Segunda Parte OK OKlimpio

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II
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Viene de lejos, como si vibrara bajo tierra.


Por unos segundos parece desvanecerse, pero sigue ahí, tratando de hacerse un hueco entre el canto
de los grillos y el sonido del viejo refrigerador de la cocina. Me pregunto quién puede estar
llamando. Hace semanas que el teléfono está cortado y su ring inesperado me llena de una mezcla
de ansiedad y miedo. Salto de mi colchón entera transpirada.
Las luces de la casa están apagadas y tengo que avanzar con los brazos extendidos para no caerme.
Trato de adivinar dónde dejé el aparato la última vez que lo usé. Ni siquiera recuerdo con quién
hablé. Bajo al primer piso. Entro a la cocina y el ring se aleja. Me devuelvo hacia el living y se
acerca. Mientras revuelvo cajas, basura, ropa, libros y cojines, desparramados por todos lados, me
siento jugando a ese juego, donde hay un objeto escondido y lo buscas guiándote por lo que te dice
otra persona; frío, tibio, caliente. Levanto un viejo cartón de pizza ¡Te estás quemando! Antes de
contestar pienso en todas las personas peligrosas que pueden estar al otro lado de la línea, partiendo
por...
1) Jaime Toro. Puede que esté llamando desde esa playa de palmeras trasplantadas o donde sea que
esté, sólo para comprobar que de verdad nos fuimos a la isla.
2) La Fanny. Desde que se fue a Juan Fernández, sólo me llamó quince segundos, para decirme que
había llegado sana y salva. Reporte de Robinson Crusoe.
3) La mamá de Rocío. Las enfermeras de la clínica me deben haber acusado de que volví a llamar.
4) La enfermera de mi abuela Carmen. Esa mujer sólo es capaz de llamar para decirme que mi
abuela se murió.
5) Alguien que vio el cartel “Se arrienda” desde la calle y anotó el teléfono.
Decido usar una vieja táctica: levantar el auricular, toser, y esperar a que hablen.
-¿Aló? -la voz me parece familiar, pero prefiero asegurarme-¿Livia? ¿Estás ahí?
Siento mi garganta abrirse de alivio.
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-¡Papáááá!
Me acuesto en el suelo, abriéndome espacio entre el revoltijo de libros y cajas, y cruzo una pierna
sobre la otra.
-Pensé que no había nadie, iba a colgar-me dice.
-Es que no te escuchaba bien- me excuso vagamente-. ¿Sabes qué hora es?
-Es tarde, lo sé, pero de día la señal de este celular no agarra nunca. Si estornudo capaz que se corte
de nuevo. ¿Por qué no me has llamado? Estaba preocupado...
El sabe por qué.
-Adivina.
-¿Qué? Me odias.
-Aunque quisiera llamarte no podría. La Fanny no pagó la cuenta del teléfono. Pero ahora descubrí
que por lo menos recibe llamados. Tienes suerte.
-Sí, me odias.
-No te odio. Hablemos de otra cosa, te lo ruego.
-¿Cómo estás, Livia?
-Acá –suspiro-. Clavada. ¿Y tú?
-Si te sirve de consuelo, tengo que agradecerle a Edison cada vez que logro prender la luz- intento
controlar mi risa. Mi papá tiene el don de hacer que su vida parezca peor que la de los otros-. Livia,
¿estás ahí? –por unos segundos la señal se pierde.
-¿Qué dijiste? ¿Qué me quieres hacer una propuesta?
-He estado pensando bastante en estas semanas de vacaciones ... Bueno, es lo único que puedes
hacer las 24 horas del día en medio del desierto...y.. –le pido que vaya al grano- Creo que deberías
venirte para acá.
-¿Qué? –exclamo.
-La casa es grande, y Mayco pregunta mucho por ti. Paso todo el día con él porque Aurora no
aguanta el sol y ya sabes lo neurótica que es...y bueno, Jerónimo trabaja en lo suyo...Te acuerdas
que te conté que se iba a juntar con un grupo de biólogos franceses a analizar el suelo del desierto...
Quieren hacer el basurero de basura orgánica más grande del mundo y con eso fertilizar la tierra del
desierto.
-¿Quieres que me vaya a San Pedro de Atacama? ¿Eso dijiste, papá?
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-Ahora estamos más adentro, en Toconao, el pueblo donde nació Mayco. Es más tranquilo y
salvaje, te gustaría. Pero sí, ¿por qué no? - lo dejo hablar-. No sé, Livia, creo que la Fanny exageró
contigo. Entiendo que necesite “despejarse” y estar sola, que su mamá se esté muriendo, que no
tenga plata, que tú la hayas desilusionado por el asunto ese de...
-No está sola-lo interrumpo-. Está con sus amigas.
-Que es igual que estar sola. Marcia Morel debe pasar encerrada escribiendo y Tamara Ossa,
sacándole foto a las rocas.
Es raro estar hablando por teléfono en medio de la oscuridad del living. Es como si las palabras se
volvieran tridimensionales. Bajo la voz.
-Vieras lo que me dejó para vivir el resto del verano.
-¿Muy poco? -me quedo callada-. Yo le pasé tu mensualidad.
-Seguramente la guardó para marzo.
-¿Pero cómo?
-Papá, se supone que estoy castigada, y la idea es hacerme sufrir. Da igual.
-No da igual.
-¿Cuánta plata te dio la Fanny?
-Me dejó un poco en billete y otro poco en una tarjeta con la clave mala.
-¿Cómo con la clave mala?
-A ver, dime el año de mi nacimiento, papá.
-1987.
-Hasta tú te acuerdas. Da igual-empiezo a jugar con el cable del teléfono.
-No entiendo nada. ¿Cuánta plata tienes?
-No hablemos de plata, por favor. Eso es un asunto entre ustedes y estoy harta de enterarme de
cuánto les cuesto a cada uno.
-¿Has visto a tu abuela?
-Todavía no me animo a ir....
Mi papá retiene un respiro al otro lado de la línea.
-La Fanny se va sentir muy aliviada después que ella muera.
-No digas eso.
- Es cierto, sicológicamente hablando, quiero decir.
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La Fanny tenía 17 años cuando mataron al “nonno” y a partir de entonces los bichos de su cabeza
empezaron a multiplicarse. Lo único que le escuché decir, una noche en que estaba borracha y
dopada era que después de la muerte de mi abuelo, mi abuela Carmen se amargó tanto que terminó
por amargarle la vida a ella.
Nos quedamos callados. Conozco ese silencio.
-Pero mira la manera que tiene de castigarme, papá. Me deja viviendo un mes entre cartones...
-Todo esto no tiene sentido.
-Dímelo a mí.
-Ya sabes cómo es ella. Se le mete una idea fija en la cabeza y no hay caso. Yo traté de
convencerla, pero...
-¿Convencerla de qué?
-De que te vinieras al norte conmigo.¿Qué peor castigo que pasar un mes con tu papá en el desierto?
Aprieto el auricular tan fuerte que siento que se va derretir en mi mano.
-Ella me dijo que no querías veranear conmigo.
-A mí me dijo lo mismo de ti –se ríe mi papá.
-No es divertido. Es una manipuladora. La odio.
-Livia, escúchame. Te puedo emitir hoy día mismo un ticket electrónico y mañana te tomas un
avión a Calama.
-Pero si me dijiste que te ibas a tomar unas vacaciones conmigo después, en la mitad del año. Que
quizás íbamos a Paris para mi cumpleaños.
-Después podemos ir a Paris igual...
-¿Por qué no me llamaste antes? –exploto.
-Pensé que ya no querías hablar conmigo. Soy un idiota.
-Papá, olvídalo...
-Te voy a buscar al aeropuerto de Calama en el jeep de Matthieu, que es muy simpático, como todos
los franceses que no viven en Francia, ah, y además tiene 23 o 24 años, como los que te gustan a ti.
-¡Papá!
-No tiene nada de malo.
-Tengo que cuidar la casa. No puedo irme, pueden entrar a robar.
-Nadie va querer robar esa casa así como está.
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-Todas nuestras cosas están embaladas, es llegar y llevar.


-Basta que pongas un letrero que dice “Cuidado: casa espirituada” o “bienvenido a la mansión
siniestra” y no va entrar nadie, te lo aseguro. Los ladrones son muy cobardes. Y esa casa créeme,
parece sacada de un cuento de Horacio Quiroga o de Edgar Allan Poe- me río-. No estoy
bromeando, la gente cree en los males de ojo y esas cosas.
Mientras lo escucho, caigo en la cuenta que mi papá no me está invitando a pasar el resto del verano
con él. Me está invitando a escaparme de la casa. “Cuando tus padres están separados y eres hijo
único, tu familia pasa a tener una dinámica geométrica. Se convierte en un triángulo cuyos lados
(ellos) se disputan la complicidad de la base (el hijo)”, me dijo una vez una terapeuta familiar de
mi colegio.
-Uff. Hay otro problema, papá –enrollo el cable del teléfono alrededor del talón de mi pie.
-Livia, tú estas llena de problemas. ¿Qué pasó ahora?
Me quedo un segundo pensando si contarle o no la verdad.
-No te preocupes, olvídalo.
-Me preocupo, claro que me preocupo. Tienes 17 años.
-Sé qué edad tengo...
-No quiero verte triste. Has pasado por cosas bastante duras en el último tiempo-ahora era mi papá
el siquiatra el que me hablaba-... lo de Rocío, tu mamá...no es bueno que estés sola. Acá se ven las
estrellas, hay aire puro, y te bañas en pozas de agua naturales...
-Me alegra que lo estés pasando bien, papá-le digo sin una pisca de ironía- Antes odiabas la
naturaleza.
-Livia, ¿te cuento algo? Decidí comprarme un terreno en las afueras de Toconao. Voy a jubilar acá.
Además puedo seguir ejerciendo como siquiatra. Los atacameños son gente muy ensimismada, con
muchos problemas igual que el resto de la humanidad. Un indígena puede sufrir mucho estrés si sus
plantaciones se secan antes de lo previsto, si no cae una gota de lluvia después de un año, o si su
madre acaba de cumplir 120 años y no piensa en morir...
-¿De verdad te vas a ir a vivir al desierto? –lo interrumpo. Desenredo el cable de mi pie y me doy
vuelta, boca abajo.
-¿Por qué no?
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Mi papá, el santiaguino más urbano de todos, ahora quería pasar sus días rodeado de cactus. La
crisis de los 60 años no era un mito.
-Livia, ¿estás ahí?
-Sí. Estaba pensando en tu idea de comprarte un terreno allá.
-Comprarnos. Ese terreno después será tuyo y de tus hijos y de ...
-Papá... ¿de qué estás hablando?
-¿Te acuerdas que Jerónimo y Aurora te enseñaron unas palabras en kunza para que conversaras
con Mayco? –asiento tratando de recordar en vano alguna de ellas-.Ahora lo quieren recuperar
como idioma. Los abuelos de Mayco lo hablan en las ceremonias religiosas, pero en la vida
cotidiana prácticamente está en extinción...
-¿Mayco tiene abuelos?-exclamo.
-Siempre los tuvo, otra cosas es que no pudieran hacerse cargo de él.
-¿Y sus papás, quiero decir los verdaderos...?
-La madre se enamoró de un aymara boliviano y se fue al altiplano, es todo lo que sabemos...Livia,
este lugar es maravilloso...Las piedras te pueden revelar tu futuro profesional. Está la universidad de
Antofagasta, que no es mala y...-me pregunto si no habrá tomado peyote. Dicen que el peyote mata
todos tus miedos y preocupaciones terrenales, y te hace sentir libre-...no sé, Livia, pero más lo
pienso y más errático me parece lo que hizo la Fanny contigo. Dejarte así, no hay ni siquiera una
cama en esa casa. Santiago debe ser un horno.
-Díselo a ella.
-Pierde cuidado, apenas vuelva a Santiago voy a imponerme más y ....
-¿Papá? No te escucho bien.
Su voz parece venir del fondo de un tubo de escape.
Antes que la comunicación se corte, alcanzo a escuchar fragmentos de frases: “Liv-cambias de
opinión-celul-francs-viento-flameng..”
Cuelgo. Me quedo tumbada en el suelo. No sé si haber hablado con mi papá me hizo bien o mal.
Siempre que terminamos una conversación por teléfono, es como si algo adentro de mí volviera a
centrarse y me recordara quién era antes y quién soy ahora.

Vuelve a sonar el teléfono.


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-¿Papá?
- Una man-de flamencos pasó volan-a mi lado y la línea se cortó.
-¿Qué? ¿bailarines de flamenco?
-Flamencos, los pájaros rosados que viven en los salares-al fin la señal agarra.
-Ah...
-En cualquier minuto pueden volver a tierra y se corta. Por suerte hay luna llena y los puedo ver...
Livia, escúchame...te estaba diciendo que pensaras lo de mi invitación hasta mañana. Todavía
tienes 2 semanas de vacaciones y no tienes por qué quedarte ahí encerrada. Llámame o mándame un
e-mail.
-No puedo llamar desde la casa y ya no tenemos Internet.
- Pídele a Gretel uno de sus computadores. ¿Sigue abierto el cyber café?
-Sí... ¿Papá?– me lleno los pulmones de aire y hago una pausa- Ya lo pensé: me voy a quedar acá.
-¿Estás segura?
-No quiero más problemas, estoy cansada.
-Te voy a ir buscar.
-No se te vaya ocurrir.
-¿Por qué no?
-Bueno, te lo voy decir, pero júramelo que no se lo cuentas a nadie.
-Te lo juro, dime.
Pongo mi mano alrededor del teléfono, como si fuera su oído y bajo la voz.
-Hay pocas personas como Dangil en este planeta-me dice luego de escuchar mi historia
atentamente -. Me alegro que estén juntos...Pero, ¿por qué no se vienen los dos, entonces?
-No. Sería otra complicación más. Jaime Toro cree que estamos todos en Juan Fernández y la Fanny
cree que Dangil está con él. ¿Me escuchas?
-...Sí te entendí. Solo que no veo cuál es el problema...
-Tú sabes que Jaime Toro puede llevarse a Dangil si se entera de este enredo.
-El nunca se va llevar a nadie, pierde cuidado. Su vida de soltero no la cambia por nada al mundo. -
¿Además, dónde va encontrar otra ex mujer que se haga cargo de su hijo? –me quedo pensando en
sus palabras. Tiene razón-.No le tengas miedo a ese idiota, y hagan su vida, Livia. Si te arrepientes,
mándame un telegrama. La gente cree que los telegramas ya no existen, pero sí existen y te lo
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cargan a la cuenta del teléfono después. Lo mandas al consultorio médico de Toconao, a mi


nombre. Me conocen como el Doctor Espectro.
-Bueno. ¿Qué dijiste? ¿Espectro?
-A ti también te decían así en el colegio, ¿te acuerdas?
Cómo olvidarlo.
-Papá, antes que se cuelgue de nuevo, quiero saber algo.
-¿Qué?
-¿Tú encuentras terrible lo que hice? –de nuevo tengo el cable del teléfono enredado en mi tobillo.
-En absoluto. Hay cosas peores en la vida, te lo aseguro.
-¿Entonces ya no estás enojado conmigo?
-Nunca lo estuve, realmente.
-¿No?
-A veces los papás tienen que enojarse con los hijos, lo cual no significa que de verdad lo estén.
-¿Y la Fanny también está actuando o qué? –subí el tono de voz.
-Ella está tratando de ser estricta contigo, de ponerte límites...
-Darme responsabilidades, como dice...
-Darte responsabilidades, para corregirse a sí misma- me aprieto el cable hasta que queda
marcado en mi piel-. Su carrera profesional fue un picoteo de cosas que no la llevaron a
ninguna parte. No quiere que te pase lo mismo.
-Papá –lo interrumpí-, eso yo lo sé-no me escucha, sigue hablando-. Después de estudiar literatura,
se puso a sacar fotos, se aburrió y fue manager de ese grupo de rock que de sólo escucharlo te daban
ganas de suicidarte. Volvió de Paris, donde además de comer crepes de nutella y vagar por las
calles durante 3 años mientras yo estaba encerrado escribiendo mi doctorado, no hizo nada, pero
eso lo entiendo, en Paris no quieres hacer nada... ¿Qué se le ocurrió después? Ah, quiso abrir una
librería-bar que duró un mes, tú eras muy chica y no te acuerdas, pero todo el mundo se
emborrachaba y terminaba robándose los libros; después hizo clases de castellano en varios
colegios, pero la echaron por salirse del programa, aunque no la culpo por eso...nuestros sistema
educacional hasta cuando quiere ser alternativo es retrógrado; trabajó en la biblioteca de la
municipalidad donde también abusó de sus tazas de café con coñac; y ahora ¿qué hace ahora?
Tengo ganas de decirle a mi papá que deje de comportarse como el siquiatra no oficial de mi mamá
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y no siga elucubrando teorías sobre su comportamiento. Al final soy yo la que vive con ella. Soy yo
la que se banca sus bichos en la cabeza-. Ah, ahora es discípula de Bahaullah o como quiera que se
llame.
-Gracias, pero no quiero ser como ella.
-Tampoco quieres ser como yo supongo...
-¿Por qué dices eso?
-Tú sabes por qué. Escribir libros que nadie te publica...
- Tú me dijiste que en las universidades los leen...
-En los departamentos de psiquiatría le sacan fotocopias, sí, los alumnos de doctorado, tres o cuatro.
-Por lo menos sabes lo que te gusta hacer.
-Hay una publicidad española de cigarrillos que dice “a veces para encontrarme tengo que
perderme. Vive tus contradicciones”. Tú tienes 17 años, Livia y tienes todo el derecho a ser una
niña llena de contradicciones. Es propio de la naturaleza hum...
Dejo unos segundos el auricular en el suelo. Es cierto; no tengo por qué sentirme una loser. De
hecho odio esa palabra. Pero es difícil no sentirte así si te obligan a definir tus gustos y tus sueños
apenas aprendes a escribir y estás rodeada de gente que a los 21 años ya espera haber hecho algo
“valioso” en la vida; tener una banda de rock de culto, un nombre como dj, un blog popular, un
cortometraje premiado en algún festival de cine, o un sponsor. Es como si el éxito fuera un pedazo
de carne botado a la vuelta de la esquina y todos se abalanzaran sobre él, igual que perros
hambrientos.
Recojo el teléfono.
-Es más-exhala un suspiro-la gente que sabe desde muy temprano lo que quiere en la vida, se
consume rápido.
Nos quedamos en silencio. Sabemos que nuestra conversación se está acabando.
-¿Papá?
-Sí, acá estoy.
- Nada.
-Dime que vas a estar bien.
-Sabes que siempre me las arreglo.
-Se va cortar. Te escucho lejos. Salúdame a Dangil.
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-Y tú a Mayco.
-El 13 de marzo es su cumpleaños, guárdate la fecha.
Algo tenía que hacer el 13 de marzo, pero no recuerdo qué.
Colgamos.
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Hay días en que puedo sentir cómo el calor me hierve la sangre. Los gorgoritos me recorren cada
vena hasta instalarse en mi cabeza.
Ya no sé si es mejor estar afuera o adentro de la casa. Adentro hay sombra, pero el aire está
sofocante. Afuera hay sol, pero circula aire. Dangil resolvió este dilema, construyendo una carpa en
el patio.
De base usó el catre de la que era mi cama y a ambos lados levantó una torre de sillas. De una
punta a la otra colgó un antiguo cubrecama rojo de la Fanny que nos sirve de techo.
Pasamos el día entero recostados ahí abajo, hasta que oscurece. Nuestras conversaciones son cada
vez más lentas y nuestros movimientos, más amorfos. Entre un silencio y otro, nos quedamos
mirando uno al otro, como si lo hiciéramos frente a un espejo.
A mediodía siempre aparece algún gato tratando de quitarnos nuestro lugar, pero Dangil les dice
que se corran a un lado y ellos le obedecen y nunca lo rasguñan como a mí.
A veces tocan el timbre de la casa, o se asoman al portón gritando “Aló”, y nosotros nos
escondemos. No queremos ver sus gestos de asco o escuchar sus risas macabras, mientras recorren
pieza por pieza, y nos miran como diciendo no-se-cómo-alguien-puede-vivir-acá

-¿Y? ¿Me vas a decir si alguna vez has estado enamorado o no?
Dangil no me responde. Se echa aire con su chupalla, en silencio y me mira cómo si le estuviera
hablando otro idioma. Hundo un dedo de mi mano entre sus costillas pensando que estoy tocando
las costillas de un niño que algún día van a desaparecer. Le empiezo a hacer cosquillas.
-No sé –cede al fin- ¿Qué sientes cuando estás enamorado?
-Mmm, sientes como una polilla en la boca de tu estómago –empiezo a caminar con mis dedos
alrededor de su ombligo.
-... me haces cosquilla.
-Quizás nunca has estado enamorado, pero te gusta alguien –mi mano se detiene-, alguien que
encuentras especial.
-¿Y qué pasa si te gusta alguien?
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-La sientes aletear un poco más abajo –me río-. Justo ahí –digo deslizando mis dedos hacia el cierre
de sus shorts de bluejeans El se sonroja y me corre la mano a un lado.
A veces se me olvida que Dangil es virgen. Entero, de la cabeza a los pies. Me pregunto cuál de
esas admiradoras suyas que van al skatepark de Gorostiaga a verlo, terminará plantando una polilla
en su estómago. Siempre que me las encuentro, me preguntan por “mi hermano”. Cómo él nunca
las invita a salir, terminan agarrándose a su mejor amigo, Mateo Varletta. Sólo para estar un poco
más cerca de él.
-¿No te gusta nadie nadie? –insisto. Dangil se tapa la cara con la chupalla y murmura que tiene
sueño-. ¿Por qué no me respondes? ¿No me tienes confianza?
-Tú tampoco contestas mis preguntas.
-¿Cuáles preguntas? –le digo sacándole la chupalla. Sus mejillas siguen rojas.
-El otro día no me quisiste decir por qué era malo crecer.
Dangil se da vueltas, quedando de espaldas. Se rasca las heridas de su espalda. Le he repetido mil
veces que le hace mal sacarse las costras, pero no me hace caso.
Dejo caer mi mano y arranco un puñado de pasto amarillo. Si uno crece se contamina, pienso.
Luego uno se da cuenta que está contaminado ya no puede volver atrás.
No quiero que él crezca. No todavía.
-Olvídalo-le digo cubriendo sus heridas con hilachas de pasto.

Despertamos cuando ya está oscureciendo. Dangil se amarra una linterna alrededor de la cabeza
para atraer polillas. Una a una las atrapa con la mano y luego las deja en una palangana y se las da
de comer a los gatos hambrientos. Puede pasar horas enteras haciendo lo mismo. Yo me voy a
fumar un cigarro a la bomba de bencina. El bencinero se acostumbró a verme fumando apoyada en
la muralla y ya no me dice nada. A medida que avanza febrero hay menos autos que paran a llenar
sus estantes, pero el olor a bencina sigue impregnado en el aire y respirarlo me hace sentir mucho
mejor.

A la hora de almuerzo vamos al minimarket On the Run a robarnos completos. Los comemos
rápido, mientras yo simulo buscar toallitas en el pasillo de la sección “femenina”. Ningún guardia
se atreve a asomar sus narices por ahí. La sangre los espanta. Si nos cansamos de comer completos
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le pedimos al primo del Gato que nos fíe hallullas o le sacamos duraznos al verdulero que se para en
Irarrázaval y se queda dormido escuchando su radio a pila.
En la noche nos alimentamos de unas gotas mapuches que quitan el hambre y se llaman
Pichinchenlawen. La Fanny las compra en la farmacia Makelawen de la calle San Antonio, junto a
sus gotitas para la depresión. También hay un frasco de Firi, un estimulante de la memoria que me
regaló para el día de la PSU. Pero yo no quiero recordar nada. Sólo quiero olvidar que tengo
hambre.
Pero ahora llevamos varios días sin echarnos nada a la boca.
Dicen que pasadas las primeras 48 horas en ayuno, el estómago se acostumbra a no comer y puedes
seguir adelante hasta por 40 días, como Jesús en el desierto. Sólo que nosotros no estamos en el
desierto. Prendemos la tele y vemos avisos de comida todo el rato. Aunque las gotitas mapuches nos
corten el apetito, nuestra mente consumidora sabe que allá afuera existen casatas de helado,
chocolates, papas fritas con saborizantes nuevos, o bebidas con nombres de fantasía. Incluso lo que
no se come termina por abrirte el apetito.
-¿Sabes qué?–pienso en voz alta-. Voy a conseguir plata. Tanta plata que me va alcanzar hasta para
comprarte tu skate
Ya no recuerdo cuántas veces he tratado de ubicar a Ricky, la única persona que me puede ayudar a
vender el rollo de coca. No tiene ningún amigo, pero conoce mucha gente rara por Internet, entre
vegetarianos puritanos, skinheads y asexuados y estoy segura que hay algún cocainómano por ahí. “
¿Hasta cuándo te lo tengo que repetir? me gritó su mamá un día que regaba la vereda, “está en un
congreso ‘de historia moderna’ en Quillota. “Si lo ve”, le contesté amablemente “recuérdele que lo
ando buscando porque se había comprometido a pintar la casa y nunca más volvió”,
-No te preocupes por la tabla –me dice Dangil.
-Dime algo que te gustaría tener que no tienes- a veces me torturo pensando que si no lo hubiera
amenazado con acusarlo a su papá, no se habría ido a emborrachar a ese cerro y su skate aún estaría
intacto.
Lo duda unos segundos.
-Mermelada de mora.
-¿Mermelada? ¿Por qué?
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Me cuenta que comer mermelada de mora es un viejo truco que usaban los pilotos de la segunda
guerra mundial para agudizar la vista. Después de cucharear medio frasco, puedes divisar las
estrellas más lejanas.
-Hay unas en bolsa que son baratas y sale más.
-Hablando de dulces, ¿por qué no le pides un pastelito a Gretel. A mí no me regala nada- me pongo
un mechón de su pelo entre la nariz y la boca.
-Pero si se supone que no estoy en Santiago.
-Si le cuenta a alguien que te vio, nadie le va creer.
-Gretel es muy buena, no me gusta que se rían de ella –me dice.
Ahora que lo pienso, es la única mujer con quien Dangil habla. Me pregunto si....La sola idea de
que pueda gustarle me da risa, y me contengo, tapándome la boca.
Me da la espalda y vuelve a quedarse dormido. Últimamente pasa más tiempo durmiendo que
despierto. Lo entiendo. Cualquier lugar en el mundo es mejor que este patio infecto.
A mí también me gustaría, cerrar los ojos y escapar. Pero no puedo dormir.
Mi mente parece un calefón recién prendido. Decido salir de nuestra carpa y subir a mi pieza.
Deslizo mi mano debajo del calzón de mi bikini. Es la tercera vez que lo hago esta semana. Rocío
siempre me decía que fantasear con alguien que no se tiene es un acto masoquista, pero yo creo que
es una manera de sanarse. Por un momento tengo la ilusión de que Alex es mío y al hacerlo mío las
ansias por tenerlo desaparecen. Cada vez que llego al orgasmo, lo elimino un poco de mí. Un día va
ser tan mío que ya lo no voy a querer más.
Es ese mi verdadero ayuno. Yo, acá. El, allá. El buzón de cartas vacío. El frasco con el nervio de su
diente apoyado al lado de mi colchón, como si fuera el fósil de un animal desaparecido.
Me pregunto si él también se habrá tocado pensando en mí. Antes me repugnaba imaginarme a un
hombre masturbándose, quizás porque en el colegio siempre te topabas con alguien que lo acababa
de hacer o estuviera pensando hacerlo. Hasta que Leo me dijo que “las pajas masculinas no eran
otra cosa que grandes homenajes a las mujeres”, y nos debíamos sentir orgullosas de ser las
elegidas. Luego de contarle esta teoría a Rocío, mi amiga difundió una encuesta por la clase
preguntando: “ ¿En quién piensas tú cuando te corres la paja? ” Yo salí número 5, junto a otras tres
compañeras. Rocío, número 2. Alicia Gamboa, número 1.
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Según Rocío, Alica Gamboa le había ganado sólo porque en su afán por llegar virgen al
matrimonio se había especializado en todas la maniobras del sexo oral y no había otra cosa que
calentara más a los hombres que eso.
Imagino Alex acostado en la mitad de ese desierto sin sonido que quería visitar, colocándose la
mano debajo de su pantalón. Imagino que susurra mi nombre y éste se desvanece en el hoyo
magnético. L-i-vi-a....
-¿Pero cómo se produce un hoyo magnético?
Estábamos los dos acostados en el mismo colchón donde me encuentro ahora. En el suelo, sobre
una caja de cartón, quedaban restos de los churrascos que él había encargado por teléfono. La
mayonesa esparcida, la palta ya negra, me hacían pensar en que todo tenía un final, y al día
siguiente él también desaparecería.
-Dicen que es culpa de las ondas que mandan los ovnis que sobrevuelan la zona. Pero yo creo que el
hoyo se creó para descargar la sobre-información que satura el mundo. Es como un basurero virtual,
¿entiendes?
Alex se había quitado los pantalones y mientras divagaba sobre lo alucinante que debía ser hablar
sin escucharse, yo podía sentir sus piernas rozando las mías. De golpe apoyé mi mano en su sexo, y
él la sacó de ahí sin decirme nada. Una vez más, me había precipitado. La urgencia de demostrarle
que lo deseaba era más fuerte que mi pudor.
-Imaginemos que estamos en el desierto Sonora –siguió hablando como si nada hubiera sucedido.
-Bueno –murmuré sintiendo mi voz tan cortada como la nata de la leche.
-Tenemos que hablar sin decir nada, sólo modulando. Empieza tú.
Intenté concentrarme.
-¿Quién-di-jo e-so-que- tie-nes -en -tu po-le-ra?–modulé lentamente, sílaba por sílaba.
-¿Ah?
- Tu-po-le-ra. Lo- que- se- ve- en-la- su-per-fi-cie- es- lo- más- pro-fun-do, ¿quién-lo di-jo?
-Hegel.
-¿Quién?
-He-gel.
-...¿Y-qué-sig-nifica-pa-ra-tí? –articulé enrollando otro caño de marihuana. Esa polera era lo
primero que me había llamado la atención de él en el dentista.
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-¿Qué?
-...¿Qué-sig-nifica-pa-ra-tí?
-Sig-ni-fi-ca-que- bas-ta-mi-rar-tus-o-jos- pa-ra- sa-ber- que- escon-des- un se-cre-to.
-¿Un-qué?
No sé cuanto rato estuvimos ensayando.
Cuando al fin aprendimos a leernos los labios, recordé algo que le decía Michel Poiccard a Patricia
Franchini, recostados en la cama: “Yo hablé de mí, tú hablaste de ti ,cuando deberíamos haber
hablado de uno y el otro”.

