Claves 139
Claves 139
DE RAZN PRCTICA
N. 139
ANTONIO VERCHER
La corrupcin urbanstica
ALESSANDRO FERRARA
El desafo republicano
C. MALAMUD
Yo, Augusto de Chile
W. SOMERSET MAUGHAM
Herman Melville y Moby Dick
VCTOR PREZ-DAZ
La reforma de la Universidad espaola
DE RAZN PRCTICA
Direccin
S U M A R I O
NMERO
139
ENERO
FEBRERO
2004
ALFONSO ESTVEZ
Director adjunto
ALESSANDRO FERRARA
4 14 18 26 34 42 52 60 66 74 76 81
EL DESAFO REPUBLICANO
NURIA CLAVER
Diseo
MARICHU BUITRAGO
VCTOR PREZ-DAZ
CARLOS MARQUS (Madrid, 1976) Estudia Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. Particip en el curso de verano de escultura y pintura celebrado en la Villa de Aylln (Segovia). Parte de su obra puede contemplarse en el Museo del Belosillo de dicha localidad y en la Facultad de Bellas Artes; asimismo tiene obra repartida en colecciones privadas de Madrid y Tenesse (USA). Caricaturas
ANTONIO VERCHER
LA CORRUPCIN URBANSTICA
JAVIER MOSCOSO
LOREDANO
JIMENA A. PRIETO
Correo electrnico: [email protected] Internet: www.claves.progresa.es Correspondencia: PROGRESA. FUENCARRAL, 6; 2 PLANTA. 28004 MADRID. TELFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91. Publicidad: GDM. GRAN VA, 32; 7. 28013 MADRID. TELFONO 915 36 55 00. Impresin: VA GRFICA. ISSN: 1130-3689 Depsito Legal: M. 10.162/1990.
El antifranquismo imaginario
Encarcelar el problema
EL DESAFO REPUBLICANO
ALESSANDRO FERRARA
ratar, en primer lugar, de ofrecerles una aproximacin al ncleo esencial del republicanismo a travs de su historia y de sus desarrollos ms recientes. En segundo lugar, esbozar aquello que distingue esta particular corriente del pensamiento poltico de otras muy cercanas, en especial del liberalismo. Finalmente, quisiera llevar a cabo una reflexin sobre el desafo que el republicanismo plantea al liberalismo como tradicin poltica hegemnica en el mundo contemporneo.
Republicanismos
La doctrina poltica que hoy denominamos republicanismo es el fruto de dos grandes operaciones interpretativas de la historia del pensamiento poltico, dos grandes sntesis que han producido otras tantas formas de republicanismo muy diferentes. La primera lleva el nombre de Hannah Arendt y de John Pocock1. En ella se reinterpreta y actualiza a Aristteles y a Maquiavelo como inspiradores de una concepcin de la poltica segn la cual la participacin en el proceso poltico, la vida activa, est entendida como codeterminacin de un bien comn que el conjunto del cuerpo social persigue como un telos subordinado a los fines individuales. La esfera de la actuacin poltica se convierte en el mbito ms adecuado para la realizacin del bien para el hombre, lo que Aristteles denominaba como el buen vivir o eudaimonia. Segn esta interpretacin, el antagonista ideal del republicanismo es el privatismo, propio de la concepcin moderna de la poltica, entendido como procedimiento o conjunto de reglas del juego para articular la interaccin de intereses entre ciudadanos y grupos organizados de ciuda-
danos que aspiran a conseguir un bien privado, concebido fuera del mbito poltico. Pero hoy el republicanismo, en esa concepcin aristotlica, no ejerce demasiada influencia. Vivimos en un mundo tan profundamente marcado por la experiencia del pluralismo que no encontramos atrayente la glorificacin de un modo de vida la vida como implicacin activa en la res publica que tenga en cuenta a los dems. Sin embargo, perviven ecos importantes en otra tradicin que slo de forma ocasional apela al republicanismo y que no est considerada slo como una tradicin de pensamiento poltico. Me refiero a algunos communitarians, como Michael Sandel o Alasdayr MacIntyre, cuando hacen referencia de forma explcita a la inconsistencia de un ideal privado de autorrealizacin y a la necesidad de la civic virtue (virtud cvica) para el funcionamiento de una democracia moderna. La segunda forma de republicanismo, inaugurada por la obra histrico-reconstructiva de Quentin Skinner, no comporta la identificacin de la vida activa como sendero privilegiado para el acceso a la eudaimonia2. Es una concepcin mucho menos exigente desde el punto de vista normativo que establece con el republicanismo neoaristotlico la misma relacin que el liberalismo poltico del ltimo Rawls con los liberalismos perfeccionistas del pasado, incluida su idea de liberalismo comprensivo desarrollado en Teora de la justicia. Su eje central es la contraposicin entre el vivir como hombre libre o como siervo. En este caso, las referencias clsicas son Polibio y Cicern y, una vez ms, el Maquiavelo de los Discursos sobre la primera dcada de Tito Livio. No existen fines colectivos, a no ser los compartidos con la tradicin liberal como la proteccin de la vida, de la libertad y de la propie-
dad. Cicern en De Officiis indica la garanta de la propiedad como la razn que empuja a los hombres a asociarse en comunidades polticas; y Maquiavelo en los Discursos define el vivir libre como la posibilidad de disfrutar de las cosas con libertad sin ningn tipo de desconfianza, sin dudar del honor de las mujeres, del de los hijos, sin ningn temor de uno mismo (XVI). Pero yo caracterizara a esta segunda versin del republicanismo, con ascendencias romanas ms que aristotlicas, por su nfasis sobre el concepto de libertad, lo que la transforma en una competidora insidiosa del liberalismo. Como ha observado Mauricio Viroli, uno de los defensores de esta versin del republicanismo, el liberalismo, en su larga historia, ha sido criticado en nombre de la justicia social, en nombre de la tradicin, en nombre de ideales comunitarios o de participacin, pero muy pocas veces (con la destacada excepcin de Hegel) ha sido criticado por la insuficiencia de su concepto central, el de la libertad. Uno de los libros ms importantes de los ltimos aos, Republicanism, de Philip Pettit3, est dedicado a la reconstruccin de este concepto republicano de libertad. Pettit comienza reproduciendo la polmica entre Hobbes y Harrington en torno al concepto de libertad. Al establecer un irnico contraste entre la desptica Constantinopla y el libre Ayuntamiento de Lucca, Hobbes haca notar que, a pesar de la gran inscripcin Libertas colocada en la muralla de la ciudad, el ciudadano de Lucca no estaba ni menos vinculado por el Estado ni sometido a menos deberes de lo que estaba el sbdito del soberano de Constantinopla: distintas leyes, distinto el rgimen poltico, pero idntica sumisin de la voluntad del individuo a la
1 John Greville Agard Pocock: The Machiavellian Moment. [El momento maquiavlico: el pensamiento poltico florentino y la tradicin republicana atlntica, Ed. Tecnos, 2002.]
3 Pettit: Republicanism. A Theory of Freedom and Government. [Republicanismo: una teora sobre la libertad y el gobierno, Ed. Paids Ibrica, 1999].
constriccin del derecho y del soberano. En su ensayo Oceana, Harrington le rebate indicando cul es, en su opinin, la diferencia esencial. El ciudadano de Lucca puede estar tan vinculado por las leyes de Lucca como lo est el sbdito de Constantinopla por las suyas, pero sin duda alguna tiene ms libertad en virtud de las leyes de su ciudad. Aqu se contraponen dos concepciones de la libertad. La concepcin inaugurada por Hobbes y de la que posteriormente se apropi gran parte de la tradicin liberal hasta la segunda mitad del siglo XX segn la cual ser libres quiere decir que no hay nadie que interfiera en nuestra voluntad, que podemos hacer todo lo que deseamos hacer; y, por otra parte, la concepcin segn la cual ser libres quiere decir actuar de acuerdo con unas reglas y leyes que hemos contribuido nosotros mismos a darnos. En esta perspecN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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tiva republicana, libre se contrapone a siervo, ya que el siervo sigue siendo tal incluso cuando el amo no interfiere con su voluntad; y no es libre puesto que depende de reglas que no puede promulgar o abrogar porque son fruto de la voluntad de otros incluso cuando los otros no manifiestan esa voluntad. La persona libre no considera disminuida su libertad cuando obedece a las leyes que l mismo ha contribuido a emanar: estas leyes no son lmites, ms bien son las condiciones de su libertad, los ladrillos de los que se compone su libertad para actuar en sociedad, no en el estado natural. No es posible equiparar libertad como ausencia de interferencia activa y libertad como ausencia de dominio con los conceptos contrapuestos que Isaiah Berlin denomin, en un clebre ensayo, libertad negativa y libertad positiva. No se puede equiparar
la libertad republicana entendida como ausencia de dominio, ausencia de dependencia de la arbitraria voluntad de otros, con el ideal de libertad positiva atribuido por Berlin a Rousseau y a Marx. La libertad republicana del dominio es otra versin de la libertad negativa, no comporta ninguna idea sustantiva del valor ni ningn Se colectivo en cuya realizacin el individuo debera participar. La libertad republicana, en cuanto variante de la libertad negativa, puede ser considerada como el eje de un ordenamiento poltico plenamente respetuoso del pluralismo moderno. En un ensayo de 2000 titulado Republican Liberty and Contestatory Democratization4, Pettit elabora un modelo de democracia organizado en torno a la idea de libertad como ausencia de dominio y al principio de contestabilidad. La relevancia del principio de contestabilidad se deriva de la improbabilidad de que la condicin necesaria de la autonoma o del autogobierno resida en haber examinado y compartido cada uno de los deseos o creencias propias de un proceso de autoconstruccin; si as fuera, no existiran individuos autnomos (Pettit, pg. 223). Por el contrario, tiene sentido pensar la autonoma como la posibilidad que tienen los individuos de someter a crtica y a revisin todo lo precedentemente deliberado. Pettit resume este concepto al afirmar que el ndice de la autonoma individual es modal o contrafctico, no histrico (Pettit, pg. 223). Si entendemos la democracia como autogobierno por parte de un sujeto colectivo, podemos comprender, por analoga, que incluso en este caso la autonoma es una cuestin contrafctica y modal ms que histrica. A la hora de elegir una
4 Republican Liberty and Contestatory Democratization, en I. Shapiro y C. Hacker-Cordn (eds.), Democracys Value, Cambridge University Press, 1999, pgs. 163-90.
EL DESAFO REPUBLICANO
conducta, tanto los individuos como los pueblos pueden apoyarse en creencias y preferencias cuyos orgenes se pierden en un pasado remoto y que no pueden ser objeto de eleccin consciente en el aqu y ahora. Incluso el demos que se autogobierna se comporta con frecuencia de forma automtica, permitiendo que los procesos decisorios acten de forma ms o menos indiscutible y mecnica. Lo que define el carcter democrtico del ordenamiento es el hecho de que el demos no est expuesto a este modelo decisorio: si quiere, el pueblo en cuestin puede protestar por las decisiones tomadas y, cuando la protesta muestra discrepancia con sus intereses y sus opiniones, puede exigir que se cambien (Pettit, pgs. 223-224). Por tanto, la idea republicana de libertad como ausencia de dominio se traduce, desde un punto de vista de los ordenamientos polticos que se adecuan a sociedades complejas, en la propuesta de una democracia contestataria. Volveremos sobre este punto ms adelante, cuando tratemos de evaluar en qu consiste el desafo republicano para la poltica del siglo XXI. Lo que ahora me interesa es completar el cuadro de las posiciones republicanas presentes en el panorama actual de la teora poltica. Citar tres casos de republicanismo liberal. Utilizo esta expresin para designar tipos de republicanismo que explcitamente se proponen no como formas alternativas al liberalismo sino como formas integradoras, como formas de liberalismo corregido. Y, por ltimo, tratar de los republicanismos ocasionales.
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rencias extrapolticas no mediadas por instancias que las filtren a la luz de razones no se podr esperar una superacin de la atomizacin individualista de los electores, lo que siempre constituye una antesala de posibles tiranas por parte de la mayora. Asimismo, es importante la continuidad con la veta rousseaniana y tocquevilliana respecto a la virtud cvica, a la necesidad de fortalecer un ethos de la participacin que equilibre los intereses corporativos, incluso en las condiciones del pluralismo moderno. En este punto, Sunstein se encuentra en buena compaa. En la vertiente de la teora social, la investigacin de Robert Bellah y otros estudiosos, resumida en Habits of the Heart. Individualism and Commitment in American Life [Hbitos del corazn, ed. Alianza Editorial, 1989] y en The Good Society, se propone reconstruir las condiciones sociales que permiten el desarrollo de una cultura pblica del commitment, del compromiso incluso en las condiciones de una sociedad compleja.
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El primer caso es el de Cass Sunstein. En Beyond the Republican Ideal, Sunstein se propone aportar una versin del republicanismo que supere su distancia tradicional con el liberalismo e, incluso, que incorpore elementos esenciales de la tradicin liberal (pg. 1541). Los cuatro principios bsicos de un ordenamiento poltico republicano as concebido son: a) la deliberacin pblica basada en la virtud civil; b) la igualdad de los actores polticos; c) el universalismo de la razn prctica; y d) la ciudadana modulada por un conjunto de derechos-deberes de participacin. El primer elemento es esencial porque se relaciona con el principio deliberativo intrnseco a las diferentes versiones de democracia deliberativa, de Habermas a Joshua Cohen, a Gutman y a Thomson, principio por el cual las preferencias individuales prerreflexivas deben ser examinadas en un espacio pblico a la luz de razones. La intuicin republicano-deliberativa percibe que hasta que la poltica no deje de orientarse a la satisfaccin de prefe6
El segundo caso es el de Frank Michelman. Segn Michelman, una nocin defendible de democracia deliberativa debe encontrar necesariamente un equilibrio entre el clsico nfasis liberal respecto al gobierno consensual y el republicano y democrtico respecto al gobierno de los gobernados. Su punto de partida no es, como en el caso de Habermas, la clsica oposicin entre el liberalismo de Locke y el republicanismo de Rousseau, sino las intuiciones presentes en la cultura constitucional estadounidense, en cuyo seno se contienen dos ideas de libertad poltica aparentemente dispares (Michelman 1995, c. 19); es decir, a) la idea segn la cual los ciudadanos son polticamente libres siempre que se autogobiernen; y b) la idea segn la cual los ciudadanos son polticamente libres siempre que vivan bajo el gobierno de las leyes y no de los hombres (Michelman 1995, c. 20). Es fcil explicitar la tensin entre estas dos nociones si se considera la primera como referida principalmente al ejercicio totalmente libre de la voluntad soberana y la segunda como algo que pone lmites a ese ejercicio. Aunque se puedan comprender esos lmites, bajo forma de derechos, como derivaciones de la voluntad soberana, es decir, como lmites autoimpuestos, de todas formas permanece un cierto margen de tensin. Las limitaciones que los ciudadanos consideraban en un determinado momento imposiciones obligatorias a su libre voluntad pueden convertirse una generacin ms tarde en vnculos insostenibles. Si observamos esta tensin con lentes republicanas, podemos vislumbrar la forma de disminuirla. Dicha forma podra consistir
en considerar la poltica como un proceso en el cual, y a travs del cual, individuos privados se convierten en ciudadanos interesados por la cosa pblica y, por tanto, colectivamente en un pueblo. En virtud de esta cualidad transformativa el proceso podra conferir a las instancias jurdicas carcter de validez, de vnculo jurdico autoimpuesto (Michelman 1995, c. 22)5. Michelman denomina poltica jurisgenerativa a este proceso que representa la posibilidad de que un gobierno de los gobernados sea al mismo tiempo un gobierno de las leyes. Aclara el paralelo de esa poltica con el republicanismo cvico basndose en una cierta circularidad o influencia recproca que presumiblemente existe entre la idea de una ciudadana que acta polticamente como nica fuente de la ley y garanta de sus propios derechos y la idea de leyes justas y derechos legales justos como precondiciones de una poltica justa. Michelman distingue con sumo cuidado entre su concepcin de la poltica jurisgenerativa y el tono comunitarista que le atribuye Habermas. De hecho, todo el esfuerzo de una moderna democracia constitucional dualista se centra en separar la nocin de poltica jurisgenerativa de la imagen de una comunidad solidaria, as como de la idea republicana clsica de la poltica entendida como demostracin de una latente, preexistente y prepoltica convergencia de concepciones comprensivas. El defensor de la poltica jurisgenerativa subraya no tanto el hecho de compartir orientaciones normativas sustantivas sino ms bien el de compartir de una forma ms dbil experiencias histricas concretas que ha vivido una ciudadana o que posee en su memoria colectiva, un pasado poltico compartido que est presente en la mente de todos bajo forma de memoria colectiva (Michelman 1995, c. 32). Michelman sostiene que un fondo tal de experiencias comunes podra ser suficiente para garantizar a los participantes una identidad que los convierta en pueblo y los identifique como comunidad poltica, as como para poner lmite a una variedad infinita de posibles interpretaciones de objetivos y significados comunes. En Traces of Self-Government, Michelman (1968) distingue claramente su posicin de la del republicanismo clsico. El republicanismo clsico, ejemplificado por James Harrington, acenta el autogobierno, la deliberacin prctica mediante el dilogo, la igualdad entre gobernantes y gobernados, la
5 Frank I. Michelman: Higher Law. On the Legal Theory of Constitutional Democracy, manuscrito, 1995.
ALESSANDRO FERRARA
nocin realista de bien comn, el nfasis en la virtud y en esas propiedades individuales que son la base social de la virtud. Sin embargo, el principio fundamental reside en la idea de la libertad positiva, caracterizada a su vez por el autogobierno. Todos los dems ingredientes estn concebidos como condiciones de posibilidad de la libertad positiva as entendida6. Si se quiere que este principio sea til incluso para un enfoque republicano contemporneo, debe ser modificado en varios aspectos importantes. A diferencia del republicanismo renacentista y harringtoniano, Michelman concibe el autogobierno como una forma institucionalmente encauzada de autogobierno, mediada por el papel del Tribunal Supremo: da la impresin de que los tribunales, y en especial el Tribunal Supremo, asumen entre sus funciones incluso la de plasmar ese autogobierno activo que los ciudadanos consideran ms all de su capacidad (Michelman 1986, c. 74).
l El tercer caso es el de Bruce Ackerman. En cierto sentido, puede resultar extrao incluir al autor de Social Justice in the Liberal State [La justicia social en el Estado liberal, Centro de Estudios Polticos y Constitucionales, 1993] entre los defensores del republicanismo. Y sin embargo, Ackerman ha ido derivando del modelo liberal abstracto de forma de gobierno igualitaria diseado en su primer texto a una serie de urgencias tericas que le han llevado, en primer lugar, a embarcarse en la empresa histrico-interpretativa de reconstruir los momentos sobresalientes de la historia constitucional estadounidense en la triloga We, the People y, posteriormente, a elaborar propuestas constitucionales concretas sobre la divisin de poderes en la sociedad compleja y, lo que ms nos interesa, propuestas institucionales para la introduccin de un momento republicano, participativo y deliberativo, en el seno de nuestras sociedades democrticas actuales. La propuesta de Ackerman est desarrollada en un libro a punto de publicarse titulado Deliberation Day, escrito junto con James Fishkin (autor de Deliberative Polling). Se trata de utilizar uno de los das festivos (President Day) que actualmente slo sirven para incrementar la industria turstica (y especialmente el turismo del esqu, dada la
coincidencia del puente invernal con el President Day) para un experimento republicano a escala continental: dos das de participacin para todos los ciudadanos que lo deseen, retribuidos al mismo nivel que la participacin en los jurados, en discusiones en profundidad, intensivas, con la presencia de expertos y lderes polticos, en torno a una agenda decidida y establecida por los agentes polticos y dada a conocer con mucha antelacin. La iniciativa se articulara en dos jornadas y habra turnos de participan-
tes para permitir, de forma realista, el funcionamiento de todas las actividades productivas y de los servicios esenciales para la sociedad. La idea fundamental es la de crear un mercado poltico para la deliberacin y la reflexin expresadas de forma discursiva. En el estado actual en que nos encontramos, las lites polticas de nuestra sociedad creen conveniente estructurar su comunicacin poltica siguiendo el modelo de la publicidad, dirigiendo al electorado expresiones e imgenes marcadas por la emocin, ms capaces de atraer la atencin que de apoyar la reflexin. La institucin de un deliberation day pondra este tipo de comunicacin en desventaja respecto a una comunicacin menos publicitaria, menos emotiva pero ms meditada. No se pueden mantener 10 horas de discusin a base de consignas o eslganes repetidos de forma obsesiva sin pagar un precio en las pginas de los diarios del da siguiente, los cuales resumirn, con toda probabilidad, lo sucedido durante toda la jornada de debate. En consecuencia, todos los partidos polticos estaran sometidos a la presin de elaborar posiciones polticas ms meditadas y deliberativas. Este cambio en una direccin deliberativo-republicana del proceso democrtico no exigira un excesivo coste participativo y estara de acuerdo con el precepto madisoniano de economizar en la virtud cvica. Ms importante an es el hecho de que la propuesta de Ackerman abandona los eternos debates en torno a la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos, as como la invocacin genrica de una esfera pblica consistente y de un dilogo pblico igualmente consistente, planteada con frecuencia por los defensores de la democracia deliberativa. En efecto, la propuesta del Deliberation Day se diferencia de la nocin habermasiana de esfera pblica en que prev y alienta un mayor grado de intervencin pblica, estatal, en el desarrollo del mbito pblico. Los denominados pblicos dbiles esa red informal de pblicos que ejercen una funcin de control y de determinacin de la agenda respecto a los pblicos fuertes, institucionalmente designados para tomar decisiones devienen un poco menos dbiles en el esquema ackermaniano, puesto que el Deliberation Day les ofrece un canal institucional seguro, con una cobertura meditica garantizada, para lograr que su voz llegue a los pblicos fuertes. Por otra parte, la funcin de determinacin de la agenda de la esfera
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EL DESAFO REPUBLICANO
pblica resulta debilitada, ya que toda propuesta temtica nueva deber obtener la aprobacin de las lites polticas existentes (y de sus expertos en sondeos, y de sus consejeros) antes de acceder a la mesa de debate del Deliberation Day. En el marco republicanodeliberativo trazado por Ackerman, la razn pblica obtiene un auditorio ms amplio que el public forum en el que la confina Rawls. Las actividades previstas en el Deliberation Day se sitan en una zona intermedia entre el public forum en sentido estricto es decir, los pblicos institucionales constituidos por los cuerpos deliberantes y la background culture, que est formada por la actividad de iglesias, universidades, centros de investigacin, sociedades cientficas, etctera. Para finalizar, el panorama debera completarse con los que he denominado republicanismos ocasionales, es decir, con las obras y momentos concretos en el seno de una andadura terica en que unos autores que, en general, no se identifican con el republicanismo, apoyan temas republicanos y en cierto modo se califican como tales. Es el caso del republicanismo kantiano sugerido por Habermas y el del republicanismo cvico liberal propuesto por Ronald Dworkin en Liberal Community. Pero estos detalles no aadiran mucho al panorama aqu esbozado y considero ms importante afrontar otra tarea: situar el republicanismo respecto a otras concepciones polticas contemporneas e identificar en qu consiste el desafo que propone.
La diferencia republicana
Me limitar a bosquejar la diferencia republicana solamente en relacin con dos tradiciones del pensamiento poltico: la tradicin liberal y la tradicin democrtica. A) La tradicin liberal Desde un punto de vista histrico, la relacin entre republicanismo y liberalismo es, sin duda alguna, una relacin genealgica: el liberalismo moderno es hijo de la tradicin republicana, de la que representa una evolucin en sentido individualista, y no viceversa. En efecto, el liberalismo ha tomado de la tradicin republicana la idea central de una limitacin de los poderes del Estado, en oposicin a la idea de un Estado absoluto (para Maquiavelo la potestad absoluta es sinnimo de tirana), aunque el rasgo distintivo del liberalismo y su innovacin respecto al republicanismo consiste en haber desarrollado el concepto de lmites al poder del Estado en la forma de una teora de los derechos, de los derechos individuales inalienables, que, por el contrario, no encontramos en la tradicin republicana.
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Asimismo, el liberalismo ha tomado del republicanismo la idea de que el fin en cierto modo neutral, no controvertido, de la comunidad poltica es la proteccin de la vida, de la libertad y de la propiedad, idea que como hemos visto ya est presente en Cicern y en Maquiavelo. Pero adems de esto, hay aspectos originalmente republicanos que sobreviven y se desarrollan en el pensamiento liberal, como la idea de una fecundidad del conflicto, contrapuesta a las utopas conservadoras o incluso revolucionarias (pensamos en la sociedad comunista de Marx) de una sociedad totalmente reconciliada: Maquiavelo es, una vez ms, quien explica cmo los conflictos entre la plebe y el Senado en la Roma republicana fueron la causa principal de que Roma siguiera siendo libre (Discursos IV). Del conflicto social a la institucionalizacin del conflicto a travs de los madisonianos checks and balances hay una lnea de continuidad. Cuando Maquiavelo habla de la distincin de las funciones de la soberana, incluso un concepto liberal tan fundamental como la doctrina de la divisin de poderes tiene races republicanas. Sin embargo, y en mi opinin, un terreno controvertido es el contractualismo, es decir, la idea de justificar (no slo describir) la organizacin poltica como fruto de un contrato negociado en condiciones ideales. Hay que subrayar que el contractualismo, aunque se le haya asociado con la tradicin liberal, nace con Hobbes, el terico del absolutismo, y encuentra en Rousseau un gran defensor incluso en el seno de la tradicin republicana. Pero es esencial comprender que cuando hablamos de liberalismo o republicanismo hablamos de tradiciones muy amplias y diferenciadas entre s. El libertarismo de Nozick o Hayek es muy diferente del liberalismo de Kant o de Rawls; as como el republicanismo de ascendencia aristotlica de Pocock o de Arendt es diferente del derivado de la tradicin romana y maquiaveliana. No tiene sentido comparar teoras tan heterogneas. Si en el seno del campo republicano advertimos la necesidad de distinguir entre las dos corrientes antes mencionadas, qu sentido tiene comparar una de ellas con un igualmente poco especificado liberalismo considerado a nivel global? El liberalismo es, adems, una tradicin bastante compleja que incluye concepciones centradas en el concepto de libertad negativa entendida como esa libertad que comienza all donde la ley calla y concepciones que, por el contrario, acogen una nocin de libertad bastante semejante a la defendida por el republicanismo poltico. La alternatividad o diferencia del denominado paradigma
republicano est en funcin de hacia dnde dirigimos la mirada comparativa dentro del vasto panorama liberal. Es decir, existe una amplia familia de teoras liberales sobre las que no es sensato sostener su diferencia con el republicanismo a no ser por una diversidad de acentos, como se advierte en el seno de toda tradicin suficientemente diferenciada. Exponiendo la tesis de una forma ms exacta, podemos afirmar al menos que la distancia existente entre las formulaciones de autores representativos del republicanismo poltico y del liberalismo liberal no es superior a la distancia existente dentro del paradigma liberal entre autores como Rawls, Dworkin, y Ackerman, por un lado, y Nozick, Hayek y Popper, por otro. Para demostrar que esta convergencia es plausible, retomar la distincin sealada por Pettit entre las dos concepciones de la libertad negativa libertad de la interferencia o libertad de dominacin presentadas como tpicas de la tradicin liberal y de la republicana, respectivamente. Que esta dicotoma no logre resaltar alguna diferencia probable entre las dos tradiciones constituye un argumento a favor de la tesis segn la cual no tiene mucho sentido ver en la tradicin republicana maquiaveliana y en la liberal liberal dos aproximaciones antagonistas. Segn Pettit, quien se declara liberal concibe la libertad principalmente como ausencia de interferencia con el propio querer subjetivo; y quien se declara republicano la concibe como ausencia de control arbitrario, no necesariamente como presencia de self-mastery. En este sentido incluso la concepcin republicana de la libertad sigue siendo negativa en relacin con la propia conducta, un control ejercido por quien est en una posicin de predominio respecto a nosotros. Si analizamos con ms profundidad lo que significa libertad como ausencia de dominacin, descubrimos que sa presupone la ausencia de dominacion iante la presencia de otra gente, no la ausencia de dominacion ganada mediante aislamiento o, con otras palabras, la no dominacion es el estatus asociado al papel civil del liber y la libertad es civil como algo distinto de la libertad natural (Pettit, pg. 66). Es ms, no dominacion presupone no una ausencia casual de interferencia arbitraria con mis elecciones, sino una una segura o resistente variedad de tal no-interferencia (Pettit, pg. 67). En mi opinin, la dicotoma entre estos dos conceptos de libertad negativa no puede asumir la funcin que Pettit le atribuye. Autores liberales contemporneos como Gaus y Raz no slo no son excepciones, como reconoce el mismo Pettit (cfr. Pettit, pg. 10), sino que toda una entera rea del liberalisCLAVES DE RAZN PRCTICA N 139
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ALESSANDRO FERRARA
mo, con toda probabilidad la ms representativa y dinmica en esta fase histrica, tampoco logra ser situada con comodidad en el seno de esta dicotoma. Es decir, no logra separar de forma plausible las dos reas diferentes del republicanismo poltico (no considerar, por motivos de brevedad, el metafsico) y del liberalismo liberal, que, sin embargo, debera separar. Evitar considerar el caso de un autor de difcil ubicacin como Habermas, el cual, a pesar de acoger en su obra una notable cantidad de motivos liberales, ha demostrado siempre una desconfianza igualmente notable en el declararse liberal tout court. Por el contrario, examinar algunos aspectos de la obra de Rawls y de Dworkin para demostrar cmo en este caso nos encontramos ante autores declaradamente liberales, cuya idea de libertad no se puede reconducir en ningn caso a la nocin de libertad de interferencia.
l Tomemos el caso de Rawls. Si examinamos el prrafo 32 de Teora de la justicia, encontramos una conceptualizacin de la libertad que concuerda con el esquema de Pettit. Como se ha sostenido, separar conceptualmente la libertad de la igual distribucin de la libertad como hace Rawls cuando se pregunta por qu pedir que la libertad est distribuida de forma igualitaria? significa admitir que tiene sentido hablar de libertad incluso cuando algunas personas tienen ms que otras. Mientras que es propio de la idea republicana de libertad presuponer que la libertad, entendida como libertad mediante la ley y no como libertad de la ley, no subsiste para nadie si no est distribuida de forma igualitaria. Se podra abandonar Teora de la justicia a su destino, aunque se conceda que en esa teora persiste el reflejo de una concepcin atomista, corregida con posterioridad en Liberalismo poltico, un reflejo que se pone de manifiesto cuando se pregunta por qu debemos desear que la libertad est distribuida de forma igualitaria, como si la libertad preexistiera al Estado y a la poltica y estos factores pudieran modificar o dejar inalterada una distribucin natural. Pero considero que no es necesario. Quiz los crticos republicanos estn mirando en la direccin equivocada. La estructura argumentativa de una teora de la justicia es la de un balance de los resultados de un experimento mental, la tan conocida deliberacin en la posicin original tras el velo de la ignorancia, respecto a la estructura fundamental de la sociedad. El punto de vista de la justicia, de la justice as fairness (la justicia como equidada), emula a la ficcin del velo de la ignorancia tras el cual se produce la deN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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liberacin de los que deciden. Pero este mismo punto de vista, a partir del cual se discute sobre la distribucin igualitaria de la libertad, se asienta en el tema imprescindible de la igual libertad de los que deciden para determinar los futuros ordenamientos distributivos de la sociedad. El momento republicano en el contexto de Teora de la justicia reside en la igualdad imprescindible de su estatus de coautores de la eleccin respecto a la estructura fundamental, dado lo injustificable del hecho de que la opinin de alguien pese ms que la de otro en esa eleccin. Incluso en Habermas, un autor que ha utilizado de vez en cuando la expresin de republicanismo kantiano para describir su posicin, encontramos la ficcin de un dilogo en torno a qu derechos es racional concederse por parte de coasociados libres e iguales que tienen la intencin de regular su vida en comn de acuerdo con el derecho y no con el equilibrio de relaciones de fuerza. En este dilogo, incluso los coasociados y los futuros conciudadanos habermasianos se deben plantear el problema del quantum de libertad se puede conceder y cmo se debe distribuir, pero no por esto se puede acusar a Habermas de tener una visin jusnaturalista de la libertad como preexistente a las leyes. En realidad, es posible indicar en Teora de la justicia otros elementos de disonancia con la atribucin de una concepcin de la libertad como ausencia de interferencia. Por ejemplo, entre los bienes primarios se incluyen las bases sociales del respeto de s mismo. Cmo es posible sostener que la idea de libertad como ausencia de dominacin, es decir, de sometimiento al arbitrio de otros aunque ste no se ejerza, es ajena al pensamiento rawlsiano si uno de los bienes objeto de atencin en la discusin sobre el esquema distributivo sobre el que construir la estructura fundamental de la sociedad son precisamente los requisitos necesarios para que todos puedan tener respeto de s mismos? Sin duda alguna, es imposible proponer una interpretacin de El liberalismo poltico que anule la idea de libertad aqu presupuesta respecto a la nocin de mera ausencia de interferencia. Lo impide la propia formulacin inicial del problema del cual todo el libro es una respuesta: Cmo podemos concebir una nocin de justicia que pueda asegurar la estabilidad o la integracin de una sociedad de ciudadanos libres e iguales que suscriben visiones del bien profundamente divergentes?. La idea de igual respeto, que es implcita tambin a la concepcin de la libertad como ausencia de dominio, aparece aqu inseparable de toda una serie de nociones que sostienen la arquitectura de El liberalismo
poltico, como la idea de igual cooperacin, el duty of civility que relaciona a los ciudadanos entre s, obligndoles a darse recprocamente justificaciones, o las ideas de overlapping consensus y de razn pblica. Todas estas nociones se basan en un ncleo normativo ms profundo que Charles Larmore ha identificado en el ideal de igual respeto. La transicin misma del modelo rational choice, presente en Teora de la justicia, al del consenso por interseccin propio de El liberalismo poltico est explicada por Larmore en trminos de influencia de un principio subyacente del igual respeto, segn el cual los principios polticos fundamentales deberan ser aceptables de forma racional para los que van a estar ms vinculados por ellos (Larmore 1997, pg. 11). En efecto, la razn por la que no consideramos justo que se acepten principios polticos basados en la fuerza no consiste en el hecho de que el uso de la fuerza sea siempre injusto de por s: en caso contrario, la idea misma de asociacin poltica, que incluye siempre en su trasfondo la posibilidad del uso de la fuerza, debera ser considerada intrnsecamente injusta, como nos ensea Weber. Ms bien, la razn es que el conseguir la obediencia mediante el uso o la amenaza del uso de la fuerza, sin entrar de alguna forma en contacto con la capacidad de otra persona de pensar con su propia cabeza, o entrando en contacto slo en el sentido limitado de una valoracin costes/beneficios de las ventajas de obedecer, equivale a tratar a esa persona de una forma diferente, y seguramente demeaning, respecto a la forma en que deseamos ser tratados nosotros. Por tanto, concluye Larmore, el objetivo de respetar a otra persona significa exigir que los principios polticos y los principios implcitos en la coercin fsica estn tan justificados para esa persona como lo estn para nosotros (1997, pg. 14). Todo esto excluye, por tanto, una interpretacin de El liberalismo poltico como reduccin de la nocin de libertad en ella implcita a la mera ausencia de interferencia.
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El caso de Dworkin es an ms evidente. No slo es autor de Liberal Community, el ya mencionado ensayo de 1989 en el que traza los contornos de un liberalismo que incluye aspectos de civil republicanism, sino que ha establecido como eje de su teora del derecho la nocin de igualdad entendida como igual respeto, una nocin que entra en clara disonancia con la idea de libertad como ausencia de interferencia. En Liberal Community, Dworkin intenta distanciarse tanto del comunitarismo (entendido como concepto segn el cual, en todas las esferas de la vida social existe una
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primaca normativa del inters comn respecto a los intereses individuales) como del liberalismo atomista tradicional (segn el cual no existe nada que pueda ser denominado inters de la comunidad ms all de la suma de intereses individuales que coinciden y se agregan.) Dworkin acepta la tesis segn la cual toda comunidad poltica tiene una vida colectiva propia, con un mayor o menor nivel cualitativo en funcin de ciertas elecciones realizadas de forma colectiva, pero restringe el mbito de esta vida comn a la nica esfera de la actuacin poltica, entendida en sentido institucional (como conjunto de actos legislativos, jurdicos y de gobierno). Dworkin ilustra esta posicin comparndola con la vida colectiva de una orquesta. La vida colectiva de una comunidad, sostiene Dworkin, se limita al conjunto de esos actos reconocidos como colectivos por la conciencia comn y por las prcticas sociales vigentes. Por ejemplo, el acto de tocar una sinfona est concebido normalmente, tanto por parte de los participantes (los msicos de la orquesta) como por parte de una comunidad ms amplia, como un acto nico realizado por un actor colectivo dentro de una prctica musical. En segundo lugar, las acciones individuales que contribuyen a constituir los actos colectivos de los que se compone la vida colectiva de la comunidad deben estar coordinadas no segn el modelo de una convergencia no preconcebida de los resultados, tpico del mercado, sino mediante la concertacin de las intenciones y de los planes de accin de los actores. En resumen, debe existir una clara correspondencia entre las cualidades exigidas para ser miembro de la comunidad y la naturaleza de los actos colectivos que constituyen la vida en comn, como tambin entre la naturaleza de estos actos colectivos y el tipo de vida colectiva que una comunidad conduce. Por un lado, una orquesta establece como cualidad relevante para pertenecer a ella la competencia musical y, por otro, vive una vida comn que se limita al momento concreto de la ejecucin musical. De lo que se deriva que la conexin entre la calidad de la vida individual y la calidad de la vida colectiva subsiste slo en el mbito de los actos colectivos que constituyen la identidad de la comunidad. Y esto convierte el enfoque de Dworkin en un enfoque liberal. Al mismo tiempo, se trata de un liberalismo indistinguible del ncleo axiolgico que Pettit atribuye al republicanismo. En efecto, Dworkin presenta su republicanismo cvico de marca liberal como una tercera va entre el individualismo atomista del primer liberalismo, (segn el cual un individuo no considerar su vida me10
nos lograda si, a pesar de todos sus esfuerzos, la comunidad acepta una gran desigualdad econmica, o formas de discriminacin racial, u otras formas de discriminacin injusta, o lmites injustos a la libertad individual7), y el integrismo comunitarista, (segn el cual la calidad de la vida individual est amenazada por cualquier desviacin de las normas comunes.) Encontramos aqu presente de forma explcita la idea republicana segn la cual no hay verdadera libertad para nadie si no hay, en el seno de un ordenamiento institucional, igual libertad para todos. Ms all de este importante artculo, hay que notar que el tema de la ausencia de dominacin est presente en toda la obra de Dworkin bajo forma de valor conductor de la igualdad. Que el Estado hable con una voz nica a todos sus ciudadanos se convierte en el principio que gua no slo la interpretacin constitucional (valorizar al m-
ximo la Constitucin estadounidense significa para Dworkin exaltar la dimensin intrnsecamente igualitaria), sino tambin la institucionalizacin de los derechos proporcionando una justificacin no mayoritaria para la democracia. En Freedoms Law, por ejemplo, la propia democracia est considerada no como un procedimiento vlido en s mismo, es decir, autojustificado, sino como ese procedimiento que normalmente proporciona un plus de seguridad a la realizacin de este ideal de igualdad poltica. Incluso en los ensayos que ms recalcan el clich del pensamiento liberal abstracto y ahistrico los artculos sobre el tema de la igualdad y de sus diferentes interpretaciones encontramos una acentuacin que contrasta con la dicotoma de Pettit. Tambin en el modelo distributivo abstracto de la subasta realizada en una isla lejana con conchas en vez de dinero la prueba que, segn Dworkin, da la equidad de la distribucin final no es otra que la ausencia de envidia por parte de todos hacia el conjunto de recursos que el vecino ha
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conseguido mediante la subasta. Y en esta ausencia de envidia se refleja, naturalmente, la ausencia de dominio. En conclusin, la relacin entre republicanismo y liberalismo no puede ser concebida como una relacin antagonista. Debe considerarse el hecho de que la dicotoma libertad como ausencia de interferencia versus libertad como ausencia de dominacin ni siquiera logra funcionar si nuestras referencias se remontan a figuras liberales anteriores a la nueva poca inaugurada por Teora de la justicia. Figuras como Dewey y Roosevelt resultan de difcil clasificacin como liberales que conciben la libertad como ausencia de interferencia. Por lo que atae a Dewey, Liberalism and Social Action [Liberalismo y accin social y otros ensayos, Institucin Alfonso el Magnnimo (Valencia), 1996] es un texto en el que se articula una nocin de individuo bastante ms rica de la asociada tradicionalmente al liberalismo. Refirindose a las corrientes idealistas en el seno del liberalismo britnico, Dewey alaba su contribucin sosteniendo que han favorecido el declive de la idea de que la libertad es algo que los individuos poseen, () los nuevos liberales han cultivado la idea de que el Estado tiene la tarea de crear instituciones en el mbito de las cuales los individuos pueden realizar con eficacia sus potencialidades (pg. 26). Pero la obra de Dewey, The Public and its Problem, no puede ser entendida a no ser bajo el prisma de una concepcin de la libertad que no equivale a la simple ausencia de interferencia. La esfera pblica, para utilizar una terminologa habermasiana, es importante slo si se asume que la libertad incluye un momento de ausencia de dominacin, que slo la presencia de un pblico atento y vigilante puede hacer duradera. Por lo que concierne a Roosevelt, bastar citar slo un prrafo de su famoso discurso de aceptacin de la nominacin como candidato presidencial, pronunciado en la Convencin Democrtica de Filadelfia de 1932, que anticipa algunos de los argumentos que aos ms tarde utilizar como defensa del new deal, bajo el ataque de un Tribunal Supremo que enmarca la Constitucin en el trasfondo de una concepcin laissez-faire de la libertad. Roosevelt habla de libertad, libertad poltica y libertad econmica, y afirma:
La libertad exige la posibilidad de poderse ganar la vida, de vivir de una forma decorosa de acuerdo con los estndares del propio tiempo, de vivir de forma que d a los hombres no slo algo de lo que vivir, sino tambin algo por lo que vivir. Para muchos de nosotros, la desigualdad econmica vaci de sentido la
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igualdad poltica de la que gozbamos antao () para muchos de nosotros la vida ya no era libre (durante la Gran Depresin); la libertad ya no era real; y ya no era posible perseguir la felicidad. () Hoy, nos comprometemos a afirmar que la libertad no es algo que puede dejarse a medio camino. Si al ciudadano comn se le garantizan iguales oportunidades a la hora de votar, se le deben garantizar iguales libertades en la economa de mercado [citado en Ackerman, We, the People, II, pgs. 378-379].
Si Roosevelt hubiera entendido la libertad como Pettit nos invita a esperar que todo liberal haga, como mera ausencia de interferencia, con toda probabilidad no habra habido ningn new deal, porque no habra habido ninguna diferencia entre la forma en que la clase empresarial y el Tribunal Supremo de comienzos de los aos treinta conceban el liberalismo y la forma en que el propio Roosevelt lo conceba. Retrocediendo an ms en el tiempo, si analizamos el captulo 3 del ensayo de John Stuart Mill Sobre la libertad, encontramos implcita la idea de libertad como posibilidad de cultivar la originalidad y unicidad de la personalidad, irreducible incluso en este caso a la simple ausencia de interferencia: realizar las propias potencialidades, a lo que contribuyen el mximo de libertad de expresin y el pluralismo cultural generado por sa, no puede tener lugar en el seno de unas relaciones caracterizadas por la dominacin y la arbitrariedad. Es intil seguir aumentando la lista con otros nombres. Considero plausible sostener que si una distincin conceptual cuya finalidad es la de comprender la diferencia entre liberalismo y republicanismo no logra ni dar ni encontrar una aplicacin adecuada a casos como los de Rawls, Dworkin, Dewey, Roosevelt y John Stuart Mill, y sobre todo no logra colocarlos en la vertiente liberal de esa diferencia, se plantea la duda razonable de que haya algo de radicalmente equivocado en esa operacin. En pocas palabras, la distincin entre liberalismo y republicanismo no es reducible a una diferente concepcin de la libertad. Lo que no quiere decir, naturalmente, que dicha distincin no pueda ser trazada sobre otras bases. B) La tradicin democrtica La relacin del republicanismo con la teora democrtica es bastante complicada. Por un lado, el republicanismo tiene una clara afinidad electiva con las concepciones deliberativas de la democracia, entendidas como esas concepciones segn las cuales en el mbito de la poltica concurren estos factores: a) ms que la existencia de intereses contrastantes entre los cuales
encontrar compromisos, existe un objeto en torno al cual deliberar; b) la existencia de un cuerpo deliberante, un sujeto de la deliberacin de naturaleza colectiva; c) la existencia de un proceso deliberativo, en el que se intercambian y evalan razones a favor y en contra de las diferentes alternativas. Sin embargo, el republicanismo entra en disonancia con concepciones como, por ejemplo, la de Dahl o de Schumpeter, segn las cuales en el ruedo poltico se produce una competicin democrtica para la afirmacin de intereses particulares enfrentados, as como una competicin democrtica para la seleccin de las lites, pero no un objeto propiamente dicho de una praxis deliberativa comn; y, segn qu autores, no existe un sujeto colectivo (aunque sea annimo, como veremos ms adelante) de la deliberacin, sino slo un cuerpo electoral que, de acuerdo con preferencias distribuidas en los diversos sectores, expresa una demanda poltica a la que varios segmentos de la lite poltica responden con un abanico de ofertas que encuentran diferentes grados de xito. Desde este punto de vista, la dinmica poltica de una sociedad democrtica resulta ms comprensible de acuerdo con la metfora de la oferta y de la demanda en una economa de mercado que con la metfora de un dilogo que, en las condiciones de la sociedad compleja, ya no tiene carcter asambleario, puesto que ya slo se puede llevar a cabo en lugares institucionales determinados y en una esfera pblica articulada a travs de medios de comunicacin, asociaciones y movimientos. Pero tambin es importante notar cmo en el seno de la tradicin republicana conviven diferentes enfoques respecto a la democracia. Maquiavelo y Rousseau representan los dos extremos. Para Maquiavelo, el aspecto positivo de un ordenamiento republicano, por ejemplo el romano, es la posibilidad y la capacidad por parte del pueblo no slo de aprobar o rechazar en asamblea las propuestas del Senado o de sus ms altos representantes, sino tambin la de discutir con amplitud y en profundidad y la de hacer propuestas. La bondad de la democracia reside en ofrecer a todos los ciudadanos la posibilidad de presentar pblicamente su opinin acerca del bien comn. Para Rousseau vale todo lo contrario. Cuantas menos discusiones haya entre los ciudadanos, menos probabilidades hay de que los intereses particulares distorsionen la voluntad general. Idealmente, una democracia republicana es una democracia en la que el ejercicio del voto debe estar protegido de la influencia de la retrica
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pblica, de la elocuencia al servicio de los intereses, y, por tanto, debera suceder totalmente aislada del ciudadano.
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En esta ltima parte intentar responder a la pregunta: cul es la contribucin y, a la vez, el desafo que, para el pensamiento poltico del siglo que acaba de empezar, comporta la presencia de una tradicin republicana? En las pginas precedentes hemos examinado argumentaciones que nos llevan a concluir que esta contribucin especfica y este desafo no pueden consistir en una idea de libertad como prerrogativa exclusiva del republicanismo ni en una teora de los fines del Estado ni en una concepcin del poder limitado a la que sea ajena la nocin de los derechos, ni mucho menos en una idea de la vida activa como bien ltimo. En qu consiste, entonces, el valor del republicanismo hoy para nosotros, ms all de sus mritos histricos como vientre del que ha nacido el liberalismo? En primer lugar, existe dicho valor? En mi opinin, este valor existe y reside en otra afinidad electiva, esta vez de naturaleza metodolgica, entre la sensibilidad republicana y la bsqueda de una normatividad que extrae su fuerza vinculante de su capacidad de expresar de la forma ms adecuada la identidad de quien delibera. El pensamiento republicano no ha conocido nunca ni conoce esquemas abstractos, derivaciones estpidamente geomtricas, sino que posee una propensin natural hacia la retrica, entendiendo por sta el convencer a los ciudadanos mediante argumentos en un contexto en que la mejor solucin al problema planteado no puede ser conocida a priori. En cierto modo, el republicanismo es intrnsecamente ejercicio de la razn pblica y del juicio, del juicio histrico y del juicio poltico. Si leemos un texto de Maquiavelo, nos sorprende tanto la ausencia de especulacin abstracta como el hecho de que la estructura de la argumentacin est basada en la interpretacin de hechos histricos con frecuencia desconocidos o lejanos para nosotros, pero que probablemente eran muy conocidos para sus contemporneos. Los defensores del republicanismo lo consideran como el predominio de la retrica respecto a la construccin de modelos derivados de principios filosficos generales. Pero considero que esta argumentacin rinde un mal servicio a la causa del republicanismo. Se puede relacionar mejor su afinidad electiva metodolgica con el marco filosfico general en trminos de una propensin hacia el universalismo ejemplar; una forma de uni12
versalismo en que la pertinencia de los principios filosficos est sustituida por la pertinencia de la ejemplaridad, la ejemplaridad de instituciones, ordenamientos, normas que se nos confan a nosotros como movimiento colectivo y que consiste, al igual que la ejemplaridad de una obra de arte, en su capacidad de poner en movimiento la imaginacin poltica, gracias a su excepcional autocongruencia. A diferencia de lo sugerido por Arendt, en poltica, como en el arte, y salvando todas las distancias entre poltica y esttica, lo que es ejemplar genera normatividad fuera de su contexto de origen, no porque dicha normatividad est ejercida por los esquemas, sino porque proporciona precedentes a los que asimilar el caso actual, en el sentido en que las obras de arte proyectan la normatividad proporcionando representaciones sensibles de una autocongruencia excepcional, autntica, que nos exponen a experiencias concretas de ese placer especial, relacionado con la experiencia esttica, que Kant llamaba Befrdeung des Leben, o exaltacin, enriquecimiento, expansin, afirmacin de la vida8. Este tipo de universalismo ejemplar no necesita covering-laws o principios trascendentales y funciona como ha afirmado Paul Ricoeur como una lengua de fuego que calcina todo un bosque, pero devorando siempre los rboles de uno en uno, por separado. En sntesis, podemos decir que el que una cosa posea ejemplaridad en nuestro caso, una institucin, una poltica, una constitucin, una enmienda, una ley, una sentencia no significa que sea un ejemplo de otra cosa. Si as fuera, la racionabilidad se relacionara de nuevo con una tesis fundacionalista que implicara la pertinencia a priori de esa determinada categora normativa de la cual aquello que es ejemplar sera un ejemplo. Por el contrario, que una cosa posea ejemplaridad significa que es ley de s misma, que posee esa autocongruencia de la que esa obra lograda es una encarnacin. Pero no se debe entender esa cualidad de autocongruencia o autenticidad como mera coherencia. Kant concibi la ejemplaridad esttica como la capacidad de suscitar una experiencia esttica relacionada con el sentimiento de exaltacin y expansin de la vida, una experiencia que pone en movimiento la imaginacin y todas nuestras facultades mentales. Si extendemos esta visin de la normatividad al mbito del juicio pol-
tico, debemos volver a considerar qu significa para una idea no ya esttica sino poltica (de nuevo, una institucin, una poltica, una ley, una sentencia) poner la imaginacin poltica en movimiento y producir como efecto la sensacin de una expansin y enriquecimiento de las posibilidades de nuestra vida, es decir, qu significa para una idea poltica abrir un nuevo mundo poltico. Al examinar momentos genuinamente innovadores en poltica es cuando encontramos realmente esta propiedad. El elemento innovador, tanto en el terreno artstico como en el poltico, no es ni una consecuencia lgica del tejido normativo preexistente ni la expresin de una preferencia arbitraria. Por ejemplo, el new deal no era una derivacin del dictado constitucional original ni el capricho de una mayora efmera: fue una innovacin que abra un nuevo mundo poltico a partir de las premisas comunes de la Constitucin, interpretadas de forma diferente, una innovacin que permita una nueva perspectiva respecto a todo lo que significa igualdad entre los ciudadanos. Para concluir, las sociedades complejas en que vivimos son democracias. Esto significa que deben preservar un cierto sentido no ilusorio, no hipcrita, que permita afirmar que los ciudadanos, destinatarios de las leyes, son tambin sus autores. Pero, puesto que son sociedades complejas, son tambin, por una serie de motivos, sociedades inhspitas para la democracia. Uno de estos motivos es la amplitud del pluralismo cultural que las caracteriza, una amplitud que dificulta, ms que en el pasado, la identificacin de un ncleo de valores y principios compartidos por todos. Para este desafo especfico que la poltica del siglo XXI debe afrontar, el republicanismo es una fuente, un recurso cultural importante. Su afinidad electiva con un modelo de normatividad basado en la ejemplaridad y en el juicio le proporciona un modelo de justificacin poltica que no depende de la improbable transculturalidad de principios y asuntos generales. n
Traduccin de Valentina Valverde
[Texto de la conferencia pronunciada en el curso de verano de la Universidad Complutense, Los desafos de la poltica del futuro, El Escorial, 14-18 julio de 2003.]
8 Cfr. Immanuel Kant: Crtica della facolt di giudizio, a c. de E. Garrn y H. Hohenegger, ed. Einaudi, 1999, pg. 80. [Crtica del juicio, ed. EspasaCalpe, 2001].
l trmino fundamentalismo atae, primordialmente, a las convicciones de los seguidores de las religiones monotestas cuando, por su propia naturaleza, se convierten en intolerantes e intransigentes. Esa intolerancia conlleva un deseo apostlico inherente a todo aquel que est convencido de poseer la verdad. Si uno es dueo de la palabra de Dios, cmo no querer transmitirla a los otros?, cmo no tratar de imponrsela, a veces incluso por la fuerza, si con ello ha de producirles la felicidad eterna? Pero hay otro tipo de fundamentalismo ms benigno, relativo a aquellas corrientes filosficas que aseguran que el conocimiento, como tal, tiene unos fundamentos ltimos, sobre los que reposa el resto de los saberes, igual que un edificio necesita cimientos para poder elevarse. De ah se deriva el reduccionismo, del que los comunistas, y la izquierda en general, han hecho gala con frecuencia, pero que es aplicable a cualquier ideologa. El reduccionismo es, pues, una forma de fundamentalismo y la comprensin de la democracia, o las normas que de ella se derivan, no se ha mostrado inmune a esa enfermedad. Una consideracin reduccionista tiende a describir la democracia nica o primordialmente como el gobierno de la mayora, ignorando muchos otros aspectos, tan fundamentales o ms, del sistema, como la igualdad ante la ley, el derecho de las minoras o el respeto a las libertades individuales. El argumento del apoyo mayoritario de la poblacin, sin ninguna otra consideracin al respecto, ha sido muchas veces enarbolado por los regmenes autoritarios como justificacin de su propia existencia, y ha acabado minando los sistemas polticos de las democracias jvenes. Otro ejemplo irritante de reduccionismo es la doctrina del Fondo Monetario Internacional en lo que atae a las polticas econmicas de los pases en desarrollo. Sus recetas unvocas han sumido en la ruina a pases del Tercer Mundo e inmolado miles de vidas humanas en el altar del fanatismo neoliberal. Mientras el fundamentalismo tiene por
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referencia ltima la verdad, revelada por Dios o establecida por los hombres, la democracia es un rgimen que huye de las doctrinas y se construye sobre opiniones. Esto es algo mal comprendido por los espritus autocrticos. Cuando Jos Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Espaola partido fascista vencedor en la Guerra Civil, se burlaba de que las urnas pudieran llegar a decidir sobre la existencia de Dios, no haca sino poner de relieve su ignorancia acerca del concepto de la democracia misma. La regla de la mayora no concede en ningn caso el conocimiento de la verdad, sino la legitimidad y el derecho para gobernar a un conjunto de individuos. Es el mundo del derecho, el universo de la norma, lo que caracteriza a los regmenes democrticos: aquellos, como dice Norberto Bobbio, en los que los ciudadanos se reconocen a s mismos en tanto que los nicos autorizados a establecer las reglas que les obligan, y no estn dispuestos a aceptar ningn otro tipo de limitaciones. La democracia se basa en el consenso social que es, por su propia condicin, mudable. Lincoln la defini como el Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, significando as que es la voluntad de ste expresada en las urnas un hombre, un voto la nica fuente legtima del poder. En eso consiste, precisamente, su soberana. Vista desde ese ngulo, la democracia no puede ser una ideologa, pues admite en su seno una pluralidad ideolgica infinita, con tal de que todas sean respetuosas con la norma autoproclamada por la comunidad. Eso facilita que ideologas antidemocrticas puedan nacer y desarrollarse sin dificultad en el seno de regmenes que respetan y promueven las libertades, aunque parezca un contrasentido. Las ideologas tienden a establecer una relacin del hombre con algn tipo de verdad, definen un mundo ms cerrado cuanto ms perfecta es la construccin del pensamiento que lo sustenta y, por laxas que sean, acaban convirtindose en excluyentes. La democracia vive del consenso, de hecho constituye un
mtodo para conseguir ste, y no puede permitirse el lujo de exclusin alguna, fuera de las establecidas por la ley. Por eso es incompatible con la idea de que el fin, si es bueno, justifica los medios, porque la bondad reside en el mtodo de actuacin antes que en lo excelso de lo actuado. La democracia poltica no garantiza en absoluto un buen gobierno, ni es sa su misin, sino la de asegurar que el poder, cualesquiera que sean sus cualidades o defectos, emana directamente de la voluntad de los ciudadanos. Cabe preguntarse cmo es posible hablar de un fundamentalismo democrtico, cuando parecen trminos tan contradictorios entre s. No pretendo con ello hacer ninguna aportacin a la ciencia poltica, sino slo describir actitudes, comportamientos y gestos que, invocando las libertades, amagan con sofocarlas. Fundamentalismo y democracia son, desde luego, vocablos que casan bastante mal, aun si el diccionario puede ser benvolo tambin en esta ocasin. El fundamentalismo, como hemos visto, es de origen religioso, preconiza la interpretacin literal de los textos sagrados y su estricto cumplimiento. Por extensin, podemos aplicar el mismo calificativo a aquellas corrientes que pretenden aplicar de manera ortodoxa la doctrina de un partido poltico, y aun ejercer del mismo modo la accin pblica. Segn dicha consideracin, fundamentalista es, en realidad, todo aquel que entiende que existe una nica manera de ser, y una nica manera de hacer para una nica manera de pensar. Un intento de comprensin nos puede llevar a suponer que este fundamentalismo responde a un afn bienintencionado de perfeccionismo, a un esfuerzo para hacer coherente lo que se vive con lo que se piensa o cree, y eso obligara a no alejarse ni un pice en la accin respecto a los principios que la inspiran. Esta actitud ingenua resultara casi inane si no se complementara con la mucho ms inquisitiva de tratar de convencer al otro, o de dirigir al otro por la senda adecuada, apartndole del error en el
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que se halle sumido, independientemente de si, en ese empeo, han de usarse mtodos ms o menos coactivos, ms o menos violentos. Un fundamentalista es, en definitiva, un integrista, alguien tan convencido de que tiene la razn que est dispuesto a imponerla a los dems, para el bien de ellos, y que no ha de reparar en mtodos a la hora de hacerlo. La democracia, en la forma en la que la conocemos actualmente, tiene sobre todo que ver con el triunfo de la razn y del positivismo cientfico frente a la organizacin teocrtica o mgica de la convivencia. Pero, en los ltimos aos, ha sido posible descubrir la existencia de una nueva teologa del poder, en donde la Trinidad divina se reviste de ropajes naturales para hacerse ms acomodaticia a la moda imperante, sin perder su capacidad de misterio, de arcano y de trascendencia. La inefabilidad ha sido siempre campo propicio para el desarrollo de sacerdotes y nigromantes, mientras que el don de la palabra constituye la piedra angular de nuestra civilizacin.
