Charles Asselineau - La Segunda Vida
Charles Asselineau - La Segunda Vida
Charles Asselineau - La Segunda Vida
"Sed postquam fata peregrit. Stat vultu maestus tacito, mortemque reposcit." Lucanus Puesto que estamos muertos y no tenemos nada mejor que hacer hasta el da de la resurreccin, que contarnos recprocamente y hasta el hasto nuestras historias, oh, muerto vecino, haz como yo: sintate con comodidad sobre tu tumba y escucha el relato de mis aventuras en el mundo de los vivos. No te divertirs, estoy seguro, la primera vez, te aburrirs la segunda y quedars abrumado la tercera; pero, como estoy amenazado por tu parte de mismo procedimiento, te ruego, para nuestro comn inters, paciencia. Entrate, primeramente, que he muerto dos veces, lo que me da sobre ti alguna ventaja. La noche es bella, algo fresca, y ya no tenemos miedo de resfriarnos... Por eso, mientras nuestros hermanos tienen concilibulo, all en la colina, alrededor de la capilla, donde se lamentan tras los abetos del recuerdo de sus amores pasados y de sus riquezas perdidas, escucha muerto, vecino, cmo me dej ahogar la primera por la desesperacin; y cmo, vuelto al mundo bajo cierta condicin, despus de algn tiempo, regres por el mismo camino para venir a ocupar, despus de ti, esta tumba. En la que no me encuentro tan mal; desde que se levanta el sol hasta la salida de la luna. Mi nombre, en la Tierra, era... Soy de una familia de gente de toga, ms rica que acomodada. Era joven ya que mi acta de defuncin no me da ms que veinticuatro aos de edad. Era apuesto, rico y, sin embargo, no era feliz ... Encontrars la frase comn, vecino, me doy cuenta; pero tenme paciencia, como te he pedido, porque pretendo probarte que, aunque mis frases sean vulgares, mis desdichas no lo son. Joven, buen mozo, rico, para ser feliz me hubiera bastado seguir paso a paso los senderos estrechos de la vida. Por otra parte, esa triple ventaja: la juventud, la belleza y la riqueza, tena para m de especial que corresponda a los tres principales vicios de mi naturaleza: era vanidoso y poda vanagloriarme de mi figura; en fin, me gustaba vivir, disfrutar del sol, vagar sin meta por los bosques y los senderos, y tena por delante largos aos para entregarme a mi inclinacin. Ignoro, vecino, si en el curso de tu existencia has reflexionado alguna vez. (Esa duda, adems, no poda ser de mi parte una injuria, porque actualmente no me han demostrado que el hombre que piensa valga ms que aquel que conserva la virginidad de sus facultades racionales). Sea lo que fuere, si lo has hecho, no has quedado impresionado por la utilidad de la desdicha en la vida humana?. El primer sabio que ha dicho que la vida es una lucha, fue profundo. Hay (no lo has notado?) en la vida de todo hombre entre la adolescencia y la edad viril, un perodo de malestar y de inercia durante los cuales sus facultades estn como suspendidas: aumenta, disminuye, su desarrollo se realiza, el pensamiento confuso se diluye en ensueos vagos y estriles. Es por as decirlo un tiempo detenido, durante el cual el hombre se asegura interiormente de sus fuerzas y busca comprender de que lado vendr
el enemigo. De todos modos l camina a su encuentro; cuando lo percibe, corre hacia l. La lucha comienza y con ella la vida. Hasta aqu no ha hecho ms que vegetar, armarse para el combate. La beatitud inerte del paraso no es una vida soportable -una vida humana, se entiende -, tampoco nuestro primer padre pudo soportarlo. No tena para escapar de este estpido Edn, ms que un agujero grande como la mano y obstruido de amenazas y maldiciones: se precipit, pues estaba en su naturaleza elegir la desdicha con escandalizarte, dira que al actuar de este modo no haca ms que obedecer a la voluntad del Creador. Si la Cada del Hombre no estaba en los planes de Dios, por qu no puso la fruta fatal a la altura de un roble, en lugar de suspenderlo en las ramas de un manzano pequeo?. Pero no, l quera darle la sabidura y ms, el mrito de recogerla l mismo. As, en el misterio del paraso perdido, la serpiente no fue ms que una cmplice. Este seguro, para terminar, que si todos los males de este mundo, entrarn cada ao en la caja de Pandora el da de fin de ao, terminara indudablemente rota el primero de enero. Pero cerremos el parntesis y retomemos mi historia. De dnde pudo venir para m la desdicha, rodeado, como estaba de todas las formas externas de la felicidad? No tena ms que un recurso deba buscar en m mismo. Aqu mi querido vecino, perdona que me detenga y que marque con tono pico esa hora solemne en la que la vida, la verdadera vida, comienza para m. T eres, me lo has dicho, parisino, como yo; debes recordar esos rostros jvenes y plidos, sostenidos por sus curvos espinazos, humillados que hars visto muchas veces, pasando lentamente por calles y galeras. El tipo que las codea slo ve de ellas el vestido negro, que le parece ms rico que su blusa y que envidia. Insulta sus fatigas estriles, sus mecanismos que giran en el vaco, y las considera... felices!. Ah, mil veces ms dichoso t, que slo tienes que luchar contra obstculos visibles y tangibles; t, para quin cada golpe de martillo es una conquista y que te duermes todas las noches con la frente baada en el sudor saludable del trabajador. Rostros plidos, vestidos negros, entregadas a la desesperacin y a la impotencia. Ah, cmo las conozco! Cuntas veces he cambiado con ustedes una mirada simptica! Cuntas veces he frotado mi codo contra las caderas fraternales Nuestros padres nos fatigaron con los poemas de Mosc y del Berezina; contaban la gloria con usura. Pero ningn pincel retratar jams esa atroz retirada de Rusia, esa fnebre cada de carnaval, ejecutada por una generacin de semimuertos, de invlidos de pensamiento, de Prometeos de tnicas sucias y de Ssifos harapientos. Ah, qu roca no parecer fcil cuando rueda, a esas pobres almas, estrujadas durante toda una vida entre dos terribles cilindros: la ambicin y la impotencia! Ignoro, vecino, si me has comprendido; lo dudo. Pero en fin yo era uno de esos! Tambin yo deba esconder al zorro bajo mi manto, interrogar los muros con ojos indiferentes y pedir cuenta a Dios de la desigualdad de mis fuerzas y mis deseos. Mi vestido puede parecer menos deshilachado, porque yo tena dinero suficiente para renovarlo. Pero eso que importa? Amistad, amor, odio, son los tres complementos de toda vida. Yo tena un amor, un amigo y un enemigo: mi amigo, el bueno, el rubio Schmidt, el pintor; mi amor, la baronesa Lidia, una coqueta; mi enemigo, el pianista Gatien, una bestia chata y maligna.
