Gerzovich Claudio - Nuestro Perro (PDF)
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EDITORIAL PLANETA
Perros celosos y posesivos con sus amos, perros que cuando los llaman no obedecen, que aullan y
ladran cuando se quedan solos, que rompen objetos, que muerden a los extraños, que ensucian
con sus deposiciones toda la casa... Como los humanos, también los perros sufren alteraciones de
conducta y las expresan, pero a su modo. El tema es qué hacer para comprender y modificar
estos comportamientos indeseables que pueden transformar la convivencia en una pesadilla.
Claudio Gerzovich Lis, médico veterinario y especialista en comportamiento animal, nos revela en
este libro los motivos que generan cada una de las inconductas caninas, explica las características
del vínculo que los perros establecen con sus familias humanas y también las terapias correctivas
que deben aplicarse en cada caso, con técnicas basadas en la psicología conductista. Antecedentes
históricos, origen, temperamentos, grados de percepción, perfiles comportamentales de cada raza,
claves de la educación y el adiestramiento, beneficios de la convivencia y cómo elegir un perro de
acuerdo a nuestras necesidades y personalidad son algunos de los temas que expone este
especialista. El objetivo es desentrañar el misterioso universo de las relaciones entre las personas
y sus perros, para alcanzar una convivencia armónica basada en el amor y el respeto.
CLAUDIO GERZOVICH LIS es médico veterinario, docente en Etología y director del Servicio de
Comportamiento Canino y Felino de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires. Es
directivo del Consejo Profesional de Médicos Veterinarios, miembro de la Sociedad de Medicina
Veterinaria, representante argentino ante el Comité de Bienestar Animal y Etología de la Asociación
Mundial de Veterinaria y especialista en comportamiento animal. Tiene resueltos más de dos mil casos
analizando las motivaciones profundas de la conducta canina, ha dictado numerosos cursos y sus
trabajos de investigación han sido publicados en diversas revistas especializadas internacionales.
I. El perro en la sociedad
II. El perro como individuo
III. El perro y su relación con el entorno
IV. El perro como especie social
V. La comunicación sin palabras
VI. Las razas caninas
Introducción
Mi pasión por los animales en general y los perros en particular me acompaña desde que tengo uso de
razón. A los seis años yo le decía a todo aquel que quisiera escucharme que cuando fuese grande sería
veterinario. A los quince años eduqué y adiestré a mi propio perro y, a partir de ese momento y durante
aproximadamente diez años, trabajé en la educación y el adiestramiento de ochocientos perros. Esto me
permitió aprender a conocer muy bien no sólo a estos animales sino también a sus dueños, y el vínculo
entre ambos. También me impulsó a querer profundizar mis conocimientos acerca del comportamiento
de los perros y su adaptación a la convivencia con los seres humanos. Sin embargo, la tarea no fue
sencilla, ya que resultaba sumamente difícil conseguir información seria sobre ambos temas. Después
de recibirme de médico veterinario me especialicé en el área del comportamiento animal, en especial del
canino y el felino. Hoy siento la necesidad y la obligación de transmitir mis conocimientos.
Este libro está dirigido a todas las personas que conviven con perros o desean hacerlo; también está
dedicado a quienes diariamente interactúan con estos animales, ya sean médicos veterinarios,
adiestradores o estudiosos del comportamiento canino. Poder satisfacer a todos no será una tarea
sencilla. Sin embargo, creo que el intento vale la pena, ya que sólo a partir de un mayor conocimiento
de nuestros perros podremos no sólo mejorar su calidad de vida, sino también la nuestra.
1
Capítulo 1
El perro en la sociedad
El rol del perro en la antigüedad
Aunque podría deducirse que la existencia de un vínculo entre los perros y las personas es un
fenómeno contemporáneo, en realidad tiene una larga historia en el mundo occidental y también 'en
otras culturas. De hecho, es un fenómeno tan antiguo que se remonta a los comienzos del proceso de
domesticación.
No resulta descabellado suponer que en un comienzo los seres humanos no creyeran en la superioridad
de su especie ni estuvieran convencidos de ocupar un lugar de privilegio entre los seres vivos. Por el
contrario, ya que por aquel entonces el hombre debía luchar contra los fenómenos naturales, es probable
que haya percibido que el animal poseía medios físicos superiores para sobrevivir. Sólo después de
millones de años el hombre pudo relacionarse con los animales a través de procesos como el
amansamiento y la domesticación. De este modo, la sensación inicial de temor y, en el caso de los lobos
(el antecesor del perro), de competencia por la comida, desapareció y en su lugar surgieron sentimientos
de confianza y colaboración.
El perro ya estaba presente en las narraciones de la mitología griega. Plutón, dios de los infiernos,
encargó a un perro, Cerebro, la guardia de las simas abismales para evitar que los espíritus de los
muertos pudieran escapar. Homero en la Odisea destaca la fidelidad del perro de Ulises, Argos, ya que
fue el único que reconoció a su amo cuando regresó a su patria con ropaje de vagabundo tras una larga
ausencia. Aparentemente los griegos fueron los primeros en adoptar al perro como animal de compañía.
También en el antiguo Egipto existía el animal dios, como por ejemplo Anubis, con cabeza de chacal y
cuerpo de lebrel. Incluso según el totemismo, una forma primitiva de religión, un animal de una
determinada especie era considerado como antepasado común de los animales vivos de la misma
especie y de los hombres del clan o de la tribu.
En el Imperio Romano la figura del perro tuvo diversas funciones. Por un lado, se lo utilizaba en
espectáculos populares y en los grandes circos, donde combatía con poderosos osos, estimulado por la
gente, que disfrutaba del derramamiento de sangre. También participaba en las cacerías, durante las que
muchos perros morían. Por otro lado, en una sociedad tan refinada como llegó a ser la romana, también
el perro era una compañía. La descripción que el poeta romano Marco Valerio Marcial hace de la perra
de su amigo Publio, Issa, lo refleja con claridad. Dice Marcial: "Issa es más pura que un beso de
paloma, más cariñosa que todas las muchachas, más preciosa que las perlas de la India... Para que su
última hora no se la llevara del todo, Publio reprodujo su imagen en un cuadro en el que verás una Issa
tan parecida que ni siquiera la misma Issa se parecía tanto a sí misma".
Por el contrario, durante la Edad Media, que se extiende desde el fin de¡ Imperio Romano (475 d.C.)
hasta el siglo XV inclusive, la relación entre el ser humano y los animales estuvo sumida en el más
absoluto oscurantismo. Esto se debió a que la Iglesia Católica desaprobaba rotundamente la posesión de
animales. Si bien se sugería que el alimento utilizado para los animales en realidad debía darse a los
pobres, es más probable que la causa de esta condena fuera la creencia de que los maleficios de los
brujos eran capaces de encarnarse en los animales. Durante esa época, se los consideraba brutos, sin
inteligencia ni sentimientos, y se los culpaba de actos delictivos. Varios animales fueron quemados en
público después de haber sido golpeados o estrangulados. Incluso muchas de las personas que poseían
animales fueron excomulgadas y hasta condenadas a muerte. Una explicación de los sentimientos
negativos que existieron durante gran parte de la historia de la humanidad hacia la posesión de animales
como compañía es que las relaciones efectivas hacia ellos se consideraban inmorales y contra el orden
natural de la vida. Durante mucho tiempo sólo una elite privilegiada, con rango y riqueza, podía
permitirse la tenencia de animales.
Durante el siglo XVI, con el surgimiento del humanismo, se produjo un cambio importante en la
concepción de los animales y en la ciencia en general. Por ejemplo, Montaigne (1533-1592) creía en la
identidad de las actividades psíquicas humana y animal. Sin embargo, durante esa época subsistían
muchos prejuicios, como aquel que sostenía que las convulsiones que sufrían algunas personas eran
obra del demonio, capaz de adoptar la forma de todos los animales conocidos.
La posesión de animales entre la población europea fue siendo gradualmente aceptada a partir de
fines del siglo XVII y se expandió en forma notoria hacia fines de¡ siglo XVIII. La tenencia de
animales como compañía en su forma actual es aparentemente una invención victoriana de¡ siglo XIX,
consecuencia de un cambio en la percepción de la humanidad acerca de su posición en el mundo. La
adquisición de conocimientos sobre la naturaleza permitió que todo lo relacionado con ella no se
percibiese como algo amenazador. Incluso durante este período se produjo el desarrollo de nuevas razas
de perros a través del control de la reproducción. No obstante, la práctica de tener animales domésticos
seguía reservada a las clases altas y medias. Se consideraba inapropiado que las clases bajas tuvieran
animales domésticos porque carecían de recursos económicos para garantizar su subsistencia.
También existen datos interesantes de otras culturas acerca de su relación con los animales y, en
particular, con los perros. La cultura oriental nos muestra que por ejemplo en el Japón del siglo XVIII
el hecho de que un emperador naciera bajo el signo del Perro (uno de los doce signos celestiales)
motivaba que el perro gozara de una exagerada consideración. Esto se puso de manifiesto en que cada
calle de todas las poblaciones debía mantener un cierto número de animales. Si los perros eran
insultados, las leyes castigaban a su agresor y si alguien mataba a uno sufría la pena de muerte.
Sin embargo, en la mayoría de los países del continente asiático existía, y todavía hoy perdura, una
actitud totalmente negativa hacia los perros. La enorme cantidad de animales vagabundos no sólo
pone en peligro sus vidas, sino que constituye un grave problema para los seres humanos debido a que
estos perros son un importante reservarlo de enfermedades transmisibles, tales como la rabia y
diferentes tipos de parásitos.
Otro ejemplo interesante del significado que los perros han tenido y aún tienen ' en los países asiáticos
lo constituye la República China, donde desde tiempos inmemoriales estos animales son utilizados para
la alimentación humana.
En la sociedad moderna las actitudes hacia los perros son muy variadas. En los países occidentales,
donde se han llevado a cabo la mayoría de las investigaciones, la actitud hacia los perros es de total
humanización, hasta el punto de brindarles mayores cuidados que a los seres humanos, o de la más
absoluta indiferencia e incluso de total desprecio por sus vidas.
La primera situación es fácilmente comprobable cuando observamos los productos que muchos dueños
adquieren para sus perros, que incluyen desde hermosos abrigos especialmente diseñados hasta
sofisticadas alhajas. Obviamente la adquisición de estos productos responde, la mayoría de las veces, a
las necesidades de los dueños más que a las de los propios perros. Para ilustrar la segunda situación
sólo basta un ejemplo. En los Estados Unidos se sacrifican anualmente alrededor de doce millones de
perros y aunque las cifras pueda7n variar, esta realidad es similar en la mayoría de los países.
En lo que respecta a la tenencia de perros, esto puede deberse a razones de diversa índole. En una
sociedad tan competitiva e individualista como la actual, el motivo más común para tener perros es la
compañía ya que para muchas personas estos animales brindan un afecto incondicional. Las personas
que no tienen animales consideran que se utilizan como reemplazos inferiores de la interacción social
humana. Más aún, muchas de estas personas suelen creer que este tipo de dueños presenta un
comportamiento social y emocional anormal. Si bien en casos aislados esta posición puede ser cierta,
innumerable cantidad de estudios han demostrado que la mayoría de los dueños de perros son personas
normales, cuyos compañeros animales mejoran su calidad de vida.
Otro de los motivos por los cuales la gente tiene perros es su utilización como colaboradores en
diferentes tareas, entre las que podemos mencionar las de ayuda a discapacitados tanto físicos como
mentales, salvataje de personas y detectores de drogas y explosivos, entre otras. En algunos casos, la
crianza de perros de razas puras es un hobby; en muchos otros, un símbolo del nivel socioeconómico
de su propietario.
Lo cierto es que las actitudes que las personas tienen para con sus perros suelen ser diferentes y
muchas veces reflejan su personalidad. Por eso es sumamente interesante analizarlas en detalle para
que el lector las conozca y pueda sacar sus propias conclusiones.
Es habitual observar que muchos perros están condenados por sus dueños a vivir confinados en
una terraza, en un patio o en el fondo de la casa, e incluso en casos extremos a vivir
permanentemente atados a una cadena. Si bien esta conducta es totalmente cuestionable y además
incorrecta, antes de juzgarla es importante conocer en profundidad las causas que la generan.
En las áreas urbanas, la actitud de aislamiento a la que muchos dueños someten a sus perros se
debe a un fenómeno cultural basado en la interacción que la gente de campo tiene con estos
animales. Por regla general, los perros que viven en las zonas rurales no tienen permitido ingresar en
la casa de sus dueños.
Esto posiblemente responda a dos razones. La primera es que para estos propietarios los animales en
general no son considerados parte de la familia, sino sólo colaboradores o compañeros de tareas. La
segunda es la necesidad del hombre de campo de compartir sólo con su familia sus pocas horas de
descanso después de soportar condiciones arduas de trabajo. El perro no participa de esta situación sino
que debe buscar su propio reparo, seguramente en compañía de sus congéneres ya que la gran mayoría
de las veces son más de dos los perros presentes en un campo.
Sin embargo, resulta evidente que estas condiciones de vida son muy distintas a las que se encuentra
sometido un perro que vive en la ciudad, aislado en el patio de una casa. En el campo el perro está
permanentemente realizando una actividad junto al ser humano o simplemente tiene la libertad de
acompañarlo en sus tareas. Esto le permite distraerse y realizar ejercicio físico, posibilidad que no tiene
el perro de ciudad. Además, si cumple con dos condiciones: no entrar en la casa y no matar a los
terneros, las ovejas ni las gallinas del lugar, tiene una total libertad de acción. El perro que vive aislado
en la ciudad, por el contrario, tiene totalmente restringidas sus libertades ya que para salir de su encierro
depende de la decisión de su propietario. Finalmente, el perro de campo suele vivir en compañía de
otros congéneres, en cambio el perro de ciudad que vive en el fondo de la casa está condenado a la
soledad.
Por todas estas razones la calidad de vida de un perro de campo que no entra en la casa de su dueño es
muy superior a la de un perro de ciudad sometido a la misma condición.
Otra de las causas que motiva la actitud de aislamiento de los propietarios para con sus perros radica
en que muchas personas temen que los animales les contagien alguna enfermedad. Si bien esto es
posible, ya que existen zoonosis es decir, enfermedades que son transmisibles de los animales al ser
humano, los avances logrados por la medicina veterinaria en lo que respecta a la prevención y el
tratamiento de este tipo de enfermedades han eliminado casi por completo estos riesgos.
Una vez que las personas que viven en la ciudad toman conciencia de que la calidad de vida de un
perro que vive en una casa en condiciones de aislamiento no es buena y de que el contacto con el animal
no entraña riesgo alguno para su salud, suelen cambiar el tipo de interacción que mantenían. Sin
embargo, a pesar de estos conocimientos, hay quienes continúan con la misma actitud, sosteniendo que
al fin y al cabo "un perro es sólo un perro".
Un día me llamó una persona para decirme que tenía un arma en la casa para evitar robos pero que no
había funcionado, por lo que solicitaba mi intervención. Con la convicción de que se había equivocado
de número, le expliqué a mi interlocutor que yo no era especialista en armas, sino en medicina
veterinaria, específicamente, en comportamiento animal. Para mi sorpresa, esta persona sabía quién era
yo y solicitaba mis servicios para que evaluara el comportamiento de un perro doberman, a quien él
llamaba "el arma". Según él, la única función que tenía que desempeñar el perro era cuidarle la casa.
Para eso lo había entrenado y sólo con ese fin lo alimentaba y cuidaba. Si servía, permanecería en la
casa, caso contrario, se iría. Si bien no me negué a tener una entrevista, le expliqué que el perro no era
un objeto y que por lo tanto no debía considerarlo como un arma infalible. Después de recomendarle
que instalase una alarma, le expliqué que la convivencia con su animal podría traerle otros beneficios y
no sólo el que él pretendía. Le sugerí que evaluase mi punto de vista acerca de su problema y. que
luego me llamase nuevamente. Este fue el primer y único diálogo que tuve con esta persona, a la que,
obviamente, nunca llegué a conocer personalmente.
Si bien uno podría pensar que sólo pocas personas creen que el perro es un objeto, esto no es así.
Como ejemplo basta con recordar que en la Argentina, desde el punto de vista jurídico, el perro es
considerado una cosa que no tiene derechos, aunque en los últimos años esta realidad está cambiando ya
que algunos jueces emitieron fallos que contemplaron la humanidad elemental hacia el ser vivo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las familias comenzaron a ser menos numerosas. En los
países desarrollados, los perros empezaron a recibir mayor atención ya que muchas veces llenaban
importantes vacíos. Este proceso se acentuó a medida que la sociedad se tornó cada vez más
competitiva e individualista. A su vez los cambios demográficos y la mayor urbanización produjeron
que el ser humano se alejara cada vez más de la naturaleza y buscara reemplazar esta carencia en forma
doméstica, a través de la adopción de un animal.
Estas dos situaciones motivaron en las personas una necesidad de mayor afecto y de mayor contacto
con la naturaleza. Un perro satisface la primera de las necesidades en forma incondicional y además
para muchas personas es un fiel representante del mundo natural. Estos hechos, sumados a los avances
de la medicina veterinaria en salud canina y su relación con la humana, generaron en muchas personas
un cambio de actitud en su relación con los perros. Básicamente estos animales dejaron, en muchos
casos, de vivir aislados en el fondo de la casa y pasaron a convivir en forma más estrecha con sus
propietarios. Con el correr de los años esta situación se extendió a los países en vías de desarrollo.
En una encuesta realizada en Capital Federal y el Gran Buenos Aires, el 94% de los propietarios de
perros afirmó que sus animales eran considerados como un miembro de la familia, lo que representa
una muestra irrefutable de este cambio. Este estudio arrojó a su vez algunos resultados que merecen
ser analizados detalladamente; ya que permiten sacar algunas conclusiones muy, interesantes. El 95%
de los encuestados reconoció que solía hablar con su perro en varios momentos durante el día, el 47%
de los propietarios compartía la comida con su animal, el 39% permitía que su perro durmiese junto a
él en la cama y el 29% celebraba el cumpleaños de su animal.
Estos datos no sólo indican que la mayoría de los dueños establece un vínculo estrecho con los
perros sino que los tratan como a seres humanos, estableciendo una relación de tipo emocional más
que racional. Si bien saben que los perros son animales domésticos, sienten que son más que eso y
frecuentemente se refieren a ellos como si fuesen personas, más específicamente chicos.
Durante el ejercicio de mi profesión tuve la oportunidad de conocer innumerable cantidad de
propietarios que tenían una relación con sus perros similar a la que mantenían con los hijos. Tal fue el
caso de un matrimonio que convivía con un hermoso ejemplar de ovejero belga de dos años de edad.
Este animal tenía serios problemas; el más grave era la agresividad hacia sus dueños. Antes de
indicarles el tratamiento necesario para intentar corregir esta alteración de comportamiento, procedí a
explicarles los riesgos que existían para su integridad física si el animal repetía alguno de los episodios
agresivos. A partir de eso, les sugerí que decidieran si continuarían conviviendo con su perro. La
respuesta del matrimonio fue preguntarme qué decisión tomaría yo si una de mis hijas tuviese un
problema de conducta.
¿Por qué mucha gente siente que sus animales son como chicos y en algunos casos hasta los
consideran como a sus propios hijos? La respuesta es que los perros son animales sociales que buscan
permanentemente la compañía de sus dueños. Esto mismo es válido para los niños con respecto a sus
padres.
Muchos perros cuando son separados de sus dueños presentan signos de angustia y ansiedad. En una
primera etapa se muestran hiperactivos y vocalizan casi permanentemente mediante aullidos, ladridos
y/o gemidos. A los chicos les pasa exactamente lo mismo cuando son separados de sus padres y lo
manifiestan a través del llanto. En una segunda etapa la hiperactividad desaparece y da lugar a una
hipoactividad y a un menor interés por lo que sucede a su alrededor. Esto se manifiesta en una clara
disminución del apetito, llegando en casos extremos a una anorexia total. Los niños que pasan por este
proceso lo manifiestan a través de conductas más complejas, como el retraimiento, la violencia o la
rebeldía.
De esta forma vemos que de la misma manera que los niños extrañan a sus padres, los perros extrañan
a sus dueños. Por eso, cuando se restablece el vínculo tanto los niños como los perros se muestran
alegres. Incluso muchas personas señalan que cuando llegan a la casa después de un arduo día de
trabajo, el perro suele recibirlos mejor que sus propios hijos.
Estas y muchas otras razones explican por qué muchas personas sienten que sus perros son como
seres humanos. Sin embargo, podríamos resumirlas recurriendo a un antiguo proverbio chino: "Existe
mucho de] ser humano en el animal y todo lo del animal en el ser humano."
"Cuanto más conozco al hombre, más quiero a mi perro." Si bien está en discusión si esta famosa
frase pertenece a la francesa Madame Roland (1754-1793) o al poeta y dramaturgo irlandés Oscar
Wilde (1854-1900), no hay ninguna duda de que existe una gran cantidad de personas que se sienten
identificadas con lo que expresa.
Es cierto que muchas personas al ser consultadas acerca de la relación con sus animales responden
que es mejor que la que establecen con otros seres humanos. Más aún, muchas de ellas no dudan en
afirmar que los perros son mejores que las personas. A diferencia del caso anterior, este tipo de
relación no es sólo de tipo emocional sino también racional. En otras palabras, estas personas no sólo
sienten que los perros son mejores que las personas sino que además lo creen.
Recuerdo el caso de una familia compuesta por un matrimonio, su hijo de doce años y el perro, un
mestizo macho de tres años de edad. Ellos me consultaron debido a que el animal se mostraba
agresivo con el padre y con el niño, aunque la conducta con la mujer era sumamente afectuosa.
Durante la entrevista la familia relató cuatro o cinco episodios agresivos de¡ perro. Me llamó
poderosamente la atención que la mujer responsabilizara a su esposo y a su hijo y resaltara la
inocencia del perro. También me llamó la atención que cada vez que el resto de la familia expresaba
su opinión, la mujer descalificaba sus comentarios. Al indagar acerca de la relación que ella tenía con
su perro y acerca de los episodios agresivos descubrí un tipo de vínculo verdaderamente patológico.
La mujer afirmó sin ningún tipo de inhibición que para ella su perro era el integrante más importante
de la familia y que si él se llevaba mal con el resto debía de tener sus razones, aunque ella no las
conociera. El esposo contó que uno de los episodios agresivos se produjo cuando su hijo intentó entrar
en la habitación de la pareja. Cuando el perro lo vio, lo agredió y lo lesionó gravemente.
Ante este comentario procedí a preguntarle a la mujer cuál era la responsabilidad de su hijo para
justificar la agresión del animal. Ella serenamente me respondió que el niño no había pedido permiso
para entrar ya que ésa no era sólo la habitación de ella sino también la del perro. Ante esta respuesta no
dudé en preguntarle por qué el animal ocupaba un lugar tan privilegiado dentro del hogar en
comparación con el que ocupaban su esposo y su hijo. La respuesta volvió a sorprenderme. Según sus
palabras, el perro siempre estaba pendiente de ella, la acompañaba a todos lados, jamás le pedía otra
cosa que no fuesen caricias, no le cuestionaba nada y además la cuidaba cuando se quedaban solos en la
casa. Ni el esposo ni el hijo se comportaban de esa manera, lo que demostraba que su perro era el mejor
miembro de la familia.
En un reportaje que le hizo el escritor y periodista George Sylvester Viereck, el padre del
psicoanálisis, Sigmund Freud, afirmó que él prefería la compañía de los animales a la de las personas.
Freud sostenía que esta preferencia se debía a que resultaban mucho más sencillos que los seres
humanos porque consideraba que los animales no tenían una personalidad dividida. Por lo tanto, no
sufrían de la desintegración del ego como consecuencia del intento del hombre de adaptarse a cánones
de civilización demasiado enaltecidos para sus mecanismos intelectuales y psíquicos. Freud afirmaba
que los hábitos y las idiosincrasias más desagradables del hombre, su falsedad, su cobardía y su falta de
respeto eran el resultado del conflicto entre los instintos y la cultura; situación en la que no se ven
involucrados los animales, ya que su existencia es mucho menos compleja.
Sin embargo, una lectura minuciosa de las palabras de Freud nos muestra que si bien él podría preferir
la compañía de un animal a la de un ser humano, en ningún momento afirma que los animales sean
mejores que las personas.
Si bien nosotros somos parte del reino animal dado que compartimos muchas características con otros
animales, tenemos algunas diferencias que nos separan del resto de las especies. Tanto el
comportamiento de los animales como el nuestro está regido por lo innato y lo aprendido. Pero la
cultura, la principal característica exclusiva de los seres humanos, ha hecho que nos diferenciemos
enormemente de las otras especies. Por lo tanto, podemos afirmar que los perros no son ni mejores ni
peores que las personas, sino simplemente distintos. Ergo, la comparación entre las de los humanos y
las virtudes de los perros carece totalmente de sentido. Cuando alguien me hace un comentario de esta
índole procedo a explicarle, con la mayor cordialidad posible, lo inútil que es hacer este tipo de
comparaciones.
Como acabamos de ver, los diferentes tipos de vínculo que las personas establecen con sus perros se
basan en apreciaciones totalmente subjetivas. Mientras para algunas personas los animales son casi un
objeto, para otras pueden llegar a ser más importantes que los seres humanos. Sin embargo, como en
casi todos los órdenes de la vida los extremos son malos y ésta no es la excepción.
Obviamente los perros son seres vivos; por lo tanto, tratarlos como a un objeto, es decir una cosa
inanimada, es un grave error. Esta actitud no sólo es negativa y traumática para los animales sino que,
además, suele generar innumerables inconvenientes para sus propietarios. Si un perro vive aislado en el
fondo de la casa posiblemente manifestará una serie de comportamientos indeseables como resultado de
esta situación. A menudo los perros que viven en estas condiciones son muy ladradores, hiperactivos,
destructivos y, en algunos casos, agresivos. Un perro condenado a vivir recluido es un animal que sufre
porque no puede satisfacer sus necesidades de juego, distracción y, sobre todo, de contacto social. A su
vez el propietario de este animal "sufrirá" las consecuencias de esta situación a través de las conductas
desarrolladas por su perro.
El mejor consejo que puede recibir una persona que considera al perro como a un objeto es que cambie
su percepción acerca de su animal o, en caso contrario, que no tenga perro.
El humanizar a los animales, o mejor dicho el superhumanizarlos, puede generar consecuencias
igualmente nefastas, aunque surjan después de algún tiempo de convivencia. El permitir que un perro
haga absolutamente todo lo que quiera sin ponerle ningún tipo de límites suele llevar a que el animal se
sienta el rey de la casa. Sin duda, el perro disfruta de este tipo de vínculo con su propietario. Sin
embargo, a medida que el perro crece pueden comenzar a aparecer los problemas. Uno de ellos es la
desobediencia. Un rey no obedece, simplemente debe ser obedecido. De esta manera el animal
solicitará caricias cuando él quiera y se pondrá cargoso si no las recibe; mendigará comida cuando sus
dueños estén almorzando o cenando y se las quitará si no responden a sus requerimientos; no obedecerá
al llamado cuando salga a la calle y regresará sólo cuando tenga ganas de hacerlo; será él quien lleve a
pasear a sus dueños tirando permanentemente de la correa y llegará hasta gruñir o incluso morder si
alguien lo obliga a hacer algo que no sea de su agrado. Es muy común que los dueños de estos animales
terminen por regalarlos ya que la convivencia se torna insoportable. Evidentemente el perro ya no
disfruta de esta situación. El rey se queda sin su trono y, lo que es peor, esto causa un gran sufrimiento
tanto a los seres humanos como a los animales que pasan por este trance.
Por todas estas razones el mejor vínculo que se puede establecer con un perro es el que está basado en el
respeto por el animal. Es esencial lograr satisfacer tanto sus propias necesidades como las de las
personas con las cuales convive. Para ello resulta imprescindible conocer profundamente el
comportamiento normal de los perros y la forma en que se relacionan con los seres humanos. Sólo de
esta manera será posible convivir placenteramente con el miembro no humano de la familia.
Capítulo II
El perro como individuo
Como se mencionó anteriormente, el proceso por el cual el lobo se convirtió en perro se denomina
domesticación. La domesticación es un proceso activo llevado a cabo por el ser humano, que consiste
en la crianza y reproducción selectiva, durante cientos de generaciones, de especies de animales salvajes
con el propósito de acentuar una serie de características deseadas. Los cambios ocurridos en los
animales durante este proceso son de tipo morfológico, fisiológico y de comportamiento.
Si uno analiza la definición de domesticación descubre que es un proceso que puede llevar cientos o
miles de años. Sin embargo, es muy frecuente escuchar a personas que conviven con animales salvajes
-tales como pumas o leones- afirmar que ellas han domesticado a estos animales. Además de ser un
despropósito utilizar a estas especies como animales de compañía, la afirmación es también incorrecta.
En el mejor de los casos uno puede llegar a amansar a un animal -es decir, lograr disminuir su tendencia
a escapar o atacar al ser humano-, pero no a domesticarlo. Esto es así porque el amansamiento ocurre a
nivel del individuo y en relación con su propia experiencia, mientras que la domesticación ocurre a nivel
de una especie en su conjunto. Además los cambios obtenidos durante la domesticación se transmiten a
las sucesivas generaciones, a diferencia de lo que sucede con el amansamiento, proceso que ocurre en
un animal y no se transmite a su descendencia.
El conocimiento de la diferencia existente entre domesticación y amansamiento es de vital
importancia, según veremos, para comprender cómo el lobo se convirtió en perro.
Proceso de domesticación
Es probable que las primeras interacciones entre lobos y seres humanos primitivos tuvieran lugar en
un marco de competencia por la comida, ya que ambos no sólo se alimentaban de los animales que
cazaban sino que además utilizaban la misma estrategia -la caza en forma cooperativa-, para la
obtención del alimento. No obstante, debido a que los lobos también podían actuar como animales
carroñeros, con el tiempo algunos se fueron acercando a los campamentos de sus competidores en busca
de desperdicios alimenticios.
Este acercamiento sin duda tuvo consecuencias en la interacción entre los lobos y los seres humanos.
Estas son:
* Algunos ejemplares de lobo fueron cazados por los humanos para su propio alimento.
* Posiblemente varios indefensos lobeznos -es decir, las crías de aquellos animales capturados para
la alimentación- también hayan sido atrapados con la misma intención. Sin embargo,
seguramente muchos de ellos no fueron sacrificados sino conservados para convivir con los
niños, como compañeros de juego, durante su etapa de socialización. Esta situación implicó un
amansamiento de esos animales.
* El ser humano, producto de su inteligencia, posiblemente en lugar de eliminar a todos los
ejemplares de lobo que se acercaban al campamento comenzó a seguir a algunos de ellos en sus
cacerías, utilizándolos como detectores de potenciales presas.
De estas tres circunstancias, la segunda fue con toda seguridad la que mayor relevancia e
importancia tuvo en lo que respecta al proceso de domesticación, ya que debió ser el origen de¡
vínculo directo entre el hombre y el antecesor del perro. La interacción entre ambas especies durante
la primera etapa de la vida produjo la socialización de los lobeznos con el ser humano y, por
consiguiente, su amansamiento en estado adulto. Estos animales amansados eran morfológicamente
indistinguibles de sus congéneres salvajes pero ya acompañaban al ser humano, su compañero
adoptivo, en las cacerías.
Debido a que los lobos poseían una capacidad auditiva mucho mayor que los humanos, detectaban
los peligros para el campamento mucho antes, por lo que seguramente empezaron también a ser
utilizados como centinelas. A cambio de estos servicios estos animales comenzaron a recibir
alimento, agua y otro tipo de cuidados. De esta forma la competencia entre ambas especies dio paso a
la colaboración.
Este nuevo vínculo se estrechó aún más debido a que además de compartir la misma estrategia para la
obtención de¡ alimento, hombres primitivos y lobos poseían otras características en común. Tanto unos
como otros poseían estructuras sociales muy complejas y parecidas. Los humanos convivían en grupos
y los lobos en manadas, donde cada individuo desempeñaba un rol específico. Ambas especies
establecían un territorio al que defendían y ambas formaban un estrecho vínculo entre el macho y la
hembra de tipo monogámico. En los dos casos los individuos jóvenes eran cuidados por todo el grupo,
dentro del cual había una relación de parentesco. Finalmente, tanto en uno como en otro las formas de
comunicación se basaban en expresiones faciales y posturas corporales.
De todo lo explicado se deduce que al comienzo del proceso de domesticación no existía un propósito
concreto por parte del ser humano, por lo que los primeros pasos fueron relativamente muy simples. De
hecho en un principio no hubo ningún tipo de selección ni apareamientos controlados por el hombre, por
lo que muchos de los lobos amansados continuaron apareándose con sus congéneres salvajes.
Sin embargo, todo indica que el proceso se tornó mucho más complejo cuando comenzaron la crianza
y los apareamientos en cautividad. A partir de ese momento surgieron las diferencias morfológicas
entre estos animales y sus parientes salvajes. Por ejemplo, cualquier variación que apareciese en el
color del manto producto de una mutación genética podía permitir identificar a un animal del otro; como
consecuencia, esta característica era privilegiada y por lo tanto seleccionada. A partir de ese momento
los animales comenzaron a ser mucho más dependientes de los humanos y se redujeron notablemente
las posibilidades de apareamientos con animales salvajes.
Con el surgimiento de la agricultura, la protección de la propiedad cobró gran importancia y se
empezaron a seleccionar a los individuos más aptos para cumplir con esa función. Esto marcó los
comienzos de los planes de apareamiento destinados al desarrollo de las diferentes razas de perro.
Probablemente eso sucedió en la antigua Grecia y en el Imperio Romano hasta su caída. Por ese
entonces los perros debían cumplir ya diferentes funciones, lo cual explica la presencia de tres tipos
diferentes de perros:
Más tarde en Europa, hacia fines de la Edad Media, comenzaron a crearse y desarrollarse diferentes
razas de perro, aunque por ese entonces no existían más de una docena de razas distintas. Por
supuesto en ese momento el apareamiento con animales salvajes era altamente indeseable e incluso el
hombre ya los perseguía y los exterminaba.
Después de la Revolución Industrial se dejó de utilizar perros en las diferentes tareas que hasta ese
momento venían desempeñando. A partir de entonces prosperaron las competencias protagonizadas
por los perros llamados "de exposición". Estas competencias surgieron en el siglo XVIII y fueron
reglamentadas en el XIX. Sólo a partir de este momento y debido a la gran variabilidad genética que
poseía el perro, comenzaron a proliferar las más de cuatrocientas diferentes razas que hoy conocemos
y que compiten en numerosas exposiciones.
Hace todavía menos tiempo apareció la categoría de¡ perro de compañía, cuya principal función, tal
como su nombre lo indica, es acompañar a los seres humanos a cambio de alimento, afecto y cuidados
diversos. Esta nueva forma de relacionarse demuestra que aquel contrato de cooperación entre ambas
especies todavía hoy permanece vigente.
Si bien es cierto que el perro tal como lo conocemos hoy día comparte con su antecesor salvaje
patrones básicos de comportamiento, no menos cierto es que a lo largo del proceso evolutivo que
denominamos domesticación se produjeron cambios morfológicos, fisiológicos y comportamentales que
hicieron que el perro se diferenciara del lobo.
Cambios morfológicos
Cambios fisiológicos
Estos cambios producidos por la domesticación fueron más notorios a nivel del funcionamiento
reproductivo. El lobo alcanza la madurez sexual aproximadamente a los dos años de edad, las hembras
presentan un solo celo al año hacia fines del invierno y principios de primavera y el tamaño medio de la
camada es de cuatro cachorros. En cambio, en el perro la madurez sexual aparece más de un año antes,
las hembras presentan aproximadamente dos celos al año con menor relación con factores cismáticos y
el tamaño medio de la camada es de seis a ocho cachorros.
Cambios comportamentales
En cuanto a comportamiento se refiere, los cambios producidos por la domesticación fueron varios.
En primer término, disminuyeron la agresividad y las reacciones de escape y de defensa que se observan
en los animales salvajes. Como consecuencia, se produjo un aumento de la docilidad, imprescindible
para facilitar el manejo de los animales. No obstante, después hubo un aumento de la agresividad que se
observa en las razas de guardia, producto de una variación en las metas buscadas por el hombre a través
de la selección de individuos que presentan estas características.