Prohibido enamorarse, me repito a mí misma. Agarro un plumón y lo escribo en la muralla de mi


pieza. Lo escribo tantas veces que ya no queda ningún espacio en blanco.
Prohibido enamorarse Prohibido enamorarse Prohibido enamorarse Prohibido enamorarse Prohibido
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Los días siguientes cambio de táctica e intento sacarme Alex de la cabeza, haciendo una fina
selección de todos los hombres que me han gustado. Tiburones y lombrices. No es un homenaje ni
nada por el estilo, es simplemente una manera de curarme. Juntos, todos mis mejores amigos con
ventajas pueden ganarle. En mi burlitzer escucho “Sol de invierno” de Javiera Mena. Me gusta su
voz suave y sus melodías melancólicas y simples, quizás porque hoy en día nadie se permite ser
melancólico ni simple. Yo sé que mantienes tu fragilidad/ Dejé de mentirte y justo te vas/ Te espero
en la plaza si quieres venir/ Me acuerdo de ti/ Con las canciones de la radio/ Tantas canciones
buenas/ Desapareciste te fuiste tan lejos/..../No te conocí y traté de salvarlo antes que muera.
Voy en orden cronológico. Muchas de sus caras se han borrado; otras desfigurado; y unas pocas he
re-inventado a mi antojo.
Empiezo por Camilo Ibarra-sus rulos mojados por el agua del mar- y el primer beso que nos dimos
en la gruta de Tongoy; verano siguiente, Luciano de Buenos Aires–pelo verde de marciano–che
tenés un porrito- su lengua entre mis piernas (¡milagro!), mis brazos hundidos en la arena; (me salto
Alvaro Santini); paso rápidamente por Leo -yo sentada arriba de él, el punto rojo dibujado en la
muralla de su pieza moviéndose, y antes de ponerme nostálgica, lo reemplazo por un primo de
Rocío, Javier, creo que se llama, de Concepción, es virgen y al sacarse el condón, mi jumper queda
manchado (qué tienes ahí me pregunta mi mamá. Caca de paloma, le digo); me olvido de todos y
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me concentro en ese treintañero que quería arrendar la casa para hacer una productora multimedia y
terminó enseñándome lo que era un “quickie”.
No quiero pensar en nadie. Quiero cerrar los ojos y dejar que la oscuridad me lleve a un lugar
donde el placer ya no te lo dan las personas.
El orgasmo llega rápido. Uno, dos, tres. Ondas sísmicas que podría replicar al infinito.
Hasta que escucho un golpe seco.
Me asomo por la ventana. Dangil está tirado de espalda en el pasto. En el puño de la mano tiene
sujeta la rama de un árbol. Bajo al patio corriendo.
-¿Dangil?-le sacudo los hombros. Entreabre los ojos-. ¿Qué pasó?
- Vi todo negro.
-¿Te caíste del techo?
-Vi todo negro-repite.
Lo ayudo a levantarse y luego de comprobar que tiene todas sus costillas en su lugar, se acuesta en
nuestra carpa.
-Estoy mareado.
-Tienes que comer algo-le digo pasándole la manguera. Apenas caen unas gotitas-. No te muevas.
Voy a la cocina. Por suerte, todavía queda un poco de agua en una olla. Meto la mano al basurero:
todo lo que hay son unas cáscaras de durazno y unos pedazos de pan añejo.
Ya no puedo seguir esperando que Ricky me salve el verano.
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Santiago de día. 37,4 grados. Un poco más de sol, y los tiuques cordilleranos van aparecer muertos
en la mitad del asfalto. Los árboles ya no tienen sombra. Las micros aceleran por la calle igual que
bolas de fuegos.
No alcancé a llegar a la esquina de Chile-España con Irarrázaval, y ya pienso en devolverme. Mis
pies nadan en mis hawaianas rosadas. Mi mini de bluejeans me moja las caderas. Mi polera rayada
me pesa. Mis anteojos oscuros se me resbalan hasta la punta de la nariz. Miro a mi alrededor. Salvo
el Umbral, todos los locales bajaron sus rejas; el restaurant chino Sam Sing, la cordonería, la
librería Oriente, el bar El Lugar Solitario. Tanta luminosidad me aturda. Pero llevo las
Iluminaciones de Rimbaud en mi mochila. El me ayuda a enfrentar la luz.
Mientras espero cruzar la calle, veo avanzar un hombre descalzo. Los dedos de sus pies están
manchados con alquitrán. Lleva puesto un terno perforado de hoyos y cubierto por una capa de
polvo. Al detenerse al frente mío, me doy cuenta que debajo de su barba recién crecida se asoma
una capa de piel quemada. No tiene pestañas y la cornea de su ojo derecho está completamente roja.
-Agua-me dice tendiéndome la mano.
De su cuerpo se desprende un olor a neumático quemado.
-No tengo agua-digo tratando de aguantar la respiración-. En la pileta de la plaza, allá hay agua.
¿Está bien?
-Mejor que un perro y peor que un rey. Gracias señorita –baja la vista, dándose media vuelta.
Siento que voy a tener una arcada. El hombre dejó una nube pestilente estacionada a mi alrededor y
tengo que retroceder varios pasos para salirme de ella.
Decido empezar rápidamente mi peregrinación hasta la casa de mi abuela.
Cuando bajas por Irarrázaval, sientes que algo en ti también se viene para abajo. Voy siguiendo las
sombras de los edificios peor que un reptil arrastrándose por las murallas. Antes, en lugar de tantas
tiendas de autos había panaderías y yo compraba mis útiles escolares en una paquetería que ahora es
una tienda de accesorios de computador.
Atravieso unas galerías comerciales especializadas en tiendas de lámparas. Hay de todos los tipos;
alógenas, de lágrimas, chapadas en oro falso, de discotecas. Están todas encendidas y emanan un
calor sobrenatural.
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Tengo que cambiarme de cuadra para no sofocarme. Cruzo más galerías, boliches de ropa
“europea”, bazares, peluquerías y tiendas de tatuajes. Esos son los auténticos “malls” del vecindario
y doña Ita se encarga de animarlos colocando Cecilia a todo volumen. “Buen día tristeza, amiga de
mi gran melancolía....Cuéntale la angustia y el horror de mi vivir, la triste sin razón de mi existir.”
Ahora todo está silencioso. Sólo se escucha un secador de pelos a lo lejos.
En Pedro de Valdivia paso al frente del liceo donde me tocó dar la PSU. En vez de seguir de largo
y olvidarme de toda esa historia, me detengo y me quedo mirando el portón cerrado brillando bajo
el sol resplandeciente.
Era diciembre. La primera prueba empezaba a las 8:15, pero la Fanny estaba tan obsesionada en no
llegar atrasada, que me dejó ahí con una hora de adelanto.
El liceo todavía estaba cerrado y sin saber qué hacer, me senté en la cuneta y esperé que corrieran
los minutos. Al poco rato, mi generación empezó a aparecer por la calle con sus carnés de identidad
en la mano, y sus blue jeans recién lavados.
La fila de estudiantes que esperaba dar la primera prueba de Lenguaje y Comunicación, se fue
acortando rápidamente. Supe que había llegado el momento de seguirlos y unirme a la agonía, y
supe también, que era incapaz de levantarme.
Me quedé sentada en la cuneta, un minuto, dos minutos, diez minutos. Escondí mi cabeza entre las
rodillas.
-¿Estás muy nerviosa? –me dijo un tipo de lentes al pasar a mi lado. Llevaba puesta una polera con
una pirámide al medio que decía Louvre-. Deberías entrar. A mí el año pasado y antepasado me
pasó lo mismo. Pánico escénico, lo peor.
Levanté la mano y le di a entender que no se preocupara.
No, no estaba nerviosa, o al menos no por la prueba. El día anterior, se habían llevado Rocío al sur,
a una clínica con un nombre que de sólo pronunciarlo daba escalofríos. El enfermero que la cuidaba
en Santiago–más conocido como “chaperón”- ni siquiera me había dejado despedirme de ella.
Debía tener unos 35 años, y un cuerpo tan robusto y sano que hacía pensar en un pasado
oscuro.“Ahora que está consciente no puede recibir a ninguna de sus antiguas amistades”, me dijo
en la puerta de su casa. “Pero si tú mismo me dejaste verla en el hospital, me conoces
perfectamente”. “Lo siento ya empezó su tratamiento, deberías ayudarla en vez de ser tan egoísta”.
“Yo estaba con ella esa noche, yo la ayudé... ¿de qué estás hablando?”, traté de hacerlo entrar en
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razón. Movió su cabezota de un lado a otro. “Pero si yo llamé la ambulancia”. “Lo sentimos, pero
no eres una buena influencia para ella”. “ ¿A nombre de quién hablas? No entiendo....” “Trabajo
para la Clínica Renacer y tenemos ciertas reglas que...” “ ¿Sabes lo que eres? Eres el típico ex
drogadicto que después de que le lavan el cerebro se convierte en enfermero para vengarse del
mundo. Eso es lo que eres...te apuesto que estuviste internado y lo único que querías era ver a tu
mejor amigo, y ahora estás feliz de que alguien sufra igual que tú...”
Sus ojos se abrieron con la potencia de los faroles de un auto recién prendidos. Noté que sus labios
tiritaban.
“Más vale perder un amigo que nos hacía mal que ser adicto”, dijo. “Yo y Rocío somos más que
amigas, somos como hermanas y todo lo que le pasa a una le pasa a la otra, ¿entiendes?”. “ ¿Ah
sí?”, se rió maliciosamente, “si son tan iguales, ¿has pensado iniciar un programa de
desintoxicación, antes de que sea demasiado tarde? Toma este folleto, puedes necesitarnos un día”.
Agarré su panfleto y lo hice mil pedazos. “A mí nadie me va separar de Rocío, vas a ver”, me di
media vuelta, tratando de no quebrarme. Luego retrocedí y recogí papel, donde salía el número de
teléfono de la clínica y me lo anoté en el brazo.
De golpe, en la calle se instaló un silencio de funeral. Ya no quedaba nadie en la entrada del liceo.
Me levanté de la cuneta y caminé. Nunca antes me había parecido tan tóxico el aire limpio de
diciembre. Lo único que movía mis pies hacia delante, era la seguridad de estar haciendo lo
correcto.
Me compré una petaca de ron Silver en la botillería y me la tomé adentrándome por una calle llena
de álamos que iban formando un túnel de hojas sobre mi cabeza. Ese túnel, no me llevaba a
ninguna parte, pero sabía que no había vuelta atrás.
Tres semanas después, la Fanny se levantó temprano en la mañana a comprar el diario. Entró a mi
pieza hecha un torbellino, con un café con aroma a cognac en una mano, y un cigarro en la otra.
-No encuentro tu nombre, perdí mis anteojos. Búscate tú, Livia. Qué nervios-empezó a saltar.
-Estás tomando antes de mediodía –le saqué en cara.
-Tengo 49 años, no 17 –suspiró de fastidio-. Y ando nerviosa. Mira en la “S”...no hay muchos
Spector.
Había imaginado no sé cuántas veces esa misma escena, las palabras que ella iba a decir, mis
respuestas, sus contra-preguntas y mi contra-respuestas. Pero nada estaba saliendo como lo tenía
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planeado. Todo parecía difuso y más lento a mi alrededor. Me sentía respirando adentro de una
pesadilla. “Bús-cate-tú-Li-via...”
-Ya me vi por Internet –murmuré sintiendo la garganta seca.
-¿Y? –exclamó la Fanny corriendo la vista hacia el computador apagado de mi escritorio.
Me salí de la cama y me senté al borde de la ventana.
-Y nada.
Sentí que por un segundo su cara se volvía de cera. Tenía una mezcla de vitalidad muerta
aterradora. Apenas logró separar los labios para decir:
-¿Qué pasó? ¿Te fue mal? ¿Te fue mal? ¿Te fue mal?
Cuando empezaba a repetir la misma frase había que dar por sentado que estaba a punto de tener un
ataque de pánico.
-No me fue –la interrumpí.
-¿Cómo no te fue? ¿De qué hablas?
-No di la prueba.
La vi sacudir su melena teñida rubia, de un lado a otro, tratando de reaccionar a mis palabras.
Luego dejó caer su cigarro en la taza de café, la apoyó en el suelo, y se refregó la cara con ambas
manos hasta que le quedó roja.
-¿No diste la prueba?
-No.
-¿No la diste? –repitió. El labio inferior le temblaba.
-No.
-¿No dis...?
-Nooo- grité.
Salió dando un portazo. La taza de café se quebró en mil pedazos dejando la pieza impregnada de
un aroma a coñac.
Me recosté en mi cama. Sabía que mi mamá estaba clarificando su mente y que en unos segundos
aparecería, recargada. Y así fue.
-¿Me dejas hablar, Fanny? –dije, defendiéndome de los manotazos que daba al vacío.
Se apoyó en el marco de la puerta y empezó a mover los pies, como si estuviera andando en
bicicleta mientras repetía “tengo que relajarme”. Tuve que aguantarme la risa.
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-¡Habla! –gritó.
-Cuidado con los vidrios –murmuré-. Te vas a cortar.
-Habla.
-No estaba preparada...
-¿No estabas qué?
-...sicológicamente, quiero decir –quise ocupar los términos de mi papá a fin de parecer coherente.
-¿Sico qué? Quiero escuchar tu excusa claramente. Exponla, por favor -tartamudeó.
Empezó a mover los labios de un lado a otro, otro tic inequívoco de que estaba fuera de
sí.
-No es una excusa...No pude dar esa prueba, no tuve fuerzas, eso es todo. Trata de ponerte en mi
lugar- entonces, hice lo peor: en vez de controlarme y de no ser tan sentimental, vomité todo lo que
tenía adentro-. Me siento mal, me quiero morir...
-No entiendo nada de lo que hablas.
-Tú no entiendes, porque eres una egoísta, y no te importa lo que me pasa, sólo piensas en ti,
siempre odiaste a Rocío además y...
-¿Es por la Rocío todo este show?
-¡No es un show! No me van a dejar verla nunca más.
Escondí mi cara entre los cojines.
-¿Y por eso no diste el Bachillerato?
-PSU se llama.
-Como sea que se llame. ¿Te das cuenta lo que hiciste? ¿Para qué estudiaste todo el año? ¿Ah?
Cuando la gente habla preguntando hay que dar por hecho que no hay ninguna posibilidad de
conversar.
-Ni siquiera sé lo que quiero estudiar...-murmuré entre los dientes.
- Me dijiste que te gustaba escribir y que pensabas estudiar Literatura o Cine. Me hiciste creer todo
este tiempo que habías dado la prueba, ¿te das cuenta? Eso es lo que me enfurece.
-Necesito pensar.
-¿Pensar?
Lo peor de tener una mamá que ha hecho puras cosas erráticas en su vida es que no te deja
equivocarte nunca. Son peores que esas madres conservadoras.
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-Tú no entiendes, déjame en paz.


-¿Por qué me mentiste? Me dijiste que te había ido bien. No lo puedo creer... ¿No se supone que me
tenías confianza para contarme tus problemas?
-No quiero escuchar más tus gritos, déjame tranquila, por favor –dije tapándome los oídos-. Me voy
ir a vivir con mi papá.
-Me mentiste, Livia. Eso es lo grave.
-Uhiiii, qué grave.
-Lo es. Este mundo está plagado de mentiras; se miente para ir a la guerra, para matar gente
inocente, para aparentar, para esconder la propia mediocridad...
- Me da lo mismo lo que diga Bullah.
-Bahaullah, se llama. Pero ese no es el punto. Echaste tu futuro a la borda, eres una irresponsable.
Tu papá te hubiera recetado un antidepresivo y listo, das esa maldita prueba.
La miré con la punta del ojo. Parecía descompuesta.
-Tú sabes que esa prueba la puedo dar de nuevo, ¿para qué me torturas?
-Livia, ahora traspasaste todos los límites. Sabes que la mentira no me gusta.
- El cognac si te gusta.
- No tengo paciencia para escucharte.
-Sale de mi vida, entonces. Te he aguantado demasiado tiempo.
-¿Qué dijiste? –cada músculo de su cara empezó a vibrar.
La miré sin agregar nada. Sabía perfectamente que me estaba refiriendo a los bichos de su cabeza.
-Si no hubieras hecho esa fiesta en la casa, sin mi permiso, Rocío no estaría en la clínica y tu
habrías dado la famosa prueba -gritó dando un portazo
No me acuerdo cuánto rato lloré. De repente me quedé dormida y desperté mojada en mi propia
baba.
Dangil estaba sentado al borde de mi cama. Tenía mi mano tomada entre las suyas.
-No te sentí entrar –le dije.
-Pero acá estoy.
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Sigo bajando por Irarrázaval. Ya no hay sombras. Sólo cemento. Arrastro mis pies sintiéndome
igual que esa canción de Nutria que dice “Ya no puedo caminar. Me sobra mucha ropa”.
El sonido del piano llorando de fondo. Mi burltizer le coloca rewind varias veces hasta sentir que la
calle desaparece.
Mi mamá tiene razón: no debería haber hecho nunca esa fiesta en mi casa.
Pero era diciembre. Se había acabado el colegio. Podíamos dejar guardados para siempre nuestros
uniformes escolares en un baúl. Empezaba a hacer calor. Había que celebrar.
La famosa fiesta de graduación de cuarto medio había resultado un fiasco y todos queríamos
vengarnos. (Cuando tu colegio opta por cultivar un bajo perfil, puede caer muy bajo. Nos habían
llevado a comer y a bailar a Los Adobes de Argomedo, un restaurante supuestamente mítico, famoso
por sus parilladas a la chilena. Ya el nombre daba nauseas. Alguien tenía una cajetilla de cigarros
llena de anfetaminas. Al poco rato, los pedazos de carne recién servidos estaban convertidos en
ceniceros. Una orquesta de música hacía covers de rock latino. “Tu y yo luna de miel, luna de miel”
y todos esos hits penosos de los años 80’s. Le tiramos por la cabeza nuestros vasos de plásticos
llenos de vino y a la una de mañana no echaron a todos del lugar, acusándonos de fomentar el
desorden público).
La Fanny se había ido a Peñalolén en un retiro espiritual y la casa era toda nuestra. “Confirmado,
hay fiesta donde Livia”, se desató una cadena de llamados.
Hay muchas cosas que tengo borradas de esa noche. Otras, que he querido borrar.
Era sábado, el sol se demoraba más de la cuenta en bajar, y yo y Rocío no teníamos nada que
hacer. Era típica hora muerta en que el mundo gira entorno a la espera de la mejor fiesta tu vida.
Todo estaba sincronizado a nuestro favor: ya habíamos juntado los 50 mil pesos, nuestra mano
venía en camino y corría una brisa fresca que nos dejaba tomar sol sin sofocarnos, tiradas sobre el
pasto húmedo y verde del patio.
En ese entonces todavía había una especie de terraza, con un juego de sillas, una mesa y un quitasol;
las plantas aún no se resecaban y los gatos callejeros no se atrevían a bajar de la pandereta. Mi
bikini estaba limpio y mi pelo olía a shampoo de manzana. Picoteábamos una palta con sal.
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-Te tengo una sorpresa –me dijo Rocío revisando la pantalla de su celular.
-¿Cuál?
-Espera, el Willy me pregunta si queremos todo en un mismo paquete o por separado.
El Willy era nuestra mano. Lo habían echado del colegio en segundo medio y ahora se dedicaba a
cultivar semillas superskunk en el subterráneo de su casa.
-Dile que acá lo separamos.
-Y nos recortamos un poquito...
Rocío empezó a teclear el mensaje en su celular.
-¿Qué sorpresa me tienes?
-Leo está acá.
-¿Leo? –-levanté la cabeza de mi toalla-. Hacía dos años que no sabía nada de él.
-Llegó ayer de Londres.
Tuve un flash de Leo desnudo, su cuerpo de veinteañero, sus hombros, su chasquilla, su manera de
mover la cabeza mientras bailábamos The Who arriba de su cama y me llamaba “Lolita”.
Volví a recostarme.
-Livia, despierta, llegó Leo.
-Me alegro.
-Parece que nos va regalar éxtasis.
-A-ha..
-¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así?
-Sabes por qué.
Nunca más, después de Leo había vuelto a tener algo parecido a un pololo. Nunca más me había ni
siquiera enamorado o permitido enamorarme.
-¿Adivina?
-¿Qué? –susurré encogiendo mis piernas en mi estómago. Me empecé a balancear suavemente
sobre mi espalda.
-Va venir con mi hermano a la fiesta. A todo esto ¿tienes condones?– Rocío guardó su celular en la
mochila y encendió un cigarro.
-Mi mamá me regaló una caja, te puedo dar la mitad si quieres.
Leo está acá-acá-acá y ni siquiera me avisó que venía. Un e-mail, nada.
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-¿Para qué quieres condones? –le pregunté volviendo en mí.


-¡Qué pregunta más ñoña! Para la fiesta, Livia.
-¿Todavía hay alguien del colegio que te quieres agarrar?
-No del colegio, no precisamente.
Rocío cerró los ojos y le dio una intensa bocanada a su cigarro.
-¿Quién entonces?
-Quiero agarrame...no te rías...a...
-¿A quién?
-A tu vecino.
-¿Ricky? –exclamé.
- Lo vi regando el pasto de su casa en zunga y... nada, lo invité.
-Ricky es virgen, olvídalo. No come carne, por principio –le saqué el cigarro de las manos y le di
una chupada.
-¿Cómo por principio? ¿Qué tiene que ver no comer carne con no tener sexo?
-Cree que para que el mundo se salve todos tenemos que ser vegetarianos y practicar la abstinencia.
En su pieza tiene dibujada una suástica nazi, con eso te lo digo todo.
-¿En serio?
-Cree que Hitler está congelado en la Antártica y va resucitar. Yo le dije que me avisara porque si
no los Spector podíamos terminar deportados.
-¿Hitler? ¿En la Antártica?
-Y dice que los gringos que compran tierras en la Patagonia son judíos que quieren fundar un
gobierno para dominar el mundo.
-Nooo.....
-Es un descuadrado, Rocío. De la cabeza a los pies.
-Bueno, eso no le impide que se le pare cada vez que me saluda-me sacó el cigarro de vuelta.
-Deberías empezar a mirar a los hombres a los ojos.
-No me digas que te pusiste moralista ahora.
-Estoy cansada...eso es todo.
-Soy tan come-hombres, como tú, Livia. No me vengas que ahora crees en la historia del príncipe
feliz. Enseñaré a Dios como besar- empezó a tararear-. ¿Te acuerdas de esa canción de Nosotrash?
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- Ricky no es Dios. Tiene 25 años y está en cuarto medio.


-Bueno, por lo menos va poder decir que perdió la virginidad en el colegio-Rocío logró soltarme
una carcajada-. Mira, cuando salga en la revista y todo el mundo me vea, no voy a poder hacer nada
sin pasar desapercibida.
-¿Qué?-dije sin saber si me hablaba en serio.
-No voy a poder agarrarme a cualquiera, ¿entiendes? Lo hago ahora o nunca.
-Estás delirando, Rocío...Ves demasiada tele.
-No hables como nuestros papás..Estoy harta de esos prejuicios intelectuales.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
-El que quería contigo de nuevo es Alvaro Santini. Me lo confesó por el chat.
-Pensé que ya lo habías borrado de tus contactos.
-¿Sigues enojada con él porque le contó a todo el mundo que te quitó la virginidad? Pasó hace dos
años, Livia, éramos unas cabras chica-me quedé callada-. Carla fue la que inventó lo otro, en todo
caso, ¿no te acuerdas?
-Claro que me acuerdo.
-Por lo menos tuvo su merecido. ¿Quién salió a defenderte? Tu amiga del alma –dijo Rocío
plantándome un beso en la mejilla
Después de la fiesta de 15 de Rocío, Carla, nuestra amiga que quería morir virgen le agregó un
detalle malévolo (que por lo demás no era cierto) a toda la historia de ese amanecer en la tina con
Alvaro Santini. Dijo que el mismo día yo había “tenido relaciones sexuales” con un amigo del
hermano mayor de Rocío, en un mirador. Un día, en las duchas del camarín, después de gimnasia,
Rocío agarró unas tijeras, y mientras Carla se duchaba, le cortó las trenzas. Luego les prendió fuego
adentro de un basurero en el patio central. “Para que se te suelten las trenzas, hocicona”, escribió
con un plumón. A Rocío la suspendieron tres días de clases por culpa de eso y Carla se convirtió en
objeto de burla de todos mis compañeros y terminó cambiándose de colegio. Nunca más la
volvimos a ver.
-Ahora en cambio-agregó Rocío-todas hablan de tríos como si fuera lo más normal del mundo.
-Esas pindys que se las dan de mojigatas son las más perras. ¿Sabes lo último que supe? Algunas
dejan que se lo metan, pero por detrás. Así igual pueden mostrar sus sabanitas blancas manchadas
de rojo cuando se casen. Santini y sus amigos les enseñaron el truco “Bonella”.
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-Allá ellas.
-¿De verdad no te quieres agarrar a nadie esta noche, Livia?
-No, además estoy enferma.
-¿Y qué tiene? Dime que nunca te han dado el beso del payaso –se rió Rocío.
-Para-grité-. Qué asco.
Sonó un beep casi imperceptible.
Rocío revisó la pantalla de su celular.
-Es el Willy. Dice que le abramos.

