Alejandro Núñez Alonso - Sol de Babilonia

Descargar como rtf, pdf o txt
Descargar como rtf, pdf o txt
Está en la página 1de 376

SOL DE BABILONIA

Por Alejandro Nez Alonso

CENSO DE PERSONAJES
ABADI. Mayordomo del visir de Sela, ciudad y regin de Arabia. ABURADAD. Mercader cuya caravana fue asaltada en el desierto. ACERBAS. (Errneamente Siqueo en los autores griegos y latinos.) To de Pigmalin y Elisa, y esposo de sta. ADADNIRARI. (Tercero en la lista de los reyes asirios de este nombre.) Hijo de Shamshiadad y de Semramis. Ascendi al trono hallndose su madre -reina regente- en campaa militar contra los pueblos indutas. ADARGN. Consejero de Obras Pblicas (Babilonia). ADDASIN. Mayordomo del palacio real de Babilonia y confidente de Semramis. AGUMAR. Consejero de la Ciudad (Babilonia). AKKADOS. Oficial del ejrcito de Semramis. Hizo fortuna rescatando al prncipe Adadnirari de las manos de Balanurta, usurpador de la regencia de Asiria a la muerte de Shamshiadad V. ALASE. Esposa impedida de Adargn, consejero de Obras Pblicas. ALOBIMA. Pupila del harn real que se fuga con los embajadores egipcios Menfitas y Ramsads. ALPISHAN. Mago mayor. Uno de los prncipes de la cmara sacerdotal de Babilonia. ALPISILLAR. Traficante babilonio, dueo del ms lujoso mesn, empresario de diversos negocios de recreo y vicio. AMUNI. Rico mercader babilonio, una de cuyas caravanas fue asaltada en el desierto. Su denuncia dio lugar a un escandaloso proceso. APLIGUMA. Arriero asaltado y herido. Testigo en el proceso de las caravanas. ARAHIM. Sndico del Puerto y miembro del consejo real de Pigmalin de Tiro. ARAMINA. Azafata de Zimma. ARBAS. Rey de Libia. Enamorado de Elisa, cede a sta una porcin de territorio para que funde y edifique la ciudad de Cartago. ARBILAS. Hija de un mercader de la calle de las Imgenes. Fue novia de Mino durante los primeros meses de estancia de ste en Babilonia. ARGISTUA. Princesa urartia a quien una conspiracin palaciega sube al trono de su pas. ARPIDES (Hermanos). Mercaderes de Babilonia. ASARMELKE. Hombre de la espada y la maza, o sea jefe del ejrcito asirio. ASDRUPHETA. Primer ministro de Pigmalin de Tiro. ASSARNIEL. Mercader. Una de sus caravanas fue asaltada en el desierto. ASSURMASH. Asirio que acude al jardn de Ishtar durante la prostitucin sagrada. ASTARBE. Esposa del rey Pigmalin 11 de Tiro. BELANURTA. Gobernador de Kalah y valido del rey Shamshiadad. A la muerte de ste pretendi usurpar la regencia de Asiria durante la minora de edad de Adadnirari. Vencido por Semramis en campaa militar inspirada por Beltarsiluma, fue ajusticiado. BELGASAM. Candidato a ingresar en el censo de la nobleza. BELNABU. Mdico babilonio, esclavo, sujeto al templo de la diosa de la salud, Gula. Semramis lo llev a palacio como ayudante del egipcio Shusteramn. BELOFETAS. Jefe de escribas de la embajada del rey Pigmalin. BELPOLASAR. Consejero del ufrates (Babilonia). BELTARSILUMA. Ex preceptor de Semramis, ex regidor de la escuela de escribas (universidad) de Borsippa, ex gobernador de dicha ciudad y, posteriormente, prepotente valido bajo el reinado de Semramis. 2

BELTITIS. Famoso mdico del barrio de Merkes. Bajo la breve dictadura de Beltarsiluma, consejero del Trono contra la Peste. BELUMA. Justicia del Rey destituido por Semramis durante la crisis dinstica. BEN ADAD. Hijo del rey Hazael y heredero del trono de Damasco. Su padre le enva de embajador ante Joacaz de Israel, y posteriormente ante Semramis. BENAZZAN. Mayordomo del palacio real de Damasco. BESTO. Mayordomo de la reina Elisa de Cartago. BIRTAI. Hijo de un modesto matrimonio de Kalah, se hizo amigo del prncipe Adadnirari en la escuela de Nabu de aquella ciudad. Fue instruido en la milicia asiria junto a Adadnirari. BITILUMA. Ecnomo del harn real de Babilonia. Su funcin era aplicar el derecho de prioridad en el karum durante la subasta de doncellas y tambin de artculos o productos que interesaran a los reyes. BOLSONODOR. Sacerdote oniromntico del templo de Shamash. BABIL (Babilonia). Nombre usado por Semramis en su vida de incgnito. BABILSHAM. Jefe de la guardia real de Babilonia (Lanceros de la reina). BABILOSIN. Justicia del Rey o consejero de la Ley. Asumi provisionalmente el cargo al ser destituido Beluma. BALMASIN. Intendente del templo de Shala. Concurre a la subasta de las sorpresas en el barrio de las Licencias. BALSE. Oficial del ejrcito de Gelmas que participa en el golpe dinstico de Semramis. BARSHAM. Consejero del Tesoro (Babilonia). BASIN. Vagabundo de Enlil. Huyendo del ejrcito de Semramis se encuentra con su cofrade Dungui. CELAS. Azafata tiria encargada por el rey Pigmalin de vigilar secretamente a Tursyna. COLIPAS. Mujerona que hace exhibiciones obscenas en el barrio de las Licencias. DADAMUZ. Rico traficante de vinos. Comprador de los excedentes de bebida que tributaban a los reyes de Babilonia. DAMIA. Esposa de Beltarsiluma, a la que repudia envindola con hijo y yuntas de bueyes a Borsippa, famosa ciudad por su industria textil y su escuela de escribas (universidad) dependiente del templo mayor del dios Nabu. DIESTRA. Apodo de la esposa de Dadamuz. DINAKALLA. Aristcrata asirio que durante la enfermedad de Shamshiadad fue elegido puhu o rey substituto. Durante la ausencia de Semramis, primer ministro de Adadnirari. DUDU. Mago al servicio de Semramis. DULGASOR. Astrlogo al servicio de Semramis. DUNGUI (o Dun). Joven vagabundo de la cofrada del dios Enlil. Seducido por Semramis, intent acompaar a la reina en su expedicin al Indo, pero, falto de vocacin militar, abandon. DUNISIN. Sostenedor de la candidatura de Dadamuz al censo de la nobleza, que se revela como hbil propagandista. DUVA. Extraa vieja (bruja?) que da hospitalidad a Dungui en el poblado de Nipurka. ELISA. (Llamada errneamente Dido por los autores clsicos.) Heredera del trono de Tiro, hubo de huir a Chipre tras la muerte de su esposo Acerbas, consumada por

Pigmalin. En Chipre obtuvo ayuda del sumo sacerdote de Astart para salir rumbo a Libia. Logr hospitalidad del garamanta Yarbas y fund la ciudad de Cartago. ELSIN. Primo de Sunga, la amante de Adadnirari. EMIRA. Esposa de Belpolasar, consejero del ufrates (Babilonia). ERZZAN. Prostituto o "kuti" del barrio de las Licencias. EULETlS. Consejero de la Ley en Babilonia cuando la ciudad era gobernada por Semramis en calidad de patesi. Se suicid por orden de Semramis. Ms tarde su hija Sunga, pupila del harn real, enamor a Adadnirari y ejerci gran influencia sobre l. FANECES. Mayordomo del rey Pigmalin. FRATESI. Individuo meda, hbil desollador adscrito al cuerpo de verdugos del ejrcito de Semramis. GABISA. Doncella que en vsperas de ofrendarse a la diosa Ishtar, fue atacada por la peste de las bubas. GABU. Investigador urbano en la ciudad de Babilonia. Destituido por Adadnirari, volvi a asumir el cargo al regreso de Semramis de su campaa del Indo. GADIVA.. Joven sacerdotisa de Ishtar, perteneciente a la orden de las qadishti, que atiende a Dungui. GALPASINI. Esposa de Amuni, al que anima a que presente su candidatura de ingreso en el censo de la nobleza. GAMADAD. Artfice de la calle de los Orfebres, Babilonia. GAMBUSHAD. Popular prostituto o "kuti" del barrio de las Licencias. GAMIDA. Concubina legal de Adargn, consejero de Obras Pblicas (Babilonia). GANDASIN. Sacerdote baru del templo de Gula, llamado por Zimma para atender a Mino de Tacro. GARMIDA. Viuda babilonia que se brinda a ser rifada con fines benficos. GARUSALIM. Escriba de Beltarsiluma. GELMAS. General. Acompa a Semramis en su campaa contra los pueblos indutas. GELUNIN. Eunuco mayor del harn real de Babilonia. GEMIR UN. Usurero babilonio de escaso relieve y que hace fortuna social y cortesana durante la breve dictadura de Beltarsiluma. GHINA. Concertista de cmara de Semramis. Protegida de la reina, fue nombrada azafata mayor de palacio. Era de origen elamita. GIMLAS. Agente confidencial del rey Pigmalin en la ruta martima de Tiro-Cartago-GadirTartessos. GUDA. Sacerdote hospitalario del templo de Enlil en Urtala. GUDENA. Paje de Beltarsiluma en el palacio real de Kalah. GUDIA. Oniromntico mayor. Uno de los seis prncipes de la cmara sacerdotal de Babilonia. GULMA. Uno de los expedicionarios enviados por Semramis a diversas partes del mundo en busca de la planta de la inmortalidad. Sus informes sobre el reino de Patala y las injurias del rey de dicho pas, desataron la campaa punitiva de Semramis contra los pueblos indutas. GUMA. Invertida babilonia que adquiere a Garmida en la Subasta de las Sorpresas. HABSI. Astrlogo mayor de la zigurat. Prncipe de la cmara sacerdotal de Babilonia. HAMURASAD. Baru o adivino mayor. Como tal perteneca tambin a la cmara

sacerdotal. HARMASIN DE PANDULA. Candidato al ingreso en el censo de la nobleza. HARSABEL. Auxiliar de Sarguma en el sumo sacerdocio del Esagila. HAZABAL1. Individuo de los pueblos del mar (golfo Prsico), que practica la prostitucin sagrada con Sinami. HAZAEL. Rey de Damasco, expoliador de Israel. HlMARION. Rey de Tartessos, de origen sidonio, vasallo de Tiro. HURlMASIN. Escudero de Semramis que la acompaa en la expedicin punitiva al Indo. IGASHlNA. Hermana de la adolescente Sinami. ILUGA. Esposa de Habsi, guarda astros de la zigurat. INANI. Joven de extraordinaria belleza, hija del avaro Gemirun, que impresiona vivamente a Beltarsiluma. JOACAZ. Rey de Israel. Se apart de la ley de Yahv y fornic con los dolos. Esto sirvi de pretexto a Hazael para someterlo a continuas exacciones y amenazas. JOAZ (o Jos). Rey de Jud. Tambin apartado de la ley de Yahv. Tambin vctima de las exacciones de Hazael de Damasco. KALSHARA. Mayordomo del palacio real de Kalah. KANNA. Concertista de cmara de Semramis. Enamorada de sta, se suicid. Su cadver fue momificado por Shusteramn. KARISA. Pupila del harn real de Damasco. KARMO. Ecnomo de la embajada del faran Shashank III. KARSUFA. Sndico y sufete de Tiro. Miembro conspicuo de la Lonja de Tasas de dicha ciudad. KASURTA. Bella azafata induta asesinada por un grupo de urartios que la confundieron con Semramis. KRAMURTA. Famosa belleza de Babilonia que ostentaba el primiclerio del cortesanado. KULMA. Eunuco mayor del harn del rey Toba de Urartu. KUSINNANA. Justicia del rey en la corte de Kalah. Ejerci el cargo bajo los reinados de Shamshiadad, Semramis y Adadnirari. LASL. Viuda que toma parte en el juicio de las caravanas. LITESO. Embajador de Pigmalin ante Shashank III de Egipto. LUGAL. Escriba del palacio real de Babilonia. LUMMA. Matrona mayor del templo de Ishtar. LUN. Consejero del Tesoro en la corte de Babilonia. Aunque enamorado de Semramis, sta le orden suicidarse por su adhesin al usurpador Belanurta. Su cadver fue momificado por Shusteramn. MALKALLASIN. Mdico de Semramis. MALPASIN. Consejero de Almacenes, mercados y aduanas (Babilonia). MANTIPAS. Uno de los escribas de la embajada de Pigmalin ante Semramis. MARA. Extraa y hermosa criatura, pupila del harn de Kalah, que Beltarsiluma hace su amante. De oscuro origen divino, en la comisin de infidelidades amatorias participaba de la ubicuidad de los dioses. MARDULUMA. Esposa de Sinanurta, copero mayor del rey. Amante ocasional de Beltarsiluma.

MARGA. Pupila del harn real de Hazael de Damasco. MARGUMA. Mercader, padre de Gabisa, doncella atacada por la peste. MARSIBAL. Sndico de la Lonja de Tasas de Tiro. Importador de estao y famoso avaro. MEDOGULA. Astrlogo de la zigurat. MELINKE. Joven de singular belleza, concertista de cmara de Semramis. Posteriormente su azafata. MENFITAS. Ex oficial del ejrcito egipcio. Popular fornicador en la corte de Bubastis. Embajador del faran ante Semramis. MERSITAS. Pupila del harn real de Babilonia, que huye con los embajadores egipcios. MINDAHIN. Prisionero induta que posteriormente hace fortuna en el ejrcito de Semramis. . MINO DE TACRO. Arquitecto cretense, a quien Semramis encarga levantar un monumento funerario a la memoria de Shamshiadad. MIRIAM. Azafata de origen judata, que acompaa a Tursyna en la embajada tiria. MURSIL. Embaucador hitita, que exhibe su pretendida hipertrofia genital en el barrio de las Licencias. MUSSINA. Pupila del harn real de Kalah, con la que Shamshiadad tuvo un hijo llamado Shamshiilu. Semramis hizo reconocer la bastarda legal del nio. NADINAJE. Sumo sacerdote de Asur (la mayor jerarqua sacerdotal del imperio) en la ciudad sagrada del mismo nombre. NANADIRA. Aclita de Semramis en el culto de Ishtar fuera del templo. NARAMADAD. Sacerdote del Esagila, proveniente de la escuela de escribas de Borsippa. NEFARAN. Guardamantos o primer ministro del faran Shashank III. NINDARA. Concertista de cmara de Semramis. OSAMN. Mayordomo del palacio real de Bubastis, Egipto. OTISAL. Astrlogo de la zigurat. PALLUS. Juez del patio de los Oidores que dirime pleitos de caravaneros. P ASALMESH. Uno de los auxiliares de Shusteramn. Anteriormente haba sido ayudante de Beltitis. PERTAS. Adolescente vecino de Beltarsiluma, enamorado de Mara. PERTES. Baru o adivino de los edimmu en la corte de Babilonia. PULAZAR. Astrlogo de la zigurat. PULO. Esclavo del patio hospitalario del templo de Gula, y posteriormente ayudante de Shusteramn. RADADBEL. Oficial del ejrcito de Gelmas. RAMSADS. Embajador del faran Shashank III. Hombre libertino y compaero de Menfitas en la misin ante Semramis. RIMMANILU. Oficial ayudante de Beltarsiluma. ROSTENHAL. Naviero tirio y sndico de la Lonja de Tasas. SABINDA. Rica agricultora de Urtala, que muestra especial predileccin ertica por los vagabundos de Enlil. SABUM. Maestresala del palacio real de Babilonia. SADOC. Embajador del rey Joacaz de Israel, por quien Semramis. siente especial afeccin.

SALMADONOR. Brillante general del ejrcito de Semramis, que se suicida por rdenes de sta. SAMMURAMAT. Nombre asirio y babilonio (en lengua acadia) de Semramis. SARGUL. Eunuco mayor del harn de Kalah. SARGUMA. Sumo sacerdote del templo del Esagila y cabeza de los prncipes de la cmara sacerdotal de Babilonia. SARTINOS. Sndico mayor de la Lonja de Tasas de Tiro. SEM1RAMIS. Esposa de Shamshiadad V. A la muerte de ste fue consagrada reina regente durante la minora de edad de Adadnirari. Durante la regencia emprendi su campaa contra los pases del Indo, hazaa fabulosa, permaneciendo ausente seis aos. SHAMIDA. Sacerdotisa que reemplaza a Lumma en la dignidad de matrona mayor del templo de Ishtar. SHARA. Pupila del harn real de Kalah. Concubina de Shamshiadad. A la muerte de ste y tras de un escandaloso juicio de harn, sali huyendo de Kalah. SHASHANK III. (Tambin se le nombra Sensonq en la Biblia, aplicado el nombre al fundador de la dinasta, aparece escrito Sesac o Sisac.) Faran del Bajo Egipto con sede real en Bubastis. SHAVALINYA. Reyezuelo induta de Patala, dueo de los cantiles en donde crece la supuesta planta de la inmortalidad. Ciertos conceptos injuriosos que verti contra Semramis, provocaron la expedicin punitiva de la reina regente contra los pueblos del Indo. SHULASIN. Sacerdote astrlogo de la zigurat. SHUMA. Uno de los auxiliares del mdico egipcio Shusteramn. SHUMI. Joven homosexual amante de Addasin, el mayordomo de Semramis. SHUSTERAMN. Mdico egipcio que por encargo de Semramis se dedica a investigaciones conducentes a descubrir el secreto de la inmortalidad. SIBAM. Esposa de Marguma y madre de Gabisa. SILlM. Sirvienta de palacio. Anteriormente haba sido azafata en la casa del Estanque. SINAMI. Adolescente que se ofrece en el jardn de Ishtar para la prctica de la prostitucin sagrada. SINANURTA. Copero mayor del palacio real de Babilonia. SINAZA. Esposa de Agumar, consejero de la Ciudad, que se fuga con los embajadores egipcios. SINCOBIMA. Embajador del rey Pigmalin ante Semramis. SINIESTRA. (Primera, segunda y tercera.) Apodo con que Dadamuz distingue a sus concubinas. SIRMO. Efebo que Hazabal compra en el barrio de las Licencias. SUNGA. Concertista de cmara de Semramis. Posteriormente amante del rey Adadnirari. TARGUMA. Madre de Sinami, que pretende lucrarse con su hija bajo el pretexto de la prostitucin sagrada. TARSAMUN. Asirio que acude al jardn de Ishtar a practicar la prostitucin sagrada. TARSINA. Pupila del harn real de Damasco. TERO. Intendente de los almacenes reales de Babilonia. TOBA. Rey de Urartu asesinado en una conjura de harn. TURSYNA. Doncella tartessia, novia de Mino de Tacro, cuya inexplicable llegada a Tiro suscita recelos y sospechas en Pigmalin. URALI. General del ejrcito de Semramis que se suicida por rdenes de sta.

URDABILlT. Jefe de la guarnicin de Babilonia. URDIKA. Compaera de Sinami en la fila de las oferente s del jardn de Ishtar. URNETA. Concubina del rey Toba de Urartu. URPINASAR. Contratista de las obras de la muralla de Babilonia. URUKASIN. Arrendatario de los rebaos del templo de Adad, candidato al ingreso en el censo de la nobleza. ZAKIRASIN. Montero mayor de Shamshiadad V; despus, consejero del trono bajo el reinado de Adadnirari ZARINDA. Doncella enjugadora de servicio en la alberca de Semramis. ZIMMA. Mujer pblica de Babilonia. ZORINA. Pupila del harn real de Damasco. ZOROS. Hechicero mayor de Babilonia. Uno de los seis prncipes de la cmara sacerdotal.

Indice
HORSCOPO PRIMERO: SEMBRARS EL TERROR Un rey de Urartu Los recelos de Pigmalin Mala noticia: Semramis La doncella tartessia La noticia en Damasco Con el faran Los vagabundos de Enlil Beltarsiluma, preocupado Beltarsiluma dimite El incrdulo y la diosa Rumbo a Babilonia Entrada triunfal Los jardines colgantes Se acenta el cerco La crisis La fuga El pacto de La Garza El censo de la nobleza La embajada del faran Vuelta a palacio El proceso El juicio La cortesana de Babilonia Cita con el pecador Celos entre embajadores Los negociadores egipcios Audiencias y pronsticos HORSCOPO SEGUNDO: UNA GRANDE MORTANDAD La crecida del ufrates Semramis se baa. Las plagas. . . Beltarsiluma, dictador El dictador y las ratas. La sospecha Zimma, devota de Ku La doncella de Ishtar Babilonia, agobiada La peste Bajo la sombra de Ereskigal Brotes de violencia. Mercado de varonas 9

HORSCOPO TERCERO: HARS PERFIDIA DE TU CARNE Las fiestas de Ishtar 1.-El sacrificio de la pureza 2.-La virginidad sin virtud . . 3.-Preparativos para la hierogamia 4.-El horscopo de Lumma 5.-La prostitucin sagrada 6.-El barrio de las Licencias 7.-El paseo de mscaras 8.-Los "kuti" del Gusano La misin de Tursyna Sadoc, otra decepcin Los frutos de Ishtar El fin de Tursyna Sol de Babilonia

10

HORSCOPO PRIMERO SEMBRARS EL TERROR

UN REY DE URARTU

APENAS HAR MEDIA hora que se ha puesto el sol. El rey Toba se encuentra en el lecho acompaado de la concubina Urneta. Dedicado al jineteo de doma nocturna. Y en momento tan crtico, el eunuco Kulma entra en el dormitorio, se acerca al lecho y tras de observar a su amo y seor un breve instante, carraspea. El rey, que se halla bastante afanado con los estmulos que le proporciona el dios Siwini, no se percata de la presencia del eunuco. Y Kulma despus de breve espera da un golpecito, no sin escrpulo, en la espalda del monarca. No es Toba quien se vuelve, sino Urneta la que asoma el rostro sofocado sobre el hombro del rey: -Qu quieres, Kulma? No ves cmo estamos? El eunuco cierra los ojos displicente y aprieta los labios con gesto de suficiencia. No dice que aquello es un asco, porque toda accin ejecutada por el rey lleva consigo la transcendencia y majestad privativas de la corona. Kulma, por su condicin agmica, se halla por encima de tan ruines y acaloradas pasiones. Pero lo que disculpa en el rey se le antoja insufrible en la concubina. Como el soberano no le ve, el eunuco no se molesta en hacer la reverencia. Saca la lengua a Urneta, da media vuelta y sale del dormitorio. Ha cumplido con su misin, por lo menos con el propsito de cumplida. Poco despus, Toba, sosegado en la carne, le dice a la concubina: -A ste le llamars Sardur. La mujer se limita a reprimir un bostezo. Toba, como bestia joven, tiene la petulancia de creer que el surco donde deja la simiente dar fruto. -Por qu he de ponerle Sardur? -pregunta tras de bostezar, la concubina. -Puta! Porque es nombre de rey! La joven no se ruboriza. Como las otras pupilas del harn est acostumbrada a los tacos de Toba. La posibilidad de tener un hijo del rey, admitido el amplio margen de fanfarronera que puede haber en ella, poco le emociona. Las tierras de Urartu estn llenas de hijos de reyes que han visto morir a sus padres desollados vivos por los asirios. Pero Urneta presiente que Toba acabar su breve reinado bajo un montn de escombros. En los meses que el soberano lleva dirigiendo las obras de palacio, los muros se han derrumbado varias veces. En el ltimo desplome, Toba se salv de milagro. Como est seguro de la bondad de sus clculos, achaca tales accidentes a la impericia de los esclavos asirios que trabajan en la obra. El rey no presta la debida atencin al harn. Lo usa con bastante incontinencia para gusto y desfogue de la carne. Mas a pesar de su briosa juventud, no todas las yeguas

11

reciben la imprescindible racin de doma. Toba sabe que el harn suministra halagos sensoriales, pero, por demasiado joven, olvida que en esta dependencia de palacio germinan intrigas y maquinaciones, que no pocas veces ponen en peligro a la corona. El hombre que domina este mundillo femenino es el eunuco mayor, en este caso el diligente Kulma. Kulma, fallido su propsito de comunicar al rey la noticia llegada a Tuspa, vuelve al harn. Atraviesa el patio sumido en la oscuridad de la noche, y se dirige al aposento de Argista, mujer de treinta aos, nativa de la ciudad de Yeveran, y de linaje real. Uno de sus ancestros se sent en el trono de Urartu. Argista, adems de estar resentida por la escasa atencin que le presta Toba, es joven ambiciosa, tenaz y de criterio claro y firme. Desde que Semramis ascendi al trono de Asiria, Argista se ha entregado a la emulacin. El momento le parece propicio. No es slo Asiria y Babilonia las que se encuentran bajo el mandato real de una mujer. La princesa Elisa, que logr escapar de las manos fratricidas del rey Pigmalin, de Tiro, ha fundado una ciudad, Cartago, en la costa lbica, con la ayuda hospitalaria del rey Yarbas. Y reina es tambin la madre de Yarbas, que tierras adentro gobierna con el nombre de Garamantis. Esta mujer, intrpida como una amazona, hija de unos aventureros cretenses que se internaron en Libia a la busca de un fabuloso yacimiento de piedras preciosas, se invent expeditamente una descendencia divina pues proclama haber sido fecundada por Ammn. A juicio de Beltarsiluma, hombre entendido en antigedades, la reina Garamantis no haba hecho nada inslito ni reprobable, sino lo procedente, puesto que todos los sujetos que se sientan en un trono se hacen pasar por la divinidad personificada, o, ms modestos, se adjudican el vicariato de los dioses. Eran tres, pues, las reinas que excitaban la ambicin de Argista. Y desde haca meses, irritada por el ocio del rey, haba tramado con otras pupilas del harn y el eunuco mayor, una conspiracin que les librase de Toba. Argista esperaba a Kulma. Cuando le ve entrar a su aposento, se incorpora en la litera para preguntarle: -Qu ha dicho? El eunuco alza los hombros. Y tras de un gesto de estudiada resignacin, como si quisiera decir que con el rey no caben prisas, responde: -Nada. Est muy atareado. -Con quin? -Con Urneta. La concubina es una de las mujeres del harn comprometidas en la conspiracin. Ella acept entrar en la conjura, siempre y cuando no se le obligara a un acto violento. Pues Urneta siente verdadero terror por la sangre. Ella fue la que propuso un plan: la de acabar con Toba a fuerza de estragos nocturnos. Mas semejante recurso no dio ningn resultado. Contra lo que crean las conspiradoras, el rey, lejos de venir a menos, se creci. Las que terminaron derrengadas fueron las mujeres. No pocas veces la propia Urneta, despus de una noche de excesos, qued rendida, y al despertar al da siguiente se encontr con otra mujer compartiendo el lecho real. -Creo que es el momento oportuno -dice Argista a Kulma-. Pon a buen recaudo a esos pastores, a fin de que informen al rey de lo que saben. Si Toba no se sacude la molicie, le eliminaremos sin ninguna contemplacin.

12

Kulma tiene un respeto supersticioso a la majestad; respeto que le est minando Argista. Por lo que le ha odo decir, por ciertas insinuaciones, sospecha que l ser nombrado primer ministro de la reina. Lo difcil para Kulma es decidir el momento en que su voluntad deba abandonar al rey y ponerla al servicio de una reina. No le importa el sexo del soberano, sino su linaje, su ascendencia dinstica. Y la ambicin por llegar a ser primer ministro le hace considerar la mayor prosapia del seoro de Yeveran, al que pertenece Argista, nieta del anterior soberano. Mas como su voluntad an est con Toba, al dejar a la joven vuelve a la cmara nupcial a ver si el rey ya se ha desembarazado de sus afanes. Pero no; el monarca se halla entregado a un nuevo ejercicio de equitacin. Ahora Kulma no intenta avisar a su seor. Se limita a hacer el mismo gesto que hiciera momentos antes, y va a cumplir el encargo que le ha hecho Argista. En el patio de entrada al palacio estn los pastores. Les ha llevado hasta all la codicia. Saben que el rey de Urartu suele pagar bien los servicios de informacin y espionaje. Kulma les dice: -Tened paciencia. El rey solventa graves asuntos de Estado, y no le ser posible recibiros hasta maana. Decidido a que los trashumantes no aleguen razones para continuar camino, el eunuco ordena a los custodios que les den alojamiento forzoso en la mazmorra. URARTU ES UN BELLO pas. Por lo menos as lo cree Toba. El muy alto Siwini, divinidad solar, desparrama sobre Urartu sus rayos fertilizantes. Sera un pas ideal si los urartios o por otro nombre los faldu, no tuvieran por vecinos a los hijos de Asur. Sin su constante amenaza, se dedicaran libremente a su industria y deporte favorito: la cra y doma de caballos, que en las boscosas praderas del pas se dan en estado salvaje. El rey Toba, de tan aficionado a la cacera de potros montaraces, tiene el espritu influido, casi contaminado por la naturaleza de estas hermosas bestias. Es fuerte y gil, y hasta cuando patea a alguno de los criados o a las yeguas del harn, lo hace con la prontitud nerviosa, convulsa con que se dispara una coz. Los urartios no ambicionan nada del pas de Asiria. Poseen praderas, bosques, montaas, ros, canteras y, por si fuera poco, el Lago de Van. Tienen tambin mujeres de clido regazo, de dorada cabellera y ojos de turquesa. Los asirios no les envidian las mujeres, aunque llegada la ocasin no vacilan en robrselas e hincarles el diente. Tampoco muestran mucha preferencia por sus bosques y canteras. Se dicen tan enamorados de Urartu, que la afeccin les anima a pretender posesionrselo por completo. La crueldad de los hijos de Asur no asusta a los urartios. Estos, en la violencia, tampoco se quedan a la zaga. Lo que irrita a Urartu en toda la extensin del pas, en la irritada piel de sus cinco provincias, es que los asirios se proclamen fanfarronamente reyes de los cuatro mares. Porque dos de ellos, estn situados al nordeste y al oeste de Urartu. Los faldu tendran ms derecho a apropiarse, aunque slo fuese herldicamente, esos dos mares. El pas de Urartu haba vivido siete aos en paz, desde que la sombra de Nergal cubri la vida de Shamsiadad V. Cuando Toba supo que una mujer, Semramis, ascenda al trono de Asur, pens que Haldi, el dios nacional, haba escuchado sus ruegos. Un ao despus, al tener noticia de la partida de Semramis a los pueblos del Indo, se frot las manos de gusto. Mientras los asirios pusieran sus empresas blicas en tan remotas tierras, Urartu vivira tranquilo. y Toba se dedic a realizar el sueo de su vida: un palacio 13

que fuera digno albergue de su indmito seoro. KULMA DURMI HASTA antes del amanecer, en que uno de sus segundos vino a despertarle. Se ase rpidamente, Y se fue al dormitorio del rey. ste y su pareja dorman profundamente. Hasta bien entrada la maana, Toba no dio seales de vida. Como siempre, abri un solo ojo, el que corresponda al lado en que se encontraba la concubina de turno. -Seor... -Qu hora es, Kulma? -El sol ha caminado un tercio, seor. -Algn asunto importante? -Unos pastores llegados de Urmia traen preciosos informes sobre Semramis. Toba abre el otro ojo. Despus se restriega los dos y se incorpora en el lecho: -Qu dicen? -Dicen haberse encontrado cerca del lago de Urmia con unos desertores del ejrcito asirio. Que si les hablaron de las penurias y rigores sufridos bajo el mando de la reina, no callaron lo provechoso que haba sido su campaa en tierras del Indo. Dan cuenta menuda del botn, as como de los innmeros prisioneros que Semramis lleva a Babilonia. -No es una noticia grata, Kulma. -No, seor. Pero no deba ocultarla. Toba abandona la cama. Kulma da un grito para que acudan los pajes. El rey se asea, viste y desayuna al mismo tiempo. Mientras, Urneta permanece dormida. Toba cumple rpido con estos menesteres, y cuando entra en la sala de audiencias se encuentra con que uno de los capataces que atiende las obras de palacio le da otra mala noticia: un nuevo muro se ha derrumbado. Los urartios, por adorar deidades poco inteligentes y escasamente expeditas, no cuentan con arquitectos. Cuentan con piedra en abundancia, y sudor; ste no bien repartido. Los varones, acostumbrados a la esforzada vida guerrera, en tiempos de paz distraen el ocio cazando en los bosques. Y las mujeres se hallan amparadas por una serie de derechos que impiden al rey poner mano en ellas. La que no est embarazada, es mujer de guerrero principal, de tartan distinguido o de ciudadano libre. Y la que no es doncella, est bajo cuarentena de casorio impuesta por su prometido. Por estas causas, Toba y un grupo de esclavos asirios, llevan meses trabajando afanosamente en la construccin del palacio. No ser un alarde arquitectnico, como las mansiones reales que se levantan en Asur, Nnive, Kalah, Babilonia, Borsippa, en tantas ciudades entre ambos ros, pero s albergue digno de un rey de Urartu: una amplia nave de piedra con puerta en cada muro para que el humo de la hoguera que se encienda no atosigue al monarca. Saln que se tapizar con pieles humanas, al modo de las que lucen en la sala de los trofeos del palacio real de Kalah. Toba, imitando usos y costumbres de los asirios, quiere demostrarles que los urartios son sensibles a la civilizacin. Sin embargo, una fuerza misteriosa, la de un espritu maligno, se opone a que Toba levante su palacio. En cuanto cae un fuerte aguacero la pasta terrosa que ordena las 14

piedras, se reblandece, el muro se pandea y termina por venir a tierra con gran estrpito. A veces, causando desgracias en los ineptos asirios. Como si la ciencia de construir estuviese sujeta a ciertas malvolas leyes. Cuando uno de los capataces os aludir a estas leyes, argumentando que las piedras que se ponan en la base deban ser ms slidas y grandes que las de la parte superior del muro, recibi un razonable ments de parte de Toba. En principio el rey le moli a palos, y despus que el insensato qued sin habla, el monarca se dign instruirle en tan delicada materia: No comprendes que si ponemos arriba las piedras pequeas y ligeras, se nos caer la techumbre, aplastndonos a todos. Toba estaba seguro de que las casas deban edificarse tomando por modelo a los equinos, cuyas extremidades inferiores, delgadas y finas, sostienen la masa del cuerpo. La casa deba ser como un caballo. No se supo si el capataz qued convencido del sutil y lgico argumento, porque slo vivi dos das para comprenderlo, escaso perodo de tiempo para que un urartio, segn la malevolencia de los asirios, pueda asimilar un razonamiento. Pero los notables de la corte de Tuspa estuvieron de acuerdo con las palabras de Toba. Los esclavos asirios continuaron su tarea. Se lleg a sospechar que la argamasa que pegaba las piedras era poco aglutinante y consistente. Consultado el sacerdote de Haldi, ste, tras invocar la ayuda de Tesub, dios de la tempestad, dictamin que la pasta deba ser humedecida con sangre de lobezna. La receta dio lugar a la cacera de dichas bestias en todo el pas de Urartu. Se obtuvo tan precioso elemento, y la corte se hasti de comer carne de loba. Pero los resultados fueron los mismos. El muro recin levantado vena al suelo en cuanto caa la primera lluvia torrencial. El sacerdote de la corte qued en entredicho. Toba le guard con cadenas y le puso a pan y agua hasta que no recibiera la inspiracin que solucionase el problema arquitectnico. El mayordomo de palacio, acompaa al rey hasta el patio exterior. Ordena que saquen a los pastores de la mazmorra. Es el propio Toba quien les interroga. Los tres individuos coinciden en el informe. Slo cuando el rey les apremia a que digan el nmero exacto de prisioneros que arrastra el ejrcito de Semramis, los informadores no concuerdan. Uno dice que sesenta mil, otro que noventa mil, y el tercero asegura muy seriamente que los desertores les dijeron que la columna de prisioneros alcanzaba a ciento diez mil. Si los pastores hubiesen trado buenas noticias a Toba, ste les habra obsequiado con queso de cabra y sextas de cobre. Pero insistieron tanto en las proezas de Semramis, al tenor de lo relatado por los desertores, que Toba, sin tiempo para ms, orden que los desollasen vivos. Toba convoc inmediatamente a consejo de notables. Estos escucharon de labios del monarca la mala noticia. Las deliberaciones, que duraron dos das, dieron distintas conclusiones. Unos expusieron que la mejor accin sera atacar al pueblo parsua, si no entraba en una alianza con el pueblo urartio. Otros, con un criterio ms prctico, y dando por descontado el podero del ejrcito asirio, propusieron un levantamiento que provocara la guerra en las montaas, a fin de someter a los asirios al desgaste durante la campaa estival, y causarles serio descalabro con las primeras lluvias y fros del otoo. No faltaron los que resucitaron la vieja ilusin: envenenar las aguas del Tigris y del ufrates. Las tribus se exaltaban con semejante perspectiva, y gracias a ella se mantena despierto el espritu combativo. Eran pocos los que se paraban a pensar de dnde se sacara la

15

ponzoa en cantidades suficientes para envenenar las aguas de los ros. Pero por tradicin se sostena el propsito, esperando obtener algn da el suficiente veneno. Por fin, cuando el rey Toba daba muestras de impaciencia, a alguien se le ocurri exponer que el modo ms expedito de salvar la situacin era asesinar a Semramis. Para ello no haca falta otra cosa que introducir tres o cuatro hombres de confianza en el ejrcito asirio. Y en la primera ocasin, cuando ms descuidada estuviese la guardia, llevar a cabo el regicidio. Tal proposicin fue sopesada y redondeada. Cuando se ultimaron detalles, Toba decidi que se realizase el atentado. Se fij el lugar dentro de territorio babilonio. La informacin proporcionada por los pastores no permita saber con exactitud dnde poda encontrarse ya el ejrcito asirio. Por lo tanto, admitiendo un margen de tres jornadas, se resolvi ir a alcanzarlo en las estribaciones del Zagros, rumbo al valle del Tigris. Se eligieron los hombres ms adecuados para llevar a cabo la delicada e importante misin: cuatro oficiales diestros en el manejo del arco y del pual. Iran provistos de buena cantidad de oro, a fin de que pudieran vencer y comprar voluntades. Y como no podan perder tiempo, tras la debida instruccin se les dio orden de partir. Toba pas dos das dedicado a estos negocios de Estado. Dos das en permanente cavilacin y vigilia. Al cabo de los cuales, satisfecho de haber dado con la solucin, se retir al harn, nostlgico de sus tibiezas y halagos. Mas aqu se encontr con una desagradable sorpresa. Esposas y concubinas andaban soliviantadas. Fue una de ellas, llamada Kusta, la que le reclam su abandono con mayor aspereza. Como todas estaban concertadas en la accin, en cuanto Toba os recriminarlas con malas palabras, las mujeres cayeron sobre l. Le dieron una paliza. No slo le deslomaron a palos, sino que agraviaron su rostro con araazos y sus msculos, con mordiscos. Mas no concluyeron all las desdichas de Toba. Las concubinas le apresaron llevndole en cadenas a la mazmorra. Despus de aherrojado en el ergstulo, le hicieron saber que haba sido depuesto de la silla real. Y que Argista, prima del prncipe Menua, haba sido proclamada reina con beneplcito de los dems gobernadores. Todo esto de la historia de los pastores, de los muros desplomados y de la paliza de las concubinas, corra maliciosamente en boca de los urartios. Los notables no se oponan a que prosperase esta versin. Mas la realidad era distinta, bastante diferente. Cuando Toba se vio libre de preocupaciones pas al harn, y all eligi la compaa de una pupila que perteneca al grupo de conspiradoras. A sta, no le asustaba la sangre. Y en el lecho apual al monarca cuando ste se hallaba ms indefenso. Dos das permaneci el cadver del monarca en la litera en que fue asesinado. Su muerte no se hizo pblica hasta que Argista, Kulma y dems conspiradores no ataron los cabos que les aseguraba el xito de la empresa. Los gobernadores de Tuspa, Erzunum y Yeveran alzaron banderas a favor de Argista. Ante la evidencia de tal popularidad, los notables, prncipes de la corte, y los gobernadores sin milicia juraron fidelidad a la nueva reina de Urartu. Uno de los primeros y graves problemas con que se enfrent Argista, fue el atentado contra Semramis. Con la mayor brevedad, la reina organiz una embajada especial a Babilonia. Los mensajeros fueron astutamente instruidos, a fin de que hicieran un eficaz papel cualquiera que fuese el desenlace del atentado. En caso de muerte de Semramis, haran saber a los dignatarios de Asiria que Urartu haba castigado tan insensata accin deponiendo y ejecutando al rey. En prueba de desagravio, la embajada devolvera a su patria un millar de prisioneros asirios, liberados del yugo urartio. Una caravana de veinte

16

carromatos, cargados con los troncos de los rboles ms codiciados del pas, seguira a la embajada. La reina Argista quera inaugurar una entente amistosa con Asiria.

LOS RECELOS DE PIGMALIN PIGMALIN DESPIERTA sobresaltado. Aprensiva, nerviosamente mueve la cabeza, como si quisiera aliviar la garganta de una opresin. Desparrama la vista. Sobre las borrosas imgenes del sueo, se sobreponen las del dormitorio, apenas iluminado por la dbil luz de un candil. En algn lugar, dos ojos de mirada fija e inquisitiva le observan. Son los mismos ojos que le han escrutado otras veces. An no se libera del sueo, y la realidad se incorpora confusa a su conciencia. La imagen ms angustiosa y dramtica todava no se extingue. Es la de unas manos femeninas ensangrentadas que ponen cerco a su cuello con presiones de estrangulamiento. -Cundo dejars de gritar! Pigmalin se incorpora en el lecho. Astarb est a su lado. Es ella la de la mirada fra, escrutadora, inquisitiva. Pigmalin se soba el cuello, luego la nuca hmeda de sudor. Se fija de nuevo en los ojos que le observan. Los labios de Astarb estn contrados en una ligera crispadura. Pigmalin no acierta a descubrir si el gesto es de desprecio o de conmiseracin. Quisiera eludir la mirada, pero no puede. Le atrae como vieja e inevitable querencia. De lo que est seguro es de que el gesto, despectivo o piadoso, en ninguna otra mujer encontrara el marco de un cutis tan fino, sonrosado y terso. Astarb permanece acostada con medio cuerpo desnudo. Apenas los linos llegan a cubrirle el vientre. Los pechos no han perdido la gracia y la turgencia adolescentes. Ni el estrago de la noche ha marchitado la tintura de ncar que los cubre, ni la prpura que aviva sus pezones. -Otra vez soando con Elisa...! Como el gesto de sus labios, el tono de Astarb es ambiguo. Pigmalin sabe que esconde una censura. Pero el timbre de la voz, por misteriosa dualidad del alma de la joven, simula solidaria condolencia. Pigmalin no contesta, siente la apetencia de deslizar su mano por el vientre de Astarb, y correr el lino que la cubre. Pero este deseo se lo cortan los mismos lienzos fros y blancos. Salta del lecho, se pone de pie, da unos pasos todava vacilante. -Adnde vas? Pigmalin no responde. Sale del dormitorio, atraviesa la antecmara y sigue hasta la terraza Miramar. Un silencio tmido, inaugural de la vigilia del gallo. Se adelanta al pretil de la terraza. El mar es una mancha oscura que se funde en el horizonte a un cielo negro sin estrellas, sin anticipo de alborada. La memoria, ms que la luz de las antorchas de los principales edificios, le identifica la silueta urbana. A la derecha, la torre de la Lonja de Tasas. A la izquierda, al final del malecn, la columna del nauscopio. Abajo, a sus pies, el puerto, y atrs... Atrs, la mirada punzante de Astarb y todava el sueo: las manos de su hermana Elisa, ensangrentadas, pretendiendo ponerle un dogal al cuello. -Esposo mo...

17

Astarb est en la puerta de la terraza. Poco a poco, Pigmalin vuelve la cabeza, pero no mira a su esposa. Adosada al muro se levanta la estatua de Mattan. Pigmalin tendra que dar la espalda al puerto, para mirar a Astarb. Prefiere contemplar el retrato de su padre, que fuera rey de Tiro. Fue un buen rey. Pobre, pero amado por su pueblo y respetado por los sndicos. No; l, Pigmalin, no sigui el ejemplo de su padre. Quiso ser, adems de rey, potencia en la Lonja de Tasas. Y para ceir la corona, que hered su hermana Elisa, tuvo que provocar una querella dinstica. -Mi bien... -ruega Astarb. Pigmalin, al fin, se vuelve hacia la joven. Esta se cubre con un velo de sutil trama transparente. La desnudez del cuerpo semeja un marfil tras una veladura de niebla. Ahora es su esposa, la esposa del rey de Tiro. No hace siquiera ocho aos era una nia al servicio de la princesa Elisa. Y Astarb no ha olvidado la matanza en que sucumbi el gran sacerdote Acerbas, marido de la princesa Elisa. A veces, Pigmalin, cuando ms sumisa cree tener a Astarb entre sus brazos, no ve en su rostro la expresin voluptuosa del momento, sino la sombra de horror que dej en su recuerdo la tragedia. Astarb se hubiera marchado de buena gana con su ama Elisa a las costas de Libia. Pero no pudo. Cuando Elisa y sus adictos huyeron de palacio, llevndose todas las riquezas que pudieron rescatar de la codicia de Pigmalin, Astarb qued encerrada en una de las dependencias que los conspiradores clausuraron. Pigmalin la sorprendi deshecha en llanto. Se acerc a consolarla. No debi de hacerlo. Su calidad de rey no le obligaba a curar aflicciones de la servidumbre de palacio. Mas fue su afn de justificacin, de demostrar a todo el mundo que l nada haba tenido que ver con el asesinato de Acerbas y los suyos, lo que le llev a consolar a Astarb. Fingimiento para que la gente hablase de su ternura y comprensin. Pero como en toda hipocresa hay una sombra de engao que se vuelve contra el simulador, la sinceridad del llanto de la nia conmovi la sensibilidad de Pigmalin, que no la conciencia. Y poco a poco, sin darse cuenta, cay en las redes infantiles. No por astucia de Astarb, sino porque la maldad suele ser fcil presa de la inocencia. Pigmalin qued seducido de la pureza de Astarb, y ya no tuvo una hora de reposo. Dio en buscarla por todas las dependencias de palacio. Recorra galeras, saletas, y tras las celosas miraba hacia los patios de servidumbre. Le hubiera sido fcil encontrar a Astarb, pero de slo pensar que tendra que hacer la peticin al mayordomo de palacio, le asaltaba un inexplicable pudor, inhibindose de hacerlo. Hasta que un da, hallndose en el harn, sorprendi a Astarb en la alberca, con otras pberes. No haba pasado mucho tiempo; a lo sumo tres o cuatro meses. Pero, desnuda, Astarb ya no era la nia afligida y llorosa. Era un brote de mujer. Pigmalin se encendi tanto en el deseo, que enseguida orden al eunuco diera aposento a la nia en una de las celdas del harn. La noticia de esta orden real, corri maliciosa por palacio, mas Pigmalin tuvo la templanza suficiente para esperar que las hablillas cesaran, que el ingreso de Astarb en el harn fuese olvidado. Hasta que Astarb no cumpli los trece aos, no fueron anunciados los esponsales reales. -Seor, vuelve conmigo. -Y tras breve pausa, en son de reproche, con acento mimoso-: O acaso Elisa puede ms que yo? Ahora la mirada de Pigmalin se toma dura. Y la boca, trmula de ira, grita: -Vbora!

18

Astarb se recuesta en el quicio de la puerta. Se acenta la curva de la cadera. Las uas de los pies, untadas de fsforo, resplandecen incandescentes. -Vbora! Astarb no se inmuta. Sabe que la ira de Pigmalin se desvanece con el silencio. El rey vuelve al barandal y levanta la cabeza buscando la luz del amanecer. El puerto contina silencioso. Ni una sola voz, ni un grito, ni un ruido de las gras o de los carromatos. La mole de la Lonja de Tasas, as como su torre, se destacan ms. La mancha oscura de sus muros, ahora aparece cenicienta. Las tinieblas van a cesar; las tinieblas que forjan los sueos de amenazadoras manos ensangrentadas. El espectculo del puerto, quieto y mudo, no le es extrao. No son pocas veces las que abandona el lecho huyendo del fantasma de las manos de Elisa. No. Elisa no est muerta. Ha creado con la proteccin y ayuda del rey Yarbas, una ciudad. Elisa vive. Su territorio es minsculo, tan pequeo como es el promontorio sobre el cual ha fundado Cartago, la ciudad nueva. Pero Elisa es opulenta. l, Pigmalin, mat a Acerbas slo por apoderarse de sus riquezas. Acerbas perteneca a la rama sacerdotal de los pigmalidas. Y era to segundo de Elisa y Pigmalin. Los tesoros heredados se haban acumulado en sus arcas. En el templo, sumo sacerdote; en la Lonja, sumo hacedor. Y l, Pigmalin, siendo el rey no era ms que un tercero en el seoro de la ciudad. Como soberano de Tiro, su influencia apenas rebasaba la del poder consultivo. Pero con algunas de las riquezas de Acerbas se convirti en el sndico mayor del clero. Esto era un poder ejecutivo. Acerbas y su esposa la princesa Elisa, estaban prevenidos de la posibilidad de una intriga palaciega. La envidia es inocultable pasin, y a Pigmalin, que vesta la prpura, que tena el prestigio y la responsabilidad de la dinasta, le delataba la envidia. Lo cierto fue que, a pesar de la terrible matanza cuyas salpicaduras llegaron como gritos de terror y de escndalo a todas las cortes vecinas, Pigmalin no pudo hacerse con el total de la fortuna de Acerbas. El matrimonio haba puesto a buen recaudo la mayor parte de ella. Y cuando Elisa y los cortesanos ms adictos la siguieron en la huida con el nico propsito de vengar la muerte de Acerbas, se llevaron el cuantioso tesoro que la vctima tena escondido en la bveda del templo de Dagn. -Cuando dejes de pensar en Elisa... Pigmalin se vuelve. Astarb permanece recostada en el quicio. No ha cambiado de postura. Pero la luz la muestra diferente. Vuelven a cruzar sus miradas, sin que Pigmalin se resuelva a volver al dormitorio. El rey se limita a murmurar entre dientes: -Vbora! Ha cesado ya el reino de las tinieblas. La influencia de los dioses buenos empieza a reinar en la Tierra. Pigmalin mira hacia el puerto, hacia la mar. De las antorchas, slo queda una encendida. Sabe que en cuanto se apague... Se escucha el primer grito. Pigmalin respira hondo. Empieza la vida. Se inicia el mundo de la realidad. Al grito siguen las primeras voces. La antorcha de la columna del nauscopio se apaga. Pigmalin se vuelve, se siente ms seguro, ms tranquilo. En el quicio de la puerta, Astarb es ms que una promesa la seguridad de la alegra cotidiana. Da unos pasos hacia ella. Astarb se despega de la puerta y acude al encuentro de su esposo. Mimosa, le cubre con su propio manto. -La aurora se presenta fra y hmeda como el espritu de los muertos. En el lecho 19

encontrars el calor de mi cuerpo, seor. PIGMALIN AN NO SALE de la clida realidad de los brazos de Astarb, cuando le anuncian que Gimlas le espera. Gimlas es uno de los muchos agentes confidenciales del rey que viajan en los barcos de alto bordo que tocan Cartago. Astarb al ver incorporarse a Pigmalin, rezonga: -Tan pronto...? El rey se inclina sobre la joven y la besa en los prpados. Despus le susurra: "Sin duda, han llegado naves tardecas". Astarb, con los ojos cerrados, frunce los labios y arruga el entrecejo. Tras de breve silencio dice con acento proftico: "Has soado con Elisa. Mientras Elisa viva no hallars reposo". Pigmalin abandona el lecho. Se cubre con el manto que le ofrece el paje y se dirige a la saleta en que suele recibir a los confidentes. All est Gimlas. En la tnica lleva bordada la insignia de ecnomo de flota, cargo con que se enmascaran los agentes secretos que recorren mares y costas al igual que los de tierra adentro ostentan el emblema de la Lonja de Tasas. -Qu novedad traes? -le pregunta el rey. Gimlas se lleva las manos al pecho y baja la cabeza. Informa: -Una tartessia llamada Tursyna, hija de Tursus ha llegado a la ciudad. -Y qu? -corta no sin impaciencia el soberano. -La doncella baj precipitadamente en Cartago, y, sin demora, se dirigi a palacio, en donde estuvo media hora. Despus volvi a la nave. Durante los dos das que la flota permaneci surta en puerto, no salt a tierra. El rey pretende calar con la mirada el pensamiento de Gimlas. Utiliza agentes secretos sin fiarse de ninguno. Detrs de cada persona que por gusto o negocio, necesidad o divertimiento visita Cartago, ve la sombra de Elisa. No sabe en qu voluntad est la traicin, en qu mano el pual, en qu corazn el engao. En cualquiera de ellos puede anidar la activa serpiente del odio. Gimlas permanece sereno. Conoce el gesto y la intencin del rey; sabe de los recelos que el miedo hacen germinar en su mente. -Se entrevist con Elisa? -No, seor. Segn mis indagaciones slo habl con Besto, el mayordomo de palacio. La princesa Elisa estaba ausente. -Y de qu hablaron? -Por lo que he podido averiguar en Gadir, Cartago quiere llevar a cabo un convenio comercial con Tartessos. Animada de esta intencin, la princesa Elisa envi emisarios al rey Himarin, y ste se opuso a semejante pretensin aduciendo que Tartessos tiene un tratado de suministro de metales a Tiro; que el tratado, negociado en tiempos del rey Hiram, an se halla vigente, y que Tartessos no tiene razn, causa ni autonoma para denunciarlo, puesto que l est incorporado al estatuto de vasallaje que Tartessos rinde a Tiro. As habl Himarin, rey de Tartessos. Pero lo cierto es que el rey y los emisarios de Elisa han encontrado un ardid para transgredir lo pactado. Como Tursus, padre de Tursyna, es el principal importador de estao, quiere negociar el convenio a espaldas del rey Himarin, aunque, se supone, que con su tcita aquiescencia. Pues has de saber, 20

seor, que Himarin, aunque permanece fiel y respetuoso a Tiro, permite ciertas violaciones al estatuto de vasallaje a fin de que los tartesios no se sientan tan oprimidos con el yugo de Tiro. Pigmalin da unos pasos por la saleta en actitud meditativa. Tras de reflexionar un momento, se vuelve a Gimlas: -Y cmo piensan burlar la inspeccin y vigilancia de nuestras autoridades? El agente opina con franqueza: -No hay hombre que ejerza autoridad lejos del poder real que no sea fcil al soborno... Malicio que si la operacin que pretende Cartago es a gran escala, se realizar de acuerdo con un plan clandestino. Es probable que Tursyna haya puesto el plan a la consideracin de Besto. -Supongo que habrs tenido oportunidad de hablar con esa joven. -S, seor. En varias ocasiones. -Qu viene a hacer a Tiro? -Se trae muy bien aprendida la leccin. En Tiro estar de paso a Babilonia, en donde, segn ella, va a casarse. -A casarse? -se extraa Pigmalin-. Y t se lo has credo! Una doncella, sin ninguna compaa, atraviesa el mundo de un extremo a otro, slo para casarse. -S, eso dice. Asegura que su novio, a quien conoci hace aos en Tartessos, vive ahora en Babilonia. Me ha hecho muchas preguntas sobre Babilonia. Sin embargo, a las que yo le he hecho sobre el comercio de su padre me ha contestado con informes y noticias de todos sabidas, ocultando astutamente la ruta de las naves. Su apariencia y comportamiento son propios de una doncella honesta, recatada y de buena familia, pero creo que bajo estas virtudes esconde una sutil y peligrosa astucia. -No has encontrado nada revelador en su equipaje? -No, seor. Lo usual. Trae una carta de crdito contra la Lonja de Tasas, otra de presentacin para Marsibal, que es uno de los sndicos que negocia con su padre... El rey vuelve a dar unos pasos. Enseguida pregunta al agente: -Cul es la causa de que Elisa estuviese ausente de Cartago? -El rey Yarbas la haba invitado a pasar unos das en compaa de su madre, la reina de Garama. -Qu razn dio Tursyna para visitar a Elisa? -Me dijo que no era su pretensin visitar a la reina de Cartago. Que de haber hecho tal cosa como sbdita de tu seora, habra echado sobre su padre innmeras desgracias. Que su inters se limitaba a conocer el palacio real. Que para ello el mayordomo del rey Himarin le haba provisto de una carta de presentacin para Besto, mayordomo de Elisa. -Vaya con la tartessia! Ha tomado toda clase de precauciones y seguridades para dar sus pasos. Y era cierto lo de la carta? -Slo en parte, seor. Cuando registr su equipaje di con la carta. Efectivamente, la presentaba al mayordomo Besto, pero en ella se peda, a su vez, que la pasara a audiencia de la reina Elisa, a quien deba de comunicarle un asunto de sumo inters para Cartago. -Y no trae ninguna carta para m? -No, seor. Viene recomendada a Marsibal, a fin de que la agregue a una caravana de mercaderes que salga para Babilonia... -y tras de breve pausa, agrega-: En su equipaje he visto tambin cinco cartas de su novio Mino. 21

-Es todo, Gimlas? -Todo, seor. El agente reprime un suspiro de alivio. El rey parece haber quedado satisfecho con los informes. Mas enseguida, Pigmalin, volviendo a mirar inquisitivamente a Gimlas, replica: -No, no es todo! Por qu callas lo esencial? Gimlas se turba. -Lo esencial... -balbuce-. A qu se refiere tu seora? -Qu se dice en Cartago? Prosperan esos amores entre Elisa y Yarbas? Aunque la reina Garamantis proclama que su hijo, el rey de Libia, ha sido engendrado por Ammn, ambiciona entroncar con el linaje humano de los pigmalidas. Poco ha tenido que insistir a su hijo para que ste se haya enamorado de la princesa Elisa. Su belleza y gracia han seducido al primognito Yarbas. Mas Elisa, que a sus encantos agrega una sutil astucia, se ha limitado a sacar las mejores ventajas territoriales del amor del rey. -En Cartago todo el mundo habla de esos amores, como sabe tu seora; pero nada sustancioso obtiene el rey Yarbas. Sus requerimientos son correspondidos con remotas promesas. La princesa Elisa, a los encendidos ruegos del rey, pospone sin rehusar: "Despus, ms adelante, cuando se resuelvan los arduos problemas..." Y Yarbas, que, como sabe tu seora, la acogi cedindole slo un peasco, da a da le otorga ms tierras con la mira de que los arduos problemas que pretexta Elisa, se solucionen. Pigmalin despide al confidente. De buena gana rompera relaciones con Libia, con Garama. La hospitalidad otorgada a su hermana es un desafo a Tiro. Pero en Tiro, sobre la majestad del rey, est el poder de la Lonja de Tasas. Y los sndicos no slo han visto con beneplcito la fundacin de Cartago, puerto que promedia la larga ruta martima entre Tiro y Tartessos, sino que ven con simpata e inters el creciente progreso de la ciudad en que Elisa ha fincado su minsculo reino.

MALA NOTICIA: SEMRAMIS HACE RATO QUE ARAHIM, sndico del puerto, se encuentra a la entrada del saln, esperando a que el rey se digne levantar la cabeza. Pigmalin se encuentra en la sala de los sndicos, as llamada porque en ella despacha los asuntos de Estado. El monarca est entretenido en la lectura de un viejo papiro. La dinasta de los pigmalidas de Tiro, tiene remotos ascendientes en los pigmalidas de Chipre. Y desde hace dos aos en que fue hallada en Chipre una estatua con el nombre de Galatea, el rey ha puesto inters en descubrir el enigma que entraa dicho hallazgo. -Es la segunda vez -murmura entre dientes, el sndico del puerto. Pigmalin sin levantar la vista del papiro, responde: -Ya te he odo la primera. Arahim, s paciente. -Lo soy, seor. Pero mi deber como sndico del puerto, es obrar con diligencia en los asuntos del mar, y advertir a tu seora, que la morosidad en el despacho de los navos resulta onerosa.

22

-Lo s, lo s -rezonga el rey. -Entonces, seor... Pigmalin alza la cabeza y mira fijamente al sndico. ste da un suspiro de alivio, y enseguida dobla el abdomen en forzada reverencia. -Cul es la novedad, impaciente Arahim? Rey y sndico cambian una mirada examinndose, casi calculndose en sus propios poderes. Las miradas van subrayadas con sendos gestos de desprecio, ms ofensivo en el rey que en el sndico. Porque el desprecio de Pigmalin es activo, mientras que el del sndico est pulido por la costumbre. Es ya tradicional que los miembros colegiados que integran la Lonja de Tasas condesciendan con la autoridad del rey. Ellos gobiernan la economa y la riqueza de la ciudad y sus colonias, y el rey por muy legal y soberana que sea su autoridad, jams se atrevera a violar los estatutos impuestos por la Lonja de Tasas. Los sndicos o navieros, grandes almacenistas y banqueros, exportadores e importadores, fabricantes de manufacturas que integran la Lonja de Tasas no son en los negocios unos advenedizos, como lo es el rey Pigmalin. Sus antepasados ya saban poner precio a los metales, y fueron ellos, antiguos ciudadanos de Tiro, los que aprovecharon el derrumbe de Sidn bajo la flota filistea, para sentar la hegemona de Tiro en el Mar Grande. En la expansin de Tiro, nada importante haban hecho sus reyes, sino aprobar y firmar, sancionar resoluciones que los sndicos tomaban en la Lonja de Tasas. Y perteneca a la historia presente un hecho revelador: cuando Salmanasar III puso bajo su yugo a Sidn y a Tiro, Sidn se comprometi a pagar un gravoso tributo. Tiro tambin, pero en las negociaciones de paz, llevadas no por el rey Mattan, padre de Pigmalin, sino por los sndicos, stos obtuvieron de Salmanasar un convenio comercial que les resarca con ventaja la tributacin impuesta por Asiria. -De qu navos se trata? -se interesa el rey simulando ignorarlo. -Tres naves tardecas, seor, cargadas de plata, estao, plomo y cobre. -Conque tardecas -murmura el rey. Enseguida deja a un lado el papiro y se levanta-. Han tocado Cartago? -Como es costumbre, seor -responde el sndico. Pigmalin hace una sea a Arahim para que le siga. Los dos abandonan el saln de los Sndicos y pasan a la galera Miramar. El rey no se dirige a la balconada que da al puerto, sino a una gran mesa en que se encuentra, entre otros objetos de arte, un grupo escultrico pornogrfico. La expresin de Arahim pasa por sbitos cambios: primero arruga el entrecejo y aprieta los labios en gesto de indignacin; enseguida se pone rojo, al fin, estalla en una carcajada. -Por qu res, Arahim? -De esa obscenidad. -Te divierte? -Supongo que a ti tambin, seor. -A m, no. A m me emociona. Es demasiado buena obra para que me fije en su intencin pornogrfica -Pigmalin coge la escultura, y contemplndola se pasea por la galera. Luego la deja en la mesita en que suele trabajar cuando se halla a solas. Sin dejar de contemplar la figura, se sienta.- Qu ocurre, Arahim? El sndico se adelanta hacia la mesa y desenrolla el pliego. -Slo esperan el sello de tu seora para desembarcar.

23

-De qu hablas? Arahim se yergue, respira hondo, expande el pecho y replica: -De las obligaciones inherentes a mi cargo. Pigmalin baja la cabeza en actitud dubitativa. Rastreando la mirada por las losas del saln, dice: -Me refera a esta obra -y alzando la vista, mas sin encararse con el sndico, le anima-: Mrala bien qu te parece? -Qu cosa, seora? -La escultura. Arahim pasa la vista por la estatuilla, y mueve la cabeza negativamente: -Qu tontera! Jams pens que el rey sera capaz de distraer su ocio en semejantes recreos. Qu inters puede tener esta vergonzosa escultura? -No fijes tu atencin en el acto que estn cometiendo las tres figuras, sino en la materia. Cuando el arte es autntico, un bloque de mrmol puede vivificarse. El sndico alza los hombros, no entiende lo que quiere decir el rey ni le interesa entenderlo. Extiende el papiro en la mesa y lo sujeta en ambos extremos a fin de que no se enrolle. -Tu sello, seora. Pigmalin no le hace caso. En estas menudas descortesas y desatenciones a los sndicos cifra la supremaca de su autoridad real. Se acerca al mirador. Abajo, acostadas al malecn, las tres naves de alto bordo. -Cuntos pasajeros? -Treinta y ocho, seora. Mercaderes de Tartessos, Gadir, Utica y Tanis. Todos respetables. Cinco matronas y una doncella. Pigmalin se acerca a la mesa. Las manos de Arahim, planas y cortas, de gruesos dedos, cubiertas de abundante vellosidad, le animan a preguntarle: -Qu haces con tus manos, Arahim? El sndico retira las manos con ademn de recato. El papiro, suelto, se enrolla. -Lo que todos los hombres. -Es posible? -replica con enftica incredulidad el rey. Arahim desliza las manos por la tnica movido por la aprensin de limpirselas de la mirada del soberano. Pigmalin extiende el documento y estampa el sello. La hoja de papiro vuelve a enrollarse. -Listo, Arahim. Y mientras el sndico lo recoge: -Qu tienen mis manos, seor? Pigmalin, distrado, se vuelve hacia el ventanal, murmurando: -Sabrn acariciar? Sus dedos podrn ensortijarse con los cabellos de una mujer? El sndico alza los hombros de nuevo y respira. Se le escapa una risa que semeja un gruido: -Qu cosas dice tu seora! -Tus manos harn sin duda muchas cosas, pero nunca eso -dice Pigmalin sealando a la escultura. 24

El sndico, tras de mirar de nuevo la figura: -Jams lo pretendera, seor. No tengo ocios ni placeres. Ni placeres? -se interroga a s mismo Arahim. Vuelve a gruir otra risotada, y llevndose el rollo de papiro al pecho, baja la cabeza reverente. Se dirige a la puerta, y all vuelve a inclinarse-. Queda en la paz de Baal, seor. -Qu prisa tienes? -Debo despachar las naves. Los mercaderes se reunirn a la hora nona en la Lonja de Tasas. -Acrcate, Arahim. El muelle es una extensin de la explanada de palacio. Pigmalin desde el ventanal ve las tres naves tardecas. Montonamente insistentes en su cargamento de plata, estao, cobre, plomo. Lo interesante, a veces, es la mercanca clandestina. Pigmalin recuerda que la doncella que fue su primera amante, lleg de sobordo en nave chipriota. -Son la Lethas, la Glamas y Sundas -murmura a su lado el sndico-. Qu llama la atencin de tu seora? -La doncella. Viaja sola? -Lo ignoro. Pero enseguida lo averiguar. -Tiene prestancia. -S. -Es hermosa... -Y de genio vivo. -Cartaginesa? -Seguramente tartessia. -Avergualo. Obvio, desde luego. Pigmalin sabe ya todo lo que le interesa de Tursyna. Arahim se dirige a la puerta. Pigmalin no se separa del ventanal. Le divierte ver a la extranjera pasear malhumorada por la cubierta de la nave. Hace viento y la tnica se pega al busto, al talle. A diferencia de los dems pasajeros, que miran embobados los edificios, ella se pasea nerviosa, impaciente por desembarcar. En el malecn nadie le espera. Parece segura de s misma. Pigmalin ve a Arahim atravesar la explanada y entrar en el muelle. Le acompaan dos alguaciles del puerto. Arahim va hablando a solas, preocupado, codicioso de la mercanca. En la tarde habr gran actividad en la Lonja de Tasas, donde se subastar bajo la mirada vigilante y experta del sndico mayor. Hasta el momento de subastarse, la mercanca es bien comunal de la ciudad. Con el tesoro de los contribuyentes se ha adquirido y transportado a Tiro. Arahim salta a cubierta. Ante el capitn de la nave, el sndico adopta una actitud adecuada a su magistratura. Desenrolla la hoja de papiro y con voz campanuda va leyendo los nombres de los pasajeros. stos se han agrupado al rastrillo. La mar est picada, y el capitn y algn otro tripulante les dan la mano para ayudarles a saltar a tierra. El rastrillo se corre al ritmo de los vaivenes del barco. Los pasajeros gritan o ren. Y una vez en tierra, vuelven a alzar la cabeza para admirar los altos edificios que se empinan sobre el puerto. Son el orgullo de Tiro, y en todo el mundo la gente se

25

hace lenguas de su altura, de su sobria, imponente arquitectura. Los que se levantan a modo de anfiteatro, rodeando el puerto, rematan en audaz terraza que sirve de atalaya para avizorar el horizonte. Las dos islas, unidas entre s por gigantescos puentes, fueron el primitivo asiento de Tiro. Hoy son los barrios navieros de la ciudad. En ellas es donde los edificios se elevan como cubos. La ciudad nueva en tierra firme es un arrabal en crecimiento. La joven pasajera atraviesa la explanada de palacio por la avenida pblica. La tnica y el manto que lleva suelto a la espalda as como los rodetes del tocado identifican su naturaleza tartessia. -Seora... Pigmalin se vuelve. Hacia l avanza el ministro Asdrupheta. Por el gesto. el rey sospecha que le trae problemas: -Qu sucede? -Malas noticias. Ha llegado nuestro agente comercial de Babilonia. Semramis, despus de su campaa por el Indo... Pigmalin cierra los ojos. Con ademn pausado muestra la escultura a Asdrupheta: -Te gusta? -S. Es una buena pieza, seor. Tiene vida. Aunque lo que representa... Semramis. se es el problema. Pigmalin piensa que el ministro comenzar a enumerar una serie de calamidades. Durante seis aos todas las naciones han vivido con la esperanza de que el Indo se engullera a Semramis y su ejrcito. -Conque Semramis... -S. Regresa victoriosa con doscientas bestias cargadas de oro, plata, marfil, y una planta de singulares virtudes rejuvenecedoras. Tu seora sabe cmo la peste diezma al ejrcito. Pues el de Semramis tan slo ha sufrido en seis aos de campaa quinientas bajas. -Estamos al corriente de los tributos? Asdrupheta hace un gesto ambiguo: -Desde la muerte de Salmanasar, de comn acuerdo con Siria, nos hemos hecho los morosos. -Cunto nos costara ponemos al corriente? -Cerca de trescientos biltus de plata y quinientos de cobre. -Se confirm la ocupacin del Elam? -No. Nuestro agente dice que los elamitas dieron toda clase de facilidades para que Semramis pasara los montes Zagros. Tanto a la ida como a su regreso. Y que pagaron fuerte tributo para los gastos de guerra. Las relaciones entre Asira y el Elam son casi fraternales. Pigmalin medita la conjetura: -Si es cierto que Semramis no ha ocupado el Elam, quiere decir que su campaa contra los indutas no ha sido tan beneficiosa. -No lo ha ocupado por cautela. Beltarsiluma tiene listo un plan para invadir Siria, Samaria, Jud y llegar a Egipto. Se lo ofrecer como el ms alto homenaje a Semramis, cuya belicosidad exalta por igual a asirios y babilonios. -Bien. Qu es lo que piensas? -Que tu seora se prepare para salir rumbo a Babilonia. 26

-Qu disparate! -Es lo prudente, seor. Conviene que te adelantes a cualquier proyecto de Semramis. Hay que halagarla, convencerla de que Tiro no es un pas... -Por descontado -corta el rey con dejo no carente de sarcasmo-. Apenas si llegamos a ser un conglomerado de almacenes y bazares. -Por eso mismo te aconsejo, seor, que le lleves perfumes, resinas aromticas, prpura, brocados, encajes, y, si es preciso, tu corazn. Y a su valido Beltarsiluma, que es el pavo de la sabidura, la Estrella de los Siete mares. Y al prncipe Adadnirari, doce nbiles. -Nbiles? -re escptico el rey-. El prncipe tiene diecisis aos. Le apetecern mejor hembras maduras. -No, no. En el harn real hay demasiadas mujeres maduras -opina Asdrupheta. Y seguidamente, insinuando una sonrisa, agrega-: De cualquier modo, la presencia de tu seora ser el cumplido ms grato que podamos ofrecer a Semramis. -No me parece prudente. -El pas est en crisis, seor. Jams los tirios hablaban en trminos militares. A los agentes comerciales se les encomendaba husmear y enterarse de los proyectos blicos de los pases que visitaban: espiaban los preparativos y movimientos de tropa, compraban informes sobre intrigas cortesanas, escuchaban el sentir de los pueblos en bazares y mercados. Todo ello para que el gobierno de Tiro -en realidad, los sndicos de la Lonja de Tasas-, acentuara ms las empresas mercantiles, subrayando la poltica de pueblo pacfico y trabajador. Su crecida flota, que recorra todos los litorales del Mar Grande, tambin mantena surtidos los mercados de aquellos productos y noticias que se hacen ms indispensables en la guerra que en la paz. Salmanasar III, impulsado por su belicosidad, haba sitiado ms de una vez a Tiro, pero en cuanto tuvo ocasin de entrar en l, despus de las depredaciones en que se resolvi su furor guerrero, cay en la cuenta de que Tiro, como entidad fsica como territorio y pueblo no exista. Era como un espejismo que devolva el mar. Todas sus riquezas se convertan en papiro, y el papiro, al ms ligero soplo de violencia, se transformaba en un torbellino de documentos administrativos, mercantiles. Salmanasar renunci a Tiro. Se limit como medida ms substanciosa a imponerle fuerte tributacin. Pero los tirios se las arreglan muy bien para que la carga fiscal se transforme tras unas cuantas operaciones comerciales, en crditos a favor de la ciudad. Quiz por esta causa, ni Shamshiadad ni despus Semramis se mostraron muy codiciosos del tributo tirio. -Es dura la tarea que me propones -dice Pigmalin-. Y te advierto que no es pequea mi curiosidad por conocer a Semramis. Pero salir de Tiro sera para m un duro sacrificio. -Aconsejo a tu seora est en Babilonia uno o dos das antes de la llegada de Semramis -insiste con tono de mandato Asdrupheta. -Pero dnde se encuentra su ejrcito? -Segn nuestro agente, acampado en las faldas de los montes Zagros. All espera a que Babilonia enve un gran surtido de uniformes. Semramis quiere entrar en la ciudad con un ejrcito bien uniformado. A Babilonia no llegar hasta dentro de unos diez das. AL PROMEDIAR LA TARDE, a la hora nona, la Lonja de Tasas est repleta de ciudadanos. Coincidiendo con el natural alboroto que produce la llegada de una flota de 27

Tartessos, los rumores que corren respecto al retorno victorioso de Semramis aumentan la excitacin. No falta ningn sndico de la ciudad. Y los ms conspicuos navieros y mercaderes ocupan sus sillas en la galera del hemiciclo. En medio del espacioso saln, el sitn, marco o muelle donde se supone debe estar la mercanca ofrecida en subasta. Pero en el sitn no hay ningn gnero. Se considera obvio, igual que el documento de compra-venta. En la Lonja de Tasas todo es representativo y verbal. El escriba oficial se limita a registrar el peso de la mercanca, su precio y nombre del comprador. Y asienta: "Dijo palabra fulano o mengano". No es necesario ninguna otra formalidad. Sin embargo, en el sitn vaco de la Lonja se mueven grandes sumas y riquezas, todas invisibles. Cerrando el hemiciclo se levanta un estrado con las sillas de mrmol de los doce sndicos de la ciudad. Y sobre aqul, en un palco, tres sillones ms destinados al sndico mayor y a dos escribas. Si el rey asiste a la sesin, como "postor de la ciudad" ocupa el palco acompaado por el primer ministro, cosa excepcional que puede ocurrir en la presente sesin, pues corren ciertos rumores... Mas los sndicos y sus representados los mercaderes que llenan la Lonja, ponen en cuarentena los rumores, sobre todo si vienen de Oriente, ya que suelen llegar magnificados y deformados por la exaltada fantasa de los caravaneros. Sin embargo, les empieza a inquietar la tardanza del sndico mayor. Que los dos escribas oficiales no estn en su puesto, puede traducirse como barrunto de que el rey asistir. Si as fuese habra que pensar que el botn que se atribuye a Semramis es cierto. Y que el rey asistir investido de su mxima autoridad para vetar la subasta del metal, medida, desde luego, muy sensata, pero que no evitar la catstrofe en la Lonja. Estas sospechas, nada halageas, se confirman de pronto. En la puerta que da acceso al recinto se produce cierto revuelo, y enseguida se escucha el clarn que anuncia la llegada del rey. La asamblea se conmociona. Slo en la fiesta de Dagn, la presencia del monarca no causa inquietud: concurre a inaugurar la temporada de trfico martimo. Mas fuera de esta fecha, la participacin del rey en las subastas imponiendo su derecho de veto, su privilegio de postor de la ciudad, provoca no pocos disgustos a los codiciosos y pacficos mercaderes. Pigmalin, acompaado de Asdrupheta y Sartinos, el sndico mayor, aparecen en la puerta. Los ciudadanos se ponen de pie y humillan la cabeza. La entrada del monarca es saludada con el himno al dios Dagn, divinidad que al principio patrocinaba la espiga y las cosechas, y que, con el tiempo, al imponerse la hegemona martima de Tiro, se convirti en deidad marina. Siguen al squito, bastante parco por cierto, cuatro guardias reales y dos abanicadores. Nadie tose. Y en medio de un silencio solemne, Pigmalin, Asdrupheta y Sartinos suben al palco. Ni un solo rumor, pero en la mente de mercaderes y sndicos est el insulto de canalla, dirigido esta vez, claro est, al rey; insulto que con gran facilidad se cambian entre s los mercaderes durante los acalorados altercados que se suscitan en las subastas. En cuanto los tres dignatarios se sientan, el ujier toca por tres veces el tringulo de Hiram. El primer taido pide silencio, el segundo exhorta a la prudencia, y el tercero a la honestidad. El primer mandamiento se viola inmediatamente, pues los ciudadanos levantan un gran alboroto al sentarse, invocar a las divinidades, soltar tacos y toser. En ningn lugar del mundo se tose tanto como en la Lonja de Tasas de Tiro. Es de buen tono. Es exordio 28

y colofn a una intervencin verbal. A veces resulta de mejor efecto una tos a tiempo que un grito. Enseguida aparece en la sala el registrador. Para que nadie dude de su imparcialidad, de la integridad de sus actos, se presenta a pecho descubierto. Al cuello, una cadena de gruesos eslabones de oro y el pectoral de Hiram. Los extranjeros que visitan Tiro no comprenden cmo la ciudad ha logrado mantener su propio nombre, pues el del famoso rey Hiram llena todo el recinto urbano. Muralla de Hiram, palacio de Hiram, plaza, mercado, templo, biblioteca, cuartel, parque, muelle, calzada y calle de Hiram. Como una divinidad ubicua, Hiram est en todas partes. Incluso a un viento tempranero que en verano sopla del norte, los tirios lo llaman poticamente "suspiro de Hiram", que los inciviles remeros chipriotas traducen por "pedo sidonio". Y no les falta razn, porque la brisa viene impregnada de los miasmas que se escapan de los vertederos inmundos de la ciudad. El registrador da una vuelta completa al sitn, que en lengua nativa quiere decir trigo, indicio que anima a los eruditos a afirmar que en tiempos antiguos la Lonja de Tasas era preferentemente mercado agrcola. El sitn est limitado por una leyenda que en caracteres arcaicos inmortaliza la sentencia del sacerdote Sanconiatn, que dice: "Hermano, rechaza la ira, mvil de la violencia. No conturbes tu corazn activando el mal del prjimo. Gnale el amor procurando su prosperidad". La asamblea se divide en su inquieta curiosidad. Unos miran al palco real, otros al registrador. Ni el ministro ni el sndico mayor disimulan su preocupacin. Y si el nimo del rey est cohibido del mismo cuidado, no lo deja revelar; por el contrario, las mandbulas, nerviosamente cerradas, dibujan en la boca un gesto voluntarioso. Pigmalin no olvida que en la Lonja de Tasas, all donde seoreaba su cuado Acerbas, todos le reprochan el asesinato. El registrador levanta el brazo con el puo cerrado, como si en la mano tuviera la mercanca que pregona. -Aqu, noventa cargas de trigo del pas! La ciudad al mejor postor! Tasa: trescientos siclos reales! El contador comienza: -Trescientos noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete...! Cuando llega a la cifra lmite, se escucha solemne, imperativa la tos del comprador. Poco importa que la operacin se haga en una cantidad prudente. Los mercaderes inician el clamor de insultos. Se subastan cuatro partidas de trigo, siete de lino, cincuenta nforas de aceite aromtico, seis vasos de tinte de prpura y otras mercaderas. Las transacciones se llevan a cabo sin mucho nfasis ni alboroto. Todo el mundo est pendiente del cargamento de las naves tardecas. Con la venta de una pequea partida de tejido del mercado local, finalizan las operaciones normales. Antes de iniciar la subasta de los metales de Hispania, la asamblea toma un descanso. No sirve a apaciguar los nimos, sino a excitarlos. Los mercaderes procuran disimularlo. Muchos salen al patio. Se agrupan en corrillos y cambian impresiones. De todos ellos el ms conspicuo es Karsufa, sndico y sufete a quien desde el nacer le gui la buena estrella de Astart, pues nacido en parto doble, y segundo en salir de la entraa materna se libr de ser sacrificado a Astart, honor que le cupo a su hermano primognito. La prepotencia de Karsufa se debe, en parte, a su astucia. Hered cuantiosa fortuna

29

que supo acrecentar con propias habilidades financieras. Tiene establecimientos en Menfis y Bubastis y es el proveedor de prpura del rey de Egipto. Es el mayor capital de la colonia de Utica. En Gadir, sus representantes hacen y deshacen en la Casa de Tasas, pequea rplica de la Lonja de Tiro. Seor del cobre de Chipre, banquero, naviero con treinta y seis naves de alto bordo y, por si esto fuera poco, adems de ocho caravanas que recorren los desiertos y mercados de Egipto, Libia y Mauritania, posee un harn con las pupilas ms insumisas del orbe, rebeldes que distraen a Karsufa en sus horas de ocio, que son pocas, pues tantas preocupaciones le causan los negocios como la proclive sexual que le induce, no siempre con xito, a fornicar a sus mujeres por el ano. Pigmalin tiene a Karsufa entre ceja y ceja, pues sabe que fue uno de los sndicos que ms instigaron a Elisa a la huida y a la fundacin de Cartago. Elisa se dirigi primero a Chipre y all, con las recomendaciones de Karsufa logr que el sumo sacerdote de Astart le concediese, bajo ciertas condiciones, ochenta vrgenes que estaban destinadas a la prostitucin sagrada del prximo jubileo de la diosa; pues, siendo varones la mayora de los fugitivos, Elisa necesitaba doncellas de ascendencia tiria para concertar relaciones que dieran origen a una futura poblacin fenicia en el exilio. Fue tambin nave de Karsufa, entonces de escala en Chipre, la que llev este pasaje femenino a costas de Libia. Los que rodean a Karsufa no le adulan. Se limitan a obedecerle. El prepotente ya tiene todo previsto por lo que pueda suceder. Una nave en puerto, lista para izar velas y partir veloz al lugar que se le ordene, y en el parque de los camelleros dos correos con el mismo objeto. Concluido el receso, los mercaderes vuelven al recinto. Cuando el registrador ocupa su puesto en el sitn, los rumores han sido tan persistentes que ya todo el mundo da por hecho que la presencia del rey se debe a la noticia que corre sobre el fabuloso botn de Semramis. El registrador alza los brazos pidiendo silencio. Enseguida, pregona: . -Aqu, nueve biltus de plata tartessia, lavada y sin impureza! A trescientos siclos reales el biltus! Trescientos siclos de oro es un disparate. Pero se supone que en algn tiempo un biltu de plata vali dicha suma. Probablemente antes de descubrir la plata de Hispania. Por tradicin la apertura de una subasta de plata se hace con esa tasa inicial. El contador desgrana con voz montona: -Doscientos noventa y ocho, noventa y seis, noventa y cuatro... El rumor de conversaciones apaga el pregn. Pero cada ciudadano interesado en la mercanca sigue la cuenta mentalmente. Pigmalin no atiende a la subasta. Asdrupheta le indicar cuando deba intervenir. El rey pasea la vista por la galera, y no deja de extraarle ver a la pasajera del Lethas, la tal Tursyna, en uno de los asientos. Cierto que el espectculo de la Lonja de Tasas es, despus de los edificios, el mayor atractivo, pero las subastas, el movimiento burstil y comercial interesa poco a las mujeres. El contador va por los doscientos setenta y seis cuando el rey nota el golpe de codo que le da Asdrupheta. -Veto! -grita el monarca. Gran consternacin en la asamblea. El tope marcado por el monarca significa treinta y 30

siete puntos ms que la ltima cotizacin registrada. Se comprende enseguida que el rey quiere revaluar el precio del metal. Con qu objeto? Los ms sagaces piensan que para congraciarse con Asiria, pues subiendo el valor de la plata acrecienta la cuanta del botn de Semramis. El veto significa que el contador ha de seguir la subasta por unidades. Si surgiera un segundo veto, se contara por mitades, y a un tercero -el ltimo veto autorizado al monarca- por cuartos. El veto siempre suscita inquietud y nervosidad, y no faltan los incontenibles. Las leyes comerciales de Tiro son muy curiosas y se pliegan convenientemente a la poltica de la Lonja. La ciudad compra todos los productos de exportacin, y hasta que stos no lleguen a Tiro corren por su cuenta y riesgo. Las prdidas por naufragio o piratera as como por bandolerismo si el transporte se hace en caravanas, las cubre el tesoro de la ciudad. Bien es cierto que la Lonja de Tasas contribuye con un diezmo de sus operaciones y beneficios al sostenimiento del rey y con otro diezmo al tesoro de la ciudad. sta es la llamada poltica del sitn que permite tener al senado de la ciudad -integrado por cuarenta y cinco sufetes- y al rey bajo su autoridad hacendaria. Y por si esto fuera poco, el consejo real est compuesto por sndicos y sufetes, stos tambin pertenecientes a la cmara sindical de la Lonja. -Cincuenta y tres, cincuenta y dos, cincuenta y uno...! Si la subasta llegara al precio de la ltima cotizacin y no surgiera comprador, la mercanca se adjudicara al rey, que ha de comprarla a la Lonja al precio alcanzado al imponer su veto. El rey la compra, claro est, con los recursos del tesoro de la ciudad, pero la mercanca queda depositada en la Lonja. En tiempo oportuno volver a subastarse. El naviero Rostenhal alza el brazo y tose campanudamente. Los improperios y dicterios dirigidos al naviero se hacen clamorosos. Comprar a doscientos cuarenta y cuatro es una insensatez. Muchos mercaderes miran en tcita consulta a Karsufa. ste no hace el menor gesto de reprobacin. El registrador se vuelve al rey: -En doscientos cuarenta y cuatro siclos para tu seora! Asdrupheta no tiene que hacer ningn clculo. Murmura algo al odo de Pigmalin y ste levanta el brazo y, en seal de renuncia, abre el puo presentando la palma de la mano al pblico. Todo el mundo lo esperaba. El gritero se hace ensordecedor. Quien no llama a Rostenhal canalla, le dice insensato, insulto tenido por el ms infamante entre aquellas gentes cuerdas y sensatas. El naviero soporta la bronca con leve sonrisa. Todo esto ocurre sin que se vea un solo grano de plata en el sitn ni un solo arillo de oro en la mano de Rostenhal. El ujier vuelve a tocar el tringulo. Asdrupheta comienza a morderse el labio. Est plido. La primera subasta ha encarecido sin afianzar, el valor de la plata. Cuando se hace el silencio, el registrador vuelve a ofrecer: -Aqu, doce biltus de plata! Pigmalin interroga con la mirada al sndico mayor. ste, absorto y preocupado, con la vista pegada en el sitn y las ideas bullndole confusas, no dice palabra. -Quin es ella? -pregunta Pigmalin hacindose el ignorante. 31

-A quin se refiere tu seora? -A la joven extranjera; la del manto amarillo. -Ah, s! -dice Sartinos-. Marsibal me pidi licencia para traerla. Es tartessia. Te acuerdas, seor, de aquel arquitecto cretense que levant el nuevo puente de la isla Hiram? -Si. -Pues es su prometida. Ha llegado a Tiro camino de Babilonia. Va a casarse. Su padre, el naviero Tursus, la ha recomendado a Marsibal para que la lleve a Babilonia en una de sus caravanas. -Es bonita. -S... y graciosa. De familia principal, de ilustres mercaderes. .. Asdrupheta vuelve a indicar al rey que intervenga. Pigmalin grita: -Veto! El segundo insensato es nada menos que Karsufa, que paga la plata punto y medio ms que Rostenhal. Asdrupheta palidece. No cree a Karsufa lo suficientemente adicto al rey para seguirle en los vetos si no es con su cuenta y razn. A la iracundia sucede la perplejidad. Pero qu es lo que pasa? Ni Asdrupheta ni Sartinos son capaces de explicrselo. Los mercaderes miran inquisitiva y escrutadoramente a Karsufa con el anhelo de descifrar el sentido de su conducta. Si Karsufa paga quinientos diecisiete y medio siclos oro por veinte biltus de plata quiere decir que se es realmente el valor del metal. Y el botn de Semramis? El tercer insensato es Marsibal, importador de estao. Cmo es posible que un avaro que se desayuna rumiando su propia bilis se atreva a una compra tan aventurada? Qu buen servicio a la reina de Asiria! Cuando entre en Babilonia se encontrar con la agradable sorpresa de que el cuantioso botn de plata que trae del Indo, en vez de provocar una baja del metal por su excesiva afluencia al mercado, habr subido de precio gracias al rey de Tiro. El alboroto contina en la Lonja. Mientras tanto, del ministro Asdrupheta al escriba, y del escriba al alguacil, y de ste al primer mercader sentado en la galera de la izquierda, corre la invitacin real: "Su seora, te espera a cenar". La frase pasa de boca en boca. Como nadie tiene por qu sentirse as distinguido transmite la frase a su vecino, hasta que llega a odos de Tursyna. La joven intuye que la invitacin es a ella, mas, por modestia, por temor tambin, corre la voz a su anfitrin Marsibal: -Su seora te espera a cenar. Marsibal, que jams ha entrado en palacio, mira al monarca. No es Pigmalin quien se digna contestarle, sino Asdrupheta, que con el ndice -el dedo que los mercaderes y sndicos extienden agresivamente para gritar "canalla!" a los encarecedores de la plata-, seala a su huspeda. Y el mercader dice al odo de la joven: "Su seora, te espera a cenar". Marsibal trafica en estao. Y en arillos. stos, sean de cobre, plomo, plata u oro tienen el peso de un siclo. No ese peso, claro est, exacto. Pero todo el mundo los admite en el valor establecido. Marsibal mide todos los arillos. Se vale de una minscula balanza. Slo admite los que pesan un siclo o se exceden. Luego l pone en circulacin arillos con un grano menos.

32

Se dice que en estas pacientes mediciones y constantes fraudes ha amasado una fortuna. Su desventura es su hermano Fitas, que vive de la limosna pblica. Para fastidiar a Marsibal, se pone a pedir a la puerta de la Lonja. Marsibal ha vivido siempre solo. De joven se asoci a dos amigos tan avaros como l y compraron una esclava de desecho. La compartan. Pero la asociacin se rompi por Marsibal, pues reclamaba a sus socios que cuando le mandasen a la mujer fuese comida para el resto del da. l, sin embargo, la soltaba sin darle siquiera el desayuno. Se deshizo la sociedad y pidi a los otros dos usuarios la parte de esclava que le corresponda. Como los otros se hicieran los remolones para indemnizarle la proporcin de la indumentaria de la mujer, que por triste y lastimosa no vala un cobre, los llev a jueces. Gan el pleito, claro est; pero le cost ms de lo que valan los trapos. Pocas veces come caliente. Considera que lo que cuesta el fuego se va en humo. Cuando est de humor se va al hornillo pblico y en las brasas, con gran alboroto de las mujeres que, si se les ha apagado el fuego, van por tizones, pone su mugriento cazo. Como el hornillo pblico ms prximo est a unos quinientos pasos, Marsibal se descalza para evitar que se gaste la suela de las sandalias. Sabe que la piel de los pies se repone por s sola. La gente, de suyo prdiga y murmuradora, reprueba acremente la sordidez de Marsibal, ignorando que el avaro es uno de los ms felices ciudadanos de Tiro, y no el ms feliz porque hay otros que le superan en la ciencia de la economa. Cuando se le present Tursyna, no supo qu decir ni qu hacer. Tursus era su nico proveedor de estao y tena que atender la recomendacin. Y como la viera bien vestida y alhajada, le dijo: "Vivo solo y en el desorden de hombre que no tiene arrimo de mujer. Lo mejor es que te hospedes en casa de una familia amiga". Llev a Tursyna con los amigos y despus que quedaron acordes en los servicios y precio, Marsibal llam aparte a Tursyna: "Estas gentes son muy vastas comiendo. No les devuelvas las sobras. Yo mandar a un mozo a recoger la comida". Tursyna se qued perpleja, sin que Marsibal supiera por qu. Tursyna, aturdida con el alboroto de los mercaderes, mira al rey, curiosa por observar su reaccin ante semejante escndalo. Pigmalin aprovecha la ocasin para inclinar la cabeza. Mas la joven, que no espera el honor del saludo real, gira hacia su vecino de asiento. Luego, vuelve a mirar al rey. Por fin, percatada de que la distincin real es para ella, sonre y, ponindose en pie, corresponde con una reverencia. Surge otro insensato que paga la plata un punto ms. La algaraba contina. Nuevas transacciones. Karsufa, sale del recinto. Algunos ciudadanos, alarmados, presa del pnico, le siguen. Las sillas son ocupadas por otros con mayor ansiedad e incertidumbre. Todos los mercaderes de prpura, de aceites esenciales, de tejidos, incluso los de productos agrcolas que tienen que pagar cuentas en plata, tiemblan. En cambio, los traficantes de marfil, producto muy adherido al precio del oro, se frotan las manos satisfechos. Y tambin los importadores de plata, estos inefables traficantes fenicios que con naves y factoras propias transportan sus productos por cuenta y riesgo del tesoro de la ciudad. Esta sana ley comercial permite que los negocios con el extranjero prosperen. Tambin ser la ciudad la que los exporte de Tiro, asegurando as la lcita ganancia, sin riesgo alguno, del mercader. Para eso la Lonja se lleva su participacin y de sta distribuye los diezmos del rey y del tesoro pblico.

33

El monarca comienza a fatigarse de la sesin. El ministro comenta: -Esto es la catstrofe. Pigmalin sonre. Resulta curioso que un importador de plata como Karsufa, haya comprado metal vetado. Durante el tiempo que dure la crisis, no saldr un solo grano de plata a la venta, y quien necesite adquirirlo tendr que ir a la Lonja de Tasas a pagarlo al precio de la ltima cotizacin. Mientras est vigente la cuarentena, la plata, en operaciones particulares, continuar encarecindose y subiendo hasta alcanzar el precio de la Lonja. Mas todo esto por qu? Pigmalin y Karsufa tienen distintos sentimientos, pero, sin duda, han de coincidir en la misma idea. La nueva partida de plata queda sin comprador. Por lo tanto, Pigmalin pide al sndico mayor que clausure la sesin. Desalojada la Lonja, la agitacin pasa a la calle. El sentido comn se impone a los mercaderes. Hacen pregonar por la ciudad ventajosas ofertas de plata, a igual precio que el fijado el da de la apertura del trfico martimo. El ministro convoca a una junta urgente de los sndicos para explicarles la amenaza de la crisis. Todo porque Semramis regresaba a Babilonia y su valido Beltarsiluma maquinaba extender las fronteras de Asiria hasta el Nilo. Deben comprender los sndicos que la nica solucin para salir indemnes de la guerra, es ofrecer a Semramis una eficaz colaboracin en sus proyectos blicos. Y la ms clara muestra de adhesin que podan darle era revaluar la plata, metal que constituye la mayor parte del botn de la reina de Asiria. Exquisito modo de engaar a los asirios, y para que el engao diera el ms ptimo resultado, los propios tirios deban engaarse a s mismos. Los sndicos dijeron que s al ministro, a pesar de que sus consideraciones las juzgaran excesivamente candorosas. De estpidas las calific Karsufa. Y cuando sus socios y colaboradores insinuaron la conveniencia de llevar el asunto al senado, el financiero les dijo: "Pretender bajar la plata sera un error tan descomunal como el cometido por el rey al subirla". Karsufa era el orculo del sitn, pero inescrutable como todos los orculos.

LA DONCELLA TARTESSIA PIGMALIN DISPUSO UNA cena ntima. Cuando Tursyna se presenta en palacio, el rey ya tiene menuda informacin sobre la tartessia. Como hija de importantes mercaderes y doncella principal, habla el fenicio. A la princesa Elisa no se le escapa una sola mujer extranjera que, en posesin de este idioma, toque Cartago. Las cautiva con halagos y obsequios a fin de ganarse su voluntad. Todo para acreditarlo a la cuenta del odio. A Tursyna le ha intimidado la ciudad de Tiro. Nunca pens que hubiera ciudades con edificios tan altos, con tanto almacn repleto de mercanca. Y se empequeece an ms al verse en el palacio real. No abundan los metales ricos como en el palacio de Tartessos, pero en el de Tiro los mrmoles de diversa y caprichosa tonalidad, los enlosados, las ricas maderas, los cortinajes de paciente y complicado bordado, los muebles, las obras de arte constituyen variado, fastuoso repertorio. 34

Conducida por un paje recorre galeras y salones. Ni un alma. Slo el paje que la precede reverente y se inclina al invitarle a trasponer las puertas. Al fin, en la cmara real, un hombre. No es el rey aunque por la lujosa vestimenta lo parezca. Es Faneces, el mayordomo. De pie, ante una puerta columnada, espera a que se acerque. El paje la insta a detenerse a unos pasos del mayordomo. Este apenas mueve los labios para decir: -Bien venida al palacio real de Tiro. Tursyna no puede disimular sorpresa y azoro. Hace unas horas, hallndose en la Lonja de Tasas, al recibir la invitacin del rey de manera tan pintoresca e informal, no poda imaginarse el rgido ceremonial que la acogera en palacio. Faneces le instruye en la cortesa palatina. Tursyna a todo dice que s con movimientos de cabeza y pocas palabras. Llegado el momento de trasponer la puerta y entrar en el comedor real, no recuerda sino confusamente las indicaciones del mayordomo. Una exclamacin de asombro se escapa de su boca. Al fondo, sobre un estrado en litera de cedro y marfil, recostado al modo asirio, Pigmalin. Detrs, los abanicadores. Doce candelabros de plata iluminan la estancia. Al pie de la litera, la mesa servida con vajilla de oro. Y a un lado, sentada en un almohadn, Astarb, la esposa del rey. Faneces, a cada paso de Tursyna, repite entre dientes las instrucciones. La tartessia las cumple como puede, pendiente de la mirada del rey, aguda e inquisitiva; cohibida por la sonrisa de Astarb que expresa ms burla que hospitalidad. Pigmalin desva la mirada dirigindola a la mesa de las ofrendas, adosada a uno de los muros laterales. En ella ha hecho poner ricos pomos de esencia, vistosas alhajas y dos vasos de alabastro conteniendo el famoso tinte de prpura. En el comercio, el tinte de prpura vale en su peso nueve veces ms que el oro. Pigmalin sabe que para un conocedor codicioso, esos frascos son una tentacin irresistible. Tursyna no ha podido substraerse al influjo de la mirada de Pigmalin y siguindola ha puesto la suya en la mesa de las ofrendas. Lo que llama su atencin no son los vasos de prpura ni las alhajas, sino una figurilla escultrica que simula una escena escandalosa. -Bien venida a Tiro, doncella -dice el rey. Faneces le indica el almohadn al otro lado de la mesa opuesto al que ocupa Astarb. Tursyna olvida las palabras del mayordomo y balbuce: -Gracias, seor. Y perdona el temblor que quiebra mis palabras; pero es tanto el honor que me haces... -La ciudad de Tiro -ampla cortsmente Pigmalin- extrema la hospitalidad con los huspedes que nos llegan de Tartessos. Excsame, por obvia, la causa... Tursyna alza la vista para mirar al rey. Y murmura para s: "Hipcrita!" Bien sabe ella la causa: Himarin, el rey de Tartessos, es un dcil vasallo del gobernador de Gadir. Esta ciudad, que en principio fue colonia de las federadas Sidn, Biblos y Tiro, al triunfo de sta sobre Sidn qued convertida en capital militar del imperio fenicio en Hispania. Desde hace doscientos aos, los tartesios, que no se avienen a aceptar el yugo extranjero, se ven obligados a acatar la autoridad de los rgulos que les impone la ciudad de Tiro. Astarb observa con curiosidad a Tursyna. La joven ha cometido la indelicadeza de presentarse ante el rey con el tocado autctono de hace dos siglos, que las tardecas mantienen como muda y visible protesta contra la dominacin tiria.

35

A pesar de ello, Astarb es lo suficientemente femenina para reconocer que el tocado de Tursyna es primoroso. Los rodetes de cabello cuyo complicado trenzado fijan sujetadores de marfil ocultan las orejas enmarcando el rostro. Astarb siempre ha tenido la duda de si los rodetes estn hechos con cabello natural o postizo. Lstima que el protocolo de la cena real la obligue a permanecer callada, pero piensa que si Pigmalin extrema su hospitalidad hasta llevar a Tursyna al lecho, el rey la sacar al da siguiente de la duda. -S que durante la escala en Cartago visitaste a la reina Elisa -empieza el rey fingiendo naturalidad. -No -aclara con viveza Tursyna-. Visit solamente el palacio, seor. -Por qu solamente el palacio? -Por curiosidad. Se habla tanto de Cartago! -Qu te ha parecido? Supongo que sabes que Elisa es mi hermana. -S, seor. Pero no la he visto. -Intentaste verla? Tursyna no medita la respuesta: -Soy tartessia, seor, y por ley tiria, sbdita de tu seora. Bien sabes oh, rey! que ningn tartessio puede hacer nada que sea contrario al nimo del monarca de Tiro. Pigmalin sonre. Piensa que Tursyna est bien instruida. -Qu llave te abri la puerta de palacio? -Una carta del mayordomo de mi seor Himarin. -Comprendo... -tras una pausa- Dime, Tursyna, dnde se encontraba Elisa? -Lo ignoro, seor. Los pajes escancian en las copas y sirven en los platos. Primero, como es de precepto, al rey. Despus, a Tursyna. Astarb debe esperar a recibir el plato de Pigmalin. ste comer a la medida de su apetito y cuando concluya la racin, el paje retirar el plato para ponerlo a su esposa. A diferencia de la invitada, que es servida en platos personales como el rey, Astarb come el resto de la comida que deja el monarca. La litera de Pigmalin se halla dos codos ms alta que el piso donde se sientan Astarb y Tursyna. A sta le resulta incmodo mantener la conversacin con el soberano, pues ha de tener en alto la cabeza y en direccin oblicua. -Comerciis mucho con Cartago? -pregunta Pigmalin. -Nada, seor -explica Tursyna-. He odo decir a mi seor padre que los convenios que Tartessos tiene establecidos con Tiro, nos impiden el comercio con cualquier otro pas. -Pero algunos mercaderes, como tu padre, por ejemplo, pueden burlar nuestra vigilancia y comerciar con otros pases. No es as? "Picaste el anzuelo", piensa Tursyna a la vez que sonre con simulada malicia, para hacer creer al rey que le extraa sepa el secreto. -Cmo lo sabes, seor? -y adoptando un gesto de gravedad- Son pequeas operaciones... -Clandestinas... -Desde luego... Pero qu perjudican a Tiro? Gracias a esas transgresiones, que nos dan una pequea ilusin de autonoma, los tartesios podemos soportar el yugo de los tirios. 36

-No te muerdes la lengua, no... -He sido imprudente, seor? El rey sonre. Calla un momento mientras atiende el servicio del paje. Enseguida vuelve a dialogar: -Me han dicho que vas a Babilonia a reunirte con tu prometido. -As es, seor. -Persona principal? "Ya debes estar informado de quin se trata", rumia para s Tursyna. -Un constructor de puentes y diques. Aqu mismo, en esta ciudad, ha trabajado. -Cmo se llama? -Mino. Y es cretense. -Acaso Mino de Tacro? -El mismo, seor. -Le conocemos bien. Se dice que ha hecho una gran obra en Babilonia, un esplndido monumento a Shamshiadad, y que ha ampliado las murallas de la ciudad. -Algo de esto me dice en su ltima carta. -Y en ella te pide que vayas a Babilonia? -No. Al salir de Tartessos me prometi que volvera para casarse conmigo. Promesa que ha renovado varias veces. Y como a l le falta tiempo y decisin, y a m me sobra impaciencia y amor, resolv venir a buscarle. -Eres cndida, Tursyna. Has recorrido el mar de un extremo a otro para encontrar a Mino de Tacro. Ests segura de que no se ha casado en Babilonia? Tursyna palidece. Con un trmolo en los labios balbuce: -Es que t, seor, sabes algo? . -Yo no s nada. Yo slo conozco la condicin de los hombres. Conozco Babilonia, y ms que a Babilonia a una mujer. Has odo hablar de Semramis? No te turbes, doncella. Semramis desquicia a los hombres. Pero si Mino ha concluido esa gran obra, quiere decir que en ningn momento perdi la cabeza. -Es que la reina...? -murmura Tursyna. -No hay hombre que resista los hechizos de Semramis. Cuntos aos tienes, Tursyna? -Voy a cumplir veintitrs. Y empezaba a ser mujer cuando ca en brazos de Mino. -Con consecuencias? -No te entiendo, seor. -Quiero saber si de esa cada... Un hijo comprendes? -Oh, no, seor! Yo soy inocente. -De qu, Tursyna? -replica Pigmalin, desconcertado. -Qu quiere decir en lengua fenicia inocente? -Pura, virgen -responde el rey. -Entonces, soy inocente. -Pero no dices que caste en sus brazos? -S, pero acaso el amor daa a la inocencia? -Vaya! -exclama con dejo sarcstico Pigmalin- En ese caso, si Mino cay en los 37

brazos de Semramis, contina inocente. -Eso no, seor! No es posible! -Oye, oye... Qu es la inocencia para vosotras las tardecas? No te has acostado con Mino? -S, seor. Claro que me he acostado con Mino! Astarb que ha seguido con marcada curiosidad el dilogo, apenas puede contener un brote de risa. Pero disimula la indiscrecin llevndose el lino de manos a la boca. -No lo entiendo, Tursyna. -Est bien claro. Yo slo le amo a l. Yo slo me he acostado con l. Inocente, puedes tenerlo por seguro. -Comprendo -dice filosficamente el rey- Bien. Sabes por qu quera saber tu edad? Escucha, Tursyna. Semramis debe de contar ahora entre veintiocho y veintinueve aos. Pero tiene toda la belleza y la frescura, todo el encanto juvenil de una moza. Con la ventaja, para los hombres, que ella no es inocente a tu modo. Sabes arameo? -Slo unas palabras. Alguna frase suelta. -Tendrs que aprenderlo. En Babilonia hablan acadio, lengua popular que a todo extranjero resulta difcil de entender. Pero si has de vivir en la corte, te defenders con el arameo. Durante un momento comen en silencio. Pigmalin ha dejado en la mente de Tursyna, confusin y recelo. La joven jams imagin que Mino pudiera serie infiel. Y mucho menos que se hubiera casado en Babilonia. El rey rompe el silencio: -La reina de Asiria ha estado ausente. No tienes que preocuparte por ella. Si al principio tu prometido pudo haber cado en las seducciones de Semramis, seis aos es mucho tiempo para que no haya buscado el consuelo de otros brazos. No, Tursyna, yo no conozco vuestras costumbres amorosas. Ni s qu obligaciones o reglas normen vuestra conducta en el amor, en el noviazgo, en el matrimonio. S, he odo algo... En realidad, en todas partes del mundo los seres humanos se miran, se abrazan, ayuntan y se engaan. Ni en los dominios de los dioses las cosas son de distinto modo. Por eso te aconsejo, inocente Tursyna, que cuando entres en Babilonia despiertes tu malicia, pues es con malicia y no con inocencia como logrars recuperar a Mino de Tacro, si es que lo has perdido. Babilonia no es una ciudad propicia para mantener pactos de fidelidad, y mucho menos amorosa. Dime cmo andas de recursos? -Bien. No me faltan, seor. -Tu padre es persona adinerada. -Tiene ocho naves que van al estao. En todos los viajes suele perder una. Pero las dems llegan a Tartessos cargadas de estao y de mbar. -A ese paso dentro de algunos aos se quedar sin flota. -No, porque cada ao hace construir dos navos ms con la ganancia de los que regresan. -Eres hija nica? -Soy hija de la inocencia de mi madre. -Bien. No tienes por qu preocuparte. Irs a Babilonia en la caravana real. Saldr pasado maana al mando de mi embajador. Busca a Mino de Tacro, y si est soltero, alabado sea Melkart! Pero si lo encontraras casado o en concubinato con una babilonia que le hubiera hecho olvidarse de tu inocencia, no desesperes, Tursyna. Ven a Tiro. 38

Tengo para ti una gran empresa. Te instruir debidamente para que la lleves a cabo. -y Pigmalin, deslizndose de la litera y bajando del estrado, agrega mientras se dirige hacia la mesa de las ofrendas-: Ven, acrcate. Ves estos vasos? Qu crees que contienen? -Aceite aromtico. -No. Algo ms valioso que eso. -Resina de Arabia. -Ms, mucho ms. Ms que oro en polvo. Tinte de prpura. Y uno de esos frascos, puede ser tuyo. -Mo? A cambio de qu? -A cambio de un servicio que slo t puedes hacerme. Es muy sencillo. Llevar el otro frasco a Semramis. Se lo dars personalmente, pero como cosa tuya. O si quieres, le puedes decir que el rey Himarin de Tartessos te lo hizo comprar en Tiro para que se lo llevaras en calidad de presente. Semramis es vanidosa. La tributacin de Tartessos le satisfar mucho ms que una mirada benevolente de Marduk. -No acabo de comprender la intencin que anima a tu seora. -Se trata de que hagas amistad con Semramis. De modo que te sea fcil entrar en sus cmaras ms secretas y puedas hurtarle la planta de la inmortalidad. Eso por un lado. En principio, al acompaar al embajador Sincobima en su viaje, procurars observar su conducta. Llevar cuenta de sus menores pasos y acciones. No es necesario que para ello cometas ninguna imprudencia. Observa todo aquello que pase cerca de ti. Volvers a Tiro, y me dars cuenta de tu misin y llevars a Tartessos, si es que regresas con tus padres, no un frasco, sino un nfora de tinte de prpura. Te place? -Creo, seor, que has elegido mal a la persona para llevar a cabo tan difcil y exquisita misin. Mrame a los ojos, seor, y ve que soy doncella sin experiencia. Y que en mi corazn no caben ms argucias que aquellas que animan el ensueo del amor. Pobre de m! Estoy tan rendida a la voluntad de Mino, que no tengo ojos ms que para ver el horizonte que me separa de l, ni otra cabeza que la que guarda la memoria que lo recuerda. Tu oferta, seor, es bien tentadora, pero mi inteligencia de servicio bien escasa. No confes en m. Pigmalin escancia en las copas y da una a Tursyna. Claro que no confa en la tartessia. Bien se ha guardado de confesar que baj en Cartago slo y exclusivamente a hablar con Elisa. No, no cree en la inocencia de Tursyna. Con sus encargos y obsequios tratar de minar su voluntad, de corromper sus propsitos. En cualquier caso, desconcertar a la joven hasta obligarle a dar un mal paso y a descubrir su secreta intencin. Le tender una y cien trampas, y cuando al fin caiga, Tursyna ser dcil instrumento a su intriga. Volver a Cartago para matar a Elisa. -No pongas ningn reparo, Tursyna. Cuando me des cuenta de tu misin, no ser exigente. Ordenar que se agregue a la caravana un maestro de arameo. Durante el viaje practicars con l. Traes mucho equipaje? -Dos bolsas nada ms, seor. -Saldrs de Tiro con diez, y llevars en ellas perfumes, vestiduras, alhajas. No quiero que te sientas cohibida en la corte de Babilonia. Piensa siempre que ests delante de Mino o de Semramis, que tienes el tesoro del rey Pigmalin detrs de ti para apoyarte en cualquiera de tus gestos o decisiones. Me interesa la planta de la inmortalidad, y a ti tambin, porque as no envejecers nunca. -Es posible, seor, semejante maravilla? -Eso dicen en Babilonia. Y la verdad es que Semramis est hoy tan joven como hace 39

ocho aos. Beltarsiluma es hombre importante en la corte. Debes ganarte su voluntad. Adlale. Le dir a Sincobima que una vez que lleguis a Babilonia y te ponga en camino para encontrar a Mino, te deje en plena libertad de accin. La embajada estar en Babilonia los das que prescriba el protocolo. Si durante este tiempo te desengaas de Mino puedes regresar a Tiro con ella. Hars el viaje ms cmodamente. -Seor, tus palabras me desalientan. Hablas con tanta seguridad de lo que debo hacer, que parece que sabes lo que est pasando. Por favor, te ruego que me digas si Mino se ha casado. -Yo no s nada, Tursyna. No te impacientes. Es probable que Mino te reciba con los brazos abiertos. Y tambin que fijis vuestros esponsales, pero esto no estorbar la ocasin de servirme, ni mermar el premio a tus servicios. Mino, que conoce el precio de las cosas, sabe lo que vale un nfora de tinte de prpura -Pigmalin se acerca a la mesa de las ofrendas y coge un collar de piedras verdes. Rodea con l el cuello de Tursyna, a la vez que le dice al odo-Este es mi primer obsequio. -En lo poco que valgo oh rey de Tiro! procurar servirte. Usa como te plazca de mi humilde persona. Soy sbdita rendida de tu seora. La velada concluye con una conversacin sobre Tartessos y sus naturales, ocasin que aprovecha Pigmalin para insinuar la posibilidad de devolver a la patria de Tursyna su perdida independencia. Cuando el rey y su esposa quedan solos, aqul dice: -Entre las azafatas busca dos expertas en el oficio. Una debe mantenerse inocente, la otra, sin que nadie se entere, vigilar a la extranjera. Las dos la acompaarn a Babilonia. Notaste cmo palideci cuando le habl de la independencia de Tartessos?

LA NOTICIA EN DAMASCO PIGMALIN ESTABA SEGURO de que el regreso triunfal de Semramis no sera buena noticia para Hazael, rey de Siria; pero tampoco era prudente callrsela. Por ello, a la maana siguiente despach correo a la ciudad de Damasco. Y en nave tartessia que parti rumbo a occidente, mand con un embajador especial mensaje al faran Shashank III, en su palacio de Bubastis. Ambas cartas, muy semejantes, no se referan concretamente al retorno de Semramis. Redactadas en hbil estilo comercial, les refera la agitacin burstil experimentada en la Lonja de Tasas a causa del retorno de Semramis, sin aludir al botn de plata, sino, por el contrario, hacindoles saber que la incertidumbre que provocaba el retorno de la reina de Asiria, haba motivado el alza de la plata como valor seguro. Y a Hazael, para ponerle en aviso de los triunfos blicos de la babilonia, le especificaba: "y temo que el mercado de esclavos sea tambin presa de inquietud. Las noticias que han llegado hasta Tiro, hacen elevar el nmero de prisioneros hechos por el ejrcito de Semramis a ms de noventa mil indutas". Tanto a un rey como al otro, a quienes la ciudad de Tiro pagaba fuerte tributo, Pigmalin les reiteraba su atencin personal de mantenerles los precios de los metales a la cotizacin anterior a la apertura del mar.

40

Cuando dos das despus el correo lleg al palacio real de Damasco, Hazael se encontraba dedicado a sus cotidianas oraciones y ofrendas a Yahv. Nadie poda afirmar si la creencia religiosa del rey era sincera; si tal sentimiento le brotaba del corazn. Pero tampoco nadie le negara el cotidiano cumplimiento con las frmulas de los yavestas. A diferencia de Joacaz, rey de Israel, que se haba perdido en infames idolatras, Hazael, desde los aos de mocedad, en que levant banderas al grito de Yahv para captarse la adhesin de la masa yavesta, mantuvo personal y oficialmente con escrupuloso celo la integridad de la religin segn lo mandaban las viejas Escrituras. Este celo religioso, sincero o aparente, haba sido pretexto o fundamento de sus saudas campaas contra el rey de Samaria. Lo sospechoso de esta actitud guerrera estaba en que Hazael, a pesar de las repetidas victorias sobre Samaria, jams intent imponer a Joacaz el culto de Yahv. Se content con esquilmar el tesoro real de Samaria con agobiantes tributaciones. Hazael sale del oratorio. En la antecmara le espera Benazzan, el mayordomo. Tras la reverencia de etiqueta, le entrega el rollo de papiro. Hazael no lo lee. Tardara mucho en hacerlo. Apenas si sabe deletrear la escritura. Como rey avezado en las lides de guerra, da a la escritura y a los escribas escasa importancia. Sin perderse mucho en la letra, pues sabe que con ella el cerebro encuentra halagos que suelen destemplar la energa y restar dureza al corazn. Por lo tanto, es el mayordomo, familiarizado con escrituras, el que le recita de memoria el contenido de la carta, que se ha ledo dos o tres veces antes de repetrsela a su seor. Benazzan termina de hablar. Hazael slo murmura: -Conque Semramis... Devuelve el papiro al mayordomo, y se dirige en busca de Ben Adad, su hijo, en quien, segn la gente, Yahv ha puesto sus ojos. Ben Adad no est en el patio de armas. Tampoco en las caballerizas. Se halla en la galera que da al huerto de los naranjos. Hazael sorprende a su hijo mirando atentamente a travs de la celosa. -Qu haces? -Acrcate, seor -responde Ben Adad, sin abandonar su puesto de mira. Hazael, intrigado por la actitud y el tono de voz de su hijo, se acerca y mira. Sus facciones se crispan en una expresin de repugnancia: -Quin es l? -pregunta Hazael, encendido por la indignacin. El prncipe se encoge de hombros. -Lo ignoro. Supongo que un israelita. La cabra se muestra remolona, si a veces se mantiene pasiva, otras se revuelve coceando como en un risco. La luz del crepsculo dora el ramaje del naranjo. Los brazos desnudos, tensos, ponen en relieve la dura y sobria musculatura del israelita. -Hasta cundo? -se indigna Hazael-. Ordena que lo empalen! -No, seor. Djale de mi cuenta. Ben Adad desva la vista indicando un arco adosado al muro. El rey, que no puede soportar la escena, exclama con voz enronquecida : -Peste de israelitas! -No todos son como l -atempera el prncipe. -Cuando concluyas -dice el monarca-, ve a verme a la sala de los trofeos.

41

Hazael sale y deja a su hijo en la galera. ste contina presenciando la abominacin. Enseguida coge el arco, aplica el dardo y apunta. Sin perder un solo movimiento del israelita, en cuanto cree haber llegado el momento, dispara. El dardo se clava en los riones del hombre. Exhala un grito que tiene algo gutural de gruido. Las manos aflojan los ijares de la bestia, sta cocea, y huye haciendo cabriolas. El israelita, que se mantena en cuclillas, cae al suelo quedando boca arriba. Una de las piernas, flexionada. En el rostro de Ben Adad se serena la expresin. Toma otro dardo, tensa el arco, afina la puntera y vuelve a disparar. Ahora la flecha va dirigida contra una rama del naranjo. El fruto se desprende y cae sobre el vientre del hombre. La naranja se desliza y queda detenida en la ingle de la pierna flexionada. Al prncipe parece divertirle el juego, porque vuelve a tensar el arco. Esta vez el dardo atraviesa la naranja clavndola en el muslo del hombre. Otro dardo da muerte a la cabra. -Carne inmunda! -reprueba en voz baja Ben Adad. Enseguida deja el arco, y abandona la galera. Llama al montero mayor y le dice-: En el huerto de los naranjos hay un hombre y una cabra muertos. Son carne inmunda. Ordena que los quemen y que muelan sus huesos. Ceniza y polvo deben ser arrojados a la cloaca. Despus se dirige a la sala de los trofeos, donde le espera su padre. Hazael le dice: -Escucha, hijo. Ha llegado carta de Pigmalin con noticias de Semramis. Regresa de su campaa con cuantioso botn. Sabes que Adadnirari, su hijo, se apresta para atacarnos. No debemos ser confiados. No creo que Semramis le persuada de desistir de esta extravagancia. Al contrario, le alentar a llevada a cabo. La madre debe de estar enfatuada con los triunfos. Y al mismo tiempo deseosa de que el imberbe prncipe demuestre ser lobezno digno de semejante loba. Por lo tanto, creo que la prudencia aconseja cambiar nuestra poltica con Israel. -En qu sentido? -pregunta no poco sorprendido Ben Adad. -Debemos aflojar nuestro rigor. Y procurar negociar una alianza con Joacaz. Ese samaritano, que su Baal confunda, si sopesa las ventajas de mi proposicin aceptar que vale ms la paz que le ofrece Damasco, que el desquite que le promete Babilonia. Como no hay tiempo que perder, he pensado que seas t, hijo mo, quien vaya a Samaria a negociar un tratado de amistad. En cuanto Joacaz se entere de tu llegada, tendr el espritu en sobresalto, y le encontrars propicio, pues, pensando que vas a exigirle nueva tributacin, le alborozar saber que le ofreces nuestra amistad. Ben Adad considera que su padre se precipita. Damasco es un reino poderoso, y mejor que ir a darle la mano a Joacaz sera extendrsela a Semramis. Asiria tiene de tiempo atrs viejos y ambiciosos proyectos contra Egipto. Semramis no despreciara una alianza con Damasco, que prcticamente es la llave de acceso a Israel y a Jud. -Respeto tu criterio, seor -dice Ben Adad-. Y mi voluntad es servir en aquello que t ordenes; pero me parece, padre, que tal como estn las cosas, Joacaz, en cuanto le hable con buenas palabras, entrar en malicia. Y tomar nuestras discretas razones como muestras de debilidad. Por qu no me envas a Babilonia? Estoy seguro, seor, que cerca de Semramis lograra un buen tratado. -Qu te induce a creerlo? -Todo el mundo dice que Semramis es mujer inteligente. -No lo pongo en duda. Pero la inteligencia en el ser humano no es signo precisamente 42

de bondad. Ben Adad sonre. Hace tiempo que no escucha de labios de su padre palabras tan suaves y contemporizadoras como las que ahora est diciendo. -Creo, padre, que una alianza con Babilonia y Asiria sera provechosa. Mxime si logro convencer a Semramis de que Damasco le dejar expedita la va a Egipto. Hazael se queda caviloso. Enseguida, tras de clavar la mirada en los ojos de su hijo, dice: -Te veo muy interesado en el viaje. No sern acaso las lascivias de Semramis las que te animen a ir a verla? El mozo hace un ademn negativo. -Te mentira, seor, si te dijera que no me seduce un viaje a Babilonia. Pero no por su reina, sino por las grandes obras que ha hecho. No temas que la fama de voluptuosa que tiene Semramis, me haga apartar de mi misin. Ben Adad habla con seriedad. Pero Hazael, temeroso de ceder a la insistencia de su hijo, da por terminada la conversacin. Ponindose en pie, dice, breve y secamente: -Preprate. Maana saldrs para Samaria. PRETEXTANDO UNA LIGERA dolencia, el rey Joacaz no recibe a Ben Adad. Se presenta en su nombre, Sadoc. Este, a veces, hace de embajador, otras de consejero, y no pocas de sujetador de acreedores de su seor. Por imposicin de Hazael, el ejrcito israelita ha quedado reducido a su mnima expresin. Y aunque mil hombres de a pie pueden ejercer una eficaz funcin policaca para mantener el orden en el pas, no estn provistos de armas adecuadas para espantar a los acreedores del rey. Los acreedores se sirven del escndalo, y slo voces ms altas que las suyas logran hacerles callar. O, en su defecto, voces atemperadas y suaves que denoten humildad y mansedumbre. Sadoc no sabe gritar, con lo cual lo nico que obtiene es que la mitad de los acreedores se vayan resignados, y la otra mitad se retiren ms iracundos que cuando se acercaron a palacio. No iba a ser la primera vez que Sadoc y el prncipe Ben Adad conversasen. Se guardan mutua simpata, a pesar de que Ben Adad no es firme en sus sentimientos religiosos como lo es o aparenta ser su padre. El yavesmo de Hazael es punto muy respetable para Sadoc, de ascendencia levtica, y l mismo adicto al Dios de las viejas Escrituras. Pero la vida le haba dado un seor a quien servir que fornicaba con los dolos, y Sadoc, tambin samaritano y sinceramente patriota, sola cerrar los ojos a las extravagancias religiosas de su seor, slo por lealtad a la dinasta que encarnaba. -El rey te ruega le excuses. Le aqueja un malestar que le imposibilita recibirte. Pero me autoriza a que hable contigo. Ben Adad no se traga lo de la enfermedad de Joacaz. Comprende enseguida que el rey quiere saber el motivo de su presencia en Samaria. Dice a Sadoc: -Dile a tu seor que vengo de parte de mi padre, el muy alto Hazael de Damasco. Con la misin de estrechar nuestros viejos lazos de vecindad y de amistad. Sadoc, hombre prudente, insina su incredulidad: -Tambin de amistad? -Puesto que somos viejos vecinos, podemos ser buenos amigos. Sadoc no se muerde la lengua al replicar: 43

-La vecindad de Israel con Siria no nos ha servido ms que para sufrir agravios y vejmenes. Mas si es deseo de tu seor padre, el rey de Damasco, que nuestras relaciones entren en un nuevo cauce de comprensin y de amistad, sabe que Samaria se felicitara de tan generosa disposicin. -Y tras una pausa, interesndose por conocer el precio de la oferta siria, pregunta-: Y a cambio de qu? Ben Adad sonre. -De nada. La amistad entre pueblos debe cimentarse sobre bases generosas, liberales. Mas ni al rey tu seor ni a ti se os escapar que una amistad entre dos pueblos slo es posible y duradera si se anuda con una alianza. -Militar, por supuesto -adelanta Sadoc. -Qu otra clase de alianza puede haber entre dos pueblos? -replica con gesto de suficiencia Ben Adad. -Comercial -dice Sadoc-. Los armisticios que hemos firmado con tu seor padre han dejado tan inerme a Samaria, que hablar de una alianza militar puede parecernos un sarcasmo. En nuestra poltica exterior, slo nos quedan las alianzas de tipo comercial. Mas como nuestras riquezas estn tan mermadas, ni siquiera tales alianzas nos son factibles. Diariamente sostenemos escaramuzas con nuestros acreedores. Y los ms exigentes son precisamente nuestros hermanos los judatas. El prncipe sirio ataja la sutileza del samaritano. -Debes considerar, Sadoc, que si nosotros os ofrecemos nuestra amistad y una alianza, Damasco os permitir aumentar vuestros efectivos militares; aliviara la penuria del tesoro, y hasta es posible que a la vista del resultado de esta alianza, pudiramos convenir la devolucin de una parte del territorio transjordano que os hemos conquistado. Dicho lo ms importante, la conversacin no tiene motivo para proseguir. Tanto Sadoc como Ben Adad lo comprenden as, y acuerdan volver a conversar en la noche, una vez que Sadoc haya puesto en antecedentes al rey Joacaz. La casa real de Samaria, bajo rgimen de penuria, no tiene maestresala. Es el propio Sadoc el que hace los honores al prncipe Ben Adad, llevndole a las habitaciones destinadas a los huspedes distinguidos. En cuanto lo deja alojado con paje de servicio, Sadoc va a ver al rey. Joacaz esperaba impaciente. -Di, habla. Qu quieren? Sadoc, sin perder la calma, informa: -La hiena de Hazael viene a proponerte una alianza. Lo de hiena, epteto que Sadoc aplicaba comnmente a Hazael, lo dice pensando ms en la dinasta que en Yahv. -A cambio de qu? -Eso le pregunt yo -responde Sadoc-. Dice que a cambio de una alianza militar. Parece que estn dispuestos a permitir el aumento de tu ejrcito. Tambin insinu la posibilidad de ayuda econmica. Y lleg todava a ms: si los resultados de la alianza son ptimos, estaran dispuestos a negociar una devolucin de parte del territorio transjordano. -Vaya con Hazael! A ese zorro le babea la miel. Y qu le has dicho? -Que te informara de todo, seor. Y que en la noche le comunicara tu parecer. -Qu piensas de todo esto? 44

-Creo, seor, que las noticias que han llegado a nosotros, han llegado hasta ellos: el rey Adadnirari se dispone a hacer la guerra a Damasco. -Si fuese cierto que los asirios estn dispuestos a venir en nuestra ayuda, querra decir que Semramis ha regresado del Indo, pues no creo que Adadnirari, en ausencia de la madre, se atreva a emprender esta guerra.. . -y tras breve reflexin, agrega-: Pero es posible. No debemos olvidar que mi padre Jeh pact alianza con Salmanasar III, y que este compromiso an est vigente. Escptico, Sadoc comenta: -Por lo menos para el cobro de tributos. Muerto Salmanasar, Hazael cay sobre Israel cuantas veces quiso. Y a nuestros gritos de auxilio, a nuestras invocaciones al pacto de alianza, Asiria ha respondido slo con buenas palabras. -Pero ahora es distinto, Sadoc. Ahora no es Asiria sino Babilonia. No es Shamshiadad, siempre engolfado en guerras fronterizas y en cazas rituales, quien reina, sino Semramis. No, no pactaremos con Damasco. Ese zorro de Hazael pierde bros, los aos se le han echado encima, y quiere que el prncipe Ben Adad, su heredero, se siente en el trono sin fatigas, sin preocupaciones, sin amagos de conspiracin. Pero cuando se sienta seguro, la ferocidad del padre surgir en el hijo. No, no es el momento de pactar. -Creo que te equivocas, seor -le interrumpe Sadoc-. Aun en el caso de que los asirios estn dispuestos a caer sobre Damasco, el sometimiento de Hazael no ser fcil. Por lo tanto, la prudencia aconseja que des largas a este asunto. -Explica tu parecer entonces. -Creo, seor, que debemos decir a Ben Adad que, en principio, nos llena de satisfaccin sus ofrecimientos. Pero que antes de dar un paso debemos preparar al pueblo, pues encontrara motivo de nueva inquietud el cambio tan sbito en el nimo de Damasco. -Dile que nuestras carnes an estn heridas, y que el corazn derrama bilis. Que nuestras arcas, exhaustas, y nuestros silos vacos de grano. Dile que no parece sino que sobre la tierra de Israel hubiera pasado el azote quemante de siete plagas. Que los campos estn yertos y las almas entumecidas. Que en la miseria en que vivimos se confunde la mano que da con la que pide. Que ya no hay distincin entre el bandolero y el seor, y que todos por igual gemimos bajo el yugo frreo y despiadado que nos impuso Damasco. CON EL FARAN SHASHANK, TUMBADO EN la litera, tiene los sentidos adormecidos por el calor espeso de la tarde. Adosados a los muros del saln, ocho hombres mueven los enormes, preciosos abanicos de pluma de avestruz. En algn lugar, los flautistas taen con sus instrumentos una musiquilla que por sutil se antoja refrescante. En los pebeteros arde la yerba de la menta. A los pies del rey, una doncella juega con un cachorro de len. El mayordomo se adelanta con el rollo de papiro en la mano, y tras de inclinarse cortsmente, dice: -Seor... Su palabra parece un susurro. El cachorro bosteza. En sus fauces, tiernas y hmedas, se espesa an ms el calor. A su lado, la mujer, con la carne abrillantada por el 45

sudor, tiene movimientos ms desmayados que el cachorro. Shashank desva la vista hasta fijada en su mayordomo. El faran ni dice palabra ni hace gesto. El mayordomo interpreta la expresin de la mirada, y sabe cundo tiene licencia del soberano para hablar. Pasan unos instantes antes de que el mayordomo diga: -Mensaje del rey Pigmalin de Tiro. Shashank aparta la vista del mayordomo. Mira distradamente el juego de la doncella y el cachorro. Despus alarga la mano. El mayordomo avanza hasta l y le entrega el mensaje. Shashank lo desenrolla. El mensaje, escrito en fenicio, lo lee con rapidez. -Quin lo ha trado, Osamn? -pregunta al mayordomo. -El embajador Liteso. Ha solicitado audiencia para entregar el mensaje en vuestras manos, seor. -Bien -accede Shashank devolviendo el papiro al mayordomo-. Tiene licencia para hacerla. Enseguida Liteso entra en el saln. Hace tres distintas reverencias antes de arrodillarse en observancia del vasallaje al faran. -Levanta, emisario del rey de Tiro. Liteso, mostrando el papiro al soberano, pregunta sin osar alzar la vista. -Os lo traduzco, seor? -No es necesario. Ya lo he ledo. -Y bien? -insina el embajador. -Supongo que tendrs que decirme de palabra lo que el rey de Tiro no me dice por escrito. Liteso se hace el desentendido: -Referente a qu, mi seor? -No me hagas suponer -dice Shashank- que, con el tiempo, pierdes facultades. Referente a qu...! Pues a Semramis! Qu hay de cierto en este triunfo de la babilonia sobre los indutas? Los indutas...! No querris hacerme creer que los indutas son un pueblo digno de tomarse en cuenta. O es que a Pigmalin, tu rey, le inquieta el mercado de marfil? A los tirios debiera inquietaros ms Elisa, que en Cartago, con la complacencia del rey Yarbas, construye una flota que os har ruinosa competencia comercial. Liteso sonre condescendiente. En Tiro estn enterados de lo que Elisa hace en Cartago bajo los auspicios benevolentes de Yarbas. S. Construye una flota, pero Elisa es lo suficientemente inteligente para pretender molestar a Tiro. La flota que est construyendo de poco le servira si no contase con la aquiescencia de la Lonja de Tasas. Liteso expresa a Shashank: -A mi seor Pigmalin le inquieta, claro est, Elisa y su ciudad Cartago. Pero tambin le inquieta el porvenir de Egipto. Nuestra ciudad es tributaria por igual de Asiria y Egipto. Pero no est de ms que os diga, oh, gran seor!, que preferimos seguir con esta tributacin dual a que el equilibrio existente entre Egipto y Asiria se pierda haciendo inclinar la balanza a favor de los asirios. Pues de suyos violentos y voraces, caeramos bajo la opresin de un amo mucho ms spero y agrio que el que hoy padecemos de 46

Egipto. -Acaso temis que Semramis, de cuya bondad y sabidura los poetas y escribas se hacen lenguas, sea ms cruel y rigurosa de lo que fueron sus antecesores? -Los indutas, seor, son un pueblo brbaro como has dicho. Mas este pueblo ha enriquecido a Semramis en hombres y en marfil. La minora de edad de Adadnirari ha concluido. El prncipe ha sido coronado rey. Y este acontecimiento no bast para que Semramis cesara en su campaa. A nadie se le oculta que su ambicin es continuar en el trono de Asiria. Como reina madre; pero como soberana ejecutiva. Para mantener tan anmala situacin, Semramis tiene que justificar la razn de su permanencia en el trono. Y sabe que slo lo obtendr manteniendo al pas en guerra continua. Comprometindolo y exaltndolo en una serie de campaas de conquista. No lo creis as, mi seor? -Vaya! Si as fuera, vosotros, los tirios, os frotarais las manos. Vuestra Lonja de Tasas, por no decir vuestro minsculo Estado, conoce dos prosperidades: la lenta del comercio pacfico, digamos la normal y cotidiana, y la rpida y frentica de la guerra. Pagis tributo a Siria, lo s. Pero con vuestra cuenta y razn; porque, en definitiva, cuando Hazael os exige el saldo, sois vosotros los que resultis sus acreedores. El mundo tiembla cuando oye los nombres de Egipto o de Asiria. Los nicos que no temblis sois vosotros. Amparados en vuestra parquedad territorial, en la interesada amistad que ofrecis a todos, eluds los riesgos de la guerra y negociis lucrativamente con el botn del vencedor. A todos los reinos grandes y pequeos, importunis; pero ninguno, en definitiva, osa ir contra vosotros. Y sabes por qu? -Porque somos pacficos... -No. Porque os temen. Tenis un imperio mucho ms grande y poderoso que los nuestros; ejercis vuestro dominio comercial en todas las ciudades del mar. Egipto podra tener un amplio mercado para sus productos, principalmente el papiro, el lino, el natrn. Pero no vendemos fuera de nuestras fronteras una sola medida de ellos si no pasa antes por vuestra Lonja de Tasas. Liteso finge no comprender claramente la razn de estos reproches que hace Shashank a Tiro. Y aunque el monarca contina aduciendo argumentos que robustecen su tesis, el embajador no adivina adnde quiere ir a parar. Ni lo adivinar, pues Liteso es presa de una sbita inquietud al ver que el cachorro empieza a husmearle las piernas. Y antes de que el mayordomo o la doncella aparten a la bestia, sta planta las garras delanteras en el abdomen del embajador y las deja caer haciendo trizas su vestidura. Osamn, aptico, apenas si emite un gruido de amonestacin al cachorro, que, por otra parte, no le hace caso. La fiera se entretiene hincando el diente en una de las sandalias de Liteso. Y ste, sin perder su compostura, mas preocupado por la integridad de su pie, descalza la sandalia disimuladamente y la abandona al juego del len. As, con un pie descalzo, plido como el lino, amedrentado y nervioso, escucha la voz pastosa, adormecedora de Shashank. Es indudable que el faran est aburrido y que no se percata de la afliccin que experimenta el mensajero tirio. Por fin, la bestia se aleja llevndose la sandalia entre los colmillos. Y apartada, cerca de uno de los abanicadores, contina el juego. Shashank da licencia a Liteso para que se retire: -Puedes permanecer en palacio el tiempo que desees. Mas a tu regreso a Tiro, dile a

47

tu seor Pigmalin que le agradezco la noticia. Y mucho ms su promesa de mantener a Egipto los viejos precios de los metales. Dile tambin que, sin aumentarle la tributacin, Egipto ratifica su proteccin a Tiro como Estado independiente. Y que el triunfo de Semramis y su retorno a Babilonia, slo nos afecta en el sentido ms halageo: Semramis es amiga del rey de Egipto. Y no tengo ningn motivo para cambiar este sentimiento. Liteso tiene otras cosas que decir al faran. Entre ellas, que Adadnirari organiza un ejrcito para atacar a Siria y Samaria, invadir Jud, llegar hasta las fronteras de Egipto. Pero el cachorro y el estado lastimoso en que ha quedado su vestidura, le cortan no slo el pensamiento, sino la dignidad de la palabra. Y prefiere aceptar el final de la audiencia a insistir sobre la gravedad que significa el regreso de Semramis. Al otro da, cuando pidi volver a entrevistarse con Shashank, el mayordomo le dio la noticia de que el rey no estaba en Bubastis. Que haba salido al sur del pas. EL FARAN NO ECH en saco roto la informacin de Liteso. Y aunque delante del embajador trat de quitar importancia al triunfo de Semramis, consider la situacin como grave. Por otra parte, los servicios confidenciales le haban puesto al tanto de la expedicin militar que preparaba en Kalah el rey Adadnirari. Y si se mostr opuesto a la oficiosidad de Pigmalin, lo hizo para no dar a ste oportunidad de enviar emisarios a Semramis ponindola al corriente de lo que Egipto pensaba. Pero la noticia le preocupaba, y despus de meditar largamente sobre sus posibles e inmediatas consecuencias, hizo llamar al primer ministro, que, tradicionalmente, sola ser el guardamantos real. Nefaran es hombre fro y calculador. Slo se muestra locuaz en la adulacin, pero sta corre parejas con su fidelidad a la dinasta. Se dice de l que, fuera de las salas reales, es revoltoso e incontenible, y que dicta la ley -la de la intriga y la de las prebendasen la corte. Mas estas atribuciones sin ser calumniosas estn exageradas por las habladuras de palacio. Shashank pone al corriente a Nefaran de la informacin recibida de Tiro. Despus le pregunta: -Qu opinas de todo esto? Nefaran no vacila en contestar. La respuesta la tiene pensada y repensada. No pocas veces ha meditado sobre la situacin que poda crear Asiria. Sobre todo desde la muerte de Shamshiadad, en que su viuda Semramis cogi las riendas de Ishtar tras una rpida y feliz campaa contra el usurpador Belanurta. -Por muchas riquezas que Semramis traiga del Indo, no creo, seor, que Asiria est en condiciones de llevar a cabo una campaa militar que nos afectara sensiblemente. Por el contrario, opino que Egipto deba alentarla en sus sentimientos blicos. Pues lo seguro es que esta impulsiva babilonia se estrelle y desgaste en la campaa. El faran le interrumpe: -No hay que olvidar, Nefaran, que a veces esas campaas, lejos de desgastar y quebrantar a quien las provoca, le nutren y le hacen ms poderoso. Si no existiera esta posibilidad podra explicarse el fenmeno de los imperios salidos de la nada? No es aconsejable animar a una reina que tiene mpetu, vanidad y ambicin; que tiene, como ha dicho Liteso, la necesidad de justificar su permanencia en el trono. No, no es oportuno darle nimos. En su campaa contra los indutas habr ganado experiencia. Creo, sin embargo, que Egipto no debe demostrarle el menor temor. Y para ello 48

hemos de hacerle saber que nos congratulan sus triunfos. Y que sin sentir el menor celo de ellos ni temor por lo que significan, le renovamos nuestra amistad. Entre Semramis y yo existe una especie de trato de cliente y mercader. Creo que este entendimiento puede ser la base para afianzar nuestras relaciones con la patesi, hoy gran reina de Asiria. Se te ocurre cmo? -Oh, gran seor! Vuestras ideas tienen la inspiracin de Amn-Ra, cuya esencia os es privativa -adula el primer ministro-. Cmo me peds a m, simple mortal, que adobe vuestro esclarecido pensamiento? -y Nefaran agrega, untuoso-: Mas slo en obediencia a vuestra divina y para m inmerecida confianza, me atrevo a sugeriros que nuestro ejrcito haga una expedicin amistosa al reino de Jud. Que sirva no slo para hacer desperezarse a nuestros generales, sino tambin para que nuestro alarde militar d confianza al rey Joaz. La consecuencia de esta expedicin ir a parar en distintas versiones a Babilonia. Y todas ellas tendrn el color que les den los distintos emisarios de los reyes Joaz de Jud, Joacaz de Israel, Hazael de Siria y Pigmalin de Tiro. Unas estarn animadas de regocijo, otras de animosidad, sin que falten las temblorosas, las que revelen el miedo que produzca nuestro paseo militar. As, Semramis apreciar ms nuestros votos de amistad. Pues pensar que no vienen de un reino decadente, sino poderoso; que Egipto, no slo hace ventas de lino y polvo de natrn para sus experimentos, sino que tambin cuenta con un ejrcito inquieto y activo. A Shashank no le parece mal la idea de su guardamantos. No est en oposicin ni contradice su propia idea. Mas es indudable que siempre el movimiento de un ejrcito despierta suspicacias. No, no movilizar el ejrcito en esa expedicin amistosa al reino de Jud. Movilizar, s, un enorme, impresionante squito que vaya a Babilonia. No a felicitar a Semramis, sino a pasarle la factura de lo que le debe. Y para que Semramis vea que el faran de Egipto la estima como buena cliente, le mandar con el squito un buen cargamento de natrn y lino. Shashank expone estas idas a Nefaran. Y las completa con una misin que deber llevar el jefe del squito. -Como t sabes, Nefaran, hace tiempo Semramis secuestr a un mdico de la corte. -S, a Shusteramn. -Pues nuestro embajador debe averiguar qu ha sido de Shusteramn. Y si se halla en Babilonia, como son nuestros informes, tratar no de rescatarlo, sino de ganarse su voluntad para que nos sirva de agente confidencial. Cabe esperar que despus de tantos aos, Shusteramn haya ganado la confianza de Semramis. l puede proporcionamos datos preciosos. y en todo momento, estableciendo el debido servicio de agentes, podemos estar enterados de lo que se planea bien en la corte de Babilonia, bien en la de Kalah. Es probable que para normalizar una situacin que ahora es anmala, Adadnirari, rey, establezca su corte en Kalah. Pero tambin puede ser que Semramis persista en permanecer en Babilonia. Es importante saber por cul de los dos se inclina Beltarsiluma. Y si el pueblo est de parte del hijo o de la madre. -Por sentimiento nacional -opina Nefaran-, los asirios deben de estar adheridos al bando de Adadnirari. Por la misma razn, los babilonios al de Semramis. -No hay que fiar mucho de los sentimientos nacionales. Semramis regresa de una campaa que debe de haber exaltado la belicosidad y el patriotismo de los asirios. No sera difcil, pues, que fueran los asirios, y no los babilonios, los que prestaran mayor 49

fidelidad y adhesin a la reina madre. Un agente como Shusteramn, introducido en el crculo ms ntimo de palacio, puede esclarecemos todas estas dudas que ahora no podemos dilucidar a tantsimas jornadas de distancia. Por lo tanto, Nefaran, mi propsito es que escojas muy bien el squito de embajadores y auxiliares que habrn de trasladarse a Babilonia. No busques hombres sesudos, sino jvenes corpulentos, locuaces y decididos. Gente alegre que despierte la simpata y la confianza de Semramis. Mozos que, de ser posible, no debern desperdiciar ocasin de enamorar a la reina. Sabes bien que Semramis tiene fama de insaciable. Mas para llevarse a la boca apetecibles bocados, tiene que aproximarse a ellos. En la malicia de nuestros emisarios estar el dejarse devorar o quitarle el apetito. Qu jvenes crees que sean los ms idneos para esta misin? En el pensamiento del rey y del ministro estn los mismos nombres: Menfitas y Ramsads. El primero por poco disciplinado, ha sido expulsado del ejrcito; el otro, por liviano, del clero. Pero los dos, en disfrute de la bien querencia de las mujeres de palacio, han hecho carrera en la corte. Ambos tienen fama de irresistibles amadores. Menfitas ha hecho el aprendizaje diplomtico en una visita a la corte de la reina Elisa. Volvi a Bubastis con las manos vacas. No obtuvo ninguna informacin que tuviera importancia; pero la maledicencia dijo que Elisa qued tan satisfecha en sus penurias de viuda, que lo agasaj con infinidad de festines. Cierto es que volvi a Bubastis muy bien alhajado y con rico guardarropa. Por su parte, Ramsads, que no haba cumplido el ao de iniciacin religiosa, fue expulsado por una accin que se estim robo sacrlego. En una desafortunada partida de tablas puso en juego un escarabajo del templo. Gan la partida, y devolvi el escarabajo. Pero no pudo evitar la profanacin del idolillo. Los preceptores, despus de imponerle un ayuno de nueve das consecutivos, lo arrojaron a la calle. Y el incontinente Ramsads, en vez de tomar el camino de un mesn o comedor, se fue de visita a un prostbulo, pues al parecer, tras el ayuno, sus urgencias sexuales eran ms apremiantes que las del estmago. stos son los dos jvenes fornicadores, cuyos nombres estn en la mente del rey y su guardamantos. -Acaso Ramsads, seor? -insina Nefaran. Shashank enarca las cejas, entre sorprendido y pudibundo. Aunque lo fingido de la expresin no se le escapa al primer ministro, ste se apresura a corregir: -Perdn, seor. El faran, tras simulada meditacin, aclara: -Es un insensato. No es desacertada tu eleccin. Pero admisible siempre y cuando le procuremos otro que le vigile. -Comprendo, seor -asiente el guardamantos. Y enseguida lanza el nombre-: Nadie tan prudente ni tan celoso cumplidor como el joven Karmo. l atar corto a Ramsads. Y la misin deben cumplirla dos personas que sean anverso y reverso de la misma medalla; si distintas, que posean idntica naturaleza, igual temple, semejante malicia. -Creo que el ms adecuado compaero de Ramsads es Menfitas, que corta el mismo lino. Dos arietes que apuntarn a la misma fortaleza, que se disputarn la primaca de derribar la muralla. 50

El faran se extiende en otros detalles que miran tanto a la eficacia de la misin como a su boato. Todo acertadsimo a juzgar por las muestras de aquiescencia de Nefaran. Este mismo da, al conocerse la noticia de la salida de los jvenes Menfitas y Ramsads, la vieja herrumbre del harn, su egosmo y frivolidad, crujieron en destemplado susurro. Se dio la impresin de que los dos libertinos eran insubstituibles peones en el juego cortesano. Y lo eran, porque en la corte de Shashank III, igual que en la de sus antecesores, sin pararse en siglos ni en dinastas, la inmoralidad vena a ser soterrado escape de la pudibundez impuesta por el sentimiento y las frmulas religiosas. Para los sacerdotes, los escribas, los funcionarios, los militares no resultaba fcil convivir cotidianamente, casi codo con codo, con la presencia viva del propio dios. El mismo faran se aburra no pocas veces de su divina supremaca. Ni las limitaciones propias de la naturaleza humana servan a hacerle sentirse ms hombre que dios. Por eso, las querellas, los conflictos, las inquietudes que le llegaban del exterior, adobadas de sangre y sudor, de candentes pasiones, le distraan engolfndole en el juego de ser hombre. No saba a ciencia cierta el por qu de su personalidad divina. S, la haba heredado. Su antepasado Shashank I, general del ejrcito, se apoder de Egipto y de su trono. Aunque de antepasados libios, logr crear una dinasta. Shashank es faran joven. Ascendi al trono apenas salido de la pubertad, siendo todava nio. An es joven. Se sentira autnticamente un dios si los placeres de la mesa no le perturbaran tanto. Si no tuviera que dirimir en las apasionadas querellas de sus sbditos. As y todo se acuesta y se levanta del lecho con la majestad y la dignidad de un dios. Siempre, claro est, que tan noble serenidad no la altere la esposa o la concubina de turno. Sin embargo, tan grande majestad est cavilosa y preocupada. La desazn se la provoca una criatura nacida a la orilla del ufrates; una mujer segundona, de segundona casa real, que, tambin por azares de fortuna, se sienta en el trono de un imperio, un curioso imperio sin lmites, sin fronteras, sin ninguna definicin territorial. Pero que desvela y aflige a sus vecinos con la poltica del terror. LOS VAGABUNDOS DE ENLIL DUNGUI, A LA VERA DEL CAMINO, se encuentra recostado en el tronco de una palmera. El horizonte, cercano, lo perfila la comba de una colina. A lo lejos, en el azul lechoso del cielo, unas nubes blancas, apelotonadas, cambian lentamente de forma. Hace un rato semejaban un tropel de seres fabulosos. Dungui crey adivinar en una de estas figuras a Gilgamesh. Mas enseguida, modelada por el viento, comenz a deformarse. Uno de los brazos cambi de tal modo que comenz a adquirir la forma de un cuello y cabeza de dragn. Esta metamorfosis hizo recordar a Dungui la puerta de Ishtar de Babilonia. Enseguida las nubes se mutan en una simulacin de caravana. Despus, Dungui, ve aparecer en la comba de la colina a un hombre. Se vale, como los caminantes, de un cayado. A juzgar por sus pasos, incluso por la falta de prestancia en los movimientos, supone se trate de un hombre de edad avanzada. El caminante debe 51

de haberle visto, pues llevando una marcha diagonal al punto en que Dungui se halla, tuerce de direccin. Unos pasos adelante levanta el cayado en seal de saludo. Dungui se incorpora, limitndose a alzar el brazo. Las nubes semejan ahora un encrespado oleaje batiendo contra un cantil. El hombre se ha acercado. Dungui le reconoce. Un vagabundo. Lleva al cuello el cordn de la flor de Enlil. -Enlil contigo, hermano -saluda el caminante. -Y contigo tambin -responde Dungui. Seguidamente se cambian las ofrendas de cofrada. El recin llegado saca de la bolsa un pedazo de pan. Dungui le alarga la bolsa de agua. Simple cortesa entre los vagabundos de Enlil. Ambos rehsan sus mutuos ofrecimientos. -De dnde vienes? -pregunta Dungui. -Mi nombre es Basin. No vengo, huyo, voy! Basin es hombre de unos cincuenta aos. Pero los caminos deben haberle molido mucho, pues representa bastante ms edad. O quiz le agobie alguna enfermedad. Dungui se queda contemplndole un momento. -Huyes?, de quin? -De algo peor que la peste. Basin se sienta al lado de Dungui. -Slo un momento -dice-, porque enseguida volver al camino. Y te aconsejo que hagas lo mismo. Cul es tu nombre? -Dungui. No te extraes. Ya s que es nombre de rey. Una cierta persona me dijo que yo deba llamarme Dun en la noche y Gui en el da. Qu te parece? -Tontera! O acaso te comportas de distinta manera en la noche que en el da? -A m me parece que siempre soy el mismo -dice Dungui. Y tras una pausa-: De qu peste hablas? -He caminado toda la noche para no topar con ellos. Deben de estar a una jornada de aqu. -Pero quines? -Los asirios. -Los asirios? Qu te importan! O eres babilonio? -Soy parsua -dice el viejo. -Vaya! Conque parsua... Tambin los tuyos, cuando se presenta la ocasin, se producen con violencia. Son muchos? Bandoleros? -No -aclara Basin-. Nada de bandoleros. Peores. Soldados. El ejrcito de Semramis! Te das cuenta? Dungui cambia de expresin: -Semramis! -murmura. -No te agrada la noticia, eh? -Me sorprende. El ejrcito de Semramis. La has visto? -Enlil me libre! Hasta que no pase el ufrates no quedar tranquilo. Su ejrcito no lo componen solamente asirios, sino tambin babilonios. Pero t sabes lo que ocurre con la

52

mala yerba, que desplaza a la buena, y ahora no hay diferencia entre babilonios y asirios. Los hijos de Marduk no quieren que se les moteje de piadosos. Y en la crueldad aventajan a los hijos de Asur. -Y que se dice de Semramis? -Muchas historias. Viene triunfadora de los pueblos del Indo. Sabes por dnde cae eso? -S que muy lejos. Jams he ido ms all de los montes Zagros. Prefiero siempre los caminos que conducen a la mar. T conoces la mar? -S. Estuve por las tierras bajas siendo mozo. La mar no me gust. Y ya no volv. -A m s me gusta la mar. Llego hasta sus orillas, la contemplo, deambulo por los pueblos costeros, y cuando mis ojos se cansan de ver el mismo horizonte, regreso a las tierras altas. De costumbre suelo subir hasta los montes Sinyar. Los conoces? -All los pastores no quieren nada con los hermanos de Enlil. Si hace tiempo que no comparten con un vagabundo, suelen atenderte. Cuando les has contado todas las coplas y cuentos que sabes, no son corteses para decirte que les estorbas. -En ningn lugar los vagabundos somos bien vistos, hermano Basin. -En el valle del ro Diyala, la gente es hospitalaria. -Sobre todo las mujeres. All escasean los hombres. Y ellas, tienen necesidad de varn. Pero son muy ansiosas, no crees? -A tu edad -dice filosficamente Basin. -Es que t ya...? -replica con dejo burln Dungui. -No es que me falten bros -dice el viejo-; pero con los aos, uno selecciona. Y las mujeres de la montaa... -Las zamuas no me van -dice Dungui. -Conoces a las de mi tierra? -No es que quiera despreciar a las parsuas; pero donde est una babilonia... -Cada cual tira a lo suyo -concluye Basin, ponindose en pie. -Por qu tanta prisa? Si les has sacado una jornada de ventaja, puedes reposar todava un rato. -No, no. No me sentir tranquilo hasta que haya atravesado el ro. T piensas quedarte por aqu? -Si ste es el camino del ejrcito, me placera. Sabes adnde se dirigen? -A Babilonia. -A Babilonia! -replica Dungui-. Extrao. -S. Lo natural es que se dirigiesen a Asur, a la capital. Pero la reina debe de tener inters en demostrar que ella es babilonia. Qu no me acompaas? -Si tuviera la seguridad de que Semramis va a Babilonia... -Y a ti qu te va en ello? -Pchs! Uno de los capitanes de Semramis es mi amigo. Debo salir a aclamarlo. Quiz me traiga un recuerdo de la campaa. -No te fes mucho. Estos soldados no son lo que eran. Traern buen acopio de calaveras y pieles humanas. -Y tras una pausa-: Oye, Dungui, sabes si hay por aqu algn huerto de Enlil? -No. El auxilio ms cercano no lo encontrars hasta jornada y media, en Urtala.