La neofilia y la neofobia -es decir, la curiosidad y el miedo ante los estímulos nuevos y eventos poco
familiares- son mucho más marcados en el lobo que en el perro. Esto se debe a que los animales
excesivamente alertas o hiperactivos que exploraban absolutamente todo lo que acontecía a su alrededor
o que se escapaban ante el más mínimo estímulo desconocido, no eran adecuados para el tipo de
convivencia que necesitaba el ser humano con un animal doméstico.
El comportamiento sexual también presentó algunos cambios de importancia. Los componentes
iniciales del cortejo, que constituyen una parte muy importante del comportamiento sexual del lobo,
muchas veces son más reducidos o incluso inexistentes en el perro. Otra característica que presentan los
lobos es la monogamia. Aunque los perros muestran preferencias en el momento de la elección de la
pareja sexual, resulta muy frecuente observar animales que muestran una mínima selectividad en este
aspecto. Todas estas modificaciones en el comportamiento sexual han traído como consecuencia más
relevante un incremento de la actividad sexual durante el proceso de domesticación.
La neotenia, retención de características juveniles en la edad adulta, también fue otro de los fenómenos
ocurridos durante la domesticación. Debido a esto podríamos afirmar que el perro sería muy parecido
en su comportamiento a un lobo en su etapa juvenil.
Vale la pena recalcar nuevamente que los cambios morfológicos, fisiológicos y comportamentales
ocurridos durante la domesticación no fueron producto de un cambio individual, sino de un largo
proceso evolutivo en el que se vieron involucrados el hombre, el lobo y el perro.
El perro y su relación
con el entorno
Cuando uno les pregunta a muchos propietarios de perros si consideran que sus animales son
inteligentes, la mayoría no duda en dar una respuesta afirmativa y la ejemplifican a través del clásico
"sólo le falta hablar". Sin embargo, cuando uno les pregunta qué es la inteligencia parecen no tener
demasiada idea acerca de lo que significa este concepto, por lo que suelen recurrir a ejemplos de la vida
cotidiana para demostrar lo afirmado. "Mi perro es inteligente porque rápidamente aprende a hacer todo
lo que le enseño." 0 bien dicen: "Es tan inteligente que sabe distinguir el ruido del motor de mi auto
cuando llego del trabajo y no reacciona si otro auto igual al mío se detiene en la puerta de casa." 0
explican: "Sin que nadie se lo enseñara aprendió a abrir todas las puertas de la casa."
Si analizamos detenidamente estos comentarios podemos darnos cuenta de que en todos ellos las
personas se refieren a la capacidad de aprender que tienen sus perros. Pero si bien esta capacidad es una
condición básica para toda inteligencia, no es un sinónimo de ese concepto. Dicho en otras palabras, el
hecho de que un perro posea una gran capacidad de aprendizaje no significa necesariamente que sea
inteligente. Por lo tanto, para encontrar una respuesta a este interrogante, primero es necesario definir el
significado del término inteligencia.
Una definición que tiene consenso entre la mayoría de los científicos es aquella que dice que la
inteligencia es la capacidad de enfrentar símbolos, relaciones y conceptos abstractos, así como nuevas
situaciones o problemas, y resolverlos de una manera adecuada. A partir de esta definición muchos
sostienen que la inteligencia canina es más un mito que una realidad.
Sin embargo, Aristóteles (384-322 a.C.) sostenía que la razón de los animales difería de la nuestra no
por su naturaleza sino del más al menos. Otro filósofo griego, Porfirio (232-304 d.C.), haciendo uso de
un razonamiento simple y claro decía: "Entre los animales hay muchos que aventajan al hombre por su
tamaño, su velocidad, el alcance de la vista, la sutileza del oído. Pero no por esto el hombre es sordo,
ciego o débil, ni está privado de movimiento. Si los hombres tienen más inteligencia que los animales,
esto no es una razón para sostener que los animales no la tienen en absoluto; del mismo modo que sería
erróneo sostener que las perdices no vuelan porque los gavilanes vuelan mejor que ellas".
René Descartes, filósofo francés del siglo XVII, sostenía que los animales carecían de estado
consciente, de inteligencia y de cualquier proceso mental análogo al del ser humano. Muchos
psicólogos y fisiólogos compartieron, e incluso comparten en la actualidad, este concepto. Para ellos los
procesos mentales superiores que rigen el comportamiento humano están gobernados por principios
distintos de aquellos que rigen el comportamiento animal. Más aún, para muchos científicos los
animales en general y los perros en particular no serían otra cosa que máquinas biológicas que actúan
sobre la base de reflejos y reacciones automáticas programadas genéticamente.
También para algunos científicos prominentes como Charles Darwin la inteligencia de los animales no
es un mito sino una realidad. En su libro La descendencia del hombre sostenía que la diferencia entre la
inteligencia de los seres humanos y la de muchos animales era una cuestión de grado y no de clase. Más
aún, Darwin afirmaba que "las distintas emociones y facultades -como el amor, la memoria, la atención,
la curiosidad, la imitación, etcétera- de las que se jacta el hombre, se encuentran en condición incipiente
y a veces bien desarrolladas en los animales inferiores".
En lo que a mí respecta, me encuentro mucho más cerca de la opinión de Aristóteles, Porfirlo y
Darwin que de la de Descartes y sus seguidores contemporáneos.
Recuerdo que ya en mi época de instructor canino pude comprobar personalmente la existencia de
inteligencia en el perro. El animal en cuestión era un ovejero alemán de dos años y medio de edad, de
nombre Muck. Después de finalizar el entrenamiento de obediencia procedí a instruir a Muck en lo que
se refería a guardia y protección de la quinta donde él vivía junto a sus dueños. Un día, ya finalizando
el proceso, estaba trabajando con el perro suelto cuando mi ayudante, que hacía las veces de
delincuente, saltó la cerca e ingresó repentinamente en la quinta a una distancia de unos cincuenta
metros del lugar donde Muck y yo nos encontrábamos. Ante tal situación el perro salió presuroso a su
encuentro. El "delincuente", por su parte, intentó correr alrededor de la casa, que se hallaba ubicada en
el centro del terreno, con el objetivo de lograr que Muck lo persiguiese. Cuando el perro advirtió esta
situación, en lugar de ir detrás del agresor decidió dar la vuelta y enfrentarlo en el extremo opuesto de la
casa. Esto causó una desagradable sorpresa en mi ayudante, ya que mientras él esperaba ser perseguido
por un lado, el animal decidió ir a buscarlo por el lado contrario. Resulta evidente que el perro se
enfrentó a un problema y lo resolvió de la mejor manera posible, lo cual demuestra que tuvo una
respuesta inteligente. Obviamente nadie sensato podría afirmar que la inteligencia canina está tan
desarrollada como la del ser humano. Resulta también interesante destacar, aunque parezca increíble,
que también está menos desarrollada que la del lobo.
Ahora bien, ¿por qué el antecesor salvaje del perro es más inteligente que su pariente doméstico? La
explicación es sencilla. El perro que vive con una familia humana no necesita de su inteligencia para
sobrevivir. Dado que se encuentra en un ambiente protegido, no se lo selecciona a partir de su
inteligencia sino que se lo selecciona por su capacidad de respuesta al entrenamiento de obediencia. En
cambio, en la vida salvaje, el individuo de mayor inteligencia resolverá mejor los problemas cotidianos,
mientras que el de muy baja inteligencia tendrá mucha mayor dificultad para lograrlo y, por lo tanto,
menos posibilidades para sobrevivir y dejar descendencia.
En síntesis, los lobos son más inteligentes que los perros debido a que están sometidos a una presión
de selección en favor de la inteligencia. Por el contrario, la selección de los perros la realiza el hombre
a favor de la docilidad, la facilidad de manejo y la capacidad de aprendizaje. Sin embargo, esto no
significa que los perros no sean inteligentes, sino más bien todo lo contrario. De hecho, la inteligencia
del perro es tan antigua como él mismo y lo acompaña desde su aparición en este mundo.
Del mismo modo que al referirnos a la inteligencia de los perros fue necesario definir qué entendíamos
por ese término, antes de ver los distintos tipos de temperamento de los caninos debemos comenzar por
saber cuál es el significado de ese concepto.
El temperamento es la constitución particular de cada individuo y determina la forma en que ese
individuo se comporta. Una vez comprendido este concepto uno podría suponer que resulta sencillo
referirse a los distintos tipos de temperamento en los perros. Sin embargo, esto no es así, ya que
muchos científicos afirman que el temperamento no puede medirse en forma objetiva. Además, al estar
influido tanto por variables genéticas como ambientales resulta imposible establecer diferencias de
temperamento consistentes entre los diferentes tipos.
A pesar de esto, en el año 1927 el célebre científico ruso Iván Pavlov realizó junto a sus discípulos un
estudio muy interesante, que aportó conclusiones que aún en la actualidad son de utilidad para
diferenciar los distintos tipos de temperamento en los perros.
Pavlov demostró que los animales podían manifestar temperamentos distintos según la magnitud con
que se expresaran dos de los principales procesos que ocurren a nivel del sistema nervioso: excitación e
inhibición. Cuando ambos procesos adquirían una gran magnitud el animal era definido como de tipo
fuerte, mientras que si la expresión de estos procesos era de escasa magnitud el animal era considerado
de tipo débil. Por otro lado, si tanto excitación como inhibición estaban balanceados, con poco
predominio de uno sobre el otro, al animal se lo catalogaba como de temperamento equilibrado;
mientras que si uno prevalecía en mucha mayor proporción sobre el otro, al animal se lo definía como
de temperamento desequilibrado.
Según las conclusiones a las que arribaron Pavlov y sus discípulos, el temperamento de los animales
podía subdividirse en cuatro tipos:
Tipo de
temperamento Caracteristicas
Fuerte y Animales activos, con leve predominio de excitación
equilibrado con y con gran capacidad para adaptarse a nuevas situa-
predominio de ciones; escasa susceptibilidad a sufrir trastornos nerviosos
excitación
Estudios más modernos sobre el funcionamiento del sistema nervioso han demostrado que la
manifestación del comportamiento depende de la acción de ciertas sustancias químicas, denominadas
neurotransmisores. Estas sustancias químicas son un factor primario que influye en la expresión de los
distintos tipos de temperamento y su balance dentro de¡ organismo fluctúa a lo largo de la vida de los
individuos según sus condiciones de vida. Los estudios mencionados, lejos de rebatir los postulados de
Pavlov han aportado mayores datos para la comprensión del comportamiento animal, ya que permitieron
conocer cómo situaciones como el estrés pueden modificar el comportamiento de los animales a través
de cambios en la concentración de los neurotransmisores. De esta forma es posible comprender por qué
los animales de tipo fuerte y desequilibrado pueden mostrarse agresivos ante ciertas situaciones, por
qué los de tipo débil pueden manifestarse completamente inhibidos y letárgicos en determinadas
circunstancias y por qué los perros equilibrados suelen adaptarse mejor a diversas condiciones a pesar
de que no sean las más adecuadas para ellos.
Por lo tanto, es posible concluir que el comportamiento de cada cachorro es único y depende tanto de
factores genéticos como ambientales. El temperamento que tengan al llegar al estado adulto dependerá
tanto de las características heredadas de sus padres como de las condiciones de vida que les
proporcionen las personas que convivan con ellos.
¿Cómo perciben los perros los mensajes provenientes de su entorno? Si nosotros somos capaces de
contestar esta pregunta, seguramente estaremos más cerca de comprender muchas de sus actitudes.
Dado que los estudios sobre percepción han sido realizados por seres humanos, las características bajo
análisis son sistemáticamente comparadas entre ambas especies. Bajo este principio veremos ahora las
capacidades de los diferentes sentidos y cómo son utilizadas según las necesidades a las que los perros
se vieron sometidos a lo largo de miles de años de evolución.
Visión
Durante muchos años se discutió si la visión de los perros era de tipo fotópica (capaz de discriminar
los colores) o escotópica (capaz de discriminar sólo entre sombras de blanco y negro). Desde el punto
de vista anatómico existen en la retina de muchos mamíferos dos tipos de fotorreceptores: los bastones y
los conos. Los primeros son los que se emplean para la visión en penumbra y producen una visión de
tipo escotópica. Los segundos reciben más señales que los bastones en presencia de mayor intensidad
de luz y son los responsables de la visión fotópica. En los perros la presencia de bastones es
proporcionalmente muy superior a la de los conos. Esto demostraría que los perros no pueden
diferenciar los colores de la misma manera que los seres humanos, aunque serían capaces de distinguir
algunos de ellos.
Si nos remontamos a la evolución que ambas especies han tenido, esto tiene un sentido adaptativo.
Los humanos somos de actividad diurna y por lo tanto los conos pueden cumplir su función biológica.
En cambio los perros tienen su mayor actividad en las horas de penumbra, cuando la visión depende de
los bastones. Por otro lado, esto de alguna manera indica que si bien los colores no son relevantes para
los caninos, sí lo es poder ver con muy baja intensidad de luz. Esto a su vez es favorecido por una capa
reflectiva de¡ ojo, el tapetum lucidum, que permite maximizar la visión ante una mínima intensidad
lumínica. Es decir que si de comparaciones se trata, los perros no pueden ver una gama tan amplia de
colores como nosotros los humanos, aunque poseen una capacidad de discriminación de la iluminación
mucho mayor.
En lo que respecta a la percepción visual de las formas o más específicamente de sus detalles, es
inferior en los perros con respecto a los humanos. Aquí estaría la explicación de por qué muchos
perros reaccionan en forma temerosa cuando durante un paseo se encuentran repentinamente con un
objeto novedoso para ellos; también esto explicaría algunas reacciones agresivas hacia sus
propietarios cuando usan por primera vez un sombrero o un paraguas.
Por el contrario, los caninos son muy superiores a nosotros, alrededor de unas diez veces, para
percibir los movimientos sutiles de las cosas. Esta capacidad siempre les fue muy útil a los lobos en
el momento de realizar las cacerías, ya que la percepción de cualquier movimiento resultaba de suma
importancia para atrapar la presa. Por este motivo, muchas potenciales presas se "congelan" en lugar
de escapar cuando perciben a un depredador.
En cuanto a los ángulos visuales, éstos son superiores en el perro, sobre todo el ángulo horizontal,
lo que significa que el perro posee un campo visual mucho más ancho. Los humanos vemos en un
ángulo de 125 grados aproximadamente, mientras que los perros tienen un ángulo visual de unos 250
grados. El ángulo vertical es comparativamente superior en el perro, aunque en menor medida que el
horizontal.
La capacidad de ver a distancia de los perros tiene un alcance menor que en los seres humanos. Es
importante destacar que los perros miran fijo con menos frecuencia y durante menos tiempo que el
hombre. Esto se debe a la mayor especialización de la fosa central de la retina (fovea centralis) en el
humano, que se utiliza para lograr una nitidez visual adecuada al enfocar con los dos ojos a la vez un
objeto. Por eso los humanos movemos los ojos casi sin interrupción sometiendo todos los puntos del
campo visual a la fovea centralis, lo que explica también la mayor capacidad para percibir los detalles.
En el perro esta distribución de la percepción visual entre el centro y la periferia de la retina no está tan
evolucionada, por lo que utilizan la percepción periférico con mayor frecuencia y sólo miran fijo con la
parte central de la retina durante cortos períodos de tiempo y en momentos de gran tensión, como en las
situaciones de ataque. Es por esta razón que para los perros, al igual que para muchos otros mamíferos,
la mirada fija implica que existe de por medio un contexto agresivo.
Audición
Con respecto a la agudeza auditiva, las diferencias entre caninos y humanos depende de la frecuencia
de los sonidos. Si éstos son de baja frecuencia la capacidad de ambas especies es similar, ya que en el
perro el límite inferior es de alrededor de 15 ciclos por segundo, mientras que en el hombre es de
aproximadamente 18 ciclos por segundo. En cambio a frecuencias más elevadas los perros son muy
superiores, ya que son capaces de percibir sonidos que para nosotros son ultrasónicos.
El límite máximo en los perros es de 60.000 cielos por segundo, mientras que en los humanos es de
20.000 ciclos por segundo. Si nos referimos nuevamente a los ancestros del perro, encontraremos una
explicación al porqué de esta superioridad. Si bien los lobos no producen sonidos ultrasónicos, los
roedores, que son presa habitual de estos predadores, sí lo hacen. La habilidad de los lobos para percibir
este tipo de sonido los capacita para detectar y localizar esta clase de presa.
En cuanto a la percepción de sonidos distantes las diferencias entre caninos y humanos también son
notables. Los perros pueden detectar un sonido débil a una distancia entre cuatro y cinco veces mayor
que un ser humano. Debido a esta habilidad los perros deben acostumbrarse a ignorar muchos de los
sonidos que se producen en el hábitat de los humanos para disminuir su estrés. Algunas veces este
proceso de aprender a "no oír" se produce lentamente, sobre todo en perros más excitables. Un ejemplo
típico son los ladridos "sin motivo" (para el dueño) o la sensibilización que ocurre ante los truenos, que
suelen provocar gran temor en los animales.
Olfato
Es en la agudeza olfativa donde aparecen las mayores diferencias entre humanos y perros. De hecho,
para las personas el olfato es casi inexistente; en cambio, para los perros este sentido tiene mayor
importancia que los otros.
Debido a las diferencias anatómicas entre ambas especies, a los humanos se los define como
microsmáticos y a los caninos como macrosmáticos. Estas diferencias se ubican a nivel de la cavidad
nasal y en las partes del cerebro encargadas de procesar la información olfatoria, las cuales son mucho
más pequeñas en el hombre que en los perros. A modo de ejemplo podemos señalar que el hombre
posee alrededor de cinco millones de células olfatorias en su cavidad nasal, las cuales ocupan un área de
500 milímetros cuadrados, mientras que los perros poseen aproximadamente doscientos veinte millones
de células sensibles al olor en un área de 7000 milímetros cuadrados. Sin embargo, la capacidad
olfatoria del perro es mucho más aguda en comparación con la del ser humano de lo que indican estos
números. Algunos científicos han comprobado, mediante diferentes estudios, que la capacidad en los
perros podría superar en alrededor de un millón de veces a la de los humanos.
Una de las pruebas más interesantes es el llamado "test del portaobjeto". En este test, un portaobjeto
de vidrio entre varios es tocado por un ser humano. Luego se guardan los portaobjetos durante un
período de seis semanas. Después de ese tiempo se sacan los portaobjetos y se le permite al perro que
los olfatee. Se ha demostrado que el perro no sólo es capaz de identificar el portaobjeto que ha sido
tocado sino también a la persona responsable de haberlo hecho.
Finalmente, es también importante mencionar que los perros son capaces de individualizar a diferentes
personas, sean parientes o no; sólo han mostrado algunos problemas a la hora de diferenciar gemelos.
Según veremos luego, esta gran capacidad olfatoria es utilizada por los perros como medio de
comunicación, ya que gracias a ella pueden identificar su propio territorio, reconocerse individualmente
unos a otros, detectar una hembra en celo, y demás. Debido al gran refinamiento de este sentido
muchos perros son utilizados para detectar drogas y rescatar víctimas bajo la nieve o bajo los escombros
de un terremoto, tarea que todavía no ha sido superada por ningún elemento creado por el hombre.
Tacto
El sentido del tacto desempeña un rol importante, en especial en lo que se refiere a la estimulación de
reflejos básicos, que se expresan como un comportamiento de defensa y, por lo tanto, pueden dar
como resultado un comportamiento agresivo. Dicho de otra forma, tocar repentinamente el hocico o la
cabeza de un perro puede dar origen a una reacción agresiva de tipo refleja.
Los centros nerviosos ubicados en la corteza cerebral de los perros actúan como inhibidores de estas
reacciones agresivas. Por esto ellos pueden aprender mediante la manipulación temprana por parte de
los seres humanos a inhibir este reflejo de defensa. Se recomienda en consecuencia someter a los
cachorros a edad temprana a una manipulación no traumática a fin de disminuir la probabilidad de
reacciones agresivas en los animales adultos. Sin embargo es necesario tener en cuenta que este
reflejo de defensa suele producirse cuando el perro se encuentra dormido y es tocado por una persona,
debido a que en ese momento se encuentra fuera del control de la corteza cerebral. Esta es la razón
por la cual puede resultar peligroso tocar a un perro cuando está profundamente dormido.
Otra conducta que se relaciona con el sentido del tacto es la resistencia que oponen los perros contra
toda presión ejercida sobre alguna parte de su cuerpo. Esta es una de las razones principales por la que
los perros tiran de la correa cuando salen a dar un paseo con sus dueños, dando la imagen de que en
realidad son ellos quienes sacan a pasear a sus propietarios.
Capítulo IV
Conocer el estilo de vida de los perros, cómo se vinculan y cómo se comportan entre sí puede llegar a
ser muy útil para aquellas personas que conviven con más de un perro o para quienes teniendo sólo uno
suelen llevar a su animal a una plaza para que tome contacto con otros congéneres. Es muy común que
esas personas observen cómo los animales interactúan entre sí sin llegar a comprender el porqué de
muchas conductas, ya sea en situaciones de interacción armónica o de competencia.
Además, y según veremos más adelante, conocer el estilo de vida de los perros y su comportamiento
entre sí es una condición básica para comprender cómo ellos se comportan con nosotros, los seres
humanos, durante la convivencia.
Finalmente, el conocimiento tanto de la forma en que se vinculan los perros como de la manera en que
conviven puede resultar sumamente interesante para comparar la manera en que lo hacemos nosotros
mismos. Para conocer y comprender el comportamiento social de los perros debemos necesariamente
volver a referirnos a su antecesor salvaje: el lobo.
Cuando una especie animal se alimenta de lo que caza debe necesariamente utilizar una estrategia que
sea eficiente y eficaz para poder lograr su cometido, es decir, atrapar a su presa. Los animales de gran
tamaño -como los tigres- cazan en forma solitaria ya que esto suele traerles buenos resultados tanto si
las presas son menores que ellos como, incluso, si son de igual tamaño. Por el contrario, los animales
predadores de menor porte, que habitualmente cazan presas mayores que ellos, utilizan en la mayoría de
los casos la caza en grupo, ya que si bien podrían cazar en forma individual la tarea es mucho más
sencilla y sobre todo menos riesgosa si lo hacen en grupo, a pesar de tener que compartir posteriormente
la presa.
Los lobos pertenecen a este último grupo de animales cazadores y, por lo tanto, suelen formar una
unidad grupal, la manada, la cual viaja, caza, se alimenta y descansa en una asociación estrecha entre
todos los miembros de¡ grupo. Este mismo comportamiento social está presente en el perro, lo cual es
fácilmente comprobable mediante la observación de los grupos que forman los perros que viven
libremente en el campo, es decir, las jaurías. Llama la atención ver cómo los animales suelen convivir
en grupo y permanecer unidos a través del tiempo, a pesar de tener suficiente espacio para establecer
territorios individuales y mantenerse alejados unos de los otros.
Más aún, cualquiera de nosotros podría realizar un experimento y comprobar personalmente la
tendencia que tienen los perros a formar grupos. Si alguno dispusiese de un terreno amplio y dejase en
diferentes puntos entre cuatro y ocho perros de aproximadamente seis meses de edad y desconocidos
entre sí, notaría que al cabo de un breve tiempo todos los animales se reúnen y comienzan a interactuar
entre ellos. Es posible que al comienzo esta interacción sea en algunos casos a través de¡ juego y en
otros mediante la agresión o el temor. Pero seguramente una vez logrado el conocimiento mutuo pasen
a conformar un grupo socialmente unido, la jauría, en el cual cada perro identificará perfectamente al
resto de sus compañeros. A partir de ese momento ya se habrá establecido el vínculo entre todos los
miembros del grupo y un importante grado de dependencia entre ellos.
Una vez que sabemos que los lobos y los perros son especies sociales que forman grupos de
convivencia surge el interrogante acerca de cómo comienza. la formación del grupo, es decir, el vínculo
entre los animales que lo componen. Además resulta importante conocer las similitudes y diferencias
que existen entre los mecanismos de formación de grupos en los lobos y en los perros.
La formación de vínculos estrechos entre los animales requiere una predisposición de los individuos a
relacionarse entre sí y que tal relación perdure a lo largo del tiempo. David Mech, un biólogo
norteamericano experto en lobos, postula que en los lobos que viven en libertad existen tres
circunstancias básicas:
Fuera de estas circunstancias es muy poco probable que dos lobos estén predispuestos a relacionarse
entre sí.
Por lo tanto, es posible concluir que en la naturaleza la única situación en la cual dos lobos adultos
extraños establecen un vínculo es aquella relacionada con el apareamiento de un macho y una hembra,
es decir, a partir de un deseo sexual.
En los lobos, el cortejo previo al apareamiento es bastante prolongado, lo cual cumple como función
principal reforzar el vínculo de la pareja. Otro hecho que parece cumplir la misma función es el cerrojo
copulatorio, que también ocurre en los perros siendo popularmente conocido como "abotonamiento",
mediante el cual los animales quedan literalmente enganchados por su parte posterior durante el
transcurso del acto sexual por un término promedio de treinta minutos. Este mecanismo de formación
del grupo a partir del comportamiento sexual como formador del vínculo entre dos lobos adultos
extraños también ocurre en los perros, aunque en las condiciones en que viven estos últimos, el medio
urbano, no es el único ni el principal.
En el caso de los perros ocurre un fenómeno muy particular, ya que en su convivencia con el ser
humano existen determinadas circunstancias que no acontecen en la naturaleza. Es frecuente que
algunos dueños de perros en algún momento de la convivencia decidan adoptar otro perro como
compañero. También es frecuente que en las grandes ciudades los propietarios acudan a las plazas para
permitir que sus animales interactúen con otros congéneres. Si bien ambas circunstancias pueden
generar algunos inconvenientes iniciales entre los animales, es muy probable que una vez superados dos
hechos que pueden demorar la interacción armónica, el miedo y la agresividad, se establezca un vínculo
entre los animales. Esto se debe básicamente a que los perros son, salvo algunas excepciones, animales
amistosos. Por lo tanto pueden adaptarse -según las características raciales, individuales y de crianza- a
la presencia de congéneres desconocidos y relacionarse con ellos.
Desde ya, este tipo de vínculo se establece mucho más rápido cuando los animales son cachorros y
puede ser más dificultoso en los individuos adultos. Por el contrario, los cachorros sufren en mucha
menor medida si son separados de sus congéneres que los perros adultos, porque una vez establecido el
vínculo suele perdurar a pesar de que se vean obligados por alguna razón a no volver a verse.
Esta segunda circunstancia se produce en primer término a través del estrecho contacto físico con la
madre y de la alimentación. Si bien esta última es inicialmente provista por la madre durante el
amamantamiento, más tarde todos los miembros adultos del grupo colaboran en la tarea de alimentar a
los cachorros. Esto ocurre cuando los individuos adultos regurgitan la comida predigerida por ellos, que
constituye la primera alimentación de tipo sólida de los cachorros. En el caso de los perros el fenómeno
de regurgitación de¡ alimento muchas veces no se observa ya que son los seres humanos los encargados
de brindarles la primera alimentación sólida.
En las especies animales de hábitos solitarios cuyos individuos no necesitan ni dependen de un grupo
social para su subsistencia, como es el caso de muchos felinos, cada animal decide lo que hace en su
vida de independencia. Por el contrario, en las especies altamente sociales -como son los lobos, los
perros y también nosotros, los humanos- existe un factor de suma importancia para que esas sociedades
puedan funcionar armónica y adecuadamente y, por lo tanto, ser viables a lo largo del tiempo: un
sistema de orden. La falta de un ordenamiento social tanto en las manadas de lobos, en las jaurías de
perros como en las familias de los seres humanos y más aún en las naciones formadas por millones de
personas, haría imposible la supervivencia.
La mayoría de los científicos expertos en lobos, entre ellos Adolph Murie, Rudolf Schenkel y David
Mech, han demostrado que en los lobos existe un orden que resulta de un sistema social muy
desarrollado, basado en una escala social mediante la cual se establecen las relaciones entre los
miembros del grupo. Estas relaciones están basadas en un orden de jerarquía lineal y unidireccional.
En una manada de lobos existe un jefe al que se denomina alfa «x), un individuo subordinado a éste que
se denomina beta (P), un tercer individuo llamado gama (8) que se subordina al anterior, y así
sucesivamente.
Este ordenamiento jerárquico permite que cada integrante ocupe un lugar dentro del grupo y que actúe
en forma coordinada tanto en lo que respecta a las actividades de desplazamiento como a las de caza y
descanso. Desde ya el encargado de gobernar y coordinar todas las acciones es el individuo de mayor
jerarquía dentro del grupo -es decir, el jefe-, al cual en este caso se lo llama líder o dominante. Este
sistema jerárquico permite además que cada individuo pueda obtener su porción de comida, su área de
descanso y cubrir otras necesidades que de otro modo y debido a la competencia y las peleas que
sucederían, no sería posible satisfacer.
Vemos así que la convivencia dentro de esta sociedad jerárquica que establecen los lobos está regida
por dos aspectos fundamentales: el liderazgo y la dominancia. La sociedad que forman los perros -es
decir, la jauría- está regida por los mismos principios.
El liderazgo
La dominancia
A través de la dominancia los individuos de mayor jerarquía -es decir, los dominantes- son los que
ostentan el poder y tienen los mayores privilegios. En situaciones de competencia por los recursos, los
lobos de mayor jerarquía son los que primero acceden a la comida, al agua y a los lugares de descanso.
Por el contrario, los lobos de menor jerarquía acceden al alimento una vez que los más dominantes
saciaron su apetito, algunas veces cuando ya queda poco alimento, por lo que los lobos de menor rango
necesariamente deberán conformarse con las sobras.
En el caso de los perros que conviven con los humanos, la dominancia suele observarse cuando los
dueños de dos perros, pretendiendo que sus animales compartan las cosas, le dan un hueso a cada
animal. El perro dominante generalmente se apropia de los dos preciados objetos y no permite que su
compañero obtenga el suyo hasta tanto él lo decida. Esta actitud produce el enojo de muchos dueños,
quienes, disgustados por el "egoísmo" de uno de sus perros, suelen quitarle uno de los huesos y
entregárselo al otro, que pacientemente esperaba su turno antes de la intervención del ser humano.
Hechos de este tipo pueden traer dos consecuencias sumamente negativas para la convivencia. Una de
ellas es que el propietario termine siendo mordido por su propio perro al intentar quitarle el hueso. La
otra consiste en la pelea entre los perros ya que el dominante mostrará su enojo por no sentirse respetado
en su jerarquía, mientras que el subordinado comenzará a defender el hueso que por ese entonces se
encontrará en su zona de propiedad. Estas dos actitudes tienen sin embargo su explicación en las
propias reglas que existen en la jauría, que como todas las reglas tienen sus excepciones.
Una de estas excepciones a los privilegios que otorga la dominancia es la que se relaciona con la
propiedad individual, especialmente de la comida. Por ejemplo, en el caso de los lobos, si por alguna
razón un individuo subordinado accede antes que el dominante al alimento puede impedir que el lobo de
mayor rango tome la comida hasta el momento en que él se lo permita. Mech define la zona en la cual
un lobo que posee comida no permite el acercamiento de otro como "zona de propiedad", que abarca
normalmente una distancia de alrededor de 30 centímetros de la boca del lobo. En síntesis, a pesar del
rango que cada lobo ostente dentro del grupo, una vez que un lobo posee una porción de comida, está
más allá de toda disputa.
En el caso de los perros, debido a que ellos se comportan con sus propios patrones de comportamiento
(Capítulo VII), es posible que a pesar de ser un animal normalmente respetuoso de su propietario, lo
agreda cuando intenta tocarle la comida o quitarle un hueso. Esta misma razón es válida para explicar
por qué un perro subordinado que tiene un hueso puede agredir a uno de mayor rango cuando intenta
quitárselo.
Otra excepción a la ley de dominancia tiene lugar cuando una hembra, normalmente subordinada a un
macho, tiene cachorros. Con el nacimiento de los pequeños la hembra puede repentina y rápidamente
comenzar a dominar al macho por un período de alrededor de treinta días; durante este período se
mostrará agresiva con el macho si intenta contrariaría. Esto sirve también para explicar por qué una
perra con cachorros puede actuar agresivamente con su familia humana a pesar de no haber mostrado
con anterioridad ninguna actitud agresiva.
Dentro de una sociedad altamente organizada como es la de los perros, el orden es la premisa
fundamental. Un aspecto de vital importancia para que ese orden se mantenga es la absoluta coherencia
en el accionar de cada uno de los individuos dentro del grupo, lo cual hace que sus integrantes actúen en
forma altamente predecible. Este tipo de interacción es la causa principal que mantiene estable la
estructura social de la jauría.
Dentro de esta estructura cada individuo ostenta un determinado rango, el cual suele establecerse
tempranamente a partir del juego entre los cachorros. El tipo de juego que influye en el establecimiento
de jerarquías es aquel que tiene incorporado un componente agresivo. Las "peleas" durante el juego
comienzan alrededor de la tercera o cuarta semana de vida y traen aparejadas la formación de un orden
de dominancia entre los hermanos de la camada. Este orden suele mantenerse a lo largo del tiempo a
menos que ocurra algún cambio drástico en las condiciones de vida de los animales. Lo mismo ocurre
durante la convivencia de los perros con los humanos y se observa habitualmente cuando una persona
tiene dos o más perros en su casa.
Si bien los animales establecen rápido un orden jerárquico entre sí, los propietarios suelen interferir en
la conformación de la estructura social de sus perros. La mayoría de los dueños suele tratarlos en forma
igualitaria y evita hacer diferencias. Este tipo de actitudes las vemos a diario cuando una persona
acaricia a sus dos perros al mismo tiempo para que, según dicen, "no se pongan celosos" o cuando le da
una galletita a cada uno para que aprendan a compartir". Sin embargo, muchas veces no se logra lo que
se pretende y las peleas entre los animales aparecen tarde o temprano, ya que intentar igualar a los
perros en lugar de diferenciarlos trae como consecuencia la competencia.
También resulta habitual que el propietario de dos perros reprenda al individuo más dominante cuando
intenta demostrar su superioridad hacia el más débil. Esta actitud genera una gran inestabilidad
emocional en los animales ya que el perro dominante aprende que en presencia del dueño su jerarquía
sobre el otro animal no es respetada, mientras el subordinado rápidamente percibe la protección de su
compañero humano. La consecuencia más frecuente de este accionar por parte del ser humano es la
agresión entre los perros, que suele producirse en un comienzo sólo en presencia del propietario y no
cuando los animales están solos. Como ejemplos podemos citar aquellas peleas que ocurren entre
perros cuando el dueño regresa al hogar; la situación provocada cuando el propietario saca a pasear a
uno de los perros y el otro, al regreso, lo recibe en forma agresiva, y las agresiones que se producen
cuando el dueño acaricia a los dos animales al mismo tiempo. La explicación más probable de estos
hechos es que el perro dominante decide agredir al subordinado porque su rol no es respetado en
presencia del dueño y al mismo tiempo el hasta ese momento subordinado también se muestra agresivo
porque trata de ocupar el rango superior por contar con la protección del propietario. Por el contrario,
en ausencia del dueño ambos perros conocen muy bien cuáles son sus roles. Por eso, en un comienzo
conviven en paz, al menos hasta que el más débil de carácter adquiere la convicción necesaria para
intentar revertir la situación sin contar con el amparo de su desorientado propietario.
Por todo lo dicho es posible concluir que en estos casos cualquier circunstancia por más simple que
parezca puede desestabilizar al grupo y provocar una agresión manifiesta entre sus integrantes. Sin
embargo, aunque tales conflictos disparadores de la agresión pueden terminar en serios incidentes entre
los perros que conviven en una casa, la norma dentro del grupo suele ser la armonía.
La sumisión
Personalidades caninas
Personalidad agresiva
La personalidad agresiva, al igual que las demás, tiene un importante componente genético aunque
su expresión final depende también del aprendizaje recibido. Un ejemplo son los perros que han sido
tradicionalmente seleccionados por su comportamiento de guardia como el rottweiler, el doberman y
el ovejero alemán. En estas razas la agresividad puesta al servicio de la protección del hogar -es decir,
de la familia y su casa- se transmite genéticamente de una generación a otra. No obstante, el
aprendizaje puede provocar profundos cambios en la personalidad de estos individuos, ya sea tanto
para disminuir su tendencia agresiva como para exacerbarla. Lamentablemente en la actualidad es
cada vez más frecuente que los propietarios de estos perros estimulen su comportamiento agresivo.
