La Vida Simple Carlos Fresneda

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 292

Carlos Fresneda

La vida simple
Prlogo de VI C E N T E VE R D

Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados Carlos Fresneda, 1998 Editorial Planeta, S. A., 1998 Crcega, 273-279, 08008 Barcelona (Espaa) Diseo de la cubierta: Exit Ilustraciones de la cubierta: foto Elena Claverol Primera edicin: abril de 1998 Depsito Legal: B. 13.210-1998 ISBN 84-08-02515-5 Composicin: Vctor Igual, S. L. Impresin: Hurope, S. L. Encuademacin: Encuademaciones Roma, S. L. Printed in Spain - Impreso en Espaa

A mi padre, vctima inocente de un estilo de vida que no era el suyo A mi madre, por atreverse a dar el salto con sesenta y tantos aos A Isabel en perpetuo cambio

AGRADECIMIENTOS

A Vick Robin, Joe Domnguez, Dick Roy y Cecile Andrews, por abrirme las puertas de la otra Amrica. A Irene Hernndez Velasco y a Daniel Wagman, por allanarme el camino en Espaa. Al diario El Mundo y a la revista Ajoblanco, por permitirme publicar en sus pginas el embrin de lo que ms tarde sera este libro. El valor que damos al dinero, al estatus y a la competencia envenena nuestras relaciones personales. La vida feliz ser imposible mientras no simplifiquemos nuestros hbitos y moderemos nuestros deseos. EPICTETO

EL PLACER DE VIVIR

He aqu un libro alternativo. De los que devuelven la esperanza en la existencia de otra vida y emplazada a la vuelta de la esquina. No acampada en el ms all, ni esperando ms tarde, sino instalada ahora y aqu, como vindicaron siempre para s las utopas ms desobedientes con el imperio del sistema. El dinero, la prisa, el consumo, la competitividad, el trabajo, la acumulacin como sinnimo de bienestar, el xito como una equivalencia del cielo. La civilizacin occidental, estimulada por la anfetamina capitalista, ha desembocado en tal excitacin que, al cabo, la vida es taquicardia. Contra el ahogo, este libro procura hacer ver que hay una salida tranquila y que precisamente la mejor manera de liberarse es alzar la vista y otear el formidable horizonte que rodea nuestra agobiada manera de vivir. Ni son necesarios tantos objetos, ni es necesaria tanta sofisticacin tecnolgica, ni sienta bien tanta inquietud por la salud, ni es necesario ser tan eficaz, tan rpido, tan competente, tan ceudo. Los bienes que la existencia ofrece son, en cualidad y cantidad, muy superiores a los que se incluyen en los circuitos de la publicidad. Al lado del universo mercantil existe un paraso casi gratuito, a disposicin de la mano, al alcance de la felicidad y por el que pasamos sin darnos cuenta. Acaso haciendo cuentas. Carlos Fresneda ha escrito ms all de un libro muy contemporneo, un manifiesto existencial para el siglo por venir. Ha elaborado ms all de un catlogo de nuestros desencantos sobre el actual estado de la civilizacin, una lista de agravios y, como complemento, un surtido de medicinas naturales. Occidente est harto de s mismo. Repite su modelo hasta el hasto sobre su sombra patolgica e irradia sus mismos virus

sobre las dems reas del planeta. Los pueblos que despiertan hoy al consumo, guiados por el neoliberalismo occidental empiezan a dormir pronto con las mismas pesadillas que sus colonizadores. Demasiadas prisas, demasiadas tensiones, menos relaciones humanas, menos tiempo para uno mismo y sus deseos, peor comida, peor atmsfera; peores sueos, en fin. El progreso no puede ser esto. O, mejor: la idea del progreso ha perdido de vista a su destinatario humano y circula autnomamente, sin direccin fija, al albur de unas fuerzas econmicas que se autorreproducen como las clulas cancerosas. Sin ningn fin productivo, sin ningn objetivo dichoso, movidas por una energa intrnseca que precipita los cuerpos a su muerte por exceso, por superabundancia, por el simple efecto de la acumulacin. En esta metfora del cncer, se crece y se perece dentro del sistema, y contra esta fatalidad se abre el libro de Fresneda, una de las pocas piezas espaolas que, por el momento, contribuyen a cambiar el punto de mira: la manera de ojear, de sopesar y de escoger.. Gracias a obras como sta se reconoce la opcin de ser libre. O ms an: la disposicin ante nosotros de la libertad todava en sazn. Efectivamente podemos decir no a vivir de otra manera (ms sencilla, ms barata, ms rica en sabores humanos) pero eso ser ya tras una reflexin como la que ofrecen estas pginas; ser tras una eleccin demasiado consciente como para quejarse luego de la contrariedad. Por el contrario, el libro descubre la entidad de una realidad alternativa a la que cada vez acuden ms individuos conscientes de cuatro cosas y amantes de cuatro cosas ms. Conscientes de que el disfrute empieza por estar a bien con uno mismo y no lo solucionar nada relacionado con el placer del bazar. Y amantes de una lucidez que ayuda a entender que nuestra dicha se realiza entre seres humanos y no entre objetos y quehaceres inhumanos. Si la especie mundo ha pervivido ha sido gracias a la cooperacin y si ha sido habitable algn barrio de aqu lo ha sido en funcin de las relaciones con los otros. Las

rivalidades extremas o los individualismos exacerbados a los que induce el neoliberalismo capitalista en marcha son sabotajes contra el sencillo deseo de pasarlo bien. Con la obra de Fresneda uno se lo pasa muy bien. Doblemente: porque su lectura, amena de principio a fin, humana e innovadora, hace al lector mejor. Y porque concluidas las pginas, su empuje sigue actuando para ayudar a franquear las cercas de una realidad ms acorde con los derechos de la belleza, del sexo, del corazn, de a naturaleza. de la inteligencia, del sentido gozoso de vivir. VICENTE VERD

V I V I R ASI

CALIDAD DE VIDA

Ambicin, dinero, xito. As se construye el futuro, o al menos eso nos han hecho creer con machacona insistencia en los ltimos quince o veinte aos. Ansiedad, depresin, estrs. Es el peaje que todos tenemos que pagar, nos guste o no, para lograr el sueo de nuestras vidas... La felicidad reside en un chal en las afueras, viaja en un coche ms grande y potente que el del vecino, nos espera cada domingo con puntualidad religiosa en el centro comercial. La felicidad consiste en acumular y acumular, a cualquier precio y a cualquier hora, aun a costa de nuestra salud, de nuestro equilibrio emocional, de nuestras relaciones personales. La felicidad se vende cara: o la compras o la dejas. La televisin, la publicidad, las fuerzas invisibles que mueven los hilos de la sociedad de consumo han terminado por persuadirnos: no hay otro estilo posible de vida. O a lo mejor s lo hay. A lo mejor podemos encauzar los das sin pegarnos necesariamente con el reloj. Romper las cadenas que nos atan como esclavos al trabajo. Acabar nuestra relacin enfermiza con el dinero y gastar un poco menos. Bajarnos del tren de alta velocidad y retomar el control de nuestras vidas, pisar tierra, respirar hondo, recuperar pequeos grandes placeres a los que renunciamos por nuestro afn de querer ms. En eso estn miles, millones de personas en los pases ms desarrollados del planeta. Reivindican su derecho a ser tratados como ciudadanos, y no como meros consumidores. Hablan de valores como la solidaridad, la simplicidad, la conciencia ecolgica. Se resisten a seguir siendo eslabones de la cadena de produccin y quieren buscar su sitio propio en este mundo, lejos del conformismo al uso y de las leyes del mercado.

Unos siempre estuvieron ah, nunca comulgaron con el sistema y se ganaron el sambenito de alternativos. Otros saborearon primero las mieles de la afluencia, conquistaron la cima del xito profesional y luego dieron marcha atrs, al ver que aquello no marchaba (en Norteamrica se les llama downshifters. los que giran hacia abajo). Hay tambin un tercer grupo: los que han llegado involuntariamente, forzados por la precariedad del empleo, y han descubierto por sorpresa que se puede vivir de otra manera. Segn el Trends Research Institute de Rhinebeck, una de las voces ms autorizadas en tendencias sociales, al menos el 15 % de la poblacin de los pases industrializados abrazar antes del 2005 el nuevo credo: De Escocia a Australia, de Finlandia a Canad, una avalancha de gente est descubriendo que es posible mejorar la calidad de vida consumiendo menos, que la felicidad personal es ms asequible con cierta moderacin y autodisciplina. La nueva medida del xito predice el Instituto no ser la prosperidad material sino el desarrollo personal, la salud, las relaciones afectivas y el compromiso con la sociedad. Asistiremos pues a una recuperacin paulatina del espritu de comunidad frente a la invasin de la economa global. La gente buscar respuestas las est buscando ya en las terapias alternativas, en la alimentacin natural y en la proteccin del medio ambiente. En el frente social, las conquistas no se harn esperar: reduccin de la jornada, flexibilidad laboral, consumo sostenible. Algunos de estos sntomas comienzan a apreciarse tmidamente en Espaa. El auge de la solidaridad y el boom del turismo rural son la avanzadilla. Nuestros sindicatos se han hecho por fin eco del clamor que recorre Europa: Trabajar menos, trabajar todos! Y en las filas de los jvenes profesionales se empiezan a contar las deserciones. Pero el clima social no ayuda. Los medios de comunicacin se han subido descaradamente al carro consumista y han convencido a los espaoles de que la vida consiste en ms coches, ms adosados y ms telfonos mviles. El denodado

esfuerzo de los grupos ecologistas y de economa social se estrella habitualmente contra un muro de incomprensin e indiferencia. En los pases centroeuropeos y en Estados Unidos, sin embargo, la calidad de vida se est convirtiendo en bandera de un autntico movimiento, con decenas de asociaciones haciendo por primera vez frente comn. Al otro lado del Atlntico se aprecia una inusitada actividad en estos ltimos aos. El gran salto cualitativo es bien reciente: 1995. Decenas de arrepentidos del sueo americano se dieron cita en Arlie, Virginia, para intentar resolver un espinoso dilema: Si somos la gente ms rica de la Tierra, por qu no somos los ms felices? La conclusin que sacaron no tiene fronteras: Las horas que quemamos conduciendo, comprando, trabajando o viendo la televisin aumentan imparablemente, mientras que apenas nos queda tiempo para conversar, comer en familia o cultivar nuestras aficiones. Nuestras ansias por ganar ms y ms no funcionan. Las familias estn rotas, la gente se aisla de su entorno y la vida cotidiana se ha convertido en una pesadilla contrarreloj. En algn punto de nuestra reciente historia dimos un giro equivocado...

EL NUEVO SUEO AMERICANO

No es la ltima moda americana, ni tampoco una nueva mstica al estilo hippie. Exageramos si decimos que se trata de una revolucin pactada contra la era yuppie. Por debajo de los estereotipos est la experiencia real, intransferible, de gente que ha decidido salirse de las convenciones y buscar un sentido distinto a la vida. Gente que no ha tenido conciencia de pertenecer a

grupo alguno, hasta que descubri que muchos otros estn siguiendo el mismo camino. Uno de cada dos americanos estara dispuesto a trabajar y ganar menos a cambio de ms tiempo. Uno de cada cuatro ya ha dado el paso adelante en los ltimos aos para poder llevar una vida ms equilibrada. Y el 87 % de los que lo han hecho estn contentos con su nueva situacin. En la tierra de los excesos se est cociendo un estilo de vida que poco o nada tiene que ver con el american dream, un modelo de convivencia cimentado en valores muy distintos a los de la prosperidad ilimitada y el consumo desmedido. Pero tampoco conviene llevarse a equvocos: la tendencia es de momento minoritaria y convive con hechos como el incuestionable xito del Mal de Amrica (el centro comercial ms grande del mundo, tercera atraccin turstica de Estados Unidos) o la predileccin de las adolescentes por ir de compras (el 93% confiesa que el shopping es su actividad favorita). La ola consumista sigue rompiendo en las dos costas, y la maquinaria que agita el ocano global es cada vez ms efectiva y sofisticada. Norteamrica, sin embargo, va mucho ms all de los clichs que nos venden en las pelculas y en las series de televisin. Norteamrica no se acaba en Hollywood, ni en Las Vegas, ni en Disneylandia. Norteamrica es tambin Ithaca, estado de Nueva York, proa de un movimiento de billetes alternativos al dlar. Y Portland, Oregn, ejemplo modlico de recuperacin urbana. Y Arcata, California, el pueblo que ha declarado la guerra al automvil. Y tambin Seattle, refugio de miles de urbanitas vecinos de Bill Gates que vienen a la busca de un ritmo ms relajado de vida y un mayor contacto con la naturaleza. Este ro invisible que recorre sobre todo el noroeste y el nordeste de Estados Unidos pasa necesariamente por Burlington, Vermont, donde tiene su sede desde 1996 el Centro para el Nuevo Sueo Americano. El Centro es el punto obligado de referencia para decenas de asociaciones que trabajan en la misma trinchera. All confluyen la cruzada por la independencia financiera (New Road Map

Foundation), el frente del desarrollo sostenible (Northwest Environment Watch) y el activismo antitelevisivo (TV-Free America). Su objetivo es calar en el americano medio y hacerle ver que su comportamiento como consumidor es a todas luces insano. La cultura de usar y tirar no va a desaparecer de un da para otro apunta la directora del Centro, Ellen Fumari. Pero igual que la poblacin ha reaccionado contra los riesgos del tabaco o ha descubierto los beneficios del reciclaje, acabar dndose cuenta de los efectos perniciosos de nuestras pautas de consumo. La voluntad de cambio est ah; basta con echar un ojo a las encuestas... Pero las transformaciones sociales son muy lentas, y todo lo que est surgiendo ahora comenzar a dar sus frutos en un par de dcadas sostiene Fumari. Tenemos que trabajar especialmente en el campo de la educacin; nos estamos esforzando mucho por llegar a las escuelas. Hay que embarcar tambin en la misma nave a los medios de comunicacin, y sa es una batalla ms complicada porque en gran parte estn dominados por los mismos intereses que mueven la sociedad de consumo. El Centro para el Nuevo Sueo Americano organiza y apoya campaas como el Buy Nothing Day (el da de no comprar nada) o la TV-Free Week (semana nacional de abstinencia televisiva). Uno de sus logros ms sonados fue la emisin de un impactante documental Abundancia: las enfermedades ambientales y espirituales causadas por el consumismo que lleg a millones de americanos por el canal pblico de televisin en plena vorgine navidea de 1997. El ideario del nuevo sueo americano est plasmado en una revista Enongh! que intenta responder cada tres meses al espinoso dilema: Cunto es bastante? Si los americanos se estn haciendo ya esa pregunta, es de esperar que tarde o temprano se la acabe formulando el resto del planeta. Ya que tanto miramos a Estados Unidos para con-

tagiarnos de sus envidiables excesos (y de sus profundas carencias), quizs ha llegado el momento de importar tambin el antdoto. YUPPISMO A LA ESPAOLA

Portento de joven. Preparadsimo, independiente, supertrabajador y con coche, su primer coche: el espejo en el que se mira todas las maanas. Imberbe por fuera y ambicioso por dentro. Menudo y austero, pero capaz de crecerse ante la adversidad. Con todas las prestaciones que jams pudiste imaginar... Ms que promocionar un determinado modelo de coche, aquel anuncio consigui crear un estereotipo irreal. La publicidad se invent al joven JASP, especie surgida en los aos noventa y que sustituye al yuppie del socialismo y al hippie de la transicin. Se escribi mucho en su da sobre los JASP. Revistas, peridicos y televisiones hicieron sociologa comercial del asunto. Las universidades y los bares de copas fueron tomados al asalto por chicos apuestos, bien vestidos y sobradamente preparados. Donde menos se les vea, sin embargo, era en las colas del paro, y eso que las estadsticas decan que un milln de jvenes entre diecisis y veintinueve aos no encontraban trabajo. El fin ltimo de la publicidad: vender parasos imaginarios a la gente, alimentar con sueos falsos su frustracin permanente. Y, de paso, fabricar un modelo de triunfador que en poco o nada se distingue del trasnochado yuppie. Primero, el coche; despus, la vanidad. El yuppismo tardo a la espaola floreci a la sombra de la bonanza econmica de los ltimos ochenta y cobr su mxima expresin en la cultura del pelotazo. La ambicin y el dinero se convirtieron en valores estrella; todo lo dems qued aparcado hasta mejor fecha. La sociedad de consumo entr como un alud por nuestras fronteras, y en apenas doce aos recorrimos el camino de varias dcadas. Nos hicimos ms europeos, y tambin ms americanos.

La televisin y el ftbol tomaron al asalto los hogares. Las multinacionales nos inundaron de hamburguesas, centros comerciales y parques temticos. A la sombra de las grandes ciudades crecieron como esporas los adosados, versin autctona del sueo americano, que luego result ser una estafa: aislamiento, tedio, atascos, el rugido incesante de la autopista. Nuestras vidas comenzaron a orbitar alrededor del coche, o de los dos coches, y nos vimos obligados a trabajar cada vez ms para poder hacer frente al cmulo de gastos. Pese al mito de la buena vida a la espaola, nuestro pas era en 1997 el tercero de la Unin Europea donde ms se trabajaba, y el primero en el ranking de horas extras. La cultura de la tortilla y del cafelito est dejando paso a la del almuerzo frugal y el fast-food. El hedonismo que nos caracterizaba sucumbe todos los das ante el poderoso influjo del dlar. En 1997, el 68% de los espaoles reconoca que la gente que les rodea se mueve exclusivamente por dinero; el 5 5 % deseara ganar ms, aunque le diera ms preocupaciones, y el 44% estaba de acuerdo con la afirmacin: El dinero da la felicidad. Nuestro pas lleg tarde a la rueda de la fortuna y est comenzando a notar ahora los efectos secundarios de la afluencia. Sin embargo, y pese al cambio vertiginoso, an queda cierto sustrato difcil de eliminar. Las distancias personales y familiares son ms cortas que en el resto de los pases de nuestro entorno. Nuestras calles rezuman todava una alegra vital difcil de encontrar en las ciudades extranjeras. Y aunque el individualismo ha calado muy hondo, se ha conseguido rescatar del fango el viejo ideal de la solidaridad (ms de dos millones de espaoles colaboran como voluntarios en las ONG). El credo consumista sigue marcando el ritmo a las ltimas generaciones de JASP y similares, pero en la franja que va de los treinta a los cuarenta comienza a apreciarse una sensacin de hasto y un atisbo de impostura. Cada vez es mayor la certi-

dumbre de que esta vida de devocin sacerdotal al dinero y sacrificio personal por el trabajo es el mejor camino hacia la depresin y el infarto. GENTE CORRIENTE

A los nueve aos se march del pueblo, y aunque a los treinta tena la vida ms o menos resuelta, all en la gran ciudad, su cabeza segua dndole vueltas a una idea: dejar atrs los agobios, la contaminacin y el ruido, y volver a respirar el aire humilde y puro de su tierra. Jos Pedro Rubio es bastante ms feliz viviendo en Herrera del Duque, provincia de Badajoz, que en Barcelona, donde consumi dos terceras partes de su vida: La ciudad me resultaba cada vez ms violenta, y haba algo dentro de m que me empujaba a regresar al campo. Lleg una edad en que me dije: "O ahora, o nunca."' Sus amigos de la gran urbe no acababan de comprender la decisin: Qu se te ha perdido en el pueblo? Pero Jos Pedro no dud en dar el paso adelante. Vendi su piso, se despidi de su trabajo en Comisiones Obreras y regres a sus orgenes, con la intencin de abrirse paso en la cosa ganadera y ayudar a su mujer a montar una academia... Son ms las cosas que he ganado que las que he perdido. Aqu puedes salir adelante con bastante menos dinero, ganas mucho tiempo y tienes toda la tranquilidad del mundo. De Barcelona echo de menos la vida cultural, la posibilidad de ir al cine, al teatro y esas cosas, pero poco ms. La ciudad empieza a estar saturada de todo. Ahora bien, el pueblo tampoco es el paraso advierte Jos Pedro. Para m ha sido relativamente fcil porque estaba acostumbrado: al fin y al cabo es mi gente, es mi tierra. Pero el pueblo es duro si no lo has conocido antes. A alguien que haya vivido todo el tiempo en la ciudad se le puede hacer muy cuesta arriba. Alicia Arrizabalaga es otra arrepentida de la gran urbe: de Madrid a Lanzarote, a la busca de un estilo de vida ms saludable

y apacible. Atrs quedaron las jornadas maratonianas de doce horas, las comidas de trabajo, las presiones constantes. Con treinta y dos aos dej su empleo fijo en una editorial; ahora trabaja en jornada intensiva para la Fundacin Csar Manrique... Me encuentro fenomenal en Lanzarote: me levanto contentsima, estoy en contacto permanente con la naturaleza y tengo un horario estupendo: las tardes son mas. Antes viva con el agua al cuello: por las noches llegaba exhausta a casa y lo nico que me apeteca era meterme en la cama. La verdad es que Alicia nunca tuvo la tentacin de ponerse el disfraz de ejecutiva agresiva. Su mxima ambicin consisti siempre en trabajar en algo que le gustara y le hiciera sentirse til. Que la implicara personalmente, pero no hasta el punto de invadir el ltimo resquicio de su vida. Por codicia, desde luego, no iba a complicarse la existencia; eso lo dej muy claro en un libro (Vivir mejor con menos) que escribi a medias con Daniel Wagman antes de dar el salto definitivo a la isla. En Lanzarote ha cado por primera vez en la tentacin de un coche de segunda mano y del telfono celular (porque es lo que mejor me va entre tantas idas y venidas). Pero ah acaban sus lujos, adems de la azotea, los amigos y las inmersiones en pleno invierno en el mar... Mucha gente que conozco me tiene sana envidia; me dicen que se cambiaran por m, pero no lo hacen. Unos porque estn atados por la familia, otros porque le tienen miedo al cambio o prefieren la seguridad econmica. A Blanca Diez Pea tampoco le quita el sueo el ganar ms dinero. Estudi Econmicas sin tenerlo muy claro, y en cuanto surgi la ocasin de entrar a trabajar en un banco, nada ms acabar la carrera, se ech a temblar: No me vea a m misma atada a una mesa, amasando dinero sin ms y atrapada en una rutina que ni me iba ni me vena. Yo quera trabajar en algo que me motivara de verdad y diera un cierto sentido a mi vida.

Con veinticuatro aos, Blanca fich por Tierra de Hombres, una ONG que se dedica a traer nios enfermos de pases subdesarrollados para que puedan ser operados en hospitales europeos. Lo que empez siendo su dedicacin como voluntaria se acab convirtiendo en su profesin remunerada: Mis antiguos compaeros de clase no lo entienden, claro. Me comparan con la madre Teresa y me preguntan: "Cmo has desaprovechado la ocasin de trabajar en el banco, cuando podras estar ganando dos o tres veces ms?" Lo que gano no se mide con dinero. El corazn se me encoge cada vez que logramos traer a un pequeo y voy a recogerlo al aeropuerto, o a ver cmo est en el hospital. El futuro? se pregunta Blanca. No lo s, no pienso demasiado en ello. De momento no concibo otra cosa que las ONG. Es un trabajo tan agotador como gratificante. No me har rica, pero al menos vivir intensamente y pondr lo mejor de m al servicio de los dems.

BAJARSE DE LA MOTO

La apacible ciudad de Portland le distingui no hace mucho como hijo honorfico: Dick Roy, cotizadsimo abogado local hasta los cincuenta y cuatro aos, cuando decidi quitarse la corbata, renunciar a sus envidiables emolumentos (dos millones de pesetas mensuales) y dedicarse al sacerdocio de la austeridad. Ocho aos le dura el coche, utiliza la bicicleta para moverse por la ciudad y dos pantalones le bastan para llenar el ropero. l mismo recicla la basura orgnica en el jardn de su casa, que hace tambin las veces de huerto biolgico. Hasta el pan lo hornea con sus propias manos: sin almidn ni levaduras; con cereales enteros, a la vieja usanza. Dick Roy ha creado escuela en el noroeste americano al frente del Northwest Earth Institute, la asociacin ecologista en

la que ha invertido parte de sus ahorros. Las iglesias, los institutos y las empresas le abren las puertas para que adoctrine a mdicos, abogados y ejecutivos y les ensee cmo moderar el consumo y preservar al mismo tiempo el medio ambiente: Empezamos dos, mi mujer Jeanne y yo, y ahora ya tenemos miles de voluntarios repartidos por todo el estado de Oregn. Esto es como el milagro de los panes y los peces. Camino de los sesenta, Roy exhibe una radiante jovialidad que tal vez se explica por el nuevo sentido que ha cobrado su vida. Mientras sus ex compaeros de profesin flirtean todos los das con el infarto, l intenta mantenerse sano con una sencilla receta: tranquilidad y buenos alimentos, aliados con el entusiasmo y la conviccin de estar trabajando por una sociedad mejor. Mi sueldo? Era absurdo matarse por el dinero; ni mi mujer ni yo necesitamos nunca tanto. Lleg un momento en que nos daba ms preocupaciones que otra cosa. Eso s, el giro en nuestras vidas no fue de la noche a la maana; lo llevbamos meditando mucho tiempo y poco a poco fuimos introduciendo cambios. Yo dej mi trabajo, pero no nos ha hecho falta mudarnos de casa ni marcharnos a vivir a la montaa. Phil Harrington, vecino de Washington, sigui un camino paralelo al de Dick Roy, slo que con algunos aos de antelacin (cuarenta y cuatro) y con una meta distinta. Phil trabajaba como agente de seguros y comenzaba a estar harto de vender castillos en el aire. En su escaso tiempo libre le dio por tomar cursos de masaje shiat-su hasta que, al cabo de cuatro aos, consigui un diploma para poder ejercer profesionalmente. Su siguiente paso fue invertir en una franquicia de The American Backrub (popularsima cadena de masajes y productos antiestrs) y pedirse una excedencia en el trabajo. Jams volvera. A mi familia la tengo ahora ms cerca que nunca: mi mujer y una de mis dos hijas trabajan conmigo. Pasamos por unos momentos de incertidumbre, pero el negocio empieza a funcionar y estamos ya pensando en montar un servicio de "telemasajes" para las oficinas. Fjate las vueltas que da la vida: tal vez

vuelva a la compaa donde trabajaba antes... a velar por la salud de mis ex compaeros. Aunque econmicamente ha salido perdiendo, Phil ha ganado en dos apartados que para l no tienen precio: independencia y energa vital. Otra de las grandes satisfacciones, dice, es poder ayudar a la gente a prevenir el estrs, los dolores de espalda y otras enfermedades: A veces miro hacia atrs, pienso en todos los aos que he quemado atado a una silla y pegado a un telfono y me dan autnticas nuseas. Betsy Taylor, ex adicta al trabajo (sesenta horas semanales), decidi imprimir un giro diferente a su vida laboral. Al poco de tener a su segundo hijo pidi la reduccin de jornada a cuatro das a la semana, aun renunciando a la quinta parte del sueldo. Le cost convencer a su empresa, pero una vez conquistado el privilegio ha ido siempre con l por delante, como condicin indispensable para aceptar cualquier empleo. Su especialidad: recabar fondos con fines sociales. Ahora trabaja para la Merck Family Fund, en Maryland, y participa precisamente en estudios sobre consumo sostenible y calidad de vida: Mi trabajo me gusta, y aunque la oficina me absorbe a veces ms de la cuenta, s que por lo menos tengo tres das enteros para volcarme en la familia. Janet Luhrs, vecina de Seattle, se vio tambin en el eterno dilema de las madres trabajadoras: Yo tena muy metido en la cabeza lo del xito profesional. Me licenci en Derecho un mes antes de tener a Jessica, y dos semanas despus del parto me incorpor a un despacho de abogados. Dur slo unos das en aquel infierno: me di cuenta de que era una estupidez dejarse la piel de esa manera para pagar la guardera. Janet, divorciada tiempo despus, trabaja ahora desde su casa como escritora, editora y distribuidora de una revista, Simple Living (Vida Simple). Hace coincidir su jornada laboral con el horario escolar de sus dos hijos, y se pasa el da custodiada por sus gatos. Al menor sntoma de estrs, coge el ordenador porttil y se baja a escribir a orillas de un lago cercano...

Las mujeres tienen un papel primordial en el cambio de estilo de vida. Durante muchos aos nos hemos dedicado a imitar a los hombres y nos hemos comportado de una manera extremadamente competitiva. Poco a poco va habiendo una vuelta a ciertos valores que nunca se debieron perder. El trabajo es muy importante, pero la maternidad es un regalo del cielo.

CORTAR POR LO SANO Hay ocasiones en que el trabajo no deja escapatoria. El estrs, la rutina, el desgaste personal, la ausencia de recompensas, todo eso se va cociendo durante aos en una olla a presin hasta que un buen da explota. Algo as fue lo que le pas a Alfonso Anabitarte, que con treinta aos recin cumplidos se enfrent a la ms dura decisin de su vida: le ofrecieron ser interventor de una financiera del entonces Banco Hispanoamericano. El ascenso era tentador, pero ante la perspectiva de ms trabajo, ms preocupaciones y menos tiempo para s mismo, dijo sencillamente que no. Estaba harto del papeleo, de las reuniones, de tener que estar siempre a disposicin de la empresa. Me di cuenta de que mi empleo me impona un estilo de vida y una forma de ver las cosas que me hacan entrar en una contradiccin cotidiana. Alfonso decidi cortar por lo sano. Se despidi un buen da, se apunt al paro y se inscribi en un curso de formacin profesional. Le apeteca trabajar con las manos, as que cambi los nmeros por la madera: de jefe de administracin a ebanista. Madrid se le quedaba demasiado ancho para sus nuevas y modestas pretensiones. El siguiente paso fue dar el salto a la sierra. En Alpedrete, con un coche de segunda mano y un radiocasette de tres mil pesetas, se propuso trabajar las horas justas que te permitan ganar lo que necesitas para vivir. El cambio le sirvi adems para retomar el contacto con su padre

(jams me llev mejor con l) y para embarcarse en su propia familia: una hija... Mi mujer, Mara Jos, trabaja en un clnica veterinaria en el pueblo. Ahora, con la nia, podemos pasar apuros econmicos, pero jams me he arrepentido de dejar el banco. Al menos vivo conforme a mis valores y soy yo mismo el dueo de mi trabajo. Josu lgartua tard algo ms en decidirse. Con cuarenta y dos aos, consigui vencer las resistencias de su esposa y sus dos hijos para dejar primero el piso de Bilbao, despus el chal en Vitoria y recalar definitivamente en Ondarribia, su pueblo predilecto. Atrs qued su pasado gris como funcionario del Gobierno vasco; lo que a Josu siempre le gust fue el diseo grfico: Antes era ms difcil, pero hoy en da puedo trabajar perfectamente desde casa: con el ordenador, se acabaron las distancias. Recibo encargos de Bilbao, de Valencia, de Biarritz, y no tengo por qu moverme. Estoy en un lugar perfecto: al borde del mar. a un paso del Pirineo, al lado de la frontera. Es lo que siempre quise, para qu ms? Su mujer, Adriana, profesora de enseanza media, sale adelante dando clases particulares. A ella le ha costado ms acostumbrarse, y algunos fines de semana coge a los nios y se marcha a Bilbao a ver a sus padres. Josu les acompaa a veces, muy a su pesar: A m me tienen que llevar atado. Para aislamiento, el de la ciudad: te puedes pasar aos viviendo en un piso y no conoces ni al vecino... Otro que opt por marcharse al campo: Vicente Solana, tcnico de programacin de ordenadores (lleg a trabajar para la NASA) reconvertido en agricultor al borde de los cincuenta aos. Su metamorfosis lleg por la va ecolgica y le cost un divorcio. Ahora vive con su segunda mujer, Amelia, y el hijo de ambos, Christian, en un poblachn de quinientos habitantes: Valdeabero. A lo largo del ao pasan por aqu hasta mil caras nuevas: unos para comprar nuestros productos, otros para recibir cursos de construccin rural, otros para saborear los platos que cocina Amelia. No estamos ni aislados ni solos. Adems, yo tengo que ir

frecuentemente a Madrid con la furgoneta por motivos de trabajo. Cuarenta y cinco kilmetros, todo un mundo, separan la vida anterior de Vicente (no muy distinta de la de cualquier profesional de clase media) de su actual ocupacin de hombre para todo. l mismo se construy la casa y l mismo se deja todos los das la piel en la tierra... Me encantara tener tiempo para sentarme a ver de cuando en cuando la televisin o para meterme en Internet; lo que pasa es que el da no da ms de s. La vida que llevamos es ms sencilla, pero exige todas nuestras energas: trabajamos de sol a sol, entre unas cosas y otras. Aun as, yo no cambio mi situacin por la de antes. Lo nico que lamento es que no se viniera ms gente con nosotros. Habamos pensado hacer una comunidad ecolgica siguiendo los principios de la Fundacin Findhorn, en Escocia, aunque ya sabes lo que pasa: muchos te dicen que estn hartos de la vida que llevan, pero luego les cuesta dar el paso adelante.

EN BUSCA DE LA SIMPLICIDAD

La busca del equilibrio a travs de la vida simple ha sido una constante en todas las civilizaciones. Los padres espirituales del este (Buda, Confucio, Lao-Tse) ya nos invitaban a huir de los excesos y a no dejarnos cegar por la codicia. Los filsofos griegos y romanos de Scrates a Virgilio, pasando por Platn, Aristteles o Digenes tambin profundizaron en el permanente conflicto entre la abundancia material y la riqueza del alma. Para los estoicos, la simplicidad fue mucho ms que un objeto de reflexin, casi una ley de vida. El cordobs Sneca, eterno punto de referencia, se propuso conquistar la serenidad con una frmula que ha resistido impvida el paso del tiempo:

Aprendamos a contener el lujo, a templar la ostentacin, a vivir sin ornamentos. El esclavo Epicteto, otro notable estoico, lleg a decir: Si quieres desarrollar tu habilidad para vivir de una manera sencilla, hazlo por ti mismo, silenciosamente, y no lo hagas por impresionar a otros. El emperador Marco Aurelio, alumno aventajado, tom buena nota y nos dej un esplndido legado en forma de Meditaciones, de lectura obligada para quienes piensen que la simplicidad es incompatible con el poder. La moderacin es una virtud que est tambin en la base de casi todas las religiones. El mismo Jesucristo fue un ejemplo de vida austera rayana en la miseria, y el voto de pobreza ha persistido por los siglos de los siglos, pese al boato de las altas jerarquas eclesisticas. Como manifestacin religiosa o como corriente filosfica, como revolucin social y poltica o como creacin artstica, el ro de la simplicidad ha emergido de muy distintas formas a lo largo de la historia. El romanticismo, el espritu rousseauniano de vuelta a la naturaleza y las utopas del siglo xix caminan en la misma lnea de impostura o rebelda contra los efectos perversos del materialismo. En Estados Unidos, la idea triunfal del progreso ilimitado ha tenido siempre un contrapunto histrico en ilustres defensores de la austeridad como Benjamn Franklin, Henry David Thoreau o Ralph Waldo Emerson. De todos ellos, Thoreau es por antonomasia el profeta de la simplicidad, cabeza visible del grupo de trascendentalistas que se propuso rasgar en la superficie de la vida americana y reivindicar el progreso espiritual del individuo. Huyendo de la masa de hombres que viven en perpetua desesperacin, Thoreau abandon su pueblo, Concord, y se march a vivir a una cabaa al borde de un lago para afrontar los hechos esenciales de la vida e intentar aprender de ella, en vez de esperar a morir y descubrir que no he vivido.

La suya no fue la huida del eremita (en mi cabaa haba siempre una silla para la soledad, otra para la amistad y otra para la sociedad). Durante los dos aos que estuvo viviendo en el bosque trabaj por temporadas como carpintero, albail y jardinero para ganarse la autosuficiencia. Las muchas horas que le quedaban las inverta en leer, escribir y observar la naturaleza hasta sentirme parte de ella. Su experiencia qued plasmada en Walden (1854), un clsico que tendra que esperar algunas generaciones para ver reconocida su autntica vala. Thoreau no se pone como ejemplo a seguir; se conforma con contagiarnos su alegra vital: Cada da era una invitacin jubilosa a imitar la simplicidad, y hasta la inocencia dira, de la naturaleza en s misma. Thoreau critic muy duramente el optimismo material de Estados Unidos y conden la ciega e inhumana persecucin de la riqueza escribe David Shi, autor de The Simple Life, completsima incursin histrica en los anales de la vida simple. Estaba convencido de que los niveles de prosperidad alcanzados a mediados del siglo xix eran una ocasin ideal para permitir a la gente trabajar menos y poder dedicar ms tiempo "a las cosas del alma y del intelecto". En todas las pocas, la simplicidad ha sido al mismo tiempo una mtica aspiracin social y una gua de comportamiento individual aade Shi. En ambos sentidos, casi siempre ha sucumbido a manos del progreso, pero nunca ha desaparecido como tal. Siempre ha quedado cultivndose en pequeos reductos. como las comunidades de los amish y los cuqueros. Y cuando la sociedad la crea ya muerta, de pronto ha resurgido con fuerza inusitada. La influencia proverbial de una figura como Gandhi fue decisiva para rescatar la idea en este siglo. En los albores de la sociedad de consumo, Occidente mir a Oriente en busca de respuestas. Todo aquel descontento social acabara fraguando en el movimiento hippie, en la generacin beat y en la explosin contracultural que sacudi Europa y Norteamrica a lo largo de los aos sesenta y los setenta.

Proliferaron las asociaciones y las revistas de ecologa social. Los situacionistas denunciaron los excesos del comercialismo. Se publicaron ttulos como Ya tenemos bastante!, Viviendo pobre con estilo o Camino hacia la frugalidad... De todos ellos han pervivido especialmente dos: Tener o ser?, de Erich Fromm, y Lo pequeo es hermoso, de E. F. Schumacher. Fromm detect hace dos dcadas el hasto y la infelicidad de nuestro estilo de vida: La mayora del mundo occidental conoce el placer de consumir, pero un creciente nmero de consumidores sienten que les falta algo: estn empezando a descubrir que tener mucho no produce bienestar. Las races del mal de siglo, en su opinin, hay que buscarlas en el culto desmedido a las posesiones: Las cosas y yo nos convertimos en objetos, y yo las tengo, porque tengo poder para hacerlas mas, pero tambin existe una relacin inversa: las cosas me tienen. E. F. Schumacher, por su parte, carg las tintas contra un sistema irracional de produccin de masas que se ha olvidado por completo del factor humano. Necesitamos una nueva direccin adverta Schumacher, una direccin que apunte a las necesidades reales del hombre. El hombre es pequeo, luego lo pequeo es hermoso. El paroxismo de los aos ochenta enterr stas y otras ideas. Tras el fracaso del comunismo, comenz a tomar cuerpo la Internacional Consumista. El mundo entero bail al trepidante ritmo de Wall Street. La simplicidad, de nuevo, se dio por extinguida. Pero a principios de los noventa resucita en Norteamrica, de la mano de un plantel de inmejorables crticos sociales: Duane Elgin, Alan Durning, Jerry Mander, Theodore Roszak, Paul Wachtel. La bolsa o la vida, de Joe Domnguez y Vicki Robn, se encarama a la lista de bestsllers y el fenmeno salta a la televisin y a las portadas de las revistas. Surgen nuevas y cada vez ms slidas publicaciones (Utne Reader, Yes!, Adbusters, Hope). El abanico de grupos y asociaciones se ampla por das.

En Seattle, por azares del destino, convergen varios de los impulsores de la vida simple. All surgen los primeros crculos de estudio, que en los ltimos aos se han extendido por Estados Unidos. Cecile Andrews, su infatigable creadora, est convencida de que as, en grupos de seis o siete y sin armar excesivo ruido, ir creciendo la bola de nieve: De lo que se trata es de crear lazos entre la gente, recobrar el sentido de comunidad y la capacidad de accin en nuestro entorno inmediato. Los crculos de la simplicidad se convocan en casas o en cafeteras por espacio de dos horas. Las reuniones comienzan con una charla informal sobre las ltimas experiencias materiales de cada uno (esta semana he conseguido reducir mis gastos a ciento cincuenta dlares; he decidido desprenderme de la televisin) y derivan luego a los aspectos ms insospechados del da a da. La gente viene a los "crculos" huyendo del vaco y la desazn de la vida moderna se explica Cecile. Y entre todos hemos descubierto la paradoja: al tiempo que simplificamos nuestros hbitos, nos vamos enriqueciendo por dentro. La vida se vuelve menos complicada, pero interiormente es mucho ms compleja. Tambin nos hemos convencido de que no hace falta romper radicalmente o marcharse a vivir al bosque. Los cambios es mejor hacerlos gradualmente, empezando por uno mismo e intentando modificar el entorno inmediato. Se puede aspirar perfectamente a una vida sencilla en la gran ciudad. Cecile, infatigable habladora, orquesta su crculo de estudio en Seattle en torno al tema del da: costes y beneficios de la abundancia. Los contertulios debern llenar una hoja con todo lo que hacen a lo largo de una jornada laborable. Al final tendrn que responder, con el corazn en la mano, al siguiente cuestionario: Qu obtienes a cambio de cada una de estas actividades? Cuntas de ellas se refieren al aspecto material de tu vida? Cuntas al espiritual intelectual o personal? Hasta qu punto esas actividades encajan con tu meta en la vida?

Seras capaz de prescindir de alguna de ellas? Te imaginas poder vivir de otra manera?

ORA ET LABORA

QUEMADOS

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que tal vez disfrutbamos con el trabajo. Y aun si no nos agradaba excesivamente lo que hacamos, por lo menos nos serva para pagar las facturas y regalarnos algn que otro capricho. Como vocacin o como medio de vida, como pasin diaria o como soportable rutina, el trabajo cumpla su funcin y punto. Hoy por hoy, el trabajo es algo ms que eso. Es, sobre todo, una fuente constante de estrs, sobrecarga, angustia, insatisfaccin y fatiga. La revista Scientific American revelaba en 1994 que, al cabo de medio siglo, el rendimiento por hora trabajada se ha duplicado en los pases industrializados. Las nuevas tecnologas han provocado despidos en masa y estn ejerciendo an ms presin sobre quienes han logrado salvar su puesto. La competencia salvaje, las crisis econmicas y la inseguridad laboral han obligado a extender las jornadas laborales mucho ms all de lo que estipulan los contratos o los convenios. En las oficinas se respira un aire cada vez ms espeso y viciado. El resultado de todo esto es lo que en ingls se conoce como burn-out y que podemos traducir como la quemazn laboral. A principios de los ochenta, los psiclogos americanos comenzaron a estudiar los efectos del burn-out en profesiones estresantes como la medicina, la asistencia social o la enseanza. Al cabo de una dcada, el mal est tan extendido que alcanza ya proporciones epidmicas. Christina Maslach y Michael Leiter, autores de The truth about burn-out (La verdad sobre el burn-out) cargan las tintas sobre las grandes compaas y las acusan de haber olvidado por completo el factor humano durante la reconversin tecnolgica. Todos, desde el mximo directivo al ms humilde de los trabajadores, estn pagando ahora muy caras las consecuencias.

Los lugares de trabajo se han vuelto fros, hostiles y demasiado exigentes escriben Maslach y Leiter. La gente est emocional, fsica y psicolgicamente exhausta. Su dedicacin laboral les roba toda la energa y el entusiasmo. La satisfaccin por el trabajo bien hecho o el mnimo reconocimiento son cada vez ms difciles de conseguir. La vinculacin y el compromiso personal con la empresa se estn desvaneciendo. El burn-out se encuentra a medio camino entre el estrs y la depresin. El primer aviso nos llega en forma de cansancio: nos levantamos tan agotados como nos acostamos, nos falta aliento vital la sola idea de pisar la oficina nos produce nuseas. La segunda etapa es la del cinismo: nos sentimos cada vez ms distantes del trabajo, adoptamos una actitud de no implicacin, todo lo enjuiciamos por el lado negativo. Al final, desembocamos en la ineficiencia: las tareas se hacen cada vez ms cuesta arriba, perdemos confianza en nuestras habilidades y cualquier nuevo proyecto, por modesto que sea, nos resulta abrumador. Dolores de cabeza, trastornos gastrointestinales, tensin muscular, alta presin sangunea, ansiedad, insomnio... El burn-out produce, por lo general, una sucesin de malestares en cadena. La forma ms fcil de aliviarlos suele ser el alcohol, las drogas o las pastillas. Maslach y Leiter consideran que estamos ms ante una enfermedad social que ante una dolencia que se propaga de persona en persona... Lo que est fallando es la estructura de las empresas: cuando a un trabajador se le obliga a renunciar a su lado humano, la mente y el cuerpo se rebelan. La principal causa del burn-out es sin duda la sobrecarga: con la ayuda de la mquina, el trabajador se ve forzado a realizar el doble de tareas en la mitad de tiempo. Su labor es ms intensa y compleja: slo para poder interaccionar con el ordenador se ve obligado a una puesta al da permanente, casi siempre a costa de su tiempo libre.

El aislamiento, el automatismo, la falta de control, la ausencia de recompensas, los conflictos de valores... Todo esto provoca una especie de centrifugado en la mente del trabajador, que arrastra su quemazn hasta que no puede ms y explota. La depresin es ya la segunda causa de bajas laborales. El estrs est considerado como uno de los principales desencadenantes de los ataques al corazn. El sndrome de fatiga crnica, una enfermedad prcticamente desconocida hasta 1988, hace estragos entre los yuppies. Y es que la mayora de las oficinas, aparentemente pulcras e inofensivas, son tan peligrosas para nuestra salud fsica y mental como las cadenas de produccin de principios de siglo.

TRABAJAR MENOS, TRABAJAR TODOS

Nos las prometamos muy felices con la sociedad del ocio. Las mquinas decan trabajarn por los hombres. Lo ltimo que podamos imaginar es precisamente lo que est pasando: el hombre, con la mquina, produce lo que dos hombres. Desde 1938 estamos anclados en la jornada semanal de cuarenta horas: los mismos esquemas rgidos de hace medio siglo, multiplicados por los largos desplazamientos, las horas extras, el tiempo fachada que no nos pagan y la incorporacin masiva de las mujeres al mundo laboral. La revolucin tecnolgica ha cambiado drsticamente nuestros hbitos, s, pero de momento ha contribuido bien poco a mejorar nuestra calidad de vida. En Estados Unidos se trabajaba a finales de los ochenta ciento sesenta y tres horas anuales ms que dos dcadas antes, segn revela la sociloga Juliet Schor en The Overworked American (El americano sobretrabajado). En Europa, las crisis

econmicas y el fantasma del paro congelaron indefinidamente las conquistas sociales. La ley del mercado ha impuesto su aplastante dinmica sobre el estado de bienestar, y as estamos todos: atrapados en la espiral de la produccin y el consumo. En perodos anteriores de la historia, el incremento de la productividad ha trado una reduccin sistemtica de la jomada laboral apunta Jeremy Rifkin en El fin del trabajo. La primera fase de la revolucin industrial, en el siglo xix, permiti el recorte de las ochenta a las sesenta horas semanales. En la transicin de la era del vapor a la de la energa elctrica y del petrleo, el incremento de la productividad posibilit la reduccin de la jornada hasta las cuarenta horas. Todo lo contrario ha ocurrido desde que comenz la implantacin de los ordenadores, denuncia Rifkin, que acusa a los gobiernos y a las empresas de no haber querido socializar las ganancias de la revolucin tecnolgica. Habla el autor de la necesidad de un nuevo contrato social, y cree llegado el momento de una reduccin de la jornada laboral a treinta o incluso veinte horas semanales. El recorte, segn Rifkin, servira no slo para poner fin a la insostenible presin laboral sino para aliviar de paso el problema acuciante del paro. Empresas como Volkswagen han demostrado ya con hechos que la teora funciona. En 1994, con el visto bueno de los sindicatos, se implant la semana laboral reducida de veintiocho a treinta y cinco horas para evitar el despido de 31000 empleados. Los trabajadores, eso s, tuvieron que arrimar el hombro y disminuir hasta el 20 % de su poder adquisitivo. Digital Equipment ofreci a sus empleados la posibilidad de trabajar cuatro das a la semana aun a costa de perder el 7 % de su sueldo. El 13 % de la plantilla accedi a ganar menos a cambio de ms tiempo libre. Gracias a esa singular iniciativa, la compaa pudo mantener noventa puestos de trabajo que estaban condenados a desaparecer.

Lavorare Meno, Lavorare Tutti. Trabajar menos, trabajar todos, como dice el eslogan acuado por los sindicatos italianos. Italia fue uno de los primeros pases europeos en airear el debate de la reduccin de la jornada laboral como antdoto contra el desempleo. El empresario Cario de Benedetti defendi pblicamente la medida. El gobierno se ha fijado una fecha, el 2001, para consagrar legalmente las treinta y cinco horas. En Francia, la brecha la abri el socialista Lionel Jospin, que se ha propuesto el ao 2000 como meta. A partir de ese momento, el recorte de treinta y nueve a treinta y cinco horas semanales afectar a empresas con menos de veinte trabajadores. Jospin se ha dejado llevar por su intuicin y ha preferido desor la advertencia agorera de las patronales: perderemos competitividad y habr ms paro. Ya veremos... Y en Espaa? Encabezamos el ranking europeo de desempleo y de horas extras. Pese a todos los tpicos, somos el tercer pas de la UE donde ms se trabaja (40,7 horas semanales, frente a las 40,3 de media). Y aun as, los polticos y los empresarios se obstinan en seguir en sus trece. Los sindicatos, por fin, se han hecho eco y piden que sigamos el ejemplo de nuestros vecinos de Europa: trabajar menos para trabajar todos (o casi todos).

EMPRESAS CON CORAZN

Me tratan como a un esclavo. Nadie se interesa por mi trabajo. Mis compaeros pasan. El jefe nunca escucha... La rutina habitual de cualquier oficina. La sumisa y resignada actitud con la que comienzan y acaban su jomada millones de trabajadores. Hasta cundo? Un poco de paciencia; parece que la cosa est cambiando. Los primeros en advertirlo han sido los especialistas en tcnicas de direccin de empresas: la autoridad, la agresividad, la com-

petitividad dentro de las oficinas son valores a la baja; los que ahora se estilan son la creatividad, la intuicin, la labor de grupo. En suma, la inteligencia emocional aplicada al trabajo. El yuppie ambicioso y trepador es una especie en extincin. Las compaas comienzan a interesarse por los ejecutivos con corazn. El cambio de rumbo lleva algunos aos gestndose en las grandes multinacionales americanas y comienza a extenderse al resto de los pases industrializados. La onda expansiva est llegando a nuestras costas; lo atestigua Lola Rodrguez, experta en seleccin y formacin de personal: Antes primaba sobre todo el currculo y la experiencia; ahora comienzan a tenerse en cuenta factores como la capacidad para manejar el estrs o para automotivarse. Lola Rodrguez sabe lo que se cuece a diario en nuestras oficinas. Y muchas veces siente autntica impotencia porque en Espaa seguimos sin prestarle atencin a lo decisiva que resulta nuestra actitud ante el trabajo. La falta de motivacin, el desgaste fsico y mental, el aislamiento profesional, la incapacidad manifiesta para controlar y aprovechar el tiempo son slo una parte del problema. La otra parte: los colegas, los subordinados, los jefes. En el trabajo, el analfabetismo emocional es un virus que igual se propaga hacia arriba que hacia abajo. A veces son los jefes, que siguen sacando el ltigo como en la poca de las galeras. En el otro extremo de la cuerda estn los mandados, incapaces de pulsar una tecla sin una orden expresa. Durante dcadas, las grandes compaas han sacrificado todo en nombre de la autoridad, la racionalidad y la productividad. Las prdidas econmicas y personales han sido tan grandes que parece llegado el momento de dar una vuelta a la tuerca. Estamos en los albores de una revolucin que va a alterar por completo las relaciones laborales y el mundo de los negocios pronostican Robert Cooper y Ayman Sawaf, autores de Executive EQ (la inteligencia emocional aplicada al liderazgo y la organizacin).

Exteriorizar las emociones en el trabajo se ha percibido siempre como un signo imperdonable de debilidad o vulnerabilidad escriben Cooper y Sawaf. Se crea, equivocadamente, que las emociones menoscaban el rendimiento laboral y se exiga a los empleados un comportamiento racional de hombres-mquina. Las empresas se han dado cuenta del coste que ha tenido la poltica seguida en la ltima dcada: cadas de la productividad, crisis de creatividad, bajas por depresin, falta de alicientes. Segn el Departamento de Trabajo de Estados Unidos, el 46 % de los americanos que en 1996 se despidieron de sus empresas lo hicieron porque no se sentan suficientemente apreciados. Cooper y Sawaf sostienen que estamos ante una autntica fuga de cerebros emocionales, aunque las compaas estn reaccionando. Cmo? Haciendo menos hostiles las oficinas, humanizando la formacin del personal facilitando apoyo psicolgico en el lugar de trabajo, creando salas de expansin o de meditacin, regalando a los empleados masajes gratuitos de quince minutos... Cooper y Sawaf han extendido la nocin del EQ (coeficiente emocional) por compaas como Arthur Andersen, Motorola, 3M y Smithkline Beecham. En 3M, por ejemplo, los tcnicos pueden dedicar el 15 % de su horario laboral a un proyecto creativo de su propia eleccin, donde dan rienda suelta a la intuicin y a otras habilidades normalmente reprimidas por la rutina. Boeing, Federal Express, Ford y General Motors son otras de las empresas pioneras en este campo... Hablan los autores del caso ejemplar de Alfred Sloan, el patrn de la General Motors, que reuni un buen da a los jefes de departamento para conocer su punto de vista ante una importantsima decisin. Como todos dieron la callada por respuesta, Sloan decidi aplazar su aprobacin hasta que haya alguna voz en contra. Disentir es de humanos.

DIEZ SUGERENCIAS... PARA SER MS EMOCIONALMENTE INTELIGENTES EN EL TRABAJO

No se lo calle. Diga lo que piensa, siempre desde una perspectiva constructiva. Extienda la queja a su jefe. Razone su punto de vista y ofrezca alternativas. No interprete un papel; sea usted mismo. Asuma el riesgo de parecer imperfecto. Exteriorice sus emociones y aprenda a canalizarlas. Apyese en algn compaero prximo, pero no se encierre en un micromundo. Rompa el crculo. Sea generoso y agradecido. Aprenda a dar las gracias y a reconocer en los dems el trabajo bien hecho. No tardar en recibir feedback y en sentirse ms motivado. Declare la guerra al tiempo fachada. No se quede ms horas calentando el silln por guardar las apariencias. Aproveche mejor el tiempo. Practique regularmente ejercicio fsico. Tmese pausas estratgicas para relajarse. Haga estiramientos y salga a respirar aire fresco: le ayudar a mantener la mente despejada. Djese llevar por su intuicin prctica. No lo deje todo en manos de los analistas. Sea optimista. Tenga sentido del oportunismo. Libere su creatividad. Si el ambiente de trabajo no lo permite, hgalo en su tiempo libre: tarde o temprano repercutir en su quehacer diario. Aprenda a trabajar en grupo. No se aisle ni personal ni profesionalmente. Adquiera un compromiso comn y, sobre todo, dialogue. (Para jefes) Ejerza influencia sin autoridad. Sea un mentor y, al mismo tiempo, un ejemplo a imitar. Comience una crtica por un aspecto constructivo. Jams humille a sus empleados. (Para jefes) Sepa escuchar. Pngase en el lugar del otro: practique la empatia. Provoque respuestas; no acepte el silencio cmplice de la gente a su cargo.

FINES DE SEMANA DE TRES DAS!

Mirando al siglo xxi, no es ninguna utopa irrealizable pensar en jornadas de trabajo semanales de treinta y dos horas, organizadas en cuatro das, por ms que no sea posible imponerlo ahora por decreto. La feliz propuesta pudo escucharse en el 34 Congreso del PSOE. Nuestros polticos se hacen por fin eco de una idea revolucionaria que lleva experimentndose en algunas empresas centroeuropeas y norteamericanas desde principios de los noventa... Fines de semana de tres das! En Estados Unidos lo llaman flex time, tiempo flexible, y cuenta ya con respaldo parlamentario: el trabajador puede negociar la extensin de la jornada diaria y, a cambio, acumular tiempo que luego canjear por das libres, preferentemente los viernes. A lo largo del ao, disfrutar de veinticinco a treinta fines de semana a lo grande. Glenette Alston, administrativa a sueldo de Bechtel, el gigante de la construccin, se apunt en 1995 a la nueva tendencia. Decidi trabajar nueve horas al da, en vez de las ocho de rigor, y a cambio ganarse a pulso el sueo de dos viernes libres al mes. El cambio ha sido decisivo en mi vida dice la interesada, que entra a trabajar a las nueve y sale a las seis (media hora para el almuerzo). Llego un poco ms tarde a casa, s, pero cuando pienso en el viernes libre se me hace la boca agua. Disfrutar de tres das seguidos de descanso no tiene precio, sobre todo si tienes hijos. Glenette, divorciada, vive en San Francisco con su hija, y a ella le dedica gran parte de su nuevo tiempo libre: Las maanas las aprovecho para hacer las compras; luego la recojo en cuanto sale del colegio y nos vamos juntas a un parque, a ver una pelcula, a cenar fuera. Los viernes que no trabajo se han convertido en nuestros das por excelencia. Yo, personalmente, me relajo mucho ms y he podido superar ese estado de ansiedad que a menudo me impeda disfrutar de los domingos.

Flexibilidad es la palabra sentencia Susan Seitel, presidenta de la Work and Family Connection, una asociacin que aboga por el cambio del mercado laboral. Las familias estn pidiendo a gritos ms tiempo libre para poder pasarlo juntos. No podemos funcionar con los mismos esquemas laborales de los aos cuarenta. Otra mujer, Suzanne Smith, directora de New Ways lo Work, lleva aos vigilando de cerca las nuevas tendencias de trabajo: En ios ochenta vivimos una poca de paroxismo laboral, pero en los noventa la gente valora bastante ms el tiempo para su disfrute personal. Muchos profesionales han comenzado a exigir a sus empresas semanas laborales de cuatro das o cuatro das y medio. En Espaa, la jornada intensiva de los viernes comienza a ser una prctica bastante habitual, pero las empresas son an bastante reticentes a negociar el intercambio de horas extras por jornadas de asueto... Por la peculiaridad de su trabajo, Mara Jos Manteiga, periodista de Antena 3 TV, pudo saborear las mieles de tres das libres a la semana: Te cambia por completo el concepto del tiempo; los das que no trabajas se estiran y, a veces, hasta no sabes qu hacer con ellos. Yo aprovech para acabar la carrera, despus de tantos aos, y para meterme en cursos de cocina, apuntarme a un gimnasio, regalarme un masaje de cuando en cuando y, en fin, todas esas cosas para las que normalmente nunca tienes tiempo. Al cabo de cuatro aos, sin embargo, Mara Jos volvi a engancharse a la dinmica trepidante: Fue una decisin ms profesional que personal. Me notaba un poco pasada de vueltas, como que iba siempre contra la corriente y me costaba coger el ritmo. Necesitaba, por as decirlo, una inyeccin de adrenalina. Pero ahora me doy cuenta de que el tiempo se me va de las manos y que es muy difcil echar el freno. Si me ofrecen otra vez los tres das libres, firmo ya mismo.