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La Ilustracin fue, primordialmente, una revuelta del habla, del logos, contra el silencio del poder, un proyecto de convivencia basado en la racionalidad y en la duda, en las capacidades de conocer del hombre, pero tambin en sus potencialidades de yerro. La democracia de nuestros das, heredera lejana del movimiento de los ilustrados, se aparta con peligrosa insistencia de los senderos de la duda, para revestirse de certezas cada vez ms resonantes: mercado, globalizacin, competencia, son conceptos que describen esa nueva realidad en la que, finalmente, las diferencias entre tecnocracia y teocracia resultan simplemente alfabticas, pues se reducen a dos consonantes. Cuando Silvio Berlusconi tom posesin como presidente de turno de la Unin Europea, para hacerlo con mayor dignidad que la que le prestaba su historial ante la justicia italiana, logr que el Parlamento le concediera inmunidad mientras ocupara el sitial de primer ministro. Molesto por las crticas de un
diputado socialdemcrata alemn que le afeaba semejante proceder, le espet una desabrida respuesta en la que vino a decir que, si en Italia se rodara una pelcula sobre la II Guerra Mundial, el diputado en cuestin podra hacer de figurante en su papel de kapo nazi. Llam mucho la atencin que un aventurero de la industria del entretenimiento, que ha llenado de basura la televisin de varios pases, actuara con tal jactancia, en un obvio intento de determinar quin es ms o menos demcrata en el panorama internacional. Una de las caractersticas ms notables del fundamentalismo democrtico y de quienes lo practican resulta, sin embargo, su aficin a extender carns de democracia a troche y moche, a establecer por s mismos la nmina de los militantes por la libertad. ste es el caso, en Espaa, de determinados escritores y columnistas bravucones que, no contentos con haber cantado las mieles de la dictadura, se pretenden transformar en tenores de los nuevos tiempos. El propio Jos Mara Aznar, en el transcurso de apenas quince aos, pas de ser detractor de la Constitucin espaola a convertirse en supuesto paladn de su defensa. Lo que me interesa resaltar no es tanto lo sospechoso de esas actitudes, como la frecuencia con que los fundamentalistas democrticos tienden a convertirse en verdaderos orculos del sistema de convivencia que les ha llevado al poder. Para ellos se trata de apadrinar una ideologa, no un mtodo, por lo que la distincin entre ste y los fines tiende a palidecer en sus anlisis. Por eso, el debate sobre si es lcito o no defender la democracia mediante sistemas o recursos no estrictamente democrticos es viejo en la historia. Las expresiones weberianas acerca de la tica de la responsabilidad han jugado un papel importante en esa discusin, y gobernantes de la talla de Felipe Gonzlez acudieron frecuentemente a su amparo a la hora de justificar o explicar acciones de la lucha antiterrorista (es famosa su frase de que la democracia se defiende tambin desde las cloacas).
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Ya Bertrand de Jouvenel alert contra lo que l llamaba la democracia totalitaria, poniendo de relieve las tendencias autnomas de crecimiento que todo poder experimenta. Es difcil aceptar la idea de que las democracias pueden concentrar un poder mayor que el de los absolutismos, puesto que aqullas presuponen una mejor distribucin, difusin y reparto del poder; pero los fundamentalistas democrticos son, en cualquier caso, principales aliados de las corrientes totalitarias o totalizadoras de los poderes pblicos, ya que garantizan una coartada electoral respecto a sus decisiones. Cuando los dirigentes y los lderes de opinin abandonan el relativismo de sus convicciones para adentrarse en definiciones cada vez ms rotundas de los valores sociales que dicen defender, la democracia, convertida en ideologa, comienza a perder sus caractersticas de sistema dialctico y cuestionable, para arrimar vicios y formas de una nueva y sutil esclavitud. Las cadenas de antao se ven sustituidas por las convenciones de ahora, ncleo esencial de lo que ya ha venido en denominarse political correctness o correccin poltica. Misterios del idioma!, pues, de esta forma, describe no una realidad que merece corregirse, como podramos inferir de la proposicin, sino otra que, por naturaleza, es absolutamente incorregible. Las encendidas soflamas aznaristas, tratando de convencer a los electores espaoles de que la intervencin militar en el Golfo se debi al deseo de erigir un rgimen parlamentario en la zona, no han logrado todava despejar la duda sobre si es lcito y posible establecer una democracia por la fuerza. No lo hicieron porque quienes las entonaban consideran la democracia como un fin, como un objeto a conseguir, antes que como un sistema de organizar la convivencia. O la democracia poltica previa a esos otros conceptos de democracia social y econmica, como muy bien ha explicado el profesor Sartori se construye sobre el consenso de la poblacin, o se convertir en una mera apariencia, en una simulacin, en un engao. Una de las primeras cosas que cualquier buen demcrata debe preguntarse es hasta dnde es aplicable su concepcin sobre la igualdad ante la ley en pases de tradiciones contrarias a ese principio, y qu es preciso hacer para lograr la evolucin o, si preciso fuera, el sesmo cultural que faciliten el contrato social sobre el que se basa todo rgimen de libertades. Los representantes del fundamentalismo democrtico piensan que su sistema es un bien exportable porque ignoran que no es un bien en s mismo, sino algo que emana del reconocimiento efectivo de los derechos individuales de la persona. Al hacer de la democracia una ideologa, pretenden investirse de
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su condicin de apstoles de la misma, y son capaces de emprender la ms sangrienta de las cruzadas en nombre de la libertad. Los fundamentalistas no lo seran, por lo dems, si no creyeran que con sus actos responden a una llamada divina, si no estuvieran convencidos de que efectivamente tienen una misin que cumplir. Muchos de quienes han hablado con el presidente Bush en la intimidad comentan que ste no se recata a la hora de reconocer que su curacin de la dipsomana, despus de haber llevado una vida frvola y disoluta, constituy para l una autntica cada del caballo en su particular camino hacia Damasco que, paradjicamente, le ha conducido hasta Bagdad. Tambin un antiguo ministro de Aznar, tras acudir a visitarle al hospital el mismo da en que sufri un atentado de ETA, del que sali milagrosamente ileso, me confes que el entonces jefe de la oposicin espaola se mostraba convencido de que se haba salvado por intervencin divina. Sin duda, tena un encargo que cumplir en esta vida. El comportamiento mesinico de los fundamentalistas democrticos hace que frecuentemente se deslicen hacia el populismo y la demagogia, descaros que mucho tienen que ver con el autoritarismo. El populismo agita las emociones de los pueblos, en detrimento de las posturas racionales de los individuos. En los tiempos modernos, cuenta adems con la poderossima alianza de los medios de comunicacin y la industria del entretenimiento, que han logrado convertir en espectculo casi todo lo que se mueve sobre la Tierra. El show business alcanza tanto a la difusin del pensamiento como a las manifestaciones del poder y es algo que comprendi muy bien, desde el principio de su papado, Karol Wojtyla. Habiendo sido histricamente uno de los pilares esenciales de la civilizacin eurooccidental, la Iglesia Catlica no poda mostrarse al margen de las corrientes fundamentalistas de final de siglo que, en su particular terreno, trataron de desandar gran parte de lo conseguido tras el Concilio Vaticano II. El mrito de Juan Pablo II consiste en haber podido conciliar sus posturas, crecientemente retrgradas en los terrenos moral y doctrinal, con una abierta defensa de la justicia e igualdad sociales. Pero, en su empeo por encabezar espiritualmente un mundo cada vez ms desconcertado, acab sucumbiendo, tambin l, a la tentacin populista, encarnada en los recibimientos multitudinarios de sus viajes, las ingentes concentraciones de jvenes apiados en torno suyo y en grandes espacios abiertos, la grandiosidad y ritualidad de sus apariciones en pblico. Como explica Jos Mara Martn Patino, que fue vicario general de la dicesis de Madrid a la muerte de Franco, hemos asistido al trnsito
desde la Iglesia de la mediacin a la Iglesia de la presencia. La primera dedicaba primordial atencin al individuo, promova la investigacin y la ciencia y, en el terreno estrictamente religioso, cifraba sus esperanzas de conversin en la administracin de los sacramentos y la predicacin. La Iglesia de la presencia considera que tiene que manifestarse rotunda y triunfante ante los pueblos para defenderse de las tendencias anticlericales de nuestro tiempo. Exhibir su poder es una manera de obtenerlo, por lo que busca las primeras pginas de los peridicos, necesita codearse con los polticos, disfruta con espectculos que pueden competir en audiencia y entusiasmo con los ms multitudinarios conciertos de rock, y apetece medir su influencia sobre la opinin pblica con el propio Estado, en el que multiplica sus formas de penetracin, al tiempo que no duda en diseminarse por cientos, y hasta miles, de organizaciones no gubernamentales en todo el mundo. De esta forma, aprovecha las corrientes neoliberales para contribuir, por su parte, a ese crecimiento autnomo del poder del que antes hablbamos. Con su intervencin moral sobre los asuntos pblicos, resulta un aliado excelente del fundamentalismo democrtico, no tanto por sus opiniones concretas el Papa se opuso a las dos guerras del Golfo, aunque aliment las ansias de independencia de Croacia, cuanto por su contribucin a las interferencias entre los llamados poderes temporales y los espirituales. No son gratuitas, por eso, la frecuencia con que el nombre de Dios aparece en labios del presidente Bush, ni las ventajas obtenidas por la jerarqua catlica durante la gobernacin de Jos Mara Aznar, tan empeado como estuvo en que el prembulo de la Constitucin europea recogiera una alusin a las races cristianas del continente. Es preciso llamar la atencin sobre las tendencias totalizadoras, absolutistas y demaggicas de gran parte de los poderes que operan hoy en el mundo, y poner sobre aviso acerca de la mixtificacin de la democracia, de su conversin en cuerpo ideolgico cerrado y de su malversacin, a fin de proteger los intereses y las manas de las clases dominantes. ste, por lo dems, puede ser un mal universal, pero sus sntomas se han hecho notar con especial virulencia en Espaa durante los aos de gobernacin de la derecha. Sobre las consecuencias perversas para nuestra convivencia, repleta de decepciones frente a las esperanzas alumbradas despus de la muerte del dictador, trata tambin este ensayo. n
[Este texto corresponde a un captulo del libro El fundamentalismo democrtico, Taurus, 2004.]
Las universidades tienen tres objetivos principales: proveer de una enseanza profesional, hacer investigacin y proporcionar alguna forma de educacin liberal, y debemos juzgarlas por el grado en que los alcanzan. Pero hay dos maneras distintas de establecer un balance de estos resultados. Cabe que se haga una narrativa y un balance benignos de los resultados de las universidades espaolas de los ltimos cuarenta o cincuenta aos, y cabe que se hagan otros ms crticos. Parecen narrativas contradictorias, y en cierto modo lo son; aunque siempre se puede aadir que lo son slo hasta cierto punto, porque en ambas hay algo de verdad. Sin embargo, al menos en ciertos momentos de la discusin, conviene optar por una u otra, y ste es uno de esos momentos. Porque nos encontramos en una fase del proceso en la que se da la posibilidad de rectificar una senda histrica muy prolongada en el tiempo, y, en lugar de continuar las rutinas y los mecanismos establecidos, apostar (de alguna forma, en alguna medida) por una senda muy diferente. Para hacer esto, conviene hacer un balance que responda a criterios de exigencia ms altos de los habituales y contemplar horizontes ms dilatados. La narrativa benvola (y, a mi juicio, autocomplaciente) supone unos niveles de exigencia relativamente bajos. Es la dominante en el establishment educativo, la clase poltica y el conjunto de la sociedad. Se afirma que el nivel educativo de los espaoles ha subido durante los ltimos tiempos. Nunca, se dice, ha estado el pas tan bien educado. Con tantos espaoles con ttulos acadmicos, tantos
universitarios, y profesores, tantas universidades por todas partes, tantas publicaciones cientficas, por ejemplo. Adems, estamos en un pas en el que funciona una economa de mercado compleja, avanzada y eficaz, puesto que asegura un grado alto de prosperidad, y una democracia liberal con un alto grado, tambin, de complejidad y sofisticacin y bastante estable y bien consolidada. Nada de esto habra podido ni podra funcionar sin una base educativa suficiente. Todo esto es cierto, y, por tanto, la narrativa crtica (que suscribo) no la contradice tanto cuanto que la da por supuesto. Simplemente, pongo el listn a un nivel ms alto. Mi narrativa crtica se basa en la filosofa moral de un orden de libertad, y, al tiempo, en un proyecto poltico moderadamente patritico por el que se aspira, para el pas en cuestin, a un nivel de excelencia, llmese mayor crecimiento econmico, mayor cohesin social, mayor disfrute de la vida o mayor creatividad cultural, siempre que ello sea compatible con aquel orden de libertad. Quede constancia, por lo dems, de que en el pensamiento del autor de estas lneas, aquella filosofa moral de la libertad y este proyecto (moderadamente) patritico estn ligados por lazos bastante firmes.2 Quiero decir, que, en abstracto, cabra un proyecto poltico que se limitara al orden de libertad en general y se desinteresara del bienestar particular de este pas o aquel, y se orientara directamente a conseguir el bienestar de una sociedad mundial. Pero dado que todava no tenemos una sociedad mundial, aunque quiz estemos en el proceso de tenerla en el curso de los prximos dos o tres siglos, no tenemos ms remedio que (al menos por ahora) con-
vertir nuestro proyecto de la bsqueda de la libertad (y tal vez la felicidad) abstracta del planeta en el de la libertad (y tal vez la felicidad) concreta del trozo de la humanidad que el destino nos haya colocado ms cerca y por cuyas actuaciones podamos ser hasta cierto punto y en cierto grado responsables. Y propongo que llamemos a este trozo local de humanidad patria, aunque slo sea para abreviar la discusin del momento.
La enseanza profesional y la investigacin cientfica
1 Las pginas que vienen a continuacin pueden leerse en conexin con un ensayo anterior (Carcter y evolucin de la Universidad espaola: CLAVES DE RAZN PRCTICA , nm. 136, octubre, 2003), pero tienen una intencin diferente. No slo hacen un balance (desde la perspectiva expuesta en aquel ensayo), sino que tambin sugieren algunas lneas de actuacin en la Espaa (e, implcitamente, la Europa) de comienzos de siglo XXI.
2 Sobre esta relacin, entre una filosofa del orden de libertad y un patriotismo moderado cabe consultar Vctor Prez-Daz, Una interpretacin liberal del futuro de Espaa (Taurus, Madrid, 2002, pgs. 14-20), donde tambin se contiene una breve discusin del tema de la universidad (pgs. 35-64).
Los resultados profesionales, medianos pero interesantes Los resultados profesionales en las universidades espaolas son medianos, pero no necesariamente peores que en tiempos pasados ni que los que se dan en otras universidades europeas cuyos modos de funcionar son relativamente similares (lo que puede dar a quienes suscriben una narrativa benigna un margen de consuelo). Sabemos que los procedimientos de seleccin de profesores y estudiantes son defectuosos y que ambos exhiben un sesgo muy acusado de localismo, que se ha acentuado en los ltimos veinte aos. Los estudiantes se mueven poco, y menos que antes. Ahora se quedan en sus lugares de origen, con los padres supuestamente felices de tenerles tan cerca (y gastar menos en su manutencin que si tuvieran que pagarles una estancia lejos), y con las universidades locales al alcance de la mano pobladas por profesores a los que quiz se puede tener ms fcil acceso. En cuanto a los profesores, su reclutamiento arroja una tasa de endogamia local altsima, del orden del 90% (en comparacin con la de Francia, que es del 30% al 40%; o la de EE UU, que es del 5%). Se sabe, asimismo, que el sistema es poco eficiente, a juzgar por las altas tasas de abandonos de los estudios, que son del orden del 30%; y tambin se conoce la alta tasa de repetidores (47% al
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acabar los aos ochenta) y las proporciones que asume el retraso escolar (un 30% tarda ms de siete aos para completar una carrera de ciclo largo, y un 75% tarda ms de cinco aos para completar una de ciclo corto). En cuanto a la calidad del producto, hay que reconocer que es difcil juzgarlo. No hay pruebas decisivas en un sentido o en otro. Pero s hay una acumulacin de indicios de los que pueden inferirse algunas conclusiones tentativas razonables. En trminos globales, no hay lugar para catastrofismos. Al fin y al cabo, las universidades espaolas se han centrado siempre en la educacin profesional, y tienen dos siglos de experiencia acumulada. La sociedad no se queja apenas de los resultados, y de hecho el pas ha seguido operando durante este tiempo, hasta llegar, en el ltimo cuarto del siglo XX, a una economa de mercado, una democracia liberal y una sociedad plural que funcionan aceptablemente. Si elevamos el listn, surgen problemas. Pero, en todo caso, conviene distinguir por campos de disciplinas. Lo que ocurre con las ingenieras, las ciencias naturales o, incluso, la medicina, en las que el control de la sociedad sobre las profesiones tiende a ser mayor, no es lo mismo que lo que ocurre con disciplinas que proporcionan, en gran medida, lo que he llamado ttulos multiuso3, y en las que el control de la sociedad sobre las profesiones suele ser menor. Tradicionalmente, arquitectos e ingenieros han resuelto el problema de la calidad de la educacin profesional incrementando el nivel de exigencia en los primeros cursos de las
carreras. En medicina, se introdujo en los aos sesenta el procedimiento de los mdicos internos residentes (MIR), para que al menos una minora completara su educacin escolar con una experiencia hospitalaria. En el caso del derecho, se ha contado con el procedimiento alternativo de las oposiciones a un cuerpo del Estado o la preparacin en un bufete de abogados (lo que afecta a muy pocos). En el de las ciencias y las letras se ha podido recurrir a estancias en universidades extranjeras y a la elaboracin de tesis doctorales cuidadosas si lo permitan los (pocos) recursos locales disponibles. Los resultados de investigacin, mejorando pero insuficientes La Universidad espaola no ha sido tradicionalmente una Universidad de investigacin, aunque haya habido investigacin en ella, o en sus aledaos o instituciones prximas (como el Consejo Superior de Investigaciones Cientficas). Seguramente se ha investigado ms en los ltimos veinte aos, pero hay que tener en cuenta cmo se cuantifica esa investigacin. Al medir la actividad por el gasto podemos olvidar el efecto de cuatro factores. Uno, que el gasto universitario en educacin se calcula sobre la base de imputar (discrecionalmente) un tiempo de investigacin a todo docente universitario. Dos, que esta atribucin se hace, con frecuencia, dando por supuesto que gran parte de la investigacin en humanidades, derecho y ciencias sociales es investigacin universitaria bsica. Tres, que el nmero de docentes se ha multiplicado en estos aos, sin que, dados los mecanismos de seleccin, podamos suponer que los entrantes tengan una calidad de vida intelectual que se refleje en alta calidad de investigacin (o si-
quiera en la capacidad de hacer investigacin, a secas). Cuatro, que la masa salarial se ha incrementado sustancialmente no slo porque los profesores son ms numerosos sino porque estn mejor pagados que antes (y en ello han influido las olas de consolidacin de profesores no numerarios a las que ya me he referido). En conclusin, el gasto y el volumen de investigacin en las universidades estn probablemente hinchados. Por lo que se refiere a la calidad o la relevancia de la investigacin, tampoco tenemos buenas informaciones. Pero de nuevo cabe recurrir a un conjunto de indicios y de inferencias para dibujar, tentativamente, un estado de la situacin. Se sabe que el tercer ciclo, el de doctorado, es, en trminos generales, bastante catico. En realidad, a la hora de imaginar maneras de realizar una enseanza de posgrado, las universidades han dedicado la mayor parte de sus energas a secundar los esfuerzos de sus docentes, interesados en obtener ingresos suplementarios y en arbitrar un sinnmero de cursos de lo que llaman masters, que son de lo ms variado, unos excelentes, y otros (quiz muchos, pero es difcil saberlo) del nivel de un tipo de educacin para adultos, a medio camino entre el entretenimiento y la aplicacin inmediata a tareas de nivel medio o a fases cortas de la carrera profesional (estudios orientados a los que he llamado ttulos miniuso). Ocurre, adems, que muchos, o bastantes, de quienes hacen investigacin en la Universidad suelen tener una idea de la investigacin un tanto unidireccional. Parecen pensar que el desarrollo del conocimiento arranca con las hiptesis tericas que se alumbran en la investigacin bsica (que se hara en la Uni19
versidad), las cuales descienden al terreno de la investigacin aplicada y acaban en el campo de las actuaciones llamadas de desarrollo (que se realizaran en las empresas), es decir, de intervenciones pragmticas, menores, astutas e incesantes que hacen el producto en cuestin operativo, vendible y utilizable por las masas de las gentes. Esta lectura platonizante del crecimiento del conocimiento est relativamente extendida en las universidades, y quiz alimentada por una experiencia de relativo aislamiento de la vida real. Aparte de que tenga el efecto de dificultar las relaciones con las empresas, lo peor es que no es correcta, e inhibe el propio crecimiento del conocimiento, que se hace no de una manera unidireccional, o de arriba abajo, sino de manera multidireccional, en todas las direcciones. El medio social local, por lo dems, ofrece unos incentivos a la creatividad cultural de los docentes e investigadores un poco dudosos y quiz desconcertantes. Una pltora de organismos oficiales y de fundaciones culturales, en proceso de crecimiento, suele embarcarse en estrategias que podemos llamar de premios y congresos con algunas excepciones notables (como, por ejemplo, en el terreno de los programas de becas en el extranjero para estancias de cierta duracin). Lo que tienen en comn aquellas dos actividades es la consecucin de un efecto inmediato en la prensa local y el incremento de la visibilidad del donante. Ofrecen una oportunidad para que brille la imagen de algunas instituciones, pero es dudoso que de esta forma se consoliden institutos de investigacin con programas de largo alcance. En trminos generales, el sector privado espaol ha sido y es renuente a lanzarse a grandes proyectos de investigacin y desarrollo. Se sabe que la rentabilidad a corto plazo de esos proyectos es dudosa cuando se trata de industrias de bienes y servicios que estn acostumbradas a las tres condiciones siguientes: primera, a ofrecer bienes y servicios de tecnologa media y baja; segunda, a competir en precios ms que en calidades, y tercera, a reducir su horizonte al entorno local o espaol. El hecho es que el sector empresarial privado espaol en gran parte ha compartido y (an) comparte estas caractersticas. Su impulso a la investigacin ha sido y es modesto, hace directamente poca investigacin y tiene poca experiencia de colaboracin con las universidades, tanto ms cuanto que stas tienen una idea de la investigacin que no les orienta a esa colaboracin; aunque quiz las cosas hayan ido cambiando a este respecto en los ltimos tiempos a ritmo lento. Por lo que se refiere al Estado, cabe decir que, puestos a adoptar un modo estatista y corporatista de coordinacin de la economa,
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que es lo que ha hecho durante muchas dcadas, el Estado podra haber tenido, al menos, una poltica coherente y sistemtica de compras pblicas, que hubiera favorecido a aquellas empresas espaolas que hubieran hecho inversiones en investigacin y desarrollo, pero no la tuvo. Ahora que est en trance de adoptar un modo ms liberal de manejo de la economa, parece que est comenzando a utilizar mecanismos fiscales y presupuestarios a este efecto. Respecto al resultado final, la investigacin que se hace, la narrativa benvola insiste en que ha aumentado el nmero de publicaciones cientficas firmadas por autores espaoles; y es cierto que la proporcin de citas de trabajos de espaoles en los ndices de citas del mundo va creciendo. Pero tambin lo es que hay una correlacin bastante alta entre nivel de renta y proporcin de citas, y que, por tanto, el impulso al que hay que atender no es tanto al que se refleja en un aumento lineal del volumen de las investigaciones cuanto al que debiera reflejarse en un aumento ms que proporcional al que le corresponde al pas por su nivel de renta. Sin embargo, las preguntas ms interesantes no son las que se refieren a la cantidad, sino a la calidad de la investigacin. Algunas de estas preguntas tienen muy difcil respuesta. Por ejemplo, es difcil precisar si hay mucha o poca investigacin hecha por espaoles que tenga influencia importante en lo que se discute hoy en las diversas comunidades cientficas. Habra que entrar en el terreno de las disciplinas diversas; aunque no podemos hacerlo sin reconocer, de entrada, que, en todo caso, no tenemos premios Nobel concedidos a espaoles por trabajos realizados en centros espaoles desde el premio que recibi don Santiago Ramn y Cajal, hace aproximadamente un siglo. En cambio, s hay lugar para hacer balance sobre la base de la evidencia disponible acerca de los usos industriales de esa investigacin. Ese balance es crtico, a pesar de indicios de mejora en los ltimos aos. En el conjunto de los ltimos veinte aos, las tasas de dependencia de las patentes extranjeras son altas y han ido en aumento, los coeficientes de inventiva (proporcin de patentes solicitadas por residentes sobre el total de la poblacin) se han mantenido estables a un nivel muy bajo, la balanza tecnolgica sigue siendo deficitaria (y la tasa de cobertura, o relacin entre exportaciones e importaciones, ha tendido a empeorar), y la importancia relativa de la industria espaola en los sectores de industrias de alta tecnologa es marginal. Entre la hospitalidad y la hostilidad: reacciones de algunas comunidades locales
ante la presencia de cuerpos extraos, y cmo stos pueden sobrevivir fundindose en el ambiente Tambin es posible que vaya mejorando el encaje de las comunidades cientficas locales con la comunidad cientfica internacional. Esto sera muy prometedor. Pero hay que tener en cuenta, una vez ms, cmo funcionan las cosas vistas de cerca. De cerca, se observa cmo quienes se van a trabajar al extranjero bien se quedan all, o bien vuelven y tienen difcil la reinsercin. Puede ocurrir que quienes se fueron, si lo hicieron a universidades de calidad, vengan con una mentalidad distinta, producto de una experiencia de dar lo mejor de s mismos, espoleados por colegas competentes y competitivos, y por estudiantes muy motivados. Pero puede suceder tambin que, cuando vuelven, llegan y se encuentran rodeados de colegas obsesos con estar donde estn y por estudiantes pasivos o inexpertos. En este caso, se encuentran con que quienes estn a su alrededor, para empezar, no leen lo que ellos leen. Sus reglas de juego no son las que ellos aprendieron y se acostumbraron a respetar en el extranjero. As que con el tiempo, si quieren vivir en Espaa tienen que aprender a vivir y dejar vivir. A no ser el testimonio vivo de cmo hay que hacer las cosas. A no espolear el resentimiento de quienes se sienten inferiores, entre otras cosas porque los primeros se fueron y ellos se quedaron. As que se van adaptando, intentando tener dos vidas, una de publicar fuera y otra de convivir dentro, y, paulatinamente van dejando de dar lo mejor de s mismos. En otras palabras, muchas comunidades locales identifican (certeramente) a estas gentes como cuerpos extraos a los que hay que destruir o domesticar, y as lo hacen. Algunas de estas comunidades pueden llegar a desarrollar considerable experiencia y adquirir una probada expertise en generar anticuerpos con los que defenderse de tales cuerpos extraos, o en metabolizarlos.
La educacin liberal
La Universidad espaola dedica una atencin mnima a la educacin liberal de sus estudiantes, e incluso a su educacin general. Apenas hay cursos y disciplinas directamente relacionadas con su formacin como gentes civilizadas (lo propio de la educacin liberal), salvo algunas asignaturas introductorias a algunas carreras profesionales que establecen esa relacin de manera fragmentaria e inconexa. Tampoco incita a sus estudiantes a desarrollar sus capacidades y sus inquietudes en un entorno universitario: espacio, bibliotecas, actividades culturales, vida asociativa, desarrollo de capacidades expresivas.
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VCTOR PRZ-DAZ
El espacio de las universidades espaolas ha sido diseado no para la conversacin de una comunidad que se refracta en miles de pequeos crculos, sino para servir como lugar de paso a miles de transentes. Las bibliotecas universitarias son de poca entidad: las universidades de Harvard y Yale en Estados Unidos tienen 24,5 millones de libros para algo menos de 30.000 estudiantes, y todas las universidades espaolas juntas tienen 21,8 millones de libros para 1,5 millones de estudiantes. La importancia relativa de las actividades teatrales universitarias es pequea. La vida asociativa de los universitarios, con fines culturales, recreativos, cvicos, es muy modesta. El uso efectivo de los idiomas, el conocimiento del ingls, las experiencias de vida (de estudios, de trabajo) en el extranjero son reducidos. Las capacidades comunicativas parecen poco desarrolladas entre los universitarios, y el rigor con el que stos hacen uso del lenguaje escrito es bajo, a juzgar por la pobreza de su lxico y el carcter atormentado de su sintaxis en los exmenes escritos. La universidad y la educacin liberal: los modos explcito e implcito de hacer cultura La Universidad espaola ha descuidado tradicionalmente la educacin liberal. Las tradiciones heterodoxas en este sentido han sido marginadas o destruidas. Los colegios de jesuitas se enfrentaron a la animosidad de las universidades, y en su momento hubieron de desaparecer hasta su reaparicin siglos ms tarde bajo un formato diferente y ubicados en la educacin secundaria. El proyecto de la Institucin Libre de Enseanza qued a medias, incluso bajo los regmenes constitucionales del primer tercio del siglo XX, y fue finalmente proscrito por los vencedores de la guerra civil, aunque se le permitiera subsistir bajo la forma (tambin en este caso) de un colegio. Sin embargo, de hecho, y simplemente por el tenor de sus enseanzas profesionales, las universidades han tenido una influencia apreciable en los grandes cambios culturales de la segunda mitad del siglo XX; como se ve en el caso de las carreras de ingeniera, de derecho o de economa, por poner algunos ejemplos. Las escuelas tcnicas han difundido en el pas una mentalidad de respeto y confianza en las capacidades de la ciencia y la tcnica moN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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dernas para mejorar un sinnmero de aspectos de la vida humana, y han reforzado en aqul la disposicin a embarcarse en un proyecto mal definido, pero sugerente, de modernizacin, que se ha solido traducir en una estrategia de imitacin de lo que ocurra en las sociedades supuestamente ms avanzadas de Europa. Esto ha tenido siempre una traduccin cvica o poltica ambigua; y, por ejemplo, ha llevado a la admiracin de regmenes polticos tanto autoritarios como democrticos. Pero, a la postre, esta mentalidad ha reforzado el deseo de ser como los pases europeos capitalistas y democrticos de la segunda mitad del siglo XX. Como se sabe, los saberes jurdicos y econmicos pueden tener, y han tenido, usos muy diversos. Pero en general, a largo plazo, la impronta del derecho romano y los usos germnicos, transmitidos a travs de muchos avatares y codificados en el siglo XIX, han dado lugar a una tradicin legal positivista con con-
cin de tipo estatista y corporatista que han prevalecido en Espaa hasta fecha reciente. Pero obsrvense dos cosas. Una, que la mayor parte de lo que se ha hecho, y se hace, en estos terrenos ha sido y es derivativo de lo que se origina en otros pases con mayor creatividad cultural. Dos, que lo que se proporciona suele ser un saber instrumental de las cosas, con el anejo implcito de algunos de sus supuestos tcitos. Lo que no se hace es una tematizacin explcita de la filosofa moral y poltica que da sentido al manejo de las leyes, la tecnologa y el anlisis econmico. Observaciones sobre la mutacin cultural de la poca, en Espaa y otros pases europeos, y sobre algunos sntomas de haber perdido el rumbo Francia, Italia y Alemania (por poner unos ejemplos de naciones de nuestro entorno histrico y geogrfico) son pases con una historia de alfabetizacin y escolarizacin que lleva a Espaa dos o tres generaciones de ventaja, que tienen una densidad mayor de instituciones culturales y unas clases medias ms instruidas y que han disfrutado de un rgimen de mayor libertad cultural que Espaa durante unos cuarenta aos. Pero tambin hay que tener en cuenta que se trata de pases que han tenido una experiencia confusa de mutacin cultural durante la segunda mitad de siglo; y esta confusin ha repercutido en Espaa, aunque en este pas ello haya sucedido contra el teln de fondo de un nivel cultural inferior. Conviene entender la confusin cultural de pases como Francia, Italia y Alemania en relacin con la experiencia de las generaciones que se han sucedido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La generacin de los aos cuarenta (es decir, la que, en su juventud, hubo de afrontar los problemas de aquellos aos) se encontr con una Europa recin recuperada o liberada del nazismo, pero no como resultado de su propio esfuerzo, de su reconquista, por as decirlo, sino de la lucha protagonizada por los ejrcitos (y las sociedades) de los pases anglosajones (dejando aparte la contribucin sovitica). A la hora de transmitir esa Europa a la generacin siguiente, la generacin europea de los cuarenta transmiti, por tanto, una forma de vida europea (su democracia liberal, su economa de mercado, su pluralismo) de la que ella se haba beneficiado y ella haba contribuido a mantener (y a defender, con la ayuda de los norteamericanos frente a la amenaza
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notaciones iusnaturalistas o de filosofa jurdica interesantes, que han tenido efectos positivos en la evolucin legislativa del pas, en las prcticas de los tribunales de justicia, en la aplicacin del principio de sumisin de la Administracin Pblica al imperio de la ley, y, en definitiva, en el establecimiento de un Estado de derecho. Otro tanto cabe decir del papel de los economistas, en la medida en la que no han podido obviar la impronta de los escritos clsicos de su disciplina, a la que han vuelto y vuelven bajo diferentes guisas una y otra vez. De este modo, las escuelas de economa han intentado acompaar razonablemente la marcha de la economa de mercado y han contribuido a difundir entre los funcionarios y las capas ilustradas del pas al menos un aprecio instrumental de la economa de mercado y de sus efectos; y por ello, con alguna frecuencia, han tendido a complementar, acompasar y limitar los excesos de los modos de coordina-
sovitica), pero de la que, en ltimo trmino, slo era parcialmente responsable. Esta experiencia de construccin y de defensa a medias del orden liberal en Europa trajo consigo, en un segmento importante de los europeos, en la derecha y en la izquierda, falta de claridad y de decisin a la hora de valorar y defender el orden de libertad. De aqu, probablemente, la propensin de bastantes europeos a preferir el modo estatista y corporatista de coordinacin de la economa; de aqu, la lentitud de la transformacin cultural interna de unos movimientos sociales proclives a convertir sus motivos de descontento en una denuncia (supuestamente radical, ms bien superficial) del orden de libertad; y de aqu, la simpata de amplios segmentos de la poblacin hacia los partidos y las ideologas (totalitarios) comunistas. Y de aqu, tambin, en su momento, las confusiones mentales de la siguiente generacin, la de los aos sesenta; es decir, si se quiere, la generacin de 1968. Los miembros universitarios de esta generacin han luchado y, todava hoy, en buena medida luchan contra una sociedad de consumo adoptando una actitud de consumidores insatisfechos. Se enfrentan a un mundo que no han producido, pero quieren que cambie para que se ajuste a sus deseos de uso y consumo. Pretenden ms libertad pero no entienden los rudimentos del orden de libertad gracias al cual pueden ejercerla y ampliarla. Como conclusin de estas contradicciones, esta generacin termina abocada a una reconciliacin peculiar con ese mundo cuando llega a su edad adulta (entre mediados de los setenta y mediados de los noventa). Sus miembros se hacen lderes y cuadros de partidos que, por una parte, se encargan de manejar ese capitalismo, y, por otra, exhiben seas de identidad que parecen inseparables de la denuncia radical del capitalismo. La manera de gestionar esta contradiccin es adoptar una disposicin ligeramente esquizofrnica por la cual se hace lo que hay que hacer pero sin reconocerlo en el terreno de los principios. A este sndrome de duplicidad sistemtica semiconsciente se le intenta justificar dndole el nombre de sofisticacin, complejidad e inteligencia prctica. Todas estas confusiones no han hecho sino repetirse, adaptndose a las circunstancias locales, en el caso espaol, aunque con las peculiaridades impuestas por el franquismo y el
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retraso econmico. Y han llevado, por sus pasos contados, a la confusin de los medios culturales espaoles de hoy. De hecho, si descendemos al nivel supuestamente ms profundo de la alta cultura del pas encontramos un paisaje bastante escaso de vegetacin. Sus intelectuales, ensayistas, moralistas y telogos han solido acompaar la mutacin cultural de la poca, pero no han protagonizado esa mutacin ni han influido mucho en ella. Es cierto que ha habido un proceso de cambio cultural en Espaa en lo relativo a la percepcin que el pas tena de la nacin, la ley, el mercado y la religin entre 1940 y 1990. Este cambio trajo consigo una civilizacin o desdramatizacin de conflictos normativos que, en el pasado, haban abocado a una guerra civil. Pero ese proceso se debi ms a
cambios pragmticos en la conducta de millones de gentes ordinarias que se haban ido consolidando con el paso del tiempo y a transformaciones institucionales que al estmulo de un debate cultural complejo e intenso; y en realidad tuvo lugar en medio del ruido de un debate cultural bastante superficial. El resultado final de ese proceso ha sido, ciertamente, una pacificacin de los violentos conflictos normativos del pasado, que es muy de agradecer. Pero el modo como esto ha ocurrido es un testimonio del carcter ligero del debate cultural del pas, en general, y de la debilidad de la vida intelectual generada en torno a la Universidad espaola, en particular.
Conclusin
Hemos considerado (en otro lugar)4 los avatares de esta especificacin y variante de la
Universidad occidental, que es la universidad espaola de los ltimos cincuenta aos, y hemos llegado a la conclusin (aqu) que, tomada en conjunto, esta Universidad parece tener una calidad mediana, a juzgar por el tenor general de los resultados del conjunto, ya sean stos profesionales, de investigacin o de educacin liberal. Hemos visto tambin (en el ensayo anterior) algunas de las razones de esa mediana: los estudiantes estn poco preparados y poco motivados; los profesores han sido seleccionados por un procedimiento de circunstancias; las redes de magisterio y discipulado se han deshilachado, por as decirlo, a lo largo de una experiencia compleja de rupturas y equvocos a lo largo del tiempo; determinadas concepciones de los bienes universitarios como bienes (principalmente) pblicos han ido arraigando en la opinin; y el modo de coordinacin y de gobierno ha tendido y tiende a minimizar el ejercicio de una libertad responsable y, por tanto, la autonoma real de los agentes, sean stos los estudiantes, las familias, los profesores o las universidades mismas. Estamos ante una Universidad todava sometida a un modo de coordinacin estatista y corporatista, con su inevitable inclinacin a la escasa movilidad de sus recursos en su interior y al proteccionismo frente a la competencia exterior. De ah las resistencias al distrito nico y la propensin a establecer barreras lingsticas, para proteger a las universidades locales; la degradacin del estatus de los profesores asociados, para marcar bien las distancias respecto al profesorado funcionario; la endogamia local en la seleccin de profesores; la escasa hospitalidad de las comunidades locales a los venidos de fuera, y la falta de entusiasmo de las universidades estatales (sus rganos rectores, sus profesores, sus estudiantes) hacia las universidades privadas. Pero hay que ver estas razones en el contexto del entorno de la Universidad. La demanda social de educacin por parte de unas familias con poca capacidad de discriminacin entre lo excelente y lo mediocre en materia de cultura, pero ansiosas de que sus retoos obtengan un ttulo universitario, se ha encontrado con una estrategia del lado de la oferta, es decir, de los polticos, funcionarios y profesores, sostenida sin desfallecimiento
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desde los aos sesenta, orientada a ampliar la oferta de plazas y a mantener las tasas a un nivel muy bajo, y apoyada, en general, por las capas ilustradas del pas (con dosis variables de entusiasmo en funcin de sus simpatas polticas partidistas). Por supuesto que es normal que en un mundo semejante, que (en ltimo trmino) propicia en sus agentes un ejercicio timorato de su libertad, la Universidad cometa el lapsus freudiano de olvidar la educacin liberal, e incluso de olvidar la pregunta misma sobre qu pueda significar ese tipo de educacin, y que el resto del pas tampoco repare en l.
Las posibles reformas de la Universidad espaola
La Universidad europea, y la espaola, pueden ser vistas como reformables o irreformables. Si las vemos como irreformables, podemos entender la Universidad como un animal desconcertado, incapaz de adaptarse a su medio ni de controlarlo, resistente al cambio pero sin futuro, el eslabn final de una cadena evolutiva. En este caso, podemos hacer dos cosas. Podemos declararla especie protegida e invertir una energa considerable en mantenerla artificialmente. O dejamos que se extinga, y elegimos cmo sucede esto: por ejemplo, la atendemos piadosamente en el trance final, procurando evitarle traumas excesivos e innecesarios. Sea dicho incidentalmente, la idea de que la Universidad es una especie que conviene dejar que se extinga no es nueva. Mucha gente vio as a la Universidad en el largo trnsito de la Baja Edad Media a la poca contempornea. La Universidad europea fue relativamente marginal en la revolucin cientfica del siglo XVII y en la Ilustracin del siglo XVIII. Bastantes pensaron en extender su certificado de defuncin, y sustituirla con los think tanks de la poca, las academias cientficas, las redes de correspondencia y los crculos de discusin que haban ido formando una repblica de las letras y de las ciencias a escala europea. El renacimiento de las universidades europeas slo tuvo lugar ms tarde, a lo largo del siglo XIX, y en muchos pases slo al final de l, como resultado de un aumento sustancial de la demanda social de educacin superior y de movimientos internos de reforma. La universidad, reformable: su modelo de referencia Pero cabe adoptar, por el contrario, una actitud positiva y optimista, y decidir que, despus de todo, el tipo de Universidad europea continental, que incluye la espaola, es reformable. Por reformable entiendo aqu: susceptible de un tipo de reforma que increN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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mente sustancialmente el grado de libertad y de responsabilidad de todos los agentes del sistema educativo y atienda a la educacin liberal de los estudiantes5. El modelo de referencia, en este caso, es la experiencia norteamericana ms que la europea, pero con reservas. No abogo por la mera imitacin de las universidades norteamericanas. Slo mantengo que el modelo norteamericano debe servir de referencia y, en cierto modo, de inspiracin, en tanto que su modo de coordinacin incorpora un grado de libertad y de responsabilidad de los agentes y en tanto que desarrolla un grado de atencin al tema de la educacin liberal que son muy superiores a los de las universidades europeas. Por supuesto, es posible que aquella universidad y aquellos agentes, en el ejercicio de su libertad, yerren; lo que hacen, desde mi punto de vista, en la medida en la que se convierten bien en una comunidad de expertos que se dejan llevar de la hubris corporativa y aplican un enfoque intelectualista desmesurado, bien en unos partcipes entusiastas de un tipo de sociedad en el que las gentes viven obsesionadas por la obtencin del dinero fcil, el estatus aparente, y el poder sobre los dems (lo que podramos llamar una societas cupiditatis). Pero esa posibilidad es parte de su libertad. Los buenos cristianos pensaban, y muchos de ellos siguen pensando, que hacer un pacto con el mundo, el demonio y la carne era y es abominable; pero poder hacerlo es precisamente la misteriosa prerrogativa de los seres humanos, a quienes el propio Dios habra hecho libres. Algunos flancos dbiles de las universidades espaolas que favorecen su posible reforma Las universidades espaolas tienen, afortunadamente, varios flancos dbiles organizativos, institucionales y culturales, difciles o quiz imposibles de proteger. Una de las razones de ello reside en la lgica centrfuga y descentralizadora que se ha ido introduciendo en el sistema desde hace tiempo, y que hace que el sistema universitario incorpore un elemento catico que ya es endmico en el sistema. Es el caos de competencias que resulta del desarrollo de la jurisdiccin educativa de las comunidades autnomas en combinacin con la autonoma de las propias universidades, particularmente cuando todas estas autonomas se dan en un medio institucional y cultural en el
5 Sobre el modelo norteamericano y sobre las posibles reformas de la Universidad espaola, ver tambin Vctor Prez-Daz y Juan Carlos Rodrguez, La educacin superior y el futuro de Espaa (Fundacin Santillana, Madrid 2001, pgs. 59-74, y 365-378), y mi Una interpretacin liberal del futuro de Espaa (ya citada, pgs. 53-60).
que los agentes se han ido acostumbrando a pensar que las reglas de juego son un instrumento en sus luchas interminables por ampliar su poder. A ello se aade la influencia de la sociedad civil, en forma de consejos sociales, fundaciones y otras aventuras filantrpicas, que traen consigo el crecimiento de un tercer sector (pluralista) en la educacin superior; adems de la presin de las empresas, cada una siguiendo sus propios intereses, que deber hacerse sentir cada vez ms en el terreno de los estudios de tercer ciclo. Todos estos forcejeos tienen lugar contra el teln de fondo de una sociedad en la que tiene lugar un aumento gradual de la capacidad de discriminar entre una buena y una mala educacin profesional por parte de los empleadores, los propios estudiantes y sus familias (que resulta de factores econmicos y culturales diversos, entre otros, del aumento del nivel de informacin y educacin del conjunto de la poblacin), y un incremento continuo de sus recursos econmicos, susceptibles de financiar los estudios superiores de sus hijos. Adems, lo que ocurre en Espaa sucede en el marco de un escenario ms amplio. Es continuo el flujo de estudiantes (y profesores) espaoles hacia Estados Unidos y hacia Europa (y europeos hacia Espaa); y se van tejiendo unas redes cada vez ms densas entre las universidades (pblicas y privadas) y entre los agentes reguladores (estatales) espaoles y europeos. Esto da lugar a una diversidad de experiencias, la comparacin entre las mismas y la difusin de algunas de ellas. De hecho, en Europa, las deficiencias del sistema universitario son objeto de un debate tan continuo y los retos del presente son vistos como tan graves y apremiantes, que es difcil que, de una forma u otra, no se d, al menos en algunos pases, una respuesta reflexiva a esta situacin. Es probable que esto origine dos procesos de reforma. Uno en el terreno del modo de coordinacin y gobierno de las universidades: en la direccin de una diferenciacin interna del campo universitario y el desarrollo de las autonomas universitarias porque se piense que conviene estimular mecanismos de flexibilidad, de adaptacin local a las circunstancias y de desarrollo de las peculiaridades idiosincrsicas de cada universidad. Otro, en el terreno de los contenidos educativos: hacia una reforma del sistema de enseanza profesional y del sistema de investigacin que incluya experimentos con diversas formas de educacin liberal. Y si esto ocurre, es raro que no se asista a un proceso de difusin cultural por el que los ecos de estas reformas no lleguen al resto de los pases europeos, incluida Espaa.
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Por tanto, creo que las universidades europeas, incluso las espaolas, son reformables, y que la tarea de reformarlas puede ser considerada como una tarea factible, si se acomete con la estrategia y la actitud adecuadas. Por una parte, hay que aplicar presin en los flancos sensibles. Por ello, los reformadores deben concentrar su atencin en la promocin de algunos experimentos locales con mayores probabilidades de xito, sin desperdiciar sus energas en grandes batallas imposibles de ganar. Por otro lado, conviene que adopten la actitud positiva y optimista a la que me he referido antes. Los reformadores deben confiar en el proceso de incremento del caos del sistema universitario espaol y de inmersin de Espaa en el espacio europeo y transatlntico; deben contemplar horizontes dilatados en el tiempo (quiz el necesario para que haya dos o tres cambios generacionales); deben armarse, por tanto, de paciencia y cultivar el lado mstico y contemplativo de su personalidad mientras perfeccionan el arte de la supervivencia personal; y deben esperar que la fortuna les sonra mezclando de manera imprevista los acontecimientos sbitos con las consecuencias inesperadas de las estrategias autointeresadas de los diversos agentes sociales. Deben tratar, incluso, de persuadir a estos agentes apelando a su buena voluntad, su espritu cvico y su eventual compromiso con una filosofa de la libertad y otros valores similares.
El papel de la Universidad privada
La universidad privada puede ser clave para rectificar la senda histrica de las universidades europeas y espaolas. En Espaa, la Universidad privada ha crecido en los ltimos aos a un ritmo tres veces superior a la Universidad pblica, absorbe en torno al 12% de la matrcula total (y en las regiones espaolas de mayor importancia econmica, ese porcentaje asciende a ms del 20%)6. Su dinamismo es innegable, aunque todava sigue siendo una parte pequea del paisaje general. Hay que equilibrar, por tanto, la balanza entre universidades pblicas y privadas, todava desmesuradamente sesgada a favor de las primeras. No slo debe haber ms universidades privadas, sino que, sobre todo, debe prevalecer la lgica
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Por ejemplo, en Catalua, segn el Avance Estadstico para el curso 2001-2002 que publica el Consejo de Coordinacin Universitaria, haba 40.203 alumnos matriculados en universidades privadas (incluida la Universitat Oberta de Catalunya) y de la Iglesia, ms 10.542 alumnos en centros privados adscritos a universidades pblicas. Sumados unos y otros, ello representa el 23,9% de la matrcula total en las universidades catalanas. Los porcentajes son similares en Madrid y en el Pas Vasco.
de las universidades privadas, de modo que el sector en su totalidad opere con arreglo a los principios de funcionamiento de este tipo de universidades, como ocurre en Estados Unidos. Esto significa que el modo de coordinacin y gobierno del sector debe ser un modo liberal, en el sentido propio del trmino: uno que maximiza el grado de libertad responsable de todos los agentes del sistema educativo. Visto desde la perspectiva de las universidades, esto implica un modo de coordinacin que permita el pleno desarrollo de la autonoma responsable de cada universidad, con objeto de que cada una defina y lleve adelante su proyecto educativo propio y se atreva a afirmar su identidad institucional. El paso siguiente es, lgicamente, que se atreva a acudir al mercado de profesores, estudiantes y fondos pblicos y privados de investigacin, y, enarbolando la bandera de sus seas de identidad, compita por todos esos recursos. Esto tiene la contrapartida de un cambio de actitud por parte de los profesores, los estudiantes y los financiadores del sistema. Los estudiantes no pueden pretender fingir que la educacin es meramente un bien pblico, cuando en realidad es menos un bien pblico (que debera competir, en todo caso, por recursos pblicos con otros bienes, como la sanidad, por ejemplo) que un bien privado (que debe ser costeado por sus beneficiarios). No es, por tanto, un derecho, sino una oportunidad: por ello su coste debe recaer, en buena medida, sobre ellos mismos, y, adems, stos tienen que merecerla con su esfuerzo. Tienen que someterse a algn procedimiento de seleccin; como puede serlo el cruce de ofertas y demandas en un mercado competitivo en el que los mejores estudiantes se ofrecen y aportan sus mritos, y las mejores universidades demandan y plantean sus exigencias (y viceversa, los estudiantes comparan precio y calidad educativa mientras las universidades ofrecen sus servicios). Y los profesores y los agentes financiadores del sistema tienen que pasar por experiencias similares. Si las universidades privadas se comportan de este modo y operan con esa lgica dentro de su campo de actuacin, pueden servir de estmulo a las universidades pblicas que las rodean. Pueden ofrecer un ejemplo de flexibilidad institucional, de adaptacin al medio y de establecimiento de puentes con l, en especial si se internacionalizan y amplan su horizonte hasta abarcar el conjunto de Europa y otros pases. Pueden ofrecer asimismo un ejemplo de capacidad de experimentacin y de promocin de un talante de libertad responsable entre sus es-
tudiantes, profesores, financiadores y antiguos alumnos, por ejemplo. En otras palabras, la Universidad privada puede ser clave para la educacin liberal si ahonda en la experiencia de su propia libertad, y de su propia identidad. Se trata de que cada universidad privada se interrogue por su razn de ser y vea si tiene o no un proyecto educativo propio; y, en consecuencia, se pregunte si tiene ya una identidad propia, o, en su caso, si es capaz de adquirirla. Si la Universidad privada tiene o adquiere identidad propia ser capaz de establecer una relacin moral significativa con sus miembros, y entonces estaremos en condiciones de observar el fenmeno, casi desconocido en la vida universitaria espaola en general, de los vnculos morales y afectivos entre los alumni (los antiguos alumnos) y sus universidades. Cuando estos vnculos existen, los alumnos se sienten concernidos por el destino de su universidad y dispuestos a ayudarla e incluso a hacerle donaciones. Se establecen as relaciones de amistad, verdaderas y duraderas, entre la universidad y sus antiguos alumnos, hasta el punto que stos pueden entender que su compromiso con su universidad es para toda la vida. (O como se dice, con breve elocuencia, en el obituario de un antiguo alumno de Harvard, Robert Baker, de la promocin de 1936: He felt that he didnt just go to Harvard for four years-he went for life7). Ntese que digo que la Universidad privada puede ser clave para rectificar la senda histrica de la Universidad europea o espaola, no que lo ser inevitablemente. Depende de ella. En el ejercicio de su libertad, la Universidad privada puede desviarse de ese ideal y decidir una estrategia que refuerce an ms el sesgo estatista del modo de coordinacin del sector universitario pblico; o una estrategia que desatienda o distorsione la educacin liberal de sus estudiantes. Ilustrar estas dos estrategias desviadas con una breve alusin a dos variantes o modalidades de ellas que llamar la de la bsqueda del favor del prncipe y la de la formacin integral de estudiantes modosos. Imaginemos, por ejemplo, que la Universidad privada, llevada de la confusin, insegura de s misma, ansiosa de quedar bien en el medio local en el que opera y dando por buenos los prejuicios y las convenciones de ese medio, intenta congraciar-
7 Harvard Office of News and Public Affairs, The Gazette, diciembre de 2002, pg. 3. Sinti que no haba ido a Harvard slo para cuatro aos, sino para toda la vida.
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se con el legislador y la opinin dominante, rema con la corriente y aspira a ser una universidad concertada (siguiendo el modelo del colegio concertado de la enseanza primaria y secundaria) que trata de asemejarse a las otras. Adapta sus programas, sus reglas de funcionamiento, sus procedimientos de seleccin al modelo de la universidad pblica, e intenta homologarse con ella. Quiz piense la universidad que, de este modo, pagar a sus profesores con menos coste, tendr ms estudiantes y recibir algunas subvenciones pblicas y determinados apoyos institucionales en momentos complicados de su vida. Esto sera congruente con una estrategia encaminada a buscar la proteccin de los gobiernos regionales correspondientes, a los que se rendiran, a cambio, determinados servicios. Se les ofreceran masters para sus funcionarios y formacin para sus cuadros administrativos, y se suministrara a sus dirigentes ocasiones de propaganda poltica: discursos con ocasin de inauguraciones y clausuras, festividades y puestas de la primera piedra o de la ltima piedra de los edificios de rigor, etctera. Quiz con todo ello la Universidad privada actuara en menoscabo de su libertad institucional, y de la tarea de atender a su propio proyecto educativo y de profundizar en l; en otras palabras, quiz vendera por un plato de lentejas no ya su primogenitura, sino su identidad. Tambin cabe imaginar que la Universidad desarrolle la estrategia de convertirse ella misma en un colegio secundario concertado no slo hacia fuera sino tambin hacia dentro, incluido el modo de concebir su relacin con los estudiantes. Tendramos entonces la experiencia de una Universidad empeada en un tipo de formacin integral de los estudiantes que pasara por inculcarles criterios e imponerles disciplinas que incluyen, muy en primer trmino, un atiborramiento de los espritus, el diseo de su vida intelectual como una carrera de obstculos, de examen en examen y de asignatura en asignatura, todo inmediato, preciso y concreto, todo en apuntes claros y esquemticos, todo en clave de buen sentido, todo con la menor complejidad y el menor misterio y ambigedad posible. A primera vista, parece como si todo estuviera pensado para una vida bien range, colocada en su sitio, y por eso el proceso educativo se fundira con la carrera profesional futura en una secuencia continua, por donde el estudiante avanzara, por su orden y sus pasos, de escaln en escaln hacia la nmina del personal con su escalafn de mritos: una senda que le conducira a las puertas del cielo y al coro de los ngeles. Lo que vendra a ser una acN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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tualizacin del sueo de las madres de clases medias de los aos cuarenta y cincuenta: su grito de guerra no era ciertamente el de Ricardo III, Mi reino por un caballo!, pero s vena a ser el de mi reino porque mi retoo gane unas oposiciones en un cuerpo del Estado!. Y para eso, entonces, haca falta orden, mucho orden. Pero la obsesin (clsica) por ocupar su sitio en un mundo ordenado necesita hoy un matiz que refleje el signo de los tiempos. Para que las cosas tengan hoy su punto de morbo y de actualidad, y dado que el trasfondo histrico de los empeos educativos se ha movido con el tiempo y ahora el logro de los oficinistas pblicos palidece ante el de los empresarios o los directivos privados, hay que hablar de iniciativa, riesgo y agresividad, aunque sea en dosis prudentes. Por ello, puede ocurrir que la Universidad privada que se defina a s misma (tcitamente, por sus actos) como un colegio secundario concertado ampliado se dedique, en consecuencia, al mismo atiborramiento del espritu al que ya me he referido antes, y lo haga del modo sistemtico y absorbente mencionado, pero utilizando mtodos agresivos y aguijoneando a los estudiantes para que se presten a la controversia y exciten su ambicin personal. De esta forma, un ideal (clsico) de estudiantes modosos se habra convertido en un ideal (moderno) de estudiantes modosos pero revoltosos. Una anotacin sobre la dudosa tarea de aconsejar y una sugerencia final Aconsejar es una tarea inevitable, puesto que con toda intervencin en el mundo intentamos persuadir a alguien, aun sin palabras, y tanto ms con ellas; pero tambin es una tarea un poco desconcertante. A veces quienes reciben los consejos saben mucho ms que sus consejeros; otras, sucede lo contrario, y no es raro que unos y otros se refuercen en el propsito de cometer los mismos errores. Incluso cuando llegamos a formular consejos sensatos hemos de reconocer que, con frecuencia, se los damos a gentes que fingen pararse a recibirlos cuando en realidad siguen corriendo. Nos escuchan con creciente impaciencia porque, lejos de suspender lo que hacen y esperar a ver lo que les decimos que tendran que hacer, siguen hacindolo, y estn a la expectativa de que les confirmemos en lo que quieren or o enriquezcamos con algn detalle adicional (que se les haba escapado) el cuadro cuyos rasgos principales ya se han encargado ellos de trazar firmemente sobre el lienzo. En estas circunstancias, ms vale convertir el consejo en una mera sugerencia; y
con una sugerencia termino. Propongo que consideremos este momento como un tiempo oportuno para una reforma de la educacin superior en Espaa y en Europa. Nuestro orden de libertad (si es eso lo que nos interesa) se enfrenta con retos graves pero tambin estimulantes, cuya respuesta requiere cambios en nuestras universidades. stas deben reformarse sabiendo que estn ubicadas en un espacio que desborda sus horizontes locales, y por ello es deseable que todos los agentes del sistema educativo (estudiantes, profesores, autoridades acadmicas, agentes reguladores, financiadores) miren ms lejos. Puestos a mirar ms lejos, sugiero que lo mejor es mirar lo ms lejos posible. Por eso dira que el modelo es la Universidad de Harvard, y lo digo no tanto por el valor intrnseco de esa universidad en particular (que personalmente estimo en mucho) cuanto porque puede ser usada como un smbolo de aquello que cada cual considere, de manera plausible, como la mejor universidad que pudiera haber hoy en el mundo. Y si se me objeta que el modelo es demasiado ambicioso o es inadecuado, mi respuesta slo puede ser: que cada cual proponga el suyo, y decida, considerando sus recursos (empezando por los de su carcter, su razn de ser y sus sentimientos), el alcance de lo que se atreve a hacer. En todo caso, los modelos a los que me refiero no son meras entelequias. No son inalcanzables. Para alcanzarlos hay que entender la situacin; pero, en este sentido, es probable que el tiempo no haya transcurrido en vano y que todos hayamos aprendido, o podamos todava aprender, de la experiencia histrica, prxima o lejana. Hay que decidirse a actuar y ponerse a ello, contando (sobre todo) con las propias fuerzas, pues no hay razn para delegar la responsabilidad en nadie. Y, puestos a actuar, siempre podemos adoptar aquella actitud positiva y optimista antes sealada, que incluye confiar en el caos, contemplar un horizonte dilatado en el tiempo, armarse de paciencia, cultivar el lado mstico y contemplativo de la vida, y, last but not least, apelar al buen sentido y el instinto de libertad de nuestros semejantes. n
LA CORRUPCIN URBANSTICA
Una nueva expresin delictiva
ANTONIO VERCHER NOGUERA
Si queremos una sociedad de bienestar, es inevitable que el poder econmico sea muy fuerte. El problema empieza cuando ste se infiltra en el mundo poltico y surge la corrupcin (Giovanni Sartori. Qu es la Democracia?)