Esto puede terminar provocando más disgustos que satisfacciones ya que es frecuente que personas
inocentes sean agredidas por animales cuyos dueños han sobreestimado, consciente o
inconscientemente, este rasgo de su personalidad.
Personalidad tímida
La timidez también puede ser de tipo hereditaria o producto del aprendizaje a partir de experiencias
traumáticas o incluso por falta de contacto social. Un cachorro criado en condiciones de aislamiento,
sin poder interactuar con otros congéneres, puede transformarse en un perro tímido. Un cachorro que
convive con perros muy dominantes y con una personalidad agresiva puede desarrollar timidez como
consecuencia de las experiencias adversas que suelen producirse durante la interacción con esta clase de
animales.
Personalidad timida-agresiva
Esta combinación suele traer dificultades durante la convivencia. Son perros que en lugar de huir en
situaciones que les provocan temor suelen agredir al responsable de esa situación. El problema con
estos animales es que la parte tímida de su personalidad hace que cualquier evento cotidiano les
provoque temor, mientras que la parte agresiva los induce a agredir como forma de ponerle fin.
Este tipo de personalidad se observa frecuentemente en aquellos perros producto del apareamiento de
una pareja en la cual uno de los individuos presenta una personalidad agresiva mientras el otro
manifiesta una personalidad tímida. Estos apareamientos generalmente son llevados a cabo por
criadores inexpertos que pretenden compensar las características indeseables de ambos tipos de
personalidad de los padres, sin saber que en realidad el resultado más probable de esta cruza sea el de un
cachorro tímido-agresivo.
Personalidad sociable
Los perros cuya personalidad es de tipo altamente sociable presentan en general un comportamiento
afable y amistoso, ya sea con otros perros o con seres humanos; difícilmente se manifiestan tímidos o
agresivos con los demás. El problema que puede existir con ellos es que fácilmente se vayan con
cualquier persona que les preste atención o les brinde afecto, lo cual no suele ser del agrado de muchos
propietarios.
Del mismo modo que la inteligencia y la comunicación en los animales han sido y todavía hoy son
cuestionadas en muchos ámbitos científicos, las emociones de los perros son también puestas en tela de
juicio. Esto es así debido fundamentalmente a que las emociones -es decir, la ansiedad, los celos, el
extrañar, la alegría y la frustración, entre otras- son muy difíciles de cuantificar y, por lo tanto, de medir.
Por tal motivo muchos científicos -más precisamente aquellos que sostienen que únicamente lo
calculable y mensurable corresponde a la realidad- no sólo cuestionan la existencia de emociones en los
animales, sino que directamente las niegan, ya que para ellos lo que no se puede medir no existe.
Sin embargo, por suerte, este pensamiento no es uniforme en toda la comunidad científica. Un
ejemplo de esto es Konrad Lorenz, Premio Nobel de Medicina en 1973, quien en su libro La decadencia
de lo humano cuestiona seriamente esta postura. Lorenz reconoce que "a las ciencias naturales de
orientación cientificista les está prohibido hablar sobre cualidades del sentimiento, porque no son
definibles en el léxico de las ciencias exactas". Luego aclara que "se ha de explicar, de manera
convincente, que los acaecimientos de nuestra experiencia subjetiva poseen un grado de realidad
idéntico a todo lo que se puede expresar con la terminología de las ciencias naturales exactas".
Comparto totalmente esta línea de pensamiento y también creo que las emociones en los perros no
sólo existen, sino que también pueden ser estudiadas en forma experimental en el lugar donde ocurren
habitualmente, es decir, en las casas de familia que tienen uno o más perros.
Veamos un ejemplo. Batu, un perro de raza labrador, tenía nueve meses cuando lo conocí. Su
propietaria me consultó por un problema sumamente serio que había surgido en la convivencia. La
persona en cuestión, que hasta hacía una semana no trabajaba y llevaba a Batu a todos lados sin dejarlo
ni un instante, había comenzado a trabajar y a dejar solo al perro en el departamento durante alrededor
de ocho horas diarias.
Después del primer día de trabajo, al regresar a su hogar debió escuchar las quejas de los vecinos
debido a que Batu, durante su ausencia, había estado ladrando y aullando permanentemente. Sin
embargo, esto no fue todo, ya que al ingresar en el departamento encontró más de la mitad de los
muebles literalmente destruidos, la puerta de salida totalmente rayada por las uñas del perro, y pis y
caca por todos lados. La desesperación y la bronca de su dueña hicieron que Batu recibiera una
contundente paliza. No obstante, los hechos se repitieron sistemáticamente de lunes a viernes. La
dueña, consciente de que su actitud no solucionaría el problema, decidió consultarme.
Un sábado por la mañana nos encontramos en el departamento semidestruido Batu, su propietaria y yo.
La mujer estaba segura de que su animal experimentaba una emoción muy concreta: bronca, y que
actuaba de la manera que lo hacía por venganza.
Debido a que mi diagnóstico del problema era otro, antes de decírselo a su dueña le pedí que realizara
una prueba: tenía que simular que partía para el trabajo realizando todos los preparativos previos, es
decir, buscar un abrigo, la cartera y las llaves, pero en lugar de regresar a las ocho horas debía hacerlo a
los cinco minutos. Fue notorio cómo durante los preparativos Batu comenzó a inquietarse y a seguirla
por todo el departamento, y apenas su dueña salió del lugar comenzó a saltar sobre la puerta y a ladrar
desesperadamente. Debido a esta circunstancia la mujer tuvo que regresar a los dos minutos y no a los
cinco como estaba programado. Al ingresar en el departamento Batu la saludó, saltando de alegría,
como si hiciese meses que no la veía. La cara de sorpresa de la mujer hizo que mi diagnóstico del
problema no necesitara demasiadas explicaciones. Batu sufría de ansiedad y angustia por la partida de
su dueña y actuaba de la manera en que lo hacía para tratar de ir a su encuentro, de lograr que ella
regresara y de aliviar la tensión que le provocaba la soledad. Por tal motivo la saludaba efusivamente,
demostrando gran alegría a su regreso.
En síntesis, Batu sentía una gran frustración al quedarse solo y no poder ir junto a su propietaria; la
extrañaba sobremanera durante su ausencia y se ponía sumamente contento con su vuelta al hogar. Esta
es una clara demostración de que las emociones no son sólo propias de la especie humana, sino también
de la canina, a pesar de que muchos, sobre todo aquellos que nunca convivieron con un perro, sostengan
lo contrario.
El juego constituye uno de los aspectos más relevantes del comportamiento social de los perros
durante la primera etapa de su vida. Cumple la función de facilitar la interacción social de los cachorros
entre sí y con los seres humanos con los que convive. Tanto que a aquellos animales que viven aislados
en una jaula, un canil o en una terraza, la falta de juego puede ocasionarles un grave deterioro en su
comportamiento social.
Otra de las funciones sumamente importantes del juego son la de eliminar el exceso de energía,
practicar patrones de conducta que serán de utilidad durante la adultez y conservar y mantener el estado
de salud en forma óptima.
Durante el juego un cachorro aprende a conocer tanto a cada integrante de la familia como las reglas
que la rigen. Por este motivo, todos los juegos que involucran un comportamiento agresivo suelen ser
del agrado de muchos perros, sobre todo de aquéllos de personalidad dominante, ya que en general son
quienes ponen las reglas aprovechando la actitud permisivo de sus propietarios. Sin embargo, este tipo
de juegos no son demasiado aconsejables durante la convivencia porque pueden llevar implícito un
mensaje equivocado: que el cachorro puede poner las reglas del juego. Además, si éste es de tipo
agresivo, existen grandes probabilidades de que más tarde durante la edad adulta intente dominar al
dueño en contextos totalmente alejados del juego. Por lo tanto, el tipo de juego más adecuado para que
un dueño lleve a cabo junto a su cachorro consiste en arrojarle una pelotita para que la traiga y se la
entregue.
No obstante, si a una persona le resulta agradable mantener un juego de tipo competitivo con su
animal, siempre deberá ser el vencedor de la "pelea" mientras que el cachorro debe ser el vencido.
Otros de los juegos de este tipo que suele ser del agrado de muchos cachorros y también de sus
propietarios es el de perseguidor- perseguido. Obviamente será conveniente que el perseguidor sea el
dueño y el perseguido el cachorro. De esta forma un propietario puede enseñarle a su perro que él pone
las reglas de convivencia, ya sea tanto en un contexto de juego como en la vida real.
Finalmente, resulta interesante saber que el juego tiene una característica común en los perros y en los
seres humanos: persiste hasta la adultez. En otras palabras, así como nosotros no sólo jugamos cuando
somos chicos, los perros no sólo juegan cuando son cachorros. Para ambas especies el juego en la edad
adulta sirve para aliviar tensiones, descargar energía acumulada y, lo que es más importante, reforzar el
vínculo entre los individuos que lo practican. Esta es otra de las tantas razones que explican por qué el
perro se ha convertido a lo largo de la historia en el mejor amigo del hombre.
El comportamiento social de los perros no sólo está relacionado con su necesidad de interacción con
otros congéneres o con los seres humanos, sino también con su necesidad de evitar esta interacción con
aquellos individuos considerados una posible amenaza para la jauría, la familia humana o el territorio en
el cual viven.
Tanto el comportamiento de protección del grupo como el de la defensa del territorio es de tipo innato,
aunque puede mortificarse mediante el aprendizaje. Estos comportamientos ya se encontraban presentes
en el antecesor del perro, el lobo, y eran de suma utilidad para la convivencia en la manada.
En el caso de los perros es frecuente, sobre todo en algunas razas, que se manifiesten en forma
agresiva con todo aquel extraño que intente agredir a su propietario. Esta característica deseable para
muchas personas puede resultar contraproducente en ciertas ocasiones. Muchos propietarios que se
sienten protegidos por sus perros no sólo los estimulan en su accionar sino que además pretenden que
diferencien a sus amigos de sus potenciales enemigos, aunque estos últimos no ejerzan violencia alguna.
Si bien esto no es una tarea imposible, requiere una gran dedicación para el entrenamiento del animal
que muchos dueños no están dispuestos a asumir. Esto puede provocar que los perros en cuestión se
transformen en un arma peligrosa y de gran riesgo para toda aquella persona desconocida que se acerque
al propietario. Es muy común que estos propietarios inicialmente no tomen conciencia del problema,
sobre todo cuando sus perros son jóvenes, lo cual tiende a agravar la situación ya que los animales se
sienten avalados en su accionar. Esta actitud, que induce a los perros a sobreproteger a la familia, puede
terminar en una lesión seria a la integridad física de una persona inocente. Por esta razón es necesario
conocer esta característica del comportamiento de los perros para así poder educarlos en forma adecuada
y evitar de esta manera un daño físico a un tercero.
En lo que respecta a la defensa del territorio, es importante saber que los perros suelen establecer un
área -que puede ser la totalidad o parte de la casa y también un automóvil- a la cual defienden de
extraños. Sin embargo, es habitual que los perros identifiquen previamente los límites del territorio.
Esto en la naturaleza actúa como advertencia para los extraños: el lugar en cuestión tiene un dueño
dispuesto a defenderlo. La demarcación consiste básicamente en señales odoríferas depositadas tanto en
los límites del territorio como en su interior y es realizada a través del denominado "marcaje odorífero".
Este marcaje puede realizarse por medio de la emisión de pequeños chorritos de orina o del frotamiento
del cuerpo sobre determinados objetos existentes en el lugar. Son los machos quienes frecuentemente
utilizan el marcaje urinario, sobre todo en los límites del territorio. Se observa habitualmente cuando un
propietario saca a pasear a su perro y éste levanta un miembro posterior para orinar en cada objeto
vertical que encuentra a su paso, ya sea un árbol o las ruedas de los automóviles. Por el contrario, el
marcaje por frotación ocurre habitualmente en el interior del territorio. Estas señales suelen ser
suficientes para disuadir a otro perro de penetrar en un territorio ocupado.
Sin embargo, es frecuente que muchos propietarios, al igual que en el caso de la protección del
grupo, estimulen en sus perros la protección del territorio. Esta defensa del territorio puede orientarse
no sólo hacia intrusos peligrosos para el dueño del perro sino hacia toda persona extraña para el
animal, aunque muchos dueños pretendan que identifique y deje entrar a sus amigos personales y
proceda a agredir sólo a los enemigos. Aquí nuevamente es necesario remarcar que los propietarios de
perros de guardia deben actuar en forma responsable a fin de evitar un daño físico a todo aquel que
ingrese en el domicilio sin malas intenciones.
También vale la pena aclarar, sobre todo para aquellas personas para las cuales la propiedad sea más
importante que la integridad física de un ser humano, que un perro que agrede a alguien puede
ocasionarle a su dueño un serio problema legal.
En síntesis, el comportamiento de protección del grupo y del territorio que presentan muchos perros
puede ser beneficioso como disuasor y por lo tanto preventivo de una agresión por parte de un intruso.
Sin embargo, debe estar estrictamente supervisado a fin de evitar un disgusto a un tercero, al dueño del
perro y, por supuesto, al propio animal, ya que, caso contrario, deberán sacarlo del hogar y,
eventualmente, cuando su comportamiento se torne incontrolable, sacrificarlo.
Capítulo V
La comunicación
sin palabras
Uno de los aspectos más interesantes e importantes en la vida de los perros es la forma en la
que se comunican entre sí, que a su vez es la misma que utilizan para comunicarse con los seres
humanos.
En una entrevista que mantuve con una persona que me consultó por un comportamiento
indeseable que presentaba su perro, comprobé que no sólo algunos desconocen que los perros
se comunican entre sí y con las personas sino que muchos profesionales que se dedican al
estudio del comportamiento humano hasta lo niegan. Durante esta entrevista yo le expliqué a la
dueña del perro que parte del. problema que tenía con su animal se debía a que ella no
comprendía los mensajes del animal y que, por lo tanto, reaccionaba inadecuadamente ante
ciertas situaciones. Esto no sólo no solucionaba su problema sino que lo agravaba. El gesto de
sorpresa y confusión en el rostro de la dueña del perro motivaron que yo interrumpiera mi
explicación para preguntarle si había comprendido lo que le había dicho. Fue en ese momento
cuando la mujer, que era estudiante de psicología, me contó un hecho que me causó no sólo
sorpresa sino también cierto desagrado. Ella me dijo que en una oportunidad mantuvo una
charla con un profesor suyo acerca del comportamiento de su perro y que él le había negado
rotundamente que existiera la comunicación entre los animales y menos aun entre éstos y las
personas. Aunque nunca supe los argumentos de semejante opinión, procedí a explicarle a mi
interlocutora por qué la sentencia era totalmente equivocada.
Una de las premisas más importantes para la subsistencia de las especies sociales, como son
los perros, es tener la posibilidad de transmitir información de un individuo a otro con el
objetivo de mantener la interacción del grupo en forma adecuada. Esto no es otra cosa que un
sistema de comunicación, que en el caso de los perros no sólo existe sino que es muy complejo
y está basado fundamentalmente en señales auditivas, visuales, olfativas y táctiles. Mediante
estas señales los animales no sólo mantienen el orden dentro del grupo, sino que también
identifican y marcan su territorio, conocen el estado fisiológico y emocional de sus congéneres
así como su rango social.
Dicho en otras palabras, si bien los perros no hablan, ellos se comunican entre sí a través de
gestos, posturas, sonidos y olores. De esta manera, expresan su estado emocional, deseos,
necesidades y status. Además, este sistema de comunicación no sólo es utilizado por los
caninos en su relación con sus congéneres sino también con los seres humanos, a pesar de que
algunos de éstos lo desconozcan o lo nieguen. Por este motivo, es imprescindible que todos los
propietarios o futuros propietarios de perros conozcan la forma en que estos animales se
comunican para así aprender a entenderlos y comprenderlos. Esto facilitará una mejor
convivencia entre dos especies, la humana y la canina, que sin lugar a dudas pueden establecer
una comunicación fluida entre sí.
Ladrido
Gruñido
Gemido
El gemido es un sonido lastimero y de tono alto aunque suave. Cumple diferentes funciones
según la edad y el estado emocional del emisor. Los cachorros que aún están con la madre lo
utilizan como llamada para solicitar sus cuidados; la madre suele responder proveyendo
atención a los pequeños brindándoles calor, afecto o alimento. Cuando los cachorros pasan a
ser parte de una familia humana suelen gemir cuando los dejan solos, lo cual constituye no sólo
un llamado para la obtención de compañía sino también una forma de manifestar la ansiedad y
la angustia que les provoca esta situación.
Esto mismo ocurre en los animales adultos cuando experimentan situaciones de frustración,
como cuando el propietario de un perro lo encierra en el jardín mientras él se queda en el
interior de la casa. El perro posiblemente comience a gemir para liberar la ansiedad que genera
el encierro. Además, si mediante esta reacción innata el animal consigue llamar la atención del
dueño y entrar nuevamente en la casa, en el futuro emitirá este sonido cada vez que se vea
sometido a la misma situación. En este caso la motivación del comportamiento en cuestión
será diferente de la anterior ya que el perro a través del aprendizaje habrá asociado que la
emisión de gemidos está relacionada con su reingreso al interior del hogar.
El gemido también es utilizado tanto por los cachorros como por los perros en edad juvenil y
por los adultos durante la recepción amistosa que se produce ante la llegada de algún miembro
de la familia o alguna persona conocida por ellos.
Por último esta vocalización es un recurso que utilizan los perros como demostración de
sumisión ante la presencia repentina de un congénere dominante, con el objetivo de inhibir la
posible agresión.
Gañido
Aullido
El aullido es una señal auditiva que consiste en un sonido continuo cuya duración varía de
uno a once segundos y que fluctúa en un rango de 150 a 780 ciclos por segundo. Esta
vocalización es mucho más frecuente en los lobos que en los perros, debido a los diferentes
estilos de vida de los lobos con respecto a sus parientes domésticos.
El aullido tiene como principal función decidir y coordinar los movimientos de la manada,
desde las travesías hasta las cacerías. El perro que es alimentado y sacado de paseo por su
dueño no tiene necesidad de organizar el grupo y por lo tanto habitualmente no tiene grandes
motivaciones para emitir esta vocalización.
No obstante, los perros suelen aullar en dos circunstancias bien definidas. Una de ellas ocurre
cuando un perro es dejado repentinamente solo. La soledad estimula la emisión del aullido,
que tiene la misma función que en los lobos, es decir, reforzar la cohesión del grupo. En la
vida salvaje el resultado del aullido de soledad es atraer a los otros integrantes de la jauría; sin
embargo, los perros de la ciudad raras veces consiguen que sus propietarios acudan en su
búsqueda, sino más bien que los vecinos se enojen.
La segunda circunstancia también frecuente en las manadas de lobos acontece cuando el
aullido de un individuo estimula a que otros congéneres emitan la misma vocalización con la
consiguiente formación de un coro. Esto se debe a un fenómeno denominado "facilitación
social": el comportamiento de un animal funciona como estímulo para el desencadenamiento
del mismo comportamiento en otros animales. Por eso cuando un perro aúlla frecuentemente
es acompañado en su manifestación por el resto de los perros de¡ vecindario. Más aún, en las
grandes ciudades es habitual que los perros comiencen a aullar al oír el sonido producido por
las sirenas de las ambulancias, los bomberos, etcétera. Esta actitud se debería presuntamente a
que los perros interpretan que corresponden a un mensaje emitido por algún congénere.
Señales visuales
Una de las formas de comunicación más frecuente entre los perros que conforman una jauría
está relacionada con las señales visuales. A partir de ellas los animales pueden reconocer el
rango social de cada integrante del grupo y su estado de ánimo. Pueden ser utilizadas también
por los seres humanos para comprender el estado emocional de un perro y lograr una mejor
relación con el animal.
Todo propietario de un perro sabe que si su animal arquea el cuerpo con sus miembros
anteriores descendidos y los posteriores elevados, al mismo tiempo que realiza rápidos
movimientos con la cola, pone de manifiesto la actitud de invitación al juego. Después
seguramente intentará perseguir a su compañero de juego o ser perseguido por él. Pero esta es
sólo una señal visual. Conocer los movimientos y gestos de un perro permite comprender
mejor sus actitudes.
Si bien estas señales se manifiestan en conjunto, podemos ubicarlas en tres sectores distintos
para su mejor comprensión.
1 - La cabeza
Este sector es el más importante en lo que respecta a la expresión visual. El mostrar los
dientes con la boca abierta llevando las comisuras labiales hacia adelante, con hocico y frente
arrugados, orejas erectas y también inclinadas hacia adelante, la cabeza generalmente alta y la
mirada fija indica un comportamiento de amenaza, agresivo, expresado por un animal seguro
de sí mismo. Estos gestos y posturas se observan frecuentemente en los perros dominantes.
Por el contrario, un perro inseguro, que exprese sumisión o intención de huir, se manifiesta
manteniendo la boca cerrada, con las comisuras labiales dirigidas hacia atrás, ojos no muy
abiertos y orejas también hacia atrás en contacto con la cabeza, que habitualmente se
mantiene baja. Cuando un perro presenta agresividad y temor al mismo tiempo -hecho que
muchas veces sucede cuando el animal se ve acorralado- se produce una superposición de las
pautas motoras de la huida y del ataque, dando lugar a expresiones intermedias que
demuestran la situación de conflicto. En oposición, las orejas erectas, la cabeza sutilmente
inclinada, la boca relajada y levemente entreabierta indican un estado de atención totalmente
desprovisto de miedo o agresión.
En lo que respecta a las señales visuales a nivel de la cabeza, resulta importante tener en
cuenta que durante el proceso de domesticación y creación de las diferentes razas caninas se
provocaron cambios morfológicos, tales como orejas péndulas y pelos que cubren toda la cara
del perro y de esa manera impiden ver sus ojos. Esto muchas veces dificulta la comunicación
entre los animales y puede acarrear serios problemas entre congéneres simplemente por la
falta de comprensión de las señales visuales.
2 - La cola
En este sector también podemos encontrar señales que expresan diferentes estados de ánimo,
emociones o mensajes. Un perro amistoso, que quiere informarle a otro sus deseos de jugar, se
agachará con los miembros anteriores extendidos, el tren posterior levantado y la cabeza casi
apoyada sobre el piso. Por el contrario, un perro poco amistoso aunque no momentáneamente
agresivo se acercará a un congénere lentamente, bien erguido y con las extremidades tensas, lo
cual constituye un mensaje de dominancia. Si el receptor del mensaje es un animal sumiso que
pretende dejar bien en claro su falta de intención agresiva, se echará de costado y podrá o no
mostrar la panza. Pero si no está de acuerdo en someterse, adoptará una postura dominante y
posiblemente erigirá los pelos del cuello y cruz. Esta es una postura de defensa activa -es decir,
agresiva- que indica que existen grandes probabilidades de un inminente ataque.
La posición que adoptan los perros al momento de orinar constituye otra señal visual de suma
importancia. Los machos frecuentemente levantan un miembro posterior en el momento de
emitir la orina, comportamiento que está facilitado por la hormona masculina llamada
testosterona. Por lo general, cuanto más dominante sea el perro, más elevará la pata cuando
orine. Esto no sólo es un claro indicio de su rango social, sino también de la seguridad en sí
mismo y de posesión del territorio.
Otra forma de comunicación visual es el denominado arañado o raspado del suelo. El perro
"raspa" el suelo con una o más patas, generalmente después de defecar, dejando una marca
visible. Esta marca está acompañada de una señal química proveniente de las glándulas
sudoríparas ubicadas a nivel de las almohadillas plantaras y de las glándulas sebáceas
interdigitales. El significado de estas señales, que son mucho más frecuentemente emitidas por
los machos que por las hembras, es doble. Por un lado, al ser utilizadas por los individuos de
mayor jerarquía del grupo y ser estimuladas por la presencia de otros perros constituyen una
demostración del rango social del emisor. Por otro, debido a que la marca dejada en el piso
perdura durante un tiempo, informan que el territorio en cuestión tiene dueño.
Señales olfatorias
La comunicación a través del sentido del olfato por medio de mensajes químicos resulta harto
difícil de estudiar debido a que la percepción de los olores en el entorno es completamente
diferente entre los perros y los humanos. El desarrollo de este sentido es mucho más pobre en
nosotros y por ende su utilización mucho menos frecuente. Sin embargo, para los caninos las
señales olfatorias constituyen un factor de vital importancia durante su interacción con el
entorno.
Este tipo de señales son producidas por secreciones odoríferas, llamadas feromonas,
contenidas en la orina, las glándulas anales, las glándulas sebáceas, las glándulas sudoríparas de
las almohadillas plantaras y los oídos. Debido a que estas secreciones son utilizadas como
medio de comunicación entre diferentes individuos se denominan "feromonas sociales" y a los
olores que emiten "olores sociales". A estos olores se los puede dividir en dos grupos:
Señales táctiles
La comunicación táctil es una de las más importantes en los perros, fundamentalmente para
expresar su rango social ya sea dentro de la jauría o en su convivencia con la familia humana.
El tacto, a diferencia de los otros tipos de comunicación, requiere el contacto físico entre dos
individuos; por este motivo, por lo general es posterior a las señales visuales y olfatorias.
Básicamente podemos distinguir dos tipos de señales táctiles. Aquellas destinadas a
demostrar una jerarquía social elevada, utilizadas por los individuos dominantes y aquellas
destinadas a demostrar un rango social bajo, utilizadas por los individuos jerárquicamente
inferiores.
Entre las primeras, llamadas señales de dominancia, las más comunes entre los perros son:
• El apoyo del hocico de un perro sobre los hombros del otro como forma de demostrar su
superioridad. Si ésta es aceptada el individuo receptor del mensaje realizará gestos de
sumisión para manifestar su respeto por el perro dominante. Si la señal de dominancia no
es aceptada el riesgo de una pelea es inminente.
• La presión de un perro sobre el cuello de otro al rodearlo con la boca abierta. Esta señal
está basada en el comportamiento que utilizan las madres para trasladar y dominar a sus
cachorros.
• El apoyo de los miembros anteriores sobre otro individuo, ya sea otro perro o una persona.
Esta es una de las señales táctiles más observadas en la interacción de un perro con su
propietario. La recepción que hace un perro saltando y apoyando sus patas delanteras
sobre el cuerpo de su dueño es interpretada como un saludo. Si bien esta interpretación no
es incorrecta, es importante saber que este saludo es realizado en actitud de dominio de la
situación. En otras palabras, el saltar sobre un ser humano es la forma de saludar que
tienen los perros dominantes. Esta actitud también es adoptada durante el juego con
humanos o con congéneres y siempre lleva implícito el mismo mensaje por parte del perro:
"Estamos jugando, pero yo mando y pongo las reglas."
• El rodeo del hocico de un subordinado con su boca abierta. Esta señal es utilizada en la
jauría por el perro líder y tiene como función controlar el comportamiento de sus
seguidores.
• La demostración de la posición jerárquica a partir de montarse a otro perro, más allá de la
actitud típica de apareamiento.
Por ejemplo, si una persona se encuentra con un perro extraño, macho y adulto, y como
actitud amistosa intenta acariciarle la cabeza o el cuello, existen grandes posibilidades de que
esta conducta sea interpretada por el perro como una señal dominante y, por lo tanto, se
produzca una reacción agresiva por parte del animal. Asimismo, la acción de muchos perros de
tomar con la boca el brazo de su dueño o la correa durante los paseos -que muchas personas
interpretan que el animal está jugando o quiere llevarlo a algún lado- no es otra cosa que
señales táctiles de dominancia que indican que el líder de ese grupo es el perro y no el dueño.
Entre las señales táctiles destinadas a demostrar nivel social bajo, llamadas señales de
sumisión, las más comunes son:
El hociqueo, que consiste en dar pequeños golpecitos con el hocico y lamer ya sea el hocico
de un congénere o la cara y las manos de una persona. Esta conducta es reflejo de aquélla
utilizada por los cachorros para solicitar comida a los congéneres adultos y se observa con
mucha frecuencia en los lobos. Es importante tener en cuenta que en muchos casos este
comportamiento se modela con el aprendizaje y es utilizado por muchos perros para captar la
atención de sus dueños.
El cabeceo que realiza el animal cuando busca poner su cabeza bajo la mano de su
propietario. Esta señal suele ser utilizada por los perros para pedir caricias desde una posición
de sumisión.
Para las personas que interactúan con perros propios o ajenos es de vital importancia el
conocimiento de estas señales, ya que sólo así es posible entender las actitudes de los perros y
evitar situaciones de agresión como consecuencia de conductas humanas que no son
comprendidas por los animales, o viceversa.
Capítulo VI
Si bien todas las razas caninas que existen hoy en día se originaron a partir del lobo, resulta
más que evidente que presentan grandes diferencias con respecto a su antecesor salvaje. Esas
diferencias, que se encuentran tanto en el aspecto morfológico como también en el fisiológico y
en el comportamiento, son producto de un largo proceso evolutivo, en el cual el ser humano
desempeñó un rol fundamental. Gracias a este proceso, que se basó en la selección de
características deseables para el hombre y el rechazo de las indeseables, existen en la actualidad
más de cuatrocientas razas caninas registradas en todo el mundo.
En lo referente a las características de comportamiento de las distintas razas caninas, si bien
mucho se ha escrito, la información existente dista de ser objetiva y presenta en general un
escaso nivel científico. Esto se debe a que habitualmente esa información se basa en
observaciones personales realizadas sin ninguna metodología y en comentarios totalmente
subjetivos acerca de las "bondades" de una raza determinada, efectuadas muchas veces por
personas interesadas en la divulgación de esa raza por considerarla, a título personal, la mejor.
Como consecuencia, se han creado infinidad de mitos acerca de tal o cual raza, a favor o en
contra. Estos mitos suelen llevar a los potenciales propietarios de un perro a un nivel de
confusión tal que tomar una decisión acerca de la elección de la raza se puede convertir en un
problema sin solución.
Lo que sigue es un ejemplo típico de información que lleva a los futuros dueños de perros a
grandes confusiones:
Raza A: Su carácter en familia es tranquilo, dulce, trata con suavidad a los niños; como es
consciente de su potencia desmesurada, no los lastima jamás y está siempre pendiente de todos
los movimientos de los pequeños de la casa.
Raza B: Se muestra muy comunicativo y afectuoso, es juguetón con los niños de la casa y en
general un inseparable compañero de los ancianos. No le será difícil saber comportarse tanto
con los de más tierna edad como con los de edad madura y tratará de contenerlos a todos, a
cada uno según a él le parezca más conveniente.
El resultado obtenido por quienes pretenden difundir una raza de este modo suele ser el
inverso al deseado. ¿Por qué? Simplemente porque una persona que ha adquirido un perro
puede sentirse desilusionada ante algunas características aparentemente negativas de sus
flamantes compañeros, que nada tienen que ver con la perfección que de ellos esperaban, pero
que en realidad ' responden a un comportamiento que definimos como "normal". Seguramente
estos flamantes propietarios tendrán una opinión diferente de la anteriormente enunciada y por
lo tanto habrán sido víctimas de lo que he denominado "el mito de¡ perro perfecto". Esta
situación nos muestra una realidad: el comportamiento de nuestro mejor amigo pertenece
todavía a un campo bastante desconocido para la mayoría de la gente.
Por otro lado nos plantea que es imposible discutir si una raza es mejor que otra en
términos absolutos, ya que todo depende de] cristal con que se la mire. Por ejemplo,
existen razas que se adaptan mejor a ambientes pequeños, otras que tienen mejor aptitud
como perros de guardia y otras más juguetonas. Ninguna reúne todos los requisitos para
satisfacer las necesidades de todas las personas. En realidad podemos decir que existe un
perro para cada persona, pero "no" una raza para todas las personas.
Por todo lo dicho, la finalidad principal de este capítulo es aportar información lo más
objetiva posible acerca de] comportamiento de las razas caninas más populares. Se
intentará de esta manera facilitar la difícil tarea de elegir un perro que se adapte no sólo a
los gustos sino también a las necesidades de cada una de las personas que estén dispuestas
a compartir parte de su vida con un compañero de cuatro patas.
Antes de comenzar a describir el comportamiento de cada raza en particular es necesario
hacer algunas aclaraciones. La primera de ellas es que la información brindada es producto de
un análisis comparativo pormenorizado de] comportamiento de las distintas razas, basado
fundamentalmente en datos obtenidos de dos estudios científicos realizados en los Estados
Unidos: uno, por los doctores Benjamin y Lynette Hart y el otro, por el especialista
norteamericano Daniel Tortora. Sin embargo, debido a que la información que contienen estos
estudios se refiere a datos obtenidos en el país de origen -hecho de importancia ya que los
norteamericanos, a diferencia de los europeos, han privilegiado el aspecto estético de los perros
por sobre el funcional-, he incluido mi opinión personal a fin de brindar una visión más
universal del comportamiento de las razas en cuestión.
Una segunda aclaración es que las características comportamentales que se presentan
expresan el promedio para cada raza y no valores extremos. De este modo, si una determinada
raza presenta una elevada respuesta al entrenamiento de obediencia, esto significa que existe
una alta probabilidad de elegir un ejemplar de esta raza con esa característica, pero de ninguna
manera que esa probabilidad sea del ciento por ciento, ya que generalmente existe cierto grado
de variabilidad entre los diferentes individuos de una raza en particular. Por esta razón, antes
de adquirir un cachorro resulta de utilidad conocer además el perfil comportamental de sus
padres, ya que serán ellos quienes a través de una contribución genética específica tendrán una
gran influencia en la determinación del temperamento y de la personalidad del ejemplar en
cuestión.
La tercera aclaración es que la información acerca del comportamiento de cada raza resulta de
su comparación con las demás. Por lo tanto, el hecho de que una determinada raza presente,
por ejemplo, una baja respuesta al entrenamiento de obediencia no significa que esa respuesta
sea mínima sino que existen otras que la superan.
En cuarto término es importante aclarar que el presente capítulo no incluye ninguna referencia
respecto de los perros mestizos. Esto se debe a que su perfil comportamental depende
básicamente de las razas de las cuales provienen, por lo que sería poco válido referirse al perro
mestizo en general. Sin duda esto no significa que los perros mestizos sean peores en lo que
respecta a su comportamiento que los perros de raza, ya que a decir verdad son innumerables
los ejemplos que demuestran que no sólo pueden tener las mismas cualidades sino que también
mejores.
Por último, antes de adquirir un perro es esencial tener en cuenta que el carácter de un
individuo en la edad adulta depende no sólo de factores genéticos sino también del aprendizaje,
por lo que la educación que reciba el cachorro será de vital importancia en el comportamiento
del perro en la adultez.
Airedole terrier
El alredale terrier es un perro vigoroso, muy activo y un gran compañero de juegos. Su nivel
de excitabilidad es bastante elevado, ya que todo lo que sucede a su alrededor suele
despertar su atención y curiosidad.
Por su espíritu siempre dispuesto, es muy recomendable para aquellas personas amantes del
deporte al aire libre ya que puede ser un acompañante incondicional. Debido a que no es muy
tolerante no es un perro especialmente recomendado para los niños pequeños; en cambio, sí
puede serlo para aquéllos más grandes porque es un juguetón incansable.
Es importante destacar que no presenta una gran respuesta al entrenamiento de obediencia y
que además, sobre todo el macho, suele ser bastante dominante con el dueño. Debido a estas
características muchos propietarios de ejemplares de esta raza se quejan de su desobediencia.
Por eso es necesario que toda aquella persona que adquiera un cachorro de airedale terrier lo
eduque correctamente desde pequeño y luego lo someta a un adecuado entrenamiento de
obediencia.
El airedale es un perro rústico, emocionalmente estable, no muy demandante de afecto y con
una muy buena capacidad para ser utilizado como perro de guardia. Esta última característica
la manifiesta tanto a través de su accionar directo contra el invasor de¡ territorio como a través
de sus ladridos de alarma, que avisan a su propietario de la presencia de un potencial peligro.