Despus de esto, si esperas una historia de amor, sobre todo de amor comn, te equivocas. Entre nosotros el amor no tiene lugar en la vida ms que en razn de los sentimientos contingentes que desarrolla. Desde el da en que am a Lidia, ella me adjudic como rival y enemigo al msico Gatien. Hago justicia, vecino: ya no es el momento, ni el lugar ms adecuado para la coquetera. Pero en verdad yo rea incomparablemente ms bello que ese Gatien. l tena un rostro de insecto. Ojos de cangrejo, manos de buey. Las mas, constantemente frotadas con crema de almendras finas, eran blancas y lisas como las de una duquesa; el valo de mi rostro era perfecto, mi cabellera abundante; mis ojos bien colocados bajo la lnea de mis cejas dibujadas como por un pincel. Digamos, para terminar el retrato de Gatien, que segn la definicin de sus compinches, tena en la punta de los dedos el 'ingenio' que la gente honesta acostumbra tener en la cabeza. Entiendo el estilo de un artista, y tengo bajo el cuero cabelludo cosas que no existen por cierto en los dedos de Gatien. Cuantas veces, cuantas veces me dije: si yo fuera baronesa, una bella mujer y adems inteligente, pues bien ... me tomara a m mismo como amante! Y de hecho, ella, al aceptarme, no fue tan desdichada. Quera serlo. Ignoro qu fatalidad la hizo encaprichar por esa manivela organizada, por ese cilindro giratorio que por las noches vesta un frac azul con botones dorados y tocaba las variaciones de Thalberg y de Moscheles; fantasa inexplicable, vrtigo contra el cual luchaba sola. Con frecuencia durante nuestros paseos matinales entre las lilas en flor, la vi atenta a mis palabras; su semblante lnguido pareca decirme: "T tienes ms inteligencia que Gatien!" Pero, por la noche ... oh, las noches eran fatales para m, el cilindro se pona en movimiento y arrastraba en su esfera de actividad, como la rueda del molino se traga al nadador, el corazn y los pensamientos de la baronesa. Una noche so: me vea en su saln magnficamente iluminado, rodeado de numerosa compaa. Gatien y la baronesa estaban all tambin. Yo estaba sentado junto a Lidia y mientras ellos hablaban jugaba con el extremo de su cinturn. De golpe hubo un gran movimiento entre la gente: Gatien se sent al piano. La baronesa tir vivamente de su cinturn: l haba visto. Mi enemigo preludi algunos compases con facilidad. Su idiota cara se agrandaba ante la idea del xito que iba a recoger. Comenz: pero, desde los primeros compases un malestar singular se apoder del auditorio; hubo exclamaciones los ms tmidos se miraron entre s. El instrumento no sonaba!. Cada nota tocada por Gatien sonaba bajo sus dedos como un seco y apagado de una plancha golpeada por un martillo. El msico intent en vano luchar contra esa resistencia: sus dedos se crispaban y se retorcan, su rostro se contorsionaba, pero nada! Las gamas ms sabias y complicadas solo lograban reproducir el ruido estridente de una fbrica. De pie en el fondo del saln yo vea las cabezas de los asistentes balancearse en un movimiento uniforme y rtmico, en seal de descontento. La duea de la casa, encantadora joven peinada con plumas, iba de un extremo al otro como para aplacar las murmuraciones. Pronto el teclado, siempre resistente, subi, subi y levant las manos del ejecutante hasta su mentn; un rugido parecido al del lejano trueno
sali de la caja de armona. El balanceo de las cabezas se volvi furioso y debajo de esta marea de crneos en movimiento, el gracioso rostro de madame C revolote sonriente agitando sus marabs. Gatien segua luchando. Su cara tena la expresin del ms vivo terror y haca las muecas ms grotescas. La rodeaba sus ojos, y haca surgir por detrs de las sienes dos larga orejas peludas entre las cuales, la movediza cabeza de madame C fue a posarse, mientras deca con una sonrisa que mostraba sus nacarados dientes como perlas: - Un asno, es un asno! En ese momento no s que fuerza sobrenatural me llev hasta un ngulo del piano. Gatien haba desaparecido y en su lugar apareci un desconocido de cara vaga, que me dijo en mal alemn: - Estoy a sus rdenes. En efecto, sin que me lo pudiera explicar, un violn colgaba de mi mano izquierda y un arco de mi mano derecha. - Adelante - grit mi acompaante. Apoy el arco sobre las cuerdas ... tocaba, tocaba, seor! O mejor dicho cantaba, hablaba, porque me pareca que el sonido sala de mi pecho para pasar al instrumento. De pronto no hubo ms violn ni arco; mi brazo derecho cruzado sobre mi brazo izquierdo ejecutaba como se me daba la gana toda la gama de los arpegios. Piensa que lo que yo ejecutaba no era msica: hablaba. La baronesa, Gatien, mi amor, mis celos, mi odio, todo se una al mpetu de la pasin, con la facilidad del discurso. A veces diriga a Lidia tiernos reproches recordndole nuestros paseos por el jardn de su casa, otras la abrumaba recriminndole su gusto loco por aquel animal de la ms vil especie; luego la hera irguindome en toda mi altura, y entonces, cantaba, en un tono muy elevado, el himno de la pasin heroica. Y Lidia, soportando a su vez los sentimientos que yo expresaba, a veces me sonrea atenta, otras se replegaba humillada y otras me imploraba con lgrimas. Continu mucho tiempo asa: finalmente sucumb a la violencia misma de mi emocin, embriagado, delirante, me interrump y volv a mi sitio en medio de aplausos frenticos. Lidia me esperaba deslumbrada, domada, suplicante: "Oh - me deca- mame, yo te amo, djame quererte!" Me amaba. Cmo describir los pensamientos que