Ana Amado Los Rubios
Ana Amado Los Rubios
Ana Amado Los Rubios
Ana Amado
Películas, obras de teatro, fotografía: los discursos estéticos de los hijos de las víctimas
del terror se proponen a modo de pacto con los espectros amados y con su memoria
para, simultáneamente, ser capaces de sustraerse al imperativo compacto de la herencia.
Seleccionan, evocan, invocan , en el hueco de una ausencia que define y construye
para ellos el campo de lo memorable, situando su práctica como derecho y a la vez
como deber, para recuperar lazos entre lo que es y lo que fue. De algún modo
comparables a los familiares de desaparecidos en las catástrofes históricas, como
herederos de la memoria del horror "recogen los fragmentos de historias familiares para
reconstruir así una memoria que les permita, tal vez, librarse de un sentimiento
frecuente de culpabilidad: de ser culpables de 'no estar a la altura de los seres
desaparecidos e idealizados'(...), culpables de olvidar a veces la tragedia".
(2) Ya sea en sus obras o en sus testimonios, los hijos intentan volver tangible el
recuerdo no tanto de una cotidianidad doméstica borroneada en el tiempo, sino de un
imaginario de circulación de afectos, de cercanía de los cuerpos, para restituir signos
de una leyenda encabezada por la imagen del padre (o de ambos padres) , a los que
quisieran héroes menos de una epopeya pública que privada. Así, regresan como
desarraigados al propio origen a buscar , en principio, una respuesta para la petición
mínima que deben enfrentar como sujetos: ¿cómo te llamas? Esta pregunta por el
nombre, que para Derrida cifra la condición de hospitalidad con un extranjero (3),
invierte su trayectoria y se formula desde los hijos como hipótesis de generación.
Ellos mismos como extranjeros en el tiempo de sus padres, apartados de su experiencia
política y de los lugares y acontecimientos de una historia, se asoman a aquellas
experiencias con los ojos vírgenes del recién llegado, del otro.
"Lo que era extraño era cómo llamábamos la atención en ese lugar", dice la actriz
Analía Couceyro que interpreta el papel de Albertina Carri en la película Los rubios,
(4) describiendo la vuelta a su barrio de infancia. "No era sólo por las cámaras. Eramos
como un punto blanco que se movía y era evidente que no éramos de ahí. Eramos como
extranjeros para ese lugar. Me imagino que parecido a lo que pasaba en ese momento
con mis padres. Estábamos desde otro lado". Como antes con su familia, casi siempre
clandestina por la militancia de los padres, Carri se percibe desterrada de aquellos
lugares de origen. Su regreso , por lo tanto, asume el ademán del asedio: merodear la
zona, detectar la coincidencia de detalles con el mapeo de su memoria, tomar por
asalto a los vecinos reticentes con las "viejas historias", filmarlos entre las rendijas de
puertas entreabiertas o grabar sus balbuceos cuando intenta calcular dónde entra su
imagen en el repertorio de la memoria ajena. Tensada entre el deber y la demanda,
Carri vuelve al pasado familiar en nombre del nombre del padre, es decir, tras la
garantía de una filiación y parece regresar del viaje con una incipiente respuesta.
2. En Los rubios, Albertina Carri inscribe en la forma del relato su propia
imposibilidad de recordar a sus padres, los militantes Roberto Carri y Ana María
Caruso, secuestrados y desaparecidos en 1977 cuando ella tenía 3 años de edad. Desde
el comienzo mismo hace comparecer al padre a través de los fragmentos de uno de sus
textos teórico políticos más conocidos, leídos por la actriz que interpreta en el film a la
narradora. (5)
En un pasaje de la película , explica la decisión de ese itinerario al pasado con una
cita de Regine Robin : " La necesidad de defender la propia identidad se desata cuando
esta se ve amenazada". Luego aclara: "En mi caso el estigma de la amenaza perdura
desde aquellas épocas de terror y violencia en la que decir mi apellido implicaba peligro
o rechazo . Y hoy decir mi apellido en determinados círculos todavía implica miradas
extrañas, una mezcla de desconcierto y piedad". La cláusula de la ley del nombre, por
lo tanto -un gesto similar al de María Inés Roqué en Papá Iván, documental-
investigación sobre la desaparición de su padre guiado por la lectura de una carta
testamento que él le dirigiera en vida- guía el recorrido de Albertina Carri, con el
logos paterno como principio rector de la escena del pasado. (6)
El espectro del padre encabeza el itinerario del regreso a la casa del pasado, a la
escena de familia, desde un destierro que sin embargo, concede antes al parricidio que
a la repetición. "El extranjero, describe Derrida, sacude el dogmatismo amenazante
del logos paterno (...) como si debiera refutar la autoridad del jefe, del padre, del amo de
la familia".(7) Reemplazar por lo tanto el dogma paterno y sus peticiones razonables,
traducir la lengua heredada a la propia, es el principio que orienta en Carri esta
voluntad de relato, por el que da entrada a la voz de la potestad para solaparla con la
suya y finalmente reemplazarla con los contenidos de un nuevo inventario.