Dos horas más tarde, tocaron el timbre. Me saqué mis anteojos oscuros. Sólo Ernesto Cienfuegos
era capaz de llegar adelantado a las fiestas.
-¿Papá? –me sorprendí al abrir la puerta.
-Hola Livia. ¿Cómo estás? ¿Puedo pasar?
No sé si era el efecto de las semillas del Willy o qué, pero mi papá me pareció un hombrecito muy
chico e indefenso. Llevaba puesto su típico gorro de “Dónde golpea el monito”, unos bermudas
caquis, chalas negras de cuero y una camisa arrugada, con una mancha de aceite cubierta de sal al
medio. Tuve ganas de abrazarlo y protegerlo.
-¿Vienes a buscar un libro?-dije simulando mi excesiva sensibilidad.
-No.
-Te apuesto que la Fanny te dijo que vinieras.
-Me voy.
-¡Es broma! –me reí- ¿Quieres un té o algo?
-Hola Horacio –gritó Rocío desde el living. Acabamos de correr los muebles a un costado del
comedor y del techo colgaba una bola disco
-Ah, Rocío, ¿todo bien?...- miró a su alrededor extrañado- ¿Qué pasó con los muebles y la mesa?
¿Hipotecaron la casa?
Me quedé petrificada pensando en alguna excusa. El pito de la tetera en la cocina, me dio unos
segundos para inventar algo.
-¿Cómo está tu papá? –escuché que le preguntaba a Rocío.
-Trabajando mucho. Ahora lo van a publicar en España.
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-Me alegro por él-. Sabía que le tenía una sana envidia -Livia- me gritó con un hilo de voz-, mejor
dame una copa de vino de esas, tú sabes de cuáles.
De esas que Jaime Toro había olvidado llevarse al irse de la casa. Ya no sabía cuántas botellas de
syrah eran, pero tenía que esconderlas antes de que empezara la fiesta.
Le pasé la botella abierta y una copa. Miré la bola disco en el techo. Mi mente estaba en blanco. No
se me ocurría ninguna mentira.
-Gracias ¿Dónde me siento? ¿Por qué está todo corrido...?
-Queremos bailar – se adelantó Rocío-. Estamos ensayando un show para el Concurso Generación
2005.
Mi papá hizo una extraña mueca con la boca. En nuestras familias esos programas de tele
simbolizaban la decadencia de la humanidad.
-¿Van a participar? –dijo, soltando una risita dulce e irónica.
-Sí. O sea, Livia, no. Ella es mi público y me guía un poco. ¿Quiere ver?
Miré a Rocío completamente confundida.
-¿Qué vas hacer? –dije tratando de aplacar mi nerviosismo.
-Bailar, Livia. Tu papá también puede darme su opinión.
-Claro, pero no quiero interrumpirlas, pensaba irme pronto.
-No, para nada, siéntese a tomar su syrah –insistió Rocío.
-Dime “tú” sino me siento peor que un yogurt vencido.
Mi amiga se precipitó hacia el tornamesa.
-Bueno. Livia, ¿Dónde está ese disco viejo de tu mamá de Brigitte Bardot?
Ya no sabía si lo hacía en serio o en broma.
-Por ahí.
-¿Cómo se llama?
-El nombre da igual –gritó mi papá volviendo a llenar su copa vacía- sale la Bardot en pelota...Pero
a ver, espera, se llama “Show 67”, eso. Lo compré en el Mercado de las pulgas de Clignancourt, lo
recuerdo perfecto, llovía y la Fanny tenía toda la boca manchada con crêpe de Nutella, y llegamos a
esta disquería alucinante, al lado de los anticuarios, y -cada vez que mi papá habla de Paris, su cara
cambia. Según él, sólo quienes han vivido en Paris, conocen esa sensación- le preguntó al dueño del
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local si tenía papel confort o algo para limpiarse la boca y el hombre le dijo que no había nada
mejor para eso, que un “bisou”.
-¿Un qué? –dije.
-Un beso.
-Acá está –gritó Rocío-¿ Están listos?
-Show en vivo y en directo. Me siento privilegiado –dijo mi papá sentándose arriba de unos cojines.
Me senté a su lado.
Sonó el teléfono. Era el enésimo llamado de la tarde.
-Este teléfono no para- comentó mi papá-. ¡Estás muy popular Livia!
-Esperen un segundo –me levanté.
Mis compañeros de colegio llevaban toda la tarde llamando para saber si el Willy ya había ido a mi
casa. Decidí descolgar el aparato hasta que mi papá se fuera.
Rocío empezó a bailar.« Il me faut une transfusion de mercure/J'en ai tant perdu par cette blessure
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Traté de retener mi risa. Mi papá empezó a mover su pie.
-No sabía que bailara tan bien.
-¿Qué dice la letra?
-Dice “necesito una transfusión de mercurio”.
Rocío movía brazos y piernas, sacudiendo histriónicamente su melena caoba.
-¿Y le diste ese beso con Nutella a la Fanny o no?
-No uno, varios. Después el tipo nos rebajó a 5 francos el disco de la Bardot.
Rocío terminó su show toda transpirada. Mi papá apoyó su copa en el suelo y aplaudió.
Me pregunté si le aplaudía a ella o a sus recuerdos.
-Genial. Lo haces muy bien. Deberías dedicarte a esto profesionalmente.
-Papá... –murmuré. A veces no sabía si hablaba irónicamente o de buena fe.
-Lo digo en serio.
-¿Usted, perdón tú, crees que puedo llegar lejos? –Rocío bajó el volumen del equipo.
-No le des más cuerda, que ya fue seleccionada para una revista- le advertí al oído.
-Lejos, lejos es la China –divagó m papá mientras volvía a mojarse los labios con más syrah.
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De pronto Rocío tuvo otro motivo para hacer el bis. Dangil, Mateo Varletta y el Gato, acababan de
llegar y pedían repetición.
-Rocío Lemus te amo –escuché que Mateo le balbuceaba a Dangil en el oído.
Hacía ya un año que llevaba un parche negro en el ojo y era conocido entre los skaters como “El
Pirata”. Desde que se había reventado la cornea patinando en la baranda de unas escaleras, su
propio mito se había inflado tanto como su ego. Lo conocía desde chico y me daba igual la historia
de su ojo, y que fuera sobrino de Rony Varletta, uno de los líderes del equipo Sky-Calypso, los
primeros skaters sudamericanos, por si no lo sabías y fuera popular por sus carnasas y este verano
hubiera sido seleccionado para participar en el Campeonato Nacional Adrenalin de Viña del Mar. -
¿Cuándo me lo va a soltar?
Dangil obvió sus comentarios y me miró cómo preguntándome qué diablos estaba pasando con los
preparativos de la fiesta. Se sentaron en el suelo arriba de sus tablas de skate.
El Gato gritó “wuu” y mi papá lo imitó, aplaudiendo.
-¡Papá estás muy happy!
-Deja que el tío se divierta –me hizo un guiño con su ojo sano. Después que sus papás lo echaran de
la casa, Mateo pasaba semanas enteras con nosotros y se comportaba como uno más de la familia.
Comía todo lo que quería, se daba largas tinas, se conectaba a Internet sin pedir permiso, se
encerraba en la pieza de Dangil a escuchar música y hacer lo que hacen los hombres a esa edad
cuando están solos. Varias veces, lo había sorprendido espiándome por la ventana del baño mientras
me duchaba.
No era su culpa que viviera con nosotros. Si hubiera podido, la Fanny habría adoptado a todos los
skaters del barrio porque según ella, eran incomprendidos por sus familias y la sociedad. Más aún
si eran tuertos. El primer viernes de cada mes, les organizaba completadas en el patio que
terminaban en piyamas partys hasta el lunes siguiente.
-¿Cómo estuve? –dijo Rocío apenas Brigitte Bardot terminó de cantar.
-Otra, otra –empezaron a gritar. Mi papá había retrocedido 30 años y parecía mimetizado con los
amigos de Dangil. Sólo le faltaba un skate bajo el brazo.
-Don Horacio –sugirió Mateo.
-Dime Horacio, por favor, no me hagas sentir peor que un yogurt vencido.
-Papá te estás repitiendo...
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-Perdón, Horacio. Horacio, tú que eres culto, deberías hacerle preguntas de cultura general como en
los concursos.
-Es que no veo televisión, no tengo idea lo que preguntan –dijo mi papá.
-Cualquier cosa, la capital de Bolivia.
-No, me da vergüenza –murmuró Rocío.
-Si quieres ser famosa, nada te tiene que dar vergüenza –declamó Mateo con su típico zeteo.
-¿Quiere ser famosa? –me preguntó Dangil como si fuera algo que desbordara su entendimiento
sobre el mundo.
-No sé lo que quiere.
-Bueno, le voy hacer una pregunta a la concursante –dijo al fin mi papá. Sus labios se habían teñido
de rojo de tanto tomar vino.
-Silencio –gritó el Gato-. Yo tengo la primera pregunta- Rocío se quedó parada en la mitad del
living, como si de verdad estuviera en el set televisivo de algún concurso juvenil-. Nombra todas las
regiones de Chile.
-Qué pregunta más pirata –le pegó Mateo en la nuca.
-Primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta, hasta la doceava –repitió Rocío, riéndose.
-Qué seca –dijo el Gato.
- Eres un retardado, las regiones tienen nombres–se rió Mateo
-Rocío está en lo correcto –intervino mi papá-. Después de la regionalización hecha por Pinochet,
las regiones en Chile además de nombres, se dividen con números.
-¿Y por qué? –preguntó Dangil jugando con el cordón de sus zapatillas.
-Bueno, fue uno de los inventos fascistas más revolucionarios de los años 80s. Pero eso no lo digas
en la tele, te pueden descalificar.
Nos reímos.
-¿Cuántas personas se torturaron en la dictadura? –disparó Mateo.
-Esa está polémica –mi papá bajó la vista.
-Mmm. A ver, salió hace poco en el diario –se quedó pensando Rocío – No me acuerdo si 3.000 o
30 mil.
-30 mil –la ayudó mi papá-. Estuviste cerca. Pero tienes que llegar lejos, acuérdate.
-¿Qué es la globalización?
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-La globalización, es complicado, son muchas cosas, depende....


-Parece que no lees los artículos que tu viejo escribe en los diarios–se rió Mateo.
El papá de Rocío es sociólogo, historiador y antropólogo. Hace poco publicó su primera novela –la
historia de una mapuche de Temuco que aprende a chatear por Internet y tiene un romance virtual
con un profesor de Harvard-y altiro saltó al ranking de los más vendidos.
-Yo tengo una pregunta –levantó el dedo Dangil.
-A ver, Daniel –lo animó mi papá.
-¿Por qué quieres ser famosa?
-Para no trabajar.
-No, no puedes decir eso –replicó mi papá, ajustando nerviosamente su gorro de pescador.
-Para ayudar a los pobres tienes que contestar–se hizo escuchar el Gato en medio del bochorno de
opiniones.
-Ahora no se dice pobres, se dice gente con menos recursos-dije.
-Muy asertiva Livia, deberías ser su asesora-me felicitó mi papá.
-Yo quiero ser el asesor de imagen, así tengo acceso a los camarines –se río Mateo sacando su
lengua.
-Los 10 mandamientos –dijo el Gato.
-Qué pregunta más ñoña- le pegó en la nuca Mateo-. Mejor contéstame ésta, Rocío: ¿te han hecho
un pack de cerveza?
-A ver niños-intervino mi papá-, vamos en orden. Primero la pregunta de Don Gato.
-Don Gato –se rieron todos.
-Shhh, silencio. No estoy en un colegio de curas como ustedes, no me sé la Biblia.
-Pero si son obvios –alegó el Gato-. No robar, no matar, emm...
-Mi colegio es laico, nos enseñan otras cosas más importantes.
-Ya, listo, no te pongas demasiado inteligente-dijo Mateo.
-Nunca vas a ser demasiado inteligente en estos tiempos, no te preocupes-se rió mi papá ya
bastante entonado-. Voy a buscar un vaso de agua-Lo ayudé a levantarse.
-Ahora tienes que decirnos lo del pack de cerveza –arremetió Mateo nuevamente.
-Cállate, está mi papá-alegué, dándole un empujoncito.
-¿Cuál era ese? –se rascó el pelo el Gato.
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-Tres en uno: un dedo adelante, otro al medio y el último atrás.


-No entiendo–dijo Dangil con su ingenuidad usual.
-Son las cosas que tu amigo aprende en el web y nunca practica –dije desatando una risa general.
Después de disparar más preguntas, el jueguito perdió chispa.
-Bueno –suspiró mi papá volviendo de la cocina-. Los dejo, sólo venía un rato. Rocío, te felicito,
bailas muy bien. Deberías ir al Moulin Rouge mejor, así te vamos a ver a Paris y no estamos
obligados a prender la tele. Ten cuidado con el medio local, es muy mediocre...no sabes cuantas
jovencitas de 20 años frustradas llegan a mi consulta... Por si acaso-se acercó a mi amiga y bajó la
voz-, ¿no tendrás el correo electrónico de tu papá?
-Tiene varios, la verdad. Uno, para sus amigos íntimos; otro para sus amigos de trabajo, y el último
para sus conocidos. El último está perfecto-mi papá sacó del bolsillo su típica libretita de apuntes y
anotó el e-mail-. Me gustaría mandarle el manuscrito de una novela que estoy escribiendo...no tiene
nada que ver con la globalización, más bien con el aislamiento, pero, en fin.
Luego de detestar por años enteros al papá de Rocío por snob, ahora se humillaba y le pedía ayuda.
Lo acompañé hasta la puerta.
-¿Tres e-mail? ¿Cómo puede subdividir la humanidad en tres grupos distintos? –me dijo apenas
salimos al patio.
-Papá, no empieces...En todo caso Marcia Morel dice que la novela es pésima.
-Entonces debe ser buena.
-Desde que vende libros, el papá de Rocío está más neurótico que nunca. No vale la pena ser
escritor si vas a terminar enojándote porque alguien tira la cadena en la pieza de al lado.
-Bueno, es peor si la tiras sólo para escuchar algún ruido en tu casa.
-Papá...
-Nada, Livia. Está todo bien –suspiró-. Veo que lo pasan muy bien solos. No sé porque la Fanny
cree que vas a armar un despelote- Bajé la vista. Eso era exactamente lo que iba a ocurrir en unas
pocas horas-. A propósito de tu mamá, ¿es verdad que invitó a unos mendigos a comer completos?
-Sí pero no se quedaron a dormir, no te preocupes. Era una tarea que tenía que hacer para su retiro
bahoista.
- Una cosa es estudiar la “tolerancia universal” que profetiza Bahaullah, o como se llame el iraní
que inventó esta religión que por lo demás es muy genuina, pero otra cosa es practicarla.
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-Tú sabes que estar con gente rara, la hace sentirse normal.
-En fin...¿Quieres almorzar conmigo mañana? Tengo unos sobres de “Sopa para uno”, muy buenos.
Me reí.
-¿Sigues con tus almuerzos de soltero, papá?
Esta vez no me reprimí y lo abracé.
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Justo cuando voy atravesar Manuel Montt, diviso una carreta avanzando a toda velocidad por la
calle desierta. El caballo, tiene la cabeza ladeada y va dejando una poza de saliva atrás suyo.
Retrocedo a la berma justo a tiempo antes de que me atropelle. Los zócalos del caballo retumban en
el asfalto hasta alejarse
Sigo caminando. ¿Livia, no crees que deberíamos poner la bola disco más al medio?
Mi papá acababa de irse de la casa, seguro que pasaríamos el resto de la noche haciendo playbacks,
y nosotras nos paseábamos con un vaso de ron-cola siempre lleno, en la mano y un caño de
superskunk en la otra.
-Ven, vamos a pintarnos –me dijo mi amiga.
A Rocío le encantaba maquillarme. Mientras lo hacía, iba nombrando cada una de las partes de mi
cara que más le gustaban: mis ojos grandes y alargados, mi piel blanca, sin acné, (según ella, como
las japonesas); mis labios con un tinte rojo natural (¡no necesitaba rush, sólo brillo!); la punta
quebrada en dos de mi nariz; los huesos sobresalientes de mis pómulos.
Apoyamos nuestras cabezas una al lado de la otra y nos miramos al otro lado del espejo.
-¿No parezco Livia Espectro?-le pregunté soltando una risita.
-Te ves preciosa.
-Tú eres más linda –dije mirando su imagen reflejada al otro lado-. Me encantan tus ojos color
esmeralda, tu pelo caoba y esas pecas color chocolate que tienes alrededor de la nariz...
-¿Por qué no pololeamos?
Nos reímos.
-Sabes, deberías lucir los huesos de tus hombros y ponerte algo escotado como mi vestido. ¿Viste
qué styler?
El vestido de Rocío era de algodón rojo, sin tirantes, corto.
-Me siento cómoda con mi mini de jeans y esta polera rayada.
-Es muy ñoña...La usas desde los 14 años...
- "No sé si soy infeliz porque no soy libre, o no soy libre porque soy infeliz”
-¿Qué estás diciendo?
-No sé si....porque soy libre...o no soy........
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-Despierta Livia –dijo Rocío pasando la mano al frente del espejo. Patricia Franchini le confesaba
todos sus miedos a Michel Poiccard en un baño parecido a éste. Me pregunté si algún día yo haría
lo mismo. Si al otro lado del espejo habría alguien para escucharme –Yujju, ¿estás bien?
-Un poco volada, la verdad –reaccioné-. ¿Tú crees que mi papá se dio cuenta que íbamos hacer una
fiesta acá en la casa?
-No, no te preocupes- me tranquilizó dándome un beso en la mejilla-. Además se fue bien happy.
Antes de salir del baño, Rocío abrió el estuche donde guardaba sus maquillajes y sacó unas pastillas
para adelgazar que encarga por Internet.
-¿Sigues tomando esas tonteras? – por más que le dijera que estaba al borde de la anorexia, ella
insistía en hacer dieta.
-Es que me estoy quedando dormida. Necesito prenderme.
-¿Pero no dijiste que Leo nos iban a regalar ...?
Había decido hablar de Leo, como si no me importara.
-Sí –se defendió-. Pero todavía es temprano y la noche es larga.

La noche es larga si uno quiere que sea larga.


Los primeros en llegar fueron los Motes con Huesillo.
Los Motes con Huesillo era el nombre de DJ de los mellizos Sang-soo y Chang-don Méndez.
Eran mitad chilenos y mitad coreanos y tenían una colección de más de 1.000 vinilos.
Después de clases me invitaban a su casa en Patronato y pasábamos horas enteras revisando
sus discos, en su mayoría rock de los 90’s. La fiesta de mi casa, sería un homenaje a nuestras
tardes melómanas.
Todavía no terminaban de conectar los equipos, cuando Ernesto Cienfuegos tocó el timbre.
-¿Es verdad que tus viejos no están? –gritó apenas abrí la puerta.
Detrás de él, aparecieron “sus perros”, como él les decía, una seguidilla de poleras de El señor de
los Anillos, que iban desde la talla S a Extra Large. Además de alguna que otra espinilla,
compartían esa misma expresión de eternos púberes intoxicados con Internet, videos juegos, y otros
malos hábitos.
-Sí, ¿por qué? –levanté los hombros.
-¿Te dejaron en la casa sin nana?
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-¿Hasta cuándo me vas a espiar?


-La vendiste, Ernesto-se rieron sus amigos.
-Para tu información, no tengo nana.
-Bueno, asesora del hogar, como le llaman hoy día los socialistas- se río.
Las nanas no duraban ni una semana en mi casa. Encontraban que la señora Fanny era muy rara. A
mi mamá le daba igual que la casa estuviera desordenada y estábamos acostumbrados a calentarnos
la comida en el micro ondas o a dejar nuestras camas deshechas por días enteros.
Hice pasar a Ernesto Cienfuegos y “sus perros” al living.
Todos habían puesto plata para la movida del Willy y querían fumar antes de que empezara la
fiesta. Les pasé mi tarro de Nescafé, dejándoles en claro que habíamos decidido hacer un
fondo común.
-¿Y cómo vamos a saber si Max Bueno no se lo mete todo? –dijo Ernesto. Le conseguíamos el
primer caño de su vida y ya estaba alegando.
Le hice una seña a los Mote con Huesillo para que trajeran su pipa de agua.
-Porque con esto estás obligado a compartir. Y rinde más. Con dos fumadas estás listo. ¿Yaaa?
Para soportar a Ernesto en mi casa yo también necesitaba una calada. Coloqué un cogollo en la
cazoleta y acerqué la boquilla de vidrio a mi boca.
-¿Y? –chillaron en manada-. ¿Estás muy piante? ¿Es distinto a fumar con papel? ¿Qué se siente?
Te sientes como revolcado por una ola, pensé. Una vez que la ola termina de arrastrarte con ella, te
quedas flotando debajo de la superficie del agua; cada palabra que pronuncias se convierte en
espuma, cada sonido que escuchas se pierde al fondo del mar...y.....
-Y cálmense, les va gustar –dije volviendo en mí. Les pasé la pipa.
Mientras más fumaban, más se quejaban que no estaban volados y más se reían. De la bola disco.
De los mellizos Méndez que se habían puesto a hablar en coreano entre ellos. De unos suflitos de
queso que yo picoteaba y me dejaban la punta de los dedos naranja.
Apenas se enfrascaron en una discusión sobre el verdadero tamaño de Gimli y los Hobbits, decidí
pararme.
Recordé que había olvidado guardar las cajas de Syrah en algún lugar seguro. Fui a buscar a Rocío,
que seguía encerrada en el baño hablando por celular, y le pedí que me ayudara a subirlas hasta la
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pieza de mi mamá. Terminamos justo a tiempo para abrirle la puerta a Max Bueno y compañía;
Alvaro Santini, Julián Espejo, Ian Reynolds y Tomás Reyes.
Nunca llegaban antes de medianoche a ningún lugar y supe de inmediato que andaban en algo raro.
-Hola Livia, ¿qué se cuenta?-los besé en la mejilla, igual que a perfectos desconocidos, como si –
exceptuando Max Bueno-nunca me hubiera agarrado a cada uno de ellos. Al ver que ya había gente
en el living me dijeron que fuéramos a mi pieza. Traían “caspa del diablo para calentar los
motores”.
Mi pieza todavía tenía una cama, un escritorio y un velador. Los libros y cedés estaban ordenados
en sus estantes y la ropa guardada en el closet. Se sentaron en círculo en el suelo, agarraron un
cuaderno, un lápiz bic y dieron vuelta un papelillo con coca.
-Es ultra pirata –sentenció Max Bueno, luego de jalarse la primera línea- ¿Para qué te hiciste el
Pablo Escobar y le dijiste a la mano que estaba rica? ¿Cómo puedes ser tan mamón, Alvaro
Huevonini?
Miré a Alvaro Santini. Tenía la corbata del colegio alrededor de la cabeza. En el lugar de la insignia
le había dibujado una “A” de anarquía.
Por más que tratara de ser el clon de Max Bueno, seguía siendo el mismo niño postal Village de
siempre.
-No es mi culpa. A ver, déjame probarla.
-Ya la probaste y te gustó, ¿para qué me vas a decir de nuevo que está buena si es un asco?.
Todavía la podemos cambiar. Llama a ese flaite amigo de tu hermana ahora.
-¿Para qué nos vamos a meter en atados?
-Porque te estafaron. Te vio cara de pendejo.
-Deja que la prueben los otros y ahí vemos-se defendió Alvaro Santini.
-Ni cagando.
-A ver, hagamos una ronda de consultas ¿Quién ha jalado aparte de Max?- intervino Julián Espejo,
en tono conciliador.
Hubo un silencio. Di un paso adelante hacia el cuaderno lleno de rayas blancas que estaba tirado en
el suelo.
-¿Livia? –exclamaron sorprendidos.
-Para saber si es buena, tienes que ver si se te duerme la lengua-dije-. Así de fácil.
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-¿Cuándo jalaste coca?- me preguntó Rocío boquiabierta.


