Conocimiento Científico & Sentido Común
Conocimiento Científico & Sentido Común
Conocimiento Científico & Sentido Común
Comencemos por cuestionar la noción de que haya una y sólo una visión filosófica, o
científica, o de conocimiento común, sobre la ciencia o sobre cualquier otra cosa.
Tomemos, por ejemplo el sentido común. Podría pensarse en una visión de la ciencia del
hombre común; presumiblemente, tal visión nos describiría a la ciencia como la verdad
al alcance del hombre en un momento determinado, definitiva por una parte, en lo ya
logrado, limitada por otro, en cuanto no ha logrado descifrar todavía todos los secretos
del universo. Pero ésta no sería más que mi visión de lo que pudiera ser la visión del
hombre común sobre la ciencia, de ninguna manera la visión del hombre común sobre la
ciencia, si es que ésta existe, o si es que del todo existe el "hombre común".
En realidad, no creo que el hombre común exista; lo que existe, más bien, es una
comunidad de hombres. Y los hombres, como los científicos, como los filósofos, tienen
cada uno sus propias ideas y su propia visión sobre las cosas, que pueden no coincidir.
Puede haber diversidad de opiniones entre los hombres, resultado tanto de su
inteligencia y de la medida en que la hayan podido ejercitar, como de multitud de
influencias a que han estado sometidos durante su vida. Lo mismo vale para las
distintas comunidades humanas. Dejemos, pues, abierta la cuestión de si hay una sola
visión del mundo que sea propia del filósofo, del hombre de ciencia o del hombre
común, o si por el contrario, tal conformidad de opinión no es realizable, o tal vez ni
siquiera concebible.
Vamos a suponer, sin embargo, para comenzar a trabajar, que ese ser mitológico que
llamamos "hombre común" tiene una visión del mundo, que podríamos llamar la visión
ingenua de las cosas. Por ejemplo, según esa visión, existen objetos, que tienen peso,
color y sabor; que además tienen precio, más o menos alejado del "precio justo" según
la moralidad del comerciante y el grado de ineficiencia del gobierno. Que existen
personas, que son mejores o peores según se ajusten en su comportamiento a los Diez
Mandamientos o a ciertos mínimos de moralidad de común aceptación. Que las
personas o las cosas, para moverse de un lugar a otro, necesitan gastar un cierto
volumen de combustible, etcétera. Es obvio que, si esta visión ingenua de la realidad
existe, no es de ninguna manera la visión de la ciencia. Sabemos que la economía, la
antropología y la física tienen algo que decirnos sobre los hechos mencionados que es
muy diferente al conjunto de esas opiniones.
En lo que sigue, defenderé la tesis de que el contraste más profundo e interesante entre
la visión ingenua y la visión científica del mundo no consiste primordialmente en una
diferencia de opiniones, sino en algo bastante distinto y más fundamental: una
diferencia de conceptos básicos, es decir, de lenguaje. El científico y el hombre común
no hablan ni lejanamente el mismo lenguaje, y ambos no pueden comunicar sino por
medio de un complicado proceso que llamamos educación y que implica la adquisición y
dominio de nuevos lenguajes, y la habilidad de moverse entre ellos. Pero hay más, voy a
sostener que la diferencia de lenguajes hace a estos dos tipos de hombre, el hombre
común y el científico, habitar mundos completamente diferentes, poblados por seres
también totalmente diferentes.
Al final, tendré que aceptar que los mundos diferentes son más que simplemente "el
mundo de la ciencia" y "el mundo del sentido común". Concluiré que a cada disciplina
científica o no científica corresponde un mundo distinto. Me veré también obligado a
abolir la hipótesis de que exista un "hombre común", y llegaré a la conclusión de que
desde el principio, incluso antes de tener ciencia, los hombres han vivido separados en
mundos diferentes, de acuerdo con sus lenguajes, y de que la única posibilidad de
comunicación entre los hombres, antes y ahora, estriba en su capacidad de dominar
esos lenguajes diversos. A la posibilidad o capacidad de dominar varios lenguajes la voy
a llamar con una palabra del lenguaje filosófico: polisemia, que –para traducirlo al
lenguaje del hombre común– sólo significa pluralidad de lenguajes.
Un ejemplo en un juego
Como una primera aproximación, comparemos al hombre común con el principiante del
juego de ajedrez, y al científico con el jugador experimentado. El principiante cree que
las piezas del juego son el Rey, la Reina, etcétera... y que cada pieza es un muñequito
que se mueve sobre un tablero, de esta manera sí pero de esta otra no. Esta es la visión
del "hombre común" sobre el juego de ajedrez.