53

Pregunta por Guda. Es un dorado, le gustan los hombres. Pero si obras con malicia puedes sacarle hasta un sayo nuevo sin tener que ceder a sus requerimientos. -Qu clase de malicia? -Hblale de poesa. Le gusta componer coplas. Te recitar algunas. Albaselas. Dile que la inspiracin de Enlil est con l. Es vanidoso y el elogio le ciega al extremo de olvidarse de su pasin por los hombres. Dan doble racin para el vitico. Pero en el comedor son tacaos con el vagabundo. Dungui se pone de pie. -Me acompaas? -le pregunta Basin. -Segn. Cmo andas de bolsa? -Llevo queso de cabra y un pedazo de carne de onagro. Y t? -Un pedazo de carne de camello y queso de cabra. Se ponen en camino. Dungui observa que los pasos de su compaero son precipitados. Con frecuencia se le adelanta. Cuando Basin se percata de ello, se detiene, vuelve la cabeza atrs y espera impaciente. Dungui no comprende cmo un hombre que pasa de los cincuenta, muestre tal temor. En una ocasin le dice en son de broma: -Parece que fueras a ganar el jubileo de Ishtar. Basin mueve la cabeza, despus murmura entre dientes: -Si supieras...! -Qu he de saber? -Seguramente t tienes padres, y, si no los tienes, los viste morir tranquilamente en casa. -T no? -No. Siendo nio vi cmo los asirios mataban a los mos en la plaza del pueblo. Dungui le echa la mano al hombro: -Ves para qu sirven los padres? Buenos o malos siempre dejan un recuerdo amargo. Caminan bordeando el pie de la colina. El paisaje es montono. A la izquierda, les queda un caaveral que prospera en aguas pantanosas. -Es muy importante el botn que trae la reina? -pregunta Dungui. -Segn lo que cuentan, fabuloso. Ms de doscientos camellos cargados de oro, plata y marfil. Y la columna de esclavos va de horizonte a horizonte. Sabes lo que dicen sus soldados? Que en Babilonia slo se detendr tres das a descansar. Que seguir a Egipto. S, a Semramis se le ha subido lo mandn a la cabeza. Y no parar hasta que se d un buen coscorrn. Al cabo de media hora, los vagabundos se detienen. Oyen a sus espaldas el ruido peculiar de cabalgaduras. Se vuelven. Dos jinetes vienen detrs de ellos. Uno, al ver que se han detenido, les alza el brazo en seal de que no prosigan la marcha. -Nos han alcanzado! -dice Basin. -No tienen aspecto de soldados. Han de ser mercaderes. -Mercaderes a caballo? Dungui reconoce que su compaero tiene razn. No son mercaderes ni tampoco

54

caballeros. No es la primera vez que se encuentra con una pareja de jinetes parecida a sta. En ninguna ocasin le han molestado. A todo lo ms se permiten hacer algunas preguntas, como solan hacerlas los investigadores urbanos de la patesi. Como tales encuentros, extraos de por s, le han ocurrido desde que Semramis se fue a la guerra, Dungui ha dado en sospechar que son vigilantes que lo cuidan o le espan por mandato de la reina. Mas no est seguro de que as sea, pues la vigilancia resultara bastante espordica. Los dos jinetes los alcanzan, y uno de ellos, con tono amable les pregunta: -Llevis agua? -Cogida esta maana -dice Dungui. -Te agradecera un sorbo. Dungui ofrece su bolsa de agua al jinete. ste se echa un chorro a la boca. El otro le inquiere: -Adnde vais? Basin se anticipa a contestar: -Por ah... -No a Babilonia? -No. Nada nos espera en Babilonia. -Pues pocas fiestas que se preparan para recibir a la reina...! -A nosotros, las fiestas no nos gustan. En los bullicios siempre hay robos. Y a los guardias no se les ocurre ms que apresar a los vagabundos. El jinete que pidiera agua, pregunta a Dungui: -Eres del mismo parecer? Dungui se encoge de hombros: -Quiz yo vaya a Babilonia. -Lo pasars bien. -Cmo lo sabes? -Bah! Lo imagino. El jinete, que se haba apeado del caballo, vuelve a montar y, con su compaero, sigue la marcha. No se separa mucho cuando se vuelve para gritar a Dungui: -Si sois patriotas y os regocija el regreso de la reina, debis encaminar vuestros pasos a Babilonia! Basin se apresura a hacer un movimiento afirmativo de cabeza. Despus comenta con Dungui: -Lo has odo? Esa recomendacin tena mucho de amenaza. Soy viejo en el camino, y a m no me engaan. Estos son asirios que andan a la caza de rumores. Dungui piensa que su compaero puede tener razn, pero slo en parte. A la reina no puede interesarle lo que piensen o dejen de pensar unos infelices vagabundos. Lo que puede interesarle son las crticas de los sacerdotes y las habladuras de los arrendatarios. Y sa es la tarea de los jinetes. Ahora, como se avecina la llegada de la reina a Babilonia, se dedican a exhortar a la gente a que acuda a la ciudad. Los dos vagabundos continan la marcha en silencio. Basin no es hombre locuaz, y las pocas veces que Dungui trata de reanudar la conversacin, el viejo se limita a seguirla con monoslabos, con grandes intervalos de silencio.

55

Dungui se entretiene, como siempre, en la contemplacin del paisaje. El sol sube a lo alto, y el rumor del caaveral se hace ms sofocado, clido y adormecedor. Las nubes continan en el horizonte ms blancas y voluminosas que antes. No es difcil que el viento de los montes Hamrim las haga grises y cubra con ellas el cielo. En ese caso habr tormenta. Dungui propone a Basin echarse un rato, pero ste se niega alegando su prisa por cruzar el ufrates. -El ro an nos queda lejos -arguye Dungui-, y lo prudente es que lleguemos a l a la cada del sol. -No -replica Basin-. Lo prudente es que cuanto antes estemos fuera del alcance de los asirios. "Manas de viejo", piensa Dungui. Despus le pregunta: -Y dnde piensas cruzar el ro? -En el puente de los Sustos. -Eso queda lejos. -Ni tanto. Un cuarto de jornada. El viejo se detiene, aspira hondo y agrega: -Desde aqu huelo el ro. Ni a un cuarto de jornada. Y puesto que estamos cerca, no me abandonars antes de que lo cruce, en el caso de que quieras continuar a Babilonia. El miedo de Basin le resulta a Dungui conmovedor. Se encoge de hombros y vuelve a oprimirle el hombro: -Sea como t quieres. Tena razn el viejo. El ufrates est muy cerca. Pronto llegan a la ribera. Aqu la tierra es dura y el caudal ha conformado las mrgenes en grandes taludes. El puente de los Sustos acredita su nombre. Es una rstica pasarela hecha con cuerdas de fibra vegetal, que sostienen una sucesin de travesaos de madera. Dungui decide quedarse en la margen izquierda. -Qu no me acompaas? -insiste Basin. -No. Har caso al jinete. Seguir a Babilonia. -All t. Dungui ve a Basin subir al terrapln en que se sustenta el puente. El viejo vacila un momento antes de dar el salto al primer travesao. -Quieres que te ayude? -le grita Dungui. -No! Lo he pasado muchas veces! Mas al saltar al tercer o cuarto travesao, Basin se vuelve a Dungui. La pasarela oscila insegura y el viejo demuestra incertidumbre. Est ya en el vaco. El ro brama a sus pies. Dungui remonta el montculo, mas el viejo grita con tono rabioso: -Te he dicho que no es necesario! Sigue tu camino! Dungui alza los hombros y baja del terrapln. Se queda mirando a su alrededor. Ve una palmera que le parece propicia para amparar su sueo. Se desentiende del compaero de andadura. Come un bocado y se tumba tranquilamente bajo la palmera. DUNGUI TUVO AL despertar la impresin de haber dormido poco. Por la posicin del sol confirm su sospecha. De intentarlo, en una caminata a buen 56

paso alcanzara a Basin. Pero ste, como compaero de viaje le result bastante aburrido. Se pondra en marcha en sentido contrario. No, no ira a Babilonia, sino a la confluencia del Dinaya y del Tigris. Muy cerca de all fue donde Dungui se separ de la columna de Semramis. Podra presenciar el paso del ejrcito en aquel mismo lugar. Y si la ocasin se presentaba propicia, se incorporara a la columna de la misma manera que la abandon. La reina insisti en que le acompaase. Estaba dispuesta a nombrarle capitn de su squito a fin de justificar su presencia. Pero Dungui, que no tena vocacin guerrera, tras dos jornadas de viaje opt por separarse de la columna. A Semramis no debi de sorprenderle esta huida. La encontrara lgica, puesto que no era de esperar de un vagabundo ningn buen papel en la guerra. Ya en la maana de aquel mismo da, Hurimasin el escudero de la reina, se lo dio a entender: "La guerra no es faena para un vagabundo de Enlil". Y en la tarde, cuando Dungui senta que el polvo le secaba la boca, Hurimasin volvi a insistir: "Si deseas el bien de la seora, vuelve a tu camino". Al anochecer, poco antes de acampar, Semramis, que recorra la columna constantemente, cabalg un rato a su lado: "Debes disculpar la poca atencin que te presto. Los primeros das, mientras los jefes se adaptan a mi modo, deber vigilar sin descanso, a fin de corregir las menores deficiencias. Despus, todo ser ms fcil". Dungui no esper a que todo fuese ms fcil. En cuanto Semramis volvi a alejarse, le dijo a Hurimasin: "Me voy, capitn. Dile a la reina que le deseo todo gnero de venturas. Que la tendr presente en mis ruegos a Enlil". Y en cuanto apareci el primer sendero, abandon la columna militar. Al poco tiempo no quedaba rastro de ella. Ni el sordo rumor de las caballeras ni el polvo que levantaba en su marcha. Entonces, Dungui se sinti solo y sin sentido, convertido en algo as como en una sombra. Qu pensara de l la gente vindole con el cordn de Enlil al cuello y montado en un caballo? Das antes haba cometido ya una tontera. Tuvo la impresin de que vena una gran riada. Para salvarse de ella se le ocurri comprar una barca. Alguna vez, hallndose en las tierras bajas de la costa, pens si existiran vagabundos de mar. En este caso, una barca poda tener sentido; pero en tierra y a caballo...! Llegada la noche, Dungui pernoct en un palmeral. No at al caballo, lo dej suelto con toda intencin suponiendo que la bestia buscara una andadura ms apetecible que aquella que l le ofreca. Mas Dungui, al despertar al amanecer, vio que el caballo yaca a su lado. Tom un bocado, y despus cogi de las riendas al animal y se puso en camino. A media maana lleg a un huerto del templo de Enlil. Regal el caballo al capataz. El vigilante del huerto quera hablar con el sacerdote a fin de que por tan sealado obsequio le fuera otorgada al vagabundo la flor de plata de Enlil. Dungui le dijo que no; que quedndose con el caballo le libraba de un engorro, y que a l le bastaba con la flor de Enlil de cobre. Poco despus, lejos del huerto y del caballo, Dungui respir satisfecho. Haba recobrado su irrenunciable identidad de vagabundo. Hace seis aos pas todo esto. Durante este tiempo, Dungui recorri Asiria y Babilonia de un extremo a otro. Baj a las tierras del mar, lleg hasta el Lago de Urmia, borde los montes Zagros, atraves varias veces los ros ufrates y Tigris, lleg a la

57

estepa y le hizo ascos al desierto. En el vagabundeo el recuerdo de Semramis se le fue borrando. Se acordaba, s, con frecuencia de Babil, aquel ser tan fluido que se le apareci entre las sombras de una noche de fin de ao. Babil se le hizo ms corprea en el estanque, aunque tambin all a la luz de las antorchas y de la luna, y untada de los mviles reflejos del agua, su figura tena algo de quebradizo e inasible. Sin embargo, una presencia sutil de Babil est latente en el corazn de Dungui. Por ella ha enderezado sus pasos hacia la confluencia del Dinaya y del Tigris. All en donde viera a Semramis la ltima vez. Si las noticias de Basin eran ciertas, se encontrara con el campamento a la cada de la tarde. No sucedi as. Lleg al poblado de Nipurka con la noche encima. El ejrcito de Semramis ya haba pasado. En el camino se vean las huellas de las caballeras. En el poblado ni un alma. Dungui se dirige hacia el nico chamizo en que observa luz. Desde la empalizada, exhorta: -Gracia a un caminante de Enlil! No espera mucho en la puerta del chamizo. Aparece una mujeruca. Con un candil en la mano se acerca al vagabundo: -Qu quieres? -Slo llenar el cuero de agua. -Nada ms? La mujer alza el candil hasta la altura del rostro de Dungui. Le examina unos instantes. -Hace media hora pasaron los soldados. Venas con ellos? -No -responde Dungui-. Vena a su encuentro. La mujer coge el cuero a Dungui y entra en la casa. De acuerdo con antiqusima tradicin, a los vagabundos de Enlil debe auxilirseles en todo aquello que pidan. Cosa que ocurra antes del Diluvio, pero despus las costumbres cambiaron mucho, y la gente cumple su deber piadoso ofreciendo agua y pan. Y si es de noche, un lugar en el huerto para dormir. La mujer regresa con el cuero de agua, y al tiempo que lo entrega al vagabundo, le pregunta: -Por qu quieres encontrarte con los soldados? -Un hermano mo se alist en el ejrcito. Si Enlil ha sido benevolente con l, vendr de la campaa. -Me figuro -dice la vieja- que habrn acampado muy cerca de aqu. Y si despiertas a buena hora, topars con ellos antes de que levanten campo. Supongo que ahora querrs descansar. Dungui no dice una palabra ni hace un solo gesto asintiendo. La mujer le indica que le siga y entran en el huerto. All le seala el lugar donde puede pernoctar. -Traes manta? -No, no es necesario. -Aqu s -dice la mujer-. Porque con el ro tan prximo, a medianoche hace relente.

58

Aguarda y te mandar una cobija. La casa es pobre, mas la obsequiosidad de la mujer le hace pensar a Dungui que sus dueos guardan piadosamente la ley de Enlil. Enseguida una sombra femenina se acerca a Dungui. La oscuridad no deja revelar sus facciones. Mas por el tono de la voz, el vagabundo comprende que se trata de una moza: -Aqu tienes la manta. Y esta torta que te manda Duva por si no has cenado. Dungui siente el roce del aliento tibio de la moza. -Que el favor os lo devuelva Enlil con buena cosecha. La moza no espera. Dungui oye enseguida el rumor de los pasos que se alejan. La torta despide un olor apetitoso de carne recin asada. Esto no deja de extraarle, pues sabe de sobra que la gente del campo suele cenar antes de la cada del sol. Y la carne que contiene la torta an est caliente. Tampoco es normal que a la hora que lleg al poblado de Nipurka hubiese un chamizo con luz. Pero como no es cuestin de perderse en conjeturas, Dungui se envuelve en la manta y se echa a dormir. No logra conciliar enseguida el sueo, y a sus odos llega el rumor sofocado, un tanto caliente del huerto en germinacin. Las minsculas bestias del campo no duermen y los frutos expanden generosamente su aroma. Dungui piensa en la moza a la que atribuye lozana y msculos tersos. Enlil no protege el amor nocturno. El dios propicia los encuentros en la amanecida y en el vspero. A esas horas provee a sus siervos, los vagabundos, de toda su fuerza y espritu de seduccin. La ley que Enlil ha dictado al vagabundo dice: "Y si llegado a una casa pides hospitalidad y quien te la da es una mujer, debers respetarla como a la luna, a la higuera o a la fuente. Si no lo hicieres, blasfemo y maldito seras de m". Dungui se queda dormido. Antes de que amanezca viene a despertarle la mujer del chamizo: -Levanta y ponte en camino si quieres alcanzar el campamento; si te apetece disfrutar de moza, en las lindes del huerto de los granados te espera una. La mujer le da un cuenco de leche recin ordeada y un pedazo de pan. El vagabundo desayuna, da las gracias y se pone en camino. El huerto de los granados de Nipurka, donde se encontrara con la moza, se halla un poco alejado del camino que debe seguir hacia el campamento. Tiene curiosidad por saber si la moza de que le ha hablado la mujer, ser la misma que en la noche le llev la manta y la torta; si, a su vez, esta moza es en realidad su hija. Y por aclarar estas dudas, se desva del camino de Babilonia y va hacia la linde del huerto de los granados. An no amanece y un vistazo al cielo le sirve para calcular que el gallo no ha cantado la ltima vigilia. Por lo tanto, falta todava un buen rato para que amanezca. Piensa malicioso si tanta solicitud por parte de la campesina no ser una celada para hacerle faltar a la ley de Enlil. Los ofrecimientos de mozas por parte de sus madres, no son inslitos en los jubileos de Ishtar; pero an faltan muchas lunas para la apertura de la prostitucin sagrada. Dungui llega a la linde del huerto y no ve a nadie. Siente a su espalda ramalazos de viento zamua, que por entreverado tiene mala fama, ya que en l se entrecruzan las corrientes de aire clido con las de aire fro que vienen de los montes Hamrim. Baja despaciosamente hasta la linde oriental. Ni un alma. Si no hay engao la moza aparecer con la primera luz del alba. Sigue a la linde sur, y desde all, a lo lejos, hacia el camino de Babilonia, ve un resplandor que le hace suponer lo hagan las antorchas del

59

campamento. Piensa que lo natural es que la moza le espere en el lado del huerto que mira al pueblo. Decide aprovechar la espera para elevar sus oraciones al resguardo de la brisa. Del recogimiento de las oraciones le distrae la aprensin de sentirse vigilado. Por quin? Se acuerda inmediatamente de los jinetes que en la maana Basin y l encontraron cuando se dirigan al ufrates. El huerto permanece silencioso, slo estremecido levemente por el rumor de la brisa zamua. Nada denuncia una presencia humana. Dungui concluye formulariamente las oraciones. Pide a Enlil auxilio para ese da, y vuelve a la linde oriental. Mas su pensamiento est puesto en el campamento, en Semramis. De persistir la brisa, apenas si lograr or las trompetas de los soldados cuando toquen diana. Dungui vacila, dudando entre si acudir a la cita con la moza o dirigirse rumbo al campamento. Mas cualquiera que sea la decisin que tome, deber esperar a que amanezca. Al cabo de un rato, pjaros e insectos anuncian la alborada, y entre el rumor que provoca esta inauguracin del da, Dungui escucha un siseo. Se orienta y acude al reclamo. Antes de ver a la mujer, escucha: -Qu quieres? qu buscas? -dice la voz femenina. -Quiero mujer -contesta el vagabundo. Y tras un silencio, con entonacin ms clida la desconocida susurra: -Aqu no. Sgueme. CUANDO DUNGUI DESPIERTA, ve sobre su cabeza las pencas de la palmera. A corta distancia el terrapln que sostiene el puente de los Sustos. Cunto tiempo ha dormido? Alza la vista y observa el sol. Ha de ser media maana. Pero est seguro de que cuando Basin se fue el sol estaba muy cerca de llegar al cenit. Qu ocurri? Durmi o so. Pudieron ocurrir ambas cosas al mismo tiempo, pues el sueo suele ser la luz de la dormida. Esto lo saben muy bien las gentes que no son vagabundas. Mas l: como tal, sabe tambin que se suea despierto. Muchos de los emotivos recuerdos que se albergan en el corazn, son sueos tenidos con los ojos abiertos mientras sus pies batan el polvo de los caminos. Mas algo le deja perplejo: en efecto, al irse Basin l se acost al pie de la palmera. Cree recordar haber despertado poco despus. Decidi cambiar de rumbo. No ir a Babilonia, sino al encuentro del ejrcito de Semramis. Con tal propsito lleg al poblado de Nipurka. No, no lo so. Est seguro de que se acerc a un chamizo que tena luz. Y que una mujer acudi a atenderle. Est seguro de haber dormido en el huerto. S, no fue sueo. Y antes de que amaneciera tuvo entre sus brazos a la moza. Haba perfume en la tibieza de su aliento. Tena lozana, y sus msculos estaban duros y tersos. Ella se entreg sumisa a la hospitalidad obligada al vagabundo de Enlil. "Quiero mujer", dijo l. Y ella: "Aqu no. Sgueme". Dungui sigui los pasos adentrndose en el huerto de los granados. Bajo uno de ellos la moza, se le ofreci. Apenas si cambiaron algunos monoslabos. No hubo sumisin ni pasividad de surco en ella, al contrario. La moza se mostr exigentemente activa. Tampoco en su resuello Dungui not queja de su resignado sacrificio. La entrega pareca ser compartida con complacencia. Dungui no poda recordar ms. Satisfecho en el primer arrebato, repos la cabeza sobre el brazo de la joven. Ya no despert sino bajo la palma a la orilla del ufrates. No, no era un sueo. Desde 60

que despidi a Basin, haba pasado cerca de un da. No puede ser sueo, porque el sol apunta a media maana, y cuando despidi a Basin era medioda. A Dungui no le cabe la menor duda: la mujeruca de Nipurka era una hechicera. Con tan sutiles artes para la maldad, que cree posible que cuando cay con la moza fuera an plena noche. Y todo para perderle. Pues las hechiceras que andan al servicio de los malos espritus de Nergal, recurren a los ms infames sortilegios para hacer que los hombres caigan en falta ante los ojos de los dioses buenos. Dungui quiere purgarse de la falta. El sueo ha dejado en l una mancha lasciva. Del arrebato con la moza no recuerda la satisfaccin que le produjo, sino su pecaminosidad. Est manchado. Con los pies desnudos, caminando por el ms spero de los atajos, debe buscar un templo de Enlil y hacer penitencia. Dungui no es un vagabundo viejo. Su sentimiento religioso no est corrodo por la rutina. Se quita las sandalias, se pone de pie, y, tras de orientarse con una mirada que abarca el horizonte, comienza a caminar. El templo ms cercano de Enlil se encuentra en Urtala, a jornada y media de donde se halla. No probar bocado, ni descansar hasta llegar a l. La mancha de lascivia que la mujer le dej en el corazn puede daarle para toda la vida. No es que Enlil obligue a los vagabundos a la castidad; pero s quiere que se satisfaga la necesidad de hembra sin comprometer en el acto el espritu. Y Dungui se siente con el espritu fundido al goce que recuerda en la nebulosa de un sueo. Ya es demasiado sospechoso que del encuentro con la moza en el huerto de los granados, su frenes ertico le hiciera olvidarse de las circunstancias que lo haban acompaado hasta llegar aqu. Dungui ha tomado el atajo, pero en las tierras entre ambos ros los atajos no son senderos perdurables. En toda la regin los pantanos y cinagas abundan. Tampoco son fijos; una riada los forma y otra los hace desaparecer. El atajo que ha tomado Dungui se pierde en un pantano. Tiene, pues, que retroceder y buscar tierra firme. Siempre en direccin a Urtala. Camina sin desmayo. Al medioda el sol se le hace abrumador. Siente sed, pero se abstiene de beber. El agua que lleva en el cuero debe de estar caliente como caldo. Ha de resistir hasta pasadas las dos primeras horas de la tarde. No es prudente dar al cuerpo agua mientras est bajo los efectos del sol. En su caminar, Dungui busca el arrimo de los palmares. Son como pequeos oasis lo suficientemente frescos para dar reposo al caminante. Mas ahora que Dungui los atraviesa sin detenerse, apenas si sirven a aliviarle del calor sofocante, del ardor en que se consumen sus miembros. Los pies de Dungui estn curtidos en los caminos, pero se resienten martirizados por las piedras, las asperezas, las espinas que pisan en apresurada marcha. La carne debe expiar la lascivia que le contagi la moza del huerto de los granados. No le cabe duda. Duva, la mujer del chamizo era una bruja, una hechicera. Haba adivinado su llegada y le esper en la casa con la luz encendida. Le prepar la torta de carne asada a la brasa. Despus, hizo que manta y alimento se lo llevase una moza que excitara su sensualidad. Dungui, ingenuo, cay en la asechanza. Cuando se qued sin voluntad en los brazos de la moza, les fue fcil a los utukku o siete demonios conducirlo dormido al pie de la palmera en que se haba tumbado el da anterior. Lo nico claro de todo ello era que a causa de esta demora perdi la ocasin de acudir al encuentro de Semramis. Por lo menos, de ver pasar su ejrcito. Lo que quera decir que una fuerza sobrenatural se opona a su acercamiento a Semramis. Llegado a 61

este punto de reflexin, Dungui se pregunta si la fantstica aventura vivida sera obra de malos espritus encantadores, como supona, o si, por el contrario, el previsor Enlil, separndole de Semramis, le guardaba de mayores males. El vagabundo deja el esclarecimiento de ambos supuestos al sacerdote de Enlil, a quien consultar. A media tarde tuvo la impresin de haber cubierto ms de una jornada. Si era cierto, llegara al templo de Enlil antes de medianoche. Dungui vuelve a sentir el viento zamua. Pero ahora no le molesta como en la madrugada. Y aunque por la regin de Urtala suele ser ms tibio que por la de Nipurka, cortaba la densa atmsfera caldeada como una caricia refrescante. Cuando divisa el poblado, los pies se resisten a andar. En algunas partes los lleva en carne viva. Dungui supone que van dejando sangre en la tierra. Es preferible este martirizante sacrificio a exponerse a vivir el resto de su vida contaminado por la lascivia de la moza. Sobre Urtala se levanta una densa nube oscura barruntando tormenta. Hace das que Dungui la espera, pero no acaba de desatarse. El templo de Enlil, se encuentra en la poblacin. Pero sus vastas propiedades se extienden al norte hasta la margen derecha del Tigris. Y el cuartel hospitalario al cual debe dirigirse se halla bastante lejos de la ciudad. Urtala, de noche, est silenciosa, dormida. No son pocas veces las que ha pasado por ella. Y la poblacin, modesta y rural, vive en su memoria con muy diversos recuerdos. Al principio de su vagabundeo, en Urtala cay enfermo de fiebres malignas. Si no llega a ser por los auxilios de los sacerdotes hospitalarios, hubiese ido a parar a la sombra de Nergal. En Urtala conoci a Sabinda la cosechera. Tena fama en el pueblo de ser mujer rica y enredadora en los trficos con los almacenes de los templos. Dungui lleg hasta la puerta de su casa y le pidi auxilio de boca. Sabinda le obsequi como a husped distinguido. Hasta le dio un manto y un cuenco de cerveza. Cuando despus de dormir la siesta en el huerto, se despidi de Sabinda, sta le dijo que no se fuera sin conocer sus campos de cebada. Le dijo tambin que all encontrara una hermosa esclava que le haban pasado del templo de Adad; que a oportuno requerimiento le prestara el servicio que le pidiese. Y en efecto, Dungui se encontr con la moza. Se cubra la cabeza con un pauelo rojo, tal como le indicara Sabinda, y yaci con ella. Entonces no se consider pecador. Mas andando el tiempo, se encontr con un compaero de Enlil que le habl de Sabinda y le explic de la estratagema de que se vala para satisfacer su incontinencia: la moza esclava del templo de Adad, tocada de pauelo rojo, era la propia Sabinda. En otra ocasin, en el mismo poblacho, tuvo altercado con un labriego, que lo denunci como ladrn de una gallina que deca hallarse en el estmago del vagabundo. Dungui jur y perjur no haber robado nada. Pero como la gallina no apareci, el juez opt por mandado a la mazmorra. Una cueva inmunda en la que se filtraban las aguas del Tigris. Y aunque avis al templo de Enlil, de all no mandaron por l hasta que no hubo cumplido la condena de siete das de arresto. Mas la intervencin le sirvi para evitar que el juez, movido al abuso, no lo unciera a la noria de su huerto. Buenos y malos recuerdos conserva de Urtala, que ahora ya ha dejado a su espalda, mientras camina hacia el huerto con los pies molidos. A tal extremo que, cuando llega al cuartel hospitalario, los auxiliares del templo lo conducen en andas hasta el patio. All lo dejan sobre el piso de losa, tumbado boca arriba. Dungui recita la oracin secreta de los 62

vagabundos y explica el por qu de su penitencia. Suplica ayuda para su cuerpo martirizado. Los hospitalarios de Enlil no son blandos. Son piadosos de corazn, pero duros de disciplina. Si no trataran a los vagabundos con aspereza, la tierra se llenara de ociosos e intiles caminantes. Echan a Dungui en el piso y se alejan. Uno de ellos vuelve con un cubo de agua que lo vuelca sobre el vagabundo. Lava y unge sus pies con aceite y lo deja. No teniendo otro mal alguno, no volvern a interesarse por l hasta que el mismo Dungui se levante por su propio esfuerzo y acuda al cuartel. Entonces estar hambriento.

BELTARSILUMA,PREOCUPADO EL RETORNO DE SEMRAMIS desazona a Beltarsiluma. No porque tema haber cometido errores en el gobierno durante la ausencia de la reina. No. El pas disfruta de una poca de prosperidad gracias a su poltica. El tesoro se encuentra saneado. Supo llevar a buen fin la reforma religiosa. Siguiendo tambin las lneas generales de la reina, realiz un amplio programa de obras pblicas, tanto en Babilonia como en Kalah. Ha puesto orden y provecho en el trfico comercial. Y la clase artesana, libre de la ruinosa competencia de los talleres de los templos, trabaja contenta. Beltarsiluma est seguro de haber gobernado rectamente. Pero por haberse preocupado demasiado de los asuntos de Estado, no ha prestado la debida atencin a los asuntos de la corte, y por ello, aprovechando su descuido, se ha fortificado una vbora en palacio. Esta vbora tiene un bonito nombre: Sunga, y, lo que es ms peligroso, una incitante y graciosa carne, en la que ha cado sumiso y complaciente el joven rey Adadnirari. Sunga, que vio acrecentada da a da su influencia en el rey, se hizo ms remisa y rebelde a la autoridad de Beltarsiluma. Empez a gobernar la corte como una futura seora de palacio, sin que le sirviera de freno a su conducta la llegada de emisarios que avisaban el retorno de la reina madre. Hace dos aos, al cumplir el prncipe catorce y estar en edad de ascender al trono, Beltarsiluma procur por todos los medios que se aplazase la consagracin, puesto que Semramis se hallaba ausente. Pero el prncipe, aconsejado por Sunga, amenaz exigir el cumplimiento de su derecho en el tribunal del Esagila. Beltarsiluma cedi y en la fecha sealada, la corte se traslad a Asur. All, con el ceremonial acostumbrado, el prncipe se coron como Adadnirari Tercero en la virtud de su nombre, rey de Asiria y Babilonia. La cosa no fue fcil, pues durante el horscopo en la zigurat, apenas obtuvo una tablilla dorada, una mirada benevolente de Asur, a diferencia de las tres recibidas por su madre. Nadie esperaba tan escasa aprobacin por parte del dios Asur. El hecho hizo comprender a los ms indecisos que el clero, a pesar de la gravosa reforma fiscal religiosa, continuaba adherido a Semramis. Sunga, dcil a las hablillas del harn, ech la culpa de tan escasa benevolencia divina a la influencia de Nadinaje, sumo sacerdote de Asur. Recuerda Beltarsiluma que cuando comenzaron a correr los primeros rumores de que Adadnirari quera coronarse, envi emisarios a Semramis con una extensa carta en que la pona en antecedentes de todo lo que estaba pasando. El valido no omiti detalle en la 63

informacin; hasta os decirle que en la corte imperaba la sombra de Euletis, padre de Sunga, sacrificado a raz de la usurpacin de Belanurta. Pues el comportamiento de Sunga haca sospechar a Beltarsiluma que todos sus actos e intrigas iban dirigidos a obtener cumplida venganza de la muerte de su padre. La joven se alzaba en la corte oponindose a todo lo que fuese mandato o costumbre establecidos por Semramis. Beltarsiluma esper contestacin clara y explcita a su consulta. Pero la reina hizo volver al emisario con una escueta respuesta: "Hgase lo que proceda". A Beltarsiluma le pareci que las palabras de tan parca contestacin quemaban. Mas lo curioso fue que desde que hiciera la consulta, Semramis hizo ms morosa su campaa del Indo. A partir de entonces Beltarsiluma tuvo la aprensin de que tanto en el palacio de Kalah como en el de Babilonia las miradas de funcionarios y servidores tenan una intencin ms inquisitiva, como si a travs de ella la reina observase da y noche lo que suceda. Pasado algn tiempo, Semramis, hallndose en tierras del Elam, ms all de los montes Zagros donde acamp por dos semanas, envi carta a Beltarsiluma. Le deca que si su hijo haba tenido arrestos para tomar amante, cosa de hombres, deba tenerlos tambin para acrecentar territorios, cosa de reyes; y que esperaba que Adadnirari se hubiese ejercitado lo suficiente como para probar su mayora de edad en las fatigas de la guerra. Sobre este punto, Semramis no sufrira decepcin, pues Adadnirari mostraba gusto y pericia en el manejo de las armas, as como en el trato y mando de hombres. Aprendizaje que haba hecho con Birtai, el nio que fuera su compaero de escuela. Desde que el prncipe ascendi al trono, Beltarsiluma vio acortadas sus facultades, quedando reducidas a las de simple gobernador de Kalah. De hecho las riendas del Estado las tom Dinakalla, primer ministro, que, hasta entonces, haba obrado a la sombra del gobernador. La nueva situacin no provoc a Beltarsiluma ningn desdoro, pues el joven rey le trataba con afectuosidad. Y no pocas veces le pidi consejo en las cuestiones de Estado, siempre que ellas no rozaran la vida administrativa ni social de palacio. Era aqu en donde Sunga ejerca su autoridad de Seora de la Casa, ttulo tradicional reservado exclusivamente a las esposas legtimas del rey. Lo que no deja de extraar a Beltarsiluma es que ni Adadnirari ni Sunga hayan insinuado el menor deseo de formalizar su situacin. Unos esponsales de los dos amantes habra sido un terrible golpe para Semramis. Supone que si Sunga no ha esbozado la pretensin de casarse, es porque de su actual estado de simple amante piensa sacar mayor partido de la ascendencia moral que ejerce sobre Adadnirari. Beltarsiluma es lo suficientemente astuto para sospechar que Sunga, mujer educada en el harn, prefiera disfrutar de las ventajas derivadas del encendido amor del monarca a perder su influencia al pasar al estado normal de concubina o esposa. Sin duda, el caso de Shara, la amante de Shamshiadad, le sirve de alentador ejemplo para mantenerse en su postura. Semramis, traspuestos los montes Zagros, sent de nuevo campamento. Se dijo que la reina esperaba recibir uniformes de Babilonia para equipar debidamente al ejrcito. Esto slo era verdad en parte. El fondo de la cuestin era exclusivamente poltico, y ms que poltico, dinstico. Semramis, como reina madre, deba regresar a Kalah, en donde estaba la corte, en donde estaba el rey. Mas ella hizo saber a su hijo, que por ningn motivo su entrada triunfal la hara en Kalah, sino en su propia ciudad nativa, en Babilonia; ciudad de la que 64

haba salido el ejrcito que regresaba ahora victorioso. Adadnirari, siempre aconsejado por Sunga y Dinakalla, se opuso al deseo de su madre, que, por otra parte, poda considerarse vejatorio para Asiria. Su madre no deba olvidar que l, Adadnirari, era asirio y rey de Asiria. En esta cuestin chocaban dos puntos de vista distintos, tcitamente dos doctrinas. La situacin de Kalah y de Babilonia respecto a su condicin de capitales era ambigua. El hecho de que Semramis hubiese trasladado temporalmente la corte a Babilonia, no daba a sta la calidad de capital del imperio, mxime que la propia Semramis no haba legislado, dictado ni promovido tal cambio que, por otra parte, habra sido tan poco prudente como temerario intentarlo. Por lo tanto, el viejo estatuto de Babilonia como reino vasallo de Asiria continuaba vigente. Y el hecho de que Adadnirari, adicto a la tradicin dinstica asiria, se hubiese consagrado en Asur y sentado la corte en Kalah, en la misma ciudad en que su padre y abuelos tuvieron el trono, reafirmaba la capitalidad poltica de dicha ciudad. Legalmente, Semramis no tena razn. Mas la reina, en la intimidad de su pensamiento esgrima otra doctrina que no careca de fundamento. Haba sido ella, como patesi de Babilonia, la que asumiera la jerarqua real contra la usurpacin de Belanurta en Asiria. Para expulsar al usurpador llev la guerra hasta las propias puertas de Kalah, y en Kalah entr como vencedora. Beltarsiluma trat por todos los medios de persuadir al monarca de que depusiera su actitud. La discusin entre madre e hijo, llevada por intermedio de Beltarsiluma, se alarg algunas semanas. Al valido le era fcil interpretar el secreto pensamiento de Semramis. y saba que su futuro poltico dependa del acierto con que llevase las gestiones. En definitiva, perder el favor del rey Adadnirari no le importaba tanto como mantenerse leal a la reina. En el peor de los casos, suponindose cado en desgracia, Semramis le sera buena valedora. Le quedaba el recurso de volver a Borsippa a continuar ejerciendo su viejo cargo de regente de la escuela de Nabu. Fue esta voluntad decidida de servir a Semramis, la que le llev al buen xito de su gestin mediadora. Adadnirari, al fin, tocado vivamente en el corazn de hijo por la elocuencia de Beltarsiluma, accedi a aquello que consideraba absurdo capricho de su madre, y al que slo se opona la intransigencia de Sunga. Beltarsiluma supo despus, que el cambio en la voluntad de Adadnirari fue motivo de una agria disputa entre los amantes. Sunga, a unos pocos das de la llegada de la reina madre, vea su propsito fallido. Partieron correos al campamento de Semramis y sta acord el da de su entrada en Babilonia. La noticia fue acogida con exultante clamor. Entre los jefes del ejrcito haba sus dudas. Fueran asirios o babilonios, a todos les interesaba que la entrada triunfal se hiciera en Babilonia, pues suponan que ella afianzaba la supremaca de su capitana. LOS JEFES NO ERAN los mismos que salieran de Babilonia. Los que no sucumbieron en los azares de la lucha, perecieron ajusticiados por Semramis. Se deca que hasta el ms modesto de sus soldados, tena opcin, si as lo requera el capricho de la reina, a ser husped de su lecho. Pero en definitiva era el comportamiento, no en la litera sino en el campo de batalla, el que normaba la distribucin de castigos o recompensas de la reina. Se saba que jefes tan conspicuos como el babilonio Salmadonor y el asirio Urali, los dos esforzados y valientes guerreros que haban disfrutado de los favores de Semramis, 65

no se libraron de ser ajusticiados por orden suya. El uno, por una accin fallida que cost centenares de bajas al ejrcito, y el otro por sembrar la desconfianza entre los soldados y criticar ciertos planes militares de Semramis. Los dos murieron dignamente y dando vivas a la reina. A sus viudas, Semramis les concedi una pensin anual de treinta das de yunta de bueyes del patio de Ishtar. En las mudanzas que impone la guerra hizo fortuna un prisionero induta. Las habladuras de los soldados decan que Mindahn, que as se llamaba el sujeto, haba sacado provecho gracias a su constitucin atltica, prestancia varonil y gallarda. Pero lo cierto fue que Mindahn asimil pronto ardides y estratagemas de guerra. Como no le faltaba valor y abundaba en intrepidez y fortaleza fsica, se vio pronto reclutado, hasta el extremo de mandar un cuerpo de tropa. Los prisioneros le guardaban rencor, y murmuraban que, gracias al traidor, a la capitana extranjera le haba sido fcil internarse por sus reinos, pues la asiria, mientras se refocilaba con l, le sacaba preciosos informes sobre la naturaleza del pas y sus habitantes. Pero la mano derecha de Semramis, tanto en las operaciones guerreras como en el rgimen administrativo del ejrcito y de la campaa, fue Hurimasin, que regresaba a Babilonia con las insignias de la espada y la maza de plata, mxima condecoracin a que poda aspirar un militar asirio. Las de oro slo las ostentaban el rey y el jefe de los ejrcitos. Sin embargo, de Hurimasin no corran rumores sobre supuestos servicios nocturnos. Muy al contrario; de todos era conocida su fidelidad al recuerdo de la familia dejada en Babilonia. Estaba muy enamorado de su mujer. La propia Semramis haba divulgado con singular respeto este sentimiento de su escudero. Por tales causas, los veteranos de la guerra, que haban convivido las debilidades y las fortalezas de su reina, que observaran su conducta y carcter durante la campaa, la seguan con fanatismo, a veces creyndose mandados por la misma diosa Ishtar, seguros de que en su seguimiento no encontraran mal alguno, sino muerte gloriosa o paz dichosa. La devocin con que la tropa segua a Semramis haba tenido origen en un fenmeno sobrenatural, y que al ser conocido de Beltarsiluma le dio motivo para una ntima y regocijada incredulidad. En una incursin del ejrcito en tierras de Vilansiya, el primer cuerpo fue cercado y copado. En l iba Semramis. Los indutas de aquel pas, ya informados del avance de las tropas invasoras, se haban preparado convenientemente, y el cabecilla que los mandaba seal como objetivo de la operacin la captura o muerte de la capitana. La lucha fue encarnizada. En el momento ms duro ni jefes ni escuderos, ni la tropa que rodeaba a Semramis fueron capaces de evitar que sta se viese cercada por los amenazantes aborgenes. stos se vieron tan seguros en el logro de su propsito, que empezaron a gritar en su lengua que se capturase a la capitana. Decenas de hombres cayeron sobre ella, mas en ese instante se vio surgir entre los indgenas a la magnnima y poderosa Ishtar, la de brazo infatigable, blandiendo su espada. La espada de la diosa se multiplicaba en rayos flamgeros a cuyo alcance caan los brbaros indutas. En unos instantes qued el campo que rodeaba a Semramis lleno de heridos y muertos, mientras sus compaeros huan espantados. Entonces la tropa de Semramis vio cmo la diosa Ishtar, que con tan solcita premura y oportunidad haba acudido a la defensa de su bien amada hija, se incorporaba misteriosa, mgicamente a la persona de 66

la reina. En un abrir y cerrar de ojos diosa y reina quedaron integradas en la misma persona. El fenmeno fue tan evidente que ms de un soldado cay a tierra, conmovido por l. Uno de ellos para no recobrar ya ms el nima. Desde entonces no hubo soldado que pusiera en duda que Semramis era la encarnacin de Ishtar. Cuando llegado el verano se celebr en campaa la fiesta de la diosa, Semramis, como sacerdotisa mayor cumpli el rito de la prostitucin sagrada. Los cinco soldados que por sorteo acudieron a compartir su lecho, lo hicieron con tanta devocin como escaso provecho, pues creyndose yacer con la propia diosa, la timidez les frustr la funcin. Algunas de las hazaas, debidamente certificadas por escribas del ejrcito, llegaron a Babilonia, a Asur, a Kalah, a toda la extensin del pas por voz de los emisarios. Slo algn espritu torcido como Beltarsiluma, dudaba de las piadosas bienaventuras de su pupila Semramis. Pero Beltarsiluma, que pareca tener cierto sentido tico, por no corromper a sus semejantes con la duda, procuraba no exteriorizada. Semramis saba lo que aquel ejrcito significaba y lo que con l poda hacer en lo futuro. Su ambicin hubiera sido seguir en carrera incontenible, devorando jornadas, avasallando pueblos, hasta el mismo Egipto; pero su propia sangre en la persona de un hijo, le cortaba la ambicin y el vuelo. Por esto, al entrar en territorio vecino puso cautela a su ambicin e hizo moroso el retorno, poniendo orden en su pensamiento, cavilando sobre la accin que ms convena seguir a su llegada a Babilonia. No quera considerar las precipitaciones de Adadnirari como una traicin, aunque sta siempre fuera fruta propia del huerto cortesano de Asiria. No, ella no poda dejar de ver en Adadnirari a su hijo. Llegaron de Borsippa, por va de Babilonia, los uniformes y los adminculos que les dan vistosidad. Semramis haciendo caso omiso de su hijo, cre una orden guerrera, cuya nica insignia consista en un cordn blanco. Esta condecoracin la dio por igual a jefes y tropa. Se la llam:. "Elegidos de Ishtar" y slo los que haban participado en la campaa contra los indutas tenan derecho a ella. Los poseedores se beneficiaran anualmente con un manto de pao que les proporcionara el cuartel de la comarca en que residiesen, incluso en el caso de haberse licenciado del ejrcito. As, bien vestido y armado, con magnfica moral, el ejrcito fue revistado por Semramis antes de partir para Babilonia. Por si faltaran motivos espectaculares para la brillantez de este acto, la tropa estaba conmocionada. En la madrugada, unos desalmados urartios haban entrado en la tienda de campaa de la reina con intencin de asesinarla. Mas Ishtar, siempre celosa vigilante, haba sacado poco antes a Semramis para llevada fuera del campamento, al huerto de los granados cerca de Nipurka, a donde acudi solitaria a efectuar su comunin con la diosa. La hora inusitada de este abandono de la tienda de campaa slo poda atribuirse a la diligente Ishtar benevolente.

BELTARSILUMA DIMITE UN DA ANTES DE QUE la corte se trasladara a Babilonia, Beltarsiluma an no haba recibido la invitacin para incorporarse al squito. Comprendi que Sunga continuaba

67

asediando al rey con su influencia. El preceptor de Semramis se resolvi a ceder. En una sociedad donde la vida estaba subordinada a la virtud de la obediencia, un hombre tan lcido y tan avezado a la intriga como Beltarsiluma no vio otra salida que la renuncia. Sobre todo si ella le dejaba en buenos trminos con el rey, y al mismo tiempo le converta en vctima a los ojos de Semramis. Conociendo a su pupila crea estar seguro de que el problema dinstico planteado entre la madre y el hijo, dara ocasin a una sorda lucha cuyas consecuencias eran difciles de calcular. La mejor situacin que poda tener en la lucha intestina que se avecinaba era la de espectador. Como tal situacin sera imposible en presencia de Semramis, opt por forzar su retiro. A la hora habitual de despacho con el rey, el valido abandona sus habitaciones de palacio y acude a las de Adadnirari. Resuelve los asuntos de trmite, y plantea: -Seor, creo que mi misin ha concluido. La carga del gobierno deja hondas huellas que no pueden disimularse. Desde que ascendiste al trono me he sentido aliviado de muchos negocios de Estado. En realidad, poco he tenido que hacer. La inspiracin de Marduk benevolente conduce con sabidura y prudencia tus pasos. Y si alguna vez en tus resoluciones te asaltara la duda, ahora contars con la ayuda de tu seora madre. Sunga ha insistido tenazmente al rey en la conveniencia de apartar a Beltarsiluma del gobierno. La declaracin del valido llena al joven de satisfaccin. Es probable que la descortesa de no invitarle a formar parte del squito real le haya hecho tomar la decisin de dimitir. Adadnirari cree que a su consejero no le falta razn: se ha endurecido en el gobierno del pas y carece de la flexibilidad y fluidez necesarias para compartir los negocios de Estado con un soberano joven como l. Por otra parte, la renuncia de Beltarsiluma deja a su madre sin un auxiliar eficaz, sin un slido sostn en la lucha familiar que l habr de sostener para imponerse. Al rey le falta experiencia. Es la primera vez que se enfrenta con la dimisin de un gobernante de la talla de Beltarsiluma. Qu frmula ha de emplear para aceptarla? Adadnirari reflexiona. No debe olvidar que el valido fue factor importante contra el usurpador Belanurta, que ha prestado grandes servicios a la corona durante su minora de edad, y mucho menos, que, como regente de la escuela de Borsippa influye en los hombres de la inteligencia, en escribas y poetas, que son, en definitiva, los creadores de la opinin pblica vlida, no los alborotadores de las plazas. La renuncia de Beltarsiluma supone un rudo golpe al bando de Semramis. Fuera de l no hay otra cabeza en el pas capaz de levantar bandera. -Es una mala noticia, bienquisto Beltarsiluma -dice simulando afliccin el joven-. Pero pecara de egosta si mi inters personal te apartara del retiro que tienes bien ganado. Y enseguida, tras breve pausa, llevado por la sbita alegra que la dimisin le ha producido, pregunta en tono complaciente-: Y dime, qu piensas hacer? Beltarsiluma sonre. No esperaba tan pronto esta pregunta. Si el rey tuviera mayor experiencia la pregunta hubiera sido otra: "En quin has pensado para substituirte?" Porque aunque un rey siempre tenga un adulador ms o menos apto de quien echar mano, debe hacer tal pregunta aunque slo sea formulariamente al que ha sido hasta ese momento su consejero. -Espero de tu benevolencia oh, mi seor! que me permitas restituirme a la regidura de la escuela de Borsippa. Sabes muy bien que desde que tu seora madre me llam a Babilonia dej en la escuela de Nabu un maestro suplente. Por la expresin de Adadnirari, Beltarsiluma comprende que su reincorporacin a la 68

regidura de la escuela de Nabu no le agrada. Y rpido, para disipar cualquier escrpulo o temor del rey, agrega: -Porque all, en Borsippa, como regente de la escuela de Nabu, puedo difundir el nuevo espritu que al pas trae tu reinado. "Ese hombre no te entiende", parece escuchar Adadnirari en la voz de Sunga. -Soy muy joven, Beltarsiluma. Ni yo mismo s qu espritu habr de distinguir a mi reinado. No, no, Beltarsiluma; no olvido que fuiste preceptor de mi madre, y que, en la rectitud de sus virtudes y en la eficacia de su accin, te debe mucho. Pero la persona que fue consejera de la madre no puede serlo del hijo. Hay gran diferencia de aos. Hay tambin diferencia de criterios. Tu voz en Borsippa sonara un poco vieja. La juventud necesita la voz de los jvenes. No es que quiera relegarte a una humillante condicin de anciano, que no lo eres, pero te considero muy avezado para ser til en otras empresas ms brillantes que necesita mi reinado. Es curioso que me hayas presentado tu dimisin cuando pensaba pedrtela, por la sencilla razn de que deseo que t seas mi embajador ante las cortes del oeste. Ser una misin difcil, pero estoy seguro de que t la llevars a cabo felizmente. Se trata de afianzar nuestros lazos econmicos con los pases del oeste, incluso con Egipto. Hace tiempo que muchos de ellos no nos rinden vasallaje. Ahora con nuestro ejrcito podremos exigirles puntualidad en los pagos. -Entonces, nuestros proyectos militares... -insina Beltarsiluma. -He pensado aplazarlos -dice el rey-. Para que nos asista la razn de emplear la violencia, creo que antes debemos comunicarles nuestras exigencias. -Es tradicin, seor, que los reyes de Asida... El rey corta: -Lo s, lo s. Pero por ahora dedicar a estas tareas a mi madre. Ha demostrado ampliamente su buena disposicin para las armas. Y viene con un ejrcito inquieto, agresivo, que ser difcil sujetar a la paz. Por eso he pensado que mientras t abonas el terreno en los pueblos del oeste, mi madre vaya al norte, a la conquista definitiva de Urartu. No podremos extendernos a occidente, si antes no tenemos guardadas las fronteras del norte. O es que t, bienquisto Beltarsiluma, piensas de otra manera? Beltarsiluma no vacila en contestar: -Tu pensamiento es el mo, seor. Dispn de m como gustes. -Gracias, Beltarsiluma. Por dems est que te diga que tu sello de consejero del trono, ser rescatado por la corona en diez mil siclos de oro. El rey no le hace ningn favor a Beltarsiluma. se es el monto del rescate de un sello de consejero cuyo propietario no haya hecho mayores mritos. El rey se levanta. Beltarsiluma hace lo propio, preguntando : -Me das tu licencia, seor? -Puedes retirarte. A mi regreso de Babilonia, ultimaremos los detalles de tu embajada. BELTARSILUMA NO ESPERABA el ostracismo. De vuelta a sus habitaciones recapitula la conversacin sostenida con Adadnirari. Es evidente que el joven monarca cuenta con uno o varios asesores, adems de Dinakalla. Tambin lo es que los servicios confidenciales del monarca son otros de los que l, el propio Beltarsiluma, le ha facilitado. Lo que proyecta Adadnirari responde a un plan debidamente madurado. Y considera es una reaccin a los propsitos de Semramis. Si sta se niega a salir a combatir a los

69

urartios no faltar un militar de alta graduacin que asuma la jefatura. En ambos casos, Adadnirari quiere quitarse de en medio un ejrcito que puede estorbarle. Semramis le haba escrito en alguna ocasin sobre la conveniencia de que el prncipe se adiestrara en las armas, a fin de iniciarse en la guerra con una campaa contra los pueblos del oeste. Beltarsiluma comprende que el pensamiento de Adadnirari es muy distinto. Que le interesa -porque alguien se lo ha hecho ver- resolver antes que nada la situacin dinstica. Fortalecer su vicariato de Asur dentro del pas y no su condicin de rey fuera de las fronteras. Sabe que durante los prximos aos ninguna nacin se atrever a molestar a Asiria. Y este tiempo quiere aprovecharlo para asegurarse en el trono, en la prerrogativa y en el privilegio del vicariato de Asur. Resulta evidente que le han convencido de que su madre, triunfadora, pretender continuar sentada en el trono. Que para ello cuenta con la fuerza de su ejrcito. Por lo tanto, Semramis, en obediencia a un mandato del rey, se ver obligada a alejarse del pas en una campaa contra Urartu, o, en su defecto, tendr que abandonar el ejrcito, perdiendo su apoyo, dejndoselo a otro militar ambicioso que realice la campaa. Este jefe Adadnirari lo nombrara. El rey redondeaba su plan; a fin de evitar que escribas, poetas y moralistas de Borsippa le molestaran, mandaba a l, a Beltarsiluma, a un destierro disimulado con una embajada. Esto est claro, mas por el lado de Semramis... Beltarsiluma no sabe a ciencia cierta cul es el secreto sentir de Semramis. Pero puede suponrselo, ya que los planes del hijo significan una franca oposicin a la madre. Beltarsiluma malicia que desde este instante sus pasos sern vigilados por agentes del rey. Es probable que lo hayan sido desde hace tiempo por sus ms inmediatos colaboradores. y aunque sus rdenes y mandatos han sido cumplidos sin reservas ni morosidades, supone que le dejaron obrar libremente para no despertar sospechas. Con Semramis a unas cuantas jornadas ya no era necesario el disimulo. Piensa que el rey est bien aleccionado para hacer frente a la crisis con acierto y autoridad. En esta difusa y gran conjura es intil devanarse los sesos pensando sobre quines permanecen adictos a la reina madre o al rey. Poco importa que las personas cuya autoridad emana de las propias instituciones se dividiesen en sus sentimientos a favor de un bando o de otro. La realidad es que Asiria, incluyendo Babilonia, se pronunciaran por Adadnirari. Esto es lo lgico. Por lo menos es lo que cabra esperar de una situacin en que las personas que la animan son de la misma talla. Pero el factor dudoso que se presta a toda clase de conjeturas, aun a las ms disparatadas, Semramis, no est lo suficientemente claro como para que Beltarsiluma pueda anticipar un desarrollo posible de los acontecimientos. Semramis significa un enigma. Al principio anima la idea de visitar a aquellos consejeros que cree son sus amigos, para comentar con ellos la situacin, mas comprende que tal cosa puede ser peligrosa. Beltarsiluma pasa las horas desazonado. A veces siente deseos de abandonar Kalah y dirigirse al encuentro de Semramis, impulso que rechaza enseguida aconsejado por la prudencia. Como quiera que sea, el rey lo ha inmovilizado, y la obediencia que debe a la corona le justificar de cualquier pasividad que pudieran imputarle. No debe salir de Kalah.

70

Ha de esperar el regreso del rey para partir con la misin que le ha encomendado, si es que antes no surgen los acontecimientos. Beltarsiluma llama al paje Gudena y con su ayuda comienza a recoger los efectos personales. Debe abandonar, como es natural, las habitaciones de palacio; volver a su vivienda particular, a la casa que desde que asumi el gobierno de la ciudad, se le asign en el barrio de los Buenos Varones. All le espera, adltera y complaciente, con ms expresin en los ojos que en los labios, Mara. La rescat del harn con la complicidad del eunuco mayor Sargul. ste ignoraba que Mara fuese una diosa. Rollos de papiro, tablillas, imgenes de marfil, alhajas, barbas de velln caucsico y los diversos objetos y utensilios de que se ha servido durante los ltimos seis aos, todos adheridos en sutil recuerdo a su alta magistratura, le producen una acre melancola. Cordones, lazos, sellos y pectorales identificadores de los distintos honores recibidos, parecen perder ahora su sentido. Mientras se dedica a este triste quehacer, supone que la noticia de su destitucin haya corrido por palacio, pues nadie llama a su puerta, siempre asediada de importunos. Hasta el mismo silencio del paje revela el abandono en que le han dejado. Gudena va metiendo las cosas en cofres y bolsas. Beltarsiluma le sorprende alguna vez contemplando con arrobo las condecoraciones. A media maana le visita Akkados. Beltarsiluma, a fin de hablar a solas, le dice al paje que vaya en busca de los mozos que han de ayudarle a bajar los bultos. Akkados, jefe de la guarnicin de Kalah, le trae una noticia: Semramis ha sido objeto de un atentado perpetrado por unos desalmados urartios. Por fortuna, sin consecuencias. Pero las repercusiones pueden ser graves. Beltarsiluma tiembla. Duda si la agresin ha sido maquinada en la corte de Toba o en el propio palacio de Kalah. No cree al rey capaz de semejante infamia. Mas si no cabe pensar mal del rey, s cabe dudar de sus asesores, de los consejeros que le han animado a elaborar el plan de emancipacin puesto en marcha. Es probable que los propios urartios hayan tomado la decisin de matar a Semramis, ganados por el terror. Pero el atentado significa tan grave ofensa a Asiria, que justificara precisamente la guerra que Adadnirari tiene preparada contra Urartu. Ahora al rey ya no le falta motivo para decretar las hostilidades y plantear la solucin del problema: o Semramis se va a la campaa inmediatamente o se queda sin ejrcito. -Y qu dicen los urartios? -pregunta Beltarsiluma a Akkados. -No se sabe nada. La noticia, sin muchos detalles, la trajo un correo. Parece ser que la seora no estaba en la tienda de campaa, pues haba salido a orar a un huerto cercano. -Pero se sabe de seguro que son urartios? -Cuanto se dice O acaso lo dudas? Si no creemos que hayan sido urartios, se puede dudar incluso del atentado. -Qu quieres decir? -Cunto disimulo, bienquisto Beltarsiluma! Se habla de que una de nuestras prximas campaas ser contra el Urartu. Por lo tanto, el atentado, real o simulado, servir de pretexto para declarar la guerra. Es bastante sospechoso que unos hombres armados no pertenecientes al ejrcito, hayan podido llegar hasta la tienda de campaa de la reina. No lo crees as? Beltarsiluma s lo cree as, pero cauteloso comenta: 71

-Depende del grado de terror que el regreso victorioso de la seora, haya provocado a los urartios. Akkados calla. Tras de alzar los hombros coge del brazo al valido. Con tono de sinceridad le dice: -Lo siento, Beltarsiluma. ste simula una sonrisa. Despus: - Quin te lo ha dicho? -Todo el mundo lo sabe. Ya tenemos nuevo gobernador. -Tan pronto? -S. Al medioda se leer el pregn. Ha sido nombrado Zakirasin. No por mucho tiempo. Zakirasin es hombre provisional. La seora, en atencin a que fue montero del llorado Shamshiadad, no pondr reparo a su nombramiento. Luego, el rey lo licenciar y le dar el cargo a uno de los suyos. Se habla con insistencia de Elsin, el primo de Sunga. -Perfecto. Se ve que Sunga prepara el camino para entroncar con la dinasta... -y tras de una pausa, mordiente, pregunta-: Y t, mi querido Akkados? -Ah... ! Gudena entra en la habitacin seguido de los mozos. Beltarsiluma da instrucciones al paje. Y cuando los mozos salen con los bultos, le pregunta: -Sabes... si an conservo mi coche? -Est en el patio, seor. Slo le han cambiado la insignia... -Por cul? -La de embajador. -Est bien. Anda, ve con los mozos. Dile a la seora Mara que ir enseguida. Ah! Mucho cuidado con meterle mano! Tras la recomendacin, el valido se encoge de hombros. El peligro no est en el paje, sino en la propia Mara, capaz de buscarle el tip a Gudena. Como observa una sonrisa burlona en Akkados, se justifica: -A pesar de sus infidelidades la prefiero a mi mujer. Porque Beltarsiluma, que tena harn en Borsippa, se cas con Damia en Kalah, poco despus que Semramis se fuera a la guerra. Damia le dio un hijo varn y muchos quebraderos de cabeza, pues se le declar prematuramente la menopausia. Los siete demonios desquiciaron su carcter. El valido no quiso solidarizarse con la menopausia y envi a Damia a Borsippa con el hijo y tres yuntas de bueyes. Tambin licenci al harn y sac muy buen provecho de la venta de las pupilas. Beltarsiluma se encara con Akkados: -Bien. No has contestado a mi pregunta. -No tiene respuesta, Beltarsiluma. Soy el jefe de la guarnicin de Kalah. Y por tradicin... -Lo s, lo s... La tradicin! No seas zorro. A pesar de la tradicin, Salmanasar tuvo que pelear contra la deslealtad de su hijo Asurdaninapal... Beltarsiluma quiere ser cauto, pero no puede reprimirse. Da unos pasos por la habitacin ya vaca de cosas personales y agrega: -Todo se lo debes a la seora... -Y a ti...

72

-A m no. Obr por inspiracin de la reina. -Te guardo afecto, Beltarsiluma. No me comprometas comprometindote. Ayer el rey me dijo que si la seora rehusaba salir a combatir a los urartios, yo tomara el mando del ejrcito. Beltarsiluma mira inquisitivamente a Akkados. Al ver la expresin de seguridad del militar, suelta una carcajada. -No lo crees? -Cudate, Akkados. El ejrcito tiene un hombre fuerte: Gelmas. La prudencia aconseja que no lo olvides. Supongamos que la seora se retira. Queda Gelmas. Gelmas y el ejrcito son la misma cosa. Compara tu estatura con la de Gelmas. T te has hecho importante... en la administracin. l ha ganado la fuerza en el campo de batalla. Ni Asarmelke puede hacer hoy lo que Gelmas... -Rebelarse? -No. Pero s dar un toque de atencin pegando con la espada en la mesa del rey. Y si mis sospechas se confirman... Los rumores que circulan por Kalah dicen que la reina hace partcipe de sus favores a Gelmas y a Mindahn, el induta. Cabe pensar que entre los dos hombres exista secreta rivalidad amorosa. Gelmas, concluir por eliminar a Mindahn. Esto en el caso de que tenga necesidad de hacerlo, pues si bien Semramis puede conceder mayor agradecimiento ertico al induta, de excepcional fortaleza amatoria, no es mujer que se deje dominar por la pasin. Tiene la cabeza puesta en su sitio. Y en el momento de decidir, su inteligencia le indicar preferir a Gelmas, el hroe de la campaa. Gelmas y Semramis constituyen actualmente la pareja ms fuerte y poderosa del mundo. Y Adadnirari, rey, vicario de Asur, tendra que emplear una astucia de que carece para dividir ese poder. Estas conjeturas bullen tanto en la cabeza de Beltarsiluma como en la de Akkados, el cual, tras larga pausa, pregunta : -Qu puede ocurrir? Beltarsiluma alza los hombros: -Mis sospechas no son las tuyas, Akkados. T piensas, como todo el mundo, que la seora... No, no! La reina es la nica mujer que durante los seis aos de campaa han tenido cerca los jefes. No te olvides de Salmadonor y de Urali. Y si Semramis ha guardado castidad? Los jefes han de estar rabiosamente enamorados de ella... Ah! Si la seora hubiese cedido, otra cosa sera... Son ms fieles y devotos los enamorados de corazn que los otros. Una mujer que se entrega pierde influencia y autoridad en el que la disfruta. No conoces a la seora! De buena gana Akkados seguira hablando con Beltarsiluma, pero su larga permanencia con el valido, ahora en desgracia, puede ser motivo de insidiosas interpretaciones. Por su parte, Beltarsiluma muestra impaciencia por abandonar palacio.

EL INCRDULO y LA DIOSA BELTARSILUMA NO ESPERABA otro recibimiento de Mara. Al entrar en casa, encuentra a la joven distribuyendo los objetos que saca de los cofres. Lo hace con tal tino 73

que da la impresin de que ha pasado meses enteros estudiando el lugar ms adecuado para cada cosa. Mara viste como siempre una tnica de fino tejido que deja transparentar su desnudez. A Beltarsiluma le gusta as. Poco le importa que los sirvientes y algn proveedor descubran la intimidad de su gracia fsica. Slo los pechos quedan ocultos bajo la tira de lino que los sujeta, y que Beltarsiluma descie, a veces, para acariciarlos. Cuando esto ocurre, Mara no recata tampoco el busto a los ojos de los criados. -No tienes nada que preguntarme? Mara, que coloca una estatuilla en una hornacina, se vuelve sonriente. Los ojos brillan complacidos, aunque la mirada exprese ausencia. -Ya no vivirs en palacio? Beltarsiluma sonre. Mara ha empleado la misma entonacin que en la noche, cuando le siente excitado: "No crees que Tip se inquieta?" -Ya no vivir en palacio, Mara. He dejado de ser gobernador. -S, saba que eras gobernador. Y eso te disgusta? -No. Por qu? Creo que mi destitucin no afectar nada a Tip. Mara re, ms con los ojos que con la boca. -Me alegro. Ahora estars ms tiempo en casa. -Yo me alegro por Tip. Mara vuelve a rer. Y enseguida: -Tip ahora se mostrar ms inquieto... -E impaciente... Mara corre a los brazos de Beltarsiluma. ste le susurra al odo: -Cuntas veces me has engaado hoy? -Ninguna. Has venido tan pronto! -Ni con Pertas? -El vecinito? No. Siempre que me bao est detrs de la cortina de su ventana. Sabes lo que hice? En la alberca me quit el ceidor del pecho. -No te meti mano Gudena? -Tu paje es muy tonto. Le seducen mis pies. Se queda embobado contemplndolos. -Sin intervencin del tip? -Crees que Gudena tenga tip? Jams lo ha demostrado. No pocas veces estuve tentada de alzarle el sayo. -Gudena me admira demasiado para que se le ocurra pensar en refocilarse contigo. Sabes que tu perfume me gusta ms que otros das? -Todava no he untado mi pelo. -Entonces hueles... a ti. Beltarsiluma mira con ternura a Mara. Se separa de ella. -Cuntos aos me dijiste que tenas? -El ao pasado, diecinueve. -Entonces ahora tienes veinte. -Veintiuno. Contigo los aos son dobles. Un ao de das, que te espero; otro de

74

noches, que te amo. -El rey ha querido que desde ahora, los das sean para que yo te quiera, y las noches para que t me ames. -Mi seor el rey es muy sabio. -S, aunque no ha pisado la escuela de Borsippa. Es tanto o ms ignorante que t... -Bruscamente, Beltarsiluma exclama-: Sabes lo que pasa? Mara mueve negativamente la cabeza. -He dejado de ser gobernador. -S, me lo dijiste. -Esta noche tenas acostado a tu lado al hombre ms poderoso de Asiria. Y ahora no soy nadie. Y sabes por quin? Por una mujer de tu ralea. -Por qu me comparas a Sunga? Muchas veces me has dicho que era una vbora. Te pican y envenenan mis besos? -Ya no soy gobernador! -Esta casa es tuya. En ella gobiernas y eres mi rey y seor. A cualquier otro hombre que no fuera Beltarsiluma, la convivencia con una diosa le hubiera resultado demasiado molesta. Pero el valido no se intimidaba, quiz porque estaba convencido de que los dioses son criaturas inferiores al ser humano. Nunca abdic ante Mara de su noble estirpe mortal. Mara, siempre en el sptimo cielo, jams se interesaba por las cosas mundanas. Apenas si se haba enterado de que su amante, el prepotente Beltarsiluma, era gobernador. Igual que no le importa una brizna de nube, que esta maana haya dejado de serlo. Minucias de los pobrecillos mortales que escapan a la esfera enrarecida, un tanto gaseosa en que viven los dioses. Cuando Beltarsiluma se interes por Mara, Sargul crey oportuno informarle; "Es la pupila ms tonta que ha pasado por un harn. La fornicas y no se entera". Resultaba una novedad. El defecto que le motejaba el eunuco mayor aviv el inters del valido. Los dos funcionarios entraron en componendas. Beltarsiluma compr una esclava elamita ya usada y le dieron entrada en el harn a cambio de Mara, que sali "tocada de peste", segn el falso dictamen del mdico. Sargul mand a Mara a casa de Beltarsiluma. Y ste la conoci, pues estaba entera. Por lo menos tal cosa crey el valido. Lo prudente era no averiguarlo. La joven perteneca a una vieja familia sacerdotal, aunque no por nacimiento, pues recin nacida haba sido recogida en el huerto de la casa. No se saba quines eran sus padres. Poda sospecharse que fuese fruto de amores clandestinos de algunas deidades segundonas. Al principio, Beltarsiluma tuvo que darle la razn a Sargul. Todos los indicios denunciaban que Mara era una cretina. Mas el valido, fue descubriendo poco a poco que la joven se comportaba como una bestezuela, como el ms complaciente y delicioso animal, con avivado instinto para el placer de la carne. Con el tiempo, cay en la cuenta de que en Mara privaban los fenmenos mgicos. Hasta que un da... Mara jams haba querido descubrir el vaso de su dios personal. La boca de la vasija la mantena oculta con un lazo, un ramillete de flores o una bola de cermica. -Por qu me engaas? -pregunta Beltarsiluma haciendo un alto en su evocacin. Mara se recoge en s misma, corre a la litera y se tumba. Sonre y mira amorosa a Beltarsiluma. Luego re con complacencia ntima, quedamente. Beltarsiluma sabe que le engaa. Aun en la noche, cuando permanece acostada 75

cerca de l, Mara, como una sonmbula, sale de la casa y se va a cometer infidelidades. Beltarsiluma no sabe con quin. Mara dice que con los dioses. Pero el valido est seguro de que le engaa. Cuando Mara regresa, se muestra ms exigente, ms insatisfecha, cosa que habla mal de la virilidad de los dioses. Un da... Beltarsiluma no supo qu intencin le llev a hacerlo. Simple curiosidad. Vea tan celosamente tapado el vaso del dios personal de Mara... Alz la bola de cermica e introdujo la mano. No se encontr con flores ni yerbas aromticas. Del recipiente sac un falo en barro cocido primorosamente decorado con minsculas flores. Era una obra de arte, aunque un poquitn impdica. Y no le faltaba originalidad, porque el escroto conformaba el contenido de tres testculos: A Beltarsiluma no le hizo gracia. Corri a buscar a Mara. La joven, al verle blandir el falo, abri los ojos aterrorizada, igual que si presenciara un sacrilegio: "Oh, mi pobrecito Tip, va a coger fro!" Beltarsiluma, que todava no se haba enterado con qu clase de mujer se acostaba, inquiri rabioso: "Quin es Tip?" Y la joven, sin pestaear, con verdadero candor, repuso: "Mi dios personal". La contestacin dej perplejo a Beltarsiluma: "Grandsima puta! No te basta y sobra con mi tip para que tengas que recurrir a semejante adminculo?" Y Mara, sin perder el candor, aunque s decepcionada, replic: "Vaya con el sabiondo! Llamar adminculo a tamao atributo..." Los ojos de Mara se humedecieron y Beltarsiluma temi haber estado excesivamente violento. La violencia, ni siquiera la suspicacia, iba bien con un regidor de la escuela graduada de Borsippa. Das despus, Beltarsiluma, con el propsito de desagraviar a Mara, se fue con el orfebre de la corte a encargarle que le hiciera en oro una rplica minscula de Tip. El joyero examin detenidamente la pieza de cermica y pregunt: "Por qu tres testculos?" Ah! Eso mismo le haba preguntado l a Mara. Y Beltarsiluma respondi con las palabras de la joven: "De nada sirve ser un dios?" Beltarsiluma en los ratos libres que le dejaban sus graves quehaceres de gobernador se dedicaba a indagar, por va filosfica, cul sera la causa que haba inducido a Mara a considerar un miembro viril como su dios personal. Al principio alent la idea de que investir un falo con los atributos de la divinidad menor, era algo as como un sentimiento burln hacia los dioses. De suyo escptico quiso dejar la cosa ah, pero la mente no se dio por satisfecha. Mara, segn todas las manifestaciones ms o menos reconocibles, era un vegetal. Exhalaba un intenso perfume antediluviano, ednico. Mara, tumbada felinamente en la litera, le hace un mohn, llamndole. El valido acude y deja que la mano, en goce de sus prerrogativas, se deslice por el talle de la joven, all donde se inicia la curva de la cadera. Mara le susurra al odo: -Echars de menos la vida de palacio! Beltarsiluma, que se sabe hombre plural de muchas y no pocas recnditas facetas, sonre con suficiencia, sin poder evitar la indulgente comprensin que el ser humano debe demostrar hacia los dioses. Porque en la perquisicin de la naturaleza de Mara dio, al fin, con su verdadera identidad. -No, no echar de menos la vida de palacio. -Pronto te aburrirs conmigo... Beltarsiluma no dice que s por simple cortesa. Los dioses, incluso las diosas como 76

Mara resultan, a la postre, aburridos. La divinidad, crendose su mundo de perfeccin, cay en un tedio espantoso. Mara, acabada de salir del harn, tena diecisiete aos. Se acercaba la fiesta solsticial de Ishtar, y le plante a su amante la necesidad de ofrendar su virginidad durante el rito de la prostitucin sagrada. "No digas simplezas, mi dulce cretina! ", le dijo Beltarsiluma. "Ya no eres virgen. Qu prostitucin sagrada ni qu espantamoscas vas a hacer t!" Pero Mara, que en aquel tiempo era para Beltarsiluma slo una tonta, replic: "Soy virgen y morir virgen. Bien lo sabe Tip, mi dios personal". S, Tip lo saba y tambin lo supo Beltarsiluma, que hubo de convencerse ante la evidencia: Mara posea una extraa, jams vista elasticidad en el himen que le permita fornicar sin dejar fisiolgicamente de ser virgen. Nueva perplejidad de Beltarsiluma. Segn Mara aquella extraa virtud se la haba concedido como don especialsimo el intrpido y siempre erecto Tip. Desde entonces, Mara no ha perdido un solsticio de Isthar. Se atava con recato segn lo exige el rito, va al patio del templo y se pone a la cola de las oferentes enmascarada bajo el velo. Gracias a Mara, Beltarsiluma sabe que los conscriptos que acuden a forzar a las doncellas, no son dueos de s mismos y su satisfaccin tan escasa que salen del patio en busca de los alivios de un prostbulo. "Por eso -le ha explicado la diosa- de tantas fornicaciones slo muy pocas doncellas resultan preadas". Pero las infidelidades de Mara no se limitan a cumplir el rito de Ishtar. Ms de una noche Beltarsiluma encontr el lecho vaco. Mara, al regresar en la ltima vigilia, plida y ojerosa, declaraba sin el menor eufemismo sus cadas. Y unas veces refirindose a un pariente llegado de Asur y otras a un vagabundo de Enlil que la reclamaban, daba por justificada su escapatoria. Slo una noche se encontr Beltarsiluma a un individuo acostado en la cama con Mara. Los dos dorman y los dos despertaron a sus gritos. Mara fue la primera sorprendida de verse con un extrao en la cama. "Vaya con el entrometido! Mulele a palos, cario, a ver si escarmienta!" Mas enseguida pidi clemencia, pues se trataba nada menos que del dios Adad en persona. Mara tiene el cutis suave y terso. A veces se abrillanta con el sudor. Beltarsiluma ha probado el sudor de Mara. No es acre, sino dulce. Y despide un olorcillo de paja recalentada por el sol. -Por qu no me contestas? Te dije que pronto te aburrirs conmigo. Hace mucho tiempo que Beltarsiluma se aburre con Mara. Expande el tedio de la divinidad. Como diosa es analfabeta y su lxico no es abundante ni su lenguaje florido. Los dioses crearon el universo, obra grandiosa pero no perfecta. En el esfuerzo hecho en la creacin se quedaron con la mollera seca. Los dioses son tontos. Son solamente sensibles. Y por ello turbulentos y caprichosos. A veces, para salir de su infinito tedio tratan de imitar a los hombres, pero en el remedo se hacen ridculos. Ellos se quedaron egostamente con la inmortalidad, mientras el ser humano se hizo sufriente y gozoso. Los dioses envidian al hombre, y por eso le persiguen. Beltarsiluma, de modo fortuito, descubri que Mara era una diosa. Un medioda que se sinti indispuesto, regres a casa. Mara no estaba. Ninguno de los criados la haba visto salir del dormitorio. La busc por todas partes. Sali al jardn de los granados, donde est la alberca. Ni rastro. Slo Pertas miraba

77

desde su ventana hacia el estanque. Beltarsiluma le interpel: "Qu miras?" Y el muchacho, a gritos, le dijo: "A Mara, que desapareci en el agua". En la alberca no estaba Mara, desde luego. Beltarsiluma la llam. Del fondo del estanque subi una columna de burbujas. Y entre ellas apareci Mara. La muy descarada sin ceidor. "Aqu estoy", dijo. Desde entonces Beltarsiluma tiene sospechas de que los dioses existen, pero le suscitan una infinita lstima. Hubiera atribuido la aparicin misteriosa de Mara a un fenmeno de magia, a una superchera. Pero no. Cuando bes a Mara sus labios saban a agua de mar y en una de las nalgas llevaba pegada una lapa. "No me toques -le dijo Mara-. Estoy rendida. Enki me llam a sus profundos abismos y tuve que complacerle. Te he sido infiel, cario, pero creme que durante las tres horas que Enki estuvo sobre mi cuerpo, no dej de pensar en ti." -Deja de pensar en palacio. Abrzame, amor! -le dice Mara. Beltarsiluma abandona sus tribulaciones de gobernador destituido. Tip est inquieto.

RUMBO A BABILONIA LA EMBAJADA QUE PIGMALIN mand a Babilonia iba al mando del emisario jefe Sincobima, escriba que haba hecho carrera en la Lonja de Tasas. Tena, por lo tanto, una amplia experiencia mercantil. El rey le haba instruido: "Vigila y sonsaca a Tursyna". La misin que cumplira en Babilonia no presentaba mayores complicaciones, ya que se limitaba a ofrecer a la codicia de Semramis una alta cotizacin de la plata. Llevaba tambin la tributacin atrasada y una caja con obsequios para la reina. El squito diplomtico lo componan escribas que, de acuerdo con el sentido prctico de los tirios, hacan de pajes del embajador. En los pueblos de ruta, as como en Babilonia una vez que llegaran a la ciudad, se dedicaran a comerciar slo por simple distraccin, y evitar caer en los peligros que ofrece siempre el nocivo ocio. Tursyna se haba agregado a la embajada por cortesa y malicia del rey y con beneplcito de Marsibal, que, por esta distincin hecha a su huspeda, se consideraba partcipe de la gracia real. La tartessia, por seguir el juego, finga vigilar a Sincobima, a fin de que ste creyera que obedeca las indicaciones de Pigmalin. Conoca de sobra el estilo y modo de ser de los tirios, con los que haba convivido desde sus primeros aos de niez. Tirios y sidonios eran la pestilente ralea que chupaba la sangre a los tartesios. La acompaaban dos azafatas de servicio. Una era tiria, y la otra, de condicin servil, judata. Las dos haban recibido rdenes de Astarb para averiguar si el cabello con que Tursyna haca sus complicados y majestuosos rodetes, era natural o postizo. Tursyna, con el fin de librarse de tan impertinente curiosidad, la primera noche les descubri el secreto explicndoles: -Sabed que a toda mujer en mi pas, al llegar a los trece aos se le corta la cabellera. Con ella se hacen los rodetes que despus, al tener diecisiete aos, sea soltera o casada, se pondr sobre su cabellera natural. Mas si casada tiene el primer hijo, deber abandonar los rodetes de cabello y suplirlos por otros confeccionados con piel de toro. En las ceremonias religiosas y fiestas de pompa, los rodetes que se usan llevan en sus

78

bordes ricos cordoncillos de oro a los que se ensartan piedras preciosas. Como suele ocurrir con toda noticia extica, las azafatas quedaron maravilladas de los modos y usos tartesios. No llegaron a explicarse el empeo de la esposa del rey por descubrir un secreto que Tursyna les haba revelado sin la menor reserva. El embajador Sincobima pona todo cuidado en vigilar estrechamente a Tursyna. Ejerca su misin disfrazndola de galanteo amoroso, y como la joven, por su parte, tenda a ejercer sobre Sincobima el espionaje que le haba encargado Pigmalin, no se dejaban ni a sol ni a sombra. A su vez, de las dos azafatas, la tiria Celas vigilaba a la tartessia. Miriam, de origen judata, resuelto el enigma de los rodetes, no tena ya inters en vigilar los pasos que daba la joven de la remota Hispania. En la caravana no faltaban los agentes de la Lonja de Tasas, que obedientes a las rdenes de los sndicos, rondaban a los escribas del embajador, a fin de sonsacarles qu misin secreta llevaban cerca de Semramis, pues caba esperar que Pigmalin, desordenado y confuso en sus recelos, fuera a proponer una operacin comercial a Babilonia poco provechosa para los mercaderes tirios. No era la primera vez que el rey, por inocultable desprecio que senta hacia los sndicos, fraguara a sus espaldas convenios poco substanciosos. Por esta causa, los miembros de la embajada se movan entre mutuas suspicacias y engaos. La atencin que deban poner en vigilar a los dems, no les liberaba de la mordiente sospecha de saberse vigilados. Precauciones y cautelas, disimulos y malicias, se hacan ms patentes al rendir jornada. Tursyna no comprenda cmo a la hora en que todos ellos deban acogerse al sedante refugio de la tienda, se mostraban ms inquietos, dedicndose a inexplicable actividad que les malograba el reposo. Una vez entrados en el desierto, Tursyna comenz a descubrir cosas extraas. Una tarde, poco antes de levantar el campamento para continuar la marcha a la luz de la luna, la joven oy no muy lejos gritos y alboroto de refriega. Abandon la litera y sali de la tienda. No haba nadie. Ni un alma. Llam a gritos a sus azafatas. Ninguna de ellas respondi. Mas enseguida las vio aparecer ganando la altura de la loma ms cercana, seguidas de los guardias custodios. Tursyna volvi a acostarse en la litera. Miriam lleg enseguida a decirle que era hora de partir. Este incidente volvi a repetirse dos das despus. Lo nico que Tursyna not fue que la caravana, que saliera de Tiro compuesta por treinta bestias entre camellos y caballos, haba aumentado con catorce ms, todas cargadas de bultos. Esto resultaba raro. El primer aviso que le llev a la sospecha fue escuchar una conversacin de las dos azafatas, en que Celas recriminaba a Miriam su falta de entereza. Miriam justific su debilidad diciendo: "Es que dos de ellos apenas empezaban a ser hombres". Tursyna quiso salir de dudas. Ya en camino y en la primera ocasin que Sincobima se puso a su lado, le pregunt: -Qu pas ayer, que o gran alboroto de gritos? -Tuvimos que defendemos de una pandilla de bandoleros... No te has fijado en los rastreadores? Ellos otean el camino, y en cuanto ven jinetes a la vista, avisan y nos preparamos. Ayer quisieron asaltamos los bandoleros y, preparados como estbamos,les dimos duro escarmiento. No haba sido una vez sino dos. A Tursyna le extra que el embajador se refiriese a

79

un solo caso. Das despus volvi a ocurrir algo semejante, aunque en las primeras horas de la maana. La caravana, a una jornada de Babilonia se vio aumentada a cincuenta y dos bestias entre caballos, camellos y onagros. Los tirios no despreciaban el botn que pillaban a los bandoleros. Como los arreos de las bestias eran ordinarios, los hombres de Sincobima se encargaron de cubrirlos con albardillas y caparazones de lujo, de mucha vistosidad y aparato. Sincobima, que poca cosa de inters haba podido sonsacar a Tursyna, esper llegar a Babilonia, seguro de que all le sera ms fcil. En cuanto iniciaba una conversacin apuntando a Tartessos y Cartago, la joven contestaba con las cosas ya sabidas, fingiendo ignorancia sobre la ruta que seguan las naves de su padre a las islas del estao. Por el contrario, era Tursyna la que mostraba especial curiosidad por las cosas de Cartago y Babilonia. La vspera de llegar a esta ciudad, mientras cenaban, Tursyna le pregunt: -Es cierto que Elisa enga al rey Yarbas cuando lleg a la costa de Libia? -En parte, s. Yarbas, desde que vio a Elisa, qued tan cautivado de su belleza, que abandon la voluntad a la astucia de la princesa. -Entonces, lo de la piel de toro... -Vers -explic Sincobima-. Cuando Elisa y su gente llegaron a la costa y pidieron hospitalidad a Yarbas, ste concedi: "Nuestra ley de hospitalidad otorga al asilado un espacio igual al que pueda abarcar una piel de toro". Elisa le repuso sonrindole, insinundose: "Y si la hospitalidad la pide una mujer?" Yarbas, dcil a la seduccin, concedi: "Si es una mujer, el espacio es de nueve pieles de toro". Entonces Elisa, que es cumplida en el artificio, replic al rey: "Y si esa mujer es, adems, princesa de la ilustre casa de los pigmalidas?" Yarbas ya haba vislumbrado el busto de Elisa, que el sutil velo apenas celaba. "Si esa princesa eres t, cuarenta y nueve veces el espacio de una piel de toro." Lo dems lo saba Tursyna. Los expatriados compraron cuarenta y nueve bueyes y los sacrificaron en honor de Melkart. Despus desollaron a los bovinos e hicieron tiras estrechas de la piel, que, de tan delgadas, parecan cintas para recoger el cabello. Con ellas atadas hicieron una enorme, inacabable cuerda. Llamaron al rey y le dijeron: "Tus intendentes han visto que esta cinta se ha hecho con las pieles de los cuarenta y nueve toros. Ahora la extenderemos, y las tierras que en cuadrado abarque la cuerda, ser nuestro predio. Cumples tu palabra?" Otro que no hubiese sido Yarbas se habra indignado, pero al rey le divirti el ardid de los extranjeros: "Por gracia a vuestra seora, la princesa Elisa, sea como decs". -No negars, seor, que la princesa es inteligente... -Y de mucho cuidado. Es cruel y dspota. Y si los tartesios cais en sus redes, poneos a gemir... -Ms de lo que gemimos ahora bajo vuestro yugo? -se aventur a decir Tursyna. Sincobima, bajando el tono de voz, le dijo: -Mira... Yo soy fiel a mi seor Pigmalin, y aqu, en la caravana, vienen algunos agentes de la Lonja. He de ser cauto... Pero debes saber que los ms poderosos sndicos de Tiro estn ayudando a Elisa. Han patrocinado su expedicin a Libia a fin de contar con una ciudad a medio camino de Tartessos. Pretenden fundar un establecimiento que escape a la jurisdiccin de Gadir y Tiro. As el comercio de metales de Hispania lo haran libremente, sin tener que pagar los diezmos del rey y del tesoro pblico. El imprudente

80

Yarbas no sabe lo que ha hecho, pues Elisa le ha sacado un convenio para que sus caravanas transiten y merquen por las rutas y oasis de Libia. Tursyna, que se dio cuenta de que Sincobima no era tan reservado como exiga su misin, coment sin ambages: -Pues confidencia por confidencia, Sincobima: los tartesios preferiramos caer bajo el dominio de Cartago que soportar a ese abominable rey Himarin que nos habis impuesto en Gadir. l no es tartessio ni lo fueron sus padres y abuelos. El primer Himarin fue un escriba sidonio de la Casa de Tasas de Gadir. Nosotros, ya que nos habis impuesto un rey, ahogando nuestra autonoma con engaos y asesinatos, hubisemos soportado un monarca tartessio impuesto por Tiro; por lo menos, no nos sentiramos tan humillados. Pero un sidonio se nos hace insufrible. Tursyna, como todos los patriotas que se fraguan en el horno de la dominacin extranjera, se saba al dedillo todos los pormenores del yugo fenicio. Haca siglos, Tartessos haba dado hospitalidad a los hbiles mercaderes fenicios. Entonces Sidn seoreaba en los mares. Ao tras ao, los fenicios, seducidos por la benignidad y riqueza del suelo tartessio, se fueron quedando en la tierra. All crearon hogares unindose no con nativas sino con mujeres de su raza. Cuando la armada de Sidn qued destruida por la escuadra filistea, los tirios suplantaron a los sidonios. Estaban en plena potencia y euforia militares. Cada tirio que naca en Tartessos era un futuro soldado. Y el pobre de Tarpio, rey de Tartessos, se encontr un mal da que los tirios diestros en el manejo de las armas alcanzaban un nmero superior a los propios soldados de su ejrcito. El golpe militar y la dominacin se consumaron casi instantneamente. Para hacer ms impopular a los sidonios, se ech mano del escriba mayor de la Casa de Tasas de Gadir para proclamarlo rey. Los Himarin tomaron mujer hispana por esposa, pero no casaron con tartessia, pues ninguna nativa acceda a pasarse al lado de los fenicios, prefiriendo darse muerte a compartir lecho y progenie con el invasor. El primer Himarin cas con mujer de naturaleza ibera, raza brbara y de condicin belicosa, de carcter spero y siempre renuente a ungirse con los leos de la civilizacin. -Tengo entendido -le dijo el embajador-, que vas a Babilonia a casarte y que tu prometido es cretense... -S, arquitecto por ms seas. Y aqu Tursyna se exalt encomiando las virtudes de Mino, dando cumplidas muestras de cun grande era su amor por el rubio cretense. Sincobima le dej hablar, y qued convencido de que a la tartessia mal poda atribursele otra misin en Babilonia, tal como sospechaba Pigmalin, cuando apenas si tena entendimiento y nima para pensar en su adorado Mino.

ENTRADA TRIUNFAL ZIMMA SE LEVANT ANTES de que amaneciese. Mino haba prometido ir a buscarla. Se haban encontrado dos das antes en el patio de los Oidores, adonde Zimma fue a pagar una multa. Haca tiempo que no se vean. Mino estaba casado con Ghina, la 81

azafata mayor de la reina. A juzgar por las apariencias -aquellas que poda apreciar Zimma-, eran felices. El matrimonio de Mino no rompi las viejas relaciones que sostenan. Derivaron a una simple amistad, que serva de no poco consuelo a la prostituta, pues continuaba enamorada del rubio cretense. Mino, a pesar de su influencia en palacio, no le serva de nada. Ni siquiera para anularle las multas que por infraccin al rgimen de prostitucin, cometa de vez en cuando. Pero despus de todo, era tan honroso tener la amistad de un pico grande... Zimma cumple rpidamente con sus menesteres de aseo. Cambia las hojas aromticas del vaso de su dios personal, y se viste de gala. Una tnica larga del mejor tejido de Borsippa. Sobre los hombros, la paoleta de encaje que le haba regalado haca aos Homero. En el tiempo transcurrido, Zimma tuvo pocas noticias de Homero, y stas a travs de Mino, pues el poeta escriba de vez en cuando al arquitecto. Mino le habt de una ltima carta en que el aedo le deca hallarse en su tierra, y en cama, aquejado de los humores del fro. Mino no se hace esperar. Llega, claro est, en su coche de dos plazas con estribo para espolique. Ha hecho carrera en la corte con la ayuda de Ghina. Realiz grandes obras en Babilonia, que le reportaron cuantiosas ganancias. Pero su gran obra es el monumento a Shamshiadad, pasmo de Babilonia. Ser la propia reina quien lo inaugure en uno de sus primeros actos oficiales. -He conseguido para ti -dice Mino- un puesto envidiable: al pie de los pilares del monumento. A un lado tendrs a un oficial, a otro a una viuda que antes de casarse fue pupila del harn. Gentes respetables y que no te incomodarn. Desde el asiento vers a la reina, a los grandes sacerdotes, a los varones de Babilonia y de Asiria. Y vers a... -Ghina, tu esposa...? -le interroga Zimma. -S, tambin a ella -asiente Mino-. Y a todos los picos grandes de palacio. -Qu voy a hacer yo entre ellos? -protesta. -No te soliviantes. T no tendrs que moverte de la silla -y entregndole un sello de cermica, agrega-: Si por casualidad se apareciera por all el investigador urbano, que no creo que llegue hasta ese lugar, ensale este sello. Y dile, si se pone tonto, que yo te lo di. -Es decir, que corro el riesgo de pasar vergenza. -No, no corrers ningn riesgo. Yo procurar ver al investigador y le dir que no te moleste. Tienes alguna multa pendiente? -No. A qu hora llega la reina? -Lleg anoche a extramuros de la ciudad. Ella y el ejrcito acamparon para entrar hoy por la maana -y luego, con tono confidencial-: Sabes que fue vctima de un atentado? -Que han atentado contra la reina...? -se escandaliza Zimma. Mino hace un movimiento afirmativo con la mano. -Cerca de Nipurka. Cosieron a pualadas a Kasurta, una moza induta muy guapa, que sola compartir el lecho de la reina. Zimma concluye de aderezarse. Mino le pone una ajorca en el tobillo y salen de la casa. En el coche, la prostituta se sienta con aire importante. En realidad, nada tiene importancia para ella. Lo nico que le gustara es que, al llegar en compaa de Mino a palacio, Ghina los viese juntos. -Y habr banquete? -le pregunta a Mino.

82

-S, claro. -En se yo no tengo asiento. -Me parece que no. Pero si la inauguracin se dejara para la tarde, yo podra eludir el banquete e ir a almorzar contigo. Estoy seguro de que lo pasara mejor que en la recepcin de palacio. Al atravesar el ro, Zimma exclama: -Qu gento! Jams he visto tanto forastero en Babilonia. No cabe duda de que la reina es popular. Por lo menos, Zimma no recuerda haber visto semejante animacin por las calles. Ni en las Marduquianas ms brillantes de que tiene memoria. En los carruajes y en las calles se ven tantos asirios como babilonios. Seguramente los altos funcionarios de Kalah, Nnive y Asur, de las ciudades del norte, as como sacerdotes, adivinos, magos, escribas y recaudadores de impuestos, arrendatarios y mercaderes, alcabaleros y prestamistas, estn interesados en demostrar que Semramis es "su" reina. El coche tiene que hacer un gran rodeo para llegar a palacio, pues la va Procesional est ya acordonada. En ella se encuentran los conjuntos sacerdotales de los distintos templos. Tambin los escuadrones militares de las diversas guarniciones del pas. La reina entrar por la puerta de Marduk. Por lo tanto, los invitados a la recepcin debern hacerlo por la puerta de Ishtar, continuar por la va Procesional y entrar en el patio de los Oidores. Las lpidas del calendario religioso estn custodiadas por adoratrices de Ishtar. A la entrada de palacio se han colocado las imgenes de Marduk y Asur. Tan parecidas entre s, que se antojan dioses gemelos. Los tres patios de palacio, as como la va Procesional y la gran avenida que conduce a la puerta de Marduk han sido alfombradas de flores. Entre las columnas luminarias, penden guirnaldas de laurel. El espectculo ms interesante es el del pueblo, apelotonado sobre las vas, luciendo vestidos de mucho colorido, con adminculos que representan los distintos atributos de los dioses, y que al paso de la reina agitarn en estruendoso jbilo. El coche de Mino entra por la puerta de Ishtar. El arquitecto muestra a los vigilantes el sello de funcionario. En la misma puerta abandonan el coche al cuidado del espolique. A pie, hacen el breve recorrido hasta la puerta de Beltis. La afluencia de invitados es incesante. En los patios se mezclan a los funcionarios que van de un lado a otro, que suben a las dependencias superiores de palacio y que bajan de ellas. Unos dando rdenes, otros buscando a un superior o a un subalterno, todos presa de incontenible nervosidad. Es indudable que sin haber llegado todava la reina, la mayora de ellos siente ya la fatiga de la jornada. Mino, que intenta obtener alguna noticia precisa sobre la recepcin a Semramis, desiste de ello, agobiado por la aglomeracin. Seguido de Zimma, vuelve a salir a la calle y, tirando hacia la puerta de Ishtar, se dirige al lugar donde se encuentra la silla destinada a Zimma. Zimma no pasa inadvertida. De lejos se ve que no es mujer de harn ni de saln de corte. Aunque bien vestida y mejor alhajada, se le nota algo raro que denuncia indiscretamente su oficio, a pesar de haberse aderezado con mesura. No es tampoco una cortesana como para que aquella gente encopetada la conozca. No suscita ni guios de ojo ni toques de codo maliciosos. Los que la ven suponen que se trata de una dama provinciana, que, ante la 83

perspectiva de presenciar la recepcin a la reina, se ha atildado un poco exageradamente. Adems, en el patio de los Oidores, no estn los jueces, escribas ni recaudadores de multas. Los habituales funcionarios que pudieran reconocerla, en da tan principal y sealado no tienen acceso al patio de sus cotidianas funciones. Mino deja a Zimma en la silla: -Voy a ver si puedo enterarme de algo. Zimma asiente con un movimiento de mano. Tiene los ojos hmedos. En realidad se halla emocionada. Nunca en su vida ha visto tanta barba conspicua, tanto canutillo lustroso de autntico velln caucsico. Por donde quiera picos grandes. Y de todos los cuellos penden bandas, cordones y collares. En esta ocasin, los caballeros van mejor enjaezados que las damas. Tambin aqu la representacin asiria es importante. Zimma distingue fcilmente a los asirios, porque sus tnicas y sayos son ms largos que los de los babilonios. Hasta las barbas le parecen ms formales, ms serias y rgidas. Las cuatro filas de sillas, colocadas en gradero, estn siendo ocupadas por los invitados. Alguna dama principal toma tres asientos: uno para ella, otro para la dama de compaa y el tercero para el espantamoscas. La azafata o asistenta lleva la bolsa de agua y el pomo de esencia en previsin de un sofoco. De pronto, se escucha el taido de una trompeta, y enseguida, por la puerta de Beltis, sale un tropel de gente. Zimma ve a Mino que corre hasta ella. Tambin salen de palacio innmeros lanceros que se diseminan por toda la va Procesional a situarse en sitios de guardia. Mino anuncia a Zimma: -La reina ha entrado ya por la puerta de Marduk. Zimma, condescendiente con su corazn femenino, le pregunta: -Has visto a Ghina? -A Ghina? Ni lo pienses! Lo probable es que no la vea en dos o tres das. -Y vas a dormir solo? Zimma le hace la pregunta con un candor que conmueve a Mino. -No -e inclinndose y en voz queda le dice al odo-: dormir contigo. A los labios de Zimma asoma una sonrisa que tiene algo de crispadura. Luego, la joven mira alrededor suyo buscando un asiento vaco. -No tienes dnde sentarte. -No te preocupes. Hasta que se inaugure el monumento debo permanecer de pie a la entrada de la escalera. Todava con cierto temor, Zimma dice: -Le gustar a la reina, verdad? -Sin duda. Se le han enviado muchos dibujos. Y Beltarsiluma me ha felicitado en nombre de ella. -Y funcionar el armatoste? -Funcionar. No tengas miedo. Las veces que se han visto han hablado, claro est, del monumento. La observacin de las norias siracas le ha servido a Mino para aplicar el principio de su movimiento y transporte de agua al armatoste. La noria, porque en realidad el armatoste es una enorme, gigantesca noria, es movida por dos yuntas de bueyes. La faena de un da hace que los canjilones llenen de agua los depsitos de las fuentes del jardn para una

84

semana. El monumento a Shamshiadad estar siempre florido. Nunca le faltar riego. Nuevo revuelo en la puerta de Beltis. Addasin, el mayordomo de Semramis, se asoma a la puerta, agita los brazos y vocifera dando rdenes. Enseguida sale la carroza de Enlil que se destina a los embajadores. Addasin sube a ella, y el vehculo parte hacia la puerta de Ishtar. La nota cmica la dan otros funcionarios, que echan a correr tras la carroza. Al pasar cerca de donde se encuentra Mina, ste sale al alcance de uno de ellos, conocido suyo. -Qu sucede? -pregunta Mino. -Marduk paciente! -exclama el otro-. Precisamente ahora se presenta sin previo aviso la embajada del rey Pigmalin de Tiro. No dice ms, porque el funcionario vuelve a tomar carrera tras la carroza de Enlil. Mino comprende la situacin. Pero acordndose del dicho babilonio de que vale ms llegar al plato de carne que esperar al caldo, disculpa la importunidad del embajador tirio. Las representaciones extranjeras son escasas. Han llegado emisarios del Elam, de los pueblos Zamua y Parsua, incluso de los mitani. Pero ninguno de los pases que tienen costa al gran mar, excepto Tiro. Suenan trompetas y la gente se conmociona. Ajena a lo que sucede, cree que los taidos anuncian ya la inmediata aparicin de la reina. Las trompetas rinden honores al embajador Sincobima. -No entrar con toda la tropa, verdad? -pregunta Zimma a Mino. Se refiere al ejrcito de Semramis, y no a la tropa custodia que acompaa al embajador. -No -le informa Mino-. La columna est acampada a extramuros. En la ciudad entrarn grupos selectos de las distintas unidades, los que se distinguieron en la campaa. A palacio llegar con los jefes de tropa y con su guardia real. -Dicen que trae tesoros fabulosos. Mino asiente con un ademn. Su mirada la fija en la puerta de Ishtar, por la que aparece el squito del embajador de Tiro. Addasin debe de haber abreviado las cortesas de ceremonial. El cortejo del embajador no es lo bastante aparatoso como para llamar la atencin de los invitados, que esperan impacientes ver un espectculo mucho ms brillante. Cuando la carroza pasa cerca de donde se encuentran Mino y Zimma, el arquitecto observa que la expresin de Addasin no es nada risuea. Sus facciones estn rgidas y el entrecejo se le contrae en un ceo. Vuelven a escucharse trompetas. Ahora anunciando la inmediata llegada del cortejo real. El aviso produce tal excitacin que el propio Addasin, abdicando a su alta dignidad palaciega, se apea de un salto de la carroza de Enlil, dejando en ella al embajador. Alguien acude presuroso a enmendar esta prisa del mayordomo, tendiendo una mano a Sincobima. Addasin vuelve a reunirse con l y, nervioso, le ofrece disculpas. Mayordomo y embajador, as como el personal que le sigue, desaparecen en el interior del patio de los Oidores. En alguna parte suenan solemnes los timbales. Se hace un silencio absoluto. Toda la gente, invitados y pblico, aristcratas y menestrales, mercaderes y artesanos que hasta hace unos momentos levantaban la algaraba de comentarios, risas y gritos, enmudecen. La menor presencia humana se antoja desaparecida. Sin embargo, de la gran avenida, llega el rumor sordo de las aclamaciones. Agumar ha pregonado que todo el mundo, incluso los no contribuyentes, o sea los mezquinos, privados del derecho a 85

aclamar a la reina, pueden hacerla por esta vez. Los balcones y terrazas de palacio estn llenos de cortesanos. En las azoteas se aglomera la servidumbre. Guirnaldas de flores, estandartes y trofeos adornan las balaustradas. El rumor de las aclamaciones se hace ms ntido e intenso. Los atabales suenan prepotentes. Por fin, en el momento en que la avanzada del cortejo asoma en la va Procesional, cesa el clamor de los vtores. Todos se ponen de pie. Los caballeros cruzan el brazo en el pecho y adelantan la pierna derecha. Las mujeres inclinan la cabeza. En este momento ocurre algo inesperado. La columna que abren seis jinetes asirios, en vez de doblar hacia el templo de Ishtar toma la direccin de palacio. En el programa de la recepcin estaba prevista la visita a la diosa. Por tradicin, el primer acto de los reyes asirios y babilonios que regresan de la guerra es dar gracias a la diosa, devolverle la espada y cerrar la puerta del templo, significando con ello que el pas vuelve a la normalidad de la paz. El cambio produce desconcierto. El pueblo abandona su circunspeccin y comenta vivamente el hecho. El pblico que esperaba el paso de la columna hacia el templo de Ishtar, rompe las filas y, en desorden, corre a tomar nueva posicin. A los jinetes asirios sigue la banda de timbaleros y doce adoratrices que custodian la carroza de Ishtar guerrera tirada por un len. Las cabezas no se humillan todo lo que exige la etiqueta. Nadie quiere perder el espectculo. Cuando Semramis entra en la va Procesional, el vtor se hace atronador. Los guardias intervienen para abrir paso a los seis varones de Asiria, a los de Babilonia y a sus tartanes, que esperaban a la reina a la puerta del templo de Ishtar. Los graves seores bajo el agobio de sus mantos de gala y condecoraciones, provocan el regocijo de los populares. Corren afanosamente para adelantarse a la comitiva y recibir a la reina a la puerta de palacio. La reina monta un hermoso caballo negro. De sus hombros pende un manto que, tras de cubrir el lomo del animal, se extiende veinte pasos en el pavimento. Ocho pajes militares distribuidos convenientemente ayudan a sostener el manto. Est bordado en oro y plata, y los emblemas y flores que lo ornamentan son de pedrera. Jams se ha tenido noticia de un manto real semejante. Se confeccion en el taller de bordadoras del templo de Ishtar por instrucciones de Beltarsiluma, y se emple en su trabajo catorce meses. Sirvieron de modelo dos primeros mantos que se hicieron a modo de ensayo. Las mujeres prestan escasa atencin a la reina. Lo que les interesa es su vestido y su manto. Por su lado, los hombres quedan admirados al ver que Semramis regresa de la larga y penosa campaa tan joven como cuando se fue. Estimacin un tanto aventurada, pues la cara de la reina, enmarcada en las orejeras de la tiara bi-tricorne, apenas si deja al descubierto ojos, nariz y boca. Quien ha conocido muy de cerca a Semramis no puede menos de observar que esta joven que regresa de la campaa del Indo, no es la misma que gobernaba Babilonia con el ttulo de patesi. Es una mujer distinta. Sin duda, son los ojos los que ms influyen a dar esta impresin. La mirada de Semramis es quieta, esttica, como perdida en un lejano horizonte, fra y penetrante. Hay algo en ella que no pertenece a la naturaleza humana. Seguramente es la mirada que le ha dejado Ishtar al incorporarse mgicamente a su persona. En todas las mentes bulle, inquietante, la misma pregunta: Por qu no ha ido al templo de Ishtar?, pregunta que conturba en intensa preocupacin a los cortesanos. De quin ha partido la contraorden?, del propio rey? Adadnirari haba aprobado el programa de la recepcin. Haba previsto, como est secularmente establecido, la visita al templo. 86

De l parti la contraorden o, por lo contrario, la iniciativa se debe a la propia Semramis? De ser as tena que interpretarse como el primer acto de rebelda de la madre contra su hijo. Mas no todos los cortesanos participan de esta inquietud. Algunos acreditan el cambio del programa no a rebelda de la reina madre, sino a su afn de innovacin. Otro vtor estremece el mbito de la va Procesional cuando entra en ella Gelmas, el tctico de la campaa. Los dioses no han respetado su rostro como el de Semramis. Muestra una enorme cicatriz desde la sien derecha hasta el maxilar. Los rigores de la guerra se hacen patentes en sus facciones, incluso en el gesto, un tanto duro y altivo. Gelmas ha sido el hroe de Patala, de Shinva, de Suminya, de combates y batallas sin cuento. Siguen sus pajes de guerra que, tambin montados a caballo, tiran de las cadenas a las que van aherrojados varios rgulos indutas. Y entre stos, con un cartel infamante a fin de hacerle objeto de los sarcasmos y denuestos del pueblo, Shavalinya, el stavirapatis o rey de Patala. Al llegar ante la puerta de palacio, Semramis se apea del caballo auxiliada por los pajes. En semicrculo la esperan los consejeros de Asiria y de Babilonia, los doce varones que abandonaron precipitadamente el templo de Ishtar. Ha llegado el momento que asirios y babilonios esperan con ansiedad y picante inquietud: ver a cul de los dos dioses rinde primero homenaje, si a Marduk o Asur. Semramis avanza serena, segura, hacia la puerta, y al llegar ante los dioses tiende sus manos, una hacia Marduk y la otra hacia Asur e inclina la cabeza. Musita una oracin. Los babilonios se sienten decepcionados por tan acomodaticio expediente. Sin embargo, los asirios, que esperaban lo peor, quedan satisfechos. Semramis entra en el patio de los Oidores. En semicrculo ante ella, las dos cmaras del clero asirio y babilonio, presididas por Nadinaje, sumo sacerdote de la ciudad sagrada de Asur. Nadinaje no se tira a tierra para que el pie de Semramis se pose sobre su cabeza. Nadinaje, cuya adhesin a Semramis nadie pone en duda, hace una profunda reverencia. Lo que quiere decir que el sumo sacerdote de Asur no reconoce en Semramis ningn vicariato. Por un instante, Semramis parece perder la nocin del tiempo. La mirada, vaga a su alrededor como si quisiera resucitar en la memoria viejas escenas. Tiene la impresin de que todo se ha reducido, que los patios son ms pequeos. Cuando baja la vista se da cuenta de que Addasin, el fiel mayordomo, est hincado a sus pies. -Levanta, Addasin. Addasin se incorpora con los ojos hmedos. Seguida de Addasin, la reina entra en el segundo patio. All la esperan humilladas las damas de la corte. En un lugar ambiguo que no puede determinar si es la primera o la segunda fila, est Sunga. La joven no ha tenido valenta para quedarse sola en Kalah, como era su propsito. Sunga, osadamente, intenta sostener la mirada penetrante y escrutadora de la reina; pero, al fin, vencida, la baja y humilla la cabeza. Semramis observa a derecha e izquierda buscando a alguien. Pregunta a Addasin: -Y el bienquisto Beltarsiluma? El mayordomo no puede contestar. En realidad, todo ha sido tan precipitado que no 87

tuvo ocasin de informarse del motivo que justifique la ausencia de Beltarsiluma. Del grupo de los varones de Asiria, que ha seguido a la reina, se adelanta Dinakalla, el primer consejero de Asiria, para decirle: -El bienquisto Beltarsiluma espera en Kalah por orden del rey. Semramis pasa al patio de honor, el que da acceso a la sala del trono. La banda de palacio toca la marcha real. En la puerta espera Adadnirari, acompaado de sus portacetros. Lo que va a suceder inmediatamente tiene suspensos a todos los corazones. Se han hecho mil cbalas y conjeturas. Es evidente que Asiria y Babilonia tienen un rey. Pero nadie ha dejado de sentir y de pensar que la reina, la soberana, contina siendo Semramis. Madre e hijo no se han visto desde que aqulla parti a la guerra. Semramis clava la mirada en Adadnirari. Un gallardo mozo, y Cmo se parece a Shamshi!", se dice a s misma. Pero qu va a suceder? Semramis, al llegar ante el rey, tendr que arrodillarse. Avanza serena, sin dejar de mirar a los ojos de Adadnirari. Este parece ausente, embobado. Ella no se arrodilla. Adadnirari, como si hubiera perdido la voluntad, vacila por un momento; expresin y ademanes son presa del azoro. Al fin, tiende el brazo y lo adelanta ofreciendo la mano a su madre. Semramis la estruja con incontenible emocin. Sus ojos se humedecen. Es Adadnirari el que da ejemplo de fortaleza. Erguido, solemne, sin abandonar la mano de la reina, entra en la sala del trono. La guardia de palacio cubre los muros. Siguen a los reyes, por orden de protocolo, dignatarios y cortesanos. Dinakalla, Asarmelke, Zakirasin, cabezas del bando palaciego de Adadnirari, escrutan los movimientos de la madre y del hijo con irreprimible curiosidad. Las facciones, tensas. Al llegar ante el trono, madre e hijo se detienen. Los dos vacilan en la determinacin. Ninguno osa adelantarse. Slo uno de ellos ha de sentarse. Semramis se descie el manto, prendido al cuello y a la cintura, que recogen los pajes, y queda en su atavo de capitana: sayo corto, recamado de abalorios, piernas desnudas y bota militar con caa de lmina de oro. Al talle, el cngulo tambin de oro, del que pende la espada de Ishtar. Madre e hijo se contemplan. Adadnirari examinando con cierto arrobo las facciones de la reina, como si buscara en ellas algo que han perdido o que se encuentra oculto. Semramis le ve como rplica viva de Shamshiadad. Mas este recuerdo le estimula los latidos del corazn con un viejo, remoto sentimiento que le arrastra a un pasado que procur olvidar a golpes de violencia, dictndose una conducta que muy poco tiene que ver con el presente engalanado que le ofrece Babilonia. Semramis se vuelve a la corte y con esa su mirada nueva que trae del Indo, inquiere: -Dnde est el bienquisto Gelmas? La pregunta de la reina se transmite de boca en boca, y enseguida Gelmas, el fiero y heroico Gelmas, entra en la sala del trono. Tiene la arrogancia y el seoro, la prestancia y la autoridad que dan el triunfo y la conquista y haber vencido a la muerte. Gelmas parece la misma muerte. La mandbula, recia, acusada, es un anticipo de la calavera. Gelmas avanza hasta situarse ante sus seores. Entonces, Semramis se sienta en el trono. Una sacudida conmociona a los cortesanos. Algunos no pueden evitar el movimiento instintivo de llevarse la mano a la espada. El rey, plido, trmulo, no sabe dnde posar la vista. En tan comprometida, confusa situacin, un recuerdo viene a su memoria: hace 88

aos, en la sala del trono de Kalah, su madre desafi a la corte para rescatar la corona de una terrible acechanza. Demasiado nio las lgrimas acudieron a sus ojos. Aquellas lgrimas que entonces no fueron liberadas pugnan ahora por salir de nuevo. Y as, a travs de la opacidad acuosa, ve a su madre sentada en la silla real. Acaso es su madre? Semramis le dice: -Arrodllate, Adadnirari. Un silencio ominoso. El rey se siente estremecido por un fro de muerte, como si en ese instante hubiese perdido la adhesin de los suyos. No faltan cortesanos que miren inquisitivamente a Nadinaje. Semramis est atropellando el vicariato de Asur. Mas Nadinaje, plido, tan desconcertado como los dems, no osa mover los labios. Igual actitud mantienen Dinakalla, Asarmelke, Zakirasin. Gelmas, que est aleccionado o adivina el pensamiento de Semramis, descie la espada y la pone en alto. Ya nadie duda. De uno y otro bando, los caballeros empuan prudentemente las armas. Adadnirari no ve ni percibe esta reaccin. Siente que la sangre, la suya propia, est a punto de correr. Ganado por la cobarda, por la influencia maligna de la mirada de Semramis, nota que las corvas se le aflojan y que, sin resistencia, las piernas se flexionan. Cae arrodillado a los pies de su madre. sta, con un trmolo en la voz, dice: -En mi ausencia te coronaste rey. No te recriminara si en el ejercicio de este derecho no hubieses cometido desacato a mi majestad y a mi vicariato. Sabe t y sabedlo todos, seores! que ningn derecho debe anteponerse al deber de la obediencia. Y a ti, bienquisto Nadinaje, y a las cmaras sacerdotales de Asira y Babilonia, os repruebo por desacato a mi vicariato! La consternacin se aduea de los cortesanos. Por primera vez se dan cuenta que han faltado a la primera ley de Marduk. -Levanta, seor -dice ahora Semramis con voz ms templada. Adadnirari se pone de pie. Lgrimas de vergenza, de humillacin, corren por sus mejillas. Semramis se descie la espada de Ishtar y se la ofrece: -Esta espada se ha mellado en tu honor y al servicio de Asiria. El magnnimo Marduk pos en ella su mirada benevolente, y la adorada Ishtar, nuestra madre, la ha encendido con su arrojo. Te pertenece por derecho de rey y te la doy sin tacha. No la he devuelto a Ishtar ni he cerrado su templo, porque es llegada la hora de que t, seor, te sirvas de ella contra nuestros enemigos. Semramis se levanta y cogiendo de la mano a Adadnirari le sienta en el trono. Gelmas, debidamente instruido, da los tres vtores: "Adadnirari, rey de Asiria!", que son contestados por la corte. Como eco el vtor se repite en los patios, en la va Procesional, en todo el mbito de la ciudad. Las dudas quedan disipadas. Adadnirari es el rey. Pero Semramis ser la gobernadora. La recriminacin hecha a Nadinaje y a las cmaras sacerdotales barruntan una nueva crisis en el clero. DESPUS QUE LA CORTE rindi homenaje a Semramis, se procedi a ajusticiar a tres de los nueve reyes indutas prisioneros. El ms importante de ellos por el grado de las ofensas hechas a Semramis, a Asiria y a Marduk, era Shavalinya. Los otros seis haban sido ajusticiados en el parque de Inurta para que sirvieran de espectculo al pueblo. A fin de que resultase variado, no se les aplic la misma pena de 89

muerte. Dos fueron empalados, otros dos atados a caballos y descoyuntados, y los ltimos estrangulados y desollados. Dada la abundancia de castigos que Semramis se vio obligada a imponer durante la campaa, los verdugos adquirieron adiestramiento en el desuello, oficio que hasta entonces guardaban celosamente para s unos cuantos asirios expertos con la cuchilla. Mas la supremaca en el oficio la contina ostentando el medo Fratesin. Su padre haba servido como desollador a Salmanasar, y l lo fue a las rdenes de Shamshiadad. Y lo seguira siendo bajo Adadnirari. Cierto que los desolladores son despreciados por los reyes, porque su vil oficio les hace inmundos a las personas vinculadas al sacerdocio. Pero al mismo tiempo, como son indispensables para hacer escarmiento en los reyes insumisos, se les paga salario en oro. En el patio de los Oidores, ante el monolito que reproduce las leyes de Hammurabi, se levant la plataforma de ajusticiamiento. All estaban presentes los verdugos de hacha y de dogal y el desollador Fratesin. El oficial que en el ejrcito de Semramis haca las veces de justicia del rey, ley las requisitorias y las condenas. Enseguida un alguacil pidi por ltima vez testimonio pblico en contra de las injurias hechas por los tres infelices reyes. Y como nadie alzara la voz en su descargo, el justicia del rey orden que se cumpliese la pena. Mas con sorpresa de todos, el que intervino fue el verdugo de dogal, auxiliado por dos de sus ayudantes, que maniataron al prisionero. El verdugo le puso la soga al cuello. La estrangulacin la hizo con cierto miramiento. Cuando los tres indutas quedaron exnimes sobre el tablado, a Fratesin, que esperaba la orden de intervenir, se le inform que no seran desollados. El justicia del rey habl a la audiencia para informar que en gracia a que los tres rgulos no haban hecho secreto de sus tesoros, la reina les indultaba de la infamia del desuello. Los cadveres fueron envueltos en mortajas y retirados del patbulo. La razn aducida por el justicia del rey para librarles de la pena del desuello no pareci dejar satisfecha a la corte. Pero tampoco el asunto mereca la pena de recusar el procedimiento. Cumplido este menester de justicia, Semramis y Adadnirari, acompaados de Gelmas y otros jefes del ejrcito se dirigieron al templo de Ishtar a orar en accin de gracias y a ofrecer los trofeos debidos a la diosa, entre los cuales figuraban los adminculos de oro con que los indutas ornamentaban a sus fetiches. Del templo de Ishtar la comitiva parti al Esagila, en visita ritual a Marduk, y a las dos triadas de los dioses mayores. Slo Semramis se acerc al ekua, el recinto sagrado de Marduk, ante cuyas puertas sagradas permaneci orando unos instantes. Despus, de vuelta a palacio, subi a la zigurat. Se haba levantado antes del amanecer, y la ascensin de las siete plataformas la fatig en extremo. All fue recibida por el guarda astros, que le entreg el horscopo del ao. De acuerdo con el vaticinio nada nublaba el porvenir de Semramis. Slo la tablilla de la estrella roja, salida inmediatamente despus de Jaivan, significaban un pronstico adverso que ocurrira cuando las estrellas de Adad y Enlil entraran en conjuncin. Para entonces se habran tomado las providencias oportunas para evitar los efectos de una inundacin, puesto que la asociacin de las dos primeras tablillas anunciaban una calamidad de agua. El pronstico dio motivo a que Semramis, cuando descenda de la zigurat, preguntase al consejero del ufrates cmo iban las obras de diques y canales. Belpolasar le dio detallada informacin al respecto. Le asegur que si la riada se provocaba tardamente, segn lo anunciaba el 90

horscopo, la ciudad no sufrira ningn dao. El gran dique del norte contendra la avenida distribuyendo las aguas por la red de canales que, a su vez, pasada la ciudad, confluan tierras abajo en el cauce del ufrates. El cortejo volvi a palacio. Semramis se retir a sus habitaciones hasta la hora del banquete. En este tiempo, Adadnirari insisti en pasar a la cmara de su madre. Addasin tena rdenes de no franquearle la puerta. Como la negativa era demasiado dura para el rey, adopt el mejor tono persuasivo para disculpar a Semramis: -La prohibicin, claro est, seor, no cuenta contigo; pero precisamente por tratarse de la madre de tu seora, debes respetarla. Se siente extremadamente fatigada. Yo, que conozco bien su naturaleza, s que todos debemos evitarle el menor esfuerzo. Adadnirari acept la disculpa, pero a regaadientes. Una hora despus, poco antes del banquete, Adadnirari busc la ocasin de demostrar a su madre la autoridad de su jerarqua, destinando un asiento a Sunga entre las damas de la corte. Semramis se enter e hizo saber al rey que no entrara al patio de las Fuentes si antes no sala Sunga. Adadnirari, ante la firme resolucin de su madre, hubo de ceder. Adadnirari y Semramis presidieron el banquete; la una frente al otro, en los extremos del saln, recostados en la litera y ante sus respectivas mesas. Los dems invitados se distribuyeron en mesas de cuatro comensales. Adadnirari observ atentamente a su madre, sin perder ninguno de sus gestos y palabras. Semramis pareca hallarse ausente. El invitado a quien distingua con mayor frecuencia, dirigindole la palabra, era Gelmas, situado con otros oficiales en una de las mesas prximas a la litera de la reina. Adadnirari oy que su madre se interesaba por el paradero del arquitecto Mino. ste, que haba sido invitado al banquete, no ocupaba su lugar. Sin embargo, su esposa, Ghina, se hallaba en la mesa de Asarmelke. Era un desacato no poco injurioso desatender una invitacin real; mxime que despus de la recepcin de las damas de la corte, que se celebrara a continuacin del banquete, se inaugurara el monumento a Shamshiadad. Zakirasin, que estaba prximo al rey, le pas, por conducto de un escriba, una nota en que le deca que a Mino se le haba visto en la maana en compaa de una mujer pblica. Esto no indign al rey, le regocij. Queriendo ver el efecto que la descortesa causaba a su madre, hizo correr la noticia de boca en boca. Cuando le fue transmitida a Semramis, sta no se alter. A uno de los pajes le dijo que se acercara a Ghina y le preguntase el motivo de la ausencia de su esposo. Ghina, despus de hacer un gesto de duda, hizo saber a la reina por boca del mismo paje: "Mino est revisando la mquina hidrulica". Y como en festn palaciego no hay habladura ni chiste picante que se pierda, la contestacin dada a la reina lleg a odos de Adadnirari. ste, que no olvidaba la humillacin pasada en la maana, solt una estruendosa carcajada con el deseo manifiesto de llamar la atencin. Cuando los ojos de su madre se clavaron en l mirndole con severidad, coment en voz alta: -Es muy acertada la disculpa de Ghina, porque una prostituta tiene mucho de mquina hidrulica. La ocurrencia del smil fue festejada con grandes y aduladoras risotadas de los cortesanos. Ghina qued abochornada. Semramis, al notar la humillacin de su

91

protegida, se dio cuenta de que Adadnirari la involucraba en ella. Desde este momento perdi seguridad, temerosa de que su hijo, que continuaba haciendo juegos de palabras, la convirtiese en blanco de alguna sangrienta ingeniosidad. Mas Adadnirari se limit slo a desasosegarla.

LOS JARDINES COLGANTES EL MONUMENTO ES UN alarde de ingeniera. Cuando Mino present los proyectos, Semramis no estaba segura de que la obra pudiera realizarse. La reina no oculta su admiracin. Los jardines colgantes, como los llama el pueblo, inmortalizarn al llorado Shamshiadad, y perpetuarn el recuerdo de la fidelidad a un hombre que, probablemente, no merece tan rendido homenaje por parte de una esposa engaada. - Cmo se te ocurri la idea? Mino, que camina al lado de la reina, explica: -El primer da que llegu ante las murallas de Babilonia, el sol se ocultaba y del ro suba una ligera niebla. Tuve la impresin de que un bosque emerga de las murallas. Cuando la seora me encarg el monumento, pens si sera posible hacer de aquella fugitiva visin una realidad. Mino haba prolongado la azotea norte de palacio en una sucesin de plataformas escalonadas. Sobre stas hizo extender tierra de la mejor y en la debida cantidad, a fin de que en ella pudieran enraizar palmeras, arbustos, plantas y rboles. Cada terraza ofrece una peculiar perspectiva a su inmediata. Por si las flores y rboles fueran pequeo ornamento a este jardn, Mino aument sus atractivos con templetes a los dioses Marduk e Ishtar, pequeos pabellones emparrados, fuentes y surtidores de agua. Los jardines se levantan sobre slida construccin abovedada y columnas cuadradas. Para salvar la va Procesional Mino cre una especie de puente. Los jardines colgantes se extienden y bajan gradualmente hasta finalizar en un hemiciclo construido al ras del suelo. ste es propiamente el monumento a Shamshiadad. En l se halla un bajo relieve con el retrato del rey. La parte abierta del hemiciclo se asegura con una reja de bronce, de modo que el pueblo pueda contemplar el monumento sin hacer agravio al retrato del monarca. En esta parte, la verja tiene una puerta de acceso a la va pblica. Los jardines colgantes cuentan, por lo tanto, con tres puertas: una segunda que comunica directamente con palacio, y otra tercera que conduce a la muralla, en el tramo ms cercano a la puerta de Ishtar. La multitud de cortesanos sigue a la reina, a Adadnirari y a Mino. Semramis tiene prisa por terminar el acto de inauguracin. No es ahora cuando puede contemplar y disfrutar esta maravilla. La reina, los varones e invitados ms conspicuos descienden hasta el hemiciclo. All espera Nadinaje al frente del alto clero. Hechos los horscopos y resultando stos favorables, Semramis se acerca al bajo relieve a descubrir el retrato de su esposo. Mino ha quedado a un lado con otros invitados. En el grupo se encuentra Sincobima, 92

que aprovecha la ocasin para acercarse al arquitecto. -Me complace felicitarte, Mino, por tan hermosa obra. No tengo noticia de que en el mundo haya cosa semejante. Siento que Tursyna se haya negado a contemplar este portento. -Tursyna, dices? -replica, entre confuso e intrigado, Mino. -S, Tursyna. An la recuerdas? -Pero esa Tursyna de que t hablas, seor, es una joven tartessia...? -La misma! Si ella no miente, tu novia. -Pero dnde has visto t a Tursyna? -En Tiro. La traje a Babilonia. Vena, segn ella, a casarse contigo. -Que Tursyna est en Babilonia?! -Claro! Y a buen recaudo. Pues has de saber que en cuanto se enter de que t estabas casado, entr en tal desnimo que ya no quiso decir palabra. -Pero dnde est? -No me es dado decrtelo. Le he prometido que guardara en secreto su escondite. -Cmo ha cometido semejante locura! Hace aos que dej de escribirle. -Y ella? -S. Ella me mand cuatro o cinco cartas. -Que no contestaste. se fue tu error. Si os habais prometido, debiste romper el compromiso. -Como quiera que sea, seor, Tursyna ha sido una insensata viniendo a Babilonia sin avisarme, sin tener noticias mas. -Quieres que le diga algo? -No. Se lo dir yo mismo. Debo verla. Dnde se hospeda? -Te he dicho que no me es dado revelar su paradero. Deja que pasen unos das. Es posible que ella misma acuda a ti. Cudate de sus uas. Hemos hecho el viaje juntos y me he dado cuenta de que es mujer de genio vivo, decidida y capaz de vengarse de cualquier agravio. Semramis y Nadinaje, concluida la ceremonia de inauguracin, vuelven a incorporarse al grupo de cortesanos. El embajador se separa de Mino. Sincobima, que todava no ha obtenido audiencia en palacio, est impaciente por hablar con la reina; de decirle la gratsima noticia que trae de Tiro, y poner a sus pies los obsequios que Pigmalin le manda. Quiere dejar resuelta lo antes posible su misin oficial diplomtica, para dedicarse a visitar almacenes y bazares, mercados y, sobre todo, cambiar impresiones con los importadores y exportadores del barrio de Merkes. La parte baja de los jardines es tambin motivo de visita de la reina y su cortejo. Mino, de nuevo al lado de la reina, le explica los detalles de la obra. Bajo la primera y ms alta plataforma, la que prolonga la terraza norte, est la sala, tambin abovedada, donde Mino ha instalado la mquina hidrulica que suministra el agua a los jardines. Una canalizacin subterrnea que pasa por debajo de palacio, conduce el agua hasta el depsito de este recinto. La mquina, gigantesca noria, la compone ancha rueda de canjilones, sta movida a su vez por un mecanismo dentado que accionan las dos yuntas de bueyes. As se llenan los distintos aljibes construidos en la plataforma superior y que hbilmente disimulados como conjuntos de rocas, suministran agua en continuo riego a los jardines colgantes.

93

Para que toda esta obra de ingeniera est debidamente protegida, en medio del depsito de agua, muy cerca de la rueda de canjilones, emerge una columna con la imagen de Enki, dios de las aguas subterrneas. En caracteres cuneiformes, aparece la leyenda que acredita a Semramis, reina regente de Asiria, la construccin del monumento, y su conclusin bajo el reinado de su hijo, el rey Adadnirari, y siendo gobernador de la ciudad, Agumar. Otras dependencias de recepcin y recreo han sido construidas bajo las plataformas superiores de los jardines colgantes. Semramis da por concluida la visita y se retira a palacio. Se siente fatigada. El sol est declinando. Pero no slo el cansancio fsico agobia a Semramis. Tambin la tensin nerviosa en que ha estado todo el da. Adadnirari intent varias veces hablarle, y ella, que lo sabe, ha procurado rehuir toda entrevista. Tambin la presencia de Sunga en palacio le preocupa. Por fortuna no ha topado con ella. Ni siquiera en la recepcin de las damas de corte. Pero hay algo que la desazona sobremanera: Beltarsiluma. Si no fuera por Gelmas, se sentira infinitamente sola. Beltarsiluma ser el motivo de la primera escaramuza que tenga con su hijo. Sunga, todo lo que ella significa, merecer otro captulo aparte. Y despus de poner orden en la casa, obligar a Adadnirari a que realice su primera campaa militar. En el corredor que conduce a su antecmara se encuentra a Gabu, el investigador urbano. Ni Beltarsiluma le ha escrito tantos comunicados como Gabu. El funcionario se arrodilla pesadamente y saluda: -Bien venida, oh gran seora, reina de Asiria y Babilonia! Primera en la virtud de tu nombre, amamantada de Ishtar! Semramis observa que Gabu tiene la cara surcada de cicatrices. Pero sin tiempo para detenerse le dice: -Levanta, Gabu. Ven a verme maana. Hoy no puedo recibirte. Semramis entra en sus habitaciones. En la cmara est el mayordomo. -Lista, Addasin. Addasin coge el candil que ya tena encendido y retira el tapiz que esconde la puerta secreta que conduce al obrador de Shusteramn. Al llegar a la puerta de acceso al taller, Addasin dice: -Seora, no es prudente que entres t sola. -Bien. Acompame. Addasin abre la puerta. Entran en el obrador. -La reina... -anuncia el mayordomo. La luz del candil apenas si rescata a los cinco hombres de la sombra. Addasin repite con voz ms imperiosa: -La reina! Los hombres no se mueven. Semramis no acierta a distinguirlos. Busca con la mirada a Shusteramn. Despus, dada la impasibilidad de los fsicos, se vuelve al mayordomo: -Qu sucede? -Hace tiempo que se muestran rebeldes, seora. Semramis coge el candil a Addasin y avanza hacia los cinco hombres. Al reconocer a

94

Shusteramn, le recrimina: -As me recibes? El egipcio hace una sea a sus compaeros; stos, al fin, ceden arrodillndose. Shusteramn inclina la cabeza y murmura: -Bien venida, seora! -Qu queja tenis de m? Se os paga un alto salario y nada os falta. -No hay salario, seora, por crecido que l sea, que pague la libertad de un hombre -dice Shusteramn. -Olvidas tu contrato? Y los dems, acaso no son conscriptos de los dioses? -Lo que hacen en este obrador, seora, no es tarea de esclavos. Bien lo sabes. Ponen en su trabajo una inteligencia que no es de hombres serviles. Y en esta faena con la muerte, vamos dejando, da a da, lo ms preciado de nuestra existencia: el gusto por vivir. Hace seis aos saliste de Babilonia. Durante tu ausencia, slo dos veces nos fue permitido salir al aire libre y siempre custodiados como criminales. Apelamos a tu magnanimidad, seora, para que suavices el rigor de mi contrato y des a estos hombres estatuto de esclavos ordinarios. Segn la ley, los esclavos de los templos son conscriptos de los dioses, individuos sometidos a una esclavitud irremisible, condenados al yugo perpetuo. Esta situacin establece una gran desventaja con el estatuto del esclavo ordinario que en Babilonia goza de muy liberales derechos, como el de poder casar con individuo libre, dedicarse al comercio e incluso tener l, a su vez, esclavos. Semramis, que encuentra absurda la pretensin de Shusteramn, no la toma en cuenta. -Qu necesidad tenis t y los tuyos de salir al mundo, si el mundo en lo ms lisonjero que ofrece viene hasta aqu? Tenis alimentos que envidian hasta los mismos dioses. Buen vestido y mejor aposento. Disfrutis de las mujeres sin necesidad de caer en el compromiso de su manutencin. Y os entregis a una tarea que os dar renombre y os agradece mi corazn. La primera virtud que premia Nabu, es la de la humildad. Y vosotros, alzndoos contra la servidumbre que debis a la ciencia, podis caer en el enojo de Nabu. -Seora -corta Shusteramn-. Respeto a tus dioses, y muy particular al sapientsimo Nabu. Pero yo tengo los mos. Y una patria de la que estoy nostlgico. -Tonteras, Shusteramn! Has consumido mi paciencia con las largas esperas que me has impuesto. En definitiva qu has conseguido? -Absolutamente nada, seora! Aspiras a algo imposible. Nuestra ciencia es demasiado limitada. Si los dioses dictaron que el ser humano fuese mortal, nada podremos hacer contra esta ley. Belnabu prende una tea en el hornillo y con ella enciende los hachones. Semramis ve los cadveres de los tres indutas: -Es que no habis hecho nada con ellos? -Para qu? -Estos hombres haban alcanzado ms de cien aos de vida. Y mrales, no parecen haber cumplido los cuarenta. La planta de Gilgamesh oper benficamente en ellos. Puesto que t no has logrado extraer el elixir de la inmortalidad de esa planta, quiero que escudries en sus cuerpos, y veas en qu vscera, en qu vaso o ligamento se encuentra el receptculo de la inmortalidad, o, por lo menos, de la prolongacin de la vida.

