar en un espantapjaros. Pero Carlos pensaba tambin que tras aquel aspecto atrabiliario palpitaba un genio mutilado por las condiciones en que haba nacido. Ya le tocara rer a l cuando al ingls se le cayera la quijada de asombro ante la solucin inesperada que el loco le dara al problema. Alegre termin de revisar los controles, se sent en una banqueta acaricindose el mentn y, de pronto, ech a correr. Carlos logr darle alcance junto a la cerca. Esprate le grit. Qu hacemos? No s respondi Alegre. Mir el central, muerto como un buque fantasma, escuch los pasos del loco y empez a patear la cerca gritando obscenidades; si por lo menos, coo, pudiera hacer algo, cojones, ponerle la pistola en la cabeza a algn hijoeputa, machacarle los gevos a un... En eso lo reclamaron urgentemente de la oficina, lo estaban llamando del Regional, de la Provincia y de la Nacin. Cuando lleg al bur se detuvo confundido ante los tres telfonos. Finalmente se clav un auricular entre la quijada y el hombro, tom los otros, inform que oa y escuch tres veces la misma pregunta: qu coo estaba pasando? Estamos sin corriente dijo y no sabemos la causa. Una andanada de voces atraves los auriculares: bobeando, imprevisin, responsabilidades, nos golpean, medidas ejemplarizantes. Correcto dijo. Despaignes le inform que sala para el central, Pablo que se mantendra llamando cada quince minutos y el Ministerio que lo hara cada hora. Cuando colgaron, Carlos dej caer los telfonos. Por qu no descansa? le pregunt tiernamente su secretaria. Porque no! grit l. Dgale a Roberto que vaya a verme a la Planta Elctrica. De pronto se sinti muy cansado y pens pedirle disculpas a la muchacha, pero estaba solo, abatido, ella le recordaba intensamente a Iraida y no quera verse envuelto en otro rollo. Se dirigi a paso doble hasta la Planta Elctrica. Roberto, el responsable de la Seguridad en el central, lo estaba esperando en la oficina. No sospechaba de nadie, haca ms de cinco aos que haban desmontado la ltima y nica red contrarrevolucionaria que hubo en Amrica Latina. Bueno dijo Carlos, a lo mejor te dormiste en los laureles y nos dieron el palo, as que ponte a averiguar. Oka respondi Roberto. Permiso.
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En eso se oyeron los gritos de Una rata!, una rata!, y Carlos se asom irritado a la puerta: era el colmo que gritaran como mariquitas por una puetera rata. Casi choca con el Ingeniero Jefe que se acercaba nervioso, con el animal electrocutado en la mano. Increble, compaero administrador, pero aquella cosita haba sido la causa del desastre, la muy sinvergenza se haba metido entre dos cables haciendo puente y provocando un corte en el control maestro. No puede ser murmur Carlos. Tericamente era imposible, dijo el Ingeniero, porque el registro donde entr tena que estar sellado con porcelana, pero la porcelana estaba rota; no obstante, segua siendo imposible, porque los cables a los que se agarr tenan que estar recubiertos de material aislante, pero estaban pelados. Est bien dijo Carlos en voz muy baja. Cunto tiempo, ahora? Minutos respondi el Ingeniero Jefe, minutos. De vuelta a la oficina, Carlos hall sobre la mesa un ejemplar de Granma con un bajante subrayado por su secretaria: nese el Amrica Latina a la lista de los centrales millonarios. Ley con una dbil sonrisa, el periodista no era tan bobo como pareca; haba captado la atmsfera de tensin en el central y aunque era laudatorio se quejaba entre las lneas de la falta de atencin a la prensa y terminaba insinuando una duda terrible: Podrn los hombres del Amrica Latina mantenerse a la altura de su responsabilidad histrica? Depende de las ratas murmur Carlos, apretando los dientes. A la una y treintids de la madrugada, un da despus de lo estipulado en el plan, el pas produjo el segundo milln y Carlos presidi el acto donde se coloc el nmero dos bajo la tela de los Diez Millones. Estaba molesto porque se senta responsable de aquel atraso, pequeo pero injustificado en una poca donde los rendimientos y las molidas deban ser ptimos para ganarle tiempo a las lluvias de mayo y junio. El incidente de la rata haba metido al Amrica Latina en una trampa, al parar el central se detuvieron los cortes para que la materia prima no envejeciera, y cuando la fbrica estuvo en condiciones de arrancar no haba caa suficiente. Adems, los rendimientos en azcar estaban casi dos puntos por debajo de lo planificado, y Despaignes, que lo atribua a deficiencias de la industria, le daba palos y ms palos en los Consejillos de Zafra. Jacinto, en cambio, sealaba el ndice abrumador de materias extraas que la agricultura enviaba a los tndems. Carlos no saba qu hacer; con ayuda de Couzo descubri las fallas de la industria: falta de uniformidad en el colchn de caa, exceso de agua de imbibicin, desajuste en los molinos, irregularidades en la alcalinizacin del guarapo, mala operacin en los tachos; pero descubri tambin, con la migraa taladrndole los sesos, que casi todas tenan origen en los errores que estaba cometiendo la agricultura: alteraciones brutales del programa de corte, inaceptable ndice de impurezas, irregularidades sistemticas en el suministro, psima estiba en carretas, carros y camiones... Y todo ello probaba, grit en el Consejillo, que quien primero tena que poner su casa en orden era la agricultura; respondiera, compaero Despaignes, lo estaba emplazando. Despaignes se puso lvido y Carlos se sinti feliz. El Negro ejerca sobre l una autoridad insufrible, en los ltimos tiempos lo haba soportado como a un padre regan y ahora se haba liberado y por primera vez senta contentos a los cuadros de la industria, que al
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fin reconocan en l a un jefe. Por eso decidi seguir golpeando y convirti el emplazamiento en reto, la industria se comprometa, dijo, a resolver sus problemas en dos semanas y a mantener molidas millonarias, y quera que la agricultura dijese all mismo si era capaz de resolver los suyos y de suministrar caa suficiente. Termin exultante, pero ya Despaignes se haba recuperado y deca que los problemas de la cosecha, con una fuerza de trabajo inexperta, eran demasiado serios como para comprometerse a resolverlos en un plazo tan breve, haca una de sus habilsimas pausas, felicitaba a la industria por el compromiso que haba asumido pblicamente y que sera chequeado all, en el Consejillo, y prometa que habra caa, la habra aunque el central parara y aunque llovieran races de punta, eso iba por su cuenta. Carlos qued afnico despus de reunirse con todos los responsables de la fbrica a todos los niveles, pero por alguna razn que se le escapaba, la conciencia de los problemas no era suficiente para resolverlos. Estaba desesperado cuando el pas logr el tercer milln, con dos das de atraso, faltando apenas veinticuatro horas para que el Amrica Latina tuviera que parar por llenura en el hueco del Basculador. Una causa totalmente absurda, haba dicho Jacinto; jams en la industria azucarera haba ocurrido algo as, poda revisar los libros de todos los centrales en todos los tiempos y comprobarlo. Carlos respondi enloquecido que ahora tenan que hacer a golpes de vergenza y cojones lo que antes se haca por desesperacin y por hambre, que no era lo mismo, entenda?, y se fue dejando a Jacinto con la palabra en la boca. Saba muy bien que la culpa era suya por haberle permitido a Despaignes movilizar hacia los cortes a los veinticinco hombres que deban mantener limpio el puetero hueco, y se repeta una y otra vez que no lo haba hecho por irresponsabilidad o cobarda, sino por ignorancia. El hueco del nuevo Basculador era inmenso, jams pens que fuera a desbordarse en tres meses amenazando con trabar la estera de los tndems, ni que la bomba destinada a achicarle estuviese rota y sin arreglo. Y ahora Despaignes se negaba a devolverle la brigada. Lo peor era que l, en su lugar, habra hecho lo mismo. Adems de ignorante haba sido comemierda, e incapaz de conservar la autoridad de la industria que Pablo le haba confiado al proponerlo. Algo as le dijo Pedro Ordez, el Secretario del Sindicato, cuando l le propuso formar una brigada con hombres que estuvieran en horario de descanso para limpiar el hueco. Era muy difcil, compaero administrador, convencer a los trabajadores de cosas como sta, aadi el Secretario, haban renunciado al cobro de horas extras, estaban dispuestos a doblar turnos y a morirse produciendo azcar, pero por qu, le dijera, tenan que robarle horas al sueo y al descanso para pagar un error que no era suyo? Carlos qued mudo y baj la cabeza. Tena preparado un discursito sobre el honor proletario, pero se senta incapaz de pronunciarlo. Tal vez eso le salv, porque Pedro Ordez pareca estar esperando un teque y qued desconcertado y de pronto murmur que estaba bien, que iba a hablar con la gente. Contra el criterio de Jacinto, Carlos se puso al frente de la brigada que iba a limpiar el hueco. La pregunta de Pedro Ordez sobre el error lo haba conmovido, y aunque lleg a entender que quiz un administrador no debera emplear tiempo y fuerzas en una tarea de pen, senta la necesidad moral de