TELETRABAJO? S, GRACIAS

Si algo tenemos que agradecerle a las nuevas tecnologas es el regalo, impagable, de poder trabajar desde casa. Lo afirmo con conocimiento de causa, despus de cuatro aos teletrabajando y de haber sopesado los inconvenientes y las ventajas de no tener que desplazarme a diario a una oficina. Al principio se echa de menos la bocanada de aire fresco por las maanas, el contacto con los compaeros y amigos, el caf y la caa, el gusanillo del ambiente de trabajo, la reconfortante sensacin de regresar a casa al final de la jornada. Te sientes incierto, confuso, secuestrado, comiendo ms de la cuenta y movindote cada vez menos, odiando el ordenador y el telfono v suspirando por un contacto real, desbordado por las tareas e incapaz de desconectar. Hay un momento en que todo esto pesa ms en la balanza y uno se plantea seriamente admitir el error y volver al vientre de la empresa-madre con la cabeza gacha. Pero, a partir de cierto punto, las piezas que antes chirriaban comienzan a encajar. Se descubre una nueva dimensin del tiempo: todo es cuestin de saber organizarse y no dejarse llevar por la indolencia o la falta de motivacin. Adis al suplicio diario del coche, a las charlas insustanciales, a las comidas de trabajo y al qu dirn. Se firma la paz con la tecnologa y se hace el propsito de no dejarse dominar por ella. Y todo lo que se ahorra, lo invierte uno en sus relaciones personales y en las aficiones que siempre quiso cultivar: puertas abiertas a un nuevo estilo de vida, sin las rigideces ni las tensiones que hemos convertido en el pan de nuestros das. Adems, dicen las encuestas, el trabajador a distancia se vuelve del 15% al 20% ms productivo y est, por lo general, ms satisfecho consigo mismo, ms a tono con su familia y menos expuesto al estrs, la depresin y los infartos. Puede comer y cenar en casa todos los das. Tiene total libertad para vivir en el

corazn de la ciudad o para emboscarse en el campo. Contribuye adems a aliviar el problema de la contaminacin y del trfico. Dicho lo cual, conviene precisar que el boom del teletrabajo se ha hinchado excesivamente en los medios de informacin. En Estados Unidos, avanzadilla mundial, los teletrabajadores apenas superan el 6 % de la poblacin activa y crecen a un ritmo muy inferior al previsto hace una dcada. Europa acaricia el sueo de diez millones de trabajadores a distancia para el ao 2000, aunque las proyecciones ms realistas hablan de dos o tres millones. Espaa anda a la zaga: a finales de 1997, rondbamos los doscientos mil. La utopa futurista de todos trabajando desde casa est comenzando a desvanecerse, entre otras cosas porque la mayor parte de los empleos del sector servicios requiere todava el contacto directo con el cliente. A las empresas les est costando cambiar de mentalidad: no consideran ni prctico ni econmico eso de tener a los empleados a sus anchas y a distancia (temen un descenso de la productividad, una prdida del concepto de equipo y un evilecimiento del ambiente laboral). El comn de los trabajadores, por lo dems, no acaba de ver las ventajas de pasarse el da en zapatillas y pijama, encerrados entre las cuatro paredes de su casa y debatindose entre el llanto del nio y el reclamo a tres voces del telfono, del fax y del correo electrnico. A muchos les asusta de antemano el reto de torear simultneamente los problemas del trabajo y de la familia; otros temen perder el empleo o bajar enteros en la escala de promocin. Los hay que se ahogaran sin los chismes de la oficina. En Estados Unidos empieza a haber ya un pelotn de arrepentidos del teletrabajo; gente como Catherine Rossbach, que estuvo un ao teleempleada para una editorial desde su apartamento en Rye, Nueva York, y al cabo de un ao termin volviendo a la oficina: Muchos das me daban las cinco de la tarde y an no me haba duchado. El trabajo se sola prolongar siempre mucho ms de lo debido, y las interferencias eran continuas: que si las faenas domsticas, que si las llamadas particulares, que si

las visitas a la cocina. Pero lo peor de todo era la falta de contacto social: todos los das estaba deseando que llegara el hombre de Federal Express para ver a alguien de carne y hueso. Un caso bien distinto es el del madrileo Eduardo Escalante, publicista, que paga unas facturas kilomtricas todos los meses (dos lneas de telfono, fax, mvil, Internet) pero que no volvera a pisar una oficina as me maten: Yo me impongo mi horario, no tengo que rendir cuentas a todas horas y, si se me cruzan los cables, me regalo una tarde libre. Me ha llevado tiempo acostumbrarme: lo ms difcil es encontrar el equilibrio entre la flexibilidad y la autodisciplina. Pero al final compensa; puedes pasarte todo el da en vaqueros y no tienes por qu estar corriendo de un lado para otro. Publicistas, escritores, periodistas, programadores, consultores... Los profesionales autnomos son quienes ms a mano tienen la posibilidad del teletrabajo. Tambin los empleados de bancos, agencias de seguros y grandes multinacionales como Rank-Xerox, British Telecom, American Express, ATT, Merrill Lynch o IBM. Para ponrselo ms fcil a sus empleados, la compaa norteamericana Merrill Lynch ha creado el Laboratorio de Simulacin del Teletrabajo. Durante un perodo de transicin de dos a cuatro semanas, los trabajadores acuden a diario al laboratorio, donde se les ensea a capear las distracciones habituales en una casa (la cocina, los nios, las llamadas personales, las visitas inesperadas) y a ser por lo menos igual de productivos que en la oficina. Diversos especialistas instruyen a los aspirantes a teletrabajadores en asignaturas tales como el sndrome del aislamiento, el mobiliario ergonmicamente correcto o las nuevas posibilidades de Internet. En nuestro pas, IBM ha sido tal vez la empresa que ms fuerte ha apostado por el trabajo a distancia: la mitad de sus mil cuatrocientos empleados en 1997 no acudan regularmente a la oficina, de modo que pudo ahorrarse los gastos de alquiler de dos edificios enteros (y ver aumentada su productividad en un 17%). Otras grandes compaas estn siguiendo su ejemplo, pero la

mayora de las pequeas y medianas empresas no se atreven de momento a conceder ese privilegio. Las oficinas de trabajo temporal, sin embargo, ofrecen ya bolsas de empleo para personal a distancia. En Madrid tiene su sede la Asociacin Espaola de Teletrabajo, dispuesta a asesorar a quien pretenda probar fortuna. Trabajar desde casa? La oferta es tan seductora como desafiante. En cualquier caso, exige un cambio radical de mentalidad y un severo ajuste de prioridades. Tan difcil es dar el paso adelante como fcil la marcha atrs... Estamos ante la ltima encarnacin de ese largo deseo reprimido, el ms reciente intento de hacer el trabajo ms humano, desligado de algunos de los condicionamientos que lo hacan difcil y, a veces, penoso, dice Antonio Senz de Miera en el prlogo del libro El teletrabajo. Pero, como todos los que hemos probado las mieles del empleo a distancia, Senz de Miera se deja embargar por un sentimiento ambivalente: el teletrabajo puede ser un arma liberadora o tambin convertirse en una trampa, una amenaza para la felicidad prometida, en los problemas del aislamiento, de la falta de interaccin social y en el potencial decaimiento de la solidaridad.

DIEZ SUGERENCIAS... PARA TRABAJAR DESDE CASA

Aisle al mximo el lugar de trabajo (si es posible, en una habitacin aparte). Si tiene que trabajar en el saln, delimite claramente la zona de trabajo (evite que se le coman los papeles y nunca tenga el ordenador a la vista). No trabaje en el dormitorio: evite que el trabajo interfiera en su descanso. Impngase el horario que mejor le convenga y procure respetarlo. Sea flexible slo hasta cierto punto. No se deje llevar

por la indolencia y practique la autodisciplina: cuanto ms tarde empiece, ms se prolongar su jornada. Fjese una hora lmite. No se siente a trabajar en pijama y zapatillas. Vstase confortablemente, sin las rigideces de la oficina, pero obligese a adoptar una actitud de trabajo. Combata el sedentarismo y el sndrome de Estocolmo. Obligese a salir como mnimo dos veces al da (salga a desayunar o a estirar las piernas antes de comenzar la jornada). Impngase citas sociales; quede con los amigos fuera de casa. Haga ejercicio regularmente, preferiblemente al aire libre. Impngase pausas cada treinta o cuarenta minutos delante del ordenador. Mantenga un contacto permanente con el lugar de trabajo. Desplcese una vez por semana si le es posible; le ayudar a no perder la referencia. Procure seguir en contacto con sus compaeros de trabajo. Combata la sensacin de aislamiento laboral. Evite roces y envidias por su situacin privilegiada. Aprenda a automotivarse. Silencie el telfono fuera del horario laboral y deje trabajar el contestador. Combata el estrs casero: prescinda del telfono mvil si no es estrictamente necesario para su trabajo. De lo contrario, ser incapaz de desconectar y tendr la sensacin de estar trabajando veinticuatro horas al da. Negocie con su compaa el pago de todos los gastos generados por su oficina casera, desde el ordenador a la instalacin de una segunda lnea telefnica para uso estrictamente laboral. Evite las jornadas maratonianas. Anteponga siempre la salud y las relaciones personales. Al menor conflicto, recuerde: est en su casa.

TECNOESTRS

Desde que los ordenadores impusieron su lgica aplastante, un nuevo fenmeno est tomando cuerpo en las oficinas: el tecnoestrs. El psiclogo Craig Brod, primero en acuar el trmino, lo define como un mal moderno causado por la falta de adaptacin a las innovaciones tecnolgicas. El tecnoestrs puede tener su raz en el miedo, tan humano, a trabajar con las mquinas (se calcula que uno de cada tres trabajadores sufre algn grado de tecnofobia). Pero muchas veces se manifiesta incluso en consumados expertos informticos, urgidos por el esfuerzo de mantenerse al da en los ltimos avances, privados casi totalmente de contacto personal, compelidos a embarcarse en dos o tres tareas simultneamente. Nuestras rutinas laborales y cada vez ms las domsticas estn tan tecnificadas que una cada del ordenador, un error de transmisin en el fax o una interferencia en el celular nos acaban sumiendo en la mayor de las desesperaciones. La gran ventaja de las nuevas tecnologas la movilidad que permiten al trabajador es una arma de doble filo... El ordenador y el telfono nos liberan de las cadenas del espacio, pero al mismo tiempo abren las puertas a una permanente intrusin en nuestras vidas sostienen los psiclogos Michelle Weil y Larry Rosen, autores de Technostress (Tecnoestrs). Esa situacin de "disposicin permanente" puede llegar a crear una ansiedad extrema. A menudo olvidamos que la tecnologa no es ms que una herramienta y que no tenemos por qu estar a expensas de ella las veinticuatro horas del da. La solucin al tecnoestrs, afirman Weil y Rosen, no est en declarar la guerra a las mquinas: Hay que saber controlar la situacin. Primero, superando el miedo inicial, que muchas veces no es sino ignorancia. Despus, siendo selectivo con su uso para evitar la sobrecarga mental. No hay que dejarse traicionar por los nervios al menor fallo tcnico. Tenemos que huir de los comportamientos mecnicos y tomarnos las pausas necesarias.

Weil y Rosen aconsejan, siempre que la naturaleza de nuestro trabajo lo permita, que nos tomemos un da semanal de descompresin tecnolgica: durante una sola jornada, hacer las cosas a la antigua (escribir a mano, echar las cuentas, visitar a clientes con los que slo nos carteamos por e-mail). Los autores de Tecnoestrs nos previenen contra una serie de sntomas del nuevo mal, como el multitasking: el hbito, contagiado por las ventanas del ordenador, de realizar varias tareas a la vez. Las vctimas del multitasking sufren, por lo general, frecuentes prdidas de memoria y son incapaces de concentrarse en un solo cometido. Otra de las manifestaciones ms comunes del tecnoestrs es el llamado sndrome de fatiga informativa, causado por la avalancha excesiva de datos (que el ordenador es capaz de procesar, pero no la mente humana). En un sondeo realizado en 1996 por la agencia Reuters entre 1313 ejecutivos americanos, ingleses, hongkoneses y australianos, el 33% reconoci haber sufrido problemas de salud depresiones, jaquecas, recadas por culpa de la sobrecarga informativa a la que estn sometidos por sus trabajos. Un caso tambin muy frecuente cuando se trabaja con ordenadores es el de la compresin del tiempo: nos creemos capaces de realizar en dos horas tareas que, en realidad, exigen toda una jornada laboral. Y eso por no hablar de la impaciencia que transmiten los tiempos cautivos, especialmente navegando a diario por Internet. El aislamiento y la falta de contacto humano, sobre todo en los teletrabajadores, es otro desencadenante del tecnoestrs, acentuado an ms por el trato impersonal por correo electrnico y por la proliferacin de centralitas y contestadores automticos (por no hablar de la llamada en espera, que genera una sensacin de angustia e impotencia). Pero adems del factor psicolgico en nuestra interaccin con las mquinas, hay tambin un elemento insospechado que contribuye a generar trastornos como el insomnio, la fatiga cr-

nica o las alteraciones del comportamiento. Nos referimos a la contaminacin electromagntica. Los telfonos mviles, sin ir ms lejos, pueden provocar serias perturbaciones en las ondas cerebrales, segn se ha demostrado en varios estudios cientficos. Uno de ellos se llev a cabo en la Facultad de Ciencias Biolgicas de Valencia... A un grupo de ratones se les coloc cerca un celular que reciba un nmero de llamadas similar al de un usuario medio. Los ratones no escuchaban el timbre se silenci a propsito para asegurarse de que no era el responsable de los efectos pero s la voz enlatada de un supuesto interlocutor y, por supuesto, las radiaciones. Al final del experimento, se comprob que el ciclo circadiano de los ratones el que regula la actividad y el descanso estaba notablemente alterado. En perodos de reposo, se mostraron extraordinariamente activos, mientras que en estado de vigilia se comportaban como si no tuvieran energas. Evidentemente, una persona no es un ratn, pero hay que decir que el estrs se produjo de forma inmediata al recibir las llamadas apunta Ral de la Rosa, uno de los autores del estudio. Los porttiles digitales emiten la radiacin directamente al aire sin ninguna clase de blindaje ni proteccin, y es obvio que lo ms cercano al telfono es la cabeza del usuario.

TRABAJAR POR VICIO

Los primeros sntomas de la nueva adiccin se detectaron a primeros de los ochenta. Hasta entonces, la dedicacin excesiva al trabajo se consideraba ms una virtud que un vicio. Fue en pleno fragor de la era yuppie cuando los divanes de los psiquiatras americanos comenzaron a poblarse de ejecutivos hiperactivos, capaces de trabajar un mes entero sin una sola jornada de descanso. Irritables, impacientes, en permanente es-

tado de alerta. Aquejados de insomnio, jaquecas, lceras, alergias, picores, tics nerviosos. El cuadro del workahlico o trabajador compulsivo admite ligeras variaciones. Por lo general, se trata de personas obsesivas que se vuelcan en el trabajo para llenar un vaco vital. Como se sienten de alguna manera incompletos, alimentan su autoestima con una tarea que les ayuda a sentirse importantes. El workahlico busca el reconocimiento a toda costa y sobrevalora sus propias habilidades. Necesita tenerlo todo bajo control. Suele ser perfeccionista; no sabe delegar. Tiene enormes dificultades para las distancias cortas y sacrifica a menudo su vida personal. Los das libres le parecen una imperdonable ligereza; la sola idea de unas vacaciones le produce pavor. Es incapaz de relajarse y divertirse. Siempre, aun cuando est hablando de otra cosa, tiene la mente puesta en el trabajo. Rara vez escucha o reflexiona; ms que el aire, necesita la accin. Este perfil, tan americano, estamos hartos de verlo en las pelculas (Wall Street, Pretty Woman, Working girl). Pero seguro que no tenemos que mirar muy lejos en nuestro propio lugar de trabajo para encontrarnos con alguien parecido... El jefe workahlico es capaz de amargar la vida a todos los que le rodean. Exige dedicacin plena, no tolera un error. Impone su criterio sin contemplaciones y disfruta humillando a sus subordinados. Tiene frecuentes cambios de humor; nunca se sabe qu esperar de l. Bajo semejante influencia, la oficina se acaba contagiando hasta hacerse prcticamente irrespirable para una persona equilibrada. La misma sensacin de impotencia que nos invade ante cualquier otro tipo de adiccin ajena nos acaba embargando en el lugar donde ms horas quemamos a diario. Los ejecutivos workahlicos tuvieron su edad de oro en la dcada de los ochenta, cuando se pensaba ingenuamente que la devocin al trabajo era pura productividad. Fue en esa misma poca cuando supimos que el karoshi (muerte por exceso de trabajo) se cobraba en Japn al menos diez mil vctimas al ao.

Las cosas han comenzado a cambiar en los noventa: ahora se buscan trabajadores ms equilibrados, y son las propias empresas las que incitan a los trabajadores a que se tomen su merecido descanso. Trabajar inteligentemente es mejor que trabajar ms horas, es el lema que preside las oficinas centrales de United Technologies en Nueva York. Algunas compaas americanas ofrecen incluso la posibilidad de recuperarse de la adiccin siguiendo un tratamiento psicolgico o una terapia de grupo. En las principales ciudades americanas funcionan redes de Workahlicos Annimos, y hasta Internet ofrece lugares virtuales como el serenity network para ayudar a liberarse de la adiccin. En Espaa, la sensibilizacin sobre el tema es relativamente nueva. El adicto al trabajo, como el adicto a las compras, sigue gozando de momento de todos los parabienes sociales. El primero en negar la adiccin suele ser, adems, el propio interesado, que tal vez se reconozca en la batera de preguntas ideada por Bryan Robinson, autor de Work Addiction (Adiccin al trabajo): Tiene usted la sensacin de estar en pelea permanente contra el reloj? Se sorprende a menudo haciendo dos o tres tareas a la vez? Suele comer en la mesa de trabajo? Suele ser el primero en llegar o el ltimo en salir de la oficina? Se desvela por las noches pensando en el trabajo? Asume ms tareas de las que es capaz de hacer? Se pone muy nervioso cuando una situacin laboral escapa a su control? Si las respuestas son sucesivos ses, Robinson sugiere pasar a la accin y dibujar una rueda de la vida, dividida en cuatro porciones: Trabajo Saludable, Juego, Familia y Yo Mismo. Bajo el epgrafe de Trabajo Saludable, propsitos de enmienda como stos: reconozco mi problema y necesito ayuda externa; tengo otros intereses adems de mi trabajo; me gusta tanto trabajar como dejar la oficina con la sensacin del deber cumplido; slo trabajar fuera de mi horario en ocasiones espe-

ciales; aprender a decir no; nunca me llevar trabajo a casa; pasar por lo menos la misma cantidad de tiempo relajndome y relacionndome que trabajando. Reestablecida la relacin normal con el trabajo, el workahlico deber pasar por un proceso ldico de reinsercin social: hacer nuevos amigos, preferiblemente fuera del trabajo; involucrarse activamente en la vida de su barrio o comunidad; participar en deportes de grupo; quedar para ir al cine, al teatro, a una exposicin o a un concierto. La familia es el tercer pedazo de la tarta. Como cualquier otro adicto, el workahlico deber apoyarse en los suyos y recuperar la comunicacin perdida, disfrutar de las viejas tradiciones, buscar afanosamente el equilibrio y la armona en su entorno inmediato. Por ltimo, l mismo: practicar ejercicio regularmente, descansar lo suficiente, aficionarse a un hobby, desacelerar el ritmo de vida, disfrutar del ahora. El trabajador compulsivo estar curado en el momento en que descubra que el mundo sigue girando aunque su mesa y su silla estn felizmente vacas.

HAZ LO QUE TE GUSTE...

Mientras los nios estudiaban cosas de provecho, Daniel se escapaba a la playa y construa castillos de arena en Almera. Cuando los nios, ya mayores, se metan a estudiar Medicina o Derecho en la gran ciudad, Daniel se las ingeniaba para ganarse la vida y, encima, disfrutar con lo que haca. A los treinta aos, esa peligrosa edad en la que todo se sacrifica por el trabajo, Daniel Escribano estaba de vuelta: Sacaba "limpios" un milln y medio de pesetas todos los meses. Para qu ms? Comprada ya una casa estupenda, con todas las comodidades a su alcance, decidi echar el cierre a su tienda de moda urbana y vivir exclusivamente del alquiler del local.

Ganaba mucho menos dinero, cierto. No se poda permitir grandes excesos, cierto. Pero lo que consegua a cambio no tena precio: la libertad de poder hacer lo que siempre quiso (que en su caso fue dedicarse por entero a un tipo de arte deliberadamente invendible). Para Daniel Escribano, el trabajo remunerado o no tiene un valor muy distinto del que habitualmente le damos. Ni entonces, cuando se volc en su negocio, ni ahora, que se encierra largas horas en su estudio, ha sentido el peso diario de la jornada laboral, la opresin de tener que ajustarse a unas reglas y a unos horarios, el deber de cumplir con los dems antes que con uno mismo. Hubo un momento en que s empec a notar que se me vena encima todo eso: fue cuando la tienda dej de divertirme y se convirti en un negocio como otro cualquiera confiesa. La cosa iba sobre ruedas, y de haber seguido, seguro que ahora ira por la cuarta o la quinta tienda, ganando a lo mejor millones al mes. Pero decid dar ese paso y nunca me he arrepentido, aunque hubo mucha gente que no acab de entender por qu lo haca. Me gusta vivir bien, como a todo el mundo, pero una cosa la tuve muy clara desde cierto momento: por el afn de ganar ms no me voy a complicar la vida... Daniel Escribano tiene cuarenta y un aos y lleva ya ms de diez entregado por completo a su vocacin gratuita, que no le da dinero, pero s satisfaccin y reconocimiento: Nunca he tenido la tentacin de volver a un ajetreo como el de antes. Ahora trabajo tambin todos los das, pero dispongo de tiempo para reflexionar, y eso es todo un privilegio si me comparo con la gente de mi edad. La felicidad se parece mucho ms a como estoy ahora; no me cabe la menor duda. Intuicin, riesgo y suerte son los tres ingredientes que le han permitido a Daniel fabricarse su propio estilo de vida. Curiosamente, esos tres factores suelen ser los ltimos que la mayora de la gente tiene en cuenta a la hora de elegir su

trabajo. Lo que prima, normalmente, es la racionalidad, la seguridad y la resignacin. Las presiones sociales y familiares nos sitan a menudo en un camino que no sentimos como nuestro, pero que acabamos aceptando sin remedio. Hay que elegir una carrera con salida si no queremos acabar engrosando el pelotn de los parados. De algo hay que vivir, intentamos autoconvencernos. El trabajo lo vemos como un castigo divino (o como una tara que hay que sobrellevar con dignidad de lunes a viernes). Si lo que elegimos nos gusta, que tambin se da el caso, al llegar al mercado laboral nos estrellamos con situaciones que escapan a nuestro control y que terminan degenerando en una suerte de yugo. Hasta el trabajo ms creativo deviene as en pesada rutina. Entonces nos vence el miedo: podramos estar peor, mejor no quejarnos. Haz lo que te guste; el dinero ir detrs... La frase le vino a la cabeza como una iluminacin a Marsha Sinetar, psicloga californiana, mientras conduca por un bulevar de Los ngeles. Al da siguiente se puso manos a la obra: decidi despedirse de su trabajo en una escuela pblica, hacer las maletas, vender su casa y marcharse al campo. Todo esto lo cuenta en un libro, Do what you love, the money will follow (Haz lo que te guste...), que la consagr como autora de xito y le permiti vivir de lo que siempre quiso: escribir, escribir, escribir. Sinetar nos anima a combatir ese enemigo invisible que ella llama la resistencia: La gente, por lo general, rehye los retos y prefiere instalarse en el conformismo y la seguridad. El cambio infunde miedo. El riesgo, en lo personal y en lo profesional, es mnimo... La resistencia es ese mecanismo interior que nos urge a replegarnos ante las dificultades y las exigencias de la vida. El virus, dice Sinetar, lo contraemos de pequeos: pasarn dcadas antes de que hagamos nuestra primera eleccin laboral consciente. Hasta ese momento, no nos daremos cuenta de las energas malgastadas y del error de planteamiento. El trabajo no tiene por qu ser un mero medio de subsistencia; puede y debe

convertirse en una prolongacin de nosotros mismos, en un medio de enriquecimiento personal. A quienes quieran seguir su ejemplo, Sinetar les recomienda dejarse llevar. Es aconsejable un salto con red (un cierto colchn econmico o una excedencia laboral), pero lo ms importante es el olfato intuitivo y un cierto sentido del riesgo. Despus vendr el necesario perodo de espera, tan largo a veces que muchos no lo podrn soportar. La fe en las posibilidades propias lo que Sinetar llama riqueza interior es el tercer y definitivo elemento para acabar atrayendo el dinero. Una vocacin frustrada, una aficin que cada vez nos ha ido enganchando ms o incluso una actividad como voluntario en una ONG pueden acabar siendo ese trabajo que de verdad nos llena y por el que tanto suspirbamos.

TODO POR LA PASTA

EL DINERO O LA VIDA

Joe Domnguez se subi al tren de alta velocidad en el Harlem hispano y no se baj hasta llegar a Wall Street, convertido en amante asesor de inversin en Bolsa: ejemplo modlico de self-made man, triunfador nato, perfecta encarnacin del sueo americano... Y te voy a decir una cosa: miraba alrededor, me fijaba en la cara de esos "gringos", que slo pensaban en amasar dlares, y me deca para mis adentros: "Pues si resulta que ramos ms felices en el barrio, con todas nuestras miserias." A la chita callando, Joe fue rumiando una secreta ambicin: renunciar a todas sus ambiciones. Sigui trabajando como el que ms, unas doce horas diarias, pero se fij una meta temprana para dejarlo todo: treinta y un aos. A esa edad, calculaba, habra ganado lo suficiente como para vivir de las rentas y decir adis a la vorgine capitalista. Pero Joe no se cruz de brazos cuando consigui la jubilacin anticipada. Sin las ataduras de un trabajo agotador, las espaldas cubiertas con su dinero invertido, pudo dedicarse al sacerdocio de la independencia financiera y ensear a los dems a liberarse de las cadenas. Vicki Robin, leal compaera, renunci a su carrera de actriz para acompaarle en el viaje. Juntos escribieron un libro, La bolsa o la vida, que despus de causar sensacin en Norteamrica extendi su radio de accin por medio mundo. A Joe tuve la ocasin de conocerlo en 1995, antes de que muriera. Entonces viva con Vicki en un chalet espacioso aunque modesto en las afueras de Seattle. Coche de segunda mano, televisin prestada, muebles sencillos... Los dos presuman de salir adelante, sin lujos ni privaciones, por ochocientas cincuenta mil pesetas al ao. El libro y los cursillos de independencia financiera les daban ms dinero, pero ellos preferan invertir el sobrante en la New Road Map Foundation,

una asociacin de voluntarios consagrada al proselitismo de la vida simple. Cuando comenzamos en los aos ochenta, eran pocos los que nos comprendan deca Joe. Ahora que se ha pasado la cosa yuppie, la gente est cayendo por fin en la cuenta: la calidad de vida no consiste en tener ms dinero del que puedas gastar, sino en ser dueo de tu energa vital y de tu propio tiempo. Joe y Vicki nos proponen romper la idea prefabricada de necesitamos dos sueldos para llegar a fin de mes y nos animan a conquistar lo antes posible la independencia financiera: la disponibilidad de ingresos suficientes de una fuente que no sea el empleo remunerado. Cmo? Ahorrando e invirtiendo inteligentemente desde el primer sueldo. Reduciendo las necesidades y moderando el consumo. Haciendo un balance estricto de ingresos y gastos y aplicando a nuestras finanzas personales el rigor de una empresa. La clave est en reservar todos los meses una tercera o una cuarta parte de nuestros ingresos (segn nuestras posibilidades) y no dejar que ese dinero se pudra en una cuenta corriente. Hay que ponerlo a trabajar por nosotros, de modo que al cabo de diez, quince o a lo sumo veinte aos, tengamos un sueldo extra procedente de los intereses y no dependamos exclusivamente de la nmina a fin de mes. se fue el camino que traz Joe y el que despus han seguido miles de americanos. Con una inversin segura (por ejemplo, bonos del Estado) y siendo implacables con el control del gasto, la autonoma financiera a medio plazo est a disposicin de cualquiera, sostienen los autores. En lugar de ganarnos la vida, nos matamos trabajando escriben Joe Dominguez y Vicki Robin, que dibujan de esta manera el crculo vicioso en que nos vemos envueltos. Gastamos ms de lo que ganamos para comprar ms de lo que precisamos, con lo cual volvemos a la cuestin de tener que trabajar ms para conseguir ms dinero. El dinero, nos recuerdan, es algo ms que seguridad, poder y aceptacin social... El dinero es algo a cambio de lo cual de-

cidimos entregar nuestra energa vital. Nuestra energa vital es el tiempo que nos toca vivir aqu en la Tierra, las preciosas horas de vida que tenemos a nuestra disposicin. Dicho lo cual, los autores se formulan por nosotros la siguiente pregunta: He recibido satisfacciones, recompensas y valores proporcionales a la energa vital que he gastado? Si la respuesta es no, Joe Dominguez y Vicki Robin nos sugieren una serie de nueve pasos para cambiar nuestra relacin con el dinero. El viaje monetario comienza volviendo la vista atrs (calcule cunto dinero ha ganado en su vida y contrstelo con su patrimonio neto), se detiene en el punto de equilibrio (el momento en que nuestras inversiones se convierten en el segundo sueldo) y se prolonga con un plan financiero para mantener a toda costa la independencia. La bolsa o la vida no nos vende una idea utpica, sino una solucin real y prctica que tiene tambin su parte de esfuerzo y renuncia. En vez de caer en la tentacin permanente del despilfarro, conviene aprender a guiarse con austeridad y sentido comn. Del tanto tengo, tanto gasto, hay que pasar a un principio implacable y, hasta cierto punto, doloroso: Usted es una empresa. Los sacrificios compensarn cuando comprendamos, sobre la marcha, en qu consiste la nueva estrategia: no nos estamos privando de nada; estamos inviniendo en nosotros mismos.

MS POR MENOS

Medrar es de humanos. Todos aspiramos a ms por naturaleza. Lo malo es que a menudo nos cegamos en ese empeo; nos volcamos nicamente en la acepcin material del progreso y olvidamos todo lo que no sea el cultivo de las apariencias. El nico lmite es el que queramos poner nosotros, pero una vez iniciada la carrera es muy difcil frenar la marcha. Subido un

escaln, alcanzado un estatus, hay que seguir trepando. Todos los lujos nos parecern pocos. Llegar un momento en que por el afn de acumular ms y ms, nuestras vidas irn a menos. Lo que ganamos por un lado, lo perdemos por muchos otros. Acabaremos posedos por nuestras posesiones: sern ellas las que dicten nuestro destino y consigan robarnos la libertad de decidir por nosotros mismos. La idea de tener ms por menos no entra dentro de nuestros esquemas. El mundo en el que nos movemos nos ha hecho creer que, una vez encaramados a la montaa rusa, no existe punto posible de retorno. Jams nos detendremos a escuchar la voz interior cuando nos advierta: Has llegado a lo ms alto; si pasas de aqu, comienza el descenso. Joe Dominguez y Vicki Robin, los autores de La bolsa o la vida, hablan de la inevitable relacin entre la experiencia de satisfaccin y el dinero que gastamos. Cubiertas las necesidades bsicas, la curva de la satisfaccin sigue ascendiendo hasta alcanzar ciertas comodidades. A partir de ah, el exceso de consumo invierte el sentido de la curva: ms gastos equivalen a la necesidad imperiosa de ms trabajo, ms preocupaciones, ms agobios de tiempo. La satisfaccin es cada vez menor y entramos en una progresin funesta que puede arrastramos de cabeza a la infelicidad. Dominguez y Robin no nos invitan a quedarnos en lo ms alto de la curva, a instalarnos en lo suficiente: un lugar valiente, seguro, honesto y reflexivo donde se aprecia y se disfruta plenamente lo que aporta el dinero a nuestra vida, sin adquirir jams nada que no sea necesario o deseado. Suficiencia no es ni mucho menos resignacin o conformismo. Teniendo lo suficiente para vivir relativamente bien suficientes comodidades y hasta suficientes pequeos lujos podemos dedicarnos a enriquecer otros aspectos casi siempre sacrificados por nuestra devocin al dinero. El crecimiento econmico y el crecimiento personal son enemigos declarados, sostiene Paul Wachtel en otro libro im-

prescindible: The Poverty of affluence (La pobreza de la abundancia). El nfasis que nuestra sociedad ha puesto en el aumento del consumo y de la productividad se ha hecho a costa del empobrecimiento de nuestra salud y nuestro bienestar. Wachtel critica el individualismo cerril y el vaco absoluto que se esconde tras el american way of Ufe: La clase media se siente perdida por el enorme peso que la dimensin econmica ha cobrado en sus vidas. El sistema est tan viciado que la gente ha perdido el norte y no sabe lo que realmente quiere o necesita. Tener o ser? Es el eterno dilema, tan profusamente analizado por Erich Fromm hace ms de veinte aos, en los albores de la sociedad de consumo: Si yo soy lo que tengo, y si lo que tengo se pierde, entonces quin soy? Nadie, sino un testimonio frustrante, contradictorio, pattico, de una falsa manera de vivir.

BORRACHOS DE DINERO

Cuando nuestro estado de nimo oscila en funcin del saldo del banco, como las subidas y las cadas de la Bolsa. Cuando todas nuestras decisiones, aun las ms personales, pasan necesariamente por el filtro monetario. Cuando la nica manera de curar la desazn es comprando y comprando. Cuando empezamos a endeudarnos y acabamos perdiendo el control de lo mucho que debemos... Estamos, sin lugar a dudas, bajo los efectos etlicos del dinero. El dinero engancha como la peor de las drogas; de su poder destructivo dan fe millones de ludpatas y de adictos a las compras. Mark Brian y Julia Cameron pasaron por el trago y ahora nos previenen en The Money Drunk (Borrachos de dinero), un repaso a las insospechadas dimensiones del problema, con un programa de noventa das para superar la resaca.

El ebrio de dinero acude a beber casi a diario al cajero automtico. Unas veces le da miedo y prefiere no consultar el saldo (lo mismo har cuando reciba las cartas del banco). Otras, decide pulsar la tecla mgica: si le queda menos de lo que esperaba, se hunde en la depresin; si resulta que hay ms de lo que calcul, se hace instantneamente un regalo, probablemente por la primera tienda que pase. Luego, tal vez, se arrepiente por lo intil de la compra. Al da siguiente, intenta que le devuelvan el dinero o que se lo cambien por otra cosa. O a lo peor prefiere esconderlo en el fondo del armario: ojos que no ven, billetera que no siente. Hablar de dinero suele ser su conversacin favorita. Probablemente mentir sobre lo que gana y presumir de lo que gasta (un reloj de oro, un modelo a la ltima, un coche imponente). Se pondr agresivo al mnimo comentario sobre sus hbitos derrochadores y se sorprender a s mismo discutiendo a menudo por culpa del dinero. Perder amigos y sembrar la cizaa en su familia. Vivir en el lmite o por encima de sus posibilidades. Coleccionar tarjetas de crdito y abusar de ellas: cargar la cuenta ms de lo debido, aplazar los pagos, le cobrarn intereses, acabar debiendo mucho ms de lo que tiene. Como cualquier otro adicto, el ebrio de dinero es incapaz de reconocer su problema escriben Bryan y Cameron. Los ms escpticos cuestionarn incluso su poder adictivo y llegarn, como mucho, a admitir que estn pasando apuros econmicos. El adicto al dinero no es consciente de su borrachera. Habr que esperar muchas veces a una situacin lmite, una crisis laboral o personal, para hacerle abrir los ojos y obligarle a aceptar que su relacin con el dinero no es normal, que entre la quiebra econmica y la bancarrota personal no hay ms que un paso. Bryan y Cameron proponen un programa draconiano de recuperacin en doce semanas, comenzando por un balance diario de gastos desglosados (alimentacin / hogar / entretenimiento), pasando por un perodo de abstinencia (prohibido

endeudarse o hacer compras superiores a las diez mil pesetas) y desembocando en un plan de ajuste para equilibrar nuestros presupuestos, con el rigor de un ministro de Hacienda. El objetivo final es alcanzar la solvencia: el equilibrio econmico como llave para la estabilidad emocional. Ser solvente significa sentirse cmodo en el manejo del dinero escriben los autores. Con la solvencia recuperamos nuestra dignidad personal y la tranquilidad de espritu: ni ansiosos ni despreocupados. La solvencia nos da la libertad para poder llenar nuestra vida de otras cosas que no sean dinero. Bryan y Cameron hablan en su libro de una desviacin, radicalmente opuesta, que tambin se da en nuestra sociedad, aunque menos: la adiccin a la pobreza... El rechazo sistemtico del materialismo puede desembocar en una enfermiza autoprivacin. Los adictos a la pobreza son como mrtires de la austeridad: rechazan cualquier tipo de posesin, un trabajo bien pagado les resulta alienante y se instalan en una especie de limbo marginal. La falta de dinero les parece una virtud. Tampoco es eso...

DIEZ SUGERENCIAS..- PARA MEJORAR NUESTRA RELACIN CON EL DINERO

Salde todas sus deudas, comenzando con las ms elevadas. Si est pagando una hipoteca, canclela cuanto antes de acuerdo con sus posibilidades. No vuelva a endeudarse, sobre todo con las tarjetas de crdito (le pueden cobrar intereses superiores al 20%). Cancele todas las tarjetas de crdito menos una, y modere su uso lo ms posible (utilcela por conveniencia slo cuando est de viaje o en casos de emergencia). Se ahorrar cuotas anuales e intereses indeseados. Tendr un mayor control sobre sus finanzas.

Pague siempre al contado; gastar, como media, un 23 % menos que si lo hiciera con tarjeta de crdito. Evitar el efecto ilusorio del pago diferido. Le costar ms desprenderse del dinero. Durante tres meses, haga un balance de gastos e ingresos. Descubra si est viviendo por encima de sus posibilidades. Haga los ajustes necesarios. Desglose los gastos por captulos (hogar, alimentacin, coche, ocio, viajes, ropa, imprevistos). Averige por dnde se le escapa el dinero. Recorte los gastos. Trcese un plan de austeridad a corto plazo. Calcule lo que ahorrara si dejara de fumar (a paquete diario, unas diez mil pesetas al mes), si comiera menos veces fuera de casa, si restringiera el consumo de carne, si compartiera el coche o si usara el transporte pblico. Haga un uso selectivo del telfono. Modere el consumo de agua, gas y luz. Evite comprar por comprar. Propngase adquirir lo que de verdad necesita. Cuando tenga que hacer un desembolso importante, impngase un plazo de veinticuatro horas para pensrselo. Aspire a ganar ms hasta cierto punto. A las puertas de un nuevo ascenso o de un trabajo mejor remunerado, valore si lo que gana (materialmente) es ms de lo que pierde (menos tiempo, menos dedicacin a la familia, sacrificio de las relaciones personales). Llegue a lo ms alto de su curva de satisfaccin y disfrute de la doble estabilidad, emocional y econmica. Sea indulgente de vez en cuando. Renunciar a ciertos lujos no equivale a vivir con privaciones. Viva siempre con algo ms que lo estrictamente necesario. No lleve la prctica de la austeridad como un sacerdocio.

HASTA EL CUELLO

Compre con nuestra tarjeta y acumular puntos para ganar... Un viaje a Cancn! Los bancos, que antes nos incitaban al ahorro, se han convertido en cmplices de la trama consumista y ahora nos empujan a endeudarnos hasta el cuello. Sus razones tienen. En 1996, las entidades financieras ingresaron en Espaa 155 000 millones de pesetas por cuenta de las tarjetas. Las comisiones por el uso de la banda magntica se han convertido en un filn de oro para los bancos y las cajas de ahorro, que pasan factura doble a los consumidores y a los comerciantes. Acceder a nuestro propio dinero tiene pues un precio, cada vez ms caro. Y controlar lo que gastamos ser poco menos que imposible si seguimos ampliando nuestro abanico tarjetero. El dinero de plstico se ha extendido en nuestro pas con la rapidez del rayo: en 1997 tocbamos a una tarjeta por espaol y movamos diez billones de pesetas sin mancharnos las manos (la tercera parte de los presupuestos generales del Estado). Comprar con tarjeta es ms cmodo, s, pero tambin ms costoso, y la mayor parte de la gente ignora la cuanta de su cuota anual y los intereses que pueden llegar a cobrar los bancos hasta el 26% o los hipermercados el 28% anual por aplazar los pagos. La banda magntica, adems, duele menos y nos crea la ilusin del pago diferido o la deuda aplazada, de modo que terminaremos gastando siempre ms que si lo hiciramos al contado (un 23% de media, segn la revista People's Almanac). Y eso por no hablar de su poder simblico, ese efluvio mgico de xito, orgullo y reconocimiento social que desprenden: inmejorables tarjetas de presentacin, socios que somos de un club imaginario donde todo son placeres y privilegios... Hasta que nos llega el recibo mensual del banco. En Estados Unidos, un milln y medio de personas se declararon insolventes en 1997, el triple que diez aos antes. Uno

de los factores que ms contribuy al endeudamiento personal fue precisamente el uso extendido del dinero de plstico, que invita a la gente a vivir por encima de sus posibilidades. Bajo la mscara de la libre disponibilidad y de la conveniencia se oculta la intencin inconfesable de aumentar la deuda de los consumidores para luego cobrarles las comisiones y los intereses. La ofensiva de los bancos americanos y de las entidades crediticias comienza en la universidad, con agresivas promociones para enganchar a los ms jvenes (est demostrado que la fidelidad a la primera tarjeta de crdito dura en la mayora de los casos toda la vida). El 65% de los universitarios menores de veinte aos tiene tarjeta de crdito; cientos de ellos se endeudan inconscientemente a las primeras de cambio y se pasan trabajando durante toda la carrera para poder pagar a sus acreedores. En 1996 estall la alerta roja en los colegios universitarios al conocerse el caso de Rebecca Hodgkins, una estudiante de veintids aos que al cabo de cinco y trabajando en dos sitios al tiempo que estudiaba segua pagando las deudas acumuladas durante el ingenuo primer ao de carrera. Fue diciendo s a todas las ofertas y lleg a tener en la billetera doce tarjetas. Segn datos del grupo Bankcard Holders of America, el ciudadano medio acumula en Estados Unidos de ocho a diez tipos de tarjeta, de crdito o de dbito, para sacar dinero o para pagar en el supermercado, para comprar gasolina o para jugar en el casino (no va ms!). El abuso del dinero de plstico es uno de los problemas ms comunes en las reuniones de Deudores Annimos, el grupo de ayuda donde se dan cita los adictos al dinero. Como medida preventiva el consejo es universal se recomienda cancelar todas las tarjetas menos una, preferiblemente de uso mltiple, y recurrir a ella slo cuando no quede ms remedio (de viaje en el extranjero, para pagar hoteles o alquilar coches). Puestos a elegir, mejor una tarjeta de dbito que carga directamente a la cuenta que una de crdito con el pago apla-

zado. Al ir a sacar dinero, conviene hacerlo siempre en un cajero de la red (los concertados cobran comisiones, aunque no nos avisen). ltimamente se est extendiendo el uso de las tarjetas monedero o inteligentes, con un chip de memoria recargable que almacena cantidades de dinero en efectivo. Con ellas se pueden hacer compras de pequeo importe para las que no compensa el uso de sus hermanas mayores. Pero el problema es el mismo: las comisiones bancarias. Tad Crawford, autor de The secret life of money (La vida secreta del dinero), nos previene contra la inminente invasin del dinero invisible. La posibilidad de hacer transferencias electrnicas sin ni siquiera salir de casa nos sumergir en un mar abstracto de gastos donde ser an ms fcil naufragar. En definitiva, si lo que queremos es controlar hasta la ltima peseta que sale de nuestro bolsillo y no caer en el crculo vicioso de la deuda y del despilfarro, lo mejor ser volver a pagar siempre que podamos a la vieja usanza: al contado.

JAQUE AL DLAR

Vengan y vean... Aqu, en Ithaca, emitimos nuestro propio dinero. En billetes contantes y sonantes: dos Horas, una Hora, media Hora, un cuarto de Hora y un octavo de Hora. Mucho ms fiables, productivos y solidarios que los dlares. Paul Glover exhibe ufano los radiantes billetes made in Ithaca, que parecen de juguete, como robados de un monopoli. El dinero falso circula como el aceite en los puestecillos del mercado local, ante la perplejidad del turista extranjero: lo nunca visto en la tierra del dlar. Que si son legales? Totalmente... No somos los nicos; en otras ciudades de Estados Unidos tambin se emiten billetes

propios. Con la mejor de las garantas: el trabajo de gente real, como usted y como yo. Glover alarga un billete naranja y el extrao le da la vuelta. Time is money se lee en el reverso. El tiempo es dinero, y una Hora vale lo que diez dlares, y las tiendas, los restaurantes, los cines y hasta el hospital aceptan la divisa local como forma corriente de pago. Ithaca treinta mil habitantes, trescientos kilmetros al norte de Nueva York es la proa de un movimiento insurrecto que dispara al corazn del imperio. En plena era de la economa global y de la moneda nica, decenas de ciudades americanas han decidido recorrer la senda inversa y poner en jaque al todopoderoso dlar. En al menos treinta y ocho estados circulan ya los billetes alternativos: del Ka/u Hours de Hawai a los Barter Bucks de Kansas, de los Valley Dollars de Massachusetts al Mountain Money de Carolina del Norte. Ciudades tan prominentes como Detroit, Indianpolis o San Antonio cuentan tambin con dinero autctono. La ley americana es bastante flexible en este terreno. Tan slo establece unos pequeos requisitos para el dinero local: no se pueden acuar monedas metlicas, los billetes han de ser menores en tamao y hay que tributar por su valor traducido en dlares. Al Gobierno Federal le ha pillado por sorpresa esta explosin pecuniaria de los aos noventa. De momento se contempla el fenmeno a distancia y sin excesiva preocupacin, aunque las autoridades monetarias prefieren no pensar en el caos que se avecina sin cunde el ejemplo. Las Horas de Ithaca son, en el fondo, una severa advertencia al sistema... En nombre de la economa global, estn destruyendo las economas locales, se lamenta Paul Glover, inventor e interventor de los billetes alternativos. Los dlares se han convertido en un instrumento alienante, al servicio de unas fuerzas destructivas que escapan totalmente a nuestro control.

Cualquiera dira que Glover furibundo ecologista, enemigo acrrimo del comercialismo ha descubierto el huevo de Coln. O mejor, el becerro de oro. Editor de la revista Hour Money, Glover ejerce al mismo tiempo de banquero y cajero del hipottico banco central de Ithaca. La maquinaria que pone en marcha el dinero local, controlada frreamente por un consejo supervisor de nueve miembros, funciona tal que as: el propietario de un negocio se compromete a aceptar los billetes alternativos; enva un cupn a Hour Money y a cambio recibe dos Horas; su oferta de mercancas y servicios sirven desde ese momento como garanta del dinero emitido; al cabo de ocho meses, tiene el derecho a reclamar una Hora extra. A finales de 1997, circulaba en Ithaca el equivalente a sesenta mil dlares en Horas. Con dinero local se poda comprar en trescientos cincuenta negocios o contratar los servicios de ms de mil profesionales: todos ellos se anuncian bimensualmente en Hour Money, autntico motor de la economa autctona, tan socorrido o ms que las pginas amarillas. Con Horas de Ithaca es posible hacer la compra diaria, pagar el alquiler de la casa, cenar en los mejores restaurantes, abonar la factura del dentista, hacerse un tatuaje, echarse el tarot, darse un masaje, tomar lecciones de japons, adquirir una coleccin de fsiles... En apenas seis aos, las Horas haban generado transacciones por ms de doscientos millones de pesetas. Por supuesto, con las Horas no se puede comprar en las grandes cadenas de hipermercados explica Paul Glover. sa es nuestra mejor arma: garantizamos que ese dinero nunca saldr de nuestra comunidad, que siempre se aprovechar para alimentar los negocios locales. Aqu, en Ithaca, ha tenido que cerrar un McDonald's por falta de clientela, y eso es algo de lo que en cierta medida nos enorgullecemos. Espoleando el movimiento a escala nacional, la Schumacher Society, que difunde las ideas del autor de Lo pequeo es hermoso, el clsico de los aos setenta que ya predicaba una

suerte de budismo econmico como defensa de las pequeas comunidades ante el monstruo de la globalizacin. La divisa universal y omnipotente, idolatrada en el ltimo rincn del planeta, est empezando a ser profanada en su propia tierra. Lo dice una camiseta antidlar, con grandes letras estampadas bajo la sacrosanta efigie de George Washington: CUIDADO! El uso de este producto puede causar apata, pereza, egosmo, ignorancia, prdida de identidad, avaricia, glotonera, destruccin ecolgica, pobreza, asesinatos, guerra.

VUELVE EL TRUEQUE

Yo te doy clases de informtica y t me das lecciones de yoga. T me enseas ingls y yo te cuido a los nios. Yo te ayudo a hacer la mudanza y t me regalas un par de muebles que te sobran... Es el viejo cuento del trueque, que vuelve a hacer estragos en la era del dinero digital. La historia lleva aos funcionando en los pases anglosajones y centroeuropeos; all los llaman sistemas de intercambio local o LETS. En ios barrios de las grandes ciudades y en los pueblos, la gente est volviendo a abrazar la tradicin ancestral: es una forma muy provechosa de ahorrar y de alimentar los lazos cada vez ms frgiles de la comunidad. Desde principios de los noventa, la tendencia se est introduciendo en Espaa, a travs de las ferias de intercambio y de cooperativas de bienes y servicios. Abri la brecha en Madrid el grupo El Trueque, apoyado en la siguiente declaracin de principios: En este mundo donde todo se compra y se vende, donde el valor supremo es el dinero, donde tantas cosas dependen de lo que tengas o no tengas, donde a mucha gente le cuesta llegar a fin de mes, donde cada da somos un poco ms individualistas... queremos lanzar una nueva iniciativa.

El punto de partida es as de obvio: Todos tenemos algn oficio, formacin, conocimiento o talento que pueden ser de utilidad para otras personas. Entre algunas docenas de vecinos, seguro que encontramos representados casi todos los oficios. Lo que proponemos es organizar un plan de ayuda mutua para satisfacer nuestras necesidades con nuestros conocimientos, nuestras habilidades y nuestro tiempo. Los socios de El Trueque rellenan una lista de Busco y Ofrezco. En el primer casillero, los servicios que se deseara contratar (por ejemplo, fontanera, electricidad, pintura, bricolaje, cuidar nios, hacer la compra). En el segundo, los que uno estara dispuesto a prestar (informtica, redaccin de escritos, ensear idiomas, grabar vdeos, hacer fotos). Los datos se envan a un fichero informatizado, se cruzan con otros y sirven para confeccionar listas de servicios que peridicamente se renuevan. No es necesario que el intercambio sea simultneo. Para dar mayor flexibilidad al sistema, la cooperativa ha ideado una especie de dinero alternativo (el Vale Kas, equivalente a cien pesetas) canjeable slo entre los socios. El Trueque sugiere una tabla de tarifas mximas por los servicios, aunque los interesados son libres de pactar el precio definitivo en vales. En la central informtica controlan peridicamente el debe y el haber. Se tiene paciencia con los morosos. Un sistema parecido es el que adopt a finales de los ochenta el barrio de Kreuzberg, en Berln, y que poco a poco se est extendiendo por Alemania. La solidaridad, la buena fe y el trabajo de cientos de personas sirven de garanta al kreuzer o crucero, la moneda alternativa al marco y al euro. En el Reino Unido y en Australia funcionan ya ms de ochocientos sistemas locales de intercambio o LETS, que han servido para revivir pequeas comunidades al borde de la bancarrota. El ejemplo se ha extendido por Canad y Estados Unidos. El Time Dollar Institute de Washington lleva varios aos experimentando con los as llamados Bancos de Tiempo, que no son sino bolsas de intercambio informatizadas, sin necesidad de billetes ni vales. Los servicios prestados o debidos son grabados

en un directorio de Internet, que hace tambin las veces de pginas amarillas para uso exclusivo de los socios. De alguna manera, estamos experimentando con el ADN del dinero se explica Edgar Cahn, uno de los impulsores de los Time Dollars. A menudo olvidamos que el dinero es una creacin humana: nosotros lo hemos inventado y nosotros podemos modificarlo. Cmo? Evitando que se convierta en un instrumento manipulador y ponindolo de nuevo al servicio de la comunidad. Que vuelva a tener la utilidad que tena en un principio: ayudarnos los unos a los otros. Con esa idea naci tambin en Nueva York Womanshare, un grupo de intercambio integrado nica y exclusivamente por mujeres. Comenzaron doce, en 1991, y seis aos despus eran ya un centenar, capaces de ofrecer doscientos servicios a la carta (clases de cocina, informtica, bricolaje, coser, planchar, cuidar de ancianos, conducir...). Sus fundadoras, Jane Wilson y Diana McCourt, no han querido abrir el abanico a los hombres porque consideran, con razn, que las mujeres son mucho ms abiertas a la cooperacin y estn menos expuestas a los juegos de poder. Cooperacin, solidaridad, conveniencia, sentido de comunidad, contacto humano, ahorro... Todos estos factores se dan la mano en este regreso, nada premeditado, a la forma ms bsica y primitiva de economa local.

COMPRO, LUEGO EXISTO

CONSUMINDONOS

Preparados, listos... aqu estn las Rebajas! Se abren las puertas y entra una jaura voraz y desbocada de mujeres que se lanzan sobre las prendas como leonas sobre sus presas. Codazos, pisotones, nuseas, interminables colas. Es domingo, pero no importa: los saldos apremian. Cuando acabe el da, habrn desfilado por los grandes almacenes dos millones de consumidores hambrientos. La cuesta de enero nos costar, ms o menos, unos 180000 millones de pesetas... El ao arranca bien si arrancan bien las Rebajas. Todos los dems indicadores sociales, culturales, familiares, laborales apenas cuentan enfrentados al del consumo nacional bruto. Si no gastamos ms que el ao pasado por estas fechas, nuestras vidas se derrumban, el pas se tambalea. Hace tiempo que perdimos la categora de ciudadanos; nos han rebajado a la de meros consumidores. Lo que antes llambamos sociedad, ahora lo llamamos mercado, y la quimera de la justicia social ha cado bajo el peso de la ley de la oferta y la demanda. Militamos todos en un monoltico partido cuya ideologa se resume en un simple eslogan: Compro, luego existo. Comprar se ha convertido en nuestra razn primera y ltima. Comprando llenamos nuestros vacos, aplacamos nuestras frustraciones, empaquetamos nuestras iras. Comprando nos encontramos ms a gusto con nosotros mismos y ms en sintona con el envoltorio comercial que nos rodea. Comprando, en fin, nos divertimos como si volviramos a ser crios. Esta ideologa no es nuestra; la hemos importado. Nos ha ido llegando poco a poco desde Estados Unidos, donde empez a acuarse en los aos cincuenta, y la hemos incorporado a nuestra vida diaria sin apenas darnos cuenta: con ciertas reservas al principio, con total devocin en las dos ltimas dcadas. Daniel Wagman, ciudadano americano, vino a Espaa huyendo de todo esto. La suya era la tpica familia americana con chal en las afueras, coche a todas horas y pleitesa obligada al

centro comercial. Cuando lleg a nuestro pas, a finales de los setenta, se encontr con un modelo de sociedad radicalmente distinto: alegre y abierto, amigable y solidario, autntico y poco maleado por las modas. Al cabo de los aos, Wagman ha sido testigo de una metamorfosis vertiginosa: nuestro estilo de vida se ha americanizado a marchas forzadas y en el peor de los sentidos. Salir de compras es ya el segundo deporte nacional (despus del ftbol en televisin, claro). Las tiendas de barrio sucumben a manos de los todopoderosos hipermercados. La marea comercial nos est consumiendo. Las distancias se acortan y Wagman no poda quedarse de brazos cruzados. Por eso decidi escribir un libro, a medias con la psicloga Alicia Arrizabalaga, y alertarnos de los peligros que nos acechan, en lo personal y a gran escala. La suya es una invitacin formal a Vivir mejor con menos... Aunque resulta en cierto modo irnico, esta sociedad de consumo que persigue a toda costa el bienestar material no trae la felicidad; bien al contrario, est creando un mundo de soledad, tristeza y frustracin. Daniel Wagman trabaj durante aos en una agencia de viajes, pero lo dej en cuanto se dio cuenta de que el turismo est convirtiendo el mundo en una especie de parque de atracciones para los ricos del planeta. Ahora se dedica a algo menos rentable pero ms enriquecedor: consultor medioambiental. Y aunque no se considera ni mucho menos un no consumidor modlico (fuma, tiene telfono mvil, no prescinde del televisor), al menos intenta salirse de los caminos trillados promoviendo cooperativas de intercambio, iniciativas de reciclaje o planes para la recuperacin de los barrios. Es imprescindible el consumo para una economa sana? se pregunta Wagman.... ste es el mensaje que continuamente se nos hace llegar, mientras por todas partes afloran evidencias que demuestran, sin ningn gnero de dudas, que este sistema est agotando irremediablemente los recursos de la Tierra, produciendo cantidades ingentes de residuos y contamina-

cin y condenando a miles de millones de personas a la ms absoluta de las miserias. Wagman nos invita a sopesar las consecuencias de todo lo que compramos y a tratar de ajustamos a nuestras necesidades reales. Ms que una frmula mgica, lo que nos vende es una sabia reflexin sobre nuestros hbitos de consumo, para que no caigamos en los excesos de los americanos... El 93% de las adolescentes considera ir de compras como su aficin favorita. Antes de entrar en la universidad, un estudiante cualquiera habr visto ya 360 000 anuncios televisivos. Un padre de familia dedica por trmino medio seis horas a la semana a comprar y slo cuarenta minutos a jugar con sus hijos. Tres de cada cuatro consumidores confiesa ir a los centros comerciales a comprar por comprar o a entretenerse sin ms. El terreno en el que ms han avanzado ltimamente los americanos es el del entretenimiento. Las tiendas, los restaurantes y hasta los hoteles estn adoptando el sospechoso aspecto de parques temticos. La disneylandizacin del mundo parece inevitable: las mismas fuerzas que nos arrastran a consumir frenticamente estn empeadas en programar hasta el ltimo minuto de nuestro tiempo libre. O viceversa. Lo denuncia Rick Crawford, acerado crtico social, en el libro Invisible Crisis (Crisis invisibles): Lo que hasta ahora considerbamos ocio se est convirtiendo en una suerte de encarcelamiento: una sentencia a cadena perpetua en el campo de trabajo del consumismo. La lista de autores americanos en las filas del anticomercialismo se hara interminable. Uno de los ms populares de los poqusimos traducidos al espaol es Alan Durning, autor de Cunto es bastante? La calidad de nuestras relaciones sociales y de nuestro tiempo libre, dos elementos determinantes de la felicidad, han cado en picado en los ltimos aos escribe Durning. La sociedad de consumo, eso parece, nos ha empobrecido aumentndonos el salario. Durning arremete duramente contra los medios de comunicacin y les acusa de haberse convertido en vehculos para el

cultivo de las necesidades: Los anuncios estn en todas las partes, bombardendonos por televisin o radio, insertados en las pelculas, en los estadios, en los respaldos de los asientos de los aviones [...] Las fuerzas que manufacturan nuestros deseos son ya tan familiares que pasan virtualmente inadvertidas. No hace falta viajar hasta Estados Unidos para corroborar todo lo que dice Durning. En nuestro pas, durante los ltimos aos, hemos sido testigos y vctimas del mayor asalto publicitario jams ideado para la promocin de un producto: el telfono mvil. Habra que ir quizs hasta Hong Kong para toparse con una fiebre similar, con una presencia tan invasiva de tiendas y puestos consagrados al milagro de la telefona sin hilos. El celular se ha convertido en el ltimo fetiche tecnolgico, objeto de un culto ms insidioso y postizo que el del coche: Yo soy yo y mi telfono mvil. En Europa, con un crecimiento del mercado del 185% anual, no hay quien nos haga sombra. La televisin, los peridicos, la radio, las vallas publicitarias, los autobuses y los chirimbolos han firmado un pacto millonario para intentar seducirnos con anuncios que son ms bien insultos a nuestra condicin de sufridos ex ciudadanos: EXPRSATE. Si t eres nico, no debera tu telfono serlo tambin? El nuevo telfono mvil E ............... te ofrece varios paneles desmontables de distintos colores, para que siempre vaya a juego con tu humor de cada da [...] Sonars a ti. Porque t eres nico.

COMPRADORES COMPULSIVOS

Suelen pulular por los centros comerciales y los grandes almacenes, aunque donde mejor se les reconoce es en las tiendas de Todo a cien. Hay tambin hombres, pero la mayora son

mujeres, jvenes y menos jvenes, unidas por el impulso irrefrenable de engordar la cesta de la compra... Al pasar por caja comienzan los remordimientos. Una vez en casa, cuando se dan cuenta de lo intil y superfluo de la cosecha del da, se hunden en un pozo de desilusin y autoculpabilidad. La nica manera de salir del bache es saliendo otra vez de caza. Vuelta a empezar. Los compradores compulsivos son legin: todos conocemos alguno. El problema es que ni ellos son conscientes de su adiccin ni el entorno ayuda. Ms bien al contrario: la publicidad explota hasta la extenuacin el estereotipo del consumidor insaciable y nos invita a seguir su modlico ejemplo. En Estados Unidos se les llama shopaholics. alcohlicos de las tiendas. All fue fue donde primero se detect el mal, catapultado en las dos ltimas dcadas con el boom de las tarjetas de crdito. Carolyn Wesson, autora de Wowen who shop too much (Mujeres que compran demasiado), estima que unos cincuenta y nueve millones de americanas vuelcan en mayor o menor medida su ansiedad en la cesta de la compra. Los shopaholics tienen mucho en comn con los ludpatas (la caja registradora ejerce el mismo imn que las mquinas tragaperras). Tambin son parientes cercanos de los bulmicos devoradores de alimentos y de los cleptmanos, ladrones por naturaleza. En Nueva York existe incluso una asociacin de adictos a las compras. Deudores Annimos, que utiliza las mismas tcnicas de desintoxicacin que los alcohlicos. En Espaa, quien mejor ha estudiado el tema es el psiclogo Jess de la Gndara, autor de Comprar por comprar. A diferencia de otras adicciones, seala De la Gndara, la compra compulsiva no es slo entendida y tolerada sino, incluso, aplaudida. Su libro incluye un cuestionario para delectar los sntomas: Salir de compras le ayuda a olvidar disgustos? Alguna vez ha tenido dificultades econmicas o familiares por las compras? Compra ropa u objetos innecesarios que luego no utiliza? Nuestro pas va por delante del resto de Europa en el tratamiento de los compradores compulsivos. La Unin de Consu-

midores de Aragn-UCE cre en 1997 un grupo de autoayuda y edit una pequea gua de divulgacin con consejos prcticos para corregir los malos hbitos: evitar a toda costa los saldos, llevar una calculadora para anotar todo lo que se ha gastado en el da, meter las tarjetas de crdito dentro de un sobre, para ser ms conscientes de su uso... A veces, cuando la adiccin est ntimamente ligada al uso de las tarjetas de crdito, no queda otro recurso que cancelarlas y pagar siempre al contado. Ese consejo no vale, sin embargo, para las socorridas tiendas de Todo a cien, consuelo de tantsimas amas de casa que compran baratijas intiles como si fueran cartones de bingo. Las Todo a cien, que proliferan como esporas en los barrios de clase media-baja, consiguen mitigar el sentimiento de culpabilidad con la misma y engaosa estrategia de los saldos: al tiempo que se compra, se ahorra... A razn de quinientas pesetas diarias, sern quince mil a final de mes: todo un lujo para familias hipotecadas hasta el cuello. En la clnica Capistrano de Palma de Mallorca, uno de los contadsimos centros que existen en Espaa para el tratamiento de las adicciones, han elaborado incluso una patologa especfica de los adictos a las Todo a cien. Salvando las distancias, se enganchan a ellas porque tienen las mismas ventajas que las drogas blandas: menos nocivas, ms baratas. Dejamos las tiendas baratijas y saltamos a la droga dura: supermercados, hipermercados y grandes almacenes, donde los productos estn anunciados y dispuestos de una manera tal que hasta el ms conspicuo ahorrador termina mordiendo el anzuelo. Segn otro estudio de la Unin de Consumidores, el comprador medio se acaba gastando del 20 % al 37 % ms de lo que haba previsto antes de entrar en una gran superficie. Las ofertas (tres por el precio de dos) son por lo general trampas para obligarnos a consumir al por mayor. Las estanteras estn salpicadas de productos imn: marcas muy conocidas de cuyo gancho se benefician todos los artculos que le rodean. Los carteles espectaculares, la iluminacin ms potente o los puestos de

demostracin nos arrastrarn como una marea hacia las zonas calientes. Si encima se lleva al nio a la compra, las tentaciones infantiles situadas a una altura liliputiense, amenizando la cola ante la caja registradoraacabarn poniendo el suma y sigue a la factura. Al final entre lo que gastamos por mero impulso y el viaje en coche, acaba salindonos ms barato y mucho menos compulsivo comprar en la tienda de la esquina. Mejor an si llevamos una lista de lo que realmente necesitamos y la respetamos a rajatabla. O si nos fijamos un lmite de dinero y procuramos no sobrepasarlo. Claro que, entre la venta por catlogos, la teletienda y el invento de la telecompra, uno puede cultivar la adiccin veinticuatro horas al da sin moverse siquiera del sof. Internet se est destapando como un insaciable filn comercial, sobre todo para cadenas como El Corte Ingls o Alcampo, pioneras en esto de los grandes almacenes virtuales. Los bancos y las compaas de tarjetas de crdito han superado la reticencia inicial de los consumidores y les han convencido de que la telecompra es un sistema tan seguro como prctico. Para el ao 2000, se calcula, el volumen de ventas electrnicas superar los 32 000 millones de dlares en todo el mundo. En Estados Unidos comienzan a proliferar ya los cybermalls como el de Santa Mnica, California: cincuenta ordenadores en cadena, con acceso directo a miles de tiendas en todo el mundo. Sus estanteras invisibles estn repletas de quesos franceses, dulces japoneses y flores del trpico.