El jugador avezado tiene otro concepto muy diferente (poner atención que se trata de
una diferencia conceptual y no simplemente de una diferencia de opinión). El Caballo,
por ejemplo, es el conjunto de todas las movidas que son posibles para esa pieza en
cada contexto de juego. Mover el caballo, entonces, no es pasar un muñeco de una
casilla a otra, sino alterar en una forma integral las movidas posibles de esa misma pieza
y de todas las otras que están sobre el tablero. Cada pieza es un conjunto articulado de
posibilidad de juego.
Nótese que este concepto avanzado de lo que es el Caballo tiene una naturaleza
cambiante, porque hemos incluido en su definición la referencia al contexto, y ese
contexto va siendo cada vez más rico conforme el jugador se familiariza más y más con
el mundo del ajedrez. El jugador profesional, el avezado entre los avezados, llega a tener
el concepto más rico de todos: las piezas en realidad no existen en sí mismas, sino solo
como puntos de mayor densidad en un tablero dinámico que es una configuración total
de movidas posibles. El juego consiste ahora en pasar de una configuración total a otra
configuración total, no en mover una pieza de un lugar a otro. Diríamos que el
principiante tiene un concepto atomista del juego (el juego como un conjunto de piezas)
y que el campeón tiene un concepto contextualista del juego (el juego como una
estructura). La diferencia entre el principiante y el campeón no es de opiniones, sino de
concepción, es decir, de marco lingüístico, de lenguaje.
Un ejemplo de antropología
Veamos otro ejemplo, éste ya de lleno en la órbita de la ciencia. Para el hombre común,
cuando una persona se acerca a otra, los límites de ambas están trazados por los
confines de los respectivos cuerpos. Para el antropólogo, en cambio, cada persona viaja
con su propio territorio personal, una especie de burbuja que rodea su cuerpo, que le
pertenece tanto como sus manos o sus pies. Una intrusión en ese espacio implica un
acto agresivo, y la aceptación de otra persona en el propio espacio, un acto
especialmente amigable. El radio de la burbuja, según entiendo, varía con las
nacionalidades, y va desde unos pocos centímetros para el árabe hasta unos dos metros
para el alemán.
La concepción de este espacio, que es resultado de un análisis científico, nos hace ver
las relaciones sociales de manera distinta, en realidad nos hace percibir las personas de
manera totalmente diferente, en forma parecida a como difieren las visiones de las
piezas del ajedrez de un novicio y un experto en el juego. Para la visión antropológica,
un halo invisible es parte de la realidad personal, como existe un halo de jugadas
posibles en torno a cada pieza para el experto en el juego de ajedrez.
En general, la visión científica del mundo social que nos ofrece la antropología va mucho
más allá: cada persona es percibida como resultado de su aprestamiento cultural, de
modo que un árabe y un alemán aparecen como seres profundamente divergentes en
casi todos los comportamientos que es dable esperar. Y esto no tiene nada que ver con
la "raza", no es siquiera una cuestión biológica: tiene que ver con la diversidad de
cultura, que es el objeto propio de la antropología, la más apasionante (para mí) de las
ciencias sociales. Concepción esta que no es, desde luego, la visión del hombre común,
que supone que todas las personas reaccionarán como sus familiares o vecinos,
prejuicio que la antropología ha dado en llamar, muy adecuadamente, etnocentrismo.
Otros ejemplos de las ciencias sociales
Los negocios para el hombre común son mercados, tiendas, bancos y todo el ajetreo
que se vive en esos ambientes. Para el economista son muy otra cosa, una maraña de
curvas que se entrecruzan en complicados modelos matemáticos, relacionados unos
con los otros, como las distintas jugadas posibles en un ajedrez. Los lenguajes, otra vez,
y las respectivas realidades, son completamente diferentes.
En general, este marco científico interpreta de una manera muy diferente el sentido de
los argumentos que usamos para defender lo que creemos que son nuestras
convicciones. El hombre pobre que acepta su condición porque es "la voluntad de Dios"
percibe el mundo de una manera muy distinta que el científico social que ve en esa
argumentación la sombra de una ideología plasmada en un contexto de relaciones
sociales de opresión. La sociología descubre así que muy a menudo defendemos con
nuestros argumentos estructuras o instituciones que no tenemos intención, ni siquiera
noción, de defender. De nuevo, el sociólogo y el hombre común se mueven en mundos
diferentes.
Y volvamos a la antropología
De las ciencias citadas hay una que nos debe merecer especial atención: la antropología.