Con la madre, el principio femenino entra por detrás o de costado en el escenario de la
contienda con el pasado familiar. Ya sea invocada o presente, la madre asoma en el
relato de la hija como frontón disponible para el reclamo imposible y sin cuidar las
simetrías a la hora de las culpas y responsabilidades: "Me cuesta entender la decisión
de mamá (en el guión original figura "sumisión"). ¿Por qué no se fue del país? me
pregunto una y otra vez. O a veces me pregunto, ¿por qué me dejó aquí, en el mundo de
los vivos? Y cuando llego a esta pregunta me revuelve la ira y "recuerdo" a Roberto
(mi padre) y su ira, o su labor incansable hasta la muerte".
3. Carri recorta los acontecimientos y regatea los relatos (ningún
testimonio de los amigos de sus padres es referido directamente,
sino a través del filtro de monitores que la protagonista ni mira ni
escucha), en el intento infructuoso de darles un encadenamiento.
Entre el ensayo documental, ficción y animación, Carri utiliza el cine
como prótesis de la memoria, de cuya fragilidad se burla desde el
título de su película: ninguno en su familia fue jamás rubio, aunque
así los describe, como quien marca a los "extranjeros" en ese barrio
de La Matanza, la vecina que fue testigo y partícipe involuntaria de
la escena del secuestro hace 25 años. Contra la consigna de no
olvidar, Carri restablece entonces un circuito en el que la memoria es
disfraz, máscara, en suma, representación. De ahí el procedimiento
de mostrar todo el dispositivo de puesta en escena, como matriz
duplicada de un real irreductible de mostrar. O quizás posible de
describir, pero sólo para desmentirlo. Desdobla el registro (hay
cámaras de cine y de video que se registran mutuamente), y se
desdobla ella misma al confiar su papel a una actriz y hacer al
mismo tiempo su propio personaje adelante y detrás de escena,
marcando el tono o el estilo para decir la letra dictada por el
recuerdo.
Hay en Los rubios una especie de violencia teñida de melancolía contra la plenitud
insospechada de una institución, la de la familia y contra el mito de la escena de origen.
Menciona que son tres hermanas, pero no hay comunidad ni simetría posible de la
memoria: "Mi hermana Paula no quiere hablar frente a cámara, Andrea dice que sí
quiere hacer la entrevista, pero todo lo interesante lo dice cuando apago la cámara. La
familia, cuando puede sortear el dolor de la ausencia, recuerda de una manera que mamá
y papá se convierten en dos personas excepcionales: lindos, inteligentes y geniales. Los
amigos de mis padres estructuran el recuerdo de forma tal que todo se convierte en un
análisis político...". Deconstruye entonces su infancia ( la ilusión de la vida idílica es
animada con muñecos de Play Mobil), y reconstruye una nueva familia, armada con
su mini-equipo de filmación. Las pelucas rubias de todo ellos como mascarada de una
elección, a cambio de la sangre como certificación de una alianza. Fuera de casa, el
desarraigo, una separación con el origen inalcanzable sin demasiados puntos de
mediación que los afectos anudados por intereses comunes, comunidades aleatorias o
compromisos de existencia,.
Así, el pasado, aún en sus puntos más dolorosos, es rehecho como fábula, pero no a
modo de falsificación o invento, sino de creación, único resorte de la memoria. "Tengo
que pensar en algo... algo que sea película. Lo único que tengo es mi recuerdo difuso y
contaminado por todas estas versiones...Cualquier intento que haga de acercarme a la
verdad, voy a estar alejándome", reflexiona Carri en su película a modo de balance .
Un modo de negación que aceptaría quizás la definición de Roberto Espósito sobre el
regreso al pasado: "No podemos apropiarnos del origen salvo en la forma de su
negativo: lo que 'no' es". (8)
En su película -autobiografía de heredera y homenaje a la vez- , Albertina Carri se
rinde a la evidencia de que para mirar el pasado y sus fantasmas hay que cavar, perforar
para creer y para sentir, con la convicción de que no hay archivos a la medida, ni
huellas en el origen que constituyan prueba. La mejor manera de ser fiel a una
herencia -herencia del nombre en primer lugar y con él una elección que lleva implícita
la moral de un testamento- es serle infiel. Es decir, no recibirla literalmente sino
pescarla en falta, captarla en su momento dogmático.