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pagar. Al principio el trabajo fue asqueroso, pero soportable. Los desechos acumulados llegaban a la altura de la calle y ellos iban metiendo en sacos las caas, las pajas, las ratas podridas que luego trasladaban a un camin. Trabajaban de pie sobre aquella cochambre y al ir extrayndola se hundan cada vez ms en el hueco. Desde el fondo brotaba un irresistible hedor a animal muerto, a aguas albaales y a limo podrido. Los guantes, las ropas, los cuerpos se fueron impregnando de un magma pestilente. Cuando no fue posible trasladar los sacos directamente y hubo que atarlos con sogas para que los izaran, Carlos decidi rotar a los hombres cada cinco minutos. Pero nadie poda soportar tanto tiempo en medio de caas mohosas, gatos podridos y gases sulfricos. Los hombres se preparaban arriba para sumergirse en aquella masa putrefacta, bajaban corriendo la escala, trabajaban hasta que sentan los pulmones a punto de reventar y suban chorreando un lquido espeso y negro como el chapapote. Preparndose para la zambullida Carlos pens en lo irnico que resultaba hundirse al avanzar, se llen los pulmones de aire fresco, cerr los ojos y empez a descender por la escala hmeda y oxidada hacia el territorio de la mierda, las cucarachas y los hocicos de las ratas. Sinti que prefera la guerra o la muerte a aquella tortura y decidi que bastaba con aquel saco. Pero no lograba llenarlo. Pens que era una vergenza subir con l vaco, calcul que podra resistir un minuto y cometi el error de arrodillarse sobre la oscura masa putrefacta para abreviar la tarea. Entonces sinti que se ahogaba, trag una bocanada de aire hediondo, crey ver las antenas de una cucaracha girando en su nariz y se desmay. Arriba, rodeado de obreros a quienes Pedro Ordez gritaba que dejaran pasar aire, logr incorporarse, vomit y dio por cumplida su tarea. Despus de quemar las ropas se meti bajo la ducha, con jabn y cepillo, pero el hedor lo estuvo persiguiendo durante semanas, como un castigo. Aquel horrible esfuerzo tuvo una compensacin inesperada, su prestigio entre los obreros aument tanto que llegaron a considerarlo un solano. As, amparado por el batey, la vida se le hizo ms fcil. Las familias se disputaban el privilegio de invitarlo a almorzar, las viejas le preparaban postres de sabores delicadsimos, vivan pendientes de su salud y le hacan tisanas de flores de aguinaldo cuando lo notaban nervioso. Cierto da recibi un Informe de la Universidad de La Habana donde se afirmaba que el compaero Ireneo Salvatierra haba sido sometido a diversas pruebas cuyo resultado era definitivo: salud mental, irrecuperable, lo que se informaba para su conocimiento y a los efectos procedentes. Tard unos minutos en darse cuenta de que Ireneo Salvatierra no era otro que Alegre. Entonces concluy que se haba portado como un sinvergenza con el loco y decidi regalarle el apartamento que le corresponda en su condicin de administrador y que haba soado estrenar con Gisela. Ella ni siquiera le haba escrito, no iba a venir ahora ni nunca, y a l le daba lo mismo un cuarto que una litera. Sus esfuerzos al frente del central parecan estar condenados a cumplir un ciclo siniestro: molida millonariarotura suspensin de los cortesfalta de caa; o bien esto ltimo debido a las lluvias tempranas, al bajo promedio de los macheteros o a que era domingo. Las relaciones con Pablo y con Despaignes eran muy tensas y se preguntaba qu
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pasara cuando la agricultura recibiera refuerzos y lograra romper el equilibrio de incumplimientos que ahora favoreca a la industria. El cuarto milln se produjo el cinco de marzo, justamente cinco das despus de lo planificado, aunque hubo como siempre un acto entusiasta, Carlos estaba bajo el impacto de una cuenta terrible. La haba sacado jugando, porque a pesar de todo cinco das le parecan un atraso aceptable. Pero al reflexionar se dio cuenta de que los incumplimientos haban ido creciendo en progresin geomtrica y que de seguir as, o aumentando de cinco en cinco solamente, el dcimo milln se lograra el cuarenticinco de julio, con buen tiempo. Por primera vez pens una palabra impronunciable: nunca. Para esa fecha diecinueve de agosto en el calendario la caa estara en la fase inversa de su ciclo vegetativo y no producira una gota de azcar. Se dirigi turbado a la explanada, pero al ver la multitud se acus de autosuficiente e incrdulo; aquella desgracia no poda ocurrir, tena que haber una solucin, seguramente ya la haba y slo escpticos como l le abran espacio al germen disolvente de la duda. Cuando coloc el nmero cuatro bajo la consigna se sinti estremecido por la ovacin y empez a hablar en contra de sus propios pensamientos: haba quienes se daban el lujo de dudar, dijo, pero el pueblo no tena tiempo para esos ejercicios de saln porque estaba cumpliendo sus metas, como probaba ese cuatro, apenas un punto ms en el heroico camino de la zafra. Core los vivas de la multitud y pronto sus dudas le parecieron las vacilaciones de un extrao. Haba logrado exorcizarlas en comunin con el pueblo que vena luchando por la felicidad desde tiempos de su bisabuelo, y que ahora, ms de cien aos despus de haberse ido a la guerra, estaba a punto de vencer en su combate ms noble. Fue feliz al sentir que confiaba y crey como nunca en sus propias palabras: primero se hundira la isla en el mar antes que fallar en este compromiso, patriaomuerte, compaeros, venceremos. Las dos semanas siguientes trajeron su reconciliacin con el Amrica Latina. Vindole moler, Carlos reafirm su fe en la victoria y en los futuros rendimientos, sobre todo ahora que la caa estaba garantizada por soldados, reclutas y estudiantes, adems de los macheteros habituales y voluntarios. El veinte de marzo lleg a la fbrica una Comisin Tcnica para instalar un equipo modernsimo, el Hidrocicln, capaz de separar las impurezas facilitando as el proceso industrial. Se sinti radiante al ver que sus previsiones se cumplan, pero a las cinco de la tarde le informaron que en el Basculador haba un problema rarsimo con un tren. Camin por la lnea pisando todos los polines; no le sirvi de nada: el rollo era de padre y muy seor mo. El tren perteneca al Distrito Fantasma, un rea especial creada por Despaignes para tratar de romper el crculo vicioso que iba de la parada por rotura a la suspensin de los cortes a la parada por falta de caa. All se cortaba la Caa Fantasma, una reserva de la que poda disponer cualquiera de los seis centrales de la regin que necesitara con urgencia materia prima. Varias veces el Amrica Latina haba molido esa caa agradecindole a Despaignes una idea tan brillante. Pero en aquellos das, con toda la regin moliendo a ritmo, la Caa Fantasma se fue acumulando y cuando los hombres del Distrito reaccionaron, pararon los cortes, cargaron aquel tren y lo despacharon sin rumbo fijo, la materia prima haba empezado a descomponerse.