Apoyé la yema del dedo en una línea, tal como lo había hecho dos años atrás con el papelillo que
había encontrado en la billetera de mi ex padrastro y me la llevé a la punta de la lengua. Ni siquiera
Rocío estaba al tanto de esa historia. Mi pudor a que las extravagancias de mi familia quedaran de
nuevo al descubierto había sido más fuerte que nuestra confianza.
-¿ ¿ ¿Y???
Esperé que se me durmiera la lengua y me viniera taquicardia, pero sólo sentí un sabor a OMO en la
boca.
-Parece coca –dije sólo para dejarlos tranquilos.
-Tienes que metértela por la nariz para cachar.
-No me gusta jalar, lo encuentro decadente.
-¿Cómo decadente?
-De viejo.
Max Bueno empezó a mover el pie nerviosamente hasta que agarró el cuaderno y el lápiz bic. Uno
a uno, todos siguieron sus pasos. Si Max Bueno lo hacía, no había de qué preocuparse. Anfeta o
coca, al final daba igual.
-No me miren así- suplicó Alvaro Santini-para la próxima ustedes hacen la movida.
-No va haber una próxima - dije –El colegio se acabó. Todos se quedaron mirándome como si
hubiera dicho una gran y triste verdad.
-¿Les conté que decidí estudiar?- cambió de tema ajustándose la corbata en su cabeza.
-Qué vas a estudiar tú si apenas sabes restar- se rió Rocío, sentándose sobre las rodillas de Max
Bueno. Verlos juntos era como ver la promesa de un amor estéril. Hacía dos años que andaban y
terminaban, quizás porque los dos eran demasiados ególatras y populares para concentrarse
exclusivamente en el otro. Estaba segura que en un rato más cada uno estaría agarrando por su
cuenta.
-Voy a ser ginecólogo-gritó Alvaro Santini-Plata segura, mujeres al alcance de la mano, consulta
privada en un edificio moderno. Hasta te puedes hacer famoso. Los ginecólogos siempre salen en la
tele hablando de cualquier cosa-estuve a punto de vomitar. Ya habían pasado los 20 minutos en que
soportaba tenerlo al frente. Varios cigarros se encendieron al mismo tiempo-. Adivinen quién fue
mi primera paciente-alguien se rió-¿Por qué me miras así Livia? No me vas a decir que se te
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olvidó-Me quedé callada.¿Cómo podía olvidar que lo que me había gustado de él tres años atrás
había nacido y muerto en una misma noche?
Rocío salió en mi defensa diciendo que si iba ser ginecólogo no tenía que ventilar los expedientes
de las personas y aproveché el bochorno para salir de mi pieza.
Bajé las escaleras y seguí caminando por el pasillo hasta la sala de estar.
Dangil, el Gato y Mateo, estaban sentados cada uno sobre sus tablas de skate al frente del televisor
y fumaban de la pipa de agua de los Motes con Huesillo. Magdalena y Josefina comían suflitos
tumbadas en el sillón. Le di una nueva calada a la pipa y me hice un hueco entre ellas.
-Estos skaters son muy alzados- protestó Ernesto Cienfuegos apareciendo desde el fondo del
pasillo -. Ah, Livia, estás ahí. Los amigos de tu hermano chico me robaron la pipa, ¿puedes hacer
algo?
-No es tu pipa, mamón-le gritó Mateo-. Y tampoco son tus pitos.
Sus ojos se clavaron en el televisor, obviando mi comentario.
-¿Están jugado Atari? ¿Lo bajaron de Internet? Qué guay....-palideció.
-¿Quieres jugar? –le preguntó Dangil con su típica candidez.
Súbitamente la cara de Ernesto se volvió de piedra. Hasta sus espinillas parecían fósiles.
-¿De dónde sacaron esta reliquia? –gritó acercándose a una consola negra que estaba en el suelo. La
examinó por todos lados -. No lo puedo creer. Es un ATARI 2.600, el original. Por favor, pásame
un segundo esa palanca.
Ernesto se quedó absorto pegándole a una pelotita que hacía hoyos en una barra de arcoiris.
-¿Tiene Asteroids?
-Llévate la pipa y suelta la palanca- se quejó el Gato-. Me tocaba a mí.
- Este juego es de colección, ¿lo compraron en Estados Unidos?
Estalló una risa general.
-Lo encontramos botado en la basura.
-En Irarrázaval.
-No puede ser- exclamó Ernesto-. ¿Saben en cuanto lo pueden vender? Yo conozco seis
coleccionistas interesados. ¡Es una de las primeras versiones, del año 77! ¡De culto!
-No está a la venta,–murmuró Mateo, poniéndose de pie en su tabla.
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-Te lo cambio por un video juego que están haciendo unos amigos míos. Es sobre el golpe de
Estado. Yo tengo una copia exclusiva. Puedes ser milico o defender Allende.
Imaginé a mi abuelo convertido en un mono virtual y gritándole “vaffanculo” a los soldaditos
verdes.
-Defender Allende, obvio –gritaron todos.
-Qué losers.
-Más encima eres facho –se rió Matilde.
-Soy apolítico, pero me gusta ganar, obvio.
-Oye, perdona pero nos tocaba a nosotras –susurró Josefina levantando el dedo tímidamente-.
Queremos jugar tenis.
-Pong se llama. ¿Tienen el Pong? Ya poh, ¿quieren cambiármelo o no?
-Dale la palanca a las señoritas –le gritó Mateo-. O te voy a tener que regalar mi parche para que te
lo pongas en el ojo.
Al fin soltó el juego y se dio media vuelta.
La casa empezó a llenarse de gente y de humo. Todos querían perder el control y para eso había que
estar al lado de Ernesto Cienfuegos, quien se había adueñado de la pipa de agua como si fuera de él
“sólo porque había llegado primero a la fiesta”. Daba lo mismo que oliera a transpiración y
transmitiera sobre Hobbits, con tal de fumar. Alguien pidió Duran Duran. Sang-soo dijo que los
80’s apestaban. Chang-don agregó que los 90’s estaban de vuelta. Si no sabes quién es Kurt Cobain
y Noel Gallagher es mejor que esta noche no te acerques a las tornamesas. ¿Quieren rock chileno?
Tenemos el último disco de Panico, una inyección en el culo: Subliminal Kill.
Miren Santiago, Paris, Barcelona, aún nunca perdiendo la oportunidad de bailar en una disco.
¡We like the music baby, and we like you too muchachita!”
Rocío empezó a dar vueltas por el living, dando saltitos a pie pelado. Se había mojado el pelo varias
veces y su vestido rojo estilaba agua por todos lados. Yo en cambio tenía que concentrarme para no
chocar con las murallas, y me arrepentía de estar tan pasada antes de medianoche.
-Miren mejor a Rocío Lemus, se volvió loca- le dijo Alicia Gamboa a sus amigas. Todas estaban
vestidas iguales; petos, blue jeans, aros con argollas, zapatillas All Stars. Los hombres rondaban a
su alrededor peor que moscas arriba de un plato de comida.
-Si más rato te da hambre, hay margarina Bonella en el refrigerador-le dije pasando a su lado.
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-Timbre –gritó alguien.


Caminé hacia la entrada, sintiendo mis pies de plomo. Una poderosa gravedad me empujaba
hacia el ombligo de la tierra. Cuando me empezaba a sentir así, corría serios riesgos de terminar
durmiendo en cualquier parte, Me gustaba dormir con el ruido de fondo de una fiesta, sólo que ésta
era mi fiesta. Abrí la puerta, rogando que no fuera mi vecino Ricky. Rocío ya lo había olvidado por
completo y ahora tenía ganas de seducir a Max Bueno, o al menos de impedir que sedujera a otras.
Como era de esperar yo iba a tener que hacerme cargo de él. De sólo imaginarlo en la mitad del
living, despotricando que la castidad iba a salvar el mundo o cosas por el estilo me volvía
paranoica.
Levanté la vista de mis pies y súbitamente sentí que por mi cuerpo volvía a correr sangre fresca.
Estaba tan viva, que el corazón empezó a latirme en los oídos. Leo. Leo estaba ahí, parado bajo el
umbral de la puerta como en el marco de una foto. Más alto y más grande de lo que recordaba. Su
chasquilla mod, un poco más crecida. Su fishtail parka verde que usaba en invierno y en verano, un
poco más gastada. Sus ojos, un poco más cerrados. A mis espaldas la fiesta pareció cuajarse.
-¡Lolita! –gritó, abrazándome. Me di cuenta que no abrazaba a nadie hace mucho tiempo. Mis pies
se despegaron del suelo y dimos una vuelta de 180 grados. Olí su piel, un segundo, sólo un segundo.
Un olor a anís, que me evocó tardes enteras pasadas mirando el dibujo del punto rojo en su pieza.
Esos meses juntos había sido una película rotativa que todavía seguía corriendo en mi mente.
Todavía tenía la sensación de haber perdido algo antes de los créditos finales. Me bajó de sus brazos
y sentí mis pies tan livianos como los de un pájaro. Ya no había gravedades subterráneas
tragándome. Hasta que vi otra cabeza aparecer tras el marco de la puerta.
-Ella es Susanna, o Susan, italiana, vive en Londres –dijo Leo.
Hi Susanna o Susan, welcome to my house, repetí en mi mente, intentando digerir su presencia. Leo
tenía polola. Rocío no me lo había advertido. La trajo desde Inglaterra, es alguien importante.
Salúdala.
-Hi –dije dándole un beso en la mejilla.
-Ciao –repitió ella con todo el relajo de sus 20 y tanto años. Y era linda– Parlami in spagnolo,
cualcosa ci capisco.
Más atrás, apareció Igor. Corría en zigzag y silbaba.
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-Se me habían quedado los cigarros–gritó saludándome efusivamente. Tenía puesto un polerón que
decía “Wanderers forever campeón”. –¿Dónde están las chiquillas?¿Andan con vestidos de gala?

Media hora más tarde, Los Mote con Huesillo tenían a todo el mundo convencido que Oasis era
mejor que The Strokes. Luego de ponernos brevemente al día, Rocío, Leo, Igor, Susanna y yo nos
encerramos en el baño, que al fin estaba desocupado.
-Ahora prepárense para despegar –nos dijo Leo, sacando del bolsillo de su chaqueta una cajita de
dulces Tic Tac. Entre medio de las pastillas blancas de menta, aparecieron otras celestes del tamaño
de una aspirina, otras amarillas más chicas y unas cuantas rosadas diminutas, que me hicieron
pensar en los nastisol que tomaba mi abuela porque según ella, el smog le tapaba las narices.
Leo está acá. Acá. Tan acá que la punta de sus zapatillas roza mis hawaianas.
-¿Qué vas hacer con todas esas pastillas? –le preguntó Rocío.
-Venderlas. Tengo que rembolsar mi pasaje de vuelta a Londres o voy a tener que trabajar de nuevo
en alguna banquetera –se rió.
-De las pastillas nos preocupamos nosotros, Rocío–comentó Igor-. Van a tener la mejor fiesta
sicotrópica del año. Ustedes nos dicen quienes quieren y listo.
Definitely Maybe retumbaba en las paredes del baño como en una caja fuerte.
“Is it my imagination/ Or have i finally found something worth to live for?/I was looking for some
action/ But all i found was cigarettes and alcohol”
Rocío se miraba al espejo, intentando recomponer su maquillaje corrido y Susanna, no paraba de
fumar sentada al borde de la tina. Movía sus zapatos plateados de bailarina todo el rato y acariciaba
los azulejos con la yema de los dedos. Hacía mucho tiempo que yo no me compraba unos zapatos
nuevos. Mis hawaianas rosadas ya no tenían goma.
Leo e Igor se pusieron a recordar fiestas míticas de los 90’s que yo conocía sólo de nombre. En esa
época era puro Lsd... Ahora todo es cocaína.
Había sido Leo quien me había mostrado por primera vez a “los herederos del espíritu mod”; los
hermanos Gallagher, Stone Roses, Happy Mondays, Primal Scream, Ride, Blur, The Verve... Y
luego me había revelado las “joyitas dark” que su hermano le había dejado; My Bloody Valentine,
Slowdive, Cocteau Twins, Shogun, Sien....y “su diamante de dos puntas”; Joy Division, y New
Order.
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-Ya no se pongan nostálgicos tampoco–se quejó Rocío-. Se parecen a esos papás de nuestros
compañeros que transmiten del garage Matucana.
Leo me miró a través del espejo. Sentí una puntada en el estómago. Me estaba coqueteando y yo no
estaba preparada para eso. Bajé la vista.
-¿Te acuerdas o no Leo?-insistió Igor.
-¿Ah?
-Del primer recital de “Los jaguares de Latinoamérica” en Background. Fue de culto.
-Lo único que me acuerdo es que salías de ese subterráneo y veías....
-Veías huevas –gritó Rocío.
Todos nos reímos, menos Susanna y Leo.
-¿Qué es eso de veo huevas? –preguntó Leo.
Si te ibas un par de años de Chile podías perderte cosas muy importantes.
-Nada, da igual. No vale la pena.
-A ver, abran las palmas de sus manos. ¿Susanna todo bien allá abajo?
-Abajo, ma que abajo, up, up –respondió con su acento italiano.
-Estas son para los hermanitos Lemus –continuó Leo.
-Perdón –se quejó Rocío guardando el rimel en su estuche-, pero falta un miembro de la familia acá.
Somos tres hermanos Lemus.
-¿Te refieres a la Matilde? No lo puedo creer, ¿cuantas pastillas para adelgazar te tomaste hoy? –la
encaró Igor.
-Tú te la has pasado tripeado desde que llegó Leo. ¿Te viste las pupilas?
-Dejémoslo ahí, mejor.
-Tiene 15. No es tan chica. Ustedes a los 15 andaban drogados en subterráneos.
-Rocío, ¿ aló? Está jugando Playstation, feliz de la vida con Dangil. Cuando quiera algo me lo va
pedir a mí.
-Atari –lo corregí.
-¿El viejo Atari? –me sonrió Leo-. Me siento en el túnel del tiempo, esta música, el Atari,
ustedes...
Nosotras...
-Machista. Eres un machista, Igor –lo emplazó Rocío.
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-A ver tus pastillitas gringas Burning fat–la atacó a su turno agarrando el estuche con sus
maquillajes.
-No te metas en mis cosas. Saca tu mano, te dije.
Golpearon la puerta. Alguien gritó que el baño no era motel.
-Es mejor apurarse –dije.
-Bueno, ésta–dijo Leo sacando un éxtasis celeste-, es para la princesa de la noche.
Miré a Susanna o Susan, esperando que reaccionara. Seguía acariciando los azulejos y mascaba
chicle como si estuviera triturando un venado en su boca.
-Princesa, despierta –me dio un codazo Rocío.
-Ahu...-grité-...pensé que era para ella.
-No te preocupes, nosotros ya tuvimos un avant prémiere, esta tarde –me cerró el ojo Leo.
Abrí la mano.
-Gracias –me animé a coquetearle de vuelta-. ¿Ahora puedo, entonces?
-Si porque eres mayor de edad.
-No, todavía tengo 17.
-Bueno, casi.
Mientras pololeábamos, Leo nunca me había querido dar de probar ninguna droga fuerte. Decía que
cada droga tenía su edad, su madurez mental y su contextura física, especialmente si eras mujer.
-Hey Susanna, ¿un refill? –le gritó Igor.
-Dopo, dopo, guarda che sono gia abbastanza “high”.
-Yo en cambio me voy a repetir en honor a los viejos tiempos –murmuró Leo.
Sentí que cualquier comentario que hiciera, iba dirigido a mí. Miré a Susanna. ¿Para qué la había
traído a mi fiesta? Yo no tenía a nadie con quien equiparar la balanza.
Volvieron a tocar la puerta, ahora tan fuerte que la podrían haber derribado. “Apúrense trogloditas”,
gritó alguien cuya voz me pareció familiar.
Hicimos chocar nuestras pastillas a modo de brindis y las tragamos bebiendo el resto de un vaso de
pisco que alguien había olvidado a un costado de la tina.
-Niñas, recuerden que es malo tomar mucho alcohol –nos aconsejó Leo guardando su cajita Tic Tac
en el bolsillo de su chaqueta.
-¿Escuchaste?–murmuré entre diente, mirando a Rocío.
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-Todos están en mi contra hoy día. ¡No entiendo! Ya van a ver.....


-¿Ya van a ver qué? –la imitó Igor abrazándola-. ¿Cuándo estés en la portada de esa revista?
- Si le dices al papá te mato.
-¿Qué revista? –preguntó Leo.
-Una tontera -dije.
-La vendiste, Livia, ¡gracias por el apoyo!
-Es una manera de decir, no te lo tomes tan en serio...
-¿You know what you need ragazzi?- intervino Susanna-. Amore-amore-amore. Love-love-love –
empezó a susurrar, moviendo sus brazos, como si estuviera nadando-. Let’s go dancing.
Al salir del baño, me encontré a Alvaro Santini al frente. Estaba tan puesto con esa coca cortada
que su mandíbula parecía haberse corrido unos centímetros hacia la izquierda.
-Espera, Livia –me dijo, agarrándome del brazo-...si tus amigos tienen éxtasis conozco como veinte
personas que quieren comprar.
-Habla con él.
Leo lo escuchó y se dio vueltas, apuntándolo con el dedo.
-¡Ja! Tú eres el de la tina. Lo siento, pero estás castigado.
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No me doy cuenta cuando de pronto ya llegué al parque Bustamante. Mi abuela Carmen vive en el
número 30, departamento 62, a una cuadra del edifico de la CTC. Siempre desvío la vista de ese
celular gigante. En la esquina hay un café donde almorzamos juntas por última vez antes de que
su cáncer a la próstata se agravara. Recuerdo que pedimos empanadas de hoja con queso caliente.
Mientras comíamos, una parte de mí sabía que esa era nuestra última empanada de queso juntas, y
posiblemente nunca más estaríamos las dos, una al frente de la otra. Tuve ganas de que el último
mordisco no llegara nunca, y creo que ella también sintió lo mismo, porque dejamos una esquina de
empanada sin comer en el plato.
Me paro al frente de la puerta de entrada. El conserje, me reconoce y me saluda.
-¿Va subir? –me pregunta.
Me quedo mirando el botón dorado del timbre. Siento que me pica la garganta.
- Mejor paso en un rato más–murmuro.
No sé a dónde voy. A buscar vida más que comida, supongo y para eso tengo que seguir bajando.
Plaza Italia.
Cruzo hacia el Parque Forestal. Las hojas de los árboles brillan. Levanto los brazos para tocarlas
con la punta de los dedos. No sé por qué, me pongo a recordar algunas lecciones de biología sobre
la fotosíntesis. Es de las pocas materias científicas que aprendí en el colegio. “La fotosíntesis es un
proceso metabólico usado por las células para obtener energía. Para absorber energía las plantas
cuentan con un pigmento especial, llamado clorofila, capaz de transformar el agua y el carbono en
compuestos orgánicos, liberando oxígeno”.
Me gustaría sentirme menos humana y más planta. Las plantas sólo necesitan un poco de luz y de
agua para vivir. Absorben la vida sin estar obligadas a procesarla mentalmente.
Me detengo unos segundos frente a la pileta de agua. Unos niños chapucean adentro. Al lado hay un
carrito con libros. Se llama Biblioplaza. Hojeo una reedición de Mampato, Mampato en Rapanui.
Sigo caminando, dejando una nube de tierra a mis espaldas. Algunos quiltros me empiezan a seguir.
Paro y ellos paran. Acelero el paso y ellos lo aceleran.
Trato de ver si entre ellos se encuentra mi quiltro. El quiltro que conocí el verano pasado, en la
fiesta de la Love Parade. Era la primera vez que tomaba éxtasis. Recuerdo que me había perdido
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de mis amigos, estaba tumbada en el pasto, entre botellas de plástico y colillas de cigarros, la vista
clavada en el cielo, los pies extendidos hacia la cordillera, el humo de mi cigarro saliendo como aire
de mi boca.
Había escuchado decir que el éxtasis te ponía “cachondo”, pero lo último que pasaba por mi mente
era agarrarme un desconocido o hacer ese tipo de cosas que hacía borracha y de noche. Yo, mi
soledad y la música éramos un trío inseparable. Amarse a sí mismo me parecía más urgente que
amar a los demás. En un momento decidí pararme de mi cama de agua y caminar. La gente
levantaba los brazos y gritaba, y había algo vulnerable en esa catarsis colectiva. Como si tanta
felicidad junta me recordara lo infeliz que de verdad éramos. Quise unirme a ellos, a su
inconsciencia festiva, pero preferí cerrar los ojos y pensar en todas las personas que me ataban a
este mundo. Papá, abuela Carmen, Dangil, Rocío, mamá. Cada uno de ellos me producía un calor
distinto en el cuerpo.
De repente sentí que alguien me seguía. Era un quiltro. Tenía un ojo abierto y el otro cerrado, la
cara plagada de ronchas rosadas y su escuálido esqueleto vibraba con la música. Nos quedamos
mirando fijamente y él empezó a mover la cola. Entonces, no sé cómo, pero pude ver un alma
escondida en su cuerpo animal, lo tomé de ambas patas y y empezamos a bailar.

Los quiltros que ahora me siguen por el parque tienen llagas en la piel, botan baba por la boca y
apenas se sostienen en sus cuatro patas. A medida que camino, las llagas se convierten en manchas
de colores y la baba, en pozas de agua. Creo que me voy a desmayar. Unos metros más allá, diviso
unos juegos vacíos. Me siento en un columpio. Hace tanto calor, que no creo que pueda volver a
pararme.
Los quiltros se detienen a mi lado y me empiezan a ladrar. Me pregunto si querrán bailar conmigo.
-Livia, ¿quieres bailar?
-No, Ernesto, no quiero bailar.
-¿Por qué no quieres bailar? Es tu fiesta. ¿Fumaste mucha marihuana?
Sentía los huesos livianos, largas tiras hechas de papel confort. Sentía un poco de nausea y un poco
de miedo. No había vuelto a tomar éxtasis desde la Love Parade y no sabía si el efecto sería el
mismo Dejé a Ernesto hablando solo y di vueltas alrededor de la periferia del living y de mis
propios pensamientos, esperando subir en cualquier momento.
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-¿Cómo estás? –me preguntó Paloma acercándose a mí sonriente. Desde que teníamos 14 años,
usaba camisetas blancas en lugar de sostenes, pero ahora no se ponía ropa arriba de sus camisetas y
le daba igual que sus pezones se transparentaran. A la altura de su corazón llevaba dos chapitas; una
de su banda favorita de mujeres, Au revoir Simone y otra que decía “Maten a la Farándula” (la Tv
chilena da asco).. Un día, después del colegio, me había confesado que los hombres no le
interesaban y yo le había dicho que siempre lo había sabido, y que no se perdía nada del otro
mundo. “Lo sé”, me dijo, “siempre quieren que tú se lo chupes a ellos y ellos nunca te lo hacen a
ti”.
-Es como una montaña rusa-le dije-. Va y viene.
-Me pasa lo mismo, Livia. Debería haber traído la cámara. Esta fiesta se está poniendo muy
decadente. Me encanta.
-Parece una película de zombis- dijo Lucas asomándose detrás de su hombro. Lucas Nuñez era su
mejor amigo, un emo puro y derecho: pelo negro con gomina, anteojos negros de marco grueso,
innumerables chapitas de animaciones japonesas, entre las que destacaba una amarilla con letras
negras que decía “Virgen”.
Ambos querían armar una productora de cine llamada “Mundo Darko”, en honor a una película que
veneraban y cuyas fotos adornaban el papel mural de nuestra sala de clases. Les faltaba la plata,
pero ya tenían lo más importante: los principios a seguir. La primera de todas las reglas (y la más
importante) era filmar una historia basada en tu propia vida, ojalá la más emocional y dolorosa que
jamás hubieras vivido. Según ellos, la única manera de darle realismo al cine chileno era siendo
autobiográficos.
-Y Livia, ¿pensaste en alguna historia?- luego de descubrir un poema haiku que había escrito debajo
de un banco (según ella tan triste que había terminado llorando), no paraba de repetirme que tenía
que escribir.
-Todavía no, la verdad-dije tomándola de la mano como cuando éramos chicas. Había algo
placentero en el hecho de estar tocando una piel conocida y hablar.
-Yo ya tengo la mía-dijo Lucas. Mañana voy a contarle a mis papás que soy gay y voy filmar la
escena a escondidas. Ya sé dónde poner la cámara.
-No, no salgas del closet. No todavía. Si le dices a tus papás que eres gay, se van a imaginar que ya
tienes sexo y te la pasas agarrando y cada vez que llegues tarde van a imaginarse lo peor. Tú eres
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virgen Lucas. ¿Por qué los gays tienen que hablar de su identidad sexual o como quiera que se
llame, mientras los heteros no? ¿Tu crees que los papás de Alicia Gamboa saben que ella agarra
con sus amigas porque lo encuentra cool? Es injusto-Paloma me miró de reojo y me apretó la mano.
Nuestras manos se empezaron a derretir.-Cuidado ahí viene Ernesto Cienpernos–susurró en voz
baja-. Uhi... nos vio... Corrámonos.
Demasiado tarde. Se plantó al frente mío y una seguidilla de escupos volaron directamente de su
boca a mi polera. Gotas transparentes y tibias.
-¿Livia, ahora quieres bailar? –se secó la mandíbula con una esquina de su polera del Señor de los
Anillos.
-¿Hasta cuándo la joteas? ¿No ves que está hablando conmigo?-le dijo Paloma mostrándole
nuestras manos entrelazadas-
-¿De qué están hablando?
-De cine, pero no del cine ñoño que a ti te gusta... –se rió.
-Sale, tortilla.
-¿Qué dijiste, retardado?
Paloma nunca filtraba sus pensamientos y además de no gustarle, encontraba que la mayoría de los
hombres eran retardados mentales.
-¿Me estás echando la foca?
Intervine antes de que fuera demasiado tarde.
-Ernesto, gracias, pero no quiero bailar ahora. Pensaba ir a jugar Pong más rato y fumar algo, ¿ya?
-Ya, bacán, pero dile a tu hermano que suelte la palanca. A todo esto me encantó la marihuana,
haberlo sabido antes. Voy a reservarte un hueco –se dio media vuelta.
-Córrete la paja mejor -le gritó Paloma.
-¿Qué dijiste?
-Echate una manfla.
-Y tú gatillate el chorito.
-Nunca has visto uno, ese es tu problema. Por si no lo sabes vamos a tener una presidenta de la
república mujer.
-Mueran las mujeres –dijo desapareciendo por el pasillo.
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-¿Saben qué es lo mejor de terminar el colegio? –divagó mi amiga -. Que nunca más vamos a tener
que relacionarnos con misóginos homofóbicos machistas como él.
-Puede haber gente más brígida allá afuera–dijo Lucas, volviendo en sí. Sus pupilas eran dos
manchas de petróleos-. Pero como dice Oscar Wilde, es mejor que hablen mal de uno a que no
hablen.
-Como Rocío-dije-. Todas están muertas de envidia porque va salir en esa revista.
-Ahí también hay una película en potencia-dijo Lucas.
-El guión ya lo conocemos: después es elegida Miss Chile, Miss Universo, y se casa con un ex
presidente ladrón–se rió Paloma.
-Qué miedo, no digas eso- murmuré apoyando mi cabeza en su hombro.
-Es la realidad, Livia. ¿Para qué quiere ser famosa? ¿Para que después todo el mundo la pele por lo
mal que le fue en la PSU? En este país si eres joven y famoso, perdón, aspiracional como dicen hoy
día, te obligan más encima a ser mateo, no inteligente. Al final necesitan símbolos mamones para
animar la Teletón y hacernos creer que somos un país maravilloso. La farándula es la antesala de
algo mucho peor....estos tipos que conocí por Internet, ¿les conté? Algunos de ellos son bien
estrambóticos y quieren poner bombas de ruido a la salida de los canales de televisión y de las casas
de los opinólogos. Igual como lo hacen con los Mac Donalds los antiglobal. Esta chapita se las
compré para unirme “a la causa”.Yo creo en la no violencia, en los sentimientos, pero..... -tomó
aire- Ojalá nunca tengan que matar a Rocío. Me cae bien porque es auténtica. Es de las personas
que serían capaces de escupir en televisión si está muy pasada y.....
Dejé de escuchar lo que hablaban. Leo había vuelto a entrar. Camina directo hacia nosotros. Sentí
una cosquilla en el estómago.
-¿Cómo están? –nos dijo abrazándonos.
-Tus pastillas son buenísimas-comentó Lucas
-Nos sentimos como en una fiesta en Londres –agregó Paloma con su ironía punzante-. Totalmente
globalizados.
-Lámpara lámpara lámpara –se río Lucas.
-¡Te estás riendo! –le saqué en cara. Verlo transgredir su tristeza emo era un evento.
-Ya Livia, no me tortures. Sabes que puedo ser superficial si quiero.
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-Pero fuera de bromas, tu hermano era un ídolo –dijo Paloma-. ¿Cómo le vendió Blue Monday a
esos coreógrafos de Sábado Gigante? Imagínense bailar breakdance con New Order en el canal 13.
Lejos lo más descuadrado de los años 80’s.
-Sí, fue algo raro–sonrió Leo bajando la vista-. ¿Livia, me acompañas un segundo a la cocina a
buscar un vaso de agua?