Introduccin
Hablar de corrupcin hoy en da es como hablar de la fe, del odio o del valor. Se trata de conceptos tan generales que con frecuencia resulta peligroso aventurarse en el examen de su contenido. De hecho, slo una adecuada acotacin del trmino proporciona una mnima garanta de xito en esa labor de anlisis. La corrupcin tiene, sin embargo, una complicacin adicional y es que si la fe, el odio o el valor son conceptos extraordinariamente generales, aunque estables, con el trmino objeto de anlisis no ocurre lo mismo. Y es que all donde se abre un nuevo campo al quehacer humano, all aparecen nuevas formas de corrupcin. La corrupcin se perfila, pues, como algo consustancial al hombre y en la medida que el hombre progresa, evoluciona o se desarrolla, la misma lo hace igualmente.
Algunas consideraciones iniciales sobre el concepto de corrupcin
De entrada, esa generalidad del concepto de corrupcin a la que se est haciendo referencia, as como su falta de estabilidad, son caractersticas comnmente aceptadas. Segn el informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminologa sobre Urbanismo, Corrupcin y Delincuencia Organizada en la Costa del Sol, cuantificar la corrupcin es una tarea extremadamente difcil precisamente por esa generalidad y ausencia de estabilidad1. Es por ello por lo que Malem Sea se inclina por un concepto descriptivo y
excluyente de corrupcin, en lugar de recurrir a las definiciones al uso. Ese concepto de corrupcin implica, por ejemplo, y en lo que a su parte descriptiva se refiere, la violacin de un deber posicional, una actuacin secretiva o rodeada de gran discrecin, la existencia de beneficios, etc2. A su vez, quedan excluidos del mismo la simple recepcin de ddivas, regalos o recompensas que sean expresin de reconocimiento o muestra de afecto o las medidas estatales de carcter promocional, de las que son buen ejemplo las leyes de incentivos fiscales, entre otros supuestos3. Adems esa generalidad propia del trmino se desprende del hecho de que, segn Lascoumes, existen 46 infracciones que de una forma u otra son constitutivas de corrupcin en el Derecho penal francs4. Como no poda ser de otra forma, se trata de una lista completamente abierta precisamente por la falta de estabilidad del trmino controvertido. En cualquier caso, adems de los dos aspectos destacados que configuran el concepto de corrupcin, un tercer elemento de inters al respecto es la existencia de una situacin de abuso de la que se aprovecha una de las partes y en virtud de la cual se acta. El profesor de la Universidad de Cardiff Michael Levi afirma que corrupcin no es sino una situacin de abuso producida cuando se acta con absoluta discrecionalidad, en una posicin de monopolio y sin ningn mecanismo que permita exigir responsabilidad por lo realizado5. Esa misma concepcin viene recogida por Francisco J. Laporta al
sealar que la gran corrupcin encuentra su ambiente ms propicio cuando se adoptan importantes decisiones econmicas en rgimen de monopolio de poder, con amplia discrecionalidad y sin controles ante los que responder6. Por su parte, Lascoumes mantiene que la corrupcin es una alteracin de los valores polticamente jerarquizados, donde el inters privado reemplaza al inters pblico o social7. Todo ello en ntima conexin con el concepto expresado en el Diccionario de la Lengua Espaola de la Real Academia al destacar que es, simplemente, un vicio o abuso introducido en las cosas materiales8. El problema reside en que las formas de degradacin que se pueden producir, y aplicadas al contexto ahora objeto de anlisis, son, pura y simplemente, innumerables. Es evidente que con tales precedentes, y habida cuenta la generalidad e inestabilidad del trmino, resulta poco menos que imposible determinar con absoluta certeza qu es la corrupcin. Lo que est claro es que la corrupcin ha existido siempre9 y que, como ya se adelantaba, all donde se abre un nuevo campo al quehacer humano, all aparecen nuevas formas de hacer o de no hacer, a las que son aplicables el trmino debatido.
1 Gmez-Cespedes, A., Prieto del Pino, A.M. y Stangeland, P.: Urbanismo, Corrupcin y Delincuencia Organizada: Un Proyecto en la Costa del Sol. En: Boletn Criminolgico. N 65. Mayo-Junio 2003. Pg. 1.
2 Vide Malen Ssea, J.F.: La Corrupcin. Aspectos ticos, Econmicos y Jurdicos. Barcelona: Gedisa. 2002. Pgs. 32 a 35. 3 Malem Sea, J.F.: Op. cit. Pgs. 23 a 31. 4 Lascoumes, P.: Corruptions. Pars: Press de Sciences Po. 1999. Pg. 49. 5 Conferencia pronunciada con ocasin del Second Evaluation Round: Training Seminar for Experts-Evaluators. Paphos (Chipre). 21-23 de noviembre de 2002.
Laporta, F.: Caldo de Cultivo. En: El Pas. 10 de julio de 2003. Pg. 11. 7 LASCOUMES, P.:Op. cit. Pg. 49. 8 Cuarta acepcin del trmino corrupcin. Diccionario de la Lengua Espaola de la Real Academia. Decimonovena Edicin. 1970. Pg. 369. 9 Jess Carrera, citando el Informe Bontempi sobre la Comunicacin de la Comisin al Consejo y al Parlamento Europeo sobre la Poltica de la Unin en Materia de Lucha contra la Corrupcin (Comisin de Libertades Pblicas y Asuntos Interiores, A4-0285/98), seala que en un archivo del siglo XIII a. C. figuraban nombres de altos funcionarios y el propio de una princesa asiria que haban aceptado sobornos. CarreraHernndez, J.: La Persecucin Penal de la Corrupcin en la Unin Europea. Mesa Redonda sobre Cooperacin Jurdica Internacional en Materia Penal: una Visin desde la Prctica. Coleccin Escuela Diplomtica. Cooperacin Jurdica Internacional. N 5. Pg. 207.
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As pues, me atrevera a decir que la labor de obtencin de un concepto de corrupcin universal arrastra los mismos lastres que arrastraba en su momento la bsqueda de un concepto de delito universal, en el que tanto esfuerzo y trabajo invirtieron los positivistas del finales del siglo XIX y principios del XX10. Precisamente por esa razn se habla de corrupcin en los ms variadas reas y mbitos. Se plantea la existencia de corrupcin privada, de corrupcin poltica, de corrupcin en el comercio internacional, etc. etc. Existe, a su vez, una importante cantidad de subclasificaciones. As, por ejemplo, y dentro del concepto de corrupcin privada se habla de la misma en un sentido omnicomprensivo, como en el caso de Suecia, limitada al cuo ius-laboral (Francia), referida a la proteccin de la competencia (Alemania) o centrada en la relacin de lealtad patrimonial entre mandatario y mandante (Austria)11. Aun as, se producen en ocasiones supuestos de corrupcin con caractersticas o peculiaridades tales que resulta difcil incardinarlos en alguna de las clasificaciones al uso. Ese es el caso, por ejemplo, del supuesto descubierto recientemente en Italia con ocasin del Festival de San Remo que se vio
sacudido por un escndalo de corrupcin y que culmin con la detencin de sus tres responsables acusados de cobrar dinero a los aspirantes a participar en el conocido evento musical. La operacin judicial Pinocho puso al descubierto una organizacin que obtena pinges beneficios gracias a los jvenes que soaban con la fama, llegando a pagar cada uno hasta 50.000 Euros para conseguir los primeros puestos y llegar a ocupar as un lugar en el escenario de la cancin12.
El urbanismo y la ordenacin del territorio. Regulacin incipiente y degradacin posterior
Puig Pea, F.: Derecho Penal. Tomo I. Madrid: Editorial Revista de Derecho Privado. 1969. Pg. 185. 11 Foffani, L.: La Corrupcin en el Sector Privado: La Experiencia Italiana y el Derecho Comparado. En: Revista Penal. Julio 2003. Pg. 63.
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Lo que est ocurriendo en los ltimos aos en relacin con la ordenacin del territorio y el urbanismo resulta verdaderamente llamativo. En sus orgenes, la ordenacin del territorio no era ms que una funcin pblica que, surgida tras la Segunda Guerra Mundial, estaba dirigida a controlar el crecimiento espontneo de los diversos usos y actividades que se desenvuelven en el territorio. Se trataba de ordenar el descompasado crecimiento surgido despus de la ltima conflagracin mundial. De hecho aquel crecimiento no era ms que una opcin de poltica econmica planificada, que prescinda de importantes variables espaciales y de problemas como la equitativa distribucin de la renta. Pues bien, para afrontar aquella pro-
blemtica y aquel planteamiento econmico preeminente, surgi la ordenacin del territorio, de la mano adems de la urbanstica13. A su vez el urbanismo como tal haba ya nacido en la primera mitad del siglo XIX en Francia y Gran Bretaa ante la necesidad igualmente de corregir los profundos desequilibrios resultantes de las profundas transformaciones econmicas y sociales de la poca14. Se trata pues, en principio, de dos loables e interrelacionadas disciplinas que trataban de poner cierto orden en una materia incipiente y que era necesario organizar. Por lo dems, si anteriormente ambos tenan razn de ser en la actualidad la tienen todava ms en un mundo en el que el 83% de su superficie est ya ocupada o marcada por la huella del hombre. As, segn un estudio de la Sociedad Estadounidense para la Conservacin de la Fauna y de la Red Internacional de Informacin para la Ciencia de la Universidad de Columbia, el hombre ya ocupa el 83% de la superficie terrestre. Es decir, menos de dos partes sobre diez permanecen vrgenes. Ese 20% de zonas vrgenes corresponde a reas ms inaccesibles, fras como la Antrtida o calurosas como los desiertos, o
13 Vide Prez Moreno, A.: Ordenacin del Territorio y Medio Ambiente. En: Proteccin Administrativa del Medio Ambiente. Madrid: C.G.P.J. 1995. Pg. 300 et seq. 14 Vide Benvolo, L.: Orgenes del Urbanismo Moderno. Madrid: Ecleste Ediciones. 1996.
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en altitudes donde el hombre tiene grandes dificultades para la supervivencia. A su vez, el 83% de influencia antropomrfica se ha logrado discernir incluyendo las reas donde la densidad de poblacin es de ms de una persona por kilmetro cuadrado, dentro de los quince kilmetros de un ro o pista terrestre, dentro de los dos kilmetros de influencia de una va frrea o en un rea donde una luz artificial sea visible con regularidad por la noche desde un satlite15. Espaa afront con relativa prontitud la temtica urbanstica 16. Sin embargo pronto empez a aparecer una serie de condicionamientos y caractersticas en virtud de las cuales se abri un cauce muy especial que vino a determinar el desarrollo del urbanismo tal y como ha tenido lugar y segn lo conocemos en la actualidad. Por una parte, y esta sera la primera de las indicadas caractersticas, ya desde la primera Ley de 195617 se opt por la planificacin del todo el territorio nacional y esta tesis planificadora estatalista continu con la legislacin posterior18. La nueva situacin acab degenerado, pues Todo se resolva con ms licencias y controles que precipitaron al sistema en una rgida espiral de intervencionismo y controles superpuestos que, ms que suelo barato, generaron demoras y complejidad gratuitas que slo favorecan la especulacin y la corrup-
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16 Segn Bassols Coma, conviene recordar la anticipacin y prioridad cronolgica en el marco del Derecho urbanstico comparado de nuestra legislacin urbanstica. En efecto, las Leyes de Ensanche de 1864, 1876 y 1892 junto con las de Saneamiento y Mejora Interior de Poblaciones de 1885, en cuanto normas globales y sistemticas de la disciplina de los desarrollos y transformaciones urbanas se adelantara a las de otros pases europeos con un proceso de industrializacin y urbanizacin ms relevante y acelerado no dispondrn de normativa de esta naturaleza hasta el primer decenio del presente siglo. Vide Bassols Coma, M.: Panorama del Derecho Urbanstico Espaol: Balance y Perspectivas. En: Revista de Derecho Urbanstico y Medio Ambiente. N 166. Diciembre 1998. Pg. 64. 17 Ley de 12 de mayo de 1956, de Ordenacin Urbana y Rgimen del Suelo. 18 Los hechos han demostrado que durante dcadas el urbanismo espaol sigui un camino equivocado. La primera ley, por otro lado coherente y vanguardista, la de 1956, opt por la planificacin del todo el territorio nacional. Y las siguientes, deslumbradas por el prestigio entonces indiscutido de las doctrinas estatalistas planificadoras, a cada nuevo fracaso respondan incrementando obstinadamente la dosis de intervencin. La Ley de 1975 y sobre todo la de 1990, aumentaron los controles, hicieron requisas del 10% y del 15% del suelo para especulacin municipal y, en pleno delirio intervensionista, expropiaron al derecho de propiedad de todo su contenido y consagraron la estatalizacin. Vide Aristnico Garca, J.: Urbanismo en Crisis. En: El Pas. 25 de febrero de 2003. Pg. 56.
cin y el encarecimiento del precio del suelo19. Se trataba de una Ley promulgada en un momento de absoluta ausencia de control democrtico en Espaa y, como ya se sabe, de aquellos polvos provienen estos lodos. En segundo lugar, y como consecuencia el establecimiento y creacin de Comunidades autnomas previsto en la Constitucin de 1978, se inici un proceso de descentralizacin administrativa cuyo resultado fue un sensible aumento del nmero de organismos pblicos, especialmente en sede autonmica. Ese incremento supuso la inevitable aparicin de un mayor nmero de reas de competencia pblica que eran potenciales canteras para todo tipo de supuestos de corrupcin20. En tercer lugar, y con el advenimiento del rgimen democrtico a finales de los aos setenta, las corporaciones locales tuvieron que afrontar un salto cuantitativo y cualitativo competencial difcil de digerir ante la inexistencia de una cultura previa de comportamiento democrtico21. A consecuencia de lo dicho result especialmente afectado, entre otras materias, el urbanismo y no precisamente de una manera positiva. De hecho, el urbanismo ha acabado convirtindose en una mera tcnica, por no decir tecnocracia, sin mayores contenidos de futuro. Dicho crudamente se trata de paliar en parte los efectos negativos del viejo negocio de comprar por hectreas y vender -mucho ms caro- por metros cuadrados22, cuyos procedimientos, amn de crpticos, no parecen tan siquiera ajustarse a los mas elementales principio de seguridad jurdica. Ello ha llevado a sealar que No se concibe cmo unos procedimientos como los urbansticos, que se gozan en el frrago de sus trmites esterilizantes y resultan angustiosos de tanta rigidez, estn tan salpicados de autorizaciones administrativas de naturaleza concesional y puedan ser vadeados por los cada vez ms frecuentes convenios urbansticos extraplan, lbiles a la especulacin y a la corrupcin23. Tal y como se ha puesto de manifiesto, los ayuntamientos y corporaciones locales son tambin reas potenciales de
corrupcin, habida cuenta el alto nmero de relaciones individuales que priman en las mismas y en las que es difcil establecer un adecuado y eficaz control24. Se trata del patronazgo y el clientelismo que respecto a Espaa y a otros pases mediterrneos ha venido a denunciar Heywood, y que son tan caractersticos en el mbito competencial de las autoridades locales25. Se trata igualmente del antiguo caciquismo denunciado por Gerald Brenan y que tan pronunciado arraigo tena en el amplio contexto de las corporaciones locales26. Si a ello aadimos el hecho de que el 30% de la poblacin espaola vive en municipios ligados a espacios protegidos27, es fcil hacerse una idea de las simples posibilidades numricas de corrupcin que pueden surgir al respecto. En cuarto lugar, el Estado es titular de 50.000.000 de metros cuadrados de suelo, con la Seguridad Social, Fomento, Interior y Defensa a la cabeza. Este ltimo ha protagonizado subastas de suelo en Madrid capital a 400.000 pesetas el metro cuadrado de repercusin28. Todo ello sin olvidar, por supuesto, el suelo propiedad de los ayuntamientos. Y si bien es cierto que ese suelo debiera estar dedicado a la construccin de viviendas para afrontar la escasez y para limitar los procesos especulativos, el mismo acaba convirtindose en un mero instrumento de financiacin pblica29. Lo grave del caso radica en que se trata de caractersticas y condicionamientos que inciden sobre una materia de capital importancia en el contexto nacional como lo es la vivienda. As viene claramente reconocido en el artculo 47 de la Constitucin Espaola, al sealar que Todos los espaoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Y precisamente a consecuencia de esa importancia, el propio artculo 47 de la Constitucin prohbe de manera expresa
19 Aristnico Garc;ia, J.: Op. cit. Pg. 56. 20 Democracy and Corruption in Europe. Edited by Donatella Della Porta and Yves Mny. London and Washington, Pinter, 1997, pg. 176. 21 Borja, J.: La innovacin en poltica local, en El Pas, 19 de mayo de 2003, pg.16. 22 Vide Parra, F.: Utopa libertaria y Ecologismo. Comentario al libro La ecologa humana en el anarquismo ibrico, del autor Eduard Masjuan, en Babelia, suplemento cultural del peridico El Pas, 30 de septiembre de 2000, pg. 15. 23 Aristnico Garca A, J.: Op. cit., pg. 56.
Democracy and Corruption in Europe. Op. cit. Pg. 176. 25 Heywood, P.: From Dictatorship to Democracy: Changing Forms of Corruption in Spain. En Democracy and Corruption, op. cit., pg. 82. 26 Brenan, G: The Spanish Laburinth. Cambridge University Press. 1982. Pg. 7. 27 Segn Mgica de la Guerra, ms de 1.300 municipios contribuyen al territorio de algn espacio protegido. En ellos viven 12 millones de personas que se ven influidas directa o indirectamente por el hecho de la existencia de algn espacio protegido. Vide Mgica de la Guerra, M.: Espacios Protegidos y Desarrollo Econmico. En: El Ecologista. n 37. Otoo 2003. Pg. 39. 28 Expansin. 17 de octubre de 2002. Inmobiliario. Pg. III 29 Vide al respecto el Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Boletn Oficial de las Cortes Generales. VII Legislatura, nm. 442, 3 de junio de 2003, pgs. 294 a 296.
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todo acto o supuesto de especulacin en relacin con la vivienda. As, ese mismo artculo 47 establece sin paliativos que Los poderes pblicos promovern las condiciones necesarias y establecern las normas pertinentes para hacer efectivo ese derecho, regulando la utilizacin del suelo de acuerdo con el inters general para impedir la especulacin.30 No hay que indagar demasiado para comprobar que esa prescripcin constitucional est tan alejada de la realidad social espaola que su simple contenido casi parece una utopa. Las autoridades estn tan desbordadas por el tema que parecen incapaces de controlar la galopante especulacin que tiene lugar en torno a la vivienda. En esa lnea, y segn fuentes tan poco sospechosas como el Ministerio de Hacienda, en el ao 2002 el precio de la vivienda se dispar en Espaa casi un 17% (exactamente 16,62%), lo cual constituye la mayor alza de precios producida en los ltimos 13 aos. Subida incluso superior a la que tuvo lugar en el ao 2001, que fue del 15,40%.31 A su vez, el precio de la vivienda ha crecido tres veces ms que los salarios en los ltimos 15 aos, segn un Informe de la Fundacin de Cajas de Ahorros Confederadas.32 Lo curioso es que esa previsin constitucional a favor de la vivienda, no es un capricho o veleidad sino que se trata de un planteamiento perfectamente acorde con el sentir de la poblacin de nuestro pas, en el que la vivienda ocupa el segundo lugar de preferencia tras la familia. Se trata pues de una realidad tangible y fcilmente comprobable. As lo avala El Observador de la Distribucin tras la encuesta correspondiente al ao 2002.33 Pero no solamente no se ha evitado la especulacin en torno al precio de la vivienda. Una de las funciones del urbanismo es proporcionar elementos de faciliten bienestar, un entorno satisfactorio, as como aportes estticos que hagan ms fcil y llevadera la vida de todo ciudadano de cualquier clase
y condicin34. Se trata, en esencia, segn seala el Defensor del Pueblo, de mejorar la calidad de vida del ciudadano con el urbanismo35. Sin embargo, tales aportes estticos y elementos que faciliten el bienestar brillan por su ausencia en las ciudades de hoy. Lo cierto es, y as ha venido a reconocerse por la doctrina, que lo que verdaderamente prima en la ciudad espaola actual es el urbanismo basura, carente de la ms elemental sensibilidad esttica y fruto de intervenciones fragmentarias producto del mercadeo36. Segn Hernndez Pezzi, Presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de Espaa, nuestro pas se ha convertido en una gran agencia inmobiliaria que descuida la calidad de las ciudades y somete a las familias a un esfuerzo desmesurado para la compra de vivienda37.
Del proceso de degradacin en materia de ordenacin del territorio y urbanismo a la aparicin de supuestos de corrupcin.
Dicho lo dicho, es evidente que el urbanismo y la ordenacin del territorio constituyen en Espaa caldo de cultivo potencial para muchas y muy variadas posibilidades de corrupcin. De hecho en un trabajo anterior38 tuve la oportunidad de plantear una serie de presupuestos explicativos del proceso evolutivo que han llevado ya a la aparicin de importantes casos de corrupcin en estas dos disciplinas. Huelga sealar que existe un importante nmero de publicaciones y artculos de prensa tratando de explicar el desmesurado crecimiento de los precios de la vivienda en nuestro pas -es decir,
lo que se ha dado en llamar la burbuja inmobiliaria-, aportando incluso posibles soluciones al problema. Se habla por ejemplo de la crisis burstil desconocida en la historia financiera desde la crisis de 1989. En ese largo perodo de recesin de la renta variable los inversores se han refugiado en el mercado inmobiliario en plena expansin- y en los productos financieros ms seguros y tradicionales. En ese sentido se calcula que entre el 20% y el 30% de los compradores de vivienda son inversores que huyen de la bolsa.39 Se alude tambin a la falta de informacin sobre el tema, pues no se controlan los distintos mercados, ni se obtienen datos de transacciones reales, sino slo estimaciones, lo cual produce inseguridad y, por consiguiente, aumento de los precios. Existen igualmente elementos coyunturales que favorecen el aumento de los precios, tales como la apertura de nuevas estaciones del metro o del AVE, etc. etc.40 Tambin surgen factores coyunturales determinantes de reducciones de precio de los inmuebles, como puede ser, por ejemplo, la localizacin de los mismo en reas de botelln.41 Lo mismo ocurre cuando se trata de una zona donde se trapichea con droga, como es el caso del barrio de los Pajarillos de Valladolid, segn se ha comprobado recientemente.42 Tal como se ha indicado por algn autor muchas de estas publicaciones y artculos parten de bases errneas o se fundan en verdades aparentes,43 quizs porque Espaa no es precisamente un pas caracterizado por sus investigaciones serias sobre la materia o
30 El artculo comentado, adems de establecer el principio rector vinculante en materia de vivienda, disea un sistema constitucional de urbanismo, establecido con carcter instrumental del llamado derecho a la vivienda, del que son principios caracterizadores el de la regulacin de la utilizacin del suelo de acuerdo con el inters general, para impedir la especulacin, y el de participacin de la comunidad de las plusvalas que genere la accin urbanstica de los entes pblicos. Arozamena Sierra, G.: Consideraciones sobre el Artculo 47 de la Constitucin. La Vivienda y el Urbanismo en la Constitucin. En: La Ley. 17 de diciembre de 1996. Pg. 1. 31 El Pas. 6 de marzo de 2003. Pg. 60. 32 El Pas. 16 de septiembre de 2003. Pg. 59. 33 Vide ABC Inmobiliario. 26 de mayo de 2002. Pg. 18.
34 De hecho, segn un estudio del Instituto de Psiquiatra del Kings College de Londres, la propensin del individuo a la violencia viene determinada principalmente por factores genticos, as como por factores de ecologa urbana y ambientales, especialmente durante su juventud. Vide The Economist. 3 de agosto de 2002. Pg.65. 35 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit. Pg.285. 36 ...refugiados en la pereza intelectual de los mantras mediticos la especulacin del suelo, la mafia del ladrillo, la especulacin inmobiliaria, rehusamos reconocer que el urbanismo basura consume y colmata los territorios metropolitanos como manifestacin material de la prosperidad, y como expresin grfica de la democracia. Al igual que la comida basura o la televisin basura, las promociones residenciales de nfima calidad arquitectnica que proliferan en las periferias urbanas responden a una demanda social ocenica... FernndezGaliano, F.: Urbanismo Basura. En: El Pas. Babelia. 5 de julio de 2003. Pg. 16. 37 Hernndez Pezzi, C.: La Burbuja y sus Reflejos. En: El Pas. 1 de julio de 2003. Pg.56. 38 Vide Vercher Noguera, A.: Reflexiones sobre Corrupcin y Urbanismo. En: Fraude y Corrupcin en la Administracin Pblica. Edit. Juan Carlos Ferr Oliv. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca. 2002. Pg. 303 et seq.
Vide El Mundo. 23 de junio de 2002. Pg. 49. Vide igualmente El Mundo. Su Vivienda. 21 de febrero de 2003. Pg. 3. 40 Vide Expansin. 6 de febrero de 2003. Pg. 33. 41 Vide El Pas. 15 de febrero de 2002. Propiedades. Pg. 7 42 El Pas. 16 de agosto de 2003. Pg. 22. 43 Leal Maldonado mantiene que al estudiar la crisis de la vivienda se parte tradicionalmente de cinco equvocos. As, se dice en primer lugar que no es Espaa un pas con una fuerte cultura de propiedad inmobiliaria. Lo que ocurre, dice el autor, es que se adquiere vivienda en propiedad ante la casi inexistencia de vivienda social en alquiler. En segundo lugar, se afirma que el precio de la vivienda nunca baja, lo cual no es cierto, pues los precios bajaron en los aos ochenta y mediados de los noventa. Tampoco es cierto que sea el valor del suelo el mximo determinante del precio de la vivienda. En cuarto lugar, se afirma que en Espaa hay una proporcin de viviendas vacas por habitante superior al resto de pases de Europa, lo cual no es cierto, pues existe un reiterado error censal al respecto. Finalmente, no es tampoco cierto que la poltica de la vivienda exista para facilitar el acceso a una vivienda a los hogares con bajos ingresos, pues el 30% de los hogares con rentas ms elevadas acaparan ms del 60% de las desgravaciones. Es decir, los ms necesitados que ni siquiera pueden comprar la vivienda se encuentran con que el que recibe las ayudas es el casero. Vide Leal Maldonado, J.: Cinco equvocos que han impulsado la crisis de la vivienda, en El Pas, Propiedades, 21 de febrero de 2003, pg. 5.
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por su cultura inmobiliaria. Pero, en cualquier caso, que duda cabe que la existencia de casos de corrupcin inciden igualmente en el precio final de los inmuebles. A este punto, sin embargo, no parece que se le conceda demasiada importancia por parte de muchas de las publicaciones especializadas en la materia en Espaa, salvo contadas excepciones. Antes de continuar es importante poner de manifiesto que el objetivo del presente trabajo no es efectuar aportacin alguna, al menos de manera directa, en relacin con la burbuja inmobiliaria o temas similares. El objetivo del presente trabajo es ms bien analizar de que manera los supuestos de corrupcin, y el proceso de degradacin previo, que se est viviendo en ordenacin del territorio y urbanismo, acaban desvirtuando toda una plasmacin constitucional expresada en el artculo 47. Pues bien, quizs sera lo conveniente a tal efecto examinar la materia, procediendo para ello a distinguir entre los diferentes tipos de autores, para analizar acto seguido la panoplia de diferentes figuras delictivas que pueden ser cometidas por los mismos. Es interesante subrayar que nos encontramos ante una temtica revestida de especial complejidad. Ello es as dado que las dos caractersticas casi inmanentes a todo proceso de corrupcin son, primero, la existencia de comportamientos que no generan vctimas individualizadas y, segundo, que la corrupcin tiende a vincularse a redes de delincuencia organizada, beneficindose de su propia estructura para perpetrar y ocultar delitos de la mxima gravedad.44 Existe, en esa lnea, un reciente Informe de especial inters, por cuanto que examina la realidad de la Costa del Sol, y que puede servir de base para el anlisis del tema en el presente trabajo, por ser uno de los primeros trabajos serios, si no el primero, que se realizan sobre la materia. Se trata del informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminologa sobre Urbanismo, Corrupcin y Delincuencia Organizada en la Costa del Sol, que es el resultado de la
investigacin criminolgica efectuada sobre el tema en Marbella y aledaos. Pues bien, el Informe distingue entre tres posibles tipos de autores estrechamente relacionados a tres especficas mecnicas comisivas: a) Constructores y promotores que reciben un trato de favor por parte del consistorio, consistente en la permisividad respecto de ciertas irregularidades cometidas. b) Autoridades locales que realizan o propician la venta de aprovechamientos urbansticos a un precio inferior al del mercado o la recalificacin de terrenos en funcin de sus intereses, en ntima cone-
xin con los constructores y promotores referidos en el apartado anterior. c) Inversores extranjeros con dinero procedente del narcotrfico u otros delitos, dando lugar con ello al incremento de los precios de los inmuebles y al aumento de los beneficios en el sector.45 Los dos primeros tipos de autores y su correspondiente forma de actuar viene ya denunciados en el Informe del Defensor del Pueblo correspondiente al ao 2002, constituyndose de tal forma en dos fuentes de informacin distintas y de indudable valor sobre el mismo tema. As, por ejemplo, el Defensor del Pueblo denuncia que los municipios infringen la legalidad
llevando a cabo alteraciones del planeamiento que constituyen autnticas revisiones, sin la ms mnima observancia de los requisitos legales procedentes, lo cual constituye una prctica a todas luces fraudulenta.46 A su vez, segn el Defensor del Pueblo, las mismas autoridades locales, mediante el sistema de convenios sobre planeamiento estn privatizando el urbanismo. En esencia consisten, segn el Defensor del Pueblo, en que el titular de unos terrenos se compromete a llevar a cabo determinadas cesiones de los mismos, independientemente de aquellas a las que los propietarios del suelo estn obligados por Ley, o, incluso, pagos en metlico a favor de la Administracin urbanstica, para el caso en que se apruebe o modifique por dicha administracin un plan con unas determinaciones concretas (clasificacin, usos, intensidades...) sobre terrenos especificados en el convenio.47 Se aade, adems, que A travs de sus investigaciones, esta Institucin ha podido constatar la peligrosidad, que estos convenios de planeamiento, entraan, dado que planea sobre los mismos la sombra de una posible perversin de los intereses pblicos a favor de los particulares e incluso en los casos ms extremos, de la reserva de dispensacin o la de la prevaricacin.48 El Informe andaluz, sin embargo, partiendo de la mecnica comisiva acabada de describir, da un paso ms y alude a la posibilidad de que los inversores extranjeros provistos con dinero negro puedan llegar a hacerse con el control de las compaas inmobiliarias, promotoras y constructoras y, como ltimo paso, conseguir igualmente el control poltico del municipio,49 dando lugar, con ello, a una situacin con resultados, pura y simplemente, imprevisibles
45 Gmez-Cspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: Urbanismo, corrupcin y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol, en Boletn Criminolgico, nm. 65, mayo-junio 2003, pg. 2.
46 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pg. 288. 47 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pg. 289. 48 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pg. 289 49 Gmez-Cspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: Urbanismo, corrupcin y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol, en: Boletn Criminolgico, nm. 65, mayo-junio 2003, pg. 2.
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desde el punto de vista tanto social como legal. Volviendo de nuevo al Informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminologa, el mismo incorpora los resultados de una serie de entrevistas en relacin al urbanismo y a la ordenacin del territorio efectuadas a las autoridades locales de nueve de los once municipios investigados,50 que son altamente reveladores en relacin con la acabado de expresar en los prrafos anteriores: 1. El partido que forma la corporacin municipal influye en el modelo urbanstico elegido, al menos en teora. Mientras los alcaldes socialistas destacaban la necesidad de una planificacin regional, los alcaldes del PP e independientes defendan ms la autonoma municipal y la necesidad de atender a los intereses locales. 2. Con independencia del modelo urbanstico elegido, todos los alcaldes estn a favor de convenios urbansticos como forma de conseguir ingresos. 3. La modificacin de los planes municipales son frecuentes, entre 4 y 62 modificaciones han tenido lugar en cada municipio durante los ltimos dos aos. Todos introducen modificaciones de elementos y permiten con frecuencia una mayor edificabilidad. 4. La vigilancia sobre construcciones ilegales y desviaciones del proyecto aprobado es poco intensa. No todos los municipios cuentan con inspectores dedicados a ello y bsicamente investigan denuncias, sin realizar inspecciones sistemticas. El nivel de sanciones administrativas oscila entre los municipios. Unos inician 10 expedientes al ao, y otros 350, sin que quede claro el porqu de las diferencias dado que la actividad urbanstica es semejante. 5. Las sanciones administrativas suelen consistir en multas, y casi nunca se llega a decretar demoliciones. Los pocos casos que acaban con orden de demolicin suelen referirse a estructuras temporales o en estado de ruina. La edificacin ilegal se regulariza a travs del pago de una multa y el reestablecimiento de la legalidad urbanstica. 6. El llamado delito urbanstico es poco conocido. En general, la va penal para frenar las ilegalidades est vista como
poco adecuada. Los alcaldes mantienen que el cumplimiento de la normativa urbanstica es bueno51. El aspecto ms destacable que se puede extraer de la informacin acabada de reflejar es la apariencia de normalidad, expresada por las propias autoridades, y que son las que tienen la obligacin de investigar, desde el momento en que consideran que no se vienen produciendo irregularidades y que el cumplimiento de la normativa urbanstica es bueno. El Defensor del Pueblo refleja igualmente el tono de habitualidad, y por ende de normalidad, que han adquirido estas prcticas52. En tales situaciones lo procedente sera propiciar escndalos a travs de los medios de prensa.53 Sin embargo, ni tan siquiera, segn el Informe andaluz, cabe la posibilidad de denunciar periodsticamente el problema o iniciar periodismo de investigacin, pues los medios locales y que estn en ms directo contacto con la realidad, se ven disuadidos a travs de conductas de hostigamiento y discriminacin de profesionales54. Slo los medios de prensa autonmicos o nacionales estn en condiciones de denunciar la situacin55. Dicho esto, cabra preguntarse si la situacin descrita es exclusivamente predicable de la Costa del Sol o si la misma se produce, o podra estar producindose, en otros puntos de la geografa espaola. Hay que admitir la existencia de datos cuyo anlisis y consideracin producen cierta inquietud.
De los once municipios que forman parte del estudio, nueve concedieron una entrevista personal con el alcalde. Las entrevistas versaron sobre la regulacin de la actividad urbanstica, la autonoma municipal frente a la comunidad autnoma, la planificacin urbanstica y los convenios, la disciplina urbanstica y la relevancia de la va penal para disuadir infracciones.
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51 Gmez-Cspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: Urbanismo, corrupcin y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol, en Boletn Criminolgico, nm. 65, mayo-junio 2003, pgs. 2 y 3. 52 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pg. 288. 53 Jimnez, F.: La batalla por la opinin pblica en el escndalo poltico. Estudio de un caso en la Espaa contempornea. Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones. Estudio/Working Paper 1994/60, noviembre 1994, pg. 4. Vide tambin Jimnez, F.: Detrs del escndalo poltico. Barcelona, Tusquets, 1995. 54 Gmez-Cespedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: Urbanismo, corrupcin y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol, en Boletn Criminolgico, nm. 66, julio-agosto 2003, pg. 2. 55 Es expresivo, por ejemplo, a ese respecto el trabajo de Jos Mara Irujo y Pablo Ordaz, con el ttulo Marbella, el lado oscuro del paraso, publicado en El Pas, suplemento Domingo, de 13 de julio de 2003, pgs. 1 a 4. En la misma lnea, el artculo de Inmaculada de la Vega, con el ttulo El reino de la irregularidad, en el suplemento Propiedades de El Pas, de 18 de julio de 2003, pg. 2, detallando los aspectos ms relevantes del Informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminologa, que est siendo objeto de anlisis en el presente trabajo. Vide igualmente el trabajo periodstico de Jos Mara Camacho y Luis Domingo titulado La ltima prestidigitacin de Gil, publicado en el n 101 de Los Domingos de ABC, correspondiente al 19 de agosto de 2001. Pgs. 1 a 5.
De entrada, la economa espaola en su conjunto est fuertemente basada en la construccin. De hecho, segn las Cmaras de Comercio, la construccin y los servicios impulsarn la recuperacin espaola en 2004 y las empresas constructoras se mantendrn como el motor de la economa56. Segn la Fundacin de Cajas de Ahorros Confederadas, el sector ha aportado un 26,4% del crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) en los ltimos tres aos, de manera que el peso de la construccin en el PIB ronda el 9%57. En segundo lugar, el Informe del Defensor del Pueblo manifiesta que las irregularidades municipales en materia de urbanismo son habituales o que constituyen procedimiento usual, especialmente en materia de planeamiento, que es lo que ms interesa para el objeto del presente estudio58. De hecho, si el Instituto Andaluz denunciaba que se haba producido entre 4 y 62 modificacin de los planes municipales en cada uno de los Consistorios investigados durante los ltimos dos aos, el Departamento de Urbanismo del Consell de Mallorca manifestaba que los Municipios de Mallorca han modificado sus planeamientos urbansticos en 227 ocasiones en los ltimos cuatro aos. El caso ms espectacular es el de Santany, donde el Consell ha recomendado la paralizacin de las modificaciones, ya que desde que en 1985 fue aprobado su planeamiento urbanstico el mismo ha sido modificado en 74 ocasiones59. En tercer lugar, los presupuestos que a nivel poblacional existen en la Costa del Sol se reproducen, a su vez, en otros muchos municipios tursticos espaoles. Tal sera el caso, por ejemplo, de la existencia de una elevada poblacin de hecho sin censar debido al turismo flotante; la produccin de un crecimiento exponencial de esa poblacin en los meses de verano y el desconocimiento que se tiene de tales personas. Presupuestos todos ellos determinantes, segn el Informe objeto de debate, de la situacin de corrupcin que se observa en la Costa del Sol60. En cuarto lugar, no puede afirmarse que el problema est exclusivamente circunscrito a Marbella y las ciudades donde gobierne el Grupo Independiente Liberal (G.I.L.), pues
56 Vide Expansin, 9 de agosto de 2003, pg. 37. 57 El Pas, 16 de septiembre de 2003, pg. 59. 58 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pg. 288. 59 Diario de Mallorca. 2 de noviembre de 2003. Pg. 23. 60 Gmez-Cspedes, A.,; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: Urbanismo, corrupcin y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol, en Boletn Criminolgico, nm. 66, julio-agosto 2003, pg. 1.
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LA CORRUPCIN URBANSTICA
el Informe pone de manifiesto que en los once ayuntamientos investigados algunos estaban gobernados por los socialistas, otros por el PP y otros por los independientes. En quinto lugar, en Espaa, en general, existen grandes bolsas de dinero negro o dinero opaco, como seala el Defensor del Pueblo, sin que, evidentemente, su tonalidad en uno u otro sentido tenga demasiada trascendencia a los efectos del presente trabajo. Pues bien, el dinero negro tiene una tendencia casi natural a refugiarse en el patrimonio inmobiliario, de manera que, en ocasiones, ms de una tercera parte del precio de la vivienda, segn el Defensor del Pueblo, es dinero opaco61. El procedimiento es sencillo. Se paga en efectivo parte del precio total del inmueble y se declara su adquisicin en escritura por un precio inferior coincidente este ltimo con la cantidad que se puede justificar patrimonialmente-. Tambin puede comprarse slo el bien natural el solar- y posteriormente evaporar el dinero entre los encargados de la construccin62. Evidentemente esa tendencia natural del dinero negro hacia el patrimonio inmobiliario se ha visto acentuada por la llegada del Euro63, hasta el punto que la vivienda ha llegado a absorber ms de un billn de pesetas del dinero negro aflorado a lo largo del 200164. Lo cual supone, necesariamente, una mayor demanda de vivienda y el consecuente aumento de los precios.65 Aunque pudiera pensarse que una vez efec-
61 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pg. 298. 62 Bornstein, F.: El paso del negro al blanco. En: El Mundo, suplemento Su Vivienda, 7 de septiembre de 2001, pg. 3. 63 El afloramiento de cantidades no declaradas como consecuencia de la llegada del euro activa el consumo; de ah que parte del dinero negro existente vaya a al sector inmobiliario, aunque haya tambin otros sectores que se beneficien del blanqueo de esas cantidades, como son las joyeras, casas de subastas, comerciantes de vino, etctera. Vide El Mundo, Su Vivienda, 7 de septiembre de 2001, pg. 2. Vide tambin Abc Inmobiliario, 7 de septiembre de 2001, pg. 4. 64 Segn el Informe del Servicio de Estudios del BBVA, la llegada del euro habr supuesto la inversin de 1,6 billones de pesetas (9,600 millones de Euros) de dinero negro. De esa cantidad, las dos terceras partes (ms de un billn) corresponden al sector inmobiliario. 65 Curiosamente, una vez pasado el efecto del euro, empiezan a salir a la venta inmuebles adquiridos aprovechando tal coyuntura. As, segn el peridico El Mundo: Aparte de las necesidades bsicas de este bien, muchos de los adquirentes, como se sabe, caan en este mercado para limpiar sus millones antes de la entrada del euro. Pero el efecto del euro ya pas y los que invirtieron en bienes inmuebles parece que los estn sacando ahora al mercado. O as lo constata el portal inmobiliario idealista.com, que afirma que la oferta de vivienda en venta y alquiler que sale a la calle y que posteriormente se incorpora a su web se est doblando en relacin a hace unos meses. El Mundo, Su vivienda, 24 de mayo de 2002, pg. 17.
tuado el afloramiento de dinero negro como consecuencia del efecto Euro, el mismo iba a remitir, recientemente el Banco de Espaa ha identificado nuevas e importantes acumulaciones de dinero ilegal. Los bancos espaoles creen que los ciudadanos estn atesorando billetes grandes en sus domicilios, en su mayor parte dinero opaco, debido a que la economa sumergida ha vuelto a generar liquidez. As se deduce de las cifras de cierre de 2002 de efectivo en circulacin que han sido publicadas por el Banco de Espaa. Los datos revelan que se ha producido un fuerte incremento de la demanda de los billetes de alta denominacin. La circulacin de papel moneda de 500 Euros ms de 83.000 pesetas- se ha duplicado en el ltimo ao, segn el Banco de Espaa. Este espectacular aumento ha provocado que el 51% del efectivo en las carteras de los espaoles est denominado en billetes de valor facial igual o superior a los 50 Euros, cuando en enero esa proporcin era slo del 24%66. Todo lo cual coincide con las cifras que proporciona la Comisin Europea en Bruselas sobre la economa sumergida en Espaa, que asciende al 23% del Producto Interior Bruto, la tasa ms alta despus de Italia con un 27,2%67. Con lo cual existe dinero negro fresco presto para ser blanqueado, por ejemplo, en bienes inmobiliarios. Finalmente, y en sexto lugar, cada vez se publican ms referencias en los medios de comunicacin sobre informes policiales relativos a mafias procedentes especialmente de pases del Este que invierten en sectores inmobiliarios y servicios en Espaa. Se trata de grupos mafiosos asentados preferentemente en Madrid, en Mlaga68 y en el resto del litoral mediterrneo. Adems, el propio Presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de Espaa, Sr. Hernndez Pezzi, manifiesta que el caso de Mlaga se repite en todo el territorio espaol y en su centro69. En cualquier caso, si bien existen esos peligrosos presupuestos en amplias zonas del territorio espaol, tambin hay que efectuar una serie de puntualizaciones de inters y que nos llevan a pensar en la posible existencia de interesantes soluciones. Pero, a su vez, hay otros datos que abundan quizs en una mayor complejidad del problema.
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Por una parte, existen comunidades autnomas como las Islas Baleares, con una fuerte incidencia de turismo alemn y en la que las autoridades fiscales espaolas trabajan codo con codo con las alemanas, dispuestas a averiguar si sus propios ciudadanos que compran casa en Espaa cumplen con Hacienda. Estas medidas bilaterales pueden permitir una reduccin importante del blanqueo de dinero negro de origen alemn. A este respecto, la Agencia Tributaria espaola ha reconocido las excelentes relaciones que existen con el fisco alemn y el alto grado de cooperacin al que han llegado ambas instituciones70. Adems de lo dicho, las moratorias tursticas iniciadas por Baleares y Canarias constituyen, que duda cabe, buenos sistemas para limitar la construccin y, por consiguiente, el blanqueo a travs de la misma. De hecho la moratoria en Baleares y Canarias, sumada a la recesin del mercado turstico alemn han permitido rebajar la construccin residencial un 24% y un 15%, respectivamente en el ltimo ao 71 . En Canarias, adems, todos los grupos polticos aprobaron en el Parlamento el 11 de abril de 2003 las Directrices de Ordenacin General y de Turismo, cuyos efectos inmediatos consistirn en la prohibicin, durante tres aos, de conceder una sola licencia urbanstica y en la desclasificacin de todo el suelo que contaba con licencia turstica pero que no se haban desarrollado72. En esa misma lnea, la coalicin Iniciativa per Catalunya VerdsEsquerra Unida i Alternativa (ICV-EuiA) ha introducido en el programa de Gobierno tripartito cataln una batera de medidas ecolgicas y sociales entre las que destacan una moratoria para la construccin en el litoral y en el Pirineo. A tal efecto el nuevo Ejecutivo revisar el Plan Territorial General y todos los Planes Territoriales Parciales antes de octubre de 2005. Mientras tanto se aplicar una figura equivalente a la de suspensin de licencias o moratoria especfica en aquellos lugares considerados ms susceptibles de especial proteccin73. En todo caso la solucin es difcil dado que el problema es extraordinariamente complejo y las conductas y las figuras penales aplicables muy variadas. Pinsese que adems de los posibles supuestos de delitos sobre la ordenacin del territorio del artculo 319 o prevaricaciones en el mismo senti-
y 33.
67 Vide El Mundo. 4 de marzo de 2002. Pg. 35. 68 En la cuestin parlamentaria elevada por el diputado socialista Miguel ngel Heredia, el Gobierno respondi en julio de 2002 que Se haban detectado en Mlaga ms de 100 grupos organizados a lo largo de 2001. 69 Hernndez Pezzi, C.: Op. cit. Pg. 56.
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do del artculo 320 del Cdigo Penal, el Informe del Instituto Andaluz Universitario de Criminologa habla de posibles fraudes, estafas masa agravadas, falsedad documental, administracin desleal del patrimonio, etc. etc74. Todo ello sin olvidar otras posibles figuras penales, algunas incluso a nivel de laboratorio jurdico. Recurdese, por ejemplo, que actualmente el valor del suelo representa el 50% del coste total de la vivienda75. A su vez, el precio del suelo viene encarecindose hasta niveles insospechados. Hace unos meses y en un interesante artculo76, se denunciaba la prctica de acaparar masivamente suelo en manos privadas -normalmente por constructoras y promotoras-, provocando con ello una aparente carencia de suelo con el consabido aumento de su precio ante tal situacin. Ante tal situacin cabra preguntarse, con toda la razn del mundo, tal como haca J. Leguina, si ese quehacer no constituye lo que el artculo 281 del Cdigo Penal califica como una maquinacin fraudulenta para alterar el precio de las cosas77. Todo ello sin olvidar, adems de los supuestos anteriormente descritos, toda una larga lista de prcticas protagonizadas bsicamente por Ayuntamientos y grandes empresas que ponen en entredicho, como mnimo, los ms elementales principios ticos que debieran regir el funcionamiento de la vida pblica espaola. Se trata, por ejemplo, de expropiaciones a particulares y la cesin a muy bajo precio de suelo a empresas para fines de utilidad social, siendo as que tales fines nunca se llevan a cabo o aun llevndose a cabo la empresa vende despus ese suelo a precios astronmicos. Supuesto, que sin ir ms lejos, ha ocurrido con algunas empresas y est ocurriendo con ciertos clubs deportivos. En tal caso, la empresa vende posteriormente el suelo a precios astronmicos, ingresando en su patrimonio cantidades que de otro modo hubieran ingresado en el erario pblico. Podra hablarse tambin de expropiaciones de terrenos privados para actividades de utilidad
social o pblica y la posterior venta de los mismos en el libre mercado con pinges beneficios para la Administracin. Los propietarios originales se quedan, a su vez, a la luna de Valencia, en el sentido ms amplio de la expresin. Constantemente vienen apareciendo noticias en prensa indicativas de tales irregularidades. A ttulo meramente referencial, el Tribunal Supremo conden al Ayuntamiento de Madrid a pagar miles de millones por hacer negocio con suelo expropiado. Los hechos son los siguientes: el Ayuntamiento expropi en 1969 unos terrenos para levantar un centro cvico en Ciudad Lineal. La expropiacin cost poco ms de 24 millones de pesetas. Sin embargo, nunca lleg a utilizar el suelo, ni para construir el centro cvico ni para edificar ninguna otra cosa. Los antiguos propietarios reclamaron, en consecuencia, la devolucin de sus terrenos en 1969. El Ayuntamiento sin embargo prefiri sacar a subasta los terrenos en 1991 con un precio tipo de 6.153 millones. Al quedar, sin embargo, desierta la subasta, el Ayuntamiento opt por utilizar los terrenos para liquidar una antigua deuda con una empresa que ascenda a 3.700 millones. As, la Gerencia Municipal de Urbanismo entreg la parcela, convenientemente recalificada, a la empresa en cuestin para construir viviendas y comercios por un precio 154 veces superior al que pag el Ayuntamiento por ese suelo. Actualmente existe un gran centro comercial en los terrenos controvertidos. Hay muchos otros casos en la prctica en los que se reproduce de manera casi idntica el mismo supuesto fctico.78 Es evidente que las caractersticas de inestabilidad y generalidad que se anunciaban al inicio del presente trabajo, siguen hacindose presentes en todas las instancias y
en todos los contextos, en lo que a las irregularidades urbansticas y de la ordenacin del territorio se refiere, ratificando con ello su genuino carcter de una nueva forma ms de corrupcin. Lo ms preocupante es, quizs, el hecho de que, segn parece, el Centro Nacional de Inteligencia, antiguo CESID, ha suprimido la divisin de economa y tecnologa que investigaba asuntos de corrupcin poltica y econmica, como el caso KIO o las presuntas irregularidades contables y urbansticas del GIL en el Ayuntamiento de Marbella79. Todo ello en un momento en que el Grupo de Estados contra la Corrupcin (GRECO), del Consejo de Europa, sigue reclamando a Espaa una estrategia multidisciplinar contra la corrupcin y que se considere a la misma como un asunto de Estado80. Mientras tanto, casualidad de casualidades, ahora se sabe que el motivo ostensible de ruptura que planeaba sobre los pactos BNG-PSOE en la Alcalda de Vigo fue la eleccin del Gerente de Urbanismo: el BNG y PP impusieron un candidato contrario al que pretenda el PSOE, y eso fue, en palabras del Alcalde, Sr. Prez Mario, la gota que colm el vaso. En su propia versin los nacionalistas afirmaban que iban por libre y que sin embargo el Alcalde quera presidir un gobierno nico81.
Conclusiones
74 Gmez-Cspedes, A.; Prieto del Pino, A. M., y Stangeland, P.: Urbanismo, corrupcin y delincuencia organizada: Un proyecto en la Costa del Sol. En: Boletn Criminolgico, nm. 66, julio-agosto 2003, pg. 1. 75 Informe Completo 2002 del Defensor del Pueblo. Op. cit., pg. 298. 76 Leguina, J.: El Pas, 13 de enero de 2003. 77 El artculo 281 del Cdigo Penal establece que: 1. El que detrajere del mercado materias primas o productos de primera necesidad con la intencin de desabastecer un sector del mismo, de forzar una alteracin de precios, o de perjudicar gravemente a los consumidores, ser castigado con la pena de prisin de uno a cinco aos y multa de doce venticuatro meses. 2. Se impondr la pena superior en grado si el hecho se realiza en situaciones de grave necesidad o catstrofe.
78 Vide El Pas, Madrid, 3 de junio de 1999, pg. 1. En el mismo sentido, el peridico Expansin sealaba que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid acaba de dictar una sentencia en la que se concede una indemnizacin a dos antiguos propietarios de suelo en el actual Parque de las Naciones de Madrid, terrenos que fueron expropiados por el Ayuntamiento en 1987. La importancia de la decisin judicial va ms all de su limitada repercusin econmica el Ayuntamiento y, de manera solidaria, la comunidad tendrn que desembolsar una indemnizacin de 1,8 millones de euros calculada a partir de un precio por metro cuadrado cuatro veces superior al ltimo establecido. La trascendencia de la sentencia estriba en el precedente jurdico que se crea, que obligar a los municipios a replantear sus estrategias de suelo a efectos expropiatorios... Este es un ejemplo ms de la arbitrariedad de los ayuntamientos en la gestin del suelo, la fuente de la que mana el 65% de sus ingresos tributarios. Vide Expansin. 23 de mayo de 2003. Pg. 2. 79 El Pas, 3 de agosto de 2003. pgs. 1 y 13. 80 Los informes sobre los diferentes Estados pueden encontrarse en la direccin www.greco.coe.int. 81 El Pas. 8 de noviembre de 2003. pg. 26.
Creo que las conclusiones de este trabajo son tan evidentes, a tenor de lo ya dicho, que ni tan siquiera hace falta reproducirlas a modo de eplogo. Si hay sin embargo una consideracin final que no me resisto a dejar en el tintero. En el fondo, quizs, el problema no resida tanto en el beneficio econmico, promocional o del tipo que sea que se consigue, o se puede conseguir, con los actos de corrupcin. Semejante ventaja o beneficio siempre es fcilmente perseguible, o al menos lo es relativamente, con los instrumentos que nos proporcionan las normas penales. El problema reside ms bien en el planteamiento tico con que con frecuencia se revisten actos de corrupcin, de manera que un acto delictivo se vende desvergonzadamente como la ms loable de las iniciativas. Se trata sta de una sociedad con principios pret a porter, que se ofrecen con distinto continente y contenido, segn las circunstancias, y tan impvidamente como haca Grouncho Marx con su famosa frase de: Estos son mis principios, y si no les gustan tengo otros. O sea, es como vivir inmersos en un inmenso chapapote moral. n
Antonio Vercher Noguera es Fiscal del Tribunal Supremo. 33
urante los ltimos 30 aos, nuestras formas de relacin con el pasado han experimentado modificaciones muy notables1. Despus de la herencia que dej la revolucin historiogrfica francesa, ya no puede extraar a nadie que hayamos comenzado a dar cuenta de la historia de la admiracin y del prodigio, o de las faons de sentir et de penser, o de las representaciones colectivas o de las estructuras del conocimiento. La vida cotidiana, la civilizacin material, las prcticas punitivas o las formas de conducta, constituyen parte de los nuevos objetos de la historia en general. Pero tambin de la historia de las ciencias. La vieja dicotoma que opuso durante los aos sesenta y setenta una historia del desarrollo del conocimiento objetivo historia interna a una historia de la creencia socialmente condicionada historia externa hace ya tiempo que se ha desvanecido. En su lugar, ha florecido la historia de los instrumentos cientficos, de las prcticas experimentales, de los conocimientos tcitos, de las formas de representacin, de las variaciones locales de la administracin de la prueba, de los mecanismos de negociacin colectiva y, lo que ms me interesa en este caso, de los propios objetos de la ciencia. Ya no estudiamos tan slo las variaciones sucesivas en las teoras del calor, sino la historia del calrico; no la historia de las teoras elctricas, sino de los fluidos imponderables; no de la mecnica, sino de los cuerpos en colisin; no de la fsica de partculas, sino de los elementos constitutivos de la materia; no de la biologa molecular, sino del ADN. Esto es: no slo escribimos la historia del pensamiento o de las representaciones tericas de objetos elusivos, sino que hemos comenzado a prestar atencin a la historia del comportamiento de esas
mismas entidades, a sus procesos de nacimiento y transformacin2. Uno de estos objetos de la nueva historia ha estado siempre entre nosotros. Difcilmente podra ser de otra manera cuando la capacidad para reaccionar ante estmulos lesivos se encuentra no slo en los estadios ms tempranos de la evolucin, sino entre los organismos celulares ms primitivos. El dolor constituye, por otra parte, uno de los fenmenos culturales ms universales. Sus lmites configuran los lmites del mundo. Por eso la antropologa del dolor se ha convertido en una de las muchas ciencias capaces de testimoniar la globalidad del padecimiento fsico o del sufrimiento moral. No hay sociedad que no incluya el desgarramiento, el dao o el duelo como un elemento notable de su sistema de integracin social. Aunque los seres humanos no poseen en exclusividad la capacidad de sufrir, la ausencia de esta prerrogativa ha servido como discriminador suficiente de lo inorgnico o de lo inanimado. La insensibilidad de los leprosos, por ejemplo, fue considerada durante la Edad Media como uno de los rasgos ms notables de una enfermedad en la que las vctimas deban extremar los cuidados para evitar, en las condiciones de insalubridad de los leprosarios, que sus extremidades fueran devoradas por las ratas. La falta de respuesta ante el dolor se tom como evidencia de la presencia del Maligno, de prcticas de hechicera durante los procesos inquisitoriales de la Contrarreforma o como uno de los sntomas ms propios de la enfermedad mental durante el mundo Ilustrado. La ausencia del dolor, y no necesariamente de los signos expresivos que lo manifiestan, se equipararon con la carencia de humanidad o con la presencia, como en el caso de la histeria, de alguna forma de locura. Al contrario,
Para estos asuntos, vase Peter Burke, La revolucin historiogrfica francesa, la Escuela de los Annales: 19291989. Barcelona, Gedisa, 1993; y Roger Chartier, El mundo como representacin: Estudios sobre historia cultural. Barcelona, Gedisa, 1992.