Con la distancia suficiente para organizar un circuito distinto para la memoria de lo
que nunca se vivió en presente, pero aceptando a la vez la doble deuda de los
herederos (deuda hacia atrás y hacia delante), Carri elige saldarla de manera promiscua.
Y con formidable capacidad de síntesis, cuando sin abandonar la cifra íntima de un
estado de memoria, la enlaza al movimiento decidido de su pequeña pero proliferante
familia de rubios con la que se aleja hacia el horizonte en la clausura el film.
NOTAS
1Me refiero aquí a la asociación que conforman los hijos de desaparecidos, como
eslabón más reciente (su organización data de 1996) en las políticas de la memoria en
Argentina. El nombre que los agrupa transforma su posición generacional en
anagrama de una estrategia: "Hijos por la Igualdad y la Justicia contra el Olvido y el
Silencio".
, Memoria e identidad, Buenos Aires:Ediciones del Sol, 2001, p. 150
3Jacques Derrida, Anne Dufourmantelle, La hospitalidad, Buenos Aires: de la Flor,
2000, p.33
4 Los rubios (Buenos Aires, 2003), guión y dirección de Albertina Carri, intérpretes,
Analía Couceyro-Albertina Carri. Premio del jurado en el Buenos Aires Festival
Internacional de Cine Independeinte de 2003.
5 Se trata de "Isidro Velazquez. Formas prerevolucionarias de la violencia" escrito por
Roberto Carri.
6 Géneros diferentes en su propuesta estética en Latinoamérica giran con frecuencia
alrededor del poder y la función paterna como cláusulas de equilibrio (o desequilibrio)
familiar. En gran parte de las obras fílmicas, teatrales o literarias de la década del 90,
los espectros, los fantasmas que se resisten a pasar, toman la figura del padre . El
padre mío de la chilena Diamela Eltit a La ingratitud, de la argentina Matilde Sánchez
en la literatura. La mayoría de las obras teatrales alternativas en Argentina, entre ellas
A 1500 metros debajo del nivel de Jack, de Federico León, Señora, esposa,niña y joven
desde lejos, de Marcelo Bertuccio. También en films, desde El Viaje de Fernando
Solanas a Estación central de Walter Salles, pasando por Principio y fin de Arturo
Ripstein .
Analizando films recientes en tanto viajes en busca del padre realizados por Eryk
Rocha ("Rocha que voa/ Rocha que vuela", Brasil 2002), hijo del cineasta Glauber
Rocha y por Juan Calos Rulfo ("Del olvido al no me acuerdo" ,México, 1999), hijo del
escritor Juan Rulfo , el crítico brasileño José Carlos Avellar los inscribe en la
significativa lista de las recientes ficciones latinoamericanas "hechas exactamente en
torno al conflicto/diálogo/discusión, de la búsqueda/memoria/reinvención de la imagen
del padre/país".
José Carlos Avellar , "El mañana comenzó ayer. Rocha que , El ojo que piensa - Revista
de Cine Iberoamericano #1(www.elojoquepiensa.com )
7 J. Derrida, op.cit. (p. 13) Y agrega: "La guerra interna al logos: ésa es la pregunta del
extranjero, la doble pregunta, la disputa del padre y del parricida" (p.15).
8 R. Espósito, Communitas. Origen y destino de la comunidad, Bs As: Amorrortu, 2001, p.162.
Este principio de negación aparece incluso en el título -también en el contenido- del primer
largometraje de ficción de A. Carri: No quiero volver a casa
Ana Amado
En el fondo de mí,
en el fondo de mí veo temor
y veo sospechas
con mi fascinación nueva.
Yo no sé bien qué es
yo no sé bien qué es,
vos dirás: son intuiciones,
verdaderos alertas.
Jean-Louis Comolli, “El espejo de dos caras”, en Gerardo Yoel (comp.), Imagen,
política y memoria, Libros del Rojas, Buenos Aires, 2002, p. 165. Ana Amado.
Ensayista y crítica cinematográfica. Graduada en Ciencias Políticas, es profesora de
Análisis y Teoría del cine en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires e investigadora sobre temas visuales y de género en la misma Facultad.
Fue profesora visitante en Duke University, NC, EUA. Coautora de los libros Espacios
de Igualdad, de Lazos de Familia - actualmente en prensa en Editorial Piados- y de
numerosos textos publicados en libros y revistas en Argentina y el extranjero.