DIEZ SUGERENCIAS... PARA MODERAR EL CONSUMO

Nunca salga a comprar por comprar. Elimine el salir de compras de su lista de diversiones favoritas. Salga a comprar cuando verdaderamente lo necesite. Pague siempre que pueda al contado; le doler ms. Fjese un techo de gasto y renuncie a algn producto prescindible si es que llega a sobrepasarlo. Lleve una pequea calculadora a mano para ir haciendo la cuenta sobre la marcha; as evitar sorpresas al pasar por caja. Guarde las tarjetas de crdito en un pequeo sobre dentro de la cartera. Ser ms consciente de su uso. Nunca vuelva a comprar en unos grandes almacenes, en un hipermercado, en un supermercado o en un centro comercial. Los gastos imprevistos superan al dinero que se ahorra. Huya de los saldos y de las rebajas. Nunca entre en las tiendas de Todo a cien. Compre en tiendas cercanas. Ahorrar dinero en transporte, estar invirtiendo en su barrio y redescubrir el trato humano. Practique la compra comparada. Descubra las tiendas de segunda mano. Practique el trueque o el uso compartido con sus amigos. Impngase un da a la semana o una semana al mes de bajo consumo. Gaste slo lo estrictamente imprescindible. Santifique las fiestas: nunca compre en domingo.

EL PURGATORIO DE LAS COMPRAS

Vuelo chrter de Northwest Airlines con destino al Mal de Amrica, el centro comercial ms grande del mundo. Ida y vuelta en el mismo da. Objetivo: comprar, comprar y comprar.

Cuarenta millones de visitantes al ao. La tercera atraccin turstica de Estados Unidos. Si el sueo de todo jugador que se precie es viajar a Las Vegas, el del buen comprador no es otro que llegarse a Minnepolis, donde le estar esperando el purgatorio de las compras: cuatrocientas tiendas orquestadas en torno a un parque de atracciones bajo techo, con un gigantesco Snoopy presidiendo las idas y venidas de mayores y pequeos atestados de bolsas. El Mal de Amrica es como cualquiera de los trescientos centros comerciales extendidos ya por la geografa espaola, slo que en dimensiones inabarcables. Al cabo de una hora uno tiene la sensacin de hallarse en un laberinto de escaparates. Las galeras parecen pasillos de una crcel imaginaria. Imposible encontrar la salida. Comprar en el Mal de Amrica, la mayor experiencia del mundo, dice un reclamo. Compra hasta caer rendido, otro. Shopping, shopping, shopping, se lee en las camisetas souvenir del gigantesco centro comercial. Los martes, el da de los nios: comida basura gratis, atracciones a mitad de precio. Los mircoles, la jornada de los golden stars: descuentos especiales para la tercera edad. El domingo, evento-sorpresa: campeonato nacional de aerbic, cuerpos danone haciendo las delicias del personal entre compra y compra. La cultura tan americana del mal encuentra aqu su mxima y preocupante expresin. En los parques y las plazas de Minnepolis no se ve una alma; todos y todas estn a cubierto, en el centro comercial, pasendose de tienda en tienda y dndose codazos en las escaleras mecnicas. Comprando se socializa, se es el mensaje. El mal cubre la funcin de la plaza mayor y nos traslada a un hipottico mundo ideal: limpieza inmaculada, msica de fondo, seguridad mxima. Comprar es divertido, nos persuaden. Uno pretende adquirir unas zapatillas de deporte y se ve de pronto inmerso en una especie de Disneylandia, con atracciones en cada esquina, pantallas gigantes de televisin y espectculos de luz y sonido.

Comprar es todo: los centros comerciales de hoy en da son ya miniciudades, con escuelas adosadas, guarderas, clnicas, veterinarios, restaurantes temticos, decenas de cines, acuarios, pistas de hielo, parques de atracciones y hasta mquinas automticas donde uno puede iniciar los trmites de divorcio. Nuestro instinto consumista queda, sin duda, saciado en el Mal de Amrica, pero nuestra conciencia de ciudadano nos dice que algo no funciona. Que estamos ante un simulacro pretencioso y fatuo. Un envoltorio tan aparente como vaco. Atestado de gente que sigue, con displicencia de hormigas, el viacrucis comercial tan hbilmente trazado por otros. Todos los centros guardan sospechosas similitudes, de Minnepolis a la baha de Cdiz. Horizon Group, Hies lnterest y otros gigantes americanos se han empeado en sembrar el mundo de monstruos de hormign, llenos de tiendas muy aparentes, productos intiles y vida muerta. Los pequeos comercios, mientras, languidecen o cierran. Los centros histricos de las ciudades se despueblan. Los coches colapsan las carreteras de circunvalacin. El modelo de la Amrica suburbana, un estrepitoso fracaso desde el punto de vista social, se impone en el resto del mundo por imperativos comerciales. En Estados Unidos ha surgido ya el primer movimiento de resistencia a los malls, el llamado Main Street Project, que clama por la recuperacin de las viejas calles mayores (desoladas y tomadas al asalto por los mendigos en muchas ciudades). En Inglaterra y Francia, ante el temor de la degradacin urbana, los ambientalistas han logrado severas restricciones para la apertura de grandes superficies, que han de contar con la aprobacin directa del gobierno. Italia est considerando una moratoria de tres aos para la construccin de nuevos centros, mientras que en nuestro pas tan slo Catalua ha decidido imponer restricciones. La ltima palabra la tenemos los ciudadanos, en nuestra calidad de consumidores. La prxima vez, antes de coger el coche camino del centro comercial, convendra meditar si merecen la

pena los atascos a la ida y a la vuelta, el dinero que se nos va en compras innecesarias, el tiempo que perdemos buscando entre las estanteras y la cola interminable para pagar en caja. Tambin hay que estar prevenidos contra las cadenas de supermercados, hermanas menores de las grandes superficies, que nos tientan con estrategias igual de engaosas y de paso arruinan al tendero de la esquina. Los comercios tradicionales se reparten en Espaa una porcin cada vez ms residual de la tarta (apenas el 11 %), incapaces de poder hacer frente a la invasin del superdescuento. El mismo destino incierto tienen los mercados de abastos. Unos y otros simbolizan, de algn modo, la resistencia numantina contra las fuerzas hegemnicas que quieren imponer en todo el mundo el mismo modelo de consumidor clnico.

VERDADERO O FALSO

Los habitantes de Clbration tienen poco que celebrar, como no sea la venta de sus almas y de sus vidas a la Disney Development Company, la rama inmobiliaria de la multinacional del entretenimiento. Clbration es, por as decirlo, la primera ciudad temtica del mundo: pastiche sobre pastiche, parodiando todos los estilos arquitectnicos de la historia. La viven y la disfrutan no precisamente los nios sino el pelotn de la tercera edad que baja a consumir sus dlares y sus das al clima clido de Florida. El presidente de Disney, Michael Eisner, la define como el prototipo de comunidad residencial del futuro. La Universal, otra compaa empeada en entretenernos, nos invita a pasear en Orlando y en Los ngeles por su calle temtica, City Walk: un trozo de Londres, otro de Pars, otro de Nueva York. El casino New York, New York reproduccin a escala de la ciudad de los rascacielos se ha convertido en una de las

principales atracciones de Las Vegas, la ciudad ms falsa y fatua sobre la faz de la Tierra, con pirmides egipcias, bajeles piratas y volcanes artificiales haciendo erupcin entre una jaura de ludpatas. En Nueva York, por cierto, abrir sus puertas el primer Planet Hollywood Hotel, marcando la pauta a la primera generacin de hoteles temticos, por si no tuviramos suficiente ya con el atracn de restaurantes. Todo esto viene a cuento de esa cultura de cartn-piedra que comienza a imponerse por estas tierras. Port Aventura, Isla Mgica, Terra Mtica y el parque de la Time-Warner en Madrid no son ms que el anticipo de la gran mascarada, la expresin ms visible y desproporcionada de esta vida ilusoria, infantiloide y postiza que estamos comprando como nios ingenuos. Los parques temticos son el no va ms de la industria del simulacro, la misma que controla la prensa, la televisin y el cine. Realidad y fantasa se unen as en matrimonio imposible. Lo verdadero y lo falso se superponen para deleite y confusin de grandes y pequeos. En el nombre de la diversin, estamos llenando el planeta de sucedneos. La privacin de la experiencia es uno de los elementos que mejor definen la vida moderna en opinin de Charlene Spretnak, autora de The Resurgence of the Real (El resurgir de lo real). El ocio es sinnimo de desconexin y distanciamiento de nuestro entorno inmediato. Los resultados ya los estamos viendo, sobre todo en las familias: desintegracin social, falta de vnculos, eterno escapismo. Spretnak, sin embargo, sostiene que una nueva forma de percibir la vida est tomando forma y tiene las esperanzas puestas en un xodo de la falsa aldea global al micromundo local. En suma, una vuelta a la experiencia real. Eso mismo es lo que reivindica desde 1996 Barbara McNally, que orquesta desde Manhattan el movimiento de la Vida Real a travs de una gacetilla de inusitado xito: A Real Life. Su caballo de batalla es todo lo sospechoso o falso: desde los parques temticos a la televisin, pasando por los alimentos procesados, los cosmticos,

las medicinas, los suplementos vitamnicos y los productos txicos. A Real Life nos propone salir de la tecnosfera en la que vivimos y poner de una vez los pies en el suelo. Dar la espalda a la realidad virtual y a los reality-shows, y recuperar el placer de conversar cara a cara. Dejar de comer alimentos con aditivos y con colorantes, y descubrir el autntico sabor de las verduras y legumbres de temporada. Aprovechar el tiempo libre no para encerrarse entre cuatro paredes sino para recobrar el contacto con la naturaleza, que tanta falta nos hace. Vivimos rodeados de objetos etreos que nos transportan a lugares inexistentes afirma Barbara McNally. Si no queremos perder el norte en nuestras vidas, tenemos que agarrarnos firmemente a las cosas reales. Barbara naci en la periferia, pero siempre le tent Nueva York, donde ahora vive con su hijo. La ciudad de los rascacielos, dice, no est necesariamente reida con el estilo de vida que predica: todas las maanas sale a pasear en bicicleta, tiene un centro de yoga a la vuelta de la esquina y una vez por semana acude al mercado de granjeros de Union Square, a cuatro manzanas de su casa. En su hogar, todo muy sencillo y natural: madera de pino, paredes blancas y decoracin austera. No hay televisin a la vista, y todos los aparatos incluido el ordenador, inevitable herramienta estn camuflados. La vida moderna dice es como una mueca rusa. Hay que aprender a deshacerse de todos los "envoltorios" y proponerse llegar al corazn de las cosas.

LA ERA DE LA MANIPULACIN

La era de la informacin nos iba a hacer ms libres e inteligentes. La era de la informacin nos iba a servir para vivir ms conscientes, elevar nuestra cultura, beber de fuentes ilimitadas...

La era de la informacin pas a la historia; donde de verdad estamos es en los albores de la era de la manipulacin. Ms de un millar de periodistas independientes se dieron cita en Nueva York, en 1997, para denunciar un hecho incontestable: el 75% de los medios de comunicacin en Estados Unidos han cado bajo el control directo o indirecto de las grandes multinacionales, que los utilizan como instrumento al servicio de sus intereses econmicos o como escaparate de propaganda comercial. Las principales cadenas americanas estn teledirigidas por grandes compaas como la Disney (ABC), General Electric y Microsoft (NBC), Westinghouse (CBS) o Time Warner (CNN). La industria del entretenimiento se ha lanzado a la conquista del mercado de la informacin y est manipulando a su antojo la actualidad diaria para venderla como espectculo. La informacin ya no es un derecho sino una mercanca, la ms cotizada. Los televidentes, los radioyentes y los lectores de peridicos se han convertido, sin premeditacin alguna, en vctimas inocentes de una encarnizada guerra con millonarios intereses econmicos de fondo. En Espaa, la madre de todas las batallas comerciales se libr por cuenta de la televisin digital. Durante ms de un ao, los lectores tuvieron que padecer las invectivas que se lanzaban en portada y a toda pgina los grandes diarios, ms interesados en promocionar sus respectivos productos que en informar de cuestiones sin duda ms importantes. Otro proceso inevitable en las sociedades de consumo, y nuestro pas no poda ser menos, es la trivializacin de los medios. Arrastrados por el nivel cada vez ms mezquino de la televisin, peridicos y revistas se lanzan a la conquista del corazn y del bolsillo del consumidor de informacin. Hoy por hoy, la finalidad de los grandes medios es la de crear perfectos consumidores denuncia Jeff Cohn, ex columnista del USA Today y hoy director de Fair, asociacin consagrada a la denuncia de la censura y manipulacin en la prensa. Nos venden continuamente como informacin toneladas de

publicidad encubierta: ms que de medios de comunicacin convendra hablar de medios de persuasin. El ejemplo ms patente lo tenemos en las publicaciones de moda, vehculos publicitarios de las grandes firmas, que utilizan el gancho de las top model para promocionar no slo esta o aquella coleccin, tambin un estilo de vida consagrado al cultivo de los excesos. El fantasma de la globalizacin nos hace an ms vulnerables. Las multinacionales americanas de la informacin y del entretenimiento estn penetrando de manera insospechada en nuestras vidas. El planeta entero est siendo colonizado a la velocidad de la luz advierte David Korten, autor de When the corporations rule the world (Cuando las corporaciones gobiernen el mundo). Las multinacionales han roto las fronteras y se reparten el globo terrqueo como si fuera un pastel: pretenden homogeneizarnos a toda costa, alejarnos de nuestro entorno inmediato y transportarnos a un lugar ficticio donde todos visten igual, comen igual, ven las mismas pelculas, cantan las mismas canciones. Su dinero les cuesta: unas quince mil pesetas por habitante del planeta al ao en gastos de publicidad. El doble que hace una dcada. Siete veces ms que en 1950. Nos estn sometiendo a un lavado de cerebro muy similar al de los estados autoritarios sostiene otro crtico social, Bertram Gross, autor de Friendly fascism (El fascismo amable). Estamos siendo adoctrinados en el consumismo febril en el fetichismo tecnolgico, en el vaco filosfico y vital... Nos estn imponiendo una conducta mecnica y escapista. La publicidad no escatima medio alguno para llamar a las puertas del consumidor. Los veinte mil anuncios al ao que solemos ver por trmino medio en televisin no bastan. La propaganda por correo se acumula en nuestro buzn, los mensajes inoportunos bloquean el e-mail, los espacios pblicos se ceden a gentiles espnsors.

Las pelculas nos llegan plagadas de mensajes comerciales ms o menos encubiertos. Una veintena de compaas especializadas se dedica a vender los espacios al mejor postor. La pelcula Solo en casa fue un inmejorable vehculo comercial para los nios, con cuarenta y dos reclamos insertados sin que los mayores nos diramos cuenta. En Parque Jursico, la Ford se llev el gato al agua con una oferta millonaria para que fuera el Explorer, y no otro, el coche que destrozaran los dinosaurios. James Bond se ha convertido descaradamente en un hombre-anuncio, al servicio del vodka Smirnoff, la cerveza Budweiser, los coches BMW, los relojes Omega y los telfonos mviles Ericsson. En los peridicos, la clsica divisin entre publicidad e in formacin es cada vez ms difusa. Las pginas especiales imitan tipogrficamente a las pginas normales para incitar al equvoco. Las noticias que nos venden como tales son a menudo artculos escritos por los gabinetes de imagen de las empresas, cada vez ms influyentes. A la sombra de los medios est creciendo una autntica maquinaria propagandstica que acta como caja de resonancia de los intereses comerciales. En Estados Unidos, el nmero de publicistas en gabinetes de imagen y servicios de prensa (ciento cincuenta mil) supera ya con creces al de periodistas (ciento veinte mil). Su funcin no es otra que la de imponer subliminalmente los mensajes de las grandes empresas. Todos ellos trabajan en beneficio de lo que se ha dado en llamar la ingeniera del consenso... Ya lo deca Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler: El secreto estriba en que los receptores estn tan inmersos en nuestras ideas que ni siquiera se den cuenta de que estn siendo persuadidos.

UNA PAUSA PUBLICITARIA

Ya no se conforman con provocar, con manipular nuestros deseos o con imponer modas. Los creativos cumplen tambin una secreta misin: alimentar el escepticismo de la gente y anular la crtica social. La trituradora publicitaria machaca cualquier tendencia innovadora, la vara de contenido y nos la devuelve tal que as, en uno de esos anuncios de coches... En primer plano, un tipo de aspecto impecable que nos va contando detalles de su pasada vida: Trabajaba mucho, ganaba dinero, pero no tena tiempo para disfrutar de nada. As que un da decid cambiar radicalmente, renunciar al xito profesional y salir adelante con lo mnimo. En los ratos libres, me dio por escribir un libro sobre mi nueva experiencia: Cmo vivir sin dinero. El xito de ventas fue arrollador. Sin proponrmelo, me hice millonario. ... Y es que cada vez hay ms gente que como yo est descubriendo cules son las cosas importantes de la vida. Dicho lo cual, el envidiado protagonista nos muestra orgulloso su flamante Audi y enfila hacia la escalinata de su casa-palacio. Fin del anuncio. (Moraleja: quienes te dicen que se puede vivir mejor con menos dinero se estn pegando a tu costa la gran vida.)

DIEZ SUGERENCIAS PARA DEFENDERSE DE LA PUBLICIDAD

Una pequea dosis de publicidad es hasta cierto punto necesaria. Pero poco a poco, conforme los anunciantes van sofisticando sus estrategias para inmiscuirse en nuestra vida privada y contaminar nuestra integridad mental, conviene levantar barreras. Para mitigar sus efectos, podemos adoptar algunas medidas de autodefensa: Vea menos televisin; reducir automticamente su exposicin a los anuncios.

Desconfe de los reclamos al estilo de Anunciado en televisin. Huya de las marcas que se anuncian a todas horas. Pruebe con las menos conocidas. No compre productos que utilizan a famosos como reclamo (una parte de lo que usted pague ir por cuenta de su millonario contrato publicitario). Compre las revistas por su contenido y no por sus apariencias. Desconfe de las publicaciones que tengan ms publicidad que informacin. Lea el peridico con mayor capacidad crtica (aprenda a discernir entre la informacin real y la propaganda encubierta). Apueste por las publicaciones y las radios alternativas. Involcrese ms en lo que pasa en su barrio y conozca mejor la oferta comercial en su entorno inmediato. Tire directamente a la basura los catlogos de venta por correo que le lleguen sin usted haberlos pedido (contacte con la Asociacin Espaola de Marketing Directo para exigir que su nombre desaparezca de los listados de venta por correo). Cuelgue instantneamente cuando intenten venderle algo por telfono. Exija a su Ayuntamiento la creacin de zonas libres de publicidad. No permita que los parques, las calles y el mobiliario urbano se inunden de reclamos publicitarios.

NO COMPRES NADA

Hazte un regalo: no compres nada... Tal y como suena: un anuncio que nos invita a poner en remojo el monedero y las tarjetas de crdito. Un solo da, tampoco ms. Aun as, un esfuerzo verdaderamente titnico, teniendo en cuenta el alud de golosas ofertas que nos esperan sin salir siquiera de casa.

Hazte un regalo: no compres nada. La original campaa parti en 1992 de un grupo anticonsumista con sede en Vancouver, Canad. Se hacen llamar los Adbusters (cazadores de anuncios) y tienen declarada la guerra al comercialismo. Publican una incendiaria revista mensual, predican la rebelda contra la televisin y convocan, una vez al ao, el Buy Nothing Day. Hazte un regalo: no compres nada. Norteamericanos, ingleses, australianos, holandeses, suecos y japoneses se han ido sumando a la iniciativa, que en 1996 lleg por primera vez a nuestro pas de la mano de la asociacin ecologista Aedenat. Cada vez que se aproximan las Navidades o alguna de las fiestas sealadas (San Valentn, da del Padre, da de la Madre), Aedenat lanza a los consumidores espaoles un mensaje: Antes de comprar, pinsalo. En Espaa, el activismo anticonsumista est an un tanto verde. Enough!, en Inglaterra, y Omslag, en Holanda, son la avanzadilla europea de un movimiento de resistencia que es an ms visible en Estados Unidos. Asociaciones como Adbusters, TV Free America, New Road Map Foundation o Center for the New American Dream lanzan con denuedo sus campaas contrapublicitarias contra la locura consumista. El 82 % de los americanos admite comprar ms o mucho ms de lo que necesita apunta Alian McDonald, portavoz de la campaa de los Adbusters. Nos estn incitando a comprar de una manera enfermiza, y la nica manera de defendernos es declarndonos en "huelga". Es un modo de decir "basta!": pensemos por un solo da y dejemos de comportarnos como meros consumidores con el piloto automtico. Los Adbusters intentan combatir el sistema con las mismas armas: nada mejor que la televisin para incitar a la gente a no comprar nada. Las tres grandes cadenas nacionales, sin embargo, se han negado sistemticamente a emitir el anuncio por considerarlo subversivo. Tan slo la CNN se ha atrevido a intercalarlo en su programacin, con el texto ntegro: Un americano consume cinco

veces ms que un mexicano, diez veces ms que un chino, treinta veces ms que un indio. Somos los consumidores ms voraces de la Tierra... Si todos los pases siguieran el ejemplo americano, haran falta cuatro planetas como el nuestro para poder abastecernos. Los audmetros no registran el xito de este tipo de campaas. La nica manera de calibrar su impacto es por el nmero de llamadas, cartas y mensajes acumulados en el correo electrnico. La respuesta es cada vez mayor, aunque siempre dentro de unos lmites. Tan slo una minora parece estar por la labor... El despegue ser lento, pero cuanto mayor sea la ofensiva del comercialismo, ms gente acabar abrazando el credo anticonsumista vaticina Alian McDonald. Estamos en los albores de un movimiento que va ms all del activismo ecolgico y que aboga por un entorno ms saludable desde el punto de vista intelectual. Las grandes multinacionales no slo contaminan el aire que respiramos: tambin nos castigan con la "polucin mentar'. Ante el bombardeo publicitario que tantos estragos causa en nuestros cerebros y en nuestros bolsillos, los Adbusters proponen una suerte de resistencia pasiva a lo Gandhi: no comprar nada durante un da, precisamente en las fechas en las que los anuncios nos incitan a tirar la casa por la ventana. La huelga de compradores tiene un valor ms simblico que prctico. No se trata de hundirle el negocio a nadie, ni de hacernos mrtires de una causa imposible, sino de elevar nuestra voz contra quienes quieren imponernos unas pautas de consumo alienantes y a todas luces insostenibles.

EL PRECIO JUSTO

Salir de compras puede convertirse, ya lo hemos visto, en una peligrosa adiccin o en un costoso entretenimiento. Pero hay otra

manera de comprar, lejos de la cadena consumista, sabiendo que nuestro dinero tendr un destino justo y no servir para fomentar la explotacin laboral o para pagar el contrato millonario de publicidad a Michael Jordn. Consumir no es necesariamente despilfarrar. Consumir de un modo ms consciente, con una mano en el corazn y la otra en la billetera, puede servir incluso para expresar nuestras inquietudes y nuestros valores... Corra el ao 1969 cuando unos comerciantes holandeses, preocupados por algo ms que hacerse ricos, tuvieron la idea de abrir una tienda solidaria: productos importados directamente del Tercer Mundo, sin intermediarios ni mercenarios de la economa global. Tres dcadas despus, funcionan en Europa nada menos que 45 000 puntos de venta solidarios, capaces de facturar al ao ms de 32 000 millones de pesetas. En Espaa, el fenmeno es relativamente nuevo, pero desde 1995 estamos asistiendo a una autntica explosin de la economa social paralela al boom del voluntariado. Las cadenas como Intermn, Alternativa 3 o Ideas se han hecho tremendamente populares y estn ampliando su oferta mucho ms all de los complementos y la artesana. En las tiendas solidarias se puede comprar ropa, alfombras, muebles, productos alimenticios y un sinfn de objetos de uso cotidiano, a un precio no necesariamente ms alto que en cualquier otro comercio. Con el tiempo, y siguiendo el ejemplo de pases como Inglaterra o Alemania, los productos justos podrn adquirirse en cualquier tienda o incluso en centros comerciales. La etiqueta social ser el equivalente a la etiqueta verde que destaca ios artculos que no degradan el medio ambiente. Una vez al ao, el 11 de mayo, se celebra en Europa el da del Comercio Justo. En vez de incitar al consumo por el consumo, al estilo del da del Padre o de la Madre, la fecha sirve ms bien de jornada de reflexin, con puestos en la calle para llegar a ese espectro de la poblacin la inmensa mayora que sigue comprando sin interesarse lo ms mnimo por todo lo que hay detrs de un determinado artculo.

En Estados Unidos, ms que de comercio justo se habla de consumo consciente: se invita a los ciudadanos a que, antes de comprar, se informen de dnde se fabric el producto y cul es la poltica social de la empresa que lo comercia. Las multinacionales estn bajo permanente sospecha. Grupos como Development and Peace, Global Exchange o National Labour Committee denuncian incansablemente los mtodos de explotacin laboral autntica esclavitud del siglo xx que utilizan algunas contratas en pases como China, Pakistn, Indonesia o Hait, Todos los aos, en vsperas de los excesos navideos, arrecian las campaas contra conocidsimas marcas como Nike, Disney o Mattel, fabricante de las muecas Barbie, por la manera en que se lucran sin escrpulos con la mano de obra barata en el Tercer Mundo. La nica manera de presionar es dejando de comprar sus productos. El consumo consciente tiene tambin su vertiente positiva. Peridicamente, el Consejo de Prioridades Econmicas de Nueva York publica un ranking de las empresas socialmente comprometidas. Negocios por la Responsabilidad Social es otra institucin que agrupa a ms de ochocientas empresas y que certifica con un sello de garanta que sus afiliados practican una poltica laboral justa. Poniendo nuestra conciencia de ciudadanos por delante de la de meros consumidores, leyendo en la etiqueta de fabricacin de los productos, en vez de dejarnos embaucar por Claudia Schiffer o por cualquier otro cebo, seremos capaces de dar un sentido al dinero que gastamos.

CONSUMIDORES ACTIVOS

Pese a la oferta ilimitada del hipermercado, Isabel Martnez no encontraba nunca lo que ella quera. Las estanteras estaban

llenas de enlatados, congelados y precocinados, facilsimos de preparar, listos para el microondas, etc., etc., etc. Pero ningn producto tena las garantas que ella buscaba: fresco, natural y biolgico (libre de pesticidas, fertilizantes qumicos u hormonas). En su misma situacin estaban unas cincuenta familias que compartan unas inquietudes y unos gustos un tanto alejados de las convenciones... Si el mercado no responde a nuestras demandas, habr que salir al encuentro de ellas, se dijeron. Y acto seguido decidieron tomar la iniciativa y ponerse en contacto directo con los agricultores. Les hicieron saber sus deseos y llegaron a un acuerdo con ellos. De productor a consumidor: sin distribuidores ni intermediarios que procesen los alimentos y engorden los precios. As naci a finales de los ochenta la cooperativa La Espiga. Ahora son ms de un centenar de miembros con local propio en Las Rozas (Madrid) y dos empleados a sueldo. Una cuota de inscripcin y otra mensual dan derecho a una serie limitada de productos que, sin embargo, son casi imposibles de encontrar en las tiendas y en los supermercados: verduras, cereales y legumbres cultivados segn los principios naturales de la agricultura biolgica, la biodinmica o la permacultura. Al tiempo que satisfacemos nuestros deseos como consumidores, estamos cumpliendo una funcin social se explica Isabel Martnez, que empez como voluntaria en la cooperativa y ahora trabaja a tiempo completo. Importamos lo menos posible porque nuestra intencin es fomentar la produccin local, ir convenciendo poco a poco a los agricultores para que respondan a una demanda que est ah. Y es que tarde o temprano la gente en Espaa caer en la cuenta de que la salud empieza en la mesa, y la agricultura ecolgica se ver como una forma de invertir en una mejor calidad de vida. Las cooperativas son al consumo lo que los sindicatos al trabajo. Sin ellas, el mercado se regira simple y llanamente por la ley de la oferta, capaz de modelar la demanda a su antojo y conveniencia.

El movimiento cooperativista surge en 1844 en Rochdale (Inglaterra), cuando un grupo de trabajadores se organiza para procurar un suministro de productos alternativos al de los comercios locales y a un precio justo. Aparte de la conveniencia econmica, la asociacin nace con una idea de solidaridad e igualdad que luego acabara empapando el movimiento cooperativista en el resto del mundo. En Espaa, las primeras cooperativas de consumo nacen a finales del siglo xix y viven su mximo apogeo en el primer tercio de este siglo, en plena edad de oro del asociacionismo: ateneos populares, mutuas, cajas de ahorro... A partir de los aos setenta vuelven a estar en boga, con la experiencia de Mondragn como buque insignia. En los noventa resurgen con fuerza, agrupadas en torno a la Confederacin Espaola de Cooperativas de Consumidores, y se lanzan a la conquista de nuevas fronteras. El caso ms notorio es el de Eroski y Consum, capaces de competir en su terreno con las grandes firmas de hipermercados y supermercados. Gracias al tirn de ambas, las cooperativas de consumidores facturaron en Espaa ms de 365 000 millones de pesetas en 1996 y superaron el listn de los 800 000 socios. El xito de Eroski contrasta sin embargo con las dificultades de las pequeas cooperativas locales, que estn en pleno proceso de reconversin y tardarn an un tiempo en fraguar, seguramente, como el necesario contrapeso a la economa global. Siguiendo el modelo que trazaron las familias de La Espiga, cualquier grupo de ms de cinco consumidores (aunque es mucho ms viable de veinte para arriba) puede constituirse en cooperativa. Habr que decidir un nombre, elegir un consejo rector y presentar una serie de documentos en el registro local (estatutos sociales, capital social mnimo, declaracin de actividades). Superados los trmites burocrticos, habr que fijar una lista de productos, contactar con los proveedores y acordar el sistema de reparto.

Eso s, desde el momento en que nos declaramos consumidores activos no nos podemos quedar cruzados de brazos. Tenemos que estar dispuestos a ceder una parte de nuestro tiempo como voluntario a la tarea comn. Esa dedicacin extra revertir luego en mejores precios, totales garantas y un contacto directo con quien cultiva o fabrica el producto. Libertad y autogestin son las dos mximas de las cooperativas, que contribuyen a superar la fragmentacin social y a recuperar el sentido de comunidad y del trabajo en equipo. Los excedentes del proceso productivo se reinvierten y los socios participan de forma solidaria y equitativa. Las cooperativas cumplen adems una extraordinaria labor en la formacin de sus socios, y apuestan claramente por la economa social el comercio justo y la defensa de la salud y el medio ambiente, un triple privilegio que nunca tendremos como meros consumidores pasivos.

DEL SHOPPING AL THRIFTING

El pas que elev el shopping a la categora de deporte nacional es tambin el pas del thrifting, el arte de la frugalidad, practicado por millones de americanos que no tienen el menor reparo en comprar una televisin usada en el patio del vecino o una mesa de comedor en una garage sale (venta de garaje). Los thriftstores, tiendas de segunda mano, gozan tambin de una gran tradicin, sobre todo en los pueblos pequeos. En Espaa, tan dados como somos a los rastrillos, las tiendas de segunda mano haban cado en el ms injusto de los olvidos. A mediados de los noventa, sin embargo, lo usado volvi a ponerse de moda, con clara influencia anglosajona... Second Market, Second Hand Deposit y Cash Converters son algunos de los negocios donde puede encontrarse todo tipo de artculos ropa,

palos de golf, cmaras fotogrficas, vajillas, ordenadores a la mitad de lo que cost la primera vez. En la era del despilfarro, estas tiendas cumplen casi una funcin social: no slo ahorramos dinero con ellas, tambin nos brindan la ocasin de reciclar todo lo que no usamos. Si la filosofa del shopping consiste en acumular y acumular, la del thrifting empieza precisamente en el extremo opuesto: limpieza general. Amy Dacyczyn, tambin conocida en Estados Unidos como la sacerdotisa de la frugalidad, public a primeros de los noventa una popularsima revista (The Tightwad Gazette), que estaba considerada como la Biblia del thrifting, con consejos prcticos para ir desprendindonos de todo lo accesorio y superficial... Regla nmero uno: vaciar los armarios y prescindir de lo que no se haya utilizado en el ltimo ao (en Norteamrica funcionan incluso servicios especializados en limpiar las casas del clutter, o montn de objetos inservibles acumulados). Los libros que no se hayan tocado en diez aos, fuera. Los juguetes del nio que ya ha crecido, fuera. La mitad del ropero, fuera. Dejar slo un par de pantalones y dos pares de zapatos. Nunca tener un duplicado de la misma cosa (dos televisiones, dos equipos de msica). Descubrir el uso compartido con amigos y con vecinos. Aprender bricolaje y mecnica, hacerse los muebles, especializarse en chapuzas caseras. Vivir siempre por debajo de nuestras posibilidades. Sin necesidad de llegar a la austeridad militante, el thrifting promueve la moderacin y el ahorro. Y tambin, la prolongacin al mximo de la vida de los aparatos caseros, de la televisin al equipo de msica. Hasta el coche, extremando los cuidados, puede durar de doce a quince aos. Los muebles que ya no nos gustan parecern otros con una mano de pintura, y el sof quedar irreconocible con una nueva funda y unos cojines vistosos. Mientras el shopping alimenta sin medida la novofilia (la pasin por todo lo nuevo), el thrifting es fiel al lema de lo viejo es bello.

Ahora bien, del shopping al thrifting hay todo un abismo y no se debe saltar sin precauciones: es difcil renunciar de un da para otro a la variedad multicolor de productos que ofrecen los hipermercados y conformarse con la limitada oferta de la cooperativa. Para moderar el consumo no basta con cambiar de hbitos; hay que reeducar los cinco sentidos y adoptar poco a poco una nueva actitud ante la vida. Quienes nacimos entre los sesenta y los setenta, quienes pertenecemos a esas primeras generaciones de nios que lo tuvieron todo, necesitamos un perodo de reciclaje que puede durar aos. La luz se nos encender, tal vez, el da en que decidamos hacer una mudanza en el ms amplio sentido de la palabra y reparemos en la cantidad de objetos intiles que fuimos acumulando con total despreocupacin mientras dur nuestra pasin desmedida por el shopping.

APAGA Y VMONOS

HROES DEL SILENCIO

Es como cuando uno intenta dejar el tabaco: los primeros das cuesta mucho, pero al final se supera (Isabel). Lo peor han sido las noches y las horas de las comidas: he echado en falta el ruido del televisor (Montserrat). Siete das no son tantos, y sin embargo me han creado una terrible ansiedad (Miguel ngel). Isabel, Montserrat y Miguel ngel formaron parte de los Hroes del Silencio, que as decidieron llamarse durante una semana. La heroicidad consista ni ms ni menos que en desconectarse, apagar el televisor durante siete das con sus respectivas noches, desmarcarse del comn de los mortales y marcharse a la cama sin la racin diaria de rayos catdicos. A ver qu pasaba. Y pas que una tercera parte de los sesenta y dos voluntarios decidi darse de baja a las primeras de cambio. Por qu? Porque dejar de ver televisin no depende enteramente de uno mismo (Roco). Porque por ms que explicaba en mi casa el experimento en el que estaba participando, ninguno me comprenda, y me ponan de tonta para arriba (Dolores). Porque en mi casa la dejan todo el da encendida como si fuera el termo (Rogelio). La conclusin la pone Francisco Iglesias, el profesor de la Universidad Complutense que dirigi en 1990 el experimento: Concebir un mundo sin televisin en los tiempos que corren no es tarea sencilla [...] Con frecuencia, lo ms decisivo en el modo de utilizar la televisin no es lo que en ella se vea o se deje de ver sino la cantidad de tiempo que resta a otras actividades tantas veces ms enriquecedoras. Lo dicho: solamente al trabajo o al sueo le dedicamos ms tiempo que a ver televisin. Los espaoles estamos en el pelotn de cabeza europeo, compartiendo honores con Turqua, Inglaterra e Italia: nos pasamos cada da unas tres horas y media

delante de la pantalla. Un da entero por semana. Una sptima parte de nuestra vida consumida frente al televisor o televisores (la media es ya de dos receptores por hogar, camino de los tres). La irrupcin de la televisin digital, con su plyade de canales a la carta, nos catapultar a los niveles de Estados Unidos o Japn, al filo de las cuatro horas diarias. Acabaremos prefiriendo una hora de Landscape (imgenes y sonidos para combatir el estrs) antes que respirar a pleno pulmn y desintoxicarnos en un parque. Efectivamente, un mundo sin televisin parece cada vez ms inconcebible. Por eso una frugal abstinencia, aunque slo sea de siete das, adquiere los ribetes de inslita aventura o de autntico desafo. Volvemos con el profesor Iglesias y sus Hroes del Silencio: Realmente, no me he dado cuenta de lo que quiero la tele hasta que la he perdido (Paloma). No repetir el experimento. Menos mal que ha terminado la semanita! (Gema). Ser Juana de Arco no es mi fuerte (Concepcin). Como Paloma, Gema y Concepcin, el comn de los espaoles no sabemos lo que es vivir sin televisin. Nos quejamos de la programacin, cada vez ms lamentable; criticamos la epidemia de estupidez y mal gusto que invade nuestros hogares; maldecimos el bombardeo incesante de anuncios, pero ah seguimos, imantados sin remedio como al peor de los vicios. Tan habituados estamos a su ubicua presencia y a su incesante rumor, que las noches se nos presentan como insondables abismos, iluminados tan slo por nuestros programas favoritos. Nunca nos ensearon que la vida sigue perfectamente su curso al margen de la programacin diaria. Que se puede hablar de muchsimas otras cosas que no se vieron u oyeron anoche en la tele. Que la cena sabe mucho mejor con la vista puesta en el plato. Que lo que se pierde por un lado se gana en tiempo para muchas otras cosas, sas para las que nunca tenemos tiempo. Lo malo es que, con una decisin tan simple e inocua como dar la espalda a la tele, corremos el riesgo de convertirnos en

rebeldes sin causa, en proscritos sociales. Las primeras, y a veces infranqueables barreras, las encuentra uno en su entorno inmediato: Pareca como si estuviera castigada: al llegar a casa la televisin estaba encendida y yo me tena que encerrar en mi habitacin (Yolanda). Si no ves televisin, no ves a tus hermanos ni a tus padres: casi te conviertes en un ermitao en tu propio hogar (Almudena). Mis compaeras de piso son unas teleadictas, aunque ellas se nieguen a reconocerlo: nada ms llegar a casa encienden el botoncito y la televisin est en marcha desde las tres de la tarde hasta la una o las dos de la madrugada. Ininterrumpidamente! Comen, estudian, charlan... y una incluso duerme con la tele puesta (Isabel). Somnfero implacable, niera electrnica, ruidoso invitado que rompe los terribles silencios familiares... Apagamos la tele, y se instala en casa una suerte de vaco existencial. Prescindimos de ella, y se dira que la soledad suena. No estamos acostumbrados; nos falta prctica. Pero si lo intentamos, por una semana, tal vez nos pase lo que a Amalia: En pocos das nos damos cuenta de que la televisin no es una necesidad y de que en muchas ocasiones lo que hace es esclavizarnos y dominar nuestra vida cotidiana [...] Si ignoramos la televisin, disponemos de mucho ms tiempo para actividades ms variadas, nos damos cuenta de que la informacin que recibimos no es imprescindible y nos liberamos de un hbito que nos tiene sujetos a un horario. Huelga decir que, una vez superada la prueba, los Hroes del Silencio dejaron de serlo y volvieron a las andadas televisivas. Eso s, con una actitud ms crtica y despus de haber sacado los frutos casi todos positivos de la inslita aventura... Del uno al diez: mayor dedicacin a la lectura, disponer de ms tiempo libre, utilizar otros medios de comunicacin, mayor dedicacin al estudio, mayor dedicacin a la radio, leer con ms atencin el peridico, ms conversacin con la familia o

compaeros, hacer cosas que estaban pendientes, sensacin de no saber qu hacer, sensacin de no estar bien informado. Hubo tambin otras respuestas: sensacin de estar ms en la vida real, ms tiempo para pensar, ms tranquilidad, mejor organizacin del tiempo, ms independencia, reflexin sobre la influencia de la televisin en nuestras vidas...

UNA SEMANA SIN TELEVISIN

El mismo experimento, slo que esta vez a escala nacional y en el pas con ms televisores por cabeza del planeta. Una asociacin subversiva, TV-Free America, pide a los ciudadanos que desenchufen los receptores durante una semana. Miles de escuelas, comunidades religiosas, mdicos, psiquiatras, escritores, deportistas y hasta algn que otro gobernador receptivo apoyan la idea. Cuatro millones de americanos se desconectan. Entre ellos, Diane Werts, teleadicta arrepentida, que escribe en las pginas del Newsday los pormenores de su desprogramacin diaria: Primer da de abstinencia, lunes: Lo primero que hay que superar es el acto reflejo, el impulso que te lleva mecnicamente a encenderla nada ms salir de la cama, o al entrar en casa... Pero el peor momento llega por la noche, cuando mi marido y yo nos sentamos en el sof y descubrimos que no podemos practicar nuestro deporte favorito: hacer zping... Nos consolamos a duras penas, jugando una partida de Trivial. Segundo da, martes: Cualquiera dira que la tele ha crecido desde que no la miro: me parece enorme, me pide a gritos que la encienda... Procuro pensar en otra cosa. Estoy pensando! Me noto como ms centrada y contemplativa. Esta noche intento olvidarme de la tele leyendo un libro, pero no hay comparacin: la tele es mejor somnfero.

Mircoles: Llego a casa despus de un extenuante da de trabajo. Mi primera tentacin es tenderme en el sof y encenderla: no concibo otra manera de relajarme... Desvo la vista hacia las cartulas de vdeo, pero sera una forma de traicionarme. Me inclino por la msica: nunca tuve tiempo para escuchar los ltimos compactos. Cuando quiero darme cuenta, es la una de la madrugada. Jueves: Es asombroso cmo me est cambiando el modo de percibir las cosas. De pronto me doy cuenta de que no necesito llenar hasta el ltimo momento de mi vida... La televisin te empuja a eso: accin, accin y slo accin. No te da un respiro. Por cierto, qu habr pasado en el ltimo episodio de "Policas de Nueva York''? Viernes: Cinco das seguidos sin cenar con un informativo! Empiezo a sospechar que la televisin no slo manipula las ideas; tambin nuestros sentimientos. Uno acaba conmovindose ms por lo que pasa en el otro extremo del mundo que por lo que sucede a la vuelta de la esquina. Sbado: Hoy hemos decidido ir al cine, haca semanas que no bamos. He salido con la sensacin de haber tenido realmente una experiencia. Decididamente, no es lo mismo que ver una pelcula en la tele. Domingo: Superada la ltima tentacin: el partido de ftbol americano. Por la noche, algo excepcional: invitamos a cenar a nuestros vecinos... Cuando est todo listo, me doy cuenta de que he dispuesto la mesa y las sillas como si en realidad nos juntramos para ver la tele. Acabo de comprobar por m misma hasta qu punto la televisin domina nuestras vidas. Despedida y cierre. Al octavo da, la tele volvi a orquestar la rutina nocturna de Diane y de su marido. Pero la experiencia no cay en saco roto, confiesa. Antes no se planteaban cunta televisin vean; ahora, cada vez que llegan los anuncios, se miran el uno al otro con cierto sentimiento de culpabilidad. Algo es algo. Quien lleva no ya semanas ni meses, sino aos enteros sin saber lo que es tener televisin, es Henry Labalme, director de

TV-Free America... Y no te puedo decir si soy ms o menos feliz que nadie, pero s que disfruto mucho ms intensamente de cosas que antes ni siquiera me planteaba. A Henry le dio por la militancia antitelevisiva cuando fichaba como un ejecutivo ms en Washington. Estaba comenzando a hartarse de su vida aburguesada y decidi pedirse una excedencia. Cambi el coche por la bicicleta, la corbata por el jersey de pico, la asepsia de la oficina por la pasin de su trabajo como voluntario, que acab convirtindose en su medio de vida. Todo esto ocurra en 1995. Desde entonces, TV-Free America convoca todos los aos, all por primavera, la semana nacional sin televisin... No estamos pidiendo a los americanos que saquen los televisores a la calle y los quemen. Lo que sugerimos es que hagan la prueba, que estn una semana sin ver televisin y despus decidan si quieren o no seguir vindola como antes. TV-Free America sobrevive sin ningn apoyo oficial, con suscripciones y donaciones particulares, volcndose sobre todo en los colegios. Ms de treinta mil centros escolares secundaron en 1997 la iniciativa e involucraron a los alumnos en todo tipo de actividades alternativas: excursiones al campo, msica, baile, deportes, juegos... Para los nios es como un reto que dispara su imaginacin: Piensa en todo lo que puedes hacer si te dan tres horas "extras" todos los das. En las escuelas americanas, sobre todo en la costa Oeste, estn muy extendidos los cursos de media literacy (alfabetizacin meditica). A los pequeos se les ensea, entre otras cosas, a utilizar racionalmente la televisin y a no naufragar en el bombardeo diario de propaganda informativa. Lo malo es que, una vez en casa, manda quien manda. Lo peor son los adultos seguimos con Henry. En ellos ha calado muy hondo el "sndrome de la patata recostada", esa actitud conformista e inerte ante la vida que se va gestando desde que somos nios y nos quedamos imantados frente al televisor. Antes de cumplir los diecisis aos, habremos visto ya unos ocho

mil asesinatos en la pequea pantalla. A esa edad, estaremos contemplando unos veinte mil anuncios al ao. Todo eso va dejando un poso inevitable en nuestras mentes. Sobre los efectos de la pequea pantalla se ha escrito de todo, desde encendidas defensas del medio (Franois Mariet, Djenlos ver la televisin... porque no es culpable de todos los males que se le atribuyen) a alegatos apocalpticos como el de Jerry Mander: Four Arguments for the limination of television (Cuatro argumentos para la eliminacin de la televisin). Mander, un arrepentido del mundo de la publicidad, bautiza la tele como la mquina de las fantasas psicopticas y no se cansa de enumerar razones para prohibirla por decreto: nos roba el contacto real, nos priva de la experiencia, lava nuestros cerebros, nos deja sin energa vital, nos aisla del entorno, genera frustracin y ansiedad, nos programa para comprar...

INTOXICACIN INFORMATIVA

Son las siete de la maana de cualquier da festivo. El televidente se desparrama en el sof con una taza de caf y acaricia el mando a distancia. Aprieta el botn y sale el cura del canal 116. Como no est para plegarias, cambia de cadena y conecta con Buenos das, Amrica. Al crtico de cine no hay quien lo aguante; mejor conectar la CNN para saber qu ha pasado en las ltimas horas. Descarril un tren, no hubo muertos. Publicidad. Ahora los deportes: un famoso jugador de baloncesto que ha contrado una gripe de elefante y se perder varios partidos. Bien. Un barrido por el canal de la Fox: dibujos animados. Publicidad. Probemos con el canal seis: Barrio Ssamo. Es que todo es para nios a estas horas?! En la MTV estn pasando un vdeo de Iron Maiden. Demasiado largo. Por fin algo de inters en el canal de noticias locales: investigadores de no s qu universidad han descubierto

que las hamburguesas contienen una sustancia que ayuda a prevenir el cncer de piel. Publicidad (de hamburguesas, tal vez?). Pasar en un suspiro la primera hora, y la segunda, y la tercera. La cuarta se har ms cuesta arriba, pero hay que aguantar, de eso se trata. Veinticuatro horas encerrado en casa, intentando no despegar los ojos del televisor, descubriendo las fascinantes posibilidades nada menos que de noventa y tres canales. El televidente en cuestin se llama Bill McKibben, y en cuanto logre recuperarse de la maratn de zping se marchar con sus brtulos a la montaa, levantar la tienda de campaa y all permanecer otras veinticuatro horas, en plan ermitao, borrachera de bosques y estrellas. Luego contrastar ambas experiencias y publicar un libro, The age of missing information (La era de la informacin perdida), tal vez la ms incisiva alegora sobre lo poco que aprendemos y lo mucho que ignoramos gracias a la televisin. No es mi intencin dictaminar cul de las dos opciones es la mejor para pasar el tiempo escribe McKibben, pero lo cierto es que la "era de la informacin" nos est llevando a una ruptura con la naturaleza y con nuestro entorno inmediato, a una prdida de habilidades fundamentales, a una desconexin de la vida real. Vivimos ciertamente en un momento de profunda ignorancia. McKibben desempolva un premonitorio informe de la UNESCO, en 1953, cuando las televisiones estatales estaban an en estado embrionario y se debata a cuntas horas convena limitar la programacin: Es muy difcil, si no imposible, emitir a todas horas buenas series dramticas, buenos concursos, buenos programas educativos. Si prolongamos el tiempo de emisin, la calidad acabar siendo probablemente una excepcin. Lo mismo podramos decir sobre el nmero de canales. Uno recuerda casi con nostalgia aquellos tiempos de la carta de ajuste, cuando el dilema de cada noche se resolva a cara o cruz: primera cadena o UHF. El advenimiento de la televisin privada, decan, nos iba a abrir posibilidades ilimitadas... Ya las hemos visto:

nunca cremos que la televisin pudiera caer tan bajo (y en esto coinciden detractores y aduladores). La televisin digital de pago se vende ahora como un salto estratosfrico de calidad y cantidad. Sus locuaces promotores intentan convencernos de lo mucho que nos estbamos perdiendo. Y vienen a decirnos que si no nos abonamos, dejaremos escapar el tren de los nuevos tiempos. Salvando las distancias tcnicas, lo que hoy permite la televisin digital con sus decenas de canales a la carta, era ya posible hace tiempo con el cable. Bien lo saben en Estados Unidos, donde la calidad de la televisin sigue siendo igual de mediocre, la invasin publicitaria es abusiva y la sensacin que produce sentarse todos los das ante el televisor se resume escuetamente en una palabra: saturacin. Hemos llegado a un punto en que la cuestin no es ya cmo obtener ms informacin sino cmo reducir el bombardeo de estmulos que recibimos a diario, afirma David Shenk, autor de Data Smog (Contaminacin de datos). Segn Shenk, el uso y abuso de la televisin y de otros medios est directamente relacionado con disfunciones mentales cada vez ms comunes, como la hiperactividad o el dficit de atencin: A partir de un cierto punto, la avalancha de informacin no aporta nada a nuestra calidad de vida, sino que slo sirve para cultivar el estrs, la confusin o la ignorancia. Shenk anima a cada cual a actuar como un autntico filtro y pide que se proscriba por ley la invasin de pantallas televisivas en los espacios pblicos: Al igual que se protege a los ciudadanos del humo de los cigarrillos, se les debera prevenir contra los efectos txicos de la contaminacin comercial e informativa.

VIVIR SIN TELEVISIN?

Vivir sin televisin? No es fcil hacerse a la idea. La verdad es que cuesta. El ruido de fondo de la televisin ha sido desde nios nuestra inseparable compaa. Ya de adultos, nuestro mejor consuelo. Pero llega un momento en que conviene hacer un alto. Esconder el mando a distancia y meditar, con la pantalla apagada. Reflexionar seriamente sobre hasta qu punto nuestros das estn programados por la televisin. Pensar si de verdad nos relaja o si nos crea estrs, ansiedad, compulsin. Si une o incomunica a la familia. Si nos ayuda a hacer ms llevadera la existencia o si nos est llenando de pjaros la cabeza. Jerry Mander, el autor de Cuatro argumentos contra la televisin, nos sugiere, para desintoxicarnos, que probemos varias veces con el Test de los Efectos Tcnicos: abstraerse de lo que se est viendo y prestar nicamente atencin a la manipulacin de las imgenes y del sonido, concentrarse exclusivamente en todo lo que sea antinatural (el movimiento del zoom, los cambios repentinos de plano, la voz en off, la msica de fondo). Al cabo de diez minutos, asegura, sentiremos pura nusea visual. Otras variantes del Test de los Efectos Tcnicos consiste en dejar las imgenes sin voz durante quince minutos, y averiguar qu estn diciendo. O la voz sin ms, e imaginar lo que no estamos viendo... El objetivo, al final, es el mismo: cogerle el truco a la televisin, ver ms all de lo que aparentemente vemos. Tal vez as seremos capaces de sustraernos a su poder hipntico. Personalmente, mi ruptura con la televisin se remonta a 1994, al poco de llegar a Estados Unidos. Llegu a la abstinencia por va del exceso. Demasiados canales, demasiado ruido, demasiada publicidad. Tom la decisin de ver solamente programas informativos, y si an la mantengo es por motivos estrictamente profesionales. En mis das de asueto no malgasto un solo minuto delante de la pantalla.

Envidio sanamente al 1 % de espaoles que no tiene televisin en sus hogares y me considero dentro de ese 15 % que prefiere no verla regularmente. Hace tiempo que perd el impulso mecnico de encenderla nada ms volver a casa (s de quien la deja puesta incluso cuando sale, por si llegan ladrones, se figuren que estamos dentro). A veces la miro apagada y pienso que an ocupa un lugar muy visible en el saln, que convendra relegarla a un segundo plano (conozco tambin a quien la tiene guardada en el armario y bajo llave). Con el tiempo, he aprendido a valorar el silencio en casa. Y lo gratificante que resulta marcharse a la cama sin las imgenes sangrantes de la ltima guerra, el ltimo estupro o el ltimo accidente areo. Pero lo que no tiene precio es el haberse liberado del bombardeo abrumador, insidioso, insultante de la publicidad. Lo agradece mi mente; tambin mi bolsillo. Reconozco el papel de la televisin como gran catalizador en momentos histricos, pero esa funcin ya la cubra antes la radio. En cuanto a la informacin, cada da estoy ms convencido de que la tele entretiene o distrae, que lo que de verdad informan son los peridicos. Por lo dems, suscribo totalmente aquello de El cine, en el cine. Desde que no veo televisin leo ms, para m mismo o en voz alta. Me entretengo con muchas otras cosas, le dedico tiempo a lo que de verdad me interesa. Tengo menos ansiedad, paso ms tiempo al aire libre. Percibo las cosas de otra manera, me noto con los pies ms en la tierra. Me siento ms comunicado con mi entorno inmediato; aunque, bien es cierto, no acabo de conectar con quienes hablan de lo que vieron u oyeron la otra noche en televisin...

AN NO HEMOS VISTO NADA

Televisivamente hablando, estamos en la edad de piedra. De aqu a unos aos sabremos por fin lo que es autntico entretenimiento: pantallas tres o cuatro veces ms grandes, calidad de cine, posibilidades inmensas (hasta quinientos canales, pasivos o interactivos, servicio de vdeo a la carta, realidad virtual). se es el futuro inmediato que nos estn preparando Steven Spielberg y Bill Gates, entre otros. El gran negocio fin de siglo ser el home entertainment: nuestras casas, convertidas en autnticos parques de atracciones. El salto de la seal analgica a la seal digital ser tan espectacular, dicen, como el del blanco y negro a la televisin en color. Habr que jubilar el viejo aparato, o comprarse un convertidor, gastarse un dineral. Pero el esfuerzo merecer la pena: la tele cobrar una quinta dimensin hasta ahora insospechada. An no hemos visto nada. La funcin social de la televisin no es, al fin y al cabo, ms que sa: entretenernos. Segn el diccionario, tenernos detenidos esperando alguna cosa. Hasta ahora sa definicin era vlida tan slo a medias, pues como apunta Marie Winn en The plug-in drug (La droga conectada): La televisin es fundamentalmente una experiencia que consiste en la negacin de todas las dems experiencias. Eso se acab, nos advierten los profetas de las nuevas tecnologas. Dentro de poco, la televisin ser tal vez la ms inolvidable de las experiencias. Nos divertiremos hasta la muerte, augura Neil Postman, profesor de la Universidad de Nueva York y autor de Amusing ourselves to death, una de las mayores diatribas jams escritas contra la cultura del entretenimiento y los medios de distraccin de masas. Dice Postman que nuestras vidas se encaminan alegremente hacia la profeca de Aldous Huxley en Un mundo feliz. Al Gran Hermano no le interesa ya meternos el miedo en el

cuerpo, como ocurra en el 1984 de Orwell; le resulta mucho ms fcil y rentable mantenernos entretenidos. Ms que para vigilarnos, las pantallas se utilizan para distraernos. La televisin, pues, cumple la funcin del soma: una racin diaria y todos felices. Lo que Orwell tema es que se prohibieran los libros escribe Postman. Huxley sospecha que no har falta prohibirlos porque, al paso que vamos, llegar un momento en que nadie quiera leer... La gente acabar amando la opresin, idolatrando la tecnologa que les est privando de la capacidad de pensar. El medio es la metfora, sentencia Postman, parafraseando a McLuhan (El mensaje es el medio). Umberto Eco corrige: El mensaje es la electricidad. Y Francisco Umbral da por cerrado el debate: El medio es el rollo [...] La televisin es el opio del pueblo democrtico, de la sociedad tecnocrtica. En Espaa, los propios espectadores han comenzado a levantar la voz y a rebelarse contra la telebasura, pero la autntica cuestin de fondo sigue intacta: No le estaremos dedicando demasiado tiempo a la televisin? Lejos, muy lejos queda aquel sentimental anuncio de TVE: el perro haciendo las maletas y marchndose de casa porque su mejor amigo, un nio, se pasa el da atado al televisor. La competencia encarnizada, la guerra del rating, obliga cada da a ms. As las cosas, no tardaremos en ver una campaa como la lanzada en 1997 por la cadena ABC en Estados Unidos. Ocho horas al da, no te pedimos ms, decan con cierta sorna las vallas publicitarias y los anuncios a toda pgina. Las grandes cadenas estaban preocupadas porque en un solo ao haban perdido milln y medio de audiencia. Entonces llegaron los letreros, incitando a que la gente viera televisin indiscriminadamente: La vida es corta, ve TV; El silln es tu mejor amigo; No te preocupes, an te quedan millones de neuronas... Por lo visto y ledo, hay muchos intereses econmicos en juego, demasiada gente empeada en que no despeguemos los ojos del televisor. El simple hecho de que se desaten feroces

batallas a nuestra costa debera darnos que pensar: A qu precio estamos vendiendo nuestro tiempo libre?