Tengo sed, pero no quiero parar de columpiarme. No sé por qué me acuerdo de una canción de
Sien que los Motes con Huesillo me mostraron en su casa. Creo que se llamaba “Oleo”. En algún
rincón de mi burlitzer empieza a vibrar su guitarra lánguida y ruidosa. Le subo el volumen hasta
sentir que mis oídos explotan. La brisa me lleva un poco más lejos y los edificios se ladean hasta
desaparecer. Me gusta como la velocidad borra la forma de las cosas. Los recuerdos en cambio se
quedan pegados en la superficie de nuestro cerebro peor que musgos sobre las rocas. Basta poner un
pie en ellos para resbalarse.
-Cuidado con caerte-me dijo Leo al entrar a la cocina-, hay cerveza en el suelo.
La cocina me hacía pensar en el patio del recreo. Un constante murmureo y miradas entrecruzadas.
Pasé entre medio de un grupo de gente que discutía si era mejor entrar a la universidad y estudiar
cuatro o cinco años una carrera o tener tu propio blog y esperar que alguien te descubriera y quisiera
ser tu sponsor.
-Y tú, Livia ¿Universidad o sponsor?
-Sponsor -dije por decir- igual que los skaters.
-Vieron, ahí tienen una mina winner. Bueno, aparte de Paloma Rodríguez. Va tener una productora
de cine.
-Paloma va llegar lejos, van a ver –dijo no sé quién.
Yo apenas lograba llegar hasta el refrigerador. La luz me encandilaba. Mis brazos y piernas se
movían en el aire igual que los de un pulpo.
Leo sacó unos hielos de la hielera. Apoyé mi cabeza en el refrigerador y entrecerré los ojos. Me
hubiera gustado pensar en las personas que me ataban a este mundo tal como lo había hecho un año
atrás en el parque, pero todavía no me sentía totalmente poseída por el éxtasis. Pensaba en otra
cosa. Leo y yo, dos años atrás, teniendo sexo ahí en la cocina. La Fanny y Jaime Toro dormían
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profundamente en el segundo piso. Yo tenía los codos apoyados en la mesa y él me tapaba la boca
para que no nos escucharan. Me pregunté si él también se acordaría de las mismas cosas que yo.
-¿Estás bien? – me preguntó Leo haciéndome cariño en el hombro.
-A-ha.
-Livia, no te he peguntado cómo estas.
-Me lo acabas de preguntar –sonreí entreabriendo los ojos. El ruido de mi viejo refrigerador ahora
viajaba por mi espina dorsal.
-Bueno, repito la pregunta, en un sentido más general. Ha pasado tanto tiempo... ¿y sabes qué? –dijo
acercando su boca a mi oído-.Yo me porté mal contigo...
-No tanto –me empecé a balancear sobre mis pies.
-¿No? Sí...
-Digo, no ha pasado tanto tiempo.
No quería hablar de nosotros. De los mails sin respuesta. De su silencio. Cuando lo que hubo entre
dos personas se convierte en tema de conversación es como si ya hubiera muerto. Y yo quería que
Leo me viera desde el presente.
-¿Estás contento en Londres? –dije desviando la conversación.
Era difícil conversar con la bulla alrededor, pero el ruido ambiental ayudaba a impregnarle un tono
estúpido a todo.
-He pasado por todo. Trabajo recogiendo los vasos plásticos de cerveza que quedan tirados después
de los recitales. Lo bueno es que veo bandas gratis. Para mí eso es impagable. Supongo que algún
día me cansaré de saciar mis ansias melómanas y me contentaré con escuchar mis viejos discos en
alguna casa en Nuñoa, como ésta. Siempre me gustó esta casa....
Mientras me hablaba, recordé cómo después de haber hecho el amor en la cocina, nos lavábamos
las manos con quiz en el lavaplatos y él botaba el condón adentro de un tarro de atún jugando a que
era una ameba.
-Es mejor que nos vayamos- le dije.
Al salir de la cocina, alguien me dio vueltas un vaso de pisco en la polera y no me importó. Mi
vecino venía entrando a la casa. Parecía el príncipe de las tinieblas. Entero vestido de negro, el pelo
rapado, una “R” fosforescente estampada en el pecho. Avanzaba directamente al living con una
botella de ron Silver entre las manos. Me pregunté dónde diablos se habría metido Rocío.
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Dejé a Leo parado con su vaso de agua en la mano y me abrí paso entre la gente, con una sola
misión en mente:
seguir a Ricky. Por suerte su polera brillaba en la oscuridad.
-¿De dónde salió ese skinhead?-me preguntó Paloma.
Seguí de largo. Ricky había doblado hacia la mesa donde estaban los Motes con Huesillo
disjoqueando. Sonaba “Out of control” de los Chemicals Brothers.
Mi vecino levantó la cabeza por arriba de los hombros de la gente, buscando a la única responsable
de que él estuviera ahí. Tenía las cejas arqueadas de expectación y sentí pena por él.
-Oye, Livia-sentí que alguien me agarraba de la manga de la polera. Era Antonio Santini-. ¿Cómo
puedo entrar a la pieza de tu vieja...?
-¿Qué?-exclamé. Ricky se estaba adentrando en la pista de baile para cruzar el living.
-Por fa –se asomó una voz de mujer. Alicia Gamboa tenía puesta su corbata con la A de anarquía en
la cabeza.
-So-bre-mi-cadá-ver.
-Livia, por favor, están todas las piezas ocupadas.... –insistió Antonio Santini.
-¿Por-qué-no-se me-ten-a- la-ca-sita- del pe-rro?
Logré llegar hasta el sillón donde Rocío se revolcaba con Max Bueno. Ernesto Cienfuegos estaba
escondido detrás del respaldo y sacaba fotos con una cámara digital gritando, “ ¡pack de cerveza,
métele dos dedos, dos!”.
-Córrete guatón chanta –le gritó Max empujándolo con la mano-. ¿Cuántas veces te lo tengo que
repetir?
-Demasiado tarde, ya están en el web-se rió mostrándole la tecla “send now”.
-Ni se te ocurra troglodita.
Me di vueltas. Ricky todavía no podía llegar al otro lado del living.
-Oye, ustedes –grité. Rocío tardó unos segundos en reaccionar.
-Tengo que decirte algo. Es urgente.
Mi amiga se levantó a duras penas. Tenía todo el maquillaje corrido. Acerqué mis labios a su oído y
le dije que había llegado su invitado y era mejor que se hiciera cargo de él. Rocío levantó los
hombros y cambió de tema. “¿Eres capaz de guardar un secreto?”, me susurró a la oreja.
-¿Me está hablando en serio?
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-Shhh. Tal cual. Míralos, están muy prendidos.


Sólo ella era capaz de sacarle unas pastillas a escondidas a Leo y repartírselas a nuestros hermanos
chicos.
-Dangil tomó éxtasis–repetí para mí misma tratando de distinguirlo entre las sombras que bailaban-
-Todo el mundo tomó –se rió Rocío-.Matilde y Josefina se están echando suflitos molidos en el
pelo.
-Pero si estaban jugando Pong...
Pooong. Esa fue la última palabra que pude pronunciar Cada sílaba quedó resonando a lo lejos,
como una campana. Supe que la montaña rusa había llegado a lo más alto y ya no bajaría de ahí Una
agradable sensación de calor me recorrió todo el cuerpo. Mis ojos empezaron a ver todo difuso. La
música flotaba en el aire y yo podía traspasarla con mis manos. Sonaba “Aleluya”, de los Happy
Mondays. Súbitamente mi casa estaba convertida en un templo y mis compañeros eran una misma
masa de siluetas que levantaban sus brazos, bailaban, chorreaban sus vasos, se reían, se empujaban,
se abrazaban, gritaban.
Dangil tenía los ojos disparados hacia la bola disco y jugaba a taparla con las palmas de las manos.
Caminé hasta él, lentamente. Apenas me vio aparecer al otro lado de la bola disco, me sonrió con
esa sonrisa suya que dejaba todo lo demás sumido en la sombra. Pensé en un eclipse al revés.
-Toma-me dijo tendiéndome la mano- Coca cola fosilizada.
Era un caramelo Mediahora.
Me lo eché a la boca y quise que ese caramelo no se derritiera nunca en mi boca.
De la misma manera en que le había agarrado las patas al quiltro en el Parque Forestal, tomé sus
manos y bailamos así no sé cuanto rato.

El eclipse al revés se detuvo. De nuevo el living estaba iluminado En mis oídos sonaba otra música
“Her hair is Harlowe gold, Her lips sweet surprise. Her hands are never cold, She's got Bette Davis
eyes”. Tardé varios segundos en entender qué estaba pasando. Me llevé las manos a las orejas.
Tenía puesto unos audífonos. Alguien me los había colocado sin que me diera cuenta. Me di vueltas
de sobresalto intentando distinguir de dónde venía la música. “She'll turn her music on you. You
won't have to think twice. She's pure as New York snow, She got Bette Davis eyes”. Conocía esa
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canción.¿Te han dicho que tienes los ojos de Bette Davis? Mi corazón empezó a latir cada vez más
fuerte.
Levanté la vista. Mi cara se estiró en una sonrisa. Leo estaba escondido detrás de las hojas del
plátano oriental y movía los labios, tarareando la canción. Traté de decir algo, pero él se puso un
dedo en la boca y murmuró Shhhh.
Me empujó hacia él y rodeó mi cintura con sus brazos. Kim Carnes seguía cantando “She'll let you
take her home, It whets her appetite. She'll lay you on her throne, She got Bette Davis eyes” . Dejé
caer mis brazos alrededor de su cuello y empezamos a girar lentamente. Las siluetas parecían bailar
en cámara lenta, a lo lejos.
-Una fiesta de colegio sin un lento no es una fiesta –me dijo levantando uno de los audífonos de mi
oreja.
Traté de mantener los ojos abiertos. Su cuello. Su olor a anís.
Escondió su mano debajo de mi polera. Levantó una esquina y agachándose, me dio un beso en la
cadera. Sentí que su saliva hacía burbujitas sobre mi piel. Volvió a ponerse de pie. Antes de que me
vaya, te quiero ver”, me dijo, apretándome.
Seguimos girando en media luna.
Me imaginé despertando con él en un motel. Los besos que me daba. Los cigarros que nos
fumábamos. Nuestro olor mezclado en las sabanas. Entonces me di cuenta que el Leo que yo
quería no era el mismo que ahora abrazaba; se había quedado para siempre recostado en su cama,
dibujándome ese corazón infinito antes de que se hiciera mil pedazos. Esperé que su saliva se
evaporara en mi piel. Me saqué los audífonos de las orejas y sin decirle nada, me fui.

Todo lo que ocurrió después es una nebulosa.


De nuevo estaba parada en el medio de la pista de baile, justo debajo de la bola-disco-sol. Dangil
estaba pálido. Tenía el pelo mojado de transpiración y los labios secos. Me decía que quería subirse
al techo a ver las estrellas. Intenté encender mi cigarro, pero la llama del encendedor se movía de
un lado a otro. No podía dar con la mecha. Todos deberíamos ir a ver las estrellas, empezó a repetir
Dangil, acá adentro ya se hizo oscuro, el sol ya no calienta.
Le di una calada tan profunda al filtro que mi Apolo se quemó hasta la mitad. Alguien rodó por el
suelo e hicieron un montoncito arriba de él. Nos corrimos a un lado. Tenemos que salir, insistió
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Dangil, todos juntos, no por separado, antes de que... Su cara se contrajo en un gesto de miedo.
Sígueme, me dijo tomándome de la mano. Me empujó unos metros consigo, y al llegar a la entrada
de la casa, lo solté. ¿Estás segura? No estaba segura de nada, pero me di media vueltas y retrocedí
al living.
Sonaba una sirena de ambulancia. Alguien gritaba Stop de music. Las paredes y el piso retumbaban.
Creo que voy a vomitar- murmuró Paloma.
Lentamente las voces reaparecieron a mi alrededor.
-Anda al patio-le dijo Lucas -en el baño se están duchando...
-¿Quién se está duchando? -gritó alguien corriendo.
Paloma se apoyó a la pared, a mi lado.
-Me siento horrible. No quiero vomitar frente a todos. Y Ernesto Cienpernos me persigue con su
camarita digital. ¡ Odio su fotolog! Hay que romperle esa cámara.
-¿Qué pasó? –logré sacar mi voz para afuera-¿por qué hay una sirena?
-No pasó nada, Livia, es Daft Punk.
Revolution 909. Reconocí la canción. Respiré hondo. Me encantaba ese disco, Homework.
-¿Aló? Llamando a Livia Spector...
-Rocío... –pronuncié apenas- ¿Dónde estabas?
-Por ahí. Ven, acompáñame.
Rocío me llevó al final del pasillo y me contó que había ido a la casa de Ricky. Que había visto la
suástica pintada en la muralla de su pieza -y le había dado tanto miedo que se devolvió a mi casa
mientras él la joteaba gritándole que le había roto el corazón y “cursilerías” de ese calibre.
- Pero olvídate, da lo mismo. No sabes lo que me acaba de pasar –me dijo mi amiga-. Ven, vamos a
un lugar tranquilo, necesito decirte algo.
Nos encerramos en el baño de la pieza de mi mamá. De pronto todo era estaba silencioso. Miré mi
cara en el espejo. Mis ojos de Bette Davis me asustaron.
Alguien suspiraba a través de las murallas.
-¿Quién será? –se río Rocío -Alicia Gamb...
-Parece que le duele. Escucha... Que te dije, el efecto “Bo...”.
Pensar en sexo me daba asco. Rocío abrió el estuche con sus cosméticos. Sacó una pastilla para
adelgazar y se la metió a la boca.
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-No tomes más de esas cosas –murmuré dejándome caer arriba del water. La luz me molestaba.
Quería mis anteojos oscuros.
-Está todo bajo control, Livia. Relájate. Mira- me mostró un número en su celular. No entendí de lo
que me hablaba-. Ayúdame a concentrarme, ¿ya?
-¿A qué?
Mi amiga respiró hondo. Sus palabras llegaban a mis oídos, como si salieran de una
máquina de cocer.
-Me acaban de invitar a una fiesta/ es en un bar de Providencia/ el fotógrafo de la revista me dice
que vaya/ ahora / que está la directora / me quiere conocer/ tengo 98 por ciento de posibilidades de
salir en la portada!/tengo que ir ahora/ ahora ya/ es una fiesta privada/ me anotaron en la lista más
un acompáñame.
-¿Qué? –exclamé levantando la cabeza del lavatorio.
-Me tienes que acompañar, no quiero llegar sola. No puedo.
-Dile a Max Bueno.
-No quiero que crean que tengo pololo.
Le dije que estaba delirando. Que no podía irme en la mitad de la fiesta.
-Vamos y volvemos.
-Rocío, ¿te das cuenta lo que me estás pidiendo? ¿Cómo voy a dejar mi casa?-reaccioné de golpe.
-Son las 2 de la mañana, volvemos a las 3 y todo va seguir igual. Nadie se va dar cuenta que
salimos.
Creí escuchar los pasos de Dangil en el techo. Su sola presencia me producía un calor en la nuca y
me aferré a ese calor para sentirme bien.
Cerré los ojos. Todo se mezclaba en mi mente, nuestras manos tomadas, Kim Carnes, los gritos de
mis compañeros de colegio, la bola disco girando igual que un sol muerto, Dangil repitiéndome
Acá adentro ya se hizo oscuro.
-Arriba, está arriba-murmuro mientras Rocío me salpica agua en la cara.
-Te lo ruego. ¡Eres mi mejor amiga!
Levanté la vista hacia el techo del baño. Podía ver a través de la muralla, como si se hubiera abierto
un hoyo. Dangil estaba acuclillado sobre su tabla de skate y me miraba.
-Rocío, mira-le dije apuntando el techo-. ¿Tú también lo puedes ver?
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-¿De qué estás hablando?


-No vayas a ninguna parte - escuché que Dangil susurraba despacio, pero yo sabía que estaba a
punto de hacer todo lo contrario.
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Hay un hombre sentado en un banquito, justo al frente de mi columpio. Podría ser el junior de una
oficina en su hora de colación, esos junior que parecen ex escolares que nunca se sacaron su
uniforme. Tiene la cabeza apoyada en el respaldo y el cuerpo se le resbala hacia abajo. Quizás se
imagina que está en una silla de playa reclinable, mirando el horizonte del mar; sólo que está
vestido, en la mitad de la ciudad y me está mirando a mí.
Sigo columpiándome. Me echo tanto vuelo que puedo dejar mis pies colgando un buen rato sin que
el columpio se detenga. De repente, noto que el hombre tiene la mano metida en el cierre del
pantalón. Empieza a moverla lentamente. Y más rápido, cada vez más rápido. Intento frenar con la
punta de mis hawaianas, pero me raspo la punta de los pies con la tierra. Cierro los ojos. 1,2, 3;
salto. Caigo de pie a pocos centímetros de él. Su cara roja y mojada me mira sin pudor.
-Sicópata –le grito, retrocediendo unos pasos hacia atrás.
El se saca la mano del interior del pantalón y mientras me dice “chao preciosura” puedo ver un
moco verde pegado entre sus dedos. Tengo ganas de vomitar. Salgo corriendo en dirección al
Mapocho.
Cuando llego a Bellavista, estoy entera transpirada. Me paso la esquina de la polera debajo de
sostén mojado y me detengo al frente de una tienda que vende lapislázuli. Recojo del suelo una
colilla de cigarro y la prendo. El tabaco me calma, me devuelve a la realidad. No quiero sentirme
paralizada por culpa de ese depravado.
Sigo caminando por Pío IX y el olor a aceite quemado que sale de las fuentes de soda me recuerda
que tengo sed. Antes de salir de la casa, olvidé llenar una botella de agua. Todo lo que tengo
adentro de mi mochila es mi libro de Rimbaud y algunos boletos viejos de micro. Miro a mi
alrededor. En la mesa de una terraza hay una botella de Coca-Cola a medio tomar, abandonada a
pleno sol junto a un cucurucho de papas fritas. Si no fuera por un mozo que está parado a un
costado del restaurant fumándose un cigarro, estiraría la mano hasta agarrarla. Pero el mozo bota
argollas de humo por la boca sin sacarme los ojos de encima. Por un momento pienso en contarle la
verdad. Que vengo arrancando de un psicópata del Forestal, que me muero de sed, que tengo apenas
300 pesos para volverme en micro a la casa y si no es mucha la patudez, si podría convidarme un
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sorbito de esa Coca-cola tibia y sin burbujas que alguien dejó. Pero estoy en Bellavista, un antro de
macheteros que inventan miles de historias como la mía. Justo cuando decido darme media vuelta,
el mozo tira la colilla al suelo y entra al restaurant. En un lapso de segundo, me precipito a la mesa,
agarro la botella y me la tomo de un solo sorbo. Con la garganta todavía llena salgo corriendo en
dirección al cerro San Cristóbal. Sólo al comprobar que no tengo a nadie a mis espaldas, disminuyo
de velocidad. Camino. Noto que una semisonrisa se me dibuja sola en la cara.
-Flaquita, unas monedas pa’ una bebida–escucho que alguien me dice.
Sigo de largo, sintiendo cierto gustito a victoria en mi boca. Sin darme cuenta, llego hasta la ladera
del cerro, donde se encuentra la entrada del zoológico.
Súbitamente la idea de estar rodeada de animales me parece la mejor manera de protegerme de los
humanos. Me acerco a la caja y leo “Cerrado temporalmente por mantenimiento”.
Me asomo por la reja de la entrada y al apoyar mis manos entre los fierros, el portón se abre
ligeramente. No tiene ningún candado.
-¿Hay alguien ahí? –grito, asomando mi cabeza. Las oficinas parecen vacías.
Espero unos segundos. Entro.
Conozco el zoológico de Santiago. Cuando era más chica llevaba a Dangil a mirar los insectos y las
mariposas disecadas que están en el museo. Jaime Toro nunca tenía tiempo para acompañarlo y
decía que pasar la tarde contemplando bichos muertos era enervante.
Doblo por el camino de tierra que desemboca en el cerco de las jirafas, justo detrás del museo. A
mí, me gustaba mirar las jirafas porque parecían estar siempre sonriendo.
A medida que sigo mi recorrido, caigo en la cuenta que no sólo soy la única persona en todo el
zoológico. Tampoco hay ningún animal. Las jaulas están vacías. Me pregunto dónde se fueron a
meter los tigres, las focas, los reptiles. ¿Se arrancaron? ¿Los encerraron en otra parte? Pero ¿a
dónde? Pienso en el cartelito de la boletería. Cerrado por mantenimiento. Puede que el calor los
haya matado y quieran hacerle creer otra cosa a la gente.
Ver las jaulas desiertas me produce claustrofobia. Sin los animales adentro se ven aún más chicas y
miserables. Por un segundo, creo escuchar los gritos de un chimpancé a mis espaldas. Me giro de
sobresalto. No hay nadie. Sólo la vista de Santiago, borrosa, a lo lejos.
Sigo avanzando en dirección a lo que era el “hábitat natural” de los pudúes, los leones, y los lobos
marinos. Las piedras, las cuevas y las piscinas de agua parecen una escenografía abandonada.
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Entonces me asalta un mal presentimiento: me voy a quedar encerrada. Alguien va cerrar el


candado del portón. Me devuelvo a la entrada corriendo. Entonces lo escucho. Primero lo escucho,
luego lo veo. Está ahí solo. Solo en medio de una jaula tan grande que lo vuelve aún más
insignificante. Tiene la cabeza recogida en su pecho y mueve los ojos de un lado a otro. ¿Y tú
de dónde saliste? Lo único que sé de él es –y lo descubro leyendo un cartelito ilustrativo- es que
pertenece a la familia de los Colibrí de Orejas Azules de la península de Yucatán, en México. Tiene
dos manchas azules plantadas a cada lado de la cabeza, igual que los casos de unos audífonos. Me
fijo en su pocillo de comida. No tiene agua ni semillas.
Olvidaron llevárselo junto a los demás animales. Se va morir. Abro la rejilla de la jaula, y meto mis
manos lentamente, hasta formar una pequeña cueva a su alrededor. El se deja atrapar sin ni siquiera
mover una pluma, quizás porque sabe no hay nada peor que estar ahí solo y sin agua. Lo guardo en
mi mochila, y abro el cierre lo justo y necesario para que respire.
–Ahora nos vamos a la casa-le hago cariño en la cabeza- Hay alguien que se va poner muy contento
de alojarte.

Antes hago una parada en Bustamante número 30.


Estar frente a la muerte me hace pensar en la vida.
Mi abuela respira intensamente por unos tubitos que le cuelgan de las narices. Un respiro por
segundo. Lleva puesta una camisa de dormir rosada. Sus manos largas y pecosas se extienden sobre
la sábana blanca.
Mientras la miro, olvido que vine a pedirle plata y me arrodillo a un lado de la cama, y no sé si
estoy rezando, pero sí sé que estoy llorando, y puedo sentir las lágrimas heladas correr por mi cuello
tibio.
Tomo una de sus manos. Puedo percibir su sangre, todavía tibia.
-Carmen –le digo.
La enfermera deja de rellenar una revista de puzzles cruzados y levanta una ceja.
-No la escucha.
-¿Me puede dejar unos minutos con ella? Necesito hablarle.
-Bueno, como quiera –cede la mujer, arreglándose las orquillas de su pelo grasiento.
-Carmen –susurro con un hilo de voz-, soy yo, Livia...
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Levanto la vista hacia la pared del al frente. Hay fotos por todos lados: mi abuela joven, con un
ramo de flores en las manos, a la salida del teatro de la Universidad de Chile. Mi abuela más adulta,
junto a mi nonno y a mi mamá, en su teatro itinerante. Mi abuela más vieja, sola, de negro, seria. Mi
abuela conmigo en uniforme escolar, en la terraza de su departamento. Pero la foto que más me
gusta es una en que ella está sentada en la butaca vacía de un teatro, con la cara lavada, el pelo
corto, a lo “garcon”, pantalones y un cigarro en la boca. Yo tengo sus mismos ojos de Bette Davis.
Hundo mi cara en el cubrecama.
La enfermera golpea la puerta. Dice que tiene que cambiar el suero.
-No he terminado –grito-. Espere unos minutos.
Abuela ¿te acuerdas de Rocío?–murmuro-. Está en una clínica, no me dejan llamarla. No me dejan
verla. A veces pienso que todo es culpa mía, que jamás debería haberla dejado sola esa noche.

-Livia por favor, eres mi mejor amiga -me repetía Rocío -. Acompáñame, te lo ruego. Sólo un ratito,
para marcar presencia. Eres mi mejor amiga, eres mi mej...
-Rocío, ¿tú puedes ver a través de la muralla?
-Para de tripear, vamos. Tengo las llaves del auto de Igor.
-No existe. No puedes manejar Rocío -contesté con un hilo de voz.
-Sí puedo. Sabes que puedo. Es ahí, en Providencia. Además mis pastillas para adelgazar me tienen
parada.
Me lavé la cara. El agua me hizo sentir limpia.
-Prométeme que volvemos juntas –le dije.
-Te lo prometo –me contestó abrazándome.
Agarramos nuestras chaquetas y salimos, sin decirle a nadie a dónde íbamos.
Nuñoa de noche. Botillerías enrejadas. Taxis vacíos. Restaurantes nuevos con aspiraciones
cosmopolitas. Tomamos Avenida Italia hacia el Oriente.
El silencio del auto era agradable.
Por más que le repitiera que sacara el pie del acelerador, Rocío estaba ansiosa por llegar Manejaba
rápido, pero yo miraba la ciudad pasar por mi ventanilla como en cámara lenta. Hasta que lo vi.
Dangil estaba saltando en su skate sobre los techos de las casas, seguido por sus amigos. Sus
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siluetas negras se dibujaban entre los cables eléctricos que colgaban sobre el cielo. Dangil nos está
siguiendo, nos está siguiendo...
-Es acá –dijo Rocío, poniendo marcha atrás-. ¿Viste que no nos demoramos nada?
El neón del bar tintineaba al otro lado de la calle y aunque no podía leer lo que decía, escuchaba el
sonido de la electricidad recorriendo sus letras. Cruzamos tomadas de la mano.
-Buenas noches. ¿Nombres?
-Rocío Lemus más uno.
-Ok, pasen.
Me aferré a una esquina del vestido de Rocío, y avanzamos por un pasillo oscuro.
-Me dijeron que había un salón vip al fondo–se dio vueltas por un segundo-. Tenía una gota de
rimel en la mejilla, pero no se lo dije.
Llegamos hasta la barra de un bar. El lugar estaba iluminado por unos neones verdes. Pensé en la
luz del sol filtrándose entre las hojas de un bosque. Lentamente la luz se fue diluyendo y al otro
lado, fueron apareciendo siluetas de personas que movían sus bocas y sus vasos sonriéndose unos a
otros como si estuvieran celebrando algo que sólo les concernía a ellos. La mezcla sobrecargada de
perfumes y gel para el pelo me dio nauseas.
-¿Qué fiesta es ésta? –le pregunté a mi amiga. Sonaba un tecno muy feo.
-De Levi’s.
-¿Los buejeans?
-Livia, atina, ¿estás muy arriba? No lo puedo creer.
-¿Qué?
-Mira quién viene entrando.
-¿Quién?
-¿Cómo qué quién? El actor más “mino de Chile”.
-Ah, ese.
-Ahí está Boris. Me vio, le dijo al guardia que nos hiciera pasar. Ven, apúrate.
Entramos a una especie de living separado del resto del bar, por una cortina de terciopelo rojo.
-Rocío Lemus-exclamó el tal Boris al vernos- estábamos hablando de ti. Lo reconocí de inmediato.
Era el mismo tipo que había ido a mi colegio a seleccionar las modelos para el especial de verano de
la revista. “Tú tienes cara de vampira”, me había dicho. Llevaba puesto un terno verde-platinado
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que me hizo pensar en las escamas de un pez. Nos hizo sentar a su lado, en un sofá de terciopelo
rojo que daba la vuelta a la muralla igual que una serpiente. Lo acompañaban otras 4 personas,
todos de una edad adulto-joven amorfa y disimulada.
-¿Hablando bien o mal?–dijo Rocío algo nerviosa.
-Estupendo, obvio. ¿Trajiste tu polola?
-Es solo una amiga…
-¿Ay, son estraight? –se rió un tipo ultra-bronceado de polera blanca apretada-. Qué fome...
Estalló una carcajada general.