me asaltaron al despertar? Acaso ese sueo era un presagio, una revelacin? O era una broma amarga de la casualidad? Quise tener el corazn calmo y, durante los das que siguieron devor todos los tratados onricos que pude encontrar. Me detuve en un pasaje de la Symbolique de Pernetius: "Durante el sueo el alma deja el cuerpo que habita y se va donde le place. Eso que nosotros llamamos sueo no es ms que el recuerdo vago e incompleto de otra vida. Es as que entrevemos en el sueo pases que no hemos visitado. De ah proviene tambin que al despertar recordemos cosas que no hemos hecho, y que haremos sin duda al da siguiente, si nuestros recuerdos fueran menos incompletos y ms precisos." As, si pudiera dar a mis dedos el recuerdo de lo que hicieron la noche anterior, me convertira en realidad en el virtuoso que era en mis sueos. Esta idea no me abandonaba nunca. Me confes un da con Schmidt mientras l trazaba un paisaje encantador
que veo an. Era, recuerdo, una hermosa maana de abril. Una luz fresca y alegre inundaba el taller; un ramo de lilas, colocado sobre la ventana, se balanceaba en el viento, envindonos en cada rfaga una bocanada de perfume. Schmidt, la mirada ardiente, la frente mojada, los labios hmedos, trabajaba con entusiasmo; su mano aleteaba sobre la tela hbilmente y sin nerviosidad. - Schmidt -le pregunt-, es muy difcil lo que haces? La pregunta no mereca respuesta. - Crees -insist- que yo podra hacer lo mismo? Sonri. Le expuse despus la teora de Pernetius e intent probarle que, si durante la noche mi alma habitaba el cuerpo de un pintor y si ella guardaba hasta el da siguiente el recuerdo de lo que haba experimentado durante la noche, yo podra ser al despertar tan hbil como l. Schmidt, inculto como paisajista y positivista como trabajador que era, trat a Pernetius de visionario y me demostr que sus diez aos de trabajo no eran indudablemente un sueo. Pero insist, si te ha llevado diez aos aprender lo que sabes no puedes suponer que concentrndose en un instante el esfuerzo de diez aos podras atrapar la cosa en el momento? Cunto tiempo le llevara a un hombre mediocre comprender lo que Miguel Angel realiz en poco tiempo? Se dice que el genio es dueo de la paciencia, sin darse cuenta que es hacerlo descender a la altura de los tercos y de los imbciles. El genio es la voluntad concentrada. Discurr tan largamente sobre los motivos metafsicos, que Schmidt, como alemn que era, termin pro suplicarme que cambiara de tema o que me fuera. Sal. Pero la entrevista haba cambiado el curso de mis pensamientos: ya no se trataba de sueos, ni de peregrinaciones del alma, ni de apresar un recuerdo confuso. Igualar el poder y el querer, combinar en un impulso supremo el esfuerzo de diez aos, ste era ahora el problema. Y de hecho, pens no es tan ridculo creer que esos hombres, ms divinos para nosotros que los dioses mismos, Rafael, Coln, Milton, Galileo, encontraran en el universo un rincn donde su inteligencia tan penetrante no hubiera podido reflejarse? Caramba, Rafael tenia en la mano un arco y un violn que no poda utilizar, cuando, con menos de seis meses de estudio el ltimo mocoso de Roma poda obtener acordes satisfactorios. Creers que desde ese momento slo me import comprar un violn y ponerme a experimentar mi sistema? Oh, cmo te equivocas! Sin duda la prueba era fcil, pero era decisiva y yo tena miedo. A veces me sorprenda en la soledad, tomndole el pulso, por as decirlo, a mi voluntad. Y si en ese momento me llegaba a encontrar cierto grado de potencia, entonces -me avergenza decirlo- me levantaba, doblaba el brazo izquierdo, extenda el derecho y maniobraba en el vaco. Un violn! Mi amor, mi alegra, mi venganza, mi vida entera haba pasado al violn, ste se haba convertido en el mvil de mis esperanzas y mis creencias. Tambin tena por l ese sentimiento de alejamiento supersticioso que los negros de Guinea tienen por sus dolos: el sonido me haca erizar los cabellos; la sola vista del instrumento descansando en su caja me daba vrtigos; sus
caderas redondeadas, sus entradas sugerentes, su esternn curvado me emocionaban ms vivamente que la Venus de Milo posando viva y desnuda delante de m. Por otra parte la baronesa cada vez ms enloquecida con su pianista, me trataba cada da peor. Y lgicamente yo la amaba cada da ms. Un da recib una tarjeta de invitacin para una velada prxima. Como tena muchos motivos para suponer que all encontrara a Lidia, resolv ir. Pero la tarjeta llevaba un post scriptum: Habr msica. Gatien, siempre Gatien!. A fuerza de reflexionar me pareci ver en esta fatalidad que nos reuna sin cesar, una provocacin, un desafo que el destino me lanzaba para que me decidiera a terminar con mi vida. Qu arriesgaba yo en efecto? La medida de la desdicha no se haba colmado para m. No poda vivir sin el amor de Lidia y para conseguirlo no tena ms que un recurso, destruir en su espritu la falsa superioridad de mi rival. El medio al que recurrira era terrible y en caso de fallarme no me quedaba ms que morir. Pero, era esto vivir: prolongar las pesadillas en las que me debata desde haca tantos das? Quin poda decirme por otra parte que las miradas de la muchedumbre, el temor de un mortal ridculo en presencia de mi amada y de mi rival no eran obstculos necesarios para exaltar mi voluntad? Lo intentara entonces, bajo sus ojos, delante de ella, en pblico; all estaba el peligro supremo, y tal vez quizs el triunfo. Una vez tomada esta resolucin entr en esos