TODOS CONTRA LA TELEBASURA

Tena que estallar por algn lado. Las grandes cadenas, en su guerra sin escrpulos, subestimaron sin duda la pasividad de sus vctimas. Jugaron a alimentar nuestros sucios instintos y acabaron naufragando en un pozo de aguas fecales... Clamor popular contra la telebasura. Sindicatos, consumidores, vecinos, padres de alumnos, cineastas, escritores, todos unidos para condenar el morbo, el sensacionalismo y el escndalo que nos salpica todos los das desde la pequea pantalla. El mismo espritu que alent en tiempos la lucha por las libertades civiles impulsa ahora el manifiesto ciudadano contra las bajezas televisivas. Veinte aos para llegar a esto: Tras la apariencia hipcrita de preocupacin y denuncia, los programas de telebasura se regodean en el sufrimiento, en la muestra ms srdida de la condicin humana, en la exhibicin gratuita de sentimientos y comportamientos ntimos. Las primeras conquistas no se hicieron esperar: programas retirados por la presin de la audiencia, creada la figura del Defensor del Telespectador, propuesta para un cdigo tico de contenidos televisivos... Pero tarde o temprano la telebasura vuelve a aflorar, en forma de telenovela, reality-show, consultorio sexolgico o revista rosa. Se trata, tal vez, del residuo ms reciclable. Ante semejante perspectiva, la opcin ms fcil sera importar la receta de TV-Free America y apagar de una vez por todas la televisin. Aunque hay quien apuesta por una actitud ms crtica, constructiva y comprometida. Mercedes lvarez, portavoz de la Agrupacin de Telespectadores y Radioyentes (ATR):

El poder que tiene la televisin es tremendo, y como ciudadanos no podemos quedarnos cruzados de brazos. Estn en juego nuestros derechos, y tambin nuestro dinero. No hay que dar por perdida la batalla; tenemos que exigir calidad y reivindicar el papel activo del televidente. La pasividad es nuestro peor enemigo. Desde 1985, el activismo televisivo ha cobrado una inusitada fuerza en Espaa: cien mil ciudadanos en su calidad de espectadores estn inscritos en asociaciones que denuncian indistintamente el exceso de violencia en la programacin infantil, la indignidad con que se explotan las tragedias personales, la sobredosis de sexo en horas nocturnas o la saturacin publicitaria. La gente est indignada por lo que ve, y todos los das recibimos decenas de llamadas de protesta explica Mercedes lvarez. Los telespectadores necesitan desahogarse, y nosotros les sugerimos que bloqueen las centralitas de las cadenas y les inunden de cartas. Aparte del buzn de quejas, la Asociacin de Telespectadores dispone de un servicio telefnico de orientacin sobre la programacin televisiva y edita cada dos meses una revista, ATR, en la que se publican listas negras de anunciantes que esponsorizan los programas indeseables. Sus miembros imparten tambin charlas educativas dirigidas sobre todo a las amas de casa, las ms proclives junto a los ancianos a la adiccin televisiva. El siguiente objetivo son las escuelas: parece llegado el momento de ensear a los nios a defenderse por s solos contra los efectos secundarios de la tele. En los prximos aos asistiremos a numerosas iniciativas para la formacin crtica de los telespectadores, vaticina el profesor Francisco Iglesias, autor de La televisin dominada. Seguiremos el mismo camino que en Estados Unidos: la gente tiene que aprender a manejarse en el laberinto de los medios. La posibilidad, an reciente, de elegir entre decenas de canales tiene despistados a los espaoles... Hay como una psicosis

ante lo que se est viniendo encima; aunque, de momento, el seuelo es el ftbol. Con el tiempo, acabarn fragmentndose las audiencias: los espectadores valorarn la informacin restringida, aunque tengan que pagar por ella. Se darn cuenta de que la informacin, cuanto ms cuantiosa, menos valiosa. Ante tan abrumadora oferta, nos pasaremos an ms horas delante de la tele? Ms es casi imposible responde el profesor Iglesias. Estamos en los primeros puestos de Europa; le dedicamos a la televisin veinte veces ms tiempo que a leer libros. Poco a poco est surgiendo un "neoalfabetismo": gente que sabe leer pero no lee, que sabe escribir pero no escribe.

LO QUE ME ECHEN

Siete de cada diez televidentes confiesan sentarse regularmente a ver lo que les echen. Se sumergen en el sof con la ingenua pretensin de relajarse tras un da agotador. Acarician el mando a distancia como si fuera la lmpara mgica de Aladino. Y al cabo de media hora, tal vez ms, pulsan el botn de off y proclaman indignados: Qu vergenza de programacin! As hasta el da siguiente, idntica rutina. Parece que hubiera una misteriosa conexin entre el hecho de abrir la puerta y correr a ver qu ponen en la televisin. Esa actitud mecnica es la que ayudan a combatir en los cursos de alfabetizacin meditica, que en pases como Canada, Australia o Gran Bretaa se imparten desde hace ms de una dcada en institutos y escuelas. Aprender a ver televisin desde nios es ya tan imprescindible como familiarizarse con los peridicos o navegar a conciencia por Internet. Primera leccin: cuanto ms canales a nuestro alcance, ms necesaria se hace la labor previa de seleccin. El zping, amn de una prdida imperdonable de tiempo, contribuye a crear un efecto de saturacin mental.

Hay que resistir la tentacin de usar el mando incluso para huir de la publicidad. La nica manera realmente efectiva de escapar al bombardeo propagandstico es reduciendo el tiempo que le dedicamos a la televisin (en 1997, las grandes cadenas tocaron techo en Espaa: casi veinte minutos de anuncios y autopromocin por hora de emisin). En lugar de encender indiscriminadamente la televisin, deberamos fijarnos un horario y nunca superar la duracin media de cualquier pelcula: en torno a las dos horas. Sobre todo, conviene ser riguroso con el momento de echar el cierre y evitar que sea sistemticamente la televisin quien nos d las buenas noches. Las ltimas noticias del da no son precisamente lo ms aconsejable para conciliar el sueo. Ms bien todo lo contrario: pueden provocarnos una ansiedad y una tensin innecesarias. Pese a la creencia general de que no se ha inventado mejor somnfero que la televisin, est demostrado que nuestra mente no descansa vindola. Por esa razn, y por muchas otras, los profesores de alfabetizacin meditica desaconsejan la presencia de la pequea pantalla en los dormitorios. A los nios los aisla del entorno familiar. Entre las parejas, se convierte fcilmente en un elemento de discordia nocturna. En uno y otro caso, la tele es ms un ladrn que un guardin del sueo. Los expertos sugieren un solo receptor por casa; de esa manera, la pequea pantalla puede volver a ser el brasero que convoca a la familia, en vez de convertirse en el elemento disgregador por excelencia. Con la programacin a la vista, la familia votara democrticamente el show de la noche. Y en lugar de dejar la tele encendida hasta que alguien la apague, se podra orquestar una charla a continuacin sobre lo visto u odo. Otra de las razones por las que nos pasamos horas y horas delante de la televisin es por su constante disponibilidad. Si en vez de ser el elemento ms grande y visible del mobiliario estuviera en una habitacin aparte o camuflada discretamente en un armario, el tiempo que le dedicamos caera en picado. Para empe-

zar, cenaramos ms tranquilos y recuperaramos el placer de la conversacin en torno a la mesa, sin la molesta voz en off hacindonos un recuento pormenorizado de las ltimas tragedias. Antes de abonarnos a una televisin a la carta, convendra plantearse si no sera ms conveniente y barato sacarle todo el partido al vdeo, no ya para grabar los programas favoritos sino para poder ver sin los molestos cortes publicitarios un par de buenas pelculas a la semana. La alfabetizacin meditica, para nios o adultos, pasa tambin necesariamente por un cambio radical en nuestra actitud como espectadores. En las antpodas de lo que me echen, se puede y se debe presionar para exigir un modelo de televisin que no slo tenga en cuenta nuestra vertiente de insaciables consumidores. La televisin pblica y las autonmicas deberan dejar de hacer sombra a las privadas en la lucha del rating. Los canales locales y los alternativos estn ya embarcados en esa misin. Su funcin, como en tantos otros pases de nuestra rbita, tendra que ser la de estar al servicio del ciudadano, cubrir las lagunas educativas y apostar por la calidad. En suma, ayudarnos a hacer las paces con un medio cada vez ms hostil y agresivo que ya slo nos provoca dos cosas: resignacin e indignacin.

DIEZ SUGERENCIAS-.. PARA MODERAR EL USO DE LA TELEVISIN

Cambie la disposicin del saln de su casa: que el sof o la mesa del comedor no estn directamente enfocados hacia la televisin. Desplcela a un lugar menos visible, de modo que el hecho de verla suponga ya un esfuerzo (existen libreras-armario pensadas precisamente para guardarla cuando no se use).

Nunca instale una televisin en el dormitorio o en la cocina. Confrmese con un solo receptor. Si vive en familia, establezca horarios y reglas de uso (si tiene nios, existen dispositivos que le permiten bloquear su funcionamiento temporalmente). Encindala a conciencia, sabiendo de antemano el programa que va a ver y nunca con la actitud de a ver qu echan. Renuncie al mando a distancia y a la tentacin del zping. Nunca cene ni coma con la televisin puesta (ni por supuesto adopte el hbito americano de la TV-dinner, cenar en el sof con una bandeja de comida-basura, un litro de bebida refrescante y una bolsa de palomitas). Si tiene un vdeo, utilcelo como sustituto en vez de como complemento; al menos es usted el que elige y no sufre el incordio de la publicidad. Si decide renunciar totalmente a la televisin, sea paciente: el sndrome de abstinencia le durar como mnimo un mes. Si tiene nios, participe con ellos en un plan de actividades alternativas: desde jugar a las cartas a leer en voz alta, pasando por escuchar msica, dibujar, hacer deporte, iniciarse en algn hobby, etc., etc.

ATRAPADOS EN LA RED

QU HA HECHO EL ORDENADOR POR NOSOTROS?

El canto de sirenas que acompaa al boom de los ordenadores ya lo escuchamos antes, all por los aos cincuenta, cuando la televisin entr con alevosa y nocturnidad en los hogares. Lo que est por ver es si la segunda pantalla acabar irrumpiendo de la misma manera en nuestro quehacer cotidiano; si adems de trasladarnos a un universo virtual y marcarnos la pauta en el trabajo ser capaz de ayudarnos a sacar un jugo real a nuestras vidas. O si, por el contrario, nos volver ms esclavos, ms hermticos, menos humanos. Cuatro de cada diez hogares americanos contaban ya en 1997 con un ordenador personal y treinta millones de usuarios tenan acceso a Internet. En Espaa, la pantalla inteligente no llegaba an al 20% de las casas por las mismas fechas, aunque el nmero de internautas superaba ya el milln y creca a un ritmo galopante. Para engancharse a la red, segn una encuesta de Nuke Internetwork, la gente renuncia mayormente a la televisin y a los videojuegos, aunque ya ha comenzado a robarle tiempo a actividades tan placenteras como dormir, leer un libro o salir con los amigos. Las prcticas deportivas tambin se resienten, y es que a partir de ahora seremos animales doblemente sedentarios. Acabaremos convirtindonos en cosmopolitas domsticos, si damos por buena la visin del futuro que anticipa Javier Echeverra, catedrtico de Filosofa de la Ciencia. La suya es una radiografa optimista de lo que nos espera: Telecasas abiertas al mundo y no slo al entorno inmediato. Entramos en el saln virtual y ah est, el teleputer, prodigiosa combinacin de lo que antes eran el telfono, la radio, el fax, la televisin y el ordenador. Con l podremos comprar a distancia, ordenar una transferencia bancaria, poner una videoconferencia, elegir entre cientos de servicios a la carta.

La frontera entre lo privado y lo pblico se evapora, predice Echeverra. Ya no seremos meros telespectadores; podremos participar activamente desde nuestras casas. La cultura hogarea se internacionaliza. La revolucin domstica est en marcha... Una visin muy distinta, tirando a catastrofista, es la que adivina Theodore Roszak, autor de The cult of information (El culto a la informacin): Si cedemos al ordenador el control de nuestras vidas privadas, los hogares se convertirn en aspticos "centros informativos" y las familias quedarn a merced de las tecnologas. Cuando falle la "conexin", los nios no podrn aprender, seremos incapaces de planificar nuestros das, posiblemente la cena no llegar a la mesa. Los ordenadores nos harn tanto o ms dependientes que la televisin, augura Roszak. Levantarn barreras personales dentro y fuera de los hogares. Nos robarn tiempo y dinero. Nos exigirn pleitesa diaria y nos engancharn a un rosario de necesidades creadas. Harn de nosotros autnticos caverncolas electrnicos. Seremos capaces de viajar virtualmente hasta Australia o Alaska, pero nos aislaremos cada vez ms de nuestro entorno, atrapados en una suerte de tecnosfera. El ordenador no slo velar nuestros sueos y nos despertar por la maana; acabar procesando, lo est haciendo ya, hasta el ltimo rescoldo de nuestra intimidad. Nuestras relaciones amorosas, y tambin las sexuales, pasarn inevitablemente por su filtro. Roszak tampoco comulga con el mito de la pantalla inteligente frente a la caja tonta: El ordenador no es ms que una herramienta para procesar informacin. En todo caso podr ilustrar o decorar ideas, pero nunca crearlas [...] El ordenador no piensa por nosotros. Es ms, con su sistemtico bombardeo de informacin puede ms bien surtir el efecto contrario: sobrecargar nuestra mente, impedir que fluyan libremente las ideas. Razn no le falta a Roszak: dos terceras partes de la rutina habitual en un ordenador se la lleva el fatdico ratn. A golpe de click, entramos o salimos de un fichero, enviamos o recibimos

datos, agilizamos rutinas, encomendamos tareas... Tal vez seamos ms diligentes, pero no necesariamente ms inteligentes. Lo que s ha conseguido el ordenador es ahorrar desplazamientos, absorber puestos de trabajo y abaratar los costes. Aun as, su introduccin masiva en las empresas no ha supuesto la revolucin tantas veces anunciada: ni la productividad se ha disparado, ni los empleados han mejorado sus condiciones laborales. Las oficinas, con sus bateras de ordenadores que recuerdan a las cadenas de produccin, han adquirido un aspecto de sospechoso automatismo. El tiempo es un bien cada vez ms escaso; las jornadas se eternizan. El teletrabajo, de momento, sigue siendo una quimera al alcance de unos pocos. Qu ha hecho ltimamente el ordenador por nosotros? se preguntaba Louis Uchitelle en las pginas del New York Times. La eficiencia y la productividad han dejado paso a la basura acumulada en el e-mail y a los "solitarios" electrnicos. Demostrado ya hasta dnde ha dado de s el ordenador en el apartado produccin, visto que no ha conseguido liberarnos de nuestras pesadas cadenas, parece llegado el momento de explotar sus enormes posibilidades como instrumento de consumo. Durante los aos ochenta, Internet fue un coto privado al que slo tenan acceso investigadores, estudiantes y empresarios privilegiados. Hasta que de pronto convergieron los intereses comerciales, y lo que empez como una red secreta para usos militares termin cuajando en el invento ms celebrado, idolatrado y publicitado de la era de las telecomunicaciones. Internet ha trado consigo una renovada mstica tecnolgica. Gracias a la red de redes predicen sus profetas seremos capaces de ensanchar sin lmites nuestro conocimiento, de enriquecer nuestras relaciones, de crear comunidades virtuales, de transformar el mundo. Tambin podremos desdoblar nuestra personalidad, alimentar nuestros deseos ocultos, suplir todas nuestras carencias. El men de bondades es tan largo que puede resultar indigesto. Aunque el atracn resultara incompleto sin la guinda

final: todo lo que usted siempre quiso comprar y nunca se atrevi a... Internet est ya polucionado de anuncios y firmas comerciales, de productos espectaculares y de vigilantes que paulatinamente se apostan con armas y cmaras de seguridad denuncia Vicente Verd en las pginas de El Pas, versin electrnica. El sueo de un espacio de saber gratuito y de convivencia a disposicin de los ciudadanos se ha desvanecido. Verd nos alerta contra el saqueo de Internet, que ya tiene poco de aquel hipermercado de ideas que un da fue. Con el tiempo se est convirtiendo en una prolongacin ms del entramado consumista que nos rodea, en una especie de alegrica Ciberamrica, dispuesta a conquistar nuestras mentes y nuestros bolsillos a cualquier precio. Ahora comienza a hablarse de la fusin de Internet y la televisin, de las enormes posibilidades que pueden tener juntos dos medios que parecan a todas luces irreconciliables. Con un mando a distancia, seremos capaces de elegir desde el sof entre un abanico florido de opciones: telecompra, telebanco, cientos de revistas y peridicos, educacin a distancia, cibercharlas, correo electrnico... Necesitamos todo esto o ya tenemos bastante?

CIBERYUPPIES CONTRA NEOLUDITAS

Unos no conciben la vida sin una dosis diaria de ordenador, otros se refieren a l como la pantalla enemiga. Unos han hecho del culto a las mquinas su razn de ser, otros han declarado la guerra abierta a todo lo que huele a tecnologa. Unos y otros, ciberyuppies y neoluditas, andan enzarzados en una batalla desigual y silenciosa. Los ciberyuppies son la versin reciclada del clsico ejecutivo aos ochenta. Su credo de vida sigue siendo el mismo:

poder, ambicin, dinero. Visten traje a la antigua usanza o van descorbatados a lo Bill Gates, y son cada vez ms jvenes, con ese brillo opaco en las pupilas que denota las horas quemadas (de ocho a diecisis, todos los das) delante de la sacrosanta pantalla. Con un arsenal a la ltima celular, ordenador personal, tarjeta de visita con la inevitable @ se han lanzado a la conquista de Internet como si fuera Eldorado del siglo xxi. Los neoluditas van de soadores y utpicos por la vida, como si los tiempos que corren no fuesen con ellos. El nombre lo toman prestado de los leales seguidores del general Ned Ludd en su particular guerra contra la revolucin industrial en Inglaterra. Sus consignas? No a Internet, no al correo electrnico, basta de tanto artilugio que no sirve ms que para robarnos el tiempo y complicarnos la existencia. Aunque suelen pasarse el da entre cuatro paredes, los ciberyuppies son bastante ms visibles. Los medios de comunicacin los glorifican como los nuevos triunfadores fin de siglo, jvenes jasp dotados de una prodigiosa habilidad para amasar fama y dinero. Hablamos de gente como Marc Andersen, fundador de Netscape y multimillonario a los veinticuatro aos por un campanazo de software, o como David Filo y Jerry Yang, los genios imberbes de Yahoo. Para todos ellos el ordenador es la llave que abre la puerta a una dimensin hasta ahora insospechada en nuestras vidas. Profesan de alguna manera un culto tan exclusivista y enigmtico como el de la masonera; la revista Wired es su Biblia. Son los microsiervos de los que habla Douglas Coupland en su novela, tipos solitarios y onanistas que encuentran en el teclado una fuente inagotable de satisfaccin. La realidad est muerta, es su lema. El mundo exterior les acaba resultando plano y aburrido; lo nico que les estimula de veras es el universo paralelo de la red. Los neoluditas, en el otro extremo, sostienen que toda tecnologa es perniciosa mientras no se demuestre lo contrario y se agrupan en asociaciones como el Lead Pencil Club, que reivindica la olvidada costumbre de escribir a mano, o en Crculos

de Estudio, consagrados al perdido arte de la conversacin cara a cara. Hacen mucho menos ruido que los ciberyuppies; son ms impopulares e incomprendidos por los medios de comunicacin. Y si alguna vez acaparan portadas es para alimentar el morbo de la cultura dominante (quin no ha odo hablar del Unabomber, el eremita que desde su cabaa a pie del lago enviaba bombas contra todo lo que ola a progreso?). La madrina de los neoluditas es la psicloga Chellis Glendinning, autora en 1990 del manifiesto Cuando la tecnologa hiere, donde deca ms o menos esto: Nos hallamos en la misma tesitura que los primeros "luditas". Somos gente desesperada intentando proteger nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestras familias, que estn al borde de la destruccin por culpa del avance sin control de las nuevas tecnologas. El testigo lo recogi a mediados de los noventa Kirkpatrick Sale, un tipo con saludable aspecto de leador que no se conforma con palabras y pasa directamente a la accin: cuando le piden que exponga en pblico su credo antitecnolgico, aprovecha la ocasin para liarse a martillazos con un ordenador: Queda clara cul es mi postura? Kirkpatrick Sale es adems el autor de un irreverente libro Rebels against thefuture (Rebeldes contra el futuro) que recrea la revuelta encabezada por Ned Ludd all por 1811. La informtica de entonces era la ingeniera textil: el general Ludd y sus incondicionales seguidores tuvieron la osada de retar al poder y defender con pistolas y martillos la existencia humana frente a la agresin del industrialismo. La revuelta fue aplastada en ao y medio, y desde entonces la leyenda del general Ludd rivaliza con la de Robin Hood en los bosques de Nottingham... Sale acometi el libro con su vieja mquina de escribir. Se jacta de ser un inepto informtico y se niega por principio a utilizar el ordenador. Lo del ciberespacio le parece ya el no va ms, un camelo alimentado por la fiebre consumista.

A parecida conclusin, slo que por una va muy distinta, ha llegado Clifford Stoll, pionero del espionaje informtico y autor de Silicon Snake Oil, autocrtica mordaz contra la sociedad tecnocrtica. A veces sigo teniendo sentimientos ambivalentes, y me entran ganas de volver a engancharme al correo electrnico y a las charlas on line escribe. Pero creo que va siendo hora de levantarse y decirle a la gente: "No se estn perdiendo nada. El ciberespacio es un universo irreal, la nada absoluta." Los arrepentidos del ciberespacio cuentan ya casi con seccin propia en las libreras americanas, en reida competencia con los apstoles de la tecnologa. Entre los ms sonados, Stephen Talbott, autor de The future does not compute (El futuro no computa). Pueden los ideales humanos sobrevivir a Internet? se pregunta Talbott. Me parece que hay razones de sobra para echarse a temblar: caminamos hacia un automatismo muy peligroso. Sigo conectado dice Talbott, porque es muy cmodo para mi trabajo de editor. Pero mi relacin con la tecnologa ha cambiado radicalmente despus de catorce aos trabajando con ordenadores. No creo en absoluto en la "libertad digital"; en cuanto te descuidas un poco, corres el riesgo de convertirte en esclavo. Talbott, que comenz abrazando a ciegas el credo ciberyuppie, confiesa sentirse cada vez ms cerca de los neoluditas. Aunque su propuesta final es ms bien conciliadora: A Dios lo que es de Dios, y a la tecnologa lo que es de la tecnologa.

CIBERYUPPIES

Libros de cabecera: Neuromante, de William Gibson, y El futuro por delante, de Bill Gates.

Modelos: Marc Andersen, fundador de Netscape. Su lema: La realidad est muerta. Sus valores: dinero, trabajo y ciberespacio. Proclaman: la libertad digital (la tecnologa nos hace ms libres). Afirman que las nuevas tecnologas nos abren unas posibilidades de comunicacin ilimitadas. Practican el fetichismo tecnolgico. Revista favorita: Wired. Pasatiempo favorito: bucear en Internet. Se sienten poderosos con un teclado en las manos (los hay que se declaran mudanons o ciberadictos annimos). Horas diarias delante del ordenador: de ocho a diecisis (frecuentemente a altas horas de la madrugada). Puntos de encuentro: ciberespacio, cibercafs, fiestas multimedia. Profesiones: creadores de software, tcnicos informticos, asesores financieros, agentes burstiles, diseadores grficos, arquitectos, publicistas, abogados, ciberperiodistas.

NEOLUDITAS

Libros de cabecera: Cuando la tecnologa hiere, de Chellis Glendinning, y Rebeldes contra el futuro, de Kirkpatrick Sale. Modelo: Ned Ludd, cabecilla de la contrarrevolucin industrial. Su lema: Desconctate! Sus valores: escala humana, relaciones personales, vuelta a la naturaleza. Denuncian: la tirana tecnolgica (las mquinas nos hacen esclavos). Sostienen que las nuevas tecnologas fomentan la soledad, el estrs y el individualismo exagerado. Defienden la simplicidad como estilo de vida.

Revista favorita: Utne Reader (lo mejor de la prensa alternativa). No ven televisin. Se sienten intiles delante de un teclado (los hay que se declaran abiertamente tecnfobos). Renuncian a Internet y al correo electrnico. Horas diarias delante del ordenador: las mnimas e imprescindibles (preferiblemente, ninguna). Puntos de encuentro: crculos de estudio, tertulias, espacios naturales. Consideran el ciberespacio como el ltimo camelo comercial. Profesiones: escritores, naturalistas, artistas, crticos sociales, granjeros, pequeos comerciantes.

CIBERADICTOS ANNIMOS

Por favor, decidme que no es verdad, decidme que no son las cuatro de la madrugada del mircoles y que no llevo tres das aqu enganchada. Mi nombre es "Sinergia" y soy una "yonqui" de la red. Me paso las noches en vela surfeando mientras mis padres duermen. S.O.S. Mi hermano lleva diecisis horas sin despegar los ojos de la pantalla y creo que va a enloquecer. Mensajes como stos llegan todos los das a Netadictos Annimos, la va de escape de cientos de internautas para superar su dependencia enfermiza y retomar el timn de sus vidas. Lo que empez como una ligera sospecha es ya una epidemia sin fronteras, tipificada por la Asociacin Americana de Psiclogos como el Internet addiction disorder. Ansiedad, insomnio, irritabilidad, inestabilidad emocional, incomunicacin absoluta. Los sntomas de la adiccin a Internet

son los mismos, o muy parecidos, a los que sufren los jugadores empedernidos. Y sus efectos tambin: crisis personales, bajo rendimiento laboral, rupturas matrimoniales. En los peridicos americanos aparecen ocasionalmente historias como la de Pamela Albridge, que perdi la custodia de sus dos hijos porque el juez consider que su adiccin a Internet hasta doce horas diarias! era incompatible con sus deberes de madre. O como Sandra Hacker, un ama de casa de Cincinatti, denunciada por su marido por idntico motivo. En Espaa no hemos llegado an a esos extremos, aunque a las consultas de los psiclogos estn llegando casos como el de P. R., cuarenta y cuatro aos, casado y con tres hijos, aficionado a los ordenadores por desviacin profesional... Su horario laboral empez a prolongarse ms de lo debido, hasta que llegado un momento decidi traerse el trabajo a casa. Con esa excusa se encerraba en su despacho a las nueve de la noche y no desconectaba el ordenador hasta las cinco de la madrugada. Su esposa se lamentaba de que no haca vida familiar, no jugaba con los nios, apenas coma o dorma. La fatiga, la apata y los problemas de rendimiento acabaron por salpicar tambin su trabajo. Pero P. R. se negaba a reconocer su adiccin, hasta que su mujer lo convenci para que acudiera a un neurlogo. De ah, al divn del psiquiatra, que le impuso un tratamiento de desintoxicacin: su mujer hara de vigilante y le ayudara a superar el sndrome de abstinencia. El psiquiatra Francisco Alonso-Fernndez ha trazado incluso un perfil del ciberadicto espaol: joven, entre dieciocho y treinta aos, preferentemente varn, con un posible trastorno subyacente y una gran propensin a negar su problema y a arrastrar su condicin de adicto invisible. Si los clculos realizados fuera nos valen, debe de haber en nuestro pas unos treinta mil yonquis de la red. En Estados Unidos, curiosamente, las vctimas ms habituales son las mujeres. La doctora Kimberley Young, de la Universidad de Pittsburgh, fue la primera sorprendida de los

resultados cuando lanz un globo sonda en la red: Se buscan usuarios que pasen ms de tres horas "surfeando" todos los das. Llovieron voluntarios: trescientos noventa y seis casos. El 65% resultaron ser ciberadictas, la gran mayora de edad media. Confesaron haberse lanzado a la red ms por la novedad que por la utilidad. Algunas reconocieron pasarse hasta cuarenta horas semanales enganchadas, y muchas admitieron que no saban poner lmites entre el uso profesional y personal. Las cibercharlas y el correo electrnico son las dos actividades que ms dependencia parecan crear. Respuesta habitual: Me meto en el "web'' con la intencin de buscar una informacin y termino curioseando por aqu y por all. Cuando quiero darme cuenta, han pasado de dos a tres horas. Kimbcrley Young, pionera en el estudio de la adiccin a Internet, confiesa que la inquietud le surgi cuando ella misma not los primeros y preocupantes sntomas: Se empieza perdiendo poco a poco el control e incrementando inconscientemente las horas que uno pasa delante del ordenador. As hasta que la conexin diaria se convierte en una obsesin y en una prioridad absoluta, por delante del sueo, de la familia y de los amigos. Decenas de miles de personas utilizan Internet no para obtener informacin, sino como una manera de huir de sus problemas y buscar una satisfaccin inmediata certifica la doctora Young. Los efectos secundarios son los mismos que los de cualquier otra adiccin, como las drogas, el alcohol o, sobre todo, el juego. En el hospital McLean de Boston funciona desde 1996 la primera unidad clnica especializada en el tratamiento de ciberadictos. La Universidad de Pittsburgh abri ese mismo ao su Centro de Adiccin On Line; en Harvard, Maryland y Michigan hay servicios similares en los campus, donde la adiccin a Internet se propaga como el peor de los virus. A disposicin de cualquier usuario existe ya una decena larga de grupos de apoyo on line, con nombres tan autocrticos como El Cementerio Internet o Ciberviudas.

J. C. Henz, una joven periodista americana, tambin se arroj ingenuamente a la red en su poca de estudiante. Al poco de licenciarse, decidi vender su idea a un editor: convertirse en internauta, explorar hasta el ltimo rincn del universo paralelo y, por supuesto, contarlo todo en un libro, Surfing the Internet (Surfeando en Internet). Ocho meses dur su particular odisea desde la base de operaciones en Miami, a razn de nueve o diez horas diarias. El viaje empez delirantemente bien No puedo creerlo! Qu maravilla! pero se fue convirtiendo en un autntico suplicio. Llamaba cada dos por tres al editor para decirle que se olvidara de la idea, que me estaba volviendo loca. El libro acaba con un suicidio virtual: No lo soporto, me estoy poniendo enferma, me dan nuseas [...] Me ro cuando me acuerdo de lo entusiasta y apasionada que era al principio [...] No ms "cibercharlas", no ms correo electrnico. Lo que necesito es un buen sueo [...] Adis, muchachos, me voy definitivamente de aqu... NO CARRIER. J. C. Henz estuvo a un paso de acabar como Angela Bennet, la protagonista de la pelcula La red... Encerrada en su casabnker de Los ngeles, Bennet no conoce a los vecinos, ha perdido el contacto con la familia y vive en su propia crcel de relaciones fantasma. Slo habla con personajes incorpreos que, al igual que ella, han convertido el teclado en su segunda voz. Utiliza la pantalla hasta para ponerle colorines a una telepizza que, desgraciadamente, tendrn que trarsela en mano (an no se ha inventado la comida on line). El director Irwin Winkler se inspir en su propia esposa para dar cuerpo al personaje: Recuerdo que llegaba a casa de noche y all me la encontraba, enganchada al ordenador. Me deca: "Hola, cario, estoy aqu." Pero al rato volva a imantarse a la pantalla y en realidad era como si no existiera. Se me ocurri la idea de alguien tan atrapado en el laberinto tecnolgico que acabara perdiendo definitivamente su identidad y "desapareciera" en la vida real.

ES USTED CIBERADICTO?

Suele pasar delante del ordenador ms tiempo del que inicialmente se propone? Pierde con frecuencia el control mientras est navegando on line y acaba haciendo cosas que no se haba propuesto? Se acuesta ms tarde de lo que sola o se levanta ms temprano para engancharse al ordenador? Ha perdido das de trabajo o de clase porque se senta fatigado despus de una larga sesin de Internet? Nota ansiedad e irritabilidad o se siente deprimido cuando no est on line? Usa el correo electrnico para comunicarse con amigos a los que ve frecuentemente? Utiliza la red para hacer amigos y/o para entablar relaciones amorosas? Ha renunciado a alguna actividad social o de ocio para pasar ms horas en Internet? Se siente incapaz de renunciar a Internet pese a tener graves problemas familiares o financieros? Ha intentado reducir sin demasiado xito la cantidad de horas semanales que pasa en Internet? (Si ha respondido afirmativamente al menos a siete de las diez preguntas, usted puede considerarse como un adicto a Internet.) Fuente: University of Pittsburgh Research Review.

A JUGAR!

Eficiencia. La introduccin masiva de los ordenadores en las oficinas se hizo en nombre de la productividad y la eficiencia. Tareas que antes requeran el uso de aparatosos ficheros, in-

contables bsquedas y diligentes secretarias quedaron reducidas a un doble click del ratn o a un leve juego de teclas. Con lo que nadie contaba era con la vertiente ldica de la pantalla inteligente, ese poder magntico que tiene para arrastrarnos siempre un poco ms all, seducidos por la golosina visual... Un polica de trfico de Minnepolis fue despedido en 1996 porque en vez de usar el ordenador para supervisar el estado de las carreteras lo utilizaba para jugar al strip poker (una partida ficticia contra una modelo que se va desnudando prenda a prenda cada vez que pierde). Miles de trabajadores espan a diario la edicin on line de la revista Playboy en cuanto el jefe se da la vuelta. Juegos como el solitario o el tetris que consiste en ir encajando ladrillos virtuales se han convertido en el pasatiempo favorito en las oficinas. Dnde ha jugado usted por ltima vez con el ordenador? En el trabajo, contestaron sin rodeos el 23 % de los encuestados en 1995 por el gabinete Coleman & Associates. En otro estudio, realizado un ao despus por Webster Network Strategies, se descubri que el trabajador norteamericano pierde al da una hora y media entretenindose con el ordenador en asuntos que poco o nada tienen que ver con su trabajo. Traducido a una empresa de mil trabajadores, las prdidas estimadas seran de mil quinientas horas diarias. Curiosa paradoja: el ordenador, principal ladrn de eficiencia en las empresas. Su implantacin ha supuesto un cambio radical en los hbitos de trabajo, pero ni los empresarios han sacado el suficiente partido econmico ni los empleados han ganado el tiempo ahorrado por la mquina. En todo esto incide Michael Finley, autor de un libro que deja en el aire el enigma: A dnde han ido a parar los beneficios de la productividad? Finley le dedica tambin un apartado a los trabajadores ludpatas, capaces de renunciar incluso a la pausa del almuerzo o a prolongar su horario laboral para engancharse a su juego favorito: Muchos de nosotros somos incapaces de abandonar un juego en el ordenador mientras no hayamos ganado la partida. Y

despus hay que repetirlo una vez ms, para probarse a uno mismo que no fue una simple casualidad. La fiebre ludpata en las oficinas es tambin el pan de cada da en Espaa. Laura Sanz, diseadora grfica en una empresa madrilea de publicidad, reconoce haber cado ms de una vez en la tentacin: Antes salamos a tomar una cerveza al acabar la jornada; ahora, nos quedamos alguna que otra vez jugando a deshoras. Conozco gente que est de verdad enganchada, sobre todo hombres: se lo toman como un reto y hacen competiciones entre ellos. Las empresas, alarmadas por la cada de la productividad, han comenzado a tomar medidas radicales. En 1995 Pepsi Cola fue una de las pioneras. Nada ms encender la pantalla, el oficinista reciba un mensaje as de contundente: El ordenador es estrictamente para trabajar. En una circular interna se adverta que las distracciones en el ordenador podan ser causa de despido. Otras compaas han decidido instalar un programa especial de DVD Software conocido popularmente como Games Bond, licencia para matar juegos, capaz de borrar de un plumazo cientos de distracciones grabadas en el disco duro de los ordenadores. Mucho ms difcil de controlar es el uso evasivo de Internet. A mediados de 1997, el 60% de las empresas norteamericanas estaban abonadas a la red, que con el tiempo ha demostrado ser un arma de dos filos. Los trabajadores no slo pueden acceder al correo electrnico o a fuentes ilimitadas de informacin; tambin tienen las puertas abiertas a un mundo que les transportar a aos luz de la mesa de trabajo. Los oficinistas americanos pasan una media de diez horas a la semana conectados a la red desde la mesa de la oficina. El servicio ms habitual es el correo electrnico. La famosa arroba se utiliza no slo para contactar con un cliente al otro lado del ocano; tambin para contarle en silencio el ltimo chisme al compaero/a que est al alcance de la mano...

Tiene cien mensajes esperando... Lo que hace falta es paciencia, ganas y tiempo para rebuscar en el buzn hasta encontrar algo de provecho, hacer una primera y una segunda criba, leer lo que proceda, decidir a quin se responde y a quin no, escribir a toda prisa. El correo electrnico. Ms barato que el telfono, ms accesible que el fax, ms expeditivo que una carta. Para unos, el invento ms provechoso de la era de las telecomunicaciones. Para otros, una novedad tan asombrosa como prescindible. Un engorro con arroba. A Bill Gates le fascina, y no puede dejar pasar un da sin responder @ alguno de sus miles de comunicantes annimos. Peter Bergman, vicepresidente de Canon Computer Systems, figura tambin entre sus ms conspicuos aduladores: lo primero y ltimo que hace a diario es abrir el buzn electrnico. Cada hora, puntualmente, comprueba si le han llegado nuevos mensajes; no importa que le pille en el coche o haciendo escala en un aeropuerto. Su ideal sera tener una terminal de e-mail instalada en el cerebro. Lamentablemente, la tecnologa no llega a tanto. El correo electrnico, como todo lo relacionado con el mundo de los ordenadores, comienza conquistndonos en el trabajo. No se ha inventado nada ms barato para comunicarse instantneamente a distancia. Superado el pavor inicial, es sencillsimo de manejar, a prueba de tecnfobos. Adems, gracias a l recuperamos el perdido hbito de escribir: tiene el empaque de una carta, con la premura de un telegrama. Lo malo es que engancha. A poco que nos descuidemos, estaremos embarcados en una trepidante dinmica de preguntarespuesta, lo ms parecido a una partida de ping-pong. Si nos olvidamos de l, si decidimos no jugar durante unos das, los mensajes se apilarn por docenas. De modo que lo mejor es estar prevenidos antes de entrar, y saber que teniendo dos buzones,

uno real y otro virtual, estamos doblemente expuestos al correo basura y a la invasin de nuestra intimidad. Las empresas, antes que nosotros, han descubierto las virtudes y defectos del invento, y si al principio abrazaron incondicionalmente la novedad por lo que terna de impagable ahorro, ahora estn reculando e imponiendo un frreo control de puertas hacia dentro. Computer Associates International, una compaa norteamericana de software, fue una de las pioneras en introducir el e-mail en la rutina diaria de sus trabajadores. El flujo electrnico desbord las previsiones iniciales, hasta tal punto que los directivos de la empresa llegaban a despachar entre doscientos y trescientos mensajes diarios. Una somera investigacin interna descubri que gran parte de las misivas tenan como remitentes y destinatarios a gente que trabajaba en el mismo departamento. La comunicacin verbal entre los empleados baj considerablemente, y su rendimiento se resinti tambin, por culpa del tiempo robado para actualizar el e-mail. La compaa opt al final por decretar perodos de abstinencia electrnica: prohibido usar el e-mail entre las nueve y media y doce de la maana y entre la una y media y las cuatro de la tarde. La medida funcion a la perfeccin, declaraba a la revista Time el presidente de la compaa, Charles Wang. La gente rinde como antes y vuelve a hablar en los pasillos. Del uso y abuso del correo electrnico puede hablarnos mejor que nadie Elizabeth Ferrarini, autora de Confesiones de una infomanaca, capaz de digerir hasta setenta e-mails en una hora. En el trabajo amenazaron con despedirla si no interrumpa la prctica. Traslad el vicio a su casa, donde se pasaba noches enteras cartendose con clientes, amigos y potenciales amantes. Tuvo un accidente y estuvo ingresada en un hospital. Est convencida de que se recuper antes de tiempo por su ansia de llegar a casa y palpar la magia del correo electrnico: Tienes cientos de mensajes esperando.

EL OJO ELECTRNICO

Viajar por Internet es lo ms parecido a sentirse incorpreo, invisible y annimo. Sobre la pantalla, gozamos de una libertad plena para entrar donde queramos, fisgonear un rato y salir de un portazo, sin dejar rastro, sin que nadie nos vea... Aparentemente. La realidad es tan impalpable como preocupante: miles de ojos electrnicos nos estn vigilando. Con cada tecla que apretamos, vamos dejando una huella indeleble en el ciberespacio. Por eso conviene surfear con extremo sigilo, meditar cada paso que damos, pensrselo mucho antes de revelar cualquier detalle sobre nuestra vida privada, nuestra disponibilidad monetaria o nuestros gustos personales. Internet es una autntica red en la que pescan a diario las empresas de marketing directo. Y nosotros, los peces que ingenuamente mordemos el anzuelo a las primeras de cambio... En 1997 trascendi la noticia de que America Online traficaba con su fichero de ocho millones de abonados y facilitaba incluso la lista de artculos consumidos on line por sus clientes. Todo perfectamente legal, se excus la compaa: los usuarios pueden pedir de antemano que su nombre y su direccin no vayan a parar a manos ajenas. Alguien les advirti a tiempo? Ese mismo ao se descubri que Kellog's y McDonald's estaban usando la red para algo ms que promocionar sus productos. A los nios que entraban en su web site se les sonsacaba informacin privilegiada sobre el sueldo del padre, la profesin de la madre o el cumpleaos de todos los miembros de la familia. En 1990, las compaas Lotus y Equifax se propusieron comercializar un CD-ROM con datos demogrficos de ochenta millones de familias americanas. La idea no cuaj por la oposicin del frente pro-intimidad americano, alineado en asociaciones como Private Citizen o Computer Professionals for Social Responsibility y publicaciones al estilo de Privacy Journal o Privacy Times.

A mediados de los noventa circulaban en Norteamrica unas

quince mil listas de consumidores en manos de las empresas de marketing directo. Con el boom de Internet, es de suponer que los bancos de datos hayan ampliado y perfeccionado... De un modo ms sutil al que imagin Orwell, el Gran Hermano nos est vigilando, aunque no le preocupa tanto lo que pensamos como lo que ganamos y gastamos. La unin de la informtica y las telecomunicaciones puede convertirse en una pesadilla, alerta Simn Davis, fundador de Privacy International. Davis anda embarcado en una cruzada sin fronteras contra la intrusin de las nuevas tecnologas en nuestra vida privada. No hay que dejar que los sistemas de control informtico se implanten de manera voluntaria, porque al final acabarn imponindose como obligatorios, dijo a su paso por Espaa. En nuestro pas, la defensa del derecho a la intimidad no est tan arraigada como en Estados Unidos o los pases centroeuropeos, aunque las demandas planteadas a la Agencia espaola de Proteccin de Datos estn aumentando a un ritmo considerable en los ltimos aos. La informtica pone tus datos en manos de ms personas de las que imaginas, nos advierten los expertos... Internet no es ya el espacio vasto e inexplorado que un da fue; lo han tomado al asalto las mismas fuerzas que dictan las leyes del mercado, prestas a convertirlo en un gigantesco centro comercial por el que ser imposible pasear annimamente. Imaginemos la red como un tablero capaz de capturar los nombres, direcciones y datos de cualquier persona que cae en ella nos invita a reflexionar Janlori Goldman, directora del Centro para la Democracia y la Tecnologa en Washington. Si ese fichero lo vamos ampliando luego con la informacin que esa persona est goteando todos los das, ser facilsimo trazar un perfil de su estilo de vida. No slo nuestro estilo de vida; tambin nuestra trayectoria profesional nuestras preferencias culturales y, si nos descuidamos, hasta nuestro rbol genealgico. Carole Lae, experta en

bancos de datos, demostr hasta dnde se puede llegar con Internet en su libro Desnudo en el ciberespacio: cmo encontrar informacin personal on line. Sus revelaciones causaron un pequeo gran revuelo en Washington: fue llamada a testificar en 1997 ante la comisin parlamentaria sobre el derecho a la intimidad. Para evitar males mayores, la red ha creado ya su propio mecanismo de camuflaje: The Anonymizer. Conectando con su pgina en el web y pulsando el click en Comienza a surfear annimamente, uno puede deambular a sus anchas sin temor a ser desenmascarado.

LA CLAVE

Para funcionar hoy en da hace falta una memoria de treinta y dos megas. Si al nmero del carn de identidad le aadimos el de la tarjeta del cajero automtico, el del telfono de casa, el del trabajo, el del fax, el del mvil, el que sirve para desbloquear el mvil, el password del ordenador, el cdigo para acceder a Internet y nuestra direccin completa del correo electrnico, nos saldr una ristra interminable de dgitos. Slo nos falta que para entrar en la oficina nos pidan tambin un nmero secreto. O que el portero automtico sea de esos que funciona con clave. Tanta tecnologa para llegar a esto: el 75 % de los norteamericanos considera que la vida, en 1997, era bastante o mucho ms complicada que una dcada antes (segn una encuesta de Claris Corp para USA Today). Se dira que la irrupcin masiva del ordenador y de los ltimos avances de la telecomunicacin han tenido un efecto perverso en nuestro quehacer cotidiano. Telefnica despacha cada ao a ms de veintitrs mil despistados que olvidaron el cdigo para desbloquear el mvil. Bankinter atiende todos los meses a unos trescientos clientes que

perdieron el nmero de su tarjeta del cajero automtico. A Microsoft Ibrica llaman al ao unos mil abonados incapaces de recordar las claves para acceder a Internet. En Estados Unidos, donde la revolucin digital est an ms avanzada, hay quien ha calculado los nmeros y letras combinados que hacen falta para desenvolverse en una vida normal: setenta y seis. A esa conclusin ha llegado Paul Dickson, autor de What's in a ame? (Qu hay en un nombre?). Dickson denuncia la progresiva numerizacin de nuestras vidas y defiende el uso de los nombres como alternativa ms humana. Si los americanos fueron capaces de desenvolverse hasta 1936 sin necesidad de usar nmeros, por qu necesitamos hoy tantos dgitos?, se pregunta. Tal vez para estar ms controlados? La llegada generalizada del ordenador a los hogares introducir seguramente en nuestras vidas nuevas y complicadas claves. Para simplificar el problema, predicen los expertos, habr que esperar tal vez un par de generaciones: cuando las mquinas sean capaces de reconocer las pupilas, la voz o las huellas digitales.

CIUDADANOS DIGITALES

La suerte est echada: tarde o temprano deberemos aprender a dialogar con las pantallas no slo para sacar dinero, tambin para pagar los impuestos o iniciar los trmites de divorcio. Los quioscos electrnicos sern tan familiares como los cajeros automticos y los ordenadores personales, entre otras cosas, servirn para ahorrarnos cantidad de trmites burocrticos. Habr que conectarse por fuerza o resignarse a la condicin de analfabetos digitales. En Estados Unidos, el 29 % de la poblacin se resista tenazmente a abrazar las nuevas tecnologas an en 1997. El

grueso del pelotn era el de los semiconectados: seis de cada diez ciudadanos confesaban estar familiarizados con el uso del ordenador, pero no hasta el punto de pasarse noche y da pendientes del correo electrnico o permanentemente necesitados de navegar por Internet. Un escaso 9% perteneca a la categora de los conectados, tambin llamados ciudadanos digitales: usuarios habituales del ordenador porttil, del e-mail, de Internet y del telfono celular. La encuesta, realizada por Merrill Lynch para la revista Wired, dibujaba un perfil de los ciudadanos digitales muy alejado de los estereotipos... Ni estn alienados ni desconectados de la gente real o de las instituciones pblicas. Estn, por lo general, mejor informados, participan ms en la vida poltica, le dedican ms tiempo a la lectura de libros, ven el futuro con optimismo y son ms proclives al cambio social. Pese al asalto comercial de Internet, los ciudadanos digitales creen todava en las enormes posibilidades del medio y se agrupan en asociaciones como Profesionales de la Informtica por la Responsabilidad Social (CPSR), con sede en Palo Alto, California. Desde all claman por una red nica y plural, donde las voces individuales no enmudezcan bajo el peso hegemnico de las multinacionales. Internet puede acabar controlado por unas cuantas compaas y convertirse en un vehculo inmejorable de publicidad y consumo, como ha ocurrido con la televisin advierte Jeff Johnson, ex director del CPSR. Pero an estamos a tiempo de implantar una visin alternativa: una autopista de la informacin al alcance del ciudadano, que apueste por el intercambio de ideas antes que por la promocin de productos, que ofrezca servicios pblicos y educativos, que nos ayude a conectar con la gente y encauzar la conciencia social. La red nos permite redisear nuestras vidas sostiene Esther Dyson, autora de Release 2.0 y pionera de la revolucin digital. Nos da libertad de movimientos para trabajar, posibilidades inmensas para aprender y un radio de accin inabar-

cable para influir en las comunidades y en los gobiernos. Es tambin una manera de extender nuestro "yo intelectual", y no nos va a transportar a un asptico paisaje digital, como algunos temen. Bsicamente, seguiremos siendo los mismos. En Being Digital (Ser digital), Nicholas Negroponte incide en el lado oscuro de las nuevas tecnologas para a continuacin proclamar su fe ciega en el futuro: En la prxima dcada, veremos casos de abuso de la propiedad intelectual y de invasin de nuestra intimidad. Experimentaremos vandalismo digital, piratera y todo tipo de crmenes informticos. Peor an: se perdern muchos puestos de empleo para dejar paso a sistemas automticos; las oficinas pasarn por la misma transformacin que las fbricas [...] Pero mi razn para ser optimista radica sobre todo en la naturaleza enriquecedora de ser digital. Las autopistas de la informacin se ensancharn y desbordarn todas nuestras previsiones. Cada generacin ser inevitablemente ms digital que la precedente. Sin caer en el triunfalismo de Negroponte y compaa ni tampoco en el fatalismo de los neoluditas lo justo sera dar una oportunidad a la tecnologa, que no es buena ni mala en s misma, sino neutra. Al ordenador hay que reconocerle sobre todo dos virtudes: su capacidad para superar las barreras del espacio y del tiempo y para ensanchar, al mismo tiempo, las fronteras de la comunicacin y del conocimiento. Ahora bien, su poder es tal que conviene delimitar claramente el terreno; de lo contrario acabar invadiendo nuestro espacio privado y mediatizando hasta el ltimo de nuestros comportamientos.

DIEZ SUGERENCIAS... PARA PROTEGERSE DEL ORDENADOR

El ordenador no es una herramienta inocua. Nuestra salud fsica y mental est mucho ms expuesta de lo que creemos por el hecho de trabajar delante de la pantalla. Irritacin de ojos, prdida de vista, dolores en la espalda, cabeza y cuello, sobrecarga de los tendones, tensin nerviosa o fatiga mental son tan slo algunas de las molestias asociadas a su uso diario. Conviene tomar una serie de medidas preventivas para paliar los posibles efectos:

No se site demasiado cerca (la distancia ideal es medio metro entre sus ojos y el monitor). Levante la cabeza. Procure no mirar excesivamente hacia abajo o acabar sufriendo jaquecas. Evite los reflejos y las luces directas sobre la pantalla. Utilice un filtro para protegerse de las radiaciones. Descanse a los menores sntomas de fatiga visual (escozor en los ojos, pesadez en los prpados, visin borrosa). Pase todos los aos por la consulta del oculista. Tome pausas de por los menos diez minutos por cada hora delante de la pantalla (si est embarazada, evite ponerse delante del ordenador al menos durante los tres ltimos meses). Utilice asientos regulables, flexibles y con ruedas. Evite las jornadas maratonianas: compense las horas que pasa sentado con ejercicio fsico y estiramientos. Reglese un masaje a la semana, con especial atencin a manos, antebrazos y espalda.

Escriba con todos los dedos, apoye las manos y prevenga la sobrecarga de los tendones utilizando el ratn slo lo imprescindible. El trabajo con ordenador puede causar tensin nerviosa, estrs y ansiedad. Procure no aislarse en exceso y salga a respirar aire fresco con asiduidad.

SALUD!

ENFERMOS DE OPULENCIA

Titular: El estilo de vida influye ms en la salud que la asistencia sanitaria. Subttulo: Los gobiernos destinan muchos recursos a curar y muy pocos a prevenir... Ha hecho falta esperar hasta ahora para que los peridicos resalten a toda pgina obviedades como stas, ignoradas sin embargo por el comn de los mortales, que siguen creyendo en la enfermedad como un castigo divino y profesando una fe religiosa hacia los doctores y sus recetas. Es cierto que la esperanza media de vida ha subido, entre otros factores, por los avances de la medicina convencional. Pero el progreso tiene su cruz, las llamadas enfermedades de la opulencia, contra las que se estn estrellando sistemticamente todos los esquemas occidentales. El cncer y los ataques al corazn se cobran ya el mismo nmero de vctimas al ao en los pases industrializados (ms de diecisiete millones) que la tuberculosis y el clera en el Tercer Mundo. Y puestos a buscar culpables, la Organizacin Mundial de la Salud insiste especialmente en uno: el estilo de vida insalubre que llevamos, la combinacin de una psima dieta, la falta de ejercicio, la contaminacin ambiental y el abuso del tabaco y del alcohol. Los pases pobres se contagian de las enfermedades de los ricos, subraya la OMS en su informe de 1997. De aqu al ao 2025 se triplicarn, inevitablemente, los casos de cncer y diabetes en las naciones en vas de desarrollo. En la Unin Europea, a diez aos vista, se prev un aumento del 33 % del cncer de pulmn en las mujeres y del 40% del cncer de prstata en los hombres. Y eso por no hablar de la depresin, anunciada ya como el mal por excelencia del siglo xxi (por delante del cncer o del sida). En Espaa es ya la segunda causa de las bajas laborales: cuatro millones de personas la padecen. Ante tan desolador panorama, uno tiene dos opciones: o seguir como hasta ahora, confiando en que no salga su nmero en la

fatdica ruleta, o pasar a la accin directa, cambiando de hbitos y colocando la salud en lo ms alto de la lista de prioridades. Las enfermedades de la opulencia no caen del cielo de un da para otro; la nica manera de combatirlas es previnindolas a tiempo. Slo un 35 % de los espaoles confiesa estar satisfecho con su estado de salud, segn un informe del Centro Neurofen en 1997. El nuestro, dice el mismo estudio, es el pas con ms hipocondracos de la Unin Europea. El miedo a la enfermedad est muy arraigado; de ah nuestra devocin por la farmacopea. El consumismo desmedido tambin tiene su vertiente sanitaria. El abuso de la automedicacin y el recurso sistemtico a las recetas han hecho de la industria farmacutica uno de los grandes negocios del siglo. Se va a la farmacia como se va al supermercado o a la panadera. En cierto modo, interesa que sigamos enfermos porque, en el momento en que sanemos, dejaremos de ser fieles clientes. Una vez se entra en la espiral de las drogas legales es muy difcil desengancharse. El mal original va dando paso a sucesivos males, y casi siempre se deja intacta la causa de todos ellos: nos conformamos con aplacar los sntomas, con ir poniendo parche sobre parche. Un ejemplo muy claro es lo que ocurre con la acidez de estmago. En vez de corregir la dieta, millones de pacientes intentan combatirla con la ayuda de anticidos suaves para los que no se precisa receta. Recientes estudios han demostrado su posible relacin con el preocupante aumento de adenocarcinomas o tumores en el esfago... Peor el remedio que la enfermedad. El fracaso de la medicina convencional y la apertura a otros estilos de vida estn provocando en los ltimos aos una fuga hacia las terapias alternativas. Al menos uno de cada tres americanos recurre a ellas. Incluso las autoridades sanitarias, que hasta hace poco las juzgaban como anecdticas o poco fiables, estn reconociendo por fin su autntico valor. Desde primeros de los noventa funciona en Estados Unidos la llamada Oficina de Medicinas

Alternativas, y en noventa y dos de las ciento veinticinco escuelas mdicas americanas se imparten ya cursos de prcticas no tradicionales. El gran salto histrico, sin embargo, se dio a finales de 1997: un cnclave de cientficos se reuni en Bethesda para dar la bendicin oficial a la acupuntura y elevarla parcialmente a la categora de medicina basada en la evidencia. La tendencia es ms lenta en Espaa que en los pases de nuestro entorno, pero poco a poco va cayendo esa vitola de sospechosos que pesaba sobre los homepatas, los quiroprcticos o los acupunturistas. Sus terapias han ascendido a la categora de complementarias . La medicina convencional y la alternativa estn condenadas a entenderse sostiene el doctor Jos Luis Berdonces, director del curso de posgrado en Medicina naturista de la Universidad de Barcelona. Al fin y al cabo, la medicina preventiva viene insistiendo desde hace aos en muchos de los consejos que nosotros defendemos: la dieta equilibrada, el ejercicio diario, la actitud mental positiva... Lo que ocurre es que la gente no le da a la prevencin la importancia que tiene y luego, al primer sntoma, cae con frecuencia en la sobremedicacin. Es sorprendente comprobar lo mucho que mejoran algunos pacientes en cuanto les retiras las pastillas y les aconsejas unos cuantos cambios en su estilo de vida. El cncer es tal vez la enfermedad que ms gente ha arrastrado hacia las terapias alternativas. El estrs, la depresin y la anorexia han servido para que miles de pacientes descubran los enormes beneficios de los masajes, de la relajacin o de la hidroterapia, igualmente efectivos en el tratamiento de otros males de nuevo cuo, como el sndrome de fatiga crnica o la hiperactividad. La medicina complementaria sirve tambin para combatir esa otra epidemia silenciosa que afecta, segn los expertos, al 80 % de la poblacin en las sociedades modernas. Hablamos de las adicciones.

De todas ellas, sin duda la ms tolerada an en Espaa es la del tabaco. En nuestro pas tocamos a 2 190 cigarrillos por persona al ao. Los gastos hospitalarios y farmacuticos por enfermedades relacionadas con el tabaco se calculan en doscientos mil millones. Cada ao mueren seis mil fumadores pasivos por culpa del humo ajeno. En Europa del Este, donde se fuma an ms que en Espaa, los fabricantes de cigarrillos fueron la avanzadilla de la sociedad de consumo. Las multinacionales americanas aprovecharon la ingenuidad de la poblacin para lanzar un bombardeo publicitario sin precedentes. Los resultados no se han hecho esperar: Hungra, Polonia o Rumania registran los ndices de cncer de pulmn ms altos en la historia de la humanidad (palabras mayores de la OMS). El camino que tarde o temprano seguiremos en todos los pases industrializados, nos guste o no, es el que llevan trazando en los ltimos aos las autoridades sanitarias de Estados Unidos, que han impuesto los espacios libres de humos. Desde Espaa tendemos a ver lo que all ocurre de una manera un tanto simplista, como si se tratara de una caza de brujas contra el fumador y no como lo que realmente es: una cuestin inaplazable de salud pblica.

DOCTOR NATURAL

Hasta hace poco se los llamaba sanadores o milagreros. Siempre se acuda a ellos a la desesperada y como ltimo recurso, con un sentimiento de culpa o traicin hacia el mdico. Se los trataba como herejes y se prevena a la poblacin contra el ms que dudoso rigor de sus mtodos. Ahora son los propios galenos quienes deciden cambiar de bata y pasarse al bando contrario, el de las terapias alternativas. Millones de pacientes en los pases occidentales estn saliendo a

su encuentro: las visitas al quiroprctico, al homepata o al acupunturista comienzan a ser ya casi tan frecuentes como las consultas con el mdico de cabecera. La gente est harta de la falta de respuestas de la medicina occidental suscribe Andrew Weil, tambin conocido como el Doctor Natural: Estamos asistiendo a un cambio radical en la prctica de la medicina, a una bsqueda de soluciones menos traumticas y ms respetuosas con nuestra naturaleza. Antes que curandero, Weil fue mdico titulado, con la impronta de Harvard- Pero en vez de ejercer como tal, decidi prolongar su aprendizaje con decenas de sanadores en Asia y Sudamrica. De vuelta en Estados Unidos, formul su propio credo en forma de bestsller (La curacin espontnea) y en poco tiempo se convirti en un fenmeno de masas. Las prdicas del Doctor Natural cuentan cada vez con ms aceptacin entre los practicantes de la medicina integrativa. Sostiene Weil que el secreto para la curacin de muchas enfermedades incurables no est ni en los laboratorios ni en las farmacias sino en nuestro propio cuerpo, que cuenta con unas habilidades naturales para sanar totalmente inexploradas. Un cncer que de pronto remite. Una artritis crnica que desaparece en cuestin de das. Enfermedades irreversibles que se desvanecen sin explicacin aparente. Todos esos milagros o ancdotas a los que no suelen dar ningn crdito los mdicos son casos de curacin espontnea, en opinin del Doctor Natural. Weil se rinde ante la evidencia: esos mecanismos internos siguen siendo un autntico misterio, y la nica manera de aproximarnos a ellos es por va intuitiva. Quienes ms se han acercado han sido los practicantes de la medicina tradicional china, que se est extendiendo como una mancha de aceite por los pases occidentales. La acupuntura y el masaje shiat-su son otros dos mtodos que Weil toma prestados de Oriente. Sus tratamientos de aromaterapia y hierbas proceden del Ayurveda indio y sus consejos dietticos tienen una base oriental y macrobitica, reforzada con suplementos vitamnicos. Aconseja a sus pacientes que tengan

siempre flores frescas en casa y que potencien sus lazos familiares y personales. El estilo de vida del hombre moderno es otro de los caballos de batalla de Weil: Hemos creado una cultura que equipara la diversin a los hbitos insalubres y el aburrimiento a las actividades saludables. Con el aire que respiramos en las ciudades y la comida-basura que ingerimos, con el caf de la maana y el ritmo acelerado que llevamos, estamos invocando todos los das la enfermedad. Funcionamos la mayor parte del tiempo por control remoto, sin reparar en todo lo que nos causa un dao inmediato. Para combatir el estrs, Weil aconseja cuarenta y cinco minutos de ejercicio moderado al aire libre, un mayor contacto con la naturaleza y perodos de desintoxicacin informativa (ni televisin, ni radio, ni peridicos). Sus tratamientos combinan tambin la quiroprctica, la hipnosis, la visualizacin, la homeopata, la naturopata y el biofeedback (tcnicas de relajacin con la ayuda de equipos electrnicos). Pero, a diferencia de otros sanadores, Weil no reniega por completo de la medicina occidental: Si tengo un accidente de coche, que me pille lo ms cerca posible de un hospital. Si cojo una neumona, que me den antibiticos. De aqu a veinte aos, prev el Doctor Natural, existir una perfecta simbiosis entre las terapias convencionales y las alternativas... Habr la mitad de hospitales y recurriremos a ellos slo en casos de intervenciones quirrgicas o de estricta emergencia. En su lugar aparecern centros de salud integral, que trabajarn sobre todo en el campo de la prevencin y en la promocin de estilos ms saludables de vida. En Espaa no ha aparecido an ningn Doctor Natural capaz de llegar a ese espectro de la poblacin anclado en el viejo concepto de salud. Pero la otra medicina se va abriendo paso poco a poco, gracias a la labor de publicaciones como Cuerpomente y de iniciativas como el Centro de Salud Integral o el Curhotel Hipcrates. En las universidades de Barcelona y Zaragoza se imparten ya cursos de posgrado en terapias naturistas. En Madrid

lleva varios aos funcionando el Instituto de Medicina Alternativa. La homeopata es seguramente el tratamiento ms popular en Espaa, con ms de cinco mil mdicos titulados y con remedios disponibles en la mitad de las farmacias. La acupuntura y la medicina china se han extendido tambin bastante en la ltima dcada, al igual que la quiropraxia. Los practicantes naturpatas curacin a base de hierbas y preparados naturales superan ya los tres mil. El shiat-su (o acupuntura digital) y la reflexologa podal estn entre las modalidades de masaje ms difundidas. El chi kong, el tai-chi y el reiki son otras disciplinas tan milenarias como novedosas en nuestro pas, donde ya es posible someterse a tratamientos curativos con la ayuda del agua, de la msica o de las plantas.