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Por eso Epaminondas Montero, el Jefe de Fabricacin del Amrica Latina, se negaba a recibirla. El Maquinista Fantasma insista en hablar con el Administrador y estaba a punto de crear un cuello de botella en la circulacin del patio. Por principio, Carlos sola apoyar a sus subordinados, pero el Maquinista Fantasma lo impresion con su odisea. Haba rotado en vano por cuatro de los seis centrales, llevaba treintids horas montado en aquella cafetera, tena la cabeza hecha un meln y, despus de todo, la caa era caa. El Maquinista tena razn. Adems, se evitara un problema con Despaignes, y aunque los rendimientos bajaran un poco, quiz el Hidrocicln compensara las prdidas. Basculen orden. Seor Administrador la voz del Jefe de Fabricacin era muy nasal y sali alta y aguda como la de un sonero, si usted hace esa barbaridad, yo renuncio. Carlos se volvi enfurecido, con la intencin de decirle que estaba bien, que renunciara; Epaminondas Montero no era revolucionario y aquel reto pblico a su autoridad tena un inocultable matiz poltico. De pronto decidi discutir, no por gusto llevaba meses al frente del central, saba tanto de azcar como cualquiera y se senta capaz de darle una leccin. Y qu hacemos con esa caa? pregunt. Botarla dijo Epaminondas. Aj murmur socarronamente Carlos. Se haba roto el corojo, a quin se le ocurra botar un tren de caa en plena zafra sino a un gusano?, el gordo Epaminondas, como Jefe de Fabricacin, era responsable de los bajos rendimientos, y tal vez de algo mucho peor. Y eso dijo, no le parece un sabotaje? Epaminondas Montero era sanguneo y asmtico y se puso rojo, como al borde de un colapso. Cuando recuper el habla dijo seor Administrador, llevaba treinta aos como Jefe de Fabricacin del Sola y quera aquellos hierros como a sus hijos, tena idea de lo que iba a ocurrir si molan la caa? Carlos respondi que s, que bajara el rendimiento y que se era un riesgo calculado. Pero Epaminondas no lo dej continuar; cosa ms grande, dijo y trag aire, y dijo no, seor Administrador, se producira un proceso de acidulacin, que como todo el mundo saba destruye la molcula de sacarosa y la desdobla en dextrosa y levulosa, azcares reductores capaces de echar a perder toda la produccin que estaba en esos momentos en la barriga del central y que equivala a trenes y trenes de caa; y eso, seor Administrador, eso s era sabotaje, y ahora se iba a su casa porque as no se poda trabajar. Llvate el tren! grit Carlos desgarrado entre su autoridad y su ignorncia. Adnde? pregunt el Maquinista. A donde se te ocurra respondi, echando a correr tras Epaminondas Montero. Dudaba entre llamarlo y disculparse, pedirle consejo a Pedro Rodrguez u ordenarle a Roberto que investigara el caso. Un tren en marcha lo oblig a detenerse. Las jaulas, vacas e iguales, pasaban como en una pelcula. Otra locomotora resopl: el Tren Fantasma reanudaba su loco peregrinaje. Lo mir sintindose culpable, no saba de qu, y de pronto le dijo adis con la mano. Desde la alta cabina, el maquinista le dirigi una mirada triste. Los treintids
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carros fueron pasando, tractrac, tractrac, tractrac, y se perdieron a lo lejos, bajo negras nubes de tormenta. Pedro Ordez le dijo que no se preocupara, Epaminondas Montero viva aorando el orden de la Sola Sugar pero no levantara un dedo contra el central, al da siguiente estara en su puesto. As fue, y cuando Carlos hizo de tripas corazn y le pidi excusas, Epaminondas respondi de mala gana que un Administrador tena que saber darse su lugar. Carlos no supo si se refera al incidente del tren o a las excusas, ni intent averiguarlo, le agradeca a Epaminondas el haberlo salvado de un error irreparable y eso era suficiente. Estaba casi feliz, aquel veintisis de marzo se haba logrado el quinto milln y en su personalsimo clculo de probabilidades esto era un triunfo. Ahora el atraso acumulado era de nueve das, no haba aumentado en progresin geomtrica ni de cinco en cinco, como lleg a temer. Sin embargo, su lado oscuro insista en recordarle que abril era el mes ms cruel y mayo el ms terrible, cmo podran reducir el atraso bajo las lluvias? En la primera semana de abril el Amrica Latina logr tres molidas millonarias e iba en pos de la cuarta cuando tuvo que parar por falta de caa. Un aguacero intempestivo haba obligado a detener los cortes y Carlos reaccion con una rabia intenssima y sali a despotricar contra la lluvia hijoeputa y traidora. En eso vio venir un tren largusimo, record el Distrito Fantasma y empez a dar saltos de alegra. De pronto se detuvo, boquiabierto. Era imposible, total, completa, absolutamente imposible. Ech a caminar bajo la lluvia dicindose que una alucinacin o el gris del cielo, las nubes y el aire le hacan ver gris la caa, de un gris plomizo, ceniciento, funerario, que envolva como una niebla al Tren Fantasma, ahora detenido, con el Maquinista dirigindole desde la cabina una mirada implorante, irreal, e invitndolo a or la triste historia del Jodo Errante que andaba sobre ruedas, envuelto en una nube de moscas y guasasas. Cuando l lo despidi del Amrica Latina se fue al Brasil, donde tampoco lo dejaron descargar; sigui vagando por Per y Venezuela y lleg incluso a Espaa y al frica Libre. Y como siempre le decan lo mismo, se dio cuenta de que su destino era transportar aquel cargamento maldito a ningn sitio, por toda la eternidad. Ya no tema a los insultos ni a las burlas. Dej de parar en los centrales, simplemente. Viajaba. En las maanas frescas y en las noches disfrutaba del viaje, pero sufra bajo la resolana y las lluvias y se atormentaba con preguntas intiles en la aplastante soledad de los caaverales ocenicos. Entonces sola detenerse en algn chucho, junto a las gras, donde manos piadosas le daban agua y comida para que continuara su peregrinaje. Varias veces intent botar la caa podrida, pero ningn gruero quera hacerse cmplice de semejante despilfarro. Por qu no hablaste con Despaignes? acert a decir Carlos, conmovido. El Maquinista sonri tristemente mientras se mesaba la barba crecida durante el viaje. No se atreva, dijo, el error de no suspender los cortes haba sido del Administrador del Distrito Fantasma, un hermano suyo al que jur por los restos de su madre que no regresara hasta haber logrado que le molieran la caa. Ya no saba qu hacer, adnde ir, cundo parar. Ahora, con la lluvia, los bichos estaban escondidos, pero en cuanto saliera el sol volvera a caer sobre la
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caa fermentada y sobre su cabeza un enjambre horrendo de moscas y guasasas. Podra l hacer algo, ya no como Administrador, vaya, sino como cristiano? Carlos lo autoriz a meter el Tren Fantasma en una va muerta e hizo venir a Despaignes. El Negro se puso gris, cenizo como la caa al escuchar las tribulaciones del Jodo Errante, dijo que el administrador del Distrito Fantasma iba a pasarse diez zafras como machetero, para que supiera lo que era amor de mulata, y dispuso que sacaran el tren de la va muerta y lo llevaran a la ltima gra para acabar de botar toda aquella basura. El Tren Fantasma volvi al camino por ltima vez, pero estuvo viajando en la imaginacin de Carlos hasta el final de la zafra. La reunin provincial del sexto milln se hizo en el Amrica Latina; por entonces, diecisis de abril, el atraso acumulado era de trece das y Carlos tena razones para sentirse optimista. Por primera vez la demora haba sido igual a la del milln precedente, cuatro das, y eso poda significar que se haba iniciado al fin la curva de descenso. Si lograban reducir un da de atraso en cada uno de los millones restantes produciran los diez antes del veintisis de julio y el pas habra consolidado la base material necesaria para construir simultneamente el socialismo y el comunismo. Cierto que tendran que lograr esa hazaa en meses terribles, pero no haba otra alternativa. As que sofoc aquellas malditas voces interiores que insistan en hablarle de lluvias, bajos rendimientos, fallos en los Hidrociclones y el copn bendito. Estaban en la antesala de su oficina, esperando al Capitn Monteagudo y al Ingeniero Prez Pea, reunidos en privado con los tcnicos extranjeros despus de la fiesta de despedida. Carlos intentaba explicarle a Pablo las complejidades operacionales del Hidrocicln cuando el Capitn hizo su entrada, atraves el local a grandes trancos, cabizbajo, y lleg en silencio a la puerta de la oficina. Entonces Alegre lo detuvo halndose la manga de la camisa. Carlos se pregunt de dnde coo haba salido el loco, tena que haber estado all desde antes, sin duda, slo que nadie lo haba visto y ya el dao estaba hecho. Monteagudo traa un humor de perros y reaccion violentamente al sentirse tironeado, pero se contuvo e intent sonrer al ver al loco. Oiga, Capitn dijo Alegre, salude sabe?, porque si no, le pasa como a m, que se queda sin amigos y eso es malo, maaalooo. Quiay, Alegre respondi Monteagudo ponindole la mano en el hombro, con un gesto inusual de ternura. Luego se volvi hacia el grupo. Buenas, compaeros. Durante la reunin Carlos agradeci la locura de Alegre, de alguna manera haba relajado el ambiente y suavizado las mltiples contradicciones que salieron a flote. Pero Monteagudo no estaba optimista al hacer el resumen. Haba empezado, dijo, la etapa del esfuerzo decisivo; para lograr los Diez Millones era imprescindible llegar al sptimo en abril, reduciendo el atraso en tres das y no en uno, como haba dicho el compaero Carlos; y aun as, entre el primero de mayo y el veintisis de julio habra que producir otros tres millones, y esto, bajo las lluvias, sera poco menos que un milagro. Dej de hablar, sorprendido por sus propias palabras, a las que inmediatamente dio cumplida respuesta: los pueblos, dijo eran capaces de hacer milagros en circunstancias como aqullas; en la provincia haba caa y coraje suficiente para eso, pero sta era slo la mitad del