Porque precisamente debemos a la antropología, y a una parte de ella, la lingüística, el
concepto de que los lenguajes que maneja el hombre son diferentes. Podemos aquí
invocar el mejor de los ejemplos en favor de nuestra tesis, a saber, el contraste entre el
concepto del hombre que nos ofrece la visión ingenua, como ser capaz de entenderse
con los otros hombres en un mismo lenguaje, o traduciendo el lenguaje de los otros al
suyo propio "palabra por palabra"; y el concepto del hombre de la visión antropológica –
llamémoslo posbabélico por referencia al mito de la Torre de Babel–, que entiende la
comunicación humana como basada en marcos lingüísticos diversos, no directa ni
fácilmente traducibles entre sí.
Es importante advertir que el concepto de lenguaje aplicable aquí es aquél que considera
como elementos del lenguaje todos los actos humanos, no sólo las palabras. Muchos de
los más importantes mensajes que el hombre envía a su alrededor no están cifrados en
palabras, bastantes de ellos ni siquiera son percibidos conscientemente por su emisor.
Todo producto humano es significativo; es imposible entender las palabras fuera del
contexto de los actos todos del hombre que las pronuncia. La vida humana toda es
lenguaje y el lenguaje es inseparable del resto de la vida humana.
Extrapolación filosófica
Según el marco lingüístico que usemos habrá cosas que podamos decir y cosas sobre
las que debamos quedarnos callar por falta de conceptos para expresarlas; cosas que
tengan sentido y otras que no lo tengan del todo. Habrá seres que existan o que dejen de
existir, según nos movamos de un marco a otro, así como problemas que surjan o
desaparezcan conforme hagamos nuestras transiciones lingüísticas. Es el mundo mismo
el que cambia cuando pasamos de un lenguaje a otro. Cada contexto crea su orden de
realidad: las reglas del juego crean no sólo las movidas posibles sino también las fichas
que habrá en el juego y el espacio en que éstas deban moverse. Adquirir un nuevo
lenguaje, en el sentido profundo en que empleo aquí el término, es transformarse a sí
mismo, hacerse capaz de ver las cosas desde una perspectiva y con una profundidad
que justifica decir que ascendemos a una dimensión real nueva o que cambiamos
radicalmente nuestra concepción del mundo (DILTHEY 45).
He insistido en que el contraste entre la visión del científico y la visión del hombre
común no es fundamentalmente un contraste de opiniones, sino una diferencia de
conceptualización, es decir, una diferencia en el juego de categorías que ambos usan
para captar la realidad. Lo primero y radical es el juego de conceptos que usamos para
interpretar la realidad; las opiniones, y su variedad, vienen por añadidura. De otra
manera: adoptado un juego de conceptos, aprendido un lenguaje, ciertas consecuencias
de descripción del mundo se siguen necesariamente, otras son posibles, y otras no
pueden ni siquiera formularse. Una vez que se ha aprendido un cierto lenguaje, una vez
que se ha aceptado un cierto juego de categorías, puede ya ser muy tarde para negarse a
aceptar un determinado conjunto de asertos sobre cómo es el mundo (QUINE 69).
Una vez que nos metemos en el molde de la teoría de la relatividad, por ejemplo, no tiene
ya sentido decidir si la velocidad de un cuerpo es mayor que la de la luz. Una vez que
aceptamos la conceptualización propia de las ciencias biológicas, ya es imposible
plantearse en serio la posibilidad de que un organismo no haya evolucionado. Para
quien haya aprendido el lenguaje de la física contemporánea no tendrá sentido indagar
por la posibilidad de construir una máquina de movimiento perpetuo. Para quien haya
aceptado el esquema conceptual del materialismo histórico será ociosa la pregunta por
la existencia de explotación en el mundo. Un grado muy amplio de compromiso con una
descripción de la realidad queda ya desde el inicio imbuido en el sistema de conceptos
que asumimos, y no tenemos opción, excepto quizá el abandono del lenguaje, para
rechazarla.
Algunas consecuencias
Consecuencias inquietantes
Ninguna de esas preguntas tiene respuesta fácil, y constituyen un elenco casi completo
de los problemas que preocupan hoy a los filósofos de la ciencia. No es mi aspiración
contestarlas aquí, pero trataré de indicar algunas orientaciones que podrían seguirse
para contribuir a solucionarlas.