DIEZ ALTERNATIVAS... A LA MEDICINA CONVENCIONAL

HOMEOPATA. Prevencin y tratamiento de enfermedades mediante diluciones infinitesimales de medicamentos elaborados a partir de una sustancia que provoca trastornos similares a los de la dolencia. Ideada hace doscientos aos por el mdico alemn Samuel Hahnemann, goz de una gran popularidad durante el siglo pasado y cay prcticamente en desuso hace medio siglo. En las dos ltimas dcadas ha experimentado un gran crecimiento. Francia ha sido tradicionalmente el paraso natural de la homeopata. ACUPUNTURA. Activacin de los canales de energa vital y manipulacin de los rganos afectados por una dolencia mediante el uso de agujas especiales. Parte de la creencia de que las enfermedades son la consecuencia del bloqueo en la circulacin de la energa. Es la tcnica ms extendida de la medicina tradicional china. Especialmente indicada contra las

neuralgias, migraas y dolores musculoesquelticos. Muy til tambin para combatir el estrs, los trastornos gastrointestinales y el asma. Efectiva en tratamientos de desintoxicacin del tabaco. NATUROPATA. Curacin a partir de hierbas y de extractos naturales. Muy socorrida en el tratamiento de enfermedades reumticas y de la artrosis, as como de las dolencias cardiocirculatorias. Efectiva tambin para los trastornos del sistema digestivo. QUIROPRCTICA. Tratamiento basado en la teora de que gran parte de las enfermedades se originan en la espina dorsal. El realineamiento de la espina dorsal se ha mostrado muy efectivo para combatir los dolores de espalda. Tambin se utiliza para el tratamiento de otro tipo de dolencias, como el asma, las lceras o la hipertensin. HIDROTERAPIA. El poder curativo del agua. Terapia de tradicin antiqusima, actualizada hace un siglo por Sebastian Kneipp, que sostena que la enfermedad aparece cuando el hombre se aleja de los elementos naturales. Se basa en la alternancia de calor y fro, de lo seco y lo hmedo, y tambin en la aplicacin de chorros sanadores. Especialmente til para problemas reumticos y traumticos y para enfermedades respiratorias y de la piel. SHIAT-SU. Tambin conocido como acupuntura digital. Masaje profundo, y a veces doloroso, que consiste en la activacin de los canales de energa vital para evitar los bloqueos. Ideal para la prevencin de todo tipo de enfermedades. CHI KONG, TAI-CHI, REIKI, DO-IN. Distintas disciplinas con un mismo objetivo: lograr que la energa vital fluya con total libertad por el cuerpo. El chi kong y el tai-chi son activos y consisten en una serie continuada de ejercicios que implementan la conexin cuerpo-mente. El reiki es una tcnica de sanacin natural por imposicin de manos. El do-in es una combinacin de ejercicios y automasaje que ayuda a tonificar el cuerpo.

HIPNOTERAPIA. Tcnica basada en la hipnosis o relajacin del paciente para que pueda soportar condiciones de dolor o superar la tensin o el estrs. Muy til en el tratamiento de adicciones y en afecciones como el asma o la acidez de estmago. AROMATERAPIA. El poder curativo del aroma de las plantas. Basado en el uso de aceites esenciales, aplicados durante el masaje, para inducir la calma y el bienestar. Existe tambin el llamado mtodo Bach, que utiliza el poder de treinta y ocho flores silvestres para equilibrar las emociones. REFLEXOLOGA PODAL. Masaje intenso de las diversas zonas del pie. Parte de la teora de que todas las partes de nuestro organismo estn conectadas por ramificaciones nerviosas con los pies, que son el espejo de nuestro cuerpo. Cada rgano tiene su conexin podal y puede ser tratado especficamente.

EN CIEN AOS, TODOS GORDOS

Uno de los rasgos distintivos de las sociedades avanzadas es sin duda alguna el sobrepeso. No es de extraar pues que los chinos no destaquen, de momento, por el exceso de kilos. En Europa, del 10% al 20% de la poblacin arrastra la obesidad. Estados Unidos, lder mundial en tantas cosas, lo es tambin en el ranking de grasa corporal: uno de cada tres americanos est muy por encima de su peso ideal. Aunque la medicina sigue dndole vueltas al factor gentico, los expertos reconocen que el sedentarismo, la psima dieta y las comodidades de la vida moderna tienen una influencia muy directa. En Espaa, unos cuatro millones de personas padecen esta enfermedad encubierta, caldo de cultivo de tantsimas dolencias. Sin llegar a la obesidad, el 40 % de la poblacin anda ya sobrada de kilos, y es que el cambio de la dieta mediterrnea a

la atlntica comienza a hacer estragos, sobre todo entre la poblacin infantil. Una visita relmpago a Disneylandia bastar para comprobar lo que nos espera: padres e hijos de andar dificultoso, sobradsimos de michelines, devorando vorazmente palomitas con mantequilla, paquetes de fritos, hamburguesas dobles con queso y gigantescos yogures helados, rematados por una lluvia de golosinas de todos los colores... La obesidad va camino de convertirse en el problema sanitario nmero uno en el pas de los excesos. Se calcula que todos los aos mueren en Estados Unidos unas doscientas cincuenta mil personas por problemas relacionados directa o indirectamente con la falta de ejercicio regular. Pese a los records olmpicos, el 54% de los norteamericanos dedica a lo sumo treinta minutos semanales a la prctica de algn deporte. La situacin es tan preocupante que, en vsperas de los Juegos de Atlanta, el vicepresidente Al Gore tuvo que ponerse el chndal y predicar con el ejemplo. Campaa nacional contra el sedentarismo: se recomienda encarecidamente a los americanos que pasen la aspiradora por la alfombra, que laven el coche a mano, que frieguen de cuando en cuando los platos, que saquen a pasear el perro... Ni por sas. La proporcin de obesos sigue aumentando espectacularmente y se calcula que a finales de siglo rondar el 40%. El doctor John Foreyt, de la Escuela de Medicina Baylor (Texas), realiz una curiosa proyeccin en el tiempo: de seguir a este ritmo, el 100% de la poblacin ser obesa all por el ao 2230. Y todo a pesar de los seis billones de pesetas que los americanos se gastan todos los aos en productos que, en teora, no engordan o ayudan a no engordar. El camelo de lo light, especialmente en bebidas refrescantes, se ha convertido en el negocio ms chispeante e impalpable de los noventa. Slo en un pas tan contradictorio como ste pueden convivir asociaciones como Avance y Aceptacin de los Gordos, que propugna la absoluta indulgencia, o los Vigilantes del Peso, em-

peados en controlar policialmente hasta la ltima calora. Slo aqu se concibe la comercializacin de un aceite milagroso sin grasa (olestra) o la guerra a muerte entre los fabricantes de pildoras adelgazantes por conquistar un mercado que mueve ciento veinte mil millones de pesetas al ao. En el ao 1996 se anunci con altavoces el descubrimiento de una pildora mgica, el Redux: primer supresor del apetito sin contraindicaciones. Un ao despus, las autoridades sanitarias americanas dieron la voz de alarma y ordenaron su retirada inmediata al descubrir que la dexfenfluramina su nombre cientfico poda causar graves hipertensiones y cardipatas. Quin paga los daos? Los obesos, claro. Por si no tuvieran bastante con capear la presin social, tambin han de sufrir en sus corazones y en sus carnes los efectos perniciosos de las batallas comerciales que se libran a su costa. Adis pildora mgica. Adis dictas milagrosas (en el 95 % de los casos no funcionan). Bienvenidos sean de nuevo los viejos remedios: comida sana y equilibrada rica en fibras, pobre en grasas y media hora de ejercicio fsico todos los das. As se reduce el riesgo de sufrir enfermedades crnicas y se contribuye adems a mantener una mejor calidad de vida. Firmado: Centro de Control y Prevencin de las Enfermedades de Atlanta.

DE LA COMIDA BASURA A LA DIETA LIMPIA

La enfermedad de las vacas locas fue para muchos la primera piedra de toque. Hasta entonces, la mayora de la gente no relacionaba los alimentos con la salud. Se pensaba, ingenuamente, que la comida perteneca ms bien al captulo de placeres e indulgencias. Luego lleg la polmica de la manipulacin gentica de los alimentos, y todos comenzamos a sospechar si, en el nombre del

progreso y de los avances de la ciencia, no nos estarn vendiendo cnceres de colon y de prstata, problemas circulatorios o alteraciones del sistema nervioso. Que el alimento sea tu medicina, y la medicina tu alimento, deca Hipcrates. Poco caso han hecho de su sabio consejo los mdicos, ms interesados en recetar pildoras que en prevenir enfermedades de una manera ms simple y menos costosa. Lo mismo podemos decir de las autoridades sanitarias, que nada hacen por contrarrestar el enorme poder de la industria alimentaria, principal responsable de los hbitos insalubres en la cocina y en la mesa. En los supermercados, los alimentos frescos languidecen semiocultos entre estanteras y ms estanteras de productos refinados, privados de gran parte de su valor nutritivo y enriquecidos con conservantes, colorantes, acidulantes, edulcorantes y dems ingredientes invisibles (pesticidas, hormonas, metales pesados). Con la moda del fast food y del todo a domicilio, la comida procesada nos llega ya directamente al plato, previo paso por el microondas (la forma ms instantnea y nociva de recalentar los alimentos). Las malas costumbres alimenticias empezamos a adquirirlas de bien pequeos, cuando los imperativos de la vida moderna nos hacen renunciar antes de tiempo a la leche materna. El rito de paso a la comida slida solemos celebrarlo despus en un Burger-King o en un McDonald's. Crecemos de nios con ketchup en las venas y nuestros paladares nos piden a gritos comida-basura y litros de Coca-Cola. La carne y las grasas son una fuente insuperable de diversin; los vegetales y los cereales los dejamos por aburridos e inspidos. Cuando llegan las primeras caries, soportamos estoicamente la tortura del dentista, que nunca nos prevendr contra los muchos riesgos del azcar. Despus acecharn la bulimia y la anorexia, dos males ntimamente relacionados con nuestra enfermiza relacin con los alimentos. Finalmente desembocaremos en el sobrepeso, la celulitis, la hipertensin, el estreimiento y un sinfn de dolencias provocadas por lo mal que comemos.

En ese momento, nunca antes, caeremos en manos del especialista y entraremos en el crculo vicioso de las dietas, que nos crearn ansiedades, frustraciones y desmayos. La solucin est, tal vez, en una aproximacin ms natural a lo que siempre fue la comida, antes de que las multinacionales de la alimentacin inundaran nuestras despensas con productos tan tentadores como carentes de sustancia. Y antes, por supuesto, de que llegara al supermercado la revolucin transgnica... Vendida como la alternativa inocua a los fertilizantes y los pesticidas, la manipulacin gentica de los alimentos ha provocado sin embargo una cascada de reacciones en contra por sus innumerables riesgos. Entre ellos, la capacidad de producir alergias, de contagiar a los humanos la resistencia a los antibiticos o de provocar a la larga procesos cancergenos. Aunque las autoridades sanitarias americanas dieron hace tiempo el visto bueno a los alimentos transgnicos, sus efectos reales son una incgnita. Impulsados por los gigantes de la industria agroqumica y de la alimentacin, estos productos estn derribando las barreras que hasta hace poco impedan su entrada en Europa. Los titulares de prensa proclaman ya alegremente: El futuro est en el maz y en el tomate de laboratorio. Cientos de miles de consumidores estn sin embargo huyendo hacia el extremo opuesto: no a las prcticas desnaturalizadas. Hay que redescubrir el sabor de las verduras y las legumbres de temporada y desconfiar abiertamente de las menestras congeladas o de las fresas de invernadero. Hay que exigir la vuelta a los cereales enteros y huir como de la peste de los panes inflados con levaduras sintticas. Hay que pensarlo tres veces antes de probar una carne hormonada, irradiada, tratada con antibiticos y conservada a base de nitritos y nitratos. Gracias a la sensibilizacin y a la demanda popular, se estn imponiendo pues los productos biolgicos: cultivados o criados de modo absolutamente natural, sin el uso de pesticidas, fertilizantes u hormonas. En apenas cinco aos, su consumo se ha duplicado en Estados Unidos, donde se venden en las cada vez ms habituales tiendas de salud. Otro fenmeno imparable es

el resurgir de los mercados de granjeros, que traen hasta el corazn de ciudades como Nueva York el sabor del campo recin arado. El mercado del clean food la dieta limpia mueve ya ms de un billn de pesetas al ao. Veinte millones de americanos se han pasado al vegetarianismo, por motivos de salud y de conciencia ecolgica. En un par de dcadas, predice el Instituto de Tendencias de Rhinebeck, el 30 % de la poblacin americana abrazar el nuevo credo alimenticio: los profetas de la comida-basura, los McDonald's y compaa pasarn por grandes dificultades en su propia tierra. En los pases centroeuropeos, donde el consumo de carne se multiplic por cuatro desde la posguerra, la marcha atrs es imparable en los ltimos aos. Hasta en la mismsima Italia, tan orgullosa de su legado gastronmico, est empezando a imponerse el marchamo biolgico (en la costa del Adritico proliferan los restaurantes Un Punto Macrobitico, adalides de la cocina natural mediterrnea). Espaa anda a la zaga, resignada a exportar ms del 80 % de sus productos biolgicos por la poca demanda interna. Los precios prohibitivos y nuestros hbitos alimenticios son dos murallas contra las que se estrella inevitablemente la dieta limpia. Al cabo de varias dcadas, seguimos con el concepto anquilosado y reumtico del herbolario... Lo nuestro es una cuestin cultural: todava se cree que eso de cuidar la dieta es una cosa de diabticos y personas ancianas, se lamenta lex Gal, gerente de los supermercados biolgicos Commebio, acaso el primer intento serio de ponernos a la altura de las tiendas de salud europeas y americanas. Pero la gente est comenzando a responder muy bien; por fin est calando la idea de que la calidad de vida comienza con la comida sana. Commebio abri la brecha en Barcelona y est extendiendo sus redes por toda Espaa. El vegetarianismo, por fortuna, ha dejado de ser una actividad semiclandestina y sectaria en nuestro pas. Entre Madrid y Barcelona hay ya ms de una veintena de restaurantes vegeta-

rianos. El ltimo censo nacional habla de ms de un milln de practicantes, la mitad de los cuales son estrictamente veganos (rechazan no slo la carne; tambin la leche y los huevos). Desde 1993 existe la Asociacin Vegana Espaola (AVE), que promueve un estilo de vida ms sano y respetuoso con los animales y la naturaleza. Los motivos ticos y de salud se combinan con los ecolgicos: la industria crnica tiene unos devastadores efectos en el medio ambiente y obliga a cultivar como pienso millones de toneladas de soja y grano que podran servir para el consumo humano. Detrs de los veganos late tambin un cierto espritu de rebelda contra lo convencional, aunque su empeo es el de romper el clich de secta alternativa. El mismo estigma pesa an sobre la macrobitica, una filosofa de vida aplicada a los alimentos que goza de un creciente prestigio en Estados Unidos y en toda Europa. Introducida en Occidente por el japons George Ohsawa y difundida actualmente por sus discpulos Michio Kushi y Hermn Aihara, la macrobitica propugna la bsqueda del equilibrio a todos los niveles, comenzando por el de la alimentacin, que es seguramente el ms bsico. La dieta macrobitica est basada en los cereales enteros y en las verduras, y en menor medida en las legumbres, las algas, el pescado, las races, las semillas, los frutos secos, la fruta y los productos derivados de La soja. El milagro de la soja, tan celebrado ltimamente por las instituciones mdicas occidentales, lo descubrieron en Oriente hace dos mil aos (y lo lleva predicando durante dcadas la macrobitica). La soja ayuda a prevenir el cncer y las enfermedades del corazn, a regular los niveles de colesterol y a cubrir el vaco de protenas que deja la carne. Derivados de la soja como el tofu, el miso y el tempeh considerados todava como exticos deberan desplazar en las estanteras de los supermercados a toda esa gama de condumios enlatados, empaquetados y adulterados sobre los que tendra que figurar el aviso

de las autoridades sanitarias: El consumo de este producto perjudica seriamente la salud.

LA PANACEA UNIVERSAL

Cada poca tiene su panacea, y a la nuestra le ha tocado el Prozac. Gracias a una campaa de publicidad sin precedentes, el famoso antidepresivo es ya casi tan popular como la aspirina o el valium. Los medios de comunicacin han exaltado hasta la saciedad sus virtudes y nos han incitado a consumirlo al menor sntoma de cualquier cosa: he aqu una pildora que le ayudar no slo a combatir la depresin, la ansiedad y la adiccin; tambin le servir para adelgazar, vencer la timidez y, llegado el caso, cambiar de personalidad. El boom del Prozac ilustra a la perfeccin hasta qu punto somos vctimas de un sistema viciado que ha convertido la enfermedad en un boyante negocio. No es ste el lugar para cuestionar la efectividad del medicamento, uno de tantos reguladores de la serotonina. Ni siquiera vamos a entrar en consideraciones sobre sus controvertidos efectos secundarios. Nos conformamos con subrayar los intereses comerciales que hay detrs: 1 730 millones de dlares al ao en Estados Unidos. Los americanos no slo exportan, con notable xito, sus productos farmacuticos. En nombre de la eficiencia, nos estn vendiendo tambin un modelo en el que los enfermos son tralados como meros consumidores. La asistencia sanitaria no es ya un derecho, sino un lujo cada vez ms caro (treinta millones de americanos no pueden costearse el seguro mdico). A ms enfermedad, mayores ventas: las farmacias se suben al carro del marketing y nos incitan a llenar el botiqun con cpsulas, supositorios, pastillas efervescentes, jarabes con mil sabores... La sobremedicacin se est convirtiendo, poco a poco,

en un problema sanitario de primera magnitud. Segn el Journal of American Medical Association, el 21 % de los antibiticos se recetan innecesariamente, de manera que las bacterias se estn haciendo ms resistentes y enfermedades infecciosas que parecan erradicadas hace aos estn volviendo a brotar. El problema, muchas veces, no est en el mdico sino en el propio paciente, que se resiste a dejar la consulta sin una receta bajo el brazo. Los doctores se limitan a seguir la corriente y a rubricar con su firma la automedicacin encubierta. Nuestra sociedad est llena de enfermos imaginarios que arrastran con enorme peso su vida farmacutica. A partir de cierta edad, parece inevitable el banquete diario de pastillas, de todas las formas y colores, con tantas aplicaciones como contraindicaciones. La tendencia enfermiza est contagiando el otro mercado, el de la medicina alternativa. Todo lo dicho del Prozac vale para la famosa melatonina, de composicin bien distinta, pero con la misma vitola de pildora mgica: la droga natural que te servir para ajustar tu reloj biolgico, dormir como la seda, prevenir el cncer y prolongar tu vida... Despus de arrasar en el mercado americano, las autoridades sanitarias decidieron prohibirla en Espaa hasta que no se contrasten sus efectos secundarios (pesadillas, nuseas, depresiones suaves, alteraciones emocionales, etc., etc., etc.). Seguirn vendindonos panaceas universales, pero desconfiar es de sabios. No podemos creer ciegamente en el poder de los medicamentos, sobre todo para atajar ciertos males de la vida moderna ansiedad, estrs, fatiga crnica que tienen unas races muy profundas y ocultas. Antes de morder en el anzuelo de las drogas legales, tan adictivas como las otras, convendra probar con soluciones ms naturales y, a la larga, mucho menos costosas.

ENFERMIZAMENTE SANOS

Los gimnasios, con sus bateras de cintas correderas y aparatos que recuerdan a los instrumentos de tortura, son la expresin ms patente de comportamiento compulsivo al lmite. Para sus asiduos clientes, la cita con las pesas se ha convertido en una condena voluntaria a trabajos forzados despus de la jornada laboral. Necesitan castigarse duro no slo con la intencin de descargar adrenalina y eliminar toxinas; tambin para autoafirmar su ego, huir de los conflictos personales y ahogar la soledad. Hasta aqu hemos llegado: el empeo por mantenernos sanos puede convertirse en una obsesin enfermiza. Del cuidado corporal pasamos al culto al cuerpo, y de ah a la fitness addiction: la adiccin a estar en forma. La atmsfera que se respira en la mayora de los gimnasios invita, ms que al ejercicio saludable, a la actividad frentica y al automatismo impetuoso. La presencia ineludible de televisiones y espejos, los walkman y la msica estridente de fondo nos transportan a un mundo donde la accin por la accin es la nica norma. El gimnasio engancha, y cualquier contratiempo que obligue a aplazar o demorar la tabla diaria de abdominales y pectorales acabar provocando una sensacin de angustia parecida a la del mono. A los adictos se les distingue fcilmente por su propensin a mirarse en los espejos y a subirse en las bsculas. Los expertos han detectado en ellos un fenmeno tambin presente en los casos de anorexia: la dismorfia muscular. Quienes lo sufren tienen el sentido de la percepcin alterado; se ven a s mismos y no se convencen. Solucin: hay que trabajar ms duro el msculo y atiborrarse de esteroides y suplementos. Su busca de la perfeccin les lleva a extremos como el no comer jams en un restaurante porque son incapaces de medir la cantidad exacta de hidratos de carbono y de protenas en los alimentos, sostiene el psiquiatra Harrison Pope en la revista Psychosomatics. Su preocupacin por la forma fsica es tal que

renuncian a relaciones personales o se despiden del trabajo para poder dedicarle ms tiempo al gimnasio. Los hombres son tan proclives como las mujeres a la fitness addiction. Los casos llegan an con cuentagotas a las consultas de los psiquiatras, que recomiendan un tratamiento con antidepresivos para combatirla. Pero los pacientes suelen negar su condicin y se siguen dejando la piel en el gimnasio hasta que sufren una recada. Y es que el exceso de ejercicio fsico puede llegar a ser tan insalubre como el sedentarismo. Otra de las tentaciones ms frecuentes de la gente saludable es el atracn diario de vitaminas y suplementos, vendidos como las soluciones naturales para reforzar la memoria, esquivar el cncer o prevenir los ataques al corazn. Varios estudios mdicos han puesto en duda su efectividad y han alertado contra los incontables riesgos de las sobredosis (trastornos neurolgicos, problemas gastrointestinales, irritaciones en la piel). La vitamana estall en Estados Unidos a finales de los ochenta y se convirti en la expresin ms visible del nuevo culto nutricional. Que no pase un solo da sin tu paquete de vitaminas fue el mensaje que acab calando en la poblacin. Hasta tal punto que en 1997 haba ya cien millones de americanos abonados a los suplementos. La facturacin super ese ao el billn de pesetas, el doble que en 1990. Los consumidores se estn ofreciendo voluntarios para un vasto experimento de resultados inciertos asegura Jane Brody, columnista de salud del New York Times. La evidencia de los supuestos beneficios de las vitaminas y los suplementos minerales en cpsulas es bastante escasa [...] Las necesidades de cada persona dependen de muchos factores como la edad, el sexo o la constitucin que a menudo no se tienen en cuenta. La gente, en realidad, se est automedicando, cuando lo que se debera hacer es acudir a las fuentes naturales, que estn en los alimentos. Los remedios de hierbas y extractos, hasta hace poco considerados alternativos, han entrado tambin a saco en el mercado

de la salud. Aluvin de pastillas para gente sana: el ginseng, el ginkgo, la echinacea, el alga azul... Pociones mgicas y sin contraindicaciones, preparadas por la madre naturaleza para procurarnos una mente lcida, una energa sin lmite y una perenne sonrisa. Ja.

EL PECADO ORIGINAL

Se nos educa para temer la enfermedad de la misma manera que antes nos infundan el miedo al pecado. El rito de las vacunas cumple as la funcin purificadora del bautismo: hasta que no nos vacunamos, no estamos limpios de sospecha. Con la filosofa del malestar inyectada en vena vamos creciendo. Pese a estar supuestamente inmunizados, se dira que lo extrao es seguir sano. El pavor a la enfermedad nunca se disipa. Las vacunas son, quizs, la mxima expresin de la medicina convencional, empeada en demostrar su casi total infalibilidad y su prctica ausencia de riesgos. Durante dcadas se les profes una devocin religiosa, pero una parte de la clase mdica est comenzando a cuestionarlas en los pases occidentales (en Espaa, la Liga para la Libertad de Vacunacin, con sede en Barcelona). Los objetores de las vacunas insisten en que el sistema inmunolgico de un nio no est lo suficientemente maduro como para recibir treinta y cinco pinchazos durante los dos primeros aos; que los efectos adversos no slo se manifiestan en las primeras horas sino que pueden aparecer mucho ms tarde y ser la causa de futuras dolencias. Los pediatras siempre informan de los beneficios, pero rara vez nos ponen al corriente de los efectos secundarios. Aunque las posibilidades son remotas, se han dado casos de muertes sbitas, encefalitis, psoriasis, asma y alergias muy probablemente

asociadas a los fatdicos pinchazos. En nuestro pas existe incluso una Asociacin de Familias Afectadas por la Vacuna que asesora legalmente a ios ciudadanos. (Contabilizar el nmero de personas que enferman debido a las vacunas es prcticamente una quimera porque las autoridades sanitarias no disponen de medios y la industria farmacutica, por supuesto, no est dispuesta a tirar piedras contra su propio negocio multimillonario. Adems, resulta muy difcil probar la relacin causa-efecto, y a ese clavo se agarran.) Otra de las causas que provocan el rechazo de ciertos padres a las vacunas es la presencia, junto a los grmenes atenuados, de sustancias qumicas potencialmente txicas como el hidrxido de aluminio y conservantes derivados del mercurio. Pero la razn de mayor peso es que los pinchazos no garantizan la inmunidad total. Y no slo eso, sino que el mrito que habitualmente se les adjudica a las vacunas no es ms que un mito, que casi todas las enfermedades infecciosas estaban ya en receso cuando se introdujo la vacunacin masiva y que hay otros factores seguramente ms importantes como la potabilizacin de las aguas, el alcantarillado y el tratamiento de las basuras que han contribuido a su paulatina disminucin en los pases industrializados. Los mdicos no convencionales estiman que vacunar contra el sarampin, la rubola o las paperas puede resultar incluso contraproducente; las consideran enfermedades menores y hasta cierto punto necesarias para la maduracin del sistema inmunolgico del nio. Como alternativa natural a las vacunas, se recomienda prolongar hasta los dos aos la lactancia, una prctica que en nuestro pas ha cado en picado en la ltima dcada (y que ahora reivindica La Liga de la Leche, una asociacin de voluntarias con implantacin mundial). La alimentacin sana, las hierbas e incluso el entorno afectivo contribuyen a reforzar las defensas naturales. Los padres nos sentimos a menudo con miedo e indefensos, y todo por la falta de informacin denuncia Sara Labrador,

madre de una nia de ao y medio a la que decidi no vacunar por recomendacin de una amiga doctora. Actu conmigo como deberan hacerlo todos los pediatras. Me dijo: Infrmate antes de dar el paso adelante y valora los pros y contras." Eso hice: acud a una charla de la Liga para la Libertad de Vacunacin y sal bastante convencida. Despus le un par de libros y decenas de artculos y acab de decidirme. La nia est sansima; lo ms que ha tenido fue una fiebre. Yo no estoy radicalmente en contra de las vacunas; me parece que la solucin est en la libertad de decisin aade Sara. Pero lo que no entiendo es el conformismo y la ignorancia de la mayora de los padres. Eso y tambin la incomprensin: en la guardera me pusieron todo tipo de pegas en cuanto les dije que mi nia no est vacunada. La libertad de vacunacin en Espaa no es real; pesa todava mucho el qu dirn.

MIRARSE HACIA DENTRO

En las culturas tradicionales, sobre todo en las orientales, la salud est ntimamente ligada al cultivo de la armona. Pero el modo occidental de vida ha evolucionado precisamente en sentido contrario: pecamos siempre por exceso o por defecto, y ah deberamos buscar la raz de algunos de nuestros males. La bsqueda intuitiva del equilibrio es tal vez la mejor medicina natural, sostiene Paul Pearsall, mdico de origen hawaiano y autor de The Pleasure Prescription (La receta del placer). Pearsall convivi durante un tiempo con los pueblos indgenas de la Polinesia, intrigado por su envidiable estado de salud, y lleg al convencimiento de que su secreto est en lo que ellos llaman aloha, o aliento vital. Pearsall sostiene que gran parte de las enfermedades que aquejan a las sociedades modernas tienen su raz en nuestra falta de aliento vital. La salud es la llave de la felicidad, y a ella se

llega cultivando el aloha y adoptando una actitud positiva hacia las cosas, escribe el autor, que nos invita a ser un poco nios, recuperar el sentido ldico de la vida y descubrir el valor teraputico de la risa. Otra de las recetas que Pearsall ha decidido tomar prestada de los polinesios es su conexin permanente con la tierra, algo que hace mucho perdimos en las ciudades de Occidente. Nos podemos pasar semanas, meses incluso, sin contemplar una puesta de sol o un amanecer. Vivimos en ambientes cien por cien artificiales y el tiempo que pasamos a cielo abierto es mnimo. El contacto con la naturaleza se reduce a espordicas escapadas de fin de semana, consumidas en gran parte dentro del coche. El aire que respiramos habitualmente es una nube de sustancias txicas. Nuestros odos sufren tambin las consecuencias de la contaminacin acstica. Sirenas, excavadoras, taladradoras, el camin basura, alarmas anti-robo, el incesante rumor del trfico... La vida en las grandes ciudades se ha convertido en un muestrario de ruidos, que pueden acabar provocando graves trastornos en el sistema nervioso. En los hogares, otro tanto: con la invasin de aparatos electrnicos, el silencio tan curativo se ha convertido en una utopa al alcance de muy pocos. Habra que blindar las casas contra los ruidos, reservar alguna estancia para la lectura o la reflexin, acotar un espacio donde podamos estar verdaderamente solos, sin interferencias. Hoy en da, ms que nunca, necesitamos recuperar el contacto con nosotros mismos escribe la psicloga Ester Buchholz en The Cali of Solitude (La llamada de la soledad). Pasar un tiempo a solas nos da el poder de regular y ajustar nuestras vidas. Es una manera tambin de recargar las bateras, de calibrar nuestras necesidades, de estimular la creatividad y la curiosidad por lo desconocido. La televisin y el telfono deberan estar proscritos en ese tiempo y ese espacio estrictamente personales. Los dormitorios tendran que ser santuarios para el descanso. El sueo es sagrado, y si tenemos problemas para dormir hay soluciones

mucho ms naturales que las pildoras o la pelcula de medianoche. Una secuencia respiratoria y unos ejercicios de relajacin podran bastarnos. Otra medicina gratuita es la meditacin, tan en las antpodas de nuestro estilo de vida. Con la ayuda del yoga o del taichi, o con la prctica de pequeos rituales que nos obliguen a hacer un alto en algn momento del da, podremos controlar situaciones de ansiedad y de estrs a los primeros sntomas. El ejercicio espiritual es tan necesario como el ejercicio fsico, en opinin de Herbert Benson, un cardilogo de Harvard que mereci hace veinte aos idntico tratamiento que Galileo. Y todo por decir que el factor mental es decisivo a la hora de invocar o combatir la enfermedad. Benson se desquit en 1992 con la creacin del Instituto Mdico Mente/Cuerpo y public otro de los puntales de la medicina alternativa americana, Timeless Healing (Curar sin tiempo). Las tcnicas de relajacin y meditacin son el instrumento con el que combate no slo el estrs y la ansiedad, tambin la alta presin sangunea y el riesgo de infarto. A sus pacientes les habla adems del poder invisible de un tercer elemento, el alma, que para l es el hilo conductor entre la mente y el cuerpo: La fe no slo mueve montaas; tambin cura. Claro que, de la mano de la fe, corremos el riesgo de caer en la industria del milagro. Al socaire de la medicina alternativa han medrado los gurs esotricos y los mercaderes de las curas mgicas, que a la postre no han servido ms que para desprestigiar las terapias complementarias y alimentar con razn el escepticismo de los mdicos. Deberamos desconfiar, por norma, de todo aquel que nos invite a poner ciegamente nuestra salud en sus manos, y abrirnos sin embargo a quien nos ayude a descubrir las mltiples conexiones entre la salud fsica y la salud mental. Al fin y al cabo, la capacidad para sanar o enfermar la llevamos dentro.

LA SALUD AMBIENTAL

Todos nos hemos preguntado alguna vez por qu nos levantamos tan cansados por las maanas, o por qu somos incapaces de relajarnos en nuestra propia casa, o qu es lo que nos saca de nuestras casillas nada ms pisar la oficina. De cuando en cuando sentimos una descarga de malas vibraciones, se nos enciende la luz de alerta. Luego lo olvidamos y volvemos donde estbamos: dolores de cabeza, malestar general, cansancio permanente. Tal vez los chinos tengan la respuesta. Ms concretamente, los chinos de Hong Kong, expertos en un arte, religin o ciencia que llaman feng shui y que es como la medicina oriental aplicada a la curacin de los espacios. Hasta hace un par de dcadas, el feng shui (literalmente, viento y agua) se consideraba poco menos que una superchera, cosa de brujos y chamanes. Hoy por hoy trabajan en Hong Kong ms de un centenar de expertos dedicados a disear hogares y oficinas de acuerdo con sus principios, que combinan la geomancia, la astrologa, las creencias taostas y el sentido comn. En Estados Unidos, la vieja sabidura cuatro mil aos de antigedad est pasando por el filtro occidental y son ya una larga veintena las empresas especializadas en descifrar y aplicar el lenguaje invisible de las cosas. La preocupacin por la salud ambiental ha llegado tambin a Espaa, donde existe ya una asociacin nacional de feng shui y varios arquitectos e interioristas especializados. Daniel Villegas, del estudio Arquieco, ha sido uno de los pioneros en nuestro pas: Existe mucho desconocimiento todava, pero la gente est comenzando a darse cuenta de que hay edificios verdaderamente "enfermos". Me llaman sobre todo para realizar "curas" en viviendas donde los moradores sufren insomnio u otras alteraciones psicosomticas... Y los resultados suelen ser sorprendentes. Un giro en la orientacin de la cama, un cambio en la disposicin de los muebles o una hbil combinacin de espejos

pueden bastar para que el chi o energa vital circule sin barreras. A veces, el mal de la casa es ms profundo, como cuando existen zonas muertas detrs de una columna o en el hueco de una escalera. Los expertos en feng shui, en cualquier caso, tienen remedios para todo y estn convencidos de que no slo la salud, tambin la fortuna y las relaciones personales dependen en gran medida de los espacios en que nos movemos. El feng shui sirve para corregir los desequilibrios y restablecer la armona con nuestro entorno, sostiene William Spear, autor de uno de los mejores libros sobre el tema y tal vez el experto ms cotizado en Norteamrica. Ms que como una ciencia o un dogma, lo veo como una capacidad intuitiva. El equilibrio interior, que es la llave de la salud, se puede lograr con pequeos ajustes en el exterior. Lo ideal seria imitar el orden de la naturaleza, que es donde mejor solemos sentirnos. Spear despacha unos trescientos encargos al ao: bancos, tiendas, espacios pblicos, oficinas... A los lugares de trabajo les da tanta importancia como a los hogares, pues es donde ms horas solemos estar activos a lo largo de la semana. El color de las paredes, la ausencia de luz natural, la calidad de la luz artificial o la profusin de columnas con sus inoportunas aristas (fuentes de energa negativa) son aspectos que tienen muy en cuenta los expertos en feng shui. Los edificios enfermos pueden acabar contagindonos el mal y hacernos ms proclives a la depresin, al estrs y a un sinfn de dolencias musculoesquelticas. Tenemos la ingenua idea de que, trabajando en una oficina, los riesgos son mnimos. Craso error: el aire que respiramos es un centrifugado de compuestos orgnicos voltiles, sustancias que desprenden los materiales artificiales y que pueden ocasionarnos todo tipo de dolencias (neuralgias, alergias, fatiga, congestin, irritacin en los ojos). La Organizacin Mundial de la Salud dio la voz de alarma en 1984: el 30% de las nuevas construcciones en todo el mundo presentaban graves deficiencias de calidad ambiental. El problema es ms que preocupante en los edificios eficientes,

diseados exclusivamente para el ahorro de energa: la falta de ventilacin, combinada con los .productos txicos utilizados en barnices, pinturas y moquetas, puede tener un efecto decisivo e insospechado en nuestra salud. El humo de los cigarrillos y la contaminacin electromagntica causada por la profusin de ordenadores, impresoras y celulares contribuyen tambin lo suyo al desolador panorama. En nuestras manos est, como sufridos trabajadores, el reclamar ambientes laborales menos eficientes y ms humanos, menos nocivos y ms respetuosos con la salud. Mientras las oficinas no se adapten, la solucin est en las plantas de interior, capaces no slo de dar color y alegra a la rutina diaria, sino de absorber los contaminantes y reciclar el aire tantas veces irrespirable.

DIEZ SUGERENCIAS- PARA UNA VIDA MS SALUDABLE

Practique al menos media hora de ejercicio moderado todos los das, preferiblemente al aire libre. Utilice el gimnasio como complemento, nunca como sustituto. Evite caer en la trampa del culto al cuerpo. Rompa su encierro voluntario. Procure pasar todo el tiempo que pueda a cielo abierto. Recupere el contacto real con la naturaleza; no se limite a contemplarla desde el coche. Reduzca (o suprima) la carne en su dieta. Elimine las grasas saturadas y los alimentos refinados como el azcar y la harina blanca. Huya de los enlatados, precocinados y congelados. Introduzca cereales enteros, legumbres y verduras y legumbres biolgicas de temporada. No abuse de los productos lcteos (puede vivir perfectamente sin ellos). Cocine con aceite de oliva y descubra la soja y todos sus derivados.

Cambie con las estaciones. Ajuste sus horarios y sus hbitos. Procure levantarse con la luz del da y adelante las comidas y el momento de irse a la cama en otoo e invierno. Descubra el poder curativo del silencio. Aisle su casa de los ruidos exteriores y procure reducir al mximo los ruidos interiores (televisin, estreo, electrodomsticos). Convierta su dormitorio en un santuario para el descanso. Reglese al menos media hora de soledad voluntaria a lo largo del da. Aproveche para relajarse o meditar. Practique asiduamente la desintoxicacin informativa: un da sin televisin, sin peridicos, sin radio y sin Internet. Su ansiedad disminuir automticamente. Extienda la salud ambiental a su hogar y a su puesto de trabajo. Abra las ventanas a la luz natural. Que nunca falten plantas o flores frescas en su entorno inmediato. Librese de sus adicciones. Las terapias alternativas pueden ayudarle a dejar el tabaco o el alcohol. Haga limpieza general en su botiqun y deje slo los medicamentos absolutamente imprescindibles. Sustituya la automedicacin por los remedios naturales (pero no abuse de los suplementos y las vitaminas). Conzcase mejor a s mismo. Contraste los diagnsticos siempre que pueda.

DE PRISA, DE PRISA

TIEMPO!

Nuestras vidas se parecen cada vez ms al pattico ir y venir de un entrenador de baloncesto: izquierda, derecha, izquierda, marcando los pasos al ritmo contagioso del cronmetro, tres, dos, uno, cero, pendientes de los minutos y los segundos como si fuesen el filo de una guillotina y estuvisemos siempre con un pie en el patbulo. Nuestros das se han reducido a eso, un llegar y salir sin punto de partida ni meta posible, un morir constante por lo poco que nos queda y lo mucho que nos falta para esto y aquello. Unas ganas incontenibles de subirse a lo ms alto de una montaa y dejarse la garganta gritando: Tiempo! Desde que nos levantamos con el pistoletazo del despertador, acometemos la jornada como si fuera una carrera de obstculos. Los rgidos horarios laborales, comerciales y escolares no dejan alternativa. Accin, ms accin. Todo el da jalonado de obligaciones, citas y compromisos. Ni un solo instante para reflexionar, o para detenernos a escuchar nuestro ritmo natural. Tal vez mientras subimos en el ascensor, o cuando estamos encajonados en mitad de un atasco... El mundo que nos rodea est lleno de tipos con los relojes adelantados. La dinmica que nos imponen no concede un respiro, no perdona un retraso. En el trabajo, camino del trabajo, a la salida del trabajo, nos urgen con mensajes como An ests a tiempo!, Adelntate!, Ahora o nunca!. Si encendemos la televisin, ms vrtigo: los anuncios, que hace treinta aos duraban una media de cincuenta y tres segundos, ahora rondan los veinticinco. Las grandes cadenas cuentan con dispositivos electrnicos cuya nica finalidad es la de maximizar el tiempo de emisin y eliminar los segundos muertos. El mismo rasero se aplica a los cortes de noticias en los telediarios, cada vez ms breves para adaptarlos a las pautas comerciales.

Apremiados estamos, y el ordenador, con ese corazn que late en nanosegundos y ese reloj incorporado que avanza implacable, es como un tirano invisible que nos est controlando minuto a minuto. Al final, todos los inventos que se supone sirven para ganar tiempo no consiguen sino crearnos una angustiosa opresin y situarnos permanentemente al borde de la taquicardia, obcecados con el paso presuroso de las horas. El tiempo vuela, pero menos rpido de lo que a menudo creemos. El doctor Larry Dossey, pionero en terapias de desaceleracin, se lo demuestra a sus pacientes con una prueba infalible: sin relojes a la vista, les pide que cierren los ojos y cuenten mentalmente un minuto. Muchos de ellos creern haber llegado al final cuando falta todava la mitad... Minutos de treinta segundos, horas de treinta minutos. Ese efecto de distorsin del tiempo lo padecen no slo ejecutivos en situacin lmite; tambin profesionales con trabajos aparentemente menos estresantes, e incluso amas de casa con cuadros de galopante ansiedad. Vivimos acelerados, con la sensacin de que los das no tienen suficientes horas explica el doctor Dossey en Space, time and medicine (Espacio, tiempo y medicina). El entorno no nos da tregua; y lo malo es que cuando llega el fin de semana tampoco somos capaces de desconectar [...] Nuestro cuerpo y nuestra mente tienen un lmite. Podemos forzarlos ms o menos, pero tarde o temprano nos acabarn pasando factura. Lo que comnmente conocemos como estrs, Dossey lo llama el mal del tiempo. En ese cajn de sastre caben la fatiga crnica, las jaquecas, el insomnio, el estreimiento, la hiperactividad, los problemas dermatolgicos, los desarreglos estacionales, la depresin. Y el nico modo de combatirlo, segn el doctor, es con un cambio drstico de estilo de vida que nos obligue a estar ms en contacto con nuestros ritmos biolgicos y menos a expensas del tic-tac del reloj.

FAST-FOOD

Con precisin relojera, la Unin de Bancos Suizos calcul en 1997 cunto tiempo hay que trabajar en distintas ciudades del mundo para poder costearse una hamburguesa. Encabezan la lista Tokio y Chicago, donde el precio de un big mac equivale a ocho minutos trabajados. Le siguen Hong Kong (once minutos), Nueva York y Viena (doce), Montreal y Sydney (catorce), y as hasta llegar a Madrid, que ocupa el dcimo lugar con treinta y cuatro minutos. En el furgn de cola, Caracas y Nairobi, donde hara falta sudar la camiseta ciento diecisiete y ciento noventa y tres minutos, respectivamente, para ponerse en la cola de un Burger King o un McDonald's. De todo esto deducimos que cuanto ms desarrollado est un pas, menos minutos hay que trabajar para ganarse a pulso una hamburguesa. Lo que no especifica la Unin de Bancos Suizos es el tiempo que se invierte en devorar el objeto de estudio, que a buen seguro vara ostensiblemente segn la ciudad: mientras en Nairobi acaban de comerse la primera hamburguesa, en Tokio, Hong Kong o Nueva York deben de ir ya por la sexta o la sptima. Conclusin: el fast-food es la epidemia que a mayor velocidad se est comiendo el planeta. Nadie lo hubiera dicho hace quince o veinte aos. Costumbres tan arraigadas y nuestras como el caf, copa y puro, cediendo el terreno al imperio de la comida rpida autctona (Bocatta y Pans & Company). La cena, servida en bandeja por Telepizza, Telelechal, El Pollo Veloz o por Fast Chicken. Hasta las copas te las trae a casa Telecubata o Telebotelln, por si da pereza levantarse al mueble-bar. Nuestro estilo de vida se est americanizando a marchas forzadas. Si ya han triunfado el lunch frugal y la comida a domicilio, poco tardar en imponerse la quintaesencia del american way of life, diseada cmo no para ahorrarnos ese tiempo tan preciado que malgastamos en comer tranquilos y sentados. Hablamos del drive thru.

El invento ya est aqu, abrindose paso en los McDonald's de la periferia: usted, conductor apremiado, llega con su coche a la speed zone o zona de velocidad. All ver un letrero luminoso donde est desplegado el men. Baja la ventanilla y pide lo que desea a travs de un pequeo micrfono. Luego avanza unos cuantos metros, siempre al volante. Y en menos de cincuenta y nueve segundos, lo podr recoger alargando el brazo. Que aproveche... Los americanos tienen cada vez menos tiempo para comer: veintinueve minutos por trmino medio. La hora libre como la de antes, sesenta minutos, es un privilegio al alcance tan slo de uno de cada diez trabajadores. El 39 % confiesa que ni siquiera se toma una pausa para el almuerzo: o devora un sndwich sobre el teclado o se salta la comida sin ms. Perdonable indulgencia. Los tiempos cambian y los mens se adaptan. En Estados Unidos funcionan ya decenas de compaas especializadas en llevar la comida no a domicilio, sino directamente a la oficina. Los restaurantes de mesa y mantel han tenido que abrir secciones donde se sirve el timely lunch: almuerzo contrarreloj en media hora. Un minuto ms, y tiene derecho a reclamar: Me lo den gratis. El increble hundimiento de la comida, titulaba el New York Times a toda pgina, mayo de 1997: En este mundo corporativo, presidido por el despido libre, la presin laboral, el correo electrnico y las obligaciones familiares, una comida de sesenta minutos es todo un lujo. Hace tiempo que la comida dej de ser un momento de deleite y evasin apunta Mildred Culp, que dirige una consultora de trabajo en Seattle. La gente est obsesionada por ganar tiempo como sea, y una manera de hacerlo es renunciando a la hora del almuerzo. El ejemplo est cundiendo en Europa: hasta nuestros vecinos franceses han renunciado en los ltimos aos al arte del buen comer. Segn Le Fgaro, los galos le dedicaban al

almuerzo una media de cuarenta minutos en 1997, casi una hora menos que en 1977. La costumbre tan americana del take out (comida para llevar a la oficina) se est imponiendo con la excusa de tener ms tiempo. Lo malo es que el tiempo ganado es ms bien tiempo perdido: el reloj nos pisa siempre los talones y acabamos saliendo a la misma hora o incluso ms tarde, comidos de ansiedad y con el estmago pidindonos a gritos algo reconfortante y caliente. Lo dicho de Pars o de Manhattan, salvando las distancias, vale para Madrid o Barcelona. Aqu no tenemos yuppies haciendo cola en los puestos de perritos calientes, pero cada vez son ms los que sacrifican la comida por el big mac (veinticinco millones de unidades al ao) o por el bocata de turno en los McDonald's a la espaola. Las dos o tres horas de antao para el almuerzo pasaron a la historia. Siguiendo el ejemplo de las multinacionales, nuestras empresas se estn adaptando a los nuevos tiempos: una hora para comer y gracias. Todos estos cambios estaran muy bien si nos sirvieran para aprovechar ms racionalmente el tiempo y saliramos de las oficinas a las cinco o a las seis de la tarde, pero lamentablemente no es as. Lo dice Lola Rodrguez, ms de diez aos de experiencia en seleccin de personal: Estamos fundiendo los horarios espaoles con los americanos, sus costumbres con las nuestras, y al final pasa lo que pasa, que la gente se va de casa a las ocho de la maana y no regresa hasta las nueve o las diez de la noche. Soluciones? Los hay que piensan que nada mejor para desacelerarse que tomrselo con calma a la hora de la comida. Primer plato, segundo y postre. Caf, licor y palique para estirar lo ms posible la sobremesa... Roma, baluarte de la resistencia contra la invasin del fastfood. All naci a primeros de los noventa la asociacin Slow Food, en respuesta al desembarco de McDonald's. Cuentan ya con ms de cuarenta mil miembros, repartidos en cuarenta pa-

ses. Abogan por las comidas lentas y se niegan a medir los minutos por el rasero de las hamburguesas.

EL TIEMPO ES DINERO

Bill Gates, el hombre ms rico de Norteamrica, sabe muy bien lo que vale el tiempo. Por eso, cuando convoca a la plana mayor de Microsoft decide olvidarse del reloj y entregarse suavemente al vaivn de su mecedora. El tic-tac lo marca l, con sus idas y venidas. Los dems no tienen ms remedio que adaptarse a su tempo. Tom Jackson, presidente de la firma Equinox, impone un minuto obligatorio de silencio antes de empezar las reuniones. De esa manera consigue frenar en seco la sensacin de urgencia y crear una atmsfera distendida y relajada, mucho ms propicia para la comunicacin... En ningn otro lugar como en el trabajo se libra una batalla ms desigual contra el reloj. La gran mayora no tenemos el privilegio de sentarnos en una mecedora, como Bill Gates, ni de poder imponer una pausa como la de Tom Jackson. Da tras da, nos sentimos un poco quijotes, espoleados por los molinos de viento del tiempo. El tiempo es dinero, nos dijeron. Con esa mxima, grabada a sangre y fuego, afrontamos la jornada laboral. Y as, hasta cuando no producimos hay que fingir que lo hacemos, porque est mal visto pararse un momento, corregir la postura, hacer una pausa reflexiva. En cientos de empresas espaolas, el deporte favorito es el tiempo fachada: las horas de ms que pasamos en la oficina por guardar las apariencias, por no figurar en la lista negra del jefe, por que no digan. Nadie paga por esas horas extras pero son el salvavidas al que se agarran los empleados temporales

pendientes de renovacin (y los fijos que no quieren ganarse fama de escaqueadores). En Estados Unidos, el tiempo fachada comienza a estar mal visto por las propias empresas. Trabajar inteligentemente es mejor que trabajar prolongadamente, deca una cartel colgado en la sede neoyorquina de United Technologies. Menos horas y ms eficiencia fue el nuevo lema de la compaa, que incit a sus empleados a que se tomaran pausas estratgicas y a que aprovecharan la hora del almuerzo para reponer fuerzas y tomar el aire. A las seis de la tarde, por imperativo empresarial no quedaba en las oficinas un alma. Aunque casos como los de United Technologies, lamentablemente, no abundan. Segn la economista de Harvard Juliet Schor, hoy por hoy se trabaja en Norteamrica casi un mes al ao ms que hace dos dcadas. Los americanos han perdido por trmino medio el 40 % de su tiempo libre y ahora disfrutan tan slo de diecisiete horas semanales de esparcimiento. En Espaa, las estadsticas dicen que en 1996 trabajamos 5,93 horas menos que en 1995. Aunque la percepcin real es muy distinta, y la gente admite sentirse cada vez ms atrapada en la espiral del trabajo. En bastantes compaas, eso s, se ha optado por pequeos ajustes para adelantar la hora de salida. El nuestro es, sin duda, el pas occidental donde ms tarde se sale de trabajar por norma. Los peculiares horarios a la espaola, que tanta extraeza siguen causando allende nuestras fronteras, se pelean sin remedio con la jornada estndar a la americana o a la europea: de nueve a cinco. El problema en Espaa es que las compaas no estn bien estructuradas y son por lo general poco sensibles a los mltiples problemas de los trabajadores afirma Lola Rodrguez, la experta en formacin de personal que conocimos en pginas anteriores. Lola lleva varios aos intentando introducir en las empresas espaolas el concepto del control del tiempo; sin excesivo xito, reconoce: No somos conscientes de los vertiginosos cambios sociales por los que estamos pasando. Todo esto es muy difcil de digerir, y la gente lo est pagando con su salud fsica y mental.

Coincidencia general entre los expertos: el ritmo de trabajo impone la pauta al resto de nuestras actividades. Si perdemos las riendas del tiempo en la oficina, lo ms probable es que el resto del da corramos desbocados: nuestro comportamiento frentico acabar salpicndolo todo, desde la vida familiar a la tabla de ejercicios del gimnasio. Las empresas no ayudan, es cierto, pero tal vez ha llegado el momento de dejar de comportarnos a la desquiciada manera de Charlie Chaplin en Tiempos modernos. No hace falta someternos a programas draconianos de control del tiempo; basta con firmar una tregua con el reloj minutos antes de fichar en el trabajo.

BREVE ELOGIO DE LA SIESTA

Las buenas costumbres se pierden; entre ellas, la siesta. Pese a la creencia arraigada, sobre todo ms all de nuestras fronteras, el 81 % de los espaoles no reposa a pierna suelta despus de comer, ni siquiera los fines de semana. Los datos demuestran que la siesta no est tan generalizada en Espaa como se crea (sostiene el informe del CIRES 1995-1996, en el captulo dedicado al uso del tiempo). Quienes la duermen, adems, no suelen ir ms all de los veinticinco minutos, preferentemente sentados y sin caer en un sueo profundo. Lo justo para reponer fuerzas. La tpica cabezadita a la espaola ha servido de inspiracin a los expertos en control del tiempo, que han acuado el trmino de power nap (la siesta del poder) y lo han recomendado encarecidamente como uno de los mejores remedios contra el agotamiento y el estrs. Los psiclogos tambin lo aconsejan como remedio infalible contra la epidmica falta de sueo: de las nueve horas que se dorma a principios de siglo, hemos pasado a las seis y media. Setenta millones de estadounidenses, se calcula, sufren trastor-

nos de alteracin del sueo (insomnios, narcolepsias, apneas). Muchos de ellos se someten a tratamiento en los tres mil centros especializados en la nueva dolencia. La solucin, casi siempre, pasa por pequeos grandes ajustes en el estilo de vida. Primer consejo: adelantar el momento de irse a la cama a las once de la noche. Segundo: hundirse veinte minutos en el silln o en el sof entre las dos y las cuatro de la tarde. Est demostrado que el rendimiento laboral cae en picado a mitad de jornada, cuando el desgaste fsico y mental se da la mano con el proceso digestivo. La manera ms efectiva de combatir el bajn de la sobremesa es precisamente cerrando los ojos y entrando en una franja de sueo superficial. Al salir de ella, tendremos la sensacin de haber roto la continuidad y haber creado una nueva frontera temporal. La prctica del power nap es especialmente recomendable en jornadas maratonianas como las de los altos ejecutivos (de diez a doce horas diarias) o en horarios tan estirados como los nuestros... Cuatro de cada cinco espaoles tiene la sensacin de que no sabemos distribuir bien el tiempo, que se organizan mucho mejor en otros pases europeos, sobre todo en Alemania. A mayor estatus social mayor dificultad para planificar los das y las horas. El 43 % reconoce que le falta tiempo para hacer todo lo que quiere y el 89% deseara dedicarle ms atencin a la familia y a los amigos, la opcin que encabeza la lista de asignaturas pendientes. Le siguen, por este orden, ocio y deportes, vida cultural y actividades de voluntariado. Pese al boom de las ONG, tan slo uno de cada cinco espaoles regala su tiempo en forma de trabajo no remunerado (frente a uno de cada dos en Estados Unidos). Uno de los factores que ms pesan en el otro extremo de la balanza es la rigidez de las jornadas laborales: el 60 % deseara una mayor flexibilidad de horarios. Nuestra incorporacin a la Unin Europea y el mimetismo hacia todo lo que viene de Norteamrica estn creando en nuestro pas un batiburrillo de horarios comerciales y laborales. Por

un lado, la funcionalidad que nos llega. Por otro, ritos ancestrales cerrado de dos a cuatro y media que tal vez se acaben evaporando como la aorada, saludable y poderosa hora de la siesta.

EL RELOJ INTERIOR

Dice la leyenda que el primer reloj moderno con mecanismo de pesas colgantes lo invent en el siglo x un monje llamado Gerbert, que ms tarde sera el papa Silvestre II. Cremoslo o no, lo cierto es que durante la Baja Edad Media la medicin del tiempo fue un empeo que obsesion sobremanera a los monjes. Para el resto de los mortales, slo existan los das con sus noches (y el lejano taer de la campana, que llamaba ocasionalmente a plegaria). Aunque en el siglo XIII ya abundaban los relojes mecnicos, parece que hubo que esperar hasta el ao 1345 para que fuera de uso comn la hora de sesenta minutos. Desde ese momento, el tiempo deja de ser lo que era una secuencia regulada por los fenmenos naturales para convertirse en un instrumento arbitrario de control, una herramienta para sincronizar las acciones de los hombres. La torre del reloj comienza a marcar la pauta en las ciudades. En el siglo xvi, un mecnico de Nuremberg, Peter Henlein, logra atrapar el tiempo en una caja, rellena de ruedas metlicas dentadas. Inventado queda el reloj domstico, que al poco se convertir en codiciado objeto de deseo de las clases pudientes, signo inconfundible de poder y estatus (como en nuestros das el coche o el telfono mvil). Ser tan regular como un reloj es una de las reglas de oro en el manual de comportamiento de la burguesa. Nace el concepto de la puntualidad. Todo esto lo cuenta Lewis Mumford en un clarividente libro Tcnicas y civilizacin que no ha envejecido nada desde que fue escrito (1934). Sostiene Mumford que es el reloj, y no la

mquina de vapor, la autntica llave maestra de la revolucin industrial: El reloj marca la perfeccin a la que las otras mquinas aspiran [...] Gracias a l es posible la produccin regular y la administracin del poder [...] Su presencia es ubicua y terminar dirigindolo todo, desde el momento en que nos levantamos hasta la hora del descanso. El reloj se acaba convirtiendo en una especie de segunda naturaleza superpuesta: nos fiamos ms de l que de nuestro propio plpito, acabamos disocindonos de nuestro tic-tac biolgico para entregarnos a una nocin abstracta que jams cuestionamos. La religin del tiempo. Mientras las culturas orientales dejaron correr con parsimonia los meses y los aos, los occidentales nos lanzamos con devocin cartesiana a la medicin exacta de los minutos y los segundos. En el siglo XVIII aparece el cronmetro, y empezado el siglo xx llega lo que Mumford considera la sublimacin mxima del tiempo como instrumento de poder: el concepto de hombre-mquina acuado por el constructivismo sovitico. Muri Mumford en 1990, condenando la sociedad de consumo como la era de la desesperacin y haciendo una proclama a favor del hombre frente a la tirana de la mquina. Recoge el testigo Jeremy Rifkin, autor del libro (Time Wars) que abri en Estados Unidos la batalla del tiempo. Segn se ha acelerado nuestro tren de vida, hemos perdido definitivamente el contacto con los ritmos biolgicos del planeta asegura Rifkin. Nuestro tiempo no est ya regido por los amaneceres, ni por las mareas, ni por los cambios de estacin. Hemos creado una atmsfera totalmente artificial, gobernada por impulsos mecnicos y electrnicos. Rifkin nos alerta contra quienes quieren robarnos el pulso y la respiracin (nuestros relojes naturales) y afirma que vivimos en riesgo constante de autoaceleracin. Finalmente clama por un movimiento mundial a favor de la ralentizacin. Su lema? Slow is beautiful Lo lento es bello. En Amsterdam, a finales de 1996, decenas de profesionales de todas las ramas (diseadores, arquitectos, empresarios, cien-

tficos, ambientalistas) acudieron a una especie de cumbre de la lentitud en el Netherlands Design Institute. Entre otros invitados, Danny Hills, pionero de la era de los superordenadores, embarcado ahora en una tarea menos apremiante pero igualmente ardua: la construccin del reloj ms pausado del mundo, capaz de marcar solamente el paso de los milenios. All estuvo tambin Wolfgang Sachs, ambientalista alemn y miembro de la Asociacin por la Desaceleracin del Tiempo: En nuestro mundo acelerado ponemos toda la energa en las llegadas y en las salidas, de manera que no nos queda casi nada para el momento de la experiencia misma... Lo lento no es slo bello, sino necesario y razonable. No faltaron sin embargo en Amsterdam los partidarios de la aceleracin, como el profesor Stephen Kern, de la Universidad de Illinois: Cuando algn invento ha servido para movernos a mayor velocidad, siempre han saltado los alarmistas. En 1830, los trenes alcanzaron los cincuenta kilmetros por hora y ya entonces hubo quien pronostic que se nos iban a desencajar los huesos... Las tecnologas que promueven la velocidad son esencialmente buenas. El hombre nunca ha apostado por la lentitud en ningn momento de la historia. Bueno, quizs haya llegado ese momento. O tal vez, como dicen otros, convendra reclamar a estas alturas la democratizacin del tiempo, de modo que el tic-tac no lo marcaran exclusivamente los poderes econmicos y que hubiera tantos carriles, segn la velocidad deseada, como en las autopistas americanas. Llegamos de esta manera hasta Rhinebeck, Nueva York, y all preguntamos por el Instituto Omega, una especie de universidad alternativa consagrada al estudio de las ms insospechadas disciplinas. Entre ellas, el control del tiempo. El profesor Stephan Rechtschaffen nos da la bienvenida y nos quita los grilletes de las muecas: Libermonos de la tirana perenne del reloj; imprimamos un giro copernicano a nuestra idea del tiempo.