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problema, la otra era saber si la industria, aun recibiendo en sus tndems un ndice altsimo de materias extraas... S lo interrumpi Carlos. Por qu s? pregunt el Capitn. Carlos qued mudo al darse cuenta de que haba hablado con el corazn y no con la cabeza; no era capaz de explicarse, pero senta en lo ms profundo de su alma que tanto y tanto esfuerzo no poda quedar trunco, que la voluntad podra incluso contra las leyes de aquel enmaraado proceso industrial, que aun ellas tendran que someterse a la justicia porque este pueblo haba vertido demasiado sudor para que le fuera negada la victoria. No se decidi a hablar, Monteagudo esperaba otro tipo de respuesta y l no era quin para tratar de infundirle confianza. Se sinti mejor cuando el Ingeniero Prez Pea tom la palabra y dijo que la industria sera capaz de lograr la hazaa, aunque no por razones milagrosas, sino cientficas; a partir de la semana siguiente sera instalado en los centrales un equipo de tecnologa nuclear capaz de reducir entre una y cuatro horas el proceso de coccin de la templa en los Tachos, aumentando increblemente la productividad. Carlos cedi a la tentacin de palmear los hombros de Pablo y Prez Pea, pero Monteagudo murmur un meditabundo ojal antes de levantarse. En el discurso del sexto milln Carlos se refiri a una solucin atmica haciendo popular en Sola la expectativa y la palabra. Al terminar el acto tuvo que acompaar a Monteagudo a casa de Alegre. El Capitn se interesaba realmente por el loco, y aunque le complaci saber que Carlos le haba entregado un apartamento, no logr ocultar su irritacin con las conclusiones de la Universidad. Ellos no estaban locos y haban visto al loco hacer maravillas, era necesario darle confianza, un trabajo y desde luego un salario, dijo antes de entrar al apartamento que ya Alegre haba atiborrado de cachivaches elctricos. Tras la puerta del cuarto sonaba un motor que pareca a punto de hacer volar el edificio. Cuando entraron, conducidos por la abuela, los recibi una furiosa ventolera. Se quedaron mirando un gran ventilador de anchsimas aspas amarillas, y Alegre les explic que el calor lo pona nervioso y haba construido el aparato con el motor de un camin abandonado. Monteagudo se ech a rer e intent llevar la conversacin hacia las necesidades del Amrica Latina. Pero Alegre no le dio chance, lo pona nervioso que los nios se cayeran, dijo, le daba lstima, nunca entendi por qu no podan volar como los pjaros; en La Habana le explicaron y ahora estaba inventando el Gravitn, un aparato capaz de vencer los efectos de la Ley de la Gravitacin Universal y permitir que los nios volaran como tomeguines. As, poco a poco, cientficamente, ira resolviendo todos los problemas que lo ponan nervioso y dejara de estar loco. Carlos camin sobre radios y batidoras hasta sentarse en el caparazn de un televisor adosado a la pared donde poda evitar la ventolera que le estaba taladrando la cabeza. Monteagudo pareca no sentirla, estaba sentado sobre una maraa de cables, con el pelo hecho un remolino, y le preguntaba a Alegre por qu, entonces, aquel da haba echado a andar los tndems. El loco suspir: siempre, desde que era nio, se haba dormido con el ruido de los tndems, y aquel ao no haban sonado aunque eran nuevecitos y eso lo pona nervioso y todo el mundo en Sola andaba nervioso,
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como los nios cuando no podan volar. Carlos sonri ante aquella lgica irrebatible, pero hizo una mueca cuando Monteagudo le pregunt a Alegre por su amigo; se senta un poco ladrn de aquella calavera que, pese a todo, humanizaba su cuarto y con la que se haba habituado a conversar. Alegre le dirigi una sonrisa cmplice, su amigo haba mudado, dijo, viva con el Administrador, donde haca ms falta. Monteagudo asinti, sin dar muestras de extraeza, y al despedirse invit a Alegre a la ceremonia de instalacin del artefacto nuclear. El loco se neg de plano. Me pone nervioso dijo. Despus de reunirse con la Comisin Provincial, Carlos regres a la oficina con la intencin de revisar los reportes del Laboratorio. Al sentarse en la vieja silla giratoria qued atnito: sobre la mesa haba una carta de Gisela. Acerc la mano: era un panal de abejas o un avispero? No poda abrirla all, incapaz de controlar sus reacciones, y corri hacia su cuarto jadeando, entre el entusiasmo y la desesperanza. Puso la calavera sobre la mesita de noche y le pregunt por qu Gisela se habra demorado cinco meses en responderle, quiz porque haba decidido volverse a casar y le daba pena herirlo, o porque se haba cansado del otro, o porque no haba otro, sino l, nicamente, con su amor y su locura. Cerr los ojos, rasg el sobre a tientas y cubri el papel con la mano para evitar que la desesperacin lo llevara a adelantarse en la lectura. Fue descubriendo la hoja lentamente, sinti que se estaba apostando la felicidad a una carta, a aquella carta. Al fin se decidi a mirar. Sinti una palpitacin alegre, tena un as, estaba fechada en febrero, no era Gisela quien se haba demorado sino el correo, aquella entelequia miserable, cmo era posible que su amor, su destino, su vida hubiesen estado tanto tiempo presos en valijas, trenes, oscuras oficinas? Ni aun la calavera podra responderle. Tena que seguir, atreverse con la primera lnea, habra escrito amor, otro triunfo, o simplemente amigo, una baraja pobre? Carlos, haba escrito Carlos y eso poda significar tantas cosas que decidi violar las reglas del juego y leer de un tirn aquella carta desconsolada, que unas veces se refugiaba en ancdotas y recados de Mercedita, y otras se abra en preguntas ansiosas que involucraban tanto su amor como la zafra, podran, crea l que podran? Se respondi que s con una decisin que hubiera sorprendido otra vez a Monteagudo. Senta que por sobre la desesperanza y el atraso y la incapacidad y la locura y los errores y las dudas, la Isla y ellos se haban ganado peleando el derecho a la felicidad y que no podra haber en este mundo ni en el otro una fuerza capaz de impedirlo. Pero otra respuesta, tortuosa y sombra, le machacaba el crneo: no, no podran, ni ellos, ni el pas. La tarde en que por fin se fue a instalar el artefacto atmico Carlos haba llegado a un equilibrio absolutamente inestable. Enrique Martiatu, el especialista de la Comisin Nuclear, le inspiraba una profunda desconfianza; era demasiado seguro, demasiado consciente de su inteligencia, demasiado distante del pas real. Mirndolo operar se dijo una y otra vez que as deban ser los fsicos, esos magos modernos, limpios, atildados, tan sabios que estaban a miles de kilmetros de la gente como l, que no tena otro horizonte que la zafra.
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Martiatu haba subido al tacho nmero uno y se dirigi al grupo que lo miraba desde abajo, boquiabierto. Esto dijo sealando un envoltorio metlico, azul brillante, que sostena con unas tenazas niqueladas es un istopo radiactivo de Cobalto Sesenta contenido en una fuente sellada, introducida a su vez en una cpsula hermtica, absolutamente segura contra la radiactividad, bien? Bien, ahora introducimos el istopo en la masa cocida y dej caer el envoltorio en el tacho de modo que se mueva junto a ella en tooodo el proceso. El istopo, compaeros, emite rayos Gamma, bien? Ahora vamos al exterior del tacho. Aqu, como ven, tenemos ocho equipos detectores movi las tenazas hacia unos crustceos metlicos adosados al cuerpo del tanque que siguen a travs de los rayos Gamma el movimiento de la fuente radiactiva y, por tanto, de la masa cocida, determinando la forma y velocidad de la circulacin. Cada equipo detector va trazando, mediante impulsos electrnicos, un grfico de su zona, por lo que al final de la templa tendremos ocho grficos que, unidos, reproducen el proceso en tooodo el tacho, permitindonos determinar la velocidad real de la masa y de las zonas muertas dentro del equipo, bien? Bien, con ello podemos optimizar la explotacin, usar siempre los mejores tachos y reparar los peores reduciendo el tiempo de coccin en varias horas. Hasta hoy ustedes, los puntistas, han trabajado a ciegas; el tomo, compaeros, les permitir ver, escudriar las entraas del proceso, bien? Bien, alguna pregunta? Carlos sinti que los hombres de la Casa de Calderas lo miraban con los ojos en blanco. l tampoco haba entendido un carajo, pero la explicacin de Martiatu era tan coherente, tan slida, tan persuasiva que tal vez todo aquello fuese cierto. Los puntistas se sentiran heridos porque les haba dicho ciegos, una falta de tacto; pero no se trataba de chocar, sino de aliarse con la ciencia. El compaero deba entender, dijo, que ellos all en Amrica Latina no tenan, como promedio, un alto nivel de escolaridad, y que por tanto preferan aprender en la prctica; l, personalmente, estaba seguro de que en una o dos semanas los puntistas, decididos a no quedarse atrs en la revolucin cientficotcnica, aprenderan bajo la direccin de Martiatu todos los secretos de la optimizacin atmica de los tachos, contribuiran as al incremento de la productividad y, con ello, haran que Amrica Latina recuperara lo perdido y avanzara mucho ms. Sera formidable si fuera posible replic Martiatu, pero el pas tiene ciento veintisis centrales y slo tres fsicos atmicos, por lo que a m me corresponde atender cuarentids. Quiere decir que tengo que irme. El equipo queda instalado y funcionando; lo dems es responsabilidad de ustedes. Tres das despus, y a pesar de que Carlos, Epaminondas, Couzo y Jacinto rumiaron como bueyes aquellos planos indescifrables, la solucin atmica fue desechada, abril termin y el sptimo milln no estaba hecho. Carlos no poda desvincular el destino de su amor del de la zafra, y cuando, con dieciocho das de un atraso ya irrecuperable se logr por fin el sptimo milln, estaba sin fuerzas para hablar en el mitin. No poda mentir ni decir la verdad, su frustracin era tan grande que albergaba el temor de terminar llorando en la tribuna. Cumpli el deber ritual de poner el nmero bajo la consigua y respondi a los aplausos con un escueto patriaomuerte.