95

Encontrndolo, sabremos cmo influa en ellos la planta de Gilgamesh. Y al mismo tiempo en qu condiciones de sustancia o esencia llega la planta al organismo humano. Esta es la tarea definitiva. Ests a un paso, ahora s, de alcanzar el ms esplendoroso logro, y t, desabrido y aptico, te niegas. -Dudo que esos hombres, seora, hayan alcanzado ms edad que la que revelan sus facciones. Sin duda, se trata de una superchera. Debieron de propalar que esa planta daba la inmortalidad para cazar incautos. Seguramente reclutaban esclavos entre los ilusos que iban a sus aldeas a apropiarse de la planta. -No, Shusteramn. No tenan esclavos. Gulma fue veraz en su informe. Con la planta adquieren la longevidad, pero, en cambio, el abuso de ella los hace estriles. -Si ello fuera cierto -comenta Shusteramn-, ya puedes imaginarte cul sera el porvenir de la humanidad. Se acabara la especie, y el mundo quedara habitado slo por longevos, que aun en el caso de que mantuviesen el cuerpo joven, tendran el alma enmohecida, senil, incapaz de un estmulo generoso. Si los hombres se hiciesen inmortales, quin servira a los dioses? -No pretendo hacer inmortal al hombre -replica Semramis-. Me conformo con que ciertos seres humanos lo seamos. En definitiva, Shusteramn, si obtenemos el modo de prolongar la vida, habremos hecho un gran descubrimiento. Y presiento que si t no te das prisa, no faltar quien en otro lugar del mundo se adelante a nosotros. Pon manos a la obra. Te prometo estudiar un nuevo estatuto que aumente esa libertad que tanto anhelas. Semramis hace movimiento de retirarse, pero se detiene. Siente curiosidad por saber cmo se conserva la momia de Lun. Mira hacia la urna y dice a Shusteramn: -Quisiera veda. -Te decepcionars, seora. -No importa. Quiero verle. Apenas si lo recuerdo. S que un cierto vagabundo que vi el mismo da en que descubriste la momia de Lun, guardaba un extrao parecido con l. Ni a Lun ni al vagabundo he vuelto a ver. Anda, Shusteramn, abre la urna y descbrele el rostro. Shusteramn, ayudado por Belnabu, cumple la orden. Semramis mira con ansiedad mientras el egipcio va desenrollando las bandas que ocultan el rostro de Lun, y cuando queda totalmente descubierto no puede evitar una exclamacin de repugnancia: los ojos se han consumido, son dos pedazos de cuero arrugado. Han perdido el blanco de la pupila. Uno de ellos slo conserva el crculo oscuro de la retina. Y las facciones del que fuera joven consejero, han envejecido. Los msculos, que los tena tersos se han arrugado. Ms que un rostro, es una mscara. Slo la boca conserva el gesto petulante tan peculiar del difunto. -Desvenda las manos. Belnabu obedece. En cuanto asoman los dedos, Semramis le detiene: -Basta! Curioso, la mano parece an viva! -Y as permanecera si no la hubisemos desvendado, como hicimos hace aos con la cara. Nada daa tanto a una momia como el aire. Ahora empezar a descomponerse. Pero ya no la comern los gusanos. Se convertir en arcilla, en polvo. Semramis, tras una pausa en que ha permanecido en actitud meditativa, exclama:

96

-Dnde t espritu, Lun? Eras un hermoso mozo. Te acuerdas? En la corte se deca que estabas enamorado de m. Y t, instantes antes de morir tuviste el valor de confesrmelo. Dnde ha quedado tu afn, dnde ese sentimiento que estimulaba el corazn? Permaneces mudo. Ya jams hablars. Ningn ser humano ha vuelto de la sombra de Nergal para contamos las pesadumbres que lo embargan en la muerte. Sin embargo, todos sabemos lo que ella guarda. Y cuando cerramos los ojos definitivamente, presentimos adnde vamos: al silencio, a la quietud y al fro. Semramis sacude la cabeza como si quisiera librarse de tan lgubres meditaciones. Se vuelve a Shusteramn: -Es intil conservado ms tiempo! Ya no tiene ojos. No quiero verlo convertido en un montn de linos y carne apergaminada. Destaza la momia. Y en una caja envame sus huesos. Ordenar que les den sepultura. Semramis sale deprimida del taller de Shusteramn. La vez anterior que destap la momia, se asom a la ventana y vio a un mendigo. Tuvo la aprensin de que era el propio Lun. Luego vino a saber que el mendigo no era tal, sino un vagabundo de Enlil, y que ste llevaba el nombre de un rey prcer: Dungui. Nada hay que el babilonio respete tanto como el nombre. A veces llega a creer que la vida, la propia existencia, se mantiene en la virtud del nombre. Aquello que no tiene nombre, no existe. Y Semramis, sabindolo, puso a prueba al vagabundo. Le dividi el nombre: De noche te llamars Dun, y en el da Gui. Y Dungui acept sin mayor reparo. Haba cado en la seduccin de la mujer. De vuelta a la cmara, Semramis descorre la cortina de la ventana. Es ya de noche. A la izquierda, el ramaje de los jardines colgantes. Semramis mira hacia abajo. En aquella ocasin vio a Dungui apoyado en el len alado. Ahora no est. Es probable que Gabu le tenga noticias. -Seora -le dice Addasin-, puedo hablarte del embajador del rey de Tiro? -Si es para algo que alivie mi pesadumbre... -Sincobima tiene una excelente noticia que comunicarte. Ha entregado en la tesorera el tributo que adeudaban. Y adems, es portador de valiosos presentes. -Bien. Cmo se encuentra el saln de la patesi? -Tal como estaba cuando lo dejaste. -Ya no podr recibir en la sala del trono. Pertenece a mi hijo. Desde ahora, todas mis audiencias las dar en ese saln. Dile a Sincobima que le recibir maana a la segunda hora.

SE ACENTA EL CERCO LA NOTICIA QUE LE DA Sincobima no puede ser peor. -Dices que en Tiro, el rey ha subido el valor de la plata? -As es, seora. Todo en gracia a tu persona. Y mi seor Pigmalin te manda unos presentes que, aunque ricos, slo dan modesta idea de lo mucho que venera a tu seora, oh sol de Babilonia!

97

El embajador nota que sus palabras no son recibidas con el beneplcito que esperaba. -Y a qu precio habis puesto la plata? -La ltima cotizacin es de doscientos cuarenta y siete siclos oro el biltu. Las manos de Semramis se crispan en las cabezas leonadas en que rematan los brazos de la silla. -Un alto precio. Y dices que en gracia a mi persona...? -S, seora. Enterado mi seor el rey que vuestro cuantioso botn se compona ms de plata que de otros metales... Semramis no le deja concluir: -Comprendo. Pigmalin le ha jugado una mala partida. Precisamente del Indo no trae ni un grano de plata. Los tesoros de aquellos reyezuelos no abundaban en este metal que, al parecer, escasea en el Indo. Se dice que tierras adentro, en los remotos lmites con China, hay grandes yacimientos argentferos, pero en tierras de indutas, apenas oro. Mucho marfil, es cierto. Y el marfil que es su gran riqueza, lo cambian por plata, oro, armas y utensilios que les venden los elamitas. La conquista de los pueblos del Indo, no ha sido un buen negocio. Trae, eso s, mucha planta de Gigalmesh, marfil, perlas y pedrera no muy buena, pieles y triunfos. Precisamente si ella hizo anticipar falsas noticias sobre su fabuloso botn de plata, fue para provocar una baja en el mercado y poder adquirirla en las mejores condiciones. Necesita metales ricos con que sostener las campaas militares proyectadas. Sin demostrar el resentimiento, el sordo rencor que la agita, pregunta, no sin sarcasmo: -Dime, Sincobima, quin gobierna en Tiro, mi amigo Pigmalin o la Lonja de Tasas? -Seora! -finge protestar, sonriente, Sincobima-. Por supuesto, el rey. -Pero sumiso a la poltica del sitn, verdad? -Eres muy sutil, seora. Es tan indirecto tu razonamiento que la insinuacin que encubre no llega a lastimar mi susceptibilidad de tirio. -Bien, Sincobima. He de recibir a otros emisarios. Despacha con brevedad tu misin. A una sea del embajador entran diligentes sus pajes, escribas que no han salido a negociar por los mercados. Introducen en la sala la caja, precintada y guarnecida con cuero, en donde traen los presentes de Pigmalin. Destapan el cofre. Sincobima, ayudado por los pajes, va dejando a los pies de Semramis los presentes. La reina ve aquel despliegue de bagatelas con gesto de contencin, mordindose el labio, forzando una paciencia que est muy lejos de sentir. Slo al ver el vaso de prpura se le iluminan los ojos. Es un buen presente. Vendido en las fbricas textiles de Borsippa, le darn un buen pico. Sin embargo, una minucia ante la prdida que supone la subida de la plata. Siempre con los tirios pasa lo mismo. Aun cuando pierden, ganan. En cuanto el arcn queda vaco, Semramis dice: -Dile a su seora el rey Pigmalin de Tiro, que Semramis le agradece sus ricos presentes. Semramis da por terminada la audiencia dicindole a Sincobima que, pasadas las fiestas, le recibir para tratar asuntos de Estado. El embajador, antes de salir, ruega:

98

-Ha venido conmigo una nativa de Tartessos. Es amiga del rey de Tiro. Y ella tambin portadora de otros presentes. S que su condicin no le permite obtener una audiencia de la reina madre, pero mi seor, el rey Pigmalin, me pidi que os rogara que la recibieseis. Creemos que tiene algo importante que decirte. -Quin es ella? -Se llama Tursyna. Segn dice vena a casarse con tu arquitecto Mino. Pero el mismo da de su llegada yo la enter de que Mino haba tomado ya esposa. Es hija de un rico naviero tartessio. Y aunque ahora se muestra muy ofendida por la inconstancia de Mino, estoy seguro de que si t la aconsejas bien e influyes en Mino y Ghina, Tursyna aceptar convertirse en concubina de Mino... -Qu parentesco de sangre me une a tu rey Pigmalin para que se atreva a insinuar semejante negocio? Retira tus palabras, Sincobima, y da por concluida la audiencia. El embajador haciendo una profunda reverencia, llevndose las manos al pecho, simulando sbito arrepentimiento, murmura: -Perdn, gran seora! Quedan retiradas mis palabras. Despus Semramis recibe a Gabu. Con l sostiene una larga entrevista sobre las andanzas del vagabundo de Enlil. Semramis no queda satisfecha de los informes. Hace ms de seis das que Dungui se ha hecho ojo de hormiga, y Gabu lo confiesa. No sabe en qu arruga del pas se ha escondido el vagabundo. Y como Semramis le reprocha esta falta de eficacia, Gabu, despus de or toda la amonestacin, se disculpa, procurando dejar a salvo la alta jerarqua del rey: -Seora: reconozco las faltas cometidas en mi misin. Pero no las atribuyas ni a negligencia ni a poco entendimiento de tu servidor. No s si sabrs que recin coronado el bien amado seor Adadnirari, fui removido de mi cargo. Le escrib al bienquisto Beltarsiluma hacindole saber que mi licenciamiento lo consideraba justo, pues el rey haba hecho investigador urbano a una persona ms capacitada que yo para cumplir con la funcin. Pero le deca tambin, que, privado de la autoridad y de los auxiliares necesarios, mermara la eficacia en el servicio de la misin que t, oh gran seora!, me habas encomendado. Sabes qu me respondi el bienquisto Beltarsiluma? Es muy sabio, no en vano fue regidor de la escuela graduada de Borsippa. Pero yo, hombre de pocas luces, s bien mi oficio... -Acaba, Gabu. Qu te contest Beltarsiluma? -Me dijo: "Un funcionario debe anteponer a toda facultad, la obediencia. Y quin merece ms que acates sus rdenes, la madre o el hijo? El hijo que siendo rey se debe a la madre o la reina que siendo madre se debe al rey? Resulvelo t, Gabu, atento a la virtud de la obediencia". -Eso te contest... -S, eso. Y cmo deba yo resolver? Por un lado pensaba que la madre tiene autoridad sobre el hijo, y por otro, que el rey la tiene sobre la persona que ha dejado de serlo. Ambas circunstancias se daban por igual contigo y con el bien amado Adadnirari. Entonces supuse que lo certero era dejar de pedir ayuda y continuar cumpliendo con la misin que me habas conferido, aunque, ya te lo dije, sin los recursos adecuados para llevarla a cabo con la eficacia que fuera de desear. Sin embargo de esto, puedo decirte, y de ello has tenido repetidas constancias, que segu los pasos de Dungui por todo el pas; que me val de mil estratagemas para no perder sus huellas, incluso de amigos y valedores a fin de que no se apartara de las rutas naturales de nuestro pas. 99

-Y lo fuiste a perder, precisamente, en vsperas de que yo llegara a Babilonia. -Marduk testigo! Un da... de esto hace seis o siete, le dej a la orilla del ufrates, en el puente del Susto, dormido bajo una palmera. Yo saba que Dungui vena a Babilonia. Me adelant media jornada para llegar a una aldea donde procurarme alimento. Ya no le volv a ver. Y nadie supo darme razn de l. Mas espero tener pronto noticias. An quedan amigos que me sirven; confidentes que en espera de que vuelva otra vez a ocupar el cargo perdido, me informan. -Ojal -le dice Semramis- que pronto sepas dnde se encuentra ese vagabundo. Si el rey te ha cesado es porque as lo crey conveniente, pero a mi lado podrs continuar ejecutando tu oficio. Precisamente debo encargarte una misin. Con el embajador Sincobima del rey de Tiro, ha venido una extranjera llamada Tursyna. Entrate dnde se aloja. Y procura del modo ms discreto, hacerla saber que el mayordomo de palacio, Addasin, puede facilitarle su labor. Que t te hallas en condiciones de influir al bienquisto Addasin, para que la reciba. Y que con el mayordomo le ser fcil concertar una audiencia conmigo. -Lo har enseguida, seora. -Debes dar la impresin a la extranjera de que t slo te mueves por inters personal. Le dirs, que una vez que obtenga la entrevista con Addasin deber darte una crecida gratificacin. -y tras de breve pausa, le pregunta-: Quin te ha cortado la cara, Gabu? -Nadie, seora. -Entonces... ? -Son huellas de araazos de mujer. Pocos das despus de que me destituyeran del cargo, se me ocurri pasar por el barrio de las Licencias. Jams cre que mantener el orden, castigar las infracciones a la moral pblica pudiera hacerme de tantas enemigas. Una prostituta que me saba ya sin autoridad, me insult soezmente. A sus insultos llegaron otras, y todas ellas concertadas en el rencor y en la desvergenza, me agredieron. La que no emple las uas para araarme, ech mano de las horquillas. Me abandonaron molido a pisotones y con la cara ensangrentada. -Lo siento, Gabu. Puedes dar gracias de que slo ultrajaron tu cara. Y que la rabia no las llev a mutilarte. Algn da podrs cobrar cumplida venganza por la injuria que te hicieron. Gabu tena un mal recuerdo de ese encuentro en el barrio de las Licencias. Sin embargo, al da siguiente, top con otra ramera que al verle la cara vendada se interes: "Qu te pasa, Gabu?" "No digas preguntas ociosas. Sabes que he cesado en mi cargo de investigador urbano." "S, lo s. El hombre que te substituye tiene tan mala entraa como t, pero qu te ha ocurrido en la cara?" "Las de tu oficio me han agraviado." "No es posible! No debieron hacerlo. Nosotras tenemos nuestro oficio y un investigador urbano tiene el suyo. Eras nuestra pesadilla, pero t no hacas ms que cumplir con tu obligacin. Has ido al templo de Gula?" Gabu le dijo que no. Entonces, ella, Zimma, le ofreci: "Hay un mdico all, que es amigo mo. Si quieres, te acompao a que te vea". "Para qu?, respondi l, las lesiones no son peligrosas. Y las cicatrices no hay mdico que las cure. Te lo agradezco." Zimma estaba tan impresionada con el aspecto que presentaba Gabu, que le dijo: "Si no encuentras desdoro en aceptar mi invitacin, me gustara que me acompaases a almorzar". "No, Zimma. Nunca me equivoqu contigo. Siempre te tuve por una incorregible, aunque buena de corazn." Zimma le reproch: "Un da me apresaste para llevarme a la jaula del ejrcito. Te acuerdas, canalla?" "S. Me acuerdo", dijo l; "entonces cumpla con mi 100

obligacin. Haba recibido rdenes de que te llevara al parque de Inurta. Creo que cuando nos encontramos das despus, te lo expliqu." "S, creo que s. Bueno, Gabu, que tengas suerte", se despidi Zimma. En cuanto se va Gabu, Semramis recibe el homenaje de los emisarios de los pueblos parsua, zamua y mitani. Con los tres extrema su parquedad. Al agradecer los obsequios, deja traslucir su descontento. Apenas concluida la entrevista con el emisario de los mitani, en el patio de los Oidores se levanta un gran alboroto. Semramis llama a Addasin. El mayordomo est ya informado, y sin disimular la afeccin que el hecho le causa, informa a la reina madre: -Seora, ha llegado a palacio una embajada de Urartu. Semramis corre a la ventana. La comitiva es seguida de cinco carretas -por lo menos ste es el nmero que alcanza a ver- conteniendo corpulentos troncos de rbol. -Da orden, Addasin, de que los guarden en mazmorra. En la tarde hablar con el embajador. Addasin, que parte a dar la orden a la guardia de palacio, regresa poco despus disgustado: -El rey, seora, ha ordenado que se d hospedaje al embajador y a sus agregados. Dinakalla me ha dicho que se le respetar el derecho hospitalario. Hasta que no sea esclarecido debidamente de quin parti el atentado, se le guardarn las cortesas y honores debidos a los emisarios de un rey extranjero. Segn he odo, no es Toba quien reina en Urartu, sino la reina Argista. Por boca de su embajador, dice estar profundamente afectada por el atentado. En el resto del da, Semramis se enter detalladamente de la misin de la embajada de Urartu. Comprendi que era su hijo quien resolvera la cuestin. Y como Semramis y Adadnirari cambiaron diversas misivas sobre el particular, en palacio se tuvo la impresin de que los poderes estaban divididos. Que se interferan; situacin que avivaba la tcita querella dinstica. Adadnirari pretendi ver personalmente a su madre. Esta, escudndose en nuevos pretextos, se neg a darle acceso a sus habitaciones. Ya al anochecer, Semramis, que empezaba a sentir los agobios de los menudos problemas domsticos que la acosaban, llam a un escriba al que dict una orden que habra de firmar el rey como suya propia, nombrando a Hurimasin gobernador de la ciudad de Babilonia. Adadnirari, continuando el juego de las misivas, contest con otra diciendo que tena reservada a Hurimasin una importante misin; y que no crea procedente destituir al actual gobernador de Babilonia, hombre de entera confianza de la corona. Mientras tanto, en los almacenes del tesoro real se descargaba el botn pillado a los indutas. La abundancia de marfil no conmovi al intendente. El marfil era un artculo caro, pero precisamente por ser material nicamente utilizable en manufacturas suntuarias, su conversin en oro sera difcil. En todas las ciudades, incluso en las de los pueblos del Mar Grande abundaban los depsitos de marfil. Pero, el intendente, se guard muy bien de expresar su parecer y la identidad de los bultos que contenan los cuernos de elefante, que ingresaban en el almacn como bultos de plata. Por el peso se descubra la ficcin, y l se limit a darles entrada como bultos "que se dice contienen plata". Tero no se consider obligado a afirmar aquello que no comprobaba con sus propios ojos. A Semramis, la impresin de verse relegada se la hizo notar todava ms, Ghina. sta, desde su matrimonio con Mino haba engordado y perdido la esbeltez y elasticidad

101

juveniles. Y algo peor an: su dedicacin a la msica. Semramis no poda creer que Ghina, a quien haba visto ya en el banquete y en la recepcin de las damas de corte, hubiese sido su arpista de cmara. Semramis sali de Babilonia dejando las cosas de palacio y de gobierno en sus cauces. Esperaba a su regreso que las normas por ella implantadas habran enraizado en la corte. Imaginaba encontrar Babilonia tal como ella la dej, si cabe mejor armonizada, ms perfecta. Y lo que encontraba era una situacin totalmente distinta. Pensaba que sus triunfos en el Indo seran motivo para ver acrecentadas su ascendencia y autoridad en palacio. Pero reconocida por ella misma la jerarqua del rey, Adadnirari retena todo el poder. Y las personas con las que pensaba seguir su tarea, haban sido desplazadas. Las viejas familias babilonias y asirias se manifestaban adictas al joven rey. Dignatarios, jefes del ejrcito, sacerdotes y servidores se movan alrededor de su hijo en la obediencia slidamente establecida. Slo se haba encontrado con dos viejas y firmes adhesiones, la de Addasin y la de Gabu. Y otros viejos servidores que por lo modesto de sus funciones y sin mucha importancia en la corte, no haban sido removidos. Quedaban a su lado dos personas que, a su vez, eran otros tantos enigmas: Gelmas y Dungui. Gelmas supona la oportunidad de volver a coger en sus manos las riendas del Estado, y Dungui... Dungui no saba an lo que significaba para ella. El vagabundo le abra como una evasin, como un dominio mitad terrenal y mitad etreo, intermedio entre el mundo y el cielo, entre los humanos y los dioses. De nia toda su ambicin haba sido llegar a ser reina. y ahora, que lo haba sido, que continuaba firme en su voluntad de seguir sindolo, ambicionaba ya los poderes y las gracias de los dioses. Quera verse asistida en todos los actos de su vida por la diosa Ishtar, que con tanta celeridad y potencia le haba ayudado en el campo de batalla. Se crea un ser privilegiado y que su carne era arcilla susceptible de convertirse en materia divina. Mas para ello caba promover una ltima y decisiva transformacin. Y se aferraba a la planta de Gilgamesh en la que ya tena poca esperanza. Vio morir a soldados propios y a guerreros extraos nutridos con la planta. Y no por muerte de hierro. Los vio morir en la miseria del vmito, del curso incontenible, de la picadura mortal de la vbora. Los vio morir de toda suerte de pestes, sin que la infusin de la planta, tal como la tomaban los indutas del rey Shavalinya, les sirviese para recuperar el nima. Mas quedaba en pie una ltima esperanza. Indudablemente la planta fortificaba, daba bros y prolongaba la vida. Los beneficiarios se vean siempre jvenes. Con nimo juvenil y msculos tersos y duros. Shusteramn deba encontrar en qu entresijo del cuerpo humano se aposentaba el elixir que le daba inextinguible vitalidad. Pero las dudas la acosaban continuamente y llegaba a pensar si esta pretensin de obtener la inmortalidad sera motivo de enojo de los dioses, y que por ello se oponan tenazmente a su pretensin. No pocas veces en la zozobra de haber cado en pecado, se reclua en el mutismo de una taciturnidad expiatoria. -Te he llamado -le dice a Ghina-, porque deseo que me hables de Tursyna. -Tursyna? Ghina era la primera vez que oa semejante nombre. Semramis, mirndola fijamente, repite con gravedad: -S, Tursyna. -Quin es Tursyna, seora?

102

-Pretendes hacerme creer que lo ignoras? No te ha hablado Mino de Tursyna. -Jams, seora. -Sabes que existe un pas llamado Tartessos? -S. Mino me ha hablado varias veces de l. All trabaj en unas obras del puerto. -Mino dej en Tartessos una novia. Esa Tursyna, segn me han dicho, ha llegado a Babilonia. La joven vino a casarse con Mino. -Lo que quiere decir... -Que tu marido la ha tenido engaada. No es fcil ni natural que una mujer recorra el mundo de un extremo a otro slo por una vaga promesa de matrimonio. Supongo que Mino se lo prometi formalmente. Ghina se desconcierta. No puede decir a la reina que la historia de Tursyna es una patraa. Si Semramis lo dice, su fuente de informacin es digna de crdito. -No s qu decir, seora... -No te preocupes. Comprenders, Ghina, que a m poco puede importarme esa joven Tursyna. Lo que deseo es informarte antes de que Mino obre por cuenta propia, de acuerdo con su egosmo, sin tener presente ni tu derecho ni la razn que asiste a Tursyna. Por ello te aconsejo que vigiles a Mino y conduzcas sus pasos a fin de que este engorroso asunto de la extranjera quede resuelto. Estoy impaciente por conocer a esa joven. Desde Tartessos a Babilonia! En mi vida he tenido conocimiento de un viaje semejante. No creo que entre mil mujeres haya una capaz de llevar a trmino tamaa proeza. Yo s lo hubiera hecho. Te aseguro que lo habra hecho por Shamshi en los aos en que me pareca que Shamshi era un dios. -Estoy confundida, seora. Y no s claramente qu debo hacer. -Es muy sencillo. Dile a Mino que te juzgue. -Que me juzgue a m, seora? -S. -Acaso soy yo la pecadora? -Quin habla de pecado! Lo que est en juego son los merecimientos. Mientras fuiste mi doncella de cmara, te fue fcil que yo influyera a Mino a tu favor. Te liber de mi servicio, te hice superiora de las azafatas de palacio, te dot... -S, s, lo recuerdo, seora. -Ni Mino ni t hicisteis una proeza casndoos. Ahora surge un tercero que os presenta la prueba de su merecimiento. Habra que aclarar si t eres capaz de hacer cosa igual que Tursyna. Y si Mino se merece a Tursyna como, al parecer, te mereci a ti. Imagnate, Ghina, que la planta de Gilgamesh te ha dado el don de la inmortalidad. Bajo este supuesto, resulta fcil creer que tu amor a Mino, una criatura mortal, es transitorio. Por lo tanto, debes obrar con entera justicia. -No entiendo tus palabras, seora. A qu justicia te refieres? Acaso me propones que renuncie a Mino? -No entiendes porque todava piensas egostamente. Hazte a la idea de que eres inmortal. De que vas a sobrevivir a Mino y a Tursyna. Y jzgalos de un modo intemporal. -No acabo de comprenderte, seora. -Yo s te comprendo, Ghina. Y me das una enorme lstima. Puedes retirarte. -Temo haberte defraudado. 103

-No, Ghina. No son las personas las que nos defraudan, sino uno mismo en el juicio que hemos hecho de esas personas. Ghina abandona la cmara. Semramis, al quedarse sola no se explica el por qu de su secreto rencor contra Ghina. Reconoce que ha sido excesivamente dura con ella; reconoce tambin que Ghina con su feliz y slida gordura, la ha defraudado. Poco despus entran en la cmara Melinke y las dos azafatas de turno, a servirle la cena. Melinke no ha perdido belleza y su expresin se ha dulcificado. Sin duda, el sentimiento de nostalgia que hace aos la traa ensimismada y llorosa, ha cedido. Debe de haberse habituado al bullicio de la corte. Pero contina siendo una exquisita figura. A Semramis siempre le pareci que Melinke era una estatua viviente. Reservada en extremo, nunca pudo asomarse a su intimidad. Siempre encontr en el alma de Melinke un panorama sombro, poblado por el recuerdo de su desgracia. No haba podido olvidar que tras la ruina de su familia, fue expuesta en el mercado de esclavos. Y comprada para el harn real. Sin sufrir favor ni ultraje en l, pas al servicio de Semramis. Este feliz acontecimiento que de alguna manera alivi su triste destino, no la redimi del dolor de su pasado. Durante algunos aos vivi como hechizada por l, de espalda al presente e impasible ante el futuro. Mas el tiempo haba pasado, y el olvido que tan morosamente se alejaba de Melinke, lleg a perderse al fin en la lejana. Melinke era ya slo y exclusivamente una lirista de cmara de la reina. Con suficiente personalidad y entereza para resistir los caprichosos embates de la corte. Durante la ausencia de Semramis se atrincher en su ttulo y cargo y supo rehusar cualquier otra tentacin que le ofrecieran. Al principio, Sunga quiso intrigar contra ella, ms el hermetismo e incluso la firmeza de carcter de Melinke hicieron fracasar la accin de Sunga. sta, comprendiendo la escasa ascendencia de Melinke se limit a ignorarla. Es probable que la lirista, cotidianamente presente en palacio, fuese ignorada por los dems. Si era inteligente, nadie se haba enterado; si tena carcter, nadie lo perciba, y si posea prestancia femenina, nadie sinti el deseo de hacerla suya. Pero un observador tenaz y atento habra notado que Melinke sobreviva a todas las mudanzas de la corte. Incluso se preserv de ascensos que pudieran situarla en una posicin envidiada. Quiz el ms indicado para estimar sus mritos era Addasin, pero el mayordomo prestaba poca atencin a las mujeres. Mientras Semramis cena, Melinke pulsa la lira y entona canciones medas. Las interpreta con la misma compostura y elegancia, el mismo virtuosismo que exhiba hace aos. Que sepa Semramis, Melinke no ha tomado el elixir de la planta de Gilgamesh. Qu habr hecho para mantenerse igual? Porque lo importante no es tanto la juventud del cuerpo sino la tersura del espritu. Es probable que sea el espritu joven el que mantenga lozana la naturaleza. Semramis est cansada de or a las gentes maduras y viejas que su cuerpo no corresponde a la juventud de su espritu. Que es la carne la que envejece y no el alma. Mas cree haber observado que las personas que dicen esto, se olvidan de que han envejecido ms del espritu que de la carne. Y que si la carne muestra inocultables surcos, el espritu, minado por formulismos, conveniencias, acomodaciones, cesiones e hipocresas, corrompido en continuas abdicaciones, lo tienen completamente arrugado. -Tu presencia, Melinke, sosiega mi espritu. 104

-Gracias, seora. Semramis insiste: -Una sensacin sedante se desprende de tu persona. -La seora es muy amable. -Tienes la misma serenidad que las aguas de un estanque. -No merezco tanta lisonja, seora. Con Melinke no hay forma de ampliar una conversacin. Aun a la pregunta ms compleja, contesta con tal economa de palabras que al interlocutor le es difcil proseguir la charla. -Has visto a Sunga? A una de las azafatas se le cae un cuenco. La pregunta dicha por Semramis, sin mayor nfasis, les hace el efecto de un golpe. Melinke no es morosa en contestar: -Poco, seora. Despus que te fuiste, ella march a Kalah. All vivi casi todo el tiempo. Pocas veces ha venido a Babilonia. Y en palacio, es natural, me la he tropezado varias veces. Mas como fue relevada del cargo que tena como lirista tuya, no hay razn para que hayamos tenido ningn trato del oficio. Ella se dedica a sus cosas, y yo me dedico a mi lira. Semramis pica a la meda: -Y cules son especficamente las cosas de Sunga? -Las ignoro, seora. Cuando se sirve a un soberano, sea hombre o mujer, satisfacer sus caprichos o auxiliarle en grandes empresas, poco importa, si en cualquiera de los menesteres se le sirve en obediencia. -Quieres decir que t, llegado el caso, te comportaras como Sunga. La lirista responde astutamente: -Y cmo se comporta Sunga? -Por qu te escurres con semejante pregunta? -replica Semramis-. Has conocido a Sunga aqu, en estas mismas habitaciones, y has visto cmo entonces empezaba a ganarse la voluntad del prncipe Adadnirari. -Lo nico que s, seora, es que Sunga diverta al prncipe. Era solcita a sus constantes requerimientos. Y no hay otra mujer en Babilonia, por lo menos yo no la he conocido, tan expedita de lengua para decires y cuentos, para canciones, para mover el corazn del semejante a la alegra. Es todo lo que s, seora... y no me consideres una hipcrita si callo lo que ha llegado a tus odos, y que silencio porque no tengo prueba de ello. -La gente dice que Sunga no se ha recatado para ganarle la voluntad a mi hijo e imponerle sus caprichos y sus exigencias. -Pero es el bien amado Adadnirari quien las acepta. Recordars, seora, cul fue mi desgracia. Apenas llegada a la adolescencia me vi vendida en un mercado de esclavos. A quin juzgar? A mis padres que se arruinaron, al acreedor que me tom en rescate de crditos, al mercader que me exhibi en la plaza, al intendente de palacio que me compr para el harn? Lo nico que s es que hubo una inocente, que fui yo, y una injusticia, que fue mi desgracia. Mas a Nabu le corresponde guardar las tablas del destino de los mortales. No creo que en lo que me resta de vida, tenga ocasin de preguntrselo.

105

-An te duele tu desgracia... -No, no me duele. Con el tiempo he visto que ella me haba purificado. -Hace un momento hice a una vieja amiga ma la misma proposicin que voy a hacerte. Si te supieras inmortal, qu haras?, cmo impartiras justicia en la desgracia que hicieron contigo? -Ah, seora! Si fuera inmortal restituira a mis padres su riqueza, al acreedor su crdito, al mercader su ganancia, y a m la inocencia. -Siempre me pareciste una mujer justa, Melinke. Pero tambin siempre te sent fra. -El juicio cuando es recto -replica la lirista-, debe provocar fro aun a aquel que lo dicta. Semramis concluye de cenar cuando le avisan que Gabu espera en el corredor. Le dice a Melinke que lo pase a la cmara y los deje solos. Gabu viene satisfecho de haber cumplido prontamente con la misin que le confiara la seora. -Habla, Gabu. -Me fue fcil dar con la joven Tursyna. Se aposenta en el campamento de los escribas y auxiliares del embajador Sincobima. Le dije lo que tanto le interesaba, y decidi venir maana a primera hora a hablar con Addasin. -Qu vestimenta usaste para ir a veda? -La ms adecuada para la misin. La de escriba del patio de los Oidores. -Acertado, Gabu. Pero maana, antes de que ella salga de la tienda, procura merodear el campamento sin dejarte reconocer. Debemos tener la seguridad de que Tursyna llegue a palacio sin ser seguida. Y si lo es, saber qu personas la vigilan. Lo probable es que la acompae algn paje o escriba del embajador. Si as fuese, una vez que Tursyna entre en palacio, t seguirs los pasos al acompaante. Y me dars cuenta menuda de su andanza. Es importante saber esto. Semramis, no crea en la bella historia de Tursyna, lanzndose sola de un extremo al otro del mundo a rescatar su amor.

LA CRISIS ADDASIN ENTRA A informar a Semramis: -Ha llegado la extranjera Tursyna. Viene acompaada de un paje y de una azafata. Me ha dicho que desea verte lo antes posible. Como hemos convenido le dije que pasara a ver qu resolvas. El paje trae una bolsa con un vaso de tinte de prpura, obsequio, al parecer, de la joven. -Bien. Instryela debidamente y que pase. Semramis haba preparado la audiencia. Se hizo ataviar con vestido y tocado de patesi. La acompaaban Melinke, un espantamoscas y dos pajes. Estos servidores vestan al uso del ceremonial de la corte. Les dijo: -Cuando entre la joven, abandonaris el saln. T, Melinke, simulars ser mi escriba. Addasin abri la puerta e hizo pasar a la extranjera. Esta, tal como haba sido

106

instruida por el mayordomo, dio unos pasos e hizo las primeras tres reverencias. Antes de llegar a situarse frente a Semramis, repite por dos veces los mismos movimientos de cortesa, ocasin que aprovecha Semramis para examinar atentamente a la visitante. Le causa buena impresin su porte y atavo. Pero lo que llama ms vivamente su curiosidad es el tocado. El cabello hbilmente peinado imita un casco, y los dos rodetes, como amplias orejeras trenzados con hilos de oro y perlas, enmarcan el delicado rostro de la joven. Tursyna se arrodilla a los pies de Semramis. -Levanta, Tursyna, y habla. La tartessia inicia reverente los ttulos que acreditan a la reina. Concluido el largo repertorio, dice: -Has de saber, oh, seora! que soy portadora del saludo reverente y amistoso de un pueblo remoto, Tartessos, que es el mo. Este pueblo, desde hace cerca de doscientos aos es vasallo de Tiro. Tamaa desgracia ha cado sobre nosotros por nuestras riquezas de plata, plomo y cobre, metales, por los que, primero Sidn y despus Tiro, se han mostrado excesivamente codiciosos. Tursyna contina explicando cmo Tartessos cay bajo el dominio de Tiro, as como la instauracin de la dinasta de los Himarin en el trono de su patria. Puntualiza la condicin espuria de aquella dinasta y la situacin en que su pueblo vive bajo el yugo de Tiro, explotado y vejado. Semramis escucha y observa atentamente a la tartessia. Le acredita sinceridad y no poca elocuencia, pues a veces llega a conmoverse con sus quejas. Como Tursyna se extiende demasiado en los padecimientos de su pueblo y en las razones que la asisten en sus denuncias, Semramis corta: -Te comprendo, Tursyna. No es necesario que me expliques ms. Ahora dime cul es tu misin. -Mi seor padre, naviero, y otros tartesios de su linaje incluyendo a los sucesores de la legtima dinasta tartessia, me han instruido para que venga hasta ti con el siguiente alegato: Si Tartessos es vasallo de Tiro y Tiro lo es, a su vez, de Asiria, Tartessos, por mi boca expone: Enemistados con la autoridad de Tiro, recurrimos a ti oh seora! para que como soberana de Asiria te constituyas en tribunal superior que juzgue nuestra querella con Tiro, pues no es lcito que la plata que tributa Tiro a Asiria, sea plata tartessia. Esta tributacin que alcanza un biltu anual, es mnima comparada con los treinta biltus que pagamos nosotros. Y has de saber ms, seora, que toda nuestra plata es fiscalizada por Tiro, y que tanto este metal, como el estao, el cobre y el plomo caen bajo el dominio de la Casa de Tasas de Gadir, que nos pone el precio impuesto por la Lonja de Tasas de Tiro. Ve, pues, seora, cmo aquello que fuera motivo de nuestra felicidad y riqueza, se ha convertido en causa de nuestra desgracia. Y acudimos a ti, oh gran seora de Asiria! para que intervengas cerca de Tiro y pongas freno a su codicia y a sus desmanes. -Explcame, Tursyna cmo es que viniendo a Babilonia con una misin de denuncia contra Tiro, has hecho el viaje en el squito de la embajada de Pigmalin? -Fui instruida por los venerables de Tartessos para que antes de llegar a Tiro bajase en Cartago. A Himarin le inquieta Cartago. Nos fue fcil obtener de l una carta de presentacin para Besto, el mayordomo de palacio, con el pretexto de que a m me sera grato visitar el palacio. No sabemos si Himarin sospechaba que yo intentara ver a la

107

reina Elisa, pero no tuvo inconveniente en darme la carta. Tras de explicar los detalles de su estancia en Cartago, agrega : -Yo deseaba ver a la reina, pero en su ausencia habl con el mayordomo Besto, quien me prometi comunicarle todo el plan a su seora, a fin de ver el modo de ponerlo en prctica. Al mismo tiempo, Besto me aconsej que si lograba hablar con tu seora, te expusiera el plan. -Cul? -Nosotros, seora, podramos encontrar otros mercados para nuestros metales; mercados libres en donde la plata, el estao y el plomo principalmente, obtuviesen mejor precio. -Y cmo salvarais la vigilancia de Gadir? -Muy sencillo, seora. Haramos envos secretos de metal a las costas occidentales de los pueblos perorsi. De all, en caravanas los transportaramos a Libia, y de Libia a Cartago. Cartago no puede comprar toda nuestra plata, tendra suficiente con el diezmo que nos cobrase; pero, la solucin sera que nuestra plata llegara a Egipto, y que en Menphis, en Bubastis y en Tanis se establecieran nuestros mercaderes. -Absurdo! Imposible, Tursyna! Los tirios han logrado de tal modo imponer sus establecimientos y factoras en Egipto, que no hay poder legal que los arroje de all. Slo una guerra, pero t crees que hay un pas que se ponga en guerra slo para que Tartessos venda su plata a mejor precio? -Creo, seora, que si el faran de Egipto acepta que montemos nuestros establecimientos en su pas, Tiro no osar por ello declarar la guerra a Egipto. Qu fuerza militar significa Tiro frente al poder del faran? -Eres una ingenua, Tursyna. Yo bien quisiera ayudarte. Me inspiras honda simpata, y tambin la causa de tu pueblo. Pero las guerras son muy costosas. Qu vale un mosquito? Has pensado alguna vez qu valor pueda tener un insignificante mosquito? -Ninguno, seora. -Ciertamente, ninguno. Pero el hombre ha declarado la guerra a un mosquito. Para combatirlo tiene que fabricar un matamoscas. Y tiene que movilizar a un hombre que cace al mosquito. El mosquito no vale nada, t lo has dicho. Pero el hecho de aplastarlo exige un gasto enormemente cuantioso, y una prdida de energa inestimable comparada con el valor del mosquito. Ni Egipto ni Asiria le tienen el menor temor a Tiro. Nos tenemos miedo a nosotros mismos. Se desencadena una guerra contra un mosquito, y jams sabremos en qu y cundo termine la guerra. Pero de una cosa estamos seguros, Tursyna, que hecha la paz vendr el recuento de prdidas, y el mosquito estar sobre nuestras cabezas. Mira, Tursyna, Tiro no es un territorio, ni siquiera un pequeo pas. Es un pueblo de mercaderes diseminados por toda la faz de la tierra. Y los mercaderes son necesarios. De tu proposicin slo veo un punto factible: que Egipto o Asiria, o los dos conjuntamente, presionen por va diplomtica a Pigmalin. Lo seguro ser que no nos haga ningn caso. Sera tan eficaz como la guerra, la amenaza, pero la movilizacin de un ejrcito tambin es costosa. Crees que Asiria y Egipto, que reciben puntuales tributos de Tiro haran causa comn con Tartessos? Semramis queda suspensa un momento. Enseguida, atenta a su inters, insina: -O es que Tartessos estara dispuesto a sufragar los gastos de esa movilizacin? 108

-Si Asiria lograse sacudimos el yugo de Tiro, Tartessos os pagara doble tributacin de la que paga a Tiro. -Dime, Tursyna, qu cantidad de metales negociis con Tiro? La joven vacila un momento y responde a la pregunta de la reina enumerando crecidas cantidades de diversos metales. Semramis hace una pausa. Despus: -Quin acredita tu personalidad? Tursyna retira el manto y saca de una rica faltriquera dos rollos de papiro que entrega a Semramis, diciendo: -Esta carta lleva el sello del rey Himarin, y esta otra es del gremio de navieros tartesios. Semramis examina los documentos. Tras de leerlos los devuelve a la joven. -El cumplimiento de esta misin es la nica causa de tu viaje a Babilonia? -La nica, seora... -Por qu mientes? Tursyna palidece. -No te miento, oh gran seora! Jams osara hacerlo a la reina de Asiria. Con Pigmalin fue distinto. Desde que me hizo llevar a palacio hasta que sal de l no hice ms que mentirle. -Acaso t no eres la prometida del arquitecto Mino? -Si lo fuera, Mino se habra casado como lo hizo? -Fuiste su novia o no? -Lo fui, seora, en Tartessos. Mas los lazos del corazn son tan sutiles que la ausencia y la distancia los rompen. Aprovechando que Mino estaba en Babilonia, los seores tartesios consideraron que yo era la persona adecuada para llevar a cabo esta misin cerca de ti. -Entonces ya no amas a Mino? -Seora, es prudente mezclar las cosas del corazn con los negocios que interesan a los pueblos? Hace pocos das llegu a Babilonia, y al punto de mi llegada me enter que Mino estaba casado. La decepcin ha ensombrecido mi corazn. Pero comprendo que no tengo derecho ni a reclamar a Mino ni a sentirme engaada. Si hubiese venido a Babilonia con el egosmo de mi sentimiento, puedes estar segura de que no habra atinado a abrir la puerta que me condujera a ti. Sal de Tartessos pensando en que t me recibieses. Y por ello he llegado a tu presencia. Jams pens que Mino fuese mi introductor. -Renuncias a Mino. -No debo pensar en l, seora, sino en mi pueblo. -Regresas entonces a Tartessos? -Con qu respuesta, seora? -Asiria no puede darte ninguna. Tartessos debi hacemos una proposicin concreta. -La ha hecho por mis labios. -Cules son tus poderes, Tursyna? Quin los garantiza? -Te parece poco el haber recorrido el mundo de un extremo al otro. Pero Tartessos puede esperar an. Si Asiria dice que s, traeremos hasta Babilonia el importe del tributo

109

ofrecido. No es suficiente? -Tu viaje, Tursyna, fue una imprudencia. Como te habrs enterado acabo de regresar de mi campaa del Indo. Seis aos estuve ausente, si te adelantas unos meses, qu hubieras hecho? -Habra visto a Beltarsiluma o a tu hijo el rey. -El rey...! Es l quien tendr que resolver lo que sea ms conveniente para Asiria. Ten por seguro que influir a favor de tu causa. Semramis no encuentra viable nada de lo que le ha propuesto Tursyna. Pero no deja de observar que, precisamente en el momento en que se encuentra ms preocupada por el fantasma del botn, la presencia de Tursyna y su plata tartessia, abren un resquicio a una probable solucin del problema. El ofrecimiento de Tursyna puede ser un valioso instrumento diplomtico para obtener plata de Tiro. El fortalecimiento de las fronteras asirias, pondra bajo el dominio de las aduanas del pas a las caravanas tirias. Sera fcil endurecer la poltica aduanera. Incluso requisar las caravanas que transportaran plata. Mas todas estas ideas no logra cuajarlas en un plan, porque ignora en detalle la mecnica comercial de la Lonja de Tasas. Conoce la poltica del sitn, pero no lo suficientemente como para idear un plan de ataque econmico. Poco despus de que despidiera a Tursyna, Addasin entra alarmado a comunicarle que la tartessia ha sido instada a pasar a la oficiala, donde est siendo sometida a un interrogatorio. Semramis se sobresalta y se indigna. Y sintindose menoscabada, ordena a Addasin que busque a Gelmas en el parque de Inurta, y que movilice al ejrcito: -Dile que contra cualquier orden, sugestin o aviso que reciba, aunque sea del mismo rey, obedezca mi mandato. Semramis en persona corre al patio de guardia. Su aparicin provoca taidos de trompetas y timbales de respeto. Entra en la oficiala y se encuentra a Tursyna sentada en un banquillo frente a la mesa del inquisidor. Tursyna apenas si puede contener los sollozos. -Qu sucede? -pregunta Semramis. Beluma, justicia del rey, responde trmulo: -Interrogo a la extranjera por orden del rey! -Qu ley, qu ordenanza dicta que los huspedes de la reina deban ser interrogados? Beluma palidece: -Supongo, seora, que el rey ignoraba que Tursyna fuese tu huspeda. Semramis se dirige al escriba: -Borra esa tablilla. Y Turysna siguiendo el fingimiento empleado en el interrogatorio, aclara: -Me preguntaban la causa de mi viaje a Babilonia. Y les dije lo que a ti, seora. Que haba venido en busca del hombre que amaba, del olvidadizo Mino, que ha hecho burla sangrienta de sus promesas... -Tranquilzate, Tursyna, y perdona el agravio. No es de la reina ni del rey, ni siquiera de la hospitalaria Babilonia. Es arbitrio de este consejero. Sube a mis habitaciones,

110

Tursyna. Y Semramis, al quedarse sola, dice al justicia del rey: -Fui yo, no lo olvides, quien te hizo consejero. Quedas destituido, Beluma. Devuelve el sello al rey. -Seora...! -Destituido! Semramis sale tras de Tursyna. Hay confusin en el patio de guardia. An no se comprende la aparicin sbita de la reina y mucho menos el gesto alterado que observan en ella. Semramis le dice a Melinke: -sta es Tursyna, doncella principal de Tartessos, como has odo. Es mi huspeda. Dile a Ghina que le prepare alojamiento. Y que cuide de que no sea molestada por nadie. La reina se encuentra tan contrariada que no reflexiona que va a poner en manos de Ghina a la que fuera novia de su esposo. En cuanto entra el escriba, le dicta: -A Adadnirari, Tercero en la virtud de su nombre, rey de Asiria, vicario de Asur, gran seor de la espada y la maza. -Vacila un momento, y corrige.- No, quita eso de gran seor de la espada y la maza -Contina-: Seor: La situacin de la reina madre y capitana de los ejrcitos de Asiria, se ha hecho humillante desde que lleg a Babilonia. Y ve con desagrado, y protesta enrgicamente por ello, que ni la jerarqua de patesi, concedida por el viejo estatuto de Babilonia, se le respeta. Consejeros de la corona, tartanes del Estado, funcionarios de palacio, no atienden ni sus rdenes ni sus ruegos. Hace un momento, el justicia del rey, cumpliendo rdenes tuyas, viol la hospitalidad dada por m a una distinguida visitante tartessia. Ante tal agravio, que llega a la afrenta, yo, Semramis, que nombr a Beluma varn de Babilonia, le he destituido de su cargo. Destitucin que espero que el rey, mi seor, refrende con su autoridad suprema. Este hecho que denuncio es uno ms de los muchos que limitando mis facultades de Seora de la Casa y principalmente de capitana de los ejrcitos de Asiria, coartan la libertad y autonoma privativas de mi jerarqua. Espero oh gran seor! que antes de la puesta del sol tomes las medidas procedentes que amparen mis prerrogativas y privilegios. Y que tu gobierno y los funcionarios que le asisten no dicten orden que concierna a la ciudad y reino de Babilonia. Y digo ms, que por ningn motivo el rey de Asiria, mi seor, ordene, influya o coaccione a ninguno de los seis varones de Babilonia, que constituye mi gobierno, y que, desde este momento, recobran su autoridad. Semramis, reina de Babilonia, concede a Adadnirari, Tercero en la Virtud de su nombre, rey de Asiria, hospitalidad hasta la puesta del sol. A cuyo trmino abandonar Babilonia acompaado de su corte, as como de la fuerza que pertenece a la guarnicin de Kalah. Yo, Semramis. Semramis pide al escriba que le lea la tablilla. Y encontrndola correcta, pone su sello sobre la arcilla fresca. -Llvasela al rey. Y si Dinakalla se opone, dile que es mensaje personal y urgente. Cuando regresa Melinke, le pide que la ayude a vestirse el traje militar. No puede ocultar ni su rabia ni su impaciencia. Espera con ansiedad el regreso de Addasin. Est segura de Gelmas. El militar no ha recibido ms honores que aquellos que le otorg la propia Semramis. Debe de estar resentido por la actitud indiferente del rey. Adadnirari se apoya en las dos columnas del imperio, en Dinakalla, su primer ministro, y en Asarmelke, el hombre de la espada y la maza. 111

Gelmas despus de su campaa al lado de Semramis, lo menos que poda esperar era que el rey le nombrase jefe del ejrcito. Han transcurrido los suficientes das para que Gelmas colme tambin su impaciencia. El escriba regresa: -Seora, no me ha sido posible entregar la tablilla personalmente al seor. El bienquisto Dinakalla la tom de mis manos, y dijo que se la pasara en momento oportuno. Pues has de saber que ha llegado embajada de Damasco, y un correo anunciando la de Samaria, que se encuentra a dos jornadas de Babilonia. -Est bien. Puedes retirarte. Semramis est segura de que esos embajadores vienen a verla a ella, creyendo que contina siendo reina de Asiria. Deben suponer que su hijo Adadnirari no tiene ninguna injerencia en los negocios de Estado. No estn equivocados. Ella lo demostrar. Ha resuelto gobernar el imperio escudndose en el ttulo de reina vasalla. No quiere herir la susceptibilidad de los asirios. No quiere tampoco violar las leyes dinsticas. Pero comprende que su hijo no est en edad de gobernar al pas. Si es necesario lo har prisionero y lo tendr encadenado hasta que alcance la mayora de edad plena. Hasta que su madurez, claro juicio y buen sentido le acrediten el temple necesario para llevar las riendas del carro de Ishtar. Se asoma a la ventana mirando hacia la confluencia de la va de Marduk. Espera ver aparecer el coche de Addasin. En el patio de guardia, la carroza de Enlil, en la que han conducido al embajador de Damasco. Ha de estar con el rey. Sus consejeros y escribas, as como guardianes permanecen montados en los caballos. Buena ocasin se le presenta para resolver la vieja querella entre Siria e Israel. Es probable que su hijo lo eche a perder. Y se pregunta si el embajador del rey Joacaz, ser Sadoc, el mismo que hace aos lleg a Babilonia pidiendo ayuda. Nunca ha podido olvidarlo. Era un hombre excepcional. Todo l emanaba grave simpata, alta espiritualidad, apretada moral. Su voz era persuasiva y sus palabras prudentes. Mientras se viste ayudada por las azafatas, a las que vigila e instruye Melinke, pregunta a sta: -Qu cara puso Ghina cuando le presentaste a Tursyna? -Oh, seora! Ghina ha aprendido muy bien su oficio de cortesana. Pareci que la conociera de toda la vida. Y que durante la misma la hubiese servido. Se deshizo en reverencias y en palabras corteses. -T sabes que hace aos Mino estuvo en Tartessos? -S, lo he odo, seora. -Pues Mino dej all a su novia, a la cual prometi esponsales. Ya te imaginas quin es esa novia? -Tursyna -contesta con la mayor naturalidad Melinke, pues lo ha odo durante la entrevista. -La misma. Ahora la esposa de Mino tiene que atender a la que fuera novia de su marido. No te causa gracia, Melinke? Despus le dir que se dedique exclusivamente a Tursyna, y que no se preocupe tanto por Sunga. -No creo, seora, que Ghina se haya preocupado por Sunga ms de lo obligado. -Por qu defiendes a Ghina? -Acaso, seora, le has retirado la buena voluntad? Debes disculparla. Supongo que

112

una doncella cuando se casa experimenta un cambio en su vida. -Pero no al extremo de olvidar que yo la hice lo que ahora es. He encontrado mi casa tan cambiada que a cada momento tengo que recordar que aquellas personas que recibieron mis favores son ingratas. Por qu? En tan poco me tenan entonces para no obedecerme ahora? -T sigues siendo la seora de palacio y madre del rey. -S. Pero lo han olvidado. Hoy sabrn que adems de madre del rey, soy reina de Babilonia. Si te asusta la sangre, a la hora que se ponga el sol ve a calentar mi cama, porque correr sangre. Con sangre te las losas del palacio de Kalah; con sangre teir las del palacio de Babilonia. Como Melinke no contesta, Semramis le dice que prepare en la mesa de las ofrendas vino, jugo de dtil y de agave, pues las tres bebidas le gustan a Gelmas. Y nunca se sabe por cul de ellas se resuelve. No es un gran bebedor, pero cuando conversa cosas graves o excitantes le gusta paladear unos sorbos. Una de las azafatas que est asomada a la ventana, pendiente de la llegada del mayordomo, anuncia: -El bienquisto Addasin! Semramis corre a la ventana. Addasin viene en su coche. Lo escoltan cuatro carros militares. En uno de ellos, Hurimasin, escudero de Semramis e intendente del ejrcito. Otro de los que viene en el carro, es el induta. Al entrar en el patio de los Oidores, mayordomo y militares provocan no poca expectacin. Semramis se retira de la ventana y ordena a las azafatas que salgan. A Melinke le dice: -Ve a ver cmo ha quedado alojada Tursyna. Dile a Ghina que aprecio mucho la vida de la extranjera, y que debe cuidarla hasta el mximo sacrificio. Dile tambin que no atienda ninguna orden, aunque ella venga de Sunga, que aparte a Tursyna de su aposento. Poco despus, Semramis recibe a solas a Addasin. -Qu ha dicho Gelmas? -Gelmas, seora, me ha escuchado. Y sin darme contestacin alguna orden a su ayudante que tocara el clarn de alarma. Despus, llam a Hurimasin, a Bals, a Radadbel y a Mindahn y les orden que me acompaasen a palacio. Ya para salir me dijo: Dile a la seora que el ejrcito estar en la calle antes de media hora. Estos oficiales te acompaarn a pedir la rendicin de la guardia de palacio y de las tropas de Kalah adictas al rey. Me dijo tambin que agradecera que hoy la seora le invitase a almorzar. No esperaba otra cosa de Gelmas. Al or a Addasin, a Semramis se le humedecen los ojos. -Preprate, Addasin. Vuelves a ser en la plenitud de tus poderes el mayordomo de palacio. -Seora, s que has sido paciente; que estos muros de palacio se han hecho hostiles a tu persona. Pero no soy yo quien deba aconsejarte. A ti, que el benevolente Marduk colm de sabidura...! Mas si me dieras permiso... -Habla, Addasin. -No olvides que el rey es tu hijo. No olvides que los errores que comete son imputables a su corta edad. -Segn la ley dinstica es adulto para ser rey -replica Semramis.

113

-No olvides tampoco, seora, que la madre se separ del hijo cuando era un nio. Y que l no tuvo quien condujera sus pasos ni esclareciera su entendimiento. -No lo defiendas, Addasin. Le dej a Beltarsiluma que vea por l, que vea por el pas. Le dej consejeros y preceptores. S que l por propia iniciativa no hubiera llevado a cabo ninguna mudanza, pero esa Sunga se le meti en la conciencia, en la sangre. -Debilidades de adolescente, seora. -El hombre que deja que una mujer entre en su sangre y en su conciencia, debe conducirse como hombre. No deseo ningn mal a mi hijo. Precisamente por ello quiero ponerle en el camino recto. Quiero que sea un gran rey, cosa que no quiso o no pudo serlo su padre. Yo har de l ese gran rey. -Es que tu determinacin puede hacer correr la sangre. -Lo espero, Addasin. Babilonia est congestionada de ocio y de quietud, de paz y de sosiego. Necesita una sangra. Gelmas ser el cirujano. La noticia del alzamiento militar salt del parque de Inurta y del patio de los Oidores a toda la ciudad. En el crculo del rey estall la indignacin. Pero ochenta mil hombres armados marchando hacia palacio, impusieron cautela en los airados varones. Adadnirari se ve de nuevo empequeecido y humillado, como das antes se sinti en la sala del trono. Al fin su madre ha enseado las uas. No, su madre, no. Semramis. Esa extraa impostora que haba llegado del Indo. Mas la experiencia del rey es bien triste. El mismo Asarmelke, que ostenta la espada y la maza, consultado sobre el caso se plega acomodaticiamente a las frmulas conciliadoras. Hasta se atreve a decir al rey algo que dicho en tiempo oportuno, hubiera sido ms til: -Siempre estars a expensas, seor, de un ejrcito inquieto, mientras t no lo domes con propia mano. Ningn rey de Asiria ha permanecido mucho tiempo en el trono si antes no ha demostrado su derecho a l. La popularidad no la busques en las adulaciones de la corte, sino en los vtores de los soldados. Yo te aconsejo, seor, que accedas a lo que te pide la seora. Dale Babilonia a tu madre, djala reinar, y t, de acuerdo con los planes de Beltarsiluma, ve a la guerra. Cuando vuelvas victorioso ser el momento de discutir a tu madre si la corona de Babilonia es tuya o de ella. No veo que la situacin tenga otro desenlace. Cualquier resistencia har correr la sangre intilmente. Mas para que veas que no es la cobarda la que dicta mis consejos, dame la orden, seor, y ahora mismo me enfrento, con las fuerzas que tenemos, al ejrcito de la seora. Si quieres buscar una salida amistosa con Gelmas, ofrcele mi cargo. Estoy seguro que l lo ambiciona. Al decir eso, Asarmelke se quita el pectoral de la espada y la maza y lo deja en la mesa del rey. -Te devuelvo mi sello, seor, si l puede facilitar la transaccin. Sin embargo, otros varones de Asiria se muestran renuentes a aceptar la frmula propuesta por Asarmelke, del que no se fan. El viejo militar ha sido siempre adicto a Semramis. Y en un momento decisivo es natural que se pronuncie a su favor. Zakirasin expresa su disconformidad. No est dispuesto a perder el gobierno de Kalah. Zakirasin sospecha que Semramis no se detendr aqu; que sus imposiciones continuarn hasta que el gobierno mismo de Asiria est compuesto por los varones que ella imponga. -Creo que debemos resistir. No estara de ms que el bienquisto Asarmelke, que es la persona ms indicada, saliera al alcance de Gelmas y le ofreciese la espada y la maza y 114

aquellos otros privilegios a cambio de que refrende su fidelidad a la corona. La proposicin de Zakirasin provoca contradictorios pareceres. Asarmelke se indigna de que se tome a Gelmas como hombre venal. Asegura que es un militar de la cabeza a los pies. Y que cuando el espritu de Ishtar se ha posesionado de un soldado, no hay halago, prebenda o coaccin que le haga violar su juramento de fidelidad. l ha jurado fidelidad a Semramis y har todo cuanto sta le ordene. -Si la situacin queris resolverla por las armas -les dice- preparmonos a morir. Mas no es justo que el rey, nuestro seor, se vea arrastrado por nuestra insensatez. Dad guardia al rey para que salga de la ciudad mientras nosotros hacemos frente a Gelmas. Ninguna palabra ni razonamiento poda haber causado peor efecto en Adadnirari. Y seguro de que con el tiempo encontrar arbitrio que le emancipe de la tesonera potestad de su madre, resuelve aceptar la nota conminatoria de Semramis: -Seores, debemos dar por perdida la partida. No aceptar que sacrifiquis vuestras vidas por la ma, que, lo confieso, an no ha hecho mritos que lo justifiquen. Los acontecimientos nos obligan a ceder a la exigencia que nos imponen. Preparmonos a recibir a Gelmas. Mas permaneced vigilantes. Da vendr, no lejano, que podamos tomar venganza de este nuevo atropello y vejamen que se hace a la corona de Asiria.

LA FUGA FUE CUESTIN DE HORAS. La crisis planteada con la orden que Semramis envi a su hijo, desbord las esferas de influencia de ambos. La situacin, no slo en palacio, sino en toda la ciudad, se hizo catica. En Babilonia no haba un hombre de la sagacidad de Beltarsiluma que explicase lo que suceda, que se diera cuenta de los factores que intervenan en la crisis y la agudizaban momento a momento. La corte, tan decisiva en la vida del pas, estaba secretamente dividida, pero, conservando la cohesin que le daba el espritu de clase, actuaba por su cuenta en la pluralidad de sus miembros. La querella abierta entre Semramis y Adadnirari, haca sentir a la corte que el principio de obediencia haba sido vulnerado, y precisamente por las personas que ms escrpulo y voluntad deban poner en mantenerlo libre de cualquier menoscabo. La querella, que, por consecuencia, pona en disputa el vicariato, lesionaba el sentimiento religioso particular de cada ciudadano. Complicando el conflicto, operaba la influencia que Sunga ejerca en las damas de corte. Desde la minora de edad de Adadnirari, y ausente Semramis, comenz a ejercer su influencia en la aristocracia de Babilonia. Despus, trasladada a Kalah en seguimiento del prncipe, hizo lo propio en la corte de la capital de Asiria. Con ms astucia y ambicin que Adadnirari, puesto que ste ya era rey y ella aspiraba a ser su consorte, posea una voluntad ms firme que el amante. Y antes que nadie, al tener noticia del incidente vejatorio de la sala del trono, se dio cuenta de que la partida del rey, "su partida", deba darla por perdida si ella misma no actuaba para poner rpido remedio a la situacin. Sunga haba observado que desde que entr Semramis en Babilonia el rey se apart

115

de su lado. La nica ocasin en que se vieron, tres noches antes, en una de las habitaciones del harn, tuvieron un penoso altercado. A los reproches que le hizo Sunga, el rey contest de mal talante que deba comprender que haca seis aos que no vea a su madre, y que l, adems de deberle la vida como hombre, le deba el trono como rey. Estos razonamientos evidenciaron an ms a Sunga la debilidad de Adadnirari. La discusin se hizo todava ms agria. Al fin, Sunga se deshizo en lgrimas y esgrimi el argumento de mayor peso, revelando que sus aflicciones no se deban tanto a verse desamparada como fiel amante, sino como futura madre. Sunga se hallaba en cinta de tres meses. Educada en el harn, conoca las maas y artificios de que se vale la mujer, no tanto para quedar preada como para evitarlo. Sunga lo haba evitado hasta entonces. Mas las noticias que anunciaban el retorno de Semramis, le hicieron pensar en la conveniencia de un embarazo que la uniera por la sangre al rey. La reaccin de Adadnirari fue confusa. Al principio enrojeci de rabia, mas enseguida, estimulado el corazn con los llantos lastimeros de Sunga, la cogi tiernamente entre sus brazos y la consol dicindole clidas palabras de amor. Pero el rey, si esa noche comparti el lecho de su amante, estuvo diligente en abandonarlo a la segunda vigilia. Escapatoria que Sunga juzg como cobarda de su joven amante. La pareja no volvi a verse. Sunga comenz a dictar en la corte rdenes y consignas. Por su parte, Adadnirari, sin una conducta propia que seguir, se limit a hacer aquello que anticipadamente saba no disgustara a Sunga. Y molesto por el hecho de que su madre se negara bajo distintos pretextos a concederle una larga y definitiva conversacin, le anim a sostener su conducta. Hallndose en entredicho el principio de obediencia, sin que nadie pudiera decirse claramente a quin perteneca lcitamente la mxima autoridad, la accin enrgica de Sunga arrastr a muchos cortesanos indecisos. Entre ellos contaban los que tiempo atrs haban tomado el partido de Sunga. Si las dos cortes, la de Kalah y la de Babilonia, convivan aquellos das en palacio, no disimulaban los recelos que desde el regreso de Semramis las distanciaba. Los asirios desconfiaban de los babilonios y stos de aqullos. La nica persona que los haca solidarios era Sunga; Sunga, claro est, a travs de sus esposas. La ruptura entre Semramis y su hijo fue conocida enseguida en palacio. Que Semramis no hubiese tomado ningn cuidado en la transmisin de su orden no se debi a descuido, sino a deliberada intencin. Quera que las dos cortes hospedadas en palacio se enteraran inmediatamente de su resolucin. Y mientras el rey atenda al embajador Ben Adad, y Gelmas pona en pie de alarma al ejrcito, la accin de Sunga gan tiempo a los acontecimientos. La guarnicin de Babilonia, al mando de su jefe el general Urdabilit, ocup, antes de que llegaran las tropas de Gelmas, la va Procesional en el amplio ngulo que formaba entre la puerta de Ishtar y el puente del ufrates, as como un buen trecho de la va de Marduk; a la vez, cerr las calles que confluan a estas dos vas. Situ abundantes tropas en los patios y explanadas del Esagila y de la zigurat con el pretexto de proteger a las cmaras sacerdotales peligrosamente amenazadas. Mand emisarios a palacio y pidi se le entregaran a los cuatro oficiales de Gelmas. Urdabilit era muy sagaz o muy torpe. Poda ser vctima tambin de la confusin imperante. Lo cierto fue que les dijo a los oficiales que regresaran con el general Gelmas, a quien deban darle sus saludos, y que le dijeran que haba movilizado la guarnicin de Babilonia para defender los sentimientos religiosos del pueblo de la penosa crisis surgida.

116

Los oficiales no entendieron claramente lo que quera decirles Urdabilit, pero regresaron al parque de Inurta y le comunicaron el mensaje a Gelmas. ste se qued no menos sorprendido y confuso. En su avance hacia palacio orden un alto a unos cuantos pasos de la tropa de Urdabilit. Un hecho era claro para Gelmas: que l haba recibido aviso de Semramis y que Urdabilit le cortaba el paso. Mas como no entenda claramente en qu consista la crisis a que aluda el militar babilonio, qued a la expectativa, en espera de recibir noticias de Semramis. Si al trmino de media hora no reciba comunicacin de la seora, se abrira paso entre las fuerzas de Urdabilit. Este general, por su parte, envi mensaje al rey dicindole ambiguamente que ocupaba el barrio de Beltis -el distrito palatino y sacerdotal de Babilonia- para salvaguardar las instituciones del pas. Otra ambigedad que entraaba eufemismo o confusin. Mas en palacio los hechos se precipitaron con mayor claridad: la guardia real, bien porque obrase por propia iniciativa o porque atendiera rdenes de Urdabilit, se posesion de los aposentos reales y del harn. "Slo en vigilancia" se dijo, pero la madre y el hijo, causas del conflicto, quedaron aislados y prisioneros en sus propias habitaciones. Adadnirari en compaa de sus consejeros, y Semramis en la de Addasin y Melinke. Urdabilit tena un plan que propuso por separado al rey y a la reina madre. Segn l, deban reconciliarse y concluir la querella, cediendo Adadnirari una parte de su poder por lo que a Babilonia se refera. Asiria deba de reconocer el estatuto de Babilonia, que privaba en vida de Shamshiadad; es decir, que Semramis gobernara en calidad de patesi. Tanto la madre como el hijo, comprendieron que Urdabilit ignoraba las razones de la crisis. Segn el dicho babilonio, estaba comiendo de las sobras de los dioses. La malicia popular atribua a los dioses tal voracidad que apenas si dejaban los huesos limpios. A Adadnirari la injerencia de Urdabilit le hizo peor impresin que el ultimtum de su madre. Y como Semramis contest que se daba por satisfecha con este arreglo, Urdabilit entr en palacio prepotente a ultimar el pacto. Envi emisarios a Gelmas informndole del buen trmino de la negociacin. Mas Semramis no perdi el tiempo. Sus habitaciones, descartada la salida principal y de uso, tenan otra privada que daba al Canalillo, tambin ocupada y vigilada por las fuerzas de Urdabilit. Y una tercera, sta secreta, que comunicaba con el obrador de Shusteramn. Del obrador poda bajarse al patio de clausura del viejo harn, donde el egipcio y sus hombres estiraban las piernas en las horas de ocio. Recordaba que de una de las habitaciones descenda una escalera a una alberca cubierta, y que sta reciba el agua del ufrates a travs de una compuerta. En el taller de Shusteramn habra herramientas para violentar la compuerta. El plan de Semramis era ganar el embarcadero, subir a La Garza y remontar el ro. Salidos de la zona de Beltis, Addasin poda ir al alcance de Gelmas a informarle de lo que estaba ocurriendo. Semramis no explica al mayordomo y a la lirista lo que ha pensado. Slo le dice a Addasin que abra la puerta secreta del obrador. Antes de introducirse por el pasillo que conduce al taller del egipcio, Semramis hace jurar a Melinke que de todo lo que vea y oiga no dar fe, testimonio ni cuenta mientras viva. Cuando entran en el taller, le dice a Shusteramn:

117

-Estamos haciendo un simulacro de fuga. El rey y yo hemos decidido que cada uno, por el recurso que le plazca, salga de palacio sin ser visto de nadie. Y hemos jugado una apuesta a ver quin lo realiza con ms xito y en las mejores condiciones. He pensado en esta salida secreta. T y tus hombres, acompaadnos. Debis traer la herramienta necesaria para forzar la compuerta de la alberca. -La compuerta -le informa Shusteramn- hace tiempo que no existe, y por ello la alberca se inunda en las crecidas. Alguna vez el agua ha subido hasta la habitacin de Belnabu. Tenemos el camino expedito. Semramis cree recordar. Sin dilacin bajan al patio. Recorren las habitaciones de los fsicos y descienden a la alberca, apenas cubierta de un palmo de agua. La novedad divierte a los fsicos. Semramis les dice: -Uno de vosotros, el ms gil y diestro, debe entrar en ese tnel. Una vez que alcance la salida, tratar de ganar el muelle del embarcadero. Desde arriba nos ayudar a todos a salir. Debemos saltar a La Garza y remontar el ro. Semramis pone tal emocin e inters en la fuga, que Shusteramn comienza a sospechar que no se trata de un simulacro. Si no lo fuera, ve tambin la oportunidad de ganar para siempre la tan apetecida libertad. El hombre ideal para la faena propuesta por Semramis es Shuma, antiguo cargador del muelle del templo de Nidaba. Se introduce en el tnel, y rastreando a cuatro patas, lo atraviesa en su extensin. Enseguida, acostndose de espaldas, saca medio cuerpo afuera y alza los brazos. No alcanza el piso del muelle, se mueve, se incorpora, hace distintos movimientos inverosmiles hasta que, al fin, Semramis le ve desaparecer, poco a poco, ascendiendo a pulso. Oyen la voz de Shuma invitndoles a salir. El segundo es Pulo, que con la ayuda de Shuma no tiene que hacer grandes esfuerzos para alcanzar el muelle. Y as sucesivamente van escapando los dems. Una vez en el muelle corren a La Garza. En la nave slo se encuentra el grumete que la vigila. Todos se ponen a la faena. Incluso la propia Semramis se posesiona del remo mayor. La casi carencia de viento no ayuda a la boga. Shusteramn y sus hombres, Addasin y Melinke, reman para contrarrestar la corriente y remontar el ro. Enseguida se encuentran fuera de la demarcacin de Beltis y, por lo tanto, de la vigilancia de las tropas de Urdabilit. Los jardines colgantes, que han extendido el ngulo entre palacio y la puerta de Ishtar, oponen una valla a las miradas curiosas. Es aqu donde Semramis le dice a Addasin que salte a tierra y corra a encontrarse con Gelmas, que le explique la situacin y que le mande a Urdabilit el mensaje que va a escribirle. Todo esto se lo dice en el saln de toldilla y lejos de Shusteramn y los suyos. La misiva que escribe Semramis en una hoja de papiro dice as: "General Urdabilit. Me encuentro en el parque de Inurta, rescatada por el general Gelmas. Uno de sus capitanes te entregar esta carta en la que yo, reina de Babilonia, te digo: Recuerda que antes que a nadie a m me debes obediencia, pues el cargo que ostentas yo te lo otorgu. Ponte a las rdenes del general Gelmas. Si no lo hicieres, tu conducta, que hasta ahora considero equivocada aunque bien intencionada, la acreditar a desobediencia y atentado contra mi realeza y vicariato. En este caso disponte a entrar en la sombra de Nergal. Gelmas tiene rdenes de atacar sin demora a tus tropas. Yo, Semramis". Addasin cambia de manto y se disfraza lo mejor que puede. Sabe bien lo que se juega en la aventura. Salta a tierra, y sin dilacin, sin echar una sola mirada atrs, atraviesa la calzada paralela al ro y se interna en el bosquecillo de palmeras, rumbo a la 118

puerta de Semramis, la entrada ms adecuada para llegar derechamente, salvando el barrio de Merkes, al parque de Inurta. La Garza contina remontando el ro. Semramis est segura de que si su presencia es descubierta y denunciada, fuerzas de Urdabilit saldran a acosarla y darle alcance. Todo depende de quin llegue antes, si Addasin al parque de Inurta o la noticia al general rebelde. Shusteramn, aprovechando la ausencia de Semramis, les dice a sus compaeros: -Ha llegado el momento de obtener la libertad tan anhelada. Debemos apoderarnos de la nave, no hacer ningn caso de la reina, y saltar a la orilla derecha. Desde aqu nos ser fcil alcanzar la puerta de Adad y buscar caravana que nos lleve lejos de Babilonia. Todos se quejaban de la prisin a que les haba sometido la reina. Pero Shusteramn olvida que sus cuatro auxiliares son conscriptos de los dioses, y que por su condicin servil carecen de la suficiente voluntad para animar un acto de rebelda. Los cuatro hombres callan unos instantes. Belnabu, a quien en el templo de Gula le haban otorgado el sello de mdico, razona: -Sabes, Shusteramn, lo mucho que te admiro. No ser yo quien se niegue a seguirte. Pero no intentes y fuerces a que mis compaeros hagan lo mismo. Si nuestra escapatoria fracasa, moriremos uncidos a la noria. Hablo por mis compaeros porque s cul es su sentimiento. Y aunque el mo participa de sus miedos, no rehso el riesgo slo por el honor de acompaarte. Otro ms egosta que Shusteramn habra pensado en fugarse solo. A pesar de las reservas de Belnabu, acepta que slo ste le acompae, ya que el egipcio procura ms el provecho de Belnabu que el alivio de su compaa. Belnabu, bajo su direccin, se haba convertido en un excelente mdico, en un autntico cientfico. Haba asimilado la medicina egipcia en la cual l le instruyera, y la babilonia, adquirida en el templo de la diosa de la salud. Shusteramn reconoca que Belnabu le ganaba en el conocimiento del cuerpo humano y, aunque le costaba trabajo aceptarlo confesaba que el cuadro fisiolgico de la ciencia babilonia era ms certero que el egipcio. Los dos podran regresar a Bubastis, y all, con los conocimientos obtenidos y prcticas realizadas durante tantos aos de prisin en el obrador, podran revolucionar la medicina egipcia. Shusteramn va a ver a Semramis, que ha vuelto con Melinke a atender a la conduccin de la nave. Le dice: -Seora: ignoramos cules son las circunstancias que te han obligado a esta evasin. Pero creo que ha llegado el momento de que yo elija la ma. No opongas resistencia ni des gritos ni pretendas persuadirme de mi locura. Si lo es, lo hago con muchsimo agrado. Mueve el remo de modo que la nave vire a babor, pues queremos saltar en la margen derecha. -Sabes a lo que te expones, Shusteramn? Antes de que se oculte el sol te habrn dado alcance. No ser clemente contigo. -En este caso slo pido, oh, seora!, que lo seas con Belnabu, que me acompaa contra su voluntad. Shusteramn empua el remo que lleva Semramis, y lo mueve cambiando la direccin de la nave: -S prudente, seora, pues no quiero emplear contigo la violencia. Semramis, demudada de rabia, con los ojos centelleantes se levanta y entra en toldilla. Melinke la sigue. La nave se arrima a la orilla. Shusteramn y Belnabu saltan a

119

tierra. El egipcio se vuelve a sus auxiliares: -Amigos, por ltima vez! No queris la libertad? Shuma se levanta decidido, abandonando el remo. Semramis, a la puerta de toldilla, grita: -Al remo, Shuma! El hombre inclina la cabeza, se sienta en el banquillo y coge el remo. Semramis acude presurosa a popa para volver a conducir la boga. Mira hacia atrs. Shusteramn y Belnabu caminan hacia las murallas de la ciudad nueva. Seguramente las bordearn para esconderse entre la poblacin que vive a extramuros. All tratarn de disfrazarse para asegurar su salida del pas. Semramis dirige la nave hacia estribor, a fin de seguir paralelamente el muro de la margen izquierda y evitar las balsas de carga que bogan por el ro. No deja de mirar a la calzada. Mientras no aparezcan jinetes no corre peligro de ver frustrada su evasin. Si esto no ocurre en un cuarto de hora habr ganado la partida, pues Addasin estar en el campamento con Gelmas. Despus de dejar atrs el barrio de los Bienquistos, La Garza entra en el embarcadero de la casa del Estanque. Acuden guardas y criados. Semramis da las instrucciones pertinentes. Despus llama al jefe de la guardia y le dice: -He venido de incgnito. Si alguien pregunta por m dile que no estoy en casa. Avisa a tus hombres de que estn vigilantes, pues pronto llegar el bienquisto Gelmas a almorzar. Despus ordena a Melinke que se haga cargo de los fsicos y les d vestimenta apropiada de pajes. Que antes de cambiar de ropa se purifiquen. Pasa la hora del almuerzo y la de la siesta. Ni una sola noticia. En la casa del Estanque reina un silencio ominoso. Melinke trata de distraer a la seora con su charla; pero como tambin su espritu est intimidado, la conversacin no logra rescatarlas de la inquietud. Desde una ventana, Semramis contempla el estanque. La ltima vez que haba estado cerca de l, la acompaaba Dungui. Siente nostalgia por el vagabundo. En aquel momento de incertidumbre y crisis, la nica persona capaz de aliviarle el espritu, con sus maravillosas simplezas, habra sido Dun. Semramis no ha probado bocado. Promedia la tarde cuando el oficial de guardia viene a avisarle: -Una tropa se acerca a la casa, seora. -Qu clase de tropa? -Fuerzas de tu ejrcito. -Seguramente el bienquisto Gelmas. Semramis, en compaa del oficial, sale a la puerta que da acceso a la calzada. S, son sus soldados. La subversin de Urdabilit ha sido aplastada. Quiz de modo sangriento. Y su hijo... No, no teme por Adadnirari. Cualquiera que haya sido el desenlace, el rey habr contado con el respeto de todos. Vuelve al interior de la casa y le dice a Melinke: -La situacin ha quedado resuelta. -Loado sea el benevolente Marduk, seora! -Semramis se pasea impaciente por la sala. A cada momento el rumor de la tropa que llega se hace ms ntido. De pronto, los clarines de saludo. Un impulso de

120

agradecimiento hace volver a Semramis a la puerta principal. All, vestida de capitana, espera la llegada de Gelmas. Pero en la puerta del muro, el primero que aparece es el general Hurimasin, que fuera su escudero. Lleva las insignias de la espada y la maza. Lleva tambin el collar de Ishtar y el cordn de la campaa del Indo. Entre dos oficiales, Hurimasin espera a que la tropa contine desfilando, hasta alcanzar la esquina del muro. Despus alza la espada y da el grito: -Semramis, reina de Babilonia! Por tres veces la tropa contesta la proclamacin. Semramis tiembla. Apenas si puede contener la emocin. Gelmas ha hecho efectivo su ultimtum al rey. Hurimasin se adelanta solo y vuelve a reverenciar a la reina. -Y Gelmas? -En palacio, seora. -Y Urdabilit? -Ha atendido tu carta, pero el bienquisto Gelmas, una vez que Urdabilit hubo retirado sus tropas, lo hizo ejecutar en la misma va Marduk. Tambin fueron sacrificados sus auxiliares y dos oficiales de la guardia real. -Se luch? -S. Algunos soldados de Urdabilit se opusieron con las armas a la ejecucin de su jefe. Alrededor de treinta bajas. -Y el rey? -El bienquisto Gelmas est negociando con el seor. Se ha despachado un correo a Kalah con un mandato del seor ordenando a Beltarsiluma que se haga cargo de la guarnicin de la plaza, del gobierno de la ciudad y de palacio. Esta noticia no es grata a Semramis. No olvida que Akkados fue el que llev la operacin de rescate de Adadnirari cuando ste era prisionero del usurpador Belanurta. Hace pasar a Hurimasin al saln. Y all contina enterndose de lo que est sucediendo en Babilonia. -Y Addasin? -El bienquisto Gelmas le rog que se hiciera cargo de la autoridad de palacio. -Y Sunga? -Ha pedido asilo en el harn. -Qu es lo que negocia Gelmas? -Quiere llevar a mi seor el rey al templo de Ishtar y tomarle juramento de que se pondr al frente del ejrcito. Quiere ms: que empiece inmediatamente la campaa planeada por el bienquisto Beltarsiluma. -Y los consejeros del rey? -El bienquisto Gelmas permite que asesoren al seor. -El seor, mi hijo, ha aceptado mi jerarqua de reina de Babilonia? -S. En los trminos de tu exigencia. Nuestra patria queda sujeta a Asiria, sin tributacin alguna. Mas el clero de Babilonia tributar al vicariato de Asur, un diezmo. Militarmente los ejrcitos babilonio y asirio quedan, como hasta ahora, integrados en uno solo. -Hay oposicin por parte de Adadnirari a las negociaciones? -S. Por eso se han prolongado. Cuando yo sal de palacio, suspendan la conversacin para retirarse a almorzar. 121

Adadnirari se opone a la campaa militar y a prestar juramento a Gelmas. Le dice que es vejatorio a su dignidad. Tambin argumenta que desea que su reinado pase a la historia por su pacifismo y por las buenas relaciones con los pases vecinos. Otro de los puntos a discusin es que el bienquisto Gelmas pide que le entreguen, para ajusticiarlos, al embajador de Urartu y miembros de su squito. Adadnirari se niega, alegando que el atentado que cometieron contra ti, seora, fue castigado por los mismos urartios en la persona del rey Toba. Adems, que los ricos presentes que en desagravio envan, y que suponen una enorme riqueza en madera, haran impopular y vergonzosa la ejecucin de los emisarios de Urartu. -Dime, Hurimasin, Gelmas no ha insinuado la conveniencia de que yo acuda a participar en la negociacin? Hurimasin comprende todo el alcance de la pregunta de Semramis. Calla un breve momento, el suficiente para que la reina baje la cabeza y se muerda el labio. Procura tranquilizarla : -Seora, la adhesin y fidelidad que guarda el bienquisto Gelmas por tu persona, hace insospechable su actitud. Quiere remover toda la maquinaria gubernamental y administrativa de los dos pases, para dejar tu trono expedito. -S. Lo comprendo. Mas Gelmas no es la persona adecuada para hacerlo. Gelmas es un magnfico militar, pero sabe poco de negocios de Estado y de poltica de corte... Ha sido demasiado riguroso en las ejecuciones. Creo que debi pensar otra frmula menos humillante que la del juramento. Olvida que est tratando con el rey de Asiria, no con un reyezuelo induta. -Seora. Si el bienquisto Gelmas se equivoca, lo har con la mejor intencin. -S. Como Urdabilit. Slo que Urdabilit expona escaso prestigio en sus errores. Y Gelmas debe cuidarse tanto como grande es su prestigio. No me gusta nada lo que est haciendo. Precisamente por el afecto que le tengo a Gelmas, no quiero que cometa un error grave. -El bienquisto Gelmas, seora, est sorprendido y admirado de tu evasin. Nadie en palacio ha podido darle indicios de cmo la has llevado a cabo. Addasin se ha negado a satisfacer su curiosidad. "Es secreto de la seora -ha dicho a Gelmas y al rey-. Y nada ni nadie me obligar a revelarlo." -Bien -dice Semramis-. Si an no has almorzado, acompame. Despus, saldrs a palacio como emisario y les dirs a Gelmas y al rey que suspendan las conversaciones que yo ultimar. Y si Gelmas no fuera de este parecer, dile que le ordeno que venga a verme. Durante la comida, Hurimasin continu informando a la reina de otros detalles del pronunciamiento militar. As como de las repercusiones que haba tenido en las distintas esferas oficiales.

EL PACTO DE LA GARZA GELMAS CONTEST A SEMRAMIS por el propio Hurimasin, que acatando sus rdenes suspenda las conversaciones con el rey. Que le disculpara que no acudiese a la casa del Estanque, porque la situacin en Babilonia, especialmente en palacio, exiga su

122

presencia. Que la corte de Asiria se dispona a abandonar la ciudad. Saldra rumbo a Kalah a media maana del da siguiente. Que el seor ira a entrevistarse con ella a primera hora. Y que una vez concertado el convenio entre madre e hijo, ste se incorporara a la caravana de la corte. Le dijo tambin que no olvidara los puntos de su exigencia, pues por duros le facilitaban la obtencin de las demandas que hiciera al rey. Refirindose a otro asunto le informaba que se haba presentado en palacio Sincobima, embajador de Tiro, protestando enrgicamente del secuestro de que haba sido vctima una doncella llamada Tursyna, amparada con el derecho hospitalario de Tiro. Que en tan gravsimas circunstancias que ponan en peligro la vida de la extranjera, reclamaba su libertad, a fin de llevarla a su campamento, en donde estara a salvo. A este respecto Hurimasin inform: -El bienquisto Gelmas me orden que hiciera las indagaciones pertinentes. Y Ghina me dijo que la doncella Tursyna se encontraba alojada en palacio; que era tu huspeda. Me fui a verla, y despus de explicarle la reclamacin que haca el embajador de Pigmalin, rog que por ningn motivo la dejsemos en sus manos; que era tu huspeda, y que como tal peda que se la condujese adonde t te encontrases. Pues enterada de los desrdenes que ocurran, prefera correr tu suerte, si es que tu vida estaba amenazada, a soportar los interrogatorios y castigos de Sincobima, incluso la muerte. Esto mismo se lo confirm la propia Tursyna a Semramis, cuando estuvo ante su presencia: -En el poco tiempo que viv en palacio me di cuenta que los muros de tus habitaciones son frgiles, que hay cien odos atentos que recogen tus palabras y la de tus interlocutores. Por eso, seora, tengo la seguridad de que Sincobima est enterado de todo lo que t y yo hablamos. Principalmente sobre lo que te dije del yugo de Tiro. Has de comprender que no poda esperar ninguna ventura bajo Pigmalin. Semramis encontr justificados los razonamientos de Tursyna. Quizs influy en ella la simpata que le despertaba la joven. Adems tena demasiados problemas encima para reflexionar sobre la veracidad de los sentimientos de la tartessia. Lo cierto fue que como Hurimasin y Tursyna llegaron a la casa del estanque al anochecer, Semramis encontr agradable la compaa de Tursyna. Despus de cenar y escuchar los recitados de Melinke, invit a la joven a pasar a su dormitorio para que, acostadas en el mismo lecho, le disipara la impaciencia que le inquietara toda la noche. La extranjera se extra de tan ntima y extravagante invitacin, pero Melinke le hizo saber que ello implicaba un gran honor, y que deba darse por satisfecha. "Pues has de saber -le puntualiz- que no pocos beneficios se obtienen en la cama de la seora." Tursyna se pleg a esta costumbre babilonia, y dio conversacin a la reina, cuidando astutamente de las palabras que deca y del contenido de su conversacin, cautela que Semramis, absorbida por sus preocupaciones, no lleg a percibir. La reina se qued dormida muy avanzada la medianoche. Despert antes de que amaneciese. El guardarropa de la casa del Estanque estaba atrasado seis aos, y Semramis se hizo vestir con la mejor tnica y manto que encontr en los arcones. En el aderezo de su persona puso el mayor esmero. Como si hubiese agotado toda su energa en la tensin mantenida con su hijo, ganada la partida se senta floja, y ms que floja, intimidada. Se senta madre y tema que el hijo le reprochase con acritud. Saba certeramente lo que deba exigirle al rey y los trminos en que conducira el 123

pacto; pero no acertaba en el ensayo del discurso mental con el principio, incluso con las primeras frases que habra de cambiar con su hijo. Si de disculpa o de reproche, si austeras y graves o blandas y prolijas. Adueada de un poder que le permita hacer y deshacer a su antojo, le era difcil fijar su conducta. Adivinaba que de esta conversacin con su hijo dependera su futuro sentimental e incluso el del propio Adadnirari. La rabia que la domin la maana del da anterior, y que dio motivo a la crisis, se haba disipado totalmente. An no desayunaba cuando le avisaron que el rey y su squito se acercaban a la casa. Se le ocurri algo que en principio vino a liberarla de su inseguridad e incertidumbre: recibir al rey en La Garza. Remontaran el ro, y durante el paseo fluvial discutiran las diferencias pendientes. Le pidi a Hurimasin que con soldados que tuvieran alguna pericia marina dotara la nave de tripulacin, de remeros y de piloto, y a Melinke que proveyera de vveres y bebidas a La Garza. No esper la llegada del rey. Embarc y se fue a toldilla. Tumbada en la litera, escuch los clarines que anunciaban al squito real. POCO DESPUS, ADADNIRARI salta a la nave. Semramis se pone de pie, vacila un instante, pero, al fin, se dirige hacia su hijo a recibirle. Espontneamente saluda: -Bien venido a mi nave, seor. Adadnirari, con voz que nunca habra credo or Semramis, responde: -Asur contigo, seora! Sin duda as haba sido a su edad Shamshi. Pero la voz de Adadnirari es distinta. Incluso la luz que brilla en sus ojos la origina otra intimidad diferente a la de su padre. -Quieres, seor, que pasemos a toldilla? El rey asiente con un ademn de la mano. Esta parquedad desconcierta a Semramis. Cuando se dirigen al saloncito, siente que las piernas le tiemblan. Ya no guarda ningn rencor contra su hijo. Por primera vez desde su regreso del Indo, el corazn se le ablanda en ternuras de madre. Al entrar en toldilla, el rey comenta: -Desde nio no haba vuelto a pisar la cubierta de tu barco. Tena la impresin de que era una antigualla; ahora me parece que es el mejor lugar, seora, que has podido escoger para que hablemos a solas. Semramis nota cierta cordialidad en el tono de su hijo; pero al mismo tiempo observa que las palabras que ha dicho tienen acento jerrquico. No poda negar que Adadnirari haba nacido rey. Y que ella lo haba sido slo por gracia de su dios personal. En la dignidad de Adadnirari vea ms sangre de Shamshiadad que suya, sangre que contena una autntica, directa realeza. Y en ella la sangre real era slo huella remota. Llegan los soldados que habrn de hacer las veces de remeros, y tambin los criados con los alimentos. -Has desayunado, hijo? No puede evitarlo. Semramis se pone encendida como si la hubiesen sorprendido en pecaminosa falta. Ocasin que aprovecha Adadnirari para disculparla, con dejillo de clemencia: -No tiene importancia, seora -y enseguida, con tono ms jovial, agrega-: No, no he desayunado. Y t? -Tampoco.

124

A Semramis le asalta el recuerdo de la noche anterior. De la conversacin de Tursyna. Le hablaba de un pas extrao: Tartessos. Y de los modos y costumbres de sus nativos. Le caus risa la insistencia con que Tursyna le asegur que las siete columnas de Tartessos eran de plata maciza. Y que ellas estaban dedicadas a la Luna y los siete das que rige. La reina, que no sabe cmo iniciar la conversacin, pregunta a su hijo: -Sabes algo, seor, referente a una tal Tursyna? -Lo suficiente para decirte, seora, que has cometido una grave imprudencia con ella. Si Beluma, a quien t tan precipitada y arbitrariamente destituiste, trat de interrogarla, es porque tenamos informes confidenciales de quin es la doncella; una espa de Pigmalin de Tiro. Y t le has dado albergue en palacio creyndola una mujer inocente. Sincobima acudi a palacio para llevrsela. Ella, siguiendo el juego de su vil condicin, fingi quin sabe qu desavenencias con Pigmalin para justificar su estancia en palacio, y ms an, pedir que la trajesen contigo, cosa a la que accedi Gelmas. Ahora supongo que esa espa se encuentra en la casa del Estanque. Semramis recibe la reprimenda un poco desconcertada. Es posible que la extranjera, bien aleccionada por Pigmalin, haya acudido a la estratagema de hacerse pasar como una rebelde al yugo de Tiro, y con esto ganar la confianza de la reina. Pero, por otra parte, qu necesidad tiene Tiro de espiar en la corte babilonia? Y al acordarse del disimulado ficticio botn de plata, cree comprender que Tursyna s tiene un importante papel a jugar dentro de palacio: enterarse de la realidad del botn y de su cuanta. Mas a pesar de acreditar a su hijo sagacidad para interpretar el caso Tursyna, le irrita el tono poco considerado que emplea al exponrselo. Lo que ms le molesta es que el tono tampoco le es familiar. -Bien -corta-. El asunto Tursyna no tiene mayor importancia, comparado a las cosas que hemos de discutir. Sabes cules son mis exigencias. Adadnirari, dando acento impersonal a las palabras, incluso a la mmica que las acompaa, dice: -De nio gozaba la satisfaccin de creer a mi madre diferente a todas las mujeres. Era babilonia, y bien sabes, seora, lo que Babilonia significa para Asiria: la gracia, la alegra, una cierta despreocupacin por la vida, gusto por las artes, por el buen vivir... por todo eso que a los asirios, que tenemos la pesadez de nuestra mstica y la gravedad de nuestra conducta guerrera, nos seduce a veces porque aligera el nimo de preocupaciones. Virtudes y defectos contrarios a los nuestros, y que, por ello, nos atraen hasta subyugamos. Esta era mi madre, la alegra de Babilonia en oposicin a la sequedad y solemnidad asirias: la risa frente al gesto adusto y el corazn endurecido. Aquella madre, seora, la he perdido. La perd en tierras lejanas, adonde fue a pelear con unos infelices indutas cuyos agravios no acabo de comprender en su magnitud, aunque s s lo cuantioso que result vengarlos. Y la madre que me devuelve el Indo ya no es babilonia, ya no es la risa ni siquiera la sonrisa; sencillamente es una mscara seca, rgida, adusta. Es una extraa! Tiene mucho de asiria en su dureza y crueldad; pero en lo dems, una extraa, una desconocida. Y te ser franco, seora. El nico inters que tengo en venir en condiciones humillantes a pactar contigo, es el de probar a descifrar quin es esa mujer extraa que, tocada con la tiara bi-tricorne, ha llegado a Babilonia. Sabes muy bien, seora, porque as me lo ensearon mis predecesores, que soy adorador de los dioses, y si en algo respeto tu persona, creme sinceramente, no es por tu condicin de reina, ni de mujer ni de madre, sino por aquella parte de la diosa Ishtar 125

que se introdujo en tu cuerpo y se fundi en l. Semramis, trmula, apenas puede balbucir: -Eres muy cruel conmigo, seor! -Eres la triunfadora! Jams Asiria haba visto tamaa humillacin. El ms tierno y joven de sus reyes viene a firmar su derrota ante una mujer extraa. Semramis se siente perdida. Ella una mujer extraa, ella, para Adadnirari, haba dejado de ser su madre. Pero tambin l, por reaccin, por reflejo o sombra de su propia insania, dejaba de ser su hijo. Es tambin un extrao. La situacin, demasiado tensa, viene a aliviada la entrada de Melinke y dos pajes que traen el desayuno. Mientras sirven, Semramis tiene tiempo a reflexionar sobre los puntos a discusin. Una vez que vuelven a quedarse a solas, plantea: -Cometiste varios errores, seor. -Enumralos, seora. -El primero, Sunga. No debiste enamorarte de ella. Debiste satisfacer tu apetito, pero no comprometer tu corazn. No es que ponga en duda la calidad de Sunga. Pertenece a una de las familias ilustres de Babilonia. Mas para ser esposa del rey le falta inteligencia; es demasiado astuta, y la astucia, seor, como cualidad positiva debe ser estrechamente vigilada y conducida por la inteligencia. Si la mente no es lcida, la astucia se abre sus propios caminos que nunca conducen a buenas metas. Adadnirari, por primera vez, sonre. En sus labios se esboza la irona. Piensa que la reina no ha perdido el don de razonar. -Mi madre me abandon siendo nio -dice el joven-. Y me dej con Sunga. Sunga vena a sustituir con su simpata, jbilo y gracia babilonia, a mi madre. Cuando llegu a edad, el instinto me hizo elegir a Sunga. Sus atractivos fsicos convertan en goce su risa, su ingenio babilonio... -Debas ser ms recatado! -No me repliques! Sunga pertenece a mi vida privada y no estoy dispuesto a que su caso entre en la subasta de los despojos. Estoy tan firmemente determinado a que Sunga permanezca a mi lado, que si tu ambicin me separa de ella, ten por seguro que abdico la corona. No faltar algn bastardo que te dispute el derecho al trono que tanto anhelas. -En estos trminos no es posible que lleguemos a un acuerdo. Si involucras tus asuntos personales, nada tenemos que discutir. -T sacaste a colacin el tema de Sunga, plantendolo en primer lugar. -Es que Sunga no es un asunto estrictamente personal tuyo por su influencia en la corte, por el menoscabo que ha pretendido hacer de mi autoridad. Ha intervenido en las cuestiones de Estado. -Bien. Creo que mi informacin sobre Sunga responde a todas tus dudas. Si pretendes alguna pena contra Sunga da por hecho mi abdicacin. -Llegado a tal extremo, te ser fcil acceder a mis condiciones. Por muy pesadas que sean, ninguna te despoja del trono. -Pero s del poder, privilegio y prerrogativa inherentes a l. Tus condiciones son las que me hiciste comunicar ayer en tu misiva? -Gelmas se ha anticipado a precisadas y redondeadas. He sido proclamada reina de Babilonia. -Acepto. 126

-Y mentira si te dijera que no me es grato ser reina vasalla del rey de Asiria. Pero mi autoridad, en tu ausencia, se extender a todo el imperio. No es necesario, como pretende Gelmas, que jures la promesa de ir a la guerra. Basta con que me digas que aceptas. Y esto, bien lo sabe Marduk, no es por alejarte de mi lado ni de Asiria, ni de Sunga ni de ninguno de los atractivos que te ofrezca la corona y la paz. Debes refrendar tu ttulo de rey ganndolo en el campo de batalla. Esa es la tradicin de Asiria. Y haras mal papel y tendras desastroso final si engolfado en esa idea de la paz, renunciaras a este deber que Asur e Ishtar te imponen como sacrosanto. Ve a la guerra, castiga al pueblo de Urartu y pon fronteras perennes estableciendo guarniciones en los sitios estratgicos! Haz lo propio con los pueblos mitani, parsua, zamua y de la alta Siria. Baja a los pueblos del mar y hazles sentir el peso de tu brazo. Ponles yugo y fuertes tributaciones. Castgalos, ensancha las fronteras del imperio hasta el Nilo. Tienes un ejrcito aguerrido y experimentado para llevar a cabo esta empresa. Y tienes un general, Gelmas, que ser tu brazo derecho, tu auxiliar ms eficaz. Asiria quiere un gobernante guerrero. Y si yo, durante tu ausencia, voy a gobernar, debes darme todos los poderes para que organice los gobiernos de Babilonia y Kalah a tu mayor servicio. -Es todo seora? -No quieres saber cules fueron tus otros dos errores? -No me interesa. El capital es el haber dejado de ser nio. Y l, t lo sabes, no me es imputable. -Entonces cedes? -A todo. Lo que t me pides es lo mismo que me exige Gelmas. Ir a la guerra y en ella, si los dioses me favorecen, me har rey en el sentido que t quieres. Y vendr a la patria con la plenitud del privilegio y la prerrogativa. Entonces, seora, te llevar a los tribunales del rey para hacer justicia de tus aciertos y errores. Lo nico que me queda por decir es que si transijo contigo en lo que me opuse a Gelmas, al pactar con Semramis mi humillacin es menor. Pero te advierto una cosa: que en ninguno de tus proyectos, clculos, intrigas involucres a Sunga. Sunga va a ser la madre de mi primer hijo. Y antes de ir a la guerra celebrar esponsales con ella. Quiero as asegurar los derechos de sucesin de mi hijo. Si vuelvo con vida de la guerra, la har reina consorte de Asiria y soberana autnoma de Babilonia; cosa que t, seora, jams pudiste alcanzar. -Es un reto, seor? Adadnirari sonre y alza los hombros. Cambiando de conversacin, con tono festivo, exclama: -Pero si la seora apenas si ha comido! -y sirvindole en el plato un trozo de queso y jalea de dtil, agrega- No has trado ni un grano de plata del Indo. Pero cunta leyenda! La leyenda te salva; la leyenda pone extraa luz en tus ojos y da extica belleza a tus facciones. Quin eres, seora? Semramis se siente turbada. Una mezcla de timidez y de halago le hace estremecerse en secreta, turbadora sensacin. Dice como si hablase consigo misma: -Yo soy aqulla, seor, que un da puso su voluntad en restituir al trono de Asiria la autoridad y el privilegio que por blanduras y abandonos de tus antecesores haba perdido. Gracias a m has heredado una corona que la ambicin de Belanurta te haba arrebatado -Semramis baja la cabeza y agrega-: Cuando regreses de la guerra, 127

comparecer ante el tribunal a que me mandes. Pero importarn los cargos que me hagas, por severos que sean. Puedo anticiparte mi defensa. Me justificar diciendo a los jueces: "He aqu al rey. Yo lo he hecho desde el nacer!" -Tus amigos poetas y escribas te han dado un tono trascendental que halaga a tu corazn. Ten seguro, seora, mi bella anfitriona, que cuando trasponga con el ejrcito las murallas de Babilonia, habr dejado de ser ese rey que t hiciste. Y a mi regreso ser otro, como t lo has sido al volver del Indo. -Bien. Falta que ultimemos -dice, confusa, Semramis, el estatuto que hemos de dar a Sunga. -Lo dejo a tu arbitrio, seora. Eres demasiado astuta para que tema que hagas de ella una vctima. Es posible que te excedas en halagos y trates de corromperla. -Como conozco a Sunga, estoy segura de que aceptar todo. -Hasta los lmites que le permitan su dignidad. Semramis, enrojecida de ira, se levanta: -Eres un grosero! Y Adadnirari, sin perder el aplomo ni abandonar la sonrisa mordaz, replica: -Incluso enojada; sigues siendo hermosa. -Martirizar a Sunga! -Si as lo hicieres te denunciar como mujer celosa. -Qu dices, cnico?! Circunspecto, pero ligeramente burln, el rey se yergue fingindose ofendido: -Aunque tuyo es el poder y yo sea tu invitado, nada te autoriza a privarme del respeto que me debes, seora. Los ojos de Semramis centellean. Se ha convencido de que aquel mozo no es su hijo. Es un extrao. Un hombre que a cada momento le revela una faceta nueva de su carcter sinuoso. Por qu la recrimina y le reprocha con semejante cinismo? Hace el movimiento de irse. -An no, seora. -Piensa que, concluido el pacto, debemos dar la impresin de que los dos hemos llegado a un cordial acuerdo. -Mutuamente satisfactorio. Al medioda pasar por aqu la corte. Yo me despedir de ella y los dos recibiremos sus vtores sonrientes, satisfechos. Ni a unos ni a otros debemos darles la impresin de que jams estuvimos tan distantes como ahora. De lo contrario, t no quedaras tranquila en Babilonia, y yo no me sentira muy seguro en el frente de batalla. Asiria y Babilonia deben saber que t y yo formamos una unidad indestructible, que el vnculo de la sangre nos une tan apretadamente como si furamos la misma persona. Aunque nos sintamos ms ajenos que nunca. Semramis reconoce que Adadnirari no es el mozo que ella pensaba. Probablemente carece de experiencia para los negocios de Estado, pero se muestra ducho en escaramuzas sociales, como persona formada en el mundillo intrigante y malvolo del harn. Ha aprendido las lecciones de Sunga. Piensa tambin que Adadnirari no se parece moralmente a Shamshiadad. -Termina de desayunar, seora. -No, no tengo apetito.

128

-Entonces me hars el favor de sentarte hasta que yo concluya. Semramis se sienta de nuevo a la mesa. -De nio pocas veces sub a esta nave -dice el rey-. En la escuela, cuando los nios hablaban de La Garza, se referan a ella como a un antro de liviandades y de conjuras. La mojigatera asiria la infamaba con las ms terribles calumnias. Para mis preceptores La Garza era algo de lo que no poda hablarse, y si la patesi de Babilonia recorra el ufrates, se hacan terribles conjeturas sobre la inmediata conspiracin babilonia. Recuerdo que durante un verano que pas cerca de mi madre, me trajo a esta nave. No remontamos el ro; descendimos por diversos canales hasta muy cerca de Borsippa. Yo tena deseos de conocer el templo de Nabu y su escuela graduada, pero mi madre se opuso. Mi madre se opona con frecuencia a mis deseos. Pero a m no me molestaba, ni siquiera cuando me regaaba. Era muy joven y muy bella, y yo me senta orgulloso de ella. -Por qu me relegas a una tercera persona? Tu madre soy yo ! El rey niega con la mano: -No, no. Mi madre era otra mujer. No niego que t te pareces mucho a ella. No le ganas en juventud, pero s en belleza. Eres reina, seora. Quin se atrevera a decirte que eres hermosa? Slo el rey! Slo yo puedo permitirme esa libertad sin faltar al respeto que mereces. O acaso se ha atrevido a decrtelo Gelmas? Del Indo llegaban muchas noticias sobre ti. Las gentes las pasaban de boca en boca, y las bocas enmudecan cuando llegaban cerca de m. Hablaban de tus victorias, de tu arrojo, de tu carcter. De cada soldado hacas un fantico. Hablaban tambin... por qu no decido?, de tus amoros. No a m, que la delicadeza cortesana es lo suficientemente hipcrita para no lastimar a un tercero. Se lo decan a Sunga. Y yo me preguntaba por qu Semramis hizo ejecutar a los bravos Urali y Salmadonor? No deca todo el mundo que ambos disfrutaban de sus favores? Fue Sunga tambin la que me puso al corriente de los amoros de Semramis con ese traidor induta. Y ahora me pregunto: si queda bajo mis rdenes, qu har con l? Le mandar ajusticiar, desollndolo vivo, o le llenar de condecoraciones por los servicios prestados a la corona? Esa corona que con tanta obstinacin y probidad defendiste de intrigas, ambiciones y egosmos para que yo pueda disfrutada slo a ttulo honorfico -Adadnirari suelta la risa, y exclama-: Lo que llega a hacer una mujer al servicio de la corona! -Hablas con el rencor del resentimiento. Es condicin de dbiles e impotentes, seor -dice Semramis. -Acaso pongo en duda mi debilidad, seora? Cmo te explicaras, si no, que estuviese aqu disfrutando de la hospitalidad que me concedes en tu barco? Has empobrecido el tesoro con tu guerra. No has trado ms que esclavos y soldados; un ejrcito que te ha dado la fuerza necesaria para oponerte al rey. Ves, seora, cmo poco a poco voy descubriendo quin eres. No, t no eres como esos rollos de papiro que terminan los cien cuentos con la misma moraleja. Tu historia encierra una novedad en cada captulo, y estoy seguro que el final... Cul ser el final, seora? -Has colmado mi paciencia. Me voy y dar orden de regresar. -Eres muy duea de hacerlo, aunque no te comportaras cortsmente con tu invitado. Se me antoja que continuemos subiendo el ro. A medioda llegaremos a un bosque de

129

palmeras que nos dar suave cobijo. Podemos almorzar all. Ya, ya s que la corte llegar a esa hora a la casa del Estanque. La corte puede esperar. Tendr que acostumbrarse a esperar mucho tiempo... -Quisiera saber quines han sido tus amigos. -Por qu? Ah, ya comprendo! No me acreditas el don de razonar por mi cuenta. Y crees que hablo por boca de mis amigos. Te acuerdas de Birtai? S, aquel nio que iba conmigo a la escuela de Nabu, en Kalah... -S, lo recuerdo. -Ha hecho carrera. Es capitn de un escuadrn de caballera. Lo llevar conmigo. Para l ser una gran alegra. Tiene vocacin militar... -Y t no? -le pregunta Semramis. -En absoluto. Me repugna la guerra, la violencia. El rey concluye de desayunar. Semramis no espera ms. Se encuentra molesta e insegura con Adadnirari. Se ha hecho cnico como un golfillo de los muelles. Sale a cubierta y ordena que la nave retorne a la casa del Estanque. El cambio de ruta no obliga a ningn viraje. El remo mayor cambia de extremo. Se retiran los remos. La corriente arrastra a la nave con la suficiente velocidad para hacer innecesario el esfuerzo de los remeros. El rey se asoma a la puerta de toldilla. Ve a su madre en cubierta. Dos espantamoscas con sus enormes abanicos de plumas de avestruz le hacen sombra. El gesto de Semramis denota tristeza. Quizs una profunda amargura. Adadnirari se regocija de ello. Como se ha regocijado en humillarla aludiendo a las habladuras que corren en la corte. La ve hermosa, y a pesar de la querella que los ha distanciado, no deja de admirarla. Varias veces estuvo tentado de preguntarle qu estratagema haba empleado para evadirse de palacio. Pero se ha contenido a fin de que el enigma, excitando su inters, le obligue a aclararlo por propia deduccin. Seguro de que un da podr decir a Semramis: "Te has valido de este artificio, y te has fugado por tal puerta". Porque el nico modo de ganar a su madre, de conquistarla, es sorprendindola y superndola. Y la apuesta, una apuesta tcita entre los dos, ha quedado en pie. Adadnirari tendr que demostrar a Semramis que l es el rey.

EL CENSO DE LA NOBLEZA EN LOS AOS TRANSCURRIDOS, Dadamuz, rico comerciante de Merkes, ha visto acrecentada su fortuna en seis millones de siclos plata. Y a la diestra y las siniestras en otro tanto caudal de obesidad y arrugas. Dadamuz, desde hace mucho tiempo, omite llamar a su esposa y concubinas por sus nombres propios, con lo cual las hace grave injuria. A la esposa le dice la diestra; a las concubinas, siniestra primera, siniestra segunda y siniestra tercera. Hay una cuarta concubina, pero sta slo es ocasional: Zimma, que, de vez en cuando, le rasca el ombligo en el campo cuando espiguea la cebada. En Babilonia ha vuelto la euforia. El pacto de La Garza, como se ha dado en llamar la 130

conversacin que a solas han sostenido Semramis y el rey, ha vuelto la confianza a la poblacin. Tres das despus de este acontecimiento, Dadamuz, concluida su jornada de negocios, regresa a la casa, rene a su modesto harn y dice a las mujeres: -Sabis lo que pasa? Qu gran reina es Semramis! Ha dictado pregn en que ampla el censo de las familias nobles de Babilonia al nmero de noventa. Y lo que es magnfico! Invita a todos los ciudadanos a que presenten su candidatura al justicia del rey, quien decidir sobre los merecimientos de los aspirantes. Teniendo en cuenta, claro est, antigedad en el censo de contribuyentes, sus recursos econmicos y limpieza penal. -Y cunto costar eso? -pregunta la esposa, la nica mujer de la casa con posibilidades de pasar a la nobleza. -Mil siclos de oro! -contesta Dadamuz. Una bagatela. Y como l apila los arillos de oro en varillas de tres codos, agrega-: Quin no tiene hoy mil siclos de oro? -Mil siclos de oro son una fortuna! -comenta siniestra segunda. -Que puede pagar muy bien mi marido! -replica la diestra. -Pero no os habis fijado en lo ms importante -explica Dadamuz-. Que antes, la entrada en el censo de las familias nobles de Babilonia exiga linaje militar o sacerdotal, en tres generaciones ascendentes. Y era un consejo de caballeros y damas de corte el que escoga a los candidatos que haban de cubrir las vacantes de las familias nobles desaparecidas por la guerra, la ruina o la peste. -Y todo esto te exulta? -interviene siniestra primera. Dadamuz no disimula un gesto de menosprecio. Exulta! Desde que a la siniestra primera le ha dado por comprar en el mercado las tablillas cuyo contenido pregonan y cantan los copleros pblicos, aprende unas palabrejas... Exulta! Qu quiere decir exulta? Y pegndole un manotazo en el trasero bastante rico en grasa, reprocha: -No me vengas con exulteces, cretina! No sera difcil que te licenciase. Pues convertido en varn ilustre de Babilonia, tendr que buscar concubinas a tono con mi prosapia -y a la esposa, que empieza a carsele la baba-: Verdad, diestra? La aludida, que se ve ya codendose con las empingorotadas damas de la corte, asiente dcil y rendida: -Ni que lo digas. Y buscars concubinas jvenes y esbeltas, que sean la envidia de tus amigotes del barrio de Merkes. Y una ms, extranjera y rubia, que se pasee contigo en la va Procesional los das de fiesta. Y nadie te motejar que lleves barba de canutillo. Y que el abanico que porte el espantamoscas sea de plumas de avestruz. Y para que todas mis amigas se mueran de envidia me proporcionars un mancebo guapo y apuesto que monte a caballo y que me lleve al mesn de Alpisillar a fornicarme. Pues todo el mundo dice que este mesn es casa discreta y limpia. Y tambin, esposo mo... La diestra observa que Dadamuz arruga el entrecejo. La mujer piensa si se habr excedido. -Todo est muy bien -dice seriamente Dadamuz-, pero hay algo que no entiendo. Por qu el mancebo tiene que montar a caballo? La diestra rompe a rer con inquieto alborozo de los mantecosos senos: -Es un smil -aclara la mujer. -Smil? -refunfua Dadamuz. Smil! Otra palabreja!-: Y qu quieres decir con eso

131

de smil? -Oh, adorable Dadamuz, esposo mo! Smil lo que es semejante o parecido! Por esto quiero decir que el mancebo sea diestro en montar a la yegua de tu mujercita. -Con smil y todo -argumenta el mercader-, eres una idiota. En la corte no se usan costumbres tan vulgares. Si yo adquiero nuevas concubinas, no es para regodearme con ellas, ya que un noble est obligado a acostarse con las esposas de los otros nobles. El mancebo slo te servir para olerte los pedos. La siniestra tercera, que haba estado callada, interviene: -Por mi dios personal os juro que si os empinis tanto y pensis licenciarnos, te llevar a los jueces! Y denunciar que por dos veces me hiciste abortar. -Abortar, abortar! -protesta sarcstico Dadamuz-. Cundo las mulas han quedado preadas? No repliques, siniestra, o te dejo sin comer -y dirigindose de nuevo a su esposa, contina ampliando las venturas del dictado de la reina-: Pero no es slo eso, mujer. Semramis va a aumentar a doce el nmero de los consejeros del trono. Y para que comprendas lo revolucionario de su medida te dir que seis consejeros pertenecern, como hasta ahora, a las sesenta viejas familias, y los otros seis a las treinta nuevas. Lo adivinas, diestra? La mujer asiente con la cabeza y la mano. Claro que lo adivina, pero tiene miedo a anticiparse demasiado: -Seis nuevos consejeros del trono...! -exclama con embeleso. -S. Y entre ellos, uno ser destinado al karum de Merkes para observar, dirigir y fiscalizar las operaciones de metales. Con exclusin absoluta de los dems mercados. Y quin ms indicado que yo para ocupar ese puesto? Los sellos de consejeros suelen valer diez mil siclos de oro, pues los nuevos, a fin de evitar la afluencia de competidores, se vendern slo a doce mil. -Una minucia! -comenta con sorna la siniestra primera. -Menudo negocio va a hacer la reina -interviene la segunda-. Los seis nuevos consejeros aportarn al tesoro real setenta y dos mil siclos de oro! -Qu sabes t! -replica casi rabioso Dadamuz-. El sello da derecho a disponer de cinco yuntas y ciento veinte esclavos del templo de Shamash. -Todo ello no vale ms de treinta siclos de plata -rearguye la concubina. -Pero no comprendes, idiota, que un consejero puede durar toda la vida en el cargo. -Y qu es toda la vida en tu caso? Diez, quince aos ms, veinte a lo sumo? Si te perpetas en el cargo de consejero, los beneficios obtenidos con el sello representarn cuatrocientos siclos de oro. Y por ese sello, grandsimo mercader, habrs pagado doce mil. -Calla! -corta iracundo Dadamuz-. Tengo oro para eso y mucho ms! -Bien dicho -dice la diestra. Y tras breve meditacin, como mujer muy seora de su casa, pregunta al esposo-: Y qu vas a hacer con Zimma? -Ah, Zimma! Eso es lo que se llama una mujer! -Nadie tan hbil como ella para hacerle cosquillas en el ombligo. Zimma. Pocas habladuras que le ha provocado su amistad con Zimma. Claro, todo el mundo sabe que Zimma, beneficiaria de sus excedentes gensicos, es su protegida. Por lo tanto, para que la cosa resulte bien y le procure ms brillo... El mercader resume su pensamiento-: A Zimma le comprar sello de cortesana, coche y sierva, y casa en barrio decente.

132

Y en este propsito tendr que obrar con diligencia. Pues no es justo que mi candidatura sea vetada porque algn envidioso diga que me muevo entre prostitutas. De pronto el mercader se da una palmada en la frente. Qu feliz coincidencia, pero si la expresa delante de las tres siniestras, son capaces de echarlo todo a perder. Se acerca a su mujer y le dice al odo: "Zimma es muy amiga de Mino, el arquitecto real, que goza de gran influencia en la reina..." Un irreprimible bostezo de la siniestra primera le avisa a Dadamuz que es la hora de la cena. La emocin le ha quitado el apetito. Pero tendr que comer, no vaya a ser que alguna de las miserables concubinas denuncie su falta de apetito como sntoma de enfermedad incurable. Y un consejero del trono debe exhibir una salud a toda prueba. TODAVA NO AMANECE cuando Dadamuz sale de casa. Slo a primera hora de la maana puede encontrar a Zimma en su vivienda. Pero tan madrugador se ha puesto en camino, que al llegar al no se encuentra con que an no han abierto el puente al trnsito. La ciudad vieja mantiene una estrecha polica con la nueva, pues de ella suelen entrar gentes de poca solvencia social y econmica. Ya resulta sintomtico que en ese barrio nuevo prospere la secta de los siervos de Anu, que tcitamente repudian la soberana celestial del dios Marduk y murmuran de las impudicias de Ishtar y sus adoratrices. El mercader se apea del coche y da unos pasos para estirar las piernas; mas enseguida los vigilantes le hacen sea de que vuelva al coche y atraviese el puente. Cuando llega a casa de Zimma, tiene que desgaitarse llamndola. Por fin, la ramera viene hacia la portilla con sayo de dormir, ojos soolientos y gesto de mal talante: -Vaya sorpresa! Qu testculo te pica! Bien se ve, gordo, que mamaste leche de puta. Pero qu negocio traes a estas horas? -Abre, abre, encanto! Esta noche tuve un sueo. Marduk, el propio Marduk... -Calla, cabrito! -le dice Zimma, mirando cautelosa a derecha e izquierda-. No nombres aqu a Marduk. Si un siervo de Anu lo oyese, te arrojara al canal de los Rprobos. Zimma abre la portilla y deja el paso franco al mercader. Ya dentro de la casa, vuelve a interrogarle: -Qu sucede? -Que el magnnimo Marduk se me apareci en sueos conducido por mi dios personal, y despus de tocarme el corazn, me dijo: "Sabrs que he posado mi mirada benevolente en esa criatura llamada Zimma. Y es mi deseo que dignifiques su oficio, pues ya es tiempo de que la sufrida Zimma ascienda a la honorable clase de las cortesanas. Con este fin la proveers de todo lo necesario, y si no lo hicieres o ella se negara, la peste de los siete demonios caiga sobre vosotros!" -Has dicho que Marduk...? -pregunta escalofriada Zimma. -El mismsimo Marduk. -Y t qu le dijiste? -Le promet solemnemente que cumplira con su mandato. -Dtiles! Y yo tengo que obedecer tambin? -Si no lo hicieres, contigo sern los siete demonios -dice santurronamente el mercader. -Y cmo estaba el bendito Marduk? -pregunta, embobada, la ramera. -Como siempre... Viejo, pero con buen semblante. Tiene una salud a toda prueba. 133

-Toma, como que es un dios! Ya me veras a m con slo una ua de Ishtar...! -No veo que te alegres mucho... -Hombre! Alegrar, alegrar... Cada una tiene sus razones para ser lo que es. T qu crees? Lo de ascenderme a cortesana ser un premio o un castigo? Porque, mira... S como las cortesanas mueven las nalgas, y me parece que no lo pasan tan divertido como una prostituta. Pero, en fin, si no hay remedio... -Hacerte cortesana me va a costar un ojo de la cara: casa, muebles, coche, sierva de compaa, abanicos, parasoles. Y luego el ajuar. Porque no vas a ir vestida como un mamarracho...! -Y el sello? -pregunta Zimma-. Pues no es poco difcil conseguir un sello de cortesana. Menudas influencias hay que poner en juego para que el investigador urbano d un sello de cortesana, y si lo da, para que la matrona del templo de Ishtar lo autorice. Y luego la tributacin al templo de Ishtar, el premio a las viudas, el permiso de cambio de vecindad, la licencia para operar fuera del barrio de las Licencias. Y todo eso t lo vas a pagar? Dadamuz, fingiendo el mejor gesto de resignacin, alza los hombros, abre los brazos y dice: -Qu remedio me queda! Loado sea Marduk! -Al fin me ha vengado de toda la servidumbre que me has hecho padecer, guarro. Por que t eres un guarro. Un vil falsificador de vinos! Con lo que pesas aguantarte a ti! Me alegro por lo que te voy acostar. Yo no me opongo al mandato del divino Marduk! Lbreme Anu de tal cosa! No. Pero s te exijo que me busques casa en el barrio de Merkes, tirando hacia Beltis. Y que el coche no lo arrastre un caballo, sino una yegua. Y tiene que ser negra, con un lunar blanco en la frente. Porque las yeguas son mucho ms honestas que los caballos. Pues si la yegua sale puta como yo, nos entenderemos, y si honesta, mucho mejor. Anteayer, precisamente, vi una yegua como la que te digo en el potrero del templo de Sin, de pura raza urartia. -S piadosa con tu benefactor, Zimma. No extremes tus exigencias ahora que me ves uncido al yugo de mi promesa. Compadcete de m. No, no. No creas que lo hago de mala voluntad. Marduk testigo! A pesar de su poca emotiva reaccin, Zimma se da cuenta de lo que el cambio representa. Ser cortesana en Babilonia es cosa muy importante. Bastante ms que ser juez en el patio de los Oidores. Lo sabe de buena tinta. Pues no pocos jueces han sido removidos de su cargo por inquina de cortesanas. De cortesana a concubina de un seorn, slo hay un paso. Pero ella se librar muy bien de cometer semejante estupidez. Se enriquecer en diez aos de ejercicio de la profesin, y despus se retirar a Urk, a Borsippa, a Kalah, incluso a la santurrona Asur, para llevar vida regalada de gran seora. Y qu dir Mino al verla tan encumbrada? Probablemente, ahora, al cretense se le haga ms apetecible. Llegar un da en que Mino se canse de Ghina... Zimma corre a la repisa en que tiene el vaso de su dios personal y le dice, emocionada y con ojos hmedos: "Gracias, Ku, adorable y proveedor Ku. A este vaso que te alberga le pondr guarnicin de oro con piedras preciosas". La ramera se vuelve a Dadamuz: -Y ahora qu tengo que hacer? -Un empleado mo -le dice el mercader- har los trmites y cumplir los requisitos 134

necesarios en la recaudadura del templo de Ishtar. T ve con el investigador urbano a solicitar el sello y el cambio de domicilio. Ya sabes que el traslado de aqu a la ciudad vieja no lo autorizan fcilmente. Explcale claramente el asunto y despus acrcate al potrero del templo de Sin a enterarte del precio de la yegua. Tambin, mientras conseguimos el sello, puedes ir viendo casas, muebles, incluso la esclava que te sirva. -Y voy a estar todos estos das sin trabajar, viviendo a expensas de mis ahorros? -Y qu quieres? Acaso no te das cuenta de lo que me vas a costar? -Mientras se arreglan las cosas, me pasars salario. Con tres siclos de plata diarios me conformo. -En el barrio de las Licencias te entregas por un arillo de cobre. -Qu mal enterado ests! No hay prostituta libre que no cobre por lo menos tres arillos de plomo. Infrmate. O que se informe tu escriba. En el cuartelillo del investigador urbano se lo dirn. Ah, y no olvides que las cortesanas tributan a la reina por ser sacerdotisa mayor de Ishtar! Ni pienses que pague la primera tributacin. Creo que se abona en oro. No s si son dos o tres siclos. Dadamuz resopla. Pero no tiene otro remedio que aceptar las condiciones de Zimma. No tanto por su buen nombre, sino por lo que pueda obtener del arquitecto real. Zimma tambin pretender cobrarle el servicio. Merece la pena. Ultimado el trato con la ramera, va derecho al barrio de Merkes. En el karum encuentra amigos y colegas excitados con el dictado de la reina. Todos lo comentan con inters, conjeturando los beneficios que aportar la reforma administrativa y social de la reina. Ya es tiempo de que los grandes negociantes del karum tengan en el consejo real un representante que mire por sus intereses. Y Dadamuz se da cuenta de que si l le ha dado mucha importancia al dictado, la tiene an ms. Decide abandonar los negocios del da y dedicarse a visitar a los magnates del barrio, a banqueros, importadores y exportadores a fin de averiguar quines de ellos estn animados a presentar candidatura. En la mayora encuentra reparos. Unos le dicen que los negocios pblicos les apartaran de los suyos propios; otros, que el precio del sello de consejero es muy elevado, que con doce mil siclos de oro bien invertidos pueden llevar una vida regalada. El sondeo que hace entre los habituales del karum, aviva sus esperanzas, afirma la seguridad de que su candidatura ser aceptada. Habr poca competencia. Los hombres del karum son prcticos, y no se dejan seducir ni por el oropel de la corte ni por el poder poltico, siempre limitado a la autoridad suprema del soberano. Su fuerza reside en su propia fortuna, y sta no se incrementara en la corte, que la sometera a constantes sangras, sino all mismo, en el karum. Este razonamiento tan lisonjero a las ambiciones de Dadamuz, no le tranquiliza por completo, pues si del karum saliesen pocos competidores, abundarn en otros barrios entre las familias adineradas, sin muchas operaciones en el karum, pero con abundantes influencias en palacio. A media tarde, sin buscarlo, encuentra a su hombre, Dunisin, uno de los arrendatarios de los huertos datileros del templo de Zarpani, esposa de Marduk. Dunisin, que observa el inters del traficante de vinos, le propone: -Por qu no presentas tu candidatura? Tienes influencia y simpata en el karum, te sobran recursos para ser consejero, pero, de natural modesto, no sabras pregonar tu candidatura. Djalo de mi cuenta. Tus amigos son mis amigos y encontrarn natural que yo trate de jugarte una mala partida. Tu nombre es conocido en palacio. Compras el excedente de los vinos que tributan a la reina. Eres hombre honesto, prestas dinero slo al catorce por ciento... 135

-No te entiendo -le corta Dadamuz-. A qu mala partida te refieres? -Comprende, Dadamuz, que ningn amigo sera capaz de apoyar tu candidatura si estuviese convencido de que ello te haca feliz. Yo les dir que eres tonto, vanidoso y vacuo; que la consejera del trono te arruinar. Que primero descuidars tus negocios, y que despus dilapidars la fortuna en despilfarros cortesanos. Procurar persuadirles de un panorama ruinoso. Slo por la satisfaccin de que se cumplan todas las desgracias que yo les pinte, apoyarn tu candidatura con entusiasmo. Hablarn a jueces, buscarn influencias, pregonarn noche y da que nadie mejor que t para consejero del karum. Y una vez que el justicia del rey te conceda el sello, corresponders a sus aviesos y oscuros deseos sacndoles la lengua. Ahora s, debes comprender que se me irn horas y das en este negocio, y que ningn beneficio personal voy a sacar de l, porque, con toda franqueza, tener un amigo consejero de la corona no me conmueve. Sin embargo, si me das noventa siclos de plata, pondr toda mi capacidad y esfuerzo en tu xito. Dadamuz reflexiona un momento y le dice a su amigo que lo pensar. Pero la propuesta de Dunisin no slo la encuentra interesante sino clave segura del triunfo de su candidatura. ZIMMA NO PUDO VER AL investigador urbano. Le dijeron que hasta la tarde no ira a despachar. Sin embargo, el escriba tom nota de la solicitud a fin de enterar de la misma a su jefe. El resto del da Zimma lo pas viendo casas y bazares en el barrio de Merkes. De dos casas qued satisfecha, sobre todo de una, en el propio barrio de Beltis, que tena en el centro del jardn una palmera al modo de la que se alza en su actual vivienda. Respecto a los muebles, la eleccin se le antoj ms difcil. Dej la resolucin final al propio Dadamuz. En la tarde, cuando volvi al cuartelillo del investigador urbano, se encontr con una grata sorpresa. Gabu, personalmente, la recibi. Haba sido repuesto en su cargo. -No tienes que preocuparte, Zimma -le dijo muy risueo el investigador-. Somos viejos amigos. Yo, personalmente, tramitar tu solicitud en la recaudadura del templo de Ishtar. Y les dir que eres cumplida devota, que deben autorizarte el sello sin demora. Y ahora, espero que satisfagas mi curiosidad. Quin te protege, Zimma? La ramera contest: -Ku. -Quin es Ku? -Mi dios personal. Y a ti, Gabu, quin te protege? -Sakaguirramasin. -Y quin es esa persona con nombre tan largo? -Mi dios personal, Zimma. Zimma ri. Enseguida le dijo: -Siempre me pareciste un sucio, Gabu. Tus manoseos se me hacan insufribles. Pero desde que te dejaron la cara como tablilla de escriba, pareces ms hombre que cerdo. Cuando est instalada en mi casa de cortesana, tendr mucho gusto en recibirte. -Ya para salir, le pregunt-: Oye, ahora que eres pico grande, sabes qu pas en La Garza? -En absoluto. -Pues en un bazar de Merkes me dijeron que Semramis le dio una buena paliza al

136

men de su hijo. -Incorregible! Vete, vete, si no quieres que anule tu solicitud! -No te enfurezcas, bienquisto Gabu. Lo de bienquisto le llena de satisfaccin. Zimma, del cuartelillo se fue directamente a casa de Dadamuz. Le dijo al portero que avisara a su seor de que Zimma le esperaba. Dadamuz apareci enseguida. -El investigador urbano Gabu, que es un viejo amigo mo, tramitar personalmente la licencia en la recaudadura de Ishtar. -Gabu? -se extra Dadamuz-. Pero si Gabu hace dos aos que fue cesado. -El investigador Gabu -recalc Zimma-, testificar en el templo de Ishtar que soy ferviente devota. Y que es de justicia se me otorgue el sello de cortesana. T andas muy atrasado de noticias. Sabes a quin han nombrado jefe de la guarnicin de Babilonia? A Hurimasin. Y te has enterado de lo que pas en La Garza? -Pactaron madre e hijo. Todo el mundo lo sabe. -S. El pacto consisti en una buena azotaina que le dio la reina al rey. Bueno, a lo nuestro. De las casas, me gusta una que tiene palmera en el jardn. Y de muebles vi tantas preciosidades, que quiero que t los selecciones, de acuerdo con la prodigalidad de tu bolsa. Te digo una cosa, Dadamuz: si no me haces cortesana a mi gusto, que los siete demonios caigan sobre m, pues slo de pensar que vaya abandonar mi barrio del canal de los Rprobos, me dan ganas de llorar. Adems, tengo la aprensin de que Ku me dice que no me fe de ti, que algo inconfesable persigues cuando t, reconocidamente rooso, abres la faltriquera para hacerme cortesana. Cul es la causa que te obliga a aparentar ser persona respetable? Mucho cuidado conmigo. Puedo llevarte por perjurio al tribunal del Esagila. Ya s que el testimonio de una prostituta no es vlido, pero quin evitara el escndalo?

LA EMBAJADA DEL FARAN

PASMO DE CURIOSOS era el paso de una embajada del faran.Lanceros a caballo de pulidos arreos, pajes nubios de recia musculatura, carros de flecha y frontal de bronce y las tres carrozas de respeto, de finas maderas laqueadas y exquisita labor de adorno, dedicada la primera a Bast, diosa de Bubastis y guardadora del Delta; la segunda a Amn Ra, hermticamente cerrada; y la tercera al faran Shashank, conteniendo su efigie a la que honraba el aroma de humeantes pebeteros. Y marcando el paso, el alerta de trompetas y timbales, sin que falte en los ratos de asueto la msica de la banda de arpistas, flautistas y tamborileros. Los dos embajadores, esplndidos en sus mantos de suntuoso bordado y colorido. Menfitas y Ramsads, distintos perfiles de una misma medalla, eran los jefes de esta misin. Shashank, que quera deslumbrar a Semramis, dio oro en abundancia a sus jvenes embajadores; mas Nefaran, el guardamantos, logr convencer a su seor para

137

que agregase a la embajada a Karmo, escriba muy entendido en matemticas. As, a la vez que administraba y vigilaba a los jvenes disolutos, aprovechara el viaje para quedarse en Borsippa los das que los embajadores permaneciesen en Babilonia, ampliando sus conocimientos en materia que tanto le interesaba. Se supona que la escuela de Nabu habra hecho grandes progresos en lgebra y geometra, ya que desde muy antiguo los sumerios haban inventado las primeras ecuaciones y los primeros teoremas. El faran, persona letrada y que senta un respeto casi religioso por la sabidura, cedi a la sugestin de su primer ministro. Y Nefaran, a quien la sabidura no le provocaba el mismo respeto que a su seor, instruy a Karmo dicindole: "T eres el ecnomo de la expedicin. Por lo tanto, atars corto en los gastos de esos dos sinvergenzas. Y del total de lo que ahorres, yo te dar un diezmo". El guardamantos no tuvo que aclararle a Karmo que los nueve diezmos restantes l se los embolsara. En cuanto llegaron a Sela, Ramsads y Menfitas se dispusieron a iniciar un plan de captacin de Karmo. El visir de la regin se hallaba ausente, al parecer vigilando la recoleccin de no supieron qu cosecha. Les atendi su mayordomo, un tal Abadi, que, aunque pcaro, no llegaba a la talla de los dos emisarios. Abadi condujo al huerto a sus huspedes. Karmo, que no olvidaba su papel, les acompa. El vino, bastante spero por cierto, corri en abundancia. As como el jugo fermentado de tuna. Y como no hay alegra completa sin mujeres, Menfitas dijo a Abadi que a ellos les gustara conocer ciertas danzas del pas. Abadi les dijo que no encontraba mayor satisfaccin ni alegra que en hacerles grata su estancia. Pero contra lo que esperaban los jvenes embajadores, el mayordomo trajo una cuadrilla de danzarines, que, si bailaban bien, ninguna gracia hicieron a los invitados. -Es que en Sela no tenis mujeres? -le pregunt Ramsads. Abadi le dijo que s, pero que era igual que si no las hubiese, pues estaban encerradas en sus casas. -Y aqu, en la mansin de tu seor, tampoco las hay? -pregunt Menfitas Abadi gui el ojo para informarles: -S, pero estn bajo precinto. -Por lo menos si dieras asueto a cuatro de ellas, las libraras del tedio, y t y nosotros nos regocijaramos. Abadi arrug el entrecejo, y despus de tomar otro buen sorbo de vino, decidi: -En Sela no hay mujeres. Los egipcios concluyeron por embriagar al mayordomo del visir y desoyendo las amonestaciones que les hizo Karmo, se fueron a la busca del harn. Tardaron bastante en regresar. El ecnomo empezaba a sospechar que hubieran sido vctimas de las mujeres, cuando los dos jvenes volvieron cariacontecidos. No haban dado con el harn. Y como el festn ya no tena objeto, se retiraron a descansar. Karmo, unas veces viajando a caballo y otras en carro, no se separaba ni para dormir del carromato de intendencia. En un escondite slo por l conocido llevaba la bolsa de viticos y salarios. Acreditaba a los dos embajadores tan torcida condicin que presuma trataran de robrsela. Por esto los vigilaba sin dejarlos solos un instante. Y mucho menos cuando merodeaban con cualquier pretexto alrededor del carromato. Al da siguiente, distanciados media jornada de Sela, observ la sbita devocin que a Menfitas y Ramsads les entraba por Bast. Con rara y anmala frecuencia acudan a la 138

carroza de la diosa a rendirle devocin. Observ tambin que los dos jvenes, a fin de no perturbarse mutuamente en las oraciones, se turnaban en el piadoso menester. Sospech que algo tramaban contra l. Cuando rindieron jornada, en una de las ocasiones en que vio salir a Ramsads de la carroza de Bast, le interrog: -Qu falta cometisteis para que hagis tan frecuentes visitas a la carroza de Bast? Ramsads, poniendo los ojos en blanco, coment: -Cun grandes son los goces que nos depara la proveedora Bast! -Por la cara que tenis se dira que os mortifica. Ramsads suspir: -As es, Karmo... Mas en la expiacin de la culpa, el pecador encuentra goce y jbilos imponderables. Karmo no quiso escuchar ms. Se fue al carromato de intendencia, destap el escondrijo. All estaba la bolsa. No, no se la haban robado. A poco vio a Menfitas, que, seguido de un paje, se diriga a la carroza de Bast. El criado llevaba una bandeja conteniendo suculentas raciones de cordero. El ecnomo le sali al paso: -Adnde vas con esa comida? -La llevo a la diosa Bast... -Desde cundo a la adorada Bast se le sacrifica cordero? -y a Ramsads que apareci con una nfora de cerveza-: Tambin bebida? Ramsads le replic: -Si hubieses sido novicio de Bast, sabras que fuera de Egipto, la diosa come cordero y bebe cerveza. -Os acompao. -No des ni un paso! Tienes facultad para administrar el tesoro, pero ningn privilegio para entrar en la carroza de respeto. Si los jvenes no hubiesen demostrado reprobable incontinencia, Karmo no habra descubierto nada. Mas la diosa Bast, alegrada con las libaciones, comenz a rer. Con tal alegra que su risa se multiplic en otras risas. El ecnomo, seguro de lo que estaba pasando, golpe en la puerta trasera de la carroza. Y como no le hicieran caso, rasg las cortinillas. -Qu buscas, insolente? -Sacrlegos, sacrlegos!! -amonest a gritos, Karmo. Ramsads, convencido de que les sera difcil guardar el secreto, baj de la carroza para decide: -Traemos tres mujeres rabes que robamos en el harn de Sela. Y si haces escndalo de ello, te castraremos por sopln. -Sois unos infames sacrlegos! -T lo seras tambin, si las cataras. Se ape de la carroza Menfitas haciendo tan cumplido elogio de las pupilas que el integrrimo ecnomo, forzado en su natural escrpulo, cay en la tentacin de probadas. -Pero qu habis hecho con Bast? -Le hemos vendado los ojos.

139

Ramsads, insinuante, invit: -Qu, te animas a catarlas? No tuvieron que insistir. Karmo subi a la carroza. Ocasin que aprovecharon los jvenes para registrar el carromato de intendencia y dar con la bolsa de los viticos. Karmo no pudo siquiera catar a una sola de las pupilas, pues de pronto le entr el terror. Sali de la carroza a medio vestir y se fue al carromato, levant la tapa del escondrijo. Suspir. All estaba la bolsa. Mas, desconfiado, la abri. Repleta de oro. "No son tan pcaros como pienso", se dijo. Volvi a la carroza. La encontr hermticamente cerrada. Y en los laterales haban echado las celosas tras las cortinas. Llegados a las murallas de Jerusaln, enviaron heraldo al rey Joaz, para quien llevaban carta del faran. Heraldo y monarca obraron con tal diligencia que al llegar la comitiva a la puerta Vieja, en el barrio de David, les acogi un escuadrn de infantes. No muy lucidos por cierto, porque Jud tena casi exhausto su tesoro a causa de las exacciones que haca Hazael. Joaz, que haba empezado su reinado con profundo respeto por la creencia yavesta, a la muerte del gran sacerdote Yoyade, a quien deba el trono, concluy por poner el corazn y el gusto en los dolos. Cosa que sirvi de pretexto a Hazael, paladn del yavesmo, para incursionar en territorio de Jud y amenazar seriamente a Joaz. A estos razonamientos, el rey judata respondi con crecidas tributaciones de oro y plata, no vacilando en recurrir al tesoro del templo. Pues era cosa sabida que la santa indignacin que arrebataba a Hazael cuando se haca menoscabo de Yahv, se calmaba en el mismo grado que era satisfecha su codicia de oro. Joaz recibi a los embajadores con mucho ceremonial, pero con escaso boato. Ramsads sospech que el personal palaciego eran los mismos hombres que se vestan con distinto uniforme. Mas durante la cena, bastante sobria aunque abundaba el caldo de los viedos de Salomn, el famoso vino de Engadi, los embajadores experimentaron una gran decepcin al saber que Joaz era tan rooso o Hazael le haba dejado tan pobre, que no tena ni siquiera harn. Carencia que el hipcrita de Joaz justific diciendo que las muchas mujeres haban sido la perdicin de Salomn ante los ojos de Yahv. -Y quin es Yahv? -pregunt irreflexivamente Menfitas. Ramsads le peg con el codo indicndole prudencia. Joaz, por toda contestacin, sonri con suficiencia, como si dijera: "Estos ignaros egipcios... ", y baj la cabeza. Ramsads, ms versado en religiones, le dijo al odo: -Los judatas son tan presuntuosos que se han inventado un Dios para ellos solitos, condenando al ostracismo del cielo a todos los dems pueblos. Karmo, sin embargo, se mostr discreto, respetuoso y hasta cierto punto reverente con Joaz. Pues como buen ecnomo, saba que el monarca judata ingresaba sustanciosos tributos a las arcas del faran. Joaz orden al maestresala que dispusiera los dormitorios para los huspedes. Al despedirse, les dijo que a su regreso a Bubastis no dejaran de pasar por Jerusaln, pues quera entregarles unos obsequios para el faran. A lo que Menfitas le sali rpidamente al paso: -Si tal es tu deseo, danos los presentes ahora. Pues es difcil que volvamos a Egipto por esta ruta.