El cursillo se llama como su libro, Times hifting (El giro del tiempo), y los asistentes son mayormente profesionales urbanos que no saben cmo liberarse de la trampa del estrs. El ritmo de vida que llevamos es una huida constante del momento presente les dice Rechtschaffen. Tenemos que aprender a atrapar el ahora y disfrutar de l. Alguien se ha parado a escuchar alguna vez su reloj personal? pregunta Rechtschaffen. Y los asistentes, claro, se miran con incredulidad. No podemos pelearnos con los horarios impuestos, pero tampoco podemos hacernos esclavos. Tenemos que ser capaces de fluir con el tiempo. Meditacin, visualizacin, respiracin, por ah se empieza. Rechtschaffen impone luego deberes como las pausas conscientes (altos en el camino para recuperar el timn del tiempo) o los parntesis temporales (momentos sagrados en los que no permitiremos que nada interfiera en nuestro ritmo interior). El profesor del tiempo reclama tambin la utilidad de tareas mundanas planchar, barrer, fregar los platos que nos servirn para volver a poner los pies en la tierra. Como colofn, teora y prctica del tiempo espontneo: un da sin planes de ningn tipo, sin compromisos sociales y sin actividades programadas, la improvisacin como mxima. Rechtschaffen lo recomienda por lo menos un par de veces al mes, preferiblemente los sbados. No se ha inventado mejor antdoto contra el reloj.

INTERFERENCIAS

Segn marcamos el telfono, escuchamos una voz annima que nos invita a comprar cualquier cosa. Conectamos con nuestro interlocutor, y al cabo de minuto y medio se cuela de nuevo la insidiosa voz: compre esto, compre lo otro. Intentamos seguir hablando, pero en lo ms lgido de la conversacin vuelven a interrumpirnos con la misma cantinela: no espere ms, cmprelo.

En el sector de las telecomunicaciones, las posibilidades son infinitas, ya se sabe. Lo ltimo: llamadas gratuitas a cambio de mensajes publicitarios. Por ahorrarnos unas pesetas, cedemos el derecho a que se entrometan en nuestras conversaciones a las primeras de cambio. La idea surgi en Suecia e Italia, de ah pas a Alemania y ahora anda extendindose por todo el mundo. En los tmidos inicios, los magos del marketing no estaban del todo convencidos. Pero el mercado respondi a lo grande: miles de usuarios no tienen el menor inconveniente en aderezar con publicidad sus chcharas telefnicas. As es la vida, una sucesin atropellada de interrupciones a las que no solemos dar la menor importancia. Pequeos obstculos ante los que nos frenamos en seco sin posibilidad de sortearlos. Lapsos de tiempo robado que pesan al final del da lo que un fardo cargado de plomo. Gracias al telfono mvil y al busca, el estado de no interrupcin queda aniquilado por completo. Ms difcil todava: el reloj-mensajero acutico, capaz de avisarnos mientras buceamos de que acaba de entrar un mensaje en nuestro buzn electrnico. En el cine o en el metro, en el restaurante o en la cafetera de la esquina, no hay momento en que uno pueda librarse de los molestos pitidos, imperdonables interferencias en las vidas ajenas. El usuario del mvil, urgido por la necesidad de responder de inmediato, no es consciente del desasosiego, la zozobra, la indignacin que provoca en aquel con el que hablaba cara a cara unos segundos antes. Una reaccin parecida es la que suele causar la llamada en espera: ah te quedes. En Espaa se utiliza mayormente en las empresas, pero en Estados Unidos es de uso comn en los hogares, de modo que cuando uno llama por telfono y lo cogen al instante, la primera pregunta es ms que obligada: Ests hablando por la otra lnea? Detrs de la llamada en espera se esconde nuevamente el inters econmico: miles, millones de conexiones que pasan a engrosar las arcas de las compaas telefnicas y que antes se

estrellaban contra la seal comunicando. Lo que los usuarios salimos ganando es seguramente menos de lo que perdemos. Las centralitas automticas, otra insidia. Uno llama con toda su buena intencin y, al cabo de cinco minutos, sigue navegando en un mar impersonal de opciones y nmeros. Estn tambin las que nos piden que tecleemos el nombre de la persona con quien queremos hablar, y una vez llegado al objetivo... otra mquina: contestador al quite. A los contestadores, sin embargo, se les puede estar agradecidos: su principal virtud es la de filtrar las llamadas indeseadas. Adems, nos permiten silenciar el telfono a partir de cierta hora sin ningn remordimiento... Quin nos obliga a cogerlo siempre que suena? Por qu tenemos que interrumpir perentoriamente lo que estemos haciendo para hablar con quien menos nos apetece? Ms interferencias, el correo electrnico. Concebido como un modo de agilizar y abaratar las comunicaciones, acaba convirtindose en una trampa si se instala en casa. Por si no tuviramos bastante con el correo indeseado que nos llega por carta, terminamos incorporando a nuestra rutina la apertura diurna y nocturna de nuestro buzn informtico, que nos apremia adems a contestar sobre la marcha. El ordenador, con su prodigiosa habilidad para hacer dos o tres cos4s al mismo tiempo, parece haber contagiado a los ejecutivos americanos un mal cada vez ms frecuente. All los llaman time slackers o prfugos del tiempo, incapaces de concentrarse en una sola tarea y permanentemente necesitados de mudarse de una a otra (aun a riesgo de dejarlas todas inconclusas). La televisin, los peridicos, la radio no slo interfieren en nuestra actividad cotidiana; ms bien irrumpen en ella sin pedir permiso, con total desfachatez, cuando an nos estamos desperezando. Uno lleva an grabada, como si la siguiera escuchando todas las maanas, aquella voz tenebrosa, impertinente e hipntica del locutor de Radio Hora: Son las siete y veinticinco minutos, hora exacta. Veinticinco muertos al descarrilar un tren en...

SUBIRSE A LA CORRIENTE

Los psiclogos lo llaman el flujo o la corriente. Y tambin: la zona zen, el estado de gracia, la armona perfecta. En suma, la felicidad fugaz que uno experimenta cuando siente que todo fluye, que el tiempo es suyo, que hemos conseguido atrapar mgicamente el aqu y ahora. Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de la Universidad de Chicago, lo ha bautizado en un libro como La experiencia ptima: Se trata de un estado fsico, intelectual y emocional que nos transporta como a otra dimensin. El 85% de la gente lo ha experimentado alguna vez, y el 20 % confiesa llegar a sentirlo todos los das. A la corriente se llega por va de la concentracin y la abstraccin. A veces basta con la repeticin mental de ciertas palabras clave, o con enfocar la vista a un punto inmvil; en otras, hay que recurrir a tcnicas ms complejas de visualizacin o autohipnotismo. Se puede aprender a entrar en ella desde nio, y aplicarla mayormente al estudio y al trabajo. Quienes mejor conocen la corriente son los deportistas. Los atletas, los arqueros y los remeros del equipo olmpico americano la pusieron en prctica en Atlanta (el equipo espaol tambin experiment en gimnasia). Se trata, en definitiva, de lograr el mayor rendimiento posible poniendo el nfasis exclusivamente en lo que se est haciendo en ese momento y evitando distracciones mentales que frecuentemente nos trasladan al futuro y al pasado. El secreto est en saber mantenerse en un estado de concentracin relajada. El flujo, sostiene el profesor Csikszentmihalyi, es perfectamente alcanzable en nuestra vida cotidiana: Basta con ubicarse mentalmente en esa delicada franja que separa el aburrimiento de la ansiedad, que son los dos extremos entre los que habitualmente nos movemos. Cuando metemos el pie y la cabeza en la comente, nuestra percepcin del tiempo cambia como de la noche al da. Fluimos

con el agua y nos sumergimos en una especie de atemporalidad. Las horas nos parecern minutos, y los minutos, horas. Lo que ocurre en nuestra mente en esos momentos tiene muy poco que ver con la forma convencional de acotar el tiempo a que nos tiene habituados el reloj, asegura Csikszentmihalyi. El autor de La experiencia ptima nos sugiere que saltemos con frecuencia a la corriente como una forma de disfrutar ms del momento y acercarnos a la felicidad: Hay dos estrategias que podemos adoptar para mejorar nuestra calidad de vida. La primera es cambiar las condiciones externas para que se ajusten a nuestros objetivos. La segunda es cambiar el modo en que experimentamos desde dentro esas condiciones externas. Vivir el ahora de una manera mucho ms consciente. Algo parecido nos proponen Diana Hunt y Pam Hait en El tao del tiempo, un intento de tender un puente entre la milenaria filosofa oriental y las rgidas prcticas empresariales de time management en Occidente: Hay que descubrir el regocijo de concentrarnos en la tarea y no en el minutero. Los temores que alimentan la aceleracin no terminar a tiempo, dejar asuntos inconclusos al final del da, no llegar nunca al meollo de la cuestin se evaporan cuando abandonamos la planificacin innecesaria para vivir en el ahora. Al confiar en el momento presente, nos liberamos de la presin del tiempo. La meta, pues, es olvidarse por completo del reloj. Aprender a sembrar el da de ahoras intencionales, que sern como los hitos que nos van marcando la pauta. Disfrutar sin agobios de la sensacin de que no existe el tiempo. Y las interrupciones? No son necesariamente malas, dicen Hunt y Hait. Podemos aprovecharlas como llamadas de alerta para entrar en nueva secuencia temporal, o como pausas reflexivas: En vez de coger automticamente un telfono, djelo sonar dos o tres veces, y antes de descolgar, respire hondo para no acumular tensiones. Habr que evitar, eso s, el exceso de compromisos, que no es sino una acumulacin involuntaria y previa de interferencias. La persona que no sabe decir no, que carece de una eleccin

consciente, acabar ahogndose en una maratn de compromisos laborales, sociales y familiares. Las autoras sugieren que no nos obsesionemos con estar permanentemente ocupados y que llenemos nuestras agendas de amplios espacios en blanco, reservados para lo que en filosofa taosta se conoce como wu-wei: hacer no haciendo nada.

DIEZ SUGERENCIAS... PARA MEJORAR LA RELACIN CON EL TIEMPO Cambie transitoriamente el reloj de pulsera por uno de bosi11o: lo mirar la mitad de veces. Acabe prescindiendo del tictac y djese llevar por su reloj biolgico. Si tiene prisa, o una cita urgente, pregunte. El mundo est lleno de relojes, para qu uno ms? Duerma sin las persianas bajadas y djese despertar lentamente por la luz del sol. Evitar el sobresalto del despertador. Con el tiempo, tal vez no lo necesite. Abandone el hbito de ver televisin, encender la radio u hojear los peridicos justo antes de irse a la cama o nada ms levantarse. Lea mejor un poema o una meditacin: le ayudar a descansar mejor o a empezar el da a un ritmo pausado. Anticipe la hora habitual de irse a la cama y de levantarse uno o dos das entre semana. Tendr la sensacin de que el tiempo corre a su favor. Adapte sus horarios a las estaciones: recjase antes y adelante las comidas en otoo e invierno. Nunca se salte las comidas para ganar tiempo. Aprovchelas como pausas estratgicas. Aprenda a decir no y renuncie a los compromisos laborales y sociales. En el trabajo, cree parntesis temporales en los que nada pueda interrumpirle. Al menos dos veces al mes, reglese un da de tiempo espontneo, sin planes de ningn tipo.

Pruebe con las vacaciones troceadas y viaje fuera de temporada. Busque un lugar, preferentemente una isla, que le ayude a disfrutar de la sensacin de atemporalidad.

A TI, MUJER

LA LIBERACIN ERA ESTO?

Al filo de los treinta aos, el reloj biolgico pasa factura. La mujer que ambicion llegar muy lejos, que lo sacrific todo por su carrera profesional, que crey a ciegas en aquello de la realizacin por va del trabajo, frena en seco y se pregunta si la liberacin era esto. La posibilidad de tener un hijo se dibuja entonces como una va de escape al estrs diario, o como una fuente de gratificacin personal. Pero cuando llegan los nios, la vida se complica enormemente: la presin laboral es an ms angustiosa, faltan manos para ayudarle en las tareas domsticas, la doble jornada se eterniza. La empresa, dominada por los hombres, no sabe o no quiere entender. La eleccin final se plantea a modo de ultimtum: entrega incondicional o renuncia absoluta. Isabel Velloso se vio en esa encrucijada recin cumplidos los treinta y dos aos. Nada ms tener a su primera hija (ahora son ya tres), se dio cuenta de que su trabajo como periodista de sol a sol era del todo incompatible con el cuidado de la nia. As que tuvo la osada de pedir una jornada a tiempo parcial... Al principio reaccionaron con sorpresa; no saban que existe una ley que permite a las madres acogerse a una jornada a tiempo parcial. Despus me dijeron que el trabajo que estaba haciendo requera una dedicacin completa y que no tendran ms remedio que trasladarme a otro departamento. Tuve que renunciar a mi labor de periodista y pas a ser documentalista, cuatro horas al da. No est mal porque te da libertad: sales del trabajo y te olvidas. Pero no era lo que yo quera. Yo pretenda seguir escribiendo, que es lo mo. Cuatro aos despus, Isabel sigue dndole vueltas a su decisin. Est convencida de que hizo bien, aunque a veces siente remordimientos: Para la mayora de las mujeres, tan difcil es llegar como renunciar. Y el problema es que no nos

dejan alternativa: o triunfas en el trabajo, o te vuelcas en tu familia. Lo ideal sera encontrar un equilibrio: dedicarte a tus hijos todo el tiempo que te haga falta sin tener que tirar por la borda tu trayectoria laboral. Isabel se lamenta entre dientes; en el fondo se considera una privilegiada: Dentro de unos lmites, yo he podido elegir, y eso es algo que no est al alcance de la mayora de las mujeres. Unas, porque tienen contrato temporal; otras, porque con el salario del marido no les llega... Nosotros podemos vivir con sueldo y medio. Mi marido? Gana ms que yo, y a la economa familiar le viene mejor que sea l quien siga trabajando a tiempo completo. Los hombres nunca se ven en la tesitura de tener que renunciar. En igualdad de condiciones, las empresas siguen prefiriendo a los hombres. La discriminacin positiva, a todas luces necesaria para allanar el terreno a las mujeres, la practican en Espaa tan slo un puado de empresas (Xerox, AG Technology, Nutrexpa) y de instituciones pblicas como la Universidad de Mlaga, donde funciona el agente de igualdad, encargado de velar por la promocin femenina. Pero, en general, los progresos han sido mnimos, tanto en el terreno social como en el econmico. Lo atestigua Cecilia Castao, editora y coautora de Salud, dinero y amor (Cmo viven las mujeres espaolas de hoy): La sociedad no est cambiando sus hbitos de comportamiento al ritmo que sera necesario para apoyar la incorporacin laboral de las mujeres. La participacin de los hombres en las tareas domsticas es muy baja y en muy pocos centros de trabajo hay guarderas o se ofrecen horarios flexibles o jornadas reducidas a mujeres con responsabilidades familiares. Las opciones, por lo general, se reducen a dos: o ama de casa, o madre supertrabajadora (de catorce a diecisis horas diarias, sumando la oficina, la prole y los quehaceres hogareos). El trabajo a tiempo parcial en Espaa es un privilegio al alcance del

4,2 % de las mujeres, frente al 30 % de pases como Holanda o Dinamarca, tantos aos por delante. El retraso histrico de Espaa es an ms sangrante por el estigma del paro, que se ceba en las mujeres casi el doble que en los hombres. Y eso por hablar de la secular desigualdad a la hora de las remuneraciones. O del machismo imperante (en el trabajo y en la casa). Nuestra bajsima fecundidad, la ms baja de Europa, es una causa indirecta de todo esto. La reduccin de la natalidad es el coste que ha de pagar la sociedad espaola por no cambiar sus pautas de comportamiento en funcin de las necesidades de su mitad femenina advierte Cecilia Castao. Pero ste no es un destino irreversible, como muestra la experiencia de Suecia, Dinamarca y otros pases del norte de Europa, donde la natalidad ha vuelto a aumentar en paralelo con la mejora de la condicin social de la mujer. Soluciones? Por ley o por sentido comn. Austria, sin ir ms lejos, ha sido uno de los primeros pases en reconocer la obligacin legal de los maridos de colaborar en las tareas domsticas. La mayora de los pases centroeuropeos han extendido los permisos de maternidad de uno a tres aos (en vez de las diecisis semanas escasas). En algunos se est intentando incluso rescatar una vieja idea del estado de bienestar: subsidio para el ama de casa. Estados Unidos e Inglaterra, donde la mitad de la poblacin femenina es ya activa (frente al 36% en Espaa), van por delante en medidas como horarios flexibles, puestos compartidos, posibilidad de trabajar desde casa o programas especiales para el retorno despus de la maternidad. Aun as, a las mujeres trabajadoras les queda un largo camino, y prueba de ello es la fuga de ejecutivas que se viene detectando en la sociedad norteamericana desde finales de los ochenta. El estrs laboral y la cultura masculina en el mundo empresarial son las dos razones principales de la gran evasin. Segn una encuesta publicada en Fortune en 1995, el 87 % de las mujeres con cargos directivos deseaba un profundo cambio en sus vidas. El 60 % visitaba regularmente el psiclo-

go, el 46 % tomaba antidepresivos y el 40 % se identificaba con la palabra atrapada. En setiembre de 1997 salt a las pginas del Wall Street Journal la sonora dimisin de la superwoman Brenda Barnes, presidenta de la divisin americana de Pepsi Cola, que decida renunciar a trescientos millones de pesetas anuales para dedicarse por entero a la familia: No me marcho porque mis tres hijos necesitan tenerme ms cerca, sino porque yo necesito estar ms con ellos. A los cuarenta y tres aos, Barnes confes sentirse exhausta por la presin laboral y tuvo que jugrsela al todo o nada. Elizabeth Perle McKenna, veinte aos peleando contra viento y marea en el mundo editorial, se vio ante el mismo dilema. Hasta los treinta y siete, el trabajo fue su prioridad absoluta. Cuando se cas y tuvo un hijo, las piezas empezaron a no encajar: Tena una vida profesional. Tena una vida personal. Las dos eran muy intensas y exigan una dedicacin al ciento por ciento. Pero eran dos vidas distintas y cada vez ms separadas. As no poda seguir... Todo esto lo cuenta en un libro autobiogrfico, When work doesn't work anymore (Cuando el trabajo ya no funciona), ilustrado con decenas de casos como el suyo: Como la mayora de las mujeres, no quera esperar a los sesenta para poder disfrutar de verdad de la vida. Elizabeth se comi la autoestima, el xito y el sentido de la independencia. Dej de trabajar; mejor dicho, se despidi de su trabajo remunerado. Se volc en su hijo, cogi la sartn por el asa y poco a poco fue cambiando de esquemas. Al cabo de unos meses comenz a escribir en casa lo que luego sera un libro, feliz de haber encontrado por fin el equilibrio entre trabajo, juego, amor y sentido de la vida. Volver a la oficina? Todo se andar... Elizabeth ve en el horizonte una segunda ola del movimiento de la mujer, una tendencia que est redefiniendo el concepto masculino de xito y humanizando los lugares de trabajo: De momento et ocurriendo a pequea escala, pero tarde o temprano la situacin

tiene que estallar: a finales de los noventa, dos tercios de la nueva mano de obra en Estados Unidos ser femenina. La pregunta no es ya cmo cambiar el trabajo? sino cundo?.

TRABAJO, DULCE TRABAJO

Barrer. Planchar. Cocinar. Hacer la colada. Fregar la cocina. Quitar el polvo. Pasar la aspiradora. Cambiar los paales. Dar de comer al nio. En fin, todo eso que invita a huir del hogar y a buscar refugio donde sea, preferentemente en el trabajo. Al menos una quinta parte de las mujeres se vuelcan en el trabajo porque lo que temen de verdad es la otra faena, la que les espera en casa y por la que nadie les paga. Con el tiempo, el secreto mejor guardado por los hombres ha quedado al descubierto: la oficina, como va de escape a los agobios del hogar y a los problemas familiares. La situacin la ha explorado mejor que nadie la sociloga Arlie Russell Hochschild, autora de The Time Bind: When work becomes home and home becomes work (La soga del tiempo: cuando el trabajo se convierte en el hogar y el hogar en el trabajo). Durante tres aos, Hochschild estuvo siguiendo los pasos de ciento treinta trabajadores y trabajadoras de una compaa americana para llegar a una sorprendente conclusin: La tradicional visin del hogar como un refugio y el trabajo como una jungla no es cierta para muchas mujeres. Los problemas en casa suelen afectarle ms que los de la oficina, y la tensin del hogar es a veces ms difcil de superar que la presin laboral. Los psiclogos han acuado incluso el trmino de estrs de la mujer ejecutiva, que combina los sntomas del estrs masculino (ansiedad, hipertensin, fatiga, insomnio) con el de la depresin del ama de casa (frustracin, sentimiento de culpabilidad, falta de autoestima). La soga del tiempo aprieta por

igual en el hogar y en el trabajo. La tarifa que las mujeres han de pagar por el xito profesional es doble, y las recompensas si es que llegan se obtienen ms fcilmente en la oficina, de ah la huida. Hochschild recoge, entre otros, el testimonio de Linda Avery, treinta y ocho aos y dedicada en cuerpo y alma al trabajo. A sus hijos y a la casa les reserva apenas hora y media todos los das. La niera y el marido le cubren las espaldas... Cuanto ms tiempo paso fuera de casa, mejor me siento. Es terrible reconocerlo, pero es la pura realidad. As que casi todos los das trabajo ms de la cuenta, aunque no me paguen las horas extras. A Linda le es ms fcil relajarse en la oficina que en casa. Los fines de semana se suele llevar tarea para mantenerse ocupada. Los sbados es la jornada de libranza del marido; se va a pescar. La niera vuelve a tapar el hueco para que ella pueda comprar. Los domingos son los nicos das que ocasionalmente disfruta de la familia al completo, aunque el marido, a veces, se tiene que escapar para cumplir con sus otros hijos (tres, de un anterior matrimonio). Hace dcadas, eran los hombres los que retrasaban la hora de volver a casa y se entretenan en el bar o, simplemente, prolongando ms de la cuenta la jornada de trabajo escribe Hochschild. Hoy son las mujeres quienes estn siguiendo el mismo ejemplo, y el hogar es poco menos que el lugar donde se acumulan los platos sucios, la ropa sin lavar, los problemas pendientes, los bebs llorando o los adolescentes hastiados delante de la televisin. Con este panorama, no es de extraar que la gente se agarre como a un salvavidas a las ocho, nueve o diez horas diarias. Segn un estudio del Families and Work Institute en 188 compaas americanas, el 85 % ofreca algn tipo de flexibilidad laboral (jornada partida, trabajo compartido, teletrabajo), pero slo el 5 % de los empleados haca uso del privilegio. La razn econmica es un factor que fuerza a muchas mujeres a la jornada completa: hay familias que necesitan perentoriamente el doble sueldo para salir adelante. Pero no siempre:

aproximadamente el 40% de las mujeres americanas podran permitirse el lujo de trabajar a tiempo parcial y no lo hacen. Trabajo, dulce trabajo... El caso es que las oficinas tampoco han mejorado sustancialmente desde que la mujer se integr con plenos poderes. Ms bien al contrario: los celos profesionales, la competitividad encarnizada, la discriminacin y el acoso sexual las han convertido a veces en autnticos campos de batalla. Los lugares de trabajo han cambiado ms a las mujeres que las mujeres a los lugares de trabajo sostiene Hochschild. Muchsimas mujeres han entrado en el mundo laboral siguiendo la pauta marcada por los hombres, jugando a ser ejecutivas agresivas. Los esquemas de trabajo siguen siendo igual de rgidos que hace veinticinco aos, y los hombres no han puesto de su parte en las tareas domsticas. El hogar es, al final, el muro contra el que se estrellan todos los problemas.

MEJOR SOLAS...

Bendita soledad. Cada vez son ms las espaolas que deciden vivir sin compaa. No son las solteronas de antao, sino jvenes profesionales que pueden permitirse el lujo de no depender de nadie. La gran ciudad es su elemento natural, donde mejor podrn escapar a la presin social y ms fcil ser el encuentro casual con otras almas solitarias. Estoy muy a gusto como estoy: por las noches, a veces, se te hace un poco cuesta arriba, pero otras es una autntica delicia. Laura Alza tiene treinta y tres aos y se gana la vida haciendo traducciones y escribiendo guiones de televisin. Casi todo el tiempo trabaja en casa; su tendencia a la soledad, reconoce, es a veces exagerada... Pero qu le voy a hacer? Me encanta ir al cine sola, salir a correr sola, ir de compras sola. Antes no era as, sala mucho ms. Durante dos aos tuve novio y viv con l; estuvimos pen-

sando en casarnos y todo eso, pero al final lo dejamos. Desde que tengo piso propio me estoy volviendo un tanto "especial", pero prefiero cien veces esto a tener que cambiar paales o a estar peleando por tu espacio propio. Pienso que casarse y tener hijos es una manera de complicarse la existencia. A Laura le revienta la palabra soltera y prefiere la inglesa single, que no tiene el estigma social y que adems significa singular o persona que decide vivir a solas. Llaneras solitarias, las bautizaba en 1997 la revista Harpers &Queen en un reportaje que exploraba los nuevos estilos de vida de las mujeres en los pases occidentales. Aunque siempre ha habido casos aislados, el fenmeno social de las singles es relativamente nuevo en Espaa, donde el 85 % de las mujeres se casa antes de cumplir los veintinueve aos. Pese al camino avanzado, an estamos a mucha distancia de Estados Unidos, donde en 1996 hubo por primera vez ms jvenes solteras que casadas entre los veinte y los treinta. En Norteamrica existen publicaciones especializadas (Single Living) y asociaciones como Childfree Network, que hacen proselitismo de la vida sin hijos. Su creadora, Leslie Lafayette, slo le ve enormes ventajas a la soledad: mayor autoconocimiento y desarrollo personal; mayor proyeccin laboral; menor desgaste emocional; menos penurias econmicas; menos compromisos sociales; total libertad de accin para viajar, mudarse o cambiar de trabajo; menos tensiones y ms tranquilidad de espritu. El aislamiento y la depresin son los dos fantasmas que acucian a hombres y mujeres que viven sin compaa. Leslie Lafayette les sugiere que no se recluyan ante el televisor o el ordenador y hagan un esfuerzo permanente por socializar en cafeteras, libreras, gimnasios, clubes de todo tipo o en organizaciones de voluntarios. En ltima instancia, invita a las llaneras solitarias a que se afilien a cualquiera de los cincuenta grupos de apoyo de Childfree Network en Estados Unidos, donde siempre encontrarn algn corazn amigo.

Las singles son un grupo no del todo homogneo. Algunas estn dispuestas a vender muy cara su libertad: el noviazgo no entra en sus planes y slo se casan con el trabajo. Otras mantienen relaciones ms o menos duraderas, pero procuran no implicarse excesivamente y guardar las distancias. Camino de los cuarenta, ms de una renunciara a su soledad, pero el listn de exigencias a esa edad est ya demasiado alto. Ante la imposibilidad de encontrar un hombre que d la talla como padre, las hay que optan por encargar un hijo fuera del matrimonio. Los americanos lo llaman el sndrome de Murphy Brown, en honor a la protagonista de la famosa serie televisiva. Ser madre soltera en Estados Unidos no es ya un castigo del cielo; ms bien un motivo de autosuficiencia y orgullo. Uno de cada cinco hijos nacidos en 1994 en Norteamrica se estaban criando en un hogar sin padre, segn la oficina del censo. Disminua el nmero de adolescentes embarazadas, pero aumentaban espectacularmente las veinteaeras y treintaeras que decidan ser madres sin estar casadas (del 6,7% al 12,9 % en apenas una dcada). En muchos casos estamos ante mujeres econmicamente independientes y sin pareja estable, que sienten la necesidad de ser madres y, simplemente, no pueden esperar a encontrar el hombre ideal, comenta Amara Bachu, la autora del informe oficial. Mejor sola que mal acompaada, habla la voz de la experiencia: Ronne Mendelson, treinta y cuatro aos y un hijo que crece maravillosamente bien sin la presencia del padre... Es un error pensar que un nio se educa con carencias si no lo hace ante los ojos de una pareja estable. Yo crec en una familia disfuncional y s lo que se sufre. Es mucho ms saludable hacerlo con una sola persona que asume los dos papeles antes que estar soportando tensiones, peleas y abusos. Ronne vive en Dallas y es jefa de departamento en una fbrica de productos lcteos. Se lleva al nio al trabajo, lo deja en la guardera de la empresa, baja a darle de comer y salen juntos a las cinco de la tarde. El padre? Vive muy lejos, a ms de mil

kilmetros. No he tenido problemas con l; se conforma con poco. Como mucho lo ve cuatro veces al ao... Nunca he sido capaz de durar con un hombre ms de dos aos. Procuro ser realista: no vivimos en un mundo ideal, y aquello de hasta que la muerte os separe se ha cado por su propio peso.

REINVENTAR EL MATRIMONIO?

Dianne Sollee es una mujer divorciada que la tiene emprendida contra el divorcio. Su experiencia personal y su trabajo de campo como psicloga familiar le han servido para comprobar la capacidad destructiva de la separacin... Y no te hablo slo del trauma por el que han de pasar los hijos: te puedo contar cientos de casos de adultos, sobre todo mujeres, que nunca han logrado superar el mazazo emocional y econmico. Sollee no va de carca por la vida, ni enarbola la bandera de lo que ha unido Dios, no lo separe el hombre. Su cruzada particular obedece a motivos racionales, humanos y prcticos. En 1996, Sollee cre en Washington la Coalicin por el Matrimonio, la Familia y la Educacin de la Pareja. Un ao despus consigui lo nunca visto: reunir bajo el mismo techo a feministas radicales, cristianos de derechas, psiclogos familiares e investigadores sociales para darle nueva vida al apolillado concepto del matrimonio. El singular encuentro se clausur con un llamamiento a favor de los smart marriages (matrimonios inteligentes), en respuesta a la plaga de dumb divorces (divorcios tontos). Qu es un matrimonio inteligente? se pregunta Sollee. Pues una relacin slida, cimentada en una meta comn y cuajada de dificultades, una ocasin nica para madurar y encontrar la plena satisfaccin en tu vida. Sollee no se opone frontalmente al divorcio; con lo que no comulga es con el uso sistemtico que se hace de l... En vez de

servir como salida de emergencia, se utiliza como puerta giratoria. Y todo por culpa de la ligereza con que la gente se casa: de la comida rpida hemos pasado al matrimonio rpido, superficial, de un da para otro. En nuestro afn por resolverlo todo instantneamente, hemos sacrificado la visin de futuro: nos falta capacidad y paciencia para superar las fricciones, que son parte indisoluble del crecimiento y la maduracin del matrimonio. La convivencia previa no basta; hace falta una preparacin slida. De educacin va la cosa. Desde principios de los noventa se han vuelto a popularizar en Estados Unidos los cursillos prematrimoniales, esta vez con un enfoque estrictamente psicolgico (nada que ver con las catequesis religiosas), pensados para calibrar la disposicin emocional de cada uno y detectar los puntos de conflicto. Si las parejas no dominan sus habilidades para manejar los problemas, los aspeaos negativos de la relacin acaban pesando siempre ms que los positivos afirma Scott Stanley, mentor de los cursos PREP (Programa para Fortalecer las Relaciones Prematrimoniales). La elevada tasa de divorcios es el precio que estamos pagando por el desconocimiento. El Estado debera subvencionar la educacin matrimonial, para que la gente tenga acceso libre y gratuito antes de pasar por el juzgado. Nuestra experiencia nos dice que las parejas que se inscriben en los cursillos reducen por lo menos a la mitad el riesgo de divorcio aade Stanley. El 10 % de los novios que se somete a la prueba de incompatibilidad de caracteres decide no casarse. Con precisin cientfica, otro psiclogo experto en relaciones, John Gottman, sostiene que el 90 % de los fracasos matrimoniales son perfectamente predecibles. Gottman, profesor en la Universidad del estado de Washington, lleva veinte aos analizando con microscopio a las parejas en el as llamado Laboratorio del Amor (Love Lab). Su mtodo va ms all de los interrogatorios parapoliciales y los tpicos tests de aptitudes: es capaz de leer el lenguaje no verbal de las parejas y extraer, como quien dice, su radiografa emocional.

Comunicacin, lo que falta bsicamente es comunicacin en la pareja. A esa conclusin ha llegado Gottman despus de examinar en su probeta el contenido de los fracasos. En el matrimonio, como en el trabajo, impera la ley de la invectiva, el mutuo reproche, el insulto y la humillacin. Ms que convivir, la mayora de las parejas sobrevive en un clima hostil y preblico. La llegada de los nios, en muchas ocasiones, no hace sino desbordar la situacin. Las familias, por lo general, se instalan en una situacin de soportable infelicidad hasta que algn elemento ajeno (normalmente, una relacin extramatrimonial o un problema econmico) acta como detonante. En Estados Unidos, el nmero de divorcios creci imparable durante treinta aos hasta que toc techo a primeros de los noventa: uno de cada dos matrimonios acababa matemticamente en ruptura. La situacin parece haber remitido en los ltimos aos y ronda ahora los cuatro divorcios por cada diez matrimonios. As lo revelaba en 1997 el informe Caractersticas de los Hogares y las Familias, publicado por la Oficina del Censo americana. Las tendencias de las ltimas dcadas han llegado a un punto muerto sostiene el autor del estudio, Ken Bryson. El divorcio est dando marcha atrs y las familias vuelven a tener ms hijos. La revolucin social que se inici a primeros de ios sesenta ha entrado en una fase autocrtica, concluye Bryson. Tal vez nos encontremos en los albores de la reinvencin del matrimonio... En Espaa, an estamos en la cresta de la ola divorcista. De momento tocamos ya a cuatro separaciones por cada diez bodas. En 1995 se rompieron legalmente 83 577 parejas, el 47,5 % ms que hace una dcada. El nmero de divorcios va en aumento, pero sigue siendo bajo con respecto a otros pases de nuestro entorno sostiene el socilogo Santiago Borrajo Iniesta, autor de La ruptura matrimonial en Espaa. Y no creo que lleguemos nunca al nivel de Estados Unidos o de los pases escandinavos porque, cultu-

ralmente, aqu somos diferentes y la familia es algo muy valorado. Diferentes o no, lo cierto es que nos movemos socialmente bajo el inevitable influjo del modelo americano, y tal vez no har falta esperar al punto lgido para que acabe tomando cuerpo en nuestro pas un movimiento a favor del matrimonio inteligente a imagen y semejanza del que existe en Estados Unidos (el xito de El amor inteligente de Enrique Rojas es ya un indicio). Ha llegado el momento de admitir que la revolucin del divorcio ha fracasado asegura sin ambages Barbara Dafoe, autora de The Divorce Culture (La cultura del divorcio). Los mismos valores del mercado ambicin, codicia, individualismo los hemos trasladado a nuestras relaciones personales, cada vez ms inestables. En aras de nuestra propia libertad, hemos acabado enterrando el compromiso y la responsabilidad. Al final, la factura la estn pagando nuestros hijos. Por la izquierda ideolgica comienza a hablarse tambin de la necesidad de dar una segunda oportunidad a la familia. La mujer, dicen, debe desprenderse del disfraz de ejecutiva y abrirse sin medias tintas a la experiencia de la maternidad. El padre, el nuevo padre, ha de ser solidario y tirando a andrgino, presto a asumir las tareas hogareas ms ingratas y a renunciar a las horas extras. Hasta los homosexuales y las lesbianas parecen haberse contagiado de la marcha atrs: no slo reivindican ser reconocidos como parejas de hecho, sino poder casarse con todas las de la ley y tener hijos como cualquier matrimonio heterosexual. La apuesta por una relacin duradera vuelve a dibujarse pues como el camino ms recomendable hacia una vida ms equilibrada y completa, frente al descalabro emocional y a las preocupaciones adicionales que conllevan las separaciones. El divorcio ha sido, seguramente, una de las ms celebradas conquistas sociales del siglo, y en muchsimos casos ha permitido romper el yugo a miles de mujeres. Con el tiempo, sin embargo,

se ha destapado como un arma de dos filos: por un lado, liberadora; por el otro, frustrante.

DE VUELTA A CASA

Un nuevo tipo de madre est emergiendo. Una madre que no es ni la tradicional ama de casa, ni la mujer trabajadora. Una madre que ha aprendido a poner la familia primero sin ponerse a s misma la ltima. Una madre que tiene todas las posibilidades a su alcance y que por decisin propia ha decidido dejar total o parcialmente su empleo para explorar otras posibilidades... Hasta aqu, el manifiesto de la asociacin Mothers Ai Home (Madres en casa), creada en 1984 por un grupo de mujeres americanas que, sin renunciar a las conquistas sociales de las ltimas dcadas, han optado voluntariamente por el regreso al redil. Linda Burton es una de sus fundadoras. Despus de buscar afanosamente el sentido de la vida en su trabajo como actriz y como relaciones pblicas, decidi probar con un hijo nada ms cumplir los treinta. Y as, ante su sorpresa, descubri de pronto las enormes posibilidades de crecimiento personal y espiritual que ofrece el hogar. Nadie puede ensearnos mejor quines somos que nuestros hijos escribe Linda, coautora de What's a smart woman like you doing at home? (Qu hace en casa una mujer inteligente como t?). Aprender con los nios es un reto constante, mucho ms que el que nos ofrece la rutina de la oficina [...] Yo intento marcar la diferencia en el hogar, y en este sentido no creo que mi trabajo sea muy diferente del que haca antes. Adems, puedo seguir hacindolo ocasionalmente desde casa, a tiempo parcial o por temporadas. Linda trabaja tambin como voluntaria en Mothers At Home, organizando grupos de apoyo, dando conferencias o

escribiendo en Welcome Home (Bienvenida a casa), la revista-bandera del movimiento. La asociacin da trabajo permanente a decenas de madres que se prestan a cuidar de nios ajenos y ayuda a crear redes de intercambio en barrios y comunidades (hoy te cuido a tu nio, maana me cuidas al mo). El sentimiento de culpabilidad, por delante de las necesidades econmicas, es el factor que ms retrae a las mujeres cuando surge la posibilidad de volver a casa dice la fundadora de Mothers At Home. Nos han educado para hacernos creer que nuestra mayor contribucin a la sociedad est fuera del hogar. Si renunciamos al trabajo, aunque slo sea parcialmente, tenemos la sensacin de estar desperdiciando nuestra vida. Nos sentimos incmodas por dejar a nuestros maridos todo el peso econmico de la familia. Y luego est tambin la incomprensin por parte de otras mujeres, que nos critican por estar traicionando de alguna manera el espritu de la revolucin femenina. Posponer lo ms posible la maternidad para consagrarnos a nuestra carrera parece lo ms normal antes de pasar por la experiencia aade Linda Burton. Pero cuando los nios llegan, para revelarnos una nueva dimensin de la vida, es absurdo dejar en manos ajenas la recompensa. Nuestro gran descubrimiento ha sido se: comprobar que la maternidad no es el callejn sin salida que nos haban dicho. Apostar por la familia no es renunciar al crecimiento personal, es el lema de Mothers At Home, que no abogan precisamente por rescatar el modelo de ama de casa sumisa y pasiva. El nuevo ideal es el de la madre activa, dispuesta a trabajar desde el hogar, en horarios flexibles o en empleos estacionales (tres, cuatro o cinco meses al ao) que le dejen tiempo y energas para indagar otros caminos, cultivarse a s misma o dedicarle ms tiempo a los suyos.

DIEZ SUGERENCIAS... PARA MADRES ACTIVAS

brase sin reservas a la experiencia de la maternidad. Relegue el trabajo a un segundo plano durante el embarazo y tmeselo como un proceso de desaceleracin y autoconocimiento. No aguante en la oficina hasta el ltimo momento. Evite pensar en el trabajo durante las primeras semanas despus del parto. No cuente los das que le faltan para volver a incorporarse. Entrguese por completo a su nueva experiencia y descanse todo lo que pueda. Reponga fuerzas. Implique al mximo a su marido. No permita que, con la excusa de su trabajo, eluda las nuevas responsabilidades domsticas. Evite la sensacin de sola ante el peligro. Apyese preferiblemente en algn familiar cercano. Mantngase en contacto frecuente con otras madres. Acuda con el nio a charlas orientativas sobre la lactancia, las vacunaciones, etc. No lo deje todo en manos del pediatra. Lea todo lo que pueda sobre los primeros meses de vida del nio. No piense que ya ha cumplido a los tres meses. Valore lo que supone cortar de cuajo la lactancia. Sopese las consecuencias de una separacin prematura y valore si, personal y econmicamente, le compensa dejar a su hijo en manos ajenas. No se sienta culpable si su decisin es renunciar, total o parcialmente, a su trabajo. El tiempo que decida pasar cerca de su hijo no son horas perdidas. No debe entrarle cargo de conciencia por dejar temporalmente el peso econmico de la familia en su marido. Plantese todo un abanico de nuevas opciones a su alcance: jornada a tiempo parcial, horarios flexibles, puestos de trabajo compartidos, empleo estacional, teletrabajo... Infrmese de sus derechos e intente llegar a un acuerdo con su empresa. Explore las nuevas posibilidades del trabajo desde casa. Pida informacin en la Asociacin Espaola de Teletrabajo.

Aprenda a familiarizarse con Internet. Consulte las bolsas de trabajo a distancia en las oficinas de empleo. Estudie la opcin ms radical: el autoempleo. Si su anterior trabajo no le estimula suficientemente, o si las condiciones laborales no le compensan, siempre tiene la posibilidad de iniciar su propio negocio desde su hogar. No se resigne al papel de ama de casa pasiva. Pasados los primeros meses, evite que toda su vida gire en torno a los paales y los biberones. Combata los das malos con una actividad intelectual que le obligue a estar al da. Aprenda con sus hijos. Busque afanosamente un nuevo punto de equilibrio.

PADRES MATERNALES

El hombre no arrima el hombro. Sigue siendo el proveedor de antao, pero no ha sabido o no ha querido cubrir las espaldas a la mujer trabajadora. Como padre, tampoco ha dado la talla: por su ausencia lo conoceris. Las encuestas dicen que los hombres espaoles dedican a las tareas domsticas tres veces menos tiempo que las mujeres, obligadas a dejarse la piel en dobles jornadas de catorce horas. Las diferencias son an mayores, de uno a cinco, en el captulo cuidado de los nios. Pese a que la ley les ampara, apenas ochocientos padres al ao (uno por cada cien madres) se dignan a coger permisos cuando llega la descendencia. La excusa perfecta: Mi sueldo es esencial para salir adelante. El sexo masculino tiene una asignatura pendiente en casa y otra en la oficina. Segn un estudio del Instituto de la Mujer en 1997, los espaoles se consideran mayoritariamente vctimas de la incorporacin de la mujer al trabajo y temen que se produzca una venganza sexista contra ellos. La Federacin de Mujeres Progresistas, ante la permanente injusticia social y la frrea

resistencia al cambio por parte de los hombres, propuso ese mismo ao el Nuevo contrato social para compartir las responsabilidades familiares, el trabajo y el poder. Mientras en los pases nrdicos y centroeuropeos va cobrando fuerza la imagen del nuevo padre, maternal y solidario, en Espaa seguimos anclados en un machismo solapado y en ocasiones brutal que no siempre reflejan las encuestas. La desigualdad comienza de puertas hacia dentro, y por muchas leyes pro-paternidad o de flexibilidad en el trabajo que se aprueben, el cambio ha de ser necesariamente ms profundo e ntimo. Se impone un giro radical, un nuevo orden familiar que tal vez tarde una o dos generaciones en cuajar. La paternidad andrgina es para muchos psiclogos familiares la respuesta necesaria a la feminizacin del trabajo. Pueden un hombre y una mujer ejercer de madres al mismo tiempo?, se pregunta Diane Ehrensaft, autora de Parenting Together (Compartiendo la paternidad). Para ilustrar su respuesta positiva, por supuesto, Ehrensaft se lanz a la busca de cuarenta padres maternales. Su trabajo le cost... Todos estos hombres tenan en comn el rechazo a la clsica figura paterna con la que fueron educados. No se sentan cmodos con la cultura masculina que les toc vivir, y la experiencia de la paternidad les hizo superar definitivamente la barrera de sexos. La gran mayora prefera incluso tener una hija antes que un hijo. En su escala de valores, la familia estaba en primer lugar, por delante del trabajo. El nuevo padre ha de nacer en el momento mismo del parto, acogindose a un permiso de paternidad, reclamando una jornada reducida durante los primeros meses o incluso alternndose durante los tres primeros aos con su esposa (una prctica habitual en los pases nrdicos). Otra posibilidad es la de pedir el traslado del trabajo a casa: con paciencia y disciplina, los paales son compatibles con las exigencias laborales. Bajo la batuta compartida de la mujer trabajadora y el padre maternal, la familia cobra una insospechada dimensin: la televisin deja de hacer de niera electrnica y los hijos se in-

corporan activamente a los nuevos esquemas. Las tareas domsticas se comparten democrticamente y cumplen la funcin de rituales. Se restablece la conexin. Se recupera el hbito de la conversacin y de la lectura en voz alta. El juego rompe con la rutina diaria. El nuevo padre, en fin, tiene la difcil misin de inventarse a s mismo, improvisar sin guin y buscar el equilibrio entre el trabajo y el hogar. La familia, pues, como fuente de gratificacin, y no como surtidor de constantes conflictos.

EL IDEAL FEMENINO

Ol tus glteos! Encuentros cosmticos en la tercera fase. Cmo ser una chica picante. Ellos las prefieren morenas... Y as una sarta de titulares provocativos para llenar el espacio entre cien, doscientas o trescientas pginas de publicidad, porque de eso se trata: vender a toda costa la imagen prefabricada de la mujer perfecta, imponer los designios de los mercaderes de la moda, el maquillaje y la perfumera, que para eso pagan. Las lectoras muerden fcilmente el anzuelo; no son conscientes de hasta qu punto estn siendo manipuladas. Todas quisieran ser como la chica de la portada, pero el espejo es cruel como la celulitis. Luego vendrn las pildoras adelgazantes, las dietas milagrosas. De ah a la anorexia y a la bulimia, tan slo un paso. Y eso por no hablar del camelo de la ciruga esttica: Todos guapos en el ao 2000. Y si se rompe el implante de silicona, quin paga? Ms obscenas an que las vallas publicitarias, las revistas femeninas explotan el lado vulnerable de las mujeres y las perpeta como vctimas. Las top model que nos sonren en las portadas no son sino mercenarias que martirizan a las desdichadas que las imitan (como muy bien dice el fotgrafo Oliviero Toscani).

El ideal que nos venden no existe, y el camino que nos imponen Ni un gramo de grasa!, Cuerpo diez en veinte das! es un calvario de espinas. Naomi Wolf, autora de El mito de la belleza, compara su efecto con el de un instrumento de tortura muy extendido en la Edad Media: la Dama de Hierro. Con apariencia exterior de mujer, la Dama de Hierro era en realidad una caja-sarcfago que constrea a sus vctimas entre pas asesinas. De la misma manera, sostiene Wolf, el ideal femenino impuesto por la industria de la belleza obliga a las mujeres a sufrir e incluso a morir por no encajar en el molde. Las mujeres americanas, marcando la pauta al resto del planeta, se gastan al ao cinco billones de pesetas en pildoras adelgazantes. Ms de un billn se dejan en cosmticos y cincuenta mil millones en ciruga esttica. El 40% admite que fuma para no ganar peso. En Espaa, la mitad de las estudiantes universitarias confiesa que quiere adelgazar, y aproximadamente 430 000 adolescentes y jvenes se encuentran en alto riesgo de sufrir los llamados trastornos de la conducta alimentaria, segn estimaciones del psiquiatra Gonzalo Morand, autor de Un peligro llamado anorexia. Morand denuncia las proporciones epidmicas del mal, y nos alerta contra la gran tendencia a la cronificacin y a la muerte en algunos casos (en pases como Suecia, el ndice de mortalidad asciende al 20%). La anorexia, adems, ha dejado de ser una enfermedad adolescente y femenina: ya comienza a hacer estragos entre las mujeres maduras y los hombres... Impresinalas! Abdominales de campeonato. El tamao es lo de menos. Secretos de un hombre multiorgsmico. Las revistas masculinas nos estn imponiendo poco a poco la misma tirana esttica, al servicio de los mercaderes del msculo, del estilo y de la fragancia para el hombre moderno. La publicidad lo domina todo, y el quiosco no es ms que un invariable reclamo de sonrisas profidn y siluetas danone, astutamente retocadas para tentar por igual a ellos y a ellas.

Gloria Steinem, cofundadora de la revista americana Ms., denunciaba en un ensayo titulado Sexo, Mentiras y Anuncios la permanente tirana publicitaria que tiene literalmente secuestradas a las revistas femeninas: Los anunciantes no slo dictan dnde van a ir emplazadas sus pginas, sino que deciden el "entorno" e imponen artculos que servirn para promocionar sus productos. Una de las exigencias ms frecuentes es que sus anuncios sean de un champ, de un perfume o de ropa interior no figuren al lado de reportajes duros o de contenido social. Resultado: cada vez hay menos pginas para informaciones sobre la vida misma y ms sobre asuntos tan peregrinos como dnde llevar la raya del pelo o si es ms sexy el camisn que el pijama. Ais. ha logrado mantener su lnea reivindicativa e independiente durante veinticinco aos a costa de tener que renunciar por completo a los ingresos y a las presiones de la publicidad. Antes de comprar una revista femenina, conviene tener en cuenta este consejo: el peso de los anuncios es proporcionalmente inverso a su credibilidad.

HIJOS DEL AGOBIO

ADULTOS PRECOCES

Los peridicos se estn poblando de noticias protagonizadas por nios que quisieron crecer antes de tiempo... y por adultos que alimentaron irresponsablemente esos sueos, infames ladrones de la infancia. A sus doce aos, Jessica se haba empeado en cruzar Estados Unidos a los mandos de una avioneta. Tena que sentarse sobre unos cojines para poder ver la pista y apenas le llegaban las fuerzas para activar los mandos. Pero el padre y su instructor le siguieron el juego, empeados en superar todos los rcords. Se estrellaron en mitad de una tormenta. El beso de Jonathan dio tambin la vuelta al mundo. Con toda la ingenuidad de sus seis aos, el nio estamp sus labios en las mejillas de una compaera de clase. La profesora, que lo vio todo, decidi denunciarle a la direccin del colegio. Expulsado por acoso sexual. En casos como ste, los pequeos han de aterrizar de pronto en el complejo universo de los mayores, donde todo son rigideces, urgencias y leyes que ellos no entienden. Luego vendr lo inevitable: traumas, ansiedades, anorexias, depresiones, enfermedades nuevas y viejas que cada vez se manifiestan a una edad ms temprana. Si a todo esto le aadimos la presencia ubicua de la violencia, las rupturas familiares, el bombardeo audiovisual, la presin de la escuela y el ritmo trepidante de nuestros das, no tardaremos en llegar a una obvia conclusin: la infancia no es lo que era. Una de las mayores paradojas de la vida moderna es precisamente sta: cada vez son ms los adultos que se comportan como nios y ms los nios que imitan a los adultos. La frontera entre un mundo y otro est desapareciendo. Los nios asesinan a los doce aos por imitar a los mayores. Los yuppies se disfrazan de soldados y juegan al pim, pam, pum para descargar la adrenalina...

El concepto de infancia est en grave amenaza de extincin en la sociedad que hemos creado apunta el doctor David Elkind, autor de The hurried child (El nio apresurado). Los nios de hoy en da son las primeras vctimas del estrs: nadie como ellos sufre las consecuencias de los vertiginosos cambios por los que estamos pasando. Puestos a buscar culpables, Elkind divide la responsabilidad entre tres: padres, escuela y medios de comunicacin. Los padres se sienten como en una olla a presin escribe, incapaces de encontrar su sitio en un mundo lleno de exigencias, transiciones e incertidumbres. Las escuelas, dice Elkind, se han industrializado y han acabado por convertirse en impersonales cadenas de ensamblaje donde lo nico que prima es el expediente acadmico, en detrimento de factores como la integracin social o la creatividad. La televisin, por ltimo, ha explotado comercialmente la vulnerabilidad de los ms pequeos y les ha apremiado para que crezcan ms y ms rpido. Un ejemplo muy claro lo hemos tenido en Espaa con el lanzamiento de los minicoches para nios de catorce aos. Pese a la alarma social por los indudables riesgos de accidentes, la poderosa maquinaria del marketing ha impuesto al final su criterio a golpe de eslogan publicitario: Dentro de cada hombre hay un nio que suea... Los adultos en miniatura son una especie ensalzada hasta la saciedad por los medios. Los clsicos programas para los peques han dejado paso a versiones infantiles de los shows para mayores. Los nios se entretienen matando virtualmente en Mortal Kombat. Las nias imitan con cinco aos la procacidad de las Spice Girls. Y aqu chocamos con otra gran contradiccin: los nios de hoy en da se las saben todas y, en el fondo, no saben nada. Son astutos y picaros, ingeniosos y avispados, pero tienen unas terribles lagunas emocionales y sociales, no reconocen ninguna autoridad, son olvidadizos e hiperactivos, leen cada vez menos,

carecen de valores, estn desmotivados, son fciles vctimas del alcohol y de las drogas. Algo est cambiando en el cerebro de los nios, y aunque no tenemos la prueba cientfica, nos sobran evidencias circunstanciales, afirma la psicloga Jane Healy, autora de Endangered Minds (Mentes en peligro). Healy escribi su libro a partir de su propia experiencia y la de trescientos profesores, igualmente alarmados por lo que se est cociendo en las escuelas: Hace aos, los nios tenan experiencias reales; sus padres les enseaban el mundo, les lean antes de acostarse, siempre estaban a mano cuando surgan los problemas... Hoy por hoy, la nica "experiencia" que comparten padres e hijos es ir de compras al centro comercial. El estilo de vida al uso materialismo, conformismo, sedentarismo acaba contagindose de padres a hijos (como lo demuestra el aumento de los casos de obesidad infantil en un 45% en los veinte ltimos aos). Healy se pregunta si la comida-basura y el abuso del azcar tienen algo que ver con el cambio de chip en el cerebro de los nios. Sospecha tambin que los ambientes txicos que respiran y el incesante ruido (cuidado con los walkman!) influye en su disminuida facultad de pensar. Pero lo que ms directamente les afecta es la borrachera visual causada por la televisin y los videojuegos. Los medios de comunicacin y el ambiente escolar son decisivos en la evolucin de un nio, aunque la responsabilidad primera y ltima sigue recayendo en los padres. A ellos se les puede exigir ms dedicacin y ms tiempo, y tambin un mayor empeo en inculcar a sus hijos unas pautas de vida que vayan ms all de los estereotipos comerciales. En sus manos est educarlos como adultos precoces o dejarse guiar por el sabio consejo de Rousseau en Emilio: Los nios tienen su propio modo de ver, pensar y sentir, y nada hay ms necio que hacerles cambiar su mundo por el nuestro.

JARABE DE PROZAC

Casos de anorexia y bulimia en nias de ocho aos. Ansiedad galopante e irritabilidad permanente en nios de once. Apata, indolencia, tristeza vital, suicidios... La depresin infantil es un mal cada vez ms prematuro y desconcertante. Padres y maestros se sienten impotentes ante una epidemia silenciosa que afecta ya al 8 % de los nios. Las sesiones del psiclogo salen demasiado caras. Solucin? Jarabe de Prozac. La depresin perjudica; Prozac ayuda. El mensaje, que tan hondo ha calado entre los adultos gracias a una agresiva campaa publicitaria, est haciendo estragos entre la poblacin infantil. El consumo del famoso antidepresivo entre los menores de doce aos se multiplic por cuatro en Estados Unidos entre 1995 y 1996. Los psiquiatras, que hasta entonces mantenan ciertas reservas, empezaron a recetarlo a espuertas, aun ignorando sus posibles efectos secundarios sobre los cerebros en crecimiento. El Prozac regula los niveles de serotonina y basta. La solucin es instantnea; los resultados cantan. Miles de padres abrazan la frmula mgica y prefieren dejar enterradas las races de la depresin de sus hijos. Ni por un momento se cuestionan si estarn usando a los nios como cobayas. Uno de los contadsimos estudios sobre los efectos de los antidepresivos adultos en menores lo realiz en 1994 el doctor Graham Eslie, de la Universidad de Texas. Un total de noventa y seis nios y adolescentes menores de dieciocho aos tom Prozac. La mitad super los episodios depresivos, aunque una veintena volvi a experimentarlos al cabo de unos meses. En diecisiete casos, se apreciaron efectos secundarios como tics nerviosos, hipersensibilidad o ataques de euforia. Otro conflicto que divide a los especialistas es la dificultad para diagnosticar la depresin infantil y para decidir cmo y cundo introducir los frmacos. Si damos a los nios medicamentos para regular sus estados de nimo, tal vez nunca

aprendern a canalizar por s mismos sus emociones alerta la psicloga Marsha Levy Warren. No debemos forzar a los adolescentes a tomar medicamentos para evitar que se comporten como adolescentes. En Espaa, la fiebre del Prozac no ha prendido entre los nios, pero hay mucho donde elegir: hasta setenta variantes de antidepresivos, algunos con sabor a menta, para conquistar el paladar de los ms pequeos. Los psiquiatras no dudan en recurrir a ellos cuando est indicado, como reconoce Mara Jess Mardomingo, autora de Psicofarmacologa del nio y el adolescente. Con medicamentos o sin ellos, el hecho de que decenas de miles de nios se estn contagiando de males adolescentes o adultos es todo un sntoma... Los pequeos son el rompeolas donde frecuentemente se estrellan los problemas de los mayores. Sus das estn jalonados de ausencias, soledades, incomprensiones, violencia. Y ese vaco no lo llena una cucharada de Prozac.

ANFETAS INFANTILES

Una maana como cualquier otra en el colegio. A la hora del recreo, cola de alumnos en la enfermera. Van pasando de uno en uno, con displicencia de corderos. Abren la boca, les dan una pildora. Que pase el siguiente... La escena comienza a ser habitual en las escuelas americanas: dosis diaria de Ritalina para que los nios hiperactivos se comporten en clase y se apliquen en casa. Anfetas infantiles a la medida de los crios difciles. Un milln de menores las consumen habitualmente en Estados Unidos, miles de ellos comienzan a tomarlas en Espaa. Suministrada en pequeas dosis, dicen sus defensores, slo tiene efectos beneficiosos: ayuda a fijar la atencin, a potenciar

la memoria, a combatir la actividad excesiva. Pero lo cierto es que su uso y abuso tiene divididos a los psiclogos, a los profesores y a los padres. Se merecen esto nuestros hijos? Los estamos drogando a conciencia? Estaremos haciendo de ellos unos futuros adictos? La clase mdica no se pone de acuerdo sobre las causas directas de la hiperactividad y del dficit de atencin, cara y cruz de la misma moneda. Los hay que sostienen que puede tener un origen gentico y hereditario, y otros que piensan que comienza a gestarse en estado embrionario, por la exposicin del feto a toxinas como el plomo, el alcohol o el tabaco. Otros estudios lo relacionan con la dieta (el elevado consumo de azcar y la cafena de las bebidas refrescantes) y con los incesantes estmulos audiovisuales. El doctor Manuel Garca, autor de Soy hiperactivo, qu puedo hacer?, est convencido de que existe un defecto cerebral de fbrica. Garca estima que entre un 3% y un 5% de los nios espaoles lo padecen, aunque reconoce que es muy difcil identificar el trastorno y que hay mucha confusin sobre el tema. Al nio hiperactivo se le reconoce a simple vista por su incapacidad para mantener la atencin, la facilidad para distraerse y olvidar las cosas, el fluir constante de una actividad a otra, la propensin a interrumpir las conversaciones y hacerse el sordo cuando se dirigen a l, su impaciencia y su inconstancia. Los investigadores norteamericanos Edward Hallowell y John Ratey afirman que, ms que biolgico, el trastorno es social: Vivimos en una jungla acelerada y frentica donde la hiperactividad se impone como ley de vida, y sa es una de las primeras lecciones que aprenden los nios... El entorno ambiental est enfermo, concluyen Hallowell y Ratey; no es extrao que los nios y los adultos se contagien. Unos nueve millones de norteamericanos mayores de dieciocho aos sufren tambin trastornos de la atencin. El nmero de pacientes diagnosticados con el mal se ha multiplicado el 250% en cinco aos. Tambin el consumo de Ritalina...