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El once de mayo Jacinto interrumpi su insomnio para informarle que lanchas mercenarias haban hundido dos pesqueros y secuestrado a sus once tripulantes. Era el segundo ataque en menos de un mes, el dieciocho de abril se haba producido una infiltracin por Baracoa, los mercenarios fueron capturados, pero cinco milicianos murieron en combate. Esta vez se decret una movilizacin general y Carlos se puso al frente de la Defensa Civil del Amrica Latina pensando que aquellas acciones podran ser el preludio de otro Girn. Los yankis tenan espas, analistas, computadoras; sabran de la inminencia del fracaso y habran pensado que era el momento de golpear. El pueblo respondi con una efervescencia febril y l olvid su depresin en medio de la doble batalla, siguiendo da a da el ritmo desigual de la fbrica y los preparativos para la defensa. Le produjo una excitacin singular abrir el sobre lacrado con las instrucciones sobre cmo proceder en caso de ataque. Haba un plan minucioso para la evacuacin de nios y ancianos, la orden de defender el batey casa por casa, la de quemarlo cuando no quedara ms remedio y la de volar el central y retirarse a las montaas para seguir peleando hasta el ltimo hombre y la ltima bala. Aquella decisin apocalptica le dio nimo durante los nueve das, febriles en que el pueblo se mantuvo en las calles de ciudades, caseros y bateyes, dispuesto a todo, y logr al fin la liberacin de sus hermanos. Entonces estall en todo el pas una fiesta que de pronto se hizo tristsima, porque al recibir a los pescadores, Fidel dijo que no se haran los Diez Millones, y Carlos pens en Gisela y se pregunt por qu, y record las instrucciones de guerra y decidi que l tambin asumira la consigua de convertir el revs en victoria. Pero apenas encontr fuerzas para ponerse de pie en medio del silencio abrumador que se hizo en la oficina cuando termin el discurso de Fidel. Sali a la calle cabizbajo, dicindose que a pesar de todo haban hecho una hazaa, que a esas alturas ya haban producido ms azcar que las companies en sus mayores zafras y que lo haban hecho con una gran dosis de locura, pero sin hambre ni ltigo. Dobl maquinalmente a la izquierda y de pronto se vio envuelto en la trepidante atmsfera de los basculadores. La radiobase trasmita los ltimos acordes del himno. Los obreros, que trabajaban con una suerte de obstinada melaza, lo saludaron en silencio. l devolvi el saludo y, tragando en seco, entr en la fbrica.
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Por qu?, repiti al sentir que se haba quedado en blanco ante la pregunta de Margarita. Lo perdonaran, dijo, podran pensar que estaba improvisando, pero no, se haba pasado la noche en vela, reflexionando a conciencia sobre las preguntas de la planilla, del cuntametuvida, y haca apenas dos horas... El silencio lo detuvo. Haba pensado que la palabrita provocara risas, aliviara la tensin, y ahora, en el centro de las miradas expectantes de sus compaeros, volvi a preguntarse si no hubiera sido mejor rechazar aquel debate acogindose al derecho de voluntariedad, y de inmediato se respondi que no, que haba hecho bien en asentir, que por sobre toda otra cosa en el mundo necesitaba saber cunto vala su vida, y no, compaera, continu quebrando el silencio, eso de los bonos no era tan sencillo, si no los vendi no fue slo por miedo, haba otros factores que no mencion para simplificar porque... qu otra cosa poda hacerse en una sntesis? Ahora, si se trataba de contar su vida, contarla de verdad, entonces tendra que empezar por su abuelo, porque se era el primer recuerdo importante que tena, y por una nia analfabeta que se llamaba Toa, de la que se haba enamorado, aunque... Se detuvo, jadeando. Si segua por ese camino, huyndole al esquema terminara en un laberinto. Qu coo importaba que l se hubiera enamorado de Toa? Qu tena eso que ver con su trayectoria poltica? Volvieran a perdonarlo, compaeros, estaba un poco nervioso. Lo cierto era que despus hubo una guerra, es decir, algo as como una guerra, un desalojo en el barrio donde viva. Lo entendieran bien, no quera decir que en aquel entonces tuviera conciencia poltica ni mucho menos, sino que esos hechos lo impresionaron, como tambin su abuelo y un negro viejo llamado Chava. Claro que no iba a hacer esas historias, no venan al caso, pero lo de los bonos..., s, compaera, haba sido por miedo, igual que lo de la manifestacin, en el cincuentisis, cuando la polica empez a disparar y l le dio la espalda a sus compaeros y huy y no volvi a meterse en poltica hasta el cincuentinueve. Quera aclarar que consideraba aquel acto como un error, un error grave, del que nunca se arrepentira bastante, pero agradeca que sus compaeros no le hubieran pasado la cuenta, porque gracias a ellos, ya despus del triunfo, figur como secretario de Prensa y Propaganda de la candidatura de la Izquierda Unida en el instituto. En aquella poca, no pretenda ocultarlo, tena prejuicios contra los comunistas, pero la propia vida y la derecha se encargaron de refutarlos y disolverlos. La izquierda gan, l se entreg al trabajo y crea, francamente, haberlo hecho bien hasta que su hermano regres del Norte, en el sesenta. Entonces, por razones familiares y por su profunda debilidad ideolgica, se apart del trabajo poltico, estuvo meses apartado del trabajo poltico. Era increble, dijo y sacudi los hombros, como para liberarse de aquel recuerdo. A su favor poda decir que en noviembre se integr a la Milicia, camin los sesentids kilmetros y se fue de su casa. Tambin conoci a quien sera su compaera, pas Escuela Militar y particip en la movilizacin de enero del sesentiuno. All tuvo un
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problema, su padre vena enfermo desde tiempo atrs, la Revolucin, la verdad, le haba hecho mucho dao y en esos das le dio un infarto, y l decidi fugarse para ir a verlo al hospital, hubo una inspeccin y lo sancionaron a la prdida del mando. Te fugaste antes o despus de la ruptura con Estados Unidos? pregunt Marta Hernndez. Carlos cerr los ojos, no recordaba, pero de pronto vio como en un sueo el titular de Revolucin con la noticia, y dijo ah, s, despus, despus de la ruptura. No te parece un error muy grave? pregunt Jimnez Cardoso. No, respondi l mirndolo a los ojos; en aquella poca, compaeros, la cosa era distinta, la disciplina era otra, las gentes se fugaban y volvan y l estaba seguro de que tendra tiempo para regresar antes de que movieran el batalln. Poco despus decidi becarse, reconoca que el haber sido sancionado lo molest bastante, pero quera aclarar que lo fundamental fue que no tena dnde vivir y que en la Beca, al menos, encontrara un refugio. Quiz fue esa necesidad la que lo llev a matricular Arquitectura, no podra decirlo a ciencia cierta, pero entonces soaba con construir casas y ciudades. Bueno, se esperaran, olvidaba una cosa, no haba participado en la Limpia del Escambray porque no estaba en la unidad de combate, ni en la Campaa de Alfabetizacin porque era universitario. Eso le cre como un complejo, no?, una insatisfaccin consigo mismo. El hecho es que cuando su padre muri, l era un simple estudiante. Meses despus lleg Girn. Particip en la guerra, para decirlo con entera franqueza, casi por casualidad; pero pele como deba, normalmente, y aqul fue un momento importante de su vida, porque le permiti vencer los complejos y el miedo. Crea, lo perdonaran, que un hombre, adems de tener un hijo y plantar un rbol, deba probarse en la guerra. Al regresar a la Universidad lo eligieron Presidente de la FEU en su escuela. Fue una etapa oscura, no? Trabaj mucho, pero se hizo un sectario, un extremista, una especie de guardia rojo o ms bien de cura rojo. Tena como un aureola, dijo, y la voz le tembl ligeramente, saba que era ridculo, pero lleg a pensar que era un hroe, s, compaeros, desde nio haba tenido esa ilusin. Bueno, estaba sarampionado, sulfatado, y entre otras cosas le dio por mandar y por imponer sus opiniones y, vaya, le haca la vida imposible a la gente. As que cuando lleg el... Jimnez Cardoso haba levantado la mano. Una aclaracin dijo. Cmo es eso de que le hacas la vida imposible a la gente? Bueno, dijo l, mirando al suelo, era lo que estaba tratando de explicar, no? Que venan sus compaeros, por ejemplo, y le decan que iban a hacer una exposicin de pintura, y si a l no le gustaban los cuadros pues los prohiba, sencillamente, prohiba la exposicin, o mejor dicho, trataba de prohibirla, y lo mismo, digamos, con las malas palabras, prohiba las malas palabras... Alguien solt una carcajada a sus espaldas; Carlos sonri, turbado, y as por el estilo, dijo, que vea a un tipo raro, blandito, que a l le pareca demasiado blandito?, pues se le encarnaba, como se dice vulgarmente, no le dejaba vivir tranquilo... Se sec el sudor de las sienes, con una sensacin de alivio, y fjense si estaba loco, aadi, que haba estado de acuerdo con que se alterara el Testamento de