-¿Quieren tomar algo? –nos preguntó una mujer con una camisa rosada de seda y bluejeans tan
apretados que parecían medias. Su cuerpo era flaco, pero su cara tenía arrugas.
-Una cerveza –dije por decir. No podía pensar en ningún alcohol fuerte.
-Acá estamos con mojito, darling....-intervino otro hombre de guayabera blanca-. ¿Dos mojitos con
hierba buena, entonces?
-Mojito entonces –repitió Rocío-, con hierba buena.
-¿Cuál es el mojito? –murmuré. Rocío me pisó el pie debajo de la mesa.
-Qué amorosa. ¿Qué edad tienes? –me preguntó otra mujer con peto de cuero, algunas canas mal
teñidas, y collar de perlas.
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-¡Qué envidia! Y regia la cabra chica. ¿También va salir en la revista? –dijo mirando a la otra mujer
de camisa de seda rosada y jeans apretados.
-No por esta vez. Rocío fue nuestra seleccionada. Va más con el perfil de este verano.
-Eres una conservadora, Mariana, ella es super especial, mírala. Como heroin chic.
-Está bien para esas revistas vanguardistas que te llegan de Inglaterra, pero no para nosotros. Rocío
Lemus es nuestra Kate Moss.
-Qué lateras, no hablen de trabajo –se quejó el tipo ultra bronceado. Su cuello era muy ancho. Sus
ojos muy chicos. Sus brazos iban a reventar adentro de su polera blanca. Traté de concentrarme en
otra cosa. El terciopelo del sofá empezó a hacerme cosquilla detrás de las rodillas.
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-No vamos a hablar de trabajo precioso, de hecho vamos a trabajar –dijo Boris-. Rocío, ven, te
quiero mostrar las fotos que te hice en la piscina. Esto no lo hago nunca, pero tú me gustaste mucho
y me interesa tu opinión.
Mi amiga y Boris se arrinconaron al final del sofá rojo.
-¡Ah no, a mí me gustó la amiga!-reclamó la mujer de peto de cuero y collar de perlas, sentándose a
mi lado-. Tiene la polera toda manchada y se ve bárbara-me acordé de ese vaso de piscola que me
habían dado vuelta en la cocina de mi casa. Parecía haber pasado hace mucho tiempo y sin
embargo...-. ¿Cómo te llamas, amorosa?
-Livia.
-¿Livia cuánto...?
-Spector.
-Tienes hasta un nombre especial, ideal para una modelo-. Sentía que sus ojos me daban la
corriente. Me corrí unos centímetros hacia el lado y apoyé la cabeza en el respaldo del sofá. Traté
de mantener los ojos abiertos.
-Yo no quiero ser modelo. Vine a acompañar a mi amiga.
-Entre nos –se acercó a mi oído-debería ser al revés. ¿Alguien ha visto unos kent lights que estaban
en la mesa? –gritó agitando su collar de perlas.
Unos kent -lights-lights –lights-lights-ts-ts-ts.
La mesa estaba llena de distintas cajetillas de cigarros con sus respectivos encendedores. Tuve
ganas de fumarme varios al hilo.
-¿Puedo? -estiré la mano. De nuevo sentía mis huesos convertidos en finas hileras de papel confort.
-Obvio, los que quieras.
-Tres.
-¿Ahora se usa fumar de a tres?- no supe qué contestarle -. Oye te voy a pasar mi tarjeta. Yo soy
fotógrafa, hago desnudos. Cuando quieras hacer modelaje artístico, me llamas o escribes un e-mail.
Ahora voy a ir saludar una gente pero ya vuelvo.
Traté de leer el nombre de su tarjeta, pero las letras bailaban.
-Yo también me retiro –anunció la mujer de camisa de seda rosada y jeans apretados-. Me voy
porque me tengo que levantar temprano. Cruza los dedos para que tu amiga salga en la portada. Soy
la directora de la revista, Mariana Covarrubias, pero las decisiones editoriales no dependen de mí,
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nosotros trabajamos democráticamente. Dile a Rocío, que Ludovico Santander, ese con pinta de
cubano que está hablando por teléfono, corta harto el queque –me cerró el ojo, mientras el guardia
le abría la cortina roja
Respiré profundo. Cerré los ojos. Vi un big bang de puntitos de colores viajando hacia mi pupila.
Todavía nos estamos esparciendo, me decía Dangil.
-Oye, Livia, ya que no vas ser modelo, ¿a qué te vas a dedicar en la vida? –escuché que alguien me
decía. Abrí los ojos. Por un segundo no supe dónde estaba.
-Ehhh
No hay nada peor que estar tripeado y que te pregunten qué vas hacer en la vida. Es como si las dos
cosas no pudieran ir juntas. En la vida. Qué voy hacer en la vida. Mis palabras salieron solas, sin
que alcanzara a filtrarlas.
-Quiero tratar de ser feliz.
Ludovico Santander colgó su celular, se desabrochó un botón de la guayabera y comentó que lo que
acababa de decir era lejos lo más top que había escuchado en las últimas 72 horas. El tipo
bronceado le replicó que él le había confesado lo mismo 10 años atrás y lo había tratado de
“guachaca”. Empezaron a discutir. Ya no entendía nada de lo que hablan, y quería volverme a mi
casa.
-Ahora no entra ni sale nadie –Ludovico Santander le hizo una seña al guardia-. La cortina se cerró
por completo y quedamos aislados del resto del bar-. Rocío Lemus, siéntate a mi lado -El es el que
corta el queque. Mi amiga titubeó unos segundos, hasta que él le tendió la mano.
-Ten cuidado que ese muerde –le advirtió Boris, que a estas alturas me parecía el más normal de
todos.
Ludovico Santander sacó una cigarrera de plata de su chaqueta y la puso en la mesa.
-Rocío Lemus, abre mi cajita mágica, por favor.
Rocío le hizo caso. Sus manos temblaban.
Adentro de la cigarrera apareció una barra compacta llena de lo que me parecieron granizos de
nieve. Esa cocaína no era opaca como la de Alvaro Santini. Los cristales brillaban bajo la luz. El
hombre sacó una tarjeta de crédito dorada y dibujó varias líneas sobre la mesa de vidrio.
-Acá tienes el tubito de metal. Sírvete Rocío y empecemos a conversar.
Le pegué una patada por debajo de la mesa, pero ella se hizo la desentendida.
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Cuando llegó mi turno, levanté ambas mano.


-Tú te lo pierdes, ésta coca no es cualquier coca ¿Boris?
-Ya sabes que estoy fuera de las pistas-se disculpó ordenando sus fotos. Sin ni siquiera dudarlo, el
tipo ultra bronceado se jaló las líneas que yo había dejado y las que le correspondían, y Ludovico
Santander las de él y las de Boris-. Bueno, es todo por hoy –suspiró-. Me voy a la cama. Chao niñas,
no se pasen de la raya. Rocío, te llamo el lunes para ver lo de la portada-le cerró el ojo y
desapareció al otro lado de la cortina. Todos hacían el mismo guiño antes de irse. Tuve ganas de
seguirlo.
-Lo de la portada está por verse –protestó Ludovico Santander -Hubo un silencio tirante-. Rocío,
quieres ser famosa ¿o no? –disparó entonces.
-Sí –dijo mi amiga, mordiéndose la lengua-. Uhi, esta coca es buena, nada que ver a la de Santini,
Livia. Deberías aprovechar. Me siento flotando...
-¿Flotando? –exclamé.
-Pégate una rayita –intentó convencerme de nuevo el tipo ultra bronceado
-No me gusta la coca, gracias.
-No es coca-se me acercó al oído- es cristal meth, lo mejor.
-¿Qué es eso?-
-Es algo nuevo, viene de los clubes de Nueva York.
Miré a Rocío. Sus ojos parecían más grandes que su cara.
-Te lo voy a plantear sin rodeos, darling -dijo Ludovico Santander, masajeándose el cuello-. Si
quieres ser famosa tienes que salir en la portada. Las páginas de adentro, dan lo mismo. Ya viste
que la dueña de la revista te adoró, hasta te comparó con Kate Moss, ahora adivina a quién le tienes
que caer bien...
-¿A quién? –se rió Rocío.
-A mí, Ludovico Santander- se rió, apuntando ambos pulgares a su tórax peludo.
Tuve ganas de vomitar. Traté de pensar rápidamente en una vía de escape.
-Rocío, ¿me acompañas un segundo al baño?
-¿ El par de amiguitas quiere ir al baño? Vayan –se rascó las narices y emitió unos sonidos que me
hicieron pensar en un rinoceronte con sinusitis-. No se demoren mucho que todavía tenemos que
hablar. Esta es una reunión de negocios...
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Salimos.
-Rocío, reacciona-le dije apenas nos alejamos unos metros de la cortina roja.
-¿Por qué?
-Esa cosa que jalaste, no era coca, es otra cosa.
-Está rica en todo caso.
-¿Te das cuenta todo lo que te has metido?
-¿Cuál es el problema?
Busqué otro argumento.
- Ese tipo quiere acostarse contigo. Es un asco. Hay que irse.
-Livia, estás siendo paranoica.
-No, escúchame. El muy asqueroso te está extorsionando. Este lugar está podrido. Vámonos a mi
casa.
-No puedo irme, no ahora. “No existe”, como dices tú.
-Después va ser demasiado tarde. Si hasta el fotógrafo dijo que tuvieras cuidado, que ese Ludovico
mordía.
-Le debe tener celos. Son todos medios gay además.
-Rocío, no seas ingenua.
-No me voy a ir de acá –levantó la voz-. Si quieres tú te vas. Gracias por acompañarme.
-¿Y nuestra promesa?
-Eres tú la que se quiere ir, Livia....no yo.
-No lo hagas, no vale la pena, te lo juro.
- Estás en éxtasis por eso me hablas así.
-¿Y tú, en qué estás? –sentí mis ojos húmedos.
-Livia, por favor, no te vas a poner emo.
-¿Dime en qué estás? –apreté fuerte el brazo de mi amiga. Su piel estaba fría.
-Estoy ...me siento...como recién duchada. Déjame convencer a ese idiota que me ponga en la
portada. Eso es todo. Toma-me dijo pasándome un billete de dos mil pesos-. Me sobró de la movida
de pitos. Afuera hay taxis. Nos vemos en una hora máximo en tu casa. Les voy a decir que te
sentiste mal.
-No...
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0

-Livia, está todo bien-empezó a caminar hacia la cortina roja-. ¿No me ves la cara de felicidad que
tengo?
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Cuando suelto la mano de mi abuela me doy cuenta que dejé el cubrecama mojado.
Me levanto y abro las compuertas del closet. Reconozco de inmediato su billetera de piel de
cocodrilo falsa. Examino cada uno de sus bolsillos interiores. Está vacía. La vuelvo a dejar donde
estaba. En medio de su colección de colonias Barzelato, distingo un sobre blanco Lo tomo entre las
manos y leo: “Para Livia” .
¿Para Livia?
-Permiso –escucho que entra la enfermera. Rápidamente guardo el sobre en mi libro de las
Iluminaciones -. Tengo que cambiarle ese suero, sí o sí.
Salgo de la pieza sin decir nada y antes de bajar a la calle, le echo una mirada al refrigerador: hay
media botella de vino blanco y un plato lleno de guindas. Saco un puñado y las guardo en mi
mochila. Luego abro la hielera y me meto un hielo a la boca.
Una vez abajo, abro el sobre y encuentro un papel doblado en dos. “Santiago 3 de enero 2005”, leo.
“Livia querida, te dejo 30 mil pesos para tus vacaciones y para que celebres el fin de tus años
escolares. Ojalá que pronto me sienta mejor para que podamos brindar juntas. PD: La vejez es una
buena mierda. Tu abuela Carmen, que te adora”.
Siento una picazón en la garganta, pero la controlo justo a tiempo antes de que suba hasta mi nariz y
mis ojos. Me pregunto por qué nadie me pasó este sobre antes. Busco la plata. Sólo hay un billete de
10 mil pesos. Alguien sacó el resto de la plata. Por un minuto, pienso en subir y enfrentar esa
enfermera, que estoy segura tiene que ver en el asunto.
Pero esa mujer es capaz de acusarme a mí de ladrona.
Mientras subo por Irrarazaval, pienso en Dangil recostado en nuestra carpa, esperando que le lleve
comida, y ese hielo que aún no termina de derretirse en mi boca me enfría la cabeza y ya nada me
importa porque sé cómo vengarme de los veinte mil pesos faltantes.

-Señorita...
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2

El guardia del supermercado me dice que deje mi mochila en la repostería. Me quedo mirándolo
como si me hubiera pedido que me saque la ropa. Entonces, uso la peor pero más efectiva de las
tácticas: coquetearle. Le explico que me acabo de comprar una mascota y no quiero que muera
asfixiada o aplastada por otro bolso.
-¿Me la muestra? –me dice acariciando su walkie-talkie como si fuera una pistola.
-Claro, mire –abro el cierre. El colibrí de orejas azules está despierto y mueve los ojos de izquierda
a derecha avivadamente-. Es mexicano, no hay en Chile.
-¿Mexicano?
-Sí, me costó caro. Es un regalo de cumpleaños para mi hermano.
-Ya pase. Pero para la próxima, primero deja el pajarito en su casa y después viene de compras.
-Bueno, señor. Gracias.
Al lado izquierdo del carro voy dejando las cosas que puedo comprar con los 10 mil pesos; diez
paquetes de tallarines, cinco salsas de tomates, dos quesos rallados, sal, dos botellas de un litro de
Coca-Cola, dos casatas de helados Panda, una bolsa de pan de molde, y unos pocos duraznos; al
lado derecho, el resto; cuatro tarros de atún, dos de machas -todos marcas Robinson Crusoe-, una
mantequilla, dos quesos chanco, una pasta de dientes, un shampoo, la mermelada de mora que le
gusta a Dangil y una botella de Ron para mí.
Empujo el carro hasta el pasillo de los útiles escolares. Nunca hay nadie ahí en febrero. Me agacho
y simulo hojear los nuevos cuadernos Torre.
Abro la mochila. El colibrí de orejas azules me mira consternado, como adivinando que está por
ocurrir algo.
-Tú tranquilo –le susurro escondiéndolo en el bolsillo externo de la mochila. Rápidamente voy
metiendo una a una las cosas que dejé en el lado derecho del carro. Empiezo por la botella de Ron.
Una mujer embarazada pasa a mi lado y comenta en voz alta, que no encuentra pañales por ninguna
parte. La ignoro y finjo mirar el precio de un paquete de lápices bic.
Sólo una vez que deja el pasillo, saco del carro las latas de atún y de machas y las deslizo en la
mochila. Sigo con los quesos y la mermelada de mora. De golpe escucho un walkie-talkie sonando
al otro lado del estante. Me pongo de pie, me coloco la mochila en los hombros y empujo el carro. y
Al cruzarme con el guardia, le sonrío. Siento que mi sonrisa se prolonga más de la cuenta.
-¿Cómo está el pajarito? –me dice.
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3

Ya no sé a qué pajarito se refiere. Si al mío o al suyo. Me río nerviosamente y siento que a él le


gusta mi risa.
Camino hacia la sección de congelados. Fijo mi atención en los envases de choclos, arvejitas,
espinacas, zanahorias, bruselitas, mientras mis oídos persiguen el recorrido del walkie talkie.
Cuando era chica, la Fanny siempre me daba de comer verduras congeladas Bastaba abrir el paquete
y darlo vuelta en agua caliente. No había que lavarlas ni usar cuchillos. Ese era mi fast-food
cotidiano, un sabor mojado, a vapor, que todavía tengo pegado en el paladar.
Huyo de ese recuerdo, sin saber a dónde ir. Peso unos limones que luego vuelvo a dejar en su caja.
Finjo leer las calorías de tal o cual yogur. Dejo que una promotora me explique por qué el queso de
cabra es bueno para la salud. “Eres la única persona con la cual he hablado hoy día”, me dice y yo
le pido que me dé de probar más queso y me lleno la boca de cuadraditos que caen a mi estómago
igual que rocas al final de un precipicio, hasta que me doy cuenta de que el sonido del walkie talkie
se aleja.
Rápidamente me devuelvo al pasillo de útiles escolares. Al pasar por la sección de cumpleaños, me
duele el estómago. Escucho risas y gritos de niños a mis espaldas. Me doy vueltas. No hay nadie.
Mira Livia, ¡tu mamá está bailando arriba de la torta!
Es mis cumpleaños. Acabo de apagar mis 8 velitas. Me sirvo el primer pedazo de torta y lo escupo.
Le echó sal. Le echó sal a cambio de azúcar. La Fanny grita “¡que no cunda el pánico!” Se pone a
bailar arriba de la mesa y con sus pies descalzos aplasta mi torta de cumpleaños. “Ahora cada uno
saca un pedazo y se la tira al otro en la cara”, se ríe.
Empiezo a sospechar que mi mamá no es como las otras mamás. No le importa si la torta está mala
ni que ensuciemos el living con restos de manjar y merengue. Corremos por todos lados, y ella nos
persigue, igual que una niña más, hasta que para de reírse, cae arrodillada en la mitad del pasillo, y
se empieza a rascar su pelo lleno de torta, y se pone a llorar. Yo la abrazo y la consuelo, y le digo
que no importa que la torta esté salada, y ella grita que se vaya todo el mundo, y la fiesta se acabó.
Por suerte llega mi papá del hospital, se lleva mi mamá a la pieza, y trata de calmar a los niños que
quedan y esperan que sus padres los vengan a buscar. A mis cumpleaños siguientes llegan cada vez
menos personas.
Me agacho y veo que no haya nadie a ambos lados del pasillo. Abro la mochila y guardo el resto de
la comida.
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-Perdón -escucho que alguien me susurra al oído. Me doy vueltas de sobresalto. Tardo varios
segundos en sacarme la paranoia de encima. El tipo que me está hablando es una versión acabada de
mi barrio. Boina a lo Che Guevara, polera negra desteñida de tanto lavado, shorts de la selección
chilena de fútbol, aliento a pipeño-. No quería asustarte..
-Pero lo hiciste-me levanto y empujo el carro lentamente. Lo único que me faltó guardar fue el
shampoo.
-Sorry. ¿Te puedo hacer una pregunta?-me persigue.
-¿Qué? –digo algo alterada. Me limpio la oreja. Juraría que tiene restos de su saliva.
-¿Tú no eres amiga del Ricky? Ricky Salgado. El loco Salgado.
Lo miro sin saber qué decirle.
-Es mi vecino, ¿por qué?
- Me parecía haberlos vistos juntos-me dice ajustándose su boina. Imagino el olor a pelo asfixiado
que debe haber ahí abajo-. Antes pasé a tu lado, y vi que llevabas una botella de ron Silver y me
dije, ¡te apuesto que tiene un carrete con el Ricky!- me sonríe y me doy cuenta de que tiene un
diente de oro.
-Ricky anda desaparecido –sigo avanzando.
-¿Dónde anda metido?
-Ni idea.
-A todo esto yo conozco a tu mamá. Tú eres la hija de..
-No soy hija de nadie –murmuro.
En mi barrio siempre tienes que ser hijo de alguien. Aunque tu madre sea una puta.
-A la Fanny Delfino yo la conozco del Lugar Solitario. Hasta me ha mostrado fotos tuyas. Es una
gran, pero gran mujer.
Si no llevara un cargamento de cosas en mi mochila, llamaría al guardia para sacarme este tipo de
encima.
-Me confundiste con mi prima –digo. Me pregunto si se habrá acostado con mi mamá- .Yo me
llamo Patricia. Patricia Franchini.
-Ah, bueno, en todo caso tu tía Fanny es un personaje. Yo siempre le digo que debería escribir.
-¿Escribir? ¿Para qué? –exclamo.
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-La literatura ayuda a vivir, Patricia. Yo mismo me llamo Neftalí Parra, en honor a mis dos vates
favoritos,¿Te gusta la poesía?
Doy una vuelta en U por el pasillo. Suspiro.
-Me gusta Rimbaud.
-No pues flaquita, yo me refiero a nuestros poetas, de habla hispana.
Me los va citando uno a uno.
-¡Sí...deberían hacer monedas con sus caras! –repito.
-Pero si es cierto, es más instructivo que poner “por la razón o por la fuerza, 11 de septiembre del
73”-podría usar al poeta como escudo humano para esconder el shampoo. Es uno caro, además-.
Por último las podrían cambiar por “Por la razón o la poesía”, ¿qué te parece?
-Me parece que las monedas no deberían decir nada. Sólo sirven para comprar cosas y si no puedes
comprar todo lo que quieres, te deprime que digan algo poético. Ahora, permiso, necesito
concentrarme en mi lista de útiles escolares.
-¿Andai corta de plata?
-Bien corta. Por eso devolví el ron. ¿Ves? Ya no está en el carro.
-No te puedo creer.
-Así es la vida.
-Yo te compro un Silver. Anoche vendí varios ejemplares de unos libros míos de poesía que me
auto-publico.
-¿En serio?
-Claro. Los vendo a cinco lucas.
-No, digo lo del ron...si de verdad me comprarías una botella.
Después de todo, tener otra extra no es mala idea.
-Claro, Patricia, pero la tomamos en mi casa.
Me dice que me va preparar los mejores Cuba libre que jamás haya probado y que me va a leer su
libro de la primera a la última página. “La hoja muerta”, se llama, en alusión a los amores perdidos.
La gente llora cuando lo lee. Si tengo una amiga, él puede invitar a un amigo. Yo, no tengo ninguna
amiga, le aclaro. Eres una alma solitaria Patricia –me dice- una flor que nació por equivocación en
la mitad del cemento.
-Puede ser.
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-Entoces, trato hecho-me tiende la mano acercándonos a los estantes de licores- los ron-cola los
tomamos juntos.
Lo miro directo a los ojos. Me sorprendo acercándome varios centímetros a su cara.
-Obvio.

Dangil duerme en la carpa, en la misma posición en que lo dejé. Sus costillas se delinean a cada
respiro. Dejo las bolsas en el suelo y me recuesto a su lado.
No quiero despertarlo. Me quedo mirándolo no sé cuánto rato mientras tarareo junto a mi burlitzer
“When you sleep” de My Bloody Valentine. When i look at you/Oh i don’t know what’s (true)/Once
in while/And you make me laugh. Cuando escucho esta canción me dan ganas de esconderme entera
vestida debajo de las sábanas.
Le pongo reply hasta que entreabre los ojos.
-Cucú-le digo –¿Cómo te sientes?
Dangil se frota la cara y se queda mirando las bolsas del supermercado.
-¿Conseguiste comida?
-Te tengo otra sorpresa mucho mejor –le digo-. Cierra los ojos. No los abras hasta que yo te diga.
Se vuelve a recostar, colocándose la chupalla sobre los ojos. Me doy cuenta que la caída del techo
le dejó otro rasguño, alrededor del cuello.
-Este verano no has parado de caerte.
-Es la fuerza de gravedad la que me bota, yo no hago nada.
Saco a colibrí de orejas azules del bolsillo de la mochila y lo escondo entre las palmas de mis
manos.
-Listo –le susurro al oído.
Abro mis manos lentamente. Colibrí de orejas azules pestañea enceguecido por la luz de la tarde.
-Livia...... ¿Dónde lo encontraste? ¿En el patio?-se regocija de felicidad. Hacía días que no veía esos
hoyitos en sus pómulos que se le hacen al sonreír.
-Es mi regalo por haberte quedado conmigo estas vacaciones. Ya no tienes para qué subirte al techo
con tu ramita-le digo.
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Decide bautizarlo con las iniciales de su especie: C(olibrí) o (de orejas) a (azules).
Dangil y yo nos sentamos en el pasto, uno al frente del otro. Abrimos las piernas hasta que las
puntas de nuestros pies se tocan, formando un rombo. Colocamos a Coa justo al medio y éste da
unos pequeños saltitos para adelante y para atrás. Es como si se moviera a cuerda y repitiera una
coreografía programada. Aunque haga lo mismo mil veces, no podemos evitar reírnos.
Dangil está seguro de que Coa no sabe volar. Es más, cree que ni siquiera se puede elevar más de
cinco centímetros de la tierra. Me dice que no podemos perderlo de vista porque los gatos del
barrio no dudarían ni un segundo en cambiar su menú de polillas por un filete fresco de pájaro.
Más tarde, mientras preparo nuestra primera comida verdadera en mucho tiempo y me tomo un
vaso de ron-cola, y pienso en Neftalí Parra esperándome en la esquina de Chile España con Simón
Bolívar jurando que fui a cambiarme de ropa y ya vuelvo, Dangil le construye una casita a Coa. Con
un tip top, va cortando un cartón hasta armar una jaula. Cuando termina, agarra un montón de pasto
seco, lo pega con cola fría en la superficie de la caja. Luego llena una caja de fósforos con migas de
pan y le echa agua a una tapita de Coca-cola.
De golpe, siento que yo, Dangil y Coa somos una verdadera familia y no necesitamos a nadie más
en el mundo. Sin ningún adulto dando vueltas a nuestro alrededor, todo es menos complicado.
Sé que este tipo de cosas no se pueden andar diciendo por ahí. Fue la última lección que aprendí en
mi paso por enseñanza media. Era la semana final de clases y alguien del Ministerio de Educación
había ido al colegio a hacer un sondeo llamado “Radiografía de la familia chilena contemporánea”.
La mayoría de mis compañeros estaban emborrachándose en el patio, y les importaba un bledo
responder ese test psicológico. Yo también estaba afuera festejando y me había devuelto a la clase
sólo a buscar mi tarrito de Nescafé con marihuana, que había dejado adentro de mi mochila Apenas
entré, la tipa del Ministerio me dejó ahí encerrada junto a diez personas.
-Qué rico que alguien más quiera participar. Nunca vi tanta apatía como en este colegio. Toma
asiento. ¿Tu nombre? –dijo la mujer. Me recordaba a la Novicia Rebelde pero vestida de ejecutiva.
-Yo sólo venía a buscar...
-Siéntate. Tu nombre, por favor.
Escuché una risita en la sala. La risita de la venganza de los ñoños, como decía Paloma. Al fin, me
tenían acorralada junto a la autoridad. Ernesto Cienfuegos levantó la mano y dijo:
-Se llama Livia Espectro.
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-Te odio–susurré lo justo y necesario para que sólo él me escuchara.


-Silencio, chiquillos –intervino la mujer -. Te llamas...
-Livia Spector, con “s” al comienzo.
-Gracias, Livia. ¿Podrías definirme el concepto de familia según tu propia experiencia?
-Mierda.
-Perdón , no te escucho.
Yo la podía escuchar perfectamente, pero apenas podía enfocarla. Concepto de familia: las
conversaciones que tenía por teléfono con mi papá durante sus largos turnos en el hospital, Dangil
esperándome arriba del techo después del colegio, la Fanny haciéndome un hueco en su cama en la
mitad de la noche porque tiene miedo, mis fines de semana en la casa de mi abuela Carmen, mi
primo Mayco repitiendo ivia-ivia cuando lo voy a ver. Decidí someterme a su cuestionario y salir
rápidamente de ahí.
-Yo creo que la familia son momentos.
La mujer escribió la frase en la pizarra y asintió con una cara mezcla de preocupación y
complacencia.
-Vale decir....-me quedé callada. No tenía nada más que agregar-. A ver, Livia, ¿consideras que tu
familia es una familia “disfuncional”?
-No sé, pero es una familia que no siempre funciona –balbucié.
Más risitas.
La mujer acalló a mis compañeros, y se puso a hablar del respeto hacia los distintos tipos de familia
y las diferencias en nuestra “cada día más diversa sociedad”.
-¿Están separados? ¿Divorciados? ¿Son convivientes? ¿Ex convivientes? ¿Eres hija de madre
soltera?
-Ninguna de las anteriores.
-No te escucho, ¿qué dijiste?- se acercó con paso titubeante. Ocupaba media color carne en pleno
verano.
La miré fijamente. Ni siquiera sus ojos de madre universal fueron capaces de asustarme. El colegio
tenía sus minutos contados y yo ya me sentía afuera.
-Lo único que sé es que sin mis papás dando vueltas –dije al fín-, todo es mucho menos complicado.
La mujer retrocedió unos pasitos
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-¿No quieres a tus padres?