La Ritalina es un psicoestimulante que acta sobre el sistema nervioso central. Las autoridades sanitarias la consideran como una droga segura y efectiva, pero la lista de posibles electos secundarios se prolonga hasta la saciedad: tics nerviosos, irritacin permanente, dolores de estmago, insomnio. Y eso por no hablar de la dependencia que puede generar en los nios (se han dado casos de adolescentes que machacan las pildoras hasta conseguir un polvillo que luego esnifan o se lo inyectan en vena). Los laboratorios insisten: los psicoestimulantes se llevan usando desde los aos treinta y no existe evidencia de graves efectos a largo plazo. Aunque de cuando en cuando saltan a la prensa casos como el de Sara White (nombre fingido), que relataba as su experiencia en las pginas de Newsweek: Despus de su primera dosis de Ritalina, mi hijo John comenz a perder el apetito. Luego dej de dormir. Ms tarde empez a experimentar cambios repentinos de nimo: tan pronto se rea a carcajadas como rompa a llorar. Al final comenzaron los tics nerviosos y el hbito de tirarse del pelo hasta arrancarse los cabellos... Tuvimos que interrumpir el tratamiento y ponerle en terapia. Tres aos le ha llevado recuperarse. Los padres. Muchsimos padres presionan a los mdicos para forzar el diagnstico y poder conseguir la droga milagrosa, denunciaba en 1997 el psiclogo Robert Reid, profesor de la Universidad de Nebraska. Algunos la utilizan indiscriminadamente para que el nio se est quieto o incluso para que saque mejores notas.

ENGANCHADOS AL TAMAGOTCHI

La carta viene a cuento del popular Tamagotchi, la mascota virtual que persigue como la peor de las pesadillas a padres y profesores: Hemos llegado a la conclusin de que este tipo de juguetes crea una gran ansiedad en los nios, que puede perjudicarles seriamente en su estabilidad emocional y en su rendimiento escolar, adems de crearles dependencia y hacerles tomar responsabilidades injustificadas. Suscribe la direccin del Colegio Britnico, uno de los primeros en adoptar en Espaa la terminante decisin: prohibido venir a clase con el insidioso ingenio electrnico que llora, come, caga, se pone enfermo y amenaza con morirse si no le aprietan los botones. La fiebre del Tamagotchi ms de veinte millones de ejemplares vendidos el ao de su lanzamiento en todo el mundo es quiz el ms claro ejemplo del proceso de enajenacin en el que estn inmersos los hijos de la sociedad de consumo. Por si no tuvieran ya bastante con la tele o con los videojuegos, ahora se pasan el da enganchados a una minipantalla que reclama atencin permanente y les embarca en un sinvivir de tareas apremiantes. Creatividad e imaginacin cero. Esclavitud y sumisin en versin electrnica. Educadores y psiclogos coinciden casi todos en lo poco edificante del bip bip del Tamagotchi. Hasta el defensor del menor ha tenido que pedir pblicamente que no se deje la mascota en manos de nios de menos de siete aos, incapaces de distinguir entre la realidad y la ficcin, y susceptibles por tanto de sufrir un dursimo golpe emocional cuando se les muere su amigo electrnico por falta de atencin. En Chieti, Italia, una nia de quince aos sufri un fuerte shock porque al sacar el Tamagotchi de la cartera se lo encontr muerto. La nia se desmay en plena calle y tuvo que ser

trasladada a un hospital, donde permaneci dos das en observacin. La historia se col en los telediarios por delante de la decisiva reunin de los ministros de la Unin Europea sobre el futuro de la moneda nica. Los italianos abrieron, con su habitual vehemencia, un debate poltico sobre los riesgos del Tamagotchi... Estamos ante un juego diablico terci el neuropsiquiatra infantil Giovanni Bollen. La muerte del pollito "virtual" puede crear en los nios un pensamiento obsesivo y generar un sentimiento de culpa. Alonso Fernndez, catedrtico de psiquiatra y autor de Las otras drogas, entraba en la polmica desde las pginas de El Pas: Los nios aprenden a relacionarse mejor con su mquina de juegos que con sus amigos, y esto puede prefigurar una alteracin en su comunicacin emocional, una especie de autismo general en sentido amplio. Estoy seguro de que en el futuro aumentarn los porcentajes de alexitimia: la incapacidad para expresar los propios sentimientos. Se empieza con el Tamagotchi, se sigue con los videojuegos y se acaba con el ordenador (tambin se pueden tener mascotas virtuales incrustadas en la pantalla). El caso es cultivar el fetichismo tecnolgico desde bien pequeos. Curarles la soledad a base de mucho artilugio con botones. Sustraerles la propia vida y conectarles a un sucedneo electrnico. Aunque siempre habr algn experto empeado en demostrar lo contrario... Phyllis Cohn, de la Universidad de Yale, estima que el Tamagotchi puede ser muy til para los nios entre los ocho y los diez aos, cuando los pequeos comienzan a tener las cosas bajo control, a seguir unas reglas y a sentirse necesitados. Aunque pueda parecer un capricho, hay que respetar la necesidad infantil, sugiere Cohn a los padres de los nios que se ponen pesados porque sus amigos tienen mascota virtual y ellos no. Comprarles todo lo que pidan? No hace falta ser padre para percatarse de la vulnerabilidad de un nio y para acabar abominando de las triquiuelas de la industria de la publicidad

con tal de hacerles desear lo ms indeseable. Antes que el Tamagotchi cuaj la fiebre de las Tortugas Ninja y poco despus la de los Power Rangers, y los hogares de medio mundo se poblaron de reptiles y saltimbanquis agresivos y violentos. El Tamagotchi, por lo menos, muere sin que le disparen. Aunque los cerebros del marketing, que conocen mejor que nadie los gustos de los adolescentes, han inventado una versin cruel y despiadada de la inofensiva mascota japonesa: Cibergngster (made in Hong Kong). En lugar de inyecciones y comida, pide que le arrojen cuchillos, le den cigarrillos y le emborrachen con alcohol.

PIM, PAM, PUM

Setecientos nios japoneses acabaron en el hospital despus de una traumtica sesin televisiva de dibujos animados. El programa se llamaba Pocket Monsters, y el momento lgido llegaba cuando el hroe de la serie, Pokemon, reciba unas cegadoras descargas elctricas azules y rojas. Ataques de epilepsia, espasmos, nuseas, ardor en los ojos... Los efectos fueron instantneos. Los pequeos telespectadores cayeron como moscas en sus casas. En todo el pas estall la alerta roja contra la as llamada epilepsia fotosensitiva, que poda ser transmitida tanto por la televisin como por los videojuegos. Los estragos causados por Pokemon sirvieron, entre otras cosas, para alertar a los padres contra el acoso audiovisual que sufren los ms pequeos, casi siempre con un trasfondo inevitable de violencia. Por las mismas fechas, finales de 1997, el Consejo Audiovisual de Catalua hizo pblico un informe en el que denunciaba que la mayora de los asesinatos y peleas en televisin se emitan en horario infantil: de cinco a siete de la tarde. De los ciento veinte homicidios registrados en una semana

cualquiera, nada menos que ciento diez provenan de series producidas en Estados Unidos, principal exportador mundial de violencia. Y es que los nios americanos, antes de llegar a la enseanza secundaria, habrn visto ya ocho mil asesinatos en la pequea pantalla. A los dieciocho aos, se calcula, habrn presenciado pasivamente unos doscientos mil actos violentos. La cultura del pim, pam, pum no entiende ya de nacionalidades, y lo dicho de Japn y de Estados Unidos vale tambin para Inglaterra... El videojuego se llamaba Matanza en el patio, y consista en ponerse en la piel de un francotirador, acosar a los nios a la salida del recreo y liarse a tiros con ellos, preferiblemente en la cabeza. Las autoridades britnicas lo descubrieron a tiempo e impidieron su comercializacin por razones obvias. Nadie pudo evitar sin embargo que saliera a la calle Mortal Kombat, el simulador de lucha ms codiciado por grandes y pequeos. Unos a otros se pasaron con total impunidad las claves secretas, las que permitan al feroz Liu Kang cortarle la cabeza al enemigo, arrancarle el corazn del pecho o hacerle explotar en mil pedazos. La polmica que gener en Espaa y en toda Europa fue tal que oblig a introducir la rigurosa censura y la clasificacin por edades en las cartulas de los videojuegos. La fiebre de Internet coincidi ms o menos con la doommana. Y con ella, el descubrimiento de las enormes posibilidades y tremendos riesgos de la red. En Doom, la pantalla del ordenador es la cmara que nos arrastra por sinuosos pasillos donde acechan todo tipo de monstruos, a los que se puede triturar con ayuda de una sierra mecnica. La sangre que manchar la pantalla es tan roja como la de las pelculas.

CAMBIO DE PANTALLA

La televisin sigue siendo con diferencia la actividad predilecta de los nios espaoles. De acuerdo con un estudio elaborado por Corporacin Multimedia en 1997, los pequeos pasan ms horas al ao delante de la tele (937) que en la escuela (900). El 15 % de la poblacin infantil entra dentro de la categora de los teleadictos, capaces de dedicarle seis horas diarias a su vicio favorito. Si la televisin es tan importante como el colegio, algo habra que hacer sostiene Eduardo Garca Mantilla, director del informe. No se han analizado suficientemente los efectos de un medio que influye de una manera tan decisiva en los nios y que afecta a su lxico y a su capacidad de comunicacin. El ordenador dicen algunos puede ser la solucin definitiva, no slo para que los nios vean menos televisin; tambin para que le cojan el gusto al estudio. En Estados Unidos, los pequeos le han robado ya el 18 % de tiempo a la televisin para dedicrselo al ordenador. El 40 % de los padres confiesa que la nica manera de evitar que sus hijos se pasen horas hipnotizados delante de la tele es sentndoles ante un teclado. El cambio de pantalla, pues, se est gestando entre el aplauso de unos educadores y la preocupacin de otros. Jane M. Healy, la autora de Mentes en peligro, estima que el ordenador, con su tempe acelerado y su profusin de imgenes, puede provocar a la larga el mismo efecto que la televisin y configurar mentes de dos minutos, necesitadas constantemente de estmulos e incapaces de actividades reflexivas como la lectura. Healy recomienda, en cualquier caso, que no se siente a un nio delante de un teclado hasta que no haya cumplido los ocho aos, cuando ya sepa leer y escribir con soltura. Si se le da a probar antes la golosina visual, los libros le parecern aburridos y ser incapaz de fijar la atencin en una pgina sin ilustraciones. El abuso del ordenador, advierte, puede adems inhibir

la capacidad de socializacin de los nios y hacerles ms vulnerables a la explotacin comercial. Una opinin muy distinta es la que expresa en Growing up digital (Creciendo digitalmente) Don Tapscott, adalid de la llamada net generation: Gracias a los ordenadores, estamos ante un modo de aprendizaje radicalmente nuevo, basado sobre todo en el descubrimiento y la participacin. Los nios estn comenzando a procesar informacin desde edad muy temprana, y sa es una grandsima ventaja que repercutir a la larga en beneficio de esta generacin. Tapscott es de los que aspiran al ideal de un ordenador en cada pupitre y es firme partidario del libre acceso a Internet en las escuelas: Los centros de enseanza se convertirn en centros de aprendizaje. Y los estudiantes dejarn de recibir pasivamente las lecciones para convertirse en "jvenes exploradores intelectuales". Tercia en la discusin un consumado experto: David Gelernter, profesor de Ciencia Informtica de la Universidad de Yale... Los ordenadores por s mismos son buenos, pero no conviene albergar demasiadas esperanzas. Lo cierto es que hoy en da los nios tardan ms en leer y escribir, se manejan peor con las matemticas y no saben nada de humanidades. El acceso ilimitado a Internet no va a resolver este problema. Es ms, su introduccin en las clases desde edad temprana puede ms bien ser un elemento de distraccin. Como si ya tuvieran pocos.

HA NACIDO UN CONSUMIDOR

Ha nacido un consumidor. En su cuna estar esperndole desde hace meses Mickey Mouse. Johnson & Johnson velar probablemente por su higiene. Una guerra comercial se desatar a sus espaldas por ver quin consigue darle la leche en polvo, y despus la papilla. Coca-Cola y Pepsi Cola pugnarn por abrirle

las puertas del fascinante mundo de las bebidas refrescantes. Y McDonald's y Burger-King lucharn por conquistar su paladar con comida-basura... El pequeo gran consumidor aprender a decir mando (a distancia) al mismo tiempo que pap o mam. Cuando sea un poco ms mayor, ver del orden de veinte mil anuncios al ao en televisin. Se divertir cantando melodas comerciales, recitar de carrerilla decenas de eslganes publicitarios. Pensar que el mundo es Cortylandia. Lo querr todo. Los nios son el producto ms codiciado de la sociedad de consumo. Cuando vienen al mundo, un conjuro de fuerzas invisibles se pone en marcha para adiestrarles en la mecnica del capricho y del despilfarro. Con la connivencia o con la ignorancia, ms bien de sus indefensos padres. A todos ellos, grandes y pequeos, les convendra darse una vuelta por Kid Power para saber lo que se cuece. En Kid Power se dan cita todos los aos los mximos expertos mundiales en marketing para nios, con la finalidad de debatir las ltimas tcnicas de persuasin o engao de la poblacin infantil. All es donde se gestan las campaas multimillonarias de la Disney, en estrecha alianza con McDonald's o Coca-Cola. All es donde se celebran seminarios con ttulos como Ablandando el bolsillo de los padres, Enganchando a las familias, McMams o Cmo estimular el consumo de los nios a travs de Internet. En Estados Unidos, el asedio comercial con el cuento de los nios llega a extremos insospechados. Se calcula que el 85 % de los bebs estn ya etiquetados incluso antes de tener un nombre y un apellido. La consulta del obsttrico, la tienda de maternidad, el centro donde imparten clases de preparacin al parto... Cada paso que da el padre o la madre es un autntico regalo para las empresas de marketing directo, que rastrean a sus potenciales clientes con todos los medios a su alcance. Es el mensaje que los americanos estn vendiendo tan astutamente a medio mundo: los nios son un trozo cada vez ms suculento del mercado, y tambin un extraordinario vehculo de persuasin, capaces de teledirigir las compras de sus padres.

En pases como Dinamarca, Noruega, Suecia o Canad, la publicidad para nios est severamente restringida en televisin y radio. En Espaa, sin embargo, el terreno est ms que abonado para las multinacionales de la alimentacin, la bebida y el entretenimiento, que hacen y deshacen a su antojo. La invasin comercial comienza en la caja de cereales para el desayuno y acaba con el pijama estampado. Hasta hace unos aos, el mundo de la publicidad se impona ciertos lmites, pero hoy ya no, hoy se lanzan sin escrpulos a la yugular de los nios denuncia Michael Jacobson, autor de Marketing Madness (La locura del marketing). Hasta las escuelas pblicas americanas han cado en manos de los esponsores publicitarios (Nike, Burger King, Sprite), y eso s que es grave: estn educando a nuestros nios en la ausencia de valores del consumismo. De McDonald's se pasa directamente al Planet Hollywood, del Pato Donald a Joe Camel, de Levi's a Calvin Klein... El culto a las marcas se mama de nio y se prolonga en una suerte de eterna infancia...

PARIR EN CASA

Y si en vez de ir al hospital tenemos al nio en casa? No es una propuesta muy habitual en los tiempos que corren. Todos damos por hecho que lo ms natural es ponerse en manos de los mdicos y dejarles hacer, con la ayuda de los ltimos avances de la tecnologa. Nos han hecho creer que dar a luz equivale a jugrsela a vida o muerte, de ah la necesidad de tenerlo todo bajo estricto control y de intervenir a las primeras de cambio. Bajo esta perspectiva, el hecho de parir en casa se ve como algo oscuro y temerario, una rmora del pasado, cuando moran miles de mujeres y de nios por falta de asistencia...

Nada de esto ocurre en un pas como Holanda, donde cuatro de cada diez nacimientos se producen en casa, costeados por la Seguridad Social y controlados por las comadronas. En el 90% de los casos no suele haber problemas: el parto vuelve a ser una experiencia palpitante e ntima, adaptada a las necesidades fsicas y emotivas de la mujer, y no a la urgencia asptica del mdico. Y si en vez de ir al hospital tenemos al nio en casa? La idea parti de mi mujer, Isabel, al poco de quedarse embarazada. Mi reaccin inicial fue de incredulidad y sorpresa, pero ella acab contagindome su seguridad en s misma. Desde ese momento me incorpor a su embarazo. La decisin final la tomamos al cuarto mes. Las tediosas esperas en la consulta del obsttrico dejaron paso a las clidas visitas de Cara, la comadrona. Nuestros padres aceptaron sin ms la decisin; la incomprensin vino precisamente por parte de los amigos de nuestra edad, incapaces de entender por qu renegbamos de los hospitales. Lemos todo lo que pudimos sobre el parto natural, desde los clsicos de Michel Odent y Frederick Leboyer a La revolucin del nacimiento de Isabel Fernndez del Castillo. Hablamos con gente que haba dado a luz en casa; nos animaron mucho. Nos apuntamos a un cursillo de preparacin al parto y nos mentalizamos para lo que se nos vena encima. Miguel se adelant casi un mes y nos pill totalmente desprevenidos. Isabel rompi aguas en mitad de la noche. Llamamos a la comadrona; nos pidi paciencia... Todo lo que nos explicaron sobre las contracciones fue poco. Isabel tard en descubrir que lo que ms le aliviaba era concentrarse en un punto fijo; tambin la calmaron bastante las duchas calientes y los masajes en la espalda. Durante las doce horas que dur el trance, tuvo total libertad para moverse por la casa y elegir la postura que ms le convena... En el parto natural, la matrona propone, la madre dispone y el padre se descompone, estupefacto, ante el ms prodigioso de los acontecimientos. Nadie ni nada se interpuso entre nosotros; la

comadrona se limit a seguir la corriente y a intervenir lo justo. Yo tuve el privilegio de cortar el cordn umbilical y velar por l la primera noche. Ni la vida de la madre ni la del recin nacido estuvieron en peligro en ningn momento. Cara Muhlhahn, enfermera titulada, se trajo su equipo de emergencia a casa, recuperador de oxgeno incluido. A tiro de piedra tenamos el Saint Vincent Hospital, uno de los centros ms acreditados en nacimientos; en diez minutos podamos habernos plantado all de surgir complicaciones. No las hubo. En un hospital, todo parece diseado para intimidar a las mujeres, bloquear el curso natural del parto y hacer imprescindible la intervencin agresiva del mdico sostiene Cara, que abandon la prctica en una maternidad porque atentaba contra sus principios. Todo sera mucho ms fcil si el mdico cediera el protagonismo a la mujer, y no a la inversa. La gente parece resignada a las cesreas, a las espisiotomas y a las epidurales dice Mara Jess Montes, directora de la Asociacin Nacer en Casa y una de las contadsimas matronas que practica el parto natural en Espaa. Las mujeres no son conscientes de que se estn perdiendo la experiencia ms fabulosa de su vida... Imagino que la cosa cambiar, pero de momento es una alternativa bastante minoritaria. La vuelta al parto natural est haciendo reflexionar tambin a la clase mdica. Menos obstetras y ms comadronas, recomienda la Organizacin Mundial de la Salud en su informe Tener un hijo en Europa: La evidencia seala que no slo la mujer parturienta ha perdido el control, sino que tambin la tecnologa de la natalidad est incontrolada. En 1996 supimos que Espaa figura en los primeros puestos de Europa por cesreas innecesarias: unas veinticuatro mil todos los aos. Por esas mismas fechas tuvo un gran impacto un programa sobre el parto natural emitido por televisin. Aun as, las madres que se decidan a dar a luz en casa no pasaban de las doscientas al ao.

Holanda y Dinamarca son la avanzadilla del parto en casa, que tambin se est extendiendo por Inglaterra y por Estados Unidos. En 1997, el 2 % de los nios americanos nacieron a domicilio, segn datos de la asociacin NAPSAC, pionera en defensa del nacimiento natural. En los pases de nuestra esfera, las impersonales maternidades estn dejando paso poco a poco a los centros de nacimiento, un modelo importado de los pases nrdicos que combina la calidez de un hogar con la proteccin de un hospital. El Centro Acuario, en Denia (Alicante), ha sido el primero en abrir brecha en nuestro pas. Como solucin intermedia, los "centros de nacimiento"| una buena alternativa para quienes no se atrevan a nio en casa. Siempre y cuando no existan complicaciones en el parto debera volver a ser una experiencia familiar y humanamente simple y al mismo tiempo enriquecedora, nada traumtica. A la mujer embarazada no se la puede tratar como a un enfermo de apendicitis; ni al nio recin nacido como a un paciente que conviene blindar a toda costa frente a la amenaza de sus propios padres.

CRECER SIN ESCUELA

Robert no sabe lo que es el temblor de un examen, el pavor a unas notas, el miedo a un castigo. Tampoco sabe lo que es pasar lista, ponerse en fila o salir al recreo. No lo sabe y probablemente no lo sabr nunca, porque todo lo que sabe que no es poco lo aprendi desde muy nio en casa. En casa y con su madre, Illene Heller, como maestra para todo: escritura, lectura, matemticas, hebreo. Su padre, William Isabella, echa una mano por las tardes: trabajos manuales, electricidad, mecnica... De cuando en cuando, Robert se rene con otros nios que tambin estudian en sus casas y juntos exploran un museo, una biblioteca o el jardn botnico.

Cuando sus padres tomaron la decisin de no llevarlo al colegio, a principios de los noventa, a Robert lo miraban como a un bicho raro. Hoy en da ya no es tan extrao: ms de un milln de nios norteamericanos aprenden lo necesario sin salir del nido familiar. El movimiento del homeschooling (la escuela en casa) est tambin ganando adeptos en pases tan cercanos como Francia, Inglaterra o Alemania, donde es un derecho perfectamente reconocido. En Espaa, mientras, se sigue hablando peyorativamente de objecin escolar: los padres que deciden no llevar a sus hijos al colegio pueden ser denunciados al amparo de la Ley del Menor, y las autoridades pblicas competentes adoptarn las medidas necesarias para su escolarizacin. Ni la fuerza de la ley ni la presin social echaron para atrs a Julio y Almudena, una pareja que decidi hace tiempo abandonar Madrid con sus tres hijas para instalarse en Oropesa del Mar (Castelln). La suya es una de las cincuenta familias de objetores escolares que en 1997 haba en Espaa; sus casos aparecieron como autnticas rarezas en Cuadernos de Pedagoga. Todos ellos estn en contacto permanente para contrastar sus experiencias, aprender unos de otros y hacer fuerza para que en nuestro pas se les abra definitivamente las puertas. En su mente, una revista que haga las veces de correa de transmisin de sus ideas: Crecer sin escuela. Julio y Almudena lo tienen claro: la escuela es castradora y aplica una especie de tabla rasa en la mente de los nios. Muchas de las taras que llevamos en el inconsciente provienen de nuestra propia historia escolar sostienen. Durante los primeros aos de vida, el nio aprende jugando, y a partir de ah adquiere conocimientos, fantasas y todo lo dems. La escuela, por lo general, machaca la curiosidad y la creatividad de los pequeos. Y qu dicen los propios protagonistas? A veces tengo ganas de saber cmo ser el colegio reconoce Robert, el nio neoyorquino con el que abrimos el captulo. Pero me siento muy bien en casa. Tengo tiempo para leer todo lo que quiero, de

cinco a seis horas diarias. Mis amigos? Tengo bastantes, no creas. Casi todos ellos aprenden tambin en casa. Nos juntamos sobre todo para jugar al bisbol. La gente se mete con nosotros y nos dice que el nio tendr problemas para socializar de adulto dice la madre, Illene. A m me parece que es ms bien al revs, que son las escuelas las que crean conflictos, que es all donde aprenden malos hbitos que luego, en casa, son muy difciles de corregir. Las razones ticas y religiosas estn precisamente en el origen del homeschooling. Cuando el movimiento comenz a asentarse en Estados Unidos, all por los aos setenta, la mayora de los adeptos eran fervorosos cristianos, preocupados por la ausencia de valores en las escuelas. Despus se sumaron los libertarios, seguidores de las proclamas anti-institucionalistas de John Holt. Ahora, el espectro de los padres-profesores es tan ancho como el horizonte. Personajes de renombre como la actriz Debra Winger se han sumado a la tendencia y han renunciado parcialmente a su carrera para volcarse en la formacin de sus hijos. Los padres se organizan en redes y cuentan con el apoyo puntual de profesores para determinadas asignaturas. Circulan ya cientos de libros, revistas y websites destinados a facilitar la ardua tarea. Un examen anual o el informe de un tutor es la vaga idea que al final tendr el nio del rigor escolar. La jornada extraescolar de Robert Isabella comienza sin sobresaltos a eso de las nueve y media de la maana en su casa del East Village de Manhattan. El nio, por s mismo, elige entre una montaa de libros y comienza el da sumergido en la lectura: tal vez una adaptacin de una obra de Shakespeare, quizs un libro de Matemticas, o un ensayo de Groucho Marx... La madre, que trabaja a tiempo parcial como enfermera, ejerce todas las maanas tres o cuatro horas como profesora (a veces es agotador, pero compensa). Sin riesgo de equivocarme, dira que Robert est ms preparado que los nios de su edad presume su padre, William. El nio ha aprendido a aprender por s mismo, y sa es una

"asignatura" que no ensean en las escuelas. Yo creo que el gran problema de nuestros das es que los padres no tienen paciencia ni tiempo para leer a sus hijos o para aprender con ellos. Y todo lo delegan, en la escuela o en la tele, que es mucho peor. El boom de la escuela en casa crece imparable en Estados Unidos, del orden del 40 % al ao. El nmero de nios que no pisan el colegio podra superar el milln y medio en el ao 2000, segn datos del National Home Education Research Institute. Ensear a los hijos en el hogar obliga, por supuesto, a severos ajustes en la rutina familiar. El esfuerzo es grande, y la responsabilidad que recae sobre los padres puede resultar abrumadora. Las mujeres son las que habitualmente soportan el mayor peso: o renuncian a su carrera o trasladan el trabajo a casa, o reducen su jornada a tiempo parcial. De todo esto da fe Julia Ferr, madre de cuatro hijos en California, y abnegada profesora de todos ellos: A veces es muy sacrificado, es cierto, pero no hay mayor satisfaccin que aprender todos los das de tus hijos y con tus hijos. En esta sociedad en que vivimos, en la que los padres procuran pasar el menor tiempo posible con los nios, me considero en el fondo una privilegiada.

LA EDUCACIN EMOCIONAL

Hay dos tipos de padres: los que explican a sus hijos en qu consiste el mundo invisible de las emociones y los que prefieren reprimirlo, o cuando menos ignorarlo. La primera variante es una especie muy rara en nuestros das. Como dice Daniel Goleman, el autor de Inteligencia Emocional: Los padres se interesan cada vez menos por el crecimiento interior de sus hijos y pasan muy poco tiempo juntos. Los nios viven terribles situaciones de incomunicacin y aislamiento.

Resultado: estamos creando una generacin de analfabetos emocionales, nios con gravsimos problemas de socializacin, incapaces de expresar sus sentimientos o de controlar sus impulsos y con un nivel bajsimo de autoestima. La nica solucin, vislumbra Goleman, est en la escuela: Ya que los padres no les ensean, los profesores no tienen ms remedio que cubrir ese hueco. En decenas de colegios norteamericanos se imparten seminarios como Habilidad Social o Control de las emociones. Asignaturas como el autocontrol, la autoestima o la empatia comienzan a ser tan tenidas en cuenta como la tsica o las matemticas. En escuelas como el Nueva Learning Center de San Francisco, los nios empiezan el da evaluando su propio estado de nimo (del uno al diez) segn les van pasando lista. Las mejoras en los estudiantes no se hacen esperar: menos agresividad, menos propensin a las drogas, mayor autocontrol, mejor disposicin para el trabajo en grupo... Quizs ha llegado el momento de cambiar radicalmente el concepto de aprendizaje, de procurar que la educacin gire en torno a algo ms que un expediente acadmico, de tocar esa otra parte del cerebro de los nios que normalmente queda olvidada. Los profesores hacen lo que pueden, pero el mayor peso sigue recayendo sobre los padres. A ellos va dedicado un libro, The Heart of Parenting (El corazn de la paternidad), pionero en la aplicacin de la inteligencia emocional a la educacin. Su autor, John Gottman, sigui muy de cerca a ciento veinte familias y al cabo de diez aos evalu sus logros y fracasos: los hijos de matrimonios emocionalmente maduros no slo iban mejor en la escuela, tambin demostraban mejor salud fsica y mental, ms habilidades sociales y mayor autoestima. Gottman rechaza la divisin clsica entre padres autoritarios o excesivamente permisivos y aboga por lo que l llama el tutor emocional: Amar a los nios no es suficiente. Hace falta ensearles un tipo de habilidades para las que muchas veces no estamos preparados. Deberamos aprender todo esto en escuelas para padres, aunque lamentablemente no existen.

Gottman recomienda sacarle tanto partido a las emociones positivas como a las negativas, que a veces son ocasiones inmejorables para el aprendizaje. Conviene ayudar al nio a etiquetar y definir verbalmente sus sensaciones: triste, ansioso, tenso, preocupado, herido, frustrado. Tenemos que ser capaces de contagiarles nuestra confianza y ayudarles a salir por s mismos de las situaciones. Diplomarse en tutora emocional no es tarea fcil, y exige tres cualidades cada vez ms escasas en las familias de hoy: compromiso, dedicacin y tiempo. Gottman sostiene que el contacto constante y diario entre padres e hijos es fundamental durante los dos primeros aos. Hasta ese momento, debera procurarse no enviar al nio a una guardera ni dejarle demasiado tiempo al cuidado de terceros. Muchas guarderas no cuentan con el suficiente personal cualificado y cumplen ms bien la funcin de aparcamientos infantiles: en vez de fomentar la socializacin del nio pueden alimentar su inseguridad y su aislamiento. Ocho de cada diez nios pasan a lo largo del da un tiempo lejos de sus padres. La opcin ms socorrida en Espaa es ya el centro preescolar, seguida de los familiares preferentemente los abuelos, los conocidos y las nieras. La distancia entre padres e hijos es, pues, una constante desde la ms tierna infancia. Ni la infraestructura social ni las condiciones laborales favorecen la existencia en nuestro pas de un tipo de guarderas alternativas, muy extendidas en los pases nrdicos: los centros de estimulacin, donde grandes y pequeos acuden de la mano varias veces a la semana y aprenden juntos a jugar, a explorar, a compartir sus emociones...

DIEZ SUGERENCIAS- PARA EDUCAR EMOCIONALMENTE A UN NIO

Pngase en el lugar del nio. No acte siempre egoistamente y segn su conveniencia. Prstele atencin cuando la reclame. Pregntele y escuche. No intente averiguar por ciencia infusa ni le reprima con frases como Lo que te pasa es que eres un sinvergenza!. No le reproche el tener emociones negativas. La tristeza es tan natural como la alegra. Nuestro mundo emocional est lleno de altibajos. Aydele a identificar y canalizar sus malas emociones. Ensele a superarlas por s mismo: estar sentando las bases del autocontrol. Incentive su curiosidad. No le ponga barreras ni cortapisas. Sgale muy de cerca, pero no le proteja en exceso. Aprenda con l. Haga de cualquier experiencia un juego. Estimlele cuando aprenda algo por s mismo. Retrase por lo menos hasta los dos aos el momento de llevar al nio a la guardera. Procure, a cambio, asistir con l a centros de estmulo o grupos de juego para padres e hijos. No le pegue. Corrjale siempre que haga falta. Dgale no cuando tenga que decrselo. Aplquele un tipo de disciplina positiva. Sea afectivo con l. No permita que la televisin haga de padre o de madre. No le deje verla los primeros meses. Fije unos horarios estrictos. Celebre sus conquistas. Alimente su motivacin... Pero no le inunde de regalos. Fjele pequeas grandes metas. Estimule en l el deseo de lograr algo; as desarrollar su sentido de la intencionalidad.

SIMPLIFICAR CON NIOS?

Tener un hijo es tal vez la forma ms premeditada y tambin la ms enriquecedora de complicarse la existencia. Durante los

primeros meses, la falta de sueo y las continuas exigencias del beb sern una fuente aadida de estrs. A medio plazo, sin embargo, un nio puede ayudarnos a ver las cosas ms claras y a establecer un nuevo orden de prioridades en la vida. Por primera vez, quizs, seremos capaces de analizar framente nuestra actitud hacia el trabajo y cuestionarnos si merece la pena seguir quemando horas y ms horas en la oficina. Tendremos una excusa perfecta para adelantar la llegada al hogar, nos plantearemos la posibilidad de trabajar desde casa o a tiempo parcial (siempre y cuando la situacin econmica lo permita). El recin llegado nos obligar tambin a un riguroso ajuste presupuestario: inmejorable ocasin para modificar nuestra relacin con el dinero. Nos veremos forzados a renunciar a pequeos lujos (cines, restaurantes, ropa, viajes), pero con el tiempo descubriremos que un beb no es necesariamente una billetera sin fondo. Con tiendas de segunda mano, regalos tiles y recolectas entre familiares y amigos, se puede salir adelante sin ms gastos que los paales durante los primeros meses. La lactancia es tambin un ahorro considerable (amn de una inversin segura en salud y en desarrollo emocional del beb). La habitacin o la cuna no tienen por qu ser una rplica de Disneylandia... Las visitas a las tiendas de rigor nos harn caer en la cuenta de hasta qu punto los nios y los padres son vctimas del acoso comercial que comienza desde el momento de elegir unas simples sbanas. A poco que nos descuidemos, y antes de que el pequeo pueda pedir por su boca, tendremos una montaa de juguetes y accesorios intiles que perdieron todo su inters nada ms salir de la caja. La televisin reclamar desde muy pronto su inters, y si no se lo impedimos, aprendern seguramente a hablar con los eslganes comerciales. Hasta los seis aos, aproximadamente, un nio no est capacitado para distinguir entre lo que es y no es publicidad. Los anunciantes lo saben y se aprovechan: pagamos los padres.

Usar la televisin como niera electrnica o dejarla encendida como ruido de fondo es la manera ms segura de adiestrar a los hijos en el arte del despilfarro. Las sesiones de pequea pantalla hay que dosificarlas desde la infancia, e incluso alternarlas con perodos de abstinencia, de modo que los nios sean capaces de entretenerse fcilmente de otro modo. En el complejo mundo de los ordenadores, padres e hijos deberan caminar juntos, y a una edad no excesivamente temprana. Antes que con los teclados o las pantallas de colores, los nios deberan familiarizarse con los libros, las letras y los nmeros. Y tambin con la naturaleza, la msica, el baile o los deportes. Pero tampoco se les puede programar excesivamente en horarios extraescolares. Muchos padres, obsesionados por sacar partido a sus nios prodigio, los embarcan en una cadena interminable de actividades que al final se traduce en constantes tensiones. A los pequeos hay que estimularles y habituarles a una cierta disciplina, aunque conviene dejarles un ancho margen para el juego y el descubrimiento, acaso las dos formas ms bsicas de aprendizaje. Ni demasiado permisivos ni excesivamente protectores. Los padres han de saber encontrar el punto de equilibrio e inculcar a sus hijos un cierto sentido de la independencia desde bien pronto... El camino hacia la autonoma comienza cuando les haces saber que no estars siempre a su alrededor, afirma Elaine St. James, autora de Simplify your lije with kids (Simplifica tu vida con nios). El proceso de separacin, segn St. James, debera ser gradual e intensificarse sobre todo a los tres aos, la edad ideal para dejarles unas horas al da en un centro preescolar, que aprendan habilidades sociales... Tan pronto como un hijo gane independencia, tambin la ganarn los padres. Aun as, el primer paso para la emancipacin hay que darlo en casa: los hijos han de asumir cuanto antes las responsabilidades en el hogar, independientemente de su sexo. Tareas tan aparentemente ingratas como barrer, fregar los platos o lavar la ropa pueden ser para ellos tan divertidas como un juego.

Los hijos pueden involucrarse tambin en la preparacin de las comidas, que tienen que volver a cumplir la funcin de rito familiar por excelencia (no hay hogar ms catico e inmanejable que aquel en el que cada cual decide servirse a su hora y a su antojo, previo paso por el microondas). Conviene limitar al mximo el uso de los walkman, el telfono o los videojuegos e imponer, a partir de ciertas horas, el silencio electrnico en los hogares. La vida en familia se simplifica enormemente desde el momento en que los nios aprenden a deleitarse en la lectura, el dibujo o la msica y descubren que la soledad no es necesariamente aburrida.

LOS PIES EN LA TIERRA

VERDE, QUE TE QUIERO..

El ecobarmetro de Sigma-2 dice que el nuestro es un pas muy preocupado por el medio ambiente: ocho de cada diez espaoles muestra mucho o bastante inters por su entorno. Lo que rara vez airean las estadsticas es el abismo insalvable que existe entre las buenas intenciones y los hechos constatabas. Para la gran mayora, la proteccin del medio ambiente se limita al cuidado de no ensuciar la calle. En captulos tan bsicos como el reciclaje de las basuras, el cambio de los hbitos de consumo o la renuncia voluntaria al uso del coche estamos an a aos luz de algunos pases europeos. De quin es la culpa? De los ciudadanos y las grandes empresas, que hacen menos de lo que pueden (responde el 88 % de los encuestados). Y tambin, en menor medida, de los ayuntamientos, las asociaciones de vecinos y el gobierno. La gente est por fin sensibilizada, y en eso coinciden los grupos ecologistas. Conceptos tan etreos como el calentamiento global o el agujero en la capa de ozono han comenzado a calar en el ciudadano medio. Nos falta, sin embargo, una mayor determinacin para romper el muro de pasividad y silencio. Somos verdes de boquilla o de silln, y el profundo desconocimiento nos impide pasar a la accin donde ms incidencia tenemos: nuestra casa, nuestro barrio, nuestro pueblo. Un ejemplo de la lacerante falta de informacin es lo que ha ocurrido con el tratamiento de las basuras. Hasta 1995, y salvo iniciativas aisladas, el nuestro era an un territorio virgen en la cuestin del reciclaje. Dos aos ms tarde, y gracias casi exclusivamente a la presin de los ecologistas, el 44% de los espaoles afirmaba reciclar por su cuenta y riesgo, aunque muy pocos ayuntamientos facilitaran la recogida selectiva. La labor de asociaciones como Greenpeace, Coda, Aedenat, Adena o Amigos de la Tierra ha sido decisiva en campaas contra los vertederos txicos, las incineradoras, los planes hidrulicos y los cinturones de asfalto en las grandes ciudades.

Las organizaciones de consumidores tambin han puesto su grano de arena, y poco a poco los espaoles estamos asumiendo la ntima relacin entre el medio ambiente, la salud y la cesta de la compra. Los aerosoles, las pilas de mercurio, el policloruro de vinilo (PVC) y los alimentos transgnicos han sido los caballos de batalla de estos ltimos aos. El eco tardo de libros como La primavera silenciosa (de Rachel Carson) o Nuestro futuro robado (de Theo Colborn, John Peterson Myers y Dianne Dumanoski) ha servido para que por fin nos enfrentemos en Espaa a otra cuestin alarmante: la presencia ubicua en el aire, en el agua, en los alimentos de sustancias qumicas usadas en los pesticidas que se van acumulando en nuestros cuerpos y que estn afectando gravemente a la fertilidad, la inteligencia y las defensas inmunolgicas. La Asociacin Vida Sana lleva desde 1974 luchando en este terreno. Naci como una iniciativa singular de tres familias, con hambre de productos descontaminados, y ha terminado siendo el principal impulsor en nuestro pas de la agricultura biolgica. Aun as, la respuesta en Espaa es mnima: ms del 80 % de nuestros cultivos libres de abonos y pesticidas sintticos van a parar a los estmagos agradecidos de los centroeuropeos, mucho ms sensibilizados que nosotros por la dieta limpia. .Los medios de comunicacin, vendidos a los intereses de los anunciantes, rara vez informan de los entresijos de la industria de la alimentacin. Son de nuevo los ecologistas, con su presin insistente, los que han conseguido alertar sobre los riesgos de la manipulacin gentica de los alimentos, con una respuesta muy favorable de la poblacin. Nuestra predisposicin hacia el consumo verde est ah, esperando a que tomen nota los agricultores y los proveedores (y a que los precios bajen). El xito de iniciativas como BioCultura una de las principales ferias europeas de alternativas y calid|d de vida demuestra que hay decenas de miles de espaoles deseando apostar por unos hbitos ms sanos y alejados de la marea comercial.

Pero la gran mayora sigue, de momento, los caminos trillados. Pese a que la contaminacin figura entre las principales preocupaciones ambientales, la gente se resiste a bajarse del coche. Tan slo el 12% de los espaoles reconoca en 1997 haber reducido el uso del vehculo privado. El automvil sigue siendo nuestro compaero inseparable (y el mejor indicador de nuestro estado anmico y nuestro estatus econmico). El transporte pblico, la bicicleta o el auto compartido no entran an en nuestros rgidos esquemas, aunque el aire de nuestras grandes ciudades sea irrespirable. La proteccin del medio ambiente arranca en el momento en que apagamos voluntariamente un motor y reducimos nuestra particular emisin de dixido de carbono, xidos de nitrgeno y partculas en suspensin a la atmsfera. Esa idea an no ha cuajado en los espaoles, que siguen asociando la ecologa a la remota defensa de los espacios naturales o de las especies protegidas. Con evidente retraso, los partidos polticos y hasta el Ministerio de Medio Ambiente han incorporado a su vocabulario el concepto de desarrollo sostenible, y los ciudadanos empiezan a descubrir el modo en que sus pautas de consumo afectan no ya slo a su entorno inmediato, sino a la supervivencia del planeta. Segn estimaciones de la asociacin Consumers International, el desgaste de los recursos naturales exceda en 1997 el 33 % de la capacidad de la Tierra para recuperar los bosques talados y las reas contaminadas. La vigorosa ola consumista de las clases medias amenaza con arrastrar al mundo a una debacle medioambiental, deca un informe que fue presentado en el Quinto Foro de Ro y que conclua de esta preocupante manera: Del 35 % al 50 % de la poblacin de los pases en desarrolio est bajo la lnea de la pobreza. Mientras, la poltica que prevalece es la de producir ms y mejores automviles antes que autobuses, inundar el mundo de telfonos mviles antes que mejorar los sistemas pblicos de comunicaciones, ofrecer ms bebidas refinadas antes que agua potable para todos.

RECICLARSE O MORIR

Desaparecieron del barrio los traperos y los chatarreros, y nos quedamos con lo puesto, sin saber qu hacer con todo lo que no cabe en el cubo de la basura, obligados a desprendernos por la va rpida de una montaa de residuos papeles, latas, plsticos que podran ser aprovechados a poco que alguien se interesase. Nuestra remota idea del reciclaje se limita al contenedor de vidrio de la esquina, instalado ms por el inters comercial de los fabricantes que por motivos medioambientales. Todo lo que no es cristal va a parar indistintamente al cubo, y de ah al vertedero o a la incineradora: a envenenar el aire que respiramos y, de paso, desaprovechar una impagable materia prima para cantidad de productos (fertilizantes naturales, papel reciclado, cojines, alfombras, metales refundidos). Eso de tener dos, tres y hasta cuatro bolsas para los distintos tipos de basura nos suena de verlo en alguna pelcula americana, o de habrselo odo decir a un vecino. Pero nuestra mentalidad, de momento, es la de usar y tirar; en las antpodas de esa elemental regla de las tres erres que deberan ensear en las escuelas: Reducir, Reutilizar y Reciclar. El reciclaje comienza antes incluso de la adquisicin de un producto. Los envases de tetrabrik o las bolsas de plstico no se desvanecen en el aire. Hasta la mnima decisin en la cesta de la compra tendr un impacto ambiental, y ese mensaje no lo han captado an en Espaa ni los ciudadanos ni los ayuntamientos ni las empresas. El retraso con respecto a Estados Unidos y al resto de los pases europeos es tal que ni siquiera merecemos el ascenso a segunda divisin, en opinin del mximo experto en la materia, Alfonso del Val, autor de El libro del reciclaje: A excepcin de unas realizaciones tan escasas como ejemplares de mbito local en Espaa no se ha hecho nada por el reciclado. Cuando al ciudadano se le da la oportunidad, la respuesta es muy positiva y sorprendente afirma Del Val. Si ponen un

contenedor para la recogida de papel en la calle, al poco tiempo rebosa. Pero la solucin no es sa; la solucin es una es trategia global para la recogida selectiva y el reciclaje que en Es paa nunca ha existido. Tarde y mal (segn los grupos ecologistas), el Ministerio de Medio Ambiente decidi actualizar la ley de residuos de los aos setenta y entrar a saco en los cubos de basura. El objetivo, nada ambicioso, es imponer la seleccin previa en los hogares en el ao 2001, algo que ya se viene haciendo en pases como Alemania, Holanda o Austria desde hace dos dcadas. Tambin a destiempo nos ha llegado la ecotasa, el impuesto para sustentar el coste de la seleccin y el reciclado. Mientras en Estados Unidos se reciclaba en 1996 el 30 % de los residuos slidos urbanos, en las grandes ciudades espaolas la proporcin era de apenas el 5 %, y ms bien gracias a la labor desinteresada de la Asociacin de Grupos Recuperadores de Economa Social y Solidaria (ms de una veintena, repartidos por toda nuestra geografa). Por esas fechas, Crdoba era prcticamente la nica gran ciudad que contaba con un plan integral de recogida selectiva. El rea metropolitana de Barcelona decidi apostar meses despus por un programa de gestin de residuos que pretende llegar a tres millones de habitantes antes del ao 2006. En Navarra (donde abri la brecha en 1983 el grupo LOREA), en Madrid y en el Pas Vasco tambin ha habido actuaciones aisladas. Pero el autntico bastin del reciclaje en Espaa ha sido sin duda el plan de la Mancomunidad de Montejurra. Unos cuarenta y cinco mil vecinos, repartidos entre ciento cuatro pueblos, separan cuidadosamente en sus casas el papel y el cartn de la basura orgnica, recogidos por separado a domicilio. Tambin hay un da sealado para envases y otros (metales, plsticos, tetrabrik). El vidrio va a parar directamente a los contenedores callejeros. Las farmacias y los ambulatorios se hacen cargo de los medicamentos. Los traperos de Emas recogen la ropa y los muebles inservibles.

De las dieciocho mil toneladas recolectadas todos los aos, se acaba aprovechando el 60%. La materia orgnica pasa por una planta de compostaje y luego se vender como fertilizante natural (los vecinos tienen derecho a una porcin gratis). El vidrio, el papel y el cartn, los envases de plstico y los metales se venden por separado a la industria recicladora. Los muebles y la ropa acabarn en instituciones benficas o en tiendas de segunda mano. El xito del plan de Montejurra, Premio Nacional de Medio Ambiente en 1994, ha servido de inspiracin para otras mancomunidades. El reciclado despunta por fin en nuestro pas no slo como la alternativa limpia a las monstruosas incineradoras; tambin como una respuesta social al consumismo imperante y una apuesta personal por un estilo de vida ms sostenible, empezando por el lugar donde ms huella dejamos: nuestra propia casa.

DIEZ SUGERENCIAS..- PARA UNA VIDA DOMSTICA MS SOSTENIBLE

Alfredo del Val, en El libro del reciclaje, nos da algunas pistas para la iniciativa por nuestra cuenta sin esperar a que ninguna ley nos obligue. Algunos consejos estn tambin extrados del libro El hogar ecolgico: cuida el medio ambiente sin salir de casa, de Jos Luis Gallego y Csar Barba. Reduzca los residuos. Piense que todos los envases y embalajes desechables tendrn un impacto ambiental. Evite las dobles bolsas y los paquetes. Compre siempre que pueda a granel. Lleve una bolsa de tela o un carro a la compra y huya en lo posible del plstico. Rec :le su basura. Separe convenientemente la materia orgnica el papel y el cartn, el vidrio y los metales. Si su Ayuntamiento

no facilita la tarea, contacte con un trapero, un chatarrero o un recuperador de papel. Movilice a los vecinos de su comunidad e implique al portero de su finca para facilitar la tarea. Los residuos peligrosos bombillas, fluorescentes, medicamentos, aceites se pueden llevar a centros de recogidas. Infrmese y utilcelos. Devuelva a la tierra lo que es de ella: instale un compostero en su jardn o terraza. Valen de doce mil a veinte mil pesetas no ms que un microondas y le garantizan el reciclaje casero de su basura orgnica, que luego podr usar como abono. Hay mtodos de fabricacin casera ms barata: basta un simple cubo con una capa gruesa de tierra en el fondo. Utilice productos reciclables y/o reciclados. Evite envases de un solo uso como el tetrabrik o el vidrio no reutilizable. Nunca compre un producto embotellado en plstico PVC (muy utilizado en aguas minerales). Reutilice los recipientes de plstico. Modere en lo posible el consumo de latas de conserva. Evite los productos desechables como los pauelos y las servilletas de papel. Cambie al papel reciclado. Compre muebles y ropa de segunda mano. Prolongue al mximo la vida de los electrodomsticos y de los aparatos electrnicos. No caiga en la tentacin de cambiar de aparato de msica, de vdeo o de telfono a la primera avera. Aprenda a reparar o recuperar sus propios muebles. Restrinja al mximo el consumo de pilas (siempre que tenga la opcin, utilice el enchufe). Compre pilas alcalinas, y evite las de mercurio y cadmio. Utilice las pilas recargables cuando tenga garantizada la recogida selectiva y el tratamiento posterior. Aisle trmicamente su casa y reducir el consumo de calefaccin en verano y de refrigeracin en invierno. Instale un ventilador de techo en lugar de aire acondicionado. Ahorre energa. Utilice bombillas de bajo consumo. Recuerde la amenaza permanente de la sequa y modere al mximo el uso del agua. Instale un filtro para mejorar la calidad del agua potable (llene garrafas para aprovechar hasta la ltima gota). Ponga programas cortos en la lavadora y el lavavajillas. No sature la cocina de pequeos electrodomsticos de excesivo gasto y dudosa utilidad.

Apueste por el gas natural el combustible ms limpio. No caiga en la moda de cambiar los quemaderos de gas en la cocina por los elctricos o la vitrocermica. Considere la posibilidad de instalar gasodomsticos (lavadoras, lavaplatos o neveras que funcionan con gas). Evite el uso de aerosoles que contengan gases. Utilice productos de limpieza biodegradables. Mire cuidadosamente las etiquetas: prescinda de los que tengan fosfatos y tensoactivos. Utilice vinagre en lugar de leja. Use pinturas y barnices con etiqueta ecolgica. Utilice plantas con funcin ambientadora y descontaminante: ficus en el saln (absorbe el humo del tabaco y las colas), geranios y albahaca en la cocina (repelen a los insectos), potus y helechos en el cuarto de bao (absorben la humedad). Las plantas en grupo mantienen mejor la humedad en habitaciones secas a causa de la calefaccin.

CON EL COCHE AL FIN DEL MUNDO

En Un da de furia, Michael Douglas nos mostraba hasta dnde es capaz de llegar un conductor cuando pierde los estribos al volante. Armado con una escopeta, incapaz de soportar la tensin del gran atasco, decida emprenderla a tiros con ios coches, sin distincin de marcas, modelos o colores. Nos gustara o no, la pelcula daba una visin bastante aproximada de la paranoia hacia la que camina la sociedad motorizada. Segn un estudio de la Asociacin de Automovilistas Americanos, el 90 % de los conductores experimenta todos los aos el llamado road rage (el cabreo de la carretera). Arnold Nerenberg, psiquiatra californiano y mximo especialista en el tema, est empeado en elevar el road rage a la categora de enfermedad mental. Su propuesta, acompaada por decenas de casos clnicos de episodios agresivos al volante, est

en fas de estudio por parte de la Asociacin de Psiquiatras Americanos. El cabreo de la carretera se traduce en una subida fulgurante de la presin sangunea, una irritabilidad extrema y una consecuente prdida del autocontrol. Ms de sesenta minutos al da en (Joche, especialmente en hora punta, puede conducirnos de cabeza a ese estado de estrs aadido a la ya de por s insorportable tensin diaria. En Espaa, el conductor medio se pasa unas seiscientas cuarenta horas anuales en coche. La mayor parte de ellas (seiscientas) para moverse por la ciudad a una velocidad media (veinte kilmetros por hora) inferior a la de una bicicleta. A la luz de estos datos, est claro que los automviles nos sirven para algo muy distinto de lo que vemos en los anuncios: el fin del mundo est a la vuelta de la esquina y se parece mucho a una ratonera. Ms de catorce millones de turismos se mueven ya por nuestras calles y carreteras. Las autopistas y las vas de circunvalacin reproducen el modelo americano, que tan nefasto efecto ha tenido sobre las ciudades. En apenas diez aos nos hemos puesto al nivel de nuestros vecinos europeos: las altas y las bajas de las ventas de coches son el mejor indicador no slo de nuestra economa, tambin de nuestro pulso vital (ajeno al parte semanal de vctimas de la carretera). La televisin nos recuerda decenas de veces al da que necesitamos un coche para triunfar, un coche para ligar, un coche para darle envidia al vecino, o mejor dos. Porque el coche es algo ms que el coche; es el espejo retrovisor al que nos miramos todas las maanas, fiel reflejo de nuestro ascenso en la vida. Levantar la voz contra el uso indiscriminado del automvil en Espaa es poco menos que predicar en un pedregal. Lo atestigua Alfonso Sanz, coautor de Hacia la reconversin ecolgica del transporte en Espaa y miembro de la asociacin A Pie, que reclama la reconquista de la ciudad para quien la camina... No hay voluntad poltica de demostrar que sin el coche se puede vivir perfectamente. La gente est acostumbrada a coger el auto-

mvil a la mnima excusa, y as vamos a seguir mientras entre todos no lo impidamos. Las medidas de restriccin del trfico son impopulares al principio, sobre todo para los comerciantes, pero al final se acaban agradeciendo. Lo que hace falta es valenta para dar el paso adelante. Sanz habla de San Sebastin, Oviedo y Vitoria como tres modelos de ciudades recuperadas para uso y disfrute del viandante. Pamplona y Granada van por el mismo camino. Barcelona est siguiendo los pasos de otras ciudades europeas. El retraso es sin embargo evidente en Madrid, donde tocamos ya a cuatrocientos coches por mil habitantes. En los ltimos diez aos exceptuando acciones puntuales en algunos barrios, el peatn ha sido un cero a la izquierda y slo se han tenido en cuenta las exigencias de los automovilistas. A golpe de pasos y aparcamientos subterrneos, la ciudad ha sucumbido al imperio de las cuatro ruedas, que tambin tiene su gran parte de culpa en la boina contaminante que se va dibujando segn se baja de la sierra. Mientras no se produzca un cambio cultural en la poblacin, va a ser difcil avanzar advierte Alfonso Sanz. La gente tiene que darse cuenta de que ms coches y ms autopistas no suponen una mejor calidad de vida, sino todo lo contrario: ms contaminacin, ms problemas de movilidad. Hay que dejar de rendir culto al ttem del automvil y descubrir los enormes beneficios del transporte pblico y de la bicicleta. Haciendo honor al nombre de su asociacin, Alfonso Sanz se desplaza por Madrid mayormente a pie, como la mayora de los mortales. La bici la utilizaba mucho en tiempos, pero cada vez la saca menos porque se siente intimidado por los coches. Tiene carn, pero detesta conducir. Quien suscribe tambin puede aportar su experiencia particular con el coche... Despus de una larga dcada imantado al volante, llevo cuatro aos sin saber de facturas del seguro, plazas de garaje, gasolinas, reparaciones o multas. Volviendo la vista atrs, y recordando las horas que consum en los atascos, siento

ahora autnticas nuseas. Desde este otro lado del cristal, me compadezco de los sufridos conductores solitarios que avanzan a trompicones por la ciudad; mi experiencia como peatn y usuario del transporte pblico ha sido ciento por ciento liberadora. No reniego por completo del automvil; de cuando en cuando alquilo uno para huir al mar o a la montaa. No descarto volver a tener coche, pero jams para moverme dentro de la ciudad. Me lo impide el sentido comn. Con el coche pasa muchas veces lo que con la televisin: ms que por necesidad, lo utilizamos por hbito. Mejor dicho, nos dejamos utilizar por l: acabamos acompandole adonde quiera llevarnos. Preferiblemente, al atasco ms prximo. Cuando nos montamos en l, pensamos nica y exclusivamente en nuestro provecho, nuestra diversin, nuestra envidiable movilidad. Rara vez nos planteamos usarlo menos por motivos ecolgicos o de conciencia social. El coche est estrangulando nuestras vidas y nuestros paisajes sostiene Jane Holtz Kay, urbanista americana y autora de un contundente alegato contra la cultura del automvil: Asphalt Nation (Nacin de asfalto). A ttulo individual y a nivel de comunidad, estamos pagando un altsimo precio: contaminacin, congestin, aislamiento. El suburbio americano y nuestra peculiar versin, el adosado es el ms claro ejemplo de la planificacin de la vida alrededor del coche, denuncia Kay: El proceso de urbanizacin se extiende a lo ancho y el asfalto oculta el horizonte. Las distancias se multiplican y es absolutamente imprescindible usar el auto para cualquier actividad. Terminamos siendo sus esclavos. El dao est hecho, pero podemos reconquistar el terreno invadido por el automvil proclama la autora, que pide entre otras cosas una congelacin temporal en la construccin de nuevas carreteras, algo que desde hace aos viene reclamando la Alianza para la Moratoria del Asfalto, con sede en Arcata (California). En Auto-Free, su revista trimestral, lanzan un S.O.S. desesperado para salvar al mundo del peligro: En tres o cuatro

dcadas habr en circulacin mil millones de automviles. Nuestro planeta no podr soportar ese peso. Luchadores contra las carreteras, unios! En el Reino Unido, la organizacin Alarm UK ha plantado cara a la ampliacin indiscriminada de las carreteras y ha generado un cambio social impensable hace unos aos. Gracias a la presin popular, los britnicos estn en la proa europea en la reconversin del transporte. Las asociaciones ecologistas llevan ms de una dcada alertando contra los excesos de los planes de autovas y carreteras de circunvalacin en Espaa, pero la gente no est an sensibilizada acerca de la necesidad de levantar barreras a la invasin del automvil y de limitar o compartir su uso. Iniciativas como el auto compartido, tan populares en Alemania o Estados Unidos, estn tardando en despegar en nuestro pas por falta de costumbre o por la resistencia a viajar con extraos. Barnastop, en Barcelona y Autocompartido, en Madrid, fueron los pioneros a principios de los noventa. Desde 1996 funciona con incipiente xito el corredor para Vehculos de Alta Ocupacin (VAO) en la N-VI, gestionado por una agencia pblica que pone en contacto a las personas interesadas en viajar con compaa. La respuesta final, en cualquier caso, queda a expensas de la conciencia y el sentido comn del automovilista. Saba usted que nuestros coches contaminan tres veces ms de lo que consumen?

A DOS RUEDAS Ochocientos cincuenta millones de personas la utilizan en todo el mundo. Es ligera y limpia. No contribuye al cambio climtico, no contamina. Ideal para distancias cortas, resistente al fro y al calor. Al alcance de todos los bolsillos, baratsima de mantener. La bicicleta.

En algunos pases industrializados, el nmero de ciclistas dobla al de automovilistas, nadie lo dira. Los espaoles, de momento, tenemos la conviccin de que las bicicletas son para el verano y poco ms. Nos hemos quedado en la cosa ldica de la fiesta de la bicicleta y en la moda de la mountain bike. Como mucho, llegamos al esculido carril-bici para acallar las protestas de los ecologistas, pero ni los ayuntamientos ni el Ministerio de Medio Ambiente se han planteado en serio su potencial como transporte alternativo en las ciudades. En Barcelona, al menos, han tomado la delantera y permiten viajar con ellas en el metro. En 1997 se celebr all Velo City, Dcimo Congreso Nacional de Planificacin de la Bicicleta, y eso sirvi para darle un cierto aliento y credibilidad al futuro de las dos ruedas. Con la excusa de su peculiar orografa, Madrid ha sido tradicionalmente un terreno poco abonado para la bicicleta. Hasta 1997 en plan experimental y slo los fines de semana no se permiti bajar con ellas al metro. El cierre al trfico privado de la Casa de Campo sigue siendo la eterna quimera del ciclista. El Ayuntamiento tiene proyectado un carril-bici paralelo al Manzanares, para salir de paseo, pero se niega obstinadamente a dejar que las bicicletas invadan el centro de la ciudad, pasto exclusivo de ios automovilistas. La batalla que libran grupos como la Coordinadora de Usuarios de la Bicicleta, Pedalibre, El Pedal o Aedenat tiene algo de quijotesca. Sacar la bici en nuestras ciudades es un acto heroico y aventurero. La agresin del coche es constante; el riesgo de accidente acecha en las esquinas. No hay dnde poder aparcarlas y, en cuanto te bajas de ella, te prestas al comentario jocoso: Apa, Indurin! Pero tarde o temprano habr que cambiar de mentalidad y hacerse a la idea de que las bicicletas son para todo el ao. El Ministerio de Medio Ambiente parece que ha tomado nota y baraja la posibilidad de convencer a algn ayuntamiento para poner en marcha una experiencia piloto.

