Bautismo, Algunas Características

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El Bautismo.

El bautismo es el sacramento de la fe que, realizado por la Iglesia en nombre de Cristo y en el poder del
Espíritu, introduce al hombre en la esfera trinitaria a título de hijo de Dios. Hijo adoptivo del Padre, el
cristiano vive su misión realizando en la vida cotidiana la gracia y los compromisos bautismales. El
sacramento del bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la
puerta que abre el acceso a los otros sacramentos.

Bautismo, sacramento de la fe. El bautismo se coloca en la vida del hombre como punto de convergencia
entre la iniciativa redentora y divinizadora de Dios y la respuesta por parte de la creatura. El hombre sale al
encuentro de la propuesta divina con la fe y el compromiso de todo su ser. El don divino se hace más
concreto en la adhesión que hace el hombre por la fe. “La fe y el bautismo, estos dos modos de salvación,
están relacionados de manera indisoluble. En efecto, si la fe recibe del bautismo su perfección, el bautismo
por otra parte se basa en la fe” (Basilio, De Spíritu Sancto. 12,28). Esta fe bautismal rodea de una nueva luz
toda la existencia humana, insertándola en un contexto salvífico concreto de comunicación personal con la
Trinidad en el ámbito de la Iglesia comunidad de salvados. No podemos olvidar que la fe bautismal se vive y
se da, como proceso de maduración y adhesión, en una comunidad creyente. Empezando por los padres y
después su comunidad eclesial más cercana. Aún así toda la comunidad eclesial participa de la
responsabilidad e desarrollar y guardar la gracia recibida en el bautismo de sus miembros.

Bautismo, acción de la Iglesia. Hay diversos aspectos para mencionar sobre la dimensión eclesial del
bautismo:
- El catecúmeno, con su proceso de adhesión y recepción del bautismo, entra a la Iglesia,
comunidad creyente, templo de Dios, casa del Padre.
- Esta comunidad creyente tiene su cimiento, como piedra angular, en el misterio pascual de
Cristo, del cual ha participado de manera plena y real en la celebración de este sacramento.
- La Iglesia, como cuerpo de Cristo, recibe a sus hijos en la celebración del sacramento de la
regeneración. El bautizado es un cristiano, miembro vivo de un cuerpo vivo.
- La Iglesia, por el bautismo, engendra nuevos hijos de Dios y así misma se edifica.
- Por ser mandato divino (Mt 28, 19), el bautismo es un gesto comunitario que compromete toda
la iglesia local, concreción fehaciente de la Iglesia Universal. El bautizado es recibido en su
comunidad y con ella hace presente en el mundo a Cristo y a su salvación.

Bautismo, en el nombre de Cristo. El bautismo encuentra en Cristo su primer fundamento, a él tiene que
tender toda la existencia del neófito convertido en propiedad del Señor. (Hech 2,38; 8,16; 10,48; 19,5; 22,16;
Rom 6,3; 1Co 6,11; Gal 3,27; Sant 2,7). Como Hijo eterno, Jesús es consustancial con el Padre y con el
Espíritu Santo, y vive desde siempre en la comunión trinitaria del único Dios. En la encarnación, el Espíritu de
Dios inunda plenamente también su humanidad. En el bautismo recibido en el Jordán, el Espíritu desciende
sobre él para introducirlo en el misterio mesiánico e inaugurar la gran «hora» de gracia que culminará con su
muerte y resurrección. El bautizado haciendo profesión de la fe que tiene la Iglesia, acoge los planes del
Padre realizados en la muerte y resurrección de Cristo, participando de la misma vida divina (Col 1,12-14). El
bautismo es inserción real, personal y eficaz en el misterio pascual de Cristo (SC 6). La inserción garantiza la
resurrección, la vida futura (Rom 6,8-11; Ef 2,5-6; Col 2,12).

La fuerza del Espíritu en el bautismo. (1Co 6,11) Es a través del Espíritu como actúa Cristo. En efecto
Jesucristo es la fuente inagotable del Espíritu de Dios para todo hombre que se abre a la salvación que él
ofrece. En el bautismo “lo más importante es el Espíritu por medio del cual el agua produce sus efectos” (J.
Crisóstomo, Hom. In Act Apost. 1,5). “Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo
cuerpo” (1Co 12,13). En el Evangelio de san Juan se resalta la figura del bautismo con la expresión “nacer de
nuevo, del agua y del Espíritu”. El cristiano abre los ojos a la contemplación de las realidades divinas gracias
precisamente al Espíritu, que es el único que lo conoce todo hasta las profundidades de Dios (1Co 2,10). El
Espíritu nos hace nuevas creaturas y nos reviste de una nueva condición (Rom 6,4; 18-22; Gal 5,22-25).

El bautizado es hijo de Dios. Somos hijos en cuanto poseemos, o mejor, en cuanto somos poseídos por el
Espíritu del Hijo “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rom 8,14) que es un
reconocimiento de pertenencia sino verdaderamente ontológico (1Jn 3,1), por comunicación de vida. En el
Espíritu se nace verdaderamente de Dios, se participa de su naturaleza, convirtiéndose, por pura
misericordia de Dios mismo, en heredero y coheredero con Cristo, y puede dirigirse a dios invocándolo en la
intimidad de los hijos e invitados a disfrutar de misma gloria (Rom 8,16-18).

La tarea y misión del bautizado.


- Agradecer y mostrar en la vida de cada día la gracia del bautismo, esto es, manifestar la alegría
de ser hijo de Dios.
- Crecer en una vida en el Espíritu, haciendo posible la salvación para sí y para los demás.
- Sustraerse de las diversas formas de esclavitud del pecado, por la gracia recibida y por el
compromiso adquirido.
- Por la participación en el sacerdocio de Cristo, esto es, el derecho y la obligación de continuar
la misión salvadora y sacerdotal del Redentor el cristiano es mediador entre Dios y los
hombres: eleva hasta Dios las cosas del mundo y da a los hombres las cosas de Dios. Esta
participación se manifiesta doblemente: Primero, de manera activa, santificando las realidades
temporales y ejerciendo el apostolado (AA 2). ‘Por su misma naturaleza’, el apostolado supone
el hecho único y exclusivo de la recepción bautismal (LG 31.33). Segundo, de manera pasiva,
como facultad para recibir los demás sacramentos.
- Ser testigo coherente del reino de Dios, viviendo en Santidad y realizando su proyecto de amor.
- Una de las prioridades espirituales del creyente es la necesidad de profundizar cada vez más en
la convicción de que el bautismo es el «fundamento de la existencia cristiana» (Tertio millennio
adveniente, 41). Buscar ajustarse y ser consecuente con el plan de salvación propuesto por
Dios para el tiempo presente en un correcto ejercicio de discernimiento a la luz de la persona
del Hijo.
- Reconocer a Jesucristo como Señor y Salvador (como discípulo) no solo como profesión interna
y de fe sino como testimonio (como misionero) para la iglesia y el mundo.
- Prolongar en el tiempo y en el espacio el misterio del Verbo encarnado, del cual está revestido
como creatura nueva, viviendo en justicia y santidad verdadera. Testigo de la resurrección (AG
11; LG 10) como luz en el mundo mostrando una razón para existir (Flp 2,15-16).

(trabajo hecho para estudios teológicos)

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