2 Vase, por ejemplo, Lorraine Daston (ed.), Biographies of Scientific Objects, Chicago, University of Chicago Press, 2000.
la bsqueda deliberada del dolor y, en consecuencia, la inversin valorativa de una sensacin que, en la mayora de los casos, va de lo desagradable hasta lo insoportable tambin ha conformado formas ms o menos variadas de conducta estrafalaria. El masoquista constituye el ejemplo ms extendido, pero los faquires, los penitentes o los msticos tambin ocuparan un lugar privilegiado en la historia de este dolor que se persigue como fin o como medio. De ah su carcter al mismo tiempo atractivo y repulsivo, su naturaleza necesaria y aborrecible, su poder curativo y destructivo, su capacidad de educar y tambin de destruir, la fascinacin que genera, pero tambin el desprecio que despierta. La universalidad del dolor, sin embargo, no debe confundirse con su centralidad. La ausencia de sociedades sin dolor no debera hacernos perder de vista el camino sinuoso que lo ha transformado en un objeto privilegiado del conocimiento y la cultura. Ms aun, que lo ha ligado a grupos sociales especficos, como los enfermos de dolor crnico intratable, inexistentes hasta mediados del siglo XX. A lo largo de la historia, el dolor ha sido interpretado como un medio de salvacin, como el signo de la enfermedad, como el sntoma de una lesin orgnica, como un elemento necesario en el proceso de aprendizaje, como un ejemplo socorrido para ilustrar el mito de lo subjetivo en la filosofa de la mente e, incluso, como una condicin del desarrollo econmico: No pain, no gain, sola decir Margaret Thatcher. En todos los casos, el estudio y la comprensin del dolor recoge una secuencia que lo examina como signo, que lo toma como evidencia y que, por ltimo, lo considera el objeto fluctuante de una nueva ciencia. Para comprender la progresiva centralidad del dolor durante la segunda mitad del siglo XX, habra que atender, en primer lugar, al crecimiento exponencial de las unidades de cuidados paliativos que han tenido lugar durante los ltimos cincuenta aos. Solamente
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en Inglaterra, se pas de la ausencia de este tipo de centros en 1950 a tener ms de doscientos a finales de la dcada de 19803. La mayor parte de estas clnicas se crearon como respuesta al sufrimiento asociado al cncer terminal y posteriormente a dolores crnicos de naturaleza inespecfica como los miembros fantasma o las neuralgias faciales. En 1967 se fundaba la Intractable Pain Society la Sociedad de Dolor Intratable que contaba con unos cuatrocientos miembros, la mayora anestesistas, a finales de los aos ochenta. Igualmente notable fue la fundacin de la revista Pain como parte de la Asociacin Internacional para el Estudio del Dolor. En la dcada anterior, el anestesilogo norteamericano John J. Bonica haba publicado The Management of Pain. La traduccin castellana de este texto slo recoga parte de las pretensiones del autor, puesto que no se trataba tanto de establecer un tratamiento puntual cuanto de una verdadera legislacin en torno a la manipulacin del dolor4. Haba ya en el ttulo del libro una reivindicacin de una capacidad de operar de manera casi artesanal con un fenmeno de muy difcil de-
terminacin terica. La expresin Pain Clinic, que introdujo el propio Bonica, diriga la atencin hacia el esfuerzo colectivo en transformar el dolor privado en un asunto de responsabilidad pblica. Su objetividad dependa del establecimiento de una prctica mdica delimitada y de una cohesin social lo suficientemente amplia como para convertir el dolor en general, y el dolor crnico en particular, en un objeto de atencin primaria5. sa es una de las razones por las que escribir la historia del dolor no quiere decir dar cuenta de las teoras o doctrinas que han copado las reflexiones de mdicos, filsofos y naturalistas. Si fuera as, la historiadora de la ciencia Rosalyne Rey ya se enfrent con semejante tarea6. A esta obra se han sumado en tiempos recientes algunas otras aportaciones provenientes de la antropologa o de la historia social o cultural7. Hemos desarrollado, en el mbito de la sociologa, lo
the treatmentt of intractable pain in postwar Britain, en Ronald D. Mann (ed.), The History of the Management of Pain, New Jersey, The Parthenon Publishing Group, 1988, pgs. 179-186. 4 John J. Bonica, The Manegement of Pain, Londres, Henry Kimpton, 1953. Traduccin castellana, El tratamiento del dolor, Barcelona, Salvat, 1959.
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5 Isabelle Baszanger [1995], Inventing Pain Medicine. From the Laboratory to the Clinic, Londres, Rutgers University Press, 1998. 6 Vase Rosalyne Rey, Histoire de la doleur [1993] Pars, La Dcouverte, 2000. 7 Vase, entre otros, los libros de Lucy Bending, The Representations of Bodily Pain in Late Nineteenth-Century English Culture; Oxford, Oxford University Press, 2000; Mitchell Merback, The Thief, the Cross and the Wheel. Pain and the Spectacle of Punishment in Medieval and Renaissance Europe, Londres, Reaktion Books, 1999; Ariel Glucklich, Hurting the Body for the Sake of the Soul, Oxford, Oxford Univesristy Press, 2001. Mencin especial merecera el libro de la crtica de la literatura y profesora de Harvard Ellaine Scarry, The Body in Pain. The Making
que Hanna Arendt denominaba una poltica de la piedad y estamos cerca de escribir una historia de la compasin, segn demandaba en su da Lucien Febvre8. Cada uno de estos textos constituye una aportacin importante a la historia del dolor, pero todos en su conjunto dejan constancia de su carcter fragmentario e inconcluso. Subsiste la impresin de que el dolor no se deja apresar fcilmente por la historia. La dificultad de dar cuenta de un objeto de estas caractersticas reside en la naturaleza esquiva de su definicin, en el carcter muchas veces inexpresivo de las experiencias que desata, en la invisibilidad de su localizacin morfolgica o en los problemas relativos a su conmensurabilidad. Pero hay ms. La historia del dolor es la historia de su constitucin y aparicin como objeto al mismo tiempo de conocimiento y de consumo. Una historia indisociable de los mecanismos de formacin de grupos humanos ligados a representaciones, valores y prcticas culturales. No slo cientficas. Desde luego. Pero sobre todo cientficas. La clasificacin taxonmica que voy a desarrollar en el siguiente epgrafe servir pa-
and Unmaking of the World, Nueva York, Oxfod, Oxford University Press, 1985. Vase igualmente: David B. Morris, The Culture of Pain, Berkeley y Los ngeles, University of California Press, 1991 y David Le Breton, Anthropologie de la douleur, Pars, Mtaili, 1995. 8 Hanna Arendt, Men in Dark Times, Nueva Cork, 1968, Vease Luc Boltanski, Distant Suffering. Morality, Media and Politics [1993]. Cambridge, Cambridge University Press, 1999.
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ra delimitar fronteras conceptuales entre las formas elusivas de las respuestas publicas ante el dolor privado, pero tambin para insistir en el carcter elusivo del padecimiento fsico y del sufrimiento moral a travs de la historia de la cultura.
La cudruple raz
Entendido como un acontecimiento universal, el dolor constituye un objeto que todo el mundo conoce. Ms aun, al contrario que otras formas especficas de conocimiento sobre entidades no observables como los neutrinos, los muones, los campos electromagnticos o los intereses generales todos sabemos lo que es el dolor, antes que nada, por experiencia. Experiencia personal, sin duda, pero tambin experiencias colectivas de dolores interpuestos que, a travs de un conjunto ms o menos preciso de signos y de gestos, permiten inferir la similitud de las sensaciones o, a la inversa, la disparidad de los gustos. El conocimiento por introspeccin ha venido muy al caso para argumentar que no haba mayores certezas que las que provenan de la propia conciencia o de las impresiones sensoriales. En esto coincidan el racionalismo y el empirismo de los siglos XVII y XVIII. En ambos casos, la verdad bien entendida comenzaba por uno mismo. Pues de qu podramos estar ms seguros que de las sensaciones o de las emociones propias? Cmo podramos negar la certeza del dolor o la impresin inequvoca del desconsuelo o la desdicha? Quin no ha sufrido alguna vez la picadura de un insecto? Un golpe, una cada? La mayor parte de los seres humanos hemos pasado por el tormento de una fractura sea o por el suplicio de una neuralgia pasajera. Casi todos hemos padecido alguna vez una molestia digestiva, que va y que viene, que desaparece y que olvidamos. Slo cuando el dolor aprieta y la sensacin no cesa comprendemos que el fisilogo francs Xavier Bichat definiera la salud como el silencio de los rganos, como la ausencia de un lamento fisiolgico que produce un grado notable de sufrimiento, de angustia y, en no pocas ocasiones, tambin de miedo. Slo en esos casos en los que el cuerpo no responde a nuestra demanda inmediata de alivio y de remedio, nos sentimos como el piloto encerrado en una mquina que ya no gobierna y de la que parece no poder evadirse. El cuerpo, ya se sabe: la crcel del alma. Lo cierto es que con la excepcin de los casos muy extraos de analgesia congnita (una condicin que se caracteriza por la ausencia de sensibilidad hacia los estmulos lesivos), todos decimos saber del dolor por experiencia, por un conocimiento que, la mayor parte de las veces, consideramos inobjetable,
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privado e infalible. Por eso la historia del dolor responde a una tradicin que lo seala y lo describe como un acontecimiento de naturaleza privada ligado irremediablemente al mito de lo subjetivo9. Junto a estos dolores privados, de los que uno mismo es el depositario, el objeto directo (y no el indirecto, como nos dice la gramtica), tambin sabemos que hay hombres y mujeres que mueren en agona, consumidos por el dolor sin que nada ni nadie pueda liberarlos de semejante tormento. Aun cuando asumimos con demasiada celeridad la imposibilidad de compartir experiencias sensoriales, no hay escena de extremo padecimiento que nos resulte incomprensible. Ms bien al contrario, junto a los dolores que sufrimos, nos representamos otros que no nos parecen ni ajenos ni desconocidos. Slo a travs de esa capacidad de imaginar sensaciones podemos reaccionar ante la brutalidad y la barbarie, no desde la perspectiva de los muertos, sino de los sobrevivientes. El sentimiento de compasin, de impotencia, de indignacin o de vergenza que acompaa el dolor ajeno no es ms que el efecto de sensaciones presentidas. Sin ellas, estaramos solos. Ms aun: ni siquiera podramos ser nosotros. Nuestra relacin interpuesta con el sufrimiento ajeno no difiere mucho de la relacin intensa que mantenemos con nuestro propio dolor. En ambos casos, sabemos hasta tal extremo de lo que estamos hablando que encontramos un cierto deleite en la recreacin imaginaria de tormentos que, afortunadamente para nosotros, tienen a otros por protagonistas. El cultivo de la violencia o el consumo del dolor a travs de imgenes o relatos de extraordinaria crudeza constituye tan slo un indicador ms de su progresiva centralidad a finales del siglo XX. De la manera que sea, la constatacin del dolor de los otros genera enigmas tan complejos como las sensaciones propias. La posibilidad de equivocarnos a la hora de sopesar los signos ms evidentes del sufrimiento ajeno, o de considerar sus lamentos en el marco de la exageracin deliberada o de la mentira consciente, nos empuja ms que al escepticismo a la metafsica de la sospecha. No suceder despus de todo que los dems nos engaan? No ser que simulan sus penas o exageran sus padecimientos? No cabra pensar que las mujeres no sufren como los varones o que los miembros de distintas razas no sienten el dolor con la misma intensidad o no lo soportan con la misma entereza?
Guiados por una fatua conviccin y apoyados en la distincin y claridad de sus propios estados de conciencia, algunos filsofos nos invitaron hace ya ms de trescientos aos a poner en duda al mismo tiempo la existencia de una realidad exterior y la honestidad del prjimo. Contrariamente a lo que podra pensarse, hemos preferido renegar del mundo antes que abandonar la sospecha que se cerna sobre nuestros semejantes. Tanto as que podra decirse que el mundo de las sombras en el que habitamos no ha sido ms que la contrapartida ontolgica del triunfo de la impostura. Vivimos en un mundo posmoderno donde ya nada es verdad porque ya nadie es completamente honesto. La correspondencia entre las palabras y las cosas ha desaparecido al unsono con la integridad moral de los testigos del conocimiento. Por eso la historia social de la evidencia se ha estudiado a travs de la construccin social del testimonio y, en consecuencia, con relacin a la honorabilidad cuestionada de la propia experiencia10. Estas dos formas diferentes de dolor, en todo caso, el dolor que he llamado propio y el dolor que imaginamos en los otros, no constituyen los nicos objetos fluctuantes en la historia del dolor. Para muchas personas, junto al padecimiento puramente fsico deberamos hablar de un dolor o de un dao moral, de una emocin compleja que describimos como sufrimiento, angustia o pena. ste es el dolor que provoca la muerte de un familiar o de un ser querido, el que acompaa la desesperanza o la tristeza. Las desventuras del joven Werther, que dejaron una estela de sentimentalismo y no pocos suicidios en la Europa romntica, fueron padecimientos de esa naturaleza. Pese a los efectos fsicos que produce (como las lgrimas, la prdida de apetito o la cada del cabello), el sufrimiento que llamamos moral no suele considerarse una sensacin sino que se interpreta ms bien como una emocin regida por los mismos principios que gobiernan otras muchas afecciones o afectos. Ms aun: mientras esta emocin recibe el nombre de sufrimiento, reservamos normalmente la palabra dolor para referirnos a la sensacin causada por una lesin orgnica. Esta atribucin de propiedades responde al lugar comn falso, por otra parte segn el cual el dolor es un fenmeno localizado en la geografa del cuerpo, mientras que el sufrimiento consiste en un dao moral inespecfico que puede aliviarse mediante el concurso de la voluntad. No es por casualidad que el em-
Mente, Mundo y Accin, traduccin castellana a cargo de Carlos Moya, Barcelona, Paids, 1992, pgs. 51-71.
10 Vase Steven Shapin, Social History of Truth, Chicago, Universisty of Chicago Press, 1994.
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perador romano Marco Aurelio [121-180] inaugurara la reflexin filosfica sobre la naturaleza esquiva del dolor moral en unas meditaciones que escribi durante sus campaas blicas contra los pueblos de Germania11. La convivencia con la guerra debi darle motivos suficientes como para meditar por extenso sobre las formas de mitigar los efectos de la reiterada fragmentacin y aniquilacin del cuerpo. Llegados a este punto, nos enfrentamos con dos parejas de trminos opuestos. Por una parte, el dolor se presenta en forma de una tensin no resuelta entre lo privado y lo pblico, entre la sensacin propia y el sufrimiento ajeno. Por la otra, nos encontramos con una relacin compleja entre lo mental y lo fsico, entre lo psquico y lo orgnico o, segn lo describa el citado Marco Aurelio, entre el dolor inevitable del cuerpo y el sufrimiento sobre el que puede intervenir el alma. En uno de los primeros tratados dedicados exclusivamente al dolor, el mdico Franois Billon tambin distingua entre ambas formas de padecimiento12. Los enigmas del dolor se sostienen as sobre la cudruple raz de dos emulaciones. Lo fsico y, por extensin, lo pblico, lo psquico, y por extensin, lo privado, conforman la estructura general sobre la que el dolor se ha comprendido como gesto y como signo, como evidencia y como objeto. Cualquier reflexin sobre el dolor debe dar cuenta pormenorizada de cmo han surgido y cmo se mantienen estas oposiciones entre lo privado, lo pblico, la mente y la materia. La anatoma del dolor, la indagacin analtica, contribuye a distinguir los elementos constitutivos de este objeto fluctuante. El dolor de uno, el dolor de otros, el dolor fsico y el sufrimiento moral constituyen elementos irrenunciables en cualquier historia del dolor. Muy a pesar de todo, sin embargo, estas clasificaciones tienen, y slo pueden tener, un carcter propedutico. No sealan la estructura interna del acontecimiento que estudiamos ms que mediante una violencia analtica que se lleva a cabo en nombre del conocimiento. No en vano nos hallamos inmersos en una tradicin anatmica para la que pensar es dividir, y dividir es vencer. La clasificacin tan slo contribuye a simplificar los fenmenos con propsitos claramente explicativos. Sucede, sin embargo, que la explicacin y la descripcin se hallan en una relacin inversamente proporcional, de modo que cuanto ms au-
menta la capacidad explicativa menos coincide nuestro conocimiento con la evidencia disponible13. Tal vez la ciencia deba renunciar a la verdad para dar cuenta de la razn de los fenmenos. Y tal vez, a la larga, no se pierda tanto en la renuncia. Al poner en tela de juicio la misma anatomizacin del dolor que acabo de proponer, no pretendo decir que haya otra clasificacin que describa de un modo ms adecuado el mismo fenmeno. En ste como en otros casos, lo que ocurre es que el todo no equivale sin ms a la suma de las partes. Estas tipologas del dolor se sostienen sobre presupuestos conceptuales que renuncian a la globalidad para favorecer, precisamente, la clarificacin taxonmica. Sucede as, por ejemplo, que al poner el acento en el carcter privado de la experiencia consciente se ha perdido de vista su carcter pblico o que al reflexionar sobre el dolor fsico se abandona su dimensin moral. Cabra pensar, sin embargo, que la dificultad no consiste en establecer cmo es posible que mi dolor no sea privado o cmo podemos estar seguros de la presencia del dolor en otros, sino en cmo hemos podido perder de vista su carcter colectivo. La carga de la prueba debera estar de parte de quien pretendiera hacernos creer que el dolor no es un concepto socialmente mediado y, por extensin, un fenmeno pblico. Lo contrario sera renunciar al desarrollo fluctuante de lo privado y a su carcter rigurosamente histrico. De la misma manera, habra tambin que resolver esta falsa oposicin entre una historia del dolor y una historia del sufrimiento que se miran de soslayo. No existe necesidad alguna en trazar lneas imaginarias entre el dolor y el sufrimiento, entre las sensaciones y las emociones o, si se prefiere, entre el cuerpo y el alma. Todas estas oposiciones no slo son simplificadoras sino, para colmo de males, inevitablemente estriles. Una comprensin adecuada del dolor y de su historia no puede apoyarse exclusivamente en una componenda taxonmica o, al contrario, en una historia ciega hacia sus conceptualizaciones sucesivas. Podramos ubicar la historia del dolor en el contexto de la filosofa analtica si entendiramos por esa expresin el estudio de las condiciones que hacen posible la aparicin de los objetos en la experiencia y no, como a veces se piensa, el estudio del conocimiento mediante el anlisis lgico del lenguaje. No es del concepto de dolor de lo que pretendemos hablar, sino de
las formas de objetivacin que lo han hecho posible y que han transformado sus manifestaciones en instancias de lo que hoy parece una clase natural. La necesidad de reivindicar el carcter crtico del anlisis resulta tanto ms urgente cuanto que el dolor se muestra siempre ligado a otros aspectos de la historia y la filosofa del conocimiento y, ms particularmente, del conocimiento objetivo. Porque el dolor siempre ha estado con nosotros, pero no siempre como un objeto de atencin cientfica, hay que reconstruir la formacin de este nuevo objeto de la ciencia que lo legitima; una ciencia que se define adems por una prctica experimental antes que por la enunciacin de leyes o teoras.
Dolor y objetividad
En la historia de otras ciencias empricas y especialmente en la historia de la fsica o de la filosofa natural los procesos de objetivacin se suelen explicar por medio de la introduccin paulatina de conceptos mtricos o por la aceptacin de un uso intersubjetivo de experiencias privadas14. No por casualidad, la objetividad se ha interpretado como una prdida de perspectiva que, ligada a un conjunto de trminos anlogos como desinters, imparcialidad o distanciamiento, postula una ausencia de subjetividad en el proceso de conocimiento. La universalidad de los saberes y de las prcticas experimentales parecen requerir el abandono deliberado de todo lo que nos es ms propio para adoptar en una notable constriccin epistemolgica, el punto de vista de ninguna parte15. Al menos en principio, cualquiera estara dispuesto a reconocer que la objetividad se opone a la subjetividad de la misma manera que la verdad contradice la falsedad o que los hechos pblicos representan una victoria moral sobre los intereses privados. En la historia del dolor, sin embargo, la objetividad no aparece asociada a una prdida de referencia subjetiva, sino a una modificacin considerable de la capacidad perceptual y, ms particularmente, a la susceptibilidad de dar cuenta de un fenmeno invisible para el espectador y relativamente inefable para quien lo padece. Puesto que
Marco Aurelio, Meditaciones, Libro VII, epgrafe 28. Traduccin castellana a cargo de Bartolom Segura, Madrid, Alianza, 1985, pg. 104. 12 Franois Marie Hippolyte Bilon [1780-1824], Dissertation sur la doleur, Pars, 1803.
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13 Una posicin parecida ha sido defendida por Nancy Cartwright con relacin a las leyes de la fsica en su How the Laws of Physics Lie, Oxford, Oxford University Press, 1983.
14 Vase Charles Gillispie, The Edge of Objectivity, An essay in the History of Scientific Ideas, Princeton, Princeton University Press, 1960; Theodore Porter, Trust in Numbers. The Pursuit of Objectivity in Science and Public Life, Princeton, Princeton Universtity Press, 1995; Nancy Cartwright, Natures Capacities and their Measurement, Oxford, Clarendon Press, 1989. 15 Vase Lorraine Daston: Objectivity and the Escape from Perspective en Mario Biagioli, ed., The Sciences Studies Reader, Nueva York y Londres, Routledge, 1999, pgs. 110-124 y Thomas Nagel, The View from Nowhere, Oxford, Oxford University Press, 1986. Traduccin castellana Jorge Issa Gonzlez, Una visin de ningn lugar, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1996.
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el dolor se esconde detrs del gesto fisiolgico y de la estructura anatmica, el escape de la perspectiva no consiste en renunciar a lo que nos es ms propio para adoptar el punto de vista de Dios, sino en aceptar el punto de vista de otros. La objetividad no es un proceso menos social sino ms social, en el que el conocimiento se establece por medio de la homogeneidad de los testigos antes que por la uniformidad de los sntomas. El filsofo natural se distancia de s con el propsito de alcanzar un acuerdo sostenido por la semejanza de los pblicos antes que por la igualdad de los efectos16. La objetividad del dolor, dicho de otro modo, no consiste en una modificacin o reformulacin matemtica de una entidad no observable (o, como la denominaba Edmund Burke siguiendo la terminologa de John Locke, de una idea simple) sino en el desarrollo de un conjunto de tcnicas experimentales ligadas a la unidad de los sujetos, y no a los objetos, del conocimiento. Aunque la comprensin cabal de estos procesos requerira un estudio ms detenido, s merece la pena detenerse en dos piedras miliares de la historia del sufrimiento. Tomemos, para empezar, los comienzos del mundo moderno. El siglo XVI no fue un buen siglo para el dolor. Ms bien al contrario, la historia europea estuvo marcada por las guerras de religin, las hambrunas endmicas, la pobreza y los brotes de peste que asolaron peridicamente el continente desde 1563 hasta 1596. Los jinetes del Apocalipsis de Durero no podran haber representado mejor el sufrimiento colectivo de una poca marcada por las referencias continuas al triunfo de la muerte. El historiador francs Philipe Aris nos ha dejado constancia manifiesta de hasta qu punto las artes moriendi aparecieron ligadas, todava en el Renacimiento, a la muerte del caballero de las canciones de gesta o de las vidas de santos. En el contexto de la danza macabra, los esqueletos aparecan una y otra vez entre lo cmico, lo dramtico y lo fantasmagrico, como si el mundo conocido no pudiera escapar de su propio Glgota y debiera recordar una y otra vez el dolor como destino inevitable. En esta recreacin colectiva del sufrimiento, todos los hombres, sin distincin de cunas o estamentos, parecan vctimas propiciatorias de una misma muerte. Esta exacerbacin de lo macabro se traduce en un conjunto muy notable de elementos iconogrficos: msculos que se separan de los huesos, pieles que se li-
La expresin unforced agreement proviene de Richard Rorty en Solidarity or objectivity?, en Objectivity, Relativism and Truth, Philosophical Papers, vol. I, Cambridge, Cambridge University Press, 1991.
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beran de la carne, esqueletos melanclicos o reflexivos, figuras diseccionadas mostrando sus propias vsceras. Y de nuevo, otra vez, la guerra. La introduccin de la plvora en las campaas militares, la masacre de san Bartolom, las guerras de Flandes, explican, al menos en parte, por qu proliferaron durante este periodo las referencias escatolgicas, por qu se extendieron en pintura los descensos de la cruz o por qu la mstica espaola pudo establecer una equiparacin sin precedentes entre el dolor y la vida: sufrir [escribi santa Teresa] ... o morir. La interpretacin iconogrfica del dolor en Europa durante el mundo moderno se encuentra, adems, indisociablemente relacionada con la representacin religiosa del dolor como pena, como castigo y como culpa. Primero, hablamos de una forma de religin que ensalza el martirio. Ms aun, que representa sistemticamente a su dios crucificado. En segundo lugar, el dolor no es slo consecuencia de la naturaleza humana o de
un castigo divino, sino una forma de redencin. El martirio redime. O con otras palabras: el martirio es una forma de dolor que libera de un dolor diferente. Por eso se puede predicar una correspondencia, a mi juicio aborrecible, entre el sufrimiento y la dicha, como si la retribucin futura dependiera de una relacin proporcional entre la felicidad y el sufrimiento: Dichosos los que sufren, porque sern consolados, se escriba en el evangelio de Mateo17. Nuestros odos, cansados por esta eterna letana, ya no escuchan sus contradicciones. Como si la nueva ley que sustituye a la vieja alianza mosaica no bendijera la desdicha, o como si el dolor pasado pudiera trascenderse. Desde el punto de vista de la historia de la
Mateo, Lectura comentada de J. Mateos y F. Camacho, Madrid, Ediciones Cristiandad, pg. 51; y El evangelio segn san Lucas, ed. de Franois Bovon, Salamanca, Sgueme, vol. I, pg. 418.
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medicina igual que en la historia de la pintura hablamos de una poca que vio tambin el renacimiento de la anatoma y de un conocimiento sensorial del cuerpo relacionado con la prctica de la diseccin o con el desarrollo de la medicina militar. Los implantes en distintos miembros, las amputaciones o las extracciones de metralla hicieron del cirujano un elemento cotidiano tanto en la indagacin anatmica como en el arte de la guerra. En este recorrido por la terra incognita del cuerpo, los anatomistas del Renacimiento fueron dejando sus nombres en las partes seccionadas. Eustaquio en el interior de la oreja, Falopio en los rganos de reproduccin femeninos, Fabricius de Aquapente en el sistema venoso. El cuerpo se asemejaba a un Nuevo Mundo muchsimo ms prximo, pero igualmente desconocido. Se trataba de un viaje sin precedentes por las sendas de la finitud y del decaimiento, de la sexualidad y del dolor18. Los cuerpos de las planchas de los tratados anatmicos, sin embargo, no reflejan los accidentes de los cuerpos diseccionados sino que aspiran a proporcionar un modelo anatmico de un individuo que, a decir verdad, no existe en la naturaleza. Aunque conozcamos el nombre y las circunstancias que rodearon el fallecimiento de los protagonistas, la mirada anatmica no se dirige hacia este o aquel individuo, sino que desentraa la norma que gobierna su estructura. Desde la crucifixin de Mondino hasta los corches de la nueva anatomia sensibilies, el dolor de la diseccin se utiliza para construir un cuerpo imaginario y, sobre ste, un entero cuerpo de conocimiento. Cada parte constituye una evidencia, una instancia de un modelo anatmico invisible. Durante la divisin y anatomizacin del cuerpo presenciamos la transformacin de los sujetos (de la pasin) en objetos (de conocimiento). La muerte marca el fin de la vida, pero tambin el final de la preservacin de la identidad, de la subjetividad, de lo que nos es ms propio. Muy distinta fue la situacin durante el siglo XIX. Aqu el dolor no se presenta como condicin de la evidencia anatmica sino como una herramienta del conocimiento experimental ligada a la formacin de subespecialidades tanto dentro como fuera del mbito de la medicina. La historia de las tecnologas del dolor en los inicios del mundo contemporneo incluye el ejercicio sistemtico de la viviseccin y la produccin deliberada de insensibilidad. Ambas prcticas
se inscriben en la conciencia europea y americana en el contexto de los xitos de la ciencia comprendidos entre el ltimo cuarto del siglo XVIII y, sobre todo, la segunda mitad del siglo XIX. Las dos aparecen ligadas adems a la formacin de grupos sociales especficos antes que a formas sustantivas de conocimiento. Por un lado, las hiptesis especulativas que haban acompaado el estudio de la funcin vital se sustituyeron a partir de la ltima dcada del siglo XVIII por un programa de investigacin marcado por la bsqueda de relaciones constantes entre fenmenos. Una reconfiguracin de un viejo cuerpo de conocimiento que no se produce por igual en todos las regiones de Europa. En las zonas que caen bajo la influencia alemana, esta nueva fisiologa se desarrolla en torno a conceptos teleolgicos y finalistas de inspiracin kantiana que eclosionarn, sobre todo, en la figura de Johannes Mller, en Berln. En Inglaterra tampoco se dieron las circunstancias ms propicias para el desarrollo de una ciencia fisiolgica independiente de la medicina. La misma sociedad que acept como un asunto de necesidad casi biolgica las condiciones de hacinamiento, semiesclavitud e insalubridad del proletariado, y que contempl con impasibilidad metafsica la mayor tasa de mortandad infantil de la historia, mantuvo posiciones claramente antiviviseccionistas, llegando a descubrir incluso los beneficios fsicos y morales de la dieta vegetariana. La situacin fue muy diferente en Francia. Los tres autores ms representativos de la nueva ciencia fisiolgica Bichat (1771-1802), Magendie (1783-1855) y Claude Bernard desarrollaron un programa altamente empirista, exento de consideraciones metafsicas o de hiptesis especulativas, que hizo un uso sistemtico de la intervencin quirrgica como procedimiento de control y manipulacin de los fenmenos vitales. Lejos de operar como un elemento ms entre otros, el uso de la viviseccin comenz a desvelarse como el mtodo por excelencia del estudio de las funciones orgnicas. Hay que enfatizar, sin embargo, que en ningn momento aparece el dolor como objeto privilegiado del conocimiento sino tan slo como el instrumento del que se sirve la ciencia para estudiar la vida. El uso de esta herramienta permite una unificacin de prcticas experimentales ms que un acuerdo conceptual relativo a la comprensin de los fenmenos19. En el mbito opuesto, el de la produccin
deliberada de insensibilidad, tambin nos encontramos con una prctica experimental antes que con un cuerpo de conocimiento asentado20. Hasta mediados del siglo XIX, la imposibilidad de eliminar eficazmente el dolor, sobre todo en lo que respecta a la ciruga y a lo que hoy denominaramos obstetricia y odontologa, obligaba a combatir el sufrimiento con pequeos remedios medicinales y grandes dosis de resignacin. Los tormentos a los que los barberos o dentatores sometieron a las poblaciones europeas se inscribieron en una tica de la retribucin por la que Dios castigaba al mismo tiempo el pecado de la soberbia (que busc, desde los tiempos de Adn, los dulzores de la vida) y el instrumento de su ejecucin. La extraccin del diente corrupto adquira as un significado social de expiacin de la culpa, de sometimiento voluntario a la amputacin del miembro enfermo y, en consecuencia, de aceptacin del dolor privado como va de salvacin publica21. Lo mismo, por supuesto, se aplica a los dolores del parto. Inscritos en la mxima bblica del parirs a tus hijos con dolor, todava a finales del siglo XVI una mujer llamada Eufame Macalyne fue quemada en la hoguera por haber buscado alivio durante el alumbramiento del que a la postre sera el ltimo de sus hijos22. Despus de la primera intervencin con ter de John Collins Warren en el Massachussets General Hospital, el 16 de octubre de 1846, y la publicacin por James Robinson en 1847 de un tratado sobre los beneficios de este procedimiento en operaciones quirrgicas, lo que sorprende es que esta capacidad para provocar el sueo a voluntad (que ya haba intentado el cirujano ingls John Hunter en el siglo XVIII, interrumpiendo el flujo de las arterias cartidas, y que continu por otros medios a travs de las practicas de hipnotismo y mesmerizacin) no fuera aceptada sin resistencias23. Por un lado, el dolor no slo segua asocia-
18 Sobre la correspondencia entre arquitectura y anatoma, vase B. M. Stafford, Body Criticism. Imagining the Unseen in Eithgteenth century Art and Medicine, Cambridge, MIT Press, 1993.
19 John D. Lesch, Science and Medicine in France. The Emergence of Experimental Physiology, 1790-1855, Cambridge, Mass. y Londres, Harvard University Press, 1984.
loroform. The Medical and Social Response to the Pain of Childbirth from 1800 to the Present, New Haven y Londres, Yale University Press, 1999. Un segundo libro ms general es el Martin S. Pernick, A Calculus of Suffering. Pain, Professionalism and Anesthesia in Nineteenth-Century America, Nueva York, Columbia University Press, 1985. 21 Cfr. David Kunzle: The Art of Pulling Teeth in the 17th and 19th centuries: From Public Martydom to Private Nightmare and Political Struggle, en M. Feher et al., eds, Fragments for the History of the Human Body, Nueva York, MIT press, vol. 3, pgs. 28-89. 22 Citado por Howard Riley Raper, Man Against Pain. The Epic of Anaesthesia, Londres, Victor Gollancz Ltd., 1947, pg. 11. 23 J. Robison, A Treatise on the Inhalation of the Vapour of Ether for the Prevention of Pain in Surgical Operations, Londres, Webster & Co., 1847.
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do a la maternidad o al valor sino a una forma de ciruga que haba aprendido a interpretar los gritos y lamentos como indicadores de la direccin que deba tomar el escalpelo. Todava en 1796, el fisilogo Charles Bell recomendaba proporcionar opio tan slo despus de la operacin; e incluso en el Hospital General de Massachussets, una de cada tres operaciones se realiz sin anestesia durante las dcadas de 1850 y 186024. Por el otro, hubo que establecer la proporcin en que deban administrarse las dosis de anestesia entre personas de distinto sexo, de distinta procedencia social y, por supuesto, entre miembros de razas diferentes. En todos casos, lo que se va a producir es una asignacin diferente de sensibilidad y, en consecuencia, una susceptibilidad del dolor mayor o menor que la dependiente de factores fisiolgicos. Despus de todo, ni la historia de la fisiologa ni la historia de la anestesiologa operaron jams sin resistencias. Estas constricciones fueron desde el auge de los movimientos antiviviseccionistas y la defensa de los derechos de los animales como, en el lado contrario, la pretensin de que el dolor natural no deba ser eliminado mediante procedimientos artificiales. En los dos casos, el dolor no aparece como objeto sino como medio. No es ms que una evidencia experimental en el estudio de las funciones vitales o un signo que limita el desarrollo de la ciruga.
Signos, evidencias y objetos
sa es tambin la secuencia que pervive en la comprensin y el estudio del dolor. Primero los signos. Despus las evidencias. Por ltimo los objetos. Lo que constitua el signo de una lesin natural o de una advertencia sobrenatural se transform en la evidencia de una enfermedad y, slo posteriormente, en objeto de conocimiento. Al menos hasta el siglo XVIII, el dolor no existe separado de aquello a lo que representa. No es un objeto de la ciencia sino un medio de indagacin mdica o de cuestionamiento moral. Ocupa un lugar intermedio, a menudo prelingstico, entre la comunidad que lo contempla y los hechos que componen la comunidad. Visualizar el dolor supone el uso de una disciplina, de una capacidad de ver ms all de los individuos representados. Puesto que el dolor se encuentra en todas partes, no puede en modo alguno estar localizado en un lugar anatmico preciso. Como la enfermedad o como las pasiones,
aparece ligado a formas de conducta, a modificaciones lingsticas y gestuales que nos lo presentan fusionado en el seno de la comunidad. No cabe hablar, sin embargo, de una sustitucin rigurosa del mundo de los signos por la filosofa de las evidencias o la constitucin de los objetos. Por el contrario, esta modificacin implica una superposicin espacial de conceptos en donde el signo permanece, todava hoy, como una excrecencia cognitiva. Las edades epistemolgicas del hombre no se cumplen sino que se acumulan. Por eso sera errneo pensar que los signos, las evidencias y los objetos se sucedieron durante el mundo moderno. La preeminencia de unos no ocurri a expensas de la desaparicin de los otros. Por eso el espacio semitico en el que se manifiestan los signos perdura en las demandas reiteradas de explicacin ante fenmenos o acontecimientos inesperados. Desde la pintura de Grnewald hasta la tomografa de emisin de positrones o la imagen de resonancia magntica nuclear, la pregunta que inaugura el arte mdico dnde le duele?, y ms genricamente qu es lo que siente? ha adquirido una notable significacin cognitiva y una extraordinaria relevancia simblica. El espacio fsico o la estructura semntica en la que puede darse o decirse el dolor forman parte de un proceso complejo de elaboracin de sntomas, de afirmacin de evidencias o de disolucin de identidades25. Queda, en fin, una ltima advertencia. Al afirmar que el dolor es un acontecimiento cultural no pretendo sugerir que sea un constructo social ni, por extensin, que sea menos real que algunas de las lesiones morfolgicas o de las enfermedades que lo acompaan. La oposicin entre lo real y lo cultural, entre lo que se construye y lo que se descubre, se ha convertido en uno de los grandes malentendidos de la filosofa analtica y posanaltica de finales del siglo XX. Sus races se encuentran en una reflexin filosfica mediatizada por la historia de la fsica y por la necesidad poltica de edificar una ciencia unificada que, literalmente, pudiera aborrecer de cualquier referencia externa al pensamiento judo o de cualquier exabrupto interno relacionado con la ciencia alemana26. En mi caso, sin embargo, cuando pienso en la ciencia no pienso necesariamente en la fsica (que constituye
ms bien una excepcin en el contexto de las ciencias modernas), sino en las ciencias biomdicas y, ms especficamente en este caso, en la anatoma, en la fisiologa, en la psicologa, en la neurologa y, por supuesto, en la nueva ciencia del dolor. De la misma manera, cuando pienso en la filosofa no la entiendo desligada de la historia. Ms bien al contrario: porque pensar consiste todava en dar cuenta de la historia, la reflexin sobre el objeto va ligada a la aparicin de ciencias y a la formacin de comunidades. Reconocer los estados progresivos por los que el dolor se asocia durante el mundo moderno con el universo de los signos o de las evidencias, dar cuenta del momento que antecede a su constitucin como objeto independiente de la lesin o del testigo, no implica mantener una actitud escptica en relacin a su naturaleza, sino que tan slo refleja la pretensin de convertirlo en el trmino medio de su propio silogismo. La realidad del dolor, al menos en tanto que objeto de conocimiento cientfico, no constituye un asunto que podamos cuestionar o aceptar con inocencia. Ms bien habra que afirmar que, como en el caso de cualquier otra forma de objetivacin, su realidad se expresa en grados y no en categoras. Nadie discute su existencia. Lo que se subraya es que el dolor no es un hecho inmediato, sino que se encuentra constreido por las mismas negociaciones histricas que acompaan la aparicin de cualquier otro objeto del conocimiento y la cultura.
Ch. Bell, Cours complet de chirurgie, 1796, cuarta edicin, Pars, Barroiss, vol. vi, cap. xlv. Citado por Joyn Kirkup: Surgery before general anaesthesia, en Ronald D. Mann, The History of the Management of Pain, Casterton Hall, Carnforth, The Parthenon Publishing Group, 1988, pgs. 17-18.
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Nelson Goodman, Ways of Worldmaking, traduccin castellana a cargo de Carlos Thiebaut, Maneras de hacer mundos, Visor, 1993. 26 Vase Ronald N. Giere y Alan W. Richardson, Origins of Logical Empiricism, Minneapolis, University of Minnesota Press, Minnesota Studies in the Philosophy of Science, 1996.
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Javier Moscoso es profesor de Historia y Filosofa de la Ciencia en la Universidad de Murcia. Autor de Materialismo y religin. Actualmente es comisario de la exposicin sobre el dolor que se inaugurar en el
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istoria monumental llama Nietzsche en la segunda de sus Consideraciones intempestivas al acto de rememoracin que los pueblos hacen de su propio pasado: ya sea a travs de monumentos nacionales o de conmemoraciones oficiales, en esencia, se trata de representaciones destinadas a reflejar un tiempo lejano, fijndolo inamoviblemente como fundamento mtico de la nacin. Mientras que la historia misma est marcada con el sello de lo irrepetible, la memoria colectiva de un pueblo se encarga de escenificar aquel tiempo digno de ser conjurado y elevado a heroico pasado nacional. A pesar de lo oscuro de su historia, a principios del siglo XXI Alemania ha logrado hacerse de una historia monumental. La realizacin de esta empresa podremos verla materializada en el Monumento Nacional a los Judos Europeos Asesinados, que en octubre de 2003 comenz a construirse en el corazn de la nueva capital, Berln. No deja de sorprender este momento cumbre de escenificacin poltica, sobre todo al tener presente que la historia posterior al nacionalsocialismo se caracteriza por el peso de la propia culpa. Sin embargo, podemos entender la especificidad de este monumento al tomar en cuenta que toda conmemoracin en torno al nacionalsocialismo lleva en su seno su propia negacin; ya sean recintos del recuerdo o fechas conmemorativas, estos espacios slo pueden configurarse en trminos opuestos a los que otras naciones celebran afirmativamente su propio pasado: Alemania recuerda sus propios crmenes, de all el carcter de luto como momento constitutivo de la memoria colectiva. Este artculo, en el que se recorre la historia de Alemania desde el momento de su derrota, pretende dar una visin general del complejo proceso de formacin de la memoria colectiva. Se necesitarn varias dcadas para comprender que el genocidio no constituye nicamente una etapa de totalitarismo y criminalidad, sino una radical
ruptura civilizatoria, que tiene lugar a mediados del siglo XX, en una nacin que representa en su tradicin humanstica uno de los puntos ms elevados del pensamiento ilustrado europeo. Se necesitar tambin el esfuerzo de una nueva generacin para consolidar las bases de un proceso de saber cada vez ms diferenciado en torno al genocidio. Una autntica cultura de la memoria slo ser posible una vez que los jvenes de los aos sesenta exijan a la generacin anterior la confrontacin crtica y reflexiva con el pasado. El genocidio se convertir entonces en objeto de saber popular, en el holocausto, y comenzarn a multiplicarse indefinidamente toda suerte de representaciones comerciales y artsticas, tanto en Alemania como en otros pases. Un punto final de la historia de la representacin del genocidio puede verse en la puesta en escena oficial del discurso de las vctimas, cuyo mximo monumento podr ser visitado en 2004, en Berln. Todos y cada uno de estos momentos reflejan una historia desgarrada entre la necesidad de olvido y la obsesin por recordar el pasado nazi; bsqueda histrica de absolucin y de confrontacin constante con la culpa alemana.
1. El genocidio, entre escenarios jurdicos
Entre el foro de Nremberg y el foro de la conciencia moral En el verano de 1945, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial con la derrota alemana, los jefes de Gobierno de los pases aliados se dieron cita en la ciudad de Potsdam. El objetivo de reunirse en las cercanas de una Berln convertida en ruinas era asegurar con toda clase de medidas que nunca ms surgiera una guerra en suelo alemn. Para lograr este fin, los aliados establecieron un tratado cuyas clusulas principales se refieren a la desnazificacin, la desmilitarizacin y la reeducacin de Alemania. Ciertamente, entre la ocupacin sovitica y
la de los pases occidentales, se abri con el tiempo un abismo ideolgico en torno a las maneras de entender la democratizacin y la construccin del nuevo orden1. Sin embargo, en los aos en los que Alemania no era ms que un montn de escombros, todos estaban de acuerdo en que la tarea urgente era la de reeducar a una nacin que haba permitido un orden de terror y que haba causado una guerra en la que haban muerto alrededor de 55 millones de seres humanos, por no hablar de los cuantiosos daos materiales que afectaron gran parte de Europa. Ninguna medida result ms efectiva que erigir un tribunal militar para enjuiciar ante los ojos del mundo a los responsables del rgimen nazi; los famosos juicios de Nremberg surgieron en el contexto de la poltica reeducativa de los aliados y se constituyeron como el primer foro pblico a travs del cual tom la palabra el momento ms oscuro de la historia alemana. No es casual que los aliados hayan elegido Nremberg como sede del tribunal militar. Finalmente, en esta idlica ciudad fueron formuladas y sancionadas las leyes que legitimaron el exterminio de seis millones de judos europeos, y la Blutschutzgesetz (ley de proteccin de la sangre), expedida por el Gobierno de Hitler en 1935. Los procesos que los aliados montaron en la ciudad del Reichsparteitag duraron poco menos de un ao: del invierno de 1945 al otoo de 1946; se llevaron a cabo 218 sesiones en las que se recogi el testimonio de 249 personas. De los 24 acusados, 12
La Alemania socialista se desentendi rpidamente de toda confrontacin crtica en torno al pasado nazi. El argumento principal que justific una poltica de olvido del pasado fue el siguiente: el fascismo es indisociable del capitalismo; una vez superado este ltimo por el socialismo tienen que desaparecer tambin las tendencias fascistas en la sociedad. Vase, Friedrich H. Tenbruck: Von der verordneten Vergangenheitsbewltigung zur intelektuellen Grndung der Bundesrepublik, en: Die intelektuelle Grndung der Bundesrepublik, Frankfurt/Main 2000.
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ciso concepto de crmenes de guerra. En el tiempo de la posguerra nadie quera saber del reciente pasado nazi. Todo crimen relacionado con el nacionalsocialismo se converta rpidamente en tab. Sin embargo, no puede hablarse de un desplazamiento radical del pasado si tomamos en cuenta que ste se infiltraba en la vida pblica a travs de varios discursos. Ya de por s el acto de realizar un tribunal militar era una forma especfica de confrontar a la sociedad, aunque difusamente, con la realidad de los campos de concentracin. A este respecto, resulta interesante la tesis que Daniel Levy y Natan Sznaider sostienen en su libro Memoria en la poca global: El holocausto sobre memoria y holocausto: el que no haya existido un nombre para el holocausto en la primera fase de la posguerra no lleva a suponer que reinaba un estado de amnesia colectiva:
La primera representacin del holocausto tiene la forma de un tribunal de justicia, es decir, una forma visual [...]. Nunca, ni en ese entonces, fueron totalmente borrados los delitos de los nazis; inmediatamente despus de la guerra se publicaban ya reportajes e imgenes de lo que haba sucedido4.
fueron condenados a muerte. Lo interesante, y a la vez desconcertante, de los juicios de Nremberg es que los jueces se encontraban ante una realidad inclasificable dentro de las convenciones del derecho internacional de aquella poca. En 1945, lo que haba existido en el mundo y, en consecuencia, era sancionable jurdicamente, eran las guerras2. La exigencia de enjuiciar y castigar a los responsables del nacionalsocialismo slo poda interpretarse dentro de los mrgenes del derecho internacional que entonces existan, es decir, en el contexto de una guerra que haba comenzado en 1939. De esta suerte, los mximos dirigentes del nazismo fueron sentenciados
Si bien el derecho internacional no estaba an consolidado institucionalmente, existan ya desde principios del siglo XX estatutos jurdicos internacionales: la convencin de Ginebra de 1906 y la de la Haya de 1907. stas encontraban sus lmites al ser vlidas nicamente para situaciones de guerra, tal y como se entenda este concepto desde el siglo XIX.
en Nremberg por haber cometido crmenes de guerra, ignorando el contexto ms amplio de la ideologa totalitaria y racista que sirvi de instrumento para exterminar al pueblo judo y a otros grupos estigmatizados. Un historiador escribe: El exterminio judo fue interpretado en Nremberg como consecuencia de acciones militares y como parte de crmenes de guerra, y no as como un complejo que formara parte de la poltica racial del nacionalsocialismo3. Los crmenes que los nazis llevaron a cabo muchos aos antes del comienzo de la guerra pasaron desapercibidos en este tribunal; y el genocidio mismo, como eje fundamental alrededor del cual giraba la maquinaria entera del nacionalsocialismo, no pudo percibirse entonces en su inconmensurable singularidad. Por el contrario, su carcter especfico se perda al quedar subordinado bajo el amplio e impre-
Los estadounidenses, bajo el imperativo democratizador, tenan particular inters en que los procesos de Nremberg se convirtieran en un escenario mundial donde ellos quedaran representados como liberadores del mal. Ms de doscientos reporteros de prensa y radio se apretujaban en las salas plenarias; algunas revistas semanales, tales como Life, reportaban continuamente el avance de los procesos. Incluso dentro de los mrgenes de su Re-education-Program realizaron un documental educativo de los propios procesos: Nremberg y su enseanza, en el que aparecan imgenes del campo de concentracin Buchenwald. En otra pelcula
Vase Peter Reichel, Vergangenheitsbewltigung in Deutschland, Mnchen 2001, pg. 44 [trad. J. A. P.].
Daniel Levy/Natan Sznaider, Erinnerung im globalen Zeitalter: Der Holocaust, Frankfurt/Main 2001, pg. 69 [trad. J. A. P.].
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de la poca, The Nazi Concentration Camps, aparecen por primera vez ante las pantallas cinematogrficas las imgenes de miles de cadveres amontonados en fosas comunes. En resumen, las posibilidades publicitarias de la poca fueron utilizadas al mximo por los estadounidenses para generar discursos de tono moralizante y acusador: se daban a conocer al mundo los crmenes de guerra de los nazis, y se estigmatizaba de paso al pueblo que haba permitido semejante catstrofe. Los juicios de Nremberg, as como toda la publicidad que gira a su alrededor, fueron la primera forma en que el genocidio se represent y se trajo a la memoria pblica. Aunque para ese entonces no puede hablarse de una memoria colectiva en torno al pasado nazi, al no haber suficiente distancia histrica para que sta se haya consolidado, los tribunales permiten vislumbrar el uso de ciertas estrategias de una comunidad para recordar su propio pasado. El acto colectivo de representar el pasado lo seala por primera vez Maurice Halbwachs no se gua nicamente por valores institucionalizados, por ejemplo, honrar la memoria de los hroes; son, sobre todo, intereses polticos enraizados en el presente los que guan la seleccin que se har para tal representacin. Esta estrategia de seleccin es claramente aplicable a Nremberg: fueron elegidos aquellos fragmentos del pasado nazi a travs de tribunales, documentos cinematogrficos, reportajes fotogrficos, etctera que pudieran servir para marcar un contraste entre la barbarie del nazismo alemn y la superioridad poltica y moral, y adems democratizadora, de Estados Unidos. De las perspectivas que fueron seleccionadas en la poltica de re-education resulta claro que no slo se persegua el inters de sensibilizar a la poblacin hacia una actitud proestadounidense; tambin se quera generar una atmsfera de culpabilidad. As, en el verano de 1945 se vea en los muros de las ciudades y de los pueblos un cartel con imgenes del campo de concentracin Bergen-Belsen, al pie del cual se lea: sta es vuestra culpa!. Los alemanes miraban incrdulos estas primeras imgenes de los campos de concentracin: sin duda se preguntaban si eran tan reales como la miseria en la que se encontraban inmersos al cabo de una guerra en la que la mayora haba perdido seres queridos. Cuntos de ellos haban estado realmente involucrados en un rgimen en el que muchos haban credo y del cual se haban beneficiado econmicamente? Finalmente, la pregunta que todos se hacan en su fuero interno: Quines eran los verdaderos culpables?, no se trataba ms bien de un pueblo
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vctima de un dictador al que nadie pudo oponerse con xito? La acusacin que provena del foro jurdico y de la propaganda aliada encontraba un replanteamiento en el foro de la conciencia moral y en el silencio de la vida privada: o bien los culpables haban sido unos cuantos, o bien resultaba culpable la sociedad entera que de una forma u otra haba participado en ellos. El reproche de una culpa colectiva, que desde entonces ha sido objeto de reflexin pblica y largos debates acadmicos, naci en este ambiente de poltica educativa impuesta por los aliados y es indisociable de la primera representacin jurdica del genocidio5. En la vida privada el silencio que reinaba en torno a los campos de concentracin estaba marcado por un fuerte contraste con la escenificacin grandilocuente de los juicios de Nremberg. Sin embargo, una reflexin crtica o una representacin diferenciada del genocidio estaba definitivamente excluida de ambas formas de discurso, el pblico y el privado. Nremberg, como foro jurdico y representacin pblica, implica una toma de distancia escnica, toda vez que la distancia histrica, como condicin para que surja un genuino inters reflexivo, es imposible en este tiempo de posguerra. Otros factores tambin explican la imposibilidad de ir ms all de un sentimiento de culpa paralizante: no se debe nicamente a la falta de distancia histrica, afirma el socilogo Friedrich Tenbruck, sino tambin al carcter impuesto de la propaganda. La revelacin del pasado a travs de tribunales, acusaciones y pelculas documentales, tena la forma de una culpa ordenada; en esta forma impuesta de confrontar el pasado no haba lugar para que surgiese en los alemanes un proceso de reflexin libre6. Slo algunas dcadas ms adelante, bajo el influjo de la distancia histrica y con el mpetu de una nueva generacin, podra comenzar un proceso reflexivo en torno al genocidio; ste se constituir, entonces, en la base sobre la cual pudo darse una cultura de la memoria institucionalizada en los aos ochenta.
El proceso de Auschwitz y su dramatizacin En un pequeo ensayo titulado Qu significa superar el pasado? (1959), Theodor Adorno reflexiona sobre las causas del olvido del pasado criminal nazi en la prspera sociedad alemana de los aos cincuenta. El filsofo de la Escuela de Frankfurt refiere que, si ya en ese tiempo era comn hablar de una superacin del pasado7, con ello se indicaba sobre todo la necesidad de abstraerse de la incmoda realidad del nacionalsocialismo.
Superar el pasado no quiere decir en nuestros das que nos confrontemos reflexivamente y en serio con l, que rompamos su hechizo con una conciencia clara; ms bien quiere trazarse un punto final y, si es posible, borrar el pasado de la memoria8.
Negar el pasado nazi era lo ms normal en la sociedad de esa poca. Si haba que justificar este olvido se deca, cuando mucho, que la traumtica carga psquica-traumtica del pasado slo poda generar sintomticamente una amnesia colectiva. Adorno, en su pretensin de entender cmo los intereses polticos y econmicos del presente determinan el discurso sobre el pasado, ofrece una explicacin ms compleja: El olvido puede deberse al desplazamiento caracterstico de experiencias traumticas; sin embargo, arga, este olvido es ms bien explicable a raz de la prosperidad material de Alemania como un fenmeno emergente en los tempranos aos cincuenta. En Hitler, afirma el filsofo de la Escuela de Frankfurt, la sociedad haba encontrado un lugar en el que expresaba su ideal colectivo narcisista, en otras palabras, su orgullo de ser alemn. Si bien es cierto que muchos haban sufrido carencias y prdidas bajo el terror de la dictadura nazi, a la mayora no le haba ido mal econmicamente. Tras el colapso del nacionalsocialismo, y la consecuente decepcin social al haberse desenmascarado como rgimen criminal, el narcisismo alemn haba sufrido un dao que slo podra ser reparable en una nueva poca de florecimiento econmico9. Gracias al
La discusin de una culpa colectiva ha sido desde entonces un tema de permanente debate entre los alemanes. El filsofo alemn Karl Jaspers fue uno de los pocos intelectuales que se ocup de la cuestin de la culpa colectiva en los primeros aos de la posguerra, en su obra La cuestin de la culpa. Acerca de la responsabilidad poltica de Alemania (1946). Un momento culminante en la discusin actual sobre la culpa alemana lo constituye la controvertida tesis del estadounidense Daniel J. Goldhagen acerca de un antisemitismo eliminatorio propio del ser alemn, desarrollada en su obra Hitlers willing executioners. Ordinary Germans and the Holocaust, New York, 1996. [Los verdugos voluntarios de Hitler, Taurus, 1998] 6 Vase el artculo ci+tado ms arriba de Friedrich
7 En el trmino alemn Vergangenheitsbewltigung [superacin del pasado] est contenida tanto la nocin de combatir como la de ir ms all del pasado. La superacin del pasado se convierte en frmula institucionalizada desde los tempranos aos sesenta para referir diversas actitudes polticas de la memoria colectiva. 8 El ttulo original de este ensayo es: Was bedeutet: Aufarbeitung der Vergangenheit?, en Theodor W. Adorno, Erziehung zur Mndigkeit, Frankfurt/Main, 1970, pg. 10 [trad. J. A. P.]. Adorno emplea el trmino alemn Aufarbeitung en el sentido psicoanaltico de trabajo/recuerdo/repeticin del pasado; es decir, traer a la memoria el pasado en un proceso reflexivo de confrontacin. 9Para esta tesis, vase ibdem., sobre todo pp. 1920.