140

El rey trat de disculparse: -Es que as de pronto... Los regalos a un monarca de Egipto deben pensarse y escogerse con escrupuloso amor. A lo que Ramsads replic: -No tengas reparos, seor. Pues sabes que nunca se peca con un rey si se le dan presentes de oro que no pesen menos que la voluntad de complacerle. Joaz les dijo que se fueran a reposar tranquilos, y que, a la maana siguiente, antes de partir, el maestresala les dara el presente. As fue. Y los embajadores de Egipto partieron de Jerusaln con una bolsa de cuero precintada, que pesaba una sexta de kikkar (5 Kg.) La bolsa fue motivo de disputa entre los dos embajadores y el ecnomo, pues ste quera ponerla a buen recaudo bajo su mano, cosa a la que Menfitas se opuso enrgicamente, aduciendo que si tal cosa haca, se vera obligado a denunciarle al faran, puesto que con tal exigencia estaba atentando al derecho real conferido a su alta investidura de embajador. Karmo se enfad con los dos emisarios, y muy ofendido se separ de ellos para ir a refugiarse en el carromato de intendencia. Cerca de Damasco estudiaron un plan que les permitiese dotar de mujeres a la tercera carroza de respeto, a expensas del harn de Hazael. Suponan que ste no sera tan rooso como Joaz, que por espritu de economa imitaba a Onn. Estaban equivocados, pues el ladino Joaz tena su harn, bien surtido por cierto, en una dependencia separada de palacio. Tuvieron que echar mano de Karmo y convencerle de que se aviniera a hacer el papel de uno de los embajadores, precisamente de Menfitas, que, por ser joven de finas facciones, poda disfrazarse de mujer. Karmo, se neg. Los embajadores insistieron: -O quieres verte privado de los servicios que disfrutas en la carroza de Bast? Karmo no quera dejar de recibir los dones de las improvisadas sacerdotisas de Bast. -Y en dnde las vamos a guardar? -En la carroza del faran -dijo Menfitas. -Me niego! Al sacrilegio agregaramos la infamia. -Pero como nadie se va a enterar... El ecnomo concluy por acceder a la farsa. Cambiaron los papeles y Menfitas visti el atavo de una de las mujeres rabes. Y se encerr con ellas en la carroza. La caravana traspuso la puerta de Damasco, y llegada al palacio real levant las tiendas en el huerto de los naranjos. Mientras Ramsads y Karmo eran recibidos por Hazael, Menfitas esperaba el momento oportuno de actuar. El rey les dijo a los embajadores que lamentaba que su hijo Ben Adad estuviese en Babilonia. Le habra agradado que le conocieran. A LA HORA DE LA CENA, Menfitas entra en las estancias reales. Movimientos y ademanes son idnticos a aquellos que corresponden a una hermosa moza bien plantada. Hacindose el encontradizo, topa con el mayordomo Benazzan. -Soy Neferina, y espero me conduzcas a donde te dijo mi seor. -Quin es tu seor y quin eres t? -Soy la esposa del embajador Menfitas. Supongo que te ha dicho me procures 141

alojamiento en el harn. Oficialmente, Hazael no tiene harn. Tiene algo semejante que disimula con el nombre de patio de las mujeres, a fin de que no se escandalicen los yavestas. Justo es decir que de las mujeres haca ms uso su hijo Ben Adad que l. -Espera un momento. Voy a consultar con tu seor. Benazzan entra en el comedor donde los dos emisarios cenan con el rey. Con la discrecin que impone el recado, el mayordomo se acerca a Ramsads y le dice casi al odo: -Hay una mujer, que se dice tu esposa, que pide alojamiento en el harn. Ramsads se da una palmada en la frente y exclama: -Vaya cabeza la ma! Se me haba olvidado... -y dirigindose al rey, con la mejor de sus sonrisas, pide-: Seras tan amable oh seor de Damasco! dar alojamiento en tu harn a mi esposa? No es digno de ella pernoctar en el campamento del squito. Lo comprendes, verdad? Hazael encuentra la peticin natural y justificada. Dice a Benazzan : -Conduce a la esposa de mi ilustre husped al patio de las mujeres. Dale el mejor aposento. Dile a Zorina y Marga que sirvan a la seora en todo aquello que se le ofrezca -y a Ramsads, le aclara-: Ellas son mis mujeres de fiar. Y harn todo lo que est de su mano por complacer a tu esposa. Hazael, interesado en la halagadora charla de los huspedes, se olvida del asunto. El mayordomo sale a cumplir la orden. En cuanto est de nuevo ante Menfitas, le dice: -Sgueme, seora. El rey ha dispuesto que te aloje en el mejor aposento del patio de mujeres. Menfitas, sin exagerar los ademanes femeniles, baja la cabeza y obedece al mayordomo. En el patio, Benazzan entera a Marga y Zorina. -Esta seora es dama principal, esposa del embajador de Egipto. Y vuestro seor el rey me ha dicho que os pongis a sus rdenes, y la sirvis en todo aquello que os pida. Cumplida la orden del rey, Benazzan vuelve a su habitual quehacer de vigilar al personal de palacio, sobre todo ahora que hay huspedes. Menfitas, a pesar de aflautar la voz, considera oportuno explicar a las mujeres que tiene la garganta irritada. Pero que ello no la impedir, de suyo habladora, darle a la chchara. Para animar la velada comienza por contarles un cuento de enredo amoroso, que siempre son bien escuchados en el harn. El desenlace, muy subido de color, provoca tal regocijo en Zorina y Marga que a sus carcajadas acuden otras dos mujeres, ms jvenes an. Una de ellas, que dice llamarse Tarsina, es criatura de singular y delicada belleza, sin que por esto ande escasa de atractivos de hembra. Los cuentos licenciosos de los que Menfitas tiene extenso repertorio, caldean el nimo de las mujeres. -Mucho se dice de las egipcias, pero nunca cre que fueran tan libertinas... -comenta Marga. -Ah! Pues apenas si os he dado un esbozo de ellas. Y si lo dudis puedo hablaros de m misma, de los recursos de que me sirvo para engaar a mi esposo el embajador. No hay cosa que despierte la curiosidad y atencin de las mujeres como saber el modo de engaar al marido, pues as acrecientan el conocimiento de los ardides y 142

embustes empleados en el inevitable negocio del adulterio. Menfitas, vindolas tan interesadas cree llegado el momento de proponerles la travesura: -Por qu no vens a mi carroza? All os dir cmo preparar el bebedizo que duerma a vuestro hombre durante un da completo. Adems os obsequiar con el licor del faran que estimula el poder de atraccin de las mujeres. No ofrecen mucha resistencia. A ciertos escrpulos de Marga recordndoles la prohibicin de salir del patio de mujeres, Menfitas invoca la recomendacin del rey de servirla en lo que les pida: -Es mi deseo que me acompais. Prevalece el criterio de las entusiastas. Habr que avisar al portero. -De ninguna manera! Se trata de una travesura -opone Menfitas. -Pero es que el portero ya estar dormido -arguye Zorina. -Mejor que mejor! -Pero si l tiene la llave! -Dnde la guarda? Karisa, que est dispuesta a demostrar a Neferina que tambin ellas saben engaar a los hombres, guia el ojo y dice: -Yo se la sacar. Ya debe de estar dormido y s dnde la guarda. Karisa logra hacer con xito lo que ha dicho. Abre la puerta que conduce al huerto de los naranjos, atraviesan ste y las cuatro mujeres y su semejanza Menfitas entran en la carroza del faran. De nuevo de charla y continuando el inacabable y divertido texto de cmo hacer cornudo al marido, Menfitas les da a catar del maravilloso licor del faran. Las mujeres caen enseguida en irresistible sopor. Mas como la noche es larga y Menfitas no quiere pasarla en claro, se ve y se desea para substraer a Tarsina de los efectos del narctico. La joven, ni cuando ve a Menfitas desposeerse del atavo femenino y adquirir su natural prestancia varonil se da cuenta del engao. Atribuye la sorprendente metamorfosis al licor del faran. Y no queriendo desaprovechar la ocasin de gozar de tan inesperado y delicioso ensueo se entrega a los brazos de Menfitas, que la fantasa ha transformado en seductor galn. Consumada la alucinacin, Menfitas vuelve a vestir el atavo femenino, cierra la carroza y regresa al patio de mujeres. Deja la llave en la cerradura y se dirige al cuarto destinado a la supuesta mujer del embajador. Se tumba en la litera y se queda profundamente dormido. Poco antes de medianoche, Hazael despidi a sus huspedes. En cuanto estuvo a solas corri al patio de mujeres movido por la curiosidad de ver qu tal estampa tena la esposa del embajador. Abri la mirilla de celosa, mir a travs de ella y no pudo disimular la decepcin. Demasiado grande y delgada. No le pareci apetecible. Y roncaba que daba miedo. ANTES DEL AMANECER, la embajada levanta el campamento. Ramsads y Karmo se presentan al mayordomo para rogarle que vaya a avisar a la esposa de Menfitas. Mas vieron, no sin sorpresa, que el rey, al que crean dormido y de quien ya se haban despedido, se acercaba a ellos diciendo: -Me permitirs, amigo Menfitas, que haga una pregunta a tu esposa. -Es muy tmida. Y sospecho que ante tu presencia se mostrar confusa y azorada. 143

Cuando llega Menfitas con su disfraz, Ramsads hace la pantomima de presentarla al rey: -Su seora el alto Hazael de Damasco. Menfitas tras de una genuflexin, balbuce: -Oh gran seor, cunto honor! -Cmo has pasado la noche? -le pregunta el rey. -He dormido de un tirn. En el dormitorio que me alojaron haba tal paz y silencio... -De esto precisamente quisiera hablarte. No oste ningn ruido? -No, seor. Por qu? Ramsads interviene: -Ruido el que ella hace con sus ronquidos, seor. Como no es oportuno a ninguna de ambas partes insistir en aclaraciones, rey y embajadores se despiden. Y el lujoso squito sale del huerto del palacio real. Ya lejos de Damasco, dado el sospechoso silencio que reinaba en el interior de las carrozas de respeto, vinieron a enterarse de que Hazael o el granuja de Benazzan haban rescatado a sus mujeres y robado a las tres rabes. Como no era cuestin de volver a hacer la reclamacin, nada diplomtica por cierto, y perder tiempo y diligencias en averiguaciones, resolvieron resignarse con su suerte. En el primer pueblo que llegasen dotaran a la carroza de Bast del personal adecuado, ya que faltaban bastantes jornadas para llegar a Babilonia. No lo pasaron bien, porque Karmo, inducido por la codicia, cada vez abasteca el carromato de intendencia con alimentos ms comunes y baratos. POCO ANTES DE LLEGAR al oasis de Borsa, toparon con una caravana babilonia que se diriga a Tiro. Menfitas y Ramsads iban a caballo y vieron que de la caravana se separaban dos hombres. Uno de ellos alzando las manos, les grit en egipcio: -Paraos, paraos! -Quin ser se? -pregunt Menfitas. -Vete t a saber! Hablando egipcio y en un desierto... Y el ecnomo, que les segua en un carro, les advirti: -Rechazadlos! Son bandoleros! Menfitas lanz el grito de alto a la caravana. Empu la espada y esper a que se acercaran los dos hombres. -Me llamo Shusteramn y soy egipcio. ste es mi amigo Belnabu, babilonio. -S, enterados -dijo Menfitas-. Qu queris? -No andamos muy sobrados de alimentos. He visto que vuestra caravana lleva el bandern hospitalario de Egipto; por lo tanto, os pido asilo. Ramsads se acord entonces de que el faran les haba recomendado establecer relacin con un mdico llamado Shusteramn, que se hallaba secuestrado en el palacio de Babilonia. -Acaso t eres el mdico de la reina? -El mismo! -Ah! se es otro cantar. Y qu haces por aqu? -Vengo huyendo. 144

A Ramsads ya no le pareci buena la contestacin. -Huyendo? Querrs decir desertando. Quin te ha dado permiso para abandonar tu puesto en el palacio de la reina Semramis? -Permiso? De quin debo esperar permiso? -Del faran! De quin si no? El muy alto Shashank. Nuestro seor, est seguro de que te hallas en palacio cumpliendo con tu deber. A Shusteramn se le cay el alma a los pies. Mir a Belnabu, y ste, ms desconsolado an, baj la cabeza. Mientras tanto, los caravaneros alzaban los brazos y llamaban a los dos fsicos. -Bueno -dijo Shusteramn-. Ya veis que nos estn llamando. Que tengis buen viaje. -El mismo que vas a tener en nuestra compaa. Diles a esos hombres que vens con nosotros a Babilonia. Como vieran que los embajadores sacaban las espadas y que los lanceros se disponan a caer sobre ellos, los fsicos no opusieron resistencia, pasando a integrar la caravana. Se les maniat y encerr en la carroza de Bast. Con lo cual los embajadores cometieron nueva profanacin. Un rato estuvieron los fsicos callados. Al fin, Shusteramn, al observar tan afligido a Belnabu, dijo: -Como ves, amigo, todos los caminos van a Babilonia. Hemos pasado hambre, fatigas sin cuento; hemos mendigado a esos caravaneros que nos sacaran de Babilonia para, al fin de cuentas, volver a nuestra prisin. -Si slo fuera eso -murmur Belnabu-. Ya sabes lo que nos espera en palacio. Por lo menos a m. La reina ordenar que me desuellen vivo. Contigo ser clemente, te necesita. Adems, estos compatriotas tuyos cuidarn de que no te pase nada. -No hay que desesperar, amigo. Quiz tenga ocasin de hablar con ellos, y al conocer nuestra situacin se apiaden y nos oculten. Si es as, con ellos podremos regresar a Egipto. La oportunidad Shusteramn la tuvo dos jornadas despus, ya lejos de Borsa y en pleno desierto. Como no haba peligro de que escaparan, so pena de exponerse a morir insolados, Ramsads y Menfitas acordaron quitarles las ligas. A la hora del descanso, una vez que se instal el campamento, llamaron a Shusteramn a compartir con ellos la mesa. Shusteramn les relat detalladamente su vida en Babilonia; la condicin de prisionero en que llevaba los experimentos de la inmortalidad; el rigor de la reina para con ellos, y toda la vida de aislamiento en que vivan en el torren de palacio. Los embajadores se interesaron por la planta de Gilgamesh, y especialmente por el elixir que, segn Shusteramn, prolongaba la juventud, cosa a todas vistas falsa, pues los aos haban dejado honda huella en el fsico. -T has probado de ese elixir? -le pregunt Menfitas. -S, varias veces. -Y cuntos aos tienes? -interrog Ramsads. -Cuarenta y seis. -Pues en vez de representar diez menos representas diez ms. Qu fbula es esa de la planta de Gilgamesh? A pesar de la evidencia de su prematuro envejecimiento, Shusteramn habl con tal entusiasmo de las virtudes de la planta y emple en su charla trminos y conceptos tan 145

oscuros, que los emisarios hubieron de admitir que si el elixir no oper con eficacia en el mdico, le haba, en cambio, entorpecido el cerebro. Luego le preguntaron cmo siendo tan rigurosa y estrecha la vigilancia y tan inviolable la prisin que tenan en palacio, haban logrado evadirse. Shusteramn les explic la crisis producida con la llegada de Semramis. Y cmo Semramis haba utilizado para su fuga, la misma prisin en que vivan, atrevindose a algo que nunca los prisioneros se sintieron animados a llevar a cabo, temerosos de ser arrastrados por la corriente del ro. Los embajadores se mostraron interesados por saber cul era la situacin poltica en Babilonia. Shusteramn, que les haba hablado de un golpe militar, hubo de aclararles que la sublevacin sali triunfante y que Semramis se sentaba en el trono de Babilonia. Su hijo Adadnirari, por lo que se deca en la calle, estaba de comn acuerdo en que ella gobernase. El rey de Asiria se preparaba para llevar a cabo vastos proyectos guerreros. Llegado a este punto, Menfitas plante la cuestin: -El caso es que el faran crea que t eras el mdico de palacio. Nos encarg que influysemos sobre ti para que sin dejar el puesto que ocupas, ejercieras una discreta misin de espionaje. Comprenders que con la fuga lo has echado a perder y tu regreso a palacio es cosa delicada. Tengo suficiente fe en mis dotes de persuasin para lograr de la reina que te readmitiese en tu puesto sin cobrarse castigo. Pero interviniendo yo en esta cuestin, no le entraran recelos respecto a tu nueva conducta en palacio? -Recelos, no, porque antes me desollara. Mas estoy viendo que no me he explicado bien. Creo haberos dicho, seores, que viva prisionero en el obrador. Si me entregis a la reina, y transige en perdonarme la vida, ser para encerrarme en el mismo obrador. Y de all no saldr nunca. Dentro de esa crcel mis posibilidades de observacin de lo que ocurre en palacio o en el pas, son nulas. Nunca fui mdico de la reina. Fui un investigador a sueldo, dedicado a unas experiencias secretas que jams me han relacionado con los asuntos de la corte. Ramsads, que vio claramente cul era la situacin de Shusteramn, opin: -Creo que tiene razn en lo que dice. Y que sera ocioso entregarlo a la reina. Nosotros debemos limitamos a explicar a nuestro seor el faran cmo dimos con este hombre y en qu condiciones. Al no haber posibilidad de que cumpla la misin que habamos pensado, lo mejor es que le demos asilo. A l y a su compaero los tendremos en nuestro campamento. Cuando nuestra misin haya terminado en Babilonia, los llevaremos con nosotros a Egipto. Que el faran resuelva lo que crea ms pertinente. Shusteramn vio el cielo abierto. sta era la nica solucin y al mismo tiempo la definitiva libertad para l y para Belnabu. Mas cuando Menfitas y Ramsads se quedaron a solas, ste dijo a su amigo: -Era ocioso hablar tanto con ese hombre. Ya sabemos lo que nos interesa. Si en Babilonia, por granjeamos la simpata de la reina nos conviniera entregrselo, pues se lo pasamos y asunto concluido. Rindieron jornada en la aldea de Letama. La pequea poblacin acudi con alborozo y hambre a contemplar el campamento, los carruajes, las bestias de aquella esplndida caravana. Ramsads fue del parecer que deba anticiparse un correo para anunciar su llegada. Mas en el pueblo les dijeron que el correo no fuera solo, pues haca pocos das los bandoleros haban asaltado muy cerca de all una caravana, matando a los mercaderes. El poblado era poco menos que msero. Le dijeron a Karmo que comprase una res,

146

pues no le costara gran cosa. Lo que los embajadores queran era alejar a Karmo y llevar a cabo un nuevo plan. Se fueron a ver a Shusteramn y le dijeron que en compaa de Belnabu entraran en la noche en el carro de intendencia, sorprendieran en el sueo a Karmo, le amordazasen y robaran la bolsa de los viticos y dietas. -Si no lo hacis, os entregaremos a Semramis. Shusteramn aunque en principio se rehus concluy por aceptar, y pidi detalles del asalto. Menfitas y Ramsads estaban interesados en hacer este simulacro de robo, porque desde haca muchos das, descubierta la bolsa de la tesorera, sacaban oro de ella y ponan en el fondo arena y guijas con lo cual Karmo no se enteraba de los hurtos, puesto que siempre que abra la bolsa vea las plaquitas y arillos de oro. Y como ya faltaba poco tiempo para llegar a Babilonia y tambin para que Karmo descubriese el engao, convena simular el robo achacndoselo a Shusteramn y Belnabu. A stos les prometieron caballeras y oro para que huyesen a Borsa o a donde quisieran. El asalto y robo no pudo llevarse a cabo. Karmo no cerraba ojo. Deba padecer insomnio. Despus de varias tentativas, Shusteramon prometi dar el golpe a la noche siguiente. -Si no, tendrs que preparar un bebedizo que al tomado no muera Karmo por veneno, sino por dolencia que simule ser sbita y aguda enfermedad. A Shusteramn le pareci ms infame esto que maniatar y robar a Karmo. Al da siguiente, en que los fsicos daran el golpe, poco antes de rendir la jornada de media maana, sucedi algo inesperado y extrao. Menfitas y Ramsads se enteraron tarde. La caravana haba quedado dividida. El carro de intendencia, su conductor y cuatro caballos haban desaparecido con Karmo, Shusteramn, Belnabu y el gua contratado en Borsa. Los embajadores acompaados de un grupo de lanceros volvieron sobre las huellas de la caravana en busca de los fugitivos. Despus de una larga hora de correra dieron con el lugar en que se haba producido la escapatoria: una hondonada que, al atravesada, cort en dos a la caravana. Todo ello responda a un plan astuta y concienzudamente elaborado, y el factor principal de esta fuga fue el gua contratado en el oasis de Borsa, que conoca como la palma de la mano el desierto. Menfitas quiso continuar la huella, pero se impuso la prudencia de Ramsads. No deban exponerse a perseguidos en pleno medioda, pues antes de darles alcance sucumbiran bajo los rayos del sol. La perspectiva de subsistir era bien precaria. Sin alimentos y sin agua, lo que proceda era retornar al lugar en que les esperaba la caravana. Una vez incorporados a ella, volver a la aldea de Letama a abastecerse de agua y vveres y contratar otro gua. SHUSTERAMN y BELNABU desconfiaron de los embajadores. Ni les dejaran escapar ni los llevaran a Egipto; tan malvados eran que no repararan en entregarlos a Semramis. Por lo tanto, discurrieron que lo mejor para ellos era granjearse la simpata y solidaridad de Karmo, al que pusieron en antecedentes la primera noche que entraron en el carromato de intendencia para simular el robo. Poco necesitaba Karmo para acabar de tomarles aversin a los dos desleales 147

compaeros de viaje. Aconsej a los fsicos que salieran y dijeran a Menfitas y Ramsads que estaba despierto y que volveran a intentar el robo ms tarde. Mientras tanto, Karmo pensara cmo librarse de la peste de los disolutos. Cuando volvieron los supuestos ladrones, les confirm: -Ya he pensado lo que vamos a hacer. Maana nos separamos de la caravana. Voy a sobornar al gua para que venga con nosotros. Los fugitivos no se detuvieron en Letama. Les sobraba vveres yagua. Siguieron al oasis de Borsa, y all, seguros de su evasin, tomaron el bien ganado holgorio que necesitaban. A la hora de reflexionar sobre lo que deban hacer, Karmo propuso dirigirse a Borsippa, cosa que pareci un disparate a Shusteramn y a Belnabu. Belnabu crea vivir una terrible pesadilla desde que, inducido por su maestro, salt de La Garza a la orilla derecha del ufrates. Las cosas ms inesperadas y asombrosas de su vida le haban pasado en unos cuantos das. Si la libertad era aquella sucesin de peripecias, Belnabu estaba pronto a renunciar a este don. Karmo les convenci con muy atinados argumentos: -Si no se mueren en el desierto, nos buscarn en cualquier parte menos en Borsippa, donde saben que es mi destino. En Borsippa no tendremos nada que temer. Pues yo tambin porto sello del faran, y nos ampararemos en el derecho hospitalario. No se atrevern a ir a buscarme a Borsippa, pues saben que puedo denunciarles del robo del tesoro del faran. Han cometido demasiadas tropelas para caer en la imprudencia de presentrseme. Vosotros no temis nada. Mientras estis a mi lado, no habr autoridad babilonia que os saque del campamento. Estaremos pocos das en Borsippa, nicamente los necesarios para que yo cumpla con mi misin. Despus organizaremos una caravana como es debido y regresaremos a Egipto. Ellos estn bajo la autoridad del faran, pero el que manda es mi padrino el guardamantos. Shusteramn, despus de algunos reparos concluy por aceptar. Belnabu se encogi de hombros. En Borsa compraron lanzas y espadas, ya que andaban escasos de armas, y aunque no tenan por qu temer un asalto, no estaba de ms prevenirse contra l. KARMO FALL EN SU CLCULO. Menfitas y Ramsads eran lo suficientemente granujas y osados para obrar como insensatos. Seguros de que el ecnomo ira a Borsippa, dada su rectitud para cumplir con las instrucciones que le daban, el squito de la embajada se apost a un cuarto de jornada de la puerta de la ciudad, a la vera del reg. En cuanto vieron aparecer a los fugitivos, los treinta lanceros de a caballo, los rodearon. Belnabu crey llegada su ltima hora. Shusteramn, se qued anonadado. Karmo, por el contrario, se adelant a sus compaeros, alborozado: -Conque vens a mis manos, insensatos! No le hicieron caso. Dos lanceros lo aprisionaron. -Dnde tienes el oro? -le exigi Menfitas. Karmo le dio la bolsa: -El resto del tesoro del faran, vosotros lo habis robado. Menfitas y Ramsads haban pensado framente el negocio. Despidieron al gua, que sali despavorido hacia Borsippa. Al conductor del carromato, que era egipcio, le dijo:

148

-Nada temas. S que obedeciste las rdenes de Karmo. En realidad no queran complicar la cosa. Mxime que Bubastis quedaba muy lejos, y que en Babilonia no sera de buen efecto vedes divididos por una querella interna. Entraron en el carromato a ver si estaba la bolsa precintada que les haba dado el rey Joaz de Jud. La encontraron intacta. Seguidamente ataron a Shusteramn y a su ayudante y continuaron camino a Borsippa. Poco despus, hallndose en el jardn de las Seoras, frente al templo y escuela de Nabu, Menfitas dio a Karmo una plaquita de oro que pesaba un deben (90 gr.): -Con esto podrs vivir hasta que nosotros volvamos por ti.

VUELTA A PALACIO BELTARSILUMA SE ENCUENTRA en la biblioteca leyendo los Proverbios, uno de sus clsicos sumerios favoritos. Ni en la biblioteca real se encuentran ejemplares tan cuidados como los del estadista. Es una tablilla de barro cocido esmaltada de oro en sus bordes. El tipo o los caracteres cuneiformes que ha dejado el escriba manual impresos con el estilete, son claros y precisos. El fondo de cada incisin est coloreado de negro, que hace un recreo de la lectura pues el texto as coloreado destaca con nitidez de la superficie de la tablilla, esmaltada de blanco marfil. Beltarsiluma, disfruta con estos ejemplares de clsicos sumerios. Tanto por el primor de la manufactura de la tablilla, como por su contenido. Gobernante en desgracia, le satisface confrontar sus ideas sobre lo efmero de los bienes mundanos en los textos de filosofa. Los Proverbios sumerios, a los que se les atribuye una antigedad de dos mil aos, le ponen en comunicacin con una cultura desaparecida. El corazn del hombre siempre es el mismo, igual que su destino en la vida. Beltarsiluma, siente adems el regusto pedante de leer los Proverbios en su idioma original, en la lengua muerta de Sumer, que slo unos cuantos eruditos conocen a fondo, y que los estudiantes de la escuela de Borsippa aprenden escasamente para cumplir con los sacerdotes de Nabu y obtener el cordn de escriba. El que fuera preceptor de Semramis, acaba de leer el proverbio.. . Cun dichoso es el que acumula oro. Cun dichoso quien almacena cebada. Mas al que nada posee, qu plcido dormir le acompaa. Cuando escucha un rumor de caballera en la calle. Y en el mismo momento, la voz de Mara que desde el piso superior grita: "Belta, huye! Los soldados vienen a matarte!" Beltarsiluma se levanta parsimoniosamente. Deja la tablilla en el lugar que le corresponde del anaquel. La coloca con sumo cuidado, a fin de que el ejemplar no sufra el menor roce. Luego, tras alzar los hombros, recuerda el proverbio sumerio que dice: La vida es fruto agrio que slo la muerte sazona. El rumor de la caballera se hace ms intenso. Beltarsiluma coge un espejo de plata bruida y se mira en l. Despus se examina las manos y las sandalias. Piensa que el verdugo no le har remilgos. Pero de pronto se inquieta. Le hace falta una frase, las palabras que deber decir al morir. A quin? 149

A Babilonia? Al indocto Adadnirari? -Belta, Belta! Escucha la voz de Mara. Enseguida oye sus pasos precipitados, y ya en la puerta del jardn siente las manos de la joven que se posan en los hombros. -Qu quieres? -Huye, cario! No te dejes aprisionar! Esta noche tuve un sueo... Ven, huyamos por el jardn de la alberca! Puedo esconderte en la gruta de Nergal. Le pedir al dios Anu que te salve de la injusticia de los hombres. La proteccin que le ofrece Mara no entusiasma a Beltarsiluma. De pasar a la mansin de los dioses, se convertira en el hazmerrer de estos pobres ignorantes. Porque Mara no recatara ya sus adulterios. En la tierra, dado que sus amoros son celestiales e invisibles no afectan ni a su hombra ni a su dignidad de seor. -Prefiero, Mara, la injusticia de los hombres a la benevolencia de los dioses. Timbales y trompetas. El paje abre la puerta, y, contra lo que esperaba Beltarsiluma, no es el verdugo el que entra, sino un correo del rey. ste, irguindose sobre la albardilla del caballo, anuncia: -Mensaje del seor de Asiria al bienquisto Beltarsiluma. -Yo soy. Habla. El correo dice: -Por mi voz juramentada, el rey Adadnirari, Tercero en la virtud de su nombre, vicario de Asur, Seor de los cuatro mares, ordena te presentes en el palacio real. Y que con el poder de que te inviste, asumas la potestad del primer vigilante de palacio; que asumas tambin el gobierno de la ciudad de Kalah y la jefatura de las fuerzas de guarnicin. El magnnimo Asur, contigo. Yo, Adadnirari. -El correo, tras una pausa agrega enftico al mismo tiempo que extiende un papiro-: Y lo dicho, aqu est signado y sellado por mi seor el rey! El correo salta del caballo y se acerca a Beltarsiluma a darle el mensaje. Enseguida entra un oficial, que dice: -Mi nombre es Rimmanilu, y el bienquisto Akkados me ha ordenado que me ponga a tu disposicin. -Esperad un momento. Beltarsiluma vuelve al interior de la casa llevndose consigo a Mara. Le advierte: -Regreso a palacio. Enviar a Gudena con los mozos a recoger las cosas que trajeron la otra maana. Lo probable es que no me veas en dos o tres das, pero te advierto una cosa: que al primer sujeto que sorprenda acostado contigo, lo muelo a palos. Ser intil, yelo bien! que t invoques su divinidad. -Ni siquiera sers clemente con Enki? -Ni con Enki! -Y si fuera Enlil, susurrador como el viento? -Hara igual escarmiento. Y no dejara vivo a un solo vagabundo de su cofrada. Tengo demasiados problemas para que los dioses me vengan a complicar ms con sus enredos.A nadie! Me oyes? Mara dice que s. Beltarsiluma se va a palacio con el cortejo. Hay novedades. La corte ha regresado de Babilonia. Dinakalla le pone al corriente de lo que ha sucedido. Especialmente de la crisis y su solucin.

150

-El rey se va a la guerra, y durante su ausencia, la bien amada Semramis gobernar en su nombre, tanto en Asiria como en Babilonia. Despus le presenta los ltimos dictados de Semramis que reforman el estatuto del consejo del trono. Tambin le hace entrega de una carta personal de Semramis, en la cual le dice que espera que gobierne a la casa y al pas con la prudencia que lo hizo anteriormente; que tiene toda su confianza, y que desde este momento no debe obedecer ms rdenes que las suyas; que una vez que haya puesto los negocios de gobierno en su normal cauce, vaya a verla a Babilonia, pues haba recibido correo avisndole de la inmediata llegada de una embajada del faran Shashank, y que deseaba contar con su consejo, "pues t, amigo mo, que has estado por aquellas tierras del Nilo, conoces mejor que yo el modo de ser de aquellas gentes". Akkados, al pasarle el mando de la guarnicin, le enter de que acompaara al rey. Segn la carta recibida de ste, se haba pensado dividir al ejrcito. Mientras el rey ira al frente de la expedicin punitiva contra Urartu, Gelmas incursionara por el Zagros, a fin de dejar establecidas las guarniciones que de una vez para siempre, fijasen los lmites territoriales de Asiria. "Esta operacin de Gelmas, le aclara Akkados, aliviar al rey en su expedicin contra los urartios. No tendr el temor de ser atacado en la retaguardia por parsuas o zamuas, que, como sabes, a pesar de las repetidas muestras de amistad que nos hacen, en cuanto atacamos a los urartios, se sublevan y hacen causa comn." Poco despus recibi a Asarmelke. Con l sostuvo una larga conversacin sobre las nuevas leyes y los planes militares. Pero el hombre de la espada y la maza no conoca detalles sobre el convenio concertado entre la reina y su hijo. -Se sabe que celebraron un pacto en La Garza, y que como consecuencia de l, Semramis ha asumido la plenitud del poder. Adadnirari va a refrendar sus ttulos de soberano en el campo de batalla. El ltimo correo que recib, ya estando en viaje para ac, me trajo noticia de que Semramis, proclamada reina de Babilonia por su ejrcito, no ha tomado las riendas de Ishtar. Por el contrario, ha ordenado, que se prepare la ceremonia para tomar las manos de Marduk. Y t sabes lo que esto significa. A estas horas ya debe haberse coronado. Estoy seguro de que Adadnirari estuvo presente en el acto. Entre el pueblo circula otra versin sobre lo ocurrido en La Garza. Dicen que Semramis, haciendo caso omiso de la investidura del rey, le increp con autoridad materna, y que los razonamientos que esgrimi no fueron de una sbdita, sino de una madre para con su hijo; cosa que no creo, pues quin estaba presente en la entrevista para dar noticia de ello? Beltarsiluma saba desde luego el significado que tena que Semramis hubiese tomado las manos de Marduk. As los prncipes de Babilonia se coronaban reyes, en disfrute de una total soberana. Al modo que los asirios empuaban las riendas de Ishtar. Por lo tanto, legalmente, Babilonia quedaba convertida en un reino totalmente autnomo. Mas todo esto, no era otra cosa que una estratagema de Semramis, pues dado el entraable parentesco de ambos monarcas, sera difcil librar a sus reinos de la asociacin, de una mutua interdependencia. Antes del almuerzo, Beltarsiluma, ayudado de Gudena, se entretuvo colocando las cosas que trajeron de la casa en los lugares que ocupaban antes. Despus, instruy al mayordomo sobre los preparativos de la recepcin que habra de darse al rey, que de paso para las tierras de Urartu, tomara reposo en Kalah. Al regresar despus de comer a sus habitaciones, se encontr con una sorpresa. 151

Todos haban sido tan ladinos que ninguno tuvo la indiscrecin de anticiprsela. En la sala de recibo esperaba Sunga. Sunga inclin la cabeza y salud: -Seor, Asur contigo. -Vaya sorpresa! Qu necesitas de m? -Nada ms que des cumplimiento a este mandato de la reina -le respondi la joven, extendindole un rollo. Era una nota de Semramis en la que le deca haber nombrado a Sunga doncella de la corte; con goce de aposento, mesa propia, paje y azafata de velo entero, y coche de caballo con espolique. Y le peda que l, Beltarsiluma, como vigilante de palacio y en nombre del rey, extendiese a la joven el mismo ttulo y prerrogativas en la corte de Kalah. Beltarsiluma comprende: -Estoy a tu disposicin, seora. Mas como creo que conoces suficientemente palacio, dejo a tu gusto la seleccin del aposento. A los privilegios que establece el mandato de la seora, yo agrego por mi parte el de concederte un escriba, pues supongo que tendrs mucha correspondencia que despachar. -Gracias, bienquisto Beltarsiluma. Me permites que te diga unas palabras? -Dilas, seora. -Los dos hemos vuelto a palacio en distintas condiciones. Tanto las tuyas como las mas, han mejorado. Me parece motivo suficiente para que dejemos a un lado nuestros recelos. Ser sumisa a tu autoridad, y espero que t seas respetuoso de mi jerarqua. La de Sunga, tal los privilegios que le han sido concedidos, es la de una princesa real. No tendr que enclaustrarse en el harn. Vivir en palacio con habitaciones propias y alternar con las damas de la corte, como si fuera una de ellas. No recuerda el valido que en la historia haya habido solteras que, sin ser princesas, disfrutasen las prerrogativas de dama de corte. Y como Beltarsiluma cree conocer a Semramis, le queda la duda de si esta nueva situacin de Sunga, es el triunfo o la derrota de la joven amante del rey. CINCO DAS DESPUS, a media tarde, llega el rey al frente de su ejrcito. La ciudad est engalanada, y la servidumbre de palacio vestida de gala. En la explanada despliegue de guirnaldas, trofeos y guardia de palacio. En las primeras gradas -las protegidas por lamassun, el len alado que atrae a los buenos espritus- esperan los dignatarios y los caballeros de la corte. En las segundas gradas, las damas. Sunga no est entre ellas. Sunga espera en sus habitaciones la llegada del rey. En su compaa asistir a la recepcin y har la entrada oficial en la corte de Kalah. Mas a pesar del fastuoso programa de agasajos preparado para recibir los obligados cumplimientos, Adadnirari se lleva consigo a Beltarsiluma. Los dos se encierran en el despacho. -Tienes noticia de Tuspa? -pregunta el monarca. -Ninguna, seor. -Ayer encontramos una caravana que vena de Urartu. Nos han dicho que Argista abdic dejando el trono a Menua. Menua tiene los tres linajes. Desciende de familia real y sacerdotal. Y era uno de los jefes del ejrcito. -Si este suceso fuera cierto te hara cambiar de proyectos, seor? -De ninguna manera. Hace unas semanas crea que un rey podra serlo sin verter sangre. Hoy estoy convencido de que no es as. T tenas razn. Todos los motivos que antes crea valederos para rehusar la guerra, los tengo ahora para desencadenada. -Tras

152

de una pausa, agrega-: Sin embargo, todava no entiendo qu fue a hacer la seora al Indo. Ha venido... no digo que ms pobre de lo que fue; pero puedo asegurarte que el botn pillado, cerca de doscientos biltus de cuernos de marfil, valen bastante menos de lo que costaron los dos primeros aos de campaa. -Y la plata? -Plata! Ni un solo grano. La reina haba hecho correr el embuste pensando que el fabuloso botn hara bajar la plata. Pigmalin de Tiro, para congraciarse con mi madre, no se le ocurri otra cosa que subirla. A pesar de todo, tal situacin, que deba ser catastrfica, es halagea. Cada vez entiendo menos de poltica! Cuando sal de Babilonia, estaban all deseosos de negociar con la reina, embajadores de Tiro, de Damasco, de la alta Siria, de Israel... Y nada menos que el faran de Egipto nos enva una nutrida representacin diplomtica. Todos pretenden halagarnos y obtener la amistad de Asiria. La campaa del Indo, que yo califico de ruinosa e intil, ha servido para esparcir el pnico por todo el mundo. Mas nuestra situacin, t lo sabes, es muy dbil. S, contamos con un ejrcito veterano, mas para que este ejrcito contine conservando su eficacia es necesario mantenerlo activo. Sin guerra, el soldado se ablanda y debilita. La seora se dio cuenta de la situacin que le esperaba a su regreso. Por ello te pidi que estudiases un amplio plan militar, tanto para mantener activo al ejrcito como para asegurar nuestras fronteras, siempre endebles, flojas y quebradizas al embate de la primera pandilla de insumisos. No podemos sufrir esos descalabros que con tanta frecuencia padeci mi llorado padre. De lo contrario, todo el prestigio ganado con la campaa del Indo se nos vendra abajo. Y las posibilidades que actualmente tenemos de conseguir substanciosas tributaciones de las naciones vecinas, se nos haran remotas. Comprenders que ahora la guerra es una necesidad, y por si ello fuera poco, tengo un motivo exclusivamente personal para pelear. Una larga hora pasaron el rey y el valido estudiando los planes de la expedicin punitiva. Adadnirari tena la justificacin para atacar a Urartu de sorpresa, sin previa declaracin de guerra: restablecer la frontera asiria fijada por su abuelo Salmanasar III.

EL PROCESO A AMUNI LE DICE SU ESPOSA: -No est de ms que te enteres bien del dictado de la reina. En el karum encontrars a Bitiluma. Pregntale qu es lo que tienes que hacer. A Amuni no le agrada la idea de presentar su candidatura al censo de la nobleza. Le molesta toda actividad o gestin que deba efectuar en las esferas oficiales. No deja de reconocer, sin embargo, que Galpasini, su mujer, tiene razn en aspirar a la aristocracia. Y sus dos hijas, en edad de esponsales, le agradecern todas las molestias que se tome por obtener tan sealada distincin social. Mritos los tiene en abundancia la familia. Tanto los antepasados de Galpasini como los suyos, han sido mercaderes por varias generaciones. Y de antiguo figuran en las listas 153

de los contribuyentes. De aquellos a quienes les es permitido saludar y vitorear a los reyes y entrar en los templos durante las festividades solemnes. Por si fuera poco, viven en la calle de los Orfebres, muy cerca de la confluencia de sta con la va de Marduk, en el barrio comercial, aunque no sea propiamente Merkes. Por otra parte, l es hombre rico, y rica tambin su mujer. Amuni tiene cuarenta y ocho aos, y hace tres que se retir de los negocios. Y si en la actualidad tiene dos caravanas, ms que por afn de lucro las tiene por entretenimiento y no dejar de pertenecer al Aula. Amuni sale de casa para ir a ver a Bitiluma. Sera una casualidad que lo encontrase, porque Bitiluma, ecnomo de palacio, slo acude al karum cuando hay subasta de doncellas. El rey est demasiado interesado en Sunga para que sienta necesidad de ampliar la nmina del harn. Al pasar ante el bazar de los hermanos Arpides, se detiene a curiosear entre los mostradores y vitrinas. Un corte de sayo atrae su atencin. El empleado del bazar al observar su inters acude solcito. -Es un magnfico pao, seor. Especial para sayos de ceremonia. Amuni coge entre sus manos el tejido que le ofrece el empleado. Lo estira, lo arruga y lo soba con las yemas de los dedos. Lo mira al derecho y al revs. -S, es buen pao -asiente Amuni. -Magnfico -recalca el empleado. -Cunto? -Cinco siclos y medio la pieza. -Tenis muchos iguales? -pregunta Amuni. -Como ste slo seis. Pero si quieres ver de otro color y otro dibujo... Amuni asiente. El empleado trae nuevas piezas de tejido. Amuni las somete al mismo cuidadoso examen. Al fin separa tres. -Me interesan. Te dejo en prenda dos siclos, y me las apartas hasta maana que pasar a recogerlas. Amuni sigue su camino. Se para ante la vitrina del joyero Gamadad a contemplar un precioso collar de mujer. Si la candidatura prosperase, su esposa tendra que alhajarse debidamente. Al llegar a la va de Marduk, vacila un momento, y tras la breve indecisin opta por seguir al barrio de Beltis. Dejar la visita a Bitiluma para la tarde. Sus pasos se encaminan al palacio real. Mas cuando llega ante la puerta de Beltis vuelve a dudar indeciso. El patio de los Oidores est en plena actividad. Amuni entra y se queda mirando a su alrededor, como si buscara a la persona indicada a quien dirigirse. Se le acerca un alguacil que le pregunta qu desea. -Ver al ecnomo Bitiluma. -No est en palacio. -Bien. Y el juez que entiende de asuntos caravaneros? -Es Pallus. Aquel que est sentado en su silla. Lo ves? -S. Gracias -dice Amuni al alguacil. Amuni se va derecho al juez: -Eres t el juez de caravaneros? 154

-Yo soy. Tienes juicio? -An no. -Entonces no me hagas perder el tiempo. Ve al Aula de las caravanas. -Ya present denuncia all. -Ve entonces al cuartelillo del investigador urbano. A Amuni le escalofran los tratos con escribas y tartanes. Pero ya que ha cogido el cabo del hilo, siente curiosidad por llegar a desenredar la madeja. Y se va al cuartelillo. Gabu no le hace esperar mucho: -Qu quieres de m? -le pregunta. -Sabrs que una caravana ma ha sido pillada por los bandoleros. -Has presentado denuncia en el Aula de las caravanas? -S, ya he presentado denuncia. -Y bien. Qu quieres que haga? -Acabo de ver parte de la mercanca que llevaba mi caravana. Est en el bazar de los hermanos Arpides. -Ests seguro? -Segursimo. Todos los tejidos que me fabrican llevan una sea que yo solo conozco. -Cuntas bestias componan tu caravana? -Tres camellos y dos onagros. -Hombres? -Cinco, incluyendo al pregonero. -Entonces... ? Pero Gabu no concluye de expresar su pensamiento. El asunto es interesante. De varios pillajes ocurridos en las ltimas fechas en los alrededores de Babilonia, se tiene la sospecha que hayan sido perpetrados por los escuadrones de vigilancia. El asunto que le trae Amuni puede darle brillo en su reciente incorporacin a la jefatura de polica. -Vamos al bazar de Arpides. -Es necesario que yo vaya? -se resiste Amuni ante el temor de verse demasiado pronto involucrado en el lo. -S, pero te quedars lejos. Yo solo har la investigacin. Si necesito de tu presencia, te har llamar. Gabu era lo suficientemente conocido en Babilonia para que su aparicin en el bazar de Arpides dejara de causar conmocin. Uno de los hermanos se adelant a atenderle. -Qu se te ofrece? -Quiero ver unos paos que hace poco dej un cliente separados con una garanta de dos siclos. -S, son stos. En total tres piezas de pao. Qu es lo que ocurre? -Nada que deba alarmarte. Necesito saber quines fueron los vendedores. -Dos individuos. Es la primera vez que han venido a mi bazar. Pero todava ayer pasaron por aqu. Y s que andan traficando en el barrio de los aceiteros. Llevan muestras de aceites aromticos. No ser difcil que los encuentres en la calle de los Aromas. Gabu da las gracias a Arpides. Le advierte que por ningn concepto venda la mercanca. Que la retire del mostrador; que si el cliente de los dos siclos no vuelve por 155

ella, tampoco la saque a venta hasta que l le d licencia para hacerlo. El investigador regresa al lugar donde espera Amuni. -Bien. Ya est dado el primer paso. Deja el asunto de mi cuenta. Slo necesito tu direccin por si tengo que darte alguna buena noticia. Se despiden. Amuni atraviesa la va Marduk, y va a la plaza de Hammurabi, en donde se encuentra el karum. Da por descontado que no encontrar a Bitiluma, pero considera oportuno preguntar por l. Le informan que en la tarde, pasada la siesta, le ser fcil ver al ecnomo de palacio. Gabu sigui las pesquisas y dio con los dos vendedores. Desde ese momento se dedic a vigilarlos. Vio, no sin perplejidad, que uno de ellos entraba en palacio. Como le sera fcil reconstruir los pasos que diera ste en el patio de los Oidores, decidi dejarlo y continuar la vigilancia de su compaero. Siguindole lleg al jardn de Adad. Aunque Gabu, por su oficio estaba curado de sorpresas, no pudo menos de sentir un escalofro al ver donde entraba el traficante. Volvi al patio de los Oidores, hizo las preguntas pertinentes y comprendi enseguida que el asunto era gravsimo. Tanto, que deba recurrir al auxilio de agentes secretos de su confianza. Durante el resto del da y buena parte de la noche los hombres de Gabu desplegaron una gran actividad. A PRIMERA HORA DE LA MAANA. Gabu se presenta en casa de Amuni. -Ya est resuelto el asunto. Y quiero que vengas conmigo. -Has apresado a los malhechores? -No. Luego te dir. Salieron. En la calle, Amuni volvi a preguntar: -Quines son ellos? -Ah! Lo sabremos muy pronto. Dime qu tal voz tienes? -Horrible! Dice mi mujer que canto muy mal. Aunque yo me oiga muy bien. -Pues ser necesario que grites. -Gritar? -S. Debers armar un soberano escndalo en la puerta de Ishtar. -Y t hars que tus hombres me muelan a palos. -No. Yo te detendr. Y como has infringido las ordenanzas que se refieren a la puerta de Ishtar, me declarar incompetente para juzgarte. Te llevar al tribunal de la reina. Amuni es hombre sereno y sobrio de ademanes, pero en este momento se echa las manos a la cabeza: -Al tribunal de la reina! Ni lo pienses. Djame de los. Doy por bien perdida mi caravana y mi mercanca. Por qu no acudimos al juez de los caravaneros? -Porque Pallus, en cuanto se pusiera a actuar, se vera entorpecido en la instruccin testimonial por los tartanes de palacio. No tengas miedo, Amuni. Yo s el terreno que piso y este asunto de la caravana slo la reina puede resolverlo. El nico modo de llegar a la seora a presentarle la denuncia, es armando un escndalo gordo en la puerta de Ishtar. S lo que me digo. Amuni comprendi enseguida. Con un escndalo en la puerta de Ishtar, Galpasini poda despedirse de sus ilusiones de entrar en el censo de la nobleza. Adems, toda su familia es devota, y no tiene por qu ponerse a mal con la diosa ni con la reina. Pero 156

Amuni no expresa estos razonamientos al investigador urbano. -Mira -le dice Gabu-, lo que tienes que hacer es pedir justicia a gritos. Blasfemas contra tu dios personal, contra los jueces, clamas al cielo por la inmoralidad administrativa de Babilonia. Y en fin, todo aquello que se te ocurra. Por una vez vas a tener ocasin de despacharte a tu gusto. T ya sabes que no te ocurrir nada, puesto que yo estar esperando en el cuartelillo. Puedo anticiparme e ir a avisar a los guardias dicindoles que tengo noticia de que un ciudadano va a armar escndalo, y que como ese ciudadano es persona principal no lo maltraten, sino que se limiten a detenerle y llevarlo al cuartelillo. Amuni contina renuente. Mas, al fin, ante la insistencia del investigador y las repetidas protestas de que de todo aquello sacar mayor provecho y la reina se lo agradecer, opta por ceder. Gabu, como han acordado, se adelanta y previene a los guardias. Y de la puerta de Ishtar, sin esperar a ver el resultado, da media vuelta para ir a palacio. Amuni entra en la puerta y se queda contemplando su rica ornamentacin. De pronto, como si fuera vctima de un sbito asalto de los demonios, grita: -Canallas, canallas! Testigo Marduk, que me han robado! Han asaltado mi caravana! Maldita Babilonia, llena de funcionarios corrompidos, de jueces venales Malditas cien veces estas murallas y esta puerta! Amuni no tiene que esforzarse mucho porque los guardias, que ya le esperaban, caen sobre l. Lo amordazan para que no contine blasfemando y se lo llevan al cuartelillo. Qu vergenza! todo un contribuyente respetable, verse conducido a prisin! Como Gabu est ausente, le bajan a la mazmorra. A Amuni le entra un gran desconsuelo, asco y depresin al verse mezclado con detenidos de la peor ralea, ladrones, embaucadores, borrachos y prostitutas. Gabu tena todos los hilos en la mano, pero no quiso seguir adelante sin antes tener el consentimiento de la reina. Semramis le autoriz a continuar investigando, pues el asunto, por excesivamente escandaloso, mereca ejemplar castigo. Gabu no regresa al cuartelillo hasta el medioda. Ordena que le suban a Amuni, y que del mesn ms prximo le traigan dos almuerzos. Cuando Amuni comparece ante l, el investigador se disculpa: -Debes perdonar que los guardias te hayan bajado a la mazmorra. Puedo decirte que el asunto est en muy buenas vas. En la tarde, despus de la hora de la siesta, iremos al tribunal de la reina. Si no tiene ocupacin urgente, nos recibir. Yo te acusar de la falta que has cometido. Cuando la reina te d licencia para hablar, dirs: "He recurrido al escndalo en la puerta de Ishtar porque necesitaba comparecer ante el tribunal de la reina a hacer una tan grave denuncia que slo t, oh, seora!, puedes juzgar de ella. Una de mis caravanas ha sido pillada a una jornada de Babilonia. Y los autores de este crimen se pasean por la ciudad y comercian libremente". Entonces la reina te preguntar: "A quin acusas?" Y t dirs solamente: "Tu investigador Gabu sabe quines son. Y tiene pruebas de ello". -Es todo lo que tengo que decir? -S, todo. Yo dir lo dems. Si acaso, la reina te har alguna pregunta respecto a la caravana, al valor de la mercanca y a los hombres que fueron muertos. Poco despus, cuando los dos hombres coman, Amuni insinu que tena pensado presentar su candidatura al censo de la nobleza. Y que lo nico que tema era que el escndalo e incluso su detencin en el cuartelillo as como las derivaciones que pudiera 157

tener el juicio, afectaran a su reputacin. Gabu le tranquiliz. Si el juicio se llevaba a satisfaccin de la reina, y de l se sacaba provecho para limpieza y saneamiento de las costumbres cortesanas, ello sera mrito decisivo para que la reina influyese a favor de su candidatura. -No creas que esta denuncia ha sido un mal paso. Tanto a ti como a m nos dar lucimiento. A la hora convenida, Gabu y Amuni, custodiado vergonzosamente por dos guardias, salen en direccin a palacio. Semramis, conociendo la gravedad de la denuncia, ha convocado a un tribunal que integran el justicia del rey, el escriba Lugal, Addasin y el paje de los juramentos. ste se ha situado al lado del trpode en que est la jarra que contiene agua del pozo de Enki, usada en las libaciones de los juramentos. El silln que ocupa Semramis se encuentra en un estrado cubierto por un pao de color prpura. El tribunal del rey se rene muy pocas veces, y siempre para juzgar sobre graves asuntos de la corte o de las cmaras sacerdotales. Siempre para juzgar querellas o delitos que no deben trascender al conocimiento del pueblo: Por antiqusima tradicin, los alborotos, escndalos o reyertas que puedan producirse en la puerta de Ishtar, son considerados blasfematorios, y est prescripto que la mxima autoridad de palacio los juzgue. No se sabe ciertamente si tal costumbre judicial se deba a que la puerta de Ishtar cae bajo la directa jurisdiccin de palacio, o porque se distinga a la diosa con este especial tribunal. Pero cualquiera que sea la causa, lo cierto es que al tribunal del soberano de Babilonia, van a parar borrachines deslenguados, alborotadores y prostitutas, mercaderes fraudulentos y toda persona poco escrupulosa que provoque querella, fraude o escndalo bajo las bvedas de la puerta. En ese caso, el rey despacha brevemente el juicio sin requerir la presencia de ningn alto funcionario, mucho menos del consejero que ostenta el ttulo de justicia del rey. En cuanto un paje anuncia la llegada de Gabu, Semramis ordena se le deje pasar. Acto seguido se pone el velo con el que oculta la cara, pues en los juicios de Ishtar, donde ha de solventar desacatos de gente ruin, no debe obsequiar a la canalla con la exhibicin de su rostro. Gabu entra con Amuni. Los dos hacen las reverencias de rigor. Cuando concluyen las tres inclinaciones de obediencia, ya frente al tribunal, oyen a la reina que dice: -Habla, Gabu. -Ante ti, oh, gran seora!, sol de Babilonia, amamantada de Ishtar... Gabu concluye con la enumeracin de los ttulos de la reina. Entonces, sta exhorta: -Hechos, Gabu. El investigador responde: -Perdona, oh gran seora!, que traiga a tu tribunal a este hombre, detenido por blasfemo en la puerta de Ishtar. Semramis considera que Gabu hizo bien al consultarle el asunto. La treta de llegar hasta ella por escndalo pblico, ha sido acertada, pues dadas las circunstancias y calidad de las personas involucradas en los hechos, la denuncia por va ordinaria, como correspondera hacerla a Amuni, no habra prosperado. Sobre los jueces del patio de los Oidores, habran cado coacciones y sobornos. -Di tu nombre -pide Semramis al detenido.

158

-Amuni, seora, miembro del Aula de las caravanas. -Es cierto que cometiste la infraccin de que se te acusa? -Cierto, seora. Mas en mi descargo debo decir que, teniendo necesidad de acudir al tribunal real para hacer una grave denuncia de la cual slo t puedes juzgar, recurr a este desmn... -Cmo! -finge indignarse Semramis-. Ignoras la pena en que incurre el ciudadano que sin motivo justificado obliga a reunirse al tribunal del rey? -Lo s -vacila Amuni, comenzando a desconcertarse. -Tan grave es tu denuncia? -S. Muy grave y contra principalsimas personas. -Nombres y pruebas -le conmina Semramis. -Ellos obran en poder del investigador urbano. -Habla, Gabu. Gabu explica los hechos del asalto y violencia a la caravana de Amuni. Y despus, no sin gravedad, dice: -Llev con la mxima diligencia las pesquisas para el esclarecimiento de este vergonzoso pillaje. Ellas me condujeron a buen fin, aunque lamentable. Los autores del atentado son miembros de la embajada del rey Pigmalin, de Tiro. -Qu dices, Gabu? -corta la reina simulando escandalizarse por la noticia. -Lo que oyes, seora ma. Puedo probarlo. Cuando Amuni fue a verme por primera vez al cuartelillo... Gabu narra detalladamente sus primeras pesquisas. Cmo dio con los vendedores de la mercanca de Amuni y los sigui en sus desplazamientos. Uno de ellos entr en palacio. l crey entonces que a solucionar algn negocio que tendra pendiente en el patio de los Oidores. Ms tarde supo que haba subido a ver al embajador Sincobima. Al otro le sigui hasta el jardn de Adad, y con gran sorpresa le vio entrar en una de las tiendas del campamento que amparaba el bandern hospitalario del rey de Tiro. No ha sido una sola caravana la que asaltaron. En sus indagaciones supo que otro mercader haba sido vctima de parecido despojo. Se trataba de Assarniel, que tuvo sospecha de la prdida de su caravana al ver llegar, al patio de las bestias, uno de los asnos que perteneca a ella. Gabu pidi a Assarniel que le acompaase al jardn de Adad y que pusiera atencin en los animales que haba. Assarniel reconoci dos camellos como suyos. Estas bestias tenan ya el lujoso aparejo de la embajada de Tiro. Por otra parte, Gabu, haba dado con el nico testigo de uno de los asaltos, un tal Apliguma, que, dndole por muerto, fue recogido mal herido por una caravana que vena a Babilonia. El testimonio de este individuo sera clave en el proceso. El investigador concluye diciendo: -Es a ti, oh gran seora!, a quien cabe decidir, dada la calidad de los sospechosos, si he de continuar con el asunto adelante. En este caso debers autorizar la detencin de los sospechosos a fin de someterlos a inquisicin. Semramis resuelve: -Debes detenerlos sin escndalo, poniendo en prctica algn ardid. Somtelos a interrogatorio, y si son inocentes, y tanto la mercanca como las bestias las compraron desconociendo su origen, a los bandoleros, podrn probarlo. T te disculpars con ellos. Si el embajador protesta por su detencin, le dars toda clase de excusas. Pero creo que la investigacin debe ir adelante. Y que con olvido del derecho 159

hospitalario y la inmunidad que les ampara, apresars a todos los escribas, pajes y guardias custodios del embajador Sincobima. -y tras de una pausa, agrega-: Has trado errneamente al tribunal de la reina una denuncia que en el estado en que se encuentra no le compete. Mas el juicio declarado, pido al justicia del rey abra proceso contra quien corresponda. Y que tanto Amuni, como Apliguma y Assarniel, quedan bajo la caucin de la ley. No podrn salir de la ciudad de Babilonia mientras el juicio no sea resuelto. Mas ahora, atended. Como el tribunal de la reina se ha convocado para juzgar de escndalo blasfematorio en la puerta de Ishtar, dicto sentencia. Gabu le dice a Amuni: -Arrodllate. Amuni, que empieza a sospechar que todo el lo de la caravana le va a llevar al patbulo, se arrodilla, trmulo. -T, Amuni -condena la reina-, pagars una medida de cebada al templo de Ishtar y otra al tesoro de la reina. Recibirs veinticinco azotes de ordenanza. 0, a cambio de ellos, ingresars cinco siclos de plata. -Con entonacin solemne agrega-: Marduk, testigo de mi justicia. Yo, Semramis. Gabu ayuda a Amuni a levantarse. Se siente abrumado. Y tras las reverencias de rigor, que hace torpemente, acompaado de Gabu, abandona la sala. Semramis se quita el velo. Babilosin, que ejerce interinamente la consejera de justicia del rey en substitucin del cesado Beluma, comenta: -No creo que los miembros de una embajada sean capaces de tal felona. Semramis le dice secamente: -De Tiro puede esperarse cualquier cosa. En la calle, confuso y medroso, invocando a su dios personal, Amuni reprocha a Gabu: -Me has vendido, me has vendido! Quin, paciente Belki, me librar de tanta infamia? Veinticinco azotes! -No te quejes, Amuni, son slo de ordenanza. -Cinco siclos de plata! -No los pagues. Pon las asentaderas y ordenar al verdugo que te pegue con ltigo de cuero y con templanza. -Yo desnudar mis nalgas al verdugo? -Bah! Ahora est de turno Agado, que no repara en traseros... -Decas que mucho provecho sacara de la denuncia a la reina! -Y lo sacars. Con lo que yo no contaba es que el escndalo simulado era considerado, en justicia, como delito. -Escndalo que me infama para toda la vida! Mi nombre ser pregonado con amonestacin humillante en el templo de Ishtar... -Por ah se empieza para llegar muy alto... No te quejes! Quin eras t, Amuni, hasta hace dos das que me conociste? Nadie, absolutamente nadie! Ahora, tu nombre lo escuchar toda Babilonia. Y cundo habas pensado tener el honor de hablar con la reina? -Dices hablar? Pero si estaba velada! Gabu se da una palmada en la frente. 160

-T sabes quin es Mino, el arquitecto real? A ver qu extranjero goza de tantos honores como l! Pues Mino tuvo su primera charla con la reina porque yo lo traje a este tribunal, tambin por escndalo en la puerta de Ishtar. Y recibi los azotes como est mandado. Y qu? Ah lo tienes! Lleno de collares y honores. -Pero yo nunca levantar unos jardines colgantes, grandsimo embaucador! Amuni est realmente angustiado. Y arrepentido de haber cedido al juego del investigador. En el cuartelillo paga los cinco siclos de plata en gracia a la integridad de sus asentaderas. GABU, QUE HABA DESPLEGADO a varios agentes para que vigilasen los pasos de todos los tirios de la embajada, detuvo a tres de ellos en la calle. A uno en el barrio de las Licencias, a los otros dos al salir de los bazares adonde haban ido a traficar. Les interrog uno a uno. Y aunque todos negaron los hechos, Mantipas no pudo disimular la sorpresa y desazn de verse descubiertos. Las declaraciones no coincidan. Con lo que declaraba uno, Gabu interrogaba al otro y, poco a poco, los tres detenidos se fueron dando cuenta de que el investigador conoca bastantes detalles de los asaltos. Por fin, Mantipas confes haber atacado a una caravana que confundieron con pandilla de bandoleros. Gabu le sac detalles del pretendido "ataque". Un careo con Apliguma, el caravanero sobreviviente, le oblig a confesar el crimen, diciendo que l no era culpable ni tampoco sus compaeros, puesto que al cometer las depredaciones acataban rdenes del jefe de los escribas, un tal Belofetas. Como los tres detenidos no regresaron al campamento, cundi la alarma en l. Y el otro escriba, las azafatas y algunos de los guardias custodios, se mostraron inquietos. Pasaban de una tienda a otra, y en el jardn, en el sector destinado a su campamento, se les vea pasear y agruparse excitados. Los agentes de Gabu tenan orden de ir apresando a los tirios segn abandonaban su alojamiento, pues no deban hacer violencia dentro del predio amparado con el bandern hospitalario. El jardn de Adad, uno de los ms bellos de Babilonia, se destinaba a alojar los campamentos de los embajadores. En palacio slo se daba hospedaje a los jefes de misin. A la maana siguiente, Belofetas, el principal de los escribas, sali a la calle acompaado de una de las azafatas. Los agentes salieron tras ellos, y cuando llegaron cerca de la calle en donde estaba el cuartelillo (pues seguramente iban a palacio a informar a Sincobima) les cortaron el paso, invitndoles a que les acompaasen. Belofetas pretendi oponerse, pero la llegada de nuevos agentes le hizo comprender que todo escape era intil. Gabu supuso que el ms difcil de pelar sera el jefe de los escribas, por lo tanto comenz la inquisicin por la azafata, de naturaleza tiria. sta se cerr a hablar exclusivamente en fenicio. Mas Gabu, hablndole en arameo, le dijo que se la haba detenido, como a sus dems compaeros, por el delito de bandolerismo y asesinato de camelleros en descampado; delito condenado con la pena capital, pues de lo contrario, en el mundo no habra mercader, camellero o arriero que se expusiera a atravesar los desiertos. Gabu ya tena mucha informacin. Exhibiendo ante la azafata datos concretos y detalles menudos, sta concluy por confesar la culpabilidad de los tirios. Como Gabu le dijera que tena informes, dadas las denuncias recibidas, de que se trataba del pillaje de cinco caravanas, la tiria se apresur a rectificar diciendo que ellos slo haban asaltado a 161

tres. Con esta confesin, el investigador interrog a Belofetas, que neg. Dijo que no haban sido ellos los atacantes, sino los atacados. Y que despus de dar el merecido escarmiento a los bandoleros, los desvalijaron. -Y por qu no entregasteis bestias y mercanca en el Aula de las caravanas? Y viniendo al frente de vosotros nada menos que vuestro embajador, cmo no denunci el hecho? La confusin fue tanta, que Belofetas termin diciendo que el embajador Sincobima no saba nada de los sucesos. En esto coincidi con todos los dems reos, que cuidaron de dejar a salvo la posible responsabilidad de Sincobima. Era lgico pensar que queran eximir al emisario de la menor sospecha, a fin de que ste, valido de su jerarqua e inmunidad, influyese a su favor. Tratndose de una misin diplomtica todo se reducira a dar un fuerte rescate. Enterada Semramis de las confesiones, y quedando tan slo por dilucidar si el embajador tena parte en el pillaje, gir una orden a Hurimasin con instrucciones de que se presentase un escuadrn en el jardn de Adad. A fin de no crear la alarma en los campamentos de las otras misiones, se dijo al capitn de los custodios que deban levantar el campamento y dirigirse al parque de Inurta, en donde les esperaba el embajador. Mientras se efectuaban estas diligencias, Semramis, preocupada, hizo llamar a Tursyna con el propsito de interrogarla ella misma. Desde que Adadnirari le dijera que Tursyna era espa de Pigmalin, Semramis le puso estrecha vigilancia. Hasta instruy a la azafata que serva a Tursyna para que intimase con ella, y ver de sonsacarle los verdaderos motivos de su estancia en Babilonia. No es que Semramis esperase que la tartessia fuera a confesrselos a la azafata, pero poda ser interesante conocer algn matiz nuevo que diera en la justificacin de su viaje a Babilonia. La reina recibi a la joven en la antecmara. -Estoy preocupada, Tursyna. Sincobima ha venido a verme. Tursyna palideci. -Y no pudiste negarte, seora? -A qu, Tursyna? -Supongo que te habr hablado para insistir en llevarme con l. -No. Parece que no le interesa mucho que regreses a Tiro. Su preocupacin se debe a un asunto mucho ms grave. Me ha venido a decir que sospecha que alguno de sus escribas en complicidad con los guardias custodios, han asaltado una caravana. T sabes algo? -Asalto a una caravana...! -se sorprende Tursyna-. Claro que s. Pero jams cre que se tratara de tal cosa. No una sola vez... Hallndome en mi tienda de campaa, dos tardes o alboroto de refriega. La tercera vez, en la maana, ya muy cerca de aqu; creo que estbamos a una jornada de Babilonia. Las tres veces sal de mi tienda y vi que el campamento estaba vaco. Una de ellas me dispuse a ir al lugar del que vena el ruido de la lucha, pero corr enseguida a esconderme a la tienda, porque vi aparecer a mis dos azafatas. Despus, las sorprend en una conversacin que me hizo sospechar, pero el pensamiento era tan atrevido, que lo desech. Le o a Miriam, la judata, que dijo: "Dos de ellos apenas empezaban a ser hombres". 162

Me dio la impresin de que a esos jvenes a que se refera los haba visto matar. -Y t no dijiste nada al embajador? -S. Dije que haba odo mucho alboroto de gritos, y l me contest que haban salido a defenderse de una pandilla de bandoleros. -l tambin? -S. En las tres ocasiones el campamento qued completamente solo. Me extra que Sincobima se refiriese a un caso, cuando yo llevaba cuenta de tres. Lo que s not fue que nuestra caravana aumentaba con las bestias que recogan a los bandoleros. -T no tomaste parte en esas refriegas? -No. Habra intervenido si me hubiesen pedido ayuda. Pero supongo que ellos no fiaban mucho de m. Creo que Sincobima tena instrucciones de vigilarme y de procurar molestarme lo menos posible. Claro que si se trataba de asaltos, ahora comprendo por qu no queran que fuese yo testigo. Y cmo es que Sincobima, habiendo participado en ellos, viene a denuncirtelos? -Ests segura de que l tom parte? -Segursima, seora! No te digo que me dejaban sola. Y fueron tres asaltos. Cuando salimos de Tiro, nuestra caravana la componan treinta bestias, entre caballos y camellos. Cuando entramos en Babilonia la componan cincuenta y dos animales, contando cinco onagros. -Todo lo que me has dicho tendrs que atestiguarlo ante el propio Sincobima. -Lo atestiguar, oh seora!, ante Sincobima, ante los jueces y ante vuestro dios Marduk, si fuese necesario. Semramis qued satisfecha por dos razones: la primera, porque ya tena en sus manos a Sincobima, y con l al rey de Tiro, y con el rey a la plata de la Lonja de Tasas; la segunda, porque aclaraba la situacin de Tursyna. Si fuera espa de Pigmalin habra procurado librar a Sincobima de toda sospecha. Semramis conjetur que los asaltos no los realizaron por iniciativa de Sincobima, sino por comn acuerdo entre el embajador y sus hombres. La reina recordaba que en vida de Shamshiadad, unos caravaneros rabes haban denunciado como asaltantes a los miembros de una embajada tiria, que se diriga a Kalah a negociar algn tratado con el rey. Pero Semramis, que entonces no conoca bien la ndole de los sndicos del sitn, no hizo caso a los rabes, a pesar de que no eran de la ralea de los nmadas. Convencida de la culpabilidad de Sincobima, pens pasar el asunto a Hurimasin, a fin de que ste le sometiera a inquisicin. Mas enseguida rectific considerando que un tipo que se dedicaba a las fechoras de la peor especie, no tena derecho a ningn miramiento. Por ello estim que deba ser el propio Gabu, que llevaba con acierto la investigacin, quien sometiese a interrogatorio al embajador. SINCOBIMA NO PUDO resistir el interrogatorio de Gabu. ste, en posesin de todas las confesiones y con la composicin pormenorizada de los tres asaltos a las caravanas, expuso tantas evidencias al embajador que Sincobima confes. En su descargo lo nico que se le ocurri decir fue que atacaron a las caravanas creyendo que eran de nmadas rabes, ralea que haca muchos estragos entre los mercaderes tirios. Semramis, al tener noticia de la confesin de Sincobima, orden que el embajador fuera puesto a disposicin del verdugo para que le desorejara. No le conden a muerte, porque lo deseaba vivo a fin de que pudiera llevar al rey de Tiro un mensaje que dict al escriba, en el que despus de darle cuenta de los crmenes cometidos por su embajada, 163

exiga: "En reparacin a estos repugnantes crmenes que han indignado a Asiria y Babilonia, he decidido levantar un templo de plata a la diosa Ishtar, por la que t, oh seor de Tiro!, te muestras tan reverente. Y aunque es muy grande el botn que traje del Indo, slo alcanzar para levantar los muros del templo. Espero y exijo que t, mi querido y venturoso vasallo, me enves noventa biltus de plata lavada y sin impurezas, metal que destinar a las columnas del templo. Slo con este tributo la ira de la vengativa Ishtar podr ser aplacada. Si no cumplieres con este mandato como leal vasallo, el ejrcito de Asiria ir contra la ciudad de Tiro y no dejar piedra sobre piedra hasta arrasarla. Sus dioses sern profanados y la poblacin pasada a cuchillo. Desde la persona del rey oh seor!, hasta la del ms humilde pen, expiarn con su vida la imperdonable afrenta hecha a Ishtar..." El escriba an no concluye la enumeracin de penas y castigos, de estragos y crueldades, cuando entra Addasin a decirle a Semramis que los embajadores de Egipto pedan inmediata audiencia. -Sospecho -anticipa el mayordomo- que vienen a exigirte que les entregues a Sincobima. -Pero cmo se han enterado...? Addasin hace un gesto de resignacin. Sin duda, los muros de palacio tienen odos. Es un mal para el que no se encuentra remedio. -En dnde estn? -pregunta la reina. -En sus aposentos. Te advierto que se muestran indignados y exigentes. -Bien. Hazles saber que les recibo. Poco despus entran en la antecmara los dos embajadores del faran. Tras de las cortesas al uso, guardan silencio. -Habla t primero -dice la reina a Menfitas. -Oh, gran seora de Babilonia! Con toda la autoridad de que estoy investido por mi seor el faran de Egipto, pido respetuosa pero firmemente que entregues a nuestra hospitalidad y amparo al honorable Sincobima, embajador del alto Pigmalin, rey de Tiro y vasallo de nuestro seor el muy alto faran Shashank. Que hemos recibido aviso del propio Sincobima que por la torpe intriga cortesana de una doncella extranjera, est en peligro de perder la vida. -La vida sera poco. -y dirigindose a Ramsads-: Y t qu dices? Ramsads, enseguida de inclinar la cabeza, habla: -Digo lo que mi honorable colega ha expuesto. Y agrego: que si t, oh gran y hermosa seora!, tienes agravio que imputarle a Sincobima, seremos nosotros los primeros en repararlo en caballeroso desafo, tal como corresponde a nuestra calidad. Que por ningn motivo permitiremos que la reina de Babilonia sea objeto de la menor injuria. Tampoco permitiremos, oh hermosa anfitriona!, que la burda intriga de una vulgar aventurera te obceque al extremo de caer en un atropello indigno de tu realeza, de tu esclarecido renombre universal. Mi honorable colega y yo, somos tus devotos servidores. -Sabis de qu se acusa a Sincobima? -Sabemos que si ha confesado lo ha hecho bajo la violencia del inquisidor. Te emplazamos para que hagas comparecer a Sincobima ante nuestra presencia -responde Menfitas.

164

A Semramis le parecen ms gallardos los embajadores egipcios que cuando los vio en la audiencia de cambio de saludos. Le agrada que defiendan con hombra al tirio. -Os complacer. Mas os advierto que yo misma llevar la acusacin. La reina hace llamar a Babilosin, justicia del rey, y a Sincobima. Mientras llegan stos, los jvenes embajadores mantienen con Semramis una conversacin completamente ajena al caso del tirio. No desperdician ocasin de galantearla, de hacer encomios de su talento y belleza, de lo ordenada y hermosa que encuentran a Babilonia, con la cual "ninguna otra ciudad del mundo puede compararse". Ante aquella serie de elogios y galanteos, Semramis se queda cohibida, sin atreverse a cortados, pues si tan encendidas frases son inadmisibles y poco reverentes en Asiria, Babilonia y otros pases, seguramente en Egipto estn sancionadas por la cortesa diplomtica. Se presentan Babilosin y Sincobima. Los dos con muy mal semblante. El justicia del rey porque anda suelto del vientre y el embajador con la soga al cuello. Por dramtica y natural aprensin continuamente se lleva las manos a las orejas. La primera pregunta de Semramis a Sincobima es: -Niegas haber participado en el ataque a tres caravanas babilonias? -No niego. Slo digo que las confundimos con pandillas de nmadas. -Qu crimen hay en eso, seora? -interviene Menfitas-. Muchas embajadas en viaje atacan a caravanas sospechosas. Despus viene el enterarse de si son de honestos mercaderes o de infames bandoleros. Pero no por dilucidar imprudentemente la condicin de los caravaneros, una embajada va a dejarse sorprender por ellos. -Sabis cuntos lanceros custodiaban la embajada tiria? Dieciocho! Podan tener miedo a caravanas compuestas de cinco, siete y diez conductores? -A las medias luces de la amanecida y del anochecer -dice Sincobima- no puede distinguirse claramente cuntos son los componentes de un tropel que avanza. -Los asaltos los realizasteis en la maana y en la tarde. Mas aceptando que la luz fuese escasa, por qu luego os dedicasteis, como vulgares ladrones, al expolio de mercancas y bestias? -Perdona, oh hermosa y altsima seora!, que invalide tu pregunta. Nadie deja en el desierto bestias y mercancas que tanto riesgo cost obtener. Y si ellas no fueran en provecho de los guardias custodios, qu inters les movera a jugarse la vida en defensa de sus seores? -rearguye Ramsads. -Fueron escribas de Sincobima y no guardias de su squito los que vendieron la mercanca aqu, en la propia ciudad -aclara Semramis. -Que la vendieron en Babilonia? -exclama Ramsads. -S, qu ms pruebas queris? -Pero no comprendes, seora, que si el honorable Sincobima hubiese atacado a las caravanas sabiendo que eran babilonias, no habra vendido la mercanca aqu? Semramis vacila un momento ante la rplica de Ramsads. Despus, como si reflexionara, dice: -No dejaron un solo hombre vivo. Al que logr salvarse, lo haban dado por muerto. -Error imperdonable! -sentencia Menfitas. -Si hubo violencia, no debe imputrseme -se defiende Sincobima-. Fue cosa de los custodios, que se excedieron. Pero acaso esto es un crimen? Es que Babilonia pone en duda la honestidad de los miembros de una embajada de Tiro? 165

-Calla, Sincobima -replica Semramis-. Adnde fue a parar el producto de la venta del pillaje? A tu bolsa! Esto lo han declarado tus escribas. Si habas asaltado las caravanas por error y enterado despus de que eran babilonias, en dnde qued la premura de tu honestidad para confesar la equivocacin y devolver a sus legtimos propietarios el importe del despojo? Qu hiciste por reparar el dao causado a los infelices caravaneros? -y encarndose con los egipcios, les reprende-: En buen papel dejis a vuestro seor, saliendo en defensa de unos ruines desalmados! Idos pronto de aqu, que mi cortesa se acaba con mi paciencia en escucharos! Menfitas, que ve la cosa perdida, hace un ltimo alarde: -Seora, escucha; por mi boca habla el faran de Egipto...! -Silencio! -corta Semramis-. Aqu no hay ms palabra que la ma. Y si insists en defender una causa perdida, tambin os pondr a vosotros dos a recaudo. -Insinas... -dice Ramsads, buscando la retirada. -No insino, aviso! Si tanto os duele Sincobima, dejad vuestros aposentos y acompaadle a la mazmorra. Veris cmo le desoreja el verdugo. Ramsads hace un gesto de asombro a la vez que su boca se afloja en amplia sonrisa. -Pero es que slo lo vas a desorejar, seora? -y volvindose a Menfitas, agrega-: Pero has odo? Menfitas, fingindose tambin asombrado, exclama a la reina: -Cun clemente eres, seora! Semramis, desconcertada ante la reaccin de los egipcios, pregunta con femenina curiosidad: -Cul pensabais que sera su pena? -Morir desollado vivo al modo asirio. -Oh poderoso Melkart, qu ruin es la condicin humana!-exclama Sincobima. -De qu te quejas, insensato? Tu dios Melkart, digno de mi mayor veneracin, no se portara tan magnnimo como la gran seora de Babilonia. Por qu no te arrojas a sus pies a besrselos y darle las gracias por su pa misericordia...? Sin orejas no te priva del odo. Peor sera que por imprudente te deslenguara... -razona Ramsads. -Entonces, seora... -murmura tmidamente Babilosin. -Ah! Conque t hablas... llegada la ocasin? -ironiza Menfitas. -Soy el justicia del rey... -dice con voz grave el consejero. -Perdn. Comprendo por qu has permanecido callado. Ests atnito, perplejo de la indulgencia de tu seora la reina.. . -y a Semramis-: Hemos visto y escuchado lo suficiente para renunciar a la pretensin de rescatar a Sincobima. Nuestras manos no seran tan suaves y dulces en la pena como las tuyas. No, entindeme, seora. No es que admitamos mi honorable colega y yo que asaltar a una caravana sea delito digno de la muerte. Pero s es gravsima imprudencia haber dejado a un caravanero con vida. Porque ese superviviente se ha convertido en la conciencia del crimen. Y por esta conciencia nos vemos todos en este lo. De lo contrario, Sincobima seguira siendo distinguido husped tuyo y nosotros no hubiramos perdido el tiempo ni comprometido el nombre del altsimo faran en tan vulgar e injustificado alegato. Slo por no hacer ociosa nuestra presencia ante ti, oh esclarecida reina de Babilonia!, te pedimos que en vez de las dos orejas sea slo una la que caiga al benevolente tajo del verdugo. 166

-No, de ninguna manera -interviene Ramsads-. No tomes en consideracin la splica de mi honorable colega, seora. Ella rebajara tu clemencia, que es infinita. Que sean las dos. -Basta! Idos ya. Porque veo que si continuis porfiando a favor de Sincobima concluiris por convencerme de que lo mande a la noria. -La noria? Qu es eso? -se interesa Menfitas. -Basta, ha dicho la reina! -dice Babilosin. -Basta! -exclama Addasin. SIN EMBARGO, NO FUE posible evitar que los hechos y la noticia del proceso fueran conocidos por la poblacin. El crimen de las caravanas, como lo llamaba la gente, se involucr al asunto del censo de la nobleza, ya que el nombre de Amuni comenz a sonar en toda la ciudad. Se pona al mercader como ejemplo de ciudadanos. Y cuando se supo que Amuni era uno de los candidatos al ingreso a las varonas de Babilonia, los agremiados del Aula de las caravanas tomaron su nombre como representativo de la institucin. Ni que decir tiene que Assarniel y Aburadad, el otro mercader damnificado por los asaltos, se constituyeron en sostenedores de la candidatura de Amuni. Grave tropiezo para Dadamuz!, pues el Aula y el karum guardaban vnculos muy ntimos. Dunisin no se amilan. Estudi la situacin y pens que "a lanza de bronce, escudo de hierro". De comn acuerdo con Dadamuz, a quien la candidatura le estaba costando un rin, hizo pregonar en todas las plazas y mercados de la ciudad que Dadamuz daba a Apliguma diez siclos de oro por su heroico comportamiento ante los infames asaltantes de la caravana. La ddiva era tan cuantiosa que conmovi a Babilonia. Y Dunisin logr el objeto apetecido; que al hablar del crimen se mencionase el nombre de Apliguma y su benefactor, relegando a un tercer trmino a Amuni. La campaa de Dunisin era tan eficaz que Babilonia se despertaba y se dorma con el nombre de Dadamuz en los odos. La gente se senta ms mareada con su candidatura que con sus vinos.

EL JUICIO LOS PRIMEROS DAS se tuvo la impresin de que el dictado de la reina convocando al ingreso en el censo de nobleza, no haba despertado mucho inters entre la poblacin. Mas en cuanto los primeros ciudadanos, ms ambiciosos o menos tmidos, presentaron sus candidaturas, los imitadores abundaron. A tal extremo, que en los lugares de afluencia pblica, como Merkes, el jardn de Ishtar, el parque de Inurta, los muelles del ufrates y los patios del Esagila y la zigurat, muchos confesaban haber presentado su candidatura. Los sacerdotes, sin muchas perspectivas de ascenso a las jerarquas superiores, pero de tradicin sacerdotal, tambin se animaron para aprovechar la ocasin que se les ofreca.

167

Por ello se pregonaban muchas candidaturas. Una de las que causaba mayor alboroto era la de Dadamuz. Dunisin, por el esplndido salario, se mostraba infatigable. Ningn da faltaba en el Aula de las caravanas ni en el karum. Hablaba con banqueros, importadores, exportadores, mercaderes. A todos les haca ver que si la popularidad de Dadamuz llegaba a palacio, sera difcil que no le nombrasen consejero del karum, pues nadie como l para defender los intereses del comercio y acabar con su fortuna en las ostentaciones a que le incitara el cargo. Este sostenedor, logr que una buena parte de los ciudadanos contribuyentes hablasen de Dadamuz. Unos en broma y otros en serio. Unos confiando en tener un valedor en la corte y otros con la esperanza de verle arruinado. Mas al pregonarse pblicamente el crimen de las caravanas, y la convocatoria de la audiencia pblica, este escandaloso suceso vino a desviar la atencin y el inters de la gente. Con gran mortificacin de Dadamuz volvi a hablarse de Amuni como ejemplo de ciudadano, al llevar la denuncia del crimen con diligencia, astucia y valenta; ignorando que estas tres virtudes se le deban al infatigable y tambin ambicioso Gabu. Y como el Aula de las caravanas era a la ciudad lo que el harn a palacio, recinto mimado y sublimado por la adhesin popular, Amuni recobr aquellos das la categora de hroe que los diez siclos de oro de Dadamuz haba hecho olvidar. Prestigio que aumentaba con su discrecin. Pues el caravanero no se aprovech de l para hacerse presente en aquellos lugares que ms se hablaba de los candidatos. Dunisin, viendo que Dadamuz poda ser eclipsado de nuevo por Amuni, tuvo una magnfica idea. Se le ocurri decir que si Dadamuz era admitido en el censo de las noventa familias babilonias, solicitara el sello de consejero, y que, como tal, abogara cerca de la reina para que los jardines colgantes fueran abiertos al pblico dos das festivos: el primero de cada mes, o sea a la aparicin del cuarto creciente, y el da siguiente al plenilunio. Esta noticia caus gran efecto, pues los babilonios, que se maravillaban del monumento, lo contemplaban como un bien inalcanzable. Poco importaba que personas sensatas pusieran freno a tales desvaros. Que dijeran que no era suficiente pertenecer a la nobleza de la ciudad para tener opcin a la compra de un sello de consejero. Pues era el monarca quien haca la seleccin de los miembros de su gobierno. Y que, incluso el hecho de ser consejero, no implicaba el derecho de pedir, ni siquiera sugerir a la reina lo que deba hacer en una propiedad tan particular como eran los jardines colgantes. Ya que la autoridad de la reina como propietaria, se extenda a todo el barrio aristocrtico de Beltis, por derecho real al palacio y sus dependencias, y por derecho divino, emanado de su vicariato, al Esagila y a la zigurat. De todo este alboroto, lo nico relativamente cierto era que la popularidad de las personas que aspiraban a ingresar en la nobleza, influira en el nimo de la reina para aceptadas, puesto que en esta ocasin no mediaran los otros merecimientos que los reyes toman en cuenta para escoger a sus consejeros: amistad, simpata e influencias de los cortesanos. De las nuevas consejeras que iba a crear la reina, se daba por segura la del karum. Se hablaba de otras muchas, pero las que parecan ms factibles de crearse eran dos de especificacin militar: Fronteras y Avituallamiento; otra del vicariato, y tres civiles, de las cuales slo se hablaba con insistencia de la de portero mayor de Babilonia, sin saberse si esta consejera tendra carcter aduanero, policaco o ambas cosas juntas. La audiencia pblica se celebr en el parque de Inurta, pues el patio de los Oidores era pequeo para alojar al pblico interesado en la causa.

168

Comparecieron los cuatro escribas y los dieciocho guardias custodios. Las dos azafatas, Celas y Miriam, despus de ser marcadas a fuego en la frente, se las devolvi a Tiro en la caravana que conduca a Sincobima, desorejado y con el mensaje a Pigmalin. Qued probado que ellas no haban participado, de hecho, en los asaltos, sino que entraban en accin cuando los caravaneros eran muertos. Ayudaban al pillaje. Asistan tambin a la audiencia, Amuni, el camellero Apliguma, sobreviviente de uno de los asaltos. Y los mercaderes Assarniel y Aburadad, propietarios de las otras dos caravanas; adems, los deudos de los hombres sacrificados: sus viudas, hijos, padres o hermanos. El justicia del rey no formaba parte del tribunal. ste lo constituan Pallus, juez caravanero del patio de los Oidores, dos escribas y el paje de los juramentos. Pallus ya haba recibido instrucciones sobre la pena que habra de dar a los reos. Adems, nadie esperaba ningn alegato a favor de los encausados. Tampoco se haba descubierto su identidad como miembros de la embajada del rey de Tiro. Uno de los escribas hizo la relacin de los hechos, no de un modo somero, sino pormenorizado. Era una de las partes emocionantes de la audiencia. Cuando concluy, el pblico dividi su reaccin. Unos aplaudieron al escriba por tan detallada pieza judicial, y otros prorrumpieron en denuestos contra los criminales. El segundo escriba, tras el prembulo, se refiri a lo ms caracterstico de las confesiones. Con lo cual dio una impresin general de las peripecias de la inquisicin. Como en este informe se lean preguntas del investigador y respuestas del interrogado, la sagacidad del inquisidor, as como las confusiones o contradicciones del reo, fue escuchado con contenida emocin, que a veces explotaba en exclamaciones de asombro o de alivio. Enseguida se dio lectura al inventario de bienes, recogidos a los bandoleros; bienes con los que se indemnizara a los deudos de las vctimas. No se aludi para nada al campamento de la embajada, que con toda clase de enseres y objetos pas a los almacenes del tesoro real, ni tampoco de las bestias que ingresaron a las caballerizas de palacio. Pero se hizo mencin de los caballos, camellos, asnos y onagros que componan las tres caravanas, bestias que se devolveran a sus dueos por medio del Aula de las caravanas. As como la mercanca. Pues casi toda se recuper en el campamento y en los bazares en que haba sido vendida. Por lo tanto, el inventario de bienes qued reducido a las personas. Se dio nombre y edad de los dieciocho guardias custodios. Todos eran jvenes y de fuerte constitucin, como cabe pedir a hombres que ejercen el oficio de las armas. De los cuatro escribas se dio tambin nombre y edades, ocultando sus conocimientos mercantiles. Concluida la lectura de esta relacin, el juez, dirigindose al grupo de deudos, expuso: -Voy a dictar sentencia. Segn la ley, estos hombres merecen la pena mxima. Cinco das de noria de sol a sol antes de ser empalados. Pero veo que entre los deudos hay viudas que se quedan sin el sustento que les proporcionaba el marido; hurfanos, familias desamparadas, y padres ancianos que se encuentran en la pobreza. Considerando estas circunstancias y viendo lo poco provechosa que sera la aplicacin de la ley en el rigor que el crimen cometido exige, me dirijo a vosotros, asamblea de deudos, para preguntaros si prefers a la muerte de estos hombres, todos jvenes y sanos, el derecho de venderlos al patio de esclavos del templo de Adad. Bien entendido, que el importe total que se obtenga de su venta, ser distribuido en cantidades iguales a cada uno de los damnificados; sin distincin de la calidad de la vctima, tampoco de la situacin econmica en que se encuentre su heredero legal. Se alzaron las primeras voces, exigiendo a gritos: 169

-Pena de muerte! Pena de muerte!! El juez, exhortando al silencio, agreg: -Si no hay mayora por una u otra pena, y se produjera igualdad de pareceres, debo deciros que la viuda de mayor edad tendr dos votos. Por lo tanto, os exhorto a que os manifestis. Se produjo un gran alboroto. Era difcil esclarecer por cul de las penas se pronunciaba la asamblea. Mas enseguida, poco a poco, las voces de "Esclavos, esclavos!" se hicieron ms ntidas. Fue Lasi, una viuda precisamente, la que se hizo escuchar por los otros: -Ni la muerte de estos hombres me devuelve a mi marido ni tampoco su venta! Sin embargo, en recuerdo a nuestros esposos, padres y hermanos, yo solicito al juez que por sorteo se separe a uno de estos malhechores, y que l solo cargue con la venganza que piden nuestros corazones. Que uno solo sea condenado a la pena de la noria y a morir empalado. Y que los dems, para alivio de nuestras fatigas de gente desamparada, sean vendidos al patio de esclavos del templo de Adad. La viuda fue aclamada. Pero hizo ademn de que deseaba continuar hablando, y dijo: -Quiero pedir ms. Y esta peticin ma no va dirigida al ntegro y justiciero Pallus, sino al Aula de las caravanas. Mi peticin al Aula es que ella, en representacin de todos los mercaderes de Babilonia, se dirija al ecnomo del templo de Adad para pedirle que por esta nica vez, atendiendo la situacin y estado doliente en que nos encontramos, que pague los esclavos al precio que pagaba antes de que llegase la columna de prisioneros indutas. Y pido tambin que se solicite a la tesorera de palacio que exima a esta operacin del diezmo del tesoro real. Nuevas aclamaciones acogieron las ltimas palabras de la viuda. Seguidamente se pas al sorteo entre los reos. Como los guardias custodios estaban en mayora, fue a uno al que le toc ir al suplicio de la noria. ste se dobleg como si le hubiesen dado un mazazo. Mas enseguida, vindose definitivamente perdido, comenz a gritar el nombre de Sincobima, sin que nadie le hiciese caso, porque, como hablaba fenicio, todos creyeron que invocaba a su dios personal. Los compaeros de misin y de fechora, no dijeron palabra. Suspiraron aliviados. Vendidos al templo de Adad, seran destinados a los trabajos del campo. Trabajaran encadenados, mas tal perspectiva les era halagea. Sincobima estaba libre y en palacio. Sincobima influira cerca de la reina para rescatarlos. Sin duda, aquello haba sido una pantomima. Semramis era una reina civilizada y no permitira que hombres amparados con el derecho hospitalario, cayeran en infamante servidumbre. La reina pedira un rescate, y Sincobima lo dara. Detrs de Sincobima estaban dos poderes: el rey Pigmalin y la Lonja de Tasas. Ninguno de esos poderes les dejara desasistidos. El escriba tom nota de la sentencia. Despus la ley por tres veces. Y se dio por concluido el juicio pblico. Agentes montados se posesionaron de la cadena de reos, y la arrastraron al templo de Adad.

170

LA CORTESANA DE BABILONIA LOS HERALDOS DE LA popularidad de Dadamuz cumplen eficazmente su cometido. Dunisin, a sabiendas de lo que hace; Zimma, ignorndolo todo o casi todo. Lo poco que sabe es que su situacin de cortesana se la debe a Dadamuz. Y ms que a ste al bendito Marduk, que se le apareci en sueos. Jams una cortesana de Babilonia ha hecho una aparicin tan espectacular como Zimma. A las horas clave se deja ver en los lugares ms selectos y concurridos. Si es al medioda, en el jardn de Ishtar. Muy bien aderezada, seoril, sentada en el coche del que no se apea. A su lado, la azafata con un rico parasol en que las plumas de vivo color alternan con el tejido de ricos bordados babilonios. Las doncellas que acuden a cumplir la devocin cotidiana con la diosa, no dejan de admirar a la cortesana. Y los jvenes oficiales que van a invocar la proteccin de Ishtar, para que les facilite los ascensos en rpida y brillante carrera, sonren maliciosos, se guian el ojo y comentan, encandilados por tan esplndida y preciada carne, la presencia de la cortesana. Hace unos das, muy pocos, cualquier hombre tena acceso a Zimma en el barrio de las Licencias, pero ahora... Es un fruto inalcanzable. Una cortesana, lo menos que cobra, si tiene oportunidad de librarse de su protector, son cinco siclos de plata. Pero sta, precisamente sta, que todo el mundo sabe que es la protegida de Dadamuz, no se conseguira por un siclo de oro. Cunta belleza, qu exquisita elegancia, qu distincin en la mirada, en la leve sonrisa, incluso en el fino tobillo con ancha ajorca de oro! Y ya se sabe lo que son las cortesanas. Cmo acogen al hombre, cmo lo miman, cmo adulan sus odos con palabras cariosas, dulces, con bellos recitados, con exquisitos cuentos sumerios. Zimma, concluida su cmoda si bien delicada funcin matinal, regresa a la casa. Pebeteros encendidos, almohadones muelles y suntuosos sobre el bruido enlosado del piso. Tapices, y el detalle exquisito que slo puede verse en palacio, en la casa de un hroe o de un aristcrata: una piel humana perfecta, salida de las manos de ese artfice que es Fratesin. Porque slo Fratesin puede llegar a tal perfeccin en el desuello. A la altura de la tetilla, la rasgadura breve que ha dejado el dardo, sobre la cual, Zimma, ha pedido al proveedor que le pinte en rojo un corazn. La casa es amplia; es decir, tiene saloncito o antecmara, y el dormitorio. En la otra ala, separada por el patio interior, una estancia que se supone sea biblioteca, porque en los muros, con espacios empotrados al modo de hornacinas, hay anaqueles. Mas en ellos slo aparecen siete tablillas. Siete tablillas que contienen canciones, coplas, poesas amorosas, y que Zimma ha reunido sin saber cmo ni cundo. Probablemente dejadas en su casa, olvidadas por clientes nubilados por la fiebre, o regaladas por algn borracho o algn soador. Porque entre tantos hombres, Zimma tambin ha tenido en sus brazos un soador. No se ha dado cuenta quin pudo ser, pero est segura de haberlo acogido en su regazo. No, Homero no era un soador. Ella no comprar tablillas. Son muy caras. Adems nunca las leera. Lo que har es comprar adobes y ponerlos en los anaqueles para alegrar un poco la pieza. A sta, sigue el comedor, abierto al patio en que se halla instalado el fogn. Y atrs, la caballeriza para el coche y su hermosa yegua negra con lunar blanco en la frente. Mesas, slo dos; sillas, 171

no muchas. Literas, todas las que el amor exige. Pero eso s, tres arcones. Insisti mucho con Dadamuz de que fuesen tres arcones. Y los tres llenos de vestidos, de sayos, de tnicas, de ceidores, de velos... Zimma est aturdida. Nunca se imagin que los dones de Marduk fueran tan preciosos y tan abundantes. Despus de comer, Zimma se acuesta a dormir la siesta. Lo hace con gusto y con tranquilidad. Despierta y pide a la azafata que le rasque la espalda, que la revise el tocado, que vuelva a aderezarle la sombra de los ojos y a acentuar el color prpura de los pezones. A media tarde, y siempre en coche y con el parasol que le lleva la azafata, entra en el barrio de Beltis por la calle adyacente al templo de Ninmah. Recorre corto tramo de la va Procesional y dobla en la va Marduk. All coincide con los coches de otras cortesanas, que suben y bajan por la va exhibiendo su belleza. Pero ella las eclipsa a todas. Sobre su cabeza, que cubre con sutil y menudo velo, la aureola de un nombre: Dadamuz. Toda Babilonia sabe quin es Dadamuz. Primero, el protector de Zimma; segundo, candidato al censo de la nobleza. Zimma hace ms por el prestigio de Dadamuz, que Dunisin. Zimma se est creando una aureola por su recato, por su misterio, porque nadie todava ha podido decir "yo he posedo a esa mujer". Zimma se est convirtiendo en la cortesana de Babilonia por antonomasia, en una ciudad en donde slo se da licencia a sesenta, a una por familia noble. No quiere decir esto que la prctica del erotismo -pues las cortesanas no ejercen la prostitucin- sea privilegio de las familias nobles, sino que Ishtar slo acepta un nmero de cortesanas que es mltiplo de su nmero sagrado. En el templo de Ishtar, adonde fue Dadamuz a retirar la licencia, no haba vacante. Dadamuz tuvo que pagar cincuenta siclos oro por la renuncia oficial de una cortesana que haca tiempo se haba retirado de la va de Marduk. Pues en Babilonia no es lcito decir que una cortesana ejerce en la va pblica, sino en la va de Marduk. Si, como le ha dicho Mino, el egipcio nace para ser cornudo, la babilonia viene al mundo para ser ramera. Pero a la mayora de ellas, al llegar a la adolescencia, se les va el mpetu, se les corta el humor y se quedan en la cmoda honestidad. Qu pocas alcanzan como Zimma el cortesanado! Cerca de la plaza de Hammurabi, Zimma pasa las riendas a la azafata y le toma el parasol. Lo pliega y se lo echa al hombro. La sombra de los grandes edificios lo hacen innecesario. Zimma sabe que a esta hora luce ms hermosa y ms enigmtica. Su cutis adquiere transparencias de ncar. Es la hora elegante del karum, de los grandes seorones, de los que acuden a charlar con Bitiluma, el ecnomo de palacio. Y como en tardes anteriores provoca la misma expectacin. En todos los labios, idntica pregunta: "Quin es ella? ", y tambin la misma respuesta: "Zimma, la protegida de Dadamuz. Ah, Dadamuz, Dadamuz!" No todos lo saben. Una gran parte afirma que es candidato al censo aristocrtico; pero la mayora le conoce como protector de Zimma; y despus, en tercer lugar, los que identifican su razn social: "Dadamuz, vinos y crditos". Porque lo de banquero, como as se titulan otros pobres diablos que hacen dinero con usura, est bastante desacreditado. Zimma es la sensacin del karum y la comidilla de la Babilonia opulenta y ociosa. Nadie sabe de dnde ha venido. Nadie sabe quin es el feliz mortal que comparte los privilegios de Dadamuz. 172

El coche da dos vueltas completas a la plaza de Hammurabi y sale de nuevo a la va de Marduk, para continuar hasta el parque de Inurta. All, Zimma vuelve la cabeza a la derecha. Este movimiento es tradicional en las cortesanas. El parque de Inurta despide un tufillo popular con el que no debe solidarizarse una cortesana. Toma la va de Sin. Esta es para una cortesana lo que el Esagila para un gran sacerdote, el lugar de la ms alta devocin. Aqu, los babilonios miden el prestigio de una cortesana por el nmero de carruajes y jinetes que siguen a su coche. Ha habido belleza que ha sostenido esta supremaca hasta por quince aos. Hay otras que apenas la conservaron dos lunas. En la va de Sin, a la hora en que la luz del sol poniente deja mortecinos reflejos dorados en las palmeras, es cuando las cortesanas entran en lid, en una secreta competencia de seducciones. Entre las reinas del cotarro, desde que ha hecho su aparicin Zimma, hay inquietud, sorda agitacin. Les carcome la envidia. Zimma, da a da, ha ido aumentando sus seguidores, corte juvenil que distrae el ocio reverenciando a las cortesanas con el homenaje de seguirlas. Kramurta, la ms conspicua del cortesanado babilonio, arrastra tras ella de sesenta a ochenta admiradores. La que le sigue ms de cerca apenas anda alrededor de los cincuenta. Y Zimma, el primer da que apareci en la calzada de las palmeras, provoc tal conmocin que logr integrar una cauda de veintisiete caballeros. En das siguientes ha ido en aumento el cortejo, y esto irrita a Kramurta, que se resiste al visible descenso de sus admiradores. Kramurta es la reina de la va de Sin desde hace tres aos. Las dos cortesanas, la novicia y la veterana, son motivo de curiosas apuestas. Hay quien asegura que Zimma alcanzar a Kramurta antes del plenilunio. No falta, claro est, quien lo ponga en duda. Porque Zimma no juega con habilidad. Zimma ha roto con la tradicin de dar las seis vueltas a la va de Sin, que es de precepto. Zimma da slo cuatro, y se retira por la va Marduk, rumbo a la va Procesional. Al llegar a sta, contina hacia el templo de Ishtar, tuerce, y siguiendo la va Procesional, llega hasta el puente. All se apea del coche y hace algo que ninguna cortesana lo ha hecho hasta entonces. Por lo menos, no existe tablilla de los anales de la ciudad que lo registre: se acoda a la balaustrada y se queda contemplando las aguas del ufrates correr vertiginosamente bajo ella. Los que la ven dicen que sus ojos adquieren una expresin soadora viendo el curso del ro. As, ensimismada, se est un largo rato. Despus vuelve a pie adonde dej el coche. Se sube a l, coge las riendas y se dirige, ya en retiro, a su casa. Centenares de corazones quedan anhelantes. El que est rabioso es Gabu, que con esta moda que ha impuesto la cortesana, crea no pocos problemas a los guardias que vigilan el trnsito por el puente. La concurrencia de jinetes y carruajes de admiradores provoca estorbosa aglomeracin. Y como todos los asistentes a esta cita son picos grandes, los guardias no pueden tomar ninguna medida enrgica. Tampoco con Zimma, amparada con licencia de cortesana. La primera que saldra en su defensa sera la matrona mayor del templo de Ishtar. Y Gabu no quiere los con los templos. Zimma, en su paseo de regreso no pierde dignidad ni misterio, encanto ni belleza. Hasta el ltimo momento en que la azafata se apea presurosa para darle la mano, no abdica el seoro. Luego atraviesa el jardn, se detiene, contempla la palmera y sigue adelante.

173

Cuando la puerta se cierra tras de ella, Zimma, la maravillosa criatura con que suean los aristcratas y potentados de Babilonia, se desmadeja, cierra los ojos y susurra para s misma: "Puta vida! Qu aburrido es todo esto". Luego se va a la repisa en que est el vaso de su dios personal y le dice: "Mi adorado Ku. Qu bien lo pasbamos antes". Y lo mima y le hace carantoas. No hay babilonio ms respetuoso y enamorado de su dios personal como lo es Zimma con Ku. S, Zimma se aburre, pero hoy ser por poco tiempo. Mino le ha mandado aviso de que ir a acompaarla a cenar. Zimma encuentra un raro e intenso placer en cosa tan sencilla como preparar la mesa y colocar el almohadn en que habr de sentarse Mino. MINO MIRA DE PIES a cabeza a Zimma. Esta no parpadea. Impertrrita soporta el menudo y largo examen. Mino sonre. -Vaya cambio! Zimma, con una ternura que slo tiene para su dios personal, le pregunta trmula: -Te gusto ms as? Mino que, como buen arquitecto, lo que le sobra de genio lo tiene de basto, lanza una estruendosa carcajada. De modo tan insidioso suena en los odos de Zimma, que los ojos de la cortesana se empaan de lgrimas. Mino se contiene sbitamente y corre a abrazar a Zimma. -T s que eres sol de Babilonia -le susurra al odo. A Mino no le deslumbra Zimma como cortesana. Siempre la ha credo excepcional. Y si ahora la nueva categora social ha provedo a su amiga de ropaje suntuoso, estima que lo que ese ropaje viste sigue teniendo el mismo valor humano, en lo fsico y en lo moral. Pocas mujeres saben dar el ombligo y las nalgas como Zimma, y pocas tambin saben para lo que sirve el corazn. Y la cabeza. Zimma si tiene algo para bien y para mal es su inteligencia. Aun cuando se conduce en la ms prosaica vulgaridad, no deja de mostrar su inteligencia. -Sabes que eres la sensacin de Babilonia? -T crees? Me lo imaginaba y me decepciona que me lo confirmes. O yo no valgo nada o Babilonia vale menos que yo. He aguantado sobre mi vientre a todo el barrio de las Licencias y ningn dtil seco de esos que me siguen, ha descubierto quin soy. -Dadamuz estar satisfecho verdad? -No creo. Es muy rooso y si no hubiese sido por el bendito Marduk... -Qu tiene que ver Marduk en esto? -Que se le apareci en sueos! -Y qu? -Marduk le dijo que deba hacerme cortesana. Mino, incrdulo, suelta nuevas carcajadas: -Conque Marduk...! -Por qu te res? -No seas cndida. Todo el mundo saba que Dadamuz y t... Para l era un desprestigio que continuaras recorriendo el barrio de las Licencias... -Desprestigio por qu? -Pero no te ha dicho que presenta su candidatura a una varona de Babilonia? 174

-Qu varona y qu pedo de onagro! Si ese cerdo ya no puede con los riones. -No podr, pero menudo lucimiento que est cobrando contigo! Todo el mundo dice: "Esa es Zimma, la protegida de Dadamuz". Fjate que hasta Ghina me pregunt el otro da si Zimma la cortesana era la Zimma de marras... -Y qu le dijiste? -Que s, que la misma. -Y ella qu dijo? -Que pareca mentira... -Ni que lo diga. Porque tambin parece mentira que esa slida y robusta esposa tuya sea la Ghina espiritual arpista de hace seis aos. Que no me critique, que mientras yo voy a ms ella viene a menos. El nico prestigio que tiene es estar casada con el rubio ms adorable del mundo. -Deja a Ghina en paz. La pobre bastante preocupacin tiene con una novia que me ha llegado de Tiro... -Una novia de Tiro?! -De Tartessos. Pero ha llegado de Tiro. -Y la has visto? -Todava no. Est bien guardada en palacio. -No es la tal Tursyna de que me hablaste alguna vez? -La misma! -Me alegro. -Por qu? -No lo s. Pero me alegra que las dos sufran... Oye, oye. As que el rooso Dadamuz se presenta al censo de la nobleza. -S. -Bueno. Y eso qu es? -Pues pasar de simple vinatero de palacio a ilustre varn de Babilonia. -Y eso lo deber a m. -En parte, s. -Entonces lo del bendito Marduk y la plaga de los siete demonios, pura fbula. -Tanto como eso... -Pues se va a lucir -Qu piensas hacer? -Vender mi licencia de cortesana y volver al barrio de las Licencias. -No seas tonta... Con tu nueva categora hars fortuna. -T me dijiste un da que yo no serva para cortesana; que me faltaba clase, calidad, que era poca mujer para serlo. -Entonces estaba equivocado. -Yo nunca lo estuve respecto a ti. -T siempre te has servido de la inteligencia. -Y t no? -Yo slo a veces. -Pues rico, esos jardines colgantes 175

Zimma invita a sentarse a Mino. Le dice que ha encargado al mesn de Arpisillar dos francolines y carpas de ro. Tambin una tarta. Que vino tiene en abundancia, pues Dadamuz le ha surtido la despensa con caldos de Siria. -Oye y a qu vino Tursyna? -Dice que a casarse conmigo. La reina me ha dicho que es una gran patriota. Yo nunca la hubiera credo capaz de hacer un viaje tan largo. -Es guapa? -La seora ya la invit a que calentara su cama. -Vaya Pues slo te faltaba eso, Mino. Si llegan a hacerse amigas, uno de los dos puede ponerse a temblar. -Quines son esos dos? -Pues t y Ghina. -Bah! No pasar nada. Aunque en realidad no comprendo cmo ha llegado hasta aqu. Al parecer, es amiga del rey Pigmalin... -En Tartessos sera doncella principal. -S, pero no mucho. Hija de un naviero y no de los importantes. No me cabe en la cabeza... Zimma decide dejar de hablar de los dems. -Desde el da que lleg la reina a Babilonia, no nos habamos visto. Y desde la fiesta del akitu no volvimos a acostamos juntos. Esta noche no tendrs prisa verdad? -Esta noche me regocijar sabiendo que tengo en mis brazos a la cortesana Zimma.

CITA CON EL PECADOR SEMRAMIS, ENTERADA por Gabu de que Dungui se encontraba en la ciudad, hizo poner en la ventana de la antecmara la cortinilla verde. Y al atardecer sali en La Garza rumbo a la casa del Estanque. Ya de noche, y con la complicidad de una de las doncellas de servicio, Dungui entra en el huerto. Semramis le espera al borde del estanque recostada en una litera. Se pregunta qu secreto o ntimo impulso le lleva a volver a ver a Dungui. Haban pasado seis aos. Tiempo suficiente para que las criaturas humanas sufran mudanzas en el cuerpo y en el espritu. Semramis tema que en la ausencia hubiese idealizado demasiado la personalidad del vagabundo, y deseaba salir de la duda que el recuerdo haba dejado en su mente: saber si Dungui segua siendo el hombre aorado durante aos. Al decir de Adadnirari ella haba cambiado mucho. Probablemente Dungui tambin. Pero, aunque fuera el mismo hombre que conoci, no por esto dejara de ser distinto, puesto que ella, al cambiar, se mova por otras apetencias y otras curiosidades. Ve la sombra de Dungui avanzar. Enseguida, rompiendo el silencio, oye la voz grave, firme, sin ningn deje sentimental, que dice:

176

-Todas las venturas de Enlil contigo, Babil! Dun est delante de ella. Erguido y sereno. Se le antoja que su cabeza sostiene el cielo estrellado. -Gracias, Dun. Cundo llegaste a Babilonia? -Hace tres das. Pero los hombres de Gabu no toparon conmigo hasta ayer. -Vienes de muy lejos. -De Urtala. Fui a cumplir penitencia al templo de Enlil y ca con fiebres malignas. -Habas pecado? -S. -Con quin? -Con una mujer. Manch mi carne de lascivia. -De lascivia o de amor? -Te he sido fiel en el recuerdo. -Gracias, Dun. No quieres sentarte? Dungui mira fijamente a Semramis. Al tiempo que se sienta, comenta: -Pareces otra. El vagabundo no. Dun es el mismo. Pero Semramis siente que es otro. Se le antoja menos humano, ms enraizado en la gracia de Enlil. Alguna vez pens si Dun no sera la presencia terrena de Enlil. Si el dios no la estara probando. S, Dun es otro. Y tiene que traerle a su preocupacin y a su sentimiento. -Oye, Dun, has estado en Urartu? -S. Hace tres aos. Por qu? -Mi hijo est all peleando. -Ah, s, el rey! Lo he odo. Buenas noticias? -Las noticias de un hijo que est en la guerra, nunca son buenas, Dun. -Tienes razn. Nunca son buenas. -A ti no te gusta la guerra verdad? -No. -A mi hijo, tampoco. -Es muy nio tu hijo. Qu tiene, catorce o quince aos? -Va a cumplir diecisiete. -Entonces es un mocito. -No. Todava sigue siendo un nio. En realidad los hombres nunca dejis de serlo. T viste alguna vez al rey? -Al que fue tu esposo, s. De Adadnirari no me acuerdo. Un da le vi en Kalah, poco despus de coronarse. -A quin se parece? -No s. Tiene tu mirada. Pero en lo dems, no s. Si te digo que se parece mucho a su padre no digo una tontera? -No, no la dices, Dun. Adadnirari se parece mucho a su padre. Pero no es su padre... ni tampoco mi hijo. -Cmo! -y tras de una pausa-: Si t lo dices... -Es mi hijo porque yo lo par. De esto s estoy segura. Pero se comporta como un 177

extrao. Dime qu tienen de comn nuestras miradas? -La misma sombra o la misma luz. No lo s. -Parece mentira! Nadie dira, ni mucho menos yo, que hace seis aos que no nos hemos visto. Qu has hecho en todo este tiempo? -Vivir, dar gracias a Enlil y recrearme con las nubes. -Y al amanecer -dice Semramis- acercarte a la linde del huerto y decir: quiero mujer. -A veces, s. -Sabes que te debo la vida? -A m? No digas simplezas, Babil. Creo que nada nos debemos el uno al otro. Ni el aire que respiramos, que es bien distinto el tuyo del mo. -Te debo la vida, Dun. Un amanecer estabas en la linde de un huerto y dijiste tu reclamo: Quiero mujer. Y yo contest: Aqu no. Sgueme. -No es posible. -S. Yo era esa mujer que, segn acabas de decir, te manch de lascivia. Me atormentaba tu recuerdo y necesitaba tenerte en mis brazos. Un da me promet que sobre mi vientre tendra el vientre de un vagabundo de Enlil. Te acuerdas? Aqu mismo te lo dije. Ves que lo cumpl. No lo sospechaste? -No. La mujer me perturbaba. La mujer estaba muy necesitada de varn. Tus carnes eran enredadera quemante. Ahora lo comprendo. -Ese amanecer sal del campamento secretamente. Sabes por qu te debo la vida? Porque mientras me tenas en tus brazos, unos malvados urartios entraron en la tienda y apualaron a una azafata induta que estaba en la litera. La confundieron conmigo. Unos das antes, Ishtar me haba dicho en sueos: Acampa cerca de Nipurka. All encontrars a Dun. Lo dems ya lo sabes. -Quisiera saber en este momento si debo decir que lo siento o que me alegro. -Algrate -le dice Semramis-, porque has salvado mi vida. El dao que te hice lo curaste con la penitencia y con las fiebres. Yo he conocido todas las fiebres, Dun, y ahora me consume la de la ausencia de Adadnirari. -Bah! Apenas har un mes que se ha ido el rey. Estuviste sin verle seis aos. -Pero era yo la que estaba en la guerra y no l. -Ningn rey que yo sepa, muere en la guerra; si mal le va muere a manos de otro rey. Hasta ahora han sido los reyes de Urartu las vctimas de los reyes asirios. -Pero un da, el destino de los hombres cambia... -El dios Nabu, que tiene las tablillas del destino de los humanos, es propicio a tu hijo. Los urartios no adoran a Nabu. -Nada importa eso. l tiene las tablillas de los destinos de los hombres, y dicta la ley sin tener en cuenta que le adoren o no. -Lo que quiere decir, que tampoco los dioses lo pueden todo -comenta Dungui. -S, los dioses lo pueden todo. Pero sus dictados no coinciden con el deseo particular de cada ser human. -Semramis coge la mano de Dungui-. Es curioso, Dun. An no me has besado... -No. Me siento tan tmido... Y pareces otra. Tendr que acostumbrarme de nuevo a besarte. Volver a empezar. -Por qu, Dun? -Primero miremos a las estrellas, y si ellas son propicias... 178

-Qu? -Quiz sintamos deseos de baarnos como la primera vez. Como entonces el agua del estanque est quieta y parece profunda igual que los abismos de Enki. -Me guardas rencor? -Por qu, Babil? -Por haberte hecho pecar en el huerto de los granados. -Tu pelo tena para m aroma conocido, pero no te record. Tu carne tena tersura y calor conocidos, pero no te reconoc. Tu aliento susurraba en mis odos como las rfagas que anuncian la tormenta, y tus labios, pegados a los mos, eran pulpa madurada por el esto, pero no te sent, Babil. Sabes por qu? Si mi cuerpo haca presa del tuyo, mi espritu estaba ausente de la carne. Das despus, encontrndome enfermo en el patio hospitalario de Urtala, despert. De pie, a mi lado, estaba uno de los curadores. Me miraba fijamente. Tras de un silencio, pregunt: Quin es Babil? Fue como una revelacin. Tuve que andar todos los viejos e intrincados caminos de mi recuerdo para averiguar quin era Babil. Un da, hace poco, ya salido del patio hospitalario me par ante un charco de agua. Vino a mi memoria el pozo de Enki de la va Procesional. Y con esta imagen volviste a mi recuerdo. T y yo habamos resucitado. Otra vez estbamos en el mundo despus de haber bajado a los infiernos, cuya puerta me abriste en el huerto de Nipurka. He odo muchas cosas que se dicen de ti: que la misma Ishtar se incorpor a tu persona. Lo creo, Babil. Cuando estuve en el infierno me ensearon la piedra en que se haba sentado Ishtar. No, no sent la pestilencia que dicen. El infierno estaba saturado de la fragancia de Babil. Entonces, volv sobre el viejo camino que se me antojaba nuevo. Enlil estaba conmigo, y yo, ahora, estando contigo estoy con l. Semramis se estremece. Aprensivamente pregunta: -Hace fro? -No. No hace relente. No parece sino que el verano se hubiera anticipado. Por qu sientes fro? -Dentro de dos lunas ser el jubileo de Ishtar. Cumplir con el rito de la entrega sagrada. No ir al templo, no. Ni bajar al harn. Vendr a la casa del Estanque. Aqu mismo y desde ahora, Dun, te declaro mi conscripto. Vendrs a honrar a Ishtar en mi cuerpo. Y los espritus de Enlil e Ishtar comulgarn en nuestra carne. -Y si de esa unin naciese un hijo, qu sera, Babil? Rey o vagabundo? -No te preocupes. Si nace, poco importa que sea rey o vagabundo. Ser un dios. Los dos permanecen callados un rato. Semramis tiene a Dun a su lado. Pero sus ojos estn puestos en las estrellas. Las mismas estrellas que brillarn, seguramente, en el cielo de Urartu. Todos los das Dulgasor hace el horscopo de Adadnirari, y todos los das le entrega la tablilla con pronsticos halageos. Tambin su horscopo es venturoso. Los astros no registran la amargura de los mortales. -Tan cansado ests, Dun? -Nunca he estado ms reposado, Babil. El alma se ha quedado quieta, y nada perturba la serenidad que me contagias. -T eres el que transmite calma, sosiego, paz. Por qu no me besas, Dun? 179

-Guardar castidad hasta el jubileo. -Y despus? -Como siempre. Partir. -Hacia qu rumbo? -Contra la corriente del ro. Quiz, por qu no?, llegue hasta Urartu. -Y all tus odos se multiplicarn. Y un da bajars al llano y entrars en Babilonia para decirme: Tu hijo regresa victorioso. Loada sea Ishtar! Y yo, Dun, me pondr mi mejor vestido; mis mejores alhajas y saldr a recibir a Adadnirari. Con la misma ilusin que me mova al encuentro de su padre cuando regresaba de la guerra. Y habr fiesta en palacio, y msica y danzas, cantos. T me comprendes, verdad, Dun? -S, te comprendo, Babil. -Jams cre que llegara a sentir tanta aoranza por l. Slo pensar en su retorno, en los halagos de que le har objeto, aumenta mi impaciencia por esta felicidad. Es tan apuesto... Si le vieras...! Pero ahora es un extrao, Dun. S, no es mi hijo, es un hombre, un intruso surgido secretamente en palacio. No s cules son sus poderes y sus virtudes. Se ha hecho adolescente lejos de m. Y tan opuestos somos, que tenemos una querella que nos separa. Esa querella ha de juntarnos para siempre. Semramis calla. Dungui la contempla. No la entiende. Nunca la ha entendido ni cree que llegue a entenderla. Pero esto importa poco. A Babil se la siente; y l empieza a sentirla de nuevo como la sinti aquella noche de fin de ao. -No traigo ceidor, Babil. Te desagradara que me baase? -Si quieres guardar tu castidad no me incites, Dun. -Quieres que me vaya? -No. Me gustara quedarme dormida en un largo, largusimo sueo. Despertar cuando me dieran la noticia de que Adadnirari regresaba. -Puedes dormir. Vigilar tu sueo hasta la primera brisa. -No eres de fiar, Dun. No se me olvida que cuando salimos para el Indo t me acompaabas. Y en un descuido, en cuanto apareci el primer sendero que me separaba de ti, t le seguiste. El bendito Enlil, ha puesto inquietud y prisa en tus pies; pero ahora te pido que no te vayas. Me siento cada da ms sola. Antes me acompaaban mis propsitos y mis intenciones. Eran de aplicacin inmediata, pero ahora, mi porvenir es esperar. Esperar a que t me hagas madre o Adadnirari, abuela. Esperar... Ya toda la vida ser esperar. T no esperas nada, Dun? -Nada. Qu quieres que espere? Me parece que desde que cog el camino, he tenido todo lo que poda esperar. Mi vida no se consume en impaciencias. Camino y vivo. Vivo y camino. Un da paso por Babilonia y acudo a palacio. Si en la ventana veo una cortina verde, me digo: Esa es Babil. Esta noche me dir todas las tonteras que se le ocurran. Y yo le dir las mas. Nos miraremos a los ojos, y, enseguida, si la carne no se altera, entraremos en la serenidad.

180

CELOS ENTRE EMBAJADORES LOS CUATRO EMBAJADORES que se hospedaban en palacio, crearon a Semramis una serie de situaciones ambiguas, de problemas molestos. Los emisarios del faran de Egipto, despus de la entrevista motivada por el asunto de Sincobima, volvieron a pedirle otra para un asunto delicado. Recibidos, lo nico que le hicieron saber fue que el faran le recordaba respetuosamente que la patesi de Babilonia le haba dejado a deber ochenta siclos de oro, de unas partidas de natrn beneficiado y de bandas de lino. Semramis les dijo que dara orden al tesorero real de que les pagara dicha cantidad. Resultaba ridcula la demanda ante la cuanta de los obsequios que le haba enviado Shashank. Dos das despus, los embajadores insistieron en pedir nueva audiencia, aduciendo que puesto que ya haban cobrado en la tesorera, slo les restaba proponer a la reina un importante asunto de Estado. Semramis, que no quera tratar ningn negocio con Egipto sin el consejo de Beltarsiluma, contest vagamente que en el momento oportuno les recibira. Mas los das pasaban, y Beltarsiluma no vena a Babilonia. Se hallaba muy ocupado en volver a sus cauces la vida poltica de Asiria. Por lo tanto, las largas dadas a Menfitas y a Ramsads, le impidi despedir a los embajadores Sadoc de Samaria y Ben Adad de Damasco. Lo habran tomado como una descortesa. La permanencia de los cuatro extranjeros en palacio traa revuelta a la corte. Y muy principalmente a las mujeres. A Ben Adad le haban salido dos o tres enamoradas, mas el prncipe, por la que mostraba vivo inters era por Tursyna. Sadoc haca suspirar a todas las mujeres maduras y de aficiones espirituales. Por su parte, Menfitas y Ramsads, no dejaban quietas a camareras y azafatas, persiguindolas por habitaciones y pasillos de palacio. Addasin se echaba las manos a la cabeza y exclamaba: -Qu incontinencia, qu incontinencia! Lo que senta Addasin era que los hermosos y atlticos mocetones sintieran tan absurda inclinacin por las mujeres. Dados sus atributos fsicos, podan convertirse de perseguidores en perseguidos. El mayordomo anduvo detrs de ellos. Despleg sus recursos de seduccin, pero no le hacan caso. Los emisarios, por su parte, rabiaban de ver a Sadoc pasearse a solas con la reina por los jardines colgantes. Apenas si lograban disimular el despecho, sintindose heridos en su vanidad de grandes amadores. La estrecha amistad y entendimiento que pareca unir al embajador de Samaria y a la reina les sacaba de quicio. Quin se fijaba en Sadoc? Qu haba visto Semramis en aquel hombre delgado, plido, de mirada somnolienta, de ademanes y movimientos pausados, sin bro juvenil? En Sadoc slo se fijaban las viejas pechugonas de la corte. Los egipcios solan apostarse en la terraza amurallada del lado del ro. Desde all vean a la reina y al embajador pasear. Bajaban a una terraza, despus a otra, se detenan ante una fuente, se miraban a los ojos; luego tomaban unas copas de zumo de fruta que les serva un paje, que iba detrs de ellos a prudencial distancia. A veces, Sadoc se acompaaba de un abominable rollo de pergamino, cuyo texto lea con voz grave a la reina. Ramsads supuso que el uno trataba de catequizar al otro, sin saber quin sera el

181

agente activo y el pasivo. Aunque era fcil imaginar que la supuesta catequizacin concluira resolvindose en la litera. Semramis acostumbraba escoger la media maana y la cada de la tarde como las horas ms apropiadas para su paseo por los jardines colgantes. Ramsads y Menfitas suban a la azotea. Fingan conversar, distraerse tambin, mas no perdan ocasin siempre que cruzaban miradas con Semramis de sonrer y hacer cumplidas reverencias. Lo nico que sacaban era la inclinacin de cabeza con que ella responda a sus cortesas. Un da cometieron la imprudencia de decirle a Addasin que transmitiese a la seora el vivo deseo que tenan de acompaarla en sus paseos por los jardines colgantes. No obtuvieron contestacin. Tampoco supieron si Addasin, que perda la cabeza en cuanto los vea, le haba pasado la peticin. Pero lo que les dej ms perplejos y heridos en su amor propio fue ver que una maana Semramis no pase con Sadoc, sino con Ben Adad. Y que sostena con l animadsima charla. Lo que ignoraban los dos egipcios, era que en estos paseos la reina hablaba de asuntos de Estado y no de frivolidades amatorias. Le interesaba conocer al detalle el proceso de la continua querella entre Damasco y Samaria. Menfitas y Ramsads, tomaron otro camino. El de los obsequios. A partir de entonces, todos los das se reciban en la antecmara de la reina canastas de flores o de frutas, hermosas redes conteniendo pjaros, y tablillas de rico esmaltado con famosos textos literarios. A estos presentes caractersticos de galanteadores, Semramis no daba las gracias. Se limitaba a acusar recibo de ellos enviando a los embajadores peces en hermosas vasijas de terracota, dagas de puo de marfil, nforas de buen vino, faltriqueras de cuero repujado y otros regalos. As hubiera seguido la estancia de los embajadores si Semramis no llega a tener conocimiento de un hecho que le oblig a dar por concluida la permanencia de Sadoc y Ben Adad. En este hecho que la perturb no poco, pero que la prudencia le aconsej mantener en secreto, haba tomado parte Tursyna. La conducta de la joven tartessia qued an ms comprometida en la sospecha que despertaba. Semramis estaba segura de que no pasara mucho tiempo sin que Tursyna confesase la verdadera razn de su viaje a Babilonia. Por conducto de Addasin hizo citar a Ben Adad en los jardines colgantes. Semramis haba encontrado en este paraje el lugar ideal para sostener conversaciones importantes lejos de la solemnidad oficial de la sala de audiencias. As poda dar a sus palabras toda la autoridad sin comprometer su condicin de reina. Ben Adad le haba despertado viva simpata. Si el prncipe ascenda al trono de Damasco, se aliviara la situacin que imperaba desde tiempo atrs entre los pueblos de occidente. Un buen entendimiento con Damasco y un tratado de amistad entre este pas y el expoliado Israel, facilitara los planes militares de Asiria respecto a Egipto. Mas en esta ocasin la reina no toc el tema poltico. Despus de recibir los saludos de Ben Adad y mientras bajaban a la fuente de Marduk, dijo: -Te he citado porque deseo me digas con toda sinceridad cules son tus sentimientos respecto a Tursyna, joven que me ha sido recomendada por nuestro comn amigo Pigmalin rey de Tiro. Ben Adad no medit mucho la respuesta para contestar al punto esencial de la pregunta: -Mis sentimientos respecto a Tursyna nada tienen que ocultar. Mentira si no dijera 182

que estoy enamorado de ella. Pero esto no altera en nada mi condicin de prncipe. Bien sabes, oh seora! que nuestras leyes y costumbres respecto a la mujer son muy distintas a las vuestras. Y ms distintas an a aquellas que, segn Tursyna, privan en su patria. He invitado a tu huspeda a que venga conmigo a Damasco. Mi padre no pondr objecin a mis esponsales, pero Tursyna es la que no acepta. Tursyna sabe que en palacio no sera princesa, ni siquiera esposa del prncipe heredero, sino pupila del patio de mujeres. Y llegada la hora de ascender al trono de mi padre no cambiara para nada esta condicin. El estatuto de la casa real de Damasco no concede prioridad a ninguna de las mujeres del prncipe o del monarca. -Si amas a Tursyna, podras en su honor y en obsequio al amor que dices tenerle, cambiar el estatuto. Y dar a Tursyna la calidad de esposa del rey. -Imposible, seora. Nuestra dinasta se apoya en el partido yavesta, que cada vez muestra mayor repugnancia por las mujeres extranjeras. -Mas segn tengo entendido -arguye Semramis-, ese partido yavesta se inclina a la monogamia, y quiz aceptara a una extranjera siempre que ella fuese esposa nica del prncipe. -Agradezco tu inters, seora, pero en este caso creo que lo prudente es la decisin tomada por Tursyna. -Qu decisin? -Me ha dicho que no tiene reparo en acompaarme a Damasco, siempre y cuando permanezca en palacio como huspeda. Si la vida de mi pas le gustara, accedera a mis pretensiones. -Quieres decir que Tursyna se va contigo a Damasco? -S, seora. Semramis dijo que se alegraba. Dio por concluido el asunto, y cambi de conversacin. Despus del paseo, Semramis hizo llamar a Tursyna. En cuanto sta entr en la antecmara, la reina, sin ningn circunloquio, le dispar: -Qu es lo que tramas con Sadoc? La tartessia se puso encendida y baj la vista. Con expresin candorosa de nia cogida en falta, murmur: -Es que te has enterado, seora? -S. Estoy enterada de todo. Y te digo una cosa, Tursyna, que el negocio que has cogido no es cosa de mujeres. Es un oficio vil. Y acabars dando tu cuello al verdugo. Tursyna alz la vista. Mir fijamente a la reina y se le humedecieron los ojos: -Oh, seora! -protest con tono de desconsuelo- Acaso es pecado escuchar a Sadoc que me hable de su Dios Yahv? -No me andes con hipocresas, Tursyna. Qu concertaste con Elisa de Cartago? -Absolutamente nada, seora. Ni siquiera la he visto. Estaba ausente, se haba ido con el rey Yarbas a Garama. Creo haberte explicado todo en la primera audiencia que me concediste. Yo he venido a Babilonia slo y exclusivamente a pedir ayuda para mi patria. -Ests mintiendo, Tursyna! Qu negocio traes entre manos que te obliga a visitar continuamente a Sadoc y a prometer a Ben Adad que le acompaars a Damasco? Cmo es que llegas a Babilonia en compaa de Sincobima, y luego no te recatas en acusarle de asaltante de caravanas? A quin pretendes vender? A Pigmalin, a Hazael, a Joacaz o a Elisa? O eres tan insensata que pretendes venderme a m? -Oh,seora, cunta obcecacin! Lo nico que quiero es que Tartessos pueda vender 183

su plata a Egipto. Sabes cul es el cambio de la plata en Tiro con relacin al oro? Quince siclos de plata por uno de oro! Sabes cul es el cambio en Bubastis? Tres siclos y una sexta de plata por un siclo de oro! y esta plata, Tiro nos la substrae al cambio de veintin siclos. No comprendes oh gran seora! que si nuestro metal lo pudiramos vender a Egipto a cinco por uno, la riqueza volvera de nuevo a Tartessos? Qu intriga, negocio u oficio esperas de m que no sea otro que lograr una provechosa apertura de mercado para nuestros productos? Si le he prometido a Ben Adad ir con l a Damasco, es porque me muestra sincera afeccin. Si sostengo conversaciones y entrevistas con Sadoc, es porque me cautiva su doctrina. Mas si esto te causa recelo y disgusto, di una palabra, seora, y no ir con Ben Adad ni escuchar la palabra de Sadoc. No pierdas la confianza que has puesto en m. Y si te parece que mi estancia en palacio empieza a ser una carga o una molestia, dispn lo que creas pertinente para que regrese a mi patria. Que si mi permanencia se ha alargado en palacio, ha sido slo esperando la respuesta que me dijiste me daras respecto a la proposicin que Tartessos hace a Asiria. -Ninguna proposicin es vlida para la reina de Asiria si no est debidamente documentada. Y la tuya no lo est, Tursyna. Incluso tu misma personalidad se halla en entredicho. Vuelve a tus habitaciones y no salgas de ellas sin mi permiso. -Como t mandes, seora. Cumplir tus rdenes, por rigurosas que sean, es mi satisfaccin. La azafata que serva a Tursyna, recibi instrucciones de no dejarla salir de su alojamiento, recibir visita ni recado alguno. Inmediatamente de salir Tursyna, Addasin hizo saber a Sadoc y a Ben Adad, que la reina deseaba despedirse de ellos y que en la tarde les recibira en la sala de audiencias. Semramis prepar este acto con toda solemnidad. Invit a que asistieran a los consejeros del trono, a los pajes que les asistan as como a los respectivos escribas. Deseaba que la audiencia se limitase exclusivamente al acto de despedida, sin que ninguno de los embajadores tuviera oportunidad de extender la entrevista ms all de los lmites impuestos por el protocolo. Primero recibi a Ben Adad. Se mostr severa y desafiante como una asiria: -Dirs a tu seor padre, al que deseo toda clase de venturas, que Asiria se siete ofendida con las burlas y desacatos que hace de los pactos. Que como rey perjuro le he borrado de la lista de los monarcas amigos. Dile tambin que Asiria vera con agrado que abdicara a favor de su hijo Ben Adad, segura de que su alejamiento del trono dejara el camino expedito para unas relaciones ms amistosas. Que la paciencia de Asiria se ha colmado. Ben Adad contest a su vez: -Har saber a mi seor padre, el rey Hazael de Damasco, las palabras que t oh gran seora de Asiria! te has dignado decirme. Respeto tu criterio e incluso agradezco tu propsito. Mas has de saber que para un hijo que ama a su padre, le es difcil poner nfasis en palabras tan duras. Deseo, seora, que los dioses te sigan protegiendo como hasta ahora! Ben Adad abandon la sala confuso y perplejo. Sin saber a qu se deba el cambio de actitud de la reina. Semramis mostr a Sadoc el reverso de la medalla: 184

-Mi buen amigo Sadoc, sabes que aun en ausencia te guardo en el corazn. Te deseo todo gnero de venturas en tu viaje. Le dirs a Joacaz, tu seor, que Asiria levantar pronto armas en defensa de Israel, y que aplastar definitivamente a Damasco. Que har respetar el estatuto establecido entre Salmanasar III y Jeh, padre de Joacaz. Pero le dirs tambin, que espero que el gobierno de Israel est diligente en la recaudacin de tributos. Despus de aplastar a Damasco, cuando llegue el ejrcito asirio a vuestras fronteras, Israel debe contribuir con un biltus de oro y nueve de plata en concepto de ayuda a la campaa. Sadoc contest: -Quisiera que mi corazn hablara por mis labios. No olvidar en mi vida esta permanencia en Babilonia. No olvidar oh gran seora! tus atenciones y promesas. Sabes bien que somos pas pobre, que mi seor el rey vive en la penuria, y que yo me sustento de las sobras de su penuria. Mas contribuiremos en la medida que nos pides. Por ltimo, quiero pedirte perdn. Si algo alter la vida de palacio o inquiet tu nimo, crgalo a mi imprudencia y no a la de otra persona, que es muy ajena a lo que ha sucedido. Semramis cort bruscamente: -Que tu Dios Yahv, te proteja! Sadoc se arrodill y bes los pies de Semramis. La reina se mordi el labio. Cuando vio a Sadoc de pie, el israelita tena los ojos hmedos.

LOS NEGOCIADORES EGIPCIOS POR FIN LLEG BELTARSILUMA a Babilonia. Semramis le esperaba con impaciencia. La estancia de los embajadores de Egipto se alargaba, y la corte estaba un tanto molesta con su presencia. Semramis juzgaba a Menfitas y a Ramsads jvenes frvolos e insubstanciales. Se pasaban el da merodeando el harn y detrs de las azafatas. Encontraba su conducta tan poco respetuosa, que, a pesar de los ricos presentes que le haban trado del faran, la consider poco menos que injuriosa. Estimando que no eran dignos de ser recibidos en audiencia real, decidi que fuera Beltarsiluma quien se entrevistara con ellos, y diera por concluida su estancia en Babilonia. El principal inters que tena Semramis en hablar con Beltarsiluma era por tener noticias ms o menos directas de Adadnirari y de su campaa en Urartu. Los correos que reciba -demasiado lacnicos y limitados a las necesidades del ejrcito-, no le hablaban de su hijo. Por el contrario, Gelmas le mandaba detallada informacin de las guarniciones que iba creando en las estribaciones de la cordillera del Zagros. Las operaciones militares para fijar y afianzar las fronteras de Asiria, se reducan a simples escaramuzas, a incursiones en tierras de los pueblos zamua y parsua. Gelmas le deca en la ltima carta que antes de dos lunas, estara listo para acudir a reforzar el ejrcito del rey. En la primera conversacin que sostiene Semramis con su valido, tratan del mismo 185

asunto. Beltarsiluma est ms ampliamente informado de las operaciones que llevan a cabo Adadnirari y Gelmas. -Gelmas cree, seora, que antes del otoo concluir la campaa de Urartu. Dejarn all puestos y guarniciones debidamente fortificados para contener al rey Manua. Tanto es as, que Gelmas me ha escrito pidindome que ultime el plan de la campaa contra Egipto. Estima pueda iniciarse a finales de otoo, ya que en aquellas tierras el invierno no es impedimento para las operaciones militares. -Y de Adadnirari qu sabes? -Poco. -Pero seguramente ms que yo. -No lo s, seora. Me ha escrito dicindome que en una afortunada incursin haba llegado hasta la lnea fronteriza fijada por Salmanasar, cerca del Lago de Van. Sin embargo, parece ser que al oriente, en la regin de Urmia, ha perdido terreno ante las fuerzas coaligadas de urartios y parsuas de la montaa. Le he escrito a Gelmas para que acuda a este frente a fin de fortalecer las fuerzas que manda el induta Mindahin, que ha sufrido serio descalabro. -S, Betarsiluma, pero Adadnirari...? -Me lo preguntas como madre o como reina? -No s cmo te lo pregunto. Hace semanas que estoy inquieta. Su falta de noticias me tiene en continua incertidumbre. -No te aflijas, seora. Adadnirari es mozo diestro en las armas. Cuando sali de Kalah iba decidido a guerrear como un asirio. No temas por l. Akkados no se separa de su lado. Tiene gente sobrada que le proteja. -Pero esos urartios son zorros. Jams pelean de frente. Su nica tctica es la emboscada. -Y crees que Adadnirari no lo sabe? Semramis sacude la cabeza. Luego, clavando la vista en su antiguo preceptor, le sonre: -Te conservas bien, Beltar. -T mucho mejor, seora. El estrago de la guerra no dej huella en ti. Semramis baja la vista; y enseguida vuelve al mismo tema: -Y Sunga? -Creo que est en el sexto mes de embarazo. -S. Pero cmo se conduce? -Bien. La veo poco. Se pasa el da recluida en sus aposentos. -No has logrado averiguar si celebraron esponsales? -No. Zakirasin, que debe saberlo, no suelta palabra. Supongo que s. -Qu indicios tienes para suponerlo? -La actitud de Sunga. Se muestra ms reposada, ms serena, hasta ms seora. Casi no hace uso de sus privilegios y prerrogativas. Antes, que no los tena oficialmente, abusaba; ahora se porta discretamente. Esto me ha hecho pensar que han celebrado esponsales, y que Sunga tiene la seguridad de que cuando Adadnirari regrese de la guerra, se casarn. -Yo creo que no se casarn nunca. -Por qu no? 186

Semramis mueve la cabeza: -No tengo ninguna prueba para expresar esta negativa. Lo presiento. -Me parece que te equivocas, seora. Adadnirari se march a la guerra pensando en su futuro hijo. Si naciera hija sufrira una gran decepcin, cosa que le hara cambiar de sentimientos hacia Sunga. Pero si nace nio, ten seguro que se casarn. El rey no es como su padre. No s si t te habrs dado cuenta. -Perfectamente, Beltar. No se parece nada a su padre. No se parece a m. No s a quin ha salido! A Salmanasar? -En lo fsico, aunque tiene algunos rasgos tuyos, es el vivo retrato de su padre. Un poco ms alto que el llorado Shamshiadad. Y sin duda alguna mucho ms cortesano que l. -Es curioso, Beltar! Shamshi frecuentaba el harn y se hunda en la molicie de sus mujeres. Pero sala del harn limpio, sin ninguna adherencia de chismorreo y cortesana. Sin embargo, Adadnirari, que jams ha entrado en el harn para tomar mujer, parece formado en l, como si se hubiese amamantado de los pechos de una pupila. Y esto, no me gusta. No has notado que en lo social se comporta cnicamente? -No. Durante las conversaciones que tuvimos en Kalah, me dio buena impresin. Estuvo fro pero no escatim palabra que aclarase sus ideas y sentimientos. Me dijo que estaba plenamente convencido de que Asiria tena que guerrear. Supongo que fueron Asarmelke, Zakirasin y Nadinaje los que le inculcaron las nocivas ideas pacifistas, que ahora rechaza. Concluido el tema de Adadnirari, pasan a la segunda preocupacin de Semramis: la embajada egipcia. -Pero qu misin traen esos dos hombres? -pregunta el valido. -No s. Se pasan el da divirtindose. Les ha acompaado un ecnomo que se encuentra en Borsippa. Traen alborotada a la corte y dilapidan las noches en el mesn de Alpisillar. Me han trado ricos presentes y una afectuosa carta del faran. Esperan una audiencia para tratar asuntos que conciernen a ambos pases. S que pretenden proponer un convenio de trfico de caravanas. -Absurdo! -dice Beltarsiluma-. Ni los egipcios mandan sus caravanas a Babilonia, ni los babilonios las suyas a Egipto. Los pases que nos separan, Jud y Samaria, son transitados por caravanas rabes. Por otra parte, nuestros productos y los suyos pasan todos por Tiro. -Por eso quiero que seas t quien los reciba. Hblales de algo ms incisivo que aceptar un intil convenio de trfico de caravanas. Algo que insine una amenaza, pero, al mismo tiempo, que no les alarme al extremo de ponerles sobre aviso. Estoy decidida a que la campaa contra Egipto se realice. -No precisamente contra Egipto -aclara Beltarsiluma. -Toda campaa que realicemos contra Jud, Egipto la considerar como un ataque contra su frontera. Por lo tanto, si mi determinacin es someter a un vasallaje firme y perenne a los pueblos judata y samaritano, debemos prever una guerra con Egipto. Es esto lo que quiero que el faran Shashank sepa. Que no pensamos atacar Egipto, pero que no aceptaremos que Egipto pretenda impedir nuestra injerencia en Israel y Jud. -En este caso, lo prudente sera no revelar la intencin de nuestros planes, seora. -Es aconsejable valernos en principio de la amenaza, a fin de conocer la reaccin de Egipto. De ello depende que nos preparemos para una guerra de accin rpida o lenta. Ya s que Gelmas me dira que en la guerra no hay otra velocidad que la que hace 187

factible el triunfo. Gelmas es de parecer que antes de llegar a Jud, e incluso a las fronteras de Samaria, pulvericemos la alta Siria. -Pulverizar... -murmura Beltarsiluma-. Aplastar, escarnecer y sojuzgar a un pueblo s es posible. Pero no puede pulverizrsele. La historia no registra ni un caso. Los mismos dioses pueden pulverizar lo que ellos han hecho? -T entiendes, Beltar, lo que quiere decir Gelmas. -No, no lo entiendo, seora. Yo soy militar tambin, pero no entiendo el lenguaje de Gelmas. Somos criaturas imperfectas y no podemos subsistir sin las guerras... Pero me repugna la matanza. Marduk, santifica la guerra; Asur, la matanza. En fin, no quiero distraerte del tema de nuestra preocupacin... -Poco tenemos ya que hablar, Beltar. Sobre lo que te he dicho, conduce la conversacin con los egipcios. BELTARSILUMA RECIBI a los embajadores de Egipto con escrupulosa ceremonia. Inspeccion, exigente, la vestimenta de pajes y escribas. Les instruy tambin en los movimientos que deban hacer y en las palabras que haban de decir. Quera darles la impresin de que Asiria no era una potencia rural y brbara, mstica y cruel. Que bajo Semramis, el Estado adoptaba nuevas frmulas de exigencia. Los embajadores acudieron a la audiencia un poco sorprendidos al saber que no sera la reina quien los recibira, sino el primer ministro de Asiria. Beltarsiluma no se dign darles ninguna explicacin sobre el motivo que impeda a Semramis recibirlos. En el saln se encontraron con aquel hombre, impecablemente atildado, de hermosa barba de canutillo, de quien el faran les haba hablado vagamente y el guardamantos con reticencia y recelo. Las cualidades por las cuales haban sido seleccionados para cumplir la delicada misin, su buena estampa fsica, no crean tuviera ninguna eficacia con Beltarsiluma, hombre alto, atltico, de expresin simptica y mirada inquisitiva, fra e inteligente. Beltarsiluma les invit a sentarse. Y l hizo lo mismo, abandonando la mesa de despacho. Sus primeras palabras, en las que cuid muy bien de mencionar a Asiria y no a Babilonia, fueron las siguientes: -Asiria se complace con vuestra presencia. Y el consejo de la reina espera que llevis un buen recuerdo de vuestra estancia en la ciudad. Menfitas mir de soslayo a Ramsads. El recibimiento no poda ser ms breve y explcito. El primer ministro daba por concluida su misin en Babilonia e insinuaba que era el momento de regresar a Egipto. -Muy complacidos estamos, honorable Beltarsiluma; mas debes comprender que si los atractivos son muchos en Babilonia, nuestras preocupaciones tambin lo son. Porque ha llegado la hora de que volvamos a Bubastis a informar a nuestro seor el faran. Esperamos, por lo tanto, que en esta audiencia lleguemos a un acuerdo sobre una proposicin que creemos interesa por igual a nuestros pases. -Cul es ella? -pregunta Beltarsiluma. -Egipto quisiera llegar a un acuerdo con Asiria sobre el trfico de caravanas. -Ah! ste es un asunto que no es de mi competencia. Puedo enviaros al Aula de las caravanas para que all hagis vuestra proposicin. Es un asunto meramente comercial. -Estimo -interviene Ramsads- que no es slo comercial, honorable Beltarsiluma. La seguridad de las caravanas exige que sean custodiadas por tropa. Por lo tanto, nuestra proposicin toca, en este aspecto, el dominio militar. 188

-No estoy enterado debidamente -arguye Beltarsiluma-; pero me parece que ni Egipto manda caravanas a Asiria, ni nosotros mandamos caravanas a Egipto. Este trfico lo llevan a cabo caravanas rabes. Hemos pensado, claro est, que sean sometidas a un estatuto, puesto que hasta ahora circulan libremente por dos pases, Jud y Samaria, que Asiria estima de su influencia. Qu tendra que hacer Egipto en un campo que no le pertenece? Menfitas no se contiene: -Creo que el honorable Beltarsiluma est mal informado. Jud es pas vasallo de Egipto. Beltarsiluma sonre simulando suficiencia: -El hecho de que Jerusaln pague tributo a Bubastis, no quiere decir que Jud sea pas vasallo de Egipto. Esa tributacin la ha recibido vuestro alto faran porque hasta ahora Asiria ha llevado con negligencia los asuntos de Israel y Jud. Mas nuestra poltica actual tiende a corregir esos descuidos que pueden interpretarse errneamente como abandono de su propio derecho o debilidad de su ejrcito. No, seores. Decidle a vuestro seor Shashank, que en cuanto quede resuelto el nuevo estatuto que impondremos a Jud, ser ocasin de tratar, no del trfico de caravanas, sino del comercio a travs de una frontera comn. -A qu frontera te refieres, seor? -pregunta Ramsads. -A la de Jud. Asiria, que estima en alto grado la amistad de Egipto, desea llegar a un acuerdo con Bubastis para crear una zona neutral en Arabia, en el litoral del Mar Rojo, con el fin de establecer all depsitos, almacenes y bazares independientes de la influencia de Tiro. Estos puestos mercantiles sern nuestra frontera poltica y comercial con Egipto. Porque, seores, no os parece absurdo que dos naciones como Egipto y Asiria, tradicionalmente amigas, tengan que negociar a travs de la Lonja de Tasas? Por eso creemos que al extender nuestra jurisdiccin hasta el Mar Rojo, hacemos un gesto amistoso a Egipto, poniendo en sus fronteras a nuestros agentes y mercaderes. Estad seguros que Asiria os comprar a mejor precio vuestros artculos. Y nosotros nos beneficiaremos de la misma ventaja. La reina, mi alta seora, quiere pulverizar la Lonja de Tasas; quiere destruir hasta en sus races a ese monstruoso Estado que se llama Tiro. Minsculo, s, pero gobierna la economa del mundo. -Crees, seor -dice Menfitas-, que nuestro alto faran ver como acto amistoso que Asiria, pas que hasta ahora nadie sabe dnde empieza ni acaba, de constitucin tan precaria, pretenda extender su frontera hasta el Mar Rojo? Qu bebida embriagante hay en Babilonia que nosotros no hemos catado, y que produce tales fantasas? -y ponindose de pie, el embajador agrega-: Vuestras palabras, honorable Beltarsiluma, son un reto y un agravio tan insensatos que estimo que unos emisarios del poderoso Shashank III no pueden escucharlas sin sentirse ofendidos. Y ante la ofensa, seor, permtenos que nos retiremos. Beltarsiluma esperaba esta reaccin muy natural, desde luego, de los egipcios. -Hasta ahora, honorable Menfitas, mis palabras no han implicado ni desafo ni ofensa. Han sido una escueta exposicin de los propsitos de Asiria de recuperar unos derechos legtimos que haba tenido abandonados. Mas en el campo de agravios debo deciros que vuestro seor Shashank protege a Tiro y la poltica del sitn. No s si por temor o por conveniencia. En cualquiera de los dos casos, la poltica del sitn ahoga nuestra economa. Por primera vez somos fuertes. Podemos llevar nuestro ejrcito y nuestro derecho hasta los confines de la tierra. Aplastaremos a Tiro, y si Egipto se muestra sensible a 189

nuestra accin, si Egipto no desea independizar una buena parte de su economa de la influencia de Tiro, Asiria no vacilar en hacer armas contra aquel que se oponga a su justo deseo. A Ramsads le pareci que Menfitas, como hombre salido de las filas del ejrcito, haba ido demasiado lejos. Le atemoriz la idea de salir de Babilonia con un ultimtum a Egipto. Aunque las palabras de Beltarsiluma tuviesen mucha fanfarronera, no era cuestin de volver a Bubastis con semejante bagaje. Por lo tanto, hombre ms prudente, como corresponde a aquel que ha hecho el noviciado del sacerdocio, intervino para suavizar los trminos de la conversacin: -Lo que acabas de decir, seor, es muy interesante. Es cierto que nuestro natrn, lino, papiro, trigo y aceites esenciales se hallan sometidos a la poltica del sitn. Como estarn tambin muchos de vuestros productos. Este punto de partida es interesante para unas conversaciones. Creo factible la asociacin de Asiria y Egipto en una poltica tendente a independizarnos de Tiro. Mas en esto, seor, estimo que a Asiria le falta experiencia. Ni Asiria ni Babilonia han traficado con los pueblos del Mar Grande, excluida Fenicia. Egipto tiene amplia costa a ese mar. No veo necesario que Asiria pretenda extender su frontera al Mar Rojo, cosa que no le sera provechosa. Qu beneficio sacara con ello? -Una inmediata relacin con los mercados rabes y egipcios -dice Beltarsiiuma. -Pero y los mercados que se extienden desde Libia hasta Hispania? Esos estn sometidos al poder e influencia de la Lonja de Tasas. Todo lo que sea llegar a una inteligencia sobre la conquista de esos mercados, ser mucho ms razonable que una poltica apoyada en las armas, que slo redita empeos y prdidas. -En principio -responde Beltarsiluma-, puedes tener razn. Pero esa poltica de captacin de mercados sera muy lenta, si antes no aplastamos el rgano vital de esos mismos mercados. Tu compaero, el honorable Menfitas, ha dicho hace un momento que Asiria es un pas que nadie sabe dnde empieza y dnde acaba. Esto fue una realidad hasta ayer. Desde hoy, es decir, desde el regreso de mi seora la alta Semramis, sabemos en dnde debe empezar Asiria y en dnde debe acabar. Los reyes de Asiria se coronan con el ttulo de Seor de los cuatro mares. Hoy, mi rey Adadnirari est dispuesto a baar su espada en el Mar Rojo. Si Bubastis considera esto como un desafo, sera lamentable. Nuestras intenciones no pueden ser ms pacifistas. Queremos liberar a Jud y a Israel del yugo de Damasco. Si cumplir tal propsito entraa la enemistad de Egipto y hacer armas con l, decidle a vuestro seor que Asiria no ha sido la provocadora. -Lo que acabas de decir significa guerra, seor -dice Menfitas. -No pongas en tus labios palabras tan imprudentes, honorable Menfitas. Nosotros slo aspiramos a que Egipto no se oponga a que ejercitemos nuestro derecho. Si Egipto comprende la razn que nos asiste, no habr guerra. Dile a tu seor que Asiria quiere la paz. Y que una inteligencia comn entre nuestros dos pases, las dos ms grandes potencias del mundo actual, sera benfica para ambas partes. -Entonces, resumiendo. Qu debemos decir a nuestro seor? -dice Ramsads. -Que la reina Semramis le enva, junto con los presentes de cortesa, sus ms afectuosos saludos. Y los votos por su ventura personal. Es todo. -Nada ms? -Nada ms. Todo lo que habis odo han sido palabras de una conversacin

190

particular. Si a este respecto Asiria tiene que comunicar algo a vuestro seor, lo har por conducto de un embajador especial. Tengo entendido, porque as lo habis hecho saber, que vuestra visita era de simple cortesa. Habis dado la bienvenida a la reina y cumplisteis con vuestra misin. No sera prudente que informaseis de esta charla al faran. Porque de ella no quedar constancia. Ahora, en lo particular podis decirle a vuestro seor cules son los sentimientos de Asiria. Como supongo que habris tratado de enteraros a cunto ascienden nuestros efectivos, puedo deciros que a ciento cincuenta mil hombres. No es un secreto militar. Si as lo deseis, puedo poner a vuestra disposicin un oficial que os acompae a efectuar visitas a nuestros cuarteles y a nuestros frentes de guerra. Tambin podis visitar nuestras factoras de armamento. Para fin de ao tendremos doscientos mil hombres sobre las armas. Este ejrcito, del que forman parte ciento veinte mil veteranos de la campaa del Indo, demostrar al mundo en dnde empieza y en dnde acaba Asiria. -Te ha molestado mi expresin -dice Menfitas. -No. Me ha hecho recordar que, hasta ayer, en efecto, no sabamos dnde estaban las fronteras de Asiria. Pero ya lo sabemos -y a Ramsads, le dice-: Tiro necesit doscientos aos para integrar ese imperio del Mar Grande. Nosotros no esperaremos tanto tiempo. Nos muerde la impaciencia. LOS EMBAJADORES EGIPCIOS se quedaron estupefactos con las palabras escuchadas a Beltarsiluma. ste reconoca haberse excedido, pero con eficacia. La corte de Bubastis se hallaba demasiado comprometida en los problemas que le planteaba el prncipe de Tanis. Shashank sera lo bastante prudente para pensar el riesgo que supona abrir en Arabia un frente contra Asiria, que poda terminar en un gravsimo descalabro. El prncipe Harsiese, gobernador de Tanis, no era de fiar respecto a sus ambiciones a la corona del bajo Egipto, que cea Shashank III. Los embajadores se vieron en una situacin demasiado delicada. No slo haban fracasado en los objetivos confiados a su misin, sino que regresaban a Bubastis con una amenaza de guerra por parte de Asiria. Hasta entonces haban estado en Babilonia dilapidando tiempo y dinero en alegres entretenimientos y llegada la hora de ver a Semramis y poner en juego sus recursos de atraccin masculina, la reina, sin el menor inters por ellos, rehusaba recibirlos y, a cambio, les pona delante de un sujeto como Beltarsiluma, que les pasaba la lista de las exigencias de Asiria. Estuvieron largo rato dndole vueltas a la entrevista y comentando las palabras del valido. La nica solucin que vean a tan desfavorable resultado era lograr una audiencia con Semramis, y tratar de conquistarla a una poltica de amistad entre los dos pueblos. En estas cavilaciones, Ramsads dio con una idea que poda ser la llave que les abriera el paso a Semramis: Shusteramn. La reina tendra, sin duda, especial inters en recuperarlo. Y ante esta perspectiva quizs accediese a recibirles. Expuso la idea a Menfitas y, despus de redondearla, decidieron enviar paje a la reina con una nota en la que decan que esperaban les hiciera el honor de recibirles, pues deseaban despedirse de ella y comunicarle un informe sobre un tal Shusteramn, fsico egipcio, y su auxiliar, Belnabu. La nota intrig, desde luego, a Semramis. Enterada de la conversacin que Beltarsiluma haba sostenido con los dos emisarios, acord darles audiencia dos das despus. Con esta demora, Semramis quiso hacerles comprender que el informe sobre Shusteramn no era tan importante como pudieran imaginarse. 191

Adems, Semramis, quera tomar el tiempo necesario para reflexionar, pues le interesaba saber hasta qu punto los dos emisarios se haban enterado de los experimentos de Shusteramn. LA BABILONIA RECIBI a los dos embajadores de Shashank con el mismo rigor protocolario que lo haba hecho Beltarsiluma. Slo que no se hizo acompaar de pajes ni de escribas. Ocup el silln que usaba cuando era patesi de Babilonia. Detrs de ella se situaron los dos espantamoscas. Melinke atenda la mesa de las ofrendas. Menfitas y Ramsads, cada uno a su turno, con floridas palabras y encendidos encomios a la belleza de Semramis, le expusieron que, concluida su misin, haban solicitado la audiencia para despedirse; que si bien el escriba ya les haba entregado la carta personal que llevaran al faran, consideraran gran honor transmitir a su seor el saludo que ella les diese de viva voz. Semramis les dijo: -Decidle a mi gran amigo, el muy alto faran de Egipto, Shashank III en la virtud de su nombre, que le agradezco todos los exquisitos presentes que me habis trado. Que me siento obligada con las cortesas que vosotros habis tenido conmigo. Decidle tambin que espero que la amistad entre nuestros pases se fortalezca ahora ms que nunca, pues Asiria est en condiciones de ejercer atenta vigilancia en los negocios del mundo, que tanto a vosotros como a nosotros nos interesa sean conducidos por caminos de concordia y de provecho. Que Semramis siente una profunda admiracin por Egipto y su rey; que cuenta en su deseo y propsito hacerle una visita. Decidle tambin que Asiria y Babilonia desean sostener conversaciones con Egipto respecto a un estatuto de proteccin por ambas partes, de Jud e Israel. Y por ltimo, que pido al magnnimo Marduk y a la poderosa Ishtar que vierta sobre vuestro seor toda clase de venturas y bienes, y que la paz que para mi pas deseo, la disfrute tambin Egipto. Este era un lenguaje de reina, un lenguaje diplomtico y no el del insolente e insensato Beltarsiluma. Tan diplomtico que Semramis no haba soltado prenda. Pero tanto Menfitas como Ramsads, vieron con gran contentamiento que la reina haba hablado de paz y de amistad insistentemente. Y que su deseo de mantener conversaciones con Egipto sobre la proteccin dada a Jud e Israel, entraaban una negociacin en un plano de franca cordialidad. Los embajadores quedaron satisfechos de las palabras de Semramis. Haban logrado sacarle el discurso conciliador y corts que necesitaban para enfrentarse con el faran y defenderse de los cargos que les hiciera Karmo. Mas su frivolidad no les ofuscaba la mente para dejar de comprender que Semramis acababa de rematar las exigencias de Beltarsiluma, pues si la reina haba tocado el punto de Jud e Israel sugiriendo una posible proteccin por parte de Egipto y Asiria, an estaban quemndoles los odos las palabras del valido. En momento propicio, pasada la prueba de Karmo, le informaran al faran de la dual actitud de Asiria, que haba amenazado sin ningn miramiento a Egipto, invalidando al mismo tiempo, a efectos oficiales, el desafo que la amenaza llevaba implcita. Semramis, astuta, no les quiso preguntar por Shusteramn. Mientras Melinke serva unas copas de jugo de dtil, dijo: -Me hubiera gustado invitaros a un paseo por los canales del ufrates, en mi nave La

192

Garza. Pero se halla muy prximo el jubileo de Ishtar. Y yo, como sacerdotisa mayor, debo preparar mi alma a las exigencias rituales. Por otra parte, desde que habis llegado, he tenido graves asuntos de Estado que resolver. Por todo ello, vosotros, que tan gentiles os mostris con mi persona, me disculparis la escasa atencin que pude daros. Como tras de beber unos sorbos lleg el momento de despedirse y Semramis no se interesaba por el asunto de Shusteramn, los emisarios pensaron si sera oportuno plantearlo. Mas de no hacerlo corran el riesgo de caer en descortesa, puesto que ellos haban ofrecido darle el informe. Ramsads se adelant a Menfitas a plantear: -Sabemos, seora, que un compatriota nuestro de nombre Shusteramn estuvo a tu servicio. Semramis, sin darle importancia, explic: -Ah, s! Le haba encargado unas investigaciones en las que fracas. Le desped. Sabis algo de l? -En el oasis de Borsa -interviene rpidamente Menfitas- nos encontramos con l. Iba rumbo a Egipto. -Es natural. Aqu no tena nada que hacer. No os disteis cuenta de que era un charlatn? Addasin se asoma a la puerta. Los jvenes egipcios comprenden. De acuerdo con el protocolo, la presencia del mayordomo significa que el tiempo concedido a la entrevista se ha consumido. Al despedirse de la reina, los dos extreman gestos y palabras, galanteras e insinuaciones. Menfitas, que tanto xito tuvo con la reina Elisa de Cartago, no puede ocultar su contrariedad por la resistencia opuesta por Semramis a la magia de su seduccin. Dada la indiferencia demostrada por Semramis en el caso de Shusteramn, piensa que han sido engaados por el mdico. "Son unos tontos", se dice Semramis. Desde que recibi la nota supuso que Shusteramn y Belnabu les haban pedido asilo. Est segura de que los dos mdicos se encuentran en el campamento del jardn de Adad. Se lo dir a Gabu. Como no puede ejercerse ninguna violencia en el campamento, espera que al investigador urbano se le ocurra algn ardid para apresar a los dos fugitivos sin que el personal de la embajada se d cuenta.