Todo aquel que le guste el perfil comportamental del airedale terrier deberá tener en cuenta
que, como la mayoría de los terrier, es un perro que puede presentar agresividad hacia otros
perros y ser algo destructivo de objetos dentro del hogar, sobre todo cuando se lo deja solo
durante varias horas.
En resumen, el airedale es un perro ideal para vivir en lugares con amplios espacios y no en
departamentos, a menos que su propietario disponga del tiempo necesario para brindarle la
posibilidad de realizar suficiente cantidad de ejercicio. Salir a trotar todas las mañanas en
compañía de un airedale terrier bien educado puede ser una experiencia muy agradable y,
sobre todo, una actividad muy saludable tanto 'para el perro como para su dueño.
Basset hound
Beagle
El beagle es una de las razas favoritas de la mayoría de los niños, posiblemente debido a su
tamaño medio, colorido y simpatía. raza suele establecer una buena relación, con los chicos
pero, por su perfil comportamental, puede causarles algunos problemas a los adultos. Una de
las características a tener en cuenta, sobre todo si uno vive en departamento, es que es un
perro muy ladrador, detalle no muy atractivo en especial para los vecinos del propietario del
perro.
Su respuesta al entrenamiento de obediencia suele dejar bastante que desear. Además, no le
gusta recibir demasiadas órdenes ni acepta fácilmente hacer sus necesidades donde se lo
indique el dueño. Sin embargo, en lo que respecta a estas características las hembras suelen ser
más adaptables que los machos.
Más allá de estos inconvenientes, el beagle es un perro que suele establecer una muy buena
relación con las visitas que llegan a la casa, aunque no resulta cargoso. Ambas circunstancias
juntas no son tan fáciles de ver en otras razas.
Finalmente, es útil saber que es un perro bastante activo, que requiere una adecuada
ejercitación diaria; de lo contrario, es probable que los comportamientos indeseables que pueda
presentar se magnifiquen y transformen la convivencia en algo sumamente desagradable.
Como conclusión, si una persona decide adoptar un cachorro perteneciente a esta simpática
raza será necesario que disponga de tiempo y paciencia para educarlo. De esta forma no sólo
los niños y las visitas disfrutarán de su compañía, sino también los adultos que viven en la casa.
Boxer
El boxer es un perro vigoroso, de una gran estabilidad emocional, muy adaptable a la vida
familiar, al mismo tiempo que puede cumplir en forma adecuada la función de guardián de la
casa. Si bien como guardián es superado por otras razas -tales como el doberman, el ovejero
alemán o el rottweiler-, a ningún extraño le resultará sencillo vulnerar el territorio protegido por
un boxer. Su respuesta al entrenamiento de obediencia no es de las más sobresalientes, pero
dista mucho de ser deficiente ya que es una raza que no suele presentar mayores problemas en
este punto, sobre todo si es educada y entrenada correctamente.
En lo que respecta a su relación con otros perros, el boxer suele ser bastante dominante, sobre
todo el macho. Esto no significa que sea indefectiblemente agresivo, sino que reaccionará con
todo aquel congénere que intente desafiarlo.
Presenta una actividad general más bien moderada y su comportamiento destructivo no es
muy marcado, por lo que puede adaptarse a vivir en espacios no muy grandes, siempre y
cuando la familia le brinde la posibilidad de realizar ejercicio en forma cotidiana. Sin embargo,
hay que tener en cuenta que es un perro medianamente excitable por lo que mucho de lo que
pase a su alrededor despertará su atención y esto puede causar alguna molestia, sobre todo en
personas nerviosas. Por el contrario, para muchas otras personas ésta puede ser una
característica deseable, ya que el boxer es un perro que suele estar siempre atento a lo que
sucede en su entorno.
En síntesis, el boxer es una raza que no sobresale por ninguna característica en especial, pero
que tampoco presenta comportamientos indeseables de gran importancia. Esto quiere decir que
puede adaptarse a diversas circunstancias, hecho más que suficiente para convertirlo en un
perro recomendable para un gran número de personas.
Bulldog
Muchos propietarios de ejemplares de bulldog sostienen que es un perro paradójico. "Es tan
feo que parece lindo", afirman los amantes de esta raza. Esta característica y su
comportamiento social lo han convertido en un verdadero perro de compañía para muchas
personas. El bulldog es muy sociable tanto con amigos como con extraños, y sólo suele
mostrar agresividad con sus congéneres. Si bien no se caracteriza por su nivel de obediencia,
tampoco suele ser un perro problemático, ya que no es ni hiperactivo ni muy ladrador y mucho
menos destructivo.
Es una raza que se adapta perfectamente bien a vivir en departamento y sobre todo con
personas que pretendan disfrutar de la paz del hogar en compañía de un amigo de cuatro patas.
Caniche Standard
Esta raza se caracteriza principalmente por su gran capacidad de aprendizaje y obediencia,
ya que se encuentra en uno de los lugares más altos del ranking en lo que respecta a 1 ambas
características. i bien esto es conocido para muchas personas, no todos saben que e caniche
standard es un buen guardián del hogar: ladra con seguridad ante la presencia de extraños.
Es un perro bastante afectuoso y amante del juego, lo que lo convierte en una raza altamente
recomendable para hogares donde haya chicos. Si bien no es un perro muy destructivo suele
presentar un elevado nivel de actividad. Su dueño deberá estar dispuesto a brindarle
oportunidades de hacer ejercicio en forma cotidiana, sobre todo si vive en lugares no muy
amplios, poco adecuados para los ejemplares de esta raza.
Miniatura
Toy
Chihuahua
El chihuahua es la raza más pequeña que existe, aunque está tan emparentado con su
antecesor salvaje, el lobo, como lo está el gran danés. Es por ello que los ejemplares de esta
raza suelen sentirse tanto o más importantes que los ejemplares de otras razas. Es habitual ver
cómo un chihuahua enfrenta decididamente y sin temor a cualquier perro más gran que él,
provocando un gran desconcierto tanto en su contrincante como en los propietarios de ambos
animales. También son perros muy ladradores ante la presencia de personas extrañas en su
territorio y en diversas circunstancias que les producen excitación.
El chihuahua es un perro vigoroso a pesar de su tamaño, muy activo y curioso. Suele ser muy
afectuoso con sus propietarios aunque poco obediente, ya que prefiere hacer lo que él quiere y
hasta puede regañar a quien intente forzarlo a realizar algo contra su voluntad. No suele ser
muy amante de los chicos ya que normalmente les tiene poca paciencia y además no es un
perro muy juguetón. Esta tal vez sea una de las razones por la cual es muy frecuente observar
que los propietarios de chihuahuas son personas mayores o adultos sin chicos.
Cocker spaniel
El cocker spaniel es una raza muy popular en muchos países del mundo, incluyendo la
Argentina. Esto posiblemente se deba a que es una de las razas más afectuosas con el ser
humano, ya que no se destaca por ninguna otra característica en particular. Es un perro que
en general es medianamente obediente, poco guardián y bastante activo tanto dentro como
fuera del hogar. No es ni muy juguetón ni muy destructivo. Si bien es muy sociable, no
suele tenerles demasiada paciencia a los chicos; por lo tanto hay que tener cierto cuidado si
en la casa hay niños pequeños.
Aunque en líneas generales presenta un nivel de agresividad bastante bajo, varios
especialistas, entre los que me incluyo, han observado episodios de excesiva agresividad en
algunos ejemplares de cocker spaniel. Si bien se ha planteado que ésta es una característica
más frecuente en perros de color dorado, no hay hasta el momento estudios científicos que
corroboren tal presunción. De cualquier modo resultará imprescindible a la hora de la
elección de un cachorro de esta raza realizar un profundo estudio de la línea genética a la
cual pertenecen los posibles candidatos a incorporarse al grupo familiar, a fin de elegir aquel
cuya familia no haya presentado problemas de agresividad.
Esta medida, sumada a una educación adecuada, será una forma de disminuir el riesgo de
conductas agresivas cuando el cachorro se convierta en un individuo adulto. De esta manera
será posible disfrutar de la compañía de uno de los perros más encantadores que existen.
Collie
Dachshund
Dálmata
Doberman
Fox terrier
El fox terrier es una raza cuyo perfil comportamental alcanza valores extremos para la
mayoría de las características que lo conforman. Es un perro sumamente vigoroso, muy
activo, extremadamente excitable, bastante ladrador y gran amante de los juegos. Suele ser un
gran guardián y protector del hogar, aunque muy poco obediente y bastante destructivo, ya
que siente un gran placer en salirse con la suya cuando desea hacer algo. Desde ya estas
características fueron muy apreciadas en su origen, ya que el fox terrier era utilizado para la
caza de zorros, tarea que no solía resultar nada sencilla. Sin embargo, en la actualidad, al
haberse transformado en un perro de compañía, las mismas características ya no son tan
deseadas por algunas personas.
El fox terrier es ideal para quienes desean convivir con un perro alegre, vivaz y siempre
dispuesto. Llegar a casa y encontrarse con un fox terrier seguramente hará que uno se olvide
por un tiempo de todos los problemas cotidianos. Sin embargo, resultará imprescindible
educar adecuadamente al cachorro ya que caso contrario el regreso al hogar no será una
alternativa recomendable para olvidarse de los problemas, sino más bien todo lo opuesto.
Golden retriever
El golden retriever es una raza que reúne una serie de características de interés para toda
aquella familia n chicos que desee incorporar un primer perro al hogar y cuyo objetivo sea
básicamente la compañía. Es un animal que suele establecer una excelente relación con los
niños, además de ser un maravilloso compañero de juegos. Es bastante afectuoso, tranquilo y
siempre está dispuesto a acompañar a su dueño a dar una caminata. No es un perro muy
ladrador ni destructivo, y en general presenta una muy buena respuesta al entrenamiento de
obediencia.
Por supuesto que el golden retriever no es una raza recomendable para aquellas personas para
las cuales la protección del hogar sea una condición prioritaria al momento de elegir un perro,
ya que presenta una baja tendencia en lo que respecta a la defensa del territorio. Sin embargo,
como en las demás razas caninas los machos suelen ser algo más guardianes que las hembras,
aunque esto generalmente no alcanza para persuadir a ningún extraño visitante.
El golden retriever, por su perfil comportamental, es utilizado en algunos países por
instituciones que trabajan en la recuperación de niños con alteraciones de conducta. Esto se
debe al vinculo que los animales de esta raza suelen establecer con los niños y a que muchas
veces se transforman en un incondicional compañero por su afectuosidad y carencia de
agresividad.
Gran danés
Si bien los desconocedores de la raza suelen referirse al gran danés como un "grandote tonto",
la realidad indica que esta sentencia es totalmente errónea. El gran danés es un excelente
defensor del hogar, hecho que se potencia por su gran tamaño, por lo que ningún intruso querrá
correr el riesgo de penetrar en un territorio custodiado por un ejemplar de esta raza. Si bien su
respuesta al entrenamiento de obediencia no es de las mejores, suele ser suficiente para lograr
un buen manejo del animal.
Desde ya se trata de una raza cuyos exponentes son vigorosos pero por suerte también
tranquilos y no fácilmente excitables ni ladradores. Esta característica de su comportamiento
facilita su adaptación a la vida en espacios reducidos, siempre y cuando se le brinde la
posibilidad cotidiana de realizar ejercicio. Sin embargo, no hay que dejar de tener en cuenta
que un pequeño movimiento de un gran danés puede parecer un terremoto. Por esta misma
razón resultará imprescindible que toda persona que adopte un gran danés lo eduque correcta y
responsablemente debido a que no es un animal que se pueda controlar con facilidad usando la
fuerza física.
Labrador
El labrador es el prototipo del perro de familia, ya que suele establecer una afectuosa
relación con los chicos y disfrutar de los juegos con ellos. Además presenta una muy buena
respuesta al entrenamiento de obediencia y un bajo nivel de dominancia con sus propietarios.
Es una raza cuyos ejemplares son generalmente poco ladradores, no muy inquietos, pero
siempre están listos para realizar alguna actividad junto a sus dueños porque necesitan de
ejercitación en forma rutinaria.
El perfil comportamental del labrador es muy parecido al del golden retriever, aunque
existen algunas diferencias dignas de mención. La primera de ellas radica en que el labrador
suele ser mejor guardián del hogar, aunque desde ya el comportamiento de guardia no es una
característica relevante en ninguna de las dos razas. La otra diferencia consiste en que el
labrador por lo general es más destructivo, aunque tampoco es una raza en la cual esta
característica suela ser demasiado marcada.
Maltés
El maltés es un perro pequeño, cuyo perfil comportamental es clásico entre los perros de su
tamaño. Suele ser muy excitable y ladrador, por lo que reaccionará ante los estímulos
cotidianos en forma rápida y marcada. No es infrecuente observar cómo un maltés corre y
ladra no sólo ante el sonido del timbre de la puerta de calle, sino también ante todo tipo de
ruidos, como el producido por el teléfono. Esta característica puede ser ideal para muchas
personas, sobre todo aquellas con problemas auditivos. Sin duda no será del agrado de
quienes aman el silencio y la tranquilidad.
Su comportamiento destructivo es medianamente bajo y tampoco es un perro de marcada
agresividad, aunque no es demasiado paciente con los chicos. Su respuesta al entrenamiento de
obediencia es de un nivel moderadamente aceptable, aunque esto se ve beneficiado porque no
es un perro demasiado dominante con su propietario.
Finalmente, el maltés es sumamente cariñoso, que hará disfrutar de su compañía a su dueño
sin causar, en general, grandes molestias durante la convivencia.
El ovejero alemán
Es la raza más popular de la Argentina y una de las más populares del mundo. Su reputación
se debe a varios factores. Uno de ellos es que presenta una gran capacidad para 1 aprendizaje y
una excelente respuesta al entrenamiento de obediencia. Otro se relaciona con el
comportamiento de guardia, ya que esta raza tiene una de las más altas puntuaciones en lo que
respecta a defensa territorial y a su actitud de ladrido ante situaciones de posible invasión de su
territorio.
Sin embargo, el factor que probablemente explique su enorme popularidad lo constituye su
gran versatilidad, quizá la mayor entre todas las razas existentes. El ovejero alemán es
utilizado para cumplir diversas funciones, entre las que podemos mencionar la de guardia, guía
de ciegos, detector de drogas y explosivos, salvataje y su muy difundida aptitud como
compañero de familia. Por lo tanto, si uno quiere adquirir un ejemplar de esta raza deberá
previamente estudiar profundamente la línea genética a la que pertenecen los posibles
candidatos a ser incorporados a la familia, a fin de elegir el que mejor se adecue a sus
necesidades.
Otra característica a resaltar es su estabilidad emocional. En general, son perros equilibrados,
aunque lamentablemente su alta popularidad está llevando a una crianza indiscriminado que da
como resultado la aparición de ejemplares muy inestables. Esta inestabilidad se caracteriza por
un excesivo temor o la desmesurada agresividad, o lo que es peor, una combinación de ambas
conductas. Por este motivo resulta imprescindible no sólo una profunda evaluación del pedigrí,
sino también del cachorro en cuestión antes de su adquisición.
Para la convivencia, el ovejero alemán es un perro vigoroso, bastante excitable y activo. Es
esencial que su dueño le provea mucha ejercitación diaria, que contribuirá a una convivencia
armónica con la familia. En cuanto a su relación con los niños, puede ser un buen compañero
ya que es un perro altamente sociable y está casi siempre dispuesto al juego. Sin embargo,
muchas personas repiten que un ovejero alemán tiene más paciencia con los niños que
cualquier ser humano. Por esta falsa creencia muchos padres no supervisan la relación que sus
hijos establecen con su perro o permiten que tengan un trato inadecuado para con el animal.
Este tipo de actitud puede traer como consecuencia una respuesta agresiva por parte del perro, a
quien se acusará de la agresión, aunque en realidad no sea el único responsable.
Una de las características negativas de la raza suele ser su comportamiento destructivo de
objetos y muebles, sobre todo cuando se lo deja solo durante algunas horas. Es necesario tener
esto en cuenta a fin de proveerle al perro elementos adecuados, para no tener que lamentar
roturas.
Finalmente, resulta necesario saber que los ejemplares de esta raza, en especial los machos,
pueden ser agresivos con otros perros y bastante dominantes con sus propietarios. Requieren
una educación y un entrenamiento de obediencia adecuados, ya que en caso contrario la
convivencia puede ser bastante complicada. Para quienes no saben nada de perros se
recomienda en consecuencia adquirir una hembra. De todos modos, la mayoría de los
problemas de agresividad que se presentan en esta raza suelen ser producto de perros
dominantes que han recibido una educación inadecuada por parte de sus dueños y un mal
entrenamiento de obediencia por parte de muchos adiestradores que utilizan el castigo como
método básico de enseñanza. La gran capacidad de aprendizaje y adaptabilidad del ovejero
alemán hace que estos animales respondan bien a técnicas de enseñanza inadecuadas que a
largo plazo llevan a la aparición de serios trastornos de conducta. Por esta razón, resulta
imprescindible asesorarse muy bien antes de elegirles un instructor.
Podemos afirmar que, salvo en algunos casos, el ovejero alemán es un excelente perro. No
obstante, antes de adquirir un cachorro de esta raza uno debería preguntarse si está en
condiciones de convertirse en un excelente dueño.
Ovejero belga
El ovejero belga es un perro de una gran sensibilidad. Según el caso, esto puede ser una ve taja
o una desventaja para propietario. La ventaja es esta gran sensibilidad hace que sea un animal
sumamente receptivo, con una gran capacidad para el aprendizaje, siempre atento y de muy
buena respuesta al entrenamiento de obediencia. La desventaja radica en que es inestable
emocionalmente. Esta inestabilidad se caracteriza por su actitud vacilante en diferentes
situaciones, que se manifiesta a través de cambios de actitud, como el temor y la agresividad.
Teniendo en cuenta estas características es sumamente importante que quien lo eduque no sólo
tenga conocimientos sino también un gran equilibrio emocional, ya que la influencia del
entrenador en la educación del cachorro suele ser considerable. Si se tiene en cuenta que es una
raza sólo de dominancia media o baja con las personas con las que convive, es probable que el
proceso educativo y el entrenamiento de obediencia no sea muy dificultoso.
Otro de los hechos a considerar es que en la actualidad, en general, la selección del ovejero
belga está fundamentalmente centrada no en características comportamentales sino estéticas.
Esto hace imprescindible una profunda evaluación tanto del cachorro como de sus antecesores
antes de elegir un ejemplar. Por último es interesante saber que esta raza, sobre todo los
machos, suele cumplir satisfactoriamente tareas de guardia.
Se lo recomienda a todas aquellas personas que deseen convivir con un perro de gran
sensibilidad, buen compañero y protector del hogar.
Pequinés
El pequinés es un típico perro faldero, tanto por su tamaño como por la constante demanda de
afecto a su dueño. Por este motivo suele despertar el interés de muchas personas que desean
adoptar un cachorro como compañero. Sin embargo, si bien es cierto que es un perro
sumamente afectuoso, no es menos cierto que es muy dominante con su propietario. En cuanto
al aprendizaje, resulta muy difícil obtener buenos resultados en lo que a su obediencia se
refiere.
El pequinés es un perro de moderado nivel de actividad. Como no es muy destructor puede
adaptarse bien a la vida en departamento. Sin embargo, los ejemplares de esta raza son
bastante ladradores, detalle no demasiado alentador, en especial para los vecinos.
Su relación con los chicos no suele ser de las mejores, ya que no sólo les tiene poca paciencia
sino que tampoco le agradan los juegos prolongados. A su vez es un perro bastante
temperamental con sus congéneres: no se amedrenta ni siquiera ante perros de mayor tamaño
que él. Por el contrario, si un pequinés se encuentra con otro perro, de inmediato intentará
demostrarle que su poderío y fortaleza son inversamente proporcionales a su tamaño.
Si a una persona que no convive con chicos le gusta tener un compañero pequeño y afectuoso,
no demasiado obediente pero sí con un temperamento fuerte que inspire respeto, puede estar
segura de que el pequinés es el perro ideal.
Rottweiler
El rottweiler es uno los mejores perros de guardia que existen. Tanto su aspecto físico
como comportamental hacen que sea ideal para cumplir con esta función. En lo referente a
su aspecto se destacan su corpulencia y el color del manto, casi totalmente negro, lo que le
da un aspecto de mayor fiereza.
En lo que respecta al comportamiento, es una raza que figura en lo más alto del ranking de
defensa territorial y ladrido de alerta, y en lo más bajo del ranking de ladrido excesivo. En
otras palabras, el rottweiler es un perro que no ladra sin motivo, que cuando lo hace es porque
probablemente alguien esté intentando penetrar en su territorio y que en caso de ser necesario
reaccionará agresivamente ante el invasor.
Además, es un perro muy vigoroso, de elevada estabilidad emocional y muy seguro de sí
mismo, con una mirada fija e imperturbable. Por lo general, es tranquilo y poco excitable.
Esto le permite vivir en espacios pequeños siempre y cuando se le brinde la posibilidad de
hacer ejercicio rutinariamente. De todos modos, no es un perro muy destructivo. Tales
características indicarían que esta raza podría adaptarse bien a la vida en departamento. Sin
embargo, su perfil comportamental en lo que respecta a la agresión exige una profunda
evaluación antes de decidir incorporar un ejemplar a este tipo de hábitat.
La respuesta del rottweiler al entrenamiento de obediencia suele ser más que aceptable;
en algunos ejemplares llega a los niveles observados en otras razas de guardia, tales como el
ovejero alemán o el doberman. Dado que es una raza sumamente dominante con el
propietario, requiere imprescindiblemente una excelente educación desde cachorro. Esta
característica es mucho más relevante en los machos que en las hembras. Por lo tanto, no es
recomendable que aquellas personas a las que les cueste ejercer autoridad adquieran un
ejemplar macho. También existe un gran dimorfismo sexual en esta raza, en lo que se
refiere a la relación entre congéneres, ya que también en este caso los machos suelen ser
bastante más agresivos que las hembras.
Es posible concluir que el rottweiler es un perro muy tranquilo, seguro de sí mismo y de
un temperamento sobresaliente en lo que a guardia se refiere. Sin embargo, necesita un
dueño sumamente responsable y consciente del poderío que tienen los ejemplares de esta
raza. De lo contrario, existen grandes probabilidades de que haya problemas durante la
convivencia.
San Bernardo
La fama del San Bernardo como salvador y protector de personas aisladas y atrapadas bajo
la nieve lo ha convertido en un perro legendario. Se considera que esta raza es portadora de
los espíritus de los viajeros de la nieve, lo cual la ha perpetuado como una raza mística. Es
muy común identificarla llevando el barrilito de brandy destinado a reanimar a personas
víctimas del frío. Por esto mucha gente que desconoce la raza suele creer que es sumamente
afectuosa, con una gran capacidad de aprendizaje y que no es adecuada para cumplir con la
función de, guardia. Sin embargo, el perfil comportamental del San Bernardo difiere
completamente de esta creencia popular.
El San Bernardo es un muy buen defensor del territorio por su ladrido de alerta y por su gran
decisión para entrar en acción ante la presencia de un intruso. Junto a su gran tamaño, esta
característica comportamental bastante más notoria en el macho, hace que sea un buen perro de
guardia. Si bien las hembras suelen ser afectuosas y medianamente obedientes, los machos de
esta raza no son muy afectuosos ni presentan una gran respuesta al entrenamiento de
obediencia. De hecho, son bastante dominantes con sus propietarios y requieren una educación
adecuada a edad temprana. El San Bernardo es en general un perro sumamente tranquilo, de
bajo nivel de excitabilidad. Como es poco destructivo se puede adaptar a diferentes tipos de
hábitat, incluso a departamentos amplios. En este caso requerirá gran dedicación de la familia,
que deberá brindarle la posibilidad de realizar cotidianamente mucho ejercicio físico.
En resumen, si uno desea convivir con un perro de gran tamaño, que lo proteja de posibles
robos en el hogar pero que a su vez sea un animal tranquilo y poco destructivo, debería
considerar la posibilidad de adoptar un San Bernardo. Sin embargo, es esencial estar dispuesto
a educarlo y entrenarlo en obediencia para evitar problemas durante la convivencia.
Schnauzer Gigante
El schnauzer gigante es una de las razas de guardia más persuasivas que existe. Esta
característica se debe no sólo a su tamaño, a su color totalmente negro y a que el pelo que
cubre sus ojos impide interpretar sus intenciones, sino también a su comportamiento de
defensa territorial. Los ejemplares de esta raza suelen estar siempre atentos a lo que sucede a
su alrededor y dispuestos a entrar en acción en caso de que el hogar bajo su cuidado sea
invadido por alguien desconocido.
Es un perro muy vigoroso, bastante estable emocionalmente y, a diferencia de otros animales
de su tamaño, de un gran nivel de actividad. También se caracteriza por ser bastante dominante
con el dueño y con sus congéneres, por lo que requiere una educación temprana y un adecuado
entrenamiento de obediencia.
No es un perro apto para vivir en departamento por su tamaño y necesidad de actividad física,
capaces de generar más de un problema durante la convivencia. Tampoco se caracteriza por ser
un perro muy tolerante con los niños ni con los miembros de la familia que no sepan ejercer el
liderazgo necesario. En cambio, es un perro rústico, que se adapta bien a las inclemencias
climáticas y que tiene una gran capacidad y resistencia para el trabajo.
Si tiene un espacio adecuado y desea convivir con un animal de gran tamaño, poderoso,
defensor del hogar, que esté siempre dispuesto a entrar en actividad y, además, cuenta con el
tiempo necesario para dedicarle atención y educarlo adecuadamente, debería considerar entre
sus candidatos a un ejemplar de schnauzer gigante.
Miniatura
Su perfil comportamental alcanza valores mucho más extremos que el de su hermano mayor.
El schnauzer miniatura es un perro extremadamente activo y muy excitable. Es un excelente
perro de guardia, ya que suele ladrar ante la presencia de cualquier desconocido y, a pesar de su
tamaño, es un animal muy aguerrido y dispuesto a defender a la familia y al hogar donde vive.
En cuanto a su relación con las personas, no es un perro para nada paciente y no obedece
fácilmente las órdenes de un dueño que no sepa ejercer un adecuado liderazgo. Aquí una vez
más es necesario remarcar la importancia de la educación y el entrenamiento de obediencia
para lograr una convivencia armónica.
A este perro le gusta mucho jugar pero también le gusta poner sus propias reglas durante el
juego. Por esta razón, hay que supervisar constantemente su interacción con los niños ya que
no es una raza tolerante. Los machos deben ser estrictamente controlados también en su
relación con otros perros ya que suelen ser bastante pendencieros.
Por último, podría afirmar que si alguien quedó gratamente sorprendido y atraído por el
comportamiento del schnauzer gigante pero no tiene el espacio suficiente para adoptar un perro
de semejante tamaño no debería desilusionarse, ya que el schnauzer miniatura presenta un
contenido similar en envase pequeño.
Setter irlandés
Shihtzu
Si bien en el idioma chino el término shihtzu significa "pequeño león", este perro de tamaño
pequeño dista mucho de ser agresivo. Es un perro sumamente activo, excitaba afectuoso pero
no tan ladrador como otros de su tamaño. Sin embargo, sí suele ladrar con intensidad cuando
alguien desconocido pretende ingresar en el hogar. Por este motivo, es muy recomendable para
aquellas personas que, sin necesitar un perro de guardia, desean tener un animal que les
advierta sobre la presencia de extraños.
Si bien no es de los perros más pacientes con los niños, tampoco suele ser muy cascarrabias y
además puede convertirse en un buen compañero de juego. Tampoco es un perro dominante
con la familia y habitualmente presenta una aceptable respuesta al entrenamiento de obediencia.
Por último, puede vivir en un departamento sin causar problemas de relevancia porque no es un
animal muy destructivo.
Debido al perfil comportamental que presenta el shihtzu, es un perro recomendable para toda
persona amante no sólo de los perros pequeños sino también de los animales fácilmente
manejables.
Siberian husky
El viejo pastor inglés es otra de las razas que debe su popularidad más al aspecto que a su
perfil comportamental. Tanto por el tipo de pelo como por su color hacen que mucha gente
sienta una atracción particular hacia ellos.
En lo que respecta a su comportamiento, no se destaca por ninguna característica en
particular, pero tampoco suele presentar aspectos negativos significativos. El viejo pastor
inglés es un perro no muy inquieto ni ladrador, aunque tampoco extremadamente tranquilo.
Su respuesta al entrenamiento de obediencia no suele ser de las mejores, pero esto no
constituye un problema para la convivencia debido a que no es un perro muy dominante con
la familia. Si hace ejercicio cotidianamente puede adaptarse perfectamente bien a vivir en
un departamento, pero será necesario tomar algunas precauciones ya que es algo destructivo.
Su nivel de agresión es bastante bajo y no suele ser problemático en este aspecto. Sin
embargo, algunas veces se han presentado a la consulta personas cuyos ejemplares, casi
siempre machos, manifestaban un comportamiento agresivo llamativamente exagerado. Por
esto se recomienda conocer los antecedentes familiares del cachorro antes de proceder a
adoptarlo.
Es un perro adecuado para aquellas personas que le dan mucha importancia a la estética. Si
bien no se pueden tener demasiadas pretensiones en lo que al comportamiento se refiere, no
existen muchas probabilidades de que sea un perro problemático.
Yorkshire terrier
El yorkshire es un perro pequeño pero explosivo. Es sumamente activo y excitable y registra
todo lo que 1 acontece a su alrededor. Los ejemplares de esta raza suelen ser muy afectuosos,
aunque, poco obedientes y bastante ladradores.
Muy temperamental, tratará en general de transformarse en el centro de atención de las
personas que interactúen con él, pero no hará lo mismo con los extraños. De hecho, el
yorkshire seguramente ladrará con insistencia cuando algún extraño se acerque al hogar
donde convive con la familia. Si bien son perros muy juguetones no suelen ser muy
pacientes con los chicos y prefieren la compañía de los adultos.
Es un perro recomendable para aquellas personas a las que les gustan los animales pequeños y
vistosos, que además sean muy afectuosos y que estén siempre dispuestos a acompañarlas a
todas partes. También es ideal para personas que no tengan niños y que deseen un perro alegre,
juguetón y bastante guardián. Pero tienen que tener en claro que nunca será un perro
demasiado obediente.
SEGUNDA PARTE
EL PERRO EN LA FAMILIA
Capítulo VII
La familia y su perro:
el vínculo
Cómo nos tratan: opinamos los humanos
En el primer capítulo analizamos los diferentes significados que para los seres humanos tienen los
perros en la sociedad. Ahora resulta interesante conocer los tipos de vínculo que los perros establecen
con las personas con las cuales conviven y también con aquellas que ven con cierta frecuencia, como
por ejemplo los amigos de sus propietarios. Si bien estos vínculos suelen ser muy variados y
complejos, la opinión que la gente suele tener acerca de ellos es más bien simplista y en la mayoría de
los casos extrema.
Los perros que están correctamente socializados con las personas las tratan como parte de su grupo
social (Capítulo IV), utilizando sus propios patrones de comportamiento que, lógicamente, van
modelando durante la convivencia. A su vez toda clase de interacción social, tanto entre seres
humanos entre sí como entre éstos y sus perros, se basa en dos tipos de situaciones: las de armonía y
las de tensión.
Cuando una familia compuesta por un matrimonio y sus pequeños hijos sale de vacaciones, sus
miembros suelen estar contentos y todos juntos emprenden el viaje hacia el lugar deseado. Sin embargo
son los padres quienes deciden a qué hora comienza el viaje, y cuál es el camino a seguir con el
automóvil. Son ellos quienes toman las decisiones principales; es decir, son los líderes del grupo.
Ahora bien, durante el viaje los niños seguramente tendrán apetito y sed, necesidad de ir al baño y
algunas veces se pondrán molestos y querrán bajar a caminar un rato. No obstante, la decisión de
detenerse será de quien maneje el vehículo y ellos dependerán de esa persona, es decir, son los
dependientes del grupo. Por supuesto esto ocurre de manera muy dinámica y muchas veces flexible,
con actitudes que se van modificando a través del diálogo entre los diferentes miembros de la familia.
Una situación similar se plantea cuando una persona saca a dar un paseo a su perro. Ambos están del
mismo humor, aunque a decir verdad el perro suele estar más contento que su dueño y comparten un
mismo objetivo: el paseo. Sin embargo, la mayoría de las veces es el animal quien lleva a caminar a su
propietario, lo que es fácilmente comprobable al observar cómo tira permanentemente de la correa, se
detiene cuando quiere y vuelve a caminar cuando tiene ganas de hacerlo. El humano pacientemente
sigue los pasos del perro, que es el que toma las decisiones, es decir, el líder del grupo. No hace falta
aclarar quién es el dependiente. En este caso la secuencia también ocurre de manera dinámica pero a
diferencia del caso anterior, en forma menos flexible por la imposibilidad del diálogo para aclarar la
cuestión. De esta manera el animal no sólo se sentirá el líder del grupo sino que actuará así en esa
circunstancia como en muchas otras. Lógicamente esto también depende del carácter individual de cada
animal, ya que existen perros que tienen tendencia a ser líderes mientras otros son dependientes a pesar
de la permisividad de sus propietarios.
Ahora bien, ¿cuáles son las razones por las cuales muchos propietarios son tan permisivos con sus
animales? La primera y más importante es que muchas personas sienten y piensan que los límites están
desligados de los afectos. En otras palabras, para ellas si hay afecto no debe haber límites. Este
concepto, que es totalmente erróneo, lleva a que muchos propietarios permitan que sus perros hagan
todo lo que ellos quieran como una forma de demostrarles afecto.
La imposibilidad de poner límites se basa en la creencia de que son una especie de castigo que provoca
un deterioro en el vínculo. En estos casos existe una confusión entre los conceptos de liderazgo y
tiranía, lo cual hace que estas personas se sientan inseguras acerca de cómo educar adecuadamente a sus
animales. Por tal motivo, resulta necesario saber que mientras el tirano basa su poder en el abuso de su
superioridad y de su fuerza, poniendo límites en forma totalmente arbitraria, causando gran temor a los
individuos que sufren la tiranía, el líder basa su poder en el afecto y el respeto, poniendo límites en
forma coherente y teniendo siempre en cuenta las necesidades de los demás.
La segunda razón que explica esta permisividad radica en el hecho de que debido a largas ausencias
por razones laborales muchas personas se sienten culpables por dejar solos a sus perros durante gran
parte del día. Según estos propietarios el poco tiempo que tienen para dedicarles a sus animales sólo
debe ser utilizado para que hagan lo que quieran. Ellos desconocen que esta actitud no puede ser
comprendida por sus perros de la forma que ellos pretenden. En cambio, lo que los animales entienden
es que cuando están junto a sus dueños pueden hacer lo que quieren.
En síntesis, en situaciones de armonía los perros se comportan con los humanos bajo una relación de
liderazgo-dependencia que es similar a la que ellos utilizan para relacionarse con sus congéneres y no
muy diferente de aquella que utilizamos nosotros mismos para relacionarnos con nuestros semejantes.
Sin embargo, durante la convivencia no todo es tan simple y frecuentemente se producen situaciones de
tensión.
En las situaciones de tensión los perros se comportan utilizando sus propios patrones de conducta -
dominancia o sumisión- y las resuelven a su manera, es decir, en forma estrictamente jerárquica.
Lamentablemente una de las actitudes más frecuentes que adoptan muchos propietarios de perros es la
siguiente: en situaciones de armonía, dejan que sus animales hagan absolutamente lo que quieran, lo que
produce en los perros sensación de liderazgo; en cambio, en situaciones de tensión pretenden que sus
perros acepten sus reprimendas y obedezcan sus órdenes, hecho que causa gran sorpresa en los animales
y por supuesto ninguna respuesta satisfactoria para sus propietarios.
Perros adaptables
Si bien podría realizar una amplia exposición teórica sobre el vínculo jerárquico que los perros
establecen con los humanos, creo que resultará más interesante recurrir a ejemplos de la vida real e
intentar explicar a través de ellos los diferentes aspectos que rigen tanto el comportamiento de liderazgo
y dependencia como el de dominancia y sumisión que presentan los caninos durante la convivencia con
sus dueños.