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boom econmico de los cincuenta se rehabilitara la conciencia nacional; sin embargo, los alemanes estaban dispuestos a afirmarse de nuevo como triunfantes, una vez que los aspectos negativos del pasado fueran olvidados. Con el tiempo, esta poca se tipific como la era Adenauer, no en ltima instancia por la consolidacin material, que fue el gran logro de Konrad Adenauer, un hombre de 73 aos elegido canciller en 1949. Aunque Adenauer hizo posible el auge econmico de Alemania occidental, en su programa no estaba contenida la mnima intencin de impulsar una cultura poltica e histrica y, mucho menos, de desarrollar una conciencia crtica respecto al pasado nazi. La tendencia al olvido que Adorno constata en sus estudios psicosociales es caracterstica de una dcada en la que no conviene que el pasado nazi forme parte de la identidad nacional. Alemania entrega al mundo una imagen de una nacin econmicamente fuerte, de competencia internacional, de alta productividad y eficiente reconstruccin. El pasado criminal slo puede tener el carcter de mcula eliminable en una nacin que, lejos de definir su identidad histricamente, la define slo por el alto rendimiento econmico y el bienestar material. La exigencia de Adorno y, en general, de la Escuela de Frankfurt, de llevar a cabo una confrontacin crtica y de Aufklrung en torno al nacionalsocialismo y sus crmenes, ser un propsito realizable en la sociedad alemana slo a partir de los aos sesenta. El genocidio comenz a ser objeto de una atencin cada vez ms diferenciada, incluso cuando toda discusin de ese tiempo se haya limitado a los crculos acadmicos del saber10. La relativa apertura de los sesenta no se debi slo al impulso obtenido por el movimiento liberador y revolucionario propio de ese tiempo, sino al surgimiento de una nueva generacin: los hijos de quienes experimentaron el nacionalsocialismo en carne propia cuestionaban a sus padres; queran saber cmo actuaron en los tiempos de Hitler, en qu medida se comprometieron, en pocas palabras, exigan cuentas a la generacin anterior. En la sociedad de los aos sesenta se dieron bsicamente dos discursos opuestos
en torno al pasado nazi. Por una parte, se generaron discursos polticos y culturales a los que subyaca el inters de superar el pasado crtica y reflexivamente. Por otra parte, y en cierta continuidad con la poltica amnsica de Adenauer, se generaron discursos oficiales que supeditaban la cuestin del pasado al inters preeminente del nuevo orden econmico. Sobre todo, era en la poltica oficial donde convena superar el pasado mediante el olvido. Ludwig Erhard, canciller en ese entonces de la Alemania capitalista, expres esta intencin en su poltica:
Bien es cierto que todas las generaciones posteriores tienen que cargar con las consecuencias de la poltica llevada a cabo de 1933 a 1945 en nombre del pueblo alemn. Sin embargo, los puntos de referencia en la actual poltica de la Alemania Federal ya no pueden ser la guerra o la poca de la posguerra. Los puntos de referencia no estn atrs de nosotros, sino frente a nosotros. El tiempo de la posguerra ha llegado a su fin11.
to y los crematorios. Ambos estaban rodeados de una cerca que abarcaba 24 kilmetros cuadrados, al oeste y sureste de la poblacin de Oswiecin.
Para los seres humanos que fueron arrastrados en vagones de ganado a Auschwitz, este lugar slo puede simbolizar una ruptura total. Auschwitz significa el fin de la civilizacin, el fin del mundo, el fin de todo lo posible12.
No puede formularse de mejor manera la ideologa progresista liberal en su estrategia deshistorizante: slo cuando el incmodo pasado sea una dimensin cerrada y agotada podr darse la apertura hacia horizontes futuros. El discurso futurista de Erhard hay que decirlo resulta ms sorprendente si se toma en cuenta que fue formulado en 1965, cuando llegaba a su fin el proceso penal ms grande que se haba realizado en Alemania Occidental contra actores involucrados en Auschwitz; un proceso que, al esclarecer radicalmente el pasado nazi, contradeca la poltica oficial representada por Erhard. Claro, a menos que fuese visto como un proceso que nada tena que ver con la poltica histrica alemana... El proceso de Auschwitz: interpretaciones en conflicto A finales de 1939, el comandante Arpad Wigand propuso a Hitler construir un campo de concentracin en las cercanas de la ciudad polaca ocupada Oswiecim. Pocos meses despus, en la primavera de 1940, el dirigente superior de la SS (Schutzstafel, organizacin policiaca mediante la cual el Gobierno de Hitler consolid su sistema totalitario de terror), Rudolf H, fue nombrado comandante del nuevo campo de concentracin para los presos judos. El campo se dividi en Auschwitz I, que albergaba los campamentos de vigilancia y control, y Auschwitz-Birkenau II, donde se encontraban los campamentos de reclutamien-
El que Auschwitz se haya constituido con el tiempo en el smbolo por excelencia del fin de la civilizacin se debe en gran parte a la informacin que sali por primera vez a la luz pblica a travs de los juicios contra 24 vigilantes y operadores del campo de concentracin Auschwitz-Birkenau, que se llevaron a cabo en las salas Rmer del Ayuntamiento de Frankfurt, entre 1963 y 1965. Un montaje periodstico espectacular, cuyo antecedente fue el famoso juicio a Adolf Eichmann en Jerusaln, hizo posible que los alemanes y el mundo entero fueran testigos, por primera vez, del funcionamiento en detalle de la maquinaria de exterminio que fue este campo de concentracin. Procedentes de varios pases europeos llegaron a comparecer ms de 300 testigos: judos y presos polticos sobrevivientes. El testimonio rendido por las vctimas constituye un documento invaluable, ya que abre las puertas a un conocimiento objetivo y detallado sobre Auschwitz. Lo que sucedi en los campos de concentracin dej de enfocarse bajo la perspectiva de otros tantos crmenes de guerra, lo cual permiti que se tuviera conciencia de las proporciones reales y espantosas del genocidio. Por otra parte, el que los acusados en el proceso de 1965 fueran vigilantes, mdicos y capataces, y no los creadores intelectuales de Auschwitz muchos ya haban muerto ya, es caracterstico de una estrategia de la poltica oficial de los aos sesenta: una vez ms se trataba de escenificar un acto de justicia a travs de un gran foro jurdico penal. Sin embargo, por ms que el juicio significara dirigir la atencin hacia el atormentante pasado, no se quera hacer escndalo en el presente: muchos de los peces gordos del nazismo estaban perfectamente reintegrados a la sociedad alemana en altos puestos de Gobierno13. El Proceso de Auschwitz dio origen a un
10 La obra de Alexander y Margarete Mitscherlich, Die Unfhigkeit zu trauern, publicada en 1967, tuvo un gran efecto en los crculos intelectuales. Dentro de la tradicin de la Escuela de Frankfurt, los autores estudian las razones psicosociales de la incapacidad de recordar a las vctimas del nacionalsocialismo; la percepcin del otro (judo, gitano, extranjero, etctera) como diferente y ajeno al ser alemn explica, en parte, esta indiferencia.
Extracto de la declaracin gubernamental de reeleccin del canciller Ludwig Erhard, el 10 de noviembre de 1965.
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12 Cfr. Matthias Kontarsky, Trauma Auschwitz, Saarbrcken 2001, pg. 16 [trad. J. A. P.]. 13Vase el interesante reportaje de Hannah Arendt, Der Auschwitz-Proze, en: Nach Auschwitz, Berln, 1989. Los acusados no fueron los Schreibtischtter [autores intelectuales], sino los que hicieron el trabajo sucio, pp. 111-118.
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debate sobre el significado poltico del genocidio para el presente alemn. El conflicto, al que slo podemos aludir brevemente, nos da cuenta de la dificultad de abrir una dimensin histrica al discurso de la identidad nacional. El presidente del tribunal, Hans Hofmeyer, representa la interpretacin oficial del proceso de Auschwitz. Hofmeyer estaba convencido de que no haba que ver en ste un proceso donde estuviera compareciendo ante la ley toda una etapa de la historia alemana; se trataba nicamente de un proceso en el que determinados individuos estaban siendo juzgados por haber cometido, sin ms, determinados delitos:
Los jueces de este tribunal no han sido convocados para superar el pasado alemn. Si bien es cierto que el proceso ha llamado enormemente la atencin ms all de las fronteras del pas y ha obtenido el nombre de Proceso de Auschwitz, se delimita a ser nicamente un proceso penal14.
Nadie protest ms contra la tendencia a despojar el proceso de toda significacin poltica e histrica que el fiscal Fritz Bauer, verdadero autor intelectual del proceso. Bauer opinaba que un proceso penal contra los operadores de Auschwitz tena que abrir un espacio para una dimensin simblica: no slo haba que ver a los acusados como individuos criminales sino, sobre todo, como partes constitutivas de todo un sistema estatal que justificaba su existencia a travs de la eliminacin racional y sistemtica de la poblacin juda, por no hablar de los otros grupos de vctimas: presos polticos, homosexuales, gitanos, enfermos mentales, etctera. El proceso tena que hacer transparente el funcionamiento del criminal como parte del engranaje de la maquinaria de destruccin que fue el sistema entero del nacionalsocialismo. Las razones de Bauer para insistir en el carcter poltico del proceso no eran tanto reprocharle a toda una nacin la culpa de semejante pasado, sino superarlo en el sentido en el que Adorno lo haba propuesto: con una intencin pedaggica preventiva para que Auschwitz no volviera a repetirse15. Mientras que la poltica se debata entre interpretaciones sobre el significado que haba que darle al proceso de Auschwitz para el presente, fueron en realidad los intelectuales y artistas quienes impulsaron discursos y fo14
ros de discusin crtica en torno al genocidio. En estos crculos comenz a surgir la concepcin de Auschwitz como smbolo del rompimento civilizatorio y la barbarie en el corazn de la civilizacin. La pesquisa, una dramatizacin del Proceso de Auschwitz A travs del ejemplo que el dramaturgo alemn Peter Weiss brinda con su obra teatral La pesquisa, constatamos la verdad contenida en la afirmacin de Anna Saadah:
Mientras que las estrategias institucionales se preocupan ms por guardar principios de orden, las estrategias culturales tienden a tomar ms en cuenta a las vctimas de una injusticia16.
Citado por Jochen Winters, Das Unfabare vor Gericht, en: Frankfurter Allgemeine Zeitung, 19-8-1995 [trad. J. A. P.]. 15 El famoso imperativo tico-pedaggico de Adorno, el que Auschwitz no vuelva a tener lugar, es sta la primera de todas las exigencias educativas [trad. J.A.P.], subyace a la lectura poltica de Bauer del proceso. Vase Erziehung nach Auschwitz, en: Theodor W. Adorno, op. cit., p. 88.
En 1946 Peter Weiss haba sido espectador de los procesos que se llevaban en Frankfurt. Como artista comprometido, estaba convencido de que nada de lo declarado en los juicios poda clausurarse en el presente como un pasado pasado; por el contra-
rio, haba que ocuparse una y otra vez de Auschwitz, y los testimonios de los sobrevivientes; sta era la responsabilidad moral del artista: Slo a travs del arte como acto moral el artista puede recuperar algo del pasado en el presente17. El teatro documental, tal y como Weiss designa su trabajo, pretende ser un instrumento formativo de una opinin crtica dirigida al presente, a travs de un tema poltico escenificable18. Las declaraciones de acusados y testigos, la revisin de las actas y protocolos de cada sesin del proceso, la investigacin sobre las vctimas en las interminables listas de defuncin, la revisin, en fin, del campo de concentracin Auschwitz como el ncleo del terror organizado, integra el conjunto del material del que se sirvi Weiss para elaborar un drama que representa sobriamente el tribunal que juzga a los operadores de Auschwitz. El teatro se convierte, de esta suerte, en
16 Cit. por Daniel Levy/Natan Sznaider, Erinnerung im globalen Zeitalter: Der Holocaust, Frankfurt/Main, pg. 76 [trad. J. A. P.].
17 Vase Matthias Kontarsky, op. cit. pg. 28 [trad. J. A. P.]. 18 Vase Peter Weiss, Das Material und die Modelle, manifiesto en el que Weiss explica los principios del teatro documental, en: Peter Weiss, Dramen 2, Frankfurt/Main, 1991, pg. 467.
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el verdadero foro de dilogo, provocacin y comunicacin con el pblico, dando un lugar a la dimensin poltica y simblica que el juez Hofmeyer exclua del proceso real que ocurra al mismo tiempo en Frankfurt. La pesquisa fue montada simultneamente en 15 ciudades de Alemania. A mediados de los sesenta no slo sirvi como un documento poltico esclarecedor en virtud de su carcter realista, sino que, al ser una representacin artstica de Auschwitz, dio origen a un nuevo problema que, con el tiempo, se ramific en varias cuestiones: es representable Auschwitz estticamente?, no se est banalizando el genocidio y as, renunciando a la seriedad moral que se merece?, no estamos ante el peligro de hacer del crimen alemn, ms que un lugar de discusin crtica, una industria comercial? Las bases para que en poco ms de una dcada se diera un boom mundial del Holocausto ya estaban puestas, pero tambin estaban all para dar inicio a una investigacin ms diferenciada en la historiografa y, finalmente, para que naciera la cultura oficial de la memoria.
2. El Holocausto entre escenarios estticos
El surgimiento del Holocausto a travs de la imagen televisiva Hoy da conocemos varios nombres que designan el genocidio alemn. Los trminos ms usuales son shoah, Auschwitz y holocausto. Shoah es un trmino teolgico de origen hebreo que se traduce como desesperacin en la historia de exilio y sufrimiento del pueblo judo 19 ; mientras tanto, Auschwitz es la traduccin en alemn de la poblacin Oswiecin en Polonia, lugar del campo del concentracin Auschwitz-Birkenau. Finalmente, el concepto ingls holocaust (holocausto en espaol) es un derivado del griego holkaustus, y remite a la vctima incinerada en un sacrificio religioso. Aunque todos estos nombres se refieren al mismo suceso histrico, nuestro discurso aparecer contextualizado en un determinado horizonte de significados (polticos, histricos, religiosos, etctera) dependiendo del nombre que usemos. La relacin entre el acto de nombrar y el genocidio alemn como hecho histrico ha sido objeto del anlisis de James E. Young, estudioso del judasmo, en su brillante ensayo Writing and Rewriting
James E. Young, Beschreiben des Holocaust, Frankfurt/M, 1992, pg. 144 (ttulo original: Writing and Rewriting the Holocaust. Narrative and the Consequences of Interpretation, Bloomington, 1988).
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the Holocaust. El acto de nombrar, escribe Young, es el primer paso hermenutico que damos en torno a un suceso histrico. Los nombres no descubren en primer lugar un qu histrico, sino un cmo narrativo: de acuerdo con qu intereses, con qu mitos fundantes, en funcin de qu ideologas nacionales, etctera. Que en Israel, por ejemplo, se use desde tiempos del nazismo el concepto de shoah obedece a un inters predominantemente poltico: en este trmino de origen bblico el sionismo fundacional encontraba las resonancias teolgicas necesarias que legitimaban la ocupacin de Palestina: nada justificaba mejor que la shoah la necesidad de fundar un Estado propio como solucin a la dispora; la shoah se enfocaba as como la ltima fase en la historia de persecucin del pueblo de Abraham. Independientemente de que cada nombre sea usado en determinados contextos y de acuerdo con determinados intereses, existe un trmino con el que designamos inequvoca y universalmente, desde finales de los aos setenta, el genocidio alemn: holocausto. Resulta interesante acercarse al momento en que esta palabra de origen griego se convirti en la designacin universal del genocidio. En el ao 1978 se transmiti por televisin en varios pases del mundo una serie estadounidense, Holocaust. Se trataba de la historia ficticia de una familia juda vctima del genocidio alemn. La miniserie fue transmitida en Estados Unidos en cuatro tardes consecutivas; la audiencia de casi cien millones de espectadores prueba ampliamente el rotundo xito de los episodios en ese pas. En Alemania, con unos 15 millones de espectadores, su xito fue igual de significativo. La configuracin realista de la serie y el altsimo ndice de audiencia fueron precisamente los factores que determinaron el nombre de Holocausto para el genocidio. Desde los tiempos de la serie, todo el mundo tiene al menos una vaga nocin de lo que pas y cmo fue que pas en los campos de concentracin alemanes. Peter Novick escribe que en esas siete horas televisivas (el tiempo total de duracin de la serie) los estadounidenses obtuvieron ms informacin sobre el Holocausto que en los 30 aos precedentes; una informacin, por cierto, confeccionada a travs de highlights histricos que ofrecen una visin panormica de la historia de los judos en la Alemania nazi: el ao en el que fueron sancionadas las leyes de Nremberg, la Noche de los cristales rotos, la Conferencia de Wannsee en la que se decidi la Solucin final, el levantamiento del gueto de Varso-
via y, finalmente, el terror en diversos campos de concentracin: Buchenwald, Theresienstadt y Auschwitz20. No resulta exagerada la afirmacin de Levy y Sznaider de que del Holocausto surgi el Holocausto; es decir, que un producto meditico configur nuestro saber sobre el genocidio. Sin embargo, habra que decir con estos autores que, si bien la americanizacin del holocausto, como se llama a este fenmeno de mercado que empez en Estados Unidos, ofrece una versin muy tipificada y disneylndica del genocidio, no implica la muerte de toda discusin productiva. Finalmente, no podemos abstraernos en la modernidad de la reproducibilidad tcnica (Walter Benjamin) en tanto una mediacin constitutiva de toda produccin cultural. La aparicin de la serie Holocaust no fue, ni siquiera en el momento de su transmisin en 1978, un mero entretenimiento televisivo. Muy por el contrario, fue la gota que activ discusiones a nivel mundial sobre las formas vlidas de representar y escenificar el pasado criminal alemn, sobre todo, tomando en cuenta que se trataba ya de historia para las generaciones jvenes de los aos setenta. Ciertamente, ya se saba mucho sobre el genocidio y lo que haba sucedido en los campos de concentracin. Sin embargo, toda investigacin se limitaba a los estrechos crculos del saber especializado y, como mucho, en la esfera privada interesaba a los sobrevivientes o descendientes de los afectados. Las expresiones polticas y artsticas como los procesos penales, el cine documental, el teatro de Peter Weiss, la poesa de Paul Celan no tenan repercusiones en el mbito del saber popular. Slo con la emisin de la serie el tema alcanz a grandes sectores de la sociedad alemana: se discuta en las escuelas, en la comunidad judo-alemana y en las universidades; era objeto de debate en la televisin y en revistas populares. Un periodista alemn escribi:
Por primera vez, y gracias a Holocaust, la gran mayora de la nacin sabe lo que se esconde detrs de la horrenda pero poco alusiva frmula burocrtica de Solucin final de la cuestin juda. Esto es as gracias a que los cineastas estadounidenses tuvieron el valor de liberarse del imperativo paralizador de que el genocidio es irrepresentable21.
Vase Peter Novick, Nach dem Holocaust, Mnchen 2003, pg. 270 (ttulo original: The Holocaust in American Life, N. Y., 1999). 21 Vase Heinz Hhne, Der Spiegel, 29 de enero, 1979, pg. 22; citado por Peter Novick, op. cit., pg. 275.
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de Auschwitz escribir un poema es un acto de barbarie22. Aunque esta frase disuasoria de representar Auschwitz estticamente haya tenido significado slo en el contexto de la crtica cultural adorniana, en Alemania se haba convertido en una especie de imperativo moral respecto a lo que le es permitido representar al arte, tomando en cuenta que el objeto a estetizar es Auschwitz. Para muchos, Auschwitz tena que representarse como smbolo de lo irrepresentable. La serie Holocaust logr liberar a la sociedad de la prohibicin de representar popularmente el genocidio. Ello desencaden tanto una comercializacin extrema del tema como una extensa conciencia social respecto al pasado criminal alemn. En los aos ochenta, una vez que el holocausto formaba parte del saber popular, comenzaron a surgir discursos inconcebibles aos atrs: se investigaran a fondo casos particulares, se publicara literatura testimonial y memorias de sobrevivientes, se filmaran vdeos caseros de cierta difusin comercial, se fundaran organizaciones civiles de apoyo teraputico para los afectados y sus descendientes, entre otras actividades. En 1993 se estren de nuevo una pelcula estadounidense sobre el holocausto, La lista de Schindler, de Steven Spielberg. En esta ocasin, se trataba de la historia real del empresario nazi Oskar Schindler, que salv la vida de ms de mil judos. No obstante el carcter pedaggico de esta pelcula, el genocidio se enfoca desde una perspectiva bastante provocativa: Spielberg no ubica en el centro del filme la matanza de los judos, sino la salvacin de mil cien judos por un nazi de buenas intenciones. La pelcula se discute por todas partes; sin embargo, pertenece a una poca en la que, a fuerza de su explotacin comercial, el holocausto comenzaba a causar hasto. En la Alemania reunificada de los aos noventa, la prohibicin de Adorno de representar Auschwitz parece estar definitivamente superada. No slo se ha convertido en un topus popular, sino que ser parte constitutiva de una poltica estatal cada vez ms consciente del peso del pasado en la narrativa nacional. La puesta en escena oficial: cultura de la memoria y sus escenarios polticos Al reflexionar sobre la exposicin Holocausto, sus monumentos y formas de memoria, James E. Young seala un momento caracterstico en la constitucin de la me-
moria colectiva: Cuanto ms se aleja de nosotros en el tiempo el holocausto, ms se acercan al primer plano sus monumentos y museos23. Sin duda, el tiempo es un factor esencial en la configuracin de la memoria histrica de un pueblo. As como en la vejez surgen los mejores recuerdos de la remota infancia, los pueblos obtienen las representaciones del pasado ms ntidas cuanto ms se alejan de ste. Por esta razn, no debe extraarnos que en las ltimas dcadas del siglo XX, el genocidio se haya convertido en objeto de toda suerte de discursos estatales a nivel mundial. Museos y monumentos se multiplican en todos los pases afectados por el nazismo; incluso los mismos monumentos son ya tema de exposiciones. El problema de la conciencia del holocausto en los ochenta y noventa (escribe Andreas Huyssen), no era ni es el olvido, sino ms bien su omnipresencia, el exceso de smbolos del holocausto en nuestra cultura; la fascinacin del fascismo en la literatura, en el cine y en los monumentos pblicos24. Hay que decir, sin embargo, que la omnipresencia holocustica en monumentos y museos no se explica slo por la natural distancia histrica y la obsesin por retener el pasado: los monumentos estatales constituyen un momento importante de la escenificacin simblica de la poltica. Una excesiva escenificacin del pasado podra ser contradictoriamente una estrategia poltica para suprimirlo, o bien, originar una vivencia estetizante descartando la posibilidad y el riesgo que implica la sobriedad de una conciencia crtica histrica. En sntesis, toda conmemoracin oficial del pasado es significativa tambin porque representa intenciones e intereses polticos que pertenecen al presente. El ejemplo ms sobresaliente desde el aspecto de una poltica simblica nacional es el Holocaust Memorial Museum, inaugurado en 1993 en Washington, D. C. Desde su ubicacin, podemos empezar a descifrar el significado poltico de este museo dentro del discurso nacional estadounidense: se encuentra en la zona de los museos y monumentos ms representativos de esa ciudad: frente al Capitolio y al Jefferson Memorial, a una manzana del National Mall y muy cercano al complejo del Instituto Smithsonian, que contiene un conjunto importante de museos. Junto con su archivo y biblioteca, constituye el centro de investigacin e informacin sobre el genoci-
dio alemn ms importante de Estados Unidos. Segn leemos en su catlogo, el Memorial fue construido como un componente importante de los museos de la historia americana. Sin embargo, cuanto ms sobresale este museo por sus dimensiones extraordinarias y por la semntica nacional que implica, tanto ms urgente se hace tratar de responder a la pregunta con la que James E. Young abre su estudio sobre la escenificacin del holocausto en Estados Unidos: Qu significado tiene un museo nacional del holocausto en un pas tan lejano y tan ajeno al lugar de los hechos?25. El mismo catlogo nos da la respuesta: El Memorial Museum no slo refleja el evento histrico del holocausto, sus vctimas y perpetradores, sino tambin la historia de los testigos, salvadores y liberadores de los KZ. Leamos entre lneas: este museo no se interesa tanto por documentar la historia alemana en s sino por representar al Ejrcito estadounidense como redentor del terror nazi. En efecto, fueron las tropas estadounidenses las que abrieron las puertas de los campos de concentracin de Dachau y Buchenwald; adems, esta nacin se convirti en uno de los pases ms importantes de la emigracin europea y en un lugar seguro para los judos que lograron huir del nazismo. Es sta precisamente la perspectiva que pretende resaltar el Memorial, proyectando hacia el presente, como escribe Young, los valores que fundan la identidad nacional estadounidense: la libertad y la posibilidad de una sociedad democrtica y enemiga del racismo. Sin embargo, representar los ideales estadounidenses en un fragmento de historia alemana bien puede ser una hbil estrategia para ocultar la propia historia y sus crmenes. En su debatido libro, La industria del holocausto, Norman Finkelstein pregunta: Por qu ocuparse de la historia de los alemanes y no as de los captulos ms oscuros de la propia historia?26. La respuesta no se deja esperar: la memoria colectiva nacional se construye a partir de hechos heroicos, sacrificando necesariamente el discurso de las vctimas. El caso de Alemania no necesita mayor justificacin en su mpetu por establecer monumentos y museos; nos encontramos en el lugar de los hechos, en la nacin a la
Vase Adorno, Kulturkritik und Gesellschaft I, Gesammelte Schriften 10/1, Frankfurt/Main 1977, pg. 30 [trad. J. A. P.].
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Vase Mahnmale des Holocaust, editado por James E. Young, Mnchen 1996, pg. 19. 24 Vase ibdem, pg. 13 [trad. J. A. P.].
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25 Vase James E. Young, The Texture of Memory. Holocaust Memorials and Meanings, London, 1993, pg. 375. 26 Vase Norman G. Fink, Die Holocaust Industrie, Mnchen, 2002, pg. II [versin alemana de: The Holocaust Industry, London, 2000].
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que pertenecieron los responsables del genocidio. Mucho antes de que se diera el boom mundial del holocausto, exista en Alemania una tradicin de monumentos pblicos, sobre todo en la antigua Repblica Democrtica Alemana. Claro, el significado poltico de los Gedenksttte, o sea, los recintos del recuerdo, ha ido cambiando a lo largo de los aos, segn el discurso de la poltica oficial. Pltzensee y Sachsenhausen, como dos Gedenksttte sobresalientes de la Alemania socialista, tenan poco inters por subrayar en su museografa que las vctimas hubiesen sido judos, homosexuales o gitanos, e intentaban, ms bien, guiar la atencin hacia el triunfo del socialismo como superacin del fascismo. Slo hasta en los aos ochenta los monumentos obtuvieron un papel fundamental en la poltica estatal alemana, concretamente, en la poltica histrica impulsada por el canciller de Alemania Occidental, Helmut Kohl. Si tomamos en cuenta que las conmemoraciones pblicas se interesan por fortalecer la identidad nacional, escenificando orgullosamente el pasado colectivo, podemos imaginar por qu ha sido tan problemtica la creacin de una memoria nacional histrica. Los franceses, por ejemplo, fundan su identidad histrica en una mitificacin extrema de la Revolucin Francesa, de la misma manera en que los rusos lo hacen basados en la Revolucin Bolchevique, o los mexicanos en la Revolucin de 1910. El caso de Alemania no es muy afortunado en este sentido: el genocidio significa para toda posteridad una ruptura radical en la historia heroica. Uno de los intereses de la poltica cultural de Helmut Kohl fue fomentar una visin del pasado en la que el genocidio se volviera relativo: recordar esta etapa como un momento oscuro, s, pero tambin como un momento entre otros ms heroicos de la historia alemana; si de alguna manera haba que rendir culto a las vctimas, haba que incluir a todas las vctimas: incluyendo en esa categora a los soldados alemanes y a los soldados de la SS. El tema est, desde entonces, en el aire: qu valor puede otorgarse al pasado nazi en la totalidad de la historia alemana? En Alemania, como en ninguna otra parte del mundo, cada monumento, cada recinto del recuerdo, cada placa conmemorativa, es objeto de infinitas discusiones pblicas y debates intelectuales. Bien seala Young que se trata de la memoria de una nacin que se encuentra frente a la difcil tarea de levantar un nuevo Estado sobre la base del recuerdo de sus terribles crmenes. Hay que echar finalmente una mirada a la
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ms grande discusin en torno a la representacin estatal del genocidio: un desgarrante debate de 10 aos refleja la lucha en la Alemania reunificada por poseer un discurso viable del pasado nazi. Este debate desemboca en la construccin del monumento nacional en memoria del genocidio, el momento cumbre en la canonizacin estatal del pasado. El escenario nacional, un monumento a los judos A 500 metros de distancia del Reichstag, y casi en colindancia con la Puerta de Brandenburgo, en una superficie ocupada en la poca nazi por la Villa de Joseph Goebbels, nos topamos hoy en da con un terreno cercado de 19 mil metros cuadrados. A principios del ao 2005, segn las estimaciones actuales, Alemania tendr un monumento nacional dedicado a los judos vctimas del genocidio; 2.700 bloques de cemento de diferente altura constituirn artsticamente un campo de estelas a travs del cual el visitante podr pasear y, segn la intencin, recordar a las vctimas judas del nacionalsocialismo. En 1999 se decidi por mayora parlamentaria la construccin del Monumento a los judos europeos asesinados. El monumento ser construido de acuerdo con el proyecto del arquitecto neoyorquino Peter Eisenmann, y contar con un centro de informacin en el stano. La construccin, que costar en total 27 millones de euros, corre a cargo del Estado. A pesar de ello, el grupo encargado de la promocin y realizacin del proyecto considera importante que los ciudadanos alemanes hagan donaciones de apoyo para impulsar su participacin activa en la realizacin del monumento. Hace poco tiempo se contrat a la modelo Claudia Schiffer para realizar una campaa televisiva de recaudacin de fondos. Una desgarrante discusin precedi al permiso concedido por el Parlamento para construir semejante obra en el corazn del pas, Berln. Todo comenz en 1989, poco antes de la cada del muro. Un grupo independiente de periodistas argument que, a pesar de los llamados Gedenksttte, no hay, precisamente en el pas de los actores responsables, un monumento nacional en memoria de las vctimas judas. Este grupo promotor se gan el favor de Helmut Kohl a principios de los noventa; sin embargo, surgieron una y otra vez obstculos que impedan el permiso de construccin. Las discusiones abordaron numerosos aspectos del asunto: quines deben financiar semejante obra, las cuestiones estticas en torno a la representabilidad de Auschwitz, la monumentalidad nazi que podra reflejar positi-
vamente este monumento y la idea de que los estadounidenses e israelitas tienen ya monumentos insuperables, por enumerar slo a algunas. Al ser por definicin un smbolo glorificador de una nacin, de sus guerras y sus victorias, el monumento tendra que interpretarse en este caso como una especie de antimonumento, a travs del cual la nacin muestra sus propios crmenes. Sin embargo, hay muchas formas de interpretar una escenificacin oficial de la historia. Sybille Quack, miembro del grupo encargado de la construccin, subraya la dimensin futura como la ltima razn de llevar el discurso de las vctimas a las pginas de la narracin nacional: Con este monumento integramos la memoria del holocausto y el duelo por las vctimas en nuestra historia nacional, y mostramos as nuestra responsabilidad futura27. La opinin de Quack seala precisamente los intereses polticos actuales como una dimensin que no puede suprimirse de toda escenificacin nacional del pasado. El monumento nacional a las vctimas del genocidio tiene que significar ms que un mero recinto de luto humano: abrir una dimensin hacia el futuro en tanto vistosa advertencia de los peligros que traen consigo los prejuicios raciales, la discriminacin por religin, origen, etctera. Sin embargo, precisamente en este punto, el grupo promotor refleja una poltica separatista y jerarquizante: el monumento debe representar slo a los judos asesinados, con exclusin de todos los dems grupos que fueron vctimas del nacionalsocialismo. Los pros y los contras de un monumento singular El profesor israel Yehuda Bauer, reconocida autoridad mundial en la investigacin del genocidio nazi, sostiene que el exterminio de los judos es incomparable a cualquier otro genocidio: por qu es la Shoah, afirma Bauer, ms especial que el genocidio de los armenios, la matanza de los tutsi en Ruanda, del pueblo bosnio en Yugoslavia o de los indios de Norteamrica? Bauer argumenta que por primera vez en la historia fueron condenados a muerte seres humanos por la simple razn de haber nacido; en otros genocidios, las razones han sido reales; slo en la Shoah se trata de motivos ideolgicos, fantsticos. El discurso del profesor Bauer tuvo lugar en el Parlamento alemn, en 1998, poco antes de que se votara a favor de la construccin del monumento. As con-
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textualizado, puede verse que Bauer toma posicin por un monumento en el que slo sean recordados los judos como grupo especfico de vctimas. Bauer ignora que los comunistas, los homosexuales, los gitanos, los testigos de Jehov y los minusvlidos tambin fueron asesinados por razones ideolgicas, y supone implcitamente que la discriminacin a homosexuales, por mencionar un grupo, es una razn real, mientras que el antisemitismo es una razn fantstica. Con certeza, el problema ms delicado de todas las cuestiones que impeda la construccin del monumento era la cuestin de la exclusividad. No ha de asombrar que la insistencia del grupo promotor para erigir un monumento slo a los judos haya suscitado la indignacin de muchos intelectuales, periodistas y polticos; este monumento no puede tratarse de un recinto ms del recuerdo, sino de la representacin nacional, la ltima palabra de Alemania como nacin respecto al momento ms oscuro de su historia. La mayor parte de los grupos de vctimas han de quedar excluidos de este discurso. A la ideologa de la exclusividad se opuso sobre todo Romano Rose, el representante de los sinti y los roma gitanos en Alemania. Rose arga que lo que caracteriza al holocausto es el carcter de vctima y no as de pertenecer a determinada identidad cultural; la postura del grupo promotor significa jerarquizar vctimas; el holocausto contiene tambin el asesinato de 500 mil sinti y roma28; por otra parte, Ignatz Bubis, en ese entonces director del Consejo Judo Alemn, estaba de acuerdo en que se erigiera tambin un monumento a los sinti y los roma, pero, deca Bubis, ste no deba estar vinculado de ninguna suerte con el Monumento Nacional a los Judos. As se mova el pndulo entre la defensa de los unos por un nico grupo de vctimas y la indignacin de los otros por la exclusin de todos los grupos que deban ser representados en las pginas escnicas del pasado nacional. Hay que decirlo abiertamente: algo de ofensivo hay en la insistencia de la singularidad de los judos como grupo de vctimas y, en consecuencia, en la exclusividad del Monumento nacional. Parecera ser que el resto de las vctimas es de segunda categora, que su dolor no es comparable al dolor de los judos. Sin embargo, hablar de singularidad es estratgicamente atractivo: elige, compara, jerarquiza, eleva un grupo al peldao ms alto. Como bien seala Peter Novick, la singularidad histrica es una categora mera-
mente cuantitativa, vaca de por s, si tomamos en cuenta que todo suceso histrico es singular. En Estados Unidos se discuta si en Bosnia se trataba de un holocausto en realidad o slo de un genocidio29. Para muchos, en Bosnia se haba llevado a cabo un genocidio, y con ello se atribua implcitamente una importancia menor en comparacin con el holocausto. El da de la conmemoracin oficial de la Shoah en Israel, en 1999, el primer ministro Benjamn Netanjahu subray que los sucesos en Kosovo no fueron comparables a las monstruosidades del holocausto alemn30. Ciertamente, la singularidad del genocidio reside en eso que se ha llamado ruptura civilizatoria, y no as en que un grupo de seres humanos haya sido el grupo mayoritario de vctimas de los nazis. Daniel Goldhagen nos recuerda el sentido, al menos ideal, de escenificar el pasado nacional en la memoria: Si una sociedad se interesa por la justicia, entonces debe honrar la memoria de aquellos que fueron perseguidos [...] merece un grupo de vctimas en virtud de su dolor un monumento ms significativo que otro grupo?31. Si nos encontramos en el caso alemn con un antimonumento, el mejor significado que ste puede tener es llamar la atencin para el presente y el futuro a travs de la memoria de todas las vctimas discriminadas y asesinadas por razones arbitrarias. Por desgracia, este fin es irrealizable en la medida en que resulta discriminada la mayora de los grupos de vctimas. El Monumento Nacional a los Judos Europeos Asesinados, cumbre del difcil y doloroso proceso de la memoria del genocidio en Alemania, lleva en su esencia este fracaso. La historia de la representacin del genocidio alemn se constituye como momento fundamental de la historia poltica de Alemania. En las inmediaciones de la guerra no poda haber una conciencia clara de lo que fue el genocidio en todas sus significaciones; una culpa ordenada, manifiesta a travs de tribunales militares y medidas radicales de desnazificacin, pareca ser la nica forma de superar el pasado. Slo con el tiempo, los alemanes han tomado conciencia de que las estrategias jurdicas poco o nada redimen del pasado. El genocidio toma la palabra permanentemente, dcada tras dcada, ya sea en el silencio convertido en tab, en la amnesia colectiva
producto del bienestar econmico o en la popularizacin mundial del Holocausto. Esta historia alcanza su punto culminante en el momento en que la nacin escenifica monumentalmente su propio crimen y se solidariza de esta suerte con las que fueron sus propias vctimas. La Alemania del siglo XXI ha logrado integrar a su narrativa nacional el discurso de las vctimas, es decir, ha logrado tomar distancia de la identidad de los actores responsables de Auschwitz. La escenificacin del pasado fracasa ticamente si el monumento nacional refuerza en primer trmino la conciencia del otro como el otro excluido, el extranjero, el no-alemn. El recuerdo, en trminos de luto, es productivo slo si existe una solidaridad con las vctimas en tanto que vctimas y no en tanto que grupo especfico de vctimas. Para algunos, el Monumento a los Judos Europeos Asesinados no significa tanto un acto de solidaridad con las vctimas sino el ltimo peldao en la monumentalizacin de la vergenza alemana; refleja la incansable necesidad de ritualizar e instrumentalizar el pasado (Martin Walser). En realidad, siempre ha existido una instrumentalizacin de Auschwitz; es parte constitutiva de la memoria colectiva el sealar intereses del presente a travs de la escenificacin del pasado. Sin embargo, el sentido del recuerdo y de una poltica de la memoria no tiene que reducirse necesariamente a la mera instrumentalizacin. Tambin en el espacio de la poltica oficial puede abrirse una dimensin, al menos ideal, en la que encuentre un reflejo el imperativo tico de un mundo mejor y ms justo, al ser este imperativo la justificacin profunda de la escenificacin del pasado alemn. Ya sea los Gedenksttte, los museos sobre el holocausto, e incluso el monumento nacional, deben tener la funcin que Kafka atribua a la literatura: Un libro debe ser el hacha para el mar congelado en nosotros. Slo en la medida en que el pasado criminal alemn dialogue con los problemas sociales del presente (por ejemplo, el racismo y sus expresiones en sociedades multiculturales), cumplir con la funcin del imperativo tico de la justicia, y podr hablarse de un aspecto productivo de la poltica nacional de la memoria. n
Berln. Agosto 2003
28 Vase Romano Rose Ein Mahnmal fr alle Opfer, semanario Die Zeit, 28 de abril de 1989.
Vase semanario alemn Der Spiegel, 13 de abril de 1999. 31 Vase Daniel Goldhagen, Es gibt keine Hierarchie der Opfer, semanario Die Zeit, 7 de febrero de 1997.
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SEMBLANZA
a novela, leo en la Enciclopedia Britnica, se ha convertido en vehculo de stira, de instruccin, de exhortacin poltica o religiosa, de informacin tcnica; pero estas cuestiones son secundarias. La finalidad simple y directa de la novela es divertir mediante una sucesin de escenas pintadas del natural y mediante un hilo narrativo emotivo. Estas lneas resumen la cuestin en pocas palabras. La novela, sigo leyendo, comenz a gozar de aceptacin en la poca alejandrina, cuando la vida era lo bastante fcil como para que la gente se deleitara con narraciones, realistas o fantsticas, de las aventuras y emociones de personajes imaginarios. Sin embargo, la primera obra de ficcin que ha llegado hasta nosotros a la que en rigor puede calificarse de novela es la escrita por un griego llamado Longo y titulada Dafnis y Cloe. De sta, a travs de innumerables generaciones, con mucho altibajos y muchas desviaciones, se derivan las novelas cuya finalidad directa es, como seala la Enciclopedia Britnica, divertir mediante una sucesin de escenas pintadas del natural y mediante un hilo de narracin emotiva. Pero hay novelas tan distintas en los efectos que producen en el lector, que parecen haber sido escritas con una intencin tan distinta que deben incluirse en una clase aparte. Novelas tales como Moby Dick, Cumbres borrascosas y Los hermanos Karamazov, pero tambin las novelas de James Joyce y Franz Kafka. Los novelistas son mutaciones de la estirpe comn de los obispos y los camareros, los policas y los polticos, etctera; y las mutaciones se producen en serie. Pero los bilogos nos dicen que la mayora son dainas,
y muchas letales. Ahora bien, puesto que el tipo de libro que un escritor escribe depende de la clase de hombre que sea, y eso depende en parte de la asociacin en el cromosoma de genes procedentes de diferentes progenitores y en parte del medio, no deja de ser significativo que los novelistas tengan propensin a la esterilidad; slo hay dos en la historia, Tolsti y Dickens, que fueron extraordinariamente frtiles. Es evidente que la mutacin es letal. Pero tal vez sea mejor as, pues mientras que las ostras cuando proliferan producen ostras, los novelistas las ms de las veces producen mentecatos. La mutacin concreta que ahora me interesa no ha dejado, que yo sepa, descendientes literarios. Hablar en primer lugar del autor de esa novela extraa y llena de fuerza titulada Moby Dick. He ledo Herman Melville, marinero y mstico, de Raymond Weaver; Herman Melville, de Lewis Mumford; Melville en los mares del Sur, de Charles Roberts Anderson; Herman Melville: La tragedia de la mente, de William Ellery Sedgwick, y Melville, de Newton Arvin. He ledo con inters todas estas obras, he sacado provecho de la mayora y he conocido por ellas algunos datos tiles a mi modesto propsito. Pero tengo mis dudas de que ahora sepa ms que antes acerca de Melville, el hombre. Segn Raymond Weaver, en 1919, con ocasin del centenario de Melville, un crtico no muy cauto escribi: Debido a alguna extraa experiencia psicolgica, que nunca ha sido explicada de modo concluyente, su estilo, su concepcin de la vida sufrieron un cambio total. No llego a entender por qu se califica de no muy cauto a ese crtico no identi-
ficado. Atin con el problema que debe traer de cabeza a todo aquel que se interese por Melville. Por ese motivo se examinan todos los detalles conocidos de su vida y se leen sus cartas y sus libros, algunos de los cuales slo pueden leerse con un decidido esfuerzo de la voluntad para descubrir alguna pista que pueda ayudar a esclarecer el misterio. Pero vayamos primero con los hechos, segn nos los cuentan los bigrafos. En apariencia, pero slo en apariencia, resultan de lo ms sencillo. Herman Melville naci en 1819. Su padre, Allan Melville, y su madre, Maria Gansevoort, eran de buena familia. Allan era un hombre culto que haba viajado mucho, y Maria una mujer elegante, distinguida y piadosa. Durante los primeros cinco aos de su matrimonio vivieron en Albany, y despus se instalaron en Nueva York, donde el negocio de Allan era importador de comestibles franceses prosper durante algn tiempo y donde naci Herman. Fue el tercero de sus ocho hijos. Pero en 1830 Allan Melville pasaba por una mala racha y la familia regres a Albany, donde dos aos despus muri arruinado y, segn se dice, demente. Dej a su familia en la miseria. Herman ingres en el Instituto Clsico para nios de Albany y, al dejar la escuela a los 15 aos de edad, entr a trabajar como empleado en el New York State Bank; en 1835 trabajaba en el almacn de pieles de su hermano Gansevoort, y al ao siguiente en la granja de su to en Pittsfield. Durante un trimestre fue maestro en la escuela comunal del distrito de Sykes. A los 17 aos se hizo a la mar. Se ha escrito mucho para explicar esta decisin, pe-
Haba probado suerte sin xito en varias ocupaciones, y por lo que sabemos de su madre podemos suponer que sta no vacil en expresar su desagrado. Se hizo a la mar, como muchos jvenes han hecho antes y despus, porque se senta desdichado en casa. Melville era un hombre muy extrao, pero resulta innecesario buscar extraeza en un proceder por completo natural. Lleg a Nueva York calado hasta los huesos, con unos pantalones remendados y una cazadora, sin un centavo en el bolsillo y una escopeta cuya venta le haba encomendado su hermano Gansevoort; cruz la ciudad para ir a casa de un amigo de su hermano, donde pas la noche, y al da siguiente se dirigi a los muelles junto con ese amigo. Buscaron hasta que encontraron un barco que zarpaba rumbo a Liverpool, y Melville se enrol como grumete por tres dlares al mes. Doce aos despus escribira en Redburn una crnica del viaje de ida y vuelta y de su estancia en Liverpool. Lo consider un trabajo sin importancia, pero es un libro pintoresco e interesante, y est escrito en un ingls sencillo, directo, fcil y sin afectacin. Es una de sus obras ms legibles. No se sabe gran cosa de cmo pas los tres aos siguientes. De acuerdo con las versiones aceptadas, dio clases en diversos lugares: en uno de ellos, Greenbush,
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Nueva York, perciba seis dlares al trimestre ms la comida; y escribi varios artculos para peridicos de provincias. Se han encontrado un par de ellos. Carecen de inters, pero ofrecen indicios de que haba hecho lecturas abundantes aunque poco sistemticas, y tienen una peculiaridad de la que nunca pudo desprenderse hasta el fin de sus das, a saber, la de hacer alusin sin venir a cuento a dioses mitolgicos, personajes histricos y romnticos y toda clase de autores. Raymond Weaver seala al respecto:
Invocaba a Burton, Shakespeare, Byron, Milton, Coleridge y Chesterfield, adems de a Prometeo y Cenicienta, Mahoma y Cleopatra, la Virgen y las hures, los Mdicis y los musulmanes, que salpicaban sin orden ni concierto sus pginas.
Herman Melville
nes y proyectaban un tono ms oscuro sobre sus grandes ojos negros.
Pero tena espritu aventurero, y cabe suponer que al final no pudo soportar ms la insustancialidad de la vida a la que parecan haberlo condenado las circunstancias. Aunque la vida en el mar no haba sido de su agrado, decidi embarcarse de nuevo, y en 1841 zarp de New Bedford a bordo del ballenero Acushnet, rumbo al Pacfico. Excepto uno de ellos, los hombres del castillo de proa eran toscos, brutales e incultos; la excepcin era un grumete de 17 aos llamado Richard Tobias Greene. As lo describi Melville:
Toby estaba dotado de una apariencia notablemente atractiva. Ataviado con su capote azul y sus pantalones de lona, era el marinero de aspecto ms elegante que nunca pis una cubierta; era singularmente pequeo y de constitucin liviana, con gran flexibilidad de miembros. El color oscuro por naturaleza de su tez se haba intensificado debido a la exposicin al sol tropical, y una masa de mechones de color azabache se agolpaban en torno a sus sieN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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Despus de 15 meses de crucero, el Acushnet hizo escala en Nuku-Hiva, una isla de las Marquesas. Los dos muchachos, asqueados de las penalidades de la vida a bordo del ballenero y de la brutalidad del capitn, decidieron desertar. Escondieron todo el tabaco, las galletas y el percal (para darlo a los nativos) que pudieron en el delantero de sus capotes y huyeron hacia el interior de la isla. Al cabo de varios das, durante los cuales sufrieron diversos contratiempos, llegaron al valle habitado por los taipis, que los recibieron de manera hospitalaria. Poco despus de su llegada, Toby parti con el pretexto de conseguir ayuda mdica, pues en el camino Melville se lastim de tal gravedad en una pierna que sufra grandes dolores al caminar, aunque en realidad pretenda organizar la fuga de ambos. Los taipis tenan fama de canbales, y la prudencia indicaba que no
era sensato depender durante demasiado tiempo de que su buena voluntad no se agotase. Toby no regres, y mucho despus se descubri que, al llegar a la costa, lo raptaron para enrolarlo en un ballenero. Melville, segn su propio relato, pas cuatro meses en el valle. Lo trataron bien. Se hizo muy amigo de una muchacha llamada Fayaway, sali a nadar y a navegar con ella, y excepcin hecha de su miedo a ser devorado, fue bastante feliz. Despus sucedi que el capitn de un ballenero que fonde en Nuka-Hiva se enter de que haba un marinero en manos de los taipis. Muchos de sus tripulantes haban desertado, as que envi un bote cargado de nativos tabes para conseguir liberar a aquel hombre. Melville, tambin segn su propio relato, convenci a los nativos de que lo dejasen ir a la playa y, tras una escaramuza en la que mat a un hombre con un bichero, logr escapar. La vida en el barco en el que ahora navegaba, el Julia, era an peor que en el Acushnet, y al cabo de algunas semanas de infructuosa navegacin a la caza de ballenas, el capitn puso al pairo su nave frente a la costa de la isla de Tahit. La tripulacin se amotin y enseguida, despus de un juicio en Papeete, los marineros ingresaron en la crcel de esa poblacin. El Julia, una vez contratada una nueva tripulacin, se hizo otra vez a la mar, y los prisioneros quedaron en libertad poco despus. Junto con otro miembro de la antigua tripu-
lacin, un mdico venido a menos a quien Melville llama doctor Long Ghost, Melville naveg hasta la vecina isla de Moorea, donde se ofrecieron a dos hacendados para recolectar patatas. A Melville no le haba gustado la agricultura cuando trabaj para su to en Massachusetts, y menos an le gust bajo el sol tropical de la Polinesia. Deambul en compaa del doctor Long Ghost, viviendo de lo que les daban los nativos, y, al final, convenci al capitn de un ballenero al que llama Leviathan de que lo contratara y dej al doctor en Moorea. En ese barco lleg a Honolul. No se sabe con certeza qu hizo all. Se supone que encontr trabajo como administrativo. Despus naveg como marinero en una fragata estadounidense, la United States, y un ao despus, a la llegada del buque a puerto, fue dado de baja. Estamos ya a 1844. Melville tena 25 aos. No existe ningn retrato suyo de joven, pero por los que se le hicieron en su madurez, podemos imaginarlo con veintitantos aos como un hombre alto y bien parecido, fuerte y activo, de ojos bastante pequeos, de nariz recta, color saludable y hermosa cabeza de cabello ondulado. Al regresar a su pas encontr a su madre y sus hermanas instaladas en Lansingburg, un suburbio de Albany. Su hermano mayor, Gansevoort, haba abandonado su almacn de pieles y era abogado y poltico; su segundo hermano, Allan, tambin abogado, se haba establecido en Nueva York; y el menor, Tom, que pronto se hara a la mar como Herman, era todava un adolescente. Herman se convirti en el centro de inters como el hombre que haba vivido entre los canbales, y cont la historia
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de sus aventuras ante oyentes vidos que lo animaron a escribir un libro, lo que se aprest a hacer de inmediato. Haba probado a escribir antes, aunque con escaso xito. Pero tena que ganar dinero, y escribir le pareci, como a muchos otros escritores equivocados, antes y despus, una manera fcil de hacerlo. Cuando Taipi, el libro en el que describa su estancia en la isla de Nuka-Hiva, estuvo terminado, Gansevoort Melville, que haba viajado a Londres en calidad de secretario de un ministro estadounidense, se lo present a John Murray, que lo acept, y algn tiempo despus Wiley y Putnam lo publicaron en Estados Unidos. La obra fue bien acogida, y Melville, animado por ello, escribi la continuacin de sus aventuras en el Pacfico Sur en un libro titulado Omoo. ste apareci en 1847, y ese mismo ao se cas con Elizabeth, hija nica del magistrado Shaw, cuya familia era conocida de los Melville desde haca tiempo. La joven pareja se mud a Nueva York, donde vivi en casa de Allan Melville, en el nmero 103 de la Cuarta Avenida, junto con las hermanas de Herman y Allan, Augusta, Fanny y Helen. No se nos dice por qu las tres jvenes dejaron a su madre en Lansinburg. Herman se puso a escribir. En 1849, cuando llevaba dos aos casado y unos meses despus del nacimiento de su primognito, un nio al que se puso el nombre de Malcolm, volvi a cruzar el Atlntico, en esta ocasin como pasajero, para entrevistarse con algunos editores y concertar la publicacin de Chaqueta blanca, el libro en el que describe sus experiencias en la fragata United States. Desde Londres viaj a Pars y Bruselas y remont el Rin. Su esposa escribi lo siguiente en sus ridas memorias:
En el verano de 1849 nos quedados en Nueva York. Escribi Redburn y Chaqueta blanca. El otoo viaj a Inglaterra y public lo anterior. Disfrut poco del viaje por la aoranza, y regres a casa en cuanto pudo, dejando pasar invitaciones atractivas de personas distinguidas una del duque de Rutland para que pasara una semana en el castillo de Belvoir; vase su diario. Fuimos a Pittsfield y embarcamos 54
Arrowhead era el nombre que Melville le haba dado a una granja que compr en Pittsfield con dinero adelantado por el magistrado, y all se instal con su esposa, su hijo y sus hermanas. La seora Melville, con su estilo prosaico, dice en su diario:
Escribi La ballena blanca o Moby Dick en circunstancias desfavorables; pasaba todo el da sentado ante su escritorio sin escribir nada hasta las cuatro o las cinco; luego iba a caballo al pueblo despus del anochecer, se levantaba temprano y sala a pasear antes del desayuno, y a veces cortaba lea para hacer ejercicio. Todos nos sentimos preocupados por la tensin sobre su salud en la primavera de 1853.
De vez en cuando, su animacin da lugar a una expresin de singular quietud, de esos ojos a los que he puesto reparos; una mirada hacia dentro, borrosa, pero que al mismo tiempo hace sentir que en ese momento est anotando profundamente lo que tiene ante s. Es una mirada extraa, perezosa, pero con una fuerza ciertamente nica. No parece penetrar a travs de uno, sino llevarlo hacia s.
Cuando Melville se instal en Arrowhead, descubri que Hawthorne viva en las proximidades. Senta por el escritor ms veterano algo muy parecido al enamoramiento de una colegiala, un enamoramiento que pudo desconcertar un tanto a aquel hombre reservado, egocntrico e inexpresivo. Las cartas que le escribi eran apasionadas: Dejar el mundo, segn creo, con ms satisfaccin por haber llegado a conocerlo, deca en una de ellas. Conocerlo a usted me convence de nuestra inmortalidad ms que la Biblia. Una noche cabalg hasta la Casa Roja de Lenox para hablar por lo que parece, con cierto hasto por parte de Hawthorne de la Providencia y del futuro y de todo lo dems que est fuera del alcance del conocimiento humano. Mientras los dos escritores disertaban, la seora Hawthorne cosa sentada a su mesa, y en una carta a su madre describi as a Melville:
No estoy del todo segura de no considerarlo un gran hombre. [...] Un hombre con un corazn autntico y afectuoso, y un alma y un intelecto; vital hasta las yemas de los dedos; serio, sincero y reverente; muy tierno y modesto. [...] Tiene un poder de percepcin muy agudo; pero lo que me asombra es que sus ojos no son grandes ni profundos. Parece verlo todo de forma muy exacta; pero no sabra decir cmo puede hacerlo con esos ojos tan pequeos. Su nariz es recta y bastante agraciada, su boca expresa sensibilidad y emocin. Es alto y erguido, con un aire libre, valeroso y varonil. Cuando conversa, es todo gestos y fuerza, y se pierde en el asunto del que habla. No hay gracia, ni brillo.
Los Hawthorne se marcharon de Lenox, y la amistad, entusiasta y profunda por parte de Melville, sosegada y quizs incmoda por la de Hawthorne, lleg a su fin. Melville le dedic Moby Dick. No se ha conservado la carta que ste le escribi despus de leer la novela, pero por la respuesta de Melville da la impresin de que ste supona que a Hawthorne no le haba gustado. Tampoco gust al pblico, ni a los crticos; y Pierre, que se public a continuacin, mereci una acogida ms desfavorable si cabe. Fue recibida con improperios despectivos. Melville ganaba muy poco dinero con sus escritos y tena que mantener no slo a su esposa, sus dos hijos y sus dos hijas, sino tambin, es de suponer, a sus tres hermanas. A juzgar por sus cartas, cultivar sus tierras le agradaba tan poco a Melville como segar el heno de su to en Pittsfield o recoger patatas en Moorea. Lo cierto es que nunca le haba interesado el trabajo manual: Vea mi mano: cuatro ampollas en la palma, causadas por azadas y martillos en los ltimos das. Llueve esta maana, as que estoy dentro, y todo el trabajo suspendido. Me siento alegremente en disposicin. No es probable que un labrador con las manos tan delicadas labrase con provecho. Parece ser que su suegro, el magistrado, acuda de forma peridica en auxilio econmico de la familia; y como era un hombre sensato, adems de muy buena persona, cabe suponer que fue l quien sugiri a Melville que buscase otra forma de ganarse la vida. Se movieron varios hilos para conseguirle un consulado, pero sin xito, y se vio obligado a seguir escribiendo. Enferm, y el magistrado acudi una vez ms en su ayuda; en 1856 viaj al extranjero, en esta ocasin a Constantinopla, Palestina, Grecia e Italia, y al regresar
consigui ganar algn dinero pronunciando conferencias. En 1860 hizo su ltimo viaje. Tom, su hermano menor, estaba al mando de un clper que comerciaba con China, el Meteor, y en esta embarcacin naveg Melville, doblando el cabo de Hornos, hasta San Francisco. Caba esperar que le quedase an bastante espritu aventurero para aprovechar la oportunidad de viajar hasta el Extremo Oriente, pero por alguna razn desconocida, ya fuera porque se hart de su hermano o porque ste no lo aguantaba, desembarc en San Francisco y regres a casa. Desde haca algunos aos, la familia Melville viva sumida en una gran pobreza, pero en 1861 el magistrado muri, y dej a su hija una generosa herencia; entonces decidieron desprenderse de Arrowhead y comprar una casa en Nueva York a Allan, el prspero hermano de Herman, y al que como parte del pago cedieron Arrowhead. En esa casa, en el nmero 104 de la calle Veintisis Este, vivi Melville hasta el fin de sus das. En esta poca, segn Raymond Weaver, era un buen ao si ganaba cien dlares en concepto de derechos de autor; en 1866 consigui el nombramiento de inspector de Aduanas, por el que perciba cuatro dlares diarios. Al ao siguiente, Malcolm, su hijo mayor, se dispar un tiro en su habitacin, aunque no se sabe con certeza si fue un accidente o una accin deliberada; su segundo hijo, Stanwix, huy de casa y nunca ms se supo de l. Melville conserv su modesto empleo en Aduanas durante veinte aos, hasta que su esposa hered de su hermano Samuel y l renunci al puesto. En 1878 public, por cuenta de su to Gansevoort, un poema de veinte mil versos titulado Clarel. Poco antes de su muerte escribi, o reescribi, una novela corta titulada Billy Budd. Muri, olvidado, en 1891. Tena 72 aos. sta es, en sntesis, la historia de la vida de Melville como la cuentan sus bigrafos, pero es evidente que hay muchas cosas que no han contado. Pasan por alto la muerte de Malcolm y la huida de Stanwix de casa como si fueran asuntos
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carentes de importancia. Es indudable que la desafortunada muerte del primognito afligi a sus padres; es indudable tambin que la desaparicin de su segundo hijo los perturb. Debi haber un intercambio de cartas entre la seora Melville y sus hermanos cuando el muchacho, de 18 aos de edad, se dispar; no podemos por menos que suponer que fueron eliminadas; es cierto que en 1867 la fama de Melville haba menguado, pero caba esperar que ese hecho hubiera recordado su existencia a la prensa, y que se hiciera por tanto alguna mencin al suceso en los peridicos. Era noticia, y los peridicos estadounidenses nunca han vacilado a la hora de sacar el mximo partido. No se efectu una investigacin sobre las circunstancias del fallecimiento del joven? Si se haba suicidado, qu lo impulso a hacerlo? Y por qu se escap de casa Stanwix? Cules eran las condiciones de su vida en su casa que lo impulsaron a dar ese paso, y cmo es que nada ms se supo de l? La seora Melville, al parecer, era una madre buena y afectuosa; es extrao que, tambin por lo que sabemos, presuntamente no hiciera nada para ponerse en contacto con l. Partiendo del hecho de que slo ella y sus dos hijas asistieron al funeral de Melville los nicos miembros de su familia inmediata que vivan, segn se nos dice debemos suponer que Stanwix haba muerto. Los documentos indican que en su vejez a Melville le gustaban sus nietos, pero sus sentimientos hacia sus hijos eran ambiguos. Lewis Munford, cuya biografa de Melville es sensata, y todo parece indicar que fidedigna, ofrece un sombro relato de sus relaciones con ellos. Al parecer era un padre severo e intolerante:
Una de sus hijas no poda recordar la imagen de su padre sin cierta dolorosa repugnancia. [...] Cuando se gastaba diez dlares en comprar una obra de arte, un grabado o una estatua, y apenas haba pan que echarse a la boca, quin puede extraarse de sus negros recuerdos?.