El contextualismo, la postura filosófica que suscribo, tiene sobre esta cuestión una
visión determinada, producto del mismo juego de conceptos epistemológicos que la
define y condiciona: no hay ni puede haber una separación completa ni tajante entre lo
sintáctico y lo semántico, el lenguaje es una totalidad en el que sus distintas partes y
aspectos están íntimamente ligadas y relacionadas unos con otros. Además, lo
sintáctico, la forma del lenguaje, su juego de conceptos, y lo semántico, las opiniones
que se dan en ese lenguaje sobre el estado del mundo, están totalmente determinados
por el aspecto pragmático, o sea, por el propósito del científico o de la comunidad que
crea el lenguaje y establece su juego de conceptos y las opiniones que con él pueden
expresarse. Es la praxis, la acción, la que determina el contenido y la forma de nuestro
lenguaje, y por ende del lenguaje de la ciencia.
Hubo una época en que los químicos, muchos de ellos, decidieron abandonar la práctica
de su disciplina antes que adoptar el lenguaje de la química orgánica naciente; pero
hubo otra época anterior, en que químicos notables prefirieron ignorar el descubrimiento
del oxígeno, mediante ingeniosas modificaciones de la teoría del flogisto que explicaban
notablemente bien los resultados de los experimentos. La moraleja aquí es la siguiente:
nuestras creencias forman un sistema cuyas partes se refuerzan recíprocamente. Todo
pensamiento es sistemático, y el pensamiento científico lo es mucho más aún. Nunca
llevamos al laboratorio una opinión aislada, nunca probamos una hipótesis por sí sola.
Lo que se somete a prueba es la hipótesis en conjunto con todo el sistema teórico a que
pertenece, y siempre en el ambiente de la totalidad de nuestros propósitos.
El resultado adverso a una teoría puede explicarse suponiendo que la hipótesis es falsa,
pero también que la hipótesis es verdadera y que hay que hacer algún cambio en alguna
otra parte de la teoría. No es el texto necesariamente sino el contexto lo que tiene que
cambiar. El lenguaje tiene una inmensa plasticidad que permite acomodar muchos
cambios, si no todos, hasta el límite de la tolerancia, otra vez pragmática, que manifieste
el científico (QUINE 60).
Los astrónomos de la Edad Media e incluso del Renacimiento pudieron defender la teoría
ptolemaica de la inmovilidad de la tierra, a base de agregar epiciclos a su planetario,
hasta que finalmente se aburrieron del juego y decidieron jugar otro pragmáticamente
más satisfactorio. Cuando tomaron esa decisión, el sistema rival de Copérnico no era ni
lejanamente lo riguroso y confiable que había demostrado ser por muchos siglos el
sistema de Ptolomeo. Pero el juego epiciclal ya no retaba suficientemente la imaginación
de los científicos, y prefirieron menos seguridad y rigor pero más desafío y promesa de
futuros descubrimientos. El probado paradigma ptolemaico fue sustituido por el joven
paradigma de Copérnico (KUHN 62).
Líbreme Dios de inducirlos a pensar que en la historia de la ciencia todas las posiciones
son igualmente permisibles, o que da lo mismo que el científico adopte un juego de
conceptos u otro, un paradigma científico o marco de referencia u otro distinto. La
verdad es que cada lenguaje tiene inscritas en sí mismo sus propias limitaciones.
Estas limitaciones son de dos tipos. Por una parte, hay inevitablemente contradicciones
en todo intento de dar cuenta de las apariencias, en todo intento de articulación de la
realidad. Esos "hilos sueltos" que quedan en un planteamiento global sobre el mundo
son pequeñas o grandes manchas en una tela fabricada con preciosismo que viste
nuestras desnudeces. Como no tenemos otra, preferimos seguir con ella, a pesar de sus
nudos o manchas, mientras no aparezca una alternativa más favorable. Por otra parte, la
tela puede también tener vacíos, puntos ciegos, lugares donde no llega, y en la medida
en que la sigamos usando esas lagunas dejarán desnuda nuestra curiosidad intelectual.
Los nudos son los puntos en que nuestro sistema de conceptos, nuestro lenguaje,
produce una doble respuesta, contradictoria, a una misma pregunta. Las lagunas o
blancos son los puntos en que nuestro sistema calla ante una pregunta importante, es
incapaz de decirnos si un enunciado es verdadero o si por el contrario es falso.
Mantengo que todo sistema lingüístico deberá adolecer de esas fallas, que se deben a
razones epistemológicas muy fundamentales y que enseguida voy a considerar. Pero
que el científico, o en general, el usuario del lenguaje, tiene mucha libertad para cambiar
de lenguaje, y que en lenguajes distintos las fallas no coinciden, pues cada sistema de
conceptos produce sus nudos y sus blancos en lugares diferentes, y deja sin contestar o
contesta inadecuadamente preguntas distintas.