estados de calma siniestra que preceden a los grandes golpes. Me miraba vivir, observaba mis menores actos con el inters que se observan los ltimos gestos de un moribundo. Lleg el da, me vest con una lentitud solemne: el tocado del condenado. Durante el trayecto me sorprendi no or alrededor del coche el ruido de la caballera, a tal punto me pareca marchar hacia una ejecucin. Cuando llegu el saln estaba repleto. Busqu los ojos de mi baronesa; haba un lugar vaco junto a ella y corr. Al sentarme qued como aterrado ante una revelacin singular: el saln donde me encontraba era exactamente igual al que yo haba visto en sueos algn tiempo antes; todo, hasta los detalles de la iluminacin, la disposicin de los grupos, coincidan con mis recuerdos. Reconoc incluso rostros que estaba seguro no haber visto en ninguna parte fuera de mi sueo. En fin, el lugar que ocupaba junto a Lidia, su arreglo, era el lugar que yo haba ocupado y tena el arreglo que le haba visto llevar aquella noche. A qu plan o a quin responda esto? Una ltima circunstancia me quedaba por verificar antes de tomar una decisin: Gatien estaba presente? Vendra? Intentara ejecutar la msica y su pretensin se volvera contra l, avergonzndolo? Tales eran los pensamientos que me ocupaban, mientras mi vecina, sorprendida por el estado en que me vea, sorprendida an ms al no obtener respuesta a las palabras que probablemente me diriga, me observaba con una especie de temor. Gatien apareci. No s si era efecto de mi preocupacin, pero me pareci que su rostro estaba plido, y se mostraba turbado. Se sent de todos modos y pas las manos por las teclas. Se hizo el silencio. Dos o tres veces mi rival volvi los ojos hacia el lugar donde estaba Lidia y cada vez que mi mirada se cruzaba con la suya bajaba los ojos. Es evidente que desde el principio pareci a todos por debajo de su
talento. De pronto, como atacado por un malestar sbito, se interrumpi y se inclin en el asiento murmurando algunas excusas. Me levant. Un general de los ejrcitos dando la seal de ataque no hubiera estado ms conmovido que yo: es que tambin iba a librar una batalla. Di tres pasos: todos se retiraron de mi camino ante m, como si tuviera una cabeza de Medusa sobre los hombros. La conjuracin del azar lleg hasta el fin; el primer objeto que vi al acercarme al piano fue un violn colocado sobre el pupitre. Lo tom, lo apoy contra mi pecho... En ese momento sent todas las miradas clavndose en m. La emocin causada por el desfallecimiento de Gatien se haba apaciguado. Ataqu vigorosamente. Un grito de terror estall en el auditorio. Me atrev a continuar. Pero esta vez el rumor fue tal que el instrumento se escap de mis manos y fue a rebotar gimiendo sobre el piso. En el mismo instante un brazo se desliz en el mo y cediendo a un impulso extrao me dirig a la puerta. Las mujeres huan espantadas a mi paso: una de ellas, joven y bella, me mir partir con aire de compasin y alcanc a orle decir: - Pobre hombre, est loco ... qu lstima! II Loco! ... Lo estaba? Comprenders enseguida porque ya no puedo tener una idea clara del sentido que los hombres atribuyen a esta palabra. La verdad es que durante cierto tiempo perd la conciencia de mi ser. Cuando volv en m, estaba en el centro de la plaza del Carrousell. Me di cuenta entonces que tena la cabeza descubierta y que estaba envuelto en un amplio abrigo que recordaba haber tomado al pasar por la antecmara, pero que creo no me perteneca. Camin, march por esos mosaicos blancos y secos. En unos instantes atraves la plaza y me encontr sobre el puente. El crepsculo extenda sobre los muelles sus celajes grises y sofocaba en los globos de papel aceitado las luces rojizas de los vendedores nocturnos; las carretas de los hortelanos avanzaban, saltando ruidosamente sobre sus ejes. Me pareci que era una hora adecuada para dejar la ciudad y el mundo. El Pars que yo conoca, mi Pars, estaba adormecido; lo que vea a m alrededor me era tan extrao como el pueblo de Lima o de Chandernagor. Me puse de pie, de un salto, sobre el parapeto. Un ligero ruido me hizo volver la cabeza: era la ventana de una mansin vecina que se abra. Una figura de mujer se me apareci, todava envuelta en blancas y blandas lenceras de noche. Con un esfuerzo supremo mis ojos la vieron a travs de la oscuridad de la hora. Era bella y creo que me miraba. Concentr en una mirada todas las fuerzas de mi vida prxima a extinguirse. "Oh, t", pens, "a quin me ha sido dado ver en mi ltimo minuto, recibe el adis a este mundo que maldigo y a esta vida me dej, amndola!" Y en menos de un segundo el cielo de los ms bellos das, el que haba conocido y amado, fue evocado en la cmara oscura de mi espritu: Adis! Cruc los brazos sobre mi abrigo, que cerr sobre mi y ... puff! Glu, glu, glu, glu ... el agua resonaba ruidosa en mis odos. Me pareca ver y contar las masas lquidas que desplazaba. En fin, el ltimo soplo de