Repugnancia es una palabra muy fuerte: cabra pensar que intolerancia o irritacin fueran ms
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adecuadas para expresar lo que sus hijas podan sentir cuando su padre se mostraba tan irreflexivo. Deba de haber algo ms que causara su amargura. Al parecer, Melville era de una jocosidad no muy de su gusto, y si se lee entre lneas, es difcil dejar a un lado la sospecha de que a veces volva a casa cargado de alcohol. Me apresuro a aadir que estoy conjeturando. El profesor Stoll, en un artculo publicado en The Journal of the History of Ideas, sugiere que Melville era un completo abstemio. No me lo creo. Era una persona sociable, y es en efecto muy probable que cuando era marinero a pie de mstil bebiera con los dems. Sabemos que en su primer viaje a Europa como pasajero permaneca despierto hasta altas horas de la noche, bebiendo ponches de whisky y hablando de metafsica con un joven erudito llamado Adler, y despus en Arrowhead, cuando llegaban de visita los amigos de la ciudad, se oye hablar mucho de champn, ginebra y cigarros en las excursiones que hacan a los lugares de inters de los alrededores. El trabajo de Melville consista en parte en inspeccionar los barcos que entraban en el puerto, y a menos que los capitanes estadounidenses hayan cambiado muchsimo desde aquella poca, es en rigor cierto que no pasara mucho tiempo desde que pona el pie en cubierta hasta que lo llevaran bajo cubierta para tomar un trago. Sera perfectamente natural que en su desencanto de la vida buscase consuelo en la bebida. Debo aadir que, a diferencia de muchos de sus compaeros de Aduanas, cumpla con sus obligaciones con la mayor integridad. Melville era una persona muy especial, aunque son muy escasos los datos concluyentes de que se dispone para saber algo acerca de su carcter; sin embargo, de sus dos primeros libros se puede obtener una idea bastante aproximada de cmo era en su juventud. Omoo me parece ms legible que Taipi. Es una narracin directa de su experiencia en la isla de Moorea, y en trminos generales puede aceptarse como verdadera; Taipi, en cambio, parece una mezcolan-
za de realidad y fantasa. Segn Charles Roberts Anderson, Melville slo pas un mes en la isla de Nuku-Hiva, y no cuatro, como l aseguraba, y sus aventuras en el camino hasta el valle de los taipis no fueron tan extraordinarias como l da a entender ni tan grandes los peligros que corri por la supuesta predileccin de stos por la carne humana; y el relato de su huida, segn l lo narra, resulta muy inverosmil:
Toda la escena del rescate en s mismo es romntica y poco convincente, aparentemente escrita de manera apresurada y ms con la intencin de presentarse como un hroe que con la adecuada consideracin al refinamiento lgico y dramtico.
No hay que criticar a Melville por ello. Se nos ha dicho que en muchas ocasiones hizo una crnica de sus aventuras ante audiencias entregadas, y todo el mundo sabe lo difcil que es resistirse a la tentacin de mejorar un poco la historia, y de hacerla algo ms apasionante, cada vez que se cuenta. Cuando se dispuso a ponerla por escrito, le habra resultado embarazoso resear los hechos escuetos y no especialmente emocionantes pues en innumerables charlas los haba adornado con despreocupacin. Lo cierto es que Taipi parece una recopilacin de material que Melville encontr en libros de viajes contemporneos, combinados con una versin muy parcial de sus experiencias personales. El diligente seor Anderson ha demostrado que en ocasiones no slo repeta los errores que se cometan en esos libros de viajes, sino que en varios casos utiliz las mismas palabras que sus autores. Creo que eso explica cierta pesadez que el lector puede encontrar en esa obra. Taipi y Omoo estn bastante bien escritas en el idioma de la poca. Melville tenda ya a usar el trmino literario en vez del comn: as, por ejemplo, prefiere emplear edifice a building para decir edificio; una cabaa no est cerca de otra, ni siquiera en su proximidad, sino en su vecindad; tiende ms a estar fatigado que, como la mayora de la gente, cansado; y prefiere dejar traslucir, antes que expresar, un sentimiento.
Pero el retrato del autor de estos dos libros aparece con nitidez, y no hay que hacer ningn esfuerzo imaginativo para comprobar que era un joven fuerte, valiente y decidido, vitalista y aficionado a la diversin, haragn pero no perezoso; alegre, afable, amistoso y despreocupado. Le fascin la belleza de las muchachas de la Polinesia, como le habra sucedido a cualquier joven de su edad, y lo extrao habra sido que no aceptase los favores que sin duda estaban dispuestas a concederle. Si haba algo poco habitual en l era que disfrutaba sobremanera con la belleza, aspecto ante el que los jvenes tienen tendencia a mostrarse indiferentes, y hay cierta intensidad en sus descripciones admirativas del mar y el cielo y las verdes montaas. Tal vez el nico indicio de que tena algo ms en su interior que cualquier otro marinero de 23 aos es que era de natural reflexivo, y era consciente de ello. Soy de un humor meditabundo, escribi mucho despus, y cuando estaba en la mar sola subir a menudo a la jarcia por la noche, y, sentado en una de las vergas ms altas, me arrebujaba en mi capote y me abandonaba a la reflexin. Cmo se explica la transformacin de este joven en apariencia normal en el feroz pesimista que escribi Pierre? Qu convirti al escritor mediocre de Taipi en el misteriosamente imaginativo, lleno de fuerza, inspirado y elocuente autor de Moby Dick? Algunos piensan que un ataque de locura. Sus admiradores han negado con vehemencia esta posibilidad, como si fuera algo vergonzoso; pero desde luego, no es ms vergonzoso que padecer un ataque de ictericia. No voy a analizar en este ensayo Pierre. Es un libro absurdo. Hay en sus pginas afirmaciones preadas de significado: Melville escriba con dolor y amargura, y su pasin daba origen de vez en cuando a pasajes convincentes y elocuentes; sin embargo, los incidentes son inverosmiles, las motivaciones poco terminantes y los dilogos forzados. Da la sensacin de que Pierre se ha escrito en un estado de neurastenia avanzada. Pero eso no es locura. Si existe al55
guna prueba de que Melville estuvo loco alguna vez, no se ha presentado, que yo sepa. Se ha insinuado tambin que las profundas lecturas que efectu cuando se traslad de Lansinburg a Nueva York lo afectaron tanto que lo convirtieron en un hombre distinto; la idea de que lo volvi loco sir Thomas Browne, del mismo modo que a Don Quijote lo volvieron loco las novelas de caballera, es demasiado ingenua para resultar convincente. Por algn proceso que desconocemos, el escritor mediocre se convirti en un escritor con algo parecido al genio. En esta poca caracterizada por la preocupacin por el sexo, es natural buscar una causa de ndole sexual para explicar una circunstancia tan extraa. Melville escribi Taipi y Omoo antes de su matrimonio con Elizabeth Shaw. Durante el primer ao de su unin escribi Mardi, libro que comienza como una simple continuacin de sus aventuras en el mar pero que despus se vuelve sumamente imaginativo. Se hace interminable y, a mi juicio, tedioso. No sabra exponer el tema mejor de lo que lo hizo Raymond Weaver:
Mardi es la bsqueda de una posesin total e ntegra de esa sagrada y misteriosa alegra que afect a Melville durante el periodo de su noviazgo: una alegra que haba sentido en la crucifixin de su amor por su madre; una alegra que lo haba deslumbrado en su amor por Elizabeth Shaw. [...] Y Mardi es un peregrinaje en busca de un encanto perdido. [...] Es una bsqueda de Yillah, una doncella de Oroolia, la isla del Placer. Se hace un viaje a travs del mundo civilizado por ella; y aunque [los personajes de la novela] tienen la oportunidad de hacer muchos discursos sobre la poltica internacional, y otros temas, no se encuentra a Yillah.
Si alguien desea lanzarse a conjeturar, se puede tomar esta extraa narracin como el primer signo del desencanto de Melville con el estado de casado. Hay que recurrir a las contadas cartas que se han conservado de ella para adivinar cmo era Elizabeth Shaw. No era una buena escritora epistolar, y es posible que tuviera que ofrecer ms de que lo que revela; pero la correspondencia demuestra, al menos, que estaba enamorada de su
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marido y que era una mujer sensata, bondadosa y prctica, si bien estrecha de miras y convencional. Sobrellev la pobreza sin quejarse. Es indudable que le desconcert la evolucin de su marido, y tal vez lament que tendiera a desaprovechar la reputacin y popularidad que haba conquistado gracias a Taipi y Omoo, pero continu creyendo en l y admirndolo hasta el final. No era una intelectual, pero era una esposa buena, tolerante y cariosa. La amaba Melville? No se ha conservado ninguna carta que l pudiera haberle escrito durante el noviazgo, y no es ms que una suposicin sentimental el decir que se vio afectado por una sagrada y misteriosa alegra. Se cas con ella. Pero los hombres no siempre se casan por amor. Es posible que estuviera cansado de llevar una vida errante y quisiera sentar la cabeza: una de las cosas extraas de este hombre extrao es que aunque, como l mismo dice, de disposicin errante por naturaleza, tras su primer viaje como grumete a Liverpool y sus tres aos en los mares del Sur, su sed de aventuras se haba saciado. Los viajes que emprendi despus fueron meras excursiones tursticas. Puede que Melville se casara porque su familia y sus amigos pensaban que ya iba siendo hora de que lo hiciera, o para combatir inclinaciones que lo abatan. Quin puede saberlo? Lewis Mumford asegura que nunca fue del todo feliz en compaa de Elizabeth, como tampoco lo era del todo lejos de ella, y apunta que no senta por ella slo afecto, sino que en aquellas largas ausencias, la pasin se acumulaba en l, aunque iba seguido de un rpido hartazgo. No sera el primer hombre que descubre que ama ms a su esposa cuando est separado de ella que cuando est con ella, y que la expectativa de la relacin sexual es ms excitante que su consumacin. Me parece verosmil que Melville no soportase el vnculo matrimonial; es posible que su esposa le diera menos de lo que esperaba, pero sigui manteniendo relaciones conyugales durante el tiempo suficiente para que ella concibiera cuatro hijos. Y, que se sepa, l siempre le fue fiel. Ninguno de los autores que
han escrito acerca de Melville ha pasado por alto el placer que hallaba en la belleza masculina. En una conferencia que pronunci sobre la escultura tras regresar de Palestina e Italia, escogi la estatua grecorromana conocida por el nombre de Apolo Belvedere para hacer un comentario pormenorizado. El principal mrito de esa obra es que representa a un joven muy apuesto. He hablado ya de la impresin que en Melville caus Toby, el muchacho en cuya compaa desert del Acushnet, y en Taipi describe la perfeccin fsica de los jvenes con los que tena trato. Se los presenta de una manera mucho ms viva que a las muchachas con las que coqueteaba. Pero antes de eso, a los 17 aos, parti en un barco rumbo a Liverpool. All se hizo amigo de un joven llamado Harry Bolton. He aqu la descripcin que hace de l en Redburn:
Era uno de esos seres menudos, pero perfectamente formados, de cabello ensortijado y msculos como la seda, que parecen haber nacido en capullos. Su tez era morena y ruborosa, femenina como la de una muchacha; sus pies, pequeos, sus manos, muy blancas; y sus ojos, muy grandes, negros y femeninos; y, poesa aparte, su voz era como el sonido de un arpa.
fornido, de mirada clara y abierta, bella frente y abundante barba de color castao caoba. En Chaqueta blanca, escribi:
Tena aquel hombre un increble aire de sentido comn y tan buenos sentimientos que aquel que no fuera capaz de amarlo deba llamarse bellaco. [...] Dondequiera que ests surcando las olas, querido Jack, recibe mi ms sincero cario, y que Dios te bendiga, all donde vayas.
Se han planteado dudas acerca de la excursin que los dos muchachos hicieron a Londres, e incluso sobre la existencia de la persona de Harry Bolton; pero si Melville lo invent para aadir un episodio interesante a su narracin, es raro que un tipo tan varonil como l inventase un personaje tan obviamente homosexual. En la fragata United States, el gran amigo de Melville fue un marinero ingls, Jack Chase, alto y
Un detalle de ternura poco habitual en Melville. Aquel marinero caus en l una impresin tan profunda que le dedic la novela corta Billy Bud, cuya redaccin termin slo tres meses antes de su muerte, 50 aos despus. La base del relato es la asombrosa belleza del protagonista, la cual hace que todos los tripulantes de la embarcacin lo amen, e indirectamente provoca su trgico final. Parece bastante evidente que Melville era un homosexual reprimido, un tipo que, si podemos creer lo que leemos, era ms habitual en aquella poca en Estados Unidos que en nuestros das. Las tendencias sexuales de un escritor no son incumbencia de sus lectores, salvo en la medida en que influyen en su obra, como en el caso de Andr Gide o Marcel Proust. Cuando influyen, y los hechos se plantean, pueden aclararse muchos aspectos confusos o incluso increbles. Si me he detenido en esta peculiaridad de Herman Melville es porque puede explicar su insatisfactoria vida de casado; y cabe la posibilidad de que una frustracin sexual ocasionase el cambio que se oper en l y que ha trado de cabeza a todos aquellos que se han interesado por el autor. Es muy probable que su
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sentido moral prevaleciese, pero quin puede saber qu instintos, tal vez incluso inconscientes y, aun conscientes, furiosamente reprimidos y nunca, a excepcin quiz de en la imaginacin, liberados; quin puede saber, deca, qu instintos pueden morar en el ser de un hombre que, aun sin sucumbir a ellos, ejerzan un efecto abrumador sobre su conducta? Las lecturas de Melville, aunque poco sistemticas, siempre fueron amplias. Al parecer le atraan principalmente los poetas y los prosistas del siglo XVII, y cabe suponer que encontraba en ellos algo que concordaba en especial con sus confusas propensiones. Si su influencia le result perjudicial o beneficiosa es una cuestin de opinin personal. Su primera educacin fue poco profunda y, como suele suceder en esos casos, no asimil del todo la cultura que adquiri en aos posteriores. La cultura no es algo que uno se pone como si fuera una prenda de vestir confeccionada, sino un alimento que se absorbe para construir la personalidad, del mismo modo que la comida forma el cuerpo de un muchacho en edad de crecimiento; no es un adorno para decorar una frase, sino un medio, adquirido con dolor, de enriquecer el espritu. Melville hizo un peligroso experimento cuando, para escribir Moby Dick ide para s un estilo basado en el de los escritores del siglo XVII. En sus mejores pasajes, es impresionante y tiene fuerza potica; pero a fin de cuentas no deja de ser un pastiche. Eso no significa menospreciarlo. Los pastiches pueden ser muy bellos. La Venus de Milo, una obra del siglo I a. de C., es un pastiche, como lo es tambin el ms tardo Spinario en Roma. Hubo un tiempo en que se crey que ambas obras eran de escultores de mediados del siglo V a. de C. El estilo de Duccio, el gran pintor siens, se basaba en la pintura bizantina de comienzos del siglo XII y no en la pintura bizantina de su poca, dos siglos despus. Pero, cuando un escritor intenta hacer un pastiche, se enfrenta a la dificultad de que la coherencia es prcticamente inalcanzable. Del
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mismo modo que al seor Edwards, compaero de estudios del doctor Johnson, le resultaba imposible filosofar porque la jovialidad siempre lo penetraba todo, en un pastiche el lenguaje contemporneo que es natural en el autor lo penetra para desentonar con el lenguaje que ha adoptado. Para producir un libro que tenga fuerza, escribi Melville, hay que escoger un tema que tenga fuerza, y est bastante claro que pensaba que deba acometerlo con un estilo depurado. Robert Louis Stevenson afirmaba que Melville no tena odo; no s qu quera decir con eso. Melville posea un verdadero sentido del ritmo, y sus frases, por largas que sean, estn equilibradas de un modo excelente. Le gustaban las frases altisonantes, y lo cierto es que el lxico majestuoso que empleaba le permita conseguir con frecuencia efectos de gran belleza. En ocasiones esta inclinacin lo llevaba a la tautologa, como cuando habla de umbrosa sombra, que slo significa sombra sombreada, pero no puede negarse que suena bien. El lector se queda de piedra a veces por una tautologa como apresurada precipitacin, hasta que descubre con cierto sobrecogimiento que Milton escribi: All se apresuraron con alegre precipitacin. Melville emplea a veces palabras corrientes de una forma inesperada, y en muchos casos consigue as un agradable efecto novedoso; e incluso cuando parece que las ha empleado en un sentido equivocado, es imprudente censurarlo con apresurada precipitacin, pues es muy posible que tuviera una autoridad en la que basarse. Cuando habla de redundante pelo, puede pensarse que el cabello es redundante en el labio de una muchacha, pero difcilmente en la cabeza de un joven; pero si se examina detenidamente el diccionario de lengua inglesa se comprobar que la segunda acepcin de redundant es copioso, abundante, y Milton escribi acerca de mechones redundantes. La dificultad que entraa el tipo de escritura que Melville se propuso utilizar en Moby Dick es que el nivel retrico debe mante-
nerse en toda la obra. El fondo debe adaptarse a la forma. El escritor no puede permitirse ser sentimental ni gracioso, pero Melville era con gran frecuencia ambas cosas, y entonces se lo lee con cierto sonrojo. Tena un gusto vacilante y a veces, en el intento de ser potico, lo nico que consegua era ser absurdo:
Pero pocos pensamientos sobre Pan agitaban el cerebro de Ahab, plantado como una estatua de hierro en su acostumbrado lugar junto a los obenques de mesana, y con un agujero de la nariz aspirando sin pensar el dulce almizcle de las islas Bashi (en cuyos placenteros bosques deban pasear dulces amantes), mientras con el otro inhalaba, dndose cuenta, el aliento salado del mar recin hallado1.
Oler un olor con un orificio nasal y, al mismo tiempo, uno distinto con el otro es algo ms que una proeza extraordinaria: es una proeza imposible. No siento mucha simpata por la debilidad de Melville por los trminos arcaicos y las palabras en su uso potico: oer por over (sobre); nigh por near (cerca); ere por before (antes); anon (sin tardanza) y eftsoons (al punto); confieren un aire trasnochado y ampuloso a una prosa que en sus mejores momentos es slida y vigorosa. Dominaba un extenso vocabulario, y a veces se dejaba llevar por l. Le resultaba difcil poner un sustantivo sin aadirle un adjetivo mstico, y lo usaba como si significase extrao, misterioso, sobrecogedor, aterrador, en realidad cualquier cosa que en ese momento deseara que significase. El profesor Stoll, en el artculo antes citado, y que es tan sumamente, y aun tan tremendamente sensato como todo lo que l escribe, ha tildado con justicia esta inclinacin de seudopotica. En dicho artculo, el profesor Stoll ha mencionado una caracterstica que debe llenar de inquietud a todos los lectores de Melville, que es su predileccin por los adverbios formados a partir de participios. Puede ser sta la razn que expli-
que por qu Stevenson afirmaba que Melville no tena odo, pues es menester admitir que estas construcciones rara vez presentan en lengua inglesa una eufona que las haga recomendables. La menos eufnica que he encontrado es whistlingly (mientras silba2), pero el profesor Stoll ha citado otras, burstingly (explosivamente) y suckingly (rebaando), y podra haber citado cien ms que se le parecen. Newton Arvin, en su meticuloso, aunque en mi opinin desatinado, libro de la coleccin American Men of Letters, ha ofrecido ejemplos de palabras acuadas por Melville: footmanism (lacayismo), omnitooled (herramienta universal), uncatastrophied (sin catstrofe), domineerings (tiranas); y por lo visto piensa que aaden una peculiar excelencia a su estilo. Aumentan sin duda su peculiaridad, pero seguro que no su belleza. Si Melville hubiera recibido una educacin ms catlica, y tuviera un gusto ms formado, podra haber logrado los efectos a los que es de suponer que aspiraba sin las distorsiones del lenguaje que le agradaba emplear. Los dilogos de Melville guardan escaso parecido con el lenguaje corriente. Es sumamente estilizado. Como los personajes principales a bordo del Pequod son cuqueros, es natural que Melville use la forma arcaica de la segunda persona del singular [thou], pero creo, adems, que descubri que era apropiado para sus fines. Es muy posible que pensara que imprima un tono jerrquico a las conversaciones que reproduca y un sabor potico a las palabras que empleaba. No tena una gran habilidad para diferenciar la forma de hablar de los distintos personajes: todos lo hacen de forma muy parecida a la de los dems, Ahab habla como sus oficiales, los oficiales como el carpintero y el herrero, de forma por completo figurada, con un
Moby Dick, traduccin de Jos Mara Valverde, Planeta, Barcelona, 2000, pg. 528. (N. del T.).
2 Respetamos la traduccin que de estos trminos se hace en la versin castellana de J. M. Valverde que empleamos como referencia en este captulo. (N. del T.).
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uso abundante de metforas y smiles. Queequeg, pensando que va a morir, yace en el atad que se ha hecho para l, y Pip, un pequeo grumete de color que ha perdido la razn, se aproxim a donde estaba tendido, y, con suaves sollozos, le tom de la mano, sosteniendo en la otra su pandereta3; y as es como se dirige a Kanaka:
Pobre vagabundo! Nunca habrs acabado todo ese fatigoso vagabundeo? Adnde vas ahora? Pero si las corrientes te llevan a esas dulces Antillas cuyas aguas slo estn batidas por los lirios de agua, me hars un recadito? Busca a un tal Pip, que se ha pedido hace mucho; creo que est en esas Antillas lejanas. Si le encuentras, consulale, pues debe de estar muy triste, porque mira! se ha dejado olvidada la pandereta. Yo la he encontrado. Tan, tan, tarantn! Ea, Queequeg, murete; y yo te tocar la marcha fnebre4.
Starbuck, el primer oficial, est mirando por el portillo esta escena y murmura lo siguiente:
He odo decir [...] que, en fiebres violentas, hombres muy ignorantes han hablado en lenguas antiguas, y que, cuando se examina ese misterio, resulta siempre que en su niez, completamente olvidada, esas antiguas lenguas las hablaban realmente algunos elevados sabios al alcance de sus odos. As, mi confianza ms amorosa es que Pip, en esta extraa dulzura de su demencia, nos ofrece celestes garantas de todos nuestros hogares celestes. Dnde ha aprendido esto, si no all?5.
Como es lgico, los dilogos de las obras de ficcin son por necesidad estilizados. Reproducirlos de manera fiel sera insufrible. Es una cuestin de grado. Deben tener una verosimilitud que no horrorice al lector. Ahab, hablando con Stubb, el segundo oficial, sobre la ballena blanca, exclama: Dar la vuelta diez veces al globo inmenso; s, y me zambullir derecho hasta atravesarlo, pero todava la he de matar!6. El lector despacha de inmediato la ampulosidad altisonante con una carcajada.
3 Moby Dick, op. cit., pg. 525. (N. del T.). 4 Moby Dick, op. cit., pg. 525 (N. del T.).
Moby Dick, op. cit., pgs. 525-526. (N. del T.). 6 Moby Dick, op. cit., pgs. 605. (N. del T.).
Pero a pesar de esto, no obstante las reservas que se puedan tener, Melville escriba un ingls singularmente bueno. A veces, como he sealado, el estilo que haba adquirido lo llevaba a un exceso retrico, pero en sus mejores pginas exhibe un abundante esplendor, una sonoridad, una grandeza, una elocuencia que ningn escritor moderno, que yo sepa, ha logrado. De hecho, a veces recuerda la frase majestuosa de Sir Thomas Browne y el periodo majestuoso de Milton. Me gustara llamar la atencin del lector hacia el ingenio con el que Melville entreteji en el complicado dibujo de su prosa los trminos nuticos habituales que usaban los marineros mientras desempeaban sus tareas cotidianas. El efecto es aportar una nota de realismo, un sabor a la sal fresca del mar, a la sinfona lgubre que es la extraa y poderosa novela de Moby Dick. Todos los escritores tienen derecho a ser juzgados por sus mejores pginas. El lector puede juzgar por s mismo hasta qu punto son buenas las mejores de Melville leyendo el captulo titulado La gran armada. Cuando tiene que describir una accin, lo hace magnficamente, con fuerza, y entonces su ceremonioso estilo de escribir refuerza sobremanera el efecto emocionante. Nadie que haya ledo algo de cuanto he escrito esperar que hable de Moby Dick, el nico ttulo de Melville que figura entre las grandes obras de ficcin, como una alegora. Slo puedo ocuparme de esta obra desde mi propio punto de vista: el de un novelista no carente de experiencia. La finalidad de las obras de ficcin es proporcionar placer esttico. No tienen ningn fin prctico. El cometido del novelista no es presentar teoras filosficas; esa misin corresponde al filsofo, que puede desempearla mejor. Pero como algunas personas muy inteligentes han tomado Moby Dick por una alegora, procede que me ocupe de la cuestin. Han considerado irnico un comentario del propio Melville: Tema que su obra pudiera considerarse una fbula monstruosa, o peor y an ms detestable, una horrenda e insufri-
ble alegora. Es arriesgado suponer que, cuando un escritor experimentado dice una cosa, es ms probable que quiera decir lo que dice que aquello que sus comentaristas piensan que quiere decir? Es cierto que en una carta a la seora Hawthorne afirmaba que, mientras escriba, tuvo alguna vaga idea de que todo el libro era susceptible de una construccin alegrica; pero se trata de una prueba endeble de que tuviera intencin de escribir una alegora. No puede darse el caso de que, si es en efecto susceptible de esa interpretacin, sea algo que sobrevino de manera accidental y, como las palabras de Melville a la seora Hawthorne parecen indicar, para su no pequea consternacin? No s cmo escriben novelas los crticos, pero tengo alguna idea de cmo las escriben los novelistas. No toman una proposicin, por ejemplo, La honestidad es la mejor poltica, o No es oro todo lo que reluce, y dicen: Escribamos una alegora sobre ello. Un grupo de personajes, generalmente sugeridos por personas a las que conocen, excitan su imaginacin, y unas veces de manera simultnea, otras despus de algn tiempo, un incidente o una sucesin de incidentes, experimentados, odos o inventados, aparecen ante ellos cuando menos se lo esperan para permitirles hacer un uso adecuado de aqullos en el desarrollo del tema que ha surgido en su mente gracias a una suerte de colaboracin entre los personajes y los incidentes. Melville no era imaginativo, o al menos, cuando intentaba serlo, como en Mardi, fracasaba por completo. Para imaginar, y entonces su imaginacin era poderosa, necesitaba una slida base de datos. De hecho, algunos crticos lo han acusado por ese motivo de carecer de imaginacin, creo que sin razn. Es cierto que inventaba de manera ms convincente cuando tena un sustrato de experiencia lo que hace la mayora de los novelistas; y cuando lo tena, su imaginacin trabajaba en libertad y con fuerza. Cuando, como en Pierre, no contaba con ello, escriba de manera absurda. Es cierto que Melville era
de natural reflexivo y, a medida que envejeca, se abstraa en la metafsica, que a juicio de Raymond Weaver, por extrao que parezca, no es ms que sufrimiento disuelto en pensamiento. Es una opinin estrecha de miras, pues se ocupa de los ms grande problemas a los que se enfrenta su espritu. El enfoque de Melville en esos problemas no era intelectual, sino emocional; pensaba como pensaba porque senta como senta; pero eso no impide que muchas de sus reflexiones sean memorables. Yo dira que para escribir de forma deliberada una alegora haca falta un distanciamiento intelectual del que Melville era incapaz. El profesor Stoll ha demostrado lo ridculas y contradictorias que son las interpretaciones simblicas de Moby Dick que han sido arrojadas a la cabeza de un pblico inofensivo. Y lo ha hecho de manera tan concluyente que es innecesario que me extienda sobre el tema. En defensa de esos crticos, sin embargo, dira lo siguiente: el novelista no copia la vida, la dispone para que se ajuste a su propsito. Usa los datos que se le suministran de acuerdo con la peculiaridad de su propio temperamento. Traza un modelo coherente, pero ste vara de acuerdo con la actitud, los intereses y la idiosincrasia del lector. Segn las inclinaciones de cada cual, una cumbre alpina cubierta de nieve que se eleva hacia el empreo con radiante majestad se puede ver como smbolo de la aspiracin del hombre a la unin con el infinito; o, si se prefiere, ya que una cadena montaosa puede haberla levantado una convulsin violenta en las profundidades de la tierra, se puede tomar por un smbolo de las oscuras y siniestras pasiones del hombre que amenazan con destruirlo; o, si se desea estar a la moda, se puede ver como un smbolo flico. Newton Arvin considera la pierna de marfil de Ahab un smbolo inequvoco de su impotencia y del principio masculino independiente dirigido de forma atroz hacia l, y la ballena blanca el padre arquetpico; el padre, s, pero tambin la
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W. SOMERSET MAUGHAM
madre, en la medida en que se convierte en sustituta del padre. Para Ellery Sedgwick, que afirma que es su simbolismo lo que hace grande al libro, Ahab es
el Hombre, el Hombre sensible, especulativo, resuelto, desplegada toda su estatura contra el inmenso misterio de la creacin. Su antagonista, Moby Dick, es ese inmenso misterio. l no es el autor del misterio, pero es idntico a esa mortificante imparcialidad en las leyes y la ausencia de leyes del universo que Isaas atribua devotamente al Creador.
Lewis Mumford tom Moby Dick como smbolo del mal, y el conflicto de Ahab con l como el conflicto entre el bien y el mal en el que el bien es vencido finalmente. Hay cierta verosimilitud en esta visin, y concuerda con el malhumorado pesimismo de Melville. Pero las alegoras son animales difciles de manejar; se las puede agarrar por la cabeza o por la cola, y en el fondo creo que una interpretacin completamente opuesta es igualmente verosmil. Por qu hay que suponer que Moby Dick sea un smbolo del mal? Es cierto que Melville hace que Ishmael, el narrador, adopte la descabellada pasin de Ahab por vengarse de la bestia muda que lo haba mutilado; pero eso es un artificio literario al que tena que recurrir, primero, porque ya estaba all Starbuck para representar el sentido comn, y en segundo lugar porque necesitaba alguien que compartiera el tenaz propsito de Ahab, y hasta cierto punto que simpatizara con l, para conseguir de ese modo que el lector lo aceptara como algo no del todo irrazonable. Ahora bien, la maldad vaca de la que habla el profesor Mumford consiste en que Moby Dick se defiende cuando es atacado.
Cet animal es trs mchant, Quand on lattaque, il se dfend7.
la Ballena Blanca el bien en vez del mal? De belleza esplndida, inmenso tamao y fuerza extraordinaria, surca los mares en libertad. Ahab, con su insensato orgullo, es despiadado, severo, cruel y vengativo; l es el mal; y cuando llega el encuentro definitivo y Ahab con su tripulacin de renegados mestizos, de proscritos y de canbales8 son destruidos, y la Ballena Blanca, imperturbable una vez hecha justicia, contina su misterioso camino, el mal ha sido vencido y el bien ha triunfado por fin. Esta interpretacin me parece tan verosmil como cualquier otra, pues no olvidemos que Taipi es una exaltacin del buen salvaje, no corrompido por los vicios de la civilizacin, y que para Melville el hombre natural era bueno. Por fortuna Moby Dick puede leerse, y leerse con enorme inters, sin pensar en qu significado alegrico o simblico tendr o no. No me cansar de repetir que una novela no ha de leerse buscando instruccin o edificacin, sino disfrute inteligente, y si resulta que no se puede conseguir eso de ella, es mucho mejor no leerla. Pero hay que reconocer que Melville parece haber hecho todo lo posible para dificultar el disfrute de sus lectores. Escriba una historia extraa, original y emocionante, pero perfectamente sencilla. El inicio, tan romntico, es admirable. Despierta y mantiene el inters del lector. Los personajes, al ser introducidos de uno en uno, son presentados con claridad, resultan vivos y convincentes. La tensin aumenta y, a medida que la accin se acelera, la excitacin del lector va in crescendo. El clmax es poderosamente dramtico. No es fcil comprender por qu Melville sacrific de manera deliberada la atencin que haba obtenido de sus lectores haciendo una pausa aqu y all para escribir captulos que tratan de la historia natural de las ballenas, su tamao, esqueleto, emparejamiento, etctera. Tiene tan poco sentido, en apariencia, como que un hombre que contase
una historia a los comensales durante una cena se detuviese de vez en cuando para hablar del significado etimolgico de una palabra que ha empleado. Montgomery Belgion, en una acertada introduccin a una edicin de Moby Dick, supone que puesto que es la historia de una persecucin, y el final de una persecucin debe aplazarse de forma permanente, Melville escribi esos captulos simplemente con ese fin. No lo creo as. Si hubiera tenido tal propsito, durante los tres aos que pas en el Pacfico debi de presenciar sin duda incidentes, o debieron de contarle relatos, que poda haber entrelazado con su narracin de forma ms adecuada para conseguir ese aplazamiento. Por mi parte, creo que Melville escribi esos captulos por la sencilla razn de que, como muchos otros autodidactos, conceda una importancia exagerada a los conocimientos que con tanto dolor haba adquirido y no pudo resistirse a la tentacin de exhibirlos, del mismo modo que en obras anteriores invocaba a Burton, Shakespeare, Byron, Milton, Coleridge y Chesterfield, adems de a Prometeo y Cenicienta, Mahoma y Cleopatra, la Virgen y las hures, los Mdicis y los musulmanes, que salpicaban sin orden ni concierto sus pginas. Por mi parte, puedo leer con inters la mayora de esos captulos, pero es innegable que son digresiones que lamentablemente repercuten a la tensin. Melville careca de lo que los franceses llaman lsprit de suite, y sera una necedad afirmar que la novela est construida. Pero si la compuso como lo hizo, es porque as lo deseaba. O se toma o se deja. Saba muy bien que Moby Dick no gustara. Era de un temperamento obstinado, y es muy posible que el olvido del pblico, los despiadados ataques de los crticos y la falta de comprensin en sus ms allegados no hicieran sino reafirmarlo en su determinacin de escribir exactamente como quera. Hay que soportar sus rarezas, su gusto poco formado, su pesada picarda, sus errores de construccin, a cambio de sus excelencias, el frecuente es-
plendor de su lenguaje, sus vivas y emocionantes descripciones de la accin, su delicado sentido de la belleza y la fuerza trgica de sus reflexiones msticas que, quiz porque era un tanto atolondrado careca de un talento especial para el razonamiento, por ese motivo son emocionalmente impresionantes. Pero, desde luego, es la siniestra y gigantesca figura del capitn Ahab la que impregna el libro y le confiere su fuerza excepcional. Hay que acudir a las tragedias griegas para encontrar algo parecido a ese sentido de la fatalidad con el que impregna todo lo que se dice de l, y a Shakespeare para encontrar seres de tan terrible poder. Es porque Herman Melville lo cre por lo que, pese a las reservas que se puedan tener, Moby Dick es un gran libro. He dicho ya, y lo repito, que para comprender de verdad una gran novela es preciso saber lo necesario sobre el hombre que la escribi. Me da la impresin de que en el caso de Melville rige algo as como lo contrario. Cuando se lee y se relee Moby Dick me parece que se obtiene una impresin ms convincente, ms clara, del hombre que de cualquier otra cosa que se pueda aprender sobre su vida y sus circunstancias; una impresin de un hombre dotado por la naturaleza de un gran talento malogrado por una influencia maligna, del mismo modo en que el agave se marchita en cuanto echa su esplndida flor; un hombre malhumorado e infeliz, atormentado por instintos que los rehye con horror; un hombre consciente de que la virtud lo ha abandonado, y est amargado por el fracaso y la pobreza; un hombre que implora amistad para descubrir que tambin la amistad era vanidad. As, segn lo veo yo, era Herman Melville, un hombre al que slo se puede mirar con profunda compasin. n
[Este texto es un captulo del libro Diez grandes novelas y sus autores, Tusquets, 2004]
POLTICA
ace cuatro o cinco aos atrs, en un homenaje al 11 de septiembre realizado en la FNAC madrilea, se me ocurri comentar que, con bastante probabilidad, el primer Pinochet que haba pisado suelo chileno haba sido un contrabandista francs, uno ms de los tantos comerciantes galos que a principios del siglo XVIII pululaban por las costas del Pacfico Sur americano, haciendo pinges negocios cambiando sus telas y otros productos manufacturados por la codiciada plata potosina. Si bien la alusin al Cdigo Penal me pareca clara, los Pinochet empezaron en Chile como presuntos delincuentes y terminaron como tales, ello no fue obstculo para que en el posterior debate un ex exiliado chileno saltara muy enfadado reprochndome el elogio que estaba haciendo del ex dictador al atribuirle profundas races de chilenidad. Como se ve, son tales las pasiones (amor y odio, pero casi nunca indiferencia) que desat el caso Pinochet, que resultaba muy difcil navegar en aguas donde primara la cordura y la objetividad. Por eso me gustara resaltar el hecho de que con toda probabilidad uno de los mayores mritos, pero no el nico, del monumental (en prcticamente todos sus sentidos) libro de Ernesto Ekaizer sea el tono asptico, casi neutral, que utiliza para narrar los acontecimientos gestados por la detencin del general Augusto Pinochet en
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Londres, el 16 de octubre de 1998. Resulta obvio que para poder escribir un libro de semejantes caractersticas y proporciones el autor tuvo que invertir no slo mucho tiempo y trabajo, sino tambin mucha pasin. Siguiendo la trayectoria vital de Ekaizer, junto a su origen argentino, se puede decir que esta obra tiene mucho de reto personal. Sin embargo, y esto es muy de agradecer, es fcilmente apreciable que ni la pasin de la hechura ni la proximidad al tema por los orgenes del autor fueron trasladados a los contenidos, lo que el lector inteligente terminar reconociendo muy rpidamente. Es verdad que este libro no es, ni pretende serlo, una biografa de Pinochet, pero tambin es cierto que, a diferencia de muchos otros textos del gnero biogrfico o periodstico, en este caso el personaje no se impuso al autor, sino todo lo contrario. De una forma meticulosa y sistemtica, sin perder jams el ms mnimo detalle, Ekaizer va desgranando en los mltiples escenarios simultneos en los que se desarrolla la trama, incluso en aquellos ms secundarios, la historia de la detencin londinense de Pinochet, clausurada el 4 de julio de 2002 con su dimisin como senador ante el cardenal Francisco Javier Errzuriz, que supuso su alejamiento definitivo de la primera fila de la vida poltica chilena. La renuncia era una consecuencia directa del fallo de la Sala Segunda Penal de la Corte Suprema que lo sobresea de las graves acusaciones formuladas en su contra por la justicia chi-
lena por violaciones a los derechos humanos en base a la demencia sealada en los anlisis mdicos realizados en enero de 2001. De este modo, Pinochet se converta en un venerable ancianito, capaz de decir de vez en cuando alguna insolencia o alguna manifestacin inconveniente y llena de soberbia (como las que formul cuando cumpli 88 aos: A quin le pido perdn, de qu voy a pedir perdn? Se han olvidado de que son ellos los que tienen que pedirme perdn a m, por los atentados que sufr contra mi vida), pero incapaz de seguir influyendo, como hizo durante ms de 25 aos, en la vida poltica de su pas. En realidad, la narracin de Ekaizer comienza en los prolegmenos del golpe militar que derrocara al gobierno constitucional de Salvador Allende. En el libro queda claramente establecida la traicin del Comandante en Jefe del Ejrcito, Augusto Pinochet, a su superior jerrquico, el presidente de la Repblica y tambin su condicin de recin llegado al complot, al que slo se pleg en el ltimo momento. En efecto, Pinochet se sum al golpe en sus horas previas, cuando tom nota de su carcter irreversible y tras cometer un grave acto de felona, muy apartado de los valores militares, como el honor y la lealtad, que un da lejano haba prometido defender. Pero no fue la nica ocasin en que semejante azote de comunistas y marxistas traicion los sacrosantos valores castrenses. Despus de su encarcelamiento en Londres lo invadi la cobarda y el temor al ridculo a tal
punto que en sendas ocasiones tuvo que recurrir a los atenuantes de la senilidad y la demencia para escapar a la accin de la justicia. l, el augusto emperador que todo lo controlaba y todo lo dominaba, a tal punto que no volaba una mosca en Chile sin que lo supiera; l, a quien nunca le temblaba el pulso si tena que escarmentar a los enemigos de la Patria para cumplir con su sacrosanta misin de cruzada, y que por lo tanto fue el directo y mayor responsable de los fusilamientos y desapariciones ocurridas durante su paso por el poder; l, el augusto dictador, termin su vida pblica como un vulgar cobarde, incapaz de enfrentar sus responsabilidades pasadas. Pobre ejemplo y flaco favor a las generaciones futuras de militares chilenos.
Chile: una transicin fallida?; una democracia vigilada?
La captura de Pinochet en Londres abri un agrio debate en Espaa y en otras partes del mundo acerca de la impunidad, las transiciones polticas a la democracia y la validez de la justicia universal. En una poca de creciente globalizacin era lcito juzgar a Pinochet en Espaa o, por el contrario, deba ser la justicia chilena, en la medida de sus posibilidades, quien se ocupara de ello? Poda Espaa, que durante su transicin se haba negado sistemticamente a mirar hacia atrs, arrogarse el derecho de juzgar a un dictador sangriento como Pinochet? En qu medida haba que respetar los acuerdos tcitos sobre los que se asentaba la transicin chilena, una transiCLAVES DE RAZN PRCTICA N 139
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cin pactada, que llevaban a definir a su sistema poltico como una democracia vigilada, o era lcito hacerlos saltar por los aires de modo que la democracia luciera plena y refulgente? Pese a todo lo que se dice sobre el compromiso de Pinochet con el proceso poltico chileno y con la democracia, su salida del poder no fue fcil, aunque fue su derrota en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 la que impidi que continuara en el poder hasta 1997. En ese entonces, al igual que ocurri durante el ltimo viaje a Londres de su vida, lo perdi su soberbia y su arrogancia. Hoy ha aprendido la leccin y sabe que si sale de Chile terminar con sus huesos en la crcel, por lo que es de esperar que a ningn futuro gobierno chileno se le pase por la cabeza la peregrina idea de otorgarle un pasaporte que le permita alejarse de su celda dorada. Es verdad que cuando se produjo el golpe militar que acab con el gobierno de Allende, la dictadura militar tena el respaldo de una parte nada despreciable de la sociedad chilena, y que supo ganarse incluso el favor de sectores importantes de los grupos menos favorecidos; es verdad que, con anterioridad al referndum que perdi, haba ganado otro plebiscito, el 11 de agosto de 1980, que le permiti aprobar una Constitucin redactada a su imagen y semejanza; pero tambin es verdad que en esa ocasin, octubre de 1988, fue incapaz de detectar que su pas haba empezado a cambiar y que no supo leer algunos signos externos que lo alertaban
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Augusto Pinochet
de un riesgo posible y de innegable trascendencia. Entre estos ltimos destaca el hecho de que en noviembre de 1980 los militares uruguayos haban perdido un referndum, lo que marc el irreversible comienzo de su salida del poder. Ocho aos despus pas lo mismo con Pinochet. Y entonces las cosas ya no fueron iguales a lo que ocurra en los aos setenta, cuando el augusto general impona abierta y descaradamente su voluntad a los comandantes en jefe de la Armada, Fuerza Area y Carabineros. Su intento de desconocer la abrumadora respuesta popular (54,7% en contra de su reeleccin frente a un nada despreciable 43% a favor) y su amago de autogolpe no fueron secundados por los restantes miembros de la Junta militar, razn por la cual Pinochet no tuvo ms remedio que reconocer la derrota y comenzar a transitar el doloroso via crucis que lo terminara apartando del poder. Un poco ms de un ao despus, el 14 de diciembre de 1989, se celebraron unas elecciones presidenciales que dieron el triunfo a la Concerta-
cin, una alianza de socialistas y democratacristianos, encabezada en esa oportunidad por Patricio Aylwin. Los esfuerzos para modificar la Constitucin de 1980 slo se vieron cumplidos a medias y el texto constitucional qued como una pesada herencia para los futuros gobiernos democrticos, como una serie de normas que tendan a condicionar y limitar la capacidad de accin de la democracia chilena. Entre ellas se contaba la existencia de senadores vitalicios designados entre los altos cargos ms representativos del rgimen (luego se sumaran los ex presidentes, pero no Patricio Aylwin); un sistema electoral binominal que impeda la formacin de claras mayoras, de cualquier signo (hoy de centro izquierda pero maana de derecha), que pudieran imponer por si mismas las necesarias reformas constitucionales; la permanencia de Pinochet como comandante en jefe del ejrcito hasta enero de 1998; la imposibilidad (impotencia?) presidencial de destituir al comandante en jefe; el funcionamiento del Consejo
Nacional de Seguridad (Cosena), con importantes atribuciones y un largo etctera. La sola presencia de Pinochet en el primer plano de la escena poltica y con pleno control sobre las fuerzas armadas llev a hablar de una democracia vigilada; baste recordar episodios como el del boinazo a fines de mayo de 1993. Sin embargo, la democracia chilena demostr ser ms fuerte de lo que aparentaba, gracias a contar con un Estado fuerte, unas instituciones que funcionaban y, esto es de gran importancia, a tener unos presidentes que oponan frrea resistencia a los intentos sistemticos de chantaje por parte del ex dictador, que intentaba permanentemente llevar el juego a su propio terreno. En este sentido hay que sealar que tanto Patricio Aylwin como Eduardo Frei y Ricardo Lagos, al igual que sus ministros de Defensa, supieron defender el territorio de la democracia y del imperio de la ley con gran tesn y voluntad. La mejor prueba de la fortaleza de la democracia chilena se vio precisamente durante el juicio a Pinochet en Londres. A travs del relato de Ekaizer, un verdadero trabajo de periodismo de investigacin, se observan claramente las limitaciones institucionales de los militares chilenos y su paradjica debilidad, un hecho en el que no se insisti lo suficiente en aquellos momentos, en los que slo se hablaba de la fractura de la sociedad chilena y de la capacidad de ingerencia poltica de los militares. Por primera vez en tiempos, no eran las Fuerzas Armadas las que marcaban las
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reglas de juego, ni trazaban los lmites del territorio donde se deba operar ni las caractersticas de la contienda. Ms all de algunos temores iniciales ante la posibilidad de un nuevo golpe de Estado contra el gobierno del presidente Frei, las Fuerzas Armadas chilenas se convencieron rpidamente que si daban un golpe contra el gobierno democrtico Pinochet no volva a Chile. Su mayor fuerza se haba convertido en su principal debilidad y esto tendra importantes consecuencias para la evolucin de las relaciones entre el gobierno y los militares. Slo la legitimidad democrtica del gobierno y del Estado chileno podan interceder ante los gobiernos de Espaa y Gran Bretaa para devolver al senador vitalicio a su pas, ya que de otro modo las respectivas opiniones pblicas lo hubieran vivido como una traicin en toda regla a la democracia. Por la tanto, ms all de sus deseos, los militares chilenos debieron admitir, con una sensacin de cierta frustracin e impotencia, que no tenan ms alternativa que subordinarse al poder civil si queran que se produjera el regreso de su mtico y augusto caudillo. Pero no slo fue eso. Coincidiendo con la ltima etapa de la detencin de Pinochet en Londres, Chile volvi a elegir a un presidente socialista despus de Salvador Allende. Est claro que la Concertacin de fines de la dcada de los 90 no era lo mismo que la Unidad Popular de los setenta. Sin embargo, en la sociedad chilena de entonces todava estaban muy presentes numerosos fantasmas del pasado, vinculados muchos ellos a los orgenes del sangriento golpe de Estado de 1973 y a la posterior represin. Los actos recientes por el 30 aniversario de la desaparicin de Allende y del golpe militar que la provoc sirvieron para exorcizar algunos de dichos fantasmas, pero no todos. Para ello habr que profundizar algn da en las responsabilidades del
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gobierno de la Unidad Popular en el deterioro del clima de convivencia que dividi a la sociedad chilena y que fue la antesala del golpe de Estado militar. Hasta qu punto es posible impulsar profundas reformas sociales y econmicas sin contar con los respaldos polticos (parlamentarios) y sociales necesarios? Pero esa es otra historia, que se aleja del periplo final del augusto dictador. Ms all de estas elucubraciones es importante sealar que la eleccin de Ricardo Lagos, y su posterior labor presidencial, evidenciaron la madurez de la sociedad chilena y la consolidacin de su proceso de transicin democrtica. El general Ricardo Izurieta, el comandante en jefe del Ejrcito que haba sucedido a Pinochet en el cargo, haba comenzado a dar pasos significativos para normalizar la relacin con el gobierno, caracterizadas por una situacin de tirantez que slo llevaba a la parlisis futura de las Fuerzas Armadas chilenas. Pero ese proceso de normalizacin fue abortado por la detencin de Pinochet en Londres, ya que Izurieta debi abandonar el frente poltico para emplear todas sus fuerzas en lidiar con sus subordinados ms cerriles y, especialmente, con el colectivo de militares retirados, los ms afectados personalmente por los avances en las investigaciones de la justicia chilena en las cuestiones de derechos humanos. Por eso hubo que esperar a la llegada del general Juan Emilio Cheyre para que el tema comenzara a discurrir por carriles de cierta normalidad, aunque todava es necesario lograr el consenso con los partidos de la derecha (UDI y Renovacin Nacional) para hacer aprobar los necesarios cambios constitucionales que permitan el funcionamiento de una democracia plena en Chile. De todas formas vale la pena mencionar el hecho de que, a la vista del comportamiento de otras democracias latinoamericanas no vigiladas (como Ecuador o
Bolivia), la calidad del funcionamiento institucional chileno es, y ha sido en los ltimos aos, muy superior.
Pinochet, Garzn y el pedido de extradicin
La historia que cuenta Ekaizer tiene dos grandes protagonistas: el general/senador Augusto Pinochet y el magistrado de la Audiencia Nacional Baltasar Garzn. Es indudable que Pinochet figura en el reparto por (des)mritos propios; sin embargo, ste no fue el caso de Garzn, que apareci en la escena del caso Pinochet a ltimo momento y con el pie algo forzado. En la Audiencia Nacional existan sendos pleitos por cuestiones vinculadas a violaciones de los derechos humanos en el Cono Sur. Uno contra los militares argentinos, iniciado por una denuncia presentada a fines de marzo de 1996 por el fiscal Carlos Castresana ante el Juzgado Central de Instruccin N 5 de la Audiencia Nacional, a cargo del juez Garzn; y otro contra militares y civiles chilenos, a instancias del tambin fiscal Miguel Miravet, que como Castresana tambin perteneca a la Unin Progresista de Fiscales (UPF), y que se asign al Juzgado Central de Instruccin N 6 de la Audiencia Nacional, a cargo de Manuel Garca-Castelln. Por tanto, en el reparto transandino de papeles, al juez Garzn le haban tocado los torturadores argentinos y al juez Garca-Castelln los chilenos. Durante un tiempo las dos causas se fueron instruyendo a un ritmo relativamente lento, aunque sin pausa, enmarcado en el debate de fondo de si la justicia espaola era competente para sustanciar dichos procesos. Pero ms all de estos tecnicismos jurdicos (que tienen una gran importancia), haba un tema que poda unir a los dos juicios y terminara englobndolos bajo una misma cartula como era la famosa Operacin Cndor. Se trataba ni ms ni menos que de una conspira-
cin a gran escala impulsada por los servicios chilenos, con la complicidad de los argentinos, uruguayos, paraguayos y, en menor medida, los brasileos, para hacer muchos ms eficiente la represin contra los enemigos internos, persiguindolos ah donde se escondieran. A efectos de estas causas, la Operacin Cndor era como la famosa cueca chilena Las dos puntas:
Cuando p`a Chile me voy, cruzando la cordillera, late el corazn contento,una chilena me espera. Y cuando vuelvo de Chile, entre cerros y quebradas, late el corazn contento, pues me espera una cuyana. Viva la chicha y el vino, viva la cueca y la zamba. Dos puntas tiene el camino y en las dos alguien me aguarda. Yo bailo la cueca en Chile y en Cuyo bailo la zamba; en Chile con las chilenas y en Cuyo con las cuyanas.
Pues bien, eran tantas las ganas de bailar del juez Garzn que termin hacindolo simultneamente con las chilenas y con las cuyanas (Cuyo es una regin argentina que comprende a las provincias de Mendoza, San Luis y San Juan). Pero para eso fue necesario que previamente el juez Garca Castelln se inhibiera de sus responsabilidades procesales en la causa chilena, que termin asumiendo Garzn. La noticia de que Pinochet estaba en Londres hizo sonar todas las alarmas en el equipo jurdico que llevaba el caso contra Pinochet, encabezado por Joan Garcs, la verdadera bestia negra del augusto dictador. Ante las reticencias de Garca-Castelln a tomar alguna iniciativa, como enviar una comisin rogatoria para interrogar a Pinochet en Londres, Garcs opt por presentar una demanda contra Pinochet ante el juez Garzn por la Operacin Cndor. Una vez inhibido Garca-Castelln, Garzn pas rpidamente a la ofensiva y desat una de las mayores tormentas jurdico-polticas de los ltimos tiempos. En ese momento se plasm una realidad que ni siquiera haba pasado por la cabeza de los ms audaCLAVES DE RAZN PRCTICA N 139
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ces: ya no se trataba slo de interrogar al dictador, de poder ponerlo en un aprieto ante sus responsabilidades pasadas. Pinochet haba sido detenido, algo totalmente impensable hasta entonces, e inclusive caba la posibilidad de que fuera extraditado a Espaa. Los temores de los ms cautos (esto va a ser el sueo de una noche de verano) se fueron disipando a medida que el cautiverio de Pinochet se extenda mes a mes y a medida que los distintos fallos de la justicia britnica iban poniendo las cosas en su sitio, un sitio totalmente desfavorable para los intereses del senador vitalicio. En el planteamiento inicial de las causas contra las dictaduras argentina y chilena se manej el argumento principal de las vctimas espaolas. Sin embargo, como se vio en el posterior desarrollo de los acontecimientos, y como se puede observar a travs de la instruccin que sigue instruyendo el juez Garzn, esto termin siendo un elemento totalmente prescindible a efectos de la instruccin, ya que finalmente los cargos se centraron en los delitos de genocidio, torturas y violaciones de los derechos humanos, con independencia de la nacionalidad de las vctimas. Garzn solicit la prisin para Pinochet por un delito de genocidio por una serie de detenciones ilegales seguidas en unos casos de asesinato o desapariciones de 91 personas. No puede existir la ms mnima duda de que los crmenes cometidos por las dictaduras argentina y chilena fueron aberrantes, y cualquier adjetivo que usemos para definirlos siempre ser insuficiente. Sin embargo, esto no nos debe llevar a calificarlos errneamente, ya que en trminos estrictamente jurdicos la calificacin de los delitos imputados debe ser precisa. Por eso veo un intento de desvirtuar lo que el genocidio es o significa (destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, tnico, racial o religioso coN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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mo tal)1 para intentar convertir las causas contra los militares argentinos y chilenos en causas generales contra las dictaduras militares. stas deberan hacerse en Argentina o en Chile, pero en Espaa est fuera de lugar. No es en Espaa donde se deben realizar los juicios polticos contra las dictaduras militares argentinas y chilenas, sino en cada uno de esos pases. La poltica virtual es un mal remedo de la democracia representativa y slo puede servir para alentar soluciones autoritarias, de cualquier signo, ms all de que algunos revolucionarios nostlgicos de la Guerra Fra hayan descubierto recientemente el poder utpico y redentor de la justicia universal.