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Echevarra; hasta ese extremo haba llegado, compaeros. Eso era en el sesentids, y Fidel le produjo un choc con el discurso del trece de marzo. La Asamblea General de estudiantes lo destituy de la presidencia; qued mal, confuso y dolido y volvi a encerrarse en s mismo entre marzo y octubre, como en el sesenta, meses y meses sin hacer nada, sin disparar un chcharo, como quien dice, sin... La voz se le hizo un hilo y agradeci con un movimiento de cabeza el vaso de agua que le alcanzaron desde la presidencia. Bebi, se sec los ojos y dijo que lo haba salvado, compaeros, la Crisis de Octubre. Fue, no lo olvidara nunca, la noche de su boda. Bien, perdonen, dijo devolviendo el vaso. Durante la Crisis tuvo un accidente en el que qued cojo y perdi los dientes, por eso y por los nervios tena cierta dificultad al hablar. Fjate, compaero intervino el Presidente de la asamblea, perdona que vuelva atrs, pero tengo una duda; despus del trece de marzo t te apartaste de la actividad poltica, no es as? Bien, significa eso que no entendiste el discurso de Fidel o que no estabas de acuerdo con su crtica al sectarismo? Carlos se hizo repetir la pregunta, temeroso de volver a perder el hilo, y, no, compaero, dijo, qu va. Fidel le demostr hasta dnde poda hundirse alguien en... S, lo haba entendido, estuvo de acuerdo desde el principio... Pero pasaron otras cosas, en la Asamblea hubo un tipo, un oportunista, y l... No poda explicarse, estaba muy confuso. Y no sera, compaero, que esa ilusin de que eras un hroe se manifestaba todava en rasgos de autosuficiencia? Carlos qued sobrecogido al recordar su propio monlogo ante la muerte; ahora tena aquella misma lucidez, aquella misma obsesin por la verdad y dijo que s, que el compaero tena razn, que haba sido un autosuficiente. Entonces el Presidente sugiri un receso pero l se neg, prefera seguir si la asamblea no tena inconveniente. El silencio lo empuj a continuar, retom el hilo en un punto anterior, cuando la UJC no consider oportuno procesarlo y l, compaeros, como una manifestacin ms de su autosuficiencia, no entendi aquella decisin. Pero despus del accidente tampoco lo procesaron y esto, entonces y ahora, le pareca un error del Comit de Base. Bien, perdi un ao en la Universidad porque la escuela se neg a examinarlo en el hospital, y cuando regres a clases se sinti desalentado y poco despus dej la carrera. Varias voces preguntaron por qu y Carlos extendi la mano pidiendo silencio antes de decir que por varias razones: le haba nacido una hija, necesitaba trabajar y adems, compaeros, quiz como parte de las ilusiones que lo acompaaron siempre, soaba con irse a la guerrilla. Cerr los ojos para eludir algn gesto de burla, porque no estaba dispuesto a permitirle a nadie que jugara con la que haba sido su ms alta esperanza. Por eso, continu, haba venido a trabajar al Centro. Abri los ojos y reconoci el saln al decir que all, como casi todos los presentes saban, se le haba otorgado la militancia en la Juventud, haba llegado a ser Secretario General del Comit de Base y Jefe de Seccin. Hizo una pausa antes de preguntarle a la asamblea si era necesario referirse al incidente. Slo en sus consecuencias polticas, respondi el Director del Centro desde la mesa, y l permaneci en silencio mientras intentaba discernir cules haban sido exactamente las consecuencias polticas del hecho que trastorn para siempre su vida. No las tena claras, ni saba cmo
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referirse a lo que haba pasado con Iraida; no se atreva a decir que estaban haciendo el amor, ni mucho menos que estaban templando; dijo simplemente que los haban sorprendido en la oficina, lo que fue un error, una falta de respeto, una barbaridad de su parte. En fin, que lo separaron indefinidamente de la UJC y lo suspendieron de empleo y sueldo. Por aquellos das, compaeros, muri el Che, y l, que estaba sin vnculo laboral, decidi irse a la caa. Vuelve a la UJC, le sugiri Margarita y l dijo: Ah, s, el Comit Municipal de la Juventud le rebaj la sancin a un ao, no fue as, Rubn? S respondi Margarita, y a m me hace falta que expliques, Carlitos, por qu no apelaste ni reclamaste cuando se cumpli el plazo, o sea, por qu casi que te autoseparaste de la Organizacin? Qued perplejo, en realidad no haba pensado en eso ni siquiera ante el cuntametuvida, y ahora se senta desarmado. Intent explicar, sin que pareciera una justificacin, lo distintas que se vean las cosas desde la caa, Mrgara, por un machetero, un Jefe de Fuerza de Trabajo o el administrador de una central durante la zafra del setenta. En eso Felipe pidi una cuestin de orden y Carlos tuvo el plpito de que su antiguo socio lanzara un ataque a fondo. Voy a volver atrs anunci Felipe; es un asunto, vaya, feo, molesto, pero aqu estamos para eso, para aclarar se call como angustiado por la gravedad del problema, y aadi de pronto, en tono casi confidencial: Carlos, mira, me parece mejor que lo plantes tu mismo, es ms limpio. La tensin de Felipe haba creado una expectativa creciente en la sala, y Carlos, blanco de todas las miradas, sinti como una bofetada en el rostro; no era posible que Felipe fuera tan bajo, no era posible que se estuviera refiriendo a aquello, pero, a qu otra cosa, entonces? No lograba entender al compaero, dijo, lo perdonaran pero no saba de qu estaba hablando. Felipe hizo un gesto de disgusto, como si Carlos lo hubiese obligado a decir. a su pesar: Mira, cuando el brete de Iraida, t te divorciaste, no? Por qu? La expectativa de la sala se resolvi en una ola de murmullos por sobre la que Carlos grit que se negaba a responder aquella pregunta y en general a discutir sobre su vida privada. Para m es una cuestin de principios respondi Felipe, porque despus te volviste a casar con la misma mujer. Carlos haba gritado que eso no le importaba a nadie cuando el Presidente exigi silencio. El compaero dijo tiene derecho a negarse, y usted se dirigi a Felipe, que haba vuelto a pedir la palabra, a plantear sus opiniones, despus, en la discusin. Le hizo un gesto a Carlos para que continuara y volvi a pedir silencio. La asamblea se fue calmando. Carlos, cabizbajo, se pas la mano por el pelo, desconcertado, y pregunt por dnde iba. Por lo de la Juventud lo ayuda Marta Hernndez. Bueno, lo de la Juventud, dijo, saba que era difcil de explicar, pero entre el sesentiocho y el setenta tuvo dos pases solamente, uno de mes y medio y otro de una semana, y en ese tiempo, la verdad, no pens en eso de apelar o reclamar. Era un error, otro error y, en fin, qu decirles? Lo de la zafra ya lo haba
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explicado, tres campaas, machetero, Jefe de Fuerza y Administrador; crea, honestamente, haberlo hecho lo mejor posible. No tienes nada de que arrepentirte en esos aos? pregunt Margarita. Volvi a atusarse el pelo, lo dejaran pensar, arrepentirse, arrepentirse, lo que se dice arrepentirse, no, la verdad, no se arrepenta de nada; o quizs de haber aceptado responsabilidades para las que no estaba preparado, slo que negarse en aquellas circunstancias hubiera sido un error mayor y entonces, cmo explicarlo? Despus de la ltima zafra volvi a casarse con la misma mujer que lo haba acompaado durante la mayor parte de su vida, dijo mirando a Felipe, y regres al Centro con el fin de pasar el proceso del Partido si resultaba electo trabajador ejemplar en aquella asamblea. Hizo silencio al sentir el alivio de quien lo ha dicho todo y aadi que sa, ms o menos, haba sido su vida. La asamblea empez a relajarse. Carlos vio que Rubn le haca un gesto solidario. Por primera vez, pidi un cigarrillo. Las manos le temblaban al encenderlo y se pregunt si habra logrado escapar a la tentacin del laberinto. En la mesa, el Presidente coment algo con el Director antes de decir que aun cuando el compaero haba sido bastante exhaustivo, quiz alguien quisiera hacer alguna otra pregunta para ganar claridad en el debate. Se hizo un silencio lleno de murmullos hasta que Ruiz Oquendo, el subdirector administrativo, pidi la palabra. Muy breve dijo; son dos aspectos importantes y no te referiste a ellos, quiz porque se te pasaron. Cul fue tu actividad en la CTC y en los CDR? Carlos empez a toser, los ojos se le llenaron de lgrimas y tir el cigarrillo, que estaba hmedo de saliva. En el Sindicato, dijo, se haba integrado desde que empez a trabajar; tuvo una actividad media, ocup en dos oportunidades el frente de Trabajo Voluntario y siempre form parte del Movimiento de Avanzada. Los CDR fueron otra cosa, en realidad nunca haba tenido casa, estuvo mucho tiempo becado y despus, bueno, despus en la zafra. En los aos que vivi con su mujer tena mucho trabajo, guardias y reuniones y, la verdad, no se hizo miembro del Comit, nunca encontr tiempo. Ruiz Oquendo se incorpor con los ojos desorbitados. Que no eres miembro de los cedeerre? No, dijo Carlos e intent explicarse, en realidad, haba pensado, ahora que estaba ms o menos estable, hablar con la Presidenta de la cuadra para... Compaero Presidente dijo Ruiz Oquendo, interrumpindolo, creo que no tiene sentido seguir con este caso. Los Comits son uno de los pilares del proceso y alguien que no sea ni siquiera cederista... cmo puede aspirar a ser trabajador ejemplar? Por tanto, propongo pasar a otro caso y punto. Carlos respir al escuchar que el Presidente rechazaba la proposicin y le peda calma y control a Ruiz Oquendo. No tenemos apuro, compaeros. Esta tarea tiene tambin un fin educativo. No es correcto matar la discusin de un caso que es, por lo que veo, bastante complejo. Despus del debate, cada quien podr expresar su criterio votando. Ms preguntas? No hay? Bien, opiniones entonces. Margarita. Margarita Villabrille se puso de pie alisndose la minifalda. Estaba muy confundida, dijo mirando a Carlos con una ansiedad casi dolorosa; por una parte,