Salamanca, Sevilla o Crdoba podran emular fcilmente a Bolonia, una de las ciudades ms habitables de Europa, surcada por un plcido ro de ciclistas y paseantes. Hasta en Estados Unidos, la tierra por excelencia del automvil, el imperio de las dos ruedas comienza a hacerle sombra al de las cuatro. Seis millones de americanos van regularmente al trabajo en bicicleta, y veintin millones estaran dispuestos a seguir el mismo camino si hubiera ms facilidades. En 1992 surgi en San Francisco una suerte de activismo a pedales, el Critical Mass, que desde entonces se ha extendido a un centenar de ciudades occidentales: Nueva York, Montreal, Toronto, Melbourne, Londres, Zurich, Berln... Una vez al mes, los ciclistas toman al asalto las calles de las ciudades y les hacen la vida imposible a los automovilistas. Levantan barricadas con las bicicletas, bloquean el trfico, obligan a intervenir a la polica. Mi otro coche es una bici dice el eslogan ms socorrido del nuevo movimiento, que aboga por el fin de la autocracia en las ciudades. El Ayuntamiento de San Francisco fue de los primeros en bajarse de la moto: en 1996 destin unos cuatro mil millones de pesetas a la creacin de carriles-bici y aparcamientos especiales y a la adecuacin de los autobuses para poder transportar bicicletas en el morro. En Long Beach, al socaire de un laberinto de autopistas, se construy por las mismas fechas la primera Bikestation del pas, con aparcamientos gratis, talleres, cafs y tiendas especializadas al servicio de los cientos de ciclistas que a diario recorren una red de cincuenta kilmetros de carriles. Coronado y Arcata, tambin en California, son otras dos ciudades punteras: los alcaldes se mueven a pedales y apoyan iniciativas originales como Bike-to-Work (desayunos gratis los primeros viernes de cada mes para quien vaya al trabajo en bicicleta). El Ayuntamiento de Boston aprob en 1997 la construccin de un circuito de ochenta kilmetros para uso exclusivo de las dos ruedas, y en el ao 2000 ser posible recorrer el nordeste de

Estados Unidos (Nueva Inglaterra) sin apearse de la bicicleta. Hasta Nueva York, tan aparentemente hostil, est viviendo su particular explosin de transporte sin motor. Nuestros vecinos de la Unin Europea estn ms convencidos que nunca de que el futuro de las ciudades est en los pedales. En Gran Bretaa, el gobierno ha decidido impulsar un plan para duplicar el uso de bicicletas en el ao 2002 y volverlo a duplicar diez aos ms tarde. Francia e Italia estn adoptando medidas similares de apoyo a los ciclistas. En Copenhague junto con Amsterdam, la ciudad por excelencia de las dos ruedas el ayuntamiento pone a disposicin gratuita de los vecinos un millar de bicicletas, patrocinadas por negocios que las utilizan como reclamos publicitarios. El 20 % de los desplazamientos en la ciudad se hace en los trescientos kilmetros de carriles-bici. Todo esto ocurre cuando en las metrpolis asiticas se est recorriendo el proceso inverso: la bicicleta, hasta hace poco el medio masivo de transporte, est dejando paso a la invasin del automvil y de los ciclomotores, que han convertido el cielo en una amalgama viscosa de ruido y humo. De las quince ciudades ms contaminadas del mundo, trece de ellas estn en Asia, y gran parte de la culpa es del trfico. En las calles de Pekn, Shanghai o Bangkok se libran a diario batallas mortales entre el pacfico ring-ring y el agresivo rugido de los motores.

LA RECONQUISTA DEL CAMPO

A Flix Ayuso le cambi la vida cuando le propusieron invertir dinero en una pequea explotacin de arroz biolgico. Al principio se conform con poner su parte y punto: a seguir trabajando como si nada en su despacho de abogados en Valencia. Pero poco a poco fue sintiendo, como l mismo dice, la llamada de la Albufera. Sin premeditacin alguna, se le fueron despertando

gratsimos recuerdos que tena enterrados desde la infancia (su abuelo fue agricultor). Cumplidos los treinta y siete aos, con las espaldas cubiertas y sin excesivas responsabilidades (divorciado, sin hijos), decidi marcharse a vivir a Denia, para estar ms cerca de la finca y visitarla dos o tres veces por semana. Del trabajo se ha ido descolgando paulatinamente, aunque an conserva algn cliente que le obliga a visitar la ciudad de cuando en cuando: Valencia me sigue gustando... para dos o tres das seguidos, no ms. Cuando vuelves a tomar contacto con el campo, se te hacen insoportables muchas cosas que antes dabas por asumidas: los atascos, los ruidos, las prisas. Lo que ms agradece Flix, sin embargo, es su feliz reencuentro con el Mediterrneo: En Valencia me poda pasar semanas sin verlo; ahora lo tengo a trescientos metros de mi casa y me encanta levantarme temprano para contemplar el amanecer, o para ayudar con la barca a uno de mis mejores amigos, que es pescador. Estas cosas, claro, no las entienden mis amigos de antes. Aqu estoy en contacto con un grupo muy interesante de gente: casi todos han vivido antes en la ciudad y valoran mucho todo esto. Cuando llega el verano, eso s, Flix huye de Denia porque no soporta tener que vrselas con viejos clientes en chanclas y baador. Alquila su chal a un buen precio, y por mucho menos encuentra siempre alguna casa rural en la sierra alicantina, que tiene rincones maravillosos a los que an no llega nadie. Santiago Martn Barajas es otro urbanita que decidi cambiar de aires a principios de los noventa: de Madrid a Sevilla la Nueva, ni muy lejos ni muy cerca. Siete aos despus, casado y con un hijo, se considera un privilegiado por poder otear todos los das el bosque, ver planear a las guilas y dormirse escuchando a los mochuelos, en lugar del motor de los coches. Trabaja casi todo el tiempo desde casa, elaborando estudios de impacto medioambiental, y baja a Madrid dos veces a la semana por razones de fuerza mayor (es presidente de la asociacin ecologista Coda)... Viviendo en un pueblo son muchas las

preocupaciones que desaparecen, casi todas relacionadas con el coche: el riesgo permanente de atropellos, las carreras para llegar de un lugar a otro, la busca desesperada de aparcamiento. En casa tenemos un jardn con un pequeo huerto, y nosotros mismos reciclamos la basura orgnica. La falta de servicios y el mayor control social son tal vez los dos mayores inconvenientes de vivir en un lugar como Sevilla la Nueva (tres mil habitantes), aunque a la larga pesan ms las ventajas. La suya ha sido una eleccin a medio camino entre el campo y la urbanizacin del extrarradio: Creo que es absurdo dar el salto de la ciudad a sitios tan superpoblados como Majadahonda. Para m, la solucin est en esos pueblos pequeos que an quedan a treinta o cuarenta kilmetros de la ciudad. Los municipios menores de diez mil habitantes, sin embargo, siguen perdiendo habitantes en Espaa. El envejecimiento de la poblacin es ms que patente en los pueblos, y tambin el estigma del paro. El xodo a la inversa de la ciudad al campo que ya ha comenzado en algunos pases occidentales no se aprecia an en nuestras estadsticas demogrficas. En Estados Unidos se habla abiertamente de el resurgir rural. As se titula un estudio firmado por el demgrafo Calvin Beale y el socilogo Kenneth Johnson, que revela un dato premonitorio y sorprendente: por primera vez en lo que va de siglo, hay ms gente emigrando de las reas metropolitanas a los pueblos que a la inversa (1 600 000 habitantes de diferencia entre 1990-1995). Adis a la metrpoli y adis tambin al chalet en las afueras... En toda Norteamrica comienza a apreciarse un proceso de marcha atrs concluye el citado informe. Los avances de la tecnologa, la bsqueda de una mayor calidad de vida y la recuperacin de la industria agrcola estn dando un nuevo aliento al concepto de vida rural. Estamos nada ms que en la fase inicial, el momento de los "nuevos pioneros" asegura Gerald Celente, director del Trends Research Institute. Con el tiempo acabar fraguando una autntica cultura "tecnotribal", con todos los avances de la era de

la informacin y todas las ventajas de las sociedades tribales. As ser mucho ms atractivo el salto a la montaa, al borde del lago o a la orilla del mar. Muchsimos profesionales (abogados, asesores financieros, tcnicos medioambientales, escritores, investigadores) se pueden permitir el lujo de trabajar a distancia afirma Celente, que predica con el ejemplo (vive y trabaja en una cabana de madera y cristal en Rhinebeck, un enclave buclico a poco ms de cien kilmetros de Nueva York). La gente no tiene ya por qu soportar necesariamente la contaminacin, los ruidos o la agresividad de las grandes ciudades, ni el tedio ni la congestin de los suburbios. Bye-bye, suburban dream proclamaba en 1996 la portada de la revista Newsweek. Y es que los americanos reconocen por fin que el sueo se les est trocando en dolor de cabeza: dependencia absoluta del coche, calles inhspitas, ruptura total de la vida de comunidad... El desolador paisaje del suburbio americano, tan imitado ya por estas tierras, lo dibuja mejor que nadie James Howard Kunstler en The Geography of Nowhere (La geografa de ninguna parte). En nombre del "desarrollo", hemos destruido el hbitat humano escribe Kunstler. Hemos roto la frontera entre la vida urbana y la vida rural, y entre una y otra hemos levantado un enjambre de aparatosas autopistas, espantosos centros comerciales, gigantescos aparcamientos e impersonales bloques de oficinas [...] Vayamos donde vayamos, necesariamente en coche, tenemos siempre la sensacin de estar en ninguna parte. Kunstler proclama la vuelta a las comunidades coherentes y la recuperacin de los centros histricos de los pueblos americanos, abandonados a su suerte desde hace dcadas. Esa tendencia, por fortuna, comienza a apreciarse ya en Norteamrica. La primera oleada con destino a los small towns (pequeos pueblos fuera del rea metropolitana) se detect en los aos sesenta y setenta, pero remiti luego durante la dcada yuppie. A

primeros de los noventa son de nuevo los baby boomers, hastiados del trasiego diario de la ciudad a la urbanizacin, quienes vuelven a intentar la huida, con las alforjas llenas y el ordenador a cuestas. Pequeos pueblos de no ms de diez mil habitantes, condenados a muerte en los aos ochenta, han renacido de sus ruinas gracias a la creciente oleada de urbanitas arrepentidos como Wanda Urbanska y Frank Levering, autores de Moving to a small town (Mudndose a un pueblo). Wanda y Frank vivan y trabajaban en un apartamento en Los ngeles; l como escritor, ella como periodista. Tenamos el gusto sofisticado de la gran ciudad y nuestra vida discurra a la velocidad de una autopista relatan en su libro. Nuestros amigos eran profesionales de xito, y se extraaron mucho cuando les comunicamos nuestra intencin de marcharnos a vivir a un pueblo. "Se os va a estrechar la mente nos decan. De qu vais a escribir viviendo en el campo?" El tiempo nos ha terminado dando la razn escriben a do. Nuestras vidas se han enriquecido personal y profesionalmente. Frank y Wanda viven ahora en Mount Airy, un poblachn de siete mil habitantes en Carolina del Norte, sacndole jugo a su huerto biolgico y escribiendo sobre sus experiencias. El aterrizaje fue ms duro de lo que esperaban, reconocen. Encontraron lo que venan buscando un estilo de vida ms relajado, ms tiempo para cultivar las relaciones personales, la sensacin de estar integrados en una comunidad, un contacto diario con la naturaleza pero se dieron cuenta de lo difcil que es encajar en un lugar donde les iban a sealar como extraos, a vigilar sin denuedo, a exigirles una total disponibilidad. El cambio de mentalidad lleva ms tiempo que la mudanza fsica nos advierten. Es como salir de pronto de una autopista y meterse en un camino de arena. El proceso de desaceleracin lleva su tiempo. La ciudad est presente durante meses y la tentacin es permanente. A ratos, uno puede sentirse con-

finado, como si estuviese viviendo en una pecera. Y tambin es fcil desesperar por el qu dirn, por la intromisin constante en tu parcela privada. Por momentos, uno deseara recuperar la vida annima de la ciudad. Pero al final son ms las recompensas: Te das cuenta de que puedes influir directamente en tu entorno. Los resultados de tu trabajo se aprecian y los ves sobre el terreno. La vida se hace ms humana y ms intensa. Te encuentras a ti mismo y no te dejas llevar tan fcilmente por factores ajenos. Tus hijos tienen mucha mayor libertad de movimientos y aprenden desde pequeos valores como la solidaridad o el espritu de comunidad [...] Se hace por fin realidad el viejo dicho: "Piensa globalmente; acta localmente."

SOBREVIVIR A LA CIUDAD

Huyendo de la masificacin, Toms Fernndez Garca cambi la Universidad Complutense por la de Castilla-La Mancha. El suyo fue un salto sin colchoneta a la ciudad de provincias, donde le esperaban algunas gratas sorpresas... Mi primer gran descubrimiento fue que todo est muy cerca: el trabajo, los amigos, el cine, las tiendas. Hasta el campo est cerca. Te olvidas del coche y vas a todos los sitios andando. Puedes salir de la ciudad dando un paseo, subirte a una colina y respirar aire fresco. Eso no tiene precio. Segundo hallazgo: De pronto te das cuenta de que tienes un nombre y un apellido. Notas un trato mucho ms cercano, ese calor de barrio que en Madrid se ha ido perdiendo. Ms descubrimientos: El tiempo se estira de una manera increble: todo lo que te ahorras en desplazamientos lo tienes para ti. Y luego el silencio, otra de las cosas que ms te chocan. Al principio hasta "duele": tan acostumbrados estamos al ruido de fondo de la gran ciudad...

Toms, profesor de Trabajo Social, ha encontrado la paz que buscaba en la ciudad encantada. Lo que peor lleva es la cerrazn y el control social al que te someten cuando vienes de fuera, pero eso lo supera con sus frecuentes escapadas en tren a Madrid, los fines de semana. Cuando lo coge, de vuelta a Cuenca, es como un blsamo que le transporta a otra dimensin, ms acogedora y humana: En Madrid, cada vez soporto menos el bullicio y los atascos. Si te dejas llevar, te acabas sintiendo parte de una masa amorfa, como un nmero ms. Valores esenciales como la solidaridad o la lealtad entre amigos se estn perdiendo. Aunque yo soy optimista y pienso que todo eso tiene arreglo, que la vida en Madrid sera mucho ms llevadera si todos pusiramos nuestro grano de arena. La solucin, creo, est en uno mismo, independientemente de que se viva en una ciudad grande o pequea. Las grandes capitales, por lo que se desprende de las estadsticas, han tocado techo: slo uno de cada cinco espaoles vive actualmente en ellas. Desde mediados de los ochenta, la emigracin tiene por destino las ciudades medianas (de cien mil a medio milln de habitantes) o los pueblos grandes del rea metropolitana. Unos prefieren probar suerte con el chal o con el adosado en la periferia; otros, como Toms, se inclinan por la provincia. Ciudades como Cuenca, Segovia, Gerona o Vitoria se estn nutriendo de este silencioso xodo en busca de una mayor calidad de vida. Rosa Palau cambi Barcelona por Mallorca poco antes de cumplir los treinta. En su caso hubo tambin una razn afectiva, aunque lo que ms pes fue su deseo de cambiar de aires: Al principio, hicimos planes para que Pep, mi compaero, se viniese a vivir conmigo a Barcelona. Yo llevaba a medias una tienda de deportes y el negocio iba viento en popa: no poda renunciar a l. Pero un verano se me cruzaron los cables y decid que era yo la

que se mova, que me gustaba mucho ms el ritmo de vida y el clima de Palma. Vendidos su apartamento y su parte en la tienda, Rosa hizo las maletas y se plant en la isla. Con el dinero fresco, aument la pequea flota de barcos que tena su compaero (ya son cinco), y de eso viven mayormente, alquilndolos en verano: Trabajamos a tope cuatro meses, y sacamos dinero de sobra para el resto del ao. Adems, nos encanta recorrer las islas y viajar fuera de temporada. La vida relajada que llevamos en invierno no la cambio por nada. Cada vez que pienso en los agobios que me entraban en Barcelona al llegar diciembre y enero, me dan escalofros. Razn no le falta a Rosa: la vida en la gran ciudad invita muchas veces a la huida, o al encierro involuntario... Para sobrevivir en un lugar como Madrid, la nica solucin que te queda es meterte en una burbuja sostiene Jos Luis Garca, vecino del barrio de Tetun de las Victorias. Mi refugio es mi barrio, aunque lo estn destrozando a golpe de excavadora y cada vez se parece ms a cualquier otra parte de la ciudad. Jos Luis, portavoz de la asociacin ecologista Aedenat, ve el futuro inmediato del color de una nube txica: La situacin ir a peor mientras no haya una apuesta poltica por otro modelo de ciudad. Hoy por hoy, la suerte est echada: el automvil es el rey, y quienes nos movemos en transporte pblico o a pie tenemos que pagar inevitablemente las consecuencias. Se puede llevar otro tipo de vida en una ciudad como Madrid? Es posible vivir de espaldas al trfico, a la contaminacin, a los ruidos, al estrs diario, a la destruccin del tejido social en los barrios, a los centros comerciales y a los parques temticos? Se puede, pero con mucho esfuerzo. Los grupos ecologistas y las asociaciones de vecinos estamos trabajando por todo esto. Como ltimo recurso, nos queda predicar con el ejemplo. Un coche menos: el de Jos Luis, que detesta conducir y se mueve exclusivamente en metro, autobs o tren. Trabajando desde casa, adems, se ahorra muchsimos desplazamientos: Procuro salir lo menos posible del barrio; jams he entendido

por qu hay gente que coge el coche para irse a comprar a kilmetros de donde vive. Nadie le obliga, pero Jos Luis recicla, desde hace aos. Cuatro bolsas separadas en casa: papeles, metales, cristales y basura orgnica. Las dos primeras, para el trapero. El vidrio, al contenedor. Los restos de comida, al cubo y al camin. En casa, bombillas de bajo consumo. Un buen aislamiento trmico para utilizar lo mnimo la calefaccin. Guerra al aire acondicionado; mucho ms sanos y econmicos, los ventiladores de techo. Productos biolgicos en la mesa y detergentes biodegradables para los platos y la ropa. Tejidos de fibras naturales; ciclos cortos en la lavadora y medidas para economizar el uso del agua. La vida en la ciudad sera mucho ms sostenible si, en vez de incitar a la gente al consumismo desaforado, se la educara en el ahorro de energa y en el aprovechamiento justo de los recursos asevera Jos Luis. Para que cambie una ciudad como Madrid hay que empezar cambiando los hbitos de los ciudadanos, uno a uno, barrio a barrio. En esa trinchera est Daniel Wagman, el coautor de Vivir mejor con menos, trabajando en un proyecto que sirva de modelo para la recuperacin de los barrios. Daniel, urbanita hasta la mdula, est convencido de que se puede recuperar el tejido humano de las ciudades comenzando por la base: Los barrios tienen muchsimas carencias e infinidad de recursos sin explotar. Se podran crear, por ejemplo, cooperativas de vecinos para cubrir el hueco que han dejado las familias, como el cuidado de ancianos y de nios, o las compras a domicilio. Las tiendas de segunda mano daran trabajo a gente en el paro y tendran, al mismo tiempo, una funcin social. Otra idea que dara nueva vida a la comunidad seran los grupos de trueque y de intercambio de servicios. En el corazn de Madrid, Argelles, funciona desde 1996 una singular iniciativa privada que va en esa direccin: La Buena Vecina, empresa de servicios domsticos y confesonario

ocasional de la gente del vecindario, segn explica Isabel Pizarro, una de las cuatro socias fundadoras. Fontaneros y electricistas. Asistentas sociales e internas. Cuidadores de perros y jardineros. Gente que se ofrece para hacer la compra, ir al padrn, cualquier cosa... La Buena Vecina es algo ms que un simple intermediario de servicios apunta Isabel. De alguna manera estamos ayudando a crear una red de contactos en el barrio, que ha perdido su carcter en los ltimos aos. La gente te llama no slo para pedirte un servicio sino de paso para hablar. Y es que la vida en Madrid ya no es lo que era; se est deshumanizando cada vez ms. Madrid camina en sentido opuesto a las grandes capitales europeas (incluida Barcelona), donde el antdoto infalible contra la despoblacin de los cascos antiguos ha consistido en hacerlos ms habitables, levantar barreras a la invasin del trfico, recuperar sistemas de transporte no contaminante como el tranva o el trolebs. Las metrpolis americanas se despoblaron antes y demasiado rpido, con resultados tan desoladores como los de Los ngeles, Houston o Atlanta, autnticas ciudades-fantasma estranguladas por las autopistas. Sin embargo, en los ltimo aos est tomando cuerpo un proceso de recuperacin de los centros histricos, con resultados tan sorprendentes como los de Seattle, Portland o Denver, tomadas de pronto al asalto por un ejrcito de ciclistas. En el polo opuesto, las megalpolis asiticas, creciendo a lo alto y a lo ancho segn el modelo inhumano del downtown americano, ejemplo de hasta qu punto los ms elementales parmetros de la vida en las ciudades se pueden sacrificar en aras de los poderes econmicos. Para recuperar su atractivo, a las ciudades les conviene desmasificarse y perder poblacin escribe William White en City, incomparable apologa de la vida urbana. Tal vez se sea el camino para volver al gora, a la plaza pblica, al punto de convergencia de almas humanas que hace de cada ciudad una experiencia fascinante e irrepetible.

IDEALISTAS PRCTICOS

Con vocacin de pioneros, intentando recobrar el contacto perdido con la tierra, un centenar de australianos decidi echar races en 1985 en un incomparable paraje natural que quisieron llamar Crystal Waters, Aguas Cristalinas... El lquido elemento debera estar muy presente en el diseo de las casas y de los huertos, donde se cultivaran todo tipo de productos para el consumo de la comunidad. La lluvia bastara para abastecer las necesidades domsticas y los riegos. No haran falta jardines porque el entorno natural se mantendra prcticamente intacto. Tradicin y tecnologa limpia se daran la mano a la hora de construir (piedra, adobe y madera), de reciclar la basura (compostaje) o de captar la energa (paneles solares). Las calles, pensadas para el peatn y la bicicleta. Como nica ley, vive y deja vivir: mximo respeto a la propiedad privada, en perfecta simbiosis con el espritu comunitario. Crystal Waters se convirti as en el primer asentamiento humano en llevar a la prctica los principios de la permacultura, una filosofa de vida que se basa en un principio ancestral: Trabajar con la tierra, no contra ella. El japons Masanobu Fukuoka, adalid de la agricultura natural, allan el camino al australiano Bill Mollison, el primero en acuar el trmino en los aos setenta y en exportar al resto del mundo la idea de una cultura basada en la permanencia (de ah el nombre), en la integracin del hombre en su entorno natural y en el cambio de los hbitos de produccin y consumo. Como objetivo ltimo: la autosuficiencia. Al cabo de una dcada, Crystal Waters es tambin el modelo por excelencia de ecoaldea, un concepto que se est extendiendo por los pases occidentales (incluida Espaa) y que va mucho ms all de las comunas experimentales de los aos sesenta o setenta. Con su parte de utopa, pero con los pies en la tierra. Un retorno a la vida natural en busca del equilibrio y de la armona

perdidas no slo en las sociedades urbanas, tambin en los enclaves rurales. Crystal Waters, que acabar albergando un mximo de trescientas personas en ochenta y tres lotes residenciales, fue planificado por tres diseadores de permacultura. Entre ellos, Max Lindegger: La base de una agricultura permanente es la que sustenta todo el pueblo; tan importantes como las casas son los huertos privados y comunitarios. A partir de ah viene todo lo dems: industrias de bajo impacto, como la fabricacin de papel o el reciclado; caminos peatonales; zonas de servicios y culturales; espacios "sagrados" para la meditacin o la religin. En el pueblo conviven cristianos, budistas y agnsticos. Crystal Waters no es una comunidad religiosa ni una secta; ms bien una urbanizacin atpica, habitada por gente que ha decidido vivir de otra manera. All valen las mismas leyes que en Queensland, la poblacin ms cercana, pero a su modo se rigen por la solidaridad y la tolerancia. Un consejo de ancianos, como en los poblados gitanos o indios, pone tierra por medio al menor conflicto. Pese a sus contadsimos habitantes, las actividades culturales florecen en cada esquina y las fiestas locales se hacen coincidir con los ciclos de la naturaleza. La permacultura, la bioconstruccin y la vuelta a la escala humana han inspirado otro proyecto, el de la Ecoaldea de Ithaca, el laboratorio ms ambicioso de desarrollo sostenible en Estados Unidos. A trescientos kilmetros de Nueva York, en la buclica regin de los Finger Lakes, surge este enjambre de casas de dos pisos que, a simple vista, parece una urbanizacin cualquiera. Con una ligera diferencia: los coches se quedan fuera, en un granero que hace las veces de garaje. A las casas se llega a pie, y a los nios se les ve jugando en los mrgenes del camino y en los pequeos jardincillos delimitados con piedras. La vida familiar discurre sobre todo en los porches acristalados, que son como miradores a pie de tierra, desde los que la gente se saluda con calidez vecinal.

Cualquier similitud con la Amrica suburbana o con las hileras carcelarias de adosados es pura coincidencia. Aqu las casas rezuman vida y estn abiertas de par en par... Uno de nuestros primeros objetivos era romper el aislamiento y fomentar la vida de comunidad explica Liz Walker, directora del proyecto. Por eso quisimos levantar la aldea a milla y media del centro de la ciudad, para poder llegar a ella sin necesidad de coger el coche, preferiblemente en bicicleta. Otro de los pilares del proyecto fue el respeto a la naturaleza. El promotor al que le compramos el terreno pretenda construir el 90 % y dejar el 10 % de zonas verdes aade Walker. Nosotros hemos invertido las cifras. La ecoaldea de Ithaca (treinta casas construidas en 1997; otras ciento veinte en proyecto) gira en torno a una granja biolgica explotada por los vecinos, que se autoabastecen de verduras, cereales y legumbres durante casi todo el ao. La energa la obtienen con generadores, los tejados de las casas absorben la lluvia para uso domstico, las aguas residuales y la basura orgnica se reciclan. A finales de 1997 haba ya en Estados Unidos veintiocho comunidades cooperativas (y otras veintisis en proyecto) de un tinte ms o menos ecolgico. Entre ellas, Soldiers Grove, un pueblo de 622 habitantes en Wisconsin que funciona casi exclusivamente con energa solar. O Imago, en Cincinnati, modelo de estilo de vida sostenible en el corazn de la gran ciudad. Dinamarca, Alemania y Holanda van por delante del resto de Europa en este tipo de iniciativas, que pone en manos de la gente la posibilidad no slo de construir una casa a su medida, sino de disear un entorno ms respetuoso con la naturaleza y compartir intereses afines con los vecinos. En Espaa hay ya algunos proyectos en marcha en Granada, Cdiz, Pamplona, Castelln, Barcelona y Madrid, A cuarenta y cinco kilmetros escasos de la capital est tomando cuerpo la Ecoaldea de Valdepilagos: veinticuatro viviendas unifamiliares con criterios ecolgicos.

La idea empez a cuajar en 1994 entre un grupo de gente de Adena, Amigos de la Tierra, Greenpeace, Comercio Justo... Algunos hemos tenido ya experiencias anteriores en comunidades desde los aos setenta y hemos aprendido la leccin. Digamos que somos idealistas prcticos, as se explica Vctor de la Torre, uno de los socios fundadores de la cooperativa. Elegimos un sitio que estuviera cerca de Madrid, porque algunos vecinos tendrn que seguir yendo all a trabajar, pero el objetivo a largo plazo es la autosuficiencia. Queremos recuperar la vida en comunidad, aunque empezaremos compartiendo muy poco. Nos une la preocupacin por los temas ecolgicos y sociales, pero cada uno tiene su historia: los hay que practican la permacultura, el yoga, el vegetarianismo... En fin, lo que venimos buscando es un cambio personal, y eso es mucho ms fcil hacerlo en un hbitat natural que en la ciudad. La urbanizacin y las viviendas se han planeado siguiendo los principios de la arquitectura bioclimtica, con paneles solares, sistemas de captacin de lluvias y reciclaje de aguas residuales. La finca se repoblar con especies autctonas, habr espacio de sobra para huertos caseros y se habilitarn espacios comunes para combatir el aislamiento que suelen propiciar las urbanizaciones. Los vecinos de la Ecoaldea de Valdepilagos se proponen respetar y proteger el entorno natural y compartir un modo de vida ms humano, con unos ritmos de trabajo ms tranquilos y unas relaciones tolerantes, solidarias y pacficas. En Espaa hay mucho prejuicio contra los grupos pequeos se lamenta Vctor, y habr gente que nos mire con lupa y nos identifique con una secta; es inevitable. Pero eso no nos va a hacer perder el miedo a ser diferentes y a intentar vivir de otra manera. Sin necesidad de romper los lazos con la ciudad, aceptando lo que les ha tocado en suerte, los hay que trabajan por crear un entorno urbano ms sostenible. Tal es el caso de Javier Guerrero, un joven de veintisis aos, residente en Legans, que intenta

contagiar a sus vecinos los tres principios de la permacultura: Cuidado de la tierra, cuidado de la gente y reparto equitativo. Los barrios podran ser mucho ms humanos y habitables con unos cuantos cambios sostiene Javier. Por ejemplo, aprovechando cantidad de solares para crear jardines comunitarios, donde la gente podra cultivar sus tomates, sus lechugas y sus patatas. A principios de siglo, en todas las ciudades haba granjas y huertos, y esa tradicin deberamos recuperarla. Los parques no tienen por qu ser slo "decorativos": sera mucho ms prctico y funcional llenarlos de rboles frutales y de plantas comestibles. La permacultura urbana propone recuperar el sentido de la comunidad y la integracin en la naturaleza, dos elementos que se han perdido definitivamente en muchas de nuestras ciudades. El primer paso, sin embargo, hay que darlo en nuestro espacio privado: un balcn se puede llenar de plantas comestibles, en una terraza hay sitio de sobra para algn cultivo bsico y para reciclar la basura orgnica, las plantas interiores pueden protegernos del calor y del ruido o absorber la humedad. Retomando el contacto con el entorno natural y respetndolo al mximo ahorrando energa, contaminando lo menos posible, reduciendo nuestro impacto, lograremos tal vez dar un sentido humano y prctico a nuestra vida impersonal en las ciudades. Como dice Javier Guerrero: La nica forma de mejorar nuestro maltratado mundo es buscar una filosofa que nos una en lo comn y que no nos separe en las diferencias.

LA CULTURA DE LA PERMANENCIA

La idea del progreso ilimitado ha movido impetuosamente las turbinas del siglo xx. Durante dcadas, la nica ley de vida ha sido el crecimiento econmico a toda costa, como si la Tierra fuera una fuente inagotable de recursos y, al mismo tiempo, un

gigantesco vertedero de desechos txicos, residuos industriales, gases contaminantes y pesticidas qumicos. La sobreexplotacin a la que hemos sometido el planeta tiene un elevadsimo precio que estamos pagando entre todos. El cambio climtico, el agujero en la capa de ozono, la desaparicin de los bosques y el deterioro de los ocanos son los primeros sntomas de una enfermedad global que, a menos que cambien nuestras pautas de produccin y consumo, puede herir de muerte a la Tierra. El crecimiento por el crecimiento es la ideologa de la clula del cncer advierte el ambientalista americano Edward Abbey. La expansin desmedida puede acabar destrozando la biosfera de la misma manera que los procesos tumorales destruyen el cuerpo humano. Ahora que hemos detectado el cncer a tiempo, ahora que por fin somos conscientes de los estragos causados por el desarrollo incontrolado, ha llegado el momento de poner un contrapeso en la balanza: la proteccin de la naturaleza. En la dcada de los ochenta, los organismos mundiales y los gobiernos de los pases industrializados se hicieron por primera vez eco de un concepto ignorado hasta entonces: el desarrollo sostenible. Satisfacer las necesidades actuales sin hipotecar las formas de vida de las generaciones venideras, se era el lema. En otras palabras: encontrar un equilibrio entre el progreso y la delicada salud del planeta. Con ese espritu se celebr en 1992 la Cumbre de la Tierra en Ro de Janeiro. Cinco aos ms tarde, delegados de ms de un centenar de pases se vieron las caras en Kioto para debatir el calentamiento global. Aunque los resultados de ambas reuniones fueron exiguos, al menos sirvieron para poner en guardia a la opinin pblica y alertar sobre los efectos perniciosos del consumo sin escrpulos. Comprendida la gravedad de la situacin, el terreno parece ms que abonado para un cambio de mentalidad en la poblacin. La riqueza no debera medirse por el despilfarro. El culto a los excesos tendra que dejar paso al sentido de la mesura. La gua de

comportamiento para el nuevo siglo podra muy bien ser sta: Aunque usted pueda, el planeta no puede. Ya nos lo adverta hace dos dcadas E. F. Schumacher, en Lo pequeo es hermoso: La reconciliacin del hombre con el mundo natural no es ya algo deseable, sino absolutamente necesario [...] Debemos ir pensando en la posibilidad de evolucionar hacia un nuevo estilo de vida, con nuevos mtodos de produccin y nuevos patrones de consumo: un estilo de vida diseado para la permanencia. Recoge el testigo en los aos noventa Alan Durning, autor de This place on Earth (Este lugar en la tierra). El lugar al que se refiere es el noroeste de Estados Unidos, la regin con mayor riqueza natural del pas ms prspero de la Tierra: Podemos servir de ejemplo al resto del mundo. Tenemos la ocasin de demostrar cmo es posible pasar de una economa autodestructiva a un modelo que perdure en el tiempo. La prctica de la permanencia, segn Durning, consiste en firmar un pacto de no agresin con la naturaleza. Reducir los desplazamientos, usar el transporte pblico o la bicicleta, reciclar los residuos, apostar por las energas renovables y las tecnologas limpias... Todo lo que sirva para aligerar nuestro paso por el planeta ayudar a prolongar el uso y disfrute de los recursos. Quienes fuerzan a la naturaleza, se fuerzan a s mismos, sostiene el australiano Bill Mollison, padre de la permacultura. Mollison proclama tambin la vuelta a lo local en forma de pequeas comunidades responsables y aboga por un cambio an ms radical: Debemos pasar de la filosofa de la competicin a la de cooperacin, de la inseguridad material a la seguridad humana, del individualismo a la tribu [...] Pero, sobre todo, debemos dejar de ser meros consumidores y transformarnos poco a poco en productores. Algo parecido es lo que preconiza la deep ecology (ecologa profunda), un movimiento que arranca en la revolucin contracultural de los aos sesenta y que propone un giro copernicano en nuestra aproximacin a la naturaleza. El hombre no es el amo de la biosfera sino una parte integrante de ella. Por tanto,

no tiene derecho a reducir la riqueza y la diversidad de la Tierra excepto para satisfacer sus necesidades vitales. El vicepresidente norteamericano Al Gore (autor de La Tierra en equilibrio) se cuenta entre las filas de la deep ecology. Su ms notable representante es, sin embargo, el filsofo noruego Arne Naess, que nos propone una gua de veinticinco puntos para un estilo de vida ms en sintona con nuestro entorno: Haz un esfuerzo por proteger tus ecosistemas locales. Intenta vivir en la naturaleza, en vez de visitar "lugares bonitos". Satisface tus necesidades vitales ms que tus deseos. Aspira a una vida compleja pero no complicada. Minimiza la propiedad privada y practica el anticonsumismo. Apuesta por la produccin a pequea escala. Busca la profundidad de la experiencia, en lugar de la intensidad. Aprende a apreciar todas las formas de vida. Practica el vegetarianismo... Algunos de estos cambios se estn gestando a nivel local pero de aqu al ao 2020 tendr que haber una respuesta global en los pases industrializados. Al menos eso es lo que piensa Duane Elgin, autor de Voluntary Simplicity (Sencillez voluntaria), que plantea el dilema en estos trminos: Revitalizacin o desintegracin de la cultura occidental. Elgin quiere ser optimista y habla de los signos ya visibles que apuntan hacia la revitalizacin: La conservacin de la energa se extender a casi todos los hbitos de nuestra vida, desde el automvil (coches eficientes) a los hogares, que sern rediseados con sistemas de mximo aislamiento y de ahorro de calefaccin, electricidad y agua. Los combustibles "duros" (carbn, petrleo, energa nuclear) irn dejando paso a las energas renovables. Habr inversiones masivas para limpiar la tierra, los TOS y el aire, y los nuevos diseos industriales intentarn minimizar la contaminacin y tener como prioridad absoluta el reciclaje. La hipnosis cultural del consumismo, con la complicidad de los medios de comunicacin, ser la principal barrera para los cambios que se avecinan, predice Elgin. Aun as, confa en que los ciudadanos acaben tomando decisiones por s mismos y

castiguen a las empresas que no respetan el medio ambiente o que practican una poltica inmoral con sus trabajadores. El consumo consciente, funcional, saludable y duradero ir tomando el relevo a la cultura de usar y tirar. Los productos locales y las tiendas de barrio vivirn un nuevo esplendor. Proliferarn las cooperativas de consumidores y los jardines comunitarios, y se recuperar el espritu de vecindad y cooperacin. Elgin, en fin, se desmarca abiertamente de los profetas de la economa global y prefiere creer en la sabia visin de la historia de Arnold Toynbee, resumida en la Ley de la Progresiva Simplificacin: cuando una civilizacin ha crecido lo suficiente, se produce una transferencia de energa del aspecto material al no material de la vida. Una manera ms simple de vivir concluye Elgin, no es ya slo una respuesta a la crisis ecolgica sino una expresin vital de una civilizacin que progresa.

SIMPLEMENTE VIVIR

Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir... La frase de Gandhi, pronunciada en los albores de la sociedad de consumo, parece cada vez ms irrebatible. Los recursos de la tierra son limitados, y cuanto ms se dilapiden en los pases ricos, mayor ser la pobreza en las naciones ms desfavorecidas. Quienes merecemos el apelativo de consumidores somos apenas una quinta parte de la poblacin mundial, y sin embargo nos repartimos el 64 % de la tarta. Una familia de clase media en Estados Unidos, Japn o Europa Occidental gana (y gasta) treinta y dos veces ms que una familia africana o india. Ms de mil millones de personas sobreviven con poco ms de un dlar al da. Catorce millones de nios mueren todos los aos de hambre.

Aunque el desarrollo industrial ha servido para que algunos pases asiticos y latinoamericanos asciendan oficialmente de categora, lo cierto es que el abismo que separa a pobres y ricos se ensancha por das y las desigualdades son lacerantes. La injusticia social se siente aun en los pases ms prsperos. En Estados Unidos, pese al boom financiero de mediados de los noventa, el nmero de personas bajo el umbral de la pobreza (veintids millones) alcanz el nivel ms alto de las tres ltimas dcadas. En Espaa, la bonanza econmica apenas ha repercutido en nuestras endmicas colas del paro. Los adalides de la sociedad de consumo, mientras, pretenden convencernos de que la nica manera de paliar esta situacin es gastando ms y ms. Si decidimos comprar menos, nos advierten, la produccin caer en picado y habr ms despidos, se cerrarn empresas, entraremos en crisis, etc., etc., etc. En el fondo, sin embargo, algo nos dice que esta ecuacin est hbilmente manipulada. Que tiene que haber otro modo de contribuir al enriquecimiento general que no sea nica y exclusivamente con la especulacin, la agresividad y el lucro personal. Que en aras del individualismo exacerbado estamos perdiendo el sentido de colectividad. Que no es justo que unos sigan teniendo tanto y otros tan poco... Un hombre es rico en proporcin a las cosas de las que puede prescindir, deca Henry David Thoreau. Una sociedad es rica cuando, llegado a un cierto punto de afluencia, se puede permitir el lujo de renunciar a los excesos y ajustarse a sus necesidades reales. Aplicando el mismo rasero a nuestros comportamientos individuales, simplificando voluntariamente nuestros hbitos, estamos de alguna manera apostando por un modelo distinto de sociedad. No se trata simplemente de adoptar una serie de decisiones vitales que nacen y mueren en nuestro entorno inmediato, sino de compartir esa nueva actitud con ese grupo creciente de ciudadanos que estn deseando redescubrir valores como la cooperacin, la solidaridad y los lazos comunitarios.

La vida sencilla no consiste en trabajar menos, renunciar a ciertas responsabilidades o eludir los compromisos con la sociedad, sino en reinvertir la riqueza personal y en buscar un sentido diferente de nuestra existencia, liberados de vanidades y ostentaciones. Ahora que las clases medias en los pases industrializados han alcanzado un nivel de vida ms que aceptable, la bandera del estado de bienestar debera ondear de nuevo por pleno derecho. Quienes podemos vivir ms simplemente deberamos permitir que otros, simplemente, puedan vivir.

DIEZ SUGERENCIAS... PARA UNA VIDA MS SENCILLA

Modere el consumo. Piense conscientemente en lo que consume. No vuelva a salir de compras por impulso o por diversin. Pague siempre que pueda al contado. Establezca un da de bajo consumo a la semana o una semana de bajo consumo al mes: no compre ms que lo estrictamente necesario. Impngase un perodo de reflexin antes de efectuar un desembolso grande. Evite los centros comerciales, los hipermercados y los supermercados. Invierta en las tiendas y en los mercados de su barrio. Apntese a una cooperativa de consumo. Practique el trueque o el uso compartido. Compre cosas de segunda mano y productos ecolgicos y de comercio justo. Evite embalajes desechables. Sea fiel a la regla de las tres erres: Reducir, Reutilizar, Reciclar. Haga una limpieza en su vida. Abra los armarios y desprndase de todo lo que no haya usado en el ltimo ao. Lleve el sobrante a una tienda de segunda mano, o dnelo a instituciones de caridad. Propngase no volver a acumular objetos innecesarios: evite que sus posesiones le posean. Extienda la limpieza al plano personal y prescinda

de todo aquello que no sirve ms que para robarle tiempo. No haga nada por compromiso o por el qu dirn. Aprenda a decir no. Bjese de la moto. Desacelere. Qutese los grilletes de la mueca y deje de ir pendiente de los minutos y los segundos como si estuviese disputando una carrera. Aprenda a escuchar su tic-tac interior. Una o dos veces por semana, anticipe una hora todos sus quehaceres: desde el momento de levantarse hasta el de sentarse a comer o cenar (notar que el tiempo se estira). Haga lo mismo con el momento de marcharse a la cama; no espere por sistema hasta la ltima edicin del telediario. Desconecte del piloto automtico. Declare la guerra a la rutina: propngase hacer algo nuevo todas las semanas. Introduzca por norma algn aliciente una clase, un acto cultural, unas horas en una ONG que le obligue a partir en dos la semana. No caiga en la trampa del sedentarismo. Supere la crisis del domingo por la tarde con alguna actividad que de verdad le estimule o le obligue a mover las piernas. No se deje aplastar por el trabajo: cambie su actitud resignada y haga cuanto est a su alcance por conseguir un ambiente laboral ms humano. No se deje desbordar y busque un equilibrio entre la vida familiar y la vida laboral. Estudie la posibilidad de trabajar a tiempo parcial o de hacerlo desde su casa, y no tenga miedo a dar el paso adelante. Incorpore la creatividad y la imaginacin a su vida diaria. Apague la televisin. Si hiciera un clculo de todo el tiempo que habr pasado a lo largo de su vida delante del televisor, no lo pensara dos veces. Tres horas diarias? Diez aos enteros al llegar a los ochenta. Mejor no lo piense y desengnchese cuanto antes: lo agradecer su cerebro, y tambin su bolsillo. Ganar un tiempo impagable todos los das. Si hay nios en casa, controle en todo momento el

mando a distancia. Imponga un horario y evite a toda costa que la tele se convierta en la niera electrnica. Invierta el tiempo robado a la tele en recuperar placeres perdidos, como el juego o la lectura en voz alta. Deje de ser esclavo de la tecnologa. Resista a la novofilia (la tentacin permanente de comprar algo nuevo). Antes de abonarse al ltimo prodigio tecnolgico, piense en su utilidad real y en cunto le va a costar: el telfono celular, Internet y la televisin digital pueden disparar sus gastos mensuales. Utilice el ordenador como herramienta; no como objeto de culto al que hay que rendir diaria pleitesa. Si trabaja desde casa, instlelo en una habitacin aparte y fjese un tope de horas delante de la pantalla. Apure al mximo la vida de su coche y no se deje seducir por los anuncios. Si decide comprar uno, mire en el mercado de segunda mano. selo slo cuando sea imprescindible: abnese al transporte pblico, salga con tiempo y camine. No se resigne a pasar dos o tres horas en el atasco diario y busque una alternativa. Comparta coche con un vecino o con un compaero de trabajo. Haga bueno el dicho de hogar, dulce hogar. Decore su casa de la manera ms simple posible: no recargue la vista con objetos inservibles y aparatos electrnicos. Evite que el televisor haga las veces de chimenea; desplcelo a un lugar menos visible (o gurdelo directamente en un armario). Ahorre energa: utilice bombillas de bajo consumo y aisle la casa con dobles ventanas. Deje que responda el contestador a partir de cierta hora (no se sienta obligado a coger el telfono cada vez que suene). Convierta la cena en un ritual familiar. Aproveche el momento para conversar con su pareja o con sus hijos, o para disfrutar conscientemente del placer de la soledad. Descubra el valor del silencio. Cambie su programa favorito por su msica favorita y propngase leer al menos durante una hora antes de irse a la cama. Convierta el dormitorio en un santuario para el descanso. Separe claramente el trabajo de su vida domstica. Aprenda a hacer chapuzas caseras.

Cambie el orden de prioridades. Deje de rendir culto a la santsima trinidad: ambicin, dinero y xito. No se deje consumir por el trabajo. Anteponga siempre su salud fsica y mental y las relaciones personales. Haga ejercicio regularmente. Cambie de hbitos alimenticios: no vuelva a probar la comida basura; reduzca o suprima el consumo de carne; sustituya los productos procesados, preparados y congelados por verduras, legumbres y cereales biolgicos. Abnese a la medicina preventiva y a las terapias alternativas. Pase el mayor tiempo posible con los suyos. Recupere el sentido de comunidad e impliqese en las cuestiones que afectan a su barrio o a su pueblo. Hgase acompaar de alguien que comparta sus mismos valores. No se prive de nada; simplicidad no es austeridad ni pobreza. El dinero es necesario, pero recuerde: su energa vital es el bien ms preciado. Recupere el contacto con la naturaleza. Plantese los pros y los contras de vivir en la gran ciudad o si le compensa marcharse a una ciudad ms pequea o al campo. Pinselo antes de comprar un adosado en las reas congestionadas de la periferia: por el mismo precio podr marcharse a zonas rurales no mucho ms lejanas. Si vive en la ciudad, despdase de ella al menos una vez a la semana. Alterne, siempre que pueda, el mar con la montaa. Reglese de cuando en cuando una tarde y acuda a un parque desde donde pueda ver una puesta de sol (o dese un madrugn para contemplar un amanecer). Asocie el tiempo libre con actividades a cielo abierto: bicicleta, senderismo, montar a caballo, recogida de setas, flores o plantas salvajes... Busque el equilibrio. Renuncie a los excesos. Aprenda a reconocer los sntomas de ansiedad y estrs e imprima un giro a tiempo. Recupere el control de su vida y no se deje llevar por las pautas de comportamiento que le imponen otros. Mrese hacia dentro. Aspire a un estado de

serena inquietud. Practique la meditacin. Pngase una meta a medio plazo y trcese un camino: aprenda a automotivarse. Mejor cambiar paulatinamente que romper por lo sano. No se deje amilanar por las crticas o por el qu dirn. Asmese a la vida con otros ojos.

BIBLIOGRAFA (en espaol)

Alonso, Luis Enrique y Fernando Conde, Historia del consumo en Espaa, Ed. Debate, Madrid, 1994. Arrizabalaga, Alicia y Daniel Wagman, Vivir mejor con menos, Ed. Aguilar, Madrid, 1997. Carson, Rachel, La primavera silenciosa. Castao, Cecilia y Santiago Palacio (editores), Salud, dinero y amor. Cmo viven las mujeres espaolas de hoy, Alianza Editorial, Madrid, 1996. Colborn, Theo; John Peterson Myers, y Dianne Dumanoski, Nuestro futuro robado, EcoEspaa Editorial, Madrid, 1997. Del Val, Alfonso, El libro del reciclaje, Ed. Integral, Barcelona, 1991. Dominguez, Joe y Vicki Robin, La bolsa o la vida, Ed. Planeta, Barcelona, 1997. Durning, Alan, Cunto es bastante?, Ed. Apostrofe, Madrid, 1994. Echeverra, Javier, Cosmopolitas domsticos, Ed. Anagrama, Barcelona, 1995. Erausquin, Alonso, Los telenios, Ed. Laia, Barcelona, 1980. Fernndez, Alonso, Las otras drogas. Fernndez del Castillo, Isabel, La revolucin del nacimiento, Eda, Madrid, 1994. Fromm, Erich, Tener o ser?, Fondo de Cultura Econmica, Madrid, 1979. Gallego, Jos Luis y Csar Barba, El hogar ecolgico, Ed. Plaza y Jans, Barcelona, 1997. Gndara, Jess de la, Comprar por comprar, Ed. Cauce, Madrid, 1996. Garca, Manuel, Soy hiperactivo: qu puedo hacer? Goleman, Daniel, La inteligencia emocional Kairs, Barcelona, 1996

Gray, Mike; Noel Hodson, y Gil Gordon, El teletrabajo, Fundacin Universidad-Empresa, Madrid. Hunt Diana y Pam Hait, El tao del tiempo, Gedisa, Barcelona, 1990. Iglesias, Francisco, Una semana sin TV, F. Iglesias editor, La Corua, 1994. Indicadores Sociales de Espaa. Instituto Nacional de Estadstica, Madrid, 1997. Mariet, Francois, Djenlos ver la televisin, Ed. Urano, Barcelona, 1993. Morand, Gonzalo, Un peligro llamado anorexia, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1995. Rifkin, Jeremy, El fin del trabajo. Sanz, Alfonso y Antonio Estevan, Hacia la reconversin ecolgica del transporte en Espaa, Ed. Los Libros de la Catarata, Madrid, 1996. Schumacher, E. F. Lo pequeo es hermoso. St. James, Elaine, Sencillez interior, Ed. Oasis, Barcelona, 1997. Thoreau, Henry David, Walden. Verd, Vicente, El planeta americano, Ed. Anagrama, Barcelona, 1996. Weill, Andrew, La curacin espontnea. Wolf, Naomi, El mito de la belleza.

BIBLIOGRAFA (en ingls) Andrews, Cecile, The Circle of Simplicity. HarperCollins, New York, 1997. Bennett, Steve y Ruth Bennett, Kick the TV Habit, Penguin Books, New York, 1994. Benson, Herbert, Timeless Healing, Simon & Schuster, New York, 1997. Blankenhorn, David, Fatherless America, HarperCollins, New York, 1995.

Blix, Jacqueline y Heitmiller, David, Getting a Life, Viking Penguin, New York, 1997. Brook James y Iain Boal (editores), Resisting the Virtual Life, City Lights Books, San Francisco, 1995. Bryan, Mark y Julia Cameron, The Money Drunk, Ballantine Books, New York, 1992. Buchholz, Ester, The Call of Solitude, Simon & Schuster, New York, 1977. Burch, Mark, Simplicity, New Society Publishers, Gabriola Island (Canad), 1995. Burton, Linda; Janet Dittmer, y Cheri Loveless, What's a smart woman like you doing at home?, Mothers at Home, Virenna (Virginia), 1992. Carlson, Richard y Joseph Bailey, Slowing Down to the Speed of Life, HarperCollins, San Francisco, 1997. Cooper, Robert y Ayman Sawaf, Executive EQ, Grosset/Putnam, New York, 1997. Csikszentmihalyi, Mihaly, Flow: The Pskology of Optimal Experience, HarperCollins, New York, 1990. Dacyczyn, Amy, The Tightwad Gazette, Villard Books, New York, 1995. Dadd-Redalia, Debra, Sustaining the Earth, Hearst Books, New York, 1994. Davidson, Christine, Staying at Home Instead, Lexington Books, New York, 1993. Devall, Bill, Living Richly in an Age of Limits, Gibbs-Smith Publishers, Salt Lake City (Utah), 1993. Doherty, William, The Intentional Family, Addison-Wesley, New York, 1997. Durning, Alan, This Place on Earth, Sasquatch Books, Seattle, 1996. Dyson, Esther, Release 2.0, A Design for Living in the Digital Age, Broadway Books, New York, 1997. Edwards, Paul y Sarah Edwards, Working from Home, TarcherPutnam Books, New York, 1995. Elgin, Duane, Voluntary Simplicity, Quill Books, New York, 1981.

Elkind, David, Ties that stress, Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 1994. , The Hurried Child, Addison-Wesley, New York, 1988. Fassel, Diane, Working ourselves to death, HarperCollins, New York, 1990. Feingold, Ben F., Why Your Child Is Hyperactive, Randon House, New York, 1975. Gearing, Sylvia, Female Executive Stress Syndrome, The Summit Group, Fort Worth (Texas), 1994. Gilder, George, Life After Television, W. W. Norton and Company, New York, 1992. Goodwin, Neva; Frank Ackerman, y David Kiron (editores), The Consumer Society, Island Press, Washington, 1997. Gottman, John, The Heart of Parenting, Simon & Schuster, New York, 1997. Gross, Bertram, Friendly Fascism, South End Press, Boston, 1980. Healy, Jane M., Endangered Minds, Simon & Schuster, New York, 1990. Herz, J. C, Surfing on the Internet, Little, Brown & Company, New York, 1995. Hochschild, Arlie Russell, The Time Bind, Henry Holt, New York, 1997. Jacobson, Michael y Mazur, Laurie Ann, Marketing Madness, Westview Press, San Francisco, 1995. Kay, Jane Holtz, Asphalt Nation, Random House, New York, 1997. Kirsch, M. M., How to Get Off the Fast Track, HarperCollins, New York, 1991. Korten, David, When Corporations Rule The World, Berrett-Koehler Publishers, San Francisco, 1995. Kunstler, James Howard, The Geography of Nowhere, Simon & Schuster, New York, 1994. Lafayette, Leslie, Why Don't You Have Kids?, Kensington Books, New York, 1993. Levine, Karen, Keeping Life Simply, Storey Communications, New York, 1996.

McKenna, Elizabeth P., When Work Doesn't Work Anymore, Delacorte Press, New York, 1997. McKibben, Bill, The Age of Missing Information, Plume/Penguin, New York, 1993. McKibben, Bill, The End of Nature, Doubleday, New York, 1989. Mander, Jerry, Four Arguments for the Elimination of Television, Quill Books, New York, 1978. , In The Absence of the Sacred, Sierra Club Books, San Francisco, 1992. Mander, Jerry y Edward Goldsmith (editores), The Case Against Global Economy, Sierra Club Books, San Francisco, 1996. Maslach, Christina y Michael Leiter, The Truth About Burnout, Josey-Bass Inc., San Francisco, 1997. Mollison, Bill, Introduction to Permaculture, Tagari Publications, Tyalgum (Australia), 1991. Mumford, Lewis, Technics and Civilization, Harcourt Brace & Company, Orlando (Florida), 1963. Negroponte, Nicholas, Being Digital, Vintage Books, New York, 1995. Pearshall, Paul, The Pleasure Prescription, Hunter House, Alameda (California), 1996. Postman, Neil, Technopoly, Vintage Books, New York, 1992. , The Disappearance of Childhood, Vintage Books, New York, 1994. , Amusing Ourselves to Death, Penguin Books, New York, 1985. Rawlins, Gregory, Slaves of the Machine, MIT Press, Cambridge (Massachusetts), 1997. Rechtsachaffen, Stephan, Timeshifting, Doubleday, New York, 1996. Robinson, Bryan, Work Addiction, Health Communications Inc. Deerfield Beach, Florida, 1989. Roszak, Thedore, University of California Press, Los Angeles, 1994.

St. James, Elaine, Simplify Your Life With Kids, Andrews McMeel Publishing, Kansas City, 1997. Sale, Kirkpatrick, Rebels Against the Future, Addison-Wesley, New York, 1995. Schepp, Brad y Debra Schepp, The Telecommnuter's Handbook, McGraw-Hill, New York, 1995. Schor, Juliet B., The Overworked American, HarperCollins, New York, 1992. Sessions, George (editor), Deep Ecology for the 21st Century, Shambhala Publications, Boston, 1995. Shames, Laurence, The Hunger for More, Vintage Books, New York, 1986. Shenk, David, Data Smog, HarperCollins, New York, 1997. Shi, Davi, The Simple Life, Plain Living and High Thinking in American Culture, Oxford University Press, New York, 1985. Sinetar, Marsha, Do What You Love, The Money Will Follow, Dell Publishing Co., New York, 1987. Slouka, Mark, War of the Worlds, HarperCollins, New York, 1995. Spretnak, Charlene, The Resurgence of Real Addison-Wesley, New York, 1997. Stoff, Jesse A., Chronic Fatigue Syndrome, The Hydden Epidemic, HarperCollins, New York, 1995. Stoll, Clifford, Silicon Snake Oil Doubleday, New York, 1995. Talbott, Stephen, The Future Does Not Compute, O'Reilly and Associates, Sebastopol (California), 1995. Tapscott, Don, Growing Up Digital, McGraw-Hill Books, New York, 1997. Turkle, Sherry, Life on the Screen, Simon & Schuster, New York, 1995. Urbanska, Wanda y Frank Levering, Moving to a Small Town, Simon & Schuster, New York, 1996. Wachtel, Paul L., The Poverty of Affluence, New Society Publishers, Philadelphia, 1989.

Weill, Michelle y Larry Rosen, Technostress, John Wiley and Sons, New York, 1997. Wesson, Carolyn, Women Who Shop Too Much, St. Martin Press Books, New York, 1990. Whitehead, Barbara Dafoe, The Divorce Culture, Alfred A. Knopf, New York, 1997. Whyte, William, City, Doubleday, New York, 1988. Winn, Marie, Unplugging the Plug-in Drug, Viking Press, New York. 1985.

DIRECCIONES

Consumo / calidad de vida Asociacin Vida Sana. Clot, 39, Barcelona. Tel.: (93) 245 06 61. Confederacin Espaola de Cooperativas de Consumidores y Usuarios. Gran Va, 604-9., Barcelona. Tel.: (93)3172521. Asociacin General de Consumidores (Revista Ciudadano). Plaza Navafra, 3-B. 28027 Madrid. Tel.: (91) 405 36 11. Organizacin de Consumidores y Usuarios (OCU). Miln, 38. 28028 Madrid. Tel.: (91) 300 00 45. Coordinadora de Organizaciones de Comercio Justo. Ctra. de la Loma de Santa Luda s/n. 31012 Pamplona. Tel.: (948) 13 21 39. Federacin Espaola de Agricultura Biolgica. Consejo de Ciento, 474, bis. 08013 Barcelona. Red de Economa Alternativa Espaola. Dr. Miguel Riera, 8187. 08950 Esplugues de Llobregat (Barcelona). Tel.: (93) 473 37 82. Asociacin de Grupos Recuperadores de Economa (Aeres). Fernando Poo s/n. 12006 Albacete. Tel.: (967) 50 33 05. (Para tener acceso a direcciones e informacin sobre asociaciones y actividades en Estados Unidos, conectar con The

Center for a New American Dream, 156 College St, 2nd Floor, Burlington, Vermont 05401. E-mail: [email protected]. Internet: www.newdream.org) Ecologa EcoAgenda (www.fdg.es/ecoag/) Aedenat. Campomanes, 13.28013 Madrid.Tel.: (91) 541 1071. (http: //nodo50.ix.apc.org/aedenat). Amigos de la Tierra. San Bernardo, 24, 3.. 28015 Madrid. Tel.: (91) 523 19 15. (http://www.arraki.es/-tierra) Coda. Plaza Sta. Mara Soledad Acosta, 11, 3. A. 28004 Madrid. Tel.: (91) 531 27 39 (http://www.quercus.coda) Consejo Ibrico. Cava Alta, 10. Oficina 67. 28005 Madrid. Tel.: (91) 365 20 24. Greenpeace. San Bernardo, 107. 28015 Madrid. Tel.: (91) 444 14 00. (http://www.servicom.es/greenpeace/) WWF-Adena. Santa Engracia, 6. 28010 Madrid. Tel.: (91) 308 32 93. (http://www.wwf.es) Salud Centro de Terapias Alternativas Arkai. Monte Esquinza, 14. 28010 Madrid. Tel.: (91) 319 11 29. Asociacin Espaola de Shiatsu. Juan Hurtado de Mendoza, 9, esc. B, 1., 28036 Madrid. Tel.: (91) 352 10 05. Confederacin Espaola Profesional de Naturpatas. Apartado 50075-46080 Valencia. Tel.: (909) 60 10 43. Asociacin Difusin de la Medicina Holstica. Hortaleza, 20, 2. Izq. 28004 Madrid. Tel.: (91) 522 73 53. Asociacin Nacer en Casa. Pasaje Bon Aire, 7. 43007 Tarragona. Tel.: (977) 22 57 49. Grupo Gnesis (parto natural). Amado Nervo, 5, 4. B, 28007 Madrid. Tel.: (91) 551 07 66. La Liga de la Leche. Apartado 5044. 48080 Bilbao. Tel.: (94) 423 01 36. Asociacin Vegana Espaola. Apartado 38127. 28080 Madrid. Tel.: (91) 331 99 60.

Liga por la Libertad de Vacunacin. Gran Va de les Corts Catalanes, 439, 5. 2. a . 08015 Barcelona. Tel.: (93) 426 65 59 Grup Mdie de Reflexi Sobre Vacunes. Nou, 12 2.-l.a 17001 Girona. Tel.: (972) 20 28 03. Transporte Asociacin de Defensa de los Peatones (A Pie). San Cosme y San Damin, 24-1.. 28012 Madrid. Tel.: (91) 530 11 64. Coordinadora de Defensa de la Bicicleta (Conbici). Campomanes, 13-2., 28013 Madrid. Tel.: (91) 541 10 71. Auto Compartido. Carretas, 33-3. izda. 28012. Madrid. (91 ) 522 77 72.

También podría gustarte