El caso que voy a presentar es el de mi propio perro, Kimba, un pastor húngaro de cinco años de
edad, de muy buen carácter y siempre dispuesto. No obstante, su comportamiento varía de acuerdo
con el miembro de la familia que interactúa con él. Mi esposa, Lilian, que nunca antes había
convivido con perros, ha aprendido a tomar una actitud de liderazgo. No permite que Kimba pase la
puerta de calle sin su permiso, tampoco que tire de la correa durante los paseos, ni que mendigue
comida a la hora de nuestro almuerzo o cena. A su vez, como buen líder, premia mediante caricias
cada actitud positiva de nuestro perro y le brinda la atención diaria que él necesita. Sin embargo, en
situaciones de tensión en las que sus intereses no son compartidos por el animal -por ejemplo cuando
ella quiere que salga al jardín y Kimba decide que es más agradable quedarse dentro de la casa- un
poco por temor y otro por su propio carácter, no impone su voluntad. Obviamente el perro permanece
en el lugar sin siquiera dignarse a levantarse y domina por completo la situación.
Debido a que Kimba es un perro básicamente sumiso nunca ha manifestado reacción agresiva alguna
ante una orden que no le agrada. Sólo decide no obedecer al notar que su propietaria no adopta una
actitud dominante. Ahora, si yo en ese momento aparezco en escena, el perro, sin inmutarse
demasiado, levanta la cabeza y observa mi actitud. Si no intervengo permanece en su lugar. Si en
cambio le indico que se vaya, lo hace inmediatamente como muestra de respeto ante el líder y espera
en el jardín su merecida caricia por la obediencia demostrada. Brindar la recompensa esperada por el
animal ante una conducta adecuada es la obligación que tiene un líder para no transformarse en un
tirano ni generar miedo en el perro.
Meloso era un macho de pastor inglés de un año y medio. Sus dueños solicitaron una consulta
debido a que había intentado morderlos en varias oportunidades. El vínculo que esta familia había
establecido con su animal era uno de los que se observan con mayor frecuencia entre los dueños de
perros. En las situaciones de armonía era el perro quien tomaba la iniciativa, actuando como un
líder, mientras las personas que conformaban el vínculo familiar cumplían el rol de dependientes. En
cambio, en las situaciones de tensión ellos querían imponerse al perro. Este era un animal de
tipología dominante y, obviamente, no aceptaba las reprimendas y reaccionaba a agresivamente.
Meloso se sentía el dueño de la casa y según su criterio él no tenía por qué obedecer a nadie. En
realidad, el perro asumió que eran los seres humanos con quienes convivía los que debían
obedecerlo. Esta explicación no satisfizo a sus propietarios, quienes hasta se mostraron algo
molestos por la interpretación que yo hacía de los hechos.
Fue así como durante la entrevista observé que Meloso se había ubicado cómodamente sobre un
sillón. Después de unos instantes les dije a sus propietarios que yo iba a sacarlo de allí con el fin de
ubicarme en ese lugar. Ellos me advirtieron que era posible que el animal intentara agredirme. Por
supuesto al ser yo un extraño no era quién para darle una orden al perro. Por tal motivo, sin
moverme de mi lugar, solicité que alguno de los propietarios bajara al perro de¡ sillón. Todos
miraron a Meloso aunque nadie atinó a satisfacer mi pedido. Ante la pregunta de por qué no sacaban
al perro de allí, la respuesta fue unánime: "Porque si intentamos bajarlo, él seguramente no querrá y
es probable que nos muerda", respondieron al unísono. No hizo falta aclararles que si bien para ellos
ése era un sillón de su casa, Meloso no opinaba lo mismo. En realidad para el perro ese lugar le
pertenecía y nadie tenía derecho a sacarlo de allí. Después de todo él era el dueño de la casa. La
sonrisa esbozada por sus propietarios demostró que ahora sí estaban de acuerdo con mi diagnóstico.
Otro caso similar era el de Sandokán, un hermoso ejemplar e siberian husky de un año de edad, cuyo
propietario interactuaba con el animal en forma totalmente dominante y con una clara actitud de
liderazgo. Sin embargo, me consultó porque su perro se mostraba bastante agresivo cuando él lo
contrariaba o lo reprendía.
Al entrar en la casa, el perro me recibió sin mostrar agresividad alguna. No obstante, su forma de
saludarme evidenció parte de su perfil comportamental. El animal apoyó sus miembros anteriores sobre
mi cuerpo, una actitud canina típicamente de liderazgo, demostrándome que era él quien me saludaba a
mí y no a la inversa. Por eso intenté bajarlo. Sandokán inmediatamente me remarcó que él era un perro
dominante. Intentó abrazar mis piernas como si realizara una conducta sexual, lo cual en este contexto
no tenía otra intención que demostrarme su poderío. Rápidamente lo reprendí y le exigí que se alejara.
Debido a su corta edad y a que mi accionar evidenciaba una gran seguridad en mí mismo, no se animó a
agredirme. Sin embargo, no estaba dispuesto a perder su honor. En otra actitud típicamente canina se
dirigió hacia un sillón del living y procedió a levantar un miembro posterior y emitir un chorrito de
orina. El mensaje contenido en este comportamiento ritualizado era claro: "ésta es mi casa y aquí
mando yo". Cuando su propietario intentó reprenderlo Sandokán lo miró fijo y emitió un fuerte
gruñido. Esta era su manera de expresarle que el mensaje también estaba dirigido hacia él.
Estos sucesos me demostraron que Sandokán era un perro marcadamente dominante y que no
aceptaba el trato propuesto por su dueño porque lo consideraba un rival. Este hecho llevaba al perro
a enfrentar a su propietario cada vez que se producía una situación de tensión.
Tanto Meloso como Sandokán son típicos ejemplos de perros líderes y dominantes que pueden
presentar agresión hacia sus dueños si no saben tratarlos en forma adecuada.
Dueños gritones
Nácar, una hermosa cachorra de cocker spaniel, definía a su propietaria con una sola palabra:
"gritona". Según Nácar, ella y los dos pequeños hijos de su dueña le tenían miedo porque todo el día se
lo pasaba dando órdenes a los gritos. A los niños les decía que juntaran los juguetes después de jugar,
que tomaran la leche, que no vieran tanta televisión, que se lavaran los dientes, y demás. A ella, entre
otras cosas, que no hiciera pis en la alfombra, que no mordiese los muebles del living, que no se subiera
a la cama y que no rompiese las plantas que su dueña tanto quería.
La convivencia era difícil ya que los gritos eran permanentes. Como consecuencia, en un principio,
tanto Nácar como sus compañeros estaban confundidos, asustados. Como no sabían qué hacer,
continuaron con sus actitudes pero evitaban que la "gritona" los viera. Sin embargo, si los descubría
tenían una estrategia: salir corriendo y esconderse. Era en este momento cuando la intensidad de los
gritos se acrecentaba exigiendo que cada uno saliera de su escondite. Pero, ¿para qué iban a salir del
refugio si lo único que escucharían serían más gritos? Mejor y más seguro era quedarse donde estaban
hasta que pasara la tormenta. Luego, cuando los juguetes habían sido juntados, el televisor apagado, el
pis secado, las plantas acomodadas nuevamente y el silencio reinaba en el hogar, los compinches salían
de su escondite haciendo de cuenta que allí no había pasado nada.
Después de varios días de repetirse estos hechos, el miedo fue suplantado por la indiferencia. Era
obvio que si la estrategia había dado buenos resultados no era necesario cambiarla. Por ese entonces
la dueña de Nácar ya se había cansado de la situación y optó por solicitar ayuda a su esposo. El
hombre, a quien la perra definía como "el tirano", dijo que todo era culpa de su esposa, ya que se
pasaba el día gritando pero no ejercía autoridad alguna. En cambio, él, quien se sentía omnipotente,
decidió que era hora de que el trío tuviese su merecido.
Esperó la llegada del fin de semana. Todo era cuestión de aguardar pacientemente a que se
repitieran los sucesos. Una vez que llegó el momento tan esperado, ni lerdo ni perezoso buscó a los
niños en primer lugar y sin explicación alguna les propinó su "merecida" paliza, amenazándolos con
que si los hechos se repetían el castigo sería mayor. Luego fue a buscar a Nácar, que estaba debajo de
la cama temblando de miedo, e intentó agarrarla. Sin embargo, los gruñidos y tarascones de la perra le
impidieron lograr su cometido. Sin pensar demasiado solicitó a su esposa que le alcanzase una escoba.
Después de unos cuantos empujones consiguió que Nácar saliese de su escondite. La tomó por el
cuello, la llevó hasta el lugar donde la perra había hecho pis y refregándole el hocico en el líquido
maloliente le repitió hasta el cansancio que ése no era el lugar indicado para orinar. El padre de los
niños aseguró que el problema estaba solucionado. No obstante, al día siguiente los acontecimientos
se repitieron y la señora amenazó con que le iba a contar todo a su esposo. Cuando él llegó a la casa
sólo fue saludado por su mujer, ya que tanto la perra como los niños estaban en sus respectivos
escondites. El miedo había reaparecido en el hogar y eso era todo lo que la "gritona" y el "tirano",
según los definía Nácar, hablan conseguido con su actitud.
La opinión de Indio, un digno ejemplar de ovejero alemán, era muy diferente de la de Nácar. Para él
su propietaria era una verdadera "seductora". Esto lo hacía sentir muy halagado ya que recibía
permanentes caricias de su dueña. Sin embargo, esta actitud también le provocaba cierta confusión.
La señora muchas veces en lugar de llamarlo por su nombre le decía "bebé" o "mi amor". Además,
cada vez que iban al veterinario se anunciaba como la "mamá" de Indio. En realidad, el perro no tenla
claro si ella era su dueña, su madre o su novia. No obstante, el animal disfrutaba de este tipo de trato y
obviamente debía corresponderlo. Fue así como Indio además de acompañar a su dueña por toda la
casa, desde la habitación hasta el baño, comenzó a mostrarse agresivo con cualquier persona que
viniese de visita. Si bien esta actitud ocasionaba algunas molestias, no superaban la satisfacción de su
dueña de sentirse protegida.
El vínculo entre ambos llegó a ser tan estrecho que la señora permitía que Indio durmiese a los pies
de la cama; su esposo, una persona sumamente afectuosa y amante de los perros, no ponía objeción
alguna ya que Indio no causaba molestias.
Pero después de un tiempo el perro decidió que era hora de poner las cosas en su lugar. Una noche
el hombre, que sufría de insomnio, se levantó de la cama y fue a la cocina a beber un poco de agua.
Como se había desvelado decidió sentarse en el living a escuchar un poco de música. Una hora
después, algo dormido, regresó a su habitación. Al intentar subirse a la cama oyó un gruñido.
Cuando intentó callar al animal, el gruñido fue de mayor intensidad. Entre sorprendido y asustado,
encendió la luz. Indio ya no estaba a los pies de la cama, sino que ocupaba "su lugar" y no estaba
dispuesto a permitir que nadie se lo arrebatara. Y mucho menos quien era su más acérrimo
competidor por el afecto que le prodigaba quien plácidamente continuaba durmiendo sin darse por
enterada de¡ conflicto que había generado.
Dueños inseguros
Igor, un robusto boxer de dos años de edad, afirmaba que su dueño era una persona insegura y débil
de carácter. Sin embargo, en un principio no sabía cómo definirlo.
Durante su etapa de cachorro Igor percibió que cuando él jugaba con su propietario éste se mostraba
muy confiado. Pero cuando le indicaba al perro que el juego debía finalizar lo hacía con una actitud
insegura. Ante esto, un día, no satisfecho con la duración que había tenido el entretenimiento, decidió
no responder ante el pedido de su dueño. Para demostrarle su interés en continuar jugando, comenzó a
correr alrededor de] hombre, quien sin saber qué hacer se quedó inmóvil mientras le pedía al perro que
finalizase de dar vueltas. Fue inútil. Igor no se inmutaba. Todo lo contrario, se abalanzaba sobre su
dueño y luego salía corriendo nuevamente indicándole, en un lenguaje típicamente canino, que el
juego debía continuar. Entre sorprendido y algo asustado el propietario salió corriendo para el lado
opuesto y cerró la puerta de acceso al interior de la casa.
Igor, desilusionado pero seguro de sí mismo, decidió que la próxima vez 1 sería más rápido y
entraría primero, ya que ningún ser humano podría superar en velocidad a un perro. Así sucedió. Al
querer finalizar el juego el dueño de Igor se dirigió presuroso hacia la casa. Azorado, vio cómo el
animal pasaba rápidamente a su lado y entraba antes que él. Ya ambos en el interior, le pidió que se
fuera. La respuesta del perro fue un gruñido. Después de todo, él era el más fuerte y por lo tanto
quien tenía el poder. Presa del miedo, su propietario se dirigió hacia la cocina, le mostró una galletita
y se la arrojó al jardín. Ingenuamente, Igor salió a buscar el alimento y al darse vuelta se encontró con
que la puerta estaba cerrada. Lo habían engañado. Esta situación se repitió varios días, pero el perro,
que no era ningún tonto, era quien tomaba la decisión. Un día salía cuando le arrojaban una galletita,
otro día sólo si era queso, otro únicamente con carne y finalmente lo hacía si su dueño le daba su
alimento preferido: un trozo de pollo.
Dueños castigadores
A diferencia de los anteriores, Tina, una dachshund (salchicha) de cinco meses, era una perra muy
particular. Afirmaba que si su dueño le había puesto un nombre ella tenía el mismo derecho de
hacerlo. Como él ya tenía uno, la cachorra le puso un sobrenombre. Pero no uno cualquiera, sino uno
muy sorprendente: "Einstein".
Einstein era una persona sumamente racional y según sus propias palabras para educar a la perra sólo
había que utilizar el sentido común. Por ejemplo: si ella orinaba en un lugar inadecuado, él le
refregaba el hocico como reprimenda. "Por simple lógica la perra se dará cuenta de que eso está mal y
ya no lo hará más", opinaba Einstein.
Si Tina rompía alguna planta mientras su dueño estaba durmiendo, él al despertarse la llevaba al lugar
y le mostraba el daño que había hecho mientras la castigaba con energía, con el objetivo de solucionar
el problema. "Es sólo una cuestión de sentido común, la perra asociará el castigo con el daño
producido y ya no lo repetirá", afirmaba Einstein.
Un día Tina fue tras un perro que le había gustado y su propietario la corrió durante cinco cuadras.
Al agarrarla la reprendió para que nunca más se volviese a escapar. Era sólo cuestión de aplicar la
lógica de Einstein.
A medida que pasó el tiempo, Tina comenzó a mostrar mucho miedo ante la presencia de su
propietario, ya que ella lo asociaba con el castigo recibido. Además, por supuesto, la perra no
modificaba la conducta como su dueño pretendía. Para Einstein la perra era una tonta que no
aprendía.
Tina se decidió entonces a explicar por qué le había puesto a su dueño tal sobrenombre. Lo había
hecho en homenaje al célebre físico alemán, quien sostenía que el sentido común de una persona
resulta de la acumulación de sus prejuicios.
Dueños contradictorios
Timy, un hermoso yorkshire terrier había bautizado a su propietario como "ángel y demonio". El
dueño de Timy solía levantarse de buen humor todas las mañanas. Después de] desayuno, ambos
salían a dar un breve paseo. En el momento de irse al trabajo, su propietario, con algo de culpa por
dejar al animal solo, le brindaba un afectuoso saludo y le rogaba que se portase bien. Cumplido el
cotidiano ritual, el "ángel" partía a cumplir con sus obligaciones habituales. Al quedarse solo, Timy,
que como la mayoría de los perros poco entendía de sentimientos de culpa y ruegos verbales,
extrañaba a su dueño. Como no podía salir en su búsqueda manifestaba gran ansiedad y muchas
ganas de reencontrarse con él.
Orinaba por todos los rincones del departamento con el fin de calmar la angustia que le ocasionaba la
soledad, sentirse más seguro y atraer a su propietario. Además, agarraba toda la ropa que encontraba y
la llevaba a su camita. De esa manera se sentía más acompañado. Sin embargo, como esto no le
producía suficiente alivio, arañaba la puerta de salida y ladraba con mucha frecuencia, hecho que
causaba molestias a los vecinos.
De regreso al departamento, al entrar en el edificio, el dueño de Timy recibía las primeras quejas por
ruidos molestos. Algo nervioso subía por el ascensor y entraba en su hogar. Timy, al escuchar el ruido
de la puerta se ponía muy contento y acudía inmediatamente a recibir a su propietario. Pero en lugar del
"ángel" se encontraba con el "demonio", quien al ver el estado en que estaba el departamento propinaba
todo tipo de castigos al sorprendido animal. Esta actitud le enseñó a Timy que además de preocuparse
por la partida de su dueño tenía que hacerlo por otro motivo: su regreso.
Capítulo VIII
Aprendo, luego enseño
Las necesidades del cachorro
Al primero y al último de estos aspectos me referiré más adelante, en el próximo capítulo. Veamos
ahora las necesidades del cachorro.
Algunos de los comportamientos de los perros están determinados genéticamente. Esto quiere decir
que para manifestarse no necesitan de la experiencia o el aprendizaje. Entendemos por experiencia
todos los acontecimientos observables que tienen como efecto estimular al organismo en forma
inmediata y duradera. En cambio, definimos al aprendizaje como un cambio duradero en el
comportamiento de un individuo, que resulta de la experiencia con eventos del ambiente. De aquí surge
que si bien todo aprendizaje es una experiencia, no toda experiencia constituye un aprendizaje. En
síntesis, las experiencias tempranas son la base del aprendizaje temprano y ambos son fundamentales
para dar al organismo destrezas perceptuales y motrices esenciales para el normal desarrollo
comportamental del individuo.
El compor tamiento de eliminación de los cachorros resulta un ejemplo sumamente interesante. Sin
necesidad de experiencia previa ni de aprendizaje un cachorrito de cuarenta y cinco días de vida no
orina ni defeca donde duerme, sino que se aleja una cierta distancia de ese lugar para hacer sus
necesidades fisiológicas. Sin embargo, para que el cachorro orine y defeque en un lugar determinado,
como pretende la mayoría de los propietarios, es muy importante el aprendizaje temprano.
Recuerdo el caso de Pamela, una hermosa cachorra de siberian husky. Sus propietarios vivían en un
departamento y con suma paciencia le habían enseñado a Pamela a orinar y defecar sobre un papel de
diario ubicado en el lavadero. Todo estuvo muy bien hasta que el animal cumplió los diez meses de
vida. En ese momento a la familia comenzó a molestarle que la perra eliminara sus deposiciones dentro
del departamento. Querían que ella orinara y defecara cuando la sacaran a caminar a la calle. Al fin y
al cabo, eso es lo que hace cualquier perro normal, pensaban sus dueños.
De esta forma comenzaron a sacar a pasear a Pamela cuatro veces por día. Sin embargo, la perra no
orinaba ni defecaba donde sus propietarios pretendían. Por más que estuvieran durante una hora
esperando a que ella se dignara eliminar sus deposiciones, esto no ocurría. Resignados regresaban al
departamento. Para su sorpresa y desagrado, Pamela salía corriendo inmediatamente hacia el lavadero,
donde hacía sus necesidades. Después de todo ése era el lugar que sus dueños le habían enseñado a
utilizar durante el principio de la convivencia y ella no hacía otra cosa que respetar la consigna.
Sin resignarse, la familia ideó una estrategia: mantendrían cerrada la puerta del lavadero con el fin de
bloquear el acceso. De esta forma, pensaron, Pamela se daría cuenta de que ése ya no era el lugar
adecuado y optaría por hacer sus necesidades durante los paseos. Sin embargo, la perra no entendió el
mensaje. Continuó disfrutando de sus salidas a pasear y al regresar ejecutaba el comportamiento de
eliminación en el pasillo, justo al lado de la puerta de entrada al lavadero. Los ruegos primero y el
castigo después no sólo no lograron cambiar la conducta a Pamela sino que la empeoraron. En medio
de tanta confusión la perra comenzó a orinar y defecar en diferentes lugares de] departamento. Ante
esta situación los propietarios decidieron consultarme. Era la última oportunidad que tendría la perra
para poder continuar conviviendo con ellos.
Después de escuchar cómo se habían sucedido los acontecimientos, les expliqué que el aprendizaje
temprano, aquel que ocurre en la primera etapa de la vida de un ser vivo ya sea éste humano o animal,
si bien es lento puede ser de efecto casi permanente. Esta era la razón por la cual Pamela no
modificaba su conducta y continuaba tratando de eliminar en el lavadero. Sin embargo, no todo estaba
perdido. Debido a que el aprendizaje temprano constituye la base del aprendizaje ulterior y a que en
este caso entre ambos existían elementos positivos en común -tales como que la perra había aprendido
que no era lo mismo orinar y defecar en cualquier lugar- sería posible, mediante un tratamiento
adecuado que mantuviese esta premisa, modificar el lugar de eliminación.
Les expliqué que para que ella modificara el lugar para eliminar sus deposiciones resultaba
imprescindible que la perra comprendiese que ellos no sólo le permitían orinar y defecar en la calle
sino que a su vez ese sitio era más adecuado que el anterior. Para lograr tal objetivo tendrían que
iniciar un tratamiento que los obligaría a tener una gran dosis de constancia y paciencia.
Con el fin de que pudieran tomar una decisión les expliqué de qué se trataba. En primer lugar,
deberían mantener la puerta del lavadero cerrada. En segundo término, durante dos días tendrían que
sacar a pasear a la perra aproximadamente cada dos horas a fin de darle la oportunidad de eliminar
cuando ella tuviese ganas de hacerlo. Debido al tiempo que demandaba este procedimiento, un fin de
semana era una excelente oportunidad para comenzar. Si Pamela orinaba y/o defecaba deberían
felicitarla efusivamente y a partir de ese momento podrían, gradualmente, comenzar a disminuir la
frecuencia de salidas, para luego fijarla en cuatro veces al día. Además les aclaré que si encontraban
que la perra había ensuciado en un lugar indeseable, no deberían reprenderla ya que el error no había
sido de ella sino de ellos por no haber tomado los recaudos necesarios. Por tal motivo les dije que un
agregado a este tratamiento podría consistir en atar a Pamela con una correa de dos metros de largo en
algún lugar de la casa los primeros dos días. Esto se debía a que en general los perros no orinan ni
defecan cuando están atados. De esta manera Pamela perdería el hábito de eliminar dentro de la casa y
lo suplantaría por una nueva costumbre, tal como pretendían sus dueños.
Por suerte para la permanencia de Pamela en el hogar el tratamiento tuvo un resultado satisfactorio.
Después de un mes aproximadamente la perra sólo orinaba y defecaba durante los paseos. Sus
propietarios ya no debían limpiar el lavadero pero sí llevar una palita y una bolsa para recoger la materia
fecal que Pamela depositaba al lado de los árboles.
Candy era una perra mestiza que vivía junto a sus propietarios en un pueblo muy tranquilo. La familia
por razones laborales se vio obligada a trasladarse a la Capital Federal. La nueva casa estaba ubicada en
el barrio de Núñez, cerca del Aeroparque Metropolitano. Si bien las personas se adaptaron rápidamente
a su nuevo hábitat, a Candy no le sucedió lo mismo.
En esa zona el tráfico aéreo es constante y el ruido de los aviones alteraba el comportamiento del
animal. Cada vez que un avión sobrevolaba los alrededores ella se escondía presurosa bajo la cama y no
salía hasta que el avión desaparecía. Si bien sus dueños trataban de explicarle que los aviones eran
inofensivos, como la mayoría de los perros, Candy nada entendía de explicaciones verbales y seguía
actuando con temor. Sin embargo, con el correr de los días la perra se fue dando cuenta de que no
existía peligro alguno y por lo tanto dejó de buscar refugio. Esto aconteció debido a que el tráfico aéreo
constante produjo el acostumbramiento de la perra a ese tipo de ruido.
El proceso de aprendizaje que motivó este cambio de conducta se denomina habituación. Este
sencillo mecanismo consiste en la disminución o pérdida de la realización de una respuesta instintiva de
conducta (esconderse ante la sensación de temor) como resultado de la exposición repetida a un
estímulo que carece de consecuencias negativas o positivas (el tránsito aéreo).
Sensibilización a un estímulo
A Tao, un caniche de cinco años de edad, le encantaba salir a dar un paseo cotidianamente. Sus
dueños cumplían con este ritual en forma sistemática todos los días alrededor de las nueve de la mañana.
Tao acompañaba a su propietaria mientras ella realizaba las compras. Cada vez que ella agarraba la
correa, el perro saltaba y corría por la casa. Esa era su principal actividad del día.
Sin embargo, una mañana, ante la sorpresa de su dueña, el animal se negó a salir. No sólo tomó esta
actitud sino que además se quedó inmóvil en un rincón de la cocina mientras ella se preparaba para la
partida. Su propietaria insistió pero Tao permaneció inmutable. Preocupada por lo que sucedía la
señora llamó a su veterinario de cabecera, quien solicitó que le llevaran el perro a su consultorio. Al
acercarse para alzarlo, Tao se mostró agresivo y no permitió que nadie de la familia lo levantara. Un
nuevo llamado pidiendo ayuda hizo que el veterinario se acercara al domicilio. Al ver a mi colega el
perro lo saludó afectuosamente ya que lo conocía desde cachorro. Después de una exhaustiva
revisación clínica el veterinario encontró al perro en perfecto estado de sa,Iud. Mi colega, quien tenía
una amplia experiencia, pensó que la alteración de la conducta de Tao podría deberse a una perturbación
emocional y solicitó una interconsulta conmigo.
Al día siguiente nos encontramos todos en el domicilio de la familia. Tao se comportaba
normalmente, pero al tomar la correa de paseo cambiaba rápidamente de actitud y se negaba a salir. Yo
no tenía dudas de que lo que motivaba su conducta era el temor. Su propietaria no lo quería aceptar ya
que salir a pasear era la actividad preferida del animal.
Después de una larga entrevista surgió que lo único que alteraba profundamente a Tao eran los
estruendos de los productos que se utilizan en las fiestas de fin de año. Según su propietaria durante el
primer año de vida el animal no mostraba temor alguno ante los ruidos, pero a medida que fueron
pasando los años el miedo comenzó a incrementarse. Sin embargo este problema sólo ocurría si el ruido
era muy fuerte, como habitualmente sucede durante Navidad y Año Nuevo. Por lo tanto, ésta no podía
ser la causa, debido a que la negativa de Tao a salir se estaba produciendo a principios de diciembre.
Apenas finalizado este comentario, atento a todo lo que acontecía, oí el suave estampido de un cohete en
los alrededores del lugar. Inmediatamente observé al perro, que comenzó a temblar. El había oído el
ruido mejor que nadie.
El diagnóstico fue sencillo. Con el correr de los años Tao se había sensibilizado al ruido que
producían las explosiones. Fue entonces cuando le expliqué a la familia que la sensibilización es un
fenómeno que consiste en un aumento de una respuesta instintiva (respuesta de evitación por temor)
como resultado de la exposición repetida a un estímulo desencadenante (ruido producido por las
explosiones). Si bien en un comienzo sólo un fuerte estruendo provocaba en el perro una mediana
sensación de miedo, ahora el animal se había sensibilizado tanto que el más mínimo ruido producía en él
una exagerada respuesta de temor.
Mediante un tratamiento que consistió en terapia comportamental y el uso de una medicación
adecuada logramos que Tao superara sus miedos (Capítulo XI).
Castigo indebido
Laisa era una cachorra de dálmata muy revoltosa. Si bien sus propietarios toleraron sus destrozos y su
desobediencia durante un tiempo, luego se cansaron y decidieron que había que buscar una solución.
Debido a que no sabían de la existencia de médicos veterinarios especialistas en comportamiento
animal, optaron por contratar a un adiestrador canino cuya publicidad habían leído en un diario. En el
aviso -prometían resolver problemas de conducta y para ello ofrecían una garantía escrita. La familia
decidió contratar los servicios de¡ instructor bajo la promesa de que en noventa días la perra sería otra.
Laisa, que era un animal muy sociable y afectuoso, recibió a su "maestro" con la misma alegría que
demostraba a toda visita que arribaba por primera vez al domicilio de sus propietarios. Después de su
primera lección, debido a las dificultades que presentaba la perra, su instructor propuso, internar a Laisá
en su escuela canina. El adiestramiento se realizaría durante cuarenta y cinco días en el pensionado,
para luego continuar el proceso en la casa por otros cuarenta y cinco días.
Si bien esta propuesta no convenció a la familia, decidió de todos modos seguir los consejos del
"especialista". De esta manera la perra fue llevada a la escuela, donde no podía ser visitada durante su
estadía porque eso perturbaría su aprendizaje. La familia esperó angustiada el regreso de su adorada
compañera. Cuando volvió notaron que Laisa estaba delgada y algo desmejorada. Según la opinión del
adiestrador esto se debía a que la perra los había extrañado y por lo tanto había comido poco. Tantas
eran las ganas de volver a ver a Laisa que la alegría del reencuentro restó importancia a este hecho.
Al día siguiente debía comenzar la instrucción en el domicilio de la familia. Al llegar el instructor la
perra corrió a esconderse debajo de la mesa de la cocina. Esta actitud sorprendió en un principio a sus
dueños ya que no era la manera habitual en que Laisa recibía a las visitas. De inmediato el entrenador
fue a buscar a la perra y bruscamente la sacó de su escondite y la castigó por su desobediencia. El
animal se sometió inmediatamente y permaneció inmóvil junto a él. El entrenador le dio entonces una
serie de órdenes a Laisa, que respondió obedeciendo al instante. Su propietario al ver el temor que
sentía su fiel compañera pidió al instructor que finalizara su labor y que no regresara a continuar con la
instrucción. Sorprendido, el instructor solicitó una aclaración ya que en su opinión la perra había
cambiado su comportamiento convirtiéndose en un animal sumamente obediente. Evidentemente Laisa
era otra perra, tal como había prometido el entrenador. Sin embargo, esto no era lo que la familia
pretendía, aunque ya era tarde para lamentarse.
Para ese entonces la familia se había enterado de mi existencia y solicitó una entrevista. Sabiendo del
problema acudí al domicilio llevando en mi maletín una correa y un collar de adiestramiento. La perra
me recibió con su habitual alegría, pero al abrir el maletín y sacar los elementos mencionados comenzó
a temblar. Mi interpretación fue que este comportamiento era producto de que Laisa había sufrido un
condicionamiento clásico de tipo aversivo asociado al collar, a la correa de adiestramiento y por
supuesto al adiestrador. Este proceso ocurre cuando un estímulo que era previamente neutral
(adiestrador, collar, correa) adquiere la propiedad de provocar una respuesta emocional aversiva en el
animal (inmovilidad y temblor). El estímulo neutral se convierte en aversivo cuando es asociado a otro
estímulo que normalmente provoca esa misma reacción (castigo). En otras palabras, Laisa había
asociado el castigo recibido con la presencia del adiestrador, el collar y la correa y actuaba en
consecuencia, es decir, trataba de evitarlos.
Este ejemplo también sirve para mostrar el fenómeno de generalización. Este es un proceso en el que
una respuesta a estímulos específicos es provocada luego por estímulos similares. En este caso
cualquier persona que tuviese una correa y un collar provocaba la misma reacción de la perra.
Finalmente, también resulta útil para conocer algunos de los efectos indeseables que trae aparejado el
uso inadecuado del castigo. En este caso la ansiedad y el temor.
José era un adiestrador muy particular. Si bien a él lo contrataban para enseñarles a los perros a
responder adecuadamente ante los ejercicios de obediencia (sentarse, echarse, acudir al llamado, entre
otros), su convicción era que esto no debía lograrse a cualquier costo. Además, si no obtenía los
resultados esperados decía que en algo se había equivocado. Jamás utilizaba el castigo excesivo ni le
echaba la culpa al perro o a su dueño por la falta de respuesta del animal.
José afirmaba que no apelaba al castigo exagerado por dos motivos. Uno, por su amor a los perros. El
otro, por razones prácticas: si a un perro lo obligaban a hacer algo contra su voluntad, tarde o temprano
trataría de no hacerlo. Así como él hacía las cosas que le agradaban y evitaba hacer las cosas que le
disgustaban, pensaba que a un perro le ocurriría lo mismo.
José sabía que si él era capaz de motivar al animal para que obedeciese sus órdenes, éste le respondería
más fácilmente y el resultado de su trabajo sería el apropiado. Por eso, cada vez que conocía a un perro
se tomaba un tiempo para estar con él y establecer un vínculo afectivo. Antes de comenzar el
adiestramiento José realizaba una actividad totalmente placentera para el animal, como salir a dar un
paseo. Después de dos o tres salidas juntos, el perro ya lo recibía afectuosa y alegremente cuando él
llegaba a la casa, comportamiento que se hacía más manifiesto cuando José sacaba de su bolso el collar
y la correa de adiestramiento.
José sin saberlo producía en los animales con los que trabajaba un condicionamiento clásico de tipo
apetitivo asociado al collar, a la correa de adiestramiento y a su propia presencia. Este proceso ocurre
cuando un estímulo que era previamente neutral (collar, correa, adiestrador) adquiere la propiedad de
provocar una respuesta emocional apetitiva en el animal (manifestación de placer). Dicho de otra
forma, los perros asociaban los paseos con la presencia de José, el collar y la correa de adiestramiento, y
actuaban en consecuencia, es decir, acudían en su búsqueda.
Vale la pena aclarar que cuando hablo de reacción emocional apetitiva no me estoy refiriendo a nada
que tenga que ver con la alimentación sino con un estado emocional interno, ligado al placer o que al
menos es atractivo para el animal.
El próximo paso consistía en lograr que además lo obedecieran. Con este fin, José pedía a la familia
que suspendiera las caricias a su perro por un período de seis horas previo a su llegada. De este modo,
buscaba generar en el animal la necesidad de obtener las caricias que habían sido suprimidas. Es decir,
lo motivaba para la obtención de algo deseado quitándole durante un tiempo ese algo.
Luego, cuando llegaba y después del paseo de rutina, comenzaba a enseñarle al perro diversos
ejercicios. Cuando el animal respondía obtenía lo que tanto deseaba, una caricia. Esta última hacía las
veces de recompensa y el mensaje de José era claro. La obediencia se lograba a través de un premio y
no de un castigo.
José inconscientemente estaba aplicando un mecanismo de aprendizaje llamado Acondicionamiento
operante". Su concepto es muy simple. Si una respuesta es seguida por una recompensa, la
probabilidad de que la respuesta ocurra nuevamente aumenta. Por ejemplo, si a un perro se lo premia
cada vez que se sienta ante una orden, la probabilidad de que el perro se siente nuevamente ante esa
orden es cada vez mayor. La eficacia de este proceso depende del estado motivacional del animal, es
decir, de sus ganas de obtener esa recompensa.
Finalmente este particular adiestrador nunca finalizaba una clase de instrucción canina sin antes
permitirle a su alumno la posibilidad de jugar durante unos minutos. José afirmaba que de esta forma
el animal terminaba la sesión de entrenamiento con una actividad sumamente placentera, lo que a su
vez contribuía a reforzar el vínculo entre ambos. Con esta actitud José satisfacía otra de las
necesidades que tienen los perros: el juego.
Para una convivencia en armonía un perro necesita no sólo aprender nuevas respuestas
comportamentales, sino también aprender a tener algunas conductas. Por ejemplo, el cachorro debe
aprender a no morder a su dueño, a no escaparse a la calle, a no romper objetos de su propietario y a
no mendigar comida. Para lograr este objetivo resulta imprescindible conocer cuáles son los
mecanismos más adecuados para enseñarle a un cachorro a no hacer determinada cosa.
Así como para enseñarle a un animal a realizar algún ejercicio resulta de suma utilidad generar o
aumentar la motivación del individuo, para enseñarle lo contrario -es decir, a no hacer algo- es
fundamental disminuir la motivación del animal. Dicho de otra forma, si un perro tiene pocas ganas
de hacer alguna cosa determinada seguramente no la hará.
Veamos un ejemplo. Roy era un perro al que le gustaba salir a pasear solo. Cada vez que se
escapaba a la calle iba a visitar a un amigo de su propietario, que lo recibía con afecto, agua y comida.
La motivación del perro para escaparse era doble, ya que además del placer por el paseo en sí mismo
obtenía una recompensa más que interesante.