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cmo no iba a ser trabajador ejemplar una persona que combati en Girn, que se qued cojo en un accidente durante la Crisis de Octubre y que hizo tres zafras completas?; pero por la otra, cmo iba a serlo alguien que no era cederista, que haba fallado con la Juventud y cometido adems errores de autosuficiencia? No entenda, compaeros, la perdonaran pero no entenda. Jimnez Cardoso se par a explicar. El problema, compaera, era descubrir la lnea de aquellas contradicciones. Para l, iba a ser tan feo como tan franco, era la debilidad ideolgica y la recurrencia en el error. Carlos lo mir, atrado por aquella seguridad demoledora, y desde entonces Jimnez habl para l. Quera decir, puntualiz, que aquella vida empezaba con un error: no atreverse a vender los bonos, y segua con otro, huir. Por qu edad tena cuando eso?, lo interrumpi Rubn. Diecisis, dijo Carlos y el Presidente les pidi, por favor, que no entablaran dilogos. Entonces Jimnez aadi que esa huida se repeta en el sesenta, el ao de las nacionalizaciones y de la ms intensa lucha de clases, cuando ya el compaero tena veinte. No es hasta noviembre que se va de la casa, y no le fueran a decir, por favor, que todava era un nio. Bien, qu haca en enero? Ausentarse de una movilizacin militar en tiempo de guerra. Por tres horas, murmur Carlos y Jimnez replic, por las que fueran, compaero, y le sostuvo la mirada y dijo que an ms, qu hizo cuando lo sancionaron?, abandonar el batalln de combate, por lo cual, ms tarde, no pudo participar en la Limpia de Escambray. Va a Girn, casualmente, como dijo, porque es honesto, pero va y eso hay que anotarlo en su haber. Sin embargo, qu ocurre cuando se reintegra en la Universidad? Se cree un hroe! Jimnez Cardoso abri los brazos, consternado ante aquella pretensin, y Carlos baj la cabeza y estuvo a punto de taparse los odos, pero la pregunta, qu era, en realidad?, lo llev a seguir escuchando que un extremista, un sectario, como l mismo acababa de admitir, dictando kases, persiguiendo a los que parecan invertidos, una inaceptable muestra de subjetivismo, porque si hubiese perseguido a quienes efectivamente lo eran y tenan un comportamiento antisocial, ahora la asamblea estara ante un mrito y no ante una arbitrariedad. Todo esto, compaeros, era todava peor si se tomaba en cuenta que estaba hablando de alguien que haca menos de un ao se haba apartado de toda actividad poltica; alguien, compaeros, capaz de un hecho poltica, humana e histricamente monstruoso: estar de acuerdo con que se alterara el Testamento de un hroe verdadero, como Jos Antonio Echevarra! La acusacin cay como una lpida sobre Carlos, que sac el pauelo y lo estruj con las manos sudorosas; hubiera necesitado creer que Jimnez era un hijoeputa, un miserable, un enemigo y no el hombre trabajador e inteligente que ahora terminaba de beber un sorbo de agua y preguntaba, qu sucedi, compaeros, cuando el propio Fidel restableci la verdad? Qu hizo entonces Carlos? Abandonar la lucha, como en el cincuentisis y como en el sesenta. Pero haba algo ms: hasta el da de hoy, nueve aos despus, no lleg a entender que aquella reaccin fue una muestra ms de su autosuficiencia. Bueno, se reintegra cuando la Crisis de Octubre, y eso tambin debe anotarse en su haber; tiene un accidente que equivala a una herida de guerra, con todos los mritos que ello implicaba y que no se le iba a escatimar. Pero he aqu que despus abandonaba los estudios siendo ya casi un tcnico, un arquitecto, con la ilusin de unirse a la
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guerrilla porque, segn parece, jams se resign a ser una persona normal, un revolucionario de filas. En el Centro, era justo reconocerlo, fue un magnfico trabajador, un hombre que se opuso verticalmente a las inmoralidades que en un tiempo all se cometieron, un buen militante e incluso un buen Secretario de la Juventud. Sin embargo, lo ech todo por tierra al protagonizar, en un momento clave de la lucha ideolgica interna, un incidente lamentable, muestra de su inmadurez y su debilidad. Bueno, lo separan del trabajo y de la Juventud y se va a la caa, cosa loable, sin duda, aunque tambin era cierto que, como l mismo dijo, en esos momentos no tena vnculo laboral alguno. En este punto, compaeros, quera hacer un parntesis para criticar al compaero Felipe por haber introducido un problema privado en un proceso poltico; con ello explicaba tambin el por qu no iba a referirse al asunto de la mujer y dems. Apoyaba la posicin de Carlos en este sentido y quera volver al caso donde, otra vez, se pona de manifiesto la tendencia al error. La Juventud del Centro pidi la separacin indefinida y el Comit Municipal rebaj la sancin a un ao. Qu deba haber hecho un militante? Apelar, no era cierto? Bien, Carlos no apel. Ahora quera invitar a la asamblea a suponer, a beneficio de inventario, que el compaero estaba completamente convencido de su error y no apel por eso. Pero entonces, cmo explicar que tres aos ms tarde no se hubiese presentado an ante la Organizacin para aclarar su caso? Dejaba la respuesta a la asamblea y le recordaba adems un hecho inslito, el compaero no era ni cederista. Para terminar quera aclararle a Carlos que haba dicho todo aquello por su bien, que lo consideraba un amigo y le tenda la mano. Carlos vio a Jimnez Cardoso avanzar con la mano extendida como en cmara lenta, sinti que la asamblea estaba pendiente de su respuesta y que sta iba a pesar en la votacin, que deba saludarlo como prueba de madurez y sentido autocrtico, pero una suerte de atvico orgullo lo llev a devolverle la mirada en silencio y a cruzarse de brazos. Entonces estall una sorda ola de comentarios, una mezcla inextricable de aprobacin y reproches, y el Presidente le dio la palabra a Rubn Surez, que estaba chasqueando los dedos, loco por expresar, dijo, su desacuerdo total, completo, absoluto con la intervencin de Jimnez Cardoso, porque para l la vida de Carlos haba sido una lucha desesperada y a veces pattica por estar a la altura de su tiempo. Quera empezar por lo de los bonos y la manifestacin. En eso estaba incluso en desacuerdo con el propio Carlos, quien a pesar de todo estuvo en la manifestacin siendo casi un nio, en el cincuentisis, compaeros, cuando muy poca gente en Cuba tena actividad poltica. Que huy? Huy, pero cuntos no lo hubieran hecho ante los tiros de la polica? Y aun cuando no se hubiera mantenido despus en la lucha, aquel hecho deba ser interpretado como un mrito, como una prueba de sensibilidad poltica y no como un error. As, quera recordarlo a la asamblea, lo vieron sus compaeros de entonces, quienes en lugar de hacerle reproches lo invitaron a formar parte de la candidatura de la izquierda unida despus del triunfo. Izquierda unida, sa fue la clave de la lucha de clases en el cincuentinuevesesenta, y Carlos, cuyo padre tena tierras, dinero y edificios y haba sido afectado prcticamente por todas las leyes revolucionarias, estuvo del lado estratgicamente correcto en aquel momento de definiciones. Que despus, durante unos meses, se apart del proceso? Cierto,