-No tiene nada que ver con el amor.
La sala de clases enmudeció. Uno de los mellizos Méndez, se acercó a la ventana y golpeó el vidrio
con la punta de la pipa de agua. Le hice un gesto de que me esperara.
-¿En alguna ocasión tomaste contacto con la sicóloga del colegio?
-No estaba nunca en la oficina.
Más risitas.
-De lo que deduzco de tus dichos, me atrevería a decir que eres una adolescente con problemas. Se
nota, en cómo hablas, tu agresividad contenida...
-No, señora. Soy una “adolescente en problemas”, que es muy diferente.
-Vale decir....
-Una adolescente con problemas es eso, alguien que tiene problemas. Una adolescente en
problemas, es alguien que tiene problemas por culpa de otros.
Nadie pareció entender demasiado lo que acababa de decir.
Me paré, agarré mi mochila y me fui.

Comemos tallarines con salsa de tomates y atún y los revolvemos con una bolsa entera de queso
rayado. No alcanzamos a llevarnos una cuchara a la boca que ya queremos rellenar la siguiente. Un
resto de salsa de tomates se me resbala entre las pechugas de mi bikini, y al tratar de limpiarla, se
esparce dejándome toda la piel roja, como si fuera sangre. De pronto estamos tan repletos que sólo
queremos echarnos a ver alguna película. Sólo que el cable está cortado y en la televisión abierta no
dan películas.
Todo lo que hay es una seguidilla de reality shows. Por más que fulanito o fulanita se queje de que
se les acabó el azúcar, a esa gente le pagan por sobrevivir y saben que nadie los va dejar morir de
hambre. Vuelvo a darle un sorbo a mi ron-cola y una vez más trato de dilucidar qué diablos hacer
con el rollo de coca.
Agarro el control remoto.
Los canales vecinos están plagados de programas transmitidos desde la playa. Las presentadoras
hablan en bikini, con el mar de fondo y sus cuerpos se ven bronceados. Divagan sobre cosas que
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sólo pueden interesarle a la gente que está de vacaciones, qué vino es bueno con tal marisco, qué
crema sirve después de un día de sol, cómo evitar que una ola te revuelque, los balnearios top y
chanas, cómo se ve en traje de baños tal o cual famoso.
Por un momento imagino que esa cofradía de inconformistas que Paloma conoció en Internet coloca
una bomba de ruido al lado de la cámara y la señal se viene abajo. Antes de que la pantalla se ponga
negra, del humo se dibujan unas letras que dice “Maten la farándula (la Tv chilena da asco)”.

Apagamos la tele y nos subimos al techo a mirar las estrellas junto a Coa, antes de que oscurezca.
Dangil las conoce de memoria y le gusta verlas aparecer sobre el cielo todavía azul.
A mi no me gusta la hora del crepúsculo. Me hace sentir desprotegida. Invisible y al mismo tiempo
visible. Nítida y borrosa. A la hora del crepúsculo siento que algo en mí también está por
transformarse.
Me llevo conmigo el resto de la botella de ron y Dangil, su mermelada de mora en bolsa.
Nos recostamos sobre el tejado del techo. Dangil apoya los pies en su tabla partida en dos y yo
sobre la jaula de cartón de Coa.
-Santiago se parece cada día más a Marte –me dice-. Es como si los atardeceres no se acabaran
nunca y todos se hubieran arrancado a alguna parte.

Miro los patios desiertos de las casas que nos rodean. A ratos, los televisores encendidos de mis
vecinos me parecen más vivos que mis vecinos. Un columpio vacío se balancea a lo lejos. Miro su
vaivén y desde el fondo de mi burlitzer se asoman los tecladitos de “Violet Tree” de M83. Es de
esas canciones que tienen el poder de hacerte creer en los fantasmas.
El columpio se detiene. Sobre el el horizonte claro-oscuro se vislumbran las primeras estrellas.
Dangil sabe leer el cielo como si fuera un mapa y mientras me nombra constelaciones y planetas,
yo lo escucho absorta, sin importarme si lo que ve, lo está imaginando o no.
A la izquierda, está Sirio/Es muy amarilla y tiene forma de perro/A su lado está Aldebarán, que es
tan roja como Venus, pero más misteriosa/La mancha que se ve al fondo, es la nebulosa de Spica
donde se encuentra la Estrella del Norte/... más allá está, Alpha Centauri que es la estrella más
cercana a la Tierra, sin contar el Sol.
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-¿Cuantas estrellas hay en el cielo? –le pregunto sintiendo que la voz se me resbala entre los
dientes. Creo que ya he tomado bastante ron.
-A simple vista puedes ver unas 6 mil, pero en nuestra galaxia hay por lo menos 100 mil millones
de estrellas.
Le pido que me convide un poco de mermelada. Apenas veo un par.
-¿Y en Nuñoa?
-Nuñoa está en la Via Lactea- se ríe Dangil. Tiene la boca llena de mermelada. El también le ha
dado algunos cucharadas a la botella, pero sólo para acompañarme-. Aunque a veces parezca de
otra galaxia.
Suelto una risita.
-Es de otra galaxia –murmuro-. ¿Te conté que se me acercó un vagabundo entero quemado y
manchado con alquitrán? Pensé que era el fin del mundo.
-Todavía faltan algunos años para el fin del mundo –murmura Dangil.
-¿Dijiste años? –asiente como si me estuviera contando algo que ya todos saben-. ¿Cuántos?
-¿Para qué quieres saberlo?
-Para estar preparada.
-Nunca vas a estar preparado para dejar de la Tierra. Además es triste saber el final de las cosas.
Me doy cuenta que a Dangil le salió un pelo en el mentón. Su primer pelo. Lo agarro entre los dedos
y se lo tiro. No sale.
-Ahu...-se queja.
-Tienes que empezar a afeitarte.
-Me dolió.
-¿Me dejas afeitarte antes de que se acabe el mundo?
-No.
-Sí.
-No.
Nos reímos.
-El mundo se va acabar el año 2.014.
-¿ Qué? –levanto mi cuerpo. Coa me mira entre las rejas de cartón de la jaula, con sus ojos grandes
de pájaro asustado.
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Dangil me cuenta que hay un meteorito llamado “2003 QQ47” que está viajando hacia nosotros.
Puede que pase al lado de la Tierra sin golpearla, puede que le de justo al medio, igual que una bola
de bowling. En ese caso, el impacto sería más fuerte que la bomba de Hiroshima. El mundo entero
sería sacudido por un terremoto, la atmósfera se llenaría de polvo, la temperatura bajaría a muchos
grados bajo cero, y el oxígeno desaparecería porque no habría más fotosíntesis. Al final, del cielo
sólo caería una lluvia ácida.
Imagino todo reventándose. Yo y Dangil caminamos junto a Coa por Irarrázaval, entre esqueletos
de quiltros, ruinas de edificios en construcción, semáforos decapitados y tablas de skate derretidas.
-Tienes razón –pienso en voz alta-es triste saber el final de las cosas.
-Pero sabes....Nosotros no vamos a morir porque los selenitas nos van a venir a rescatar-me dice
apuntando la luna.
Pensé que esa historia de los selenitas era una fantasía infantil ya olvidada.

-¿Cómo te atreves a tener una araña de mascota? – gritaba Jaime Toro corriendo por toda la casa-
Mira cómo me dejó el brazo....No te escondas, ya vas a ver....
-No es un araña, es un habitante de la Luna –susurraba Dangil acuclillado detrás de un mueble.
-¿Un qué?
-Un extra-terrestre. Te prometo que no la voy a dejar nunca más suelta.
-Lunático, eso es lo que eres, no entiendo por qué no eres como los demás niños, no juegas a la
pelota, no ves televisión, nada es normal contigo –mi ex padrastro tomó a Dangil de una oreja y
arrastrándolo por el pasillo hasta el baño- Ahora levanta la tapa del water, bota el bicho adentro y
tira la cadena –gritó.
Dangil abrazó la cajita con su mascota. “No”.
-Selenita es alguien especial, no puede morir –irrumpí en el baño.
“ Las personas que mueren se convierten en habitantes de la Luna para estar cerca de los vivos. No
están muertos, sólo se parten en dos, me había dicho Dangil la noche del matrimonio de nuestros
papás luego de mostrarme por primera vez su mascota.
-¿Perdón, Livia? –me miró Jaime Toro.
-No es cualquier araña –dije levantando la voz.
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-¿Qué tiene de especial esta araña? Casi me come el brazo.


-Es su mamá-murmuré.
Pude ver cómo su cara se desfiguraba en una rabia inarticulada.
-¿Eso es lo que le metes en la cabeza?- me cerró la puerta en la cara.
Luego escuché el ruido de la cadena, al otro lado.

Antes de acostarnos, le digo a Dangil que me acompañe al baño.


Al mirarme al espejo, descubro que tengo la botella de ron en una mano y una gilette en la otra.
-¿Estás listo? –modulo apenas.
-Sí –me dice sentándose en la tapa del escusado. Coa está en sus rodillas y él coloca una toalla sobre
su jaula para que no vea lo que está por ocurrir.
-No tengas miedo, todos los hombres pasan por esto- lo tranquilizo.
Le paso la botella y le digo que tome el un sorbo, por si le duele.
Le echo jabón en la cara. Yo también uso jabón cuando me afeito el triangulito de mi entre piernas.
-Es como si tuvieras helado de pistacho esparcido alrededor de la boca –me río.
Mi mano tiembla levemente. Le levanto la oreja y empiezo a deslizar la gilette de arriba abajo. Es
un movimiento monótono, que me hace pensar en un rastrillo sobre la arena. Una vez que termino,
se enjuaga la cara y me doy cuenta que el único pelo que tenía desapareció y en su lugar le quedó un
pequeño tajo, justo al lado de la boca.
Agarro la gillette, la presiono unos segundos sobre la yema de mi pulgar y apenas veo la sangre
venir, apoyo mi dedo en la herida que le hice sin querer y de la cual chorrean gotas rojas que
manchan el lavatorio.
-¿Qué haces, Livia?
Los ojos de Dangil se agrandan a través del espejo.
-Desde ahora somos hermanos de verdad. Todo lo que pasa a uno, le pasa al otro, ¿ya?
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No sé cuantos días han pasado. Sólo sé que de nuevo ya no tenemos nada para comer.
En el On the run de la bomba de bencina pegaron un papel que dice “!Atención vecindario!
Cuidado con pareja de adolescentes entre 14 y 18 años. El, rubio. Ella, pelo oscuro. Afición, robar
completos”. La primera vez que lo vi me dio risa. La segunda, rabia. La tercera, me sentí famosa.
Tampoco podemos ir donde el viejo del carrito de frutas que se ponía en Irarrázaval. Justo cuando
empezaba a apiadarse de nosotros y nos regalaba los duraznos podridos que le sobraban, se le
ocurre devolverse al campo. El primo del Gato, nuestra última salvación, ya no nos cree que en
marzo le vamos a pagar todo el pan fiado que el debemos y afuera de su panadería
pegó un papel que dice “No se fía pan a nadie”.
Estábamos tan acostumbrados a salir a la calle a buscar comida que ahora sentimos que no tenemos
nada que hacer en todo el día. Quizás echamos más de menos eso que comer. Nuestros estómagos
se empiezan a acostumbrar al vacío y absorben energía de una reserva escondida.
A veces siento que el ayuno me lleva a otra dimensión. Las cosas a mi alrededor tienen un brillo
distinto. Todo está unido y nada se puede separar; lo que antes era una seguidilla de basura
acumulada; el viejo bidé del baño, las botellas de ron, los tarros de pintura abandonados, los cerros
de cemento de los primeros trabajos de remodelación que mi mamá dejó a medias, el balde lleno de
polillas muertas, se ha convertido en el tesoro de nuestras vidas.
Los sonetos de las Iluminaciones también me parecen más brillantes y vivos que antes. “El
egoísmo infinito de la adolescencia, el optimismo estudiado: ¡el mundo estaba lleno de flores ese
verano! Los aires y las formas moribundas....Un coro para aplacar la impotencia y la ausencia. Un
coro de vidrios, de nocturnas melodías. De hecho, los nervios pronto se disolverán”.

Si no nos hubieran cortado el agua, ya no pondríamos un pie afuera de la casa. Pero tenemos sed, y
estamos obligados a pedirle a Gretel que nos llene una botella vacía con agua. Ahora cuando
camino bajo el sol siento que recorro kilómetros de distancia. Mis pasos son tan aletargados que no
sé si estoy avanzando o retrocediendo.
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Antes de entrar al Umbral, chequeo que la señora Rebeca no esté.


-No hay más jugos–me dice Gretel apenas me ve-.Mi mamá me pilló.
-No te preocupes, sólo vine a pedirte agua.
Desde el otro lado de la calle, espero que Dangil me mire para hacerle una seña de que la vía está
despejada.
-¿Por qué quieres agua?
- Porque me estoy muriendo de sed –le digo a Gretel, apoyando mi cabeza en el mesón. Ella me
empieza hacer cariño en el pelo-. ¿Por casualidad no has visto a Ricky?
-¿Por qué quieres ver a Ricky?
-Necesito que me ayude con algo.
-Ricky a mí no me que quiere, nunca viene a verme.
-... ¿No conoces alguien que quiera comprarme un rollo lleno de co....?
-¿De qué?
-Olvídalo.
Lo reconozco de inmediato. Sus rulos, su ropa negra. No tengo que verle la cara para saber quién
es.
Se acerca al mesón y le pide a Gretel un jugo. Siento que la boca se me seca por dentro.
-¿Cuál? Tengo piña, pomelo, mango, naranja, frutilla, frambuesa sandía.
-Sandía, me encantan las sandías.
No puedo creer que esa voz sea la misma que he escuchado sin cesar en mi burlitzer.
Despego la lengua del paladar y la única palabra que me sales es: “De-mo-nio”.
El se da vueltas y me sonríe confundido.
-¿Qué dijiste?
-Tú eres Heyne. El de Shogun.
-Eso dicen-mueve la cabeza asintiendo-. ¿Y tú quién eres?
-Son 100 pesos señor –le dice Gretel.
-¿100 pesos? Pensé que ya no había picadas en esta ciudad-se coloca la mano en el bolsillo y le
pasa una moneda de 500.
-Me llamo Livia-siento mis mejillas calientes.
-Livia es mi amiga –grita Gretel-, por eso yo le convido jugos.
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-No me convidas jugos...


-¿Quieres un jugo, Livia? –me dice Heyne.
-¿En serio?
Gretel saca dos vasos del muestrario.
-Gracias, me moría de sed.
-Livia odia el verano –se ríe Gretel.
-Yo no odio el verano –me defiendo.
-Quizás el verano la odia a ella–se ríe Heyne. Me gusta su risa. Es una risa verdadera-. Pero
Santiago vacío es lo mejor, ¿no crees?
Todavía no puedo creer que esté ahí, parado en la mitad del Umbral, tomándose un jugo yuppi
conmigo.
-Sí, oye -me animo a decirle antes de que sea demasiado tarde-, en el colegio me robaron Demonio.
-¿Quién pudo haber hecho eso?
-Es mi disco favorito. Alma también me gusta. El Disco Negro es –busco las palabras exacta-es el
disco negro...
-Señor, su vuelto-le dice Gretel haciendo sonar las monedas en el mesón.
-Tienes que encontrar a ese ladrón de discos.
Bebe el último sorbo y se queda mirando la puerta, como si le diera pánico salir.
Se despide de Gretel, y antes de que haga lo mismo conmigo, lo sigo hasta la salida del café.
-No puedo se acabó el colegio...
-Mmm, está complicado.
Se seca la frente con la manga de su polerón negro. En alguna entrevista leí que nunca usaba
poleras de manga corta.
-Sé que lo puedo tostar por ahí, pero me gustaba su carátula blanca-murmuro-. Y en las disquerías
no está.
-Revisa mi blog, escríbeme y te mando uno.
-Gracias. ¿Cuándo van a tocar?
-Eso nunca se sabe. Ni siquiera sé si mañana voy a querer estar vivo.
Para un taxi. Antes de subirse abre su agenda y saca un cedé virgen.
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-Sabes Livia, me caes bien. Este es un demo de mi próximo disco, La Rata. Son 29 temas. No se los
muestres a nadie.
Me lo pasa a través de la ventanilla y yo me quedo mirándolo sin saber qué decirle, y cuando estoy
a punto de pedirle que por favor, nunca se muera, el taxi acelera.

-“Yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el
lugar que te ha preparado. Respétalo y escucha su voz. No te rebeles contra él, ya que mi nombre
está en él. Si tú escuchas su voz, y haces todo lo que yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y
adversario de tus adversarios. Entonces mi ángel irá delante de ti”-repite Gretel presa por un trance.
Desvío la vista hacia la calle y levanto la mano, haciéndole un signo Ok a Dangil.
-El ángel Daniel viene para acá.
-¿En serio? –dice ella aplaudiendo.
-Prométeme que no le vas a decir a nadie que nos viste-. Siempre le repito lo mismo y ella me
contesta de la misma forma:
-Te lo juro por Jesús que es mi hermano y luz de mi vida.
-Está bien, está bien. Pero no hables como tu mamá-la reto.
-¿Por qué no puedo hablar como mi mamá?
-Porque....
Dangil entra al café, y los dejo conversando mientras reviso si hay alguna moneda de cien pesos
olvidada en el teléfono público. Me gustaría llamar a Rocío.
Meto la mano en el monedero del teléfono. Nada.
-Muy buenas noches –escucho que Gretel dice subiéndose al mesón- una ola de calor está azotando
nuestro país, provocando una de las más grandes sequías de los últimos 20 años. Desde el litoral
central, nos informa el periodista...
-Eso lo escuchaste en la tele –le reclama Dangil, riéndose-. No vale. Tienes que decir algo que tú
pienses, lo primero que se te ocurra.
Me asomo por la puerta para ver si la señora Rebeca no terminado su repartición de folletos
evangélicos por el barrio.
-Tú eres un sol-exclama Gretel de pronto.
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-¿Un sol?
- Un sol con ojos y boca-se ríe.
-Y nariz.
Sé que esas enfermeras no me la van a pasar , pero quiero intentarlo.
-¿Te puedo tocar la nariz? Mi nariz está helada, mira. ¿Y la tuya?
-Uhi –Gretel se agita entera-, está caliente...
-Hace calor, por eso está caliente.
-Dangil –le grito-dijiste calor, me debes una casata de helado.
-¿Y cómo yo la tengo fría? –le dice ella pasándole la mano por su nariz.
-Porque tú eres un esquimal.
Gretel se ríe.
-Yo tengo un trineo y tú un patín. ¿Hagamos una competencia?
-Bueno, pero vas a tener que esperar que me consiga un skate nuevo.
-¿Y qué le pasó al viejo?
Dangil, le cuenta cómo rodó cerro abajo en su tabla. Miro la caja vacía. Me bastaría estirar la mano
para sacar unas monedas.
-Te caíste porque no tenías tus alas–le dice Gretel-. Para la próxima te las pones, ¿ya?
-Bueno. Oye, ¿me dejas ver tu trineo?
-Está guardado.
-¿Dónde?
-Acá –dice Gretel mostrándole el puño cerrado de la mano.
Es ahora o nunca. Abro el casillero de la caja, rogando que no sea de esos que tienen una campanita.
-A ver....-Dangil asoma el ojo entre medio de la fisura de su mano. Rápidamente saco dos monedas
de cien pesos y vuelvo a cerrar el casillero presionándolo lentamente-. Eres una verdadera niña
esquimal.
-Pero nunca he visto nevar.
-¿Nunca?
-En Arizona es igual que acá. Calor calor.
Descuelgo el auricular y marco. “Clínica Renacer, buenas tardes”, escucho que me contestan al
otro lado.
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Le digo a la enfermera de voz robótica que quiero hablar con la paciente Rocío Lemus.
-¿De parte de quién?
-Soy su hermana Matilde, estoy llegando a la clínica y se me olvidó si me había encargado, un
struder de manzana o de frut...
-Un momento, por favor-dice la mujer.
Suena esa musiquita orquestada de Quilapayún. El sonido de las zampoñas hace que me muerda las
uñas de las manos. Los segundos corren y echo otra moneda para asegurarme.
-Aló- escucho a lo lejos
-¿Rocío? –contesto.
-¿Quién es? –su voz me parece más lánguida de lo habitual. Hay un silencio-. ¿Livia?
-Soy yo....-trato de contenerme.
-Livia....
Se escuchan unos murmullos alrededor.
-Rocío, te llamo para decirte que te quiero mucho y que saliste muy linda en la revis....
Cuelgan.
-¿Aló?
Intento calmarme.
-Cuando nieve, yo te voy a llevar a la cordillera.
-¿Y si nos encontramos con un oso?
Me seco la cara con una esquina de la polera. Por lo menos escuché su voz. Tomo un sorbo de agua
de la botella que Gretel nos llenó y me asomo hacia la entrada del cyber café.
-¡Peligro! –grito.
Rápidamente le digo a Dangil que acabo de divisar a la señora Rebeca a lo lejos, y es mejor que nos
vayamos.
-Gretel, ya sabes –grito tomándolo de la mano-. ¡No nos viste!
-¿Y qué va pasar con el paseo en trineo?
-Tenemos que esperar a que nieve –le dice Dangil-. Chao Gretel.
-Chao sol de nariz caliente.
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Afuera, el aire se ha convertido en una nube de vapor inamovible. Podríamos refugiarnos en la


carpa, pero preferimos echarnos en traje de baños sobre la baldosa helada de la cocina.
Es un truco que me enseñó mi mamá cuando yo era chica y no podía dormir. Nos recostábamos las
dos en el suelo, una al lado de la otra, hasta quedarnos dormidas con el viejo sonido del refrigerador
de fondo.
Cada vez que despertaba y veía su melena teñida rubia, me sentía protegida, y no me importaba que
ella estuviera bajo los efectos de sus calmantes y tuviera que sacudirla varias veces para despertarla.
Siento que un mosquito me muerde detrás de la rodilla. Entreabro los ojos. Grito. Hay alguien
parado en el marco de la puerta. Me refriego los ojos. Hay alguien parado en el marco de la puerta y
está mirando fijamente a Dangil. La corbata le aprieta el cuello. Los botones de su camisa blanca
parecen reventarse a la altura de su ombligo. Su mano derecha sostiene un maletín de cuero. Su cara
es una sombra negra sin facciones, pero sus ojos brillan. Noto que del cuello le chorrean gotas de
transpiración.
Le doy un manotazo a Dangil.
-¿Qué pasa? –gruñe semidormido.
Apunto el hombre.
-Perdón, no quería despertarlos –dice con voz afeminada- se veían tan plácidos ahí durmiendo,
como dos gatitos de campo.
Nos arrinconamos en una esquina de la cocina, cerca del lavaplatos.
-¿Qué hace acá? ¿Quién es? ¿Cómo entró?–grito.
-El portón estaba abierto y como vi el letrero Se arrienda.... ¿Dónde está su mamá?
Mi mente reacciona rápido.
-Arriba, durmiendo siesta. ¿Por qué?
Dangil no dice nada, lo mira atónito, como si todavía estuviera soñando.
-¿Sabían que la delincuencia es el problema más grave que sufren los habitantes de Santiago? Cómo
ustedes pueden ver, cualquiera puede entrar a su hermosa casa, manotearlos, robarlos, y hasta...
-¿Quién es usted?-lo interrumpo.
-Justamente, yo les vengo a ofrecer un sistema de seguros que los va proteger de situaciones
indeseables...No me miren, así....No les voy hacer nada malo.
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Si alguien dice que no te va hacer nada malo es porque está pensando lo contrario. Rápidamente
estiro la mano hacia el lavaplatos y agarro un cuchillo.
-Váyase –le digo apuntándolo con él-. No queremos seguros de nada.
-Te volviste loca, chiquilla... baja esa cosa–balbucea el hombre-Tener una gama de seguros multi
riesgos para su hogar es fundamental hoy en día–ahora puedo verle la cara. Sus mejillas de bulldog.
Su nariz de papa. Sus ojos saltones. Juraría que lleva un peluquín.-. Todo propietario necesita tener
seguros de robo, de acto de vandalismo, de incendio, de lluvia, de caída de rayo, postes, árboles o
antenas, y en caso de...
-No nos interesa, váyase.
Transpira en silencio y apoya nerviosamente el maletín en sus rodillas. Antes de que saque quizás
que cosa de su interior, le pincho la palma de la mano con la punta del cuchillo. Dangil se tapa los
ojos.
El hombre grita.
-¡Mira lo que me hiciste chiquilla loca!
Puedo ver claramente el hoyo en la mitad de la palma de la mano. El se queda pasmado mirando
cómo la sangre salpica la baldosa de la cocina. Luego mira a Dangil con una sonrisa oblicua. No
hay que haberse topado antes con esa sonrisa, para adivinar lo que esconde.
-Mamá –fijo llamarla con toda la voz que tengo-. Hay un pedófilo en la casa. Llama altiro a los
pacos.
El hombre sale corriendo, dejando el maletín tirado.

La aparición de ese “vendedor de seguros” en la cocina me dejó paranoica, y al día siguiente,


apenas escucho el timbre, me precipito a ver quién es con un cuchillo en la mano.
-Hola,–me dice Mateo Varletta al otro lado de la reja, balanceándose sobre su tabla, - te vine a
hacer una visita de cortesía.

Luego de dudarlo un segundo, le abro.