AUDIENCIAS Y PRONSTICOS DESPUS QUE DESPIDI a los egipcios, Semramis se dispuso a resolver las candidaturas al censo de la nobleza. Das antes, al terminar el plazo, distribuy las listas de los aspirantes entre el alto personal de palacio, a fin de que seleccionara los doce nombres que considerase ms adecuados para pasar al nuevo estado aristocrtico. Cuando le fueron devueltas las listas, mand hacer otra con los nombres que aparecan en todas o casi todas las nminas distribuidas. Con esto obtuvo una lista final

193

compuesta de veintisiete candidatos. En ella se encontr con familias conocidas, con otras que le eran mucho menos, y unos cuantos nombres de los que no tena noticia. Addasin, que presume de llevar en la cabeza todo el censo de contribuyentes de Babilonia, ayuda a Semramis proporcionndole los ltimos informes. -Quin es este Urukasin? Jams he odo hablar de l. -Es el arrendatario de los rebaos del templo de Adad. Tiene a sus rdenes una veintena de pastores, y el templo le proporciona los guardias custodios. -Y este Dunisin? -Dunisin es un caso muy curioso. Es el que pregon la candidatura de Dadamuz. -Bendito Marduk! -exclama Semramis-. Ese Dadamuz es como una pesadilla. Todo el mundo habla de Dadamuz. La matrona mayor de Ishtar me dijo que haba recibido de Dadamuz una limosna de diez siclos de oro. Los jvenes estn soliviantados con una nueva cortesana llamada Zimma. Resulta que esta mujer es protegida de Dadamuz! El otro da se recibieron en los almacenes de palacio diez cueros de vino de Siria. Le pregunt a Sinanurta quin los haba enviado :Dadamuz! La ciudad est alborotada porque Dadamuz ha dicho que cuando l sea consejero, me persuadir a que abra al pblico los jardines colgantes. -Eso no ha sido idea de Dadamuz -aclara Addasin-, sino de su sostenedor Dunisin. -Te advierto que la idea me parece acertada. He pensado aprovecharla. Abrir los jardines al pblico dos das al mes y en los jubileos de Marduk e Ishtar. As que es idea de Dunisin? -S, seora. Dunisin reciba salario por pregonar nombre y virtudes de Dadamuz. Mas a ltima hora, Dunisin present su candidatura a la varona de Babilonia. -Me parece -dice Semramis- que Dunisin tiene ms mritos que Dadamuz para entrar en la nobleza. Desde que Dadamuz compra el excedente de vino de las tributaciones, no ha dado muestras, que yo sepa, de ser hombre inteligente. O su codicia es tan grande que no hace escndalo del sustancioso negocio que significa su contrato. En este caso habra que acreditarle un grado de inteligencia. Y esa Zimma de dnde es? -Esa Zimma, seora, t la conoces. -Que yo la conozco? -S. Es aquella prostituta con la que Mino tuvo relaciones antes de casarse con Ghina, y segn dicen an las sigue teniendo. -Ya recuerdo... Zimma iba en la jaula de rameras agregada a la columna de mi ejrcito. S, lo recuerdo. Mino sali a darme alcance para pedirme que dejara en libertad a Zimma. As que la exquisita, enigmtica, inigualable cortesana que ha surgido en la va de Sin, es aquella Zimma. -La misma, seora. Gabu puede darte muchos y ms amplios antecedentes. Ya que una vez la trajo a comparecer ante ti por alboroto y ria en la puerta de Ishtar. -Se ve que Zimma es agradecida, porque Mino me ha hablado apoyando la candidatura de Dadamuz. He visto que figura en todas las listas, y dada su popularidad habr que incluirle en el censo de la nobleza. Tambin a Dunisin, que me place por su ingenio y diligencia. Semramis echa un vistazo a la lista, y comenta: -Aqu est Mardukabi. Interesante. Tiene mucho prestigio en Merkes y sera un buen consejero. -No Dadamuz, seora? -pregunta Addasin.

194

-Jams he pensado ofrecer a Dadamuz el sello de consejero. Por qu? Tienes algo que acreditar a favor suyo? -No. No creo que tenga merecimientos especiales. Pero hoy es el hombre ms popular de Babilonia. Es muy rico y sabr dar a su consejera esplendidez y boato. -No he pensado, Addasin, crear una consejera dedicada al mayor esplendor de las personas. Dadamuz se dar por satisfecho con entrar en el censo de la nobleza. -Podas darle la de portero mayor. -No, Addasin. Esa consejera la tengo destinada a Belgasam. Aunque es posible que cambie de parecer a favor de Dunisin. Quiero establecer una cierta rivalidad entre el portero mayor y el consejero de la ciudad, a fin de que ambos se piquen en el celo por mantener en las mejores condiciones a Babilonia. Creo que el hombre ideal es Dunisin. -Y la de vigilancia, seora? -Esa la cubrir Gabu. -Gabu? Gabu no ha presentado su candidatura. Adems, sus antecedentes familiares... -Los conozco, Addasin. El padre de Gabu era un redomado pillo que muri en la noria, cumpliendo una de las muchas penas que se le haban impuesto en su vida de ladrn. Pero el hijo nada tiene que ver con el padre. Gabu, como dices, ni siquiera ha presentado su candidatura a la nobleza. No importa. Por primera vez habr un consejero del trono que no sea aristcrata. Le debo a Gabu muy valiosos servicios. T lo sabes... S, la consejera de portero mayor es apropiada para un hombre activo y agudo como Dunisin. Tendr ideas para crear opinin pblica -y tras de dar un vistazo a la lista, pregunta-: Por qu muestras tanto inters por Dadamuz? Sin el menor eufemismo, Addasin responde: -Me ha sobornado, seora. Imperturbable, Semramis pregunta: -La cuanta del soborno es digna del mayordomo de la reina? -T juzgars: diez siclos de oro, dos cueros de vino y un sayo de ceremonia. -Lstima. No quisiera dejarte mal, pero no consideras a Dadamuz demasiado torpe para ostentar sello de consejero? Creo que la solucin es que le hagas saber que su candidatura la he rechazado. Comprendes? -Comprendo, seora. -Y le devuelves los siclos, el vino y el sayo. -Es magnfico el sayo! Un gnero de Borsippa sin tacha... -Maana, que estar desolado con la noticia, le mandars recado de que tienes la posibilidad de persuadir a la reina de que reconsidere su determinacin. Y recuperars las prendas del soborno. -No se me haba ocurrido. -De los siclos, me dars cinco. -Dirs el diezmo... -Claro, el diezmo. Cinco siclos. -El diezmo es un siclo. -Niegas que Dadamuz te dio cincuenta? Ahora Addasin se turba:

195

-Quin te lo ha dicho, seora? -Me lo he figurado, porque la matrona mayor de Ishtar me dijo que le dio cincuenta, no diez como te dije. -Es difcil ocultar la verdad, seora. -Lo difcil es decirla. Bueno, Addasin, debe estar esperando el guarda astros Habsi. -Perdname, seora. Quisiera recomendarte un nombre que no figura en esta lista, pero que ha sido seleccionado en las primeras. -Cul, Addasin? -El de Urpinasar. Sabes quin es verdad? -S -dice Semramis-. El contratista de las murallas. Con soborno o sin l? -Sin soborno, seora! Marduk testigo! -No tengo inconveniente. Que el consejero Adargn d su conformidad, puesto que Urpinasar ha trabajado a sus rdenes. Addasin deja a la reina y enseguida entra Habsi, guarda astros mayor de la zigurat y uno de los seis prncipes de la cmara sacerdotal. Le acompaa Dulgasor, astrlogo personal de Semramis. ste se queda a una prudente distancia, mientras Habsi se adelanta hasta la reina, se agacha y pega con la cabeza en el suelo. Semramis pone levemente el pie sobre la calva del guarda astros. -Levanta, Habsi. -Oh gran seora, sol de Babilonia, amamantada de Ishtar, virtud cardinal de los cielos en la tierra! -Habla, Habsi. -Pongo en tus manos el horscopo del jubileo de Ishtar. Habsi le entrega una tablilla plateada. Semramis le echa un vistazo. Mira, escrutadora, a Dulgasor. ste permanece impvido. Por qu no hace un gesto de asentimiento? Enseguida prende en el corazn de la reina la inquietud, el miedo. El horscopo para la realizacin del jubileo es halageo, mas por qu Dulgasor no asiente? Es que... -Cul es el horscopo del rey de Asiria, Dulgasor? -ptimo, seora. Semramis suspira aliviada. Sin duda, el recelo de Dulgasor lo motiva el horscopo del jubileo. -Dime, Habsi, cul es el augurio del venerable Sarguma? -Halageo, seora. -Si es as ordenar que hoy, al atardecer, al comienzo del nuevo da, se pregone el jubileo de Ishtar. Puedes retirarte, Habsi. Habsi se retira repitiendo las reverencias. Poco despus, la reina hace llamar al astrlogo. -Qu augurio nefasto ocultas, Dulgasor? -No me atrevo a expresarlo. Puede ser torpeza de mi mente, error de mi perquisicin, oscurecimiento de mis sentidos. -Habla, Dulgasor. -Por tres noches consecutivas densas nubes han ocultado la estrella de Ishtar.

196

-Se lo has dicho a Habsi? -S. Me ha dicho que jams un astrlogo de palacio ha corregido un pronstico del guarda astros mayor de la zigurat. -Cmo te lo explicas? -Toda la cmara sacerdotal sabe que Habsi no resiste el sueo que le da a medianoche. -Y sus ayudantes? -Ignoro lo que hacen. Temo que no cumplan con los deberes que les impone el sacerdocio. Habsi ya es viejo y ha perdido la voluntad y el celo en el cumplimiento de su misin. -Y el augurio de Sarguma? Ha dicho tambin que es propicio. -S. Estoy lleno de confusiones. Es probable que yo est equivocado. -Bueno, lo sabremos enseguida. Has hecho ya el horscopo de las tres prximas lunas de mi hijo? -En la tarde lo concluir, seora. -Pero... algo especial? -He de revisarlo atentamente. En la primera luna hay una hora adversa seguida de un fausto esplendoroso; pero, como te digo, seora, debo revisarlo. El rey pertenece al recinto zodiacal de Adad, que es cruzado estas noches por muchos asterismos, entre los que predominan los signos ptimos. Y en la segunda luna, mazzaloth entra rutilante en su recinto zodiacal. -Pudiera significar la paz? -Ms que la paz, una victoria. -Esperar impaciente a que me confirmes el horscopo. Puedes retirarte, Dulgasor. Ah, un momento! He visto en las listas a un tal Muranu. Es tu pariente? -S, mi cuado, seora. -Por qu no me lo recomendaste? -Muranu, por su conducta, se recomienda solo, seora. -Sin embargo, me hablaste a favor de Gubaru. -No es pariente ni amigo. Pero es ambas cosas del baru Hamurasad. -Conque de Hamurasad... Y por qu el baru no vino conmigo? -No querra molestarte. -Lo que no quiso fue deberme el favor. Ten por seguro que lo tachar de la lista. -Me congratular de ello, seora. -Pondr a Amuni en su lugar. LA MAANA TRANSCURRE lenta y pesada. La tablilla de audiencias contiene muchos nombres. Semramis ve el que sigue: Mino de Tacro. "Qu querr Mino?", se pregunta. No tarda en saberlo. Mino viene a recomendarle a Dadamuz. -Marduk bendito! Otra vez vienes a contarme sus mritos? -exclama Semramis-. Qu tienes t de comn con Dadamuz fuera de ponerle los cuernos? -Oh, seora! Apelo a tu benevolencia...

197

-La que tena para hoy la consum con embajadores y astrlogos. Dile a Dadamuz que ha sido tachado de la lista de aspirantes a la nobleza. -Psima noticia! -Pero no arbitraria. -Zimma quedar desconsolada. -Qu me importa Zimma! -Hace dos das solamente que logr el cortejo mayor de admiradores que se ha visto en la va Sin noventa y dos, seora! -Se ha excedido. Noventa hubiera sido suficiente. -En la tarde, la matrona mayor de Ishtar pronunci el elogio pblico de Zimma, y en su honor las adoratrices cantaron el himno de las palmas. -Porque Dadamuz dio a Lumma cincuenta siclos de oro. -Y esta maana, al punto de la amanecida, Kramurta abandon Babilonia. Dicen que iba a suicidarse, pero que su aya la hizo desistir aconsejndola cambiar de aires. Se han ido a Borsippa. -Lo de Dadamuz es cosa resuelta. No har nada por l. -Lo siento. -Ya. Por Zimma. -Y por m. Me haba regalado un potro urartio. Tendr que devolvrselo. -Tu tiempo se ha consumido. Semramis va a recibir al siguiente visitante, un agente confidencial que viene de los pueblos del mar, cuando Addasin pasa a decirle que ha llegado a palacio un paje del embajador Sadoc de Samaria. -Me ha dicho que trae una misin estrictamente confidencial y personal del embajador. El paje, en cuanto est ante la presencia de Semramis, dice: -Sabrs, oh gran seora!, que mi amo Sadoc se consume en fiebres en el oasis de Borsa, adonde pudimos llegar con pena y esfuerzo. Mi amo, siempre en los caminos rectos de Yahv, tiene un mal de corazn que le hace delirar y pronunciar el nombre de su diosa... -Qu diosa? Tu amo Sadoc no adora ms que a un Dios. -S, slo a Yahv. Pero el amor de Dios es tan dulce y benigno que no enloquece a los hombres sino para hacerles ms merecedores del seno de Abraham. No, no es por el santo y poderoso Yahv que mi amo delira y desfallece, pierde los pulsos y la razn. -Quin es esa diosa? Termina de una vez. -Una mujer, seora. -Acaso babilonia? -T lo sabes? Es tan hermosa que se antoja que acabara de bajar de entre los ejrcitos del santo y poderoso Yahv. -La conoces? -No, seora Infeliz de m! Slo la he visto. -Os acompaa entonces? -Si nos acompaara sera la salud y felicidad de mi amo. -Entonces no digas su nombre. 198

-Lbreme de ello el bendito Yahv! -Qu es lo que quieres? -Escribas y pajes determinaron que yo viniera en caravana a suplicarte un gran servicio: que nos permitas regresar a Babilonia y des hospitalidad a mi amo. -Saldrs ahora mismo con guardia custodia al oasis de Borsa. Y le dirs a tu amo: "Semramis, reina de Asiria, te suplica que vuelvas a Babilonia; que ella se encuentra aquejada del mismo mal de corazn, y que espera recibir de ti los consuelos que mitiguen la amarga pena que la tiene enfebrecida, que le corta los pulsos y que le hace perder la razn". Despach al paje y le dio instrucciones a Addasin concernientes al rescate de Sadoc de su maligna fiebre. Despus recibi al agente confidencial de los pueblos del mar. Traa noticias que, al ser conocidas por Beltarsiluma, le hicieron arrugar el ceo. -Durante cien aos hemos sembrado el terror. Un cerco de odio nos rodea. Y lo triste es que para romperlo no tenemos otro instrumento que el terror.

199

HORSCOPO SEGUNDO: UNA GRANDE MORTANDAD

LA CRECIDA DEL UFRATES LA NUBE QUE SE ALZA en levante, se extiende, gris y densa, por el cielo. Debe venir de los montes Zagros. Una tormenta de levante no preocupara mucho. Mas el ro viene en crecida. Los nmadas levantan sus tiendas en el suburbio del Piojo, en la zona occidental a extramuros de la ciudad. -Madre, el ro sube. La madre, llevando a una criatura prendida del pezn, a la que sujeta con una vuelta del manto anudado a la cintura, recoge los enseres del ajuar. Afuera, el hombre apareja el camello. -Madre, el ro sube. -Dale ese bulto a tu padre. El hombre, despus que deja el camello, unce un borrico al carro. El chico sale con el bulto. De cuclillas, su hermana, una nia de siete aos, desmonta los ladrillos del fogn. -Aprisa!! -grita el hombre. -Padre, el ro sube... La nube, turbulenta como densa humareda, se extiende sobre Babilonia. El primer relmpago. Todava un poco ms a occidente del barrio del Piojo, el sol. En el carro -una plataforma de maderos sobre un eje con ruedas-, el hombre va poniendo el patrimonio familiar. Un odre, unas mantas de color pardusco que debieron ser rojas, paos sucios, cuencos de barro, tablas, los ladrillos del fogn. Despus los dos hermanos sacan de la tienda las vasijas que contienen los alimentos, el agua, el jugo fermentado. -Padre, el ro sube. La mujer ahora desata las cuatro puntas de la lona. El hombre se acerca a ayudarle. El cielo se quiebra en un trueno imponente. Caen gotas gruesas, espesas, calientes, formando minsculos crteres. Hacia las tierras altas se enfila la caravana. Dos jornadas para ponerse a salvo de la crecida, quiz de la inundacin. Los nmadas huyen. -Adnde vais? -pregunta uno. -Rumbo al oasis de Borsa... -Nosotros al norte. Anumi est ms cerca... -Anumi tambin se anega si la crecida es grande... De pronto se desata el aguacero. Los hombres se ponen el manto en la cabeza y arrean a las bestias. Las mujeres se

200

cubren con un cuero. El barrio del Piojo se despuebla. Por el paseo de Semramis se recorta la lnea negra de la miseria andante. Los VECINOS QUE VIVEN extramuros de la ciudad, pero en la zona circunscripta por los kudurrus o mojones que sealan la ampliacin oficial de la misma, tienen derecho a trasponer las puertas y buscar refugio en el recinto amurallado. Las familias se aglomeran ante la muralla. Los fardos, bultos, brtulos y bestias se aprietan en una lastimera masa contra la puerta vigilada por hoscos, parsimoniosos guardianes. -Calma, calma; no es para tanto... -dicen mientras pegan latigazos para apaciguar impaciencias. . Pero el rumor que se extiende entre los refugiados es inquietante: han subido el puente. Y sin posibilidad de paso al centro de Babilonia, cualquier esfuerzo por trasponer la puerta resultara intil, pues quedaran aislados. Los guardianes aseguran que la alarma es excesiva. El ro viene crecido porque se ha dado orden de abrir todas las compuertas de las esclusas y canales, a fin de dar salida al agua depositada. Ningn pronstico oficial ha anunciado la riada. Sin embargo, los augures profanos del pueblo parecen ser ms certeros en estos casos. La nube ha cubierto ya todo el cielo, y la lluvia, tupida, gruesa, cae incesante. A la puerta de Adad afluye ms gente. Poco a poco presionan contra los vigilantes. Los ltigos son impotentes para contener el alud humano. Los hombres gritan, claman bajo la lluvia. Los pies desnudos chapotean en el lodo. Despaciosas corrientes de agua enfangada ondulan como serpientes entre la masa de refugiados. Y de pronto alguien da el grito: "Lodo bermejo!" Apenas si es una estrecha franja de agua con barro de color rojizo la que se mueve entre las otras corrientes de la lluvia. Pero su color denuncia que el ro ya ha invadido el caaveral de Gam. Si la lluvia contina, antes de ponerse el sol, las tierras bajas de Babilonia sern inundadas. Ms de cuarenta mil vecinos quedarn aislados. La masa humana presiona, salta la puerta y se introduce arrastrando a los vigilantes. El tropel de hombres y bestias arrolla con lo que encuentra al paso. Mujeres y nios son derribados. Mas al otro lado del tnel, un escuadrn de arqueros, en actitud de disparar, contiene a la multitud. Los que an no han entrado continan presionando. Los urbanos, con la espada en alto, intervienen. Logran hacerse paso entre la masa y pegando machetazos consiguen cerrar la puerta, tras de asegurar que se abrir enseguida, en cuanto se d circulacin a la gente que ha entrado. El pueblo golpea. A sus pies, el fango bermejo se extiende. Y arriba, la lpida: Quienquiera que seas, de dondequiera que llegues, sabe, viajero, que entras en BABILONIA, la ms hermosa y hospitalaria ciudad del orbe, gobernada por SHAMMURAMAT bajo la mirada benevolente de Marduk -Quiero una barca! Tres sextas! Dungui vuelve a gritar: -Una barca!! Tres sextas!! Nadie le hace caso. En el terrado de las casas se ven sillas, camas, fardos de ropa. Se sabe, se siente que la inundacin ser grande. Los hombres del ro suelen oler el agua y conjeturar por su olor si es riada en su natural y fertilizante crecida, o si es 201

turbulenta. Y si coincide con lluvia tormentosa, hay que ponerse a salvo. Para el babilonio el Diluvio no es un recuerdo de una remota catstrofe, sino un hecho que se repite cada determinado perodo de tiempo. Y no hay viejo que no haya presenciado durante su vida dos o tres inundaciones mortferas. Cierto que las obras de canalizacin han ido en aumento y que las aguas conducidas por cauces seguros fluyen con mayor rapidez y anegan menos tierras. Mas esas obras slo son tiles en las inundaciones normales. Cuando el ro inunda el caaveral de Gam no hay previsin posible. -No encontrars quien pase el ro... Ninguna barca resistira la corriente. Espera un par de horas, que descender y amainar la turbulencia. -Por qu lo sabes? -replica Dungui. -Eres forastero? -Me parieron en Babilonia. Tengo pelo de nmada? -Abrieron las compuertas de todos los pantanos y canales... No hay por qu alarmarse. -Cul es tu barca? -Aquella pintada de negro. -T ya la tienes a salvo. Y seguramente llena de comida y cachivaches. -Quieres que me cruce de brazos? -Y si no desciende el agua? -Si sube hay que esperar a que se extienda. Entonces es ms fcil. La corriente ya no ser tan fuerte. Cunto vas a pagarme? -Tres sextas. -Cinco. El agua est a un palmo de rebasar el canal de los Rprobos. Los vecinos han liado sus brtulos. Son pocos: el cofre donde guardan sus ahorros y un bulto con ropa. Despus de recoger enseres y ponerlos sobre los muebles altos, salen a la calle con el bulto al hombro, el cofre y el vaso del dios personal bajo el hombro. No les importa la lluvia. Aparte de los vecinos de la ciudad vieja, la mayora de los babilonios se encuentra en su caso. Las plataformas de Anu estn repletas de gente. Se levantan unos cinco codos de la tierra. Pero en algunos casos han resultado verdaderas trampas. Hace aos, en plena inundacin se vinieron abajo. Ni los que saban nadar se salvaron. La gente corre atropellndose. Carros, bestias, familias enteras. Cada cual busca parientes o amigos con casa en los barrios altos. Algunos van derechos al muelle de los madereros, frente al barrio de los pescadores. Ya lo han hecho otras veces. Siempre hay quien cede y les pasa a la otra orilla del ro. La nube es tan densa que no parece media maana, sino anochecer. Las calles son un lodazal. El ro, turbulento, rugiente, baja en oleadas. Arrastra tierras rojas del caaveral de Gam. Para un babilonio es un indicio ominoso. Quiere decir que por la altura del embarcadero del Norte, que conduce al Akitu, las aguas ya han salido de cauce e inundan la pradera norte. En los muelles las lanchas han sido izadas al malecn y sujetadas al poste de atraque. Muchas ya estn llenas de bultos. Las casas cerradas con cueros, maderas y ramas de palma.

202

-Pides cinco a un vagabundo de Enlil? Dnde hay por aqu un mesn? -No encontrars quien te abra la puerta. Puedes pasar a mi casa. -Tienes mujer? -Claro. De acuerdo en las cinco sextas, verdad? -Qu remedio me queda. -Podrs poner a secar tu sayo. Ven. Enseguida se supo que haban bajado el puente para que los funcionarios y otras personas calificadas que se hallaban en la margen derecha del ro, pudieran regresar a sus casas. Dungui sali corriendo con su bolsa. La lluvia arreciaba y las calles haban quedado desiertas. Cuando se acerc al puente vio que un cordn de soldados impeda el acceso a los muelles. Al llegar ante los vigilantes que cuidaban la entrada, tuvo una gran decepcin: "Slo las tablillas o sellos oficiales". Enseguida busc en la faltriquera. Desde que Semramis parti para el Indo conservaba un sello bueno para circular, sin ser molestado, por todas las ciudades. Exhibe el sello y le dejan pasar al puente. "Es grave la cosa, verdad?" "Muy grave... El ro aumenta codo por hora..." -oye Dungui que comentan dos hombres-. "Pero dicen que se abrieron las compuertas..." "No es cierto. Eso lo hicieron anoche... Toda el agua que viene es de la riada... Mis hombres estn trabajando en las murallas, tapando grietas. resquicios... Esta maana, antes de que se desatara la tormenta se vean desde lo alto de zigurat grandes extensiones inundadas." A MEDIA TARDE, LA PUERTA de Marduk, la ltima que se mantuvo abierta para dar entrada a los refugiados, fue cerrada. En total quedaron en extramuros unas cuarenta mil personas. Y la entrada de ms de treinta mil en el casco amurallado, cre un grave problema de alojamiento. Los parques y jardines se vieron invadidos por refugiados; gente pobre que arrastraba su modesto patrimonio de bultos informes y malolientes. Esta obstruccin se hizo ms visible en los barrios con calles entoldadas, especialmente en el mercado Bajo, donde los pequeos mercaderes echaban pestes de los intrusos. Para evitar que los refugiados acudieran a los barrios de Beltis y Merkes, las entradas a sus calles fueron guardadas por fuerza armada. Todas las actividades quedaron suspendidas. Por la va pblica slo transitaban las brigadas de socorro. Agumar, consejero de la Ciudad, activ el albergue de los refugiados en el parque de Inurta y en los jardines de los templos. Belpolasar, consejero del ufrates, dirigi la construccin de una serie de balsas con las que habran de auxiliar a la poblacin de extramuros en caso necesario. Y Adargn, de Obras Pblicas, se pas el da revisando las murallas y distribuyendo cuadrillas de albailes en los puntos dbiles de stas. Semramis, cubierta con una capota de lluvia, acompaada de Hurimasin, recorri en coche la ciudad. Despus subi a la ltima plataforma de la zigurat. No se vea nada. La lluvia opona una densa cortina de agua a toda visibilidad. En el Esagila, el alto clero permaneca expectante. Si la crecida no cesaba y se produca la inundacin habra motivos para sospechar que los dioses reprobaban la reforma al censo de la nobleza as como la usurpacin del trono por Semramis.

203

Resultaba sintomtico que en vsperas del jubileo de Ishtar se hubiese desatado la riada y la tormenta. En el patio del Etemenanki se levant un altar al ufrates y se le sacrificaron bajo la lluvia torrencial un novillo, un toro y un buey. Se hicieron las rogativas de ritual. Para la tarde de ese mismo da, Semramis tena citada a la cmara sacerdotal que debera informar de la consulta hecha a los astrlogos sobre el horscopo de la guerra. Sarguma le envi emisario con un ruego: que, dada la inclemencia del tiempo y la amenaza de inundacin, crea prudente sugerirle que pospusiera la asamblea. La reina le contest que lo prudente sera no hacerla esperar. Semramis, al llegar de su recorrido por la ciudad, encuentra reunidos a Sarguma, Habsi, Hammurasad, Zoros, Alphisham y Gudia con sus respectivos sacerdotes menores. En total doce varones que representan a la cmara de virtuosos, astrlogos, adivinos, hechiceros, magos y oniromnticos. Es la primera vez que rene a la alta cmara desde su regreso del Indo. Semramis no les pide el horscopo sobre la guerra. Se limita a reprocharles la equivocacin sufrida en el vaticinio de la inundacin. Y agrega: -Todava ayer me dijisteis que el horscopo era favorable al jubileo de Ishtar. -Alguna desavenencia entre los dioses... -pretexta Habsi. -No hay desavenencia entre los dioses, sino imprevisin en vosotros. -Nos reprendes? -replica ofendido Sarguma. -Os acuso. Y os emplazo a comparecer ante Marduk para que le respondis de vuestra negligencia. La reina los despide. En realidad, dadas las circunstancias, no era cosa de perder el tiempo con los sumos sacerdotes. Le irrit que la inundacin les hiciera excusarse de acudir al consejo. Seguramente porque todos estaban haciendo preparativos para poner a salvo sus bienes personales. La riada y la lluvia durante el jubileo de Ishtar, daaba su prestigio de sacerdotisa mayor de la diosa. SI A ADDASIN NO LE moviera el despecho contra los embajadores de Egipto, habra dejado que Gelunin, el eunuco mayor del harn, diera a Semramis la noticia. Gelunin se habra limitado a comunicar: -Han desaparecido dos pupilas del harn -que es lo que se anticipa a decir el mayordomo a la reina. -Cmo que han desaparecido...! Addasin cierra los ojos y asiente con la cabeza: -Era de esperar. -Pero qu ests diciendo, Addasin? -Alobima y Mersitas fueron secuestradas. -Pero por quin? El mayordomo abre los brazos y finge compuncin: -Por esos disolutos egipcios, seora.. . -y cuando nota en los ojos de la reina el grado de indignacin que espera, agrega-: No para ah la cosa. La gente lo calla, pero s de buena tinta que Sinaza se ha ido con ellos. Y sospecho que Marduluma ha completado el cuarteto. Esos condenados egipcios son tan incontinentes y aberrados, que no esperan a los das de fiesta para acostarse con dos mujeres, sino que lo hacen de ordinario.

204

Semramis no tiene sentido del humor. Y el adulterio no sabe por qu la exaspera. En realidad poco le importa que en la corte, en donde abundan los cornudos, hayan dos de nuevo cuo; pero que uno de ellos sea Agumar, nada menos que consejero de la Ciudad, le parece un menoscabo a la dignidad del trono. Y que Marduluma haga vergenza y escarnio del copero mayor Sinanurta, se le antoja que es como agriar los vinos de la mesa real. -Y cmo sabes que han sido los egipcios? -Quin si no, seora! Me consta que esas dos frescas perseguan constantemente a Menfitas y a Ramsads. -Y sus esposos? -Ah! Como se trataba de embajadores y huspedes de la reina... -Bien. Que venga Gelunin. A pesar de mostrarse indignada, a Semramis le complace el incidente. Gelunin es el eunuco mayor que Adadnirari puso al mando del harn por sugestin de Sunga. Por lo tanto, se le ofrece la oportunidad de castigar a Gelunin y licenciarlo. No har con Agumar y Sinanurta lo mismo. Agumar es leal y eficaz consejero. Es probable que se alegre en su fuero interno de que la esposa se haya fugado. Sinaza, ya entrada en carnes y en aos, no est para esas aventuras. Marduluma, s. Es una babilonia de pies a cabeza: talle largo y cimbreante, glteos y senos bien diferenciados y en su sitio. Y unos ojos negros como una inextinguible noche sin amanecer. Es guapa la tal Marduluma. Vuelve Addasin acompaado de Gelunin. Nadie dira que es de naturaleza agmica. No tiene la adiposidad propia del eunuco. Esbelto, ligero de formas, agraciado de semblante. A Semramis le recuerda a esos golfillos saltarines y elsticos que trotan todo el da por los muelles del ro. -Qu ha sucedido en el harn, Gelunin? -le pregunta la reina. -Slo s, mi seora, que han desaparecido dos pupilas: Alobima, de origen servil, comprada por el ecnomo Bitiluma en el karum apenas hace dos aos, y Mersitas, de familia ilustre, que pas del cuerpo de adoratrices de Ishtar al harn. -Addasin cree que han sido secuestradas. -Lo ignoro, seora. No s si han sido raptadas o ellas mismas movieron su voluntad a la huida. Hoy supe que haban desaparecido. -Anoche se recogieron en sus celdas? -S, seora. -Quin ha entrado en el harn, Gelunin? -Nadie, que yo sepa. -Los embajadores egipcios -insina Addasin. -Los embajadores -aclara Gelunin-, varias veces me pidieron que les diera acceso al harn. Yo les dije que slo abrira el precinto si me lo ordenaba la seora. Mas si han sido ellos, como sospecha el bienquisto Addasin, todo se aclarar pronto. No creo que la embajada vaya muy lejos. La crecida le obligar a regresar a Babilonia. -Es probable, Gelunin; pero esto no evita que el harn haya sido violado. El responsable de esta grave falta eres t. O tienes disculpa que justifique tu negligencia? -No, seora.

205

-En ese caso delega el mando del harn en tu inmediato, y dile que te recluya en una celda de castigo. Si la fuga o secuestro de las pupilas se debe a un ardid superior a tu capacidad de custodia, sers reincorporado a tu puesto; mas si no fuera as, comparecers ante el tribunal del harn. Puedes retirarte. A solas, el mayordomo comenta con la reina: -Gelunin se ha dejado sobornar. -No creo. Me parece que es vctima de un engao. Cundo salieron los embajadores? -Esta maana, poco despus del amanecer. La caravana vino hasta aqu a recogerlos. No oste el alboroto? Balcones y terrazas estaban llenos de mujeres, y hasta hubo alguna que no pudo ocultar las lgrimas. -Es increble! -exclama Semramis-. La indisciplina y el desorden, la frivolidad y la desvergenza cunden en palacio. Jams se ha dado un caso igual. No me extraa que esos dos egipcios lo hayan hecho. Lo que me indigna es que las mujeres cediesen a sus requerimientos tan fcilmente. No me asustan ni repruebo las inconstancias del corazn y las exigencias de la naturaleza, incluso los caprichos que tocan el extravo; pero esto, que es disculpable dentro de la gran familia palaciega, es imperdonable que se haga con extraos. Qu dirn esos sinvergenzas de nosotros! En Bubastis dirn que las babilonias son ms putas que las egipcias. La embajada de Egipto haba cado en irregularidad como la de Tiro, aunque no tan grave. Si el secuestro de las pupilas se haba hecho con criminal violacin del harn, Semramis tendra motivo justificado para entregar al justicia del rey a los dos embajadores. De ocurrir esto, enviara enrgica protesta a Bubastis, y con ella allanara el camino a la guerra. Gabu se haba enterado que Shusteramn y Belnabu se encontraban escondidos en una de las carrozas de la embajada. Para evitar violencias someti a la reina un plan de rescate de los dos fugitivos: una vez que los embajadores estuvieran fuera de la ciudad, pero dentro de la jurisdiccin de la misma, un escuadrn de vigilancia les dara alcance y exigira la entrega de los dos fugitivos reclamados por los jueces de Babilonia; uno de ellos acusado del delito de quebrantar un contrato real, y el otro acusado de insumisin sacrlega, pues era conscripto del templo de Gula. Los embajadores no podan amparar con el derecho hospitalario -que slo a los miembros de la embajada protega- a dos reos fugados de la justicia. CONTINA LLOVIENDO torrencialmente. Semramis ha invitado a cenar a Beltarsiluma y a Addasin. Los tres comparten el temor que siente toda Babilonia: el peligro de inundacin; pero a cada uno de ellos le preocupa un problema distinto. El gobernador de Kalah es el primero en plantear: -Qu ha pasado con los sacerdotes? Me han dicho que los has reunido, seora. -S. Habsi atribuye el mal tiempo a una desavenencia entre los dioses... -dice Semramis. -No es eso lo que piensan. Temo que surja otra crisis entre tu vicariato y el sacerdocio. Segn he odo pretenden que Sarguma tome la autoridad del vicariato mientras el rey est ausente. -Eso no me preocupa, Beltar. Lo que me inquieta es que las obras del dique de contencin no estn concluidas. Corremos el peligro de una inundacin. 206

-S, seora. Mas esta calamidad que puede ser grave tiene un trmino: las aguas acabarn por irse. Creo es de mucho mayor cuidado la actitud de la cmara sacerdotal. Desde la muerte del llorado Shamshiadad has estado en pugna con el clero. -Tena que restituir al trono las prerrogativas del vicariato. T bien lo sabes, Beltarsiluma. -S, seora. Y nada ocurri con la reforma fiscal. Los templos y sus riquezas volvieron a quedar bajo la soberana de la corona. Los grandes sacerdotes aceptaron. Pero el problema que plantean ahora es de ndole exclusivamente religiosa. Y esto s puede debilitar tu autoridad como reina. Si Sarguma asume el vicariato quedars prcticamente subordinada al clero. -Al primer sntoma de insumisin -dice Semramis-, los destruir a todos. -No es fcil, seora. No encontrars sacerdotes, por muy ambiciosos que sean, que estn dispuestos a desobedecer a la cmara. -Recurrir a Nadinaje -dice la reina. -Nadinaje no se enfrentar a Sarguma. Debes saber que en Asur el clero no ve con buenos ojos la adhesin que te guarda su gran sacerdote. Por otra parte, el pueblo interpretar la inundacin, que viene a deslucir el jubileo de Ishtar, como disconformidad de la diosa con su sacerdotisa mayor. El problema es grave, seora, y en los momentos en que se plantea puede lesionar tu prestigio. -Qu se te ocurre entonces? -Que si la cmara de sacerdotes exige que cedas el vicariato a Sarguma, se lo otorgues de buen grado. -No. Sera un precedente funesto, Beltarsiluma. Me extraa que t me lo aconsejes. Dado este paso, la corona puede despedirse de la autoridad y el poder que le han transmitido los dioses. He pensado, como sabes, en crear una consejera del vicariato. -S. Pero se es un puesto puramente administrativo. -Es delegar en un consejero los poderes del rey mientras ste se encuentre incapacitado para ejercer el vicariato... Al clero puede satisfacerle que el consejero sea un sacerdote. -Tendra que ser un alto sacerdote -puntualiza Beltarsiluma. -Un alto sacerdote que jurase obediencia al soberano. Y en su calidad de consejero del vicariato formara parte de la cmara sacerdotal. De este modo se sentir ms fortalecido. -Si es as, la solucin no complacer al alto clero, que considerar una intromisin la presencia de un consejero del trono en la cmara sacerdotal. La verdad es que los sumos sacerdotes no aceptan tu vicariato... Aunque sea provisional. Se ha reconocido a tu seor hijo como vicario de los dioses y no quieren que t gobiernes en el dominio religioso. Te aconsejo que pienses detenidamente en el problema y que madures una solucin que resuelva definitivamente tu incompatibilidad. -Es que no soy la reina de Babilonia? Es que no me han visto coger las manos de Marduk? -S. Todo eso lo han visto. Y ninguno niega la legitimidad de tu autoridad. Se oponen a que sea una mujer la que asuma el vicariato de Marduk. Sospecho que piensan que mientras en el trono de Babilonia no se siente un varn, el vicariato debe ser asumido por el sumo sacerdote del Esagila.

207

-Tengo la impresin, Beltarsiluma, de que el alto clero de Babilonia ha cado en la indisciplina. No pienso perder tiempo y energas en estas intrigas que slo tienden a restar y menoscabar la autoridad de la corona. Maana consultar a la diosa qu es lo que debo hacer. Obrar de acuerdo con su inspiracin. -y dirigindose a Addasin, que come en silencio, le interpela-: Tambin a ti te preocupa la cmara sacerdotal? -No, seora. Esos problemas estn fuera de mi alcance. Me preocupa el regreso de los embajadores egipcios. -Han vuelto a Babilonia? -S, seora. Han pedido asilo en el jardn de Adad. Como es natural se les ha concedido. Pero ni Menfitas ni Ramsads han insinuado el deseo de volver a palacio. -Ests enterado de lo ocurrido? -pregunta Semramis a Beltarsiluma. -S. Es la comidilla de palacio. Agumar me ha explicado su caso... Quiz con la secreta intencin de que t te enteres. Parece que desde tiempo atrs, su vida conyugal con Sinaza era un infierno. Dice que si no se divorciaron es porque los dos se sentan obligados a la consejera del trono. Pensaban hacerlo en cuanto t, seora, hicieras los cambios en el gobierno. Cree que Sinaza, que desde hace aos viva con fingimiento, no pudo resistir el acoso de que fue objeto por Ramsads. -Es semejante el caso de Marduluma? -pregunta Semramis. -De Marduluma...? No te entiendo, seora -responde Beltarsiluma-. Por qu habra de ser semejante? -Porque tambin ha abandonado a su esposo por irse con los egipcios. -Ah, claro...! Pero Marduluma es una casada... discretamente infiel -dice el valido. -Es cierto -apoya Addasin-. Marduluma no ha sido rigurosamente fiel a Sinanurta, pero s constante en su adhesin. Hasta ahora haba llevado sus amoros con prudencia y mesura. Apenas si habr tenido media docena de amantes. Y siempre gente de palacio, como debe ser. -Y cmo esos dos egipcios lograron entrar en el harn? -Gelunin dice ignorarlo -expresa el mayordomo-; pero es seguro que l les abri el precinto. Semramis comenta: -Por mucha seduccin que ejerzan Menfitas y Ramsads, no slo por su presencia y unas palabras lisonjeras han podido rendir a las pupilas. Tuvieron que desarrollar una accin previa de convencimiento. Y esto no se hace sino despus de alguna entrevista; por lo tanto, tienen que haber entrado varias veces en el harn. Con la complicidad de quin? -y tras de una pausa, pregunta a Addasin-: Se ha tenido noticia de las mujeres? -No, seora. Se supone que las guardan en una de las carrozas de respeto. La dedicada a Amn Ra, y que llevan hermticamente cerrada. -Y los dos fugitivos? -Pueden ir en otra carroza. Que yo sepa no se les ha exhortado a que las abran. Lo que s s es que Gabu ha puesto en el jardn de Adad gentes de su confianza. Los embajadores y su personal estarn da y noche vigilados. Si permanecen algunos das en Babilonia, les ser difcil ocultar la presencia de las mujeres y los fugitivos. -Son unos insensatos -dice Beltarsiluma. -No. Peor. La desfachatez de que alardean es sntoma del desprecio que sienten por nosotros. Es imperdonable que el faran haya enviado individuos de tal ralea. En fin... 208

tampoco debemos desazonarnos por esos hombres. Tarde o temprano rescataremos a las mujeres y a los fugitivos. De los ardides que hayan empleado depende que vuelvan vivos a Egipto o que dejen el pellejo en Babilonia. Hace aos esto no hubiera pasado. Esos desaprensivos no habran encontrado campo propicio a sus costumbres disolutas. Apenas concluyen de cenar, cuando vienen a avisar a Addasin de que la mazmorra en que se encuentran los miembros de la embajada de Urartu se est inundando. El mayordomo consulta a Semramis si es prudente pasarlos a las celdas del patio del almacn. La reina asiente. A solas, Beltarsiluma le pregunta: -Pero los has puesto en prisin, seora? -S. Son rehenes. Y no cambiar su condicin hasta que concluya la campaa de Urartu. -Creo que debiste dejarlos regresar a su pas. -No, Beltarsiluma. Soy babilonia, pero cada da me siento ms asiria. Beltarsiluma se da una palmada en la frente: -Magnfica ocasin, seora, para resolver dos problemas con una misma comida... S, s. No me mires as. Haz apresar a los prncipes de la cmara sacerdotal, encirralos con los urartios y djalos sin comer. Cuando tengan el estmago rabioso y se hayan acabado todas las ratas, les dices que se salvarn de la muerte aquellos que logren comerse a los otros. Apuesto por los urartios, que tienen mejor mandbula que los sacerdotes. -Oyndote cualquiera dira que tomas el problema a broma. -Nada de broma, seora. Luego amenazas con la muerte a los urartios si no se comen los huesos de los sacerdotes. Te aseguro que no quedar rastro de ellos. -Por qu eres tan irreverente, Beltarsiluma? -Porque soy poltico antes que nada, seora. Si t no fueses gran sacerdotisa de Ishtar, qu gran reina seras! y si no fueses reina, qu gran mujer! Las esposas de los dioses, con la venerada Zarpani a la cabeza, se roeran, muertas de envidia, las uas de los pies. -Silencio, Beltarsiluma! El valido calla. Sabe en qu momento y hasta qu lmite puede permitirse ciertas licencias con Semramis. Vuelven a hablar de los cornudos de nuevo cuo hasta que un paje entra a decir al valido que ha llegado un correo de Kalah. -Nadando? -pregunta el primer ministro. El paje, tras de breve desconcierto, informa: -La riada ha venido pisndole los cascos al caballo. El heraldo dice que una extensa zona de tierras en Bitzaguma est bajo las aguas del ufrates y del Tigris que, salidas de madre, se han juntado. Beltarsiluma arruga el entrecejo. Semramis palidece. La noticia es ms que grave, gravsima; anuncio de una grande calamidad. Beltarsiluma sale a ver la correspondencia. Semramis llama a su vieja sirvienta Silim. -Baja al depsito de los remos. Dispn cama, mesa, comida y todo lo necesario para alojar a una persona. No te olvides de echar el cerrojo de la escalera. Luego sube al saln de Poniente, lo aseas... -Marduk venerado! No sabes, seora ma, cmo est ese saln. Todos los muebles se los han llevado al harn. A las ventanas les faltan las pieles, a los muros los tapices...

209

-Basta, Silim! Por eso te digo que lo asees. Habla con el intendente. La cama, la mesa, los cofres, la imagen de Ishtar, los tapices, todo debe volver al saln de Poniente. En la alacena pondrs las mejores pastas de pescado y carne, fruta y dulces, zumos, bebidas sin fermentar y licor de adormidera. En la cama, los mejores linos. No debe faltar ningn detalle. Vajilla de oro y pebeteros y lmparas de plata. Que todo quede dispuesto para el rito de Ishtar. -Como mandes, seora.

SEMRAMIS SE BAA PAS MUY MALA NOCHE. La lluvia, incesante, envolva el sueo en imgenes viscosas de reptiles. Alguna vez el estruendo de un trueno la hizo despertar sobresaltada y abrazarse a Kasurta. La joven dorma. Su respiracin era regular, tranquila, acompasada. Semramis quiso absorber el aire tibio que despeda la induta, y as, casi sorbindole el aliento, permaneci un largo rato antes de recordar que Kasurta haba sido sacrificada por los urartios. An las sombras del sueo no se le iban, y le era difcil identificar el cuerpo que aprisionaba entre los brazos. Ghina? No, no poda ser Ghina. Volvi al recuerdo de Kasurta. Sinti que la angustia le oprima la garganta. Jams tuvo entre sus manos carne tan tersa y suave y al mismo tiempo tan estremecida como la de Kasurta. Pobre Kasurta! Apenas si la vio. Le destrozaron a pualadas el pecho, el vientre. No, no era Kasurta. Acaso Kanna? Kanna, distante, frgil, perdida en el recuerdo... No tampoco Kanna. Kanna estaba en la urna de sicmoro. Shusteramn la haba momificado. De esto haca mucho tiempo. Un da Kanna entr en la cmara: "Qu bebedizo me has dado, seora? El rumor de tus pasos me altera y tus palabras hacen huir los pulsos de mis manos. Qu has hecho de m, seora?" No, ella, Semramis, no tuvo la culpa de la muerte de Kanna. Ella era entonces inocente como una nia. Estaba embriagada con el amor de su dios Shamshi. Semramis hizo ir a Kanna al templo de Ishtar. La exhort a que ante la imagen de la diosa dijera los tres juramentos. La matrona mayor, Lumma, fue testigo. Acaso no lo haba hecho por su bien? Ella, suspirante por Shamshi, no tuvo culpa de que Kanna se matase. Fue Ghina quien la descubri. En cada uno de los pezones, la picadura de un alacrn rojo. Slo se encontr uno de los escorpiones. Pero Semramis vio en sueos a los dos arcnidos picando a Kanna. Malkallasin, cuando examin el cadver, dijo que la muerte haba sido instantnea, que Kanna no haba sufrido. No debi de sufrir. Tena, s, un rictus de amargura, una sombra de pena y desesperacin en su cara. Pero tan normal y sosegada era la posicin del cuerpo, que no animaba a pensar en ninguna sacudida de dolor. Qu haba querido decide Kanna matndose con la picadura de los alacranes? Tuvo que pasar mucho tiempo y conocer a Kasurta, para que una noche en que la induta estaba tambin afligida con la angustia del corazn, como si presintiera su terrible muerte, se lo revelara con unas palabras, dichas ms con mimo que con reproche: "Tus labios, cuando me besan, son crueles escorpiones". Palabras de una vieja cancin del Indo. Mas al escuchadas ella se acord repentinamente de Kanna.

210

A Kanna le hizo sentido y suntuoso funeral. Declar hora funesta, por noventa das, aquella en que haba sido descubierto el cadver por la doncella; una hora en que se tapaban las nforas, se prohiban libaciones y juramentos, y cesaba toda actividad en las dependencias de la patesi. El cadver de Kanna pas al obrador de Shusteramn. El egipcio hizo exquisita, cuidadosa momificacin. Concluida sta, antes de vendar a la momia, Semramis hizo colocar en los senos dos alacranes de oro y fina pedrera que hizo Gamadad, el artfice real de la calle de los Orfebres. Debe de haber indicio o recurso que le descubra la identidad de la mujer que est a su lado. No, no es Ghina. Ghina ha engordado mucho. Y la espalda de esta mujer es turgente... Tursyna ! Semramis se incorpora bruscamente. El movimiento despierta a la joven. La reina escucha la voz de Melinke, velada como la misma oscuridad que la envuelve: -Eres t, seora? Semramis retrocede unos pasos. A tientas se dirige a la ventana. En la cortina de piel, golpea la lluvia pertinaz e intensa. En el sueo, Semramis haba visto tres o cuatro serpientes pegadas a la cortina. -Eres t, Ishtar, madre ma? -pregunta la reina. -Seora, soy yo, Melinke -dice la lirista. -Dnde guardaste los escorpiones? -Cules, seora? Melinke, cuando se mat Kanna, vino a substituirla. Kanna no taa muy bien la lira, pero tena hermosa voz. Melinke posea, como Kanna, una hermosa voz, mas sus dedos eran ya giles pulsando las cuerdas. -Hoy empieza el jubileo de Ishtar. Tercer da de diluvio. Melinke salta de la cama y va a la antecmara. Al descorrer la cortina, se escurre fantasmal la luz del candil. Sale a la antecmara y coge la lmpara. Con ella regresa al dormitorio. -La lluvia ha borrado el alba. Mas presiento que han comenzado las horas diurnas de Ishtar. Sabes el precepto? -dice Semramis. -Lo s, seora: "Ungir a mi ama para que su cuerpo sea recipiente de aromas. Y con ellos se mortifique Ereskigal". -Cuntas gotas quedan en el reloj? -Apenas cinco. -Ya es tiempo, Melinke. Las dos mujeres se cubren con un manto. LA ALBERCA DE SEMRAMIS est en la planta baja de palacio, entre el harn y el patio de las Fuentes. Era la alberca de los reyes de Babilonia. Pero ella, siendo patesi, la reform a su gusto. No en las proporciones, que conserva las originales, sino en el decorado. Los viejos pilares de ladrillo los hizo reemplazar por columnas de piedra pulida, cuyos capiteles reproducen puntas de palma y pias. Ciendo a las columnas, anchos anillos de bronce que sostienen a los pebeteros. El techado del patio, en salidizo, cubre los corredores enlosados que rodean la alberca. Los muros, de los que antes colgaban tapices con pasajes de la vida de Enki, estn desnudos en su material de ladrillo cocido y esmaltado. Arriba, las celosas de las celdas del harn y las que dan al saln guardarropa. 211

La alberca ha sido resguardada de la lluvia con toldo que cubre todo el cubo del patio. El agua es del mismo ro. Su entrada la regula una compuerta, como la alberca del viejo harn cuyo tnel utiliz Semramis para huir de palacio durante la subversin de Urdabilit, slo que la moderna tiene alcantarilla de desage, evitando as que se inunde en das de crecida. Cuando llegan Semramis y Melinke, el personal ya est en su sitio: Addasin y el escriba al lado del trpode de las tablillas; Nindara, al frente de las tres arpistas que, al entrar la reina, interpretan el Despertar de las horas diurnas. Sabum, el maestresala. Y en hilera, vestidas nicamente con ceidor de entrepierna y banda de busto las cinco doncellas que atienden los distintos menesteres del bao: la florista, que esparce en el agua rosas, jacintos y hojas de menta y sndalo; la uncionaria, provista de los pomos de leo aromtico; la friccionadora, la enjugadora y la guardiana de los linos. No falta Nanadira, aclita de Semramis en los oficios de Ishtar. En el bao se le llama la ciega y ante el ara la muda. Nanadira ocupa su lugar entre dos salmodiadoras. En cuanto entra en el patio de la alberca, la reina pasa al cuidado de Nanadira, que en su condicin de ciega desviste a Semramis. Ni Addasin ni Sabum dirn nunca que han visto desnuda a la reina; tampoco ninguna de las doncellas; ni siquiera el consejero del trono que es llamado a asomarse a la celosa del saln guardarropa cuando la reina ha tenido urgencia de solventar algn negocio de gobierno. Porque Semramis, en su condicin de sacerdotisa mayor de Ishtar, tiene el privilegio de no hallarse nunca desnuda a los ojos de los mortales. Y estndolo carece de nombre, sustituido por el de ella. Es Nanadira la que desviste del manto y de la saya pdica a Semramis. Enseguida pasa a manos de la uncionaria que le unta el cuerpo de aceite aromtico, sobndole los msculos. Luego sigue la friccionaria, que sobre la capa de leo extender finsimo polvo abrasivo con rpidos movimientos de la palma y dedos, a fin de que el polvo recoja las impurezas que ha ablandado el aceite. Mientras Semramis se presta dcil a estas operaciones no pierde el tiempo. Despacha con Addasin el rgimen que habr de normar la vida de palacio: turnos del personal, correccin de deficiencias, audiencias, entrevistas con funcionarios y las menudas atenciones de orden domstico. Sigue Sabum, el maestresala, quien consulta sobre cocina y comedor. Se entera si la reina tiene invitados. Por su parte, Sabum informa a Semramis, siempre de acuerdo con el calendario religioso, sobre vestimenta y atavo del da. Slo cuando Sabum advierte que las camareras portarn velo corto, la reina sabe que no hay requisito formal religioso que obligue a vestido de ceremonia; pudiendo comer sola o con los invitados que escoja. Melinke toma nota de estos pormenores a fin de que el guardasayos disponga las prendas pertinentes. Cuando Semramis concluye de despachar con Sabum, ya ha pasado a manos de la enjugadora. Esta, con paos humedecidos en agua caliente limpia la piel de aceite, polvo e impurezas. Desde este momento ella puede entrar en el agua que un sacerdote de Enki, despus de bendecirla antes de la ltima vigilia, ha dado por pura. Las salmodiadoras entonan las rogativas propiciatorias a Ishtar y a Enki, dios de las aguas subterrneas y que cuando el imprudente Enlil desat el diluvio para acabar con la humanidad, guard las aguas puras a fin de que no se mezclaran y contaminaran con el lodo de las aguas impuras. El bao entra en su fase de recreo. Ahora ella puede jugar en el agua, chapotear, nadar a la rana, incluso sumergirse al fondo de la alberca como un pez. 212

Algunas de las doncellas la contemplan con cierto embeleso. Como la guardiana de los linos. Semramis lo sabe, pero jams se ha dignado cambiar una palabra con ella. La experiencia de Kanna la ha hecho recelar de estas admiraciones. En la corte se comenta maliciosamente que muchas de las jvenes que sirven en uno u otro menester a la reina, permanezcan obstinadamente solteras. Y ms sintomtico an: que invoquen veto sobre su persona para la prctica de la prostitucin sagrada en el ishtaritu. Pero hoy no slo las miradas de las doncellas que no ven desnuda a Semramis, se fijan en ella. La mirada de un hombre acosa codiciosamente el cuerpo de la reina. Tan secreto y osado observador la mira con admiracin y recreo, gozando del espectculo que le ofrece la desnudez de la joven. Este hombre es de condicin incrdula, cosa que le permite disfrutar plenamente del aspecto humano, exclusivamente fisiolgico de la seora. Semramis est nadando a la rana, cuando en el patio se escucha una voz firme: -A tus rdenes, seora! Gran conmocin entre las doncellas. Algunas miran de reojo a la celosa del saln guardarropa. Ninguna osa hacerlo abiertamente. Se oye el chirrido de unos goznes y de nuevo: -A tus rdenes, seora! Qu desacato! El intruso se ha atrevido a abrir la ventana y su cara de facciones vigorosas, de hombre en plena madurez, exhibe una expresin burlona. Ninguna de las doncellas se atreve a llamar a ella. Mas Semramis, al cambiar de posicin, descubre a Beltarsiluma. Por qu ha abierto la ventana? Semramis hace un movimiento instintivo de taparse los pechos con las manos, pero, enseguida, temiendo que el ademn descubra al valido su desnudez, se corta. Volverse de espalda? Tanto da. -Qu haces ah, Beltar? -Eso mismo es lo que me estoy preguntando: qu hago aqu? Anoche, ya estaba acostado, cuando lleg Addasin a decirme de parte de la seora que viniera a verla a la celosa de la alberca. Vaya indiscrecin! -La tuya o la ma? -La de Addasin, seora. -El mayordomo cumpli mis instrucciones. -S, pero nadie le mandaba fisgar en lo que no le incumba. Pretextando ver si los linos que haban puesto en mi litera eran dignos del primer ministro de Asiria... Ya puedes imaginrtelo. -No, no puedo imaginarlo. Quin estaba contigo? Acaso Shumi? -Peor, mucho peor! Preferira que me hubiese sorprendido con su mozo a que me haya visto con quien me vio. No te lo imaginas verdad? -Si no me lo dices... -Con Marduluma! -No! -Nada menos que con Marduluma. -Eres un hipcrita, Beltar! Echndoles la culpa a los egipcios, y eres t quien ha secuestrado a esa fresca. Menos mal que el escndalo quedar en familia!

213

-Mientras est en Babilonia no podr tomar una gota de vino ni de cerveza sin que antes no la cate mi paje. Sinanurta ha tomado tan seriamente la deslealtad de Marduluma, que ha jurado matar a los egipcios. -Pero contigo no har lo mismo. Vaya con la novedad! Por qu no trajiste a tu esposa? -La repudi y mand con hijo y bueyes a Borsippa. -Vives sin arrimo de mujer? -Tengo a Mara... -Mara? Quin es Mara? -Una pupila del harn de Kalah. -Te la regal el rey? -No. Se la saqu con soborno a Sargul... -Mara, Mara... Creo recordar a Mara. No es una pupila... -No hagas conjeturas, seora. Mara result hija adulterina de un enredo amoroso de no s qu dioses. -Entonces su naturaleza ser divina... -Pues no del todo, seora. Mara est como la tortuga sin decidirse entre el mar y la tierra. Pero sin duda, en ella priva lo divino, porque adultera de lo lindo. -Y por qu no la trajiste a Babilonia? -Es muy aburrida! Bueno, seora. Llevamos tres das de diluvio... Qu es lo que se te ofrece? -Al salir del bao me velar. Antes de enclaustrarme quiero saber qu noticias recibiste ayer de Kalah. -Slo una de importancia. Una misiva de Mindahn en que dice haber logrado rehacer el frente y sostenerse en l. -Y del rey? -Nada, seora. Sargul me manda una noticia para la reina. -Puedo conocerla? -Si coges la veladura, mejor ser que te enteres despus. Beltarsiluma dice entre dientes: "Lo que nos faltaba! La inundacin encima y nos quedamos quince das sin reina". Alza la voz para preguntar: -Quin va a atender los negocios de gobierno, seora? -Agumar -contesta Semramis. -Mi seora! Agumar apenas tiene juicio para acomodarse la cornamenta que le puso Sinaza. -Que le ayude Hurimasin. -A llevar la cornamenta? -No, Beltar! En el gobierno. Y t, aconsjalos. Mientras dure la inundacin no podrs regresar a Kalah... -y dirigindose a Melinke, expresa-: Que el bienquisto Addasin mande un paje al venerable Sarguma pidindole la lista de los conscriptos que entrarn en el harn. Y que se entere si alguna doncella en clausura quiere velarse. En este caso, y si no est bajo veto del rey, que se le d velo y se le adjudique conscripto. Todas las dems pupilas, si no tienen impedimento fsico o moral, que se velen. -Pero olvidas, seora, que Gelunin ha quedado sin mando del harn.

214

-Atender a estos menesteres el substituto. Que no se olvide del ayuno. -Para todas las pupilas? -Para todas. Aun para aquellas que estn en clausura y no reciban conscripto. Las que quieran guardar su virginidad que reemplacen en el ishtaritu a las adoratrices que tomen velo y conscripto. Beltarsiluma se desentiende de la conversacin de la reina y su camarera sobre los preparativos de la prostitucin sagrada. Se pregunta a quin habr seleccionado Semramis como conscripto. Y contemplando su cuerpo piensa que cumplira muy complacido con ese papel. Gelmas y Mindahn estn lejos. Por otra parte, aunque no existe prohibicin al respecto, se considera poco lcito unirse al amante o al esposo. La entrega en la prostitucin sagrada debe ser hecha con la generosidad propia de la naturaleza, sin preferencias sociales, sentimentales ni siquiera erticas. Mas como todo lo que haga la sacerdotisa mayor de Ishtar es invisible y carece de nombre para los mortales, Semramis puede recibir al conscripto que desee. Generalmente, tratndose de la sacerdotisa mayor, suele asumir la prerrogativa de conscripto el sumo sacerdote de Marduk, el prncipe del Esagila. Si de esta unin naciera un hijo sera llevado al templo del Gatumdug, donde se le educara para el sacerdocio; si varn, destinado a Marduk; si hembra, a Ishtar. Mas en esta ocasin en que existe nueva tirantez entre Semramis y el clero, es difcil conjeturar la identidad del conscripto. Otra mujer que no fuera Semramis aprovechara la oportunidad de la prostitucin sagrada para atraer a su causa a Sarguma, o por lo menos para aflojar la tensin. Beltarsiluma pregunta a la reina: -La seora ha pensado en el problema de que le habl anoche? -He decidido desinteresarme de l hasta concluido el jubileo. -T, seora, te enclaustras... y ellos no. Continuarn maquinando. Si se me ocurre alguna solucin me autorizas a...? -No, no, Beltar -corta Semramis-. T eres muy hbil, pero ellos son ms sutiles y escurridizos. Lo que pienses, comuncamelo pasado el plenilunio. -Como ordenes, seora... Bueno, puedo retirarme? -Puedes... Ah! Ve pensando cmo restituyes a Marduluma a Sinanurta. -Te obedecer, seora. Beltarsiluma se retira de la ventana. Semramis sale del agua. La guardiana de los linos la acoge en una enjugadora de pao grueso y esponjoso. A la adolescente se le nublan los ojos. -Cmo te llamas? -Zarinda, mi seora. -No te velas? La doncella se pone encendida, baja la vista y balbuce: -No, no..., mi seora. Envuelta en la enjugadora Semramis sale del patio de la alberca y se dirige al saln guardarropa: Aqu se somete a las aderezadoras que atienden al peinado y al adorno de los ojos, labios y pezones. Concluido este cuidado pasa, siempre acompaada de Melinke, a la antecmara, en donde ya espera la matrona mayor de Ishtar. Acompaan a Lumma dos adoratrices y una aclita guardavelos. Lumma flexiona las rodillas y humilla la cabeza hasta pegar la frente al suelo. Las adoratrices slo se arrodillan. Semramis posa el pie en la cabeza de Lumma.

215

-Nadie ms poderosa que Ishtar! -exclama Lumma. -Ishtar es tu fuerza y consuelo. Levanta -dice Semramis. La matrona, las adoratrices y la guardavelos se retiran unos pasos. Melinke desviste a Semramis. Enseguida pasa a ataviada con los atributos de Ishtar que la imagen de la diosa luce en su templo mayor todo el ao menos los siete das de mortificacin. La imagen se vela y los templos y capillas de la diosa son cerrados. La sacerdotisa mayor se viste con sus atributos. Lo primero que Melinke pone a Semramis es la saya pdica, prenda de fino tejido ceida a la cintura, testimonio de la naturaleza femenina de la diosa; siguen las ajorcas de oro en los tobillos, smbolos del sostn de la vida; los brazaletes, que aluden al brazo fuerte de Ishtar; el cinturn del amor, propiciatorio del goce sensual y de la fecundidad, pues entre otros amuletos lleva la piedra del parto; el cubrepechos, preciosa labor de orfebrera, que representa la coraza del guerrero y el venero inagotable de los dones de la diosa; el collar y los pendientes, el primero simbolizando la sumisin a la fuerza viril; los segundos, la seduccin femenina; y por ltimo, la corona de reina de los dioses. Acabado el atavo, la matrona coge el velo que lleva la aclita y lo echa sobre la reina. Sus ademanes son rituales. Semramis, ya velada, con las manos al pecho, susurra: -Sobre m ha cado el velo de la purificacin. Pura estoy para bajar a la sombra de Ereskigal a padecer las mismas mortificaciones que mi altsima seora Ishtar. Lumma abre el camino. Semramis la sigue. Detrs las adoratrices y la aclita. Bajan la escalera que conduce al saln de Poniente. La matrona abre la puerta y deja pasar a la reina. Enseguida la cierra. As empieza el jubileo de Ishtar, que se celebra cada nueve aos en el solsticio de verano. Comprende quince das; siete de mortificacin, uno de muerte y otros siete de resurreccin. Empiezan en el novilunio anterior al solsticio y concluyen en el plenilunio. ISHTAR ES DIOSA DE brazo fuerte y corazn blando. Como estrella matutina, protege a los guerreros y acta en las batallas. Como estrella vespertina, patrocina las relaciones amorosas, estimula la voluptuosidad y propicia el surco y el vientre fecundos. No ha habido rey asirio y babilonio, venturoso conquistador de tierras y naciones que no haya sido inspirado y conducido por el brazo fuerte de Ishtar. Si los mortales la adoran, los dioses la aman y respetan. No pocas veces en las divinas asambleas Ishtar ha hecho or su voz a favor de los hombres. Los dioses la consideran reina celeste y sus esposas le rinden cortesas y obediencia. En la tierra la mayora de las ciudades le han erigido templo mayor. Es tal su prestigio y la devocin que despierta, que muchos dioses comparten los templos mayores de Ishtar. Mas entre todas las ciudades ninguna como Babilonia. Aqu la diosa cuenta con varios templos y numerosas capillas. Puerta principal, jardn, barrio y plaza. Su riqueza es enorme, pues los templos en los que se le adora poseen patios de esclavos; establos, corrales y potreros; rebaos, grandes huertos de cebada y trigo y palmerales; factoras textiles en donde se confeccionan los ms sutiles y ricos velos. Los talleres de bordadoras de Ishtar son famosos no slo en Asiria y Babilonia, sino en todo el mundo. En tiempos remotsimos, sin cifra, cuando an no haban sido ordenadas las tablillas del destino, en los orgenes de la luz, Anu, el primero de los dioses antes de que abdicara la corona a favor de Marduk, se enamor de Ishtar. De esta unin naci la estrella

216

vespertina o sea Ishtar, la de dulce y blando corazn. Por esto Ishtar a diferencia de cualquier otra criatura divina o mortal, fue esposa primero y despus hija de Anu, aunque para procreada el rey de los dioses tom nueva forma y vida: Sin, dios identificado con la luna. Luego, Ishtar tuvo por hermano a Shamash, identificado con el sol, y a Ereskigal, diosa de los infiernos. Tammuz fue uno de los dioses seducidos por Ishtar, amor que le vali sufrimientos y lgrimas sin cuento. Pocos dioses son los que han podido substraerse a los hechizos de Ishtar. Venturosos los que han saboreado las mieles de su regazo! Sin embargo, Ishtar habra de encontrar en los mortales quien vengara sus inconstancias. Al caer enamorada de Gilgamesh, el hroe escuchar las ms halagadoras palabras que hombre alguno haya odo: Ven a m, Gilgamesh, y hazme tu amante. Dame a probar de tu fruto. Seremos el uno para el otro, t mi esposo y yo tu esposa. Tendrs carro de guerra de lapislzuli y oro. y los reyes, prncipes y seores te rendirn obediencia. No, ningn mortal ha escuchado palabras tan rendidas. Tampoco ninguna diosa ha conocido respuesta como la que Ishtar escucha a Gilgamesh: Si accedo a ser tu esposo, s lo que me espera: T no eres ms que una brasa que se extingue en el invierno, una puerta mal ajustada que no detiene el viento ni el fro. Con cul de tus enamorados has sido constante? Tammuz, tu primer amor, llora perpetuamente tu prfido abandono. Qu hiciste de Isullanu, el jardinero de tu padre, sino convertirle en araa? Las palabras de Gilgamesh provocaron un sordo sentimiento de despecho en la diosa; pero, al mismo tiempo, le hicieron pensar que haba sido injusta con Tammuz. En el rodar de los tiempos, movida por un sentimiento expiatorio, decide bajar a los infiernos, al pas sin retorno, donde se encuentra Tammuz. Est segura de que como diosa nada puede temer a la muerte. Quiere redimir a Tammuz de su pena y rescatado de las tinieblas. Adems, en los infiernos seorea su hermana Ereskigal.

LAS PLAGAS LA INUNDACIN NO SLO moviliza a las fieras; pone en febril excitacin y actividad al mundo de las ratas. Las de campo, acostumbradas al sol y a la espiga, al crecido grano y al tierno tallo, buclica y agreste, de spero pelaje, huye del agua, pues tambin ella sabe olfatear y distinguir la riada fertilizante de la riada mortfera. Basta que una, vieja y resabida, d la voz de alarma, para que a su alrededor se agrupen cinco, diez, veinte ratas ms. En pelotn inician la retirada. Su huida a travs del campo, entre los sembrados o los caizales, entre las espigas que brotan o los rastrojos, provoca la alarma

217

de las dems. Nuevas manadas se organizan. Sin hacer contingente comn, en grupos avanzan hacia la ciudad. Viendo este rebullir de ratas, ningn babilonio dira que el campo, dominio de minsculos bichos, pueda albergar tan crecido nmero de roedores. De dnde salen? Cul es su natural cobijo? A veces, el campesino, al remover la tierra con la laya o al abrir el surco con el arado, descubre un hoyo. Si de l salta una rata, exclama: " Vaya con la huspeda!" y contina su faena. Lo que ignora es que en el boquete, entrada de una red de galeras subterrneas, hay diez, veinte o cincuenta ratas. Generalmente estas madrigueras son horadadas en tierras de altozano, donde la riada fertilizante no llega. Las ratas huyen de la inundacin. Su correra no es un xodo. Buscan la ciudad, el pueblo. All hay guaridas a las que el agua no llega. All encuentran galeras, conductos subterrneos que conducen a graneros, a silos, a almacenes, a lugares secos y seguros. Saben por donde entrar. Las puertas de Babilonia tienen intersticios, grietas e incluso horadaciones; las bocas de los canales les ofrecen tambin aberturas propicias a la invasin. Cada grupo de ratas tiene una exploradora, una compaera que se adelanta y desaparece, las dems corren a ocupar el lugar de la primera, tal si tomaran una posicin. Pero en algn lugar, en una encrucijada del mundo subterrneo, la rata exploradora se encuentra con su congnere la rata gris de suave pelamen, la rata urbana, duea del subsuelo de la ciudad. Tiene un armamento superior a la rata campesina. Sus incisivos son ms duros y cortantes; adaptada a roer la piedra y el ladrillo de la muralla, la argamasa de los muros, la madera e incluso el metal, su dentadura es ms resistente y punzante. La rata gris corre a dar la voz de alarma. Entonces su tribu se apresta a salir a la defensa del "barrio". Al subsuelo siguen llegando escuadrones de ratas de campo. Toman distintas direcciones. No siguen rumbo fijo ni determinado. Exhiben en la lucha un sentido parcial y egosta de tribu: atacan en guerrillas. De igual modo se producen las ratas urbanas, pero stas, dueas de la ciudad, actan en grupos tribales ms numerosos. Dada la voz de alarma, no queda ms que el ataque. Las ratas se enfrentan. Las grises mandan por delante una vanguardia compuesta por las ms expertas y viejas, y por lo tanto, dispuestas al sacrificio. Sin misericordia. La carnicera es tan dramtica como eficaz, y cuando unas y otras muestran la sangre de las primeras mordeduras, caen como oleadas las treinta o ms ratas grises que se han reservado para esta segunda fase del ataque. Las campesinas son ms robustas, pero las grises las aventajan en la eficacia del mordisco. La pelea se resuelve siempre con el triunfo de las urbanas. Entonces stas, ocasionalmente carnvoras, hacen pitanza de las campesinas. En todos los "barrios" subterrneos de la ciudad se repiten a millares estas carniceras. Las rurales que logran escapar a la muerte, reculan y desandan fugitivas el camino recorrido. Suele ocurrir que en una galera se encuentren otras ratas de su pelaje en iguales condiciones de huida; aunque no pertenecen a la misma tribu se asocian en el peligro para darse a la fuga. Entran a la ciudad nuevos contingentes, y la pelea contina palmo a palmo en los vericuetos subterrneos. La inundacin sigue extendindose y las ratas grises son desplazadas de las madrigueras que invade el agua. Su agresividad contra las intrusas se hace ms rabiosa. Ya no se detienen como en los primeros encuentros a devorar al 218

enemigo. Se dan cuenta que no es cuestin de luchar por la subsistencia sino por la supervivencia, no por el alimento sino por la vida, no por el dominio de un "barrio" sino por todo el imperio del subsuelo. La guerra de guerrillas se hace ms cruenta y sistemtica. Las urbanas conocen su dominio, el terreno en que luchan, las rurales improvisan el ataque. A cada momento, nuevos destacamentos llegan del campo con el agua lamindoles la cola. Suele ocurrir que algunas de estas fuerzas de refresco acaben con varias tribus urbanas. Las del campo se aposentan en los vericuetos de las ratas grises. Llegan a la ciudad por miles. Las grises se cuentan por cientos y cientos de miles. Cuando ms descuidadas estn las invasoras, llegar hasta ellas una gris. Esta volver rpida con las suyas y se iniciar un nuevo combate. Al final, las grises cantarn victoria. Este rebullir, ataque y contraataque, esta lucha mortal no dura horas, sino das, todos aquellos que la inundacin de los campos sigue su avance. Mas en este transcurrir del tiempo, las ratas urbanas que han teido sus dientes en la sangre de las campesinas, experimentan un fenmeno de exaltacin belicosa. Se les enrojecen los ojos y el lustroso pelamen gris comienza a desprenderse. Les queda una especie de pelusa a travs de la cual se descubre una piel transparente, ligeramente azulada. Chillan frenticas. Sus diminutas garras se abren mostrando nerviosas, en pequeos movimientos las agudas uas. Presas de un furor incontenible se aventuran a la muerte heroica. No atacan al enemigo en bandadas, sino solas. Y saltan sobre l y distribuyen dentelladas a diestro y siniestro. Poco importa que encuentren su racin de mordiscos y araazos. Con las partes blandas desgarradas, con los intestinos sueltos, continan hiriendo, matando hasta que quedan sin vida. A veces una de estas ratas regresa malherida a su madriguera o "barrio". Si hasta all no ha llegado la amenaza de invasin, las dems la dejarn morir y saldrn huyendo como de un enemigo comn. No es difcil que se encuentren con otra congnere en las mismas condiciones. Los casos comienzan a pluralizarse. Entonces en el reino subterrneo se origina el pnico y el caos. Miles y miles de ratas abandonan sus actividades cotidianas y se aprestan a la gran batalla. Un instinto defensivo coordina sus movimientos y los asocia. Corren por distintos conductos a la periferia de la ciudad que tienen bien determinada por la base de la muralla, y all, en todo el desarrollo de sta, en los lugares de acceso, desenvuelven la contraofensiva. Las oleadas de ratas grises son imponentes. Las del campo caen al pie de la misma entrada. Las que salen huyendo taponan las aberturas. A las que llegan del campo no les queda otro recurso que merodear por las zonas secas de los suburbios. Hasta que les alcance la riada y se las lleve la corriente. En el mundo subterrneo no quedan ms que millares de ratas rurales aisladas, fugitivas, a la busca de refugio. Las grises acaban por exterminadas. La invasin ha quedado contenida. Mas la rata intrusa ha dejado la anarqua. Muchas, millares de ratas grises vagabundean frenticas y hostiles por el subsuelo. Han perdido el lustroso pelaje, y la calvicie, los ojos sanguinolentos provocan la repugnancia y recelo de las dems. Huyen de ellas. Las calvas, cuando pueden y les quedan arrestos, atacan a sus propias compaeras. Lo frecuente es que sabindose despreciadas busquen un refugio para morir. Porque concluyen por morir en vmitos de sangre y viscosa baba. El agua de las filtraciones va formando multitud de pequeas corrientes. Serpea por los vericuetos, por las hendiduras y termina por anegar las madrigueras. La rata huye del agua contra la que no tiene defensa. Busca los altos y cuando el agua aparece con su 219

tenaz amenaza, decide invadir la superficie habitada, adonde sube slo en sus sigilosas correras de rapia. Sabe que arriba se encontrar con otro enemigo tambin temible, un animal de torpes movimientos pero que siempre las acecha y persigue: el hombre. Ahora el combate ser a vida o muerte, porque la rata no podr recular si no quiere perecer ahogada. Y se apresta a desafiar al hombre y a arrebatarle su dominio.

BELTARSILUMA, DICTADOR AL CUARTO Da DE DILUVIO, cesa la lluvia. Babilonia es una isla en medio de las aguas. El ro ha desaparecido y slo es visible en las instalaciones de su parte canalizada, en los doscientos cuarenta gars1 de muelles. La corriente fluye rpida. Las aguas lamen la muralla en todo su desarrollo, excepto en la parte norte que, por ser ms alta, deja fuera de la inundacin el barrio, a extramuros, de los Bienquistos. En esta zona se revuelven las fieras que llegaron huyendo de la riada. Los leones y las panteras se esquivan sin dejar de rugir. Las hienas, siempre que pueden escapar al acoso del len, chapotean en el agua y hacen pitanza de los cadveres que flotan. Las aguas llevan una direccin general hacia el sur, pero en la amplitud de la inundacin se ven corrientes divagatorias que se desplazan venciendo obstculos o resistiendo el fluir general, hacia levante o poniente; otras producen grandes espirales en remolino. Algunas, coloreadas del oleaginoso betn que arrastran, presentan caprichosas figuras en la superficie griscea de la inundacin. De las calzadas que salen de la ciudad hacia distintos rumbos, queda la huella de su trazado sealado por la doble hilera de palmeras. La que conduce a Agade, ms sombreada que las otras, semeja una cinta negra en la oscura superficie en que flotan cadveres de campesinos, reses y fieras. En las palmeras, buitres y zorros. Se ven gentes, perros, animales domsticos en las azoteas y terrados de las casas de extramuros. Se han cerrado las puertas de la ciudad y brigadas de albailes recorren las murallas, prontas a reparar los daos ocasionados por la riada. La mayora del vecindario divide sus afanes en el rescate del patrimonio a la accin de las aguas y dando caza a las ratas. A media maana, cuando el agua del canal Viejo, que no ha cesado de subir, rebasa los pretiles y comienza a extenderse por las calles del mercado Bajo, un estremecimiento de pavor sacude a la ciudad. El agua se extiende de modo manso. Serpea buscando las hondonadas, llena un hoyanco, lo rebasa y contina su camino indecisa, divagatoria. A veces, confluyen de direcciones opuestas dos o tres corrientes. Se juntan y componen una ms extendida que acelera la marcha. Entra en un portaln, anega los bajos, sigue hacia el patio y, siempre serpeando en marcha incontenible, segura, tenaz, irrumpe en una pieza interior. Las brigadas de socorro son insuficientes para prestar auxilio. La gente puede 1 1 gar = 140 mt. 220

ponerse a salvo sin ningn peligro, pero no as los enseres, el ajuar de la casa y, lo que es ms valioso, las mercaderas almacenadas. Por el canal de Libilhigalla patrullan barcas tripuladas por soldados dedicados a socorrer a los damnificados. Beltarsiluma hace un recorrido por la ronda de la muralla. El panorama es desolador. La continuacin del barrio de Adad, que se extiende fuera del recinto amurallado, est bajo las aguas. Las gentes piden auxilio desde las azoteas. En los torreones de la puerta de Ishtar los arqueros disparan sin descanso contra las fieras. Algunas llevan clavados dos o ms dardos. Si el dolor las enardece se zambullen en el agua y van a restregarse contra una palmera, hasta desprenderse la flecha. En los mercados suben de precio los artculos alimenticios. La medida de cebada, patrn de transacciones en el comercio interior, queda anulada, pues es la cebada el artculo de mayor especulacin. Se empieza a cotizar a cinco sextas de plata, y el qurru2 se cotiza a tres siclos de plata. Cunde el pnico. Por fortuna, llega a buen tiempo al karum, Malpasin, consejero de Almacenes, mercados y aduanas. Le acompaa pregonero real. Tras el taido de las trompetas, el pregonero lee: "Agumar, consejero de la ciudad de Babilonia, a sus vecinos hace saber: por este mandato quedan prohibidas las operaciones de compra y venta que a partir de hoy, vigesimoquinto de siwan, no se efecten al precio anterior a la inundacin. Sabed: los precios que para todos los productos de manufactura, elaboracin y recoleccin regan el da vigsimo de siwan continuarn vigentes indefinidamente en todos los almacenes, mercados y tiendas. Sabed que quienes contravengan esta orden, transgreden la ley. Sern penados con la confiscacin de sus bienes, propiedades y personas, que pasarn a pertenencia del templo de Marduk. Por voluntad de Semramis, seora de la ciudad, yo, Agumar". En los barrios populares, los pregoneros dan lectura a otro mandato en el que se ordena que los templos provean de artculos de subsistencia a toda familia provista de tablilla de vecindad; que si el vecino debiera al almacn no se le tenga en cuenta la deuda y se le suministren los artculos en la medida y tasa correspondiente a su familia. Que de cualquier anomala a este respecto, ser responsable el intendente del templo, y que probados los abusos o negligencias, cesar en el cargo.

Puerta primera EL SIMULACRO RELIGIOSO de la pasin de Ishtar comienza en la tarde poco antes de que las sombras del crepsculo anuncien el segundo da del jubileo. Ishtar ha bajado a la entrada de los infiernos. Neti, el portero, se muestra renuente a dejarle paso. El esplendor deslumbra al guardin del infierno, habituado a la sombra. La diosa de la vida provoca repugnancia al hombre que cuida las tinieblas de la muerte. Dos matronas del templo, vestidas de sayo rojo con los signos mortuorios bordados al pecho, lanzan un gemido prolongado anunciando la presencia del infierno. Semramis, al orlo da tres toques a la puerta. Una de las matronas, la que hace de portero, pregunta: -Quin llama? -Soy la luz! -contesta Ishtar por boca de Semramis.
21

qurru = 74 litros. 221

-No te conozco -opone la matrona. -Soy la vida! -No te conozco. -Soy Ishtar, reina de los dioses! Un breve silencio. Seguidamente la otra matrona, que representa a Ereskigal, grita: -No abras la puerta! -Es la luz. -No abras la puerta! -Es la vida. -No abras la puerta! -Es Ishtar, reina de los dioses. -Djala pasar : es mi hermana. La puerta se abre. Semramis, velada, se coloca entre las dos matronas. As salen al pasillo principal de palacio, en donde esperan dos largas filas de adoratrices. Al aparecer Semramis entre las infernales, las doncellas se golpean el pecho y gimen. La procesin sale de palacio. La va Procesional se halla protegida por la guardia real. Tambin los lanceros llevan la cabeza velada. La procesin camina hacia el templo de Ishtar. Las adoratrices no dejan de gemir y golpearse. Atraviesan el jardn, rodean el templo y entran en l por una puerta posterior. Cuando ha pasado todo el cortejo, las puertas se cierran. Ishtar, en la persona de Semramis, est ya en las tinieblas. Slo alumbran las dbiles candelas de los siete demonios. Ante el altar de Ishtar un lecho cubierto con un pao rojo significa que Tammuz, a quien ha ido a rescatar Ishtar, se halla muerto. Durante la estancia de Ishtar en las tinieblas, Tammuz no despertar. La soberana absoluta es Ereskigal, la infame carcomida por la envidia que siente hacia los poderes de seduccin de su hermana. -Qu buscas en el pas sin retorno? -pregunta Ereskigal. -Busco lo que mi corazn ha perdido. Ereskigal mira de arriba abajo a Ishtar. -Lo que has perdido lo encontrars al trasponer la sptima puerta del infierno. Si tienes miedo, an es tiempo de regresar a la luz y a la vida. Ishtar rehsa: -Quien es reina de los siete cielos no retrocede ante las siete puertas. -Te advierto que al trasponer cada una de ellas, pagars tributo. Dame tu corona. Ishtar, diosa de corazn blando y generoso, comete la primera imprudencia. Se descie la corona y se la da a su hermana. Entonces, las adoratrices vuelven a alzar el coro de sus lamentos: Oh dioses, oh mortales! Ay de m! Gemid, llorad, que la seora de las seoras, reina de los dioses y de los hombres se ha despojado de su corona! En la mansin celeste, el corazn de los dioses se ensombrece. Y en la tierra, los hombres pierden la dignidad. Las dos matronas infernales se retiran. Semramis sube las nueve gradas que 222

conducen al altar. Un tupido velo cela la imagen de Ishtar. Las adoratrices continan gimiendo. Semramis, al llegar ante el ara extiende los brazos hacia la diosa y susurra: Anu, padre mo, fortalece a tu hija! La sacerdotisa desciende las gradas y ayudada por dos suplicantes, se acuesta en el lecho de Tammuz. Las sahumadoras esparcen el humo aromtico y adormecedor que sume a la sacerdotisa en el sueo de las tinieblas. A medianoche, cuando despierte, Semramis se retirar a una celda de mortificacin. BELTARSILUMA PASA una buena parte de la maana en la ronda de la muralla, observando la magnitud de la inundacin. Desde all ve cuanto ocurre fuera de la ciudad, pero no dentro. En las calles y plazas ms populosas est sucediendo algo que hubiera sacado de quicio al ministro ms ponderado. Sacerdotes de distintos templos han salido a consolar a la poblacin, proclamando insidiosamente que la calamidad que aflige a Babilonia concluir cuando el vicariato de Marduk sea rescatado de la usurpadora que lo detenta. Otros individuos, subalternos de la intendencia de los templos, aseguran que no ser posible dar a la poblacin ningn comestible, pues los silos y almacenes estn anegados. El oficial Rimmanilu informa de estos sucesos a Beltarsiluma. El valido escucha sin alterar las facciones y sin hacer ningn comentario a tan malvolas especies. Reconoce que Semramis ha sido imprudente enclaustrndose a cumplir sus deberes religiosos, cuando la ciudad estaba ya gravemente amenazada de inundacin. Mas, al mismo tiempo, piensa que la situacin creada por el retiro de la reina puede facilitar la solucin del grave problema creado por el alto clero. -Sabes nadar, Rimmanilu? -pregunta el valido a su oficial. -S, seor. -Bien. Es muy importante saber nadar cuando se vive rodeado de agua. Hoy ser un da de mucho trabajo. Beltarsiluma baj a palacio. En la sala de las audiencias reuni a los consejeros del trono y a Hurimasin, jefe de la guarnicin de Babilonia. Sin ningn exordio, les dijo: -Seores: en ausencia de la reina, nuestra bien amada Semramis, y dadas las gravsimas circunstancias que pesan sobre la ciudad, he decidido en uso de las facultades de que estoy investido por el rey, asumir el poder supremo de Babilonia. Por lo cual os pido en virtud a vuestra obediencia jurada, acatis desde este momento mis rdenes. Ninguno de los consejeros del trono deber actuar de acuerdo con las prerrogativas que el sello le confiere. Por lo tanto, seores, os abstendris de dictar y pregonar medida que yo no autorice previamente. Como sabis, la situacin de Babilonia es grave. Hoy mismo invitar a la cmara sacerdotal a que asuma el poder a ella inherente y que, asistida de todas las potencias de que goza por benevolencia de nuestros dioses, haga una consulta a los mismos que dilucide la crtica duda que existe sobre el vicariato de Asur -y tras de una pausa, continu-: Habis jurado obediencia y fidelidad a la reina. Esto os releva de nuevo juramento. Por mi boca habla Semramis, reina de Babilonia. Seguidamente orden a Hurimasin que las tropas de la guarnicin salieran a la calle. Que se pregonara en los sitios de costumbre el estado de alerta. Despus instruy a Rimmanilu para que fuera al Esagila y le dijera al gran sacerdote Sarguma que se dispusiera a recibirle media hora ms tarde. 223

Poco despus, cuando Beltarsiluma se queda solo, sorprende a una rata saltando de la mesa de las ofrendas. El roedor lleva entre los dientes uno de aquellos panecillos duros que se eternizaban en la canastilla. Con sta son seis ratas las que ha visto en la maana. Si las aguas continan subiendo, dentro de unas horas todos los babilonios estarn conviviendo con ratas. Lo prudente sera decir a Addasin que ordenase a los pajes hacer una batida. Pero esto sera demasiado complicado. Como las ratas no son consideradas animales dainos sera necesario que un sacerdote auxiliar de Zoros, prncipe de los hechiceros, las declarase funestas, salidas del mundo subterrneo de Nergal. Establecido este repudio, el sacerdote recitara la amonestacin a los diablos menores, que cometieron la negligencia de dejar sueltas a las ratas. Nadie cree en la eficacia de los conjuros por s mismos, sino en su virtud propiciatoria. Entonces, los pajes podran ya lanzarse a la caza de las ratas con todo un arsenal de artilugios de dudosa eficacia para el fin propuesto: pinchos, garfios, palos y una pasta raticida a base de queso envenenado, usada nada menos que por Umnapishtin en su nave diluviana; raticida que demuestra la ineptitud del superviviente del Diluvio, pues habiendo podido corregir los errores de los dioses, se esforz en meter en su arca ratas, piojos, araas, escorpiones, moscas, cucarachas y toda peste de bichos que agobian al ya de por s torturado ser humano. El oficial regresa del Esagila. El sumo sacerdote de Marduk estar muy complacido en recibir a Beltarsiluma. El valido espera a que se cumpla la media hora. Supone que en este tiempo Sarguma tendr noticia de lo que ha pasado en la sala de las audiencias, y estar con el nimo bien dispuesto para llegar a un acuerdo en la conspiracin. Pues la crisis del vicariato slo podr resolverse con la abdicacin de Semramis. El ministro antes de salir para el Esagila, ordena a Addasin que d las instrucciones pertinentes para que se prepare La Garza. En la tarde saldr en la nave a inspeccionar el barrio de los Bienquistos, el ms afectado por la inundacin; por otra parte, estrechamente vinculado a palacio, pues en l viven las familias de los tartanes o altos funcionarios de la corte as como de los templos. En la visita al sumo sacerdote se hace acompaar de Rimmanilu, a quien en el camino le instruye de ciertas medidas que habr que tomar para seguridad de las instituciones. El lenguaje de Beltarsiluma empieza a ser ambiguo. Sarguma recibe con extrema cordialidad al valido. ste plantea enseguida: -Quiero informarte, oh gran venerable!, de algo que t seguramente ignoras. Porque vosotros, que vivs en continua comunicacin con los dioses, pocas veces reparis en las miserias de este mundo. El pueblo de Babilonia est a punto de rebelarse contra una persona que, movida por la insania, ha suscitado la clera divina. Espero de tu clarividencia, oh gran venerable!, que sepas captar hasta qu punto es grave la situacin del pas; y que para acabar con esta serie de males y desacatos, me prestes tu apoyo. El barrio de los Bienquistos sufre el azote de la inundacin. Sus vecinos, todos parientes o amigos nuestros, necesitan auxilio y consuelo. Qu podra sugerirte a ti, oh gran venerable!, que escape a tu aguda perspicacia? Beltarsiluma calla y mira fijamente, escrutndole, a los ojos. ste despega los labios sonrientes, para decir: -Y bien, qu esperas de m? -Espero, oh prncipe del Esagila!, que convoques a la cmara sacerdotal, y que al caer de la tarde todos sus miembros subis a La Garza y me acompais al barrio de los Bienquistos. All, en presencia vuestra, reinstaurar el vicariato de Asur en tu persona. Y a 224

esa misma hora, en distintos lugares de la ciudad se pregonar la reinstauracin. No debe partir de palacio, sino de la calle. Es un grito unnime del pueblo. No se trata de una vulgar intriga, sino de un acto de legtima defensa de la institucin del vicariato. Sarguma baja la cabeza, se lleva las manos al pecho y fingiendo consternacin, opone: . -El menoscabo del vicariato de Marduk, exige una enrgica reparacin; no lo dudo, bienquisto Beltarsiluma. Pero que en ausencia del rey dicha autoridad recaiga sobre m, me parece excesivo. -Saba, oh gran venerable!, la oposicin que iba a encontrar en tu virtud, tan ajena y contraria a las vanidades del mundo. Por eso he pensado que asumas el vicariato despus de una consulta a la asamblea de los dioses. Y si el poderoso y magnnimo Marduk posar en ti su mirada benevolente, osaras posponer la virtud de la obediencia que le debes, a la de la humildad que te honra? Sarguma piensa que el zorro de Beltarsiluma no suelta toda la tablilla. Es evidente que a l le ofrece expeditamente el vicariato porque pretende quedarse con la corona, que ofrecer libre de la ganga materna al rey. Con lo cual, Beltarsiluma asegura su poder durante el largo reinado de Adadnirari, a cambio del breve que le resta con Semramis. Sarguma, seguro de que el valido ceder a aquello que le pida, apura: -Debo anticiparte, que si el poderoso y magnnimo Marduk posa en m su mirada benevolente, al asumir el vicariato exigir se derogue el dictado de la reina que obliga al clero de Babilonia a pagar tributo al de Asur. -Lo esperaba, oh gran venerable! Es justo que as sea. Esa tributacin es vejatoria. Yo hablar al venerable Nadinaje para que no se oponga a tan legtima reivindicacin. -Y algo ms todava -agrega Sarguma. -Todava ms? Dime, seor. -Tengo entendido que despus del jubileo, la reina piensa pregonar los treinta nuevos nombres que pasarn al censo de la nobleza. En tan delicada e importante reforma, que afecta la vida social de Babilonia, la seora no ha tenido la deferencia de consultar al Esagila. Por ello quiero hacerte saber, bienquisto Beltarsiluma, que la cmara sacerdotal se encuentra hondamente lastimada por este olvido o menosprecio, y que en reparacin a ello, el Esagila pide con toda la fuerza de su autoridad moral que se le reserve la eleccin de diez nombres del censo de la nobleza. -Diez solamente? Quince! Por qu no quince? El vicariato de Marduk debe tener derecho a distribuir quince varonas de Babilonia. Sarguma cree or un dejo irnico en las palabras de Beltarsiluma mas no le importa. Es probable que el valido no vaya muy lejos en su ambicin. Pero eso ya no es de su cuenta. Lo importante es asumir el vicariato. CUANDO "LA GARZA" ATRAC en el pretil del muelle del Esagila, los sumos sacerdotes estaban ya impacientes. Por mucho afn que pusieran los remeros en vencer la corriente, llegaran anochecido al barrio de los Bienquistos. Pero la buena noticia que les haba dado Sarguma, les mantena animosos. Fuese a la luz del da o de las antorchas, lo importante era dar el grito de la emancipacin del vicariato. Porque los sacerdotes, dndole vueltas a la osada proposicin de Beltarsiluma, comenzaron a hablar de emancipacin y no de reinstauracin. Era secreta ambicin del clero babilonio y asirio, liberar el vicariato de la persona del monarca. El ejemplo que diera la cmara babilonia, la asiria no tardara en

225

seguirlo. Adadnirari era un rey demasiado joven y no haba que acreditarle arrestos suficientes para oponerse a la emancipacin. Mxime, si se le dejaba en disfrute de todas las prerrogativas propias de la corona. Por un rastrillo dispuesto a fin de librarles del agua que inundaba el muelle, los sumos sacerdotes pasaron a La Garza. Beltarsiluma tuvo saludos muy especiales para cada uno de ellos, elogiando su virtud en la rama religiosa que les era privativa. En cuanto se soltaron las amarras, la nave pareci ser arrastrada por la corriente. Los pasajeros no se libraron del temor de zozobrar. Los remeros enseguida se hicieron del dominio del barco. As fatigosamente, La Garza comenz a moverse en contra de la riada, que no era tan turbulenta como en das anteriores, antes de salir del cauce propio del ro. Beltarsiluma invit a los sumos sacerdotes a pasar a toldilla, y all, mientras tomaban unos sorbos de jugo de palmera, hablaron de detalles de un nuevo estatuto que rigiese las relaciones entre la corona y el vicariato. A uno de ellos, al gran baru Hamurasad, prncipe de los adivinos, se le escap decir que sus hombres haban llevado a la conciencia del pueblo la necesidad de emancipar el vicariato, pues, mientras ello no se realizase, calamidades como la inundacin y la plaga de ratas seguiran azotando a Babilonia por los desacatos y extravos de cierta persona. -Y otra plaga an ms funesta que omites, venerable Hamurasad. -Cul? -Y me lo preguntas? -replica sarcstico el valido-. T, el gran baru no lo adivinas? -No, no caigo. -Cules son tus poderes de adivinacin, entonces? Los sacerdotes cambian miradas entre s. Beltarsiluma se levanta y dice: -Excusadme un momento, venerables. Beltarsiluma abandona la sala. -A qu plaga se referir? -pregunta el baru. -No le hagas caso -dice Sarguma-. Este Beltarsiluma es un necio, un incrdulo y un incontinente. -Bajando la voz, agrega-: Sabis lo que me dijo esta maana? Que est resentido contra Semramis porque se ofreci a ser su conscripto y ella le rehus. -Y quin es el conscripto de la reina? Lo sabes t, venerable? -pregunta Zoros a Sarguma. -No ser una conscripta? -insina Gudia. -Seguramente -afirma Sarguma-. Dicen que hay una extranjera en palacio por la que Semramis siente especial predileccin. -Es bella? -se interesa Habsi, el guarda astros de la zigurat. Los sumos sacerdotes continan murmurando de los extravos de Semramis. Slo uno de ellos, Gudia, el prncipe de los oniromnticos, se distrae contando las ratas. Hace unos instantes vio a una de ellas esconderse bajo el sayo de Habsi. Estuvo por llamarle la atencin, mas la curiosidad le retuvo observando a otras dos ratas que cruzaban la sala de toldilla. La Garza no se haba librado de la plaga. -Con Gelmas en la guerra y desasistida de Beltarsiluma, a la reina no le queda ms remedio... -dice Sarguma.

226

-Nos hundimos, nos hundimos!! -grita estentreo, Gudia. Tras la exclamacin del oniromntico, un silencio ominoso. Los sumos sacerdotes enmudecen sbitamente aterrorizados. No se escucha el ruido de un solo remo. Qu pasa? Las ratas ya no son dos o tres, sino legin. Se cruzan en carreras frenticas entre sus pies. Y basta que Gudia d un salto levantndose del asiento, para que todos, sin la menor circunspeccin sacerdotal, se precipiten a cubierta. Sarguma trata de imponer la prioridad que se le debe a su jerarqua, pero la oscuridad es suficientemente densa y el pavor apretado para que ninguno de los sacerdotes repare ni en su gesto ni en sus palabras. La nave est a punto de hundirse. Se mueven, corren de un lado para otro y gritan pidiendo auxilio. Ni una sola alma. Las voces de socorro se pierden en el silencio. Pero y Beltarsiluma? Sarguma antes de contestarse siente ya el agua en los pies. La Garza, silenciosamente se hunde de proa. Corren a toldilla. Ni un remo, ni un odre salvavidas. Slo el poderoso y magnnimo Marduk puede salvarles. Pero Marduk debe de estar muy lejos. No es posible. Ninguno de aquellos grandes sacerdotes, suma de la virtud y sabidura de Babilonia, puede comprender lo que pasa. Alguien, un espritu del mal, ha arrebatado a Nabu las tablillas del destino de los hombres. Alguien ha rasgado la bveda celeste. Todos se agrupan alrededor de Sarguma. Todos imploran el auxilio de Marduk y la misericordia de Enlil. Slo uno de ellos, Gudia, se despoja rpidamente del sayo y se tira al agua, pero sin el tiempo necesario para escapar al remolino succionador que hace la nave al hundirse. Segn Beltarsiluma, una de las plagas, la de los sacerdotes, ya haba sido extinguida.

EL DICTADOR Y LAS RATAS A BELTARSILUMA LE QUEDAN doce das de mando supremo. Podra alargar su dictadura varios das ms si tuviera valor para dejar encerrada a Semramis. Pero es incapaz de hacer tal violencia a la reina. Beltarsiluma piensa realizar algunas cosas en estos doce das: la constitucin de una nueva cmara sacerdotal, a gusto y medida de Semramis, y dar das de esplendor al solsticio de Ishtar. Para lo primero espera noticia de La Garza y de sus venerables pasajeros. Porque si alguno ha logrado salvarse, tendrn que acogotado antes de que abra la boca. Hasta ahora los indicios le hacen mostrarse optimista. Los vigilantes no han encontrado huella de los virtuosos varones. Si a medioda se confirma que no hay rastro de ninguno, podr dar dos noticias: una alegre y otra infausta. Como las dos irn asociadas, dejar que la poblacin las interprete a su gusto y criterio. Mientras tanto, Beltarsiluma se preocupa por la plaga de las ratas. Obsesionado por el roedor evoca, y no en muy buenos trminos a Umnapishtin, el sobreviviente del Diluvio que por consejo del dios Enki construy una nave a modo de arca para salvarse de tan terrible y universal calamidad. Umnapishtin, es el culpable de que las ratas del mercado Bajo causaran una verdadera ruina; pues llegaron a l en oleadas continuas.

227

La rata, utilizando los dispositivos que le sirven para la incursin nocturna, sali a la ciudad, al dominio del hombre. A la rata no le gusta el hombre. Reconoce que el hombre trabaja para ella, que recolecta cosechas de esplndido grano y las almacena con encomiable previsin. El ltimo grano no lo come el hombre, sino ella. Sabe tambin que no hay cimiento slido que resista sus dientes, aunque la mezcla sea del apestoso betn. Si un ladrillo o cien ladrillos, una piedra o cien piedras le oponen el paso al lugar donde ha olido el alimento, la rata insistir hora a hora, mes tras mes, incluso aos si es necesario, hasta perforar el obstculo. Hace el pasillo tan natural que a simple vista se dira que la piedra, dbil o envejecida, se ha pulverizado. Pero la rata sabe que es su trabajo. El trabajo de un da, de un mes, de uno o cien aos. Las ratas se parecen tanto entre s, que la que empieza a horadar un muro o un cimiento parece ser la misma que concluye la operacin diez aos despus. Habrn muerto cien ratas o cien generaciones de ellas, pero el conducto asegura el alimento de mil generaciones de sus congneres. Mas cuando la rata, que no busca al hombre, sino el producto de su trabajo, se ve hostigada por un elemento superior a sus fuerzas y a su voluntad de vivir, se defiende. En los incendios caen muros, se queman artculos y alimentos preciosos, se consumen labores primorosas; la rata encuentra siempre los caminos subterrneos para huir del incendio. Slo las que por descuido o faena andan por la superficie, pueden sucumbir. Pero la mayora tiene sus dependencias de seguridad. Su peor enemigo es el agua, porque sta, sinuosa y fluida, invade y llega hasta el ltimo resquicio de una cavidad. Contra el agua la rata slo tiene una defensa: la huida al exterior. Entonces es cuando entra en el dominio del hombre; es cuando se dispone a disputarle al hombre, a dentellada limpia, el derecho a vivir. Si se acoquinara, el hombre la aplastara. Desde que Umnapishtin meti en su nave una pareja de ratas para que sobreviviera al Diluvio, sabe que el ser humano es un animal gigante, antiptico y caprichosamente trabajador. Pero tambin que su fortaleza se ve menguada por absurdas aprensiones. Una de stas es precisamente ella, la rata. En cuanto araa su pie o se le sube por el vestido, el hombre pierde el dominio de s mismo. Por eso, el ataque al hombre cuando ste se muestra hostil, siempre da por resultado su derrota. El hombre no hace con gusto la cacera de la rata. Si lo hiciera como un juego de osada y destreza, como una cacera de fieras, las ratas ya habran desaparecido. Si los lapidarios fueran veraces -piensa Beltarsiluma- en vez de plasmar en exquisitos relieves las caceras de fieras y hombres que hacen los reyes, plasmaran la sorda y ridcula guerra que sostienen contra las ratas. Y as, dejaran testimonio a las generaciones futuras de algo mucho ms divertido que las montonas escenas de empalamiento y desuello de prisioneros. Dejaran constancia del hombre y la rata. El hombre, con una estaca que nunca pega el golpe certero, y la rata con el grano entre sus agudos, fuertes incisivos. El hombre ignora algo que la rata sabe: que la sexta parte de su esfuerzo diario es para sustentarla. Suele ocurrir que el trabajador del campo, tras un da de ruda faena, no tenga alimento que dar a su prole, cosa que no sucede en el mundo subterrneo, en donde todas las ratas comen a la medida de su apetito. Mas la rata tiene un sentido dramtico de la existencia cuando es acosada. La mosca, no. La mosca es superior a la rata. La mosca es la reina de la creacin. Cuando Umnapishtin encerr en el arca una pareja de animales de cada especie, tuvo 228

buen cuidado de que no entrasen moscas. Sencillamente porque era calvo. Y como saba la malicia de los dpteros, se fue al establo. Alz la cola a la vaca y al toro y se percat de que, efectivamente, no haba moscas. Mas pasado el Diluvio y despus de echar la paloma, la golondrina, y el cuervo, y ver que el cuervo no volva, decidi asomar la cabeza por la claraboya. Lo primero que se pos en su calva fue una mosca. La mosca no es repelente como la rata -contina considerando Beltarsiluma- Por lo menos, la mosca no saca de quicio al hombre ni pone histricas a las mujeres. La mosca es cortesana y plebeya y su boca est hecha a todos los manjares. Pica tan poco que de la inmundicia puede sacar el bocado exquisito. En una partcula de sudor del hombre o de la bestia, encuentra su condumio. Para la mosca toda la corteza terrestre es un monstruoso, inextinguible manjar de sabores y poderes nutritivos infinitos. Por ello, sin dramtico problema de subsistencia, es el nico individuo de la escala zoolgica que no tiene resentimiento. Carece de afecciones hepticas. La mosca es alegre, juguetona, cosmopolita y filntropa. Tiene miras tan elevadas que no discrimina la especie, la familia, el gnero ni la raza. Con todos confraterniza. Poco importa que el len abra las terribles fauces de encendidos vahos, que el onagro cocee, que la res se abanique con la cola. Poco importa que los reyes hayan establecido esa deprimente institucin que se llama el espanta-moscas. El gracioso dptero vuela entre las plumas de avestruz o entre las hojas de palma para volver a posarse en el busto de la reina o en la calva del rey. La mosca jams se entera de nada; si el hombre est alegre o triste; si la moza est amortajada o vestida de novia; si los seres estn vivos o muertos. Si se hacen aspavientos para espantarla o para desperezarse. La mosca se posa tranquilamente, pica, vuela, vuelve a picar, revuela y salta del pecho ubrrimo de la matrona a la nariz sebcea del eunuco. Todo es paisaje, accidente topogrfico de ese gran manjar que es el mundo. y qu frtil es! Cuando se extiende la inundacin y las ratas se alborotan y los buitres corren tras la pitanza; cuando el sol sale y el agua comienza a evaporarse; cuando aparece el lodo, la mosca se reproduce prodigiosamente. Beltarsiluma interrumpe su disquisicin sobre la mosca. Una rata, celosa de que el valido las haya olvidado, le ensea los dientes. Ha dado un salto a la banqueta que est al lado, dispuesta a plantarse sobre la mesa. El dictador mira de hito en hito al mrido. Despus slo se le ocurre decir: -Hola! La rata, animada por la confianza que muestra Beltarsiluma, salta a la mesa. Ambos vuelven a mirarse fijamente. El valido se aparta de la mesa. No, no recula. Su movimiento es tctico. La rata da una carrera hasta ponerse al borde de la mesa. Ahora el hociquito del roedor exhibe una crispadura de desafo. -Conque esas tenemos! La rata se da cuenta de que ha subido a la ms alta esfera del hombre, pero ignora las intenciones de un dictador. Beltarsiluma levanta la mano. La rata levanta la vista. La mano cae con la rapidez de un rayo sobre el mrido. Beltarsiluma ha atrapado a la rata por la cola. El mrido chilla y, con rpido movimiento, hinca los incisivos en la pulida mano del valido. El hombre suelta la presa y la presa salta de la mesa. -Te acordars de m -dice el prepotente Beltarsiluma. Llama a un escriba, a quien dicta: 229

-A los ciudadanos de Babilonia. Por este pregn, sabed: Por cada noventa ratas muertas que presentis al subintendente de la ciudad en la exclusa del canal Viejo, se os dar un siclo de cobre; por novecientas, doce siclos; por nueve mil, ciento cincuenta siclos. Yo, Beltarsiluma por voluntad de Semramis, seora de la ciudad. -Nada ms, seor? Beltarsiluma mira al escriba como antes mir a la rata: de hito en hito. -S. Te personars en la exclusa para hacer a las ratas las exequias. Ahora s es todo. -Como mandes, seor. Beltarsiluma ha declarado la guerra a las ratas. Poco despus recibe a Rimmanilu y a Gabu. Los dos han trabajado el mismo asunto. -Seor -dice el oficial-, han sido rescatados los seis cadveres de los venerables. A primera hora de la maana se encontraron cinco cerca del barrio de los Bienquistos. Faltaba Sarguma... -Pero ha aparecido tambin. -Tambin, seor. En el barrio de Synka... -dice Gabu. -Qu falta de decoro! En un barrio de gentuza... Habr intentado soliviantarla... Bien. Dispn que se lleven los cadveres al patio del Esagila. Su sacrificio a los dioses no ha resultado estril. Adad ha aplacado su furia. Hasta es posible que salga el sol. Que Harsabel, segundo de Sarguma, prepare las exequias para esta misma tarde. Acudir el consejo del trono en pleno... -En el patio del Esagila, seor? -se extraa el oficial. -S. Acaso no merecen el honor? -Merecer, merecer... s; pero estamos en fiestas religiosas, y los cadveres mancharn de impureza el jubileo. -Claro, Rimmanilu! Y los sacerdotes y sacerdotisas de todos los templos de Babilonia estarn atareados en las purificaciones nueve das... Nueve das que nos dejarn tranquilos y que todos podremos dedicar al exterminio de las ratas... El oficial no entiende muy bien. El valido le explica que precisamente por hallarse en el jubileo, los sacerdotes no podrn pregonar los duelos, y el pueblo, ignorando los funerales, se entregar a la caza de las ratas. -Precisamente de las ratas quiero hablarte, bienquisto Beltarsiluma... -insina tmidamente Gabu. -Habla. -Pues ocurre que las ratas han invadido el jardn de Adad, y los embajadores de Egipto piden asilo... -Basta, Gabu! Declara en cuarentena el jardn de Adad. Pondrs all los guardias suficientes para hacer respetar la proscripcin. Ni hombre ni rata escaparn vivos de all. Me entiendes? -Te entiendo, seor. Pero, confidencialmente... -Habla claro, Gabu... -Se da el caso de que en el campamento de la embajada... -inicia el investigador con cierta cautela. -Es un secreto a voces... No te preocupes, Gabu. He dicho que de all no se escapa una rata. Y mucho menos las de palacio. -Resulta que dos damas y dos pupilas... 230

-Lo s, Gabu!! Cumple mis rdenes! -grita el valido pegando un puetazo en la mesa. Gabu, confuso, antes de salir hace por tres veces las reverencias que se deben a la reina. Rimmanilu jams ha visto as a su jefe. -Ordenas algo, seor? -S. Dile al bienquisto Addasin que avise a Belpolasar y a Sinanurta que vengan a verme. El primero que acude es Sinanurta, el copero mayor. -Te supongo enterado de lo que ocurre -dice Beltarsiluma con gesto y tono apesadumbrados. -S, qu gran desgracia! -No es para tanto... -Jams ha habido noticia de que toda una cmara sacerdotal... -Ah! No me refiero a eso, Sinanurta. Los sumos sacerdotes ya han aparecido... -Que han aparecido? Qu alivio! -Muertos... -Muertos! -S, muertos... Devorados por las ratas. Qu espectculo! Parece ser que movidos por su natural virtuoso quisieron ir a consolar a los vecinos del barrio de los Bienquistos. Yo les acompa en La Garza. Pero me baj cerca del apeadero del akitu a fin de echar un vistazo a los estragos que haba hecho la inundacin en el palmeral de Enlil. Ya no supe ms de ellos. -Pero las ratas iban en La Garza? -Sin duda. Las ratas estn hoy en todas partes, Sinanurta. No respetan nada. Han invadido rabiosas y voraces el jardn de Adad. -No! -S. Como lo oyes. Y claro est, Gabu ha declarado proscripcin en el jardn de Adad. -No, no puede ser! -opone, asustado, el copero. -Cmo no va a poder ser, si yo le he dado la orden! -Pero si all est la embajada de Egipto! -Lo s. Pero qu le vamos a hacer! Ms piedad me inspiran los babilonios del mercado Bajo que los egipcios del jardn de Adad... -Es que all, con los egipcios... Beltarsiluma se da una palmada en la frente. -Ahora caigo...! Quiere decirse que los rumores que corren por palacio... Sinanurta baja la vista y asiente con la cabeza. -Son ciertos... -Pues mira por dnde las ratas van a tomar cumplida venganza de la deslealtad de tu esposa. Sinanurta no puede disimular su consternacin. Murmura: -Pobre! -Pobre? Acaso seras capaz de perdonar su infidelidad? -Marduluma no ha tenido la culpa. Estoy seguro de ello. Ha sido esa desorejada de

231

Sinaza la que la ha inducido a abandonarme. -Lo siento, Sinanurta. Ministro y copero callan. Tras una larga pausa, Sinanurta insina: -No habra medio... -No! Cmo voy a levantar la cuarentena para sacar a cuatro mujeres y dejar a los embajadores! Sera poco hospitalario. Debes comprenderlo, Sinanurta. -Ella es inocente! Estoy seguro! -Esa certidumbre... me conmueve. -Bienquisto Beltarsiluma, haz algo por ella. Te lo suplico. -Como qu? -Slvala. -De verdad... me lo pides? -De todo corazn! -Me aseguras que, arrepentido de tu suspicacia, no la amonestars? -Te lo aseguro! -Y la recibirs con los brazos abiertos...? -Y con lgrimas de alegra! -Si es as, y slo porque estamos en el jubileo de Ishtar y la diosa recomienda olvidar las querellas del corazn, dir a Gabu que rescate a Marduluma. -Gracias, bienquisto Beltarsiluma! -No me lo agradezcas. Los dos debis agradecrselo a la amorosa y dulce Ishtar. E inventa una historia. Di que Marduluma no se fug con los egipcios. Que estuvo ausente de la ciudad. Cuando Sinanurta, feliz, se dispone a abandonar el despacho, el valido le exhorta: -Haz que Marduluma cumpla con sus deberes para con Ishtar. A Belpolasar, consejero del ufrates, le despacha ms rpidamente: -Qu noticias hay de la inundacin? -Las aguas, aunque no como en los primeros das, siguen subiendo. -Pues han dejado de subir, bienquisto Belpolasar. Dicta pregn de que el nivel de la crecida est descendiendo. -Sera absurdo, bienquisto Beltarsiluma! Todo el mundo sabe que est subiendo. -Cuando traten de comprobarlo habr empezado a descender. Los estragos de la inundacin hay que compensarlos con buenas noticias. Estoy dispuesto a que maana se abra el barrio de las Licencias... -El huerto de las palmeras est anegado. -Llevar a todos los sacerdotes para que lo sequen con exorcismos o con bayetas. Hay que devolver la alegra a la ciudad! -Con engaos, seor? -Desde cundo la alegra ha sido una verdad? La alegra es invencin de los mortales. Es la fantasa, la alucinacin que el hombre opone a sus cotidianos sinsabores. Acompaado de Belpolasar sale del despacho. Se despiden en el pasillo. El valido se dirige a sus habitaciones. Llama a la puerta. Espera y vuelve a llamar. Despus, quedamente dice:

232

-Soy yo, Marduluma. Escucha la voz de la mujer que balbuce: -No puedo, no puedo... Estoy encima de la mesa rodeada de ratas. -Cuntas son? -Lo menos noventa! -Te has ganado un siclo de cobre! No las espantes. Atrpalas! Beltarsiluma da un empelln a la puerta; lo repite con ms fuerza y logra abrirla. Las ratas se desparraman a esconderse en los rincones. -Todo est arreglado. Menos lo de las ratas, claro. Les he declarado una guerra a muerte. Me quedan cuatro das para exterminarlas. Quiero que cuando el pueblo empiece el jolgorio de Ishtar... -Dirs el jubileo. -Digo el jolgorio! Para entonces quiero que no haya una sola rata. Que todo ciudadano o peregrino pueda fornicar como Ishtar manda, sin ninguna aprensin por las ratas. Ayuda a bajar de la banqueta a Marduluma. Le explica cmo ha solucionado el conflicto conyugal. -As, que hoy mismo te presentars a tu marido. Claro, una vez que nos despidamos hasta maana. -Hasta maana? -S. Tengo especial inters que me acompaes maana a cenar. He invitado a una extraa doncella. -Y despus? -Despus... Mira! Despus lo que Ishtar disponga. -Eres encantador, cario. -Desde luego.

Puerta segunda ISHTAR HA ENTRADO EN EL mundo de las tinieblas, en donde el tiempo no rige; all donde las sombras de los muertos se alimentan de lodo. Pas lgubre y polvoriento sin punto cardinal, del que nunca se retorna. Semramis, obediente a la liturgia de la pasin de Ishtar, se deja conducir entre las dos matronas a la puerta trasera del templo. La sacerdotisa que encarna a Ereskigal le dice: -Si quieres trasponer esta puerta, dame tus pendientes. Semramis, de acuerdo con la liturgia, vacila un instante y baja la cabeza apesadumbrada. -Acaso tienes miedo? -insina el portero. La diosa comete la segunda imprudencia. Se quita los pendientes de largos pinjantes y se los da a su hermana. Las adoratrices elevan su canto:

233

Oh dioses! Oh mortales! Ay de m! Mientras, Semramis sube las gradas que conducen al ara. Ante el altar, extiende los brazos y exhorta: Anu, padre mo, ve cmo soy vejada! En la mansin celeste los dioses se ofuscan. Enlil dice s, y Enki, no; Adad pronostica el maana y Sin mira al pasado. Y las esposas gimen y se comen las uas. En la tierra, los hombres pierden el entendimiento. Ya no podrn descifrar las tablillas que contienen la memoria de los siglos. En el santuario de Eanna, la sombra de un murcilago; en el de Emuskalama, la carroa de un buitre; en el de Giguna, la pluma de un cuervo; en el de Esharra, la escama de una vbora; en el de Baradurgarra, el ojo de un sapo; en el de Hursagkalama, la lmpara, rota; y en el de Agade, el velo, rasgado. Los siete santuarios de Ishtar, profanados.

LA SOSPECHA BELTARSILUMA ESPERA EN sus habitaciones. En la tarde orden a Sabum que le preparase en el saln privado, dicho del montero mayor, una mesa para cuatro personas, pues tengo invitados muy distinguidos. Addasin, que no perda idas y venidas del personal palaciego, lleg a averiguar que los invitados no eran dignos del saln escogido por el valido, aunque no les discutiese su distincin. El mayordomo se pregunt: Adems de la afrenta, qu prepara este hombre con tan dispares comensales? Pero Sabum, ajeno a las reservas mentales de Addasin, se esmer en el servicio: vajilla de cermica con guarniciones de oro, cuencas de alabastro y copas de vidrio. Nada menos que de vidrio sidonio. Como en los banquetes reales. Profusin de flores en canastillas de oloroso cedro de Lbano. Los pajes, vestidos con tnica de ceremonia. Y para coronar el refinamiento, espantamoscas con abanicos de pluma corta. Poco falt para que Beltarsiluma pidiese los de pluma larga, exclusivos de los reyes. La primera en llegar es Marduluma. Viene vestida a tono con el saln y el boato de la cena. La mujer se prende en amoroso abrazo a Beltarsiluma y mientras con la lengua le hace cosquillas en la oreja, le pregunta : -Es cierto lo que dicen? -Si slo lo dicen, de seguro no es cierto. -Aseguran que tienes recluida en el templo de Ishtar a la reina. -Debe de estar trasponiendo la tercera puerta de los infiernos. Pero yo no soy quien la tiene prisionera, sino Ereskigal. -Desde luego la coincidencia da que pensar: la reina, enclaustrada; la cmara sacerdotal... -Tambin en la sombra de Nergal. 234

-Y mi amor asume los poderes supremos de Babilonia. -Esto ya no es coincidencia. Es la consumacin de un acto voluntario. Lo mismo que el hecho de que t y Sinanurta vengis a honrar mi mesa. -Deja a Sinanurta en paz...! Esta noche ser nuestra y no de Sinanurta. -Qu dices de tu marido? -pregunta el copero mayor, entrando. -Que, como siempre, llegas tarde a las cenas -disimula Marduluma. -Tu mujer, bienquisto Sinanurta, se est disculpando de no s qu anomala. En realidad estaba diciendo que en la vida se dan muchas coincidencias... como la de que dos o tres hombres coincidan en interesarse por la misma mujer. Sinanurta se hace el desentendido aparentando preocuparse por las nforas de vino, zumo y licores, que orden poner en la mesa. La tercera invitada es Tursyna, que se presenta como una diosa de la que Beltarsiluma jams haya tenido noticia. -Tan rico es Tartessos, doncella? -Por qu me lo preguntas, seor? -Jams vi mujer con tan rico aderezo de piedras y oro como el tuyo. No te esfuerces en contestar a mi pregunta... Me agrada que con tanta belleza hayas correspondido a mi invitacin. Pero la sorprendida es Tursyna al ver a Marduluma; sorprendida porque nunca pudo imaginar que un cuerpo de mujer pudiera asociar tanta gracia, armona y seduccin en las formas. Beltarsiluma presenta: -Esta es Tursyna, doncella principal de Tartessos, huspeda de la seora... Y estos invitados -le dice a la tartessia son el bienquisto Sinanurta, copero mayor del rey, y su esposa Marduluma, persona encantadora. -Y muy hermosa -agrega Tursyna. -Excesivamente para ser la esposa de un hombre tan celoso como su marido. -Qu noticia tenis de la inundacin? -pregunta Tursyna. Beltarsiluma replica con un dardo que hace palidecer a Tursyna. -Cul inundacin te interesa, doncella, la del ufrates o la del Nilo? La tartessia, tras de ligera vacilacin, replica rpida: -La de aqu. Por qu ha de interesarme la del Nilo? No tengo en Egipto a nadie. Jams he estado en ese pas. Beltarsiluma mira escrutadoramente a los ojos de la joven. Concluye por esbozar una sonrisa burlona. Al ver que Tursyna se desconcierta, prefiere liberarla de la zozobra haciendo una invitacin general: -Bueno, creo que es tiempo de que nos sentemos... Como extranjera y huspeda de la reina, te corresponde el sitio de honor, Tursyna: sintate a mi izquierda. Y t, Marduluma, a mi derecha. -y a Sinanurta, en el mismo tono de cordial anfitrin, le dice-: T, como hombre experto en servicio, hars el favor de decirle al paje que empiece a servimos la cena. Mientras llega el primer plato, escancia con tu envidiable tino en nuestras copas. Tursyna, que no acaba de sosegarse, con expresin ingenua le dice a Beltarsiluma: -Me has intrigado, seor, con tu alusin al Nilo. Qu quisiste decir? -Mi pensamiento, doncella, no va ms all de las palabras dichas. Ahora, si quieres 235

que te hable de Egipto... sera slo para hacerte una pregunta. Te atreves a escucharla? -Por qu no? -Seguro que al orla no perders los pulsos? -Me alarmas, seor, pero qu es lo que piensas de m? -Que eres una mujer seductora. -Terminar por sentirme halagada -dice Tursyna. Beltarsiluma no va ms all. Espera a que durante la cena llegue Gabu. La informacin que le d Gabu le servir para formular de un modo ms espontneo la pregunta: -Qu vino nos has servido, Sinanurta? -Vino siraco. -Te gusta el vino, doncella? O prefieres cerveza o jugo de palmera? -pregunta Beltarsiluma a Tursyna. -Prefiero vino, seor. -Hay vino en tu pas? -Mucho. Y los tirios dicen que es muy bueno. El que venden en Tiro con el nombre de caldo de Sanconiatn, es vino tartessio. -Ah, pues es exquisito! Lo he tomado con frecuencia en Tiro, Sidn y Biblos. -En Biblos lo adulteran un poco -aclara Tursyna. -Has estado en Biblos? -No. Pero me lo han dicho en Tiro. Marduluma, despus de tomar un sorbo, pregunta: -Pero es posible que haya mejor vino que ste? -A juzgar por la informacin de la doncella, el de Tartessos, y conste que lo conozco. -Aqu tenemos Sanconiatn -dice Sinanurta. -No es posible! -exclama Tursyna. -S. Se recibe con algunas tributaciones, probablemente de Tiro o de Sidn. Mas la reina, que de ordinario no toma vino, suele vender los excedentes. No es as, Sinanurta? -S -explica el copero mayor-. En el almacn siempre hay nforas precintadas de caldo de Sanconiatn. -Entonces cometera una grave incorreccin -sugiere Beltarsiluma-, si no te suplicara que ordenes nos traigan una de esas nforas. Debemos catarlo en honor a nuestra huspeda. El primer plato que sirven los pajes es pasta de pescado con jalea de granada. La bandeja ofrece apetitoso aspecto. Sobre la jalea roja, el rectngulo ocre oscuro de la pasta y alrededor los segmentos de huevo cocido. Tursyna no se muestra muy entusiasmada con el plato, mas enseguida que llegan los francolines asados a la brasa, se le despierta el apetito. Beltarsiluma pregunta a la tartessia si hay francolines en su pas. Pregunta que generaliza la conversacin sobre manjares y culinaria. Cuando sirven la carne de cordero, un paje entra para anunciar a Gabu. -S, dile que pase. El investigador urbano no crea encontrar al primer ministro con invitados. Beltarsiluma le da licencia para que hable. 236

-Dime sin ningn rodeo lo que ha pasado. Todas las personas son de confianza. Gabu, que est detrs de la tartessia, la seala con los ojos, como preguntando si tambin la extranjera puede enterarse. Beltarsiluma asiente con un ademn. -Ya he rescatado a las tres mujeres. -En dnde estaban escondidas? -En el jardn de Adad -contesta prudentemente Gabu. -S, ya s que estaban en la embajada egipcia. Pero las mujeres en dnde se encontraban? -En una de las carrozas de respeto -dice Gabu. Beltarsiluma, mientras hace las preguntas al investigador, no deja de observar a Tursyna. Si orden a Gabu que rescatase a las mujeres, lo hizo con intencin de que le informara del hecho delante de la extranjera. -Las conoces? -pregunta el valido a la tartessia. -A las mujeres? -No, a las carrozas. Marduluma suelta la risa. No ha podido contenerse, pues el asunto del rescate les afecta a su marido y a ella. -No... Bueno, s. Las vi el da que lleg la caravana -asiente Tursyna. -Me refiero a si las conoces por dentro. -No. He odo decir que estn hermticamente cerradas, porque en ellas traen las imgenes de sus dioses. -Esas carrozas del faran, amparadas con el derecho hospitalario y aparentemente cerradas, llevan imgenes dentro, pero tambin son aprovechadas para trasladar a sus agentes confidenciales, que sueltan donde les place sin dejar rastro de sus pasos. Lo ignorabas, doncella? -Por completo. -Bien, Gabu. Despus de tomar una copa de vino, puedes retirarte. Mientras Sinanurta ofrece la copa al investigador, el valido, volviendo a fijar la atencin en el collar de Tursyna, inquiere: -Es labor tartessia? -S, seor. Te gusta? -Mucho. Sabes qu significado tienen esas tres esferitas del centro? -No; no creo que tengan ninguno. Es capricho del orfebre. -Apostara cualquier cosa -dice Beltarsiluma- a que en cada esferita de tu collar hay escondida una cabeza de escarabajo. -No contienen absolutamente nada. Estas que crees son esferitas -dice ya de mal talante Tursyna, quitndose el collar y ofrecindoselo a Beltarsiluma-, son cuentas de oro macizas. Puedes vedas y sopesarlas. Beltarsiluma, sonriente, como si todo fuera un juego, examina sin mucha atencin el collar y se lo devuelve a la joven. -Creo que estuviste en Cartago, no es cierto? -S. -Por qu no le dijiste a la seora que habas llegado hasta Garama? Tursyna, que pareca esperar la pregunta, no se desconcierta: 237

-No se lo dije porque los muros de todos los palacios tienen odos... -Conoces muchos palacios? -Y entonces estaba hospedado aqu el embajador Sincobima -termina Tursyna sin recoger la alusin. -Ah! Me tranquilizo. Creamos que tenas otra razn para ocultar tu viaje a Garama. Hablaste con la reina Elisa? -S. -Y despus, regresaste a Cartago. -No. sa es la verdad oficial. Mejor dicho, tampoco es sa. La verdad oficial es que yo estuve slo unas horas en Cartago, y que no pude ver a la reina. -Y lo crey Pigmalin? -S. Se lo confirm uno de sus agentes confidenciales, un tal Gimlas, que desde hace dos aos trabaja para nosotros. -Quines sois vosotros, Tursyna? -Los tartesios. -Bien. Quedamos en que regresaste a Cartago... -No. No regres a Cartago, bienquisto Beltarsiluma. No me dejar pillar los dedos! Ahora puedo declarar toda la verdad, porque no tengo miedo a caer bajo las garras de Pigmalin. -Adnde fuiste entonces? -De Garama me traslad a Bubastis. Llevaba carta del rey Yarbas para que me recibiera el faran. -Y le viste? -S. -Cul era tu misin cerca del faran? -Plantearle la situacin de Tartessos, igual que lo he hecho con la seora. Y tratar de persuadirle de la conveniencia, tanto para Egipto como para Tartessos, de establecer un mercado de nuestra plata en Bubastis y otras ciudades egipcias. -Y se neg? -S. Su guardamantos, el honorable Nefaran, opin que la ventajosa oferta que yo le haca de nuestra plata, no les compensara de las represalias que tomara la Lonja de Tasas contra muchos de los productos egipcios que los tirios les compran. Adujo que los tirios tienen una experiencia comercial de que carecen los egipcios para comerciar con todos los pases del Mar Grande. -Y confiabas que Asiria pudiese convencer al faran de que rectificara el criterio de su guardamantos? -S. Y an lo sigo creyendo. -No puedo aceptar tanta ingenuidad en una doncella que como t posee don de gentes, desenvolvimiento e intrepidez. Sabemos, Tursyna, que volviste a Cartago en caravana del faran. Y que te escondas en una carroza de respeto. Precisamente la destinada a Amn Ra, que hace un momento negaste conocer por dentro. No me importa decirte que en Bubastis y en Tanis hay agentes nuestros. Shashank lo sabe. Como los hay en Tiro. En Cartago no, porque... no los necesitamos. La caravana del faran, pretextando una visita a la reina Elisa, te dej una noche en Cartago, poco antes 238

del amanecer, despus de estar esperando cinco das la llegada de las naves tardecas. En una de ellas vena una muchacha muy semejante a ti. Tomaste su puesto, como estaba planeado. La muchacha esper en Cartago el regreso de las naves para volver a Tartessos. T llegaste a Cartago en el otoo pasado, en la ltima flotilla que sali de Tartessos antes de que se cerrara el mar. Fuiste elegida para una misin, que an desconozco, porque eres inteligente; pero hay un detalle que me gustara que me aclarases. En este momento llega el paje con el vino tartessio que ha pedido Sinanurta. ste escancia en las copas y ofrece una a Tursyna. -Qu cosa debo decir que t no sepas o ignores? -Sencillamente que me digas por qu todas estas vueltas, tus visitas a los reyes Elisa, Shashank y Pigmalin, coinciden en una persona que ha sido novia o prometida de Mino de Tacro, arquitecto real de Babilonia. Pigmalin te envi en su caravana, pero de no haber tenido la ocasin de hacer el viaje con Sincobima, t igual te habras plantado aqu. Acaso no tenas seguridad de que Mino de Tacro te facilitara el acceso a nuestra reina? Claro! Por lo tanto, me gustara saber qu has venido a hacer a Babilonia. Tursyna, ms segura, sin la confusin del principio, responde: -Debo tomar tus preguntas como una inquisicin en toda forma? -Desde luego. Hace tiempo que la reina habra ordenado que te sometieran a un interrogatorio formal, si tu presencia en Babilonia no nos provocara una dual perplejidad: la de tu entereza y la de la misin que te han confiado. Eres mujer joven y hermosa y te portas en palacio con discrecin. Ni la seora ni yo hemos credo conveniente someterte a las rudas frmulas de un interrogatorio de los agentes del justicia del rey. Tu presencia en Babilonia es un desafo de astucia y hemos decidido aceptarlo... Al principio sospechbamos que concluiras por ofrecemos algn informe valioso sobre Egipto, pero ha pasado ya demasiado tiempo para que nos hicieras la oferta... No, no vienes a ofrecemos nada. Vienes, por el contrario, a procurarte un secreto que interesa a Egipto y por el cual esperas un crecido salario... -Tus palabras, seor, son una humillante ofensa... -Mira, Tursyna... Acepto que las cuentas de tu collar sean macizas y no lleven en su interior ninguna cabeza de escarabajo, pero conozco suficientemente bien la orfebrera egipcia para saber la procedencia de ese collar... -Este collar lo hered de mi madre y ella de mi abuela. Es tartessio. -No, Tursyna. l forma parte de tu salario al servicio del faran. Y el rey Himarin de Tartessos, que tanta fidelidad demuestra a Tiro, participa en vuestro juego. No s si por soborno o porque odia, como descendiente sidonio, a los tirios. No te aflijas. -No, yo no me aflijo. Pero creo, seor, que ests faltando a los ms elementales deberes de cortesa. Soy tu invitada, y por el sesgo que das a la conversacin, dudo si saldr de aqu por mi propio pie o arrastrada por el verdugo. Mas antes que nada quiero hacerte saber, seor, que pido que me lleves al tribunal de la reina para que ella me juzgue. -No tomes a descortesa la inquisicin de que te hice objeto, sino simplemente a curiosidad. Eres, si se confirman mis sospechas, una enemiga encantadora. No hay motivo para ponerte en cadenas. Ni a que recurras al tribunal de la reina a pedir justicia contra una insidiosa sospecha... No. Puedes permanecer en palacio y moverte a tu antojo y salir a la ciudad. Antes de quince das no estarn abiertas las rutas... Estoy seguro de que no te irs hasta cumplir la misin que has trado a Babilonia. Te

239

invito a sostener una apuesta: a que antes de que se vayan las aguas, averiguar, sin someterte a ninguna violencia, lo que has venido a hacer a Babilonia. No creas que estoy convencido de que seas agente del faran, ni de Pigmalin, ni siquiera de Elisa, aunque puedes serlo de alguno de ellos; pero ten por seguro que dentro del plazo que te he dicho habr descubierto tu secreto. Mientras tanto, como buenos amigos, levanto la copa a tu salud y por este juego que hemos declarado. Me gustara que ganase la causa de tu inocencia. Hay muchas gentes aqu que se quedaran tranquilas. especialmente yo, Tursyna. Marduluma, que ha pasado un mal rato reprimindose por no poder entrar en la conversacin, alza la copa con alborozo: -Por Tursyna y su inocencia! -y tras de un sorbo, se vuelve a su marido para decir en voz alta-: Vaya con nuestro anfitrin! Jams cre que pudiera ponerse tan pesado. Es ahora cuando Tursyna, concluido el interrogatorio, procura dominar el azoro y la confusin que la domina. Marduluma rompe la tensin creada aludiendo a la ceremonia religiosa del templo de Ishtar: -Hoy, la seora habr traspuesto la tercera puerta. Beltarsiluma piensa que de buena gana sera testigo de la ceremonia ritual del da siguiente. -S, habr traspuesto la tercera puerta.. . -y como ve que Tursyna le mira con gesto de curiosidad, explica-: La reina, como gran sacerdotisa de Ishtar, cumple durante siete das los ritos que evocan el descenso de nuestra diosa a los infiernos. En la ltima estancia se encuentra a Ereskigal en su trono. All se consuma la pasin de Ishtar. -Me gustara verlo -dice Marduluma. -La ceremonia es secreta? -pregunta Tursyna. -Si no lo fuera, los demonios se escaparan y traeran a la tierra las siete pestes... - Cules? -Lepra, vmito, asma, calvicie, ceguera, esterilidad y parlisis -menciona Marduluma. -Y si nadie ha visto las ceremonias cmo sabis lo que sucede en ellas? -vuelve a preguntar Tursyna. -No dices, doncella, que los muros de los palacios tienen odos? Pues los de los templos tienen ojos... -interviene Beltarsiluma. -Se saben, Tursyna -explica Sinanurta-, porque estn escritas en una lengua arcaica, el sumerio, que es lengua sacerdotal. Y la escritura del descenso de Ishtar a los infiernos est en tablillas que se guardan en las bibliotecas de los templos, de palacio, de las escuelas de Nabu. Cualquiera que sepa la lengua sumeria est en condiciones de enterarse... -Y qu es lo que sucede hoy en el templo de Ishtar? -Hoy es el da de la pluma del cuervo. Por lo tanto, Ishtar pide a Ereskigal que le abra la tercera puerta del infierno -explica Marduluma.