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pero era necesario recordar, compaeros, que su familia se estaba partiendo en dos y que l se encontraba en medio de un rollo espantoso. Lo impresionante era que hubiese logrado resolverlo del modo ms radical, caminando los sesentids kilmetros, yndose de su casa y pasando una de las primeras escuelas de Milicia que hubo en Cuba con el batalln, qu nmero?, Ciento trece, dijo Carlos, con la extraa sensacin de que Rubn aluda a otra persona al repetir el nmero, aadir de los primeros, y preguntar, cmo iban a criticarle haber ido a ver a su padre enfermo?, cmo llenarse la boca para decir abandono de una movilizacin en tiempo de guerra si haba regresado por voluntad propia en dos o tres horas? Bien, la Beca, otro ejemplo clsico de palo porque bogas y palo porque no bogas; resulta que lo criticaban cuando, en el sesenta, se meti en su casa, y tambin en el sesentiuno, cuando se bec, como si para tener autonoma no estuviera prcticamente obligado a becarse, caballeros! Girn, la guerra, se deca rpido, pero eso era jugarse el pellejo y, qu ms se le poda pedir a una persona? Rubn hizo una pausa buscando los ojos de Jimnez Cardoso antes de continuar, por uno de los problemas ms delicados, el compaero se crea o quera ser un hroe. Eso estaba en el aire, sencillamente, y los modelos eran Fidel, Ral, Che, Camilo y tantos otros. Se viva una poca heroica y era comprensible que alguien sintiera esa tentacin, o ms exactamente, esa vocacin. Bueno, Carlos, desde luego, no lo fue, se equivoc, se intoxic y cometi errores que haba reconocido ante la asamblea y que Jimnez Cardoso magnific lamentablemente. Quera recordarles, compaeros, que Carlos no fue el nico fiscal ni el nico extremista de la Universidad en esa poca; l, Rubn, fue hostilizado muchas veces por su melena, simplemente porque le daba la real gana de tener el pelo largo. Pero lo importante era que Carlos haba superado esos errores haca mucho tiempo, y lo paradjico era que a estas alturas el propio Jimnez Cardoso insinuara que poda haber un mrito en eso de fiscalizar los gustos o la vida privada de los dems. No, compaeros, esa puetera mana, y que le perdonen la expresin, la haba padecido l mismo en carne propia, y quera dejar bien claro que, desde su punto de vista, no poda implicar un mrito ni antes, ni ahora, ni nunca porque... Opinin muy discutible interrumpi Jimnez Cardoso, bajo determinadas... Pues discutamos entonces! exclam Rubn. Un murmullo creciente se extendi por la sala y el Presidente pidi silencio, por favor, no entablaran dilogos, e inst a Rubn a continuar pero cindose al caso y a los hechos. Rubn murmur de acuerdo, de acuerdo, aunque obviamente haba perdido el hilo, que slo pareci recuperar cuando mir de nuevo a su oponente y, otra vez seguro de s, dijo que a la Crisis de Octubre no iba a referirse porque inclusive alguien tan hipercrtico como Jimnez Cardoso reconoca un mrito, un verdadero mrito, un mrito militar, en las heridas que haban marcado para siempre al compaero. Del Centro s iba a hablar, Carlos fue el mejor Secretario General que tuvo all el Comit de Base, el ms trabajador, el ms valiente; l, que lo haba sustituido en el cargo, poda decirlo con conocimiento de causa, y tena adems el criterio de que se le llev demasiado recio cuando lo de la compaera Iraida. Cul fue su respuesta? Irse a la zafra,
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entregar tres aos de su vida a esta tarea, y lo perdonaran por lo que iba a decir, heroica. No apel ante la Juventud y esto era un error, sin duda, pero la asamblea deba recordar que tuvo apenas los dos meses de su primer pase para hacerlo, y que en ese entonces estaba entregado a la zafra, donde debi haber trabajado muy bien, porque el Partido Municipal de Sola lo promovi dos veces. Ya estaba terminando, slo quera preguntar si los errores de un revolucionario eran algo as como el pecado original, si haba un sitio mejor para superarlos que el seno del Partido. Alguien bati palmas al fondo de la sala. Carlos no logr determinar quin porque cuando empez a voltearse el Director tom la palabra y l interrumpi el giro y qued pendiente de la intervencin. Compaeros, los criterios expuestos por Jimnez Cardoso y por Rubn Surez pecaban, segn su manera de ver las cosas, del mismo defecto: incapacidad para afrontar la vida en sus complicaciones. Ambos se haban aferrado a una lnea, pero daba la casualidad que siempre haba dos o quin saba cuntas y era as como haba que ver la cosa. Fue ese mismo problema el que confundi a Margarita porque, en el fondo, todos aspiramos a una pelcula fcil: ac los buenos, all los malos. El lo estaba en que no era as y entonces opinar era tambin comprometerse, correr riesgos. Bien, no daba ms rodeos, iba a correr el suyo. Para l, Carlos, el mismo que fue a Girn y no apel ante la Juventud, el que no era cederista y se desbarranc en la Crisis de Octubre, el que se acost con Iraida en la oficina e hizo tres zafras, s era trabajador ejemplar; primero, porque fue a la guerra, y el hombre que pone el pellejo por delante lo ha puesto todo; segundo, porque tuvo valor poltico y all mismo, en el CEI, le entr de frente al oportunismo y se lo llev de encuentro; tercero, porque se fue a la caa con las manos lisas y volvi con callos. El Director dio las gracias y detrs volvi a escucharse un aplauso tmido. Carlos se volvi a tiempo para ver a Margarita Villabrille batiendo palmas. En eso lo sorprendi la voz del Presidente. Iba a tomar su turno, compaeros, estaba totalmente de acuerdo con el tipo de enfoque riesgoso que propona el Director, pero no con sus conclusiones. Para l, Carlos Prez Cifredo, aun con sus muchos mritos y virtudes, no era un trabajador ejemplar, e iba a explicar por qu. Estaban en el proceso de construccin del Partido en el Centro, en la bsqueda de los mejores entre los buenos, y el compaero haba cometido errores capitales. Para empezar, no era cederista, y se era un problema gravsimo: cmo explicar que fuera cantera de la vanguardia alguien que ni siquiera formaba parte de la organizacin de masas? Era inaceptable, sencillamente. Adems, el compaero haba fallado seriamente con la Juventud, cantera del Partido, y eso deba tener consecuencias. Por ltimo, haba manifestado a lo largo de su vida una tendencia a la sobrevaloracin incompatible con la modestia que deba caracterizar a un revolucionario maduro. sa era su opinin y haba querido expresarla con entera franqueza. No obstante, quera recordar que la asamblea era soberana y que el suyo era slo un criterio ms. Si Carlos resultaba electo trabajador ejemplar, empezara el proceso del Partido, donde se hara una valoracin ms profunda y se comprobaran escrupulosamente todos los detalles. Bien, otras opiniones. Felipe se puso de pie y qued en silencio durante unos segundos. Le resultaba muy difcil, compaeros, porque conoca bien a Carlos, haban sido socios, haban
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estado juntos en el extranjero, inclusive. No estaba de acuerdo con nada de lo dicho por Jimnez Cardoso, ni tampoco con las conclusiones del Presidente. Por qu? Porque todos los errores sealados haban sido errores de hombre y un hombre, en la vida, comete errores, como dijo el Director. Pero haba un error que no se poda cometer, compaeros, y era saber que su mujer haba dicho ciertas cosas y seguir con ella o, peor todava, volver despus con ella. Felipe qued otra vez en silencio, como si le hubiera costado mucho hablar, y Carlos se sinti aplastado, incapaz de oponerse, con la oscura sospecha de que a pesar de todo Felipe tena razn: l haba violado una ley sagrada de la tribu y era justo que pagara por ello el precio que Felipe exiga al aadir, quiz en Suecia, o en Dinamarca, pero aqu no, en Cuba no, porque aqu un hombre que hiciera eso se desprestigiaba, compaeros, la masa no lo respetaba, cmo iba a respetarlo?, y por lo tanto, compaeros, no poda ser ejemplar. sa era su opinin, lo senta mucho, una desgracia, concluy moviendo las manos ante los ojos, como si necesitara exorcizar algn fantasma. Marta Hernndez empez a hablar sin que le dieran la palabra. Hasta cundo tendran que soportar aquella moral llena de trampas y mentiras? Trampas y mentiras!, repiti al ver que Felipe haca un gesto de rechazo. Porque cuando Carlos tuvo aquel incidente con Iraida, el mismo compaero Felipe que ahora le peda la cabeza dijo en la reunin de la Juventud que un hombre siempre era hombre y mucho ms si era comunista, y eso, compaeros, ella no lo olvidara nunca. Claro, para los machazos todo, buenas y malas, como en las pelculas de que haba hablado el Director. Pero en eso la vida tambin era complicada y la compaera Gisela Juregui, esposa de Carlos, era una militante de la Juventud, una mdica destacadsima, y no haba hecho ni la centsima parte de lo que Carlos le hizo a ella. Queran saber ms? La mejor decisin que Carlos tom en su vida fue volver con ella porque nunca iba a encontrar otra mujer as. Compaera la interrumpi el Presidente, usted puede tener razn, pero me parece mejor dejar de lado esos problemas personales, no tomarlos en cuenta. Marta neg con un movimiento de cabeza, haba que tomarlos en cuenta, pero en un sentido positivo: con eso, Carlos dio pruebas de sensibilidad y valenta, porque slo un hombre que los tuviera muy bien puestos haca en este pas, por amor, lo que l haba hecho; y gracias, eso era todo. Marta hurg en su cartera y sac un cigarro; Margarita volvi la cabeza y le dijo algo a Jimnez Cardoso, que se encogi de hombros; Felipe mir al suelo e hizo traquear sus dedos uno a uno; alguien empez a toser en la parte de atrs. El Presidente recorri la asamblea con la vista, pregunt si haba alguna otra opinin, alguna otra pregunta, y Carlos se sinti suspendido en el vaco cuando lo oy decir: Bien, compaeros, entonces vamos a votar levantando la mano: primero los que estn a favor, despus los que estn en contra.
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