Para corregir esta conducta indeseable para el propietario del animal y sus otros vecinos y riesgosa
para el propio perro, en primer lugar le pedí al dueño de Roy que lo sacara a caminar unas diez cuadras
tres o cuatro veces por día. De esta forma disminuiría la motivación del perro a escaparse generada
por la necesidad de ejercicio y distracción. Con la aplicación de esta sola medida Roy, que antes se
escapaba unas cinco veces al día, disminuyó la frecuencia de sus excursiones. Después de diez días de
implementar estas salidas dirigidas, el perro sólo se escapaba unas dos veces al día.
La mejoría no fue total debido a que, entre otras cosas, el comportamiento en cuestión estaba siendo
recompensado por una persona que a esta altura de los acontecimientos ya era más amiga del perro que
de su dueño. Por eso fue que le pedimos al vecino que cuando Roy acudiese a su casa no le abriera la
puerta ni le brindara afecto, agua o comida. A cambio le ofrecimos ir a visitar a su amigo a su propia
casa. De este modo, la frecuencia de salidas no permitidas del animal disminuyó a una por día. Esta
disminución se debió a un proceso denominado extinción. El concepto consiste en que si a una
conducta aprendida mediante el uso de recompensa se la deja de recompensar en forma permanente,
esa conducta tiende a disminuir hasta el mismo nivel que tenía antes de ser premiada por primera vez.
Con la aplicación de estas estrategias el dueño de Roy había conseguido que la frecuencia de salidas
no permitidas bajara de cinco a una por día. Sin embargo, no estaba conforme ya que temía que en
alguna de esas excursiones el perro sufriese un accidente. De esta forma, para evitar males mayores
decidió que había llegado la hora de utilizar el castigo. Al día siguiente cuando notó que Roy se había
escapado, se acercó a la puerta y permaneció inmóvil. Cuando el perro regresó recibió una fuerte
reprimenda que incluyó gritos y castigo físico. El objetivo era que el animal comprendiese que
escaparse resultaría negativo para su integridad física y emocional. Lamentablemente, su dueño no
sabía que los perros asocian el castigo recibido con el comportamiento que estaban realizando al
momento de recibir la reprimenda. En este caso Roy asoció el castigo con su regreso a la casa. En
otras palabras, el problema para Roy no era escaparse sino regresar, por lo tanto, el animal continuaba
escapándose pero cada vez tardaba más en volver. En este punto, su propietario decidió que la
próxima vez que el perro se escapase iría a buscarlo y lo reprendería en el acto. Así fue como un día
después Roy volvió a salir de parranda y su dueño lo corrió durante cinco cuadras. Al agarrarlo le
propinó su "merecido" castigo. Sin embargo, no pensó que en este caso el problema para el animal
seguía sin ser el escaparse. El problema ahora consistía en dejarse agarrar, hecho que rápidamente
aprendió a evitar.
Con estas actitudes esta persona no consiguió su objetivo sino que generó, involuntariamente, dos
problemas más. Uno fue que Roy tardaba cada vez más en volver a la casa y otro que cuando lo iban a
buscar no se dejaba agarrar, ambos motivados por el miedo del perro a su resignado propietario, quien
decidió consultarme nuevamente. La solución se logró por un lado reprendiendo al perro en el instante
que éste intentaba escaparse y no con posterioridad al acto. El castigo se debía aplicar con la intensidad
necesaria para interrumpir la conducta pero no tanta como para causar miedo, ansiedad o agresividad en
el animal. Por otro lado, apenas el perro respondía permaneciendo en su casa debía ser premiado a fin
de que comprendiera que escaparse era algo negativo, mientras que quedarse, algo positivo.
El método fue puesto en práctica y a partir de ese momento Roy dejó de escaparse.
Capítulo IX
Educar al educando
La elección del compañero ideal
Para ilustrar todo lo que implica la elección del perro adecuado voy a utilizar el ejemplo de Patricia y
Héctor, padres de Tomás, quienes tenían en claro que la decisión de adoptar un perro era un hecho
importante en la vida. Asimismo, tenían conciencia de lo que significaba este especial regalo para
Tomy, quien había esperado muchos años para tenerlo. Patricia estaba sorprendida: jamás le había
demandado tanto tiempo la decisión de regalarle algo a su hijo. La diferencia fundamental radicaba en
que en esta oportunidad no le regalaría "algo" sino "alguien". Percibió que ese "alguien" ocuparía un
lugar importante dentro de la familia y sintió que el desafío era interesante. La decisión estaba tomada.
La promesa que le habían hecho a Tomy sería cumplida.
Durante la entrevista me dijeron que querían asesorarse muy bien acerca de cómo elegir al perro, qué
edad debía tener, dónde comprarlo y todo aquello que yo considerase relevante. Me transmitieron que
antes de que comenzara el vínculo con el nuevo integrante querían tomar todos los recaudos posibles.
Les respondí que el vínculo con el perro ya había comenzado. Mi respuesta provocó cierta inquietud y
para tranquilizarlos les expliqué el porqué de mi afirmación.
Cuando una familia decide adoptar un perro proyecta hacia el futuro cómo desea que sea la relación
con el animal y lo que espera acerca del comportamiento de su futuro compañero. A esta situación la
denomino "realidad virtual". Realidad porque es lo que la familia verdaderamente espera que suceda
durante la relación con su nuevo integrante. Virtual porque es sólo una expectativa. Por lo tanto, si
bien para la familia esta idea acerca de cómo será el vínculo es real, en la práctica, cuando el perro
ingresa en su nuevo hogar, esto no siempre se cumple.
Luego les aclaré que también era importante tener en cuenta que si bien el perro iba a ser un
miembro más de la familia no era un ser humano más. Esto implicaba muchas diferencias. Una de las
primeras era que ellos podían elegir al animal cuyas características tanto físicas como
comportamentales se adaptasen mejor no sólo a sus gustos sino también a sus necesidades. En otras
palabras, podían tratar de que esa realidad virtual fuera lo más parecida posible a la realidad concreta.
Después de estas aclaraciones, la familia debía decidir acerca de la raza adecuada, el sexo del perro,
su edad y el lugar donde lo adquirirían. Sin embargo, las dudas reaparecieron nuevamente. La
primera a dilucidar era si sería mejor un perro de raza o un mestizo. Como no se ponían de acuerdo
solicitaron mi opinión. Les expliqué que era un error calificar con los adjetivos de mejor o peor a un
perro ya que esto dependía de los parámetros que uno utilizara para la evaluación. Las razas puras,
por ejemplo, han sido científicamente estudiadas. Utilizando estos datos uno puede predecir a grandes
rasgos el perfil comportamental de cada una, es decir, las características que tendrá un ejemplar al
llegar a la adultez. En cambio, en el caso de un perro mestizo esto se torna más difícil, a menos que
conozcamos cuál es la raza de sus progenitores. También en el caso de los mestizos debían tener en
cuenta un fenómeno conocido como "vigor híbrido", que quiere decir que son más rústicos y
resistentes que los individuos de razas puras.
Existen otros aspectos a considerar pero que ya dependen sólo de la situación personal de cada familia.
En estos incluyo el costo de un individuo de raza y el placer que en muchas personas causa tener un
perro de estirpe. En cambio la adquisición de un mestizo suele no involucrar costo alguno y produce la
satisfacción personal de brindarle un hogar a quien tanto lo necesita.
Ante esta descripción, Patricia se inclinó por una hembra, mientras que Héctor, por un macho. En ese
momento, Tomás dijo que él lo único que quería era un cachorrito. El mensaje de Tomy era claro. El
quería un compañero que le brindara afecto y compartiera sus juegos con él y sus amiguitos. Este
comentario generó un silencio absoluto entre los adultos. Patricia y Héctor se miraron y se sonrieron.
Se habían dado cuenta de que el entusiasmo por tener un perro no era sólo del niño sino también de
ellos. A partir de ese instante tomaron conciencia que había que compatibilizar preferencias y
necesidades de toda la familia pero priorizando las de Tomás. Después de todo el verdadero dueño del
perro, con sus derechos y obligaciones, sería Tomy.
Después de estudiar detenidamente los gustos y las necesidades de la familia les presenté un informe
que incluía algunas opciones que podían ser adecuadas para todos: un macho o una hembra de collie,
labrador o golden retriever. En el caso de las tres primeras razas, la elección de un macho o una
hembra resultaba indistinta debido a que presentan un comportamiento de dominancia hacia el
propietario bastante bajo tanto los machos como las hembras. Es importante tener en cuenta, que un
nivel de dominancia bajo es un punto de vital trascendencia a considerar cuando alguien adquiere un
perro de tamaño grande por primera vez.
También sugerí la posibilidad de un ovejero alemán. Sin embargo, como se trata de una raza de
guardia cuyo nivel de dominancia suele ser elevado, recomendé una hembra. De esta manera la
convivencia sería menos conflictiva por tratarse de un sexo cuyo nivel de dominancia hacia el dueño
es relativamente bajo en relación con el sexo opuesto.
Debido a que en los perros mestizos es difícil conocer su perfil comportamental, sugerí que en el
caso de elegir un mestizo resultaría de utilidad conocer y evaluar a los padres del cachorro, para
obtener alguna información acerca del comportamiento que podría manifestar el animal al llegar a
la adultez.
En lo que respecta a la edad del cachorro, lo más aconsejable sería incorporarlo a su nuevo grupo
familiar cuando tuviese alrededor de cuarenta y cinco a cincuenta días de vida, edad adecuada para
facilitar la socialización con el grupo.
La respuesta demoró dos días y fue la siguiente: un cachorro, según los deseos de Tomy; un collie,
decisión de Patricia y su hijo; un macho, según Héctor. El nombre lo elegiría quien tan pacientemente
había aguardado este momento.
Una mañana nos dirigimos a un criadero y nos presentaron siete hermosos cachorros, de los cuales tres
eran machos y cuatro hembras. El examen clínico de rutina mostró que los animales presentaban un
buen estado de salud. Después de analizar minuciosamente el pedigrí para descartar niveles elevados de
consanguinidad, procedí a realizar la evaluación del comportamiento de los cachorros. Para ello utilicé
el Test de Campbell, que está compuesto por varias pruebas (ver Apéndice).
Los resultados del test me indicaron que sólo uno de los tres machos presentaba un perfil
comportamental compatible con la familia en cuestión. A Héctor le gustaba un cachorro que fue el
primero en acercársela y enseguida comenzó a morder los cordones de sus zapatos. Héctor pensó que el
cachorro lo había elegido a él y, por ende, que era el adecuado. Sin embargo, el test indicaba que este
perro podría ser más dominante de lo deseado por Patricia y Tomy. Patricia en cambio prefirió a uno de
los hermanitos que se había quedado quieto en un costado ya que ella sentía que debía protegerlo. En
este caso el test mostró que este cachorro era más bien tímido y, por ende, no compatible con los deseos
de Héctor y Tomy. Finalmente, a Tomás le gustó el tercero en discordia porque según su percepción era
el más equilibrado de todos. De acuerdo con el test este cachorro presentaba un comportamiento social
adecuado, un interesante grado de dependencia y un buen nivel de sumisión. A partir de ese instante la
familia tenía un nuevo integrante: Calif.
La convivencia
La convivencia con un perro puede ser muy placentera para sus dueños y para el propio animal. Sin
embargo en ciertas circunstancias puede transformarse en algo desagradable y generar problemas tanto
para la familia como para el perro. Uno u otro resultado depende de muchas variables. Algunas de ellas
-como la elección de la raza, del sexo del animal y del cachorro adecuado para los gustos y las
necesidades de la familia- son de vital importancia.
Otra de las variables la constituye las necesidades del grupo familiar, según su proyecto de vida.
Resulta importante saber qué lugar ocupará el cachorro en la casa, qué tipo de vínculo establecerán sus
propietarios con él, qué cosas serán aceptadas y cuáles no, qué tiempo de dedicación podrán brindarle al
animal y cuáles serán las normas básicas de conducta que se deberán respetar durante la convivencia.
La familia sabía perfectamente que las primeras experiencias de su nuevo integrante deberían ser lo
menos traumáticas posible. Ya que el hecho de separar al cachorro de sus primeros vínculos no
resultaría una situación muy agradable para el animal, la única forma de aliviarle este padecimiento
sería brindándole una afectuosa compañía. Para tener tiempo libre, lo incorporaron a la familia un día
sábado.
Alrededor de las once de la mañana nos despedimos de los dueños del criadero y nos ubicamos en el
automóvil para dirigirnos hacia el nuevo domicilio de Calif. Héctor se dispuso a conducir y yo me
ubiqué en el asiento del acompañante. Atrás, se sentaron Tomás y su madre, mientras el cachorro se
acostó cómodamente sobre una manta entre ambos. El niño ya conocía la regla y Calif comenzaba a
conocerla: tanto los chicos como los perros debían viajar en el asiento trasero del automóvil. Así casi
sin darse cuenta le estaban enseñando al cachorro la primera norma de conducta.
Después de los primeros minutos del viaje, Calif comenzó a ponerse inquieto y a gemir,
posiblemente porque había comenzado a extrañar a su madre y a sus hermanos. Héctor se puso algo
nervioso porque la actitud de Calif lo perturbaba en su manejo, por lo que con un grito y una palmada
intentó hacerlo callar. Bastó que yo le recordara la anécdota de la "gritona" y el "tirano" (Capítulo
VII) para que interrumpiera la reprimenda. Patricia, por el contrario, comenzó a hablarle tiernamente
y a mimarlo con el objetivo de tranquilizar al confundido animal. Sin embargo, en ese instante
recordó la historia de Indio y su "seductora" propietaria (Capítulo VII) por lo que inmediatamente dejó
de hacerlo.
Tomás me miró con una sonrisa cómplice y, con mi ayuda, procedió a enseñarles a sus padres cuál era
la manera correcta de serenar a Calif. El niño, que ya se sentía el "líder" del cachorro, sabía que debía
actuar como tal. Con firmeza y en el más absoluto silencio, tomó a su pequeño compañero y lo ubicó
nuevamente entre él y su madre, demostrando un total control de la situación. A su vez apoyó su mano
sobre el cuerpo del perro transmitiéndole seguridad y afecto. Estas actitudes produjeron en Calif una
sensación de protección que inmediatamente lo tranquilizó y motivó que se durmiera por el resto del
viaje. Este hecho emocionó sobremanera a toda la familia y fue la mejor demostración de que Calif ya
sentía que Tomás era su verdadero dueño.
Alrededor del mediodía llegamos al nuevo hogar de Calif. Sus propietarios, deseosos de que el cachorro
se sintiera cómodo, fueron a buscar rápidamente un pote con agua y otro con un poco de alimento
balanceado. Mientras ellos realizaban esta tarea tomé en mis brazos a Calif y lo llevé al jardín. Cuando
el matrimonio y su hijo regresaron con la bebida y la comida al comedor diario, no encontraron a nadie.
Entre sorprendidos y algo celosos por mi actitud para con el cachorro, me preguntaron por qué había
procedido de ese modo.
Les recordé dos cosas fundamentales: La ansiedad no es la mejor aliada para una feliz convivencia.
Hay que tener en cuenta las necesidades de todos y no sólo las de algunos de los integrantes de la
familia. El primer concepto fue rápidamente asimilado. En cuanto al segundo, la cosa no fue tan
fácil. Patricia me dijo que debido a que Calif seguramente tendría hambre y sed, ellos trataban de
cubrir esas necesidades. Le expliqué que ésas eran las necesidades inmediatas que ellos suponían,
desde su punto de vista, que tendría el cachorro; sin embargo, no eran las mismas desde el punto de
vista del animal. Recurrí entonces a un ejemplo práctico. Cuando una persona se levanta por la
mañana una de las primeras actividades que realiza es ir al baño y hacer pis. Pues bien, cuando un
cachorro se despierta de una siesta suele tener idénticas necesidades. Calif, quien recién se había
despertado de su plácido sueño en el auto, seguramente necesitaba hacer pis y el comedor diario 'no
era el lugar más adecuado para eso, ¿o sí? Asimismo, cuando un niño va a la casa de un amiguito
por primera vez suele mostrar curiosidad por el lugar. Un cachorro que llega a un nuevo mundo
siente la misma o incluso mayor curiosidad por conocer su entorno. Al satisfacer esta necesidad
disminuye la ansiedad y el estrés del animal.
Fue así como después de realizar sus necesidades fisiológicas en el lugar apropiado, le permitimos a
Calif "estudiar" su nuevo hábitat. Primero fue el jardín, luego la cocina y el comedor diario y, más tarde
recorrió el garaje, el lavadero y, finalmente, la habitación de Tomás; tanto el living como el dormitorio
del matrimonio serían áreas restringidas ya que su deseo era no permitir el acceso de Calif. Esta
decisión debía ser respetada porque ellos eran los líderes del grupo y, por lo tanto, quiénes establecían
las normas y los límites.
Una vez finalizada la inspección, Calif, que ya estaba más tranquilo, mostró deseos de jugar. Tomás
procedió a arrojarle una pelotita para que el cachorro fuese a buscarla. Sin embargo, a los pocos minutos
Calif se cansó y dio por finalizado el juego. Fue aquí donde le expliqué al niño que el perro era muy
chiquito y se cansaba rápidamente; con el tiempo, los juegos serían más prolongados.
Ahora sí había llegado el momento de comer y tomar agua. Llevamos a Calif al lavadero y su dueño
colocó en el piso un pote con alimento y otro con agua. Después de tanta actividad y con la panza llena
nada era más deseado por el cachorro que una buena siesta. Tomás lo colocó sobre una manta que
estaba ubicada bajo una caja de cartón invertida que hacía las veces de guarida. La caja, a la cual le
habíamos quitado uno de sus costados para que Calif pudiese entrar o salir, estaba ubicada cerca de la
puerta de acceso al jardín, donde podría jugar y hacer sus necesidades.
Mientras Calif dormía plácidamente, nos dispusimos a almorzar. Durante la comida les aconsejé la
consulta con un médico veterinario clínico a fin de que les indicara un plan sanitario y nutricional
adecuados para el cachorro. A través del plan sanitario el profesional administra las vacunas necesarias,
generalmente solicita un análisis de materia fecal para descartar la presencia de parásitos y en caso de
ser necesario suministra el antiparasitario correspondiente. Por medio del plan nutricional, les indica a
los propietarios la alimentación que debe recibir su animal de acuerdo con su edad y tamaño.
Antes de retirarme les recordé la importancia de las experiencias tempranas y del aprendizaje
temprano en el proceso educativo, al tiempo que Patricia me pidió que les explicara una de las cosas que
más le preocupaba: enseñarle al cachorro a orinar y defecar en un lugar adecuado.
Los cachorros de perro a diferencia de los bebés humanos son capaces de controlar sus esfínteres a
edad muy temprana. Esto es fácilmente demostrable mediante la observación del comportamiento de
eliminación. No bien los cachorros son capaces de movilizarse por sus propios medios, tienden a
alejarse de] sitio donde duermen al momento de realizar sus deposiciones. Además, como todo
dueño más o menos observador habrá notado, los cachorros al llegar a su nuevo hogar ya no orinan
ni defecan mientras duermen.
Cuando me disponía a explicarle a la familia cómo enseñarle a un cachorro a eliminar sus
deposiciones en el lugar adecuado, Héctor, el papá de Tomás, me interrumpió y con algo de orgullo
me dijo que no era necesario ya que él sabía cómo hacerlo perfectamente. Le pedí que lo expusiera.
El método utilizado por Héctor era muy sencillo. Cada vez que Calif hiciese caca o pis en un lugar
inadecuado ellos deberían reprenderlo, refregándole el hocico en sus deposiciones, para luego
llevarlo al sitio permitido exigiéndole con firmeza que eliminara en ese lugar. Finalmente deberían
dejarlo encerrado en el jardín durante dos horas como penitencia. Héctor me miró buscando mi
aprobación. Para no herir su amor propio no cuestioné su método, el cual era totalmente incorrecto,
sino que le respondí con una pregunta: ¿ellos educaban a Tomás tomando la iniciativa, enseñándole
cuál era el camino correcto o, por el contrario, le dejaban la iniciativa al niño y lo castigaban cada
vez que él cometía algún acto incorrecto? Héctor me respondió que obviamente la educación de¡
niño se basaba en guiarlo a través del ejemplo y de explicaciones por el camino que ellos creían
adecuado. Esta respuesta motivó una segunda pregunta. ¿Por qué con Calif él pretendía utilizar un
método totalmente opuesto? La cara de sorpresa de Héctor ante mi pregunta fue digna de
fotografiar. De esta forma la familia completa se dispuso a escuchar mis consejos.
La forma correcta de enseñarle a Calif a eliminar en el lugar elegido, un sector del jardín, consistía en
algo tan simple como llevarlo a ese sitio en los momentos en los que el cachorro tuviese ganas de hacer
pis o caca. Debían permanecer junto a él hasta que la tarea estuviera cumplida para luego premiarlo por
su buen comportamiento. Sólo después el cachorro podría entrar nuevamente en la casa.
Los cachorros suelen orinar y/o defecar después de levantarse de -dormir, después de jugar, después de
tomar agua y después de comer. La estrategia consistía en que cada miembro de la familia debería
turnarse para controlar a Calif durante el tiempo en que estuviera dentro de la casa para llevarlo al jardín
en el momento adecuado. Además, cuando el cachorro estuviese solo debería permanecer únicamente
en el lavadero con la puerta de acceso al jardín abierta con el objetivo de que él pudiese ir al jardín por
sus propios medios.
Si un cachorro elimina en un lugar indeseable en ausencia del propietario, no debe ser reprendido.
Esto es así simplemente porque el animal no entenderá el porqué del castigo. Cuando un cachorro se
comporta de esta manera no experimenta sensación desagradable alguna. Sin embargo, cuando el dueño
reprende su conducta, el animal aprende el mensaje. Si él orina en un lugar inadecuado en ausencia de
su propietario, el mejor camino para evitar el castigo es esconderse de su vista cuando el dueño entre en
la casa. Este mensaje no es el buscado por el propietario; sin embargo, es lo que el cachorro entiende.
Los perros no pueden razonar como pretenden sus dueños, que castigan al animal queriéndole decir:
"Yo te castigo por tu mala conducta. Espero que no lo vuelvas a hacer, ya que ésta es la única manera
de evitar el castigo." Los perros no están en condiciones de asociar un determinado comportamiento
con una reprimenda si ésta no es propinada en el preciso momento de la mala conducta. Si el castigo
es posterior a la mala conducta, el problema para el animal no será esa actitud sino la llegada de su
dueño.
La primera noche
La familia había decidido que Calif dormiría en el lavadero y Héctor estaba preocupado por lo que
acontecería con el cachorro durante su primera noche en la casa. Por su propia experiencia sabía que
los cachorros al quedarse solos suelen gemir solicitando atención. El intuía que levantarse para
exigirle silencio mediante una reprimenda no era el método ideal para solucionar el problema.
Evidentemente, Héctor había aprendido la lección.
Uno de los hechos más traumáticos para un cachorro al cambiar de hogar suele ser el pasar la
primera noche en soledad, ya que él ha dormido, hasta ese momento, en compañía de sus hermanos
de camada. Sin embargo, resulta imprescindible acostumbrarlo a esta soledad, debido a que en su
convivencia con los humanos existirán muchos momentos en los que el animal no tendrá otra
alternativa. Pero por lo general los procedimientos que utilizan la mayoría de los propietarios para
lograr tal objetivo suelen ser totalmente contraproducentes.
Lo que no se debe hacer
Es frecuente que los dueños mantengan un contacto sumamente estrecho con el cachorro durante el
primer día de convivencia. Ahora bien, a la hora de irse a dormir, toda la familia cumple el ritual de
saludar al cachorro y procede a dejarlo solo en el lugar destinado para pasar la noche. El desorientado
animal, que no entiende qué es lo que sucede, comienza a angustiarse debido a que por primera vez y en
forma repentina experimenta la soledad. Esta nueva situación genera en él la necesidad de llamar
gimiendo o ladrando a sus compañeros de grupo, lo que suele impedir a la familia conciliar el sueño
generando diversas reacciones. Una de ellas consiste en levantarse y reprender al cachorro por su "mal
comportamiento". Esto sólo produce en el animal mayor angustia y si bien por unos minutos puede
permanecer en silencio, seguramente no tardará demasiado en reiniciar sus lamentos. Esta respuesta
aumenta el enojo de la persona en cuestión, que no encuentra mejor solución que incrementar la
intensidad del castigo. Nuevamente la angustia del cachorro aumenta, el comportamiento empeora y
ahora surge un nuevo problema: el animal comienza a tenerle miedo a su propio dueño. Resulta obvio
que el castigo no sólo no soluciona el problema sino que lo empeora y deteriora el vínculo con el
propietario.
Otra de las actitudes típicas de muchas personas es la de gritarle al cachorro desde la cama para que
se calle. La mayoría de los cachorros suelen mantener un breve silencio ante esta interacción verbal.
Sin embargo, después de unos minutos la angustia vuelve a aumentar su intensidad y reaparecen los
gemidos y ladridos. El propietario reacciona nuevamente y el cachorro se calla por segunda vez.
Unos minutos después la historia se repite tantas veces como resista la paciencia y la garganta del
dueño, ya que el cachorro ha percibido que si no ladra nadie le presta atención. Es aquí donde la
mayoría de los propietarios pasan del dicho al hecho y castigan al "insoportable" animal. A esta altura
de las circunstancias la angustia no sólo es del cachorro sino que también ha invadido al resto de la
familia, fundamentalmente a los niños. Para ese entonces al resignado propietario lo único que le
interesa es que alguien calle a ese "maldito" perro, por lo que permite que alguno de los chicos vaya a
buscarlo y lo lleve a dormir a su cama. Esto trae como consecuencia inmediata el tan ansiado silencio,
ya que la angustia del cachorro desaparece al sentirse acompañado y protegido.
No obstante, las consecuencias futuras pueden ser nefastas. El cachorro seguramente habrá
aprendido que la mejor manera de conseguir un objetivo es pelear para ello y que tarde o temprano
obtiene lo que quiere. A partir de ese momento dejar solo al animal se transformará en un suplicio no
sólo para él y su familia adoptiva, sino también para todos los vecinos que no tardarán demasiado en
quejarse por ruidos molestos.
Después de estas explicaciones Héctor tenía perfectamente claro qué es lo que no debía hacer. Sin
embargo, no tenía la menor idea de qué es lo que tendría que hacer para pasar una noche en paz. Para
calmar su ansiedad le dije que recordase que mejor es prevenir que curar. ¿De qué modo en este caso?
Ante todo, le recomendé que alrededor de tres horas antes de irse a dormir distrajeran al cachorro y
evitaran que descansara. De esta forma buscábamos motivar al animal a que necesitara tranquilidad.
Llegado ese momento deberían darle de comer, esperar que realice sus deposiciones y luego llevarlo a
su lugar de descanso, donde era conveniente que colocaran, sobre la manta y bajo la caja de cartón, un
osito de peluche y un huesito de juguete como elementos de compañía y distracción. El próximo paso
consistía en quedarse en silencio, sin acariciar ni mirar al cachorro hasta que se relajara. Después de
unos minutos deberían retirarse del lugar sin saludarlo, apagar las luces e irse a dormir. Al día,5iguiente
resultaría importante levantarse temprano y antes de que el cachorro comenzase a solicitar atención ir a
buscarlo con el objetivo de anticiparse a su acción.
Héctor y su familia estuvieron de acuerdo con la aplicación de este método pero tenían una duda: ¿qué
hacer si Calif comenzaba a solicitar atención durante la madrugada? Mi respuesta fue sintética: nada.
No deberían gritarle, no deberían pegarle, no deberían ir a buscarlo; sólo mantenerse serenos y en
silencio hasta que el cachorro se cansara y retomara el sueño, cuando percibiera que su conducta no le
reportaba resultado alguno. Cualquier actitud contraria sólo empeoraría la situación.
Si bien Héctor se comprometió a cumplir con su tarea, tanto Patricia como Tomás expresaron que a
ellos los angustiaba no poder ir a ver qué le sucedía al cachorro si gemía. Entonces les sugería un
método alternativo. En vez de esperar a que el cachorro comenzara a solicitar atención, alguien de la
familia podría llevar un colchón al lugar de descanso de¡ cachorro y dormir junto a él durante las dos o
tres primeras noches hasta lograr la adaptación de Calif a la nueva situación. Después deberían aplicar
el método ya mencionado. A Tomás le gustó la propuesta ya que significaba toda una aventura. Ahora
sólo le quedaba convencer a sus padres para que le permitiesen llevar el colchón al lavadero para así
poder dormir junto a su nuevo compañero.
Calif se adaptó perfectamente a su nuevo hogar. Sin embargo, una semana más tarde Patricia solicitó
una nueva entrevista conmigo debido a que sentía la necesidad de aclarar algunas dudas relacionadas
con la alimentación del cachorro.
Si bien el médico veterinario clínico les había indicado la clase de alimento así como la cantidad
exacta que el cachorro debía recibir, la hermana de Patricia decía que Calif tenía hambre y que era
necesario darle tanta cantidad de comida como el perro quisiera, ya que de lo contrario no crecería
adecuadamente.
En realidad, muchos perros presentan un comportamiento de ingestión de alimento muy característico,
que proviene de su antecesor, el lobo. Los lobos en la naturaleza comen cuando pueden cazar a una
presa y, por lo tanto, es habitual que pasen períodos de hambruna. Por eso es que cuando pueden,
comen todo lo que encuentran y llegan a ingerir hasta un quinto de su propio peso en alimentos en una
sola comida. Esta característica perdura hoy en muchos perros, pero éstos, a diferencia de los lobos,
habitualmente no pasan hambre ya que sus dueños les dan de comer todos los días. Por esta razón, a fin
de evitar la obesidad resulta necesario suministrar una dieta adecuada tanto en calidad como en
cantidad. Para lograrlo, nada mejor que seguir los consejos de un profesional competente.
Si bien el tiempo de concentración es breve, les expliqué a Patricia y a Héctor que a partir de los dos
meses de vida los cachorros ya tienen capacidad de un aprendizaje estable. Esto resulta lógico si
pensamos que la supervivencia del individuo estaría en peligro si al principio de la vida no fuese posible
algún aprendizaje.
En este punto es importante hacer una diferenciación entre los términos educación e instrucción. La
educación consiste en dar a conocer al ser que se está educando los valores y las normas de conducta
necesarias para la convivencia. De la misma manera que la educación de los chicos la deben realizar
sus padres, la educación de los perros la deben llevar a cabo sus dueños y debe comenzar
necesariamente desde el inicio de la convivencia.
En cambio, la instrucción consiste en brindarle al individuo la posibilidad de aprender una amplia
variedad de cosas que en el caso de los niños los prepara para un futuro independiente de sus padres,
mientras que en el de los perros cumple la función de que el animal aprenda determinados ejercicios que
serán útiles durante la convivencia de tipo dependiente que se establece con su propietario. De esta
forma los padres envían a sus hijos a la escuela a instruirse, mientras que los dueños de perros deben
decidir en cada caso particular la necesidad de instruir o no a su animal.
Para llevar a cabo la educación de un perro con el objetivo de lograr una convivencia en armonía, es
importante recordar que los perros se comunican entre sí a través de gestos y posturas. Por eso para un
cachorro es mucho más importante lo que su dueño hace que lo que su dueño dice, aunque por su
capacidad de aprendizaje el animal rápidamente asociará dichos con hechos. Por esta razón es
fundamental que lo que un dueño haga se corresponda con lo que diga, algo no muy común en la
mayoría de las personas.
Mediante el siguiente ejemplo es posible observar la incongruencia habitual entre dichos y hechos.
Cuando un perro se muestra inquieto y perturba a su dueño, es usual que le pida a su animal que se
quede quieto tratando a su vez de agarrarlo y reprenderlo por su mala conducta. Si el perro no lo
satisface, el dueño comienza a ponerse nervioso y exagera sus movimientos tratando de agarrar al
huidizo animal, al tiempo que le repite que se quede quieto. Sin embargo, la mayoría de los perros no
obedecen porque no comprenden el mensaje verbal de su dueño, sino su lenguaje corporal, que, en este
caso, son los movimientos rápidos. En realidad, para pedirle serenidad a un perro, uno debe quedarse
quieto y esperar a que el animal responda al código comunicacional que está en condiciones de entender
fácilmente.
Otro hecho a tener en cuenta en la educación de un cachorro es que los perros responden a estructuras
de liderazgo (Capítulo VII), por lo tanto el líder del grupo debe ser el propietario y no el animal. Para
lograr este objetivo, el cachorro deberá "ganarse con su trabajo" todo lo que se le da: desde el paseo
hasta la comida, incluyendo el juego y las caricias.
Esto se logra fácilmente si el dueño toma la iniciativa y previamente a realizar alguna actividad junto a
su animal le pide que haga algo con el fin de buscar su obediencia. La forma en que un dueño interactúa
con su perro a través de las caricias resulta un buen ejemplo. La mayoría de los perros solicitan las
caricias de sus dueños, quienes suelen acceder al pedido del animal. Sin embargo, en este caso el que
"ordena" es el perro, mientras el que "obedece" es el dueño. Es decir, todo al revés. En cambio si el
propietario no responde a los pedidos de su animal y procede a acariciarlo sólo cuando obedece al
llamado, el cachorro rápidamente comprenderá que para obtener una caricia es mejor obedecer que
exigir.
Otra actitud a tener en cuenta para ejercer el liderazgo es establecer límites. Esto consiste en enseñarle
al cachorro, mediante un método no traumático, a no hacer cosas que serán inaceptables cuando se
transforme en un perro adulto. Los cachorros suelen morder durante el juego y muchos propietarios,
que en lugar de desalentar esta actitud disfrutan de la "pelea", estimulan este tipo de acciones. De esta
forma lo único que consiguen es crear ansiedad en el animal y dejar la puerta abierta a un problema
futuro: la agresividad.
A su vez, cuando el juego se torna violento los propietarios suelen enojarse e irse, dejando solo al
desconcertado y ansioso cachorro. Sin embargo, si una persona reacciona interrumpiendo el juego cada
vez que su perro intenta morder, el cachorro rápidamente comprenderá que cada vez que muerda el
juego se acabará. En estos casos si el dueño en vez de abandonar el lugar permanece junto al animal y
le da algún elemento alternativo para morder -por ejemplo, un juguete para perros-, el cachorro
canalizará su conducta hacia un objeto adecuado. De esta forma será posible demostrarle al animal que
los límites no están desligados del afecto y que para ponerlos no es necesario imponer largas penitencias
ni recurrir al uso del castigo físico violento. Como todos sabemos el juego para los cachorros es una
actividad sumamente importante. Además, es una oportunidad ideal para comenzar a enseñarles que
durante la convivencia existen reglas que deben cumplir y que su incumplimiento traerá sus
consecuencias.
Por supuesto que la enseñanza de las normas de convivencia no debe ser implementada únicamente
durante el juego sino también a lo largo del día en todas las actividades en las cuales exista interacción
con el cachorro. Esto es así debido a que el perro tiene todo el tiempo a su disposición y, por lo tanto,
puede dedicar gran parte de su jornada para observar a sus dueños y aprender cuál es la mejor manera de
"tratarlos" para conseguir lo que él quiere. Por eso la educación debe llevarse a cabo las 24 horas del
día y durante ese tiempo el cachorro deberá aprender no sólo lo que tiene que hacer, sino también lo que
no debe hacer.
A partir de la implementación de normas claras será posible no sólo que el animal se comporte adecuada
mente sino también disminuir tanto su ansiedad como la de sus dueños. Por este motivo, todo
propietario debe tener en cuenta las siguientes premisas: coherencia, firmeza y paciencia. Coherencia
en el mensaje, firmeza en su aplicación y paciencia para obtener los resultados esperados. Para poder
enseñar correctamente normas de conducta también es condición indispensable que todos los miembros
de la familia se pongan de acuerdo, aunque lamentablemente esto no suele suceder con mucha
frecuencia.