Ofrecí decirles por qué creo que esas fallas son inerradicables de todo sistema
lingüístico. Para ello tengo que hacer un poco de epistemología, es decir, teoría del
conocimiento. La haré lo más breve y concisamente que me sea posible.
Algo parecido sucede en el trabajo de la ciencia. Para estudiar el mundo, no tiene más
remedio que usar un determinado instrumental, determinado juego de conceptos, y
trabajar de ahí en adelante como si el sector de mundo que esos conceptos pueden
abarcar fuera el universo completo. A ese trabajo lo llamo análisis. Es un trabajo que
sólo puede ser provisional y transitorio, porque todo análisis provocará en algún
momento una síntesis, la necesidad de reincorporar de algún modo el contexto omitido.
Para hacer las cosas todavía más complicadas, normalmente esa síntesis invitará más
tarde a un nuevo análisis, repitiéndose el proceso. A ese "ir y venir" entre el análisis y la
síntesis se le suele denominar dialéctica (SARTRE 60).
Así pues, dentro de todo texto, producto de un análisis, es decir, de una acotación,
quedan huellas imborrables del contexto omitido, que claman por una reincorporación
de ese contexto. El contexto se resiste a ser eliminado, aunque desde luego el
conocimiento es imposible sin análisis, es decir, sin separación del mundo en secciones.
Esta tensión, que es una tensión dinámica y creativa, produce el movimiento incansable
de la ciencia. Pero además es la fuente de sus más importantes limitaciones, que
debemos mantener presentes en todo momento si no queremos distorsionar el sentido y
los resultados de la ciencia. No habrá ningún sistema científico, ningún lenguaje
riguroso, en que no se presenten contradicciones y lagunas, nudos y vacíos
(GUTIÉRREZ 82). Su presencia será un recordatorio permanente de que no hemos
terminado nuestro trabajo, y de que la naturaleza permanece ahí fuera, más allá de
nuestro juego actual de conceptos, esperando nuevas redes para entregarnos otra
pesca.
De ahí que podamos tener varios lenguajes y sin embargo no caer en la frivolidad del
sofista. El precio que naturalmente pagamos al cambiar de lenguaje es un cierto número
de imperfecciones que aparecen en nuestro marco: contradicciones o nudos, lagunas o
vacíos. Dónde se den éstas, aquí o allá, en nuestro sistema, puede ser un factor más
importante y de más repercusión práctica que el hecho de que existan o no existan. De
ahí la importancia de tener a nuestra disposición lenguajes alternativos, y de dominarlos
bien para saber cuál de ellos es más conveniente emplear en tales o cuales
circunstancias. Proveer a la persona de esos lenguajes alternativos es la función
principal de la educación, sea esta general o profesional.
Admito que en cada momento somos prisioneros del marco de nuestras teorías,
nuestras expectativas, nuestras experiencias pasadas, nuestro lenguaje. Pero somos
prisioneros en un sentido muy particular: si lo procuramos, podemos librarnos de
nuestro encierro en cualquier momento.
Agrego yo: si tenemos suficiente imaginación, o educación, y si estamos dispuestos a
pagar el precio de abandonar la seguridad de nuestra previa prisión.
Alternativas contrarias
Del positivismo heredamos una sensibilidad especial por las técnicas lógicas.
Igualmente y sobre todo, el planteamiento de los principales problemas, especialmente
el de la relación entre el lenguaje teórico y el lenguaje de observación. De hecho, el
surgimiento del contextualismo como la filosofía de la ciencia preponderante hoy por
hoy en el mundo intelectual de Occidente es en parte el resultado de la autocrítica de los
filósofos positivistas, que insensiblemente han ido modificando sus posiciones en una
dirección que apunta hacia soluciones contextualistas. No obstante, el giro radical hacia
la nueva posición se presenta con la aparición de trabajos, como los de Kuhn o
Foyerabend, inspirados en el estudio de la historia de la ciencia, cuyos resultados no
parecían corresponder a las enseñanzas de los filósofos positivistas.
Conclusión
Dicho de otra manera, lo importante será saber hasta qué punto se habrá independizado
de la cárcel de las palabras, residencia oficial de todo dogmatismo. La acción intelectual
responsable, en cualquier profesión o campo de la vida en que nos movamos, será
siempre la que venga iluminada por la luz de muchos contextos: el histórico, el
filosófico, el artístico, y desde luego el científico, cada uno de los cuales la enriquecerá a
su manera. Será la acción del hombre educado, capaz de ensamblar situaciones con
ayuda de muchos lenguajes, y capaz también de cuestionar cada uno de ellos en
determinadas circunstancias