Puerta tercera LA PLUMA DEL CUERVO cay en el techo del templo de Giguna a la hora sexta, la 240

ltima del da. Semramis se dej conducir hasta la puerta posterior del ishtaritu. All la matrona que representa a Ereskigal, luciendo la corona y los pendientes que le quit a su hermana, le dijo: -El tributo que habrs de dar en esta puerta es el collar. La joya la componen doce gemas arrancadas al cielo en los primeros tiempos que se origin la luz. Eran estrellas tan luminosas que los dioses se deslumbraban y no lograban conciliar el sueo. Cada una de ellas figuraba en el recinto zodiacal que corresponda a cada dios. Semramis se quit el collar y lo dej en manos de la matrona. Entonces, la otra, la que hace de portero, se restreg las rodillas. Las adoratrices entonaron el cntico de lamentaciones: Oh, dioses! Oh, mortales! Ay de m! Gemid, llorad, que la seora de las seoras, reina de los dioses y de los hombres, se ha despojado de su collar! Semramis subi las nueve gradas hasta llegar ante el ara. Extendi las manos y clam: Anu, padre mo, as cierran mi garganta! En la mansin celeste la tristeza se hizo silencio. Los inmortales se interpelaron unos a otros sin pronunciar las preguntas ni or las respuestas. Gesticulaban y palmoteaban para hacerse entender. Slo Anu, prncipe de los divinos, mova los labios como si leyera para s las tablillas del destino. En la tierra ni la moza mir al mozo, ni el mozo busc a la moza. Las bocas se sellaron. Haban perdido la palabra. Se rompieron los yugos que uncen a los corazones. Las tablillas de las leyes y de los pactos, las del derecho y del deber se pulverizaron como arcilla seca y sin cocer.

ZIMMA, DEVOTA DE KU CUANDO SE VIVE EN EL aristocrtico barrio de Beltis hay que tener abundantes recursos, pues la atencin de la casa requiere los servicios de camareras, pajes y jardinero. Zimma no los tiene. Por ello su casa se vio invadida de ratas. Ratas tan cnicas y escandalosas que son capaces de subir por las paredes e introducirse en el vaso de su dios personal. Por lo menos una, como si estuviese provista de alas de murcilago, se meti en el vaso de Ku. Zimma y su azafata Aramina no se dieron abasto para espantar la plaga de roedores. Y, mujer decidida, Zimma resolvi, mientras durase la inundacin y las ratas seorearan en la ciudad, ir a vivir al mesn de Alpisillar, que por ser el ms lujoso tena suficiente servidumbre para no dejar que asomaran por ninguna de sus dependencias las repugnantes bestezuelas. Zimma senta irreprimible aversin a las ratas desde nia, en que una estuvo a punto de llevarle un dedo del pie. Orden a Aramina que dispusiera el coche, un cofre donde cupieran sus mejores vestidos, el vaso del dios personal y una bolsa con los afeites.

241

El recorrido del barrio de Beltis al de Enlil, donde se encuentra el mesn, lo hace preocupada y entristecida; preocupada, porque no sabe si tendr que llevar el vaso de Ku al Esagila para que se lo purifiquen. Supone que la rata lo ha profanado; triste, porque le acongoja ver las calles de Babilonia encharcadas y con cadveres de ganado y aves de corral. Tambin bastantes ratas ahogadas, que los chiquillos se dedican a recoger en grandes serones para llevadas a la exclusa del canal Viejo. Falta la animacin y la alegra que suele verse en Babilonia la vspera de las fiestas de Ishtar. S, nota la presencia de forasteros del pas, pero pocos extranjeros. Gente que muestra tambin en su gesto aptico y aburrido el desnimo que impera en la ciudad. Sin embargo, Zimma no pasa inadvertida. En poco tiempo se ha hecho famosa. El hecho de que Kramurta hubiese abandonado la ciudad dejndola a ella de reina absoluta del cortesanado, excita an ms la admiracin de los hombres. Y las mujeres, no importa su edad, la miran si no con envidia, que no faltan las que se la tengan, s con curiosidad, como si contemplndola quisieran averiguar en qu postura, gesto o ademn, si en los ojos o en los labios o en el modo de peinarse, si en la forma del cuerpo radica el secreto de su seduccin. Zimma, claro est, no comprende lo que pasa. Ni encuentra explicacin que le aclare por qu de la noche a la maana, casi de modo sbito, de vulgar ramera del barrio de las Licencias se ha convertido en reina de las cortesanas. Jams haba pensado que su cuerpo, que ella consider siempre agraciado aunque nada extraordinario, llegara a despertar la expectacin que causa. Zimma cuenta con una veintena de adoradores que le han obsequiado flores, que rondan su casa, que siguen su coche, que le mandan tablillas de rica cermica conteniendo poemas de amor. Pretendientes solteros y casados, hombres de las ms opulentas familias de Babilonia. Todos empadronados de antiguo en el censo de la nobleza. No como Dadamuz, que pierde peso todos los das en la impaciente espera de ver su nombre aceptado. En el mesn no hay un solo cuarto. Eso le dicen los pajes. Zimma pide entrevistarse con el propietario Alpisillar. ste, al reconocer su personalidad, le dice: -A una mujer como t siempre le har cabida en mi mesn. Y si no te asusta el precio puedo ofrecerte las dependencias que haba separado para el gobernador de Nippur, que con la inundacin no ha venido ni creo que venga. Medio siclo de oro. Medio siclo de oro son siete siclos de plata y tres sextas. -Demasiados arillos. Es muy caro. Alpisillar parece no comprender. Caro? Caro para una cortesana como Zimma? Arguye: -Slo por el honor de que te alojes en mi mesn, te lo dejo en seis siclos de plata. -Por la enorme satisfaccin de hospedarme en tu mesn, yo no pagar ms de dos siclos de plata. -Cinco -rebaja Alpisillar. -Dos y medio -sube Zimma. Transaron en lo que Zimma esperaba: tres siclos de plata. Tres siclos de plata no se los ganaba ella dando las nalgas todo un da. nicamente cuando llegaba a Babilonia tropa de otra ciudad. Un paje las conduce al alojamiento. Consta de un dormitorio y un amplio saln. En el

242

dormitorio hay tres literas, dos mesas, cofres y anaqueles. En el saln, sillas y banquetas, alfombras y almohadones de rica tapicera. El saln tiene celosa al patio interior y acceso al corredor salidizo. Las dependencias del fondo del patio estn destinadas a cocheras y caballerizas. Las laterales, a habitaciones. De una de ellas, Aramina ve que sacan en andas a un enfermo o difunto, pues un gran lienzo rojo cubre el cuerpo. Zimma, al verle, cruza los dedos pulgar e ndice en signo exorcizante. Le desagrada la fnebre coincidencia. -Mala suerte --exclama-. Vamos a tener que buscar otro alojamiento, pues no me gusta vivir en un mesn en que coincide la salida de un muerto con nuestra entrada. -Mientras el difunto no sea mi seora ama -comenta Aramina. -No digas simplezas. O acaso t no les tienes aprensin a los difuntos? Baja y explcale a Alpisillar lo que sucede y dile que no nos quedamos. Aramina va a cumplir la orden. Regresa acompaada del propio Alpisillar. -No te preocupes, Zimma -le dice el mesonero-. No se trata de un muerto, sino de un enfermo de bubas. -De bubas? Ishtar bendita! --exclama Zimma haciendo otro signo con los dedos. -La inundacin ha revuelto los humores a muchas gentes, y ha aparecido el mal de las bubas. Los mesoneros recibimos esta maana aviso del templo de Gula de que notificramos los casos de enfermos de bubas, pues quieren atenderlos en el patio hospitalario. -Seguro que es un enfermo y no un cadver? -Segursimo. Si hubiera sido un muerto, yo mismo no habra parado aqu hasta que los sacerdotes me purificasen. Vas a comer en el mesn? -Claro! El precio de tres siclos comprende la comida, no? -No. La comida se paga aparte. Pero no te preocupes, hoy te invito yo. No faltar quien te invite cuantas veces bajes al comedor. Lo nico que tendrs que pagar es la comida de tu azafata, pero sta, si quieres, puede comer con la servidumbre del mesn. Ya sabes que por cada invitacin que pase el siclo y medio, te dar el diezmo. Una vez que terminan de alojarse, Zimma y la azafata vuelven al coche. Zimma quiere ir al Esagila para que le purifiquen el vaso de Ku. Al mismo tiempo desea pasar por el barrio de las Licencias, ver cmo se encuentra y si su vecindario se prepara para las fiestas. Lo que ms le diverta era el "corral". Si en aos anteriores se ofreci all a la lujuria de los forasteros, este ao tendr que entregarse en holocausto a Ishtar sin que medie paga. En efecto, el barrio de las Licencias se apresta a las fiestas. Al pasar por el jardn de Inanna, ve que el lugar est cercado por guardias. Qu sucede? A Zimma le extraa mucho. El jardn de Inanna, poblado de palmeras, es el lugar licencioso ms visitado de Babilonia, sobre todo en las fiestas de Ishtar. A l concurren las ms diversas parejas. Los babilonios se mezclan a los extranjeros y muchos se aparejan al modo homosexual en confusin de sexos. Sera difcil determinar la tendencia masculina o femenina de cada uno de ellos, si se trata de invertido o invertida. Aqu, al caer de la tarde, bajo una palmera, las consumaciones sensuales en honor de la diosa se hacen sin el menor recato. Zirnma le dice a la azafata, que conduce el coche, que se acerque al jardn y pregunte al guardia a qu se debe la vigilancia. En el jardn hay gente y supone se trate de refugiados de la inundacin. Uno de los guardias, en cuanto nota su intencin de 243

aproximarse alza las manos gritndoles que se alejen. Que est prohibido el paso al jardn, que se necesita, para visitar a los alojados, un permiso del sacerdote hospitalario del templo de Babu. Zimma es ferviente devota de la diosa Gula, que vela por la salud de los mortales, pero sabe que Babu, esposa de Dumuzi, dios de la cosecha, comparte con Gula los cuidados y menesteres de la salud pblica. La azafata detiene el coche tal como lo peda el guardia. Zimma observa un largo rato a los refugiados. Son muchos, quiz pasen de noventa. El hecho le inquieta. nicamente en casos de peste, los templos de Gula y Babu acotan jardines pblicos para alojar a los enfermos. Aprensivamente coge las riendas de la yegua y la azuza para que siga. Sale del barrio de las Licencias tomando la calle de los Herreros, en cuya prolongacin empieza la de los Mercaderes. En la segunda calle transversal toma la direccin oeste, como si fuera hacia el jardn de Adad, con el fin de alcanzar lo antes posible el barrio de Beltis. Si hay amenaza de peste no debe omitir ningn requisito que la mantenga en orden y a bien con los dioses; principalmente con su adorado dios personal Ku. Zimma, por dolorosas experiencias, est convencida de que una mujer que hace el oficio de los hombres no es tenida en cuenta por los dioses mayores, por los picos largos del cielo. Ni siquiera Ishtar ha intervenido con sus poderes para allanarle el spero camino de la vida. Todo lo que es ella, dolor y alegra, se lo debe slo y exclusivamente al bueno, al resignado, al humilde, al paciente Ku, y Ku, entre los millones de dioses personales que pueblan el ter, es una llamita minscula que est tiernamente agradecido a Zimma. Ku sabe que cuando Zimma soporta un vientre varonil sobre el suyo, separa de la paga un diezmo para las flores y yerbas aromticas que irn a parar al fondo de su vaso. Todos los das, al llegar a casa, Zimma le dedica los ms fervorosos encomios, renueva flores y yerbas y desea las buenas noches rogndole encarecidamente que le espante los malos espritus del sueo. Y al despertar, las primeras palabras y atenciones de la ramera son para l, para Ku. El vaso que durante aos le ha servido de albergue es un modesto recipiente de cermica ornamentado con dibujos florales esmaltados. Al cambiarle la suerte, al ascender al cortesanado, Zimma no rompi el humilde vaso de cermica. Es la entraa misma de su devocin. El receptculo de Ku lo introdujo en otro vaso de rica ornamentacin y de base de oro. Ku se sinti contento y agradecido. Le haban cambiado nada ms la fachada de su alojamiento, pero viva en su casa, en la misma que habitara desde el da en que Zimma elev sus preces al cielo pidiendo a Marduk que le enviase del ter un dios personal. Marduk no le contest. Zimma, ante este silencio de los cielos sospech que las prostitutas no tenan derecho a dios personal. Mas al tercer da de estas aflicciones sinti en el corazn una voz consoladora que le deca: "Aqu estoy, Zimma. Me llamo Ku, y soy tu dios personal. Manda, que estoy dispuesto a servirte". Zimma nunca puso a su servicio a Ku. Desde el primer da, le rindi homenaje y comparti con l las soledades de los insomnios y las aflicciones del corazn. Le mim y cuid como la ms amorosa de las madres mima y cuida a su hijo. Las yerbas aromticas ms caras, las que traen los mercaderes de Arabia y que slo los adinerados de Merkes y de Beltis compran para sus pebeteros, ella las destin a su adorado Ku. Y vaya si se lo mereca Ku! Nadie tan comprensivo y solidario, tan paciente y abnegado en la confidencia, en la confesin de las mil calamidades que hacen el pan cotidiano de una prostituta. Menosprecios, insultos, golpes, vejmenes, timos, toda la 244

recolecta amarga de una ramera, Zimma la confesaba a Ku, y despus de desahogarse la joven reciba la serenidad reparadora que le proporcionaba su dios personal. Muchas veces Zimma pens qu rostro, qu figura o cuerpo tendra Ku. No poda imaginrselo ni joven ni viejo, tampoco ni guapo ni feo. No era la primera vez que en el vaso de Ku se introduca un bicho. De l sac cucarachas, araas, alacranes, gusanos. Slo un da tuvo una feliz sorpresa al ver que en el momento de cambiarle las yerbas aromticas sala del fondo una mariposa. Qu hermosa era! Se qued embelesada, contemplndola un largo tiempo. La mariposa sali al patio y anduvo revoloteando alrededor de la palmera. Tena alas de ncar, y su cuerpecito estaba vestido de oro... Fue la nica vez que del vaso de su Ku sali una mariposa. No, ningn bicho de los que caan en l le causaba repugnancia, pero la rata s. Adems presiente que la rata que ha estado royendo las yerbas aromticas, ha profanado el vaso. Por eso quiere que un sacerdote del Esagila le diga si es prudente purificarlo. Pero al llegar al Esagila se entera de que los sacerdotes no estn para hacer purificaciones, sino para recibidas. Pues el templo se ha manchado de impureza con los cadveres de los sumos sacerdotes que, al decir de la gente, sacrificaron su vida para aplacar las iras de Enki y de Adad, el primero rbitro de las aguas subterrneas que precipitan las crecidas de los ros, y el segundo, seor de los vientos y la lluvia, de los que resultan las tormentas y diluvios. Los escrpulos de Zimma alborotan el humor, ya de por s bastante irritado, del sacerdote purificador a quien consulta el caso. -Una rata en el vaso de tu dios personal. Vaya problema! Cmo se llama tu dios personal? -Ku. -Pues mira, qutale el nombre y bscate otro. -Otro? -replica perpleja Zimma-. Quitare el nombre a Ku! -De qu rama desciende tu dios personal? -Del venerable Marduk. Por lnea directsima. -Quita de ah! Sal enseguida de aqu, si no quieres t tambin mancharte de impureza. Ratas! Hasta en las insignias de Marduk se posan. Zimma vuelve a subir al coche, ahora ms desconcertada por las razones que le dan en el Esagila, que preocupada por su dios personal. Qu manera de tratar a su Ku! Como si Ku no fuese llamita viva, tierno y sumiso corazn de Marduk! Pero respetuosa de los sacerdotes y sus razones, incluso de sus malos humores, Zimma resuelve llamar a un baru de cualquier otro templo que exorcice al espritu inmundo de la rata y lo haga salir ms que aprisa del vaso de Ku. Pasa por uno de los laterales del templo de Ishtar. Hermticamente cerrado. Piensa en que all, la reina, suma sacerdotisa de la diosa, estar padeciendo las aflicciones que el descenso a los infiernos le origina. Menos mal que al retornar a la vida, la reina se despachar a su gusto con los conscriptos de palacio, de los templos, incluso del Aula de las caravanas. El pueblo, vedado a los misterios religiosos, cree que la gran sacerdotisa participa en los ritos amorosos con ms jbilo carnal que respetuosa e inflamada devocin.

245

Puerta cuarta HACIA LA HORA TERCIA, Semramis es conducida de acuerdo con la liturgia de los das anteriores, ante la puerta posterior del templo. Sus pasos y ademanes, dominados por la uncin del fervor, muestran mayor hieratismo. La sobria y simple alimentacin de obleas de centeno y agua del pozo de Enki, la infusin de opio y los sahumerios que estimulan el letargo, han ido anulando su voluntad, haciendo de la joven un ser ms prximo a lo divino que a lo humano. Ante la puerta, la cuarta en la representacin ritual del descenso a los infiernos, la matrona que simula la encarnacin de Ereskigal, ahora alhajada con la corona, los pendientes y el collar de la diosa, le dice: -Para que puedas trasponer esta puerta, es necesario que me entregues tu cubrepechos. La joya, confeccionada en delicada trama de hilos de oro, est recamada de diminutas piedras preciosas; las piedras de Anu, de Enlil, de Enki... Ninguno de los cinco dioses mayores que conocen la perfeccin de los pezones de Ishtar, han dejado de aportar su piedra al cubrepechos de la diosa. Y Sin, la luna, y Shamash, el sol, contribuyeron con las gemas ms refulgentes. Semramis se quita primero la tnica larga; despus el cubrepechos. Se lo da a la matrona y recata los senos con los brazos cruzados. La matrona que simula a Ereskigal coge con codicia la prenda y se la pone. La diosa de los infiernos siempre sospech que en el cubrepechos se encuentra la fuerza de seduccin de Ishtar. Las adoratrices, mesndose los cabellos, arandose los senos con largas uas postizas, entonaron el lgubre canto de desventuras: Oh, dioses! Oh, mortales! Mi seora, la gran seora, baja a los infiernos. Ella abandona su reino, morada de los dioses; ella, por el infierno, abandona la tierra... En Uruk, abandona Eanna; en Badtibirra, abandona Emuskulama; en Zabalam, abandona Giguna; en Adad, abandona Esharra; en Nippur, abandona Baradurga; en Kis, abandona Hursagkalama; en Agade, abandona Ulmash. Semramis sube las gradas del altar. No lo hace con la firmeza y seguridad de los das anteriores. Ante el ara extiende los brazos y suplica consternada: Anu, padre mo, cubre mis pechos desnudos! Mientras tanto, en la mansin celeste los dioses se miran recelosos. Quin es el ladrn? Alguien ha hurtado la luminaria de Shamash que proporciona la luz y el calor bienhechores. Y en la tierra los senos de las mujeres y las ubres de las bestias se secan. Las 246

espigas parduscas se reclinan sin savia en la tierra pardusca, y las nubes parduscas envuelven a las montaas parduscas. La luz se torna caliginosa y sucia, y todos, dioses y mortales, sienten en la boca desabridez y aspereza de ceniza. La leche contenida en cntaros se corta. ALGO BULLE EN EL cerebro de Beltarsiluma. Por lo pronto ha mandado aviso al taller de los lapidarios para que esculpan dos imgenes de Uban, cifra invertida del dios Nabu, que es la columna que sostiene las tablillas del destino. A Beltarsiluma le parece excesiva la leyenda que se le ha ocurrido ordenar pongan en las dos estatuas: "Hombre del maana, pon tu confianza en Nabu y no en ningn otro dios", frmula que no compromete al dios Nabu ni tampoco al hombre actual; frmula que insina y anticipa la ms transcendental revolucin religiosa, puesto que Beltarsiluma pretende que el creyente empiece a establecer la supremaca de Nabu, dios de la sabidura, sobre los dems dioses, que, en definitiva, significa posponer la ignorancia de los dioses al claro juicio y entendimiento de los mortales. Si no encuentra mayores obstculos, Beltarsiluma procurar que las dos estatuas con tan subversiva leyenda se coloquen a derecha e izquierda de la entrada del Ezida, templo dedicado a Nabu, y que se halla en el mismo recinto religioso del Esagila. Sabe que encontrar oposicin en una buena parte del clero, pero la otra, la que no ha recibido el sacerdocio por va de herencia, sino ,que lo ha adquirido en la escuela de Nabu, se sentir complacida con las estatuas. A Semramis cree poder convencerla con algn feliz argumento que aluda a las leyes sucesorias del poder divino: Marduk, hijo de Enki, usurp a su padre; Nabu, por la misma razn, destronar a Marduk. Mientras llega el momento oportuno de emprender esta lucha, Beltarsiluma se enfrenta a dos problemas, haciendo caso omiso del de la inundacin, que sabe slo puede resolverse por s mismo. El primero, el de las ratas. Se ha enterado que muchos babilonios no se dedican a matarlas, sino a cazarlas y darles alojamiento, especialmente a aquellas que estn preadas, pues el cultivo y crianza de los roedores es un interesante negocio en tanto que el subintendente del ufrates las siga comprando. El otro problema es ms ntimo y emocionante: descubrir cul es la misin de Tursyna en Babilonia. Se ha puesto un plazo para desvelar el enigma, y no quiere quedar mal ante los ojos de la tartessia. Es evidente que Tursyna ha engaado a Pigmalin. Pero la falta de piedad que demostr al acusar a Sincobima, revela, por otra parte, su afn de no descubrir unas posibles secretas ligas con el rey de Tiro. Parece indudable que su misin concluye en Babilonia, porque de lo contrario no se habra valido de su calidad de prometida de Mino para llegar a la ciudad. Mas, incorporada a la embajada de Tiro, no tuvo necesidad de hacer la comedia de novia despechada. La razn que pretende justificar su presencia en Babilonia, es inadmisible. A ningn tartessio que tenga la cabeza puesta en su lugar se le habra ocurrido la peregrina solucin de pedir ayuda para el logro de sus aspiraciones emancipadoras, al pas ms remoto. Adems, Tursyna haba llegado a Babilonia con un vaso que contena una buena cantidad de tinte de prpura, obsequio demasiado caro y expedito capaz de abrir la ms apretada puerta que se le opusiera ante la reina. Pigmalin le haba regalado la prpura o ella misma se la haba comprado? Semramis obr precipitadamente mandando a Sincobima a Tiro, sin antes someterle 247

a estrecha inquisicin y aclarar el papel que jugaba Tursyna dentro de la embajada. A los dems detenidos, que fueron vendidos al patio de esclavos de Adad, Gabu no pudo sacarles informacin vlida sobre este punto, ni saban que Tursyna llevase en su cofre de viaje un vaso de prpura. El precinto estableca que era mercanca del tesoro real; pero muchos de estos vasos con sello de Pigmalin se vendan en todas las ciudades del mundo. Beltarsiluma se inclina a creer que igual que Tursyna le sac al faran el costoso collar, pudo sacarle el vaso de prpura a Pigmalin. A fin de dar un nuevo paso en el esclarecimiento del enigma de Tursyna, el primer ministro ha credo conveniente provocar una entrevista entre la tartessia y su ex prometido Mino de Tacro. Da por descontado que Tursyna es lo suficientemente astuta para maliciar que el encuentro es un ardid. Mas Beltarsiluma espera sacar algo positivo. La ausencia de la reina facilita su plan. En plena celebracin de los das nefastos del jubileo de Ishtar, no sera propio efectuar una cena de muchos invitados, que tendra alborozo de festn. En su defecto, ha organizado un almuerzo de los consejeros que deben ver el modo de reparar los estragos causados por las aguas. Con el almuerzo, Beltarsiluma encuentra oportunidad de que los consejeros de la Ciudad, del ufrates y de Obras Pblicas asistan a la comida acompaados de sus esposas. Por esto no parecer extrao que asista tambin Tursyna. Y la presencia de un asesor como Mino de Tacro, arquitecto real, est sobradamente justificada. Para mayor naturalidad en el almuerzo estar presente Ghina. Beltarsiluma ha citado en su despacho a Mino. Ha procurado que en la invitacin a Tursyna est un poco anticipada la hora del almuerzo. Con Mino habla previamente sobre el problema que preocupa a todos: si la persistencia de la inundacin puede daar los tramos viejos de las murallas. El descenso de las aguas se ha detenido. La masa de lquido que desalojan los canales se ve reemplazada por la que trae la riada. Mino expone a Beltarsiluma un viejo plan del cual el valido ya tena noticia. Aunque las inundaciones suelen ocurrir cuando el Tigris y el ufrates coinciden en la crecida, que es la mayora de las veces, Mino ha observado que la turbulencia de las aguas se acusa en un ro antes que en otro, al extremo de que la crecida se adelanta cinco o seis das en uno de ellos. Por lo tanto, estima conveniente construir a la altura de Bitzaguma, lugar en donde los dos ros alcanzan su mayor proximidad, un canal con varias exclusas que permitan pasar el excedente de agua de un ro al otro, distribuyendo y regulando as las riadas. El proyecto es interesante, pero Beltarsiluma lo encuentra atrevido y costoso. Duda de que pueda realizarse, puesto que en Bitzaguma el Tigris tiene su cauce cinco codos ms alto que el ufrates. Mas Mino, que ha estudiado la regin, est seguro de resolver el obstculo con un sistema de exclusas y canales auxiliares hasta Gurma, aldea en que el nivel de ambos ros es semejante. El problema quedara resuelto con un sistema de canales auxiliares que, paralelos a la orilla derecha del Tigris, tendran un desarrollo no mayor de cuatro sextas de beru3. Llegado el momento que espera, Beltarsiluma dice a Mino que ya es hora de ir al comedor. Mas a la puerta del saln, Beltarsiluma se disculpa: -Esprame un momento. Voy a ver a Addasin. 3 1 beru = 1.425 metros. 248

Pero lo que hace es entrar en sus habitaciones, contiguas al saln. El paje, que ha estado a la expectativa, le dice: -La doncella ya ha llegado, seor. Beltarsiluma se acerca al muro, retira un tapiz, entra en el hueco de una puerta, y se pone a mirar por dos orificios, que corresponden en el saln del montero mayor, a los ojos de un rey que aparece en una escena de cacera ritual esculpida en bajo relieve. All est Tursyna. Tambin Mino. La sorpresa de encontrarse les ha hecho enmudecer. Tursyna, cuyas mejillas se han coloreado por la emocin, balbuce: -Si mis ojos no me engaan... No contina. Mino hace un movimiento afirmativo de cabeza. Tursyna del arrebol pasa a la ms intensa palidez. Tan blanca que la pintura de los labios y los ojos denuncia an ms el artificio de la prpura y del polvo de ncar. -Es curioso que no nos hayamos visto antes -dice Mino-. An no comprendo cmo te has resuelto a venir a Babilonia. Tursyna, haciendo un esfuerzo por sobreponerse a la emocin, responde con inseguridad: -No nos hemos visto antes porque no pusiste tu voluntad en verme. S, es extrao que haya recorrido el mundo de un extremo al otro slo para llegar aqu, y comprobar la inconstancia de tu corazn. Pero qu queras? Acaso esperabas que fuese llena de rabia y de amargura a arrojarme a tus pies, a reprocharte la falsedad de tus promesas? Enterada, prefer abstenerme. -Mi vida en Babilonia no fue fcil -se disculpa Mino. -Es que lo era en Tartessos? Pero all tenas el apoyo de mi padre y la alegra de mi corazn. Me imagino de qu apoyos te valdras en Babilonia. No creas que puse mucho inters en averiguarlo. Aqu hay muchas bocas ociosas que se distraen soltando lo que la discrecin obliga a callar. -Creo que ests mal informada, Tursyna. Mis primeros meses en Babilonia fueron duros. Y si algo logr fue por m mismo. No tuve ninguna ayuda que me abriera las puertas de palacio. Te parecer increble, pero si no me apresan por un escndalo que provocamos unos cuantos individuos en la puerta de Ishtar, creo que nunca hubiera llegado hasta la presencia de Semramis... Lo de Ghina fue otra cosa; lo natural que puede ocurrir a un hombre que est solo y a una mujer que es soltera. -Y lirista de la reina -agrega Tursyna. -S. Si yo andaba cerca de palacio no es nada inslito que me fijase en una mujer de la corte. Con cierta expresin de vctima indulgente, la tartessia comenta: -Lo nico que deseo es que hayas encontrado con ella la felicidad que hace aos decas haber encontrado conmigo. Mino baja la cabeza. Tras breve pausa, responde: -No. Aquella nuestra felicidad nada tiene que ver con sta; ni siquiera puedo asegurarte que sea parecida. T eras la felicidad en el edn, pues Tartessos es un paraso comparado con Babilonia. Esto es un horno, lo habrs visto... -y sbitamente, cambiando de tono, con ms naturalidad o indiferencia, dice-: Pero qu haces en palacio, Tursyna? No acabo de explicrmelo. Ha llegado a mis odos que traes una misin cerca de la reina. Pero qu misin tan importante y delicada que prolonga tanto tiempo tu permanencia en Babilonia?

249

Tursyna, sin abandonar gesto y tono graves, replica: -Permanencia que te molesta, verdad? Nunca llegaste a pensar que si permaneca en Babilonia era por estar pisando el mismo suelo que t? No, eso no lo pensaste. Ni la reina ni Beltarsiluma lo han pensado. -Si ste es tu afn, poco hiciste por encontrarme -arguye Mino. -Quera saber hasta qu punto te era indiferente. Han pasado meses... y si ahora t y yo nos encontramos en este saln, no es porque me hayas buscado, ni siquiera por simple casualidad. Hay una persona, el bienquisto Beltarsiluma, que ha provocado este encuentro por motivos que l solo conoce. Lo que s puedo decirte es que ahora, despus de haberte visto, ya todo me da lo mismo. Estoy dispuesta a regresar a mi pas. Cuando sal de Tartessos, lo hice con una encendida esperanza; ahora volver si no con amargura ni decepcin, s con una estril experiencia. Porque las experiencias negativas son estriles. Al daar nuestros sentimientos, el corazn se torna receloso, desconfiado y aptico. -Creme, Tursyna, que siento lo que ha pasado. Y que si en mi mano estuviera volver al punto de partida... -Ya no es posible. La mejor disposicin de nuestras voluntades no volvera a unir aquello que tu inconstancia separ. -Si te dijera -alienta Mino- que permaneces en mi recuerdo sin menoscabo alguno. -Por favor, Mino! Todo lo caducado pasa al recuerdo. Yo no te tena en el recuerdo; te llevaba en el corazn y te sufra como una presencia quemante. Te quise y an te quiero, a pesar de todo lo que ha pasado... Pero no por esto creas que desfallecer en mi resolucin. Soy una mujer viva, Mino, no esa sombra que llevas arrinconada en tu recuerdo. Mino va a contestar a Tursyna en el momento en que entra Belpolasar, consejero del ufrates, y su esposa Emira. Beltarsiluma comprende que es el momento de entrar en el saln. Y abandona su punto de mira, un tanto confuso. Las palabras de Tursyna quiz hayan convencido a Mino, pero no a l. A no ser que las mujeres tardecas tengan un corazn distinto al resto de las mujeres. No se puede afirmar que se est enamorada de un hombre, que se ha recorrido el mundo de un extremo al otro para verle, y cuando se le tiene al alcance de la mano, abstenerse y permanecer indiferente lunas y meses, sin mostrar el menor inters por un encuentro. Beltarsiluma observa el reloj de agua. Faltan todava unos instantes para que lleguen los dems invitados. Al or una voz vuelve a situarse en el punto de observacin. Se trata de un paje que se dirige a Mino. Le dice que su esposa Ghina ruega le disculpe su ausencia con el bienquisto Beltarsiluma, pues ha tenido que retirarse a su alcoba afectada por una dolencia. Pretexto o causa real que contrara al valido, pues Tursyna hablar con ms soltura durante el almuerzo, sin el gusanillo molesto de los celos. Enseguida entran Agumar, consejero de la Ciudad, y su esposa Sinaza, rescatada por Gabu del campamento de la embajada egipcia. Le siguen Adargn, de Obras Pblicas, y Gamida, su concubina legal. La esposa de Adargn, Alase, hace tiempo que est impedida, vctima de un demonio que le ha agarrotado las piernas. La imposibilidad fsica la tiene alejada de la vida social. Se pasa todo el da sentada en un carricoche que los criados desplazan de un lado a otro de la casa, segn las necesidades y los caprichos de la seora. Gamida, como concubina legal de Adargn, sin asumir las funciones de ama de casa

250

-pues en todo contina obediente y respetuosa de la paraltica- acompaa a su concubinario en la vida social. Gamida le ha dado dos hijos a Adargn. Es mujer madura, no abundante de carnes, pero s agraciada y con don de gentes. Y se conduce afectuosa y servicial con Alase. Beltarsiluma abandona el lugar de espionaje. En el pasillo se encuentra a Sinanurta, que, seguido del sexteto de pajes y escanciadores, acude al saln a vigilar el almuerzo. Durante la comida, entreverada de problemas y de atenciones y galanteras de Beltarsiluma, ste procura introducir alguna frase que concierne a Tursyna y a Mino, a fin de que la tartessia se afirme ms en su creencia de que Mino est instruido para asediarla y sonsacarle. Lo que no sabe Tursyna es que su ex prometido ignora la sospecha de que es objeto. Por lo tanto -segn la malicia de Beltarsiluma-, desde ahora tendr que operar poniendo en juego otras argucias. Unas y otras irn haciendo cada vez ms tupida la malla de la red en que ella sola se enredar. El almuerzo tiene un desagradable final para Mino. Malkallasin, el mdico de palacio, se presenta en el saln para decide que Ghina est enferma de cuidado y que debe convocarse inmediatamente al baru de la corte para que haga los conjuros y exorcismos de rigor. Hasta no tener permiso del baru, Malkallasin no podr poner un tratamiento mdico a la paciente. Y para que nadie le oiga ni se alarme, ampla su diagnstico al odo del arquitecto: -Tu esposa tiene bubas en las axilas. Mino se estremece con un escalofro.

LA DONCELLA DE ISHTAR Puerta quinta Es EL DA DEL OJO DEL SAPO en el santuario de Baradurgarra. Antes de que Semramis salga de su retiro, las adoratrices -dolientes ishtaritis- se han arrodillado en las gradas que conducen al altar, y all, con la frente pegada en el peldao que les corresponde, gimen: Oh poderoso Anu, ve a tu hija! Oh poderoso Sin, ve a tu hija! Oh poderoso Shamash, ve a tu hermana! Y vosotros, dioses benignos, que comparts los templos de la divina Ishtar como compartisteis su lecho, ved a vuestra seora y reina, vejada y expoliada. Las matronas entran en la celda de Semramis. Se acercan a la litera. Contemplan a la reina unos instantes. La joven parece no dormir. Est con los ojos abiertos y la vista pegada en el techo. Una de ellas se inclina y le dice quedamente al odo: -Seora, ya es hora. Semramis permanece abstrada. -Ya es hora, seora. 251

La reina se incorpora, mira a su alrededor como sonmbula. Se pone de pie. Se sita entre las dos matronas. Las tres mujeres salen de la celda y se dirigen hacia la puerta trasera del templo. Ereskigal hace saber a su hermana Ishtar que para dar un nuevo paso hacia el lugar donde se encuentra lo que ha perdido su corazn, deber pagar en concepto de portazgo el cinturn del amor. Es la reliquia ms venerada por las doncellas. Lo confeccionaron Shamash y Sin, el sol y la luna. Shamas puso el oro y Sin la plata. La asamblea de los dioses, que calific la obra tan perfecta como el anillo del zodaco, aport al cinturn la piedra ms valiosa que se conoce: la del parto. Otras piedras, talismanes poseedores de las virtudes de Ishtar, adornan el cinturn. Semramis se desposee de la reliquia y la entrega a la matrona, que se la cie. La matrona, que simula hacer las veces de Neti, se frota las rodillas. Semramis vuelve hacia el centro de la nave del templo. Se desva del lecho de Tammuz y asciende las gradas. A uno y otro lado las adoratrices, sin levantar la cabeza, porque desde ahora no les es permitido ver a Ishtar sin el cinturn del amor, gimen y se martirizan. Semramis, al llegar ante el ara, extiende los brazos y susurra: Anu, padre mo, han cegado mi vientre! En la mansin de los dioses cunde la incertidumbre y el desconcierto. De la tierra no sube el sabroso olorcillo de los holocaustos. En la mesa de los inmortales, los manjares se secan. Las frutas pierden color y los vinos que producen la dulce embriaguez, se agrian. Y la hermosa y delicada flor hermafrodita pierde color y se deshoja. En la tierra se secan los vientres de las mujeres. La hembra huye del macho. Un viento fro, que viene del norte, de la regin que vive en noche perpetua y gobierna Enki, hiela y marchita todo lo que encuentra a su paso. Los ros que han empezado a secarse, se tornan tmpanos. El sol es una bola de esparto que irradia ceniza. La ceniza, gris sudario, inunda la tierra. Y los hombres, las palmeras y las flores comienzan a ser ceniza. GABISA ES DONCELLA rica, hija del opulento mercader Marguma, quien precisamente figura entre los candidatos a pasar al censo de la nobleza. Gabisa es una de las nueve vrgenes que ha sido aceptada para que en las celdas del interior del ishtaritu se ofrezca en prostitucin sagrada en el segundo da fasto del solsticio. Pero a ltima hora su padre ha tenido que excusarla en el templo de Ishtar. Gabisa no est en condiciones de ofrecerse al acto consumatorio. No ha podido levantarse de la cama, afectada de pertinaz dolor de cabeza y alta fiebre. La imposibilidad de la doncella no crea problema. Hay muchas jvenes ms, dispuestas a substituirla. Marguma deja tres siclos de plata en la tesorera del templo y regresa a casa. Su esposa le recibe alarmada. Gabisa ha tenido hemorragia nasal y... -Tiene en la ingle una dureza que le duele. Y temo que sea un bubn. El mercader palidece: -Te has cerciorado bien? La mujer, con los ojos hmedos, con crispadura de afliccin en el rostro, asiente con un ademn. -Disponla de modo que yo pueda veda. La fiebre es tan alta que la joven no tiene sentido para el mundo. La madre alza la

252

saya pdica y deja al descubierto el bajo vientre. El padre pasa al dormitorio, ve y palpa la inflamacin. No es slo una, sino dos. Uno de los tumores est iniciando su desarrollo. Marguma baja la saya pdica y se doblega de hombros. -Qu hacemos? -dice la esposa, que le observa expectante. -Voy a ver a Beltitis. Beltitis es uno de los mdicos ms famosos de Babilonia. Vive en el barrio de Merkes. Su clientela son las familias adineradas. A pesar de ser hombre libre, de joven prest servicio en el templo de Gula. Se dice que siendo mocito recibi en sueos a la diosa de la salud instndole a que se iniciase en la ciencia de curar. Como es natural, sus padres se opusieron a que se dedicase a actividad tan impura y propia de gente ruin; pero el muchacho estaba tan influido por el sueo de Gula que se present en el patio hospitalario del templo de dicha diosa. Habl con los sacerdotes. stos vieron tanta elocuencia en sus palabras que quedaron persuadidos de que la diosa Gula haba movido su corazn. No fue cosa fcil para Beltitis iniciarse en la medicina. El ritual y terminologa exorcistas son complejos y ocupan muchsimas tablillas. Algunas escritas en lengua sumeria. Mas la vocacin era tanta que Beltitis venci toda clase de obstculos. Y, al fin, lo que al principio hubo de hacer a espalda de la vigilancia paterna, luego pudo hacerlo sin restriccin alguna. En Babilonia se habl del caso de Beltitis como algo sobrenatural. Nadie poda comprender -sino por intercesin de los dioses- que un muchacho de buena familia se dedicase a oficio tan poco grato y tan severamente castigado en casos de error, por las leyes. Despus de estudiar a fondo los textos de magia y hechicera pas a experimentar en el cuerpo castigado por los siete dominios. Empez a atacar a la enfermedad en su manifestacin ms fsica: dao de la naturaleza. A Beltitis le falta el pulgar de la mano izquierda. Cuando sali del templo de Gula y se dedic a practicar la medicina por su cuenta, se le present un aristcrata que tena una vieja infeccin en la mano izquierda. Ningn mdico quiso operarlo, pues, segn la ley, si el paciente perda la mano, al mdico que le hubiese atendido se le cortara la suya. Beltitis se comprometi a curarle. Para sustraerse al temor del castigo en caso de error, lo primero que hizo fue amputarse su pulgar. Y ensendole el mun al paciente, le dijo: "Vers que antes de pecar, expo mi culpa. Esto quiere decir que es necesario que te abra el dedo para salvar la mano. Mas te pido tengas fortaleza y no grites. No habrs odo ningn grito mo mientras t me esperabas". Beltitis abri con la cuchilla el dedo enfermo del aristcrata y le sac toda la inmundicia que tena en la mano. La operacin fue tan feliz que el paciente se qued con su dedo y Beltitis sin el suyo. Marguma encuentra al mdico en su casa cuando ste se dispone a salir. Le explica el caso de su hija. Beltitis arruga el ceo y murmura pensativo: -Con ste son cinco casos. Y slo en dos das. Ests seguro de que son bubas? -Seguro, Beltitis. -Vamos a verla. Los dos hombres salen de la casa. En el zagun, ratas. El mdico, para levantar el nimo de Marguma, dice: -Si la disposicin de Beltarsiluma sigue vigente por muchos das, habr ms ratas en la ciudad que personas para matarlas. Me han dicho que hay gente que las est criando con especial esmero. Llegar da en que cada babilonio preparar en su casa un criadero

253

especial, del que pueda retirar una buena cantidad de ellas para llevrselas al subintendente del canal Viejo. Preocupado por el caso que le ha expuesto Marguma, contina pensando en la peste. Est seguro de que son demasiados enfermos con bubas para no pensar en una peste. En el patio hospitalario de Gula hay internados ms de dos docenas de enfermos bubosos. -Ha tenido flujo intestinal? -pregunta al padre de la paciente. -No. Esta maana tuvo hemorragia nasal. -Mucha fiebre? -S. -Temo que esos prisioneros indutas la hayan trado. Como todos los desventurados, son perseguidos de los edimmu4, y stos deben de haber esparcido la peste. Llegan a la casa y Beltitis observa a la enferma. Palpa las bubas y examina al tacto toda la regin. Luego explora el cuello y las axilas de Gabisa. Dictamina: -S, son bubas. No te has equivocado. Dos en la ingle derecha y una incipiente en la izquierda. Es doncella tu hija? -S. Estaba destinada para cumplir con el rito de las nueve doncellas. -Ests seguro de que no ha tenido trato con varn? -Seguro -dice Marguma. -Segursimos! -apoya con nfasis Sibam, la madre. Beltitis sabe que muchas veces los padres viven engaados sobre la conducta de sus hijas. Y conocer la verdad es importante para un mdico. Si la paciente es virgen las bubas vienen del mundo subterrneo de Nergal. Su estrago es rpido y casi siempre mortal. Mas si ellas vienen de varn buboso, el dao tambin es grande, pero la muerte no es inminente. El espritu de los edimmu no acta con tanta virulencia en el traspaso de la enfermedad de un paciente a otro. Todo un tratamiento de lavados y untos custicos purificadores llegan a combatir la enfermedad. Y la paciente, aunque bubosa, puede vivir muchos aos. Beltitis no pone en duda el testimonio que sobre la virginidad de Gabisa dan sus padres, pero l no cura con testimonios familiares, sino con evidencias de carcter fsico. y antes de que puedan impedrselo se cerciora con un examen dactilar de la virginidad de la enferma. Despus murmura: -Malo! As hay varias en el patio hospitalario de Gula. Esta maana muy temprano las he visto. -Y qu hacemos, Beltitis? -En principio, los exorcismos. Empecemos con las tres rogativas a la diosa Gula. Es la ventaja de recurrir a los servicios de un mdico como Beltitis, que ha hecho estudios y experiencias en el patio hospitalario del templo de Gula; que ha recibido el grado menor del sacerdocio o ttulo de asu, suficiente para luchar contra los edimmu; cosa permitida a los ciudadanos, pero no a las personas ligadas a las altas instituciones del pas, quienes estn obligadas a recibir los auxilios del baru o brujo de la dependencia estatal o religiosa a que se hallen adscritos. 4* Demonios menores o asistentes del infierno, que, como aparecidos o fantasmas persiguen a los seres humanos. Producen las enfermedades. 254

Concluidas las rogativas, el mdico y los padres pasan al interrogatorio que se mantiene bajo el auspicio de Tammuz. Beltitis, probablemente porque crea ms en la medicina que en los conjuros, participa en el dilogo con demasiada prisa y rutina: -Ruego a Tammuz -apunta. Los padres salmodian con el susurro peculiar con que se desgranan las plegarias: Oh benigno Tammuz! Oh gran seor! Pastor del cielo, hijo de Enki esposo de Ishtar la enamorada... Beltitis apenas si mueve los labios. Terminada la invocacin pide: -Filiacin... Los padres, en lugar de la enferma que est inconsciente, contestan: -Yo, Gabisa, hija de... -dice Sibam. -Marguma y... -dice el padre. -Sibam -agrega la madre, que a continuacin declara en nombre de su hija- Teniendo a Mulab por dios personal y a Marduk por dios universal, yo, Gabisa, doncella sufriente, torno hacia ti mis palabras y te llamo... -Pues has de saber oh gran seor Tammuz...! -dice Beltitis. -Que un infame curioso -contina Sibam-, ha entrado en mi cuerpo y de l quiere hacer su alimento... -Nombre -insina el mdico. -Cualquiera que l sea, confndele con tus poderes; arrncale de mis carnes y vuelve a mi cuerpo el alivio y la salud que antes tenan. -Lo pide... -Gabisa, devota tuya, oh benigno Tammuz! Consumado el prembulo verbal, los tres extienden las manos e inclinan la cabeza. Enseguida la madre va por un recipiente y una jarra de agua, con los cuales el mdico, en su calidad de asu, lleva a cabo la adivinacin de la enfermedad, que, desde luego, sin necesidad de recurrir a la acuamancia, sabe que es peste de bubas. Pero si no lo hiciese, los padres de la doncella no quedaran satisfechos. Hasta podran llegar a denunciarle. Si Beltitis no fuese asu, sino un simple baru, tendra que confesar a la paciente, de modo que al conocer sus faltas o pecados pudiera averiguar, por la especie de stos, la casta del demonio que la posea y, en consecuencia, la enfermedad. Pero la acuamancia tiene la virtud de adivinar el nombre del demonio posesor, con lo que se abrevian las prcticas exorcistas. Beltitis hace las libaciones, una tras otra. Observa atentamente cmo se estrella el lquido al caer en el recipiente, mientras los padres susurran anhelantes: Al conjuro, tu nombre. Por tantas veces como signos silbicos revela cada libacin. Es una ceremonia bsica en todo tratamiento mdico, pues si se desconoce el nombre del demonio de la enfermedad cmo se va a conocer el mal que produce?

255

-Su nombre es Ga-bu-ka -dice Beltitis. Los padres suspiran aliviados. Conocido el nombre del demonio de las bubas, su espritu est en sus manos. Ahora, a empezar la lucha contra l. Beltitis no sabe en realidad si se es el nombre. Por lo menos nada le dice. Las salpicaduras de la primera libacin dieron el signo Ga, las de la segunda el bu, las de la tercera ka. La cuarta ninguna. Lo importante es saber que la doncella est bubosa. -Bueno. Ahora hay que actuar. T, Sibam, cada hora invocars los buenos oficios de la diosa Gula con tres rogativas. Al final de cada una de ellas, invertirs el nombre del demonio, diciendo: Sal del cuerpo de Gabisa, Ka-bu-ga! A la paciente le hars sahumerios de hojas de sndalo. Ve con el herbolario y compra pomada de las bubas. Se la aplicas inmediatamente al bubn mayor para ablandarlo. A la cada de la tarde vendr a sajrselo... -Tras de breve pausa, se dirige al padre-: T, Marguma, tenme lista la tablilla impune. Si no tienes ninguna, ya sabes que puedes adquirida en cualquier templo de la salud. La tablilla impune o de la irresponsabilidad, es un escrito en que el paciente y sus padres o tutores renuncian a toda accin judicial y reclamacin a que, segn la ley, tienen derecho por los posibles errores que pudiera cometer el mdico. En ella se expresa la afirmacin jurada de que el paciente est tan cogido por los edimmu que no tiene salvacin, y que se le pone a la libre disposicin del fsico para que le evite los mayores sufrimientos en el momento de la muerte. Esta es la frmula que han encontrado los mdicos para eludir la responsabilidad fijada en las arcaicas leyes del cdigo de Hammurabi. La medicina ha adelantado ms de mil aos, pero las leyes continan inclumes. La verdad es -medita filosficamente Beltitis-, que el ser humano muere a la hora que tiene fijada en las tablillas del destino. No necesita que le aprisione un demonio. A veces, con que le pique una inofensiva pulga es suficiente.

BABILONIA, AGOBIADA

LAS AGUAS RODEAN el recinto amurallado de la ciudad. En algunas zonas la inundacin hace horizonte. Ya no se ven los terrados de las casas que se levantaban extramuros. Construidas con adobes de barro sin cocer, el agua las redujo a lodo. Lo nico que se conserva en pie son las palmeras, cuyas pencas y ramas se reflejan en la turbiedad de las aguas. Los servicios de auxilio apenas fueron tiles para salvar a los vecinos del barrio de los Bienquistos. En contraste con esta desolacin, algunas barcazas llegan de distintos rumbos del pas con viajeros que acuden movidos por el fervor que les inspira la diosa Ishtar. No faltan desaprensivos, nativos o extranjeros, que desafan los riesgos del viaje con tal de no perderse los placeres y extravos de todo gnero que ofrece Babilonia en las fiestas solsticiales de verano.

256

En el interior de las murallas la situacin se agrava por momentos. El jubileo de Ishtar va a entrar en su fase ptima, y aunque el sentimiento religioso anima a los adultos a hacer los preparativos de las fiestas, no pueden desentenderse de los quehaceres que les impone la inundacin, las ratas y la peste. Beltarsiluma no ha tenido que invalidar el mandato sobre las ratas. La chiquillera que haca juego y negocio de la caza de los mridos, carece de tiempo para llevar la presa al canal Viejo. La vida domstica se ha desquiciado y los nios deben ayudar a sus padres a hacer frente a las diversas anomalas. Es necesario proveerse de los untos y yerbas, de las filacterias y tablillas de conjuros que preservan y contrarrestan los estragos de la peste. Si contina extendindose no habr brujos, hechiceros ni mdicos suficientes para atender a los bubosos. Adems, los comestibles escasean. Se han perdido grandes cantidades de artculos alimenticios en la inundacin del mercado Bajo y en los almacenes del barrio de Sin. La mayora de las casas se han desmoronado. En los patios de los templos se suministran cereales, legumbres y frutas secas, las colas se hacen interminables. La mayora de los nios se pasa el da guardando turno. Al anochecer regresan a casa con un pequeo bulto de subsistencias que asegura a la familia un parco condumio para dos o tres das. Y esto si pueden preservado de la voracidad de las ratas. Las escenas callejeras son deprimentes. En los primeros das de la inundacin los babilonios vieron resignados y afligidos la riqueza que se llevaba el agua. Nada podan oponer a esta ruina dictada por los dioses. Das ms tarde, cuando los colmillos de la carencia hincaron en sus carnes se pusieron a salvar del agua y del lodo aquello que, repugnndoles, poda ser en un momento dado su propia salvacin. Por ello nadie se extraa al ver que mientras en una casa los moradores se entretienen tejiendo las guirnaldas con que adornarn la calle, en la de enfrente los vecinos se afanan en rescatar entre el barro enseres, vasijas, bolsas de lona o cuero que contienen alimentos ya daados o en proceso de descomposicin. Las bestias que murieron bajo el derrumbe o ahogadas, son objeto de afanosa, tenaz recuperacin. Su carne habr de calmar las exigencias del estmago. Nada importa que presenten un aspecto repulsivo, sucias de barro, rodas en unas grandes porciones por las ratas; que moscas y gusanos las cubran. El babilonio sabe limpiar la bestia de estas impurezas. Conoce cmo condimentar la carne con yerba de menta para quitarle el sabor no siempre agradable de carne putrefacta. En las casas de los barrios Beltis y Merkes se hace gran consumo de resinas y yerbas aromticas, pero no en la suficiente cantidad para neutralizar el hedor que se levanta de los barrios inundados, lodosos, despanzurrados en su miseria. Aunque no ha habido orden alguna ni disposicin al respecto, los babilonios empiezan a murmurar que se va a incendiar el barrio del mercado Bajo. Saben que, en definitiva, cuando los dioses se muestran sordos a las rogativas de sus adoradores, el fuego fortuito o provocado viene a ser el gran purificador. Las llamas se llevan por igual a la inmundicia, al apestado y a los edimmu. Estos malos espritus que antes de bajar a la sombra de Nergal tuvieron cuerpo mortal, experimentaron alguna vez en su vida el rigor custico, irresistible del fuego. Por eso huyen de l. -Es PREFERIBLE PRENDERLE fuego ahora, seor -dice Agumar. Beltarsiluma, con la cabeza baja y la mano jugando con el cordn de Nabu, da unos pasos por la estancia en actitud meditativa. Enseguida se vuelve al consejero de la 257

ciudad. -Hay mucho apestado en el barrio? -Pasan con mucho de novecientos. Ya debe de haberse desalojado a unos trescientos. -Y cuntas ratas calculas que hay en el mercado Bajo? -pregunta el valido. -Muchas ms que en el resto de la ciudad, seor. -Por lo cual, si prendisemos fuego al barrio, las ratas pasaran a Beltis y Merkes. Y aqu, en palacio, no nos daramos abasto para libramos de ellas. No, bienquisto Agumar; no me parece oportuno provocar ese incendio. Habra que evacuar a los apestados, y en los patios hospitalarios no cabe uno solo. Es preferible cerrar el barrio. -Imposible, seor. Los vecinos tienen que salir a proveerse de comestibles. -Mira, Agumar. Si el incendio estallara espontneamente, todo ira bien. De lo contrario la gente se enterara enseguida de que lo hemos provocado, y en este caso tendramos problema con los templos. Es fcil quemar el barrio y que en el incendio se achicharren cinco o seis mil ciudadanos. Supongamos que con ellos perecen nueve veces ms de ratas. Pero tendremos conflicto con los sacerdotes. Porque las ratas, que yo sepa, no han sido declaradas nefastas. Necesitaramos una consulta a la zigurat para que nos hicieran el horscopo respecto a las ratas. Y saber si su mortandad no irrita a los dioses. Qu noticias tienes del nivel de las aguas? -Desde que se anunci pblicamente su descenso, ha subido cerca de medio codo. Si el ascenso contina a este ritmo, dentro de tres o cuatro das se desbordarn los canales. -Una verdadera catstrofe ---comenta el valido-. Menos mal que los babilonios somos tan animosos, que hasta con la ciudad inundada celebraremos las fiestas de Ishtar. Bien, Agumar, estoy plenamente convencido de la razn que te asiste, y comparto, aunque hipcritamente, tu opinin de incendiar el barrio del mercado Bajo. Sobre sus escombros se levantar otro que continuar siendo bajo, porque la pobreza, que se viste de harapos, siempre es vieja y baja. -Hars cursar la consulta a la zigurat? -Ni pensarlo! Daremos la consulta por hecha. No ha sido todava integrada la nueva cmara sacerdotal. Nadie podr emplazamos por una medida tomada ante una necesidad perentoria. Beltarsiluma y Agumar suben a la ronda de la muralla. Los arqueros de guardia vigilan con celo todos los movimientos que se originan dentro de la ciudad. No se desecha la posibilidad de que el pueblo se soliviante contra los poderes constituidos. La catstrofe no es atribuible a la reina ni a sus consejeros. Es dictado de los dioses y hay que aceptado con resignacin. Pero la ciudad pasa por una situacin propicia a que los humores de los hombres se alteren en irritaciones y destemplanzas. Los babilonios hace pocos das empezaron a sentirse aprisionados en los muros de la ciudad y no dejan de pensar, con natural temor, que el cerco de las aguas puede ir estrechndose. El recinto amurallado est congestionado de gente. Los refugiados de los barrios de extramuros, as como los forasteros y los noventa mil prisioneros indutas, han rebasado la capacidad habitable de la ciudad. Y han reducido, cosa ms grave, las provisiones alimenticias. Si a esto se agrega la lucha constante contra las ratas y la desmoralizacin causada por la peste, no es aventurado esperar brotes de desesperacin que se resuelvan en actos de violencia e incluso de desacato y rebelda. Para evitado, los arqueros distribuidos por todo el permetro de la muralla, vigilan la ciudad. 258

Tienen rdenes de disparar contra el primer blasfemo o alborotador que surja y de avisar del primer conato de violencia que estalle en cualquier zona de la ciudad. Beltarsiluma y Agumar hacen a caballo el recorrido de la ronda. Al llegar al lugar ms estratgico para observar el barrio del mercado Bajo, cerca de la puerta de Enlil, se detienen a contemplar el aspecto que ofrecen sus calles y plazas. Por el canal Grande todava boga alguna barcaza de auxilio. Beltarsiluma considera intil este socorro. Poco importan unos mseros enseres ante el peligro en que se hallan sus modestos propietarios. No se detienen mucho tiempo. Los caballos estn inquietos. Las ratas corren entre sus cascos, y alguna, ms osada, intenta subir por las patas del cuadrpedo. La bestia concluye por cocear. Beltarsiluma expone una conclusin: -Las ratas de Borsippa son ms inteligentes que las de Babilonia. -Por qu lo dices, seor? -Sencillamente porque cuando la crecida llega a Borsippa y amenaza la inundacin, las ratas no aparecen. Han olido el agua y se han puesto a salvo yndose a los altozanos ms prximos. -No me extraa, seor, que hagan eso, porque en Borsippa abundan ms las tablillas de estudio, muy difciles de roer, que los sacos de grano. Mas en Babilonia, donde todo es abundancia y regalo para el diente, cmo quieres que abandonen esta riqueza por la pobreza del campo? Por lo tanto, las ratas de Babilonia, respetada sea tu aguda opinin, me parecen ms inteligentes que las de Borsippa. Un arquero llama la atencin a los dos gobernantes. De poniente viene una barcaza conduciendo a un grupo de hombres. Agumar descubre en una prtiga izada a modo de mstil, un bandern hospitalario. -Es el de Israel -dice a Beltarsiluma. -Oportuna ocasin para recibir embajadas! -comenta el valido. -La embajada de Israel estuvo hasta hace poco tiempo aqu. Por qu regresar? -se extraa Agumar. -Quin vena al frente de ella? -Sadoc. -Ah! -dice entre dientes el valido- Conque Sadoc... No comprende cul pueda ser la causa del regreso de Sadoc a Babilonia y de arrostrar los peligros de la inundacin, cuando seguramente se encontraba ya en tierra firme. Valido y consejero, apoyados en el pretil de la muralla, observan la lancha. Avanza lentamente. Los remeros hacen esfuerzos por contrarrestar la fuerza del agua. Si no fuera por las bestias, enseres, ramas de rbol, pencas de palmera y las manchas oleaginosas del betn que arrastra, no se distinguira su velocidad. -Regresemos -dice Beltarsiluma-. Habr que ordenar que se les preste auxilio.

Puerta sexta MIENTRAS BABILONIA PADECE el asedio angustioso de la muerte, en el interior del 259

ishtaritu se celebran los ritos correspondientes al sexto da del jubileo de la diosa. En la penumbra de la nave todo es recogimiento y quietud. Slo la presencia de las ratas establece cierta relacin con lo que est sucediendo fuera del templo. Pero las ratas de aqu, cuidadas y alimentadas por los eunucos, corretean tranquilamente por el enlosado sin molestar a las matronas ni a las adoratrices. Las ratas del templo de Ishtar, conscientes de los privilegios que disfrutan, los defienden de la amenaza que supone la invasin de sus congneres. No se dedican a hostilizar a las sacerdotisas, sino a atacar a las intrusas que en su expansin por toda Babilonia pretenden incursionar en el templo de Ishtar. Mas los cimientos y los muros del sagrado recinto son slidos, de valiosa y dura piedra. Y las entradas de acceso que encuentran las ratas intrusas, escasas y fcilmente defendibles por las del templo. Al trasponer la sexta puerta, Ereskigal exige a su hermana nuevo tributo: las ajorcas que lleva en los tobillos y los brazaletes. En cuanto Semramis se desposee de estas alhajas, las adoratrices se rasgan los velos. Presa de una sbita impotencia fsica, se arrastran por el suelo sin cuidarse del estrago que les produce las asperezas del pavimento. Imitando a las serpientes, reptan por las gradas. Semramis, de acuerdo con la liturgia, asciende hasta el ara de Ishtar y clama: Anu, padre mo, desfallezco antes de morir! En la mansin celeste los dioses se sienten con las piernas entumecidas. Tambin les consume la apata y no aciertan a hacer ningn movimiento ni a ponerse de pie. Los dioses sospechan que los espritus del mundo subterrneo han subido osadamente hasta su reino y les han agarrotado brazos y piernas. En la tierra los mortales no mueven los brazos para abrir el surco, cortar la espiga o arrancar el fruto. Les domina una pereza infinita y desgana por todo. Tampoco extienden los brazos en adoracin a los dioses. No saben si estn arriba o abajo. Los caminantes pierden la ruta, y las bestias slo se orientan hacia el gemir del viento fro y seco que todo lo hiela a su paso. Las manos, privilegio del ser humano, estn quietas, inmviles, arrugadas y secas como un sarmiento. No tienen sangre ni tacto y han perdido la elocuencia de la expresin. Los que no quieren hacer el esfuerzo de arrastrarse, prefieren pudrirse en la pereza. LA PESTE Es LA PRIMERA Y GRAVE inundacin que Mino pasa en Babilonia. No le gusta. Presiente que la muerte acecha a todos los habitantes de la ciudad. Su esposa ha sido trasladada al templo de Gula y recluida en una celda sacerdotal. Addasin, apoyado por Beltarsiluma, ha dado rdenes de que ningn enfermo de bubas permanezca en palacio, cualquiera que sea su jerarqua o cargo. Malkallasin y el baru Pertes, ejercen una estrecha vigilancia entre el personal palaciego. Mino acompa a Ghina a la celda del templo y permaneci a su lado hasta que la fiebre la dej inconsciente. Ghina ha tenido tres hemorragias. Las bubas le salieron en el cuello y en las axilas. Pertes no tuvo reparo en decir despus de la sesin de exorcismos, que no fue uno, sino tres o cuatro los edimmu que hicieron presa en la joven. Malkallasin, por su parte, tras el desahucio del baru, no hizo otra cosa que sajar una de las bubas, aplicar pomada custica a las otras y encomendar a la paciente a la piedad de Marduk.

260

Mino pasa el da vagando por Babilonia, confrontando la afliccin de la gente que es la suya propia. En los ojos de los babilonios no hay una sola mirada clara. En todos los rostros la misma expresin de azoro y de angustia, idntica actitud de recelo y desconfianza. La muerte, las infinitas sombras de Nergal se pluralizan, y cada ciudadano lleva una de ellas pegada a s mismo. Dan la impresin de huirse, de evitar el encuentro, de eludir cualquier compromiso de solidaridad que avive el miedo que les agobia. Mino se encuentra en la plaza de Nabucodonosor. En el centro, el gigantesco len de basalto. No comprende por qu en este momento se le viene a la mente... Mino se apoya en el muro de una casa y baja la cabeza tratando de recordar. S. Hay una presencia en su cerebro. Una presencia de un ser humano... No est muy seguro de que se trate de una persona. Recuerda una lira. S, esto es. Hace aos, muchos, se encontr a un aedo bajo la estatua del len de basalto, un jonio llamado Homero. Qu habr sido de l? No, no fue bajo la estatua sino en la puerta de la taberna. All, en el quicio estaba Homero. Entonces Mino no senta como ahora la necesidad de beber un buen trago de jugo fermentado. Piensa que cuando lo tome, se aplacar el fuego que le quema en los pulsos. La matrona del templo de Gula le dijo: "No te preocupes, seor. Haremos rogativas a Gula para que sane tu esposa". Ghina, en las ltimas horas no le reconoca. Estaba inconsciente y a intervalos se estremeca en violentos escalofros, prueba de los muchos malos espritus que tiraban de su cuerpo. No es Homero el que cae. Es otro, un asirio. Acaba de salir de la taberna. An se limpiaba los labios con el dorso de la mano cuando separ sta ensangrentada. Se sacudi violentamente y arroj sangre en un nuevo vmito. Ni Mino ni ninguno de los presentes lo ha visto. El dardo lleg de no se sabe dnde. Se clav en el pecho del hombre. Dio un alarido y cay en el fango. Mino le ve convulsionarse. La gente, al pasar, hace un rodeo evitando tropezarse con el apestado. Mino siente que la sangre le arde en el cuerpo. Da media vuelta. No, no entra en la taberna. Va en busca de otra. Pero sin la mente lo suficientemente despejada para concretar a qu establecimiento dirigirse, contina andando, arrastrando las piernas presa de irreprimible dejadez. Apenas si se da cuenta de que en el arroyo, entre el agua y el barro, dos hombres y tres nios se afanan en desollar un camello.No son torpes en el menester, pero no consiguen hacer el trabajo con ligereza, pues las ratas les importunan saltando sobre el camello. En la pileta de una fuente pblica, Mino bebe agua en el cuenco de las manos. No se le va la sed. Luego ve en el fondo de la pileta dos o tres ratas. Una de ellas tiene el hociquito estirado y los incisivos asoman agresivos. Mino la mira fijamente, se le antoja que se agranda y se encoge. Debi de morir de un golpe. Tiene el cuello y parte de la cabeza aplastados. De arriba de una de las orejas sale un ligamento que oscila movido por el agua. La rata ya no sangra. Quiz lleve all con las otras uno o dos das. A Mino le extraa verse caminar con la sombra por delante, sentir en la cabeza los rayos candentes del sol y no ver al sol en el cielo. Cuando mira a lo alto ve una mancha ovoide que se extiende y se reduce, que cambia de color, siempre rojizo, pero nunca rojo del todo. A veces se torna de un amarillo de espiga seca. Tropieza no sabe dnde, con una comitiva funeral. El corazn late violento. Las plaideras gimen y se muerden los puos. Se cubren con un largo manto parduzco. El uso continuo que hacen de l ha decolorado el tinte original del luctuoso rojo. Susurran sus lamentaciones en un quedo ulular. Encomienda a Nergal la sombra de Ghina,

261

invocando las virtudes que la adornaron en vida, las bondades que tuvo para su prjimo. Era la ms fiel de las esposas y su cuerpo fue regazo sumiso y placentero del marido. Nadie como ella para adorar a los dioses, ninguna tan pronta en reverenciar a Tammuz. Aprtala oh gran seor Nergal! del polvo y las tinieblas. Ghina! Han dicho Ghina, han repetido Ghina. No, no es posible. Ghina est en la celda hospitalaria. Pero Mino siente en su corazn que Ghina ha sido amortajada. Se echa a un lado para dejar pasar a la comitiva. Dos hombres y dos mujeres llevan en alto la parihuela en que va el cadver. -Habis dicho Ghina? Los ojos de los dos hombres y de las dos mujeres se vuelven hacia l con expresin agresiva. Haba olvidado que un babilonio que muere, pierde el nombre. Invocarlo cuando se dirige al pas sin retorno, puede irritar a los siete demonios que sometern al difunto a las ms terribles torturas. No, no puede ser Ghina. De dnde ha sacado que su mujer haba muerto? Los pasos de las plaideras y de los portadores del cadver son uniformes y solemnes. Los pies, calzados o desnudos, se hunden en la papilla informe de lodo, de residuos de toda clase. Los velos de las mujeres rastrean en la inmundicia. El bajo de uno de ellos arrastra una rata. Debi prenderse del manto, en la ltima, convulsa, mortal dentellada. Los deudos, vestidos de flamante manto rojo -mantos de luto alquilados en los almacenes del templo de Nergal-, siguen compungidos el cadver. Son un hombre, un nio y dos mujeres. El nio, llevado de la mano del padre, rastrea los pies por el lodo jugando a abrir un surco a su paso. El hombre va cejijunto y con la vista baja. Las mujeres con los ojos llorosos, estticos, como si calaran en las tinieblas del infierno. Es un funeral modesto. Cierran la comitiva un solo flautista, el ahuyentador de demonios y el hombre de la saca. La presencia de ste explica que el cadver no ser enterrado, sino arrojado al ro. Al llegar a las afueras de la ciudad, alcanzado el punto en que concluyen los muelles del ufrates, lo introducirn en una saca embetunada. Un conjuro y al agua. Mas como esto no es posible hacerlo hoy, dada la inundacin, lo llevarn a la salida de cualesquiera de los canales que cruzan la ciudad, para arrojado all. Mino no sabe con certeza adnde se encamina. Busca un lugar en que pueda mitigar la sed, la abrasadora sed que pone spera ceniza en su boca. No sabe si va hacia una fuente o hacia un mesn. Del arroyo sube un vaho pegajoso. Siente la ropa hmeda y caliente, a pesar de los golpes de escalofro. Est en la calle de las Imgenes. No la reconoce, pero tiene conciencia de la desolacin que reina en ella. Un nombre bulle en la mente de Mino: Arbilas. No sabe bien si identifica a una calle o a un manjar. Los comercios, almacenes y bazares estn cerrados. Pega el sol descarado, como estallido, en la granulosa superficie de la fachada. Est cansado de verla, pero en esta ocasin le parece nueva. La casa es de tres plantas. De arriba abajo una hilera de estrechas ventanas. Son los nicos vanos abiertos al exterior. Todo lo dems es pared rugosa, cerrada al sol. A la altura de cada planta corre horizontalmente el salidizo de una cornisa. En la del primer piso, una rata, y en la ventana una mujer. Si se ha casado puede ser ella. En la calle ni un solo tenderete. Las mondas, cscaras y vainas de frutos se mezclan al lodo del arroyo. Si se ha casado puede ser ella. Mas quin es ella? Mino, recostado en el muro de enfrente, mira a la ventana. De vez en cuando ella pasa frente al vano. Por 262

un instante se asoma y le mira. Mino intenta reconocerla. Cree notar que la mujer esboza una sonrisa. Abajo, en el portaln que conduce al patio, dos nios juegan con un perro que tiene el lomo ulcerado. Una mujer, provista de un haz de juncos y tallos de romero, lo mueve cadenciosamente junto al portaln barriendo el rectngulo de ladrillos de la entrada. Despus lo levanta, lo agita, cubriendo con sus aspavientos todo el claro de la puerta. Mueve los labios como si hablara, pero Mino no escucha ninguna palabra. Debe de estar salmodiando algn conjuro. Arriba, la mujer que se ha asomado le sigue mirando. Piensa que esta mujer puede mitigarle la sed. Sin duda la conoce. La mujer se pierde en el fondo de la habitacin. Alguna vez le calm la sed o el estmago. Mino quiere recordar sus manos. Ha ganado carnes, y su mirada ha perdido alguna dulzura o alguna pureza que tena hace aos. La mujer vuelve a asomarse al ventanuco con una criatura en brazos. Saca la mano e indica al nio; enseguida le muestra la palma con los dedos abiertos y escondiendo el pulgar. Es Arbilas, la que le mat el hambre en su primera maana babilonia. Es Arbilas, casada, que tiene cuatro hijos. La mirada de Arbilas le provoca escalofro. Ella le hace una sea con la mano, invitndole a subir. Y enseguida, mostrndole el meique y el pulgar le indica que est sola. Arbilas le habla. Pero Mino no alcanza a or ninguna de sus palabras. Sigue adelante. A los primeros pasos se olvida de aquella mujer que fuera su novia. Se olvida de todo menos de la sed. La sed le atenaza, sin acertar a razonar en qu lugar puede saciarla. Un mocetn que corre perseguido por un vigilante, le empuja contra la pared. Vacila, pierde el equilibrio, dobla una rodilla y adelanta la mano que se hunde en el fango. Hace un esfuerzo por incorporarse. La mirada abarca una fila interminable de mantos, piernas y pies. La cola es enorme, curvndose como serpiente. Logra ponerse de pie y restriega la mano embarrada contra la pared. Los residuos del barro se le secan enseguida en las arrugas de la palma. Se las frota y ve desprenderse de ellas un polvillo spero. Tiene que abandonar la pared que le ha servido en su larga caminata de apoyo y referencia para mantener el equilibrio. Las gentes que guardan cola en horas de espera y aburrimiento, se recuestan en el muro. Algunas, por cambiar de posicin se han apartado de la pared y permanecen con los pies metidos en el barro. Mujeres, hombres, nios, todos con expresin de cansancio y de tedio. La cola es interminable y se sucede ante la vista de Mino que contina su marcha. Desfile de rostros plidos, de ojos enfebrecidos, de bocas contradas en rictus. En la mente, la nocin de hallarse cerca del almacn de un templo. -Agua...! Dnde hay agua? Nadie le contesta. Una mujer sonre incrdula. Boca grande, seca, sin color, sin pulpa en los labios, sin aliento y sin palal1ras. Una boca vaca y muda. -Agua...! -Habis odo? Este borracho pide agua -dice alguien. -Nos ahogamos de agua y tiene sed -dice otro. La cola es interminable y encendida de rojo de luto. Los pies chapotean en el fango. Los bajos de los mantos, sucios de salpicaduras. La cola despide un olor acre de pesebre. En la parte soleada del arroyo, la nube de moscas. Una voz estentrea, airada, grita: "A la cola, a la cola!" Mino se detiene. Frente a l una mujer joven, no mal parecida, con los senos al aire, en cuclillas, sostiene a una criatura que

263

hace de cuerpo. Tiene que volver a pisar el fango para eludidos. Ms adelante, un hombre con la tnica desabrochada hurga en la axila, seguramente buscndose un bubn incipiente. -Tengo sed. Me abraso de sed -murmura Mino. Contina andando. Oye que dicen atrs: "Aqu no dan cerveza". Enfrente, en la terraza, una mujer tira a la calle un sern de ratas muertas. El sern es grande pero las ratas que caen no pasan de media docena. En la cola un mozo hace un chiste a la mujer, pidindole que les ensee el ratn. Mino vuelve a desviarse. Vuelve a meter sus pies en el lodo. Se le interpone un grupo de mujeres sentadas en banquillo que entretienen la espera comadreando. Del zagun de una casa sale otra comitiva fnebre. Los lamentos de las plaideras llegan del interior del patio. Ante la entrada, una carreta. Sacan uno, dos, tres cadveres. Los hombres que los arrastran los dejan unos instantes en el barro y enseguida se ayudan para subirlos a la carreta. En el quicio del portaln una mocita se restriega los ojos llorosos. Del patio llega la musiquilla propiciatoria de un flautista. "A la cola, a la cola!" Al fin, la columna se pone en movimiento. Han abierto las puertas del almacn y la gente se apresura. Los de atrs empujan a los de adelante como si quisieran desalojados. Mino se cruza con nios, mujeres y hombres que salen del almacn con su provisin de alimento. Lo llevan en canastas, cestas, bolsas. A veces, las mujeres lo guardan en el manto y aprietan el bulto como si fuese un tesoro. A la puerta del almacn cuatro fornidos esclavos regulan la entrada de los damnificados. Mino se detiene a mirar al interior. No por mucho tiempo. Los que vienen empujando lo desplazan hacia el centro de la calle. Enseguida las puertas del almacn vuelven a cerrarse. La cola retorna a su quietud, aunque no a la pasividad de hace unos instantes. Ahora en el extremo ms adelantado se muestra inquieta, impaciente, deseosa de ganar la siguiente apertura. Mino llega al final de la calle. Est cortada. Nadie la vigila ni impide adentrarse en ella, pero los transentes prefieren doblar la esquina. All empieza el barrio del mercado Bajo, donde los edimmu han extremado su virulencia. Un poco ms all las calles inundadas, las casas cadas, desplomadas, disueltas por el agua. El sol, que camina lentamente hacia la fachada de la izquierda, crea una atmsfera fantasmal. En medio de la calle una balsa hecha con odres inflados y un entramado de palma, se mueve pesadamente conducida por una vieja. Varios bultos en la balsa, un petate de junco enrollado, una jaula de carrizo con un pjaro dentro. Mino no acierta a distinguir si es pjaro, murcilago o rata. La vieja canta o susurra alguna oracin. Mino da vuelta a la derecha. Enseguida topa con otra cola, pero sta de mujeres veladas. Durante dos das y dos noches permanecern guardando lugar para vender sus sitios a las doncellas y a las matronas que vengan a cumplir el sacrificio prometido a Ishtar. Mino ha visto colas semejantes desde hace aos. Ahora no puede discernir si aquellas mujeres guardan cola para prostituirse o para recibir una limosna de obleas de harina de cebada. Alguna, al vede pasar, le dice: -Cinco sextas, slo cinco sextas! Segn camina hacia la cabeza de la cola el reclamo no aumenta de precio. Todas piden cinco sextas. Slo una, inmediata al muro del jardn de Ishtar, le ofrece el lugar por un siclo de plata. La cola guarda un turno riguroso: al puesto que pertenece a la devota de Ishtar y que guarda su sierva, sigue el del hombre que consumar la unin carnal. Los puestos de los hombres son los que las mujeres venden. Concertado el trato, el interesado deja a la 264

mujer un arillo en prenda. Puede estar tranquilo hasta el da de la prostitucin sagrada. La mujer le reservar el sitio evitndole las molestias y apreturas de ltima hora. En el momento de ocupar su lugar pagar el resto a la cuidadora. Entre unas y otras mujeres no pocas veces se suscitan disputas y querellas. La que reserva el puesto a su ama, siguiendo instrucciones precisas al respecto, procura que el conscripto que le corresponda sea buen mozo, hombre apetecible. Se producen trampas por malicia de unas y otras. No es raro que en el momento de encontrarse, devota y conscripto se sorprendan al verse iguales a como se imaginaron. Pero si surge la inconformidad al verse distintos, todo tiene remedio. Es cuestin de abrir la faltriquera, pues con plata es fcil obtener buenas hembras y buenos mozos para mayor gloria de Ishtar. Mino no acaba de precisar qu es lo que esta cola de mujeres hace en la calle. Quiz sean gargantas sedientas, ojos sin luz, manos sin tacto. Ni los setos del jardn del templo, ni incluso los smbolos primitivos de la diosa le dicen qu pueden estar aguardando aquellas mujeres. Se ha encontrado colas semejantes a sta ao tras ao. Al principio acudi a verlas a fin de calmar su curiosidad y entrar en el juego de la oferta y la demanda. No pocas de estas mujeres, reducidas a la ms elemental condicin animal, sin gracias ni aderezos, hacen negocio a cuenta del negocio de la matrona que se vende. Es de precepto piadoso que cada mujer que se entrega en holocausto a Ishtar, entregue al templo el producto de su venta, pero tradicionalmente el templo se limita a no exigir ms que el pago de un siclo de metal, sea cobre, plomo, plata u oro. Y hay damas tan principales y varones refinados y exigentes que no vacilan en pagar un alto tributo por el regalo fsico que pueden disfrutar en una posesin sancionada con los mejores augurios de la diosa de la fecundidad. Mino llega al mesn de Alpisillar. Zimma, en cuanto le ve aparecer en la puerta, no oculta su extraeza y alarma: -Qu te sucede? El cretense no contesta. Entra en el saln, va de un lado a otro y pasa al dormitorio. All corre a la mesa de las ofrendas, coge la jarra y bebe sin respirar todo el contenido. Se vuelve, mira a la cortesana, sonre y murmura: -Gracias, hetaira -le dice en griego. -Pero qu te sucede? -Ghina... Recuerdas quin es Ghina? Pues Ghina se est muriendo. En una celda de distincin, claro, pero que no respetan las ratas ni la pestilencia del patio hospitalario lleno de podredumbre. Cuando un ser humano como t o como yo, es atrapado por los demonios, el baru y el mdico bajan la cabeza resignados. La impotencia les hace indiferentes hasta la impiedad. No importa, Zimma, que mi mujer sea la azafata mayor de palacio, ni que sus manos pulsen con singular virtuosismo las cuerdas del arpa. Poco importa que la reina la haya invitado a su cama, que la haya besado y acariciado. Ahora est apestada! Sabes lo que es esto? Apestada! No contina. Se le flexionan las piernas y cae cerca de la litera. Zimma comprende lo que le pasa a Mino. Llama a Aramina y entre las dos le acuestan. Enseguida, la cortesana le dice a su sirvienta: -Ve corriendo al templo de Gula y dile al sacerdote Gandasin que le suplico venga inmediatamente. Mientras la criada va a cumplir la orden, Zimma desviste a Mino.

265

-Qu haces? -balbuce el cretense sin abrir los ojos. -No lo ves? Pronto vendr un baru a verte. Haz memoria, por favor. Recuerda si has blasfemado contra alguno de nuestros dioses. -He blasfemado. Todos hemos blasfemado, Tursyna. -No soy Tursyna, sino Zimma. -Est bien, Tursyna. Sabes? Hoy he visto a Homero. No te acuerdas de l? -S me acuerdo. Me acuerdo porque yo soy Zimma, y no Tursyna. -No me engaes. Zimma est apestada. "Como t", refunfua Zimma. Piensa que seguramente los demonios que han hecho presa en Ghina, han pasado al cuerpo de Mino. Es una ventaja para Mino que as haya sido, de lo contrario no tendra salvacin. Estara ocupando la celda de Ghina. Los demonios se ceban tanto con el primer paciente que apresan, que ya no son tan voraces con el segundo. Tienen la pereza del hartazgo. Zimma examina el cuerpo de Mino. Aun enfermo y abandonado, es hermoso. Le palpa las ingles, las axilas, el occipucio, el cuello, todas aquellas partes en que suelen desarrollarse las bubas. De este examen queda medianamente satisfecha. Cuando se vuelve a encender la lmpara se encuentra con una rata que muy cerca de sus pies, la mira con ojillos inquisitivos teidos de sangre. Parece presta a dar el salto. Zimma sale despavorida al corredor y grita estentrea: -Ratas, ratas!! Ya han entrado las ratas! El rumor de voces se apaga. Se hace un silencio espeso que rasga una burlona carcajada seguida de un comentario: "Ratas!... Tambin las hay en mi cuarto y no molesto a ningn husped". Enseguida, el ruido confuso de rdenes y pasos precipitados, al que se agregan las exclamaciones de alarma que salen de distintos cuartos del mesn. Alpisillar, acompaado de dos pajes, sube al aposento de Zimma: -No te preocupes, Zimma. En un momento acabaremos con las ratas. S, no durarn mucho. -Al entrar en el dormitorio a inspeccionarlo y ver a Mino se disculpa-: Perdona, no cre que tuvieras husped. -Va a salir, pero algo que ha visto le incita a volverse a la litera. Se percata de que el extrao es un apestado-. Lo siento, Zimma. Ese hombre est enfermo. Tendr que comunicarlo al templo de Babu. -No lo hagas, por favor. Acabo de llamar a un baru amigo mo. -No puede estar en el mesn. Si no lo denuncio me cerrarn el establecimiento. -No te preocupes. Me lo llevar a casa en cuanto le exorcice el baru. Alpisillar acepta a regaadientes. -Vas a dejar el aposento? -No por ahora. Si logro limpiar mi casa de ratas vendr a avisarte para que dispongas de l. No quiero que a este hombre le lleven a un patio hospitalario. -Es Mino, el arquitecto real verdad? -S. Es l. Zimma sabe que importa muy poco que Mino sea el arquitecto real. Est amenazado por la peste, y si el mal le vence de nada le servir el cargo ni su influencia en palacio. Parar con sus huesos en cualesquiera de los refugios improvisados para recluir a los enfermos. Aramina vuelve al mesn acompaada del baru Gandasin. Es hombre alto y corpulento, de tan abundante vellosidad que tiene que peinarse la 266

nariz. Apenas si los ojos y los labios se salvan de la pelambre. -Qu nalga te pica, Zimma? -pregunta nada ms entrar en el dormitorio. -Este hombre que ves aqu -dice Zimma-, es varn importante. -No tienes que decrmelo. S quin es. Qu le has hecho para que haya quedado desfallecido en tu cama? Le envidio el trance en que se encuentra si es resultado del goce que le hiciste pasar. -No seas bestia, Gandasin, y asume tus poderes y virtudes de baru. Este hombre que crees desfallecido de placer, est consumido por la fiebre. Y delira y dice cosas que slo pueden ocurrrseles a los siete demonios. -Fiebre? No vaya a ser un apestado...! -No digas tonteras y pon manos a la obra, pues quiero llevrmelo a casa. Antes de que el sacerdote ejerza sus virtudes salutferas, Zimma tiene que explicarle la mudanza que se ha operado en su vida. Cmo lleg al cortesanado por dictado del magnnimo Marduk, causa de que se encuentre tan lujosamente alojada en el mesn de Alpisillar. Y otros detalles que atemperen la curiosidad y extraeza de Gandasin. El baru pide a la domstica que le encienda el pebetero de mano que saca de la larga faltriquera. Hace que las dos mujeres se vuelvan de espalda, extiendan los brazos y susurren las tres rogativas a Gula. Mientras tanto, Gandasin empieza el interrogatorio que precede al exorcismo, y que l mismo contesta por cuenta del paciente: - Pecados? Los de todos los hombres mseros. Tu dios personal... ? -Volvindose a Zimma, pregunta- Sabes cmo se llama el dios personal de tu amigo? Zimma vacila un momento antes de contestar. Sospecha que Mino no tiene dios personal. Pero declararlo sera provocar el escndalo y el anatema de Gandasin. Por lo tanto, expedita, contesta: -Pavaln. Con tan precioso informe el baru contina el interrogatorio. Invoca a las tres diosas de la salud, a Gula, a Babu y a Ninkarrak. Pide tambin la ayuda de Tammuz sin desaprovechar la ocasin del jubileo, ya que Tammuz se mostrar ms diligente en el da que se conmemora la bajada de Ishtar a los infiernos en su busca. No siempre resulta eficaz recurrir a los servicios de un baru, pero es lo tradicional, es lo que deja satisfechas a las almas piadosas como la de Zimma. Ella reconoce no por s misma, sino porque lo ha odo decir, que el tiempo que el enfermo pierde lastimosamente sometido a los exorcismos del baru, estara aplicado con mayor provecho sometindolo a los cuidados de un mdico. Pero los mdicos no son gente de fiar. Menosprecian a los edimmu. Y stos se muestran siempre renuentes a hacer caso a sus conjuros y exorcismos. Por el contrario el baru, si es cierto que poco sabe de medicina, tiene la ventaja de sus virtudes mgicas y de su gran ascendencia sobre los espritus malignos. Gandasin tiene fama de po e incontaminado. Mientras desenvuelve la interminable lista de conjuros, atrapa con cautela una rata. En un descuido la pone en la cabeza de Zimma, con alboroto de Aramina. La cortesana se vuelve iracunda contra el sacerdote. Mas ste, reprimiendo el regocijo, contina desembuchando sabidura contra los malos demonios. Despus, cuando concluye, le dice a la ramera. -Ahora, lo correcto, como sabes, es exhibirlo en una plaza pblica, y que los enfermos que hayan padecido su mal digan qu oraciones han sido las ms eficaces contra la dolencia.

267

El baru ha terminado su papel. Zimma saca de la bolsa un arillo de plata para pagarle. Mas el sacerdote rehsa: -No. Prefiero que te acuestes conmigo. As quedamos en paz. Y si me duermo, te ruego que no me despiertes. Con tanto apestado llevo dos das sin pegar ojo. -Y qu quieres, guarro? dormir sobre mi vientre? Hoy no tengo humor para prestar servicio. Ven otro da y te complacer. Gandasin hace un ademn negativo con la mano: -Tiene que ser ahora. Dile a tu sierva que nos deje solos. Zimma rearguye: -Pero no ves que est ah ese hombre? -Qu importa! No se dar cuenta. La fiebre le ha dormido. Zimma sabe hasta qu punto puede negarse al gigantn del baru. Por otra parte, reconoce que el sacerdote ha cumplido acudiendo rpido a su llamada. -Te advierto -le dice-, que si te quedas dormido, no te velar. Me ir con el enfermo a casa. Zimma antes de acceder a la exigencia de Gandasin, le pide que las ayude a liar los brtulos, faena en que el baru pone pasmosa diligencia. Cuando los bultos estn en orden, Zimma instruye a Aramina: -Te vas a casa y dejas los bultos. Contrata dos o tres hombres, que maten o espanten a las ratas. Que no quede ni una sola. Compra seis sila5 de betn para las lmparas. Luego vienes a buscarme, pues tendremos que llevar a Mino.

BAJO LA SOMBRA DE ERESKIGAL

ZIMMA NO CREA QUE su recado pudiera llegar a Tursyna. Tanto insisti Mino llamando en su delirio a la tartessia, que la cortesana concluy por enviar a Aramina a palacio. Como todo lo relacionado con Tursyna se someta a la consulta del escriba Garusalim o del oficial Rimmanilu, a la criada de Zimma no le pusieron inconveniente para llegar hasta el aposento de la extranjera. -Seora -le dijo-, un hombre que muere de amor por ti, est en casa de mi seora ama, la muy principal cortesana Zimma. Y te suplica que vayas a verle, pues antes de morir quiere decirte un secreto de mucha importancia. Lo de que muere por ti lo agreg por su cuenta Aramina, ms como testimonio de lo que sus odos escucharon que por certidumbre del sentimiento amoroso del arquitecto. Lo del secreto importante eran palabras de Zimma. Tursyna supuso que aquella nueva entrevista un tanto rara y pattica sera una de las estratagemas de Beltarsiluma. Mas poda ocurrir tambin que fuese ardid de gente maleante. Por lo tanto, envi una azafata a Addasin a fin de que explicara al mayordomo lo que Mino requera de ella. Y si se le daba permiso para salir de palacio, que la acompaase un paje que viera por su seguridad. 5 Aproximadamente 5 litros. 268

La peticin se resolvi con tal celeridad, que la azafata volvi a las habitaciones de Tursyna con la autorizacin de salir y el paje que la acompaara. La joven malici que en el lugar en que la citaba Mino los muros tendran odos, y que ms de un agente de Beltarsiluma estara atento a la conversacin que tuviera con el cretense. Zimma no vive lejos de palacio. Las calles enlodadas ofrecen a los pies un repugnante amasijo de inmundicia. La servidumbre de algunas casas ha procurado dejar el paso expedito, retirando la porquera y amontonndola en el centro de la calle. Por esto se ven montculos de lodo y ratas en medio del arroyo, montculos de los que se desprende un terrible hedor. No pasarn muchos das sin que esta masa entre en putrefaccin. Zimma, que no esperaba que Tursyna acudiese a su llamada, es la primera sorprendida de verla entrar. -Es cierto que un seor, llamado Mino de Tacro, muere de amor en esta casa? A Zimma se le revuelve el estmago al or el tono entre irnico e impertinente de la tartessia. -No s de qu cosa muere Mino de Tacro, si de amor por una tal Tursyna o de bubas en los testculos. Lo que s te aseguro, doncella, es que Mino de Tacro yace aqu dentro. Bien se ve que eres extranjera; si no, con tantas calamidades como nos agobian, te produciras ms prudentemente. Entraron en el dormitorio en donde Zimma haba alojado a Mino. Y como los demonios son muy enredadores, slo por dejar mal a Zimma, instigaron a Mino a decir en el desvaro de la fiebre tiernas palabras dirigidas a Ghina: -Por favor, Ghina... Ghina. Amor mo, por favor. Dame agua, Ghina... Zimma, sin poder contenerse sacudi de un hombro a Mino y grit: -No me dejes mal, cretense! Te has pasado la noche y la maana llamando a Tursyna, y ahora que est aqu te vuelves a Ghina. Qu va a pensar de m la doncella? -y a la tartessia le asegura-: Te juro que es verdad lo que te he dicho y que no s por qu ahora llama a Ghina. No sera remoto que Ghina estuviese entregando los hgados a Nergal. -Y cmo es que Mino se encuentra en tu casa? -Sabes, doncella, quin soy yo? -Ni remotamente... -Si no lo sabes contntate slo con este dato: cuando Mino de Tacro lleg a Babilonia tena que decidirse entre morir de hambre o hacerse mi amante. T eres su famosa novia verdad? -No. Lo fui. -Bueno, eso ya lo s. Ghina es su esposa, o era, porque empiezo a barruntar que la pobre ha dejado ya este mundo. Como quiera que sea, doncella, t has venido a Babilonia a encontrar a tu prometido. -Dime, Zimma, oyen los muros de tu casa? -Si estoy delante de ti -responde Zimma-, no veo por qu habra de esconder un fisgn para escuchar lo que dices. Con qu objeto? -Or lo que hablamos Mino y yo. -Qu simpleza! T y Mino no podis hablar otra cosa que tonteras. No ves que no dice una sola palabra con sentido? Si te avis es porque, como te dije, desde ayer que lo trajimos a casa no ha hecho ms que llamarte. l me haba hablado en distintas

269

ocasiones de ti, y yo saba que estabas hospedada en palacio. S que eres una doncella muy principal, y nada ms. -Pero lo que no me has explicado es por qu Mino vino a tu casa. -Toma! Tan desprovista me encuentras de encantos para que un hombre que se aburre con su esposa e incluso con su novia no venga a visitarme? No s cul sea tu experiencia, pero puedo asegurarte que yo conozco muchos recursos para retener en la cama a un hombre por muy apuesto y rubio que sea. Mino lleg ayer al mesn de Alpisillar, enfermo. Conoces las medidas que se toman durante la peste? Alpisillar quera denunciarle al templo de la salud. Logr que guardara el secreto. -Lo ha visto el mdico? -No. Un baru muy virtuoso y que tiene muchos poderes curadores le exorciz ayer en la tarde. -En mi pas -dice Tursyna-, tenemos hechiceros y magos como los tenis en Babilonia, pero se dedican a sanar las heridas y los dolores morales. Para las enfermedades de la carne tenemos curanderos especiales. -En Babilonia estamos ms adelantados. El mal no radica en la carne, sino en el espritu que al endemoniarse daa al cuerpo. No hay nada tan nocivo como el pecado, la impiedad y los malos deseos hacia el prjimo. Los edimmu entran fcilmente en el cuerpo del pecador. Se apoderan de l y le aprisionan con la enfermedad. Cuanto mayor es el pecado, mayor apetito sienten los edimmu por el pecador. Tursyna se desentiende de Zimma. Se sienta al borde de la litera. Pasa los dedos temblorosos por la frente de Mino. La mirada vidriosa del enfermo se posa en la cara de la tartessia. Entonces sucede algo que complace a Zimma, cuya veracidad estaba puesta en duda. Mino pronuncia unas leves palabras: -Eres t, Tursyna? Dame agua, por favor. Tursyna mira a Zimma. sta niega con la cabeza: -No. No hay que darle agua. No es Mino quien la necesita, sino los edimmu, y hay que dejarlos que se mueran de sed, que abandonen su cuerpo. Tursyna se pone de pie. -En dnde tienes agua? -Es malo darle agua. -Trele agua o me llevar a Mino. -Adnde? -Al templo de Babu. -Seras capaz? -Si no me das agua, s. -Te he advertido lo que puede ocurrirle. -Deja a los malos espritus de mi cuenta. Anda, ve a traer un cuenco de agua. Aramina, a una sea de su ama, sale de la habitacin. -Podra preguntarte una cosa, doncella? -T sabrs. -An quieres a Mino? -Siempre lo quise. Jams dej de quererle.

270

-Entonces, si se muere Ghina... -No digas tal cosa. Ni siquiera la pienses. Ghina ha hecho feliz a Mino. Y nosotras, yo menos que nadie, puede desear que esa felicidad que los dioses han auspiciado, sea rota. Aramina vuelve con una jarra y un cuenco. Tursyna llena ste de agua y lo acerca a los labios de Mino. Despus se vuelve a Zimma: -Por favor, djanos solos. Tengo que hablar con l. Zimma duda un instante, mas enseguida se resuelve a abandonar el dormitorio, llevndose a Aramina. Cuando se quedan a solas, la tartessia dice a su ex prometido: -Es necesario que sanes. Necesito tu ayuda. -Te acuerdas de aquella cancin que me cantabas en Tartessos? No s como se te ocurri venir a este infierno... -Escchame, Mino. Oirs la misma cancin de mis labios, pero lejos de aqu. Sabes? Tienes que ayudarme. Te necesito para llevar a cabo una delicada misin. Me escuchas? No. No me entiendes! Ests dominado por la fiebre! -S, te escucho, Tursyna. Quieres mi ayuda. Habla. -No. Sera expuesto. Tengo una misin que cumplir, y si te la dijera ahora, no comprendes?, seras capaz de revelarla en tu delirio. Otro da, maana. Tienes que poner tu voluntad en sanar pronto. -No quiero que te vayas, Tursyna. Dime en qu debo ayudarte. -No -baja la voz la tartessia-. Ahora no. Tienes que estar en tus cinco sentidos. El rey Pigmalin nos llenar de riquezas, y podremos ir a vivir tranquilamente a Tacro, a tu tierra... -Tengo la mente demasiado confusa, Tursyna, para que vengas a perturbarme con ms confusiones. Dnde est Ghina? La has visto? -No. S que se la llevaron al templo de la salud. No pienses en Ghina, sino en lo que te he dicho. Y no olvides que si se te escapa una palabra, caer bajo el verdugo. Tursyna vuelve a sentarse en el borde de la litera. Con una punta del lino que cubre la cama, enjuga el sudor del enfermo. Despus, llama a Zimma. Cuando la cortesana entra, le pregunta: -Qu curandero de prestigio conoces? -Bah! En Babilonia hay muchos, pero ya te digo que esta enfermedad no es cosa de curanderos. -Dime el nombre de uno de ellos. -El ms famoso es Beltitis, que vive en el barrio de Merkes. Hay otro que quiz sea ms famoso, pero es conscriptp del templo de Ninkarrak. -Conscripto? Qu quieres decir? -Que es esclavo de los dioses. Que no es hombre libre. -Y Beltitis s lo es? -S. El puede moverse a su antojo. Mejor dicho, se mueve segn he odo decir por la paga. Si le ofreces cinco siclos de plata, dejar al enfermo con quien est por venir a ver a Mino. Pero eso s, tienes que tener preparada la tablilla impune. Zimma explica a Tursyna qu es la tablilla impune. Enterada de ello, la tartessia ruega a la cortesana que mande a su azafata a la casa del mdico. 271

-No lo har mejor el paje que trajiste de palacio? Tursyna asiente. No tanto por dar la razn a Zimma como por ver donde se encuentra el paje, que supone afanado en su misin de espiarla. Addasin o el propio Beltarsiluma deben de haberle dado instrucciones al respecto. Sin decir palabra, Tursyna sale de la casa, atraviesa el patio y se asoma a la puerta. El paje, como prsuma, no espera en la calle. Mas cuando la tartessia da media vuelta, para regresar a la habitacin, ve aparecer al mozo por una de las esquinas de la casa. -Qu andas haciendo? -Nada, seora. Espantaba a las ratas. -Sabes en dnde vive el mdico Beltitis? -S, seora. -Ve a su casa, y dile que le esperamos aqu. Que venga inmediatamente. Si no estuviera en casa, que le manden el aviso adonde se encuentre. Es urgente. -Perdona, seora, que no pueda atender tus rdenes. Las tengo muy precisas de velar por tu seguridad y no abandonarte un momento. Slo una orden del bienquisto Addasin me hara salir a cumplir tu mandato. La contestacin del paje se aviene a la sospecha de Tursyna. No le contesta y entra en el dormitorio, diciendo a Zimma: -Es necesario que vaya tu sierva a avisar a Beltitis. El paje tiene rdenes de no separarse un solo momento de m. Creo que comprenders. Hasta media hora despus, Beltitis no se present. Pas enseguida al dormitorio en que se encontraba Mino. Tras de observarlo un momento, pregunt: -Quin es l? -Mino de Tacro. -S -dijo el mdico-. Me lo pareca. El arquitecto real. -Gran personaje en palacio -agrega Zimma para reforzar la importancia del enfermo. -S, lo s. No podr decir media palabra, ni siquiera examinar al paciente. Todos los funcionarios de palacio caen bajo la jurisdiccin de baru Pertes. Y sin la autorizacin del bienquisto Malkallasin, mdico de la reina, no podra hacerme cargo del enfermo. -Si guardamos secreto, quin va a enterarse? -propone Tursyna. -Lo mejor, seora, es que no digis que me habis llamado y que yo estuve aqu. Pues cometo grave infraccin al no denunciarle. -Denunciarle? Por qu? -Temo que est apestado. -No tiene bubas -exclama Zimma. -Pero, sin duda, tiene cursos intestinales. Beltitis mira fijamente a Zimma. Zimma baja la vista como si la hubiesen sorprendido en falta. Tursyna la sacude de un brazo: -Es cierto? Zimma asiente con la cabeza. Despus murmura: -No quise decrtelo. Desde anoche.

BELTITIS ABANDONA LA casa de Zimma preocupado. Ha cado sin querer en una 272

trampa. El nico modo de salvarse es ir a denunciar el caso del arquitecto real. Aqu no le vale ninguna tablilla de impunidad. Si no denuncia al apestado, por muy arquitecto real que sea el paciente, sufrir gravosas sanciones. Incluso su inhabilitacin como mdico. Denunciar el caso. Una vez que haya sajado la tercera buba a Gabisa, avisar al templo de la salud. A Beltitis, le intriga tambin la causa de haber encontrado al arquitecto real en casa de una cortesana, acompaado de tres mujeres. Como babilonio principal incluido en el censo de contribuyentes, en contacto con las ms linajudas familias de la ciudad, sabe que Mino de Tacro est casado con la azafata mayor de palacio. En la maana cuando visit el templo de Gula, uno de los sacerdotes le dijo que Ghina estaba recluida. La vio a travs d la mirilla de la celda sacerdotal: Le dijeron que no tena salvacin, que estaba desahuciada por el baru Pertes y el mdico Malkallasin. Cul es la razn de que los dos enfermos estn separados? No puede contestarse satisfactoriamente. Y as, haciendo conjeturas sobre el caso de Mino, llega a casa de Marguma. ste y su esposa le reciben sonrientes. No es que a Gabisa la hayan soltado del todo los edimmu, pero el estado de la joven ha mejorado. Le ha abierto dos de las bubas. Con la pomada custica le cauteriz los labios de las heridas dejando la parte central en carne viva para que por ella continuase saliendo la podredumbre. Las rogativas a Gula junto con el caldo de yerbas astringentes han preservado a la paciente de los cursos intestinales. Pero Beltitis ha hecho otra cosa que tambin merece el agradecimiento de los padres de Gabisa. Les ha aconsejado que rieguen los pisos de la casa, la tierra del patio y de los almacenes donde guardan la mercanca, con una espesa capa de betn. Desde tiempo atrs el mdico ha observado que en las regiones en que abunda el aceite mineral, las enfermedades se desarrollan ms lentamente y con menor virulencia. Beltitis cree haber descubierto que el asfalto tiene propiedades salutferas. La nica explicacin que puede darse a esta virtud purificadora del betn, es que l brota del mundo subterrneo, pero no del infernal, en el que reina Nergal, sino del perteneciente a las aguas puras del dominio del dios Enki. Es sintomtico que los adobes hechos con una parte de betn, resistan mucho ms tiempo a los embates del agua. Pero ha observado tambin que muchos animalejos de evidente condicin impura, huyen del aceite mineral y mueren bajo sus efectos. No es que las ratas se acobarden del olor del betn, ni mucho menos que abandonen su presa, pero desde luego su actividad se ve muy reducida con la presencia del aceite. Hace mucho tiempo que Beltitis se vio libre de los roedores gracias a la previsin de hacer regar con frecuencia su casa con betn. Aunque ha brindado el consejo a muchos de sus clientes, son pocos los que se sacrifican a soportar la pestilencia del aceite. Los padres de Gabisa han regado la casa con betn. Mientras los vecinos padecen las molestias de las ratas, ellos han dejado de verlas. El nico cuidado que hay que tener con el asfalto es alejar el fuego de l, pues se inflama con facilidad. Beltitis saca su instrumental quirrgico, unta el bubn de pomada, fricciona la inflamacin, le da a Gabisa un pequeo lienzo para que lo muerda, y sin ms demora mete la cuchilla. Brota la materia impura, pestilente. Sibam, ya prevenida, acude con otro lienzo a enjugarla. Mientras tanto, Marguma, inquieto y nervioso, estrujndose las manos, se pasea por el dormitorio. Gabisa, a pesar de ser doncella fuerte y animosa, no puede menos de emitir un gemido de dolor. La madre viene despus con un pote de agua hirviendo. Beltitis mete en el recipiente otro lienzo hecho pelotilla y con l limpia una y otra 273

vez la herida. Cuando considera que ya no queda podredumbre del bubn, unta los labios de la profunda incisin con pomada, dejando abierto el centro de la herida para que contine supurando. Concluida la operacin prescribe la barrera de espinos. Es lo que ansa or todo enfermo, ya que revela el primer sntoma de mejora. Cuando un mdico ordena que se rodee la cama del paciente con ramas de espino, quiere decir que los edimmu han abandonado su cuerpo, y que desde ese momento hay que cuidar que otros espritus dainos no vuelvan a posesionarse del enfermo. De ah la barrera de espinos, que los ahuyenta. No es que Beltitis por el hecho de haber sajado las bubas de la paciente crea que est fuera de peligro. No. Sabe que muchas veces, la mayora por desgracia, se extirpan las bubas y no se van los demonios. Las bubas extirpadas son reemplazadas por otras. O los vmitos se hacen ms frecuentes. O los intestinos se rompen en una incontenible diarrea. Lo que Beltitis toma como ndice seguro de que los demonios han abandonado el cuerpo de la vctima, es ver que los ojos de sta recuperan el brillo propio de los humanos. Y que la fiebre va descendiendo poco a poco.

Puerta sptima Es LA LTIMA DE LA PASIN de Ishtar. En este da no son las dos matronas las que van a buscar a Semramis a la celda, sino dos eunucos. Con afeminados ademanes invitan a la reina a que abandone el aposento. Por vieja experiencia litrgica saben que la gran sacerdotisa no se encuentra en condiciones para erguirse por su propio esfuerzo. Uno de los eunucos le acerca un pomo a la nariz para que aspire su esencia, mientras que el otro tapona con diminutas bolitas de lienzo los odos, "entrada del entendimiento". Ayudan a Semramis a ponerse de pie y le dan a tomar una bebida estimulante. Semramis, tras de siete das funestos de vigilia y penitencia, es una sombra de s misma. Casi dormida, atendiendo al impulso de una fuerza mgica, avanza en medio de los dos eunucos. En la puerta posterior del templo no la esperan tampoco las matronas. Ahora es otro eunuco quien personifica a Neti, el portero del infierno: -Qu quieres? -es la pregunta ritual. Semramis, en trance, contesta: -Trasponer la sptima puerta. Neti lanza una ruidosa carcajada. Antes de que la multiplicidad del eco se extinga en la oquedad del templo, las matronas que estn detrs del ara de Ishtar, emiten un lgubre ulular. -Si quieres pasar, dame tu saya pdica. Los dos eunucos desvisten a Semramis, que queda completamente desnuda. Dan la prenda de rica labor al portero, que abandona el lugar acompaado de los dos eunucos. Semramis asciende al altar entre las dos hileras de gimientes adoratrices. Extiende los brazos y clama: Anu, padre mo, han escarnecido mi pudor! En la mansin de los dioses se escucha un potentsimo trueno, cuyo eco rueda por montaas y valles. El trueno encoge los corazones y enmudece las bocas. Slo quedan vivos los odos -los orificios del entendimiento- para or el viento helado que arrasa todo 274

vestigio de vida orgnica. Los seres animados an sienten palpitar el corazn. Grandes sern los dolores y las penas que padezcan antes de morir. Ishtar, salvada la sptima y ltima puerta, entra en el saln del trono de Ereskigal. All, su hermana est vestida y adornada con la vestimenta, atributos y alhajas que le ha ido despojando en cada puerta. -Ha llegado la hora -dice Ishtar- de que me digas en dnde est lo que busco! Su hermana la mira de arriba abajo. No sabe rer, pero simula una sonrisa al contestar: -Has cado bajo la astucia de mis engaos. Nada te espera aqu sino la servidumbre. Respirars sombras de muertos, tocars huesos y ceniza, te alimentars de la inmundicia de los siete demonios. Levanta las manos y toca tu cabeza y ve en lo que te has convertido. Ishtar se da cuenta que ha quedado sin pelo, que su crneo es el de una calavera. Presa de un sbito arrebato de clera, se lanza contra su hermana y con las afiladas y curvadas uas que le han salido, desgarra las carnes de Ereskigal. sta logra evadirse del furor de Ishtar, pidiendo ayuda al mayordomo Namtar. En cuanto ste se presenta le ordena lance sobre la diosa del amor todas las plagas. Entonces, la muerte en forma de peste se extiende por la tierra. Y el mundo que hasta entonces era un edn, muere con Ishtar. A LA ENTRADA DEL INFIERNO espera Ninshubur, el mensajero de Ishtar. La diosa, antes de trasponer la primera puerta, previendo cualquier perfidia de Ereskigal, le ha dicho: "Si ves que la vida se acaba en la tierra, que al tercer da no regreso de los infiernos, irs a Ekur y le dirs a Enlil: "Tu esposa Ishtar ha bajado a los infiernos, y la tiene prisionera Ereskigal". Como la diosa no vuelve al tercer da, Ninshubur sube a la ciudad de Ekur y le dice a Enlil: "Enlil, mi seor, tu esposa Ishtar est en el infierno prisionera de Ereskigal. Ve y librala". Mas el prudente Enlil, seor de la tierra, que conoce todos los caminos del mundo, responde al mensajero de la diosa: "Dile a mi reina y esposa, que mis poderes nada pueden en el reino de Ereskigal, guardadora de la vida y de la muerte". Entonces, Ninshubur, siguiendo las instrucciones de Ishtar va a la ciudad de Ur, y visita en su templo a Nanna, a quien le dice: "Oh mi seor Nanna! Tu esposa Ishtar ha sido aprisionada por Ereskigal, y me enva a decirte que bajes al infierno a liberarla". Mas Nanna se disculpa diciendo: "Cunta es mi pesadumbre, mensajero de Ishtar, pero dile a mi esposa y reina que mis poderes nada pueden en el reino de Ereskigal, adonde se guardan el polvo y las sombras". Ninshubur, siempre obediente a las instrucciones recibidas de Ishtar se dirige a Iridu, y entra en el templo de Enki: "Oh mi gran seor! Tu esposa Ishtar me enva a decirte que se halla presa de las garras de Ereskigal que le ha sometido a vejmenes sin cuento y a la muerte, y te pide que bajes al infierno a liberarla". Enki, al escuchar al mensajero, cree comprender la causa de los desrdenes que ha observado en el cielo y en la tierra. Piensa que Ishtar, para estar prisionera de Ereskigal, tiene que haber traspuesto la sptima puerta del infierno. Ningn ser divino ha podido llegar hasta all sin pagar el tributo de la vida. Hondamente conmovido acude al palacio del gran Anu, rey de los dioses, y le dice: "Oh Anu, padre y soberano de los dioses! Sabe que tu esposa e hija Ishtar, nuestra seora, ha bajado a los infiernos para redimir a Tammuz y que la santa Ereskigal la ha hecho presa de sus poderes. Ve, seor, que la vida languidece en nuestra mansin, y que un viento helado ha impuesto la muerte en la 275

tierra; que hace das no llega hasta nosotros el incitante y exquisito olor de los holocaustos; que abajo todo es desolacin y muerte; que las bestias no ayuntan, que el mozo no busca a la moza, que todo estmulo de vida ha sido aniquilado". Anu otorga los ms amplios poderes a Enki para que valido de algn ardid baje al infierno y rescate a Ishtar, la bien amada de los dioses y de los hombres, pues ella es fuente de la vida. Enki concibe una idea y una imagen: crea a Atsushunamir el de la flor hermafrodita. Y le dice: Ve, Atsushunamir, hasta la entrada del pas sin retorno. Las siete puertas del pas sin retorno se abrirn a tu presencia; que Ereskigal te vea y al contemplarte su corazn se regocije. Cuando su corazn est inflamado y su hgado sin violencia, conjrala en nombre de los grandes dioses. Atsushunamir ha descendido al infierno. Se dirige a Ereskigal: Oh mi seora! Dame de beber del agua que contiene ese cntaro. La diosa Ereskigal al or estas palabras se pega en las rodillas y se muerde los dedos: T, t me pides algo que nadie debe codiciar. Por ello, Atsushunamir, te encantar con un terrible hechizo: que los residuos de las calles sean tu alimento; que las aguas de las alcantarillas sean tu bebida; que no puedas vivir ms que a la sombra de los muros; que tu vivienda sea el umbral de las puertas; que el ebrio y el sediento te azoten la mejilla. Enki, al crear a Atsushunamir, el hombre de la flor hermafrodita, lo ha hecho con la malicia de que su mensajero no sienta la seduccin de Ereskigal. Por lo tanto, cumple fielmente su cometido de conjurar en nombre de los dioses a la reina del infierno. Ereskigal tiene poderes para ejercer el maleficio de su condenacin en el mensajero, pero no para desobedecer el dictado de los divinos, y muy especialmente de Anu. Comprende que ha perdido la partida y llama a su mayordomo Namtar, ordenndole que vaya hasta el palacio del juicio, llame a su puerta, haga salir a los anunanki y que se sienten en sus tronos de oro. Que ante la presencia de ellos, vierta sobre Ishtar las aguas vivificantes y la lleve lejos de su presencia. Namtar cumple las rdenes de Ereskigal. Ishtar al recibir las aguas vivificantes, resucita. El mayordomo de Ereskigal conduce a la diosa hasta la sptima puerta y le devuelve el tributo: la saya pdica. Ishtar se la pone y en ese momento la serosidad que corra por las carnes de la diosa, se seca. Entonces en los manantiales brota el agua, y por los cauces secos de los ros comienza a fluir la corriente. Al trasponer la sexta puerta Namtar le devuelve las ajorcas que cean los tobillos de la diosa. Del cuerpo de Ishtar se desprenden las postillas y se le cierran las lceras de la lepra. En la tierra, las plantas se yerguen y la criatura viviente vuelve a sostenerse de pie. Al abrirse la quinta puerta, Ishtar recibe los arillos y muequeras que adornan sus brazos. En la tierra, los hombres empiezan a coger sus instrumentos y herramientas de trabajo, pero todava todo es pardusco, la tierra y el cielo, la montaa y el valle y sigue gimiendo un viento helado. Al llegar a la cuarta puerta, el mayordomo devuelve a la diosa el cinturn del amor. Ishtar se lo pone y su cuerpo adquiere la prestancia juvenil. Sus formas vuelven a su gracia y belleza originales. Y en la tierra, las flores toman su color, la espiga el suyo y toda la naturaleza revive.

276

Al trasponer la tercera puerta, Ishtar recibe de manos de Namtar el cubrepechos. Con l se oculta los senos. Su boca recobra los dientes perdidos, los ojos, cejas y pestaas. Entonces, en la tierra, las ubres de las bestias se llenan de blanco jugo, las parturientas dan de mamar a sus hijos; las espigas crecen, la savia corre por todos los organismos del reino vegetal. Ishtar recibe en la segunda puerta el collar y los pendientes. La gracia, la armona, la seduccin y el encanto se posesionan del cuerpo de la diosa. En la tierra, la que deja de ser nia se atava como mujer, el que deja de ser nio la busca. Los hombres descubren que las mujeres son los ms hermosos animales y ayuntan con ellas. En la apertura de la primera puerta, la ltima del retorno a la vida, Ishtar se cie la corona. Enseguida recobra su abundante, esplndida cabellera. En las alturas, los dioses han dejado de sentir recelo. En la tierra, los hombres adquieren la dignidad perdida. Todos cantan loas en honor de Ishtar. Los dioses, presididos por Anu, se renen en asamblea para recibirla; y cuando Ishtar se les presenta no la reprenden como tenan pensado por sus siete imprudencias. La ensalzan y bendicen. Todos confiesan y declaran que Ishtar es la seora de las seoras, la sin par donadora de la vida, y que sin ella ningn concierto til y provechoso sera posible en el universo. Pero la tierra ha quedado castigada para siempre por la imprudencia de Ishtar y el rigor de su hermana Ereskigal. Desde que Ishtar baj a los infiernos, el mundo conoce todos los aos la plenitud de la muerte en invierno y la plenitud de la vida en el esto. Antes no se contaba el tiempo por aos, ni el ao se divida en estaciones. Antes los hombres vivan en el edn y no contaban sus das, porque no haba primavera ni otoo, ni invierno ni verano. La vida palpitaba permanentemente en un tiempo sin fin.

BROTES DE VIOLENCIA Los SIETE DEMONIOS Y LA legin de los edimmu seoreaban en Babilonia. La ciudad presentaba el aspecto de una gigantesca llaga supurando en medio del lodo. Los casos de apestados de bubas se multiplicaban sin cesar. El vmito y la hemorragia estaban ya en la va pblica. Por todos los rumbos se vean procesiones con las imgenes de los dioses que velan por la salud de los mortales. Columnas interminables de sacerdotes y devotos gimiendo sus miserias e implorando la proteccin divina, recorran las calles en accin exorcista, entre una chiquillera famlica y desordenada, pisando barro, miseria destripada. Y todo adobado con la insufrible pestilencia de la putrefaccin. La situacin se agravaba por momentos. La impotencia de los humanos para luchar contra los edimmu les haca irritarse contra ellos mismos. En las barriadas populares la violencia estall sin necesidad de una voz que la azuzara. Estall el rencor y el odio de los pobres contra los ricos, que tenan alimento, agua en abundancia y espesos muros que oponer a la accin de los edimmu; que contaban con recursos suficientes para recibir la prioridad de los servicios de los brujos, magos, mdicos y curanderos; para adquirir los costosos untos, yerbas y resinas aromticas que alejan a los demonios. El primer brote de violencia se dirigi hacia diversos patios de los templos. 277

Principalmente en donde se encontraban los prisioneros indutas, a los que una voz difusa y annima les haca causantes de la peste. sta se propagaba con tal virulencia que los babilonios empezaron a dudar de la malignidad de sus edimmu, atribuyndola a los demonios extranjeros -mucho ms nocivos y crueles- trados por los indutas. Ni los guardias urbanos ni la tropa del ejrcito podan atajar los desmanes. Los mismos soldados y cuidadores del orden, si se haban librado de la peste, tenan el nimo encogido. Tomaban exageradas precauciones para no dejarse apresar por los edimmu. El caso ms grave se dio en las dependencias del templo de Shamash. La muchedumbre violent la puerta del patio de esclavos y dio muerte en espantosa matanza, a golpes de palo y hacha, a medio centenar de prisioneros indutas. Rechazada, se dirigi a la parte posterior de la dependencia y violent los establos y corrales, apoderndose de once cabezas de ganado. Como otra masa de gente se dirigiera al patio hospitalario de Babu, los parientes que estaban al cuidado de los apestados salieron al paso de los alborotadores, y por un malentendido, creyendo que stos trataban de rematar a los enfermos, las dos muchedumbres entraron en colisin. BELTARSILUMA TIENE NOTICIA de estos sucesos a media maana de la vspera de la velacin, dicha as porque las doncellas que se ofrecern en prostitucin sagrada reciben el velo en el templo. Beltarsiluma se preocupa. Lo que ocurre en Babilonia es peor que una guerra, peor que una revolucin. El enemigo es comn y annimo. El valido decide obrar con mano enrgica. Ordena que tropa de la guarnicin se distribuya en la ronda de la muralla y plazas de la ciudad. Puesto que los patios y dependencias de los templos estn en su mayora adosados a las murallas, los arqueros situados en las rondas debern sofocar con nutridos disparos de dardos cualquier desorden que se produzca. Poco despus de dictar las rdenes de represin, recibe al mdico Beltitis, que llega tmido y acobardado. Beltitis no ha denunciado el caso de Mino de Tacro y teme que sta sea la razn de que el primer ministro le haya llamado a su despacho. La infraccin y el miedo que ella origina, hace que Beltitis magnifique su problema personal. El valido le expone: -He tenido noticia de que utilizas el betn como substancia de saneamiento. Beltitis no comprende qu quiere decir saneamiento. Acaso ahuyentar a los bichos y a los edimmu se llama sanear? Si Beltitis supiera que Beltarsiluma fue durante muchos aos regente de la escuela graduada de Borsippa, y que amn de escriba es incrdulo, comprendera el sentido que la palabra sanear tiene en labios del valido. -Seor, perdona. No acabo de comprender lo que quieres decir. -S que has hecho ciertas observaciones sobre la accin del betn. Dime cules son tus conclusiones a este respecto. -Utilizo el aceite mineral, el que brota del mundo subterrneo de Enki, dios que preserv las aguas puras de la contaminacin de las impuras en los orgenes del tiempo... -Basta, Beltitis! -corta Beltarsiluma de mal talante-. No me vengas ahora con cosmogonas. S quin es Enki y lo que hizo. S lo que es el asfalto. Lo que quiero saber es cmo lo utilizas y qu resultados te ha dado. -He observado que muchas minsculas bestias se mueren con el betn. Especialmente algunos mosquitos y gusanos. He comprobado tambin que en aquellas 278

zonas del pas en que el asfalto est a flor de tierra, las enfermedades no son tan virulentas ni las pestes tan aniquiladoras. Creo que esta substancia puede ser empleada con provecho para aislar y ahuyentar a los espritus que provocan la enfermedad. Y he notado ms, seor, y no tomes este informe como particular inquina ma contra los inocentes roedores... Beltarsiluma le interrumpe para gritar, a la vez que pega un puetazo en la mesa: -Nada es inocente sobre la faz de la tierra que haga dao al hombre, Beltitis! Contesta, qu sucede con las ratas? -Pues he observado que le hacen ascos al betn. Beltarsiluma se acerca a la mesa de las ofrendas y coge la jarra y el vaso de las libaciones: -Vas a prestar juramento, Beltitis. Antes dime si perteneces al censo de la nobleza. -No, seor. Slo al de contribuyentes. -Escucha. En uso de las prerrogativas inherentes a mi magistratura, yo, Beltarsiluma, primer ministro de Kalah, autoridad suprema de la ciudad de Babilonia en ausencia de nuestra seora la reina, te ingreso en el censo de la nobleza. -Seor -intenta protestar humildad y agradecimiento el mdico. -Silencio! No me interrumpas. No he terminado. Y ya que eres varn de Babilonia, te nombro consejero contra la peste. Ahora, ante mi corazn, jura obediencia y fidelidad a nuestra reina Semramis. Beltitis, con manos temblorosas, coge la jarra y el vaso. Escancia y dice, solemne: -Juro ante el corazn del bienquisto Beltarsiluma, obediencia y fidelidad a nuestra seora Semramis, primera en la virtud de su nombre, reina de Babilonia! -y, enseguida, agrega, llevndose el vaso a los labios-: Y si perjurara de alguna de las palabras dichas, que esta agua de Enki se vuelva txico mortal. Beltitis bebe el contenido del vaso. -No s cuntos das durars en tu consejera -explica el valido-. Si la reina confirma mi nombramiento ser consejera permanente. Pero en todo caso, sabe que te eximo de la compra del sello. Y que a pesar de esta franquicia, disfrutars mientras dure la peste y la inundacin, de los beneficios de un primer ministro de Babilonia: seis manu 6 de plata, tres vestidos de ceremonia y dos ordinarios. Se te prestarn cuatro yuntas de bueyes y noventa esclavos de campo de los templos de la salud. Si ests conforme, presta atencin: tenemos en Babilonia cantidades enormes de betn, tantas como las que necesites para regar toda la ciudad. Una parte de ellas se destinar a rociar concienzudamente el barrio del mercado Bajo, al que se prender fuego. Dars dos horas de plazo al vecindario para que lo desaloje. Si claman porque no tienen lugar donde refugiarse, no es cuenta tuya. Que se tiren al canal! A media tarde el barrio debe ser pasto de las llamas. Ahora mismo ordenar al bienquisto Hurimasin que se ponga a tus rdenes incondicionalmente para que dispongas de la tropa necesaria a estos menesteres. A los apestados de los distintos patios hospitalarios se les dar a beber txico mortfero. Sus cadveres sern incinerados. No te asustes, Beltitis. Ante la ciudad, el pas y los dioses, asumo la responsabilidad de esta violencia. Los dioses nos han dejado desasistidos y debemos recurrir a las medidas de salvaguardia 6 * Un manu (60 sic1os) equivaldra a 50S gramos. 279

que nos dicta nuestro entendimiento. Si es impo matar a los apestados, estoy seguro de que con ellos regresarn a la sombra de Nergal legiones de espritus dainos que nos persiguen. -Seor, qu har con mis enfermos? -Que se mueran, Beltitis! Debes comprender claramente la situacin. No se trata de un paciente, sino de toda una ciudad. Si los edimmu se ceban a su gusto se harn tan concupiscentes que la glotonera los llevar a diseminarse por todo el pas. Y harn estrago all donde lleguen, sea villorrio, pueblo o ciudad. Ten presente, Beltitis, que hace unos das declar la guerra a las ratas, y que las ratas no se han intimidado. Hoy, Beltitis, declaro la guerra a los edimmu. T sers el general en jefe de esta campaa. No encontrars reposo hasta que hayas acabado con el enemigo. CON GRAN EXTRAEZA DE los babilonios -de aquellos que en medio de tanto estrago y pestilencia tenan an nimo para extraarse- la ciudad fue testigo de un inusitado movimiento de fuerza armada. La guerra declarada por Beltarsiluma puso en movimiento una serie de carromatos llenos de vasijas de toda clase, recipientes y odres repletos de betn. Y mientras en el barrio del mercado Bajo los soldados, a golpes de ltigo y estaca e incluso con mandobles de espada, obligaban al vecindario a desalojarlo, otras cuadrillas rociaban de asfalto calles y terrados. A su vez, en los patios hospitalarios comenz a suministrarse la pcima a los apestados. La noticia corri rpidamente, pero tras las severas represiones de la maana el pueblo qued sin arrestos ni voluntad para ningn otro acto de rebelda. La poblacin estaba vencida por la mltiple calamidad. Los ms audaces se las ingeniaron para poner a flote balsas y salir por los canales fuera de Babilonia. A fin de que sus intentos de evasin no sirviesen de ejemplo, fueron asaeteados sin miramiento alguno por los arqueros que vigilaban desde las murallas. Salir de la ciudad era exponerse a morir de hambre y desesperacin en el agua. Si por un remoto azar llegaba la balsa a alcanzar tierra firme, Beltarsiluma no quera que estos afortunados llevaran edimmu en su cuerpo, trasladndolos a otras tierras. Beltarsiluma estaba decidido a que Babilonia pereciese si era necesario, con tal de librar de la peste al resto del pas. En los barrios no condenados a la purificacin del fuego, se regaron grandes cantidades de aceite mineral. Y como no haba casa en que no se guardase la reserva necesaria para uso domstico, iluminacin y encendido del fogn, se oblig a sus moradores a rociar tambin los patios interiores. Esto provoc por imprudencias incendios aislados, sin que sus habitantes pudiesen recibir auxilio alguno, ya que las brigadas civiles y militares de la ciudad estaban dedicadas al riego de betn. Beltitis, imbuido del espritu que animaba a Beltarsiluma contra las plagas, no aminor su celo. Orden que a todo enfermo que entraba en los patios hospitalarios, sin ningn formulismo ni exorcismo previos, se le obligase a beber la pcima. En los mismos patios, puesto que la mayora de las carretas estaban ocupadas en el traslado del betn, se amontonaban los cadveres, y despus de rociarlos de la inflamable substancia, se les prenda fuego. A media tarde, la hora fijada por Beltarsiluma, al calor inclemente del sol se agreg el de las piras humanas y el del incendio del mercado Bajo. Por primera vez, la poblacin observ que las ratas, enloquecidas por el calor, corran a arrojarse a los canales. Beltitis, que de modo tan extravagante y trgico estrenaba su varona de Babilonia, no 280

quiso pecar de timorato. Inund de asfalto los cobijos y madrigueras de los roedores y en el centro de las calles, all donde la inmundicia formaba largo y extendido montculo, hizo la misma operacin, prendiendo fuego. Fuera de las calles, muy pocas por cierto, que tenan pavimento de losetas o ladrillos cocidos, las dems tuvieron su pira. El calor era tan insoportable que no pocos apestados se levantaron enfebrecidos y fantasmales de sus literas para correr a los canales. Se registraron casos de suicidas que se arrojaron desde el terrado o azoteas de sus viviendas. Espectculo de tal estrago tuvo despierta la expectacin de los privilegiados, sacerdotes y palaciegos. Desde las terrazas de palacio, las azoteas de los templos que se agrupaban en la gran explanada del Esagila, las distintas plataformas de la zigurat, y desde los altos edificios de los magnates de Merkes, se asista al incendio del mercado Bajo, del barrio de los Caravaneros, cerca de la puerta de Marduk, y de las distintas casas que por descuido o imprudencia de sus moradores eran consumidas por las llamas. Beltarsiluma contempl desde una de las ventanas de su despacho la obra devastadora. Y se hallaba pensando si le quedara oportunidad de aprovechar los ltimos das de las fiestas de Ishtar para darles una brillantez inusitada, a fin de que en el regocijo el pueblo encontrara rpido alivio a sus dolores, cuando Addasin entra a anunciarle la visita del embajador Menfitas. -Se ha presentado acompaado de dos escribas a pedir audiencia por va de privilegio. -Qu es lo que quiere? Addasin sonre: -Bienquisto Beltarsiluma, en una ciudad como Babilonia, oprimida por los siete flagelos, cabe preguntar a un morador qu es lo que quiere? El valido observa que algo bulle en la esplndida faltriquera del mayordomo. -Llevas en la bolsa una rata, Addasin. El funcionario acenta la sonrisa: -Desde luego... -introduce la mano en la faltriquera y saca una ratita. Mostrndosela al valido, se disculpa-. La vi tan acongojada por el calor, tan tmida y acoquinada, que me acerqu a ella... No creas que sali corriendo, no. Cerr los ojos y encogi tanto el hociquito... Se dej atrapar por mi mano. -Ignoras, bienquisto Addasin, que he dictado un mandato en que se declara la guerra a las ratas? -S, pero no a sta... -A sa por qu no? -replica severamente Beltarsiluma. -Porque sta... -Addasin parece perder seguridad-. sta, te lo explicar... -Hoy al medioda -le interrumpe el valido -se ha pregonado una ley que castiga con la pena de muerte a toda aquella persona, cualquiera que sea su edad y sexo, que cultive, aloje o cuide ratas. -Lo ignoraba, seor. -La ignorancia no te exime del desacato a la ley. Sabes lo que has hecho? -Empiezo a darme cuenta, seor. -Guarda esa rata -le dice Beltarsiluma-, que ser la prueba de tu delito. Haz pasar a Menfitas y despus presntate ante el justicia del rey. -Beltarsiluma! -exclama, irguindose en actitud ofendida, Addasin.

281

-No te place. Mira, te relevo de la humillacin de ser llevado al tribunal de la reina, si hoy, antes de que se ponga el sol, me traes noventa ratas que estn preadas. -Crees que es fcil? -Para un mayordomo como t, s. En palacio ha de haber novecientas. Ponte a cazarlas, no te queda mucho tiempo. Si no lo hicieres, retirar la gracia que acabo de concederte y comparecers, por tu grave delito, ante el justicia del rey. Addasin sale del despacho. Siempre ha tenido a Beltarsilurna por un soberbio y algo tocado de la cabeza. Pero jams imagin que llegara a tales extremos. Noventa ratas! Y adems preadas. Las conseguir, claro est, aunque no en palacio. Con mandar a un paje al canal Viejo resolver el asunto. Pero de todo ello dar cuenta menuda a su seora la reina, a fin de que sta empieze a enterarse de quin es su ex preceptor, y de todas las anomalas que est realizando en su ausencia. Entra en la saleta donde espera Menfitas, y le dice que le siga, que el primer ministro se complace de poder recibirle. Menfitas, en cuanto se halla ante la presencia del valido y ve el ceo de ste, comprende que desde las buenas palabras del mayordomo a la expresin del primer ministro, hay una realidad que escapa al protocolo. -No cre, honorable Menfitas, que tan pronto volveras a Babilonia. -Prcticamente, seor, no hemos salido. Regresamos a la ciudad el mismo da que partimos de ella. La crecida del ufrates nos oblig a volver sobre nuestros pasos y pedir asilo en el jardn de Adad. Beltarsiluma, con un aplomo que no deja asomo de hipocresa, comenta: -Ah! Lo ignoraba. A ti y a tu colega os crea muy lejos. Bien. En qu puedo servirte? -En algo, bienquisto Beltarsiluma, que es vital para nosotros, principalmente para mi honorable colega Ramsads. Ha cado en cama con muy alta fiebre, y el mdico de la embajada ha observado ciertos indicios de bubas. -Conque trais mdico en la embajada...! -S. Es uno de los escribas. -Yo cre que los escribas agregados a una misin diplomtica de Egipto eran espas, no mdicos. Todos nuestros escribas son espas, como lo son los vuestros, aunque reconozca que los egipcios no sean tan sagaces como los asirios. -Por qu empleas ese tonillo irnico? Acaso te refieres a Tursyna? -Tursyna? Qu divertido es or en tus labios ese nombre! Tursyna! Claro, supongo que te refieres a la doncella tartessia. -S, a la misma. No s nada de ella. Desde que salimos de palacio no he vuelto a verla... -Te preocupa? -No. Por qu habra de preocuparme? Puedo hablarte ahora de hombre a hombre, aunque t, bienquisto Beltarsiluma, jams dejes de ser primer ministro y yo embajador del muy alto faran Shashank. Pero como esta audiencia no tiene ningn carcter diplomtico, te dir que Tursyna, mientras estuvo en Egipto... Ignorabas que la doncella fue huspeda de Shashank, en Bubastis? -No lo ignoraba. Lo s -contesta secamente el valido. -Bien. Iba a decirte -contina Menfitas- que Tursyna preocup tambin hondamente a mi seor Shashank. 282

-A causa de qu, honorable Menfitas? -No lo s ciertamente. Las misiones diplomticas cerca de mujeres suelen encomendrseme a m. Pero el caso de Tursyna no cay bajo mi jurisdiccin. Supongo que Tursyna propuso a mi seor una transaccin basada en un cambio. -Qu clase de cambio? -No lo s. Sospecho que de una vida por otra. -La vida de quin, Menfitas? -Lo ignoro. A Beltarsiluma le parece que Menfitas esta jugando un poco a argucias femeninas. No le interesa seguir el juego. Chismes. Adems, quiere descubrir por s mismo el caso Tursyna y el secreto de su misin en Babilonia. No sera lcito, dado que media una apuesta, valerse de informes poco limpios para ganarla. Porque l no es Tursyna, ni mucho menos un Menfitas cualquiera. l es un hombre. -Bien. Qu deseas pedirme con relacin al enfermo? -Que sea trado a palacio y puesto bajo los cuidados y servicios del mdico real. Beltarsiluma enarca las cejas: -Siento darte una negativa, embajador. Recordars a Ghina, la azafata mayor de palacio... -S, la esposa del arquitecto Mino. -Pues Ghina est agonizando en una celda del patio hospitalario de Gula. Y hay siete tartanes ms y dos damas de corte que han sido evacuadas de palacio. No lo consideres impiedad, pero los daados por la peste son pacientes que desmoralizan a quienes los rodean. No creas que es una medida reciente. Est escrita de muy antiguo en los estatutos de palacio. Un enfermo de peste, t lo sabes bien, mancha de impureza no slo el lugar en que se encuentra, sino tambin a las personas que le rodean. Si no se le desalojara de palacio, la vida de la corte, la administrativa e incluso la gubernamental sufrira peligrosa rmora. Creo que comprendes la situacin y me relevas de atender tu demanda. -Qu puedes hacer, entonces, por un embajador del muy alto faran de Egipto? -Si se muere, le dispensaremos de la incineracin. Y vuestro mdico embalsamar su cadver para que pueda llegar a Bubastis. -No es la ocasin ni el momento, bienquisto Beltarsiluma, de ironizar. -T crees, honorable Menfitas, que un primer ministro de Asiria con tres azotes sobre Babilonia, puede permitirse el humor de ironizar? Acredita a tu investidura y a las cortesas que nos merece el muy alto Shashank, el que te escuche pacientemente en momentos tan graves para la ciudad. Barrios enteros estn ardiendo y a cada instante caen muertos ms de una docena de babilonios. No puedo servirte y esto es todo. -Nuestro campamento se halla invadido de ratas -dice Menfitas-. Te ruego, seor, que alivies una situacin que empieza a ser desesperada. -Podemos llegar a una transaccin -insina Beltarsiluma. -Qu clase de transaccin sugieres? -Un cambio de personas. -Te he dicho que ignoro de qu persona se trata. -No me refiero al asunto Tursyna -aclara Beltarsiluma-, sino algo ms concreto. Vosotros sois dos hombres que estis amenazados por la peste. Os puedo dar mandato

283

para que contraviniendo las rdenes giradas, se os d alojamiento en el mesn de Alpisillar. Es el mejor de la ciudad. All estaris cmodos. Incluso pedir a Malkallasin, el mdico real, que visite al honorable Ramsads. Mas a cambio debers entregarme a dos hombres que guardas en una de las carrozas de respeto: Shusteramn y Belnabu. Menfitas medita un momento. Mas enseguida, y no sin arrogancia, se opone a la peticin del valido: -Jams un embajador de Egipto aceptar semejante operacin. Shusteramn y Belnabu nos han pedido asilo y se lo hemos dado. No te los entregar de buen grado para que los pongas bajo el verdugo. -En otras circunstancias -dice Beltarsiluma-, esos dos hombres valdran bien poca cosa. Carne de verdugo! Pero ahora no los har prisioneros. Son mdicos y muy buenos. Y una ciudad azotada por tantas calamidades, necesita de ellos. No se trata, honorable Menfitas, de entregar al verdugo dos hombres, sino de que estos dos hombres rescaten de la muerte todas las vidas que puedan. Creo que mi proposicin es justa y altamente moral. -Me satisface que hables as, seor. Y aclarada la situacin, debo informarte que Shusteramn y Belnabu, han estado atendiendo a mi colega Ramsads. Los dos estn seguros de sacarle con bien de la peste, siempre y cuando se les proporcione los medios y medicinas necesarios. -Si es as, honorable Menfitas, no perdamos ms tiempo. Di a esos hombres que Beltarsiluma les indulta por el delito cometido, mas a cambio les empea la palabra de que como mdicos se entregarn en cuerpo y alma a la penosa tarea que les espera. Diles que pueden salir tranquilamente del jardn de Adad, y que sin demora vayan a ponerse bajo las rdenes de Beltitis, consejero contra la peste. Inmediatamente har girar rdenes a este respecto. VIDA POR VIDA, piensa Beltarsiluma. No, el faran Shashank no puede tener inters en ninguna persona real de Asiria; ni en Semramis ni en Adadnirari. Suponiendo que Tursyna fuera lo suficientemente hbil para aprisionar a uno de ellos, a cambio de qu otro rey hara la operacin? Dados los informes que el paje le haba comunicado referentes a la conversacin entre Tursyna y Mino, caba pensar que la tartessia mantena una estrecha relacin con Pigmalin. Pigmalin era capaz de resolver un peligroso conflicto dinstico provocando una matanza en palacio, como lo hizo cuando asesin a su cuado Acerbas, pero no tiene ni el apoyo ni la confianza de la Lonja de Tasas para proyectar disparatados planes de secuestro o asesinato de personas reales de Asiria. Con ello provocara un grave conflicto armado del cual saldra, sin ninguna duda, mal parado. No. Tursyna puede que haya hecho creer en Bubastis y Tiro que est en envidiable posicin para provocar una grave crisis en el trono de Asiria, con el escondido propsito de que tal especie llegase a Babilonia y a Kalah y tratar con ello de ocultar su verdadera misin. Por eso se ha mostrado tan expedita e indiscreta con Mino, a fin de que el paje que escuchaba tras los muros recogiera la informacin de que trabaja al servicio de Pigmalin. Porque lo que interesa a Tursyna es sembrar la confusin, y hacer creer en Babilonia que es un agente del rey de Tiro, cosa absurda. Sin embargo, la Lonja de Tasas es otra cosa. Es posible que a quien sirva la extranjera sea a la Lonja de Tasas. La mayora de los sndicos prepotentes de esta institucin, estn en inteligencia con Elisa de Cartago. Es por aqu, no por la va de Pigmalin, por donde hay que rastrear la huella de la doncella 284

tartessia. Beltitis ha dado a Beltarsiluma buenos informes sobre el estado de Mino. La muerte irremediable de Ghina, dejar a su esposo en una libertad propicia para reanudar las relaciones con su ex prometida. Y cualesquiera que sean los sentimientos de Tursyna, lo seguro ser que acceda a los requerimientos de Mino. Si no espera encontrar en l la ayuda que le ha pedido -y que quiz no necesita-s le ser un instrumento accesorio nada despreciable en la intriga que est urdiendo. Es probable -sigue pensando Beltarsiluma- que Sincobima, despus de ver a Pigmalin y explicarle las exigencias de Semramis, haya ido a ver a un personaje como Kafurta, a quien le habr dicho aquello que ocult a Pigmalin: que la reina de Asiria regres a Babilonia sin un grano de plata... Nuevamente Addasin distrae de sus pensamientos al valido. Entra en el despacho acompaado de tres pajes que portan sendas sacas de lona. Beltarsiluma, por el rebullir que observa dentro de ellas, no tiene que preguntar por su contenido. -Son noventa? -Noventa, bienquisto Beltarsiluma. -Preadas? -Preadsimas. Ahora t me dirs qu hago con ellas. -Que las bajen al patio, que las rocen de betn y les prendan fuego. No debe escapar una sola con vida. Y como la diligencia que has puesto en cazar noventa ratas me hace comprender lo fcil que es atrapadas en palacio, transmite la voz a todos los consejeros, tartanes, funcionarios, cortesanos, sacerdotes y escribas de palacio, de que por cada noventa ratas que cacen, el tesoro real les pagar medio siclo de oro. Y ordena a los fumigadores que vengan a mi despacho a hacer sahumerios, pues cada vez se hace ms repulsiva e irresistible la pestilencia que llega de la ciudad. Los pajes salen con las sacas y Addasin se dispone a seguirlos, pero el primer ministro le detiene: -Por favor, un momento, bienquisto Addasin. Qu noticias tienes de nuestra seora? -Se ha preparado, claro est, su aposento del Poniente. Supongo que al anochecer se abrirn las puertas del templo de Ishtar, y la seora, matronas, adoratrices y aclitas vendrn en procesin hasta palacio. Beltarsiluma piensa en voz alta: -Slo me quedan ocho das. -Para qu, seor? -Para llevar a cabo mi gran tarea. -Te aconsejo -le dice Addasin-, que finques con seguridad y solidez. De lo contrario, muchas de las reformas y leyes que has dictado se desmoronarn al primer soplo de la seora. -Indudablemente que eso s puede pasar, pero estars de acuerdo conmigo que sera lamentable. Poco despus entra Agumar, exultante: -Al fin, seor, al fin! -No te precipites, bienquisto Agumar. Apenas estamos en el principio. -Me refiero a una gran noticia que traigo. -Una buena noticia en el ltimo da nefasto del jubileo de Ishtar? Lo dudo.