La opinin pblica espaola ante el Caso Pinochet
Como se seal ms arriba, la detencin de Pinochet plante un agrio debate en Espaa en torno al futuro del dictador chileno. La mayor parte de la opinin pblica espaola se aline detrs de aquellos que clamaban justicia y que entendan que la actuacin de los jueces espaoles era el mejor camino para acabar con la impunidad de todos aquellos, militares y civiles, argentinos y chilenos, que de forma sistemtica haban violado los derechos humanos. Con mltiples referencias a la transicin espaola se debata en torno a una cuestin crucial, a una ecuacin de muy difcil por no decir de imposible solucin: cmo compaginar los legtimos derechos de las vctimas y de sus familiares de exigir justicia frente a las aberraciones sufridas con el
1 Una discusin ms extensa de la aplicacin del delito de genocidio a los crmenes de las dictaduras militares argentina y chilenas en Carlos Malamud (ed.), El caso Pinochet. Un debate sobre los lmites de la impunidad, Instituto Universitario Ortega y Gasset, Documentos de Trabajo, Amrica Latina 1/2000 y Carlos Malamud, Spanish public opinin and the Pinochet case, en Madeleine Davies (eda.), The Pinochet Case: Origins, Progress and Implications, ILAS, Londres, 2003.
tambin legtimo derecho de la sociedad chilena (o de cualquier otra sociedad) a pasar pgina? Junto a esta cuestin se plantearon otras, ms vinculadas con la realidad nacional y las agendas locales, comenzando por la posibilidad de que la justicia espaola se convirtiera en un sucedneo de un Tribunal Penal Internacional, como se vio con la demanda presentada por Rigoberta Mench contra Efran Ros Montt y otros militares guatemaltecos, que finalmente no fue aceptada a trmite. La discusin y la prctica unanimidad de la opinin pblica detrs de la postura de juzgar a Pinochet en Espaa debe ser puesta necesariamente en el contexto poltico de la poca, ya que muchas reacciones respondieron ms a consideraciones de poltica interna que a cuestiones ideolgicas o de principios. Tambin en Blgica ocurri algo similar, cuando prcticamente al final del caso Pinochet el gobierno belga se manifest como el nico gobierno interesado, de todos los implicados de un modo u otro en el caso, en recurrir la decisin de Straw de poner fin al proceso de extradicin y permitir su regreso a Chile por razones de salud. En Espaa, cuando se produjo la detencin del ex dictador chileno, el Partido Popular (PP) de Jos Mara Aznar se encontraba en pleno viaje al centro y oponerse de forma abierta a la extradicin de Pinochet hubiera supuesto el aborto inmediato de la operacin. Todos los esfuerzos por centrar al partido se hubieran ido al garete si el gobierno se hubiera mostrado comprometido con la defensa de Pinochet o hubiera tomado una postura favorable a su excarcelacin y a su devolucin a Chile. Aznar y su ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes, saban que no queran que por ningn motivo Pinochet fuera enviado a ser juzgado en Espaa, lo que hubiera implicado un sinnmero de complicaciones de todo tipo (pol64
ticas, diplomticas, de seguridad y orden pblico); pero se trataba de una verdad que no poda ni siquiera ser mencionada. Por su parte el PSOE atravesaba por una extraa situacin de bicefalia y contaba con un partido profundamente dividido. Despus de las elecciones primarias en que Josep Borrel se haba impuesto al entonces secretario general Joaqun Almunia, la direccin del partido era llevada conjuntamente por el candidato Borrell y el secretario general Almunia, en un intento desesperado de recuperar el poder en las siguientes elecciones generales; y para ello haba que asimilar de una forma clara al PP con la derecha. Por eso estaba excluida la solidaridad con sus camaradas chilenos. El caso Pinochet era una oportunidad de oro para golpear al PP y por eso la dirigencia socialista fue tan refractaria a los argumentos esgrimidos por algunos de sus colegas chilenos (especialmente aquellos ms prximos al gobierno o a la candidatura de Ricardo Lagos) de que lo mejor para la democracia de Chile era que Pinochet volviera a su pas, donde, en la medida de lo posible, debera ser juzgado. En este punto radicaba precisamente el principal argumento de los partidarios del juicio en
Espaa: Pinochet nunca sera juzgado en Chile y en caso de serlo nunca sera condenado. Ah estaban, para muchos, los lmites de la impunidad. La actitud de los partidos polticos espaoles, ninguno opuesto a la extradicin, fue seguida por los medios de prensa, tanto escrita como televisada o radiofnica, donde la unanimidad a favor de juzgar a Pinochet en Espaa era casi absoluta. En los principales partidos polticos (PP y PSOE) slo se alzaron dos voces en contra de la posicin generalizada: las de Manuel Fraga y Felipe Gonzlez, claro est que por motivaciones bien diferentes. Pese a continuar actualmente como presidente de la Xunta de Galicia, Fraga ya estaba en un carril sin salida y sin posibilidades polticas futuras a escala nacional. Por tanto, estaba en condiciones de decir lo que le viniera en gana sobre Pinochet: como que nadie deba meterse en asuntos de otros pases. Su posicin en las filas de la derecha se vio reforzada despus de que la baronesa Thatcher se pronunciara rotundamente en contra del juicio a Pinochet y hubiera recordado los mritos y logros de su gobierno. Por su parte, Felipe Gonzlez haba abandonado la conduccin del partido y tambin
estaba en condiciones de adoptar posturas ms independientes que las mantenidas por el PSOE. Su rotundo pronunciamiento por la territorialidad de la justicia penal, el respeto que mereca la transicin chilena y a favor del retorno del dictador a su pas no tuvo mucho eco entre sus correligionarios, que seguan ms pendientes de la poltica interna que de las relaciones con Amrica Latina, que era una de las principales preocupaciones del ex presidente. Los artculos de opinin en los peridicos seguan ms o menos la misma tnica, apoyando la necesidad de juzgar a Pinochet en Espaa. Y entre ellos destacaban, por su profundidad y por la informacin de primera mano transmitida, las crnicas y las opiniones de Ernesto Ekaizer en las pginas de El Pas. De vez en cuando apareca algn pro pinochetista trasnochado que cantaba loas a los logros del general y poco ms. En aquel entonces fuimos muy pocos (como, por ejemplo, Emilio Lamo de Espinosa, Oscar Alzaga y quien esto escribe) quienes sealbamos la importancia de que Pinochet fuera devuelto a Chile para ser juzgado all. A esta exigua lista hay que sumar a Jorge Edwards, cuya voz desentonaba del conjunto de opiniones chilenas expresadas en la prensa, como las de Luis Seplveda, Ariel Dorfmann o Isabel Allende, todos ellos partidarios de la extradicin a Espaa. Las voces de la derecha pinochetista chilena apenas se oan en este contexto. Con el trasfondo de las constantes presiones y agresiones a la Embajada de Espaa en Santiago se trataba de voces muy poco bienvenidas. Hoy, aos despus de estos acontecimientos, es lgico que surja la pregunta de si Pinochet hubiera sido juzgado en Chile de no haber mediado la detencin ordenada por Garzn o de qu hubiera pasado si hubiera sido extraditado a Espaa. Se trata, evidentemente, de contrafactuales de muy difcil comCLAVES DE RAZN PRCTICA N 139
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probacin emprica, pero hay argumentos para todos los gustos. Estn los que, como Ernesto Ekaizer, consideran que la actuacin de Garzn fue decisiva y fundamental en el procesamiento del augusto dictador y que la iniciativa de Garzn marc un antes y un despus importantsimo en la transicin chilena. El reputado historiador britnico E.H. Carr se manifest en su momento sobre la importancia relativa de la nariz de Cleopatra como para volver a hacerlo en esta ocasin. Y si bien la accin de Garzn fue relevante sera ingenuo pensar de otra manera creo que se puede argumentar que si Chile est donde est, si en Chile pasan las cosas que pasan, se debe bsicamente a la propia sociedad chilena y a los esfuerzos por ella realizados. De otra manera, de haber mediado slo la iniciativa de Garzn y la prisin en Londres, ni Pinochet hubiera sido desaforado, ni juzgado en Chile ni hubiera pasado a un segundo plano en la vida poltica de su pas. Ya antes de la providencia de Garzn de solicitar a Interpol la detencin internacional de Pinochet la justicia chilena haba dado pasos de gigante en la aclaracin de las responsabilidades del pasado y el juez Juan Guzmn haba comenzado su paciente instruccin en torno a la causa conocida como la caravana de la muerte y gracias a ello destacados personeros del rgimen, como el general Sergio Arellano Stark, acabaron en la crcel. En este sentido no debe olvidarse ese gran paso adelante que supuso la creacin por parte del presidente Patricio Aylwin de la Comisin Nacional de Verdad y Reconciliacin para informar sobre las violaciones de derechos humanos entre 1973 y 1990. La comisin estuvo presidida por Ral Rettig, que present un contundente informe en febrero de 1991 que abri las puertas para mucho de lo que pasara ms tarde. El informe de la Comisin supuso un gran revulsivo
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para una parte importante de la sociedad chilena, que fue enfrentada con un cmulo de hechos que no quera o no poda ver. Gracias a l la sociedad chilena pudo comenzar la difcil tarea de recuperar la memoria y de comenzar su tan necesaria catarsis. Paso a paso la sociedad chilena, y no slo la sociedad civil sino tambin lo ms lcido de su sociedad poltica, se fue abriendo paso en la lucha por la verdad y por la recuperacin de la memoria. Sin estridencias y sin manipulaciones polticas, como por el contrario ocurre al otro lado de los Andes, los chilenos fueron extendiendo el margen de maniobra para ampliar los mrgenes de la convivencia. Una de las ms flagrantes manipulaciones a las que aludo se observan en el lema recogido por las pancartas enarboladas por algunas organizaciones piqueteras y por la rama bonafiniana de las Madres de Plaza de Mayo: los desaparecidos de ayer son los pobres de hoy.
Fin de juego
Las continuas y constantes presiones del gobierno chileno sobre el britnico terminaron dando resultado, bsicamente porque ni Tony Blair ni Jack Straw, por entonces su ministro del Interior, queran encontrarse con el macabro regalo de un Pinochet muerto en Inglaterra, algo que entraba dentro de lo factible ante el deterioro de la salud del dictador. Un hecho de semejante naturaleza no slo atentara contra las relaciones chileno-britnicas y contra la estabilidad de la democracia chilena sino tambin sera un duro golpe contra el propio gobierno britnico, muy acosado en este punto por unos conservadores muy beligerantes en la defensa de Pinochet, especialmente Margaret Thatcher y Norman Lamont. Cun grave estaba Pinochet? Poda resistir un juicio en Gran Bretaa? Segn Straw su deteriorada salud no lo permitira. Segn las imgenes de
televisin emitidas despus de su regreso a Santiago de Chile, el 3 de marzo de 2001, cuando jaleado por la banda militar que ejecutaba marchas militares alemanas y por la presencia de muchos camaradas, se levant de la silla de ruedas y camin erguido por la pista de aterrizaje, haba margen para pensar en otra cosa. Ese tira y afloja entre la chulera de un dictador que no puede aguantar someterse a los dictados de la razn y la exigencia de un guin que, a efectos de evitar la humillacin del juicio y la condena, requiere la presencia de un anciano sumiso, enfermo y casi ido fue una constante en los momentos finales del caso Pinochet y todava hoy lo sigue siendo. La labor paciente del juez Guzmn termin dando sus frutos. Pero para eso no bastaba con la sola presencia de un juez estrella en el firmamento de la justicia chilena. Se requera del concurso de otras instancias y otros magistrados, que seran los encargados de tomar las ltimas resoluciones. En ese sentido, el fallo de la Corte Suprema, que termin sobreseyendo a Pinochet por razones mdicas, se estim la existencia de una demencia senil transitoria, es toda una pieza de maquiavelismo y de cinismo. Mientras Pinochet pueda seguir probando que est afectado de demencia senil podr mantenerse al margen de una condena judicial, pero en el momento en que se pruebe que ha recuperado sus facultades podr volver al banquillo. Por eso, tras las polmicas declaraciones del augusto dictador en ocasin de la celebracin de su 88 cumpleaos, el juez Guzmn pidi la transcripcin del reportaje, para dar luego otro paso al intentar procesarlo por la Operacin Cndor. Con todo, lo ms importante es que ms all de los vericuetos legales, de las vueltas que ha dado el caso Pinochet, la historia ya ha juzgado y tampoco le absolver. Crea, en sus aos mozos Fidel Castro que la
historia le absolvera de los cargos esgrimidos en su contra despus del fallido intento de capturar el cuartel Moncada. Puede que la historia sea benvola en ese aspecto, pero no en lo referente a las continuas violaciones de los derechos humanos en Cuba. La historia no absolver ni a Castro ni a Pinochet, que ms all del profundo desprecio que sienten uno por el otro, tienen muchos, demasiados, puntos en comn. El caso Pinochet, como muy bien demuestra Ekaizer en su libro, ha significado el ocaso definitivo del augusto dictador y su total alejamiento de la poltica chilena. n
Carlos Malamud es profesor titular de Historia de Amrica en la UNED e investigador principal para Amrica Latina del Real Instituto Elcano. Autor de Amrica latina: El Estado en crisis. 65
NARRATIVA
EL ANTIFRANQUISMO IMAGINARIO
La ficcin autobiogrfica de Antonio Muoz Molina
JUSTO SERNA
Antonio Muoz Molina El dueo del secreto Castalia, 1997
n 1994 apareci El dueo del secreto, de Antonio Muoz Molina. Hay alguna actualidad o alguna razn cronolgica que hoy motiven el recuerdo? Tal vez, el lapso de los diez aos pueda servirnos de justificacin; tal vez, los treinta aos transcurridos desde 1974, que es el tiempo evocado en la narracin, nos permitan la relectura. Los modernos nos hemos acostumbrado a festejar los nmeros redondos, como si la cifra exacta, acabada en cero o en cinco, tuviera algo especial, un aadido simblico que justificara la evocacin. Pero, como nos advirti Enrique Vila-Matas unos seis aos atrs, es absurdo el prestigio que concedemos a los nmeros redondos. Es, desde luego, una supersticin que muchos compartimos, una supersticin que, en fin, carece de fundamento pero que suele servir para orientarnos, para delimitar efemrides. Hace treinta aos, Franco se vio aquejado de una enfermedad circulatoria y con ella se iniciaba su declive fsico facilitando las expectativas polticas y los inicios de la transicin democrtica en Espaa. Lejos de ser aquel episodio una derrota del dictador, la crisis final mostraba el fracaso inapelable del antifranquismo, la incapacidad de las fuerzas democrticas para echar a un tirano ya senil. A los treinta aos de aquellos sucesos, Albert Boadella ha sabido retratar cinematogrficamente la corte ulica y esperpntica que rode a un Franco moribundo. Pero diez aos antes que l, Antonio Muoz Molina ya haba sabido tratar literariamente el ambiente de miedo y de espe66
ranzas colectivas del antifranquismo y lo haba abordado en una especie de episodio posgaldosiano irnico, incluso sarcstico, con la ternura cruel de quienes quieren hacerse cargo de s mismos apreciando las derrotas y valorando las mansedumbres. Ahora que estamos en tiempos de celebracin constitucional, ahora que estamos examinando la transicin y sus resultados, tal vez sea un buen momento para releer aquel relato del antifranquismo imaginario. Probablemente aprendamos mucho de lo que fueron nuestras flaquezas y de lo que fueron los embelecos en que quisimos creer mientras vivi aquel Franco terminal. El dueo del secreto apareci publicada originariamente en dos ediciones diferentes por Ollero & Ramos. La primera aparicin fue en forma de volumen no venal para la FNAC, un libro ideado como obsequio para los primeros clientes del establecimiento abierto en Madrid por aquellas fechas. La segunda, ya en el mercado, se destinaba a todos los lectores e inauguraba la coleccin Novelas ejemplares de Ollero & Ramos, con una cubierta bien significativa: segn podemos leer en la contracubierta, se trata de un detalle del cuadro de Otto Venio, Nada ms provechoso que el silencio, una alusin directa, explcita, al secreto del ttulo y al pecado de incontinencia. Como sugiere el rtulo cervantino de la coleccin, podemos concebir esos primeros volmenes al estilo de relatos morales. Como es harto sabido, el conjunto de historias contenidas en las Novelas ejemplares se publicaron en Madrid en 1613 y fueron llamadas novelas por adoptar Cervantes la palabra italiana novella, esa voz que aluda a la narracin
breve imaginaria. Se trataba del relato de episodios acaecidos a personajes variopintos en circunstancias normales o extraordinarias, relato que, adems de pintoresco y entretenido, poda tener algn valor moral, algn valor del que extraer enseanza y provecho, experiencia. Se trataba, en fin, de hacer retratos y crticas, de volcar agudsimas observaciones que sirvieran de cuadro y de descripcin en los que mirarse y mirar. Los primeros ttulos de Ollero & Ramos, con obras de Antonio Muoz Molina y de Arturo PrezReverte, no hacen sino confirmar ese sentido ejemplar que le atribuye el editor: de una simple peripecia personal, de un avatar circunstancial, puede extraerse leccin, puede sacarse enseanza para todos. No se trata, por supuesto, de que los novelistas pontifiquen o emprendan largas digresiones sobre el devenir de sus personajes, ni de que se consientan intromisiones autoriales que aclaren pasajes oscuros o consecuencias morales. De lo que se trata es de recuperar o de confirmar otra vez el valor del relato, algo que estaba en los primeros historiadores y que a veces olvidamos: en la narracin de una peripecia, real o ficticia, hay literalmente experiencia humana, es decir, modos de enfrentarse a los hechos y a las coerciones de la existencia, maneras de afrontar las acometidas del mundo, sea aqulla la vida esforzada de un joven provinciano y apocado, timorato y pobretn en Madrid o sea aqulla la vida agitada, vertiginosa, canalla de un periodista en guerra. Los personajes de esas primeras novelas ejemplares relatan despus, cuando ha pasado ms o menos tiempo y cuando ya tienen roturada la piel por las heridas y por las arrugas,
cuando se han distanciado de la experiencia y cuando los hechos se contemplan con el sedimento y el sentido que la posteridad les da. De algn modo y aunque no se prediquen como tales, esas narraciones son literalmente novelas de aventuras, pertenecen al gnero de aventuras, si por tal entendemos no slo la sucesin vertiginosa de lances que el protagonista debe superar y supera con acierto, con valenta y coraje, sino tambin la relacin de avatares de los que se ha librado milagrosamente, con astucia o por chiripa, que lo han curtido, que lo han herido, que lo han hecho ms cobarde o ms descredo. En este caso, la aventura es siempre una amenaza que logr superarse, una circunstancia en la que el personaje se vio envuelto y de la que quiere extraer alguna consecuencia que lo libre de los horrores que vivi o del riesgo en que estuvo. El presente es as el momento de la evaluacin, el ajuste de cuentas con uno mismo y con quienes nos rodearon; pero ese escrutinio puede o no ser realista, puede ser acomodaticio y consolador, un recuerdo que nos apacigua y que sirve para justificar lo que hicimos o no dejamos de hacer. La novela ejemplar que relata un hecho antiguo sirve para exhumar avatares lejanos, pero sirve sobre todo para otorgar un sentido, para investir el pasado con un significado concreto que d asiento a lo que ahora sucede. El relato de Prez-Reverte transcurre en medio de un conflicto blico y esa circunstancia parece propicia para que el carcter humano se curta, se endurezca, para que se atemperen o se pierdan las ilusiones y para que el escepticismo o el sarcasmo herido sean la consecuencia del espectculo sangriento
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que el cronista debe cubrir. Comparada con esa novela ejemplar, con el vertiginoso y cruento relato de una guerra, la narracin de Muoz Molina es, en principio, un relato menos angustioso. Al tratarse de un recuerdo juvenil y nostlgico del personaje y narrador, la novela contiene en principio una experiencia menos extica, menos aventurera. Todo transcurre en Madrid, todo acaece en unas pocas semanas de 1974, y no hay muertos ni silban las balas. Si sa es la evocacin, si el relato lo es de las peripecias de un joven estudiante solitario y atribulado, taciturno y acobardado en una capital gris y fra, no parece que esa historia enerve, que esa historia nos haga contener la respiracin o que los lances contados aceleren el pulso del lector. El episodio es menor, la circunstancia es escueta y el herosmo es clandestino. Comparado con los periodistas acanallados y gastados de Territorio comanche, el personaje y narrador de El dueo del secreto tiene poco que contar y su gesta no es ms que un avatar pequeo, sin consecuencias. Ha dicho Andrs Soria rotunda y juiciosamente que la novela de Antonio Muoz Molina es una suerte de episodio nacional. Al calificarlo as, establece una filiacin evidente con Galds, con el Galds de Trafalgar. En qu sentido lo dice Andrs Soria? No se trata de que las obras de Galds o Muoz Molina compartan un parentesco exN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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plcito, un modo de realismo que ahora ya no podra ser igual al del ochocientos. En realidad, aquello que hara de la novela de Muoz Molina un episodio nacional es la voluntad expresa de contar una circunstancia colectiva, un hecho histrico, una derrota, la rendicin de todo un pas, tomando la perspectiva y la voz de un personaje, un Gabriel Araceli tambin humildsimo, que relata, muchos aos despus, su propia derrota, su rendicin. La vida colectiva se resuelve colectivamente, pero la existencia de la nacin que se relata en un episodio efectivamente nacional no es nada si no sabemos de qu modo afrontan el destino los particulares. No hay individuo aislado que pueda escapar a las restricciones de su tiempo. No hay, en efecto, Robinson alguno que pueda sortear lo que su sociedad le permite, le presta o le niega. Por eso, en cada individuo se resuelve la dimensin colectiva y cada accin individual pone en juego a la colectividad. En Galds haba una retrica patritica explcita, un patriotismo enftico y liberal expresado bajo la forma de la novela de aventuras y marinera. En Muoz Molina, el episodio nacional tiene un sentido cmico que echamos a faltar en el novelista del ochocientos. Hay, en efecto, algo de risible en El dueo del secreto, algo de pattico, triste y conmovedor, remotamente parejo ese patetismo al de Lorencito Que-
sada o al del narrador apocado de Nada del otro mundo. Lo que en el Gabriel Araceli de Galds es herosmo y arrojo, propiamente aventura y exaltacin del coraje juvenil, en el relator de Muoz Molina es miedo, inconstancia y ridiculez. Quien nos cuenta los hechos en Trafalgar asisti de joven a una derrota colectiva y al principio de la edad contempornea, a aquel momento en que pudo expresar y dolerse del amor santo de la Patria; quien relata la peripecia en El dueo del secreto nos evoca una rendicin personal, una cobarda y una huida, que el tiempo y su memoria convierten en circunstancia disculpable. Aunque slo fuera por eso, el resultado de la novela tena que ser forzosamente cmico. El avatar de la novela aventurera que se tipific y que se difundi sobre todo en el siglo XIX exiga inteligencia, astucia, audacia y capacidad para descubrir la doblez del otro, del adulto o del adversario emboscado que afecta gestas y que simula heroicidades. El avatar exiga algo de coraje, exiga, en fin, que el personaje demostrase sobreponerse a sus miedos para sacar el valor viril que es propio de la juventud. En la novela de aventuras clsica, en La isla del tesoro por ejemplo, el joven Jim Hawkins est en principio lleno de pavores, tiene un pnico cerval a los bucaneros y facinerosos que frecuentan la posada de su padre o a los insurrectos que se revelan como feroces
piratas. Pero, como indicara Fernando Savater en La infancia recuperada, la novela de Robert Louis Stenvension es, a la vez, una reflexin sobre la audacia, sobre la necesidad de extraer ese don o cualidad que el muchacho posee sin saberlo previamente y sobre las consecuencias tambin perniciosas o temerarias que ese coraje pueda acarrearle. El joven se prueba, se mide con rivales temibles, se amista con John Silver y, al mismo tiempo, sabe que esa compaa es peligrosa y aleccionadora. No teme tanto la brutalidad del bucanero cuanto su inteligencia, su doblez, su cautela estratgica, su capacidad negociadora: John Silver, al que Hawkins contempla con atraccin y aversin, es bravucn o afecta docilidad cuando le conviene para salvar su pellejo; es, en fin, el pirata amante del ron, pero el bebedor que bebe con templanza, el bucanero que no se deja aturdir y perder por el alcohol, como sus estpidos camaradas. El dueo del secreto tambin tiene por protagonista a un joven, a alguien a quien la vida le exige sacar de s coraje, energa, inteligencia, astucia y sentido prctico, alguien que no saba que la vida iba a demandarle tanto. Tampoco Hawkins lo saba, un jovencito que atenda en la taberna familiar, pero la peripecia, la relacin con John Silver y su temple particular le permitieron mostrar su audacia, su olfato, su intuicin. Tampoco Gabriel Araceli lo saba cuando su noble amo lo llam y le pregunt eres t hombre de valor? En efecto, aade, no supe al principio qu contestar, porque, a decir verdad, en mis catorce aos de vida no se me haba presentado an ocasin de asombrar el mundo con ningn hecho heroico. Al respon67
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der afirmativamente, con pueril arrogancia insiste el personaje de Galds, se comprometi, comprometi su palabra y, por ello, se vio forzado ms adelante a sacar de s ese coraje viril de que dara suficientes pruebas. El protagonista de El dueo del secreto no cuenta con nada de eso, a pesar de que comprometer tambin su palabra y a pesar de sumar ms aos, de haber superado estrictamente esa edad pber. Ni su avatar ser heroico, ni el hombre adulto con quien habra de tratar posea la nobleza que la circunstancia demandaba. Lo que nosotros, lectores, comprobamos es la debilidad de carcter del narrador, tal vez porque cuando lleg a la juventud que exige arrojo ya haba pasado el tiempo de los hroes. Por eso, cuando en un relato de aventuras se niega todo eso, cuando la aventura y el herosmo se frustran tan estrepitosa y estpidamente, por mucho que ahora pretexte o se justifique el narrador, la novela lo es de un experiencia pattica, de una peripecia ridcula. El personaje es, pues, cmico malgr lui, es risible, y su narracin es la del hombre acobardado, pero, atencin, no la novela de un hombre acobardado con el que ensaarnos. Por qu razn? Porque sabemos que si nosotros hubiramos estado en esa situacin tal vez no habramos obrado de manera muy distinta, porque advertimos en cada uno algo de ese carcter miedica, algo de ese temple medroso que en todos est y que en este personaje aflora sin contencin, sin contrapunto, sin que l mismo le oponga freno o decisin. Cul es la historia que se nos relata? En principio, la historia que se nos cuenta es la de una conspiracin frustrada, urdida en 1974 y, al decir del narrador, destinada a derribar el rgimen franquista. Lo que se nos relata concretamente es la historia de la participacin de un joven de dieciocho aos en ese plan dirigido a cambiar el curso de los acontecimientos, el devenir espaol; lo que se nos cuenta es un episodio nacional en el que un Gabriel Araceli del novecientos narra la historia de su fracaso personal, de cmo su incontinencia ver68
bal facilit un chivatazo que desbarat el golpe de Estado previsto y el triunfo deseado y adelantado de la democracia en Espaa. Que los hechos transcurran en Madrid no hace a esta novela menos aventurera que otras del gnero a las que podamos asociarla por tradicin y por forma expresiva: no hace falta irse a los mares del Sur para vivir una peripecia tan excitante y llena de peligros. Nada haba ms arriesgado en la Espaa de 1974 que participar en una conspiracin antifranquista: la represin ms dura y pertinaz, los grises ms violentos, la crcel ms temida, el exilio ms triste o, incluso, la pena de muerte eran las amenazas ciertas que pendan sobre todo aspirante a opositor. Por eso, por tener ese perfil la aventura, El dueo del secreto podra concebirse tambin como una novela poltica, ese gnero comprometido que justamente por entonces triunfaba en el cine, por ejemplo, y que consista en denunciar dictaduras y atropellos constitucionales. Pero este relato no es contemporneo de los hechos, sino que est contado diecinueve aos despus, cuando el rgimen ya haba cado haca tiempo y, por tanto, cuando no haba nada que abatir, cuando lo poltico ya no sola ser materia de narraciones, cuando el compromiso era palabra que suscitaba dudas y cuando el gnero de denuncia estaba muy alicado. Recapitulemos, pues, el gnero al que adscribir El dueo del secreto. Por lo dicho, comprobamos inmediatamente las dificultades de identificar esas convenciones y, por tanto, el anacronismo explcito y metanarrativo en que incurre quien nos cuenta el avatar. No cumple con las reglas clsicas de la novela de aventuras (el coraje, el hroe que afronta y sale victorioso de todo tipo de penalidades). Tampoco responde al esquema del relato poltico, porque ste suele tener como rasgo la denuncia contempornea, la crtica simultnea de lo que narra, mientras que el narrador de El dueo del secreto se demora casi veinte aos en contarnos lo que cree que debe contarnos, casi dos dcadas para atreverse a revelar lo que en otro tiempo pudo haber si-
do decisivo, capital, para la cada del franquismo. Si tarda tanto tiempo, entonces es que el personaje es decididamente timorato y peca de una prevencin excesiva, injustificada, incluso ridcula. Si tarda tantos aos en detallar y revelar ese secreto del que es poseedor, entonces...qu es este relato? Una manera sencilla de responder sera decir que es una narracin de la memoria, que transcurrida la juventud aquel que cuenta se apresta a hacer exhumacin de un pasaje decisivo de su vida. En ese sentido, el relato sera la memoria de ese personaje que se expresa en primera persona, un yo que nunca se identifica con nombre y apellidos (hasta ese punto es timorato), un yo que no incluye un primer captulo en que detalle sus orgenes, como haca Gabriel Araceli en Trafalgar. No hay nada que denunciar de lo que se derive consecuencia, no hay aventura heroica que mostrar y que pruebe el temple personal: se tratara slo de contar lo que uno hizo en aquel tiempo; se tratara de relatar ahora justamente que han pasado los aos y no hay peligro que amenace ciertas cosas en las que uno estuvo involucrado; se tratara de evocar, muchos aos despus, cuando uno llega a la cuarentena, lo que fue su primera juventud. Desde este punto de vista, pues, sera una novela de formacin, un relato de aprendizaje, de cmo me constitu, de cmo aprend, de cmo fui asendereado por la vida y por contemporneos y por adversarios. Insistamos antes que la peripecia narrada tiene algo de ridcula, de pattica y que revela a un personaje acobardado. Para qu contar casi veinte aos despus un pasaje de tu vida si ste tiene poco de glorioso? No sera mejor callar lo que hay de ridculo en tu pasado? Lo cmico de esta novela es que el sesgo pattico de la experiencia se la vemos nosotros, los lectores, como suceda en Los misterios de Madrid. No est claro que el personaje y narrador de esta historia se vea as y, con nostalgia mansa de sedentario, con melancola acomodaticia, se dice a s mismo que aquellos fueron tiem-
pos, esto es, que aquellos fueron los tiempos de la juventud, del atolondramiento de los dieciocho aos. Sabe que cometi ciertos errores, que por su imprudencia se desbarat la conspiracin democrtica a la que se haba sumado, sabe que no puede corregir aquellas decisiones errneas, pero est orgulloso, explcitamente orgulloso, de haber sido testigo y copartcipe de actividades clandestinas, de haber sido depositario de uno..., no, de varios secretos. Lo cuenta cercano ya a los cuarenta, en 1993, cuando tiene una vida estable, cmoda y provinciana y ya no precisa los tumbos de la juventud ni las aventuras errneas y bienintencionadas de los dieciocho aos. Si hacemos clculos, hemos de concluir que el narrador naci en 1956 en un pueblo que nunca se nombra, un pueblo del sur. Probablemente calla tambin sobre este hecho para evitar que se le reconozca, temeroso a pesar de la distancia temporal que le separa de aquellos hechos. Es hijo de tenderos Quesada, propietarios de un pequeo comercio, tiene varios hermanos e hizo sus primeros estudios en un colegio salesiano, como Lorencito. Por espacio de un tiempo, entre 1974 y 1976, ayud a su madre en el negocio familiar, despus de regresar de su estancia madrilea, despus de que acabara su vida universitaria e izquierdista en aquel Madrid de la Complutense adonde haba ido con el propsito frustrado, pronto abandonado, de estudiar periodismo y en donde vivi el espejismo o la realidad de participar en una conspiracin antifranquista. Tal vez por eso, por el aprecio que sinti desde nio por la escritura, por la crnica de sucesos y por la prensa es por lo que ahora, a pesar de no haber concluido la carrera, puede contar de la forma en que cuenta. Tal vez por eso no nos sorprende la posible incongruencia de un relato hecho por alguien que no concluy sus estudios y que maneja bien la pluma y se sabe expresar. En efecto, parece tener cultura, unos estudios inconclusos, y desde luego, al margen de lo que opine de ellos, que no suele ser
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muy positivo ni elogioso, sabe quin es Umberto Eco o quines fueron Roland Barthes o Nicos Poulantzas. A los dos primeros los cita como ejemplos de la semiologa que le hacan estudiar en la Facultad, un saber arcano, de fundacin reciente, de vocablos extraos, incomprensibles; al ltimo lo menciona para hacer alusin al estructuralismo entonces imperante en ambiente acadmico y como emblema de un cierto marxismo continental. De hecho, segn confiesa el narrador parece haber abrazado un marxismo elemental, en verdad elemental, inspirado remotamente en aquella versin compleja, abstrusa y spera que fue el althusserianismo. Desde fecha temprana, al menos desde los dieciocho, en una poca en la que a esta edad an no se gozaba de la mayora legal, tena novia, la novia de toda la vida. Se trataba de una joven limpia, hacendosa y modesta, sin las nfulas intelectuales del narrador. Se trataba, en fin, de una joven que pronto empezara a trabajar en la gestora de la que era propietario su propio padre, una gestora y una autoescuela llamadas Virgen de Guadalupe, como corresponda a la devocin mariana de una persona de orden que, adems, haba pertenecido a la guardia de Franco. La muchacha y el narrador compartieron un idilio duradero, como entonces era normal en una pareja de provincias, parece decirnos: un noviazgo casi mineral que, sin embargo, fue visto con escasa simpata por el gestor. Repitieron paseos por la calle Nueva y sofocaron su prurito con unas relaciones prematrimoniales de cine y manitas, tocamientos breves, escuetos, un noviazgo de pueblo que slo se aceler, precisamente en 1976, cuando se vieron obligados a casarse de penalty. Por supuesto aquella boda se celebr en una ermita ubicada fuera del pueblo, una ermita que les sirvi para emboscarse y que les conceda tregua en el escndalo provinciano de un embarazo que, a la postre, revelaba sexo. Sin embargo, el suegro no tuvo ms remedio que olvidar pronto la culpa de la carne para acabar coloN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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cando al yerno. Generoso o interesado, por lstima aade dolorosamente el narrador, el padre de su esposa empleara al joven en la gestora regalndoles su piso de casados. Les nacieron dos hijos, uno en 1977, resultado del pecado prematrimonial, de aquel desliz de la carne, y el segundo en 1981. Son dos chavales bien distintos, indica el narrador: uno resulta ser ya el tpico adolescente arisco que se aleja, que se distancia de los padres y del mundo de los adultos, y otro es an obediente, carioso, gordito y buen estudiante. Ahora, cuando el narrador nos cuenta todo esto, el matrimonio vive en otro piso. Fue un cambio de domicilio que se verific a la muerte de su padre, seguramente aunque no lo dice con motivo de una herencia que posibilit el traslado, al acceso a la nueva propiedad. En el piso en el que conviven reside tambin la madre desde que le sobrevino la viudez y se vio sola. La vida del narrador no tiene secretos, es dicetrasparente, serena: es la vida de un pueblerino admite, pero es una existencia en la que no falta algn relativo privilegio ni ocurre casi nada fuera de mi trabajo y de mi familia. Se trata, en efecto, de una vida atemperada, basada en la rutina de provincia y en lo previsible, en una comodidad muelle y sin sobresaltos, un modo como otro de mantenerse y un modo como otro de esperar la muerte que a todos, aventureros o sedentarios, nos llega. Es decir, que lo escueto de la vida parece haberse asumido como una espera irreparable. En 1974, el narrador tom la decisin de volver a su pueblo, tan lejano, tan distante, tan diferente, desde un Madrid vertiginoso y cosmopolita de grandes edificios y de vida moderna que le aturda y le atraa, desde un Madrid que debi abandonar precipitadamente por creerse posible y futura vctima de la represin franquista que se avecinaba. Por lo que dice, no parece que regresara despus a la capital en los veinte aos transcurridos desde aquella fecha, pero no renuncia a hacerlo, pues se trata de un viaje que le ha prometido a su esposa y que por hache o por be se ha ido
postergando una vez tras otra. Aunque no se queja de lo que ha sido su existencia (a la postre, la muerte a todos nos llega y acaba por liquidar las esperanzas ms vanas), aunque admite con un tono acomodaticio lo que le ha deparado el futuro, se pregunta a veces qu otra vida pudo haber llevado, si haba otros porvenires potenciales para alguien que opt por regresar a su lugar de nacimiento y de arraigo abandonando estudios y urbe. An hoy se pregunta, en efecto, qu habra sido de su persona si hubiera continuado cursando la carrera, si hubiera sabido mantener el secreto de la conspiracin en la que participaba y que l malbarat con su incontinencia, con su verbo fcil. La vida se le ha asentado y la existencia se le ha hecho previsible, cmoda, lo cual es un alivio. La provincia es su hbitat, el pueblo es su refugio, el trabajo administrativo de escribiente en la gestora le proporciona seguridad y un confort modesto en unos tiempos que son y siempre han sido difciles. La vida, en efecto, siempre es dura. Pero...haba otras existencias potenciales reservadas para l, otro destino diferente? Segn admite, siempre fue un tipo algo acobardado y precisamente por eso no ha querido ni quiere complicarse demasiado la vida, un devenir lleno de amenazas y de riesgos difciles de afrontar. Por eso, aunque se pregunte sobre ese curso potencial, sobre esa existencia distinta que no ha conocido, no echa en falta lo que no ha sido o lo que no ha ocurrido, aunque pudiera haber sido o pudiera haber ocurrido. Sobrevive con mansedumbre alimentando un recuerdo o una fantasa que l misma agranda, sin duda, un recuerdo o una fantasa que mejora y que agiganta probablemente; vive alimentndose de una reminiscencia antigua que le devuelve a la juventud que se fue, porque albergado en su memoria tiene un secreto que lo vivifica, que lo nutre, que le hace respirar en medio de su rutina confortable y sedentaria de provincias. Se refiere, claro, a ese Madrid noctmbulo y vertiginoso de los setenta que l conoci y que es su tesoro particular y que sus pai-
sanos ignoran; alude a ese Madrid en el que vislumbr milagrosamente desnuda y regia a una mujer de bandera. Pero...es se el nico secreto del que l fue depositario? La narracin se titula pomposamente El dueo del secreto, con el nfasis algo ridculo que provoca una irona evidente e involuntaria aadiramos; se titula as, en singular enftico, pero a decir verdad no hay uno solo, sino varios secretos. Hay ese secreto del Madrid cosmopolita y apresurado del tardofranquismo, de la carne entrevista y lasciva y apetitosa de una mujer de lujuria que a l no le perteneca, de la que l no era el dueo. Hay el secreto de Atalfo Ramiro Retamar, el hombre adulto y experimentado un John Silver de pacotilla? que lo gua, que le ensea, que lo adiestra en las artes del cosmopolitismo, del puticlub y de las whiskeras, el cicerone que lo lleva por el Madrid pecaminoso y aventurero, y que a la vez le revela el secreto poltico de su persona: Atalfo Ramiro Retamar dice pertenecer a la Federacin Anarquista Ibrica, dice ser el Secretario General de la FAI. Y luego, como colofn y como corolario de la historia, est el secreto de la conspiracin antifranquista: el golpe de Estado democrtico que se est urdiendo, en el que participa Atalfo y en el ingresar como simple grumete, como mecangrafo, el propio narrador. Aprovechando esos avatares y el detalle de esos arcanos, la novela describe ambientes y personajes de aquel tiempo, se demora en una Espaa de los setenta que es recreacin y que es anlisis involuntario, que es retrato y que es retoque retrospectivo, lo que el personaje recuerda de una poca remotsima y que ahora se nos presenta con nostalgia y con distancia. Los protagonistas de El dueo de secreto son una ciudad, cuatro personajes masculinos y dos femeninos. La ciudad es, por supuesto, Madrid, pero un Madrid que no tiene una sola vertiente, que no slo queda caracterizada por un nico rasgo. Hay, en primer trmino, el Madrid pobre y popular, de hambre y de privaciones, las que padeciera un estudiante de provin69
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cias sin posibles y albergado en una pensin menesterosa. Es la ciudad enorme, ajetreada, imponente, de grandes edificios como el de la Telefnica que aturden al joven pueblerino que los observa con vrtigo. Es la ciudad de los aprietos estudiantiles y de la soledad, con descripciones que recuerdan las propias de la tradicin picaresca y de la tradicin galdosiana, con hambre atrasada, con alucinaciones y con comilonas soadas al estilo de Carpanta, tan popular entonces. Hay el Madrid pecaminoso y cosmopolita, el Madrid cuya esttica vemos ahora antigua y lejansima, pero que entonces era rabiosamente moderna y singular, el Madrid que Atalfo le descubre al narrador. Es la ciudad de los clubes nocturnos con barras de acero inoxidable forradas de eskay, con prostitutas obsequiosas y mujeres descomunales y amenazadoras que calzaban zapatos de suela enorme, aquellas plataformas que las elevaban con peligro. Es la ciudad a la que llegan los whiskys de malta y en la que unos pocos disfrutan de alcoholes finos y manjares copiosos. Hablo tambin del cocido humeante que sirven en Lhardy, de las tapas de Jos Luis, de los combinados de Chicote, del Topics, de los helados y los refrescos ingeridos en las terrazas o en La Mallorquina, el clebre establecimiento de la Puerta del Sol. Hay el Madrid Villa y Corte, la capital poltica, la poblacin dominada por el gris de los funcionarios y de la polica, el Madrid de la ltima represin franquista en el que se agolpan estudiantes melenudos y patilludos de la Complutense que acuden a manifestaciones improvisadas, estudiantes pertrechados de marxismo y uniformados con pantalones ligera o abruptamente acampanados. Hay el Madrid asediado, resistente, el Madrid casi perdido de la guerra civil que aguant bajo la presin franquista y del que quedan huellas, unos pocos vestigios que Atalfo revela al narrador, los restos de un pasado popular y democrtico que el triunfo de la conspiracin ayudar a desenterrar. Y luego est el Madrid castizo y hortera, incluso para el propio narrador, de moqueta gastada, de trastos de formica y de mueble bar, con adornos esfor70
zadamente decorativos, con plstico e imitacin de madera. Esa localizacin variada y ese mundo de objetos pasados y ya anacrnicos se contienen en ciento cuarenta y ocho pginas y son el espacio real e imaginario, recordado, de su protagonista, de ese narrador que habla y habla sin parar para as revelar el secreto o los secretos que le acompaan desde los aos setenta. No recuerdo inspeccin histrica ms condensada, sinttica y documentada del Madrid de aquellas fechas. Los historiadores necesitan pginas y pginas, documentos y documentos, para detallar una ciudad, un tiempo y un avatar colectivo. En cambio, el relato dudoso de un pobre diablo nos da cuenta de las varias ciudades que se superponen y que se agolpan en el mismo recinto urbano, con sus personajes y sus edificios. Pero, adems, retiene lo fundamental de una poca tomando emblemas de entonces, smbolos ya perdidos o asimilados u olvidados, el repertorio material de un tiempo ya caduco, de osadas estticas y de materiales innobles. Y al hacerlo con ese tono pattico y risible, al emprender la reconstruccin un pobre diablo, le resta pica y nobleza y, por tanto, rebaja la peripecia colectiva. Franco muri en la cama, no hubo conspiracin democrtica que derribara la dictadura, tal vez porque todos crean en la solidez mineral del Rgimen y slo cuando el miedo empez a perderse, los contemporneos comprobaron la fragilidad de un sistema enfermo y pronto desaparecido. Pero si hubo miedo no fue slo el del narrador, tan apocado, tan retrado, sino que lo padecieron todos y gracias a esa prevencin y a la represin que todos temieron con razn, el dictador no fue abatido. El narrador y personaje tiene una serie de caractersticas, de hbitos de conducta y de propensiones, que vamos a ir descubriendo conforme nos relate su peripecia, o bien por que no las confiese abiertamente o bien porque logremos entreverla en sus palabras. Se trata, en efecto, de un estudiante pobre y miedoso, alguien que se ve desde siempre cobarde y taciturno, solitario y amedrentado, el ejemplo de
un estudiante de provincias pobretn, un pueblerino segn l mismo confiesa que sobrevive en aquel Madrid de entonces con trabajos precarios e imprevisibles y que se alimenta regularmente con bocadillos y con embutidos remitidos por su madre y excepcionalmente con los opparos manjares con que le obsequiar Atalfo. No le acaba de convencer del todo la rutina, la mansedumbre, de sus mayores y del mundo rural y pequeo del que procede, pero le asusta y le doblega el vrtigo de la vida de ciudad, la aventura de un Madrid universitario y urbano. Tiene incontinencia verbal y de la otra. Es decir, por un lado, no sabe guardar un secreto durante mucho tiempo, tal vez porque mantener silencio se convierte para l en un lastre, aquejado como est de una soledad dolorosa. Tantas horas de incomunicacin a las que est obligado por falta de relaciones y de arrojo le llevan a largar en cuanto puede, que es inmediatamente. Y tiene, como digo, incontinencia de vejiga, esas urgencias mingitorias que le vienen en los momentos ms delicados y que le abochornan, una mala pasada que le juega el destino. Cmo se puede ser hroe corajudo sin uno precisa mear a cada instante, justamente en los momentos en que se debe probar la fuerza, en que se debe mostrar decisin? Eso no lo digo yo, lo piensa el protagonista y narrador. Por esto y por otras razones, pues, el personaje no se considera demasiado, incluso se vive como un botarate y un farsante. Al no tener la autoestima bien asentada, se muestra en cuanto puede como un contemporizador y evita, por razones obvias, emprender aventuras sexuales comprometedoras. Es muy vergonzoso y le aqueja un vago remordimiento propio y heredado, una culpa de l y de sus mayores, un mal inespecfico que afronta como lo mejor que sabe. Teme defraudar, vive momentos de pasividad, de inactividad, y a cambio suele ser enrgico a destiempo, como es caracterstico de aquellos que tienen el alma sedentaria y prudente y asustadiza. Detesta la aventura y el misterio, si la aventura y el misterio
lo ponen en riesgo, y slo se consiente las quimeras bienintencionadas de un izquierdismo imaginario, pusilnime, elemental, un obrerismo nacido en Accin Catlica e influido por cristianos por el socialismo. Comparte tantas cosas con Lorencito... Su gran logro, esa conquista de los pobres de la que l se sirve, ese orgullo del que tantos se vanaglorian, es la mecanografa: gracias a las pulsaciones que alcanza con su Tippa Adler reluciente, bien engrasada, es por lo que pudo entrar en el ambiente de Atalfo. Pero su sueo autntico, aquel que le llev a Madrid en 1974, era ser periodista, y para eso justamente est en la capital, para cursar Ciencias de la Informacin, ttulo extrao algo enftico que no le gusta. Puesto que se cree dotado de imaginacin, incluso de imaginacin febril, lo que de verdad quiere hacer en la vida es estudiar periodismo, llegar a ser un periodista de raza, convertirse en un nuevo John Reed que atestige ante el mundo un devenir que cambiar el curso de la historia, un verdadero cronista atento a la noticia que salta. Pues eso es precisamente lo que hace al final de su estancia madrilea: estar atento a los indicios de una conspiracin, un hecho histrico definitivo que supona decisivo para acabar con el dictador, una conspiracin urdida por unos cuantos escogidos y que l, por imprudencia, har fracasar. Concede gran valor a la mirada. Como buen solitario que es y como ese periodista que aspira a ser, mira constantemente, aprecia, observa y cree distinguir lo que sus contemporneos no ven.
En aquellos das dice an me gustaba todo de Madrid, incluso lo que me asustaba, y me sumerga en los tneles y en lo vagones del metro con la disposicin aventurera y enrgica de un explorador.
Es decir, que su periplo errabundo por las calles o el suburbano de la capital es una suerte de aventura propiamente, una indagacin, un esfuerzo de la mirada. Se trazaba
itinerarios en lo desconocido con la ayuda de un mapa y mirando una por una todas las caras con las que me cruza-
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Por eso insiste en que sabe mirar, en que sabe otear el horizonte como un explorador y en que sabe adivinar las huellas de lo que est por venir: y lo que llega es la represin, el desastre, la rendicin. Lo que empez siendo una exploracin, lo que continu siendo una aventura, acab como un Trafalgar personal. Es as? Quiz sea todo menos heroico de lo que l mismo admite, quiz no sepa mirar y vea slo lo que quiere ver, lo que su imaginacin febril le hizo o le hace o le permite ver, en este caso un vulgarsimo lo de faldas que l no distingue y que confunde enfticamente con una premonicin de desastre colectivo, los vaticinios de una conspiracin fracasada. La memoria es dudosa, ya lo sabemos, y del relato del pasado y de la reminiscencia solemos hacer una historia coherente. Slo contamos con su versin, una versin que se demora durante dos dcadas y frente a la que no hay contraste posible. Atalfo ya muri tiempo atrs y nadie ms es convocado en este relato para confirmar o desmentir sus aseveraciones y juicios. Por eso, nosotros, los lectores, los historiadores que confrontaran su relato, debemos conformarnos con un nico testimonio: unus testis. Sin embargo, este relato vibrante y deplorable, algo ridculo y un peln pattico, es insuficiente y una vaga sospecha se le despierta al lector. O, por qu no, al historiador exigente que no confa en un solo testimonio. No acabamos de creernos la veracidad y la solidez de esta versin. Pero no porque el narrador mienta o porque tergiverse los hechos por doblez o autojustificacin, sino porque, por lo que cuenta, no sabe ver lo que a todas luces es evidente. l, que se cree un buen observador, que mira con detenimiento y cuidado lo que pasa, lo que acontece a su alrededor, est ciego ante unas circunstancias sospechosas. Es decir, que sera un psimo periodista, un testigo impresionable que rellena la realidad con sus fantasas involuntarias y con los engaos de los otros, de esos que lo deslumN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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bran y que le impide ver bien y llevar a cabo sus pesquisas. Intentemos explicarlo. El segundo gran personaje del relato es Atalfo Ramiro Retamar. Es decisivo, es la contraparte, es el gua y el ngel tutelar del jovencito de dieciocho aos. Jim Hawkins necesit un John Silver para aprender qu era la vida, la dureza de la vida, cmo desenvolverse eficazmente, cules eran los engaos que la existencia nos depara y cul la doblez de que son capaces algunos que se nos enfrentan. De su relacin ambivalente y del contacto arriesgado con el bucanero, el joven volvi con experiencia, ms astuto, menos infantil: haba tratado con un personaje inquietante, bueno y malo a la vez, estratega, cicerone de adolescente y urdidor de mentiras. Todo ello con un nico fin, el de hacerse con el tesoro o, en el peor de los casos, como as fue, salvar la vida con una dotacin aceptable. Atalfo es un adulto a cuyo conocimiento el narrador llegar por azar, por recomendacin, afanoso como estaba por hacerse con trabajos que le permitieran la subsistencia en Madrid. Y qu mejor que la mecanografa, esa competencia tcnica del menesteroso con aspiraciones? Atalfo es abogado, lleva una vida agitadsima, oscura, rumbosa, clandestina, una vida en la que se mezclan desenvoltura cosmopolita y manejos, urdimbres ms o menos secretas. A ese Atalfo llega el narrador, deslumbrado por el Madrid que le hace conocer, el pecaminoso, sobre todo. Pero esa vida de crpula de club nocturno, de whisky y francachela, de mujeres monumentales y de putas enamoradizas, de taxis por la Gran Va, no parece ser muy congruente admite el narrador con la existencia de casado ejemplar, con hijos y con bufete distinguido, y menos an con la condicin segn revelacin del propio Atalfo de dirigente mximo de la FAI. Cul es el verdadero Atalfo?, nos podramos preguntar. El narrador da la coherencia por supuesta, acepta lo congruente de esas vidas distintas y salva los roces entre una existencia y otra en un Atalfo que se nos antoja dudoso. De haber contradicciones, conclu-
ye, se deberan a la vida de secreto y de clandestinidad a que est abocado el conspirador. Si ests en el centro de una conspiracin, no pidas que tu vida privada y tus correras pblicas encajen sin conflicto. El club nocturno Azul no es slo un whiskera, no es slo un puticlub: es o puede ser segn colige el narrador el centro neurlgico de la conspiracin o, al menos, el refugio en el que se cobija el propio Atalfo cuando amenazan la represin y las pesquisas policiales. Atalfo es abogado, es segn confesin propia libertario, es dandy, lleva una doble vida clandestina, es noctmbulo, es moderno y desenvuelto, es maduro y elegante, es bebedor de malta y fumador de Winston. Pero lo que no parece advertir el narrador es algo mucho ms simple, la verdad ms trivial que, como la carta de Poe, de tan visible que resulta ser l mismo no ve: Atalfo es un adltero que se ve a escondidas, a hurtadillas, con una mujer de bandera cuyo desnudo pudo entrever nuestro relator. La novela trata de un secreto conspirativo, de acuerdo con el sentido que le da la memoria del narrador, pero si leemos el relato segn la clave del adulterio, los indicios evidentes del plan o de sus desmantelamiento no son nada obvios. Ms an, podemos preguntarnos: de verdad el narrador particip en una conspiracin? l no miente. Por tanto, no ponemos en duda lo que l cree, lo que nos revela: para l esos indicios son huellas indudables de ese plan y de su frustracin, porque los quiere ver as. Como tantas veces se ha dicho, no slo es cierto lo que es objetivamente cierto, universalmente incontrovertible, sino lo que creemos que lo es, al menos porque provoca efectos y consecuencias en nuestros actos. Tal vez algo parecido le sucede al narrador. Es decir, pudo muy bien no haber conspiracin en aquel Madrid del tardofranquismo, lleno de rumores intencionados y de expectativas de cambio, de ansiedad por la duracin del Rgimen. Rumores y patraas debieron de menudear y quimeras golpistas que la memoria y la oposicin derrotada agiganta-
ron en un Madrid que contemplaba la revolucin de los claveles y el fin del salazarismo portugus. Es posible que la conspiracin proclamada por Atalfo slo fuera una excusa e incluso una mentira urdida y rpidamente creda por un estudiante que, segn reconoce el propio narrador, es hambriento, solitario y algo luntico? Cuesta creer que un plan tan decisivo se ponga en conocimiento de un acobardado muchacho de provincias, dbil de carcter. O es directamente falso y muestra la credulidad del jovencito, o, si es cierto, prueba la fragilidad de aquella oposicin acotada y acorralada por el franquismo terminal. No sera el presunto golpe el modo de lograr por parte de Atalfo una mayor intimidad, entrega y colaboracin del muchacho para otros fines que el propio narrador desconoce? De esa manera pudo enredarle como tapadera verosmil para una meta que no estaba clara. Incluso pudo tenerle como correveidile para llevar a alguna amante vulgar cartas y billetitos que lea con dificultad y cuyo contenido el propio narrador ignoraba por completo, atribuyndolo fantasiosamente a las urgencias polticas en las que crea estar envuelto. Al margen de que hubiera o no esa conspiracin en la que el relator insiste, en cualquier caso se le tom como tonto til por parte de un adltero, de un crpula, de un calavera que emprenda correras sexuales y del que poco o nada ms sabemos. Esta interpretacin no queda avalada por el punto de vista del narrador, por supuesto, quien casi veinte aos despus no parece ver lo que estaba a la vista de todos: el adulterio de don Atalfo, el engao urdido contra una esposa que fue bella y ahora ajada y que, segn revela inocentemente el relator, en algn momento reprocha al abogado sus embustes, una esposa a la que hemos odo llorar con quejidos de animal, una esposa que le grita al marido: Mentira, mentira y nada ms que mentira y siempre mentira. Conspiracin? El secreto de una conspiracin? Podra ser, desde luego, pero lo que el narrador se obstina en no ver es cmo un marido engaa a
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EL ANTIFRANQUISMO IMAGINARIO
su mujer y lo encubre con bellas razones polticas. Periodista de raza? Tal vez nuestro narrador asisti a un melodrama sin saberlo, siendo testigo de un folletn, incluso de un sainete, mientras crea asistir a un gran drama en un solo acto. Si es as, lo pattico de la experiencia se agranda. Los otros dos personajes masculinos son comparsa y asistencia de la trama, interlocutores habituales u ocasionales del relator, amigos o conocidos de los que Muoz Molina se sirve para darle compaa y contrapunto al narrador. Son, en primer lugar, Ramonazo o Tovarich, en realidad Ramn Tovar, convecino del pueblo ahora en Madrid, y, en segundo trmino, otra persona ms de la que no se nos dice el nombre, pero al que se identifica tambin como paisano. Veamos al primero de ellos. Ramonazo procede del pueblo, en efecto, pero, adems, a juicio del narrador, se le ve encima su procedencia, lo basto que es, un mecnico que habiendo escapado de su localidad para probar fortuna en Madrid acabara logrando un trabajo dignsimo en la capital en una pista de coches de choque, y ello gracias a las influencias de Atalfo. En ocasiones, es indolente, incluso un poco vago y cuando est en paro se lo toma literalmente: no se mueve y as su cuerpo consume la menor cantidad de energa posible. En otras, por el contrario, es enrgico y mandn, mujeriego y lign: se sabe obrero y detesta el intelectualismo blando de los estudiantes. De hecho, profesa el maosmo de manera avasalladora, como una novia fantasmal que se echa en Madrid, una novia a la que nunca veremos u oiremos, y cuando roza la prosperidad (es decir, cuando se ve instalado en un porvenir fastuoso como propietario de su propia pista de coches de choque) sabe hacer coherente el colectivismo y la gerencia empresarial. El chivatazo o, al menos, el soplo que hace fracasar todo el plan de la conspiracin tiene en Ramonazo y en su novia su eslabn, pues es al primero al que confes el narrador el golpe de Estado que se avecinaba. Si el relator de esta historia se
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confiesa dbil de carcter, Ramn Tovar es todo lo contrario, la anttesis: aspira a triunfar, no parece apenado por ningn sentido de culpa, y con el paso del tiempo se desembarazar fcilmente de su maosmo acabando, aos despus, en un pueblo de Valencia como director gerente de una fbrica de zapatos. Ese carcter avasallador, incluso chabacano (ese macho con que inicia sus interpelaciones), se opone al del medroso narrador, al de un relator lleno de melindres y de contencin que, de puro miedo, regres a su pueblo para no salir nunca ms. El otro personaje masculino no tiene prcticamente papel en este relato, y slo es mero recurso, casualidad de la vida de la que se vale el narrador para obtener el puesto de mecangrafo con Atalfo. Es de su pueblo tambin y, como l, tiene dieciocho aos en 1974, es decir, nacido en 1956. No es amigo ni lo fue: simplemente coincidieron en el Instituto y despus en el Madrid de aquellas fechas. All estudia gracias a una beca-salario de que disfruta. Es silencioso y, a juicio del narrador, no se sabe muy bien si es altanero o distrado o, incluso, mal educado: en cualquier caso, y son palabras de nuestro protagonista, hace gala de una insoportable suficiencia. Estudia idiomas y con los aos lograr un puesto institucional importante: algo as como alto cargo en el servicio de traduccin simultnea del Parlamento europeo, aunque no podra precisar, apostilla el narrador. Aparece en el relato slo en dos ocasiones, pero es un guio evidente del autor, un dato irnico, incluso una parodia de sus personajes y de sus novelas. Ese carcter, ese individuo, no puede ser otro que el Manuel de El jinete polaco. Es decir, Manuel y el narrador coincidieron en Madrid, en efecto, en los aos finales del franquismo, cuando la dictadura se desmoronaba y cuando el enano mineral, el galpago eterno, segn palabras del narrador, haba iniciado su cuenta atrs. Hagamos una inferencia: si son paisanos, si ambos estuvieron en ese Madrid crepuscular, si ese personaje es efectivamente Manuel,
entonces el pueblo del que habla quien cuenta no puede ser sino Mgina, aun cuando nunca se nombre en esta novela. Para algunos, El jinete polaco sera algo as como la autobiografa ficticia de Muoz Molina; para otros, El dueo del secreto sera algo as como la ficcin autobiogrfica del escritor de beda. Ha habido lectores que han supuesto que el Manuel de El jinete polaco era un trasunto evidente del novelista, copia prcticamente literal, y ha habido otros que lo han identificado en el narrador de El dueo del secreto. Si aceptamos as sin ms ambas cosas y apreciamos esa parte de recreacin autobiogrfica en la que se insiste, entonces nos tropezamos con un dilema cmico y trivial: cul de los dos personajes se asemeja ms Muoz Molina, el Manuel de El jinete o el narrador de El dueo? Ms an: si uno y otro son recreaciones, cmo pudo hacerlos coincidir el escritor en la misma novela? Se trata de una broma, por supuesto, y de un gesto de complicidad con los lectores de El jinete polaco, pero se trata tambin del modo de operar propio de ese mundo posible que es una ficcin. En el mundo posible de las novelas, ya lo dijimos, conviven personajes inspirados en sujetos histricos, procedentes de la realidad externa, y personajes que son pura invencin. Las mujeres que aparecen en El dueo del secreto son varias, pero, para lo que aqu nos interesa, dos merecen destacarse. Una es la presunta amante de Atalfo, la mujer ms guapa que yo haya visto en mi vida, aade el narrador casi cuarentn, esa mujer a la que se le desprendi el cinturn que cea su bata, a la que pudo ver desnuda y radiante y de la que slo conserva recuerdo, vislumbre y memoria secreta. La otra es su antigua novia, la hija del gestor, y actual cnyuge, con la que ha hecho su vida de provincias. La primera es puta, trabaja en un club de alterne; la segunda es esposa y madre de sus hijos. La primera tena un halo de misterio y pareca ser portadora de un mundo interior inaccesible al narrador; la segunda forma parte de la rutina de cada da desde hace
ms de veinte aos. La primera, a la que iba destinada una carta de Atalfo, pareca leer con dificultad o, al menos, nunca sabremos qu ley en aquel billete que recibi; la segunda es la hija de quien le dio empleo, un tranquilo puesto de escribiente en la gestora, la segunda, en fin, es la que le ha permitido sobrevivir en medio del miedo y del secreto. Son estereotipos, desde luego, pero no porque el autor no haya sabido dotarlos de mayor hondura y perfiles, sino porque el narrador no ve ms all, porque de la primera slo conserva una imagen probablemente favorecida por el recuerdo y por el hambre sexual de entonces, y porque de la segunda slo ve la persona previsible que habita en su hogar, la novia, la esposa, la compaera que Dios le dio en aquella ermita hasta que la muerte los separe. No hay vida alternativa y, desde ese punto de vista, el pasado siempre es pretrito perfecto, acabado, simple. sa es la conclusin acomodaticia del narrador. No hay un ms all del pasado que pueda pensarse, una vida paralela o en curso que an pueda rehacerse o que todava perdure. Si se me permite decir as, sealara que nuestro narrador rechaza el pretrito imperfecto, ese curso de accin inacabado y que todava ejerce consecuencias en cada uno, en l mismo. Eso no obsta para que en ocasiones y con un punto de nostalgia se pregunte si lo que sucedi y no perdura pudo haber sido de otro modo, si pudo haber tenido una existencia diferente. La interrogacin es melanclica y, por eso, inmediatamente se corrige y se consuela. La vida quiz pudo ser de otro modo, quiz pude adoptar otro curso de accin, tal vez pude tomar otras decisiones, probablemente pude emprender otros actos. De haber hecho eso que no hice habra logrado evitar lo que hice mal, conquistando ahora s un pretrito verdaderamente perfecto, mejor, ese hecho ideal de la conspiracin antifranquista triunfante. Pero no vale la pena interrogarse cuando no lo puedo cambiar concluira, cuando es en s mismo un pasado acabado, perfecto, desde ese punto
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JUSTO SERNA
de vista temporal. Ms an, para qu incomodarse cuando uno alberga un tesoro al que accedi sin proponrselo, el secreto de aquel Madrid agitado y vertiginoso que l vivi y el secreto de aquella mujer cuya fantasa an le alimenta. Podemos tropezar con mayor prueba de mediocridad deliberada, de conformismo consciente? El narrador se ha adaptado perfectamente a la vida plueblerina y son palabras suyas y no le pide nada ms a la existencia de que goza, empleado en la gestora de su suegro. Tiene, pues, un trabajo regular, como el del escritor administrativo que cuenta la historia de Nada del otro mundo, un relato anterior de Muoz Molina. Ahora bien, el narrador de aquel cuento, ocupado como auxiliar de oficina, arrastraba un rencor sordo y padeca una derrota interior. A aquel escritor de xito provincial y moderado le acosaba el fantasma de la mediocridad. En cambio, el narrador de El dueo del secreto se acomoda y acepta el mundo tal y como le ha venido dado, un mundo que es resultado de un pasado perfecto justamente porque ya est acabado y sobre el que no pueden ni la voluntad ni las ganas ni la fantasa de rehacerse a s mismo. Le gusta o al menos eso dice la vida de provincia, como a Lorencito Quesada o al mancebo narrador de Los misterios de Madrid, esa misma vida tras la que se embosc Jacinto Solana en Beatus ille, esa que al Manuel de El jinete polaco le ahogaba, esa que al relator de Nada del otro mundo lo suma en una tristeza definitiva. Le gusta la vida como ha sido, porque esta que ha sido es la nica que se le ha concedido, o al menos eso cree. Entonces, para qu lamentarse, pues. No hay un pasado virtual, no hay existencias potenciales ni un curso que perdure, no hay un devenir distinto ni un porvenir que colme a este sedentario que tuvo una juventud acobardada y una madurez no menos apocada Si hemos de creer lo que se ha sostenido desde el principio en este ensayo, una conclusin como sa, la acomodacin mansa del narrador, contradice totalmente la tesis por la que se inclina Antonio
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Muoz Molina, esa esperanza retrospectiva que se da a s mismo reconstruyendo su autobiografa potencial, esa confianza que se da creyendo que son posibles futuros diversos. Quien habla en El dueo del secreto no es, desde luego, el escritor o, al menos, no lo es a cuerpo entero; quien relata es un narrador del que no sabemos su nombre y que parece ser la anttesis de lo que a Muoz Molina le ha sucedido o por lo que ha optado despus. Qu habra sido de mi vida si yo hubiera regresado derrotado a mi pueblo para no salir nunca ms? Qu habra sido de mi existencia si yo hubiera continuado con mi novia de entonces, a pesar de la rutina o del fro conyugal? Un narrador pasivo, sedentario y an acobardado responde sin culparse, aceptando con mansedumbre y con fatalidad lo que la vida le ha deparado, ese pretrito perfecto que contempla con melancola reparadora. Si yo fracas en medio de una peripecia colectiva, entonces mi ruina tiene algo de heroica, de conmocin nacional, de episodio nacional, propiamente. Para nosotros, sus lectores, el patetismo de la experiencia es, a esta alturas, indiscutible. El narrador de Nada del otro mundo haba conseguido escapar momentneamente de sus perseguidores alojndose en un hotel. Le bastaban unas pocas pertenencias para aguantar y sobrevivir, para enfrentar el acoso fantasmal de esos espectros que amenazaban con hacerle regresar. El hotel era el cobijo en el que l permaneca oculto. Ms all del texto, en ese espacio vaco que an no ha sucedido, nos formulbamos una pregunta. Batallar bravamente por un porvenir propio, incierto pero libre?, nos decamos. O se abandonar al acoso de sus propios fantasmas, regresando a la comodidad muelle de una autntica muerte civil? La interrogacin se la hacamos a un personaje en la Granada de 1986, justamente cuando ese mismo protagonista vea regresar con pavor un pretrito en curso, un pretrito imperfecto, lo que l crea que era un pasado acabado, de 1976. La respuesta quedaba pendiente: es un ms all al que nunca accederemos
como lectores al dejarlo el narrador en estado latente. Esa misma pregunta podra plantearse ahora al narrador de El dueo del secreto. En este caso, se la haramos a un personaje de 1993 que rememora un pretrito perfecto, tambin concluido, de 1974. Ahora, sin embargo, la respuesta no queda en suspenso. No hay un ms all virtual alojado en el pasado ni hay un estado potencial que d esperanza al porvenir que aguarda el narrador. l ha elegido ya: regres a su pueblo y renunci a todo eso, a las promesas de una vida de vrtigo. Era muy duro ser un tipo corajudo todo el tiempo y hasta los individuos simpticamente desastrosos precisan sentar cabeza. Pero...era necesario que, con motivo de la presunta conspiracin abortada, el narrador se reformase hasta ese punto y dejase de meterse en poltica hasta hacer de s mismo una persona mansa, reintegrada, sin un rescoldo de rebelda o sin un pice de irona? Parece una derrota, francamente. n
Obras citadas de Antonio Moz Molina
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Obras de consulta
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ENSAYO
on los elogios admisibles en una crtica? A estas alturas, tal pregunta puede parecer banal. Todo depende del grado del elogio. Si una crtica es inteligente difcilmente incurrir en la coba o la adulacin. Creo que soy un lector agradecido y entusiasta, y en el mejor de los casos, supongo que puedo exagerar ese entusiasmo al redactar una resea, una crtica. Por el contrario, detesto el papeln de crtico feroz, siempre dispuesto a machacar, crucificar o triturar a sus vctimas. Un grado mezquino de este tipo de crticos es el crticoperdonavidas, mucho dardito satrico para los novatos y botafumeiro a toda vela para los divos o santones intocables o venerables. Queda sitio para la crtica ecunime o coherente? El lector lo dir. El joven Savater, reseista hueso, sola proclamar como Hotspur: vivimos para pisotear la cabeza de los reyes. Parafraseando a cierto escritor britano, podramos simular ser Hotspur un minuto: como escritor Savater domina todo excepto el lenguaje, como novelista es capaz de todo excepto de contar una historia, y como filsofo puede hacer todo excepto alumbrar la razn. Es esto hablando en serio hacer crtica o ms bien pavonear un ingenio cido y decadente? Hacer crtica de Savater, leer a Savater, sigue siendo un placer inmenso al cabo de tres decenios siguiendo sus pginas. Sus memorias Mira por dnde describen su infancia como lector absoluto su
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pasin por Stevenson y sus pinitos como escritor precoz o ensayista fogoso, hasta hoy mismo, como escritor y ciudadano ejemplar. Creo que aqu reside el quid crtico del Savater autntico. La combinacin feliz de placer y valor. Sin valor es estril la sabidura, nos dice Gracin. Leer es un placer de dioses, pero escribir exige o requiere una alta dosis de valor o coraje dialctico. La infancia recuperada (1976) es el canon savateriano del placer de leer. Pero sus ensayos primerizos son buenos ejemplos de caonazos contra los estertores de la dictadura franquista. Recuerdo con cierta nostalgia su ensayo sobre Nietzsche. Su valor de escribir en estado de ebriedad ensaystica. Nietzsche y Cioran reflejan dos modos de pensar o aforizar la realidad, acaso simultnea, en el Savater adolescente o eternamente jovial. Su pasin por el derby y los hipdromos no es sino el espejo de su filosofa personal ms visceral. La vida como competencia feroz o test permanente de la vala real de cada criatura viviente. El derby stevensoniano y nietzscheano. El valor de elegir es el ttulo certero de su ltimo ensayo. Elegir bien en el amor, en la amistad, en los libros, en los placeres cotidianos comer, ir al cine, beber, hacer apuestas en el hipdromo, elegir bien en poltica, escribir artculos rebosantes de humor y algn coraje.