Para explicarle claramente a la familia de Calif a qué me refería utilicé el ejemplo de Kevin, un lindo
cachorro de cinco meses cuando yo lo conocí. La familia con la cual convivía estaba conformada por
un matrimonio y sus dos hijos, de ocho y diez años. Como sucede con la mayoría de los niños, a estos
chicos les encantaba llevar a su compañero a su habitación y permitirle que suba a la cama. Como
sucede con la mayoría de los padres, estos no permitían que Kevin entrase en las habitaciones y mucho
menos que subiese a las camas. Por supuesto que Kevin compartía totalmente el punto de vista de los
chicos y no le agradaba en absoluto las normas que intentaban poner los adultos. De esta manera,
cuando los niños estaban solos en la casa, el cachorro iba a todas las habitaciones saltando de cama en
cama y disfrutando de la libertad que le brindaban sus compinches. Todo era alegría hasta que Kevin
sentía un ruido de llaves y una puerta que se abría. En ese momento el animal salía corriendo del lugar
y se iba a su cucha ya que sabía perfectamente que si el matrimonio lo encontraba en alguna pieza no lo
pasaría muy bien.
Durante los tres primeros meses de convivencia esta situación sólo generó una discusión entre padres e
hijos, de la cual Kevin no participaba. Sin embargo, desde hacía quince días Kevin había decidido que
cuando la pareja retornase al hogar él enfrentaría la situación y no permitiría que le echaran la culpa
injustamente. Fue así como un día al sentir el ruido de la puerta de calle el cachorro se instaló en una de
las camas de los chicos y no se movió a pesar de la llegada de los adultos. Cuando ellos lo vieron allí le
exigieron que se fuera a su cucha. Kevin permaneció inmutable. Ante esta situación su propietario
decidió darle su merecido y el animal -siempre muy obediente hasta ese momento- le respondió con un
violento tarascón. Por este episodio tuve el gusto de conocer a esta familia.
Si bien Kevin era quien había mordido a su propietario, en realidad era una víctima de la
incoherencia del grupo. El padre de los niños comprendió esto de inmediato y llegó a la conclusión de
que si en la casa ellos no ponían normas claras, sería el perro quien las pondría. La primera de ellas
fue transmitirle a sus dueños que si él se subía a una cama nadie tendría el derecho de sacarlo.
Para revertir esta situación les pedí a todos que se pusieran de acuerdo en qué estaría permitido y qué
no, para luego educar a Kevin en forma adecuada. Después de un interesante diálogo la familia acordó
que Kevin no tendría permitido subir a las camas, tal como pretendían los adultos, pero sí podría entrar
en las habitaciones, tal como querían los chicos.
Después de dos semanas sin tener noticias, un día me llamó la madre de los niños para informarme
que la paz había regresado al hogar y que ella se había dado cuenta de que "consignas claras conservan
la amistad".
Teniendo claras las diferencias conceptuales entre educación e instrucción, resulta útil saber que el
entrenamiento de obediencia forma parte de la educación que puede recibir un perro. Sin embargo,
salvo en los perros de trabajo, este tipo de entrenamiento no debe considerarse un fin en sí mismo sino
un medio que facilite la obtención de un fin. Es decir que el entrenamiento de obediencia puede ser un
buen medio para facilitar la educación de un perro, pero no debe ser tomado como la educación en sí
misma.
Según vimos los perros son individuos altamente sociales y tienden a vivir en grupos (Capítulo IV),
característica que tiene su origen en su antecesor salvaje, el lobo. A su vez la sociedad que forman los
lobos, los perros entre sí y los perros con sus propietarios es de tipo jerárquica (capítulos IV y VII), en la
que existe una relación liderazgo-dependencia y dominancia-sumisión. De esta manera uno puede
mediante el entrenamiento de obediencia enseñarle al perro determinados ejercicios -tales como acudir
al llamado, sentarse, echarse, etcétera- que si son obedecidos por el perro contribuyen a clarificar el
mensaje acerca de quién es el líder y quién es el dependiente dentro del grupo.
Es esencial considerar que si este proceso no forma parte de un programa más amplio, que es la
educación, deja de tener utilidad práctica para transformarse en un acto artificial, en el que el animal
sólo responderá a las órdenes del entrenador y no a las de su propietario. El entrenamiento de
obediencia puede ser un buen complemento de la educación de un cachorro, aunque más que un método
útil para resolver conductas inadecuadas es un método útil para prevenirlas.
Con respecto a la edad apropiada, los seis meses de vida podrían ser un buen momento para comenzar
con las clases de obediencia. Debido a que este tipo de entrenamiento puede contribuir a mejorar la
convivencia, la participación del propietario en el proceso es de vital importancia. Por eso yo no
aconsejo enviar a un perro a una escuela canina sino, por el contrario, que el animal permanezca en su
hábitat. Esto, además de evitar el estrés producido por la separación del perro de su grupo familiar,
permite monitorear permanentemente la interacción entre ambos, algo de suma utilidad para evaluar la
eficacia del entrenamiento de obediencia.
Este tipo de adiestramiento puede ser llevado a cabo por el propio dueño o por un entrenador. En el
primer caso el propietario debería estudiar previamente conceptos básicos acerca de mecanismos de
aprendizaje y contar con el tiempo necesario para ponerlos en práctica. Si el encargado del
entrenamiento de obediencia es un adiestrador, es necesario elegir una persona idónea. Debido a que en
la actualidad para ser entrenador canino no hace falta otro requisito más que decir que uno lo es, elegir
una persona competente no suele ser sencillo.
Entre las características a tener en cuenta para seleccionar a un adiestrador todo propietario debe saber
que la persona en cuestión tiene que explicarle previamente cómo realizará el entrenamiento, qué
duración tendrá cada clase, quiénes podrán participar del proceso, cuántas clases serán necesarias, qué
mecanismos de aprendizaje aplicará y qué elementos usará para el adiestramiento., entre otras
cuestiones. Si el entrenador se muestra amable y predispuesto a brindar todas estas explicaciones y
además muestra conocimientos profundos acerca de su trabajo, recién puede decidirse la contratación de
sus servicios.
Una vez comenzado el entrenamiento de obediencia será necesario evaluar periódicamente la
respuesta del perro. No sólo deberá observarse si el animal responde a las consignas, sino también su
estado de ánimo y la forma en que interactúa con el entrenador a fin de comprobar si está siendo
sometido a una experiencia placentera. Finalmente, el dueño deberá testear si la obediencia del perro es
la adecuada para con todos los miembros de la familia, que es el objetivo a lograr cuando una persona
decide entrenar a un animal en clases de obediencia.
Después de darle a la familia de Calif todas las explicaciones y los consejos pertinentes, no volví a
tomar contacto con ellos hasta que el perro cumplió siete meses. Me encontré entonces con una familia
que disfrutaba de la convivencia con un perro alegre y perfectamente educado pero a la que la decisión
de seleccionar un entrenador se les había convertido en una misión imposible. Después de haberse
tomado el trabajo de entrevistar al menos a ocho instructores caninos, Héctor estaba más desorientado
que al principio y sobre todo descorazonado.
Tres de los instructores entrevistados se mostraron molestos ante las preguntas que Héctor les hacía
durante la entrevista, por lo que esta falta de cordialidad fue suficiente para no contratarlos. Dedujo que
si a él que era un ser humano y sobre todo quien pagaría el entrenamiento lo trataban de esa manera,
seguramente a Calif lo tratarían peor y él no estaba dispuesto a hacer la prueba.
El cuarto entrevistado se negó rotundamente a que la familia participara del proceso porque sostenía
que el perro se distraería y no aprendería. Según esta persona los propietarios podrían participar al
final de la instrucción, después de aproximadamente cuatro meses. Héctor le comentó que su hijo,
Tomás, tendría interés en ser parte activa de¡ proceso y que él consideraba que sería una linda
experiencia. El instructor volvió a negarse. Entonces Héctor decidió solicitar una entrevista con otro
instructor. El quinto entrevistado se mostró muy amable pero a la hora de responder acerca de los
mecanismos de aprendizaje que él utilizaba lo único que se oyó fue un absoluto silencio.
Sin desmoralizarse, Héctor habló con un sexto entrenador, a quien le solicitó le permitiera ver cómo
trabajaba con los perros durante las clases de instrucción. El instructor amablemente accedió a este
pedido. Cuando Héctor acudió al entrenamiento, se sorprendió al ver que no presenciaría la clase de
instrucción de un perro sino de varios. Este instructor cargaba cinco o seis perros en una camioneta y
los llevaba a un terreno. Allí procedía a atar a cada perro a un poste y comenzaba a trabajar con uno
de ellos. Cada sesión de trabajo duraba diez minutos con cada perro, que trabajaban por turno.
Disconforme, Héctor agradeció la atención, se retiró del lugar y decidió hacer una nueva consulta.
El séptimo instructor fue rápidamente rechazado ya que utilizaba como elementos de trabajo un
collar de ahorque o un collar de púas según el temperamento del perro. Este instructor sostenía que el
rigor era el mejor método para adiestrar a un perro y que llegado el caso un buen pinchazo en el cuello
sería suficiente para dominar al más rebelde de los animales.
El último entrevistado no sólo les pareció amable e idóneo sino que además rechazaba el castigo
físico como método básico de adiestramiento. Esto conformó al propietario de Calif, quien optó por
contratar sus servicios. Lamentablemente para todos esta persona tenía serios problemas personales
que lo obligaban a faltar con frecuencia. Después de un tiempo, fue él quien pidió disculpas y decidió
no continuar con el entrenamiento de Calif.
A esta altura de los acontecimientos Héctor ya no tenía ganas de entrevistar a más instructores, por lo
que solicitó mi ayuda. Después de escuchar atentamente su relato acerca de las vicisitudes pasadas y
basándome en la excelente conducta que presentaba Calif, le pregunté si en lugar de contratar un
instructor canino no le parecía mejor hacer ellos mismos el entrenamiento de obediencia de su perro. El
rostro de sorpresa y alegría de Tomás, que estaba junto a Calif, evidenció su entusiasmo. Sin embargo,
su padre me respondió que él trabajaba todo el día y que no tendría el tiempo necesario para dedicarle al
perro.
Ante esta situación le dije a Héctor que yo tenía la posibilidad de conseguir un entrenador muy
especial. La persona en cuestión tenía un gran amor por los perros, algunos conocimientos de educación
canina y si bien sabía muy poco de entrenamiento de obediencia la recomendaba absolutamente. Su
nombre era Tomás y mi propuesta consistió en que si el niño tomaba la tarea en forma responsable y no
descuidaba sus obligaciones cotidianas, le enseñaría a instruir a Calif. El rostro de Tomás se iluminó
nuevamente y la expresión de satisfacción de su padre me indicó que-la Propuesta era aceptada. Nos
pusimos de acuerdo en que la tarea sería llevada a cabo los días miércoles y sábados por la tarde, ya que
ese día Héctor no trabajaba y entonces podría participar en las sesiones.
Un día miércoles Tomás, Calif y yo tuvimos nuestro primer encuentro. Para mi sorpresa Tomás se
había comprado un libro sobre el entrenamiento de obediencia en los perros y ya casi estaba
terminándolo. Después de mirar el libro, le comenté que si bien las técnicas de enseñanza de los
ejercicios eran correctas, había algunos conceptos con los que yo no estaba de acuerdo por lo que le iba
a hacer algunas aclaraciones.
En primer término le pedí que antes de la próxima clase leyera detenidamente las técnicas
utilizadas para la enseñanza de tres ejercicios básicos:
En segundo término le aclaré que el libro se refería al entrenamiento de obediencia como si fuera
un fin en sí mismo. El debía recordar que la instrucción de un perro debía considerarse como un
medio para lograr el objetivo principal era la educación de] cachorro para convivir en armonía con
toda la familia.
En realidad la mayoría de los libros se refieren al entrenamiento de¡ perro como si el animal
fuese a ser utilizado para un trabajo determinado. Si así fuera el caso, no sería incorrecto tomar la
instrucción como un fin. Sin embargo, la mayoría de los propietarios de perros no pretenden
utilizar a su compañero para una tarea en particular ni presentarlo en una exposición para que
juzguen su respuesta al entrenamiento de obediencia. Muy por el contrario, lo que la mayoría de
los propietarios pretenden es que sus animales tengan una buena conducta durante la convivencia y
los obedezcan en las condiciones de vida habituales.
También le dije a Tomás que si bien el libro recomendaba utilizar como lugar de trabajo un jardín,
una terraza o una habitación para poder trabajar en la más absoluta soledad, nosotros utilizaríamos
además de esos lugares todos aquellos en los cuales Calif estuviera habituado a ir la calle, una plaza,
un negocio, etcétera). Con este sistema el perro aprendería a comportarse adecuadamente en todos los
sitios a donde fuera con su dueño. Por supuesto que para lograr esto había que tener no sólo
conocimientos sino mucha paciencia ya que sería necesario habituar a Calif a todo tipo de
circunstancias. Por esta razón cada sesión de trabajo duraría alrededor de una hora y media, a
diferencia de los veinte a treinta minutos que se sugerían en el libro. Esto se debía a que trabajaríamos
tanto en ambientes aislados -para lograr una mejor concentración de Calif- como en lugares
concurridos, lo cual facilitaría la habituación del perro a esos sitios.
Para empezar la clase le pedí a Tomás que fuese a buscar la correa y el collar de Calif. No bien el
perro notó que el niño tomó esos elementos comenzó a saltar y a correr por la alegría que le producía
saber que iba a salir a dar un paseo. Tomás intentó calmarlo, pero Calif se mostraba tan inquieto que
el niño sugirió que nos apuráramos en salir para que se tranquilizara. Sin embargo, si nosotros nos
apurábamos lo que Calif hubiera aprendido era que cuanto más excitado estuviese más rápido saldría;
y esto era totalmente contrario a nuestros objetivos. Después de depositar el collar y la correa sobre
una mesa le pedí a Tomás que se sentara nuevamente ya que esperaríamos a que Calif se tranquilizara.
Si el perro estaba nervioso, nosotros debíamos tranquilizarlo y para ello nada más efectivo que
mantenerse inmóviles y serenos en el más absoluto silencio. El animal debía entender que le
colocaríamos los implementos de paseo una vez que él se quedara tranquilo. Los mensajes para Calif
eran claros: "si estás nervioso, nosotros no"; "si estás apurado, nosotros no"; "cuanto más excitado
estés más tardaremos en salir" y finalmente "para salir a pasear primero tenés que quedarte tranquilo".
La conducta inicial de Calif se debía a que él había aprendido que cada vez que Tomás agarraba la
correa y el collar saldrían a pasear. Entonces le dejé a Tomás como tarea para el hogar que durante el
día cambiara estos elementos de lugar unas quince veces pero sólo lo sacase a pasear a Calif en tres o
cuatro oportunidades. De esta forma Calif aprendería que collar y correa no eran sinónimo de paseo,
sino que salir era una decisión de su dueño, tomada a partir de su buen comportamiento.
Una vez que Calif aceptó esperar pacientemente a que nosotros tomáramos la iniciativa, nos dirigimos
a la puerta de calle. Al abrir la puerta Calif intentó salir rápidamente. Yo, anticipándome a los hechos,
la cerré nuevamente e hice que se chocara contra la puerta. Tomás me miró sonriente, muestra de que
había comprendido el mensaje. Le expliqué que Calif debería entender dos consignas:
Una vez en la vereda Calif, como la mayoría de los perros, intentó tomar la delantera y aproximarse al
primer árbol a su alcance. Nuevamente anticipándome a los hechos tiré con suavidad de la correa a fin
de que el animal no lograse su cometido. La idea consistía una vez más en que Calif no debía tomar sus
propias decisiones. En este caso él debía esperar a que nosotros le diésemos el permiso para ir a olfatear
y eventualmente hacer sus necesidades fisiológicas. Si el animal se hacía cargo de liderar al grupo en
esta circunstancia, probablemente en el futuro las salidas a pasear se transformarían en algo
desagradable ya que a nadie le causa placer ser arrastrado, como si fuera un trineo, por su propio perro.
El gesto adusto de Tomás fue una clara demostración de que el niño no estaba de acuerdo con mi
accionar. Ante mi pregunta acerca de qué era lo que le sucedía, me respondió que estaba triste porque
nosotros no le dábamos libertad al perro. Después de todo, me dijo, el paseo era para Calif y yo con mi
actitud le quitaba la posibilidad de disfrutarlo. Evidentemente esta reflexión merecía una nueva
explicación. Para no aburrir a Tomás con fundamentos teóricos le pregunté cuál de todas las salidas que
hacia con sus padres era la que más le gustaba. El niño respondió que era ir a un parque de diversiones
que estaba cerca de su casa. Entonces le pregunté si cuando iba allí salía de su casa corriendo o si por el
contrario iba junto a sus padres; si al llegar al parque pasaba por encima de 1a gente o si antes sacaba su
entrada para luego ingresar; si una vez adentro de¡ lugar subía violentamente a todos los juegos o si por
el contrario primero hacía la cola correspondiente para adquirir su boleto. Las respuestas de Tomás me
demostraron que era un niño educado que cumplía adecuadamente con las normas de convivencia
social. Finalmente le pregunté si él disfrutaba de esas salidas; por supuesto, me dijo que sí. Del mismo
modo las normas que Calif debería respetar, si bien más rígidas, no eran muy diferentes de las que él
mismo cumplía durante las salidas junto a sus padres. Sin ninguna duda esto no impediría que el animal
disfrutase del paseo.
Luego le propuse a Tomás que si Calif aprendía a caminar junto a nosotros sin tirar de la correa tendría
permiso, una vez por cuadra, para ir a olfatear un árbol y/o eliminar sus deposiciones. Finalmente
iríamos a una plaza, donde el perro podría distenderse y jugar libremente. Para eso le pondríamos una
soga de unos quince metros de largo así el animal podría gozar de más libertad sin correr ningún riesgo.
A esta altura de la conversación que manteníamos Tomás y yo, Calif había optado por acostarse al
lado de su propietario, esperando pacientemente. Tan apropiada actitud merecía que el paseo
continuara, aunque previamente yo regresé a la casa a buscar una soga, una palita y una bolsa por si
Calif defecaba en la calle.
Iniciamos la caminata en dirección a la plaza, que se encontraba a una distancia aproximada de seis
cuadras. Cada vez que llegábamos a una esquina y antes de cruzar la calle, nos deteníamos junto al
cordón de la vereda. En algunas ocasiones yo aprovechaba esta oportunidad para enseñarle a Calif a
sentarse ante una orden. La consigna era clara. Cada vez que había que cruzar la calle previamente
había que detenerse y si el líder se lo solicitaba el perro debía sentarse. Por supuesto que era obligación
del dueño premiar a su dependiente cada vez que respondiese adecuadamente.
Después de unos minutos llegamos a la plaza. Una vez allí procedí a pedirle a Calif que se sentara.
Luego le quité el collar y la correa para colocarle alrededor del cuello un extremo de la soga mientras
que tomaba con una mano el otro. En ese momento le di a Calif libertad, autique condicionada. El
podría hacer todo lo que quisiese mientras no hiciera lo que estaba prohibido: irse de la plaza o
desobedecer al llamado. Para lograr esto le dije a Tomás que debíamos enseñarle a Calif a estar atento y
no perdernos de vista. Lo único que debíamos hacer era caminar en la dirección opuesta a la que se
dirigía Calif, haciéndole creer que nos íbamos. De esta forma el perro se preocuparía por no perdernos a
nosotros, no a la inversa. Además, cada tanto deberíamos llamar al animal y premiarlo por su
obediencia, dejando entre llamado y llamado un espacio de tiempo suficiente para que pudiera jugar
libremente.
Ante mi sorpresa, Tomás me dijo que le había mentido. Según el niño yo le había prometido que Calif
podría jugar con libertad. Sin embargo, si bien el perro gozaba de bastante libertad, ésta no era total.
Aquí utilicé nuevamente un ejemplo de la vida real para explicarle los motivos de mi actitud. Le
recordé a Tomás que en el colegio, después de cada hora de clase, tenía un recreo para jugar libremente.
Sin embargo, esta libertad no era total ya que él debía permanecer en el patio del colegio sin poder salir
a la calle y además tenía que volver a clase una vez que el timbre indicaba que el recreo había
finalizado. Esta explicación, sumada al hecho de observar que Calif disfrutaba alegremente de su
"libertad condicionada", le enseñaron al niño la diferencia que existía entre los conceptos de libertad y
descontrol.
Después de media hora llamamos a Calif para emprender el regreso. Durante el trayecto de vuelta
aproveché la ocasión para explicarle a Tomás que en el futuro, una vez que Calif aceptase los límites
impuestos, podríamos prescindir del uso de la soga, comentario que esta vez fue de su agrado.
Al llegar a la casa utilizamos unos pocos minutos pára continuar el entrenamiento de obediencia en el
lugar. La idea era demostrarle al perro que las consignas aprendidas debían ser cumplidas tanto fuera
como dentro. Finalizada esta tarea , después de dos horas de trabajo, dimos por concluida la sesión del
día.
El sábado por la tarde nos encontramos nuevamente y en esa oportunidad Héctor, el padre de Tomás,
participó del entrenamiento. Cuando concluyó, programamos una serie de ocho sesiones más para
lograr una correcta respuesta tanto de Calif como de sus propietarios. Una vez transcurrido ese tiempo
de intenso trabajo, Calif había aprendido a caminar serenamente junto a sus dueños, a detenerse y a
sentarse ante la orden correspondiente, y a disfrutar de la libertad que le otorgaban al llegar a la plaza.
Una vez finalizado este proceso Héctor y Patricia se mostraron orgullosos no sólo de los resultados
obtenidos con Calif sino también de ver la dedicación que Tomás le había dispensado a esta tarea. Ellos
me dijeron que notaban que el niño no sólo había disfrutado del entrenamiento, sino que yo lo había
ayudado a sentirse más seguro como persona, hecho que me agradecían profundamente. Estas palabras,
sumadas al abrazo que me dio Tomás al despedirme, fueron la mejor recompensa que obtuve por el
servicio que les había brindado.
TERCERA PARTE
LA CONVIVENCIA
Capítulo X
Los beneficios
de lo connivencia
Es habitual que mucha gente utilice la palabra mascota para referirse a los animales domésticos
en general, sobre todo a aquellos que viven en las grandes ciudades en estrecho contacto con
sus propietarios. Sin embargo, la mayoría de las veces el uso de este término es incorrecto.
Según el diccionario, una mascota es una persona, animal o cosa que, de acuerdo con la
creencia popular, da buena suerte; es decir, casi un sinónimo de amuleto. Son innumerables los
ejemplos que muestran que ésta no es la percepción que los propietarios de perros tienen de sus
animales.
Sería más adecuado y acorde con la realidad referirnos a ellos como compañeros, animales de
compañía o los miembros no humanos de la familia. Por supuesto que, según la función que
cumplan, también podríamos utilizar términos tales como perros de trabajo, facilitadores
sociales o ayudantes terapéuticos, ya que estos perros cumplen con las diversas tareas que sus
dueños o guías les encomiendan. Algunos ejemplos de este tipode perros son los detectores de
explosivos, de drogas, perros de salvataje, de guardia, y demás. Los perros que actúan como
facilitadores sociales son aquellos que ayudan a que sus propietarios establezcan más
fácilmente relaciones con otras personas. Los ayudantes terapéuticos ayudan a personas con
problemas físicos o psíquicos, tanto en su restablecimiento como en su mejor adaptación al
medio en que viven.
El vínculo estrecho que muchas personas suelen establecer con sus animales de compañía
ha despertado el interés de varios investigadores de diversas partes de¡ mundo. Los doctores
Friedman y Katcher de la Universidad de Pensilvanla han demostrado mediante diversos
estudios que la interacción con animales puede ser beneficiosa para la salud de personas con
dolencias cardíacas. Uno de estos estudios fue realizado en pacientes hospitalizados en una
unidad coronarla. El resultado fue asombroso: la presencia de un animal de compañía en la
familia de] paciente aumentaba la tasa de sobrevida de esa persona en alrededor de un año en
comparación con aquellos enfermos que no tenían esa posibilidad.
Este hecho podría deberse a varios factores relacionados tanto a los aspectos fisiológicos
como psicológicos de las personas. Con respecto a los primeros, estos investigadores
comprobaron que el acariciar o sólo contemplar a su perro durante unos minutos al día
provocaba una disminución de la presión arteria] y de] ritmo cardíaco. En relación con los
aspectos psicológicos, observaron la presencia de varios factores que contribuían a incrementar
la longevidad y disminuir la morbilidad de las personas que conviven con animales.
Estos son:
• Los animales son un estímulo muy importante para que las personas realicen ejercicio.
Para la mayoría de los enfermos cardíacos, caminar es una actividad imprescindible y un
perro suele ser un excelente compañero de paseo.
Recuerdo el caso del propietario de un doberman que me consultó por algunos problemas de
conducta que presentaba su animal. Entre las indicaciones sugeridas para resolver esos
problemas figuraba el sacar a pasear al animal veinte cuadras dos veces al día. Después del
tratamiento esta persona me llamó no sólo para comentarme que las conductas indeseables de
su perro habían desaparecido sino también para agradecerme. Fue en ese preciso instante que
me enteré de que hacía un tiempo había sufrido un infarto y que el médico le había
recomendado caminar alrededor de treinta cuadras por día. Sin embargo, me confesó que él no
había hecho caso de los consejos del cardiólogo. Según sus palabras mis sugerencias y sobre
todo Zorba, el perro, habían logrado lo que en vano le habían pedido su médico y su propia
esposa.
Las investigaciones han descubierto también que los animales pueden contribuir a reducir el
estrés de las personas y, por ende, a mejorar su calidad de vida.
Se ha comprobado que un perro no sólo puede ayudar a disminuir el estrés de su propietario
adulto sino también el que pueden sufrir los niños. En otro estudio realizado por los doctores
Friedman y Katcher los perros fueron utilizados como objetos visuales. Un grupo de niños era
conducido a una habitación de la casa en la que se encontraba un desconocido que les hacía
algunas preguntas. El otro grupo era conducido a la misma habitación pero la persona que
preguntaba no estaba sola sino acompañada por un perro. Después de un período de adaptación
a la situación planteada, se procedía a tomar la presión arteria¡ de los niños. Las mediciones
luego se repetían en las situaciones inversas: a los niños que primero estaban solos con la
experimentadora luego se los evaluaba junto a esta persona y al perro; en tanto que a los niños
que primero estaban con la experimentadora y el perro luego se los evaluaba sólo en presencia
de esta persona. Los resultados obtenidos indicaron que la presencia del perro tenía un efecto
significativo en la disminución de la presión arterial de estos chicos, por lo que se concluyó que
esa presencia cumplía una importante función en la reducción de la ansiedad y el estrés, tanto si
ellos interactuaban con el perro como si sólo lo observaban.
Venza la soledad con la compañía de un perro
También existen estudios que demuestran que los perros pueden contribuir a mejorar la
calidad de vida de las personas mayores. Los resultados de estos estudios indican que estas
personas pueden experimentar cambios positivos, tanto fisiológicos como psicológicos,
después de algún tiempo de convivencia con un perro.
Uno de los primeros cambios que se observaron en el estudio se relacionó con una mejoría
tanto en el ánimo como en la salud física. Muchas de estas personas que previamente sufrían
algún tipo de depresión y mostraban poco interés por su propio cuidado, comenzaban
rápidamente a sentirlo por sus animales, lo que redundaba en un mayor cuidado de sí mismas.
Cuando se les preguntaba el porqué de tanto interés por los animales, respondían
invariablemente: "Porque él depende de mí. Si yo no estuviera, no sé qué sería de él."
Evidentemente muchos ancianos en la sociedad moderna se deprimen al sentirse inútiles. La
adopción de un animal de compañía apropiado puede inducirles a que recuperen el interés por
la vida al percibir que vuelven a ser importantes para alguien.
Recientemente durante una entrevista una persona de ochenta y dos años me contó que
estaba muy afligida porque su perra de dos años de edad ladraba con bastante frecuencia.
Esto había motivado las quejas de sus vecinos. Al ingresar en el departamento esta señora me
dijo textualmente: "Doctor, por favor ayúdeme, no deje que me la saquen. ¿Sabe usted lo que
significa para una persona de mi edad entrar en casa y ser recibida efusivamente por alguien?
Eso no tiene precio. Además, cómo estaría ella sin mí; no tenemos familia."
Durante la charla que mantuve con esta señora, me contó que su esposo había fallecido hacía
cuatro años y que ella había entrado en una gran depresión. Como consecuencia visitaba
constantemente al médico, quien le había recetado varios medicamentos para tratar su
problema. Sin embargo, dos años atrás una amiga le había regalado esta adorable perrita.
Tanto mejoró su estado de salud que el médico le indicó suprimir la mayoría de los
medicamentos.
Si bien esta anécdota podría no representar más que un caso aislado, resulta interesante saber
que existen estudios científicos que la respaldan. En uno de ellos se comparó la cantidad de
visitas médicas y el consumo de medicamento s en personas que habían quedado viudas y que
tenían un animal de compañía en relación con aquellas que no lo tenían. Los resultados
evidenciaron que las personas que poseían un animal de compañía visitaban menos al médico
y consumían menos medicamentos que aquellas que no lo poseían.
El análisis de los resultados brindados por los estudios mencionados nos permite sacar
algunas conclusiones más generales:
• El vínculo afectivo que se produce entre las personas y los animales puede preservar su
equilibrio físico y mental.
• Este vínculo no depende ni de la condición socioeconómica, ni de la educación.
• La absoluta y total dependencia que tiene un perro con respecto a su dueño suele ser un
elemento más que importante para estimular a una persona a no descuidarse. Una persona
de setenta y cinco años en una entrevista me comentó: "Si yo vuelvo a casa más tarde de lo
habitual mi hija les da de comer a mis nietos, pero quién sino yo alimenta a mi pequeño
Toby."
Finalmente, vale la pena mencionar que los perros también pueden contribuir a mejorar la
vida de aquellas personas que por una u otra razón pasan sus días en una cárcel. En estudios
realizados con reclusos se comprobó que en los momentos en que podían interactuar con
animales su presión sanguínea era más baja en comparación con aquellos momentos en que se
encontraban solos.
Pero lo más importante no son estos datos sino que la presión arterial de los presos también
era más baja si estaban con sus compañeros no humanos en lugar de otras personas. Más aún,
se ha demostrado que si un recluso habla con otra persona acompañado por un animal su
presión arteria¡ es menor que si lo hace solo. Esta realidad puede beneficiar no sólo a los
detenidos sino también al personal que trabaja con ellos, ya que la compañía de un perro
favorece su distensión y los puede tornar más cooperativos y menos violentos que si están en
soledad o sólo con otros reclusos.
La capacidad de los perros para facilitar el vínculo entre las personas no sólo ocurre
espontáneamente durante la convivencia, sino que también se utiliza en el tratamiento de chicos
y ancianos que presentan problemas, tanto físicos como psicológicos.
Levinson, un psicólogo infantil norteamericano, fue quien por primera vez utilizó el vínculo
que se produjo entre su propio perro y un niño para tratar los serios problemas emocionales que
padecía el menor por una total falta de comunicación con su madre. Levinson comprobó una
notable mejoría del vínculo entre la madre y su hijo y, como consecuencia, mayor estabilidad
emocional en el niño.
Sin embargo, la utilización del perro como ayudante terapéutico fue, en un comienzo, un hecho
puramente casual. El perro de Levinson gozaba de total libertad para deambular por la casa,
aunque usualmente no se le permitía estar en el consultorio en el horario de atención. No
obstante, en una oportunidad el niño llegó bastante más temprano a su cita y se encontró con
que el animal estaba circulando por el consultorio. A partir de este momento, el niño comenzó
a interactuar con el perro. Sorprendido, el psicólogo -quien no había logrado que su paciente
hablara con él durante los meses previos- notó que lo hacía no sólo a través del contacto físico
sino también mediante el uso de palabras. Sobre la base de esta experiencia y de numerosos
estudios, Levinson concluyó que incluso en las familias normales los niños se podrían
beneficiar con la presencia de un animal de compañía, debido a que podría facilitar la
comunicación entre las distintas generaciones por ser un foco de interés común a todas ellas.
Si bien mi tarea profesional está exclusivamente orientada hacia el comportamiento animal,
tuve la oportunidad de trabajar en el vínculo entre una niña con síndrome de Down y su perro.
Esta niña, según su psicólogo, tenía muy baja la autoestima, hecho que se percibía claramente
cuando ella interactuaba con el perro. Cualquier actitud del animal que la hacía perder el
control del perro provocaba que la niña abandonara inmediatamente el lugar y se refugiara en
su habitación. En un comienzo esto ocurría aproximadamente a los cinco minutos de
comenzada la interacción. Sin embargo, a partir de un arduo entrenamiento de obediencia del
animal se produjo un cambio espectacular en el vinculo entre ambos. Dos meses más tarde yo
debía interrumpir la sesión después de una hora ya que la niña no mostraba ningún interés en
finalizarla. Su comportamiento general había experimentado un cambio muy positivo,
mejorando además su autoestima y el vínculo con su familia.
Con respecto a la interacción entre los perros y los ancianos con problemas propios de su edad,
existen numerosas investigaciones que demuestran los beneficios obtenidos gracias a la
participación de los animales en diferentes programas terapéuticos. En diversos estudios
realizados en instituciones que albergaban pacientes ancianos, se comprobó que cuando un
perro se hallaba presente, mostraban una elevada interacción social entre ellos y con el
personal.
A partir de este resultado se implementaron dos tipos de programas:
1. Los perros vivían dentro de los establecimientos.
2. Los perros realizaban visitas periódicas junto a personas que voluntariamente los llevaban
para que interactuaran con los pacientes.
· La falta de convencimiento por parte de las autoridades con respecto a la utilidad que
pueden tener los animales en el objetivo final de todos los tratamientos
aplicados: mejorar la calidad de vida de las personas.
Existen numerosos estudios que demuestran que los perros pueden constituirse en
verdaderos pilares de la educación de los chicos, de su desarrollo socioemocional en forma
general y de su autoestima en particular.
Ellos pueden enseñarles a:
Valorar la vida
En la sociedad moderna, los niños viven alejados de la naturaleza y cada vez más cerca de
objetos artificiales inanimados, con los cuales no pueden establecer una relación recíproca y
que, por lo tanto, no necesitan respetar.
Un ejemplo sencillo y cotidiano de este tipo de interacción entre un chico y un objeto lo
constituye un juguete electrónico o a pilas. Un chico lo prende cuando quiere, lo apaga si así
lo desea y si el juguete se rompe lo tira y si sus padres pueden le compran otro. De esta
manera, el niño aprende a conocer los mecanismos por los cuales funciona este tipo de
juguetes pero no comprende ni las emociones ni las necesidades de una máquina por el simple
motivo de que no las tiene. Según la opinión de muchos psicólogos infantiles esto puede
producir, en casos extremos, trastornos en el desarrollo socioemocional.
Por el contrario, la convivencia con un ser vivo no humano, como por ejemplo un perro,
facilita el aprendizaje de los chicos en la comprensión tanto de los sentimientos de otros seres
vivos como de sus necesidades, lo cual redundará en una mejor comprensión de sus propias
emociones y necesidades así como de las de sus semejantes. La consecuencia es un adecuado
desarrollo socioemocional de los chicos.
Por su condición de ser vivo un perro puede convertirse en un símbolo para los niños, que les
permita conocer, comprender, valorar y respetar los aspectos más importantes de la vida. Para
entender de qué manera puede suceder esto, comparemos la interacción entre un niño y un
objeto inanimado con la de un niño con un cachorro. A un cachorro no se lo puede encender,
no se lo puede apagar, si se lastima sufre y hay que atenderlo y para poder convivir en forma
armoniosa con él es necesario educarlo. De esta forma, los chicos aprenden que no pueden
manejar todo a su antojo, perciben desde pequeños la importancia de respetar al prójimo y a su
vez de exigir respeto por ellos mismos.
Ser responsables
Los perros también pueden ser muy útiles en lo referente a la educación cotidiana de los
chicos, ya que a través de ellos es posible enseñarles a asumir responsabilidades.
Si los padres comparten junto a sus hijos el cuidado del perro de la familia, seguramente los
más pequeños de la casa aprenderán a una edad temprana a cuidar y alimentar un animal que
depende de ellos. Por supuesto existen tareas que no son adecuadas para todas las edades,
aunque siempre existirá una que puedan realizar. Por ejemplo, no se le puede dar a un niño de
cinco años la responsabilidad del baño de un perro, pero sí la de darle agua en forma
cotidiana. De esta manera el niño no sólo empezará a asumir responsabilidades desde
pequeño, sino que llevar a cabo tareas acordes para su edad hará que se sienta más capaz.
Esto será de vital importancia para ayudar a construir su autoestima.