285

-Seor, las aguas estn descendiendo rpidamente! Desde el medioda han descendido un palmo! -Loada sea Ishtar! Loados sean Marduk, Enlil, Enki y Adad! Loados ellos! Ordena que ante el altar del ufrates se sacrifique un buey, un toro y un ternero. Y que el olor de estos sacrificios sea grato a los dioses -y entre dientes, agrega para s-: Menuda pandilla de granujas!. No sabe por qu, pero Beltarsiluma se acuerda de Mara. Mara, criatura extraa, mitad mujer mitad diosa, se entiende bien con los dioses. l se conforma con poseerla, y al pensar que Mara quiz le est engaando con algn pillastre de los cielos, no siente celos, sino nostalgia del cuerpo de Mara. Con la intencin de mitigarla, piensa un pretexto que aleje a Sinanurta de las dependencias que ocupa en palacio. As podr refocilarse con Marduluma, que en dureza de carne y en flexibilidad de talle, nada le tiene que pedir a Mara. Claro que Marduluma no es Mara, ni Mara Marduluma. Pero cuando la ciudad est cercada por tantos males, tampoco debe mostrarse remilgado. Se resigna a cobijarse en los brazos de Marduluma.

MERCADO DE VARONAS BELTARSILUMA HABiA ORDENADO a Addasin que dispusiera el patio de las Fuentes para una gran recepcin de gala; que no faltase ningn detalle de refinamiento y halago propio de las grandes fiestas palaciegas. Los pajes vestiran traje de gran ceremonia. A la fiesta acudiran los consejeros de la corona, sus esposas y los doce matrimonios ms linajudos de la corte. El valido hubo de tapar la boca al mayordomo, que se mostraba extraadsimo de que se efectuase una fiesta en da nefasto del jubileo. Lo que ignoraba Addasin era que la fiesta se celebrara al da siguiente, a media maana. Antes de que se pusiera el sol y que se extinguieran las llamas de los incendios de la ciudad, un crecido nmero de pajes salieron de palacio con las invitaciones dirigidas a los cuatrocientos y pico candidatos a ingresar en el censo de la nobleza, nmero algo mermado, pues segn los clculos de los patios hospitalarios, de cada noventa familias dieciocho se afligan con un apestado o llorando los lutos de un difunto. Al da siguiente, a la hora sealada, Beltarsiluma observa que entran en el patio de los Oidores muchos ms matrimonios de los que esperaba. Esto le hace pensar que la riqueza, la abundancia de recursos, es bendicin del cielo, pues los edimmu no atacan con igual virulencia a la gente rica que a la pobre, consideracin que si Beltarsiluma no fuese un incrdulo le hara comprender el buen orden establecido por los dioses. protegiendo a los mortales que cuentan con medios suficientes para ofrecerles los ms sabrosos y ricos holocaustos. Mas lo que piensa hacer Beltarsiluma en la fiesta es precisamente algo que los dioses no vern con buenos ojos, puesto que significa una exaccin a la clase favorecida por sus bendiciones. La gente rica llega en coche, acompaada de espoliques, espantamoscas, pajes y siervas que atienden al cuidado del tocado y del vestido de su seora ama. Cuando el valido supone que todos los invitados estn presentes, baja a la sala del trono. Pegados a los muros, los apuestos y hermosos lanceros de la guardia real. l viste con gran boato, con lujo de cordones, pectorales y cadenas honorficas con las que ha sido honrado en el 286

extranjero y en el propio pas. Parece un rey, aunque no cia corona. Se sita sospechosamente al lado del trono. La recepcin comienza enseguida. En ninguna tablilla de los estatutos de palacio figura que en una fiesta real los invitados pasen antes por el saln del trono. El valido introduce esta novedad para coaccionar ms a sus invitados. Un heraldo de voz clara y solemne proclama el nombre de cada invitado. Beltarsiluma puso especial cuidado en que la llamada se dirigiera primeramente a los candidatos cuyos nombres haban sido rechazados por la reina. Quiere dar con ello la impresin de que las nuevas treinta familias que pasarn a la aristocracia no estn an seleccionadas. Los invitados, conducidos por Addasin y dos pajes, entran en la sala, se acercan al trono. A una distancia prudencial, el mayordomo les detiene y repite su nombre ante Beltarsiluma. -El caballero Harmasin de los Pandula. Esto en el caso de que el invitado tenga nombre de familia popularmente reconocido, pues la mayora de los candidatos se valen del solo nombre que con ingenio o trabajo se han hecho ellos mismos en el Merkes, en el Aula de las caravanas o en los muelles del ufrates. Beltarsiluma no mueve una sola faccin. El caballero y su esposa hacen una profunda reverencia, dan media vuelta sobre sus pasos y regresan al patio. De all los conducen en grupos hasta el saln de las Fuentes. Los nombres se proclaman uno detrs de otro. Enseguida los invitados forman una larga columna de parejas que entran a hacer el saludo reverencial a Beltarsiluma. Ninguno de ellos oculta la alegre emocin que experimenta de verse as distinguido: encontrarse por primera vez en su vida nada menos que en la sala del trono, desfilar ante aquellos gallardos lanceros que parecen mismsimas estatuas por la esttica dignidad de su compostura. Beltarsiluma no parpadea. Ni siquiera insina la menor sonrisa. Clava en la pareja una mirada escrutadora. Observa, no sin sorpresa, que muchos de aquellos ciudadanos tienen mejor estampa que la mayora de los cortesanos. Con frecuencia sus esposas o concubinas, resultan ser no slo ms elegantes, sino tambin ms apetitosas que algunas damas de palacio. Cosa digna de tenerse en cuenta, pues si su ascendencia familiar no es muy limpia ni distinguida, puede disculprseles tal carencia a cambio de las gracias fsicas que las adornan. Es tiempo de renovar las filas femeninas de palacio. Sugerir a la reina que atienda ms al buen porte de los candidatos que a su popularidad en los distintos gremios a que pertenecen. Especialmente en casos como el de una joven esposa que, en compaa de un viejo de perilla, se inclina reverente y ruborosa. Cuando la salutacin concluye, Beltarsiluma todava espera unos instantes, a fin de que los invitados estn dentro del marco suntuoso y embriagador del patio de las Fuentes. En grupos, por afinidades de vecindad, de gremio e incluso de parentesco, comentan las maravillas que contemplan sus ojos. Al cabo de un rato, Addasin alza el bastn indicando se haga silencio. Uno tras otro, por orden jerrquico, entran los consejeros del trono con sus respectivas cnyuges as como los doce matrimonios de la corte. Las damas son objeto de indiscreto examen por parte de las invitadas. Cada una de stas mide los poderes de sus atractivos personales con los de las mujeres de los consejeros y aristcratas. Las mejor dotadas se sienten satisfechas de la confrontacin, sin que falten las que motejen a dichas damas de ir ranciamente vestidas y con escaso aderezo de joyas. Una nueva indicacin de Addasin. El silencio se hace absoluto. Los lanceros de la 287

entrada adelantan la pierna derecha, se llevan la mano al pecho y bajan la cabeza. Beltarsiluma entra. Se sita en el centro, al lado de un trpode. Mira a un lado y a otro y al fin dice: -Caballeros de Babilonia: yo, Beltarsiluma, primer ministro de Asiria, autoridad suprema de Babilonia por los poderes asumidos en ausencia de nuestra seora, la bien amada Semramis, amamantada de Ishtar, os doy la bienvenida a palacio. Si no todos, muchos de vosotros vais a ingresar en el censo de la nobleza de Babilonia. Nuestra seora, inspirada por el poderoso y magnnimo Marduk ha querido aumentar la familia amadsima de la corte. Aunque el anuncio oficial ha hablado de un aumento de treinta varonas de Babilonia, s que la reina, en gracia a los merecimientos de tan distinguidos candidatos, piensa ampliar este cupo. El quinto da de las fiestas de Ishtar, cuando sea dado a conocer por la suma sacerdotisa y reina de Babilonia el horscopo nacional, se har proclamacin de las nuevas varonas. -Tras de una pausa, contina: A ninguno de vosotros escapar que la situacin que atraviesa Babilonia, castigo justo de los dioses a una cmara sacerdotal que ha cado en la negligencia y no pocas veces en falsa y libertinaje, tiene a la poblacin sumida en aflicciones y duelos sin cuento. Creo, seores, que en tan dramticos momentos, vosotros, que vais a entrar en la nobleza, sois las personas ms obligadas a exhibir vuestro seoro, vuestro amor a la ciudad y vuestra sumisin y obediencia a los deseos de la reina. Por todo ello, caballeros, os he llamado a esta recepcin para pediros que prestis vuestra colaboracin a la tarea de remediar las grandes calamidades que pesan sobre la ciudad y su poblacin desvalida. Me permito dirigir mi palabra a las damas, a vuestras esposas y concubinas legales, a fin de que ellas, con el tierno corazn que caracteriza a la mujer babilonia, sean estimulantes consejeras de vuestra generosidad. A los piadosos sentimientos de socorro y solidaridad que animis no quiero ponerles tasa; pero s que ninguno de vosotros ofrecer menos de seiscientos siclos de oro para esta ayuda. No he querido poner una tasa menor porque consider que poda ofender vuestros sentimientos. Debo deciros que el pueblo no necesita oro, sino alimento. Por lo tanto, la ayuda la cubriris en mercanca de vuestros almacenes y depsitos; en harina, cereales, legumbres, frutas, pastas de carne y pescado, incluso lienzo blanco, pomada y plantas medicinales. Nadie respira. Algunos de los invitados han perdido el color. Otros se estrujan las manos para contener los nervios o enjugarse el sudor. No faltan tampoco las caras de expresin complacida; las de aquellas personas a quienes mueve la vanidad ms que el egosmo. Beltarsiluma prosigue: -Me satisface plenamente el asentimiento con que acogis mi proposicin. Por lo tanto, un escriba ir dando vuestros nombres y le diris la suma con que participis en esta patritica suscripcin. A una indicacin de Sinanurta entran dos pajes que arrastran un carricoche con tres enormes cntaros: uno de oro, otro de plata y un tercero de cobre. Cada cntaro lleva una cifra: el de oro, mil doscientos; el de plata, novecientos, y el de cobre, seiscientos. Beltarsiluma no ha tenido necesidad de explicar el juego de los cntaros. Segn el monto de la cuota, al suscriptor se le servir de una u otra vasija. Los cuatro primeros nombres pronunciados por el escriba, son respondidos por los correspondientes invitados que sealan la cantidad: el primero, seiscientos diez siclos de oro; el segundo, seiscientos cinco; el tercero, seiscientos diez, y el cuarto, seiscientos 288

uno. Los pajes escancian el cntaro de cobre en cuatro cuencos del mismo metal, y se los dan a los respectivos invitados. Beltarsiluma ya tena previsto esta cautela de los donantes. El quinto nombre que pronuncia el escriba es el de Dadamuz. El mercader, rebosante de satisfaccin, dice: -Tres mil siclos! Mil quinientos por mi esposa y mil quinientos por m. Un clamor de asombro se levanta en el patio de las Fuentes. Beltarsiluma no quiere perder esta ocasin. La esperaba. Se adelanta hacia Dadamuz y su esposa y les dice: -Jams una varona de Babilonia ha sido concedida tan merecidamente. Las palabras del valido causan sensacin. Ya para nadie es un secreto de que el ingreso en el censo de la nobleza estar regulado por la generosidad que se demuestre en este juego de las pujas. El cntaro de oro se mueve pesadamente a escanciar en dos ureas copas de exquisito cincelado. Beltarsiluma reclama la suya, y ante la expectacin de los invitados, toma un sorbo en compaa de Dadamuz y su mujer. A partir de este momento las pujas se precipitan. Menudean las de novecientas y mil siclos. No son escasas tampoco las de doble aportacin. Una por cada cnyuge. Sin embargo, nadie demuestra la largueza de Dadamuz. Hasta que el escriba pronuncia un nombre que llena de confusin a los invitados: -Gemirun, de la puerta de Sin. -Seis mil siclos! -contesta el aludido. Los potentados de Babilonia pierden la poca compostura palaciega que haban adoptado al entrar en el patio de los Oidores. Quin conoce a Gemirun? Pocos. Los que han tenido tratos con l, creen que es el usurero ms miserable de Babilonia; que cuenta los arillos de oro no por siclos, sino por manu. Beltarsiluma ve aparecer entre los invitados a un viejo encorvado de ojillos claros y de mirada penetrante, que va seguido de su esposa, una joven de singular belleza, de discreto atavo. Beltarsiluma la recuerda de pocos momentos antes, cuando en el saln del trono recibi su salutacin. "Seis mil siclos!" La suma est en todos los labios. Gemirun se acerca a la mesa de las ofrendas donde estn los tres cntaros, coge de la mano del paje la copa, y da un sorbo. Chasca la lengua y se vuelve a la concurrencia. Hace un gesto asintiendo. El vino le agrada. Ve que Beltarsiluma tiene fija la mirada en l. Pero el avaro se vuelve para decirle al paje: -Otra para Inani. El paje consulta con una mirada al escriba. Gemirun se percata de la situacin, y le dice al paje: -Seis mil ms por la copa de Inani. Doce mil siclos de oro! Los invitados comentan el arranque del avaro. Nadie poda pensar que hubiera un candidato de tan escasa limpieza social, capaz de desprenderse de semejante fortuna. Beltarsiluma no es el menos sorprendido. No crey que la puja alcanzara una cantidad tan exorbitante. El viejo no vale nada, pero su esposa, la tal Inani, vale mucho ms que todo el oro que atesora el avaro. Es de las mujeres que hicieron pensar a Beltarsiluma que la corte deba omamentarse con jvenes como aquella, en quien Ishtar haba regado las ms irresistibles gracias de seduccin, encanto y simpata, dones celados por una expresin de virginal candor, que hace mucho ms atrayente a Inani. Beltarsiluma se adelanta hacia el dispar matrimonio. Sabe que Gemirun no figura en 289

la lista definitiva aprobada por Semramis de los elegidos para pasar a la nobleza. Pero no le importa. Est rescatando del hambre y de la muerte a muchas familias babilonias. Cuando llega ante el avaro, esboza una inclinacin de cabeza y dice en voz alta y firme: -Caballero, me quieres decir el nombre de tu esposa, futura dama de corte? Gemirun sonre socarronamente. Se rasca la perilla natural, pues su tacaera le lleva al extremo de no usar una mala barba postiza de camo, y responde al valido: -Bienquisto Beltarsiluma: esta criatura que he amasado con los regocijos de mi corazn, no es mi esposa, sino mi hija Inani, que hoy tomar velo para maana ofrecerse al conscripto que le haya destinado el templo de Sin. -No. No es posible! -niega un poquitn exaltado Beltarsiluma. Y enseguida, dirigindose a la doncella, le dice: -Perdona, Inani, mis intemperantes palabras. Pero te ruego que con el asentimiento de tu padre, el bienquisto Gemirun, reconsideres tu ofrecimiento a Ishtar. Acaso tienes prometido? -Tiene un mocito que la corteja -dice Gemirun, que no sale de su sorpresa de orse titular bienquisto, tratamiento slo aplicable a los grandes personajes del reino. -Olvidaos del mocito -plantea Beltarsiluma-, y olvidaos del ofrecimiento a Ishtar. Que en la tablilla del destino que guarda el sapientsimo Nabu, del cual soy rendido devoto y humildsimo servidor, est escrito tu porvenir, doncella. Este porvenir no admite el sacrificio de tu virginidad a los ritos de Ishtar. -y sin dejar que padre e hija titubeen, se dirige al paje-: Escancia de nuevo en nuestras copas -y al escriba-: Toma nota que el bienquisto Beltarsiluma paga estas tres copas a diez mil siclos cada una con cargo al tesoro real. Irnico, Gemirun exclama: -Cunta munificencia la tuya, bienquisto Beltarsiluma! -La que mereces, bienquisto Gemirun -responde el valido. Y enseguida bajando la voz, le pregunta-: Daras quince mil siclos de oro por una consejera? Gemitun vuelve a rascarse la perilla. Aprieta los labios en una mueca que quiere ser sonrisa y murmura: -Quince mil... Por qu no treinta mil, bienquisto Beltarsiluma? -Seguro que treinta mil? -Segursimo -acepta el avaro. Beltarsiluma bebe otro sorbo. Deja la copa en manos del paje y se vuelve a los invitados: -Seores. En gracia a las virtudes personales de nuestro amigo el honorable e ilustre Gemirun, varn de Babilonia, me complace notificaros que le he nombrado consejero del trono encargado de la distribucin gratuita de los artculos que se recauden a cuenta de vuestra generosidad. Debo deciros que aparte de las aportaciones que ha hecho en las pujas, el bienquisto Gemirun adquiere su sello de consejero por la suma de treinta mil siclos de oro. Algunos de los invitados se palmean ruidosamente los muslos aclamando a Gemirun. No faltan los que se congestionen de envidia o de rabia. Dadamuz, intensamente plido, sostiene una sorda, secreta, agitadsima querella interior. Al fin, con la frente sudorosa y los ojos vidriosos, levanta los brazos y agita las manos pidiendo atencin. Addasin, que ha visto la excitacin de que es presa Dadamuz, alza el bastn imponiendo silencio. El mercader de vinos dice:

290

-Y por qu no sacar a subasta el sello de consejera? Beltarsiluma responde seriamente: -Caballero, el sello de la consejera de abastos, que tendr vigencia durante los das de la calamidad que asuela a Babilonia, ya ha sido otorgado. Ni todo el oro del mundo me hara revocar este nombramiento. Congestionado, Dadamuz explica: -Es que yo estara dispuesto a dar... -Cunto? -pregunta Beltarsiluma. -Cuarenta mil siclos de oro! -Si se crea una nueva consejera lo tendr presente. Gemirun sonre. A Inani se le han coloreado las mejillas por la emocin. Beltarsiluma no tiene ojos ms que para ella. La devora con la vista; pero en su expresin no demuestra apetito pasajero, sino embeleso de varn ante una doncella que parece creada en el ms inocente y hermoso de los sueos. Jams Beltarsiluma ha visto una joven con tanta candidez en la expresin y a la vez con tan incitantes promesas en los labios. -Naciste en Babilonia? -le pregunta el valido. -S, bienquisto Beltarsiluma. Al otro lado de la muralla. -Una pena, la ms exquisita y pura de las gemas nace en el muladar. -y despus, dirigindose al avaro, le instruye-: Cuando se termine la recepcin, os ruego que no salgis. Hoy honraris mi mesa... Enseguida, dirigindose a los invitados, dice: -Caballeros, desde hoy podis enviar vuestras aportaciones al Aula de las caravanas. El bienquisto Gemirun las recibir en nombre de la reina. Y en su mismo nombre las distribuir inmediatamente entre las familias necesitadas. Os doy efusivas gracias por vuestra generosa. y cvica aportacin. MIENTRAS ALMUERZAN EN el saln del montero mayor, cada uno de los comensales est atento al ntimo fluir de su pensamiento. Gemirun no se muestra apocado, pues si su anfitrin es nada menos que el primer ministro de Asiria, l es soberano de las usuras. No piensa aprovecharse de la recepcin y distribucin de los artculos que han puesto bajo su administracin, porque el hurto adems de ser expuesto no sera muy lucido. Cree que la alta estimacin que ha ganado con el valido le servir para capitalizarla en otros negocios ms importantes. Principalmente si, como es cosa sabida, se prepara una guerra contra los pueblos del oeste. Sabe que la campaa del Indo ha dejado exhaustas las arcas del tesoro real. No es que piense especular con la guerra, pero s prestar a la corona oportunos servicios. Lo que necesita es ganar ascendencia en palacio y elevar sus negocios de usura a la categora de banca; abandonar el barrio de la puerta de Sin y establecerse en el corazn de Merkes, en la misma plaza de Hammurabi. All le caern los peces gordos que se agitan en las aguas revueltas de la guerra. Por su parte, Beltarsiluma estudia el modo de justificar a la reina el reparto de varonas de Babilonia, as como las dos consejeras creadas por l, pues aunque de carcter puramente temporal, significan una intromisin en las facultades exclusivas de la realeza. Mas todo lo da por bien perdido, incluyendo un fulminante cese de su cargo, si con estas providencias logra, como cree, mitigar los dolores del pueblo de Babilonia.

291

La parte ptima de este pensamiento que Beltarsiluma no expresa y que entrevera mientras atiende a sus invitados, al padre y la hija, lo constituye el conocimiento de Inani, por la que el valido se siente vivamente interesado. Actitud que mezcla en el corazn de Beltarsiluma la concupiscencia del hombre maduro y el embeleso del adolescente. Desde luego piensa que se sentira un afortunado si Inani le aceptara como conscripto en el ofrecimiento de su virginidad, pero tampoco est muy seguro de desearla, y mucho menos del papel que hara en el acto consumatorio con una criatura que se mostrara si no ajena bastante inexperta en la materializacin del rito. Inani est sorprendida y confusa. Escucha un poco intimidada las floridas palabras de Beltarsiluma. Haba sido ella la que al enterarse de la convocatoria al censo de la nobleza, sugiri a su padre presentar la candidatura: "De nada carezco, seor padre. Pero a pesar de tus riquezas, apenas los das de fiesta trasponemos los muros de la ciudad. Dentro somos ignorados. Nadie nos conoce, y aquellos que saben quienes somos hacen un gesto de repudio al vemos. No parece sino que tus usuras, que mal o bien les saca de agobios y estrecheces, no mereciesen su agradecimiento, sino la maldicin y el desprecio. Respeto el oro que t tanto amas, pero pienso, padre mo, si no va siendo hora de rodeamos de la dignidad y decoro que otras personas adquieren con su riqueza. Nada me falta. Tengo vestidos, alhajas, la mesa surtida con los ms exquisitos manjares, servidumbre que me atiende; pero nuestra casa es miserable. Todo el mundo la conoce con el nombre del chamizo del avaro. Dentro de la ciudad hay barrios respetables y alegres, y muchas de las gentes que moran en sus casas no tienen ni la milsima parte de tu oro". stas o parecidas razones dio Inani a su padre en apoyo del deseo de que presentara la candidatura al censo de la nobleza. Gemirun, por no contrariarla, mand su nombre a palacio, seguro de que no le haran el menor caso. Mas no dej de pensar en la razn que asista a su hija. Lo que menos esperaba era que la oportunidad le iba a llegar a casa en forma de una invitacin del escriba mayor de palacio, y mucho menos que el primer ministro ira a sacar a subasta varonas y sellos de consejero. Probablemente se excedi en las pujas, pero lo hizo animado por el ntimo y lcito anhelo de complacer a su hija. Quiso asegurar la oportunidad. Tan sbito e inesperado logro tiene perpleja a la joven. Y aunque halaga a su propia vanidad pensando que la nueva situacin le permitir el lucimiento de vestidos y joyas, no deja de perturbarle el modo un tanto azaroso en que el cambio se ha operado. Los golpes violentos de fortuna o de desgracia son cosa de los dioses. Y no pocas veces a una dura desgracia sucede una gran ventura, como si el bien fuera encadenado al mal, y el uno arrastrara al otro. Inani teme que a tanta ventura como lshtar le ha prodigado en el da de la velacin, le siga una gran desgracia, pues si como le pide Beltarsiluma, hacedor de tanta dicha, renuncia al compromiso adquirido con la diosa, no sera extrao que sta dejara caer sobre ella rigurosas muestras de enojo. -Has hecho estudios, Inani? -oye que le pregunta Beltarsiluma. -Todos los que puede hacer una doncella -contesta su padre. -S -explica la joven-. He aprendido a tejer y bordar en la escuela de las cuidadoras de la santa Babu. He aprendido a taer la flauta y el arpa en la escuela de las adoratrices de lshtar. Las matronas de la diosa Tashmetum, esposa del sapientsimo Nabu, me ensearon a manejar el clamo y a leer. Y no te digo, seor, que fui a la escuela de Shala, porque lo que ensean en sta, el manejo y orden de una casa, lo aprend en nuestro hogar. Mi seor padre qued viudo 292

cuando yo tena seis aos. Y hube de servirle como una hija puede y debe servir a un padre. -Vaya! -exclama Beltarsiluma-. Tu padre te ha dado una esmeradsima educacin. No son pocas las damas de la corte que no saben leer ni escribir. A lo sumo han aprendido a bordar y a pulsar las cuerdas de un instrumento, porque es de rigor que una doncella de linaje pase por la escuela de las adoratrices de Ishtar. Pero leer y mucho menos escribir, no hay doce mujeres en Babilonia, ni quince en todo el pas, que lo sepan. Por esto, Inani, no deja de sorprenderme que a las muchas gracias morales y fsicas que hacen de ti virtuossima y bella doncella, agregues aquellas otras tan selectas y gratas a Nabu, como son las del entendimiento. Puedo asegurarte, y la presencia de tu padre no me recata para decrtelo, que seremos buenos amigos. Y deseo vivamente que la diosa Tashmetum ilumine con su buena estrella nuestra amistad. Gemirun no se inmuta ante estos expresivos galanteos de Beltarsiluma a su hija. Los escucha tranquilamente. Cuando mucho, en actitud reflexiva y sin abandonar la expresin de apretada sonrisa, se soba la perilla. -Dime, seor -escucha a Inani que pregunta al valido-: cul es la causa que te anima a pedirme renuncie a mi promesa de entregarme esta tarde despus de la velacin? -Es fcil comprenderlo, Inani. Hoy te ofreceras a Ishtar entre innmeras doncellas que cumplen la promesa de prostitucin sagrada. Mas si lo dejas para el prximo ao, cumplirs el rito como doncella principal, hija de un varn de Babilonia. Eso en el caso de que no quieras guardar tu virginidad para ofrecrsela a Marduk en las fiestas del ao nuevo. -No, no -interviene en son de protesta Gemirun-. Hgase como tu dices, bienquisto Beltarsiluma. -y a su hija, le agrega-: Guarda tu virginidad para mejor ocasin. No hablemos ms de ello. Los dioses dispondrn lo que sea procedente; igual que ahora, por boca del bienquisto Beltarsiluma, se pronuncian en contra de tu entrega. A Gemirun no le agrada la idea de que su hija entre en la vida sacerdotal, aunque sea por la honrosa misin del sacrificio a Marduk. Muchas de las doncellas que son ofrecidas en rito nupcial a Marduk, si no son sacrificadas despus del acto consumatorio, se recluyen en algn templo para no salir ms de l. Prefiere que Inani, con velacin o sin ella, sacrificando su virginidad antes del matrimonio o en la noche nupcial, se quede en el mundo; que le fecunden el vientre y le d nietos que sean la alegra de su vejez. Los aos estn contados y l no debe dar muchas largas a la vida. Antes de cerrar los ojos e irse para siempre al pas sin retorno, desea ver a su hija pisando firme la tierra, con un hombre en que apoyarse y disfrutar las muchas riquezas que le dejar. Sobre todo hijos, muchos hijos. As se lo expresa a Beltarsiluma. -Seguiremos tu consejo, seor -dice Inani-. Nada tengo que oponer si en obedecerte mi seor padre encuentra complacencia. -Hay muchos apestados en vuestro barrio? -pregunta Beltarsiluma. -Bastantes -dice Gemirun-, aunque no creo que muchos ms que en otros. -Guardas el oro en tu propia casa? -No. Los tesoreros de los templos y los banqueros de Merkes, conocen la tablilla y el sello de Gemirun. Por qu lo preguntas, seor? -Porque he pensado que como consejero debas venir a vivir a palacio. Por lo menos, mientras dure la peste. Hay alojamientos suficientes. Todos los das son evacuados algunos tartanes y cortesanos. Hay una dependencia que me parece muy apropiada para

293

vosotros. En ella se hospedaron los embajadores de Egipto. Pero no os preocupis, ya la he mandado fumigar. -Seor -opone el avaro-. Me cohbes con tantas mercedes. No olvides, bienquisto Beltarsiluma, que soy un modesto avaro; que los quehaceres de la corte, nos son ajenos, y que, de venir a palacio, seramos objeto de repudio y de sarcasmos. Somos gente honesta, y no estamos acostumbrados a los excesos. Estoy seguro de que mi hija no se encontrara a gusto entre tantas cortesanas. -Eres prudente, bienquisto Gemirun; pero te advierto que hoy, ausentes los reyes, no hay otra autoridad en palacio que la ma, Y que es mi deseo que vengis a vivir aqu con la dignidad y el decoro propios de tu cargo. Y te digo ms, y a ti tambin, Inani: que nadie osar haceros objeto de la menor reprobacin, burla o desaire. Todos los males que puede desatar mi voluntad, caeran sobre el insensato que intentara mortificaros. Inani respira a pleno pulmn, satisfecha. Por fin van a abandonar el barrio de la puerta de Sin. Van a salir de aquella casa lbrega, baja y apretada como un chamizo. Lo nico que vale de ella son sus muros de ladrillo cocido. Muros que la haban librado hasta ahora del derrumbe. Desde que el barrio qued inundado, la joven no ha podido entrar en la ciudad. Su padre, las veces que lo hizo hubo de valerse de los servicios de un barquero, y sobornar a los guardias de la puerta. Slo en la maana de hoy, gracias a la invitacin de palacio haban traspuesto la puerta en medio de las adulaciones de los guardias urbanos.

HORSCOPO TERCERO HARS PERFIDIA DE TU CARNE

LAS FIESTAS DE ISHTAR 1. El sacrificio de la pureza COMO LA MAYORA DE LAS mujeres, Targuma est sentada en una esterilla. De pie, a un lado, ligeramente adelantada hacia el paso de los transentes, Sinami. Se cubre cabeza y hombros con un velo de trama no muy tupida. No se le ven los ojos. La punta de la nariz, sobresaliendo del plano de la frente, hace un pliegue en el velo. Sinami est aturdida. Le marea el paso constante de hombres que alborotan y ren estimulados por la bebida. Algunos se detienen y la observan midindola, calculndola en su fsico corporal. Cuando esto ocurre, el corazn de Sinami se acelera. Ha estado pensando muchos meses en este da; anhelando la hora en que se ofrecera a Ishtar. No tiene entendimiento ni experiencia para comprender el mundo revuelto que pasa ante su vista, rostros de miradas brillantes y codiciosas, de gesto poco noble y de

294

ademanes pcaros u obscenos. Est absorbida por el sentimiento religioso de darse a Ishtar. Ha puesto tantas ilusiones en el premio que espera recibir de la diosa, que apenas si piensa en el acto consumatorio. De l se ha formado una idea demasiado simple, exclusivamente animal. Para Targuma, su madre, el sacrificio no tiene otra importancia que el del beneficio econmico que les reportar. Tendr que ser uno de estos hombres el que le quite el velo, el que la lleve a consumar la ofrenda. El sol ha empezado a declinar. Los hombres pasan, gesticulan, gritan y no pocas veces blasfeman. Alguno la ha pellizcado, pero ni una sola mano se adelant a alzarle el velo. Ante la indiferencia la madre se impacienta: -Eres una tonta! No sirves para nada! Sinami se encoge, se hace ms insignificante. No sirves para nada. Y todo el da desde que se levanta hasta que se acuesta, en continua faena de hogar, aseando y cuidando a sus hermanos, limpiando las esteras, fregando los cuencos y las vasijas, espantando ratas y moscas... Precisamente espera que la bien amada Ishtar la libere aunque slo sea de una parte de la cotidiana fatiga. No, Sinami no espera un mozo ni un caballero. Se contentara incluso con un arriero o conductor de caravana. Pero su madre la ha tasado muy alto. Su madre quiere sacar provecho de su entrega a Ishtar. Si no fuera por ese cochino sido de plata... Sinami haba anhelado entregarse al acto consumatorio como lo hacen las doncellas de familia principal, sin codicia de paga, tan slo por el tributo justo que se ingresa en la tesorera del templo. Pero su madre quiere un siclo de plata. -Te he dicho que cuando pase un hombre delante de ti, respires y saques el pecho. Sinami se mortifica. La mujer que estaba a su lado mostraba los senos desnudos. No era tmida como ella. Faltaba al precepto de Ishtar. Siempre que pasaba un hombre, alzaba disimuladamente el velo y exhiba los labios pulposos, provocativos. Adems se pregonaba por cinco sextas. Y su madre quiere una sexta ms. Ella no tiene -Sinami lo reconoce-, los senos de las mujeres hechas, ni su boca, ni la excitante opulencia de las caderas. Ella es una nia. Quin va a pagar por una chiquilla un siclo de plata? Dos individuos que vienen recorriendo la hilera de las oferentes, se paran ante Sinami. Tienen aspecto de mercaderes asiras. Los dos altos y corpulentos; el que parece ms joven lleva la barba mal puesta, ligeramente corrida a la izquierda. En los rizados canutillos, escurriduras de vino. La mira con ojillos risueos, como si quisiera calar ms all del velo. -Un siclo de plata! -pregona Targuma. Los individuos no hacen caso al reclamo. No estn quietos, se balancean movidos por la marejada del alcohol. A veces s apoyan mutuamente pegando codo con codo. El ms joven no le quita ojo a Sinami. El otro bosteza y al abrir la boca se le escapa un eructo. -Vamos, no perdamos tiempo -dice. El de los ojillos risueos le da un codazo, apartndolo. Sinami empieza a sentir una contenida emocin. Por las muestras, uno de ellos, el que la mira, parece interesado en rescatarla. El otro se abre el sayo, lleva la mano a la entrepierna y se rasca: -Peste de ladillas! -y cogiendo del brazo a su amigo, tira de l-: No pierdas el tiempo, Tarsamn. El aludido extiende los labios en sonrisa bobalicona y replica: -Espera. Larga es la noche, Assurmash...

295

Contina punzando con la mirada a Sinami. Si la adolescente no llevase velo sentira dolor con aquella mirada persistente. Lo que percibe Sinami es la msica que viene del templo de Ishtar y el rumor confuso de gritos, procacidades e invocaciones de los hombres que pasan ante las oferentes, de las parejas que se pierden en la sombra del jardn. -Slo un siclo de plata, seor -repite Targuma. Assurmash vuelve a rer: -Vamos, Tarsamn. No has odo a la vieja? Un sido de plata! -y encarndose con la madre de Sinami, la increpa-: Acaso tu hija tiene un ptalo por virgo? Sinami siente como si le hubiesen azotado el rostro. Qu quiere decir este hombre? Cuando las adoratrices de Ishtar fueron al barrio a instruir a las nias, dijeron: Cuidad vuestra pureza. Vuestra virginidad es la ms preciada flor que podis ofrecer a Ishtar. Sed recatadas y honestas, que Ishtar no acepta con buenos ojos sacrificios impuros. Si eso decan las adoratrices por qu este hombre menosprecia su virginidad? -Vamos, Tarsamn -insiste Assurmash. -No encontrars otra criatura tan sumisa como mi hija -asegura Targuma con voz y gesto melosos. Sinami observa algo que vuelve a acelerar su corazn. El llamado Tarsamn adelanta la mano hacia el velo. Mas cuando va a levantrselo, el otro le sacude un golpe en el brazo: -No seas odre, Tarsamn! No ves, imbcil, que no es de tu medida? Tarsamn hace un ademn a su amigo indicando que le deje. -Acaso vas a desvelarla? -se extraa el otro, con dejo burln. Luego alza los hombros, suelta otro eructo y sigue su camino. Da unos pasos y se vuelve para gritar-: Cuando termines, bscame en la taberna! -Cunto dices, mujer? -pregunta Tarsamn. -Un siclo... y una sexta -aumenta Targuma. El hombre re con sofoco, como si hipara. Adelanta la mano de nuevo hacia el velo. Con los dedos coge la orilla, y lo alza hasta la altura de los ojos. Sinami tiembla emocionada. El hombre vuelve a rer y, enseguida, sin que Sinami pudiera imaginrselo, le saca la lengua grosera, soezmente: -Pedorra! -Suelta el velo, y antes de que la madre pueda proferir la frase que se ajuste a la sbita expresin de iracundia, comenta-: Te prefiero a tu hija. Cunto dices, vieja lbrica? -Un siclo y... -Te dar tres sextas. Slo tres sextas. Tu hija no me interesa.. . Sinami siente que dos lgrimas quemantes se le escurren por las mejillas. Los ojos acuosos y el velo no le dejan ver al mercader. El corazn se le llena de amargura. Por qu Ishtar la repudia? Por qu los hombres pasan ante ella sin prestarle la menor atencin? Y ste que pareca interesado hizo vejamen de su pudor para irse despus con su madre. No tuvo ni ojos ni tino para verlos irse hacia el jardn. Se perdieron entre las sombras confusas que se desprendan de la fila de oferentes. -Qu te pasa? -le pregunta la moza que ocupa el lugar de su madre. -Nada -contesta Sinami. -Todava no te han rescatado? 296

Sinami hace un ademn negativo. -Es pronto -dice la joven. -Pronto? -murmura con un hilo de voz, Sinami. -Yo ya he cumplido dos veces. Y espero que me rescaten dos o tres ms. No seas tonta, por qu no descubres tus senos? -Me da vergenza. -Vergenza en las fiestas de Ishtar? Andars todo el da con ellos desnudos y aqu, cerca del templo, te los ocultas. -Son tan pequeos... -Bah! A muchos hombres les gustan pequeos. Tambin debes subirte un poco el velo. Y cuando se paren delante, lzalo con disimulo. Es preferible faltar al precepto de velacin a quedarse en blanco. Ya sabes lo que pasa, si no te rescatan en el primer ao, no tendrs boda, y si la tienes, sers desgraciada. -Adems, mi madre... -La mujer que se ha ido con se? -S. Ella quiere un sido de plata. -Se lo he odo. Un siclo y una sexta. Y ya ves, se ha ido por tres arillos. Es la primera vez, verdad? -S. Soy doncella. -De verdad, de verdad...? Sinami no contesta. Lo que escucha la vecina es un sordo sollozo. Despus la nia balbuce: -No valgo nada! Soy tan poca cosa... -No te desanimes. Dentro de poco la oscuridad nos har a todas iguales. Vienen muchos borrachos, que lo mismo les da una vagina que otra. Qu le has pedido a Ishtar? -Nada. -Cmo que nada? -Bueno... Le he pedido, pero no para m. -Que no le has pedido para ti...! Todas venimos a pedirle un novio, un amante o un concubinario. Es que no quieres casarte? -No he pensado en eso -dice Sinami-. Le he pedido a Ishtar que haga fecundo el vientre de mi hermana. Est casada y no ha tenido hijos, y si a fin del esto no queda embarazada, su marido la repudiar. -Y a ti qu te importa! En los ofrecimientos de Ishtar hay que pedir premio para una misma. Sinami atiende ms a su pensamiento que a la charla de su vecina. Le dice que se llama Urdika, que es concubina legal de un patrn de barca que hace el recorrido de Babilonia a Umma. Otras muchas cosas de querellas con la esposa y con el hijo mayor de su concubinario. Pero Sinami est atenta al recuerdo de su madre. Durante aos se lo ha odo decir con satisfaccin de mujer, con orgullo de esposa: No cumpla quince aos cuando me ofrec a Ishtar. No hice ms que exhibirme, cuando lleg vuestro padre. S, porque vuestro padre era conscripto del templo de Enki. Y sabis lo que hizo? Me vio, levant el velo y arrastr de m! Ni l ni yo perdimos tiempo. La bien amada Ishtar pos en 297

nosotros su mirada benevolente y antes del ao te par a ti, Igashasina. Que su padre fuese conscripto del templo de Enki, Igashasina, la hermana de Sinami, lo pona en duda. Hasta bastantes aos despus de casarse, su padre no haba entrado en el censo de contribuyentes; por lo tanto, era difcil que, en su condicin de mezquino, fuese tomado por conscripto para las fiestas de Ishtar. Pero Sinami prefera aceptar que as hubiese sido. Se haca tan importante su madre proclamndolo... -Suerte! -oye que le dice Urdika. Un mozo la ha rescatado. Se enlaza a l y se separan de la hilera. Pronto desaparecen en la sombra. Tres mujeres que vienen de entregarse, ocupan nuevamente lugar en el mismo sitio que dejaron libre su madre y Urdika. Sinami, todava con los ojos hmedos, est desconsolada. No comprende la razn de verse tan desasistida. No sabe si ha cometido alguna falta en la ltima visita que hizo al templo de Ishtar. S; por unos instantes cabece, probablemente se qued dormida. Los cantos de las adoratrices, el intenso aroma de los pebeteros, la penumbra del templo con las inquietas llamas de las lmparas, todo le produjo una irresistible somnolencia. Quiz esto fuera gravsimo pecado e Ishtar se lo tena en cuenta despojndola de las ms modestas virtudes de seduccin. Pero quera entender que las oferentes de la prostitucin sagrada no deban pensar en seducir a los hombres; que stos eran los que habran de mostrarse seducidos. Entregarse al hombre era un acto animal que todas las bestias hacan. Ella esperaba entregar con ntima devocin su espritu. Entregar su virginidad, sin participar en la pasin del hombre. Crea recordar que las adoratrices de Ishtar as se lo haban explicado. Mas ahora... viendo pasar a los hombres, a las mujeres, sobndose, buscndose en el deseo, puesta la intencin en s mismos, sucios de caricias, codiciosos de voluptuosidad, piensa si no estar equivocada. -Cul es el premio de tu rescate? -le pregunta un hombre. Ya se ha hecho de noche. El velo no deja a Sinami ver las facciones del desconocido. -Un siclo de plata -balbuce con timidez. El hombre no contesta, pero adelanta la mano. No hacia el velo. Enseguida la adolescente nota que le soba el glteo. -Me dejas? -pregunta el hombre con voz velada, un tanto ronca. Sinami enmudece. No sabe si lo que hace el desconocido es honesto. Hasta ahora no ha visto que ninguna de las oferentes se haya dejado tocar. Pero, si el hombre se animara... Nota que la mano asciende del glteo y le soba el talle. Sinami se mortifica. Sbitamente se siente hmeda de sudor. La mano es spera y clida. Le soba la cintura. La caricia le produce una sensacin agradable. Y enseguida, cuando la mano se retira, cree que glteo y talle se le quedan fros, hmedos. Ahora la mano coge la orilla del velo. Lo levanta poco a poco. Los ojos de Sinami quedan libres. Ante ella un hombre maduro, fornido, de tez oscura y blanca dentadura. Viste un rico, hermoso manto. No parece babilonio. Por el color de la tez y la barba natural, Sinami le identifica como un mercader de los pueblos del mar. Los terribles, odiosos pueblos del mar. Pero el corazn de la adolescente palpita alborozado. Por fin, Sinami ve el velo, su velo, colgando de la mano del forastero. La ha rescatado! Ve tambin que se abre el sayo y deja al descubierto una bolsa de cuero repujado guarnecida con hilos de oro y perlas. De ella saca una bolita de plata.

298

-Pesa un siclo y dos sextas. Tu rescate. Ishtar bendita! Y qu hombre. Sinami no puede evitar que su corazn se ablande de agradecimiento hacia el extrao que le ha hecho tanta honra. La timidez pega los pies de Sinami al suelo. No se atreve a dar un paso, sbitamente medrosa de romper el encanto de aquel hechizo. Teme que el hombre le diga, arrepentido: Me he equivocado. Devulveme el siclo. Mas lo que el hombre dice son otras palabras en severo tono de amonestacin: -Pero qu esperas? -y asindola por un brazo, agrega-: Supongo que eres doncella. -Lo soy, seor. Estoy libre de impureza. -Y de bubas? -Tengo mi cuerpo tan limpio como las aguas del pozo de Enki. -Entonces, vamos. Caminan en silencio, esquivando la aglomeracin de parejas que entran o salen del jardn. Bajo las palmeras o a la vera de los setos las parejas ayuntan. Sinami no sabe si ren o gimen. Pasan de largo por las celdas de lona que se han instalado para las doncellas principales y sus conscriptos. -Este es el jardn de Ishtar, seor. -S, lo s -dice l-, Cuntos aos tienes? -Diecisis, seor. Despus de una pausa, sin dejar de caminar, el desconocido extiende la mano: -Te parece bien aquel lugar? -Hay mucha gente -repara tmidamente Sinami. -Bah! Nadie se ocupar de nosotros. Llegan cerca de la fuente de la Primavera. -Aqu hay barro -dice Sinami. -Qu importa. Yo no voy a estar debajo... Sinami fuerza una sonrisa. Claro que l no estar debajo. Eso ya lo sabe ella. Pero quiz en el palmeral la tierra est seca. Siente que las manos del hombre la cogen frreamente por la cintura. La levantan hasta que los ojos de ambos quedan frente a frente. -Cmo te llamas? -Sinami. - Sabes sonrer? La adolescente mueve afirmativamente la cabeza. -Sabes alguna cancin de amor? -El desconocido no espera la respuesta para decir-: Yo te la cantar al odo. El jardn del templo est lleno de rumores, de voces sofocadas. Del palmeral llegan gritos, llamadas, risas. Pero Sinami no oye ms que un clido susurro en sus odos, como el viento que viene del desierto. En el cielo, Sin, y muy cerca, la refulgente Mazzaloth, estrella de Isthar. Jams Sinami ha bajado en barca por el ro. Cuando ha podido liberarse de la dura tarea del hogar, ha ido a corretear por el pretil del canal Grande. Aunque ha salido pocas veces de la ciudad sabe cmo se abre el surco y cmo se esparce la simiente. En la tarea hay dolor y esfuerzo, calor y sudor. Es doloroso y extrao. Es un misterio. No acierta a 299

comprender claramente por qu a las cosas secretas de los dioses -y la vida seguramente es un gran secreto-, no se les encuentra explicacin. Es doloroso, porque ella desconoce en este trance cul es el orden del juego. Si algo se asocia ntimamente a su corazn, es el susurrar clido que siente en el odo. Todo la hunde en la perplejidad. Las frases apasionadas, bastante encendidas del desconocido, la reducen a la humillante condicin de bestia. Al hombre no se le ocurren mejores elogios que comparada con animales. Unas veces es paloma y otras cordera. No comprende por qu no le dice Sinami, que es su nombre. Tampoco ha hecho ninguna invocacin a Ishtar. Y desde luego, el sacrificio resulta muy distinto a lo que ella pudo haber imaginado. Muvete, muvete y el aliento clido y hmedo en sus mejillas, en sus odos. Cuando Sinami vuelve a ver de pie al individuo, le parece ms extrao y lejano que en el momento que se acerc a ella a rescatarla. Y ms joven. -Te he conocido, y ya puedes saber mi nombre. Me llamo Hazabal. Qu te parece? -Qu quieres que me parezca, seor? Hazabal es un hermoso nombre. -Bien dicho, chiquilla. Mira, para que guardes memoria de m te invitar a una torta. Aceptas? -Si mi madre me da permiso... -Eres t la que comer la torta, no tu madre.

2. La virginidad sin virtud EL HECHO DE QUE ZIMMA hubiese sido admitida en el cortesanado, la obligaba a cumplir con ciertos preceptos regulados por el templo. Adems de la tributacin a la tesorera, deba poner su cuerpo a disposicin de las matronas de Isthar, para la prctica de la prostitucin sagrada durante tres das consecutivos. Y como las cortesanas hacen comercio habitual de aquello que las mujeres honestas ofrecen por devocin, no se les concede el derecho a ser rescatadas. Amn de entregarse gratuitamente a los conscriptos se les obligaba a pagar seis siclos de plata por cada uno de los tres actos consumatarios. Las cortesanas no deban mostrarse remolonas ni inconformes con el gravamen, puesto que el templo las acoga con msica y abundante consumo de resinas aromticas. No hay peor lengua que la de las cortesanas cuando se ataca con exacciones a la bolsa de su particular peculio. Y como las prostitutas, cualquiera que sea la escala profesional a que pertenezcan, son expertas en su oficio y negocio, y ninguna diosa les debe ensear lo que ellas han de hacer con su persona, se dedican a murmurar de Ishtar, criticando sin el menor recato sus adulterios, sus inconstancias amorosas y su desmedida aficin a las fomicaciones; censuras que ponen en entredicho la pureza de los ritos y la obligatoriedad moral de cumplidos. Para las prostitutas, Ishtar no es diosa propiciatoria y benevolente, sino matrona severa y esquilmadora. Por el ejercicio de su profesin pagan impuesto a la ciudad, tributan a la reina como suma sacerdotisa de la diosa, ingresan a la tesorera del templo distintas cantidades en conceptos de limosna, y en cualquier descuido se ven sancionadas por infraccin a los estatutos de Ishtar, leyes que nadie conoce. La tablilla en

300

que estn escritos se guarda debajo de la imagen de la diosa, y para verla hay que pagar seis siclos de oro, cantidad que hace inaccesible el conocimiento del estatuto. Pero el conflicto que le surge a Zimma no es por la colaboracin que debe prestar al templo de Ishtar, sino por la consumacin de sus ritos. Aramina, la esclava que le ha comprado Dadamuz, le ha resultado virgen. Y Aramina ha credo, bastante tardamente, que ha llegado el momento de ofrendarse a Ishtar. -Y por qu en este ao, que me encuentro tan ocupada? Desde luego ya pasas la edad de conservar cosa tan superflua e intil como el virgo, pero por un ao ms que esperes no se curtir ms de lo que est. -Es que hasta ahora no haba encontrado aliciente para entregarme al holocausto a la bien amada Ishtar. -Vaya! No quieres privarte de nada. A Ishtar se entrega una por devocin, no por encontrar gusto en que nos fomiquen. Y a qu patio de esclavos piensas ir? Mira que si mis admiradores se enteran que andas moviendo las nalgas en un patio de esclavos... Ni lo pienses! Me desprestigiara. -No, seora. He pensado hacerlo en casa. -Cmo! Acaso pretendes meter aqu a tu fornicador? Aramina con expresin sonriente y sumisa, niega: -Tampoco, seora. El hombre a quien pienso entregarme est en casa. -En casa? No digas tonteras! Zimma comprende enseguida que la que est diciendo tonteras es ella. Mira escrutadoramente a la azafata, y sta, sonriente, sumergida en la gracia de Ishtar, del modo ms natural intenta explicar: -Ayer fui al templo... -Calla! Zimma se da cuenta de que ha cado en la trampa. Por lo tanto, debe meditar la mejor salida al problema que le plantea Aramina. Veintitrs aos y con virgo! Un caso inslito en Babilonia. Qu habr hecho esta mujer desde los catorce aos para no darse cuenta de tan vergonzosa irregularidad? No le cabe en la cabeza. Mas no ve la manera de oponerse. Si Aramina ha prometido ofrendarse a Ishtar deber cumplir el voto. Y tendr que dejarla fornicar en casa. Zimma no puede arriesgarse a que vean a su aya ofrecerse en la va pblica, en los puestos de las esclavas. Tampoco va a pagar nueve siclos de plata para que la dispensen de su condicin de servil y la acepten en el jardn de Ishtar, que es donde fornica la gente decente. -Di lo que ibas a decir... Aramina, que no ha perdido la expresin de candidez, explica: -Fui al templo de Ishtar a consultar mi caso. Y en vista de las circunstancias en que nos encontramos mi conscripto y yo, me han dado licencia para que practique el acto consumatorio en casa. Para obtener la licencia, he tenido que pagar una sexta de plata. A Zimma se le encienden los ojos de ira. -Y quin es l? -pregunta mordiendo las palabras. -El seor Mino. Zimma se lo imaginaba.

301

-Mino? Pero t sabes quin es Mino, descarada? -El arquitecto real. -Pero adems de eso... Cmo se te ocurre poner los ojos en Mino? Si Mino est enfermo, si Mino es mi amante... -Para Ishtar, t lo sabes, seora, no hay diferencia ni distincin de personas. Es tu amante, lo s; pero no tu esposo. Est enfermo pero no a tal grado que no pueda fornicarme. Ayer, mientras estabas en el templo, tuve que lavarle. Y mientras le aseaba vi que a pesar de hallarse todava dbil... -Y le has propuesto a Mino...? -No, seora. Fue l quien me lo propuso... Bueno, me propuso otra cosa. Quera que accediera a su deseo. Mas como le dije que yo era virgen, y l me dijera que no era ningn inconveniente pues saba cmo corregir mi anomala, volv a decirle: "Puesto que quieres las primicias de mi virginidad, ofrezcmosla a Ishtar. Y de ello sacaremos provecho". Zimma no escucha ms a la azafata. Corre rabiosa al dormitorio en que se halla alojado Mino: -Hijo de Creta! Es cierto lo que me dice Aramina? Mino abre los ojos y se queda mirando a Zimma con expresin somnolienta. Despus mueve perezosamente los labios para decir: -Es cierto; me ha descendido la fiebre. -Qu fiebre y azada de Marduk! Te ha bajado la fiebre pero se te ha subido lo otro. No me tienes a m para aplacar los ardores? -Yo no siento ningn ardor -dice Mino-. Lo que sucede es que esa incivil domstica tuya est en falta con la religin y la moral. Se ha ido descuidando... y mira, todava es virgen! -Pero t crees, apestado de los demonios, que ha habido alguna vez una esclava virgen? -Ella lo asegura. Y cuando lo dice... Ninguna babilonia de su edad sera capaz de confesar semejante impudicia. -Y t, grandsimo benemrito, ests dispuesto a hacerle el servicio. -Qu quieres que haga? Me lo ha pedido con tanta devocin... Pobre mujer! Est muy ilusionada! Ya obtuvo en el templo de Ishtar la licencia. Te advierto que resulta mucho ms decoroso para ti que lo haga aqu, en la intimidad de la casa, que no en la va pblica. No faltara quien hiciera escarnio de su ama. De ti, precisamente. Porque la realidad es que tener una doncella de veintitrs aos y virgen, no es lo debido. -Acaso es ma la culpa? De cualquier modo, te advierto que no estoy dispuesta a que Aramina se acueste contigo. -Desde luego. Sera poco respetuoso. Ser yo quien me acueste con ella. -Pero no aqu. Lo oyes? Se van al patio. -Al patio? Delicado como estoy, que me obligues a salir al patio...! -S. Muy delicado, pero muy expedito para fornicar a Aramina. -Si insistes, Zimma, renuncio. Yo no trato ms que de cumplir un deber cvico.. Si no fueras tan intransigente comprenderas que un hombre que acaba de perder a su esposa, no puede tener humor para estos menesteres -arguye Mino con gesto de fastidio. -El nimo, no; pero lo otro siempre lo tienes dispuesto a entrar en accin! Menudo

302

civismo el tuyo! Zimma llama a la azafata. :Esta acude enseguida. -Por qu no me dijiste que eras virgen? -Me daba vergenza, y como la seora jams me lo pregunt. -Te parece decente que a los veintitrs aos andes por el mundo con semejante impedimento? -Como nadie me ha requerido... La verdad, mi seora, es que el virgo a m no me ha estorbado mucho. -Qu oa eres! -Por qu oa? -interviene Mino-. Has de saber que en muchos pases se rinde culto a la virginidad. Y la integridad de la doncella se estima como una gran virtud. -Bah! Entre pueblos salvajes. Ninguna mujer civilizada conserva la virginidad ms tiempo del que es debido. Zimma da por concluida la cuestin, llevndose a Aramina a su cuarto. Resuelve su inquina contra la azafata mostrndose ms exigente y severa en tanto la viste. Mientras la sirvienta se quedar en casa refocilndose con Mino, ella tendr que ir toda emperifollada al templo de Ishtar y entregarse al asqueroso conscripto que las matronas le hayan designado. Y encima pagar. -No dirs que no soy complaciente. Espero que en agradecimiento, te portes con sobriedad y recato. Cudate de lo que haces, pues si veo que Mino te toma aficin te har desollar viva. Que quede bien claro que en mi casa slo fornico yo. Entendido? Aramina, aunque dice a todo que s con ademanes o gestos y pone expresin de respetuoso acatamiento, no puede evitar la lucecilla alegre que aviva sus ojos. Jams haba llegado a imaginar que un hombre como Mino, rubio como el oro, blanco y tierno como ptalo de rosa, fuera el roturador de su virginidad. Aunque son muchos los detalles con que Zimma se adorna, Aramina pone tal diligencia en el aderezo, que demuestra a las claras la prisa que la consume por encontrarse a solas con el cretense. Concluido el tocado, las dos mujeres suben al coche. Salen rumbo al templo de Ishtar. En cuanto Aramina deja a su ama, regresa a trote de la yegua a casa. Corre al cuarto de Mino y desde la puerta pide licencia: -Si el seor fuera tan benevolente de permitir a su esclava se acerque a su lecho, el corazn de Aramina latira alborozado. -Djate de circunloquios. Acustate conmigo que no anso otra cosa que estrujar tus nalgas. -Vestida, seor? -consulta candorosamente Aramina. -Vestida y con virgo. Que ni el vestido ni la membrana sern capaces de resistirse a la potencia de mi deseo. Aramina no sabe qu pas es Creta. Ni bajo qu cielo se encuentra, aunque sospecha, a juzgar por la prestancia de Mino, que debe estar ms cerca de la mansin celeste que de Babilonia. Adems slo un extranjero es capaz de dirigir a una esclava tan floridas palabras como lo hace Mino. Cuando la joven se dispone a acercarse a la litera, ambos escuchan que llaman a la puerta. -Algo se le ha olvidado a Zimma -conjetura Mino. Aramina sale corriendo. No es Zimma. Es Beltitis; Beltitis que en cuanto traspone la puerta del jardn, pregunta: 303

-Cmo sigue el enfermo? -Mejor. -Est tu ama en casa? -No. Acabo de llevarla al templo de Ishtar. -An continas virgen? -Todava, seor. Ya sabes que te promet que slo a ti hara el sacrificio de mi inocencia. Mas para que cumpla el rito contigo tendr que pagar en el templo tres sextas de plata por la licencia. Me las dars, seor? -Claro que te las dar! Pero ests segura de que esta tarde tu ama no estar en casa? -Segursima. Tiene que atender a muchos de sus admiradores. No andar muy sobrada de tiempo. Y en la tarde, el seor Mino siempre duerme. Beltitis, seguido de la azafata, entra en el dormitorio que ocupa Mino. -Cmo sigue mi mujer? -pregunta el arquitecto. -Igual. No digo que haya empeorado, pero su estado no anima a mostrarse optimista. -Le han extirpado todas las bubas? -S, todas... Beltitis est mintiendo. No quiere que el paciente se altere con la mala noticia. Ghina se agot en flujos intestinales. Ninguna infusin sirvi para cortrselos. Intervino Shusteramn, un mdico egipcio, que Beltitis no sabe cundo ha llegado a Babilonia. Shusteramn someti a la paciente a extraos lavados de intestino, conocidos como lavado de ibis. Pareca que el resultado sera bueno, mas una hora despus, sin dolor ni agitacin, tal como si Ghina estuviese sumida en un profundo, reparador sueo, pas a la sombra de Nergal. Shusteramn le dijo a Beltitis: "No era posible salvarla. Lo que hice fue procurar que muriese sin dolor. La enfermedad le haba deshecho todo el sistema humoral. S que la reina le guardaba especial afecto, y ver si puedo momificarle la cara y las manos. Hemos hecho todo lo posible por salvarla". Las palabras de Shusteramn impresionaron vivamente a Beltitis. Para nada se refiri a los edimmu ni a las diosas de la salud. Hablaba un lenguaje distinto al de los mdicos babilonios, dando a entender que en la enfermedad del ser humano nada tenan que ver los edimmu. Despus, cuando salieron al patio del templo, le dijo: "No apruebo que se sajen las bubas. Las bubas no son por s mismas la enfermedad, sino el sntoma de la podredumbre que daa el cuerpo del paciente. Creo que lo debido en estos casos, es atender al enfermo por va oral, limpindole los canales del sistema humoral". Beltitis no est muy conforme con la excesiva importancia que la medicina egipcia da al sistema humoral. En Babilonia se presta mayor atencin a las vsceras. Sin embargo, a Beltitis le impresion la terminologa y el tono que Shusteramn emple al hablar de las enfermedades y del paciente. Considera que el enfermo es un simple objeto de querella entre el mal y el mdico, y que nadie ms que el mdico debe intervenir en el conflicto. -No me ocultas nada, Beltitis? -pregunta Mino. -Nada te oculto. Pero tampoco halagar tus odos con buenos augurios. A tu mujer la ha visto un mdico egipcio... 304

-Y qu ha dicho? -Nada. Prescribir una serie de lavados que hagan anodino el trnsito de la paciente a la sombra de Nergal. Mino se incorpora en la cama. - Quieres decir que no tiene... salvacin? -La ltima palabra es de los dioses. Beltitis recomienda a Aramina que haga la infusin astringente con un tercio ms de yerbas. Le contrara que el flujo intestinal no se haya cortado. Luego, a una pregunta de Mino, dice que la propagacin de la peste se ha estacionado; que tiene indicios para sospechar que el betn ha operado benficamente contra el mal. El mdico sale acompaado de la azafata, que estaba impaciente por que se marchara. Cuando Aramina regresa al cuarto de Mino, le dice ensendole tres sextas de plata: -Me las ha dado el seor. Quiere las primicias de virginidad. -Y qu le has dicho? -Que s. Que estar muy complacida en entregarme a l. Claro que despus que t seorees en mi persona. -Pues ponte en disposicin -le dice Mino-, porque si nos descuidamos ni t cumplirs santamente con el rito de Ishtar ni yo con la promesa dada a tu ama. Mucho es el dolor que oprime mi corazn, y slo porque se trata de aliviar tu cuidado, me resigno a yacer contigo. Qutate la saya pdica que anso despachar cuanto antes el deber que me he impuesto. Mas tampoco ahora Mino pudo despojar de su anomala a la domstica, porque vuelven a llamar a la puerta. Y la saya pdica oculta de nuevo la desnudez de Aramina. La domstica se echa un manto encima y sale presurosa a la puerta. Son Tursyna y el paje. La azafata opone: -Mi ama Zimma no est. Tardar en regresar. Tursyna se adentra en el jardn: -No vengo a ver a Zimma, sino a Mino. Y poco me importa que est o no est tu ama en casa. -Pero no es propio, seora, que en ausencia de mi ama hables con el seor. -No necesito que Zimma me apunte lo que voy a hablar con Mino. Por lo tanto, ser mejor que nos dejes solos. Tursyna entra en la habitacin de Mino. -Vaya sorpresa! Cre que estaras en el templo de Ishtar -dice Mino. Tursyna no necesita indignarse para replicar: -Sabes que soy incapaz de semejantes aberraciones. He recorrido todo el mundo y en ninguna parte tuve noticia de un culto tan desvergonzado como ste. -Bueno. No me parecera bien que fueras a ofrecerte al templo o a cualquier jardn pblico, pero cumplir con una diosa nunca sobra, mxime que aqu nadie puede vernos. -Qu insinas? -No insino nada. Mi corazn est afligido, y en tus brazos encontrar alivio a mi pena. Ghina est agonizando. Tursyna niega con la cabeza: -Te traigo una mala noticia, Mino. Ghina ha muerto. 305

El cretense baja la cabeza: -Zimma recibi el aviso esta maana. Pero Beltitis, que acaba de irse, me ha ocultado la verdad. Por lo tanto, oficialmente, Ghina todava vive. -Creme que lo siento, Mino. En palacio a todos ha apenado su muerte. Y hacen elogios de su carcter y de su don de gentes, incluso las mujeres. No era babilonia, verdad? -No. Perteneca a una familia noble del Elam. Fue trada a esta ciudad con otras doncellas, como tributo al rey de Babilonia. Era una mujer encantadora. Viv seis largos aos con ella sin darme cuenta de que tena a mi lado una mujer. -Por eso no tuvisteis hijos... -No lo s. En nuestra relacin marital se mostraba femenina y gustosa, pero creo que espiritualmente era homosexual. Vivi siempre enajenada por un secreto amor a Semramis. Es difcil que la mujer que se enamora de Semramis se sustraiga a su hechizo. Nunca ser una mujer cabal. Nada tengo que reprocharle a Ghina. Slo tuvo conmigo atenciones y ternuras sin cuento... Lo cierto es, que ni yo la necesit como esposa ni ella a m como marido. En la intimidad de su corazn permaneci fiel a Semramis. Como yo permanec fiel a ti. En este aspecto los dos nos neutralizamos con nuestro propio egosmo, pero sera injusto si no la encomiara ante los dioses como la ms inteligente y comprensiva de las esposas. Durante estos seis aos convivimos en completa armona. Para que todo resultase perfecto, no regate mostrarse celosa en el momento oportuno. No s cmo explicrtelo. Apenas si me doy cuenta de que est muerta... Es una mujer a la que no se puede llorar sino en silencio y a solas. -No estaba celosa de Zimma? -Ghina pocas veces hablaba de la gente. S, saba que Zimma me persegua. En realidad, valindose de su influencia sobre la seora, logr separar a Zimma de mi lado. Yo trat de convencerle de que Zimma era mujer inteligente. Ella jams se avino a aceptarlo. La consideraba vulgar, ordinaria. -Y muerta Ghina, qu piensas hacer? -Una pregunta que tardar en contestarme a m mismo. Muerta Ghina, son casi seis aos los que mueren en m; seis aos que comprenden mis mejores obras. Cuando la desahuci el baru de palacio, no quise consolarme con ninguna esperanza. Present que todo estaba perdido. Y todo, Tursyna, se qued sin sentido. Mentira dicindote que me alegra que t ests en Babilonia. No, t en Tartessos, en la lejana, seras un estmulo, un recuerdo, si t quieres dbil, pero que poda animarme a abandonar Babilonia e ir en tu busca. Pero ahora... Bueno. No hablemos ms de este asunto. Qu novedades tienes? -Ninguna. Addasin me haba sugerido que viniera a darte la noticia. Consideraba que escucharla de mis labios te sera menos dolorosa. Aramina entra en el cuarto y tras breve titubeo, dice: -Perdn, seora. El mdico Beltitis me ha recomendado que no se fatigue al enfermo; que, dado su estado, no debe perturbarse su reposo. -S; est bien, Aramina -dice Mino-. La seora se ir enseguida. Y cuando la azafata sale, Mino explica a Tursyna: -Lo que quiere es que nos dejes solos. Me ha pedido que yo sea... su conscripto. Lo comprendes?

306

-A espaldas de Zimma? -se extraa Tursyna. -No. Zimma ha dado su consentimiento. -Por los dioses, que no entiendo a estas babilonias! Todo su afn es tener un hombre encima y que Ishtar les bendiga la fornicacin! Y t, desaprensivo ests dispuesto a acceder al requerimiento de una sirvienta? -Qu quieres que haga! Vivo en Babilonia y debo sujetarme a sus costumbres! -Sobre todo si se trata de eso... -Si t accedieras... -No, Mino. Y muchsimo menos en estos das. Yo no me prostituyo a Ishtar... A Tursyna le pareca repugnante. De no mediar las fiestas de prostitucin habra cedido al requerimiento de Mino. No era cosa de mostrarse arisca. Aparte de que haca tiempo, desde que se fueran el prncipe Ben Adad y el embajador Ramsads de palacio, no haba tenido arrimo de varn. Y no estaba de ms hacer saber a Mino lo que ella haba adelantado en recursos de voluptuosidad desde aquellos tiempos en que siendo casi una nia se le entregaba sumisa, tiernamente enamorada. -Podemos amarnos sin pensar en Ishtar... -insiste l. -No, Mino. Yo no podra dejar de pensar en Ghina. -No hicisteis buenas migas... -Es natural; pero en honor a su buena memoria, debo decir que jams me hostiliz. S que lo nico que le preocupaba respecto a m era averiguar si la seora me haba invitado a su cama... -y tras una larga pausa, Tursyna plantea-: Oye, Mino t conoces palacio? -Poco. No creo que fuera de Addasin haya persona que lo conozca. En particular, las dependencias vecinas a los almacenes. Por qu? -Dices que Addasin. La reina no? -No, no creo. A juzgar por las conversaciones que sostuve a este respecto con Ghina, la reina slo conoce la parte residencial. Tursyna hurga en la faltriquera y saca un roIlito de papiro. Lo desenrolla y pone en manos de Mino. -De qu se trata? -pregunta el cretense. Tursyna no baja la voz ni adopta ningn gesto confidencial para decir: -Este plano me lo dio el rey Pigmalin de Tiro. No te dice nada? T eres arquitecto y sabes leer los planos. Qu dependencias de palacio estn sealadas aqu? Mino mira con atencin el dibujo. -No identifico en este plano ninguna dependencia de palacio. Esta pieza parece ser la antecmara de la reina, y la que sigue, su cmara. La posicin es inequvoca. Pero no existe ni este pasillo, ni esta otra pieza grande... -Dime, cario t has odo hablar de un tal Shusteramn? -Shusteramn, Shusteramn... Me suena el nombre, pero no s si de haberlo odo hace tiempo en Bubastis o aqu en Babilonia. Shusteramn... acaso mdico? -S, un mdico egipcio! -Ya caigo! Me habl alguna vez Ghina con mucho misterio y no recuerdo a propsito de qu. Fue sobre algo que se relacionaba con la seora. Por qu? Qu tiene que ver ese Shusteramn con este plano? -Este plano lo ha hecho un escriba de Pigmalin de acuerdo con los datos que le 307

proporcion Shashank. El pasillo que aparece en la antecmara de la reina, pudiera ser secreto. Y esta gran estancia, la vivienda de Shusteramn. Lo que quiere decir, que si Shusteramn no es un fantasma puede vivir en estas dependencias. Entonces hay que aceptar que ellas tienen una salida secreta a la calle. -Supongamos que s -dice Mino-. Y qu? -Es fcil imaginarse lo que esto supone. Si existen tales habitaciones, que Semramis cree secretas pero cuya existencia y localizacin conocen los reyes de Tiro y de Egipto, cualquiera de ellos podra introducir un agente hasta la cmara de la reina sin que nadie le viese. Podra dar muerte a Semramis y salir tranquilamente sin ser descubierto. -Quiz. No te niego que todo eso podra pasar. Pero no hay ninguna razn para que pase. Qu inters pueden tener Egipto, Tiro o cualquier otro pas en asesinar a Semramis? -No intentaron hacerlo los urartios? -Lo de los urartios es otra cosa. Entre los reyes de Urartu y los de Asiria hay una querella personal, que, de tarde en tarde; provoca matanzas. Pero temer una actitud semejante de Tiro, Egipto o Damasco me parece absurdo. En definitiva a ti qu te importa todo esto, Tursyna? -Ignoras, amor mo, que soy agente de Pigmalin? -Qu quieres decir? -Lo que ests oyendo. Se me ha encomendado una misin. No la de asesinar a la reina, sino algo menos ofensivo: Pigmalin quiere saber en nmeros exactos a cunto asciende el botn de Semramis. Y a fin de que yo tuviera un punto de observacin y escucha, muy cercano a la reina, me ha proporcionado este plano. Debo confesarte que no logr aclarar nada. Es probable que con tu ayuda pudiese saber a cuanto asciende el botn. El informe me lo pagara Pigmalin con una fortuna. Creo que te lo dije el otro da, pero estabas vencido por la fiebre. Slo espero saber esto para irme de Babilonia... Me gustara que t me acompaases. No te impongo el compromiso de hacerlo hasta Tartessos. Ven conmigo hasta donde t quieras. Cuando te canses o te aburras, me lo dices y nos despedimos como dos buenos amigos. -Aclrame una cosa, Tursyna. T viniste a Babilonia a verme a m o a andar oliscando por palacio? -Vine a verte a ti, Mino. Slo a eso. Pero encontrndome en Tiro fui presentada al rey Pigmalin. Este se mostr muy amable y corts conmigo. Sabiendo que vena a Babilonia, me dijo que si le llevaba este informe, tan fcil de obtener valindome del plano, me pagara con doce vasos de prpura. T sabes la fortuna que eso significa? -Doce vasos de prpura! Te han engaado, Tursyna. Si en Tiro hay doce vasos de prpura, no estarn en poder de Pigmalin. Tursyna aprovecha la primera oportunidad para cambiar de tema. Lo que quera decir, ya lo ha soltado. Lo importante es que el paje no haya perdido slaba. Lo que Tursyna no supo es que el paje no se haba enterado de nada. Aramina, que desesperaba de yacer con el cretense, decidi entre despechada y urgida, sacarle tres sextas de plata al paje. El mozo le dijo que s y la fornic con ms regocijo que devocin, puesto que no estaban en ceremonia ritual. Dio a Aramina tres sextas, pero de cobre. Cuando Tursyna y el paje se fueron, la azafata volvi al dormitorio de Mino, para 308

decirle: -Algrate, seor, que ya no tendrs que esforzarte en quitarme la virginidad! El paje de la seora Tursyna lo ha hecho. Y ahora, libre y expedita estoy para ofrecerme a tu goce. y puesto que el ama Zimma tardar todava, nos quedan horas para que juguemos con nuestros cuerpos. -Conque ya te diste al paje... -Ya, seor. -Y te fractur el virgo. -Fracturar? Supongo que s. -Y quieres que yo entre a ti... -Con la gracia de Ishtar. -Pues lo dejaremos para mejor ocasin. Has de saber que ese paje con quien yaciste est apestado. No le viste las bubas? -Le vi los testculos. -Eran bubas, cretina! ZIMMA REGRESA DEL templo de Ishtar conmocionada. Sus primeras palabras a Mino no son para preguntarle por Aramina y sus apuros: -No puedes imaginarte lo que me han dicho en el templo de Ishtar. Las harimati me han propuesto para asumir el primiclerio de las cortesanas. -Y te importa ello mucho? -le responde Mino-: Le sacarn un buen pico a Dadamuz! -No. El ttulo es honorfico. -S, s, honorfico como todos los del templo de Ishtar... -Qu quieres decir? -Y me lo preguntas a m, t que eres babilonia? Si las harimati te han propuesto al primiclerio ten la seguridad de que sers elegida. Dadamuz debe de haber soltado ya los noventa siclos de oro que cuesta esa tontera. -Por qu tontera? Es qu te molesta que me distingan con la anadema de las cortesanas? -No es que me moleste, Zimma; pero sabes tan bien como yo que las harimati estn desprestigiadas. Son vergenza y escndalo del culto de Ishtar... -Y qu tengo yo que perder en ello? Ms desprestigiada que una ramera... -No -Zimma. Las rameras hacis comercio con vuestro cuerpo. Esto se considera vergonzoso y humillante, desde luego. Pero las harimati prevarican con su lascivia, que es cosa ms grave. -Sabes qu privilegios tendr como primicleria de las cortesanas? -S -Asistir a las fiestas de palacio que da la reina en su calidad de suma sacerdotisa de Ishtar. Y tratar a la reina de hermana. Zimma no oculta su sorpresa: Cmo! Qu es lo que dices? -Lo que has odo. 309

-Que yo puedo tratar a la reina como a una hermana? -Aparentemente as es. Forma parte de los privilegios de la primicleria de las cortesanas. Pero todo esto, como te dije... -Si lo paga Dadamuz... - Anda con cuidado, Zimma! Si ese vinatero logra su objeto, no ser difcil que despus no vuelva a mirarte a la cara. -Y crees que perdera mucho con eso? Lo estoy deseando, Mino. T siempre me has tenido por una infeliz. Y ests muy equivocado. Me sobran pretendientes. Lo oyes? Y de las mejores familias de Babilonia. Jams me has concedido la menor virtud... -Te conozco demasiado, Zimma, para saber cules son tus autnticas virtudes, y no esas postizas y vanas que pretendes tener. Eres mejor que muchas babilonias. Pero lo eres con cortesanado o sin l, te hagan o no harimatu, y aunque jams pongas tus pies en palacio. -Eres extranjero, Mino, y a pesar de los aos que llevas en Babilonia no acabas de darte cuenta en el mundo que vives. Eres el arquitecto real y te conduces como un funcionario de tercera categora. No te lo censuro. Te aseguro que me gusta tu manera de ser. Pero yo soy babilonia y s como hay que vivir aqu. Cada paso que pueda dar hacia palacio no vacilar en darlo. Cuanto ms cerca ests de l, ms te alejas de la miseria y de la indefensin. No, Mino. El bendito Ku ha abierto un nuevo camino en mi vida y no renunciar a l. Empiezo a creer que todava no te has dado cuenta ni de la vida que he llevado ni de los vejmenes ni humillaciones que he sufrido. No, no dar un paso atrs, y si en el banquete de las harimati llegan a ceirme la anadema del primiclerio ten por seguro que ser la mujer ms feliz del mundo. Mino prefiere callar. Es probable que Zirnma tenga razn. No, l no lleg a darse cuenta de lo que ha sido la vida de Zimma. Slo lo ha sospechado. Y por algunas cosas que le ha contado de su infancia en Umma... -No me preguntas por Aramina? -Para qu? Supongo que ya la habrs sacado de su cuidado. -No, no entr a Aramina. Vino a verme Tursyna y mientras conversbamos, el paje que la acompaaba le hizo el servicio a tu azafata. - Conque estuvo aqu Tursyna? -S. y tambin Beltitis. El mdico anduvo con muchos rodeos. No se atrevi a decirme que Ghina haba muerto. Aunque te parezca mentira, tampoco yo me atrevo a creerlo. Zimma, que nota que a Mino se le vela la voz, se sienta en la litera y le besa solidarizndose con su pena.

3. Preparativos para la hierogamia BELTARSILUMA ORDEN que se movilizaran millares de esclavos indutas, destinndolos a una limpieza concienzuda de la ciudad. Y los jardines, parques y palmerales, que esos das permanecan abiertos a la prostitucin sagrada y que estaban

310

encharcados, fueron objeto de cuidadosos derrames de arena y de hojas secas de palmera. Por presin y diligencia de las autoridades se distribuyeron con mayor celeridad los suministros que daban los templos as como aquellos artculos obtenidos de la subscripcin de palacio, cuyo reparto se haca bajo la vigilancia de Gemirun. Las bandas de msica recorran las calles forzando a una alegra que contrastaba con las innumerables comitivas fnebres que atravesaban los barrios de la ciudad. Tambin las procesiones religiosas, la apertura de los bazares y tiendas de los barrios cntricos trataban de simular una actividad que diese la impresin de que Babilonia volva a la normalidad. Pero slo los jvenes y aquellos que no tenan enfermo o difunto en casa, se animaban a participar en los ritos y expansiones del templo de Ishtar, del parque de Inurta y del barrio de las Licencias. Al mercado Bajo, convertido en una explanada de escombros, se llevaban todos los das centenares de cadveres que eran incinerados. Se implant una serie de requisitos y trabas para que los familiares no tuviesen acceso a los apestados, con lo cual las autoridades facilitaban la tarea de consumirlos en las llamas. En los patios hospitalarios apenas si se atenda a los apestados amparados con tablilla de contribuyentes. A la gran poblacin de los mezquinos, refugiados de extramuros, evacuados del mercado Bajo y del barrio de los caravaneros, se la confunda con informes difusos y deliberadamente equivocados. Iban de un patio a otro en busca de sus familiares sin lograr dar con su paradero. Todos saban que a los enfermos de bubas, despus de obligarles a tomar el txico, los llevaban en carretas a la explanada humeante del mercado Bajo. A la pestilencia que reinaba en la ciudad se agreg el tufo de la carne asada. El pueblo murmuraba de Beltarsiluma y de los consejeros, de los tartanes y autoridades de palacio. Dando por sabido que la reina se encontraba recluida en el templo de Ishtar dedicada a sus deberes religiosos, no la hacan objeto de censuras. El rencor que les suscitaban las persistentes calamidades, lo dirigan al recuerdo de los sumos sacerdotes, prevaricadores de la ley de los dioses. Dungui anduvo deambulando por la ciudad sin encontrar cobijo ni acomodo. Los primeros das temi ser vctima de algunas de aquellas expeditas medidas que imponan las autoridades para hacer frente al alud de refugiados. No tuvo problema con la manutencin, pues en el templo de Enlil le respetaban cierta prioridad sobre la poblacin damnificada. Quiz por frecuentar la dependencia sacerdotal de Enlil, a Gabu le fue fcil dar con l. Los dos hombres se conocan de tiempo atrs. Y si no se haban hecho amigos, por lo menos se trataban sin encono. A Dungui no le queda la menor duda de que Gabu tiene rdenes precisas de vigilarle, incluso de cuidar sus pasos y evitarle molestias y disgustos. Cuando se encontraron en el templo de Enlil, no cambiaron ni una frase de saludo. Gabu se concret a decirle: "Sgueme". El investigador urbano tom la direccin de Beltis. El vagabundo supuso que le llevara con la reina, puesto que Babil se haba anticipado a avisarle que le tomara como su conscripto en la fiesta de Ishtar. No llegan hasta palacio. En el templo de Ishtar, Gabu le dice: -Tengo rdenes de recluirte bajo la proteccin de la gran matrona. No tienes por qu preocuparte. Mientras en Babilonia todo es carencia, miseria y mal olor, peste y ratas, t vas a tener mullida litera de blancos linos, suculenta mesa de prncipe. Y nueve hermosas adoratrices ungirn tu cuerpo y te auxiliarn y servirn en todo lo que 311

apetezcas. Gabu no fantaseaba. Dungui, en cuanto traspone la puerta posterior del templo, se encuentra con una matrona que no es precisamente el portero Neti de los infiernos. Est ataviada con las galas nupciales de una novia de los dioses, pues durante los siete das del solsticio de Ishtar, las ishtariti, as como los distintos rdenes de matronas y cortesanas sagradas -las kizreti, shamhati y harimati- visten tnica y velos nupciales. La matrona esperaba su llegada. Conduce a Dungui a la sala de Lumma. sta le examina de arriba abajo. -Conque t eres el vagabundo de Enlil... -A la vista est mi cordn, venerable. -Bien. Djate conducir a la celda. Una vez que te hayas purificado, quedars bajo el amparo de Ishtar bendita. Cuando Lumma fue notificada de que un vagabundo de Enlil sera el conscripto de Semramis, no dej de extraarse. No es que hubiera impedimento alguno para que un hombre annimo participase en el rito hierogmico. Lo acostumbrado era que el acto consumatorio lo realizara el sumo sacerdote del Esagila, o en su defecto, el guardaastros mayor de la zigurat. En ausencia o imposibilidad de ellos, uno de los prncipes de la cmara sacerdotal. Mas no haba precepto que se opusiera a que un hombre annimo o desconocido fuese ungido de "separado", como se denominaba al varn escogido para el rito. El hecho de que Semramis haya seleccionado a un vagabundo de Enlil, Lumma lo acredita a piadoso acto de humildad de la reina. La tradicin popular asegura que los dioses, cuando bajan a la tierra, se visten de mendigos, vagabundos o extranjeros, pues as quieren sorprender la virtud de las ishtariti. En la celda espera a Dungui un eunuco. La matrona que ha conducido al vagabundo dice al emasculado: -He aqu al "separado" de Ishtar. Purifcale. Vagabundo y eunuco se quedan a solas. ste se anticipa a explicar a Dungui: -Voy a desnudarte. S humilde y recatado. Te advierto que tus vestiduras y prendas sern arrojadas al fuego. -Menos mi cordn -opone Dungui. -Incluso tu cordn. Te dar otro nuevo. Antes de que Dungui quede desnudo, llegan otros eunucos portando una tina llena de agua. -Tendremos que baarte aqu. A ningn hombre le es permitido entrar en la alberca de Ishtar. Dungui, una vez desnudo, se introduce en la tina. Los eunucos le lavan con aceite y polvo abrasivo. Cabellera y barba son objeto de cuidadosa atencin por parte del gallabu, el hombre de la mano alta o peluquero. Tiene sus dudas respecto a la barba natural del conscripto. Dungui, al enterarse de que pretenden cortrsela para dignificar su rostro con una postiza, se opone con vivas protestas: -Si tal hiciereis, cometerais blasfemia contra el poderoso y prudente Enlil, mi dios. Dungui salva la barba que tantas veces acarici la reina. Despus de escrupuloso lavado, los eunucos friccionan los msculos del vagabundo con esencias aromticas, y concluida esta operacin le dan la saya pdica, tnica corta y sayo de lino. Tambin ponen en su cuello un cordn de Enlil con la flor de

312

cobre. Los eunucos salen de la celda. Dungui queda unos instantes solo. Enseguida entran tres jvenes sacerdotisas. Por el cinturn con que cien la tnica, Dungui las reconoce de la orden zermashitu, mujer que desprecia la simiente y la procreacin, pero que no rehsa la voluptuosidad. La maledicencia popular aconseja huir de ellas y no tomarlas por esposas, pues "son mujeres que se dan a todos y con preferencia a los extranjeros". Su papel ritual "a los pies de Ishtar", es mantener encendido el fuego de la sensualidad. -Sguenos -dice una de ellas. Dungui ha odo las cosas ms extraas sobre el ritual religioso. Sabe que una gran parte de l es secreto y slo revelado a los iniciados. Ahora ocupar una situacin privilegiada para enterarse y conocer la liturgia y el rito de la hierogamia. Supone que en su persona encarnar el espritu de un dios, el que Ishtar haya escogido este ao. A cada lado lleva una zermashitu. La tercera les precede, y, con las manos extendidas en ademn de ofrenda, exhibe un pebetero de oro en el que arde el incienso. Al entrar en la nave, el coro de adoratrices susurra el Tu camino es luminoso. Dungui se siente embargado por la emocin mstica. Ha odo muchas veces el cntico en los templos de Enlil, cuando en alguna ceremonia el gran sacerdote asume la representacin del dios. El vagabundo piensa en Enlil. Igual que la secta de los siervos de Anu reconoce en ste al dios supremo y no en Marduk, los vagabundos adoran a Enlil como al Seor por excelencia. En su templo mayor de Nippur se le rinde devocin en calidad de rey de dioses. Ejerce su soberana sobre la tierra y sus elementos. Los vagabundos adheridos a su credo, y que reciben el cordn de iniciados, son sus testigos, pues con los pies recorren y miden constantemente su dominio. En la mansin celeste, Enlil se sentaba a la izquierda de Anu antes que ste abdicara. Al ascender Marduk al trono -acto que los siervos de Anu motejan de usurpacin- y al recibir la dignidad de Seor, a Enlil, que hasta entonces la ostentaba, se le dio la de Bel el Antiguo. Es el dios sabio y sensato, ordenador de todo el concierto terrenal. Sin embargo, cometi un error, una imprudencia: desatar los elementos que provocaron el Diluvio sin consultarlo previamente a la asamblea de dioses. La ms indignada censora del Diluvio fue Ishtar. Al llegar frente a las gradas que conducen al ara, la comitiva se detiene. Las sacerdotisas custodias de Dungui suben hasta el sexto peldao y encienden las cuatro lmparas de la voluptuosidad destinadas al dios husped de la hierogamia, las del lado izquierdo de la grada. Esta contiene noventa lmparas en total, cuarenta y cinco a cada lado del pasillo central de acceso al altar. En la primera grada, nueve a cada lado, en la segunda ocho y as sucesivamente, en reduccin de una lmpara por peldao, hasta el ltimo, en que hay una a cada lado. Estas significan la vida, como las dos que siguen en descenso y a cada flanco representan la fecundidad, las tres siguientes la unin sexual, etctera. Tras de las lmparas de la grada inferior, que estn encendidas, se encuentran las adoratrices del coro. Cuando las sacerdotisas custodias bajan, el squito, siempre seguido por el susurro del coro, contina su marcha. Da una vuelta alrededor del altar para volver a situarse ante la imagen de la diosa. Dungui alza la vista. Ishtar se halla desnuda y no se ornamenta con ninguno de sus atributos guerreros. Tampoco conduce la carroza. Sus 313

pies descansan sobre un pedestal de smbolos vegetales. Se cie el cinturn del amor y cela el busto con el cubrepechos. En la corona, slo la estrella de la tarde. En el vano del techo, el toldo. La zermashitu del pebetero susurra una oracin propiciatoria a la hospitalidad que ha de darse al "separado". Seguidamente las sacerdotisas le cubren la cabeza con un velo. Luego le llevan hasta el altar de Marduk, al fondo de la nave. La imagen de Marduk ha sido reemplazada por la de Enlil. All esperan dos matronas, dos sacerdotes, dos eunucos y el hermafrodita del sahumerio. Dungui hace las tres reverencias que debe a su dios. Despus susurra la oracin de los vagabundos. Enseguida los eunucos ponen las manos en sus vestiduras y lo desnudan. Le indican que se tire al suelo y adopte la actitud del durmiente. Las dos matronas y las tres sacerdotisas elevan un cntico mientras los dos sacerdotes de Enlil desgranan unas oraciones. Dungui siente que el pavimento est hmedo y fro. Supone que el velo que le han puesto en la cabeza es para que los sacerdotes de Enlil no le reconozcan. Dungui ignora que desde que ha sido "separado" perdi el nombre, y que cuando sea ungido nadie ver su desnudez. Siente que una rama o pluma usada en sahumerios le recorre, producindole cosquilleo, la boca, el pecho, el abdomen y el sexo. Despus, cogindole de los hombros, los eunucos le ponen de pie y vuelven a vestirle. Enseguida la mano de una de las matronas le soba la cara. El aroma le hacce comprender que le estn ungiendo. Luego uno de los sacerdotes retira del altar un cayado de puo de oro -el bastn de la realeza de Enlil- y lo pone en sus manos. -l es el poderoso y prudente Enlil! -dicen los sacerdotes. Las matronas, a do: -Bien venido, oh gran seor, a la morada de tu esposa, Ishtar, seora de los dioses I y las sacerdotisas: -Brazo fuerte, brazo amoroso! Del altar de Ishtar se levanta el coro de las adoratrices que cantan Bien venido, esposo mo. Los dos sacerdotes de Enlil se han rendido al suelo y pegan con sus frentes en el piso. Dungui con el cayado les toca en el crneo. "Levantaos", apunta una matrona. -Levantaos -dice Enlil. Los sacerdotes se ponen de pie y con la cabeza baja abandonan el lugar. Los siguen las dos matronas; a continuacin, las sacerdotisas. Dungui se queda solo. Solo con el canto de las adoratrices. No por mucho tiempo. Hacia l avanza una nueva zermashitu. Es una adolescente alta, delgada, de ojos negros y mirada somnolienta. Viene con los brazos abiertos y rgidos. En la mano derecha sostiene un falo, en la izquierda un haz de espigas de oro. -Sgueme, seor. Dungui sonre. Luego recapacita que la zermashitu no puede verle a travs de la caperuza. La sacerdotisa respira profundamente. Dungui supone que est bajo los efectos de una yerba paradisaca. Sigue a la zermashitu. Atraviesan la parte posterior de la nave y entran en las dependencias sacerdotales. Un largo pasillo. A la derecha, una puerta. La sacerdotisa le deja paso: -Tu aposento, seor. Tras de l, entra la doncella. Dungui oye que cierran y atrancan la puerta. Esta tiene un ventanillo con celosa. La joven se acerca a Dungui y le quita el velo. No, la sacerdotisa no est en trance. El vagabundo se siente seducido por la dulzura de su 314

sonrisa. -Durante los tres das y tres noches de espera, yo ser tu esclava. Ahora, en tu compaa no soy una zermashitu, sino una qadishtu. Dungui asiente con la cabeza: -S, como yo... una "separada", una santa. -Cuidar de tu alimento y de tu bebida. Velar tu sueo. Te cambiar de ropa en el alba y en el ocaso. Te ungir con la ms exquisita esencia. Pide lo que quieras, que te servir con devocin.. . -y tras de una pausa, agrega-: Esta tarde a la cada del sol, ser el "encuentro". A MEDIA TARDE, EL TEMPLO de Ishtar vuelve a cerrar. La muchedumbre devota queda a la puerta, en el jardn y en el palmeral festejando el encuentro, simulacro religioso que representa la nica entrevista que antes de la hierogamia sostienen Ishtar y el dios elegido. Los actos rituales que preceden al acto consumatorio de los dioses, se efectan en el mayor secreto. El pueblo sabe que la gran sacerdotisa ha elegido a su conscripto, y presume que en el encuentro cambian las primeras muestras de afeccin y regocijo. Es el segundo da par de las fiestas y en l no es permitida la prostitucin sagrada. Por lo tanto, el pueblo desva sus devotos sentimientos, muy ajenos a la mstica de la hierogamia, comiendo y bebiendo sin tino, entregndose a exultante alboroto. En este da los prometidos se cambian presentes florales y los maridos sirven en todos los menesteres del hogar a sus esposas. Los forasteros que por primera vez han acudido a las fiestas de Ishtar en Babilonia, no echan de menos la merma que en el regocijo popular hacen las calamidades que an sufre la ciudad. Bien es cierto que los vecinos se olvidan del estrago de la peste al ver que la inundacin desciende con mayor rapidez que la esperada. Contrastando con esta alegra popular, en el interior del templo todo es recogimiento y austera, mstica quietud. Es Gadiva, la qadishtu que ha sido adscrita al vagabundo, la que despus de instruirle pormenorizadamente sobre el ritual, le invita a salir de la celda. La joven precede al "separado". Dungui, cada tres pasos que avanza hacia la nave, pega con el cayado en el pavimento anunciando su presencia. De las gradas del ara llegan las voces del coro que entona el cntico Estrella vespertina. Frente al altar, en el lugar que durante las ceremonias del jubileo ocupaba el tlamo de Tammuz, ahora se encuentra la mesa de las ofrendas. Tiene un panecillo de cebada y dos clices de oro, servidos con jugo de dtil. Dungui llega hasta la mesa y, siguiendo las instrucciones de la qadishtu, se detiene ante el extremo ms prximo. Observa que todas las lmparas, de la primera a la quinta grada, estn encendidas, y de la sexta slo aquellas que se encendieron horas antes, durante la ceremonia de purificacin. El coro calla y se deja escuchar otro cntico. Enseguida aparece por el lado opuesto de la nave, el pequeo squito que conduce a Semramis. La precede el hermafrodita que lleva en sus manos un pebetero. Semramis viene cubierta con un velo nupcial. Sus pasos ms que solemnes son inciertos, como si experimentase una gran debilidad en los miembros. Se sita en el otro extremo de la mesa. Entonces del squito se separan dos sacerdotisas, las mismas que custodiaron a Dungui en la ceremonia anterior, y suben el gradero que conduce al altar. En el sexto

315

peldao encienden las cuatro lmparas de la izquierda. Hecha esta operacin, no descienden, se arrodillan en el pasillo, pegando la cabeza al peldao. La ceremonia del encuentro simula el banquete de bodas que, ritualmente, se lleva con la mayor economa de smbolos. Semramis, que est encarnando a Ishtar, extiende el brazo y coge el panecillo, lo parte en dos mitades y da una a Dungui. Ambos se llevan el trozo de pan a la boca y comen un pedazo. Seguidamente Dungui da su copa a Semramis, y sta, en corts reciprocidad, da la suya al vagabundo. Los dos toman un sorbo de jugo. Luego el hermafrodita se acerca con una canastilla. Semramis escoge tres flores femeninas y se las da a Dungui. ste toma tres masculinas y corresponde con ellas a Semramis. Enseguida el hermafrodita da la canastilla a la qadishtu, coge las manos derechas de Semramis y de Dungui y las junta. El coro alza la voz festejando los esponsales. Con las manos cogidas, Semramis y Dungui juntan sus bocas. No se besan. Lo que hacen es aspirar mutuamente sus alientos. Terminado el cntico de esponsales, los dos se vuelven de espalda y en silencio, tal como llegaron hasta la mesa, regresan a sus respectivas celdas. A partir de este momento, el baru hospitalario de Ishtar atender a los dos "esposos". Principalmente a la suma sacerdotisa, a la que los estragos de las penitencias y sacrificios hechos durante el jubileo, han debilitado. Una dieta cuidadosamente seleccionada, a base de estimulantes afrodisacos, constituir su rgimen alimenticio durante los tres das que faltan para la hierogamia. A toda hora un eunuco vigilar noche y da la celda de Dungui. Debe velar por que el dios se mantenga casto hasta el acto consumatorio. Y no es que se desconfe de la qadishtu. Esta doncella sabe contener sus apetencias para no caer en sacrilegio. Pero no siempre el "separado", presionado por los estimulantes, tiene la fuerza suficiente para resistir a la tentacin de una servidora joven y hermosa como la qadishtu.

4. El horscopo de Lumma EL HORSCOPO DE ISHTAR se hace pblico la antevspera de la hierogamia. Ejerce gran influencia en la opinin pblica del pas. Tiene tal prestigio, que los pronsticos de la zigurat rara vez difieren de la profeca de la diosa. Por lo tanto, el rey o en su defecto el primer ministro, suelen mostrarse cautos y no pocas veces preocupados ante el horscopo. Beltarsiluma ha desplegado diligencia y astucia para enterarse anticipadamente de sus puntos esenciales; pues si bien se acepta convencionalmente que la matrona mayor lo dicta en el mismo momento del trance en que es poseda del espritu de Ishtar, se sabe que el horscopo se norma con una serie de consultas previas de las cinco ishtariti -entre ellas la matrona mayor-, que constituyen la voz adivinatoria de la diosa. Marduluma, que alivia al valido las nostalgias que siente por Mara, agrega otro servicio no menos meritorio. Ligada en amistad y parentesco con muchas ishtariti, logra obtener valiosa informacin: la profeca de Ishtar sonar como potente y prolongado trueno. Toda ella es una condenacin por el criminal sacrificio de la cmara sacerdotal. La inundacin, la peste, la plaga son dbil anuncio de las calamidades de todo gnero que caern sobre el pueblo sacrlego. Beltarsiluma se queda helado. Desde luego, sin humor para hacerle cosquillas a 316

Marduluma. -Lo sabes de buena fuente? -pregunta. -El informe lo ha dado una kizretu a dos qadishti. Sabes que es pecado dar nombres. Y sobre todo en fiestas de Ishtar. Las kizreti son adoratrices que guardan clausura. Por esta causa estn en situacin privilegiada para conocer los secretos del templo. Conviven con las profetisas, ya que stas pertenecen a la misma orden. -Me dispensars que no duerma la siesta contigo. Haz secreto de lo que me has dicho. Beltarsiluma besa a Marduluma y le pellizca una nalga. Slo por una vez, porque de repetir se malograra un buen tiempo del poco que le resta para atajar la insensatez de Lumma. Mientras se dirige a su despacho piensa en el recurso ms adecuado para invalidar el pronstico. Lo ms efectivo sera enmudecer a Lumma, pero es difcil tener acceso hasta ella. La ms ligera violencia se considerara sacrlega. En el despacho, Beltarsiluma, jugando con el cordn de Nabu, acelera sus cavilaciones pasendose de un lado a otro. Si la gran matrona fuera poseda por los edimmu de la peste, sera declarada impura y, como consecuencia, su profeca falsa. Mas qu caso van a hacer los edimmu a las invocaciones de un incrdulo? El valido va tejiendo la intriga. La anu1acin del horscopo slo podra hacerla el urigallu, el gran sacerdote de Marduk, o, en su ausencia, el guardaastros mayor de la zigurat. Ni uno ni otro existen. Pero la denuncia puede hacerla una mayora de astrlogos. Antes, claro est, tendran que someterla a consulta y nada asegura a Beltarsiluma que la respuesta sea adversa al horscopo de Ishtar. Slo el vicariato tiene autoridad para invalidar el pronstico. Mas la reina se halla en retiro. Beltarsiluma llama a un paje y le ordena vaya al templo de Shamash y diga al sacerdote oniromntico de turno que se presente en palacio. Convencido de que no podr evitar que Lumma pronuncie el horscopo, procurar anularlo. Mientras tanto, con el conocimiento de los smbolos y representaciones que se dan a los sueos, urde la trama del que contar al sacerdote. Lograda la ancdota que le parece ms eficaz, se pone a pensar cmo persuadir a Inani de que practique con l la prostitucin sagrada; un poco de mentirijillas, pues el valido, aunque iniciado de Ishtar, no ha sido seleccionado este ao para participar en el rito. Por ms vueltas que le da a la cabeza no encuentra el recurso o argumento eficaz a su propsito. Probablemente la barrera que se interpone entre Inani y Beltarsiluma no sea la oposicin de la joven, sino los escrpulos o timidez del propio valido. Poco despus le avisan que Bolsodonor, el oniromntico, ha llegado. Sin prdida de tiempo le hace pasar al despacho. El sacerdote no puede ocultar su azoro y deslumbramiento al verse en palacio, y nada menos que ante el poderoso Beltarsiluma. El valido observa al sacerdote que se inclina en las tres reverencias de cumplido. Despus le indica con la mano la mesa de las ofrendas, por si quisiera tomar un sorbo de jugo o un bollo de los que estn en la canastilla. El sacerdote rehsa. Beltarsiluma invita a Bolsodonor a que se siente. l comienza a pasearse. Sin prestar atencin al visitante, le habla: -Me preocupa la integracin de la nueva cmara sacerdotal. Claro que esto se 317

decidir de acuerdo con la inspiracin divina que reciba la seora por la va del sueo. Pero desde luego, sin faltar al dictado de nuestro poderoso y magnnimo Marduk, procurar que la reina aquilate los mritos del que habr de sustituir al venerable Zoros, que de modo tan virtuoso y ejemplar ofrend su vida a cambio de los pecados del pueblo de Babilonia -Beltarsiluma hace una pausa-. Me han hablado de ti -ahora calla para escuchar a Bolsodonor, que, con voz trmula y el rostro iluminado por una expresin de contenida alegra, replica: -De m, seor? Dices... que te han hablado de m? -S. Bueno... No precisamente de ti, sino de algo ms importante que la persona. Me han hablado de tu virtud, de tu modestia, de la humildad con que conduces tu sabidura. -Oh seor! -Pero no es de esto de lo que quiero hablarte. Que seas nombrado miembro de la cmara sacerdotal, es cosa santa, aunque tambin mundana. No es al futuro oniromntico mayor al que quiero hablar, sino al varn virtuoso, al sacerdote prudente, al intrprete sabio. Has de saber -y tengo que forzar mi humildad para declararlo-, que mi pecadora persona fue requerida en sueos por el magnnimo Marduk. No encontraba explicacin a tan inmerecida deferencia, porque...qu mritos puedo exhibir para que la divinidad me honre con su gracia? -Oh seor, la de ser la autoridad suprema de Babilonia! -Ah est el quid. El dardo de tu clarividencia ha dado en el blanco. Precisamente por hallarse ausente la reina, la virtud del vicariato ha recado en m. Es la nica explicacin que encuentro para que Marduk me haya visitado en sueos. Y quiero contarte lo soado, pues aunque sospecho que no tiene mayor trascendencia, dada la posicin que ocupo no querra pecar de negligente. -Hablas con mucha prudencia, seor. Y la prudencia es virtud premiada por los dioses. -No tanto como la obediencia -dice con toda intencin Beltarsiluma, clavando la mirada en los ojos del oniromntico-. No lo olvides, Bolsodonor, ante todo la obediencia... Bueno! Procurar contarte con la mayor fidelidad posible mi sueo. -Hace pausa y contina-: Me veo entre cuatro muros que identifico como de un templo. Llega hasta m una zagala vestida con piel de len. Lleva un pecho descubierto y del pezn no mana leche, sino gotas de luz. Al caer en tierra, la luz se estrella y brota una espiga. Siento una alegra inefable ante la presencia de la pastora, pero, enseguida, me doy cuenta de que a mi lado hay una mujer vestida con un velo nupcial marchito, desgarrado, del que comen los gusanos. Beltarsiluma contina pasendose. A veces se detiene, baja la cabeza o la alza y mira al techo, como si se reconcentrara para recordar con mayor precisin el sueo. -La mujer tiene una tablilla en la mano -contina- que pretende que yo lea. Siento repugnancia por la tablilla, sin saber por qu. Mas, al fin, me encuentro con la tablilla ante los ojos. Intento leerla pero sus caracteres no estn quietos, se mueven como los mismos gusanos que comen el velo de la mujer. A veces, los gusanos forman los signos que mi entendimiento trata de interpretar. La escritura nunca es clara. A todo esto la pastora se mesa los cabellos. Abundantes lgrimas brotan de sus ojos. Su pecho, que antes destilaba luz, se ha hecho terroso y flccido. Entonces viene hasta m un hombrecito, sin duda un labriego, con el azadn al hombro, y me dice: "Arroja lejos de ti el mensaje impuro". La mujer al or estas palabras se estruja las manos. Sus ojos adquieren un fulgor

318

morboso y maligno. Me doy cuenta entonces de que sus brazos estn llenos de bubas... No recuerdo bien si el noble anciano se retira de all, enlazando dulcemente a la pastora. Lo que s recuerdo es que le dice a modo de consolacin: "No ser falseada tu palabra, mi dulce pastora". Despus el sueo se interrumpe con la aparicin de un entierro que no acierto a saber si es de un animal impuro o de un apestado... De los dolientes se desprende Marduk y me dice: " Ve al templo de la salud y rescata la tablilla antes de que la ataquen los edimmu"... Este es el sueo. Beltarsiluma da media vuelta y mira de reojo a Bolsodonor. El sacerdote, cejijunto, no disimula su preocupacin. -Bienquisto Beltarsiluma, la gracia de Marduk ha sido contigo. Mas tu sueo es tan complejo y profundo, y su mensaje tan grave que, si me equivocara al descrifrarlo caera en terrible sacrilegio. Por eso, seor, permteme que regrese al templo y lo proponga a mis colegas y entre todos hagamos la ms escrupulosa interpretacin. -Me alarmas, Bolsodonor! No me opongo a lo que tu prudencia sugiere, pero te ruego me digas su significado. Como hombre justo debes saber que si encierra un terrible agero, desde este momento debo prevenirme contra el mal que se anuncia. Te prometo que mantendr tu interpretacin en el ms riguroso secreto y slo aceptar aquella que hagas conjuntamente con tus compaeros. Dime, quin es la pastora? -La pastora, seor, identifica a nuestra amada Ishtar. Por eso te sientes a gusto ante su presencia. Y ella exhibe la muestra de la virtud de su fecundidad. El viejecito del azadn es el poderoso y benevolente Marduk. -Y la mujer del velo, quin es? Bolsodonor baja la cabeza. Parece abrumado. No dice ni una palabra. Beltarsiluma se acerca y le conmina: -Contstame, venerable! Quin es ella? -Mas viendo que el sacerdote permanece callado, se retira con fingida consternacin y exclama- : Venerado Marduk! Lo que tema! Encontr la sospecha tan monstruosa que prefer creer que mi sueo era, por descomunal y fatdico, alucinante engendro de cualquier demonio ocioso y atormentador. No, Bolsodonor! No quiero saber la verdad! -Saca la espada del cinto y se la ofrece al sacerdote-. Si el sueo denuncia una terrible, imperdonable impureza o blasfemia de la reina, atravisame el pecho con esta espada. No quiero ser testigo de tan impa desgracia; no quiero sobrevivir a nuestra gran seora y verla posesa de los edimmu, arrojada de palacio, recluida en una celda hospitalaria, verla caer bajo la maldicin de los dioses. No, no! Prefiero morir. Oh prudente Bolsodonor, sabio intrprete de los mensajes celestiales! Ve cmo se oprime mi corazn; no atormentes ms mi espritu. Mtame! Ten por seguro que recibir el hierro pronunciando con enternecida gratitud y sumisa obediencia el nombre de nuestra seora, la sin par Semramis. Beltarsiluma se arroja a los pies del sacerdote, como si quisiera facilitar con su postura la estocada, pero lo que quiere es ver la expresin del oniromntico. ste, murmura sin cambiar de gesto: -Ejemplar nobleza la tuya, seor! Qu fidelsima adhesin guardas a la seora! No temas. La mujer impura y blasfema de tu sueo, no es la reina. -Loado sea Marduk! -Sin embargo, bien te deca tu oscuro sentimiento profano. No se trata de la reina,

319

pero s de una mujer de muy alta dignidad. -Oh venerable Bolsodonor! No reemplaces mi angustia con una preocupacin. Dime de qu mujer se trata. Quiz podamos evitar su perdicin. Bolsodonor hace un ademn negativo. Tras de un profundo suspiro, dice: -Si fuera certera mi interpretacin, slo de pronunciar su nombre se rasgara algn velo. Disclpame, seor. Ve cmo un sudor fro humedece mi frente y mis manos. Jams Babilonia pagar el gran servicio que has prestado a la pureza de la religin. A Beltarsiluma le parece tan redonda la frase del oniromntico, que para no echarla a perder se queda callado. Bolsodonor vislumbrando nuevas impurezas, blasfemias y sacrilegios de Lumma, hace en silencio las tres reverencias y se retira del despacho. El valido llama a Rimmanilu. Le dice que vaya a ver a Gabu. Los agentes que encauzan la opinin pblica en calles y plazas deben lanzar la especie de que Lumma muestra sntomas de estar posesa de los edimmu. Poco antes de medioda, piden audiencia tres sacerdotes oniromnticos. Beltarsiluma les recibe simulando honda preocupacin. -Hablad, venerables. Bolsodonor se adelanta: -Bienquisto Beltarsiluma: el sueo ha sido interpretado. Mis hermanos en sacerdocio coinciden en mi interpretacin, y como un mensaje del venerado Marduk debe ser siempre acogido con la alegra de nuestros corazones por muy ominosas noticias que l encierre, ponemos en tus manos esta tablilla que recoge tu sueo, para que le pongas el sello. Y esta otra, que contiene nuestra interpretacin as como el nombre de la mujer impura. Beltarsiluma coge la tablilla que contiene la versin de su sueo y la lee. Sin dilacin imprime en la arcilla tierna el sello y la devuelve al sacerdote, diciendo: -Relevadme del trance de conocer el nombre de la mujer. Los guardaastros no pudieron dormir la siesta, por lo menos cinco de ellos que estaban en la torre de Babel, como solan llamar los extranjeros a la zigurat. Con estos sacerdotes el valido pone en juego el mismo ardid que con Bolsodonor. En Babilonia nadie sabe a ciencia cierta qu es lo que ha pasado con los sumos sacerdotes. La versin oficial de que se han sacrificado a fin de purgar pecados y aplacar con su expiacin la ira de los dioses, es la que circula como vlida entre la poblacin, pero no as entre la clase sacerdotal. Los rumores apuntan a la verdad: que han sido victimados por excederse en los anhelos de emancipacin del vicariato. Se sospecha que el crimen ha sido ejecutado por el propio Beltarsiluma y su ayudante el odioso asirio Rimmanilu. Mas entre ninguno de los sacerdotes, sin excluir a los que estn al frente de los templos, hay quien tenga la suficiente valenta y autoridad moral para revolverse contra Beltarsiluma. Piensan que dentro de pocos das debern obediencia a los sumos sacerdotes que elija la reina. Sern no slo de entera confianza de la seora, sino tambin sumisos servidores de su valido. Lo nico que les resta hacer es mostrarse personas gratas ante Beltarsiluma, y dejar que en sus corazones la tranquilidad reemplace a la incertidumbre y al temor. -Venerables: os he convocado para trataros dos asuntos de extrema gravedad. El primero se refiere a la eleccin del gran sacerdote de Marduk y del guardaastros de la zigurat. Es tradicional que el urigallu salga del sacerdocio del Esagila, pero nada se opone a que en gracia a los mritos y virtudes que abundan en vuestras personas, sea tambin 320

elegido entre el sacerdocio de la zigurat. Por lo tanto os prevengo para que recojis vuestro espritu y aguardis serenamente la decisin de la reina. Puedo anticiparos que soy devoto admirador de vuestra ciencia, y que influir en el nimo de la seora a favor de vuestras personas, siempre que la voluntad de Marduk no se oponga. Quiero saber si este deseo mo merece algn reparo por vuestra parte. -Seor -interviene Shulasin-, faltan tres de los guardaastros. Y me parece que sera conveniente contar con ellos. -Los he citado a todos y no han venido. -Es que les tocaba da de retiro -explica Medogula. -Si estn en retiro debemos respetar el designio de los dioses. Ellos quieren que slo dos de vosotros sean los elegidos -y dirigindose a los otros tres-: No os parece, venerables? -Dices que es designio de los dioses? -pregunta Pulazar. -Si no fuera as, cmo explicarse su retiro en momento tan grave? El poderoso y magnnimo Marduk los ha puesto a dormir. -Bien, seor. Y cul es el otro problema grave que quieres consultamos? -pregunta Otisal. -Ayer noche tuve un sueo bastante extrao... Si me hubiese dejado llevar por la rutina, no me habra preocupado ms de l. Pero esta maana cuando me hallaba rindiendo mis oraciones al venerado Marduk, volvi a mi mente el recuerdo del sueo. Y con tal intensidad que me dej conturbado. Hice llamar a un sacerdote del templo de Shamash. Vino a verme Bolsodonor. Le conocis? De los cinco guardaastros slo Shulasin dice conocerle, pero con tal apata e indiferencia que Beltarsiluma se ve en el caso de disculparse: -Perdonadme, venerables. Daba tan poca importancia a mi sueo que no cre fuese motivo de comunicrselo a un oniromntico principal. Prosigo. Bolsodonor vino a verme y le cont el sueo. Qu afliccin la ma, venerables! No s por qu cre que la mujer que apareca en l pudiera ser nuestra seora la reina. No. Se trata de otra seora de muy alta jerarqua, pero cuya identidad y nombre me he negado a conocer. Bolsodonor -prosigue Beltarsiluma- se fue a proponer el sueo a otros sacerdotes oniromnticos. Todos coincidieron en la interpretacin. De resultas del mismo se desprender una gravsima situacin. Por ello os exhorto a que sometis mi sueo y su interpretacin a la ms exigente y escrupulosa consulta. Y sin renunciar al cumplimiento estricto de vuestro deber, os ruego que no seis severos en el juicio. Marduk quiso que yo fuera el vehculo de su mensaje de prevencin y alarma. Pero en la intimidad de mi corazn no puedo menos que sentir una infinita piedad por la mujer impura -y tras de una pausa en la que mueve la cabeza como si quisiera desvanecer las sombras de una pesadilla, agrega-: Es todo, venerables. Que el espritu del magnnimo Marduk sea con vosotros. Los guardaastros se van tan perplejos como intrigados. Medogula y Shulasin, no dejan de pensar si tanta desgracia les tocar tambin a ellos. Apenas llegan a las dependencias bajas de la zigurat, despachan paje con guardia sacerdotal al templo de Shamash, pidiendo les hagan conocer todo lo relativo al sueo, y les manden las tablillas a fin de hacer la consulta procedente. A juzgar por las palabras de Beltarsiluma, la desgracia era muy grande y haba que obrar con la mayor premura.

321

EN EL TEMPLO DE ISHTAR se ha congregado la alta sociedad babilonia: cortesanos, altos tartanes del ejrcito y de la administracin, sacerdotes y escribas. Acuden a escuchar el horscopo del ao. La intrprete de la diosa no es la reina, sino Lumma, que posee voz proftica. Semramis se limitar a hacer pblico el augurio. Es uno de los actos ms esperados de las fiestas, pues el pronstico se refiere casi exclusivamente a la ciudad de Babilonia y sus habitantes. Despus de conocida la profeca, el soberano, o en su ausencia el gobernador de la ciudad, obsequia a los asistentes con un banquete en palacio. Cada casta tiene sealado su lugar en la nave del templo. Beltarsiluma, acompaado de los consejeros del trono, ocupa la primera fila prxima a las gradas del altar. Cinco hileras de banquetas son destinadas a los personajes ms importantes. Los dems invitados permanecen de pie. Afuera, se aglomera curiosa y expectante la muchedumbre. El acto se inicia con una oracin propiciatoria a la profeca. Se sacrifica un cordero y se le somete a la hepatoscopia. El escudriador, tras de examinar la vscera, dictamina que puede hacerse pblico el horscopo. Esto no quiere decir que la profeca vaya a ser halagea, sino que no hay impedimento para que Lumma se abandone al trance. Beltarsiluma no est muy tranquilo. No sabe hasta qu grado los resortes puestos en juego para invalidar el horscopo funcionarn con eficacia. Los cinco guardaastros de la zigurat han hecho la consulta y la respuesta obtenida ha resultado positiva: el sueo de Beltarsiluma se acepta como inspirado por Marduk. Y su interpretacin por los oniromnticos es correcta. Pero, en definitiva, los que han de juzgar ambos dictmenes y, ms concretamente, los que han de imponer las sanciones son los sacerdotes del Esagila. Y de stos Beltarsiluma no ha tenido noticia. Teme que si Lumma est decidida a condenar el crimen de La Garza, lo haga tanto por fervor religioso como por hallarse en connivencia con el Esagila. En este caso la situacin puede ser grave, pues al valido slo le quedan dos das para actuar contra esta conjura. De existir, la nica medida para desbaratarla es arrogarse la autoridad religiosa del vicariato y nombrar una nueva cmara sacerdotal. Pero semejante paso supondra una audaz usurpacin de los poderes de la realeza. Pocos das tendra la cabeza sobre los hombros. Del fondo de la nave se alzan las voces del coro. El himno saluda a la suma sacerdotisa de Ishtar. Los que estaban sentados se ponen de pie. Por uno de los flancos de la nave aparece la reina antecedida por dos astrlogos de la zigurat, y seguida de doce ishtariti de la orden de las santas. A Lumma nadie la ve, pues se halla en la parte interior del altar. Debe de estar inhalando los vahos de una infusin de hierbas para entrar en el xtasis proftico. A travs de una pequea celosa situada al pie de la imagen de la diosa, pronunciar el horscopo. Al llegar a las gradas, el cortejo se detiene. La reina sube hasta el sexto peldao, extiende las manos, susurra una oracin y espera. Se hace un profundo silencio. Unos instantes despus, se escucha la voz de Lumma que dice: "Horscopo de Ishtar para Babilonia". La concurrencia, expectante. Enseguida con voz queda, slo perceptible a los odos de Semramis, Lumma profetiza. La reina repite las palabras que escucha: -Por cuatro lunas, la esposa llorar al esposo, el padre a la hija, la madre al hijo, la hermana al hermano, y los hijos a los padres. Por cuatro lunas, los labios resecos no conocern el agua ni las manos el pan. La golondrina cegar bajo la sombra del ala del cuervo. Los cuatro horizontes sern uno solo, y nadie podr decir es da porque el sol se 322

ha levantado por oriente, ni es noche porque el sol se ha acostado por poniente. Mi alma se recoge en Ishtar. Una larga pausa. Semramis intensamente plida, con voz trmula, prosigue: -Por cuatro meses se derramar la bilis y la sangre; por cuatro meses habr querella en la casa y en la calle; por cuatro meses la ruina y la desolacin oprimirn vuestros corazones que llevan el peso de una terrible infamia. Escucha, Babilonia! Has visto morir en criminal sacrificio a tus ms virtuosos y preclaros sacerdotes y no te has preguntado: Dnde est el sacrlego? Has visto profanar con los cadveres de los sacerdotes el recinto del Esagila, y no has limpiado su impureza. Has visto enterrar a los sacerdotes y no has gemido ni te has cubierto con el velo de luto. Mi alma se recoge en Ishtar. Nueva pausa, ahora ms prolongada. Semramis vuelve a hablar: -Seguirn a las cuatro lunas y a los cuatro meses, tres de miseria y hambre. Escucha, Babilonia! Slo tu piedad manifestada con los ms generosos holocaustos y las ms rigurosas expiaciones podrn aplacar la ira de Ishtar. Ishtar os habla, babilonios! Slo alcanzaris mi gracia cuando sealis con vuestro dedo y con vuestra voz a los asesinos de los sacerdotes. El crimen mancha con su sangre y su impureza a todos los vecinos de Babilonia, hombres y mujeres, nios, jvenes y ancianos. Mi maldicin cae sobre Babilonia! Semramis enmudece. No parece darse cuenta de las palabras que ha dicho. Y si ha tenido conciencia de ellas, sabe mantenerse en la abstracin del retiro. Cuando empieza a descender las gradas, se extiende un clamor de rumores y comentarios. Todas las miradas se vuelven a Beltarsiluma en tcita acusacin. La reina, incorporada al cortejo, abandona la nave dirigindose hacia las dependencias traseras del templo. Lo usual. Tras del horscopo, es que los asistentes den las gracias a Ishtar, pero se sienten presa del desconcierto y el temor. Beltarsiluma, desentendindose del ambiente de expectacin creado a su alrededor, finge orar. Slo unos instantes. Enseguida da media vuelta y se dirige a la salida. La profeca de Lumma ha sido mucho ms insidiosa y explcita en la acusacin de lo que poda suponer. Si algo le tranquiliza es la impresin que tiene de que Semramis no se ha enterado de las palabras que le ha transmitido Lumma. En el jardn se le acerca el ayudante Rimmanilu, a quien dice: -Busca a Babilsham y dile que refuerce la guardia; que sus hombres estn vigilantes. Ninguno de los asistentes del templo debe salir de la va Procesional. Que todos vayan a palacio. No toma coche ni caballo. A pie, a grandes pasos, se dirige por la va Procesional a palacio. El horscopo, si llega al conocimiento del pueblo, originar una subversin. Tiene que obrar con rapidez y energa. No quiere devolver el poder a Semramis con el pas agitado por una revolucin. En cuanto llega a palacio, corre al patio de las Fuentes. Al subintendente de los pajes le dice: -No esperis a que yo vuelva. En cuanto entren los invitados, ofrecedles de beber. Cuanto ms beban, mejor. Sube al despacho y se asoma a la ventana. Mira hacia el templo de Ishtar. El pblico ya est saliendo. A la luz de las lmparas de la avenida, ve que Babilsham ha reforzado la guardia de honor con una doble fila. La impaciencia no le permite permanecer ms tiempo asomado. Vuelve al interior y se pasea a grandes zancadas, reflexionando y exponiendo

323

en voz alta su pensamiento. Poco despus un paje le anuncia la llegada de Naramadad, sacerdote del Esagila. Puesto que es uno solo, supone que los dems le envan como mensajero. Ante el horscopo deben de haber tomado una resolucin. No le recibe inmediatamente. Espera, tanto para que el sacerdote calme sus mpetus como para reflexionar sobre la actitud que deba adoptar ante la negativa del Esagila. Y cuando toma la decisin de jugarse el todo por el todo, incluso convocar a un consejo de sacerdotes que anule la profeca de Ishtar, dice al paje que haga pasar a Naramadad. Beltarsiluma le mira de arriba abajo. No cree haber visto antes al sacerdote. Es hombre de unos treinta y cinco aos y le agrada verle el cordn de Nabu al cuello. Por lo tanto, se trata de un sacerdote con grado de escriba. -Bienquisto Beltarsiluma... -Venerable Naramadad, que el sapientsimo Nabu te ilumine. El sacerdote sonre: -Mis hermanos del Esagila estn consternados. Dos de ellos, los venerables Shudurul y Durmasin, me han dado una penosa misin. Me ruegan te pida disculpas por contrariar tu voluntad. No ser posible atender tus deseos. La interpretacin hecha a tu sueo ha sido sometida a consulta por los guardaastros de la zigurat. Por lo tanto, la sancin del Esagila como juez supremo es adversa a tu indulgencia: Lumma ha sido declarada impura e impura su voz proftica. -No es posible! -exclama el valido, ocultando su regocijo bajo expresin de contrariedad. -Lo siento, seor. Ningn sacerdote duda de la clarividencia de tu sueo. Que los demonios se han posesionado de Lumma lo prueba una de las afirmaciones de la profeca, pues la insania le ha hecho decir que los sacerdotes han sido vctimas de un crimen, pretendiendo con tan insensata afirmacin manchar la gloria de su generoso y santo sacrificio. No es posible, seor, acceder a tus peticiones de clemencia. Debe sacarse a Lumma del templo de Ishtar y someter ste a la purificacin. Tampoco es prudente suspender los ritos de estos das. Por lo tanto, el cuerpo sacerdotal del Esagila pide que, en ausencia de la reina, os abstengis de cualquier obra o palabra que mire a la proteccin de la matrona Lumma. El valido siguiendo su juego de fingimiento arruga el ceo, baja la cabeza y dice como si meditara: -Pero acaso es Lumma la mujer impura de mi sueo? -Lo es, seor! -Marduk venerado! -exclama hipcritamente compungido Beltarsiluma-. Los sacerdotes de Shamash me haban hablado de una mujer de alta dignidad, pero jams pude sospechar que se tratase de la venerable Lumma, santificada por tantas y tan grandes virtudes. Pero por qu ella, Marduk bendito? Por qu dejaste que los demonios hicieran presa de ella? Oh sapientsimo Nabu, qu amarga libacin en da tan sealado! -y tras de una pausa, pregunta-: Qu haris con su profeca? -Ser anulada, seor. Diremos al cuerpo de profetisas de Ishtar que formulen un nuevo horscopo y que se haga pblico pasadas las fiestas. -Haced lo que os dicte vuestra santidad y prudencia. Y diles a tus hermanos, a los venerables sacerdotes del Esagila, que Beltarsiluma, el ms humilde devoto de Marduk, les ofrece sus manos para servirles en todo aquello que estimen conveniente. Un gran 324

dolor me causa el rigor de la sentencia que caer sobre Lumma, pero no por ello pretender doblegar la voluntad de vuestra justicia. Beltarsiluma despidi con marcada afabilidad al sacerdote de Marduk. El hecho de que Naramadad perteneciera a la casta de los escribas, le satisfaca. Volvera a hablar con l y si le encontraba adicto a su persona e inclinado al dios Nabu, propondra a la reina su ascenso al sumo sacerdocio de Marduk, cargo dejado vacante por el desdichado e intrigante Sarguma. Despus el valido baj al patio de las Fuentes a exhortar a los invitados a que guardaran reserva sobre el horscopo, puesto que haba sido invalidado. Que cualquier difusin que se hiciera de l sera considerada punible.

5. La prostitucin sagrada CON LAS PRIMERAS SOMBRAS de la noche del sptimo da de los jbilos de Ishtar, se inicia el acto religioso de la hierogamia, acompaado de la prostitucin sagrada. En sta participa gran nmero de parejas iniciadas en el culto, cada ao seleccionadas por el matronado de Ishtar, que escoge noventa hombres y noventa mujeres. Los hombres suelen ser individuos de las castas sacerdotal, militar y letrada; las mujeres no pertenecen a ninguna de las rdenes de las ishtariti. Casadas o solteras, estn sujetas al templo como iniciadas. El pueblo las respeta. Aprecia el sacrificio -virtud esotrica con que se abandonan al rito consumatorio- y la humildad religiosa de su entrega. Jams una iniciada de Ishtar ocultar su calidad de cortesana sagrada. El ms envidiable y limpio timbre de linaje que una babilonia exhibe, es contar con abuelas, bisabuelas y antepasadas an ms remotas que hayan cumplido con el rito de la prostitucin sagrada. Al caer la tarde, jardn y templo de Ishtar son custodiados por la guardia sacerdotal del Esagila. En el jardn, adosadas a los setos, se han colocado las celdas de lona que albergarn a las parejas. En el interior del templo, al que slo tienen acceso los iniciados que por sorteo fueron seleccionados como "testigos de la hierogamia", estn dispuestas las esterillas que habrn de acoger sus cuerpos. Ante la grada, el tlamo nupcial donde la suma sacerdotisa y su "separado" efectuarn la unin sagrada. Los iniciados llegan al templo vestidos con traje nupcial. Al trasponer la puerta del jardn, se velan; las mujeres con velo largo y los hombres con un pao que, cubrindoles la cabeza, descansa en los hombros. Nadie conoce a su pareja. Una vez velados pasean por el jardn confundindose unos con otros. Cuando suene el lilissu de Ishtar, cada iniciado, de acuerdo con la tablilla de que ha sido provisto, ir en busca de su celda si le corresponde alojarse en el jardn, o de su esterilla si participa en el rito como testigo. Ante la celda o la esterilla se situarn el hombre y la mujer seleccionados para el acto consumatorio. El ao de jubileo ofrece dos aspectos que no se observan en las fiestas solsticiales de los restantes ocho aos. Uno de carcter piadoso y otro litrgico; el primero concede una serie de prioridades y distinciones a la casta o congregacin a que pertenece el "separado"; el segundo consiste en la presentacin a Ishtar del lilissu o atabal sagrado y de un ternero recental. El ternerillo rene estas condiciones: ha nacido en los das del jubileo, tiene pelaje negro 325

y hermosa estampa sin tacha ni defecto. Desde el momento en que se presenta a Ishtar, el ternero comienza a ser sometido a una serie de cuidados y prescripciones que le conducen al cabo de nueve aos al estado de animal sagrado. El primer ao se le adorna con un collar de bronce que figura una trenza de puntas de palma. En los dos aos sucesivos se le agregan dos collares ms. Al cuarto se le provee de una montura del mismo metal, cuyo tamao ir en aumento cada ao. En el transcurso de sus distintas edades, la res ser objeto de cuidados, as como de sortilegios, cantos litrgicos y otras manifestaciones reverenciales en la "casa de la ciencia". Meses antes del jubileo, se prepara esta dependencia para el sacrificio de la res. Libaciones, sahumerios, ornamentos florales propiciatorios. Se ata el buey al muro con una soga de pelo de cabra. Bajo sus patas, una capa de arena que se cubre con una estera. Los sacerdotes victimarios le insuflan, por medio de un canuto que ponen en sus orejas, frases de encantamiento. Sin omitir ningn detalle del minucioso ritual, se le sacrifica y desuella. Luego, con mucho miramiento, se le arranca el tendn de la espaldilla izquierda. Despus de envolver el cadver en un pao rojo, se vierten las libaciones. Mientras la piel es curtida, los forjadores hacen la caja del atabal con la montura, y las tres patas del mismo con los collares de metal. El parche de la tambora se confecciona con la piel debidamente curada del buey. Se le sujeta a la caja de bronce con el tendn de la espaldilla. Los iniciados contemplan el nuevo lilissu y el ternerillo que, dentro de nueve aos, dar piel y tendn, collares y montura, cornamenta y mugido al atabal. Hecha la presentacin del lilissu y del ternero recental a la diosa, ambos son retirados. El ternero es conducido al corral y el atabal a la parte trasera del templo. Al ritmo de sus tamborazos se efectuar el acto consumatorio de la prostitucin sagrada. El kalu que lo tae va provisto de dos mazos, elaborados con los cuernos del buey, en cuyas cepas se han atado dos bolas de arena cubiertas con trozos de la piel del mismo animal. Desde este momento, los distintos tiempos de la liturgia son divididos con cnticos de las adoratrices. Por cada luz que se apague de las noventa lmparas del ara, las zermashiti de vigilia -que an no salen- dirn una oracin de sesenta slabas. Se canta una loa general a la diosa del amor y de la fecundidad, a la diosa que si da gloriosa muerte en las batallas, da tambin dulce vida en los lechos. Concluido el canto propiciatorio, se escucha el suave taido de flautas y arpas. Entra Semramis en la nave. Se cubre con un largo velo transparente. Ni una sola joya. Al llegar ante el altar, entre el tlamo y la primera grada, se detiene. Alza los brazos, extiende las manos a la imagen de la diosa y as permanece un rato. Nadie duda de que est recibiendo el espritu de Ishtar. Mientras tanto, contina la msica y el susurro de las oraciones de las zermashiti. Los iniciados se recogen en actitud fervorosa y dirigen sus manos a la imagen. En este momento, los eunucos tonsurados aparecen con los devotos que habrn de ofrendar su virilidad a la diosa. Son cinco. Visten un sayo corto dorado, por debajo del cual asoma el cordn con que se estrangularn los genitales. Semramis sube lentamente las gradas que conducen al altar. Al mismo tiempo se presentan varias matronas que en grandes bandejas llevan cuencos y vasos conteniendo elixir de Ishtar, licor que excita el sensorio y adormece la conciencia. Debe cuidarse que la devocin, que a veces llega al xtasis, no turbe -con mengua del acto consumatorio-, la funcin ritual. Otras matronas provistas de pebeteros, esparcen nubes de humo aromtico. Semramis llega hasta el ltimo peldao. All se desposee del velo y queda 326

desnuda. La luz de la luna ilumina en extrao claro oscuro el marfil de la carne. Alza las manos y quita la corona a la imagen de Ishtar, que ella misma se cie. As, sucesivamente, se va vistiendo con las prendas y alhajas de la diosa. A partir de este momento y durante el tiempo que dure el rito de prostitucin, la diosa cambia el nombre de Ishtar por el de Ishara. Semramis coge la lamparilla votiva que est sobre el altar y con ella enciende las seis lmparas de la unin sexual, las cuatro de la fecundacin y las dos de la vida. Comienza el descenso. Lo hace de modo pausado y solemne. Bajo la saya pdica de finsima trama se transparentan los destellos de las gemas del cubrepechos y del cinturn del amor. La piedra del parto brilla ms que todas. Mientras la suma sacerdotisa desciende, se escuchan los golpes del cayado de Dungui. Es la seal que esperan los iniciados para beber el licor de Ishtar. Tambin toman una bebida anodina los que ofrecern a la diosa su emasculacin. Este sacrificio que se hace en pleno disfrute de la virilidad, trata de limpiar el injurioso pecado de los seres que padecen impotencia y esterilidad. Dungui, que encarna al dios Enlil, llega al pie de la grada en el momento que Semramis abandona el ltimo peldao. Los dos se miran fijamente. Dungui adelanta la mano hacia el hombro de Semramis y sta retrocede un paso. El vagabundo dirige la mano izquierda hacia la cintura de la reina, quien retrocede otro paso. Dungui levanta el cayado, balancea los brazos a derecha e izquierda, pega con el bastn en el pavimento, da la espalda a Semramis. En este instante se aproxima el eunuco de la flor hermafrodita con un cliz que entrega a Dungui. Semramis da un paso hacia Dungui, mueve hacia derecha e izquierda la cabeza como si quisiera ver lo que han dado a Dungui. Despus susurra estas palabras : Enlil, esposo mo, dame tu elixir! Y como una sola voz todas las testigos exhortan: Enlil, esposo mo, dame tu elixir En el jardn, las iniciadas repiten a coro la misma peticin. Dungui se vuelve y ofrece el cliz a Semramis. sta lo coge con las dos manos y lentamente se lo lleva a los labios. Siete sorbos sin respirar prescribe la liturgia. Al mismo tiempo las testigos flexionan las piernas y se arrodillan en la esterilla. Semramis da de beber el contenido del cliz a Dungui. Nueve sorbos sin respirar prescribe la liturgia. Dungui vierte el residuo en una libacin sacramentada sobre el tlamo. Los testigos flexionan las piernas y se arrodillan en la esterilla. Lo que sigue ya no podrn verlo. Dungui coge por el escote la saya pdica de Ishtar y tira de ella, rasgndola. Despus toma a Semramis en los brazos y la deposita en el tlamo. Dungui arroja el cayado con estrpito. Las matronas, fingindose escandalizadas, abandonan presurosas la nave. Dungui desposee a Semramis del cubrepechos. Los eunucos salen, contonendose, de la nave. Dungui se quita el sayo. Las adoratrices cantoras enmudecen. Dungui despoja a Semramis del cinturn del amor. El eunuco de la flor hermafrodita corre a esconderse con el cliz de oro. Dungui se desviste el ceidor.

327

El primer sacrificador de su propia virilidad tira con movimiento convulso del cordn estrangulndose los genitales. El grito es sordo y prolongado como un gemido, en el que se mezclan el dolor de la carne y la exaltacin mstica del sacrificio. Dungui quita las sandalias a Semramis. Aparecen dos sacerdotisas de las qadishti, las santas. Una por cada flanco del altar. El primer emasculado no ha resistido a la prueba y yace en el suelo. En su rostro, una extraa sonrisa de felicidad que nublan las facciones crispadas por el dolor. Dungui se recuesta en el tlamo. Cada qadishtu reza la misma oracin de sesenta slabas, y al concluida apaga la lmpara de la grada inferior. La atmsfera recargada de incienso se siente pesada. Hay un rumor caliente en el templo como de espigas que brotaran. Un viento clido como aliento se seorea del templo. Las santas, puntuales y hierticas, continan apagando las lmparas. A veces una qadishtu se detiene; la mano queda temblorosa sobre la llama. Le ha sorprendido el alarido sofocado de una emasculacin. El lilissu percute con gravedad. Cada golpe semeja un palpitar del tiempo. Tambin su ritmo y resonancia obedecen al rito. Los taidos se efectan en series de nueve. El kalu, tras de breve pausa, reanuda el percutir de menor a mayor, en crescendo. En el vano del techo, el plenilunio. Los rayos caen sobre la imagen de Ishtar filtrndose por el velo y envolviendo en transparencias nacarinas el estucado que simula la carne de la diosa. Sordo, lejano llega el rumor de la algaraba de la muchedumbre que rodea el templo. Las santas continan extinguiendo luces. Se apagan todas menos las dos de la vida. El templo no quedar completamente a oscuras. Por el vano del techo entran los rayos del plenilunio que ilumina la imagen y el ara. Puede ocurrir que algunas parejas se reconozcan. Se dan casos de que por segunda vez coinciden en el rito de Ishtar. Tampoco es extrao que dos esposos, sin noticia previa, se encuentren ante la celda o la esterilla del templo. Esto no cuenta a efectos de parentesco, de amistad o de convivencia social. La unin se efecta en holocausto a Ishtar, y slo a ella concierne el secreto de la misma. De infame condicin calificaran a aquel individuo que despus de entregarse a la prostitucin sagrada, hiciera voz o noticia de ello. Blasfemo de Ishtar y sacrlego de su rito, sera perseguido por los ms encarnizados demonios. Todos los infortunios caeran sobre su carne y hacienda, sobre su linaje y nombre. Se vera desasistido de los auxilios de su dios personal que, automticamente se convertira ante la asamblea de los dioses, en el ms riguroso de los acusadores. Nergal mismo le hara sombra de sombra, polvo de polvo, ulular de gemidos. Violentar el secreto del rito de Ishtar sera tanto como descender a la ms vil indignidad. Si timbre de orgullo es cumplir con la unin sagrada, mancilla sin nombre sera revelar la identidad de la persona que ha hecho pareja. -HAS VISTO a Mazzaloth? -S. Mazzaloth est en el cielo. -Has visto el plenilunio? -S. La luna est en el cielo. -Este hijo, rey o vagabundo, ser un dios. Hijo de Enlil y de Ishtar. -Por qu no hijo tuyo y mo? De una mujer y de un hombre. -No fue un hombre el que tuve sobre mi vientre, sino un dios; no fue a una mujer a 328

quien abrazaste, sino a una diosa. No lo comprendes? No podemos ni debemos engaamos a nosotros mismos. Las tablas del destino de ese hijo, ya las tiene Nabu en sus manos. Quin eres, peregrino? -Soy un vagabundo. -Por qu te obstinas en engaarme? Quin eres, di? -Un vagabundo. -No insistas, dime tu verdadero nombre. -Una mujer parti en dos mi nombre. Y tambin la tablilla de mi destino. Un da me dijo: "En la noche te llamars Dun y en el da Gui". -S. Alguna vez lo he odo. Pero eso es un juego de un hombre y una mujer para que se confundan los odos que escuchan. Pero t sabes que yo no soy Babil ni mucho menos Semramis. Yo soy Ishtar. Y t... es intil que lo ocultes, t eres Enlil! Y hoy posaste tu cuerpo sobre el vientre de Ishtar. -Babil, despierta. -Por qu te acobardas? Eres un dios! Has bajado a la tierra y hemos juntado nuestras carnes. -Babil, despierta. -Chiss! -dice Semramis poniendo un dedo en los labios de Dungui-. Calla. Vuelve a m. An hay lmparas encendidas. Nadie se incorporar hasta que t y yo no alcemos la cabeza. DUNGUI SE DESLIZA del tlamo y se viste. Enseguida devuelve las prendas y alhajas a Ishtar, comenzando por calzarle las sandalias. Cuando Semramis queda vestida con una nueva saya pdica, Dungui recoge el cayado y golpea con l en el suelo. Es la seal para que las adoratrices vuelvan a sus cnticos. Los eunucos retiran a los sacrificados de emasculacin. Pasarn al cuidado del baru y del mdico del templo. Los iniciados, segn se van incorporando, susurran oraciones individuales. Semramis asciende las gradas que conducen al ara, y all, con la misma solemnidad con que desvistiera a la diosa, la viste. Una vez terminada la operacin, cubierta con el velo, coge la lmpara votiva y prende las cuatro luminarias de la fecundacin. Sacerdotisas de las distintas rdenes entran en la nave con teas encendidas. De acuerdo con la liturgia y segn la orden a que pertenecen, van encendiendo las dems lmparas, ahora de arriba abajo, en sentido inverso a como fueron apagadas. Cuando Semramis desciende de la ltima grada, el vagabundo la recibe ofrecindole las manos. Los dos se las estrechan. As permanecen con la cabeza baja en espera de que se enciendan las lmparas. Al concluir esta operacin, los dos esposos se besan y se dan la espalda. Un squito de sacerdotes emasculados recoge a Semramis para conducirla hasta su celda. Otro de zermashiti, las adoratrices que evitan la simiente, se acerca a Dungui para acompaarlo hasta su retiro. Desde que desaparece de la nave la pareja hierogmica, se da por concluida la ceremonia religiosa. El coro de adoratrices entona el himno Estrella vespertina y los iniciados, volviendo a ocultar sus rostros bajo los velos, abandonan el templo y el jardn. En el gran comedor del matronado se celebra el banquete. Al final de la primera vigilia, los dos "esposos divinos" tambin se separan. No es frecuente, pero tampoco inslito que la pareja pase la noche en compaa. Para que tal

329

ocurra, la invitacin tiene que partir de la suma sacerdotisa. En esta ocasin, Semramis la formula con frases sancionadas por la tradicin: -La suma sacerdotisa te invita a su celda. Es la primera vez que Semramis, desde que ha asumido el alto sacerdocio de Ishtar, invita al "separado" a pernoctar en su celda del templo. En ocasiones anteriores, siendo patesi, se limit a consumar el rito ante el altar. Dejaba a la potestad de la matrona mayor el que sta atendiese, si as lo quera, al "separado". Si se trataba de un prncipe de la casta sacerdotal, la invitacin serva a vincular no ya a los dioses que encarnaban, sino a los dos templos, pues durante el ao que segua a los jbilos de Ishtar, sacerdotisa y sacerdote se consideraban unidos por el lazo del matrimonio sagrado. De ah que, a pesar de las evoluciones y cambios de poder que se efectuaban en la mansin de los dioses, la ascendencia de Ishtar en la tierra continuase creciente, gracias a estas ligas. El "separado", aunque por lo comn era un sacerdote, poda ser tambin un militar, un tartan de palacio, un escriba, en el caso, tambin frecuente, de que no lo fuera el mismo rey. Para Shamida, la matrona elegida para reemplazar a Lumma, el hecho de que Semramis invite al "separado" no supone ninguna predileccin particular hacia el individuo, sino preferencia y distincin a la casta o congregacin a que pertenece. Que en la recin consumada hierogamia el "separado" haya sido un vagabundo, significa que durante los prximos nueve aos el dios Enlil, que hace tiempo no gozaba de los honores de un jubileo, conocer un aumento considerable de devociones as como ms ricas ofrendas y donaciones. Y su gran sacerdote en la escala jerrquica del clero nacional, pasar a ocupar el lado izquierdo del pontfice de Marduk.