aire que contena mi pecho. Brot para ir a formar crculos magnficos en la superficie; una ola penetr en mi garganta ... y no sent nada hasta que me encontr entumecido y helado en mis ropas pesadas. Estaba en una sala baja y abovedada, muy parecida, imagin, a la antecmara de una celda o de una morgue. Un horrible farol penda del techo y proyectaba sobre las paredes hmedas una luz sucia y glauca. Alrededor de ese cuarto, un banco de madera sobre el cual vi agitarse ante m y a mis costados, extraas formas humanas, algunas envueltas como yo en sus ropas, otras a medio vestir. Una sobre todo era atroz: la cabeza estaba dada vuelta y la garganta tena huellas de heridas recientes donde la sangre se estaba coagulando. Descubr despus de cierto tiempo que yo tambin estaba sentado en ese banco. Sentado o apoyado, cmo era la cosa? No lo s. No senta ningn contacto. No senta fro y tampoco calor. Mas bien me haba dado cuenta por una conciencia ntima, que el calor vital se haba retirado de m y que mis miembros estaban privados de reflejos que les hicieran obedecer mi voluntad. Los ojos, los nicos que haban conservado un poco de fuerza, no existan ms que en estado de rganos puramente pasivos. Les haba quedado la facultad de ver pero haban perdido la de mirar. Quiero decir que reciban como un vidrio el reflejo de los objetos, pero sin poder dirigirse ni expresar nada por s mismos. Percib entonces, apoyado contra una puerta gruesa un ser singular que atrajo toda mi atencin. Era, s, se trataba de un hombre, o mejor dicho de un gigante, ya que tena por lo menos entre ocho y nueve pies de altura. Sus anchos hombros, sus miembros flacos, su rostro plido, no con la palidez de los rostros humanos, sino con esa blancura mate accidentalmente manchada de rosa y de violeta que se ve en las mscaras de los ahogados, su actitud misma tena no s qu de sobrenatural que excitaba la imaginacin. Su traje, uniformemente gris, estrecho y pegado al cuerpo, estaba cortado al ras del nacimiento del cuello, lo que le daba la apariencia de una legumbre monstruosa, pelada en una de sus extremidades. Sus ojos, rojos como los de los albinos, fijaban en m una mirada apagada, me fascinaba. No poda dejar de mirarlo. En ese momento el ruido de una ronca campanilla se hizo or en uno de los extremos de la sala. El gigante abandon su postura abandonada y llamo> - El nmero 6! Uno de los raros fantasmas que estaban a mi lado se irgui tieso sobre los pies y se dirigi hacia una puerta situada frente a la primera, y que el gigante cerr cuidadosamente despus que hubo entrado. Volvindose clav de nuevo en m su mirada fija, atraves lentamente la sala y volvi, sin quitarme los ojos de encina, a ocupar su lugar a mi izquierda. - Dnde estoy? Estas palabras no fueron articuladas; haba perdido la facultad de expresarme por sonidos. El gigante de todos modos comprendi mi pregunta y respondi. Reconoc entonces que desde ahora poda expresar mi pensamiento sin usar ningn rgano: pensar y hablar se haban convertido en una cosa idntica. Y fue de este modo que se estableci un dilogo entre el gigante yo. Yo estaba (voy a traducir su respuesta) en la sala de espera donde todos
aquellos que mueren por inmersin van a consignar las causas voluntarias o accidentales de su muerte. Esta formalidad es una especie de sumario ordenado en vista del ltimo juicio. El cuerpo es despus mandado a la superficie del agua para que sea recogido y enterrado. Me explic as por qu los cadveres de los ahogados quedan tanto tiempo en el fondo del agua antes de subir a la superficie. El guardin (lo llamar as) me indic sucesivamente entre los muertos que me rodeaban un viejo que se haba suicidado por amor; una joven ahogada desesperada por la miseria; el herido del cual ya habl que haba sido degollado por unos malhechores y tirado despus al ro. Durante las explicaciones el gigante se haba retirado de la puerta contra la que estaba apoyado y vino a sentarse a mi lado. Tena la espalda encorvada, los pies replegados bajo su cuerpo, los brazos cados mientras balanceaba maquinalmente un manojo de grandes llaves con ese abandono, ese aire descuidado y carioso que adquieren en los intervalos de sus funciones los pobres diablos sujetos a empleos vejatorios. - Usted -me dijo examinndome con atencin-, usted no est herido y no muestra signos de violencia o estrangulamiento. es por lo tanto -aadi, procurando dar a su cara una expresin conmiserativa- voluntariamente que est usted aqu? Y tan joven! Su ropa no demuestra miseria. Si tuviera usted un miserable trajecito de tela ordinaria, barata, como esa desdichada que ve ah ... Oh tal vez -prosigui con aire de inteligencia (y qu aires y qu inteligencia) - es usted un enamorado. Intent estallar en carcajadas y qued muy sorprendido al no lograrlo. Despus me apresur a desengaar a mi interlocutor contndole, ms o menos, mi historia. Pareca escucharme con inters y confieso que no dej de disfrutar este pequeo xito en el otro mundo. Efectivamente, un hombre que se ahoga por no haber podido seducir a su amada tocando el violn sin haber aprendido bien merece consideraciones. No demor sin embargo en darme cuenta que lo que haba tomado por inters no era ms que sorpresa, menos an: estupidez; mi oyente no me haba comprendido. Yo vea las ideas que haba emitido chocar confusamente con su pensamiento, sin que pudiera ordenarlas. - Msica ... hacer msica? Y si usted hubiera hecho msica, lo habra amado esa mujer? - Lo presumo. - Bueno, haba que hacerla. - No pude. - Por qu? Le expliqu el mecanismo del violn e intent hacerle comprender las dificultades que ofrece. - Pero quin hace los violines? - me pregunt. - Los hombres. - Y no pueden usarlos? - Es necesario que aprendan. El gigante pareci que enloqueca de alegra. - Ah, pobre especie, criaturas enfermas! Hablar y necesitar una lengua! Cantar, y necesitar una garganta! Tocar el violn, y necesitar dedos!. - Pero usted - le dije- hace usted todo eso sin dificultad? - Claro -me contest el gigante con orgullo. - Cmo, sabe usted msica?