Embustes de madrugada
cielo, es menester robarla, en el sentido de des-velar las trampas de la realidad) y la aventura tica primordial. No hay verdades absolutas, pero no hay sombra de persona donde no hay cierto grado de veracidad. En ese sentido, el dilogo entre amigos entre personas se basa en ese grado mnimo de veracidad recproca. Igual me paso de ingenuo, pero no me importa. En ese captulo antedicho, Savater convertido en Casanova noctmbulo en Madrid logra una pgina memorable, digna del Descartes autobiogrfico del Discurso:
No s por qu se me desarroll la costumbre de contarle al taxista de turno alguna historia fantstica sobre los motivos de ese paseo madrugador: si llevaba mi cartera sola ser un mdico... en otras ocasiones fui un periodista... y hasta un sacerdote que acuda con los santos leos a la cabecera de un moribundo.
Son dos leitmotiv de Savater. Su abuelo madrileo le conmin en su lecho de muerte: Que nadie te haga nunca callar! Y frente a ese consejo tan poco sensato, surge la eterna pregunta de su madre, cada vez que Fernando se meta en problemas al final del franquismo: Por qu t? En la famosa Carta a mi madre, publicada en CLAVES DE RAZN PRCTICA, y convertida en captulo III, Lo que te debo, de sus memorias, nos dice: nunca me desalentabas. Su madre fue siempre su rival imbatible a la hora de discutir. Todas las batallas dialcticas posteriores le parecan sosas.
La impostura literaria o el nfasis
Para rematar:
Pues bien, mientras improvisaba tales ficciones tena tan escasa conciencia de mentir como el novelista en su mesa de trabajo.
Quiz el mejor captulo de sus memorias sea el titulado El origen de la mentira. Stendhal sostena que si menta se aburra mortalmente. Contar la verdad vendra a ser simultneamente el juego primordial (no en vano Machado dijo que tambin la verdad se inventa y Heidegger que la verdad no llueve del
Savater acota con humor el recio dilema entre verdad ntima y verdad expresada. Es como la nocin de tiempo para san Agustn. Hay cosas que reinan en el fuero interno y que al salir de labios afuera se echan a perder. La verdad puede, a veces, ser tan inverosmil que pide a gritos ser coherente con la circunstancia, es decir, ser inventada o novelada. Resulta cmico imaginar al padre Savater o al doctor Savater llevando los santos leos o el frmaco milagroso a una mori-
Sera estpido por mi parte descubrir que Savater es un maravilloso escritor. En su reciente ensayo El valor de elegir hay una buena prueba de su ojo crtico a la hora de atrapar la impostura intelectual o literaria. El captulo XII Elegir lo contingente comienza as: Los humanos estamos enfermos de nfasis. Se trata de un anlisis de gran brillantez de la larga convalecencia dogmtica diagnosticada por Kant y su dieciochesca invitacin a despertar del sueo dogmtico. En alemn sueo es trauma, de modo que Freud era un nieto de Kant empeado en curarnos del sueo de la infancia o trauma edpico. El nfasis delata la entronizacin de lo contingente, hace una montaa de un grano de arena, nos ahoga en un vaso de agua. Nos pasamos la vida magnificando o desquiciando la justa proporcin o razn de las cosas ms importantes.
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La perspectiva cncava
Parafraseando a Gracin, podemos decir: en la voz gigantes y en la idea enanos. Savater hace diana absoluta en la pgina 180:
El nfasis distorsiona por exceso de intensidad: anula las proporciones, desvirta la escala humana como los espejos en las barracas de feria... Lo antes familiar se agiganta para esclavizarnos.
La pgina no tiene desperdicio. Se dice siempre que la memoria es traicionera, pero lo que est en juego tal vez es la perspectiva mltiple y traicionera del tiempo mismo en el que vamos inmersos. En francs se llama mise en cadre al talento para componer un cuadro, cmo encajar cada detalle en el conjunto. Tengo la impresin de que Savater describe ah una suerte de Primores de lo efmero, en el sentido de las cosas menudas que llenan una vida. El entusiasmo crtico ante la tica y esttica de lo contingente, y acaso ante lo imponderable. Nos pasamos la vida otorgando significado sublime a las cosas triviales. Enfocando violentamente la perspectiva concreta. Y nos pasamos media vida corrigiendo o rectificando a destiempo. Feliz es aquel que vive un minuto presente en toda su modesta plenitud. Quiz estamos enfermos de mesianismo cronolgico. Esperando siempre coronar la cima del Tiempo Absoluto. Y eso es un camelo, claro. Nuestra vida es todo lo contrario, tiempo dosificado paso a paso, latido tras latido, ilusin y decepcin, da y noche.
La distorsin histrica como camelo
Fernando Savater
La Inquisicin ha vuelto al mundo camuflada en el siglo XX de Estado totalitario. Los jacobinos dieron en la diana al llamarlo Salud Pblica, pero la experiencia histrica demuestra todo lo contrario: el sueo de la Razn Pblica produce Monstruos polticos. Vase hoy lo que sucede en el Pas Vasco. El PNV y la Iglesia vasca hacen la vista gorda ante el millar de vctimas de ETA o ante el xodo de doscientas mil personas hacia el sur del Ebro. No es eso una evidencia monstruosa de la auN 139 CLAVES DE RAZN PRCTICA
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Cree alguien sensato que es plato de gusto vivir con la mosca etarra en la oreja? Con la bala en la sien. As vive y lee y escribe Savater. Unamuno se exili en Bayona con Primo de Rivera. A Savater ni se le ha ocurrido exiliarse a Pars u otro lugar idlico de Europa. Pongamos Londres; as tendra el derby de Epsom ms a mano. Su liderazgo de opinin frente al imperio nacionalista del PNV, la versin siniestra del nacional-catolicismo vasco, aliada con el terrorismo etarra, ha alcanzado en su caso, en su propio pellejo, cotas de herosmo cvico o pico difciles de igualar. Savater tiene claro que hay opciones polticas que salen gratis porque no tienen el menor riesgo; por ejemplo, a nadie le pegan un tiro por manifestarse contra la guerra de Irak o contra el chapapote de Galicia, y por el contrario, el riesgo es real si uno se manifiesta en el Pas Vasco contra la alianza mafiosa del PNV y ETA. Todo esto parece bastante claro y sin embargo la intoxicacin meditica es de tal rango que se procura por todos los medios que sea el colmo de la confusin. Sera ingenuo confiar a estas alturas en tal peridico o tal telediario para burlar la intoxicacin informativa o electoralismo letal. Acaso Savater es un pontfice infalible? Desde luego que no. Pero dganme: qu otros caballos de la
dialctica pblica espaola pueden competir con Savater? A mi modo de ver, a un ciudadano sensato no le queda otra opcin que leer a Savater, escriba en la gaceta que escriba, porque hora es de decir que es el buen escritor el que honra al peridico inocuo o de sinuosa ideologa y casi todos pecan antes o despus de esa lacra reaccionaria y no al revs.
La izquierda pompier
En una reciente resea de la revista Archipilago, Fernando Savater se pregunta con obvia pertinencia: hay un uso reaccionario del pensamiento de izquierda? El master en fascismo lo obtuvimos con la dictadura, pero nadie nos alert sobre la falacia del caciquismo autonmico Pujol, Arzallus, Fraga, Bono, Chaves o sobre el fascismo de izquierdas latente en el felipismo. La Constitucin es muy maja, pero la experiencia histrica nos dice que tales extravos han sido y son posibles. Se puede poner coto o lmite al imperio caciquil de los Franquitos autonmicos? Es posible la regeneracin real de los partidos de izquierda? El valor de elegir incluye el arrojo a la hora de elegir el rumbo poltico.
Montaigne o el libertino sobrio
admite la broma. Montaigne es como un Baudelaire renacentista, un genial ensayista literario. Quiz acaso su nica pega hoy nos resulta demasiado latosa su erudicin de latinajos. Pero escribe un francs de tan recio desparpajo! Por cierto, Montaigne nunca cita un verso de Marcial, digno del Aretino, sobre las desdichas que esperan a quienes son alrgicos al sexo femenino (si cunnus fuerit res peregrina tibi). Montaigne gasta una estupenda guasa sobre la extrema vecindad de delices et ordures en nuestra pecadora anatoma. Savater se lo sabe par coeur y nos debe un buen libro sobre Montaigne acaso su obra maestra de senectud, pero en este libro va un sabroso aperitivo pg. 127-128, sobre el arte de la templanza insensata de los puritanos, o dicho de otro modo, perseguir la sobria ebriedad de Sneca. Qu monstruoso animal es el que se causa horror a s mismo... aquel al que sus placeres manchan!. Al parecer, tambin hace falta valor para gozar, el valor de folgar sin faltar a la dignidad sexual, ahora que todo el monte parece organo en tal materia. Montaigne es el humanista libertino, una forma de conciliar el lado animal humano y la dignidad o elegancia intelectual. Tambin la sensatez tiene excesos, nos dice. Acaso el arte supremo es dar a cada cosa su tiempo, su sitio, su ocasin, su lugar. En este sentido, Pascal viene a ser un Montaigne puritano, no s si decir un Montaigne degenerado. Diderot retorna al Montaigne libertino y Baudelaire es un Pascal con la prosa de Montaigne, si vale tal engendro. Savater pertenece a esa saga del gran savoir vivre francs, que incluye cmo no saber leer y saber escribir. Se dice que hoy Francia est en horas bajas; quiz no han mirado bien hacia el Sur para descubrir en la ciudad ms francesa de Espaa San Sebastin a un magnfico heredero de esa saga, un hbrido de Montaigne, Voltaire y Cioran. n
Las pginas savaterianas (El valor de elegir) sobre el placer segn Montaigne son excelentes. Montaigne es un genio del arte de vivir, un filsofo de la vida diaria. Descartes es ms cartesiano, si se me
CRIMINOLOGA
ENCARCELAR EL PROBLEMA
EMILIO MONTESERN l igual que con la poltica econmica de dficit cero, reflejada en otros campos con discrepancia cero, el Gobierno del PP emprendi durante la ltima mitad de la legislatura 2000-2004 la lucha contra la delincuencia con una poltica de tolerancia cero. Su referente fue EE UU y la justificacin la encontr en la necesidad de actuar contra la inseguridad ciudadana, concepto tan subjetivo como manipulable. El barmetro del Centro de Investigaciones Sociolgicas (CIS) de octubre de 2002, entre los problemas que ms preocupan a la poblacin, situ la inseguridad ciudadana en tercer lugar despus del paro y del terrorismo, percibido as por el 23% de los ciudadanos. Y el CIS de septiembre de 2003 volvi a situarlo en tercer lugar, considerado as por el 27% de los encuestados. Es cierto que la tasa delictiva ha aumentado en los ltimos aos, pero no alcanzamos los niveles de pases de nuestro entorno. Sin embargo, s sufrimos otras inseguridades como la vial (muertes en carretera) y laboral (muertes en el trabajo) que nos debieran preocupar mucho ms, pues alcanzamos niveles muy por encima de la media europea. La poltica delictiva se ha vuelto una obsesin por cambiar leyes y endurecerlas; el cdigo penal se ha convertido en mera contingencia. Y en estos momentos corresponda llevar a cabo la reforma de una serie de artculos del Cdigo de la democracia de 1995, que fue aprobado por todas las fuerzas po-
Que consiste, por un lado, en que todos los penados a ms de cinco aos no podrn ser clasificados en tercer grado hasta que no hayan cumplido la mitad de la condena (periodo de seguridad). Por otro, tambin es necesario para alcanzar ese grado de tratamiento, paso previo para obtener la libertad condicional, haber satisfecho la responsabilidad civil derivada del delito. Esta reforma que con dudosa constitucionalidad se ha comenzado a aplicar de forma retroactiva, constituye a mi juicio una medida de gran calado social porque elimina aspectos bsicos de nuestro progresista sistema penitenciario que orgullosamente exhibamos ante otros pases, sobre todo latinoamericanos, y que algunos tomaron como paradigma para renovar sus sistemas. Lo quiebra porque considera el tercer grado o rgimen de semilibertad como una gracia o beneficio penitenciario y no una forma de ejecucin de la pena privativa de libertad a la que tiene dere1 Ley Orgnica 7/2003 de 30 de junio, de medidas de reforma para el cumplimiento ntegro de las penas. Ley Orgnica 11/2003 de 29 de septiembre, de medidas concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia domstica e integracin social de los extranjeros. Ley Orgnica 13/2003 de 24 de octubre, de reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal en materia de prisin provisional. En estas leyes se recogen las reformas ms importantes del cdigo penal realizadas hasta ahora en esta materia.
cho todo aquel que se encuentra capacitado para ello, como expresamente seala la normativa actual. Y porque una mayora de los penados en prisin se ven afectados por estas reformas y son personas carenciales e insolventes. Cmo podrn reparar el dao causado si no se les facilita trabajo remunerado en prisin y no se les permite salir a la calle? Reconocer y reparar los males producidos parece una medida justa y un buen comienzo para el arrepentimiento y la reinsercin. Muchos internos afirman estar dispuestos a hacerlo, pero necesitan facilidades o posibilidades para poder llevarlo a cabo. Por ejemplo, salidas condicionadas a satisfacer esa responsabilidad mediante una cuota mensual de sus ingresos.
La comisin de cuatro faltas constituye un delito y la reincidencia se convierte en circunstancia agravante de la pena
Estas dos enmiendas al actual Cdigo afectan a uno de los principios bsicos del Derecho Penal en un Estado de derecho, el principio de intervencin mnima, que persigue solucionar los problemas menores no de una manera drstica y expeditiva como resulta la prisin, sino con sanciones de multa, reparacin del dao o realizando trabajos comunitarios. Porque considera que los autores de estos conflictos menores en su mayora pertenecen a colectivos marginales, carenciales, etctera, que lo que realmente necesitan son medidas sociales de promocin y ayudas para alcanzar oportu-
Y los beneficios penitenciarios quedan prcticamente anulados al ser aplicados a la totalidad de la pena y no a la resultante mxima a cumplir. Este incremento afecta sobre todo a los terroristas, y a mi juicio, confunde a la opinin pblica cuando se resalta la excarcelacin de algunos condenados a decenas de aos por el cdigo penal derogado, que, con la aplicacin de redencin de penas por el trabajo, slo cumplan, por ejemplo, 18. Pero no se dice que esa reduccin de pena fue suprimida al entrar en vigor el Cdigo penal vigente desde el 25 de mayo de 1996. Por lo que cumpliran de manera efectiva 30 aos, tiempo y castigo ms que suficiente para intimidar, modificar conductas o quebrar voluntades. La experiencia no indica que a ms castigo mayor eficacia. Con el sistema actual estamos venciendo al terrorismo: por qu cambiar?
Los inmigrantes ilegales que delincan sern expulsados
De forma inmediata, los condenados hasta seis aos; y en penas mayores, una vez cumplidas las tres cuartas partes de la condena o fuesen clasificados en tercer grado de tratamiento. Medida que, en mi opinin, no va a resultar eficaz, porque la mayora de los extranjeros que delinquen lo hacen transportando droga. Empujados por la pobreza que sufren en su pas volvern a intentarlo; si les sale bien se quedan, si no, les devuelven gratis
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a su pas. Estas reformas, as como incrementar la prisin provisional, suprimir la pena de arresto fin de semana, etctera, indudablemente suscitan gran preocupacin entre los internos, bastantes sectores jurdicos, numerosos colectivos sociales que trabajan en la prevencin de la marginacin social y la delincuencia y entre los que nos dedicamos al tratamiento del delincuente. Porque instaura la cadena perpetua de hecho y resta facultad a los profesionales penitenciarios y jueces de vigilancia a los que la legislacin actual les permite ejercer en funcin de un tratamiento individualizado y orientado a la reinsercin social como seala la Constitucin. Porque se van a frustrar las expectativas sociales esperanzadoras que venamos manteniendo y se producir ms hacinamiento y conflicto. Ya ocupamos el tercer lugar en la tasa de poblacin reclusa de la Unin Europea (117 presos/100. 000 habitantes), dato que contrasta con la tasa delictiva registrada (44,7 delitos/1.000 habitantes) muy por debajo de la media de la UE (67 delitos/1.000 habitantes)2. Lo cual indica la tendencia abusiva a solucionar los problemas con las penas de prisin, a pesar de contar con bastantes medidas alternativas
2 Instituto de Estudios de Seguridad y Polica, en diario El Pas 15-10-2002, pg. 26. Sobre poblacin reclusa en general y extranjera, vase Informe General 2000, pg. 15 y sigs. Direccin General de Instituciones Penitenciarias. Ministerio del Interior, Madrid
como suspensin y sustitucin de la pena, arrestos fin de semana, trabajos comunitarios, o referente al delincuente funcional por drogodependencia que, merecedor de un menor reproche social, segn seala el Tribunal Supremo (20-42000), debera cumplir su pena en un centro de rehabilitacin. En mi opinin, tomamos un rumbo equivocado porque construir muros y encarcelar a ms ciudadanos no significa resolver o disminuir el problema de la delincuencia. Equivale a disponerse a transitar por un camino emprendido hace dcadas por EE UU en cuyo paradigma nos miramos para casi todo. Sin embargo, los resultados no deberan invitar precisamente a su seguimiento, sino a la reflexin. Con dos millones de personas en la crcel, la cadena perpetua y la aplicacin de la pena de muerte, Estados Unidos contina siendo una de las sociedades ms conflictivas y violentas del mundo: por qu? La historia de la lucha contra el delito tiene un marcado carcter represivo. En nuestro pas, a partir de la Constitucin de 1978 e inspirndonos en las teoras que conforman la nueva doctrina sobre el tratamiento del delincuente, nos dotamos de la Ley Orgnica General Penitenciaria (LOGP) que, aprobada en 1979 por consenso de todas las fuerzas polticas, considera al preso como un ciudadano que, aunque privado de libertad, conserva
todos los dems derechos fundamentales3. Entre ellos, el derecho a que la Administracin le facilite la reinsercin a la sociedad. Para ello, en estos casi 25 aos de andadura, se han producido considerables avances4. Una mayor atencin a las carencias de los internos, como la educacin, la salud, la formacin laboral o su problemtica especfica (drogodependencias, etctera) que, aunque la mayora de las veces se convierten en medidas paliativas, sirven al menos para humanizar el encarcelamiento, aumentar la autoestima y devolverles la confianza en la sociedad que experimentarn en salidas de permiso, en tercer grado, en libertad condicional y en la ayuda generosa que les prestan los colectivos sociales que trabajan para lograr su normalizacin social. Fruto de esta experiencia, y con el fin de avanzar y profundizar en el tratamiento resocializador de las personas presas, se aprob un nuevo reglamento penitenciario (Real Decreto de 9-2-1996) que modificaba el anterior y se justificaba por la necesidad de desarrollar: a) Una concepcin del
art. 3 seala que los internos podrn ejercer los derechos e intereses jurdicos no afectados por la condena: Derechos civiles, polticos, sociales, econmicos y culturales. Aqu se refleja que esta ley tiene un espritu ms restrictivo que privativo de libertad. Otra cosa es la prctica. 4 Montesern, E. (2001), Veinte aos de Ley Penitenciaria, en CLAVES RAZN PRCTICA (Madrid), nm. 110, marzo 2001, pgs. 36-45. All se exponen los avances penitenciarios ms importantes que a juicio del autor se han producido, as como las numerosas deficiencias que se aprecian.
tratamiento ms acorde con los planteamientos actuales de las ciencias de la conducta; b) Potenciacin y diversificacin de la oferta de actividades que dinamicen la vida de los centros y se conviertan en verdaderos programas dirigidos a la resocializacin de los internos, y c) una mayor apertura de las prisiones a la sociedad, consistente no slo en los permisos de salida, rgimen abierto, tratamiento extrapenitenciario y comunicaciones especiales, sino tambin en favorecer decididamente la colaboracin de entidades pblicas y privadas dedicadas a la asistencia de los reclusos5. Todo esto se ir al traste con las reformas introducidas. Porque, por una parte, aumentar el hacinamiento y disminuir la oferta de actividades, de tal modo que la principal y nica prioridad de los directores de los centros se convertir en garantizar el orden y disciplina de los internos en vez de la realizacin de los programas de tratamiento. Por otra, si actualmente la ratio profesional/interno en esta rea se encuentra: jurista/300 internos, psiclogo/250 internos, educador/125 internos, trabajador social /130 internos, etctera, ineludiblemente sta se ver muy aumentada, porque los presupuestos no se destinarn a dotarse de ms especialistas sino a la construccin de ms prisiones y ms funcionarios de seguridad. El conjunto de las actividades y
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programas que actualmente bien o mal se realizan constituyen lo que penitenciariamente se denomina seguridad dinmica, frente a la seguridad esttica caracterizada por una fuerte vigilancia externa y un frreo control interno en el movimiento de los reclusos, considerando el orden y la disciplina como un fin en s mismo y no un medio al servicio del tratamiento. Esta seguridad esttica con resultantes de violencia, conflictividad, regmenes cerrados, evasiones, suicidios, etctera, lamentablemente volver a recuperar terreno en detrimento de la dinamizacin y humanizacin de la vida de la prisin. Pero los responsables polticos parecen determinados a plantear la lucha contra la delincuencia en trminos blicos; la otra guerra, barrer las calles. Suena todo a dureza y simpleza, sin ms consideracin que la represin y el castigo: encarcelar el problema. Sin embargo, criminlogos y especialistas coinciden en afirmar que el fenmeno delictivo resulta extraordinariamente complejo y necesita ser abordado desde diferentes aspectos. De lo contrario, combatiremos los sntomas sin conocer las causas y actuar sobre ellas. Veamos algunas. Inmigracin-delincuencia Actualmente se est sealando al colectivo de inmigrantes como un factor desestabilizador y causante del incremento de la delincuencia en nuestro pas. Y es posible que lo sea en cierta clase de delitos, sobre todo violentos. Es cierto que en los ltimos aos viene aumentando considerablemente el nmero de personas extranjeras en prisin. Se ha pasado de un 17% en 1996 al 22% actual. Pero es necesario analizar este problema con mayor atencin y rigor, porque el examen de su actuacin delictiva pone de manifiesto varias circunstancias que, a mi entender, siendo jurdica y penalmente responsables los delincuentes
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no lo seran tanto socialmente considerados: a) En primer lugar, hay que tener en cuenta que los sistemas de control social (policial) actan rigurosa y selectivamente sobre este colectivo sospechoso, por lo que se producen numerosas detenciones que engrosan grandes estadsticas y luego en su gran mayora no se traduce en procesamiento y condena. En otros muchos casos, su delito o falta consiste en no tener papeles o falsificarlos para legalizar su estancia en Espaa; b) Casi todos realizan la accin delictiva de trfico de drogas, inicindola en su pas, donde radica su etiologa, y finalizndola en los aeropuertos espaoles; c) Casi todos delinquen por primera y nica vez; d) Casi todos proceden de pases pobres, frica (Marruecos, Argelia) e Iberoamrica (Colombia y otros); e) Un grupo bastante numeroso ponen en riesgo su vida transportando la cocana en el intestino (boleros); f ) Varias ONG acogen con gran satisfaccin y ayudan a reinsertarse en nuestra sociedad a muchas de estas personas porque no les suelen fallar. Sinceramente, creemos que con este perfil existen muy pocos argumentos slidos para considerarles ciudadanos reprobables y rechazables, en vez de personas empujadas a delinquir por la situacin de miseria que sufren en su pas. Delincuentes econmicos que con el reclamo de obtener unos dlares parten en busca de mejor vida an con alta probabilidad de perderla o finalizar su viaje en la crcel. En cuanto a ese pequeo grupo de extranjeros, al parecer causante del aumento de homicidios en Madrid y otras ciudades, nada tiene que ver con estos otros que podemos definir delincuentes por pobreza6. Los
autores de atracos a joyeras, ajuste de cuentas, sicarios, etctera, pertenecen a grupos organizados de carcter mafioso. Se sabe que en la costa sureste peninsular operan numerosas organizaciones delictivas de este tipo, algunas de las cuales blanquearan supuestamente su dinero en la empresa tabaquera norteamericana Reynolds, como ha denunciado la Unin Europea. Pero esta variante del fenmeno social delictivo nos sita en otra dimensin del problema que debe ser considerado de manera especfica y probablemente necesite ser perseguido con ms polica especializada y con mayor castigo. Por lo tanto, mirar a dos o tres rboles no debe impedirnos observar el bosque, que siempre nos presenta diferentes colores. Drogas-delincuencia Binomio muy trado y muy llevado respecto al cual se suele decir que el 80% de los delitos estn relacionados con la droga. Puede ser cierto, porque, por una parte, alrededor del 65% de delincuentes en prisin tienen problemas de drogodependencia, y por otra, casi todo el colectivo de reclusos extranjeros, como hemos sealado, est condenado por trfico de estupefacientes. Pero, a mi juicio, estas afirmaciones de que droga equivale a delincuencia necesitan un poco ms de aclaracin. Ya que no todo drogadicto es delincuente pero casi todo delincuente es drogadicto. Es decir, considero que en el origen de la mayora de estas conductas delictivas no se encuentra la droga sino una situacin carencial que en un proceso de socializacin deficiente necesitan incorporar estimulantes con el fin de paliar su malestar. Una vez adquirida la drogodependencia, su personalidad se
de las clases bajas, que con una poltica ultracapitalista pretende responder as a los problemas sociales, y otros pases comienzan a imitarle.
desestructura, sus problemas se multiplican y su inmediata necesidad pasa por la urgente consecucin de su dosis diaria de la forma que sea, casi siempre robando o traficando al menudeo. As pues, si se roba por o para la droga (50% de los condenados, ms el 30% condenados por traficar con ella), ya tenemos ese 80% de delincuentes relacionados con la droga7, que, tanto en unos como en otros resalta un perfil carencial. Otras adicciones-delincuencia Adems de las drogas ilegales existen otras no penalizadas causantes tambin de abundante conflicto social. Por eso, es necesario centrar la atencin en otro tipo de patologas sociales o precursores del delito que generan las sociedades desarrolladas de hoy. Vivimos envueltos en adicciones: al alcohol, al juego, al sexo, a Internet, al telfono mvil, a la velocidad, al ftbol, al trabajo, etctera, que se sobrellevan con una vida ms o menos normalizada. Hasta que, llegados a un punto, cualquier detonante resquebraja, rompe la convivencia y salta el conflicto. La delincuencia siempre estuvo asociada con el alcohol, el juego y el sexo. Tener un problema de alcoholismo, ludopata u obsesin por el sexo constituyen factores muchas veces suficientes para emprender un camino de desviacin y delincuencia. Hoy estos factores se han intensificado y aparecen otros caractersticos de una sociedad extremadamente competitiva en la que predomina el xito por encima de todo y en la que se vive anhelando la notoriedad: Vale ms ser malo que no ser nada. Esta sociedad exageradamente consumista nos estimula a que para ser hay que tener, cosas y sobre todo dinero; y si esto no se obtiene por medios legales, se utilizan los ilegales. Hace ms
6 Wacquant L. (1999). Las Crceles de la Miseria, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 2000. El autor nos expone cmo en EE UU. se encarcela cada vez ms gente
7Informe
EMILIO MONTESERN
de medio siglo sealaba R. Merton (1949) con referencia a la sociedad norteamericana que el factor ms importante que origina conductas delictivas radicaba en la falta de correspondencia entre metas culturalmente inducidas y medios socialmente estructurados8. Es decir, nuestras sociedades se caracterizan por la exaltacin de metas y la restriccin de medios para lograrlas. Violencia-delincuencia Cada vez vivimos ms sumer-
Merton, R. (1949). Teora y estructura sociales, Fondo de Cultura Econmica, Mxico 1964, pgs. 130 y sigs. El autor consideraba que haba cinco modos de adaptacin social. Conformidad (clase social alta). Innovacin (clase baja): aqu se encontrara el delincuente porque acepta las metas y le faltan los medios. Ritualismo (clase media): reduce las metas y acepta los medios. Retraimiento (rechaza las metas y los medios, hippies, automarginados). Rebelin (rechaza metas y medios y pretende sustituirlo todo, revolucionarios).
gidos en un clima de violencia. Las relaciones internacionales destilan diariamente violencia. De forma inmediata y gratuita recibimos desde la aldea global informacin de hechos, circunstancias o estmulos en los que resalta una conducta agresiva y violenta. Se produce violencia en la familia, la escuela, el trabajo, el deporte, la televisin, el cine, etctera, sin que hasta ahora sepamos cmo atajarla. En las sociedades desarrolladas hemos alcanzado altos niveles de educacin, desde la primaria hasta la universitaria; sin embargo, las relaciones humanas dejan mucho que desear, nuestra educacin en valores registra niveles muy bajos, lo tico no est de moda y parece que no hubiese ms alternativa que agredir o ser agredido. Sorprende escuchar a personas responsables de violencia domstica decir que yo nunca haba tenido problemas de vio-
lencia. Pues casi mata a su mujer. Casos as abundan bastante; y su perfil responde a un ejecutivo de empresa agresivo al que nada se le pone por delante, dominado por un fuerte espritu competitivo, triunfador y con una irrefrenable ambicin por el xito. Aqu la violencia no se haba manifestado; sin embargo, qu duda cabe que en su vida laboral sobre todo, desarrollaba continuamente una serie de resortes agresivos que producan una violencia larvada, retenida y expresada en cuanto apareci la ocasin. Si hemos detectado algunas causas relevantes de la delincuencia y si estamos de acuerdo en que el problema delictivo constituye un fenmeno social muy complejo que necesita ser estudiado de forma multidisciplinar, entonces deberemos considerar razonable plantear otras respuestas diferentes a las clsicas (ms
polica y ms castigo), al parecer recursos inevitables tan conocidos como ineficaces. La emigracin que producen los pases pobres tiene unas causas muy concretas: subdesarrollo, exclusin social, violencia, etctera. La realizacin de programas de desarrollo econmico, una mayor redistribucin de la riqueza y ms oportunidades para acceder a la educacin y la salud serviran para paliar la pobreza y la desesperacin en que vive gran parte de la poblacin de Marruecos y otros pases del continente africano. La trgica y continua llegada de inmigrantes, sobre todo menores, a nuestras costas del Sur no se puede responder slo con medidas penales. En Iberoamrica no basta con destruir las plantaciones de coca como promueven los gobiernos de los pases ricos. Hace falta convertir en realidad lo que desde hace varios aos se viene prometiendo:
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sustituir ese cultivo constitutivo bsico de la cocana por otros cultivos alternativos que resulten rentables a los agricultores, como el azcar, arroz, caf, maz, cacao, etctera. Sin embargo, hasta ahora no se han desarrollado programas serios y convincentes para esos campesinos. Por el contrario, Bolivia por ejemplo, el pas que ms hojas de coca cultiva, se quejaba de que EE UU hubiese incumplido el acuerdo de compra del azcar que haban cosechado 9. Respecto a los afectados por la drogodependencia, adems de procurar su rehabilitacin, se debera avanzar por la va de la despenalizacin y la regulacin. Hace unos aos cualquier planteamiento en este sentido era considerado idealista, temerario, inviable. Actualmente se vienen aplicando de forma generalizada sucedneos de la herona como la metadona, y hasta la misma herona se ha comenzado a aplicar con carcter experimental. Con el respaldo positivo de estas experiencias se vendra a demostrar que una regulacin controlada de estas sustancias resultara menos nociva para los drogodependientes y, sobre todo, reducira la conflictividad del problema en stos y eliminara el comercio de aquellos. Referente a la violencia, sealan los psiclogos que el agresivo nace, pero el violento, en la mayora de los casos, se hace10. Afirma el profesor Sanmartn (2002) que frente a los biologistas que defienden una
9 Stiglitz Joseph E. ( 2002). El Malestar en la Globalizacin, Taurus, Madrid 2002, p. 90 . El autor, Premio Nobel de economa 2001, analiza la poltica econmica del Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, resaltando que con las relaciones comerciales impuestas por los pases ricos resulta imposible producir desarrollo en los pases pobres. 10 Sanmartn J. (2002). Emocin Razn y Violencia. Ponencia en el VI encuentro internacional sobre Violencia, Mente y Cerebro, celebrado en Valencia 7 y 8 de Noviembre de 2002. Organizado por el Centro Reina Sofa para el Estudio de la Violencia que dirige este profesor.
determinacin gentica de la violencia y los ambientalistas que le atribuyen un origen social o cultural, cabe una tercera posicin. Segn la cual, la violencia es una alteracin de la agresividad natural y se puede producir tanto por factores biolgicos como ambientales. Biologa y ambiente se entrelazan en el cerebro humano de manera indisoluble; y perder de vista esto es incurrir en teoras simplistas y parciales, sostiene este autor. Por lo tanto, puede resultar positivo restringir los programas violentos en la televisin y el cine como se pretende llevar a cabo en Francia? Probablemente. Lo sera tambin reducir la tenencia de armas de fuego, por ejemplo en EE UU? Sin duda. La lucha contra la violencia en nuestras complicadas sociedades avanzadas debe formar parte de una pedagoga social permanente y generalizada cuya piedra angular debera ser la sensibilizacin social por parte de educadores, docentes, mediadores sociales e interculturales. Responder eficazmente al problema de la delincuencia consiste en intervenir con muchos ms medios sobre las causas que la producen. Principalmente, con medidas sociales preventivas en nuestros barrios que reparen necesidades y faciliten oportunidades para desarrollar una vida digna para todos los ciudadanos. La mayor parte de los comportamientos delictivos hunden sus races en carencias y abusos. Aquellos cuyas carencias tienen un carcter econmico, como casi todos los inmigrantes, o bien no demandan tratamiento o bien ste resultar ms fcil porque se trata de personas normalizadas que slo necesitan oportunidades laborales para reinsertarse. En cambio, los carenciales nacionales reclaman tratamientos ms amplios e individualizados porque sus carencias son mltiples: personales, familiares, educativas, laborales..., y ade-
ms sufren la esclavitud de sus adicciones. Para facilitar la superacin de tanta problemtica estas personas precisan de toda clase de apoyo menos la crcel. Y as lo vienen demostrando cuando se les ofrece otras alternativas como el tercer grado penitenciario, comunidades teraputicas o unidades extrapenitenciarias que tan buenos resultados estn consiguiendo en colaboracin con ONG. La conducta delictiva por abusos, sean sustancias txicas u otras adicciones, requiere tratamientos ms especficos; para desarrollarlos tampoco la prisin en rgimen ordinario constituye el mejor marco. Pese a todo, en algunos centros se desarrollan programas especficos para drogodependientes, agresores sexuales, violencia familiar y enfermos o con trastorno mental, cuya primera valoracin consideramos positiva. Al menos est sirviendo para que los mismos profesionales penitenciarios nos creamos un poco ms la posibilidad de cambio que pueden realizar estas personas. Pero, en un sntoma claro de que no se cree ni interesa el tratamiento las autoridades penitenciarias han dejado de promover y de apoyar los programas sealados; y solamente la voluntad y esfuerzo de determinados profesionales permite continuar con algunos. Sin embargo, la experiencia nos lleva a la conviccin de que, an con las dificultades que ya hemos indicado para intervenir en rgimen de prisin ordinaria, se puede llevar a cabo el tratamiento del delincuente y obtener unos resultados medianamente satisfactorios. Se ha demostrado que se pueden trabajar y mejorar aspectos de la conducta como la empata, la distorsin cognitiva, la ansiedad, el auto-
control, superar frustraciones, controlar la gratificacin inmediata, manejar y solucionar problemas, etctera. Del mismo modo, en un estudio emprico realizado por especialistas de la propia institucin penitenciaria11 llegan a la conclusin de que aquellos delincuentes que durante el cumplimiento de su condena participaron en actividades y programas, disfrutaron de permisos, tercer grado y libertad condicional, reinciden bastante menos que los dems. Por lo tanto, por qu cumplimiento ntegro de las penas?, qu razones existen para apartarnos de esta filosofa tan ntidamente marcada por la Constitucin y la ley penitenciaria? O es que vamos hacia una privatizacin de las crceles, segn el modelo norteamericano? n
11Estudios e Investigaciones de la Central Penitenciaria de Observacin (2001), p. 275. Direc. Gral. de Instituciones Penitenciarias. Ministerio del Interior. Madrid
Emilio Montesern es socilogo, educador de Instituciones Penitenciarias y colaborador de la Universidad Complutense de Madrid
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LITERATURA
ay pocas dudas de que el Premio Nobel utiliza el humor en sus obras; lo que se discute es qu clase de humorista es. Sus recientes memorias ofrecen algunas pistas. El 17 de enero de 1981, en la cola de una de sus columnas semanales que eran ledas en el mundo entero, Gabriel Garca Mrquez (GGM) agreg el siguiente prrafo titulado Pregunta sin respuesta:
El seor Hans Knospe, un lector alemn, me dice lo siguiente en una carta: Usted dice en la pgina 239 de Cien aos de soledad: Y cuando llevaba toda su ropa a casa de Petra Cotes, Aureliano Segundo se quitaba cada tres das la ropa que llevaba puesta y esperaba en calzoncillos a que estuviera limpia. Pregunto: cundo se cambiaba y lavaba Aureliano Segundo los calzoncillos?.
Uno no se imagina a Victor Hugo, tan pomposo, ni a Thomas Mann, tan circunspecto, en plan de comentar con sus lectores los problema de higiene ntima de sus personajes. Pero yo jurara, en cambio, que Garca Mrquez disfrut como pocos con la carta del seor Knospe y se divirti mucho al descubrir la evidente zancadilla que se tiende a s mismo el texto de la novela. Y es porque, antes que cualquiera otra cosa, el Nobel es un hombre que mira el mundo con los ojos ingenuos e ingeniosos, escrutadores y traviesos del humorista. Muchos crticos y lectores reconocen el sentido risueo de GGM, pero pocos se han atrevido a definirlo redondamente como un humorista. Es, para algunos, un escritor de mitos y fbulas; para otros un autor de parbolas; para la mayora, el profeta del realismo mgico; y
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para unos cuantos, un poeta disfrazado de prosista. Uno de los primeros en reconocer las virtudes hilarantes de la obra de Gabo fue Jacques Gilard, el francs que recuper, compil y coment sus artculos de periodista. En el prlogo a las notas de GGM en El Universal, de Cartagena, entre mayo de 1948 y 1949, y El Heraldo, de Barranquilla, donde firm como Septimus la columna La Jirafa entre enero de 1950 y diciembre de 1952, Gilard lo define como comentarista de prensa y humorista. Y en otro lugar seala que Gabo practica el gnero humorstico. Uno ms que est dispuesto a colgarle la medalla del hombre que hace rer es el crtico colombo-espaol Pedro Sorela. Dice Sorela:
Antes que un novelista a secas, algunos han querido ver en Garca Mrquez a un humorista, y lo cierto es que los Textos costeos dan argumentos a estos ltimos.
El comentarista descubre entonces en Garca Mrquez a un humorista de variados registros. Puede esgrimir el humor tradicional (el amor es una enfermedad del hgado contagiosa como el suicidio), o bien se revela irnico (una de esas epidemias migratorias que azotan a la China con tanta frecuencia como lo hacen el hambre, la guerra y la seora Pearl S. Buck [autora de discutibles novelas orientales]). En otras ocasiones, juega con el pblico o emplea una frase ingeniosa para rematar una columna, tal como se supone que lo hacan los graciosos y por l denostados intelectuales bogotanos que se trenzaban en duelos de chuscos a comienzos del siglo XX.
Gregueras y gaberas
sifilsofo, cre a partir de 1917 toda una escuela con sus gregueras, frases breves e impactantes que combinaban humor y poesa. Lo mismo picaban como un aguijn, flotaban como una nube o martillaban una idea con sucinta elocuencia. La influencia de don Ramn salt con unos aos de retraso a Amrica. En el periodismo colombiano se siente la huella de Gmez de la Serna en los articulistas de los aos treinta y se prolonga durante 20 aos, cuando militan en el humorismo tierno varios escritores como Garca Mrquez, Hctor Rojas Herazo y lvaro Cepeda Samudio. En Brasil tarda an ms. Hacia 1950, el humorista Millr Fernandes inventa un tipo de frase cuyo estilo describe as: Entre la poesa, el humor objetivo y el nonsense, pero sin hallarse precisamente localizado. Slo despus descubre que el gnero ya estaba inventado, y que el verdadero inventor, con el nombre de gregueras, era el viejo Ramz de la Serna, que escribi cientos de frases admirables dentro de este estilo. De este corte eran las gregueras de Millr Fernandes:
So que deca a una moza: Usted es la moza de mis sueos El nmero ms peligroso en el circo de la existencia es el del Eterno Tringulo La luna es una isla nocturna
Ni Gilard ni Sorela van ms all de sealar que GGM practicaba cierto tipo de humor estililstico que haba puesto en boga Ramn Gmez de la Serna en Espaa. Escritor, periodista y cua-
En cuanto al joven Garca Mrquez, sus gregueras de la misma poca tena el siguiente sabor:
Nos iremos a dormir antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche Este mundo que nos entregan nuestros mayores tiene un olor de barricada Cuando sentimos el avin 81
suspendido sobre los hombros del aire, descubrimos inesperadamente que an nos queda la capacidad de angelizarnos Crucificado en la mitad de la tarde est el espantapjaros Pocas cosas tienen tanta belleza plstica como una negra engreda El ms optimista de los mortales se preguntara, en tarde como sta, en qu lugar del mundo est sembrado el rbol que ha de servir para la fabricacin de su atad.
Hasta ese momento de su obra Garca Mrquez es catalogado como un humorista con propensiones a las imgenes poticas. Un discpulo, en fin, de las gregueras, a las cuales l mismo alude en ms de una oportunidad. Cierta nota sobre el acorden, por ejemplo, empieza as:
No s qu tiene el acorden de comunicativo que cuando lo omos se nos arruga el sentimiento.
Qu es el mamagallismo?
La idea de que en vez de un blando artista de la sonrisa enternecedora puede ser un bravo tomador de pelo surge despus. Es una imagen que salta quizs cuando el propio Garca Mrquez comenta en 1968 que los venezolanos son enormes mamadores de gallo. Mamar gallo mamadores de gallo mamagallistas Toda una batera de expresiones para denotar cierto tipo de humor caribeo. Ya GGM haba usado el trmino en 1962 al mencionar en Los funerales de la Mam Grande a algunos de los asistentes al gran entierro. All, al lado de los papayeros de San Pelayo y los improvisadores de las Sabanas de Bolvar, desfilan los mamadores de gallo de La Cueva. Aluda, naturalmente, al grupo de sus amigos barranquilleros, irredentos bromistas entre quienes sobresalan el periodista y novelista lvaro Cepeda Samudio, que imaginaba cerbatanas para matar silenciosamente a los futbolistas, y el pintor Alejandro Obregn, que agarr a bala su autorretrato. Como consta en Vivir para contarla, los alegres y al82
cohlicos compaeros tenan como sede de tertulias un pequeo local llamado La Cueva, donde se hablaba, sobre todo, de literatura. En sus tiempos escolares de Zipaquir, Gabo haba sido el tpico payaso de la clase, el que tiene la ms divertida ocurrencia y escribe versos para tomar el pelo a sus compaeros: Mi amigo Jos Consuegra se queja de su apellido porque dice que la suegra lo tiene ya carcomido. Tena 12 aos y ya era, segn uno de sus bigrafos, un mamagallista de mucho cuidado. La expresin no es del escritor de Aracataca, pero como si lo fuera. El fillogo ngel Rosenblatt persigue el prontuario de la palabreja hasta 1887, cuando un peridico humorstico caraqueo habla de alguien que est mamndole el gallo a otro. Mamar gallo se sigue usando en partes del Caribe en las siguientes dcadas, pero es GGM quien lo pone de moda. A partir de los aos setenta, el mamagallismo se convierte en religin cuyos adeptos reconocen a Garca Mrquez como el Sumo Pontfice. Qu es el mamagallismo, quines lo utilizan y para qu sirve? Segn Dasso Saldvar, bigrafo de Gabo,
los costeos son, por regla general, gente antisolemne, bromistas para quienes el sentido del humor es la cosa ms seria del mundo.
Sorela agrega otro elemento: Sentido del humor permanente. Y Gilard francs, al fin y al cabo precisa el contexto histrico en el que se hace popular:
la filosofa mamagallstica en toda Colombia coincide con el estancamiento poltico que fue el Frente Nacional inaugurado en 1958.
La clave consiste en conservar la cara seria. Se ejerce el mamagallismo sin el preaviso de sonrisas ni guios oculares que adviertan el salto a la onda cachonda.
Literatura de carnaval
gos tratando de definir la verdadera condicin de GGM cuando apareci el libro ms docto que se haya escrito sobre el humor garcimarquiano. La colombiana Isabel Rodrguez Vergara publica en 1991 su largo y fundamentado ensayo El mundo satrico de Gabriel Garca Mrquez, donde afirma que el Nobel es un expresivo y torrencial escritor carnavalesco. En este tratado recoge los pasos de algunos crticos angloparlantes que ya haban inscrito el humor de Gabo en la vertiente representada de manera superlativa por Miguel de Cervantes y Franois Rabelais. El humor carnavalesco imita a las formas propias de las fiestas populares, inspiradas en una filosofa patas arriba donde caben las transgresiones y burlas a las autoridades, las befas a las ceremonias solemnes de la religin, la parodia caricaturesca del mundo ordenado y lineal. El humor de carnaval es el mundo al revs, que eleva lo terrenal la escatologa, los instintos y rebaja lo oficialmente considerado sublime. El humor de carnaval vuelve jolgorio un entierro, como ocurre en Los funerales de la Mam Grande, y se solaza en el sexo y las excreciones. Fue el ruso Mijail Bajtin quien plante con mayor lucidez una teora del humor grotesco, y a esa teora se acoge Isabel Rodrguez Vergara para ubicar varias obras de Gabo (principalmente El otoo del patriarca, los citados Funerales y El amor en los tiempos del clera) bajo el paraguas generoso y festivo que tambin ampara al Quijote y a Garganta y Pantagruel. A tenor de este ensayo, Garca Mrquez es un humorista muy distinto y mucho ms profundo que aquel que bromea con los amigos o imagina frases divertidas y hermosas para describir los objetos. Estamos ante alguien que emplea el humor a modo de bistur contra el poder establecido (stira), de burla del mundo normal, de alteracin de sus modelos (parodia), de conversin del objeto denostado en una ce-
remonia o representacin de engaos (farsa) y de fusin de lo serio y lo risible para que la misma sonrisa exprese alegra y temor (grotesco). En sntesis, dice la persona que con ms cuidado ha estudiado el humor de GGM, habra que sealar que, ms que un escritor de humor, es un escritor cmico. Este ltimo concepto lo acerca mucho ms al sentido festivo popular que al concepto intelectual de la disonancia conceptual o el juego de palabras. No es un ingls del siglo XIX. Es un caribeo renacentista.
Todo lo anterior junto
Y ah estamos. El recorrido que empez tmidamente con las columnas de gregueras gabianas adquiri velocidad con sus cuentos hasta desembocar en el galope desbordado de El otoo del patriarca. Finalizado el periplo, si hubiera que definir el humor de GGM sera preciso echar en la licuadora una serie de conceptos que corresponden a distintas pocas y distintos textos: burln, tierno, satrico, pardico, grotesco Lo que nadie puede dudar es que Garca Mrquez es un escritor que emplea el humor como una de sus principales materias primas. A veces es herramienta subversiva y a veces mero encantamiento de lectores. Pero la risa est siempre presente en su periodismo y en su literatura. A quien no est convencido le propongo el siguiente juego: abra cualquier pgina de Cien aos de soledad y si no encuentra all una frase, una situacin, un personaje o un dilogo que lo haga sonrer, yo le contar dnde, cundo y cmo lavaba los calzoncillos Aureliano Segundo. n