Otro aspecto importante dentro de la educación de los chicos son los límites. En la sociedad
actual resulta muy frecuente ver que muchos padres no ponen límites por temor a perder el
afecto de sus hijos o por creer que los límites harán que sus hijos sean infelices. Esto es una
verdadera falacia, ya que los límites son una muestra de afecto y una ayuda para la mejor
adaptación de los niños a la sociedad que les toca vivir. A los adultos la sociedad nos pone
límites constantemente, lo cual tiende a favorecer la convivencia entre nosotros mismos. Si
los niños no están preparados para conocer la importancia de los límites es posible que en
algún momento de su vida se vean profundamente decepcionados. Por todo esto la educación
de un perro, en lo que respecta a la importancia de imponer determinados límites, puede
resultar de suma utilidad.
Cuando trabajo junto a los dueños de un perro en su educación, suele llamarles la atención la
demostración de afecto que el perro tiene para conmigo, a pesar de que suelo imponerle
muchos más límites que ellos. La explicación es sencilla. Los límites puestos en forma no
arbitraria sino pensando en el bienestar del otro individuo, en forma coherente, paciente y
firme, hacen que la convivencia sea predecible, el individuo en cuestión esté contenido y por
ello sienta gran confianza tanto en sí mismo como en quienes lo rodean.
Respetar al prójimo
En muchos propietarios de perros está firmemente arraigada la creencia de que estos animales
de compañía nunca agredirán a sus hijos. Sin embargo, esto no es una verdad absoluta. Si bien
los perros suelen ser muy tolerantes con los pequeños que se han criado con ellos, su paciencia
tiene un límite. Si un chico tira de la cola y de las orejas de su perro o lo pellizca, es probable
que en algún momento el animal se muestre molesto. Algunos perros en esta situación sólo se
alejarán del niño, mientras que otros reaccionarán agresivamente. Esta última actitud, que
seguramente sorprenderá y causará desilusión a muchos propietarios, les enseñará al niño y a
sus padres que la convivencia en armonía se basa en el respeto mutuo. Por tal motivo antes de
sufrir un disgusto y un potencial daño físico será necesario que los padres les enseñen a sus
hijos la importancia de¡ respeto por otro ser vivo, ya que caso contrario será probable que el
perro, en algún momento de la convivencia, se encargue de hacerlo por sus propios medios.
Otro de los aspectos interesantes e importantes de la convivencia entre los niños y los
perros es que los ani' males suelen ser un gran apoyo emocional. Este apoyo es diferente de
aquél brindado por los humanos y presenta algunas ventajas.
Un perro puede hacer sentir a un niño que es aceptado incondicionalmente ya que no lo
juzgará ni criticará -como lo harían otros niños- aun cuando se desempeñe pobremente en la
escuela. Según algunos psicólogos los perros pueden brindar un afecto duradero, de gran
importancia para un desarrollo psicológico saludable. Sin embargo, un perro no puede
brindar un apoyo instrumental, es decir, no puede dar consejos ni ayudar en los deberes. Por
lo tanto, es importante saber que si bien los perros pueden constituirse en un apoyo de tipo
incondicional, el vínculo que los chicos establecen con ellos se complementa con el que
establecen con los humanos.
Mientras escribo estas líneas recuerdo que el año pasado la maestra de una de mis hijas me
invitó a que concurriera al jardín de infantes para explicarles a los chicos diversos temas
relacionados con el cuidado que debe recibir un perro. Para motivarlos acudí al
establecimiento acompañado por mi perro Kimba. Una vez en la salita todos los
compañeritos de mi hija se acercaron a Kimba mostrándose sumamente afectuosos. Sin
embargo, al comenzar mis explicaciones todos salvo uno se sentaron a escucharme, aunque a
decir verdad sin hacer demasiado silencio. Por el contrario, el niño que se quedó junto al
perro acariciándolo, permaneció absorto y en el más absoluto silencio durante casi cuarenta
minutos. Una vez finalizada la charla la maestra me comentó que el niño en cuestión era el
más revoltoso y que ella estaba totalmente asombrada por lo que mi perro y yo habíamos
conseguido. Después de explicarle que el mérito no era mío sino de Kimba, me retiré con la
certeza de que los objetivos de mi presencia en el jardín habían sido ampliamente superados.
Hace unos años una persona me llamó muy angustiada debido a que su perro se mostraba
agresivo con algunos miembros de su familia. Antes de concertar una entrevista le expliqué a
la señora que solicitaba la consulta que sería conveniente que en el momento de nuestro
encuentro estuviera presente no sólo ella sino todo el grupo.
Después de transcurridas las dos horas que habitualmente demanda una primera entrevista, les
indiqué el tratamiento a seguir. Hasta aquí era una consulta como tantas otras. Sin embargo,
antes de retirarme, la propietaria de] animal, una psicóloga de vasta experiencia, me preguntó si
la actitud tomada por su familia era algo infrecuente o si yo realmente tenía una respuesta
similar cuando les solicitaba que todos estuvieran presentes durante la entrevista. Mi respuesta
fue que observaba la misma actitud en casi todas las familias que solicitaban mis servicios.
Esto motivó un comentario por parte de ella que me hizo reflexionar. La psicóloga me dijo que
en su tarea profesional le resultaba muy difícil reunir a una familia completa, a pesar de que la
consulta con ella se debía a un problema de un miembro humano de] grupo y no de un perro.
De esta manera tomé conciencia de que el vínculo que una familia establece con su perro
puede ser muy beneficioso para mejorar la cohesión familiar, hecho que años más tarde fue
corroborado por diversos estudios. Según uno de ellos, una relación cercana con un perro
puede ser un buen indicador de relaciones humanas o familiares saludables. Por el contrario,
la presencia de problemas de convivencia entre los seres humanos y los perros puede ser un
indicador de serios conflictos familiares, de los cuales el problema con el perro sea sólo un
emergente.
Es posible concluir entonces que un perro puede ayudar a toda la familia, tanto a chicos,
adultos o ancianos, en numerosos aspectos de la vida. Para esto hay que tener en cuenta que la
relación que una persona establezca con los perros durante su niñez influirá de manera decisiva
durante el resto de su vida. Existen algunos estudios que indican que la posesión de un perro
en la niñez será vital para la relación y la tenencia de uno en la adultez. Este hecho es de suma
importancia, ya que en la vejez la persona no estará sola sino que gozará del afecto de un amigo
inseparable que seguramente la acompañará hasta el final de sus días.
Capítulo XI
Comportamientos conflictivos
Problemas de conducta
Durante la convivencia entre perros y seres humanos surgen a veces algunas dificultades,
producto de¡ comportamiento de los animales. Estas dificultades se denominan "problemas de
conducta". Sin embargo, esta definición muchas veces no es compatible con la realidad.
El hecho de que el comportamiento de un perro no sea del agrado de su dueño o que le cause
algunos problemas, no significa necesariamente que la conducta sea anormal o que se trate de
un verdadero trastorno de conducta, sino más bien comportamientos normales para el perro
pero indeseables para su dueño.
En general, muchos de los comportamientos indeseables que presentan los perros son
reacciones normales ante diversas situaciones conflictivas que les plantean sus propietarios.
Veamos un ejemplo. Ringo era un cachorro de siberian husky al cual su propietario solía
dejar mucho tiempo solo durante el día, ya que trabajaba más de diez horas diarias. Como
Ringo se aburría sobremanera, solía romper diversas cosas. De regreso al hogar, su dueño lo
castigaba por su "mala conducta". Hasta que un día Ringo, mediante un gruñido, le demostró a
su ocupado propietario que no toleraría ser castigado nuevamente. Esto fue suficiente para que
la persona en cuestión solicitase una entrevista.
Resultó algo difícil convencerlo de que Ringo no tenía ningún problema de conducta sino que
en realidad era él quien tenía un problema por la conducta de su perro, provocada por una
situación que era incompatible con las necesidades del animal. Fue así como el contratar a un
paseador de perros y el brindarle a Ringo objetos alternativos aptos para su destrucción
solucionaron el problema.
Por supuesto que muchas conductas indeseables pueden ser verdaderamente anormales y
además tener su origen en trastornos orgánicos de diversa índole. Si un perro comienza a
orinar dentro de la casa por producir una mayor cantidad de orina a causa de una diabetes
mellitus, su dueño no resolverá el problema a menos que un médico veterinario implemente un
tratamiento para esta enfermedad.
Cuando un perro presenta un comportamiento indeseable para su dueño resulta entonces
imprescindible diagnosticar si ese problema se debe a un comportamiento normal o anormal del
animal. La consulta al médico veterinario o a un especialista en comportamiento animal será
de vital importancia, ya que nadie mejor que ellos para determinarlo.
Destructividad
Otro de los comportamientos indeseables que suelen presentar los perros en su convivencia
con los seres humanos es la destructividad de muebles u otros objetos. Por supuesto que la
mayoría de las veces este comportamiento suele ocurrir en ausencia del grupo familiar, es
decir, cuando el perro está solo. También en este caso la mayoría de los propietarios suelen
castigar al animal cuando regresan a su casa y se encuentran con los restos de sus preciados
objetos. Sin embargo, esta actitud no sólo no suele ser adecuada ni eficaz para corregir esta
mala conducta sino que además puede contribuir a empeoraría.
Para revertir esta conducta primero es necesario, como en todos los casos, conocer las
causas por las que un perro rompe cosas. Entre las más frecuentes figuran la necesidad de
experimentar el gusto y la textura de los objetos que están en el ambiente, habitual en los
cachorros; el aburrimiento, tanto en cachorros como adultos; el aprendizaje, en juveniles; y,
finalmente, como un modo de aliviar tensiones, no importa la edad de] perro.
Si de cachorros se trata, hay que tener en cuenta que suelen ser sumamente curiosos y que
esta curiosidad en general está orientada hacia todo lo nuevo. Por eso, al igual que los
bebés, suelen llevarse a la boca diferentes objetos que están a su alcance. La diferencia
radica en que los filosos dientes del cachorro y sus poderosos músculos masticatorios tienen
un poder de destrucción suficiente para dañar cualquier tipo de objeto. Por este motivo al
principio de la convivencia es importante preocuparse por:
· Proporcionarle al cachorro diferentes objetos que sean adecuados para que se los lleve a
la boca. Es mejor no darle cuatro o cinco "chiches" y dejárselos a su disposición en
forma permanente ya que seguramente se aburrirá y buscará algún objeto novedoso en
lugar de los que tenía destinados para él.
· Poner fuera del alcance del cachorro aquellos objetos preciados hasta tanto el perro sea
más grande.
Ladrido excesivo
A la mayoría de los propietarios de perros, sobre todo aquellos que viven en casas, les
interesa que sus perros ladren ante la presencia de extraños. De esta manera se sienten
protegidos por sus animales y además disuaden a potenciales ladrones de ingresar en sus
domicilios. Sin embargo, si el ladrido de un perro no se produce en forma momentánea
inducido por un estímulo externo amenazante sino que es una constante, deja de ser una
característica positiva para constituirse en un comportamiento indeseable, sobre todo para
aquellas personas que conviven con sus perros en departamentos.
Si bien el ladrido de un perro es un comportamiento normal, genéticamente programado, que
cumple tanto las funciones de aviso o alarma para los miembros de un grupo de pertenencia
como la de amenaza hacia extraños que intenten penetrar en su territorio, también puede ser
emitido por muchas otras razones y en las circunstancias más diversas. Una de las causas más
frecuentes por las que un perro comienza a ladrar es la denominada facilitación social. Este
término se utiliza para explicar aquellos comportamientos que un animal realiza cuando es
estimulado por otro animal que ejecuta la misma conducta. Es habitual que cuando un perro
del vecindario comienza a ladrar sea seguido por el resto de los perros del lugar.
Debido a que en la mayoría de los casos no es posible corregir la causa que origina el
problema, una forma adecuada para revertir este comportamiento puede ser estimular al perro a
realizar un comportamiento incompatible con el ladrido, como por ejemplo, pedirle que
obedezca una determinada orden y premiarlo por su respuesta adecuada. Por supuesto que es
posible aplicar esta técnica si uno está presente cuando el perro comienza a ladrar. Por el
contrario, si el perro se encuentra solo cuando es estimulado a ladrar por sus congéneres
vecinos, nada se puede hacer para modificar la situación, salvo esperar a que el animal que
dirige el "coro" decida dejar de ladrar.
Otra de las causas frecuentemente responsables del ladrido excesivo es la frustración social.
Los perros son animales altamente sociales, que disfrutan de la compañía de sus dueños.
Muchos propietarios les permiten a sus animales disfrutar de su compañía hasta que por alguna
conducta indeseable del animal deciden encerrarlos . Esta actitud humana genera un gran
desconcierto en el perro y, sumada a la frustración producida por la separación y la
consiguiente soledad, induce a muchos perros a ladrar descontroladamente a fin de eliminar las
tensiones. Por eso es tan importante acostumbrar a un perro desde su etapa de cachorro a
quedarse solo en forma gradual a fin de evitar alterar su estado emocional en forma repentina.
Otra razón que induce a los perros a ladrar excesivamente es el aburrimiento. Cuando un
perro está solo por varias horas se aburre y una de las actitudes que puede tomar ante esta
situación es ladrar. Lo conveniente es tratar de no dejar solo a un perro por largos períodos o,
cuando no hay más remedio, dejarle objetos que llamen su atención y que pueda morder a fin
de que se distraiga.
Pero también en este punto el aprendizaje puede jugar un rol sumamente importante. Es
común observar cómo un propietario termina haciendo lo que su animal pretende con tal de que
haga un poco de silencio. Compartir la comida con él, dejarlo ir a dormir a la pieza con los
chicos o salir corriendo a dar un paseo porque el ruido producido por el ladrido del animal se
torna insoportable, son sólo algunos ejemplos. Sin embargo, jamás hay que olvidar que los
perros tienen una gran capacidad de aprendizaje y que rápidamente captarán que el mejor
camino para obtener lo que desean será ladrar. Por eso es imprescindible evitar este
comportamiento indeseable no "premiando" a un perro por emitir el ladrido. Si esta conducta ya
está instalada uno de los mejores caminos a seguir será ignorarlo hasta que perciba que ladrar
no le garantiza llamar la atención de su dueño, sino más bien todo lo contrario.
Debido a que los perros son animales altamente sociales suelen sufrir estrés cuando son
separados del grupo social al que pertenecen. Cuando un perro es aislado y privado de la
compañía de otro individuo, ya sea un congénere o un compañero humano, puede manifestar
diferentes reacciones. Entre las más comunes podemos mencionar orinar y defecar dentro de la
casa, ladrido excesivo, ruptura de objetos, arañar las puertas de acceso a la casa, aullidos
permanentes. Desde ya que cualquiera de estas conductas se puede manifestar por distintos
motivos, además de la ansiedad por separación. Por lo tanto, es esencial tener en cuenta cuáles
son los indicios de que éste puede ser el problema.
El más importante es que estas conductas ocurren cuando el perro es dejado solo en la casa.
Otros hechos relevantes que pueden ser indicativos de ansiedad por separación son: el perro se
altera emocionalmente unos minutos antes de la partida de¡ propietario, comienza a ladrar,
aullar y/o a arañar la puerta en forma inmediata después de que se marcha, recibe a su dueño
muy efusivamente, como si hiciesen años que no lo ve, aunque la separación haya sido de sólo
treinta minutos. Hay que tener en cuenta que su causa es siempre la angustia del animal por la
soledad y que jamás se trata de venganza ni de bronca porque su dueño lo dejó solo. Por eso si
una persona regresa a la casa después de algunas horas de ausencia y encuentra que su perro ha
hecho todo tipo de desastres, no debe castigarlo ya que así no sólo no solucionará el problema
sino que posiblemente lo agravará.
La manera adecuada de corregir este comportamiento indeseable es mediante las denominadas
"partidas programadas". Esta técnica consiste en dejar solo al perro por muy breves instantes a
fin de que no experimente la sensación de angustia y luego aumentar gradualmente el tiempo
de exposición a la soledad. Además se deberá eliminar toda situación que genere ansiedad en
relación con la partida y la llegada. Tanto al irse como al regresar a su domicilio, el dueño no
debe saludar ni hablarle al perro durante unos minutos a fin de no aumentar el compromiso
emocional del animal.
Por todo lo dicho resulta de vital importancia que el dueño de un perro acostumbre a su
animal a quedarse solo en la casa a edad temprana, es decir, desde que el cachorro se incorporó
a su nuevo hogar. De esta manera, el pequeño se acostumbrará a tolerar la soledad sin
experimentar ningún tipo de angustia.
Uno de los comportamientos indeseables que más frecuentemente se observan en los perros
son aquellos relacionados con el miedo a diferentes estímulos tales como tormentas, ruidos
fuertes, otros perros, personas y objetos inanimados. Ante tales situaciones muchos perros
buscan huir desesperadamente a fin de terminar con la sensación de terror que los embarga.
Algunos de los propietarios de estos animales se sienten molestos -consciente o
inconscientemente- debido a que según ellos sus animales son cobardes. Otros sufren al
percibir la sensación de temor que experimentan sus perros ante estos estímulos. Sin embargo,
tanto unos como otros suelen desconocer las causas de esta sensación y mucho menos la
manera adecuada de corregir su efecto.
Para analizar las reacciones de temor de nuestros animales en forma general resulta útil
plantearnos la siguiente pregunta: ¿Qué sentiríamos nosotros si ante una situación que nos
agobia y nos produce gran temor no pudiésemos hablar con otras personas o si nadie nos
pudiese explicar que algún estímulo que nos produce temor en realidad no nos dañará? Lo que
seguramente ocurriría sería que actuaríamos de una manera muy similar a como actúan
nuestros perros, a menos que por un proceso de habituación (Capítulo VIID nosotros
experimentáramos frecuentemente estos estímulos y nos diéramos cuenta de que en realidad no
nos dañarán. Pues bien, debido a que los perros no hablan, éste es el único camino que tienen
para adaptarse a una situación que les causa temor.
Antes de analizar las reacciones de miedo en particular vale la pena hacer dos aclaraciones.
Primero, es necesario saber que si bien es cierto que un temor excesivo es contraproducente, no
menos cierto es que en condiciones naturales tener miedo ante situaciones potencialmente
peligrosas es normal e incluso beneficioso para los animales y también por supuesto para
nosotros, los seres humanos. Segundo, un dueño debe evitar acariciar a su animal y hablarle a
fin de explicarle que la situación no es peligrosa. Tanto el tono suave de la voz como las
caricias pueden ser entendidas por el perro como un premio o una gratificación por su
conducta, es decir, por tener miedo. Por supuesto, lo que también debe evitar hacer el dueño es
castigar a su animal, ya que esta actitud puede no sólo agravar el comportamiento en cuestión
sino también deteriorar el vínculo con el perro.
Muchos propietarios de perros saben que unos de los momentos más traumáticos que deben
pasar sus animales durante el año es el de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Desde ya que
esto no se debe a las fiestas en sí mismas sino a los festejos con pirotecnia. El temor a los
estampidos producidos por la pirotecnia y también por armas de fuego puede ser de origen
innato o adquirido. Los perros presentan una tendencia natural a sentir temor ante estímulos
intensos y además también son propensos a sufrir el fenómeno conocido como sensibilización
(Capítulo VIII), por el cual "aprenden" a temer a ruidos de muy baja intensidad.
En el caso del miedo a las tormentas probablemente intervengan los mismos componentes que
en el punto anterior, es decir, lo innato y lo aprendido. Sin embargo, aquí hay que destacar que
los perros no sólo muestran temor una vez iniciada la tormenta, sino también antes. Esto
presumiblemente se debe a la presencia de cambios ambientales, tales como un aumento de la
humedad y una disminución de la presión atmosférica, que los perros asocian con una tormenta.
Tanto en el caso del miedo a los ruidos como a las tormentas, el objetivo es lograr que el
perro que lo padece logre superarlo o al menos se acostumbre a tolerarlo. Para ello existe una
técnica denominada decensibilización sistemática, que consiste en exponer al animal a un
estímulo capaz de provocar una reacción de temor a una intensidad tan baja que esta reacción
no se produzca y así permitir que ocurra la habituación a ese bajo nivel de estímulo. Luego la
intensidad del estímulo puede ser incrementada gradualmente, teniendo la precaución de no
provocar una respuesta emocional en el perro. Si este procedimiento se continúa hasta que el
estímulo en cuestión es presentado en su máximo potencial, será posible que la reacción de
temor desaparezca por completo.
En lo que respecta a las tormentas se pueden utilizar grabaciones que reproduzcan sus sonidos
característicos, comenzando con un volumen bajo y aumentándolo gradualmente a medida que
transcurren las sesiones.
En este caso es imposible reproducir las condiciones ambientales existentes durante las
tormentas, por lo que obtener un buen resultado final no siempre suele ser fácil.
En el caso del miedo a los estampidos, se puede utilizar un arma de fuego con balas de salva o
elementos de pirotecnia y comenzar a una distancia tal que el sonido emitido llegue a los oídos
del perro a una intensidad muy baja, para luego, con el correr de los días, disminuir la distancia
de emisión del sonido.
Por último, en los casos de mayor gravedad será necesario utilizar una medicación adecuada a
fin de lograr tranquilizar al animal para después aplicar la desensibilización sistemática. Desde
ya el tratamiento a seguir debe estar en manos de un médico veterinario, quien será el
encargado de prescribir la medicación y de monitorear los resultados.
Es frecuente observar que un cachorro, al encontrarse con un objeto nuevo y de gran tamaño
se manifiesta temeroso. En general la actitud inicial del perro es retroceder de inmediato y
luego, si el nivel de miedo no es muy elevado, aproximarse lentamente a fin de investigar al
objeto -en cuestión para comprobar si representa algún tipo de peligro. Este temor a objetos
inanimados ocurre con mayor intensidad durante los primeros meses de vida del perro y se
debe a una tendencia natural a sentir temor ante situaciones totalmente novedosas.
La manera más adecuada de ayudar a un cachorro a perder el miedo a diferentes objetos
consiste en aplicar la técnica antes mencionada, llamada desensibilización sistemática. Esta
consiste en exponer el objeto a una distancia tal que no se manifieste temeroso para luego ir
acortando la distancia en cada sesión de trabajo. Desde ya uno podría además felicitar con
caricias al cachorro si comienza a acercarse al objeto sin manifestar miedo alguno.
Entre las reacciones de miedo que pueden presentar los perros es necesario mencionar
aquéllas referidas al temor hacia personas y/u otros perros. Este comportamiento fóbico
puede responder a varias causas.
En primer lugar puede existir una predisposición genética de¡ animal a presentar dificultad
para relacionarse con otros congéneres y/o seres humanos; esta característica la denominamos
timidez.
En segundo lugar podemos mencionar el denominado síndrome de aislamiento. El animal
que lo padece se manifiesta temeroso o agresivo con otros seres con los cuales debería
convivir armoniosamente.
Si el miedo o la agresión están dirigidos hacia los humanos se debe a que el cachorro tuvo
un escaso contacto social con estos, fundamentalmente entre la tercera y la cuarta semana de
vida, que es el período de socialización de los perros (Capítulo VIII).
Si la fobia se presenta en relación con otros perros, es muy probable que el cachorro haya
sido separado de su madre y sus hermanos de camada en forma precoz, es decir, alrededor de
los treinta días de vida o antes.
Otra de las causas responsables de generar en un perro un comportamiento de fobia hacia las
personas u otros perros son las experiencias adversas. Una persona que castiga a un cachorro
puede provocar una reacción de temor hacia sí misma o también hacia otros seres humanos,
mediante el proceso conocido como generalización (Capítulo VIII). A su vez un perro que
ataque y agreda a un cachorro puede provocar la misma reacción, pero obviamente dirigida
hacia sus congéneres.
Como en todos los casos de fobias el mejor camino a seguir es prevenir el problema
proveyendo a los cachorros de una estimulación, una educación y un manejo adecuados. Sin
embargo, si la conducta ya está instaurada la desensibilización sistemática sigue siendo la
técnica correcta para intentar resolver los temores.
Agresividad
De todos los comportamientos indeseables que presentan los perros, la agresividad es el único
que puede poner en serio riesgo la integridad física e incluso la vida de una persona. Por tal
motivo, es la conducta por la cual más frecuentemente los propietarios consultan a los
especialistas en comportamiento animal.
Hace algunos años, cuando los conocimientos acerca del comportamiento canino eran
escasos, se pensaba que si un perro mordía a una persona se debía sólo a que el animal padecía
alguna enfermedad, más precisamente, rabia. Si bien algunas veces ésa era la razón del
comportamiento agresivo, en la mayoría de los casos respondían a causas totalmente diferentes.
A pesar de que en la actualidad existen muchos lugares en los que no se diagnostican casos de
rabia canina desde hace varios años, siguen existiendo situaciones en las que los perros agreden
a los seres humanos. Los animales suelen no ser los únicos responsables ya que en muchos
casos esta reacción responde al total desconocimiento que la mayoría de las personas tiene
acerca del comportamiento de los perros y también a que muchas conductas agresivas son
estimuladas, consciente o inconscientemente, por los propietarios.
Uno de los aspectos que hay que tener en cuenta es que la mayoría de los comportamientos
agresivos de los perros son normales y no verdaderas patologías, aunque por supuesto existen
conductas agresivas anormales, de origen orgánico. En una especie social como la de los
perros, que actúa a partir de un sistema jerárquico, que caza en grupo y que realiza la mayoría
de sus actividades coordinadamente, el orden es una premisa fundamental. Este orden es
establecido sobre la base de diferentes interacciones en las que la agresividad suele ser un
componente importante. A su vez, es a través de la agresividad que los animales defienden
sus territorios de extraños.
La agresividad es considerada además una característica positiva en muchas razas de perros,
especialmente en aquellas destinadas a proteger el territorio o la familia. También en muchos
casos este comportamiento es estimulado en forma individual por muchos propietarios. Si un
perro agrede e incluso lesiona a un delincuente que pretendía ingresar en nuestro domicilio,
será calificado como un héroe. Pero si el mismo perro agrede a un amigo que venía de visita
será considerado como un individuo peligroso al que hay que sacar de la casa. Un ejemplo
más de que los perros muchas veces son víctimas de nuestras propias incoherencias.
Finalmente, todo propietario de un perro debe saber que no existe un tratamiento
universalmente válido para los perros agresivos, ya que la agresividad es un comportamiento
sumamente complejo. Dado que puede responder a muchas causas distintas, en cada caso
será necesario que un profesional especializado diagnostique adecuadamente el tipo de
agresión que presenta el animal.
Debido a que detallar todos los tipos existentes demandaría varios capítulos, sólo mencionaré,
a título informativo, algunos de ellos y me referiré más detalladamente a los dos más comunes:
la agresión por dominancia y la agresión sobreprotectora y maternal. Entre las consideradas
normales se pueden mencionar la agresión por competencia, territorial, por miedo y por dolor,
mientras que son consideradas anormales la agresión por hidrocefalia, por hipotiroidismo y por
epilepsia agresiva, entre otras.
Normalmente este tipo de agresión se produce contra los dueños del perro o contra las
personas conocidas por el animal. Se genera cuando por diversos motivos un perro llega a
sentirse el líder del grupo -es decir, el dueño de la casa- y por lo tanto no acepta que ninguna de
las personas que viven con él le pidan que realice algo que no desea hacer.
Es muy común que el dueño de un perro le permita a su animal hacer todo lo que quiera:
sacarlo a pasear cuando así lo dispone el perro, alimentarlo cada vez que el animal ladra
pidiendo comida, y demás. Todas estas actitudes tienen como denominador común que el perro
toma la iniciativa y el dueño obedece. Sin necesidad de palabra alguna, el animal siente que
tiene el control de la situación, es decir, el poder.
Sin embargo, en algún momento de la convivencia el dueño suele pedirle a su compañero que
haga algo. Si es del agrado del perro, cumplirá la orden sin problema. En realidad lo hará
porque él desea hacerlo y no por respeto a su propietario. Por el contrario, si esa orden no es de
su agrado, no obedecerá. Si el dueño se enoja y lo reprende, el perro posiblemente le gruñirá.
Si la persona no entiende el mensaje y continúa en su accionar, muy probablemente termine
mordida por su propio perro.
A diferencia de lo que la mayoría de la gente cree, el castigo físico al agresor no suele ser
eficaz para resolver el problema. Esto se debe a que el perro considera que es él el dominante
de¡ grupo y, por este motivo, no sólo no aceptará el castigo sino que probablemente reaccionará
con mayor agresividad.
El método más adecuado para resolver este comportamiento indeseable consiste en
demostrarle al perro no que uno tiene más fuerza que él sino más poder. El camino más
sencillo es suspender caricias y todo tipo de interacción con el perro, a menos que el animal
obedezca una orden. En ese caso recibirá su premio, es decir, una caricia. En un comienzo los
pedidos realizados al animal deben ser de su agrado para que obedezca. Luego, y a medida que
se observan resultados positivos, se debe aumentar el grado de exigencia. De esta forma el
perro aprenderá que hay que trabajar para poder sobrevivir y que el encargado de "pagarle" por
la tarea es su propietario, quien a partir de ese momento se habrá convertido en el verdadero
jefe de¡ grupo.
A diferencia del caso anterior, la agresión sobreprotectora está orientada hacia personas
desconocidas o poco conocidas para el perro, aunque en ciertos casos puede estar orientada
también hacia los miembros del grupo familiar.
Normalmente los perros protegen el territorio en el cual habitan, a los miembros de su grupo
de pertenencia y/o a objetos que ellos consideran de su propiedad. La mayoría de las veces
los perros que protegen el territorio o a la familia de la presencia de intrusos suelen cesar en
su comportamiento hostil si sus dueños así se lo piden. De esta forma, es frecuente observar
cómo un perro ladra intensamente cuando un extraño se acerca y deja de hacerlo cuando su
propietario se acerca a la puerta y después de pedirle silencio permite la entrada de la persona
ajena a la casa. En ese momento algunos perros pueden mostrarse amistosos o indiferentes
con el extraño.
Sin embargo, en algunas ocasiones también se observan perros que no responden a los
pedidos de su propietario, quien debe encerrar al animal antes de permitir el ingreso de la
visita. En otras ocasiones los perros pueden permitir el ingreso de extraños pero ante el más
mínimo intento de éstos de acercamiento a sus propietarios los perros suelen agredirlos con
gran decisión. En ambos casos los perros no están protegiendo el territorio ni a la familia,
sino que la están sobreprotegiendo y este comportamiento puede ser sumamente peligroso
para la integridad física de los seres humanos.
Si bien esta conducta es propia de animales que presentan una tendencia innata a la
protección y que por un manejo erróneo exageran primero y exacerban después este
comportamiento normal transformándolo en sobreprotección, existen dos causas principales
que la motivan:
La estimulación del perro por parte del propietario. Esta estimulación puede ser
consciente o inconsciente. Muchos propietario incentivan el cuidado territorial a través de
palabras de aliento y caricias cuando los animales ladran ante la presencia cercana de
extraños en sus domicilios. Esta actitud puede inducirlos a no permitir la entrada al hogar de
ninguna persona, ya sea amiga o no de la familia.
La excesiva malcrianza. Esto lleva a la sobreprotección e induce a su vez a muchos
animales a sobreproteger a sus dueños. Incluso en casos extremos un perro puede
sobreproteger de tal manera a su dueño que no permite que otro miembro de la familia se
acerque cuando se encuentra junto al perro.
Finalmente, vale la pena mencionar la sobreprotección que muchos perros tienen en relación
con objetos que consideran de su propiedad. En estos casos cuando un animal se halla cerca de
estos objetos no permite que nadie, ya sea conocido o desconocido, pase cerca de él y mucho
menos que intente quitárselo.
En todos los casos la corrección de la conducta de sobreprotección suele ser bastante
dificultosa. Para ello es necesario modificar el mensaje que recibe el perro. Primero el animal
debe dejar de tomar sus propias decisiones y esperar la decisión del propietario. Para lograr
esto suele ser necesario revertir el vínculo de liderazgo que muchos de los perros que presentan
agresión sobreprotectora ejercen sobre sus dueños. En la mayoría de los casos es necesaria la
consulta a un profesional ya que un animal que se siente dominante difícilmente acepte ocupar
el rol de subordinado. Por el contrario, si la sobreprotección ocurre en perros cuyos dueños
cumplen el rol de líderes dentro del grupo, la tarea a realizar suele ser algo más sencilla.
El objetivo final del tratamiento consiste en disminuir la agresividad de los animales no a
través de un método que les resulte traumático -como el castigo físico-, sino a través de un
cambio en el aspecto emocional a fin de que dejen de considerar como peligrosas las
situaciones antes mencionadas. Para lograr esto no hay nada mejor que estimular y premiar una
buena conducta siempre manteniendo un mensaje coherente, exigir el cumplimiento de esa
conducta mostrando firmeza en la actitud y ser pacientes para esperar los resultados.
Por último creo necesario recordar la importancia de prevenir la aparición de los
comportamientos agresivos indeseables. Con este propósito, se recomienda elegir el perro que
mejor se adecue a las necesidades del grupo familiar para luego educarlo correctamente. Sin
embargo, si- uno ya convive con un perro no debe olvidar que la mayoría posee una gran
capacidad de aprendizaje. Si ésta es estimulada correctamente, será posible cumplir con aquel
dicho popular que afirma que "siempre es mejor prevenir que curar".
Apéndice
Test de Campbell
William Campbell, un especialista norteamericano en comportamiento canino, diseñó un test
que permite conocer el perfil comportamental de los cachorros. A partir de este test, todo aquel
que desee elegir un cachorro dentro de un grupo puede seleccionar al que más y mejor se
adecue a sus gustos y necesidades.
El test está compuesto por cinco pruebas distintas y para su correcta realización los cachorros
deben tener entre seis y doce semanas de vida; la edad ideal es a las siete semanas de vida. El
lugar adecuado para su realización es una habitación de alrededor de nueve metros cuadrados,
libre de objetos; la persona encargada de ejecutarlo puede ser o no conocida para los cachorros.
Es' imprescindible que esa persona se encuentre sola con el cachorro en el momento de realizar
el test, el cual debe hacerse en forma individual.
1 - Atracción social
2 - Seguimiento
La segunda prueba consiste en caminar una o dos vueltas alrededor de la habitación a fin de
observar la actitud adoptada por el cachorro. Cualquiera sea la actitud anotar el código en el
sector correspondiente de la tabla.
3 - Restricción
Para realizar esta prueba la persona encargada de la evaluación debe colocar al cachorro en el
piso, panza arriba. Tiene que mantenerlo en esa posición y colocar una mano sobre el pecho
del cachorro, entre sus miembros anteriores, durante treinta segundos. Luego se debe anotar en
la tabla la respuesta comportamental del cachorro .
4 - Dominancia social
En esta prueba la persona debe agacharse y pasar la mano sobre la cabeza y el cuello del
cachorro varias veces, tanto en la dirección del pelo como a contrapelo. Según sea la actitud
tomada por el animal debe anotar el código en la sección correspondiente a la tabla.
5 - Elevación de la domoinancia
La última prueba consiste en entrelazar las manos por debajo del vientre del cachorro y
elevarlo del nivel del piso a una altura de aproximadamente 15 centímetros, durante treinta
segundos. Una vez observada la conducta seguida por el animal marcar en la tabla la respuesta
adecuada.
Una vez concluido el test, se debe sumar el total de las respuestas evidenciadas por cada
cachorro. Después de esto será posible conocer el perfil comportamental de cada animal y así
elegir el que mejor se adecue a los gustos y las necesidades de la familia que lo adoptará.
Test de Campbell
Restricción A B C D E
Forcejea DD
vigorosamente,
se sacude,
muerde
Forcejea D
vigorosamente,
se sacude, no
muerde
Forcejea, luego S
se calma
No forcejea, SS
lame las manos
Dominancia A B C D E
social
Salta, rasguña DD
gruñe, muerde
Salta, rasguña D
Se da vuelta y S
lame las manos
Se acuesta y SS
lame las manos
Se aleja y I
permanece a
distancia
Elevación de la A B C D E
dominancia
Forcejea DD
vigorosamente,
gruñe, muerde
Forcejea D
vigorosamente,
no muerde
Forcejea, luego S
se calma
No forcejea, SS
lame las manos
Totales DD
D
S
SS
I