- Caramba! Linda cosa! Vea, usted mismo que acaba de despojarse de todos esos restos mortales que se llaman rganos, pues bien!, a pesar de todo puede seguir hablando de ciencia. Deca la verdad! - Oh -exclam- un ao! Volver un ao a la tierra sabiendo lo que s! Yo ya estaba bastante acostumbrado a su extraa fisonoma como para darme cuenta, cuando avanz hacia m, que mantena un violento combate consigo mismo. - Escuche - me dijo lanzando toda su voluntad cmo un dardo en la miradaes usted un muchacho honrado: lo quiero, caramba! Y adems... tan joven! Privarse a su edad de una querida y de largos aos de placer!. Porque, cuando hay mucho tiempo que vivir es una leccin dura... Estara contento, eh, si pudiera volver all? Quise y no pude apretarle la mano. - Un ao, un ao! - Hay una condicin. Volver aqu por el mismo camino... de lo contrario -aadi bajando los ojos- yo estara en falta. Termin su pensamiento. El muy astuto, a mi regreso, se alabara de haber tenido algo que ver en mi aventura: seran sus pequeas ganancias. - Escuche, escuche, usted no tiene nmero. Fue el ltimo: nadie sabe que est aqu. Por lo tanto puedo mandarlo de vuelta. Pero no debe morir de vejez. Promet, promet con toda la sinceridad de mi alma y, con una mirada, l pudo convencerse que yo no lo engaaba. Se levant, se asegur que no nos podan sorprender, me levant en sus brazos, entreabri la gran puerta y ... Hup!. Sent de nuevo la frescura del agua, al mismo tiempo mis miembros se pusieron ms flexibles y ... Me encontr en la vereda del puente, sano y seco, en el mismo lugar en que haba tomado mi ltima resolucin. Era el mismo lugar, la misma naturaleza, pero inundados por los rayos del sol naciente, que de golpe me deslumbraron. A mi derecha los rboles de la terraza de las Tulleras trazando una lnea de verdor entre el azul del cielo y el blanco de la muralla. Las pequeas olas grises del Sena estaban salpicadas aqu y all por puntos luminosos, ms numerosos y ms cercanos que las escamas de un pez. Volviendo la cabeza a la izquierda, tuve la pueril curiosidad de buscar la ventana donde se me haba aparecido la mujer providencial. La ventana estaba abierta: tapices de piel pendan del balcn. Me pareci que el cuarto estaba vaco. A mi alrededor los mercachifles descansaban fatigados sobre sus mercaderas. Algunos transeuntes me observaban, sorprendidos de encontrar a esta hora y en este lugar un hombre vestido como para un baile y sin sombrero. Segn mis conjeturas, haban pasado dos horas desde el momento en que me arroj desde el parapeto. Pero a estas dulces sensaciones del despertar y de la vida recuperada, sucedi bien pronto una emocin ms violenta, que me hizo replegar dentro de m. Todas mis facultades desenfrenadas cantaban el poema del poder total y del genio. Me senta virtuoso, y con la misma fe que hizo los Coln y los Galileo. Mi mirada franqueaba los espacios y atravesaba las paredes segn mi voluntad; los rostros me develaban las almas. Mi odo perciba de inmediato los menores sonidos. En una palabra, el universo se me revelaba, no cmo un
espectculo sino como un sistema del cual comprenda sus leyes y sus vinculaciones. La novedad de mis sensaciones me deslumbraba. Era como un nuevo nacimiento pero donde la inteligencia gozaba de cada manifestacin como de una conquista. Diez noches no fueron suficientes para darme cuenta de las sorpresas y alegras que haba experimentado durante esas primeras horas. La primera vez que volv a ver a Lidia (otra vez ms en una reunin), y cuando record que era por ella que haba querido adquirir un poder sobre humano, qued atnito. Lo que le en su cara me indign contra m mismo. El nombre de la locura pronunciado a mi salida haba circulado. Un criado de la casa que por orden de su amo me haba seguido, haba sido testigo de mi suicidio. El silencio que yo guardaba sobre este ltimo acontecimiento dio lugar a las suposiciones ms fantsticas. Todo el mundo reconoci que, en un ataque de locura, yo haba intentado matarme. Y que los desplantes de la baronesa haban sido la causa de esa resolucin. Y bien, Lidia qued encantada ante esos comentarios: lo descubr en la primera mirada y si ese descubrimiento no hizo que le cobrara odio, mezcl un deseo de venganza a mis pensamientos amorosos. Gatien, que yo encontraba en todas partes donde vea a Lidia, toc esa noche como de costumbre y con el xito de siempre. No pude resistir al deseo de apagar su entusiasmo: me sent al piano y la originalidad de mi improvisacin no dej de l ms que un recuerdo mecnico. La ambicin de toda mi vida estaba satisfecha; mi sueo estaba realizado, porque ya no caba duda, con el xito obtenido, que el corazn de la baronesa se entregara al vencedor. Dir que ese triunfo en razn de lo poco que me cost me pareci mediocre? Lidia, sin embargo era siempre bella, y no olviadaba las sensaciones que me haba provocado. Pero cada una de las revelaciones que descubra en sus ojos, donde se reflejaban la vanidad de su corazn y la ligereza de su espritu, disminuan a diario el precio de mi victoria. Qu era por otra parte la conquista de un corazn que slo peda entregarse, para un ser cuyos sentidos en su totalidad tendan a lo imposible? Adems las alegras del triunfo no tardaron en ser