6. El barrio de las Licencias EN LA CALLE DEL CARRIZO, en el corazn del barrio de las Licencias, existe un viejo, casi ruinoso edificio que antiguamente se destin a mesn de caravaneros. Pero hace tiempo el hostal desapareci y sus dependencias se transformaron en accesorias: una serie de pequeos cuartos en donde las rameras hacen comercio. Las accesorias se distribuyen en los cuatro flancos del amplio patio. En uno de los ngulos hay un altar de ladrillo y una imagen de piedra de Ishtar, que goza de la ms extravagante devocin por parte de los babilonios. La imagen tiene leyenda. Dicen que se le apareci a Marduk en los remotos das de la fundacin de la ciudad. Sin embargo, el clero jams la ha reconocido ni le ha dispensado culto. El cuidado de la imagen y de su altar, as como de las ofrendas y ex votos, lo llevan a cabo todas las prostitutas del barrio, especialmente las inquilinas de las accesorias. Esta Ishtar sin ishtaritu o templo, sin sacerdotisas ni adoratrices resume los sentimientos ms dispares, heterodoxos y condenables que puedan atribuirse a la diosa del amor y de la fecundidad. Porque la Ishtar de la calle del Carrizo acoge y propicia las ms irregulares, pecaminosas y abominables manifestaciones de la sensualidad. Y el barrio de las Licencias, escndalo de la ciudad, encuentra amplia franquicia para sus

330

extravos amparndolos bajo el patrocinio de tan singular imagen. En el da del plenilunio ningn babilonio deja de visitar a la Ishtar del Carrizo. No es una imagen que exija gravosa tributacin. Los ex votos y las ofrendas son bastante modestos. La diosa se conforma con diminutos falos de cobre y de cermica, con flores y pastelillos, todos obscenos, de miel, dtil o azcar de palmera. Este da el patio se llena de mercachifles que venden ex votos, excitadores genitales, afrodisacos y toda suerte de artilugios, pomadas y elixires que sirvan a estimular la voluptuosidad. Y si la fama de la Ishtar del Carrizo se ha extendido por todo el pas y traspuesto las fronteras se debe tanto a la benevolencia de la diosa para propiciar toda clase de relaciones sexuales como al mercadillo que se hace en el patio del antiguo mesn. Sinami, desde el momento que el extranjero la rescat, no volvi a casa. Hazabal le descorri la cortina de pobreza e ignorancia que tuvo siempre ante los ojos, hacindola ver un mundo diferente, apenas presentido; una vida llena de halagos que jams pudo imaginarse en casa de sus padres. En ella, a pesar del trajn constante en que consuma las horas, deba de ser un estorbo. Sus padres no pusieron mucho inters en buscarla. Hazabal era hombre maduro y de carcter sobrio y grave. Igual que sus palabras y ademanes. Se mostraba algo excesivo en el amor. Con harta frecuencia se senta urgido de desahogos. Mas si en la carne extremaba exigencias, en lo dems se conduca solcito y generoso. Sinami estaba un poco alucinada, sobre todo por la faltriquera de Hazabal. Cuando el mercader introduca la mano en ella sacaba arillos de oro y plata, jams de cobre. Y de esa faltriquera salieron las sextas y los siclos que pag por vestidos, sandalias, sayas y velos, ajorcas y collares, pendientes y sortijas que Sinami exhiba con ntimo contentamiento y satisfaccin de su vanidad femenina. La adolescente nunca pudo creer que ella, tan poca cosa, pudiera ser objeto de atencin y regalo por parte de un hombre de gallarda prestancia y seorial liberalidad. Sinami haba odo hablar de la Ishtar del Carrizo. En cuanto insina el deseo de conocer la imagen, Hazabal la conduce al patio de las accesorias. Que algaraba, que aglomeracin de gente de la ms diversa catadura! Especialmente de caravaneros que acuden al trueque. Alrededor de los mercachifles, se amontonan los curiosos. No parece sino que aquellos hombres gesticulantes y de voces estentreas vendieran el mismsimo elixir de la vida eterna. -Oh afortunados forasteros que llegis a Babilonia a lamerle el culo a la imponderable Ishtar! Aqu, aqu el bebedizo de las siete potencias, que os har infatigables en la fornicacin! Otro, con voz grave, rastreando las slabas, anuncia: -Aqu, nada ms que aqu los testculos de Glgamesh! El amuleto infalible para gozar del amor. Aqu, nada ms que aqu...! Un tercero, mostrando en alto preciosos pomitos de cermica vidriada, pregona: - Leche de Ishtar, leche de Ishtar, leche de Ishtar! Y otro ms, que lleva colgando del cuello, de los brazos, de las manos cordones en los que van ensartadas impdicas reproducciones, proclama: -Para las ansiosas, para las ansiosas! Sinami se siente aturdida. Se le antoja que los pregones que encomian tanta maravilla guardan relacin con el olor acre de fritanga, de sudor, de caravanero. Llaman su curiosidad las accesorias de las prostitutas. Encima de cada puerta exhiben a modo de reclamo enormes e impdicos miembros viriles. Ha visto muchas veces en los bazares de

331

la calle de las Imgenes estos atributos reproducidos con primor artstico en marfil, plata, incluso oro. Pero tales ex votos, que las mujeres suelen llevar como pinjantes en sus collares, tienen, en miniatura, sus naturales proporciones. Los que campean en las accesorias presentan una deformacin caricaturesca. Provocan repulsin o risa, segn el humor de quien pose en ellos la mirada. A un lado de la puerta, la tarifa de los distintos servicios que ofrecen las prostitutas. No est escrita en caracteres cuneiformes, cosa que Sinami no alcanzara a descifrar, sino en signos inteligibles a la interpretacin comn de la gente. -Tres una sexta, tres una sexta! -grita una de las rameras. Sinami se pregunta qu clase de servicios prestarn tres mujeres a un hombre. -Ralea de fornicadores, hijos de Marduk, peste de Babilonia! No corrompis ms vuestra alma... Sinami no puede seguir escuchndole. Un grupo de mozas alborotadoras se interpone. Pero ve al hombre. Es un predicador, un fiscal del vicio. Ya otras veces le ha visto en las plazas y mercados. El predicador no es persona aseada. Las barbas, sucias, y en la tnica, escurriduras. Pero su cara resulta impresionante. Gesticula como si sus facciones se crisparan a causa de un gran dolor. Es un siervo de Anu. Mientras clama condenaciones levanta las manos con el peculiar signo exorcista contra la impureza que le rodea: los tres de dos del centro juntos, y el pulgar y el meique abiertos, muy separados. Se dice que desde que entran en la secta se los descoyuntan para alcanzar la mxima virtud. El pueblo no les hace caso, pero les tiene simpata. Los guardias no van contra ellos, limitndose a disolver a palos al ocasional auditorio. Ello se debe a que una antigua tradicin dice que la boca del siervo de Anu no peca, pero que el odo que le escucha, delinque. Los adheridos a esta secta adems de no reconocer la soberana de Marduk, se oponen a la prostitucin sagrada que no se realice en el templo o jardines de Ishtar. Por lo tanto, en el barrio de las Licencias encuentran campo propicio, aunque estril, para lanzar sus prdicas. Hazabal mira curioso la mercanca de los tenderetes. Los pregones de los mercachifles son de una monotona exasperante. Pero nadie duda de su eficacia. Los extranjeros no comprenden por qu los babilonios consideran el odo como receptculo del entendimiento. Por esta concepcin, el mercachifle insiste machaconamente con frases breves el anuncio de su mercanca, seguro de que lo dejar grabado para siempre en el entendimiento del auditorio. El que vende virgos de Ishtar exhibe en los distintos dedos de las manos una suerte de tripas, que la mujer habr de sujetar al talle con cintajos. No son tan perfectos como los que usan las zermashiti, las cortesanas sagradas que evitan la simiente y la fecundacin. Las naditi, otras adoratrices de Ishtar, suelen tambin usarlos, pues el estatuto religioso les prohbe tener hijos. Si por un descuido los conciben no se les da existencia legal y las criaturas pasan al patio hospitalario del templo de Gatumdug para su crianza. Sern conscriptos de la diosa, es decir, esclavos sujetos para toda la vida al templo. Aunque Hazabal ya ha probado todos los elixires afrodisacos que venden en el barrio de las Licencias, se interesa en adquirir otros estimulantes. Sinami no deja de mirar hacia las accesorias, el constante entrar y salir de hombres, los gritos con que las rameras encomian sus habilidades para el placer. Son mujeres desprovistas de gracia fsica. No cifran el reclamo en la atraccin de su cuerpo, sino en la pericia del oficio para provocar la voluptuosidad en los hombres ms remisos o 332

estragados. Con escaso gusto se aderezan cara y pecho y exhiben tatuajes obscenos. La procacidad de su lenguaje sorprende e intimida a Sinami, que las observa con curiosidad y al mismo tiempo con recelo. En todo este mercadillo estridente de pregones, repulsivo de olores, sucio de escenas, Sinami slo encuentra dos alivios: la mirada visionaria del predicador de Anu y la blanca dentadura de Hazabal. ste, aun para las cosas ms desvergonzadas, cnicas o soeces, no insina la menor expresin de repudio. Se limita a tener los labios entreabiertos en una suerte de gesto irnico y a la vez indulgente. Sinami se siente seducida por la mesura que en todo demuestra Hazabal. La visita a Ishtar del Carrizo es tradicional, aunque en el patio de las accesorias no se encuentre la verdadera feria. sta, estrepitosa y sorprendente, lbrica y divertida, est en el parque de las Higueras, en donde una serie de carpas ofrecen al pblico pantomimas, escenas y cuadros de viva y cruda pornografa. La ms inocente de todas es la que exhibe el cuadro de los monstruos. Hazabal empuja a Sinami, dicindole: -Aqu encontrars ocasin de sorpresa. En la feria de las licencias no hay espectculo cuyo precio sea mayor que una sexta de cobre. -Pasad, pasad a ver la maravilla de las maravillas! El hermafrodita con falo y vagina de perra. -Aqu, aqu! El hombre de dos penes y cuatro testculos. -Aqu los curiosos devotos de Ishtar! El portento de los portentos...! El gran Mursil! -Aqu el prodigioso Gabn! Sinami y Hazabal entran en la carpa. Est llena de pblico que re desaforadamente. Se exhibe una variedad de fenmenos tan disparatados, que cabe pensar que su deformacin orgnica sea ms obscena superchera que equivocacin o extravo de la naturaleza. La caricatura peca de excesivamente enftica. Slo un pblico burdo y soez puede encontrar diversin en semejante espectculo. De todos los monstruos que exhiben su tara, destaca el hitita Mursil, que con su deformacin regocija a las mujeres y causa secreta, incmoda envidia a los hombres. Hazabal re sordamente. Sinami, por el contrario, con los ojos exorbitados contempla el singular fenmeno con gesto de repugnancia. No se siente a gusto en la carpa. Ni el espectculo ni el pblico le son gratos. En el barrio de las Licencias ha visto ya demasiada impudicia, pero el estrago no ha llegado al extremo de hacerle aceptar la aberracin de los fenmenos. Hazabal nota su malestar y decide abandonar la carpa. Sin embargo, a unos pasos de all, la adolescente muestra inters por el pabelln de los efebos. Las hermosas criaturas atraen al pblico como la miel a las moscas. Un minsculo ceidor cela la desnudez del sexo, que Sinami supone provisto de parecidos atractivos a los que exhiben los efebos. stos son de dos gneros: los viriles, de hermosa musculatura atltica, y los andrginos, de suaves formas sin la abundancia carnal de las hembras, pero poseedores de alguna de sus gracias. No son criaturas de alquiler como las que se exhiben en el pabelln inmediato, sino de venta. Los efebos donadores alcanzan el precio de noventa siclos de plata, diez ms que los receptivos. Son verdaderas alhajas, si se tiene en cuenta que un esclavo joven, sano, bien parecido, que puede prestar esta clase de servicios a su amo, en el mercado comn no vale ms all de

333

treinta treinta y cinco siclos. En el tablado en que se exhiben, dos hombres y una mujer los examinan bajo la mirada vigilante del mercader, que no ve con buenos ojos que manoseen la mercanca, pues a la vista est que los presuntos clientes no tienen aspecto de permitirse semejantes lujos. Con gran sorpresa de Sinami, Hazabal sube a la plataforma. Mira a derecha e izquierda contemplando a los once efebos. A uno de ellos le prueba la pantorrilla y le pellizca en el glteo. Va a seguir su exploracin cuando se detiene atrado por la prestancia de otro de los muchachos. Pertenece al gnero de los donadores, aunque en este comercio es difcil precisar la especialidad de cada individuo. Sinami siente una extraa sensacin de halago y de laxitud, como si su piel se erizara de raro y gozoso estremecimiento. Dada la generosidad de Hazabal, supone que ste es capaz de comprarle tan hermosa criatura. En efecto, el hombre posa la mano en la cabeza del efebo. Sonre y despus la desliza por la espalda. Se hace moroso acaricindole el trasero. Le soba y le pellizca para comprobar la tersura de los glteos. Quiere saber cmo est dotado. Mas el traficante al verle introducir la mano bajo el ceidor, le detiene levantando el ltigo: -Alto ah, seor! Para este examen necesitas darme una sexta de plata que no te devolver si no efectas la compra. Hazabal, siempre en gran seor, mira al traficante despectivamente. Sin hacerle caso, introduce la mano en la intimidad del ceidor. Las mejillas del efebo se encienden pudorosas. Sinami se pasa la punta de la lengua por los labios. -Te he dicho que ah, no! -dice el traficante. Hazabal saca un siclo de plata y lo tira al suelo, exclamando: -Peste de mercachifle! El traficante se agacha a recoger la moneda. Hazabal le dice algo al efebo. ste, que an sigue encendido de rubor, sonre. Sinami siente los labios resecos. El muchacho tiene toda la gracia elstica de los golfillos del muelle. Y en los ojos la acariciadora oscuridad de una noche babilonia. Hazabal vuelve a introducir la mano en el ceidor. El examen debe satisfacerle porque cierra los ojos y baja la cabeza en actitud de reconcentrarse. Sinami est por subir a la plataforma y sobar ella tambin al efebo. Se detiene en el impulso al or a Hazabal que dice al mercader: -Me quedo con l. Dame su tablilla. El adolescente besa la mano de su nuevo amo. -De dnde eres? -le pregunta Hazabal. -De Babilonia, mi seor. La operacin comercial produce cierta expectacin entre el pblico. No es cosa rara ni mucho menos la compra de un esclavo, pero si stos son destinados al placer, despierta envidiosa admiracin en la gente mezquina, que jams podr permitirse tan refinados lujos. Sobre todo el de un muchacho. Las jvenes que se venden para prostitucin pblica o regalo del comprador, no alcanzan los altos precios de los efebos. Adems resulta costoso mantenerlos, pues un efebo, para el mejor lucimiento y boato del adquirente, debe ir bien vestido y alhajado, as como asistido de dos pajes, uno

334

de casa y otro de calle. Y si sirve a satisfaccin los caprichos y exigencias del amo, har fortuna suficiente para manumitirse todava joven. Sinami contempla al efebo con cierto embeleso. Es tan hermoso y al mismo tiempo de porte tan viril, que le parece un precioso juguete, un bellsimo animal para jugar al amor. El mercader se acerca a Hazabal a entregarle la tablilla de propiedad. -Te lo marco a fuego? -pregunta. Hazabal mira a los brazos del efebo. Y antes de decir palabra, siente la mano de Sinami en el hombro. Se inclina para escuchar a la adolescente, que le dice al odo: -Es muy hermoso; que no lo marque... -No, no lo marques. Sera estropearlo. Los ojos del efebo se iluminan de agradecimiento: -Oh, seor, que las bendiciones de Marduk caigan sobre ti! -Me juras lealtad? -le emplaza Hazabal. -Te la juro, seor. -Cul es tu nombre? -Sirmo, seor. -Bien. Sguenos. -A Sinami le pregunta-: Qu te parece mi adquisicin? -Es un mozo muy guapo, seor. Lo has comprado para m? -Para ti? -replica sin ocultar su asombro. Hazabal mira fijamente a Sinami. Jams ha visto en los ojos de la adolescente tanta ilusin, tanto anhelo. -Para qu lo quieres? Sinami no vacila en contestar: -Para jugar con l. Hazabal sonre. Hay candor e infantil picarda en la expresin de Sinami. Para jugar con l! Sinami no sabe que Hazabal tambin la ha comprado a ella para jugar. Despus de rescatarla la dej dormida en el mesn. De acuerdo con las noticias que Sinami le haba dado de sus padres, fue a verlos a su casa. El trato no requiri ni muchas palabras ni mucho tiempo. Hazabal fue directamente al negocio. Como el tintineo del oro es elocuente, los padres, acostumbrados a or el zumbido de la penuria, le cedieron a su hija. Y en evitacin de otros trmites ms engorrosos, tomaron el camino directo de declarada hija desleal e infame. Hazabal regres al mesn con la tablilla de la compra. Opt por no decide palabra a Sinami que, por otra parte, no echaba de menos a la familia. -Conque para jugar con l... -murmura Hazabal. Y tras breve pausa, arguye-: Creo que no va a ser posible, porque lo he comprado para mi seor. Sinami no oculta su perplejidad: -Qu seor? Es la primera vez que escucha a Hazabal hablar de un amo. -Acaso t no eres seor? -Todos servimos a alguien, Sinami, y yo soy criado de un gran seor. Hazabal cree ver que la expresin de la adolescente se nubla con una sombra de duda o decepcin. Le acaricia la barbilla y dice en tono confidencial: -Mira, podemos llegar a un acuerdo con Sirmo. Primero me dejas que yo lo pruebe,

335

y despus te lo paso a ti para que lo goces. Qu te parece? -Todo lo que t dispongas me parece muy en razn, seor. Disfruta a Sirmo a tu gusto, y luego yo jugar con l. Pero no antes de que veamos "El columpio", que en el mesn todo el mundo dice que es cosa de pasmo ver lo que hacen en trance tan divertido hombres y mujeres. Cuando llegan a la carpa en que se exhibe "El columpio", llama su atencin el pregonero del tabladillo prximo que anuncia a grandes gritos, como cosa nunca vista en pantomima de obscenidades, "La litera encantada" que, segn el pregonero, permanece en el aire a cinco codos del suelo. Y que resulta sorprendente ver cmo en tan increble vaco, contra la ley de la pesantez, una mujer provoca el frenes a tres hombres. Mas cmo resistir la tentacin de ver el espectculo que en otra carpa anuncian como "El moo de Innana"? En cuanto la tal Innana se pone en disposicin, el llamado moo comienza a hablar con el mpetu y la buena coordinacin con que lo hace un pregonero real. "Los gibosos", "Las succionadoras", "Los jinetes de cabras" e innmeras extravagancias ms se anuncian a voz en grito en el huerto de las Higueras. Sinami, Hazabal y Sirmo entran a ver "El columpio". Es una simpleza, uno de esos juegos tontos en que los espectadores sintindose engaados, al salir ocultan su decepcin haciendo grandes elogios del espectculo para que otros incautos caigan en el mismo engao. En esta carpa Sinami tiene un gran disgusto, pues atenta a lo que sucede en el tabladillo no se percata de que Hazabal y Sirmo la abandonan sigilosamente. Sinami corre en su busca. Va de un lado a otro por el parque de las Higueras y, convencida de que all no estn, decide ir al mesn en que se hospedan. Sinami, aunque nacida en Babilonia, no tiene idea cabal de lo que son las fiestas de Ishtar, principalmente en la noche del plenilunio. En cuanto entra en la confusa y abigarrada muchedumbre que transita por la calle del Carrizo, es presa de los primeros desocupados con que topa: una pandilla de mozos que la rodea. La pasan de mano en mano hasta marearla. Sinami no puede evitarlo. Y antes de que se d cuenta, los mozos hacen con ella la pantomima de la litera encantada, pero no en el aire, sino en el suelo, y sin otro acomodo que el de sus propias nalgas. Dos mozos la sujetaron mientras el otro desfogaba su animalidad, y uno ms esperaba impaciente el turno para consumar su deseo. Y todo ello sucede bajo una palmera y ante el desfile de los transentes, que ren y comentan la gracia. Cuando al fin, derrengada y sin aliento, llega al mesn, la recibe Hazabal. Sale del cuarto de probar al efebo: -Puedes entrar a jugar con l. Sinami rompe en un acongojado sollozo. Buena la han dejado para ponerse a jugar con Sirmo! -No sabes lo que han hecho conmigo? Cuatro mozos me han forzado... A uno de ellos le conozco y puedo decirte en dnde vive... -Para qu? No te preocupes. Eso te har ms mujer.

7. El paseo de mscaras

336

BELTARSILUMA NO QUISO perderse el espectculo del barrio de las Licencias en el plenilunio de Ishtar. Haca muchos aos que no haba tenido ocasin de distraerse y regocijarse en el paseo de mscaras. Quiere que le acompae Marduluma, quien aprovecha la circunstancia de que su esposo tenga negocio de mucho cuidado con los sacerdotes del templo de Enlil. -No te molestara que diera una vuelta por el barrio de las Licencias? -le consulta Marduluma. Sinanurta hace un gesto de desaprobacin. No es que le moleste que Marduluma vaya a solazarse en noche tan divertida; pero considera imprudente que mujer principal y atractiva, con todos sus atributos en juvenil sazn, visite sola semejante lugar. "Es que me acompaara el bienquisto Beltarsiluma, que es persona que sabe hacerse respetar.". Sinanurta, ante la solvente garanta no tiene inconveniente en ceder. Cree que al cuidado del valido su esposa pasar la noche honestamente, pues, aun en el caso probable de que terminen, acostndose, lo harn con la discrecin que impone la alta magistratura del ministro. De las mujeres, por muy decentes que sean, no hay que fiar mucho. Cuando menos se espera se les ofusca la mente, ponen las piernas al aire y hacen sin provecho y sin tino cualquier barbaridad. Pero la compaa de Beltarsiluma garantiza a Sinanurta el buen comportamiento de su mujer. Los dos amantes salen de palacio con el disfraz ms adecuado para evitarse posibles problemas; disfraz que les hace fcilmente reconocibles como personas principalsimas y, al mismo tiempo, no identificables en su verdadera personalidad. En Beltarsiluma no slo la barba es postiza. Se toca con una peluca que lleva al modo de ciertos mezquinos. La cadena de gruesos eslabones y el esplndido pectoral que cuelga de ella, denuncian su alto rango en palacio. Por su parte, Marduluma se ha disfrazado como es propio de las linajudas matronas que acuden al paseo de mscaras, de prostituta humilde, de ramera de la ms baja y ruin condicin. Pero tambin a ella la distinguen las alhajas, el vestido y los tres hilos de perlas con que sujeta el peinado. Salen del patio de los Oidores en carroza tirada por un tronco de dos caballos, conducida por cochero de corselete de malla y custodiada por dos espoliques, provistos no slo de espada al cinto, sino tambin de ltigo, utensilio muy necesario para abrirse paso en medio de la aglomeracin. Ya al atravesar la va de Sin, se cruzan con grupos de peregrinos excitados y alborotadores. Vindolos tan desaforados, impulsados por el alcohol, ilusionados por el placer, hacen olvidar que Babilonia an est viviendo entre apestados y ratas, cercada por las aguas que, si es cierto que se retiran con rapidez, dejan al descubierto ruina y muerte. Pero en el plenilunio de Ishtar se olvidan las calamidades. La noche con su rebullir de antorchas, de teas luminarias, con su rumor de risas y chistes, de ingeniosidades y procacidades, con las repetidas invocaciones a Ishtar y Enlil, se antoja una riada de frenticos deseos abierta al infinito. Para el placer, la luz o la oscuridad importan bien poco en este plenilunio de Ishtar. An en el da, bien entrada la maana, el regocijo y la feria de extravos continuar manteniendo despierta a la poblacin viciosa, vida de sorpresas y de infracciones, de injurias al pudor y al orden natural. La carroza no se dirige a la calle del Carrizo, sino a la va principal del barrio, el paseo del Toro. Ni muy largo ni muy ancho, y que en esta noche rene a los crpulas ms distinguidos y adinerados. El desfile de coches, si alguna vez se tiene cabida en l, jams se olvida. Se entra en el paseo en la carroza propia. Lo inslito ser salir en el mismo vehculo y con la pareja con que se inici el paseo. En el plenilunio de Ishtar, la exaltacin

337

amatoria llega a tal grado que las solicitudes de homosexuales son tan normales que entran en el rgimen de licencias permitido. En la mascarada muchos hombres exhiben pechos postizos de nacarinos o purpurados pezones. Las babilonias, que por ser tan diferenciadas en sus gracias, no pueden disimular el sexo, se visten con sayo y manto varoniles, y llevan cngulos de los que penden rganos viriles. Como en estas mutaciones es difcil averiguar si se transforma el sexo o se acenta, hay individuos que no se molestan en disfrazarlo. Todo est regulado por el fingimiento. Llegar a la realidad de los actos importa muy poco en un plenilunio de Ishtar. Se aceptan las cosas por su apariencia, no ms all de la impresin que la apariencia pueda provocar en quien la observa o la contempla. Si una pareja de jinetes montados frente a frente y dndose la cara cohabitan sobre el pelo desnudo de la bestia, no es motivo de asombro por lo que hacen, sino de encomio por lo bien que guardan el equilibrio, pues al ya de por s cadencioso movimiento de la bestia, agregan el suyo propio. Los paseantes, vayan en coche o a caballo, cambian frases de saludo, invocaciones o chistes. Se tiran flores y los tpicos dulces de azcar de palmera que reproducen escenas pornogrficas, ayuntamientos obscenos, ligazones casi inverosmiles. Tambin bollos de Enlil, que este ao ha iniciado su reinado de devociones. Se supone que la casta del "separado" es un secreto del templo de Ishtar, y que slo los asistentes al acto de la hierogamia la conocen; pero los secretos del templo son tan difciles de guardar como los de palacio. Hace das que panaderos y confiteros tienen que haber sabido a qu casta perteneca el "separado" para haber preparado con la debida anticipacin tal cantidad de imgenes de bollos, de dulces con el smbolo del dios Enlil. Tan de moda est Enlil, que de los cuellos de la mayora de hombres y mujeres penden sus conocidos cordones. Mas si algunos respetan la flor, otros la substituyen por los consabidos smbolos de culto flico. Hay mujer que en el cordn lleva a modo de pinjantes hasta nueve o doce falos minsculos. Se ven tambin muchos escrotos de toro cuidadosamente curtidos y llenos de guijas que las mscaras agitan en el paroxismo de la fiesta. La diversin ms convencional del paseo la constituye la tmbola de las Sorpresas. El negocio lo patrocina la tesorera del templo de Ishtar. Los ingresos se destinan a dotar a nias pobres para sus estudios de msica, de bordado e incluso de sacerdocio. Los mejor informados dicen que la rifa es negocio que Alpisillar tiene arrendado desde hace tiempo a la tesorera del templo. Como quiera que sea, es un negocio pblico slo accesible a la gente acomodada. Se sube al tabladillo de la tmbola con la ms generosa de las intenciones, pues la persona que lo hace se brinda a ser objeto de rifa. Beltarsiluma y Marduluma se apean del coche y se acercan a la tmbola. En esta ocasin la que se brinda a ser rifada es una tal Garmida, de veintisiete aos, viuda del barrio de los Lapidarios, segn anuncia el pregonero. Estos datos demogrficos poco interesan a la gente. Los ojos miden y sopesan la prestancia de Garmida, la cual se despoja de velo y tnica quedando slo con la saya pdica. Hombres y mujeres colocan un arillo de plata en las tablillas que ostentan distintos signos silbicos. Mientras tanto, Garmida se pasea por el tabladillo y da vueltas sobre los talones a fin de exhibir la calidad de su persona. Bajo la saya pdica se adivina un talle flexible y unas caderas seductoras. Los senos, muy en su lugar y todava jvenes, marcan desafiantes dos pequeos pliegues en la saya.

338

Los participantes en la rifa le hacen objeto de bromas y alusiones subidas de color. Cubiertas las casillas, uno de los pregoneros saca de la bolsa de cuero un hueso de albaricoque donde est pintado el signo silbico. Se vocea ste y el afortunado sube a la plataforma a tomar posesin de Garmida. Claro que puede hacerlo, pero no es bien visto. Lo acostumbrado y lo elegante es sacar a subasta el premio. Y el premiado, Balmasin, intendente del templo de Shala, grita: -Aqu, esta apetitosa Garmida, os la ofrezco en pblica subasta! Diez siclos de plata! Los que participan en la rifa son los nicos con derecho a pujar. -Once! -Doce! -Quince! -Diecisis! -Veinte! La pugna se establece entre un hombre y una mujer. Y al fin, el hombre cede y deja a su rival en posesin de Garmida. Esta hace un gesto ambiguo a las risas que estallan entre la concurrencia. No es raro que la mejor postora, como sucede en este caso, sea una mujer. Un clamor de silbidos, palmoteo, gritos y manifestaciones de todo gnero, adobado de carcajadas acogen a la afortunada. Esta sube al tablado, abraza a Garmida por el talle y la besa en la mejilla. Garmida, cara al pblico hace burlones gestos alusivos a la jornada que le espera; pero la invertida es mujer guapa y simptica; seguramente conocida de una buena parte del pblico, pues no faltan mujeres que la jaleen envidindole su buena suerte: -Vaya dtil que te llevas, Guma! -Bsale en la boca y que lo veamos! Garmida condescendiente a los fines benficos de la tmbola, se vuelve a Guma y la besa. Para que no quede lugar a dudas, se muestra efusiva. Enseguida la pareja desaparece tras el teloncillo que tapa el fondo del tablado. Aunque hay cuatro celdas destinadas a acoger a las parejas, no siempre estn desocupadas. Por lo tanto, se impone un receso a la rifa. A toda hora hay personas esperando turno. Lo que menos poda esperar Beltarsiluma es que su amiga le dijera al odo: -No te disgusta que me ofrezca? Promet a Ishtar hacerlo. El valido, que ha tenido muy reiteradas pruebas de la ardiente naturaleza de su amante, empieza a sospechar que la mujer de Sinanurta necesita tener constantemente un fornicador sobre el vientre. Despus de mirarla de arriba abajo, advierte: -Y si la suerte le cae a una mujer? Marduluma ataja expedita: -No te preocupes. Ya lo tengo previsto. -Cmo! No piensas, insensata, que puede tocarte una pasiva? -En ese caso, t vendrs a ayudarme. -Grandsima puta! Lo que estoy viendo es que no slo haces cornudos a tu marido y a m, sino tambin a ti misma. -Qu tontitos sois los hombres! Bien se ve que no conocis las experiencias de las enclaustradas del harn. -Mira, mejor que rifarte es que los dos nos ofrezcamos en entrega. Pagamos el monto de las dos rifas y nos acostamos en esa inmunda litera que tiene escondida Alpisillar. Pero eso s, le exigir que cambie de linos. Y si mientras te fornico una rata

339

araa mis posaderas o muerde mis testculos... Beltarsiluma no contina porque sorprende una escena que le deja boquiabierto. Vaya pareja! Y adems, para no privarse de nada, en medio de aquella algaraba de confusin de mscaras y vehculos, el pregonero anuncia estentreo: "Saludad, babilonios, al bienquisto Gemirun!" A su vez, los espoliques repartiendo latigazos a diestro y siniestro. Claro que a ningn funcionario ni sacerdote se le prohbe asistir a la fiesta del plenilunio, mas para eso estn los disfraces que preservan la dignidad personal de la maledicencia y ludibrio de la plebe. Al lado del avaro, su hija Inani. Los dos, vestidos con suntuosos trajes de corte. Los dos, sentados, tiesos y majestuosos. Con una actitud que parece ms bien desafo al libertinaje ambiente que al ridculo, como si padre e hija hicieran alarde de integridad, de incontaminacin. Inani sin ningn velo, postizo o afeite que disimule la belleza de su rostro, se entretiene en chupar un largo caramelo con el infantil regusto con que lo hara una nia. Los labios, hmedos y abrillantados por la melcocha. El caramelo tiene una forma equvoca, como todas las golosinas que se venden durante las fiestas de Ishtar. -Inani! -grita Beltarsiluma. El grito es tan fuerte que los espoliques detienen el coche. Padre e hija miran a Beltarsiluma, pero sin reconocerle. Inani tiene la sospecha de que se trata del primer ministro. La cabellera postiza que se ha puesto no es suficiente disfraz para disimular la nariz corva, la mirada penetrante, el mentn voluntarioso. Lo que Inani no comprende es por qu el prepotente Beltarsiluma tiene que llevar pegada la mano al seno desnudo de la dama que le acompaa. Y mucho menos se explica lo que pretende hacer oprimindole el pezn, ya que la mujer no parece estar criando. Por su parte, Beltarsiluma se extraa de ver a Inani petrificada. Los ojos con mucho blanco, la boca entreabierta, los labios melosos y el brazo en alto exhibiendo en la pulida y graciosa mano el caramelo. Los dos coches se han detenido y a su alrededor se produce una aglomeracin de mscaras, jinetes y carrozas. Beltarsiluma no lo piensa. Cree que el encuentro le da la oportunidad de violentar la timidez que le causa el candor e inocencia de Inani. Salta a tierra y le dice a Gemirun: -Amigo mo, creo que jams cumplirs tu misin de consejero del trono con la oportunidad que ahora se te ofrece... -y bajando la voz, casi al odo del avaro, le explica-: Esa mujer que ves ah es Marduluma, la esposa de Sinanurta. Ocupa mi sitio en el coche y llvala a palacio, pues su marido debe de estar esperndola. Con ello me hars un valioso e inolvidable servicio. -Y t quin eres? -Chisss! No lo adivinas? Acaso tengo que quitarme la peluca para que sepas que soy Beltarsiluma? Gemirun no tena necesidad de que el valido se quitase la peluca. En cuanto le oy gritar le reconoci. Pero si un rey o un alto funcionario se pone un postizo de disimulo quiere decir que se oculta en el incgnito. Y no es permitido por la educacin y las buenas costumbres palatinas reconocede. -T, el bienquisto Beltarsiluma? -insina sonriente, malvolo y codicioso Gemirun. -El mismo. Date prisa, que estamos causando un gran desorden. 340

Con la misma premura con que Gemirun se baja de su coche, Beltarsiluma se sube a l. Da orden a los espoliques de que sigan la marcha. Sin hacer caso de las protestas de Marduluma, le quita el caramelo a Inani y se lo lleva a la boca. Inani, siempre con la expresin candorosa que refleja su virginal inocencia, murmura con dejo de dulce reproche: -Ay, seor, con tu voracidad me lo vas a consumir! -T eres, Inani, la que est consumiendo mi corazn en ardientes anhelos.-y sin ms, Beltarsiluma saca el dulce de la boca, lo mira un momento y lo arroja. Sin aviso previo besa golosa y frenticamente a Inani. Jams crey Beltarsiluma que criatura humana fuera capaz de dar besos tan dulces, a pesar de que Mara los da con todas las mieles de la divinidad. Cuando deja respirar a Inani, sta se queja en son de reproche: -Por qu lo tiraste, seor? Ahora es cuando empezaba a saber mejor. -No te preocupes, Inani. Te comprar uno ms sabroso que se. -En dnde? Estos caramelos slo los venden en el patio de Ishtar del Carrizo. -Conque tu padre te llev a semejante lugar! -Qu tiene de particular? Beltarsiluma contempla con mirada escrutadora a la doncella. Ni la ms leve sombra de malicia. Claro que la luz no es muy apropiada para calar hasta el fondo del alma de Inani : -No me tortures ms. Ignoras lo que llevabas en la boca? -S, seor. Un caramelo. -Claro que un caramelo! Pero qu figura tena ese caramelo? Inani sonre como lo hara la ms pdica de las sacerdotisas de la diosa Belit, esposa de Enlil, que por eso de darse humos de muy seora se hace servir por eunucos. Beltarsiluma piensa que violentar la inocencia enquistada requiere ms esfuerzos que forzar una de esas virginidades correosas como cuero bien curtido. -Al parque de las Higueras! -ordena a los espoliques. -Por qu al parque de las Higueras? Mi seor padre me ha dicho que all se hace mercado deshonesto. Y que sus espectculos no son propios de una doncella recatada. -Tu padre es tan avaro que te ha racionado hasta la malicia que una doncella bien educada debe tener a tu edad. Beltarsiluma da un resoplido. Al mismo tiempo libera su irritacin oprimiendo el talle de Inani. Para aprovechar tal gasto de energa desliza la mano y le soba el glteo. Mas como la joven parece insensible a esta caricia, aprisiona un buen trozo de msculo y lo aprieta. Mira con curiosidad a la doncella. Imperturbable. El valido, desalentado, pregunta: -Pero qu te pasa, Inani? -A m nada, seor. No aprietes tanto, pues sentira que se te quebrasen los dedos. Ishtar bendida! Dioses pacientes! No uno, veinte caramelos podra chupar y consumir Inani, sin que la ms leve sospecha agitase su mente. Beltarsiluma piensa que el espectculo del parque de las Higueras ofrecer a la doncella el conocimiento si no de la vida, por lo menos de la naturaleza humana, de su fisiologa. Los monstruos, por tratarse de fenmenos de deformacin, apenas si le suscitaran la duda. El moo de Innana? Tampoco. La doncella, al ver la pantomima, dir que la mujer tiene la voz ronca; que debera hablar con la boca. Del columpio se le ocurrir preguntar porqu las dos parejas se columpian en posicin tan incmoda, cuando podran balancearse sentadas y quietecitas. Ni la rueda de los invertidos ni los gibosos 341

despertarn su malicia. Sin duda, las meretrices alborotadoras, principalmente Colipas, le abrirn los ojos. Por lo menos le har entender la correspondencia que hay entre el espectculo y el caramelo. -Escucha, Inani. T eres mujer tan hermosa como instruida. Y est mal que ignores ciertas cosas, pues ignorndolas tanto tu instruccin como tu belleza de nada sirven. T habas prometido ofrendarte a Ishtar, no es as? -As es, seor. Y bien sabes que si renunci al sacrificio de mi virginidad fue por obedecerte. -Bien. Tienes una idea de lo que el sacrificio significa? -Claro, seor. Ofrezco mi virginidad a Ishtar. -S, s, desde luego. Pero sabes cmo se hace eso? -No. Ni tengo necesidad de saberlo. Las adoratrices que me instruyeron dicen que la parte activa corre a cargo del conscripto. -S, el conscripto... Y con qu lo hace? Inani vacila un momento, alza los hombros y sonre al notar que su inteligencia es asistida por Nabu: -Supongo que con una cuchilla. Igual que se rajan los diviesos y las bubas. -Cmo que con una cuchilla? No comprendes que el conscripto tiene una herramienta ms adecuada para esa intervencin quirrgica? Inani abre los ojos perpleja. Cercada por la ignorancia, acosada por el enigma. Despus, bajando la vista, murmura: -Qu otra herramienta? No haba pensado en ello... -y hacindose de valor pregunta-: Qu clase de herramienta, bienquisto Beltarsiluma? -El caramelo, inocentona, el caramelo! Inani se queda suspensa. Por unos instantes seria, perpleja. Mas enseguida, de modo sbito da escape a la hilaridad: -Qu divertido! Con un caramelo... Jams lo hubiese imaginado. Beltarsiluma, desesperado, se mesa el cabello postizo de la peluca. Inani, el maravilloso sueo de mujer que es Inani, no personifica ni la ignorancia ni la inocencia. Es la representacin ms clara y concreta, ms contundente de la imbecilidad humana. Piensa que Babilonia no tiene salvacin. Que su civilizacin y cultura milenarias se extinguirn envejecidas, caducas, inservibles por el espritu chato y mezquino que las informa; reflejo, a su vez, del modo de ser de los babilonios, de su incapacidad para discernir entre lo real y lo aparente, de calar hasta el hueso en las cuestiones. Para los babilonios el ser y el no ser, la verdad y la mentira, el bien y el mal son abstracciones tan convencionales que slo llegan a concretarse con la palabra que les da nombre y definicin, sin llegar a examinar si la definicin y el nombre corresponden a las cosas a que se aplican. l ha viajado y conoce muchos pases. Los declogos, preceptos, normas, prohibiciones, etctera, que el ser humano instituye en todas partes y acata por necesidad de poner orden y entendimiento en la convivencia, no tienen en Babilonia el valor o siquiera la representacin permanente de la institucionalidad. Si en otros pueblos se ha legislado que el adulterio es expediente pernicioso y por ello condenable, en cualquier tiempo y bajo cualesquiera condiciones, en Babilonia no es as. Las leyes son tan estrictas y duras a este respecto que condenan el adulterio con la

342

pena de muerte, castigo dejado al arbitrio del esposo engaado. Pero muchos de los pecados que se reprueban cotidianamente, pierden su carcter pecaminoso en determinadas fiestas del ao. Y as en los jbilos de Ishtar, al amparo y complicidad del rito de la prostitucin sagrada en el que participan slo los iniciados, los babilonios pueden cometer toda clase de infracciones, desacatos, violaciones, extravos e infamias, puesto que los pecados se mutan en virtudes o cuando menos en franquicias gratas a los dioses y sancionadas como exaltaciones vitales propias del culto a la fecundidad. En el parque de las Higueras abandonan el coche. El disfraz identifica a los seores. La gente del pueblo procura no tropezarse con ellos, pues en caso de querella, desavenencia o contrariedad, saldra malparada. Sin embargo, Beltarsiluma cree prudente hacerse acompaar de los espoliques, que les abrirn paso hacia la carpa de las succionadoras. Inani es una criatura tan adorable, tan ideal, que entre tanta aglomeracin no parece pisar la tierra, sino transitar ingrvida. Llegan a la carpa y Beltarsiluma paga las dos sextas y hace entrar a la doncella a la pieza de la derecha, en donde Colipas hace sus exhibiciones. Como no es un espectculo continuo, sino por tandas, Beltarsiluma e Inani han de esperar a que entren cuatro espectadores ms para completar el cupo. En total quince individuos de uno y otro sexo, aunque resulta difcil distinguir quin es mujer y quin hombre, y quin se manifiesta con autenticidad. Gente de la clase de los mezquinos, que si goza de libertad se halla prisionera de la ignorancia, de la miseria, del hambre; que si tienen libertad de accin no la tienen de conducta, pues su alma est atada al servilismo que crea la propia imposibilidad. Y an en estas fiestas de jbilo, de regocijo, de pasiones desatadas no se mueven con autonoma, porque estn sujetos por sus vicios, por su curiosidad morbosa. No es la fetidez la que pone en sus caras la expresin innoble, sino el ms turbio instinto fisiolgico el que abrillanta las miradas y crispa las facciones. Cuando un mozo apaga las antorchas, los espectadores se sitan ante la cortina negra y aplican los ojos a unos orificios que les sirven de punto de mira. Colipas entra en funcin. La acompaan cinco hombres escogidos para el juego. Beltarsiluma conoce el espectculo. Lo que hace Colipas lo efectan muchas babilonias, pero sin su gracia y mrito. El valido observa de reojo a Inani. Quiere ver la reaccin de la doncella ante el disparatado y obsceno espectculo. Pero la joven, a pesar de que presta una gran atencin a la escena, no parece alterarse. Beltarsiluma teme que las habilidades de Colipas creen en la mente de Inani una oscura confusin de ideas que no llegue a vulnerar su slida, frrea, inquebrantable inocencia. -Qu te parece? Inani no se mueve. No pierde incidente ni movimiento de la escena que contempla. Beltarsiluma alza la voz: -Qu te parece esto, Inani? -Me da apuro el hombre que est debajo. La mujer es muy gorda y no creo que lo pase bien. -Y el otro? -Se ve que no puede. Se fatiga mucho. Yo creo que tiene el humor del ro. Asmtico. Inani hasta ahora no ha visto ms que a dos hombres en situacin poco menos que sufriente. -Pero te das cuenta de lo que hacen?

343

-S, pero no s con qu objeto. Quin es el enfermo? Acaso ella? Beltarsiluma, que empieza a sospechar que lnani es ms cretina que Ereskigal, exclama: -Por todos los dioses, Inani! Que lo que ven tus ojos no es ficcin ni smbolo, sino la msera realidad. Los mezquinos que atisban por los orificios y que para mantenerse sin desfallecer se agarran nerviosamente a la cortina, se vuelven iracundos gritando silencio, siseando o moviendo la cabeza en gesto de acre desaprobacin. Beltarsiluma se acerca a Inani y al mirar por el mismo orificio, pega su mejilla a la de la joven. La siente encendida, ardiente. Estrecha el talle y la oprime contra s. Le musita al odo: -Pretendes hacerme creer que no te das cuenta? -S me doy cuenta. O crees que soy ciega, seor? -No me llames seor! Dime Beltar! -Beltar, nunca. Me gusta ms tu nombre completo. Beltarsiluma! Mi seor padre me ha enseado a no partir los nombres, que es injuria que se hace a la persona. -Tu padre te ha enseado muchas cosas ociosas. Qu crees que est haciendo Colipas? -Se llama Colipas? No ser esa mujerona que tiene tan mala fama en mi barrio? -Fama de qu? -De hacer inconveniencias con los hombres. -Ah, no! De seguro que no. Esta Colipas es una seora respetable. entregada, como ves, a obras piadosas. Remilgada, Inani insina cierto reparo: -No dira yo tanto... Pero me parece que esta mujer ms que desvergonzada, es sufrida. Y lo que hace tiene su mrito, a juzgar por la expresin del individuo que le da el fruto de Gilgamesh... Esta frase de Inani es toda una revelacin. Bastante literaria por cierto, pero no por ello menos aclaratoria. Beltarsiluma coge de los brazos a la joven y le mira a los ojos: -Ignoras que yo tengo un fruto como el de Gilgamesh? -Nunca lo he puesto en duda. -Nunca lo has puesto en duda... -murmura con voz ronca el valido, y sin ms arrastra a la joven que, tras de unos pasos, ofrece resistencia -Si la funcin no ha acabado... -Le daremos fin en el mesn de Alpisillar. Y aunque no es hora del rito, procuraremos ensayarlo para que el ao que viene, cuando acudas al templo como iniciada, no te perturbe la ignorancia. Sgueme, Inani. Alivindome en mi deseo despejar tu mente de las sutiles aberraciones que la nublan. Y por favor, por Ishtar te lo pido. No me recites el poema de los esponsales!

8. Los "kuti" del Gusano MINO NO QUISO ACOMPAARLA. El cretense cuando se sinti completamente 344

bien cay en la taciturnidad del duelo. El recuerdo de la muerte de Ghina en una celda hospitalaria, le humedeca los ojos y le oprima el corazn. Terrible, despiadada muerte para una mujer de las delicadezas, de la finura espiritual de Ghina. Babilonia y sus gentes le parecan de una insuperable crueldad. Pobre Ghina! La peste se haba cebado en ella. El riguroso estatuto de palacio la apart de toda asistencia afectuosa, familiar. No, Mino no quiso participar en los jbilos de Ishtar. Se fue derechamente a su casa a encontrrsela vaca de Ghina, a enfrentarse con la soledad. S, en Babilonia estaba Tursyna, pero Tursyna era otra cosa. Era como un sueo de delicia y desvaro, pero sin el contenido entraable que Ghina haba dejado en su corazn. Zimma no quiso insistir. Respet la pena de Mino y en compaa de Aramina se dispuso a salir a dar un paseo por el barrio de las Licencias. Despus ira al banquete de las harimati, en que la coronaran primicleria de las cortesanas. La azafata se esmer en adornar el coche con guirnaldas de flores y lazos de vivo colorido. A la yegua le puso collar de abalorios. El ltigo y las riendas los enjaez con otros aditamentos que Aramina consideraba propios de la fiesta. A Zimma le pareci que el carruaje quedaba demasiado recargado de ornamentos, pero no expres ningn reparo por no desilusionar a Aramina, a quien vea muy entusiasmada con el paseo. Le haba prometido llevada al Gusano para que se solazara con un kuti. En realidad la cortesana va al barrio de las Licencias movida por un sentimiento de reivindicacin. Hasta pocos meses antes haba sido su cotidiano campo de trfico. En l haba ganado sus medios de subsistencia y un pequeo patrimonio de alhajas no muy valiosas. Pero a cambio de esto adquiri una pesada cosecha de vejmenes y humillaciones, de malos tratos y palabras soeces. Aunque no todo haba sido amargura y mortificacin en el comercio de su cuerpo, las alegres horas pasadas que, desde luego, no fueron muchas, no la compensaron de la sucia ganga propia del oficio. A pesar de su espritu animoso, forjado para luchar contra la adversidad, que no la dej amilanarse, senta el corazn herido y opreso por una mano annima. No, las injurias pasadas no se le resolvan en rencor hacia el hombre. Su larga y spera experiencia le hacan considerar al hombre como a un animal de conducta dispar, oscilando entre la ms grosera bestia y el ms seductor de los seres. Gracias a su dios personal Ku, pudo sobrellevar con buen nimo esta desigual vida en la que abundaban los frutos amargos. Ahora las cosas han cambiado. Zimma va dispuesta a entrar en el paseo del Toro en su calidad de primicleria de las cortesanas. Dadamuz, para tan sealada ocasin, le ha regalado una ishtarina de oro, ajorca de dos arillos a los que van prendidas nueve piedras preciosas de vivo destello, conocidas con el nombre de mazzoloth, el mismo de la estrella vespertina. Despus del paseo ir a su mundo, a su viejo, sucio y depravado mundo, al corazn del barrio. No, no entrar en el patio de las accesorias, en donde tiene viejas conocidas. Si ha ascendido de modo tan inesperado y meterico al cortesanado, no es para lucir su riqueza ni su suerte ante aquellas desgraciadas, sino para huir de ellas, para librarse de sus sarcasmos y sus resentimientos, para olvidar, en suma, las heridas que lleva en el corazn. Pero eso s, visitar el Gusano que, hasta entonces, le estuvo vedado por su oficio. Muchas veces entr por curiosidad en su laberinto; no pocas sinti envidia de aquellas mujeres ricas que acudan a los kuti a comprar satisfacciones y halagos. Ser algo as como un acto de humildad y venganza. Ella que cuenta con un crecido nmero de adoradores que esperan ansiosos a que Dadamuz la licencie o a que 345

ella se decida a cometer infidelidades, concurrir al Gusano. Y despus, al banquete de las harimati. La aglomeracin en el paseo del Toro es enorme. Si Aramina logra hacer paso al coche es gracias a la cortesa que los caballeros rinden a las cortesanas. Estas mujeres son objeto en la fiesta del plenilunio de amabilidades y miramientos que no se tienen con la ms linajuda dama. Adems la ishtarina que luce en el tobillo izquierdo es como un talismn, es una joya que slo puede adquirirse en el templo de Ishtar por gracia especialsima y a un precio exorbitado. Pues Dadamuz, que a pesar de las seguridades que le ha dado Beltarsiluma, an contina trabajando su candidatura, ya que no renuncia a la ambicin de obtener un sello de consejera del trono, ha credo de gran efecto que Zimma luciese en el paseo del Toro y en el banquete de las harimati la ishtarina. La leyenda piadosa afirma que el oro de las ishtarinas pertenece a la misma clase y origen que el precioso metal con que ha sido hecha la corona de la diosa, atribuyndole irresistibles virtudes de seduccin y sortilegio. Slo dos cortesanas lucen en Babilonia la ishtarina, y ello porque fueron amantes de altos personajes del reino. Ni a la misma Klamurta, la primicleria del cortesanado hasta que vino Zimma a obligada a abdicar la corona, le cupo el honor y la vanagloria de lucir en su tobillo una ishtarina. Klamurta, favorita de hombres adinerados, no logr contar entre su nmina de admiradores a un allegado al trono. Slo Dadamuz, siempre asesorado de Dunisin, poda tener el gesto y la liberalidad de adquirir una ishtarina para su cortesana oficial. Dunisin en su afn de arruinar a Dadamuz, no encuentra reposo maquinando sangras y dispendios al mercader de vinos. Mas su prfida y escondida intencin est condenada al fracaso. Contra todo lo que ha podido imaginar, la fortuna de Dadamuz se ha revelado inextinguible. Haba que ver cmo vesta y alhajaba a su esposa y a sus tres concubinas. Haba que ver el boato de que haca gala. Jams Babilonia conoci mano ms dadivosa que la de Dadamuz. La inundacin y la peste, terribles calamidades para la ciudad y sus habitantes, dieron oportunidad a que Dadamuz manifestase no slo su prepotencia, sino tambin su largueza. Las sextas de plata se daban a manos llenas en el zagun de la casa de Dadamuz a todo aquel menesteroso que, urgido por la penuria, llegaba contando una necesidad, una miseria o un drama. Aramina no pierde detalle de todo aquel abigarrado mundillo que bulle ante sus ojos, del boato y licencia que exhiben mujeres y hombres amparados por un disfraz que si los hace annimos, no los oculta a la curiosidad ajena. Pero quin es aqu el extrao, el prjimo, el ajeno? Sera difcil encontrar un fiscal, ni siquiera un testigo. Todos son actuantes, todos estn desbordados en el pecaminoso exceso, en el condenable extravo, todos rendidos, sumisos a la pasin sexual. Ya no hay mujeres ni hombres en esta hora que promedia la segunda vigilia. No hay ms que desvergonzada vanidad. Los asientos de los coches se convierten en ocasionales literas. -Saludad a Zimma, babilonios! -grita alguien. Zimma no hace caso. Aramina mira al individuo que ha lanzado el saludo. La cara pintarrajeada y en la nariz un falo innoble, cado, con un cascabel prendido al prepucio. Va a caballo y en la grupa lleva cruzada a una mujer borracha o dormida, semidesnuda, con el trasero al aire, con una flor de loto entre las nalgas. A la azafata el individuo le produce asco y risa. -Ir al banquete, Zimma! -grita otro. Nadie recata su demencia. La algaraba de voces, gritos y carcajadas aumenta el frenes. Las botijas, nforas y bolsas de vino pasan de mano en mano. Se tiran de un

346

vehculo a otro. Tambin las antorchas, que no pocas veces prenden en los sutiles tejidos de los vestidos. No faltan los que por exceso de alcohol yacen como fardos mal dispuestos en el piso del coche. -Mira, sa es Zimma. El espectculo no sorprende a la cortesana. Lo ha presenciado muchas veces entre el gento de los mezquinos que acuden al paseo del Toro a ver cmo se divierte la gente opulenta, las seiscientas familias que seorean entre los setecientos mil vecinos de Babilonia. En aos anteriores contempl el desfile sufriendo pisotones, codazos y manoseos sin cuento. Un ao le cay en la cabeza una antorcha encendida. Otro por nada la descalabran con una botija de cermica. Pero no dejaba de concurrir a la mascarada. Entre la aglomeracin y los manoseos era fcil pescar huspedes. Ahora, como si del infierno hubiese pasado a la mansin de los dioses, todo son homenajes: caen a sus pies flores, preciosos ex votos en cuero repujado, caramelos, confituras. -Hoy se corona harimatu de las cortesanas -dicen a su paso. -Es la amante de Dadamuz... Zimma no prodiga ni sonrisas ni miradas. Su actitud imita el hieratismo de ciertas ishtariti. Las cortesanas se hacen respetar y admirar por un estudiado desdn hacia los presuntos adoradores, que en Zimma no es artificio ni maa, sino natural desapego de prostituta. Ahora, en el trono del cortesanado, siente ms dolorosas las heridas que el oficio ha hecho en su corazn. Cuando llegan al final del paseo no dan la vuelta. Zimma dice a la azafata que siga hacia la calle de Urash, en donde se encuentra el Gusano. Esta instalacin es permanente y slo se cierra los das sealados como nefastos en el calendario religioso, cuyo nmero vara segn el mes. El Gusano nunca tiene la animacin que ofrece los das de las grandes fiestas mardukianas y de Ishtar. El Gusano es una curiosa construccin. Se trata de una enorme galera con la entrada en un extremo y la salida en el otro. Un estrecho pasillo en forma de greca de laberinto lo recorre de un lado a otro. El pasillo en su proyeccin a derecha e izquierda da acceso a unos pequeos cuartos que los babilonios llaman bit o casa. Cada uno de estos bit no contiene ms que una litera con sus correspondientes colchonetas, linos y vasijas de aseo. Los bit as como el pasillo y todo el galern son de tabiques de carrizo. Los ocupantes de estos bit son hombres bien dotados, de amplio trax y recia musculatura. Se les llama kuti. Son famosos en Babilonia, y las mujeres que tienen recursos para disfrutarlos no se recatan en visitar sus bit. No todos son ciudadanos libres; la mayora, conscriptos de los dioses, esclavos de los templos. Hay tambin esclavos ordinarios que hacen partcipe de su ganancia al amo que los explota. Cobran igual que una ramera calificada de las que merodean por el templo de Ishtar, pero otros tienen tarifa equivalente a la de la ms encopetada cortesana. Y el kuti, si adems de ser buen tipo es poseedor de un rostro hermoso, de simpata y espritu jovial y mundano, puede ganar mucho ms que un conspicuo mercader del karum. Tal es el caso de Gambushad, que cobra nueve siclos de plata. En los tres aos que lleva de ejercicio ha amasado una fortuna, pues los dioses le han dado gran resistencia fsica y gracia para simularla. Los kuti permanecen a la puerta de su bit. Es costumbre en ellos velarse la cara con un pao. El sexo lo tapan con diminuto ceidor. Por los bordados y adornos de esta

347

prenda los kuti son fcilmente identificables para las mujeres que los frecuentan. Son ms conocidos por estos smbolos que por sus propios nombres. A Gambushad, por ejemplo, se le llama Palmita, diminuto que alude a las hojas de palmera que lleva bordadas en el ceidor. Es a este hombre a quien Zimma busca. En cuanto entran en el Gusano es tal la aglomeracin de mujeres e incluso invertidos disfrazados que acuden ansiosos a recibir los servicios de los kuti, que ama y sierva se ven obligadas a guardar turno en una nutrida cola. Zimma le ha hablado tanto a Aramina de las gracias fsicas de los kuti que a sta se le encendi el deseo de disfrutarlos, cosa permitida a una esclava dada la liberalidad de las leyes babilonias. La cola camina lentamente. No pocos bit estn con la cortina corrida, porque el kuti se halla en faena o descansando de las fatigas propias del oficio, pues en un da como hoy trabajan larga e intensa jornada, estimulndose con elixires afrodisacos. Y no todos disfrutan las facultades prepotentes de un Palmita, un Pico, un Remo o un Granado, que tienen fama de estar siempre listos para complacer las urgencias de sus habituales huspedas. Cuando las babilonias han tomado dos o tres sorbos de ms, la euforia las anima a hablar de los kuti como lo hacen del ms novsimo pao llegado de Borsippa. Son tan pocas las mujeres que pueden permitirse el lujo de tener acceso a ellos, que el tema del Gusano no es mal visto en sociedad. Y si la alegra reina en el sarao y el ambiente es propicio a las sinceridades de la vanidad y de la carne, no falta la mujer que haga del trato con los kuti motivo de orgullo femenino; mxime que los maridos no suelen celarse de los kuti, lo mismo que las esposas no se celan de las cortesanas. Son expansiones que difcilmente atacan y ponen en peligro el contrato matrimonial. Dada la mentalidad del babilonio y su convencimiento de que el sexo forma parte personalsima del individuo, porcin slo enajenable a Ishtar, y que de Ishtar todos somos hijos, se ve con indiferencia y sin escndalo que cada cual haga libre uso de ese personalsimo predio fsico. Y los kuti, al igual que las cortesanas, procuran no comprometer en el negocio su corazn. Si bien dejan -pues tampoco es debido coartar la voluntad ajena-, que el amante lo comprometa por su cuenta y riesgo. La cola se mueve lentamente. Ama y azafata llegan ante la puerta de un kuti desocupado. Aramina echa una mirada a los bordados del velo y el ceidor. No son los adornos de un kuti popular, mas la prestancia del individuo es suficiente para garantizarle un buen entretenimiento. Por lo tanto, separndose de Zimma, le dice: -Estoy cansada de esperar, y como no tengo preferencia por ninguno, creo que este hombre servir a mi deseo. Y sin ms, conducida por la impaciencia y la ansiedad, se introduce en el bit del individuo. Zimma piensa que Aramina ha hecho bien. Si se quita la vanidad, tan buen servicio presta un hombre como otro, siempre que sea un kuti. Zimma sabe por larga experiencia, que en el negocio de la carne vale ms quedar sobrada que no falta. En otros pasos que da la cola, la cortesana se sita muy cerca del bit de Gambushad. Por el rumor que le llega de las mujeres que le anteceden, la cortina est echada, lo que quiere decir que Palmita se halla ocupado. Y como es de precepto en el Gusano, que nadie puede aguardar ante la puerta del kuti preferido y debe caminar hasta encontrar uno dispuesto al servicio, Zimma abandona la esperanza de acostarse con Palmita. Casi media hora despus de haber entrado en el Gusano, tiene la oportunidad de introducirse en el bit del kuti apodado Remo. El prostituto acoge a la prostituta con 348

estas palabras: -Cunto tiempo sin verte, junco de Synka! Zimma no da crdito a las palabras del kuti. Jams se han visto. Son tan vetustas y convencionales como la palabrera con que las rameras hacen su reclamo. Lo que interesa no son las frases lisonjeras del kuti, sino sus acciones, mucho ms eficaces y halagadoras. Zimma se pregunta en el momento de quitarse la saya qu ha ido a hacer al Gusano. Siente que los labios del individuo la besan en el cuello, muy cerca de las cervicales. Lo que Zimma no poda imaginarse es que Remo, por nombre propio Erzzan, est especializado en servir a homosexuales. Por ello y a pesar de las palabras galantes y buenas razones del kuti, tiene que hacer uso de su vocabulario de ramera -siempre a flor de labio en cuanto la irritacin sacude su nimo-, para hacer comprender a Erzzan, que ella es tan normal en sus funciones, tan escasamente caprichosa que no va a pagar cinco siclos de plata para que le deterioren el trasero. Y concluye: -Pues si lo que buscas es satisfaccin a tu querencia y no darle gusto a mi cuerpo, te denunciar por "dorado" de la peor especie. Erzzan pone cara de circunstancias. No es mal parecido, no. Tampoco sus facciones propenden a las armnicas y delicadas de un efebo. Tiene rostro viril y ojos negros y grandes. Es un buen mozo. Pero a Zimma le parece ridcula la expresin que hace, como si pidiera con el gesto comprensin e indulgencia. Mas este ardid de seduccin no conmueve el nimo de la cortesana, y muy imbuida de su derecho, insiste ya de mal talante que le preste el servicio como Isthar manda. No sirvieron las especiosas argumentaciones del kuti pretendiendo hacer valer la prerrogativa existente en las fiestas de la invocada Ishtar. Y al fin Erzzan, tom a Zimma como sta quera. Todo para, cumplida la funcin, levantarse los dos decepcionados de tanto esfuerzo y de tan escasa armona. Ello dio motivo a que Zimma abandonase el Gusano decepcionada de las habilidades de los pupilos, que la ignorancia del pueblo exageraba a ponderaciones casi de fbula. Zimma regres a la entrada, lugar donde haban quedado las dos mujeres en encontrarse. Zimma, que no quiere llegar puntual al banquete, distrae el tiempo visitando con Aramina las carpas del parque de Innana. LOS SIERVOS DE ANU, secta cismtica que mantiene la antigua austeridad de la religin sumeria, dicen que el culto a Ishtar comenz a corromperse cuando la sacerdotisa Salmuda del templo mayor de Agade, hizo la reforma de la corte de adoratrices de la diosa. Esta corte, que estaba compuesta en principio de adoratrices de clausura (las kizreti), de vrgenes vigilantes (las qadishti), y de matronas consagradas a la prostitucin ritual (las shamati), sufri honda transformacin al separar de la corte a las vrgenes vigilantes, que fueron reemplazadas por las harimati, adoratrices sujetas al templo slo a medias. Gozaban la franquicia de contraer matrimonio y, fuera de las horas rituales, de llevar vida particular. Aqu empez la corrupcin. Segn los siervos de Anu, las harimati validas de su condicin de sacerdotisas, fueron dndose poco a poco a la vida disoluta, al extremo de tener marido y tantos concubinarios y amantes como se les antojaba. Las harimati contagiaron de independencia y libertinaje a las shamati, cortesanas sagradas adscritas al culto y destinadas a recibir a los extranjeros que llegaban al templo de Ishtar. Lo cierto es que desde haca ms de doscientos aos, las shamati se dedicaban a 349

fornicar por negocio y capricho con todo mercader extranjero que llegaba a ciudades en que hubiese templos de Ishtar, y por su parte, las harimati, desorejadas y de temperamento ardiente, no tenan reparo en prostituirse en cuanto vean la faltriquera de un hombre. De ah que la censura popular reprobara a estas sacerdotisas como adoratrices venales, ms atentas a su provecho y capricho que a la gloria y satisfacciones piadosas de Ishtar. La reforma de Salmuda, puerta abierta a la mundanera y a la licencia, fue evolucionando rpidamente al libertinaje. Al principio la orden de las harimati estaba constituida por sesenta adoratrices; ms tarde, viendo que la prostitucin renda muy importantes tributaciones a las tesoreras de Ishtar, se convino que en la orden ingresaran tres cortesanas profanas. Y que una de ellas, por notorios merecimientos y virtudes, fuese declarada oficialmente primicleria, ttulo que segn las malas lenguas se otorgaba casi siempre a la cortesana que tena mayor influencia en el templo de Ishtar, sea por presiones polticas o por crecida donacin. Zimma no saba claramente qu mrito o gracia personal se le premiaba con el honor del primiclerio del cortesanado. Mino le hizo sospechar una posible maniobra de Dadamuz. Pero aun sabida la intencin que anim al mercader a hacerla cortesana, Zimma se resista a aceptar fuese sta la causa de su eleccin como primicleria. Desvalida de consideracin social, le adulaba la idea de verse reconocida por algn mrito propio. Cuando Zimma entra en el lujoso comedor del mesn de Alpisillar, la acoge una ruidosa ovacin. A la mujer que no supiera ms que de vejmenes y ofensas, de menosprecios y humillaciones, el clamor de aplausos y vtores la conmueve. Los ojos se le humedecen. Y en tan emocionante momento, su corazn, llevado por el recuerdo, va hasta Umma. Se ve al lado de sus padres, siempre afligidos por la cuenta rigurosa de la penuria. Lo ms selecto del seoro de Babilonia se encuentra en el comedor. Abundan los hombres, pero el sexo femenino tiene tambin nutrida representacin. No falta ninguna de las sesenta cortesanas, y estn presentes muchas harimati. Zimma, con los ojos velados por las lgrimas apenas si reconoce a algunos personajes que se hallan en el saln. Ve a Alpisillar vestido de gran gala, atento a los menores detalles, cerca de la puerta; a algunos tartanes de palacio, a los que no identifica por el nombre sino por haberlos visto en grandes solemnidades; a su protector Dadamuz. No porque ella le haya descubierto, sino porque el vinatero agita con mucho aspaviento el velo que le ha quitado a su mujer. A Dadamuz le acompaan sus tres concubinas. Ve tambin a Gabu, al desdichado y molesto Gabu. Al mayordomo de palacio acompaado de un joven que todo el mundo sabe que es Shumi, el hermoso amante de Addasin. Es l, Addasin, el primero que se levanta de la mesa y acude a recibida. Las cortesanas, que cumplen una funcin pblica muy considerada en Babilonia, reciben el tratamiento de honorables, tratamiento que el protocolo -no se sabe si por deferencia o menosprecio- da tambin a los embajadores de los reyes extranjeros. Addasin se acerca a Zimma y hacindole una pequea reverencia, dice: -Honorable Zimma: soy el mayordomo de la reina y, en nombre de la suma sacerdotisa de Ishtar, vengo a darte los plcemes por tu ascensin al primiclerio del cortesanado babilonio. Como est preceptuado en los estatutos del templo de Ishtar, durante este ao y todos aquellos que fueses reelegida, tendrs el privilegio de oficiar durante tres veces ante el altar de Ishtar, a la izquierda de la suma sacerdotisa. Tendrs 350

tambin el privilegio de ser recibida en los saraos y banquetes que se den en palacio en honor de Ishtar, de acuerdo con el calendario religioso. Y, por ltimo, en tu calidad de harrimatu primicleria de las cortesanas, te es concedido el honor de tratar a la suma sacerdotisa de hermana. De todo ello, que est escriturado, mi seora la bien amada Semramis, da fe. -Y Addasin, dirigindose a la concurrencia del comedor, pide en voz alta-: Babilonios, salud a Zimma, primicleria de las cortesanas! El vocero se hace atronador. Addasin, tras de nueva reverencia vuelve a la mesa en que le espera su joven amante Shumi. Los vtores no siempre son reverenciales. No faltan los elogios zoolgicos y a veces soeces. Y en medio de esta algaraba, Zimma es conducida a la plataforma en que habr de ser exhibida en su nueva y alta jerarqua de primicleria. La llevan las dos cortesanas que pertenecen a la orden de las harimati. Las aclamaciones, los gritos que exaltan sus gracias femeninas continan. Zimma jams haba imaginado semejante apoteosis. Se siente intimidad e incluso objeto de un terrible sarcasmo. Hace apenas unos cuantos meses, sus amantes ocasionales, sus huspedes de litera, la mortificaban con exigencias e improperios. Hace unos meses era continua presa de los agentes del investigador urbano, que la esquilmaban y explotaban con exacciones sin cuento. Todo ha cambiado. Gracias al adorable y magnnimo Ku, su dios personal. Los hombres torpes y groseros como Dadamuz, creen urdir por propia voluntad sus innobles argucias, sin saber que cuando hacen una buena accin movidos por la malicia de sacarle provecho, son burlados por los buenos dioses. Dadamuz ha credo inventar el sueo en que se le present Marduk conminndole a que sacara a Zimma de su baja condicin de prostituta y la elevase al cortesanado, ignorando que el fingido sueo de su malicia es una realidad llevada a cabo por Ku. Al llegar a la plataforma las dos compaeras la desvisten. Zimma, avisada a tiempo de la ceremonia de la exhibicin procur aderezar su cuerpo con los afeites y untos que dieran a la carne el ms juvenil aspecto. Queda desnuda y vindose objeto de centenares de miradas codiciosas, examinadoras y severamente crticas, no puede resistir el instinto del pudor que le hace cerrar los ojos y bajar la cabeza. Las manos, como si respondieran a una voluntad superior, se mueven para ocultar el sexo y los pechos. Los mismos pechos que ella tantas veces ha exhibido pblicamente. Pero Zimma se siente por primera vez desnuda; desnuda y nia, como si en este sueo de inimaginable fantasa, recobrara su inocencia infantil. Debe dar tres vueltas en redondo sobre sus talones, lenta y graciosamente, para que la concurrencia admire la belleza de su cuerpo. Zimma nunca estuvo segura de que su cuerpo fuese motivo de vanidad ni recurso de seduccin. La actitud pudorosa que le crea su timidez, provoca nuevas e incontenibles aclamaciones. Jams los babilonios han tenido conocimiento de una exhibicin de la primicleria del cortesanado al modo que la est ofreciendo Zimma. Da la impresin de ser una doncella asustada, tierna y entraablemente cohibida con su propia desnudez. Zimma ha vivido tan ajena al gran mundo que nunca pudo pensar lo que este reconocimiento supone. Apenas si acaba de darse cuenta de su ascensin al cortesanado por gracia de Ku y malicia de Dadamuz, para poder comprender lo que aquel homenaje significa. Todava conserva un vago recuerdo de las palabras de Addasin: mientras ostente el primiclerio podr tratar a la reina como a una hermana. Nada menos que a Semramis... Recuerda cuando compareci ante ella por un vulgar pleito de escndao en la

351

puerta de Ishtar. No se le olvida el velo de lentejuelas alucinantes con que ocultaba el rostro, y su voz de grato timbre, pero a la vez grave y autoritaria. Zimma pasa mentalmente de Semramis a Homero y de Homero a Tursyna; de Tursyna a un husped que se qued alojado en su memoria, un mozo todava en la adolescencia que por primera vez acudi a ella. De esto hace muchos aos y no se le ha borrado la impresin que le produjo. Al principio, el mozo trataba de ocultar su timidez con una actitud cnica y desvergonzada, mas, enseguida, se mostr tan azorado e inexperto que Zimma tuvo que acogerle en su regazo como una madre toma a su criatura. Tuvo que ser paciente con el muchacho y extremar los carios y las atenciones para que lograra satisfacer en ella su primer mpetu varonil. Zimma se siente aturdida. La mente se le escapa al recuerdo por huir del momento presente, hasta el instante en que despus de dar la ltima vuelta, las dos harimati le cien en la frente la anadema del primiclerio. Las aclamaciones no cesan, la banda de msica ejecuta un himno. Zimma, extremecida por la emocin, sin juicio para percatarse claramente de lo que pasa, se deja vestir con un traje nuevo, larga saya y tnica blancas con bordados de diminutas hojas de palma alternadas con trboles, la flor de Enlil. Las sandalias son de suela de esparto y correas de cuero repujado con hebillas de oro. Pasa a la mesa de las harimati. A su izquierda, el eunuco mayor del templo de Ishtar, a su derecha una shamatu. No acierta a adivinar la jerarqua sacerdotal de los comensales de uno y otro sexo que toman asiento a la mesa. Pero al ver que Beltarsiluma y Addasin ocupan mesas alejadas de la principal, supone que las personas que la acompaan estn vinculadas al templo de Ishtar, a su tesorera y a sus patios. Han de ser intendentes y ecnomos, eunucos y celadores. La cena comienza a servirse. Abundan los pajes y escanciadores. Si no todos los invitados, la mayora ha llegado al banquete con exceso de alcohol. La solemnidad con que la acogi Addasin nada tiene que ver con la conducta de los participantes de la cena, que asisten al acto como a una diversin ms. Zimma, al escuchar las conversaciones que se cruzan de mesa a mesa, los gritos y llamadas; al ver los cambios de sitio que hacen los concurrentes, se da cuenta que el primiclerio y la ceremonia no son ms que pretexto para la reunin. Apenas si el pblico le presta la menor atencin. Nada ms unos cuantos adoradores, desperdigados por el comedor, la cortejan con miradas. Los platos que constituyen la cena tampoco entusiasman a Zimma. Se reducen a una sucesin de pastas de pescado, de carne, de legumbres y fruta. Para cada una de estas pastas se sirve una salsa muy condimentada con especias y jugos excitantes. Un cuerpo de danza irrumpe en el comedor y pasa a la plataforma. Comienza el baile con una pieza de msica estrepitosa, movida y sensual. Las danzarinas mueven senos y caderas, los consabidos y siempre repetidos ademanes que aluden a la fecundacin de la palmera. El baile rompe con la circunspeccin, ya de por s bastante precaria, de los asistentes. Antiguamente la presencia de las harimati en el banquete daba un sentido casi ritual a la clausura de las fiestas solsticiales de la diosa. Pero con la corrupcin de esta orden de las ishtariti, el banquete se fue haciendo cada ao ms profano, perdiendo su original sentido religioso. En varias ocasiones el sacerdocio del templo de Ishtar intent poner veto a esta desvergenza, mas la calidad social de las harimati haba hecho imposible toda medida moralizadora. Y a pesar de que los autnticos devotos de Ishtar, mantenedores del rito de la prostitucin sagrada, no participaban en los banquetes crapulosos, la mayora de la sociedad babilonia se entregaba frentica a estos festines. 352

Con la msica y el baile y las repetidas libaciones, el banquete de las harimati se convierte en escandalosa manifestacin de pasiones. No pocos asistentes suben a la plataforma de las danzarinas. Los excesos y desvergenzas son tan impdicos, las uniones tan anormales y cnicas, que una prostituta como Zimma, que conoce todas las aberraciones del oficio, se siente intimidada. Y cuando mayor es el escndalo, abandona furtiva el comedor.

LA MISIN DE TURSYNA BELTARSILUMA MIRA Y vuelve a mirar el plano. No cabe duda de que aqullas son las piezas que corresponden a la cmara y antecmara de la reina. Pero y el pasillo y la amplia sala que le sigue? El valido conjetura que el plano corresponde a una de las partes ms meridionales de palacio. -As que t no sabes si la cmara de la seora tiene un corredor secreto. -Lo ignoro. Addasin s sabe que existe ese corredor y que el plano localiza las dependencias que Semramis ha destinado a Shusteramn y sus ayudantes. Pero la reina lo ha mantenido en secreto, y no ser l quien lo revele. -Bien, seor. No olvides que la reina te espera dentro de media hora -dice Addasin, retirndose. Semramis, antes del jubileo, haba informado a Beltarsiluma sobre el caso de Shusteramn y de Belnabu. Y aunque le dijo que el egipcio se dedicaba a investigar los efectos de la supuesta planta de Gilgamesh, al valido no se le ocurri preguntarle entonces en qu habitacin de palacio se llevaban a cabo los experimentos. Beltarsiluma conjetura: Si existe ese acceso secreto a la cmara de la reina, es indudable que su conocimiento por parte de Tursyna revela claramente la misin de la joven dentro de palacio. El paje que acompa a Tursyna en su ltima visita a Mino no pudo darle informes sobre lo que los dos ex prometidos haban hablado. En cambio, obtuvo el plano. No emple ningn ardid, ni siquiera el paje saba que exista el plano. Cuando salieron de casa de Zimma, Tursyna iba delante y en un momento que hurg en la faltriquera para sacar el pauelo, se le cay el rollito de papiro. El paje lo recogi y lo guard de acuerdo con las instrucciones que tena de vigilar a la extranjera. "Lo indudable es que Tursyna -piensa Beltarsiluma- ha dejado caer el plano para que llegue a mis manos. De lo contrario, guardara cuidadosamente un documento tan comprometedor." El papiro no es de los que hay en palacio, est ms blanco y al mismo tiempo presenta ciertas manchas de humedad propias del que se vende en Fenicia. Podra identificarse como papiro almacenado en Tiro, en Biblos o cualquier otro puerto de mar. Cabe pensar que Tursyna quiere dejar sentado que el plano lo trae de Tiro. Ahora bien, por qu lo llev a casa de Zimma? Seguramente para que lo viese Mino. Mas con qu objeto? Beltarsiluma supone que por uno de estos tres motivos: primero, preguntar a Mino como experto por la debida localizacin en palacio de las dependencias que

353

representa el plano; segundo, hacer del conocimiento de Mino que ella posee el plano; tercero, que el plano ha sido hecho por Mino, y que l se lo ha dado. En este caso, Tursyna tuvo que proporcionarle la hoja de papiro trada de Tiro. Lo que le resta averiguar a Beltarsiluma es si el plano se refiere slo y exclusivamente a las piezas que utilizaban Shusteramn y sus auxiliares. Shusteramn ha sido durante muchos das asilado de la embajada egipcia, y Menfitas y Ramsads huspedes de palacio. Tuvieron relaciones ms que amistosas con Tursyna; especialmente Ramsads. Por lo tanto, Tursyna pudo tener conocimiento del acceso secreto a la cmara de Semramis por informacin confidencial sacada a alguno de los embajadores. De ser as le fue fcil confeccionar el plano. O mandarlo hacer de acuerdo con las indicaciones obtenidas. Puede pensarse que lo haya hecho Mino, aunque esto sera demostrar demasiada candidez por parte de Tursyna. Lo que Beltarsiluma cree entender es que la tartessia pretende asentar que el plano ha sido hecho en Tiro y, ms concretamente, que el rey Pigmalin se lo dio, poniendo al alcance de su mano a Semramis. Y con qu fin? Slo con el de matarla. Hasta aqu la deduccin le parece lgica al valido. Todas las conjeturas llegan al mismo punto: al asesinato de Semramis. Pero pensar que Pigmalin sea el instigador se le antoja absurdo. Ahora bien, el hecho de que Tursyna haya dejado caer el plano, quiere decir que su propsito es revelar que ella est en condiciones de cometer el crimen, pero que se anticipa a descubrir estas mismas condiciones para que se lo impidan. Aqu vuelve la madeja a enredarse en otro absurdo, pues la joven tartessia, anticipndose a frustrar su propia accin, anulara el motivo que justificara su presencia en palacio. Parece ms bien que Tursyna quiere verse sometida a inquisicin, a fin de establecer una grave acusacin contra Pigmalin; hacindole pasar como instigador de un asesinato. Pero el propio Beltarsiluma se pregunta es que hay que concederle tal grado de candidez a Tursyna como para que la joven haya credo sinceramente que esta intriga puede conmovemos al extremo de que nos incite a llevar nuestro ejrcito hasta Tiro? Porque si pensara vendernos el servicio de su confidencia, hace tiempo que lo habra hecho, siempre, claro est, que hubiese obtenido del propio Pigmalin los informes sobre las dependencias que figuran en el plano, cosa inverosmil. Beltarsiluma vuelve una y otra vez sobre el mismo tema, a tirar del hilo de la enredada madeja. No le preocupa tanto ganarle la apuesta a Tursyna como ofrecerle una solucin del problema a Semramis, que despus del retiro vuelve a asumir el poder. No sabe cmo reaccionar la reina en el asunto de los sacerdotes. Y quiere proveerse de suficientes mritos para hacer ms disculpable la dictadura impuesta durante los diecisiete das que dur la ausencia de Semramis. Beltarsiluma cree que Tursyna ha sido engaada. Desde luego por un enemigo de Pigmalin. No cabe pensar en el faran de Egipto, pero s en la reina Elisa de Cartago o en algn grupo de sndicos de la Lonja de Tasas. Los altos funcionarios tirios estn interesados en que Cartago se confedere a Tiro, y el obstculo insorteable es, mientras viva, el rey Pigmalin. Al fin, despus de darle muchas vueltas a los datos que posee, cree haber dado con la solucin. Ella es que Tursyna est dispuesta a asesinar a Semramis o a Adadnirari. La causa la tiene ya esclarecida. Sin prdida de tiempo ordena a un paje que vaya en busca de la tartessia. Esta no tarda en presentarse. Beltarsiluma tras de saludarla, la invita a que tome asiento. l no lo hace.

354

Jugando con el cordn de Nabu, da unos pasos delante de la joven en silencio. Seguidamente le dice: -Creo haber aclarado la misin que te trajo a Babilonia. -Ests seguro, bienquisto Beltarsiluma? -S. Has venido a asesinar a la reina de Asiria. Tursyna palidece al mismo tiempo que esboza una sonrisa: -La acusacin es grave... -S, Tursyna. La ms grave que pueda hacerse a una persona. -Supongo que tendrs pruebas. -Pruebas y evidencias. -Ante qu tribunal debo comparecer? -Ante ninguno, Tursyna. -Entonces, cmo voy a defenderme? -Tu causa est cerrada. No tienes defensa alguna. Se te dar a conocer la acusacin; se presentarn las pruebas y sers llevada al verdugo. -Es tan disparatado todo lo que dices, bienquisto Beltarsiluma, que ni siquiera me atemorizas! Soy tan inocente de los cargos que me imputas que podr refutar todas las pruebas y evidencias que presentes. Mas si no me das ocasin para defenderme y deshacer la intriga que has urdido, tendr que pensar que incluso los hombres flemticos e inteligentes como t, caen en las ofuscaciones ms errneas. Y el error, cuando lleva a una persona inocente al patbulo, es una terrible injusticia que los dioses no perdonan. -Lo s, Tursyna. Nada me repugna tanto como una injusticia, pero es tan grande la que pretendes cometer haciendo a la seora vctima de tu obcecacin, que los dioses que invocas condenaran ms mi negligencia que mi rigor. Voy a ver ahora a la reina y le plantear tu causa. Pero desde este momento, considrate en prisin. Te quedan pocas horas de vida y debes aprovecharlas en arreglar tus asuntos particulares. Puedes escribir a tus padres con la seguridad de que haremos llegar la misiva. Cometiste un error, Tursyna: dejar que el plano llegara a mis manos. Tursyna se demuda o finge sorprenderse desagradablemente por las palabras del valido: -El plano? Acaso el plano...? -No disimules. No perdiste el plano. Simulaste perderlo para que el paje que te acompaaba la otra tarde me lo entregara. Y se fue tu error. Porque con el plano queras confundirme. De las dependencias de palacio dibujadas en ese papiro tenas conocimiento antes de hacer el plano. -Te equivocas, bienquisto Beltarsiluma. Ese plano apareci en mi bolsa de viaje. Ignoro quin lo puso all, aunque me figuro que fue el embajador Sincobima. -No. T pretendas hacerme creer que te haba dado el plano el propio Pigmalin. El papiro que utilizaste para hacerlo, probablemente sea de Tiro, pero estoy seguro de que no tenas la menor idea de las piezas que el plano representa, hasta que hablaste con el embajador Ramsads. -Acaso l las conoce? -Claro! Para Shusteramn, el mdico egipcio que la embajada haba asilado son familiares... Tursyna mueve la cabeza negando:

355

-Absurdo! Como te dije, ese plano estaba en mi bolsa de viaje. La otra tarde se lo llev a Mino para que me lo explicara, pues ni siquiera tena la menor idea de lo que el dibujo poda representar. Mas como s que los arquitectos usan de estos expedientes para realizar sus obras, supuse que Mino me aclarara su significado. l fue quien me dijo que poda referirse a ciertas dependencias de palacio. Mas tan escasa importancia di al dibujo que, en un descuido, lo perd. -Lo siento, Tursyna. Tus disculpas son mucho ms endebles que mis evidencias. Y como ya es hora de mi entrevista con la reina, vuelvo a repetirte que no pierdas tiempo. Esta tarde, antes de que se ponga el sol, sers ajusticiada. -Te aseguro, Beltarsiluma, que hoy dormir tranquilamente en palacio! CUANDO BELTARSILUMA entra en la antecmara real, hace las tres reverencias. Mira hacia el fondo, en donde est Semramis sentada. Viste una tnica nueva. Melinke se halla cerca de la mesa de las ofrendas. Los espantamoscas mecen suavemente sus enormes abanicos. La expresin de Semramis es fra y su mirada penetrante. Beltarsiluma se sita ante la reina y, volviendo a humillar la cabeza, dice: -Seora... Semramis hace una sea a Melinke. Esta se aproxima al valido, ofrecindole en una bandeja bollos y bebida. Beltarsiluma rehsa. Semramis habla: -El da que inici el retiro me dijiste que el correo de Kalah traa una carta para m cuyo contenido no deba conocer hasta despus de las fiestas. De qu noticia se trata? Lo que menos esperaba Beltarsiluma era que la reina empezara la audiencia preguntndole por semejante misiva. Tiene tantas cosas trascendentales de qu informarla, que le desconcierta que Semramis d prioridad a un asunto de poca importancia. Pero al valido le agrada que la audiencia comience por este tema. -Quera oh gran seora! que tu retiro no se viera perturbado por inquietudes del corazn. La carta es de Sargul. Dice que Shara, durante tantos aos prfuga, se present por s misma en palacio a pedir asilo a Sargul... Beltarsiluma se contiene. Observa que a Semramis, conforme escucha, se le demuda el semblante. Sus manos se crispan en las cabezas leonadas de los brazos de la silla. -Contina, Beltarsiluma. -Shara ha manifestado que se somete a tu rigor o a tu clemencia. Sargul dice que la acogi en el harn. La ha encerrado en celda de castigo. Que espera tus instrucciones. Dice tambin que ha visto a Shara tan desvalida y desprovista de los encantos que hicieron de ella una de las ms hermosas pupilas del harn, que le inspir una infinita lstima. Que no puede menos de pensar que la mujer que lleg en tan lastimoso estado a palacio ofreci al rey, el llorado Shamshiadad, muchas horas de contentamiento. Y a ti, oh seora! muchos das de injuria. Que espera... -Basta, Beltarsiluma...! -y sin cambiar el tono de voz, Semramis apremia-: Otro asunto. Beltarsiluma, que no quiere plantear el de la cmara sacerdotal y el de Lumma, mientras no sea la reina quien lo suscite, expone: -Uno muy grave, seora.... -Referente a qu? -A Tursyna, seora.

356

-Qu sucede con Tursyna? -La misin que ha trado a Babilonia es darte muerte. -A m...? -A ti, seora! Beltarsiluma explica pormenorizadamente toda la intriga de la tartessia. En varias ocasiones, Semramis le interrumpe para aportar datos a la conjetura total de la intriga. Y al final, la reina dice: -Tal como lo expones no hay duda de que esa joven ha venido a asesinarme Mas todava no acierto a comprender con qu objeto. Beltarsiluma hace una pausa espectacular antes de revelar el secreto de la misin de la joven hispana: -Muy sencillo, seora. Tursyna no trabaja, como ella trata de hacemos creer, para Pigmalin. Est fuera de duda que es una fantica de la independencia de Tartessos. Perdidas sus esperanzas de obtener nuestra ayuda blica, ha maquinado la ms sutil y al mismo tiempo descabellada de las intrigas. Si ella lograse establecer, como pretenda, que era agente de Pigmalin, asesinando a la reina de Asiria levantara en pie de guerra a nuestro pas contra Tiro. Es muy probable que Tursyna y Elisa llegaran al acuerdo de que Cartago, en cuanto Tiro se viera asediada por nuestras tropas, atacara por mar a la ciudad. Elisa, con el apoyo de los altos sndicos de la Lonja de Tasas recuperara el trono. Concertara armisticio con Asiria y devolvera la independencia a Tartessos. Como ves, seora, poco le importaba sacrificar su vida, si con ello consegua liberar a su patria. -Comprendo. Esa joven, al tener conocimiento por Ramsads del obrador de Shusteramn y de la salida secreta, cambi, mejorndolo, su primitivo plan. Pero yo me pregunto: Si quera asesinarme por qu no lo hizo en la casa del Estanque, la noche que durmi conmigo? -Entonces no haba dejado claramente establecido que fuese agente de Pigmalin. Ella no poda decirlo, pues lo primero que cuida un espa es mantener secreta la identidad del Estado a quien sirve. Tena que dejar indicios, cometer deliberados errores para que nosotros descubrisemos su pretendida condicin de agente. El caso de Sincobima le ofreci la oportunidad de demostramos que no tena ninguna liga con Pigmalin, cosa que, siendo cierta, le interesaba fijar, a fin de hacemos creer que guardaba su condicin de espa. No he hablado con Shusteramn, pero estoy seguro de que dijo a los embajadores egipcios cmo se haban fugado de palacio. Ramsads, a quien nada importa la existencia de esas piezas secretas, habl de ellas a Tursyna. Entonces sta maquin sobre nuevas bases el modo de asesinarte. Y no es remoto que haya pensado salir con bien del crimen. De cualquier modo, dejara la evidencia de que haba cometido el asesinato al servicio de Pigmalin. La intriga tena mucha sutileza y abundancia de matices, que reina y valido examinaron escrupulosamente. La conclusin fue acorde: Tursyna deba ser entregada al verdugo por intento de regicidio. Mas Semramis rectific enseguida: -Se le juzgar ante tribunal. Han de estar presentes como testigos Mino, Shusteramn y Ramsads. Se le darn a Tursyna los servicios de un escriba que la asesore y defienda. Debemos averiguar el acuerdo a que lleg con Elisa de Cartago, pues podramos utilizarlo en nuestro provecho. Se la condenar a muerte, desde luego, pero t te encargars de que la sentencia no se cumpla. La mandaremos a la mazmorra,

357

y all la someteremos a un riguroso rgimen. Debemos reconocer que una mujer de su temple es digna de una muerte rpida, sin afrenta, mas de nada nos servira bajo tierra. Y presiento que Tursyna puede sernos til. No olvides que, segn me has dicho, ha estado mucho tiempo en la corte de Bubastis... Bien, pasemos a otro asunto... -A qu otro asunto? -Beltarsiluma espera con cierta ansiedad. No sabe si la reina empezar a pedirle cuentas por la muerte de Lumma o por la de los sumos sacerdotes. Semramis dice: -He recibido quejas sobre el modo con que has llevado el gobierno durante mi retiro. No ha habido quejas en concreto, sino insinuaciones. Algunos consejeros, y no pocos tartanes, se han sentido molestos por tu actuacin. Tienes alguna disculpa que justifique tus abusos de autoridad? Beltarsiluma se yergue. Recobra su dominio. La blandura de la reina le incita al cinismo: -Mis censores, seora, son demasiado indulgentes. Durante tu ausencia hice uso y abuso de una total autoridad. Quiero enumerarte todas mis arbitrariedades e intemperancias, las medidas que puse en prctica lesionando jurisdicciones y derechos de consejeros y tartanes. Elimin a los prncipes de la cmara sacerdotal, dndoles una gloriosa muerte; elimin a Lumma por la insensatez de su horscopo; distribu a mi juicio varonas de Babilonia; invent alguna consejera que di a la persona ms idnea para ejercerla. Mis desacatos fueron muchos. Pero haba un desacato mayor, un desafuero no atribuible a los hombres, sino a los dioses. No poda mantenerme en la prudencia cuando las fuerzas de la naturaleza se haban desatado. El riguroso Adad lanz contra Babilonia la ms mortfera inundacin de los ltimos treinta aos; los edimmu, con virulencia inusitada, infestaron la atmsfera e hicieron presa de todos los vecinos, sometindoles al flagelo de la peste; las ratas, que se multiplicaban da a da por millares, disputaban al hombre la superficie habitable. Seora, eran tan grandes y peligrosas las calamidades que acosaban a Babilonia, que actuar con prudencia hubiera sido obrar con complicidad. Incendi barrios, somet al rgimen de la pcima a toda la poblacin apestada. S, mis desacatos fueron enormes y de ellos te hago somera relacin para que los juzgues. En descargo slo puedo decirte que las aguas que rodeaban amenazantes la ciudad, se han alejado. Que las ratas han desaparecido y que los casos de apestados disminuyen progresivamente da a da. Durante tu retiro amenazaron al pas todos los males. El horscopo de Lumma fue una instigacin a la rebelda. Y mi nico pensamiento fue devolverte Babilonia, pacfica, sosegada y esperanzada. Si crees que obr mal, dmelo, seora, y pondr a tu disposicin no slo mi sello de primer ministro, sino tambin mi cabeza... Semramis sonre sin abandonar su expresin severa: -Me interesa que conserves la cabeza en su sitio, Beltarsiluma. Respecto al sello por qu habra de pedrtelo? Tendrs que regresar a Kalah, pero necesito que durante unos das contines al frente del gobierno. Deseo que permanezcas en Babilonia hasta la constitucin de la nueva cmara sacerdotal. Maana mismo haremos pblico el nuevo censo de la nobleza. Librame de este engorro. -Y respecto a Shara, seora? -Manda una carta a Sargul dicindole que la traiga a Babilonia.

358

Poco despus, cuando ya Beltarsiluma se retiraba, entr Addasin con una mala noticia: Ramsads haba muerto de la peste. Menfitas peda a la reina se le dieran facilidades para embalsamar el cadver y hacerle las exequias con los honores dignos de su alta representacin.

SADOC, OTRA DECEPCIN SEMRAMIS NO PARECA la misma. Las personas que estaban en ms ntima relacin con ella empezaron a notar ciertos cambios. Beltarsiluma no dejaba de extraarse de la morosidad con que la reina se reintegraba a las tareas de gobierno. Melinke, que la serva en lo particular, observ su actitud contradictoria en el aspecto afectivo. Pocos das antes de entrar en retiro, Semramis se pronunci con dureza al juzgar a Ghina. Le fue fcil comprender que la reina se haba desligado en lo sentimental de la que fuera azafata mayor de palacio. Sin embargo, la noticia de su muerte 1a sumi en la taciturnidad, clara demostracin de la honda pena que le causaba. Pero en este cambio de nimo, lo que ms extraaba a Melinke era que en las continuas alusiones que haca a Ghina, se refiriese siempre a cosas pasadas como si hubiesen transcurrido en los ltimos das. Addasin, por su parte, empez a sospechar que la blandura de la seora y el abandono de su voluntad denunciaban claramente que estaba poseda por algn espritu, sin saber si ste era bueno o malo, aunque se inclinaba a temer que fuera uno de los siete demonios. Mas cmo un utukku podra atreverse a entrar en una persona santificada por la incorporacin de Ishtar? El rumor de la corte, un rumor sordo y que parta de voces annimas, sealaba a Semramis como posesa del mal espritu de la locura. Sadoc, restablecido de las fiebres malignas que le haban atacado poco despus de salir de Babilonia, solicit audiencia para despedirse de la reina. La nica testigo de la entrevista fue Melinke que, situada durante todo el tiempo en la mesa de las ofrendas, no pudo menos de escuchar la conversacin. Semramis se mostr con el embajador de Israel extremadamente afectuosa: -Me congratula, mi buen amigo, que hayas salido con bien de tan ingrata dolencia. Y siento que mi retiro me impidiese estar a tu lado, como habra sido mi deseo. No fue slo la lirista quien se extra de tales palabras, impropias de una reina a un embajador, sino tambin el mismo Sadoc, que excus tan rendida deferencia diciendo: -Con la hospitalidad que me diste en palacio me has honrado en demasa, seora... Semramis le interrumpi: -Te he sabido sufriente y tu pena y tu dolor los he hecho mos. En ocasiones sent escalofros de muerte, temiendo que te alejaras para siempre de m... Semramis se contuvo y movi suavemente la cabeza para dirigir su mirada, entonces vaga, como ensoadora, hacia la ventana. En el alfizar, la paloma dorada. Sin dejar de mirar hacia la ciudad, murmur unas palabras que ni Sadoc ni Melinke lograron or. Pero la lirista tuvo la impresin de que Semramis se deslizaba peligrosamente al 359

desvaro. Sin duda, la reina estaba bajo el efecto de una penosa mortificacin. Probablemente el equvoco se estableca porque las palabras que destinaba a Sadoc iban dirigidas a otra persona que en esos momentos motivaba su preocupacin. Tras de un breve silencio, Semramis volvi la vista a Sadoc, le mir fijamente y dijo: -Hace tiempo que debiste de hablarme con claridad. Ocultamos nuestros sentimientos, pero ellos se revelan cuando menos lo pensamos, y no siempre en el momento ms oportuno... "Evidentemente Semramis tiene razn", piensa Sadoc. Mas a quin van aplicadas sus palabras? Sadoc empieza a perder seguridad en s mismo. -Seora: desde que tuve la oportunidad de conocerte es probable que mis sentimientos hayan sido inoportunos, pero puedo asegurarte oh reina de Asiria! que han permanecido inalterables. -A pesar de Tursyna? Sadoc y Melinke se miran furtivamente de reojo. Melinke observa que el embajador pierde el color de las mejillas: -Dices Tursyna? Ha sido una simple amiga. Por cierto que hace das no la veo. Supongo que se habr ido a su tierra... -Sin despedirse de tan... ntimo amigo? No, no se ha ido. Si tienes inters en verla, le dir a Addasin que te conduzca a la mazmorra. -Que est en la mazmorra? -Convicta y confesa de intentar asesinarme. -No es posible! Pareca una joven... -Encantadora, verdad? Lleg a seducirte hasta el extremo de que cuando caste enfermo la llamabas en tu delirio. Sin embargo, tu paje me dio a entender que el objeto de tu amor no era Tursyna, sino yo. Sadoc se apresura a aclarar respetuosamente: -No gozo fama de insensato. Ten por seguro, seora, que jams hubiese osado poner mis ojos en ti movido por un pensamiento indigno. -Crees indigno el amor? -replica Semramis. -Oh seora, disculpa mi torpeza...! Estoy confundido y no acierto con las palabras justas que expresen mi pensamiento. -Con Tursyna te mostraras distinto verdad? A Melinke se le humedecen las manos de un sudor fro. No comprende la actitud de la seora. Ni a qu extremo quiere llegar. -Insinas, seora, que estoy enamorado de Tursyna? -He sabido que frecuentabas sus habitaciones. Te fuiste de Babilonia herido del corazn. La lesin te la haba causado Tursyna. No pudiste alejarte de ella. Tan enamorado ests que te fingiste enfermo para que te trajeran a palacio. Mas qu necesidad tenas de engaarme? -Por Yav bendito, que jams tuve conciencia de mi enfermedad, ni de aquello que mis pajes y escribas resolvieron al verme vencido por la fiebre! Mas si es cierto que en el delirio pronunci tu nombre, crgalo a los malos oficios de algn espritu daino; pues si es muy grande la devocin que tengo a la seora, igual es el respeto que me

360

impone, y bien sabes oh reina de Babilonia! que jams me atrevera a exponer mis sentimientos. Nada tiene que ver Tursyna. S, es cierto que la frecuent en sus habitaciones, pero para instruirla en mi religin. Haba mostrado viva curiosidad por conocer la verdad de Yav. -Quiero entender que rehyes relaciones del corazn y de la carne con aquellas mujeres que no profesan tu fe. En realidad, nos desprecias. S sincero, Sadoc. -Te equivocas, seora. Yo no desprecio a nadie y mucho menos a mujeres inteligentes como t, como Tursyna... Semramis corta con brusquedad, con gesto duro en la expresin: -Basta, Sadoc! Afirmar que una mujer que ha intentado asesinar a la reina de Babilonia es inteligente, es injuriarme. -Te ruego, seora, que me perdones por la ofensa. No pongo en duda tu juicio certero. No, no puede ser inteligente quien pretendi malograr a la ms hermosa criatura que se sienta en un trono. Tursyna es una malhechora. Semramis niega con un ademn: -No. Por qu malhechora, Sadoc? Ignoras el fuego que anima a Tursyna. Ella es una ferviente patriota. Su amor a Tartessos le hizo perder todo sentido de la realidad. Al intentar asesinarme expuso su propia vida. No persegua ni salario ni halagos a su vanidad. Prestaba un servicio a su patria, porque esa extraa mujer cree por no s qu misteriosa e incomprensible inspiracin, que los pueblos que nacen para ser uncidos a un yugo merecen ser liberados. No s en qu tablilla, en qu papiro, en qu piedra perdida figuran tan extraas ideas. T lo sabes, Sadoc? -Y t tambin, seora. Esas ideas, inspiradas por sentimientos entraables, no necesitan estar escritas ni en piedra, ni en papiro, ni en arcilla si estn escritas en el corazn de un pueblo que sufre el yugo y gime por su libertad. Has nacido para ser reina, seora, y lo eres del pas ms poderoso del mundo. No tienes la experiencia de lo que oprime un yugo. Semramis mira fijamente a Sadoc, y calndole hasta lo ms hondo dice silabeando las palabras: -Es posible que ignore las aflicciones y amarguras que pueda originar un opresor, pero s puedo decirte que esos sentimientos son tan viles que llegan a asociar a los esclavos para alzarse contra el amo... -Seora! -protesta con tono de indignacin Sadoc. -No te alteres, Sadoc. Beltarsiluma crey haber esclarecido el misterio de Tursyna, pero a l le faltaba una informacin que yo slo tena: el ardid de tu enfermedad, el hacerme creer que estabas enamorado de m y que moras desfallecido por la ausencia. Ese ardid, valindote de la gran simpata que me despertabas, te sirvi para volver a palacio. -Acaso piensas, seora, que yo...? Sadoc no concluye su pensamiento. La frialdad con que Semramis le est esclareciendo la intriga le desconcierta. Mira a Melinke, pero no encuentra en ella la expresin solidaria de antes. Melinke se ha dado cuenta tambin. -No te he interrumpido, Sadoc; contina disculpndote. Pero piensa bien lo que dices, pues mis cargos van a ser muy graves. -Jams pens que esa mujer fuera capaz de urdir tanta infamia. -Siempre tuve un alto concepto de ti. No me decepciones, Sadoc. Preferira ajusticiarte por patriota que por cobarde. Qu fraude has cometido con mi corazn! Si 361

esa pasin que fingiste hubiese sido real... no sabes, Sadoc, el bien que me hubiera hecho. Me habra curado definitivamente de una herida que me abrieron en la viudez. Hacerse desear es ardid al alcance de cualquier mujer. Ser amada, reverenciada por lo que esa mujer contiene en su corazn, es una exquisita y rara conquista. Muchas mujeres la logran, pero no creo que una reina pueda conseguirla. T, Sadoc, eras el nico que hubiera tenido acceso a mi corazn. A pesar de tu Yav, a quien yo no entenda pero que me inspiraba un gran respeto. La reina de Babilonia estaba tan prxima a ceder a tu seduccin... No temas, Sadoc. Pero, por favor, tampoco te disculpes. Cada excusa sera una evidencia ms de la traicin que me hiciste. No, no te llevar a jueces. Ni te juzgar con el rigor del delito que ibas a cometer. Puedo asegurarte que por la esperanza que diste a mi anhelo, no quitar lucimiento a tu misin. Puedes regresar a Samaria y decirle a tu seor lo que ya te haba prometido. Castigaremos a Hazael. No s si te lo mereces. Tampoco me interesa saber si es digno Joacaz de nuestra ayuda. Pero se lo merece el Sadoc que yo haba levantado en mi corazn. No me entiendes verdad? He erigido el ms hermoso monumento funerario a mi esposo Shamshiadad. Se lo mereca? Quiz no. Pero esos jardines colgantes son dignos del Shamshi que yo llevaba en mi corazn. -Seora, me abrumas con tu clemencia! Y empiezo a dudar si el castigo mayor que puedas darme es la muerte o el indulto que me concedes. Jams quise ser indigno de m mismo. He ceido mis pasos a una conducta rigurosa por los caminos de mi seor Yav. No creas que en esta connivencia a que llegu con Tursyna me mova un afn innoble, un inters personal mezquino. Si forc mi conciencia, disclpalo atribuyndolo a mi ardor patritico. -Basta, Sadoc! -Semramis, llevndose la mano al pectoral con las tablas de la ley que un da lejano le obsequiara el embajador de Israel, comenta-: No matars es uno de los mandamientos de la Ley de tu Dios. No sabes cunto me impresion saber que haba una deidad que proclamaba tal ley. Te consideras un ferviente seguidor de tu Seor, y prevaricas su Ley. Vete ya! Lo nico que te ruego es que cuando regreses a Samaria tengas el valor de decir a tu seor Joacaz que has dejado de ser persona grata a Asiria y a su reina, y que en lo futuro, cualquiera que sea la causa que haga necesarios acuerdo, negociacin o pacto entre los dos pases, te releve de llevarla a cabo. No quiero volver a verte. Respeta mi egosmo de querer conservar la imagen y el recuerdo de un Sadoc que era diferente a los dems hombres. Semramis se levanta. Da la espalda al embajador y se acerca a la ventana. La paloma dorada alza el vuelo. Viene a reemplazada la de plumas de plata. Semramis se queda mirando hacia la lejana del horizonte urbano, en el que se recortan los altos edificios de la plaza de Hammurabi. Despus, se vuelve segura de que Sadoc se ha ido. Melinke observa hmedos, con lgrimas prontas a brotar, los ojos de la reina. -Seora, cun grande y hermoso es tu corazn! Semramis pugna por sonrer. Mueve la cabeza negativamente: -No te equivoques conmigo, Melinke. Soy una soberbia. Si me muestro indulgente con el que delinque o se equivoca, es slo por m misma, por mi propia estimacin. Es triste ver cmo caen aquellos que creamos ms fuertes, ms ntegros, ms alejados de las pequeas pasiones y miserias del mundo. Pero en esto hay tambin una secreta satisfaccin: verlos inferiores. No, Melinke. El gesto de Tursyna merece mi admiracin, aunque deba castigarlo sin piedad, pero la complicidad de Sadoc es reprobable. Ah! Si hubiese intentado matarme otro sera mi juicio. Vera en l un hroe. Sus sentimientos patriticos le han confundido a tal extremo que, sin darse clara cuenta de ello, ha

362

descendido al peor de los papeles, al de cmplice. Semramis da unos pasos por el saln. La paloma de plumaje de oro vuelve a posarse en el alfizar. Semramis mueve la mano llamndola. El ave se posa en su hombro. La reina la acaricia y la arrulla. Al mismo tiempo, como si quisiera liberarse de una ntima congoja, como si hablase consigo misma, dice a Melinke: -En cuanto Tursyna confes, baj a la mazmorra a verla. Al principio trat de negar. Cuando Beltarsiluma me puso al tanto de la misin que se haba impuesto Tursyna, sospech que Sadoc no era ajeno a ella. Mas, por la estimacin que le tena, no dej traslucir a Beltarsiluma mis sospechas. Pero Tursyna una vez confesa, convencida que no tena salvacin, no tuvo inconveniente en decirme el papel que Sadoc jugaba en su intriga. Creo que no fue tanto por la fuerza persuasiva de sus argumentos, ni por la solidez de ellos. Los dos son personas desquiciadas por sus ideales patriticos. Hablan el mismo lenguaje y, aunque adolezca de lgica, se entienden. Sadoc haba cedido a ciertas promesas de Tursyna que desde que sali de su pas, no ha hecho ms que distribuir imaginativamente la plata de Tartessos. A Sadoc le ofreci armamento cartagins y plata hispana a fin de que Israel se sacudiese el yugo de Damasco, y, al mismo tiempo, el de Asiria. A cambio de esto, deba facilitarle ayuda en su evasin una vez que me hubiese asesinado. Sadoc dej a uno de sus escribas en la aldea de Synka para que organizara la caravana. En ella, Tursyna se trasladara a Borsa, en donde la esperara Sadoc. l la conducira a Samaria. De all Tursyna pasara a Jerusaln, y de Jerusaln a Bubastis. Samaria le ofreca un refugio ms seguro que Damasco, pues aunque Hazael se regocijara con mi muerte, Tursyna, que probablemente aspira a casarse con el prncipe Ben Adad, no quera involucrar a Damasco en el crimen que hara aparecer a Hazael como acreedor a una expedicin punitiva. Mxime que ella cuidaba de que el furor de Asiria no se desviase hacia Damasco, a fin de que Tiro sufriera todo el rigor de la venganza asiria. -Qu horror, seora! Y dime se comprob la existencia de ese escriba de Sadoc en la aldea de Synka? -S. Gabu llev a cabo la investigacin. -Y lo han detenido? -No. Es probable que el mismo escriba no sepa cul era su papel. Quiz haya credo que serva a su seor en una aventura amorosa. Pero qu triste es todo esto! Por qu las almas que parecen insobornables, si se les toca en sus ms caros sentimientos, sean lcitos o no, se conducen de modo indigno, incluso criminal? Personas que hipotecan a una idea o a un sentimiento su propia personalidad, son poca cosa. AL OSCURECER, SEMRAMIS se dirigi a la casa del Estanque. Tema que Dun tambin se le convirtiese en un pedazo de arcilla. Y que sus manos quedaran manchadas de polvo. Cuando se ech la noche, Dungui entr en el huerto. Semramis le vio avanzar entre las palmeras como otras veces. Antes de rodear el estanque, el vagabundo se qued un momento mirando el agua. Despus, alz la mano y salud mientras acuda a su encuentro: -Enlil contigo, Babil! Dungui se acerc a Semramis y la abraz. Le dijo al odo: -Bonita... 363

Despus, sentados al borde del estanque, permanecieron un largo rato en silencio. Lo rompi Semramis con unas palabras que se quebraban de miedo: -Por fin te vas... El vagabundo call. Al cabo de una larga pausa, afirm: -S, Babil; me voy. Semramis suspir aliviada. Enseguida: -T eres una persona. -No, Babil; yo soy un vagabundo... -No. Dun; t eres un hombre. -No, Babil; yo soy un ocioso... -No, Dun; t eres un artesano del corazn. El vagabundo cede con una voz serena, ligeramente impregnada de melancola: -Si t lo dices... -Ningn hombre ha tenido tan cerca de su mano un reino como t. y lo desdeas. -Te quiero demasiado, Babil, para formar parte de tu reino. El mo es ms anchuroso. Y no necesito ni gobernantes ni ejrcito para poseerlo. Esta flor de Enlil me da comida y aposento en cualquier lugar en que est. Y donde no llegan tus soldados y tus aduaneros, puedo llegar yo. Pero a m me gusta que t, Babil, seas reina, y que tu hijo sea rey. Y yo ser sbdito tuyo. Sbdito para servirte slo contando las estrellas, respirando el aire, viendo las nubes, oyendo cantar a los pjaros... En este mundo de Enlil, t tambin eres reina porque te llevo en mi corazn. Gracias, Dun. Dungui volva a su andadura de vagabundo. Esto compensaba a Semramis de muchas decepciones. No se engaaba. Bien saba que si el vagabundo estuviese plenamente enamorado de ella no la abandonara. Se habra plegado a la servidumbre que su condicin de reina le habra impuesto. Pero en cambio, el amor de Dun pareca ms limpio, ms sereno y ms permanente, como una parcela que se trabaja cotidianamente para que d cosecha cuando el sol la madura. Dun volvera el da y la hora menos pensados. Y se le presentara con muchos paisajes en los ojos y mucho polvo del camino en los pies. Quiz sudoroso, quiz desharrapado. Con el apetito abierto. Con el deseo despierto. Era como un pedazo de tierra generosa que da ms de lo que pide, que entrega bastante ms de lo que exige. En el grado en que la amaba, Semramis le saba suyo. Le saba propio y, adems, persona sin ambicin, sin vanidad, sin sabidura y sin ignorancia. Sabiendo lo justo, lo necesario para vivir de acuerdo con la naturaleza que le rodeaba. Movido por el sano egosmo animal que le imponan las necesidades del da. Vagabundo sin barca y sin caballo. Sin faltriquera y sin cayado. Cualquiera que calase en su vida, le creera un ser de fbula o de ficcin. Por el contrario, era una sencilla e inescamoteable realidad. Se iba a devorar horizontes con el corazn alegre, seguro de que a su regreso la encontrara a ella esperndole con anhelo, pero sin ansiedad, con nostalgia pero sin impaciencia; deseosa de sus besos y de sus palabras; esas palabras simples, llanas que decan siempre cosas que, fueran errneas o acertadas, eran cosas creadas slo por el hecho de que l las dijera. Porque ningn inters personal, ninguna idea preconcebida, ningn sentimiento egosta las extraviaba o deformaba. Dun olfateaba el aire y deca con la seguridad del ms exquisito orculo: "Huelo la lluvia. Maana se desatar la tormenta". Al otro da empezaba un perodo de sequa. 364

Dun se equivocaba. Pero en el momento que haba dicho el pronstico, no se equivocaba; deca la verdad de Enlil. Quiz tardemos en vernos, Dun. Dime qu puedo darte, qu quieres. -Nada necesito, Babil. No te olvides que durante ocho aos Enlil reinar en la piedad de las gentes. Nadie negar a un vagabundo ni un pedazo de pan ni un sorbo de agua...y yo, Babil, puedo hacer algo por ti? -Mucho, Dun. Alguna vez, piensa en m. Como yo estar recordndote siempre, recibir tu llamada en mi corazn. Y me dar mucho gusto. Y si fuese a tener un hijo, tu hijo, sabe que ir a Nippur a parirlo. Quiero que sea presentado al templo de Enlil. Y que t lo veas. -Yo estar en Nippur dentro de ocho meses. Te lo prometo. Y aguardar all durante las fechas de tu posible alumbramiento. Pero ni t ni yo debemos pensar en eso. Menos t que yo. No me gustara que un prncipe de Babilonia fuese hijo de vagabundo. No creo que el prudente Enlil se sintiera muy contento. Semramis se pone de pie. -Ya es hora? -pregunta Dungui. -Supongo que ya. A tu lado pierdo la nocin del tiempo. Y cuando no se sabe la hora, no se vive, se suea. -Quieres que te acompae? -No. Yo ir contigo hasta la puerta. Y la dejar abierta. Quiero verte hasta que te pierdas en el camino y en la oscuridad de la noche.

LOS FRUTOS DE ISHTAR NINGUNA TABLILLA de los archivos de palacio registraba un sarao de tantos invitados. Fue el resultado de la obra de Beltarsiluma. Acrecent el censo de la nobleza en sesenta familias ms, y no en treinta como haba previsto Semramis. y fue l, prcticamente, quien eligi a la cmara sacerdotal. Esta nobleza de novsimo cuo acudi a palacio a jurar obediencia a la reina. Semramis, con escrpulos aristocrticos, no se habra atrevido a llegar a tanto, pero dej que un inteligente intrprete de sus deseos diese paso de tanta trascendencia. Con l se fortific an ms la institucin monrquica, y el clero, que alentaba aspiraciones emancipadoras y separatistas, qued uncido frreamente al carro de la corona por el yugo de la nueva cmara. Probablemente Beltarsiluma quera afianzar ms a Semramis que a la monarqua. Asegurndole a ella un largo reinado con la adhesin de las instituciones, aseguraba para s mismo el privilegio de valido. De los nuevos nombramientos de consejeros del trono, el que produjo mayor confusin fue el de Dadamuz, a quien la reina, por sugestin de Beltarsiluma, concedi el sello de montero mayor, cargo de mucho brillo pero de ninguna importancia poltica dada la escasa aficin cinegtica de Semramis. En el barrio de Merkes el nombramiento fue motivo de burlas y sarcasmos. Sin embargo, en palacio, los cortesanos que vean con 365

malos ojos la influencia cada da mayor de Beltarsiluma en los asuntos de Babilonia, mareaban a Dadamuz con ideas sobre un cierto derecho consuetudinario inherente al sello de montero mayor, ideas que el mercader de vinos apenas lograba asimilar en su amplio y a la vez complejo significado. Babilonia tuvo conocimiento del horscopo de Ishtar; un horscopo pleno de consolaciones y de halageas promesas, de esperanzado futuro. Los buenos augurios eran refrendados por la progresiva desaparicin de las calamidades que haban asolado a la ciudad. Y tras de hacerse pblico el horscopo se pregon la ms ptima de las noticias: el triunfo de las armas asirias en Urartu. Adadnirari haba entrado en Tuspa. Se mostr tan prudente vencedor como hbil general. Por primera vez se firm un armisticio sin que el rey de los urartios fuese muerto y desollado. La clemencia de Adadnirari fue tanta que se conform con ajusticiar en la plaza pblica a los seis generales que le combatieron en cuatro frentes, y exigir una tributacin de veinticuatro biltus de plata pagaderos en tres aos. El rey Menua, por su parte, se comprometi a respetar la nueva frontera que le impona Asiria, ciento diez gars ms adelante que la establecida por el difunto Salmanasar. Estas fueron las noticias que se hicieron pblicas, y que los asirios acogieron con mayor alegra que los babilonios, ya que stos jams haban tenido frontera con Urartu. En palacio se tenan ms detalles de la brillante campaa de Adadnirari que, en cierta manera, eclipsaba los triunfos obtenidos por Gelmas en el territorio oriental. Las noticias pertenecan a distintas fechas, pues mientras dur la inundacin los correos no tuvieron acceso a Babilonia. La poblacin, que todava no se repona del estrago de tanta calamidad, se sinti fortalecida por nuevas ayudas. Las sesenta familias agregadas a la nobleza, a las que Beltarsiluma volvi a exhortar, estrenaron su recin adquirida jerarqua social prodigando sin tasa generosidades hacia la poblacin menesterosa. Todo el mundo encomiaba el acierto de Semramis al llevar a la corte familias adineradas y de origen popular. En una carta firmada por Akkados, se anunciaba la llegada del rey a Babilonia, "pues el seor, de acuerdo con el bienquisto Gelmas, ha decidido refrendar su ttulo de rey de los cuatro mares, baando la espada en el mar Grande y en el mar Bajo", cosa que quera decir claramente que Adadnirari estaba urgido de asentar su soberana sobre los pueblos del oeste y del sur. La triunfal actuacin del joven rey produjo en Semramis distintos sentimientos. Por una parte de satisfaccin, al ver que su hijo maduraba en su misin de monarca; de recelo al comprobar que esta madurez se efectuaba con mucha mayor rapidez de lo que ella haba pensado. Y aunque las campaas contra los pueblos del oeste y del sur no seran de efectos fulminantes como la realizada contra Urartu, daba por seguro que en dos o tres aos, sin que Adadnirari hubiese salido todava de la adolescencia, la emplazara ante el tribunal real. Careca de detalles para juzgar la victoria de Adadnirari. Mas en principio no le satisfaca plenamente el armisticio. No vea en l ninguna nueva frmula que garantizase la paz. Se prosegua la tradicional poltica de la violencia, con la diferencia de que en esta ocasin se haba respetado la vida del rey. Pero en el armisticio estaban los grmenes de una nueva rebelda. Si Adadnirari se hubiese limitado a afirmar la soberana asiria de acuerdo con la frontera marcada por Salmanasar, la ocupacin tendra los visos de un derecho establecido sobre un hecho consumado haca aos. El nuevo trazo de frontera a expensas del territorio urartio creaba la justificacin de futuras insubordinaciones. Semramis crea que la nica solucin al problema de Urartu era la de la total ocupacin

366

del pas, sometiendo a los nativos a grandes y lejanos trasplantes bajo un riguroso rgimen de servidumbre.

EL FIN DE TURSYNA MINO RECIBE LA NOTICIA de labios de un alguacil del justicia del rey: Tursyna ser ajusticiada al caer de la tarde. Tan escueta y trgica notificacin anonada al cretense. Jams lleg a creer que Tursyna fuese ejecutada. Haba comparecido como testigo en el juicio en que la tartessia fue sentenciada a muerte, pero ese mismo da la reina le asegur que la reo permanecera en prisin por tiempo indefinido. Por su parte, Beltarsiluma le dijo que, de acuerdo con el sentir de la seora, Tursyna, pasados algunas meses, sera vendida en el mercado de esclavos. Que a l, a Mino, le avisaran oportunamente para que pudiera rescatarla y mandarla a su tierra. Mino sale precipitadamente a palacio. En el patio de los Oidores se han suspendido los juicios. De las ventanas y pretiles de las terrazas penden colgaduras y guirnaldas. En la mayordoma se entera de que el rey, al frente del ejrcito, llegar al da siguiente. Sube a la primera planta, en donde Beltarsiluma tiene sus oficinas. Cree que lo ms indicado es ver primero al valido. Siempre que ha hablado con l del caso de Tursyna se ha mostrado comprensivo. Beltarsiluma le manda decir por un paje que le espere, que le recibir en cuanto solvente unos asuntos urgentes que tiene entre manos. Pasa el tiempo y Mino se impacienta con la espera. Piensa si no habr cometido un error en no ir directamente a ver a la reina. Por fin, Beltarsiluma le recibe. En cuanto le da la noticia de la comunicacin recibida del justicia del rey, el valido comenta: -No es posible. Debe de haber algn error. Lo que me extraa es que la noticia te la haya dado un alguacil del justicia del rey. -S; y me dijo que me conceda la gracia de permitirme que me despidiese de Tursyna, si as lo deseaba. Beltarsiluma finge preocuparse y da unos pasos en actitud meditativa. -En este caso, quiere decirse que la reina no ha podido quebrantar la ley -dice resumiendo su pensamiento. -No ha podido o no ha querido -replica speramente Mino. Y como ve que Beltarsiluma arruga el entrecejo en seal de desagrado, aade-: Lo primero que aprend al llegar a Babilonia es que en este pas no se hace ms que aquello que ordena la reina, sea ello justo o injusto. Beltarsiluma arguye: -Dudas de que la sentencia de muerte dictada contra Tursyna haya sido justa? -No. No lo dudo. Pero el mismo da del juicio, la seora me dio a entender que la pena no se ejecutara. Y t mismo, bienquisto Beltarsiluma, me dijiste que el sentir de la 367

seora era que Tursyna fuese vendida en el mercado de esclavos. No lo recuerdas? -Claro que lo recuerdo!, slo hace siete das que se efectu el juicio... Estoy seguro de que sa era la intencin de la reina. Pero si el justicia del rey decide consumar la sentencia, no veo qu recurso pueda ser vlido para detener el brazo de la justicia. Mino se da cuenta de que con Beltarsiluma no lograr nada. -Me queda el recurso de acudir a la reina -dice Mino. -Te aconsejo que antes veas al bienquisto Babilosin. -Si t le hablases sera mucho ms eficaz la recomendacin. Beltarsiluma mueve la mano en ademn negativo: -Apenas hace cinco das que el bienquisto Babilosin ha tomado posesin definitiva de su consejera. Me resultara muy violento hacerle una recomendacin de este gnero. T sabes, Mino, que mi situacin en el Gobierno no es nada cmoda. Babilosin no hara caso de mi recomendacin para hacerme comprender que un justicia del reyes insobornable a cualquier presin que se le haga. Adems de no hacerme caso, no se recatara en propalar que yo haba pretendido coaccionarle. T eres persona que goza de prestigio e influencia en la corte. Una peticin tuya ser considerada con atencin por el bienquisto Babilosin. Mino sale del despacho de Beltarsiluma casi sin despedirse. Descorazonado, pero dispuesto a rescatar a Tursyna de la muerte. Se dirige a la oficina del justicia del rey. Tambin tiene que esperar a que Babilosin le reciba, aunque no tanto como en la antesala del valido. Babilosin, si bien tiene nombre genuinamente babilonio, parece, por temperamento, por sobriedad de palabras y ademanes, un asirio. Y, como tal, de carcter ms inflexible, pero, en cambio, menos dual e hipcrita que los babilonios. Babilosin escucha serenamente, sin interrumpirle, a Mino. Y cuando ste concluye de exponerle el caso, le dice: -Yo no s si particularmente la seora y el bienquisto Beltarsiluma guardaban los sentimientos que me dices hacia Tursyna. Mas de ninguno de ellos recib mandado, orden, ni siquiera sugestin a este respecto. Por lo tanto, yo no hago ms que seguir el proceso de la sentencia. Esta tarde se cumplirn los siete das que marca la ley para que la reo sea puesta en manos del verdugo. Hasta ahora no he recibido ninguna contraorden, ni tablilla de indulto. Tambin yo cre que Tursyna no llegara a este trance, puesto que el juicio no se llev a cabo por va de urgencia. De lo contrario, la reo habra sido ejecutada al ponerse el sol del mismo da en que fue sentenciada. Yo no puedo hacer nada, puesto que es la reina, o en su ausencia el primer ministro, la nica persona que puede otorgar la gracia del indulto. Por lo tanto, te aconsejo que veas inmediatamente a la seora y procures conmoverla con las razones que te asistan en favor de Tursyna. No debes perder tiempo. Mino da unos pasos precipitados hacia la puerta, mas se vuelve al justicia del rey: -Gracias, bienquisto Babilosin. Este hace una sea a Mino y se le acerca. En voz baja, para que no le oigan los escribas, le dice: -Cualquiera que sea el resultado de tu gestin con la reina, ven a verme. Es importante. Mino sale del despacho del consejero y sube a la planta en que se hallan las dependencias reales. Se encuentra a Addasin. -Te suplico encarecidamente que me pases a presencia de la seora. Tengo que hablarle de un asunto de vital importancia. 368

-Supongo que del caso de Tursyna... -El mayordomo hace un gesto escptico. Mas su mano, solidaria con la afliccin del arquitecto, se posa en su hombro-: Lo siento, Mino. Realmente no s lo que ha pasado aqu. Yo crea que Tursyna se salvaba de la pena de muerte. Lo veo muy difcil. Espera un momento que voy a anunciarte a la reina. Mino empieza a sospechar que la vida de Tursyna no depende de la reina, sino de Beltarsiluma, que por alguna razn personal quiere llevarla al verdugo. Addasin regresa enseguida: -Pasa. Las cosas parecen haber cambiado... El gesto de Addasin no le anima a creer que hayan cambiado para bien. Semramis juega con una paloma. Mino se inclina en las tres reverencias y saluda: -Oh, gran seora! -Habla, Mino. El cretense no hace, por obvia, una exposicin de los motivos de su visita. Se limita a decir a Semramis que espera su benevolencia para salvar a Tursyna, concluyendo: -Y sin olvidar que del delito cometido por mi ex prometida me siento culpable, pues es evidente, oh, seora!, que de no haberme tenido a m en Babilonia, Tursyna no se habra prestado a cumplir la criminal misin que por engaos e intrigas le impusieron en su tierra. Acudo a tu magnanimidad, seora, y te prometo que, si me concedes la gracia de su indulto, har que Tursyna desaparezca para siempre de Babilonia. -Llegas tarde, Mino. Y te aconsejo que no insistas en este asunto si no quieres acumular sobre ti las sospechas. Tursyna, por quien tanto te afliges, se ha fugado de la mazmorra, y no es su vida la que me preocupa ahora, sino saber qu cmplices ha tenido para evadirse. Es vergonzoso! Cada da tengo nuevas pruebas de que la obediencia y la disciplina se relajan en la corte. -Que se ha fugado? -duda, incrdulo, Mino-. Nada saben ni Beltarsiluma ni Babilosin... -Por qu habran de saberlo? Hace apenas media hora que me lo han comunicado. -Es increble! -Dudas de mi palabra? -Oh, no, gran seora! Me parece increble porque es bien sabido que de la mazmorra de palacio jams se ha escapado nadie. -La prisin de palacio tiene cerrojos vulnerables: los celadores que la guardan. En estos momentos estn siendo interrogados por el bienquisto Gabu. Me alegra que Tursyna haya logrado evadirse. El triunfo de la astucia de una mujer siempre me complace. Pero no deja de consternarme el hecho de saber que ni la mazmorra de palacio se salva de la corrupcin del soborno... -y tras de una pausa, cambia de tema-: No te desasosiegues ms, Mino, y aprovechemos esta ocasin para hablar de un asunto que me interesa. El bienquisto Beltarsiluma me dijo ayer que tenas un proyecto para unir por un canal ambos ros, y regular por medio de un sistema de esclusas y compuertas el caudal, principalmente durante las riadas del Tigris y del ufrates. Quiero que me expliques detalladamente cmo realizaras esta obra. Mino, sin nimo para ello, expone a la reina el proyecto. Nota que Semramis se hace morosa en la comprensin del mismo. Le interrumpe frecuentemente con preguntas aclaratorias. Mino sospecha que la reina le retiene para hacerle perder tiempo. Si esto es cierto, quiere decir que Tursyna no se ha fugado. Cuando la reina le da licencia para retirarse, va derecho a ver a Babilosin, a quien explica

369

la situacin. El justicia del rey, despus de orle, comenta: -Creo que la reina ha sido engaada. Es muy raro que no me hayan comunicado la noticia de la evasin de Tursyna. -Qu debo hacer entonces? Babilosin, tras de reflexionar un instante, dice: -No; no me gusta nada el sesgo que ha tomado la cosa. Pudiera ocurrir que Tursyna no se hubiese fugado, sino que la hayan sacado de la mazmorra. En este caso, los agentes de Gabu pueden darle muerte sin ms trmite, justificndose con la supuesta fuga. La seora, independientemente de la situacin creada por la evasin de Tursyna, puede indultarla. Temo que no hayas sido lo suficientemente persuasivo con la reina... -Crees que debo insistir...? El justicia del rey hace un gesto negativo: -Se me ocurre otro recurso. T conoces al nuevo montero mayor? -A Dadamuz? -S, a Dadamuz. -Le conozco. Y aunque no soy amigo suyo, cuento con una persona a quien atender. -Escucha lo que voy a decirte: El montero mayor es, tradicionalmente, mano izquierda del rey. Si en el gobierno no hay consejero con el cargo especfico de primer ministro, el montero mayor ejerce sus funciones. Es derecho consuetudinario de] sello del montero mayor. Por lo tanto, de acuerdo con los estatutos, el actual gobierno de Babilonia no tiene primer ministro, y la autoridad de ste recae directamente sobre el montero mayor. Beltarsiluma, gobernador de Kalah, ha extendido sus funciones a la ciudad de Babilonia por aquiescencia tcita de la reina, pero no por derecho estatutario. Dado que la seora no necesita de montero mayor, se ha otorgado este cargo a Dadamuz como la ms superflua e inoperante de las consejeras. Mas Dadamuz, en posesin del derecho que le confiere su alta magistratura, es la nica persona que puede actuar con eficacia en el asunto de Tursyna, incluso puede recusar la jurisdiccin de Beltarsiluma, si en este asunto tratara de imponerla. Ahora bien, sera necesario que Dadamuz -que, por otra parte, no creo tenga los suficientes arrestos para hacerlo- acudiese a la reina proponindole el indulto de Tursyna. S que la reina mirara con simpata y con respeto semejante actitud de Dadamuz. Y por esto mismo, por ver a un consejero invocar un derecho ante la corona, quiz se animase a acceder a la peticin. En caso de que la reina se negara, el montero mayor an puede recurrir al justicia del rey, es decir, a m. Yo, apoyndome en la anomala de la evasin, que justifica un nuevo juicio, puedo suspender por tiempo indefinido la ejecucin de la sentencia. Queda un recurso: proponer el rescate, es decir, que el escriba que se nombre para este nuevo juicio solicite la conmutacin de la pena, por una cantidad. El recurso no es vlido cuando el delito daa a las personas reales o prncipes de la cmara sacerdotal. Mas todo este juego judicial durar varias lunas, quiz meses, tiempo precioso para mover otra clase de influencia y ablandar el corazn de la reina. Mino sali de palacio con mayor angustia de la que le afliga cuando entr en l, pero ms resuelto a salvar la vida de Tursyna. Ya no tena la menor duda de que la reina y Beltarsiluma estaban de acuerdo en que la sentencia se cumpliese. Pero, al mismo 370

tiempo, sac la impresin de que Babilosin estaba decidido a ayudarle. Con el objeto sin duda de afirmar la autoridad jurisdiccional de su cargo, que deba ver menoscabada por la influencia de Beltarsiluma. Lo importante era ganar tiempo, pues Beltarsiluma no permanecera muchos das en Babilonia. Deba regresar a Kalah y, en este caso, sin su influencia directa, la reina podra mostrarse ms inclinada a la clemencia. Mino va a ver a Zimma. Le explica el problema, y la cortesana, sensible a la desgracia ajena, accede a acompaar a Mino. Zimma toma la causa de Tursyna como suya propia. Los dos amigos vuelven a palacio. Zimma advierte al cretense que Dadamuz es capaz de encogerse de hombros. No lo considera con los arrestos que, segn Babilosin, se necesitan para plantearle la cuestin a la reina. -T le explicas la situacin. Despus me dejas a m que le ataque por el lado de la vanidad. Es lo nico que puede moverle a plantear el indulto a la reina. En ltimo extremo, le amenazar con el escndalo. Me importa mucho menos a m perder el cortesanado y el primiclerio, que a l la consejera del trono. Dadamuz les recibe inmediatamente. Mino le explica con claridad el asunto y le pone al corriente del derecho que, segn Babilosin, es privilegio del montero mayor. Contra lo que pensaba, Zimma no tiene que recurrir a la amenaza. Dadamuz se percata enseguida de lo que el asunto Tursyna significa para su porvenir poltico. Le halaga la oportunidad de enfrentarse a Beltarsiluma. Vanidad y ambicin llegan a la insensatez. No se hace el remoln para comenzar a actuar: -Esperadme aqu, que ahora mismo vaya ver a la seora. Dadamuz ser un cerdo como lo califica Zimma, un vanidoso como todo el mundo sabe, pero es tambin hbil mercader y astuto jugador en la demanda y en la oferta. No va directamente a ver a la reina. Entra en la oficina de Babilosin y tras saludarle con tono enftico para que le oigan los escribas, demanda: -Bienquisto Babilosin: en uso de los derechos inherentes a mi sello, te pido de modo formal que desplaces tus alguaciles a la captura de la extranjera Tursyna, que, segn mis noticias, se ha evadido de la prisin de palacio. Con todo el poder y autoridad de mi sello, te pido la rescates de cualquier accin policaca o militar. Voy a plantear la cuestin a la seora y no hay tiempo que perder. Comunica al bienquisto Gabu mi decisin, pues tengo motivos para sospechar que Tursyna haya cado en manos de sus agentes. Dadamuz sube presuroso a las dependencias reales. Le dice a Addasin: -Dile a la seora que Dadamuz, montero mayor del reino, mano izquierda del rey, solicita le conceda una audiencia para tratar asunto de extrema gravedad. Addasin se queda poco menos que estupefacto. -Motivo? -Perdname, bienquisto Addasin, que te diga solamente que es estrictamente confidencial. Y urgente, no lo olvides. Addasin entra en la sala de audiencias. No vuelve enseguida. Mientras permanece dentro, Dadamuz ve salir a un paje, y poco despus entrar otro. Tras de una larga espera, Addasin le franquea la puerta: -Pasa, bienquisto Dadamuz. El consejero irrumpe en la sala. Se olvida de las reverencias y se adelanta a Semramis. Esta le exhorta con voz grave: -Vuelve a salir, bienquisto Dadamuz; y al entrar de nuevo, no omitas hacer las 371

reverencias que me son debidas. Dadamuz no se desconcierta: -Excsame, seora. El asunto es de tal importancia... Semramis, de mal talante, exclama: -Fuera, Dadamuz! Dadamuz hace una reverencia y sale. Vuelve a aparecer en la puerta y dice: -Seora.. . El consejero hace tres profundas reverencias. Da unos pasos y vuelve a repetirlas, otros ms y concluye con las tres inclinaciones de obediencia. Semramis le mira de arriba abajo, conteniendo la risa: -Habla, bienquisto Dadamuz. -Oh gran seora, reina de Babilonia, amamantada de Ishtar...! -Basta! Habla. -De acuerdo con las atribuciones que me confiere el sello de montero mayor del rey, y en calidad de mano izquierda del soberano, acudo a ti, oh gran seora!, en solicitud de la gracia de indulto a favor de la reo Tursyna de Tartessos. -Quin eres t, bienquisto Dadamuz, para arrogarte semejantes atribuciones? -Segn el estatuto del reino, seora, en ausencia del primer ministro, el montero mayor ejerce sus funciones. Y en mi calidad de primer ministro, formulo la peticin de indulto. -Qu impulsivo e imprudente eres, Dadamuz! Acaso ignoras la personalidad del bienquisto Beltarsiluma? -Pretendes hacerme creer, seora, dicho sea con todos los respetos, que el gobernador de Kalah, el primer ministro de Asiria, lo es tambin de Babilonia, reino soberano? Semramis se queda suspensa. Enseguida, adoptando tono ms confidencial y cordial, pregunta: -Quin te ha ledo la tablilla, Dadamuz? Acaso Mino de Tacro? Dadamuz se yergue como rechazando la ofensa. Sonre e inclina la cabeza: -Un montero mayor de la alta Semramis de Babilonia conoce sus deberes y obligaciones, conoce tambin sus atribuciones y, por el profundo respeto que debe a la reina, jams permitira que se le menoscabase la autoridad de que t, oh gran seora!, le has investido. Gran sorpresa de Semramis. Resulta que Dadamuz no es el necio vanidoso del que le han hablado. Mas, segura de confundirlo, replica: -Tus palabras son atinadas y me complacen. Pero aclrame en qu basas tu peticin de indulto a favor de una mujer que pretendi atentar contra la vida de la reina. -Pidiendo el indulto de Tursyna, que tan gravemente ha injuriado a la reina de Babilonia, no miro por el provecho de la reo, sino por la limpia ejecutoria de la majestad de tu seora... -No te entiendo, Dadamuz. No acierto a comprender cmo mi limpia ejecutoria puede empaarse con la muerte de una mujer insensata que ha intentado quitarme la vida. -No pretendo, seora, disculpar el grave delito de la reo. Impugno el procedimiento que parece querer emplearse para la ejecucin de la sentencia. Esta irregularidad me 372

hace sospechar que el juicio ha adolecido de anomalas y parcialidades. Por lo tanto, es mi deber pedir indulto de la penada ante la sospecha de que se cometa una terrible injusticia. -Qu hechos motivan tu sospecha, Dadamuz? -Tengo noticias, seora, de que Tursyna se ha fugado de la prisin. No creo semejante patraa. Creo, por el contrario, que Tursyna ha sido secuestrada y puesta ilegalmente en manos del bienquisto Gabu. Es suficiente que tu montero mayor, que se inclina reverente ante la reina de Babilonia, tenga esta sospecha para que asuma su autoridad, con lo cual el caso de la extranjera es asunto que slo t y yo podemos dirimir. Te he jurado obediencia, seora. Si t crees que Tursyna deba ser ejecutada de modo subrepticio e irregular, yo acatar sumisamente la decisin. Pero como estimo que debe ser ajusticiada de acuerdo con el derecho, no te extraar haya ordenado al justicia del rey que intervenga diligente en el asunto, y rescate a Tursyna del secuestro del que ha sido vctima. Una vez en mazmorra pedir al justicia del rey que aplace la sentencia hasta esclarecer las irregularidades cometidas. Despus, seora, insistir ante ti en la peticin de indulto, y t sers muy duea de concederlo o negarlo; pero de lo que no quedar duda es de que Tursyna fue ajusticiada conforme a la ley. -Sabes de quin ha partido la irregularidad? De Beltarsiluma -dice Semramis para picar a Dadamuz. -Me consterna saberlo, seora. No ignoro la gran lealtad con que el bienquisto Beltarsiluma sirve a la seora, a la corona y a Asiria; pero lamento que sea el gobernador de Kalah quien invada las jurisdicciones que son privativas de los ministros de Babilonia. Siento una gran admiracin por el bienquisto Beltarsiluma, mas su injerencia en los asuntos internos del reino es tan desusada e irrefrenable, que, si t no te opones a ello, lo emplazar ante el justicia del rey. Y la demanda, seora, la har yo, tu mano izquierda, el montero mayor. A Semramis ya no le divierte Dadamuz. Empieza a interesarle. Le regocija que Beltarsiluma tropiece precisamente con una de las piedras que l mismo ha colocado en el gobierno. La ampliacin de ste y el reparto alegre de consejeras que ha hecho, empiezan a dar sus frutos: Dadamuz. He aqu un hombre digno de tenerse en cuenta! -Lejos de mi deseo coartar la accin legal de mis consejeros. Emplaza, si crees que es tu deber, al bienquisto Beltarsiluma; pero te advierto, Dadamuz, que no es fcil acusar al gobernador de Kalah sin correr el riesgo de salir malparado. Respecto al asunto Tursyna, me parece recto que pidas un aplazamiento de la condena, a fin de esclarecer los hechos que condujeron a su evasin, y que, segn tus sospechas, entraan una grave anomala. Mas una vez que las cosas hayan vuelto a su punto, y si esa desdichada Tursyna aparece con vida, no olvides que sin dar explicaciones puedo rechazar tu peticin de indulto. -Semramis hace una pausa. Enseguida, con expresin risuea-: Es curioso, Dadamuz. T y yo tenemos un contrato, que an est vigente, de compra y venta de los excedentes de vino que me tributan. Ahora, por sugestin de Beltarsiluma, te has convertido en montero mayor y en disfrute de la plenitud del derecho consuetudinario que fortalece tu cargo, te le enfrentas. En esta pugna de jurisdicciones no tomar parte. Me mantendr neutral. De cualquier modo, bienquisto Dadamuz, no olvides que, en definitiva, cualquiera que sea la diferencia y disparidad de criterios de los consejeros del trono, la corona tiene la ltima palabra para dirimirlos. Y en justicia divina, que le viene del vicariato. -Y tras de una pausa, Semramis concluye-: Puedes retirarte. Quedas en libertad de actuar conforme a tus atribuciones. Y me gustara que encontrases viva a Tursyna.

373

Dadamuz sale plenamente satisfecho de la entrevista sostenida con la reina. Se va directamente a su despacho y cuenta el resultado de sus gestiones a Mino y a Zimma. Enseguida pasa a ver a Babilosin, a quien dice: -La reina ha accedido a que se suspenda la ejecucin. Por lo tanto, te ruego que me acompaes a ver a Gabu. -Ya salieron los alguaciles con mi mandato. -Bien. Pero es necesario que nos presentemos a Gabu y aclaremos qu hay de verdad en esta evasin de Tursyna. Porque te aseguro, bienquisto Babilosin, que si en este caso existe la sucia intriga que me imagino, no me detendr hasta acusar al propio Beltarsiluma... EL CASO DE TURSYNA se resolvi felizmente. La evasin de la tartessia haba sido un simulacro. Gabu les hizo saber confidencialmente que el plan lo haba realizado por rdenes de Semramis. El que estaba decidido a que la sentencia de muerte se aplicara, era Beltarsiluma, y la reina no vio ms expediente para salvar a Tursyna que simular la fuga. Tursyna estaba lejos ya de Babilonia. Haba salido en la caravana del embajador Menfitas, que la llevara hasta Damasco. Semramis urdi muy sutilmente el ardid para que Menfitas creyera que realmente salvaba de la muerte a la tartessia. Tursyna llevaba una misin a Damasco de la propia Semramis. Jur cumplirla, no slo a cambio del indulto, pues la reina le prometi encontrar una solucin satisfactoria a la emancipacin de Tartessos. Tursyna, aunque astuta, haba cado en manos de Semramis. Su pasin patritica le impeda ver con claridad qu haba de verdad en la misin que le encomendaba la reina de Babilonia. Mas de todo este enredo poltico judicial en que salieron engaados por malicia de Semramis, Beltarsiluma, Menfitas y la propia Tursyna, algo se haba hecho realidad: el prestigio de Dadamuz. La reina estaba decidida a que el vanidoso mercader continuara, a modo de ensayo, asumiendo el poder de primer ministro. Ella era la primera sorprendida.

SOL DE BABILONIA SEMRAMIS NO LOGRA conciliar el sueo. La jornada ha sido pesada. Consumi la maana en el asunto de Tursyna. La intervencin de Dadamuz le sirvi de pretexto para sugerir a Beltarsiluma que regresara a Kalah. ste le hizo ver la conveniencia de esperar en Babilonia hasta la llegada del rey, por si el seor necesitaba consultarle algn detalle sobre la prxima campaa militar. Al medioda ofreci un almuerzo a las pupilas del harn. Tuvo que compartir con ellas hasta la hora de la siesta. En la tarde ofici en el templo de Ishtar, asistida por las pupilas que haban ofrendado su virginidad durante la hierogamia. Eran solamente cuatro. Despus de los oficios en el templo, regresaron a palacio. Les obsequi una ajorca de oro, la primera que reciban en el harn. No duerme. Debi decirle a Melinke que la acompaase para distraerle el insomnio. 374

Las caras de Tursyna y de Ghina no se le van de la mente. A Ghina la vio en el obrador. Los ayudantes de Shusteramn haban descuartizado el cadver para proceder a momificar el rostro, manos y pies, las nicas partes que pudieron salvarse de la corrupcin de la peste. Con Shusteramn y Belnabu lleg a un acuerdo, y firmaron el contrato respectivo. Segn el nuevo convenio los dos fsicos gozaran de un da de libertad cada siete das o luna. Shusteramn qued satisfecho. No poda imaginarse que Semramis tena otra solucin. En cuanto el mdico concluyese de momificar a Ghina, le acusara por violacin de contrato real, injuria y traicin. No le importaba deshacerse del egipcio. Dejara a Belnabu al frente de los experimentos y el obrador se trasladara a una dependencia del templo de Ninkarrak, una de las diosas de la salud. Semramis se incorpora en la cama sorprendida por un ruido. Este viene precisamente del corredor secreto que conduce al obrador. Le extraa porque dada la hora que es, Shusteramn y sus colegas deben de estar hace tiempo dormidos en sus dependencias del patio. La entrada del obrador ha dejado de ser secreta, pero las personas que la conocen son muy pocas. Hace das que Sadoc abandon Babilonia; Menfitas, en compaa de Tursyna, sali al amanecer. La caravana llevaba el cadver embalsamado de Ramsads. Quin puede ser? Mino conoce el plano, pero en l no aparece el tnel que conduce del ro a la vieja alberca. Adems, Mino no tiene motivo para utilizar semejante entrada. Semramis no teme que el cretense intente llevar a cabo lo que Tursyna no pudo hacer... Pero por qu no pensar en Shusteramn? Sentramis se desliza de la litera, se echa un manto sobre los hombros y se acerca con cautela a la puerta. Descorre el tapiz y escucha. No le cabe duda. Alguien pretende levantar con una espada la tranquilla del cerrojo. -Quin va? Una voz conocida, algo alterada, dice quedamente: -Soy yo! Abreme! Semramis siente un escalofro. Por un instante vacila, sin decidirse si correr y salir al pasillo pidiendo auxilio o abrir. Pero la curiosidad, ms fuerte que el miedo, la hace llevar la mano al cerrojo. El filo de la espada forcejea tratando de levantar la tranquilla. -Por qu no me abres? Semramis pierde la voluntad. Su mano alza la tranquilla. El intruso, como una violencia clida y hmeda de viento tormentoso, se interpone entre la reina y la puerta. Semramis, sin tiempo para pronunciar una sola palabra, siente la boca oprimida, como amordazada, por otros labios que la besan. La sensacin es tan extraa que en la dejadez del abandono los miembros desfallecen. La mente se le nubla y el corazn late con acelerados estmulos de halago sensorial. El cuerpo varonil se pega al suyo. Una boca voraz le sorbe el aliento. Apenas si se da cuenta de que los brazos musculosos del intruso la llevan a la litera. -Eres sol de Babilonia, que acaricia y que mata... POR PRIMERA VEZ se les vio juntos en los jardines colgantes. Estaban tan ciegos en la pasin, tan rendidos a ella, que no se recataban ante las miradas ajenas. Desafiaban a los dioses en la impudicia de su amor, profanando el monumento a la memoria del que haba sido su esposo y su padre. Se daban las manos, se daban el alma 375

con los ojos. Jams se oy a Semramis rer con tan feliz alborozo. Y ninguna de estas risas se extingui, sin que los labios del mozo la sellaran. -Dime, quin te seal el camino? -Mantendr el secreto. -Hace tiempo que dej de serlo. -Cuando te diste a la fuga t misma me condujiste, sin querer, a esa entrada secreta. Si la malicia te haba conducido hasta la casa del Estanque, la misma malicia me llev a tu cmara. Dediqu muchas horas a resolver el enigma. Tu recuerdo, que se me hizo obsesin, me perturbaba y al mismo tiempo me asista. Y es curioso... Hallndose el rey Menua en mi tienda de campaa, me acord que en el muelle del embarcadero de palacio haba tres bocas de tnel. Una era de desage y otra de conduccin a la alberca. Quedaba, pues, una tercera, cuya funcin desconoca. Supuse que ese tnel llevaba a algn lugar de acceso a tu cmara. Pens que si t habas salido por l, yo podra entrar. El nico esfuerzo que hice fue para forzar la puerta que da paso de la sala de los muertos al corredor. La sala de los muertos confirm uno de los rumores que yo haba odo de ti. -Y pensaste... -No era tiempo de pensar, sino de sentir. Esta frecuentacin con la muerte avivaba an ms el deseo de tenerte en mis brazos. Dan unos pasos en silencio, bajan a la tercera terraza y all se sientan en una de las fuentes. A sus pies, la va Procesional con bullicio de soldados en da de asueto. -Cundo piensas salir? -Cuando t me digas. -Y si te acompaara? -Me haras feliz. Te necesito. En tu compaa nadie detendr a las armas asirias. Llegaremos hasta Egipto y te har sentar en el trono de los faraones. Semramis introduce la mano en la pileta y juega con el agua. Despus, la alza. Las gotas que escurren se irisan con la luz del sol. Enseguida re. Es el recurso que ha aprendido para provocar los besos de Adadnirari. FIN Ginebra-Madrid, 1967.

376

También podría gustarte