-¿En qué estás? ¿Matando la gallina? –se ríe mirando el cuchillo que aprieto en mi mano.
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2

Se desliza sobre su skate por el patio. Si no fuera por el parche en el ojo, no lo reconocería. Lleva
puesto un jockey rojo con olor a algodón nuevo, una polera blanca perfectamente planchada con la
sigla de su nuevo auspiciador, Gangsta; bluejeans recién lavados y unas zapatillas nuevas con una E
al revés, marca Etnies, me explica, que le regalaron en el campeonato.
-Estás hablando con el campeón 2005 de Adrenalin, por si acaso-me aclara, saltando un par de
sillas que hay en el suelo.
-Ah, qué bien- comento sin demasiado entusiasmo. Me siento en un bidé y estiro las piernas.
-¿Cómo que bien? Dangil se va caer de espalda apenas los sepa. ¿Todavía está en la playa?
Levanto los hombros como si no tuviera idea de lo que me está hablando, ni me importara.
. Me mojo la mano con saliva y me limpio los dedos sucios de mis pies.
-Te hace falta una ducha parece- me dice con su típico tonito de pendejo seguro de sí mismo.
-Si quieres ver minas ándate a la playa mejor.
-No me trates así, te traía un regalo-simula hacer un puchero. Se sienta al frente mío, sobre su tabla.
-¿Para qué me traes un regalo? No estoy de cumpleaños.
-Mira - me muestra el interior de una bolsa de plástico que bate de un lado a otro-. Bombones de
chocolates.
Siento que la boca de mi estómago se abre.
-No gracias. ¿Crees que me vas a embobar con esos chocolates asquerosos que hace la señora
Rebeca?
-¿Por qué me tratas como si te estuviera joteando? Por si no lo sabes, la Fanny me dijo que después
del campeonato pasara a verte porque ibas a estar sola. Incluso me dio permiso para alojar acá. ¿No
has visto mi saco de dormir a todo esto?
-Dame un cigarro.
Ya me he fumado todos los filtros gastados que he encontrado por ahí.
-Traje una cajetilla entera para los dos –me dice mostrándome unos Apolo cerrados-. Son los que te
gustan a ti.
Sé que con la punta de su único ojo me está mirando de arriba abajo.
-Entonces te saco altiro 10.
-¿10? –exclama.
-Tú nos bolseas el resto del año, mínimo.
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3

-Ahora que soy el campeón de Adrenalin, me van a sobrar ofertas de alojamiento, vas a ver.
-¿No te sobrará algún skate?
-¿Para qué?
- Para Dangil. El de él se partió en dos.
-¿Nooo? ¿Mató su tabla? – se ríe.
-Por poco no se mata él. Se tiró cerro abajo junto al Gato.
-Freestyle extremo, se llama eso.
-No es divertido. Tú sabes todo lo que le costó comprársela. Es la única que ha tenido.
-A mí las cosas también me cuestan. No soy un skater de Vitacura. Tampoco me quejo. En la vida
hay que atinar y yo le dicho mil veces a Dangil que se ponga a competir. Le darían miles de tablas
nuevas. Pero dice que no le gusta la competencia. Tú sabes cómo es tu hermanito.
-No se cree auspiciado como tú.
-Yo estoy auspiciado, que es distinto- nos quedamos callados. De nuevo se escuchan esos
martillazos, a lo lejos-. Oye, ¿y qué haces acá encerrada todo el día?
-No es asunto tuyo.
-Te apuesto que nunca estás sola...
-No es asunto tuyo.
-¿No quieres ir a un bar?
-¿A un bar? ¿Contigo? Eres menor de edad.
-A mi tío le da igual. No tienes que ni siquiera vestirte. A él además le encantan las minas en
bikinis, dice que le recuerdan California.
-¿Qué tiene que ver tu tío?-cierro los ojos simulando tomar sol.
-Mi tío Rony Varletta acaba de abrir un bar para surfistas.
-¿Ah, si?
-California Dream, se llama. Tiene el piso de arena. Está ganando un montón de plata...quería hacer
un bar más onda skate pero dice que en Chile los skaters no tienen para ni siquiera comprarse una
cerveza.
-Es cierto...
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4

A su bar, llega cualquier flaite menos surfistas, mucho jalero. Los surfers tienen plata, pero pasan la
mitad del año en Pichilemu, ahí hay que abrirles un bar. Cuando yo gane plata me voy hacer socio
de mi tío y vamos a poner un local juntos a los pies del agua.
-¿Dijiste que el bar se llena de jaleros?– reacciono de repente.
-Bueno, va todo tipo de gente, pero casi todos están arriba de la pelota.
-¿Dónde queda?
-Si quieres ir, yo te llevo.
-¿Y si quisiera ir sola?
-Ah no, es le bar de mi tío.
Oigo el portón abrirse.
-El primo del Gato me regaló una bolsa llena de pan añejo para Coa- dice Dangil todavía sin
percatarse que Mateo está ahí. Lleva puesto su sombrero de paja, sus shorts de blue jeans y el torso
desnudo.
Apenas se ven, se lanzan en los brazos del otro.
Ruedan por el pasto quemado. Alcanzo a recoger la bolsa con migas antes que se de vueltas.
-¿No te habías ido a la playa con tu viejo?
-Ya volví-dice Dangil mirándome de reojo. Mateo lo tiene tomado del cuello.
-No te quemaste ni las pantorillas.
-¡Suéltame pirata! –se ríe escupiendo migas por la boca.
Mateo se pone de pie y con la punta de la zapatilla levanta su tabla nueva.
-Te tengo una noticia muy salada: me gané el puto campeonato.
Dejo que se pongan al día y me voy a mi pieza.

Cuando despierto de mi siesta, la casa está silenciosa. Sólo se escucha el televisor prendido en la
sala de estar.
Dangil y Mateo están viendo el video sobre el famoso campeonato -¿Cachaste el wallride de ese
pendejo? –grita Mateo-. Buena técnica, pero no hay alma ahí.
Mateo se lleva un vaso de Coca-cola a la boca y puedo oler a la distancia el ron que le echó adentro.
-Abriste mi botella –le saco en cara.
-Mis hardflips son mucho mejores. Y nada de rodilleras ni casco como los demás pernos.
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5

-Deberías haberme pedido permiso.


-Yo le dije, pero no me hizo caso –se disculpa Dangil.
-Yo compro otra después, tengo plata –dice Mateo ajustándose el parche de su ojo-. Mira, ahí estoy
yo. “Mateo Varletta, El pirata”, me colocaron.
Una periodista de UCV le pregunta si el skate en Chile ya se puede considerar un deporte
profesional.
-Estamos a años luz de eso,–le dice Mateo a la cámara con su típico zeteo-. Son más profesionales
los viejos cu (se escucha un pito) que no te dejan patinar tranquilo en la calle.
Dangil se ríe. Me siento a su lado, entre él y Coa, que no para de hundir su pico en la cajita de
fósforos llenas de migas de pan. Le robo unas pocas y me las meto a la boca.
-¿Has tenido muchos problemas con tu vecindario? –le sonríe la periodista.
-Uno que otro.
-¿Qué tipo de problemas? ¿Llaman a las fuerzas de orden? ¿Se quejan con las autoridades?
-Ya no pierden el tiempo con eso. Mira lo que hacen -Mateo se levanta la polera y muestra en
cámara su ombligo quemado.
-Pero que atroz, ¿qué te pasó?
-Tendrías que haber ido a la Peluchona en Santiago a ver cómo los viejos cu (de nuevo se escucha
un pito) tiraban baldes de agua caliente desde las Torres.
-¿Cuándo te pasó eso?
- No sé, tenía como 10 años.
-Bájate no más la polera. Eras un niño...Te debió doler mucho.
-En esa época no había skatepark como ahora, ni menos campeonatos. Ahora me entreno en las
rampas del parque Gorostiaga y en Macul, pero falta mucho para tener el nivel de otros países,
tenemos que cambiar la mentalidad para que nos tomen en serio, porque los skaters no somos vagos
y merecemos respeto, ¿cachai? A todo esto, quiero aprovechar de mandarle un saludo a mis jotes
del barrio Dangil y Gato. ¡Hola locos!
Dangil y Mateo se ríen.
-¿Y el parche en el ojo también fue fruto de la molestia de los vecinos?
-No, ese fue fruto de mis carnazas.
-Dicen que eres conocido por tomar riesgos.
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6

-Me crié en la calle, y si no hubiera sido por mi tío Rony, estaría muerto.
-Recordémosle a los televidentes, que Rony Varletta fue uno de los pioneros del skate local y
alcanzó la cumbre de su carrera en California en los años 80’s.
-Mi tío fue el primero en patinar en la pileta vacía del Parque Bustamante en la época del
esqueibor.
-Lo último Mateo: ¿Tus padres vinieron a verte? Deben estar orgullosos.
-¿Para que quiero a mis padres, si tengo a mi tío?
La cámara le hace un close-up a Rony Varletta.
-Bueno, ahí te están llamando, suerte. A todo esto, ¿qué canción elegiste para tu actuación?
Un clásico de los Prisioneros, “We are sudamerican rockers”, lo máximo, pura adrenalina.
Me pongo de pie. Quiero ir a buscar la botella de ron a la cocina. Las migas de pan añejo me
levantaron el espíritu y súbitamente tengo ganas de emborracharme.
-No te vayas, ahora viene la mejor parte –me dice Mateo-. Empiezo mi wallride con un agarre que
sacó aplausos.
Me quedo un rato en la cocina tomándome un vaso de ron-cola, mientras pienso en el bar de Rony
Varletta. Ahí puede haber alguien sediento por un rollo con coca. Tengo que convencer a Mateo
para que me dé la dirección.
Salgo de la cocina con la botella de ron, otra de Coca-cola y dos vasos en una bandeja.
-Wau, así se habla -dice Mateo al verme.
-¿Y dónde están tus chocolates?

Con Dangil parecemos dos niños hambrientos. Nuestros dientes quedan negros de tanto comer esos
bombones de la señora Rebeca, que después de todo no son tan malos.
Ya nos hemos bajado más de la mitad de la botella de ron. Mateo no se cansa de enrollar unos pitos
que se jacta de haberle robado a otro skater del campeonato y no sabemos si estamos borrachos o
volados, o las dos cosas.
-¿Me vas a mostrar cómo quedó tu tabla, o no? –dice poniéndole stop al video.
Dangil esconde Coa debajo de su chupalla y se precipita a buscar su skate entre la basura del patio.
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7

-Ni que la hubieras aserruchado. Se partió justo por la mitad –Mateo la analiza sobre-exaltado -¡Te
puedes convertir en el campeón de los wheeleye!
Dangil le pide cambiársela por la de él un rato. Los dos se ponen a patinar por el pasillo.
Los miro hipnotizada por una sola idea en la cabeza; ir al California dream.
-Despierta Livia–me grita Mateo al pasar a mi lado-. ¿Por qué no hacemos una fiesta?
-Las fiestas se acabaron –murmuro.
-Tampoco te vas echar a morir –dice pateando la tabla de Dangil a un lado. Llena otro vaso con ron
y coca cola.
-Tú que sabes –le digo.
-Para, mamón no soy. Yo sé harto de drogas. Después de que mis viejos me echaron de la casa, me
alimentaba a puro retalines. Me los regalaba el Gato para que fuera al colegio. Gracias a los
retalines me atreví dar mis primeros saltos de verdad. Nada me daba miedo...Nada- repite abstraído
hasta volver en sí-. En todo caso, Rocío Lemus siempre fue muy rica y muuuy loca.
No estoy para escuchar comentarios de ese tipo. Me paro.
-¿Dónde vas?
-No es tu problema.
-No te vayas, tengo una película increíble. Un documental sobre los primeros skaters de California,
Dogtown and Z boys. ¡Sale Stacy Peralta!
Hago como que no lo escuché.
- Livia, mira cómo mueve las alas, -me dice Dangil al asomarme por el pasillo. Le está echando
vuelo a Coa sobre su skate. -. De aquí a unos días más, va a volar.
Me gustaría compartir su entusiasmo, pero las cosas que este verano me hacen feliz son cada vez
menos simples y claras.
Sigo avanzando cabizbaja. Las murallas todavía tienen marcas de zapatos y restos de vino tinto. Es
como si mis compañeros de colegio siguieran ahí apoyados, fumando, tomando, entrando y saliendo
de las piezas como por una puerta rotativa. Es como si entre esas dos paredes aún resonara, “Come
on feel the noise” de Oasis. No tenía ganas de escuchar esta canción, pero mi burlitzer la coloca de
principio a fin, sin pedirme permiso. Me tapo los oídos en vano. Alguien salta y mueve la cabeza
gritando que el cover de Oasis es mejor que la canción original. Yo estoy bailando con Paloma y
Lucas y de repente escucho que suena el citófono. Apenas puedo distinguir la voz al otro lado.
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“Busco a Livia Spector”. “ ¿Ah?”. “Livia Spector, ¿está? “Con ella, ¿quién es?” “Tu amiga Rocío,
me dijo que la trajera a tu casa. Se sintió mal. Está afuera. Llama a una ambulancia”. Cuelgo. Salgo
corriendo a la calle. Veo un auto acelerar a toda velocidad.. “ “¿Rocío?”, grito. Algunas luces de las
casas vecinas se prenden. Bajo la vista. Está tirada a un costado de la vereda, en un rincón oscuro.
Su piel tiene un color mármol. La sacudo varias veces. Nada. Me devuelvo a la casa a buscar un
teléfono. El fijo está desconectado y ya no sé dónde quedó. Necesito un celular. Me abro paso
entre mis compañeros de colegio, tambaleándome, los ojos inyectados de luces de colores, la
cabeza de algodón. Sus risas explotan a mi alrededor igual que petardos. Me ofrecen de todo, menos
lo que ando buscando. Un celular, dénme un celular, grito.
Voy golpeando puerta por puerta, obligándolos a abrirme. Come on feel the noise/ Girls rock your
boys/ We'll get wild, wild, wild/ Wild, wild, wild. Veo gente semidesnuda, vomitando, sacándose
fotos mientras vomitan; gente quebrando las botellas de Syrah de mi ex –padrastro en contra del
suelo; So you think I got an evil mind/ I'll tell you honey/And I don't know why/ And I don't know
why... anymore; gente que escupe vino por la boca, y me dice que ésta es lejos la mejor fiesta de
sus vidas. Esas mismas caras que destellan euforia al hablarme, se desfiguran cuando Ernesto
Cienfuegos, irrumpen en el pasillo tosiendo y gritando que un tipo entró por la ventana de mi casa y
tiró un gas lacrimógeno despotricando que todos éramos unos promiscuos decadentes y que Rocío
Lemus era una perra calienta sopa. Mi vecino Ricky, pienso.¡Ricky! No entiendo cómo tantas cosas
puedan estar pasando al mismo tiempo.¿Quién tiene un celular?
De golpe el olor a gas llega hasta mis narices. Lagrimeo sin parar. Siento mi garganta y mi nariz
explotar. Todos corren hacia el patio y yo también los sigo, semiciega, pensando en Rocío tumbada
afuera, en la calle, y grito que por favor, alguien llamen una ambulancia. So come on feel the noise/
Girls rock your boys/ We'll get wild, wild, wild/ Wild, wild, wild…

Me quedo parada unos segundos, mirando la calle vacía. Todavía puedo ver a Rocío tumbada en el
cemento. Mis compañeros tosen y se rascan los ojos. Alicia Gamboa y sus amigas lloran. Max
Bueno y compañía se preguntan dónde se metió el sicótico que entró al living. Quieren ir a pegarle.
Estaba de negro. Tenía el pelo rapado. Alguien dice haberlo visto antes, en la fiesta. Estuvo
joteando a Rocío, recuerda Max Bueno fuera de sí. Sí, es el mismo. Muchos creen que lo que dejó a
Rocío inconsciente fue el gas. Yo sólo les pido que se hagan un lado y la dejen respirar.
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Los vecinos también han salido a ver qué pasa. Chismean entre ellos, escondidos en una nube de
polillas que revoloteaban alrededor de sus cabezas despeinadas, y yo alcanzo a escuchar cada una de
sus palabras, con la misma nitidez con que escucho los gritos y llantos que siguen saliendo desde
adentro de la casa.
De pronto veo a Dangil y a sus amigos aparecer en sus skates desde el fondo de la calle. En un flash
de segundo recuerdo su premonición: Acá adentro ya se hizo oscuro.
Lo abrazo. Le dejo el hombro mojado con mi baba.
Llega la ambulancia. Un enfermero saca una máscara de oxígeno y me pide que le diga a los demás
que se corran a un lado. Dangil me ayuda a dispersar la gente.
-No fue el gas-balbuceo.
-¿Perdón? –me dice el enfermero.
-Alguien le convidó una droga.
- Dime que ingirió la paciente- me pregunta tomándole el pulso.
-¿Todo lo que tomó?– mis dientes castañean solos.
-Sí, qué drogas tomó, ¿entiendes? No la vamos a denunciar, no te preocupes, es para saber qué
antídotos le damos. Si no me dices la verdad, tu amiga puede irse, ¿entiendes?
Le nombro la lista en orden y él le empieza a dar respiración boca a boca: marihuana, alcohol,
pastillas para adelgazar, anfetamina molida, más pastillas para adelgazar, éxtasis, y algo parecido a
la coca.
-¿Parecido a la coca? ¿Qué? ¿Heroína?
-No –recuerdo a Ludovico Santander abriendo su cajita mágica- .Cristal creo que se llama.
-Ah...clorhidrato de metanfetamina–comenta otro enfermero, que lo ayuda a subir a Rocío a la
ambulancia-. Debe estar con hipotermia.
-Se mandó un cóctel más o menos tu amiga.
-¿Va estar bien? –Trato de mantener el control, pero no puedo. Tengo el cuello tan mojado que ya
no sé de dónde vienen las lágrimas.
-Vamos a hacer todo lo posible. Ahora entra y dile a todo el mundo que la fiesta se acabó. Si quieres
noticias anda al departamento de Urgencias del Hospital – me dice pasándome una tarjeta.
La ambulancia acelera entre medio de los vecinos. Tres focos rojos desaparecen con Rocío adentro,
en medio de la oscuridad.
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0

19

Me visto con lo primero que encuentro y salgo a caminar. El olor de mi ropa sucia dejó de darme
asco. Sólo sé que tengo ganas de fumarme un cigarro en la bomba de bencina. Camino por Chile-
España, cuidando mantener la vista fija en los postes de luz, para no tambalearme. Es la hora del
crepúsculo y no me gusta no ser completamente invisible.
Pero sé cómo esconderme. Enciendo mi burlitzer y busco la última canción de Demonio, “Prendí
fuego a Dios”. Mi fe se pudrió aquí/ Mi fe se pudrió aquí /Acostada conmigo/ Lloré culpando a
Dios/ Lloré Prendí fuego a Dios/ Y me encerré mirando fotos para ver cómo morir mejor/ Pensé en
ti/ Pensé en ti /La lluvia blanca/ Tus ojos claros/ Tu voz gigante.
Al pasar al frente de la mezquita, me detengo a mirar la cúpula y recuerdo la vuelta al mundo en 20
minutos que dimos en taxi junto a Alex. Me hubiera gustado quedarme en ese taxi para siempre. Las
rodillas de Alex tocaban el asiento del copiloto y yo sentía que ese mínimo gesto lo hacía parte de
mi vida.
-Señorita –alguien me llama desde adentro de la mezquita.
Reconozco un acento extranjero en su voz.
Un anciano aparece detrás del portón de fierro. Tiene la cara arrugada y bronceada por el sol.
Cuando me acerco a preguntarle qué se le ofrece, me doy cuenta el hombre está más pasado que yo.
Su aliento huele a un barril de cerveza dejado a pleno sol.
-Señorita-repite-. ¿Quiere visitar la mezquita de la Paz?
-¿Se puede?
-Puede, yo, cuidador. Llaves conmigo-me dice agitando un llavero.
Lo sigo. Le pregunto de qué país es. Pakistán, responde. Me cuenta que vive con su familia en la
mezquita, y que para él es un honor ser el guardián de la única casa de Alá que hay en Santiago.
-Esta noche no hay fieles. Oportunidad única para usted.
-Gracias señor, es muy amable, pero si le trae proble...–le digo.
-Bajar tono de voz. No contar a nadie que usted entró. Sígame.
Llegamos a un patio con varias palmeras. El anciano se detiene frente a un portón de madera.
-Quitar zapatos -me ordena.
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1

Me saco mis hawaianas rosadas. El anciano acerca el juego de llaves a sus ojos y las analiza una a
una, repitiendo “ésta no, ésta no, ésta no, ésta sí”.
-Pasar, por favor.
Entramos a la sala de oración, él levanta las manos y los ojos hacia el techo, y repite unas palabras
en árabe. Luego me mira con una sonrisa insistente. Sus dientes son parejos y amarillos.
-Sea usted bienvenida a la casa de Alá.
Me pregunto si el anciano no tendrá alguna intención escondida conmigo. Pero hay algo en él que
me hace pensar en un niño sólo ansioso por mostrar su secreto y ese secreto es la casa de Alá.
La sala es un rectángulo entero blanco. Una alfombra de color verde agua cubre el piso vacío.
Levanto la vista. Sobre algunos pilares se distinguen unos dibujos geométricos.
-No buscar imágenes. En Islam, Alá, no tener cara como para ustedes los cristianos- me
advierte-.Dios ser más grande que capacidad humana de representar Dios. Lo que es digno de
adorarse no parecerse a nada -sigue hablando el hombre-. Importante es representar interior Alá,
como ve en dibujos pilares. Espíritu es lo que cuenta, no, apariencia.
El anciano está tan borracho que tiene que apoyarse en una viga de la sala para no caerse.
Me quedo mirando el espíritu de Dios contenido en la forma de esos rombos dibujados.
-¿Bello no? –me dice con su sonrisa de dientes parejos y amarillos.
-Muy bello.
-Belleza en simpleza- se refriega los ojos, cansado-¿Familia suya ir al templo?
-No somos creyentes.
-Usted adorar profeta Jesús y su madre Maria, yo sé.
-Yo le prendí fuego a Dios-susurro.
-Mmm-murmura-. Usted sentarse en alfombra. Respirar. Callar.
Me siento a su lado, apoyándome en mis rodillas. Respiro. El besa el piso tres veces, luego se queda
quieto. Permanecemos en silencio no sé cuanto rato.
-Usted creer- dice el hombre- Sentir corazón. Ahora ir a casa y sentir su corazón.
Cuando salgo de la mezquita el tiempo parece borrado. No sé si estuve ahí 15 minutos o una hora.
Sólo sé que ya no tengo ganas de fumarme ningún cigarro sola en la bomba de bencina.

Ir a casa y sentir corazón.


21
2

Me recuesto en el pasto del patio. De noche no parece que estuviera quemado. Abro el
frasquito donde guardé el nervio del diente de Alex y lo toco. Me había prometido a mí
misma no volver a hacerlo, pero las palabras de ese anciano pakistaní me persiguen.

-¿Qué haces?
Dangil y Mateo están acuclillados detrás mío. Veo sus caras al revés; los ojos en el lugar de la boca,
la boca en el de los ojos. Se pasan la botella de ron, y le dan un largo sorbo cada uno, riéndose.
-Nada –escondo el frasco con el nervio debajo de mi bikini.
-Te estábamos buscando por todos lados. ¿Dónde te habías metido?
-¿Quién eres? El cuidador de ovejas? Salí un rato a caminar.
Se recuesta cada uno a mi lado. La luna está creciente y la sombra de cactus se proyecta sobre
nosotros.
-Dangil quería subirse a los techos para ver dónde estabas–me dice Mateo-. Pero no encontraba su
nave espacial.
Le saco la botella de la mano.
-No le des más ron.
Apoyo mi cabeza en el hombro de Dangil. Le pregunto si está bien y él asiente, sin decir nada.
Tiene a Coa abrazada al pecho.
-¿Por qué no te acurrucas acá conmigo mejor? –me dice Mateo.
-No existe.
-Mi hombro es más grande, mira. El de Dangil es todo flaco.
-Pero es el de mi hermanito.
-Anda acostumbrándote, mira que la Fanny también me quiere adoptar. Me va llevar a vivir con
ustedes donde tu abuela.
-Sueña.
Juego con el pelo de Dangil. Está tan sucio que su color miel con rayos amarillos ha desaparecido.
Me gustaría lavárselo, y ver cómo éstos vuelven a aparecer, pero ni siquiera nos queda jabón.
21
3

-La Fanny me dijo que en el departamento de tu abuela había varias piezas. Y que yo puedo tener
una toda mía. ¡Con tal de tener la rampa de Bustamante al frente de la casa soy capaz de dormir en
el techo!
Eso era la único que faltaba. Arranco un puñado de pasto seco.
-Qué historia le inventaste para que le dieras tanta pena, ¿ah?
-No le inventé nada. Le dije la pura y santa verdad.
Estoy segura de que Mateo es mitómano, pero siempre se las arregla para que todo el mundo le
crea. Supongo que lo hace por instinto de sobrevivencia, pero yo estoy cansada de que la Fanny se
preocupe por todo el mundo menos por nosotros.
-¿Y cuál sería la pura y santa verdad?
-Que ahora que mi tío Rony va ser papá, no me quiere en su casa, porque no hay hueco para mí. Es
culpa de la perra de su mujer. Siempre le caí mal. Desde que me la agarré y le quedó gustando.
-No quiero escuchar tus historias me tapo los oídos y lo dejo hablando solo. Está tan pasado que le
da igual. Lo único que alcanzo a escuchar, al final es:
“Si fue ella la que me puso su goma en la boca. Estaba muy dura y me dijo Mateito ven para acá y
lo peor de todo es que es rica la perra. Que se meta su goma por el culo”.
-¿Dónde está el bar de tu tío? –le doy una leve patada en la punta de sus zapatillas nuevas.
Mateo sigue transmitiendo de gomas y culos.
- Dime dónde está el bar, por favor –insisto.
-Yo te llevo-intenta rodear mi cintura con su mano.
-Quiero ir sola, ya te dije –le saco la mano.
-¿Para qué quieres ir sola?
Miro a Dangil, buscando su complicidad, pero está absorto, contándole una historia sobre los
selenitas a Coa.
-Ya sé. Te quieres agarrar a mi tío. Todas las minas lo encuentran rico. Es infalible.
Le doy cuerda a su fantasía con tal de que me suelte la maldita dirección.
-¿Tú crees que me daría la pasada?
-El se va más por las rubias la verdad. Pero tú tienes buen forro, osea...-Mateo se acerca a mi
cuello--...me he echado tantas manflas pensando en ti, que por poco no me sale el pelo de oro.
Lo empujo a un lado.
21
4

Su parche de pirata se corre unos centímetros y alcanzo a ver su ojo reventado. Es como si el iris se
hubiera hundido unos centímetros debajo de su párpado y al medio flotara una mancha licuada de
pupila. Rápidamente vuelve a colocarse el parche.
-¿Me vas a soltar dónde está el famoso bar o no? -digo exasperándome.
-¿Para qué quieres ir?
-Eres un mamón. Olvídalo.
- Una vez Matilde Lemus quería pedirle un autógrafo a mi tío. No sabes todo lo que me jotió. Al
final, se lo conseguí a cambio de un beso.
-Tú siempre consigues cosas a cambio de otras.
-Exacto.
Me quedo pensando unos segundos. Miro a Dangil. Se quedó dormido abrazado a Coa.
Tomo un largo sorbo de ron.
-¿Qué quieres ahora? Dime.
- ¿Ahora ? –se ríe nervioso.
-Sí, ahora.
Se rasca el pelo. De repente me parece tan niño que no puedo evitar soltar una carcajada.
-Dame un beso-dice al fin-. Pero no en la mejilla. En la boca y que dure 15 segundos.
Un beso. 15 segundos. Por un segundo pensé que me iba a pedir que hiciera otra cosa con mi boca.
Antes de que me arrepienta, acerco mis labios a los suyos y lo dejo hacer. 15-14-13. Cierro los ojos.
Su lengua es áspera y busca desesperadamente mi paladar. Quiere aparentar experiencia. 12-11-10.
Sus dientes chocan con los míos. No sabe besar. 9-8-7. Me muerde torpemente el labio inferior.
Decido pensar en cualquier cosa. Le quedan pocos segundos para calentarme y no tiene ninguna
posibilidad de hacerlo. 6-5-4. Su lengua de nuevo trata de buscar mi garganta. Tengo una arcada. 3-
2-1 Apoya su mano entre mis piernas y las saco de ahí bruscamente.
Abro los ojos. Dangil me está mirando. No para de parpadear, como si no creyera lo que está
viendo.
-El me obligó –le digo. Luego miro a Mateo-. Ya, dame la dirección.
-¿Cuál?- se ríe.
-Dame la dirección te dije.
-No.
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5

-Eres el pendejo más mulero que he conocido en mi vida. Le voy a contar a mi mamá que trataste de
correrme mano. A ver si te deja vivir con nosotros. La vendiste, te lo digo altiro.
Mi amenaza tiene un efecto inmediato.
-No por fa.
-¿No por fa qué? –lo imito-. Entonces habla.
-Barrio Suecia, no me acuerdo la calle, donde están todos esos bares cuicos. Todos lo conocen.
Estoy a punto de pararme cuando me doy cuenta que Dangil no despega los ojos de mí. Está oscuro
pero puedo ver cómo sus mejillas se enrojecen, y sus labios se separan, buscando alguna
explicación a lo que acaba de ver.
Súbitamente algo cambia en su cara.
Sus ojos tienen un brillo que nunca antes le había visto. Es un brillo que te sorprende sólo a los 15
años, y ocurre de un segundo a otro. Un brillo que sólo puedes apagar si pasas al otro lado.
Es la primera vez que Dangil me pide algo. Apoyo mi mano en su mejilla tibia.
Mateo se p
one a gritar y a aplaudir exaltado. Sus gritos se mezclan con el canto de los grillos, hasta borrarse.
A medida que nuestra distancia se acorta, me olvido quién soy yo y quién es él. Todo está
silencioso. Sólo se escucha el latido de su corazón. Palpita tan fuerte que podría salírsele del pecho.
Antes que mi boca toque la suya, una sonrisa se le dibuja en los labios. Y yo también sonrío al
descubrir que lo estoy ayudando a crecer.

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