compensadas por un suplicio intolerable; mis rganos, debido a la delicadeza extrema que haban adquirido, estaban en todo momento agredidos por los contactos que tena con los hombres. As, por ejemplo, la obertura de Guillermo Tell, ejecutada por la orquesta del Conservatorio, me haca el efecto de un concierto en el Caribe; me desgarraba los tmpanos, me pona los nervios de punta. La msica, tal cmo los hombres la han inventado y perfeccionado era para mi un arte en la edad de la infancia. Obstinarse, como hacen an los msicos en tomar como base de la tonalidad las siete notas de la gama cromtica, me pareca tan absurdo como querer calcular con cuatro cifras o escribir con cinco letras. Y por qu no veinticuatro, como en el alfabeto, o nueve, como en la numeracin? Mi odo perciba entre una y otra nota gamas enteras. Cada relacin de un medio tono encerraba para mi mundos de sonidos distintos que el odo humano no perciba nunca. Algunos a quienes intent hacer comprender se contentaron como toda respuesta en repetir que yo estaba loco. Dos o tres de los ms sabios entrevieron que en el fondo de mis ideas haba algo pero, encontrando dificultades para entender lo que yo les deca con su ciencia vulgar,
llegaron a la conclusin de que, si yo tena razn estaba adelantado en dos siglos. Encontr de todos modos un oyente inteligente y de buena fe: un israelita alemn llamado Jeremas Klang. Este hombre tras haber despilfarrado sesenta aos de vida y una fortuna en la persecucin de fenmenos metafsicos, se entreg en una buhardilla a la bsqueda de una nueva sntesis musical. Vino a verme. Desde la primera entrevista me declar que yo le haba revelado cosas que l no haba hecho ms que entrever durante su vida y que si yo no estaba loco, sin duda era un genio sobrenatural, pues yo acababa de descubrirle lo absoluto en msica. Una segunda entrevista termin por entusiasmarlo, tuve todas las dificultades del mundo para impedir que se arrodillara delante de m. Me suplic que lo aceptara como discpulo y le permitiera escribir y publicar todo lo que yo le revelara. Tena un desprecio demasiado elevado por la ciencia para no consentir en lo que me peda. En consecuencia vena a casa todos los das. Y cada una de nuestras entrevistas era tema para un folleto, donde mi precursor predeca el advenimiento de una resolucin en el arte que hara estremecer desde sus bases al Conservatorio y al Instituto. El suplicio del que habl volvi muy pronto insoportable mi estada en Pars. Proyect entonces comprar, en uno de los extremos del Bois de Boulonge un pabelln aislado, adonde pudiera retirarme con Jeremas, el nico ser capaz de comprenderme. Entretanto yo me haba vuelto clebre gracias a la singularidad de mis aventuras, a las publicaciones apocalpticas de Jeremas y tambin a la facilidad con la que yo improvisaba con cualquier clase de instrumentos. Este barniz de fama que no haba buscado, fue como la miel en la que la fantasiosa baronesa qued prendida. Hizo ms: esta mujer tan altanera, vanidosa de su belleza, que hubiera considerado que haca un favor insigne al dejarse besar la punta del guante, no tema entregarse a m ostensiblemente, siguindome a mi refugio. A pesar que con esto me ganaba ms envidia de la que me hubiera dado mi genio revelado, la cosa no me conmova mucho. Esta mujer se perda para conquistar el derecho de ser la nica amada por un artista en cuyo porvenir tena fe, y esto me pareca tan miserable como si se hubiera entregado por dinero. Lo comprendi y cay en la desolacin. Pero ni sus lgrimas, ni su sumisin, pudieron vencer el desprecio que haba concebido hacia ella; la relegu como una sultana al fondo de mi apartamento, donde incluso evitaba encontrarla; pasaba todo el tiempo en conversaciones a solas con mi querido Jeremas. No se cansaba de hacerme hablar y de escribir bajo mi dictado. Las noches le servan para escribir un nuevo solfeo de acuerdo a mis nuevos principios. Segn sus clculos todava le quedaban diez aos de vida y era ms de lo necesario para realizar su revolucin. A punto de llegar a la ejecucin, me pidi un da que compusiera una sinfona. La cosa era demasiado fcil para negarme. Puse manos a la obra. De todos modos los desarrollos que yo haba dado a la tonalidad nos obligaron a inventar una notacin nueva (y para esto los antiguos estudios de Jeremas nos sirvieron de mucho). Mientras yo trabajaba l observ que la msica, como yo la escriba era imposible de ejecutar con los instrumentos comunes. Era por innovaciones de esta naturaleza, que ya haba perdido parte de su fortuna. Me persuadi
que creramos en la vecindad una fbrica de la que l sera el director. Fabricara productos fabulosos. Se trataba de bases gigantescas que no podan ponerse en juego si no era por medio de un mecanismo, violines de bolsillo, tan exiguos que nos vimos en apuros por saber dnde el ejecutante iba a meter los dedos. Jeremas aprovech la ocasin para unir a su fbrica una academia donde los alumnos se formaban de acuerdo al nuevo mtodo. Mi familia se sorprendi de estas empresas. Hasta ese momento mi locura en tanto fuese locura, les haba parecido soportable. Era, por otra parte, una locura dulce. Pero cuando se enteraron que el desorden de mi mente haba llegado a meterse en gastos de construccin y de explotacin, se alarmaron. Llegaron hasta mi rumores singulares, segn los cuales no se trataba de nada menos que de prohibirme hacerlo. Me burl hasta el da en que un grupo de parientes se present en casa para hacerme algunas recomendaciones por mi inters. No me cost trabajo probar a esos excelentes padres que el empleo que yo haca de mi fortuna no se apartaba de las condiciones legales. Termin desconcertndolos traduciendo palabra por palabra sus pensamientos. Que la mayor parte del tiempo contradecan sus palabras. Se retiraron, muy desilusionados, y no o hablar ms. Jeremas, tras convertirse en jefe del taller y profesor, era diariamente llamado a Pars por sus compras, contratos, y mil otras cosas. Una maana parti, segn su costumbre, y no volvi ms. Su ausencia duraba ya cuatro o cinco das cuando una noche vi llegar a Schmidt el pintor. Era el nico de mis antiguos amigos que no me haba puesto en la necesidad de echarlo asqueado. Lo tena en alta consideracin por no haberlo sorprendido jams en alta contradiccin entre sus palabras y su pensamiento. La sublimidad de su alma lo haba llevado ms de una vez a la altura del genio mismo: y aunque en las discusiones frecuentes que tenamos, l segua siendo, por no entenderme, mi adversario, puedo decir que fue (despus de Jeremas, naturalmente) el nico que sospech algo de la verdad. Como de costumbre, la conversacin se desarroll sobre esttica. - Ay - me dijo al fin Schmidt, despus de haberme escuchado largamentetal vez todo eso sea demasiado hermoso para nosotros, tal vez a fuerza de elevarte te has perdido en lo imposible. Luego, haciendo alusin a mis recientes discordias familiares, me compadeci por haberme vuelto intratable y reacio a toda sociedad. - Cmo -termin - no lamentar el estado en que te veo, cuando pienso que el nico hombre con quin te has entendido hasta ahora es un loco? Y enseguida me mostr un sumario firmado por un comisario de polica donde se relataba que Jeremas Klang haba sido arrestado en el momento que arengaba a los transeuntes en la calle y haba sido reconocido como un enfermo alienado escapado del hospital para locos de Bictre, donde el comisario lo haba hecho internar de nuevo. Schmidt (las mejores naturalezas no estn exentas de un grano de egosmo) sonrea mientras me mostraba aquel documento autntico que pareca dar razn a su opinin sobre la ma. - Loco! - exclam-, Jeremas, loco! Jeremas en Bictre? Es el nico que he encontrado entre ustedes que tiene verdadera inteligencia, sabidura, genio, y ustedes lo han envilecido y lo han privado de su libertad! Oh, es que la vecindad del genio es tan peligrosa para ustedes,
espritus limitados, abortos que creen poseer el secreto de la naturaleza y no saben ni siquiera pintar fachadas. Vayan a denunciarme a la polica! Por que si Jeremas es un ser peligroso para ustedes yo lo soy mucho ms. No tiene ni la mitad de mi locura! Y empuj a Schmidt, aturdido, fuera del cuarto. La visita de Schmidt se haba prolongado y era tarde cuando lo desped. Me qued solo y ca lentamente en una profunda depresin. De qu me haba servido aquella ciencia adquirida por desesperacin, como no fuera para hacer ms y ms el vaco a mi alrededor? El nico ser que poda hacerme sentir cierto inters me haba sido arrebatado, yo haba aprendido a despreciar la gloria; el amor se iba con la fe y la ilusin. En fin, el hombre a quin acababa de echar de casa era mi mejor amigo. Me encontr solo conmigo mismo, sin otra compensacin por tantas prdidas que un poder sin objeto. A qu aferrarme ahora? Y qu me quedaba por hacer sino cumplir la promesa hecha al que me haba resucitado? Volv a pensar en Lidia y por primera vez desde que haba empezado a vivir me enternec. Me levant, tom una antorcha y me dirig sin ruido al cuarto donde haba relegado a mi conquista. Ella dorma... El desprecio que yo le manifestaba haba alterado su salud; su rostro, antes bello, haba sufrido. Pobre mujer! Me haba amado tanto como era capaz; era acaso su culpa que yo hubiera querido forzarla a darme lo que no tena, y que yo hubiera considerado como un crimen una ambicin que hubiera halagado a cualquier otro? Joven y bella, an poda ser feliz, dar dicha a otro; no era lgico que le devolviera su libertad? Volv a mi cuarto con precaucin y decid que era un deber escribir a la pobre Lidia para informarla de mi resolucin. Termin aconsejndola que se casara con Gatien. Hecho esto sal de la casa y me dirig al ro. Era ms o menos la misma hora que haba elegido la primera vez para despedirme de la vida. Pero, como estbamos en agosto la noche era ms clida, lo que disminua el mrito de la empresa. Qued un rato sentado en el pedregullo, interrogndome, tratando de sorprender en el fondo de mi corazn alguna nostalgia por la vida que iba a dejar. Pero en mi corazn no haba ms que ruinas: por ms que golpeara no sala ni un suspiro. No me quedaba por lo tanto ms que cerrar los ojos, cruzar los brazos y entregarme a la corriente... Vecino, el da nos sorprende. Ha cantado el gallo; separmonos. Maana ser mi turno para escucharte. Procura que tu historia sea menos aburrida y ms instructiva que la ma. Todava catorce horas para permanecer sobre esta horrible piedra!. - Hasta maana!